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IR lleva ^Üibllotcca be autorce i^epañoleo
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2!omo III
IRovelae Díalogatiae, con un eotutilo preliminar
de
Bírector de la Biblioteca IBacional v ^^ l^ Bcademia de la ibistoria.
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Casa editorial Baíll^//3Bailliére
Ipla^a de Santa Bna. núm. to.
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INTRODUCCIÓN
X
La «Celbstxna». — Razones para tratar de esta obra drauática en la ihsturia dk la
NOVELA española. CdESTIONES PREVIAS SOBRE EL AUTOR V EL TEXTO GENUINO DE LA
•íTragicomedia de Calisto y Melibea». — Noticia de sus primeras ediciones y dk
LAS DIFERENCIAS QUE OFRECEN. NoTICIAS DEL BACHILLER FeRNANDO DE RoJAS. ¿Eb
autor DEL PRIMEK ACTO DE LA hCelESTINA?» — ¿Lo ES DE LAS ADICIONES PUBLICADAS
EN 1502? — Fecha aproximada déla «Celestina»?— Lugar en que pasa la escena. —
Fuentes literarias de la «Tragicomedia»: reminiscencias clásicas. — Teatro de
Plaüto y Terencio. — (Comedias elegíacas de la Edad Media, especialmente la dk
«Vetcla»: su imitación por el Arcipreste de Hita. — Comedias humanísticas del
SIGLO xv: KL «Paulüb», de Vergerio; la «Poliscena», atribuida á Leonardo Bruñí
DE Arezzo; la «Chrysis», de Eneas Silvio. — La «Historia de Eüríalo v Lucre-
cia», del mismo. — Otras reminiscencias de escritores del Renacimiento italiano:
Petrarca; Boccaccio. — Literatura española del siglo xv que pudo influir
EN Rojas: el Arcipreste de Talayera, Juan de Mena, Alonso de Madrigal,
LA «Cárcel de Amor». — Análisis de la «Celestina». — Los caracteres. — La
invención y composición de la fábula. — Estilo y lenguaje. — Espíritu y tenden-
cia DE LA OBRA, — CeNSÜRAS MORALES DE QUE HA SIDO OBJETO. — HlSTORIA POSTUMA DE
LA «Celestina». — Rápidas indicaciones sobre su bibliografía. — Principales tra-
ducciones.— Su influjo en las literaturas extranjeras. — Importancia capital de
LA «Celestina» en el drama y en la noyela española.
Al incluir la Celestina y sus más directas imitaciones en esta historia de los oríge-
nes de la novela española, y ofrecer en este tomo algunas muestras del género, no
pretendo sostener que estas obras, y menos que ninguna la primitiva, sean esencial-
mente novelescas. En trabajos anteriores (*) he manifestado siempre parecer contrario,
y no encuentro motivo para separarme de él después de atento examen. La Celes-
tina (*), llamada por su verdadero nombre Comedia de Melibea en la primera edición.
Tragicomedia de Calisto y Melibea en la refundición de 1502, es un poema dramá-
tico, que su autor dio por tal, aunque no soñase nunca con verlo representado.
Por mucho que se adelante su fecha, hay que conceder que fué escrita en el último
decenio del siglo xv, y es probablemente anterior á las más viejas églogas de Juan
del Enzina, á lo sumo coetánea de algunas de ellas {^). ¿Qué relación podía tener aquel
(•) Véase el estudio critico que precede á la edicióa de Vigo, 1899, tipografía de Eugenio
Krapf . De aquel trabajo sólo conservo en el presente algunas frases, que por razones particulares no
lie querido modificar. Todo lo restante ha sido escrito de nuevo, conforme á los descubrimientos é
investigaciones de estos últimos años }' al minucioso estudio que lie hecho de la Tragicomedia y de
la copiosa literatura que con ella se relaciona.
(') Ninguna de las ediciones españolas que hoy se conocen anteriores á la de Alcalá de Hena-
res, 1569, lleva este título, pero sí todas las reimpresiones de la traducción italiana de Alfonso
Ordóñez desde la de Venecia, 1519, en adelante. Y así debía designársela en el uso común, puesto
que Luis Vives la cita dos veces con tal nombre en 1529 > en 1531, y tuuibién Fr. Antonio de Gue-
vara en los preliminares de su Aviso de privados y doctrina de cortenanos (Valladolid, 1539).
(') La primera edición del Cancionero de Juan del Enzina, en que están sus más antiguos
ensayos dramáticos, es de 1496, anterior tres años no más á la Comedia de Melibea.
ORÍGENES de LA NOVELA.— III.— a
II ORÍGENES DE LA NOVELA
escenario infantil con el arte suyo, tan reflexivo, tan maduro, tan intenso y humano?
El autor escribió para ser leído ('), y por eso dio tan amplio desarrollo á su obra, y no
se detuvo en escrúpulos ante la libertad de algunas escenas, que en un teatro mate-
rial hubieran sido intolerables para los menos delicados y timoratos. Pero escribía con
los ojos puestos en un ideal dramático, del cual tenía entera conciencia. Le era familiar
la comedia latina, no sólo la de Planto y Tereucio, sino la de sus imitadores del primer
Kenacimiento. Este tipo de fábula escénica es el que procura, no imitar, sino ensanchar
y superar, aprovechando sus elementos y fundiéndolos en una concepción nueva del
amor, de la vida y del arte.
Todo esto lo consigue con medios, situaciones y caracteres que son constantemente
dramáticos, y con aquella lógica peculiar que la dramaturgia impone á la acción y á
los personajes, con aquel ritmo interno y graduado que ningún crítico digno de este
nombre puede contundir con los procedimientos de la novela. La Celestina no es un
mero diálogo ni una serie de diálogos • satíricos como los de Luciano, imitados tan
sabrosamente por los humanistas del siglo decimosexto. Concebida como una gran-
diosa tragicomedia, no podía tener más forma que el diálogo del teatro, representación
viva de los coloquios humanos, en que lo cómico y lo trágico alternan hasta la catástrofe
con brío creciente. Fuera de algunos pasajes en que la declamación moral predomina,
el instrumento está perfectamente adecuado á su fin. La creación de una forma de
diálogo enteramente nueva en las literaturas modernas es uno de los méritos más singu-
lares de este libro soberano. En nuestra lengua nadie ha llegado á más alto punto;
pero compárese esa prosa con la de Cervantes, y se verá cuánto distan el estilo del
teatro y el de la novela, aunque tanto influyan el uno en el otro.
El título de novela dramática que algunos han querido dar á la obra del bachiller
Rojas nos parece inexacto y contradictorio en los términos. Si es drama, no es novela.
('") Hay un pasaje del prólogo que parece indicar lo contrario: quando diez personas se juntaren
a oyr esta Comedia. Pero, á mi ver, no se trata aquí de verdadera representación, sino de lectura
entre amigos, y en tal interpretación me confirma una de las octavas de Alonso de Proa/.a.
«Dize el modo que se ha de tener leyendo esta tragicomedia:
Si amas y quieres a mucha atención,
Leyendo á Calido, mover los oycides.
Cumple que sepas hablar entre dientef:,
A vezes con gozo, esperanza y passion;
A vezes ayrado con gran turbación.
Finge h'i/endo mil artes y modos.
Pregunta y responde por boca (Je todos,
Llorando y riyendo en tiempo y sazón.»
Son verdaderas reglas de declamación, pero no para un actor, sino para un lector que habla por
boca de todos los personajes de la pieza. No recuerdo que nadie después de Wolf (Studien,
pág. 280) y antes de Greizenach (Geschichte des neueren Dramas, I, 34) se haya fijado en este
curioso pasaje. Es probable que las comedias elegiacas de la Edad Media se recitasen así, y antes
de ellas lo había sido el Querolus, según todas las trazas.
El carácter de drama ideal que la Celestina tiene fué perfectamente comprendido en el siglo xvil
por su traductor latino Gaspar Barth, y aun por eso aplaudía que su autor la hubiese escrito en
prosa contra el uso de los antiguos y el de su propio tiempo. «Hic vero Ludns nuUi Tlieatro affi-
»xus erit, nec. diludiis factus unius ant alteriua Reipublicae, Oivitatisve: sed generatim totiiin
BOrbem Christianum ad lectionem vocat et velut spectaculnm.»
INTRODUCCIÓN ,„
Si es novela, no es drama. El fondo de la novela y del drama es uuu mismo, la repre-
sentación estética de la vida humana; pero la novela la representa en fornuí de narra-
ción, el drama en forma de acción. Y todo os activo, y nada es narrativo eu 1^
Celestina.
Pero ¿C(5mo prescindir de ella en uua historia de la jiovola española? Así como la
antigüedad encontraba en los poemas de Homero las semillas de todos los géneros,
literarios posteriores y aun de toda la cultura helóuica, así de la Tragicomedia castellana
(salvando lo que pueda tener de excesivo la comparación) brotaron á un tiempo dos
raudales para fecundar el campo del teatro y el de la novela (•). Y si extensa y dura-
dera fué la acción de aquel modelo sobre la parte que podemos llamar profana ó secu-
lar de nuestra escena, no fué menos decisiva la que ejerció en la meute de nuestros
novelistas, dándoles el primor ejemplo de obsei-vación directa de la vida: el primero,
decimos, porque las pinturas de los moralistas y de los satíricos apenas pasan de ras-
guños, aun en las animadas páginas del Arcipreste de Talavera, uno de los pocos
precursores indudables de Fernando do Rojas. La corriejite del arte realista fué úuica
en su origen, y á ella deben remontarse así el historiador de la dramaturgia como el
que indague los orígenes de la novela. Y aun puede añadirse que en el teatro esa direc-
ción fué contrastada desde el principio por una poesía romántica y caballeresca muy
poderosa, que acabó por triunfar y dio su último fruto con el idealismo calderoniano;
al paso que en la novela, vencidos definitivamente los libros de caballerías y relegados
á modesta oscuridad los pastoriles y sentimentales, imperó victoriosa la fórmula natu-
ralista, primero en la novela picaresca y luego en la grandiosa síntesis de Cervantes,
que llamaba, aunque con salvedades morales, libro divino k la inmortal Tragicomedia.
Estas razones justifican, á mi ver, la inclusión de la Celestina en el cuadro que veni-
mos bosquejando. Y admitida ella, que es sin duda la más dramática, no puede pres-
cindirso de sus imitaciones, que lo son mucho menos, á excepción do la Selvagia, la
Loia y alguna otra. Aun estas mismas fueron escritas sin contar para nada con la
escena; y no lo digo solamente por las situaciones pecaminosas, pues iguales, ya que
no peores, las hay en varias comedias italianas que positivamente fueron roprosenta-
(') Fernando Wolf la consideraba como un poema épico-dramático, lo cual es decir en hus-
tancia lo mismo: «Seine Form ist in der Tliat eine episcii-dramatisclie. In iiir zeigt sicli das Drama
)izwar nocli in den \veiten, faltenreichen epischen Gewanden, aber sclion in^Begriffe dieser hem-
))menden Qüllen sicb zu entledigen, um in freierer Bewegung rasclieren Sciirittes die Bnhnc zu
wbesteigen. In der Wahl, Anlage und Gliederung der I'^abel, in der cornposition der Celestina im
»Ganzen waltet allerdings noch das Episclie vor; es ist darin noch das breite Sicligolioiilassen, dic
Dlíedseligkeit des Erzülilers, das Zcrfaliren der Handlung und Ilcmtnnng ilirt-s rasclieren, dra-
»matischeren Verlaufs durch Episoden, das Vorwalten der Situalicn, die minutio-c Ausmalung,
ykiiTZ die Epische Breite und Beliagliclikeit. Dennoch hat diese Tru¡/ ¡comedia ¡^clion dramatischen
«Grundton, dramatisches Leben und-abgesehen von der mehr ausserliclien Form des durcligelienden
)>Dialog8 und der Eintheilung in (21) Acte, niclit nur Acte, sondern ancli Action, dramalisclie Iland-
»lung und vor alien in der und durch die Handlung drastisch dargestellte Cliaraktere; ja geradc
»diircli die meisterhafte Zeichnung, oonsequente Entwickelung und den knntsvollen Conllict der
»Cliaraktere, durch die darin bedingte tragische Katastrophe zeichnet sie sich so sehr aus, dass sie
))Prototyp und classisches Muster des sogenannten género novelesco des spanischen Nationaldramas
))ge\vorden und hierin von wenigen spüteren, wenn auch dramatisch ausgebildeteren Sliicken der Art
))erre¡cht, von keinem übertroffen worden ist». (Studien zur gcschichte der Spanischen vnd Por-
giesischen NationallUeratur von Ferdinand Wolf, Berlín, A. Asher, 1859, pág. 280).
IV orígenes de la novela
das, sino porque eu todas esas imitaciones falta aquella chispa de genio dramático que
inflama la creación del bachiller Kojas y la hace bullir y moverse ante nuestros ojos
en un escenario ideal. En las Celestinas secundarias, el diálogo, aunque constantemente
puro y rico de idiotismos y gracias de lenguaje, camina lento y monótono, se pierde
en divagaciones hinchadas y pedantescas ó se revuelca en los más viles lodazales. Sus
autores calcan servilmente los tipos ya creados, pero rara vez aciertan á hacerles
hablar su propio y adecuado lenguaje. Del drama sólo conservan la exterior corteza, la
división en actos ó escenas, pero introducen largas narraciones, se enredan en episo-
dios inconexos y usan procedimientos muy afines á los de la novela. Algunas hasta
carecen de verdadera acción. La Lozana Andaluza^ por ejemplo, no es comedia ni
novela, sino una serie de diálogos escandalosos, del mismo corte y jaez que los Ragio-
)iamenti del Aretino. Pero de los caracteres que distinguen á algunos de estos libros
y les dan peculiar fisonomía se hablará en el capítulo que sigue. Ahora debemos aten-
der sólo á la obra primitiva, que por ningún concepto debe mezclarse con su equí-
voca y harto dilatada parentela.
Trabajos muy importantes de estos últimos años han puesto en claro la primitiva
historia tipográfica de la Celestina-^ nos han revelado que el libro pasó por dos formas
distintas, y han levantado una punta del velo que cubría la misteriosa figura del que
yo tengo por único autor y refundidor de la Tragicomedia^ aunque personas mu 3^ doc-
tas conserven todavía alguna duda sobre el particular.
Algo de bibliografía es aquí indispensable, pero la abreviaremos todo lo posible. La
primera edición de la Celestina conocida hasta ahora es la de Burgos 1499 ('). ¿Exis-
tió otra anterior? Me guardaré de negarlo, pero no encuentro fundada la sospecha. Lo
único que puede abonarla son estas palabras del prólogo de la edición refundida
de 1502: «que avn los impressores han dado sus punturas^ poniendo rúbricas ó su-
» marios al principio de cada ando, narrando en breue lo que dentro contenía: vna
■» cosa bien escusada, según lo que los antiguos scriptores vsaron» . Es así que estas rú-
bricas ó sumarios aparecen ya en la edición de Burgos, luego tuvo que haber otra
anterior en que no estuviesen. El argumento jio me convence (-). Pudo el primer im-
presor hacer esta adición en el texto manuscrito, y no enterarse de ello el autor hasta
verlo impreso, puesto que no tenemos indicio alguno de que asistiera personalmente á
la corrección de su libro.
Dejando aparte esta cuestión, que por el momento es ociosa é iusoluble, conviene
fijarnos en el inestimable y solitario ejemplar de la edición de Burgos, que nos ha
(') Aribau, en la introducción del tomo de Novelistas anferiores á Cervantes, citó una edición de
Medina del Campo de 1499, que nadie lia visto. Acaso se atribu^'ó á Medina la edición incunable,
que no consigna realmente el punto de impresión. Pero no consta que Fadrique Alemán imprimiese
más que en Burgos. En Medina no se encuentra impresor alguno antes de 1511, en que Nicolás de
Piemonte estampó el Valerio de las historias. Vid. La Imprenta en Medina del Campo, por D. Cris-
tóbal Pérez Pastor (Madrid, 1895), p. IX.
(*) Tampoco ha convencido al erudito italiano Mario Scliiff (Studi di filologia romanza puhhli-
cati da E. Monaci e C. de Lollis, Turín, 1892, fase. 24, pág. 172).
La edición de Sevilla, 1501, anuncia que los argumentos están nueuamente añadidos, lo cual si
se entiende como suena es una falsedad, puesto que la edición de 1499 tiene los mismos argumentos-
Lo que quiere decir, á mi juicio, es que los argumentos habían sido añadidos al primitivo texto poco
antes, nuevamente (nvperrime). '
INTRODUCCIÓN v
conservado el texto primitivo de la Comedia de Melibea. Y en verdad que se ha salvado
casi de milagro, pues no sólo ha tenido que luchar con todas las causas de destrucción
que amagan á los libros únicos, sino con el ignorante desdén de aficionados imbéciles,
que le rechazaban por estar falto., y hasta llegaron á dudar de su autenticidad (').
Carece, en efecto, de la primera hoja, empezando por la signatura A — II (Arqnmeii'
to del primer auto desta comedia). Es un tomo en 4." pequeño, de letra gótica, con
diez y siete grabados en madera, que convendría reproducir. En el folio 91 se halla el
escudo del impresor con la siguiente leyenda: ^Nihil sine causa. 14ÍJÍJ. F. A. de Bn-
silea» . Lo cnal quiere decir que el libro salió de las prensas de Fadrique Alemán rfí»
Basilea., que estampó en Burgos muchos y buenos libros desde 1485 hasta 1517.
Pero este último pliego es contrahecho, según testimonio unánime de los que han
tenido la fortuna de ver el precioso incunable (-). Quedaba, pues la duda de si ese
final fué copiado de otro ejemplar auténtico, ó si el escudo y la fecha eran una com-
pleta falsificación. Pero tal duda no es posible después del magistral estudio del doctor
Conrado Haebler, bibliotecario de Dresde, cuya pericia y autoridad en materia de incuna-
bles españoles es reconocida y acatada por todo el mundo. Haebler deja fuera de duda
que los caracteres con que está impreso el libro son los bien conocidos de Fadrique
Alemán de Basilea, usados por él en casi todas las ediciones que hizo en 14í)() y 1500,
ó idéntico el escudo del impresor al que aparece en otros productos de sus prensas (^).
Aparte de esta demostración tipogi-áfica, bastaba haber examinado el libro por
dentro (lo cual no creo que hiciese nadie antes de D. Pascual Gayangos, por quien
fué redactada la interesante nota del Catálogo de Quaritch) para convencerse de que la
edición era original y auténtica y anterior de fijo á la d^ 1502, que nos da ya el texto
definitivo de la Celestina en veintiún actos. Los trece primeros se corresponden sus-
taucialmente en las dos versiones, pero á la mitad del decimocuarto comienza una
grande interpolación que dura hasta el decimonono; el vigésimo corresponde al décimo-
quinto de la edición primitiva, y el vigésimoprimero al decimosexto. Se interpolan,
pues, cinco actos seguidos, además de numerosos aumentos parciales, que unidos á las
variantes equivalen á una refundición total.
O No carece de curiosidad la historia de los ^recioe que en ventas públicas La obtenido. Apa-
reció por primera vez en Londres en la subasta de la biblioteca de Ricardo Heber (1836), y fué tal
la insensatez ó ligereza de los bibliófilos (desencantados quizá por la circunstancia del pliego falso)
que fué vendido en la irrisoria cantidad de dos libras y dos chelines. El afortunado comprador fué
Mr. de Soleinne, y en la venta de su riquísima colección dramática (1844) alcanzó ya esta Celestina
el precio de 409 francos, que pagó el Barón Taylor. Procedente de la biblioteca del Barón Seilliére,
fué subastada nuevamente en París (18D0), llegando al precio de 2.700 francos. No sabemos si en
aquella ocasión la adquirió el librero Quaritcb, de Londres, que en su catálogo de 1895 la anunció
en 145 libras esterlinas. El bibliófilo inglés Mr. Alfredo W. Pollard es el actual poseedor de esta
joya, que afortunadamente podemos disfrutar todos en la lindisima reimpresión que de ella lia hecho
el Sr. Foulché-Delbosc, á quien se deben los mayores progresos que el estudio de la Celentinu ha
logrado en estos últimos años. Comedia de Calisto z Melibea (Burgos, 1499). Reimpresión publicada
por Jt. Foulché-Delbosc, 1902 (Macón, Protat hermanos, impresores). En la Revue Eispanique,
tomo IX, págs. 185-190, está minuciosamente descrito por el Sr. Foulché el incunable de Burgos.
(') Brunet, en la quinta edición de su Manuel du Libraire (1860), dice que la filigrana del papel
en la última hoja deja leer la fecha de 1795. Pero en su estado actual no tiene tal fecha ni señal
alguna, según asegura el Sr. Foulché-Delbosc, que le ha eiaminado más despacio que nadie.
(3) Bemerhungen zur Celestiiui (Revue Hiitj^anique, 1902, págs. 139-170),
VI ORÍGENES DE LA NOVELA
" '"Cómo elejemplar de 1499 está falto de la primera hoja, no podemos saber cuáles
eran sus preliminares; pero en tan corto espacio no se comprende que cupiera más
que el título de la obra en el anverso, y á la vuelta el argumento general de la obra-
En cuanto á la carta de El autor a un su amigo, sólo podemos decir con seguridad
que consta ya en la edición de Sevilla de 1501, tenida generalmente por segunda, j
única que conserva la división en diez j seis actos.
Pero ¿puede negarse de plano que haya existido una edición de Salamanca,
de 1500? En las coplas de Alfonso de Proaza ('), que van al fin de la edición de Valen-
(') Siendo Alfonso de Proaza personaje de bastante importancia á principios del siglo xvi, espe-
cialmente como propagandista de la filosofía luliana, y habiendo sonado tanto su nombre en las
controversias sobre la Celestina, parece natural que le dediquemos algunas líneas, en que procurare-
mos recoger, siguiendo el orden cronológico, las noticias que de él andan esparcidas en varios libros.
Su apellido indica que era natural ú oriundo de Asturias, aunque D. Nicolás Antonio le llama,
y él propio se llamaba, Asturicensis, lo cual, en rigor, quiere decir natural de Astorga. Pero debe
de ser una falta de latinidad, como observó bien el autor de la Biblioteca Asturiana, publicada por
Gallardo (Ensayo, I, art. 457). Este manuscrito, fechado en 1782 y remitido al conde de Oampomanee.
no es más que el primer bosquejo de las Memorias históricas del Principado de Asturias y Obispado
de Oviedo, que empezó á publicar en Tarragona, 1794, el canónigo D. Carlos González de Posada,
no pasando desgraciadamente del primer tomo. Es fácil cerciorarse del común origen de ambos libros,
sin más que cotejarlos. En su primer artículo, González Posada apenas había hecho más que traducir
las. breves líneas que Nicolás Antonio dedica á Proaza en la Bibliotheca Nova; pero en el segundo
habló con mejores datos, que le proporcionó el erudito valenciano D. Francisco Borrull (").
El nombre de Alfonso de Proaza suena por primera vez en sus coplas encomiásticas de la Celes-
tina, ora se pusiesen en la hipotética edición de Salamanca, 1500, ora en la de Sevilla, 1501.
«Consta de los libros de Ayuntamiento de la ciudad de Valencia, llamados Manuales, que en
21 de octubre de 1504 fué nombrado por dicha ciudad catedrático de Retórica Alfonso de Proaza;
que en 7 de mayo de 1505 se le reeligió para el año siguiente; que en 8 de septiembre del mismo año
la ciudad loó y aprobó la obra que hizo en alabanza de la misma el reverendo Alfonso de Proaza,
bachiller en Artes y familiar del obispo de Tarazona, D. Guillen Ramón de Moneada, y mandó que
ninguno pudiera imprimir dicha obra sino la persona que quisiese el mismo Proaza ; que en 8 de
enero de 1506 proveyó la ciudad que se le diera y colara el primer beneficio que vacare en la misma
al reverendo Mosén Alfonso de Proaza, presbytero, etc.; que en 30 de mayo del mismo año fué
reelegido catedrático de Retórica.» (Nota comunicada por Borrull á González Posada.)
D. Francisco Ortí y Fignerola, en sus Memorias históricas de la fundación y progressos de la
insigne Universidad de Valencia (Madrid, 1730), pág. 143 y siguientes, añade que «fué secretario
»del obispo de Tarazona, D. Gislenio (Guillen) Ramón de Moneada, y uno de los más fuertes defen-
»sores de la doctrina de Rayraundo Lulio, que entonces se leía públicamente en la Universidad, y
))había en ella cátedra instituida para su lección con el honorario correspondiente, la cual duraba aun
«después de la mitad del siglo xvii, como lo escribe el Regente D. Lorenzo Mateu El Maestro
))Proaza promovió esta doctrina con el mayor esfuerzo, haciendo varias ediciones de muchas obras de
))Raymundo Lnlio, entre las quales imprimió la disputa que tuvo con Homar Sarraceno, y en su con-
Hclusión añadió unas actas del examen de la doctrina del mismo Raymundo. Hizo también el catálogo
»de sus obras, del qual, y del que formó después el juicioso Wadingo,..., se valió D. Nicolás Antonio,
«añadiendo varias noticias que adquirió .... Diferentes de estas ediciones dedicó el Maestro Proaza al
«Venerable Arzobispo Cardenal Cisneros, y la última que hallamos dirigida por su cuydado es del
»año de 1519. Por esta fecha, y porque dice Escolano que leía Retórica en Vakncia cerca del año
))de 1517, supongo que estuvo en esta enseñanza hasta el de 1517, en que entró Alonso Ordóñez, tal
»vez á instancia y proposición suya, y por haber sido substituto suyo en los años antecedentes, pues
«las ocupaciones de Proaza eran muchas y graves».
(*) Memorias Históricas dd Principado de Astvrias y Oiispado de Oviedo. Juntábalas el Dr, D. Car-
los González de Posada, canónigo de Tarragona, de la Jieal Academia de la Historia Tarragona, por
Pedro CanalB, 1794, pp. 120-124.
INTRODUCCIÓN vu
cia, de 1514, una de ellas, la postrera, «describe el tiempo y lugar en (jue la obra pn-
» meramente se imprijnió acabada:
El carro Phebeo después de aver datlo
Mil e quinientas bueltas en rueda,
Ambos entonces los hijos de Leda
A Phebo en su casa teníen possentado.
Hasta aquí Figuero^a, el cual añade en otra parte que Aifoneo Ordóñez fué reclegitlo pura la
cátedra de Retórica en 20 de mayo de 1518 y en el misrao mes de loa años 1520 y 1521, Siendo lan
vulgares el nombre y el patronítnico, no hay que reparar mucho en su coincidencia con los del primer
traductor ¡taliauo de la Celestina, pues nada tiene de verisímil (aunque no sea imposible) (|ue quien
en 1506 era familiar del papa Julio TI fuera diez años después á desempeñar una cátedra de Retó-
rica en el Estudio de Valencia.
Como meros apuntamientos cronológicos, citaré aquí las publicaciones que conozco de Alíutibo
de Proaza:
1505. Oi'íitio luculenta de laudihun Valentiae (Colofón: In eudein indyta urbe Valcnlia. Per
Leonardum Hiitz alemanum uiino inessie incanuiti MCCCCCV qiutrto idus novemhris). (Vid. Se-
rrano Morales, Diccionario de impresores valencianos, p. 224). Entre las papeletas inéditas toiiavia
de D, Burtoloníé Gallardo, con las cuales ha de formarse el quinto tomo del Ensayo, hay una des-
cripción muy detallada de este rarísimo opúsculo con algunos extractos. Contiene, además de la Orado,
algunas poesías latinas de Proaza {Alphonsi de proaza ad divos Valentinae vrbis patronos Vincenliuní
niartyren invictissimum: et Vincentaim Ferrer confcssorem, Carmina saphica adonica alque diinetra
iamhica); otras, también latinas, de un Gonzalo Ximenez, cordobés, bachiller en ambos derechos, y
del balear Miguel Cossi; y finalmente, el Romance heroico del niesmo Alonso de Proaza en lengua
castellana sacado de la ya dicha latina oración, que es el mismo que luego so imprimió en el Can-
cionero General. Al fin del volumen se hallan unas estancias de arte mayor, de las cuales sólo
transcribiremos la última, por la gran similitud que tiene con otra de las que puso en la Celestina:
DESCRIPCIÓN DEL TIEMPO EN QUE SE ACABÓ
En tiempo que el padre del triste Feton
Por nuestro horizonte muy raudo pasaba,
Y en frígido albergue lioFpicio le daba
El Tésalo arquero, Centauro Quiron,
Y retrogradando por otra región
Mil y quinientas jornadas hiziera
Con cinco después que Cristo naciera,
Fraguóse el no bien fraguado sermón.
En el privilegio se llama á Alonso de Proaza «Bagiller en Arts, familiar del molt Rcucrcnt don
Guillem Ramón de Moneada, bisbe de Ta rabona». Gaspar de Escolano, en su Iliaíoria de Valencia,
tomo I, lib. V, cap. 29.°, col. 1117 y ss. de la primera edición (Valencia, 1610), pone traducidos
varios trozos de este panegírico, pero equivocando el apellido y, al parecer, la patria del autor, á
quien llama «Alfonso Peraza, Cathedratico de Retorica, de nación Andaluz». Acaso procederá la
equivocación de haber un Luis de Peraza, historiador de Sevilla; pero tampoco tendría nada de
extraño que Alonso de Proaza, asturiano de origen, iiubiese nacido en Andalucía,
1510. Disputatio Raymundi Lulli et Homerii Saruceni, primo habita inter eos in urbe Jiuf/iue
Sermone Arábico, postea translata in Latlnum ab eodem Lullo Valentiae, per loannem Go/redum
(Juan Jof re). Cuidó de esta edición Alonso de Proaza, y escribió la epístola dedicatoria al noble
genovés Bariolomeo Gentili (el Bertomeu Gentil del Cancionero General). Contiene además este raro
libro otros dos tratados lulianos, el De Demonstratione per aequiparantiam y la Disputado quinqué
hominum sapientum.
A este mismo año de 1510 corresponde la más antigua de las ediciones hasta ahora conocidas
de las Sergas de Esplandián, famoso libro de Caballerías, del regidor Montalvo. Esta edición, acabada
MU orígenes de la novela
Quando este muy dulce y breue tratado
Después de revisto e bien corregido,
Con gran vigilancia puntado e ley do,
Fue en Salamanca impresso acabado».
La reproducciÓQ de estos versos en la edición valenciana de 1514 no implica, en
concepto de Haebler ni en el mío, que esta sea copia de la salmantina de 1500, ni nos
de imprimir en Sevilla por maestre Jacobo Cromberger á 31 de julio de 1510, está descrita con el
núiii. 3331 en el Registrum de D. Fernando Colón. Por esta descripción sabemos que el libro tenia
al fin, como todus las ediciories posteriores, unas coplas de Alonso de Proaza, que comienzan «Los
claros ingenios » Estas coplas son seis octavas de arte mayor, análogas en todo á las que puso en
la Celestina:
Aqui se demuestran, la pluma en la mano,
Los grandes primores del alto decir,
Las lindas maneras del bien escrebir,
La cumbre del nuestro vulgar castellano;
Al claro orador y cónsul romano
Agora mandara su gloria callar,
Aquí la gran fama pudiera cesar
Del nuestro retórico Quintilíano.
También en este caso se titula Alonso de Proaza «corrector de la impresión»; pero ¿qué edición
• leí Esplandián es la que corrigió verdaderamente? No creo que fuese la sevillana de 1510, sino
otra más antigua, porque él en ese tiempo residía en Valencia.
1511. En el Cancionero General de Hernando del Castillo, impreso en Valencia por Cristóbal
Hofman, hay seis poesías del bachiller Alonso de Proaza, que tienen los núms. 25, 35, 477, 778,
791 y 793 en la reimpresión de los Bibliófilos Españoles. La más curiosa es el Romance en loor de la
ciudad de Valencia, que reprodujo Duran en su Romancero General, tomo II (núm. 1369). Ea un
resumen de su oración latina, con la cual fué impreso. El colector Castillo, que dirige á Proaza do«
preguntas rimadas, da testimonio de la leputación científica de que gozaba entre s-us contemporáneos:
A vos que soys prima de los inuentores
Y todo saber en vos resplandesce:
A vos a quien grandes, medianos, menores,
Vienen pidiendo de vuestros fauores,
Y lleuan cumplido lo que les fallesce
Discreto, prudente en metros y prosa,
A quien 8'endere9an mis simples razones,
Á vos qu'en el texto desnudo sin glosa,
Sin que se pueda sentir otra cosa,
Moueys grandes dubdas y altas quistiones.
1512. Publicó en Valencia, imprenta de Jorge Castilla, el Líber correlativorum innatorum de
Raimundo Lulio (Vid. N. Antonio, Bibliotheca Vetus, tomo II, lib. IX, cap. III, párrafo 89).
1513. Se hace mención de Alonso de Proaza en una carta interesantísima del Cardenal Oisneros
á los Jurados de la Ciudad y Reino de Mallorca: «El Secretario Alonso de Proaza me embió su carta,
«y el traslado de los títulos y privilegios de aquella doctrina del Maestro Bamon Lull, Doctor llu-
»minadissimo, y he ávido muí grande plazer de verlos, y de todo lo que sobre esto me escriven; por-
»que de verdad yo tengo mucha afición á todas sus obras, porque son de mucha dotrina y provecho:
»y assi crean, que en todo quanto yo pudiere las tengo de favorecer y trabajar cómo se publique y
»se lea por todos los Estudios Y porque al bachiller Proaza escrivo más largo sobre todo, no digo
»aqui más de remitirme a lo que él de mi parte les escriviera: yo les ruego que le den entera fé. De
sAlcalá, á 8 de octubre de 1513».
INTRODUCCIÓN ix
autoriza para creer que llevase el título de Tragicomedia^ ni que contuviese los
veintiún actos y el prólogo. Pudo tomarse el texto de otro ejemplar posterior, que
acaso estaría incompleto, y añadirle los versos del de Salamanca. Tampoco os material-
mente imposible que, después de publicada la refundición, prefiriese el impresor de
Sevilla el texto de la Comedia al de la Tragicomedia, por ser más de su gusto ó por
tenerle más á mano. En bibliografía hay bastantes ejemplos de primeras ediciones que
Esta epístola, sacada del libro de Cartan Missivaa del Archivo municipal de Mallorca y regis-
trada en el proceso de beatificación de 1612, fué publicada por el P. Custurer en sus Disertaciones
históricas del Beato Raymundo Lulio (Mallorca, 1700, pág. 364). Además de lo que importa para la
historia del lulismo, nos presenta á Alonso de Proaza como hombre de confianza del gran Cardenal,
que sostenía con él correspondencia directa.
1514. En la segunda edición del Cancionero General, hecha en Valencia por Jorge Costilla, sr
añade una poesía de Alonso de Proaza en loor de la bienaventurada Sta. Catalina (núm. 25 en el
apéndice de la edición de los Bibliófilos).
1515. Ars inventiva veritatis. Tabula generalis. Commentum in eaadem ipsitis Raymundt
Prima impressio per Didacum de Gumiel in inclyta civitate Valentía die XII meáis Febriuirii. Anno
vero christianae salutis décimo quinto supra millesimum.
Estos tres libros lulianos, de los cuales el tercero se conoce también con el titulo de Ars expo-
titira, seu lectura super artem inventivam et tabulam generalem, fueron publicados por Alonso de
Proaza en un solo volumen, en folio, á dos columnas, de 219 hojas numeradas y 7 de preliminareB.
Está dedicado al Cardenal Oisneros, bajo cuyos auspicios se hizo la edición. Alonso de Proaza tra-
dujo al latín la Lectura, y añadió un catálogo metódico y por materias de las obras de Lulio.
(Cf. Littré, tomo 29 de la Histoire Littéraire de la France, pp. 182-183, 196-197.)
1519. A este año pertenecen, según D. Nicolás Antonio, otras dos ediciones Inlianas, impresas
en Valencia por Jorg€ Costilla, el Líber de ascensu et descensu intellectus y la Lógica Nova. Pero el
P. Cuiturer (Disertaciones, p. 603), á quien como especialista en la materia hemos de suponer máti
enterado, las atribuye al año 1512, y cita un ejemplar existente en la Biblioteca de Montesión (hoy
Provincial de Mallorca). Pudiera tratarse de ediciones distintas, pero no parece creíble, porque en
1518 Jorge Costilla había trasladado sus prensas á Murcia, y no volvió á establecerse en Valencia
hasta el año de 1520.
Alfonso de Proaza fué también autor dramático.
En el Registrum de D. Fernando Colón figura con el número 12.987 Al/onsi de Proaza, Farsa,
en coplas S. (¿Sevilla?). Empezaba:
O qué ralles tan lucidos.
O qné chapados pradales...
De esta pieza, como de tantas otras, no queda más memoria que el apuntamiento de Colón
(véase la magnífica edición en facsímile del Registrum publicada por el benemérito hispanista
Mr. Archer M. Huntington). Los dos primeros versos de Isl farsa de Proaza corresponden exacta-
mente á los de otra farsa de Alonso de Salaya, que afortunadamente existe, y de la cual tenemos
copia. ¿Serían ambas obrillas una misma, atribuida á dos autores?
Estos datos, con ser tan exiguos, aclaran un poco la fisonomía del personaje. En su juventud,
como otros humanistas trashumantes, tuvo que ganarse la vida corrigiendo pruebas de imprenta. Más
adelante, su cátedra de Retórica, el oficio de secretario del obispo de Tarazona, su ferviente lulismo,
que no pudo menos de hacerle grato á los mallorquines, y sobre todo la protección de Cisneros, me-
joraron sin duda su condición, pero no le harían perder sus antiguas aficiones. Sin nota de temeridad
puede sospecharse que no fué ajeno á la edición valenciana de la Celestina, salida en las prensas
de Juan Jofre (utilizadas por él mismo para alguna de sus tareas), y que no sólo consintió, sino qur
probablemente sugirió la idea de reproducir el colofón de Salamanca, donde so «descriue el tiempo
y lugar en que la obra primeramente se imprimió acabaday>. Todo esto me parece natural y sin visos
de superchería.
X ORÍGENES DE LA NOVELA I
lio han sido arrinconadas ni sustituidas por las segundas; que lian coexistido con ellas, I
j que á veces han llegado á triunfar del texto enmendado por los propios autores. No \
fué éste ciertamente el caso de la Celestina, puesto que desde 1502 todas las ediciones ,
tienen veintiún actos; pero ¿es tan irracional creer que el impresor de Sevilla pudo ,
ignorar la edición de Salamanca? Hasta la circunstancia de haber omitido una de las
octavas de Proaza induce á sospechar que no las tomó de allí. Hubo acaso otras edi- i
clones de que no ha quedado memoria: recuérdese que las nueve más antiguas que ;
conocemos han llegado á nosotros en ejemplares únicos, como restos de un gran ]
naufragio. Tres de ellas son de un mismo año, 1502, lo cual atestigua la inmensa ■
popularidad de la obra. ¡Quién sabe las sorpresas que todavía nos guarda el tiempo! í
Absteniéndonos de conjeturas j cavilaciones sobre un punto imposible de resol- j
ver por ahora, la que hoy hace veces de segunda edición es la de Sevilla, 1501, |
ejemplar completo é inestimable que posee la Biblioteca Nacional de París y ha publi- '
cado también el Sr. Foulché-Uelbosc con todo el primor que pone en sus reprodúcelo- ;
nes tipográficas ('). ¡
El título es Comedia de Ca listo x Melibea con sus argumentos nueuamente añmli- \
dos la qual contiene^ demás de su agradable y dulce estilo^ muchas sentencias filoso- ■
fales II avisos muy necessarios para mancebos^ mosticindoles los e?igaños que están \
encerrados en simientes y alcahuetas i^). \
A continuación se lee una carta de El Autor a vn su amigo^ en que le manifiesta \
que «viendo la muchedumbre de galanes y enamorados mancebos que nuestra común \
» patria posee», y en particular la misma persona de su amigo, «cuya juventud de j
»amor ser presa se me representa aver visto, y del cruelmente lastimada, a causa de ^
» le faltar defensivas armas para resistir sus fuegos», las halló esculpidas en estos ^
papeles, «no fabricadas en las grandes herrerías de Milán, mas en los claros ingenios i
»de doctos varones castellanos formadas; y como mirase su primor, sotil artificio, su ^
» fuerte y claro metal, su modo y manera de labor, su estilo elegante, ^aw^as en nuestra ;
-» castellana lengua visto ni oydo^ leylo tres o quatro veces, y tantas quantas más lo í
»leya, tanta más necessidad me ponia de releerlo, y tanto más me agrada va, y en su |
» proceso nuevas sentencias sentia. Yi no sólo ser dulce en su principal hystoria, o i^
»ficion toda junta; pero avn de algunas sus particularidades sallan delectables fontezi- ¡
» cas de filosofía, de otras agradables donayres, dé otras avisos y consejos contra lison- }
»jeros y malos siruientes y falsas mugeres hechizeras. Vi que no tenia la firma del \
» ductor^ 1/ era la causa que estaua por acabar; \)Gr o quien quiera que fuesse es digno j,
»de recordable memoria por la sotil invención, por la gran copia de sentencias entre- 1
»texidag, que so color de donayres tiene. ¡Gran filósofo era! Y pues él con temor de |
> detractores y nocibles lenguas, más aparejadas a reprehender que a saber inventar, (
-^celó su nombre, no me culpeys si en el fin baxo que lo pongo no expressare el mió, í
-^mayormente que siendo jurista yo, avnque obra discreta, es agena de mi facultad; y ]
(') Comedia de Calisto y Melibea (Único texto auténtico de la «.Celestituí))). Macón, Protat hernia- i
nos, impresores, 1900. Forma parte de la Bibliotheca Hispánica, \
(^) Después de los versos acrósticos Iiay nn segí ndo título, que no sabemos si es anterior ó I
posterior al primero: «Sigúese la comedia de Calisto y Melibea, compuesta en reprehensión de loa
))locos enamorados, que vencidos de su desordenado apetito a sus amigos llaman z dizen ser su dios.
))A88Í mesrao fecha en auiso de los engaños de las alcahuetas z malos z lisonjeros siruientes».
mXRODUCCIÓN XI
.> quien lo supiesse diria que no por recreaciou do mi ¡níncipal estudio^ del qual yo
»más me precio, como es la verdad, lo hiziesse; antes distraydo de los derechos^ en esta
y> nueva labor me entremetiesse... Assimessmo pensarian, que no qiiinxc días de unas
» vacaciones^ mientras mis socios en sus tierras^ en acabarlo me detuiessc, como es lo
^cierto\ pero avn mas tiempo y menos acepto. Para desculpa de lo cual todo, no sólo a
» vos, pero a quantos lo leyeren, ofrezco los siguientes metros. Y por(¡Hc roiioxcaj/s
>uló/ide eomienran )nis mal doladas raxones y acaban las del anligno autor ^ cu la
» margen hallarcys una cr/tx^ y es el fui de la primera cena^.
Los metros son once coplas de arte mayor, en que el autor insiste sobro sus pro-
pósitos morales y afirma de nuevo que ha proseguido y acabado una obra ajena:
Yo vi en Salamanca la chra presente;
]\Iouirae á acabarla por estas razones:
Es la primera que esto en vacaciones;
La otra que oy (') su inventor ser seienie,
Y es la final, ver ya la más gente
Buelta y mezclada en vicios de amor...
A primera vista estas octavas no tienen misterio, pero otras de Alonso do Proaza,
corrector de la impresión^ que cierran el libro con pomposo elogio, declaran un secreto
que el autor encubrió en los metros que puso al principio:
No quiere mi pluma ni manda ra^on
Que quede la fama de aqueste gran hombre,
Ni su digna gloria, ni su claro nombre
Cubierto de oluido por nuestra ocasión;
Por ende, juntemos de cada renglón
De sus onxe coplas la letra primera,
Las quales descubren por sabia manera
Su nombre, su patria, su clara nación.
Y en efecto, juntando las letras iniciales de los versos resulta este acróstico: «A7
bachiller Fernando de Royas (sic) acabo la comedia de Calysto y Melybea^ y fve nas-
cido eu la Puebla de Moutalvan» .
Quién fuese este bachiller Rojas, varaos á verlo en seguida. Pero desde luego con-
viene notar la contradicción en que incurren Rojas y su panegirista. El primero se da
por continuador, al paso que Alonso de Proaza no reconoce más autor que uno.
Un año después, en 1502, aparecieron en Salamanca, en Sevilla y en Toledo tres
ediciones cuyo orden de prioridad no se ha fijado todavía. Las tres llevan el título de
Tragicomedia de Calisto y Melibea y constan de veintiún actos. Las variantes do por-
menor son innumerables. Todo ha sido refundido, hasta el prólogo y los versos acrós-
ticos. En el primero, después de las palabras «r¿ que no tenía su firma del autora», se
han intercalado estas otras, «el qual, según algunos dixcn, fue Juan de Mena, e según
otros Rodrigo Cota, pero quien (¡uiera que fuese, es digno de recordable memoria^ . En
los acrósticos se decía al principio:
(') Entiéndase oi.
xn ORiGEííES DE LA NOVELA
No hizo Dédalo en su officio y saber
Alguna más prima entretalladura,
Si fin diera en esta su propia escriptura
Corta, un gran hombre y de mucho valer.
Eu la Tragicomedia se estampó:
Si fin diera en esta su propia escriptura
Cota ó Mena con su gran saber.
Tieueu estas ediciones un nuevo prólogo lleno de autoridades y sentencias (*), en que
el autor nos informa de las varias opiniones que hubo sobre su comedia y de los motivos
que tuvo para refundirla, «Vnos dezian que era prolixa, otros breve, otros agradable,
» otros escura; de manera que cortarla a medida de tantas e tan differentes condiciones,
> a solo Dios pertenesce... Los niños con los juegos, los mo9os con las letras, los mancebos
»con los deleytes, los viejos con mil especies de enfermedades pelean, y estos papeles
» con todas las edades. La primera los borra e rompe; la segunda no los sabe bien leer;
>la tercera, que es la alegre juventud e mancebía, discorda. Ynos les roen los huessos
» que no tienen virtud, que es la hystoria toda junta, no aprovechándose de las particu-
» laridades, haziendola cuento de camino; otros pican los donayres y refranes comunes.
» loándolos con toda atención, dexando passar por alto lo que haze más al caso e utili-
» dad suya. Pero aquellos cuyo verdadero plazer es todo, desechan el cuento de la hys-
»toria para contar, coligen la suma para su provecho, rien lo donoso, las sentencias e
» dichos de philosophos guardan en su memoria para trasponer en lugares convenibles
»a sus autos e propósitos. Assi que quando diez personas se juntaren a oy?' esta come-
» dia^ en quien quepa esta differencia de condicione?, como suele acaescer, ¿quién ne-
»gará que aya contienda en cosa que de tantas maneras se entiende?... Otros han liti-
»gado sobre el nombre, diciendo que no se avía de Ikunar roit/edia^ pues acabaña en
■» tristeza^ sino que se llamase tragedia. El primer auctor quiso darle deiwminacimí
•i del principio.^ que fue plaxer^e llamóla tragicomedia. Assi que viendo estas conquis-
>tas (^), estos dissonos e varios juyzios, miré a donde la mayor parte acostava, e hallé
»que querian que se alargasse en el processo de su deleyte destos amantes^ sobre lo qual
*fiiy muy impoi'tunado; de manera que acordé, avn que contra mi voluntad, meter
> segunda vez la pluma en tan estraña laror e tan agena de mi facultad, hurtando
^algunos ratos a mi principal estudio, con otras horas destinadas para recreación.,
Impuesto que no han de faltar nueuos detractores a la nueua adición.»
Tales son los datos externos que nos suministran las primeras ediciones de la Ce-
lestina. Hemos subrayado intencionadamente todas aquellas frases que más importancia
pueden tener en este proceso de indagación crítica. Lo primero que nos interesa es la
persona del bachiller Fernando de Rojas, autor de la mayor parte de la obra por con-
fesión propia, autor único según Alonso de Proaza.
No ha faltado en estos últimos años quien pusiese en tela de juicio la existencia del
bachiller Rojas, ó á lo menos su identificación con el autor de la Celestina. El erudito
que con más tesón y agudeza, y también (justo es decirlo) con menos caridad para sus
(') El origen de este prólogo se ilirá cuando tratemos de las fuentes de la Celestina.
(*) En vez de conquistas es probable que el autor escribiese €conquesiaty> (disputas).
INTRODUCCIÓN
XIII
predecesores, ha examinado las cuestiones celestinescas^ preguntaba en 1900: «¿Quién
> es ese Fernando de Rojas, nacido en Montalbán? ¿Dónde ha vivido, qu6 ha hecho, qué
»ha escrito y cuándo ha muerto?» Y se reía á todo su sabor de los eruditos españoles
que habían dado por buena la atribución á Rojas, aconsejando nominalmente á uno de
ellos «que no fuese tan de prisa, porque este género de investigaciones exigen menos
» precipitación y menos credulidad» ('). El consejo era ciertamente sano, y el aludido
tomó de él la parte que le convenía, quedando agradecido á quien se lo daba. Pero
siguió opinando que en materias de crítica, tan peligrosa es la incredulidad sistemática
como la ciega credulidad, y que era aventurarse mucho el sostener, «hasta que hubiese
» pruebas de lo contrario, que Fernando de Rojas era un personaje inventado por el
» autor de la carta y de los versos acrósticos, y propuesto por él á la admiración de sus
» contemporáneos y de la crédula posteridad».
La prueba en contrario vino dos años después, y pareció perentoria á todos los que
no tenían opinión cerrada sobre el asunto. El Sr. D. Manuel Serrano y Sanz, empleado
de la Biblioteca Nacional entonces, y ahora dignísimo catedrático de Historia en la
Universidad de Zaragoza, tropezó, entre otros procesos de la Inquisición de Toledo (que
hoy se guardan en el Archivo Histórico Nacional), con uno formado en 1525 contra
Alvaro de Montalbán, el cual declara bajo juramento tener una hija llamada Leonor
Alvarez, mug^er del Bachiller Rojas^ que compuso á Melibea^ vecino de Talavera. Y
cuando los inquisidores autorizaron al Montalbán para nombrar defensor, <ídixo que
» nombraba por su letrado al Bachiller Fernaitdo de Rojas, su yerno, vecino de Tala-
» vei'a, que es converso» .
Justamente satisfecho el Sr. Serrano con tan importante hallazgo, publicó íntegro
el proceso, acompañado de otros documentos que dan nueva luz sobre la familia de
Rojas (2). La identificación del personaje_no podía ser más completa. La celebridad de
su libro era tal, que iba unida á su nombre, y su suegro le invocaba como un título de
honor: «el bachiller Rojas, que compuso á Melibea» .
Tampoco ocultaba su condición de judio converso, que parece recaer sobre su pro-
pia persona y no meramente sobre su familia, pues entonces se hubiera dicho que venía
»de linaje de conversos», según la f(')rmula usual. Conjetura el Sr. Serrano que su
madre pudo ser cristiana vieja, y que de ella tomaría su apellido, que en la Puebla de
Montalbán, en Talavera y en otras partes del reino de Toledo era de gente hidalga, al
paso que no figura en los padrones conocidos hasta ahora de los judíos de aquella tierra,
l'ero con la anarquía que entonces reinaba en materia de apellidos y la frecuente mez-
cla de sangre entre gentes de ambas estirpes, poca seguridad puede haber en esto. Lo
único que resulta averiguado es que el nombre del autor de la Celestina debe añadirse
desde ahora á la rica serie de nombres preclaros con que la raza hebrea ilustró los
anales literarios y científicos de nuestra Península (*).
(') Revue Hispaniqne, 1900, páy. 42.
(') Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, tomo VI. Enero á junio de 1902,
páginas 245-299. Noticias biográficas de Fernando de Rojas, autor de la Celestina, y del impresor Juan
de Lucena. Con un faceímile de la declaración de Alvaro de Montalbán, y un calco de la firma
autógrafa de Catalina de Rojas.
(^) Hombre de temple debió de ser el bachiller Hojas, y que no se recataba de manifestar sus
convicciones. En la misma Tragicomedia (aucto VIIj alude con intensa ironía á loa procedimientos
XIV ORÍGENES DE LA NOVELA
Eesulta del proceso que Leonor Alvarez, mujer del bachiller Eojas, contaba en
aquella fecha treinta j cinco años. No consta la edad de su marido^ pero siendo 3'a
autor de la Celestina en 1499, y viviendo todavía en 1538 según datos que parecen
fidedignos, puede conjeturarse que tenía bastantejnás edad que su mujer, y por mi
parte no encuentro inverisímil la de cincuenta años ó poco más, en que se fija el
Sr. Serrano ('). A este se objeta que una obra maestra como la Celestina^ que arguye
tan profunda experiencia de la vida, no puede atribuirse á un joven recién salido de las
aulas, por precoz que se le suponga, Pero el autor de la Celestina era positivamente
mi genio, y con el genio no rigen las reglas comunes. La intuición puede suplir á la
experiencia en tales hombres. No hablemos de los grandes poetas líricos muertos en la
flor de sus años, porque la poesía lírica tiene algo de juvenil en su esencia. No es pre-
ciso recordar tampoco los portentos de precocidad de Pascal, porque el espíritu geomé-
trico se desenvuelve en condiciones que nada tienen que ver con las experiencias de la
vida. Pero buscando en nuestra pi-opia literatura, y muy cerca de nosotros, ejemplo
bien adecuado, ¿quién no sabe que toda la obra crítica y satírica de Larra, no supera-
da en nuestra lengua durante el siglo xix, y á la cual nadie negará amarga y honda
penetración social, fué escrita antes de los veintinueve años?
¿Qué inconveniente puede haber para admitir que la Celestina sea obra de un estu-
diante? Nada hay en ella que él no hubiese podido observar directamente: no hay un
solo personaje, ni el gentil mancebo Calisto, ni su enamorada Melibea, ni Celestina y
sus alumnas, ni los criados de Calisto, ni el rufián Centurio, que salga de los límites
del mundo en que él vivía. Tipos como aquéllos debían de encontrarse á cualquier
hora en Toledo y en Salamanca. Además, el ambiente de la Celestina tiene algo de
universitario. Jja obra de Rojas, á pesar de su originalidad potente, es una comedia
humanística^ cuyos lances recuerdan los de las comedias latinas compuestas por los
'eruditos italianos del siglo decimoquinto: filiación que procuraré poner en claro más
adelante. Estas obras se leían en nuestras universidades, y alguna de ellas logró los
honores de la reimpresión para uso de nuestros escolares {^j. El medio, pues, era per-
fectamente adecuado para la elaboración de la Celestina^ á la cual prestó sus elementos
la realidad castellana, y sus formas la tradición clásica en consorcio con la Edad Media.
inquisitoriales y manifiesta su predilección por la justicia ordinaria. Después de contar Celestina
cómo salió á la vergüenza castigada por bruja su amiga Olaudina, la madre de Pármeno, la inte-
rruinpe éste: «Verdad es lo que dizes, pero esso no fue for justiciay>, y Celestina le replica. «Calla,
)ibouo; poco sabes de achaque de iglesia, e quánto es mejor ¡¡or mano de justicia que de otra manera]
))sabialo mejor el cura, que Dios aya, que viniéndola a consolar, dixo que la sancta Escriptura tenia
))que bienaventurados eran los que padescian persecución por la justicia, e que aquéllos poseerían el
»reyno de los cielos. Mira si es mucho passar algo en este mtmdo por gozar de la gloria del otro; e
»mas que, según todos dezian, a tuerto e sinrazón^ e con falsos testigos e recios tormentos, la hizieron
»aquella vez confesar lo que no era... Asi que, todo esto passó tu buena madre acá, deuemos creer
))qiie le daria Dios buen pago allá, si es verdad lo que nuestro cúranos dixo».
Esta genial y desenfadada libertad no es incompatible con la más exquisita prudencia, y á
Rojas, que como escritor es tan vigoroso y tan sereno á un tiempo, no podían faltarle en la vida las
mismas condiciones que tuvo en el arte. Gracias á ellas pudo esquivar, aunque no sin sospecha, la
persecución de los de eu raza.
(') Acaso no está puesta sin misterio la edad de Calisto en el aucto IV: «Podra ser. señora, de
iveynte e tres años, que aquí está Celestina que le vido nacer y lo tomó á los pies de su madre».
(^) Véase lo que más adelante decimos de la Comedia Philodnxos.
INTRODUCCIÓN xv
Nq es uu desatino, aunque lo den á entender doctos filólogos, que llegan á tachar
de «inverisímil ignorancia» á los que opinamos lo contrario, el decir que las expresio-
nes «mi facultad» , «mi principal estudio» , pueden aplicarse lo mismo á un estudiante
que «á un hombre provisto de un empleo ó que ejerce una profesión» (*). A la facul-
tad de Derecho pertenece lo mismo el que la aprende que el que la enseña ó la practi-
ca: todos ellos pueden decir con igual razón «mi facultad», «mi principal estudio».
Jurista^ según el diccionario vigente, es «el que estudia 6 profesa la ciencia de las
leyes» . Estudiante jurista se dijo siempre en nuestras aulas, para distinguirle del estu-
diante teólogo ó de cualquier otra clase de estudiantes.
Además, aquellas vacacioiies en que dice haber acabado su obra, ¿qué pueden ser
sino vacaciones universitarias? Entonces no había vacaciones de tribunales, y aun éstos
apenas comenzaban á organizarse, ni consta que Rojas ejerciese más oficio público que
el de alcalde mayor de Talavera en sus últimos años. Los socioa que «estaban en sus
tierras» serían otros estudiantes ó bachilleres como él. Quizá una detenida exploración
^eu. el archivo de la Universidad de Salamanca podría resolver definitivamente este
punto, en que bien podían ejercitarse los eruditos de aquella ciudad, que por no
sé qué siniestro influjo empieza á olvidar demasiado la investigación de su gloriosa
historia.
En Salamanca digo, porque es para mí casi seguro que estudió allí, y allí se gra-
duó de bacliiller en Jurisprudencia, en fecha ignorada, pero anterior de fijo á 1501,
cuando ya usa ese título en los versos acrósticos. No había más que dos Estudios
de Leyes en todo el territorio de la corona de Castilla, y el de Valladolid estaba
más lejos de Talavera ó de la Puebla que el de Salamanca y tenía menos nombradía
que él (-).
(') Vid. A. Morel-Fatio (Romanía, 1897, págs. 324 á 326), con ocasión de dar cuenta de un
artículo de C. A. Eggert (Ztir Frage cler Urheherscliaft der Celestina en el Zeitschrift für romanische
Philologie).
(*) Son raras en la Celestina las alusiones á costumbres jurídicas, pero he notado dos ó tres
bastante curiosas.
«Es necesario (dice la misma Celestina) que el buen procurador ponga de su casa algún trabaxo,
Dalgunas fingidas razones, algunos sofísticos actos; yr e venir a juyzio, avnque resciba malas pala-
»bras del juez, siquiera por los presentes que lo vieren, no digan que se gana holgando el salario.»
(Aucto III.)
El monólogo de Galisto en el aucto X/F contra el juez que mandó tan ejecutivamente descabe-
zar á sus criados, testifica en su primera parte el desprecio de la justicia que hacían en los días anár-
quicos de hiUrique IV los hombres poderosos y turbulentos, convirtiéndola en función doméstica
de viles paniaguados suyos; en la segunda, el autor, como hombre de ley, restablece la verdadera
noción de las cosas y da la razón al juez, por boca del mismo irritado mancebo: «O cruel juez, e qué
))raal pago me has dado del pan que de mi padre comiste! Yo pensaua que pudiera con tufauor matar
i>mill hombres sin temor de castigo, iniquo falsario, perseguidor de verdad, hombre de baxo suelo. Bien
»diran de ti, que te hizo alcalde mengua de hombres buenos. Miraras que tú e los que tnatnstes, en
í^seruir a mis passados e a iní, erades compañeros; mas quando el vil está rico no tiene pariente ni
Damigo. ¿Quién pensara que tú me auias de destruyr?... Tú eres público delincuente e mataste a
»lo8 que son priuados...
»Pero qué digo? Con quién hablo? Estoy en mi beso? Qué es esto, Calisto?... Con quién lo has?
sTorna en ti; mira que nunca los abseotes se hallaron justos; oye entrambas partes para sentenci.ir.
y>No vees que por executar Injusticia no auia de mirar amistad, ni deudo, ni crijnra? Xo inirafi que la
^üey tiene de ser yguul a todos? Mira que Rómnlo, el primer cimentador de Roma, mató a su propio
XVI orígenes de la novela ;
Esta sospecha raya poco menos que en certidumbre cuando se repara en aquellos ■
tres versos:
Yo vi en Salamanca la obra presente: ■
Movíme á acabarla por estas razones: \
Es la primera que est(S en vacaciones... \
No por eso creemos que deba localizarse en aquella ciudad la escena de la Tragi- \
comedia. Pero dejando en suspenso este y otros puntos relativos á la composición de la :
obra, continuemos recogiendo los pocos vestigios que de su paso por el mundo dejó el i
bachiller Fernando de Eojas. No da mucha luz la causa inquisitorial de su suegro
Alvaro de Montalbán. Es uno de tantos procesos contra judaizantes, en que pueden \
adivinarse de antemano las acusaciones y los descargos. La familia había dado un regu- ¡
lar contingente á los registros del Santo Oficio, que había desenterrado y quemado los •
restos del escribano Fernando Alvarez de Montalbán y de su mujer Mari Alvarez, :
padres del procesado Alvaro, El cual declara tener setenta años, antes más quémenos, y \
haber sido ya reconciliado hacía más de cuarenta, por comer el pan ceticeño (') y entrar
en las cabañuelas {^) y hacer otras ceremonias judaicas. El promotor fiscal le acusa \
de hereje y apóstata, no sólo por los actos dichos, sino por haber sembrado proposicio- '
nes de mala doctrina, dudando, como los saduceos, de la inmortalidad del alma: «ítem, \
» que después acá, con poco temor de Dios y en menosprecio de la religión cristiana, ,
» hablando ciertas personas cómo los plazeres deste mundo eran todos burla, e que lo \
;> bueno era ganar para la vida eterna, el dicho Alvaro de Montalvan, creyendo que no |
» ay otra vida después desta, dixo e afirmó que acá toviese el bien, que en la otra vida ¡
»no sabia sy avia nada», ün Iñigo de Monzón, vecino de Madrid, que había conocido i
á Alvaro en casa de su hija Constanza Núñez, mujer de Pedro de Montalvan, aposeii-
tadcr de Sus Magestades, no sólo fué testigo de este cargo, sino que añadió otros bas-
tante graves para la ortodoxia del procesado: «Preguntado en qué posesión es ávido e '
» tenido el dicho Alvaro de Montalvan en esta dicha villa e en los otros lugares donde ¡
»dél se tiene noticia, dixo que en vezes ha estado en esta dicha villa, en la perrochia \
» de san Gines, en casa del dicho su yerno, más de dos años, y el uno a la contina
» puede aver tres años, e que en el dicho tiempo que aqui estovo nunca le veya en misa
» los domingos ni fiestas, sino es alguna vez que y va con su hija, y que en entrando en
» la yglesia se sentava en un poyo cab'zbaxo, y que asy se estava sin sentarse de rodillas >
»ni quitarse el bonete; e no se acuerda ni parava mientes si adora va el Santo Sacra- '
> mentó, pero acuerdase que murmura van muchas mugeres en la yglesia de verle asy I
> syu devoción y syn verle rezar ni menear los labrios; e que otras vezes se metia en '
»uua capilla, donde estava hasta que se acabase el oficio, sentado; y que en el dicho i
•» tiempo tampoco le vio comulgar ni confesarse, e que preguntándole este testigo con j
> sospecha al dicho cura, le dixo que con él no se habia confesado ni comulgado». El j
»hermano porque la ordenada ley traspassó, ^ ira á Toicato, romano, cómo mató á su hijo porque
«excedió la tribunicia constitución; otros muchos hizieron lo mismo».
Quizá este monólogo es inoportuno en la situación en que Oalisto se encuentra, pero no lo es
para el conocimiento de ia-i ideis de su autor, y aun las mismas citas clásicas delatan ai alumno ó
profesor de jurisprudencia romana. Este trozo es de los añadidos en 1602.
O Esto es, pan ázimo, sin levadura,
(*) Fiesta de los tabernáculos.
INTRODUCCIÓN xvn
cura de San G-iués atenuó algo los términos de esta delación; y no se pasó adelante en
la prueba testifical, sin duda porque en la Puebla (como dijo el mismo cura) apenas
había persona que no tuviese nota de reco/iriliada. Las confesiones del reo, que pro-
metió vivir de allí adelante como biien cristiano, y sin duda también su avanzada edad,
mitigaron algo el rigor de la sentencia, que se redujo finalmente á asignarle su casa
por cárcel, con obligación de traer el sambenito sobre todas sus vestiduras, y las demás
penitencias en tales casos acostumbradas.
El bachiller Fernando de Rojas no vuelve á ser mencionado en el proceso de su
suegro más que una vez sola, cuando le designó como abogado. Los inquisidores
dijeron que no había lugar y que nombrase persona sin sospecha^ y 61 nombró al licen-
ciado del Bonillo.
Ya en 1517 había figurado el bachiller Femando de Rojas entre los testigos de
abono y descargo en otro proceso inquisitorial contra Diego de Oropesa, vecino de
Tdlavera, acusado también de judaizante. Ni el triste percance de su suegro, ni los bue-
nos oficios que generosamente prestaba á los de su raza, parecen haberle hecho perso-
nalmente sospechoso, si hemos de dar crédito á las noticias que en el primer tercio del
siglo XVII recogió en su Historia de Talavera, inédita aún (*), el Licenciado Cosme
Gómez Tejada de los Reyes, escritor juicioso y fidedigno en las tradiciones locales que
conserva, y mucho más próximo á Rojas que nosotros, aunque no fuese coetáneo suyo.
Este pasaje, descubierto por Gallardo y dado á conocer por Cañete con una errata subs-
tancial ("2), dice así en su integridad:
«Fernando de Rojas^ autor de la Celestina, fábula de Calixto y Melibea, nació en
>la Puebla de Montalban, como él lo dize al principio de su libro en unos versos de
:>arte mayor acrósticos; pero hizo asiento en Talavera: aquí vivió y murió y está ente-
-^rrado en la iglesia del convento de monjas de la Madre de Dios. Fué abogado docto,
y aun hizo algunos años en Talavera oficio de Alcalde mayor. Naturalizóse en esta
;> villa y dejó hijos en ella. Bien muestra la agudeza de su ingenio en aquella breve
»obra llena de donaires y graves sentencias, espejo en que se pueden mejor mirar los
» ciegos amantes que en los christalinos adonde tantas horas gastan ric,'ando sus femi-
>niles guedejas. Cumplió bien sus obligaciones en aquel género de escrevir, con que
» pueden entender tantos autores modernos de libros de entretenimiento y de otros, que
»no consiste la arte y gallardía de decir en afectadas oilturas, todo ruido de palabras
» que atruenan el viento y lisonjean el oido, mas no hieren el alma porque les falta
» solida munición: vano estudio, indecente, infructuoso, que solamente á ingenios
» semejantes deleita, y a ninguno enseña ni mueve (^). Vienen medidos a Fernando de
» Rojas respecto de otros autores aquellos dos versos de Marcial, hablando de Persio
:> comparado a Marso:
(') Historia de Tahirera, antigun Klhora de lox Curpetanns, postuma: escrihióla en borrador fl
Lie. Cosme Gómez de Tejada de lof< Reyes. Sacóla en limpio Fr. Alom^o de Ajofrin, ¡profeso del
Monasterio de Sfa. Catalina, orden de S. Gerónimo (Ms. 2039 de la Bibhoteca Nacional).
(') Salamanca en vez de Talavera, lo cual ha extraviado á los investigadores por no encon-
trarse en Salamanca ningún alcalde mayor que llevase el nombre de Fernando de Hojas. Vid. Caiete,
en su prólogo á las Farsas; y Églogas de Lucas Fernández (Madrid, 1867), pp. VIII y T.\. El error
de copia procede de Gallardo, según he comprobado en sus papeletas autógrafas.
(^) Alusión evidente á los prosélitos del culteranismo, á quienes satirizó el mismo Tejada en
8u León Prodigioso (1636).
ORÍGEMES DE LA .NuVELA. — 111. — ¿;
xvm orígenes DE LA NOS^ELA
Saepius in libro memoraiur Persius uno
Quaní levis in tota Marsiis Amazonide;
:í'y lo que admira es que siendo el primer auto de otro autor (entiéndese que Juan de
» Mella o Rodrigo de Cota) no sólo parece que formó todos los actos vn ingenio, sino
»que es individuo ('). El mismo ejemplo tenemos en nuestro tiempo en los dos herma-
»nos Argensolas, Lupercio y Bartolomé, insignes poetas, dos padres de un solo hijo,
» que sus metros más dicen unidad que similitud» .
Prescindiendo del elogio de la Celestina^ que es uno de los más curiosos de un
tiempo en que ya comenzaba á olvidársela, nada hay en la sencilla noticia de Tejada
que pueda infundir sospechas al más escéptico, ni que esté en contradicción con los
pocos documentos originales que poseemos. Es cosa sabida (por declaración del mismo
Rojas y por testimonio de su suegro), que era abogado, y sin gran temeridad se le
ha podido llamar docto, pues no hemos de suponer ignorante y cerril en su principal
estudio á quien era capaz de componer por mera recreación la Celestina. Que se natu-
ralizó eu Talayera está confirmado por todos los documentos, pues ya aparece como
vecino de aquella ciudad en 1517, y, á ella se refieren todas las noticias posteriores de
su vida, que alcanzan hasta 1538. Consta que aquel año ejerció en Talavera desde el 15
de febrero al 21 de marzo el cargo de alcalde mayor, sustituyendo al Dr. Núñez de Du-
rango (^). Si Cosme Gómez escribía de memoria, pudo equivocarse en cuanto á la dura-
ción del cargo, pero esta no es variante de transcendencia. Lo del enterramiento en la
iglesia del convento de monjas de la Madre de Dios era caso de notoriedad pública y no
podía inventarse. Finalmente, es ciertísimo que Fernando de Rojas dejó descendencia. El
testamento de su cuñada Constanza Núñez, descubierto por el benemérito y malogrado
D. Cristóbal Pérez Pastor en el archivo de protocolos de Madrid, nos ha dado á cono-
cer el nombre de una hija del poeta, Catalina de Rojas, casada con su primo Luis Hur-
tado, hijo de Pedro de Montalbán (^). Y probablemente no fué única: en el archivo de
la parroquia del Salvador, de Talavera, que está próxima al convento de la Madre
de Dios, se encuentran partidas bautismales de 1544, 1550 y 1552, referentes á varios
hijos de Alvaro de Rojas y de Francisco de Rojas, casado este último con Catalina
Alvarex, patronímico que llevaba también la mujer de nuestro autor. La razón de los
tiempos y el no conocerse por entonces otros Rojas en Talavera, puede inducir á
sospechar que el Alvaro y el Francisco eran hijos del bachiller; lo que no parece dudo-
so es que pertenecían á su familia.
No es únicamente el testimonio de Cosme Gómez el que afirma la atribución de
la Celestina á Fernando de Rojas. Hay otro más antiguo y que estaba ya indicado
años antes del hallazgo de los procesos de Toledo. Al tomar posesión de su plaza de
número en la Academia de la Historia, leyó el inolvidable D. Fermín Caballero, en
18G7, un precioso discurso sobre las Relaciones geográficas que los pueblos de Castilla
dieron á Felipe 11 desde 1574 en adelante, contestando al interrogatorio redactado por
O Indivisible.
(^) Noticia comunicada al Sr. Serrrano por D. Luis Jiménez de la Llave, correspondiente de la li
Academia de la Historia en Talavera, y fundada probablemente en documentos del Archivo Mu-
nicipal.
(3) Revista de Archivos, Bibliotecas y Afuxeos, 3." época, lomo VT, pp. 295-299.
INTRODUCCIÓN xix
Ambrosio de Morales. No se olvida D. Fermín de consignar que «del bachiller Fernau-
»do de Rojas, coautor de la famosa Tragicomedia^ hace referencia la respuesta de su
» lugar natal, la Puebla de Montalbán» ('). Y así es, en efecto, salvo lo de coawíor, que
no es frase del documento, sino gratuita afirmación del ilustre académico, que en eso
seguía la opinión más corriente en su tiempo. Para los naturales de la Puebla, como
para Alvaro de Montalbán, Rojas ora único autor de la Tragicomedia. Mandaba el capí-
tulo 37 del interrogatorio que se especificasen «las personas señaladas en letras, armas
» y en otras cosas que haya en el dicho pueblo, ó que hayan nacido ó salido de él, con
» lo que se supiere de sus hechos y dichos señalados» . El bachiller Ramírez Orejón, clé-
rigo, que fué, en compañía de Juan Martínez, ponente (como hoy diríamos) de esta
Relación, contesta que «c?^ la dicha villa fué mttm'al el bachiller Rojas., que compuso
a Celestina» ('^).
Aclarado ya, aunque no tanto como nuestra curiosidad desearía, el enigma perso-
nal del Bachiller, que por tanto tiempo ha fatigado en inútiles disquisiciones á la crí-
tica (3), entremos en las cuestiones verdaderamente graves y difíciles que se refieren á
la composición del libro. Estas cuestiones se han complicado con la aparición de los
ejemplares en diez y seis actos. Antes no se disputaba más que sobre el acto primero.
Ahora no basta preguntar: el bachiller Rojas, ¿es autor único de la Celestina'í^ sino
que la interrogación debe formularse así: el bachiller Rojas, ¿es único autor de los
diez y seis actos que conocemos por las ediciones de Burgos y de Sevilla? ¿Se le deben
atribuir también los cinco actos interpolados en las ediciones de 1502, y conocidos
con el nombre de Tractado de Centurio? ¿Le pertenecen asimismo las variantes y adi-
ciones que so introdujeron en los demás actos del texto refundido?
En absoluto rigor crítico la cuestión del primer acto es insoluble, y á quien se
atenga estrictamente á las palabras del bachiller ha de ser muy difícil refutarle (*). El
afirmó siempre en la carta «á vn su amigo», en los versos acrósticos y en el prólogo,
(') DincursoR leídos ante la Real Academia de la Historiay en la recepción jjública del E.ncelen-
tisimo Sr. D. Fermín Caballero. Madrid, Imp. del Colegio de Sordo-Mudop, 18G6, pág. .30.
(-) íla tenido la bondad de enviarme la transcripción de este pasaje el li. P. Fr. (Tuilltírnio
Antolín, O. S. A., dignísimo bibliotecario del Escorial, donde existe el códice original de las Rela-
ciones, del cual tenemos copia en la Academia déla Historia.
(*) Algunos le han confundido con un Fernando de Rojas, reciño de Toledo, que se encuentra
entre los exceptuados de la amnistía ó lista de perdón que dio Carlos V en 28 de octubre de 1522.
Puede verse dicho documento en los apéndices de la traducción que D. José Quevedo, bibliotecario
del Escorial, publicó en 1840 de los diálogos De Mota Hinpaniae de Juan Maldonado, pág. .34G. El
nombre de Fernando de Rojas está á continuación del de otro Rojas (Francisco), vecino de To-
ledo. Nuestro Rojas era ya vecino de Talavera en 1517, y continuaba siéndolo en 1525. Aunque
no es materialmente imposible colocar entre ambas fechas el episodio revolucionario, todo induce á
creer que se trata de distinta persona.
Nada podemos decir de un Fernando de Rojas, autor de una insignificante poesía contenida en
nn códice de la Biblioteca del Real Palacio (publicada en la Reme Hispanique, IX, p. 172).
(*) Aun en el siglo xvi reinaba tal incertidumbre sobre esto, que el primer acto de la Celeatina
y aun toda ella fueron atribuidos caprichosamente á diversas personas. El portugués Juan de Barros
dice en su Espelho de Casados (1540, p. 12J: aHo que fez a Celestina, qualquer que foy, orafosse
»nosso mestre Loarte, ora outro, nam foy outro seu fim senam dezer mal das molherebii. (Nota
comunicada por doña Carolina Michai-lis de Vaaconcellos).
Y)°\ encubierto aragonés de Grracián iiabiaré más adelanto.
XX ORÍGENES DE LA NOVELA
que no había hecho más que continuar una labor ajena. Los elogios que hace del
primer autor son tan enfáticos que superan á todo lo que han dicho los más exaltados
panegiristas de la Celestina:
Jamas yo no vide en lengua romana,
Después que me acuerdo, ni nadie la vido,
Obra de estilo tan alto e sobido,
En tusca, ni griega, ni en castellana.
No trae sentencia, de donde no mana
Loable á su auctor y eterna memoria...
El no ha hecho más que dorar con oro de lata
El más fino tíbar que vieron sus ojos,
Y encima de rosas sembrar mil abrojos.
Afecta desdeñar los quince actos por él escritos: «el fin baxo que le pongo >^; obra,
al fin, de quince días de vacaciones, en que anduvo algo «distraído de los derechos>->.
Sus mal doladas i^azones irán distinguidas de las del antiguo autor con una cruz en
la margen al fin de la primera cena. Ha de advertirse que ni en la edición de Burgos
ni en la de Sevilla (1501) aparece tal cruz, ni el texto está dividido en cenas ó esce-
nas, sino en auctos, como en todas las restantes. Un humanista como Kojas, que da tan
seguras pruebas de conocer el teatro de Planto y Terencio, no podía ignorar que tanto
en la comedia latina como en la moderna son cosa muy diferente actos y escenas. En
la Celestina misma algunos actos pueden dividirse en escenas, atendiendo á las muta-
ciones de lugar y á las entradas y salidas de los personajes ('). Pero es lo cierto que el
bachiller, por inexperiencia acaso del vocabulario teatral, usaba promiscuamente las
dos palabras, puesto que en las ediciones de 1502 la carta termina de este modo:
«acordé que todo lo del antiguo auctor fuesse sin diuision en vn aucto o cena^ incluso
» hasta el segundo auclo^ donde dize: «Hermanos míos...» No hay duda, pues, que la
primera cena coincidía exactamente con el primer acto, }'■ es^la parte que Rojas da por
ajena.
Este acto es ciertamente más largo que ningún otro de la Tragicomedia^ aunque no
con la desproporción que se ha dicho. En la edición más reciente ocupa treinta y ocho
páginas, pero no es corto el aucto doxe?io^ que pasa de veinticuatro. Quizá cuando el autor
comenzó á escribir no pensaba en dar á su obra el desarrollo que luego tuvo, y creyó
poder encerrar toda la materia en un solo acto. Lo que sí llama la atención, y lo con-
signo leal mente por lo mismo que soy partidario acérrimo de la unidad de autor en la
Celestina, es que el primer acto fué el único que se salvó de adiciones y retoques en la
refundición de 1502, como si Rojas hubiera tenido escrúpulo de ponerla mano en obra
que no le pertenecía. Hay algunas variantes, pero son puramente verbales. íLibiera
sido demasiado candor en Rojas dar con su propio texto armas contra la supuesta
existencia de otro autor. Inventada ya la fábula, tenía que sostenerla con algún color
de verisimilitud.
(•) Así lo ha lieclio el Sr. D. Cayo Ortega Ma^'or en au reciente edición, annque sin dar
título á esas subdivisiones (Bihlioteca Ch'igica, tomo 216, 1907).
IMHODI L'CK)^^ XXI
Pero ¿qué autor era ese á (iiiion tanto admiraba? Kn la primera redacción de la
Carta á un su amigo no nombra á nadie, ni hace conjetura alguna: se limita á decir
que la obra llegó anónima á sus manos. En la segunda es más explícito y consigna la
atribución por unos á Juan de Mena y por otros á Rodrigo Cota.
Xadie ha tomado en serio la primera, á excepción del editor barcelonÓLí de 1842, que
tuvo el capricho de estampar en la portada los nombres de Mena y Cota, ligándolos con
la conjunción //, como si hubiesen sido colaboradores en la tragicomedia ('). Juan de
Mena fué un poeta superior dentro de su género y escuela, y en cierto modo el mayoi-
poeta del siglo xv, pero ju prosa es fiancamente detestable, llena de pedanterías, inver-
siones y latinismos horribles, que le hacen digno émulo de D. Enrique de Villena, cuyas
huellas procuró seguir. Basta haber leído una página cualquiera del Omero romanxado
ó de la Glosa que hizo á su propio poema de la Coronación^ para comprender que era
incapaz de escribir ni una línea de la Celestina. De esa Glosa decía el Brócense que,
«allende de ser muy prolija, tiene malísimo romance y no pocas boberias (que ansi se
» han de llamar): más valdría que nunca pareciesen en el mundo, porque parece impo-
*s¡ble que tan buenas coplas fuesen hechas por tan avieso entendimiento» (-).
Esta incapacidad de Juan de Mena para usar otro lenguaje que el métrico debía de
ocultársele menos que á nadie á Fernando de Rojas, verdadero progenitor de nuestra pro-
sa clásica, á quien no llega ningún escritor del siglo xv y superaron muy pocos del
siguiente. ¿Cómo hubiera podido creer ni por un momento que era obra de Juan de
Mena la que dice haber tenido entre manos? Este rasgo es uno de los que hacen dudar
de su absoluta sinceridad. Puso á bulto el nombre del poeta cordobés, porque era una
grande autoridad literaria en su tiempo y se le citaba para todo, y el mismo Rojas estaba
empapado en sus escritos, como lo declaran de un modo palmario algunos pensamientos
ó imitaciones de detalle que en la Celestina se encuentran, como veremos después.
La cuestión de Rodrigo Cota es diversa y merece más atento examen. Rodrigo
Cota de Maguaque, llamado comúnmente el Tío ó el Viejo^ para distinguirle de un
deudo suyo á quien llamaron el Mozo^ era un judío converso de Toledo, que afectó,
como otros muchos, odio ciego y feroz contra sus antiguos correligionarios, y recibi(')
por ello dura lección de otro poeta judío, Antón de Montero (3). A Cota han sido atribui-
das con leve fundamento diversas producciones anónimas del siglo xv, tales como las
(}) Ya I>. Nicolás Antonio liabía dicho con muy buen sentido, en su Bthliotheca .Vora (artículo
de Rodrigo de Gota): «Qui eniui loanni de Mena Cordubensi... Iianc (Comoediam) tribuunt, pariiiu
»aii¡uiadvertnnt Menae stiliun, hno ¡Ilius saecM/i, quo Mena Horuit, ab hoc poeuiatis nostri teto coció
«diversunaí.
(') Epistolario Español, de la Biblioteca de Rivadeneyra, II, p. 33.
{•') Vid. el tomo 6.' de mi Antología de poetas Úricos castellanos (pp. 376-382). Una poesía muy
curiosa de Rodrigo Gota publicó el Sr. Foulclié-Dolbosc en el número primero de la Revue Jiis-
panique (marzo de 1894). Son unas coplas contra el contador mayor de los Reyes Católicos, Diego
Arias do Avila, con motivo de haber casado un liijo ó sobrino suyo con una parirnta del gran Car-
denal Mendoza, y haber convidado á la boda, que se celebró en Segovia, á todos sus deudos, excepto
^Rodrigo Cutil, que se vengó con este burlesco epitalamio, leyendo el cual la Rei/na Isabel dijo
que bien parescia ladrón de casa. Esta composición es de 1472 ó poco después, según de su contexto
se infiere.
En sus Anales de Literatura española (1U04), preciosa miscelánea que deseamos vivamente ver
continuada, publicó T). Adolfo Bonilla en facsímile una nota autógrafa de un doctor Cofa, puesta en
la última hoja de una de las obras jurídicas de Bartolo (ejemplar de la Biblioteca Nacional), donde
1
XXII ORÍGENES DE LA NOVELA ^
Coplas de la Panadera^ el escandaloso y sucio libelo titulado Coplas del Provincial y
la célebre sátira política Coplas de Mitigo Re vulgo. Pero aun suponiendo que fuera suya j
esta alegórica y revesada composición, que para los mismos contemporáneos tuvo nece- ^
sidad de comento, más perdía que ganaba en títulos para ser considerado como autor j
de la Celestina, obra sencilla y humana, y por eso eternamente viva, la cual nada |
tiene que ver con una sátira política del momento, ingeniosa sin duda, pero todavía i
más afectada que ingeniosa, especialmente en la imitación del lenguaje rústico. La
verdadera joya poética que debemos á Eodrigo Cota es el Dialogo entre el Amor y un :
Viejo, inserto en el Cancionero General de 1511. Fuera de las Coplas de Jorge Manri- I
que, no hay composición que venza á ésta en toda la balumba de los cancioneros del !
siglo XV. Y no vale sólo por su espléndida ejecución, por sus bellezas líricas, por la i
elegancia y el brío de muchos de sus versos, sino también por su contenido, que es :
intensamente dramático. No se trata de un mero contraste ó debate, de los que j
tanto abundan en las escuelas de trovadores, sino de una verdadera acción, de un drama ;
en miniatura, con tema filosófico y muy humano: el vencimiento del Yiejo por el Amor ■
y el desengaño que sufre después de su mentida transformación. Quien imaginó este :
coloquio en verso, anterior sin duda á las églogas de Juan del Enzina, no era indigno I
de haber escrito algunas páginas de la Celestina, pero no sabemos siquiera que culti- I
vase la prosa. Nos falta todo punto de comparación, y hay mucha distancia entre un |
sencillo diálogo de dos personajes alegóricos y una visión del mundo tan serena y obje- \
tiva como la que admiramos en la inmortal Tragicomedia. \
Cota y Rojas fueron contemporáneos, aunque no' de la misma generación; los dos ■
procedían de estirpe hebrea; los dos nacieron y vivieron en el reino de Toledo: el uno i
en la Puebla de Montalbán, el otro en la capital misma, de la cual sólo dista cinco le- |
guas aquella villa. En 1495 debía de haber muerto ya, puesto que su nombre no '
consta en la Lista de los inhábiles de Toledo (es decir, de los conversos) y canti- I
dades que cada uno pagó por su rehabilitación, pero su apellido se repite mucho: I
María Cota, mujer de Pero Rodríguez de Ocaña; Inés y Sancho Cota, hijos del doctor ;
Cota-, Rodrigo Cota, joyero ('). En la misma lista están el suegro de Rojas, Alvaro de \
el susodicho Dr. Cota declara haber comprado aquel libro en TuJedo á 15 días de abril de 1485. '
No parece que este Dr. Cota sea el autor del Diálogo entre el Amor y un Viejo. 8e trata, según toda (
probabilidad, de un Dr. Alonso Cota, que tuvo, por cierto, al año siguiente, muy desventurado fin. i
«Miércoles 26 dias de Agosto del dicho año de 86 (1486) quemaron (los primeros inquisidores de
Toledo) 25 personas, 20 liombres y 5 mujeres: entre las quales quemaron al Dr. Aloiuo Cota, vecino ^
de Toledo, e a un Regidor de esta cibdad, e a un Fiscal, e a un Comendador de la Orden de Santiago' i
e a otras personas que fueron en honra». (Biblioteca Nacional, ms. Aa — 105, fol. 88. Varias cosas '.
¿uriosas manuscritas , por el Lie, Sehastián de Horozco). En la lista de los inhábiles de Toledo y can- i
tidades que cada uno pagó por su rehabilitación (Archivo Histórico Nacional. Inquisición de Toledo, '
leg. 120, núm. 92í, figuran Inés Cota y Sancho Cota, hijos del Dr. Cota y de Margarita de Arroyal- ■
• En el mismo número de la Revue Hispanique (p. 85-87) imprimió el Sr. Foulché-Delbosc dos i
cartas inéditas de la Reina Católica, tomadas de la colección del P. Burriel (Dd— 59 de la Biblioteca |
Nacional). Estas cartas, fechadas en 1472, dan alguna luz sobre la familia de los Cotas, pero no es j
seguro que el Rodrigo Cota, hijo del jurado de Toledo Sancho Cota, y hermano del Bachiller Alfonso j
de la Cuadra, alcalde de Avila, sea la misma persona que el poeta.
Véase también el Cancionero de Antón de Montero, reunido, ordenado y anotado por D. Emilio
€otareloy Mori (Madrid, 1900), pp. mImI.
'(*) Vid. Revista de Archivos, 3." época, tomo VI, pág, 248.
INTRODUCCIÓN XXIII
Moiüalháit. y otros conveisos de su apellido. ¿Cómo no suponer relaciones entre perso-
nas de la misma raza y que habían corrido los mismos peligros y sufrido las mismas
exacciones pecuniarias? ¿Tan difícil le hubiera sido á Kojas poner en claro esa atribu-
ción ú un antiguo correligionario suyo, á quien pudo muy bien conocer y tratar, puesto
que hay versos de Cota posteriores á 1472?
La tradición de Cota prosperó más que la de Juan de Mena, y son varios los escri-
tores del siglo XVI y principios del xvii que la repiten, especialmente los toledanos, que
encontraban motivo de orgullo en tal compatriota. Así Alonso de Villegas, en los metros
que sirven de dedicatoria á su Comedia Selvayia, impresa en 1554:
Sabemos de Cota que pudo empeyar,
Obraiido su ciencia, la gran Celestina;
Labróse por Rojas su ñn con muy fina
Ambrosia, que nunca se puede estimar.
I). Tomás Tamayo de Vargas, que nació en Madrid, pero puede considerarse como
hijo adoptivo de la imperial ciudad, consigua en su^nédita bibliografía Junta de libros^
la mayor que España ha visto en su lengua hasta el año de 1624 ('), una curiosa tra-
dición local, que valga lo que valiere merece recogerse, por ser tan pocos los testimo-
nios antiguos sobre la Celestina: «Rodrigo Cota, llamado el Tío^ de Toledo, escribió
> estando en Torrijos debaxo de unas higueras^ en la casa de Tapia^ el acto primero de
» Scelestina, Tragicomedia de Caliste e Melibea, libro que ha merecido el aplauso de
» todas las lenguas. Alguno ha querido que sea parto del ingenio de Juan de Mena,
»pero con engaño, que fácilmente prueba la lengua en que está escripto mejor que la
» del tiempo de Juan de Mena» .
La indicación no puede ser más precisa, pero por lo mismo infunde recelo. Tamayo
de Vargas era un erudito al uso de su tiempo, novelero y algo falsario, ó por lo menos
patrocinador de falsos cronicones y antiguallas supuestas. Pudo hacerse eco de un
rumor vulgar, ([ue acaso se refería á Rojas y no á Rodrigo de Cota; pudo inventarlo él
mismo en obsequio y lisonja á los toledanos ó á los vecinos de Torrijos. Con escritores
tales es menester g'ran cautela. Sin duda por eso D. Nicolás Antonio, que los conocía
á fondo, y que manejó la Junta de libros, ingiriéndola casi entera en su Bibliotheca
Xora, se guardó mucho de copiar esta y otras especies.
Con la única excepción acaso de Lorenzo Palmyreno en sus Hypotiposes clnrissi-
mor/f/íi riroruvi (-), todo el siglo xvi creyó en la veracidad de las palabras de
Rojas y aceptó la Celestina como obra de dos autores. El voto más importante es el
del autor del Diálogo de la lengua: «Celestina, me contenta el ingenio del (lutor que
»la comenco, y no tanto el del que la acabó. El juicio de todos me satisfaze mucho,
(') Manuscrita en la Biblioteca Nacional (Ff. '23 y 24).
(') La frase de Palmyreno es ambigua, é indica que dudaba entre la atribución del primer acto
á Juan de Mena ó de todo, la tragicomedia á Rojas. «Finge que oyes este thema: En todas partes es
■-conoscitla esta muía vieja. El que essa proposición oye, bien entiende lo que le dizes; pero no se lé
»mueuen los af fectos a aborescerla o á apartarse della. Mira la Hipotuposis del excelente Joan de
'Mena o del Bachiller Rojas de Montaluan... (Phrases Cicronis, Hypotyposes clarins. v/rorum,
'Oratio Paliiii/reni post rediium, e/usdern fahella ^naria. Valentiae, er. ojflcina Pet. a Huele. 1574,'
*pág. 24 vta.»
XXIV orígenes de la novela
.> porque 'feprimieron, á mi ver muy bien y con mucha destreza, las naturales condi-
» clones de las personas que introduxeron en su tragicomedia, (jiiardando el decoro rf'
¿ellas desde el principio hasta el fin» (*).
Precisamente por haber guardado ese decoro ó consecuencia de los caracteres
desde el principio al fin, que señala c^n fina crítica Juan do Valdés, parece difícil
admitir en el plan y composición de la Celestina más mente ni más ingenio que
uno solo.
Tal es el sentir unánime de la crítica moderna, con una sola excepción que yo
recuerde, muy respetable por cierto (-), y apoyada en ingeniosos argumentos, que no
han logrado convencerme. En este punto sigo opinando como opinaba en 1888, cuando
la tesis del autor único de la tragicomedia distaba mucho de ser tan corriente como
ahora.
Prescindamos de la divergencia entre los dos textos de la carta al amigo y aten-
gámonos sólo al segundo. La misma incertidumbre con que el bachiller Kojas se expli-
ca, diciendo que unos pensaban ser el autor Juan de Mena y otros Rodrigo de Cota,
si no basta para invalidar su testimonio, lo hace por lo menos muy sospechoso,
puesto que en cosa tan cercana á su tiempo no parece verisímil tal discrepancia de
pareceres. Toda la narración tiene visos de amañada. ¿Quién puede creer, por muy buena
voluntad que tenga, que quince actos de la Celestina primitiva, es decir, más de las
dos terceras partes de la obra, hayan sido escritas ni por un estudiante, ni por un
letrado, ni por nadie, en quince días de vacaciones, cuando hasta por la extensión mate-
rial parece imposible, y lo parece mucho más si se atiende á la perfección artística, á
la madurez y reñexión con que todo está concebido y ejecutado, sin la menor huella
de improvisación, ligereza ni atolondramiento. ¿Qué especie de sor maravilloso era el
bachiller Fernando de Eojas, si hemos de suponerle capaz de semejante prodigio,
inaudito en la historia de las letras?
Porque aquí no se trata de aquellas atropelladas fábulas que Lope de Vega se jac-
taba de haber lanzado al mundo efi horas veinticuatro. Lsto en Lope mismo tenía que
ser la excepción y no la regla. El no habla de todas, sino de algunas: «más de ciento»,
modo de decir hiperbólico sin duda (como hipérbole debe de haber también en lo de las
horas), pero que, aun tomado á la letra, no sería la mayor sino la menor parte de un re-
pertorio que contaba ya en la fecha en que el Arte Nuevo se imprimió (1609) «cuatro-
cientas y ochenta y tres comedias» . Poseyó Lope en mayor grado que ningún otro poeta
el genio de la improvisación escrita; pero sin recelo puede afirmarse que ninguna de
sus buenas comedias fué compuesta de ese modo. Harto se distinguen unas de otras?
aunque en las mejores hay tremendas caídas y en las más endebles algún destello do
aquel sol de poesía que nunca llega á velarse del todo por las nubes del mal gusto. Y
además, Lope era un artista dramático, un hombre de teatro, á quien el aplauso
popular estimulaba á la producción sin tasa, y con quien colaboraba inconsciente-
(') Sigo la edición de Eduardo Boelimer, que es la más correcta (Romanische Studien... Sechbtcr
Band. Bonn, Eduard Weher'e Verlag..., 1895, pág. 415). ^
(*) Aludo á D. Adolfo Bonilla y San Martín, á quien pudiera llaiuíir, con menos autoridad que
el Maestro López de Hoyos, pero con la niistna efusión, «mi caro y amado discípulo». Véase el
estudio que con el modesto titulo de AUjunas consideraciones acerca de la Celestina campea al frente
de sus Anales de la Literatura Española, Madrid, Imp. de Tello, 1904, pp. 7-24.
INTRODUCXJION xxv
mente todo el muudo. ¡Ciiáu diversa la posición de Kojus, que no veía delante do sí
modelos, ni público en torno suyo, ni podía entrever más que en sueños lo que era la
dramaturgia representada, ni podía sacar su arte más que de las entrañas de la vida y
de su propio solitario pensamiento; empresa mucho más difícil que hilvanar comedias
con vidas de santos ó con retazos de crónicas, como solía hacer Lope en los malos
días en que la inspiración le üaqueaba.
Grandes poetas románticos, que pertenecen en algún modo á la familia de Lope, se
han gloriado también de esos alardes de fuerza. Sabido es de qué manera explicaba
Zorrilla el origen de EL Puñal del Godo, escrito en dos días; pero su relato es tan
descabellado, que apenas se le puede dar crédito ('). Víctor Hugo afirmó que había
compuesto el Bug-Jargal en quince días; pero su maligno comentador Biré, que le ha
ido siguiendo paso á paso en toda su carrera literaria, prueba de un modo irrefutable
que ese llug-Janial no era la novela que conocemos ahora, sino un esbozo de ella, un
cuento muy breve (de 47 páginas), publicado en un periódico (Le Conservatear Litlc-
raire), y que pudo ser cómodamente escrito por su joven autor en quince días, y aun
en menos, sin que haya en ello nada de extraordinario (-).
Y además, la Celestina no es el Bug-Jargal, ni FA Puñal del Godo, ni una de las
comedias que Lope olvidaba después de escritas. Pertenece á una categoría ^uperior
de arte, en (jue todo está firme y sólidamente construido; en que nada queda al azar de
la improvisación: en que todo se razona y justifica como interno desenvolvimiento de una
ley orgánica: en que los mismos episodios refuerzan la acción en vez de perturbarla (•*).
No es la perfección del estilo la maravilla mayor de la Celestina, con serlo tanto, sino el
carácter clásico é imperecedero de la obra, su sabia y magistral contextura, que puede
servir de modelo al más experto dramaturgo de cualquier tiempo. La locución es tan
abundante, fluye con tan rica vena, que no parece haber costado al autor grandes sudo-
i'cs. Su corrección es la del genio que adivina y crea su lengua: no es la corrección enteca
y valetudinaria del estilo académico, sino la expansión generosa de un temperamento
artístico, la plétora sanguínea de los grandes escritores del Renacimiento, cuando
todavía la secta de la difícil facilidad no había venido á encubrir muchas impotencias-
Pero ni ese estilo, ni mucho menos la concepción á que sivió de instrumento, son com-
patibles con la leyenda de los quince días, que á mis xDJos es una inocente broma lite-
raria, un rasgo que hoy llamaríamos humorístico. Los quince días fueron sugeridos por
los quince aucfos, ni más ni menos.
A nuestro juicio, todas las dificultades del preámbulo tienen una solución muy á
la mano. K\ bachiller Fernando de Rojas es único autor y creador de la (klestina, la
cual él compuso íntegramente, no en quince días, sino en muchos días y meses, con
toda conciencia, tranquilidafl y reposo, tomándose luego el ímprobo trabajo de refun-
dirla y adicionarla, con mejor ó peor fortuna, que esto lo veremos luego. Y la razón
que tuviese para inventar el cuento del primer acto encontrado en Salamanca no
parece que pudo ser otra que el escrúpulo, bastante natural, de no cargar él solo
(') Recuerdos del tiempo viejo, Barcelona, 1880, tomo I, pág. 90 y 8S.
(-1 Víctor Hugo avunl 1S30, par Edniond Biré. París, 1883, pp. 389-394.
(•') Hay una sola excepción: el episodio, evidentemente ocioso, de la venganza de Eliciit y
Areuaa encomendada al rufián Centurio. Pero este no formaba parte de la obra primitiva, y fué
intercalado á última hora. Más adelante nos haremos cargo de él.
XXVI orígenes de la novela
con la paternidad de una obra impropia de sus estudios de legista, y más digna de •
admiración como pieza de literatura que recomendable por el buen ejemplo ótico,
salvas las intenciones de su autor, que tampoco están muy claras ('). Este mismo recelo [
ó escrúpulo le movió acaso á envolver su nombre en el laberinto de los acrósticos y á ¡
llenar de sentencias filosofales el diálogo de la comedia, queriendo con esto curarse en !
salud y prevenir todo escándalo. Si no se acepta esta explicación, que acaso no cuadra ]
con la gran libertad de ideas y de lenguaje que reinaba en Castilla á fines del siglo xv, '
y no queremos suponer al bachiller Rojas más tímido de lo que realmente era, dígase !
que la invención del primer acto fué un capricho análogo al que solían tener los auto- |
res de libros de caballerías, que rara vez declaran sus nombres verdaderos, y en I
cambio fingen traducir sus obras del griego, del hebreo, del caldeo, del armenio, del \
húngaro y de otros idiomas peregrinos (^). '
La igualdad, diremos mejor, la identidad de estilo entre todas las partes de la Celes- 5
tina, así en lo serio como en lo jocoso, es tal, que á pesar de la respetable opinión de j
Juan de Valdós, repetida por muchos sin comprobarla, no ha podido ocultarse á los ojos |
de la crítica, desde que ésta comenzó á ejercitarse directamente sobre los textos y á !
desconfiar de los argumentos de autoridad. Moratín declara en sus Orígenes del teatro ,
español que «quien examine con el debido estudio el primer acto y los veinte añadi- ;
» dos, no hallará diferencia notable entre ellos, y que si nos faltase la noticia que dio
» acerca de esto Fernando de Rojas, leeríamos aquel libro como producción de una sola i
» pluma» (3). I
D. José María Blanco (White) afirmó resueltamente, en un discreto artículo de las :
Variedades ó Mensajero de Londres^ que «toda la Celestina era paño de la misma tela» , I
y que «ni en lenguaje, ni en sentimientos, ni en nada de cuanto distingue á un escri- i
»tor de otro, se halla la menor variación» (*). ¿Sería esto posible, aun suponiendo que ¡
entre la composición del primer acto y de los restantes no mediaran más que veinte ó I
(*) ¿Cómo puno creer _IÍ£knor que Fernando de Rojas se abstuvo quizá de dar su nombre á ;
toda la Celestina por respetos á su posición eclesiástica? ¿Qué tendrá que ver un bachiller en leyes !
con un eülesiástico? Esta peregrina ocurrencia subsiste aún en las últimas ediciones de su obra -I
«It Í8 that the different portions attributed to the two authors are so similar in style and finish, as 5
»to have led to the conjecture that, after all, the whole might have been the work of Rojas, who, for ■■
y)reasons, perhaps, arising out of his eclesiastico.l position in sociely, was unwilling to take the res- |
»ponsability of being the solé author of his» (History of Spunisk Literature, hy George Ticknor,
Londres, Trübner, tomo I, pág. 237). Un erudito como Ticknor no debió haberse fiado del prolo-
guista déla edición de Amarita, que fué el primero en consignar este disparae: «no le parecía la
»obra ocupación propia de un eclesiástico)).
{') Pudo ser también un rasgo de timidez literaria, propia de un escritor novel. Al principio ,
dio el libro como anónimo. La edición de 1499, en su estado actual, no tiene los versos acrósticos, ni !
pudo tenerlos nunca porque no hubiesen cabido en la hoja primera que falta, y además sin la clave i
difícilmente se habrían fijado los lectores en 'su artificio. Ño es creíble tampoco que esa hoja que i
hacía veces de frontis contuviese ningún otro indicio p:ira reconocer al autor, porque hubiera pasado jj
á alguna de las ediciones posteriores. Alentado Rojas por el buen éxito de su obra, se descubrió á |
medias en el acróstico de 1500 ó de 1501, en connivencia con Alonso de Proaza, que dio la clave Ij
para descifrarle. i',
(3) Obras de D. Leandro Fernández de Moratín, edición de la Real Academia de la Histo- jJ
ria, 1830, tomo I, pág. 88.
(*) Periódico trimestral, intitulado Variedades ó Mensagero de Londres. Lo publica R. Ac.Tcer
mann, núm. 101, Strand, Londres. Tomo I, núm. 3." (abril de 1824, p. 228).
INTRODUCCIÓN xxvii
treinta años, cuando precisamente estos treinta años íuerun de total renovación para
la prosa castellana, en términos tales que un libro del tiempo de los Keyes Católicos se
parece más á uno de fines del siglo xvi que á otro del reinado de D. Juan II, con la sola
excepción del Corbacho? Kojas está á medio camino de Cervantes, y sin embargo una
centuria entera separa sus dos producciones inmortales.
Xi Fernando Wolf ('), ni Lemcke (-), ni Carolina Micbaolis (3), ni otros eminentes
hispanistas de los que más á fondo han tratado de la historia de nuestras letras, admiten
que el primer acto de la Celestina sea de distinta mano que los restantes. La impresión
general de los lectores está de acuerdo con ellos. Por mi parte no temo repetir lo que
escribí hace veinte años: «El bachiller Rojas se mueve dentro de la fábula de la Veles-
lina, no como quien continúa obra ajena, sino como quien dispone libremente de su
labor propia. Sería el más extraordinario de los prodigios literarios y aun psicológicos
ol que un continuador llegase á penetrar de tal modo en la concepción ajena y á iden-
tificarse de tal suerte con el espíritu del primitivo autor y con los tipos primarios que
él había creado. No conocemos composición alguna donde tal prodigio se verifique;
cualquiera que sea el ingenio del que intenta soldar su invención con la ajena, siempre
queda visible el punto de la soldadura; siempre en manos del continuador pierden los
tipos algo de su valor y pureza primitivos, y resultan ó lánguidos y descoloridos, ó
recargados y caricaturescos. Tal acontece con el falso Quijote, de Avellaneda: tal con el
segundo Guxinán de Alfarache, de Mateo Lujan de Sayavedra; tal con las dos con-
tinuaciones del LMzarillo de Tormes7Vevo ¿quién será capaz de notar diferencia alguna
entre el Calisto, la Celestina, el Sempronio ó el Pármeno del primer acto y los perso-
najes que con iguales nombres figuran en los actos siguientes? ¿Dónde se ve la menor
huella de afectación ó de esfuerzo para sostenerlos ni para recargarlos. En el primer
acto está en germen toda la tragicomedia, y los siguientes son el único desarrollo natu-
ral y legítimo de las premisas sentadas en el primero» .
Claro es que esto se escribió cuando no se conocían más que Celestinas en veintiún
actos. El Sr. Foulché-Delbosc, que está enteramente de acuerdo conmigo en lo que toca
á la cuestión del primer acto y de los quince siguientes (*), ha planteado con mucho
tino un nuevo y más interesante problema, que afecta á la integridad de la Celestina,
(') Studien zar Geschichte der Spanischen und Portugiesischen Nationalliterutiir... p 296.
(') Handbuch der Spanischen Literatur... von Ludwig Lemcke. Leipzig, Fr. Fleischer, 1855.
P. 150: «Denn zwischen dem angeblich von Cota oder Mena herrührenden ersten Akt und den
DÍolgenden ist so ganz und gar_keine Verschiedenheit des Styls siclitbar, der im ersten Akte ange-
)>legte Plan is so consequent durchgeführt, das Ganze überhaiipt %o aus einein Gusse gearbeitet,
ydass es rein undenkbar ist, ein Fortsetzer hale s/ch in diessem Grade in die Intenüon seines Vorgan-
yygers hineindenken und seine Manier in so vollkommenem Mause nachamen k'ónnen. Die neue Kritik
«hatsich dalierfast allgeinein dafür entschieden, die Celestina für das Werk eines einzigen verfassers
))3W hallen, namlich des ohengenannten Fernando de Rojas-».
(') Véanse los dos artículos acerca de las ediciones de Krapf y Foulché-Delbosc, en el Litera-
Uirblatt für germanische und romanische Philologie (tomo XXII, 1901). En ei segundo dice: «Ein
»einz¡ger Verfasser aller 21 Akte, wie Menendez y Pelayo luul wie ich selber anneliine». Tal
sufragio vale por muclios. Verdad es que la insigne romanista deja en duda si tal autor fué Fer-
nando de Rojas ú otro, pero ha de tenerse en cuenta que cuando escribió su artículo no se conocían
todavía los documentos que prueban indisputablemente la existencia de Rojas y le declaran autor
de la Celestina.
(*) Revue Hispantque, VII, p 57. . '
xxviu ORlGETfES DE LA NOVELA
aimque por diverso modo. ¿Pertcnecea al autor primitivo las adiciones introducidas
en 1502 (acaso antes)? ;,Paeden atribuírsele los cinco actos nuevos ó sea el Tractado de
Centurión El 8r. Foulchó-Delbosc sostiene resueltamente que no. Su argumentación es
brillante y especiosa; pero en materias de gusto tales alegatos nunca pueden convencer
á todos, por mucho que sea el ingenio y la sutileza del abogado. La crítica literaria
nada tiene de ciencia exacta, y siempre tendrá mucho de impresión personal.
Para mí las adiciones son de Rojas, aunque muchas de ellas empeoren el texto.
Prescindamos de la inverisimilitud de que nadie, en vida del autor, se hubiese atrevido
á alterar tan radicalmente su obra, sin que él de alguna manera protestase; porque esta
razón, que sería de mucha fuerza para la literatura moderna, pierde valor tratándose de
los primeros años del siglo xvi y aun de épocas muy posteriores. Todavía en la centuria
siguiente las obras dramáticas eran objeto de la más desenfrenada piratería: Lope, Tirso,
í^, Alarcón, Calderón vieron impresas muchas de sus comedias en forma tal que no acerta-
^\ ban á reconocerlas. Cualquier librero que compraba á histriones hamliientos unas cuantas
copias de teatro, llenas de gazafatones y desatinos, formaba con ellos una parte extra-
vagante^ y la echaba al mundo atribuyendo las comedias á quien se le antojaba. Si esto
sucedía en tiempo de Felipe IV, imagínese lo que podía pasar en tiempo de Rojas,
cuando apenas comenzaba á existir la salvaguardia del prkñtegio.
Pero las interpolaciones de 1502 tienen tal carácter, que cuesta trabajo ver en ellas
una mano intrusa. Afortunadas ó desgraciadas, son enmiendas de autor, que se propone
mejorar su libro y condescender con el gusto común de los que le importunaban para
que «se alargasse en el proceso de su deleyte destos amantes» .
Líbreme Dios de negar las ventajas de la corrección y de la lima. Rodrigo Caro
volvió tres veces al yunque la (junción de Itálica antes de encontrar la forma definitiva
y perfecta de aquella oda clásica. Moratín, cuyo gusto era tan severo, y en quien llegó
á ser monomanía el furor de las correcciones, mejoraba comúnmente sus obras; pero no
siempre el último texto de sus comedias aventaja en todo y por todo á los anteriores.
Hartzenbusch escribió tres veces Los Amantes de Teruel^ y la última vei'sión supera
notablemente á la primitiva, aunque algo ha perdido de su juvenil frescura. Pero,
¿cuántos ejemplos grandes y chicos presenta la historia literaria de obras estropeadas
por sus propios autores, con retoques que la posteridad ha desdeñado, ateniéndose á
la lección primera? ¿Quién se acuerda hoy^'de la Oerusaleimne Conquistata del Tasso?
Para nadie que no sea erudito de profesión existe más Gerusalemmc que la Litjerata.
¿Quién no se duele de ver estropeados los mejores versos de Meléndez en la edición
postuma, que había preparado él mismo? ¿Quién no aplica la misma censura á la
última colección que de sus versos líricos y dramáticos hizo doña Gertrudis Avella-
neda? Más cerca de nosotros, Tamayo, digan lo que quieran sus panegiristas, sacrificó
muy bellos rasgos de su Viryinici en aras de una corrección fría y seca, de que en sus
últimos años se había prendado.
Siendo tan frecuentes estos ejemplos, no hay motivo para creer que las intercala-
ciones de Rojas dejen de ser auténticas por ser desacertadas. Luego veremos que no
siempre lo son, y que perderíamos mucho con perder algunas de ellas.
Estas alteraciones pueden estudiarse sin trabajo alguno, ya en el importante estudio
del Sr. Foulché-Delbosc, que las ha recogido y clasificado antes que nadie, ya en la
reciente y muy cómoda edición de la Celestina^ en que el Sr. D. Cayo Ortega ha distin-
INTRODUCCIÓN xxix
guido, poniéndolas entre corchetes, todas las frases añadidas en el texto de veintiún
actos.
Supresiones hay muy pocas é insignificantes. Todas ellas juntas suman treinta y
cinco líneas, según el cálculo del Sr, Foulché.
Las adiciones son de dos clases: nnas recaen sobre el texto antiguo, oti-as consti-
tuyen actos nuevos. De las primeras, que llegan á 4o9 líneas, hay poco que decir, porque
casi todas obedecen al mismo sistema.
Una de las mayores novedades de la Celestma (aunque tuviese algún precursor), y
una de las que más debieron contribuir á su éxito, fué el empleo feliz y discreto do los
refranes, proverbios y dichos populares. Ya el primitivo diálogo estaba sembrado
de ellos, pero en la refundición hay abuso: tiene razón el Sr. Foulché. Parece que el
autor ha querido darnos un índice paremiológico ó verter todo el del Marqués de San-
tillaua. Generalmente son repeticiones excusadas de lo que ya estaba bien dicho. «Se-
ñor (dice Sempronio en el acto VIII), no es todo blanco aquello que de negro no tiene
semejanza». «Ni es todo oro quanto amarillo reluze», se añade en el texto de 1502.
Decía Celestina en sus diabólicos consejos á Areusa: «Una ánima sola ni canta ni
llora; un frayle solo pocas veces le encontrarás por la calle; una perdiz sola por mara-
villa vuela» . Y en la edición refundida continúa así: «im manjar solo presto pone has-
» tío; ima golondrina no hace verano; un testigo solo no es entera fe; quien sola nna
»ropa tiene presto la e?irejere» (Acto VII).
Claro que esta retahila no puede aplaudirse, y menos tomada como procedimiento
liabitual, pero ¿por ventura era infalible el gusto de Rojas? ¿Es intachable el texto de
diez y seis actos? ¿Por qué no hemos de suponer que dormitó alguna vez, á pesar de su
maravilloso instinto, un hombre que no había nacido en la edad de la crítica ni tenía
más consejero que su propio discernimiento? ¿No era fácil que cayese en la tentación
de recargarlo que un artista de tiempos más cultos, aunque de menos lozanía, hubiese
probablemente cercenado como vicioso?
La repetición de los refranes en formas diversas ofende más, porque casi siempre
es superfina. Pero en las sentencias añadidas hay cosas muy notables, que sólo el pri-
mitivo autor ó alguno que valiese tanto como él era capaz de escribir.
Sirvan de ejemplo estas enseñanzas morales del acto IV, que nada pierden de
su valor por estar puestas en boca de la madre Celestina: «Aquél es rico que está
bien con Dios; más segura cosa es ser meuospi-eciado que temido: mejor sueño
> duerme el pobre que no el que tiene de guardar con solicitud lo que con trabajo
^ganó y con dolor ha de dexar. Mi amigo no será simulado y el del rico sí; yo soy
querida por mi persona, el rico por su hacienda; nunca oye verdad, todos le hablan
> lisonjas a sabor de su paladar: todos le han envidia; apenas hallarás un rico que no
» confiese que le seria mejor estar en mediano estado ó en honesta pobreza. Las rique-
»zas no hazen rico, mas ocupado; no hazen señor, mas mayordomo; más son los
» poseídos de las riquezas que los que las poseen: a muchos traxeron la muerte, a todos
» quitan el placer y a las buenas costumbres ninguna cosa es más contraria. ¿Xo oiste
»dezir: durmieron su sueño los varones de las riquezas, y ninguna cosa hallaron en
»sus manos?»
El que haya leído en las ediciones vulgares éste y oti'os trozos no dejará de echar-
jlos de menos en la de diez y seis actos. Y todavía le sorprenderá más que se tache de
XXX orígenes de la NOVELA
intercalación apócrifa este donoso pasaje del acto IX, en que la mala pécora de Areusa
se duele de la triste suerte de las criadas: «Nunca tratan con parientes, con yguales
»a quien pueden hablar tú pir tú, con quien digan: ¿qué cenaste? ¿estás preñada?
» ¿cuántas gallinas crias? llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado;
:>¿quánto ha que no te vido? ¿cómo te va con él? ¿quién son tus vecinas? e otras
» cosas de igualdad semejantes. ¡O tia, j qué duro nombre, e qué grave e sobervio es
aseñora contino en la boca!» ('). Ese diálogo intercalado, tan vivo y tan sabroso, ¿no
vale más que el texto, aquí muy seco, de la primera edición? «Assi goce de raí, que
»es verdad; que éstas que sirven a señoras ni gozan deloyte ni conocen los dulces
apremios de amor» .
Tales excepciones, y hay otras, prueban, á mi juicio, que no siempre anduvo torpe
la mano del refundidor. Se le acusa de hacer impertinente y pedantesco alarde de eru-
dición histórica y mitológica; pero este cargo, que es muy justo, debe recaer sobre toda
la Celesti)ia^ no sobre una parte de ella tan solo. Ya en el primer acto, Sempronio,
criado con puntas de rufián, pregunta á su amo, después de compararle con Nembrot
y Alexandre: «¿No has ley do de Pasifae con el toro, de Minerja con el can?» Y más
adelante, tratando de los peligros del amor y de las malas artes de las mujeres, tiende
el paño del pulpito como si fuera un moralista de profesión: «Lee los historiales, estu-
»dia los philosofos, mira los poetas, llenos están los libros de sus viles y malos exem-
:>plos e de las caydas que levaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salo-
» mon do dize que las mujeres y el vino hazen a los hombres renegar. Conséjate con
» Séneca e verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles^ mira a Bernai^do. Gentiles,
» judíos, cristianos e moros, todos en esta concordia están». En el acto VIII el mismo
Sempronio cita á «Antipater Sidonio» y «al gran poeta Ovidio».
El conjuro archilatiuizado de Celestina (en el acto III), más propio de la maga Ericto
de Tesalia que de una bruja castellana del siglo xv, y bien diverso de los verdaderos
conjuros que los procesos inquisitoriales nos revelan, estaba ya en la primera versión,
y sólo se le añadieron en la segunda las pocas líneas que van en bastardilla y que no
alteran su carácter aunque le refuercen con nuevas pedanterías: «Conjuróte, triste Plu-
»ton, señor de la profundidad infernal, emperador de la Corte dañada, capitán sobervio
»de los condenados angeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes ethnicos
» montes manan, governador e veedor de los tormentos e atormentadores de las peca-
» doras ánimas (regidor de las tres furias Tesifone^ Megera e Alelo ^ administrador de
» todas las cosas negras del reyno de Stigie e Dite, con todas sus lagunas e sombras
>-> infernales e litigioso caos^ 7nantenedor de las botantes arpias^ con toda la otra, com-
y-'paTíia de espantables e pavorosas ijdras)\ yo, Celestina, tu más conocida clientula, te
» conjuro, por la virtud e fuerza destas bermejas letras; por la sangre de aquella noc-
» turna ave con que están escritas; por la gravedad de aquellos nombres e signos que
» en este papel se contienen; por la áspera pon90ña de las bivoras de que este aceyte
» fue hecho, con el qual vnto está hilado, vengas sin tardau9a a obedescer mi volun-
»tad...»
No es este el lenguaje habitual de Celestina, pero en lo restante de la pieza se mues-
tra tan leída en las historias antiguas como el que más. Ponderando en el acto IV las
(*) He aquí uno de los lugares en que la prosa de la Celestina recuerda más la del Corbacho.
TNTRODUOCTÓN xxxi
buenas partes de Caliste, no se olvida de las fábulas ovidianas y acota como si le fue-
ran muy familiares los versillos de Adriano Aiiinmla^ vayula^ blandula^ (jue segura-
mente lo serían para el escolar ó bachiller que puso en sus labios tan donosa cita: «Poi-
»fe tengo que no era tan hermoso aquel gentil Narciso que se enamoró de su propia
» figura, cuando se vido en las agnas de la fuente... ('). Tañe tantas canciones e tan
> lastimeras, que no creo que fueran otras las que compuso aquel Emperador e yrau
- músico Adna/io de la pariida del ánima^ por siiffrir sin desmayo la ya vezina mu£r-
í> te... Si acaso canta, de mejor gana paran las aves a le oir, que no aquel antico, de quiou
'^se dize que movia los arboles e piedras con su canto. Siendo éste nacido, no alabaran
» a Orfeo» .
En este género de erudición, todos los personajes rayan á la misma altura. Si los
criados y las alcahuetas saben tanto y hablan tan bien, no han de quedar inferiores los
([ue se criaron en mejores paños, los mancebos de noble estirpe, las ilustres doncellas,
los viejos venerables y sentenciosos. Caliste poseía á fondo la Eneida.^ y saca de ella
uii cumplimieuto para Celestina, que no le hubiera entendido á no estar versada tam-
bién en el poema virgiliano: «De cierto creo, si nuestra edad alcanzara aquellos passa-
> dos Eneas e Dido, no trabajara tanto Venus para atraer a su hijo el amor de Elisa,
> haciendo tomar a Cupido Ascánica forma para la engañar; antes por evitar prolixidad
» pusiera a ti por medianera» .
La lamentación del padre de Melibea, Pleberio, que llena el acto XXI, contiene-
reminiscencias clásicas tan oportunas como éstas (2): «Yo fuy lastimado sin aver ygual
> compañero de semejante dolor, aunque más en mi fatigada memoria rebuelvo presen-
f> tes e passados. Que si aquella severidad e paciencia de Paulo Emilio me viniere a
» consolar con pérdida de dos hijos muertos en siete dias, .... no me satisfaze, que otros
*dos le quedaban dados en adopción. ¿Qué compañía me teman en su dolor aquel
» Pericles^ capitán atheniense, ni el fuerte Xenofon., pues sus pérdidas fueron de hijos
»absentes de sus tierras... Pues menos podrás decir, mundo lleno de males, que fuimos
semejantes en pérdida aquel Anaxágoras e yo», etc., etc.
No negamos que en la parte añadida el abuso de citas llega al colmo y estropea
algunas situaciones que antes estaban libres de este vicio. Pero ¿por eso hemos de
suponer un autor nuevo? Más natural es creer que Rojas, al refundirse, extremase sus
defectos, lo mismo la verbosidad declamatoria que el pedantismo infantil del Rena-
cimiento. Grima da leer en el soliloquio de Melibea, próxima á arrojarse de la torre,
aquelhi absurda enumeración de todos los grandes parricidas: Bursia, rey de Bitinia,
que sin ninguna raxóii mató á su propio padre; Tolomeo, rey de Egipto, que exterminó
á toda su familia por gozar de una manceba; Orestes, matador de Clitemnestra; Nerón,
(le Agripina; Filipo, rey de Macedonia; Heredes, Constantino; Laodice, reina de Capa-
(locia; Medea, la nigi'o mantesa^ y finalmente «aquella gran crueldad de Phraates, rey
l'j liivoliintiii¡iiiiu-;ite se recucnlan los versos (U- Fornáa Pérez de (ín/iniiii, tine aciso estarían
presentes ;í l<i memoria do Rojas:
El gentil niño Narciso
En nna fuente gayado,
De 8Í mismo enamorado
Mny esquiva muerte priso...
('-) Más adelante veremos de dónde están tomada?.
xxxii ORÍGENES DE LA NOVELA
»de los Partos, que porque no quedase sucesor después de él mató á Oróte (Orontes),
»su viejo padre, e á su único hijo, e treynta hermanos suyos».
Todo este catálogo falta, es cierto, en la edición de diez j seis actos; pero ¿no era
muy capaz de "escribirlo el que había puesto en boca de Melibea, dirigiéndose á su
padre en el momento crítico de consumar el suicidio, una pedantería mayor que todas
esas, aunque no esté recargada de nombres propios? «Algunas consolatorias palabras
»te diría antes de mi agradable fin, collegidas e sacadas de aquellos antiguos libros
» que po7' más aclara?- mi ingenio me mandavas leer, sino que la dañada memoria cou
» la gran turbación me las ha perdido» .
Falta examinar el valor de los cinco actos nuevos, ó sea del Tractado de Centuria.
Para ello hay que tener á la vista algunos antecedentes sobre el plan de la Celestina,
que nos ahorrarán luego otras explicaciones. ¿Y qué palabras serán más breves para
declararlo que las mismas palabras del argumento de la obra?
«Caliste fue de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda crian-
»9a, dotado de muchas gracias, de estado mediano. Fue preso en el amor de Melibea,
;>muger mo9a, muy generosa, de alta y serenissima sangre, sublimada en próspero esta-
» do, una sola heredera a su padre Pleberio j de su madre Alisa muy amada. Por soli-
»citud del pungido Caliste, vencido el casto proposito de ella, entreveniendo Celestina,
,>mala y astuta muger, con dos servientes del vencido Calisto, engañados e por ésta tor-
» nados desleales, presa su fidelidad con anzuelo de codicia y de deleyte, vinieron los
» amantes e los que les ministraron en amargo y desastrado fin. Para comiendo de lo
» qual dispuso el adversa fortuna lugar oportuno, donde a la presencia de Calisto se
> presentó la desseada Melibea;^ .
Cómo empezó á cumplirse este proceso amoroso lo declara el argumento del primer
aucio, que también íntegramente transcribimos: «Entrando Calisto en una huerta en
» seguimiento de un falcon suyo, halló allí a Melibea, de cuyo amor preso, comentóle
»de hablar. De la cual rigurosamente despedido fue para su casa muy angustiado.
» Habló con un criado suyo llamado Sempronio, el qual después de muchas rarones
»le enderezó a una vieja llamada Celestina, en cuya casa tenia el mismo criado una
» enamorada llamada Elicia...»
La fábula, aunque muy sencilla, está perfectamente construida. Desde que Celes-
tina entra en escena, ella la domina y rige con su maestría infernal, convirtiendo en
auxiliares suyos á los criados de Calisto y Melibea, seduciendo á Pármeno con el cebo
del deleite de Areusa, prima de Elicia; á Sempronio con la esperanza de participar del
botín; á Lucrecia, otra prima de Elicia, que no desmiente la parentela aunque criada
(le casa grande, con recetas de polvos de olor y de lejías para enrubiar los cabellos.
Pero estos son pequeños medios para sus grandes y diabólicos fines. Necesita introdu-
cirse en casa de Melibea, adormecer la vigilancia de los padres, despertar en el inocen-
te corazón de la joven un fuego devorador nunca sentido, hacerla esclava del amor,
ciega, fatalmente, sin redención posible. Esta obra de iniquidad se consuma con la
intervención de las potencias del abismo, requeridas y obligadas por Celestina con
enérgicos conjuros, aunque el lector queda persuadida) de que Celestina sería capaz de
dar lecciones al diablo mismo. La verdadera magia que pone en ejercicio es la suges-
tión moral del fuerte sobre el débil, el conocimiento de los más tortuosos senderos
del alma, la depravada experiencia de la vida luchando con la ignorancia virginal,
INTRODUCCIÓN xxxiii
condenada por su mismo candor á ser víctima do la pasión triunfante y arrolladora.
Toda la dialéctica del genio del mal se esconde eu las blandas razones y filosofales sen-
iencias de aquella perversa mujer.
Pero tanto ella como sus viles cómplices sucumben antes que Melibea (vencida
moralmentc en el auto X y concertada ya con su amante en el XII) acabe de caer
en brazos de Caliste. Riñen Sempronio y Pármeno con la desalmada vieja, que les
iiir-íra su parto en la ganancia de la cadena de oro entregada por Caliste. Encrós-
pase la pendencia y acaban por darla de puñaladas y saltar por una ventana, quedan-
do muy mal heridos. La justicia los prende y al día siguiente son degollados en público
cadalso, con celeridad inaudita.
Con tan siniestros agüeros llega Caliste á su primera y aquí única cita de amor con
Melibea (aucto XIV). La escena es rápida y no puede calificarse de lúbrica. Triunfa el
enamorado mancebo de la honesta aunque harto débil resistencia de la doncella; pero
la fatalidad que se cierne sobre sus amores le hiere alevosamente cuando se creía más
dichoso, al salir del huerto que había ocultado con sus sombras los regalados favores
de Melibea. Ella misma lo cuenta admirablemente en su discurso postrero: «Como las
» paredes eran altas, la noche escura, la escala delgada, los sirvientes que traía no
> diestros en aquel género de servicio, no vido bien los pasos, puso el pie en vazio e
»cayó, c de la triste cayda sus más escondidos sesos quedaron repartidos por las pie-
»dras e paredes. Cortaron las hadas sus hilos, cortáronlo sin confession su vida; corta-
»ron mi esperanza, cortaron mi compañía».
Los dos últimos actos, equivalentes al XX y XXI de la edición actual, no con-
tienen más que el suicidio de Melibea y el llanto do sus padres. Xo hay duda que
en esta primera forma la Celestina tiene más unidad y desarrollo más lógico; pero
¿la intercalación de los cinco actos es tan absurda como se pretende? ¿nada per-
deríamos con perderlos? ¿Son tales que puedan atribuirse á un falsario más ó menos
experto?
Por mi parte, no puedo menos de responder negativamente á estas preguntas. La
tesis que pretende despojar á Rojas del Tractado de Centiirio me parece tan dura y
difícil de admitir como la del que pretendiera ser apócrifas todas las aventuras y epi-
sodios que añadió el Ariosto á su gran poema en la edición de 1532, y se empeñase en
preferirla de 1516. Claro que un poema novelesco de plan tan libre como el Orlando
se prestaba mejor á las intercalaciones; pero ¿es seguro que todas las que hizo el
Ariosto sean igualmente felicesT^ellísimos son sin duda el episodio de Olimpia y
Bircno y el de ülania y Bradamaote en el castillo da Tristán; pero no todos dirán lo
mismo de la historia de León de Grecia, de la expedición de Rugero á Oriente y de
otras cosas que alargan sin fruto el poema.
Mucho más peligro corre el interpolador de una otra dramática, y obra tan senci-
lla como la Celestina. Acaso Rojas no debió condescender nunca con los í|ue mucho
le instaban para que «se alargasse. en el processo de su deleyte destos amantes» .
exigencia muy propia de lectores vulgares y mal inclinados á la carnal grosería. Pero
ya que «contra su voluntad» entió en la empresa (lo cual no creemos más que á mcdiasC)
y determinó retardar la cutástroíe, haciendo que «el deleytoso yerro de amor» durase
«quasi un mes», no había para qué recurrir á una intriga episódica é inútil, que
no conduce á ninguna parte ni modifica en nada el desenlace. Si la venganza que
oi;ír,K\Es PE r.A nove- a. — iii.— f
xxxiv ORÍGENES DE LA NOVELA
Areusa y Elicia quieren tomar de Calisto y Melibea por haber sido sus amores ocasión
de las muertes de Pármeno y Sempronio llegara á cumplirse, y, Calisto pereoiera á ]
manos de asesinos y no por el accidento fortuito de la caída de la escala, aun pudiera
f tener disculpa est» largo rodeo, que haría la muerte del amanto más verisímil desde |
I el punto de vista material, y más interesante como cuadro escénico. Pero como el rufián
Genturio, buscado por las dos mozas para el caso, no hace más que proferir fieros y ba- ,
ladronadas, y el otro rufián, llamado Tiaso el Cojo, y sus dos compañeros, no pasan de ^
dar cuatro voces y trabar una pendencia de embeleco con los pajes de Calisto, claro es
que tres por lo menos do los actos intercalados huelgan por completo, aunque á nadie _ i
le pesará leerlos, pues allí fué trazado la primera vez con indelebles rasgos uno de ;
los tipos que mas larga vida hablan de tener en nuestra literatura dramática y nove- I
lesea, la figura del bravo de profesión, del baladrón cobarde. Centurio es uno de los per- \
sonajes cómicos más vivos y mejor plantados de la obra. Ninguna de sus innumerables
copias ha llegado á oscurecerle. '.
Pero hay en la parte añadida bellezas de otro orden, que pertenecen á la más alta j
esfera de la poesía; que nadie, seguramente nadie, más que el bachiller Fernando de >
Rojas, era capaz de escribir en España en 1502, cuando ni siquiera habían comenzado i
su carrera dramática Gil Vicente y Bartolomé de Torres Naharro. Son dos adivinado- ;
ues de genio, que conviene reivindicar de la injusta nota que se ha querido poner á !
esta contniuacióu. ,
Uno de estos aciertos, salvo pedanterías accidentales, que pueden borrarse mental- !
mente, es el acto XVI de la segunda versión, en que los padres de Melibea razonan
sobre las bodas que proyectan para su hija y ella á escondidas, oye su conversación, i
¡Qué tormenta de afectos se desata en su alma bravia y apasionada! ¡qué delirio '
amoroso en sus palabras, tan ardientes como las de Safo y Heloisa! «¿Quién es el j
»que me ha de quitar mi gloiia? ¿Quién apartarme mis placeres? Calisto es mi
» ánima, mi vida, mi señor, en quien yo tengo toda mi speran^a; conozco dól que no ■'■■
»vivo engañada. Pues él me ama, ¿con qué otra cosa le puedo pagar?.... El amor no
» admite sino sólo amor por paga. En pensar en él me alegro; en verlo me gozo; en ;
»oyrlo me glorifico. Haga e ordene de mí a su voluntad. Si passar quissiere la mar, i
»con él yró; si rodear ei mundo, lléveme consigo; si venderme en tierra de enemigos, .<■
»no rchuyré su querer. Dexenme mis padres go9ar del, si ellos quieren gOQar de mí; ^
»no piensen en estas vanidades, ni en estos casamientos, que más vale ser buena amiga ,
» que mala casada» . i
Pero esta mujer furiosamente enamorada y cuya pasión llega hasta la impiedad, i
HO es una impúdica bacante, sierva vil de los sentidos, sino una castellana altiva y i
Uoble, en quien el yerro de amor deja intacta la dignidad patricia. El autor lo ha expre- )
sado con un rasgo delicadísimo. Oye Melibea decir á su madre, falsamente persuadida x
de la virtud de su hija: «¿Piensas que su virginidad simple le acarrea torpe deseo de i
>ílo que no conosce ni ha entendido jamás? ¿Piensas que sabe errar aun cen el pensa- |
» miento? No lo croas, señor Pleberio; que si alto ó baxo de sangre, ó feo ó gentil de I
agesto le mandáronlos tomar, aquello será su placer, aquello habi'á poj -bueno; que yo f
»só bien lo que tengo criado en mi guardada hija» ._Al escuchar eso, Melibea, enemiga
de toda simulación y mentira, siento oprimido el corazón por eí engaño en que viven
sus padres, y exclama dirigiéndose á su criada: «Lucrecia, Lucrecia, corre. presto, entra
\
. INTítODUCCIÚN 3(sxv
»por el postigo en la sala, y estorva.les su hablar, interrúmpeles sus alaban9as con
» algún fingido mensaje, si no quieres que vaya yo dando vozes como loca, según estoy
» enojada del concepto engañoso que tienen de mi ignorancia».
«Este rasgo de carácter ^dice muy bien Blanco-Wliite), este dolor intenso causado
»por alabanzas indebidas, pinta á la infeliz Melibea del modo más interesante, y
» aumenta el efecto lastimoso de la catástrofe».
¿Y habremos de declarar apócrifo todo esto? ¿Lo será también la segunda escena
del jardín, que á tantos ha hecho recordar los grandes' uoihbres de Goethe y de Shakes-
peare? ¿Quién sino un poeta de primer orden, al cuaíen este caso habría que declarar
más eminente que el inventor original, pudo imaginar aquel contraste de voluptuosi-
dad y muerte, asociando á 61 los misterios de la noche, las armonías de la naturaleza,
el prestigio del canto lírico, en versos que conservan perenne juventud, como dictados
por el Amor mismo, y ^ue se parecen tan poco á los que solían hacerse en el siglo xv?
Cierta es que algunaS; groserías deslucen este acto. Hay en él cierta embriaguez, sen-
sual, que es sin duda de mal gusto y de mal ejemplo. Pero en el trozo hellísimp que
vamos á citar no hay una sola palabra que pueda suprimirse ni por razón de arte ni
por razón de decoro. La cita será algo larga, pero no la creo inútil, porque, á pesar de
las apariencias, son muchos los españoles cultos que no conocen la Celestina más que
de nombre, y los que la leen no suelen fijarse en la perfección de los detalles.
CALISTO
Poned, mozos, la escala, e callacl, que me parece qué está hablando mi señora de dentro.
Sobire encima de la pared y en ella estare escuchando, por ver si oyre alguna buena señal
de mi amor en absencia.
MELIBEA
Cauta más, por mi vida, Lucrecia, que me huelgo en oyrte, mientra viene aquel señor;
e muy passo eutre estas verduricas, que no nos oyan Jos que passaren..,., ... .... ..,.••
, . LÜC$,ECIi. . .
¡O quién fuesse la ortélana
De aquestas viciosas flores,
Por prender cada mañana
Al partir á tus amores!
Vístanse nuevas colores
Los lirios y el ayuvena;
Derramen frescos olores.
Quando entre por estrena.
MELIBEA
¡O quán dulce me es oyrte! De gozo me deshago; no cesses, por mi amor.
•■•i.reREcii
Alegr» es la fuente clara
A quien con gran sed la vea;
Mas muy más dulce es la cara
De Caliste a Melibea.
xxxvi ORÍGENES DE LA NOVELA
Pues aunque más noche sea,
Con su vista goQará.
¡O quando saltar le vea
(^ué de abrazos le dará!
Saltos de gozo infinitos,
Da el lobo viendo ganado;
Con las tetas los cabritos,
Melibea con su amado.
Nunca fue más desseado
Amador de su amiga.
Ni puerto más visitado,
Ni noche más sin fatiga.
MELIBEA
Quanto dizes, amiga Lucrecia, se me representa delante; todo me parece que lo veo con
mis ojos. Procede, que a muy buen son lo dizes, e ayudarte h« yo.
LUCRECIA Y MELIBEA
Dulces árboles sombrosos,
Humillaos cuando veays
Aquellos ojos graciosos
Del que tanto deseeays.
Estrellas que relumbrays,
Norte e lucero del dia,
¿Por qué no le despertays
Si duerme mi aiegriaV
MELIBEA
Óyeme tú, por mi vidu, que yo quiero cantar sola.
Papagayos, ruyseñores,
Que cantays al alvorada,
Llevad nueva a mis amores,
Cómo espero aqui asentada.
La media noche es passada,
E no viene.
Sabcdme si hay otra amada
Quél detiene (').
(') Que lu dei'tene, ilicen la edición le Valencia, 1514, y otris iniicia-i. P>>r m-iJeiite vízón :né-
trioa pietiern el texto de Gorclis, touiailo, al parecer, del de Zirai^ozii, 1507.
Creo etiteramenu; casiia] Id coincidencia entre los últimos versos que canta Melibea con el céle-
bre fragmento tic Sufo:
AÉO'j'.í jjLiv á aíXivva
Kil IIXtjÍioí;, {jLíJit óx
Vú\":í;. TTipá o' Hf/.O' top»
fPoetae Ujrici Gracci. ed. Bei-gk, Leipzig, I8í3, pú¿. 012.')
La semejanza tle la sitnación lia inspirado la misma frase al bachiller Rojas y á la p'eiir<a de ;í!
LcsboH, pero la imitación hubiera sido imposible, puesto qne antes de 1550 no fueron coleccionados íi
INTRODUCCIÓN
CALISTO
xxsvu
Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto; no puedo más suffrir tu penado esperar.
¡O mi señora e mi bien todo! ¿Qiiál muger podia aver nascida, que desprivase tu gran
merescimiento? ¡O salteada melodía! ¡O gozoso rato! jO coraoon mió!...
MBLIBEA
¡O sabrosa traycion! ¡O dulce sobresalto! ¿Es mi señor do mi alma'? ¿Es él? No lo puedo
creer. ¿Dónde eslavas, luziente sol? ¿Dónde me tenias tu claridad escondida? ¿Avia rato que
escuchavas? ¿Por qué me dexavas eclxar palabras sin seso al ayre, con mi ronca voz de
cisne? Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna quán clara se nos muestra;
mira las nuves cómo huyen. Oye la corriente agua de esta fontecica, ¡quanto más suave
murmurio e ruido lleva por entre las frescas yervas! Escucha los altos cipreses, ¡cómo se
dan paz unos ramos con otros por intercession de un templadico viento que los menea! Mira
sus quietas sombras, ¡quán escuras están e aparejadas para encobrir nuestro deleyte!...
Eu resumen, la Celestina de diez y seis actos y la Celestina de veintiuno portene-
ceujl^un mismo autor, que por todas las razones expuestas no creemos que pueda ser
otro que el bachiller Fernando de Rojas, el cual unas veces refundió con acierto y otras
con desgracia lo que de primera intención había escrito: percance en que suelen trope-
zar los más discretos. Por lo demás, es imposible desconocer su mano, tanto en la crea
ción de las nuevas figuras como en la manera de sostener las antiguas. De los reparos
que se han hecho á esto hablaremos más de propósito al tratar de los personajes que
intervienen en la Tragicomedia. La identidad del estilo no ha sido negada por nadie y
viene á reforzar todas las pruebas alegadas. Felicitémonos, pues, de poseer dos versio-
nes de una obra maestra, que tanta luz dan, cotejadas entre sí, sobre los procedi-
mientos del autor, pero no sacrifiquemos la una á la otra y reimprimámoslas siempre
juntas. No amengüemos por mera cavilosidad nuestros goces estéticos: también la hiper*
crítica tiene sus peligros; acordémonos, no ya del P. Harduino, sino de lo que moder-
namente hizo el holandés Hofman Peerlkamp con el texto de las obras de Horacio (').
Aun no hemos agotado las cuestiones previas al estudio de la Celestina. ¿Cuándo
los fragmentos de Safo, y antea de 1526 no fué impreso el texto del gramáiico Hefestión, que nos
lia conservado esos ciiíitro versos, dt'-bil pero fielmente traducidoá por nuestro Castillo y Ayt-nsa:
Ya sumergióse la luna,
Ya las Plójadas cayeron,
Ya 68 media noche, ya es hora,
¡Triste! y yo sola en mi lecho?
{Poesías de. Anacrconte, Safo y Tirt.eo... Madrid, Iinp. Real, IS3'J, páj. 102.)
('^ Lu paradoja del erudito director de la Revite IJispanique lia hecho pocoa prosélitos. Entre
los críticos que disienten de ella debem >8 mencionar (además de nuestro Bo.iilla) á doña Car )lina
Michaelis de Vasconcellos (Litera turbia tt für germunhche und romanische Philologie, n." 1.», lltOl]
y á Mr. E, Martiiienclie {Bulletin h'iHpnniqae, tomo IV, 1902, pp. 95-103), Quelquex mota sur la
Celcétine. «Je dois ajouter (dice Martiiicnclie) que, s'il a vraiment existe, cet adicionador est en
ítout cas fort loin d'étro l'écrivain maladioit que suppose M Foulché-Delbosc. II est, en ef fet, dan^^
dU Célestine, une scéoe qui a fait songer á Siíakeapcare, et qui mérite cet honneur. Cet inmortel diio
j>d'amour, ce n' est pas celui de l'acte XIV, c'est c^iui de l'acte XIX. J'ai presque lutaut de pi-iue
»á refuser t Fierre Corneille la eeconde entrevue de Rodrigue et de Chiméne».
x^icxTÍii ORÍGENES DE LA^ líOVELA
fuó escrita aproximadameute? ¿En qué lugar de España quiso poner el autor la acción
del drama?
Lá'ipríniéi*a cuestión es insoíuble hasta ahora. El único pasaje qué puede' dar algu-
ria íií¿ sobre felfa se encuentra, en el mito ter^efó, y íia sido interpretado de tan varios
modos, que unos infieren de 61 que la comedia de Calisto es posterior al año 1492,'
otros que debió de ser escrita en 1483 y oirosque no puede fijarse con precisión fecha
alguna. Veamos de qué se trata: «El mal y el bien, la prosperidad y adversidad,
»lá'gloria y peña,' todo pierde con el tiempo la fuerga de su' acelerado piriucipio. Pues
»lps casos de admiración venidos con gran desseo, tan presto cómo passados, olvidados.
>>'Cadá dia Vemos novedades, y las oymos, y las passamos y dexamos atrás: disníiuuye-
»ías eí tiempo, fazelas contingibles. ¿Qué tanto te maravillarlas, si dixesen: la tierra
»tem'bl(5, o otra semejante cosa, que no olvidasses luego? Assi como: elado está el rio,
>>el ciego vee ya,,muertp.es tu padre, un rayo cayó,, ganada es Oírmada, el rey entra
»oy, el.turco.es vencido, eclipse hay mañana, la puente es llevada, aquel esya obispo,
-a Pedro robaron, lúes se ahorcó. ¿Qué me dirás siuo que a tres dias passados o a la
» segunda vista, no hay quien dello se maraville? Todo es. assi, todo passa desta raane-
»fa, todo se olvida, todo queda atrás» . ,
rEl sentido general de estas palabras de Sempronio no puede ser más claro. , Todas
las cosas, por admirables que parezcan al principio, dejan de causar maravilla con el
tiempo y con el hábito. Pero los ejemplos que se traen para probarlo ¿sonde cosas pasa-
das ó futuras? Evidentemente lo segundo, cuando se trata de hechos concretos como la
conquista de Granada^ el vencimiento del turco, la entrada del rey, no de cosas genéri-
oasy queen todo tiempo acontecen, como «muerto es tu padre ('), un rayo cayó,, aqueles
ya obispo, á Pedro robaron, Inés se ahorcó». No creo que ganada es Oranada sea una
frase proverbial, que lo mismo pudo emplearse antes que después de la conquista^ y
que sólo alude á la dificultad.de la empresa. No es regla segura tampoco el que la acción
de una obra ficticia haya de coincidir con los datos de la cronología histórica, per-o «1
señor Foulché nota con razón que esta coincidencia es general en las obras antiguas.
Entendido el pasaje de esta manera, sólo nos autoriza para decir que la Celestina
fué escrita jintes do la rtíndicióu de Granada (2 de enero de 1492) y cuando todavía
se consideraba ésta como un acontecimiento remoto. La guerra había comenzado
en 1482. Su término venturoso nó pudo presagiarse con claridad antes de la toma de
Málaga en 1487, Ó más bien hasta la rendición del rey Zagal en Baza (1489). La resis-
tencia de la capital se prolongó todavía dos años.
El Sr. Foulché-Delbosc, que por su tesis contra Rojas propende á exagerar la anti-
güedad de la Celestina^ la hace remontar hasta 1483, conjeturando que la alusión al
vencimiento del turco es una reminiscencia del sitio de Rodas en 1480; que «la puente
es Itevadaa debe- de. referirse al hundimientQ,.de uno de los arcos del puente.de Alcán-
tara en Toledo, que fué reparado en 1484; que. -el eclipse de sol puede ser el de 17 de
mayo, de 1482, y finalmente, que la frase «aquél es ya obispo» hace pensar en don
Pedro González de Mendoza, que comenzó á ser arzobispo de Toledo en 1482. La tal
frase es de lo más vago y genérico que puede darse, y áhádie cuadra menos que algran
■('5" Aúíique las ptilaltras de Scmpronit) van dirigidas ¿Celestina;' Feria ridíciitó entendertóB-del
padre de ésta, que debÍTi estar enterrado Jiácíá'-rrfttclTÓSíailrtS. •■• '^ ^--^^ ^ ' : ■ -f .
INTRODL'CCION xxxix
Cardenal de España, que ja en 1452 era obispo de Calaboira y la Calzada, que en 1468
lo fué de Sigüenza y en 14-73 arzobispo de Sevilla. ¿Quó podía tener de insólito, ni qiió
estupor había de causar á nadie el que llegase á ocupar la silla primada un varón de
extraordinarios merecimientos, tan poderoso además por su linaje, riqueza y sabiduría
política, que llegó á ser llamado en su tiempo el tercer Rey de España?
Además estos argumentos son contraproducentes ó se quiebran de sutiles. Si alude
Sempronio á hechos pasado?, hay que contar entre ellos la toma do Granada, es decir,
todo lo contrario de lo que Se pretende demostrar. Por consiguiente, no hay prueba
alguna, ni indicio siquiera, de que la Celestina fuese compuesta entre los años 1482
y 1481. Más natural es creerla del último decenio del siglo, y este pareceres conci-
liable con cualquier interpretación que se de á las palabras de Sempronio, y con lo que
podemos conjeturar acerca de la edad de Rojas.
Es tal la ilusión de realidad que la Tragicomedia produce, que ha hecho pensar á
algunos que puede estar fundada en un suceso verdadero, y ser históricas las princi-
pales figuras. Sin llegar á tanto, sospechamos que hay algunas alusiones incidentales á
cosas que el tiempo ha borrado. Aquellas horribles palabras de Sempronio á Caliste en
el aucto I: «Lo de tii abuela con el ximio, ¿hablilla fué? testigo es el cuchillo de tu
abuelo» , ocultan probablemente alguna monstruosa y nefanda historia en que no con-
viene insistir más. Acaso la venganza del judío converso se cebó en la difamación déla
limpia sam/re de algún mancebo de claro linaje, parecido á Caliste. También tiene visos
de cosa no inventada (y sobre este pasaje me llamó la atención el Sr. Foulché-Delbosc)
a(^nella venida del embaxador francés^ á quien engañó dándole gato por liebre la picara
Celestina del modo que Pármeno lo cuenta en su famosa descripción de la vida y
hazañas de su madrina (acto I).
Desde antiguo se supuso personaje real á la famosa hechicera y se enlazó su
recuerdo con tradiciones locales de Salamanca, donde suponían muchos que pasaba lá
acción del drama. Ya se consigna esta especie en uno de los escritos módicos del famoso
Amato Lusitano (Juan Rodríguez de Castelobranco), que terminó sus estudios eu aque-
lla Universidad el año 1529. Habla en su comentario á Dioscórides de una fábrica de
cola animal que había en Salamanca, junto al puente del Termes y no lejos de la casa
de Celestina, mujer famosa de quien se hace mención en la comedia de Caliste y Meli-
bea: mon pi'ocul a domo Celestinae mulieris famosissimaejot de qnale a^jitur in nomoe-
»dia Calisti et Melibeae» ('). Sancho de Muñón, que era natural de Salamanca y puso
en la Atenas castellana el teatro de su Trarjicoinedia de Lisandro ij Roselia (1542), da á
entender que Celestina la barbuda vivió allí y también su discípula y heredera Elicia (-).
El doncel de Xérica, Bartolomé de Villalba y Estaña, en El Pelegrina Carioso, obra
(') In Dioscoridis Anazarbei de materia medica libros quinqué, enarrutiones erudltissimi Doctor! s
Amati Lusitani. Venetiis, apud Gualíerum Scotum, 15ó3, lib. III, en. 99, pág. 1^07.
Llamó por primera vez la atención sobre este texto el Dr. Pedro Dias, Archivos da historia da
medicina portugueza^ 1895, pá<r. 0.
Véanse la precio-;a mono.Tafía del Dr. D. M isimiano leemos, ilustre historiador de la Medicina en
Portuí^al, Amato Lusitano. A sua vida e a sita obra (Porln, 1907), pp. .^5-38, y el erudito folleto del
Dr. D. R canlo Jorge, La Celextina en Amato Lunituno, contribución (d estudio de la famosa comedia^
traducido para la revista Xucatro Tiempo p t el Dr. D. Federico MoritaMo (Madrid, 1908).
.,.,(^),c(¿Q!ié más claro lo ípiieres? Xo tienes ya por qué diibdar; y «i ras a San Laurencio y junto á
Jila pila de baptizar hallariui sobre su sepultura este epitafio:
M/ ORÍGENES DE LA NOVELA
terminada en 1577, cuenta que unos estudiantes le mostraron la casa de Celestina. «Y
»ansi baxaron por la puente que es larj^uísima, y de ahí dieron en las Tenerías^ donde
»con gran chacota dixo uno de ellos al Pelcgrino: «veis aquí la segunda estación; esta
» dicen ser la casa de nuestra madre Celestina^ tan escuchada de los doctos y tan acop-
»ta. de los mozos tan loada». A lo cual riendo respondió nuestro Pclegrino:
«Reverenciar se del)e la morada
De quien el mundo tiene tal noticia,
Mujer que es tan heroyca y encumbrada
¿Qué discreto no quiere su amicicia?
De todos los estados es loada,
Y más de los cursados en milicia:
Filosofo dichoso y bien andante
Quien retrató una madre ansí elegante (•)».
Nueve años después, la casa estaba arruinada, al decir de Bernardo González de
Bovadilla, estudiante de aquella insigne universidad, en su libro Ninfas y Pastores de
Henares (2), pero en cambio so enseñaba la torre de Melibea. «Se fueron (los pastores) a
» pasear y a mostrar a Florino las cosas memorables que hay en la famosa Salamanca;
» conviene á saber: los insigues teatros de donde salen los eminentes varones para gober-
» nar el mundo y tener a la república en pacífico estado, los reales y innumerables cole-
»gios de doctos y letrados hombres, la cueva cegada donde dicen haberse leido la nigro-
» mancia, la nombrada y poco vistosa torre de Melibea y la derribada casa de la vieja
» Celestina^ los pasatiempos y recreaciones del humilde Tejares, etc.;- {^).
Una tradición tan vieja y constante algún respeto merece; pero examinada atenta-
mente la Celestina^ nada se ve en ella que convenga á Salamanca más que este pasaje,
que puede haber sido el único fundamento de una localización caprichosa: «Tiene esta
»buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías^ en la cuesta del rio, una
i casa apartada, medio cayda, poco compuesta e menos abastada» . Tenerías cerca del
río había en otras partes, y lo que nunca ha podido verse en el Tormos son los navios
Las mientes empedernidas
De las muy castas doncellas,
Aunque niá>* altas y bellas,
De mí fueron combatidas;
Y ablandadas y vencidas
Con mis sabrosas razones,
Pusi ron sus corazones
l'!n mis manos ya rendidas... .
(Siguen otras dos estrofas),
Claro es que ni la sepultura de Celestiníi en San í-orenzo, ni su epitafio, pueden toniarse en serio,
pero son un nuevo documento de la tradición salman;ina, (Vid. Tragicomedia de Lisandro.. ...
tomo in de Libros Raros ó Curioseos, p 35.)
(>) El Pelegrina Curioso y Grandezas de Eupuña .... Puhlicalo la Sociedad de Bibliófilos Españo-
les. Tomo I. Madrid. 1886, pág. 310.
(-) Tanto este pasaje como el de El Felegrino fueron _\a acotados por el Sr. Foulclié-
Delbo-c.
(3) Primera Parte de las Nimphas y Pastores de Henares Diuidida en seys libros. Compuesta por
Bernardo Goncahz de Bouadilln, Estudiante en la insigne Universidad de SaJamai-a.. .. Impressa en
Alcalá de Henares, por fuan Gradan, A:~o de M.D.LXXXVTÍ, fol. 178.
IN'TRODUCClUX xn
de que habla Melibea: «Subamos, señor, al a<?otea alta, porque desde allí goze de la
>deleytosa vista de los nav¡05> (Aucto XX). Si de lo material se pasa á lo moral, pare-
ce muy raro que ea una comedia salmantina no se hable ni una sola vez de la Cuiver-
sidad y que ninguno de los personajes sei estudiante. Véase, por el contrario, cuánto
los hace intervenir en la suya Sancho de Muñón. No me contradigo al decir esto, y
afirmar en otra parte que la Celestina es una obra humaiiístico y de ambiente univer-
sitario, porque esto recae sobre los procedimientos literarios y sobre el fondo de la
comedia, no sobre la circunstancia material del lugar de la escena. Calisto. Pármeno y
Semprouio no son estudiantes, pero hablan y piensan como tales: la indigesta pedan-
tería de Melibea y la extraña y abigarrada ciencia de que hace alarde Celestina son
más verisímiles en una ciudad literaria que en otra parte. Creo que en Salamanca
recogió Rojas los principales documentos humanos para su obra, pero si hubiese que-
rido dar á entender que la acción pasaba allí no habría dotado á la ciudad de un río
navegable, ni hubiese dejado de hacer alguna alusión á sus escuelas.
La única ciudad de la Corona castellana desde cuyas azoteas pudiera disfrutarse
de la vista de un gran río y de embarcaciones de alto bordo era Sevilla, y por esta sola
razón sostuvo el canónigo Blanco que la Celesiina pasaba en su tierra ('). Pero bien
leída la Celestina, nadie encontrará en ella indicios de que su autor conociese la r^ión
meridional de España y el habla de sus moradores, ni se hubiese fijado en las costum-
bres andaluzas, todavía más pintorescas entonces que ahora y tan distintas de las que él
había visto en el reino de Toledo y en las aulas de Salamanca. Compárese á Rojas con
Cervantes en este punto, y se palpará la diferencia. Pintores eminentemente realistas
uno y otro, no difieren mucho en la factura, y. sin embargo, los mejores cuadros de Cer-
vantes, hasta cuando pinta las arideces de la llanura manchega. ñeneu algún reflejo de
la luz de Sevilla, al paso que el bachiller Rojas permaneció cruda y netamente cas-
tellano, con cierta sequedad y amargura muy ajena del tono blando y misericordioso
de la sátira de Cervantes.
Queda una tercera hipótesis, la del Sr. Foulché-Delbosc. que fija en Toledo el esce-
nario de la Celestina. Pero aquí nos encontramos también con la dificultad del río
'navegable. Xunca desde una azotea de Toledo han podido vers3 navios, ni esto puede
pasar como una licencia poética. La tentativa grandiosa, pero desgraciadamente efímera,
de nav^ación del Tajo hasta su desembocadura en Lisboa pertenece al reinado de Feli-
pe n. Eubo. sin dada, proyectos anteriores, alguno del tiempo de los Reyes Católicos,
pero no autorizaban á un escritor para dar por cumplido lo que no llegó á ser ni inten-
tado siquiera.
Si se prescinde de los navios, resulta que en Toledo concurren casi todos los por-
menores topográficos citados por Rojas: las tenerías junto al río: los nombres de las
parroquias de San Miguel y la Magdalena y de alguna calle como la del Arcediano,
si es que realmente se la puede identificar con una antigua plaza del mismo nombre.
De la calle del Vicario Gordo, mencionada también en la obra, nadie da razón hasta
ahora. Pármeno refiere haber servido nueve años en el monasterio de Guadalupe, que
pertenece á la diócesis de Toledo, aunque situado en Extremadura.
Pero es el caso que algunas de estas cosas no son peculiares de Toledo: tenerías
(') En el ya cita lo artícalo de Ia< Varieditde* ó llfwjero d^ Londret. p 24^5.
xui ORÍGENES DE LA NOVELA 1
j
junto al río había también en Salamanca (como hemos visto), ó iglesias de San Miguel y i
de la Magdalena allí j en Sevilla, aunque creo, por las razones expuestas, que Rojas no i
pudo pensar más que en una ciudad castellana. ¿Y por qué en una ciudad determi- '>.
nada? ¿No pudo crear, como suelen hacer los novelistas, una ciudad ideal, con reminis- '
cencias de las que tenía más presentes, es decir, Salamanca y Toledo? El haber puesto -
una circunstancia que es imposible en ambas mueve á creer que.no quiso concretar
demasiado el -lugar de la acción, para lo cual tendría muy buenas razones; que no es ^
el cuento de Oalisto y Melibea de los que pueden achacarse á personas particulares, i
moradoras de cierto pueblo, sin que padezca no leve mengua su buena fama y la de j
su apellido. I
Poco nos importa todo esto. La Celestina no es obra local, sino de interés perma- ;
uente y humano. Los datos sencillísimos de su fábula: una pasión juvenil, una terce- \
ría amorosa, una doble catástrofe trágica, han podido reproducirse infinitas veces. En i
esta parte Rojas no inventó ni quiso inventar nada, porque su arte, antítesis radical i
de los libros de caballeiías, no esti-ibaba en quiméricas combinaciones de temas inco- ¡
herentes. Tomó del natural todos sus elementos y extrajo el jugo y la quinta esencia ,
de la vida.
Pero aunque su obra sea directamente naturalista y deba tenerse por un original
dechado de pasmosa verdad y observación encarnizada y fría, no puede desconocerse '
que la armazón ó el esqueleto de la fábula, y aun la mayor parte de los personajes, y :
por de contado las sentencias y máximas que pronuncian, tienen abolengo próximo ó \
remoto en la literatura clásica, y en sus imitadores de la Edad Media y del Renaci* ;
miento, y en algunas obras también de nuestra propia literatura. La investigación de \
las que en este sentido pueden llamarse fuentes de la Celestina daría materia para un j
libro entero, del cual ya existe un excelente capítulo, el relativo á los «antecedentes [
del tipo celestinesco en la literatura latina» ('). Aquí nos limitaremos á lo más esen- ,
cial, insistiendo en lo menos sabido. ^ ^i
La influencia clásica fué reconocida, aunque en términos vagos, por Aribau. i
«Sin parecerse la Celestina á ninguna de las obras de la antigüedad, en toda ella tras- ;
»ciendo un olor suavísimo de lectura y meditación sobre los mejores modelos» (-). No .^
se parece, en efecto, á ninguna; pero tiene rasgos sueltos de muchas, y algo, capital á %
mi juicio, que procede de tuente conocida. I
- No doy grande importancia á los nombres históricos, geográficos y mitológicos; pe- |
dántevía Imito fácil y común á todos los íiutorcs de aquel tiempo, pero merecen más ',j
atención las citas positivas de varios clásicos que hay esparcidas por el libro y la tra- ;
ducción ocasional do alguna frase ó sentencia. Desde las primeras líneas del prólogo 3
jvos. encontramos con el filósofo íleráclito y la exposición bastante clara de un princi- 'i
pió capital do su sistema físico: «Todas las cosas ser criadas á manera de contienda ó I
»-batalla, dize aquel gran sabio Eráclito en este modo: Omnia seciindum litem fiunt-»-
" Más adelante nos da noticias del pez echeneis, que parecen tomadas de Aristóteles, |
Plinio y Lucano, pero que realmente lo han sido del Comendador Hernán Núñez en ij
(1) Vid. el artículi) de D. Adolfo Bonilla y San Martin, on la Revue EUpanique, tomo XV(I90tí), I
pp. 37-2-3S(; ■ ' ' ' ■ ' I
(^) Discurso preliminar sohre la novnla espafiola (en el tomo III de la colección de Rivadeneyra), |
p. XIV. ..;• .:.... : ■ . .■...'..
INTRODüCCIÓlí" xiiHi
su glosa á Juan d« Mena: «Aristótiles y Pliuio cuentan maravillas de un pequeño pérS
»llamado Écheneis... Especialmente tiene una, que si llega á una nao ó carraca, la
» detiene que no puedo menear, aunque vaya muy rczio por las aguas; de lo cual haze
»Lucano mención diciendo:
Non puppim retinens, Euro tendente rudentes.
hi mediis Écheneis aquis...
»No falta allí el pece dicho Écheneis^ que detiene las fustas cuando el viento Euro
» estiende las cuerdas en medio do la mar» (').
Del texto de la Trngicoiitedia sólo recordaré unos cuantos lugares, dejando lo
demás para quien emprenda el comentario perpetuo que tal obra merece. La madre
Celestina, en el aucto IV, cita con precisión un verso de Horacio, sin nombrarle:
«¿Ño has leydo que dizeu: venid el día que en el espejo no te conozcas». El lírico lati-
no había tscrito (Od. IV, carm. X, v. 6.):
Dices, heu.'i quoties te Í7i speculo videris altenim...
Sempronio nos advierte (aueto VIII) que «las yras de los amigos suelen ser reinte-
gración de amor» . Es sentencia muy sabida de Terencio en la Andria (v. 556): 'íAman-
tiiim irae^ amoris intejratio est». Pármeno, tan leído como su compañero, traduce,
embebiéndolos en el diálogo, cuatro versos del prólogo de las sátiras de Persio (8-11):
Quis expedivit psitlaco suum /íTp;
Picasque docuit verba nostra conari? .
Magister artis ingemque largitor
Venter, negatas artifex sequi voces.
♦La necessidad e pobreza; la hambre, que no ay mejor maestra en el mundo, no
»ay mejor desportadora e abivadora de ingenios. ¿Quión mostró á las picabas e papa-
» gayos ymiten nuestra propia habla con sus harpadas lenguas (2), nuestro órgano e
» boz, sino esta?» (Aucto IX).
En boca de Pleberio (aucto XX) encontramos el «degeneres ánimos timor arguit^
de Alrgilio {.En..^ IV, 13): «á los flacos corai^onos el dolor los arguye». Y en su lamen-
tación repite el ^Cantabit vacims coram lairone viator» de Juvenal (Sat. X, 22): «como
^caminante pobre que sin temor de los crueles salteadores va cantando en alta boz».
Estos y otros pasajes (3), que sin esfuerzo jotará cualquier humanista, pertenecen
(') Comentando un verso de la copla 252 del Laberinto
Allí 69 mesclada gran parte de cchino
había citado el Comendador los mismos textos de Piinio, Aristóteles y Liicano, traduciendo e.-te
último en los mismos literales términos que Rojas: «No falta ally el pez dicho écheneis, que detiene
»'as fustas en mitad del mar quando el viento euro cstier.de 'aft cnerdiis». El phiiíin no puede ser más
completo, aunque nadie se había fijadoe'n él antes del Sr. Foulclié-Delbosc. l.a GIohíhU-A Comenda-
dor ^e ¡m|)rimió en 1499, el mismo aílo que la Celestina, pero sabido es que su prúIoi;o no ap.irece
hasta 1502 en las ediciones refundidas. De la fuente general de este prólogo se tratará más adelante.
(') Estas harptidas lenguas pasaron á Cervantes.
■ ■,- (») Ko he podido encontrar en las obras de Séneca la sentencia que Celestina le atribuj-e en el
aucto I: «Que, como Séneca dice, los peregrinos tienen muclias posadas e pocas amistades, porque
5LIV ORIGENES DE LA NOVELA
á lo más sabido y vulgar de las letras clásicas, v por lo mismo parecen iüdicar remi-
niscencias escolaros muy frescas. Horacio, Virgilio, Tereucio, Juvcnal y Persio eran
de los autores que so leían más en las aulas. Acaso las frecuentaba todavía el autor ó
había salido de ellas poco antes.
Pero entremos en otro género de imitaciones más dignas de consideración. El
primer esbozo del carácter de la tercera de ilícitos amoríos (con puntas y collares
de hecliicera) puede encontrarse en la vieja Dipsas, que figura en una de las elegías
de los Amores del lascivo poeta de Sulmona (Lib. I, eleg. VIH):
Est quaedam, quicumque volat cognoscere lenaní,
Audiaty est quaedam, nomine Dipsas, anus... (')
Dipsas tiene rasgos comunes con Celestina. El primero es la intemperancia báquica
{Lacrimosaque vino liimina), de la cual procede su nombre (ex re nomen habet), y
por la cual el poeta, en sus maldiciones, la desea perpetua sed:
DI Ubi dent millosque lares, inopemque senectam;
Et langas hiemes, perpetuamque siiim.
(V. 115-1 ¡4).
Otru, y más característico, es la pericia en las artes mágicas, el poder de la hechi-
cería, que no se limita aquí á la preparación de filtros amorosos ni al conocimiento
de las virtudes arcanas de ciertas yerbas, sino que domeña la naturaleza con infernal
señorío, torciendo el curso de las aguas, disponiendo á su arbitrio de la tempestad
y do la calma, enrojeciendo la faz de la Luna y haciendo que derramen sangre las
»en breue tiempo con niiisnno pueden firmar ainistail, y el que eslá en muclios cabos, está eu nin-
»gunoí>; aunque el filósofo cordobés dice cosas muy análogas en el segundo capítulo del libro
De TranquiUitate aninii. Tampoco la encontró Gaspar Bartli, que en las Animadversiones (\ne acom-
pañan á su versión latina de nuestra Tragi'omedia (p. 351) dice: «Loca Sonecae non pauca memini
»vituperantia peregrinationem prcpter animi motus iní^titutam, et laudanlia Sociaticmn illud; quid
»juvat te milare loca, ctim te ubi ibis circuinferas? Hoc tamen dictum non occurrit; puto scntentio-
»Iain aliquam esse Publii, aut akerius Poetae quales oiim plurimae Senecae titulo commendatae
»fuerunt»,
(') Es anterior, sin duda, y sirvió de modelo á Ovidio, el Carmen V del libro A." de Propercio,
Lena Acanthis. que es una serie de imprecaciones contra el túmulo de una alcahueta.
Terra tuum spiniít ohdvcat, lena, nepulcrum,
Et tua, quod non vis, nentiat umhra sitiin...
PtMO dudo que el bachiller Rojas la tuviese presente, porque en su tiempo se leía muy poco á
Piopercio. El «.ipo de Acantliis conviene en muchas cotas con el de Dipsas, especiahnente en la
magia:
Illa velit, poterit magncu non ducere ftrrvm...
Audax cantatac legcs impunere lunar,
Et sua nocturno falle re trrga lapo...
Consuluitque AÍriges no/itro dv singulne et in me
IlippomaneK foitac Semina legit equar,
(V. 9, 13-14,17-18>
Acanthis procura seducir á la querida (puella) de Propercio y le da los mismos consejos que
Dipsas á la de OviJin.
INTRODUCCIÓN xtr
estrellas ('). Xo falta, por supuesto, el vuelo nocturno y la evocación de los muertos:
Evoeat anliquis proavos atavisque sepulcris,
Et solidaní longo carmine findit humum.
Por robusta que fuese la credulidad de los contemporáneos de Fernando de Rojas,
no era fácil que á una bruja castellana pudieran atribuirse tales portentos. Solo de la
necromancia ha quedado algún rastro en la relación que Celestina hace de las diabólicas
artes de la madre de Pármeno (^). En todo esto puede verse también el recuerdo de
las Canidias y Saganas de Horacio y del libro de Apuleyo, que está expresamente ci-
tado en la Tragicomedia (auuto VIII): vEn tal hora comiesses el diacitron, como Ápu-
V leyó el veneno que le convirtió en asno» .
Pero no son la embriaguez ni la hechicería las notas capitales de la Celestina espa-
ñola; en lo que emula y supera á la Dipsas ovidiana es en el oficio que ambas ejercen
de concertadoras de ilícitos tratos, y en la pérfida astucia de sus blandas palabras y
viles consejos:
Haee stbi proposuit thalamos temerare púdicos;
Np-c ianien eloquio lingua nocente caret.
(V. lO-ÜO).
De esta elocuencia da muestra Dipsas queriendo sobornar á la amada del poeta en
un razonamiento que recuerda mucho los coloquios de Celestina con Areusa y auu
con la misma Melibea:
Seis, hera, te, mea lux., juceni placuisse beato:
Ilaesit, et in vultu conslitit usquc iuo...
Ludite, formosae: casta est, quaní nema rogavil,
Aut, si rusticitas non vetat, ipsa rogat.
(') fila miign>i arteii, ^JMOoipic carmina itorit.
Jnqtie caput rnpidan arte ruriirvat arjiíati.
S('it heiie quid granieii,, quid torta concita r'iomlm
Licia, quid valetit virus amantis equne.
Qilitm ndait, toto glomerantur miljila codo;
Quum vüluit, puro fulget in orbe dics,
Sanguinc, si qun Jides, stillantla sidera vidi:
Purpumus Lunae sanguinc vultus crat.
(V. 5-14.)
(■'') «O qué gracio'a era! o qtié desenvuelta, limpia, varonil! tan sin pena ni Umor se amlaiia a
»nieflia noche de cinienterio en cimenterio, huscando aparej is para nuestro ofticio, como de diu; ni
)jdexaiia cristianos, ni moros, ni judios, cn3-os enterramientos no visitana; :le dia los aceeliaim, de
v-noclie los desenterrana. Assi se !iol¿jaiia con la noche escura como tú con el dia c'aro; dizia (jue
«aquella era capa de pecadorep. ¿Pues maña no tenía, con todos las otras gracia!-? Vna cosa te
¡)diré, porque veas qué madre perdiste, aunque era para callar; pero contigo todo passa: siete dieo-
Dtes qiitó a un ahorcado con unas tenazicas de pelar cejas, m entran yo le descalcé los cápalos,
»I'nos entrar en un cerco mejor que yo e con más esfnerí/o, avnque yo tenía harta buena fama,
»más que agora, que por mis pecailos todo ^e oluidó con su muerte; qué más quieres sino que los
Dmesmos diablos le anian miedo? atemorizados y espantados los tenía con las ciudas bozes que les
»daua; a-si era dellos conocida, como tú en tu casa; tumbando venían vnos sobre otr^s a su
«llamado; no le osarían dezir meniira, según la fuerza con que los apren)iauii ; después que la perdí,
y jamas les oy verdad.» (Aucto Vil )
suyi orígenes de LA NQVELA
Labiiur ocGiilte, faüitque voly,hilÍ8 acias.; ■ ■ ,i
Ui celer adniüsis lahitur amiits aquis.
(V. 23-24; 43-44; 4S-4U).
Tal es el tipo de la Lena romana, ligeramente bosquejado por Ovidio y Propercio.
En el teatro clásico tiene otros precedentes do más consideración ia fábula españo-
la. No los 'disimula Alonso de Proaza en sus octavas encomiásticas:
No debuxó la cómica mano '
De Nevio ni Piauto. varones prudentes,
Ta,n. hiea los engaíws de falsos siruienles
Y malas tnuger es en metro romano.
Cratino y Menando y Magnes anciano
Esta materia supieron apenas
Pintar en estilo primero de Atheuas
Como este poeta en su castellano.
Claro es que Magnes y Cratino, poetas de la antigua comedia ateniense, eran meros
nombres para Rojas y su panegirista. Poco menos debía de pasarles con Menandro^
cuyos fragmentos no fueron impresos hasta 1553, y de quien sólo en años muy recien-
tes uos han revelado los papiros egipcios algunas comedias más ó menos incompletas (*).
Pero Menandro, á quien toda la antigüedad consideró como el más exquisito poeta déla
comedia nueva (-), vivía indirectamente en sus imitadores latinos, especialmente en Te.
rencio. Tanto 61 como Piauto eran familiares al bachiller Rojas, según puede colegirse
por varios indicios. Ya Aribau se fijó en los nombres de algunos personajes, que evi-
dentemente están tomados do las comedias latinas, donde descnipeñau papeles análogos.
Pármeno (^) (que se interpreta inanens ét aditans domino) aparece en el Eunuco^ en
(•) El más importante de e^tos descubrimientos ha sido hecho en 1906, cerca de la antigu.i
Afrodiiopoli.-*, por Gustavo Lcfebvrc. El papiro descubierto y publicado por él contiene los restos de
cuatro piezas, tres de las cuales han podido ser recon^^truídas conj -turalmente, aunque con grandes
lagunas, (Fragments d'un raunuscrit de Méiiandre^ décoiiverís et publiés por M. Ciustave Lefebvre,
iiispecteur en che/ du service des Antiquités de l'Egi/pie. Impreso en el (Jairo, 1907.)
Lo que hoy po>eemos de Menandro. atleuiás de los simples fragmentos, son partes más ó menos
extensas de seis comedias (El Labrador, El Adulador, El Héroe, El J.uicio de Albedrio, La Sannia,
La Mujer Pelona).
(') Los versos con que Ovidio caracteriza el teatro de Menandro (Amorum, I, XV, 17)inclu3'en
trcB de lo8 principales tipoá de \a. Celestina:
' Dumfalltix servus, duras pater, improba lenay
Vivent, duna meretrix blanda, Menandro» erit.
(•*) Tal es la legítima acentuación de este nombre, confirmada en cuanto al castellano por estos
verápa de un soneto de BucLolomé Leonardo de Argensola contra el esgrimidor Pacheco de Narváez:
Cuando los aires, Pármeri", divides
Con el estoque negro, no te acuso..
Como este nombre llegó á nosotros por víi erudita, se conservó el nominativo latino j' se
dijo Pármeno en vez de Purinenón, contraviniendo á la lej^ general. Lo mismo se observa en Crito
y Truso, que son tarabiéa nominativos grecolatinos; Crilón y Trasón hubieran sido las formas
naturales en nuestra lengua.
r
i
INTR0DÜCCI<)N xLyíi
los Adelfos y en la Heetjra. En esta misma comedia y en la Andria interviena Sosia,
todavía más conocido por la parte chistosísima qué desempeña en el Anfitrión de Tlauto.
El nombre de Grito se repite tres veces en el teatro de Tereiicio (Aiulria, Henutnnti-
7710 1 it menos y Phorniio). Traso es el soldado fanfarrón rival del joven Fedria en el
Eiüiuco, y probablemente la idea de llamar Ce/itiirio á nn rufiíin ha sido sugerida por
la misma comedia (v. 775), eu que se pregunta por un ccjiturión llamado Sanga: <¿Vbi
centurio est Sanga, vianipulits furum?» La madre de Melibea (acto IV) dice que va á
visitar á la mujer de Cre>nes. Tres viejos do Tercncio (Andria, IIeautontiinorii7ne/ws,
Phorinio) y un adolescente (Eunuchus) tienen el nombro de Chrcnics. Otros nombres
de la Tracjicoi/iedia parecen forjados á similitud de éstos (').
Si en la imposición de los nombres lleva Terencio la ventaja, en otras cosas de la
Celestina se revela más el estudio de Planto. A 61 hay que referir probablemente el tí-
tulo definitivo de la obra que primeramente había llamado su autor comedia. La voz
tragico7nedia (más bien iragicocomedia) es una jiívención jocosa del poeta latino en
el prólogo de su Anfitrión. Mercurio, que le pronuncia, dice á los espectadores:
«Voy á exponeros el argumento de esta tragedia. ¿Por quó arrugáis la frente? ¿Por-
*que os dije que iba á ser tragedia? Soy un dios, y puedo, si queréis, transformarla en
» comedia, sin cambiar ninguno de los versos. ¿Queréis que lo haga así ó no? Pero, necio
iáe mí, que siendo un dios no puedo menos de saber lo que pensáis sobre esta mate-
»ria! Haré, pues, que sea una obra mixta, á la cual llamaré tra(j ico-comedia, porque
»no me parece bien calificar siempre de comedia aquella en que intervienen reyes y
(•i No es imposible que Celenthia tuviese ya en l;i me'ite (kl aiitoi: el sentido de Srehstina que
le dieron aliíiinoH de su-; censores morales. Pero pudo «er sugerido t¡iml)ién por el Libro delenfor-
zado caballero D, Trislún de Leonin, como ha notado el Sr. Bonilla ea el tomo I, pág-. 410 de eu
colección de Libros de Cabullerías, tln el ca¡»itulo LII de Don T'risláii se lee: «Di/.e la historia que
«qr.a ido Langirote fue portillo de la doncella, ella se afiarejú con mucha gente, y faene con é' la
Dsu tía Celestimr». FA nombre de Lucrecia parece inspiradi>, más que por el recuerdo de la matrona
romana, por 'a reciente lectira del' ii.>ro ile lOneas Silvio. Cristán, no hay que decirio, se deriva del
ciclo bretón. Alisa nos trae á la memoria cierta fábula de !a ninfa Curdiama convertida en fuente
por ;!inoreá del gentil Aliso, que Irae Juau Rodríguez del Padrón en e! Triunfo de las donas. El
nombre de Sempronij leterno compañero de Ticio) no puede ser más naiural en un bachiller
legista. El .Melibeo de las égloiras virgilianas pasó á nuestra tragicomedia cambiando el sexo. Nada
hay que advenir en cuanto á Calisto (no Calixto, como muchas veces se ha impreto), derivado del
superlativo gries^o .íXXutoí (iiermosísimo).
En algunos du los n<uiibres, no en todos, se ajustó el autor de la Tragicomedia á la práctica de
los cómicos latinos, Kegún la explica el gramático Donato comentando los primeros versos de los
Adelfos de Terencio: «Nomina personarum, in coiuoediis duntaxat, habere debent rationem et ety-
«mologiain. Ktenim absurdnm est, comicum aperte argumcntum confingere: vel nomen pereonae
»incongruum daré, vel officium quod sit a nomine diversuin (Lessing, en el número 90 de la Dra-
"^maturgia, propone que se lea et nomen, y no vel nomen, para que resulte más clara la frase). Hinc
))servus fidelis Parmeno: inBdelis vel Syrus ve¡ Greta: miles T.'irano, vel Pide non: jucenis Painphilu».
imalroiui Myrrina, et puer ab od«»re S orax: vel a ludo et gestieulatione Circus, et item siinilia».
(En el Terencio de la colección de Valpy, pág. 1392 )
De antiguo viene reparándose en la intención con que están apl'cados los nom')res de la
'Ceh.ftina. C')varrubi,is en su Tesoro de tu lengua castellunu (2 * eil. 167i. p. 184) «lico á e-te propó-
sito: <iO lestina, nombre de una mala vieja qi-e le dio á la tragicomedia Españ da tan celebrada.
»Dixo.ie assi quasi scelestina a scelere. por ser nulvada alcahueta einl»iistidora; y todas las demás
«personas de aquella comedia tienen nombre apropiadt) á sus calida lea. Calixto es nombre griego,
'»pulcherri?nus; Melü ea vak tanto como dul9ura de i.uiel, mel et vita», etc.
xLviii ORÍGENES DE LA NOVELA
5> dioses, ni de tragedia á la que admite personajes de siervos. Será, pues, como os he
> dicho, una tragicoco>uedia>^.
Post, argwnentum Inijus eloquar trarjocduie.
Quid contraxistis frontem? quia tragocHam
Dixi futuraní hanc? Deus suní; eonmutavero
Eandem hanc, si vollis; faciam ex tragoedia
Comoedia tit sií, ómnibus eisdeni versibus.
Virum sit, an non. vollis? Sed ego sluUior
Quasi nesciam vos velle, qui divos siein:
Teneo qiiil animi voslri super hac re siel.
Faciam iit commixta sil iragicocomoedia,
Naíii me perpetuo faceré ut sil comoedia,
Reges quo veniant el di, non par arbitror.
Quid igitur? quoniam heic servos quoque parléis habei
Faciam sit, proinde ut dixi, tragicocomoedia.
Sin duda que este pasaje no puede tomarse en serio como determinación de un nuevo
género poético, porque Planto se chaneca con el público, pero también es cierto que
ninguna obra de su teatro se asemeja al Anfitrión, que no es parodia trágica ni tara-
poco verdadera comedia. El infortunio conjugal del jefe tebano, víctima de un poder
tan absurdo como incontrastable, no produce risa sino indignación en el lector ó espec-
tador moderno, y acaso también en el antiguo, ni hay en los caracteres de Anfitrión y
Alcumena nada que no sea decoroso y digno de personas trágicas. Lo cómico se refugia
en figuras secundarias, Y como en los diez y nueve siglos que transcurrieron entre
Planto y el bachiller Fernando de Rojas, una sola obra que sepamos volvió á llamarse
tragicomedia ('), nos inclinamos á admitir la derivación plautina. Pero conviene notar
(.}') Eita excepción, muy curlosi par tratarse de una piezri fnndatla en ar_:^ninento liistúr'co
español y contemporáneo (el frustrado regiciilio de Fernando el Católico en BarceN na, 7 de diciem-
bre de 1492), es el Fernandas Servalus de Marcelino Verardo de Ccsena, 8ob;ino de Carlos Verardo,
camarero y secretario de Breves durante los pontiticados de Paulo TI, Sixto IV, Inocencio Vlíl y
Alejandro VI, y autor de la Hixtoria Baetica seu de expugnutione Granaiae, drama en prosa latina,
excepto el argumento y el prólogo, que están en versos yámbic >s.
£1 Fernandas Sérvalas está en versos exámetros, y en rigir los versos son lo único que pertenece
á Marcelino, puesto que el plan fué de Carlos, que es el que escribe la dedicaior'a al Cardenal
Mendoza: «Materiam ipsam Maroellino nepoti et alumno meo, qui Poesi mirifice delectatur, versn
»descr¡bendani, poetici^que coloribns salua rcrum dignitate ac veritate pingendam exornandamque
»tradidi».
Tanto la Iliatoria Buet'ica 'cuyo asunto es la conquista de Granada) como el Fernandas Sérvalas
son curiosas muestras de la tragedia humanística, y una y otra fueron representadas con gran pompa.
La primera cu el palacio del Cardenal Rario y en fecha conocid-i: «Acta ludis Romanis, Innocen-
»tio VIII in solio Petri sedente, anno a Nat. Salvatoris MCoCCXCII, undécimo Kalendas Maii»,
Del ternand US Sérvalas sólo sabemos, por la dedicatoria de A''erardo, que patrocinaron la represer-
tación los prelados españoles D. Bernardo de Carvajal, obispo de Badajoz, y D. Juan de Medina,
obispo de Astnrga, y que fué oída con gran aplauso por el Papa, muchos cardenales y obispos y otra
porción de egregias personas: «Tanto autem fauore et attcntione ab ipso Poutifice Máximo, pluri-
»busque üardiiialibus ac praesulibiis (ut inferiores taceam.. )»
Kn este prólogo es donde Verardo aplica á su obra el dictado de tragicomedia, olvidado desde
Plauto. Y la ll.nii I a i por tener triste el principio (la herida del Rey) y alegre el desenlace, en que
INTRODUCClüX xLix
que el poeta romauo Justifica la novedad del título con la mezcla de personajes trágicos
y cómicos, y el autor castellano con la mezcla de placer y dolor, lo cual es mucho más
racional y filosófico: <vOtros han litigado sobre el nombre, diziendo que no se avia de 11a-
»mar comedia, pues acabava en tristeza, sino que se llamase tragedia. El p)-imer autor
» quiso darle denominación del principio, que fue plazer, e llamóla comedia. Yo, viendo
» estas discordias entre estos extremos, partí agora por medio la porfía, e llamóla traxjl-
■i comedia'^ .
El nombre quedó en la literatura española del siglo xvi, y fué aplicado á obras de
muy vario argumento. Gril Vicente, que en tantas cosas fué tributario de la Celestina^
llamó tragicomedias á una sección entera de sus obras, en que se mezclan piezas .ale-
góricas, como el Triamphü do invenía y la Serra da Estrella^ con dramas caballeres-
cos, como Do7i Diiardos y Amadís de Gaula. Tragicomedia alegórica del Paraíso y del
Infierno se rotula la excelente refundición castellana de una de las Barcas del mismo
Gil Vicente, impresa en Burgos, en 1539. Una de las piezas de la Turiaua^ atribuidas
á Juan de Timoneda, lleva el título de Tragicomedia Filomena. En la numerosa serie
de las Celestinas^ sólo una, la de Sancho Muñón, conserva el dictado de Tragicomedia
de Lisandro y Roselia.
Ninguna de las comedias de Planto y Terencio presenta una acción análoga á la de
la Celestina^ pero hay en casi todas rasgos de parentesco y semejanza que las hacen
hasta cierto punto de la misma familia dramática ('). Kojas se asimiló muchos de los
elementos de la comedia latina. La continua intervención de los siervos en las
intrigas amorosas de sus amos hacen al Líbano de la Asinaria, al Toxilo y al Sagaris-
tión de El Persa, al redomado Pseiidolo que da título á una comedia, al Epidico pro-
tagonista de otra, al Crisalo de Las dos Báqaides^ precursores remotos de Sempronio
y Pármeno. Lo mismo puede decirse del Davo de la Andria, del Siró del Heautonli-
moriimenos, del Geta del Formion, del Pármeno del Eitnuco, que ni siquiera ha teni-
do que cambiar de nombre.
se le ve rcstituiílo á la salud: «.Putest eniín Itaec nostru, uf Amphitruonem suum Flaaíus cippelUit,
)>lragicocomoed¡a nuncitpari^ quia personariuii dignitas et Regiae maiestutis impla illa violatio ad
"bTragoediam, iucundus vero exitus reruní ad Comoediam perünere vkleantury>.
Ambas tragedias fueron impresas en R'>ina, con otras poesías latinas de ambos Vcrardos,
en 1493, per Magistruní Euchar'tum Silber alias Franck. ILi}' otras varias ediciones do la Historia
Baelica entre ellas la famosísima de Basilea, 1494, que coniie.ie la carta de Culón <íde insulis in
mari Indico nuper inventist). Del Fern-tndua Serratun no conozco más reimpresión que la de Si ras-
burgo de 1513, unida á otros opúsculos latinos de vari;>s autores (Argrntoraii, Ex officina Matthiae
tichurerii Sehsteiuls Mente Aprili Anno M. D. XI í I).
Me parece fuera de duda que Fernando de Rojas conocía la obra de Verardo, que por su asunto
debió de divulgar, e bastante en España, y quizá la lectura de su prólogo le sugirió la idea de cam-
biar el titulo de Comedia que había dado á la Celestina en tragicomedia. Obsérvese también que la
explicación que da del nombre conviene con la de Verardo y no con !a de Planto. Pero puede
admitirse la influencia simultánea de los dos textos. Ten^^o por seguro qi:e la Celestina estaba
escrita antes del Fernandus Sérvalas, pero en su primitiva fo ma no se llamaba t'^agicomedia, tino
comedia.
O h\ derivación terencia:ia está indicada ya por el más antiguo imitador de la Celestina, don
Pedro Manuel de Urrea, en i 1 prólogo de su Penitencia de amor (1514). «Esta arte de amores está
Dya muy vsada en esta manera por carias y por genas que dize el Terencio, y naturalmente es eslylo
y>del Terencio lo que hablan en ayuntamient'>.i) (Pág. 3 de la reimpresión de Foulché-Delbosc )
CRÍr.ENKS DE T..4 XOVIÍI.A. — 111 .— <Z
L ORÍGENES ÜE LA NOVELA
Abundan también en el teatro latino los rufianes propiamente dichos (lenones), que
trafican con la venta de mujeres, como el Capadocio del CurcuIiOy el Labrax del
Budens^ el Dordalo de El Persa,, el Sannion de los Adelfos j otros varios, casi iodos
escarnecidos j burlados en su torpe lucro por las estratagemas de los siervos. Cuando
desapareció la esclavitud en la forma en que la conocieron los pueblos clásicos, tuvie-
ron que resultar exóticas en cualquier teatro moderno las intrigas á que dan lugar los
raptos de doncellas, su exposición en público mercado y los reconocimientos ó a?iag-
norises que las hacen pasar súbitamente de la condición servil á la ingenua. Xuestro
autor se abstuvo cuerdamente de imitarlas, al revés de lo que hicieron los poetas
cómicos de Italia en el siglo xvf con monotonía servil y fatigosa.
Pero había otra figura cómica en el teatro latino, que podía trasplantarse á la esce-
na moderna: el soldado fanfarrón, el miles gloriosus,, bravo en palabras y corto en
hechos, que al pasar á las imitaciones adquiere algunos de los caracteres del le7io. No
es ya mercader de esclavos, pero vive cínicamente con el tráfico vil de sus protegidas.
Tal es el rufián Centurio, llamado así irónicamente, no por ser capitán de cien hom-
bres, siüo por rufián de cien mujeres. El abolengo de estos milites, que en los siglos xvi
y xvíi inundan nuestra escena y la italiana^ se remonta á aquellos otros figurones
que en el repertorio de Planto llevan los retumbantes nombres de Therapoiitigono (en
el Curculio), de Pyrgo polinices (en el Miles gloriosus), de Strasophanes (en el Trii-
culentus). Todos ellos tienen por nota característica la fanfarronada: todos se jactan
sin cesar de sus imaginarias proezas; todo el mundo se burla de ellos y de sus ridícu-
los amoríos; son víctimas de los parásitos y de las rameras, y á todos cuadra la descrip
ción que Palestrio hace de su amo:
ijloriosiis, inpudensí
Stercoreus, plenus perjuri atqiie aduUeri:
Ait sese ultro omneis midieres sedar ¿er.
Is deridicidu' st^ qiiaqua incedit, ómnibus.
(M. G., Acto n, --cena I. v. 11-14).
Apenas hay comedia latina sin meretrices, porque los hábitos de la antigua escena
rara vez toleraban intrigas amorosas con mujeres de condición libre, sino con esclavas y
libertas. Pero entre estas cortesanas hay muchos grados. Las de Terencio suelen ser
enamoradas sentimentales, que desmienten con la delicadeza de sus afectos el oprobio
unido á su nombre y oficio. La honestidad de su lenguaje es tal, que los más severos
educadores cristianos no han tenido reparo en poner el volumen de las comedias teren-
cianas, con muy ligera expurgación, en manos de sus alumnos ('). Las heroínas de
Plauto, por el contrario, suelen pertenecer al mismo mundo que Elicia y Areusa, y
(') Bien conocido es el pasaje de^ossuet en su carta al Papa Inocencio XI sobre los estudios
del Delfín de Francia: «Quid memoreiu, utDelpliinns in Terentio suaviter atque utiliter luserit:
))quantaque se híc reroin humanarum exenipla praebuerint, intuenli Jallace» volupLitum ac mulieV'
7>cularuni illecehras, adolesceniulorum impotentes et caecos ímpetus; luhrica:n aetutem a servoriim )i>
«minisieriis atque adulaiione j^er devia praecip'itatam, tum suis exagitatam erroribus, atque amoribus
))cruciatam, neo niai rairaculo expeditaní, vix tándem CDuquiescentcín ubi ad ofQciuoi redierit. Hic
»morum, hic aetatum, hic cupiditatura naturam a summo artífice expressain; ad haec personarnm
)>Eormam ac lineumenta, verosque sermones, dcnique venustum illud aui decens, quo aríis opera
Dcouimendetur. Ñeque interim jucundissimo poetae, si quae licenlius scripserit, parcinms: sed e
INTRODUCCIOX Lí
aun peor. Rasgos hay de ternura, por ejemplo, eu la escena de la separación de Argiri-
po Y Fílenla en la Asinaria (acto III, scena III), pero ¿á quién no repugnan las bajas
complacencias de Filenia con el padre y el hijo simultáneamente?
Las comedias de Planto donde más de propósito se pintan costumbres meretricias
son las Bacchides, la Cistellaria y el Truculentus. En todo esto no se ve ninguna
imitación directa. Más importante es la galería de las lenas^ no sólo porque desempe-
ñan el mismo oficio que Celestina, sino porque se muestran como ella razonadoras y
sentenciosas y dan verdaderas lecciones de perversidad á sus educandas. Así Cleereta
en la Asinaria, Scafa en la MosieUaria^ y más especialmente otra lena anónima que
adoctrina en la Cistellaria á Silenia y á Gimnasia (acto I, scena I). Añádase el rasgo
común de la embriaguez consuetudinaria y parlante. «Multiloqua et multibiba^ es la
«amiSD de la Cistellaria. «Multibiba» y «.)ne7-obiba» son epítetos que se aplican á la
del Ciircitlio^
(Juasi tu larjenas ilicas, ubi vinum solet
Chiiim esse.
(Acto 1, jcena I. \. 78-7U).
Las palabras con que celebra el vino tienen el mismo entusiasmo ditirámbico que
las de Celestina en el aucto IX de la Tragicomedia:
Salve anime mi,
Liberi Icpos: ut veteris veiusti cupida sum!
Nam omnium unguentum odor prae tuo nautea 'st.
Tu mihi stacte, tu cinnamomuní, tu rosa,
Tu crocinum et casia es, tu bdellium: nam ubi
Tu profusas, ib i ego me pervelim sepultam...
(Acto I, scena H, v. 5-8).
Rojas, que tan versado so muestra eu las letras latinas, ¿tendría algún conocimien-
to de las griegas? Xo sería inverisímil el caso, porque ya en su tiempo las enseñaban
en Salamanca Nebrija y Ai-ias Barbosa, pero no tengo ningún motivo para afirmarlo.
Lo que me parece seguro es que conoció, á lo menos en la versión latina de Marcos
Musuro, que estaba impresa antes de 1494, el poema de Museo sobre los amores de
Hero y Leandro ('), de donde manifiestamente está imitada la catástrofe de Melibea.
»nostrÍ8 pliiriinos intempeíantius queque lusisse, inirati, liorum lasciviam exitiosam moribus, seve-
•ris imperüs coercemus.» (En el Terencio de Lemaire, I, p. CLXVIII.)
La ejemplaridad moral que Bossuet encuentia en las comedias de Terencio es por el estilo de
la que afectaba el bachiller Rojas y celebran sus panegiristas. Las palabras subrayadas convienen
extraordinariamente con el encabezamiento de la Celestina. En realidad, ^Terencio no es ningún
severo moralista, pero, aunque gentil, es muy casto y morigerado en la expresión, y por eso, y sin
duda también por el prestigio de la antigüedad, le otorgó Bossuet la indulgencia que negaba á
Molitíre, tan castigado por sus episcopales anatemas. A la fortuna de Terencio en las escuelas cris-
tianas puede ap-icarse aquel dístico de Ovi lio (Trist. II, I, 369):
Fábula jacundi nulla est !>ine amore Menandri,
Et solet hic puetis virginibasqne legi.
(' ) Véase lo que sobre este particular digo en mi reciente libro acerca de Boscán (p. 344). El
poemita de Museo es uno de los dos primeros libros griegos impresos en España (Alcalá de Hena-
res, ¿1514?;; fecha, como se ve, muy posterior á la Celestina; pero su autor pudo conocer las edicio-
nes de Venecia y Florencia, que se remontan á 1494 ó 1495.
ui orígenes de la novela
Sólo aquel texto clásico pudo sugerirle la ¡dea, tan poco española, del suicidio, porque
es idéntica la situación de ambas heroínas ó idéntico también el modo que eligen de
darse muerte, precipitándose ambas de una torre:
Ilapá ..j:«r,~roi o'í n'JpYO'j
6p'j7:TÓ|jL£vov CTnt)>io£(Tatv fjz' £Opa .í Vi .póv a .o'.-f,v
OJ'.oaXÉov órj;i3a r.cp! a-rfizizi ■/tTCüvi,
po'Xtfiov Tpo .ápr.voí á:;* T,Xtoá-0'j ~íii r.iJp-;o-.
Kio' Hp(b Tíívíi '.cv i:i' ¿XX'j[i.ivw nipi .ij-tti,
áXXvtXtüv 6' iróvavTO /.a'; sv Ttu¡j.áTfo r^cp' óXÉOp(¡J.
J^ud fundnmenium vero iurris
Düanialuní scopulis ni vidü mortuuin marilum,
Artificiosam disrumpens circa pectore tunicam
Violenler praeceps ab excelsa cecidit turri.
At Hero j^eriil super viortuo marilo,
Se-invicem cero fructi-sunt etiaiii in ullima pernicie (').
Versos que tradujo con valentía, especialmente el final, nuestro orientalista D. José
Antonio Conde:
Desde los pechos rasga el rico manto,
y al mar se lanza desde la alta torre;
Así murió por su difunto esposo,
Y hasta en la misma muerte se gozaron (^).
Esta apoteosis del Amor triunfante de la Muerte es una de las cosas más notables
de la Celestina^ y no creo que pueda referirse á otra fuente literaria que la indicada. El
delirio amoroso de los poemas del ciclo bretón es cosa muy ditereute, y el lento y torpe
suicidio del Leriano de Xa, Cárcel de Amor, que se extingue de hambre bebiendo en una
copa de agua los pedazos de las cartas de su amada, por ningún concepto anuncia la
arrogante y desesperada resolución de Melibea.
Pero no basta con los estudios clásicos puros para explicar la elaboración de la
Celestina. Tuvo el drama antiguo una continuación erudita que nunca faltó del todo
aun en los siglos más oscuros de la Edad Media, aunque llegara á perderse el genuino
sentido de las voces tragedia y comedia y no quedase rastro alguno de representacio-
nes en público teatro. Ya no fué destinada para él (aunque sí para cierta escena privada
3" aristocrática) la única obra cómica del tiempo del Imperio que nos ha quedado: la
ingeniosa y elegante comedia Querolus ó Querulus, que puedo estimarse como una
continuación de la Aulalaria de Plauto, cuyo puesto y título usurpó durante los siglos
bárbaros. Esta pieza-, de autor ignoto, compuesta al parecer en la Galia Meridional á
principios del siglo v y dedicada á un Kutilio, que bien puede ser Rutilio Namaciano el
autor del Itinej'arium, tuvo por auditorio á los comensales del mismo Rutilio, según
se infiere de la dedicatoria: vNos hunc fabellis atque mensis librum scripsimus». Es lo
que hoy diríamos una «comedia de gabinete» , fruto tardío, auuque sabroso, de un gramá-
tico de la decadencia. En su primitiva forma esta comedia seguía las tradiciones métricas
del teatro latino, pero.fué prosificada en la Edad Media, como lo fueron taubión las
(') E '. de Dübncr en la cjiecciún D.'ilot, \ ág. 9.
(-) l'oeai'.iH (h Safo, Meleagro y Maneo, traducidas del griego .. Madri I, 17l.)7, [ ú^. 133.
IXTRODL'CCIOX Lili
fábulas de Fedro. Varios eruditos hau trabajado ea restituirla á su lección primitiva,
entre ellos Kliukbamer (1825) y más recientemente L. Havet, que al parecer ha salido
triunfante de la empresa. De su delicado y minucioso análisis resulta que el Querolus
fué escrito no en un pes clodus como el que Bücheler ha notado en las inscripciones de
África, sino en tetrámetros trocaicos catalécticos y tetrámetros yámbicos acatalecto>:, y
con arreglo á este principio logra restaurar gran número de versos (').
Cinco siglos nada menos, y una transformación total del mundo, sepai-an el Quero-
lus de las seis comedias que en el siglo x compuso la monja alemana Rosvita fllrgis-
vitha) bella y simpática figura en el renacimiento literario de la corte de los Otones.
Estas seis piezas, que forman la segunda parte de sus obras (liber dramática serie con-
textus). no llevan la menor indicación de haber sido representadas, ni nadie sostiene ya
que lo fuesen, aunque Alagnín lo defendió con deslumbradores argumentos (-) y sobre
ellos fantaseó libremente la crítica romántico. Por su argumento son leyendas religio-
sas, que sólo en estar dialogadas se diferencian de otras varias que Rosvita trató en
narración épica. Por su forma ó estilo quieren ser imitaciones de Terencio, y al mismo
tiempo una especie de antídoto contra el veneno de las ilícitas pasiones que representó
en sus versos aquel poeta (3). Xada á primera vista menos terenciano que las comedias
de Rosvita, que ni siquiera tienen división de actos y escenas; que no están en verso,
sino en prosa; que sólo presentan triunfos de la castidad y de la fe, conversiones do
pecadores, luchas heroicas de santos mártires, y que en su latinidad, cuyo mérito se ha
exagerado, aunque es notable para su tiempo, poco ó nada conservan de aquella flor de
(') Le Querolus. comedie latine anonyri-e. Texte en '-erg restitué daprés un principe nouveau. .
París. Vieweg. 18^"».
[-) Théátre de HroUsvitha, religieuse uUeinande du X*""^ iiede... París, 1845, págF. VI y XLI ilc
ia introducción y en vanos lugares de las notas. Esta insostenible paradoja, aventurada prí mero por
VilJemain y monstruosamente exagerada por I'liilaréte Cliasle*, fué victoriosamente impugnada por
Du Méril en sus Origene* luiinex du théátre rnodeme Ipp. 16-19) y por otros críticos posteriores,
entre los cua'es no debe omitirse á nuestro Fernáníle/. Espino, autor de un extenso y juicio?© trabajo
sobre Rosvita, inserto en sus Entudios de literatura i/ de critica (Sevilla, 1862, pp. 181-266). Hoy
tolo el mundo admite que los dramas de Rosvita fueron escritos únicamente parala lectura. Vid. espe-
cialmente Kopk, Hrotsuitron Gandergheim.ZurLiteraturgeschichtedeilOJahrhundert, Berlín, 1869,
y A. Ebert, ffiístoria General de la Literatura de la Edad Media en Occidente (traducción francesa
de Aymeric y Coi.daniin, tomo III, 1889, pp. 3i0-367). Posteiiores á la edición de Magnin hay
dii9 por lo menos, la de Benedixen, que ^e contrae á bi pirte drau; ál\c& (Hrogiüthae Gamlershemensis
Comoediag VI ad fidem ccdicis Emmeramengig tijpig exjireggas edidit...L.iiheck. 1857). y la de Barack,
que 86 extiende á todas las obras {Die Werke der Broiticitlta, Nuremberg, 1858).
R svita parece condenada á Krvirde blanco á críticos excéntricos ó imaginativo?. Fn 1867,
José Aschbacli llegó á sostener, en una Memoria de la Academia Imperial de Vieiia \Rogwitha und
Conrad Celtes), que sus obras eran ajócrifas y liabjan sido forjadas por Celtee y otros Immanistas del
siglo XVI. De esta opini<jii dio buena cuenta Waitz ^Go'éiting. gelehrte Ameigen, 1867, pp. 1261 y «s.) y
no lia sido tomada en cupnta por nadie.
C) «Plures inveniuntur catholici, cujus nos penitus expurgare nequimus facti, qui pro culliorii*
•facundia sermonis, gentilium vanitatem librorum utiütati praeferunt sacrarum Scripturarum. Suut
»etiara alii sacris inberontes paginis, qui licet a!ia gentilium spernant, Terentii tamen figmenta frr-
•qoeniius lectitant, et, dum dulcedine sermonis delectantur, nefandarum rerum notitia maculantur.
>Unde ego, clamor vulidus ganderghemengis^ non recu.»av¡ illum imitari dictando, dum alii colunt
ílegendo ; q:io, eodtm dictationis genere^ quo turpia lascitarum incesta feminarurn recitabantur,
>laudabiiis sacrarum castimonia virginimi, justa mei fa'^uitatem ingenioli, celebraretur.» (P. 6 de
la ed. de Maguió.)
Liv ORÍGENES DE LA NOVELA
aticismo y gracia urbana que es el mayor encanto de Terencio. Pero reparando algo se
advierte que la religiosa de Gandersheim debe á la asidua lectura del poeta cómico ro-
mano, no sólo la relativa pureza de su lenguaje y ciertos giros marcadamente imitados
de su modelo, sino la soltura y facilidad con que llegó á manejar el diálogo y hasta
algunos atisbos de psicología sentimental y amatoria, de que ella misma parece
ruborizarse en su prefacio^ escrito con cierta coquetería mística que no carece de
encanto ( ' ). Terencio, aunque sea el más casto de los poetas antiguos, es al fin un poeta
del amor. Queriendo Rosvita imitarle á lo divino para borrar el efecto íe sus pintu-
ras, no retrocedió ante los coloquios amatorios, ni temió penetrar con los ermitaños
Abraham y Pafnucio en los pecaminosos lugares de donde redimen aquellos santos varo-
nes á María y á Tais (-). Sólo en las páginas de Terencio pudo adivinar algo de aquel
mundo de las meretrices, que la inspira tan candorosas observaciones: . «Hoc meretri-
^ QihvL^ antiquitus fuit in more, ut alieno delectarentur in amore».
Las obras de Rosvita poco importan en la evolución del teatro religioso y profano
de la Edad Media, pero son un anillo en la historia de la comedia clásica, y bastarían-
para probar, si no fuese tan notorio el hecho, que Terencio es de los raros autores que
O «Hoc tamen facit non raro verecundari graviq le robare perfundi, quod, liiijus modi specie
»dictationis cogente, detéslabilera inlicite aniantium dementiam et male dulcía colloqtiia eonim,
jMjuae nec nostro aiiditui permittuntiir, accomodari dictando mente tractavi et stili officio desig-
»nav¡.» (Pág. 5.)
(') kAmícus. — In domo cujusdam lenonis habitationem elegit, qui tenello amore illam colit;
»nec frustra: naní omni die non módica illi pecunia ab ejus amatoribus adducitur.
y)Ahraham,—k Mariae amatoribus?
-»Amtcus. — Ab ipsis.
y>Abraham, — Qui sunt ejus amatores?
y>Amicus. — Perplures.» {Abrahamus, se. IV.)
(cStabularius. — Fortunata Maria, laetare, quia non solum ut hactenus tui coaevi, sed etiam
»senio jam confecti te adeunt, te ad amandum confluunt.
■»Maria. — Quicumque me diiigunt aequalem amoris viceni a me recipiunt.
y)Abraham. — Accede, IVIaria, et da mihi osculum.
y>Maria. — Non solum dulcia oscula libabo sed etiam crebris senile collum amplexibua mul-
cebo.» (Ib., se. VI.)
aMaria. — Ecce tricHninm ad inliabitandum nobis aptum; ecce lectus haud vilibus stramentis
compositus. Sede ut tibi detraliam calciamenta, ne tu ipse fatigeris discalciando...» (Abrahamus^
se. VIL)
aPaphnutius. — Tu ¡sthaec iutro, Thais, quam quaero?
y>Thais. — Quis hic qui loquitur ignotus?
T>Paphn.—kxnaiOT tuus.
y>Thais. — Quicumque me amore colit, aequam vicem amoris a me recipit.
y>Paphn. — O Thais, Thais, quanta gravissimi itineris currebam spatia, quo mihi daretur copia
»tecum fandi, tuique faciem contemplandi.
«Thais. — Nec aspecttim subtraho, nec colloquium denegó.
y>Paphn. — Secretum nostrae confabulationis desiderat solitudinem loci secretioris.
y>ThaÍ8. — Ecce cubile bene stratum et delectabile ad inliabitandum.» {Paphnuthis, se. III )
No deja de ser una de las curiosas ironías que suele ofrecer la historia el que las primeras esce-
nas lupanarias del teatro moderno hayan sido trazadas por la pluma castísima de una religiosa que
en su mismo atrevimiento revela la pureza de su alma y la rectitud de su intención»
INTRODUCCIÓN lv
tavierou el privilegio de atravesar incólumes la Edad Media, sin que fuese preciso des-
enterrarlos en los grandes días del Renacimiento,
No acontece lo mismo con Plauto. De este padre de los donaires cómicos sólo se
conocieron antes del siglo xv ocho piezas, y aun éstas se leían muy poco (Amphitruo,
Asinaria^ Aulularia^ Captivi, Ciircidio^ Casina, Cistellaria, Epydícas). Hay, sin em-
bargo, en la literatura de los siglos xii y xui un género curiosísimo de comedias (así
las llamaban sus autores), en que á vueltas de otros argumentos aparecen dos ó tres de
Plauto, pero tan extrañamente modificados que es imposible ver en ellos imitación
directa de las piezas originales. Proceden, á no dudarlo, de otras reíundiciones más
antiguas (').
Todas estas comedias tienen el mismo metro, que es el más antidraraático que puede
darse: el dístico de exámetros y pentámetros, á imitación de Ovidio. Se las designa,
por eso, con el calificativo de comedias elegiacas. Algunas, como la de Vetula, están
completamente dialogadas; otras, y son las más, mezclan el diálogo con la narración,
y realmente no son tales comedias, sino cuentos en verso, que por lo cínicos y desa-
forados corren parejas con los más licenciosos fabliaux compuestos en lengua vulgar.
Las dos muestras más antiguas y más plautinas de la comedia elegiaca pertenecen
á un mismo autor, Vital de Blois ( Vitalis Blesse?isis). A lo menos, él creía imitar á Plau-
to, y se escuda con su nombre:
Qui releget Plauhwi, mirabitur altera forsan
Nomina persmiis quam mea scripta notent.
Ahsolvar cidpa; Plautum sequor...
«,
Haec mea vel Plauti comoedia, nomen ab olla
Traxit, sed Plauti quae fuit, illa mea est...
Curiari Plautum] Plautum haec jactura beabit,
Ut placeat Plautus, scripta Vitalis emunt.-
Amphytrion nuper, nunc Aulidaria tándem
Senserunt senio pressa Vitalis opem.
En realidad, no conocía ni por asomos al verdadero Plauto. La Auhdaria, que re-
fundió y abrevió, era el Querolus. El Anfitrión^ disfrazado con el nombre de Comedia
de Geta, tampoco procede del genuino Anfitrión plautino, sino de una imitación más
moderna, probablemente contemporánea del Querolus., puesto que á mediados del
siglo V alude á ella Sedulio en los primeros versos de su Carmen Paschale:
Quuyn sua gentiles studeant figmenta poetae
Grandisonis pompare modis^ tragicoque boatu,
^Ridiculove Getay> , seu qualibet arte canendi,
Saeva nefandarum renovent contagia rerum (').
{') Aun á riesgo ile incurrir en digresión, me extiendo algo sobre las comedias elegiacas y las
comedias hiunanisticas , por ser géneros poco conocidos en España.
(*) CaelU Sedvlii Opera Omnia (ed del P. Faustino Arévalo), Roniae, 1794, apud Antonium
Fulgonium , p. 155.
Du Méril fué el primero que llamó la atención sobre estos versos en sus Origines Latinei du
Théátre Moderne, p. 15.
Lvi orígenes de la novela
, En el poema de Vital de Blois, la fábula de Júpiter y Alcumena queda muy en
segundo término, y todo el interés s? concentra en dos figuras de esclavos, Geta y
Birria. El primero, que sustituye al Sosia do Plauto, es la caricatura de un fámulo
escolástico de la Edad Media, cargado de libros y de presunción pedantesca. Hace con-
traste á su figura la del otro siervo, Birria, grosero, lerdo é ignorante, que triunfa de la
vana dialéctica de su compañero por no haberse depravado y entontecido en las escuelas
como él. Este dato, que no carece de ingenio, contribuyó mucho á la popularidad de
esta comedia, de la cual se encuentran rastros en todas las literaturas medioevales.
Imitación de Plauto (') pudiera juzgarse también por el título la Comedia de milite
glorioso^ atribuida á Mateo de Vendóme ('^), pero de la obra antigua apenas ha quedado
más que el título. Los lances son enteramente diversos y pertenecen al fondo más
escandaloso de la novelística popular {^). Lo mismo puede decirse de la Comedia Mi-
lonis, cuyo autor, que es el mismo Mateo, declara su nombre en el verso final:
Dehile «Maihaei VinJorinensis» ojms.
Esta pieza es de origen oriental, y so deriva remotamente de un episodio del Sende-
bar. El héroe se llama Milón de Constan tinopla, y la pieza misma se da como imita-'
ción de las fábulas griegas [ludiera grceca). Y efectivamente, por la Grecia bizantina
pasaron todas estas historias antes de incorporarse á la cultura europea (*).
La Comedia Lydia, también de Mateo de Vendóme, es un largo fabliau^ cuyo
principal interés consiste en ser fuente de la novela 9.*, jornada 7." del Decamerofi^
es decir, de la historia del peral encantado (•'). Pero la más cínica y brutal do estas
composiciones es la Alda, atribuida á Guillermo de Blois. Quienquiera que fuese el
poeta, se da por imitador nada menos que de Menandro:
•
Venerat in Unguam nuper peregrina latinam
Haee de Menandri fábula rapta siini.,.
O Vid. Flistoire Liltéraire de la Frunce, tomo XV, pp. 428-434, y tomo XXII, pp. 39-50 (artícu-
lo de Víctor Le Clero); Bozon, DeVitali Bhaensi [Rotliomagi, 1880); Müllenbach, Comoediae clegiacae
(Bonn, 1885).
(^) Publicada por Edeléstand Dii Méril, Origines Latines du Théátre Moderne, París, 1849,
pp. 285-297. Sobre Mateo de Vendóme vid. Histoire Liltéraire, tomo XV, pp. 420-428, y tomo XXII,
pp. 55-G4.
O Víctor Le Olere notó la semejanza del desenlace con la fábula 4." de la Noche 4." de Straparola.
(*) El Milo fué publicado por Mauricio Haupt en s-us Exempla poesecs Intinae medli uevi
(Viena, 1834).
(*) La Comoedia Lydiae fué publicada por Du Méril en la tercera serio de su colección de textos
latinos de la Edad Media (Poésies Liédites du Moyen Age, precedées d'une histoire de la fahle ésopi-
que, París, 1854, pp. 350-373).
La atribución de la Lydia y del Miles gloriosus á Mateo de Vendóme ha sido impugnada por
críticos más modernos, que sólo atribuyen á Mateo el Milo y consideran las otras dos comedias
como de autor desconocido, aunque uno mismo, según se infiere de los primeros ver.so8 de la Lydia:
rostquam prima Equitis ludentis témpora risit,
Mox aciiit mentem musa secunda meaní;
Ut nova Lidiades vetares imitata placeret,
Finxi femineis quoque notanda dolis.
Vid. Oloetta, Beitrüge zar Lileraturgeschichle des Miltelulters und der Renaitaance. I. Komddie
vnd Tragodie Im Mittelalter Halle, 1890, p. 79,
IXTRODUCCIOX Lvii
Su argumeüto recuerda muclio el del Eunuco, de Tereticio, salvo que el seductor
no se hace pasar por eunuco, sino por mujer: tema comúu de muchos cuentos libidino-
sos desde la aventura de Aquiles j Deidamia. La comedia de Tercncio era una imita-
ción del Phasma de Menandro, como en su prólogo se declara, y es muy verisímil
que on alguna refundición del Bajo Imperio se hubiese sustituido el nombre del poeta
griego al del imitador latino, con lo cual tendríamos un caso análogo al Querobis y
ai Amphitrion (•).
Completan la breve serie de las comedias elegiacas, la de Baucis^ la de Bahio^ la
de Affra et Ilavius y alguna otra de menos cuenta. De intento hemos reservado para
el fin las dos que nos interesan para este estudio: la comedia de Vetula y el LibeUiis
de Paulino et Polla.
No he visto en España códice alguno de comedias elegiacas, pero consta de un
modo indudable que fueron conocidas é imitadas algunas de ellas. La de Geta y Birria
está aludida tres veces en el Cancionero de Baena (n. 115, 116, 117). Dice Alfonso
Alvarez de Villasandino, en su profecía contra el cardeual do España D. Pedro Fer-
nández de Frías, escrita hacia 1405:
Cuenten de Byrra toda su peresa,
E las falsedades de Cadyna e Dyna,.,
Y en otra poesía del mismo autor y del mismo tiempo:
Atyendan venganr-a del muy falso Breta,
Qual ovo de Birra su compañero (¿compadre?) Gela.
En otros versos, muy oscuros por cierto y revesados, de un Maestro Frey Lopes,
alusivos también á la caída del cardenal:
Ya Byrra floresció (¿floresce?) por su condición:
Del que por peresoa de vida discreta,
Pierde su facienda por el torpe Geta^
Non ha este mundo nin la salvación {^).
¿Estos versos se refieren al poema latino ó á alguna versión castellana que hubiese
de 61? No es temerario conjeturarlo, puesto que medio siglo antes había pasado ya á
nuestro romance, mejorada en tercio y quinto, la obra más curiosa de este género,
Pamphilus de amorc^ llamada también Comedia de Vetula. Intercalada en el libro mul-
tiforme del Arcipreste de Hita, forma casi la quinta parte de 61, y eso que ha llegado á
nosotros con lamentables mutilaciones aun en el manuscrito más completo, en el que fué
del Colegio Viejo de Salamanca (3).
(') Publicadií por Tomás Wri^Iit para la Penij Soc'uty (1842) en tirada de cortísimo número de
ejemplares; después por Dn Móril en el citado t.imo de PoÁfies Inédites du Moi/en Age, pp. 421-422,
y últimamente por E. Lolimeyer, Guilelmi Blessensij Alda, Leipzig, 1892. Sobre Guillermo di Blois,
vid. Histoire Litteraire, tomo XXII, pp b\-b5.
(*) El Cancionero de Juan Alfonso de Baena Mairid, 1851, pp. 115, 116 y 118.
(^) El episodio comienza en la copla 580 (ed. de Ducamin). Al códice de Salamanca le faltan,
después de la cuarteta 659, teis hoja-), que debían contener treinta y dos cuarteta", las cuales se
Lvni ORÍGENES DE LA NÓTELA
Habiendo discurrido largamente acerca del Pamphilus en el tomo primero de estos
Orígenes^ doy por sabido todo lo que allí expuse (') sobre la fecha probable de esta co-
media, sobre su especial carácter y sobre la transformación genial y luminosa que de ella
hizo el Arcipreste de Hita, convirtiendo en un cuadro de costumbres lleno de vida y lo-
zanía lo que en el original no es más que una árida y fastidiosa rapsodia, un centón de
hemistiquios de Ovidio, una mala paráfrasis de algunas de sus lecciones eróticas. Claro
que en el fondo el Pauíphüus es el esquema, no sólo del episodio del Arcipreste, sino
de la propia Celestina, pero lo es de un modo tan simple, tan pueril, tan adocenado,
que casi da pena acordarse de ól cuando se trata de tales obras (-).
No está probado, á pesar de la rotunda afirmaciór de Schack (^), que Fernando de
Rojas conociera el PainphUus en su forma original, aunque precisamente en su
tiempo menudearon las ediciones de esta comedia, que llegó á ser tan rara y olvidada
después; y algún uso debía de hacerse de ella en las escuelas, como lo indica el co-
mento familiar del humanista Juan Prot. Pero realmente no necesitaba haberla leído,
porque todo lo que de ella pudo sacar había pasado á la obra del Arcipreste, que es
sin duda uno de sus indisputables predecesores.
Este gran poeta no estaba olvidado en el siglo xv, aunque por su estilo y su métri-
ca se le considerase como arcaico. El marqués de Santillana le nombra en su famosa
Carta al Condestable de Portugal, y el Arcipreste de Talavera, Alfonso Martínez, no
sólo le cita dos veces, sino que le recuerda cuanto es posible, dada la diferencia de
géneros que cultivaron. De los tres manuscritos que nos han conservado la obra poética
del primer Arcipreste, uno procede del más antiguo de los colegios mayores de Sala-
manca, otro de la catedral de Toledo, ciudades una y otra tan familiares á Eojas.
Pero la evidencia interna se saca no sólo de la comparación de algunos pasajes de
la Celestina con otros de Juan Ruiz, en que están manifiestamente inspirados, sino
del estudio de la fábula misma y de los cambios que en ella introdujo el Arcipreste,
suplen con el manuscrito llamado de Gayóse Hioy de la Academia E-pañola), exceptuando los dos
primeros versos de la 6G0. Pero lo que desgraciadamente no puede suplirse de ninguna manera es la
pérdida total de otros dos folios, LVIII á LXI, que fueron sin duda intencionalmente arrancados
¡nidoris causa^ y contenían gran parte del desenlace de la historia: De cjmo doña Endrina fue a casa
de la vieja e el arcipreste acabo lo que quiso.
Citaré constantemente el texto del Arcipreste por la edición paleográfica de Juan Dycamin, única
que ho}- debe manejarse (Juan Ruiz Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor, texle du XIV" siecle,
publié pour lo preniiérefois avec les lecons des trois manuscrits connus ... Tolosa de Francia, ed. Pri-
vat, 1901).
(1) Orígenes de la novela, tomo I, pp. XCVII-C.
Eii 1900 reimprimí el Pamphilus con una advertencia, en el tomo II de la Celestina, de Vigo,
conforme al texto de Adolfo Baudouin (París, 1874), que es el de la edición parisiense de 1499.
(J^) El primer erudito que señaló la Comoedia de Vetilla como fuente del Arcipreste de Hita fué
D, Juan Antonio Pellicer en la curiosa nota que comunicó á D. Tomás Antonio Sánchez, y publicó
éste en el tomo IV de bu Colección de Poesías Castellanas anteriores al siglo XV, Madrid, 1790,
pp. XXIII á XXIX. Después se han hecho cargo de esta imitación casi todos los que han escrito
sobre él gran poeta castellano del siglo xiv. Véase, como ú'timo estudio importante, el de D. Julio
Puyol y Alonso, uno de los jóvenes de más sólida cultura que tiene España (El Arcipreste de Hita,
Madrid, 1906, pp. 266-279).
(^) Geschichte der dramatischen Literatur und Kunst in Spanien, Von Adoph Friedrich van
Schack, 2." edición, Francfort, 1854, touao 1 .", pág. 157. Cf. la traducción castellana de D. Eduardo
de Miér (Madrid, 1885), tomo 1,», p. 275.
INTRODUCCIÓN ux
alongándose mucho trecho de la comedia de Panfilo y preparando el advenimiento
de la oomedia de Calisto.
Aunque la Vetilla, como todas las demás elegías dramáticas, no tiene en los manus-
critos división de actos ni de escenas, tanto el antiguo comentador Juan Protcomo el mo-
derno editor Baudouin reconocen en ella cinco actos breves. La forma es enteramente
dialogada, sin mezcla de relato alguno, j podría ser representable si no lo estorbasen su
insulsez y la escena lúbrica del final. El Arcipreste de Hita tuvo que acomodarla á la
índole autobiográfica de su libro, y puso en relato parte de la historia, dándose al prin-
cipio como protagonista de ella, aunque luego confiesa lisa j llanamente su origen
literario:
Sy vyllania he dicho aya de vos perdón^
Que lo feo de estoria dis Panfilo e Nason.
(Copla 891).
Entyende byen mi estoria de la fija del endrino,
Díxela por te dar enxiemplo, non porque a mi avino.
(Copla 90!)). '
Comienza el acto primero con un monólogo del protagonista Panfilo, cuyo nombre
parece tomado de Terencio en la Andr'ia ó en la Hecyra. El Arcipreste ha embebido
este soliloquio en el diálogo del amante con Venus, que corresponde á la escena segun-
da del texto latino:
So ferido e llagado, de un dardo so perdido,
En el coraron lo trayo encerrado e escondido.
(Copla 588).
Vulneror et clausum porto sidj pectore telunij
Crescit et assidue plaga dolor que mihi.
Toda la escena está fielmente traducida, pero largamente amplificada.
Señora doña Yenus, muger de don Amor,
Xoble dueña, omíllome yo vuestro servidor;
De todas cosas sodes vos e el Amor señor,
Todos vos obedescen commo a su facedor.
Reyes, duques e condes e toda criatura
Yos temen e vos serven commo a vuestra fechura.
(Coplas 5.8.-i-ro.
Tínica spes vite notre, Venus indita, salve,
Que facis imperio emicta subiré tuo,
Quam timet alta Ducum servitque potcntia Reguni.
(V. 25-27)0.
Todos los tipos salen de la fría y sosa abstracción ótica en que el anónimo autor
de la comedia latina los había dejado. En vez de la sombra de Panfilo, que sólo acierta
á decir de su amada Galatea:
Est michi vicina {vellem non esse) puella...
(') Conservo eo los diptongos y en todo lo demás la ortografía del original.
Lx ORÍGENES DE LA NOVELA
Fertur vicinis formosior ómnibus illa, \
Aul tnc fallit amor^ o»inibus haud superesi.
Dicitur (et fateor) me nohi.Uoribus orta
(V. 55-39-'i0-47). ,
tenemos aquí las españolizadas figuras de D. Melón de la Huerta, «mancebillo guisado ;
que en nuestro barrio mora», y de doña Endrina, la viuda de Calatayud, de quien se !
hace este lindo retrato:
De talle muy apuesto, de gestos amorosa, |
Donegil, muy loQana, plasentera e fermosa, 'i
Cortés e mesurada, falaguera, donosa,
Graciosa e risuenna, amor de toda cosa...
Fija de algo en todo e de alto linaje.
(Coplas 581-Ó85). -■
El ser la heroína viuda y no doncella es nota peculiar de la imitación del Arci- \
preste, que no pasa á Kojas. Pudiera sospecharse que la concordancia que en esto ]
guardan el Pamphilus y la Celestina arguye parentesco directo entre estas dos piezas. '
Pero no es necesario admitirlo, porque el proceso de la seducción es más natural, y ,
también más dramático, tratándose de una virgen que de una mujer en quien ha de ;
suponerse alguna experiencia de la vida. Para el efecto artístico tal combinación es la
preferible, y creo que á Rojas se le hubiera ocurrido aun sin tener presentes el Pam- \
philus ni la Poliscena. Nadie se imagina á D. Juan conquistando viudas. I
De los consejos de doña Venus no hay que hablar: proceden del PampkHus ga- \
llardamente traducido. También está allí, aunque sólo en germen, el primer coloquio
de los dos amantes: '
QiMín formosa, Deusl nudis vem'l illa capillis! j
(V. \rw,\ \
Pero aquí os donde más se palpa la enorme superioridad del imitador. La escena \
del primer encuentro de doña Endrina con D. Melón en los soportales de la plaza está j
escrita con tal cortesanía, discreción y gentileza, que los primeros versos han hecho 1
recordar á algún crítico nada menos que el incomparable soneto de Dante, Tanto gen- !
tile e tanto onesta pare:
¡Ay Dios! E quán fermosa vyene doña Endrina por la platal
¡Qué talle, qué donayre, qué alto cuello de garca!
¡Qué cabellos, qué boquilla, qué color, qué buen andanoa!
Con saetas de amor fj'ere quando los sus ojos alr-a.
Pero tal lugar r.o era para fablar en amores:
A mí luego me venieron muchos miedos e temblores.
Los mis pies e las mis manos non eran de sí sennores.
Perdi seso, perdi fuerf-a, mudaron se mis colores.
Unas palabras tenia pensadas por le desir,
El miedo de las compañas me facian ál departir,
Apenas me conoscia nin sabia por do yr.
Con mi voluntat mis dichos non se podían seguir.
INTRODUCCIÓN lxí
Paso a paso doña Endrina so el portal es entrada,
Bien lor-ana e orgullosa, bien mansa e sosegada;
Los ojos baxó por tierra en el poyo asentada,
Yo torné en la mi fabla que tenia comenzada.
En el mundo non es cosa que yo ame a par de vos;
Tiempo es ya pasado de los años más de dos
(»)iio por vuestro amor me pena: amo vos inús ([iie a Dios...
(Coplas CVi, óí, .'i5, 0;j|).
Tenemos aquí el equivalente de la primera eseeua do la tragicomedia de Melibea,
sin que falte siquiera la sacrilega expresión de «amo vos más que á Dios>, que recuerda
otras no menos impías de Calisto: <Por cierto los gloriosos santos que se deleytan
» en la visión divina no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo» . «Si Dios me
»diesse en el cielo la silla sobre sus santos, no lo ternia por tanta felicidad». Hipérbo-
les amorosas no menos desaforadas que 6stas se encuentran en los trovadores cortesa-
nos del siglo XV, en D. Alvaro de Luua, en Alvarez Gato, pero no hay rastro de ellas
en el Pamphilus, que dice con mucha moderación:
(iraíior in wundo te michi iitilla inanel,
Et te dilexiíjam ter praeteriit aimus...
(V. 1S0-S7).
En el primer acto de la Celestina, Melibea rechaza con ásperas palabras á Calisto.
Eli el diálogo del Arcipreste, doña Endrina comieza por mostrarse esquiva y zahareíia:
Ella dixo: «vuestros dichos non los presciodos piñones».
Bien assi engañan muchos a otras mnclias Endrinas;
El orne tan engañoso asi engaña a sus vesinas;
Non cuydedes que so loca por oyr vuestras parlillas,
Bnscat a quien engañedes con vuestras falsas espinas.
(Coj.las Glií- j'JS).
Lo cual equivale á estos versos del Pantphilas:
Sic multi multas multo tentamiue fallunt.
Et multas fallü ingeniosus amor.
Infatuare tuo sermone vel arte putasti
Quam falli vestro non decet ingenio.'
Quere tuis alias infestis moribus aptas,
Qiias tua falsa fídcs et doliis infatuent.
(V. 178-|'J2).
Pero luego se ablanda, y llega á otorgar grandes concesiones, que Melibea no
hace antes del acto XIL porque no lo toleraba el progreso lento y sabio de la obra
de Rojas:
Esto yo non vos otorgo salvo la fabla de mano,
Mi madre verná de misa, quiero me yr de aqui temprano,
No sospeche contra mí que ando con seso vano;
Tiempo verná en que podremos fabJar nos, vos e yo este verano.
(Copti CSj).
1^x11 orígenes de la novela
Por eso Panfilo y D. Melón de la Huerta pueden exclamar mucho autes que
Caliste:
Desque yo fué narido nunca vy mejor dia,
Solaz tan plazentero e tan grande alegría,
Quiso me Dios bien guiar y la ventura mia.
(Copla G87).
En el segundo acto del Panqjhihis aparece el Deus ex inacMna de la tramoya, una
vieja (aniis)^ de la cual sólo sabemos que es sutil, ingeniosa y hábil medianera para
los tratos amorosos:
Hic prope degit anus suhtilis et ingeniosa,
Ariibus et Veneris apta ministra satis.
^ Ni el ingenio ni la habilidad resaltan en las palabras de la tal amis ó vetula. Es
; un espantajo que no hace más que proferir lugares comunes. La Trotaconventos, cuyo
verdadero nombre es Urraca ('), es una creación propia del Arcipreste, y ella y no la
Dipsas de los Amores de Ovidio, ni mucho menos la vieja de Panfilo., debe ser tenida
por abuela de la Madre Celestina, con toda su innumerable descendencia de Elicias,
Claudinas, Dolosinas, Lenas y Eufrosinas. El Archipreste se recrea en esta hija de su
fantasía; no sólo la hace intervenir en el episodio de D. Melón, sino que la asocia
después á sus propias aventuras, la sigue hasta su muerte, fase su planto,, la promete
el Paraíso y escribe su epitafio:
¡Ay! mi trota convenios, mi leal verdadera!
Muchos te seguían biva, muerta yases señera.
¿A do te me lian levado? non es cosa certera;
Nunca torna con nuevas quien anda esta carrera.
A Dios merced le pido que te dé la su gloria,
Que más leal trotera nunca fué en memoria;
Faserte he un epitafio escripto con estoria.
Daré por ty lymosna e faré oración,
Faré cantar misas e daré oblación;
(') Como apelativo está usado en la copla 441:
E busca meiiFajera de unas negras pecas (*),
Que vsan mucho frayies, monjas e beatas;
Son mucho andariegas e merescen las 9apatas;
Estas trota-conventos fasen muchas baratas I
Pero las rúbricas de los m muscritos del libro del Arcipreste prueban que el apelativo se con- \
virtió muy pronto en nombre propio, puesto que nunca lleva artículo en ellas, aunque se remontan i
al siglo xiv. I
El nombre de Urraca consta en el epitafio: '\
\
Urraca so que yago so esta sepultura 'j
(Copla 1576). \\
Reaparece la palabra trotaconventos en el Arcipreste de Talavera, al parecer como nombre pro- ¡^
pió: «Llámame á Trotaconvenios, la vieja de mi prima, que vaya de casa en casa» (Reprobación del T
(«) Verso sin rima y evidentemente estragado, pero no nos atrevemos á corregirle, ¿Acaso picazas, por el
mucho hablar. o 6 ^ , f
INTRODUCCIÓN lxiii
La mi trota conventos, ¡Dios te dé rredencion!
El que salvó el niundo, él te dé salvación.
Dueñas, ¡non me rrebtedes nin me digades mocuelo!
Que si a vos syrviera vos avriades della duelo,
Llorariedes por ella, por su sotil ansuclo
Que quantas siguia todas yvan por el suelo.
Alta muger nin baxa, encerrada nin escondida,
Non se le detenia do fasia debatida;
Non sé ornen nin duenna que tal oviese perdida
Que non formase tristesa e pesar syn medida.
Ffícele un epitafio pequeño con dolor,
La tristesa rae fiso ser rrudo trobador,
Todos lo que lo oyeren, por Dios nuestro Señor,
La oración fagades por la vieja de amor.
(Coplas 150!). 1Ó71, 1572, 1575, 1574, 1575).
Con esta libre é irreverente socarronería, que no se detiene ante la profanación,
fueron celebradas la exequias poéticas de la primera Celestina en el extraño libro del
genial humorista castellano de los siglos medios.
Las ai'tes j maestrías de Trotaconventos son las mismas que las de Celestina: como
ella gusta de entreverar en su conversación proloquios, sentencias y refranes, y no sólo
ésto, sino enxienplos y fábulas; como ella se introduce en las casas á título de buhonera
y corredora de joyas, y con el mismo arte diabólico que ella va tendiendo sus lazos á la
vanidad femenil:
Si parienta non tienes atal, toma viejas.
Que andan las iglesias e saben las callejas,
Grandes cuentas al cuello, saben muchas consejas,
Con lagrimas de Moysen escantan las orejas.
Son grandes maestras aquestas panjotas,
Andan por todo el mundo, por placas e cotas.
A Dios airan las cuentas, querellando sus coytas;
¡Ay! quánto mal saben estas viejas arlotas.
Toma de unas viejas que se fasen erveras,
Andan de casa en casa e llamanse parteras,
Con polvos e afeites, e con alcoholeras,
Echan la moc^a en ojo e ciegan bien de veras.
(Coplas 438 á 441).
A una de estas viejas buscó el Arcipreste, que aquí distingue claramente su per-
sona de la de Panfilo:
Fallé una vieja qual avia menester,
Artera e maestra e de mucho saber;
Doña Venus por Panfilo no pudo más faser
De quanto fiso aquesta por me faser plaser.
Amor munduno, [arte 2.», capítulo I, pág. 120 de la edición de lo3 Bibliófilos Españoles), y luego
¡en la Celestina (aiicto II', donde dice Párineno: «e lo que más delio siento es venir a manos, de
«aquella trotaconuentos, después de tres veces emplu-nuda». No recuerdo ningún texto intermedio.
Lxiv ORÍGENES DE LA NOVELA
Era vieja buhona destas que venden joyas;
Estas echan el lafo, estas cavan las foyas;
Non ay tales maestras commo estas viejas troyas...
Como lo han uso estas tales buhonas,
Andar de casa en casa vendiendo muchas donas,
Non sse rreguardan dellas, están con las personas,
Fasen con el mucho viento andar las atahonas.
(Coi.'as G'JS á 700).
También Celestina andaba de casa en casa so pretexto de vender baratija»: «Aquí
» llevo un poco de hilado en esta mi faltriquera, con otros aparejos que conmigo siem-
»pre traygo, para tener causa de entrar donde mucho no só conoscida... assí como gor-
» güeras, garvines, franjas, rodeos, tenazuelas, alcohol^ albayalde e soUman^ agujas e
» alfileres, que tal ay, que tal quiere? porque donde me tomara la voz, me halle aperce-
»bida para les echar cebo, o requerir de la primer vista» (acto III).
La anus del comediógrafo elegiaco no se vale de ningún género de encantamientos.
Celestina, sí, y también Urraca, y es una de las notas características que nunca pierde
este tipo en la literatura española:
Dixo: «yo yre a su casa de esta vuestra vesina,
E le fare tal escanto e le daré tal atalvina
Porque esta vuestra llaga sane por mi melesioa;
Desid me quien es la dueña. — Yo le dixe: «doña Endrina».
(Copla 709).
Ssi me dieredes ayuda de que passe algún poquillo,
A esta dueña e a otras mocetas de cuello alvillo,
Yo fare con )n¿ escanto que se vengan paso a pasillo;
En aqueste mi harnero las traeré al sarrillo.
(Copla 7KS).
Comento su escanto la vieja coytral...
(Copla 75(>).
La sortija que puso á doña Endrina debía de tener virtud mágica. Y á mayor abun-
dancia leemos en otro lugar:
Ssy la ensychó o sy le dio atyncar ('),
O sy le dio raynela (*) o sy le dyo mohalinar (•').
O sy le dyo ponzoña o algud (¿algund?) adamar,
Mucho ayna la supo de su seso sacar.
(Cop'a 941).
(') Alinear, goinn, de iin árbol ímüco llaiijado comúnmente horraj. Es ¡voz paia nosotros de ori-
gen arábigo, transmitida al árabe por el persa y oriunda del sánscrito (Viil. Egnilaz (D. Leopoldo),
Glosario etimológico de las palabras espaFiolas de origen oriental, p, 307). Dozy la confundió con
la crysocolla, pero ya desde el siglo xvi el Dr. Andrés Laguna, en sus anotaciones á Dio8CÓride.<!,
había notado la diferencia entre ambas drogas: «Todos aquellos se engañan que toman por la tal
»chrÍ80Colla el Alinear, llamado bórax en las boticas».
(,') Ignoro qué e pecie de hccliizo sea la raynela, aunque el nombre indica que se trata de
alguna raíz.
(') Aunque mohalinar parece nombre árabe, no consta en los glosarios de Engclmann, Dozy y
Eguilaz. Sánchez salió fácilmente del paso diciendo que era «cierto hechizo». Urge un vocaliulario j
completo y razonado de la lengua del Arcipreste. Ningún autor de la Edad Media lo necesita tanto. \ii\
INTRODUCCIÓN lxv
La escena capital de la seducción de Melibea en el aucto cuarto de la Tragicomedia
es un portento de lógica dramática y de progresión hábil. No podía esperarse tanto del
Arcipreste, que escribía en la infancia del arte; pero baste para su gloria haber trazado
el primer rasguño de ella, con las inevitables diferencias que nacen del dato de la viudez
de doña Endrina:
La buliona con farnero va tanniendo cascabeles,
Meneando de sus joyas, sortijas e alfileres;
Desia por falsalejos: «comprad aquestos manteles»;
Vydola doña Endrina, dixo: «entrad, non re^eledes».
Entró la vieja en casa, dixole: «señora fija,
Para esa mano bendiclia quered esta sortija»...
Ffija, siempre estados en casa encerrada,
Sola envejeoedes, quered alguna vegada
Salyr, andar en la piara con vuestra beklat loada.
Entre aquestas paredes non vos prestará nada.
En aquesta villa mora muy fermosa maurebia,
Manrebillos apostados e de mucha looania,
En todas buenas costumbres crecen de cada día.
Muy bien me rresi,*iben todos con aquesta pobledat,
El mejor et el más noble de lynaje e de beldat
Es don ]\telon de la Yerta, mannebillo de verdat,
A todos los otros sobra en fermosura e bondat...
Craed me, fija señora, que quantos vos demandaron,
A par deste mancebillo ningunos non llegaron;
El dia que vos nas9Ístes fadas alvas vos fadaron,
Que para ese buen donayre atal cosa vos guardaron.
Dixo doña Endrina: «Callad ese predicar,
Que ya este parlero me coydó engañar;
Muchas otras vegadas me vyno a retentar.
Mas de mí él nin vos non vos podredes alabar»...
(Coplas 7:24-27, 75'J-740),
Cuando esto se lee acuden involuntariamente á la memoria aquellas graves y sose-
gadas razones de Celestina: «Douzella graciosa é de alto linaje, tu suave habla e alegre
» gesto, junto con el aparejo de liberalidad que muestras con esta pobre vieja, me dan
»osadia a te lo dezir. Yo dexo un enfermo a la muerte, que con sola palabra de tu noble
»boca salida, que lleve metida en mi seno, tiene por fe que sanará, según la mucha
» devoción tiene en tu gentileza... Bien ternas, señora, noticia en esta cibdad de un cava-
»llero mancebo gentil hombre, de clara sangre, que llaman Caliste.
■^Melib. — Ya, ya, buena vieja, no me digas más, no passes adelante. ¿Este es el
» doliente por quien has hecho tantas promessas en tu demanda?»
La psicología del amor, ruda y toscamente esbozada en el Pamphilas ('), tiene en
(*) Véanse los versos del Pumphilus que corresponden á los del Arcipreste, y se juzgará de la
tlifrreiicia:
Dum It'quor ejus adest niichi mena animusqiie loqiieoti,
Dulciter oinne meum suscipit eloquiutn,
ORÍGEXr.S DE LA NCVKLA — 111— g
ixvi ORICxENES DE LA XOVELA
el Archipreste toques tan delicados que no serían indignos de la experta mano del
bachiller Fernando de Rojas:
«Amigo — dis la vieja,— eu la dueña lo veo,
Que vos quiere e vos ama e tiene de vos desseo;
Cuando de vos le fablo e a ella oteo.
Todo se le demuda el color e el desseo.
» Yo a las de vegadas mucho cansado callo,
Ella me dis que fable e non quiere dexallo;
Fago que non me acuerdo, ella va comenvallo,
Oye me dul(;emente, muchas señales fallo.
»En el mi cuello echa los sus bla(;'os entramos,
Ansy una grand pie^a en uno nos estamos.
Siempre del vos desimos, en ál nunca fablamos,
Quando alguno vyene otra rayón mudamos.
»Los labrios de la boca tyenbranle un poquillo,
El color se le muda bermejo e amarillo,
El coraron le falta ansy a meuudillo.
Aprieta me mis dedos en sus manos quedillo.
»Cada que vuestro nonbre yo le esto desrendo
Otéame e sospira e está comediendo,
Avyva más el ojo e está toda bulliendo,
Paresr*e que con vusco non se estarla dormiendo,
»En otras cosas muchas entyendo esta trama.
Ella non me lo nieg¿, antes dis que vos ama;
Sy por vos non menguare, abaxar se ha la rrama,
E verna doña Endrina sy la vieja la llama.»
(Coplas 831-812).
La intervención del Pamphihts en la historia de los orígenes de la Celestina es muy
secundaria, pero la del Archipreste es de primer orden, quizá la más profunda de todas,
y por eso nos hemos detenido en ella todo lo que exige su importancia {•).
Las comedias elegiacas, que otros llaman épicas por la monstruosa mezcla de la
narración y del diálogo, pertenecen todavía al seudoclasicismo déla Edad Media, en
que se había perdido la verdadera noción del drama latino y de su métrica. Ya cuando
se escribió el curioso diálogo anónimo entre Terencio y un empresario de teatros
Curvat et ipsa suos ciicum mea colla lacertos,
A te nÚH-ñ, 8ibi dicere verba rogat.
Dunique tuimí iioiiien rationis uominat ordo,
Nominis ammonitu fit stupefacta tui.
Dum fruitur verbis paKet rubetque frequenter,
Fessaque si taceo, me monet ipsa loqui.
His aliisque modis cognoscimus ejus amorem:
Non negat ipsa michi quin sit amica tibí.
(V. 507-516).
(') Otra comedia elcjííaca existe, de la cual creercca que tuvieron conocimiento nuestros doa ¡h
autores, aunque no ki ut¡]iz!uo.T en nada esencial, sino en meros detallen. Se trata del Lihellus de
Paulino et Polla, gracioso poomita bastante bien versificado, y de una latinidad muy elegante para \ a
8U tiempo, que fué el del emperador Federico II (1212-1250). Su autor fué el italiano Ricardo, juez
INIRODUCCIÓN Lxvii
(Terentias et delusor)^ que Magain atribuyó al siglo vil, aunque el códice en que se
ha conservado es del siglo xii, no se sabía á punto fijo si las comedias antiguas estaban
en prosa ó en verso:
^n sit prosaicum nescio an metricum (*).
La combinación esencialmente antidramática del exámetro y pentámetro bastaría
para probar que talos obras fueron escritas sin ninguna intención escénica; pero á
mayor abundamiento tenemos un texto positivo y terminante de Juan de Salisbury, el
espíritu más culto de la primera Edad Media, un precursor del Renacimiento, el cual
confirma la absoluta desaparición de todo género de actores trágicos y cómicos en fecha
ya remota del tiempo en que él escribía su Policratieus, dedicado en 1159 al santo
arzobispo de Cantorbery Tomás Becket (-).
El verdadero renacimiento del arte dramático de Planto y Terencio se verificó en
Italia, á fines del siglo xiv y durante todo el transcurso del xv, en una serie de piezas
de Venosa (Venusiam), la antig^ua patria de Horacio. El argumento son los cómicos amores de dos
viejos, Paulino y Pola, y sus ridiculas bodas efectuadas por mediación del casamentero Fulco:
Materiam nostri, quisijuis vis, nosce libelli;
Hace est: Paulino nuhere Polla petit.
Ambo senes; traetat hornm sponsalia Fulco:
Cvjus adit trémulo corpore Polla domum ('■).
En la obra de Rojas hemos notado una que nos parece reminiscencia de esta comedia. Dice la
madre Celestina en el aucto IV: «Las riquezas no hazen rico, mas ocupado; — no liazon señor, mas
»mayordomo; — más son los perseguidos de las riquezas que no los que las poseen». El Lihellus
expresa idénticos conceptos:
Hi non sunt domini, sed serví divitiarum,
Illas prodessct non habuisse magis.
Hi dum divitiis retinendis, non potiendis
Intendunt, serví eonstituuntur opum.
1
La idea es tan vulgar que ha podido ocurrirse á los dos autores con independencia, pero el giro
de la frase es idéntico. Acaso tengan una fuente común.
La imitación del Archipreste puede estar, si no me engaño, en el célebre pasaje sobre la pro-
piedad que el dinero ha (cop. 490 y ss,), á cuyo espíritu corresponden bastante exactamente algunos
versos del Paidinus:
Denario eastella símul produntor et urbes,
Denario falli saipe p7tella solet...
Denario sedes maculatur pontijicalis
Cum non ex merítis, sed magis aere datur.
Pero son tantos los lugares comunes que en la Edad Media se escribieron sobre este argumen-
to, que no afirmo, ni mucho menos, que esta sea la fuente, y de seguro no es la única.
O Este diálogo fué publicado por Magnin en la jBíiZioíAéíMe de l'Ecole des C/iaríes (t. I, p. 524).
(') ((Et quidem histriones erant, qui gestu corporis arleque verborum, et modulatione vocis,
ífactaa aut fictas historias, sub aspcctu publico referebant, quos apud Plautum invenís et Metian-
jdrum, et quibus ars nostri Tertíntii innoíescit. Porro comicis et tragicis abeuntibus, cum omnia
Dlevitae occupaverit, clientes eorr.m videlicet et tragoedi, exterininati sunt».
(Johannis Sarisberienses Policraticus sive de nugis Curialium et vestigiis Philosophorum lihri
octo... Amsterdam, 1664, p. 32, cap, VIII del libro I).
(») Edición de Da-Méril, en el tercer tomo de las Poésies inédítes du Moyen Age {pp. ;37i«416)4
Lxviit OlUGENES DE LA NOVELA
latinas que se desiguan con el título genórico de comedías huinanístic.ia^ importante j
rara manifestación que apenas había sido estudiada en conjunto, hasta que Crcizcuach,
en su excelente Historia del drama mod^^rno, escribió sobre ella algunas páginas doc-
tas y juiciosas como suyas ('). Pero estas indicaciones, que para un libro general son ¡
suficientes, distají mucho de agotarla riqueza del tema, y así lo ha estimado el ilus-
tre profesor de Roma Ireueo Sanesi, que actualmente tiene en prensa una historia de !
la comedia en Italia, á la cual auguramos un éxito tan venturoso como lo merecen la ¡
ciencia, conciencia y fina crítica de su autor, que ha tenido la rara generosidad de co- '
muuicarnos las primicias de su trabajo, en prensa todavía. El capítulo segundo de esta ¡
obra, consagrado á las comedias humanísticas, es una magistral monografía que, dan- ]
(lome á conocer con suma precisión algunos textos inaccesibles en España y comple- |
tando mis indagaciones sobre otros, me ha puesto en camino do rastrear algunas seme- ;
jauzas dignas de notarse entre este género literario y nuestra Celestina. Ya en 1900 :
hice una ligera indicación, que no he visto recogida por nadie, acerca de la comedia \
Pjliscene (-). Y me consta que mi buen amigo el eruditísimo Arturo Farinelli ha tra-
bajado también sobre este punto, que ilustrará sin duda con su especial competencia, i
como ha ilustrado tantos otros de literatura comparativa. '
El iniciador del teatro humanístico, como de casi todas las formas literarias del i
Renacimiento, fué el Petrarca, que siempre se deleitó en la lectura de Terencio («Te- •
rentius noster»), y que seguramente le leía con otros ojos que los de Rosvita. En su ■
edad madura revisó y anotó el elegantísimo texto del siervo africano. En su primera i
mocedad había compuesto una comedia llamada Philologia^ y según Boccaccio otra, el I
Philostratiis, si es que ambas no eran una misma con diverso título, lo cual no pare-
ce probable. Hoy no existe ninguna de ellas, acaso porque su autor mis'no las destru- ■
yó como ensayos demasiado imperfectos. Del Philostratns, por lo menos, consta que ¡
era imitación de Terencio. ■
La más antigua comedia humanística que ha llegado á nuestros tiempos, y la única '
que pertenece al siglo xiv, es el Paidus de Pedro Pablo Vergerio, natural de Capodis- \
tria, á quien no debe confundirse con otro de su mismo nombro y apellido que figura ]
entre los protestantes italianos del siglo xvi. El Vergerio sénior es importante como J
historiador, humanista y pedagogo. Su libro De ingeniiis moribus se leía todavía en las i
escuelas en tiempo do Paulo Jovio. Una rarísima edición barcelonesa de 1481 prueba I
que también había penetrado en España {^). No sería maravilla que fuesen conocidos \
(*) GesrJi/chte des Xeueren Dramas von WUlelm Creizenach .. F.rster Damf: M4lelaller itud ¡
Frührevatssaiice. llaiie, Niemeycr editor. 1893. Ahtes Duch. D¡e ei sten dramatUclien Versuclie der 1
Humaniísten, \<p. 529-578. Véanse ¡uleiiiás el liliro de Cli;ia-^iiiii^, DiS essa>s dramatiquen imites de
l'antiqu'ité au 14.»^" et 1 5. "^e si ¿ele (Paii-i, 1852), y los tr.ihajos de Cloetta, Beitriige zar Literaturges-
chichte des Mittelalters und der Reiiaissan^e. I Komodte und Tragodie im Mittelaller. II. Die Anfdvge
der Reaaissaacetragiklie CHalle, 1890 92).
(') Eli el segundo tomo de su obra, publicado en 1903, Creizenacli afirma en términos demasia-
do genera es el p;irentesco de la Celestina con las comedias liiimanísticas: «Es ist ein Lesendraina
»¡[i der Artder latoinisclieti Friüirenaissancekomüdien» (Geschichte des Neurcnilramas, 11. Renais-
sanee und Re/urmation, pp 153-157).
(') De este libro, impreso en Barcelona por Pedro Posa y Pedro Erun, y terminado en 3 de jí
septiembre de 1481, ¡o se conoce más que un ejemplar en la Biblioteca Municipal de Tolosa de
Francia (Vid. Haeblcr, Bibliografía Ibérica del siglo XV. La Haya, Nijhof edite r, pág. 326).
INTRODUCCIÓN lxix
tambióu otros escritos suyos, pero me parece iuverisímil que entre ellos se contase su
comedia juvenil, que hasta estos últimos años ha dormido inódita en la Biblioteca
Ambrosiaua de Milán y eu la del Vaticano ('). Y, sin embargo, esta obra presenta algún
punto común con la Celestina, empezando por las promesas de moralidad que el título
encierra. A^'ergerio pone á su obra el rótulo de Paulus comoedia ad iuvenum mores
coercendos, y se propone, entre otras cosas, mostrar cómo los malos siervos y las muje-
res perdidas estragan los más pingües patrimonios: «ad diluendas opes» . El autor de la
Celestina nos dice desde la portada que su libro contiene «avisos muy necesarios para
» mancebos, mostrándoles los engaños que están encerrados en sirvientes e alcahuetas» .
Los medios empleados son de tan dudosa eficacia moral en una comedia como en otra.
El protagonista de la comedia, Paulo, es un estudiante haragán y desaplicado, á
quien su siervo Herotes arrastra por el camino del vicio. A esta perversa influencia se
contrapone la de otro siervo, bueno y leal, Stichus, que advierte lealmente á su señor
de los peligros que con e y procura apartarle de la vida disipada que lleva en compañía
de otros estudiantes tan corrompidos como él y de rufianes y meretrices. La intriga se
reduce á una odiosa tercería, en que la inmunda vieja Nicolosa cede por dinero á
Paulo su propia hija, Úrsula, que Herotes se encarga de hacer pasar por virgen des-
pués de haberla desflorado.
Como se ve, la semejanza con la Celestina es muy vaga y genérica. Los dos cria-
dos de Paulo traen á la mente los de Caliste, poro son diversos sus caracteres. Stic.hus
resulta constantemente bueno en la comedia latina. Pármeno, que al principio da sanos
consejos á su amo, se pervierte con el trato de su compañero y los regalos amorosos de
Areusa, y llega á hacerse cómplice del asesinato de Celestina. Sempronio, en la obra
española, es un gentil racimo de horca, un rufián ó poco menos, que acaba por dar de
puñaladas á una vieja para robarla una joya. Pero su perversidad no iguala de ningún
modo á las negras maquinaciones de Herotes, que se complace y encarniza en el mal
con tanto deleite como Yago, y hace alarde y reseña de sus propios crímenes, jactán-
dose de haber arrastrado á la pobreza y á la infamia á muchos mancebos ilustres. Tam-
poco la madre Celestina, aunque pertenece á la familia de Nicolosa, parece capaz del
horrendo parricidio moral que á ésta se atribuye: á lo menos en la Trafíicomedia no
lo comete, ni artísticamente podía cometerlo.
Por otra parte, hasta la forma exterior, que no es la prosa, como en la mayor parte
de las comedias humanísticas, sino el trímetro yámbico acataléctieo ó senario, muy
incorrectamente manejado, aisla de sus congéneres esta pieza, en que por primera vez
reaparecen los nombres clásicos de prótasis, ejntasis y catástrofe. De nada de esto hay
vestigio en la Celestina. Lo que tienen de común ambas piezas es el ambiente escolar
en que se desarrollan: <'Paulo es un estudiante universitario (dice el señor Sanesi); sus
» procederes, sus palabras, y las de todos los que le rodean, nos des'cubren un rincón
»de la vida estudiantil de aquel siglo tan remoto de nosotros. Ni la ávida Nicolosa, ni
»la diestra Úrsula tienen mucho de común con las mujeres del teatro latino; son, por
»el contrario, figuras copiadas del natural, ofrecidas directamente por la realidad, y
» pertenecen á aquella clase de mujeres de que no es difícil á un joven, ni habrá sido
(*) La publicó K, Müllner en los Wiener Studien, a. XXII, pp. 236 y as., vallen loso para p>ta-
blecer el texto del cóiice Anahrosiano C. 12 siip. y del Vaticano Lat. G878, que afinna ser el mejor.
Lxx ORÍGENES DE LA NOVELA
» difícil á Vergerio cuando frecuentaba los cursos de las universidades de Padua, de Flo-
»rencia ó de Bolonia, hacer conocimiento personal ó adquirir experiencia inmediata».
Los mismos tipos pud'j encontrar, y seguramente encontró, en Salamanca el bachi-
ller Fernando de Rojas, sin necesidad de conocer el Paulas. La exacta observación
del crítico italiano da nueva fuerza á la opinión de los que hemos sostenido que la
Celestina puede muy bien ser obra de un estudiante, y si no lo es, ciertamente lo pa-
rece. Los escolares del Renacimiento solían ser muy hombres cuando frecuentaban las
escuelas, y eso que no se había llegado tadavía á los felices tiempos en que, para dis-
frutar de los privilegios del fuero académico y acogerse á la blanda jurisdicción del
Rector, solían matricularse personas que pasaban de treinta años, y hasta verdaderos
vigardos y malhechores, de lo cual en la biografía, todavía inédita, de un dramaturgo
español del siglo xvii hay un curioso ejemplo.
Comedias universitarias son en su mayor número las comedias latinas escritas en
Italia durante el siglo xv, y lo son, ya porque reflejan costumbres meramente acadé-
micas, como la comedia anónima que Sanesi llama electoi'al^ y es obra, al parecer, de
algún alemán concurrente á la escuela de Padua; ya porque son estudiantes algunos
de los interlocutores; ya porque consta haber sido escritas y representadas por escola-
res, como lo fué en el estudio de Pavía lajhorrible y obscenísima comedia Janus sa-
cerdos^i en 1427, imitada por Mercurio Roncio de Yercelli en la suya, no menos feroz.
De falso ypocrita et ír/sí/, que se representó diez años después en la misma universi-
dad lombarda. Una y otra permanecen afortunadamente inéditas, y el mero hecho de
su existencia arguye la profunda depravación intelectual y moral de la sociedad en
que nacieron. Apenas se concibe que en tiempo alguno hayan podido ser materia de
chistes, pronunciados en público teatro, en solemnidad académica, por jóvenes cultos,
estudiosos, ilustres, los vicios y torpezas más hediondas, que ni nombrarse deben entre
cristianos, y que por su enormidad misma requieren el cauterio de la ley penal, no el
de la sátira, y son incompatibles con la representación festiva.
Por fortuna estas dos comedias, y alguna otra, como la Conquestio uxoris Cani-
ckioli^ son excepciones en la rica galería del teatro humanístico, que rara vez es casto
y morigerado en la dicción, pero no ultraja, por lo menos, los fueros de la naturaleza.
Su materia es varia: hay piezas que pueden considerarse como cuentos dialogados,
unos de origen clásico, por ejemplo, la comedia B¿le ('), otros derivados de Boccaccio
ó de tradiciones populares, que ya habían recibido diversas formas, incluso la dramá-
tica, en lengua vulgar francesa ó italiana.
Por la singularidad de su forma alegórica, por el prestigio del nombre de su autor,
memorable en todos los órdenes de la cultura artística y científica, varón de muchas
almas, como sólo el Renacimiento los produjo, debe mencionarse la comedia Pkilodo-
xiis ó Philodoxeos, que el florentino León Bautista Alberti compuso (según las investiga-
ciones del señor Sanesi) antes de la segunda mitad de 1426, cuando la enfermedad y la
dura pobreza le hicieron suspender los estudios de Derecho que había comenzado en la
universidad de Bolonia. Esta comedia, bastante confusa, que su propio autor procuró
(') Es una. facecia que se encuentra en Ateneo y otros antiguos, y también en el Fabidario de
nuestro Sebastián IMey, en los Cuentos de Garihay y en la Iloresta Española de Santa Cruz, eomo
puede verse en el torno II de estos Orígenes de la Novela, pp CIX y GX.
INTRODUCCIÓN lxxi
aclarar con un comentario, tuvo en el tiempo de su aparición maravilloso éxito, á causa
de que Alberti la hizo pasar por obra de un antiguo poeta llamado Lópido, encontrada
en un vetustísimo códice ('). Nadie sospecho el engaño; pero cuando fué declarado por
su propio autor, la pieza perdió algo de su crédito, suerte común de las falsificaciones
más hábiles. Todavía el Phllodoxos se leía y comentaba en las escuelas á principio del
siglo XVI. Precisamente en 1501, dos años después de la primera edición de la Celesti-
na., salía de las prensas de Salamanca la comedia latina de Alberti, para estudio y
recreo de los discípulos de un cierto bachiller Quirós, que explicaba en aquella uni-
versidad los poetas clásicos {^).
El bachiller Quirós afirma, y no podemos menos de darle crédito, que el opus
piilcherrimum de León Bautista Alberti era enteramente desconocido en Salamanca
hasta su tiempo. Es de creer, pues, que tampoco le conociese el bachiller Rojas antes
de esa fecha. Pero nada importa averiguarlo, porque el Fhilodoxus no se parece en
nada á la Celestina^ ni en la fábula, ni en los caracteres, ni mucho menos en la inter-
pretación alegórica que su autor quiso darle. Hay, sí, un joven ateniense llamado Filo-
doxo, enamorado de la romana Doxa, y que se vale para conseguir sus fines de un
amigo suyo llamado Fronesio. Otro pretendiente de la misma joven, hombre rico y
brutal, llamado Fortunio, cansado de perseguirla con inútiles ruegos, se decide por el
rapto, entrando á viva fuerza en su casa; pero en vez de Doxa se lleva por equivoca-
ción á su hermana Femia. Al fin todo se compone merced á la oportuna intervención
de una especie de comisario de barrio, jefe de los centinelas ó vigilantes nocturnos
(Chronos^ exeubiarum magister), el cual decide que Fortunio se quede con la doncella
(') Todavía lleva su nombre en la e.iición de Lnca de 1588, descrita por Brunet: Lepkli comicl
veteris Philodoxios fábula, ex antiquitate eruta ab Aldo Manucio. El testo impreso por Aiilico Bonu-
cci (Opere vulgari di León Batlista A Iherti... Florencia, 1843-1849, tomo I, pág. CXX) difiere bastar.te
de éste.
(-j Gallardo [Ensayo, tomo III, núm. 3.559) es el único bibliógrafo que ha descrito esta edi-
ción, de la cual posee un ejemplar la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, y creo que otro la
de Oviedo. líe creído oportuno, tratándose de pieza tan rara y curiosa, hacer una descripción más
detallada, en la cual pongo íntegros el prólogo del Bachiller Quirós, el argumento de la comedia y
]a libta de los personajes:
Comedia Fhilndoxeos leonis hapüste- (A la vuelta): Bachalarius qiiirosius Alfonso t/cio títulos
assecuto et Salnianiicensis academie grammatico atque praeceptori suo. S. — Quum diebus superioribus,
praeceptor suavissime: nonnullis ex auditoribus meis quibus publica lectione Vergilium enarro, qui-
bnsque privatim et luvenalis Satyras et Lucani pharsaliam interpretor: philodoxeos fabulam: quam
Baptista albertus singularis ingenii: summa cum elegantia ac venustate coraposuit: ostendissem:
quamprimum a me efflagitare caeperunt: ne tam pulcherrimum opus et hic ómnibus inoognitum apud
nos aniplius latere permittercm: quorum ego etsi honestissimis studiis tamdiii abnuendum esse
existimavi quo [ad] tibi ipsi qui id mili! mandaveras morem gerere fuit necesse:tuo itaqueductu et
auspicio comoediam ipsam imprimi curavimus: quod tamen illi et dignitatem allaturum puto et auc-
toritatem. In qua re si grutum tibi laborem noatrum fuisse sensero: forsitan tecum maipribus agam:
id autem una potiasimum re iudicabo: si dabis oper im: ut apud scholasticos ipsos quam gratiosum me
tua commendalione fiictum esse cognoscam. Vale longissimis praeceptor annis: et hunc tibí manci-
patura discipulum amare non desinas. Iterum vale.
(ílncipit Philodoxeos. Leo. Bap. Pliilodoxus atheniensia adolescens doxiam romana,m civem
amat perdite. Atqui habet f ide óptima et singular! araicitia coniunctum Phronisim, qui oum aua
consilia- Gotiferat: Dat operam PhrornÍBÍ8.amici causa: utDitonum libertum convicinum amate beni-
volentia sibi advinciat. Homo fidem praestat rebus defuturum se nunquam. At interim Fortijn¡,u8
Lxxii ORÍGENES DE LA NOVELA
raptada y Filodoxo se case con su amada Doxa. Pero esta es la corteza del drama; en
el fondo hay una idea simbólica, á la cual responden exactamente los nombres de los
personajes. Filodoxo^ el amante de la gloria (Doxa)^ llega á desposarse con ella. For-
tunio^ el favorecido por la fortuna, cree conquistar la Gloria y se queda con la Fama
[Feíniá]^ que es cosa no despreciable, pero de calidad inferior. Chronos es una perso-
nificación del tiempo, y á este tenor todos los personajes. La moralidad es fácil de in-
ferir: sólo la sabiduría y la prudencia pueden conquistar la verdadera gloria; la fortuna
y la riqueza tienen que contentarse con la fama. La comedia de Alberti está en prosa
y consta de doce escenas. En la larga serie de las Celestinas sólo encontramos una y
muy tardía, la Dolería del Sueño del mundo^ que tenga el carácter alegórico de la obra
de Alberti. una y otra son lánguidas y fastidiosas, aunque de intachable honestidad.
Las comedias humanísticas que verdaderamente pudieron influir en la Celestina
se reducen á tres: la Philogenia^ de Ugolino Pisani; Ja Polisceyía^ atribuida á Leonardo
de Arezzo, y la Chrysis^ de Eneas Silvio Piccolomini. Daré á conocer rápidamente
estas obras en lo que tienen relación con la nuestra. Son tres historias de amor, pero
tratadas de muy diversa manera. He aquí cómo expresa Sanesi el argumento de las
primeras escenas de la Phi'ogenia, únicas que á nuestro asunto interesan: «Epifebo,
» que ama á Filogenia y desea violentamente poseerla, va de noche bajo sus ventanas
»y tiene con la doncella un largo y apasionado coloquio. La joven, en quien luchan el
»amor y el deseo con el freno del pudor y de la educación, se muestra al principio indi-
»ferente é incrédula. Pero Epifebo habla con tanta dulzura, suplica con tauto calor,
» invoca la muerte con tanta angustia, manifiesta los propios tormentos con tanta viveza
»y sinceridad de palabra y emplea tanto arte en disipar sus temores y sus dudas, que
civis insolens adolescens, d^'natis suasu lianc ipaam Doxiam ciipere occipiens lepiJissima Pluoinsia
astutia (lepiilsus est: qiio aclamans non niliil sese verhis conunenilutum fecit nuilieriba--. Deniqíie
irristis Fortunius adolescens per viui e.Ks ingreditur, Siiniara soiorem Doxie rapit. Tándem Muin^ia
ancilla, cuín virunisuum Phronisim conipeiisset atqne Ticliia Fortunii mater precibns exorarunt ut
Cronos excnbiaruin inagister oninia componeiet. Ex qiio liic raptaiu tenuit, is vero amataní d.ixit.
Esplicit argiinientum».
Personaje! de la comedia:
Ph/lodoxus, adolescens. Phymia, sóror Doxae.
Phronisis, amicus Pliilodoxeos. Mnimia, ancllla.
DttonuSj libertus. AUthya, ancilla.
Dynastes, senex, libertus. Cronos, excubiarum magister.
i^oí'íunñís, adolescens, T%cA¿a, niater Fortunii.
Dora, pnella.
— lo. Francisci Poggii Florentini ad Alexandrum VL Pont. Maxim, in expeditione contra
Turcas Euisto'a.
— In Turcos Porcia Declamatio (precedida de una dedicatoria á Alejandro VI).
(Colofón): (cHieronymi Porcü Patricii Romani Bas. Prin. Ap, Ounonici Rote prim.irii Audiiori.*».
Hundrcnsis Episcopi in Turcos Cluisti;ini Federis O 'mpilatio liibente Alexandro Borgia Sexto Pon-
tifica Máximo: totius sacri Senatun Renerendissimis Cardinalibus ac Regum et Principum Oratoribiis
adstantibus universis Ínter divina publícate foeliciter.
ytlinpressum Salmanticae per lomnem Gysser Alemanum de S'lgenstat Anno domhii M.CCCCCI,
dle vero XX decemhrisy>
Todos estos opúsculos forman u > .solo volumen con signaturas seguida-! (a d iv) La come lii
llega hasta la c vii.
INTRODrCCION Lxxiii
» finalmente la doncella cede al destino y abandona ocultamente la casa paterna. El
»joven, acogiéndola entre sas brazos, la conduce sin dilación á su propia casa, donde
»(como 61 dice) pasarán todos los días al modo de los epicúreos» (').
Los sucesivos lances de la comedia, que ya pueden inferirse por tal principio, per-
tenecen enteramente al género de Boccaccio y recuerdan la historia de la hija del Rey
del Algarbe, tan traída y llevada por diversos amadores. Epifebo, perseguido por los
parientes de Filogenia, acaba por casarla con un rústico, tan codicioso como crédulo y
necio.
Sólo en el coloquio de la ventana, en la intervención episódica de las dos cortesa-
nas Servia ó Irzia, y en el noble carácter de los padres de Filogenia (Cliofa y Calisto),
que un tanto recuerdan á Pleberio y Alisa, cuando se despiertan sobresaltados al sentir
ruido en la cámara de su hija, puede verse algo que se parezca á la Celesima. Tengo'
por muy dudosa esta fuente.
No así la Poliscena^ atribuida generalmente (acaso con error) al célebre humanista
Leonardo de Arezzo, á quien, por no confundirle con su infame homónimo del siglo xvi,
no llamaremos Aretino. Esta comedia, que se conoce también con los nombres de Cal-
phurnia y Gargulio^ corrió impresa desde 1478 y tuvo la honra de ser explicada en
cursos universitarios, hasta en la remota Polonia {^). Es de suponer que llegase á España
autes que el Phüodoxus^ y todo el que atentamente la lea notará sus semejanzas y dife-
rencias con la Celestina. Oreizenach advirtió ya que el contenido de la Poliscena se
(') «Della Philogenia del Pisani ricoida dne antlche ed'zioni il Balilmann in Centralhlatt für
)>Bihl/oíhekswesen, a. XI, fase. 4, pag. 175. Ma a me liinasero inaccosibill; e ¡o mi vaisi, per Tésame
wdella comraedia, del cod, Laurenziano Ashb. 188.» (Nota que me lia c jumuicado el Sr. Sinesi.)
(*) Tanta boga tuvieron en su tiempo algunas comedias liumaiií.sticaá, que se insertaron frag-
mentos de ellas, al lado de los de Plauto y Tcrencio, en una célebre compilación retórica, formada
en Aleminiaj la Margariki Poética^ de Alberto de Eyb (Niiremberg, 1472), de la cual hemos mane-
jiido en nuestra Biblioteca Nacional las siguientes edicione-;:
a) Margarita poética de arte dictandi ac practi candi eputolarum opus clarissimum hicipit.
Incunable, sin año ni lugar. 4."
h) Oratorum omnium Puetarum: Hystoricoriim: ac Ph¡loso})horum eleganter dicta: per clarissi-
muin virum Alhertum de Eiib in unuin coUecla faeliciter incipiunt.
(Colofón): Suiíima Oratorum omnium: Poetarum: Historicorum: ac Phihsophorum Autoritaíes
in unum coHeclae per clarissimum virum Alhertum de Eijh Vtriusque doctorum eximum: quae Marga-
rita poética dicitur : faeliciter finem adepta est. M.CCCC.LXXXXTII. Kalen. íanuarii.
Fol.
c) Margarita Poética.
(Colofón): Explicit opus excellentisaimum in se continens omnium fere Oratorum Poetarum Histo-
ricorum. ac Philosophorum Autíritates: collectum p. Clarissimum vir. Alhertum de Eyb utriusque luris
doctorem, quod Margarltam poeticam.- inscripsit: Impressum Basileae per magistrum loannem de
Amerhach. Anno domini. M.CCCC XCV.
d) Margarita poe ica de arte dictandi ac practica ndi epistolarum opus clarissimum feliciter incipit.
Incunable, en 4.°. sin año ni lugar
e) Edición en folio do 1503.
(Colofón): Expficit opni excellentissimum in se continens omniun fere Oratorum: Poetarum: ITis-
toricorum ac Philosophorum Auctoritutes: collectum p. Clarissimum virum Alhertum de Eyb utriusque
luris doclorem, quod Margarltam poeticam inscripsit: Impressum Basileae p. magistrum loannem de
Amorhuch loannem petri et Ioiinne:u fro¡>ei), consocios Anno do'uini. M.CCCCC.HI.
Secundae Partis: tractatus I. Cap. X\T.
Nimc vero aliquas extraordinarias item Comoedias; et quidrm numero tres proscquendas ex
Lxxiv orígenes de la NOVELA
parecía mucho al del Pamphihis. En pocas líneas, pero muy exactas, da idea Gaspary,
en su excelente Hisioria de la lifcratura italiana ('), del argumento de esta comedia:
«Un joven, llamado Graco, encuentra á la joven Poliscena que volvía con su madre
>>Calfurnia de oir un sermón en la iglesia de los frailes menores. Enamórase súbitamente
» de la doncella, y ésta de ól. Graco se vale de la mediación de su esclavo Gurgulio
» (nombre tomado de una comedia de Planto) y Poliscena acude á su esclava Tharatán-
»tara, hábil en todo género de tercerías. El parásito, después de haber tentado inútil-
» mente á la madre con promesas y ofrecimientos, va una mañana a ver á Poliscena,
» mientras Oalfurnia está en la iglesia, y con bellas palabras, y pintando muy al vivo
»los tormentos de su amador, induce á la joven á concederle una entrevista. Graco se
»vale de la ocasión sin ningún escrúpulo; sobreviene la madre, enfurecida, y amenaza
»con citarle á juicio; pero el padre de Graco, Macario, pone remedio á todo permi-
» tiendo que su hijo se case con Poliscena» ,
Tal es el asunto de esta pieza, brutal y refinada á un tiempo, pues, aunque escrita
en prosa, remeda con suma habilidad la lengua de los poetas cómicos latinos. Si en la
comedia humanística hay algún prototipo innegable de la fábula de Rojas, éste es sin
duda alguna. La semejanza consiste, no sólo en la acción, sino en los tipos del siervo
Gurgulio y de la vieja Tharatáutam. Esta última, sobre todo, parece abuela de Celes-
tina. Como ella se lamenta do los males de la vejez y recuerda los perdidos goces juve-
niles: 'iMcinini ego mu quondam a multis amaii., memini etianí me mullís egregie
saepius illudere ac june quasi lígalos trahere. Verum heii! me jam effaelam manent
fala ullncía, non íta ut prídein ambior^ nec ullís artibus pristinum vígoreni possuní
reparare». Como ella tiene fama de hechicera: «Non verentur eliam me veneficfim
nuncupare ac hlajiditíis fallacíbus me palpare ipsos i?icusant^ ac ma^jico carmine
vitam auferre conati» . Y el mismo Graco, después de hacer un horrible retrato de la
vieja, añade como último improperio: ^Suspecta etiam admodam es veneficíí 7iomine».
El diálogo de Tharatántara con Poliscena tiene también rasgos celestinescos, especial-
mente en lo que toca á la recomendación de las prendas del amante y al encarecimiento
de los extremos de su pasión: «lia me javet Jesús., posteaquam te amare coepit., nun-
quam vidí ipsum hilarem, placidum nemíni.,satago obsonía ac pulpamenta qiiae scio
omnia^ demidceo verbís quantum possum., ai neqttit esse.^ inquít, ñeque polare^ noeles
ducit insomnes, ingemiscit perpetuo...» La semejanza continúa en el acto ó escena en
que Tharatántara da cuenta á Graco del desempeño de su comisión (-). Pero en la Polis-
ordinc diixi. Et inipiimia Pliüodoxios: quae est Caroli Aretini: scse fert Comoedia adinodiim iucun-
dissiina.
De auctoriiutihus ac sentendis ex Comoedia philodoxios Caroli Aretini collectis. Cap XV.
De auctoritatibus ac sententiis sumptis ex Comoedia de falso Hypocrita et tristi: Mercurü Roncii
Vercellensis. Cap. XVL
De auctoritatibus ac sen'enliis rereptis ex Comoedia Pliilorjenia Ugnlini Parmensis. Ci\p. X.VII.
(<) Sioria della letleratura italiana di Adolfo Gaspar;/, tradotta dul tedesco da Viltúrin Eossi.
Tiiiín, Loesolipi-, 1891, lomo TI, pág. 106.
(2) «.Gracchus.—'Nk'i me fallit .^pes bítna, botuim refeit molo niinciuiu Tliaiatiiitaia,' nam aede«
))pol venit hilarior, seque ocius movet ac solet... Triumpho lierciile si quid jussi iuipelravit, eo
»übviam, lieus, lieiis, Tharatántara, qiiac nova, quae nova?
ytThni'atantara — Bona, bona.
nGracchi-^'Son snm apud me, Hncoeeslt oportune?
IXTRODUCCION lxxv
cena todo marcha por la posta, siu rastro de estudio psicológico y sin recato ni come-
dimiento alguno. Poliscena otorga una cita á las primeras de cambio, aprovechando la
ausencia de su madre, que está en la iglesia, j el nudo se desata por los procedimientos
más brutales y menos complicados. Si de esa comedia, así como del Pumphilus^ pudo
aprovechar algo Fernando de Eojas, nunca con tan humildes materiales se levantó edi-
ficio tan grandioso y espléndido ('),
Si la Poliscena fué la primera imitación consciente y deliberada de la dramatur-
gia plautina, la Chrijsis^ compuesta en 1444 por el futuro Pío II (Eneas Silvio Picco-
lomini) cuando asistía á la dieta de Nuremberg, es la primera tentativa formal de repro-
ducir el metro propio de la comedia, el senario yámbico de los latinos, abandonando la
prosa en que habían escrito todos sus predecesores, con la única excepción de Verge-
rio. En la Chrysis uo hay verdadera acción, sino una serie de escenas que pintan muy
al vivo las costumbres de las meretrices y de los jóvenes disolutos. Hay coincidencias
con la Celestina^ pero todas ellas se refieren á pasajes. que están antes en Plauto: «Nin-
»gún amante (dice Casina á Crisis) me agrada por más de un mes; siempre las nuevas
» calendas me traen amores nuevos->. Y Crisis la replica: «Tu constancia es excesiva,
aporque conviene celebrar también con nuevos amores las nonas y las idus, ó, como
»hago yo, procurarme á cada nuevo sol nuevos amantes». La misma doctrina inculca
Celestina á Areusa en el acto VII: «Nunca uno me agradó, nunca en uno puse toda mi
»afficion. No hay cosa más perdida, hoy, que el mur que no sabe sino un horado; si
y>Tharat. — Laetare, laetare inqiiaiii Graclje, nninis res in vado cst, nihil me fefellit, quod in
))raentem venerat.
y>Grucch.—'Si\ deEessa es, mea raater, sede modo, atqiie enana sedulo proiit sese res habiiere,
»priimim cave ne me in gar.dium conjicias frustra.
y>Tharat. — Sede propiíis ne qiiis audiat nos.
y)G7'acch. — Sedeo.
y)Tharat. — Principio ubi pulso foros aperiUir ¡luco, postea qnae poscit oniriMim rogat Poliscena
i'qiiid rei est seciun.
)) G racch . — T i m e o .
))Tharat. — Dico illam vorbis tiiis alloqui si bibet, stiipe", squalor nascitiir faciei, primuin ntor
))c¡rcuitione, Iaudibu.s extollo virginis formam, siibridet ubi te nomino, rubet faciem...)i
O Hay de la Poliscene varias ediciones, todas de suma nreza. La más antiüiia, con el título
de Calphurnia et Gurgulio, es de 1478, y probablemente sería la que leyese el bachiller Rojas,
puesto que las demás que Brunet y otros bibliógrafos citan son posteriores á la impresión de la
Celestina (Leipzig, lóOO, y otras cinco tiradas más hasta 1515; Krakaa, 1509; Viena, 1516; todas
con el título de Comedia Poliscene per Leonardum Aretinuin congesta). No habiendo podido encon-
trar en España ninguna de ellas, he tenido que valerme de la reproducción incompleta que por
casualidad hallé en im curioso librillo cuya portada dice así:
((E(¡u¡t¡s Franci et Adulescentulae Mulieris Italue Practica Artis Amandi, insigni et jucundis-
iiina historia ostc/isa. Cai praet<rea, quae ex variis autoribus antehac annexi sunt, alia quaedain huic
maleriae non inconvenientia jam primum accesserunt, eaque singularia; et ad Praxim hujiis saeculi
putissimuin accommodata. Auctore Hilario Drudone Po'éseos studioso. Ainstelodaini, apud Georgium
Trigg. 1651».
Comienza con la novela de Eneas Silvio, pero contiene otias muchas piezas, en prosa y verso,
de varios autores, algunas de ellas muy singulares y difíciles de hiUar.
Laa escenas de la comedia Poliscene no llevan nombre de autor y sólo este caprichoso título:
Idea clandestinaruní desponpationum, quaefiunt mediantibus midierihus vetulis (pág*. 147 á 158)»
Lxxvi ORÍGENES DE LA NOVELA
» aquel le tapan, no avrá dónde se esconda del ^ato; quien no tiene sino un ojo, mira a
»quánto peligro anda... ¿Qué quieres, hija, deste número de uno? más inconvenientes
»te diré del que años tengo acuestas; ten siquiera dos, que es compañia loable... E si
»más quisieres, mejor te yrá, que mientra más moros más ganancia».
En uno j otro pasaje se ve la imitación de los consejos que Scapha dirige á Pliile-
matium en la Mostellaria de Plauto (v. 188-90):
Tu ecastor erras, quae quidem expectes tinum atqxie illi
Morem praecipue sic geras atque alios aspernere.
Ilatronae, non meretrieiiimst^ umim inservire amantem.
Hay también en 1p Chrysis una lena llamada con toda propiedad Canthara por su
insaciable amor á la bebida. Eneas Silvio, que lleva muchas veces la imitación hasta el
plagio, pono literalmente en su boca el mismo ditirambo que pronuncia la vieja del
Curculio.
Puede tenerse por cierto que Rojas desconocía la existencia de la Chrysis, obra que
todavía está inédita á estas horas, y que su sabio autor, cuando llegó á las altas digni-
dades eclesiásticas, y por fin á la cátedra de San Pedro, procuró destruir con suma
eficacia, lo mismo que otros escritos suyos, no enteramente juveniles ('), pero compues-
tos cuando hacía vida secular y profana. Ei-a el principal entre ellos la célebre Historia
diiorum amantiiim^ de la cual ya hemos dicho algo en el primer tomo de estos Oríge-
nes (-), por haber sido muy bien traducida á nuestra lengua en el siglo xv y haber influido
grandemente en la Cárcel de Amor y en otras ficciones sentimentales.
Traducida ú original, la había leído de seguro Fernando de Rojas, y no fué de los
libros que menos huella dejaron en su espíritu y en su estilo. La novela del futuro
pontífice es, como la tragicomedia española, una historia de amor y muerte de dos
jóvenes amantes. Jün una y otra se mezcla el placer con las lágrimas, y una siniestra
('j No se oonoce más que nn manuscrito de esta comediii, el cóilice 462 de la biblioteca del
Príncipe Lobkmvitz, de Prag-a. Tanto la Chnjais como l.i Historia de Eurialo y Lucrecia fueron
escritos en 1444, cuando Eneas Silvio contaba treinta y echo años. Había nacido en 140c. En 1447
fué Obispo de Trie.íe; en 1450, de Siena; en 1456 entró en el Colegio de Cardenales, y fué electo
Papa en el Cóncl.ive de 1458. Tuvo corto pontificado puesto que falleció en 1464; La obra, muy
extensa y erudita, pero no siempre imparcial, de Voigt (Enea Silvio de'Piccolomini ais Papa Pius
der Zweite und sein Zeitulter, Berlin, 1856-1858) da cuantas noticias puedan desearse acerca de este
Papa, una de las más dulces y simpáticas figuras del Renacimiento (Cf. Pastor, Historia de los
Papas, tomo III de la traducción francesa, 1892).
(*) (Pág. COCUI). A lo que allí se dice sobre la bibliografía de esta novela debe añadirse que
la edición segunda, mencionada por Nicolás Antonio y Gallardo como de Sevilla, 1533, acaso sea la
de 1530, de que he visto un ejemplar en la biblioteca del Duqr.e de T'SercIaes:
Hystoria muy verdadera de dos amantes Eurialo Franco y Lucrecia Senesa que acaeció en la
ciudad de Sena en el año de Mil y CCCCy XXXiij años en presencia del emperador Fadrique. Fecha
por Eneas Silvio, que después fue elegido papa llamado Pió Segundo.
i^Al fin): Fin del presente tractado de los dos Amantes Eurialo Fraileo y Lucrecia Senesa. Fué
impreso en la muy noble y mvy leal ciudad de Sevilla por Juan Cromberger. Año de Mil y quinientos
y treynta.
El Sr. Foulché Delbosc ha hecho una lindísima reimpresión de este librito, tomando por texto
la edición de Sevilla, 1512, de la cual existen dos ejemplares, uno en la Biblioteca Nacional de
Madrid, otro en el Museo Británico.
INTRODUCCIÓN lxxvii
fatalidad surgo en el seno mismo del deleite. Poro es diversa la condición de las perso-
na?, puesto que Eurialo y Lucrecia son amantes adúlteros, y diversa también la catás-
trofe, que en la obra de Eneas Silvio pertenece al orden moral, y se cumple, no por
ningún medio exterior, sino por el fuego de la pasión, que consume y aniquila á la
mísera enamorada. «Esta nuestra, como vido a Eurialo partir de su vista, cayda en
atierra, la licuaron a la cama sus sieruas hasta que tornasse el espíritu. La qual como
»en sí tornó, las vestiduras de brocado, de púrpura y todos los atavíos de fiesta y
•alegría encerró y de su vista apartó, y de camarsos y otras vestiduras viles se vistió.
Y de alli adelante nunca fue vista reyr ni cantar como solia. Con ningunos plazeres,
•>donayres ni juegos jamas pudo ser en alegría toi-nada, e algunos dias en esto perse-
j> verando, en gran enfermedad cayó, de la qual por ningún beneficio de medicina pudo
ser curada. Y porque su corai.on cstaua de su cuerpo ausente y ninguna consolación
»se podía dar a su ánima, entre los bracos de £u llorosa madre y de los parientes que
»en balde la consolaban, la indignante ánima del anxioso y ti-abaxoso cuerpo salió
» fuera» (•).
En lo que la historia de Eurialo y Lucrecia pudo servir de modelo á la Celestina
fué en la elocuencia patética de algunos trozos y en aquella especie de psicología
afectiva y profunda que el culto, gentil y delicado espíritu de Eneas Silvio adivinó
quizá el primero entre los modernos. Porque aquí no se trata del amor místico, dantesco
ó petrarquista, que toma las perfecciones de la criatura como medio para ascender á
otra perfección más alta; ni tampoco del amor coi'tesano, que es mero devaneo en la
lírica de Provenza y en sus imitadores; ni tampoco de la pasión desenfrenada y furiosa,
pero declamatoria, que se exhala en las quejas delirantes de Fiammetta, sino de un
genero de pasión más apacible y humano, ni enteramente sensual, ni reducido á lán-
guidas contemplaciones. Este amor, finamente estudiado con una penetración que hon-
raría al más experto y sagaz moralista de cu ilquier tiempo, constituye el mérito pi'in-
cipal de las epístolas que contiene el ti-atado de Eneas Silvio, que, al revés de tantas
otras composiciones artificiales, no es más que la interpretación estética de un suceso
real acaecido en Siena cuando entró en ella triunñinte el emperador Segismundo.
Hay pasajes de la Celestina que inmediatamente traen á la memoria otros del
Eurialo. La descripción de la hermosura de ambas heroínas se parece mucho (-).
(') rP. 57 y 58 (le la e<lic¡ó:i de Foii'.el.é.
En las últimas palabras se habrá notado la iiuitaciún ilel úlli-no verso de la Eneida:
Vituquc cum gcinilu fn>j¡t ¡niliguata aub uiithras. '
[') oEra la estatura de Lucrecia algo más que do sus compañeras; su cabelladura roxa e;i
»abiindancia; la frente alta y espaciosa, sin ruga alguna; lus cejas en arco tendidas, delgadas, con
sespacio conueniente en medio; sus ojos tanto resplandec'entes que, a la manera del sol, la vista de
»q;i¡en los mirasse embotaiian, con aque'los a su pla/.er p&dia prender, herir, matar y dar la vida;
))la nariz, en proporción afilada; las coloradas mexilla-, con ygual medida della apartadas; nin-
»;4una cosa más de dessear ni más deleytable a la vista podía ser, la qual como re\'a, en cada
»vna de aquellas vn hoyo hendia, muy desseoso de besar de quien lo viesse; su boca, peciuoña en
ílo conucnible; los be90s como corales asaz coiiiciosos para morder; los diente?, pequeños y en
íorden puestos, semejauan de cristal, entre los qnales la lengua discurriendo, no palabras mas
)>suaue armonía parecía mouer. Qué díre de la blancura de la garganta? Ninguna cosa era en aquel
Dcuerpo que no fuese mucho de loar..». (I'ág. 4).
Cf. la descripción que Calisto hace de su au)ada en e¡ aucto primero: «Los ojos verdes, rasgados;
Lxxvili orígenes de la novela
Eurialo envía á Lucrecia su primera carta por medio de una vieja tercera, j las pala-
bras con que la recibe son tan ásperas como las de Melibea en el principio de sus
amores:
«Como la alcahueta recibió la carta de Eurialo, luego a mas andar se fue para
» Lucrecia, y fallándola sola le dixo: «El más noble j principal de toda la corte del
» César te cnvia esta carta, y que ayas del compasión te suplica» ,
»Era esta mujer conocida por muy pública alcahueta: Lucrecia bien lo sabía;
» mucho pesar ovo que muger tan infame con mensaje le fuesse embiada, y con cara
» turbada le dixo: «Qué osadía, muy malvada henbra, te traxo a mi casa? Qué locura
»en mi presencia te aconsejó venii-? Tú en ¡las casas de los nobles osas entrar y á las
» castas dueñas tentar, y los legitimos matrimonios turbar? Apenas me puedo refrenar
» de te arrastrar por essos cabellos y la cara despedazar. Tú tienes atrevimiento de me
atraer carta? Tú me fablas? Tú me miras? Si no oviesse de considerarlo que a mi estado
» cumple más que lo que a ti conviene, yo te facía tal juego, que nunca de cartas de
» amores fueses mensajera;...
» Mucho temor oviera otra qualquiera; mas ésta que sabía las costumbres de las
» dueñas, como aquella que en semejantes afrentas muchas vezes se avia visto, dezia
» consigo: «Agoras quieres que muestras no querer» , y allegando más a ella dixo:
«Perdóname, señora; yo pensaba no errar y tú aver desto plazer. Si otra cosa es, da
» perdón a mi ynocencia. Si no quieres que buelva, hecho he el principio, en lo ál yo
»te obedeceré. Mas mira qué amante menosprecias».
No prolongaré este cotejo haciendo notar otras semejanzas de detalle que en las
entrevistas de los amantes pueden encontrarse. Lo principal es el ambiente novelesco
análogo, la suave y callada influencia que en la concepción de Rojas ejerció un escri-
tor digno de inspirarle.
Yolviendo sobre nuestros pasos, creemos inútil mencionar otras comedias hiüna-
idsticas^ ya por ser de fecha algo posterior á la Celestina^ ya por no tener con ella más
que conexiones remotas. Por lo tocante á la comedia italiana del Renacimiento, las
3)la3 pestañas luenga?, las cejas delgadas e aleadas. la nariz mediana; la boca pequeña, los dientes
j>menvdos e blancos, los labios colorados e grossezuelos; el torno del rostió poco más luengo que
^redondo; el peclio alto . »
Pero una y otra descripción quedan eclipsadas por la pintura que se hace de la reina Iseo en el
último capítulo de Don Tristan de Leonis, justamente elogiada por el señor Bonilla {Libros de
Caballerías, tomo I, pág. 456). No dudo que también la tuvo presente el autor de la Celestina,
porque coinciden en algunas frases: «Otrosí tenia mu\' amorosa e graciosa y muy pequeñita boca,
Dcuyos labrios, delgados quan'.o cumplían, era.ü colorados, que parescian de color de la resplandea-
»ciente maiíana quando el sol encomienda a salir. Los quales labrios, segund su apostura, bien
»paregc¡a no rehusar los dulces besos... La guarda e cobertura de los cuales tenían los muy menudos
yydicntes, que parescian ser de fino marñl, puestos en orden no más uno que otro, puestos affirmados
))'en las muy coloradas enzias, que parescian ser de color de rosa. .»
El gracioso rasgo de Rodrigo de Reinosa ó quien quiera que sea el autor del romance de «La
gentil dama y el rústico pastor»;
Las teticas agudicas— que el brial quieren romper,
está tomado de este lindísimo retrato de Iseo: «Tenia otrosí muy espacioso e blanco pecho, en que
verán dos tetillas a manera de dos man9ana3, eran agudas que parescian romper svs vestidurasD.
INTRODUCCIÓN lxxix
fechas dicen bien claro que no pudo influir en la Celestina^ la cual es anterior á todas
las obras de Maquiavelo, Ariosto j Bibbienua (').
Nació la Celestina en pleno clasicismo, cuando el teatro de Planto, que no cons-
taba ya de ocho comedias, sino de veinte, había surgido del vetusto códice descubierto
en Alemania por el cardenal de Cusa, y embelesaba y regocijaba la fantasía de los
humanistas, que no se limitaban á transcribirle y comentarle y á añadirlo escenas y
suplementos, sino que le hacían objeto de públicas representaciones en su lengua
original. Los actores solían ser escolares, pero estas fiestas del arte antiguo no eran
meramente universitarias. Se celebraban con gi-an pompa y magnificencia en los pala-
cios de príncipes y cardenales, ante el auditorio más aristocrático y selecto. Así en
Roma aquel Fomponio Leto, tan sospechoso de paganismo, hizo representar en fecha
ignorada la Aulukiria bajo los auspicios del cardenal Riario, sobrino de Sixto IV;
en 1499, algunos actos de la Mostellaria^ en casa del cardenal Colonna; en 1502, los
Menechmi^ en presencia de Alejandro YI, para festejar las bodas de su hija Lucrecia
con Alfonso de Este.
Otras representaciones, algunas muy anteriores, hubo en Florencia, en Mantua, en
Ferrara, en Pavía, en todos los grandes centros de la vida intelectual y cortesana del
Renacimiento. Si alguna noticia de éstas llegó á oídos de Fernando de Rojas, ¡cómo
debió agrandarse en su mente la visión del teatro y soñar con otro igual para su
patria, y encenderse en el anhelo de superar, no ya los pobres remedos de la comedia
latina que tenía delante, sino al mismo Terencio y al mismo Planto, que habían sabido
menos que 61 de la vida y del corazón humano!
¿Se compusieron ó representaron en España comedias hunianísUcas durante el
siglo XV? No podemos afirmarlo ni negarlo. Hasta ahora el género parece exclusiva-
mente italiano. Sólo en tiempo de Carlos T, cuando la comedia latina empezaba á
decaer en Italia, cediendo su puesto al teatro vulgar, la vemos apaiecer en nuestras
escuelas con los mismos caracteres y á veces con la misma pompa de representación
que en su patria (-). Y durante todo el curso del siglo xvi la encontramos más ó menos
ingeniosamente cultivada: en Alcalá por Juan Petreyo (Pérez), que puso en latín tres
comedias del Ariosto; en Salamanca y Burgos por Juan Maldonado, cuya Hispa-
(*) La Cassaria y Gli Supposiíi, primeras cotnedias dtl Ariosto, son do 1508 y 1509. La
Amicigia, del Nardi, fué escrita entre 1509 y 1512. La Calandria, del cardenal Bibbiena, fué repre-
sentada por primera vez en la Corte de Urbino en 6 de febrero <le 1513. No se sabe la fecha precisa
de la Mandragola, pero sí que no pudo ser anterior á 1512; fechas todas muy tardías comparadas
con la de la Celestina, que ya estaba traducida al italiano en 1505. No hay para qué hablar del Orfco^
de Poliziano (1471), ni del Timón, de Boyardo (¿1480?;, porque no tienen la menor relación con el
género de la Celestina ni son tampoco verdaderas comedias.
Vid. Arturo Graf, Studi draminatid (Turin, ed. Loesclier, 1878), pp. 281 282.
(*) En los Estatutos de la Universidad de Salamanca (1538), título 61, «de los Colegios de
Gramática», se dispone que «en cada Colegio cada año se representará una comedia de Plauto ó
»T«rencio ó tragicomedia, la primera el primero domingo de las octavas de Corpus Christi, y las
jDotras en los domingos siguientes; y el regente que mejor hiziere y representare las dichas comedias
DÓ tragedias se le den seis ducados del arca del estudio, y sean juczjs para dar este premio el rector
»y maestre escuela».
{Memoria histórica de la Universidad de Salamanca... . por D. Alejandro Vidal y Díaz. Sala-
manca, 1869, pág. 94 )
Lxxx ORÍGENES DE LA NOVELA
niola no figuraría mal eu la serie de las Celestinas ('); eu Sevilla por Juan de Mal-
Lara; eu Yaloncia por Lorenzo Palmireno: en Barceloua por Juan Cassador y Jaime
Cassá, y hasta en la isla de Mallorca por Jaime Romauyá, autor del Oastrimargiis^
que se representó en la plaza pública ante un concurso de más de ocho mil espectado-
res (^). Por fin, este género, cada vez más abatido y escuálido, cayó en manos de los
jesuítas, que le morigerarou, convirtióndole en comedia de colegio. Así nació y murió
el teatro humanístico en España, con poco brillo siempre y con poca influencia en el
drama nacional.
¿Pudo encontrar Rojas en la dramaturgia vulgar de su tiempo, en el infantil teatro
de la Edad Media, algún punto de apoyo para su creación? Difícil es responder cate-
góricamente á esta piegunta. De los juegos de escarnio^ que llegaron á penetrar en la
iglesia y á ser representados por clérigos, apenas sabemos más que lo que dice una
ley de Partida. De la Corona de Aragón tenemos un documento aislado, pero muy
curioso, sobre el cual llamó la atención D. José María Quadrado {=^). Es la queja pre-
sentada en 1442 á los Jurados de Mallorca contra los abusos introducidos en las
representacioues que solían hacerse en las fiestas del primer domingo después de
Pascua y el lunes inmediato, las cuales no versaban ya, como al principio, sobre ma-
terias devotas y honestas, sino sobre amores y alcahueterías.
«E en qual manera per solemnitat e honorificentia de la dita festa se acostumavan
» en temps passat fer en semblant dia diverses entremeses e representacions per las
aparroquias, devotas e honestas, e tais que trahien lo poblé a devoció; mes empero
(') loannis Maldonati Ilhfan'iola {Comedia) niuic denhiue per ipsum aulor"rn rcstiiuta utque de-
tersa] scholUaque locis uliquol ¡llusirata, 1535. (AI tin): Burgis in nf/icinu loannis Tuntan wense octohri
anno J/.D.ZA'AF (Bil.Iioteca Nacioriíil).
Esta edición, única que lie vi.ito, es probablemente la últinui. El autor, según nos informa en el
prólogo, había e crito e-ta comedia en 1519. Corrieron copias de ella, se representó en Portugal ante
la reina de Francia D/ Leonor, y fué impresa dos veces (una de ellas en Valladolid) sin anuencia
suya. También habla de una representación en Burgos in aula Principis. La comedia tiene cinco actos
en prosa, y eslá dedicada al Corregidor de Córdoba D Diego de Üsorio. La fábula es original y poco
ingeniosa, pero en el estilo quiere remedar á Planto: «Rapnit me time feriatum a bonis studiis. Plan-
)>tus suis deliciis acjocis; et extra vitae institutum longe prolusit. Commentus sum novum argumen-
Btum; sed nostris annis magis accoinmodum; nauj in hoc niliil mihi juvavit Plautus; coeterum inter
»medilandum, sales it joci Plautini circumsonabant anres meas».
Maldoua lo da á entender que ya iba pasando en Italia la moda de las comedias humanísticas:
))Videbantur atulitoros et spectatores admirari; et frontem corrugare quod esset in Hispania qui Co-
y>moedias componeret, cvni Italia jaradudum Cómicos non producat)'>.
Sobre la Ilispaniola vid. Gallardo, tomo 3.°, núm. 2.878, y Bonilla, en una nota á su traducción
castellana del Manual de Literatura Española de Fitz-Maurice Kelly fp. 230).
(') «En 1562 se representó en la plaza pública una comedia latina sobre el rico epulón, titulada
y)Gastriinargiis, miserable parodia de las de Terencio, con sus criados locuaces, sus desvergonzadas
brameras y sus máximas morales, pero sin numen, sin agudeza y casi sin versificación. Asistían á
»ella dos Obispos, el virrey, multitud de autoridades, teólogos y caballeros, y un concurso de ocho ji
))mil personas...» |
(Articulo de D. J >sé María Quadrado en La Palma (1840\ pág. 232. Ignoro el paradero actual I i
del manuscrito del Gastrimargus que poseía Bover y leyó Quadrado )
(3) Allí u'o publicado en La Unidad Odúlici, periódico de Palma de Mallorca, 1871, y reim
preso en el tonio VI de las Obras Completas de D. Manuel Milá ¡/ Fontanah (Barcelona, 1895), pá- ¡^
ffina 323
INTRODUCCIÓN lxxxi
.•>d'a1o;uii temps ensá qiiasi tots auvs se fcu per los caritaters (eucargados de las fiestas
- de la Caridad) de las parroquias, qui los demés son jovens, entremeses de enamora-
^ments^ alcarotarias e altres actes desonests e reprobnts^ raajormeiit en tal dia en lo
»qual va lo clero ab processons e crea levada portaus diverses reliquies de sauts, de
i que lo poblé pren mal exempli e román scandalizat» .
Yo no me atreveré á decir, con mi inolvidable amigo Qiiadrado, que íaquí tene-
smos ya el drama secularizado en Mallorca medio siglo antes de la aparición de la
» Celestina-, los temas devotos sustituidos por los profanos; el anto suplantado por la
>cüinedta>. Sería preciso que la casualidad nos descubriese algún fragmento ó mues-
tra de tales representaciones para que pudiéramos inducir su carácter. De todos modos,
el documento es singular, pero en Castilla tenemos otro muy análogo: los decretos del
Concilio de Ai-anda, que en 1473 mandó celebrar el arzobispo de Toledo D. Alfonso
Carrillo. Uno de ellos da testimonio del escandaloso abuso de las representaciones pro-
fanas dentro del templo en las fiestas de la Xavidail, de San Esteban, de San Juan y
de los Inocentes, y en las solemnidades de misas nuevas: <sLnd¿ theatrales^ larvae,
■■> mojistra^ spectaculn, necnon quam plurim i inhonesta ei diversa fty menta in ecclesiis
>Í7itro lucuntar, tumnltiiatones qnoqiie et ^<t/¿rpia carnninay^ et i-derisorii sermones^
■^ dicunttir» . Pero dudamos mucho que esta inculta y bárbara manifestación dramática
hubiera podido influir en un espíritu tan culto como el de Fernando de Rojas.
Los orígenes de la Celestina no son populares, sino literarios, y de la más selecta
literatura de su tiempo. Aún no hemos apurado el catálogo de sus reminiscencias. Leía
mucho su autor, como todos los hombres estudiosos de su generación, á los dos grandes
maestros del primer Renacimiento italiano, Francisco Petrarca y Juan Boccaccio. Las
obras latinas del primero le eran tan familiares, que desde las primeras líneas del
prólogo encuentra ocasión de citarle, para probar que «todas las cosas son creadas á
amanera de contienda y batalla». «Hallé (dice) esta sentencia corroborada por aquel
^gran oralor c poeta laureado, Francisco Petrarca, d¡\iendo: Sine lite atqne offensio-
»ne nihií g'inuit natura parcns: sin lid e offension ninguna cosa engendra la natura,
» madre de todo. Dize más adelante: Sic est eniíu, et sie propemodwn universa iestan-
r>tur: rápido stellac obviaut firmamento; contraria invicem elementa con flif//(nt, terrae
•¡>tremunt; maria fUicltiant; aer quatitur; crepant jlanunae; bellum immortale venti
¡>()erunt\ témpora temporibus concertant; spcum singrda, nobiscnm omnia, que quiere
»dezir: «En verdad assi os, é assi todas las cosas desto dan testimonio; las estrellas se
> encuentran en el arrebatado firmamento del cielo; los adversos elementos unos con
:^ otros rompen pelea; tremen las tierras; ondean los mares; el ayre se sacude; suenan
»las llamas; los vientos entre sí traen perpetua guerra; los tiempos contienden 6 ligan
;>entre sí, uno a uno é todos contra nosotros ^ (').
VA pasaje que Rojas alega está en el prefacio del libro 2." De Remediis utriusquc
fortunae; pero lo que nadie ha advertido hasta ahora, que yo sepa, es que continúa
(') Vid. Franciscí Petrarchae Florentini, Phihunphi, Oraforis et Poetue clarisnimi... Opera
quae extant omnia... Basileae exculebut Ilenrichus Petri (1554), tomo I, pág. 121.
«Ex oiniiibiH qii;ie tiiilii lecta placuerint vel amiita, n'liil pene vel insedit altins, vel tenac'us
^mliaesit, vel crebrius ad mf-nioriuin redit, qiiam illiid Hcracliti: Omnia secundum litem fieri, et
asic esse propeinodnm universa testantur. Kapido Stellae obuianí firinatneuto, etc.'>
Sigue el pasaje copiado pnr K )jaü.
oníOIíVES DE r,A NOVELA. — IIF. — f
Lxxxii orígenes de la NOVELA
traduciendo sin decirlo; de suerte que todo el segundo prólo,2:o es un puro plagio, como '
puede verse por el texto latino que pongo al pie, subrayando las frases que más lite- !
raímente copió Rojas ('). ¿Qué explicación puede tener un procedimiento tan extraño, j
mucho más si se recuerda que el De Remediis andaba en manos de todas las perso- •
ñas letradas, y existía ya una traducción castellana anterior á la de Francisco de Ma- :
drid, taiitas veces impresa desde 1510? ¿A quién podía engañar Rojas, apropiándose :
con tanta frescura la doctrina y las palabras ajenas, que además venían traídas por ,
los cabellos al propósito de su libro? ¿Para qué necesitaba un escritor de su talla ;
ajeno auxilio en la redacción de un sencillo prólogo? Quizá poroso mismo. Recuérdese '\
el caso bastante análogo, aunque en menores proporciones, de la dedicatoria de la pri- ;
mera parte del Quijote, tejida en parte con frases de otra dedicatoria de Herrera en sus
Anotacio7ies á Garcilaso^ y del maestro Francisco de Medina, en el hermoso prólogo ]
que llevan. A los grandes escritores suele resistírseles más la correspondencia familiar \
6 la redacción de un documento de oficio que la composición de un libro entero. Uno ,
de esos apuros debió de pasar el bachiller Feíuando de Rojas, y para salir de él apeló
(*) uVer huinidum, aestas árida, moUis autumnus, hyems hispida, et quae vicissitudo dicitur ;
opugna est, Haec ipst igitur quibus iiisistimus, quihus clrumfouemur et vivimus, quae fot illecebris '
"nhlandiunínr, quamque si irasci ceperint sint horrenda, iinlicant terraeniotus et concitatissimi tarbines, ¡
)>indicant naufragia atque incendia seu coelo seu tcrris saevicntia, qnis insultas grandinis, quaennm '.
y>ilU vis imbrium, qui/remitus tonitruum, quifulminis impetas, qnae rabies procellarum, qiii fenior, :
li^qni miigitiís pelagi,.qni torrentiiim fragor, qiii flinninuin excursus, qui nubiuní cursus et recursus i
í)et concursus.'' Mare ipsuiii praeter apertam ac rapidam vim ventorum, atque abditos fluctuiinitumo- <
«res, ¡ncertis vicibua alternantes, certos statntosque fliixiis ac reflusus liabet... quae res dum maní- j
y>festi motas lutens causa quaeritur, non minorem Philosophorum in scholis, quam flacluum ipso in |
y>pelago Utem movit. Qaid quod nullum animal bello uacat? pisces, ferae, vobicres, serpentea, homines, \
ymna species aliam exagitat, milli omnium quies data, leo lupum, lupus canem, canis leporem insequi- i
Mur... Basiliscus angues reliquos sibilo, advenlu, visu perimit. . Qui et littoreae volucres, aquaticaeque \:
■ »quadrupedeí=i, aeqnor, stagna, lacus et flumina rimantur, exliauriunt, et infcstant, ut mihi oinnitim \
»inquiotissiina pars reruui aqua videatur, et suis inotibus et incolaruiu perpetuis acta tumultibns, j
»quippe quae nouorum animaniium ac monstrorum Eeracissima esse non ainbigitur, upque ndeü, uta
))vulg¡ opinionem, ne docti quidcín respuant, oiunes prope (/tías térra vel a'ér animaniium formaiK
«habet, esse in aquis, cum imnumerabiles ibi sint, quas et arr et térra non liabef... >,
y)Maris caput sua quadam naturali sed effrenata dulcedine, tu os viperae insertum, illa praecipUi -
y)feruore libidinii amputnt, inde iam praegnans vidua, cum pariendi tempus advenerit, fcetu muWpliai -
»p/raegrucante, et velut in ultionem 2^'-it>'is uno quoque quamprimuin erumpere festinante, discerpiiur,
y)Ita dúo animantium prima vola, proles et coifus, huic generi infausta penitusque mortífera deprehen- i
y>duntur, dura marem coitus, matrein partus interimit. |
y>Echineis semipedalis pisciculüs navim quamvis immensam, ventis, undis, remis, velis actam^ \
y>retinet.y> (Aquí Rojas añade de su cjseclia ó de la del Comendador Griego las citas de Aristóteles, Ij
Plinio y Lucano.) I-
dEsse circa mare Imlicum inauditae nuignitudinis auem quandam, quam (íRochum^ nostri voctnt ¡i
Dquae non modo síngalos homines, sed tota insuper rostro praehensa navigia secun tollat in nubila, et
y>pendentes in aere miseros navigantes, advolatu ipso terribilem mortem ferat
y)Homo ipse terrestrium dux et rector animantium, qui rationis gubernaculo solus iioc iter vitae, i
»et lioc mare tuniidum turbidninqiic tranquillé agere possi videretur, quam continua lite agitur,!
»non modo cum alus sed eecum... Quid de comvnini vita deque aciibus mortalium loquar? vix düosl
»in magna urbe eoncordep, cum multa tum máxima aedificiorum habittiumque uarietas arguit... /«mi
Ttquae infantiitm bella cum lapsibvs, quae jmerorum rixae cum literis... quaenam insuper adolescen-l
yitium lis cwn voluptatibus dicam verius„ immo quanta serum lis affectuumque coUisio.y>
F. Petrarchae Operum, ed, de Basilea, pp. r21-r24.
INTRODUCCIÓN lxx.mii
al extravagante recurso de echar mano del primer libro que sobre la mesa tenía y tra-
ducir do 61 unas cuantas páginas, que lo mismo podían servir de introducción á cual-
quier otro libro que á la Celestinn. Cervantes todavía necesitó menos para zurcir cua-
tro frases de cortesía.
Más intere's tiene este plagio directo que las vagas reflexiones morales sobre la
próspera ó adversa fortuna que hay en varios pasos de la Tragicomedia^ registrados ya
por Arturo Farinelli: «O fortuna (exclama Caliste en el aucto XIII) quáuto e por quún-
^>tas partes me has combatido! Pues por más que siguas mi morada, c seas contraria a
»mi persona, las adversidades con ygual ánimo se han de sufrir, e en ellas se prueua
»el coraron rezio o flaco». Y antes había dicho Celestina (aucto XI) convirtiéndose en
eco de las palabras del Petrarca: «Siempre lo oí dezir, que es más difhcil de suffrir la
» próspera fortuna (jue la adversa; que la vna no tiene sossiego, e la otra tiene consue-
^>lo» . Aunque hoy nos parezca tan vulgar el contraste entre una y otra fortuna, su filia-
ción petrarquista no puede ocultarse á quien esté versado en la literatura de nuestro
siglo XV, que había convertido en una especie de breviario moral la obra De Remediis^
y aplicaba á todos los momentos de la vida sus poco originales sentencias diluidas en
un mar de palabrería ociosa (').
Pero no es sólo en el libro de los Remedios^ sino en otros varios del Petrarca,
donde hay que buscar el origen y la explicación de algunos lugares de la Celestina.
Dice Calisto á la vieja en el aucto VI: «Qué más hazia aquella tusca Adeleta, cuya
-i>fama, siendo tú viva, se perdiera? la qual tres dias ante su tiu prenunció la muerte de
»sii viejo marido e de dos hijos que tenia». Esta alusión, á primera vista oscura, se
descifra con una advertencia de la edición de Salamanca del año 1570, hecha por Ma-
tías Gast, en la cual sospecho que anduvo la mano del Brócense por el género de las
enmiendas: «Atrevíme con consejo de algunos doctos a mudar algunas palabras que
» algunos indoctos correctores pervirtieron... En el acto sexto corregí Adelecta. Fue esta
» Adelecta (como cuenta Petrarca) una noble mujer toscana, 'grandísima astróloga y
» mágica. Dixo muchas cosas á su marido e hijos, Eternio y Albricio. Pero principal-
;> mente estando á la muerte, en tres versículos, anunció a sus hijos lo que les habia de
» acaecer, especialmente a Eternio, que se guardase de Cassano, lugar de Padua. Siendo
»al fin de sesenta años vino a Milán, adonde por sus obras era muy aborrecido de los
»longobardos: fué át ellos cercado, y pasando un puente con gran fatiga, supo que aquel
> lugar se nombraba Cassano. Luego da espuelas al caballo, y lánzase en el rio diciendo
>a grandes voces: Oh hado inevitable! Oh maternales presagios! Oh secreto Cassano!
1 Al fin salió a tierra; mas los enemigos, que la puente y entrambas riberas tenían toma-
» das, alli le acabaron» .
Lo que se le olvidó advertir al corrector salmantino fué el lugar de las obras del
Petrarca en que se encontraba la mención de Adelecía^ y como en el índice de la edi-
ción de Basilea no se consigna tal nombre, tuve que internarme con verdadero empe-
ño en la lectura del primer tomo, hasta que di en el libro 4.", Reriim Meuiorandanim,
cap. V, De Vatici/úis^ con la historia de Adelheida ó Adelaida de Romano, madre del
célebre tirano Ezzelino (no Eternio) y de Albricio, que es la tasca Adeleta de nuestro
(^) Viil. A. Farinelli, Sulla fortuna del Petrarca ia Ispagna nel Quattrocento, Turin. Loesclier,
1904 (Extracto del Giornale storico della Mterafura ifalinna, tomo 44, pp. 297-350).
Lxxxiv ORÍGENES DE LA NOVELA ■;
poeta, la fatídica de Hetruria^ que no pudo explicar su comentador G-aspar Barth ('). :
Y allí muy cerca encontramos otra anécdota de Alcíbiades, que también está repetida i
fielmente por Caliste en el mismo acto de la Celestina: «Entre sueños la veo tantas j
» noches, que temo que me acontezca como a Alcíbiades, que soñó que se veya embuel- i
»to en el manto de su amiga, e otro dia matáronlo, e no ouo quien lo alease de la calle;, ;
;> siao ella cou su manto» (-). |
Fuente indudable, aunque secundaria, de la Celestina son también las Epístolas \
familiares del Petrarca. Hay dos, sobre todo, que por cierto están inmediatas, tanto en i
las ediciones antiguas como en la moderna de Fracasseti (la 1.* y 2.^ del libro 2.°), de ¡
donde está tomada punto por punto toda aquella impertinente erudición que estropea el |
desconsolado razonamiento de Pleberio. También aquí puede hacerse la comparación :
cou el texto latino que pongo en nota: «Qne si aquella seueridad e paciencia de Paulo •
> Emilio me viniere a consolai con pérdida de dos hijos muertos en siete dias, diziendo :
»que su animosidad obró que consolasse él al pueblo romano, e no el pueblo a él no ;
»me satisfaze, que otros dos le quedauan dados en adopción. ¿Qué compañía me ter-
»nán en mi dolor aquel Pericles, capitán atheniense, ni el fuerte Xenofon, pues sus pér-
»didas fueron de hijos absentes de sus tierras? Ni fue mucho no mudar su frente e '\
atenerla serena, y el otro responder al mensajero que las tristes albricias de la, muerte i
»de su hijo le venia a pedir, que no rescibiesse él pona, que él no sentia pesar... Pues i
» menos podrás decir, mundo lleno de males, que fuimos semejantes en pérdida aquel ;
»Anaxágoras e yo, que seamos yguales en sentir, e que responda yo, muerta mi ama- i
»da hija, lo que él a su único hijo que dixo: como yo fuesse mortal, sabía que avia de i
; morir el que yo engendraua...
» Ninguno perdió lo que yo el dia de oy, aunque algo conforme páresela la fuerte !
» animosidad de Lambas de Auria, duque de los athenienses {ijinoveses corrigió la edi- I
s
i."
(') AdeJheklis de Romano. ^\
«Faina est et quiilara scriptores asseriint Ezzelimiiii ile Romano, et Alinicmn fratres, cruentos ■
»ct iiniiianes liouiinea, nialreiii liahiiisse Adellieiilaní ex nolñli Tiiscoiuní san<>iiirie fonininam, alti
»ingen¡¡ consilüqne et tain astroruní cneliqíie studio, qiianí niagicis anibiis siipra fidem ventnri ;
))praesciain. Hace ciini saepe nmha tam viro qiiam natis, tiim praecipue euidens nnuin, circa diem
»su le inortis, oíacnli more trii)ii8 versiculis pioniinciasse dicitnr. In qnibiis qiiideni et filioriim |
»potentiain, et éxiliiin, et utrique snae m irtis lociiin ita cecinit, ut ipsis euentilms niliil et vaticinio (i
»dernereiur, quia etiain iit Albricum sileam, cura Ez/ceiinus ipí<e monitus Oassamim caiiere, igiiobilis
»v¡ci iiesciiis, Cassanum castrum ¡n Paduannrnm ac Uetruscorum situm finibus fatalo rafuí^... omniji
ssemper studio vitasset, tandera pnst septuageaiinuiii aetatia annum, dura surania vi Mediolannm
))petit, ab ómnibus ft-rme Longobardis, quibus trux et insolens spiíitus, o üosum iílum fecerat, jí
rcircumveiitus est, iam pontem adhuc fluraiiiis transiverat, illic in extremis sese casibus videns,
»loci noineu tciscitatus , ubi Cassanuin aiidivit, confusioiienj nominuin recognoscens, adacto
i.calcaribus equo, in oppositura seso lluuien injecit. Ileu fatum inevitabile, heii raaterna prae^-agiaJiJ
»iieu arcanum Cassanum liorrendo murmure vocit'erans, ac vix terrae redditiis adversae, ab innu-jr.'j
>rnera!)¡ii hostium exercitu, qui iara pontem et utrauque ripam occupaverat oppriraitur».
F. Petrarchae Opera, ed.de Basilea, tomo I, pág 536.
Sibido es que Ezzelino y su madre son personajes capitales en nno de los más antiguos en sayOí,
trágicos de Europa, la Eccerinis del padnano Albertino Mussato, contemporáneo del Petrarca,
(-) Alciliiades paulo prius quam e ri-bus Inimanis repelleretur, se aniicae suae veste contectun¡
».-omniaverat, alias fortassis aperare licuit ¡ilécebras amanti, sed enim bre. i post occisu?, et nuil
>iiniserante insepuUus iacens, amicae obvolutus amiculo est».
J^. Petrarchae Opera, I, p. .Ó82.
INTRODUCCIÓN Lxxxr
»ción de Zaragoza de 1507, j está bien), que a su hijo herido con sus bracos desde la
»nao echó eu la mar...» (').
Por los trozos transcritos se ve claro que la lectura del Petrarca no sirvió al bi-
ciiiller Rojas para nada bueno, sino para alardear de un saber pedantesco; pero va'ga
lo que valiere esta influencia, es de las que pueden documentarse de un modo más
auténtico ó irrefragable.
Boccaccio, lo mismo que el Petrarca, iníluve en Rujas, como en todos los españoles
del siglo XV, más como humanista y erudito que como poeta y novelista, más por sus
obras latinas que por las vulgares. Contra todo lo que pudiera esperarse, no es el Deca-
meron. ni siquiera el Corbaccio^ sino el libro De casibus Principum (lectura favorita
de nuestros moralistas, desde el tiempo del Canciller Ayala) la obra de Boccaccio que
ha dejado positiva é innegable huella en la Celestina. Alusión muy clara á ella son
estas palabras de Serapronio en el aucto I: «Lee los historiales, estudia los phi-
»losophos, mira los poetas; llenos están los libros de sus viles y malos excmplos
»e de las caijdas que levaron los que en algo, como tú, las reputaron). Las Caydas
de Príncipes y el Valerio Máximo estaban sin duda entre aquellos «antiguos libros»
que «por más aclarar su ingenio^> mandaba su padre leer á ^lelibea, y que ojalá no
hubiesen leído nunca ni ella ni el poeta que la inventó.
Nada he encontrado en la Celrslina que indique conocimiento de las Cien nnrelas.
(') Dice el Pfltarcii coiisolatido á un amigo suyo en la imurte de su hermano:
«lit tainen, ut intelligas quorum e'^o te numeris adscribo, tantoque fretus comitatu liaereas in
))incopto, quanfnin memoria complecti potnero... aliquot nobiliora exempla et oinni copia vetustati-i
»intcr8eram. yE'nilius Puulus, vir amplissimus et suae aetat's ac patriae summum decus, ex quatuor
i>filiis prat'clarissimae indolin, dúos, extra farniliam in adoptianem aliis dundo^ ipae sihi ubstuUl:
»duos Tfliquos iiitra septem dierum spadum mors rapuit^). (Aqni Rojas ir.istrocó el sei.tido, pues lo
que el Petrarca dice no et- que ú Paulo Emilio le q- cdasen dos liijos dados en adopciiin, sino al
contrario, que los perdió para su familia por iiabérs-olos dado en adopción á extraños) «Ipse tamcn
íi(ul)Í!alem suam tam excelso animo pertulit, ut prodiret in publicum, ubi, audiente populo Rumano,
Masum suum tum mngnifire consohttus est, ut mugís metuere ne quem dolor ¡líe fregisaef. quain ¡pac
y>fractus esac, videretur... Perirles, AtheivenüiH du.r, inter qiuituor tiies duobus filiis orbitus non soUnn
»non ingemuil, sed nec priorem frontis luibitum mutavit... Xenophon, filii mnrte nuntiata, sacriü-
Dcium ciii tuno ¡ntererat, non omisit... Anaiugoraa mortem filii nuncianti: Ni'il. inquit, novum nut
f>ina:rpectatum audio: cgo enim, cum «im moríalis, nciebam ex me genilum esse mortule:».y)
(Libcr secundus. E/>ist'ila I. Philippo Episcopn CaralUcensi.)
El caso de Lainl)as do Auria está referido en la carta siguiente á persona desconocida sobre el
teuii aFacilem sap'enti iactnram esse sepulchri»:
«Unuin de inultis exemplum illustrc non sileo. Lambas de Auria, vir acérrimos atqie fortissi-
smns, dut Jamiensium fuisse narratur eo maritimo praelio quod primum cum Venetis liabuorunt,
«oiiiniuui m-morabili, quae patrum no-trorum tempi-ribus gesta sunt... Oumque in eo con.ressu
sfilius illi nnicus, Horentissimus adolescens, qui paternae navis proriu w ibtinebat, sagitta tniictu--,
íprimus oniuium curniisset, ac circa iacentem luctiis liorreudus sublaius esset, accurrit pater, et
ytKon gemendi. inquit, sed pugnandi tempus eat. Deinde vert,us ad filiuin, postquam in eo nullam
»v¡tae spem videi: Tu vero, inquit, ^/í, nunquam tam pnlchras haluisses sepulluram, si defunctus
y>e9ses in patri't. Ilaec d cens, armatus armaium topentemque cumplesus, proiecit in medios fluctus,
J»íp a, ut milii qMÍdem vidftur, ca'amitate felicissimus.«
^Libro ir, epist. H, Ad ignotum.)
Francisci Petrarcae, Epistolae de reJma faiiiiliaril'Hs et rariae... atud'O et cura Josephi Frocasseti .
|FZoreii<fag, typis Le Monnier, 1S59.
(Tomo I, págs. 81, 82 y 8ó.)
Lxxxvi orígenes de LA NOVELA j
En realidad, Boccaccio y Rojas no sou ingenios del mismo temple, aun cuando parece que ;
describen escenas análogas. Hay en Boccaccio una alegría sensual, un pagano contenta- '
miento de la vida que contrasta con el arte profundo, y doloroso á veces, de Rojas. El ¡
Surgit amari aliquid de Lucrecio nos asalta involuntariamente en muchas de sus -j
páginas. Todas las catástrofes trágicas, que no faltan en el Decameron^ no sou suficien- i
tes para quitar al libro su carácter risueño y jovial. Las visiones lúgubres pasan tan \
rápidas, que no pueden entristecer á nadie, y la sátira misma es más amena que san- i
grienta: circum praecordia hidit. '\
Tampoco discierno imitaciones del Corba'ccio italiano. Si alguna hay, habrá pasado i
por intermedio del Arcipreste de Talavera ('). Pero es imposible dejar de reconocer en J
la retórica sentimental de la obra, en los apostrofes y exclamaciones patéticas, al lector ■
asiduo de la Fiammetta, que fué el tipo de todas las novelas amatorias de nuestro \
siglo XV. La Fiammetta es un tejido de declamaciones y pedanterías; pero aquel inter- ■[
minable monólogo trajo al arte moderno una novedad psicológica, la revelación de un ;
alma de mujer furiosamente enamorada. La lección no fué perdida para Rojas, y aun- \
que en general prefirió el arte de suaves matices y el fino proceso psicológico de Eneas i
Silvio, se inclinó más bien en las líltimas escenas á la manera vehemente y ampulosa |
de la Fiafnmetta (-). '.
Deudas tiene también el autor de Melibea con la literatura castellana anterior á su i
tiempo. Ya hemos hecho mención de la más importante de todas, la del Arcipreste de \
Hita, que se completa y refuerza con la del Arcipreste de Talavera, Alfonso Martínez. '
Hay entre estos tres ingenios, nacidos en el antiguo reino de Toledo, un hilo misterioso,
pero innegable, mediante el cual se transmite del siglo xiv al xvi la corriente natura- \
lista. El Arcipreste de Hita la recoge en un poema multiforme, que es á la vez sátira,
descripción de costumbres, autobiografía, novela picaresca y expansión libre y capri- '
chosa del numen lírico. El de Talavera la deja correr por las páginas^ en apariencias i
graves, de un tratado didáctico; le sazona de picante humorismo, como quien se entre- ■
tiene en sus propios escarceos y lozanías más que en la enseñanza moral que pretende \
difundir; transcribe por primera vez en forma literaria la lengua pintoresca y cruda del j
pueblo; sorprende la vida con enérgica inspiración; siembra un tesoro de modismos y ]
proverbios; forja el gran instrumento de la prosa familiar y satírica. \
Esta fué su verdadera creación, y por esto más que por nada es el más inmediato ]
(1) Viil. A. Farinelli, Note sulla fortuna del aCorbaccio» nella Spagna Medievale, en la Misce-
llanea Mussafia, Halle, 1905, pág. 43. «Non dipende invece, a niio giiidizio, del Corhaccio la tirata
«contro le donne che Sempronio regala a Calisto nella Celestina {1.° atto) per guariré la sua striig- )
«gente passione d'aiuore. E siiggeriti dalla Reprobación dell Arciprete, come iiitendo diinostrare j
naltrove traitando delle fonti dulla Celestina.-» !Si esta promesa se hubicíe cumplido, me hubiera
ahorrado mucho trabajo.
En otro eruditísimo estudio suyo (Xote siil Boccaccio in hpagna neW Etá media, publicado en
el Archiv fiir das Sludium der neueren Sprachen und Literafuren, de L. Herrigs, Braunscliweig,
190G) recuerda Farinelli que «la povera Melibea... negli estremi frangenti apre il libro delle Caydas \\
))per leggervi i fatti di Nerabrot, del «magno Alexandre», di Pasifae, di Minerva, di Mirra, di Semi- ij
»ramide e d"altri illustri» (Fág. 33). i
(*) Léase, sobre todo, el capítulo A'III: «Xul quale ma^lonna Fiammetta le pene sue con quelle j¡
)jdi molte antiche donne commensurando. le sue maggiori che alcune altre es-ere dimostra, e poip
>finalmente a suoi lamenti conchiude» (Opere Volgari di Giovanni Boccaccio... Florencia, ed. Mou- ii
tier, 1829, tomo VI, pág. 181 y siguientes). \'\
Mi
INTRODUCCIÓN lxxxvii
precursor de Rojas, á quien estaba reservada la gloria do fijar esa prosa en su momento
clásico, de dramatizarla, de reducirla á un cauce más estrecho y profundo, represando
aquella abundancia generosa, pero despilfarrada, en que la ardiente imaginación del
arcipreste talaverano se complace sin freno ni medida.
Pero además de esta relación general entre la Reprobación del amor mundano y la
Celestina^ que fácilmente percibirá quien pase de un libro á otro y se fije en la copia
de refranes y de modos de decir sentenciosos y castizos que en ambos libros reaparecen,
hay imitaciones de pormenor, que la crítica ha señalado varias veces y que comienzan
desde el acto primero ('). Los ejemplos y doctrinas de que Sempronio se vale para pre-
venir á su amo están sacados del arsenal del Corbacho^ nombre con que generalmente
es conocida la Reprobación. «E non pienses en este paso fallarás tú más fermeza que
»los sabios antyguos fallaron, expertos en tal SQiencia o locura mejor dicho. Lee bien
»cómo fuó Adán, Sansón, Davyd, Golyas, Salamon, Virgilio, Aristotiles e otros dignos
»de memoria en saber e natural ju'yzio» (Cap. V). Compárese también el capítulo XVII,
«cómo los letrados pierden el saber por amar» , donde están las donosas historias de los
amores de Aristóteles y de Virgilio {^).
Aquellas _euiimeracione.s sonoras y pintorescas del CorbacJio, tan intemperantes
como las de Kabeiais, sólo una que otra vez se encuentran en ia Celestina. Recuérdese la
descripción que Pármeno hace del laboratorio en que la vieja prepara los untos y dro-
gas para sus parroquianas: «En su casa hazía perfumes, falsaua estoraques, menjuy,
■i- animes, ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía vna cámara llena de
» alambiques, de redomillas, de barrilejos de vidrio, de corambre, de estaño, hechos de
;>mil faciones; hazía solimán, afeyte cozido, argentadas, bujelladas, cerillas, lanillas,
> unturillas, lustres, lucentores, clariraientes, alualinos: e otras aguas de rostro, de
^rasuras, de gamones, de corteza de espantalobos, de teraguncia, de hieles, de agraz, de
amodo destillados e azucarados. Adelgazaua los cueros con 9amos de limones, con tur-
;> uino, con tuétano de corzo e de gar^a, e otras coufaciones. Sacaua agua para oler, de
» rosas, de azahar, de jazmin, de trébol, de madreselua e clauellinas mosquatadas e
» almizcladas, poluorizadascon vino: hazía lexias para enruuiar, de sarmientos, de carras-
pea, de centeno, de marruuios, con salitres, con alumbre e millifolia. e otras diversas
» cosas. E los vntos e mantecas que tenía, es hastio de dezir: de yaca, de osso, de
^cauallos e de camellos, de culebra e de conejo, de vallena, de gar^a, de alcarauan e do
(*) Virl., entre otros, el elegante libro del Conde de Puyrnaigre, uno de los más simpáticos cnl-
tiviidores que han tenido en Fi ancla los estudios hispánicos, La Cour Littéraire de Don Juan II,
ruris, 1873, tomo I, pág. 16G. ■
(*) «Verá-í quién fue Virgilio e qué tanto supo; mas ya avrás oydo cómo estuvo en un cesto
^colgado de unatorre, mirándolo todo Roma; pero por esso no dexó de ser honrado, ni perdió el
Knombre de Virgilio». [Celestina, aucto VII.)
«¿Quién vido Vergilio, un homl)re de tanta acuciH e ciencia, cual nunca de mágica artt- nin
íciencia otro cualquier o tal se sopo nin se viilo nin falló, «e^wnr/ por sus fechon podrás leer, oyr e
Wer, que estuvo en R>ma coluado de una torre a una ventana, a vista de todo el pueblo remano:-
ísólo por dezir e ( orfiar que su saber era tan grande que niujer eu el mundo no le podia engañar».
(Arcipreste de Talatera, ed. de la Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1901, pág. 49.)
(Me parece que el Arcipreste en las palabras subrayadas alude al libro popular Les faits mervei-
lleux de Virgile, del cual existen traducciones en inglés, en alemán, en holandés y hastaen isla i-
dé-;, y es muy verisíuiil que la hubiera en castellano (Viil. Comparetti, Virgilio nel Medio Ero,
Liorna, 1872, tomo II, pág. 151 y ss.). -.^■. ':. ... .. :
li
i.xxxviii ORLGENES DE LA NOVELA
»gamo, e de gato montes, e de texon, de harda, de herizo, de nutria. Aparejos para
» baños, esto es, una maravilla; de las yervas e rajces que tenía en el techo de su casa
» colgadas: manganilla e romero, maluaviscos, culantrillo, coronillas, flor de sanco v de
:> mostaza, spliego e laurel blanco, tortarosa e gramonilla, flor salvaje e higueruela, pico
-^de oro e hoja tinta. Los azeytes que sacaua para el rostro, no es cosa de creer: de sto-
> raque e de jazmin, de limón, de pepitas, de violetas, de raenjuy, de alfócigos, de piño-
í nes, de granillo, de acof^ytos, do neguilUa, de altramuces, de aruejas y de carillas, e
»de 3'erva paxarera...» (Aucto I).
Esta curiosa página de perfumei-ía y farmacia cosmética está evidentemente calca-
da sobre otra que hay en el libro del Arcipreste (Parte 2.'*, cap. III): «Pero después
;>de todo esto comien(;an a entrar por los ungüentos, ampolletas, potecillos, salseruelas,
» donde tienen las aguas para afeytar; unas para estirar el cuero, otras destiladas para
» relumbrar, tuétanos de ciervo e de vaca e de carnero, e non son peores estas que dia-
»blos, que con las reñonadas del ciervo fazen ellas xabon?... Mesclau en ello almisque e
» algalia e clavos de girofre remojados dos dias en agua de azahar, o flor de azahar, con
»ella mezclado, para untar las manos, que se tornaa blancas como seda. Aguas tienen
.destiladas para estirar el cuero de los pechos e manos, a las que se les fazen rugas...
:^ Fazen más agua de blanco de huevos cochos estilada, con mirra, canfora, angelores,
,> trementina, con tres aguas purificada e bien lanada, que torna como la nieue blanca.
»Kayzes de lirios blancos, bórax fino; de todo esto fazen agua destilada con que relu-
»zen como espada, e de las yemas cochas de los huevos azeyte para las manos e la
»cara ablandar e purificar...» (').
El tipo celestinesco está muy secamente delineado en el Corbacho (2." parte, capí-
tulo XIII): «Desto son causa unas viejas matronas, malditas de Dios e de sus santos,
;> enemigas de la Virgen Santa Maria, que desque ellas non son para el mundo... e ya
» ninguno non las desea nin las quiere, entonce toman ofi(;iode alcagüetas, fechiceras e
»adevinadoras, por fazer perder las otras como ellas. ... Empero, dime: estas viejas falsas
» paviotas, ¡quántos matan e enloquecen con sus nialdades de bij en querencias! ¡Quántas
»divysiones ponen entre maridos e mugercs, e quántas cosas fazen e desfazen con sus
»fechizos e maldiciones! Fazen a los casados dexar sus mugeres e yr a las extrañas;
»esso mcsmo la muger, dexado su marido, yrse con otro; las fijas do los buenos fazen
» malas; non se les escapa mo^a, nin biuda, nin casada que non enloquecen. Asy van
»las bestias de ombres e mugeres a estas viejas por estos fechizos como a pendón
»ferido» (-).
Sin exagerar la influencia que un libro doctrinal y satírico, en que no hay acción
dramática ni desarrollo novelesco, pudo ejercer en una obra de arte puro como la Celes-
tina^ es imposible desconocer el parentesco estrecho que liga al Arcipreste y á Rojas
en la historia de la lengua y en la pintura de costumbres.
De otros tres autores del siglo xv se advierten i-emiuiscencias, puramente formales,
en la inmortal tragicomedia. Juan de Mena, cuyo temperamento artístico se asemeja
tan poco al del bachiller Rojas, era sin embargo uno de sus poetas predilectos. Son
varios los pasajes en que le imita. El muy docto filólogo americano D. Rufino J. Cuervo
(») Pásinas 130-13L
(«) Pá-iuaa 181-182.
INTRÜDUCCIOX i.xxxix
ha advertido que la idea y aun la forma de estas palabras: «Xo quiero marido, no
» quiero ensuciar los ñudos de matrimonio, ni las maiitales pisadas de ageuo hombre
-■> repisar», se encuentran en el poema de Los siete pecados uiorfales:
Tú te bruñes y te alnzias,
Tú fazes con los tus males
Que las manos mucho suzias
Traten limpios corporales.
Muchos lechos viarilales
De ajenas pisadas huellas^
Y sienbras grandes querellas
En deudos tan principales.
El Sr. Foulchc-Delbosc, por su parte, ha hecho notar la semejanza del conjuro de
Celestina con el de la hechicera de Valladolid, en un célebre episodio del Laberinto^
que está imitado principalmente de Lucano. Hay coincidencias verbales: <Heriré con
»luz tus carceres tristes y escuras» {Celestincí).
E con mis palabras tus fondas cavernas
De luz sempiterna te las feriré.
(Juan <!'" .Mena!.
En las octavas acrósticas del principio hay versos copiados del Laberinto^ v. gr.:
A otro que amores dad vuestros cuidados ('),
Puede añadirse otra reminiscencia evidente del aucto I: «Mucho seguro es la
mansa pobreza».
No ha sido reparada hasta hoy, aunque me parece obvia ó innegable, la imitación
de cierto tratadillo del nmor que compuso, siendo estudiante, el famoso Alfonso Tos-
tado de Madrigal, bien conocido después como fecundo autor de obras de muy diverso
linaje (-). Ni aun en ésta que parece tan liviana prescinde enteramente el método es-
colástico. Dos son las conclusiones que propugna el Tostado: Pi'imera, «ser necesario
;>los omes amar a las mujeres». Segunda, «que es necesario al que ama que alguna vez
»se turbe», es decir, se trastorne y salga de seso. El autor hablu por propia experiencia
y dirigiéndose á un condi^cípulo: «Hermano, reprehendiste me porque amor de muger
»me turbó ó poco menos desterró de los términos de la razón, de que te maravillas
>>como de nueva cosa... E por cierto non me pesa porque amé, aunque donde non me
»vino bien, si non que me certifiqué de cosa que me era dubdosa, é acrecentó en saber
■■> por verdadera espirencia. E por esto me pena en mayor grado el amor, que es á mí
»nueva disciplina, como acaesce á los que son criados líbrese delicadamente, é después
» vienen a servidumbre». Los argumentos son vulgarísimos, y están confirmados con
(M Jievxie riispnniqufí, IX, p. 297.
1^^) H:i sido piibl¡ca<i(> por D. Antoiái Paz y ]\[(.iiii en un tomo de Opúsculos Literaiiog de los
siglos XIV ü XVI, que forma pir.e de la cak-ccióii de los B.bliófi'os Españoles (Madrid, 18'J2).
Pgs. 219-2-44: «Tractado que fizo el muy excele ite é elevado Maestro en Santa Teolo<,fía e en
íArtee, D. Alfonso, Obispo que fué de Avila, que llamaban el Tosiado, estando en el Estudio, por
íel qual se prueba por la Santa Escriptura cómo al orne es nescetario amar».
xc ORÍGENES DE LA NOVELA
muchas historias: Sansón, David, Salomón, Tereo, Tiestos, Píramo j Tisbe, Scila, Medea,
Tamar, Fedra, Dejanira y otras varias; erudición muj semejante á la que gastan los
personajes de la Celestina. Toda la doctrina del Tractado puede decirse que está com-
pendiada en estas palabras del acto primero: «Has de saber, Pármeuo, que Caliste anda
»de amor quexoso; e no le juzgues por esso por flaco, que ol amor impervio todas las
» cosas vence; e sabe, si no sabes, que dos co)icliisio?ies son verdaderas. La primera.^
)ique es forgoso el hombre amar a la mitger.^ e ¡a miiger al hombre. La segunda., que
»el que verdaderamente ama., es necessario qne se turbe con la dulrura del soberano
y>deleyte que por el haxedor de las cosas fue puesto ¡morque el linaje de los hombres se
>^ perpetuase., sin lo qual pei-esceria^> .
Aquí están literalmente transcritas las dos conclusiones del Tostado j uno de sus
principales argumentos: «E ciertamente, para sustentación del humanal linaje., este
»amor es nescesario por esto que diré. Cierto es que el mundo peiesceria si ayun-
»tamiento entre el ome y la muger non oviese, e pues este ayuntamiento non puede
»aver efecto sin amor de amos, siguesse que necesario es que amen». Se ve que la
madre Celestina era tan puntual en sus citas como un erudito profesional: nunca pen-
saría el Abulense en tener tan rara casta de discípulos y lectores.
Fernando de Kojas, como otros grandes ingenios, se asimilaba rápida y fácilmente
todo lo que leía. La lamentación de Pleberio después de la muerte de Melibea tiene
su indudable modelo en el llanto de la madre de Leriano con que termina la Cárcel
de Amor. La situación es casi idéntica, pero no era menester que lo fuesen tanto las
palabras. En la novela de Diego de San Pedro leemos: <:jO muerte, cruel enemiga, que
»ni perdonas los culpados ni asuelves los inocentes... Más raxon avia para que conser-
y>vases los vegnie años del hijo mogo., que para que dexascs los sesenta de la vieja
> madre. Por qué volviste el derecho al revés? Yo estava harta de estar viua y él en
»edad de beuir...» (^). Y en la Celestina: «O mi hija e mi bien todo! Crueldad sería
;>que bina yo sobre ti. 3Ids dignos eran mis seseMa años de la sepultura que tus vegnte.
>Turbóse la orden del morir con la tristeza que te aquexava. O mis canas, salidas para
>aver pesar! Mejor gozara de vosotras la tierra que de aquellos ruvios cabellos que
presentes veo>^ . Apresurémonos á advertir que cada una de los dos lamentaciones
tiene sus bellezas propias: la de la madre de Leriano es más sobria, más concentrada,
más clásica, y emplea con fortuna el elemento sobrenatural de los agüeros y presagios.
La de Pleberio, cercenadas las pedanterías que la deslucen por culpa del Petrarca,
tiene todavía más fuerza patética y llega á lo sublime del sentimiento en dos ó tres
rasgos.
No faltará quien tache de vano alarde de investigación todo lo que voy escribiendo
sobre los orígenes de la Celestina. El método histórico comparativo, lento y minucioso
de suyo, tiene pocos prosélitos en España. Por no someterse á su rígida disciplina, que
requiere como auxiliares otras muchas si ha de convertirse en hábito constante del
espíritu, suelen perderse los esfuerzos de nuestra crítica en vagas consideraciones de
estética superficial ó de psicología recreativa. Y sin embargo, ¿puede haber cosa 'más
interesante que seguir paso á paso la elaboración de una obra de geni© en la meilte de
su autor; asistir si es posible á la creación de sus figuras; deslindar los eleiüentos que
('; Vid. la Cárcel de Amor, en el tomo II de estos Orígenes, >pág. 28.- • . ■■- , ■ - , ••
INTRODUCCIÓN xci
por sabia combinación ó por genial y súbita reminiscencia se concertaron para formar
un nuevo tipo estético? Y si se trata de un personaje como el bachiller Fernando do
Rojas, que no ha dejado detrás de sí más que su nombre y el eco de su voz, todos los
medios de indagación parecen pocos para descifrar el enigma de su genio. Bien lejos
estoy yo ni de intentarlo siquiera, pero abriré camino á los que vengan después, sin
temor á las detr.icciones de los críticos amenos, ni de loí impresionistas, ni de los trans-
cendentales.
Ni la naturaleza ni el arte proceden por saltos. Todo se une, todo se encadena en
hi historia literaria; no hay antecedente pequeño ni despreciable; no hay obra maestra
<iue no esté precedida por informes ensayos, y no sugiera, á quien sabe leer, un mundo
de relaciones cada vez más complejas y sutiles. Los más grandes ingenios son los que
han imitado á todo el mundo: Shakespeare, Lope de Vega, Moliere, deben á sus pre-
decesores la primera materia de sus obras, y algo más que la primera materia. No hay
producción humana sobresaliente y dominadora que no sea la resultante de fuerzas que
han trabajado en la oscuridad durante siglos. Ni Dante, ni el Ariosto, ni Cervantes, ni
Goethe, se eximen de esta ley. Su grandeza procede de la misma amplitud, vasta y lu-
minosa, de su genio, que da hospitalaria acogida á todas las manifestaciones prece-
dentes en su raza, en su pueblo, en su siglo, en la humanidad entera.
No podríamos, sin nota de exageración, aplicar tales conceptos al bachiller Fer-
nando de Hojas, que ni por la elevación ni por la fecundidad de su obra está á la altura
de los colosos citados. Pero en su obra solitaria, concebida y escrita antes de la madu-
rez del arte, demostró tales condiciones, que nadie en el siglo xv mereció en tanto
grado como él la calificación de grande artista literario. La Celestina no es un libro
peculiarmente español: es un libro europeo, cuya honda eficacia se siente aún, porque
transformó la pintura de costumbres y trajo una nueva concepción de la vida y del amor.
Bellamente lo dijo Gerviuus en su Historia de la poesía alemana: «Esta obra marca
» propiamente la hora natal del drama en los pueblos modernos. No es. en verdad, un
/> drama perfecto en la forma, sino una novela dramática en veintiún diálogos; pero si
» prescindimos de la forma exterior, es una acción dramática admirablemente trazada y
desenvuelta, con reflexiva conciencia de la verdad poética, y con tal maestría para
caracterizar á todos los personajes, que en vano se buscará nada que se le parezca
antes de Shakespeare. Mucho del contenido de Romeo y Julieta se halla en esta obra,
y el espíritu según el cual está concebida y expresada la pasión es el mismo» (').
Profunda verdad encierran las palabras de Gervinus. Calisto ij Melibea es el drama
del amor juvenil, casi infantil, menos casto que el de Romeo y Julieta en palabras y
situaciones, pero no menos apasionado y candoroso que el de los inmortales amantes
de Verona (^j. No es la Celestina obra picaresca, ni quién tal pensó, sino tragicomedia,
(') Geschichte der deutscJien Dichtung, 4.'' edición, Leipzig, 1853. Reproduzco la elegante tra-
ducción que ocasionalmente hizo de este pasaje D. Juan Vaiera (Dieertacioncs y juicios literarios,
1878, pá-. :i20).
(^) La comparación con Shakespeare ha llegado á ser un lugar común en la crítica alemana
sobre la CelesliiKi. Ya Olurus había escrito en 1846: «Der Contrast, zwitíchen Liebesglück tind Liebes-
»léid ist au£ eine so bebewundernswürdige Art benutzt, dass man iu der Gallerie der Tragüdieu der
»Liebe die Melibea dreist in der Náne von R meo und Juiia autVtelien darf Diese Tragodie álinelt
»in vielen Zügen dem 150 Jahre áltern Werke des Spaniers, in welchem sicli üljerhaupt, wie ich na er
ebelegen werde, viclfacli eine Anlage zu einem pyrenáisclien Shak^peare hervorthut,an dessen Kraft-
xoii ORÍGENES UE LA NOVELA
como su título definitivo lo dice con entera verdad; poema de amor j de exaltación y
desesperación; mezcla eminentemente trágica de afectos ingenuos j poco más que ins-
tintivos, y de casos fatales que vienen á torcer ó á interrumpir el desatado curso de la
pasión humana y envuelven á los dos amantes en una catástrofe que no se sabe si es
expiación moral ó triunfunte apoteosis.
¡Poder inmenso el de la sinceridad artística! Las bellezas de esta obra soberbia son
de las que parecen más nuevas y frescas á medida que pasan los años. El don supremo
de crear caracteres, triunfo el más alto á que puede aspirar un poeta dramático, íuó
concedido á su autor en grado tal, que no parece irreverente la comparación con el
arte de Shakespeare. Figuras de toda especie, aunque en coi-to número, trágicas y cómi-
cas, nobles y plebeyas, elevadas y ruines; pero todas ellas sabia y enérgicamente dibu-
jadas, con tal plenitud de vida que nos parece tenerlas presentes. El autor, aunque pre-
tenda en sus prólogos y afecte en su desenlace cumplir un propósito de justicia moral, pro-
cede en la ejecución con absoluta objetividad artística, se mantiene fuera de su obra; y
así como no hay tipo vicioso que le arredre, tampoco hay ninguno que en sus manos no
adquiera cierto grado de idealismo y de nobleza estética. Escrita en aquella prosa de
oro, hasta las escenas de lupanar resultan tolerables. El arte de la ejecución vela la
impureza, ó más bien impide fijarse en ella.
La misma profusión de sentencias, afoj-ismos y citas clásicas; aquella especie de filo-
sofía práctica difundida por todo el diálogo; aquella buena salud intelectual que el
autor seguramente disfrutaba, y de la cual, en mayor ó menor grado, hace disfrutar á
sus personajes más abyectos, salvan los escollos de las situaciones más difíciles, y no
consienten que ni por un solo momento se confunda esta joya con otros libros torpes y
licenciosos, que son pestilencia del alma y del cuerpo. Digno será de lástima el espíritu
hipócrita ó depravado que no comprenda esta distinción.
«nianier so mancher Witz, so maiiclies Bild iind eo manclie Einpfindingsforin erinnert. Ich glaiibe
»\volil, da-s der ¡iii obe i aiigeü'irten Titel ausg-edrückte didaktisclie Zweck dcra Verfasser raehr
»gegolten liat, alf^die iiiivergleicliliche Darslellung voii der Licbe Lnst und Le d, welclie sich selbst
»als den Kern des Stüi kes Ijioidend gehend zii machen gcwuszt hat».
(Darstelhung der Spdnischen Liferatur im MiftelaJter von Ludw'ig Clurust. Mit e'iner Vorrrde von
Joseph V. Garres. Zweiter Band, Mainz (Maguncia), 1846, tomo II, pág. 358.)
Con este magnífico elogio concuerda!) el de Lenicke ( Haiidbuch, I, 152) y el de Fernando
Wolf (Studien, p. 28"), que no se fija sólo en Romeo y Julieta, sino que declara shakespirianos
otros r^isgos, como el de Melibea, cuando oye á sus padies ponderar su inocencia, ó la esc na en que
el rutián Centurio, cuyo humor compara con el de Falstaff, promete á Elicia y Areusa darles
cumplida venganza de la muerte de su madre.
Finalmente Klein, de cuyo enorme trabajo, tan intere ante, aunque tan desordenado y de tan
raro estilo, no ^e Iia''e el debido aprecio, desarrolla más extensamente que nadie el paralelo entre
Romeo y JuHela y Odisto y Mtlihea. y se inclina á admitir que Shakespeare conoció ia Celestina de
cualquier manera que fuese, original ó traducida:
(•.Wenn Sliakcspeare deirj Italíenisclicn Drama Motive fur die áissere Slructur seines Fabel
»abiali, wenn er ein/.dge Züge italienischer Cliaractertypen in seine Figuren anfuahm: so war die
ecOelestina» von der wir nun künhlicli annehmen dürfen, dass er sie gekannt, für ihn eine t^tudie
:v)psycliologisclier CliMraktervertiefung und Leidenschaf-ientwickelung, eine Siudie des tragikomis-
»chen Kunstj'ls, und er imisste eine iiinere Verwandtschaft seiner Compositionsvveise, seiner
oAusdrurksfiirbung und seines Kunstiuimors... »
(Geschisnkte der Drama'» von J. L. KIoin, VflT. Dan Spanisiche Drama, Erster Band. Leipzig.
T O. Weigel, 1871. p. í)27.)
INTRODUCCIÓN xciii
Y en la parte seria de la obra, poco estudiada y considerada hasta nuestro tiempo,
¡con qué poesía trató el autor lo ((uo de suvo es puro y delicado! Para oucontrar algo
semejante á la tibia atmósfera de noche de estío que se respira en la segunda escena
del jardín hay que recordar el canto de la alon-lra de Shakespeare ó las escenas de la
seducción de Margarita en el primer Fausto. Hasta los versos que en ese acto de la
Celestina se intercalan:
¡Uh, quién l'uera la hortelana
De aquestas viciosas flores!...
tienen un encanto y un misterio líricos, muy raros en la poesía de los cancioneros del
siglo XV.
Tres cosas hay que considerar principalmente en la Celestina: los caracteres, la
invención y composición de la fábula y, finalmente, el estilo y lenguaje. Algo diremos
'sobre cada uno de estos puntos, sin someternos á un orden rigurosamente escolástico.
Sobre todos los personajes descuella la vieja Celestina., hasta el punto de haber im-
puesto nuevo título á la tragicomedia, contra la voluntad de su autor, y haber conver-
tido su nombre de propio en apelativo, dando una nueva palabra á nuestro idioma. La
excelencia del tipo fué reconocida ya por el autor del Dillogo de la lengua:
<¿~Martio. — ¿Quáles personas os parecen que stan mejor exprimidas?
;> Valdés. — La de Celestina, sta, á mi ver, perfetísima en todo quanto pertenece a una
»fina alcahueta» (').
Este juicio de la crítica antigua es atinado, pero insuficiente. Celestina no es una
alcahueta vulgar como la Acanthis de Propercio ó la Dipsas de Ovidio. Tipos de lenas
finamente representados hay en la comedia latina y en muchas obras cómicas y nove-
lescas del siglo XVI italiano. En Francia es célebre la Macette de una de las sá'iras de
Kegnier. Y de nuestra casa uo hablemos, porque las hijas, sobrinas y herederas de Ce-
lestina fueron tantas que por sí solas forman una literatura, en que hay cosas muy dig-
nas de alabanza bajo el aspecto formal. Todas esas copias son muy fieles al modelo, y,
sin embargo, ninguna de ellas es Celestina, ninguna tiene su diabólico poder ni su satá-
nica grandeza. Porque Celestina es el genio del mal encarnado en una criatura baja y
plebeya, pero inteligentísima y astuta, que muestra, en una inti-iga vulgar, tan redo-
mada y sutil filatería, tanto caudal de experiencia mundana, tan perversa y ejecutiva
y dominante voluntad, que parece nacida para corromper el mundo y arrastrarle, enca-
denado y sumiso, por la senda lúbrica y tortuosa del placer. «A las duras peñas pro-
:> moverá e provocará a luxuria si quiere>, dice Sempronio.
En lo que pudiéramos llamar infierno estético., entre los tipos de absoluta perver-
sidad que el arte ha creado, no hay ninguno que iguale al de Celestina, ni siquiera el de
Yago. Ambos profesan y practican la ciencia del mal por el mal; ambos dominan con
su siniestro prestigio á cuantos les rodean, y los convierten en instrumentos dóciles de sus
abominables tramas. Pero hay demasiado artificio teatral en los crímenes que acumula
Yago, y ni siquiera su odio al género humano está suficientemente explicado por los
leves motivos que él supone para su venganza. En Celestina todo es sólido, racional y
(') E'liciún de EiliiarJo Bjehmer en los üomanigehe Studlea (Hfft XXII, sechstai bande*
viertes hefi). Bonn, 189n, p. 41.'».
xciv orígenes de la NOVELA
consistente. Nació en el más bajo fondo social, se crió á los pechos de la dura pobre-
za, conoció la infamia y la deshonra antes qne el amor, estragó torpemente su juven-
tud j las ajenas, gozó del mundo como quien se venga de él, v al verse vieja y aban-
donada de sus galanes vendió su alma al diablo, cerrándose las puertas del arrepen-
timiento.
T no se tengan por pura metáfora estas últimas expresiones. Hay en Celestina nn
positivo satanismo, que también apunta en el Yago de Shakespeare ('). Xo importa que
el bachiller Rojas creyese ó no en él. Basta que lo haya expresado con eficacia poética.
Es cierto que por boca de Pármeno se burla del ajuar y laboratorio de la hechicera:
«Tenía huessos de corat^on de cierno, lengua de bíuora, cabei.'as de codornizes, sesos
>de asno, tela de cauallo, mantillo de niño, haua morisca, guija marina, soga de ahor-
»cado, flor de yedra, spina de erizo, pie de texon, granos de helécho, la piedra del
»nido del águila, e otras mili cosas. Venian a ella muchos hombres e mugeres; e a
»unos demandaua el pan do mordían; a otros de su ropa; a otros de sus cabellos; a
» otros pintaua en la palma letras con azafrán; a otros, con bermellón; a otros daua
.>unos corazones de cera llenos de agujas quebradas, e otras cosas en barro o en plomo
» fechas, muy espantables al ver. Pintaua figuras, dezia palabras en tierra; ¿quién te
;> podra dezir lo que esta vieja hazia? e todo era burla e mentira».
Puede creerse también que la misma Celestina habla en burlas cuando hace aquél
donoso panegírico de las virtudes de la madre de Pármeno: «O qué graciosa era! o
•>qué desembuelta, limpia, varonil! tan sin pena ni temor se andana a media noche de
í- cimenterio en cimenterio, buscando aparejos para nuestro officio, como de dia; ni
■>dexaua cristianos, ni moros, ni judios, cuyos enterramientos no visitaua; de dia los
>acechaua, de noche los deseuterraua. Assi se holgaua con la noche escura, como con
»el dia claro; dezia que aquella era capa de pecadores... Pues entra?- en iin cerco mejor
»que yo e con mas esfuerzo? aunque yo tenia harta buena fama, más que agora, que
;>por mis pecados todo se oluidó con su muerte; ¿qué más quieres, sino que los mesmos
:> diablos le auian miedo? atemorizados y espantados los tenía con las crudas bozes que
»les daua; assi era dellos conocida como tú en tu casa; tumbando venian unos sobre
» otros a su llamado; no le osauau dezir mentiras, según la fuerza con que los apre-
»miaua; después que la perdí, jamás les oy verdad» (Aucto VII).
Podía Celestina, para* deslumhrar á los imbéciles y acrecentar los medros y ganan-
cias de su oficio, fingir un poder sobrenatural que no poseía, Pero hay pasajes en que
no cabe esta interpretación, porque son monólogos y apartes de la misma Celestina,
que revelan con sinceridad sus más escondidos pensamientos: «Todos los agüeros se
»adere(,'an favorables, o yo no sé nada desta arte (va diciendo al acercarse á casa de
» Melibea)... La primera palabra que oy por la calle fue de achaque de amores; nunca
.;>he tropeyado como otras vezes. Las piedras parece que se apartan e me fazen lugai*
» que passe; ni me estoruan las faldas, ni siento cansancio en andar; todos me saludan;
O
I loolí dowri tuwards Msfect—iut that' s afahle —
If that thou he'st a devil, I eannot MU thee
Will you, I pray, demand that demidevil,
Why he hath thus ensnaer'd my sonl and body?
„ (Ac. V. -
INTRODUCCIÓN XGv
»ni perro me ha ladrado, ni aue negra he visto, tordo ni cuerno, ni otras noturnas»
> (A neto lY).
Y aún es más singular lo que pasa en la conversación con la pobre doncella. De
vez en cuando, Celestina, para cobrar ánimos, invoca por lo bajo la asistencia del demo-
nio: «Por aqui anda el diablo, aparejando oportunidad, arreziando el mal a la otra.
»Ea, buen amigo, ^ener rezio; agora es mi tien^po o nunca; no la dexes, llénamela de
;>aqai a quien digo-i>... «En hora mala acá vine, si me falta mi conjuro; ea, pues, bien
;>só a quien digo; ce, hermano, que se va todo a perder.» ¿Y puede darse más efusiva
acción de gracias al enemigo malo que el soliloquio con que principia el aucto Y? «O
/> diablo a quien yo conjuró! cómo cumpliste tu palabra en todo lo que te pedí! en cargo
>te soy; assi amansaste la cruel hembra con tu poder, e diste tan oportuno lugar a mi
> habla quanto quise, con la abseucia de su madre... O serpentino azeyte! o blanco
> hilado! cómo os aparejastes todos en mi fauor! o yo rompiera todos mis atamientos
> hechos e por hazer, ni creyera en yernas, ni piedras, ni en palabras» .
Estos pasajes son terminantes: el autor quiso que Celestina, fuese una hechicera
de verdad y no una embaucadora. Ciertos rasgos que en la Tragicotnedta sorprenden
y pueden parecer falta de arte, sobro todo la i-ápida y súbita conversión del ánimo de
Melibea, que hasta entonces no ha manifestado la menor inclinación á Caliste y que
tanto se enfurece cuando la vieja pronuncia por primera vez su nombre, sólo pueden
legitimarse admitiendo que Melibea, al caer en las redes de la pasión como fascinado
pajarillo, obedece á una sugestión diabólica. Ciertamente que nada de esto era necesa-
rio: todo lo que pasa en la Tragicoiiwlia pudo llegar á término sin más agente que el
amor mismo, y quizá hubiera ganado este gran drama realista con enlazarse y desen-
lazarse en plena realidad. Pero el bachiller Rojas, aunque tan libre y desenfadado en
otras cosas, ora un hombre del siglo xv y escribía para sus coetáneos. Y en aquella
edad todo el mundo creía en agüeros, sortilegios y todo género de supersticiones, lo
mismo los cristianos viejos que los antiguos correligionarios de Kojas, como en el mons-
truoso proceso del Santo Niño de la Guardia puede verse. La parte sobrenatural de la
Celestina es grave y trágica: nada tiene de comedia de magia. Prepara el horror som-
brío de la catástrofe ó ilumina el negro fondo de una conciencia depravada, que pone
á su servicio hasta las potestades del Averno. «La figura demoníaca y gigantesca de
> Celestina, verdadera y propia heroína del libro (ha dicho el traductor alemán E. de
»Bülow) no tiene, á lo que recuerdo, término de comparación en toda la moderna lite-
»ratura, y bastaría por sí solapara marcar á su creador con el sello de los grandes
> poetas» (M.
Estas representaciones del mal llevado al último límite, que llaman los estéticos
^sublime de mala voluntad^) , ofrecen para el artista no menores escollos que la repre-
sentación de la pura santidad, aunque por opuesto estilo. Xadie los ha vencido tan
gallardamente como Rojas, en cuya obra Celestina es constantemente odiosa, sin que
llegue á ser nunca repugnante. Es un abismo de perversidad, pero algo humano queda
en el fondo, y en esto á lo menos lleva gran ventaja á Yago. La lucidez de su inteli-
gencia es pasmosa, y la convierte á veces en el más singular de los diablos predicado-
(') Ci ado por Wolf en sus Studien, pp. 287-288. Traducción de D. Miguel de IJiiainiino con el
impropio titulo (debido meramente al eiiitor) do Hi-ttoria de las lileraturas castellana y portuguesa,
tomo I, pág. 318.
scvi ORÍGENES DE LA NOVELA :
res. Si sus intenciones son abominables, sus palabras suelen ser sabias, y no siempre i
miente su leuííua al proferirlas. De sus dañadas entrañas nacen los pórfídos consejos, i
las insinuaciones libidinosas, la torpe doctrina que Ovidio quiso reducir á arte y que |
ella predica á Pármenu y á Areusa con cínicas paliibras ('). Pero no es esa la noción ¡
del amor, que con suavidad y gota á gota va infiltrando en el tierno corazón de Melibea: i
^Melibea. — Cómo dizes que llaman este mi dolor, que assi se ha enseñoreado en lo i
» mejor de mi cuerpo? j
» Celestina. — Amor dulce. ^
•» Melih. — Eso me declara qué es, que en solo oyrlo me alegro. I
»( elest. — Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una ¡
» dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce e fiera heri- i
»da, una blanda muerte-^. 1
De un modo habla á las nobles y castas y reti-aídas doncellas; de otro á las corte- I
sanas atentas al cobo de la ganancia. Su ingenio, despierto y sagaz como ninguno, la ¡
iiace adaptarse á las más varias condiciones sociales y penetrar en los recintos más i
vigilados y traspasar los muros más espesos. El sinnúmero de oficios menudos que [
ejerce, no ilícitos todos, la dan entrada franca hasta en hogares tan severos como el de '
Pleberio, á ella, vieja maestra de tercerías y lenocinios, encorozada y puesta en la
picota por hechicera.
El poder de Celestina sobre cuantos la rodean consiste en que es un espíritu refle- |
xivo y horriblemente sereno, en quien ninguna pasión hace mella, salvo la codicia ;
sórdida, que es precisamente la causa de su ruina. Es la inteligencia sin corazón apli- ;
cada al mal con tan insistente brío que resultaría peligrosa su representación, si no |
apareciese templada por la propia indignidad de la persona (que la aleja de todo contacto !
con el lector honrado) y por los aspectos cómicos de su figura, que son fuente de inofen-
sivo placer estético. No sabemos si el público la resistiría en escena: nos inclinamos á
creer que no; pero en el libro es tan deseada su presencia como lo eran sus visitas por
Caliste, y casi nos indignamos con la barbarie do Sempronio y su compañero, que ataja- ;
ron en tan mala hora aquel raudal de castizos donaires y de elegantes y pulidas razones. ,
Los discursos de Celestina contienen en sentenciosa forma una filosofía agridulce de ;
la vida, en que no todo es falso y pecaminoso. Porque no sólo de amores es maes-
tra Celestina, sino que con gran ingenio discurre sobre los males de la vejez, sobre los I
(') «Por Dios, peculio ganas en no dar parte destüs gracias a todos los que l)¡en te quieren; que
j)no te las dio Dios parí que passa-en en balde por td frescor de tu juventud, debaso de seys doblezes i
»de paño e lien^.o. Gata que no seas auaricnta de lo que poco te costó; no atesores tu gentileza, pue« \
j)es de su natura tan coinnriicablc como el dinero; no seas como el perro d 1 ortolano... Mira que es .
Dpecado fatigar e dar pena a los hombres, pudiéndolos remediar»,., (Aucto VII), ^
Cf. Artln Amatoriae, 1 ib, III: S
Venturae memores jam nnnc estofe senectae: /
Sic nullum vobis tempus abibit iners.
Dum licet, et veros etiam nunc editis aiinos,
Liidite: euut anui more üuentis ¡iqnae.
Nostra sine auxilio íiigiuut bona: carpite ñurem;
Qtti, nisi carptus erit, turpiter ipse caJet.
(V. 5í)-'Jtí, T.)-SOV
INTRODUCCIÓN xcvn
inconvenientes de la riqueza, sobre el ganar amigos y conservarlos, sobre las vanas
promesas de los señores, sobre la tranquilidad del ánimo, sobre la inconstancia de la
fortuna, y otros temas de buena lección y aprovechamiento, que no por salir de tales
labios pueden menospreciarse. Claro es que la socarronería de la perversa vieja quita
mucho de su gravedad y magisterio á estos aforismos; pero de aquí se engendra un
humorístico contraste, y no es éste el menor de los méritos en la creación de este sin-
gular Séneca ó Plutarco con haldas luengas, que parece una caricatura de los moralistas
profesionales.
Eiicia y Areusa son figuras perfectamente dibujadas, aunque episódicas en la Tra-
(jicoinedia. Sirven para completar el estupendo retrato de Celestina, mostrando los
frutos de su enseñanza. Ni ellas ni su maestra pertenecen al mundo triste y feo de la
prostitución oficial y reglamentada, de las .públicas mancebías, sobre las cuales guar-
dan nuestros archivos concejiles tan peregrina cuanto lamentable documentación, Eiicia
y Areusa no son mozas del partido, sino ^-mujeres enamoradas;, como por eufemismo
se decía; que viven en su casa y guardan relativa constancia á sus dos amigos y los
lloran con sincero duelo y procuran vengar su muerte. No tienen el sentimentalismo
de las rameras de Tereucio ni el ansia y la sed de ganancia que distingue á las de
Planto. Más verisímiles que las primeras, son menos abyectas que las segundas. No
han pasado por la dura esclavitud, y en el arranque y la fiereza con que tratan á sus
rufianes y en los rasgos de generosidad instintiva bien se muestran mujeres libres y
españolas. Pero el autor no ha querido idealizarlas por ningún concepto. Son menos
perversas que Celestina, porque son más jóvenes y están haciendo el aprendizaje del
vicio. No llegarán nunca á su grandeza satánica, pero cuando la flor de su juventud se
marchite, ellas heredarán los trebejos de la hechicera y conservarán la casilla de la
cuesta del río, que «jamás perderá el nombre de Celestina) . Porque Celestina es un
símbolo, y Eiicia y Areusa y Claudina nunca serán más que reflejos suyos, aunque
alguna se atreva á usurpar su nombre.
Los dos criados de Caliste tienen particular importancia en la historia de la cume-
dia moderna, porque en ellos acaba la tradición de los Davos y los Siros, y penetra en
el arte el tipo del fámulo libre, consejero y confidente de su señor, no sólo para estafar
á un padre avaro dinero con que adquirir una hermosa esclava, sino para acompañar á
su dueño en todos los actos y situaciones de la vida, alternando con él como camarada,
regocijándole con sus ocurrencias, entremetiéndose á cada momento en sus negocios, adu-
lando ó contrariando sus vicios y locuras, haciendo, en suma, todo lo que hacen nuestros
(jrnciosos y sus similares italianos y franceses, derivados á veces de los nuestros (').
(') Dice Stíiupronio á Culi-to en el aucto II: «.0 tle muerto o loco no podrás escapar, s¡ siempre
»no te acompañd quien te allegue plazeres, diga donayres, tanga canciones alegres, cante romances,
Dcuente hystorias, pinte motes, finja cuentos, juege a naypes, arme motes; finalmente, que sepa
«buscar todo género de dulce passatiempo para no dexar trasponer tu pensamiento en aquellos crue-
»les desvies que recebiste de aquella señora en el primer trance de tus amoresjí.
Ea sus amoríos con Eiicia quiere remedar chistosamente la gentileza y gala de pu señor, y
habla on su mismo lenguaje, jactándose de haber hecho proezíis y festejos caballerescos, seguramente
imaginarios: «Señora, en todo concedo con tu razón; que aqui está quien me causó algún tiempo
')>andar fecho otro Caliste, perdido el sentido, cansado el cuerpo, la cabe9a vana, los días mal dor-
»miendo, los noches todas velamlo, dando aluoradas.jiaziendo «iomos, saltando paiedes, poniendo
»cada dia la vida al tablero, esperando toros, corriendo cauallos, tirando barra, echando lanca,
ORÍGENES DE LA NOVELA.— Hl. — ,'/
xcviii orígenes de la novela
Pero esta representación, que con el tiempo llegó á ser tan convencional, es en Rojas
tan verídica como todo lo demás, si se tienen en cuenta las costumbres de su siglo y la
intimidad en que vivian los grandes señores, no sólo con sus criados (palabra que tenía
entonces más noble significación que ahora), sino con truhanes, juglares y hombres de
pasatiempo.
Rojas, gran adivinador de las combinaciones escénicas, ha presentado por primera
vez el paralelismo entre los amores de amos y criados, repetido luego hasta la saciedad
en nuestras comedias de capa y espada. El apetito groseramente carnal de Pármeno y
Areusa hace resaltar por el contraste la pasión, no ciertamente inmaculada ni casta,
pero sí vehemente y tienia, de los protagonistas, que no sólo es impura llama de los
sentidos, sino también amor de las almas y frenesí y delirio romántico, en que cai'ue y
espíritu padecen y gozan juntamente.
No hay personaje alguno de la Celestiyia, aunque rara vez aparezca, que no
muestre propia é inconfundible fisonomía. La tienen hasta Sosia y Tristanico, los pajes
que acompañan á Calisto en su última é infausta visita al jardín de Melibea, muertos
Pármeno y Sempronio. Nada digamos del rufián Centurio, que es el personaje más
plautino de la pieza. Compárese con Pyrgopoliuices, que le ha servido de original, y el
personaje más antiguo parecerá una débil caricatura del más moderno. Y no porque le
falte gracejo de muy buena ley. Las sales de Planto no se reducen, como algunos
«cansando amigos, quebrando chipadas, haziendo escalas, vistiendo armas e otros mili autos de ena-
)>morado, haziendo coplas, pintando motes, sacando inuenciones» (Aucto IX).
A pesar de lan fanfarrón lenguaje, la cobardía es una de sus notas características, y no la disi-
mulan ni él ni Pármeno cuando acompañan, á razonable distancia, á su amo en el aucto XII. Allí
está la célebre frase: ((Apercíbete, a la primera boz que oyeres, tomar calcis de Villadiegoy>. Hasta
en esto son precursores de los lacayos y graciosos de las comedias del siglo xvn.
El profesor de la Snrbona, E. Martinenche. en su tesis latina, que es uno de los juicios más
razonados que se han escrito solire la tragicomedia de Rojas, ve también ea los mozos de Calisto el
primer tipo de criados del teatro moderno:
«lili famuli indnstriosi simul et solertes et qnibiis niliil .sancti erat, cum in Itaüam devecti f iiis-
)) ent, solertiores dolorum et comicarum machinarum artífices paulo post facti sunt, saporenique
))ruHticum quem apud Hispanos habuerant exuere. M'ix in Galliam penetravere, ibioue sub variis seu
»Scapini seu Mascarilli nominibus praecla-as vel potius in primas partes, in hiscomoediis quas exera-
))plaria Italurum secuti nostri poetae ediderunt. Attamen vera eorum proles intra fines Hispaniae
))permansit non solum in fabulis ad scenam accommodatis, sed etiam in his ubi legentibus seu
))ignobil¡um, seu nequam liominum fa'ita narrantur... Ex illa prosapia evadunt illi apud populum
);notissinii quibus iníilytiim nomen Gil Blas et Figuro indictura est. Ad Celestinam igitur, si quis
))verum originem iliorum recentiornm famulornm... respieere necesse e>t)).
(Quatenus Tragieomoedia de Colisto y Melibea vulgo CelestirM dicta ad informandum Hispa'
iliense Theatrum valuerit. Thesini Facidtati Litterarum in Parisiensi Universitate proponebut. Nimes,
1900, pp. 55 56).
En las últimas pahibras del distinguido crítico hay algo de exageración. Tanto los héroes de
nuestras novelas picarescas como Gil Blas y Fígaro tienen una psicología mucho más complicada
que la de los sirvientes de Calisto, Tampoco encuentro en éstos ninguna clase de sabor rústico, lo
cual más bien cuadra al bobo, que es figura casi obligada en nuestro teatro popular del siglo xvi.
Sempronio y Pármeno son evidentemente criados de ciudad.
Cronológicamente preceden á l'>s de la comedia italiana del siglo xvi; pero ésta se formó sobre
la imitación de Planto y Terencio, sin intervención de la Celestina. Se ha de tener en cuenta,
además, que ya en algunas comedias humanísticis, por ejemplo el Paulns, aparece el fámulo ó
doméstico moderno emancipado déla condición servil.
INTRODUCCIÓN xcix
piensan, á amontonar palabras sexquipedales y rimbombantes, que sólo pueden hacer
reir á la inculta plebe:
Quemne ego serva vi ¿u camj)is Gurgusüdonüs,
Lihi Bombomachides Cluninstaridysarchides
Erat imperator siunmus, Kcptuni nepoís?
(V. 15- 15).
Es de buen efecto cómico que el vanaglorioso capitán se haga referir sus soñadas
proezas por su taimado siervo Artotrogo; pero en el desarrollo de esta idoa se traspasan
todos los límites de la verisimilitud. Citaré algo de la primera escena, aprovechando la
ocasión para dar una breve muestra de la elegante traducción castellana de esta come-
dia, publicada en Amberes por autor anónimo en 1555:
^PijrgopoUuices. — Mo(,'OS, poned diligencia en que mi coselete esté más claro y
» limpio que suelen estar los rayos del sol, quando es muy sereno, porque siendo nece-
» sario entrar en el campo, la mucha claridad y resplandor del acero quite la vista al
» enemigo, porque yo harto temé que hazer en consolar esta mi espada, que no se
» quexe y desespere, porque ha tantos dias que la hago holgar, y (jue no saqué fruto de
»mis enemigos; pero ¿dónde está Artotrogo?
•» Artotrogo. — Aquí estoy, señor, cerca de vn varón fuerte y bien afortunado, y de
» una disposición real, con el qual Marte, dios de las batallas, no osara competir ni
» comparar sus virtudes.
»Fijrg. — ¿Cómo fue aquello del que salvé la vida en los campos Cutincalidonios,
adonde era capitán general el gran nieto de Neptuno?
» Art. — Muy bien me acuerdo; dizes lo, señor, por aquel de las armas de oro, cuyas
» batallas tú desbarataste con solo tu soplo, como vn gran viento desbarata las ojas
» secas.
yP/jrg. — Pues todo eso no es nada.
>Art. (aparte). — No por cierto en comparación de otras cosas que yo podria dezir
»que tú nunca heziste. Si uviere en el mundo quien aya visto otro más perjuro ni más
» lleno de vanaglorias que este hombre, téngame por esclavo perpetuo suyo.
^Pijrg. Oyes, ¿dónde estás?
■»Art. — Aqui estoy, señor, acordándome cómo en la India de una puñada quebi-aste
»un bra90 a vn elefante.
»Py?'g.—¿Qi\é dizes braco?
yyArt. — No sé qué dezir, señor, sino la espalda, y avn osarla jurar que si pusieras
»vna poca de más fuerza pasaras el bravo al elefante por el cuero y por las entrañas, y
»se lo sacaras por la boca.
T>Pyrg. — ¿Tienes ay libro de memoria?
!>Art. — ¿Quieres me preguntar algo? Sí tengo, y la punta para escrevir en él.
»Pijrg. — ¡Qué graciosamente sabes aplicar tu ánimo á mi voluntad!
y>Art. — Conviene me tener muy conocidas todas tus costumbres, y que no ayas
» bien pensado la cosa quando ya yo esté contigo.
^Pijrg. — Pues dime, ¿no te acuerdas?
>-4.;'^ — Muy bien, señor, tengo en la memoria que en vn solo dia mataste en Cili-
c ORÍGENES DE LA NOVELA
cia cieüt salteadores, y ciento j cincuenta en Sicilia, y treynta en Cerdeña y sessenta
»en Macedonia. ;
»Pijrg. — r.Quó número de hombi-es será ese? -
»A?'t. — Siete mil. •
»Pyrg. — Tantos han de ser, muy buen cuenta tienes. i
»Art. — Pues no los escreví, pero acuerdo me muy bien dcllc».
>yPyrg.—VoY los dioses, que tienes excelente memoria. ■
» Art. — El mantenimiento me la haze tener. \
i>Pyrg. — Mientras hizieres lo que hasta aqui, nunca te faltaiá de comer ni yo te ne-
»garé mi mesa. i
•»Art. — Pues quán mejor fue, señor, aquello de Capadocia, donde si no tuvieras i
»bota la espada, de un solo golpe mataras quinientos, y la gente de pie si viniera fuera j
»para ti poca presa. Pero para qué tengo de gastar tiempo en contar aquello que es tan i
/■notorio en el mundo, y que saben todos, que viue Pyrgopolinice en la tierra, varón j
» excelentísimo en virtud, y gesto y hazañas. Todas las mugeres te aman, y con mucha ;
» razón, pues te ven tan fermoso. ¡O qué dezian aquellas que ayer me tirauan de la capai j
:>Pyrg. — ¿Qué te dixeron ayer, por mi vida? '
y>Art. — Preguntauan me: ¿es este Achilles? Respondía yo: no, sino su hermano. -
» Entonces la una dellas dixo: Por cierto muy fermoso me parece y muy bien dispuesto; \
» mirad cómo le asientan bien los cabellos y la barba. ¡O quán venturosas son las que i
»alcau9aren su amor! •
»Pyrg. — ¿Mas de veras que assí lo dezian? '
> A7-t. — Antes entrambas me rogaron que tuviesse forma cómo passases oy por j
^>su calle. ;
y>Pyrg. — También es gran pesadumbre ser vno demasiadamente gentil hombre» ('). i
Enfrente de este figurón graciosamente descrito, pero imposible, pongamos algunas \
bravatas de nuestro Centurio, auténtico temerón y jayán del siglo xv, rebosando de i
aquella vida y fuerza cómica que al capitán del rey Selouco lo falta: *
I-Cent. — Mándame, tú, señora, cosa que yo sepa hazer, cosa que sea de mi officio; \
/>vn desafio con tres juntos, e si más vinieren, que no huya por tu amor; matar vn 1
» hombre, cortar una pierna o braro: harparel gesto de alguna que se aya ygualado con- \
»tigo, estas tales cosas antes serán hechas que encomendadas. No me pidas que ande j
» camino, ni que te dé dinero, que bien sabes que no dura conmigo, que ti^es saltos '
:^daró sin que me se cayga blanca... Las alhajas que tengo es el axuar de la frontera: vn
»jarro desbocado, vn assador sin punta; la cama en que me acuesto está armada sobre
»aros de broqueles; un rimero de malla rota por colchones; una talega de dados por
» almohada; que avnque quiero dar collación, no tengo qué empeñar, sino esta capa
» harpada que traygo a cuestas
í Si mi espada dixesse lo que haze, tiempo le faltarla para hablar. ¿Q,uién sino ella
» puebla los más cimenterios? ¿quién haze ricos los cirujanos desta tierra? ¿quién da
» contino que hazer a los armeros? ¿quién destrona la malla muy fina? ¿quién haze ri^a
»de los broqueles do Barcelona? ¿quién rciiana los capacetes de Calatayud sino ella?
(') La Comediii. de Planto, intitulada Milite rjlorioao, traducida en lengua Castellana. Ea Anvcrs.
En cusa de Martin Nació. il/.D.LF. (En el mismo tomito, y con paginación seguida, aunque coa
(lisciiit:! purta la, está lu versión de los Menenclirnos) . Ful. 5 vto. á 8.
i
I
IXTRODÜCCION ci
»que los caxqiietes de Almazan assi los corta como si fiiesseu fechos de melón...
»Yeynte años ha que me da de comer: por ella soy temido de hombres o querido de
»mugeres, sino de ti; por ella le dieron Centurio por nombre a mi abuelo, c Ceiiturio
»se llamó mi padre, e Centurio me llamo yo.
» Elida. — Pues ;,qué hizo el espada por que ,2:anó tu abuelo ese nombre? Dimo,
-;.por ventura fue por ella capitán de cient hombres?
» Cetit. — No, pei'O fue rufián de cient mugeres.
y>Ai'eusa. — No curemos de lina,u-o ni hazañas viejas; si has de hazer lo que te digo^
sin dilación determina, porque nos queremos yr.
!• Cent. — Más desseo yo la noche, por tenerte contenta, que tú por verte vengada,
»e porque más se haga todo a tu voluntad, escoge qué muerte quieres que le dé; allí te
> mostraré un reportorio en que ay sietecientas e setenta species de muertes, verás quál
>más te agradare.
y> Elida. — Areusa, por mi amor, que no se ponga este fecho en manos de tan fiero
-hombre; más vale que se quede por hazer, que no escandalizar la ciudad, por donde
nos venga más daño de lo passado.
■^Areum. — Calla, hermana; díganos alguna quo no sea de mucho bullicio.
» Cent. — Las que agora estos dias yo vso e más traygo entre manos son espaldara-
»zos sin sangre, o porradas de pomo de espada, o revés mañoso; a otros agujero como
-^ harnero a puñaladas, tajo largo, estocada temerosa, tiro mortal. Algún dia doy palos
por dexar holgar mi espada.^ (Aucto XVIII).
Este solo ejemplo mostrará cómo transforma Rojas sus originales hasta cuando más
de cerca imita.
Si admirables son los personajes secundarios y cómicos de la Celestina.^ ¿qué dire-
mos de la pareja enamorada, que en la historia de la poesía humana precede y anun-
cia á la de Verona? Nunca el lenguaje del amor salió tan férvido y sincero de pluma
española como no fuese la de Lope de Vega en sus más felices momentos. Nunca antes
de la época romántica fueron adivinadas de un modo tan hondo las crisis de la pasión
impetuosa y aguda, los súbitos encendimientos y desmayos, la lucha del pudor con el
deseo, la misteriosa llama que prende en el pecho de la incauta virgen, el lánguido
abandono de las caricias matadoras, la brava arrogancia con que el alma enamorada
se pone sola en medio del t\imulto de la vida y reduce á su amor el universo, y sucumbe
gozosa, herida por las flechas del omnipotente Eros. Toda la psicología del más univer-
sal de los sentimientos humanos puede extraerse de la tragicomedia de Rojas si se la
lee con la atención que tal monumento merece. Por mucho que apreciemos el idealismo
cortesano y caballeresco de D. Pedro Calderón, ¡qué fríos y qué artificiosos y amanera-
dos parecen los galanes y damas de sus comedias, al lado del sencillo Caliste y de la
ingenua Melibea, que tienen el vicio de la pedantería escolar, pero que nunca falsifican
el sentimiento! También Shakespeare pagó tributo al eufuismo, y en Romeo and Jnliri
muy particularmente; versos hay allí de innegable mal gusto, y alguno habremos de
citar, pero ¿quién se acuerda de ellos, cuando la tormenta de la pasión estalla?
Retórica hay también en los personajes de Rojas; pero no toda retórica debe pros-
cribirse en estos casos, porque el amor es retórico de suyo y se complace en devanear
largamente sobre nonadas. No seré yo quien tache de afectación los candidos extremos
que hace Caliste cuando recibe el cordón de Melibea (aucto VI): «¡O mi gloria e. ceñi-
cu ORÍGENES DE LA NOVELA
»dero de aquella angélica cintura; yo te veo e no lo creo! ¡O cordón, cordón! ¿fuésteme
»tú enemigo? Dilo cierto... Conjuróte me respondas, por la virtud del gran poder que
» aquella señora sobre mí tiene... ¡O mezquino de mí! que assaz bien me fuera del cielo
» otorgado, que de mis bracos fueras hecho e toxido, e no de seda como eres, porque
» ellos gozaran cada día de rodear e ceñir con deuida reuerencia aquellos miembros
»que tú, sin sentir ni gozar de la gloria, siempre tienes abracados...»
Involuntariamente se recuerda que también Romeo, en la escena del jardín, envi-
diaba el guante de su amada, porque podía tocar su mejilla ('). Otras expresiones de
ambos mancebos se parecen de un modo extraordinario:
«Semproiiio. — ¿Tú no eres christiano?
» Calisto. — ¿Yo? Melibeo so, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, e a Melibea
» amo» .
^Borneo. — ¡Que me bauticen de nuevo; desde ahora no quiero ser Romeo!» ('^).
Romeo, como envuelto en una intriga más complicada, es carácter más rico de mati-
ces, es también más lírico, romántico y soñador. Su lenguaje, constantemente figurado
y poético, eleva el pensamiento á una esfera superior á la del puro realismo. Pero su
amor carece de la virginidad del de Calisto, para el cual ni antes ni después de la pose-
sión existe otra mujer que Melibea. Las primicias del alma de Romeo no pertenecen á
Julieta, porque antes de ella ha amado á Rosalina con los mismos extremos y prodi-
gando en honor suyo las mismas hipérboles. «'¿Puede haber alguna más hermosa que
»mi amor? M aun el sol que lo ve todo ha visto otra igual desde que alumbra al
» mundo» {^). Pero un momento después, en la escena del baile, Julieta borra instantá-
neamente el recuerdo de Rosalina: «Esta sí que puede enseñar á las antorchas á arder.
» Resplandece sobre el oscuro rostro de la noche como rica joya en la oreja de un etiope.
» ¡Belleza demasiado rica para ser poseída, demasiado excelente para la tierra! Parece
» entre las otras damas como nivea paloma entre grajos. ¿Por ventura mi corazón ha
» amado hasta ahora? Negadlo con juramento, ojos míos, porque no he contemplado
» belleza verdadera hasta esta noche» (^).
/M O, tliat I werc a (jlji-o iipon tliat hand,
That I mifjht toiicJi that cheeA...
(Act. H. 8.-. II).
í*\ Cali me bvt love, and I 'II be neir haptized:
fícnccforth I nerer luill le Romeo.
(1(1. íil).
{h\ Onefairer than my lovel the all-seeing suri
iW er saio her match, since first the world hegun.
(Arl. I., so. II).
M\ O, shc doth teach the torches to lurn
Jt seems she hangs upoii the chccli of night
Lihe a richjewel in an ^ÍEthiop's ear:
Beauty too richfor usc,fur earth too dear!
So .shoiv.t a snowy dore trooping irith croirs,
An yonder lady o' er her felloics shows.
Did my heart love tul noic? forswear it, niglit.'
For 7 n' er saw trnc beauty tul this night.
\\n. I. se. VI
INTRODUCCIÓN ciii
En el alma de Romeo, ardientemente apasionada como es, hay un germen de lige-
reza é inconstancia. Sin las nupcias sepulcrales sabe Dios cuál hubiera sido su fideli-
dad á Julieta, mientras de Caliste no podemos dudar que nació para servir á Melibea y
ser suj'o en vida y en muerte. Caliste no hubiera merecido nunca que Fr. Lorenzo le lla-
mase, como llama á Romeo, «débil mujer con aspecto varonil, irracional furia de bes-
tia^ ('). En cambio Melibea y Julieta parecen de la misma familia: audaces, impulsivas
las dos, Cándidas en el desbordamiento de su pasión y marcadas por el sello de la fata-
lidad trágica desde el primer instante. En Julieta, el enamoramiento es todavía más
súbito que en 3Ielibea, y no necesita intervención de Celestinas, puesto que no puedo
calificarse de tal á su nodriza, que honradamente la presta lícitos aunque poco pruden-
tes servicios. Basta que por primera vez se encuentren sus ojos con los de Romeo, á
quien todavía no conoce ni de nombre, para que exclame: «Si es casado, el sepulcro será
mi lecho de bodas? (-). Y cuando sabe que es un vastago dol linaje de los Mónteseos,
tan odiado por los suyos, parece que con terrible imprecación quiere atraer sobre sí los
manes de la venganza: «¡Mi sólo amor, nacido de mi único odio! ¡Harto tarde te he
^^ conocido! Quiere mi negra suerte que consagre mi amor al único hombre á quien debo
;^ aborrecer > (^).
Tanto en Romeo y Julieta como en la Celestina son dos las entrevistas amorosas,
y hasta en el pormenor de la escala aplicada al muro se mantiene el paralelismo de las
situaciones, en medio de la profunda diversidad moral con que Shakespeare y Rojas
las interpretan (*). La doncella italiana pone su amor de acuerdo con la ley moral y
(') Art thnu a vían? tlnj form cries out, tltou art:
Thy tears are warnanüJi! tlnj ivild acts denote
The unreasonabh; fury vf a beast.
(Act. ni. «c. ni).
(-) Go, ash Iiis ñame:— i/ he be married.
Mil grave is like to be un/ n'edding-bed.
ÍAc. I, se. V).
(<•) My, only love sprung from iinj only hate!
Tuo early scen vnJinoio, and hnoir too late!
Prodigiou» birth oflove isto me,
That I muít love a loathed enemy.
(Aci. I. sr. V).
(*) El origen del segundo y bellísimo dúo shakespiriano (Act. III, se. V):
Wilt thou be go7ie? it is not yct near day...
se encuentra, según recientes investigadores, en el poema de |01iaucer Troylus and Cnjseide {\\(\.
E. Koeppel, Juliet Capulet and Chaucers Troylus, en el Jahrhuch der ShaJcesii. Gesellschaft, 1002,
pp. 238 y ss.). Pero este poema, á su vez, está imitado del t ¡lostrato de Boccaccio y de la Crónica
Troyana (Vid. G. C. llamilton, The indehtedness of Chaticer' uTroilus and Crisp.ydeJ> to Guido
delle Colonnes (^Historia TroyanaT>, New York, 1903). Amlias obras eran seguramente familiares
á Rojas, y pueden explicar algunas semejanzas entre él y Shakespeare.
En el Bursario, traducción de las Heroidas de Ovidio, atribuida, creo que con fundamento, á
Juan Rodríguez del Padrón, se encuentran algunas epístolas añadidas por el traductor, y entre el'as
dos muy notables de Troylo y Bresayda (sic, por Criseyda). En la primera se lee este pasaje, ver-
daderamente poético, que coincide en gran manera con los de Cliaucer y Sliake^peare: «Miém-
obrate agora de la postrimera noche que tú e 3-0 manimos en uno, é entravan los rayos de la
5>claridat de la luna por la finieat'a de la nuestra cámara, y quexávaste tú pensando que era la
iMnañana, y decias con falsa lengua, como en manera de querella: «Oh fuegos de la claridat del
civ ORÍGENES DE LA NOVELA
oaDÓnica; la tempestuosa enamorada castellana procede_como si ignorase tales ley;es ó sg^
hubiese olvidado de su existencia. La primera es sin duda más ejemplar, y la emoción
trágica que su fin produce no va mezclada con ningún pensamiento de torpeza ó rebel-
día, pues hasta del suicidio es casi ii-responsable ('). Melibea, por el contrario, muere
desesperada é impenitente: «¿Oyes lo que aquellos mogos van hablando? ¿Oyes sus tris-
»tes cantares? rezando Ueuan con responso mi bien todo; muerta llenan mi alegría.
» Xo es tiempo de yo biuir» (Aucto XLS). «De todos soy dexada; bien se ha aderegado
»la manera de mi morir; algún aliuio siento en ver que tan presto seremos juntos yo e
» aquel mi querido e amado Calisto. Quiero cerrar la puerta, porque ninguno suba a
;>mo estoruar mi muerte: no me impidan la partida; no me atajen el camino, por el qual
»en breue tiempo podré visitar en este dia al que me visitó la passada noche. Todo se
»ha hecho a mi voluntad; buen tiempo terne para contar a Pleberio, mi señor, la causa
»de mi ya acordado fin. Gran sinrazón hago a sus canas, gran offensa a su vejez; gran
;> fatiga le acarreo con mi falta; en gran soledad le dexo, pero no es más en mi mano.
»ra liante divino, los quales liaziendo vuestro ordenado curso, vos mostrades y venides en pos de la
))C.)iiturbal hora de las tinieblas! Muevan vos agora a piedut los grandes gemidos }• dolorosos
»sospiros de la mezquina Brecaida, y cesat de mostrar tan ayna la fuerza del vuestro gran poder,
)).iando logar a Bresayda que repose algún tanto con Troylos, su leal amigo!» Edezias tú, Bresayda:
«Olí quánto me ternia por bienaventurada si agora yo supiese la arte mágica, que es la alta sciencia
»de los mágicos, por la qual han poder de hazer del dia noche y de la noche dia por sus sabias
«palabras y maravillosos sacrificios!.. ¿E por qué no es a mí posible de tirar- la fuerza al dia?» E yo,
»uiovido a piedat por las quexas que tú mostr.iba^, levánteme y salli de la cámara, y vi que era la
»hora de la media noche, quando el mayor sueño tenía amansadas todas las criaturas, y vi el ayre
«acallantado, y vi ruciadas las fojas de los arboles de la huerta del alcázar del rey mi padre, Ilama-
»do Ilion, y quedas, que no se movían, de guisa que cosa alguna no obraban de su virtut. E torné a
»ti, y dixete- «Brecaida, no te quexes, que no es el dia como tú piensas». E f ueste tú muy alegre
»con las nuevas que te yo dixe...» (Obrcn^ de Juan Rodríguez del Padrón, publicadas por la Socie-
dad de Bibliófilos Españoles, Madrid, 1884, pp. 303-304).
Palabra por palabra se encuentran repetidas algunas frases de este trozo en el Tirant lo Blandí
(ed, de Aguiló, tomo II, p. 365, Resposta feta per lo Conestable a la letra de Stephania... «Recnr-
»dam aquella darrera nit que tu e yo orem en lo Hit, e tu psnsant fos lo dia, deyes en manera de
«querella... E mes de\'es: O qiiant me tendría yo per benaventurada si yo sabes lart mágica que es
»l.dta sciencia deis magichs en la qual han poder de fer tornar del día nit».
¿Existirían también en catalán estas epístolas ó las traduciría del castellano Juan Martorell? De
todos modos, resulta oscuro para mí el origen de estas cartas, que no se explican sólo con el canto
ó parte quinta del Filostrato. Mucho más se parece el segundo capítulo de la Fiammeita, pero las
principales bellezas tampoco están allí. Otro, con más datos que yo, resolverá este punto, que aquí
es incidental.
(*) Se ha de advertir, aunque la Celestina pasa por obra impara y Romeo y Julietx por un poema
de amor casto é ¡nocente, que en las escenas culminantes de pasión el lenguaje de las dos heroínas
se parece mucho. Recuérdese el ardiente soliloquio de Julieta en el acto tercero:
Spread thy clo.se curtain, love-performing night,
That runaways' eyes may wink. and Romeo
Leap to these arms, untalk'd of and unseen.
Lovers can see to do their amorous rites
By their own beanties; or, if love be blind,
It best agrees with night. Come, civil night,
Thou sober-suited matrcn, all in black,
And learn me hoto to lose a vinning match,
Play'dfor apair of stainless inaidenhoods.
(Xct. III. se. 11).
INTRODUCCIÓN cv
>>Tcí, Señor, que de mi íabla eres testigo, voes mi poco poder; vees qiiáu cativa tengo
»mi libertad; quán presos mis scutidos de tan poderoso amor del muerto cauallero, que
ipriua al amor con los biuos padres...» (Aucto XX).
Melibea no intenta justificar con sofismas su pasión culpable y desordenada; al
contrario, acumula sobre su cabeza todos los males que resultaron de la muerte de
Caliste V se ofrece como víctima expiatoria de todos ellos: Bien vees e oyes este triste
»e doloroso sentimiento que toda la ciudad liaze; bien oyes este clamor de campanas,
»este alando de gentes, este aullido de canes, este strépito de armas; de todo esto fuy
»yo causa. Yo cobrí de luto e xergas en este dia quasi la mayor parte de la ciudadana
»caualleria; yo dexé muchos simientes descubiertos de señor; yo quité muchas racio-
»nes e limosnas a pobres e enuergon^antes; yo fuy ocasión en que los muertos tovies-
>sen compañía del más acabado hombre que en gracias nascio; yo quité a los biuos el
:> dechado de gentileza, de inuenciones galanas, de atauios e bordad uras, de habla, de
:> andar, de cortesia, de virtud; yo fuy causa que la tierra goze sin tiempo el más noble
» cuerpo e más fresca juuentud que al mundo ora en nuestra edad criada.»
El desenlace, pues, aunque éticamente' condenable, es el único que podía tener el
drama, so pena de degenerar en una aventura ridicula, ¿Quién concibe á Melibea sobre-
viviendo á Caliste? Estas grandes enamoradas no tienen más razón de existir que el
amor mismo; llevan enclavado el dardo ponzoñoso de la venganza de Afrodita: «Su
» muerte conbida a la mia; conbidame e fuen;a que sea presto, sin dilación... E assi
» contentarte he en la muerte, pues no toue tiempo en la vida... ¡O padre mió muy amado!
» Ruégete, si amor en esta pasada e penosa vida me has tenido, que sean juntas nues-
^>tras sepulturas, juntas nos fagan nuestras obsequias.^ (Aucto XX).
Grave reparo puso al carácter de Melibea Juan de Valdés, y por ser suyo no debe
pasarse en silencio. Dice que la persona de Melibea pudiera estar mejor, porque «se
¿dexa muy presto vencer, no solamente a amar pero a gozar del deshonesto fruto del
»amor; ('). Y ciertamente que es así, pero no sin circunstancias, unas muy humanas y
otras diabólicas, que aceleren su caída y la expliquen dentro de la verisimilitud dramá-
tica. La misma Melibea ha contestado anticipadamente á su crítico: «Mi amor fue con
»justa causa: requerida e rogada, cativada de su merescimiento, aquejada portan astuta
» maestra como Celestina, seruida de muy peligrosas visitaciones, antes que concediesse
»por entero en su amor» . Mucho más rápido procede el enamoramiento de Julieta, aun-
que no sea deshonesto el fruto de su amor ni trabajen por 61 los espíritus del Averno.
El Sr. Foulché-Delbosc, que niega la autenticidad de las adiciones de 1502, opina
que en manos del adicionador «han perdido los tipos algo de su valor y pureza primi-
tivos» é insiste principalmente en el de Melibea. En la primitiva forma son recatados
é irreprensibles sus discursos á Caliste; en toda la escena del jardín (acto XIV) no se
I encuentra ni una palabra equívoca. Compárese con la Melibea del acto XIX: ¡qué me-
I tamorfosis en un mes!
I Podían ser, con efecto, más honestas algunas expresiones de este acto, y nada hu-
¡bierau perdido el arte y la moral con ello; pero la segunda Melibea, que tan (lesaforada
parece al erudito francés, no es una falsificación, sino un desarrollo naturalísimo de la
jprimera. Basta con un mes, y bastaría con menos tiempo para producir este cambio psi-
I
(') Diálogo de la lengua, ed. Boeluner, pág. 41;
I 1
cvi ORÍGENES DE LA NOVELA -
cológico, porque entre el acto XIV j el XIX median nada menos qae la desenvoltura {
de Caliste y el goce reiterado de varias noches. Melibea no puede hablar lo mismo en la I
segunda escena del jardín que en la primera. Antes era la virgen tímida j enamorada ■
que cede á la brutal sorpresa de los sentidos; después la mujer ebria de amor j enajena- i
da de su albedrío. La madre Colestina, muy ducha en la materia, nos explicará esta j
metamorfosis: «No te sabré dezir lo mucho que obra en ellas aquel dulgor que les queda !
»de los primeros besos de quien aman; son enemigas del medio; contino están posadas i
» en los extremos» . \
¿Cómo negar que en la primera Melibea está el germen de la segunda, cuando la |
oímos exclamar en un monólogo del aucto X: «¡O género femenino, encogido y frágile! \
»¿Por qué no fue también a las hembras concedido poder descobrir su congoxoso e '
» ardiente amor, como a los varones?» O cuando dice tan enérgicamente á Celestina: i
«Madre mia, que comen este coragon serpientes dentro de mi cuerpo!... ¡O mi madre ''<
»e mi señora! haz de manera como luego le pueda ver, si mi vida quieres» ¿Son por
ventura muy ajustadas á la modestia virginal estas palabras del aucto XII?: «Las puer- i
»tas impiden nuestro gozo, las quales yo maldigo, e sus fuertes cerrojos e mis flacas
afuergas, que ni tú estarlas quexoso ni yo descontenta». ¿Y no es formal entrega \
de cuerpo y alma la que termina el aucto XIV en su forma primitiva? «Señor, por i
»Dios, pues ya todo queda por ti, pues ya soy tu dueña, pues ya no puedes negar mi :
»amor, no me niegues tu vista, de dia passando por mi puerta, de noche donde tú orde- ;
» nares.» Pero basta ya sobre este punto, que en realidad es secundario. ¡
Si por la perfección de los caracteres está la Celestina á la altura de las obras más ¡
clásicas de cualquier tiempo, no puede decirse lo mismo respecto del arte de composi^ \
ción, en que el poeta no pudo menos de pagar tributo á la época primitiva en que escribía, j
No era posible á fines del siglo xv construir una fábula tan ingeniosa y hábilmente com- |
binada como la de Romeo y Julieta; pero Shakespeare no era sólo un genio dramático, ]
sino un hombre de teatro, un profesional de la escena, y además iba siguiendo paso á i
paso las peripecias del cuento italiano, que le daba la armazón de su drama ('). En tiem- '
po de Eojas no había escenario ni apenas materia dramática preexistente, fuera de la que ]
podían suministrarle algunos libros de la antigüedad y algunas novelas de la Edad Media. I
No se crea por eso que Eojas, en medio de su inexperiencia y de la soledad en que
escribía, dejase de adivinar con pasmosa intuición las grandes leyes de la composición
dramática y se sujetara á ellas en todo lo esencial. El plan sencillo^ claro y elegante de
la Celestina merecería todo elogio si el autor no hubiese escrito su obra en dos veces, lo
cual le llevó á intercalar un episodio parásito. Aparte de este lunar, la Tragicomedia\\
castellana corrobora la profunda doctrina de Lessing en su Dramaturgia-. «El genio i
»gusta de la sencillez, el ingenio gusta de las complicaciones... El genio no puede inte-lí
» resarse más que por aventuras que tienen su fundamento unas en otras, que se enca-| r
•» denau como causas y efectos. La obra del genio consiste en referir los efectos á lasj %
; i
(') Asi y todo, no le falta razón á Klein cniíndo escribe (Geschichte des Drama's, VIII. Dai\ \
SpnniscJie drama, erster band, pág. 914): «Wir wareii zu glanhen geneigt, dass die, einige Decenllí
»nien naeh der «Celestina» von Lnigi da Porto ziierst (15"24) und dann ven Bandello verfassti ít
»Jnlia — und Romeo— Xovelle, eincn Widerstrich deni analogen Motive in der Celestina bieten i
»dasselbe zu dem Zwecke veredeln solite, um das gescbick der baiden Liebenden für christlichj • i
))Herzen mitleidwürdiger ais absclireckend erscheinen zu lassen».
n
lNTRODrCCI(^X cvii
» causas, en proporcionar las causas á los efectos, en ordenar los acontecimientos de tal
amanera que no puedan haber sucedido de otra». Toda la enmarañada selva de las
comedias de capa y espada de Caldorón y sus secuaces (') no v^ale tanto como esta
única pieza, que es también una intriga de amor, con criados confidentes, con escenas
nocturnas y coloquios á la puerta ó á la reja, pero sin disfraces, ni empeños del acaso,
ni damas duendes, ni galanes fantasmas, ni confusiones en la oscuridad de un jardín
y hasta sin la duplicación forzosa del galán y la dama, y el no menos indispensable
arbitrio del rival celoso y del padre ó hermano guardador de la honra de su casa, que
por diversos caminos so oponen al logro de la felicidad de los dos amantes. Todo esto
es sumamente entretenido y demuestra gran poder de invención en los que crearon
este género de ftibulas j las impusieron á Europa; pero es sin duda arte inferior al que,
ahondando en las entrañas de la vida y en la conciencia de los hombres, logra sin nin-
guna complicación escénica darnos la ilusión de la existencia actual y hacer de cada
personaje un tipo imperecedero. Todas esas lindas comedias llegan á confundirse entre
sí: la Celestina no se confunde con nada de lo que se ha escrito en el mundo. «Hay en
»la Celestina (dice D. Juan Yalera) cierto misterioso encanto que se apodera del alma
»de quien la lee, embelesándola y moviéndola á la admiración más involuntaria; .
El gran maestro cuyas son estas palabras suscitó una importante cuestión que
atañe al fondo de la Celestina^ y es .ética y estética á un tiempo. Á primera vista
encuentra inverisímiles, hasta rayar en lo absurdo, algunos casos de la tragicomedia:
«Melibea y Caliste son ambos de igual condición elevada, así por el nacimiento como
»por los bienes de fortuna. Entre la familia de ambos no se sabe que haya enemistad,
»como la hubo, pongamos por caso, entre las familias do Julieta y de Romeo. Xi diferen-
»cia de clase, ni de religión, ni de patria les divide. ¿Por qué, pues, no buscó Caliste á
una persona iionrada que intercediese por él y venciese el desvío de Melibea, y por
»qué no la pidió luego á sus padres y se casó con ella en paz y en gracia de Dios? Bus-
»car Caliste para tercera de sus amores á una empecatada bruja zurcidora de volun-
»tades y maestra de mujeres de mal vivir, tiene algo de jnpnstruoso, que ni en el
» siglo XV ni en ningún siglo se comprende, no siendo Caliste vicioso y perverso y sin-
» tiéndese muy tierna y poéticamente enamorado» (-).
(') Claro es que aquí no pretendo caracterizar el riquísimo y variado teatro cómico de Lope,
Tirso y Alarcón, ni tampoco el de Rojas y Moreto, sino únicamente el de Calderón, y en una parte
sola, que uo es !a más importante. Hay que guardarse de la exageración realista, ya que hemos
pasado de la exageración romántica. Algo lejos va en este camino de reacción el señor Martinenclic
en su tesis latina ya citada: «Quod exemplum {el de Rojas) si Lope de Vega ejusque di.scipuii
«assecuti essent, multum fortasse profecissent. Sexto enim dociino iu sa-íciilo iiescio quem sicerum
spoetae saporem fuiídiintquo multo magis delectamur qnam fucatis horiim odoribus qni al) illis
»profecti sunt. Secimdum naturam sermonem tum scriptores ennntiant qui, velut Rojas noster,
Dsimplicem atque in proinptti positura dicendi modum ad vividissimas res ingenue exprimendas
íadliibent. Qui contra séptimo décimo in saeculo ingenium jactant, dum fictis pt veritatem
Bexcedentibiis fabulis inserviunt, arcessitis utuntiir sententiis et jam detlorescentem et deminu-
ítam hispaniensis tlieatri speciem ante oculos nostros obversant» (pág. 111).
(*) El Superhombre y otras novedades, artículos críticos sohre producciones literarias de /í«es-
del siglo XIX y princijños del ::x. Madrid, 1893, pág. 2"28 (artículo escrito con ocasión de la Celestina
de Vigo).
Algo semejante liabía indicado D. Alberto Lista en sus Lecciones de Literatura Española,
orno I, pág. 53.
Pl
cviii ORIGENES DR LA NOVELA
Admirablemente dicho está esto, y á primera vista convence. Alguien dirá quo
si Calisto hubiese tomado ol camino recto y seguro en casos tales, no habría co-
media ni menos tragedia, sino uno de los lances más frecuentes de la vida cuoti-
diana entre personas honestas y morigeradas. Así es la verdad; pero esta res]3uesta^
cuo absuelve al artista, que pudo trazar su plan de otra manera ó escoger medios más
adecuados á sus fines. Los que crean en la sinceridad del fin moral que afecta Rojas
podrán añadir que le extravió su propósito docente, llevándolo á poner en contacto
dos distintas esferas de la vida. Pero el talento agudísimo de D. Juan busca una
^^,,^'<,^, explicación más honda,' y resuelve la antinomia que en la Celestina existe, conside-
vrK" '^ rándola como una obra altamente idealista, en que «Fernando de Eoias hace abs-
u,n4uv»w/'f ^^^cción de todo menos del amor, á fin de que el amor se manifieste con toda su
w»*^'^-^^" ^ fuerza y resplandezca en toda su gloria. Y no es el amor de las almas, ni tampoco
'"' »el amor de los sentidos, cautivo de la material hermosura, sino tan apretada é ínti-
»ma combinación de ambos amores, que no hay análisis que separe sus elementos,
» apareciendo tan complicado amor con la ii-reductible sencillez del oro más acendrado
» y puro» .
El espíritu helénico y serenamente optimista de mi glorioso maestro llega á cali-
ficar de triunfante apoteosis la muerte trágica de los dos amantes y á no ver en
ella nada de tétrico y sombrío. El razonamiento del insigne literato no me ha con-
vencido del todo, á pesar de mi natural tendencia á adherirme á los dictámenes de quien
tanto me quiso y tanto me enseñó. No es la Celestina libro tan alegre como podría
inferirse por las palabras de D. Juan Yalera. A pesar del gracejo crudo y vigoroso de
la parte cómica, la impresión final que la obra deja, á lo menos en mi ánimo, es más
bien de tristeza y pesimismo. La suerte de los dos amantes no puede ser más infausta,
ni más espantosa la soledad en que Pleberio y Alisa quedan: «¡O duro cora(,"on de
» padre! ¿Cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera? ¿Para
;'> quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honrras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para
» quién fabriqué navios? ¡O tierra dura! ¿Cómo me sostienes? ¿Adonde hallará abrigo
»mi desconsolada vejez?... ¿Qué faro quando entre en tu cámara e retraymiento e la
» halle sola? ¿Qué haré de que no me respondas si te llamo? ¿Quién me podrá cobrir la
»gran falta que tú me hazes?» .
Si la tragedia terminase con las últimas palabras de Melibea y con arrojarse de la
torre, podi-ía creerse que el poeta había querido envolver en luz de gloria á los dos
infortunados amantes, haciendo lo que hoy diríase la apoteosis del amor libre. Xi puede
rechazarse tal idea por impropia de la literatura de aquel tiempo, puesto que, mezclada
con impulsos de dudoso misticismo, late en el fondo de los poemas del ciclo bretón
cuya materia épica, transformada en prosa, era tan familiar á Rojas como á todos sus
contemporáneos. Verdadera y triunfante apoteosis del amor adúltero son la muerte y
las exequias de Tristán ó Iseo, y es imposible evitar aquí su recuerdo: «E desque vuo
» dicho estas palabras (D. Tristan), luego besó a la reyna, y estando abracados boca con
»boca, le salió el ánima del cuerpo, e la reyna, quando lo vio assí muerto en sus bi'a-
»(;os, de gran dolor que vuo le rebentó el coraron en el cuerpo, y murió alli en los
sbragos de Don Tristan; y assi murieron los dos amados, e aquellos que los veyan
»assi estar, creyan que estañan amortescidos, y como los cataron, falláronlos muertos
» ambos a dos. i
IXTRODÜCCIÓN cix
yE qiuuido el rey Mares (') vio muertos a Don Tristau y a la reyíia, en poco
»esíuuo que no murió por el gran dolor que ouo de su muerte, y comenyo a dezir: «¡Ay
» mezquino, y qué gran pérdida he yo auido, que lio perdido aquellas cosas que masen
»el mundo amaua, y nunca fue rey que tan gran pérdida oviesse en vn dia como yo
»he ávido, e mucho más valdría que yo fuesse muerto (¡ue no ellos!;> Luego se comento
.>a t'azer gran llanto a marauilla por todo el castillo, y tan grande fue, que ninguno
» lo ])odria creer, y luego vinieron todos los grandes hombres y los cauullcros do
»Cornualhi y de todo el reunió, e todos comenvarón a fazer mucho duelo a marauilla,
»e a dezir entre sí mesmos: «¡Ay rey Mares! fueras tú muerto autos que no Don
»Tristan, el mejor cauallero del mundo.. » Y quando en toda Cornualla se supo que Don
»Tristan y la reyna Yseo eran muertos, fueron muy tristes, e mai-auillauanse mucho y
»dezian: «Todo el mundo fablará de su amor tan siil)limado;>. Y quando todos los caua-
»lleros fueron allegados, o muchos perlados e clérigos, e frayles, alli donde estaña Don
íTristan e la reyna muertos, el rey ñzo poner sus cuerpos. (|ue estañan abracados, am-
ibos en unas andas muy ricamente, con paños de oro, e tizólos llenar muy honrrada-
.!> mente, rezando toda la clerezia con muchas cruces y hachas encendidas, a Tintoyl. E
»quaudo entraron por la ciudad, los llantos fueron muy grandes a marauilla de grandes
»e de pequeños, e pusiéronlos en vna cama que las dueñas auian hecho, y fueron sepul-
» tados en vna rica sepultura, en la qual escriuieron letras que dezian: «Este el premio
;M¡ue el amor da a sus seruidores» {^).
Así acaba el libro do Tridán de Leoms, y es muy poético y gentil acabamiento,
salvo la triste figura que hace el pobre rey Mares de Cornualla á los ojos de todo el
mundo y á los suyos propios, que es lo más lamentable. Pero no acaba así la Celestina,
porque el concepto del amor es radicalmente diverso en ambos libros, sin que por eso
soa más'ortodoxo en uno que en otro. Para Eojas el amor es una deidad misteriosa y
terrible, cuyo maléfico influjo emponzoña y corrompe la vida humana y venga en los
hijos los pecados de los padres. Se alimenta del llanto y de la sangre de cien genera-
ciones, trituradas entre las ruedas de su carro. No es sólo el exceso de la desesperación.
ni el flujo retórico, sino una convicción arraigada la que dicta las últimas palabras del
venerable Pleberio, que contienen, á mi juicio, la filosofía del drama: ¡O amor, amor!
»¡Que no pensé que tenias fuerza ni poder de matar á tus subjectos! Herida fue de ti
»mi juueutud; por medio de tus brasas pasé: ¿cómo me soltaste, para me dar la paga
»de la huj^da en mi vejez":' Bien pensé que de tus layos me avia librado, quando los qua-
:> renta años toqué; quando fuy contento con mi conyugal compañera; quando me vi con
»cl fruto que me cortaste el dia de hoy. Xo pensé que tomauas en los hijos la venganza
»de los padres... ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre (|ue no te conuiene?
sSi amor fuesses, amarlas a tus simientes; si los amasses, no les darlas pena; si alegres
:>biuiessen, no se matarían, como agora mi amada hija. ¿En qué pararon tus simientes
»e tus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compa-
» ñeros que ella para su seruicio emponvoñado jamás halló. Ellos murieron "degollados;
» Caliste despeñado; mi triste hija quiso matar la misma muerte por seguirle; esto todo
» causas; dulce nombre te dieron; amargos hechos liazes. Xo das yguales galardones;
{') El inuiiilo lie la reina Lseo.
[^j Libros de Cahallericts (primera parte\ piiliiicados por D. Adolfo Bonilla (tome VI de la
presente Biblioteca), pág 455,
ex orígenes de la novela
^> iniqua es la ley que a todos ygual no es. Alegra tu sonido, entristece tu trato. Bien-
»aueuturados los que no conociste, o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros,
»no sé con qué error de su sentido traydos. Cata que Dios mata los que crió: tú matas
»los que te siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirueu das mayores
» dones, hasta tenerlos metidos en tu congoxosa danga. Enemigo de amigos, amigo de
» enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre e mo(;o;
> ponente un arco en la mano, con que tires a tiento; más ciegos son tus ministros,
> que jamás sienten ni veen el desabrido galardón que se saca de tu seruicio. Tu fuego
»es de ardiente rayo, que jamás haze señal do llega. La leña que gasta tu llama son
» almas e vidas de humanas criaturas* (Aucto XXI).
Y no es sólo el anciano Pleberio quien prorrumpe en tan doloridos acentos. Es el
mismo Calisto, en quien las primeras caricias de Melibea no llegan á borrar el senti-
miento de la muerte afrentosa de sus criados y de su propia deshonra y vilipendio. ¡Qué
triste lenguaje en quien acaba de salir de los brazos de su amada!: «¡O mezquino yo!
»quánto me es agradable de mi natural la solitud e silencio e oscuridad. No sé si lo
«causa que me vino a la memoria la traycion que fize en me despartir de aquella señora
»que tanto amo, hasta que más fuera de dia, o el dolor de mi deshonrra. ¡Ay, ay! que
»esto es; esta herida es la que siento agora que se ha resfriado; agora que está elada la
» sangre que ayer hernia, agora que veo la mengua de mi easa, la perdición de mi
;> 'patrimonio^ la infamia que a mi persona de la muerte de mis criados se ha seguido...
»¡o mísera suauidad desta breuissima vida! ¿quién es de ti tan cobdicioso, que no
» quiera más morir luego que gozar un año de vida denostado e prorrogarle con des-
>honrra corrompiendo la buena fama de los passados? mayormente que no ay hora
» cierta ni limitada, ni avn un solo momento. Deudores somos sin tiempo, contino esta-
:>mos obligados a pagar luego» (Aucto XIV),
El sentido de las últimas frases no puede ser más cristiano; pero en las primeras,
¿cómo no ver un reflejo de la amarga y terrible doctrina del libro IV de Lucrecio?
(v. 1113 y ss.):
Adde quod absumunt vires pereuntque labore;
Adde quod alterius sub nntu degitur aetas,
Labitur inierea res, et vadimonia fiunt;
Languent officia, atque aegrotat fama vaoillans.
Nequidquam; quoniam medio de fonte leporum
Surgit amari aliquid, quod in ipsis floribus angat;
Aut cuín conscius ipse aninius se forte remordet,
Desidiose agere aeíatem, lustrisque perire.
No sólo en el concepto general sino en las palabras encuentro analogía. Y que
Kojas conociese el poema de Lucrecio parece seguro, puesto que en los versos acrós-
ticos imita aquella famosa comparación de! principio del libro IV (v, 11 y ss.):
Nam veluti pueris absinthia tetra medentes
Cum daré conantur, prius oras, pocula eircum,
Contingunt mellis dulci flavoque liquore.
INTRODUCCIÓN cxi
Como el doliente que pildora amarga
O la recela, 6 no ]niede tragar
Métela dentro de dulce manjar:
Engáñase el gusto, la salud se alarga...
Claro es que en la juvenil inexperiencia de Caliste y en la pasión que absorbe todo
su ser no pueden ser muy continuas las reflexiones melancólicas á que se entrega el gran
poeta epicúreo. Acaso sin la catástrofe de sus criados no se le hubiera ocurrido excla-
mar: «¡Olí, mi gozo, cómo te vas dism¡nuyendo!> (Aucto XIII). Pero este desfalleci-
miento es pasajero, y acaso de los sentidos más que de la voluntad. El grito de la pasión
vuelve á levantarse cada vez más impetuoso y enérgico: «Xo quiero otra honrra ni otra
» gloria; no otras riquezas, no otro padre ni madre, no otros deudos ni parientes; de
»dia estaré en mi cámara, de noche en aquel parayso dulce, en aquel alegre vergel,
» entre aquellas suaues plantas e fresca verdura». (Aucto XIV). Pero basta que tales
ráfagas pasen por su cabeza, para convencernos do que la Celestina no es libro de
alegre frivolidad, sino de profunda y triste filosofía, y que su autor tuvo ciertamente
un propósito moral al escribirle. Singular parecerá esto á quien sólo de oídas ó por
algún fragmento conozca la renombrada trcKjicomedin^ pero no lo parecerá tanto á quien
la haya estudiado con sosiego crítico. No han sido hombres de laxa moral sus más fer-
vientes panegiristas, aun sin acudir al místico Clarus (Guillermo Yolk), amigo y prosé-
lito del gran José de Górres ('). Fernando Wolf, que no era sólo eminente erudito, sino
varón muy respetable y de severas costumbres, se indignaba contra los que achacan á la
Celestina tendencias inmorales y sentido vulgar. Aun las escenas que hoy nos pai'eccn
libres y desenvueltas tenían á su juicio menos peligro que la ambigüedad y la velada
concupiscencia de los modernos. No dejaba por eso de convenir en que no es obra muy
adecuada para los colegios de señoritas (-).
Puede haber algo de candor germánico en esto, y las consecuencias nos llevarían
demasiado lejos. Pero en el fondo tiene razón Wolf. Dada la libertad (él la llama inge-
nuidad) con que la literatura de la Edad Media representaba las relaciones sexuales, la
Celestina parece menos escandalosa que otras muchas obras. No llega á los torpes leno-
cinios 7 á la impura sugestión de los cuentos de Boccaccio, Las escenas libidinosas no
son el objeto principal ni están detalladas con morosa delectación, sino que nacen del
argumento y eran inevitables dentro de él. Las conveniencias sociales y el decoro de
(') Fué de los primeros que en A'emania liiciero i plena justicia ¿ la Celeslina, dedicándola un
extenso análisis con triducción de varias escenas, y una característica muy interesante, en su
Manual, que traducido á tiempo hubiera evitado mucho.s tropiezos á los iiistoriadores de nuestras
letras.
Darstellung der Spanischen Literatur iin Mittelalter von Liulwig Clarus. Mit einer Vorrede ron
Joseph V. Garres. Mainz (Maguncia), 1846. PP. 357-40(3,
(,') «Es ist walir, dass eine werk, worin eine Knpplerin die Ilauptrollc spielt, wnrin melirere
Msoenen iliren Ve-kehr mit liederliche Dirnen scliildern , sicii niclit für ein MádchenpenHionat
»sclnckt. Wenn man aber bedenkt, mit \velct)er Naivetát das Mittelalter überliaupt íí'í"''cldeciitliclie
! pVerliáltnisse darstellt, wie bei den Südlándern insbesondere nocli jetzt neibst elirbare Fraucn
! p>keinen Anstoss nelimt-n, in dieser Beziehung pan, pan und vino vino zu neimen, so wird selbst
' j>>durch ein/.elne stelien und scenen, die darin nacli utiseren jetzigeu Ansicbten allzu freí und allzu
pnackt varen, ein wahrliaft settliches gefühl sich luindcr beleidigt fühlen, ais durcli die sanc'io-
pnierten Zweideutigkeiten und die verhüllte Lüslternheit der Modernení, (Studien, p. 288).
cxii ORÍGENES DE LA NOVELA '■
las palabras cambian según los tiempos, y no hay que hacer un capítulo de culpas al ■
bachiller Rojas por haber estampado en su libro frases y conceptos que hoy nos pare-
cen indecorosos ó do baja ralea, pero que entonces usaba sin escrúpulo todo el mundo. A j
un hombre tan severo como Zurita le parecía la Celestina libro escrito con honestidad. ',
Pero, aun concedido todo esto, la Celestina puede tener sus peligros para quien no '
esté muy seguro de contemplar las obras de arte con amor desinteresado. Cuanto más
vigorosa y animada sea la representación de la vida, más participará de los peligros \
inherentes á la vida misma. Rojas, observador vigoroso, grave y lúcido ('), no pensó ;
ni podía pensar en la emoción personal de cada lector; pero esta emoción no en todos 1
puede ser sana, por razones de edad, sexo y temperamento. Es claro que los tales no !
deben abrir la Celestina^ y tengo por un grave error hacer ediciones populares de ella. '
La Celestina no puede ser nuncí un libro popular, porque la misma perfección y her- \
mesura de su forma, los largos discursos y la sintaxis arcaica ahuyentan á los lectores ']
vulgares y á los mozalbetes distraídos. Por otra parte, á tal grado de desenfreno ha ;
llegado la novela moderna, y de tal modo han viciado el gusto y el corazón sus abomi- ;
nables producciones, que obras como la Celestina parecen ya sosas, candidas y pri- ¡
mitivas á los que se regodean con la pintura de las más innobles aberraciones de la ;
carne. ;
Pero, en suma, la Celestina no es irreprensible ni mucho menos en sus detalles.
No lo es siquiera en su concepto general, por lo mismo que se presta á varias interpre- i
taciones. Aun admitida la que yo propongo, es cierto que se cumple, exteriormente al ;
menos, la ley de expiación; pero lo que se halla en el fondo es un pesimismo epi- :
cúreo ("^) poco velado, una ironía transcendental y amarga. La inconsciencia moral de i
los protagonistas es sorprendente. Viven dentro de una sociedad cristiana, practican la j
devoción exterior, pero hablan y proceden como gentiles, sin noción del pecado ni del
remordimiento. Caliste y Melibea van atraídos el uno al otro por irresistible impulso. Ni j¡
una sola vez hablan del matrimonio en sus coloquios. Para ellos no existe, ó le conside- -^
rau, según la errada casuística provenzal y bretona, como una institución por todo extremo -
inferior á la libre y delirante unión de sus almas y de sus cuerpos. Pero al mismo
tiempo hacen una monstruosa confusión de lo humano y lo divino. Véase, por ejemplo,
lo que dice Caliste en el aucto XIL «¡O mi señora e mi bien todo! ¿Por qué llamas yerro i
» a aquello que por los santos de Dios me fue concedido? Rezando oy ante el altar de í
»la Magdalena me vino con tu mensaje alegre aquella solícita muger». No son menos í
(') Palabra-' con que perfectamente le caracteriza el señor Fitz-inaiirice Kelly en su bello \\
prólogo á la Celestina inglesa de Mabbe: uTiie work is llie product oí ainind vigorous, grave, lucid, \\
Bshackled by few prejudices or opinions, alert to impres^ionf!, stored with a large experience of j i
))l¡fe and inen, their occassions, foibles, and pittfalls. ...Richly dowered with the sense of tlie ,' I
í)roraance, ihe inystery, and the passions of existence, Rojas stands apart from the biioyant hope of t j
»youth and from the ecstasy of love: he describes and analyses from Avithout» (PP. 25-26). En loji
que va un poco lejos es en suponer que Rojas era un artista puro, que no se proponía ningún finí i
moral: «he is an ariist, not a inoralist», comparándole con algunos modernos como Flaubert y Guyi )
de Maupassant. No es fácil concebir un artista de este género á 6nes del siglo xv, ni siquiera enj jj
Italia. Bueno ó malo, tiene su fin moral la Celestina, y el autor no pierde ocasión de inculcarlo. ; ;
(*) Junto de intento esas dos palabras, porque la filosofía de Epicuro, de la cual suele hoblarKel !{
de oídas, es profundamente triste, sobre todo en los versos de su gran intérprete romano, que eí| ¡j
uno de los precuráores más legítimos de la melancolía romántica.
\L\
INTRODLCCION cxiii
sorprendentes estas palabi-as del mismo Calisto cuando Semprouio va á llamar por pri-
mera vez á Celestina: «¡O todo poderoso, perdurable Dios! tú que guias los perdidos e
»los reyes orientales por el estrella precedente a Belén truxiste y en su patria los redu-
»xiste, humildemente te ruego que guies a mi Sempronio en manera que convierta mi
» pena e tristeza en gozo, e yo indigno merezca venir en el desseado fin > (Aucto 1).
Xo sabemos si este trastorno de ideas puede atribuirse al escepticismo religioso y
moral en que solían parar las conversiones forzadas ó interesadas de los judíos; pero
tales profanaciones y blasfemias se explican, aun sin eso, por la espantosa anarquía do
ideas y costumbres en que vivió Castilla durante el reinado de Enrique IV, que el
bachiller Kojas reíleja fielmente en su obra.
Su condición de converso debía hacerle más cauto que á otros en la pintura de tal
libertinaje cuando recaía en gentes de iglesia, y, sin embargo, la sátira anticlerical es
frecuente y muy cáustica en la Celestina. Sólo Gil Vicente y Torres Xaharro, cristianos
viejos los dos, dicho sea de pasada, le superan en esto. Xo quiero insistir en citas poco
edificantes, aunque necesarias para mostrar este aspecto importante de la tragicomedia,
y me limito á poner en notu un pasaje, quo es por cierto de los mejor escritos que salie-
ron de la pluma de Kojas (•). El (|ue haya leído los cánones del Concilio do Aranda
(para citar un documento solo) no se escandalizará de la libertad do la pintura, ni la
tendrá por calumniosa, dentro do los ensanches hiperbólicos de la poesía satírica.
(') (íLucreciu. — Trabajo tcrnias, madre, con tantas nio<;a?, que es ganado muy penoso de
«'guardar.
y>Celest. — ¿Trabajo, mi amor? Antes descanso e aliuio; todas me obedescian, todas me lioiur.i-
»iian, de todas era acatada, ninguna salia de noi querer; lo que j'o dezia era lo bueno, a cada (|n;il
»dana cobro... Mió era el prouecbo, suyo el afán. Pues seruidores, ¿no tenia por su causa delbi>/
»canalleros viejos e 010903, abades, de todas dignidacies, desde obispos basta sacristanes. Eu
centrando por la Iglesia via derrocar bonetes en mi bonor, como si yo fuera vna duquesa: el que
«menos auia de negociar conmigo, por mas niyn se tenia. De media legua que me viessen, dexauan
5)la8 Horas; vno a vno, dos á dos. venian a donde yo estaña, a ver si mandaua algo, a preguntarme
»cada vno por la suya. En viéndome entrar se lurbanan, que no bazian ni dezian cosas a derechas.
wVnoá me liamauan señora, otros tia, otros enamorada, otros vieja bonrraiia...
yiSempronio — Espantados nrs tienes con tales cosas como nos cuentas de essa religiosa gente
»e benditas coronas. Si que no serían todos.
»Celest. — No, hijo; ni Dios 1 > mande que yo tal cosa leñante: que muchos viejos deuotos auia
»con quien yo pnco medrana, e avn que no me podían ver; pero creo que de embidia de los otros
)íque me fablauan. Como la clerezia era grande, hauia de todos, vnos muy castos, otros que tenian
"Cargo de mantener a las de mi officio; e avn todavia creo que no fallan. Y cmbiauan sus esciide-
«ros e me (,'üs a que me acompañassen, e apenas ora llegada a mi casa, qnando entraban por mi
«puerta muchos pollos e gallinas, au'arones, anadones, perdizes, tórto'as, pemiles de tocino, tortas
>Mle trigo, lechones; cada qnal como recebia de aquellos diezmos de Dios, ansi le venia luego a
«registrar, para que comiesse yo e aquellas sus denotas. Pues vino, ¿no me sobraua de lo mejor
))que se beuia cu la ciudad, venido de diuersas partes: de ¡Vlurniedro, de Lnque, de Toro, de Madri-
»)gal, de Sant Martin, e de otros muchos lugares? e tanto, que avnque tengo la differencia de los
«gustos e sabor en la boca, no tengo la dinersidad de sus tierras en la memoria, que harto es que
»vna vieja como yo, en oliendo qualquiera vino, diga de donde es. Pues otros curas sin renta; no
«era ofrecido el bodigo, quando en besando el feligrés la estola, era del primer boleo en mi casa.
»Espes80s como piedras a tablado entrañan muchachos cargados de prnuisiones por mi puerta«.
(Aucto IX).
La Inquisición dejó intacto este trozo aun en las ediciones expurgadas del siglo xvii, por lo
menos eu lu de Madrid, IGIO, que es 1.a penúltima de las antiguas hechas en España.
CRÍPtEN-iíS de la NOVELA. — III. — //.
cxiv orígenes de la NOVELA
Téngase en cuenta, además, que es una corrompida y abominable mujer la que habla,
j que so refiere á sus años juveniles, cuando el Santo Oficio no había comenzado toda-
vía su obra de depuración por el hierro y el fuego, ni Cisneros había acometido la
reforma de los claustrales, ni el espíritu profundamente religioso de la Reina Católica
había impuesto sli sello al gran siglo que alboreaba.
Éticamente considerada la Celestina^ se comprende muy bien que fuese mirada
como libro de mal ejemplo por los graves moralistas de aquella centuria, que no eran por
cierto frailes oscuros muchos de ellos. Sabido es el anatema de nuestro gran pensador
JjUÍs Vives en el cap. V, lib. I, de su tratado De instltutione christianae feminae^ que
contiene una especie de catálogo de las novicias más leídas en su tiempo (1520). Allí
juntamente con el Amadís^ el Esplandián^ el Don Florisando, el Tirante^ el Tristán,
el Lanzarote, Páris y Viana^ Fierres y Maguelona^ Melusina^ Flores y Blanca Flor,
Curial y Floreta, Leonela y Cananior, y en general toda la literatura caballeresca, figu-
ran como en tabla censoria las Cien novelas de Boccaccio, el Eurialo y Lucrecia^ las
Facecias^ realmente indecentísimas, de Poggio, la Cárcel de Amor y la Celestina,
«Celestina lena, ncqiiitiarum parens» . Todos estos libros quiere que sean cuidadosa-
mente apartados de manos de la mujer cristiana, y á nadie parecerá excesivo rigor res-
pecto de algunos, aunque otros hay bien inocentes. Lo que resulta injusto y durísimo
es calificar, en montón, de hombres ociosos, mal ocupados, ignorantes y encenagados
en los vicios {honiines otiosi, male feriati^ imperiti, vitiis ac spurciciae dediti) á
los que tales libros compusieron, como si no figurasen entre ellos los insignes huma-
nistas Boccaccio y Eneas Silvio (').
Pero ¡cosa singular y poco advertida! El filósofo valenciano, que en 1529 incluía la
Celestina en su edicto de proscripción, la celebraba en 1531 como obra más sabiamen-
te compuesta que las fábulas de los poetas cómicos de la antigüedad, sobre todo por lo
ejemplar del desenlace que pone al goce de los amantes acerbo y trágico fin, y no fes-
tivo y alegre como en el teatro greco-latino {^). En esta observación, que no es sólo de
(') Joanis Ludovici Vivís Valentini Opera Omnla, tomo IV de la edición de Valencia, 1783,
pág-. 87. He transcrito el pasaje en el primer tomo de estos Orígenes, pp. 151 y 182.
(*) (cVenit in scenam poesis, populo ad spectandum congrégate, et ibi 8Ícut pictor tabulam
))proponit multitndini spectandain, ila poeta imaginera qnandam vitae; ut mérito Phitarclius de
))his dixerit, «Poema esse picturain loqnentem, et picturam poema taceos», ita magister est pnpuli,
))et pictor, et poeta: corrupta est enim haec ars, qiiód ab insectatione flagitiorum et scelerum transiit
))ad oliscqiiium pravae affectionis, ut quaecunque odisset poeta, in eum linguae ac stili intempe-
))rantia abnteretur: ciii injnriae atque insolentiae itum est obviara, primum a divitibus potentia sua,
»et opibua, liinc iegibus, quibus cavebatur ne quis in alium noxium carmen pangeret: tum involii-
»cris coepit tegi fábula; paullatim res tota ad ludiera et in vulgiim plausibilia, est traducta, ad
«amores, ad fraudes meretricum, ad perjuria lenonis, ad militis ferociam et glorias; quae quum
»ilicerentur cunéis referlis puerorum, puellarum, mulierum, turba opificum hominum et rudium,
»mirum quam vitiabantur mores civitatis admnnitione illa, et quasi incitatione ad ñagitia, praeser-
»tira quum comici semper catastroplien laetam adderent amoribiis, et impudicitiae; nam si quando
»addidÍ8sent tristes exitus, deterruií-sent ab iis actibus spectatores, quibus eventua esset paratas
))acerbÍ8simu8. In quo sapíe^itior fuit qui nostra lingua scripsit Celestinam tragicomoediam; nam pro-
"sgressui amoriim, et illis gaudüs vohiptutis, exitum annexnit amarissimum. nenipe amatorum, lenat,
«lenonum casus et neces violentas: ñeque vero ignorarunt olim fahulurum scriptores tiirpia esse quat
y>scriberent, et moribus juventutis damnosurb.
(De Causis Corruptarunt Artium líber secundas).
J. L. Vivís Opera, ed. de Valencia, 99.
INTRODUCCIÓN oxv
literato, sino de moralista, ¿hemos de ver uua retractación del juicio auterior? De nin-
guna manera. Luis Vives pudo seguir creyendo, como toda persona sensata, que la
Celestina, con su fin moral y todo, no es libro para andar en manos de doncellas. En
el Be instituliüiie feminae consignó su criterio pedagógico. En el JJc causis corntpta-
riiju artiiim habló como crítico, puesta la atención en la Tragicomedia y no en la
clase de lectores que podía tener. No veo incompatibilidad alguna entre ambos textos.
Inútil es citar otros de autores menos famosos que reprueban las livianas escenas
de la Celestina ó Scelestina^ como la llamaba el maestro Alejo de Vcnegas, para dar á
entender que todo género de perversidad se encerraba en ella ('). Pero el gusto nacio-
nal triunfó de todo, y la Celestina^ considerada desde su aparición como una obra clá-
sica, disfrutó de aquella especie de franquicia que á los clásicos de Grecia y Koma
otorgan los más severos censores ^ro^/er elerjantiam sermón is. En el notabilísimo dic-
tamen sobre prohibición de libros que redactó como consultor del Santo Oficio el sabio
y austero historiador Jerónimo Zurita, después de dejar á salvo toda la literatura anti-
gua y las mismas novelas de Boccaccio en su original italiano, aplica la misma indul-
gencia á la Celestina^ distinguiéndola cuidadosamente de sus imitaciones: «Ay también
» algunos tratados que, aunque escritos con honestidail^ el subjecto son cosas de amores,
»como Celestina^ Cárcel de Amor^ Question de Amor j algunos desta forma, hechos
»por hombres sabios; algunos, quiriendo imitar éstos, han escrito semejantes obras con
» menos recato y honestidad, como la Comedia Florinea^ La Thebayda^ La Nesnrrection
y>de Celestina y Tercera y Quarta^ que la continuaron; estos segundos todos se deben
» vedar, porque dizen las cosas sin arte y con tantos gazafatones, que ningunas orejas
> honestas los deben sufrir. De los ¡primeros destos digo lo mismo que de los de latin» .
Y lo que había diiho de los latinos pocos renglones antes era lo siguiente: «Paréceles
3 a algunos hombres pios que estos autores se veden, lo qual hasta aora ningún hombre
docto ha dicho, a lo menos para quitarlos de las manos de todos, pues aun a los niños
»se puede hoy muy bien leer Planto y las más co?nedias de Terencio; para los prouec-
■»tos no puede aver cosa más consideradamente escrita... Y pues estas materias no las
»han de dexar los mo^os, mejor es que tengan estos buenos auctores, donde cenándose
»en la elegancia y virtudes de la poesia dellos se resfrien para otras... Resoluiendome,
»digo^ que ninguno de los sobredichos autores latinos se debe redara (-).
Antes y después de este prudente consejo del príncipe de nuestros analistas, la
Inquisición dejó correr libremente la Tragicomedia, que se imprimió en España treinta
7 cuatro veces por lo menos en todo el curso del siglo xvi y primer tercio del siguien-
te, sin contar con las numerosas ediciones hechas fuera {^). Sólo en la centuria siguien-
(') Por ser de los más antiguos no debe omitirse el de Fr. Antonio de Guevara en el argumento
de 80 Aviso de Privados y Doctrina de Cortesanos (Valladolid, [ or Juan Villaquirán, 1539), hoja 7 "
sitt foliar.
«Vemos que ya no se ocupan los iiombres sino en leer libros, t^ue es afrenta nombrarlos, como
B300 (lAmadis de Gaula», «Tristánde Leonis», aPrimaleon», «Cárcel de amor» y Celestina, á los
»qnales y a otros muchos con ellos se debria mandar por justicia que no se imprimiesen ni menos se
•vendiesen, porque su doctrina incita la sensualidad a pecar y relaxa el cpiritii a bien vivir.»
C'^) R'-vista de Archivos. Bihliotecas y Museos, tercera época, tomo VIII, 190::?, págs. 219-220.
{^) La Celestina no figura ni en el índice de Váldés (1559), ni en el de Quiroga (1583). Soto
1* laquisición de j^jrtügal^ que procedía cou más rigor que la nuestra en estas materias, puso en su
índice de lóSl todas las Celestinas, «assi a de Calisto c Melibea, como a Resurrei^áo ou Segunda
cxvi 0EIGENE8 DE LA NOVELA
te se decidió á expurgarla, castigando con cierto rigor las alusiones satíricas á las cos-
tumbres de los eclesiásticos j las hipérboles amorosas que frisaban con la blasfemia.
Todo lo demás quedó intacto. La Celestina fué respetada como texto de lengua, j
nuestra censura se hubo mucho más benignamente con ella que la italiana con el Deca-
merón. En realidad, no hay más edición expurgada que la de Madrid de 1632. Sus
variantes son de poquísimo momento, y no afectan á nada sustancial; después se hicie-
ron algunas más, especialmente en el Expurgatorio de 1747. Sólo á fines del siglo xviii
y á principios del xix, cuando se iban perdiendo todas las tradiciones castizas, los jan-
senistas hazañeros y mojigatos, que eran entonces dueños del moribundo Santo Oficio^
prohibieron totalmente el libro, por edicto de 1." de febrero de 1793, reproducido en el
último índice de 1805 ('). Por lo visto, los Arces, Llorentes y Villanuevas eran más
fáciles de escandalizar y tenían los oídos mis pudibundos que los Valdeses, los Quiro-
gas, los Sandovales, los Pachecos y demás famosos inquisidores de la época clásica.
De la excelencia de la Celestina como obra de arte y tipo y modelo de prosa caste-
llana, toda alabanza parece pequeña C^). El moralista no puede menos de hacer muchas
salvedades; el crítico apenas tiene que hacer ninguna:
Libro en mi entender divi-
Si encubriera más lo hiima-
dijo Cervantes por boca del donoso 'poeta entreverado {^). Y el mismo severísimo Mora-
Oomedia». .^in duda por eso no se conoce más edición hecha en aquel reino que la de Lisboa, 1540.
Vid. lu reimpresión de los antiguos índices, con que ha prestMdo gran servicio á la bibliografía
la Sociedad Literaria de Sttugart (tomo 176), Die índices Lihrorum Prohibitorum des sechzehnten
Jahrh'inderts (¡esammelt und herauxgegeben von Fr Heiiirich líeitsch Tübiiigen, 1886, pág. 358.
Cj Suplemento ul'lndice Expurgatorio del uño de 1790, que contiene los libros prohibidos y man-
dados expurgar en todos los Rey nos y Señoríos del Católico Rey de España el Sr, D. Carlos I V^ desde el
edicto de 13 de Diciembre del aun 17S9 hasta el 25 de Agosto de 1S05 Madrid, en la Imprenta Real,
año de 1805.
P. 9. ((Giilisto y .Melibea (tragicomedia), impresa en Madrid un 1601, sin nombre de autor.»
Adelantados estaban los inquisidores en la bibliografía de la Celestina. No se equivocaban más
(jue un siglo justo en cuanto á la fecha de su aparición.
(^) Es sabida, aunque poco segura, la anécdota de D. Diego Hurtado de Mendoza, que cuando
fué de embajador á Roma no llevaba en su portamanteo más libros que el Amadis y la Celestina.
Vid. tomo I de estos Orígenes de la Novela, pág. 237,
(*) Sobre la inmoralidad de la Celestina se lian escrito verdaderos desatinos, aun en libros de
crítica literaria que li.ui gozado de cierta Hombradía. Adolfo de P libusque, en su Histoire comparée
des Littératures Esjuignole et Francaise (París, 1843), premiada por la Academia Francesa, y que fué
en su tiempo el Manual del liispanista ala violeta, llega á decir que la obra de Rojas «es una ;imal-
))gama de comedias y tragedias de un cinismo repugnante», que «ninguna pluma, por hábil que
»fuese, podría honestamente analizar las escenas subalternas», y, en suma, que el libro es «una
^¡enciclopedia del libertinaje'». Cualquiera creería que se trataba de las obras del Marqué-i de Sade ó
de la Aloisia de Nicolás Chorier Asegura Puibusque, muy formal, que, á pesar de eso, hay dos mil
sentcnciis morales sepultadas en este monstruoso drama, y que el autor mismo las había contado,
por lo cual no puede dudarse de sus buenas intenciones. «Pero el escándalo fué tan espantoso que
los rayos de la Iglesia estallaron en seguida. Algunas impresiones clandestinas (!) burlaron la
vigilancia de la censura religiosa, pero por mucho tiempo no pudo verificarse ninguna representación
enpúblico». No dice claro si de la Celestina ó de cualquier otra pieza (Tomo I, págs. 195 y '201).
De este modo se escribía en Francia sobie nuestras cofas hace medio siglo. ¡Cuánto camino se
ha andado desde entonces y cuántos hispanistas de verdad han surgido!
IXTRODUCCIÓN CNvii
tín, á pesar de su criterio rígido y estrictamente clásico, ó quizá por la fuerza de este
criterio mismo, habló de la famosa Trarjiconiedia en términos de entusiasmo que muy
rara vez se escapan de su pluma: «Como la tragicomedia griega se compuso de los
•» relieves de la mesa de Homero, la comedia española debió sus primeras foimas á la
» Celestina. Esta novela dramática, escrita en excelente prosa castellana, con una fábu-
»la regular, variada por medio de situaciones verosímiles 6 interesantes, animada con la
» expresión de caracteres v afectos, la fiel pintura de costumbres nacionales y un diálo-
»go abundante en donaires cómicos fué objeto del estudio de cuantos en el siglo xvi
» compusieron para el teatro. Tiene defectos que un hombre inteligente haría desapare-
»cer, sin añadir por su parte una sílaba al texto, y entonces, conservando todas sus
>bellezas, pudiéramos considerarla como una de las obras más clásicas de la literatura
» española» (').
Y aun sin eso ¿(|uiéii ha de negarle semejante título? ¿Xi qut- obra de la literatura
española habrá que le merezca, si de buen grado no se otorga á la Tragicomedia del
bachiller Fernando de Rojas? La meticulosidad académica del gusto de Moratín lo
hizo dar excesiva importancia á esos defectos de la Celestina^ que, por lo mismo que
son tan obvios y puedeu borrarse de una plumada, poco significan para la apreciación
del libro. Aun las pedanterías y citas absurdas sembradas en el diálogo, lejos de des-
agradarnos hoy, contribuyen al efecto cómico de ciertas escenas y al delicioso carácter
de época que tiene todo el cuadro, mostrándonos cuáles podían ser los estudios y pre-
ocupaciones habituales de un bachiller aventajadísimo de las aulas salmantinas á fines
del siglo XV, y cómo se fundían armoniosamente en su ingenio la observación directa
de la vida contemporánea y el prestigio de la antigüedad clásica, que entonces parecía
resurgir con segunda vida. Tales defectos son de los que, andando el tiempo, llegan
á convertirse en excelencias, á lo menos para el curioso historiador de las vicisitudes
de la cultura.
Si Cervantes no hubiera existido, la Celestina, ocuparía el primer lugar entre las
obras de imaginación compuestas en España. El juez más abonado del siglo xvi, el
primer maestro de la prosa castellana en tiempo de Carlos Y, declaró con fallo inape-
lable que ^ningún libro hay escrito en castellano adonde la lengua esté más natural,
»más propia ni más elegante» (-).
El estilo y la lengua de la Celestitia no son para tratados incidentalmente. Hoy la
Estilística no es una dependencia de la Retórica, sino parte integrante y la más ardua
y superior de la Filología. Para estudiar formalmente el estilo de un autor es preciso
conocer á fondo el material lingüístico que emplea y haber agotado previamente todas
las cuestiones de fonética, morfología y sintaxis que su obra sugiere. Nada de esto ó
casi nada se ha intentado respecto de la Celestina^ cuya gramática y vocabulario exi-
gen un libro especial. Sólo cuando la historia de nuestra lengua esté hecha por el único
que puede y debe hacerla, por el que nos ha dado, con aplauso de propios y extraños,
el primer manual de Cramática histórica, tendremos base firme para un estudio de tal
naturaleza. Ni mi vocación ni mis particulares circunstancias me permiten empren-
derlo, y así tendrá que ser vago y sucinto lo que en esta parte diga.
(') Obras dp D. Leamlro Fernández de Murafin. edición do la Academi.-i de la Historia, If^SO,
tomo I pág. 88.
(') .Tiian de Valdés, Diálogo de la Lfvgtia, ed. Boelimer, páíj. 415.
cxviii orígenes de la xovela
La prosa no tiene oríe^enes populares como la poesía, á lo menos en las literaturas
derivadas. Nace á veces de la poesía épica, y es su transcripción degenerada (nuestros
cantares de gesta convertidos en fragmentos de crónicas). Pero con más frecuencia se
amolda á un tipo literario preexistente en la lengua madre ó en alguna otra que sos-
tenga sus primeros y vacilantes pasos. Así nació la prosa castellana, con un visible dua-
lismo entre el elemento oriental, muy influyente al principio, casi nulo después, y el
elemento ktino-eclesiástico, educador común de todos los pueblos de Occidente. En la
gran labor de traducciones y compilaciones que nos legó la corte literaria de Alfonso
el Sabio, no importan menos los libros del saber de Astronomía, el Calila y Dina y los
Engannos de mugeres^ los libros de proverbios y consejos, traducidos del árabe, que las
Partidas y las dos Estorias^ cuyas principales fuentes son latinas, sin duda alguna. Y
como las versiones solían hacerse muy literales, y el organismo gramatical del árabe y
del latín difieren tanto, no es maravilla que el tránsito del uno al otro, que á veces
puede estudiarse en una obra misma, resulte violento y desmañado. Con todo eso se
percibe ya en esta variadísima literatura alfonsina cierto conato de unidad, la aspira-
ción á un tipo de lengua culta y cortesana. No en vano se preciaba el mismo rey de
«endereszar él por sí» el estilo de sus colaboradores.
Este tipo persistió en sus rasgos fundamentales durante los siglos xiii y xiv, no sin
recibir también notable influjo de la lengua francesa, mediante la cual se nos comuni.
carón obras de tanta importancia como la Oran Conquista de Uliranmr^ el Tesoro de
Brunetto Latini y la Crónica Troyana. En medio de este período de tanteo y apren-
dizaje surge como por encanto la figura del primer prosista español digno de este
nombre, del primero que estampó su individualidad en la prosa. No fué verdadero
innovador D. Juan Manuel: la lengua que habla es la de su tiempo, pero la habla mejor
que nadie, con cierto gusto personal é inconfundible, con talento de narrador ameno y
íácil, con elegante y candida malicia. La construcción lenta y embarazosa de sus antece-
sores parece que se aligera en él y que va á romper las trabas conjuntivas. Faltó á don
Juan Manuel la educación de humanista que tuvo su contemporáneo Boccaccio, y no
pudo dar ambiente á su estilo ni amplitud á su dicción, ni mucho menos adivinar el
ritmo del período prosaico, tal como le habían forjado los latinos y comenzaba á imitarse
en Italia. Pero esta imitación teuía mucho de viciosa y pedantesca, y por haberse librado
de ella D. Juan Manuel conservan sus escritos una sabrosa llaneza y dulce naturalidad,
que suelen echarse de menos en las redundantes cláusulas del novelista de Certaldo.
La orientación propiamente clásica tuvo un precursor en el canciller Ayala, no sólo
en lo que toca á la materia y forma de la historia, sino en el estilo mismo, que denun-
cia á veces al asiduo lector de las Décadas de Tito Livio, aunque no pudiese disfru-
tarlas en su lengua original. Las traducciones hechas bajo los auspicios de aquel mag-
nate abren una larguísima serie de ellas, que se dilata durante todo el siglo xv, deri-
vadas unas del latín, otras del toscauo y aun del catalán, útiles todas como instrumento
de vulgarización, pero ninguna como ejemplar de estilo. Con ellas cambia la faz de
nuestra prosa, invadida y perturbada por el hipérbaton latino, de que hacen grosero y
servil calco los alumnos de la detestable escuela de D. Enrique de Villena, al mismo
paso que inundan sus escritos de pedantescos neologismos, so pretexto «de non fallar
» equivalentes vocablos en la romancial texedura, en el rudo y desierto romance, para
» esprimir los angélicos concebimientos virgilianos» . Sigue tan extraviada dirección
IXTRODUCCrOX ex IX
Juan de Mena^ que cousiderado como prosista es de lo peor do su tiempo, pero que
por el prestigio de sus obras poéticas contribuyó cá autorizar la obra de los latinizantes.
Y no se puede negar que ésta trasciende más ó menos á todos los escritores de entonces,
pero con diferencias muy esenciales, nacidas del ingenio de cada cual y de las diversas
materias en que ejercitaron su pluma. D. Alonso de Cartagena, que con el trato de los
humanistas de Italia se había acercado más que ninguno de sus compatriotas á la recta
comprensión del ideal clásico, muestra un latinismo inteligente y mitigado, sobre todo
en sus versiones de Séneca, de quien supo decir con mucha lindeza que, «puso tan
» menudas y juntas las reglas de la virtud, en estilo elocuente, como si bordara una
»ropa de argentería, bien obrada de ciencia, en el muy lindo paño de la elocuencia».
Noblemente se inspiró en la literatura filosófica de la antigüedad el bachiller Alfonso
de la Torre en su Visión Delectable^ donde hay facundia y armonía y número más que
en ninguna prosa de su tiempo. Juan de Lueeua, en la Viia Beata,, imitando, ó más
bien traduciendo á Bartolomé Fazio, pero con entera libertad de estilo, ensayó una
nueva manera, muy viva, rápida y animada, desmenuzando la oración en frases conci-
sas y agudas.
Pasada la crudeza del primer momento, no fué estéril, sino muy fecundo, el impulso
latinista. La vía era larga y fragosa pero segura, y la torpeza de los operarios que
comenzaron á abrirla no podía comprometer el éxito de la empresa. Si en los mora-
listas y didácticos, que suelen ser meros repetidores de lugares comunes, prevalecía
la construcción afectada é hiperbática, en los historiadores, que trabajaban sobre
materia viva y presente, la realidad actual penetraba dentro del molde antiguo y
creaba páginas imperecederas, como algunas de la Crónica de D. Alvaro de Luna, y
sobre todo las estupendas Semblanuis de Fernán Pérez de Guzmán, llenas de pasión y
de brío.
Pero toda nuestra prosa anterior al Arcipreste de Talavera, sean cuales fueren los
orígenes y fuentes de cada libro, es prosa .erudita. La lengua popular no había sido
escrita hasta entonces más que en versos de gesta y en la epupeya cómica del Arci-
preste de Hita. Era necesario transfundir esta sangre fresca y juvenil en las venas de
la prosa, para que adquiriese definitivamente carácter nacional y reflejase el tumulto
de la vida. Tal fué la empresa del autor del Corbacho, y no insistiremos en ella, puesto
que ya en páginas anteriores procuramos caracterizar su estilo, cuya influencia sobre el de
Rojas es tan notoria. Pero como antecedente necesario de la evolución lingüística que
Alfonso Martínez de Toledo realizó con instinto genial, es imposible omitir aquella
compilación que el 3Iarqués de Santillana formó de los Befranes que dicen las viejas
tras el huego. Si ese libro no hubiese existido, acaso ni el Corbacho ni la Celestina
tendrían el carácter paremiológico que de tan singular modo los avalora. Aquellas reli-
quias del saber vulgar, aquellos aforismos de ignorados y prácticos filósofos, que por
raro capricho recogió el poeta más aristocrático y culto del siglo xv, el más desdeñoso
con la poesía del pueblo, vinieron á incrustarse en las más egregias obras del ingenio
castellano, desde la Comedia de Calisto hasta el Quijote y la Dorotea. Pero no se
niegue al Marqués de Santillana la gloria de haberse fijado antes que nadie en estas
silvestres florecillas, ni al Arcipreste talaverano la adivinación del valor artístico que
podían tener enti*etejidas en la maraña gentil de su prosa.
Lo que había sido eu la corte de D, Juan II preparación y ensayo, llegó en tiempo
cxx orígenes de la NOVELA
de los Reyes Católicos á adquirir la clásica firmeza de un verdadero Renacimiento, pre-
parado por la disciplina gramatical de los humanistas italianos y españoles y engran-
decido por la maravillosa expansión de la vida nacional. No es definitiva casi nunca la
lengua de los escritores de entonces, pero contiene en germen todas las buenas cuali-
dades que han de llegar á su punto más alto en la edad que, por excelencia, llamamos
de oro. Y lo que la falta acaso de perfección técnica lo compensa con cierta gracia
primaveral, que no suele darse más que una vez en las literaturas. Rojas es el mayor
escritor de su siglo, y la Celestina tiene algo de grandioso y aislado; pero al mismo
período corresponden otros monumentos de nuestra prosa: los Claros Varones y las
Letras de Hernando del Pulgar, la Cárcel de Amor de Diego de San Pedro, en que á
veces la expresión sentimental raya muy alto, y el Amadís de OauJa^ que para la pos-
teridad sólo existe en la forma que le dio el regidor Montalvo.
No se escribía ya por mero instinto ó por imitación servil como en épocas anterio-
res. La lengua castellana, al fenecer el siglo xv, contaba ya con un código gramatical
que no poseía ninguna otra de las vulgares, incluso el italiano. Claro es que los escri-
tores de genio se crean su propia gramática, y la Celestina estaba escrita muy proba-
blemente antes de 1492, en que apareció el Arte de la lengua castellana del Maestro
Nebrija; pero la enseñanza oral de aquel gran varón, á quien Rojas conocería de seguro
en el estudio salmantino, había empezado en 1474, y su método filológico, aplicado al
latín, al griego y al castellano, no podía ser indiferente á persona tan culta como nues-
tro poeta. En todo el libro se percibe el deliberado propósito de escribir bien y con la
mayor corrección posible. Pero esta corrección no es la de los tiquismiquis retóricos
que pueden aprenderse por receta, sino la corrección fuerte y viril de quien es dueño
de su estilo, porque domina la materia en que le emplea, no deformándola arbitraria-
mente, sino ajustándole á ella como se ajusta el vestido á los contornos de una estatua.
Porque el estilo de la Celestina^ con ser tan trabajado, no tiene trazas de afectación
más que en los discursos y razonamientos; en el diálogo fluye natural y espontáneo, y
aunque nos parezca un asombro que todos los personajes hablen, tan bien, no por eso
somos tentados á creer que pudiesen hablar de otro modo. No diremos que hablan como
el autor, porque el autor es para nosotros un enigma. Hablan cada cual según su carácter,
con la expresión exacta, precisa, impecable; pero todos propenden á la amplificación, que
era el gusto de aquel tiempo y quizá el tono habitual de las conversaciones. El Renaci-
miento no fué un período de sobriedad académica, sino una fermentación tumultuosa, una
fiesta pródiga y despilfarrada de la inteligencia y de los sentidos. Ninguno de los grandes
escritores de aquella edad es sobrio ni podía serlo. Rojas lo parece por la prudente parsi-
monia con que enfrena y rige el corcel de su fantasía, por el tejido compacto de su dic-
ción, por lo cortante de las réplicas y el hábil tiroteo de sentencias y donaires, por el
uso continuo de frases cortas y desligadas que dan la ilusión del estilo conciso. Pero en
realidad amplifica y repite á cada momento: toda idea recibe en él cuatro, cinco ó más
formas, que no siempre mejoran la primera. Esta superabundancia verbal se agrava con-
siderablemente en la segunda forma de la tragicomedia, pero existía ya en la primitiva.
Pondré un ejemplo tomado del aucto X: «Más presto se curan las tiernas enfermeda-
» des en sus principios, que quando han hecho curso en la perseueracion de su officio;
» mejor se doman los animales en su primera edad, que cuando es su cuero endurecido
»para venir mansos a la melena; mejor crecen las plantas que tiernas e nueuas se tras-
IXTRODUCCIOX cxM
»poueQ, que las que fructiticaudo ya se raudau; muy mejor se despide el uueuo pecado,
» que aquel que por costumbre antigua cometemos cada día» .
Los símiles sou elegautes y apropiados, pero tanta repetición de una misma idea
enerva el diálogo dramático. Juan de Valdós, que cifraba gran parte de su estilística
en esta máxima: «que digáis lo que queráis con las menos palabras que pudieredes, de
»tal manera que splicando bien el conecto de vuestro ánimo y dando a entender lo que
» queréis dezir, de las palabras que pusieredes en una clausula o razón, no se pueda
> quitar ninguna sin ofender o a la sentencia della o al encarecimiento o a la elegan-
»cia» (•), conoció que este era el punto vulnerable de la Celestina^ «el amontonar de
vocablos algunas veces fuera de proposito > . El otro defecto que señala no es tan fre-
cuente: «Pone algunos vocablos tan latinos que no se entienden en el castellano, y en
partes adonde podria poner propios castellanos que los hay» . Estas eran las dos cosas
que él hubiera querido corregir en la Celestina para dejarla perfecta, y uno de los
interlocutores del diálogo aconsejaba que lo hiciese (-), idea que tuvo también Moratín,
como queda dicho. Pero, con perdón de tan severos jueces, los latinismos no son tantos
que empalaguen. Cualquier autor de aquel tiempo tiene más que Rojas. Los que éste
usa están generalmente puestos en trozos y discursos de aparato, cuando los personajes
quieren levantar el estilo, como el conjuro de Celestina y los últimos razonamientos de
Melibea y de su padre. Entonces es cuando aparecen el pungido Calisto^ la cliénhda^
el incogitado dolor, la menstrua hina^ copiada de Juan de Mena, la fortuna fliituosa^
el verbo incusar varias veces repetido, la castimonia de Fenélope^ las palabras fictas^
la asiieta casa y otras pedanterías, si bien las tres últimas no deben achacarse al autor,
sino al que redactó las rúbricas ó sumarios que van al principio de cada aucto.
Otros leves defectos tiene también esta prosa, nacidos, no de incuria, sino de inex-
periencia, y acaso de un error técnico. El oído del bachiller Rojas estaba tan avezado á
la cadencia de los versos de arte mayor de su predilecto poeta Juan de Mena y al
octonario doble de los romances viejos, que á cada paso reaparecen estas dos medidas en
su prosa. De ambas daremos algunos ejemplos:
(■ Pone su estudio — con odio cruel...
Pasos oigo; acá desciende — haz, Sempronio, que no lo oj^es...
-' ' Tener con quien puedan — sus cuy tas Durar...
O'- Ensañada está mi madre — duda tengo en su consejo...
La dádiva pobre...
De aquel que con ella —la vida te ofrece...
E arrepentirse del don prometido...
Todo esto sin salir del acto primero. En cualquiera de los otros puede hacerse la
misma experiencia. En cambio son rarísimos los endecasílabos, y éstos no á la manera
italiana, sino con la acentuación que tienen los del Laberinto^ que tanto han hecho
cavilar á la crítica:
Todo se rige con un freno ygnal,
Todo se prucva con igual espuela.
(Aucln XIV)
(') Diálogo de la lengua, ed. Bcjelimt-r, pág-. 40.5.
(-) (íMartio — ¿Por qué vos no tomáis un pofo de trabajo y liazeis esan?
>>V(ihlt^s — Deinas pstava.
cxxii orígenes de la NOVELA
I
Estos versos ocasionales pueden ser involuntarios, porque no' están libres de ellos i
los prosistas más atildados y académicos. Pero lo que seguramente es intencionado en '
Rojas, y lo afecta como gala, es el acojisonantar la prosa en algunos trozos:
«Melibea. — Por Dios, sin más dilatar, me digas quien es esse doliente., que de j
»mal tan perplexo se siente., que — su passion e remedio — salen de una misma /wewíe» j
(Aucto IV). j
«Areusa. — Assi que esperan galardón^ sacan baldón; esperan salir casadas., salen \
•» amenguadas; esperan vestidos e joyas de boda, salen desnudas e denostadas. .. Obli- ■
ganse a darles marido., quítanles el vestido» (Aucto IX). i
La influencia de los refranes, y sobre todo la del Arcipreste de Talavera, que se i
perecía por la prosa rimada, explican la afición de Rojas á este ornamento, que en el ;
primer ejemplo es de mal gusto y en el segundo se tolera y aun hace gracia por estar \
en un diálogo cómico. ■
A despecho de esos leves lunares, que sólo por curiosidad notamos, la Celestina, '.
en su estilo y lenguaje, tiene un valor no relativo é histórico, sino clásico y permanente. :
Bastantes trozos de todos géneros hemos tenido ocasión de citar para que se forme idea '
de sus innumerables bellezas. Es el dechado eterno de la comedia española en prosa, y ;
ni Lope de Rueda en el siglo xvi, ni el gran poeta que compuso la Dorotea en el xvii, \
ni Moratín en el xviíi, ni mucho menos los dramaturgos modernos (incluyendo al ce- ;
lebrado autor del Drama Nüevo)^ han llegado á mejorarle. Para todos guarda aún
ejemplos y enseñanzas, que hoy más que nunca son necesarias si queremos impedir ;
que bárbaras traducciones y adaptaciones perviertan el gusto de los autores originales \
y den al traste con nuestra prosa dramática, que, por raro privilegio, fué perfecta desde \
su cuna. ;
Si el autor de la Celestina pagó tributo alguna vez al gusto de su tiempo, enamo- !
rado todavía de lo crespo y ampuloso, esto es accidental y exterior en él: no imprime
carácter. El mismo se burla donosamente de tales retóricas á renglón seguido de incu- ¡
rir en ellas. El buen sentido del criado corrige las estravagancias del amo. ,
«Calis.to. — Ni comeré hasta entonces, avnque primero sean los cauallos de Febo !i
»apascentados en aquellos verdes prados que suelen, quando han dado fin a su jornada- ?
» Sem.pronio. — Dexa, señor, essos rodeos, dexa essas poesías, que no es habla con- j
» veniente la que a todos no es común, la que todos no participan, la que pocos entien-
»den. Di: «aunque se ponga el sol» , e sabrán todos lo que dizes; e come alguna conser-
»va, con que tanto espacio de tiempo te sostengas». (Aucto VII).
Cuando se leen tales palabras y se recuerdan otras del Diálogo de la lengua, se j
comprende que Juan de Valdés, á pesar de su ascetismo, fuese tan amigo de Celestina.
Allí está adivinada y practicada en parte, aunque con una exuberancia que él condena, ¡
su propia teoría del estilo. «El que tengo me es natural, y sin afetazion ninguna escrivo ^
» como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que sinifiquen bien lo que {(
» quiero dezir, y dígolo quanto mas llanamente me es possible, porque a mi parecer en <
» ninguna lengua sta bien el afetacion» ('). Afectación hay en los personajes de Rojas I ]
cuando declaman ó moralizan, como la hay en los episodios sentimentales del Quijote, \
y en muchos alambicados conceptos de Shakespeare; pero en todo lo demás es sinceroj •
(') Diálogo de la lengua, ei. Boehraer, pág. 402,
INTRODUCCIÓN cxxiu
y verídico intérprete de la naturaleza y sabe encontrar muchas veces la expresión ade-
cuada y única.
Parte interesante en el estudio de toda obra maestra es su bibliografía, poi-quo nos
da á conocer el grado de su difusión é influjo en el mundo. Pero la de la Celestina es
tan vasta y compleja, que por sí sola reclama un libro, como el que prepara el señor
Foulché-Delbosc iiace años. Entretanto sólo muy imperfectamente pueden suplir su falta
el Catálogo de Salva y el del malogrado Krapf, que es más completo y noticioso y
comprende las traducciones extranjeras, omitidas por su predecesor. Aquí me limitaré
á recordar algunos textos, que no sólo por su rareza sino por alguna curiosidad litera-
ria ó tipográfica son dignos de especial mención.
Hasta ochenta ediciones en lengua castellana ha catalogado el Sr. Krapf, á cuya lista
habría que añadir algunas de que no tuvo noticia y cercenar otras que no existen ó son
muy dudosas, pero no creo que la cifra total pueda cambiar mucho. De estas ediciones
62 corresponden al siglo xvi: número enorme y muy superior á las que tuvo el Quijote
en la centuria de su aparición, pues sólo llegan á 27 las catalogadas por Rius.
Largamente hemos tratado, en el presente estudio, de las primitivas ediciones de
1499, 1501 y 1502, que son las que tienen verdadero interés para fijar las dos formas
del texto. No hemos conseguido ver la de Zaragoza, 1507, de la cual se dice copia (y
no dudamos que lo sea, aunque descuidada y modernizada en la ortografía) la reimpre-
sión barcelonesa de Gorchs (1842). La más antigua de las que nuestra Biblioteca Na-
cional posee es la de Valencia, 1514, por Juan Joffre: ejemplar único, procedente de
la librería de Salva, y que reproduce, como es sabido, el colofón del hipotético volumen
de Salamanca de 1500.
Grupo muy curioso forman las tres ediciones de Toledo, 1526; Medina del Campo,
sin año, y Toledo, 1538, porque en ellas la Celestina tiene veintidós actos, según se
anuncia desde la portada: «con el tratado de Centurio y Auto de Traso» . Este auto,
aunque no mal escrito, es cosa pegadiza é impertinente, en que para nada intervino
Fernando de Rojas. El nombre de su verdadero autor se declara en el argumento de
dicho auto^ que en esas ediciones tiene el número XIX: «Entre Centurio e Traso, pu-
>bUcos rufianes, se concierta una leuada por satisfacer a Areusa e a Elicia, yendo Cen-
»turio a ver a su amiga Elicia. Traso pasa palabras con Tiburcia, su amiga, y entrevi-
»niendo Terencia, tia de Tiburcia, mala e sagaz muger, entrellos trayciones e falsedades
»de una parte e otra se inuentan, como parece en el proceso de este auto: El qual fue
■» sacado de la comedia que ordenó Sa)/ahria> . No sabemos quién fuese este Sanabria,
ni se ha descubierto hasta ahoia su comedia, que á juzgar por este auto debía de ser
una imitación bastante servil de la Celestina^ escrita en prosa como su modelo.
Hasta 1531 no encontramos fuera de España ediciones de la Celestiiia^ á no ser
que fuese estampada en Venecia, como por todo género de indicios tipográficos parece,
la que lleva el colofón de Sevilla, 1523, notable, entre otras cosas, por haberse suprimi-
do, ignoramos con qué fin, la quinta octava de Alonso de Proaza que indica el modo de
encontrar el nombre del autor. Las ediciones incuestionablemente venecianas, que fue-
ron cuatro por lo menos, empiezan con la de 1531, en que hizo oficio de corrector el
clérigo Francisco Delicado, famoso autor de la Lo\ana Andaluxa. Él mismo nos declara
Isu patria, aunque no su nombre, en el colofón, sobremanera curioso, de la citada Celes-
tina: «El libro presente, agradable a todas las estrañas naciones, fue en esta ínclita.
CKxiv - ORÍGENES DE LA NOVELA 1
i
» ciudad de Yenecia reimpreso por miscer Jaaii Batista Pedrezauo, mercader de libros, '■
»que tiene por enseña la Tore (sicj: iauto al puente de Kialto, donde está su tienda o \
» botica de diversas obras y libros, a petición y ruego de muy muchos magníficos seño-
»res desta pradentissima señoría. Y de otros munchos forasteros, los quales como el i
»su muy delicado y polido estilo les agrade y munchos mucho la tal comedia amen, |
» máxime en la nuestra lengua Romance Castellana que ellos llaman española, que i
»cassi pocos la ygnoran; y porque en latin (') ni en lengua Italiana no tiene ni puede te- i
»ner aquel impresso sentido que le dio su sapientissimo autor; y también por gozar de ]
»su encubierta doctrina encerada (síc) debaxo de su grande y marauilloso ingenio; assi i
»que auiendo le hecho coregir (sic) de munchas letras que trastrocadas estañan (ya de ■'
» otros estampadores), lo acabó este año del Señor de 1581, a dias 14 de Otobre. Rei- '
»nando el Ínclito y serenissimo Principe miscer Andrea Griti Duque clarissimo. El i
» corrector, que es de la Peña de Martes, solamente corrigio las letras que malestauan» . ;
Parece que tomó por texto la edición de Sevilla, 1502, cuyo colofón métrico conserva. ¡
No es cierto que introdujese variantes caprichosas ni en esta edición ni en la de 1534, !
«reimpresa por maestro Estephano da Sabio imprressor d' libros griegos, latinos y es- :
» pañoles muy corregidos». Lo que hizo en la segunda fué añadir, dando ya su nombre, \
unos rudimentos de ortología para uso de los italianos: «Introducción que muestra el \
» Delicado a pronunciar la lengua española» .
Las ediciones de Delicado son todavía de letra de tortis, y llevan grabados en ma- ;
dera tan toscos y sin expresión como los españoles que les sirvieron de modelo. Las dos
de Giolito de Ferraris (1553 y 1556) carecen de ellos y están impresas en lindo ca-
rácter cursivo, con la novedad de haber sacado al margen los nombres de los interlo- ;
cutores y poner en versalitas algunos de los refranes. Cuidó de ambas ediciones, que en i
rigor son una misma, el español Alfonso de UUoa, traductor ambidextro y fecundo edi- \
tor de libros castellanos ó italianos. Es singular que en el prólogo hable únicamente de i
Juan de Mena y Rodrigo Cota y no mencione para nada á Rojas, á pesa^ de reimpri- \
mir el acróstico y las octavas de Proaza. Pondera demasiado su propio trabajo, que no i
pasó de enmendar algunas erratas {^). En el prólogo anuncia pomposamente «una Gra-
» mática y un Yocabulario en Hespañol, y en Italiano, para más introduction de los que \
{}) De este pacaje puede inferirse que ecistió una versión latina anterior en un siglo á la de ,
Gaspur Barth, pero no encuentro ningún otro dato que compruebe el dicho de Francisco Delicado.
(^) «Y al cabo Je hauerla visto y notado bien, hallé que ni en Hespaña, ni en Fiandes, ni en ;
Dotras partes no la hauian dado al mundo como conuenia. Porque la vi oppressa de dos faltas muy 1
»principales: la una mal corregida, y sin ninguna ortographia (que es por cierto falta muy grande j
»en un libro), y la otra, siendo comedia como lo es, que la hayan impreso, no como comedia, sino i
»como historia, o otra cosa semejante; prosiguiendo siempre desde el principio del Aucto hasta el i,
»fin, sin poner en la margen los interlocutores, que de passo en pas-o uan hablando: que a mi uer ¡^
»es un importante error en el tal libro, y se le ha hecho gran sin razón; pues veemos que las'!
• comedias de Terencio y de Planto y d'otros han sido y están imprcssas con muy gentil orden, es ai|
¡«saber, que cada persona que en la comedia va hablando, tiene su nombre puesto en la margen, y\\
»donde acaba el uno, no prosigue alli luego el otro, sino que coraicn9a nueuo renglón con elj
»norabre a fuera (dado que aquellas sean Latinas y que por sus auctores hayan sido escripias en' I
»verso), y esto mesmo lian usado y usan los Italianos en las suyas .. Por lo qiial, ya, que nadie no' f
»ha mirado en esto, o si lo ha, no ha puesto remedio, me atrevi yo a tomar la mano, y ser e fi
yiprimiero (sic) que en tal guissa la hiziesse imprimir, creyendo (como creo) hazer grato seruicio ¡j jíj
Dini nación, y assi liallindome en Venocia la corregí en todo lo que convenía (no digo que le havíj i
INTUOJJUCCIOX cxxv
^>studiau la lengua». Pero lo que Ikimn g7-aii/ ática son las reglas de pronunciación de
Delicado, á quien plagia sin nombrarle. Lo que sí le pertenece, y es trabajo curioso que
da realce á esta edición, es .un vocabulario, o exposition Thoscana de muchos vocablos
'^ Castellanos contenidos casi todos en la Tragicomedia de Caliste y Melibeai-, de la cual
dice que «es en nuestro idioma lo que las novellas de Juan Boccacio en el Thoscano .
Así como el mercado de Venecia surtía á Italia de Celestinas, el de Amberes las
difundía por el centro de Europa. Se conocen, por lo menos, ocho de aquella ciudad
flamenca, siendo la más antigua la de 1339, que sigue el texto de las de Delicado. Las
restantes, impresas en casa de Xucio ó de Plantino, forman una familia distinta, que se
prolonga hasta 1599 por lo menos, y que tuvo el mérito de conservar el texto íntegro
cuando ya en E^jpaña comenzaba á expurgarse. Son de elegante aspecto, pero tienen
bastantes erratas.
Sevilla y Salamanca son las ciudades españolas donde más veces se imprimió la
Celestina; once por lo menos en la primera, ocho en la segunda. Siguen Barcelona y
Alcalá de Henares con cinco respectivamente. Valencia, Toledo y Zaragoza con cuatro,
Burgos con tres, Medina del Campo con dos, Cuenca, Tarragona y Lisboa con únasela.
Todas, sin excepción, son raras y deben guardarse con aprecio. Las posteriores á
15(33 se dicen «corregidas y emendadas de muchos errores», pero es muy poco lo que
enmiendan, salvo la de Matías Gast (Salamanca, 1570), que parece hecha con algún
cuidado (').
Esta profusión de ediciones en el siglo xvi contrasta con la pobreza del siguiente,
que sólo nos ofrece siete, tres de ellas extranjeras: una de Ambere^^, una de Milán (^} y
otra bilingüe de Ruáu, acompañada de traducción francesa (1633). La que se dice de
Pamplona, por Carlos Labayen, es esta misma con falso pie de imprenta para introdu-
cirla en España. Quedan como únicas ediciones positivamente españolas, la de Zara-
goza, 1607, y tres de Madrid, en 1601, 1619 y 1632. Esta última tiene dos circuns-
tancias dignas de repararse: la do haber sido formalmente expurgada conforme al
Bininlatio ningiiii uocibio antiguo, que t^iIos se los he ile\ ulo como los compuso el auctor, juzganilo
•ser temeiidad habiendo al contrari ', sino que la he emenda lo de los errores de la etuinpa, y con
íoumiMa diligencia hecho impiimir a manera de comedia, a fin que de toilos fuesse bien lehida y
íentendida como couuiene».
(') Algunas enmiendas de nombres clásicos eon felices, porque el corrector tomó el buen
camino de recurrir á las fuentes. Así, en el acto primero, pn vez de Eras e Cruto, médicos, que
dicen las primeras ediciones, ó de Grato// Galieno, como se enmendó cap -ichosamente en algunas
de las sucesivas, puso Eraaistrato, y en vez de piedad de Sileiido, piednd de Seleuco, «porque allí
»toca la historia del Rey Seleuco, que por industria del médico Erasistrato concedió por paternal
ípiedad 8U propia mujer al único hijo qu" por amores deila casi al punto de la muerte hal)ia llegado.
«Cuéntalo largamente Liici.no en su Dea S;/ria, y lócalo Valerio Má.NÍmr>, lili. V, cap. Vil".
Amarita hizo mucho uso de esta edición para la suya.
(') Es lie l(!2'2,i(á costa de Juan Baptista líidelo». Tiene una curiosa dedicatoria del editor
Italiano en que se nota la influencia de la Celestina en la nove'a picaresca: «Aunque muchas vezes
T)oy alabar de grandes y letrados varones a la Tragicomedia de Calisto y Melilieu, y por taso yo
»tiiiiesse inclinación muy de veras a la imprimir, con todo esso estoruauame miíclio ser ella escrita
»en habla extrangera, que acarreana algunas dificultades... y verdaderamente es este libro el abun-
sdanle fuente de que ne derramaron aquellos limpios arroyos de la vida del l'icaro Guzman, la
I «Picara Montañesa y la Hija de Celestina; luego si ellos tanto aL;r.idan a to los los que entienden
j «essa lengua, y tienen doctrina, cómo no mucho más agradará esse tan lleno de moral filosofia y
"dichos tan sentenciosos v sabios?»
cxxvi orígenes de LA NOVELA 1
Expurgatorio nueuo de 1632^ j la de consignar en la portada el nombre del bachiller '
Fernando de Rojas, ejemplo que siguió inmediatamente el editor de Ruán, I
En todo lo restante de aquel siglo no volvió á imprimirse la Celestina^ fenómeno j
que puede atribuirse á varias causas. Algo pudo influir en ello la Inquisición, pues \
aunque dejaba correr con leve expurgo las ediciones del siglo xvi, quizá se hubiera i
opuesto á que siguieran multiplicándose. Pero la principal razón hubo de ser el cambio
del gusto, la exuberancia de la producción dramática j novelesca, que había llevado al j
ingenio español por otros rumbos y ofrecía á los hombres del siglo xvii alimento más j
adecuado á sus inclinaciones. La Celestina era todavía compatible con el arte de Cer- \
vuntes, de Quevedo, de Lope, de Tirso, puesto que le contenía en germen, pero no era \
compatible con los Gongo ras, Calderones y Gracianes. Cuando triunfaron los cultos, los ¡
discretos y sutiles, y se prefirió el estilo almidonado á la ejecución franca y vigorosa, ■
pocos paladares pudieron gustar con deleite aquel fruto sabrosamente agrio del árbol
nacional ('). .
Y menos todavía en el siglo xviii, cuya labor científica es tan respetable, pero que ;
en literatura produjo poco bueno, y eso en sus postrimerías. Los eruditos preceptis- ;
tas y críticos que más nombre tuvieron en aquella centuria, Luzán ("^), Nasarre {^) ;
(') Pobremente apreció la Celestina Baltasar Gracián, aunque no deja de colocarla en el Museo '
del Di creto (crisis ÍV, parte 2.'^ de El Criticón): (iDe la Celestina y otros tales, aunque -ingeniosos, ■
«comparó sus hojas á las del perejil, para poder pas'ar sin asco la carnal grosería». En el discurso 56 ^
de la Agudeza y Arte de ingenio vuelve á citar «la ingeniosísima Tragicomedia de Caüsto y Meli- ]
bea», llamando á su autor con evidente despropósito «el encubierto aragonés», ¿Le confundiría acaso ■
con su primer imitador D. Pedro Manuel de Urrea, cuya Égloga pudo leer en su Cancionero, imagi- j
nando que era uno mismo el autor de los dos textos en verso y en prosa? De todos modos, Gracián i,
demuestra muy poca familiaridad con la Celestina, cuando la menciona en compañía de libros tan J
heterogéneos como los Raguallos del Parnaso^ de Boccalini, y las Carrozas de las Heroidas, de don ¿
Alvaro de Luna, que supongo que será el Libro de las claras y virtuosas mujeres, confundido en la i
memoria del jesuíta aragonés con el Carro de las donas, de Eximeniz. i
Aunque en términos tan extravagantes, Gracián es aca-<o el último crítico del siglo XVII que
habla de la Celestina, olvidada por completo en la República Literaria de Saavedra Fajardo (donde
también so hace caso omiso del Quijote), y lo que es más singular, en el Hospital das leltras de don ,
Francisco Manuel de Meló, la más copiosa revista bil)liogrática que de aquella época conocemos. I
(^) Manifiesta conocer, además de la primitiva, la Segunda Celestina, de Feliciano de Suva, la
Tragicomedia de Lisandro y Roselia, la Policiana, la ílorinea y la Selvagia. «.La Celestina (añade)
))se imprimió muchas veces dentro y fuera del Keynn, y sin embargo es rara; las demás, que se han
»iinpreso menos veces ó una sola, rarísimas: y conviene lo sean todas, porque su misma pureza de
y)esiilo, facilidad del diálogo y expresión demasiado viva de las pasiones de los enamorados, y de las
martes de rufianes y alcahuetxs, hacen sumamente peligrosa su lectura».
(La Poética ó Reglas de la Poesía en general y de sus principales especies... 2." edición, impren-
ta de Sancha, 1789, tomo I[, pág. 43),
(^j En la extraña Disertación que antecede á las Comedias de Cervantes, reimpresas en Madrid,
1749, por Antonio Marín, escribió Nasarre lo siguiente: «Los hombres de juicio, que leían y obser-
«vaban la naturaleza y lo-» primores de los autores Griegos y K'^raanos, conocieron quán apartados jf
Destaban del buen gusto y de la cordura, y detestaron del abuso que se hacia del Diálogo para»
Dcorromper el corazón y el juicio. Por esso escribieron Diálogos que llamaron Come las, pero muy|/'i
»largos é incapaces de representarse Los Portugui ses se aplicaron mucho á esta composición \''), I u
»pero no nos faltan Comedias de este jaez, de las cuales se pueden sacar pinturas y retratos al i
(») No sé que nadie la cultivase más que Jorge Ferreira de Vasconcellos, puesto que las comedias en- i
prosa de Sá de Miranda y Antonio Ferreira son meras imitaciones de las italianas.
INTRODUCCIÓN cxxvii
Majans ('), Velázquez (*), el mismo Jovellanos (3), tuvieron palabras de justo apre-
cio para la Tragicomedia^ aunque deplorando el daño que podía producir su lectura.
Las ideas que entonces generalmente dominaban sobre preceptiva dramática eran más
conciliables con la Celestina que con la comedia llamada por excelencia española;
pero nadie antes de Moratín tijó con precisión el carácter de aquella fábula inmor-
tal ni su puesto único en la historia del teatro. Prescindiendo de estas simpatías lite-
rarias {♦), no haj^ duda que la Celestina había dejado de ser un libro popular. Los
ejemplares de las antiguas ediciones, con haber sido tan numerosas, escaseaban mu-
cho, y sabemos por algún testimonio contemporáneo que no faltaban beatos imbéci-
les que se dedicasen á destruirlos (^). La libertad de su lenguaje contrastaba con la
blanda mojiíratería reinante que, sin fuerza para impedir la invasión de las malas
»;iatural: caracteres y pinturas puestas á toJas luces para repreheniler agradabieiiiente lo vicioso y
Dri'iículo de los hombres, y apartarlos assi del mal camino, enseñando la moral buena é iutroduciéii-
»dola suavemente; avergonzando al vicio, que se pinta en otros, y tal vez es el mismo retrato de
))quien lo rie. Las com'ídias Floriaea, La Sdvagia, La Celestina, La Eufrosina, con admirables en
«esta clase, y pudieran tener buen uso si se enmeudassen algunos passages de ellas demasiadamente
»iascivo8 y malignos, c los quales se muestra la deshonestidad del todo desnuda, con el protexto
»de azotarla»,
(') «Las mejores comedias que tenemos en español, que son La Celesttim i Eufrosina, están
«escritas en prosa {Vida de Miguel Cervantes Saavedra, 5." impresión. Madrid, 1750, pág. 185).
Es singular que en «n Retórica no cite Mayans la Celestina, aunque sí la Eufrosina y la ülisipo
de Jorge Ferreira, y El Celoso^ de Velázquez de Velasco, á quien llama D, Alonso de Uz (!).
('-) «Til es la faino a Celestinti ó tragicomedia de Oah'sto y Melibea, en que hay de.scripcior.es
»tan vivas, imágenes y pinturas tan al natural y caracteres tan propios, que por eso mismo serían
»de malísimo exemplo si se sacasen al teatro»,
(Orígenes de la Poesía Castellana, por D, Luis Josef Velázquez... Segunda edición, Málaga.
Por los Herederos de D. Francisco Martínez de Aguilar. Año de 1797, p. 83).
Sabido e« que el insigniücaute librillo de Velázquez fué enteramente refundido por su traduc-
tor alemán Juan Andrés Dieze, profesor y bibliotecario de la Universidad de Gottinga, que hizo en
sus notas la mejor historia de la literatura española que entonces podía escribirse. Sobre la Celestina
tiene una nota muy interesante (fué, segiin creo, el primero que citó la edición de 1501). Da razón
también de las priim-ras continuaciones, por lo cual tendremos que volver á mencionarle.
(Don Luis Joseph Velázquez Geschiclite der Spanischen Dichtkunst. Aus deni Spanischen übersetzt.
Von Johann Andreas Dieze .. Gbtíivgen, 1169, pp. 306-312).
(^) «Bástenos decir que á los lines de aquel siglo [el xv) teníamos ya en la Celestina un drama,
•aunque incompleto, que presenta no pocas bellezas de invención y de estilo, dignas del aprecio,
>si no de la imitación de nuestra edad» {Memoria sobre los espectáculos y diversiones públicas de
España, en el tomo I de las Obras de Jovellanos, ed. Rivadeneyra, p, 488).
(*) No las encontramos sólo en Moratín, sino en algunos escritores de la escnela sevillana que
representaban á principí >8 del siglo xix la más sensata y adelantada critica espcñola. Además del
artículo de Blanco (Wliite), impreso en 1823, aunque pensado seguramente mucho antes, merece
algún i-ecuerdo la 4 * de las Lecciones de Literatura Española de D. Alberto Lista (Madrid, 1830,
tomo I, pp. 49-62). Estas primeras tentativas de la cnílica indígena no son para desdeñadas com *
algunos suponen, llenos disculpa tienen los eruditos posteriores, que cuando ya existían los
brillantes juicios de Glarus, de Wolf, de Schack, de Lemcke, se limitaban á decir por todo elogio de
la Cehftimí, que «estaba bien haldada» ó que «tenia virtudes nada vulgares de estilo y lenguaje»,
1 1 cual puede decirse de tantos libros adocenados.
{') En una carta del poeta salmantino Iglesias á Forner, publicada por D. Leopoldo Augusto
,de Oueto (Poetas líricos del siglo XVIIL tomo I. pág CXV), leemos el siguiente ra^go de un poe-
tastro llamado D. Ramón Casjeda, hombre fanático y estrafalario: «Prestó un tal Villafranca un
«libro á Caseda, éste á Meléndez, y M«léndez hizose prenda de él, porque Caseda le destruyó una
I
cxxviu orígenes de LA NOVELA
ideas, tenía la suficiente para llenar la vida de molestias pueriles. El Expurgatorio de
1747 acrecentó el rigor de los anteriores, y así paso á paso se llegó á la absoluta pro-
hibición del edicto de 1793, reproducida en el índice de 1805.
Pero á la Inquisición le quedaban pocos días de vida, j sus edictos, cada día menos
acatados, sólo servían para despertar la codicia del truto prohibido. Así fué que en el
segundo período constitucional, á la sombra de la omnímoda libertad de imprenta, resurgió
la madre Celestina después de un enterramiento de siglo y medio. La edición de 1822,
impresa por D. León Amarita, fué meritoria para entonces, y algún tacto crítico revela en
la elección de las variantes, pero son pocos los textos antiguos que se tuvieron presentes
y no ios mejores, siguiendo por lo general el de Salamanca, 1570, por Matías Gast, Fué
autor del prólogo, y dirigió la parte literaria de la publicación, no el impresor Amarita,
como generalmente se cree, sino el famoso traductor de Horacio D. Francisco Javier de
Burgos, según me aseguró D. Aureliano Fernández- Guerra habérselo oído al mismo
Burgos en Granada.
Esta edición, que con más ó menos precauciones siguió vendiéndose durante el rei-
nado de Fernando Vil, fué reimpresa por el mismo Amarita en 1835 y copiada servil-
mente en el tomo tercero de la Biblioteca de Rivadeueyra, 1846, de la cual se derivan
otras varias que es inútil citar. Más apreciable que este texto ecléctico es el de Barce-
lona, 1841, por D. Tomás Gorchs ('), que al parecer nos da, aunque con ortografía
modernizada, la lección de uno de los ejemplares más antiguos, el de Zaragoza, 1507,
que poseyó D. Manuel BofaruU. El prólogo y las notas fueron escritos por el literato
tortosino D. Jaime Tió {^). En 1899, para festejar el centenario de la aparición de la
Celestina^ reimprimió lujosamente en Vigo el malogrado editor suizo D, Eugenio Krapf
la edición valenciana de 1514, con aparato de variantes, copiosa bibliografía y apéndi-
ces útiles. En 1900 exhumó el señor Foulché-Delbosc la edición de 1501, y en 1902
la de 1499. Cuando esté reimpreso con la misma exactitud el texto de 1502, tendrá
base enteramente sólida la reconstrucción de la Celestina, y podrá hacerse de ella una
edición crítica y filológica.
Las traducciones que en varias lenguas se hicieron de este drama inmortal, ya en
los siglos XVI y XVII, jsi en tiempos modernos, tienen grande interés, no sólo como
testimonio del universal aprecio del libro, sino por ser algunas de ellas insignes monu-
^Celestina^ que tampoco era de Afeléndez, sino del Maestro Alba. Caseda desafió á Meléndez porque no
»le duba el libro, y Meléndez por fin se lo dio á Caseda»,
El Maestro Alba, dueño de la Celestina destruida por Caseda, era nn religioso agustino «muy
>apreciado por su grande instruccióu, su gusto delicado y su ática urbanidad», según dice Quintana
en la biografía de Meléndez.
(') Hay ejemplares que llevan la t'eciía de 184"J y la indicación de la librería de Manuel Sauri, !
pero «8 una mera variante comercial. ■
(') El prólogo contiene algunas ideas críticas que tenían novedad entonces, como la compam- i ,
ción de Celestina con Yago: «En la Celestina, que no es más que un pensamiento, un boceto deli- ; ui
«neado en quince días por una mano inexperta, y el primer crepúsculo de un sol que se deja morir j d
))en su oriento, vemos un carácter como el de lago en la perversa tercera que se presenta á Melibea,
«virgen que pierde su pureza por Celestina, como Ótelo pierde por lago á Desdémona. Ambos ¡
»ca acteres pertenecen aun mismo género, y ambos eslán sosteridos con tanto acierto, que no|
Dsabríamos á quién dar la preferencia si la composición de Rojas no llevase más de dos siglos yj
íniedio de aotigiiedad sobre la del poeta inglés» (Pág. VIH).
INTRODUCCIÓN cxxix
meutos de sus respectivas literaturas. La Celestina ejerció, por medio de ellas, positiva
influencia en los orígenes del teatro y de la novela, y convirtió en clásicos k algunos de
sus intérpretes, como Wirsung y Mabbe.
La más antigua de estas traducciones, y fuente de varias otras, es la italiana del
español Alfonso Ordóñez, familiar del papa Julio II, hecha por invitación de la Illus-
¿rissima Mad:mna Gentile Feltria de Campo Fm/oso. Fué acabada de imprimir en
Koma, á 29 de enero de 1506, y compite en rareza con las más peregrinas ediciones
españolas ('). Aunque su título diga «de lingua castellana in italiana ñoñamente tra-
dacta», uo basta para que podamos inferir que hubiese otra traducción ó edición ante-
rior, porque el nuratnente puede tener aquí, como en otros casos, el sentido de nuper
(poco ha, recientemente). Tampoco es argumento para probar que hubiese una edición
(le 1505 la última octava del traductor, con que termina la de 1506:
Ncl mille cinqitecetito cinque appunio
Uespagnolo in idioman italiano
E stato questo opuscul trasunto
Dame Alphonso de Hordognex nato hispano.
Aistanzia di eolei cha in se rasunto
Ogni bel modo et ornamento humano
Grentil feltria fregosa honesta e degna
In cui vera virtu triumpha e regna.
Estos versos sólo dicen que Alfonso Ordóñez hizo la traducción en 1505, y segura-
mente en aquel mismo año comenzaría á imprimirse, aunque se acabara en los prime-
ros días del siguiente. La versión de Ordóñez, notable por su fidelidad, se ajusta, con
leves diferencias, al texto de las ediciones de 1502, en veintiún actos, sin que por nin-
gún motivo pueda afirmarse que el intérprete conociera la forma primitiva de la tra-
gicomedia, ni mucho menos aprovechase sus variantes.
El haber aparecido esta traducción bajo los auspicios de una ilustre señora, que
expresamente encargó de ella á un familiar del Papa (-), indica que la Celestina no
había de encontrar obstáculos para su difusión en la Italia del Renacimiento, que mal
podía escandalizarse de nada. Hasta once veces fué reproducida en aquel siglo por las
prensas de Venecia y Milán {^). Su estudio hubiera podido ser muy útil á los drama-
('l Poseo un ejemplar falto de la portada y de la cuarta hoja. El del Museo Británico está
I completo.
(*) Asi be consigna en la dedicatoria: «W S. quale mossa da virtuoso desiderio non per luiei
»naer¡ti ma per siia vista se degnata uolernie pregare douesse io tradure la presente tragicocomedia
KÍDtitulata di Calisto «fe Melil>ea de lingua castigliaiía in italiano idioma acio che V. S. insiemc con
aquesta degna patria doue queeta opera non e diulgata se possa allegrarc di tanto e cosí degne sen-
J)tentie & auisi clie eotto colore di piaceuolezze u¡ sonno. lo adunque, uedendo che legitima obli-
))gazione di ubidirs suoi preglii mi constringe: quaü a me sonno stati acceptabili commandamenti: e
«per satisfaré in parte al desiderio che di seruir quella continonamente mi sprora: meritamente me
!>hanno obiigato a la executione di questa impresa: qiiantunque sia tenuto manifestare ogni opera
ívirtuosa maggionnente che per il presente tractato a quelli che lo leggeranno retenendo per se le
»9ententie necessarie & le lascine lassando grande utile ne ñenga: e como gia sia considerata mia
«nsufficientia e le curiali e familiari occupationi.)^
(*) La de Milán, 1514, se dice: fínouainente revista] e correcta e a piu lucida venustate reduela
I'per Hyeronymo Clarlc'to, ImmoJesey. La de lóló. también de Milán, que por cierto fué hecha á
cxxx orígenes de LA NOVELA ;
i
tnrgó^ del Ginqueceitio^ pero los italianos de aquel siglo desdeñaban las literaturas vul- '
gares y iió reconocían más modelos que Teroucio y Plauto, á los cuales sacrificaron su '
originalidad, que sólo conservan en los detalles de costumbres ('). Ni siquiera puede '
sostenerse con probabilidad que el admirable rufícán Ceuturio y las innumerables
copias que hay de él en todas las imitaciones de la Celestina influyesen directamente i
en la creación del tipo grotesco del capitán fanfarrón y matamoros que invadió la i
escena italiana, si bien tengan algunas semejanzas, derivadas de su común origen, que \
ha de buscarse en los Pyrgopolinices y Tragones de la antigüedad. Además, ni Ceutu- i
rio, ni Galterio, ni Pandulfo, ni Brumandilón, ni Escalión son capitanes, ni sus brave- j
zas, fieros y rebatos tienen que ver con la honrada profesión militar, sino con la torpe ¡
vida lupanaria. La verdadera pintura de las costumbres del campamento está en la i
Comedia Soldadesca^ de Torres Naharro, que precisamente fué escrita y representada i
en Italia. El tipo italiano, que degeneró muy pronto en caricatura grotesca del soldado !
español, el más temido y más odiado en aquella península, se explica por sí mismo y '
por las circunstancias históricas en que nació. Generalmente habla en castellano, y ,
lleva nombres archirretumbantes, como «el capitán Cardona Matamoros, Rajabroqueles, \
Sangre y Fuego». Era, en suma, un género equivalente á las Rodomontadas españolas, \
tan gratas á los franceses (-). Algunos de los que componían estas farsas habían leído ;
la C(s/eó-^¿wa y plagian frases de Centurio. Así, por ejemplo, el cómico napolitano Fabri- :
cío de FornariS; en su Angélica^ representada en París el año 1584, hace hablar así al
capitán Cocodrilo, ponderando las virtudes de su espada: cQuién puebla más los \
»cimiterios d' esta tierra sino ella? Quién ha hecho ricos los cyrugianos del mundo? 1
expensas de un eclesiástico «impensis venerabilis presbyteri Nicolai de Gorgonzola» nos declara q\\
nombre de otro correcL'or. «nouameute reuista e correcta per Vicentio M'inuüano, con quanta magiore^
«diligentia se la metterai a parangone con 1' altre editieni senza dubio el conoscerai». No he cote' i
jado ni ésta ni las demás que llevan anuncios no menos pomposos, peio dados los hábitos de loa'^;
editores de aquellos ticmp)s, puede sospecharse que esas correcciones tendrán tan poca importancia
como las de Delicado y Ullua. La última Celestina italiana ea de 1543.
Cj Son muy raras las alusiones á la Celestina en los eruditos y humanistas de Italia, pero un I
curioso pasaje de Giraldi Cintio parece indicar que tuvo imitadores: «In questo errore mi pare che !
))tiascorresse 1' autore della Celestina spaguuola, mentre volle ella imitare la comedia archea, giá
«sbaudita C(ime biasimevole da tutti i teatri; ne puré incorse in questo errore, ma in molti altri, non
Bsolo neir arte ma nel decoro ancora, degni da essere fuggiti da chi lodevolmente scrive, ancora
Dche non vi siano mancati di qiielU che la si hanno proposta jier esenipio, intendendo piíl a quei giuochi
»spagnoIi, che alia convene volezza della favola». i !
El error que achacaba Giraldi Omthio al autor de la Celestina era que dejaba demasiado;^
patente el artificio dramático: «portando negli occhi e nelle orecchie degli ascoltanti 1' artificio, il > <
»quaie vuole ossere celato sotto il naturale, che altrimenti di viene egii tedioso e spiacevole». I
Scritti Estetici di Giamhuttista Giraldi Cintio (Milán, 18G4, en \& Biblioteca Rara dé Daélli) i 'i
tomo II, Discorso ovvero Lettera intorno al comporre delle Comedie e delle Tragedle (escrito en¡ e
1543), pág 99. :'
En otro lugar de la misma disertación, desgraciadamente mutilado por la cuchilla del encua-l i
dernador en el ejemplar de la Biblioteca de Ferrara que ha servido de texto para ésta (pág. 31). | ;
vuelve á insistir Giraldi Cintio en la peregrina idea de considerar como imitador de la antiguti j
comedia ateniense (que es la que llama comedia archea) á Fernando de Hojas, que seguramente nc i
conocía á Aristófanes ni tiene con él ningún punto de contacto: «delle quali convenienze é statd (
»iraitatoiesovia tutti gli altri 1' autore della Celestina...»
(2) Orígenes de la novela, tomo II, pp, LXXXV y LXXXVI. ; ;
INTRODUCCIÓN cxxxi
> Quién da de contino que hazer á los armeros? Quién destroza la mala y fina?» (sic^ por
malla fiua), etc., etc. (').
De la traducci»3n italiana procede la muy famosa alemana de Máximo "Wirsiing,
publicada en Ausburgo en 1520 y reimpresa con algunos cambios en 1538; ediciones
rarísimas entrambas y cuyo precio se acrecienta por los artísticos grabados en madera
do Hans Burgmair, célebre colaborador de Alberto Durero {}). Es bajo todos aspectos un
hermoso libro del Kenacimiento, del cual España carecería, probablemente, si algún anti-
guo jesuíta alemán no hubiese traído el ejemplar que se conserva en la Biblioteca de los
Estudios de San Isidro {^). Tenía Max Wirsung veintiún aiíos cuando publicó su traduc-
ción, que dice hecha del «lombardo» (Innibardisch welseh), lo cual indica que trabajó
sobre una de las dos ediciones de Milán, 1514 ó 1515, á no ser que considerase como
parte de Lombardía á Venecia, donde declara haber pasado algunos años y adquirido el
conocimiento de la lengua. En la dedicatoria á su primo Ernesto Mateo Langen de
Wellenburg, que termina recomendándose á la benevolencia del Cardenal arzobispo de
Salzburgo, repite con otras palabras las prevenciones de Rojas sobre el fin moral del
libro y sobre su carácter mixto de trágico y cómico: «Tragedia, como tú sabes, es un
» género que tiene alegre comienzo y término triste. Tal es el presente libro. También se
»le puede llamar comedia, poj-que nos muestra, entre burlas y veras, unos amores de dos
^jóvenes que se valen do sus criados y doncellas; y describe, en especial, la perversa
» seducción de rufianes y alcahuetas, y otros diferentes lances y negocios de los hom-
»bres... Te envío esta tragedia, querido primo, como un presente muy adecuado á tu
» florida edad y á la mía, pues aquí podemos aprender lo que por experiencia no sabe-
»mos todavía, y librarnos del peligroso mar de las sirenas y desconfiar de las malas
» mañas de los falsos servidores y de las engañosas palabras de las viejas hechiceras,
>que quieren arrastrarnos á la relajación y hacernos perder la flor de la juventud, que
» nunca se recobra, y enajenarnos de la voluntad propia y convertirnos en siervos de
»la ajena» (*).
La traducción está hecha con el mismo candor del prólogo, y con gran viveza y
frescura, según declaran los críticos alemanes. No podía ser enteramente fiel no
siendo directa, pero la versión italiana que le sirvió de norma es poco más que
un calco. Wirsung procede con libertad de artista, y según el genio de la lengua
en que escribe, añade ó modifica algunos pasajes, pero ninguno es de verdadera im-
(') Angélica, Comedia di Fahritio de Fornaris napoletuno, delto II Capiíano Coccodrillo, Cómico
confidente, In Parigi^ appreaxo Abel V Angelier, 1585.
Sobre el tipo del capitán español en la comedia italiana, y sobre la Celestina en Italia, deben
leerse las dos memorias presentadas á la Academia Pontaniana por el ilustre napolitano B. Croce
{Ricerche Tspano-Iluliune, I y II. Ñápeles, 1890) y el erudito artículo de A. Farinelli, Sidle Ricerche
di Benedetto Croce (en la Rassegna Bibliográfica della Letterutura Italiana. Pisa, año 7.", 1899).
(*) Kstas ilustraciones, apenas conocidas en España, y que son realmente de Ilans Burgniayr,
Sénior (1473-1532), y no de su hijo, artista muy inferior á él, pueden verse en la obra de Jorge
Hortli, Les Grands Illastrateurs (I, N.os 8-25), y en la Zeitschrift fiir Bildende Kunst, de Lützkow,
1881, vol. XIX, pág. .302.
(_') Eitá perfectamente descrito y estudiado á fondo en un artículo de D. Lorenzo González
Agejas publicado en La España Moderna, julio de 1894, pp. 78-103.
(*) Abrevio este prólogo, que puede leerse íntegro en los Studien de Wolf (pág. 300) ó en la
traducción que de ellos ha hecho el Sr. Unamuno (tomo I, pág. 330).
íi
cxxxn orígenes DE LA NOVELA
portancia, más que las pocas palabras puestas como conclusión del acto XXI j de toda
la obra. Sabido es que en el orif^inal se cierra con la lamentación de Pleberio y el in
hac lachrimarum valle^ que falta, por cierto, en las ediciones de 1499 y 1501. A¥ir-
sung da más animación dramática al ñual y hace intervenir en el diálogo á la madre
de Melibea (').
A pesar de su excelencia literaria, esta traducción cayó muy pronto en olvido,
puesto que sólo una vez fuó reimpresa ('^). Es enteramente inverisímil que Goethe la
conociera. Si Marta hace pensar en Celestina, y las escenas de la seducción de Marga-
rita evocan las del jardín de Melibea, es por una coincidencia remota y casual. El
romanticismo alemán fué el que desenterró la obra de Wirsung, diciendo de ella, por
boca de Clemente Brentano, en una de sus cartas á Tieck: «Es tan original, tan llena
»de vida, tan propia en el lenguaje, que jamás he visto cosa igual; hacer una traduc-
»ción mejor, es completamente imposible» {^).
i^o debió de pensarlo así Eduardo de Bulow, quien en 1843 publicó una nueva Ce-
lestina traducida del original, que Wolf declara estar hecha con la mayor precisión y
elegancia posibles, aunque el mismo traductor reconoce que, por acomodarse al gusto
de su nación, tuvo que hacer una «seca atenuación germánica» do ciertos discursos y
expresiones demasiado libres.
No puedo asegurar, por no haber tenido ocasión de verla nunca, si la primera y
rarísima traducción fi;ancesa de 1527, reimpresa en 1529 y 1532, procede del original
ó de la italiana de Ordóñez, pero no cabe duda que á ésta se atiene el segundo traduc-
tor Jacques de Lavardin, Señor de Plessis Bourrot, en Turena, á quien su padre confió
el encargo de ponerla en su lengua para «beneficio singular» de sus hermanos, por ser
(') Véase este trozo, traducido por el Sr. Agejas, remedando el liipérbaton antiguo:
«Plebei'io. — Corre, oh Lucrecia, corre y trae presto agua con que reviva el aletargado espíritu
i>de esta mujer mía! ¡oh Alisa, da á ti algún consuelo á ün de q'ie mi lastimada vida conserve;
»causa no des á que mi alma tan infeliz prontamente de mí salga!
•»Alisa. — ¡Ay, ay, desconsolada mujer! ¡Ah! ¿qué mi muerte desvia ó qué mi espíritu retiene en
»este cuerpo lleno de todo dolor? ¡Oh, tú ha poco eras mi hija! ¡Mísera yo, que para tan gran pesar
«nuestro la vida te diera, para ver agora esta tu lamentable muerte!
j)P/e&er¿o.— Levántamela, Lucrecia, y ayúdame, que de aquí la aparte y la Heve á nuestra
ucámara, donde ambos angustiado el corazón esperemos nuestro tin contemplando á nuestra hija,
pmientras consideramos lo que hacerse haya de su noble cuerpo».
(*) Tantc la primera edición, de 1520, como la segunda, de 1533, también de Ausburgo (únicas
que hasta ahora se conocen), eran ya rarísimas en el siglo xviii. No quiere esto decir que las ignora-
sen algunos curiosos eruditos. En una obra reciente, de gran trabajo y erudición, donde es lástima
que investigaciones nuevas y sólidas estén mezcladas con acerbas notas de agresión personal contra
hispanistas muy beneméritos (Contrlhuüons ¿i V étude de I' Hispanisine de G. E. Lessinr/, p. Camilo
Pitollet, Paris, Alean, 1909, pp. 22 1-224), se menciona un artículo sobre la Celestina de Wirsung,
incluido por el famoso preceptista clásico Gottsched en su NotJihjer Vorraih zur Geschichte der
deutschen dramatischen dichtkunst (Leipzig, 1757, pp. 52 y ss.), y citas de menos importancia en otros
compiladores, como Loven.
(^j Briefe an Ludwig Tieck, ausgewdhlt und herausgegehen von Karl von Holtei, Breslau, 1864,
tomo I, pág. 106-107, sexta carta de Brentano á Tieck, sin fecha.
Sobre la traducción de Wirsung véanse especialmente la tesis de Guillermo Fehse: CrisiofUi
Wh-sung deutsche Celestinaühersetz ungen (^Hallische Inaug. Dissertation. Halle, 1902), y la recensión
de Arturo Farinelli en la Deutsche Literaturr.eitiivg de 1.° de noviembre del mi>mo affo, sin olvidar! ■>
otra del mismo Farinelli sobre el libro de Adam Schneider Spumens Anteil an der Deutschen Litera-
IXTRODUCCIÓX cxxxiii
«uu claro espejo y virtuosa doctrina que enseña á gobernarse bien en los casos de la
vida» ('). Como se ve, la ejemplaridad de la tragicomedia tenía muchos partidarios
y las declaraciones de Rojas se tomaban al pie de la letra. Wirsuug, Gaspar Barth y Salas
Barbadillo dicen en sustancia lo mismo, pero ninguno de ellos era padre de familia
como el viejo caballero do Turena, lo cual da más peso á su testimonio, que hoy nos
parece tan extraordinario (-).
Esta versión hecha en la sabrosa lengua del siglo xvi tuvo tres ediciones, la pri-
mera de París en 1578 y las dos siguientes de Ruán en 1598 y 1599. La interpreta-
ción francesa que acompaña al texto castellano en la edición, también de Ruán,
de 1633, está hecha directamente del castellano, pero vale poco. A todas las antiguas
supera, y es sin duda una de las mejores traducciones de la Celestina^ la que Germond
de Lavignc publicó en 1841 y reimprimió con algunas enmiendas en 1873 (3). El en-
saf/o histórico qac \c\ precede contiene graves errores, lo mismo que las notas; pero
tiene Germond de Lavigne el mérito de haber sido uno de los primeros que reconocie-
ron la unidad de la obra y la atribuyeron totalmente á Fernando de Rojas. Sus conoci-
mientos en historia literaria eran superficiales y confusos, pero entendió y tradujo bien
ciertas obras, sobre todo la Celestina^ que admiraba con franqueza.
No ha tenido la Celestina acción directa sobro la literatura de nuestros veci-
nos, pero se encuentra mencionada en varios autores del siglo xvi, el más an-
tisruo Clemente Marot:
tur des 16 iinrl 17 Jahrhunderts (Strasbnrgo, 189^), publicuda en !u Zeitschrift f'dr v^rgleicTiende Li-
teraturgeschichte de Kocli (forero de 1900).
Sclineider habla poco y mal de la Celestina (p. 277) y da por desconocido el noi.ibre del traduc-
tor alemán.
(*) «Depuis qiielques mois que ie me suis trouué 1' esprit libre, et de repos, aprés 1' heureuse
»fin des tronbles et miserea coiümunes de ce Royanme (escribía en lí78) qui durant le conrs de
»tant de tristes années m' avoyent ;i mon tres grand regret desrobbé l'esperance de plus frequenter
»ces bonnes lettros: ie m'estoia vn jour mis en opinión de visitar encoré les muses de mon cabinet,
»comme y estans de retour apres un si long et ennnyeux exil. Et íi cet effet remuant mes livres
«encoré toiis noiriz, de bonne rencontre m'en tomba un entre mains, intitulé Tragicoinedie de
:»Celest¡ne, traduicte iñcce de langue caatillane en Italien. Lequel soudain par moy recognen, ponr
íautrefois m'auoir esté donné par deffnnct monsieur nostre pere (que Dieu absolue) a mon premier
íretour d' Itaiie, note de sa main, és endroits plus memorables (comme il estait I'un des plus
»practics gentiis homnies de son temps esdictes langues, et de non moindre iugement, ponr le
DCOntinuel raaniement des grands affaires, ou il a esté einployé jusques á son extren)e vieiilesse)
»me reniist en memoire la recommandation que ce bon et prudent pere m'en avait faicto; m'enjo-
•gnant par exprés de la communiquer en nostre langue iV vous tous aussi ses enfans, pour uotre
»b¡en singulier. Car c'est á la verité, un clair mirouer et vertueuse doctrine ü se bien gouuerner ....
»oü ie recontray en son gentil subiect, tel conten temeiit, qnoy que fort mal correct, faute de la
«impression, que ie ne me peu contenir de le relire plusieurs fois »
El libro está dedicado á Juan de Lavardin, Abad de L' E-toile, y Antonio de Lavardin, Señor
<\(' Rennay y Boessoy, hermano del traductor.
(-) Lavardin dice en e¡ prefacio de su versión aqu' ¡I l'a repurgée de plusieurs endroits sean-
■daleux qui pouvaient offenaer les religieuses oreilies». Pero ninguno de los trozos realmente
t-^candalosos de lá Celestina ha sido expurgado por el traductor. Todo se "aduce á haber pne.-to
< fficier en vez de (ífraile», gros officier en vez de fccanóiiigo» y otras cosas por el estilo.
(') Sobre eata segunda edición véase un artículo del conde de Puyinaigre en la lievve Critique
d'His^oire et de Littérature fn.o 19, 9 de ma^o de 1874).
cxxxiv ORÍGENES DE LA NOVELxV
Or ^.a, le livre de Flammete,
Formosum Pastor^ «Celestine»,
Tout cela est bonne doctrine
Et n'y a rien de deffendu (')
Buenaventura Desperiers, en el cuento dócimosexto de sus Noiivelles Récrécttions
et Joyeux Devis, la cuenta entre las lecturas favoritas de los elegantes dé París: «Et
avec cela il avoit leu Bocace et Celestine» (^).
Cuando se lee la famosa Macette de Maturino Regnier, que Sainte Beuve llamaba
«-nieta de Patelin j abuela de Tartuffe» , nos sentimos inclinados á emparentaría con
la madre Celestina. En el fondo, la sátira del poeta francés no es más que una imita-
ción de la elegía de Ovidio sobre Dipsas^ cuyos principales rasgos conserva y traduce
libremente. Pero suprime uno, el de la magia, y añade otro, el de la hipocresía. Creo
que éste ha sido tomado de las costumbres de su tiempo, sin ningún intermedio litera-
rio. Celestina conviene con Macette en lo que una y otra tienen de Dipsas y de Acan-
this^ pero Macette es muy poca persona al lado de Celestina. Macette es gazmoña y
beata, afecta una devoción fingida para encubrir sus malas artes. También Celestina
tiene sus devociones, y de ellas se vale para sus añagazas; pero escarbando en el fondo
de su alma se encuentra, no una ruin y apocada mojigatería ó tartufísmo^ sino una
cínica Y monstruosa confusión de lo religioso y lo diabólico. La hipocresía de Macette
es epidérmica; á la de Celestina ni aun el nombre de hipocresía le cuadra, porque se
trata de algo mucho más tenebroso y espantable.
De todos modos, la sátira de Regnier prueba, aunque por otro camino, la influencia
española en Francia:
Elle lit Saint Bernard, la Guide des Pecheurs,
Les Meditations de la Mere Therese... (^).
Fué la Celestina el primer libro español traducido al inglés, aunque en detestables
condiciones. Se trata de una adaptación en pésimos versos, publicada por los años de
1530, y atribuida por algunos á Juan Rastell, del cual sólo consta que la hizo impri-
mir. Comprende únicamente los cuatro primeros actos y está hecha sobre la versión
italiana de Ordóñez (^). Consta también que en 5 de octubre de 1598, un cierto
(') En la poesía titulada Du coq a V asne. A Lyon Jamet (1535).
Vid. Oeuvres completes de Clément Murot (ed. Jannet), tomo I, pág. 224.
(^) Nouvelles Récreathm et Joyeux Dev'ts de B. des Periers, ed. Jouaust. Paris, 1874, pág. 85.
«Et puÍ8 il avoit roduict en nieinoire et par escript les nises plu8 singnlieres que les femmes inven-
Dtent pour avoir leiir plaisir II s9avoit coniine les femmes font lea nialadea, comme elles venteo
))vendanges, comine parlent íi leiirs arais qui viennent en mas ]up, comme elles s' entrefont faveur i
»soubz onibre de parentage. Et avec cela ii avoit leu Bocace et Celestine». ' '
(3) Oeuvres de Math. Regnier, ed. Delarue, pág. 121.
(*) A new comedy in English in manner of an interlude riglit ehgant and full of craft ofrhetoric:
wherein ts shewed and described as well the heauly and guod properties of ivoinen^ as their vices ánd
evil conditions with a moral conclusión and exhortatiou to virlue. John Rastell me imprimi fecit. Cum
privilegio regali (Folio, let. got.).
El único ejemplar conocido di- esta obra pertenece á la Biblioteca Bodleyana de la Universidad
de Oxford. Está reimpresa en <íA Select Collection of Oíd English Plays, originully puhlished hy >-^
Rohert Dod»ley in ihe year 1744, reimpresa por cuarta vez en Londres, 1872, tomo T, pp. 63-92, I ^
INTRODUCCIÓN cxxxv
William Aspley solicitó y obtuvo privilegio para imprimir luia obra titulada The Tra-
gicke Comedije of Celestina, pero no queda de ella más noticia (').
Apareció, por fiu, en 1631, The Spanish Baicd, de Jamos Mabbe, «el mejor tra-
» ductor que ha tenido la lengua inglesa, á excepción de Eduardo Fitz-Gerald» , según
el parecer de Fitzmaurice-Kolly. Mabbe, que no sólo tradujo la Celestina^ sino El Picaro
Qiixmán de Mfarache^ algunas de las novelas de Cervantes y un tomo de sermones del
padre Cristóbal Fonseca;, era un conocedor eminente do nuestra lengua y un prosista
clásico en la suya. Desde 1611 á 1613 había vivido en Madrid, como secretario del
embajador Sir John Digby, después Conde de Bristol, y á su vuelta á Inglaterra prosi-
guió cultivando sus aficiones hispánicas, en que le estimulaba y acompañaba su amigo
el profesor de Oxford, Leonardo Digges, excelente 'traductor de El Español Gerardo.
La versión de la Celestina se publicó anónima, pero la dedicatoria va firmada por
Don Diego Puede-ser^ juego de palabras con que Mabbe quiso disimular su nombre li-
geramente alterado: James Maij-be. A diferencia de otros traductores confiesa ingenua-
mente que la Celestina es un libro nonsine scelere^ pero que puede tener utilidad: no)i
sine utilitate. «La heroína es mala, pero sus preceptos son hermosos; sus ejemplos son
» perversos, poro su doctrina es buena; su traje es roto y andrajoso, pero su mente está
» enriquecida con muchas sentencias de oro» (-). Y prosigue haciendo en estilo ligera-
mente etifaistico una gran ponderación de los méritos de la obra: «Aquí encontraréis
» sentencias dignas de ser escritas, no en frágil papel, sino en cedro ó en perenne ciprés;
»no con pluma de ánsar, sino con la del Fénix; no con tinta, sino con bálsamo; no con
» letras negras, sino con caracteres de oro y azul; sentencias dignas de ser leídas, no
;>sólo por el lascivo Clodio ó el afeminado Sardanápalo, sino por los más graves Cato-
»nes ó severos estoicos». «No se me oculta (añade) que este libro tendrá algunos de-
» tractores, que como perros que ladran por costumbre, condenarán toda la obra, sola-
» mente porque alguna frase de ella es más obscena que lo que tolera el estilo culto y
» urbano; lo cual yo no he de negar, aunque esos pasajes están escritos para reprender
»el vicio, no para insinuarle. No veo razón para que se abstengan de leer una gran
» cantidad de cosas buenas porque tengan que entresacarlas de las malas. Que no se
»ha de desdeñar la perla, aunque se pesque en agua turbia, niel oro, aunque se arran-
»que de una mina infecta...»
Después de haber comparado á los tales detractores con el escarabajo de la fábula,
dice que cuantos sabios han podido leer la Celestina en su lengua la han estimado como
«el oro entre los metales, como el carbunclo entre las piedras preciosas, como la palma
» entre los árboles, como el águila entre los pájaros y como el Sol entre las luminarias in-
»feriores; en suma, como lo más escogido y lo más excelente. Pero así como la luz del
»gran Planeta ofende á los ojos enfermos y conforta á los sanos, así la Celestina puede ser
»un veneno para los que tienen el corazón dañado y profano, pero para los ánimos castos
»y honestos es un preservativo contra tantos escándalos como ocurren en el mundo» (3).
(•) Garrett Underhill (John), Spanish Literaiure in tlie England of the Tudovs, New York, 1899,
página 402.
(') «Her li£e is foule, but her Precepts faire; lier example naught, but Iier Doctrine good; her
íOOite ragsfed, but her mind inriclied with many a golden aentence» (P. 3 de la reimpreHÍón).
(*) ííYét tiiey tliat are learned in lier language, have esteeiued it (in comparisoa o£ others) as
»Gold ainongst naetalle, as tliy Carbuncle anaongst etonee; as the Roee anriongst flowerd; as the
cxxxvi orígenes de LA NOVELA
Mabbe, que nunca fué puritano, defiende en este notable prólogo la legitimidad de
las representaciones del mal, así en Pintura como en Poesía: <i~Non laudare rem sed
Aartem: no se aplaude la materia de la imitación, sino la pericia j destreza del artista
>>que ha representado tan al vivo el objeto que se proponía. De parecido modo, cuando
» leemos las viles acciones de rameras y rufianes j su bestial modo de vivir, no las
> aprobamos por buenas ni las aceptamos por honestas, pero admiramos el juicio de
»los autores que han desarrollado su ai-gumento de un modo tan propio y adecuado á
>kis caracteres (*).
Recuerda el ejemplo de los lacodemonios, (jue emborrachaban á sus esclavos para
hacer aborrecible la embriaguez, y aconseja al lector de la Celestina que imite «al
> generoso corcel que se solaza donde haj dulce y saludable pasto, y no al perro ham-
> briento, que agarra y despedaza sin elección todo lo que encuentra en su camino» •
En suma, recomienda la Celestina^ pero no sin distinción á toda clase de personas.
Su traducción es clásica y maestral, á juicio de los críticos ingleses, y en nada
adolece del conceptismo y culteranismo que campean en sus prólogos. El docto hispa-
nista Fitz-Maurice Kelly, que ha hecho de ella una lindísima reimpresión (-), dice en
su prólogo que «mucho del vigor, de la pasión y del fuego de Rojas, y mucho tam-
bién de aquella gravitas et probitas que en él reconocía Barth, han pasado á la copia, y
si sus colores no son siempre los mismos del original, ostentan sin embargo no común
brillantez y belleza» . «La fina sencillez, el ritmo y la música de esta versión, la am-
plitud y la urbanidad del estilo, llevan el sello de la edad heroica de la prosa inglesa.
Ningún escritor de su tiempo le aventajó en la descripción directa, ninguno tuvo mejor
oído para la cadencia de la frase» .
))Pahne amongst trees; as the Eagle amongst Birda; and as tlie Sunne amongst Liglits; In a word,
»as the choicest and cliiefest. Btit as the light of tlie great Planete doth hurt sore eies, and comfort
))tho8e that are sound of sight: So the reading of Celestina, to those that are prophane, is a poyson
))to their hearts; but to tlie chaste, and honeste minde, a preservative against such inconveniences
»a8 occurre in the world» (P. 7).
O «And for mine owne part, I am of opinión that Writers luay as well be borne withall, as
)>Painters, who now and then paint thoae actions that are absurd. As Timomachus painted Medea
»k¡ll¡ng her children; Orestes, murthering his moiher Theo, and Parrasius; Ulj'ses counterfeited
«madnes, and Cherephanes, the immodest imbracements of woinen wit men wliich the spectators
)>behoUling, doe not laucljire rem, sed artem; not commend tiía matter which is e.xprest in imitation»
))but the Arl and skill of the workeman, wich hath so lively represented wat is proposed. In like
Dsort, when \ve reade the filliiy actions of wliores, tlieir wicked conditions, and beastly behaviour,
»we are neither to approve them as good, ñor to imbrace them as honest, but to commend the
))Autlior8 judgement in expressing his Argument so fit and pat to their dispositions» (Pág. 7).
(*) En la colección de Henley The Tudor Translations (t. VI).
Celestina or the tragiche-cornedy of CaUsto and Melibea englished from the spanis of Fernando
de Rojas hy James Mahbe anno 1631 with an Introduetion hy lames Fitzmaurice-Kelly . London,
published hy David ISluit 1894.
El prólogo (en 36 páginas) es una de las mejores 'apreciaciones críticas que conocemos de la
Celestina. El Sr. Fitmaurice Kelly ha tratado con predilección de esta obra maestra, no sólo en estas
páginas, escritas con mente artística y fino gusto, sino en las varias ediciones de su Manual de Lite-
raiura Espartóla {}.^ ed. inglesa en 1898, traducción castellana de Bonilla en 1902, traducción fran-
cesa 'le Davray en 1904), y en un interesante artículo bibliográfico en la Revista Critica de Historia
y Literatura Españolas (febrero de 1896), con ocasión del insignificante libro de don J. de Sora-
villa (Rodrigo Cota y Fernando Rojas, La Celestina Juicio crítico de la obra. Madrid, 1895).
INTRODUCCIÓN .xxxvii
Solameute de la fidelidad podemos juzgarlos espafioles, y liay que reconocérsela en
el conjunto, aunque no tanto como á Ordóñez y á Wiráung, precisamente porque
Mabbe hizo una traducción más literaria. Su propio gusto y el de su tiempo le llevaba
á la amplificación, y parecióndole sobria la Celestina^ aunque sólo en apariencia lo
sea O, la llenó de redundancias y pleonasmos. Pero sus adiciones son meramente ver-
hales, y en cambio no suprime nada ó casi nada, cumpliendo lealmente sus obligaciones
(le traductor, salvo en un punto muy curioso. Por escrúpulos protestantes evita todas las
alusiones al culto católico, sustiluy^ndolas con disparatadas reminiscencias clásicas. Así
en vez de «estaciones, procesiones de noche, misas del gallo, misas del alma y otras
» secretas devociones», habla intrépidamente de «los misterios de Vesta y de la Buena
» Diosa». En lugar de la iglesia de Santa María Magdalena cita la «arboleda de los
mirtos»... Un abad se convierte en un flamen^ las monjas en Vestales y todo lo demás
á este tenor. Pere estos son ligeros ó imperceptibles lunares en una obra maestra que
honra por igual á las literaturas inglesa y española.
Shakespeare había muerto catorce años antes de publicarse esta versión, j ningún
provecho hubiera podido sacar de la antigua en verso, que sólo comprende cuatro actos.
Pero aun admitiendo, lo cual dista mucho de estar probado, que no supiese el castellano,
pudo leer la Celestma., y es muy verisímil que la leyera, en la versión italiana, tan
difundida, de Ordóñez, ó en alguna de las francesas. De este modo tendrían fácil ex-
plicación las semejanzas con Borneo y Julieta^ notadas desde antiguo por la crítica
alemana y admitidas á lo menos como posibles por los hispanistas ingleses (-).
Sólo por mera referencia bibliográfica nos es dado citar las cuatro ediciones en ho-
landés ó flamenco que salieron de las prensas de Amberes en 155Ü, 1574, 1580 y IGUi,
y pertenecen, al parecer, á dos distintas traducciones, cuyo origen no podemos fijai-.
Acaso haya otras en lenguas vulgares, que no han llegado á nuestra noticia.
Faltaba á la Celestina la consagración suprema que un libro del Renacimiento
podía tener: el ser traducido á la lengua sabia, y comentado y puesto en manos de los
doctos como un autor de la clásica antigüedad. Tal fué la empresa que acometió y
llevó á término el célebre humanista de Brandeburgo Gaspar Barth (Bartlmcs), tan fa-
moso por su ciencia como por sus extravagancias^ aunque no fuese ni con mucho el pro-
totipo del Licenciado Vidriera, como han supuesto ineptamente algunos cervantistas.
Gaspar Barth, que había viajado por España después de 161.S, era el más ferviente admi-
(') ííOur Atiilinr is Imt short, yet pitliy: not so fnll of words as ser.se; eacli oíhcr lirie, l)ping a
i)^entence;nnlike to inany of your other Writers,who either witli the luxurynf tlieir plirases or snper-
i »fluity of figures, or superabundance of ornaments, or other affected giiildings of Rlietorick, like in-
Bdiscreet Cookes, make tlieir nieats eitlier too fcwect, ortoo tarte, loo salt, or too f iill of pepper» (P. 4).
(-) «In any case it is scarce an exagi^eration to say tliat, after the creation of Calisto and
))Mel¡bea, the appeaiancc of Komeoand Jiiliet was but a question of time. Wiiere in the Phuitine
"and Terent'an coinedy tliere was appetite, wliere in tlieir late derivatives there was rank lubricity,
Avliere in the writers wlio immediately preceded Rojas there were eymbolism and mystica!
^itransport, the CeZes^ na strikes the note of raptare, passion, the love of love... .» (Fitz-Manrice
Kelly, en el prólogo ya citado, p. XVIII).
«If we did not know of the Iialian origin of Romeo and Julieta., we niight tliiiik that Sliakes-
))peare had been inspired by Celestina; and, indeed.it ¡h likely tliat he knew of Mabbe's tran>laiion
)>of it in manuscript from Mabbe's friend Brn Jonson». (Martin Hume, Spunish ivfluence on Englinh
Literature Londres, 1905, pág. 126;.
cxxxviii ORÍGENES DE LA NOVELA
rador de nuestra lengua y de nuestra literatura que puede darse. No sólo tradujo y pu-
blicó en latín la Celestina, la Diana Enamorada de Gil Polo y la refundición española
que Fernán Xuarez había hecho de uno de los Coloquios del Aretino, sino que dejó
inéditas otras novelas latinizadas, una de ellas la Diana de Montemayor y raás de
treinta volúmenes de fábulas milesias, tomadas de varios idiomas ('), entre las cuales
sabemos que figuraban los Caentos de la Reina de Navarra y las Noches de Invierno
de Antonio de Eslava (-). Todo ello estaba traducido antes de 162-i, en que salió de
las prensas de Francfort el PornoboscodidasdaUís Latinas, pedantesco título que dio
Barth á su traducción de la Celestina, calificándola desde el frontispicio de Líber
plañe diviniis {^].
Son tantas y tan curiosas las especies que en los prolegómenos y en las animadver'
siones ó notas de Gaspar Barth se consignan, y tan singular la versión en sí misma,
que no puedo menos de detenerme algo en ella, aunque todavía merecen más amplio
estudio esta y las demás traducciones latinas que en el siglo xvii hicieron de nuestras
novelas y libros de pasatiempos algunos humanistas germánicos. Ellos fueron á su
modo los primeros hispanizantes de su nación.
Precede al libro una larga Dissertatio^ que contiene uno de los más interesantes jui-
cios que se han escrito sobre la Celestina. Después de tratar en general de la utilidad
de las fábulas dramáticas y novelescas, que considera más instructivas y verdaderas
que la Historia misma, y de la razón que el mismo Barth tuvo para dedicarse al mo-
derno hispanismo {ad Hispajiismum hodíernitm), buscando en ól novedades que no
(*) «Non .alia itidem rationo parís geriii opus, Geors^ü de Morite-Maiore, Pastoralia, translata
»8iint proximis liis diebiie. Eádem inductiia insignia Milenidrum plus qiiac Triginta Volumina ex
yiomnium. Idioinatum selectis fahulis et Bistoriíg, summa, qiia fieri potuit sermonís aequahllitate et
y>hiluritate, composuij) (En la Dissertatio que precede á la Celestina, pliego 5, hoja 4 sin foliar).
En su furor de traducirlo todo al latín, pensaba hacer la misma operación con la Segunda
Celestina de Feliciano de Silva, aun sin iiaberla visto más que de paso, según dice en sus Animad-
versiones (p. 321): «Indicare liic lectori voló secundam interea dum lianc universi litterati orbis
wplausibus excipitiir, Celesfinae partem in Ilispania fal>ricatam esse, quam exinde delatara tum
»recen8 vidi in munibns egregií viri Sebustiani Mederi Brisgovii, Illu.strisimo tum Principi Badensi
))á Consiliis, nunc vero non iiabeo in potestate; ubi indeptus fuero non dubitabo et illam Latino
»Orbi proponere».
(*) «Hujus antera generis fabulae sunt apud Antnnium Eslavam in libro Hispánico qui Noches
y)de Invierno inscribitur, quaruui nos quasdam etiam indidem in Milesiarum nostrarum Narrationes
»retulimus» (P. 317).
(3) aPornoboscodidascalus Lat'inus. De lenoimm, lenarum, conciliatricum, servUiorum, dolis,
y)venejiciis, inachinis plusquam diabolicis, de miseriis iuvenum incautorum quiflorem aetatis Amoribus
Mnconcessis addicunt; de miserabili singulorum pericido et omnium interitu. Líber ¡úane dívinus, Ungua
"^Hispánica ab incerlo avctore instar ludi conscriptas Celestinae titulo. Tot vitae instruendae seníentiii,
Mot exemplis,figuris, moni lis plenas, ut par aliquid nulli fere Ungua habeat, Gaspar Barthius inier
y>exercitia linguae Castellanae^ cujas fere princeps stilo et sapientia hic Ludas habetur. Latió transcri-
y>bebat. Accedunt Dissertatio eiusdern ad Lectorem cuní Animadversionum Commeutariolo ítem,
DLeandris ejasdeiu, et Mas leus recensiti. Francofvrti, apad Danielem et Davidem Aubrios et Clemen-
j>tem SchUiclúum. Anuo M.DC.XXIV)),
Una interesante noticia bibliográfica de este libro puede verse en los Anales de la literatura
Española del Sr. Bonilla 'p 167 172).
El Pornoboscodidascalas es muy raro, á lo menos en España. La Biblioteca Nacional no le
poseía hasta que adquirió los libros de Gaya igos. Mi ejemplar procede de la colección de D. Valen-
tín Garderera.
JNTRODUCCION cxxxix
podían ofrecer ya las obras de grieí^os y latinos, tan familiares á todos lus eruditos,
trata en particular del libro que quiso precediese á todos, porque la juventud puede
encontrar en él los documentos más necesarios para la cautela y prudencia de la vida-
«Son tantas (prosigue) y tan oportunas y capitales las sentencias sacadas del misnid
fondo de las cosas, que quien las fije en su ánimo como reglas para dirigir la vida y
asiduamente las practique, tendrá bastante con ellas solas para merecer no vulgar opi-
nión de sabiduría entre todos los buenos jueces. Añádase la excelencia del estilo, que
en su lengua original es tan elegante, pulido, exacto, numeroso, grave y venerable^ que
según confesión unánime de los españoles, pocos pueden encontrarse iguales en todo el
campo de la literatura. Nada diré de aquel genio particular que tuvo este escritor para
caracterizar las personas y hacerlas hablar adecuadamente, en lo cual es cierto que
supera á todos los monumentos que nos han quedado de la antigüedad griega y latina.
Sus sentencias, que hieren y penetran con admirable energía en los espíritus más vul-
gares, como si para ellos solos fuesen escritos, son materia de meditación para los
sabios de más profunda doctrina» (').
El humanista alemán reconoce finamente, aunque en los términos de la crítica de
su tiempo, aquella especie de objetividad serena, que es uno de los encantos de la Ce-
lestina: «Su autor tiene conciencia de la verdadera filosofía, pero no afecta indignación
alguna contra los vicios, conserva en todas las situaciones la tranquilidad de su alma,
va al fondo de las cosas, y con cierta suavidad divina cumple entre tanto su papel de
castigador» (-).
(íaspar Barth, á pesar de ser humanista de profesión y haber comentado á innu-
merables autores clásicos, estaba por los modernos contra los antiguos. El siglo en
que había nacido le parecía mucho más fecundo en ingenios que todos los anteriores,
y las lenguas modernas mucho más ricas en obras de amenidad. Pero entre todas des-
collaba á sus ojos la lengua española, cuya «gravedad y propiedad» se habían mani-
festado en numerosas ficciones, tan útiles como deleitables, que cada día salían á luz.
Y si en otras lenguas, principalmente en la francesa, se encontraba este género de
libros, eran trasunto en gran parte de las invenciones ó ilustraciones de los españo-
(') ((MaUíim-js autein primo islam, qiiem aüiim quomlibet interpretari, quoriiam et materia el
j)talÍ3 est, ut luventus nostra, praecipue in iianc voluptatum partem peccans hinc vel máxime
nnecessaria documenta hauriro, vitae caute instituendae, possit, et tot interspersae liuic brevi scripto,
»tam ex medüs rebns petitae, tainque capitales, insint sentcntiae, ut qui vel solas lias animo lixerit,
j)et velut regulas dirigendae (praecipue peregre vivens) vitae, edidicerit, usnque adliibuerit, non
))vulgarem sapientiae opinionem apud omues boni iudicii adeptiirus certó videatur. Accedit, quod
»et dicen li genus tain comtum, politiini, exactum, nnmcrosum, grave atque venerabile est in sun,
»huic libello, idiomate, ut pares per univerra ejus spatia paucos inveniri consensuH ipsorum Hispano-
»rum fateatur. Taceo nunc peculiarem quemdam Geninm,afiingendis Personis, quibuslibet moribus,
>>et ex his 8ermon¡l)Lis, liuic scriptori datum; a quo cerlé longo abest quicquid Graecornm ant
DLatinoruin monumentorum ad nos pervenit.. .. Et sententiaruui qiiidem ea es", cemitas et eruditio,
íut vu'garinm liominum ánimos non minus, atque si ipsis solis scriptae forent, mirifice penetrent,
»et opinione melioris doctrinas, ipso quasi ictu percellant Eruditorum autem vel principes
Dpenitissimie Sapientiae et Antiquitatis profundae hic mónita percipient » (Pliego 5, hoja 2,
sin foliar).
(*) «Hoc vult verae doctrinae eibi conscium pectus, nil indignationis in ipsa etiam vitíia sibi
»permittere sed tranquillitate animi per omnia stabili servatá, iré in medias res, et suavitate illa
ídivina, undique relácente, parteis tamen interim castigatoris agerex».
oxL orígenes de la novela
les ('). Entre todas estas iüveuciones el autor da la palma á la Celestina^ sin hacer
ninguna alusión al Quijote^ lo cual es verdaderamente extraordinario, porque desde
1615 había podido leerle completo él que andaba siempre á caza de novelas españolas.
Es muy curioso, aunque demasiado largo para transcribirse aquí, lo que Barth
observa sobre cada uno de los personajes de la Celestina^ «tan divinamente inventados
»(dice), que parece que el autor los conoció vivos y los llamó á su tribunal'). Analiza
muy bien el coloquio de Celestina con Melibea, haciendo notar que eran superfluos
los encantamientos^ pues apenas ninguna doncella hubiera podido resistir á tales asal-
tos {^). Toda esta página es de una crítica enteramente moderna, á pesar de la exótica
vestidura que á su autor plugo darle. Barth había estudiado profundamente la Celes-
Una^ y este análisis psicológico de los caracteres lo prueba. Su entusiasmo era grande,
pero se fundaba en razones técnicas que arguyen rara penetración para un crítico del
siglo XVII.
Barth, como otras muchos, supone que la Cele.'itina es un libro de utilidad moral,
pero entiende esta utilidad de un modo asaz extravagante. No se trata de los puros
preceptos de la Ética, sino de cierta sabiduría práctica y mundana, llevada á tan alto
punto, que quien posea afondo este libro no podrá ser engañado por nadie, triunfará de
todos sus adversarios, ganará amigos y los conservará; todo el mundo le será adicto
por amor ó por temor, y tendrá siempre próspera fortuna en sus negocios. En suma,
una verdadera ganga, lograda sin más trabajo que la frecuente lectura de un libro tan
chico y tan ameno. Y todo esto no lo dice de oídas el grave humanista, sino que pro-
cura corroborarlo con el caso de un amigo suyo, muy astuto y sagaz, que labró su for-
tuna en el mundo aplicando^ con oportunidad, á todos los lances de la vida, ya nna ya
otra de las sentencias de la tragicomedia que tenía recogidas y clasificadas en su
memoria {^). Cuando se lee tan extraño pasaje, no puede menos de darse algún crédito
á la antigua leyenda de la locura que temporalmente afligió á Gaspar Barth.
(') ((Qiioqnü regionnm aut locorum te vertes ómnibus hodicrnis Idiomatis linguarum hoc
»genus scriptonim excellere videbis. Ut autem Hispanirae sen Castellanae Linguae gravitas et
»proprietas, liodie caeteris feíéamplior cst, ita et in bac licet plures aiictores id gemís observare,
»qu¡ iiincia iitilitati venustate, ficlionuin in piiblicum prodesse connitantur; adeo quidein nt si qiia
»in caeteris, Galb'ca praecipue, delectal)ih"a simiil et utilia talia scripta prodeant, pleraqne vel
»invent¡Gnibus Hispanorum vel illustrationibus debeanms».
(^) «Ipsa vero, artifex Lena, quainquam tote opere niininrn quarri pulcbré personae stiae indo-
»leni efferat, nuHo taiuen loco omnia sua artificia melius exercet, qiiam ubi ciim Melibaea collo-
»quium habet. Illic videas, mulierem malarum artium doctissimain, omnis experientiae suae technas
))accersere, ut miseram nobilitati, opibus, Ainori Parentuin, suo denique ipsius lionore, et existiina-
»tione, in foednm Amorem excutiat. Minimum sané hic incantationes egerunt, quamquam et li 'ins
»scelerÍ8 crimini aniim veneficam illigarunt; quibus etiain deintis, vix qiiaeqiiam pnella caeteris
«talibuH assultibus restiterit. Norat nimirum, tot annoruní Lena, ex tempore omnia consilia, atquo
))ad animum cuiusvis puellae expugnandum, ex re ipsa verteré »
(^) «Quod si exemplo res et clarior facienda erit, dicam novisse me homitiem astutissimuiu,
»capita1em emoluinentoruin snorum artificem, nequáquam ullis simulationibus decipi valenteni,
Dipsum astuta quadam urbanitate et comitate, cum patientia et pertinacia coniuncta, niliil non feré
»a qnovis irapetrantem. Huius ego, etiamnum adolescentibus annis, cuín vitam impense sernper
»mirarer, observarem negotia, dissimulareni noticiam, ad extremum, multoruin mensium usu et
))Conver.satione, eú inductus sum, ut cnm priniis hominem perspicacem atque astutum, prudentem-
»que arbitnirer tum, et nuncquoque putem. Non iam disputo utrum béne ille seinper suo ingenio,
:t)et acumine pensuum, et spirituum vivacitato, usus fuerit, boc potius affirnuire velim, tam accu-
INTRODUCCIÓN cxli
Pero su traducción liízoUi sin duda en un intervalo de pleua lucidez, y no de la ma-
nera extemporánea ó improvisada que él da á entender, queriendo imitar aun en esto
al autor piimitivo. Dos semanas de trabajo dice que le costó: afirmaciim poco menos
increíble que la de Rojas ('). Gaspar Barth tenía una asombrosa facilidad de trabajo,
y sus particulares aficiones le habían familiarizado con la lengua de los poetas cómi-
cos Terencio y Planto y de los novelistas Petronio y Apuleyo, lo cual le proporcionó
grandes recursos para interpretar la Ccleslina con el sabor clásico que en su original
tiene, restituyendo de este modo á la lengua madre lo que remotamente procedía de
ella. Pero aunque la obra de Rojas tenga mucho de comedia humanística, tiene todavía
más de indígena y castizo, lo cual dificulta su versión, sobre todo en una lengua
muerta. El latinista alemán, que tenía pleua conciencia de sus deberes tie traductor,
hizo cuanto humanamente era dable para vencer esta dificultad, ciñéndose al texto lo
más cerca pasible, sin permitirse apiñas amplificación alguna, pues no llegan á diez,
según su cálculo, los lugares eu que añadió algo sticlw delectatio/iis ó por amor á la
claridad de la locución, que quiso que fuese tanto ó más perspicua que en el original.
La mayor dificultad consistía en los proverbios, y ústa la sorteó como pudo, dejándo-
los sin traducir unas veces y dando otras el sentido, aunque no en forma pareraiohigica.
Trasladarlos palabra por palabra hubiera sido absurdo, pero no era tan difícil encontrar
equivalentes de muchos de ellos, aun sin salir de los Adagios de Erasmo, ya que no
existía entonces la socorrida colección hispánica del Dr. Caro y Cejudo (-).
No esquivó la traducción de los versos, honrándose con ser el primero que había
adaptado á los metros antiguos la poética de nuestra lengua. Véase alguna muestra de
estos peregrinos ensayos, en que predomina la estrofa sáfica. Canta Lucrecia en la
escena del jardín:
Laetus est foutis lepor, anda vivens:
Grrata torrenti site macérate:
Gratior vultus taraen est Callisti,
Mi Melibaee.
»ratá ciuitione, oinnes u'ivcrsarios el auiicos «uos vicisse. iit et «liligeretiir, et caveretiir ab ómnibus:
»neino vero anderet feíó illi quippianí secus atque res erat, credendum proponere. Diu multumque
))more8 liominis observans, nihil non illiina huic libro tribuere, multa licet cura, tándem percepi.
»Nulius in lioc aspcxoiat, milla sententiae vesligia quae non in nuuierato haberet, et iitilitati suao
«accomodare nosset, qnin- cum niirificam homini sagacitatom et prudentiain conciliassent, iioc unum
»ill¡ non cesserant, ut a corainodis, seu lucris potius, siiis, aliorum incommoda desecare posBet,
»qnin etiam, cuín detiirnentis nonnunquam amicoruin, rem suain augere velle viderctnr. IIoc
»demto cetora ingcniosissinium nemo non dixisset. Ñeque diffitebatur saní' ¡pse, cum alioquin milii
»innotuÍ8-!e vidcret, maxiuiam partem sese iiuic libro prudeuliae deb-jre; certf c-jm vellet, nulli non
»rei, nulli non loco scntcntianí iiinc accoiuniodatain rcipsa ostcndebat, vel cavendi vel aggrediendi
))ncgotii consiliutn utile praebere. — »
(') «Atl liujus antem Celestinae meae interpretationem nescio quo fato meo raptus fui, tanta
Dcerié celeritate totum descripsi, ut nec integris duahus dierum hebdomadis integram ahsolverim »
(') «.Refranes y Modos de hab'ar Cast-llanos con Latinos, que les corresponden, juntamente con la
ytglosa y ex/dicacion de los rjue tienen necesidad ■ e ella Compuesfo por el Licenciado Gerónimo
"bMirtin Caro y Cejudo, Maestro de Laliniíad y Eloquencia en la vdla de Valdepeñas de Culatrava
tsu Patria, con titulo del i'onsejo Supremo de Castilla » En Madrid, por Inlian Izquierdo, año
de 1G75 (Hay una reimpresión de 1792).
cxLii orígenes de la novela
Graudio exultant tenerae capellae,
Matris aclvisae grávidas papillas,
Sponsi in adventum Melibaea toto
Pectore laeta est.
Nemo tara charae fuit umquam. amicae
Grratus adventor; ñeque visitata est
Ulla nox umquam simile lejiore
ínter amantes (^).
El contraste del metro horaciano con el ritmo corto y gracioso de los versos ori-
ginales no puede menos de parecer violento, tanto en esta canción como en la de
Melibea, excepto en los eptasílabos finales, que remedan bastante bien el rápido giro de
la copla de pie quebrado:
lam uoctis it meridies,
Differt adesse Adoneus!
An i lie vinctus alteríl
Amasiain lianc fastidiet.
Aunque Barth no pasaba de mediocre poeta, tenía tal flujo de versificar, que des-
pués de haber traducido en prosa el razonamiento de Melibea antes de suicidarse, volvió
á ponerle en versos hexámetros, que se leen por apéndice en su libro (^).
Su prosa es abundante y ecléctica, no muy limada, pero exenta de las fastidiosas
afectaciones ciceronianas del siglo anterior, no menos que de aquel refinado cultera-
nismo que en el siglo xvii tuvo por principal representante a Juan Barclay, célebre
autor de las dos novelas Argenis y Euphonnio. La gravedad y probidad del estilo de la
Celestina^ que Barth tanto encomia, le ha salvado de los dulces vicios y vana frondosi-
dad del humanismo decadente, á los cuales no deja de propender en otras obras.
En cuanto á fidelidad tiene pocas tachas. Karas veces equivoca el sentido, y sólo
en dos ó tres casos se permite expurgar levemente un texto que miraba con veneración
supersticiosa. Estas supresiones no recaen, ni en lo que se dice de las gentes de iglesia,
puesto que Barth era protestante; ni en las blasfemias amatorias de Caliste, que la In-
quisición mandó tachar en el Ponwboscodidascalus^ lo mismo que en el original; ni
mucho menos en las escenas de amores, sino en la enumeración de algunas de las dro-
gas, ungüentos y confecciones de que se valía Celestina para sus dañadas artes, y que
al traductor no le parecían materia propia para ser divulgada, aun siendo vanas en sí
mismas.
Como ligera muestra del brío. y la elegante soltura con que en general está hecha
esta versión, copio en nota un breve pasaje del acto XIX (segunda escena del jardín),
que el lector puede cotejar fácilmente con el texto castellano citado pocas páginas más
atrás (3).
(*) PP. 2CÜ y 267.
(*) P. 295. «Vltima verba Melibaeae ad parentem Pleberium priusquam, post casu mortuura
))arnasium suum Ciillistoneni, se turri praecipitaret. Ex Hispánico Ludo, Celestina.»
(^) «Superávit me dulcedo suavissiini cantus: non est niilii ultra tolerabilis amantis animi tui
»e.Kpectat¡o. O Domina mea única, o omnis spes et omnis felicitas mea! Quae mulicr nata talibua
»sit Gratiis, ut tua merita non omnes illas ultro confutet? O improvisa auribus meis cantionis
»snavitas! O tempua deliciis uberans! O anima mea, o pectus, o corculum meum! Et quomodo non
INTRODUCCIÓN cxliii
Acompañan al Pornoboscodidascalits^ con el título de Aniviadversiones tralatiae^
cerca de doscientas páginas de notas, que son hasta la hora presente ¡el único comenta-
rio de la Celestina^ ya que no puedo calificarse de tal un centón inédito de reflexiones
morales, escrito en España hacia mediados del siglo xvi, y que no conceptuamos digno
de salir del olvido en que yace, puesto que ninguna luz proporciona para la intoligon-
cia de la tragicomedia, á lo menos en la parto hasta donde ha alcanzado nuestra pa-
ciencia {*). Cosa muy distinta son las notas de J3arth, doctas y prolijas al modo do las
•lue solían ponerse á los clásicos de la antigüedad. No puede negarse que hay en ellas
mucha erudición impertinente y falta á veces la necesaria. Basta que en el prólogo de
Kojas se nombre á Heráclito para que el traductor se crea obligado á darnos un extenso
artículo sobre la vida y opiniones de dicho filósofo. Sobre el basilisco, sobro la víbora,
sobre el pez equino y el ave Riich 6 Roe nos regala sendas disertaciones, llenas de citas
y testimonios que prueban su enorme 6 indigesta lectura. Pero de este fárrago pueden
entresacarse curiosos rasgos críticos que completan el juicio expresado en el preámbu-
lo; observaciones sobre algunos lugares difíciles del texto y sobre su propia traducción;
curiosas noticias literarias, incluso algunos versos castellanos de autor desconocido. En
cambio confiesa su ignorancia en cosas tan sabidas como la historia de Macías, y muy
rara vez indica la fuente de alguna sentencia ó expresión. Ue todos modos, no perderá
el tiempo quien repase con algún cuidado estas notas, olvidadas en un libro rarísimo.
¡Tiene tan pocos aficionados la latinidad moderna!
Tal fué el triunfal camino que por Europa recorrió la Celestina^ dejando en todas
partes alguna huella de su paso. Pero su influencia más directa y profunda se ejerció,
desde el momento de su aparición, en nuestras letras nacionales. Ora se la califique de
novela, ora de drama, ora se diga con Wolf, y es acaso el parecer más cierto, que la
cuestión de nombre es ociosa, puesto que la obra de Rojas nació en un tiempo en que
«potuisti ulterius aliquid teinpoiis insninere isti suavissimae vocis tuae suavitati, cur non poiro
'•etiaiii amborum desideriis canendo satisfacere.
t)Melib, — 0 exoptatissima depreliensio, o insidiae spectatissimae, o suavissima siiperventio! Es
>jín liíc inei aniíui Domine, anima ipsa et corculiun nieiim? Ka tu ipsemel? non possiim credere.
»Ub¡ absconsus eras, lucidissime S.ú? Quo recondideras claritatem illatn immensam tiiam? tjuamdiii
ífactum est quod ausculstasii nos? Cur me raucam et absurdam mea instar Cyí^ni voce frustra aerem
Dverberare passus es? ciir exsensis verUis instrepentem audire sustiniiisti? Totiis Lie liortus noster
sadventu tuo nova laetitiá inducitur. Viiie Lunam ir.ter iiinumerabib'a sidera proluci'ntem; etiam
»8uaviorem snam hicem coelo exserere videtur. Vide nube^ illae qiiam per coeli ¡spatium difriigere
»properanl; audi decurrenteía lianc aquam de fontis linjus medituUio, quam lonyc suaviori nunc
Dinurmure per viridarium lioc Horescentiiim lierbarum properat? Attende celsas istaa cyparissos
»quo pacto rami invicem sibi abblandiiintiir, alias aliiim arridet et alloquitiir velnt interprete
»compositissimo illo vento, qui summa temperie omnia permulcens voces mutuas foliorum perferre
))hinc inde occupatus est. Vide omnium arborum placidissimas istas urabras, quam obscuritates siias
«condensare laborant, ut fnrtivis nosíris voluptatibus gratissimum tegmen iuducant» (pp. 2(j8-2t¡'J)-
(') N." 674. Celestina Comentada.
«Comentario á la Tragicomedia de Calisto y Melibea^ por un escritor anónimo de mediados del
DSiglo XVI.
«Comienza por el folio 14, está falto de los folios 18 á 21 é incompleta por el fin, terminando
5>en el fol. 221.»
(Vid. Catálogo de los Manuscritos que pertenecieron á D. Pascual Gayangos, existentes hoy en la
Biblioteca Xacional, redactado por D. Pedro Roca. Madrid, lítÜ4. Publicado por la «Revista de
Archivos», pág. 231.)
cxLiv 0RLGENE8 DE LA NOVELA
los géneros literarios apenas comenzaban á deslindarse y la dramática moderna no
existía más que en germen ('), es tan rica la materia estética de la Celestina^ tan
amplia su objetividad, tan humano su argumento, tan viva y minuciosa la pintura de
costumbres, tan espléndida la lengua y tan vigoroso el diálogo, que no pudo menos de
acelerar el desarrollo de las dos grandes formas representativas de la vida nacional, y
aun puede decirse que en el teatro obró antes y con más eficacia que en la novela (-).
Cuando apareció la inmortal tragicomedia, apenas comenzaba á secularizarse nues-
tra poesía dramática en algunas sencillas églogas de Juan del Euzina, impresas en su
Cancionero de 1496 y que apenas pasan de diálogos sin acción. Pero esta su primera
manera aparece profundamente modificada en las piezas que compuso durante su larga
residencia en Eoma, no precisamente por la influencia de modelos italianos, que hasta
ahora no podemos afirmar ni negar, sino por el estudio asiduo de dos libros castellanos
en prosa: la Cárcel de Amor y la Celestina. De uno y otro se asimiló algunos elemen-
tos y los incorporó bien ó mal en su naciente dramaturgia. La pasión de Melibea le
sirvió de modelo para las ardientes imprecaciones que pone en labios de la celosa y
desesperada Plácida. Tanto la Égloga que lleva su nombre unido con el de Vitoriano,
como la de Fileno ¡j Zambardo^ terminan con un suicidio que tiene visos de apoteosis
gentílica en la primera y de canonización cristiana en la segunda: tal era entonces la
licencia y relajación de las ideas {^). Pero en general el vate salmantino no acertó á
remedar sino la parte ínfima de la tragicomedia, las escenas lupanarias de bajo cómico,
que por su grosería misma habían de ser las que tentasen más á los lectores vulgares y
á los imitadores de corto vuelo. Los chistes más que deshonestos de Eritea y Fulgencia
(1) «Dalier scheint der streit müssig, ob man sie zur Gattung der Novelle oder des Drama><
))rechnen solí; sie entstand ja ebeti in einer Zeit, wlio sich die Diclitiingsgattungen erst schárfer zu
))sondern begannen, who eben aus den übrigen das Drama sich entwickeltcí). (Studien, p. 281).
(*) La influencia de la Celestina en el drama español es el principal asunto de la excelente
y pico conocida tesis latina del Sr. E. Martinenche, Quatenus Tragicomedia de Calisto y Melibea,
vulgo «Celestina», dicta ad informandum lúspanensc theafrum valuerit, que ya en o:ra ocasión hemos
recomendado.
(3) ZAMBARDO
No rueguen por é!, Cardonio, que es sancto,
Y asi lo debemos nos de tener.
Pues vamos llamar los dos sin carcoma
Ai muy santo crego que lo canonice;
Aquel que en vulgar romance se dice
Allá entre groseros el Papa de Roma.
Olí.
¿Qué es lo que queréis, oh nobres pastores.'
ZAMBARDO
Queremos rogar queráis entonar
Un triste réquiem que diga de amores.
Así se encuentran estos versos en la rarísima edición suelta en letra de Tortis Fueron suprimi-
dos en el Cancionero de .Juan del Enzina. ed. de 1509, única que incluye esta égloga.
(Vid. Teatro completo de Juan del Encina {ed. de la Academia Española), Madrid, 1903, pági-
na 226.)
IXTRODUCCIOX
CXLV
en la ya citada Ejloga de Plácida ij Viioriano (') bastan para caracterizar esta triste
manera de imitación, que alcanza monstruoso desarrollo en el curso del siglo xvi.
Prescindiendo de este falso rumbo que llenó de torpezas nuestra literatura, lo que
Enzina hubiera debido aprender principalmente de Rojas era el artificio de una fábula
más complicada, el estadio de los caracteres, la viveza y nervio de la expresión, Pero
en todo esto adelantó muy poco el patriarca de nuestro drama, porque sus fuerzas no
eran para tanto, aun asistidas por tal modelo.
3Iucho más lo hubieran sido las del gran poeta portugués, que es la mayor figura
de nuestro primitivo teatro. También Gil Vicente debe á la Celestina escenas de las más
picantes, y sobre todo el tipo de la alcahueta Brígida Yaz, que tan desvergonzadamente
pregona sus baratijas en la Barca do Inferno^ pieza que (dicho sea entre paréntesis) fué
representada en la cámara regia «para consolación de la muy católica y sancta reina
»Doña María, estando enferma del mal de que falleció» (-). Sin llegar á la imitación
directa, como en este caso, hay en el teatro de Gril Vicente, sobre todo en las farsas, mu-
chos elementos celestinescos, y aun verdaderas celestinas; verbigracia. Branca Gil en
O Velho da Rorta y^)^ la bruja Ginebra Pereira en el Auto das Fadas ('), la Ana Dias
(') Teatro de Juan del Encina^ pp. 236-292. Esta desvergonzada escena sólo tiene par en
algunas de La Lozana Andaluza.
(-) Obras de Gil Vicente, correctas e emendadas pelo cuidado e diligencia de J. V. Bárrelo
Feio e J. G Monteiro. Hainburgo, na ojficina tupographica de Langlwf, 1S34, tomo I, p. 232.
Ka 80U Brizida a precio=a,
Qae dava as moyas ós mólhos;
A que criava as meninas
Pera os conegos da Sé.
Passae-me por vossa £é,
Meu amor, minhas boninas,
Olhos de perlinhas finas:
Que eu son apostolada,
Angelada, e martelada,
E fiz obras mui divinas.
Sancta Úrsula nüo converteo
Tantas cachopas, como eu;
Todas salvas polo meu,
Qae nenhüa se perdeo ..
Tanto este pasaje como otros muchos aparecen mejorados en la refundición castellana de este
auto, que lleva el título de Tragicomedia alegórica d'el Paraiso y del Infierno. Moral representación
del diverso camino que hazen las animas partiendo de eaía presente vida, figurada en los dos navios que
aquí paresren: el uno d'el Cielo y el otro del Infierno. Cuya subtil invención y materia en el argu-
mento de la obra se puede ver. (Al fin) Fue impresa en Burgos en casa de Juan de Junta, a 25 dias
del mes de Enero, año de 1539. (Ejemplar de la Biblioteca Nacional, procedente de la de Campo-
Alanje). El de la Biblioteca de Munich, descrito por Wolf, es de otra edición sin año ni lugar. Hay
extractos de esta refundición en el Ensayo de Gallardo (tomo I, n.° 1012) y en las notas de Aribau
á los Orígenes de Moratín (p. 194).
(^) «A seguinte farca he o seu argumento, que hum homem honrado e muito rico, ja velho,
Dtinha hua horta; e andand > liua manhan por ella espairecendo, sendo o seu hortelüo fóra, velo
»hira mofa de muito bom parecer buscar hortaliya, e o vellio era tanta maneira se naraorou della,
»que por via de híTa alcoviteiía gastou toda sua fazenda. A alcoviteira foi acotada, e a moga casou
«honradamente». (Obras de Gil Vicente tomo III, pp. 63-90).
(*) Obras de Gil Vicente tomo III, pp. 91-120.
Eu sam Genebra Pereira,
Que moro alli á Pedreira,
Vezinha de .loáo de Tara,
Solteira, ja velha amara,
Sem marido, e sem nobreza;
Fui criada en gentileza
Dentro ñas tripas do Payo,
ORÍGENES DE LA NOVELA.— 111.
E por feitiyos qu" eu faf;o,
Dizem que sam feiticeira.
Poróm Genebra Pereira
Nunca fez mal a ninguem;
Mas antes por querer bem
Ando ñas encruzilhadas
As horas que as bem fadadas
Dormen somno repousado;
E estou com hum enforcado
Papeando-lhe aorelia:
Esto provará esta velha
Moito melhor do que os diz.
cxLví orígenes de la NOVELA
en O Jiiix da Beira (•). Pero la genialidad lírica del autor le lleva á la creación de un
arte diverso, en que la observación realista no es lo esencial, sino lo secundario. En la
riqueza de lenguaje popular, en la curiosidad con que recoge lo que hoy llamaríamos
material folldórico^ j especialmente las creencias supersticiosas, los ensalmos y conju-
ros, las prácticas misteriosas y vitandas, el autor de la Comedia Rutena y del Auio das
íadas es un continuador de la Celestina^ pero en todo ello se mezcla un elemento
poético fantástico que nos recuerda á veces la comedia aristofánica.
Inferior á Gil Yicente como poeta, pero superior en la técnica dramática, el extre-
meño Bartolomé de Torres Naharro faé el primero que llevó al teatro la parte senti-
mental y amorosa de la Celestina. D. Alberto Lista, cuyos trabajos sobre el antiguo
teatro español; aunque pobres de erudición no son tan anticuados é inútiles como creen
algunos, advirtió, á mi juicio con razón (-), que Naharro había tenido muy presente la
Celestina^ con la cual coincide, tanto en la pasión do la enamorada Febea como en las
astucias de que se valen los criados de Himeneo para ocultar su cobardía, cuando
acompañan a su señor á la calle de su dama. Basta, en efecto, cotejar estos pasajes
para advertir la semejanza. Y limitándonos á las quejas que pronuncia Febea en la
quinta jornada, cuando su hermano la persigue con la espada desnuda y va á ejecutar
en ella la venganza de su honor, que supone mancillado, no hay sino leer las dolorosas
razones que profiere Melibea antes de arrojarse de la torre, para ver que Torres Naha-
rro, como todos nuestros dramáticos del siglo xvi sin excepción, bebió en aquella
fuente de verdad humana, y se aprovechó de sus aguas, más saludables que turbias.
Dice Febea:
Hablemos cómo mi suerte
Me ha traido en este punto
Do yo y mi bien todo junto
Moriremos d' una muerte.
Mas primero
Quiero contar cómo muero.
Yo muero por un amor
Que por su mucho querer
Ene mi querido y amado,
Gentil y noble señor,
Tal que por su merescer
E^ mi mal bien empleado.
No me queda otro pesar
De la triste vida mia,
Sino que cuando podia,
Nunca fui para gozar,
Ni gocé
Lo que tanto deseé;
Muero con este deseo,
Y el corazón me revienta
Con el dolor amoroso;
Mas si creyera a Himeneo,
No moriera descontenta
Ni le dejara quejoso...
¡Guay de mí,
Que muero ansi como ansi!
No me quejo de que muero,
Mas de la muerte traidora;
Que si viniera primero
Que conosciera á Himeneo,
Yiniera mucho en buen hora.
(') 06r«s de Gil Vicente tomo III, p. 172.
Vase la vieja al molino,
Entra muy disimulada,
Muy honesta cobijada,
Como quien sabe el camino.
i") Lecciones de Literatura Española tomo I, pág, 51.
Tanto escavva, tanto atiza
Por tal arte y por tal modo.
Que hace un cielo ceniza
Hasta ponella de lodo.
U
INTRODUCCIÓN cxlmi
Mas Teniendo d' esta suerte, Cuanto más que las doncellas,
Ya sin razón á mi ver, Mientras que tiempo tuvieren,
¿Cuál será el hombre o mujer Harán mal si uo murieren
Que no le doldrá mi muerte?... Por los que mueren por ellas...
Yo uunca hice traición: Pues, muerte, veu cuando quiera,
Si maté, yo no sé á quién; Que yo te quiero atender
Si robé, no lo he sabido; Con rostro alegre y jocundo;
Mi querer fue con razón; Qu'el morir de esta manera
Y si quise, hice bien A mí me debe plazer
En querer a mi marido. Y pesar a todo el mundo... (')
No pondré estos apasionados versos al lado de la prosa de Melibea. Diversa es la
situación de ambas heroínas: culpable la una y arrastrada por la fatalidad de su ciega
pasión al suicidio; víctima inocente la otra del furor de su hermano, pero tan enamo-
rada, que con menos vigilancia, y á no intervenir tan oportunamente el sacro vínculo,
hubiera podido decir, como su antecesora: «Su muerte convida a la mía; convídame, y
»es fuerza que sea presto sin dilación... Y así contentarte he en la muerte, pues no tuve
» tiempo en la vida.>
Nadie puede negar la evidente semejanza entre los principales pasos de la Comedia
Himeiiea y los de la comedia de amor 6 intriga del siglo xvii, que adquirió bajo la
pluma de Calderón su última y más convencional forma. Un caballero que ronda la
casa de su amada con acompañamiento de criados ó instrumentos; una noble doncella
ingenuamente apasionada, no menos que briosa y decidida, que á pocos lances fran-
quea con honesto fin la puerta de su casa; un hermano, celoso guardador de la honra
de su casa, algo colérico y repentino, pero que acaba por perdonar á los novios; dos
criados habladores y cobardes; músicas y escondites, pendencias nocturnas y diálogos
por la ventana. Pero todo esto, ó casi todo, si bien se repara, estaba en la Celestina^
salvo el tipo del hermano, que parece creación de Torres Xaharro. Pármeno y Eliso
son Caliste y Sempronio, la criada Doresta es Lucrecia, todos un poco adecentados.
Porque es muy singular que autor tan liviano y despreocupado como suele ser en su
estilo el autor de la Propalladia^ se ha^^i creído obligado á tanta circunspección en esta
obra excepcional, y haya tenido la habilidad de transportar al teatro la parte de la Celes-
tina que en su género podemos llamar ideal y romixntica, prescindiendo de la picaresca
y lupanaria. De este modo consiguió borrar las huellas de origen, y ha podido pasar
por inventor de un género de que no fué realmente más que continuador feliz, con
gran inteligencia de las condiciones del teatro y del arte del diálogo, que llega á la per-
fección en varios pasajes de esta comedia.
En mi monografía sobra aquel poeta, de la cual he transcrito las reflexiones ante-
riores, hago constar que durante la primera mitad del siglo xvr coexistieron dos escue-
las dramáticas. Una, la más comúnmente seguida, la más fecunda, aunque no por cierto
la más original é interesante, se deriva de Juan del Enzina, considerado no sólo como
dramaturgo religioso, sino también como dramaturgo profano, y está representada por
los autores de églogas, farsas, representaciones y autos, q^ue debieroa de ser muy
(') Propaladla de Bartolomé de Torres Naharro (edición de los Libros de Antaño), tomo II,
pp. 60 63.
cxLvíii orígenes de la novela
numerosos, á juzgar por las reliquias que todavía nos quedan y por las noticias que
cada día se van allegando. La otra dirección dramática, que produjo menos número de
obras, pero todas muy diguas de consideración, porque se aproximan más á la forma
definitiv^a que entre nosotros logró el drama profano, nace del estudio combinado de la
Celestina j de las comedias de Torres Naharro, sin que por eso se niegue el influjo
secundario del teatro latino, ya en su original, ya en las traducciones que comenzaban
á hacer los humanistas, y el de las comedias italianas, cada vez más conocidas en
España, particularmente las del AriostO;, que llegaron á ser representadas en su propia
lengua con ocasión de fiestas regias.
Si el título no nos engaña, la más antigua imitación dramática de la Celestina fué
la Comedia llamada Claria/ia, nuevamente compuesta, en que se refieren por heroico
estilo los amores de un cavallero moro Ikunado Clareo con una dama noble de Valen-
cia^ dicha Clariana. El autor anónimo, que era «un vecino de Toledo» , dedicó al duque
de Gandía su obra, impresa en Valencia por Juan Jofre^ en 1522. Los traductores de
Ticknor, que la mencionan, nada dicen acerca de su actual paradero, ni dan más noti-
cia de ella sino que está escrita en prosa, mezclada de versos. Juan Pastor, natural de
la villa de Morata, declara al fin de su Farsa 6 Tragedia de la castidad de Lucrecia
haber compuesto otras dos llamadas Orimaltina y Clariana^ pero no nos atrevemos á
afirmar que la última sea esta misma.
De Naharro y la Celestina combinados proceden las dos desaliñadas comedias del
aragonés Jaime de Huete, Tesorina y Vidriana^ impresas hacia 1525 (■). La división en
cinco jornadas y la versificación en coplas de pie quebrado las entroncan con la Pro-
paladla^ de la cual imita Huete otras cosas, entre ellas el tipo grotesco de Fr. Vejecio^
que dio motivo, sin duda, á la prohibición de la Tesorina en el índice de 1559. La
intriga de amor, en ambas farsas, especialmente en la Vidriana^ es celestinesca, pero
sin intervención de ninguna Celestina: todo pasa por manos de criados, y las dos ter-
minan en boda. Vidriano y Tesorino, Leridana y Lucina son pálidas copias de Caliste
y Melibea; los criados Pinedo, Secreto y Carmento cumplen el mismo oficio que los
mozos de Caliste; la doncella Lucrecia está repetida en la Oripesta de la Vidriana;
Citoria en la Tesorina tiene algún rasgo de Areusa; los padres de Melibea resucitan en
Lepidano y Modesta, padres de Leridana, y tienen las mismas pláticas sobre su casa-
miento. Todo ello calco servil y sin ingenio de ninguna clase. El lenguaje es tosco y
abunda en curiosos provincialismos. Al mismo género pertenece la Comedia Radiana,
de Agustín Ortiz (-), otra pequeña Celestina sin Celestina y con casamiento en el jar-
('} Comedia intitulada Thesorina, la materia de la qual es unos amores de vn penado por una
señora^ y otras personas adherentes. Hecha nueuamente por Jayme de Giiete. Pyro si jior ser su
natural lengua Aragonesa no fuere por muy cendrados términos quanto a esto merece perdón .
Comedia llamada Uidriana, compuesta por Jarime de Gueta (sic) agora nueuamente; en la qual
se recitan los amores de vn cauallero y de vna, señora de Aragón a cuya petición por serles muy sieruo
se ocupó en la obra presente: el sucesso y fin de cuyos amores va metophoricamente tocado justa el pro- ■,
cesso y execucion de aquellos. i
Los ejemplares que la Biblioteca Nacional posee de estas dos rarísimas farsas proceden de la '■
biblioteca de Salva y están descritos en su Catálogo (torao I, núm?. 1279 y 1280). I
(^) Comedia intitulada Radiana: compuesta por Agustín Ortiz; en la qual se introdvzen las\
personas siguientes. Primeramente un cauallero anciano llameado Lireo z su criado Ricreto, z una hija i
deste cauallero llamada Ridiana z su criada Marpina z vn cauallero llamado Cleriano z su criado.
INTRODUCCIÓN cxlix
din. Nada puedo decir de la Comedia EosabelUí^ de Martía de Santander, impresa en
1550, porque no he llegado á verla, pero su portada indica que tenía un argumento
muj análogo (').
Del mismo año (si es que no hay edición anterior, como puede sospecharse) es la
Gome lia llamada Tidea, compuesta por Francisco de las Natas: beneficiado en la
¡iglesia perrochial (sic) de la villa Cuevas rubias^ ij en la yglesia de Santa Cruz de
Rebilla cabriada. En la qiial se iniroduxe un gentil hombre cavallero llamado don
Tideo tj dos criados su/jos, el vno Prudente^ el otro Fileno^ y una vieja alcahueta
llamada Beroe, y una doncella noble llamada Faustituí, con vna su criada Justina.
Dos pastores^ el vno llamado Damon., el otro Menalcas. Vn alguaxil con sus criados.
El padre y madre de la donxella^ el padre Eiffco.^ la madre Trecia. Traíanse los
amores de don Tideo con la donxella^ y cómo la alcanró por interposición de aquella
vieja alcagueta; y en fin por bien de pax, fueron en uno casados. Es obra muy gracio-
sa y apacible.^ 1550 (-). Salvo la inoportuna aparición de los pastores, que pertenecen
al repertorio de Juan del Enzina, el beneficiado de Covarrubias no hizo más que poner en
malas coplas el argumento de la Celestina^ á la cual dio placentero desenlace, según
era costumbre en estas farsas representables, que rara vez son trágicas. En la versifi-
cación y número de jornadas sigue á Naharro.
^0 en cinco, sino en tres jornadas (novedad que á fines del siglo xvi se atribuyeron
Virués y Cervantes), está compuesto el Auto llamado de Clarindo^ sacado de las obras
del Captivo {?)por Antonio Diex^ librero sordo, y en partes añadido y eme?idado; es obra
muy sentida y graciosa para se representar., pieza rarísima, que por meros indicios se
supone impresa en Toledo hacia 1535 [^). Clarindo y Clarisa son una nueva repetición
de Calisto y Melibea, pero esta intriga de amor está cruzada por otra entre Pelecín y
Florinda. Los padres de las dos doncellas las encierran en un monasterio de que era
abadesa una tía suya, pero logran fugarse de él gracias á la diabólica intervención de
una bruja que hechizándolas á entrambas las hace cautivas de la voluntad de sus ena-
morados.
llamado Turpmo, z tres pastores Lirado z Pinto z Juanillo, z un Sacerdote. Reparte se en cinco
jornadas breues e graciosas e de muchos exemplos.
El ejemplar, al parecer único, de Salva (Cf. Catátogo, I, 1337) pasó también á la Biblioteca
Nacional.
Cj Comedia llamada Rosahella. Nueuamente compuesta por martin de Santander. En la qual
se introduzen un cauallero llamado Jasminio, y dos criados: es vno un VizcaÍ7io, y es otro vn Negro, y
vna dama llamada RosabeVa y su padre de la dama llamado Libeo, vn hijo suyo y vn alguacil con
sus criados, y vn pastor llamado Pubro. En la qual tracta de como el cauallero por amores se desposo
con ella, y la saco de casa de su padre. Es muy graciosa y apazible. 1550.
(N'.° 4495 del Ensayo de Gallardo, nota comunicada por D. Pascual de Gayangos). Un ejemplar
de esta obra salió á la venta en Roma en enero de 1884. Ignoro quién le adquirió.
{^) El único ejemplar cinocido de esta farsa pertenece á la Biblioteca de Munich, y fué dado á
conocer por Fernando Wolf en 1852, en los Sitzungberichte de la Academia de Viena (clase filosófi-
ca histórica, tomo VIII). De esta memoria sobre varias piezas dramáticas, á cuál más peregrinas,
hay traducción heciía por D. Julián Sanz del Río, en el tomo XXII de la colección de Documentos
Inéditos para la Historia de España, 1853.
Tanto la Tidea como la Thesorina figuran en los índices del Santo Oficio desde 1559.
(^) Dieron la primera noticia de él los traductores de Ticknor en 1851 (tomo III de la Historia
de la Literatura Española, pp. 525 á 527), Tengo copia entre los manuscritos de Cañete.
CL orígenes de la novela
Más interesante como pintura de costumbres es la Farsa llamada Salamaniina^
compuesta por Bartolomé Palau, estudiante de Burbáguena (1552), de la cual debemos
una excelente reimpresión al señor Morel-Fatio (^). Este largo entremés es «obra que
passa entre los estudiautes en Salamanca» , como se anuncia desde el frontis; y el
introyto tampoco nos deja duda de que fué representada por estudiantes y ante un
auditorio universitario. El escolar perdido j buscón, que es héroe de la pieza, atesti-
gua la popularidad de la Celestina^ único libro que afirma poseer, juntamente coirun^
tratadito de derecho:
" "' Libros? pues vos lo veed:
Una Celestina vigja
y un Pheli'jjo de ayer (¿de alquiler'?].
Las escenas bajamente cómicas del bachiller Palau están tomadas de la realidad
misma, con franco y brutal naturalismo, sin ningún género de selección artística.
Sería injusto considerarlas como imitación de la obra de R\:»jas, pero todavía son prole
suya, aunque bastarda y degenerada.
La influencia del gran modelo no se manifiesta sólo en estos adocenados y torpes
ensayos, sino en obras de más elevado fin, de intención moral y de asunto que á
primitiva vista nada tiene de celestinesco (^). Tal es el de la excelente Coynedia Pró-
diga del extremeño Luis de Miranda, impresa en Sevilla en 1554 {^). Esta obra es una
dramatizacióu, á la verdad bastante profana, de la parábola evangélica del Hijo Pró-
digo (San Lucas, cap. XV, v. 11-32), pero la portada misma es un plagio intencionado
de la Celestina^ sin duda para atraer lectores á la obra nueva:
» Comedia Pródiga... compuesta y moralizada por Luis de Mira7ida, placenlino.,
■}>en la qiial se contiene (demás de su agradable g dulce estilo) muchas sentencias y
^avisos mug necesarios para mancebos que van por el mundo., mostrando los engaños
»y burlas que están encubiertos en fingidos amigos., malas mujeres y traidores sir-
■» vientes» .
D. Leandro Fernández de Moratín, que en sus Orígoies fué el primero en llamar
la atención sobre esta rara pieza, hace de ella extraordinario encarecimiento, mucho
más digno de notarse dada la habitual acrimonia de sus juicios: «Está muy bien des-
» empeñado el fin moral de esta fábula, que es, sin duda, una de las mejores del anti-
» guo teatro español: bien pintados los caracteres, bien escritas algunas de sus escenas;
» las situaciones se suceden unas á otras, aunque no con particular artificio dramático,
» siempre con verisimilitud y rapidez».
(*) Bulletin Eispanique, octubre á diciembre de 1900,
(^) Aun en la notabilísima Tragedia Josefina, de Miguel de Carvajal, con sor bíblico el argu-
mento, la verdad humana, la expresión viva y enérgica de los afectos, hacen pensar en la Celestina
más que en ningún otro modelo. El monólogo de Zenobia, la mujer de Putifar, en el acto II, bastaría
para comprobarlo. Es curiosa la advertencia que hace el Faraute sobre estas escenas: «El auctor,
Dcomo es tosco y grosero y sabe poco de amor, en esta segunda parte, á algunas personas socorridas,
«quiero decir hábiles en estos acaecidos y venéreos caeos, se encomendó: vuestras mercedes lo
»tomen como cosa de prestado».
Tragedia llamada Josefina, sacada de la profundidad de la Sagrada. Esci'itura y trohada por
Micael de Carvajal, de la ciudad de Placencia (ed. de la Sociedad de Bibliófilos Españoles, con una
erudita y brillante introducción de D. Manuel Cañete (Madrid, 1870), pág. 71.
(') Reimpreso en Sevilla, por la Sociedad de Bibliófilos Españoles, 18G8.
INTRODUCCIÓN cli
Lástima que á todos estos méritos y al grandísimo de la verdad humaua eu los
diálogos j en las situaciones no pueda añadirse el de la cabal originalidad, puesto qite
la comedia de Luis de Iliranda es sobre todo una imitación libre j muy bien hecha de
la Commedia d'il figlíuol prodigo del florentino Juan María Cecchi, transportada de las
costumbres italianas á las españolas; y hábilmente combinada con los datos de la
Cel&stimi. A estas dos fuentes hay que referir las andanzas del Pródigo, que sigue
como soldado aventurero al capitán que pasa por su pueblo levantando bandera, y corre
por ferias y mesones malbaratando su dinero entre rufianes y mozas del partido. Oli-
venza, el baladróii cobarde, las dos ramei'as Alfenisa y Grimana, la criada Florina y
sobre todo la vieja alcahueta Briaua, son tipos que no desmienten su origen.
Cambió el gusto en la segunda mitad del siglo xvi: triunfó la comedia italiana,
nacionalizada por Lope de Rueda, Timoneda, Sepúlveda y Alonso de la A'ega; triunfó
la prosa en el teatro, y con olla la imitación formal de la Celestina^ que hasta entonces
sólo por su materia y argumento, personajes y situaciones, había influido en las obras
representables.
Lope de Rueda, eu quien esta imitación tomó propio y adecuado carácter, no era,
á pesar de su humilde condición y errante vida, un poeta primitivo, como el vulgo
imagina, ni era posible que lo fuese después de una elaboración dramática tan larga.
Hábil imitador de los italianos, á quienes saqueó sin escrúpulo para los argumentos y
trazas de sus comedias y coloquios ( ' ), fué maestro de la lengua y del diálogo cómico,
no por ruda espontaneidad, sino por arte refinado. La fábula en sus obras es lo de
menos, ni tiene una sola que pueda llamarse propia. Pero triunfa en la representación
de costumbres populares y eu el manejo siempre hábil de ciertas figuras escénicas, que
repite con fruición, ya en sus pasos ó entremeses, ya episódicamente en sus obras de
más empeño. Entre estos tipos hay uno conocidamente tomado de la Celestina y de sus
imitaciones, el rufián Centurio, que es el lacayo Vallejo de la comedia Eufemia^ el Gar-
gullo de la comedia Medora^ el Madrigalejo y el Sigüenza de dos de los pasos del Regis-
tro de Representantes. Era uno de los papeles en que como actor sobresalía Lope de
Rueda, segim atestigua Cervantes en el prólogo de sus comedias: «Aderezábaulas y dila-
»tábanlas con dos ó tres entremeses, ya de negro, ya de rufián^ ya de bobo y ya de
» vizcaíno; que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal Lope con la mayor
» excelencia y propiedad que pudiera imaginarse... Sucedió á Lope de Rueda, Navarro,
» natural de Toledo, el cual fué famoso en hacer la figura de un nifuín cobarde.'-)
Pero no es esta imitación parcial y directa lo que hace de Lope de Rueda un discí-
pulo del autor de la Celestina. Lo es también por su sentido realista de la comedia,
que se abre paso á través de los argumentos más inverisímiles y extravagantes, por
sus dotes de observador de costumbres, aunque aplicadas en pequeña escala y sin
aquel aspecto de grandeza que á la obra de Rojas caracteriza. Lo es por la viva y natu-
ral expresión de los afectos, cuando obedece á su buen instinto y no se pierde en en-
fáticos discursos y afectaciones de falsa poesía pastoril, como eu los Coloquios. Lo es
sobre todo por el jugo sabrosísimo de su prosa, que es un venero de sales castizas ini-
mitables. La lengua de Lope de Rueda, á quien tanto admiraba Cervantes, no es más
C) Vid. especiahnente el trtibajo de A. L. Stiefel, Lope de Rueda und da.'i italianische LalS'
piel en la Zeitschrift für Romanische Philologie, tomo XV, 1891, pp. Ifi2 y 318.
cLii orígenes de la novela
que la lengua de la Celestina descargada de su' exuberante j viciosa frondosidad y
transportada á las tablas por un hombre de verdadero talento dramático, que la hizo
más rápida, animada y ligera, no sin que perdiese algo, quizá mucho, de su fuerza
poética j honda energía.
¿Fué Lope de Rueda el primero que escribió e:i prosa comedias representables j
representadas? Hay algún motivo para dudarlo y aun para negarlo. Juan de Timo-
neda, en el prólogo de las tres comedias que hizo imprimir en 1559, se atribuye
categóricamente la ianovación: «Quán aplazible sea el estilo cómico para leer puesto
»en prosa, y quán propio para pintar los vicios y las virtudes... bien lo supo el que
» compuso los amores d' Calisto ¡j Melibea y el otro que hizo la Tebaida. Pero fal-
»tauales a estas obras para ser consumadas poderse representar como las que hizo
» Baltasar d' Torres y otros en metro. Considerando yo esto quise haxer Comedias en
»p7'0sa, de tal manera que fuessen breues y representables; y hechas.^ como pareseie-
■»sse)i muy bien assi a los representantes como a los auditores .^ rogáronme muy encare-
■>-> cidamente que las imprimiesse, porque todos gozassen de obras tan sentenciosas,
adulces y regocijadas ■> (').
Sólo la extraordinaria rareza del libro de las Tres Comedias ha podido hacer que
no se fijase la atención en este pasaje, que, si Timoneda dice verdad, como creemos,
algo cambia de la relación que generalmente se establece entre el librero de Valencia
y el batihoja de Sevilla, considerando al primero como simple discípulo y editor del
segundo. Pero con ser excelente la prosa en las comedias de Timoneda, y mucho más
racional y bien urdida la fábula, nunca fueron tan populares como las de su amigo?
sin duda porque hay en ellas menos sabor indígena. Dos son imitaciones de Planto
y otra del Ariosto, y siguen la corriente del teatro italiano más bien que la de la Celes-
tina y la Tebaida, aunque él mismo las cita y confiesa su influjo.
Pero aquella escuela dramática tuvo muy corta vida. La comedia en verso volvió
á imponerse y fué en adelante la única forma del drama nacional. Virués, Juan de la
Cueva, Rey de Artieda y otros ingenios de menos cuenta hicieron triunfar en el últi-
mQ tercio de aquel siglo una especie de tragicomedia lírica, medio clásica, medio
romántica, en la cual se incorporaron elementos históricos y tradicionales, cuya vitalidad
fué tanta que, unida al genio de un inmenso poeta, hizo surgir del caos fecundo de la
antigua dramaturgia la forma definitiva de la comedia española. Pero aun en las obras
novelescas y extravagantes del período de transición se nota de vez en cuando la
influencia siempre provechosa de la Celestina, contrastando con las aberraciones de los
nuevos autores. Sirva de ejemplo la Comedia de El Infamador, una de las más intere-
santes de Juan de la Cueva, hasta por la supuesta semejanza que algunos han querido
encontrar entre su protagonista Leucino y D. Juan Tenorio. En esta pieza monstruosa,
conjunto de escenas mitológicas y de lances familiares, el tipo de la alcahueta Teodora,
que es el único medianamente trazado, pertenece al género celestinesco, y la relación
que hace del mal recibimiento que tuvo en casa de la doncella Eliodora está calcada
(') Las tres Comedias del facundissimo Poeta Juan Timoneda, dedicadas al Illustre Señor don
Xim,en Pérez de Calatayü y Vdlaragut. Año 1559 (En la epístola de El autor a los lectores).
Los do3 únicos ejemplares conocidos de este rarísimo libro pertenecen á la Biblioteca Nacional.
Tengo reimpreso, y publicaré en breve, todo el teatro profano de Timoneda como primer tomo de
sus Obras, que eaca á luz la Sociedad de Bibliófilos Valencianos.
INTRODUCCIÓN
CLIII
punto por punto en el acto IV de la tríigicomedia. Pero en Juan de la Cueva la heroína
es de una virtud inexpugnable. Teodora, como todas sus congéneres en materia de ter-
cerías, practica la magia y evoca á los espíritus del Erebo en elegantes versos clásicos
imitados de Virgilio é indirectamente de Teócrito ( ' ).
Lope dü Vega tributó á la Celestina el más alto homenaje, imitándola con magis-
tral pericia en aquella «acción en prosa» , que era una de sus obras predilectas (por
ventura de mí la más querida). Su fecha (1632) saca de nuestro cuadro actual esta con-
fesión autobiográfica de juveniles extravíos, hoy descifrada por la crítica sagaz é inge*
niosa de un malogrado erudito, que vino á confirmar en parte las adivinaciones de
Fauriel (-). Hay mucho de personal en la Dorotea.^ y por eso interesa profundamente
y se aparta del trillado camino de las Celestinas, pero intencionalmente las recuerda,
sobre todo á la de Rojas, no solo por el cuño de su admirable prosa, sino por la crea-
ción del tipo de «Gerarda» , único que puede medirse sin gran desventaja con la primi-
tiva Celestina, aunque la intriga de amor en que interviene tenga distinto proceso. Los
(') Es rarísima lu Primera (y única) Parte de las Comedias de loan de la Cueua dirigidas a
Momo (Sevilla, en casa de loan de León, 15S0), y urgente la necesidad de su reimpresión, honor
que han logrado tantos libros baiadíes, cuando éste do tanta curiosidad en la historia de nuestra
literatura dramática es de tan difícil adquisición. Sólo he manejailo dos ó tres ejemplares, incluso el
de la Biblioteca Nacional.
La Comedia del Infamador puede leerse en el tomo I del Tesoro del Teatro Español, de Oclica
(Baudry, 1838), pp. 265-285.
En la jornada primera leemos:
Bien negoció la nuera Celestina
En la jornada tercera encontramos una alusión á la madre de Pármeno:
¿No estuviste agora aquí
Con las dos viejas Claudinas?
Hay también un curioso pasaje sobre el Arcipreste de Talavera y Cristóbal del Castillejo:
¿En qué te has entretenido
En su ausencia et^tos tres días?
ELIODORA
En cien mil melancolías,
Con dos libros que he leído.
PORCERO
¿Tan gran le letora eres?
ELIODORA
Si, mas éstos me han cansado,
Porque todo su cuidaio
Fué decir mal de mujeres.
PORCERO
Suplicóte que me nombres
Los nombres de esos autores
Que ofenden vuestros loores.
ELIODORA
Son dos celebrados hombres
PORCERO
¿Qué hay que celebrar en ellos
Sí ofenden vnestra bondad?
Mas, dime, con brevedad,
¿Quién son? para conocellos.
ELIODORA
El uno es el arcipreste
Que dicen de Talavera.
Nunca tal preste naciera,
Si no dio más fruto que éste.
Hombre es de sano consejo,
Aunque á mujeres contrario.
PORCERO
Cuánto mejor le estuviera
A! reverendo arcipreste,
Que componer esta peste,
Doctrinar á Talavera;
Y al secretario hacer
Su oficio, pues d'I se precia.
Que con libertad tan necia
Las mujeres ofender.
ELIODORA
Cierto que tienes razón,
Y en eso muestras quién eres;
Que decir mal de mugeres
Ni es saber, ni es discreción.
ELIODORA
El otro es el secretario
Cristóbal del Castillejo;
(2) Aludo al interesante libro de D. Cristo' )al Pérez Pastor, Proceso de Lope de Vega por libelos
contra unos cótnicos. 'Madrid, IdOl. Allí está la clave de la Dorotea, pero todavía quedan puntos
j oscuros y difíciles, que aca.so con el hallazgo de nuevos documentos puedan resolverse.
cMv orígenes de la novela
rencores personales del poeta, vivos todavía á pesar de los años^ se combinaron aquí
con la imitación literaria j dieron á la figura una pujanza y un relieve que no habían
logrado ni Feliciano de Silva, ni Sancho Muñón, ni el autor de la Sclvagia^ ni otro
alguno de los imitadores que examinaremos en el capítulo siguiente.
Lope adopta todos los procedimientos de la Celestina^ incluso la afluencia de sen-
tencias y proverbios, los largos j á veces impertinentes discursos, la afectación de citas
pedantescas, que llega al colmo; pero su Gerarda no es ja el tipo convencional de la
alcahueta que mecánicamente repiten los otros. Es Celestina, que vuelve al mundo con
su antigua j persuasiva elocuencia y su caudal de tercerías y malas artes: es una genial
resurrección^ bien distinta de aquella otra que toscamente inventó el autor de la historia
dé Felides y Polandria. Los demás personajes de la pieza no están sacados de la tragi-
comedia antigua: son el mismo Lope, sus amigos, sus rivales, sus dos enamoradas
Dorotea y Marfisa (preciosos retratos entrambas); todo un mundo de pasión loca, de
mundana alegría y de acerbo, aunque mal aprovechado, desengaño.
No se escribió la Dorotea para ser representada, ni en su integridad podía serlo,
aunque no ha faltado algún curioso ensayo para llevarla á las tablas, muy en compen-
dio ( • ). Pero es poema intensamente dramático, que en la historia del teatro, más bien
que en la de la novela, debe ser considerado. No es la única muestra tampoco del profun-
do estudio que Lope había hecho de la obra del más grande de sus precursores. Muchas
son las comedias de su inmenso repertorio que presentan caracteres, situaciones y diálo-
gos celestinescos. Basta recordar El Anxuelo de Fenisd (aunque el argumento esté toma-
do de un cuento de Boccaccio), El Arenal de Sevilla^ El Rufián Castrucho^ cuadro na-
turalista de los más entonados y vigorosos; El Caballero de Olmedo^ que su autor llamó
tragicomedia^ y es, con efecto, deliciosa comedia de costumbres del siglo x\ en los
dos primeros actos, admirable tragedia, llena de terror j sublime prestigio, en el tercero.
Hay en esta pieza, una de las mejores del teatro de Lope, muchas imitaciones felices y
deliberadas de la Celestina^ y lo es, sobre todo, en sus obras y palabras, la hechicera
Fabia, gran maestra en tercerías {^).
(') La Dorotea, comedia oritjinul en tres actos, por D. F. E. Castrillon, representada en el Teatro
de ¡os Caños del Peral el día 13 de Junio de 1S04. Madrid, en la imprenta de Repullés. Año 1804.
Aunque la pieza se titula «.original», y en cierto sentido no puede negarae que lo es, el autor pone
al reverso de la portada la siguiente advertencia: «El argumento de esta Comedia está tomado de la
y)D3rotea de Lope de Vega; pues como el fin de su autor era imitar la versificación de aquel excelente
«ingenio, quiso seguir sus huellas en cuanto al plan de la obra». Esta imitación es á veces feliz.
(■') La frnta fresca, hijas mías, Pues ¿qué seda no arrastiaba?
Es gran cosa, y no aguardar ¡Qué gíisto, qué plato el mió!
A que la venga á arrugar Andaba en palmas, en andas,
La brevedad de los días .... ' Pues ¡ay Dios! si yo quería,
¡Qné regalos no tenía
¿^'^eisme aquí.' Pues yo os prometo Desta genfe de hopalandas!
Que fué tiempo en que tenía Pasó aquella primavera,
Mi hermosura y bizarría No entra un hombre por mi casa;
- Más de algún galán sujeto. Que como el tiempo se pasa,
¿Quién no alababa mi brío? Pasa también la hermosura.
¡Dichoso á quien yo miraba! (Jornada iirimera.)
C£. Celestina, aucto IX.
Véase mi estudio sobre El Caballero de Olmedo en el tomo X de las Obras de Lope de Vega,\
publicadas por la Academia Española, pp. LXXV-XCVIII.
iJ
INTRODUCCIÓN clv
El arte de Lope j de Tirso (') se complace todavía en la imitación de la Celestina^
aunque beba en otras innumerables fuentes que no le hacen perder su sabor realista. Pero
conforme avanza el siglo xvn j surge otra generación de dramaturgos, menos popula-
res que cortesanos, los fulgores de aquel astro van apagándose, v la estrella de Calderón,
«el más grande de los postas amanerados», se levanta triunfante sobre el horizonte
Consta, sin embargo, que aquel preclaro ingenio había compuesto una comedia con el tí-
tulo de la Celestina, que se ha perdido como algunas otras (^). ¿Quién sabe si algún ves-
tigio de ella habrá quedado en la ingeniosa y amena pieza de un discípulo suyo, el doctor
D. Agustín de Salazar y Torres, terminada y sacada á luz por otio discípulo, biógrafo y
editor de Calderón, D. Juan de Vera Tassis, con el rótulo de El encanto es la hermo-
sura y el hechizo sin hechi.xo, pero mucho más conocida por La segunda Celestina'^ {^).
Hay, prescindiendo de esta hipotética relación, otras dos piezas de nuestro antiguo tea-
tro, El Astrólogo fingido del mismo Calderón y El familiar sin demo?iio de Gaspar
de Avila, cuyo pensamiento, aunque muy diversamente tratado, tiene alguna analogía
con el de esta comedia, que es una discreta y sazonada burla de la supersticiosa
creencia en brujas y hechiceras:
Y no que tengan te asombres
Con los necios opinión;
Porque los brujos lo son
Porque son tontos los hombres.
El enredo hábil y entretenido de esta comedia honra á su autor, no menos que la
sal y agudeza de los diálogos y la limpieza general del estilo, salvo al^úu resabio cul-
terano, de que nadie podía librarse entonces. Pero lo más curioso es el tipo de la nue-
va Celestina, que conserva muchos rasgos de la antigua, y es una especie de adaptación
morigerada, para los cosquillosos oídos del tiempo de Carlos II:
Hay en Triana una mujer, Y heredera de sus obras;
Que puede ser que ahora viva Esta, no hay dama en Sevilla
Donde yo la conocí, Que no conozca, porque,
Que es hija de Ceslestina Con las más introducida,
(*) Este gran poeta es el que, no sólo por el picante desenfado de su lenguaje, sino por la franca
I objetividad, por el nervio dramático, por el poder característico, sugiere más el recuerdo de la
j Celestina, y alguna vez parece que la imita. En Por el sótano y el torno, comedia de corte bastante
I clásico, donde está refundida una parte de la intriga del Miles Gloriosus de Piauío, el gracioso San-
I taren, para servir las intrigas amorosas de su amo, se introduce en casa de doña Bernarda y doña
I Jusepa fingiéndose buhonero, y pregonando su mercancía en términos análogos á los de Celestina
( coaado se vale del mismo recurso para penetrar en casa de ios padres de Melibea.
; (*) La cita él mismo en la lista de sus comedias qae envió al Duque de Veragua, y pablicó
I don Gaspar Agustín de Lara en si prólogo de su Obelisco Fúnelrre. Pinimide funesta á la inmortal
memoria de D. Pedro Calderón de la Barca (Madrid, ltJ84).
0 Con el primer titulo está en la Segunda Parte de la Cythara de Apolo, colección general de
las obras dramáticas y líricas de Salazar y Torres, publicada por su amigo Vera Tassis (Madrid,
1694). Con el de La Segunda Celestina corre en ediciones suqltas, en que la segunda mitad de.
1 tercer acto difiere por completo. Creemos que ni una ni otra conclusión pertenecen á Salazar, que
I dejó incrmpleta su comedia, escrita pa:a festejar los días de doña Mariana de Austria, terminándola,
I cada cual por su parte, D. Juan de Vera y un poeta anónimo. En la colección de Dramáticos poste-
nores á Lope de Vega de la Biblioteca de Rivadeneyra, tomo II, p. 240 y as.., se ba aeguido el texto de
\ era Tassis. Pero el mérito de la comedia justificaría una nueva edición con las variantes de ambos.
orígenes de la novela
Está, por su liabilidad;
Pues vendiendo bujerías,
Como abanicos, color,
Alfileres, barcos, cintas,
Guantes y valonas y otras
Semejantes baratijas,
Se introduce, y con aquesto
Por el ojo de una tía
Meterá un papel, y hará
Con tan rara y peregrina
Maña un embuste, que muchos.
Siendo así que eso es mentira.
La tienen por hechicera.
Celestina, entre las raras
Mañas con que se introduce.
Es la que más se le luce
Ser remendona de caras. ..
Pule cejas y pestañas,
Y ella introdujo el estilo
De pegar la tez ccn hilo
Y del hacer sus marañas.
Friega un rostro de manera.
Con una y otra invención.
Que una cara de Alcorcen
La vuelve de Talavera...
Hace tan raro jabón
Con el sebo y con la hiél.
Que hará mano de papel
Una mano de tejón.
Es del amor mandadera,
Mas su mayor interés
Sólo se funda en que es
Tan grandísima hechicera
Que á un hombre, desde Carmena
Le puso en el Preste Juan,
Y otro trajo de Tetuán
Como pudiera una mona.
Pero entre una y otra tacha
Tiene, hablando la verdad.
Una buena liabilidad,
Que es grandísima borracha;
Pues en esta historia breve
Que mi ingenio te describe,
Si es asombro como vive.
Es un pasmo como bebe.
Y en fin, aquesta embustera
Tiene en amor tal poder,
Que si quiere, ha de querer
Uno, que quiera ó no quiera...
Esta comedia conservó su popularidad hasta tiempos relativamente modernos, y
todavía en los últimos años de Fernando Vil se representaba con aplauso, según testi-
fica algún viajero ('). De ella procede aquel dicho tantas veces citado, y atribuido capri-
chosamente á otros autores:
Es esto de las estrellas
El más seguro mentir,
Pues ninguno puede ir
A preguntárselo á ellas.
Total fué el eclipse de la Celestina durante el siglo xviii. Ni siquiera en los sai-
neteS; que son la única forma viva del teatro de entonces, es apreciable sn influjo. El
que la había estudiado profundamente, como espejo de la vida humana y como dechado i
de lengua, era aquel reflexivo y terenciano ingenio, maestro intachable de la técnica se-
vera, que restauró á fines de aquella centuria la olvidada comedia de costumbres, vis-1
tiendo (según su dicho) á la Musa de Moliere de «basquina y mantilla^> . Ya hemos visto
cómo juzgó la obra de Eojas en sus Orígenes del teatro. Pero además alude á ella enj
aquel esbozo de poética dramática que encabeza como prólogo la edición definitiva de susí
obras: «La comedia pinta á los hombres como son, imita las costumbres nacionales y
» existentes, los vicios y errores comunes, los incidentes de la vida doméstica Imi-
»tando, pues, tan de cerca á la naturaleza, no es de admirar que hablen en prosa 1oí|
(!) L'Espagne sous Ferdinand VII, par le Marquis de Custine. Bnixelles, 1838. Tomo li
página 232. La carta á que coi responde este trozo lleva la fec'ia de 25 de abril de 1831.
INTRODUCCIÓN clvii
» personajes cómicos; pero no se crea que esto puede añadir facilidades á la coniposi-
:> ción. Diffictle est proprie couimunia dicere. No es fácil hablar en prosa como habla-
»ron Melibea y Areusa^ el Lazarillo, el picaro Guzmán, Monipodio, Dorotea, la Trifaldi,
» Teresa y Sancho. No es fácil embellecer sin exageración el diálogo familiar, cuando se
»han de expresar en ól ideas y pasiones comunes; ni variarle, acomodándole á las
» diferentes personas que se introducen; ni evitar que degenere en trivial 6 insípido, por
» acercarle demasiado á la verdad que imita» ('). La prosa dramática de Moratín, cuyo
primor es incontestable, aun para los que no hacen la debida justicia á su iugciiio
cómico, se fprmó con el estudio de los castizos modelos que indica, á los cuales hu-
biera podido añadir los personajes de Lope de Rueda, que también le eran familiares.
Todo esto debió á la Celestina el teatro español, aun en sus postreras evolucio-
nes (-). y no es menor la deuda que con el numen de Fernando de Rojas contrajo nues-
tra novela. Aparte de las imitaciones directas, en cuyo estudio vamos á entrar y que
por su número y su valor son una de las más curiosas y ricas manifestaciones de la lite-
ratura del siglo XVI, no hay obra alguna fundada en el estudio del natural que no tinga
en Rojas su ascendencia, aunque sea remota é invisible. Pero no conviene exagerar
esta tesis, porque nunca es uno solo, son muchos los hilos de que se teje la historia
literaria, muchas las acciones y reacciones que toda obra de arte implica, muy profunda,
á veces la diferencia entre cosas que á primera vista parecen análogas. Sólo en el sen-
tido vago y general que hemos indicado puede admitirse el parentesco entre la Celes-
tina y las novelas picarescas. Puede haber, y hay, analogía entre ciertos tipos cómicos;
la hay más segura en la crudeza franca y brutal del procedimiento, en la objetividad
impasible, en la falta de misericordia con que está presentado el espectáculo de la vida,
en aquella especie de pesimismo desengañado y sereno que se cierne sobro la miseria
social y en cierto modo la idealiza. Pero aquí paran las semejanzas, porque el mundo
de la novela picaresca, aunque confina con el del drama lupanario, no se confunde
jamás con él. La novela picaresca nunca fué novela de amor, ni siquiera de lujuria; al
contrario, uno de sus caracteres es la poca importancia que concede á las relaciones
sexuales. Es un género esencialmente misógino, en que la expresión es á veces cínica,
pero el pensamiento rara vez puede tacharse de licencioso. Hubo en el siglo xvii nove-
las picarescas de mujeres como La Pícara Justina (3), Teresa de Manzanares^ La dar.
(') Obras dramáticas y Úricas de D. Leandro Fernández de Moratin, entre los Arcades de Roma,
Inarco Celenio. París, imprenta de Augusto Bobeé, 1825, tomo I, pág. XXIÍI.
O No han faltado en estos últimos años algunas curiosas tentativas para refundir la Celestina
en forma representable. Impreso corre el libreto de una ópera del maestro catalán D. Felipe Pedrell
no cantada hasta ahora: La Celestina, tragicomedia lírica de Calisto y Melibea (Barcelona, 190r?, tipo-
grafía de Salvat). Y al tiempo mismo de corregir estas pruebas ha sido representado en el Teatro
Español de Madrid nn arreglo dramático de la Celestina, debido á la pluma del juicioso y elegante
critico D. F. Fernández de Villegas. Enemigo, como soy, de toda clase de refundiciones, no puedo
aprobar estos ensayos, pero sí el loable entusiasmo y la buena conciencia artística de sus autores.
(^) Fr, Andrés Pérez, ó quienquiera que sea el autor de este curiosísimo libro publicado
bajo el nombre del licenciado Francisco López de Ubeda, marca perfectamente su carácter en el
Prólogo al Zecíor: «No es mi intención, ni halla: ás que he pretendido contar amores al tono del
Mibro de Celestina; antea, si bien lo miras, he huydo de esso totalmente, porque siempre que de
Desso trato, voy á la ligera, no contando lo que pertenece á la materia de deshonestidad, sino lo
íque pertenece a los hurtos ardidosos de Justina; porque en esto he querido persuadir y amonestar
cLviii ORÍGENES DE LA NOVELA
duna de Sevilla^ pero más bien que rameras y alcahuetas son estafadoras j ladronas; lo
que importa al autor j lo que con fruición describe son sus hurtos, no sus deshonestida-
des, que sólo sirven de anzuelo ó cebo para pescar incautos. La novela picaresca, no ya
en estos productos degenerados de arte compuesto, sino en sus primeras y enérgicas per-
sonificaciones, en Lazarillo, en Guzmán de Alfarache, en el Buscón D. Pablos, es la epo-
peya cómica de la astucia y del hambre, la expresión de un feroz individualismo que no
carece de cierta grandeza humorística. Para tales héroes, estoicos de nuevo cuño, los de-
leites carnales no pasan de un apetito grosero, tan pronto satisfecho como olvidado; en
su vida holgazana y errante, cuajada de aventuras que siempre tienen una base econó-
mica^ la áspera y viril pobreza los hace relativamente castos, no por virtud, sino por falta
de sensualidad. Los livianos y fugitivos lances de amor nada pesan en su destino ni en
su carácter. Si la mancebía se columbra, es bajo su aspecto más odioso y nada festivo.
Pero dejando aparte este género, del cual trataremos ampliamente en su día, basta
para la gloria del autor de la Celestina haber inspirado más de una vez á Cervantes.
No me reñero á La Tía Fingida^ pues cada vez me persuado más de que esta exce- '
lente novela no salió de su pluma, á pesar de los eruditos alegatos que hemos leído en
estos últimos años. Doña Clara de Astudillo y Quiñones es una copia fiel de la madre
Celestina, pero tan fiel que resulta servil, y no es este el menor de los indicios contraía
supuesta paternidad de la obra. Cervantes no imitaba de esa manera que se confunde
con el calco. Un autor de talento, pero de segundo orden, bastaba para hacerlo. Quizá
el tiempo nos revele su nombre, acaso oscuro y modesto, cuando no desconocido del
todo; que estas sorpresas suele proporcionar la historia literaria, y no hay para qué vin-
cular en unos pocos nombres famosos los frutos de una generación literaria tan fecunda
como la de principios del siglo xvii.
Pero hay en las novelas auténticas de Cervantes, y más todavía en sus entremeses,
tantos vestigios del libro que él llamaba divino^ que sin recelo de contradicción podemos
afirmar que de todas las obras compuestas en nuestra lengua, ninguna influyó tanto en el
arte y estilo de Miguel Cervantes como ésta. Rinconete y Cortadillo^ El Celoso Extremeño^
El Casamiento Engañoso y el Coloquio de los Perros acreditan por varios modos esta in-
fluencia, que no es necesario puntualizar, puesto que está á la vista de cualquier persona
))que ya en estos tiempos laa mugares perdidas no cesan sus gustos para satisfacer a su sensualidad,
*que esto fuera menos mal, sino que hacen desto trato, ordenándolo a una insaciable codicia de
»dinero. De modo que máa parecen mercaderas, tratantes de sus desventurados apetitos, que enga-
))ñadas de sus sensuales gustos, Y no solo lo parece assi, pero lo es; demás que a un hombre cuerdo y
»honesto, aunque no le entretuvieran lecturas de amores deshonestos, pero enredos de luirtillos gra-
»ciosos le dan gusto, sin dispendio de su gravedad, en especial cen el aditamento de la resumption y
»moralidad Y deste naodo de escriuir no soy yo el primer Autor, pues la lengua latina, entre aque-
»lla8 a quien era materna, tiene estampado mucho do esto, como se verá en Terencio, Marcial y otros,
Da quien han dado benebalo oido muchos hombres cuerdos, sabios y honestos». (Libro de Entreleni-
miento de la Picara lustlna, en el qaal dehaxo de gradónos discursos se encierran prouechosos auisos..
Impreso en Medina del Campo, por Chritoual Lasso Vaca. Año M.DO.V. Hoja 2 del prólogo,
A pesar de eso, en otro prólogo sumario, cuenta la Celestina entre sus modelos: «no hay
«enredo ea Celestimt, chistes en Mom'O, siniplejas en Lázaro, elegancia en Guevara, chistes ea
jyEufrosina, enredos en Patrañuelo, cuentos en Asno de oro, y generalmente no hay cosa buena ea
))romancero, comedia ni poeta español, cuya nata aqui no t^nga, cuya quinta esencia no saque».
En la lámina alegórica que va al frente de esta primera y rara edición, la madre Celestina j
navega en el mismo barco que el Picaro Guzmán de Alfarache; Lazarillo, en un barquichuelo.
INrROüUCCIüN oLix
mediauamente versada en nuestras letras. Todavía percibo más sabor celestinesco en al-
gunos entremeses, tales como El Viejo Celoso^ La Cueva de Salamanca^ EL Ual'uui Viu-
do^ La Qíiarda Cuidosa j El Vixcaiuo Fingido^ obrillas de picante y sabroso donaire
que por la alegre desenvoltura con que se escribieron recuerdan la manera libre j
desenfadada de principios del siglo xvi más bien que el estilo habitual de Cervantes,
Contra lo que pudiera esperarse, no abundan en D. Francisco de Quevedo las refe-
rencias á la Celestina. Sólo recuerdo ésta en el prólogo que puso á la Eufrosina caste-
llana, traducida por su amigo D. Fernaudo de Ballesteros y Saavedra, que va reimpresa
en este tomo: «Focas comedias hay en prosa de nuestra lengua, si bien lo fueron todas
» las de Lope de Kueda; mas para leídas tenemos la Selvagia^ y coa superior estimación
» la Celestina^ que tanto aplauso ha tenido en todas las naciones» . La manera profun-
damente original, pero artificiosa y violenta, del gran satírico, contrasta con el apacible
y llano decir de la antigua tragicomedia; pero hay una obra de su juventud, escrita en
diverso estilo, donde se encuentran palpables reminiscencias de fondo y forma. Casi
todo lo que el Buscón D. Fablos nos cuenta de su madre en el capítulo primero de su
historia, y lo que se contiene en la estupenda carta de su tío el verdugo de Segovia,
Alonso Ramplón, trae á las mientes algunas páginas de la Comedia de Calisto:
«Hijo (dice Celestina á Pármeno)... prendieron quatro veces a tu madre, que Dios
»aya... e avn la vna le levantaron que era bruxa, porque la hallaron de noche con vnas
» candelillas cojiendo tierra de una encruzijada, ela tovieron medio dia en vna escalera
» en la pla9a puesta, vno como rocadero pintado en la cabera; pero no fue nada: algo
»han de suffrir los hombres en este triste mundo para sustentar sus vidas e hourras... Eu
y>todo tenia gracia: que en Dios // en ¡ni conscie?icia^ avn en aquella escalera eslava e
•»parescia que a todos los debaxo no tenia en vrm blanca^ según su meneo e jpresencia...
»Todo lo tuvo en nada; que mil vezes le oya dezir: si me quebró el pie, fue por mi bien,
» porque soy más conocida que antes» (Aucto YII). Quevedo retoca el cuadro con feroz
humorismo, pero no hace olvidar la intensa socarronería del bachiller toledano.
Entre los autores del siglo xvii ninguno admiraba tanto la Celestina.^ y nadie, salvo
Lope de Vega, llegó á imitarla con tanta perfección como Alonso Jerónimo de Salas
Barbadillo. Pero este peregrino ingenio y agudo moralista, cuyo nombre renace en
nuestros días más por codicia bibliománica que por afición sincera, merece atento
y particular estudio, que pensamos dedicarle cuando el orden cronológico le traiga á
esta galería de novelistas. Ahora sólo le citamos para recordar el notable elogio que en
la dedicatoria de El Sagax Estado (1620) hizo de la Celestina, mostrando por cierto
singular ignorancia respecto de sus continuaciones: «En Castilla no tenemos mas que
»una (comedia en prosa), que es la Celestina.^ bien que esta, aunque vnica, es de tanto
> valor, que entre todos los hombres, doctos y granes^ aunque sean los de mas recatada
» virtud, se ha hecho lugar, adquiriendo cada dia venerable estimación, porque entre
» aquellas burlas, al parecer livianas, enseña vna doctrina moral y católica, amenazando
>con el mal fin de los interlocutores a los que les imitaren en los vicios» (*).
[ De las imitaciones directas de la Celestina trataremos ampliamente en el capítulo
%ue sigue.
O El Scifjiz Estado marido examinado Autor Alonso Gerónimo de Salas Barbadillo. Año
¡S20 En Madrid, por Juan de la Cuesta, hoja 11 de los preliminarea, sin foliar.
orígenes de la novela
XI
Primeras imitaciones dk la «(CELESTiyA». — ^(Égloga», de D. Pedro Manuel db
Urrea,— Su «Penitencia de Amor)>. — Farsa' de Ortiz de Stúñiga. — Romance
ANÓNIMO. — Rodrigo de Reinosa v otros autores de pliegos sueltos. — kCelestina»
versificada, de Juan Sedeño. — Comedias «Hipólita», «Seraphina» y «Thebayda»,
de autor anónimo. — Francisco Delicado y su «Retrato de la Lozana Andaluza».
— Escasa influencia del Aretino en España: refundición del «Coloquio de las
Damas», por Fernán Xuárez. — Continuaciones legítimas de la obra de Fernando
DE Rojas. — «Segunda Celestina» ó «Resurrección de Celestina», de Feliciano
DE Silva. — «Tercera Celestina», de Gaspar Gómez de Toledo. — «Tragicomedia
DE Lisandro y Roselia», de Sancho Mcñón. — La «Celestina» en Portugal;
imitaciones de Jorge Ferreira de Vasconcellos: la comedia «Euphrosina». — Su
TRADUCCIÓN, POR BALLESTEROS Y SaAVEDRA. — OtRAS IMITACIONES CASTELLANAS DE LA
«Celestina», — «Tragedia Policiana», de Sebastián Fernández. — «Comedia Flo-
RiNEA», DE Juan Rodríguez Florián.— «Comedia Selvagia», de Alonso de Ville-
gas.— «Comedia Selvaje», de Joaquín Romero de Cepeda. — «La Dolería del sueño
DEL mundo», comedia ALEGÓRICA DE PeDRO HuRTADO DE LA VeRA. — « La LeNA» Ó
«El Celoso», del capitán D. Alonso Velázquez de Velasco.
El más antiguo de los imitadores de La Celestina fué el procer aragonés D. Pedro
Manuel de Urrea, hijo segundo de los condes de Aranda y autor de un notabilísimo
Cancionero impreso en Logroño en 1513 (')^ que sale mucho de la monotonía de los
libros de su clase, y anuncia, á lo menos en esperanza, un poeta sincero y humano. Ya
en otra ocasión {^) hemos procurado trazar los rasgos característicos de su simpática
fisonomía, que dan tanto precio á algunos de sus villancicos y á sus composiciones de
índole personal y doméstica, Aquí sólo nos incumbe tratar de las dos obras (descono-
cida una de ellas hasta nuestros días) en que ensayó la imitación de la famosa Tragi-
comedia^ catorce ó quince años después de publicada,
(') Cancionero de las obras de D. Pedro Manuel de Urrea.
Fol. Let got. de XLIX hojas foliadas y dos más sin foTutura, una al principio con la Tabla j Ij
y otra al fin con el colofón: «Fue la presente obra emprentada en la mny noble y muy leal ciudad
»de Logroño a costa y espensas de Arnao Guillen de Brocar, maestro de la emprenta en la dicha
»ciudad. E se acabo en alabanca de la Santisima trinidad a siete di-as del mes de Julio. Año del
»na?cim¡en*o de nuestro Señor Jesucristo mil y quinientos y trece años.» El texto está impreso á j -j
dos y tres columnas.
Es una de las impresiones más elegantes y primorosas de aquel tiempo, como cuadraba á la con-
dición aristocrática del poeta. La Égloga empieza al dorso del folio XLIV y llega hasta el XLÍX.
Hay una reimpresión moderna en la Biblioteca de escritores aragoneses costeada por la Diputa-
ción Provincial de Zaragoza. (Cancionero de D. Pedro Manuel Ximenez de Urrea... Zaragoza, im-
prenta del Hospicio Provincial, 1878). Escribió el prólogo D, Martín Villar, aniiguo profesor de la]
Univereidad cesaraugustana. PP, 4Ó3-479 está la égloga.
(-) Antología de poetas líricos castellaas, tomo Vil, pp. CCLIV-CCLXXX. ^
INTRODUCCIÓN ótí\
La primera de estas imitaciones se halla al fiu de su Caneionero con el éncaberft-
miento siguiente:
Égloga de la Tragicomedia de Calisto y Melibea^ de prosa trotada en metro, por
Don Pedi'o de Urrea, dirigida á la condesa de Aranda, su madi'e.
Es muy probable que este fragmento se representase en alguna fiesta de familia; á
lo menos el autor le tenía por representable, según las prevenciones que hace en el
Argumejito:
«Esta égloga ha de ser hecha en dos vezes: primeramente entra Melibea, y luego
^> después Calisto, y pasan ally las ra9ones que aquí parescen, y al cabo despide Melibea
»a Calisto con enojo y sálese el primero; y después luego se va Melibea, y torna presto
» Calisto muy desesperado a buscar a Semprouio, su criado, y los dos quedan hablan-
»do, hasta que Sempronio va a buscar a Celestina para dar remedio a su amo Calisto.
»Está trovado esto hasta que queda solo Calisto, y ally acaua; y por no quedar mal
^> vanse cantando el villancico que está al cabo.»
El título de égloga y la forma metrificada han sido sugeridas, á no dudarlo, por el
ejemplo de Juan del Enzina. Urrea mismo indica la división en dos escenas cortas que
contienen menos de una cuarta parte del texto original del primer acto ('). No puede
creerse de ningún modo que este solo le fuese conocido, ni que trabajase sobre un
manuscrito, puesto que en 1513 existían ya siete ú ocho ediciones castellanas de la
Celestina, unas con el texto en diez y seis actos y otras con el definitivo de veintiuno.
Si levantó Urrea la mano del trabajo, bien excusado, de versificarla, sería por cansancio
ó por haber encontrado más dificultades que al principio, ó sencillamente porque creyó
que bastaba con aquella pequeñísima parte para construir una sencilla fábula ó más
bien un diálogo semidramático, sin acción, nudo ni desenlace, como los que entonces
se estilaban.
Entendemos que á Urrea alude, y no á otro, el P. Baltasar Gracián cuando atribu-
ye toda la Celestina á un encubierto aragonés: desatino de marca, pero que puede tener
explicación. Gracián, que era hombre de mucha y varia lectura, pero no erudito de
profesión, conocía probablemente el Cancionero de Urrea, y al encontrarse allí con un
fragmento de la Celestina en verso, en que nada se dice del autor primitivo, pudo pen-
sar que el hijo de la condesa de Aranda había versificado su propia prosa. En los
versos acrósticos no se fijó, ó no les dio valor, y acaso su ejemplar careciese de ellos,
como carecen algunas Celestinas tardías. Por lo demás, con decir que Urrea, nacido
probablemente en 1486, tendría á lo sumo doce ó trece años cuando se publicó por
primera vez la Celestina, queda demostrada la imposibilidad física de tan extravagante
atribución (*).
Lo que prueba su Égloga, que no creemos muy anterior á la fecha del Cancio-
nero O, es la inmensa popularidad de que ya gozaba la obra original de Fernando de
(') En la primera reproducción hecha por Foulché-Delbosc de la Comedia de Calisto y Melibea
(1900) este acto ocupa desde la pág. 6 á la 37. El trabajo veraificatorio de Urrea no alcanza más que
hasta la pág. 17.
(^) Consta por sus propios versos que Urrea se casó á los diez y nueve años. Sus capitulacio-
nes matrimoniales llevan la fecha de 1505.
(^) La Tabla lleva este encabezamiento: «Tabla de las obras que hay en este Cancionero, troba-
fdaB por D. Pedro Manuel de Urrea, acabado todo lo que en él se contiene hasta XXV años.'»
OEÍQBNES DE LA NOVELA.— 111. — k
Q%X|l
ORÍGENES DE LA NOVELA
Kpjas y el carácter dramático que todos la atribuían. Y prueba también la facilidad y
soltura de rimador que tenía Urrea, puesto que en sus coplas octosilábicas se ciñe de
tal suerte í»1 texto de Eojas, que más bien le calca que le traduce, con cierto desaliño
sin duda, pero mostrando verdadero instinto del diálogo escénico. Yéase la primera
escena de la Égloga^ y cotéjese con el texto de la Celestina que va al pie (^):
CALISTO
Yeo en esto, Melibea,
La gran grandeza de Dios.
MELIBEA
¿En qué, Caliste, veys vos
Cosa que tan alta sea?
CALISTO
En dar poder á natura
Que de perfeta hermosura,
Acabada, te dotase,
Y a mí que verte alcanoasse
Sin merecer tal ventura.
Y en lugar donde me viese
Grozar de tanto fauor,
Que mi secreto dolor
Manifestar te pudiesse.
Sin duda tal galardón
Es mayor en deuocion
Que obras de sacrificio.
Aunque por tal exercicio
Espero yo saluacion.
¿Quién vio nunca en esta vida
Un cuerpo glorificado
Como el myo, que ka mirado
Yna cosa tan sentida?
Por cierto, todos los santos,
Donde gozan de sus cantos
Mirando a nuestro señor,
No tienen gloria mayor
Que yo en ver plazeres tantos.
Somos en esto apartados:
Que la gloria que poseen
Por muy perpetua la veen,
Sin ser de alli derribados:
Mas yo me veo alegrar
Con recelo de dexar
Tu vista y acatamiento,
Recelando el gran tormento
Que en absentia he de pasar.
MELIBEA
¿Por gran premio, por tu fe,
Tienes aqueste. Caliste?
(*) Calisto. — En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
Melibea. — En qué, Calisto?
Calisto. — En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotasse, y fazer a mí inmé-
rito tanta merced que verte alcan9ase, y en tan conueniente lugar, que mi secreto dolor manifes-
tarte pudiesse. Sin duda incomparablemente es maj'or tal galardón que el seruicio, sacrificio, deuo-
cion y obras pias que por este lugar alcan9ar tengo yo a Dios offrecido, ni otro poder mi voluntad
humana puede complir. Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como agora
el mió? Por cierto los gloriosos santos que se deleitan en la visión diuina, no gozan más que yo
agora en el acatamiento tuyo. Mas, o triste! que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican
sin temor de caer de tal bienauenturanza, y yo mixto (a) me alegro con recelo del esquino tormento
que su absencia me ha de causar.
Melibea. — Por gran premio tienes esto, Calisto?
Calisto. — Téngolo por tauto en verdad, que si me diesse en el cielo la silla sobre sus santos,
no lo ternia por tanta felicidad.
Melibea, — Pues aun más ygual galardón te daré yo, si perseueras.
Calisto. — O bienauentüradas orejas mias que indignamente tan gran palabra aueis oydo!
Melibea. — ... A'^ete, vete de ay, torpe, que no puede mi paciencia tolerar que aya subido en cora-
9on hutpano comigo el ylicito amor comunicar su deleyte...
(a) Misero leen desatinadamente muchas ediciones. Las primitivas dicen mixto ó misto, j así debe de ser,
puestp. que Calisto compara sacrilegamente sa estado, en que se mezclan la bienaventaranza y el recelo, con
el puro estado beatífico.
y
INTRODUCCIÓN
CLXIII
CAUSTO
Por tanto, en esto que he visto,
Como agora te diré:
Que si Dios me diesse arriba
A esta mi alma catiua
La gloria del alto cielo,
No tendría más consuelo
Que con esto que me aviua.
MELIBEA
Pues avn más galardón
Te daré si perseueras.
CALISTO
Mis orejas placenteras
Bien aventuradas son,
Que indignamente an oydo
Palabra de gran sonido.
Mas serán desventuradas
Tus orejas bien aosadas,
Después de averme entendido...
Yete ya, torpe, de ahí
Cual onbre mucho liuiano,
Que en un cora9on humano
No cabe servir a my.
Que no tomo con paciencia
Que, en absencia ni en presencia,
Un muy ylícito amor
Piense ningún amador
Comigo alcanzar de e9encia...
Agora se va Calis to, y sálese Melibea^ y
luego vuelve buscando sus criados.
No faltan en esta versión métrica ripios é incorrecciones graves, palabras impro-
pias y algunos barbarismos, ó si se quiere formas dialectales, en la conjugación:
Y las caydas que daron
Los que como tú amaron...
Pusiéndome inconvenientes.
ürrea era un improvisador y no se paraba en barras, pero el efecto general de sus
versos es agradable (*).
Mucho menos vale su prosa en la única muestra que conocemos de ella, y que tam-
bién se enlaza con la Celestina por derivación muy inmediata. Esta pieza rarísima, indi-
cada por Brunet, que por cierto equivoca dos veces el apellido de su autor f), es la
Penitencia de Anior^ estampada en Burgos por Fadrique Alemán de Basilea, en 1514 i^).
(') El villancico coa que termina la Égloga es de los más endebles de su autor, que los compuso
I primorosos, pero se inserta aquí por ser lo único original que ürrea puso en su imitación:
Téngase siempre alegría
iJo puede auer esperanza,
Que todo hace mudanza.
La rueda do la ventura
Siempre anda en su mouer,
En vna mano el plazer
Y en la otra la tristura.
No desmaye la cordura
Do puede auer esperanza,
Que todo haze mudanza.
Do el de'scanso haze asiento
El pesar hace morada,
Que ventura está fundada,
En sus hechos, sobre viento.
Muy poco dura el tormento
Do puede auer confianga,
Qae tudo haze mudanza.
Fin.
Y así que nanea el consuelo
Se tarda ni durará.
Que lo que en ventura está
Todo se pasa de vuelo.
Pues no tengamos recelo
Do puede auer esperanza,
Qae todo haze mudan9a.
(*) En el tomo IV del Manuel du libraire, p. 478, le llama Vebra; en el V, p. 1146, Verrea.
(*) Penitencia de amor compuesta por don pedro manuel de Vrrea.
iColofon): «Fue la presente obra emprentada en la muy noble y muy leal ciudad de Burgos
»a cosías y espensas de Fadrique, alemán de Basilea, maestro de la emprenta en la dicha ciudad. £
cLMv orígenes de la novela
El antiguo impresor de la Comedia de Calisto conservó en el frontispicio de la Peniten-
cia^ cambiando los nombres de los personajes, uno de los grabados de la obra que
Ürrea imitaba, fácil, en efecto, de transportar de una composición á otra, puesto que
Finoya y'Darino, en la novelita del ingenio aragonés, corresponden á Melibea y Calis- '
to, y los criados Renedo y Angis á Sempronio y Pármeno. Faltan Areusa, Elicia, Lu- i
crecia y sobre todo Celestina, es decir, la salsa del pescado de la tragicomedia, que sin |
intervención de la vieja barbuda será insípida siempre. La parte cómica se reduce á i
unas octavas de arte menor que el poeta llama «pullas honestas», y son un pugilato !
de groseras desvergüenzas cambiadas entre dos lacayos. Todo lo restante está en prosa.
El fin de la obra quiere ser ejemplar, aunque por distinto rumbo que el de la Celestina^ i
para lo cual se altera el desenlace de la manera que veremos; pero hay, no sólo detalles .
licenciosos, sino una escena de brutalidad sin ejemplo, esmaltada con sentencias como i
ésta: «El mayor plazer es pecar mortalmente; los que no gozan desto no tienen desean -
»so». Ninguna de las blasfemias de Calisto llega á ésta ('). \
¡Extraños tiempos aquellos en que un caballero tan distinguido como Urrea, que en i
varias poesías de su Cancionero muestra haber sido capaz de las más sanas inspiracio-
nes y de los más delicados sentimientos, osaba hacer presente de tal farsa como la .
Penitencia á su madre la condesa de Aranda, con la leve salvedad de decir en el pro- j
logo: «Esta obrezilla, por ser toda su calidad cosa de amores, parece que se aparta de |
■» la condición y virtud de vuestra señoría; pero porque todo lo que yo hiziere no puede |
»ni deve yr dirigido a otri, embio también esto como lo otro que de mí tiene vuestra '
■» señoría.» j
Esta dedicatoria ofrece otros puntos curiosos. El autor no hace profesión de origi-i
nalidad, sino todo lo contrario. «Ya no va nadie a infierno syno por lo que otros an |
»ydo; ninguno puede hazer ni dezir cosa que no paresca a lo dicho y hecho; nadie
» puede trobar sino por el estilo de otros, porque ya todo lo que es a sido.» Se remon- !
ta á Terencio como padre del género en que ejercita su pluma. «Esta arte de amores i
»8e acabo en alabanza de la sanctissima trinidad a V'üj dias del mes de Junio. Año del nascimiento
»de nuestro Señor jesucliristo de Mil y quinientos y quatorze años».
A la Penitencia siguen poesías de Urrea, que ninguna relación tienen con ella, y pueden consi
dorarse como un pequeño suplemento de su Cancionero.
No conozco este rarísimo opúsculo más que en la reproducción de la Biblioteca Hispánica
(tomo X). Penitencia de Amor (Burgos, 1514). Reimpresión publicada por R. Foulché-Delbosc (Bar
celona, tipografía «L'Aven^», 1902).
Vid. además Revue Hispanique, 1902, pp. 200-215. '
(*) Su efecto no se destruye ni con el inmediato castigo de los amantes, ni mucho menos con j
una piadosa oración que pronuncia Darino, porque ésta se halla al principio de la obra (pág. 8) y lij '
escena de la violación de Fiuoya al fin (pág. 66), después de los chistes de cuerpo de guardia cor ¡
que se obsequian Renedo y Santoyo.
Por lo demás, no puede dudarse de la ortodoxia de Urrea, y aun del recelo que le inspiraba| ^
las especulaciones filosóficas. Así lo indica este curioso pasaje: j ■
(íDarino. — Dexa de hablaren la filosofia natural: todos los filósofos se perdieron; Dios es sobi
»natura. Como harás tú creer a un filosofo, que cree las cosas naturales, que Dios esté en la osti
»que es carne suya y el vino sangre? No creen lo que Dios manda, syno lo que ellos pueden coni
Dpronder. Saben la física y no saben en lo de Dios; el mayor filosofo dixo que el mundo nunca tu
joprincipio ni tendría fin: mira qué grande eregia! No hables de filósofos falsos, que materia tea
»m09 entre manos de qué hablar» (pág .'í8).
INTRODÜCCIOlí CLTV
>estáyamuy vsada en esta manera por cartas y por (jenas (escenas) que dize el Teren-
»GÍo, y naturalmente es estylo del Terencio lo que hablan en ayuntamiento; mas esta es
v>cosa quel estylo no se puede quitar ni vedar, pues que las mismas razones no sean.»
Pero en verdad no fué Terencio su modelo, ni era posible que lo fuese, ürrea,
aristocrático aficionado, que á ratos aparentaba desdeñar la «trabajosa vanagloria do la
» pluma, pues ay otras cosas en que mas cavallerosamente se puede exercitar el enten-
» dimiento con otros passatiempos seguros de reprensiones», no tenía más que leve tintu-
ra de estudios clásicos, á pesar del alarde que hace de sembrar por su diálogo senten-
cias de Séneca tomadas de alguno de los florilegios morales que entonces se manejaban
tanto (^). En lo que estaba positivamente versado era en la poesía italiana, sobre
todo en la del Petrarca (■)]y en la literatura española de su tiempo. Dos libros se halla-
ban entonces en el momento culminante de su éxito: la Celestina y la Cárcel de Amor.
ürrea, sin hacerse cargo de la radical oposición del sentido artístico de ambos
libros, ni de la profunda desemejanza de su plan y estilo, intentó fundirlos en uno solo,
no olvidando tampoco sus hábitos de poeta cortesano. Resultó de aquí una producción
híbrida, de la cual puede formarse idea por el argumento con que el mismo autor la
encabeza:
«Hubo vn cauallero llamado Darino, hijo de Galmaux y de Volisa, el qual andan-
» do vn dia solo a cauallo, paseando, llegó a vn castillo y casa fuerte en muy gentil
» acatamiento puesto." Vio a la ventana a Finoya, muy gentil dama, hija de Nertano y
»de Solona, donde con mucho contentamiento y turbación llegó a hablar con ella, y
» acabadas sus razones partióse della muy cativado de su amor, y sin reposo voluiendo
»á su posada procuró con dos criados de los suyos de quien él mas fiaua (al vno llamauan
» Renedo y al otro Angis) para que con todas sus fuer9as y mañas hiziesen que Finoya
» recebiese vna carta de Darino. Fue tal la diligencia y astucia de sus criados, que
áalcan9Ó Darino al principio re9ebir cartas de Finoya y al cabo g09ar de su persona;
» y aunque las cosas que algún tiempo duran de continuo son sabidas y descubiertas,
;>esto en breue tiempo fue sabido; por donde Nertano, padre de Finoya, sabiendo esto,
» aguardó a Darino y tomóle. La segunda vez que entró en su casa halló a los dos
»juntos tomando sus retraydos deleytes, el cual metió en vna torre a Finoya con sus
» doncellas, y en otra a Darino con sus criados, y todos hicieron penitencia allí en
2> aquellas torres hasta el cabo de sus dias.»
(') Hasta siete veces, salvo error, está alegado Séneca. De Ovidio hay una cita (Art. Amat,,
I, 3-£): «Que, como dice Ouidio; por arte de los remos y velas van las fustas por la mar, por arte son
íligeros los carros y carretas y por arte se a de regir el amor.» De Ju venal otra que parece corres-
ponder á la sátira décima (328-329): «Y Ju venal dize: las mugeres o aman ardiendo o aborrecen mor-
i'talniente.»
(') No sólo le imita á menudo en sus versos, sino que le cita en la Penitencia (pág. 9): «Bien
»dize Petrarclia quel morir es un salir de presión, y que no es triste syno para los que tienen pues-
»to8 los vanos cuydados en el lodo deste mundo.»
También alude á_,Serapliino Aquilano (pág. 58): «No eabes lo que dize Serafino, poeta aqnilano?
»qne aunque sean dos ombres de vna condición no son de vna ventura, syno que pueden ser
•^muy diferentes. De vn mismo árbol, de la vna rama hazen un crucifixo que todo el mundo lo adora,
i)y del otro hazen vna horca o lo hechan en el tajo; y en un mismo campo sembrada vna misma
Bsiiui.ate, la metad della comen los ganados y del otro se haze una ostia y viene Dios a estar en
sella.»
I
cLxvi OEÍGENES DE LA NOVELA
La obrita de Urrea no es enteramente dramática, ni tampoco novelesca. Ninguna
parte de ella está en narración, sino toda en razonamientos y cartas. En los primeros
imita algunas veces á Fernando de Eojas (^); pero el tipo de Diego de San Pedro es el
que predomina, no sólo en la parte epistolar, sino en la retórica culta y alambicada del
estilo. La acción, que es de suma pobreza, está desarrollada con simétrica monotonía,
A cada una de las cartas de Darino á Finoya y viceversa se agrega un presente sim-
bólico, que por lo común es una joya de oro labrado, acompañada de un mote en verso.
Algunos son ingeniosos, y del mismo gusto galante y amanerado que otros que se
leen en el Cancionero general. Envía Finoya á Darino una vihuela sin cuerdas, y dice
la letra:
No tienes más esperanza
De alcaüQar lo que concuerdas,
Que esa de tañer syn cuerdas.
Envía Darino á Finoya unos ruiseñores y dice la letra:
Cantarán éstos de amores;
Yo, avnque callo,
Lloro por los desamores
Que en ty hallo.
En el desenlace, sugerido indudablemente por la Cárcel de Amor., se nota la misma
falta de originalidad y brío. «En la torre de mano derecha (dice Nertano) estareys vos,
» Finoya, con vuestras doncellas... y vos, Darino, estareys en la torre de mano iz-
» quierda, y vosotros tendreys cargo de la manera que se a de regir. No he querido
» daros muerte a vos, hija, porque el cora9on no lo ha sufrido; y a vos, Darino, no he
» querido mataros, porque peneys mas. La fama que se pondrá a de ser qae Finoya mi
» hija es muerta, y assi le haremos las onrras; y de Darino se dirá que se a ydo al cabo
» del mundo: vnos creerán que por veer tierras, otros que de desesperado se a ydo por
»la muerte de mi hija, que ya sabian que la quería. Vamos, que ello será tan secreto
»quanto él fue traidor.» Aquí vemos apuntar ya la máxima de A secreto agravio...
Algunos trozos de la Penitencia están bien escritos en su género sentimental y
retórico f), pero otros son mortalmente fastidiosos y el conjunto revela una pluma
(*) Esta imitación es á veces casi literal en el concepto y en la frase: «Salamon, que fue tan
Dsabio, no se enamoró de vna de las gentiles, y ella le hizo ydolatrar? y Virgilio no estuuo colgado jl
»en vn cesto que lo puso su amiga vn dia que passó por allí \\n& procéssion'i Todos los papas, empe-
dradores y reyes, gente de yglesia y del mundo, an peccado en esto más que en otro» (pág. 55).
(^) Véanse dos ejemplos breves: j '
dDarino. — Yo te beso, carta, que traes razones pensadas del gentil entendimiento de aquella j ]
»que no tiene comparación, o palabras escripias por aquella mano blanca y delicada, o papel guar- i
))dado en aquella arquilla donde tiene aquella dama el espejo y atauios sin los quales ella puede <
«parecer donde quiere y ninguna delante della...» (pág. 23). I
(íAngis. — O, quánto me pare9en mejor las trompetas en el campo que las músicas en la calle! i (
»muclio mejor las armas que los brocados, los quales se gastan más cauallcrosamente en los campos ; j
^batallando que en los destrados diziendo donayres. No han de ser los ombres todos en burlas, que i ,
»se avezan a 9ufr¡r injurias, mas las más veces vestidos de fieltro y de cuero, y morir en el campo (
»y no en la cama, llenar la barba cre9Ída, porque en todas las cosas que el ombre se puede apartar j i
»de parecer muger es razón que lo haga...» (pág. 37). j
INTRODUCCIÓN cLxvn
inexperta en el difícil arto de la prosa, á pesar del gran modelo que tenía á la vista. La
locución claudica á veces por el sentido incierto de las palabras ('), y el vocabulario
no es ni muy selecto ni muy rico (").
A pesar de su medianía, la Penitencia de Amo7\ que en España fué completamente
olvidada hasta que en nuestros días la exhumó el Sr. Foulchó-Delbosc de una biblio-
teca particular que uo expresa, tuvo en el siglo xvi los honores de una traducción
francesa ó más bien de un verdadero plagio.
El supuesto autor original de La Penitence Damour, Eenato Bertaud, señor de Ja
Grise, secretario del cardenal arzobispo de Tolosa Gabriel de Gramond Navarre, cam-
bia los nombres de los personajes, llamando Lanxarote al caballero, Lucrecia á la
dama y Themot y Michellet á los criados. Traslada íntegro el texto de Urrea, pero le
añade un final de su cosecha, en el cual, pasados siete años del cautiverio de los aman-
tes, consiente el padre de Lucrecia en darles libertad y celebrar sus bodas. Todo es al
principio regocijo y fiestas, justas y torneos, pero la dama muere al poco tiempo y su
marido determina hacer penitencia durante el resto de su vida junto al sepulcro de la
mujer á quien se lamenta de haber seducido y en cuya temprana muerte ve un castigo
de la justicia divina f ).
No fué Urrea el único poeta que intentó llevar al naciente teatro español una parte
del argumento de la Celestina. Poco posterior á su Égloga hubo de ser otra de Lope
Ortiz de Stúñiga, de la cual no conocemos hasta ahora más que su título y encabeza-
miento en el núm. 15,139 del Registrum de D. Fernando Colón: ^Farsa en coplas
sobre la comedia de Calisto y Melibea. Bic.
O «Ya trayo aconuerto de muerte: en la hora que acordé venir aqui, dexé todo quanio tenia
j)8in esperanga» (pág. 14).
aMi aconuerto va luchando con mi peligro: no me puede venir cosa que ya no la tenga enso-
Dñada» (pág. 40).
«Suele venir el aconuerto de cosa que no hay alegría» (pág. 66). . -
«Todas tus palabras son para aconfortarme, mas no me dan aconuerto quandp pienso el des-
))araor de Finoya y mi poca ventura» (pág. 55). " .,.. '
«Ya trayo mis aconuertos hechos. Dios nos guie: a él encomiendo esto, y venga lo que viniere»
(pág. 51).
Sólo en el cuarto de estos ejemplos está usada 1^ palabra aconuerto en el sentido decíconsüelo»
ó calivio», que es el que cuadra á su derivación del verbo aconhortar. -
(*) No faltan insulsos juegos de palabras que anuncian á Feliciano de Silva, v. gr. «Porque vea
ímás de cerca tu gentil figura que me tiene desfigurado-» (pág. 48). «Yo contra ti nopnedo ganar,
íporque no rae queda con qué aventurar, y no aprouecharia ser auenturero, pues que soy desuentu^
»roíío» (pág. 35). ..'i^
La lengua no ofrece particularidad notable. Los aragonesismos son raros. Sólo he notado un
por tú sola (pág. 52),
(3) La Penitece Damour, en laquelle sont plusieurs Permasiós et respoces tresutiUes et prouffita-
'iles, Pour la recreatio des Esperitz qui veullét tascher a honeste conuersation auec lesDames. Et les occas-
sions que les Dames doibuetfuyr de coplaire par trop aux pourchatz des líommes, et importuniíez qui
^ leur sont faictes souhz couleur de Seruice, dont elles se trouuent ou trompees, ou infames de leu¿r Hoii:
I wur, R. B.
' (Al fin): Cy tine la Penitence Damour nouuellement Imprime*. Mil. D. XXXVII. En 16."
El único ejemplar conocido de este libro pertenece hoy á la Biblioteea nacional de París, y
procede de la de Mr. Méon, conocido colector de los Fahliaux de la Edad Media,
(Vid. Foulché-Delbosc, iíevMe //iíjjonigue, 1902, pp. 203-205).
cLxviii orígenes de la novela
Hi de san y qué floresta
y qué floridos pradales,
Qué compaña...
En el mismo Registrum (núm. 4.083) se citan otras producciones poéticas de Lope
Ortiz (suponemos que sea la misma persona), adquiridas por el hijo de Cristóbal Colón
en Medina del Campo, á 25 de noviembre de 1524 ('), lo cual puede servir para conje-
turar aproximadamente la fecha de la Farsa, sobre cuya procedencia y coste nada se
indica.
En un pliego gótico, de dos hojas en folio, á cuatro columnas, que acaso es ejem-
plar único, encuadernado con otros igualmente rarísimos del primer tercio del siglo xvi,
poseo un compendio en verso de la Celestina, cuyo título dice de esta suerte: Romance
nueuamente hecho de Calisto y Melibea que trata de todos sus amores y de las desas-
tradas muertes suyas y de la muerte de sus criados Sempronio y Parmeno y de la
muerte de aquella desastrada mujer Celestina intercesora en sus amores (^). Habiendo
reproducido esta curiosa pieza en mis adiciones á la Primavera de Wolí f), no creo
necesario insistir sobre su carácter juglaresco y sobre la habilidad con que su incógnito
autor va fundiendo en el molde narrativo las principales situaciones de la tragicome-
dia, conservando en todo lo que puede las mismas palabras del original:
Un caso muy señalado — quiero, señores, contar,
Como se iba Calisto— para la caza cazar.
En huertas de Melibea — una garza vido estar,
Echado le habia el falcon — que la oviese de tomar,
El falcon con gran codicia— no se cura de tornar:
Saltó dentro el buen Calisto — para habellode buscar,
Yido estar a Melibea— en el medio de un rosal,
Ella está cogiendo rosas — y su donzella arrayan...
En el mismo apacible estilo prosigue todo el romance, que demuestra en el poeta
que le compuso verdadero sentido de las bellezas de la obra que imitaba.
Urrea había metrificado, aunque no íntegramente, el primer acto de la Celestina:
(*) Coplas sobre la toma de Fuenterrabía, hechas por Lope Ortiz, It. «Hágase mucha alegría. D
D. <rA. la contina os va mal.» It. un villancico. It. «Pues no queréis tener paz.» It. se siguen unas
coplas del mismo á una señora, porque trovó una glosa sobre Maldito sea Mahoma. It «Señora muy
noblecida.» D. «tan ligera me vencí.» It. un Godicillo de amores del mismo. It. «Sepan los enamo-
rados.» D. «Y por amansar su pena.» Es en 4." Costó en Medina del Campo 3 blancas, á 23 de No-
viembre de 1524.
(*) A este romance sigue un villancico:
Amor, quien de tus plazeres
Y deleites se enamora,
A la fin cnytado llora...
y un Romance que fizo un galán alabando a su amiga, del cual se conoce otra lección publicada por ,i|
Wolf (Sammlung, 276), tomada de un pliego suelto de la Biblioteca de Praga.
O Tomo IX de la Antalogia de poetas líricos castellanos, pp. 339-350.
El ejemplar que Salva (Catálogo, t. I, p. 394) ocasionalmente describe, es, según toda probabi-j i
lidad, el mismo que hoy pertenece á mi colección, y que el bibliófilo vq,lenciano vería en Inglate (
rra, en la de Mr. Samuel Turner, cuyo ex Ubrii conserva.
i
INTRODUCCIÓN cLxix
^ romancerista abarcó todo el cuadro, reduciéndole á mínima escala. Tarea mucho m4s
ardua, j tan prolija como impertinente, emprendió Juan Sedeño, natural y vecino de la
villa de Aróvalo, trasladando toda la Celestina en desaliñadas coplas de arte menor,
que sólo sirven para enaltecer por el contraste la divina prosa de Rojas. Este esfuerzo
de paciencia y de mal gusto cayó muy pronto en el justo olvido que merecía, y no ha
vuelto á ser impreso después de la rarísima edición de Salamanca, 1540 ('). Juan Sedeño
(') Sigúese la tragicomedia de Calisto y Melibea, nuetíamente trohada y sacada de prosa en metro
castellano, por Juan Sedeño, vezino y natural de Arénalo... 4." let, gót 114 pp.
(Colofón): «Acabóse la tragicomedia de Calisto y Melibea: impressa en Salamanca, a quinze dias
»del mes de deciembre, por Pedro de Castro impresor de libros. Año de mil y quinientos y quaren>
uta aBOs.D
El ejemplar de la Biblioteca nacional, que no es por cierto el bellísimo que perteneció á D. Agus-
tín Duran, carece de portada y está expurgado por Fr. Alonso Cano, calificador del Santo Oficio, en
Madrid 28 de julio de 1639.
En (i\ prólogo al lector st leen algunas especies curiosas, de las cuales pudiera inferirse que algo
había descendido la popularidad de la Celestina en 1540, si no tuviésemos tantas pruebas de lo con-
trario. Es probable que Sedeño exagerase las cosas para justificar de algún modo su inútil trabajo
de refundición.
«Escudriñando y buscando en qué mi grosera pluma exercitar pudiese, ocurrióme a la memoria
»la no menos sutil y artificiosa que útil y provechosa tragicomedia de Calisto y Melibea. La cual
Kcomo algunas veces fuese por mí leida, siempre me hallaba nuevo en ella, hallando cada vez cosas
^dignas de ser vistas y notadas; consideraba el gran provecho que a los que (no parando en la
«corteza) sacan y toman el meollo de ella se sigue. Vi asi mismo que siendo un compendio tan
«fructuoso, como todas las novedades aplazen más; a causa de algunas nuevas cosas que en deprava'
y>cion de las antiguas., de poco tiempo acá son salidas; de esta ya como raída y apartada de la memo-
nria por olvido de la gente, están las públicas tiendas de los mercaderes y libreros tan solas como
nías secretas librerías de los sabios desamparadas; y que nadie cura de leerla para sacar de ella
»la utilidad que lícitamente podía conseguir... Muchos toman gusto en las cosas nuevas, y pocos
»(aunque algunos) toman babor en las cosas antiguas; y al fin cada uno de diverso modo, y por
sesto, viend» que este breve libro por su antigüedad que entre las modernas cosas tenía, a muchos
y>era odioso y cuasi a ningún favor acepto, quise dalle favor con alguna novedad en que los lectores
'■(.se deleitasen^ y esto no quise que fuese adición de algún auto como algunos han hecho .. (a). Y como
«esta obra estuviese del todo cumplida, y de ninguna cosa falta, no me pareció justo añadir en
Bella cosa a'guna. Mudar la orden de su proceder, era en agravio de sus primeros autores, a
«quien tanta reverencia se debe. Pues considerando que todas las cosas que en metro son puestas
atraen a sus autores dos grandes provechos. Lo uno ser así a los oyentes como a los lectores más
«aceptas, y lo otro que más fácilmente a la memoria de las gentes son encomendadas: aunque con
«trabajo de mucho tiempo me dispuse a lo hacer con determinada voluntad de no adicionar ni dis-
»minuir las sentencias y famosos dichos. I por tanto al discreto lector (a cuya corrección me sorae-
Bto) suplico si coplas o versos de esta mi obrilla el debido sonido no tuvieren, no por eso me culpe,
«pues no se sufría menos, para que la sentencia del verso de la prosa no discrepase; principalmente
»en obra de tanta fatiga y trabajo; antes su elocuencia emiende aquello que emienda requiere, y lo
«demás ampare con las alas de su prudencia y discreción.»
Como muestra del trabajo de Sedeño, copio los primeros versos del acto primero, para que se
comparen con los de Urrea:
Cal. En esto veo, Melibea, Cal. En dar poder á natura
la grandeza de mi Dios que tan linda te hiciese
cnán sablinie y grande sea. y dotasse tu figura
Mel. Decid, porque yo lo vea, de tan alta hermosura
Caliste, en qaé lo veis tos. qne ninguna ignal te fnese.
a) Alade sin dnda al de Trato.
CLXX
orígenes de la novela
es principalmente conocido por autor ó compilador de nn diccionario biográfico" qué
tituló Summa de varones ilustres (^), obra de corto mérito j ninguna originalidad; pero
merece serlo con más razón por sus elegantes Coloquios de amores y bienaventuranxa (2),
los cuales, dicho sea de pasada, nada tienen que ver con la historia del teatro, como da
á entender un moderno académico (^), ni pueden calificarse de desconocidos, puesto
que en libro tan corriente como el Manual de Ticknor se da exacta idea de ellos, colo-
cándolos, en el grupo á que realmente pertenecen, es decir entre los diálogos filosóficos
j morales de Hernán Pérez de Oliva, Francisco Cervantes de Salazar j otros prosistas
didácticos de la centuria décimasexta (*). Tampoco se ha de confundir á Juan Sedeño,
como hizo Nicolás Antonio, con un homónimo, y probablemente deudo suyo, que fué
alcaide ó castellano de Alessandria della Paglia, y publicó en 1587 la primera traduc-
ción española de la Jerusalem del Tasso.
Antes de llegar á las imitaciones propiamente dichas de la Celestina, no podemos
menos de hacer notar el influjo que la parte picaresca de la tragicomedia ejerció en los
poetas semipopulares de la primera mitad del siglo xvi, cuyas composiciones se regis-
tran en pliegos sueltos góticos de extraordinaria rareza. El principal representante
Y a mí quisiese hacer,
indigno, merced tamaña,
que te alcanzase yo a ver
en lugar do mi querer
descubra mi pena estraña.
Y para mi gran pasión
juzgo yo, señora mia,
ser mayor tal galardón
que toda mi devoción
ni cualquiera otra obra pia.
Dime, si en ello has mirado,
señora de mi alvedrio,
quién ovo jamás hallado
nn cuerpo glorificado
de la suerte que está el mió.
Por cierto los muy gloriosos
ante la viva existencia
no se hallan tan graciosos,
tan contentos ni gozosos
como yo con tu presencia.
Mbl.
Cal,
Mas hay esta diferencia
de su gloria a mi placer:
que ellos gozan la apariencia
de la divina excelencia
sin temor de la perder;
yo me alegro con recelo
del tormento tan esquivo
que tu ausencia y mi gran duelo
dan a mi gran desconsuelo
en grado muy escesivo.
Tienes este galardón
por muy grande y muy crecido?
Júzgale mi corazón
por tan alto y claro don
cual otro jamás ha sido.
Si en la gloria Dios me diese,
y esto te digo en verdad,
una silla en que estuviese,
no pienso que lo tuviese
por tanta felicidad.
(1) Svmma de varones ilustres: en la qual se contienen muchos dichos, sentencias y grandes haza-
fías y cosas memorables, de Docientos y veynte y quatro famosos, ansi Emperadores, como Reyes y Ca-
pitanes, que ha auido de todas las naciones desde el principio del mundo hasta quasi en nuestros tiem-
pos por el orden de A. B. C, y las fundaciones de muchos Reynos y Prouincias... La qual recopiló
Johan Sedeño, vezino de la villa de Areualo. Año de 1551 .. En Medina del Campo, por Diego Fer-
nandez de Córdoba. Hay otra edición de Toledo, 1590.
{') Siguense dos coloquios de amores y otro de hienauenturanqa en el qual se trata en qué consiste
la bienauenturanga de esta vida, nueuamente compuestos por Juan de Sedeño, vezino de Areualo.
M. D. XXXVI. Sin lugar de impresión. 16 páginas en 4."
(') Catálogo de obras dramáticas impresas pero no conocidas hasta el presente... Por Don Emilio
Cotareln y Mori, 1902, pág. 30.
(*) «Juan de Sedeño published, in 1536, two prose dialogues on Leve andone on Ilapiness. The
»former an a more philosophical spirit and with more terseness of manner, than belonged to the
sage» (t, II de la ed. de 1863, pág. 10;. ' " ' ''
INTRODUCCIÓN CLxxr
de este género, qae llegó á los últimos límites del cinismo, es Kodrigo de Reinosa, émn-
lo de los más licenciosos poetas del Cancionero de Burlas ('). A propósito de sus Coplas
de las comadres escribió Gallardo: «Es una pintura al fresco, viva y colorada, de las
» costumbres de aquel tiempo. Pocas poesías se leerán impresas en España más libres y
» licenciosas que estas coplas. Son además graciosísimas.» En lo primero no hay duda,
porque las Coplas son verdaderamente desaforadas; pero lo segundo dista mucho de
ser cierto, porque son groseras, toscas y llenas de incorrecciones métricas. Citaremos
algunos versos de los menos malos, en que saltan á la vista las reminiscencias de la
Celestina:
Allá cerca de los muros,
Casi en cabo de la villa,
Cosas haz de marauilla
Vna vieja con conjuros,
Porque tengamos seguros
Los plazeres cadal dia,
Llámase Mari Garcia,
Sabe encantaderos duros.
Una casa pobre tiene,
Yende hueuos en cestilla,
No ay quien tenga amor en villa
Que luego a ella no viene...
Está en missa y processiones,
Nunca las pierde con tino,
Missas dalva yo esmagino
Son las más sus deuociones;
Jamas pierde los sermones,
Bisperas, nona, completas,
Sabe cosas muy secretas
Para mudar cora(?ones...
Ciertas agujas quebradas
Lan9a en ciertos cora9ones.
Con muchas encantaciones
De palabras endiabladas,
Rayces de cardo sacadas;
Y a todas las que a ella van
Escriue con azafrán
En las palmas ciertas fadas {^)
A Rodrigo de Reinosa atribuye, con bastante probabilidad, Gallardo otra compo-
sición mucho más escandalosa que ésta, pero mejor escrita y de carácter netamente
dramático, pues salvo algunas palabras de introducción narrativa, puede considerarse
como una pequeña farsa lupanaria ó rufianesca, en coplas de arte mayor f). Tanto en
(*) No existe ningún estudio especial acerca de este fecundo y desvergonzado versificador.
En Usoz (Cancionero de obras de Burlas, pp. 237-241), en el Romancero General de Duran (ns. 285,
1252, 1845), en el Catálogo de Salva (tomo I, pp. 14 y 15) y sobre todo en el tomo IV del Ensayo
de Gallardo (pp. 42 á 59, 1406 á 1422), se encuentran varias piezas poéticas suyas y noticias hiblio.
gráficas de otras. Dos de sus pliegos góticos fueron reproducidos en facsímile por D, José Sancho
Rayón.
(') Aqui comienqan vnas coplas de las comadres. Fechas a ciertas comadres no tocando en las bue-
nas: saluo de las malas y d' sus lenguas y hablas malas, y de sus ajeytes y sus azeytes y blanduras; z
de sus trajes z otros sus tratos, Fechas por Rodrigo de Reynosa (Facsímile de Sancho Rayón). El ori-
ginal que sirvió para ella pertenece á la inestimable colección de pliegos góticos que posee la Biblio-
teca Nacional, procedentes de la de Campo Alanje.
(') Gracioso razonamiento, en que se introducen dos ruñanes, el vno preguntando, el otro respon-
diendo en germania, de sus vidas z arte de vivir: quando viene vn alguacil; los guales como le vieron,
fueron huyendo, z no pararon fasta el hurdel a casa de sus amigas: la vna de las quales e^taua riñen-
do con vn pastor, sobre quel se quexaua que le auia hurtado los dineros de la bolsa. Y viendo ella su
rujian hazese muerta, y el se haze fieros, y dize al pastor que se confiese, el qual haziendo asi, acaua.
Reproduje este Razonamiento en el Ensayo de Gallardo (t. IV, cois. 1418-1422), excepto las seis
últimas estrofas (confesión del pastor)^ que no me atreví á incluir por estar llena de . horribles- obs-
cenidades.
cLxxii orígenes de la novela
ftlla como en el Coloquio entre la Torres-Altas y el rufián Corta- Viento {% hizo
♦larde Rodrigo de Reinosa de emplear la jerigonza llamada ger)nanía, nombre que
por primera vez aparece en sus obras, y es por tanto más antiguo de lo que generalmen-
te se cree (^).
El desenfreno que tales composiciones arguyen es un signo de los tiempos, que
importa al historiador registrar y considerar maduramente. La disolución social de las
postrimerías de la Edad Media, contenida por la férrea mano y el alto pensamiento de
los Reyes Católicos, fermentó tumultuosa durante el efímero reinado de Felipe el Her-
moso y el nominal de su infeliz consorte; y no llegó á ser vencida y domada hasta que
el César Carlos V, que no era ya el inexperto y mal aconsejado joven de su primer
viaje á España, entró en la plenitud de su misión histórica. Anarquía fué ésta de la
cual participaron nobles y plebeyos, eclesiásticos y legos, seculares y regulares; anar-
quía de palabras, de ideas y de costumbres, que si no hizo vacilar los fundamentos de
la creencia tradicional, dio calor á la secta indígena de los iluminados místicos, favo-
reció los progresos del libre pensar erasmista, que llegó á nacionalizarse en alto grado,
y abrió en parte los caminos de la Reforma, aunque por otro lado fuese su antítesis. Y
de la misma suerte, en el orden político produjo á un tiempo tardías reivindicaciones
aristocráticas; generosos aunque mal concertados esfuerzos por la libertad municipal,
corona de las ciudades castellanas; insurrecciones que, sin perder el carácter dé los
antiguos bandos y hermandades, parecían agitadas por un soplo revolucionario más
ardiente é impetuoso; y hasta en algunos espíritus turbulentos, sueños de repúblicas
al modo de Genova y Yenecia, y en la masa popular de aquellas tierras donde la indus-
tria y el comercio habían madrugado más, una agitación hondamente socialista, de que
los agermanados de Yalencia y Mallorca fueron terribles definidores ó intérpretes.
La libertad ó más bien la licencia de la imprenta no tuvo cortapisa en aquellos
años. La Inquisición, atenta sólo á la persecución de los judaizantes, que había sido
el primordial objeto de su introducción en Castilla, no se cuidó hasta mucho más tarde
de intervenir en la censura de libros, y aun el primer índice no se hizo en España,
O Comienga vn razonamiento por coplas^ en que se coirakace la germania z fieros de los rufianes
z las mugeres del partido, z de vn rujian llamado Cortauiento y ella Catalina torres altas, con otras
dos maneras de romance y la Chinigala. Fechas por Rodrigo de Reinosa (n,° 4487 de Gallardo).
Otraá composiciones de muy diverso estilo tiene Rodrigo de Reinosa, feliz imitador de Juan
del Enzina en la poesía pastoril y aun en la lírica popular de asunto religioso. Pero no me incumbe
tratar de ellas aquí, reservando para otro lugar el estudio de este peregrino poeta, que acaso fué
oriundo de la villa montañesa de su apellido, pues no hay otro pueblo homónimo en España.
(*) Incidentalraente fué imitada la Celestina en otros pliegos sueltos que relatan fierezas y
desgarros de jaques y rufianes, pero tienen menos curiosidad que los de Rodrigo de Reinosa. Un
solo rasgo de la tragicomedia, el ditirambo que pronuncia Celestina en el acto IX, escandecida por
el mosto de Luque ó de Munviedro, fué origen de una serie de Villancicos muy graciosos de unas
comadres muy amigas del vino. Tienen verdadera gracia, y en Gallardo (t. I, n .* 1 ^72) pueden leerse.
Uno de ellos tiene por tema inicial una frase de la vieja dipsómana:
La letra dice que beban
Tres veces a la comida;
Mas debe estar corrompida...
«íPármeno. — Madre, pues tres vezes dizen que es bueno e honesto todos los que eecriuieron.
aCeleti. — Hijos, estará corrupta la letra, por treze tres.s
INTRODÜCCIOK ei-xxm
sino en la Facultad teológica de Lovaina, como es notorio. Bajo este aspecto puede
decirse, habida consideración á los tiempos, que la literatura del reinado de Carlos V
(es decir, de casi toda la primera mitad del siglo xvi) se desarrolló con pocas trabas, lo
cual explica su libertad y audacia, su desordenada y juvenil lozanía que tanto contrasta
con el tono grave, reflexivo y maduro que todas las cosas fueron tomando en tiempo de
Felipe II.
Dejando aparte lo que toca al desarrollo general de las ideas y al fondo de la lite-
ratura didáctica y polémica del Renacimiento, materia no bien tratada aún y en que
conviene hacer muchas distinciones, el genio poético de aquel principio de siglo habló
mordaz y cáustico por boca de los grandes satíricos Torres Naharro, Gil Vicente, Cris-
tóbal de Castillejo, en quienes la valentía del pensamiento se junta con la gracia de la
dicción. La sátira lo invadió todo, desde las farsas teatrales hasta la acicalada prosa de
los hermanos Valdeses y la pintoresca y sabrosísima del médico Villalobos. La corrien-
te naturalista derivada de la Celestina fué engrosando sus aguas, cada vez más tur-
bias, al pasar por el bajo fondo social, y paró en representaciones monstruosas, con que
ingenios mediocres halagaban una profunda depravación social.
Esta depravación, que en el centro de España era más bárbara que refinada hasta
que por los puertos secos se comunicó á Castilla el contagio, tenía su principal asiento
en las ciudades marítimas y populosas, enriquecidas por la navegación y el tráfico,
especialmente en las del Mediterráneo, abiertas de antiguo á la influencia italiana, que
juntamente con los primores de sus artes les comunicaba aquel género de viciosa elegan-
cia que suele ser fatal é inevitable cortejo de la opulencia y del lujo. En esta parte nin-
guna ciudad tuvo tan extraña reputación como Valencia, por lo mismo que ninguna
del litoral la aventajaba en el arreo y gala de sus moradores, en la belleza de sus mu-
jeres, en las comodidades y deleites de la vida y en la alegría y pompa de sus fiestas y
regocijos populares. Del estado de las costumbres en el siglo xv tenemos peregrinos
datos en los sermones todavía inéditos que en su nativa lengua predicaba San Vicente
Ferrer ('). Si se comparan con las pinturas que en su famoso libro satírico trazó Jayme
Roig ('^), el orador sagrado y el poeta se completan mutuamente, y el testimonio del
uno y del otro puede corroborarse con documentos legales y notariales, libres de toda
sospecha de hipérbole.
A principios del siglo xvi Valencia estaba considerada como la ciudad de la galan-
tería, la metrópoli del placer:
Os jardins de Valenpa de Aragáo
Em que o amor vive e reina, onde florece,
Por onde tantas rebugadas váo.
C') Véase el interesante estudio, con extractos copiosos, que de estos sermones, los cuales se
conservan manuscritos en la Biblioteca de la Catedral de Valencia, ha publicado su digno archivero
D. Roque Chabás en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera serie, tomos VI, VII, VIII
y IX (1902 y 1903). Conviene advertir que muclias de las cosas que San Vicente dice 8obr& los
vicios y escándalo)» que afligieron á la cristiandad durante el largo cisma de Occidente son de apli-
cación general y no circunscrita á Valencia, pero otras tienen un carácter local muy marcado.
(*) Spill o Libre de les Dones. Per Mestre Jacnie Roig. Edición critica con las variantes de toda»
las publicadas y las del Ms. de la Vaticana, prólogo, estudios y comentarios por D. Roque Ckabá»,
Barcelona y Madrid, 1905 (Forma parte Hp la Biblioteca Hispánica).
CLxxiY orígenes de la NOVELA
decía el poeta portugués Sá de Miranda (*). Jardín de placeres la llamaba en 1505
Alfonso de Proaza.
De damas liadas hermosas
En el mundo muy loada...
Rico templo, donde Amor
Siempre haze su morada (*).
Esta equívoca nombradla traspasaba los aledaños hispánicos, y en verdad que pas-
ma encontrar acusaciones de afeminada molicie bajo la pluma de escritores italianos
que no tenían grande autoridad para mostrarse muy severos. Plerique Valentini cives
tum senes tum iuvenes, amoribus dediti ae delüiis, dice el gran humanista Pontano,
gloria de la honestísima Ñapóles (3), con ocasión de mencionar á un Rodrigo Carrasco
(¿Carroz?) que á los ochenta años había caído en la inofensiva chochez de tocar la nauta
ó el pífano y de ir cantando su amor por las calles: «e media scilicet Valentía delatum
>hoc est» {^). Pontano tenía el buen gusto de no alborotar la calle con músicas y cán-
ticos, pero en cambio confiesa que daba malos ratos á su mujer con los amores de cier-
ta puella gaditanula {^). De los conventos de monjas de Valencia escribió horrores; la
relajación era evidente {% pero no mayor que la que podía ver en su tierra.
(•) Poesías de francisco de Sá de Miranda (ed. de D.* Carolina Michaélis), Halle, Niemeyer,
1885, pág. 250.
(*) En el romance heroico que acompaña á su Oratio luculenta de laudibus Valentiae, recogido
luego en el Cancionero General.
O De Sermone, lib. III, pág. 1651 de las obras de Pontano en la edición de Basilea.
(*) «.Senex praeterit, octogenarius, cantitans amore insaniens...'i> (En el diálogo Antonius, fol. 36
vto. del tercer tomo de la edición de Florencia por los herederos de Felipe lunta, 1520). Sospecha-
mos que se trata de la misma persona que en el pasaje anterior.
(^) En el mismo diálogo Antonius (fol. 65 vto.) hace decir Pontano á su mujer: aMaritus meus
amat ancillulas si quasfacie liberali vidit, sectatur ingenuas puellas. Anno superiore Tarenti cum esset,
congnovit non unam, anno ante in Hetruria cum Gaditanula deprehensus fuit. locatur etiam domi eum
jEthiopissis, nec pati possum eius intemperantiam.» .
Tales costumbres no autorizan á nadie para convertirse en censor de las ajenas, pero Pontano,
aunque fiel servidor de la dinastía aragonesa, había dado en la manía de atribuir todos los males del
reino á su trato con los catalanes y demás españoles: el uso del puñal, las blasfemias y juramentos,
la prostitución y todo género de horrores. Así lo dice en el mismo diálogo Antonius (p. 33): cíldeoque
y>innocent¿ssimus olim populus dum a Catalonia reliquaque Hispania comportandis gaudet mercibuSy dum
»gentis eius mores admiratur ac probat, factus est inquinatissimus .y>
{') Valentine in Hispania citeriore aedes quaedam sacrae, Vestaliamque monasteria ita quiden
patent amatoribus, ut instar lupanariorum sint. (En el tratado De immanitate, tomo II de la referida
edición florentiua, fol. 217 vto.)
Esta escandalosa noticia puede ponerse en cuarentena respecto de la época en que escribía Pon-
tano, pero de tiempos anteriores hay documentos que, desgraciadamente, la confirman. Véase una
carta de los Jurados de Valencia á 5 de septiembre de 1414 sobre el monasterio de San Julián extra-
muros, que estaba fet spluga e niu de vicis e peccuts (Garboneres, La Mancebía en Valencia, 1876,
pág. 57). Cf. Danvila (D. Francisco). El robo de la judería de Valencia en 1391, tomo VIII del BolC'
tin de la Academia de la Historia, pp. 370 y 387.
En una visita eclesiástica del monasterio de Bernardas de la Zaidia de Valencia del año 1440
(Archivo Histórico Nacional) se manda por el Visitador que ninguna religiosa lleve <imanteta, man-
tonet, paternostres daur ni de coral... que no e'pelen las celles, los polsos, ni rajen pintades, go est, de
blanquet, argent e color e diferse luors en la cara (Revista de Archivos, 3." época, tomo VIII, pági-
na 293).
INTRODUCCIÓN clxxv '
Dos veces aparece en el Orlando íurioso el nombre de nuestra ciudad levantina, y
siempre con el mismo concepto tradicional y en gran parte injusto que de ella se tenía.
Pinta el Ariosto á Rugero encantado y sumergido en las delicias del jardín de Alcina:
Umide avea rinanellate chiome
De' piú soavi odor clie sieno in prezzo:
Tutto ne' gesti era amoroso, come
Fosse in Valenza a servir donne avvezzo.
(Canto Vn, eit. 55).
La heroína del picaro cuento de Giocondo y del rey Astolfo era también valencia-
na, según el maligno poeta de Ferrara:
Una figliuola d' uno ostiero ispano,
Che tenea albergo al porto di Yalenza,
Bella di modi e bella di presenza.
(Canto XXVIII, est. 52).
Lo de los soavi odori requiere alguna explicación. Ya en el siglo xv eran buscados
en Italia con predilección los objetos de perfumería procedentes de Valencia. De ello
da testimonio uno de los cantos de Carnaval del tiempo de Lorenzo el Magnífico, titu-
lado en algunas colecciones La canxone dei galanti y en otras Canto dei profumieri:
Siam galanti di Valenza
Qui per paggi capitati,
D'amor giá presi e legati
Delle dame di Fiorenza...
Secondo i nostri costumi
Useremo anchor con voi;
Usseletti, olii e profumi,
Donne belle, abbiam con noi... (*)
Los guantes de España, pero muy especialmente de Valencia, eran los más estima-
dos, y en agosto de 1506 hacía especial encargo de ellos la elegante y sabia princesa
Isabel df^ Este, recomendando que los viese antes algún español, «porque son los que
» mejor entienden de la bondad de estas cosas» {^),
Tales industrias, sin ser pecaminosas en sí mismas {% requieren para desarrollarse
(*) Trionfi, carri, mascherate o canti carnacialeschi. Florencia. 1559. En esta rarísima colección
formada por Lasca se atribuye el Canto de los perfumistas á Messer Jacopo da Bientina Cf. Canti
carnacialeschi, ed. Guerrini, Milán, 1883, pp. 116-17.
O (íMa il vorressimo in tutta bontá, e di quelli de Valenza, che sonó ben zaldi de dentro e se
vedono pigati col reverso de fori. Pregamovi ad valere ben examinarli et farli vedere a qualche altra
persona, et maximae a spagnoli che se ne intendono et cognoscono la bontá loro et come voleno estere per
uso de donna.y) (Luzio Renier, II lusso d" Isabella d' Este, en la Nuova Antología de 1896).
(') «El traer olores y el preciarse de ungüentos preciosos, aunque no es gran pecado, es a lo
;»meno8 sobrado regalo, y aun vicio bien excusado; porque el caballero mancebo y generoso como vos»
Í»más honesto le es preciarse de la sangre que derramó en la guerra de África, que no de la algalia
j»y almizcle que compró en Medina.» Así escribía fr. Antonio de Guevara en 1529 ásu amigo Micer
jPerepqllastre (Epístolas familiares, 2.» parte, XX). Esta donosa letra, en la cual se toca cuan infame
posa es andar los hombres cargados de olores y pomas ricas, confirma el exceso que en esto haliíu-
Los guantes adobados se vendían á seis y á diez ducados.
OLXxvi orígenes be la líOVELA
un ambiente epicúreo f sibarítico, como era el de Yalencia al decir de los viajeros de
aquel tiempo, que la pintan como una nueva Capiia, aunque no hayan de tomarse al
pie de la letra todos sus dichos, que pueden nacer de observación superficial ó son mani-
fiestas calumnias. Desde el tudesco Nicolás de Popplau, que viajó por España en 1484
y 85, y el flamenco Antonio de Lalaing, señor de Montigny, que acompañó á Felipe el
Hermoso en 1501, hasta el libro tan grave y estimado de las Relaciojies universales
del mundo^ de Juan Botero (1596), para no hablar de otros posteriores, persiste esta
mala nota de la gentilísima ciudad que fué en todos tiempos emporio de riqueza y de
cultura {^). En los italianos llega á ser un tipo convencional il signor Lindezxa de
Valenxa^ aludido en La Cortigiana del Aretino ^). «No hay más lasciva y amorosa
;> ciudad en toda Cataluña», dice Bandello al comenzar una de sus más trágicas é inte-
resantes novelas (^). Y á este tenor pudieran acumularse otras citas, si ya no nos hubie-
(') Viajes de ex rangeros por España y Portugal en los siglos XV, XVI y XVII, colección de
Javier Liske (año de 1878), traducida y anotada por F. R. (Félix Rozanslíi). Viaje de Nicolás de
Popielovo, pp. 54-57. La costumbre, sin duda de origen francés, de besar á las damas, que llamó la
atención del viajero alemán, es una de las que San Vicente Ferrer reprueba en uno de sus sermones
inéditos: «Si aliqua est mulier juvenis quae osculetur juvenes, dicent et laudabunt eam tanquam bo-
nam, et ídico ego quod est putaña talis» (Ms. del colegio del Patriarca, fol. 209, sermón predicado
en Villarreal. Apud. Cliabás, Revista de Archivos, VIII, 293).
«Aq regard des dames, elles sont les plus bellas et plus gorgiases et mignongnes que on e5ace,
»car le drap d'or et le satin brochié et le velour craraoisy leur est aussy coramun que velour noir
))et satin en nostre pays» (Voyage de Philippe le Beau en Espagne en 1501, por Antoine de Lalaing,
Sr. de Montigny, en el tomo I de la Collection des voyages des souverains des Pays-Bas, publicada
por Gachard (Bruselas, 1876, p. 211). El mismo Lalaing liace una detallada descripción ade 1' admi-
»rable bourdeau dudit Valence» (pp. 213-214).
Al año 1571 pertenece el viaje de Venturino da Fabriano, que acompañó al Cardenal Alejandrino
legado de San Pío V en España. De este viaje, todavía inédito en la Biblioteca de Dresde, publicó
algunos extractos E. Nunziante, Un viaggio in Europa nel secólo XVI, y de ellos copia E. Melé (Re-
vista critica, III, p. 288) un pasaje muy curioso relativo á Valencia: «Le donne di Valenza sonó piú
»belle deír altre sinora viste in Spagna, e piü invemisate o lisciate e liberissime nella vita loro. Vanno
»a spasso con cavalieri a piedi, in groppa alie mulé, in cocchio, con troppa licenza... Li cavalieri
«símilmente... vestono con ogni sorta di lindezza e ornamento, ben spesso piuttosto muliebre che
))virile, e le donne con tutta la lascivia, con abito como quello di Barcellona, e de piii si coprono ¡1
))volto, forse per andar piú libere, col mantello o con la ventarola, che tutte portano; usano pianelle
))dette chiappines, altissime, nella foggia di zoccoli d'Italia; sonó variamente dórate e dipinte.»
Omito otras citas de viajeros, que nada añaden, como no sea alguna insolencia, y termino con
la frase, seguramente hiperbólica, de Juan Botero, que por lo menos debiera haberse acordado de
Venecia antes de escribirla: «Non é cittá in Europa, oue le donne di mal' affare siano piü stimate;
))COsa ueramente indegna, conciosia che quiui e d' habitazione, e di uestito, e di servitü la libídine
»avanza V onestá» (Lr. Relazioni Vniversali di Oiovanni Botero, Venecia, 1599, pág. 6).
(*) Act. I, se. X. «Ho letto il cartello, che manda Don Cirimonia di Moneada al Signor Lín-
»dezza de Valenza.»
(*) Novela 42 de la Primera Parte. II signor Didaco Centiglia sposa una giovane, e poi non la
vuole e da lei é ammazzato.
«Valenza, quella dico di Spagna, é tenuta una gentile e nobilissima cittá, dove, siccome piü
»volte io ho da mercadantí Genovesi udito diré, sonó bellisime e vaghe donne; le qualí si leggiadra-
flmente sanno invescar gli uomini, che in tutta Catalogna non é la piíl lasciva ed amorosa ciitá: e
»8e per avventura ci capita qualche giovine non troppo esperto, elle di modo lo radoao, che le Siei- ;
iliane non sonó di loro migliori ne piü scaltrite barbíere...»
(Novelle di Matteo Bandello, Milán, 1813, tomo III, pág. 124).
TNTRODüCCION olxxxu
raü precedido en recogerlas los eruditos Crece, Farinelli y Melé ('). Las alusiones á la
mancebía de Valencia abundan en todas las Celestinas secundarias, sin excluir La
Lozana Andaluza, compuesta en Italia {^).
La corrupción había llegado á su punto máximo en los años que precedieron á
las Germanías (^) v en los inmediatamente posteriores á aquellos tumultos. No es mera
coincidencia que en 1519 y en 1521 saliesen de las prensas valencianas los dos libros
más deshonestos de la literatura española: el Cancionero de obras de burlas prococan-
tes á risa, que estampó Juan Viñao (^), y las tres comedias Thebayda^ Hipólita y
Seraphina, impresas por Jorge Costilla {^').
{* ) Croce (B.), Ricerche hpuno-ltaliune, II. Xoterelle lette aW Accadeíaia Pontaniaim. (Ñapó-
les, 1898, pp. 1-4).
Farinelli (Arturo"). Salle Ricerche Ispano-Italiane di Benedetto Croce (En la Rassegna Biblio'
gráfica della Letteratura Italiana^ Pisa, tomo VII, 1899, pág. 284).
Melé (Eugenio). Sobre las Ricerche de Croce, en la Revista Critica de Historia y Literatura de
Altamira, tomo III, 1898, pp. 280 292,
(') «Más ganaba yo (dice Divicia) que p... que fuese en aquel tiempo, que por excellencia me
«llevaron al publique de Valencia, y allí combatieron por mí cuatro rufianes» (pág. 2G0).
(3) «Desde el fallecimiento de la Reina Católica había ido agravándose la dolencia moral que
afligía al pueblo valenciano. Los asesinatos, impunes muchas veces; las violencias, los cohechos
(le los jueces y oficiales de justicia, las infidencias de los depositarios de la fe pública, los raptos de
mujeres, los amancebamientos de los clérigos, la creciente apertura de tabernas, el próspero estado
de la mancebía; la multitud de enamorados, rufianes, vagamundos, paseantes (picatons), pendencie-
ros y mendigos que inundaba la ciudad; la infame y repugnante asociación de libertinos, cuyo
título y objeto no permite el decoro que se recuerden, y otros muchos justificados hechos que es
innecesario consignar, trazan gráficamente el sombrío cuadro de aquella sociedad desquiciada y
revuelta. Las crónicas, manuscritos coetáneos, disposiciones de los Jurados y Consejo General, regis-
tros de los establecimientos piadosos, procesos de la Inquisición y de los Justiciazgos civil y crimi-
nal, las homilias y otros muchos documentos públicos y privados, lo atestiguan de una manera
irrefutable».
Danvila y Collado (D. Manuel', La Gemianía de Valencia, pág. 31.
E?,co]a.nQ ■(Hiistoria de Valencia, tomo II, lib. X, col. 1449) atribuye el desbordamiento de las
malas costumbres á «personas estrangeras de allende, que a ocasión de mercadear, la moravan».
(*) Sabido es que este libro inmundo y soez, cuyo único ejemplar conocido existe en el Museo
Británico, fué reimpreso en Londres, 1841, por D. Luis de üsoz y Rio, con el extravagante propó-
sito de mostrar la educación que el clero había dado á la sociedad española. Para Ueoz, fanático
protestante, era cosa fuera de duda que todas las indecencias del Cancionero habían sido escritas por
clérigos y frailes. Tesis igualmente disparatada que la de los que suponen á tontas y á locas que
toda nuestra literatura de los siglos xvi y xvii está informada por el espíritu católico y es una
' escuela práctica de virtudes cristianas.
La composición más extensa y brutal del Cancionero de burlas, es decir, la parodia de las Tres-
cientas de Juan de Mena con bu glosa, tiene algún interés para ilustrar las Celestinas secundarias y
la historia anecdótica de la prostitución á principios del siglo xvi. Todos los nombres que en ella se
;. i citan tienen traza de ser reales. Fué escrita, ó á lo menos terminada en Valencia, á la cual se refie-
t I ren las últimas glosas; pero el autor debía de ser castellano por la soltura y desenfado con que
maneja nuestra prosa y por las muchas noticias que trae de Salamanca, Valladolid, Guadalajira y
otros pueblos del interior de España.
(") Esta rarísima edición existe en el Museo Británico, procedente de la Biblioteca Grenvi-
liana. Salva (Catálogo^ I, 517) la describe en estos términos:
«El frontis tiene una ancha orla por sus cuatro lados, y dentro hay un grande escudo de armas
del Duque de Gandía. En la parte superior de la portada so lee: Con preuilegio, y debajo del escudo:
k,| Sigúese la Comedia llamada Thebayda, nueuaméte compuesta, dirigida al iUustre y muy magnifico
I, I CRIgeNKS de la novela.— III. — I
cLxxyiii ORIGEÍTES DE LA líOVELA
Esta publicación no se hizo á sombra de tejado, sino con todas las circunstancias
de la ley, consignando el impresor su nombre y el día en que terminó su trabajo y el
privilegio de la Cesárea Majestad, que por diez años le aseguraba la propiedad de la
obra en los reinos de Castilla y Aragón. Y un magnate de tan elevada alcurnia como
el duque de Gandía, D. Juan de Borja y Llansol, padre del tercer general de la Com-
pañía de Jesús, que hoy veneramos en los altares con el nombre de San Francisco de
Borja, fué la persona escogida por el desvergonzado autor de la Thehayda para Mece-
nas de su obra, en que como él dice «había sacado de madre la cómica prosa» .
En ninguna parte del libro se dice claramente que las tres comedias sean de la
misma mano, pero la hermandad de la Thebayda y de la Sei'aphina parece innegable,
aunque la segunda tenga más chiste y mejores proporciones que la primera.
De la Comedia llamada Hipólita nuevamente compuesta en metro fácilmente
podemos descartarnos, pues aunque plagia servilmente la fábula de la Celestiíia^ salvo
el personaje principal y el desenlace, que no es trágico sino festivo y placentero y por
consiguiente inmoralísimo, su corta extensión, que no es mayor que la de las farsas de
Jaime de Huete y Agustín Ortiz, su versificación en coplas de pie quebrado á estilo de
señor el Señor Duque de Gandía... Al dorso se halla la dedicatoria titulada Prejaction, y en el fol. 11
otra dedicatoria en verso, después de la cual viene el argumento de La Thebayda. Esta comedia en
prosa principia en el folio III y concluye al fin del XLV. En el blanco del XLVI se lee:
Sigúese la comedia llamada Ypolita nueuamenie compuesta en vietro,
E;ta termina en el fol. LII vto. Siguen después foliación y signaturas nuevas para la
Comedia niieuamente compuesta llamada SerapJiina, en que se introducen nueue personas. Las qua-
les en estilo comiengo (sic. por cómico) y á vezes en metro van razonando hasta dar fin a la comedia.
Finaliza ésta en el reverso del fol. XIII, marcado por errata como si fuera el XII. Después lee-
mos: Aunque (¿Nunquef) compuesto por el mismo autor. Sigue á esta especie de epígrafe una colec-
ción de sentencias en pareados de ocho sílabas, las que principian á la vuelta de la penúltima hoja
y ocupan casi todo el blanco de la última, dejando solamente lugar para lo que copio á continuación:
Fue impresa la presente obra en la insigne Cibdad de Valencia por matre (sic) George Costilla,
impresor de libros; acabóse a XV del mes d' febrero del año mil y D. XXj (1521).
Otorgo su cesárea magestad al présete libro gracia y Priuilegio que ninguno lo pueda imprimir en
todos los reynos de Castilla ni aragon ni traer de otra imprimido por tiempo de diez años so las penas
en él contenidas. Fol y vo. 4." como dice el Catálogo de la Biblioteca Grenv. Letra gótica con unas
figuritas al principio de cada escena de los interlocutores de ella. Tiene foliación que se renueva al
principio de la Seraphina, y las signs. A-Iiiij. Viene luego Aj hasta Cij. Cada cuaderno es de seis
hojas.»
Hasta aquí el bibliógrafo valenciano. Ignoro si este ejemplar, único de que tengo noticia, es el
m'smo que poseyó Moratín, y al cual se refiere varias veces en sus cartas familiares. En 9 de junio
de 1817 escribía desde Barcelona á D. José Antonio Conde: «Ha parecido en Lutecia un libróte que
»me enviarán sin falta, y cuando venga no trueco mi opulencia por la de Midas el de las aures asininas.
i^Es nada menos que las tres citadas, y vueltas á citar y nunca vistas, comedias La Thebayda, la To-
))lomea y la Serafina, impresos en Valencia en el año de 1521, esto es, cuando Lope de Rueda jugaba
))á la rayuela y al salta tú con otros chicos como él en el arenal de Sevilla. Con esta nueva adqui-
Dsición tengo ya material para unos ocho tomos de piezas dramáticas del primer siglo del teatro es-
))pañol, comenzando en Juan de la Enzina y acabando por Juau de la Cueva» (Obras Postumas de
don Leandro Fernández de Moratín, tomo II, 1867, pp. ■284-285).
Moratín, por distracción sin duda, puso en vez de la Hipólita la Tolomea, que es una dejas
tres comedias de Alonso de la Vega, impresas en 1566. Las otras dos son la Serafina y la Duquesa"
de la Rosa.
En carta al miemo Oonde (9 de agosto de 1817) añade: «Hoy mismo tendré en mis mano« peca-
INTRODUCCIÓN clxxix
Torres Xaliarro y todas sus condiciones externas, en suma, hacen de ella una pieza
dramática y de ningún modo novelesca. Para darla á conocer basta copiar su argu-
mento:
<' Hipólito, caballero mancebo de ilustre y antie^ua generación de la Celtiberia (que
>al presente se llama Aragón), se enamoró en demasiada manera de una douce-
>lla llamada Florinda, huérfana de padre, natural de la provincia antiguamente nom-
»brada Bética (que al presente llaman Andalucía); y poniendo Hipólito por intercesor
»á un paje suyo llamado Solento, estorbaba cuanto podía porque Florinda no cum-
»pliese la voluntad de Hipólito; pero ella, compelida de la gran fuerza de amor que á la
> continua le atormentaba, concedió en lo que Hipólito con tanto ahinco la importuna-
3>ba, y así ovieron cumplido efecto sus enamorados deseos, intercediendo ansimesmo en
•!>el proceso Solisico, paje de Florinda y discreto más que su tierna edad requería, y
:> Jacinto, criado de Hipólito, malino de condición, repunó siempre; y Carpeuto, criado
» ansimesmo de Hipólito (hombre arrofianado), por complacer á Hipólito, no solamente
»le parecían bien los amores, pero devoto que el negocio se pusiese á las manos; é así
» todas las cosas ovieron alegres fines, vistiendo Hipólito á todos sus criados de broca-
ídoras el libro que contiene aquellas comedias antiguas de que hablé á Vd., y él me consolará por
Dilgunos días de los desabrimientos que continuamente me molestan» (pág, 288).
La compra se hizo por medio del abate D. Juan Antonio Melón, á quien escribía Moratín desde
Montpellier, en 10 de septiembre de 1817: «Me han acompañado en mi viaj? aquellas tres rancias
Dcomedias que me adquiriste, de las cuales aún no he podido leer más que la mitad de la primera.
dEs una novela en diálogo, imitación de la Celestina y muy inferior á aquel excelente original»
(pág. 960).
Antes que Moratín diese breve cuenta de estas piezas en sus Orígenes del teatro español, sólo se
ericontral>a la escueta noticia de sus títulos y del año y lugar de impresión en Nicolás Antonio
(Biblioteca Hispana Nova, tomo II, pág. 338), que duda por cierto si el autor es uno solo: «sive
»unum sive plures». Velázquez, en sus Orígenes de la poesía castellana (traducción alemana de Dieze,
p. 31C), copió la indicación bibliográfica de Nicolás Antonio, que repitieron luego García de Villa
(Origen, épocas y progresos del teatro español, p. 251), Pellicer (Tratado Histórico de la Comedia y
del Hislrionismo, I, pág. 16) y otros autores, ninguno de los cuales da el menor indicio de haber
visto tales comedias.
Es muy dudosa la existencia de las dos ediciones que algunos bibliógrafos suponen hechas en
ijValencia por el mismo Jorge Costilla en 1524 y 1532. Nadie las ha descrito, y puede haber error
en los guarismos.
La única reimpresión positiva y auténtica es de la de Revilla, 1546, de la cual se conocen tres
ejemplares más ó menos completos. Ninguno de ellos contiene la Hipólita, úao solas la Thebaida y la
Seraphina. Nuestra Biblioteca Nacional posee el magnífico ejemplar que fué de Salva y le sirvió
para el cínico análisis inserto en el tomo L de su Catálogo. Brunet describe el de la Biblioteca Nacio-
lal de París, que está falto de las últimas hojas, y Wolf (Studien, pág. 290) cita el de la Biblioteca
iiiperial de Viena.
Esta edición de Sevilla no es en folio, sino en 4.» Lleva en la portada y al principio de las esce-
jas figuritas que supongo que serán las mismas de la edición príncipe. Carece de foliatura y tiene
|i8 signaturas ar, todas de ocho hojas. Al fin dice:
I Fue impressa la presente obra, llamada Ttiehayda, en Seuilla en casa de Andrés de Burgos. Aca-
'5se a diez de Mayo. Año de mil y quinientos y quarenta y seys años.
La extremada rareza de estas comedias hizo que algunos eruditos sacasen copias de ellas para
1 estudio. En el departamento de Manuscritos de li Biblioteca Nacional existen la Thebayda y la
'laphina copiadas del ejemplar de Viena pir Bohl de Faber, y la Hipólita, transcrita de la edición
- 1521 por D. Agustín Duran.
CLxxx orígenes de LA NOVELA
»do y sedas, por el placer que tenía en así haber Floriuda (doncella nacida de ilustre
» familia) concedido en su voluntad, seyendo la más discreta y hermosa y dotada en
»todo género de virtud que ninguna doncella de su tiempo.»
Tanto esta comedia como las otras dos no está dividida en actos, sino en escenas,
que aquí son cinco. Es pieza muy endeble, y sobre ella hay que estar al juicio de
Moratín, casi siempre inapelable en las cosas que estudió por sí mismo. «La acción es
» lánguida y la entorpecen impertinentes discursos, tendencias pedantescas y rasgos de
» erudición histórica puestos en boca de los criados de Hipólito y en la de Florinda,
»que, estimulada de indomable apetito, habla de Popilia, Medea, Penélope, Sansón,
»Electra, David, Clodio, Salomón, Lamec, Masinisa y el rey D. Rodrigo, todo para venir
»á parar en abrir aquella noche la puerta á su amante. Esta indecente farsa está escri-
»ta con muy mal lenguaje y muchos defectos de consonancia y medida en los ver-
»sos» ('). ¡
La Seraphina (que no ha de confundirse con las piezas del mismo título, pero de -
muy diverso asunto, compuestas por Torres Naharro y Alonso de la Yega) es ferozmen- i
te obscena, pero mucho más ingeniosa que la Hipólita y la Thebayda. Ni siquiera '
puede considerarse como imitación de la Celestina^ con la cual no tiene más parentesco ,
que el de su prosa, que sería excelente si no la deslustrasen tantas afectaciones y i
pedanterías en la parte seria, tantas citas impertinentes de filósofos y Santos Padres, :
Aristóteles, Platón, Séneca, San Jerónimo, San Bernardo... puestas indistintamente en ,
boca de todas personas, y que contrastan de un modo grotesco con los lances y sitúa- \
cienes de la comedia. Moratín incluyó su título en el catálogo que acompaña á sus ^
Orígenes del teatro^ fundándose en las palabras con que termina: «Quedad y holgaos '
» entre esta gente de palacio, é regocijaos bien, que jo^ Pinardo, acabo de 7'epresentar ^.
»la comedia Seraphina llamada». Pero basta leer la comedia para convencerse de que
se trata de una pura fórmula y que el autor no pudo pensar seriamente en que tal
monstruosidad se representase.
Su tema, que lo ha sido de innumerables cuentos verdes, desde las colecciones
orientales hasta la novela afrentosamente célebre del convencional Louvet de Couvray,
es el mismo que en la antigüedad sugirió la fábula de Aquiles y Deidamia y en los
tiempos modernos un episodio del canto 6.° del Don Juan de lord Byron: las aventuras
amorosas de un hombre disfrazado de mujer (-). La Gomoedia Alda de los tiempos |]
medios, que ya hemos tenido ocasión de mencionar, nos ofrece una variante semidra- {
mática del mismo argumento, y no es inverisímil que el autor le tomase de fuente] \
italiana, aunque eran pocos los novellieri impresos (Boccaccio, Sabadino degli Arienti,j >\
Massuccio y pocos más) [^)
(*) Obra, de Moratín, ed. de la Academia de la Historia, I, pág. 152.
(^) En la introducción que Du Méril puso á su edición de la comedia Alda ( Poésies inéditel ,j
du Moyen Age, 3 " sección, París, 1854, pág. 423) dice que este asunto se encuentra con alguna Á
diferencias en el Mischle Sandabar, colección de cuentos hebreos, traducida por Oarmoly, y co j
identidad completa en un poema francés inédito del siglo xiii, Floris y Lyriope, y en el fahliau di j
Trubert, colección de Méon, tomo I, pág. 192.
(^) En dos de las Settanta Nouvelh Porretane del bolones Sabadino (fols. XII y Liiii de la ed
ción de 1510) intervienen hombres disfrazados de mujeres. Ambas novelas son muy licenciosi
pero nada tienen que ver con el argumento de la Seraphina. Más se parece el de la novela XII
Masuccio Salernitano (II NorpUino, ed. Setembrini, Ñapóles, 1874, pp. 150 á 162). ^
INTRODUCCiÓN clxxxi
El enredo de la Seraphina apenas puede exponerse en términos honestos. Un
caballero portugués, Evandro, se enamora en Castilla de una dama principal llamada
Serafina, mujer de Filipo, «el qual era de natura frío* . Y como el mucho recogimiento
de la dama y la guarda cuidadosa de su suegra hacían muy difícil toda conversación
con ella, un paje llamado Pinardo, disfrazado en hábito de mujer, se ofrece á penetrar
en casa de Filipo; logra la mayor intimidad y favor con la vieja Artemia, dueña de
malas costumbres, y con la desenvuelta Violante, doncella de Serafina, y persuade á
ósta á condescender con la voluntad de Evandro, interviniendo en tan abominable ter-
cería todos los personajes de la pieza, y muy señaladamente la perversa Artemia, que
arrastrada por su senil lascivia se presta sin reparo á la deshonra de su hijo.
Si por un momento pudiera vencerse el disgusto y repugnancia que tales escenas
infunden, si realmente pertenecieran á la literatura obras como ósta, en que el autor
convierte el noble arte de la palabra en instrumento de vil sugestión, la Seraphina
seiía una de las rarísimas producciones de su género que pudiera salvarse del despre-
cio que todas ellas merecen. Pero el innegable talento de escritor que muei^tra quien
la compuso agrava el crimen social que cometió y el daño que todavía puede causar
su lectura, porque la Seraphina está, no sólo perfectamente escrita, salvo en aquellos
pasajes en que los interlocutores declaman ó profieren sentencias, sino conducida con
más arte y habilidad que la mayor parte de nuestras comedias primitivas. Y aun
siendo tan inmoral y lúbrica como es, nunca apela su autor al grosero recurso de
estampar los verba erótica^ como hicieron Francisco Delicado y los poetas tabernarios
del Cancionero de Burlas.
Una riqueza grande de proverbios y de idiotismos familiares; una locución cons-
tantemente pura, aunque no muy aliñada; un sabroso y natural gracejo, que se mani-
fiesta en mil expresiones rápidas y felices, son prendas que nadie puede negar á la Sera-
phi?m.^ y que duele ver tan torpemente empleadas. Algunos versos contiene sobrema-
nera inferiores á la prosa, todos de la antigua escuela trovadoresca y llenos de tiquis-
miquis amatorios:
El qual siente lo que sieuto,
Y siente qu'el mi sentir
Ya no siente,
Y siente qu'el sentimiento
Del sentido y consentir
Bien consiente...
(Pág. 316).
El poeta estaba tan satisfecho de esta ridicula jerigonza, que no se cansa de admi-
rarse á sí mismo por boca de sus personajes: «Oh alto y maravilloso fabricador de las
acosas criadas, y qué gran manera de metrificar: por cierto los (') Sonetos del Serafino
» Toscano no se igualaron, con harta parte, en la sentencia ni en la gentileza; menos
»se pueden equiparar los metros del galano Petrarca».
Engañado vivía el anónimo de Valencia en cuanto á los quilates de su ingenio, que
(*) Trátase de Serafino Aquilano, célebre músico y poeta napolitano (1466-1500), muy da'io á
sutilezas y conceptos, por lo cual se le considera como uno de los precursores del seicentismo. En
España debía de alcanzar mucho crédito á principios del siglo xvi, pues ya hemos visto que también
Urrea le cita con elogio.
ctxxxn orígenes DE LA NOVELA
nada tenía de lírico. Su verdadera fuerza estaba en la observación realista, en la pin-
tura de costumbres, aunque fuesen malas y abominables. Cuando quiere levantar el
tono y «trastornar con circunloquios las filosóficas cartas», no dice más que desatinos
y se pierde en un galimatías ampuloso. Todos los defectos de impertinente erudición
que la Celestina tiene están subidos de punto en esta comedia, donde Evandro se pone
muy de propósito á relatar á sus criados la historia del ateniense Foción [cena 2!^]. Pero
cuando la vena abundante y fácil del estilo va empujada por la corriente del diálogo ó
se explaya en largas enumeraciones, que son como alarde y muestra de un pintoresco
vocabulario, muchas de las excelentes cualidades de la prosa de Fernando de Rojas
reaparecen en su imitador. Véase un corto pasaje, que algo interesa á la historia del
arte culinario en la España de Carlos V, y es de los pocos que pueden citarse sin repa-
ro. Trátase de los regalos que hacía el vejestorio de Artemia («estantigua y fantasma
de la noche») á sus interesados galanes: «Pues los presentes que envía por año ¿quién
» los podría contar? Las cargas de ansarones enteros, de pollos, de anadones, de lechones,
» de capones, de palominos, de gallinas, las cestas de huevos frescos, la docena de las
» perdices, el par de los carneros, la media docena de los cabritos, la ternera entera,
»las ubres de puerca en adobo, las piernas de venado en cecina, los jamones de dos y
»de tres años, las cargas de vino tinto, blanco, aloque, clareas, vin grec, otros qu'ella
3> hace hacer adobados en casa con mil aromatizados olores. Pues las frutas que les
» envía, á cada uno en su estado, ya es cosa de locura: codoñate, calabazate, citronate,
» costras de poncil, nueces moscadas, limones en conserva, pastas de coufaciones de cien
» mil maneras, priscos, peras, membrillos de diversas maneras confacionados y cocidos
»en el azúcar, y á las vueltas muchas frutas de sartén de mil cuentos de maneras, tra-
» yendo las mujeres de en cabo la ciudad diestras en aquellos menesteres» (').
Muy inferior á la Seraphina^ aunque parece del mismo autor (2), es la Comedia
llamada Thebaijda^ libro de prolija y fastidiosa lectura, que en la reimpresión moderna
ocupa la friolera de 544 páginas de letra bastante menuda. Muy tentados de la risa
debían de ser nuestros progenitores cuando no les encocoraban tales libros, por muy
licenciosos que fuesen. La acción, aunque diluida en largos razonamientos y alargada
con episodios parásitos, se reduce en el fondo á muy poca cosa. Véase el argumento
que el mismo autor antepuso á su fábula:
«Don Berintho, caballero mancebo y dotado de toda disciplina, así militar como
» literaria, fué hijo del duque de Thebas, y conmovido de exercitar la fuerza de
»sus varoniles miembros y la fortaleza de su ánimo y la prudencia de que estaba asaz
»instruto, así de su natural como adquisita mediante la doctrina de preceptores, vino
» en las Españas con propósito de servir al rey que al presente la monarquía del mun-
»do gobierna, después de haber andado peregrinando por otros reinos de diversas nacio-
» nes; y en el reino de Castilla fué tocado y encendido más de lo que á su grandeza de
» ánimo convenía del amor de una doncella, huérfana de padres, llamada Cantaflua,
(') Pág. 379»380. Cito por la reimpresión que los señores Marqués de la Fuensanta del Valle y
D. José Sancho Rayón hicieron en el tomo V de su Colección de libros españoles raros ó curiosos
(Madrid, 1873) que comienza con la Comedia Selvagia. De la Seraphina se tiraron también algunos
ejemplares aparte.
(') «Estilo, frases, traza, todo es idéntico», dice Gallardo (Ensayo, I, col. 1184). Algo habría
que objetar á esto, pero en realidad prevalecen las semejanzas.
INTRODUCCIÓN clxxxiii
» dotada de extremada hermosura y de incomparable honestidad y virtud, muy rica de
» posesiones, nacida de ilustre generación y acompañada de muchos parientes y nobles.
» La cual, asimismo presa en el amor de Berintho, sufrió grandes trabajos, compelida
» de las fuerzas de su honestidad, á cuya causa el proceso de sus amores se prorrogó
»más de tres años. Y al fin, sin consejo de sus parientes, intercediendo Franquila,
» mujer de un mercader y persona discreta, concedió en la voluntad de Berintho, otor-
»gándole su amor, y se desposaron secretamente, estando Cantaflua en una ermita
ateniendo novenas. Lo cual sabido por los parientes se aprobó, y así todas las cosas
» de su historia y lo á ella concerniente tuvieron prósperos y alegres fines, como de la
» escritura parece.»
Este plan se desarrolla en quince interminables escenas. Las ridiculas lamentacio-
nes de Berintho, interpoladas con medianos versos que los demás interlocutores ponen
en las nubes ('); el desenfrenado apetito de Cantaflua, que se manifiesta en los térmi-
nos más indecorosos y grotescos; las proezas eróticas del pajecillo Aminthas con Fran-
quila, la esposa del mercader, con la muchacha Sergia, con Claudia, la doncella de Can-
taflua, y con cuanta mujer encuentra en su camino; los fieros, baladronadas, embelecos
y fingidas pendencias del rufián Galterio y de su amigóte «el padre de la mancebía* ,
son los principales ingredientes de esta bárbara composición. Como libro obsceno no
es sinónimo de libro ameno, la Thebaijda^ que es en alto grado lo primero, poco ó nada
tiene de lo segundo. A no ser por el interés filológico que realmente ofrece, sería impo-
sible acabar la lectura de su pesadísimo texto. La procacidad de las palabras corre
parejas con la inverecundia de las acciones, y el desatino llega á veces hasta la blasfe-
mia y el sacrilegio. Las vinosas y desvergonzadas lenguas de los rufianes profanan á
cada paso las advocaciones más santas, jurando por «Nuestra Señora del Pilar de Zara-
goza» , por «la Verónica de Jaen.> , por «los Corporales de Daroca» , por «las reliquias
de San Juan de Letrán» , por «la Vera Cruz de Caravaca;> , por «el cuerpo de San Ilde-
fonso que está en Zamora», por «el Crucifijo de Burgos», por «la Casa Santa de Jeru-
(') «Menedemo. — En verdad te digo, si hubieses visto las cosas que en prosa y en metro tiene
Dconipuestas, te pondría espanto» (pág-. 41).
(í Franquila. — ¿A quién en el mundo visteis vosotros iiablar ni trobar por tan alto y limado
«estilo? ¿E adonde se hallará su abundancia de vocablos, e la facundia que tiene en la lengua?»
(pág 104).
((^ Franquila.— ¿Y en el arte de la oratoria, parécete que se queda atrás?
y>Menedenio — Muy mejor escribe en prosa que en metro» (pág. 108).
«Galterio. — Oh canción digna de estar escrita con letras de oro! y cierto aquel Florentino Pe-
Btrarca, en su galana toscana lengua, no declaró su pasión con sentencia ni metros tan altos, ni
Dpudo por tal estilo, aunque mucho se trabajaba, representar en público lo que en el alma sentía,
»en el tiempo que él, como muchas veces afirma, más fuego tuvo encerrado en el peciio; ¡oh quién
»!a tornase á oír otra vez! ¿Qué me dices, Menedemo, que te veo helado?
i^Menedemo. — Por la Sagrada Escritura te juro que daría mi caballo con el jaez por tener la
«canción escrita, porque pienso que cosa semejante á ésta nadie hasta hoy la compuso» (pág. 137).
«Menedemo. — ¡O santo Dios! qué maravillosa manera de metrificar, e qué medida en los pies, y
íqué sentencia tan compreliensible en su propósito» (pág. 258).
Como no es de suponer que el autor de los versos sea uno y el de la prosa otro, habrá que con-
venir en que ningún poeta ha llegado á la frescura de este anónimo en lo de elogiarse á sí mismo.
Todas sus composiciones son á estilo de los cancioneros del siglo xv. Las más curiosas son dos glo-
H aas de romances, Rosa Fresca, y Por el mes era de Mayo.
CLxxxiv orígenes de LA NOVELA
salen», etc., ejemplo que luego siguieron Feliciano de Silva y otros, no por verdadera
impiedad, según creo, sino por una absurda mezcolanza de lo más profano con lo que
sólo debe inspirar acatamiento y reverencia. Cuando Galterio sugiere á Berintho la
idea de valerse de Franquila como tercera en sus amores, exclama asombrado el pro-
tagonista de la obra: «Este consejo no ha procedido de Galterio, pero sin duda de la
» inmensa Trinidad fué guiado, y espíritu de profecía inspiró en él, y alumbrado de la
» Divina Justicia, con la primera flecha que dio en el blanco» (pág. 54). «Que el Señor
;> que guió en Belén los tres Beyes de Oriente te guíe» dice Claudia á Aminthas después
de una noche de amores (pág. 464). A este tenor hay otros pasajes increíbles, que me
guardaré muy bien de indicar, porque causarían más escándalo que provecho.
La deshonestidad y la pedantería son las notas características de la Thebayda, sin
que se pueda decir cuál predomina. En la primera no hay que insistir, pues tanto á
esta comedia como á la Serapkina (y aun más á la Thebayda^ por ser cinco ó seis veces
más larga) les cuadra lo que desgarradamente escribió Gallardo en una de sus notas
bibliográficas: «Es toda ella un continuo fornicio á ciencia y paciencia del público
espectador». El autor creyó componerlo todo con un matrimonio final, que, lejos de
destruir, agranda, dejándolos impunes, el mal ejemplo de tantas situaciones y discur-
sos indecentes. ¡Qué lejos estamos de la lección grave y pesimista que en el fondo en-
traña la Celestina^ donde la ley moral, violada un momento, se restablece vengadora
por el conflicto trágico!
El éxito de la Thehayda^ que en las escenas bajamente cómicas tiene fuerza y natu-
ralidad, es ridiculamente enfático en la parte que quiere ser oratoria y sentimental. A
cada paso se tropieza con párrafos de este jaez, puestos sin distinción en boca de todo
género de personas:
«Oalterio. — ¿No miras que la corona del hijo de Latona ya no resplandece, y tam-
»bién en la octava esfera, en el sublunar mundo está dividiendo la luz de las tinie-
»blas, y Vulturno con el aliento de la húmeda noche anda corrusco?...» (pág. 50).
«Aminthas. — Ya el arrebatado Bóreas con el poco temor por el ocaso de los aten-
»tos (?) del basis procedentes, y con las fuerzas nuevamente en él infusas, a causa de
»la lumbre del primer planeta está predominante, anda despojando los árboles de sus
» frondas, y á los dulces campos de la apostura de sus hermosos cabellos» (pág. 451).
«Claudia. — No pienses, mi verdadero amigo Aminthas, que descanso hallándome
» falta de ti, que eres mi verdadero bien; ni pienses... que los rayos piramidales proce-
» dentes del lucido Febo resplandecen más en el sublunar mundo, ni pienses que la
» hermosa cara de Apolo es tan grata á toda potencia vejetativa, cuanto más agradable.
»a mí la vista de tu graciosa persona; ni la festividad de las mieses es tan delectable al
» ministro de la agricultura; ni la sombra del frondoso árbol en el estío es más conve-
»niente al que viene cansado; ni fuente ni arroyo del agua que va saltando es más
* apacible al que quiere matar la sed, que á mí es dulce tu conversa y los razonamien-
» tos de tan gentiles y graciosas sentencias, que de la elegancia de tu lengua y claro y
» maravilloso entendimiento proceden...» (pág. 408).
Berintho y Cantaflua se enamoran en párrafos astrológicos y metafísicos, de dos ó
tres páginas de andadura, que darían envidia á cualquiera de los más gárrulos orado-
res modernos:
«Ber. — ¡Oh mi señora! ¡Oh mi verdadera felicidad! Ni la luciente cara de Apolo
INTRODUCCIÓN clxxxv
» resplandece tanto en el hemisferio, cuando con los rutilantes y encendidos rayos fuga
/'la congregación de los globos (¿lóbregos?) vapores; ni el rostro de la fermosa Dia-
'>na se muestra más claro en el signo de Libra ó Acuario, cuando su vista y clarí-
:>fico rostro resplandece en mi entendimiento, enseñándole las verdaderas líneas de tu
»tan inmensa excelencia y de tu tan incomparable poderío, con el cual, acompañándole
»la beldad sin comparación que tanto florece en tu persona, pusieron en prisión mi cau-
»tiva libertad, dándole leyes de perpetua servidumbre, de la cual, más áspera que la
» causada por la culpa del postrimero rey de los israelitas, fuera imposible tener
» esperanza de libertad, si no fuera con el mando de la misma primera causa, de donde
^procedió la privación de los sentidos corporales juntamente con el del libre albedrío;
» pero este tan primario y supremo poder, acompañado de su demasiada clemencia,
» usaron de tanta benevolencia, de tanta mesura, de tanta piedad, que certificadas las
» potencias de la razón, ya tan privadas de las sus obras, y certificado el ya tan apasio-
»nado entendimiento del remedio que de la su alta bondad les venía, en un instante,
i>en un improviso se verificaron y unieron de tal manera, que la mucha y grande espe-
/> ranza y tan entera noticia y notoria cerleriorizacion que venían á obtemperar y á
'> gozar en especulación de su clarífica vista, dieron ocasión que cobraran de nuevo
» aliento, para que las partes y potencias de menor dignidad, ejerciendo el fin de su
V composición, trujesen en su presencia á este tu verdadero subdito, tu fiel servidor, tu
->tan aherrojado cautivo; pero gran mudanza, gran novedad se les representa, en haber
>tan de súbito perdido la vista, con la tan demasiada lumbre que sienten proceder de
»los clarores de tu seráfica y alta mesuran (pp. 354 y 355).
Además de este detestable gusto, entre retórico y escolástico, que hace al incógnito
comediógrafo un precursor de las peores extravagancias del siglo xvii, como el Aretino
lo es de muchos de los vicios del secentismo italiano, hay que notar en la Thebayda
un gran número de latinismos inútiles, de los cuales ya hemos visto algunos; á los cua-
les pueden añadirse permisa por «permitida» , vaco por «vacío» , blandicias por
«halagos ó caricias», proditor por «traidor», demulcir por «ablandar», solercia por
«discreción ó prudencia», curriculo por «curso de estudios» y otros que es inútil
citar. De mitología é historia no se hable. Todos los personajes han leído á Quinto
Curcio y á Valerio Máximo y saben al dedillo las Oejiealogias de los Dioses de Bo-
ccaccio. Menedemo dice á su señor que oirá el cuento de sus amores «con más atención
»que el Tarquino Prisco los tres libros de la prudente sibila» (pág. 29). Franquila, que
es una Celestina de corto vuelo, dice á su rufián: «Siéntate, Galterio, y tu venida sea
»con tanta prosperidad y tan en buen hora como fué la de Furio Camilo á los romanos,
» cuando, elegido dictador, alzado su destierro, vino á remediar el Capitolio» (pág. 71).
Nada tenía de ingenio lego el que compuso la Thebayda; más bien pecaba de eru-
dición farraginosa é impertinente. No sólo abusa de las citas de autores clásicos, espe-
cialmente de Séneca, Cicerón, Virgilio, Ovidio, Persio y Juvenal, sino que se complace
todavía más en las de los Santos Padres y doctores de la Iglesia, cuya doctrina aplica
al redropelo, formando extraño contraste con la profunda inmoralidad de la obra. Hay
verdaderas disertaciones teológicas sobre el sumo bien, sobre las excelencias de la vir-
tud y el corto número de los elegidos, sobre el pecado original, sobre el sacramento de
la penitencia. Menedemo, criado grave y sentencioso de Berintho, cierra la última
escena con un largo y edificante sermón, en que recopila toda la historia sagrada desde
cLxxxvi ORÍGENES DE LA NOVELA I
la creación del mundo hasta la venida del Antecristo j el Juicio Final. Y adviértase !
que en todo esto hay propiedad de lengua.] e y suma ortodoxia en los conceptos. Sólo á
la pluma de algún estudiante de Teología puede atribuirse tan híbrido y escandaloso ¡
maridaje de lo más profano con lo más sagrado. •
Los personajes de la Thebai/da^ sin ser verdaderos caracteres literarios, viven con i
cierta vida brutal y fisiológica. El mejor trazado es, sin duda, el rufián Galterio, que
conserva todos los rasgos esenciales del admirable Centurio de la Celestina^ pero abul- i
tados monstruosamente hasta la caricatura, y añade otros nuevos, muy curiosos para , ■
la historia de las costumbres. En la Thebayda se aprende la intimidad en que este i
género de facinerosos vivía con los ministros de justicia, alguaciles y porquerones, \
que entraban á la parte en sus robos, denuncias y estafas (•); la especie de barato que
cobraban en los hostales y tablajerías; la protección vergonzosa que les daban los ,
grandes señores, asalariándolos como bravos de profesión ó como activos corredores de j
sus vicios. El repugnante tipo del «padre de la mancebía» , el rey Arlot de los tiempos i
medios (-), viene á dar los últimos toques á este horrible cuadro. ]
La Thebayda^ como todos los libros de su género, es un rico depósito de lenguaje ;
popular, y abunda en proverbios é idiotismos, especialmente cuando habla Galterio. Allí :
se repite el célebre refrán «topado lia Sancho con su rocín» (pág. 247), que ya había |
recogido el marqués de Santillaua en esta forma: «tallado ha Sancho el su rocín» {^). !
Reminiscencia probablemente de algún cuento y germen de una creación inmortal. í
Las tres comedias que acabamos de analizar fueron no sólo impresas sino compues- j
tas en Valencia, de cuyo lenguaje conservan algún rastro en ciertas palabras, tales ']
como gañivetes por cuchillos, tastar la fruta nueva por catarla ó probarla, codoñate \
por carne de membrillo ó mermelada, citronate por cidra confitada, rojidaUas por cuen- í
tos, hostal en el sentido de mancebía, y en algunas alusiones locales, v. gr. «ir al tálamo i
virgen «como el portal de Cuartea (*). Pero no puede admitirse sin otra prueba que
(•) (^Galterio. — Mi principal intención es, como ya sabes, ser amigo de todos los ministros de la i
«justicia, porque éstos contentos, puede hombre desollar caras en medio de la ciudad como cada ji
»día ves que se hace; y esto con poco trabajo t-e alcanza, porque con dar... algunos avisos de honi- I-,
sbres facinerosos, }• de algunos que juegan juegos devedados, y de algunas mancebas de casados, :
»ó frailes ó clérigos pobres, que de los demás otro norte se sigue, como luego y también acostum- i i
))bro acompañar algunas noches al corregidor ó teniente, ¡y con llevalle alguna vez un presentilio I
«liviano de cualquier par de perdices, y con otros servicios de pelillo semejantes á éstos puedes á ' i
«banderas desplegadas matar moros. .»
«Esto dfejado, también procuro de tener contentos los caballeros de la ciudad, en algunas cosas d
«como en acompañallos de que hombre los encuentra en la calle, que es cosa de que ellos mucho se '{
«honran; y también loar sus cosas á persona que se lo hayan de decir el mismo día, como á criados ^
«y familiares de su casa... Otra forma no pensada tengo también para con los señores de la Iglesia, <
«etcétera» (pp. 180-183).
C-*) D. Pedro IV de Aragón mandó extinguir este oficio, por carta real dada en Valencia á 6 de jj
marzo de 1337 (vid. Aureum Opus regalium privilegioruvi, p. CIII. De revocatione officii regís Arlo- 'y
ti^ VIII, citado por Oarboneres en sus curiosos apuntes históricos sobre La mancebía en Valencia,
Valencia, 1876).
(') Obras del marqués de Santillana, ed. de Amador de loa Ríos, pág. 513.
(*; Vid. sobre estos valencianismos de la Seraphina {qwo son mucho más raros en la Thebayda)
una indicación de D. Cayetano Vidal de Valenciano en Lo Gay Saber, segunda época, año TV, 15
de mayo de 1881.
INTRODUCCIÓN clxxxvh
el autor fuese valenciano, porque no había en Valencia á principios del siglo xvi nin-
gún escritor indígena que dominase la lengua castellana hasta el punto de poder escri-
bir la prosa abundante y lozanísima de la Seraphina y la Thebayda. Aunque el inüujo
del castellano hubiese ido penetrando en los géneros poéticos desde fines del siglo x\ ,
en la prosa, que es un instrumento mucho más difícil do manejar, apenas se mostraba
todavía. Los más insignes escritores valencianos del tiempo de Carlos V escribieron en
latín; algunos continuaron escribiendo en catalán. Hasta fines de aquella centuria no
hubo en Valencia prosistas castellanos dignos de competir con los de la España central
y Andalucía, aunque hubiese ya muchos excelentes poetas líricos y dramáticos. Algu-
nos cronistas, como Viciana y Beuter, se habían traducido á sí mismos, pero lo hi(;ie-
ron con suma tosquedad y rudeza. Un vocabulario tan rico, una sintaxis tan gallarda y
libre como la de la Thebaijda presuponen un autor que había mamado con la leche la
pureza de la lengua castellana.
Avanzando más, puede tenerse por seguro que el tal autor era andaluz. A cada
paso habla de cosas propias de aquella región. En la Seraphina (pág. 379) se mencio-
na «el lienzo sevillano y el lino de Guadalcanal, que cuesta á moneda de oro la vara:> .
En tierra andaluza había hecho su aprendizaje el Galterio de la Thebayda: «Yo he
»sido prioste de juego de esgrima, y en San Lúcar de Barrameda serví un hostal por
»el mismo señor de la casa, y en Carmona tuve casa de trato, y en algunas partes,
>como ya te es notorio, he sido padre» (pág. 64). Una de estas partes había sido
Lucena (pág. 48): «Seyendo mancebo y hijo de vecino en Ecija, me afrentó la justi-
»cia» (pág. 81). Afrentar está tomado aquí en el sentido de azotar. «Estábamos en
» Cabra, en la posada de Pedro Agujetero» (pág. 92). El mismo Galterio hace el pane-
gírico de su invencible espada en estos términos: «Ue treinta años á esta parte no se
» ha hecho desafío en toda la Andalucía donde ella no se haya hallado, porque de Cór-
»doba, de Cádiz, de Jerez, de Málaga y de otras muchas y diversas partes, donde suce-
»den algunos desafíos entre los amigos, luego me envían por ella, y con ésta fué con la
»que mataron al tablajero de Sant Lúcar, y con ésta cortaron entrambos los muslos á
»Navarrico, el soldado del duque, y con ésta Rabanal hizo las grandes cosas en Tele-
ndo, y al tiempo que Solisico mató el vizcaíno en Alcázar de Consuegra, no fué otra
/>cosa la causa salvo tener esta espada» (págs. 132-133). El Potro de Córdoba había
sido teatro de sus proezas: «Por cierto fué gran osadía la mía, que estando en el Potro,
'> Francisco Guantero hizo muestra que iba á hacer mano contra mí, y no se hubo aca-
'>bado de desenvolver, cuando ya le tenía con su mismo puñal cortada la mano dere-
>cha clavada encima del bodegón de Gaytanejo; pero ni por eso perdí la tierra ni dejé
>de pasearme» (pág. 176). El vino que los protagonistas beben no es el de Murviedro,
tan grato á Celestina, y que debía de ser el que principalmente se consumiese en Valen-
cia, sino de la vega de Martos, de Luque ó de Lucena (págs. 326-27). La «tabernilla
del Alcázar, el Caño quebrado» y otros sitios que en el libro se mencionan, pertenecen
á la topografía de Córdoba, según el decir de los expertos en ella; pero no creemos que
eso sea suficiente motivo para tener á su autor por cordobés. Lo mismo podría supo-
nérsele hijo del reino de Jaén ó de los Puertos, puesto que de todas partes tiene recuer-
dos picarescos: «¿No me has oído decir de cuándo fui al desafío, que maté á Francisco
p Cordonero en Arjona?... Pues ese fué mi padrino, y el tiempo que en Moguer nos qui-
psimos embarcar, cuando doce por doce tuvimos la cuestión, de cuatro que quedamos
CI.XXXVIII orígenes de LA NOVELA
» vivos ese es el uno, y el otro el ventero de la Guarda Cabrilla j el otro el que agora
ves Padre en Estepa» (págs. 424-425), Pudieran añadirse otros pasajes, pero no hacen
falta para comprobar lo que salta á la vista de cualquier lector un poco atento.
El mejor de los prosistas castellanos que por aquellos años escribía en Valencia es
el bachiller Juan de Molina, aunque no nos haya dejado más que traducciones, tan
notables algunas como la de los Triumphos de Apiano^ encabezada con una narración
de la guerra de las Germanías (1522); la Crónica de Aragón de Marineo Sículo (1523) y
la muy excelente de las Epístolas de San Jerónimo^ cuya primera edición es de 1520,
dedicada á doña María Enríquez de Borja, duquesa de Gandía, un año antes de que su
marido recibiese la dedicatoria de las tres empecatadas comedias. Pero Juan de Molina
no era andaluz, sino manchego, de Ciudad Real, según dice Nicolás Antonio; y además
el género de literatura en que principalmente se ejercitó, interpretando, además de las
obras citadas, el HomiLia'rio de Alcuino, el Confesonario de Gerson, el Gamalicl
catalán atribuido á San Pedro Pascual y otros textos análogos, parecen excluir )a
sospecha de que manchase nunca su pluma en composiciones tales como la Thebayda
y la Seraphina, que sería temerario atribuir por livianas conjeturas á un hombre
honrado.
En su tiempo y aun algo después no debieron de escandalizar tanto como ahora.
No sólo fueron reimpresas en 1546, sino que Juan de Timoneda, en el prólogo de sus
Comedias^ que son de 1559, citaba sin ambajes la Thebayda^ poniéndola al nivel de la
Celestina^ como obra de «muy apacible estilo cómico, propio para pintar les vicios y
» las virtudes». La Inquisición, que tratándose de este género de libros solía padecer
extraños olvidos, no la prohibió nunca, á pesar del dictamen de Zurita, que opinaba lo
contrario (').
Pero aún cabía descender más en pendiente tan resbaladiza y escandalosa. La corrup-
ción española, agravada y complicada con la italiana, produjo un singular documento
que lleva la siniestra y trágica fecha del saco de Roma. Uno de los fugitivos de aque-
lla catástrofe, refugiado en Venecia, hizo estampar allí en 1528 un libro, con todas las
trazas de clandestino, cuyo rótulo, á la letra, dice así: «Retrato de la lozana Andalu-
xa: en lengua española muy clarissima. Compuesto en Boma. El qual Retrato demues-
tra lo que en Romapassaua y contiene manchas (sic) mas cosas que la Celestina, ün
solo ejemplar de la Biblioteca Imperial de Viena nos ha conservado esta obra (^), y
Fernando Wolf dio la primera noticia de él en 1845 {^).
(') La Thebayda fué reimpresa por el marqués de la Fuensanta del Valle en el tomo XXII de
la Colección de libros españoles raros ó curiosos (Madrid, 1894). Esta edición es incorrectísima; se
hizo por una mala copia del ejemplar de la Biblioteca Nacional, y se ve que no fué cotejada ni co-
rregida por nadie. Hay erratas monstruosas, que hacen á veces impenetrable el sentido. A ella nos
referimos, sin embargo, por ser la única accesible á la mayor parte de los lectores.
(^) Es un tomo en 4.°, sin lugar ni año, 54 folios, signaturas Aij-Niij, con grabados en madera.
Hay tres reimpresiones modernas de la Lozana^ una en el tomo primero de la Colección de li'
bros españoles raros ó curiosos, de Sancho Rayón y Fuensanta del Valle (Madrid, 1871); otra de Pa- ¡
rU, 1888, en que acompaña al texto castellano una traducción francesa de Alcides Bonneau, y la
última de Madrid, en la Colección de libros picarescos del difunto editor Rodríguez Serra (1899). To-
das estas ediciones, que en rigor se reducen á una sola, proceden de una c:ípia que Gayangos hizo
sacar del libro de Viena, y que nadie se ha tomado el trabajo de cotejar.
(') En su artículo sobre la Celestina reimpreso en sus Studien (pág. 290).
IXTROPUCOIÓN CLxxxix
La Lüxana estaba escrita desde 1524 ('), según al folio tercero se declara: «Co-
»mien9a la historia o Eetrato sacado del Jure cevil natural, de la Señora Lozana: com-
^ puesto el año mili y quinientos y veinte e quatro; a treynta dias del raes de junio; en
Roma, alma cibdad, y como auia de ser partido en capítulos va por mamotretos, por-
que en semejante obra mejor conviene». Mamotreto quiere decir, según el autor,
«libro que contieno diversas nizones ó copilaciones ayuntadas;^ , y el número de estos
mamotretos llega á sesenta y seis.
Aunque por todo el libro dejó sembradas bastantes noticias de su persona, en nin-
guna parte declara su nombre, para lo cual no le faltaban buenas razones: «Si me decís
»por qué en todo este Retrato no puse mi nombre, digo que mi oficio me hizo noble
» siendo de los mínimos de mis conterráneos, y por esto callé mi nombre, por no vitu-
^ perar el oficio escribiendo vanidades con menos culpa que otros que compusieron y
»no vieron como yo; por tanto ruego al prudente lector, juntamente con quien este
» retrato viere, no me culpe, máxime que sin venir á Roma verá lo que el vicio della
■•causa; ausimismo por este Retrato sabrán muchas cosas que deseaban ver y oir,
estándose cada uno en su patria, que cierto es una grande felicidad no estimada >
(página 334).
Pero algunos años después no tuvo reparo en descifrar el enigma en la introduc-
ción que puso al tercer libro del Primaleón, corregido por él para la edición de Venecia
de 1534: «Como lo fui yo quaudo compuse la Lorana en el común hablar de la polida
» Andalucía». Al fin del volumen se expresa que los tres libros de Primaleón «fueron
'^ corregidos y emendados de las letras que trastrocadas eran por el vicario del valle de
> Cabezuela Francisco Delicado^ natural de la Peña do Martes».
A D. Pascual de Gayangos se debe este descubrimiento, con el cual se aclaran y
fijan todas las noticias sueltas que hay en la Lozayia y en otras publicaciones de Deli-
cado, aunque no sea hacedero trazar de él una completa biografía.
No había nacido en la villa de Martes, aunque la consideraba como su patria por
las razones que alega en el mamotreto 47.
(') El autor indudablemente la retocó antes de imprimirla, añadiendo algunas posaa de fecha
posterior, porque no liemos de atribuirle don de profecía.
\íRampin. — hos cardenales son aquí como loa mamelucos,
))Lozana. — Aquellos se hacen adorar.
»Ramp — Y éstos también.
oLoz. — Gran soberbia llevan.
»Rump. — El año de veinte y siete me lo dirán.
)^Loz — Por ellos padeceremos todos» (pág. 45 de la ed. de Libros raros).
<( Lozana — ¿Qué predica aquél? Vamos alia.
»/?(fm/).— Predica cómo se tiene de perder Roma, destruirse el año dil XX\'II,ma8 dícelo bnr-
)>lanilo-rt (pág. 73).
((Atictar. — Pues año de veinte é siete dexa á Roma y vete.
»Com^. — ¿Por qué?
nAnct. — Porque será confusión y castigo de lo pasado.
"Comp. — A iiuir quien más pudiere.
»^ncí. — Pensá que llorarán los barbudos, y mendicarán los ricos, y padescerán los susurrones, y
>jqueraarán los públicos y aprobados ó canonizados ladrones.
»Comp. — ¿Cuáles son?
^)Anct.— Los registros del Jure Cevil « (pp. 131-132).
cxc orígenes de la NOVELA
«Loz. — Señor Silvano, ¿qué quiere decir que el Auctor de mi retrato no se llama
» Cordovés, pues su padre lo fué y él nació en la diócesis?»
«■Silv. — Porque su castísima madre j su cuna fué en Martos, y como dicen, no
» donde naces, sino con quien paces» (pág. 239).
Cordobesa hizo á su heroína: «La señora Lozana fué natural compatriota de Séne-
»ca» (pág. 5). Y del mercado de aquella ciudad se acuerda ella misma con cierta
melancolía, repitiendo el viejo cantar de los Comendadores:
«En Córdoba se hace los jueves, si bien me recuerdo:
Jueves era, jueves,
Dia de mercado.
Convidó Hernando
Los Comendadores.
»¡0h, si me muriera cuando esta endecha oí* (pág. 72).
De la Peña de Martos, que nunca pei'teneció á la diócesis de Córdoba, sino á la de
Jaén, hace una curiosísima disertación, consignando algunas leyendas locales: «Los
»atautes de plomo y marmóreos escritos de letras gódicas é de egipciacas»; «la fuente
»con cinco pilares á la puerta de la villa, edificada por arte mágica en tanto espacio
» cuanto cantó un gallo» ; la fuente, todavía más salutífera, de Santa Marta, donde «la
» noche de San Juan sale la cabelluda, que quiere decir que allí muchas veces apareció
»la Madaleua, y más arriba está la peña de la Sierpe, donde se ha visto Santa Marta
» defensora, la cual allí miraculosamente mató un ferocísimo serpiente, el cual devora-
> ba los habitantes de la cibdad de Marte, y ésta tuó la principal causa de su despobla-
»ción» (pág. 237).
Todo este capítulo, perdido entre los horrores de la Loxana, hace el efecto de un
idilio que sosiega apaciblemente el ánimo, y algo dice en pro de su autor. No debía de
ser enteramente malo y corrompido el hombre que en medio de su vida loca y desen-
frenada sentía la nostalgia del «alamillo que está delante de la iglesia de Martos» , y á
quien el espectáculo de la perversión de Roma y Venecia traía á la memoria por con-
traste la honestidad y devoción de las mujeres de su tierra. «Y si en aquel lugar, de
»poco acá, reina alguna envidia ó malicia, es por causa de tantos forasteros que corren
»allí por dos cosas: la una porque abundan los torculares (lagares) y los copiosos gra-
» ñeros, juntamente con todos los otros géneros de vituallas, porque tiene cuarenta
» millas de términos, que no le falta, salvo tener el mar á torno; la segunda, que en todo
»el mundo no hay tanta caridad, hospitalidad y amor proximal cuanto en aquel
» lugar, y caúsalo la caritativa huéspeda de Christo (Santa Marta)». Indudablemente
algún jugo de alma conservaba el que escribió estas cosas: válganle en atenuación de
tantas otras.
En el prólogo de su edición del Amadis se precia de haber sido discípulo de Anto-
nio de Nebrija, á quien también menciona en la Loxana: «Eso que está escrito, no
»creo que lo leyese ningún poeta, sino vos, que sabéis lo que está en las hondu-
»ras, y Lehrixa lo que en las alturas, excepto lo que estaba escrito en la fuerte
» peña de Martos, y no alcanzó á saber el nombre de la cibdad, sacrificando el dios
» Marte, y de allí le quedó el nombre Martos á Marte tortísimo» (pág. 264).
Pero no creo que se aprovechase mucho de la doctrina de tan excelente maestro,
m
INTRODUCCIÓN cxci
ni que llegase á ser nimca un verdadero humanista. Su arqueología es popular y del
gusto de la Edad Media ('); su estilo, el de la conversación, no el de los libros: rara vez
cita autores clásicos. Quizá su relativa incultura le libró de pedanterías y afectacio-
nes, que en su tiempo eran frecuentes, pero en cambio rebajó su ideal artístico hasta
un punto que apenas pertenece á la literatura.
Durante el pontificado de Julio II ("2), probablemente siendo ya clérigo, pasó como
tantos otros á Roma en busca de algún beneficio, y allí debió de obtener ese vicariato
del valle de Cabezuela, que según la relajada disciplina de aquel tiempo sería nominal
y no le privaría de la residencia «m curiay> . De sus ocupaciones en Roma, del género
de sociedad que frecuentaba y de los achaques que su vida pecadora le produjo, hay
largos y nada edificantes detalles en la Loxana^ donde el autor interviene á cada mo-
mento como grande amigo y confidente de la heroína. El vicio tenía entonces su casti-
go inmediato y terrible en aquella nueva peste que apareció con horrendo estrago á
fines del siglo xv, cebándose en los ejércitos franceses y españoles que lidiaban en el
reino de Ñápeles. Sobre esta dolencia hay en la Lozana algunos detalles que pueden
(1) Véase una muestra:
«.Lozana. — Mira, no te ahogues, que este Tiber es carnicero como Tormes, y paréceme que
))tiene este más razón que no el otro.
y>Sagüeso — ¿Por qué éste más que los otrosV
y)Loz. — Has de saber que esta agua que viene por aquí era partida en inunclias partes, y el eni-
))perador Temperio quiso juntarla y que] viniese toda junta, y por más excelencia quiso hacer que
«jamás no se perdiese ni faltase tan excelente agua á tan magnífica cibdad, y hizo hacer un canal
)>de piedras y plomo debaxo á modo de artesa, y hizo que de milla á milla pusiesen una piedra y
Descrito de letras de oro su nombre, Temperio, y andaban dos mil hombres en la labor cada día; y
«como los arquimaestros fueron á la fin que llegaban á Ostia Tiberiana, antes que acabasen vinieron
«que querían ser pagados. El Emperador mandó que trabajasen sin entrar en la mar; ellos no que-
»rian, porque si acababan, dubitaban lo que les vino, y demandaron que les diese su hijo primogé-
1 «nito, llamado Tiberio, de edad de diez y ocho años, porque de otra manera no les parecía estar
¡ «seguros; el Emperador se lo dio, y por otra parte mandó saltar las aguas, y ansí el agua con su ím-
l »petu los ahogó á maestros y laborantes y al hijo, y poi eso dicen que es y tiene razón de ser carni-
ícero Tiber á Tiberio» (pp. 262-263).
Ignoro el origen de esta leyenda, que no encuentro en el precioso libro de Graf, Roma nella
meinoria e nelle inmaginazioni del Medio Evo.
Otros rasgos de esta arqueología infantil hay en la Lozana: ^cOs puedo mostrar al Rodriguillo
Mspañol de bronce; hecha fué estatua en Campidolio, que se saca una espina del pie y está desnu-
»do)) (pág. 48).
uLozana. — ¿Por dó heVnos de ir?
»Rampin. — Por aquí, por plaza Redonda, y veréis el templo de Panteón, y la sepultura de Lu-
BCrecia Romana, y el aguja de piedra que tiene la ceniza de Róiiiulo y Kémiilo, y la coluna la-
sbrada, cosa maravillosa» (pág. 69).
(') «Auctor. — Y á vos no conocí yo en tiempo de Julio segundo en plaza Nagona, quando sir-
sviedes al señor canónigo?» (pág 84).
La acción de la Lozana pasa en 1513, puesto que se menciona la coronación de León X:
»Los. — Yo venía cansada, que me dixeron que el Santo Padre iba á encoronarse. Yo, por verlo,
¡«no me curé de comer.
»La Sevillana. — ¿Y vístelo por mi vida?
»Loz. — Tan lindo es, y bien se llama León décimo, que así tiene hi cara» {^■^d'¿. 23).
De las cosas del tiempo de Alejandro VI se habla en la Lozaua como de oídas: «Ya es muerto
í)el duque Valentín, que mantenía los haraganes y vagamtmdos» (pág. 254).
cxeii orígenes DE LA NOVELA
interesar á la historia médica ('). Su autor adoleció, como tantos otros, de las "pestíferas
bubas (ni eran para otra cosa los pasos en que andaba"^, j para entretener ó consolar la
pasión melancólica que su enfermedad le produjo, compuso un tratado de consolatione
infirinorum^ que al parecer fué impreso, pero del cual sólo conocemos el título {'^).
Y habiendo logrado cierto alivio con el cocimiento del guayaco ó palo santo de
las Indias, que, introducido en España en 1508 y en Italia en 1517, había suplan-
tado en la terapéutica al mercurio, desacreditado por el brutal empirismo con que
se administró en los primeros momentos, determinó convertir en beneficio de sus
prójimos y juntamente de su bolsa aquella preparación farmacéutica;, y compuso un
cierto electuario, que vendía como un específico, aunque la Lozana no tenía mucha
fe en su eficacia. «Di que sanarás el mal francés, y te judicarán por loco del todo,
»que esta es la mejor locura que uno puede decir, salvo que el legno es salutífero»
(página 280).
El rarísimo opúsculo, escrito en italiano, en que Delicado expuso su plan curati-
vo, reservándose el secreto de su composición, se ocultó á la diligencia de Nicolás
Antonio, pero no á la del erudito médico de Montpellier Astruc, famoso especialista en
esta materia, ni á los historiadores de nuestra Medicina, Morejón y Chinchilla (^), que
paiecen haber tomado de él sus noticias. Uno y otro llaman al autor Francisco Delga-
do^ y así le denomina también el privilegio que le concedió Clemente VII para la
impresión de su libro en 4 de diciembre de 1526. Acaso fuese éste su verdadero ape-
('} (íLoz. — Dime Divicia, ¿dónde comenzó ó fué el principio del mal francés?
y>Divicia. — En Rapólo, una villa de Genova, y es puerto de mar; porque allí mataron los pobres ]
))de San Lázaro, y dieron á saco los soldados del rey Cario Cristianísimo de Francia aquella tierra y '\
))las casas de San Lázaro ., y luego incontinenti se sentían los dolores acerbísimos y lunáticos, que j
))yo me hallé allí y lo vi, que por eso dicen el Señor te guarde su ira, que es esta pla^a que el sexto
»ángel derramó sobre casi la metad de la tierra. j
»Lo3. — ¿Y las plagas? ]
y>Div. — En Ñapóles comenzaron, porque también me hallé allí cuando dicían que habían enfe- '
»cionado los vinos y las aguas; los qae las bebían luego se aplagaban, porque habían echado la
«sangre de los perros y de los leprosos en las cisternas y en las cubas, y fueron tan comunes y tan i
«invisibles, que nadie puilo pensar de dónde procedían. Munchos murieron, y como allí se declaró y
»se pegó, la gente que después vino de España llamábanlo mal de Ñapóles, y éste fué su principio,
))y este año de veinte y muitro son treinta é seis años que comenzó. Ya comienza á aplacarse con el
»legno de las Indias Occidentales, cuando sean sesenta años que comenzó, al hora cesará» (pp. 273
y 274).
(*) «Y si por ventura os veniere por las manos un otro tratado de Consolatione in/irmorum , po-
»deÍ8 ver en él mis pasiones, para consolar á los que la fortuna hizo apasionados como á mí; y en
))el tratado que hice del leño del India, sabréis el remedio mediante el cual me fué contribuida la
' «sanidad, y conoceréis el Auctor no haber perdido todo el tiempo, porque como vi coger los ramos
))del árbor de la vanidad á tantos, yo, que soy de chica estatura, no alcancé más alto, ásenteme el 1 1
«píe hasta pasar, como pasé, mi enfermedad» (pág. 334).
(^) Historia bibliográfica de la Medicina Española, obra x>óstuma de D. Antonio Hernández Mo
rejón, tomo II, Madrid, 1843, pág. 219.
Anales Históricos de la Medicina en general, y biográfico'bibliográficos de la española en parti-\ c
cular,por D. Anastasio Chinchilla. Historia de la Medicina Española, tomo I, Valencia, 1841, pá ' ;
gina 186.
Las donosísimas coplas de Cristóbal de Castillejo «cea alabanza del palo de las Indias, estandíj i
«en la cura del», cuya fecha es lástima no conocer, prueban el entusiasmo y avidez con que fué re
cibido el nuevo remedio
INTRODUCCIÓN cxoiu
llido, ligeramente alterado por él para acomodarle á los oídos italianos; pero es lo cier-
to que en todas sus publicaciones usó constantemente el de Delicado.
Graves y tremendos sucesos impidieron que el tratadillo sobre il mal franceso
fuese publicado por entonces. No se imprimió hasta 1529, en Venecia, un año después de
la Loxana, sin duda para que el segundo libro sirviese como de preservativo ó antí-
doto del primero ('). La entrada del ejército imperial en Roma, con todas las atrocidades
que acompañaron á su estancia de diez meses, le pareció providencial castigo de ante-
riores abominaciones, y repitió, como Alfonso de Valdós y tantos otros, el vae tibí
ctvitas meretrix. «¿Quién jamás pudo pensar, oh Roma, oh Babilonia, que tanta confu-
»sión pusiesen en ti estos tramontanos occidentales y de Aijuilon, castigadores de
»tu error?... ¿Pensólo nadie jamás tan alto y secreto juicio como nos vino este
^año á los habitatores que ofendíamos á su majestad?... ¡Oh cuánta pena mereció
»tu libertad, y el no templarte, Roma, moderando tu ingratitud á tantos beneficios
» recibidos, pues eres cabeza de santidad y llave del cielo, y colegio de doctrina, y
» cámara de sacerdotes y patria común!... ¡Oh vosotros que vernés tras los castiga-
»dos, mira este retrato de Roma, y nadie ó ninguno sea causa que se haga otro!...»
(páginas 337-338).
Las últimas páginas que sirven de apéndice á la Loxana están escritas bajo la im-
presión de aquella catástrofe y tienen un vigor que recuerda á veces el Diálogo de
Lactancia: «Sucedió en Roma que entraron y nos castigaron y atormentaron y saquea-
»ron catorce mili teutónicos bárbaros, siete mili españoles sin armas, sin zapatos, con
» hambre y sed, italianos mili y quinientos, napolitanos rmm¿sto.§ dos mili, todos estos
» infantes: hombres darmas seiscientos, estandartes de jinetes treinta y cinco, y más los
» gastadores, que casi lo fueron todos, que si del todo no es destruida Roma, es por el
♦ devoto femenino sexo, y por las limosnas y el refugio que á los peregrinos se hacía:
»íigora á todo se ha puesto entredicho, porque entraron lunes a dias seis de mayo de
» mili e quinientos e veinte e siete, que fué el escuro dia y la tenebrosa noche para
» quien se halló dentro, de cualquier nación ó condición que fuesen, por el poco respe-
»to que á ninguno tuvieron, máxime á los perlados, sacerdotes, religiosos... Profanaron
»sin duda cuanto pudiera profanar el gran Sofí sise hallara presente...» (págs. 344-45).
«¡Oh gran juicio de Dios! venir un tanto ejército sab nube y sin temor de las makli-
» clones sacerdotales, porque Dios les hacía lumbre la noche y sombra el día para casti-
»gar los habitatores romanos, y por probar sus siervos, los cuales somos muncho con-
■■tentísimos de su castigo, corrigiendo nuestro malo y vicioso vivir, que si el Señor no
>nos amara no nos castigara por nuestro bien; ¡mas guay por quien viene el escánda-
nlo!» (pág. 346).
Con esta inesperada lección acaba un libro de tan frivolas apariencias y vergonzoso
contenido. Las ideas que en estos párrafos se apuntan no eran peculiares del grupo
¡llamado erasniista^ aunque lograsen bajo la pluma del elegante secretario de Carlos V
su expresión más atrevida. Otros españoles de no sospechosa ortodoxia abundaban on
(') // modo de adoperure el legno de India occidentale, sulutifero remedio a ogni plaga et mal
(iicurahle, et si guarisca il mal Franceso; operina de niisser j^reie Francisco Delicado. (AlHu): Tni-
fpressum Venetiia sumptlJms vener. presbiteri Francisci Delicaii Hixpani de Qppido Marios, die W Fe-
^rxiarii 1529. 4.", ocho folios de letra gótica.
I ORÍGENES DE LA NOVELA. — TU. — TU
cxciv orígenes de LA NOVELA
ei mismo sentir. «Es la cosa más misteriosa que jamás se rió... (decía el abad de Naje-;
»ra, comisario del ejército del duque de Borbóu). Es sentencia de Dios: plega á él;
»que no se desdeñe (italianismo por indigne) contra los que lo hacen». En otra relación]
anónima y dirigida también al Emperador leemos: «Esta cosa podemos bien creer que i
»no es venida por acaecimiento, sino por divino juicio, que muchas señales ha habido... :
» En Roma se usaban todos los géneros de pecados muy descubiertamente, y hales'
» tomado Dios la cuenta toda junta» (*). \
Delicado salió de Roma con el ejército español á diez días de febrero de 1528,;
«por no esperar las crueldades vindicativas de los naturales» , y desde entonces parece '
haber fijado su domicilio en Venecia. Los rnamotretos que había llevado consigo fue- j
ron su tabla de salvación en aquel naufragio. Entonces publicó la Lozana y el tratado '
del leño de la Lidia. «Esta necesidad me compelió á dar este retrato á un estampado*
» por remediar mi no tener ni poder, el cual retrato me valió más que otros cartapacios
» que yo tenía por mis legítimas obras, y éste, que no era legítimo, por ser cosas ridi-
■>•> enlosas, me valió á tiempo, que de otra manera no lo publicara hasta después de mis
»dias, y hasta que otrie que más supiera lo enmendara» (pág. 347).
En Venecia vivió dedicado principalmente á la corrección de libros españoles, que
entonces tenían muchos aficionados en Italia. Son conocidas y gozan de grande esti-
mación bibliográfica sus ediciones del Amadís de Gaula (1533) y del Pritnaleón y
Polendos (1534). Hizo también dos de la Celestina en 1531 y 1534, y creo por varios
indicios que se le puede atribuir también una rarísima de la Cárcel de Amor (-). Acaso
con el tiempo se descubran otras. ¡
Previas estas noticias, muy incompletas sin duda, pero que nos permiten colum- 1
brar la extraña psicología de Francisco Delicado, digamos algo de la Loxmía Andalu- \
%a, sin entrar, por supuesto^ en su análisis, que no es tarea para ningún crítico decen- ^
te. La Lozana, en la mayor parte de sus capítulos, es un libro inmundo y feo, aunque ;
menos peligroso que otros, por lo mismo que el vicio se presenta allí sin disfraz que le i
haga parecer amable. Es un caso fulminante de naturalismo fotográfico, con todas las :
consecuencias inherentes á este modo de representación elemental y grosero, en
que la realidad se exhibe sin ningún género de selección artística y hasta sin plan
de composición ni enlace orgánico. Con saber que llegan á ciento veinticinco los per-
sonajes de esta fábula, si tal nombre merece, puede formarse idea del barullo y con-
fusión que en ella reina. No es comedia, ni novela tampoco, sino un retablo ó más|
bien un cinematógrafo de figurillas obscenas, que pasan haciendo muecas y cabriolas,!
en diálogos incoherentes. En rigor puede decirse que la Lozana no está escrita, sinoj
(') Vid el tomo II de mi Historia de los Heterodoxos Españoles, pág. 113.
^) Está descrita con el número 4.568 en las adiciones al Ensayo de Gallardo (t. IV, cois. 1563-|
64). Las palabras con que termina este volumen son exactamente las mismas que Delicado solí?
usar, aunque no se expresa su nombre. «Estampado en la ynclita ciudad de Venecia; hizo lo estamj ^
))par miser Juan Batista Pedrezano, mercader de libros: por importunación de muy munchos señoreij {
j)a quien la obra y estilo y lengua Romance Castellana muy muncho plaze. Correcto de las letra'
))que trastrocadas estavan: se acabo año del Señor 1531. A dias 20 Novembris. Reinando el Ínclito ;
))8erenÍ8s¡mo príncipe miser Andrea Griti, Duque clarissimo. Onm gracia y privilegio del ínclito t
»prudentÍ8SÍmo Senado; a la librería o botecha que tiene por enseña la Torre junta al puente d(
))Rialto » I
INTRODUCCIÓN ' cxgv
hablada, y esto es lo que da tau singular color á su estilo y constituye su verdadera
originalidad.
Aunque muy admirador de la Celestina^ que cita desde la portada y vuelve cá
mencionar en otras partes ('), Delicado no pertenece á la escuela de Fernando de
Rojas, ni era capaz de comprender siquiera el arte tan profundo y humano de la tragi-
comedia de Caliste y Melibea. Sólo podía asimilarse los elementos picarescos de aque-
lla creación, y ni aun esto hizo, porque las costumbres que describe son más italianas
([ue españolas, y él mismo era un español italianizado. El tipo de la protagonista
Aldonza carece de la grandeza y de la perversidad transcendental del de Celestina.
Una sola seducción y tercería de ésta significa más que todas las acciones indignas y
vituperables que comete la Lozana y todos los disparates que pronuncia su cínica len-
gua. La «parienta del Ropero, conterránea de Séneca, Lucauo, Marcial y Averroes»
(página 184), no pasa de ser una moza desenvuelta y atolondrada, de mala vida y buen
humor, de natural despejo y fácil labia, que ti'abaja por cuenta propia y ajena eu aven-
turas escandalosas, pero que se guarda mucho de corromper la virtud de las doncellas
ni de inquietar con mensajes y tercerías á las mujeres honradas. Su conciencia moral
está atrofiada por la vileza de su oficio, pero su índole nativa no parece tan abomina-
ble como sus costumbres.
Se ha supuesto que Delicado pudo tener otros modelos, ya en la literatura clásica,
ya en la italiana de su tiempo, para la forma de coloquios desligados que dio á su obra.
Los diálogos ¡neretri'jios (l-catpt .ot §12X0701) de Luciano ofrecen una serie de escenas que,
salvo dos ó tres verdaderamente monstruosas, tienen una gracia ática digna del elegan-
tísimo sofista de Samosata. Pero dudamos mucho que hubiesen llegado á noticia del
autor de la Loxana. Francisco Delicado, lo mismo que Pedro Aretino, con quien algu-
nos le han comparado, pertenece al Renacimiento, no por su cultura, sino por sus vicios.
El Aretino escasamente sabía latín, cosa que apenas se concibe en un literato italiano
del siglo XVI. Y aunque de nuestro Delicado, que se preciaba de discípulo del Nebri-
sense, no pueda decirse otro tanto, su libro no indica familiaridad alguna con las letras
clásicas, salvo con el Asno de Oro de Apuleyo, que parece haber manejado mucho, ya
O En el prólogo habla del (.uirle de aquella mujer que fué en láalamanca en tiempo de Oelee-
tino segundo». Claro que es broma lo de la época de Celestino II, cuyo breve pontificado pertenece
:il siglo XII (1143-1144), pero la indicación de Salamanca es uno de los más antiguos testimonios
que pueden encontrarse en favor de la tradición que pone allí el teatro de la tragicomedia de Rojas.
Vil que me olvidé de citarlo en su lugar propio, subsano aquí la falta.
Pág. 187: «Monseñor, esta es Cárcel de Amor, aquí idolatró Calisto, aquí no se estima Melibea,
"iiquí poco vale Celestina».
Pág. 255: «Dicen que no es nacida ni nacerá quien se la pueda comparar á la Celidonia, porque
'^Celestina la sacó de pila».
La Lozana se hacía leer por los amigos, entre otras composiciones literarias, la Celestina:
ijuiero que me leáis, vos que tenéis gracia, las coplas de Fajardo y la comedia Tinalaria y á CeloF-
"tina, que huelgo de oir leer estas cosas mucho.
y>Silvano. — ¿Tiénela vuestra merced en 6asa?
y^Loz, — Señor, vedla aquí, mas no me la leen á mi modo, como haréis vos» (pág. 239).
La Comedia Tinelaria es de Bartolomé de Torres Xaharro. Las coplas de Fajardo no deben de
For ctra cosa que la bestial C... comedia del Cancionero de Burlas, dedicada, como en ella se dice, al
inoble caballero Diego Faxardo, que en nuestros tiempos en gran hixuria floreció en la ciudad de
i'Guadalaxara»,
cxfivi orígenes T)E la NOVELA
en el original, ya en la elegante versión del arcediano de Sevilla, Diego López de Cor- i
tegana (').
Otros han supuesto que la Lozana era una imitación de los Ragionamenti del Are- '
tino, á los cuales se parece, en efecto, de una manera extraordinaria (-). Pero hay una !
razón cronológica que impide admitir esta imitación. La Loxana estaba escrita desde '
1524 y fué impresa en 1528. Todas las obras del Aretino análogas á la novela española i
son posteriores á esa fecha. El Ragionamento della Nanna e della Anto?i¿a es de 1533-,
el Dialogo della Nanna e della Pippa sua figliola es de 1536; el Ragionamento del \
Zoppino falto frate... dove contiensi la vita e genealogía di tutte le cortegiane di
Roma^ que algunos han señalado como modelo de la Loxana (3), no se publicó hasta i
1539. Si imitación hubo, sería, pues, del Aretino y no á la inversa, y así lo han conje- ;
turado algunos críticos italianos tan competentes como Arturo Graf (''). Pero no creo \
en. semejante imitación, que por otra parte ningún honor haría á nuestra literatura. El 1
Aretino no necesitaba recibir lecciones de nadie en semejante materia, y menos del \
autor oscurísimo de la Lozana^ á quien nadie cita ni en Italia ni en España durante •
aquella centuria (S). Las semejanzas que entre los dos autores existen nacen de la j
materia misma y de los procedimientos de vulgar realismo que uno y otro emplean.
En rigor, la Loxana no tiene antecedentes literarios. Nació de la vida y no de los i
i
(') (iLozana. — Ándate alií, p... de Tesalia, con tu3 palabras y hechizos, que más sé yo que no ,
»tú ni cuantas nacieren, porque he visto moras, judías, zíngaras, griegas y cecilianas, que éstas son 1
))la8 que más se perdieron en estas cosas, y vi yo hacer munchas cosas de palabras y liechizos, y \
»nnnca vi cosa ninguna salir verdad, y todas mentiras^fingidas, y yo he querido saber y ver y pro- '^i
»bar como Apuleyo, y en fin hallé que todo era vanidad, y cogí poco fruto, y ansí hacen todas las j
»que ee pierden en semejantes fantasías» (pág. 267). ;'
(lLoz. — Como dixo Apuleyo, bestias letrados» (pág. 303). i
(íPorfirio. — ¡Oh Dios mío y mi Señor! como Balan hizo hablar á su asna ¿no haría Porfirio leer '
»á su Robusto, que solamente la paciencia que tuve cuando le corté las orejas me hace tenelle ,
»amor? pues vestida la veste talar, y asentado y bello, como tiene las patas crao el asno de oro de I
y>Apuleyo, es ;)ara que le diesen beneficios, cuanto más graduallo bacalario» (pág. 324).
El mismo Porfirio dice de su asno que «no sabe leer, no porque le falte ingenio, mas porque no
»lo puede expremir por los mismos impedimentos que Lucio Apuleyo^ cuando, siendo asno, retutio
-^siempre el intelecto de hombre racional v (pág. 324).
(*) Esta semejanza fué advertida primeramente por los señores Fuensanta del Valle }' Sancl o
Rayón en la advertencia preliminar de su edición de la Lozana^ pág. 7.
(') Th. Braga, en un artículo mu^' interesante de la Bihliographia Critica, de F. Adolpho
Ooelho, tomo I (y único). Porto, 1875, pág, 99,
Es cierto que en la Lozana se cita más de una vez á Zopin, pero no como personaje literario, i ¡
sino como tipo popular, como uno de los rufianes más conocidos en Roma (pág, 203). Li, Lozana se|f
indigna de que la comparen con él,
(*) Giornale Storico della letteratura italiana. Turín, 1880, tomo XIII, pág. 317. Ya el traduc
tor francés Alcides Bonneau había notado la prioridad cronológica de la obra de Delicado sobre los
Ragionamenti del Aretino.
(") «E discutibile e discutibilissimo che l'Aretino abbia foggiati i Ragionamenti e la Puttana\ "i]
•^errante sul tipo della sfrontata ed accorta Lozana Andaluza di Francesco Delgado, come pare in-i
»clini ad ammetere il Graf. Nella vita licenciosa delle cortigiane e femmine di postribolo l'AretinoJ
«esperto di tutto, ne sapeva un punto di piú del Delgado... né a me consta che la Lozana, bencha
»c<wnposta a Roma, godesse grande diffusione a'tempi dell'Aretino.» |
(A. Farinclii. En la Rassegmi Bihliograjica della letteratura Italiana.^ tomo VII, pág. 281.'
Pisa, 1900). I
INTRODUCCIÓN cxcvu
libros: fué un producto mórbido de la corrupción romana. Su valor es nulo, pero su
importancia como documento histórico os grande, con ser tantos los que existen sobre
la prostitución en el siglo del Renacimiento. Extraño y singular mundo aquel en que
nos hace penetrar la Loxana. No es el de aquellas cortesanas cultas 7 literatas como
Tulia de Aragón y Verónica Franco, en quienes renació hasta cierto punto el tipo de
las hieras griegas (•), sino el mundo abigarrado j confuso, en gran parte de importa-
ción extranjera, que llenaba los prostíbulos de Roma y que ya en 1490 alcanzaba, según
el Diario de Esteban Tnfessura, la formidable cifra de 6.800 mujeres, «exceptis illis
:¿>quae in concubinatu sunt et illis quae non sunt publico sed secreto» (^); cifra infe-
rior, sin embargo, á la de Venecia, donde al comenzar el siglo eran, según Marino
Sañudo, 11.654 en una población de oOO.OOO habitantes {^). Toda casta de gentes y
naciones se mezclaba en este ejército del pecado, y el autor de la Loxana hace una
curiosa^numeración geográfica de ellas (''), aparte de otras clasificaciones y distincio-
nes en que no hay para qué entrar. A veces nombra á meretrices opulentas y pompo-
sas, como la célebre Imperia la aviñonesa (^') y madona Clarina^ la favorida\ pero
principalmente habla de sus paisanaS; que parece haber tratado más de cerca y de cuyas
andanzas estaba mejor informado: «la de los Ríos, que fué aquí en Roma peor que
>> Celestina y manaba en oro» (pág. 160); «la Xerezana, la Garza Montesina, la galán
:> portuguesa, que mandaba en la mar y la tierra, y señoreó á Ñápeles, tiempo del gran
» Capitán, y tuvo dineros más que no quiso, y verla allí asentada demandando limosna
»á los que pasan!» (pág. 248).
(') Viil. el precioso estudio de A. Graf, Una cortlgiana fra mille: Verónica Franco, en su libro
Attraverso il Cinquecento (Tuiín, 1888, pp 217-355).
(-) Apud Eccíird, Corpus Iiistoricorum medü aevi, tomo II, pág. 1997. Apud Graf, pág. 284.
(3) Diarii, tomo VIII, col. 414. Apud Graf, pág. 286.
{*) «Hay de todas naciones; hay españolas castellanas, vizcaínas, montañesas, galicianas, astu-
"riaiuis, toledanas, andaluzas, granadinas, portuguesas, navarras, catalanas y valencianas, aragone-
^>.sas, mullorquinas, sardas, corgas, sicilianas, napolitanas, brucesas, pullesas, calabresas, romanescas,
> inilanas, eenesas, florentinas, pisanas, luquesas, boloñesas, venecianas, milancsas, lombardas, fe-
:iaresas, modonesas, brecianas, mantuanas, raveñanas, pesauranas, urbinesas, paduanas, veronesas,
Dvicentinas, perusinas, novaresas, cremonesas, alexandrinas, vercelesas, bergamascas, trevijanas,
«piedemontesas, sabo^-ai.as, provenzanas, bretonas, gasconas, francesas, borgoñonas, inglesas, fla-
Dinencas, tudescas, esclavonas y albanesas, candiotas, bohemias, húngaras, polacas, tramontanas y
Dgriegas.
yyLozana, — Qinovesas os olvidáis.
y)Boltjero. — Esas, señora, sonlo en su tierra, que aquí son esclavas ó vestidas á la ginovesa por
Dcualque respeto» (pp. 107 108).
- i*") La Imperia Romana, manceba del célelire banquero Agustín Cliigi, murió en 1511, según
lo publicaba su insolente epitafio en la capilla de Santa Gregoria. «luiporia Oortisana Romana (juae
»digna tanto nomine, rarae inter mortales formae specimen dedit, Vixit a, XXVII, d. XII. Obiit
MDXI, die XV Augusti.))
La Imperia Aviñonesa que aparece on el Retrato de la Lozana (mamotretos 60-62) debe de ser
una cortesana posterior, que tomó el nombre de la primera, según acostumbraban las de su oficio:
«Y como vienen, luego se mudan los nombres con cognombres altivos y de gran sonido, como son:
íla Esquívela, la Cesarina, la Imperia, la Delfina, la Flaminia, la Borbona, la Lutreca, la Franqui-
»lana, la Pantasilca, la Mayorana, la Tabordana, la Pandolfa, la Do'-otea, la Oropesa, la Semi-dama,
íy doña tal, y doña Adriana, y así discurren, m istrando por sus apellidos el precio de su labor»
(pág. 109).
cxoviii orígenes de LA NOVELA
Todos estos nombres tienen traza de ser históricos: acaso lo es también la heroína
Aldonza; á lo menos su carácter tiene grandísimo parecido con aquella Isabel de Luna
de quien en las ingeniosas j desenvueltas novelas del obispo dominico Bandello queda
tanta memoria (^). Así como la Lozana había peregrinado no solamente por España,
Francia ó Italia, sino por todas las escalas de Levante, haciendo estancia con su amigo
Diomedes «en Alexandría, en Damasco^ en Damieta, en Barut, en parte de la Siria,
»eü Chipre, en el Cairo, en Constantinopoli, en Corinto, en Tesalia, en Boxia, en Can-
»día» (pág. 15), también Isabel de Luna había corrido medio mundo, había estado en
Túnez y la Goleta, había seguido la corte del Emperador en Alemania y Flandes, y
pasaba en Roma por la más astuta é ingeniosa mujer que podía encontrarse, la de más
entretenida conversación y dichos agudos, prontísima en las réplicas mordaces y en
tomar desquite de quien la ofendía, Pero tanto Isabel de Luna como otras cortesanas
españolas de que la literatura italiana guarda memoria^ la Beatriz, que cuando tuvo
que cortarse la hermosa cabellera fué consolada en elegantes versos latinos por el
Molza, su amante y su víctima; otra Beatricica, de quien habla el Aretino; la Ortega
predilecta de abogados y procuradores, parecen haber florecido en años posteriores á
la composición de la Lozana.
No es sólo el mundo lupanario el que Delicado retrata ó retrae (como él dice),
aunque sea el centro de su obra. Otros bajos fondos de la sociedad romana tenía igual-
mente conocidos y explorados: las «camiseras castellanas» que moraban en Pozoblau-
co, las napolitanas que tenían por oficio «hacer solimán, y blanduras, y afeites, y ceri-
» lias, y quitar cejas, afeitar novias, y hacer mudas de azúcar candi y agua de azofei-
»fas» (pág. 21), aunque todavía las aventajaban en el arte cosmética sus maestras las
judías, como Mira la de Murcia, Engracia, Perla, Jámila, Rosa, Cufra, Ciutia y Alfa-
rutia: un tropel de ensalmadores y curanderos, charlatanes y sacamuelas y de otros
mil extravagantes oficios que invadían el Cainpo de Fiore. Sobre la situación de los
judíos en Roma tiene algunos pasajes interesantes: «Esta es sinoga de catalanes, y allí
» son tudescos, y la otra franceses, y ésta de romanos é italianos, que son los más
» necios judíos que todas las otras naciones, que tiran al gentílico y no saben su ley;
(') Vid. especialmente la novela 51 de la 2.* parte: Isahella da Luna, spagnuola,fa una solenne
burla a cM pensava di burlar lei.
ccFra l'altre che a Roma seno, ce n'e una; detta Isabela da Luna, Spagnuola, la quale ha cércate
)>mezzo il mondo. Ella ando alia Goletta e a Tunisi; per dar soccorso ai bisognosi soldati, e non gli
ftlasciar morir di fame. Ha anco un templo seguitata la Corte -dell' Iraperadore per la Lamagna e la
))F¡andra e in diversi altri luoglii .. Se n' é últimamente ritornata a Roma, dov' é tenuta, da chi la
))conosce, per la piü avveduta e scaltrita femmina clie stata ci sia giá mai. Ella é di grandissimoj i
•ointertenimento in una compagnia, siano gli uomini di che grado si vogliano, perciocché con tutti j,
»si 8a accoraodare e dar la sua a ciascuno. E' piacevolissima, affabile, arguta, e in daré á tempi suoi -j
i>le risposte a ció che si ragiona- prontissima. Parla molto bene Italiano; e se é punta, non crediatfj j
»che si sgomonti, e che le manchino parole a punger chi la tocca; perché é mordace di lingua, e norj *
«guarda in viso a nessuno, ma dá con la sue pungenti parole mazzate da orbo. E' poi tanto sfacciatfj ,
»e presuntuosa, che fa professione di far arrossire tutti quelli che vuele, senza che ella si cangi di ^
«colore.» (Novelle di Mutteo Bandello, Milán, 1814, tomo VI, pp. 518 519)
Todas las señas de este retrato convendrían perfectamente á la Lozana, si la cronología lo perj >
mitiese. Pero no siempre fueron afortunadas las andanzas de Isabel de Luna en Italia. Véase la no
vela 17 de la parte IV del mismo Bandello, Castigo dato a Isahella Luna meretrice, per la innohediertz
ai comandamenti del Governalore di Roma, (tomo IX, pp. 283-290).
INTRODUCCIÓN cxcix
»más saben los nuestros españoles que todos, porque hay entre ellos letrados y ricos,
»y son muy resabidos» (pág. 7()).
Gran parte del interés de este libro consiste en los elementos folklóricos que encie-
n-a, y los hay de todas especies. Abundan los relativos á abusiones y supersticiones,
que el autor reprueba severamente, pero que la Lozana practicaba sin escrúpulos,
comerciando con la necedad ajena: «Yosó ensalmar, y encomendar y santiguar, cuan-
»do alguno está aojado, que vieja me vezó, que era saludadora y buena como yo; sé
-> quitar ahitos, sé para las lombrices, sé encantar la terciana... 8ó sanar la sordera y
»sé ensolver sueños, sé conocer en la frente la phisionomía, y la chiromancia en la
»mano, y prenosticar» (pág, 216). El oísalmo del mal francorum^ puesto en boca de
Kampin «el pretérito criado de la Lozana», es una parodia de los supersticiosos conju-
ros populares:
Eran tres cortesanas,
Y tenian tres amigos
Pajes de Franquilano...
(Pág. 88).
La relativa antigüedad de la Loxana da importancia á las menciones que en ella se
hacen de varios tipos tradicionales, como Pedro de Urdenialas^ Juan de Espera en Dios
(nombre español del judío errante) y principalmente Lazarillo (pág. 180), que según
se deduce de este texto era ya protagonista de algún cuento oral antes que un grande
ingenio anónimo le hiciese inmortal en nuestra literatura.
La lengua de la Loxa)ia es tan singular como su argumento y estilo. Aunque ridi-
culamente haya sido calificada en nuestros días de «joya de la literatura española» y
su autor del «mejor hablista de su tiempo» , no hay libro del siglo xvi cuya prosa sea
más impura ni más llena de solecismos y barbarismos. Pero su misma incorrección la
hace muy curiosa. Lejos de estar escrita en «lengua castellana muy clarísima», como
anuncia el frontis, lo está en aquella lengua franca ó jerigonza italo-hispana usada en
Roma por los españoles de baja estofa que llevaban mucho tiempo de residir allí, y que,
sin haber aprendido verdaderamente la lengua ajena, enturbiaban con todo género de
italianismos la propia: picaros y galopines de cocina, rufianes, alcahuetas y rameras,
valentones de la hampa, soldados mercenarios y otra chusma por el estilo. Ya Bartolo-
mé de Torres Naharro, ingenio más decoroso y de otro fuste que Delicado, había pla-
gado intencionadamente de voces exóticas algunas escenas de sus comedias Soldadesca
y Tinelaria. Pero en él fué capricho pasajero, nacido de la ocasión y lugar en que se
representaron sus comedias para un auditorio principalmente italiano ('). Por el con-
(') Vid. el estudio crítico sobre aquel poeta, que publiqué al principio del segundo tomo de la
Propaladia (Madrid, 1900, en la colección de los Libros de antaño).
Torres Naharro tiene algunas afinidades con Delicado, especialmente en una composición bas-
tante licenciosa que no se atrevió á incluir en la Propaladia: Concilio de los Galanes y cortesanas de
Roma invocado por Cupido (pliego suelto de la Biblioteca de Oporto). De su contexto parece infe-
rirse que fué compuesto en 1515.
En e\ prohemio úe \ii Prop(tladia dice Torres Naharro: «Ansí mesmo iiallarán en parte de lu
»obra algunos vocablos italianos, especialmente en las comedias, de los cuales convino usar,
í)habiendo respecto al lugar y á las personas á quien se recitaron. Algunos dellos he quitado, otros
3)he dejado andar, que no son para menoscabar nuestra lengua castellana, antes la hacen más co-
Bpiosa» (pp. 10-11 de la edición moderna).
ce orígenes de la novela
trario, la jerga mestiza y tabernaria en que está escrito el Retrato de la Lozana es
constante j sistemática, como trasunto de lo que el autor oía por las calles. El mismo
Delicado lo confiesa: «y si quisieren reprender que por qué no van munchas pala-
»bras en perfeta lengua castellana, digo que siendo andaluz y no letrado, y escribien-
» do para darme solacio y pasar mi fortuna, que en este tiempo el Señor me había dado,
» conformaba mi hablar al sonido de mis orejas, que es la lengua materna y el común
» hablar entre mujeres, y si dicen por qué puse algunas palabras en italiano, púdelo
» hacer escribiendo en Italia, pues Tulio escribió en latín y diso muchos vocablos grie-
»gos y con letras griegas; si me dicen que por qué no fui más elegante, digo que soy
»iñüi'ante» (pág. 333). Pero las innovaciones de Delicado no eran del género de las de
Marco Tulio. No sólo algunas palabras, sino más de un centenar de ellas jamás oídas
en Castilla, y lo que es peor formas estropeadas de la conjugación, y una sintaxis flo-
tante y anárquica, que no es ni española ni italiana, impiden que tal libro pueda ser
considerado como texto de lengua. No me refiero, claro es, a las frases correctamente
italianas que Delicado pone en boca de personajes de aquella nación para mejor carac-
terizarlos: recurso permitido á todos los dramaturgos y novelistas. Trato sólo del len-
guaje que usan todos los interlocutores de la pieza, comenzando por el autor mismo.
A cada paso se tropieza con locuciones como éstas: «parentado» (por parentela), «es
estada inundaría» , «sois estada en Levante» , «quizá que trae guadaño» (por ganan-
cia), «canavario ó bostiller de un señor», «cuando comen parece que mamillan»^
chamhelas por pasteles, mancha por aguinaldo ó propina, fámulos por criados,
patrones por señores ó dueños, fantescas por criadas, forcel (de forxiere) por arca ó
cofre, butiü'o por manteca, romeaje por romería, contenteza por contento, no os ama-
léis por no os enferméis, locanda por casa de posada, travestidos por disfrazados, judi-
car por juzgar, tal vuelta (tal volta) por á veces, refala por remendada, escátula por
caja, grávida por preñada y á mayor abundamiento el verbo engravidarse^ estaferos
por palafreneros y otras innumerables que sería prolijo relatar, algunas de las cuales
sólo se encuentran en este libro y allí pueden quedarse.
A pesar de este vocabulario de acarreo tiene la Loxajia un fondo castizo, por las
reminiscencias que el autor conservaba del «común hablar de la polida Andalucía).
Véase, por ejemplo, el trozo siguiente, en que Aldonza enumera los primores de cocina
y repostería en que era maestra conforme al gusto de su tierra, que no era precisamen-
te el de Ruperto de Ñola y otros tratadistas clásicos. Es materia en que Delicado insis-
te con gran riqueza de palabras y cierta sensual delectación: «Por amor de mi agüela
»me llamaron á mí Aldonza, y si esta mi agüela viviera, sabría yo más que no sé, que
» ella me mostró guisar, que en su poder deprendí hacer fideos, empanadillas, alcuscu-
»zu con garbanzos, arroz entero, seco, graso, albondiguillas redondas y apretadas con
» culantro verde, que se conocían las que yo hacía entre ciento... ¡Y qué miel! pensá,
» señora, que la teníamos de Adamuz y zafrán de Peñafiel, y lo mejor de la Andalucía
» venía en casa de esta mi agüela. Sabía hacer hojuelas, pestiños, rosquillas de alfaxor,
»textones de cañamones y de ajonjolí, nuégados, xopaipas, hojaldres, hormigos torci-
»dos con aceite, talvinas, zahinas y nabos sin tocino y con comino, col murciana con
»alcarabea, y olla resposada no la comía tal ninguna barba. Pues boronía ¿no sabía
» hacer? por maravilla, y cazuela de bereugenas moxies en perficion; cazuela con su
»ajico y cominico, y saborcico de vinagre, ésta hacía yo sin que me la vezasen. Relie-
INTRODUCCIÓN cci
»uos, cuajarejos de cabritos, pepitorias y cabrito apedreado con limón ceuti, y cazuelas
»de pescado cecial con oruga, y cazuelas moriscas por maravilla, y de otros pescados
» que sería luengo de contar. Letuarios de arrope para en casa, y con miel para pre-
» sentar, como eran de membrillos, de cantueso, de uvas, de berengeuas, de nueces y
»de la flor del nogal, para tiempo de peste; de orégano y hierba buena, para quien
» pierde el apetito; pues ¿ollas en tiempo de ayuno? éstas y las otras ponía yo tanta
»hemencia en ellas, que sobrepujaba á Platina, Be volnptatihns^ y Apicio Romano, De
»re coqumaria» (págs. 8-9).
Además de las curiosidades de lengua y extraños detalles de costumbres que un
lector serio puede entresacar de la Lozana^ tiene para la historia de la novelística el
interés de algunos cuentos, en general muy conocidos, como el del tributo pagado por
los médicos á Gonella, famoso truhán del duque de Ferrara ('), y el del asno de Micer
Porfirio, á quien la Lozana enseñó á lee?' poniéndole cebada entre las hojas de un
libro, con lo cual pudo sin obstáculo graduarse de bachiller ó bacalario. Esta vieja
fncecia se encuentra en el Esopo de Waldis, en el libro alemán Til Entenspiegel, en
las Noiivelles Eecreatiotis et joijeux devis de Buena\^entura des Periers, en el Falni-
lario de nuestro Sebastiám Mey y en otras colecciones (^). Pero en la Lozana tiene
más gracia, porque está puesto, no en narración, sino en acción (3).
Quizá nos hemos detenido más de lo justo en dar razón de este libro, por lo mismo
que su lectura no puede recomendarse á nadie. Es de los que, como decía D. Manuel
Müá, «no deben salir nunca de lo más recóndito de la necrópolis científica» . Las tres
reimpresiones modernamente hechas hubieran podido excusarse, y el ejemplar de Vie-
na bastaba para satisfacer la curiosidad de los filólogos, que ya hubieran sabido encon-
trarlo y á quienes su misma profesión acoraza contra el contenido bueno ó malo de las
obras cuyo v^ocabulario y gramática examinan.
(*) ((Demandó Gonela al Duque que los médicos de su tierra le diesen dos carlines al año. El
»Duque, como vido que no avia en toda la tierra arriba de diez, fué contento. E! Gonela ¿qué hizo?
»atóse un paño al pie y otro al brazo, y fuese por la tierra. Cada uno le decía ¿qué tienes? y él le
«respondía: tengo hinchado esto, e luogo le decían: va, toma la tal hierba y tal cosa y póntela y
«sanarás; después escrevía el nombre de cuantos le decían el remedio, y fuese al Duque, y mostróle
«cuantos médicos habia hallado en su tierra, y el Duque decía: ¿Has tú dicho la tal medicina á
))Gonela? El otro respondía: señor, sí; pues paga dos carlines, porque sois médico nuevo en Ferrara);
I (pág.272).
j Esta anécdota, ú otra muy análoga, se repite en varias colecciones úcfacecias italianas y espa-
, ñolas. Es el primero de los Doce cuentos de Juan Aragonés, que acompañan al Alivio de caminantes,
\ de Juan de Timoneda, en algunas ediciones.
i {^) Vid. el tomo 11 de estos Orígenes de la novela, pág 110.
t (^) «.Lozana. — Micer Porfirio, estad de buena gana, que yo os lo vezaré á leer, y os daré orden
i '»que despaches presto para que os volváis á vuestra tierra; id mañana, y haced un libro grande de
¡ «pergamino, y traédmelo, y lo vezaré á leer, é yo hablaré á uno que si le untáis las manos será no-
j «torio, y 08 dará la carta del grado, y hace vos con vuestros amigos que os busquen un caballerizo
! «que sea pobre y joven... y desta manera venceremos el pleito, y no diibdeis que de este modo se
1 «hacen bus pares bacalarios. Mira, no le deis á comer al Robusto dos dias, y cuando quisiere comer,
I «metelde la cebada entre las hojas, y ansí lo enseñaremos á buscar los granos y á boltar las hojas,
»que bastará, y diremos que está turbado, y ansí el notario dará fe de lo que viere, y de lo que can-
illando oyere. Y así omnia per pecuniam facta sunt, porque creo que basta harto que llevéis la fe,
"que no os demandarán si lee en letras escritas con tinta ó con olio ó iluminadas con oro.. « (pági-
nas 324-325).
ccii ORÍGENES DE LA NOVELA
Por lo demás, el Retrato de la Loxana es una producción aislada, que ninguna
influencia ejerció en nuestra literatura ni en la italiana, aunque se haya pretendido lo
contrario. Nadie la cita en el siglo xvi. Ni siquiera consta su título en el Begistrmii
de D. Fernando Colón, que con amplio eclecticismo bibliográfico recogió toda la litera-
tura de su tiempo, desde la más mística á la más licenciosa.
Por otra parte, el género á que pertenecía, y que de ningún modo ha de confun-
dirse con las Celestinas^ era exótico para nosotros, y se comprende que no tuviera imi-
tadores. La Thebayda y la Seraphina son obras desenfrenadas, pero no contienen un
doctrinal teórico y práctico del libertinaje como la Loxana. Por la misma razón nunca
fueron populares aquí el nombre ni los escritos de Pedro Aretino. Sus mismas come-
dias, que valen más que su fama, no fueron imitadas por nadie, y es caso muy raro
verlas mencionadas con elogio. Sólo recuerdo este pasaje del prólogo de la Comedia de
Sepúlvcda.^ fechada en 1547: «¿Y qué diremos de Pietro Aretino, á quien por la exce-
» lencia de su juicio tienen por epíteto en su nombre el Divino? Pues notorio es que
» lo principal de sus obras son las comedias que hizo» (').
De los Ragionamenti sólo se tradujo uno, el que forma la tercera giornata de la
primera parte (^) y aun este sumamente expurgado. Hizo la ^'ersión ó arreglo el bene-
ficiado Fernán Xuarez^ vecino y natural de Sevilla, dándole el título celestinesco de
«Coloquio de las damas, en el qiial se deseubren las falsedades., tratos., engaños ij
» hechixerlas de que usan las mujeres e?iamoradas para engañar á los simples., y aun á
» los )nuij avisados hombres que de ellas se enamoran-» . La primera edición, sin nota de
lugar, es de 1548; la segunda lleva el pie de imprenta de Medina del Campo y la fecha
de 1549 (^). El traductor tomó todo género de precauciones para hacer pasar aquel
diálogo, que él mismo empieza por calificar de «abominable cieno corrompedor de toda
» salud de la casta limpieza». Pero la misma insistencia y extravagancia de sus excu-
(•) Comedia de Sepídveda (edición de D. Emilio Cotarelo), Madrid, 1901, pág. 15.
(-; La Prima'Parte de Ragionamenti di M. Pietro Aretino, cognominato il Flagello de Prencij'i,
il vei'itiero, e'l divino, divisa in tre giornate, MDLXXXIIII (1584),
PP. 141-219: «Gomincia la terza et ultima giornata de capricciosi ragionamenti de l'Aretino, ne
»la quale la Nanna racconta a l'Antonia la vita de le Pattane».
(•^) Coloquio de las Damas, ügora nueuamete corregido y emendado M. D. XL. VIII,
S.", letra itálica, 94 lis. foliadas, inclusas las preliminares, y ui a sin foliar y otra blanca. El
bello ejemplar que tengo á la vista perteneció á la biblioteca de Ternaux Compans.
Edición seguramente clandestina, que algunos suponen hecha en Salamanca, por Juan de Jun-
ta. Pero el género de las erratas, y hasta el tipo de letra, muy parecido al de los Diálogos de Lucia-
no, estampados en Lyon, 1550, por la imprenta del Grypho, hacen sospechar que salió de esta ú
otra oficina extranjera.
La edición de 1549, descrita por Brunet, tiene la portada de rojo y negro: Coloquio de las da-
mas. Nueuamenie imjjreso año de 1547. Es de letra gótica, y lleva el siguiente colofón: Fue impreso
el presente tratado intitulado: Coloquio de las damas, en la noble villa de Medina del Campo, por Pe-
dro de Castro, impresor. Acabóse á qfo dias del mes de Enero. Aíio d' mil y quinientos y quarenta y
nueue años.
La omite D. Cristóbal Pérez Pastor en su excelente monografía sobre La Imprenta en Medina
del Campo, acaso por considerar apócrifa la subscripción final, aunque no lo parece.
— Coloquio de las Damas, Agora nueuamente corregido y emendado. 1607. S.°, 141 pp. de letiu
redonda.
Una nueva y bien excusada reimpresión hizo en Madrid, 1900, el difunto editor Rodríguez i
Scira en el segundo tomo de la que llamó Colección de libros picarescos, j
INTRODUCCIÓN cciii
sas hace dudar de la pureza de su intención, porque los libros de historias profanas,
como las de Amadis y Tristán, de que habla en uno de sus prefticios, nada tienen que
ver con la literatura á que pertenece el Coloquio. Lo que no puede negarse es que le
adecentó bastante ('), quitándole algunas obscenidades, aunque todavía quedaron las
suficientes para que fuese con mucha razón prohibido en los índices del Santo Ofi-
cio (-). Otras cosas alteró, procurando españolizar el libro. La traducción no es de las
peores que por entonces se hacían del toscano, pero os apelmazada y carece do la vi-
veza y gracia del original. Sin embargo, de ella se valió, con preferencia al texto italia-
no, el erudito y extravagante humanista Gaspar Barthio, cuando tradujo al latín este
Coloquio con el nombre de Poniodidascalus {^).
Todas las obras citadas hasta aquí, excepto las paráfrasis en verso, tienen con la
Celestina una relación indirecta y genérica. Las tres que, por orden cronológico, se
ofrecen ahora á nuestra consideración, no sólo imitan deliberadamente la tragicomedia
de Rojas, sino que continúan su argumento y vuelven á sacar á la escena á algunos de
sus personajes. Hubo, pues, segunda, tercera y cuarta parte de la Celestina. Sus
autores, de muy desigual mérito, son Feliciano de Silva, Gaspar Gómez de Toledo y
Sancho de Muñón.
Feliciano de Silva es aquel caballero de Ciudad Rodrigo, fecundísimo productor de
libros caballerescos, que la sátira de Cervantes ha inmortalizado. La segunda comedia
de Celestina.^ en la qual se trata de los amores de mi caballero llamado Felides y de
lina doncella de clara sangre llamada Pola?idria^ impresa en 1534 (*), es la única de
(') «Si por ventura alguno, más furioso de lo que conviene, murmurando acusase al tradutor
);deste Coloquio, diziendo no averio romaneado al pie de la letra de como está en Toscano, quitando
))en algunos cabos partes, y en otros renglones, e assi mesmo mudando nombres y alguna sentencia
))y en algún otro lugar diziendo lo mesmo que el autor, aunque por otros modos: A esto respondo,
»que en diversos lugares deste Coloquio fallé muchos vocablos, que con la libertad que hay en el
»hablar y en el escrivir donde él se imprimió se sufren, que en nuestra España no se perraitirian en
»ninguna impresión, por la desonestidad dellos. De cuya causa en su lugar acordé de poner otros
sraás honestos, procurando en todo no desviarme de la sentencia, aunque por diferentes vocablos,
))excepto en algunas partes donde totalmente convino huyr della: por ser de poco fructo, y de mu-
»clio escándalo y murmuración.» (Fol. XI de la primera edición).
(') Consta ya la prohibición en el índice de Valdés, 1559. (Vid. la reimpresión de Reusch, Dk
índices lihrorum proMbitorum des Sechzehnten Jahrhundertes... Tubinga, 1886, tomo 176 de la So-
c'edad Literaria de Stuttgart, pág. 233 )
\^) Pornodid'iscalus, sev Colloquium Muliebre Petri Aretini ingeniosissimi etferé incomparahilis
virtutuní et vitiorum demonstratoris: De astu nefario horrendisque dolis, quibus impudicae mulleres
juventufi incautae insidiantur, Dialogus. Ex itálico in hispanicum sermonem versus á Ferdinando
Xuaresio Seviliensi. De Hispánico in laiinum traducebat, ut juventus Gerinana pestes illas diabólicas
apud exteros, titinam non et intra limites, obvias cavere possit cautius, Gaspar Barthius.. Francofurti.
Tiipis WecJielíanis , sumplibus Danielis ac Davidis Aubriorum , et Clementis Schleichü. Anno
M. DC. XXIII.
8.°, 124 pp. y tres de erratas sin foliar. Fué reimpreso una ó dos veces.
(*) Hay quien cita una edición de 1530, pero hasta ahora no se conoce ejemplar alguno ni es
verisímil su existencia.
— Segunda comedia de Celestina: en lo (sic) que se trata de los amores de vn cauallero llamado Fe-
lides, y de vna donzella de clara sangre llamada Polandria. Donde pueden salir para los que Vieren
muchos y grandes auisos que della se pueden tomar. Dirigida y endrecada al muy excelente e ilustrissi-
mo señor don Francisco de Cuniga Guzman, y de Soto mayor: Duque de Bejar: Marques d^Ayamonte,
cciv ORÍGENES DK LA XÜVELA
sus obras que merece sobrevivirle, aunque no sea uua obra maestra. Tal como es,
sería grande injusticia medirla con la misma vara censoria que al D. Florisel de Ni-
quca ó al 1). Ro(jel de Grecin.
Singular parece á primera vista la idea de continuar la Celestina donde casi todos
lus iiorsonajcs sucumben al final: Celestina á manos de los criados de Caliste, éstos de-
gollados en la plaza pública, Calisto rodando de la escala y Melibea arrojándose de la
torre. Pei'o tal obstáculo no era para detener á Feliciano de Silva, que tenía una bra-
va imaginación de novelista de folletín. Si Celestina estaba muerta, ¿había más que re-
y de Gihrakon. Conde de Belulcarar, y de Bailares. Señor de la puebla de Alcocer con todo su vhcon-
dadoy d' las villas de Lepe: Burguillos, y Capilla, y justicia mayor d' Castilla. La qual comedia
fue corregida y emendada: por el muy noble cauallero Pedro cV Mercado: vezino y morador en la no-
bla (sic) uilla de Medina del Campo. M. D. xxxiiij.
(AI fin): aAciibose l.i prebente obra en la muy noble villa de Medina del Campo. En casa de
wPfdro touans (Tovans), en el coral (sic por corral) de boeys. Año de M. D. xxxiii (1534) a XXX de
DÜctobre».
4.", iet. gút. Sin fiiliiiliira, sigDutiiras a q. Cada una de ocho hojas. La orla de la portada es la
misma que llevan las Coplas de las comadres, de Rodrigo de Reinosa.
Esta primera edición era enteramente desconocida liasta que la describió Salva (n.° 1.414 de su
Catálogo).
Podro de Mercado declara al principio el nombre del autor en la penúltima de las coplas de
arle mayor que escribe en loor de la obra:
Aqueste excelente tan buen Caballero
A quien de su casta «'esmalta el saber,
La sciencia es esmalte de tal rosicler,
La casta el fino oro ques el verdadero:
De casa y linaje de Silva heredero,
Felice en sus obras, pues es Feliciano,
Al cual yo suplico que mi torpe mano
Perdone guiada por seso grosero.
— Segunda comedia de Celestina. (Al fin): «Salamanca, por Pedro de Castro... Año de M. D. XXXVI
»a doze dias del mes de Junio». 4.**, Iet. gótica, signaturas a-o, con grabados en madera. Citada por
Bruiiel. No la he visto.
— Segunda comedia de la famosa Celestina, en la qual se trata de la Resurrection de la dicha Celes-
tina, y de los amores de Felides y Polandria, corregida y emendada por Domingo de Gaztelu, Secre-
tario del J llusírissime (ele) Señor don Lope de Soria, embuxador Cesáreo acerca la Illustrissima Se-
ñoria de Venecia- Año 1536 en el mes de Junio.
(Al fin): «El libro presente, agradable a todas las extrañas naciones, fue en esta indita
«ciudad de Venecia reimpreso por maestro Estephano de Savio, impresor de libros griegos, lati-
»no8 y españoles, muy corregidos con otras diversas obras y libros. Lo acabó este año del Señor
)'del 1536, a dias diez de Zunio (sic).» Hace juego con las dos ediciones de la primera Celestina
corregidas por Delicado. Let. gót. Viñetas en madera, sin foliatura y con las signaturas A-X, de
ocho hojas cada una.
— Segunda comedia de Celestina. . Agora nueuamente impresa y corregida... Véndese la presente
obra en la ciudad de Anvers, a la enseña de la polla grassa, y en parís a la enseña cabe sant benito.
Sin año (¿hacia 1550?) En 16 ", 228 lis. sin foliar. Esta edición, de muy lindo aspecto, es la menos
rara do las antiguas, pero la más incorrecta.
— Segunda Comedia de Celestina, por Feliciano de Silva, Madrid, inip. de Gines'a, 1874. Es el
tomo noveno de la Colección de libros españoles raros ó curiosos. Cuidó de esta edición, que está
bastante limpia, D. José Antonio de Balenchana, tomando por texto la de Venecia, pero sin hacer
uso de la primitiva de Medina del Campo, que no llegó á ver hasta después de impreso el volumen.
INTRODUCCIÓN ccv
sucitarla? Bastante le había importado á él que el bachiller Juan Díaz, en su segundo
Limarte (1526), diese por muerto á Amadis de Gaula y celebrase sus exequias.
La farsa de la resurrección do Celestina está presentada con bastante habilidad é
interés y tiene el mérito de que no se descifra hasta la última escena con estas palabras
de Pelides: «Pues sabed, que una persona honrada y quien á Celestina es en gran car-
ago la tuvo escondida todo el tiempo que se dijo que era muerta: y ella con sus hechi-
»zos hizo parescer todo lo pasado para se vengar de los criados de Calisto, porque le
» querían tomar lo que su amo le había dado; y hizo con sus encantamientos parescer
»que era muerta, y agora fingió haber resucitado .. Y sea en gran secreto, porque el
» Arcediano viejo me lo dijo, que con esto le quiso pagar muchas deudas de cuando era
»mozo que desta buena mujer había rescibido» (pág. 514).
El arte de excitar la curiosidad con situaciones sorprendentes no podía faltar á un
novelista tan ducho como Feliciano. La reaparición de Celestina en la séptima rrna 6
escena de la obra; el tumulto y algazara con que la acompaña el pueblo, formando un
verdadero coro; el asombro y pasmo con que la reciben sus discípulas Elicia y Areu-
sa, están presentados con mucha amenidad y chiste:
«Ce/esí.— Tálame Dios, y ¡qué de gente paresce y viene á mí, como si fuese Ic-
» chuza ó buho que camina de día! Quiéreme meter presto en mi casa, si no aquí me sa-
»carán los ojos.
>-> Pueblo. — Y aXídi el diablo! á aquella Celestina, la que mataron los criados de Calis-
»to paresce, ¿ó es alguna visión? por cierto non es otra; y qué priesa que lleva que pa-
»resce que va á ganar beneficio. ¡Oh, gran misterio, que ella es!
» Cel. — ¡Yálalos el diablo, y qué mirar que tienen! Hora, sus, yo digo que la puer-
»ta de mi casa está abierta; bien paresce á osadas el poco cuidado que con mi absencia
»hay. Acá están Elicia y Areusa, espántanse de verme, santiguándose están; quiéreles
3> hablar, que dan gritos y se abrazan la una con la otra, pensando que soy fantasma.
>0h, las mis hijas y los mis amores, no hayáis miedo, que yo soy vuestra madre, que
>^ha placido á Venus tornarme al siglo...
>y Elicia. — ¡Ay hermana mía, que mi madre Celestina paresce! ¡Ay válamo la Virgen
» María, y no sea alguna fantasma que nos quiera matar!...» (pág. 75).
La peregrina intervención del coro, única, á lo que creo, en libros de esta clase, da
carácter muy dramático á algunos pasos de la segunda Celestina., y es profundamente
cómico, aunque toca en irreverencia, lo que la vieja cuenta de su estancia en el otro
mundo y el alarde de fingida devoción y arrepentimiento con que logra embaucar al
mismo pueblo que había sido testigo de su licenciosa y diabólica vida ('). Este matiz
(*) «.Pueblo. — Olí niiidre Celestina, ¿qué maravilla tan grande lia sido esta de tu resurrección?
y>Celest. — Hijos, los secretos de Dios no es lícito sabellos á todoa, sino á quien él los quiere re-
»velar, porque ya sabéis que lo que encubre á los sabios descubre á los pequeñuelos como yo, S.i-
))l>ed, hijos míos, que no vengo á descubrir los sucesos de allá, sino á enmcnd;ir la vida de acá,
«para con las obras dar el ejemplo, con aviso de lo que allí pasa; pues la misericordia de Dios fué
))de volverme al siglo á hacer penitencia. Y esto baste, hijos^ para que todos os enmendéis, como
»en la predicación de Joucás, porque no perescais; que las cosas de la oira vida no bastan lenguas á
»decillas, y por tanto todos vivamos bien, para que no acabemos mal...
y>Puehlo. — Madre Celestina, tú seas muy bien venida, y Dios quede contigo. Parécenos que la
))vieja viene escarmentada. Trato le deben haber dado por donde quiere mudar el natural, que no te
ccvi orígenes de la NOVELA
de la hipocresía en ella y de la credulidad y ligereza en los otros está muy bien mar-
cado al principio, pero luego el autor se contradice, no saca partido de un dato tan in-
genioso y estropea su más feliz creación á fuerza de chafarrinazos. Feliciano de Silva
era un improvisador con relámpagos de talento^ pero le faltaban cultura y gusto y le
sobraba una facilidad superficial, que es el mayor obstáculo para la perfección en
nada.
Dos finos estimadores de los antiguos libros españoles han dado á la Segunda Ce-
lestÍ7ia más encomios que los que merece. Uno fuó D. Bartolomé José Gallardo, que en
los apuntamientos bibliográficos que hacía al correr de la pluma exclama entusiasma-
do: «En esta comedia, ó llamémosla novela dramática, brilla un profundo conocimiento
»del corazón humano y de las costumbres del siglo. Contiene escenas y caracteres tra-
»zados de mano maestra. Celestina es un personaje sublime, que no desmiente en nada
»el carácter creado por Rodrigo Cota (?) y sostenido por el bachiller Rojas, de Montal-
»bán» ('). El voto de Gallardo puede ser sospechoso, porque sabido es que para aquel
insaciable catador de literatura añeja no había libro malo en siendo raro ni libro
bueno en siendo moderno. Pero su opinión se refuerza aquí con la de D. Serafín Estó-
banez Calderón, que no era sólo erudito, sino hombre de gusto y artista de estilo. El
Solitario^ pues, en un delicioso artículo, que viene á ser una Celestina en miniatura,
imitación feliz del lenguaje de las antiguas, comienza aseverando que «Feliciano de
» Silva, para llevar á buen cabo los amores del caballero Felides y de la hermosa Po-
»landria, supo resucitar y tornar al mundo, con más caudal de astucias, con mayor
» raudal de razones dulces y con número más crecido de trazas y ardides, á la famosa
» Celestina» {^).
Nada de esto puede admitirse. No hay más Celestina sublime que la primera, cuya
negra profundidad no acierta á comprender ni por asomos el imitador. Así y todo, es
la figura mejor trazada del libro, y á veces el remedo es tan fiel y ajustado al modelo
de Rojas, que puede producir la pasajera ilusión de que Celestina ha resucitado. Pero
pronto se ve que es inconsistente toda esta tramoya. Celestina no vive más que con
vida ficticia y prestada. Ni siquiera es el centro de la comedia. Sin ella hubieran podi-
do llegar á feliz término los lícitos amores de Felides y Polandria, que nada tienen de
la impetuosa pasión de Calisto y Melibea, y acaban desposándose en secreto por una
razón de conveniencia que expone así la discreta doncella Poncia: «aunque él es tan
» rico y de muy buen linaje, ya sabes que tu mayorazgo no puedes heredallo casándote
» fuera de tu linaje» (pág. 303).
La obra de Feliciano de Silva es, pues, una Celestina muy morigerada en lo que
toca á su fábula principal, aunque muy desenfrenada en los episodios. No faltan en ella
afectos nobles, pero expresados casi siempre de un modo enfático y ampuloso por los
))dirá agora que inudú la piel la raposa, mas 8U natural no despoja; pues con mudar la piel, viene
«mudadas las obras. No de valde se dice que el loco por la pena es cuerdo. Aquí podremos con
))razon decir, que de los escarmentados se hacen los arteros. Por cierto, caso de predestinación pa-
»resce, pues la quiso Dios sacar de los infiernos para tornalla á hacer penitencia de sus pecados»
(pp. 89-91 de la ed. de Libros raros y curiosos).
(') Ensayo, tomo IV, col. 614.
(^) Escenas Andaluzas por El Solitario. Madrid, Imp. de D. V>. González, 1847, pp. 131-149.
La Celestina. Este artículo se había publicado antes en Los Españoles pintados iwr si mismos.
INTRODUCCIÓN ccvii
dos amantes. Hay verdadera delicadeza moral cu el tipo de la criada y confidente Pou-
cia, alegre y chancera, honestamente jovial, virtuosa sin afectación, llena de buen sen-
tido no exento de cálculo. Ella salva á su ama de muchos peligros, la precave contra
las imprudencias de su propio corazón, la alecciona en las situaciones difíciles, se
defiende ella misma contra los arrebatos amorosos del paje Sigeril y ella es, y no
Celestina, quien verdaderamente prepara el desenlace, en que la moral queda á salvo,
y todavía más íntegramente respetada por la doncella que por la señora. Esta ligera y
graciosa creación recuerda algunas heroínas shakespiriauas, como la Porcia de El mer-
cader de Venecia^ pero no conviene abusar de los grandes nombres ti-atándose de
obras medianas (').
La parte cómica de la Segunda Celestina está monstruosamente recargada. Lo acce-
sorio ahoga á lo principal y la cizaña no deja medrar el trigo. Las escenas de la ger-
manía (-) y de la hampa, en que Feliciano parece más experto y curtido que lo que
O Es curioso, sin embargo, notar ciertas coincidencias.
En la escena del jardín, con que la obra termina, liallamos este diálogo entre Polandria y sn
criada:
dPol. — Hermosa noche liace, y gloria es estar debajo de las sombras de estos cipreses, á los
«frescos aires que vienen regocijando las aguas marinas por encima de los poderosos mares.
y>Poncia, — Señora, ¿cuál te paresce mejor, esta música que dizes destos airezicos en las hojas de
»lo8 árboles ó la de la voz y cantar de Felides?
y>Pol. — Ay, Poncia, la de Felides; tanto cuanto va y no menos de la mezcla de la razón que con
»las (;onsonancias viene mezclada, al regocijo que estos aires naturalmente hacen, sin ornamento de
»más razón de aquella que ellos guardan en su naturaleza; porque esta música pone descanso al
)>cuerpo y la otra al ánima, porque goza el entendimiento en las palal)ras que en los oídos suenan»
(pp. 498-99).
Involuntariamente se recuerdan las palabras de Lorenzo á Jéssica sobre el prestigio de la mú-
sica en el acto V de El Mercader de Venecia:
How sweet the mooiilight sleeps upen this bank!
Here will we sit, and let the sounds of musió
Creep in onr ears : soft stillnes, and the night,
Become the touches of sweet harmony.
Sit, Jessica : look, how the Hoor o£ heaven
Is thic inlaid with patines of bright gold:
There's not the smallest orb wich thou behold'at,
But in his motion like an ángel sings,
Still quiring to the young-ey"d cherubims:
Such harmony is in immortal souls;
But vhilet the muddy vesture of decay
Doth grossly olese it in, we canuot hear it.
(■-) Feliciano de Silva es, después de Rodrigo de Reinosa, el primer autor en quien encuentro
esta palabra en el sentido de lengua rufianesca.
«Calla ya, mal aventurado) con tus girmaníasy (pág. 41).
«Yo querría, par Dios, antes topar á Pandulfo para reir... y irnos mano á mano á un bodegón
)Mlon(le bebiésemos el alboroque y hablásemos algaraliía como aquel que bien la sabe, grermanía digo»
(pág. 270).
«Así que, hermano Albazin, aun agora bisoñe eres en este colegio, y poco experimentado en
fiesta guerra; y pues no la sabes, aprende de tal doctor como yo los misterios de la santa germaniuy>
(pag. 446). En el mismo lugar habla de las leyes de la santa gualteria, con proi)able alusión al Gal-
íerio ó Gualterio de la Comedia Thehayda.
El rufián Centurio, que sólo en el nombre recuerda al de Rojas, nos da algún sperimen de esta
ccviii orígenes de la NOVELA
pudiera esperarse de uu cronista de caballeros andantes, que «vivió encantado diez y '
»ocho años en la torre del Universo» (según la zumbona frase de D. Diego de Mendo- |
za), son de una prolijidad espantable y de un verismo tosco y brutal. El rufián Pan- i
dulfo es un plagio servil del Galterio de la Thebayáa^ con la misma mezcla de cobar- ¡
día y tiiiifarronada, con las mismas bravezas y desgarros, con las mismas interjeccio- ;
nes y juramentos: «por las reliquias de Roma», «por el Corpus damnh (corruptela de '•
Corpus Domini)\ «por nuestra dueña del Antigua» (aludiendo á la iglesia de esto nom- \
bre en Yalladolid), y á este tenor otros infinitos disparates. Este figurón insoportable, i
que tanto se precia de haber «corrido á ceca y á meca y á los olivares de Santan- j
»der» (') (pág. 174), y de poseer á fondo la «retórica del burdel» (pág. 125), sólo tiene un i
momento original y curioso, el de su fingida conversión por excusarse del peligro de ;
acompañar á su amo Félidos en una ronda nocturna. La escena en que aparece trocado ;
en ermitaño, rezando con cuentas de agallones, es una fina sátira de la liipocresía (-), :
jerigonza: «Desto no me quejo, que no sé tan poco de las tramas destas tales, que no sepa yo enchi- \
y)lar las canillas y aun tiramar los liñuelos sin quebrar los hilos, y hacerme bobo, y pasar en el alarde
»el gayón por primo ^ y haciendo que creo del cielo cebolla y que no hay otro sino j'O. Que viejas J
))3on para mí todas roncerías, que bien sé aguardar los tiempos de la iza y cuáles son, como sé los ,
«de la guadra y del rodanchoy> (pág. 445). i
(*) Estos olivares están citados otra vez en la Segunda Celestina, cuando la vieja pro\-ecta el i
casamiento de su sobrina Elicia:
aPandulfo. — Ha, ha, ha. ¿Agora la quiere casar, después de haber corrido á ceca y á meca y á :
dIos olivares de Santander?)) (pág. 192),
También en la Tragicomedia de Lisandro y Roselia (pág. 55) se encuentra la misma frase:
íccüescreo de tal... que haya yo corrido la casa de ceca y meca, y los cañaverales y los olivares \
yide Santander, y pasan ya de cien mujeres las que me han sustentado en mi estado y honra !
»en públicos burdeles, y todas me han tenido acatamiento con obediencia, y que esta hechicera [
))al cabo de mi vejez, después de traídos treinta años los atabales acuestas, burle de mí con menos- :
precio!» i
Trátase casi seguramente de la mancebía de la villa, que, á pesar de su esca«o vecindario en I
tiempo de Carlos V, es muy probable que la tuviera como puerto muy frecuentado por marineros i
gascones, ingleses, flamencos y de todo el Norte de Europa. Pero á fines del siglo xvi había des- "
aparecido del mapa picaresco de España. Cervantes no la cuenta entre las diversas partes del i
mundo por donde había buscado aventuras el ventero. También debió de haberla en Bilbao, y de ella ■
guardaba recuerdo el rufián Palermo de la Tragedia Policiana: «Medio ojo me arrebataron en Bil- i
bao, y este rascuño me dieron en Jerez de k Frontera» (pág. 44).
(^) «iSigeril. — Pues si lo vieses, señor, cuál anda con unos agallones, qne no parece sino errai- ;
J)taño rezando toda esta mañana... J.
T)PanduJfo, — Señor, ¿qué es lo que demandas?
:»Felides. — ¿Qué santidad es esta tan súpita, Pandulfo?
))Pand. — Señor, el espíritu donde quiere espira. Quien convirtió a Sant Pablo y a Sant
))AgUhtin y a María Magdalena, es mucho que dé gracia á un hombre pecador como yo lie
sido?
)) í éZifZ.— Por cierto que la gracia no sé si te la dio, mas es gracia la que veo en verte con esas
«cuentas.
y>Pand. — Señor, las cuentas como á sólo Dios se han de dar, no me pena qne te parezcan gracia;
aporque á solo Dios te ha de satisfacer, que los hombres de nada se satisfacen; y ándeme yo ca
»liente en su servicio y ríase It gente cuanto quisiere, pues sabes que bienaventurados seréis cuan-
j^do los hombres dijeren mal de vosotros mintiendo por mí.
»Felid. — En fin, que ya no son tus misas cosas de armas ni de afrentas como hasta aqni?
y>Pand. — Señor, no soy tan necio que no entiendo algaravía, como aquel que bien la sabe; mas ^
INTRODUCCIÓN ccix
contra la cual hay punzantes dardos en todo el libro ( ' ). También Moliere prestó velei-
dades de hipócrita á su D. Juan; pero lo que es natural y hace reir en un baladrón
cobarde como Pandulfo, es indigno del burlador de Sevilla y contradice radicalmente
su carácter.
Dignos compañeros de Pandulfo en bellaquerías y truhanadas, y en vil y descocado
lenguaje, son los despajes de Felidcs; Corniel, el mozo de espuelas; Barañón, el mozo
de caballos; el rufián Grito, amante de Elicia; su rival Barradas, el despensero Graja-
les, Albacín el paje del infante (D. Fernando de Austria, hermano de Carlos V), man-
cebo de rubios cabellos y poquísima vergüenza; y descendiendo todavía más, el taber-
nero Montón de oro^ los rufianes Tripa oi braxo y Traso el cojo, el viejo primo de
Celestina Barbanteso, y la inmunda ramera Palana, daifa de Pandulfo. Toda esta cana-
lla está tomada visiblemente del natural: no son tipos convencionales como el de Pan-
dulfo. Tienen en sus hechos y dichos una animación endiablada. Constituyen, por
decirlo así, el bloque informe y tosco del cual por magia del arte surgirá en su día el
grupo clásico del patio de Monipodio.
Atento Feliciano de Silva, como novelista de oficio que era, á dar variedad á su
libro con todo género de salsas ó ingredientes, introdujo el ridículo episodio pastoril
de Acays y Filinides, que es una de las primeras apariciones del bucolismo en la nove-
la castellana (-), y remedó la media lengua de los negros de Guinea en los coloquios de
dos esclavos, Zambrán y Boruca. Esta segunda novedad tuvo más éxito que la primera
y fué imitada por muchos. Xo faltan, por supuesto, en este centón (que de tal puede
calificarse la Segunda Celestina) bastantes versos menos que medianos, y varios cuen-
tos, de los que sólo merece recordarse por su interés folldórico la siguiente versión de
una de las parábolas más conocidas del Barlaam y Jusafat (^): «Pues has de saber
»sabé que en cosas justas que ninguno me echará el pié adelante, ni en cosas injustas quedará más
))itrá8 que yo.
DFeUd. — Bendito sea Dios que tan presto te mudó. ¿Mas qué llamas co^as justas, para que se-
»panios lo que te hemos de encomendar?
y>Pand — Gueria contra infieles; tomar armas en defensión de tu persona.
y>Felid. — ¿Pues cómo anoche no las quisiste tomar para ir en defensión de mi persona?
y>Pand. — Porque ibas en ofení<a de tu persona y ánima, y no tenemos los servidores de Dios
*tanla licencia! que si á ti te viniesen á matar, estonces yo tomaría las armas.
y>Felid. — Mas estonces no las llevarías para estar más suelto; que el peso de las armas cmpide
ímucho» (pp. 384-386).
{}) ^Celestina. — Más me precio, liija, de dar consejos que de tales vencejos; de un rosario, digo,
»h¡ja, y sus misterios, de una oración del Conde ó de la Emparedada: esto te podré yo amostrar,
»mi amor, si lo quieres aprender» (pág. '218).
Estas dos oraciones supersticiosas del Conde y de la Emparedada, en romance, fueron proliibi-
das en el índice del inquisidor general Valdés (pág. 237 de la reimpresión de Reuscii) y en el de
Quiroga de 1583 (pág. 438).
De las irreverencias y profanaciones que en el templo se cometían da idea lo que Polandria
cuenta de Felides: «Al tiempo que llegué á tomar el agua bendita, hizo él que tomaba la agua, y
«apretóme un dedo; y después en la misa toda ponía las manos hacia mí como que pedía piedad,
«cuando vía que no miraba naide; estando alzando el fraile, hacía él señas que no adoraba la
«hostia, sino á mí;y desto no pude estar que no me sonriese de su necedad y herejía» (pp. 1Ó1-152),
(') Vid. el tomo primero de estos Orígenes de la novela, pp. 431-432.
O De algunas versiones de este cuento hemos trátalo tamljién en los OrUjenes, pág. XXXII,
ORÍGENES DE LA NOVELA.— ;il.—íl
ccx ORÍGENES DE LA NOVELA ;
» que un rej mandó á un sabio que enseñara á un hijo suyo dende que nasció adonde !
»no viese más que al sabio, v después que ya hombre llevólo adonde pasaban muchas !
5 cosas, y pasando unos y otros y el hijo del rey preguntando cada cosa qué era y el sabio ■
»diciéndoselo, pasaron unas mujeres muy hermosas, y preguntó el hijo del rey qué !
»cosa era aquello, y el sabio dijo que diablos, (pues tales hacían á los hombres; y res- .
»pondió el hijo del rey: si éstos son diablos, yo quiero que me lleven á mí. Y así, seño- i
»ra, me lleva tú á mí si eres diablo, que yo por ángel te tengo» (pág. 373). i
El estilo de esta comedia es muy desigual, como en todas las obras de Eeliciano ¡
de Silva. Excelente á veces, sobre todo en las reposadas pláticas de Celestina con el
arcediano viejo y con su ama Zenarra; pintoresco y expresivo^ pero arrufianado y soez, ;
en las escenas de mancebía y taberna, es alambicado, sutil, ridiculamente hinchado y i
á ratos ininteligible cuando el autor quiere remontar su rastrera pluma á las etéreas
regiones, para él vedadas, de la poesía y del sentimiento. Ya desde el primer folio nos !
encontramos con aquellas entrincadas razones, que parecían de perlas á D. Quijote, i
Dice así el enamorado Felides: «Oh amor, que no hay razón en que tu sinrazón no
» tenga mayor razón en sus contrarios! Y pues tú me niegas, con tus sinrazones, lo que
» en razón de tus leyes prometes, con la razón que yo tengo para amar á mi señora ',
»Polandria, para ponerte á ti y casarte con la razón que en ti contino falta, el consejo
»que tú niegas en mi mal quiero pedir á mi sabio y fiel criado Sigeril» (pág. 8). De
este modo suelen espresar el amor los personajes de la pieza cuando quieren hablar i
por lo fino. j
Dice Gallardo (') que «leyendo esta obra salta continuamente á la memoria el nom- |
» bre de Cervantes, unas veces por expresiones que él usa mucho y aquí estaban ya
» usadas á menudo: para mi santiguada^ andaos á decir donaires^ entendérsele á algu- \
»7io de alguna cosa ó de achaque de alguna cosa^ ya por tal cual peloteo de palabras
»al símil de la raxóji de la sinrazón» . Esto último no se puede negar, pero burlarse del )
estilo de un autor es precisamente lo contrario de imitarle. En cuanto á las demás )
expresiones que se citan, pertenecen al vocabulario común del siglo xvi y no al parti- ¡
cular de nadie. Tenemos, pues, por quimérica esta influencia lingüística de Feliciano ^
de Silva en Cervantes, escarmentados como estamos por la facilidad con que Gallardo '
y otros eruditos de su escuela descubrían á tiro de ballesta cervantismos en todos los ■
libros que topaban (-),
(') Ensayo, tomo IV, col. 614.
(^) Más fundamento tiene esta otra observación del insigne erudito:
«Aquel donoso pasaje de El Celoso Extremeño, en que antes de llegar Loaisa á veise con la
incauta Leonora le exigen tan solemnes juramentos, está sin duda imitado de la escena XXVI, al
fin, donde entre las prevenciones que hace Polandria á Celestina como requisitos para haber de reci-
bir á 8U amante al concierto á que se presta, la dice:
yiPolandria. — Madre, mira que le tomes muchos juramentos, y que mire de quién se fía; porque
si mi señora (madre) algo barrunta, todo irá borrado.
y>CeIestina. — ¡Ay hija! ¡angelito, angelito! En Dios y en mi ánima ¿qué, no te queda más en el j (
estómago? ¿Y á Celestina avisas tu de secreto? ¡Dolor de mí, que este es el primer secreto que en
este mundo yo he sabido encubrir! Calla, señora, que eres boba; ¡ñora mala! que así te lo quiero !
decir, y perdóname. I
)>Ante3 ya hay otros juramentos graciosos sobre que no cuenten á Felides cómo Polandria liaj
leído un billete suyo.
y)Quincia. — ¡Guárdeme Dios, señora! ¿y de decirlo había?
ií
INTRODUCCIÓN ócxi
Tampoco creemos que tuviese razón el insigne erudito en suponer que la escena de
la Segunda Celestina pasa en Salamanca. Cuando él, tan conocedor de aquella ciudad,
donde había hecho sus estudios, no acertó á encontrar más alusión local que la Horca
del Teso^ que según él corresponde «á un altillo que en el día llaman el Teso de la
» Feria» (como si la voz teso^ en el sentido de cima de un cerro ó collado, no fuese gené-
rica y usada en todas partes), poca fuerza podemos dar á esta conjetura, que se aviene
muy mal con los varios pasajes en que se hace referencia al mar como presente ó muy
vecino. Dice Celestina á Felides en la vigósimaoctava cena: «Que tú vayas esta noche
»allá á la una, y por una escala puedes entrar d la parte que la mar bate en el jardín^
»y él está tan apartado, que sin que se pueda oir, puedes cabe las rojas de dentro hacer
»las señas tañendo y cantando para hacer parar las aguas y venir las piedras con las
»aves, junto con el corazón de Polaudria, á te oir.> (pág. 328). Va en efecto Felides á
la cita amorosa, y dice á uno de sus criados: «Llega, Corniel, y pon aquí el escala
•>'>cabe la mar» (pág. 355). Luego canta un romance que principia así:
La luna resplandecía,
El cielo estaba estrellado,
Los árboles se bullían
Con el aire delicado,
Co}i golpes de los riberas
Del sordo mar conecr lado...
«Polandria. — Oh válame Dios, qué suavidad de voz y qué garganta; y con el son
^del ruido de las ondas del mar y el regocijo delicado de los aires en los cipreses,
»como él dice, no parece sino cosa divina», (págs. 356-357).
^Polandria. — Hermosa noche hace, y gloria es estar debajo de la sombra de estos
» cipreses, á los frescos aires que vienen i'egocijando las aguas marinas por encima de
^ los poderosos mares» (pág. 498).
Parece que nada de esto puede aplicarse al Tormos. Sin duda Feliciano de Silva,
aunque nacido tan cerca de sus riberas, se acordaba más bien de Sevilla y de Sanlúcar,
donde pasó su juventud como paje de los condes de Niebla. Ciertos personajes picares-
cos, y aun la especie de gemianía que usan, pueden ser indicio de esto.
La Segunda Celestina debió de ser bastante leída en su tiempo, puesto que tuvo
dos ediciones en España (1533 y 1536); otra en Venecia, corregida por Domingo de
Gaztelu, secretario de D. Lope de Soria, embajador de Carlos V, y otra en Amberes,
sin nota de año, pero que no parece posterior á 1550. La tendencia anticlerical, que
ya apunta en algunos lugares de la Tragicomedia de Calisto ij Melibea., llega á ser
y>Polanclria. — Pues pone aquí la mano en la cruz, y tú también, Poncia. Y a¿jora oiii: señora
inia, tu merecer y mi atrevimiento te darán á conocer...»
El pasaje á que Gallardo alude es aquel en que Loaisa jura por (da intemerata eficacia donde
Dmás santa y largamente se contiene, y por las entradas y salidas del Santo Líbano monte, y por
Btodo aquello que en su proemio encierra la verdadera iiistoria de Carlomagno, con la muerte del
agigante Fierabrá», de no salir ni pasar del juramento hecho y del mandamiento de la más mínima
»de vuesas mercedes...»
En el primitivo borrador de la novela juraba además por «el espejo de la Magdalena» y por alas
barbas de Pikto» (ed. crítica de Rodríguez Marín, pp. 72 y 78). Estos juramentos son análogos álos
que usan los rufianes en la obra de Feliciano de Silva, y generalmente en todas las CelesÜnaa.
ccxn ORÍGENES DE LA NOVELA
insolente y agresiva en el libro de Feliciano, en que no faltan proposiciones que frisan
con la heterodoxia y que pueden ofender al lector menos timorato. Y aunque en libros
de pasatiempo se disimulaba todo, no es maravilla que el Santo Oficio, cumpliendo
por esta vez con su obligación, tomase cartas en el asunto prohibiendo la Reswrection
de Celestina en el índice de 1559, de donde pasó la prohibición al de 1583 y á todos
los posteriores (*).
Aunque la Segunda Celestiva no deja ningún cabo suelto, no debió de parecérselo
así á un oscuro escritor toledano, llamado Gaspar Gómez, que escudándose con el nombre
de Feliciano de Silva, y dedicándole su obra, aunque dudamos que fuese con su anuen.
cia, estampó en 1536 una Tercera Parte de la tragicomedia de Celestina (-), que es la
más rara de esta serie de libros, aunque á esta rareza se reduce todo su mérito. Como
los pocos bibliógrafos que han llegado á verla se han limitado á copiar su portada, me
ha parecido curioso dar algunas noticias más, poniendo íntegras en nota la dedicatoria
y la tabla de los cincuenta actos en que se divide (^), con lo cual puede excusarse la lec-
(•) Vid. los índices de Valdés y Quiroga en la edición de Reusch (pp. 238 y 439).
(2) No he visto la primera edición que cita Bruuet copiando á Panzer:
Tercera izarte de la tragicomedia de Celestina .. agora nueuamente compuesta por Gaspar Gómez.
(Al fin): «Acabóse la presente obra en la muy noble villa de Medina del Campo. A seys dias del mes
»de Julio. Año de mil y quinientos y treinta y geis». 4." letra gótica.
Sólo conozco la de 1539, cuyos ejemplares son rarísimos. El que tuvo Salva (n." 12(59 de su
Catálogo) pertenece hoy á nuestra Biblioteca Nacional. Existe también en el Museo Británico y en
la Universidad de Leyden.
Tercera ¡jarte de la tragicomedia de Celestina: ua ¡prosiguiendo en los amores de Felides y Poladria:
concluyense sus desseados desposorios y la muerte y desdichado fin que ella uro: es obra de la qual se
¡meden sacar dichos sutilissimos (sic) sentencias admirables: p>or muy elegante estilo dichas: agora nue-
uamente compuesta por Gaspar Gómez natural de la muy insigne cibdad de Toledo: dirigida al mag-
nifico cauallero Feliciano de Silva. Impreso. Año de M. D. XXXIX.
(Ai fin): Acabóse la presente obra en la muy noble e Imperial ciubdad d' Toledo. A veynte dias
del mes de Nouiembre. En casa de Hernando de Santa Catalina. Año de nuestro Señor Jesu christo: de
mil quinientos y treynta nueve años.
4." let. gót. Sin foliación. Signaturas A-2, todas de ocho hojas, menos la última que tiene seis,
(^) Prologo del autor. Al noble cauallero Feliciano de Silua al qual va dirigida la obra.
«Noble y muy magnifico señor: Como en los tiempos antiguos no era digno de memoria: sino
el que exercitando su vida en algnn notable exercicio después de sus dias la [dexaua: quise forgar a
mis fuercas: a que siendo fauorecidas con el fauor que de v?a. merced espero: tomassen ocupación
en se ocupar algunos ratos en poner en obra a hacer esta obrezilla: laqual va tan tosca en sus dichos
quan sutil es en sus sentencias subtilissimas la pasada que es la de donde ésta depende. E presupo-
niendo que la mar provee a los ríos que della salen: acordé esta como mínimo arroyo pedir socorro a
quien socorrer la puede: e yo como su administrador y muy cierto sieruo de vra. merced en su nom-
bre pido ayuda a vuestra merced como a persona que tiene poder de poder la dar, e si se marauillare
del sobrado atreuimiento que me conmovió atrever pidiendo mercedes a quien jamas hize seruicios:
Ala verdad no sera tanta la admiración quanta la causa que tuve y tengo parase lo suplicar: porque
como yo fue informado de la veniuolencia que vra. merced tiene con los que esf fuerzan a pedir es-
f fuerzo a vuestra merced, parecióme que no dexaria de ser comigo veniuolo: como lo es con los
demás. E si acaso algunas partezicas en esta obra se hallaren que de notar sean: las quales sin auer
conuersado con vra. merced tengan los lectores por imposible auerlas notado: siendo el autor tan
friuolo e inhauil, puede se responder que assi como el que está de hito mirando al sol su gran res-
plandor le ciega: por el consiguiente si mi torpe lengua con la subtil y elegante de vra. merced vuie-
ra conuersado: hallo por muy cierto que vuiera enmudecido de arte: que no digo escriuir lo escrito,
mas pensar de pensarlo no osara. Pues qué medio an tenido mis sentidos para poder sentir cosa que
IXTRODUCCIÓN ccxiii
tura, euterameute inútil, de tan necia y soporífera composición, que termina con las
bodas de Félidos y Polandria y con la muerte de Celestina, la cual corriendo á lograr
las albricias que esperaba de los novios, tropieza y se cae de los corredores de su casa,
haciéndose pedazos en la caída. La fábula es insulsa y deslavazada, el estilo coüfuso,
incorrecto y á veces bárbaro. Todos los personajes é incidentes de la obra de Feliciano
de Silva reaparecen en la de su imitador, que apenas pone nada de su cosecha. Apun-
taré sólo algunas curiosidades.
tanto sentimiento de necesario se requería para effectuarlo? Creerá vuestra merced que sus calidísi-
mos rayos dieron vigor a mi tibia inteligencia porque entendiesse en se ocupar al presente con la
esperanfa futura de vuestra merced a se oponer a lo oiro mas abil era licito. E ansi vuestra merced
puede iuzgar que ni las razones que entre Felides y Polandria por razón avian de ser primas no van
con el primor que se requiere: ni el fundamento de los diclios de los demás tan fundados: ni las
sentencias de Celestina tan sentidas. En conclusión, que no lleua otra cosa vtil sino la vtiiidad que
de vuestra merced como de señor a quien va dirigida cobrare. E como no aya quien conociendo
mejor los hierros (sic) los ponga con buen concierto más concertados: quise suplicar al querer de
vuestra merced lo acepte, y no mirando la osadía af firme la voluntad muy recta que de seruirle tiene
este su verda lero criado: la qual se empleará en lo que vuestra merced le mandare: agora no me falta
después de tener la merced concedida de vuestra merced, sino rogar al lector que esto leyere lea
primero la segunda que es antes desta: porque avn que yo me condeno en esto, que cotejar la vna
con la otra se verá la diferencia que ay, gano mas fama con ser trobada de historia tan subtil que
infamia can hallar en ella las palabras toscas e inusitables que hallarán. E ansí porque el vulgo
note la historia de donde procede, Suplico a v?a. merced se lo encargue»,
((Primer auto. Felides recuerda y empie9a a razonar como que halla ser impossible auer estado
la noche passada con su señora Polandria y afirmándolo por sueño llama a Sigeril para que le diga
la certenidad de aquella duda que tiene. En lo qual passan muchas razones. E Sigeril declara por
muy ciertas señales como auia estado con ella, Y Felides por mas se satisfacer determina de emviar
le a la posada de Polandria. E introduzense.
»Auto segundo. Sigeril como sale de con Felides para yr a casa de Polandria: va consigo razo-
nando: y en e! camino topa a Pandiilfo con el qual pasa diversas platicas: y como se despida del
acuerda no yr a casado Polandria: }• con esta determinación se buelue a su posada a do dexó a
su amo...
»Acto III. El hortelano de Paltrana llamado Penuncio anda por el vergel escardando la horti-
liza: y platicando consigo de ver por allí pisadas halla entre las yeruas un tocado de Polandria: y
pareciendo le mal determina mostrarle a Paltrana. Y él estando en este acuerdo entra Poncia a cojer
unas rosas: y pasan entre los dos diuersas razones sobre el mismo caso, en que al fin da el tocado a
PoDcia e pierde el enojo...
»Aucto quarto. Sigeril como se despidió de Pandulfo, viene consigo razonando: y vee a la puer-
ta de su posada a Corniel paje de Felides: y como an hablado entrambos, entra a dezir a su amo
que viene de casa de Polandria: y que habló con Poncia, en que acuerdaa que vayan a dar una música
en la noche: y por este plazer Felides le manda para quando se casare trezientos ducados...
))Aucto quinto. Polandria llama a Poncia para que le dé las rosas que trae del vergel: y ella le
cuenta todo lo que con el Hortelano allá passó, y estando en estas pláticas las dos entra Borruga la
negra que las a estado escachando: y amenaza a Polandria con su señora: en conclusión que Pon-
cia la acalla con dalle una cofia...
»Aucto sexto. Sigeril viendo que es hora de yr a dar la música habla con Felides: y luego van
al concierto llenando consigo a Canarin: y dicha vna canción, como quieren poner la escala, Polan-
dria se pone a la ventana y escucha (sic) la subida donde causa para ello inconvenientes: y ansí se
despide Felides della y Sigeril de Poncia muy tristes...
íAucto VII. Quincia se quexa de su ventura por se auer salido con Pandulfo: y estando en esto
entra él y dize la que se apareje para se partir: porque ha comprado una azemila: y para pagarle le
pide una faldila, en que sobre este caso allegan a reñir: y passa por allí Rodancho rufián, el qual
es compañero de Pandulfo: y los pone en paz, con que haze de arte que ella le da vn manto, y
ccxiv orígenes de la NOVELA i
El acto tercero, en que interviene un hortelano, es el precedente seguro de las esce- '
ñas del mismo género que luego hemos de encontrar en la Tragedia Policiana. \
€Pem(ncio. — A fe que hallo muy garridas estas albahequeras, v estos claveles con j
>el roció desta madrugada: que no parescen estas góticas de agua sino perlas: loado •
>sea el que lo riega con tan buen orden...» j
Aunque los detalles de costumbres no son muchos ni de gran novedad, merece '
recordarse la descripción que el paje Corniel hace de los trajes y atavíos preparados
otras cosas: todos tres comen en plazer: y queda acordado entre Pandiilfo y Rodancho de castigar a '
Celestina por los diez ducados que no le prestó... j
j)Aucto VIII. Felides estando solo, entra Sigeril adezirle: que ponga medio en hablar a Polan-
dria: el qual le manda que Hume a Celestina para que lo negocie: y Sigeril le aconseja que embie j
vna carta primero: y que la dará a Poncia, y según Polandria respondiere ansí hará: y con este
acuerdo lleva Sigeril la carta. . i
»Aucto nueue. Como Polandria viene a reposar ála noche, halla en su aposento a Poncia, la qual
la da la carta de Felides: y como la ha leydo, pasan las dos algunas pláticas sobre ello: en conclu- '
8Íon que queda acordado de le responder... i
»Aucto X. Sigeril buelue a dezir a su amo lo que negoció con Poncia, y Felides le torna a em- !
biar por !a respuesta de la carta: el qual va, y Polandria misma se la da. . I
»Aucto XI. Felides manda a Corniel que salga a ver si viene Sigeril: y estando en esto Sigeril j
entra y cuenta a su amo lo que con Polandria passó: y como los dos leen la carta quedan con acuer- j
do que Celestina provea en ello. Y Sigeril determina que la llame... ¡
íAucto XII. Pandulfo dice a Rodancho que pongan en effecto su determinación: que es casti- '
gar a Celestina, y él dice que es contento. Y como lo van a cumplir topanla con un jarro de vino: y
en la misma calle se vengan muy bien della. E ansí la dexan llorando y se van... ■
»Aucto XIII. Areusa viene a ver a Elicia: y después que an passado algunas pláticas: Areusa ,
la pregunta por Celestina. E como Elicia la dize que es yda por vino: viendo cómo tarda la van las j
dos a buscar: a la cual hallan tendida del arte que la dexaron Pandulfo y Rodancho: y lleuanla con í
grandes lastimas á su casa... 1
nAucto XIIII. Sigeril como va a casa de Celestina oye a la puerta a Elicia y Areusa platicar i
con Celestina sobre su desuentura: y marauillado se de tal caso entra por se informar d'llo: e dize i
la embaxada que de Felides trae. Y avnque Celestina se escusa de yr concluyen en que le trayaa en i
que vaya y que ira... ;
»Aucto XV. Felides espantándose de Sigeril como tarda tanto llama a Caluerino su mo90 d'es- :
puelas, el qual finge de rufián algunas vezes: y los dos salen a passear: y en el camino topan con :
Sigeril: y como él cuenta a Felides lo que dexa acordado, despídese con yr a llenar lo necessario ;
para traer a Celestina...
))Aucto XVI. Perucho vizcayno, que es vaoq.o de cauallos de Felides está alimpiando un cuar- i
tago d' su amo: y quexasse de la vida que tiene. Y como empiefa a cantar por despedir su eno- ^
jo, entra Sigeril y los dos van por Celestina. Y después de auer reydo con ellos Areusa y Elicia la
traen...
íAucto XVII. Castaño alguazil va platicando con Falerdo su porqueron que andan a rondar: y i
topan con Celestina como la Ueuan Sigeril y Perucho: y por ser la hora vedada y por verla yr en j
muía la quisieran llenar a la cárcel. Perucho como lo vee huye: y estando en esto passa Martínez
racionero: y después de dar ciertos auisos del guardar de la justicia a Castaño la dexa yr por su
intercession...
»Aucto XVIII. Felides dize a Eruion su escudero que le dé un libro de leales amadores para I i
Bobrelleuar la pena entre tanto que Sigeril trae a Celestina: estando los dos en di uersas platicas jl
tocantes al mismo caso llega Sigeril con la vieja: y Felides le dize lo que ha de hazer: aunque áj
los principios se escusa ella despídese con yr a negociarlo con Paltrana el dia siguiente.,.
))Aucto XIX. Albazin que es amigo de Elicia dize que la quiere yr a ver: a la qual halla sola:;
estando los dos holgando viene Areusa: y passan entre todos díuersas platicas: en que Elicia le dize {
1
INTRODUCCIÓN ccxv
para la boda de Felides: «Las colores de nuestra librea son sayetes hechos a la tudesca
»de grana colorada, que dello a carmesí uo av differeucia: con vnas faxas de terciopelo
» verde de tres pelos tan anchos como cuatro dedos, con vnas pestañas angostas de da-
» masco blanco y las mangas izquierdas son de terciopelo verde con dos subtiles corar
»9ones en cada manga de carmesí, que casi están juntos con vna saeta que entra por
»el vno y sale por el otro. Las cal9as son de grana con vna luzida guarnición en los
» muslos, del mismo terciopelo verde y con sus taffetaues de la misma color, que salen
cómo Celestina la mandó que no entre en su casa: y él como lo oye se despide dellas jurando que la
vieja se lo ha de pagar...
íAucto XX. Perucho vizcayno entra muy de priessa en casa de su amo Felides; y pregunta a
Sigeril por Celestina: y después de contarle él lo que les passó entra a dezir a su señor como aya
(sic por «avía») venido. Y Felides le manda entrar: y como ha reydo con él sobre la deligencia que
puso en defender la vida del Alguazil le embia a la posada de Celestina a que le acuerde que
vaya a do está concertado...
«Aucto XXI. Celestina dize a Eiicia que miro quién llama a la puerta. Y ella como ve que es
Perucho le baxa abrir: con el qual rien escarneciendo le sobre el caso paseado: y Areusa de sus amo-
res: en que se detiene vn rato: y él por se d'spedir dize a la vieja a lo que fue su venida. Y luego
, ella como él se va dexa la casa encargada a Areusa y a Elida: y pone por obra d'yr a hablar a Pal-
Itrana...
»Aucto XXII. Poncia estando a la ventana vea a Celestina venir coxeando: la qual le pregunta
^por Paltrana: y la ruega que le haga saber como está allí, que viene a pedir unos vntos para curar su
Ipierna: y Ponzia lo dize a Paltrana: y la manda entrar: en conclusión, que después que la buena vie-
ja"la cuenta sus duelos: declara la por cifras loque Felides le encomendó acerca de los casamientos
de Polandria: y oye la respuesta muy fuera de su proposito: y ansí se despide. Y Poncia se entra a
dezir a su señora lo que ha oydo...
»Aucto XXIII. Polandria llama a Poncia y la pregunta si ha oydo las platicas que passaroa
entre Celestina y su señora Polandria: la qual como dize la sarama de todo, Polandria la manda que
dé una carta a la vieja para Felides, sino es yda, Y ella la hace entrar en el aposRento de su señora: y
dassela Polandria mesma...
í Aiicto XXIIII. Celestina viene hablando consigo del despacho que trae a Félidos: y tópale en
camino ya Sigeril con él: al qual después de contarle lo que passó con Paltrana le da la carta de
Polandria: y es (¿el?) con sobrada alegría, aunque con la primer nueua tuvo tristeza, da a la vieja
honrrada cincuenta ducados...
»Aucto XXV, Eiicia estando a la ventana ve a Albacin que passa por su puerta: y ella le habla
de arte que él sube: y como están reto9ando, Barrada llama y dize que viene a hal)'ar a Celestina: y
Eiicia responde que no está en casa: y oyendo que Albacin está con ella se va jurando de hazer vn
buen castigo a la vieja y cobrar sus quatro ducados: Albacin riñe con Eiicia por celos de Barrada y
entroduzense.
»Ancto XXVI. Celestina sale de con Felides muy contenta razonando de los cincuenta ducados
que le (lió: y topa con Barrada: el qual la hace vn estremado castigo: y queriendo la sacar de la
bolsa sus quatro ducados la halla los cincuenta, y se los toma: y ella queda llorando y pidiendo
justicia...
))Aucto XXVII. Grajales yendo a ver a su amiga Areusa topa a un rufián llamado Brauonel
que es compañero suyo. Y como van los dos hablando veen a Celestina de la manera que la dexó
Barrada. A la qual llenan a su casa iurando que la an de vengar: y hallan a Eiicia y Areusa allá. Y
despidiendo se Brauonel, Grajales queda a holgar con Areusa...
))Aiicto XXVIII, Felides llama a Sigeril para que seapareje que quiere yr a hablar a Polandria,
Y ansi van los dos: hallando un postigo abierto entran en el vergel a do está Polandria esperando
sola, Y Felides haze venir allí a Poncia que con eu señora no auia salido: y la da cien ducados para
ropas. Y de esta manera acaba con ella que Sigeril cumpla su voluntad. Y después de auer holgado
arao y criado con sus señoras se despiden muy alegres,..
ccxvi ORÍGENES DE LA NOVELA
i
» por las cuchilladas. Los jubones sou de raso carmesí: los capatos de vn enuessado \
» blanco asaz picados. Las gorras de terciopelo verde con sus plumas coloradas j j
» con alguna argentería. Las capas de grana con las faxas j guarnición de los sayetes. ;
» Los pages de la misma arte: excepto que los sayos son cumplidos y no llenan cosa de |
»paño mas de las capas». (Aucto IV.)
Son varias las jerigonzas usadas en esta pieza. Además de la negra Boruga, que ya ;
estaba en Feliciano de Silva, hay un vizcaíno, Perucho, mozo de caballos de Felídes, ,
»Aiicto XXIX. Brauonel como se enamoró de Areusa qiiando fue con Grajales a llenar a Celes- |
tina propone de la yr a hablar: y con esta determinación va a la posada de Celestina a do la halla: y ¡
hablando sobre el caso a la vieja: dala ciertos dineros: por los quales concierta con Areusa que le dé j
la palabra de lo hazer: y ella avnque se escusa le promete que lo hará... ,
DÁucto XXX. Poncia dice a Polandria que se prouea en como se negociarán los casamientos: y
su señora responde que no ay otra sufticiente que lo haga sino Celestina. Y con este acuerdo Pon- ■
cia dize que dirá a Sigeril que la diga que buelua a hablar a Paltrana. ;
)>Aucto XXXL Sigeril passando por la puerta de Paltrana vee a Poncia que está en una venta- [
na. Y después de aver passado entre los dos diuersas platicas ella le declaró que tenían acordado
que Celestina tornase a entender en los casamientos. Y el dice que lo dirá a Felides para que lo pon- ',
gSL por la obra...
»Aucto XXXII. Felides pregunta a Canarin su paje por Sigeril. El qual le responde que no '
sabe del: y que le vee andar pensatiuo. Y sobre esto como están riendo entra Sigeril: y después (que) ]
ha reñido con Canarin, dice a su amo lo que Poncia le dixo. Y Felides le embia luego a casa de Ce- \
lestina con vn buen presente...
«Aucto XXXIII. Elicia dize a Celestina que trayga de comer: y ella le responde que no tiene -
blanca. Y estando en estas platicas llega Sigeril con el presente que Felides embia a la vieja: y dize i
la que luego vaya allá, y ella se lo promete: y haze con él que coma con ellas antes que se va3'a... j
»Aucto XXXIIII. Celestina pregunta a Poncia por Paltrana, la qual después de rogar la que I
negocie bien los casamientos la dize que entre, que desocupada esiá. Y la vieja entra con son de ;
pedir la vnos paños para su herida: y trasmuda la voluntad a Paltrana que antes tenia con sus razo- |
nes, para que {sic) diziendo la lo que toca a Felides en los casamientos, y oye la respuesta y de 1
confianza (sic)... i
»Aucto XXXV. Brauonel j'endo a cumplir su concierto con Areusa topa con Celestina que ;
viene d'hablar a Paltrana: y vasse con ella platicando hasta su casa, do halla a Areusa con Elicia. i
Y como Brauonel está con él holgando, allega Recaxo a buscar a Grajales que es su amigo: y ,
oyendo a Brauonel allá dentro buelue sin llamar, iurando que él podra poco o serán castigados los ^
amores.
))Aucto XXXVI. Sigeril va a saber de Celestina lo que negoció con Paltrana: la qual no se lo
quiere dezir por ganar de su amo las albricias, y los dos van juntos, y como lo cuenta a Felides él se \
las da de gran valor...
» Aucto XXXVII. Albacin yendo a vengar se de Celestina la vee estar llamando a su puerta,
y allí la da una cuchillada por el rcstro: la qual da tales bozes que se llegan las vezinas. Y él con !
el ruydo buelue disfrazado: y saca a Elicia d'entre la gente: y ansi se la lleua...
))Auto XXXVII. Paltrana embia a llamar a Dardano con Guzmanico su page: el qual venido ella
le ruega que vaj'a a estar con Felides: y le hable en lo de los casamientos; de manera que no te
desconcierte: y Dardano se despide para yr a negociarlo...
»Aucto XXXIX. Felides dize a Sigeril que saque unas piezas de brocado y de seda de las armas
para cortar ropas, y ellos estando las mirando entra Canarin a dezir cómo está alli vn cauallero: y
sabiendo Felides que es Dardano tio de Polandria, sale abazerle entrar: y después de se auer hecho
los recebimientos pertenecientes a quien son, Dardano le declara su intento; y Felides avn que al
presente le rehusa diziendo como le traen a la otra, concluye con que antes que diga el sí quiere
saber la voluntad de Polandria...
»Aucto XL. Recuajo yendo consigo razonando en la vellaquuria de Areusa en tener a Brauonel
INTRODUCCIÓN ccxrii
que habla siempre en castellano chapurrado y entona una canción que al parecer está
en vascuence, j cuyo estribillo recuerda el del famoso Canio de Lelo^ que antes de la fal-
sificación erudita del escribano Ibargüen fué acaso un cauto de cuna. Entregamos á la
sagacidad de los expertos en aquella lengua la canción de Juancho, que quizá no ofrezca
ningún sentido, y de seguro estará mal transcrita por el escritor toledano que la reco-
gió á oído.
«O Perucho, Perucho, quan mala vida hallada te tienes: linage hidalgo tu cauallo
topa con Grajales, al qiial se lo cuenta todo. E los dos van a casa de Celestina a vengar aquel hecho:
y hallan allá a Brauonel con Areuf^a: y allí dan el fin a ella, y él se escapa muy mal herido ..
)»Aucto XLI. El corregidor passando por casa de Celestina oye la baraliiinda que ay con la
muerte de Areusa: y como entra y h;ize la pesquisa manda luego a Galantes alguazil que viene con
él que llame al Pregonero para hazcr justicia de la vieja encubridora: y ansi desde su posada la sacan
acotar jimtamente com emplumarla, adonde burlan delia los Tnochachos hasta que la quitan de la
escalera.
»Aucto XLII. Paltrana estando sola entra Dardano y cuenta !e lo que negoció con Felides: y
como quedó la cosa en que diga Polandria de sí: con las quales nueuas Paltrana huelga mucho. Y
embia a llamar a su hija con í'runces page al iardin para "concertarlo...
sAucto XLin. Polandria estando en el jardín platicando con Poncia sobre los casamientos:
allega Frunces a llamar la de partes de su madre y de su tio Dardano. Y ella va: y como la hablan
para que conceda en recebir a Felides rehusa mucho de lo hazer: dando causas sufficientes para sus
dissimulaciones: en conclusión, que viendo cómo Paltrana y Dardano la dizenque en todo ca-o lo ha
de hazer otorga en ello.
))Aucto XLIIir. Brauonel va a casa de vna muger que tiene a ganar, con el bra^o cortado de
la manera que huyó de casa de Celestina; y después d' la auer pedido cueta la da de coces: porque
ella no le da ima perdiz. Y estando riñendo entra Solarcia, compañera de Ancona: que es del mismo
officio: y pone los en paz.
»Aucto XLV. Antenor arcidiano que es sobrino de Paltrana, yendo a saber de su tia lo que se
hace en los casamiento.^, topa a Dardano que va a casa de Felides a lleuarle la respuesta de lo que
negoció, y como lo cuenta a su sobrino vanelos dos a estar con Felides: y después de se lo auer dicho
él da las manos a Dardano por cosa heclia: y Antenor las da por Polandria: y ansí se despiden dexan-
dole con Sigeril platicando...
»Aucto XLVI. Sigeril como va a casa de Polandria vee a Poncia a la ventana: y después de la
contar las nueuas con sobrada alegría llama ella a su señora Polandria: la qual le da muy buenas
albricias. Y Sigeril se despide d'ellas lieuando a cargo que rogará a Felides declare sus desposorios
secretos...
))Aucto XLVII. Felides pregunta a Sigeril si están las libreas apareiadas, y como le dize sí, va
con doze pajes y otros tantos mogos de espuelas a besar las manos de Paltrana y a recebir a su señora
Polandria: a donde después passar diuersas platicas con ellas declara él los conciertos d' Sigeril y
' Poncia a la que como es llamada da Felides dozientos ducados para su dote...
»Aucto XLVIIl. Antenor arcediano dize a su tia Paltrana que ora es de hazer los desposorios: y
.los dos entran en la sala a do hallan a B'elides con Dardano, y a Poncia con Polandria, y luego lleuan
ja Sigeril, y como los desposa Antenor, entran los menistriles y tocando los instrumentos canta
• Ganar; n...
íAucto XLIX. Celestina como sabe que los desposorios son hechos, dize que no perderá las
lalbricias E yendo muy apriessa a las pedir con el sobrado i,'ozo no mirando cómo va cae de los corre»
dores de su casa abaxo y allí fenecen sus tristes dias. Y entrando los vezinos a socorrerla por los
'gritos que dio la hallan hecha pedazos. Y ansí se van a contar a Felides aquella muerte de la des-
'lichada...
»Aucto L. Felides como le an informado de la muerte de Celestina llama a Sigeril: y con gran
)ena le ouenta lo que passó: y le da veynte ducados para que honradamente la entierren y hagan
Hus obsequias: y Sigeril lo lleua a cargo y lo va a hazer: y con este ultimo aucto se acaba la obra...»-
ocxvin ORÍGENES DE LA NOVELA '
j
> limpias: no falta d'comer un pedago oguia sin que trabajo tanto le tengas, iuras á mi :
> siempre cauallo a suzio mi amo le haze: y Perucho almohazando, él nada le pena por ^
> carreras hazer en amores que tienes: entre tanto busco otro, aderezar le tengo si pide,
»y cantarle empiezo biscuenga.»
Lelo lirelo (,-arayleroba i
YaQoe guia ningan \
Aurten erua
Ay joat ganiraya ;
Astor vsua ¡
Lelo lirelo garayleroba. j
Ayt joat ganiraya j
Aztobicarra i
Esso amorari ¡
Gajona chala ;
Y penas nar-ala \
Fator que dala, J
Lelo lirelo garayleroba. .j
<t.Sig. — Precioso borrico es este , que se quexa de la vida que passa y dize estai'i
» desesperado y pone se a cantar: y tal le dé Dios la salud como yo le entiendo: aunque:
»no dexaró de responder a algunos vocablos comunes que en bizcueuge dice...» (Aucto;
decimosexto.) i
El tedio que la insípida rapsodia de Gaspar Gómez infunde se disipa como pori
encanto con la sabrosa lectura de la Tragicomedia de Lysandro y Boselia ('), que e&
la mejor hablada de to'das las Celestinas después de la primitiva, de cuyo aliento genial)
carece, pero á la cual sapera en elegancia y atildamiento de dicción, como nacida en^
un período más clásico de la prosa castellana. '
El autor de esta joya literaria procuró ocultar su nombre con más complicado arti-
ficio que sus predecesores^ y aun afectó ó simuló que el libro se imprimía sin su con-
sentimiento, lo cual se explica bien por las particulares circunstancias de su persona.
Al fin del colofón van tres cartas y unas octavas de arte mayor que contienen su nom-
bre como en cifra.
La primera carta es de un amigo del autor, que le pide perdón porque hizo impri-
mir la obra sin su licencia. «No fué pequeña merced para mí la que recebí de su li-
(*) Tragicomedia de Lisandro y Roselia llamada Elida y por otro nombre quarta ohra y tercera
Celestina. 1542 (Al reverso de la portada el escudo del impresor Junta, y una fig-iirilla de la Muerte
con la hoz al cuello y un ataúd debajo del brazo. La dedicatoria, el prólogo al lector y el texto de la
tragicomedia ocupan los 89 primeros folios. En el que debía ser 90, numerado por equivocación lOOj
se halla el colofón:
«Aquí se acaba la tragicomedia de Lysandro y Eoselia... nueuamente impressa. Acabóse f
))veynte dias d'l mes de dezieinbre. Año del nascimiento de nuestro 8aIuador Jesu christo de rail .]
Dquinientos y quarenta y dos años».
Los folios siguientes hasta el CVI contienen las dos cartas y las octavas de arte mayor.
4.° let. gót. con viñetas. Es libro de la más extraordinaria rareza.
Por una esmerada copia que había pertenecido á D. Serafín Estébanez Calderón le reimpr¡raic|<
ron los señores Fuensanta del Valle y Sancho Rayón, y es el tercer tomo de la linda Colección o\
libros raros y curiosos (Madrid, Eivadeneyra, 1872).
INTRODUCCIÓN ccxix
¿beralidad con inviarme aquella obra que llama Elida y cuarta parte de Celestina^
»que con sutil juicio compuso, porque por ella veo ser verdadera la estimación que de
»su entendimiento siempre tuve, parecióndome que pues en una materia tan fuera de
i>su experiencia tanto se aventajó sobre todos los que han escripto, no es de maravillar
» que en las cosas de peso todos se queden muy atrás de su saber. Gran consuelo recibí
» leyéndola,' y gran edificación para el ánimo notando la manera de su proceder, y con
> cuánto ingenio y sotil elocuencia pinta las cosas que más á pecar nos atraen, y los enga-
> ños de las vanas gentes, y las adulaciones de los servidores, y la hipocresía de los
» esforzados... Pero como mi voluntad sea de la condición del fuego, que nunca dice bás-
>tame, no me contento con la merced recebida sin pedir otra mayor, la cual será tan
> provechosa a todos los hombres cuanto señalada para mí. Esto es pedirle perdón del
» atrevimiento tan osado que tuve en hacer imprimir sin su licencia esta obra, parecién-
>dome que con su gravedad no podria acabar que con su licencia se hiciera, y también
que emprimiéudola, todos quedarían muy aprovechados, y yo glorioso con haber alcan-
>zado que esta merced, por mi atrevida diligencia, á todos se les comunicase, y para
>esto le suplico mire ser dicho de la Suma Verdad, que ninguno encienda la candela y
»la ponga debaxo del celemín, pero sobre el candelero, para que todos vean la luz...»
Esta carta anónima está fechada en Madrid á 22 de Noviembre de 1542.
De la respuesta del autor a su amigo se deduce que habían sido condiscípulos desde
los primeros estudios hasta los de Teología, cursándola juntos bajo el magisterio de un
insigne varón, que por el tiempo y la nombradla pudo muy bien ser Francisco de Vito-
ria, el más célebre de los teólogos de la época de Carlos V. «Si la estrecha y antigua
» amistad que entre vuestra merced y mí hay desde los primeros principios de graraa-
>tica, donde con gran exercicio de las artes liberales aprendidas de unos mesmos maes-
>tros y preceptores, venimos después juntos a estudiar aquella tan alta sabiduria ¡j
> tan escondida a los entendimiento humanos^ cuan biett enseñada de un tan famoso
> varon^ lux de las Españas^ no terciara entre nosotros, bien creo que vuestra merced
-habia dado no pequeña ocasión de enemistad, pues quiso que los varios juicios de los
> hombres, de hoy mas, discanten en mí al son de la liviandad que hace imprimir
>mucho a mi pesar. Xadie mirará que cuando me ocupé en esa niñeria estaba yo
> ocupado de una muy trabajosa terciana, la cual no me dejaba emplear en mis princi-
> pales estudios; y asi fue necesario tomar alguna recreación en cosas de pasatiempo y
» no fatigar mi ingenio, pues mi cuerpo estaba tan cansado de frío y de calentura.»
Para vengarse de algún modo determinó entregar al impresor de Salamanca Juan
de Junta un poema que su amigo le había confiado, y del cual hace los más pomposos
encomios. «Yo leí el libro de las espantosas hazañas que el esforzado Héctor hizo camino
* lie Panonia, que vuestra merced con tan sobrada elocuencia compuso, y me hizo mer-
ced de inviar con el mesmo mensajero que recibió mis borradores... Y mientras más
» lo leia, más necesidad me ponia de lo tornar a pasar; la majestad de las palabras, la
"grandeza de los hechos de un tan animoso varón, las sotiles imaginaciones, la artifi-
ciosa invención, las sentidas canciones derramadas por esos cuatro libros con tan
> subida trova y alto estilo, me ponian admiración, aunque, a la verdad, siempre espe-
^ raba de su más divino que humano entendimiento que saldrían obras tan primas como
'esa, pues tal era la forma y el dechado de donde salían las labores. Así que, por ven-
»garme del atrevimiento que vuestra merced tuvo en sacar a luz esos borradores sin mi
ccxx orígenes de LA NOVELA
» licencia, he entregado a Juan de Junta los libros de Héctor, en lugar de inviallos a !
» vuestra merced, para que los impriman, que bien creo que como el sol con su luz escu- i
»rece la claridad de la luna, asi estas obras de vuestra lumbre oscurecerán esa enojosa \
» recua de libros de caballerías^ j no lo tenga vuestra merced a mal, pues la mesma i
» razón me guia á mí para vengarme que a él para atreverse.» i
En una segunda carta, pedantesca por extremo, donde en pocas líneas se trae á cola- •
ción á Aristóteles, á San Agustín, á San Pedro, á Lactancio Fimiano, á Plinio el Natu-
ralista, á Salustio, á San Jerónimo, á Yalerio Máximo, á Tito Livio, á Dionisio Areo- i
pagita, el amigo se resigna con su suerte, y da por bien empleado que sus libros de las ¡
hazañas de Héctor se divulguen á trueque de que salga á ver la luz del mundo la tra- i
gicomedia de Lisandro. \
Nadie ha visto los tales libros de Héctor^ j toda la correspondencia tiene visos de \
amañada. Las cartas del amigo están fechadas en Madrid, j como la Tragicomedia no !
consigna punto de impresión, han supuesto algunos que allí pudo cometer su inocente i
abuso de confianza. Pero tal suposición es inadmisible, porque está probado que en ,
Madrid no hubo imprenta hasta 1566 ('). Además el libro tiene todas las trazas de estar j
impreso en Salamanca por Juan de Junta, cuya cifra ó monograma, compuesto de las j
letras J, A. primorosamente enlazadas, campea á la vuelta de la portada, y es idénti- |
co al que usó en otros libros como el Tractatus perutilis Martini de Frías (Salaman- '
ca 1550) y el Remedio de jugadores de Fr. Pedro de Cobarrubias (1543).
En la última de las octavas de arte mayor se da la clave para descubrir al enmas- •
carado poeta: ' j
Si el nombre glorioso quisierdes saber
Del que esto compuso, tomad el trabajo j
Cual suele tomar el escarabajo \
Cuando su casa quiere proveer. ;
Del quinto renglón debéis proceder, ^
Donde notamos los hechos ufanos )
De aquel que por nombre entre los humanos :i
Vengador de la tierra pudo tener- I
A la sagacidad de D. Juan Eugenio Hartzenbusch estaba reservada la solución de [
este acertijo. El texto dice claramente que se ha de partir del quinto renglón de una i
copla donde se alude á las hazañas de un héroe, que por ellas mereció que se le lia- j
mase vengador de la tierra. Son varios los textos de Ovidio y Séneca el trágico en que
Hércules, por otro nombre Alcides, es calificado de vindex terrae. Hércules está men- ,
clonado en el verso 7.° de la -i.^ octava:
Alcides al mundo con hechos gloriosos... I
Contando, pues, desde el verso quinto de dicha copla hacia atrás, ó cuesta arrib a á |
semejanza del escarabajo, y tomando las primeras letras de cada verso (una, dos ó tres),
resulta la siguiente cláusula: «Esta obra conpuso Sancho de Muni?io, natural de Sala-
manca» (-).
(1) Vid. Pérez Pastor (D. Cristúbil), BibUo(jrafia madrileña del siglo XVI (Madrid, 1891), pág. 1. j
(2) Carta á los editores de la Colección de libros Eqxiñoles raros ó curiosos en los preliminares !|
del tomo cuarto que contiene el Cancionero de S'úiiiga (pp. XXXIII á XLII). |
¡
iJ
INTRODUCCIÓN ccxxi
Pero siendo tan exótico el apellido de Mu7tino, y no encontrándose noticia de nin-
gún sujeto que por aquellos tiempos le llevara, ocurrió á los modernos editores de la
Tragicomedia (Fuensanta del Valle v Sancho Rayón) que sin violentar el acróstico
pudiera leerse el nombre de otro modo, y en efecto también se lee J/^ívw/?, juntando las
primeras letras de los tres versos en que está el apellido, de la manera siguiente: Mu-n-
non dando á la n doble el valor de ñ.
Completado de esta manera el descubrimiento, pudo comprobarse la personalidad
de un Maestro Sancho de Miiñón^ teólogo^ del cual hay noticias en la colección de
Estatutos de la Universidad Salmantina impresos en 1549 por Andrés de Portonariis.
Allí consta que Sancho de Muñón asistió en 31 de agosto de 1549 á un solemne claus-
tro pleno, presidido por el rector D. Diego Ramírez de Fuenleal, con objeto de formar
ciertas constituciones relativas al entierro de los señores Rector, Maestreescuela, Doc-
tores y Maestros de dicha Universidad. En 9 de octubre del mismo año concurrió á
otro para resolver que no se diesen trabados in scriptis bajo ciertas penas, y finalmente,
en 9 de noviembre se le cita nada menos que en compañía de Melchor Cano como uno
de los asistentes al claustro en que se formaron nuevos estatutos sobre el examen de
los estudiantes artistas antes que pasasen á cursar Medicina y Teología (').
Después de esta fecha no se ha encontrado en España dato alguno de Sancho de
Muñón, pero todo induce á creer que es la misma persona que un Di-. D. Sancho
Sánchez de Muñón que en 26 do abril de 1560 tomó posesión de la plaza de Maestres-
cuela de la Catedral de México, ejerciendo en tal concepto el cargo de Cancelario de
aquella naciente Universidad', donde recibió ó incorporó el grado de Doctor en Teolo-
gía en 28 de julio de dicho año. En 1570 hizo un viaje á la Península como solicita-
dor de las iglesias de Nueva España. En 1579 visitó por comisión del Arzobispo de
México, D. Pedro Moya de Contreras, las escuelas de niños, y notando algún descuido
en la enseñanza religiosa, compuso é hizo imprimir una Doctrina Cristiana^ de la
cual se coiioce un solo ejemplar falto de portada (-). Las noticias de su vida alcanzan
i hasta 1601. El último cabildo eclesiástico á que asistió fué el de 31 de octubre de
I 1600. La identidad de este personaje con el Sancho Muñón de Salamanca parece se-
¡ gura, aunque nada dice de ella el eruditísimo García Icazbalceta, á quien debemos
estos peregrinos datos.
Natural es que un eclesiástico de respetable carácter y autoridad como el Maestro
Sancho de Muñón tuviese algún reparo en confesarse autor de una obra de tan liviana
apariencia y desenfadado lenguaje como la Elida. Pero no se arrepentía de haberla
compuesto, por estar «llena de avisos y buenas enseñanzas de virtud sacadas de mu-
2>chos autores santos y profanos, con celo de la utilidad pública» (pág. XYI). «Dicen
(*) Carta de Sandio Rayón y Fuensanta del Valle á Hartzenbuacli, ^n los preliminares del
tomo quinto de Libros raros ó curiosos, que contiene la Comedia Selvagia (pp. XIII á XVI).
i') Bibliograjia Mexicana del siglo A'F/, por D. JoaquÍD García Icazbalceta. México, 1886,
Aginas 23-2-233.
En la dedicatoria al arzobispo dice el Dr. Muñón que esta doctrina «se lia cogido de las fuentes
«le algunos escritores graves, que á mi parecer ea esta materia liablaron bien, en especial de una
Doctrina Cristiana que se trató de liacer por la memoria y papeles de Pió V de gloriosa memoria;^.
■tiay también un prólogo «A los muy reverendos Padres Curas del Arzobispado de México», en que
les recomienda la enseñanza de la doctrina.
ccxxii orígenes de la ííOVELA
»que la mandragora tiene tal virtud^ que si nasce cerca de las vides hace que se ablande j
» la fuerza que el vino habia de tener para embriagar; asi la poesía toma de la philoso- j
»phia la doctrina, y juntándola con la mandragora del cuento fabuloso, hácela más i
ablanda y fácil para ser percibida» (pág. XI). En su prólogo esboza una teoría del'
arte docente, y en la dedicatoria á D. Diego de Acevedo y Fonseca justifica la ma- :
teria misma de su libro, aunque vuelve á declarar que le escribió á manera de pasa- ■
tiempo: «Y como ya los años pasados tuviese vacación de graves y penosos estudios,.'
»en que he gastado los tiempos de mi mocedad... compuse esta obrecilla que trata de i
í> amores, propia materia de mancebos. Cuando digo de amores no digo cosa torpe ni i
» vergonzosa, sino la más excelente y divina que hay en la naturaleza. Dejo los loores i
»que del amor dice Platón en su Simposio^ dejo lo que en la Theogo?iia escribe Hesio- >
»do, que el amor es el más antiguo Dios entre todos los dioses; dejo lo de Ovidio, que ;
»el amor tiene dominio universal y reina sobre los dioses y sobre los hombres, y dejo i
» otras infinitas auctoridades que hablan en esta materia, porque sería nunca acabar. \
»Sólo quiero decir que si alguno pareciere no ser la obra digna de mi profesión y :
> estudios, se acuerde que casi no hubo illustre escriptor que no comenzase por obras ]
» bajas, y de burlas y chufas, tomadas de en medio de la hez popular» (pág. 1). I
Para evitar todo peligro de mala inteligencia, la Tragicomedia está sembrada de '
reflexiones morales, y aun de verdaderos sermones, muy bien escritos, como todo lo :
demás, pero prolijos é impertinentes. El papel de personaje predicador le desempeña á !
maravilla Eubulo, «hombre de honestas costumbres» , criado de Lisandro, que constan- i
temente está dando consejos á su amo y procura apartarle de su perdición. La segunda ;
cena del cuarto acto es una disputa entre ambos, defendiendo Eubulo contra su señor •'
que el sumo bien no consiste en el deleite. En la cuarta del mismo acto le da diez reme- ;
dios contra el amor, tomados en parte de Ovidio, pero mucho más de la filosofía cris- :
tiana. Cuando se consuma la catástrofe del malogrado mancebo, el piadoso ayo cierra
la pieza con una declamación contra el amor, atestada de lugares comunes y de una |
pedantería escolástica que supera á la de Pleberio, á la de Melibea y á todo lo creíble:
apenas hay nombre de la antigüedad que no figure en aquella enumeración descabe-
llada. Pero hay, en medio de este fárrago, trozos que tienen verdadera elocuencia sen-
timental: «Oh mi señor y mi bien! ¿eres tú aquel que yo lleve recien nacido a la ama
» que te criase? ¿Eres tú al que volví niño destetado a casa de tu padre? ¿Eres tú el que
» empuse en buenas doctrinas y crianza, que parecías un ángel cuando chico? ¿Eres tú
»el que enseñé a los doce años a correr caballos y otros muchos exercicios, asi de letras
» como de armas? ¿Eres tú el que hasta los veinte y un años fue muy dado á la virtud,
» amigo de religión, enemigo del vicio, amador del culto divino? ¡Ay, ay, que nuestros
» pecados quisieron que te juntases con caballeros viciosos y distraídos y te acompaña- i
» ses con ellos, y de esta manera se te pegasen sus malas y perversas costumbres!»
(pág. 269).
Eubulo no es sólo un moralista profesional que alecciona á la juventud contra losi
peligros del loco amor. Sancho de Muñón le hace intérprete de su propio pensamiento en (
materias mucho más graves y pone en su boca las más audaces ideas del grupo llamado i
erasmista^ al cual indudablemente pertenecía como casi todos los humanistas españoles j
y no pocos teólogos del tiempo de Carlos Y. Véase, por ejemplo, esta valiente invecti-i'
va^ que parece un compendio del terrible Diálogo de Mercurio y Carón: «¡Cuan mu-i
INTRODUCCIÓIT ccxxiu
» chos se condenan, y cuan pocos se salvan, y cuan abierta está de día y de noche aque-
»lla puerta del triste Pluton; cuan ancho, cuan pasajero y cuan real camino es el que
»guia a la muerte eterna! Por 61 se van espaciando los reyes, los duques, los condes,
»los caballeros, los hidalgos, los oficiales y pastores. Por ahí se pasean los pontífices,
»los cardenales, los arzobispos y obispos, los beneficiados y sacristanes, con un des-
» cuido, como si nunca hubiesen de llegar allí donde los halagos de la vida, los regalos
>del cuerpo, las honras, las riquezas, los favores y todos sus pasatiempos se volvieran
»en lamentaciones y lloros perpetuos. Ahi serán atormentados muy cruelmente los
» papas que dieron largas indulgencias y dispensaciones sin causa, y proveyeron las
» dignidades de la Iglesia a personas que no las mereciau, permitiendo mil pensiones y
>■ simonías. Ahi los obispos y arcedianos que proveen mal los beneficios, teniendo res-
»pecto a sus parientes y criados, y no a los doctos y suficientes. Ahi los eclesiásticos
» profanos y amancebados. Ahi los reyes que tiránicamente gobernaron sus reinos, y los
»que no dieron los oficios y cargos, que suelen proveer, a personas de merecimiento.
»Ahi los duques y condes, y los grandes señores que a sus tierras y vasallos con mu-
»chos tributos molestaban. Ahi los caballeros enamorados. Ahi los letrados que nojuz-
»garon conforme a derecho y verdad, y no obraron según sus letras les enseñan. Ahi
» los logreros y usureros, los oficiales , los mercaderes y tratantes que llevan más del
» justo precio por la cosa que venden, y con juramentos falsos cambian sus haciendas.
»Ahi los criados lisonjeros que con lisonjas quieren ganar las voluntades de sus amos,
» conformándose con ellos en bueno y en malo. ¡Oh terrible descuido en los hombres!
»¡0h desvario loco! como si no hubiese otro mundo, y no hubiesen de fenecer todas las
» cosas del, asi hacemos hincapié en lo que presto habrá fin» (pp. 245-247).
Esta libertad y energía de lenguaje iba á perderse muy pronto en España, pero
todavía el gran Quevedo supo conservarla dentro del siglo xvii. La sátira clerical es
tan libre y desnuda en la Tragicomedia de Lisandro como en las Celestinas anteriores,
pero de seguro mejor intencionada. Hay rasgos que sacan sangre, como lo que dice
Elicia de la amiga del cura Bermejo (pág. 42). Pero en el fondo Sancho de Muñón es
un teólogo severo, que tiene la conciencia, y aun pudiéramos decir el orgullo de su
profesión, y mira con sumo desdén á los canonistas que «saben poco en casos de con-
ciencia» (pág. 141) y «andan atados a las glosas como asno a estaca» (pág. 139). Según
él, todo obispo debe ser teólogo, porque «a su oficio compete predicar la doctrina evan-
igélica al pueblo; que el pulpito agora está usurpado de frailes... Y para esto les es
> necesario saber la Sagrada Escriptura y Santa Teología, donde se aprenden también
»los textos de cánones que tocan a la salud de las ánimas, cuanto más que los cánones
» fueron fundados de varones teólogos como conclusiones sacadas del manantial de las
» letras divinas» (pág. 141). A lo cual le objeta maliciosamente el Provisor: «Dexaos, por
*mi vida, de eso, señor doctor, que nunca haréis mayorazgo si os atenéis mucho a los
» teólogos». Lo cierto es que no obispó nunca, y tuvo que ir a morir de Maestrescuelas
I en México. Todo el donosísimo episodio del pleito en que el Provisor absuelve al estu-
I diante Sancías de la demanda que por Angelina le fué puesta sobre caso de ser su
esposo y marido (cena quinta del segundo acto) es una parodia desembozada del estilo
y modo de razonar de los letrados, en la curia eclesiástica.
I La acción de esta tragicomedia pasa indisputablemente en Salamanca, y por cierto
I que Sancho de Muñón no anda muy galante con sus paisanas: «Ya sabes que en Sala-
ccxxiv orígenes de LA NOVELA
» manca pocas hermosas hay, j esas se pueden señalar con el dedo» (pág. 92), Calventa,
emula de Elicia, tenía su principal clientela entre los cursantes de la Universidad, que
en su casa empeñaban los libros: «Si no traen dineros, que dexen prendas... ¿No
» miraste la rima que tenia llena de Decretos y Baldos, y de Scotos y Avicenas y
» otros libros?» (pág. 41). Hay también alusiones á costumbres estudiantiles, algunas
de ellas tan peregrinas como la fiesta de Panza, que acaso no fué ajena al nombre que
dio Cervantes á su escudero, como tampoco lo fué el antiguo proverbio de Sancho y su
rocino. Sobre esta fiesta platican así dos mozos de espuelas, Siró y Geta:
«Geta. — Panza es un sancto que celebran los estudiantes en la fiesta de Santan-
»truejo, que le llaman sancto de hartura.
■» Sir. — ¿Dónde aprendiste tanto?
» Oet. — En el general de Phisica, cuando llevaba el libro a un popilo , oí al bedel
» de las escuelas echar la fiesta de Panza» (pág. 24).
El gusto que domina en la obra es el de las antiguas comedias humanísticas, y de
él proceden sus principales defectos, que se reducen á uno solo, el alarde de erudición
fácil y extemporáneo. No necesitaba alegar á cada momento aforismos y centones de
poetas y filósofos antiguos quien se mostraba tan de. veras clásico, no sólo en el estilo
jugoso y en la locución pulquérrima, sino en la composición sencilla, lógica y perfecta-
mente graduada. El buen gusto con que borra ó aminora muchos defectos de las Celesti-
nas precedentes, y el manso y regalado son que sus palabras hacen como gotas cristalinas
cayendo en copa de oro, bastarían para indicar la fuente nada escondida donde él y los
hombres do su generación habían encontrado el secreto de la belleza. Tal libro, por el
primor con que está compuesto, es digno del más glorioso período de la escuela sal-
mantina, en que salió á luz. Pero algo le perjudica el haber sido concebido y madurado
en un ambiente erudito y universitario y no en la libre atmósfera en que andando el
tiempo había de desarrollars*^ el genio de Cervantes. La prosa de la Tragicomedia de
Lisandro y Roselia^ perfecta á veces, revela demasiado el artificio retórico, y no está
inmune de afectación. Su autor escribía demasiado bien, en el sentido de que era un
prosista de los que se escuchan y se complacen ellos mismos con la suavidad y gala-
nura de sus palabras y con la pompa y armonía de sus cláusulas. Dice Lisandro en la
primera escena del cuarto acto: «¿No me pusistes las escalas de arriba para descender
»al jardin do mi señora baxó? ¿No la besé ahi con mil retozos entre unos ñoridos jaz-
» mines y unas hermosas clavellinas? Los lirios, las alegrías, los tréboles y alegres alhe-
» lises, las frescas azucenas, las olorosas albahacas, los toronjiles y artemisas, las rosas
»y violetas, ¿no fueron testigos de aquel azucarado rato? ¿No nos paseamos después
casidas las manos junto a una fontecica con una dulcísima plática? ¿Y cabe unos
» camuesos no nos despedimos con dos reverencias y sendos besos , cuando los paxa-
» ritos mensajeros de la alborada comenzaban a cantar con un suavísimo ruido, cuando
» la mañanica con sus arreboles lo sombrío de los cipreses ilustraba y esclarecía y las
»hierbecicas de rocío bordaba?» (pág. 206). Cuando se abusa de este estilo es fácil empa-
lagar á los que no gustan de tanta dulcedumbre.
Hay lujo y alarde de palabras en todo el libro. Para hacer una sola comparación, | ]
apura Celestina todos los términos de cetrería: «¿Qué girifaltes, qué sacres, qué neblíes, | 3
» qué esmerejones, qué primas, qué tagarotes, qué bahai'íes, qué alfaneques, qué azo- / i
»res, qué alcotanes, qué gavilanes, qué águilas tan subidas en alto vuelo bastarán á
INTRODUCCIÓN ccxxv
» abatir eu tierra con sus uñas la páxara escondida en las nubes, como yo, sabia Celes-
»tina, con mis palabras cautelosas abati a mi petición al muy encerrado proposito de
»Koselia?» (pág. 103). Poco después hace una larga enumeración de los pájaros canto-
res, y otra de los instrumentos músicos, «sacabuches, chirimías, atamborcs, trompetas,
» rabeles, flautas, dúlcemeles, guitarras, vihuelas, arpas, laudes, clarines, dulzainas,
»añafiles, órganos, monacordias, clavecinbanos, clavicordios y salterios» (pág. 104). Esta
intemperancia de vocabulario divierte á veces, como divierte en Rabelais, pero es un
procedimiento vicioso y eu suma bastante fácil.
En las situaciones culminantes, en los monólogos de la hechicera, en los coloquios
de Celestina y Roselia, hay cosas dignas de ponerse al lado de lo mejor de la Celes-
tina antigua, aunque con la desventaja de haber sido escritas medio siglo después. Lás-
tima que el talento del maestro salmantino no se hubiese ejercitado en un argumento
de pura invención suya, que siempre le hubiese dado más gloria que una labor de imi-
tación, por primorosa que sea. Pero le fascinó el prestigio de un gran modelo, y renun-
ció á su originalidad ó por excesiva modestia ó por la presunción de igualarle.
Aunque en la primera carta del amigo se da á la tragicomedia el título de Elida y
cuarta parte de Celestina., que es el número que realmente la corresponde en esta serie
de libros, en la portada se califica de quarta obra y tercera Celestina., sin duda porque
Sancho de Muñón desdeñaba profundamente la obra de Gaspar Gómez de Toledo, á la
cual no hace ninguna alusión. Tampoco se propuso continuar á Feliciano de Silva,
pero tomó algunos rasgos felices de su Pandulfo para acomodarlos al rufián Brumandi-
lón. La idea de resucitar á Celestina, el embuste de su muerto supuesta, le parecían
invenciones ridiculas, que condena por boca de sus personajes, especialmente de Eu-
bulo, á quien «no parecía esta segunda Celestina tan sabia como la primera» . Celestina
había muerto verdaderamente á manos de los criados de Caliste, y la que intervino en
los amores de Felides y Polandria «no era la barbuda, sino una muy amiga y compañera
»desta, que tomó el apellido de su comadre» (pág. 37). Otro tanto había hecho su sobrina
Elicia, á quien generalmente se llama Celestina en el libro de Sancho de Muñón. Pero
Elicia pica más alto que la vulgar comadre de la resurrección., y no quiere que nadie
la confunda con ella:
Wrionea. — ¿Quó respuesta daré á Sigiril, escudero de Felides, si te buscare, que
ayer vino acá y no te halló?
I » Celest. — Dile que vaya con Dios ó con el diablo, que no soy yo casamentera, ni
» menos es ese mi oficio; allá a la amiga de mi tia vaya él con esas embaxadas, o a los
¡» parientes de Polandria, que concierten el casamiento, que para ese caso no es menes-
ͻter el estudio de mis artes, ni mucho menos que mi tia resucitara o apareciese como
[* holgaron de mentir» (pág. 80).
Al revés de la Segimda Celestina., tan informe y mal compaginada, tiene la Tragi-
■oniedia de Lisandro y Roselia un plan sencillo y claro, imitado en parte del de Fer-
nando de Rojas, pero con un desenlace nuevo, que basta para dar alta idea del talento
jlramático de quien le concibió.
I Ija fábula de los amores de Lisandro y Roselia, que son los de Caliste y Melibea
jroeados los nombres, podía recibir tres soluciones. Es la primera la que dio el ba-
hiller Rojas, con sentido hondamente pesimista, envolviendo á todos los personajes
'1 una catástrofe trágica, determinada principalmente por el caso fortuito de haber
CRÍGENJÜS DE LA NOVELA.— III. — /I
ccxxvi orígenes de LA KOVELA
caído de la escala Calisto al salir de las delicias del jardín de Melibea. Es el segundo
la pedestre solución matrimonial, que parece casi una burla sacrilega en la Comedia
Thebaijda^ j que presentaron con más decoro, aunque no con mucha eficacia artística
ni gran esciúpulo en los medios, Feliciano de Silva, el autor de la comedia Florinea y
otros varios. Quedaba todavía otro desenlace eminentemente teatral, que Bartolomé de
Torres Naharro había apuntado ligeramente en su comedia Himenea^ donde aparece el
tipo de un hermano vengador de la honra de su casa, aunque tal venganza no llega á
consumarse en la desvalida Febea, que logra el honesto fin de sus amores, parando todo
en regocijo y boda.
En esta solución se fijó el Maestro Sancho de Muñón^ pero dándola su verdadero
carácter trágico y vindicativo. No es un accidente casual el que lleva á la muerte, desde
el seno del placer que apenas comenzaban á gustar, á Lisandro y Roselia, sino la fiera
ley del pundonor familiar, que ordena contra secreto agravio secreta venganza, y arma
las ballestas de Beliseno y sus escuderos para asaetear á los dos amantes y a cuantos
habían sido cómplices en la deshonra de su hermana. La escena es verdaderamente
terrible, y su efecto se acrecienta con las supersticiosas invocaciones de los asesinos
pagados.
^Rebollo. — Yo tengo aqui en el seno una nomina que me dio mi abuela la habace-
»ra, que quien la traxere consigo, no podra morir a cuchillo.
T>Di-oino. — También mi tia, la Luminaria, me rezó unas palabras, que en cualquier
1 tiempo que las dixere les caerán luego de las manos las espadas de los que se estuvie-
»ren acuchillando.
> Rebollo. — Es verdad. Otra oración muy aprobada me enseñó la hortelana amiga de
>mi madre, para que donde hobiere ruido, si se rezare, no se saque sangre...:?' (pág. 252).
Nadie antes de Sancho de Muñón había empuñado con tanto brío el puñal de Mel-
pómeue, y no puede negarse que en su obra está adivinada y practicada por primera
vez la que fué luego solución casi única de los conflictos de honra y amor en nuestro
drama romántico del siglo xvii; singularidad en que no se ha parado hasta ahora la
atención de la crítica.
Menos original que en el desenlace se mostró el autor de la tragicomedia en la pin-
tura de los caracteres, donde parece que su único empeño fué beber los alientos al
autor de la Celestina.^ hasta confundirse con él. Roselia es una linda repetición de Me-
libea, pero sin la llama del genio que hace inmortales los ardores de aquélla:
Viountque commissi calores
^^oliae fidibus puellae.
Lisandro es una figura más apagada. Sus criados tienen carácter y fisonomía propia,
que impide confundirlos con Sempronio y Pármeno. Eubulo, el hombre de buena
voluntad ó de buen consejo, es una verdadera creación, que no se desmiente en obras
ni en palabras, y que encarnando el sentido moral y aun ascético de la pieza, es el
único que se salva de la universal desolación, y cumple probablemente la resolución
de hacerse fraile, que más de una vez insinúa.
Las mejores figuras del libro son sin disputa Elicia y su protector el rufián Bru-
mandilón. Elicia no es Celestina, aunque haya usurpado su nombre, pero es una so-
brina digna de su tía y la más legítima heredera de todo el caudal de sus malas artes.
. i
INTRODUCCIÓN coxxvn
<Y muchos extrangeros que no conocieron á Celestina, la vieja, sino de oídas, pien-
» san que esta es aquella antigua madre, porque vive en la mesraa vecindad, y tienen
> razón de creello, ca ninguna remedó tan bien las pisadas y exemplos, la vida y cos-
> tumbres de la vieja, como ésta, que en la cuna se mostraba á parlar las palabras de
» que ella usaba para sus oficios; de manera que con la leche mamó lo que sabe» (pá-
gina 34). El reposado y sentencioso hablar de Celestina, su ciencia diabólica y secre-
ta ('), su astucia refinada y cautelosa, su aparejo de trapacerías y maldades no se des-
mienten en su alumna, cuya psicología está seriamente estudiada.
Brumandilón es un tipo más en la galería inaugurada por la efigie clásica de Centu-
rio, á la cual no llega ciertamente, pero supera en mucho á las bárbaras copias de Gal-
terio y Pandulfo. Sancho de Muñón, como delicado humanista que era, le ha conservado
el sabor plautino del original, y pone en su boca chistes de muy buena ley. Se habla de
las hazañas de Diego García de Paredes, y replica muy satisfecho: «Aqui está Bru-
» mandilón, que siendo maestro de esgrima en Milán, le enseñó a jugar de todas armas,
» de espada sola, espada y capa, de espada y broquel, de dos espadas, de espada y rode-
»la, de daga y broquel grande, de daga sola con guante aferrador, de puñal contra
» puñal, de montante, de espada de mano y media, de lanzon, de pica, de partesana, de
» bastón, de floreo y de otros muchos exercicios de armas; y él viendo mi esfuerzo en
>los golpes, mi osado atrevimiento para acometer seis armados, rebanar brazos, cortar
apiernas, harpar gestos, hender cabezas y otros miembros, con mi exemplo salió tan
adiestro y animoso como veis» (pág. 102). En otra parte exclama: «La diversidad y
>gran variedad de las hazañas que por mí han pasado por diversos reinos y ciudades,
»me privan de memoria a que no me acuerde de los casos particulares que tengo he-
»chos por todo el mundo» (pág. 163).
Pero demos paz á la pluma, porque para copiar todo lo bueno que hay en la tragi-
comedia de Lisandro y Boselia necesitaríamos de mucho espacio. D. Juan Eugenio
Hartzenbusch la calificó perfectamente en estos términos: «El libro es de lo mejor que
»en su tiempo se escribió en castellano. El autor se muestra doctísimo en todo género
» de letras, conocedor profundo del corazón humano, hábil pintor de costumbres y per-
»sonaje por muchos títulos distinguido».
La caprichosa injusticia de la suerte sepultó en olvido su obra apenas nacida.
(*) A la infernal botica de Celestina había añadido Elicia «otras cosas muchas que con mi buen
X)trabajo y propio sudor y mayor esperiencia he yo adquirido, conviene a saber: hieles de perro
ínegro macho y de cuervo, tripas de alacrán y cangrejo, testículos de comadreja, meollos de raposa
»del pie izquierdo, pelos priapicos del cabrón, sangre de murciélago, estiércol de lagartijas, huevoa
))de hormigas, pellejos de culebras, pestañas de lobo, tuétanos de garza, entraüuelas de torcecuello,
«rasuras de ara, ciertas gotas de olio y crisma que me dio el cura, zumos de peonía, de celidonia, de
vsarcocola, de tryaca, de hipericon, de recimillos y una poca de hierba del pito que hobe por mi
»buen lance; tengo también la oración del cerco que no tenía mi tia que Dios haya, que es esta:
-»avis, gravis, seps, dipa, unus, infans, virgo, coronat- y si todo lo de mi tienda acabase de contar,
))sería cosa para nunca acabar .. Este oficio me bastaba, éste mantiene mi casa, sustenta mi honra, y
»me hace ser temida y acatada de todos, y afama mi nombre por la ciudad, que nadie hay que me
Bvea que no me llame: madre acá, madre acullá, el uno me dexa, el otro me toma, el vicario me con-
Dvida, el arcediano me llama, que ningún señor de la iglesia me ve que no quiera ganar por la mano
»cuál me llevará primero á su casa» (pp. 74-75).
Ciertamente que los que fuesen entonces vicario y arcediano de Salamanca quedarían muy
agradecidos al Maestro Muñón por el modo de señalar.
ccxxviii ORÍGENES DE LA NOVELA
Un solo contemporáneo alude á ella: Alonso de Yillegas en su Comedia Selvagia.
Y ya en el siglo xvii debía de ser rara, puesto que D. Nicolás Antonio sólo cita un ejem-
plar que guardaba entre sus libros D. Lorenzo Ramírez de Prado, sin duda como cosa
peregrina. Hartzenbusch supone que Maximiliano Calvi tuvo muy presente esta tragico-
media cuando escribió su Tractado de la hermosui'a y el amor (1576). «Trozos hay en
Ȏl (dice) con los mismos pensamientos, con el propio lenguaje casi que otros de la tragi-
comedia» . Así será cuando tal maestro lo afirma; pero aunque tengo muy manejado el
curiosísimo infolio de Calvi, que es la más completa enciclopedia de cuanto especularon
sobre la filosofía del amor y de la belleza los neoplatónicos del Renacimiento, no he
podido encontrar esas coincidencias verbales, aunque sí algunas ideas comunes, que
por serlo tanto en las escuelas de entonces no necesitaba Calvi tomar directamente de
la tragicomedia (').
Mientras estas €Celcsiinas» se publicaban en Castilla, un ingenio portugués digno
de mayor nombradla que la que logra en su patria y fuera de ella, componía tres
largas comedias en su lengua nativa, tomando por modelo en todas ellas, y especial-
mente en la primera, el libro incomparable de Fernando de Rojas, pero sin calcarle
tan servilmente como otros. Las comedias Euphrosina^ JJlijssipo y Aulegraphia^ de
Jorge Ferreira de Vascoucellos, atestiguan, á la vez que el talento original de su autor,
la influencia profunda que ejerció en Portugal la tragicomedia castellana desde el mo-
mento de su aparición. Ya hemos visto hasta qué punto penetró en el teatro de Gil Vicen-
te. Es inútil hablar de poetas menores. «Raras son las comedias portuguesas (dice Teó-
» filo Braga) que no aluden á esta comedia, que se tornó proverbial en la lengua de
» nuestro pueblo. Aun en las islas Azores se habla de las artes de la madre Celestina
•!> encantadora^ sin saber á qué gran fenómeno literario sq refieren» (-). En vano fué
que severos moralistas como Juan de Barros protestasen contra ella y hasta conside-
rasen como un timbre de la lengua portuguesa el ser tan honesta y casta que «parece
»no consentir en sí una tal obra como Celestina-» (^). Ya Gil Vicente había demostrado,
contra monjiles escrúpulos, que la lengua portuguesa lo toleraba todo, como las demás
lenguas del mundo, cuando diestramente se las maneja.
Dos testimonios muy singulares, cada cual en su línea, tenemos de la enorme popu-
laridad, no ya literaria, sino social, que alcanzaba la Celestina entre los portugueses á
principios del siglo xvr. El primero, cuya indicación debemos á nuestra sabia y gene-
rosa amiga doña Carolina Michaelis de Vasconcellos, prueba que antes de 1521 el
drama de Rojas había dado asunto para trabajos de orfebrería. En el ajuar de la infan-
ta doña Beatriz, que en dicho año se casó con el duque de Saboya, había una taza de
plata con la historia de Celestina (*),
Precisamente en el mismo año Francisco de Moraes, futuro autor del Palmerín de
(•) Tractado de la Hermosura y del Amor compvesto por Maximiliano Calvi .. En Milán. Per
Paulo Gotardo Pondo, el Año MDLXXVI.
Cada uno de los tres libros en qne la obra se divide forma un volumen con paginación diversa.
í^) üistoria do Tlieatro Portuguez, II, A comedia classica e as tragicomedias (Porto, 1870),
! p 29-30.
(3) Grammatica (1536), pág. 73 de la edición de 1785. «Verdade lie ser (a lingua portugueza) era
»si taü honesta e casta que parece ná consentir em sy liúa tal obra como Celestina>.
{^) Historia Genealógica da Casa Rexl portugueza, por D. Antonio Caetano de Sonsa... Lisboa
Occidental, 1738. Provas. II, pág 448.
INTRODUCCIÓN coxxix
Inglaterra^ fué testigo en Bragauza, su patria, de la inaudita profanación de un Diego
López, herrero, que en viernes de Dolores estaba en la iglesia de San Francisco, ante el
Sagrario, leyendo á un corro de mujeres la Celestina^ «j paréceme que era en el auto
»que habla de Centurio» (').
A tiempos poco menos remotos que éstos han querido referir algunos la composi-
ción de la primera comedia de Jorge Ferreira, sin razón á mi juicio, y hasta con evi-
dente imposibilidad cronológica. Hubo un Jorge de Vasconcellos (á quien también se
llama Jorge de Yasco Gon^elos), insignificante trovador del Cancionero de Resende (2),
el cual frecuentaba ya la corte de D. Manuel en 1498, y está citado en 1519 por Gil
Vicente {^). Para admitir que este poeta cortesano fuese la misma persona que el autor
de la Eufrosina^ como pretende Teófilo Braga, habría que rechazar la fecha hasta hoy
tenida por cierta de la muerte de Jorge Ferreira de Vasconcellos en 1585 ó suponer
que vivió más de cien años, pues hemos de creer que tendría por lo menos diez y seis
cuando poetizaba en los saraos de palacio.
Aun prescindiendo de esta confusión de dos personas, que pueden ser fácilmente
deslindadas, quedan grandes oscuridades en la biografía de nuestro autor. Ni siquiera
consta con seguridad la tierra en que nació, que unos quieren que fuese Coimbra, otros
Montemor o Velho, sin que falte quien le suponga hijo de Lisboa ('*). Ninguno de los
antiguos biógrafos se fijó en el dato capital de haber sido Jorge Ferreira de Vasconce-
llos mozo de cámara del infante D. Duarte, hijo de D. Manuel, á cuyo servicio estaba
en 1540, fecha de la muerte de aquel príncipe, nacido en 1515. De aquí dedujo con
excelente crítica doña Carolina Michaelis que debía de ser joven entonces, no de mayor
edad que Francisco de Moraes, el cual también figura en la lista de los servidores del
infante (''). No se sabe á punto fijo si Ferreira siguió formando parte de la casa de la
viuda y del hijo postumo de D. Duarte, ó pasó á la de D. Juan III, como indica su
yerno en el prólogo de la Ulyssipo (*''). En este caso sería destinado al servicio del prín-
cipe D. Juan, heredero de la corona, puesto que á él dedicó las primicias de su inge-
(') «Em sexta Beira de Endoencas do anno de 1521 vi no mosteiro de Sam Francisco en bra-
K^ancí lili Dii-.go Lopes, ferrf'iro, vestido em manto bérneo e tonca foteada, estar ante o Sacra-
"iiiento en roda de muiheres lendo por Celestina, e parece-me que era no auto que falla do Cen-
uturio». (Ms , tal vez autógrafo, que poseía el conde de Azevedo, y hoy debe de estar en la Biblio-
teca de Oporto )
Vid. C. Oastello Branco, Narcóticos, I, Porto, 1882, pág. 66..
{") Tomo III de la ed.de Stuttgart,pp. 114, 120, 129, 215 y 222 En la pág. 632 hay unos versos
de García de Resende á Jorge de Vasconcellos «porque nam querya escreuer humas trovas siias».
(^) En la tragicomedia de Las Cortes de Júpiter (Obras de Gil Vicente, tomo II de la ed. de
Haraburgo, pág. 404).
(*) José Joaquim da Costa e Sá, editor de la traducción de Terencio de Leonel da Costa en 1788,
dice haber visto un ejemplar de la Eufrosina de 1561, que tenía en el reverso del pergamino la-*
siguientes palabras de letra antigua: «O Autor d'este livro foi Jorge Ferreira de Vasconcellos, natural
»de Lisboa, tamben Author da Tavola Redonda e d'outras obras (Tomo I, pág. XXI, nota 9).
(^) En la Vida de D. Duarte, escrita en 1565 por Andrés Resende, que había sido su maestro de
latinidad, se hace mención de Francisco de Moraes, pero no de Jjrge Feíreira de Vasconcellos. Tam-
poco en el testamento del Infante, publicado en las Pravas de la Historia Genealógica. Pero está
citado en el Rol dos Moradores do Infante, redactado poco después de su fallecimiento. (Vid. Caetano
de ousa, Hist. Geneal. Provas, II, 615.)
(') «Das comedias que Jorge Ferreira de Vasconcellos corapos, foy esta Vlysippo a segunda
»estando ja no serui^o del Rey nesta cidade».
coxxx ORÍGENES DE LA NOVELA
nio: la comedia Eufrosina j el Sagramor, entre 1550 y 1554 probablemente. Muerto
el infante en 1564, siguió al servicio del que fué luego rey D. Sebastián. El único
puesto oficial que consta de un modo positivo haber logrado es el de «escribano del
Tesoro», con quince mil reis de sueldo al año (!!). Tal destino no era ciertamente para
enriquecer á nadie, y es posible que espontáneamente le renunciase, puesto que por un
albalá de 10 de julio de 1563 tomó posesión de él un Luis Vicente (hijo acaso del gran
poeta), mozo de cámara del rey D. Sebastián, en los mismos términos en que le había
tenido Jorge Ferreira, que debía de estar vivo, puesto que no se usa respecto de él la
frase sacramental ^qiie Deus perdoe» C). Además, el prólogo con que en 1567 apareció
el Sagramor tiene todas las trazas de estar escrito en aquel mismo año. Tampoco debe
negarse crédito á Barbosa Machado, cuando afirma que Ferreira falleció en 1585 y fué
enterrado con su consorte doña Ana de Sonsa en el crucero del convento de la Santí-
sima Trinidad de Lisboa. Escribiendo Barbosa en 1747 es muy probable que tomase
esta fecha del epitafio que existiría en dicho convento, destruido, como tantos otros, por
el terremoto de 1755 f).
Otras noticias que el mismo Barbosa da tienen igualmente sello de verisimilitud y
no han sido hasta ahora contradichas por ningún documento, aunque tampoco hay nin-
guno que las confirme. Le llama caballero profeso de la orden de Cristo y uno de los i
más distinguidos criados de la casa de Aveyro {^) y afirma que fué «tesorero de la casa j
de la India» . De su matrimonio con la ya referida doña Ana de Sousa tuvo dos hijos, j
Pablo Ferreira, que en edad juvenil perdió la vida en la jornada de África con el rey j
D. Sebastián, y doña Briolanja de Vasconcellos, que se c;»só con Antonio de Noronha. i
No sólo fué hombre de ingenio agudo y gracia nativa, dotes que en sus composicio- j
nes resplandecen, sino verdadero y culto humanista. La Eufrosina parece documento i
irrecusable de haber hecho sus estudios en Coimbra, lo cual no pudo ser antes de 1537, |
fecha de la traslación de la Universidad desde las orillas del Tajo á las del Mondego (*). |
Parece singular que con tales condiciones y con el positivo mérito de sus escritos, un i
solo contemporáneo suyo le mencione, Diego de Teive en un. elegante epigrama latino f), i
O Vid. Brito Rebello, Ementas Históricas, II, Gil Vicente, pág. 114. ¡
El título exacto del cargo era «escrivao da receita e despesa do tesoureiro da casa real».
(') Barbosa Machado, Bibliotheca Lusitana... Lisboa, 1747, Tomo II, pp. 805-807. i
(*) Acaso en este punto haya confusión con el Dr. Antonio Ferreira, autor de la Castro. El j
ducado de Aveiro fué creado en 1547 para D. Juan de Lencastre, nieto de D. Juan II,
(') Vid. Teophilo Braga, Historia da universidade de Coimbra... Tomo I, Lisboa, 1892, cap. V, ¡
pp. 449 y 83. !
C) Estos dísticos se encuentran en la comedia Aulegrafia, pero no al fin, como dice Barbosa, '
sino al principio, antes del folio primero é inmediatamente después de la dedicatoria: i
Inscribunt alii morituris nomina chartis i
Cumque illis cernnnt nomina obire sna, i
Tu, bone Ferreri, victaris nomina chartis.
Non tua subscribís, sed latitare cupis.
Est tibí sat saeclis prodesse aliquando f uturis
Quatnvis nulla tui nominis aura eonet.
Nil agís, insequitur fugientem fama, sequentem
Auf ugit, ad saperos et volat alta polos.
Siendo tan raros los elogios antiguos de Jorge Ferreira, no debemos omitir el de Juan Soares
de Brito (Theatr. Lusit. Lit., let. G.), citado por Barbosa: «Vir ingenio proraptissimo et lepidiasirao».
INTRODUCCIÓN
CCXXXI
que en parte nos da la clave del enigma, pues hace notar que Ferreira jamás ponía su
nombre en las obras que compuso :
Non iua subscribís, sed latitare cupis.
Este amor á la oscuridad j al anónimo, y quizá todavía más la circunstancia de
no haberse prestado al cambio de elogios mutuos, puesto que ni se encuentran versos
suyos en loor de ningún ingenio de su tiempo, ni sus libros llevan panegíricos de mano
ajena, explican su aislamiento respecto de la literatura de su época y el olvido en que
cayó muy pronto su nombre, hasta el punto de ser atribuida á otros autores su mejor
obra.
Además, sus gustos parecen haber estado en discordancia con esa misma literatura.
Era, como Cristóbal de Castillejo, uq rezagado de la escuela del siglo xv. A ella perte-
necen todos los poetas que elogia: Macías, Juan Rodríguez del Padrón, Garci Sánchez
de Badajoz, el Bachiller de la Torre, Juan de Mena, el Ropero, Jorge Manrique, Juan
del Encina, entre los castellanos; D. Juan de Meneses, Gil Vicente, Bernaldim Ribei-
ro, entre los portugueses ('). De los poetas de la escuela nueva menciona á Boscáu,
Garcilaso y Sá de Miranda.
Hasta aquí las noticias biográficas de Jorge Ferreira, que no he tenido ni siquiera
el trabajo de recoger, puesto que juntas y depuradas las ha puesto á mi disposición la
doctísima escritora doña Carolina Michaelis, ornamento al par de la erudición germá-
nica y de las letras peninsulares, á quien me complazco en dar este público testimonio
de gratitud por su admirable compañerismo literario.
No todas las producciones del ingenio de Jorge Ferreira hau llegado á nuestros días.
El conde da Ericeira, al dar cuenta en 1724 á la Academia Real Portuguesa de los
manuscritos que contenía la biblioteca del Conde de Vimieiro, cita con el núm. 79 unas
Obras Maraes de Jorge Ferreira de Vasconcellos compuestas en 1550 para la educa-
ción del rey D. Sebastián. La primera de ellas era un Diálogo das grandepas de Sa-
lomao, y la otra un coloquio sobre el psalmo 50 La librería de Vimieiro fué de las
que perecieron en el terremoto. Barbosa Machado, que escribió antes de aquella catás-
trofe, menciona, no sólo el Diálogo de las graridexas de Salomón, dedicado al rey
D. Sebastián en su infancia, sino también el Peregrino, «libro curioso escrito en el
(') Las coplas de Jorge Manrique le eran tan familiares que desde la primera escena de la Eufro-
sina intercala varios versos en el diálogo: aDexemos a los troyanos que sus males no los vimos».
«Recuerde el alma dormida.» Y á continuación dos pedazos de romances que él mismo califica de
antiguallas: «Por aquel postigo viejo», «Buen Conde Fernán González». Dos veces está citado
Macías en la misma escena, y poco antes el «Huid que rabio» de Juan Rodríguez del Padrón pági-
nas 63, 64 y 65 de la pretente edición). Nueva reminiscencia de Jorge Manrique en la escena 2.*:
«Todo tiempo pasado fué mejor» (pág. 71). De los elevamientos de Garci Sánchez se habla en el
acto 3.°, escena 2.* (pág. 105).
De la popularidad de los pliegos sueltos que cont.nían romances es buena prueba lo que dice
Cariofilo á Zelotipo en la segunda jornada del acto tercero: «Partios a Castilla y dexad a Portugal a
»lo8 castellanos, pues les va tan bien en ella. Poned tienda en Medina del Campo y ganaréis de
»comer con glosar romances viejos, que son apacibles, j' poneldes [ or título «obra nueva sobre mal
"ftliuvistes los franceses la caza de Roncesvalles»; mas temo que ande ya allá el trato tan dañado
»como acá, donde lo censuran todo estos críticos, que no medran ya cbocarreros» (pág. 106).
En el mismo acto hay tres canciones castellanas, puestas en boca de Zelotipo. El traductor sólo
ha conservado la tercera: «Aora quiero os dezir unas coplas que hize poco ha en castellano, por ser
ccxxxii ORÍGENES DE LA NOVELA
estilo de la Eufrosina{\o cual hace creer que se trataba de una nueva comedia en prosa),
y los Colloqidos sobre Parvos (coloquios sobre los tontos), en respuesta á una pregunta
que le hizo una prima suya religiosa, «que cosa era j^ci^'t'oisse» . De ninguno de estos
manuscritos queda, al parecer, rastro.
Como obras impresas tenemos las tres comedias, y un libro de caballerías, del cual
existen dos redacciones, al parecer distintas. La primera, que con el título de Triunfos
))más receb'do y menos glosado». Las otras dos tienen los siguientes principio?, que bastarán para
mostrar su directa filiación de la poesía de los Cancioneros:
De grado en grado ha sobido
La pena a la fortaleza,
Del ansia y mayor tristeza
Que ay en el mundo.
Cayó se me basta el profundo
Con dolor el pensamiento,
Del más subido cimiento
De la esperanza...
En mal punto fue nacido
Un corazón desdichado,
Qual el mió {'^], que ha querido
Ser más vuestro desdeñado
Que de otra favorescido...
Tiene en portugués otras composiciones del mismo gusto. La mejor es un villancico que canta
Silvia de Sonsa en la escena 1.'' del ac o 4.°:
Aquelle cavaleiro,
Que d' amores me falla,
Querolhe bem na alma...
(Pág. 229 (le la ed. de 1786).
El capitán Ballesteros traduce estos versos, pero omite ó mutila arbitrariamente otros, así cas-
tellanos como portugueses, en todo el curso de la obra. No tiene disculpa, por ejemplo, la supresión
de esta linda cantiga que entona EuErosina en el acto 4.°, escena 5.*:
Castigado me ha mi madre
Por vos, gentil caualleio.
Mándame que no os hable:
No lo haré, que much > os quiero.
Fuerza me por vos a uor,
Vénceme vuestro deseo:
Cuanto me riñen, si os veo,
Se me olvida, y el temor.
Defiende me lo mi madre,
Que no os vea, cavallero,
Mándame que no os hable,
Y yo por hablar os muero.
¿Qué valen consejos sanos,
Quando está mal sana el alma?
Si el amor lleua la palma,
Vencen los cuidados vanos.
Que me mate la mi madre
Por vos, gentil cavallero,
No quitará que no os hable.
Pues sin vos vida no quiero.
(Pág. 248 de la misma edición).
El nombre de Jorge Ferreira debe añadirse al Catálogo de los autores portugueses que escribieron
en castellano formado con tanta erudición y diligencia por mi difunto é inolvidable amigo el Dr. Gar-
cía Peres, no sólo por estas y otras piezas poéticas, sino por una parte del diálogo de la comedia
Aulegrajia.
No encuentro citadas en la Eufrosina más obras en prosa que el Clarimundo, libro de caballeías
de Juan de Barros (pág. 110 del presente volumen), la novela de Diego de San Pedro y el Marco
Aurelio del obispo Guevara: «En esta materia pocos aciertan y todos reprehenden y no dexan de
»aferrarse con Cárcel de Amor en lugar solitario, y tienen por tanto corivertiilo en portugués como
(*) M niño dice la incorrectísima edición de Sousa Parinha, 1786, pág. 172.
INTRODUCCIÓN coxxxin
de Sagramor^ fué impresa en 1554 ('), se enlaza artificialmente con el ciclo del rey
Artús y de la Tabla Redonda, pero su principal objeto fué describir las tiestas ó torneo
de Xabregas con ocasión de haber sido ai-niado caballero el príncipe D. Juan, á quien
servía, mozo estudioso j protector de las Musas, ensalzado como tal por todos los poetas
de su tiempo, incluso Luis de Camoens (en la égloga 1."). Más ó menos refundida esta
obra con el título de Memorial das proezas da segunda Tavola redonda^ j dedicada al
rey D. Sebastián, volvió á imprimirse en 1567 ("). El editor de la Aulegraphia en 1619
»si fuese Homero; mas pues llegainos a tratar de antigüedades, qué malo sería hablar por Marco
y> Aurelio, que tiene gran copia en el dezir?» (pág. 111).
De Petrarca y aun de Dante liay indudables reminiscencias: «De la señora Eufrosina no se pue-
))de liablar como de cosa deste mundo, sino como de una muestra que Dios nos quiso dar de su poder»
(p. 137). «.La mayor congoja en estas adversidades es acordarme que ful algún tiempo venturoso» (p. 140).
En la Vlysippo (fol. 149 vuelto de la ed. de 1618) se encuentra un soneto, único tributo que
pagó á la métrica italiana No sabemos si puede tomarse por expresión de su propio pensamiento ó
meramente de la persona que habla, el siguiente pasaje de la Aulegraña (act. 11, se. 10, fol. 78
vuelto). En el primer caso habría que creer que cambió de rumbo en sus últimos años, como lo hizo
también Gregorio Silvestre: «Eu, senlior, tenho niinha poesía nova e fa^o minlia viagem por fora
!)da rota de Joáo de Lenzina, e terzo - me da vitola dos antigos como de espirro: porque sao músicas
» le fantasía sem arte, e nao alcan^am o bem d' agora, que tem furtado o corpo a idolatrías contem-
»p]ativas quando Ihe dizia: En tus manos la my vida encomiendo condenado, etc., e entáo logo mo«
Drrem e vinlian os Testamentos, os Infernos do amor, e tudo era ayre».
Poco antes se había quejado del abandono de la lengua portuguesa y del predominio de la
nuestra: «Somos tao incrinados á lingua castelhana, que nos descontenta a nossa, sendo dina de
»maíor estima, e nao ha antre nos quem perdoe a hua trova portugueza, que muytas vezes é de
»vantagem das Oastelhanas, que se tem aforado conmosco, e tomado posse do nosso ouvido, que
Dnenhumas Ihe soan mellior: emtanto que fica em tacha anichilarmos sempre o nosso, por estimar-
)jmos o allieyo» (fol. 66 vuelto).
(') Inocencio da Silva no llegó á ver los Triunfos de Sagramor, y se limita á copiar la escueta
noticia de Barbosa:
Triunfos de Sagvamor^ em que se tratáo os feitos dos Cavalleiros da segunda Tavola Redonda.
Dirigido al Principe D. Juan. Coimbra, por Juan Aligares, impresor del Rey. 1554. fol.
D.* Carolina Michaéiis me escribe: «Infelizmente nunca vi o Sagramor. Nem vive quem o
»visse! Apenas ha boatos vagos sobre un exemplar guardado na Torre do Tombo. Creio que o Me-
y)morial é 2.^ ed. do Sagramor, apenas com o titulo mudado por improprio. O melhor teria sido
y> Memorial das Proezas dos Cavaleyros da (Segunda) Tavola Redonda do Rei Sagramor. No prologo
»ha no fim a ora9ao seguinte: «nao me disculpo dos erros e atrevimentos de que nesta treslada97á)
Ddo Triumpho del Rey Sagramor posso ser reprendido, ñera os negó». No cap. 26 diz que «Foro-
J>neus,.. nao foy sua ten^áió tratar de hum soo cavaleyro.,, antes pretende fazer huma viva memoria
»de tudo o que alcan90u saber dos da Tavola Redonda del Rey Sagramor».
(') Memorial das proezas da segunda Tauola redonda. A o muyto alto e muyto poderoso Rey
do Sebastiüb primeyro deste nome em Portugal, nosso senhor. Con licenra. Em Coimbra. Em casa de
Joáo de Barreyra, 1567. 4.° 240 hs. dobles.
Barbosa cita otra del mÍ8mo año en folio, pero debe de ser la misma.
De esta edición rarísima sólo se conocen dos ejemplares en Portugal (según Inocencio): el de la
Biblioteca Nacional de Lisboa, procedente de la librería de D. Francisco de Mello Manuel, y el de la
biblioteca de Braga. En el Suplemento de Brito Aranlia se cita otro que perteneció al conde de Azevedo.
Hay una edición moder a del Memorial, dirigid i por Manuel Bernardes Branco (Lisboa, na
tip. do (íPanorama», 8." grande).
Vid. Diccionario bibliographico portuguez, estudos de Innocencia Francisco da Silva applicaveis a
Portugal e ao Brasil. Tomo IV Lisl)oa, na Iinprensa Nacional. 1860, pp, 167-171. Y el Suplemento
de Brito Aranha (tomo XII del Diccionario, 1^
coxxxiv orígenes DE LA NOVELA
habla de una segunda parte inédita, que al parecer se ha perdido. Los versos que el
Memorial contiene no desmienten las aficiones arcaicas y enteramente hispanistas de
Jorge Ferreira. Son casi todos romances, algunos de ellos de asunto clásico, como
la guerra de Troya, los amores de Sofonisba y la batalla de Farsalia; otros enlazados
con la acción de la novela, y algunos de tema histórico portugués, como la muerte del
príncipe D, Alfonso, hijo de D. Juan II, y la del mismo príncipe D. Juan, mecenas del
autor O-
No puede negarse que Jorge Ferreira, sin dejar de ser ingenio genuinamente portu-
gués, y el que después de Gil Vicente nos ha dejado más fieles pinturas de la sociedad
de su tiempo, tenía puestos los ojos en nuestra literatura del siglo anterior, y especial-
mente en la obra insigne que glorificó las postrimerías de aquella centuria. Sus come-
dias lo comprueban, sin que el autor trate de ocultarlo, y no pueden confundirse de
ningún modo con Os Estrangeiros y Os Vilhalpandos de Sá de Miranda, con Bristo
y O Cioso de Antonio Ferreira, que son también comedias en prosa, pero de pura imi-
tación latino-itálica, de moderada extensión y de forma representable. Ferreira de
Vasconcellos, por el contrario, es un imitador deliberado de la Celestina^ y sus come-
dias son extensos libros, destinados á la lectura únicamente (■).
La más antigua de estas obras, y la que principalmente nos interesa, es la Enfro-
sina. En el proemio al príncipe D, Juan, el autor la llama 'primicias de meu rustico
engenho^ primeiro friicto^ que delle colhi inda ben tenro. Y en el prólogo, puesto en
boca de Joao de Espera em Deus^ la anuncia como cousa nova^ invengño fiova fiesta
térra. Tenemos, pues, en ella, no sólo las primicias del ingenio de su autor, sino las
primicias de un género: «o novo autor em nova iuuen^ao» .
La acción pasa en Coimbra, y hay continuas alusiones á las costumbres de los estu-
diantes, aunque no lo son los dos principales personajes (^). En el prólogo de Juan
espera en Dios se declara expresamente que allí fué compuesta: «Na antiga Coimbra,
» coroa destes Reynos, á sombra dos verdes sinceráis de Mondego, nasceo a portugueza
»Eufrosina». ¿Pero en qué tiempo? No es posible admitir la fecha de 1527, propuesta
por Teófilo Braga. Su único apoyo está en una carta fechada en Goa á 28 de diciembre
de 1526, que se lee en la escena quinta del acto segundo de la obra. Pero en esta fecha
tiene que haber error tipográfico, puesto que en la misma carta se alude á la fortaleza
(1) Vid. Th. Braga, Floresta de varios romances, Porto, 1868, pp. 36-53.
(*) Basta leer la Eufrosina para convencerse de que no pudo ser representada á lo menos en su
forma actual; pero algunas frases del prólogo de Juan de Espera en Dios parecen indicar que su
autor la destinó á alguna recitación ó lectura pública, como creemos que lo fué también la Celestina.
En este caso los oyentes serían estudiantes ó profesores de Coimbra, y á ellos aludirá la frase neste
anfitrioneo convento.
(^) Por cierto que Jorge Ferreira no se muestra nada blando con ellos, especialmente con los
legistas: «Estos son gente sin ley ni Rey, todo su cuydado es buscar recreación; la ciencia está en
j)los libros; el estudiar, ir y venir á su tierra, y después de largo tiempo mal gastado: bachiller
»soy, bien votado ó mal votado, y dan sentencias de golpe, como palo de ciego, que Ueua el pelo y
»el pellejo, y el mal es para quien les cae en las manos» (pág. 88).
«El enfado del estudio no se puede sufrir si no es a fuerza de necesidad.... Rico es mi padre,
»lograrme quiero con su trabajo.... quanto má- que yo podré graduarme por suficiencia, y con estar
»do8 dids en Sena ó en Bolonia, espantaré toda esta tierra, y con dos sentencias que traiga de la Rota
«pensará mi padre que vengo hecho un oráculo» (pág 89).
INTRODUCCIÓN ooxxxv
de Diu, lio construida hasta 1535. La verdadera fecha de la comedia debe rebajarse, por
consiguiente, en diez años, j esta fecha cuadra perfectamente con todo lo que sabemos
de la vida del autor.
La Eufrosina corrió mucho tiempo manuscrita, estragándose en las copias, hasta
que el autor, doliéndose de verla andar poi' militas mabs denassa é falsa, determinó
colocarla bajo el real amparo del Príncipe D. Juan, heredero de la corona. Si se la de-
dicó impresa, como parece muy creíble, esta primera edición es desconocida hasta
ahora. Pero existen otras dos del siglo xvi, ambas sin nombre de autor, únicas que nos
dan el primitivo j auténtico texto de la comedia. Una es de Coimbra, 1560; otra de
Évora, de 1561 (*). Sus ejemplares son de extraordinaria rareza. A ello contribuiría
sin duda la prohibición inquisitorial, que aparece por primera vez en el índice portu-
gués de 1581 (-), pero que no pasó al castellano de 1583.
Como á pesar de la censura, ó quizá por virtud de ella, seguía leyéndose con apre-
cio la Eufrosina, un buen ingenio de principios del siglo xvil, poeta y novelista, Fran-
cisco Rodríguez Lobo, determinó obsequiar con una reimpresión de ella á su mecenas
D. Gastón Coutinho, que había mostrado deseo de leerla, entre otras razones porque
(') Debajo de una viñeta con tres figuras que representan á Zelolipo, Eufrosina y Silvia de
Sonsa, se lee este título:
Comedia Eufrosina. De nouo reuista & em partes acrecetuda. Impressa em Coimbra. Por loiíb
de Barreyra, Impresor da Universidade; Aos dez de mayo M. D. LX
(Colofón): «Foy impressa a presente obra, em a mny noble & sempre Real cidade de Coimbra,
))por loaó de Barreyra empressor da Universidade. Corn privilegio Real que nenliüa pessoa a possa
«imprimir, uem vender, nem trayer doutra parte impressa, sob as penas conteudas no Privilegio,
))Acabonse aos dez dias do mes de mayo. De M. D. LX»,
8.°, 347 pp. Láminas en madera. Letra redonda, excepto la lista de las figuras de la Comedia,
que va en letra gótica.
Las palabras «revista e em partes acrecentada» apenas dejan duda de la existencia de una edi-
ción anterior.
Esta de 1560 es rarísima. El ejemplar que poseyó Salva y describe en su Catálogo (núm. 1254)
pertenece hoy al Museo Británico. Allí mismo liay un ejemplar incompleto de otra edición, que
parece ser la siguiente:
Comedia Eufrosina. De nouo reuista^ z em partes acrecentada. Agora nanamente impressa, Diri-
gida ao muito alto z poderoso principe dom Joam de Portugal.
(Colofón): «Foy impssa em Euora en casa de Andree de Burgos, impssor e cavaleiroda casa do
»Oardeal Iffante. No fin dabril de 1561». 8.<* let. gót.
«Había un ejemplar excelentemente conservado en la librería del hospicio de la Tierra Santa,
el cual pasó después al Archivo Nacional de la Torre do Tombo» (Inocencio da Silva). Otro existe
en la librería que fué de D. Feriando Palha (núm. 1.206 de su Catálogo).
D. Blas Nasarre, que reimprimió en 1735 la Eufrosina castellana, dice en la advertencia «al que
leyere», tratando del original portugués: «Imprimióse esie libro la primera vez en Kvora el año
»1566 por Andrés de Burgos, impresor y cavallero de la Casa del Oirdenal Infante». Pero como esta
edición no parece por ninguna parte, puede sospecharse que el 1566 sea errata por 1561.
— Comedia Evfrosina. Ñoñamente impressa e emendada. Por Francisco Roiz Lobo. Em Lisboa,
Antonio Aluares, 1616. 8." 4 hs. prla. y 223 fols.
— Comedia Eufrosina. De lorge Ferreira de Vasconcellos, ñoñamente impressa, e emendada por
Francisco Roiz Lobo. Terceira edicam fielmente copiada por Bento loze de Sovsa Farinha, professor
regio de Filozofia, e Socio da Academia Real das Sciencias de Lisboa. Lisboa, na off. da Academia
Real das Sciencias, anno AIDCCLXXXVI. Con liceuqa da Real Mesa Censoria
Es pésima edición, lo mismo literaria que tipográficamente considerada.
C) Pág. 359 de la reimpresión de Reuscli.
ccxxxvi orígenes DE LA NOVELA
«todas las cosas prohibidas obligan á la voluntad á procurarlas, más que otras á que
»no pone precio la dificultad, y siempre nuestro deseo se esfuerza á lo que le prohiben» .
T doliéndose 61, por su parte, de que una obra tan digna de loor por la excelencia de
sus palabras, la galantería de sus conceptos, la verdad de sus sentencias, la agudeza y
sal de sus gracias, estuviese fuera del uso común y no pudiese ser leída libremente, se
determinó á quitar <''algunos descuidos y yerros que en ella había» , y es de creer que
fuesen alusiones satíricas sobre las costumbres de clérigos y frailes, que nunca faltan
en esta casta de libros.
Corregida de esta manera por Kodríguez Lobo, la Eufrosina volvió á ser impresa
en 1616 con permiso del Santo Oficio, que autorizó esta edición sola en el índice de
1624, continuando la prohibición de las anteriores: Enphrosina impressa antes de 1616;
Author Jorje íerreira de Vasconcellos. Los inquisidores sabían el nombre del autor,
pero Lobo no le consigna, y la tradición fué perdiéndose, hasta el punto de decir
Faria y Sonsa en su Ewopa Portuguesa ('): «El primer libro que se escrivio con la
» mira de ensartar refranes y dichos graciosos fue (con admirable acierto) el que llaman
» Eufrosina^ malissimamente traducido en castellano: no se le sabe autor; diole ulti-
» mámente a luz Francisco Kodriguez Lobo, muy diminuto». Por su parte, D. Francisco
Manuel de Mello, en el Hospital das Lettras (2), habla dubitativamente de la paterni-
dad de la Eufrosina, aunque no de las otras dos comedias: «O illustre Jorje Ferreira,
»auctor da Uiysipo, Aulegraphia e di'xem que Eufrosina^-> . ííuestro D. Nicolás Anto-
nio escribió con mejores informes, catalogando la Eufrosina á nombre de Jorge Fe-
rreira y dando á Lobo por mero editor (').
Como anónima se había presentado en la traducción castellana del capitán D. Fer-
nando de Ballesteros y Saavedra, regidor de Villanueva de los* Infantes (1631), que en
la dedicatoria al infante D, Carlos, hermano de Felipe IV, dice textualmente: «Bien
» pudo la modestia del autor desta comedia ser hazañosa en quitarse la gloria que de
» averia escrito le resultará en los siglos». D. Francisco de Quevedo, que apadrinó esta
traducción con una curiosa advertencia, conocía, no sólo la edición de 1616, sino las
antiguas, pues hace notar que «su original no cercenado por Lobo es difícil por los
» idiotismos de la lengua y los Proverbios antiguos y que ya son remotos a la habla
» moderna». Pero ignoraba por completo quién fuese el autor primitivo. «Esta comedia
» Eufrosina, que escrita en Portugués se lee sin nombre de autor, es tan elegante, tan
» docta, tan exemplar, que haze lisonja la duda que la atribuye a cualquier de los más
» doctos escritores de aquella nación. Muestra igualmente el talento y la modestia del
»que la compuso, pues se calló tanta gloria que oy apenas la conjetura halla sujeto
s> capaz a quien poder atribuirla» .
El juicio que aquel grande escritor formó de la Eufrosina no puede ser más hon-
(') Tomo III, part. 4 % cap. VIII, núm. 67, pá<?. 372 (2.'' ed , Lisboa, 1680).
(") Pág. 30 de la edición de Mandes dos Remedios. El H',spital fué escrito en 1657.
(^) «Georgias Ferreira de Vasconzelos, Lusitanus, Oonimbriceasis, urbanitate vir ao disertis
D^alibus suo tempore in pretio liabitus, scripsit coinoedias tres prosaicas, quae magni aestimantur a
»c¡vibns ejus, et ómnibus his qui lusitanae linguae suavitate ac delitiis delectantur, nempe: Comedia
ji) Euphrosina] quae ut prima exiit ab au(;toris ingenio, ita alus quae sequutae sunt, excellentiae pal-
»mam praeripuit. Edita est saepius in Portugallia, et tándem recognita a F ancisco Rodríguez
»Lobo &» {Bihl/oth. Eisp. Nova, I, pág. 538).
INTRODUCCIÓN ccxxxvii
roso para las intenciones morales de su autor: «Mañosamente debaxo el nombre de
» comedia enseña a vivir bien, moral y políticamente, acreditando las virtudes y disfa-
» mando los vicios con tanto deley te como vtilidad, entreteniendo igualmente al que
» reprehende y al que alienta; extraña habilidad de pluma, que sabe sin escándalo ser
» apacible, y provechosa condición que deuen tener estas composiciones». Iguales elo-
gios repiten los aprobantes. Así el maestro José de Valdivielso; «La fábula es senten-
»ciosa y exemplar: despierta avisos y avisa escarmientos; deberá al traductor Castilla
» estos divertimientos y Portugal estos honores». Y Bartolomé Ximénez Patón: «Aun-
»que fábula, es de mu}^ delicada corteza, con substancia y copia de sentencias y conse-
»jos». En efecto, el carácter doctrinal y sentencioso está marcado en la Eufrosina
más que en ningún otro libro de su clase, y no es el menor de los defectos que hacen
cansada su lectura, no obst>,ute la agudeza de muchas de sus reflexiones morales.
La traducción de Ballesteros, que va reimpresa en el presente volumen á título de
curiosidad literaria, difícil de hallar, no sólo en la edición príncipe de 1631, á cuyo
texto nos ajustamos (*), sino en la reimpresión de 1735, que dirigió D. Blas Nasarre,
oculto con el seudónimo de D. Domingo Terruño Quexilloso (-), dista mucho de ser
tan mala como Faria y Sonsa da á entender. Está, sí, algo abreviada, y en algunos
puntos el traductor no penetra bien el sentido de los proverbios portugueses, pero
generalmente es fiel, está escrita con soltura y da idea bastante aproximada de los méri-
tos y defectos del original. Hacer la comparación de ambos textos es tarea que peculia-
riamente incumbe á los eruditos portugueses, así como otra más importante, la de reim-
primir críticamente la primitiva Eufrosina de las ediciones del siglo xvi, para que
sepamos á ciencia cierta cuáles son las variantes que en ella introdujo Lobo.
Mucho antes de salir á luz la edición expurgada de 1616 era conocida y celebrada
entre nosotros la obra de Jorge Ferreira, que en Castilla no estuvo prohibida nunca.
Prueba irrecusable de su popularidad nos ofrece La Pícara Justina^ novela impresa,
como es notorio, en 1605. Su autor enumera en el prólogo las principales obras de
entretenimiento, y allí están citados los chistes de la Eufrosina., al lado de El Asno de
Oro., la Celestina y el Laxarillo de Tormes. Tratando Justina en el primer libro, capí-
tulo tercero, «de la vida del mesón» , empieza por decir que nadie había escrito sobre
ella, pero luego se retracta: «üígolo por un librillo intitulado La Eufrosina^ que leí
» siendo doncella, que se refiere de un discrépito poeta, que para alabar el mesón dijo
O Comedia de Eufrosina traducida de lengua portvgvesa en castellana. Por el Capitán D. Fer-
ntndo de Ballesteros y Saavedra. Al serenissiino Señor Infante don Carlos. Con Privilegio. En Madrid
en la Imprenta del Reyno. Año de 1631. A costa de Domingo Goncalez. 8.° De la forma que Gallardo
llamaba de Astetes viejos. 12 lis. prls. sin foliar y 251 pp. dobles.
(*) Comedia Eufrosina. Traducida de lengua portuguesa en castellana por el C"pitán D Fernando
de Ballesteros y Siavedra. Con licencia. En Madrid, en li oficina de Antonio Mirin año de 1735.
8.» 12 ha. prls. y 422.
Dedicatoria «á la Señora Doña Sophrosina Pacheco, mi señora», firmada porZ). Domingo Terruño
Quexilloso. «Dedico una comedia eu prosa; pero poética, y con sus primorea y harmonia; libro raro,
»y de exquisito gusto, de invención dichosa, de composición elegante, y que pinta con vivos colo-
Dres las personas que representa, poniéndolas sobre el Theatro al natural, y con decencia, y ense-
Büando con ellas los principios y progresBOS de la galantería, que no son fáciles de conocer ni por
»los mismos que se hallan presos de sus lazos. Enseña las señales y symptomas del suave veneno,
icasi incurable después de aver ganado el corazón».
ccxxxviii ORÍGENES DE LA NOVELA
» que Abraham se preció en vida de ventero de ángeles, j en muerte de mesonero de
»los peregrinos y pasajeros del limbo, los cuales tuvieron posada en su seno. Pero este
» escritor monobiblio no advirtió dos cosas: lo uno, que es necedad traer tales personas
» en materias tales, y lo otro, porque Abraham dio de comer á su costa en su casa á
»los vivos y á los del limbo no llevó blanca de posada, lo cual no habla con los meso-
» ñeros de este mundo, ni tal milagro acaeció en casa de mi padre. Demás que yo no
» me quiero meter en historias divinas, no porque las ignoro, sino porque las adoro» .
El pasaje á que se alude debió de ser por lo irreverente uno de los cercenados en la
refundición de Lobo.
Un género de interés, para nosotros secundario, tiene la Eufrosina, y es su gran
valor paremiológico. En todas las Celestinas^ desde la de Rojas hasta la Dorotea de
Lope, abundan los proverbios y los idiotismos familiares; pero en la Eufrosina se en-
cuentran en tal copia, que muchos trozos y aun escenas enteras son un tejido de refra-
nes y de frases hechas. En este sentido fué el modelo primero, aunque indirecto (por-
que no creo que nadie la imitase de propósito) de las Caiias en refranes de Blasco de
Garay, del Entremés de refranes de autor anónimo, de El Perro y \la Calentura de
Pedro de Espinosa, del Cuento de Cuentos de Quevedo, de la Historia de Historias de
D. Diego de Torres, y de las dos Rondallas valenciana y mallorquina de Fr. Luis
Galiana y de D. Tomás Aguiló; obras de ingeniosa taracea en que puede aplaudirse el
mérito de la dificultad vencida, pero que principalmente valen como repertorios de
frases, no como diálogos ó cuentos.
Sería injusto decir lo mismo de la Eufrosina^ á pesar délo artificial del procedi-
miento, que por otra parte no es tan sistemático como en las obras citadas. En
la comedia portuguesa lo esencial es el argumento de la comedia, aunque importen
mucho los proverbios y sentencias de que el diálogo está materialmente tejido, con
menoscabo de la naturalidad, primera condición de toda obra que afecta formas dra-
máticas. Los interlocutores casi nunca usan la expresión directa y sencilla; todos
ellos presumen de ingeniosos, agudos y sutiles: mezclan la pedantería de las escuelas
con el tono galante y amanerado de las conversaciones de palacio; son cultos y concep-
tistas en profecía, y hasta cuando remedan el habla popular lo hacen con dejos y resa-
bios cortesanos. Hay una continua afectación en el estilo, afectación que no siempre
desagrada, porque se ve que es trasunto del buen tono de una época gloriosa y de una
sociedad elegante, como lo fué la portuguesa de los reinados de D. Manuel y don
Juan III. Pero tanta metáfora rebuscada, tanta alusión fría é impertinente, tanta mito-
logía pueril, tantas reminiscencias de los poetas clásicos, especialmente de Ovidio,
tanto doctrinaje insípido, vicios que más ó menos afean todas estas comedias y tragico-
medias, no van compensados aquí, como en otros casos hemos visto, con la verdad
plástica del detalle, con la representación franca y enérgica, aunque á veces brutal, de
la realidad. Todo es pálido y atenuado en la Eufrosina: los tipos tienen algo de abstrac-
to, y la obra entera se resiente de cierta frialdad seudoclásica.
Pero en esto mismo consiste su relativa originalidad. Un vago sentimentalismo,
que no hemos visto hasta ahora, penetra calladamente en algunas escenas, y modifica
el concepto del amor, llevándole por rumbos idealistas y en cierto modo platónicos.
La psicología del autor no es profunda, genial y avasalladora como la de Fernando de
Rojas: no llega á producir criaturas inmortales. Pero es ingeniosa, delicada y de suaves
INTRODUCCIÓN ooxxxix
matices, como cuadra á una acción familiar y honesta, en que no hay grandes conflic-
tos de pasión y llegan todas las cosas á un término sereno y apacible. El seso y la gra-
vedad campean en esta producción juvenil, con cierto elevado y noble sentido de la
vida, que hace simpático al hombre y al moralista.
El mérito principal de la Enfrosina estriba en el contraste entre los dos jóvenes Ze-
lotipo y Cariofilo^ representante el primero del amor exclusivo, caballeresco y respetuo-
so, que hace un ídolo de la persona amada, y el segundo del apetito sensual, frivolo,
ligero y veleidoso. Uno y otro logran su condigna recompensa, obteniendo Zelotipo por
premio de la pureza y constancia de su afecto la mano de la noble y rica Eufrosina,
única hija y heredera de D. Carlos, señor de las Povoas, y viéndose Cariofilo, de resul-
tas de una de sus vulgares aventuras, obligado á casarse por fuerza con la hija de un
platero, á quien había dado, como á otras varias, promesa de matrimonio. Los contra-
puestos caracteres de los dos amigos se reflejan fielmente en sus palabras: «Quando
■■> seguí amores que no estimó dexar (dice Zelotipo), a todo me aventuraua; aora que
» tengo hecho empleo del alma, no ay cosa que no tema, y esto juzgo por lo mejor, por-
» que me lo enseña vn puro y verdadero amor, que es propio maestro de virtudes, y
» quien muda la mala condición en buena, el escaso en liberal, el ignorante en discreto,
»el inconsiderado en prudente, el cobarde en osado» (pág. 69 de la presente edición).
«Las almas contemplativas tienen los gustos muy diferentes de la otra gente... No ay
acontento general que valga la sombra de una tristeza particular. De mí os sé dezir
» que no trocaría el estar triste dos horas por quantos placeres ay en la vida, porque
» estas viuo para mí y las otras para el mundo. De donde se sigue que me enfadan las
» fiestas públicas y es a mi propósito el pasatiempo solitario, y no me conformo,
» antes aborrezco los amigos de regocijos públicos y que son comunes con todos en hol-
»garse» (pág. 92).
Antítesis de este contemplativo personaje es Cariofilo, que, sin la grandeza trágica
del burlador de Sevilla, profesa una filosofía del amor muy parecida á la suya, y res-
ponde á los sanos consejos de su amigo con frases análogas al Tan largo me lo fiáis:
«Atengome á sacudillas y dexallas, que assi hazian los dioses de la gentilidad; lo de-
2>mas es burla, porque es tan mala ralea la de mugeres, que ya ninguna quiere bien
» si no es por el interés, y en quanto ay que darles; yo conózcolas por el diente, y en
» tanto, lo que la loba haze al lobo le place, y a vn ruin ruin y medio. Amor enseña mil
» caminos de engañar; prometiendo con franqueza, de promessas las hago ricas; al tiempo
»de la paga no faltan escapatorias...» (pág. 98). «Quando alcanzo fauor de una muger
^de calidad, que me es de gusto y provecho, en teniéndola rendida y señalada de mi
» señal, por no aficionarme mucho y venir a ser esclauo de mi gusto, procuro diuertir-
»lo, por no criar cuerbo que me saque el ojo, y ocupóme en hazer empleo en otra y en
* otras. Desta manera juego con cartas dobladas, y no puedo perder, y aseguro mi mer-
» caduri'a por no estar pendiente de la cortesía de la fortuna, y en esto me escuso gran-
>des disgustos» (pág. 99).
Pero todavía es más donjuanesco el diálogo siguiente, que no quiero abreviar por
su importancia, desatendida hasta ahora:
f-Cariofilo. — Sabéis lo que os digo, amigo mió? O tuerto ó derecho, mi casa hasta
>el techo; aun no estoy aporta Í7iferi\ allá vendrán los aborrecidos ochenta años; de-
»xadme aora lograr mis años floridos, en quanto tengo tiempo; después no faltará la
ccxL orígenes de la NOVELA
» merced de Dios j la misericordia, de que la tierra está llena. En poco espacio sesaluó
»el buen ladrón.
■>->Zelotipo. — Essa es una gentil cuenta. Por qué cédula tenéis vos assegurado esse
» momento j esa condición que basta para merecer en él? Pues cómo os acogéis á
»la misericordia, considerando que anda de compañía con la justicia, la cual no se dobla
»Cümo la del mundo?
» Cariofilo. — Aunque dezis verdad y os lo concedo, yo vine al mundo para lograr
»mi vida, pues tengo tan cierta la muerte, que no es pequeña pena y descuento éste;
»y si aora no la logro, quando la edad lo pide y permite, el tiempo se me va huyendo,
»y yo no querria que me dexasse a buenas noches, sin dexar fruto ni señal de la jor-
»nada con la congoxa de quién tal pensara. Si yo tuuiera vida de nouecientos años,
»como los antiguos, anduvierame regalando? Todo era dos dias más o menos, porque
» avia paño para cortar y desperdiciar; mas vida de quatro negros dias, y estos incier-
» tos y alternados en mal y bien, y que los passe llorando, mala Pascua a quien tal
»hiziere, y no fuere mo^o quando mo90 para ser viejo cuando viejo.
-s/Zelotipo. — Essa es vna mala conclusión. Essos esfuerzos juveniles y essas quen-
»tas vanas tienen muy cierto el castigo; guárdeos Dios de pecador obstinado; las más
»vezes se ven desdichados fines á tales distraymientos. El hombre discreto ninguna
»cosa ha de temer tanto como á su gusto; nunca os preciéis de culpas, porque desme-
»recereis el perdón; hazed siempre la cuenta de cerca, y no perderéis de vista el arie-
»pentimiento... Mirad por vos, que quien se guardó no erró, y el Señor mandó velar
»a los suyos por la incertidumbre de la hora; y yo tengo sin duda que a excesos sen-
» suales no dilata Dios la paga para el otro mundo, y assi se han visto muy grandes
» castigos.
» Cariof.—'Ño me canséis aora; mirad vos vuestra alma y no tengays cuidado de la
»mia; yo daré cuenta de mí quando llamen a mi puerta, y no me faltará vn texto
» para hazerle a vna ley que venga a mi proposito y me ponga en salvo. Y Monseñor
»Ouidio dize que serie Júpiter de los amantes perjuros...
»Zelot. — ...Ninguno presuma que engaña, porque siempre él queda engañado; y por
»amor de mi, que nunca hagáis essos juramentos, porque son según la intención de
» quien los oye. En quanto Dios, estáis obligado á essa moya en todo lo que le prome-
» tistes; mirad lo que aueis hecho, no engañéis vuestra alma...
» Cariof. — ... Yo os digo que las enredo y las sé burlar; ellas tratan siempre enga-
Ȗos, yo nunca les digo verdad ni tengo ley con ellas; ellas iiiteressadas, yo escaso;
» ellas mudables en el amor, yo desamorado; ellas libres, yo raposo; assi nos damos en
»los broqueles, mas yo quedo siempre en pie como gato» (pp. 100-101).
Este tipo del libertino, que lo es más por atolondramiento y ligereza que por per-
versidad, es uno de los mejores aciertos de la Eufrosina. El autor le castiga blanda-
mente y con catástrofe que tiene más de cómica que de trágica, porque en el fondo se
trata de un tonto, cuyas ridiculas empresas sirven de diversión á las mozas de cántaro
y á todas las raparigas del Mondego. Pero si se prescinde de sus actos y se atiende
sólo á su cínica profesión de inmoralidad amatoria, ningún personaje se hallará en
nuestra primitiva literatura dramática y novelesca que en este punto coucuerde tanto
ccn las máximas y palabras de D. Juan. i
En los amorios de Cariofilo interviene, como era natural, una Celestina de bajo ;
INTRODUCCIÓN ccxli
vuelo, Filtria, mucho menos chistosa que sus comadres castellanas. Pero en los de
Zelotipo prescinde el autor cuerdamente de tan vil sujeto, y quien sirve de medianera
es una prima del mismo enamorado, Silvia de Sosa, amiga y confidente de Eufrosiua,
aunque constituida en cierto género de dependencia familiar respecto de ella. La figura
de Silvia tiene finos toques y recuerda algo la doncella Poncia de la Segunda Celes-
tina^ aunque es menos razonadora que ella. Por su intervención se efectúan los secre-
tos desposorios de Zelotipo y Eufrosina, aprovechando una ausencia del señor de las
Povoas, que tiene que resignarse al fin con los hechos consumados, á pesar de la indig-
nación que manifiesta en los primeros momentos y de su graciosa consulta con el doc-
tor Carrasco.
Aunque Jorge Ferreira brilla más en lo serio que en lo cómico, es de gran mérito
esta escena como pintura do costumbres universitarias, y recuerda el pleito del estu-
diante en la Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Así como Sancho de Muñón, que
era teólogo, tenía entre ojos á los canonistas y se burlaba de ellos á su sabor, Jorge
Ferreira, que era humanista y hombre de mundo y de corte, profesaba especial aver-
sión á los letrados y profesores de Derecho civil, á su erudición farragosa, á su prag-
matismo huero. «Si no son prudentes (dice), las letras en ellos son peores que lepra,
» porque quieren medir por las leyes de lustiniano^ que ha mil y tantos afios que se
^hixieroyi^ las costumbres de aora^ y no consideran que el tiempo lo hace todo de su co-
/o;-»(pág. 143). Palabras verdaderamente notables para escritas á principios del siglo xvi
por un poeta que no hacía profesión de reformador de los estudios jurídicos.
Otras dos comedias en prosa compuso Jorge Ferreira, que generalmente pasan por
inferiores á la Eufrosina^ aunque la verdad es que apenas han sido estudiadas hasta
ahora. La comedia ülyssipo fué escrita en 1547 ó poco después, según las alusiones
que en ella se contienen á la campaña de Mazagán, atacada en aquel año por los mo-
ros. Rápidamente, pero con acierto, caracteriza esta obra Teófilo Braga: «La Ülyssipo
»es un cuadro de las costumbres portuguesas en el siglo xvi: locuciones familiares,
»más de 386 refranes que todavía andan en la tradición oral, juramentos, juegos,
» diversiones, todo se encuentra reproducido allí. Es un tesoro de lenguaje. La acción
» no tiene condiciones escénicas, por las grandes é infinitas mutaciones y la falta de
» rapidez de los diálogos, que están diluidos en consideraciones morales atestadas de
» proverbios. Actos extensos que tardarían dos días en representarse, flaca intriga bajo
» grandes y poco interesantes accesorios, hacen de la Ülyssipo una obra secundaria.
» Crece su mérito, no obstante, si tenemos en cuenta que es una de aquellas comedias
»que se escriben solamente para ser leídas. En los saraos de palacio la leería Jorge de
» Vasconcellos delante de D. Juan III á su hijo y heredero el príncipe D. Juan, apasio-
»nado por el arte dramático, como lo fueron todos sus tíos y su abuelo. Mirada de
»esta suerte, no carece de vida la Ülyssipo. Los caracteres acentuadamente delineados,
I » las situaciones bastante cómicas y la filosofía del sentido común, son cualidades que
revelan un grande artista, que si hizo una comedia defectuosa fué por no haberla
escrito intencionadamente para la escena» .
j Ni Barbosa Machado, ni Inocencio de Silva, ni ningún otro de los bibliógrafos por-
1 tugueses que he visto, indican el año ni el lugar en que fué impresa por primera vez la
Ülyssipo. Pero consta la existencia de una edición del siglo xvi, no sólo por el índice
inquisitorial de 1581, donde aparece prohibida, sino por los preliminares de la edición
ORÍGENES DE LA NOVELA. — III. — O
ccxLii ORÍGENES DE LA NOVELA
corregida y expurgada de 1618 (*). La principal enmienda que mandó hacer el Santo
Oficio fué quitar el hábito de beata á la viuda Constanza d'Ornelhas, personaje celes-
tinesco.
La última comedia de Jorge Ferreira, titulada Aulegrafia^ no fué impresa en vida
suya, ni siquiera dentro del siglo xvi, «por un disgusto general de este reino» , según
indica su yerno D. Antonio de Noronha {% Algunos suponen que este disgusto fué la
muerte del príncipe D. Juan, pero más natural parece que se aluda al desastre de Alca-
zarquivir en 1578, en que pereció el único hijo varón de Jorge Ferreira, si son exac-
tas las noticias de Barbosa. La pérdida del príncipe en 1554 no pudo influir para nada
en las publicaciones de Ferreira, puesto que de 1560 y 1561 hay ediciones de la
Eufrosina^ y en 1567 dedicó á D. Sebastián el Memorial de la Tabla Redonda.
No existe de la Aulegrafia más que la edición postuma publicada por D. Antonio
de Noronha, yerno del autor, en 1619, treinta y tres años después de su fallecimiento (3).
De las tres comedias de Ferreira es la más rara y la que más precio ha tenido siempre
en el mercado bibliográfico. A pesar de eso, nadie se ha decidido á reimprimirla, ni
siquiera en la forma ruin y mezquina con que lo fueron la Eufrosina y la Vlijssippo
en el siglo xviii. Tan ingratos y olvidadizos han sido los portugueses con un escritor
de tanto ingenio y cultura, de tan rica y sabrosa locución y tan útil para la historia de
las costumbres peninsulares.
La Aulegrafia, que consta de cinco actos como las otras dos comedias, y no de
cuatro como dice Barbosa, es, según indica su título, una pintura de la vida de la corte
(') Comedia Yhjs'ippo de lorge Ferreira de Vaseoncellos. Agesta segunda impressáo apurada e
Correcta de algas erros da primeira, con todas as Ucencas necessarias. Lisboa, Pedro CraesbecJc, 1618,
con Privilegio Real. 8.° 4 hs. pris. 278 foliadas y dos blancas al fin.
Hay una reimpresión de Lisboa, 1787, hecha por Benito de Sousa Farinha, tan poco apreciablc
como la de la Eufrosina,
Q) En la advertencia ao Leitor que precede á la comedia Vlysipo, y que seguramente salió de
su pluma, auaque no lleva su nombre:
«Das Comedias que Jorje Ferreira de Vaseoncellos compos foy esta Vlysipo a segunda, estando
»ja no 8ervÍ9o del Rey nesta cidade..,.
j>E a derradeira a sua Aulegrafia cortesam em que cantando cygnea voce, como dizem, raelhor
))que nunca, a nao imprimió por hum desgasto geral d?ste Reyno, que nella se contará ("), se no bom
«trato que a esta se fizer, quizerdes mostrar o gosto que tereis destoutra sair, que está da pena do
)).seu autor, e assi aprovado ja e com todas as licen9as pera logo se poder imprimir.... A outra come-
j)dia (es decir la Aulegrafia) nao tratando da Eufrosina, como a j)rimeira parte da Tavola Redonda
y>que pera a á.* impresáo emendou o autor em sua vida, de soríe que do meyo em diante em tudo ficou
y>diff érente . E assi mais a 5." Parte da mesma, historia p>odeis comecar a esperar multo em breve, que
«quiza ordenou o Ceo differirselhe a impressáo para este tempo, pera com ella se tornar a ouvir neller
Da boa memoria deste Portuguez.,.,»
Nada de lo que aquí se promete, excepto la Aulegraphia, llegó á publicarse.
O Comedia Aulegrafia, feita por Jorje Ferreira de Vaseoncellos. Agora novamente impressa a
costa de D. Antonio de Noronha. Dirigida ao Márquez de Alemqtier, Duque de Francavilla, do Con-
selho de Estado. Lisboa, por Pedro Craesbeck, 1619. A." IV 186 hs.
Desde la 179 hasta el fin del volumen se inserta una carta que se achou entre os papéis de Jorje
Ferreira de Vaseoncellos, composición de 344 versos en redondillas octosilábicas.
('^) Claro es que no en el texto de k comedia, sino en el prólogo ó advertencia de ella, Pero al imprimir
la Aulegrafia nada se dijo de esto.
INTKODUCCION ccxliii
y especialmente de los amores de palacio. Ea este sentido puede ofrecer curioso tema
de comparación con el Cortesano de Castiglione, con el de Luis Milán, con el Arte de
galantería de D. Francisco de Portugal y otros libros análogos. Uno de los personajes
de la Aulegrafia^ el aventurero Agrimonte, habla siempre en castellano.
Pero tanto la Vlijssipo como la Aulegrafia^ sobre todo esta última, tienen con la
Celestina una relación no directa j específica, sino genérica. Atendiendo á esto, y tam-
bién á la circunstancia de no haber ejercido influencia alguna en nuestra literatura,
dejemos intacto su estudio para los críticos del reino vecino. Hora es ya de volver á las
Celestinas castellanas, aunque tengamos que acelerar el paso para poner fin á este lar-
guísimo tratado.
En 1547 salió de las prensas de Toledo la Tragedia Policiana ('), cuyo autor
declara su nombre en cuatro estancias de arte mayor dirigidas «a los enamorados» .
Las iniciales de los versos, leídos de arriba abajo, dicen: «El bachicher Sebastián Fer-
nández». Es cierto que en una segunda edición^ también toledana, de 1548, descubierta
por Fernando "VVolf en la Biblioteca Imperial de Yiena (2), hay otras estancias de «Luis
Hurtado al Lector» , de las cuales dedujo aquel insigne erudito que este era el verda-
dero autor de la Tragedia:
Lector desseoso de claras sentencias.
Aquí debuxa la madre Claudina
Debaxo de gracias sabrosa dotrina,
Para guardar del mal las conciencias:
Yerás los anises de mil excelencias
Que a los virtuosos son claro dechado;
Y si su autor se haze callado,
Es por el vulgo, tan falto de ciencias.
Y si algún error hallares mirando.
Supla mi falta tu gran discreción,
Pues yerra la mano y no el coraron.
Que aqueste lo bueno va siempre buscando.
(}) (Portada en rojo y negro, con un grabadito que representa á un caballero ofreciendo una
flor á una dama).
Tragedia Policiana. En Ja qual se tractan los muy desdichados amores de Policiano z Philomena
Executados por industria de la diabólica vieja Claudina Madre de Parmeno, z maestra de Celestina,
(Al fin): Acahose esta Tragedia Policiana a XX dias del mes de Nouiebre a cesta de Diego Lojiez
librero, vezino de Toledo. Ailo de nra. Redépcion de mil z quinientos z quarentay siete. Nihil in huma-
nis rehus perfectum.
4." let. got., 89 hojas foliadas.
A cada uno de los 29 actos precede una viñeta con las figuras de los interlocutores.
El ejemplar de la Biblioteca Nacional (fondo antiguo) es el que nos ha servido para esta reim-
presión.
Los traductores castellanos de Ticknor (Madrid, 1851, tomo I, págs. 525-528) dieron un resu-
men del argumento de la Policiana.
(^) E-íta edición es de Toledo «en casa de Fernando de Santa Cathalina» y se acabó «al primero
día del mes de Mar9o, año de 1548».
Véase lo que de ella drjo Wolf en su opúsculo sobre La Danza de la Muerte (Viena, 1852), tra-
«tetcido al castellano por D. Julián Sanz del Río en el tomo XXII de la Colección de documentos inedi-
as para la Historia de España (Madrid, 1853), págs. 522-524.
ccxLiv ORÍGENES DE LA NOVELA
A mi ver, Luis Hurtado no habla aquí como autor, sino como mero corrector de
imprenta, que era al parecer su oficio en lósanos juveniles. En la primera octava elogia
al autor como persona distinta, j dice de él que <sse haze callado», es decir, que oculta
ó disimula su nombre; lo cual no puede entenderse de Hurtado, que estampa el suyo con
todas sus letras al principio de los versos. Los errores ó faltas por las cuales pide per-
dón son sin duda las erratas tipográficas. En el mismo sentido deben entenderse las
octavas acrósticas que puso en el Palmer ín de Inglaterra impreso en el mismo año y
en la misma oficina, pues ni le pertenece la obra original, que es del portugués Fran-
cisco de Moraes, ni la traducción castellana, que reclama por suya el mercader de libros
Miguel Ferrer ('). No faltó entre sus contemporáneos quien formulara contra Luis Hur-
tado acusaciones de plagio. Pedro de Cáceres y Espinosa, en su biografía de Gregorio
Silvestre, acusa al poeta toledano de haberse apropiado el Hospital de Amor del licen-
ciado Jiménez \^). En todas sus obras anda mezclado lo ajeno con lo propio, y no siem-
pre pueden discernirse bien. Dotado de más estilo que inventiva, gustaba mucho de
continuar y remendar obras ajenas, como hizo con las Cortes de la Muerte de Miguel
de Carvajal y con la Comedia Tibalda^ de Perálvarez de Ayllón. Pero ni siquiera esta
parte de refundidor pudo tener en la Policiana, puesto que el texto de la segunda edi-
ción es idéntico al de la primera, que la antecedió en un año, cuando Luis Hurtado
sólo contaba diez y ocho (^j.
Creemos, por las razones expuestas, que el bachiller Sebastián Fernández fué único
autor de la Tragedia Policiana^ pero ninguna noticia podemos dar de su persona. El
famoso libro de caballeros B. Belianis de Grecia, impreso precisamente en 1547, el
mismo año que la Policiami, se dice «sacado de la lengua griega, en la cual le escribió
» el famoso sabio Friston, por un hijo del virtuoso varón Toribio Fernándex>^ ; pero
siendo tan vulgar el patronímico, ninguna relación nos atrevemos á establecer entre
ambas obras.
El autor de la Tragedia Policiana no aspiraba ciertamente al lauro de la originali-
dad. Desde el título mismo declara la estrecha dependencia en que su obra se halla
respecto de la tragicomedia de Rojas, mediante la introducción de un personaje episó-
dico en aquélla, que pasa á ser capital en la obra del bachiller Sebastián Fernández:
«la diabólica vieja Claudina, madre de Pármeno y maestra de Celestina» . La Policiana
no se presenta, pues, como continuación, sino más bien como preámbulo de la Celesti-
na-, pero es lo cierto que la sigue al pie de la letra, con personajes idénticos, con la
misma intriga y á veces con los mismos razonamientos y sentencias. Policiano y Phi-
lomena corresponden exactamente á Caliste y Melibea; Theophilon y Florinarda á Ple-
berio y Alisa; Solino y Silvanico á Sempronio y Pármeno; Parmenia á Areusa; Doro-
tea á Lucrecia, y á este tenor casi todos los restantes. Los rufianes son dos, Palermo y
(*) Vid. Orígenes de la Novela, tomo I, piig. 280.
(-) «El licenciado Jiménez hizo el Hospital de Amor, que imprimió por su^-o Luis Hurtado »
(Discurso sobre la vida de Gregorio Silvestre.)
Se refiere sin duda á «El hospital de galanes enamorados, con el remedio y cura para nueve if(
«enfermos que en él están», y á «El hospital de damas de amor heridas, donde son curadas otras i
»nueve enfermas de amorosa pasión», insertos en las Cortas de casto amor de Luis Hurtado. ,
(3) Se deduce esta fecha de su poema de las Trecientas, acabado en 1582, donde declara haber i
cumplido cincuenta años. ^\
IXTRODUCCIÓN ccxLv
Pizarj-o, uno y otro copias de Centurio, recargadas con presencia de la Segunda Celes-
tina^ de Feliciano de Silva, donde también se encuentra el germen do las escenas de
hortelanos, que son una de las partes más curiosas de la Tragedla Policiana.
Según costumbre de los autores de este género de libros, el bachiller Fernández hace
grandes protestas de la pureza de sus intenciones y de su «voluntad virtuosa».
«En el processo de mi escriptura no solamente he huydo toda palabra torpe, pero
»aTn he cuitado las razones que puedan engendrar desouesta ymaginacion, porque ni
»mi condición jamas se agrado de colloquios suzios ni avn mi profession de tratos
» dissolutos... E si algo paresciere que a los oydos del honesto e casto Lector haga
» offensa, crea de mí que no lo digo con ánimo desonesto, sino porque el phrasis y decor
» de la obra no se pervierta» .
Xo puede negarse que el ijhrasis y decor de la obra, entendidos por el autor con
aquella especie de bárbaro realismo que entonces predominaba, le han llevado muchas
veces, especialmente en los coloquios de rufianes y rameras, á una licencia de expre-
sión desapacible para oídos modernos. Pero esta licencia es relativa, y de seguro menor
que la que se encuentra en ninguna de las Celestinas anteriores. Las escenas de amor
están tratadas con cierto recato y miramiento. Y aun en la parte Jupanaria y bajamen-
te cómica hay más grosería de palabras que deshonestidad de conceptos. La blasfemia
y el sacrilegio ó desaparecen del todo ó están muy velados. Los reniegos y porvidas de
Palermo y Pizarro son extravagancias inofensivas si se los compara con los de Galte-
rio, Fandulfo y Brumandilón: «¡Por los huesos de Aphrodisia madre!» , « Yoto al pinar
de Segovia», «Descreo del puerto de Jafa», «Keniego de las barbas de Barrabás»,
«Despecho del galeón del Rey de Francia» , «Descreo del memorable Golías» , «Jura-
mento hago á las calendas de Grecia» , «Pese á las barbas de Júpiter» , «Descreo de
Placida e Vitoriano» , y otros no menos estrafalarios.
Fuera de algunas leves variantes que apuntaré después, la Policiana es la primi-
tiva Celestina vuelta á escribir. Este servilismo de imitación la reduce á un lugar muy
secundario, pero no la quita sus positivos méritos de rico lenguaje y fácil y elegante
composición. Es la obra de un estudiante muy aprovechado, aunque incapaz de volar
con alas propias. La contemplación de un gran modelo embarga su ánimo y no le deja
libre para ningún género de invención personal. Se limita á calcar, pero no desfigura
los tipos, y si la tragicomedia de Caliste se hubiese perdido, ésta sería de todas sus
imitaciones la que nos diese una idea más fiel y aproximada de ella, aunque nunca
pudiese sustituirla. Las obras de genio no se escriben dos veces, y su pesadumbre ano-
nada las frágiles construcciones que quieren levantarse á su sombra y remedan en pe-
queño su traza exterior.
Pero aun este género de reproducción tiene su mérito cuando es inteligente y no
mecánica tan sólo. £1 autor de la Policiana comprendía lo que imitaba y se esfuerza
por conseguir algo de la rica plasticidad, del franco y sabroso diálogo y aun de la inten-
sa virtud poética del drama de Rojas. Un eco de la apasionada elocuencia y del rendi-
miento amoroso de Melibea resuena, aunque muy atenuado, en las palabras de Philo-
mena: <.Cauallero, ya no es razón que se dissimule y passe en secreto lo que mis apa-
»ssionados desseos tan á la clara publican; porque si las tinieblas de la noche no impi-
» dieran tu vista, en mis señales públicas conoscieras mis congoxas secretas. Algunos;
»dias han passado después que tus cartas e amorosos mensages recibí, en que mis cap-
ccxLví orígenes pe LA NOVELA
» ti vas fuer9as han rescebido muy rezios golpes e yo varonilmente contra ellos
» he peleado. Pero al fin, si como tengo el coraron de carne le tuuiera de un rezio dia-
■» mante, no dexara de caer de mi voluntad en la tuya: tal ha seydo el combate que en
»mi cora9on he sentido. Finalmente, estoy rendida a tu querer, porque eres quien en
»mis ojos más meresces de los nascidos. Ordena, Señor mió, como nuestros apassiona-
»dos desseos ayan aquel effecto que dessean, porque hasta esto ningún momento passa-
->rá que para mí no sean mil años de infernal tormento. Las fuertes rexas de estas ven-
» tanas impiden el remate de nuestros sabrosos amores. La mañana paresce que comien-
»(;ía a embiar sus candidos resplandores por despidientes mensajeros de nuestro gozo.
»Toma, señor mió, la possession de mi voluntad, e della e de mí ordena de manera que
»mi passion se afloxe y la tuya se acabe, e si te paresciere, para la noche venidera se
» quede el concierto por las cercas de esta nuestra huerta, por la parte donde el rio
» bate en ellas ('), que es lugar más sin sospecha e donde yo estaré esperando tu venida
» no menos que mi desseada libertad» (Acto XX).
En las escenas del jardín, la musa lírica contribuye, como en Rojas, á idealizar el
cuadro misterioso y poético de la entrevista nocturna. Es muy feliz, sobre todo,
la evocación del romance viejo de Foiüefrida., que canta el paje Silvanico, y al cual se
alude en otro pasaje de la tragedia: «Veemos que entre los animales que de entendi-
» miento carescen, este amor matrimonial está esculpido, pues las tortolicas passan su
»vida contentas con una sola compañía. E si aquélla muere, la que queda no beue
» más agua clara, ni se pone en ramo verde, ni canta ni haze señal de alegría, señalan-
» do la cuitadica quán dura cosa es perder su dulce compañía» (Acto XI).
Poco hay que advertir en cuanto á los caracteres. Claudina no merece el título de
maestra, sino de humilde discípula de Celestina. Tiene un grado más de perversidad,
puesto que hace infame tráfico con su propia hija Parmenia, y parece más rica, puesto
que alardea de sus «sábanas randadas» , de sus «manteles de Alemania» , de sus «tapi-
ces de Flandes» . En las artes diabólicas es fiel trasunto de su amiga. Tiene como ella
un demonio familiar á quien invoca con horrendos conjuros y pavorosos sacrificios:
»Ora, hijo Siluano, es menester que me traygas, para hazer vn conjuro, una gallina
» prieta de color de cuerno, e vn pedazo de la pierna de un puerco blanco, e tres cabe-
»llos suyos cortados martes de mañana antes que el sol salga; e la primera vez que
»cabe ella te veas, después que los cabellos la ayas quitado, pondrás tu pie derecho
» sobre su pie izquierdo, e con tu mano derecha la toca la parte del coraron, e miran-
»la en hito sin menear las pestañas la dirás muy passo estas palabras: Con dos que te
»miro con cinco te escanto, la sangre te beuo y el cora9on te parto (% E echo esto, pier-
»de cuydado, que luego verás marauillas (Acto XYI).
(1) La acción de la Policiana pasa en Toledo, según todos los indicios.
(^) Sobre esta invocación de la perversa bruja me comunica mi querido amigo el admirable e8-¡ ;
critor D. Francisco Rodrigues: Marín las curiosísimas noticias que van á leerse, y que son pequeñal <
muestra de lo mucho que ha descubierto su tenaz investigación en el campo de las supersticione; ■
populares.
«La fórmula de conjuro:
Con dofl que te miro...
que Sebastián Fernández insertó en el acto XVI de la Tragedia Policiana, parece tomada, más brc,
que de la tradición oral inmediatamente, de una de las Epístolas familiares de Fr. Antonio de fím (
INTRODUCCIÓN- ccxLvii
Hay un personaje de la traji^icomedia antigua que está presentado con cierta nove-
dad en la Policiana. Es Theophilón, el padre de Philomena. No se duerme en la ciega
confianza de Pleberio, sino que se muestra desde el principio receloso guardador de la
honra de su casa, y muy sobre aviso de los peligros que puede correr la virtud de su
hija: «Hija mía, lumbre de mis ojos, báculo de mi cansada vejez, más noble es preser-
»var al hombre pura que no cayga que ayudarle a levantar después de caydo. No per-
>mita Dios, hija de mi coraron, que en tus costumbres yo aya conoscido alguna falta
;>que de castigo sea digna, pero no te deue dar pena si yo como padre y viejo y exporto
»en los trabajos que el tiempo cada día descubre, te dó aniso como sepas defenderte
»de ellos, sin lesión del ánima y de la fama que tus pasados cohraro7i* (Acto X).
El sentimiento del honor, que es el alma de tantas creaciones de nuestros poetas
dramáticos del siglo xvii, tiene en Theophilón uno de sus primeros intérpretes. Senten-
cia suya es que «la mácula de las illustres doncellas todo un reino deja manchado de
» infamia» (Acto X).
vara, de la IV de la segunda parte de su colección, único lugar en donde encuentro tal fórmula con
el que del verso primero y con el verbo escaniar del segundo. Este conjuro era comunísimo entre
las hechiceras, y así, aparece citado con frecuencia en los procesos inquisitoriales, unas veces como
fórmula completa y otras como fragmento de otras de mayor extensión.
»En la causa seguida en 1600 contra Alonso Berlanga (Archivo Histórico Nacional, Inquibición
de Valencia, legajo 28, núm. 1), figura entre los papeles que se iiallaron en la casa de su manceba,
uno en que los versillos en cuestión se dirigen á la valeriana, como remate de un conjuro hecho á
esta hierba:
Valeriana hermana,
Yo te conjuro con Dios y con Santa María;
Valeriana,
Yo te conjuro con la luz del alba;
Valeriana,
Yo te conjuro con la chiridat del día;
Con el libro misal
Y con el cirio pascual...
»Y termina de esta manera:
Con tres te miro (sic),
Con cinco te ato,
Con sangre de león tu vertut te pido,
Que seas en mi favor de contino.
7>Esta última parte de la fórmula se empleaba no sólo para hacerse querer, sino también, y
cerca andaba lo uno de lo otro, para hacer mansos y sufridos á los hombres. Así, entre los cargos
que se enumeran en la sentencia contra Isabel Bautista, año de 1638 (Inquisición de Toledo, legajo 82,
núm. 28), figura el siguiente: «Y enseñó esta oración á dichas personas, que quando viniese bu ma-
rido ó su galán, dixesen:
Con dos te miro.
Con tres te tiro,
Con cinco te arrebato,
Calla, bobo, que te ato.
i'V dándose una puñada en la rodilla, dixesen:
Tan humilde vengas á mí
Como la suela de mi <;apato.
ccxLviii orígenes de la NOVELA
Eu el notable diálogo que tiene con su mujer (acto XXIII) habla como un perso-
naje calderoniano: «El crimen de liuiandad en la mujer no se ha de castigar sino con
» la muerte^ e qualquier castigo que éste no sea no es sino una licencia para que sea
» mala con la facilidad de la pena» .
Los sobresaltos de su honra tienen á veces muy enérgica expresión: «Oh canas ya
» caducas! Oh años desdichados! Oh pobre viejo, para que veniste al mundo?... Qué
»haré? Si descubro lo que siento y lo quiero castigar, poco castigo es que esta ciudad
»se abrase. Pero silo dissimulo por quitar los paresceres del vulgo, vendrá en térmi-
»nos mi honrra que se acabe con mi vida. Oh mis fieles criados, dezid me qué haga o
» tomad este puñal e dad con él fin a mis dias!» (Acto XXVI).
D. Gutierre Alfonso de Solís y D. Lope de Almeida se encierran en impenetrable
monólogo y no dan parte de tales cuitas á sus criados, pero el fondo de su alma es idén-
tico, salvo la diferencia que va del padre al marido. «Qué bien tiene quien de honrra
»caresce? pues qué honrra tiene quien liuiana hija ha criado? pues un hombre des-
»honrrado como biuirá sossegado?» .
y que con esto quedarían desenojados y como un borrego». Y en otra causa, seguida en 1645 contra
Francisca Rodríguez, por el «nismo tribunal toledano del Santo Oficio (legajo 94, núm. 230), dice
acusando el Fiscal: «En otra ocasión dixo á cierta muger que si quería que un conjunto suyo callase
aunque la viese hacer qualquier cosa, que lo haría;y quiriendo la dicha rnuger ir á consultar á otras
liechizeras, esta rea (sicj la advirtió dello y la eusenó el conjuro siguiente:
Con dos te miro,
Con una te hablo.
Con las pares de tu madre
La boca te tapo.
Señor San Silvestre, encántalo,
con que el conjunto se amansaba», A idéntico fin, Bautista Hernández, procesada en 172.3 por la In-
quisición de Valencia (legajo 25, núm. 14), hacía tres nudos en una cinta, diciendo:
Con dos te miro,
Con tres te sigo,
Con cuatro te ato,
De tu sangre bebo,
El corazón te parto,
Con las parias {sic) de tu madre
La boca te tapo.
»Más interesante que todas las lecciones transcritas es otra para ligar á las personas, conser-
vada asimismo en un proceso seguido en la Inquisición de Valencia por los años de 1639 (legajo 28,
núm, 3). Entre los papeles que se recogieron en la casa de la procesada Juana Ana Pérez y que están
unidos á los autos, hay uno que dice así:
Con dos te miro, Ki en campo verde estar,
Con cinco te ato. Ni en campo seco pasear,
Tu sangre bebo. Ni en casa de nenguna mujer entrar,
Tu corazón te arrebato. Ni con ella holgar,
Con las pares de tu madre y mía Ni en viuda ni en casada
La boca te tapo. Ni en doncella ni en soltera á efeto llegar,
La garfia del fiero león De aquí delante de mis ojos vengas atado.
Que te ligue y te ate el corazón. Hechizado, conjurado,
Asno, mira que te ligo A quererme, [á] amarme;
Y te ato y te reato y te vuelvo á reatar, Todos tus dmeros vengas á darme.
Que no puedas comer ni beber, Que vengas, que vengas, que vengas;
Ni armar ni desarmar. Que hombre ni mujer te me detenga.
INTRODUCCIÓN ccxlix
Theophilón interesa en su calidad de padre vengador, pero la catástrofe es dispara-
tadísima. El buen viejo tenía enjaulado un león, como pudiera tener un perro, y sus
hortelanos le sueltan por la noche «para que espante las zorras que andan entre los
árboles» . Acude Policiano á la segunda cita con su amada, y el león le hace pedazos.
Cuando Philomena encuentra muerto á su amante, hace una prolija lamentación sobro
su cadáver y se mata con la propia espada de Policiano.
Todo este pasaje es una mala imitación de la fábula de Píramo y Tisbe, tal como
se lee en el libro lY de las Metamorphoses de Ovidio (v. 55-165). El bachiller Fer-
nández, que debía de estar recién salido de las aulas con la leche de la retórica en los
labios, creyó que esta historia trágica cuadraba á maravilla para tinal de la suya, y sin
vacilar transportó á Toledo la leona de los campos de Babilonia, cuyas huellas cerca
de la tumba de Xiuo indujeron á fatal error á los dos enamorados jóvenes prez do
Oriente:
Yenit ecce recenti
Caede leaena boum spumantes oblita rictus,
Depositura sitim vicini fontis in unda,
(\'. 96-09).
La imitación es visible, sobre todo en las últimas palabras de Philomena compara-
das con las de Tisbe:
Pyrame, clamavit, quis te mihi casus ademit?
Pyrame, responde: tua te carissima Thisbe
Nominat: exaudí, vultusque attolle iaeentes.
Quae postquam vestemque suam cognovit, et ense
Yidit ebur vacuura; Tua te manus, inquit amorque
Perdidit infelix. Est et mihi fortis in nnum
Hoc manus: est et amor, dabit hic in vulnera vires.
Persequar extinctum: letique misérrima dicar
Causa comesque tui: quique a me morte revelli
Heu sola peteras, poteris nec morte revelli.
Hoctamen amborum verbis estote rogati,
O multum miserique mei illiusque parentes,
Ut quos certus amor, quos hora novissima iunxit,
Componi túmulo non invideatis eodem.
(V. 142-157).
Los versos de Ovidio son bellísimos y tienen una concisión rara en él. A su lado
ace pobre figura la prosa del imitador, pero su filiación no puede negarse (').
Otra de las curiosidades de la Tragedia Policiana es la introducción de dos horte-
Sauos, Machorro y Polidoro, que hablan en lenguaje rústico, con extraños modismos y
(•) También -el autor de la primitiva Celestina se había acordado de este pasaje, aunque se me
Mvidó notarlo en su lugar oportuno (pág. 105): «E assi contentarte he en la muerte (dice Melibea),
Ípues no tone tiempo en la vida.,. ¡O padre mió muy amado! Ruégote, si amor en esta pasada
e penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas, jimtas nuestras obsequias»
¡Acto XX). Es el mismo sentido de los últimos versos de Ovidio. Véase cuan antiguo y clasico
oolengo tiene el grito que los entierren juntos de nuestros días.
ocj. ORÍGENES DE LA NOVELA
formas villanescas, que creemos dignas de la atención del filólogo^ como también el
vocabulario agrícola que ellos j su amo Theophilón usan, y que habrá de confrontarse
con el de Gabriel Alfonso de Herrera j demás autores clásicos en esta materia. Reim-
presa en el presente volumen la Policiana^ que era punto menos que inaccesible, po-
drán hacerse sobre ella los estudios analíticos que cada uno de estos libros requiere, y
que de ningún modo caben en el estrecho marco de una introducción.
Un solo año, el de 1554, yió aparecer dos nuevas Celestinas^ una en Medina del
Campo, otra en Toledo. Titúlase la primera Comedia Florinea^ y fué su autor el Bachi-
ller Joan Rodriguex Florian , segúu declara la portada de algunos ejemplares, y la
dedicatoria de todos, aunque suprimido el Florián: «El Bachiller loan Rodríguez ende-
» reyando la comedia llamada Florinea a vu especial amigo suyo, confamiliar en el estu-
» dio, absenté» (*). Tarea predilecta de bachilleres parecía la de componer Celestinas^
sin duda por asemejarse á Fernando de Rojas en el empleo de sus vacaciones. Pero no
bastaba el grado universitario para comunicarles la virtud poética de aquel bachiller
primero y único, y fué Rodríguez Florián de los que menos se acercaron al insuperable
modelo. Su labor, toda de imitación y taracea, revela un talento muy adocenado y es de
(^) Comedia llamada Florinea: que tracta de los amores del buen duque Floriano, con la li.ida y
muy casta y generosa Belisea, nueuamente hecha: muy graciosa y sentida, y muy prouechosa para atiiso
de muchos necios. Vista y examinada, y con licencia impressa. (Escudo del impresor.) Véndese en
Medina del Campo en casa de Adrián Ghemart, 1554. (Título en rojo y negro.)
(Al fin): Acaha la comedia no menos útil que graciosa y compendiosa: llamada Ilorinea nueua-
mente compuesta. Impressa en Medina del Campo en casa de Guillermo de Millis, tras la iglesia mayor.
Año de 1554.
4.0, 4 hs. pr3s sin foliar, y CLVI folios, let. gót.
El escudo del impresor Adrián Ghemart tiene la conocida divisa del halcón, con el moíQ post
ienehras spero Iticem, que algunos estrambóticos comentadores del Quijote han creído inventada por
Cervantes para la primera edición de El Ingenioso Hidalgo, en 1605.
Hay algunos ejemplares que difieren de los restantes en llevar impresas con tinta negra, después
de la palabra necios, estas otras: Compuesta por el bachiller loan Rodríguez Florian. Uno con esta
portada tuvo D. José Sancho Rayón, y para hoy, según creo, en la biblioteca de la Hispanic Society,
de Nueva York. También uno de los dos ejemplares que posee nuestra Biblioteca Nacional, y nos ha
servido para la presente reimpresión, pertenece á esta clase.
En el que describen los adicionadores de Gallardo {Ensayo, IV, núm. 3656) estaba manuscrito, al
final, de letra antigua, el siguiente soneto, que sólo á título de curiosidad bibliográfica reproducimos:
Hermanos, Floriano i Belisea,
Grandes burros os hiyo la natura,
Al vno en no g09ar la coniuntura
I al otro en dilatar lo que dessea.
Ausente, la beata cacarea,
Rabia, muere, apetece i se apresura,
I quando amor le muestra su uentura
Se engroña, se desdeña i lo arrodea.
Polites i Justina me contentan.
Que á la segunda cuenta remataron,
I de durables poco se atormentan;
Estotros, matracones, no gustaron.
A Lucendo por arbitro presentan:
Dios sabe si después se concertaron.
Déla Florinea habla breve pero atinadamente Ticknor, que también la poseía (tomo I de 1.'
traducción castellana, pág. 220). Antes de él había fijado su atención en esta pieza el malograd*
INTRODUCCIÓN coli
una prolijidad insoportable. Nada monos que cuarenta y tres actos ó escenas larguísi-
mas tiene, 7 todavía promete una segunda parte, que afortunadamente no llegó á
escribir ó á publicar.
Las bodas del bucu Floriano esperando
Para otro año de más vacación,
Adonde la historia tendrá conclusión,
A Dios dando gracias, allá nos llegando.
De la primitiva Celestina aprovechó menos (|ue otros, salvo los datos capitales de
la fábula y algunos rasgos en el carácter de la alcahueta ^larcelia ('). Todo lo demás
procede ó de la Comedia Thebayda ó de la Segunda Celestina de Feliciano de Silva,
aunque sin la brutalidad de la primera ni el interés novelesco de la segunda. El don
Berintho, duque de Tliebas, se encuentra puntualmente reproducido en el caballero
Floriano, duque también y poderoso señor de vasallos, venido de lejanas tierras,
que tiene á su servicio «catorce mozos de espuelas y quince escuderos, y otros tres
» tantos continos y otros tres tantos oficiales y una chusma de pajes/> (2), personaje,
como se ve, de más categoría que Calisto. Enamorado románticamente de la doncella
Belisea por la fama de su hermosura y por un retrato que en secreto manda sacar
de ella, cae en una extraña pasión de ánimo, busca en la soledad y en la música
alivio á sus melancolías, y retraído continuamente en su aposento, cierra los oídos á
las advertencias y consejos de su viejo criado Lydorio, que es el personaje predica-
dor de la pieza, como el insoportable Menedemo de la Thehaijda^ puesto que sería
demasiado favor compararle con el sabio y prudente Eubulo de la Tragicomedia de
Lisamlro. Floriano tiene á sueldo, por de contado, varios rufianes de lengua soez,
manos cortas y pies de liebre, entre los cuales sobresalen dos, llamados Felisino y Ful-
minato, copias serviles de Gfalterio y Pandulfo, sin más originalidad que algunos jura-
mentos y bravatas nuevas (^). Manceba de Fortunato es cierta viuda depravada ó hipó-
erudito sevillano D. Juan Colom y Colora en sus Noticias del teatro español anterior á Lope de
Vega (Semanario Pintoresco Español, Madrid, segunda serie, tomo II, año 1840, pp. 163-166).
En el inventario de los libros que á su fallecimiento dejó en su tienda Juan de Timoneda
(Valencia, 26 de octubre de 1583) figura la siguiente partida:
«ítem cinquanta comedies intitulados Floranteas a cinch plech teñen una ma».
(Vid. Serrano Morales, La Imprenta en Valencia, 1899, pág. 553.)
Estas Floranteas, que sólo tenían cinco pliegos, no pueden confundirse en modo alguno con la
Florinea, que es muy voluminosa. Trátase, pues, de otra comedia desconocida hasta ahora,
(*) A veces, sin embargo, cae en el plagio literal, por ejemplo (escena quinta), cuando Lydorio
habla mal de las mujeres, repitiendo los mismos conceptos y ejemplos de Sempronio: «Y porque no
»me digas que hablo de coro y que las infamo por mi cabera, no acotando qué digan los que las
Dconoscieron y qué vieron de ellas los que las trataron, mira en lo primero al sabio Salomón, que tanto
Días amó y tanto daño le vino por ellas, lo que de ellas dize en sus escrituras, quando se le
5)offresce iiablar de mugeres. Lee al Mantuano en una égloga, mira al Petrarcha, escucha al
»Ouidio y atiende al Juuenal, e finalmente quantos sabios Gentiles, Judies, Obristianos, Moros,
«Paganos, off reciendoseles en sus escritos materia en que hablar de mugeres, afanan y se desvelan
«en como avisar á los leyentes que se guarden en sus conuersaciones» (pág. 175).
{^) Pág. 306 de la presente edición.
(') En todos ellos, lo mismo que en los de la Policiana, se nota menos irreverencia que en las
Celestinas más antiguas, ó está velada con eufemismos, porque los tiempos eran otros y la censura
comenzaba á mostrarse más rigurosa. Véase alguna maestra de los disparatados fieros y bravatas de
ccLii orígenes de la novela
crita (*), la cual viene á representar en la nueva fábula un papel más semejante al de la
Franquila imaginada por el anónimo de Valencia que al de Celestina, harto machucha
para ser heroína de amorosos tratos y no solamente medianera en ellos (2). Marcelia,
que tal es el nombre de la equívoca tercera, con visos de primera en ocasiones, toma
por su cuenta los amores do Ploriano j encamina la intriga por los mismos pasos que
Fulminato: «Descreo del agareno y de toda la ley del Alcorán», «Descreo de los adoradores del bece-
)MT0)), «De Saturno ayiiso reniego», «Descreo de los adoradores de Mars», «Descreo del inventor de la
^idolatría», «De todos los Talmudistas reniego», «Descreo de quantos adoran el sol», «Reniego de
»los Jebuseos», «Por el santo cerrojo de Burgos», «O, pesar de los Moabitas», «O, descreo de Jason
»y aun de Medea», «O, pesar de la casa santa de Mecha», «Descreo de los quiciales de la puerta
»del cielo», «Reniego del sepulcro de Absalon y del sceptro de Roboan», «Reniego del hijo de
»Latona», «Voto al santo Calendario Romano». Una sola vez jura «por las reliquias de San Salvador
»de Oviedo», otra por «la espada de Sant George y aun por la escriuania de Sant Lucas», y ufe la
expresión malsonante «descreo de la vida do los condenados» (pág. 166).
(*) «Tú sabrás cómo la fortuna, que favorece á los osados, me dio ventura en ganar trauacuenta
»con una viuda de hasta treynta y quatro, que en aspecto está como de diez y ocho. Esta no tiene
»en casa padre ni madre, ni can que la ladre, más de sola vna hija bonita y harto muchacha, de
»diez y siete para menos: ésta le sirue en casa de mo^a, y fuera de hija y authorizada doncella»
(pág. 169).
(^) El rasgo de la hipocresía está finamente acentuado en Marcelia más que en ninguna otra de
las Celestinas secundarias, incluso la de Feliciano de Silva. Véase singularmente la escena nona:
«G^rac27¿a.— Pues dónde con manto y sombrero tan de mañana?
yy Mar celia.— Á. Nuestra Señora de los Remedios; luego en oyendo la missa primera soy de
buelta...
y)Liberia. — Gran cosa es ésta, que no ha de faltar mi madre esta missa. Pero haze bien, que
»siempre trae su par de panecillos, y algo para ayuda de costa.
»G?-ac.— Ya ves, prima, por tal señora lo haze. Pero no en balde dize ella tanto bien del sacris-
»tan, y agora veo que tiene razón...»
En el camino se encuentra con el paje Polytes, que no quiere creer que ella vaya á la misa
del alba:
(íPoli/tes.—l^i aun soy tan bouo como esso, que agora passé por junto á la Trinidad, y no ay
»sueño de abrir puerta.
yyMarc. — Y aun esto quiero.
yyPolyt. — Peor es de entender una rauger que un Concejo. Pero atento que vas a missa donde
>no ay puerta abierta, las que como tú he topado disfra9adas, cruzando callejuelas, dirae, van con-
»tigo a representar autos de comedias en cas de los abades o van por las llaues para abrirte la puerta
))donde tú vas?...
»i/arc.— Calla ya, no apures tanto las cosas, que con algo se han de mantener en iionra las que
»se defienden de la pobreza, de lo que a mí cabe gran parte por mis pecados.
yyPolyt. — Y aun creo yo que tú y las otras andays estos paseos en busca de los tales pecados.
» Marc. — Ay, qué dizes? alguna malicia, asuadas.
yyPolyt.—lia. mesma. Pero digo que me agradas en darme a entender que andays estas andolen-
Bcias a partir con los encerrados las quentas del rezar, y las obladas con los sacristanes, y las racio-
»nes y capellanías y los beneficios con los clérigos» (pág. 192).
En la escena XV se vale de su fingida devoción para hacer llegar á manos de Belisea una carta
de Floriano: «Por mi vida, pues que no hay una criatura en la yglesia, que quiero auenturarme a
»poner esta carta en la grada del altar de la Madre de Dios; porque si ellas son, no dexará Belisea
»de llegar la primera a hazer su oración» (pág. 208).
En cambio, la parte de hechicerías es insignificante en esta pieza. «Quiero echar unos polvillos
»del cabrón en esta carta, que ya los he hallado aprobados», dice Marcelia poco antes. No hay rastro
de evocaciones ni de conjuros ni de fórmulas supersticiosas.
INTRODUCCIÓN ocluí
hemos visto hasta la saciedad en este género de comedias novelescas. La romería de
Nuestra Señora de Prado recuerda inmediatamente una situación análoga de la The-
bayda. Pero el bachiller Florián procede con mucho más decoro y pulcritud. La noble
Belisea, cauta y reflexiva, se defiende bien en las dos entrevistas del jardín, mostrando
menos pasión que deseo de un casamiento ventajoso ('). Su doncella Justina, pizpireta
y desenvueha, procede con menos recato en sus coloquios con el paje Polites, pero
todo tiene feliz y apacible término con los matrimonios clandestinos de ama y criada,
por lo cual la pieza se intitula comedia y no tragicomedia^ al revés de los libros de
Rojas, Sancho Muñón y Sebastián Fernández.
El carácter mejor trazado de la obra es sin disputa el de Lucendo, padre de Belisea.
Así como el Theophilón de la Policiana representa la desconfianza, el punto de honra
vindicativo y celoso del honor doméstico, así Lucendo, no menos honrado y respetable
que él, fía ciegamente en la virtud de su hija, y el amor paternal se sobrepone en él, de
un modo tierno y simpático, á todo interés, á toda sospecha, á todo recelo (escenas
XXII y XXVI).
Los aciertos en la parte seria de la Florinea no son raroj, aunque tengan poco de
originales. Como todas estas comedias de estudiantes y bachilleres, abunda en temas retó-
ricos, desarrollados con pueril alarde, pero no llega á las horribles pedanterías do la
Tliebaijda. Ya en la escena quinta encontramos «grandes pláticas» sobre la fuerza del
amor y sobre los vicios y virtudes de las mujeres. En la escena XXVIII hay uu largo
razonamiento sobre la amicicia en estilo que recuerda mucho el de Fr. Antonio de
Guevara (-). Entre Belisea, Justina y Marcelia pasan largos razonamientos «sobre los
bienes y males que ay entre los casados» (escena XLII). Y á este tenor otras digresio-
(*) «Pero mira, Floriano, que si tú como hombre biiscaa tu desatinado descanso, yo como
)jiloazeIla mamparo mi delicada honra. Y si tú buscas la consecución de tu infectionada volun-
»tad, yo defiendo mi libertad. E si tú quieres guiar tras tus venenosos y no limpios desseos,
))con tu amor desamador de mi honestidad, yo tengo de cerrar la puerta a todo lo que ni
))a mi ánimo trayga limpieza ni a mi spiritu reposada castidad. Por tanto como a hermano en
)^tal amor te ruego me ames, y me quieras bien para mi bien, y no de suerte que queriendo
ame, quieras mal para ti y peor para mí. E con ha/.er tú esto, poilras ganar en mí un amor que
))Como a bien queriente de mi honra te tendré. De otra guisa, desamarte he como a enemigo de
Dvirtud, y perseguidor de mi honra, y menoscabador de mi limpieza, y matador de mi innocen-
»cia, y derramador de mi fama, y destruydor de mi reposo, y aselador de la casa de mi padre, y
«ensuciador de mi alta sangre. E si te han mentido de mí otra cosa, desapega la de tu imaginación»
(pág. 2-24).
«Agora que te hallo buen obediente, determino, para hazer más por ti, mandar te lo segundo, y
Des que en este cenadero, al sonido destas f uentezitas, te sientes en este poyo, y luego, porque vaya
»cumpliendo mi palabra de hacer algo por ti, me quiero 3'0 sentar en el mesmo poyo par de ti. Pero
»niira que al ver me sentar tan cerca de ti pienses que es más para mejor oyr te y responder te sin
^)sonido de voz, que para despertar en ti algún atrevimiento de los que soleys tener los hombres en
«semejantes trances puestos que agora tú» (pág. 269).
Belisea, aunque inferior en prosapia al duque Floriano, era de muy noble linaje: «Y quiero que
X'sepas que Lucendo, el padre della, con ser caualiero de tanta estima y casta y poder en el reyno,
»y con ser uno de los más sabios que oy tienen ditado en España, quiere y tiene en tanto a la hija,
»que no pensará que errará en cosa que haga; y hecho, qualqnier cosa la perdonará ligeramente»
(pág. 289).
(*) En la escena 2.* alude expresamente á un célebre capítulo del Marco Aurelio: «Mira lo que
»Faustina hizo por la llave...» (pág. 163).
couv orígenes de LA NOVELA
nes, que se leen sin fastidio por el buen sabor de la lengua, pero qae son una sarta de
lugares comunes. Algunos pasajes, como aquel en que Lydorio se queja de la triste
condición de los servidores de los grandes j del mal pago que sus amos les dan (esce-
na XXXVII), pueden tener, sin embargo, algún interés histórico (').
Las cartas de amor que la Florinea contiene son afectadas y declamatorias, como
casi todas las que se hallan en nuestras novelas antiguas. Quizá el gusto de la Cárcel
de Amor influía en esto. El diálogo es mejor, pero comienzan á notarse síntomas de
flojedad j cansancio, sobre todo en la parte cómica, que es pesada, insípida y fría-
mente indecorosa. Los chistes son forzados, las situaciones vulgarísimas, y el ánimo
menos severo acaba por empalagarse de tanta prostitución y bajeza. Si la ílorinea no
contuviese más que las repugnantes aventuras de Marcelia, de su hija Liberia y su
sobrina Gracilia, de los dos rufianes, del despensero de Fioriano, de los pajes Grisindo
y Pinel y del estudiante escondido en la nasa, por ningún concepto podría disculparse
su exhumación. Pero no todo es de tan depravado gusto. La fábula principal, aunque
de endeble contextura, está presentada con cierto arte, y las escenas entre los dos aman-
tes respiran cortesía y gentileza. Easgos hay en la salida matinal de Belisea al campo
que recuerdan El Acero de Madrid y otras comedias análogas de Lope {^), de cuyo
teatro es digna también la bizarra escena en que Fioriano mata un toro á vista de su
amada (^).
Hay en la ílorinea algunos versos líricos, bastante mejores que los de la Thehay^
da^ pero del mismo género y estilo, que es el de las antiguas coplas castellanas, sin
mezcla de endecasílabos. Figuran entre ellos romances^ letras y motes con sus glosas,
una lamentación en coplas de pie quebrado á manera de las de Garci Sánchez de Ba-
dajoz (,pág. 203) y una contemplación de Fioriano en absencia de su señora trovada en
quintillas dobles con mucha soltura:
O (cDe Fioriano, pues, yo tengo lástima a su honra y gravedad y hazienda y alma. Lo pri-
»mero, porque le comienzan a cobrar ea opinión de poco assentado y mal concertado en sí y en su
)>casa. Lo segundo, porque da parte de las flaquezas y tracta y comunica un duque Fioriano, y en
»ojos de corte imperial, coa vn paje y unos mofos de espuelas. Lo tercero, he lástima a su hacienda,
))qae la veo andar baylando en manos de amigos públicos de ella y enemigos secretos del. Y veo le yr
».tras chismosos, tras rufianes, tras p..., tras alcahuetas, y con gente que con sus dones se honran, y
»de la honra del despedacen camino de los burdeles. do se gaste mal la hacienda del que la heredó
»bieQ, y la posee bien, y la dispensa y gouierna mal... Y vereys que no dará audiencia ni crédito a
))vtt criado antiguo, leal, seruicial, amador de su honra, defensor de su persona, augmentador de la
^gloria de su estado, y aun lo que peor y más peligroso es, que os cobrará enemiga porque le retraeys
»der los vicios, le desseays la salud, y le procurays por la hacienda, y le tractays de ensalmar su
»ordeni. Y esto- es el porqué ay oy en dia pocos criados antiguos fieles bien medrados en las casas de
i>los serióles... Y aquellos por fieles van se con quitarles la ración porque no asisten, y darles a más
»librar (máa por verguen9a que compelle al señor que por voluntad que le combide) el medio acoa-
»tamiento, porque se van como buenos, y lleuanle doblado los livianos que asisten, porque se pican
»de andar más galanes que graues... y ansi se han tornado los palacios acorro de viciosos, porque se
«despueblan de viejos y se acompañan de mo90s, y porque ay poca audiencia de verdades y gran
))gula de mentiras... Y por esto con poca autoridad de los palacios, los semientes de pelillo, los men-
Dtirosos, chismosos, malsines, truhanes, decidores maliciosos, chocarreros, como hallan audiencia en
Del Señor, ansí los tornan de su talle, si Dios y la buena condición no loa defiende de enviciarse»'
(pág. 211).
(») Vid. escena XV (pág. 211).
(3) Vid. escena XVIII (pp. 223 y 224).
INTRODUCCIÓN
QCLV
Vos, dama, soys mi esperan(;a,
Vos mi muerte, vida y gloria.
Vos mi bienauenturaiKja,
Vos de mis males bonanc/a.
Vos pinzel de mi memoria.
Yo sin vos soy el perdido,
Yo sin vos el que más muero,
Yo sin vos el mesmo olvido,
Y'o sin vos el mal nascido,
Y''o sin vos quien mal me quiero.
Vos sin mí de más valer,
Vos sin mí más sublimada.
Vos sin mí soys de querer.
Vos sin mí soys de temer.
Vos sin mí soys adorada.
Yo por vos soy muy dichoso.
Yo por vos quien resuscita,
Yo por vos vanaglorioso,
Yo por vos el más gozoso
Que en casa de amor habita..
Pero ]a más notable de estas poesías, bajo el aspecto métrico y musical, es una
danza ó pavana que Floriano compone y tañe á la vihuela en celebridad de sus bodas.
La estrofa, que suponemos inventada por el bachiller Rodríguez, es anterior en diez años
á las tentativas de rimas provenzales y francesas de Gil Polo. Consta de cuatro versos
de doce sílabas, dos de seis j uno de nueve. Véase este curioso specimen de ritmo
modernista:
Vos soys, Belisea, mi gloria cumplida,
Mi bien todo entero, mi nueva esperanza;
Por veros ya muero con tanta tardanza,
Por ver que la hora aun no es ya venida;
Al tiempo maldigo.
Pues vsa conmigo
Con su tardanr-a de enemigo.
Ay, quándo podré yo verme en la gloria
De aquel parayso de vuestro vergel!
Dichosas las plantas que vos veys en él,
Mas yo más que todos en vuestra memoria,
Mas ay, que hora veo
Que muy poco creo
Del bien que en vos halla mi desseo.
Vos sola soys gloria por vos merescida.
Pues otro ninguno no ay que os merezca;
Vos soys de las damas la más escogida,
Dichoso el amante que por vos padezca;
Mas ay, si yo fuese
Quien solo os siruiesse
Y solo quien por vos muriesse.
Vos soys el retracto del summo poder.
Que Dios ha mostrado en las criaturas;
Angélica imagen que acá en las baxuras
Eusal(,'ais a Dios en tal os hazer;
Soys solo una
A quien fortuna
Obedece desde la cuna.
ccLví orígenes de la NOVELA
Yos soys mi prisión y mi libertad;
Yo vuestro captiuo, y tan venturoso.
Que es tanta mi gloria, que hablarla no oso
Porque es offendida vuestra majestad;
Ansí yo callo
El bien que hallo
En ser vuestro libre vasallo.
Yos soys paradero de mis pensamientos;
Yos soys el pinzel con que mi memoria
Esculpe en mi alma tal contentamiento,
Que en vos halle objecto de su mayor gloria,
Pues con gran razón
El mi cora9on
Descansa en tal contemplación.
(Pág. 307).
El autor de la Florinea era valisoletano, ó por lo menos en Yalladolid residía
cuando compuso esta obra dramático-novelesca, cuya acción se desarrolla en aquella
ciudad, con gran copia de alusiones locales: á la Puerta del Campo, á la Cal Nueva, á
San Benito, San Pablo, Nuestra Señora del Prado, San Julián, la Trinidad y otras igle-
sias. También se habla de «la estatua de Don Pero Añiago (ó Miago), del hospitalejo de
Sanct Esteuan» (pág. 261), curiosa antigualla folklórica que sirvió de tema á una
comedia de Luis Yélez de Guevara, atribuida por error á D. Francisco de Eojas. Aun
en el lenguaje se nota algún modismo propio del habla familiar de aquella parte de
Castilla la Yieja, como el uso transitivo del verbo quedar (*).
El estilo de la Florinea es terso y puro, pero carece de vigor y animación, no sólo
comparado con la Celestina primitiva, como ya observó Ticknor, sino con la mayor parte
de las secundarias. No iguala á la Selvagia^ ni siquiera á la Policiana. La prosa del
bachiller Florián es demasiado fácil, redundante y desaliñada. Pero la riqueza de
su lenguaje familiar y el desenfado de su sintaxis la hacen digna de salir del olvido,
y en tal concepto la hemos reimpreso, no como libro de amena recreación (que cier-
tamente no lo es), sino como pieza de estudio para gramáticos y lexicógrafos, que encon-
trarán en ella un caudal no despreciable de idiotismos.
Mucho más vale la Selvagia (2), y de seguro la hubiéramos preferido á no existir ya
una reimpresión moderna, bastante correcta y fácil de adquirir (3). El estudiante tole-
(') Abundan los ejemplos de esto: «.Y en lugar del anillo te quedo mi corucon en este abraco» Ij
(pág. 182). «Bien dices; ve luego y buelve, que me quedas solay> (pág. 201). «Ay mezquina yo, ¿quién
quedó abierta la puerta? S) (ibid.) «Y como Fulminato os quedó solos» (pág. 277). I
(^) Comedia llamada Seluagia. En que se introduze los amores d'un cauallero llamado Seluago, con j .
vna ylustre dama dicha Isabela: efetuados jjor Dolosina, alcahueta famosa. Copuesta por Aloso de\ i
Villegas Seluago, Estudiante.
(Al fin): Fue impressa la presente obra en la Imperial Ciudad de Toledo: en casa de Joan Ferrer,\ i
Acabóse a diez y seys dias del mes de Mayo. Afio de mili y D.L.iiij. \
(Esta portada tiene un grabado en madera, que representa una de las escenas de la tragicomedia), j {
4.° let. gót. 76 hojas foliadas.
(.^) Está en el tomo quinto de la colección de Libros raros ó curiosos (Madrid, Rivadeneyra, l873),j ^
el mismo que contiene la Seraphina.
INTRODUCCIÓN cclvii
dauo que á los veinte años la compuso era escritor de raza, y ya en este ensayo juvenil
y algo liviano manifiesta las excelentes dotes que habían de darle muy señalado lugar
entre los prosistas del mejor tiempo de nuestra lengua. Llamábase el tal Alonso de Vi-
llegas Selvago, siendo quizá el Selvago un sobrenombre meramente poético, pues no
volvió á usarle en las obras de su edad madura, y coincide además con el del protago-
nista de su comedia, en quien manifiestamente quiso representarse á sí propio, ¡como á
su amada en la heroína, á la cual ni siquiera cambió el nombre. Ya en la portada estampa
el suyo, acompañado de la calificación de «estudiante» . Seríalo probablemente en la mo-
desta Universidad de Toledo, algo oscurecida por el radiante foco de la vecina Alcalá,
aunque tuvo sus días de esplendor con preceptores tan doctos como losCedillos y Vene-
gas, y más adelante con los Scotos y Narbonas. En unos versos acrósticos puestos al
principio del libro, según la costumbre de sus predecesores, constan la edad, la patria y
otras circunstancias de nuestro autor: «Alonso de Villegas Salvago compuso la Come-
»dia Selvagia en servicio de su señora Isabel de Barrionuevo, siendo de edad de veinte
»años, en Toledo, su patria». Habría nacido, por consiguiente, en 1534, y al mismo
resultado nos conducen otras fechas que fué consignando en sus obras posteriores, como
luego veremos.
Aunque el autor de la Selvagia imita muy de propósito á Fernando de Rojas (*),
también paga largo tributo al «magnífico caballero Feliciano de Silva, radiante luz y
» maravilloso exemplar de la española policía», cuya influencia se siente ya en las dis-
paratadas coplas preliminares:
Gozando sus gozos te muestra gozoso ,
y goza los gozos que goza su parte,
Adonde gozando por gozo tal arte,
En gozo te goza con gozo sabroso.
Cuanto hay de malo en el estilo de la Selvagia puede atribuirse al contagio de la
prosa de Feliciano, candidamente admirado por el joven escolar. Pero le sirvió de salu-
dable antídoto la lectura reflexiva del admirable original primero, y el ejemplo más re-
ciente de la Tragicomedia de Lisandro y Eoselia, en la cual ól solo parece haber fijado la
atención (-). El rufián Escalión de la Selvagia se declara hijo de Brumandilóu (pág. 237)
y lo parece tanto en sus hechos como en sus palabras. También se alude á la muerte
de Elicia (pág. 236).
Titúlase la Selvagia comedia, y no tragicomedia, lo cual tratándose de este género
de obras, quiere decir tan sólo que tiene el final no trágico ni lastimero, sino matrimo-
(M Osado se puede sin duda llamar,
Miradas sus faltas y pocos primores,
Pues quiere sin fuerzas con otros mejores
Valer, siendo pobre de baxo lugar:
Sabemos de Cota que pudo erape9ar
Obrando su ciencia la gran Celestina;
Labróse por Rojas su fin con muy fina
Ambrosia, que nunca se pudo estimar.
Sin duda por haber puntuado mal estos versos, creyó Ticknor que la frase «pobre de baxo
lngar> aludía á Gota, cuando por el contexto 63 visible que se refiere al autor mismo.
(') Gran parte de lo que en la primera cena dicen Flerinardo y Selvago en loor y en vituperio del
Amor está servilmente copiado de la obra de Sancho de Muñón, con los mismos ejemplos históricos.
ORÍGENES DE LA NOVELA.— 111.-/3
ocLvm orígenes DE LA NOVELA
nial y festivo. Pero con más razón que otras pudo llamarse comedia^ porque es más
dramática que ninguna de las Celestmas^ á excepción de la primitiva, y precisamente
en serlo se cifra su mayor mérito y sa relativa novedad, Alonso de Villegas imaginó
una fábula propia del teatro, la dio ingenioso principio ó inopinado desenlace, la exor-
nó con agradables peripecias y en desarrollar su plan se mostró más hábil que sus con-
temporáneos Sepúlveda, Lope de Kiieda, Timoneda y los demás autores de comedias
en prosa influidas por el arte italiano. Puede decirse que adivinó mejor que ninguno
de ellos lo que había de ser la futura comedia de capa y espada. La Selvagia, que es
una de las CelestÍ7ias más breves, pues consta sólo de cinco actos, divididos en corto
número de escenas, hubiera podido sin gran esfuerzo reducirse al marco teatral, y su
autor la creía representable, como se infiere de las últimas palabras que pronuncia el
enano Risdeño: «Yo, Risdeño, hombre de bien aunque chiquillo de cuerpo, amigo de
» todos aquellos que mi bien desean y mi provecho procuran, pidiendo por las faltas
» cometidas el debido peí don, acabo de representar la comedia llamada Selvagia»
(página 291).
El argmnento de la comedia dice de esta suerte:
«Un caballero llamado Flerinardo, generoso y de abundante patrimonio, vino de la
» Nueva España en esta ciudad, donde un dia por ella ruando, como acaso pasase por
» casa de un caballero anciano llamado Polibio, de una fenestra della vido una fermosa
» doncella, de la qual excesivamente fué enamorado. Pues como le fue dicho el tal
» Polibio tener una muy apuesta hija, cuyo nombre era Isabela, y la tal fenestra fuese
» de su aposento, creyendo ser la mesma Isabela la que visto habia, por caballero de su
»amor se intitulaba. Donde, dando parte a un gran amigo suyo, caballero de ilustre
» prosapia, llamado Sel vago, de su crescida pena, sucedió que el mesmo Selvago, tenien-
»do deseo de ver quién á su amigo tan subjeto y captivo le tenia, cumpliendo un dia
»su propósito y viéndola, no pudiendo su libertad someter á lo que á la verdadera
» amistad de Flerinardo debia, grandes culpas y mortales deseos á su causa padesce,
» tanto que fue puesto en grave enfermedad. Pues veniendo su gran amigo Flerinardo
»en presencia de su hermana Rosiana llamada, á visitarle, conoció que la tal Rosiana
»era la que en la fenestra de Polibio habia visto, y no Isabela, como se pensaba, por-
»que acaso, como hubiese amistad entre las dos doncellas, aquel dia se hablan juntas
» recreado; lo cual como á Selvago fuese dicho, con excesivo placer, porque abierta-
» mente osaria amar á Isabela, de su tan grave enfermedad fue sano, donde poniendo
» en el negocio una vieja astuta, cuyo nombre era Dolosina, cumplieron enteramente
» sus deseos, siendo primero desposados por palabras de futuro, lo que de á poco, con
» licencia de sus padres, se puso por obra, pasando lo mesmo de Flerinardo con Rosia- ;
»na. Pues estando el dia que las bodas se solenizaban con gran regocijo, vino un i
amaestro de la Nueva España, que habia sido de Flerinardo, el cual declaró cómo el
» mesmo Flerinardo era hijo único de Polibio, padre también de Isabela, que de chico, |
»con un tio suyo, en aquellas tierras se habia partido; con las quales nuevas todos I
»muy gozosos, quedando dos hermanos con dos hermanas juntos en matrimonio; sei
» dará fin á la comedia» .
Tenemos aquí, como se ve, los principales incidentes de una comedia de amor ó
intriga del siglo xvii, que si por la crudeza de algún detalle no cuadraría bien á Ja}
severa musa de Calderón, pudiera figurar sin violencia en el repertorio de Tirso de
INTRODUCCIÓN cclix
Molina, donde abundan los desposorios clandestinos y los matrimonios consumados
entre bastidores. Dos parejas enamoradas, confusión do una dama con otras, galantes
coloquios por la ventana, historias novelescas de hijos perdidos y encontrados, inter-
vención de personas que han estado en el Nuevo Mundo. La combinación de estos re-
cursos con los que ofrecía la tradición celestinesca remoza un tanto el viejo y ya gas-
tado tema. El reconocimiento ó anagnorisi.s final procede del teatro de Planto ó de las
comedias italianas del Kenacimieuto.
No puede negarse, sin embargo, que la mayor parte de las escenas de la Selvagia
son copia diestra y bien entendida, pero copia al fin, de la tragicomedia de Caliste. En
los caracteres es poco lo que se añade ó modifica, salvo la duplicación del caballero y
de la dama y la aparición de dos figuras secundarias trazadas con bastante acierto,
Valera, el ama de leche de Isabela, y el enano Risdeño.
El ama Yalera, que se parece poco á la nodriza de Julieta, salvo en su locuacidad
impertinente, es una embaucadora que explota á la enamorada doncella, sacándola
muchas y ricas joyas so pretexto de un fingido conjuro. Pero su papel es muy secun-
dario al lado de la famosa hechicera Dolosina, hija de Parmeiiia y nieta de Claudina,
por donde esta pieza viene á enlazarse con la Policiana. Para dar alguna novedad á
este tipo obligado, el autor, que relata su historia por boca del rufián Escalión, la hace
viajar por diversas partes y regiones «hasta que teniendo su asiento en íililán, la buena
» vieja (Parmenia) dio fin á sus días, quedando la hija huérfana y en extraña tierra.
» aunque no por eso perdió la realeza de su ánimo, que con lo que al presente de ha-
» cienda tenía, dio consigo en París, abriendo su tienda y mostrando sus mercaderías
»á la Corte francesa. Tomando, pues, allí conocimiento con cierto nigromántico, su arte
»muy por entero la enseñó, saliendo en él tan famosa maestra quanto el delicado en-
»tendimiento de una mujer es bastante. No contenta mucho con tal nación, en España
» pretende tornar, y visitando las principales ciudades della, aquí en su propia tierra
»fué tornada; donde habiendo salido muy niña y fermosa, vieja y disforme volvió. Fué,
»pues, desde poco aquí casada con un fanfarrón llamado Hetorino, mi amigo especial,
»con quien agora bien contenta y gozosa vive. Tienen allí cerca el rio una casa con dos
» puertas y dos moradas, donde él enseña á esgrimir algunos gentiles-hombres en la
» una, y ella á labrar mozas en la otra, ordenándose, entre las dos casas de discípulos,
»no pocos (antes muchos y muy grandes) malos recaudos entre dia. Es asimesmo la
» vieja la más subtil y taimada alcahueta hechicera que en nuestros tiempos, ni aun
»creo que en los pasados, se hallará; pero no sólo con sus palabras y conjuros ablanda
» los muy duros corazones, mas aun con su meneo y visaje os hace venir las manos
catadas á conceder en su propósito y voluntad. Muchas veces, como su marido me ha
» dicho, con el arte de nigromancia que aprendió, delante dellos se torna invisible, y
» desde algún tiempo da señas verdaderas de lo que pasa en muy diversas tierras; tiene
» también poder de convertirse en animales y aves, con que no sólo hace sus hechos,
» mas aun se defiende de quien su mal procura, porque, como dicen, ó demo á los su-
»yos quiere. Es fama que tiene muy gran tesoro, aunque el lugar está celado, mas
»por ello la insaciable hambre de la codicia nunca olvida, antes siempre, confesándose
por pobre, por una moneda de plata hará, como dicen, ciribones (?). Tiene á la conti-
»nua en su casa dos mozas de buen parecer para alivio de cuitados que sus aventuras
» buscan, que tan bien amaestradas la dueña honrada las tiene, aunque de pocos dias,
ooLx orígenes de la NOVELA
2> que al triste que en sus manos cae, no solo cou sus fingidos halagos lo que encima tiene
»le da, mas aun la palabra por prenda de más les dexa empeñada. Esta, pues, de quien,
» señores, habéis oido, es la dueña por quien me habéis preguntado, de quien con razón
»se podría decir que lo que en la leche mamó, en la mortaja mostrará» (pp. 115-116).
El tipo, como se ve, está gallardamente trazado, mezclando reminiscencias del
Asno de oro con otras de la Celestina. Pero en el desarrollo de la intriga para nada se
aprovecha la idea de las transmutaciones mágicas. El conjuro es tan pedantesco y tan
remoto de las auténticas supersticiones populares, como todos los que hemos visto en
obras anteriores, exceptuando la Lozana.^ que en este punto, como en todos, tiene la
exactitud material de la fotografía. La Dolosina de Alonso de Villegas se atiene á la far-
macopea tradicional en las de su oficio, desde la maga Erichto de Lucano: «el olio infer-
2>nal, las candelas del cerco, el ídolo de arambre juntamente con la bujeta del ungüento
» serpentino, la lengua del ahorcado, los ojos del lobo cerval, la espina del pez remora,
» los testículos del animal castor, el pedazo de carne momia, y las taleguillas de las
»hierbas del monte Olimpo que truxiste el dia de Mayo» (pág, 151). ¡Buen aparato
para una bruja toledana del siglo xvi! Fernando de Rojas había pecado en esto, y sus
discípulos se creyeron obligados á seguirle al pie de la letra, aunque padeciese la veri-
similitud material y moral que casi siempre observan en la pintura de costumbres.
El enano Risdeño es creación bastante donosa, que parece sugerida por análogos
personajes del Amadls de Qcmla y otros libros de caballerías, aunque á veces no ten-
gan más carácter cómico que el que nace de la pequenez de su estatura en contrapo-
sición con los gigantes, endriagos y vestiglos que en tales narraciones pululan. La
figura poética y aérea de Risdeño; su jovialidad fresca y viva; su infantil afectación de
valor ('), más positivo, sin embargo, que el del rufián Escalión; la sutileza de ingenio
con que hace la apología de los de su talla y enumera metódicamente sus excelen-
cias f), prestan cierto encanto humorístico á las escenas donde intei viene, que son las
mejores de la obra.
D. Bartolomé Gallardo, demasiado severo en esta ocasión, tacha de afectada y rela-
mida la prosa de la Selvagia, y Ticknor dice que el diálogo abunda en ridiculas pedan-
terías. Esto último es innegable, y se explica bien por los pocos años del autor, por su
condición de estudiante ávido de ostentar su corta ciencia y por el ejemplo de las Ce-
lestinas anteriores, todas más ó meno's contaminadas de pedantismo. Desde la primera
(') ^Risdeño. — Sabed que con vos tengo de ir, y lo que de v.s fuere será de mí; ni quiero que
»penseÍ8 que aunque el cuerpo no es muy aventajado, que me faltará corazón para cualquier caso de
»afrenta, especialmente en vuestro servicio... i
y)Flerinardo . — Por mi fe, Risdeño, si fueras del tamaño de San Cristóbal y tuvieras esfuerzo i
«conforme al que con ese pequeño cuerpo dijuiuestras, que tú solo tuvieras más aventajada fortaleza |
»que todo el mundo.
-s>Risd. — ¿Cómo, señor, y tan á pocas liablas en mi gran valí ntía? Pues yo os aseguro que sin
Bque San Cristóbal me prestase su cuerpo, osase entrar en campo sobre un caso de honra con quatro
átales como vuestro criado Escalión, y aun pensaria de les llevar los despojos.
DFlerin. — Por mi vida, Risdeño, que si fueras en tiempo de los epimeos, á quien tú pareces,
»que dellos fueras en rey elegido, porque los defendieras de las grullas, que con ellos tienen batallaí
(pp. 210 á 211).
(") Este elogio de los enanos (pp. 261 á 263), que al parecer se funda en otro más antiguo com-
puesto en verso («En metro os las podria decir, porque así me las enseñaron á mí»), recuerda ente-
ramente el gracejo de las Ejnstolas /ami liares del obinpo Guevara.
lNTROr>UCCIÓN coLxi
cena encontramos citadas la Ulixea^ la Eneida j los Metamor fóseos, y además á Pla-
tón, á Valerio Máximo, al Petrarca y á Boccaccio. Pero el autor predilecto es Ovidio, de
CUYOS Remedia Amoris se presenta un extracto {'), añadiendo uq remedio más, tomado
de la Silva de Pero Mexia. El rufián Escalión jura «por la metafísica de Aristóteles»
(pág. 31) y se jacta de haber dado muerte á dos contrarios suyos «con dos heridas terri-
i> bles, que Héctor, ni aun su hijo Astianax, el que üiixes despeñó de una torre, no las
» hicieran» (pág. 50). Apéase Selvago en el zaguán de la casa de su amigo Plerinardo,
y éste exclama: «Tan saludable sea para mí su venida como la de Cincinato al afligido
» pueblo» (pág. 56). La doncella Isabela discurre sobre los cuatro elementos y sobre la
creación del soma ó cuerpo humano (pág. 66).
En esto no cabe excusa, pero puede haberla en cuanto á la prosa, que si es enfática
y amanerada en los trozos de aparato, como razonamientos y cartas, es viva, natural
y sabrosa en la mayor parte del diálogo, sobre todo en boca de los personajes secunda-
rios. Es cierto que hay páginas enteras donde un hipérbaton violento y risible, acom-
pañado de estúpidos juegos de palabras y metáforas incoherentes, enmaraña la sintaxis
de Alonso de Villegas y le hace en sus declamaciones digno émulo de Feliciano de
Silva. ¿Quién esperaría nada bueno de un libro que comienza así?:
«Resuenen ya mis enorm'es y rabiosas querellas, rompiendo el velo del sufrimiento
»con que hasta hoy han sido detenidas. Penetren los encumbrados cielos mis fuertes y
» congojosos clamores, forzando su fuerza sin ella por haber sido forzada con acaesci-
» miento tan desastrado y fuerte. Maticen los delicados aires mis muchas y dolorosas
» lágrimas, de miserables y profundos suspiros esmaltadas. Descúbranse los furibundos
^alaridos, quebrantando los claustros y encerramientos que tanto tiempo han tenido;
» esparzan con su ligero ímpetu las delicadas exhalaciones de que el no domable cora-
^zón solie ser cercado.... Dolor, angustia y pena procuren de hoy más mi compañía;
» quieran con querer lo que mi contraria ventura no queriendo quiso. Apercíbase mi
» pequeña fortaleza para tan horrenda batalla como comenzar quiere; descubra sus
» insignias y estandartes de clemencia, poniéndose los soldados de servicios en alarde
^de rompimiento. Resuenen los roncos atambores con querellosos zumbidos; los tiros
» mensajeros penetren con fuertes dislates los túrbidos vientos y municiones de majes-
»tad contraria; los ligeros dardos y tajantes espadas con desvíos consuman los míseros
» combatientes; inquira el fuerte caudillo del ingenio nuevas y exquisitas maneras de
> combates, para que pueda venir en algún pi'óspero suceso su fluctuoso partido»
(pp. 1 á 3).
La primera carta de amor de Selvago á Isabela consta sólo de dos cláusulas: la
primera tiene treinta líneas. «Así como los pequeños hijos de la caudalosa real ave,
> puestos á los radiantes rayos del lúcido Pebo, para que verdaderamente sean tenidos
*por legítimos y propios hijos de la tal madre, con grande admiración ocupan la vista
»en aquella prefulgente luminaria, sin tener parte para de allí ser apartados por el cre-
»cido amor mezclado de grande admiración, que tan fijo en ella pusieron, de la mesma
(') PF. 16 á Ut. Expuesta la doctrina de Nasón, continúa: «Otro remedio cuenta para el amor
»el magnifico caballero Pero Mexia eu su Silva, con el cual sanó Faustina, mujer de Marco Aurelio;
i»la cual como excesivamente amase á un esgrimidor de los que hacían los regocijos públicos, y
^viéndose en peligro de muerte, por esta causa los médicos mandaron matar y quemar al esgrimi-
ídor, y los polvos bebidos por Faustina fué libre de su amor inhonesto».
ccLxii orígenes de la NOVELA
amanera, excelente señora, mi flaco y débil entendimiento puesto delante tu claro y
» lúcido aspecto, para que su ser claramente demostrase que parte de humano en sí
» tenía, de temeroso y crecido temor ocupado, los líquidos y delicados aires con profun-
» dos alaridos esmalta, sin que las continuas suasiones de su madre, la Kazón, de tal
» espectáculo apartarlo puedan, no dexo de sentir, como humano, seráfica dea, la cruda y
» muy temerosa contienda que dentro de mí siento encrudelecerse, después que mis
»ojos fueron con tu divina vista clarificados, etc., etc.»
Si toda la Selvagia estuviese escrita en semejante estilo, sería por cierto una rap-
sodia abominable, aunque curiosa para demostrar que las peores aberraciones del cul-
teranismo tenían antecedentes en la literatura del siglo anterior. Afortunadamente, no
todo es de este gusto. A renglón seguido de la lectura de la carta entra en escena el
ama Yalera, hablando en el puro y castizo romance de Toledo:
«Enhorabuena vea yo la cara de oro y perlas preciosas, fresca como las flores de
» Mayo, Hija Isabela, en Dios y en mi conciencia, que de cada dia más te vas tornando
»una emperatriz en fermosura. Santa Pascua fué en domingo si no me pareces una
» Verónica y retrato de San Miguel, el ángel que está en mi perrochia en unas andas
»de oro» (pág, 75).
¡Con qué suave maña sonsaca á la enamorada Isabela lo que necesita para el supues-
to conjuro!: «Lo primero son necesarias dos palomas de color de ñeve para sacarles la
»hiel, que es cosa en esto muy aprobada; ansimesmo un cabrito tierno y de buen
» tamaño; dos gallinas prietas cresticoloradas; dos quesos de Mallorca ó de los de Pinto;
» dos docenas de huevos de ánsar con algunas madrecillas; dos cangiloncillos de hasta
» cuatro ó seis azumbres de lo de San Martin ó Monviedre, y ansí finalmente, dos
»monedillas de oro bermejo; que si tú desto me provees, verás maravillas» (pág. 87).
Los personajes nobles, como Polibio y Senesta, padres de Isabela, y la madre y la
hermana de Selvago, expresan sus afectos con la grave dignidad propia de la antigua
famiHa castellana:
«Funebr-a. — Hijo mío, descanso de mi atribulada vejez, ¿qué sentis? ¿qué mal es
»el vuestro, que mi ánima, después de lo saber, ningún descanso ha tenido? Por vues-
s> tra vida, mi amor, que me lo digáis, que si vos en el cuerpo lo sentís, yo en el ánima
»lo padezco, por causa de ser vos en quien mi vida, después de la muerte de vuestro
» padre, está pendiente...
»Ros. — Señor hermano, si por ser yo la persona que más en esta vida con razón
»os ama, la causa de vuestra poca salud me descubriésedes, no sería pequeña la mer-
» ced que de vos recebiría, porque no sólo tendríades en mí quien en igual grado que
»vos vuestro mal sintiese, mas en ello hasta la muerte trabajaría, buscando la medici-
»na en vuestra pena más conveniente^» (pág. 103).
Tal es el estilo habitual de la Selvagia^ y por él debe juzgársela. Todo lo demás son
arias de bravura que se repiten mecánicamente. A tales altibajos hay que acostum-
brarse en nuestros libros antiguos, y quien no vea el anverso y el reverso de la meda-
lla no llegará á estimarlos rectamente. Alonso de Villegas, sazonado y picante en las
burlas, discreto y á veces afectuoso y tierno en las veras, muestra una madurez de
juicio muy superior á su corta edad, pero no podía tener formado su gusto. Lo que hay
de bueno en la Selvagia honra su ingenio; lo demás es culpa del artificio retóiico estu-
diado en pésimas fuentes.
INTRODUCCIÓN ocLxiii
Los versos que intercala en su comedia son pocos j malos. En esto tiene razón
Gallardo. Sólo merece indulto de la condenación general un romance alegórico-
amatorio á estilo de trovadores, con algunas reminiscencias de los viejos y populares
A los montes de Parnaso Porque con sola su vista
A caza va mi cuidado, Los ha muy mal espantado.
Vestido de ropas verdes Ellos estando en aquesto,
Que la esperanza le ha dado. Un caballero ha llegado,
De canes, que son servicios. Armado de ricas armas.
Viene todo rodeado; Con señales de morado;
Los monteros pensamientos En la mano trae blandiendo
Vienen cerca de su lado; Un dardo bien afilado,
En una cueva metida, Que, como al cuidado vido.
Lugar solo y apartado. Con soberbia le ha hablado:
Descubierto han una cierva; «Por tu muy gran osadía
Tras ella todos han dado; De mí serás maltratado».
Las cornetas de gemidos Diciendo estas palabras
Fuertemente han resonado; El venablo le ha tirado.
El cuidado y un montero Por medio del corazón
Los primeros han llegado; De parte á parte ha pasado;
La cierva, sin tener miedo^ No contando con aquesto,
Muy contenta se ha mostrado; A la cueva le ha llevado.
Los perros se parten della Échale fuertes prisiones
Que tocalla no han osado. Do le dexa encarcelado.
(Pág. 159).
Desde 1554, fecha déla Selvagia, hasta 1578 hay una gran laguna en las noticias
biográficas de Alonso de Villegas. Es probable que los amores del joven estudiante con
«su señora Isabel de Barrionuevo» no tuviesen tan dichoso fin como él en su poética
fantasía imaginaba, adelantándose á los acontecimientos en el desenlace de su comedia.
Lo cierto es que veintidós años después le encontramos convertido en respetable ecle-
siástico y capellán de los mozárabes de Toledo. Acaso para boiTar lecuerdos profanos
prescindía del apellido Selvago^ si es que en realidad le tuvo, y añadía á su nombre el
calificativo de licenciado^ probablemente en Sagrada Teología. Su persona había expe-
rimentado la misma transfoí-mación que su siglo, pasando desde la bulliciosa y franca
alegi-ía de los tiempos del Emperador á la austera disciplina del reinado de Felipe II.
Un nuevo período se abría á su actividad literaria, y durante el resto de su vida, que
fué bastante larga, ejercitó sin cesar su fácil y castiza pluma en argumentos religiosos
y propios de la gravedad de su estado. Por este camino llegó á ser uno de los escrito-
res más populares, especialmente en materia hagiográfica. Los cinco abultados volúme-
nes de su Flos Sanctoriim^ compilados de las obras de Lipomano y Surio, con muchas
adiciones de santos españoles, vinieron muy oportunamente á sustituir á las viejas y rudas
traducciones de la Legenda Áurea. Y aunque nuestro Villegas, como casi todos los que
trataron de vidas de Santos antes de la grande obra de los Bolandistas, adolece de nimia
credulidad y falta de crítica, es tan fervorosa la piedad con que escribe, tan patente su
celo por el provecho de las almas y tan notoria su buena fe, que se le pueden perdonar
sus defectos, casi inevitables, en gracia de la pureza y sencillez de su estilo, que parece
reflejo de la ingenuidad de su corazón. El crédito persistente de sus libros, muchas veces
ccLxiv ORTGETíES DE LA NOVELA
reimpresos y traducidos al italiano j á otras lenguas, no cesó del todo aun después de
la aparición del Flos Sanctorum del P. Rivadeneyra, escritor toledano como Villegas,
pero muy superior á él en corrección y gusto. Ambas obras compartieron durante el si-
glo xvir el favor de las gentes inclinadas á la piedad, y fué gran lástima que en el xviil,
en que todas las cosas, hasta la devoción, se afrancesaron en España, fuesen arrincona-
das tan elegantes páginas, usurpando su puesto el Año Cristiano del P. Croisset, que
llegó á ser lectura predilecta de las familias. En la prolija tarea de traducirle invirtió el
P. Isla mucho tiempo y trabajo, que hubieran estado mejor empleados en composicio-
nes originales, y aunque la versión resultó menos galicana que otras, el mérito del
texto no compensaba ni con mucho el sacrificio que voluntariamente se impuso uno de
los últimos ingenios que con entera propiedad merecieron el nombre de españoles. En
vano quiso hacer la competencia á la obra del jesuíta extranjero el erudito valenciano
D. Joaquín Lorenzo Villanueva con su Año Cristiano Español^ digno de aprecio por su
crítica en general sana y aun por el estilo, que es bastante limado, pero seco y pobre. Las
sospechas de jansenismo que pesaban sobre el canónigo Villanueva perjudicaron, bien
injustamente, a la difusión de su obra, y resultó casi estéril su tentativa hagiográfica, que
apenas ha tenido continuadores.
Pero de la saludable reacción en favor de las lecturas castizas dan testimonio las
varias reimpresiones totales ó parciales del Flos Sanctorum del P. Rivadeneyra hechas
durante la centuria pasada. Alonso de Villegas no ha tenido tanta fortuna. Sus infolios
son de difícil adquisición y rara vez se encuentran juntos.
Apareció el primero en 1580, y en él, como en varios de los siguientes, hizo constar
el autor la fecha en que los iba terminando. «En el qual puse postrera mano Domingo
»seys dias de Enero, en que la Iglesia Católica celebra fiesta de los Reyes, del año del
» nascimiento de Christo de mil y quinientos y setenta y siete: teniendo la silla de Sant
» Pedro Gregorio decimotercio, y reynando en España el catholico Rey don Phelippe,
» segundo deste nombre» (M.
De la segunda parte^ que comienza con la Vida de la Virgen, no conozco edición
anterior a la de 1588, que se presenta ya adicionada y corregida. Villegas se titula en la
portada, además de capellán de mozárabes, beneficiado de San Marcos (^).
Del mismo año es la tercera parte^ que contiene las vidas de «santos extravagantes»
(es decir, que están fuera del rezo común) ó de personas virtuosas no canonizadas. Vi-
llegas, que ningún tropiezo había tenido con el Santo Oficio cuando imprimió la Selva-
gia^ le encontró mucho más riguroso con sus historias de Santos. La adición relativa
(') Prnnera parte de Flos Sanctorum nueuo: hecho por el Licenciado Alonso de Villegas, capellán
en la Capilla de los Mogaraues de la Sancta Iglesia de Toledo. Toledo, por Diego de Ayala, en treze
dias de Mayo, de mil y quinientos y setenta y ocho años.
(^) Flos Sanctorum, segunda parte y Historia general en que se escriue la vida de la Virgen Sacra-
tissima madre de Dios, y señora nuestra; y las de los Santos antiguos que fueron antes de la venida de
nuestro Saluador al mundo: collegidas assi de la diuina escrip'tiira, como de lo que escriuen acerca desto
los sagrados doctores, y otros autores qraues y fidedignos. Ponese al fin de cada vida alguna doctrina
moral, al proposito de lo contenido en ella con diuersos exemplos. Tratase de las seys edades del mundo, ,
y en ellas los hechos más dignos de memoria que en él sucedieron. Puesto en estilo graue y compeu'
dioso... Por el Maestro Alonso Villegas, Capellán en la Capilla Mogarahe de la Santa yglesia de
loledo, beneficiado de San Mareos, y puesto otra vez en mejor estilo por el mismo Autor... Toledo, por
Juan Rodríguez, 1588,
IIÍTRODUCCIÓN cci.xv
á los varones ilustres en virtud se mandó quitar del libro, conforme á las sabias pres-
cripciones de la Iglesia, que prohiben calificar de beatos por mera creencia pía á los
que ella no ha declarado tales (').
También en las dos primeras partes se mandaron borrar «algunas cosas apócrifas é
inciertas», según se advierte en la edición toledana de 1591, obligando al autor á hacer
una especie de refundición de su obra, en la cual salió muy mejorada. Puso la última
mano á este trabajo á treinta días de mayo de 1595 {^].
(•) Flos Sancto7-um. Tercera parte. Y Historia general en que ic escriuen las vidas de Sanctos
estrauagantes y de varones ilustres en virtud: de los quales, los unos por hauer padecido martirio por lesu
Christo ó auer viuido vida Sanclisslma, los tiene ya la Iglesia Catholica puestos en el Catalogo de los
Sanctos. Los otros que aun no están canonizados, porque fueron sus obras de grande exejnplo, piadosa^
¡nente se cree que están gozando de Dios en comp)ania de sus bicnatienturados... Toledo, por Juan y
Pedro Rodríguez, hermanos, impressores y mercaderes de libros, 158S.
Ejemplar de la Biblioteca Provincial de Toledo, descrito por Pérez Pastor, núm. 386. Este emi-
nente investigador publicó en otro libro suyo (Bibliografía Madrileña, parte tercera, 1907, pp. .516
y 517) el curioso documento que sigue:
«Recibimos la de V. S de xiii del pasado á los 27 del mismo, en que V. S. manda se recoja la
■>tercera parte del Flos Sanctorum , ordenado por el maestro Villegas, impreso en Toledo año de 1588,
»y en cumplimiento della se leyó aquí ayer domingo edicto para recoserla, y han comenzado hoy
»a traer algunos libros destos, ansi de los impresos en el dicho año de 1588 y en los desto año
>de 1589, y porque en entrambas impresiones está el principio y fin de las razones que V. S. manda
«borrar, y en los deste año de 89 falta lo de la monja de Portugal, dudamos si faltando esto en
"Otra impresión, se ha de quitar lo demás de las llagas de San Francisco y otras cosas a este propósito,
»y hasta tener respuesta de V. S. de lo que en esto se haga, habemos suspendido el enviar por el
'districto. Suplicamos a V. S. nos mande avisar de su voluntad, porque habiéndose de quitar lo uno
»y lo otro, es necesario poner otros edictos que exiban los de entrambas impresiones... En Tolc-
ftdo, XII de Junio de 1589. > (Archivo Histórico Nacional. Inquisición de Toledo. Cartas para el Con-
sejo, fol. 211.)
Como se ve, uno délos motivos que tuvo la Suprema para recoger este tomo tercero fué lo que
en él había estampado el candido Villegas sobre las llagas y demás embelecos de la célebre monja
portuguesa Sor María de la Visitación. Si los falsos milagros de aquella embaucadora llegaron á sor-
prender por un momento la mente angelical de Fr. Luis de Granada, ¿qué mucho que también tro-
pezase el hagiógrafo toledano? Pero la Inquisición, en este caso como en oíros análogos, desempeñó
un papel contrario al que vulgarmente se le atribuye, castigando con rígida mano la impostura y
oponiéndose á su divulgación.
(^*) i* los Sanctorum y Historia general de la vida y hechos de lesu Christo, Dios y Señor Núes •
tro, y de todos los Santos de que reza y haze fiesta la Iglesia Católica, conforme al Breuiario Romano,
reformado por el decreto del Santo Concilio Tridentino; junto con las vidas de los Santos proprios de
España y de otros e.xtrauagantes . Quitadas algunas cosas apócrifas e inciertas. Y añadidas muchas
figuras y autoridades de la Sagrada Escritura, traydas a proposito de las historias de los Santos. Y
muchas anotaciones curiosas, y consideraciones prouechosas. Colegido todo de autores graues y apro-
uados. . En esta vltima impression van añadidas algunas cosaj, y puestas otras en mejor estilo, por el
mismo autor... Toledo, por la viuda de Juan Rodríguez, 1 591.
— Flos Sanctorum Segunda parte. Toledo, por luán laure, a costa de los herederos del dotor Fran-
cisco Vázquez. Año de 1594.
(Al fin); «Yo el Maestro Alonso de Villegas, emende esta segunda parte del Flos Sanctorwn de
•ranchas erratas y palabras trocidas que tenia: especialmente en las cotas marginales que estañan
»muy deprauadas. Y assi seruira de original para que^por él se hagan otras impressíones. Y en testi-
• monio de verdad la firmé de mi nombre.»
En 18 de julio del mismo año de 1594 puso Alonso^de Villegas una nota marginal en el códice
[que poseyó de la Coronyca de las antigüedades de España de Fr. Juan de Rihuerga, y existe hoy en
la Bibhoteca Nacional. Villegas declara que le acabó de leer siendo de edad de sesenta años.
ccLxvi orígenes de la novela
En el intervalo sg había publicado en Madrid, 1589, la cuarta parte, que contiene
discursos y sermones sobre los Evangelios de todas las Dominicas del año, ferias de
Cuaresma j Santos principales (*).
Cuéntase como quinta parte del Flos Sajictorwn, aunque en rigor no lo sea, el Fruc-
tus Sanctorum, del cual sólo conocemos la edición de Cuenca, 1594 (^). Es, sin disputa,
la más rara de todas las obras de Alonso de Villegas, y la más útil para el estudio de
las leyendas y tradiciones piadosas. Contiene una selva numerosa de ejemplos morales,
á la manera del Prado Espiritual de Santero y otras colecciones análogas para uso
de los predicadores y edificación de los fieles.
El tomo sexto de las obras de nuestro autor es la Vitoria y Triunfo de lesu Christo,
terminado en 1." de marzo de 1600, «siendo de edad de sesenta y seis años», é im-
preso en Madrid en 1603 (3).
En varios tiempos publicó otros escritos más breves, todos de análoga materia,
Ed 1592 dedicó á la villa de Madrid una Vida de San Isidro labrador (*), que viene á
ser la misma incluida en el Flos Sanctorum. En 1595 publicó en Toledo la Vida de Saii
Tirso, acompañada de una carta al corregidor D. Alonso de Cárcamo sobre ciertas
antiguallas descubiertas en la imperial ciudad, á las cuales presta ciega fe, lo mismo
que á la supuesta carta del rey Silo, cayendo incautamente, como tantos otros, en las
redes del gran falsario Román de la Higuera (^). En 1600 tradujo un libro ascético de
(1) Flos Sanctorum. Quarta y ultima Parte. Y Discursos, Sermones sobre los Evangelios de todas
las Dominicas del año, ferias de Quaresma y de santos principales: en que se contienen exposiciones
literales^ doctrinas morales^ documentos espirituales, auisos y exemplos prouechosos para todos estados.
Dirigida al Principe de España don Felipe segundo deste nombre. Por el Maestro Alonso de Villegas,
sacerdote Teólogo y predicador , capellán en la capilla mogarabe de la Santa Iglesia de Toledo y bene-
ficiado de San Marcos, natural de la misma ciudad de Toledo... Madrid, en casa de Pedro Madri-
gal: MDLXXXIX.
Lleva un retrato del autor con esta inscripción, que naturalmente no se refiere á la edad que
tenía Villegas al tiempo de hacerse esa edición, sino que está tomada de otra anterior: «Alfonsus de
Villegas Tolet. Theol. Vitarum Sanctarum Scriptor. Annos agens 49».
(*) No la menciona D. Fermín Caballero en su o^pú^ciúo La Imprenta en Cuenca (Cuenca, 1869),
pero sí la Cuarta parte impresa allí mismo, en casa de Juan Maaselin, á costa de Cristiano Bernabé,
mercader de libros, en 1592. Así en el colofón; pero en el frontis se puso, por una superchería ó
convenio editorial, la indicaeión de Madrid, en casa de Pedro Madrigal, 1593.
Sería impertinente aquí apurar la extensa y algo complicada bibliografía del Flos Sanctorum
de Alonso de Villegas. La última edición de las muchas que la Biblioteca Nacional posee es la de
Madrid, 1721 á 1724.
(') «.Vitoria y trivnfo de lesv Christo, y libro en que se escriven los Hechos y milagros que hizo en
»el mundo este Señor y Dios nuestro, doctrina que predicó, preceptos y consejos que dio: conform.e a
*como lo refieren sus Evangelistas y declaran diversos Doctores. Pénense conceptos y pensamientos
»graues, exemplos y sucessos marauillosos, consideraciones y contemplaciones piadosas: de lo qual con el
»diuinofauor los Letores pueden sacar importante prouecho. De modo que, a imitación del mismo lesu
» Christo, alcancen vitoria de los demonios y vicios que les hazen continua guerra; y assi adornados de
» virtudes y obras meritorias, subirán triunfando al gozo de los bienes eternos de la Gloria... Por el
y Maestro Alonso de Villegas... Es sexta parte de sus obras. En Madrid, por Luis Sánchez, 1603.»
{*) Vida de Isidro Labrador, cuyo cuerpo está en la Iglesia Parroquial de San Andrés de Ma-
drid; escrita por el Maestro Alonso de Villegas, toledano. Dirigida a la muy insigne villa de Madrid.
Madrid, por Luis Sánchez, 1592. 27 hs.
(") Traslado de la caria y relación que embió a su Magestad el señor don Alonso de Cárcamo, co-
rregidor de la imperial ciudad de Toledo. Relación que hizo a su magestad Esteban de Garibay su
1
INTRODUCCIÓN fCLxvii
D. Florencio Harleman, monje cartujo de Lovaina; pero este trabajo, que dedicó á doña
María de Zúñiga, monja en San Clemente de Toledo, permanece manuscrito ('). Entre
los <!^ser/non€S predicados en la beatificación de la B. M. Teresa de Jesús Virgen.. .t
(Madrid, 1615) hay uno que Alonso de Villegas pronunció en la catedral de Toledo. Es
la última noticia que tenemos de su persona.
D. Xicolás Antonio le atribuye equivocadamente dos libros más: el tratado de los
Favores que hace á sus devotos la Virgen nuestra Señora (Valencia, l(i35) y Solilo-
quios Divinos (Madrid, 1637). uno y otro pertenecen al ilustre ascético jesuíta Bemar-
dino de Villegas, natural de Oropesa.
En un cuadro del toledano Blas de Prado, existente en nuestro gran Museo Xacio-
nal, que representa á la Virgen con el niño Jesús y varios santos, está representado
Alonso de Villegas (^), cuya efigie nos han conservado, por otra parte, varias ediciones
del Flos Sanctorum.
Es tradición consignada por D. Tomás Tamayo de Vargas en su Junta de libros (3), y
repetida por D. Nicolás Antonio (*). que Alonso de Villegas, arrepentido de haber com-
puesto la Selvagia , hizo los mayores esfuerzos para recogerla y destruirla. Nada de
particular tiene que un eclesiástico tan grave, entregado á ejercicios de piedad y á la
composición de obras espirituales, mirase con ceño aquella producción algo liviana de su
primera juventud. Pero no hemos de extremar las cosas hasta el punto de creer que se
horrorizase de ella, como dice el erudito librero D. Pedro Salva, movido en parte por
sus prejuicios anticlericales, y todavía más por el deseo de acrecentar el valor de su
mercancía, exagerando la rareza de la Selvagia (^). El caso no merece tantas alharacas.
coronista. Dificultades i obiecciones cerca ds la opinión que el hienauenturado martyr San Thyrso fue
natural de Toledo. Apología en que se responde a algunas obiecciones y dubdas puestas asi contra la
carta del Rey Silo, como contra la verdadera declaración del hymno gothico de San Thyrso, embiada.
al rey nuestro seíwr, por don Alonso de Cárcamo, su corregidor en Toledo. Planta y alzados de las
ruinas descubiertas. A don Alonso de Cárcamo^ corregidor de Toledo, el maestro Ahnso de Villegas.
Vida íÍ€ San Thyrso mártir, colegida de diversos autores por el maestro Alonso de Villegas. En To-
ledo, por Pedro Rodríguez, 1596. Fol. 38 lis.
(•) Via Vitae. Libro que contiene instituciones y exercitaciones espirituales para el christiano, en
que se enseña de qué manera ha de comenzar y proseguir el camino de las virtudes hasta llegar a ser
perfecto, hecho por Don Florencio Harlemano, monje cartuxo en Lovaina. Traduxole de la lengua
teutónica en latin Tácito Nicolao Zegero, del orden de los menores, y en español el maestro AIotiso de
Villegas, toledano. Ms. al parecer autógrafo, que poseyó D. José Sancho Rayón.
Esta versión es un nuevo dato para apreciar la influencia que pudieron tener los místicos alema-
nes en los nuestros.
(*) Catálogo Descriptivo é Histórico de los Cuadros del Museo del Prado de Madrid, por D. Pe-
dro de Madrazo, Parte primera, pág. 519.
(') *Selvagia, comedia al modo de Celestina, para remedio de los estudiantes mundanos, que
•después, y aplicado ¿ cosas sagradas solamente, procuró recoger con gran diligencia. He leído de su
»mano un libro de cuentos varios.*
(*) * Selvagia Comedia: ad Celestinae imitationera olim confecerat, quam tamen suppriniere
•máxime voluit curavitque jam maior annis totusque studio pietatis deditus. Prodiit haec Toleti.
»Libros (sic) de qüentos va)-ios, quem Ms. se TÍdisse refert D. Thomas Tamajus in magna Callee-
*tione librorum Eispanorumj> {Bibliotheca Hispana Nova, tomo I, pág. 55).
(') Catálogo de la Biblioteca de Salva, I, núra. 1497. «Horrorizado sin duda Alonso de Villegas
»de su primera producción, procuró recoger y desiruir cuantos ejemplares le vinieron á las manos, y
»a esto se debe indudablemente el que sea una de las comedias más raras de nuestro antiguo teatro.>
ccLxvin ORÍGENES DE LA NOVELA
La Selvagia es una de las Celestinas menos desenvueltas en su lenguaje y menos escan-
dalosas en sus lances. Y aun siendo rarísima, no es de las más raras, puesto que hemos
visto de ella cinco ejemplares (•) sin salir de España. De todos modos, á los escrúpulos
quizá nimios de Alonso de Villegas se debió que quedase inédito, j probablemente se
perdiera, un libro suyo de cimitos varios^ que serían apreciables de fijo, dadas las con-
diciones narrativas que el autor mostró en bien diversa materia.
No debe confundirse con la Selvagia otra obra de parecido título, impresa treinta
años después, y que también pertenece á la galería celestinesca, la Comedia Salvaje de
Joaquín Romero de Cepeda, vecino de Badajoz, inserta en el rarísimo tomo de sus Obras
(Sevilla, 1582) ('^). Fué Romero de Cepeda mediano poeta, más feliz en los metros
cortos que en los de importación italiana; imitador a veces hábil de Castillejo y Grre-
gorio Silvestre, pero no un ingenio de relevante personalidad ni mucho menos. Así lo
testifican su poema El iiifelice robo de Helena^ su colección de romances sobre La an-
tigua^ memorable y sangrienta destruyción de Troya (Toledo, 1583), su Conserva Es-
piritual (Medina del Campo, 1588), su traducción de las Fábulas de Esopo y otros (Se-
villa, 1590) y un libro de caballerías, que fué de los últimos de su género, no descrito
aún por los bibliógrafos.
La comedia Salvaje (no Selvaje, como han escrito algunos) no pertenece al género
novelesco, sino al dramático. Es perfectamente representable, y puede darse por seguro
que fué representada. Consta de cuatro jornadas muy breves, escritas en redondillas
dobles, y se asemeja del todo en su sencilla traza y artificio á las imitaciones de Torres
Naharro que hicieron Jaime de Huete, Agustín Ortiz y otros, más bien que á las fábu-
las complicadas y aparatosas de Juan de la Cueva, que debían de estar en su mayor
auge cuando Joaquín Romero de Cepeda ofreció al público sevillano las suyas.
La relación muy estrecha en que la Salvaje está respecto de la Celestina puede
(*) El que poseyó el mismo Salva, el que fué de D. Pascual Gayangos y iioy pertenece á la
Biblioteca Nacionul, el del Marqués de Pidal, el de D. Isidoro Urzaiz y algún otro.
(^J Obras de loachim Romero de Cepeda, vezino de Badajoz. Dirigidas al muy ilustre señor don
Luys de Molina Barrientos, del Consejo de su Magestad en la Real Audiencia de Seuilla. Com (sic)
preuilegio. En Seuilla. Por Andrea Pescioni. Afio de 1582. A costa de Francisco Rodrigues, mercader
de Libros.
4.°, 140 hojas, contando las tres primeras de preliminares.
La Comedia Salvaje ocupa los folios 118 á 138. Al fin de cada jornada se pone la lista de las
personas de ella.
Va en el miemo tomo otra pieza dramática de Romero de Cepeda, la Comedia Metamorfosea
(folios 130 á 137). Pertenece al género pastoril, y consta de tres jornadas muy breves. Moratín, que
capri<^hosamente la asigna la fecha de 1578, la da como anónima en sus Orígenes del Teatro (núme-
ro 131), refiriéndose á un ejemplar que existía en la biblioteca del Convento de dominicos de ¿anta
Catalina de Barcelona. Acaso sería una edición suelta ó la comedia estaría desglosada del tomo de
las Obras. El mismo autor (núm. 156) cita una edición de la Salvaje (Selvaje dice) de Sevilla, 1582f
que alcanzó á ver en la misma biblioteca barcelonesa y sobre la cual nos cabe la misma duda.
El tomo completo de las Obras de Joaquín Romero de Cepeda es muy raro. Nuestra Biblioteca
Nacional posee el ejemplar que fué de D. Agustín Duran. Existe también en la Escurialense y en
la Nacional de París.
Tanto la Salvaje como la Metamorfosea fueron reimpresas con bastante desaliño por D. Euge-
nio de Ochoa en el tomo primero del Tesoro del Teatro Español que publicó el editor Bandry (Pa-
rís, 1838], págs. 286-308. Y muy recientemente lo han sido en el Archivo Extremeño, erudita revista
que se publica en Badajoz.
y
INTRODUCCIí^N
OOLXIX
colegirse por su mismo título, que es casi un plagio, cometido también por Luis de
Miranda: «Comedia Salvaje, m la qual, por muy delicado estilo y artificio^ se descubre
•!>lo que de las alcahuetas a las honestas doncellas se les sigue ^ en el 'proceso de lo qual
»se fallarán muchos procesos y sentenciase.
Todavía es más explícito el argumento: «Auacreo ('), caballero mancebo de mediano
» estado, enamórase de Lucrecia, hija de Arnaldo y Albina, única heredera de sus pa-
.i>dres, muy rica y hermosa, la qual por medio de Gabrina, famosa alcahueta, viene a
» condescender a los ruegos de Anacreo; descúbrese el hecho, prenden a Gabrina, ahor-
» can a Rosio, criado de Anacreo. Huye Lucrecia; van sus padres en su busca; a Arnaldo
» matan salteadores, y a ellos Anacreo, que va en busca de Lucrecia. Roban a Albina
> dos salvajes, defiéndela Anacreo, sale Lucrecia al ruido en hábito de pastora, mata los
» salvajes, dase a conocer, perdónalos Albina, despósanse Anacreo y Lucrecia» .
Dos partes hay que distinguir en esta composición. La primera, que comprende las
dos primeras jornadas y parte de la tercera, es una imitación ó más bien una versifica-
ción de la Celestina^ tan servil que puede ponerse al lado de las traducciones literales
de Urrea y Sedeño. Pero los versos son fáciles y no desnudos de elegancia, como ya
advirtió Moratín. Juzgúese por este soliloquio de Gabrina, cuando va á casa de Lucrecia
(jornada segunda):
La madre que me parió
Haya mal fin y quebranto,
Que á hija que quiso tanto
Tan mal oficio mostró.
De contino el manto á cuestas,
Con las haldas arrastrando,
Por callejas rodeando
Y otras partes deshonestas .
Contino por monesterios,
Por ermitas, por cantones;
De noche como ladrones
Cercando los cimenterios.
Por sepulcros de finados.
Y por lugares desiertos,
Buscando huesos de muertos
Y narices de ahorcados.
Y á la fin muy bien pagado
Al cabo de mis afanes!
Por servir á estos galanes
Dos veces me han emplumado:
Pues agora una coroza
O algún jubón sin costura.
Triste de tu hermosura,
Uabrina, cuando eras moza!
Ora en fin yo quiero ir.
Por demás es este lloro.
Que esta cadena de oro
Me hará a veces reir.
Llevo perfumes y olores,
Tocas de lienzo delgado.
Seis madejas de hilado
Y otras yerbas para amores.
La carta quiero guardar,
Porque el ir no me sea en vano,
Que en tomándola en su mano
Le haré a Anacreo amar.
Quiero ir, que ya me espera
De Lucrecia el hermosura.
¡Que buen principio y ventura
Que sus padres salen fuera!
Conjuróte, gran Pluton,
Emperador de dañados,
Rey de los atormentados
Y de la infernal región;
Señor del sulfúreo fuego.
Capitán del rio Leteo,
Molestador de Fineo
Y veedor del reino ciego.
De las infernales furias,
Hidras, harpías volantes,
(') El poeta escribe unas veces Anacreo y olraa Anacreon, según cuadra á la nierlida de sus
.' eraos.
cchxx orígenes de LA NOVELA
De las ánimas penantes, Que tanto tu nombre precia,
Señor de las tristes curias; Hagas que muera Lucrecia
Yo, Grabrina, antes que parta, Por amores de Anacreo;
Te conjuro, pido y ruego Y siempre te serviré
Que con tu sulfúreo fuego Con fe muy firme y constante,
Te encierres en esta carta. Y sino con luz radiante
Y cumpliendo mi deseo, Tus cárceres heriré.
El resto de la pieza es un purísimo desatino, eu que se amalgaman confusamente
incidentes del drama novelesco y del pastoril. Moratín hizo de mano maestra su análi-
sis, con aquella especial habilidad que él tenía para contar los argumentos de las come-
dias ridiculas.
«Lucrecia, acompañada de la vieja alcahueta Gabrina, abandona la casa de sus padres
y se va á la de Anacreo su amante: los padres de Lucrecia, echándola menos, van á
casa de Gabrina con la justicia, y de allí á la de Anacreo; pero éste y Lúcrela han huido
descolgándose por una ventana. Presos Gabrina y el criado Rosio, los llevan á la plaza:
allí aparece la horca á vista del auditorio; suben al reo y le cuelgan; á Gabrina la em-
pluman, le ponen una coroza, y sentándola en la escalera del suplicio queda abandonada
á merced de los muchachos, que á porfía le tiran brevas, berenjenas y tomates, le reme-
san los pelos y le dan puñadas; hecho esto dice el juez:
Quiten luego á esa muger,
Y en ti erren al ahorcado.
»En la cuarta jornada sale por un monte Lucrecia con arco y saetas y llora la
mala ventura de sus amores; luego que se retira, sale por otro lado Anacreo lamentán-
dose igualmente de la desdicha en que se ve. Salen después Albina y Arnaldo, padres
de Lucrecia, vestidos de peregrinos, en busca de su hija; descansan un rato de la fatiga
del camino, y al querer proseguirle los sorprenden dos ladrones llamados Tarisio y
Troco; el viejo Arnaldo quiere defenderse y muere á sus manos; sobreviene al ruido
Anacreo y mata á Tarisio; su compañero Troco se va huyendo; sigue el reconocimiento
de Anacreo y Albina, y cuando tratan de enterrar el cadáver de Arnaldo, vienen dos
salvajes, entre los cuales se ve Anacreo en mucho peligro de perder la vida; pero Lu-
crecia, que se aparece muy oportunamente, dispara una flecha y cae muerto uno de los
salvajes. Anacreo en tanto consigue matar al segundo; la madre y el amante, sin reco-
nocer á Lucrecia, le agradecen el socorro que les ha dado; ella al fin se descubre, y con ^
el regocijo de los tres acaba la fábula.»
Sólo por tener forma de comedia en prosa é intervenir en ella una hechicera puede | ij
contarse entre las Celestinas la Dolería del Sueño del Mundo ^ que pertenece en reali-i
dad al género alegórico-fantástico, más cultivado en el siglo xvii que en el xvi, á cuyasj
postrimerías corresponde esta obra, tan singular por su título como por su desarrollo.!
Fué su autor Pedro Hurtado de la Vera, cuyo apellido indica origen extremeño, al
paso que ciertas rarezas de su lenguaje puedan hacer sospechar que fuera nacido c
criado en Portugal. ¿Sería por ventura algún judío portugués cuyos ascendientes hubie-i
ran pasado de Extremadura al reino vecino? De su persona nada más podemos decii
sino que en 1573 publicó, traducida del italiano, una de las más tardías versiones de
INTRODUCCIÓN colxxi
Sendebar^ conocida con el nombre de Erasto ('). Algo de influjo italiano se columbra
también en la BohHa (*), que recuerda, hasta cierto punto, la Circe de Juan Bautista
Gelli 7 otros diálogos satíricos, sin ser positiva imitación de ninguno de ellos. El autor
se muestra versado en todo género de literatura, especialmente en los libros de caba-
(*) Historia lastimera cV el Principe Erasto, hijo del Emperador Diocletiano, en la qual se con-
tienen muchos ejemplos notables y discursos no menos recreativos que provechosos y necessurios, trudu-
zida de Italiano en Español^ por Pedro Hurtado de la V&ra. En Anvers, en casa de la Biuda y herede-
ros de luán Stelsio, 1573.
8.0 113 pp. dobles.
El original italiano se titula, en la edición que tengo á la vista: Erasto dopo molti secoli ritornato
al fine in luce. Et con somma diligenza dal Greco fedelmente tradotto in italiano. In Vinegia apressu
Agostino Bindoni V anno M. D. LI (1551). La 1." edición es también de Venecia: Li compassio'
nevoU auuenimenti rf' Erasto^ opera dotta et morale di greco tradotta in volgare (1542)
O Comedia intitulada Dolería d' el SueTio d' el Mundo, cuyo Argumento va tratado por vía de
Philosophia Moi al: aora nuevamente compuesta por Pedro Hurtado de la Vera (Escudo del Mecenas).
En Anvers. En casa de la Biuda y herederos de luán Stelsio. Año de M. D. LXXII. Con gracia y
jyriuilegio.
(Al fin): En casa de Daniel Veruliet, año 1572.
12." 2 hojas sin foliar, de portada y principios, y 142 páginas dobles.
— En Ambéres, en casa de Guslenio lansens, al Gallo vigilante, 1595. Con gracia y privilegio.
Edición idéntica en todo á la anterior.
— La Dolería del sueño del Mundo. Comedia tratada por via de Philosophia Moral. luntamente
van aquí: Los Proverbios morales. Hechos por Alonso Guajardo Fajardo. Paris^ Ivan Foüet,
M D. C. XIIII.
12.* 6 hs. prle. y 193 folios para la comedia. Los proverbios tienen paginación diversa, que llega
liasta el folio 47, numerado 46 por errata.
Estos Proverbios son doscientos ochenta. César Oudin reprodujo en su colección 49 acompaña*
dos de versión francesa.
No podemos adivinar por qué motivo se suprimió en esta edición de la Dolería el noml)re de
Hurtado de la Vera, y se añadió un escrito ajeno y muy anterior á él, como son los Proverbios. La
primera edición de esta obrita moral se había publicado en Córdoba.
Proverbios morales. Hechos por vn cauallero de Cordoua, llamado Alonso Guajardo íajardo.
Dirigido al excellentísimo Señor don Gongulo Fernandez de Cordoua, Duque de Sessa y de Vaena,
Conde de Cabra, Governador y Capitán General de Alilan y estados de Lombardia. Con Priuilegio.
En Cordoua. Por Gabriel Ramos Bejarano, 1586 (al fin, 1587).
8." 51 hs. y una blanca al fin Precede al texto una «Carta de Sebastian de León, vecino de
»Cordoua, clérigo, al Sr. Pedro Guajardo de Aguijar, hijo mayor del autor, y uno de los veinticiia-
ÍBtros del Piegimiento de Cordoua».
«Illustre Señor. De muchas cosas que el señor Alonso Guajardo, padre de V. merced y señor
Bmio, escriuio, así en lengua Latina y Griega como en la Toscana y Española y aun trancesa, porque
1 »cn todas tuuo general erudición, los Proverbios Morales son los que mas se frequentan y andan en
I Del vso, y se estiman de todo género de gente por la doctrina y christianos auisos de que tratan. Y
> »como por los traslados de diversas manos que dellos ay, se ha perdido y venido en corrubcion la
j «primera verdad en que fueron escritos, que ha mas tiempo de sesenta años, pues el de mil y quinten^
\ i>to8 y veynte y quatro, en la ciudad de Palermo en Sicilia, siendo el Señor Alonso Guajardo Capitán
I »y Alguacil mayor de la sancta inquisición de todo aquel reyno y yslas adjacentes, parece por el borra-
\ »dor antiguo que los escrivió, hize muchas veces con su merced, para preuenir los yerros venideros,
I 5>la instancia que bastaron mis fuergas, suplicándole los mandase o consintiese imprimir, y no lo
I ípudiendo acabar, ni otras personas muy graues que como yo deseauan su seruicio, lo bol vi a inten-
I ítar en la ausencia que hizo desta ciudad siendo Corregidor en la de Huesear, pareciéndome menor
I Ddaño que el de mi castigo quando se supiesse, aunque fuesse grande, el que se seguiría de oscu-
recer y perderse obra tan universalmente buena, y tan dina de memoria larga; pero esto no
ooLxxii orígenes de LA NOVELA
Herías y eu los poemas de Boyardo y del Ariosto ('). Cita con frecuencia y oportunidad
trozos de romances viejos (2), como antes de él lo había hecho Jorge Ferreira, á quien
se parece también en lo cortado y sentencioso del estilo. En el pensamiento de su obra
»pudo ser tan secreto que no llegase antes a su noticia, y con correo a diligencia agradeciendo mi
nvoluntad, me mandó que en contradicion de la suya no prosiguiese mi intento, fundando esta
))defensa en que el excellentisimo Duque de Sessa don Gongalo Fernandez de Cordoua, a quien hs
y>dedicó, no pudo acabar con él que sacase a pla9a con titulo de su nombre obra tan corta, y de tan
»pocos renglones, y asi paró mi denuedo, hasta que con su ñn y muerte le he cobrado de nuevo, y a
Bmis solas he ganado licencia para hazer imprimir un traslado que vino a mi poder, que más que
Dtodos los otros parece fiel. Suplico a vuestra merced no se desirva de ello, y tenga por bien que a
sesta ciudad de Cordoua, a quien t\nta parte toca de la honra de tal hijo, se comuniquen impresos
»precetos tan dinos de ser sabidos, y hechos de un tan christiano y discreto cauallero que siempre
»pu80 por obra la virtud que aconsejó...»
Vid. Valdenebro y Oisneros (D José María), La Imprenta en Córdoba, obra premiada por la
Biblioteca Nacional. Madrid, 1900, pp. 19 á 21.
En 1623 D. Carlos Guajardo Fajardo obtuvo licencia del Consejo para reimprimir estos Prover
bies por tiempo de cuatros años, pero esta reimpresión no llegó á efectuarse.
Hay una moderna lindísima, de cien ejemplares, publicada en Sevilla, 1888, por el bibliófilo
D. Agustín Guajardo Fajardo de Torres, descendiente del autor.
He aquí el primero y el último de los Proverbios de Guajardo, manifiestamente imitados de
Gómez Manrique y otros poetas del siglo xv:
Por el agosto la nieue
l'arece contra razón,
Viene el agua sin razón
Quando en el estío Ilueue.
(juarnezcala de alto muro
Virtudes en derredor,
Y morará el fundador
De toda virtud signro.
En este género de poesía paremiológica, Alonso Guajardo aupera á Alonso de Barros y á Cris-
tóbal Pérez de Herrera, más conocidos que él, pero es inferior al catalán Setantí, autor de los Avisos
de amigo.
Las dos ediciones que poseemos de la Dolería (Amberes, 1572, y París, 1614) son incorreciísi-
inas, como impresas en país extranjero; pero como no tienen exactamente las mismas erratas, sirven
á \ eces para corregirse la una á la otra. Con ambas va cotejado el testo de la presente reimpresión.
(') «Por tener compañía al gran Kugiero» (pág. 318). «Mejor sería hallar las fuentes de Merlin
T)de amor y desamor para poner la vna al opposito de la otra y hazer morir Angélica por Reynaldos,
))y él que huyese de ella como del diablo) (pág. 345). «No sea ella la de Ferraguto viuo, que Ue-
))vaua a Ferraguto muerto» (pág. 379). «Esto es lo bueno para entrar y salir, como hazia Malgessi
»ayudando sus doze pares» (pág. 379). «Deues hauer soñado con Cárcel de Amor ó Guarino Mezqui-
y>noí> (pág. 331). «Estava en la gloria de Niquea, con los amores de Amadis» (pág. 332, alusión á
Feliciano de Silva). «Y encantar más tierras que el sabio Alquife» (pág. 354), «Y no podrías darme
»mejor fiesta por discantar a mi plazer los ademanes de Zirfea, Reina de Cartas, esclava de Argenes);
(pág. 361). «Mal año para don Galaor o cualquiera de los doze Pares» (pág. 363). «Nuestro primo
»Heraclio,.. nos mete en trabajo aora de buscar Astolpho de Inglaterra con su hypogrifo, que le vaya
»por el meollo al cielo como hizo al de Orlando» (pág. 369). «Quise tanto a vna que passara el arco i
))de los leales amadores, pensando ser no menos querido della; mas a la postre, porque no me reyesse '■
ude los otros, uve de descender al infierno de Anastarax* (pág. 372). Todavía hay otras alusiones á \
la literatura caballeresca italiana y española, común recreo de entonces.
(*) Pág. 331. «Por la calzada va el moro, — por la calzada adelante» (pág. 356). «Y tu merced J
y)no sabe quándo es de dia, ni quando las noches soné, como dezia el prisionero» (pág. 364). «Y dile j
wecibi curtas que Al/ama era tomaday> (pág. 372). «Madre y hija son;; entrambas, — y esta noche se '
INTRODUCCIÓN cor.xxiii
y en algunas de las alegorías de que se vale percíbese la acción eficaz de los moralistas
y satíricos antiguos, sobre todo do Luciano, tan imitado en España durante nuestro
siglo de oro (').
La Dolería del sueño del Mimdo es una invención francamente alegórica. Todos los
personajes tienen una doble representación real y simbólica; pero la primera es muy
tenue y borrosa y queda casi enteramente anulada por la segunda, lo cual comunica
extraordinaria frialdad al diálogo y reduce á mínimo valor la intriga, tan confusa y
enmaraííada que á duras penas se entiende en la primera lectura. Todos representan
alguna virtud ó vicio, pero no siempre los actos que en la tragicomedia se les asignan
van de acuerdo con lo que sus nombres griegos anuncian. Hay en esta parte notables
incongruencias y falta do solidez en los caracteres, si tal nombre merecen.
))no3 vone: palabras que yban diziendo — monedas de oro soné, qne se mataron por dos, — que no
»v!ilen medio nonei) (pág, 339, parece contrahecho de burlas á imitación de los antiguos). «Yerros
»liechos por amures— dii^nos son de perdonare» (id.). «Parildo, infanta, parildo, —que assi iiizo mi
»Miadre a ni}-» (pá^. 351). «Vuelta, vuelta, los franceses — coa corazón a la lid.» Cita también las
coplas de Jorge Manrique (pá^j. 345), y algún cantarcillo popular: Vuélvete á tu majada, pastor, —
toma tu zurrón, -- que no hay mas dongolondron (pag. 3G4).
Los pocos versos que hay en la Dolería son casi todos de la antigua escuela, salvo algtln pésimo
«oneto. En los versos cortos tiene más soltura y gracia:
Damas, si soys tristes, Como vos los sueños.
Vos lo merescistes. . Damas, mal dormistes,
De ser muy risueños Pues tan mal soñastes,
Lloran vuestros ojos, Si assi recordastes,
Tengan sus enojos Bien Id merecistes (pág. 386).
('^ Ya en la dedicatoria al Duque de MedinaceH alega Pedro Hurtado ciertas palabras de Alcí-
bíades en el Sin'posio platónico: «V. ExceTencia la defienda (esta comedia), y tome, no por liuiana
DO sensual como paresce, sino por los S'ylenos que dizen de Alcibiades (eran estos Sylenos ciertas
»caxuelas pintadas por de fuera, con figuras de Satyros y otros animales desprezibles (sic) y ridicu-
»los, mas lo de dentro no tenía precio)» fpág. 312).
Del Eiichiridion de Epicteto procede este pasaje:
«Astasia. — Conviene representar tu parte d' esta comedia con los hábitos que el maestro lo orde-
»nare.
Síldona. — No lo entiendo.
DAstasia. — Yo te lo declararé; este mundo es el Thcatro, nosotros las figuras, Dios el que ordena
íla comedia; en ser Rey en ella, Monarclia, o cipitan, no está la gloria, sino en reprcsentur bien su
íRgiira cada vno, o sea de loco, de Cv)zinero, labrador, pastor o mofo de caiuillos. Es menester obe-
. ídescer al hado y no extr.iñar lance ninguno, porque viene de alta mano» (pág, 3'2G).
Las escenas en q':e intervienen Morpheo y Ohuron parecen sugeridas por los diálogos de Lucia-
no, que es'a nominalmente citado más de una vez: «I Jamaríamos a Luciano en nuestra ayuda o a
í>Charonj que es el verdugo d' estas burleriis» (uág. 320).
Hiiy también algunas reminiscencias del Asno de Oro, leído en la traducción de Cortegana,
como lo prueba la sustitución del nombre de la criada de la hechicera (Photis en el original latino)
por el de Andrii.
dAgosio, — Hablas como reyna; esa es la más cierta experiencia. Pero no sea éste el de Apuleyo, y
ítú Avdria para mi? Xoianialu acá, vernia a ser asno toda mi vida.
y>Dí)leria. — Xo ves que estamos en el mes de mayo, y que terniamos a la ora rosas?
í/l-sosío. — O pese al mundo, en mayo fue lo otro; pero el asno primero huvo ciertos palos, y
' Meruió mil amos con cien mil lazerias.
*D.ileria. — Sí, mas ya estamos adnertldns, y esso fue en Thesalia.
y>Asosio. — Doyle al diablo, que en cualquiera parte so hallan ya Milones y ladrones» (pág. 352).
CnÍQKNjiS DE LA NOVELA. — UI. — 2
ccLxxiv ORIGEITES DE LA NOVELA
El autor amonesta que se lea su Comedia «como cosa moral y traslado de la vida
■•» humana. Amor es el argumento d' ella, por ser en el mundo Amor la causa de todo
»mal y bien. Duerme el Mundo j sueña ser Heraclio amor de virtud y fama, con el
:> contrapeso de vanagloria, que es Honorio su criado. Logistico^ la Razón que manda
» sobre ella, la cual cae alguna vez para levantarse con más fuerca como Antheo y
»reconoscer la fuer9a soberana. Astasia es la sensualidad y hipocresía en hábitos de
» virtud. El deleyte, Idona, hermosa de cara, de obras fea. Melania, la malicia, cuyo
» fruto es el trabajo, que la color d' el negro significa, y a la postre queda subjecta á
» Mario, que es la ignorancia, y con él casada. Asosio, la carne vagabunda, pero al
» spirito reduzida con el castigo y experiencia. Las Egypcianas son las tentaciones, que
» procuran de ajuntar los buenos a los malos. A?/dronio, la ciuil costumbre que declina
» de la malicia a Aplotis, la simplicidad. Apio, Metió, Amercia, Mania son los vicios.
y>I)oleria, la casamentera d' ellos, engaño y castigo juntamente. El bosque de las som-
» bras, la vanidad de las cosas d' esta vida. Aglaia, Thalia, Caliope, Melpomene, las
» sciencias y virtudes que voluntariamente se presentan a sus amadores. Los Salvages,
» penitencia y contino remordimiento de la conciencia. Nemesis, la justicia que yguala
»todo y manifiesta lo que hizo dissimuladamente y disfrazada con Asosio, tomando
» después por instrumento de castigar los malos a los malos, de remunerar los buenos
»a los buenos. Es Charon la Muerte, que despierta al Mundo y da principio de vida a
»unos, de muerte a otros. Si el argumento o estilo no te contenta, hágalo el desseo, que
»es de contentar los anisados; si no, cásate con la hermana de Melania, mujer de Morio,
»y sereys cuñados» (*).
Estas últimas palabras de Hurtado de la Vera, que con tanta llaneza declara tonto
de solemnidad al que no guste del artificio de la Dolería, indican lo satisfecho que hubo
de quedar de este alarde de su ingenio. Pero algo había de temerario en su presunción,
no justificada por las medianas dotes de su inventiva y estilo. El pensamiento de la obra
era ingenioso, aunque no muy original, y, desarrollado con eficacia artística^ hubiera
podido ser el germen de una gran concepción fantástica. Hacer dormir al Mundo
durante seis mil años y desarrollar en las visiones de un sueño el espectáculo de la vida
humana, con sus ilusiones y sus desengaños, para destruir luego esta aérea fábrica al
son de los remos de la barca de Carón, era empresa digna de un gran poeta, y debe
contarse entre los precedentes de obras análogas, como las de Grillparzer y el Duque
de Rivas. No puede negarse tampoco á Hurtado de la Vera cierto talento agudo y sutil,
que de puro sutil se quiebra, en algunas de sus alegorías, como el banquete en casa de
Astasia y el diálogo de las fingidas gitanas (escena 5." del tercer acto); la transfigura-
ción de Asosio por las mágicas artes de Dolería en la persona de un cortesano llamado '
Andronio, y las equivocaciones y lannes cómicos (un tanto análogos á los del Anfitrión \
de Planto) que esta transformación ocasiona (escenas 7." y 8.* del mismo acto; l.'\ 2.*, '
4.* y 9.'' del acto cuarto); los engaños del bosque encantado, donde las sombras se hacen
cuerpos y los cuerpos sombras, y toda persona se duplica y llega a perder la conciencia
de sí misma (escenas 6.'' y 7.''' del acto quinto); la aparición de las Gracias, de las Musas
y de la justiciera Nómesis, que ahuyentan con serena luz clásica las visiones de aquella
noche de Walpurgis (escena 8.' del quinto acto).
(') Pág. 313 del tomo presente.
INTRODUCCIÓN otfLXXv
No era ciertamente pensador vulgar el que interpretaba el mundo diciendo que <rde
» lo bueno no hay en él más que la sombra, y de lo malo todos son cuerpos» (pág. 383).
Pero le faltó aquel extraño poder de dar vida á las abstracciones de la mente, que por
tan diversos caminos mostraron, casi á un tiempo, en España el autor del Criticón y
en Inglaterra el autor del Viaje del Peregrino. Eu la Doleria del sueño del Mundo se
ve una imaginación pobre y apocada, que lucha con un argumento muy superior á sus
fuerzas; que no llega, ni por asomo, á convertir eu personaje real ninguno de sus fan-
tasmas alegóricos, y se pierde con ellos en un laberinto de disfraces y embrollos pue-
riles. Obra, en suma, que sólo por curiosidad puede leerse y que no deja en el espíritu
ninguna impresión duradera.
El estilo es tan artificioso y revesado como el argumento. Todos los interlocutores
hablan por sentencias y alusiones; todos aguzan el pensamiento en forma de epigrama.
Xo faltan rasgos felices, que el fino amador de nuestra lengua debe estimar y reco-
ger; pero el conjunto es de gran monotonía. Hurtado de la Vera, que carecía del
genio brillante y á veces hondo de Baltasar Gracián, había adivinado, y aplicaba en su
parte peor, medio siglo antes que él, aquella doctrina del estilo que el jesuíta aragonés
teorizó en su libro de la Agudexa^ y llevó al último extremo en El Héroe, el Oráculo
Manual y El Discreto. Hay conceptos en la Doleria que son verdaderos enigmas, y
cuando se llega á descifrarlos rara vez compensan el trabajo que cuestan.
Pero obra curiosa lo es, sin duda, hasta por sus particularidades de lenguaje,
como el empleo de ciertas formas de la conjugación, ya arcaicas y desusadas á fines
del siglo XVI, á no ser que se estimen como netamente portuguesas ('). Acaso Hurtado
de la Yera saldría de la Península muy joven, lo cual puede explicar la persistencia de
estas locuciones, aprendidas en la infancia, al paso que su residencia en Flandes pudo
dar ocasión á un corto número de galicismos y írases exóticas que de vez en cuando
salpican su texto (-). Todo el libro revela una cultura algo pedantesca. «¿Qué mal hago
»yo en obseruar las letras de la entrada de la escuela de Platón, no entrando sin Geo-
»metria?... Hize prouision, en casa, de un guante lleno de artes liberales» (pág. 331).
Eu la escena 3.* del segundo acto se intercala extemporáneamente una disertación
sobre los nueve cielos, con todos los errores de la antigua cosmografía.
Dudo mucho que D. Pedro Calderón conociese la Doleria., nunca impresa en España;
pero el título y el pensamiento general de la comedia alegórica de Hurtado traen á la
memoria el título y la idea moral de La vida es sueño, si bien no hay en la ejecución
(') Pá|;;. 33(): «Todavía quiero que me prometas trabajar de contentarte y creresme». Pág. 339:
«Hasta la teneres en la mano». Pág. 353: «Para acabares a las dos». Pág. 357: «.Dexareste engañari».
Pág. 363: «En qué te offendí para me offenderes? en qué te burlé para me hurlares^» Pág. 369:
«Es una salsa para comereste los dedos de sabrosa». Pág. 370: « Burlareste de mí y kazeresme morir
Mcon tus descuydos?»
(') «Bandiiki de sí la carne» por «desterrada» (pág. 328). «Pero no hazes que irme a la mano rús-
»ticamentt» (pág. 357). «Los ofüciales haziendo el reporte de lo que por las manos passa» (p. 382).
«No hay en él que la sombra» (pág. 383).
También se nota algún ¡taiianismo, como escabello (pág. 350), estriega por bruja (pág. 375), y
bastantes latinismos, entre ellos colligantia .{]pág. 371) y párenles en vez de parientes (pág. 336).
Algunas voces, como tristoño (pág. 360) y amadiosa (pág. 361), que tienen visos de portuguesas,
pueden ser extremeñísmos ó leonesismos. La primera se encuentra en las farsas pastoriles compues-
tas en tierra de Salamanca á principios del siglo xvi.
ccLxxvi orígenes de LA NOVELA
ningÚQ punto de contacto. No hemos de entrar en la cuestión, bastante compleja, do
los orígenes del drama calderoniano, que muy pronto ha de ser tratada exprofeso por
un erudito norteamericano; pero no pelemos menos de llamar la atención sobro frases
tan significativas como óstas de la Dolería: «¿Y a la postre no para todo en sueño? no
» hablamos d' ello, o no recordamos d' ello como de sueño?» (pág. 315).
Muy distinto género de interés nos olrece L% Lena ó El Celoso, obra lindísima del
valisoletano D. Alfonso Velázquez de Yelasco y última de las que so ofrecen á la conside-
ración del lector en el presente tomo. Impresa en 1602, tres años antes que el Quijote,
marca el punto extremo de nuestro trabajo, no porque el siglo xvii dejara de producir
otras Celestinas, sino porque la de Velasco pertenece enteramente al gusto del siglo an-
terior, dentro del cual la suponemos compuesta, aunque fuese algo tardía la impresión.
Los pocos datos que tenemos del capitán pincitno (como entonces solían llamarse por
error geográfico los hijos de Valladolid) nos inducen á creer que era hombre de madura
edad cuando dio á luz esta producción suya tan sabrosa y picante. Y debía de ser perso-
na de cousidnración en la milicia, puesto que le honraron con su íntima confianza dos
de los grandes soldados españoles del tiempo de Felipe II: el coronel Francisco Verdugo,
hijo ilustre de Talavera de la Keina, primer sargento mayor de los tercios de Flandcs y
heroico gobernador de Frisia, donde resistió catorce años á los rebeldes holandeses, y el
perínclito D. Bernardino de Mendoza, capitán de caballos ligeros en el ejército del Duque
de Alba, imperioso embajador del Rey Católico en Inglaterra y en Francia y arbitro
de París durante los tumultos de la Liga, á la cual apoyó con su brazo y su consejo (').
Fué nuestro D. Alfonso editor, y quizá algo más, del Commentario ó Memorias mili-
tares del coronel Verdugo, impresas en Ñápeles (1610), si bien cinco años antes corría ya
de molde una versión italiana de Jerónimo Frachetta (-). Preceden y siguen á la edición
castellana [^) varios elogios poéticos de Verdugo, que había fallecido en 1597, gober-
nando las armas de España en el Estado de I,uxemburgo, después de haber hecho
victoriosa entrada en Francia, llegando hasta las puertas de Sedán. En un prólogo muy
bien escrito, como suyo, recopila D. Alfonso una parte de las hazañas de su amigo, y
(') La vida militar y política de Mendoza merece un libro qne no ha sido escrito aún, y cuya
base debe ser su riquísima correspondencia diploiiiáiica, aprovecliada ya, aun^^ue no completamente,
por los liistoriadoies franceses. Dos preciosos artículos del Sr. Morel-Fatio, publicados eti el Bulle-
iin nispaniqne de 1906 (Don Bernardino de Mendoza. I, La Tie.II, Les (Euvres), Pon, hasta ahora,
la más cabal liiígrafía del autor de los primeros Comen'arios de las guerrjs de los Piases Buxos.
(^) Li Commentari di Francesco Verdugo delle cote swese in Frisia nel tempo che eglifa Goher-
natore e Capitán Genérale in quella proviucia. Non muí prima mesai in luce et trudotti (Ulln lingua
Spagnuola neW Italiana, Con la vita del medesimo Verdugo. Dedicali da Girolamo Frachetta all
Illustris. et Eccellentis. Sig. Don Giovnn Alfonso Piínentelo d' Herrera. Conté di Benevento,
Vicere & Capitán Genérale del Regno di Napoli. In Napoli, nella Stamperia^ di Felice Stigliola^ á
Porta Reale. M. DCV {I60ó).
(^) Comentario del coronel Francisco Verdugo, De la guerra de Frisa: en XIIII Aüos que fue
Goiiernador y Capitán gmerul de aquel Edudo, y Exércilo. por el Rey D Phelippe II. N. S. Sacado
a luz por D. Alfonao Velázquez de Velasco. Dedicada a D. Francisco lean de Torres, Comeiid idor
de Maseras, de la Orden de Santiago; A Icayde perpetuo de la Casa. Real de Valencia, del Consejo Cola- !
teral de S. M. &. En Ñapóles. Por luán Domingo Ro7icullolo, 1610. Con licencia de los superiores.
8.0 18 hs. '
Reimpreso por los Síes. Fueni^anta del Valle y Sancho Rayón en su Colección de libros espnñoleí
raros ó curiosos, tomo II (Madrid, 1872). ¡
IU"TRODUCCION ocLxxrii
se queja de la envidia que oscureció sus proezas y dejó siu el debido premio tan
extraordinarios servicios. Y en la dedicatoria nos da estas noticias del libro que publica:
«CouGeso haberme pesado do ver este Commentarío traducido e impreso en lengua
» italiana antes que en la natural que lo escribió su autor, el cual, como á su familiar
» servidor, me le dio de su mano en Bruselas, y asi, estimándole por do no menos sus-
.>tancia, en su tanto, que cualquiera de los de Julio César, le he traido como un bre-
»viar¡o después acá siempre conmigo... No he querido dexar de sacarle de la tiuiebla
¿>en que le he tenido, y asi le comunico ahora a mi patria y nación en su idioma, sin
» alterar cosa ninguna d' 61, ni añadir las postilas o glosas que suelen notarse en seme-
»jantes obras, por saber do cierto que la intención del coronel no fue señalarse en la
> pluma (aunque podia) como en las armas, antes decir sr.cintamente los sucesos de
> Frisa, sin más afectación de la que trae la pura verdad consigo, manifestando su inte-
'>gridad y proceder para confusión de sus émulos» (').
Con ser tan explícitas estas palabras, no faltó en su tiempo persona bien informada
de las cosas de Verdugo que ati'ibayese al capitán Yelasco la redacción de sus Comen-
tarios. Así, el autor de la biografía anónima descubierta y publicada por D. Antonio
Rodríguez Vilia: «Lo sucedido en ella (la guerra de Frisia) desde el año de 1581 hasta
'>el de 1593 o 94, anda ya escrito en tantas relaciones y en diferentes lenguas, y últi-
» mámente en libro particular que desto ha sacado a luz de poco tiempo a esta parte
¿>don Alonso Yelazquez de Yelasco, que lo imprimió en Ñapóles... Remito a quien fuere
» curioso o afortunado al libro referido y a los domas que, aunque cortos, dan luz de lo
> que pasó en los catorce años que el Coronel gobernó la dicha provincia, y quede a
» cargo de quien ahora hace esta relación sacar a vista de todos, con mucha brevedad,
s> todos los sucesos de Frisia, dando razón dellos muy particularmente y comproban-
* dolos con papeles y ordenes de que no se puede recibir duda; porque aunque es cierto
i> que el dicho don Alonso Velaxqiiex. de Velasco escribió el dicho libi'o imitando a
» Julio Céscu\ fue tan solamente lo que el propio Coronel le comunicó» (-).
Páginas hay en el Comentario de Yerdugo que, como otras muchas de nuestros
clásicos militares del siglo xvi, recuerdan la manera de Julio César (3); pero el Coronel
era muy capaz de escribirlas, puesto que, como dice su compañero de armas D. Carlos
(') PP. 1-2 de la reimpresión.
(*j Curiosidades de la Histeria de España. Tomo III. El Coronel Francisco Verdugo (1537-
1505). Nuevos datos bior/rújiros (Mmlrid, Rivadeneyra, 18II0), pp. o9 y 40,
(^1 Véase, como muestra, el principio de una de las narraciones más felices: «El invierno entraba
Bá-ipi ro, y nuestra gente, por lo que Iiabia padecido en el sitio y la extrema necesidad que pasaba,
Desiaba muy descontenta, por lo cual invié ú Humar á Tassia para que recogiendo el trigo que se
ípüdie.-e iiuilar en In Tuvetit, lo llevase dentro do la vilia. Y considerando que Iiabia mucho tiempo
Bque no llovia, y que onlinaiiamer.te liáciu la fin del otoño, como no llueva, el Rin está más baxo que
Den todo el año, y por coubiguiente los demás brazos del, }• más con los vientos orientales; venido, le
«irilené que buscase vado, no dudando de que le liallaria (por tener alguna experiencia de aquel rio,
«Ic'I tiempo del Duque de Alba, el cual me invióde guarnición á Deveiiler con el coronel Slondragon),
i>y halláiiiiole, que pasase y tentase si por detrás podria ganar los fuertes que el enemigo babia dexado,
'■y en caso que nn, se entrase por la Velluva adelante a exccutar las contril>uciones que habían prome-
«lidoy no pigado y para este efecto le proveí de más gente de la que él tenia. Avisóme que habia
»h:illado el vado, y que piaba y seguía la orden que yo le habia dado. Hubo dificultad en el pasar,
»porque por el rio venian ysí los hielos granoes, por los cuales se perdieron algunos de nuestra caba-
olleria; la infantería pasaba en barcas y a ancas de caballos, muy poco a poco y con mucho trabajo.
ccLxxTiii ORÍGENES DE LA NOVELA
Coloma, «tuvo este insigne caballero elocuencia natural grajidísinia^ y todas las partes
»que para ser gran soldado j gran gobernador convenían» f). Fuera de estos pasajes,
que fácilmente se destacan del resto, el estilo del Comentario^ que más bien debería
llamarse memorial ó alegato en causa propia , tiene poco de literario, y á veces es tan
desaliñado y confuso, que por ningún concepto puede atribuirse á la elegante pluma
del autor de la Lena. Cuando prestó á su antiguo jefe el gran servicio postumo de divul-
gar su triunfante vindicación, respetó, sin duda, el manuscrito que tenía entre manos,
creyendo muy bien que cualquier enmienda ó retoque alteraría el carácter personalísimo
de aquellas Memorias y haría sospechosa su veracidad.
También D. Bernardino de Mendoza confió á Diego Alfonso Velázquez de Velasco
un ensayo poético suyo, que Yelázquez publicó juntamente con sus propios versos.
Trátase de una oda sobre la conversión del pecador^ compuesta con fervorosa unción
en liras bastante fáciles, aunque poco limadas. Velasco encabezó con ella otras que él
tenía escritas á imitación de los siete salmos penitenciales, y formó con todo ello un
breve y elegante volumen, estampado por las famosas prensas Plantinianas, en 1593,
bajo los auspicios del gran Conde de Fuentes, D. Pedro Enríquez (-). En la dedicatoria
dice Velasco: «El Señor don Bernardino de Mendoza, siendo Embajador en Francia,
»me envió de Paris a Ñapóles las Odas que al principio de las mias he puesto; por
» haberme incitado, como todas las demás cosas de su divino ingenio, a seguirle en la
» imitación de estos Salmos, a los cuales me incliné, por continuar la materia de con-
» versión, y tener en particular tantos devotos de nuestra nación que ordinariamente
:> los dicen. Y puestos ya en la forma de más fácil inteligencia que con humilde enten-
»dimieüto he podido alcanzar, con poco más de mi caudal que decirlo en mi lengua;
» sin apartarme de la luz de algunos recibidos Interpretes, confiriéndolos con personas
» doctas, persuadido, o cuasi forzado de los mismos, he resuelto imprimirlos.»
Las imitaciones de Velasco van tan ceñidas al sagrado texto, que casi pueden cali-
))Hacía una niebla lan espesa, que impedía que los de los fuertes del enemigo no los viesen, mas
«oyendo algún ruido, inviaron cuarenta o cincuenta soldados a reconocer, y hallaron que los prime-
»ro8 de nuestra infantería habian pasado, y que, hecho fuego, se estaban calentando alrededor de él,
»y por la escuridad de la niebla estuvieron muy cerca unos de otros antes de verse. Nuestros solda-
))dos desesperadamente cerraron con ellos, sin capitanes, porque todos estaban de la otra parte del
«rio ocupados con Tassis en hacer pasar la gente, fuéionlos siguiendo hasta hacerlos meter en su
))f uerté, y con el mesmo ánimo cerraron con él, y ayudándose los unos a los otros con las picas y
«alabardas lo mejor que pudieron, le entraron y degollaron más de cien hombres» (pág. 83).
O Pág. 106 de la ed. de Rivadeneyra (Historiadores de sucesos particulares, tomo II).
(^) Odas a imitación de los siete salmos penitenciales del Real Propheta David, por Diego
Alfonso Velázquez de Velasco. Al limo, y Excmo. Señor D. Pedro Enriquez, Conde de Fuentes, d' el
Consejo d' Estado d' el Rey Católico nuestro Señor, En Amveres. En la Emprenta Plantiniana,
Año M. D. XCIII.
8.° 67 pp. inclusos los pre^ minares, un soneto con que termina y dos hojas más con un Preui-
legio y tres aprobaciones. Lleva dos escudos de armas, el del impresor Plantino y el del Mecenas, y
una lámina del rey David, todo ello grabado en cobre.
Fueron reimpresas estas odas por D. Francisco Cerda y Rico, en el curioso volumen titulado:
Poesías Espirituales escritas por el P. M. Fr. Luis de León, del Orden de S. Agustín; Diego Al-
fonso Velázquez de Velasco; Fr. Paulino de la Estrella, del Orden de S. Francisco ; Fr. Pedro de
Padilla^ del de N. S. del Carmen, y Frey Lope Félix de Vega Carpió... En Madrid: en la Imprenta
de Andrés de Sotos. Año de M. DCC. LXXIX (1779).
8.° pp. 61-120.
INTRODUCCIÓÍí' coLxxix
ficarse de traduccioues parafrásticas, aunque desmayadas y sin brío. Tanto él como
Meudoza procuran imitar á Fray Luis de León, no sólo en el metro, sino en el estilo;
pero lo que es sabrosa y poética llaneza en el primero, es indigencia, falta de color y
prosaísmo en las odas de los dos capitanes, que parecen haber atendido únicamente á
la edificación de los devotos.
Pasar desde estos ejercicios espirituales á la composición de una comedia tan des--
envuelta y libre como la Lena^ parecería extraño en nuestros días; pero en el siglo xvn
á nadie podía sorprender ni escandalizar. Nuestros grandes ingenios ofrecen á cada
paso estos contrastes, siendo igualmente sinceros en las veras y en las burlas, sin rastro
de los hipócritas melindres y afectada gravedad que hoy se estilan. El caso de D. Fran-
cisco de Quevedo se ha repetido con mucha frecuencia, y puede tomarse como típico y
normal de la sociedad en que vivía. Xo sabemos cuándo escribió su comedia ü, Alfonso
Velázquez; pero es tan literaria y pulida, demuestra un gusto tan formado ó indica
tanta experiencia y conocimiento de la vida, que de ningún modo podemos creer que
fuese una improvisación juvenil, sino el fruto muy maduro de los viajes, campañas,
devaneos y aventuras de su autor. Impresos los Salmos en 1593 y la Lena en 1G02,
parece seguro que la obra devota antecedió á la picaresca, al revés del caso de Alonso
(le Villegas y de lo que parece más natural y lógico en el proceso de la vida humana.
Tuvieron ambas obras el mismo Mecenas en el insigne capitán D. Pedro Enríquez
de Acevedo, conde de Fuentes, gobernador de Lombardía, á cuyas órdenes estaba
Velázquez cuando publicó en Milán su comedia ('). Pero algo singular debió de ocu-
rrir, puesto que del mismo año y del mismo impresor encontramos otra edición, con el
título cambiado, que aquí no es La Lena,, sino El Celoso, con dedicatoria á distinta
persona y con algunas variantes de palabras que en general mejoran el texto (-). La
modificación del título pudo tener por objeto alejar la infundada sospecha de que la
(') La identidad entre el autor de las Odas y el de la Lena, admitida por Barrera, Salva y otros
bibliógrafos, no creo que esté sujeta á contradicción alguna, aunque nunca falta quien arme cara-
millos sobre fútiles temas. En la dedicatoria de la segunda obra parece que se alude con bastante
claridad á la piimera: aCon fin de aliviar a V. S. algún rato en la vacación de sus granes ocupa-
»ciones, renouamlo el reconocimiento de su seruicio» «sus heroicas virtudes... llaman a cele-
)>brarlas al humilde talento que antes de ahora he dedicado a V. E.y» Y, en efecto, la Lena era la
segunda obra que Velázquez dedicaba al conde de Fuentes.
Las iniciales D. A. V. D. V. que campean en la portada lo mismo pueden interpretarse Diego
Alfonso Velázquez de Velasco (forma usada en las Odas) que Don Alfonso Velázquez de Velasco.
La dedicatoria nos deja en la misma perplejidad, pues aunque está firmada con los apellidos enteros,
los hace preceder de la inicial D. ■ .
Son verdaderamente extrañas las transformaciones que ha sufrido el nombre de este autor. Don
Ltiis José Velázquez, en sus Orígenes de la poesía castellana (2." edición, pág. 99), le convierte en
n. Alfonso Uz de Velasco, y lo mismo Mayans en su Rhetnrica. Otros le han llamado eclécticamente
l.'z, Vaz ó Velázquez de Velasco. ¡Tanta confusión puede nacer de una sencillísima abreviatura!
(') La Lena por D. A. V. D. V. Finciano. Ilustriss. y Excellentiss. S. D. Pedro Enríquez de
Azebedo, Conde de Fuentes, d' el Consejo d' Estado, Gouernador del de Milán y Capitán General en
Italia, por el Rey Católico N. S. (Escudo del impresor). En Milán. Por los herederos del quon
(quondam] Pacifico Pondo et luán Bautista Picalia, compañerof;, 1602. Con licencia de los Superiores»
16." 5 hs. prls. y 276 páginas.
La dedicatoria está firmada en Milán á 1 de abril de 1602.
— El Celoso, por D. Alfonso Vz. de Velasco. A D. luán Fernandez de Velasco, condestable de
Castilla y León, duque de Frias &,, del Consejo d' Estado, y presidente d' el de Italia por eireynuextrd
coLxxx orígenes de LA NOVELA
comedia española fuese una imitación de la Lena del Ariosto, con la cual nada tijne
de común más que el nombre y la remota analogía de encerrarse un amante en un
arca, así como en la pieza del poeta ferraros le ocultan en una cuba ó tonel ('). Tampoco
es inverisímil que Velázquez cayese en la flaqueza de lisonjear simultáneamente á dos
magnates, dedicándoles una misma obra con dos títulos, aunque el procedimiento no
dejaba de ser peligroso tratándose de persona tan culta y literata como el Condestable
de Castilla, bien conocido por la controversia que sostuvo con Hernando de Herrera
titulándose el Prete Jacopin y por otros papeles satíricos, de uno de los cuales hay
reminiscencias en la Lena ("^). Acaso buscó su sombra nuestro autor por no haber
encontrado en el conde de Fuentes el galardón que esperaba.
Sea de esto lo que fuere, y quizá el tiempo lo aclare, la Le?ia no tiene trazas de
ser fábula de pura invención, sino pintura de algún caso de la vida real, poco edificante
por cierto. La misma Lena dice en el Prólogo, contando sus andanzas: «De lance en
> lance fui a dar comigo en Ñapóles... y al cabo de pocos dias me resolui de tomar
'>casa de por mí, y puse tienda abierta de cortesana... El que estuvo allí en tiempo
» del buen Duque de Osuna se acordará de la Buixa, que asi me llamauan entonces*
(pág. 391). '
La figura del marido celoso, en la cual se encarniza nuestro D. Alfonso con viudi-
señor. En Milán, por los heredaros del q. (quondam) Pacifico Pondo y I. Baptista Piccalia, compa-
ñeros, año 1602. Con licencia de los Superiores,
8." 278 páginas. La nueva dedicatoria al Condestable está firmada á 15 de septiembre de 1602,
en Milán.
— El Celoso, por D. Alfonso Vz. de Ve'as^o. Barcelona, por Sebastian Cormellas, 1613.
12." 14 lis. prU, y 134 foliabas.
La aprobación de Fr. Tomás Roca es del 20 de noviembre del mismo año.
El Celoso fué reimpreso por D. Kugenio de Oclioa, siguiendo, al parecr-r, la edición de Barce-
lona, en el tomo I del Tesoro del Teatro Español de la colección de Bandr}- (Parí.-', 1838).
Al reproducir nuevamente la Lena con ku primitivo título hemos tomado como texto el de la
primera eJición de Milán, anotando las variantes de El Celoso.
(') Pacífico Tanto che qnesti che verran con Fazio,
ür mi torna in memoria Cercato a lor beiragio ogni cosa abbiano.
C'ho in casa una gran botte, che prestatami „
rv .., 1 i. c j n ^ • Coreólo
Quest anno al tempo fu della vendemmia
Da un mió párente, acciocché adoperandola Vi capirá egli dentro?
Per tino, le facessi Todor perderé
Ch' avea di seccu: egli di poi lasciata me i ACIFICO
L' ha fin adesso. lo v6 lo vo nascondere EJ a sao cómodo.
(Xa Lena, a. HI, se. VII).
Opere Minori iji verso e in prosa di Lodovico Ariosto^ ordinate e annotate per cura di F. L. Poli-
dori. Tomo 11. Florencia, ed. Le Monnier, 1857. (Pág. 320).
('} d Ramiro,— 'Y ea, yo á Vs. ms. señores de dos grandes ciudades.
TfMacias. — Qué tan grande», por vida mía?
y>Ramiro. — Por lo menos, como la de Sumtien de la China, que (si no miente el que lo escrine)
í>ha menester un hombre, para atrauessarla de puerta a puerta, caminar con buen cauallo tod > vn dia
»3Ín pararse (esto sin los arrabales, que son otro tanto), y es de tanta gente, que en media hora puc-
Dden juntar doscientos mil combatientes, los cien mil a caualloo (pág. 42D).
Parece clara la alusión satírica á la Historia de la China del P. Mendoza, y á la carta del Sol-
fiado de Cáceres, que contra ella escribió el Condestable.
lífTRODüCCIÓN ccLicxxi
cativo ensaücamiento, también parece tomada del natural, y 61 mismo lo indica hablando
con el conde de Fuentes y con los lectores: «El jocoso concepto que en mi ocio he for-
'>mado, rompiendo lanxas en un frenético y desesperado celoso...» «Hallando en mi
» ociosidad empeñada la melancolía en diuersos pensamientos de los graciosos tiros que
^muchas mujeres del tiempo viejo hixieron^ y en la consideración d' el ardiente furor
»de aquel triste que siente el mortal veneno do una celosa desconfianza {de ciiijos
^rauiosos desconciertos me ha tocado gran parte)^ me puso por mi pasatiempo, como
í> en vengan!^ t del daño resebido^ a componer esta ridiculosa comedia, en que algunos
'> ratos ho refrescado los espíritus de cierta seca tristeza mia» (pág. 389).
Este pasaje es importante para mostrar la verdadera filiación de El Celoso^ que,
siendo una de las más perfectas imitaciones de la prosa dramática de la Celestina^ es
al mismo tiempo una de las más originales 6 independientes en su traza, argumento,
caracteres y estilo. No hay que tomar al pie de la letra lo que el autor dice: «conside-
»reu que hablo en el papel como al primero que encuentro en la calle». Esto era lo
que había hecho Francisco Delicado, pero un ingenio tan culto y fino como el de
Velasco no podía satisfacerse con tan vulgar procedimiento. Fué realista, pues, de la
grande escuela española, como lo había sido el autor de la Celestina^ como iba á serlo
Cervantes, de quien parece, no inmediato predecesor, sino imitador y discípulo á veces:
tan grande es la fuerza do la semejanza.
Pero con ser la Lena tan castiza en el fondo, tiene mucho de comedia italiana en
su técnica. Aunque escrita para la lectura y no para la representación, está concebida
en forma de comedia y no de novela: es un poema esencialmente activo^ en que cono-
cemos á los personajes, no sólo por sus palabras, sino por sus hechos. Hasta cuatro intri-
gas se cruzan en él, ingeniosamente combinadas, sin daño de la claridad ni perjuicio
del desenlace. En el artificio dramático, en la solidez de la construcción, en el vigor de
los caracteres, vence con mucho á todas las comedias, bastante informes, que habían
compuesto Timoncda, Lope de Rueda, Sepúlveda, Alonso do la Vega; y en las gracias
del diálogo no cede á ninguna, con la ventaja de ser su humorismo de calidad más
honda. Es pieza larga, pero no de tales dimensiones que la hagan irrepresentable, pues
apenas llega á la tercera parte de la Celestina primitiva y no excede á la de varias fá-
, bulas que positivamente fueron representadas en Italia. En suma, la Lena es la mejor
' comedia en prosa que autor español compuso á fines del siglo xvi.
1 Pero ¿será enteramente original? Hasta ahora no he encontrado motivo para du-
darlo. Pertenece á una escuela conocida: los medios y recursos que emplea recuerdan
de un modo genérico los procedimientos del teatro italiano, y quizá más las astucias y
1 estratagemas de amor que tanto repiten los novellieri 6 cuentistas. El mismo Velasco
•nos llama la atención sobro esto: «No puede dexar de ser ésta de las más solones bur-
.»las que se hallan escritas en el Bocados (pág. 418). Pero entre las historias de man-
idos burlados, que abundan en el Decameron^ ninguna concuerda exactamente con el
principal enredo de la Lena^ es decir, el entenderse los amantes por medio del canto ó
i'ecitación de ciertos versos, ardid que vemos repetido con alguna frecuencia en núes-
pos dramaturgos del siglo xvii, especialmente en Tirso, Calderón y Morete. Del lance
peí arca ya hemos indicado que trae á la memoria otro del Ariosto, y algo semejante
aay cu la Calandra del cardenal Bibbienna; pero so trata de un tópico vulgarísimo,
lue lo es también de varias novelas italianas y españolas, como la del médico de Cádix
ooLxxxii orígenes DE LA NOVELA
que insertó en su. Teatí'o Papular D. Francisco de Lugo y Dávila ('). El tipo del dómine
Inocencio, si bien tratado con deliciosa novedad, pertenece á la familia de los pedantes
de la comedia italiana (recuérdese, por ejemplo, // Candelajo de Giordano Bruno).
Otras semejanzas podrá reconocer, sin duda, la erudición de algún especialista, como el
doctísimo Stiefel. Natural parece que un hombre tan leído como D. Alfonso Velázquez,
que no hacía alarde de originalidad, puesto que adoptó por divisa aquella sentencia de
Terencio: Nulliim est iam dietiim^ quod dictum non sit prius\ que se complace en
citas textuales de los autores clásicos, especialmente de Propercio y Ovidio (^); que
repite fábulas y cuentos de origen conocido (^), aprovechara en la rica mies del arte
toscano lo que le pareciese útil, con el mismo desenfado que tenía en explotar á sus
propios contemporáneos españoles, hasta el punto de haber prosificado parte de una
escena y un coro de la Nise lastimosa de Fr. Jerónimo Bermúdez, traducción libre,
como es sabido, de la Castro^ tragedia portuguesa de Antonio Ferreira {^). Por tan
extraños y tortuosos senderos camina á veces la imitación literaria, y tan raras sorpre-
sas suele proporcionar la comparación de libros de materia y estilo muy diversos. Pero
estas imitaciones ocasionales, aunque fuesen más, poco importarían en el conjunto de
una obra escrita con tanto ingenio y tanta bizarría como la Lena.
Lo que en ella parece más italiano es el espíritu. No pudo menos Velasco de conta-
giarse del ambiente que por tantos años había respirado en Milán y en Ñapóles. Si la
Lena no fuese obra de puro pasatiempo y burla, comedia ridiculosa^ como su autor la
llama, habría que calificarla de inmoral en alto grado, puesto que en ella queda triun-
(') Teatro popular. Novelas Morales j^ara mostrar los géneros de vidas del pueblo y afectos, cos-
tumbres y passiones del animo co aproueehamiento para todas personas... Por D. Francisco de Lugo y
Dcivila. En Madrid. Por la viuda de Fernando Correa Montenegro . Año M. D. C. XXII. A costa
de Alonso Pérez.
(Reimpreso por D. Emilio Cotarelo en su Colección Selecta de Antiguas novelas españolas, Ma-
drid, 1906, t. I.)
La novela del médico de Cádiz es la sexta de las incluidas en el tomo.
(^) Vid. pp. 392, 396 y 407: «No soñaua el que pintó niño á Cupido, porque propiamente el
mamares de los mogos.. »
Quicumque ille fuit, puerum qui pinxit Amoreni,
Nonne putas miras hunchabuisse manus...
(Propert., Lili. II. eleg. IX).
{^) Como la siguiente, que es de origen esópico y también está en los Cento Novelle Antiche:
«Acuerdóme ahora de qu'estando un malhechor en la escalera, le presentaron vna moza perdida
»coxa, para librarle si se quisiesse casar con ella; y al punto que la vio, boluiendo al verdugo, dixo:
»Hazé presto, hermano, vuestro oficio, que renquea» (pág. 408).
(*) Compárese el monólogo de Maclas (pág. 393) con el tinal del primer acto de la Nise las- j i
timosa: í i
«Con quánta fuerga, o Amor, arrojas las inuisibles fleclias, cuyas heridas se sienten en medio ! j
)>del coraron, donde con ser ciego tan incierto aciertas, derramando por las venas el oculto veneno, I i
))con que enciendes la pureza de los más elados. Qué cetro ay que te pueda hazer resistencia, tenien-i '
»dolos todos a tu dominio sujetos? Quién puso a Troya en tanta ruina y desuentura, que d'ella no¡ i
»dexó casi cenizas? Quién afeminó el robusto y fuerte brago de Hercules, y puso en sus vengadoras/ {
))manos, en lugar de la pesada maga, vna ligera rueca? Si no tú, que escudriñando los más escondidoai '
))SPnos del mar, en su profundo abismo a los mudos peces enciendes, a las aues en la región del airol f
»no perdonas; ni menos a los brutos animales, a quien traes en continua guerra. Qué hraueza mue8-\ -i
y>iran los feroces leones, los crueles tigres, losfuertes toros y los ligeros cieruos, quando se sienten heriA ■{
INTRODUCClÓíí
CCLXlXÍII
faate el adulterio y vilipendiado y escarnecido el honor conyugal. ISrrngitno de los auto-
res de Celestinas se había atrevido á tanto, salvo el anónimo de la SeraphinM^ que"
escribía en época de desenfrenada licencia. Su comedia es monstruosa en las situacio-
nes y en el lenguaje, y de ningún modo puede compararse su grosera lubricidad con el
arte refinado y la intensa malicia de la Lena^ donde es mucho más lo que se sobren-
tiende que lo que realmente se expresa: obra, en suma, más bien picante que lasciva,
pero de un cinismo cómico, que convierte en materia de risa las más aflictivas flaquezas
y desventuras matrimoniales. Hasta los nombres de los interlocutores corresponden,
casi todos, á la maldita y descomulgada región de Cornualla (pág. 422). Uno se llama
Aries, otro Morueco, el de más allá Cornelio, el protagonista Cervino, una dama doña
Violante de Cabrera, un paje Bezerrica, un barbero Ramiro Cornato. Y en el curso de
í>dos de su flecha! Al fin, todo este inundo^ ¡i el que no vemos, no es otra cosa sino una vnioii y suaue
y)liga con que todas están trauadas; tic las crias, conserwis y entretienex; por ti respiran y no se acaban;
y)serian los homhres peores que las fieras si tú no fuesses el cebo y alimento de sus coraqonesi) (pág. 393).
¡Oh con cuánta crueza y osadía O Troya, Troya, ¿quióii te puso fuego,
Sus flechas contra todo el mundo arroja! Y no dejó de ti ni aun las cenizas.'
En el medio del alma siempre acierta, Y tú, de Alchimena hijo valeroso,
E»te joven cruel, cruel y ciego, ¿Por qué la piel dejaste leonina?
De alli derrama por las altas venas, ' ¿Por qué la fuerte maza, las saetas?
Su tósigo mortal, su fuego vivo ..
...Todos á su yugo ¿Por qué aviltaste con mujeril traje
Están sujetos, sabios, altos, fuertes, Aquel robusto cuerpo, y ocupaste
Del poderoso rey el ceptro lico .. con huso y rueca aquellas crudas manos?
C o K o
También el mar sagrado Que del amor se libre.'
Se abrasa en este fuego... Antes el mundo todo,
También las ninfas suelen, Visible, y que no vemos,
En el húmido abismo No es otra cosa en suma.
De sus cristales frió.'-, Si bien se considera,
Arder en estas llamas; Que un spirito inmenso,
También las voladoras Una armonía dulce,
Y las músicas aves, Un fuerte y ciego nudo,
Y aquella sobre todas Una suave liga
De Júpiter amiga... De amor, con que las co.sas
¡Qué guerras, qué batalli)> Están trabadas todas.
Por sus amores hacen Amor puro las cría.
Los toros; qué braveza Amor puro las guarda,
Los mansos ciervos muestran I En puro amor respiran,
Pues los leones bravos En puro amor acaban!...
Y los craeles tigres, Seriamos peores
Heridos detta flecha, L )s hombres que las fieras
¡Cuan mansos que parecen! Si Amor no fuese el cebo
("Qué cosa hay en el mundo De nuestros corazones...
El ori^^en remoto de este pasaje está en Virgilio (Georg., III, v. 242 y ss.):
I
I ümne adeo genus in terris hominumque, ferarumque
Et genus aequoreum, pecudes, pictaeque volucres,
In furias, ignemque ruunt. Amor ómnibus ídem....
Pero el desarrollo pertenece á Antonio Ferreira, y de su imitador Bermúdez le tomó Velázquez
de Velasco, como lo prueban las frasea que he subrayada. • ■ • ..^ .....;. i-.-.. •
coLxxxiv ORÍGENES DE LA NOVELA
la pieza se habla del médico doctor Cornejo; del licenciado Cervera, letrado; del licen-
ciado Bicornis, jaez; del trompeta Juan Cornier, y del auditor Monseñor Cornaro, á
quien piensa acudir el Sr. Aries en el pleito de divorcio de su impotente yerno. La
astuta y redomada Lena da las señas de su casa al simple de Inocencio dicióndole que
vive «pared en medio de un oficial de tinteros, peines, calzadores, mangos, lanternas,
» peonzas y macetas de sellos» (pág. 404). Ni Qucvedo apuró tanto la letra en esta
materia. La lira de MedelUn, pulsada por la diestra mano de Volasco, sonaba siempre
á cuerno^ como en su tiempo la del festivo Iglesias.
Claro es que no faltan en el libro protestas de moral, aunque ligeras y poco senti-
das. El autor quiere que su comedia sirva «no sólo de entretenimiento, sino también
»de útil consejo y exemplo, para excusar la terrible pasión de los celos, que consume
»en su propio fuego al insensato a quien toca» (pág. 398). Y ciertamente que alguna
moralidad puede sacarse de ella, aunque no sea muy sublime, sino practica y mundana,
mostrando en acción el viejo aforismo «no puede ser guardar una mujer», tema que
desde Lope y Morete hasta Moliere, Beaumarchais y Moratín ha sido fuente inextingui-
ble de donaires cómicos, no siempre bien avenidos con la autoridad familiar y el sosiego
doméstico. Los celos, por detestables y ridículos que sean, nacen de un sentimiento
extraviado de amor ó de honor, y suelen ser menos peligrosos en sus consecuencias
sociales que la indiferencia ó laxitud contraria. Pero ya hemos visto que nuestro don
Alfonso no escribía para moralizar en ningún sentido, sino para burlarse á sus anchas
de un celoso con quien tenía particulares motivos de resentimiento: «Ahora acabo
!>d'entender ser los celos de las más violentas y bestiales passiones que pueden tocar a
>un hombre, porque si una vez so assientan en la cabe9a d'el que se consume y seca
> intentando vna tan escura verificación, le hazo cometer tan ridiculossos desatinos.
>Bien dixo aquel qu'el celoso es loco de arte mayor, pues como tal, tiene miedo hasta
.>de su mesma sombra, y de cosas nunca vistas, oydas ni pensadas; mirándolas como
>en espejo de alinde, que se las representa muy mayores de lo que son» (pág. 434).
Toda la comedia es irónica en grado superlativo; pero donde el autor remacha el
clavo es en el pregón del faraute Cornelio con que el último acto termina: «De parte
»del señor Ceruino, guarda mayor de los montes, se hace saber a todo el insigne audi-
* torio que los que no se fiaren de sus consortes estarán tan seguros como de no caer
-í las ojas d' el árbol en fin de otoño. Porque los celos son contra el natural ingenio de
'i> las mugercs: cosoíete de araña para los arcabuzazos; la curiosidad en todas partes
» viciosa, y en esta más perniciosa. Y assi (movido de piedad y celo fraterno) amonesta
»que ninguno (de qualquiera calidad que sea) los tenga, dentro ni fuera de casa, so pena
»de que no le podrá faltar mala ventura. Antes, que todo el mundo se arme de la quieta
»y mansa paciencia. Porque la esperiencia le ha hecho tocar con la mano que todas las
-sutilezas y vigilancia de los espantados Lépidos (que no quieren dexar hacer su curso
»a la Natura) son a9adones con que los cuitados sacan de los centros do sus sospechas
»las inuisibles cornetas de la Fama. Y aduierte que se burlan mas d' el que se fatiga eu
» poner remedio que d' el pacífico que lo dissimul i o ignora, y qu' es menester gran inge-
^>nio para evitar tan inútil y enojosso conocimiento. Por lo qual aconseja (sobre su con-
» ciencia) que cada vno renueue eu su casa la costumbre de los prudentissimos Komauos
>(a quien deue imitar), que quando bolvian a las suyas lo embiaban delante a auissar a
» sus mugeres para no cogerlas de sobresalto, descuidadas y mal compuestas* (pág. 435). ;
TNTUODUCCIÓN cclxxxv
Claro que no ha de tomarse al pie de la letra tan desvergonzada exhortación á la
mansedumbre conyugal, sino entenderse del revés y como legítima sátira; pero el tono
escóptico y maleante de Velasco es un síntoma de ligereza moral, que no encontramos,
por ejemplo, en la primera Celestina^ cwjo fondo es grave y amargo.
Todo es, por el contrario, vivo, jovial y risueño en la Lena^ aunque no sea fruto
primaveral siuo muy tardío del Renacimiento italiano. Un buen humor constante; una
profunda socarronería, que se divierte en la invención de lances grotescos y de perso-
najes estrafalarios; un chiste no verbal ni epidérmico, sino nacido de los caracteres y de
las costumbres; una frescura excesiva y desahogada, poro que no llega á los límites de
lo torpe, prestan singular encanto á este ameno librillo. El diálogo, aunque muy recar-
gado de picantes especias y frases de doblo sentido, es tan pintoresco como dramático,
lleno do brío y fuerza cómica y de ocurrencias felices. La locución es purísima y correc-
ta, á pesar do haber residido el autor tantos años en extranjeras tierras. Entre los exce-
lentes prosistas que dio VaUadolid en nuestro siglo de oro ninguno aventaja á D. Alfonso
V\4ázquez en la propiedad de las palabras y en la elegancia de la construcción. El doc-
tor Suárez de Figueroa, comparado con él, parece redicho y almidonado, á pesar de sus
admii-ables dotes. Velasco tiene la espontaneidad do los grandes escritores, sin que le
falte el aliño de las letras humanas, que comunica al estilo cierta distinción aristocrá-
tica. El inconfundible matiz de su ironía, si por una parte nos hace pensar en Italia,
por otra nos recuerda el gracejo fuerte y sabroso de León y Castilla la Vieja; modalidad
muy digna de tenerse en cuenta en el rico museo del humorismo peninsular, aunque
sea distinta de la gracia andaluza.
Españoles son ó parecen todos los personajes. La acción pasa en VaUadolid, y no
faltan toques de color local muy oportunamente dados. Se habla de los abogados do la
Chancillcría. Liocencio va á decir sus devociones al Cementerio de la Magdalena
(pág. 399). Lena lava por su devoción paños del hospital de Esgiieva (pág. 403). El
barbero Ramiro anda por la acera de San Francisco, buscando nuevas que contar á
sus clientes (pág. 404). Vigaraón compara la dureza y estrechez de su cama con la del
guardián del Abroxo (pág. 412). Marcia y Casandra fingen ir á vísperas en las Huelgas
(pág. 419). También se mencionan la romería de Nuestra Señora de Prado y la de Cer-
vcros, la renta de Toro y la de Boezillo (pág. 421), la plazuela de San Llórente, la casa
de Orates y el paseo del Espolón. Cervino, «acompañado de diez ó doce escapados de la
ahorca», asalta á los hijos de doña Violante «en aquel passo estrecho que va de la Bohe-
»riza al Rio, entre las casas del duque de Bexar y la Rondilla» (pág. 427). Hay alusio-
nes nominales, como en el teatro aristofánico, á personas conocidas de aquella ciudad:
«¿Era por ventura vuestro pariente Corcuera, Maestresala del Conde de la Gomera, que
♦ vino á ser Tesorero del do Oñate y murió Contador del Marqués de Falces?* (pág. 400).
Todas las Celestinas abundan en datos de folk-lore^ y no hace la Lena excepción
en est^ punto. Algunos son por extremo peregrinos. Allí encontramos á los de la tierra
de Babia, «que siegan el trigo con escaleras» (') (pág. 394); á «los soldados de Troncha,
(') Vid, Milá y Fontaniils, Ohras Completas, temo V, pág-. .^22:
«Se ve que los habitantes de Babia (en Astnria-) pasal)an por liombrcs de pocos alcances y que
Bse les atribulan costniíibiea ^idícllla^, como de los de otros pueblo» í-q cuenta que quisieron pecar
Dve'as al horno ó pescar la 1 ina refle_,a(la en un charco, eto. La circ. instancia de Ker Babia p.í-t en
ílodo ó en parte montuoso conviene con tan extraña siega y con la errada opinión de los habitantes
<jCLXx-xvi ORÍGENES DE LA NOVELA
»qwe eran treinta y seis a arrancar un nabo» (pág. 415), y á los habitantes de «la gran
» ciudad de Cestiérnega, fundada al pie d' el alto monte de San Cristoual, media legue-
»cita de aqui (Valladolid), que no tiene alcalde, alguazil, porqueron, escriuano, medico, \
:> boticario, cura ni sacristán (falta para biuir en paz y con salud mil años), abundan- |
»tissima de quixoues y turmas de tierras, que son bonissimas para los avogados y me- ■
»jores para los novios» (pág. 429). Frisa en lo rabelesiano esta última fábula, y bien \
pudiera ser invención de nuestro desenfadado autor.
Aunque tenga la Lena tanto detalle español y aun regional; aunque la Valladolid \
alegre, pródiga y viciosa que nos presenta sea la misma que nos dan á conocer los poetas, <
novelistas, viajeros y autores de relaciones que la describieron durante el breve período ;
en que llegó á ser transitoria corte de la monarquía española ('), la Lena es comedia de I
interés humano y sus caracteres tienen algo de universal. Quizá el mayor mérito del i
autor estriba en eso. Gracias á él desaparecieron los tipos parásitos y convencionales, j
que habían llegado á ser el caput mortuum de las Celestinas secundarias: el insopor- \
table rufián baladrón y perdonavidas, y las palomas torcaces de la casa llana. Desem- '
barazado el teatro de tales figuras, sólo quedaba del cuadro antiguo Celestina, es decir,
la Lena, tratada con la posible novedad, sin el intento temerario de competir con el
inaccesible modelo, sin el plagio inocente que tantos cometieron queriendo arrancar á j
Hércules su clava. Todo el maleficio sobrenatural que envuelve la creación de Rojas ha |
desaparecido. La corredora Lena Corcuera de Cienfuegos no es más que una vieja!
hipócrita y taimada, que á costa de la simplicidad del bachiller Inocencio, y sin tener '
que zurcir voluntades ajenas, puesto que cuenta desde el principio con la complicidad'
de Marcia y de su hijastra, conduce á su fin dos intrigas escandalosas, y acaba por \
contraer grotesco matrimonio con el barbero Ramiro: última bufonada de la obra. No i
hay seducción de ningún género, ni podía haberla, porque las dos damas rinden desde, i
el primer momento la fortaleza de su honor, y sólo se trata de burlar la vigilancia del'
celoso. «-Ya murió Caliste, y nuestra Melibea se da tanta priessa a sacarnos de pena,>
»que la mercancía vendrá a salir poco más que de balde», dice Cornelio (pág. 411), J
marcando con esto sólo la diferencia entre ambas obras. 1
Pero aun siendo tan subalterno el papel de la Lena, que aquí no ejerce ninguna
sugestión psicológica, son tantos los donaires que el autor pone en sus labios, especial- !
mente cuando habla con el Bachiller, y tanta la viveza y gracia de sus réplicas, que|
bien mereció dar su nombre á esta comedia, con más justicia que el Celoso, cuya sem-'
blanza, trazada por la mano del rencor, tiene mucho de caricatura. Cervino es unaj
especie de bestia, sin ningún rastro de sentimientos generosos, y aunque las neciasl
precauciones de que se vale recuerdan algo las del Celoso Extremefío (^), no hay en la
))de tierras llanas que miran como lerdos á los montañeses... La Crónica ó Estoria general atribuida
ȇ D. Alfonso el Sabio, al explicar el origen del nombre del famoso caballo Babieca, habla, como d(j j
»cosa sabida, de la significación despectiva que j^a se daba á la misma palabra». | i
O Véase el precioso folleto de D. Narciso Alonso Cortés, Noticias de una-corte lito-aria (Yalhi \
dolid, 1906), que en breve espacio contiene gran suma de datos nuevos, expuestos con notable dis- i
creción y amenidad. , |
(^) «Le?ía.— Este es el más sospechoso animal que sabemos, y al presente está tocado de tai. ;
Draüiosos celos, que se le comen biuo. Ha sido casado dos vezes, y de primera muger tiene vna hijj '
jiUamada Casandra, de diez y seis a diez y siete años, encerrada en vn aposento como vna muda! \
INTRODUCCIÓN oclxxxvií
ncenciosa farsa del poeta pinciaiio nada que remotamente pueda compararse con la
honda y severa tristeza que infunden las últimas páginas de la historia de Felipe
de Carrizales. Esto ejemplo bastaría para probar cuánto va del genio al ingenio, por
muy despierto y hál)il que ésto sea. Ijas sales úq Ui Lena son de las que no sólo en la
mesa de Planto sino en la de Miguel de Cervantes pudieran servirse. ¡Si el portentoso
novelador tuvo conocimiento, como es muy probable, de una obra que en Valladolid
debía de ser muy leída cuando él residió allí, pudo aprovecharla ciertamente para el
estilo, porque aquella prosa está muy vecina á la suya, pero nada hallaría que aprender
(le lo que es más humano y profundo en su arte.
Todos los caracteres secundarios de la Lena están presentados con mucho garbo y
viveza. El viejo enamorado Aries, la honesta dueña doña Violante, que con toda su
severidad esconde bajo las tocas y el monjil una juventud todavía fresca y la codicia
de nuevos amores; los dos hermanos üamasio y Macías, enamoradizos, pendencieros y
díscolos, como hijos de viuda rica, criados con toda libertad y regalo; el barbero Ramiro,
charlatán entremetido, con sus puntas y collares de alcahuete; su hija Policena, tipo
de precoz y salaz desenvoltura, que recuerda un poco ciertas heroínas de los Entremeses
de Cervantes... todos son lo que deben ser en el conjunto de la fábula, y todos hablan
en el estilo más adecuado á sus respectivas condiciones.
Pero entre tantos personajes felices, ninguno llega al bachiller Inocencio, que es la
gran creación cómica de Velasco y uno de los más graciosos pedantes que en el teatro
ó en la novela pueden encontrarse. Lo de menos es la copia de latines que ensarta y
la disparatada aplicación que les da. Lo fundamental es su carácter bonachón y simple,
que no ve mal en nada, que se resiste á la evidencia más palmaria, que cree á pies
iuntillas cuanto embuste le dicen, y colabora candidamente en la deshonra de la casa
de Cervino, que tal vigilante había buscado para su mujer. Chistosísima es, bajo este
aspecto, la escena en que se descubre el engaño del arca por una infantil travesura del
paje Bezerrica:
«Inocencio. — ¿Qué maldad puede cometer un hombre encerrado en un arca? tuvies-
» sernos assi todos los malos y podríamos dormir a sueño suelto, sin temor de ladrones.
ítan oscuro que a medio dia se la pueden dar buenas noches, sin consentir que trate con nadie;
»diziendo que la donzella es como flor cubierta de roció, que por poco que la toquen se marcliita...
»No quiere que coma bocado de carne fresca, porque halla que solicita y despierta el apetito de la
Dsalada; y de la miseria que la embia para sustentarse iiaze antes anotomia, temiendo no aya dentro
w.i'guna contraseña. Si meten al^j^una cesta de paños o de otra cosa, lo rebuelue de abaxo arriba;
"porque vna Reyna de Escocia (dize) s'enamoró de su ienano, y que dentro de vna canasta so le
«metieron en su cámara. Quiere que los criados hablen como por señas, porque no los oyan las
"uuigeres, guardándolas como si fuesen yeguas del relincho y salto del cauallo» (pág. 391).
<íCornelio. — Crea V. M. que perdemos tiempo, porque estoy informado de vno que ha seruido
))en su casa más de vn año, que no la dexa ver ventana sino por Jubileos, y si sale de casa, de manera
»que a penas se le pueden ver los ojos» (pág. 402).
«Cervino. — Quiero que mi suegro se ria de mí, si puede otro dia tanto comigo que las dexe oyr
íotras vísperas este año; es verdad que me quitará que no enclave la ventana, que por amor d'él
»dexé abierta» (pág. 420).
Hay también una remota analogía con El Celoso Extremeño, en lo que cuenta Vigamón, criado
del avaro Aries: «De manera, hermano, que soy medio biuo, sin más conversación que la de vn negro
y>bogal que cura el cauallo, con quien passo mis ratos, hartándonos ambos de zinguerrear en una gui-
y>iarra más destemplada que discante de ramera» (pág. 413).
ccLxxxvm ORÍGENES DE LA NOVELA
3> Quanto más que son cosas do mozos, j aiiran querido hazer alguna burla al barbero
»y a su hija...
» Cervmo. — ¡Mira a quién he 70 encomendado mi honra!
» Inocencio. — No está mal guardada quando el que la podría quitar viene debaxo
»de llaue.
» Cervino. — Quitáosme de delante, insensato, no me hagáis...
•» Inocencio. — Mire Y. md. que se deue tener respeto a un hombre graduado como
» yo,, porque d' este palo nascen los Ojdores y Presidentes que mandan el mundo. Si,
»que yo no soy zahori para ver lo que está en las arcas cerradas; por qué no lo ade-
:> vino V. md. quando la hizo descargar en casa? Ando?- horum maJorum yraeter te
»nemo fuit» (pp. 424-425).
Las candidas distracciones del Bachiller Inocencio sugieren a Ticknor el recuerdo
de aquel incomparable dómine Sátnsom que pinta Walter-Scott en su novela Ouy Man-
nering ó El Astrólogo; pero la semejanza es aparente y exterior, porque Inocencio es
tonto de capirote, aunque simpático por su misma boboría, y el dómine Sámsom, rico
de otra bondad más alta, sólo hace reir por lo torpe y desmañado.
Tal es esta comedia magistral, aunque frivola y liviana, que, si no faó la última de
las Celestinas.^ por haberse publicado todavía durante el siglo xvii algunas muy nota-
bles, señala el término de la primera serie y anuncia la transformación del género,
libertándole'de la servidumbre de los lugares comunes en que había caído, restituyén-
dole el nervio dramático y trayendo nuevos elementos á la pintura de costumbres. Por
esta senda caminaron otros ingenios, especialmente Salas Barbadillo en La Sabia
Flora y en El Sagax Estado.^ obras en que me parece evidente el influjo de la Lena
juntamente con el de la comedia italiana. Pero de esto se hablará en otro lugar.
Por ahora aquí termina el estudio analítico y minucicso que nos hemos impuesto
de una de las más singulares manifestaciones de nuestro arte dramático y novelesco,
pues á los dos se extiende su influjo y sirve de puente entre los dos géneros. La espe-
cial índole de estos libros exige todo género de precauciones en su exposición, pero creo
haberla realizado con decoro literario y sin hipocresía, persuadido como estoy de que
la ciencia purifica todo lo que toca y tiene derecho á invocar todo género de testimo-
nios, interpretándolos con desinterés absoluto. Consecuencias muy importantes, no sólo
de historia literaria, sino de historia social, se deducen de estos libros, que son además
un tesoro de lengua castellana; y no me arrepiento, por tanto, de la tarea nada leve que
esto volumen me ha costado, ni juzgo que desdiga de mis años y de la severidad de los
estudios que profeso.
A continuación de este prólogo van reimpresas cinco obras del género celestinesco:
la Tragedia Policiana., la Comedia Floiinea, la Eufrosina., la Doleria del Sueño del
Mando y la Lena. Las dos primeras son de la más extraordinaria rareza; la Doleria lo
es mucho menos, pero sólo podía leerse en las ediciones primitivas. La Eufrosina cas-
tellana escasea bastante, aun en la reimpresión del siglo xviii. De la Lena hay edición
relativamente moderna, pero poco satisfactoria, y el valor literario de la obra es tal,
que por ningún concepto puede faltar en una Biblioteca de Autores Españoles.
No he reproducido la Tragicomedia de Lisayidro y Roselia y la Comedia Selvngia
(aunque lo merecían) por estar ya incluidas en la colección de Libros Raros y Curio-
sos.¡ donde figura también la Segunda Celestina de Feliciano de Silva. En la misma 1
INTRODUCCIÓN
CCLXXXIX
colección se hallan la Thebat/da^ la Seraphina y la Lozana, que bajo ningún pretexto
hubieran debido exhumarse.
Con esta colecci(3n y la nuestra queda casi completa la serie de las Celestinas,
pues apeuas falta otra que la de Gaspar Gómez de Toledo, tan absurda y mal escrita
que nadie ha de pensar en sacarla del olvido.
En todos los textos seguimos fielmente las ediciones originales (salvo la puntua-
ción) y conservamos la antigua ortografía, no sólo por razones filológicas, sino por la
conveniencia de cercar con una especie de vallado ó seto espinoso estas producciones,
alejando do ellas al profano vulgo. Las obras que esto tomo encierra son ciertamente
do las menos libres y más morigeradas de su clase: lo son hasta en cotejo con la tragi-
comedia primitiva; pero así y todo no deben correr indistintamente en todas manos.
El precio lelativamente elevado de esta colección, el aspecto arcaico del texto, el apa-
rato crítico y bibliográfico que le acompaiía, bastarán, según creemos, para conjurar
todo peligro.
Una deuda de gratitud me resta cumplir con mi sabio y cariñoso amigo el emi-
nente literato D. Francisco Rodríguez Marín, que con su bondad acostumbrada y su
pasmoso conocimiento de la lengua del siglo xvi me ha ayudado en la corrección de
pruebas de estas comedias, cuya recta lección ofrece no pocas dificultades. Aun con tal
auxilio no me lisonjeo de haberlas vencido todas, pero seguramente habré disminuido
el número de las erratas, y las que queden sólo á mi descuido deben achacarse.
En el cuarto y último tomo de estos Orígenes de la novela trataré especialmente
del género picaresco, y también de otras formas novelísticas ó análogas á la novela, como
los coloquios y diálogos satíricos (').
(') Aunque en la págiii;i LVII digo que no he visto en E-paña ningún córJicje de comedias ele-
giacas, existe por lo meno9 uno que contiene la de Vétala. Es el CCLXXXVIII de la biblioteca del
Cabildo de Toledo, inanuscrito en vitela, del siglo xiii, procedente de la librería del Cardenal
Zelada. Empieza con lo^ libros de Ponto y de Remedio Amoris, de Ovidio, y prosigue desde el folio
63 al 73 con el Pamphilus de Amare.
Vid, Catálogo de la librería del Cabildo Toledano, por D. José María Octavio de Toledo, 1." Parte.
Manuscritos, pág. 141. (Publicado por la Reoista di Archivos, Bibliotecas y Museos.)
Advertiré finalmente, ya que esta sola nota me queda para hacerlo, que la cuestión relativa á
la parte que pudo tener D. Alfonso Velá/.quez de Volasco en la redacción de los Comentarios del
Oorouel Verdugo parece resuelta, después de la excelente edición yrítica que de este libro ha publi-
cado el profesor Enrique Lonchay, bajo los auspicios de la Comisión Real de Historia de Bélgica
(Comentario del Coronel Francisco Verdugo... publié par Ilenry Lonchay , Bruselas, 1899). El inteli-
ijente editor restaura el verdadero texto de la obra, tomando por base la edición de 1610, cotejada
con un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París, que contiene importantes pasajes suprimidos
en el texto impreso, como ya hizo notar el Sr. Morel-Fatio (Catalogue des manuscrits espagnoh de
\la Bibliothéque Nationale de París, pág. 79, núm. 187, París, 1892). Además de estas supresiones,
que recaen principalmente sobre los lugares en que Verdugo se queja de Alejandro Farnesio, pue-
'íen atribuirse á Velázquez muchas correcciones de estilo, si es que el mismo coronel no las había
iiiecho ya en el original que le entregó en Bruselas, y que debemos suponer mejor que ninguna de
los copiafi. T.a de París, única que hoy se conoce, es mala é incompleta.
M. Mknéndez y Pelayo.
OmOENEB DE LA NOVELA. -111.— r
TRAGEDIA POLICIANA
EN LA QUAL SE TKACTAN
LOS MUY DESGRACIADOS AMORES DE POLICIANO E THILOMENA,
EXECÜTADOS POR INDUSTRIA DE LA DIABÓLICA VIEJA CLAUDINA ,
MADRE DK PARMENO E MAESTRA DE CELESTINA
EL AOCTOR (') A VN AMKJO SUYO
Si la soledad de mi vida, muy noble señor,
no ouiera faborescido a vuestro desseo, dándo-
me tanta copia de ociosidad en este desierto,
íii yo cumpliera con esta obra aunque comen-
rada, ni vos señor gozarades desto que con
tanta insticia C'^) (aic ) tantas vezcs me aueys
pedido. Porque después que los dias passados
puse en ella la primera }>luma he tenido tantos
desaguaderos para no acabarla, que solamente
el desseo de satisfazeros me hizo tornar a la
primera ymaginacion, la qual infinitas vezes
tune condenada al fuego. Pero, ocasión de
gastar el tiempo, de quitarme de guardar los
cantones, e de hazer mi persona vagabunda,
junto con daros a vos este plazer, ha seydo
parte para que ella se acabe: rescebirla heys
con mi voluntad, quitando de las sobras de vna
para cumplir las faltas de la otra.
A LOS ENAMORADOS ('')
Ei falso Cupido, por quien padescemos
Litigios y enojos que no sé dezillos,
Burlando, burhíndo nos echa (}) sus grillos.
Adonde metidos salir no podemos.
Captiuos, sul)jectos, sus granes extremos
Humillan, e baten el seso e razón,
E quando amor finge soltar la prisión,
La pena es tan dulce, que más la queremos.
Los casos fal]ü(;e8 que amor vrde e trama
Estando el amante ya puesto en cadena,
Rebueltas que causa, passiones que ordena.
Sospechas, recelos que pone en la dama,
Eclipsan la vida y enturbian la fama.
Borrando lo illustre con vicios muy feos.
I (') Alctor, eu el original.
I (-) Sic, por iitsliciu.
(") Las inioiales do estos versos dan el nombre del
autor, El Bachiller Sebastián Fernández
(*) En el original, no echa.
OiiíUKNüs DE LA NOVELA. — UJ. — 1
Abaten y allanan los altos desseos.
Si amor da vn descanso, mil cuentos derrama.
Tan gran negligencia, tan cierta locura,
Juzgad si meresce castigo menor.
Andando el mundano siguiendo al amor,
Ni espera sossiego ni avn hora segura.
Fallesce en la casa de amor la cordura.
Está transformada memoria en oluido.
Razón no paresce y ausenta el sentido.
Notad, amadores, qué es vuestra holgura.
Andays tras vn viento de amor acíjssados.
Ni el alma descanssa ni el cuerpo reposa,
Dezís que es amor y es muerte rauiosa.
Estays ya mortales con gustos dañados.
Zelcsos del cielo, dexad los pecados
Y en solo buscarle poned la memoria.
Porque si aueys del mundo victoria,
De gloria e honor sereys coronados.
Amen.
EL ACTOR AL LECTOR
Doctrina es del apóstol sant I'ablo, y escri-
uelo a Timoteo, que vendrá vn tiempo en que
no se esperará el consejo sano, e será estimado
el maestro que halagare a las orejas de los ma-
los, e que apartados los oydos de la doctrina
do verdad se conuertiran los hombres a 03 r las
fábulas e fictiones. Considerando yo que esta
prophecia apostólica del todo en nuestros tiem-
pos con nuestras maldades se va cumpliendo,
e que a causa de la malicia tan encastilhida en
el mundo, la caridad está muy resfriada, acordé,
no tanto por faborescer la opinión (') de los ma-
los quanto por seguir el exercicio de algunos
escriptores buenos, ocuparme en componer esta
escriptura: con la qual, aunque debaxo de al-
gún color ridiculo, tomen auiso los malos man-
cebos de los desastres que el amor encubre con
el ceno del deleyte mundano. Verdad es que
todo lo que en este caso yo puedo dezir, está
(') Suplida la i primera de esta voz.
ORÍGENES DE LA NOVELA
tan dicho e por tan granes varones tan repe-
tido, que paresce demasiado y aun malgastado
el tiempo en que yo me he desuelado buscando
nueuas inuenciones de auisar. Pero si mi prin-
cipal intento caresciesse de buen fructo, a lo
menos conseguiré lo segundo, que será gozar
de algún tiempo recogido e libertarme del nom-
bre de ocioso. Agradóme esta manera de escre-
\iir, ansi porque conozco estar acepta en el vul-
go, como por estar alabada por antiguos Poetas
e oradores, e por Horatio en su arte de poesia
no menos autorizada por estas palabras: Omne
tullit punctum qui jniscuit vtíle dulcí. Lectorem
ílelectamlü pariterque muñendo. Las quales pa-
labras tienen esta sentencia: aquel dio en el
blanco e llenó el nombre de bien escreuir e de
tal manera mezcló lo prouechoso con lo dulce
que juntamente dio aniso e deleytó las orejas
del oyente. Pues aunque en esta mi obra no
falten palabras graciosas, e apazibles donayres,
tampoco la hallarán tan desnuda de erudición
que si para mientes el anisado Lector no halle
tocados en ella los sobresaltos, las angustias,
las affrentas, los sinsabores, las poquedades,
los abatimientos, los gastos e prodigalidades, e
tinalraente el total perdimiento délos professo-
res del amor. Los quales con su caliginosa en-
fermedad binen tan ciegos, que todo el mundo
los escarnesce, e los murmura, e los engaña e
tinalmente anda con ellos en assechancas, e
nunca los malauenturados llegan a ver su aba-
timiento hasta que como fiegos sin guia dan de
ojos en el hoyo de vergon90sa pobreza (}) en
esta vida y en el lago de eterna condenación en
la otra. Quál de los hombres si no está desani-
mado, no teme aquel Diabólico embeuesci-
miento, e aquel no comer de dia, e velar de no-
che, e aquel esperar de ventana con aquel si
sale, no sale, cata que assoma, escóndete que
viene su padre, o su marido, daca el manto
para la alcahueta y el dote para su hija, aquel
poco concierto en la casa, e menos cuenta con
la conciencia; aquel no poderse arrepentir de
su afficion, e aquel continuo mentir en con-
fession. De lo qual se viene a hazer en el hom-
bre vn habito tan endurescido, que viene el
tiempo de la vejez, y avn el dia de la no espe-
rada muerte, e ansi como acá fueron marty-
res del diablo, por justa sentencia serán coro-
nados de eterno fuego en el infiei'uo. Pues si
en alguna manera para alumbrar a los amado-
res del mundo de vna ceguedad tan notable
esta mi obra fuesse prouechosa, paresce me
que antes se deue tener por saludable pildora
embuelta y engastada en oro apazible, qne por
yarará mortifera con pan blanco dissimulada.
E si alguno con su parescer, mi obra quisiesse
(*) Fopreza. en el original.
condenar por sospechosa, a lo menos no me
puede negar ser mi voluntad virtuosa. Pues
en el processo de mi escriptura no solamente he
huydo toda palabra torpe, pero avn he cuitado
las razones que puedan engendrar desonesta
ymaginacion, porque ni mi condición jamas
se agradó de coUoquios suzios ni avn mi pro-
fession de tractos dissolutos. Si alguna cosa
aqui se hallare digna de algún mundano loor,
suplico al discreto Lector no lo atribuya a mi,
que soy tal que de mi cosecha no tengo sino
todo mal, saino aquel que es la fuente manan-
tial de todo el bien. E si algo paresciere que a
los oydos del honesto e casto Lector haga
offensa, crea de mí que no lo digo con animo
desonesto, sino porque el phrasis e decor de la
obra no se peruierta. Vale.
ARGUMENTO DEL PRIMERO ACTO
Policiano, rauallero de ¡Ilustre sangre, auiendo visto a Philo-
inena, liija de Theophilon e de Flonnai\la, en vna luierta, e
Iiieso de la yerua enamorada de Cupido, viene a su casa dan-
do gemidos por el dolor que la vista de Philoniena le ha
causado. Llama a Solino su criado, con el qual toma conse-
jo jjara coniencaí' el seguimiento de sus amores. Solino le
aconseja que escriui a Philoniena vna carta: lo qual ansi
acordado, se acaba este iirimero acto,
1NTR0DUZEN8E EN ESTA TRAGEDIA (')
Policiano, Solino e Salücio sus criados
e 81LDANICO s?í jfjíy'e. Cornelia e Orosia, i-a-
meras. Palermo e PicARRO, rufianes. Claü-
DJNA, alcahueta, e Parmenia su hija, e Li-
bertina su criada. Theophilon e Florinar-
DA, e Philomena, e Dorotea su criada. Ma-
chorro e PoLiDORO, hortalnios. Pamphilo
e SiLOERio, criados de Theophilon, y Celes-
tina
Policiano. Solino {^).
\_Pol.~\ — Después que mis ojos tenieraria-
inente miraron aquella diana figura, ante quien
no eran dignos de parescer, ay de mí, que siento
en lo secreto de mis entrañas continua guerra,
sin rostro de ninguna paz. O desdichado de ti
Policiano; ¿qué es de ti, adonde pusiste tu liber-
tad? Es possible (•') mitigarse con los diluuios
de mis lagrimas el fuego que mi corazón abra-
(') Esta lista de personajes va en el original según
aqui se copia, ó sea después del argumento del 1.» acto,
orden de colocación no el más lógico, pero que respeta-
mos para que el lector disfrute del texto en su primi-
tiva forma.
(-) En el impreso original que nos sirve para esta
reimpresión, hállase á la cabeza de cada uno de sus
actos un grabado que representa las figuras que en él
entran .
(3) Posshle, en el original.
TRAGEDIA POLICIANA
sa. O amor, insanable enfermedad, o señero e
cruel cupido, pues con tanta crueza hieres a
quien te sirue, que' será de aquel que te eno-
jare? O int'elix nocturno dia en que mis ojos te
miraron, Philomena, pues me succedio junto
mirarte y el penliniiento de mi libertad. O
eclipsado de mí, a quien boluere mis ojos en
absencia de Pliiloniena que es la lumbre dellos?
Con quién me consolan', pues me mata todo
género de consuelo? Quién dará rastro de vida
á quien biue con tan dulce muerte? ü Philo-
mena, Philomena, si supiesses mi dolor imposi-
ble es que mouida con piedad no dixesses: cuy-
tado de ti Policiano. Pues si de mí tienes
compassion en la muerte, para qué quiero yo
de oy más (') la vida? pues cuytado yo, si
muero, que sé yo si tú mi señora te sirues o te
desplace? por fe tengo que el subjecto e fuer-
cas que me ha dado naturaleza, no son para
más que padescer por ti mi señora. Pues bien-
auenturada passion que tan alto tiene el ob-
jscto. Mo^os, moyos.
Sol. — Señor.
Fol. — Ven acá, amigo Solino, ayúdame a
sentir mi mai.
Sol. — Y qué mal tan grande tienes que a
solas no le puedas passar?
Pol. — O loco insensible, pues en las piedras
baria sentimiento lo que mi solo cora9on pa-
desce.
Sol. — Mas de veras, señor, qué mal es el que
tanto te duele? dimelo, que si es dolor affable,
no puede faltarle remedio. Ha te mirado algún
basilisco? o aojóte alguna hechizera?
Fol. — Quien tiene poder en la vi-í^ta para
sanar la enfermedad de la muerte púsolos ojos
I en mí y ha puesto en cuentos mi vida,
' Sol. — Pues al hombre diclioso la puerca le
pare perros. Yo juro al sancto martiloj'j que has
topado con alguna putilla.
Fol. — Qué es esso que dizes?
Sol. — Ya es dicho, señor. Por la fe en que
creo, que estás dessemejado. Dime tu mal, si a
ti te paresce que tiene remedio y no me tengas
suspenso con tu callar.
Fol. — Qué remedio puede tener dolencia que
sana con la muerte?
Sol. — Arriedro vaya tan mala cura, pues si
con morir se sana, que será el fin peor de tu
i enfermedad.
I Fol. —ho más malo que ay en mi mal es
quedar con la vida que yo bino.
Sol — Y lo mejor?
Pü/. — Morir en seruiciodel amor.
Sol. — Y esse amor qué premio da a quien
por seruirle pone la vida?
(') En el original se lee un las después del mas, que
suprimimos por creer sea yerro de la impresión.
Fol. — Satisfaze la voluntad del amante,
que de penar toma sabor, y al fin corona sub
mártires de aquella gloria suaue que para ellos
tiene aparejada, cuyos fructos son dignos de
todo precio.
Sol. — Ora p'jes a tu sabor; finalmente quie
res dezir, señor, que eres enamorado?
Fol. — Sí, y con la más alta afficion que en
coraron humano pudo caber.
Sol. — Saino el guante.
Fol — Cómo es esso?
Sol. — Digo, señor, que dichoso tan buen
amante; y tiene nombre la señora?
Po/. — Nombre de tanto merescimiento, que
no ay hombre digno de traerle en su boca.
No/. --Ora pues, señor, hai^lando con honor
de nombre tan reuerendo, me di quién es essa
dama, y entendamos en tu remedio, que por
los euangelios es lástima uer tu gesto después
que andas en esso enbeuido.
Fol. — O mi Solino: quánto es mayor mi sen-
timiento que las señales que en mí paresceii;
dime, Solino, dueleste de mi mal?
Sol. — O, pese a la fe de los moros, si me
duele me preguntas? más me pesa tu pena que
si fuesse propia mia.
Fol. — O pue ('), y cómo es poco el senti-
miento que en ti paresce!
Sol. — De puro discreto no te dcy a entender
la pena que rescibo, porque mi sentimiento no
enternezca tu dolor. Cuenta me, señor, qué fue
el principio de tu mal e mira lo que yo puedo
y dexarás todos temores.
Fol. — O Solino. mi fiel criado, pues ya me
determino de poner en tu pecho mi tan pro-
fundo e secreto dolor, ruego te por la fidelidad
que me deues, no como temeroso criado, sino
como muy fiel amigo, que siempre en ti sea tan
secreto quanto en mi pecho hasta agora secre-
tamente me ha dado tormento. E mira que oy
siendo señor me hago tu esclauo, pues en dar te
mi secreto no te doy menos que mi libertad; y
debaxo desta confian(;'a has de saber, mi Solino,
que ha pocos dias que passando yo a la huerta
de los cipresses por mirar la ribera que muy
a])azible estaña, entre los naranjos y limones,
vi acompañada de ciertas donzellas vna que a
mi parescer priuaua al Sol de su resplandor
phebeo: de cuyo ojos y asiiccto inuisiblemente
salió vna saeta que trauessó e rompió lo secre-
to de mis entrañas, e dexó tal mi coraron,
qual mi debilitado aspecto con enfermos indi-
cios publica. He tolerado mi pena con el silen-
cio posible, pero quién tendrá el fuego en su
seno sin que se abrase e le duela, y el dolor
no le consuma? vn rezio diamante se ouiera
quebrantado con los golpes que este mi triste
(1) Sic.
orígenes de la N(3VELA
cora9on ha paciese ido, e nu sé si mi mal tiene
termino en que se acabe.
Sol. — Ora, señor, todo amor es vn pleyto
ordinario que al tín tiene sentencia: e como
sea muger en cuyas manos tu justicia se aya
de sentenciar, o viento, o ventura, o dineros, o
ruegos, sé cierto la harán torcer la vara, por
muy derecha que la tenga.
Pol. — O mi Solino, que tan firme la hallo en
aborrescer, quanto yo me siento en amar.
Sol. — Esfuerza, señor, no desconfies por
semejantes disfabores, que no ay cosa tan fácil
que de su grado se caya ni tan difficil que con
la perseuerancia no descubra alguna facilidad.
Mayormente que los fauores del amor están cu-
biertos con essos sin sauores, para que los ena-
m 'rados estimen las dulzuras quando vengan.
Do manera que nunca amor dio plazer sin 9090-
bra, ni descanso sin trabajo, ni avn fauor sin
azedia. Dime por mi vida, señor, el nombre de
la dama, no temas de mi fidelidad.
Pol. — O cora9on mió!
íS'o/. — Grande es la pena que muestras en
nombrar a quien tienes por señora. En opinión
contraria bines de todos los que bien aman.
Fol. — Ansí mi dolor enamorado es contra-
rio del que mata a todos.
Sol. Cómo ansi?
Po/.— Quanto es contrario el fuego que me
abrasa del agua que a los otros enfria, porque
no ay amor sin refrigerios, ni avn trabajo sin
esperan9a de premio, sino este que a mi triste
cora9on atormenta.
Sol. — Señor, pues no me dizes cómo ha nom-
bre tu señora, dime cómo se llama tu pena?
Pol. — Philomena.
Sol. — Sancto dios, con buenos ojos la mi-
raste, pues tan bien (') te parescio.
Pol. — Qué dizes, asno? paresce que mi affi-
cion cubra algún defecto que en ella aya.
Sol.- No digo yo tal. Pero más fuerte era
Troya, y fue pisada de los Griegos: agora con-
fiesso que tengas razón de tener passion, pero
no de estar desconfiado.
Pol. — Si ay algún rastro de confian9a en mi
salud, conozco ser yo pusillanimo; di, nescio
nial mirado, qué proporción hallas de mí a
Philomena sino la misma que ay de lo finito a
lo infinito e de lo soñado a lo verdadero, e de
lo bino a lo que está pintado?
Sol. — No dará vna sin otra.
Pol. — Qné dices?
Sol. — Digo, señor, que a vna muger derri-
barla con otra.
Pol. - Cómo es esso? quién ay tan fuerte
como Philomena, para que en sus ojos offen-
siuos pueda poner resistencia?
(*) En el original, tatnhien.
Sol. — Mira, señor, la fortaleza feminil. Por-
que muchas hembras vimos, conoscimos (') cu-
yas honestidades de grandes muros e contra-
muros fueron gnarnescidas y torreadas, y del
primero o segundo tropel batidas y aportati-
lladas: lee las escripturas antiguas y hallarás
notables cuentos de liembras por amores infa-
madas cuya honrra ('^) dende la cuna comen9a-
ron a estar guardadas. Mira a la hermosa He-
lena con Paris, a Dalida con Sansón, a Bersabe
con Dauid. Estas todas matronas illustres fue-
ron o tan recatadas y miradas como Philomena,
pero heridas de la saeta enerbolada de Cupido
mostraron bien su femenil flaqueza. Comien9a,
señor, a poner artillería contra el muro que
tan fuerte te paresce, y bate con destreza e
confian9a la torre que más se te deff en diere,
que ansi se batió y assolo la fuerte ciudad de los
cartaginenses y la famosa Roma fue abrasada,
cuyos contrarios y enemigos con sola tu pusi-
lanimidad boluieran las manos en la cabeya.
Pol. — Mira, nescio, esse Paris, y esse San-
son, y esse Salomón que dizes, acometieron
con armas yguales, e sin que de la vna parte
ouiesse (^) conoscida ventaja; no auia entre ellos
la disparidad tan grande como entre mí e mi
señora, pero cuytado yo, qué castigo ay en el
mundo con que yo pagasse la temeridad de solo
mi loco pensamiento?
Sol. - O sancto dios, y cuánto tienes abati-
das las inclinaciones, después que el amor te
hirió! 8i Philomena es ilhistre, tú no eres Ca-
uallero? si ella hermosa, a ti falto te naturaleza?
si copiosa en patrimonio, andas tú de puerta en
puerta? o, por Dios, señor: no te confundas con
la ymaginacion muy alta, ponía en vna me-
dida razonable para que como varón tengas
osadía de acometer, e acometiendo sepamos a
quántos estados ay agua.
Po/.— Dios te consuele, Solino, que tanto
me has consolado. Pues dime tu parescer, tú
que hablas con libertad. Dame consejo, pues
vale mas errar {}) por el tuyo libre, que acertar
por mi parescer apassionado.
Sol. — Señor, el primero acometimiento desta
batalla deues hazer con una carta en la qual
procura de pintar alguna parte de tu dolor,
aunque no tan al natural quanto en el ánima 1
le sientes. Haziendo lo que es possible para i
que sepa Philomena ser la causa de tu mal. E
daremos vn sano remedio, como esta venga a
tus manos; y no se diga por ti que eres ena-|
morado y que no lo sabe ella. (
Pol. — O difficultnso remedio. Qué sé yo si
(') Así en el original. Quizás deba leerse vimos e co-,
iwscinios.
(-) Hanrra, en el original: ¿cuyas honrras?
(3) Oídsse, en el original. !
(1) En el original, herrar.
TRAGEDIA POLICIANA
mi carta que es la snnia de mi secreta passion,
andará en manos de quien me cause mayor
dolor con infamia que el primero que hizo el
amor?
Sol. — Cómo ansi?
Pol. — Alterada mi sonora con carta mia,
vendrá mi secreto en el vulgo.
Sol. -No temas, señor, de caer en semejante
peligro. Porque las damas illustres son de
naturaleza recatadas, e si Pliilomena no lo
fuesse, por el mismo caso deue ser aborrescida.
E siendo ella tal, tendrá más aniso de callar,
quando más alte'ada, que tú de no gemir
quando te sientas ])enado. Escriue. señor, que
aunque aprouechasse poco hacerlo, menos
aprouecharia dexarlo.
Pol. — Oraj'o rae determino de te dar aucto-
. ridad. viendo que compasión te ha mouido a re-
mediarme. Yo me entro a escnniir, y tú vete a
reposar, pues para mí solo se ha quedado el
tormento.
ARGUMENTO DEL SEGUNDO ACTO
Confuso Solino lie se auer offrescido a resrebir la carta de Po-
liciano para Philomena, está hablando consigo quando viene
S ilucio su coini)añero: van se a dormir en casa de sus ami-
ga-i. (' por el camino cuenta Solino a Salucio lo que con Po-
liciano ha passado. e llegados a la puerta de sus amigas, hs
liallan en cierto requiel)ro con vnos rufianes, e pas-^ada la
renzilla de los celos se acaba este acto.
SoLixo. Salccio. Palermo. Cornelia.
OroRIA. Pi(,'ARR0.
[.SoZ.] — Agora que mi amo está reposando,
e yo en mi libertad para considerar este nego-
cio, paresce me será disertación mirar bien si de
las palabras que le offresci y de las poner en
effecto, se me puede recreseer alguna pelazga
nueua; porque quien de prissa se determina,
muy despacio se arrepiente. Las cosas no con-
sideradas, e con discreción no preuistas, jamas
tuuieron ordenados et'fectos. Qué sé yo si a esta
Señora le cayra en tanta desgracia el mensage
de Policiano, que antes que de allá saque el
I pie rae hagan dexar la cabera? no quiero por
} falta de prouidencia hazer algún desconcierto
I que por lo menos me cueste la vida. Aqui vie-
I ne mi compañero Salucio, bien será que lo
j sepa, y en todo rescebir su consejo, que mas
j veen dos ojos que vno; todos somos de casa e
I de fuerga lo entiende todo.
I Sal. — Vamos, Solino hermano, a dar por ay
j vna gatada, veremos aquellas mogas y quiga
: dormiremos en buena cama.
j Sol. — Comigo estás a fe de hidalgo; molido
I estoy de dormir en essos poyos; vamos, e por
I el camino sabrás vn secreto que de nuestro
amo he sabido.
Sal. — Di lo que quisieres, que ya viejo es
Pedro para cabrero; más sé de essos secretos
que pueda contar en diez años; no hay en la
ciudad quien no sepa de Policiano hasta el
mencr de sus pensamientos, y a todos dize que
lo cuenta en confession.
Sol. — Pues a mí, pese a tal, no en confession
mas en confusión suya y mia me ha dado par-
te de su pena, y de la causa della, confiando
que yo tengo de ser medianero de sus amores.
Teniendo respecto al pan que en su casa he
comido, plega a l^ios no se pague con setenas,
no le pude perder vergüenza, y rae determiné
a llenar vna carta suya a Philomena. Después
que en mi libertad me he hallado, he conside-
rado quién es Philomena; no piense el pobre
Solino yr por lana y boluer tresquilado, o
apaleado.
Sal. — Mira, Solino, mi amigo eres y soy
obligado a serte fiel y verdadero. Porque es
flaca la fe del amigo, que ningún accident; la
torna en lisonja ni falsedad. Quando te deter-
minaste a oyrle, auias de yr aparejado para no
caer en algún hoyo o barranco de negligencia.
Porque viendo primero la piedra no hiere tan-
to como la que viene de improuiso.
Sol. — Pues para eso te lo he contado, para
que errado (') me corrijas.
Sal. - El rapaz de Siluanico me paresce que
tiene platica con vna moga de Philomena, por
donde creo tendrá esse negocio mejor corte.
*S'o/. — Descreo de la ley del quaderno si no
apunctas como letrado. Dexa me hazer. que yo
le hecharé a Siluanico el gato a las barbas, y
avn sacaré desta hecha el ascua con mano
agena. Oye oye, Salucio, no creo en la fe de
Mahoma, si no ay requiebro con las damas.
Sal. — A la sombra desta pared oygamos lo
(juo passa; conosces a los galanes?
Sol. — Descreo de tal si no es Palerrao el
padre de las putas y Picarro su compañero.
Sal. — Ora escucha vn poco la plática.
Pal. — Ola ola, damas, no cesse el fabor al
pobre gentil hombre, que descreo de el hijo de
la Magdalena, si aya en el Reyno dama más
bien seriiida que la que por seruidor me toma-
re; dos estays, y dos estaraos, cada vna oscoja
a sabor de paladar.
Cor. — Mira, señor Palermo, note engalle la
sombra, cata que somos viejas, y no valemos
nada para tu servicio.
Pal. — Vieja te rae hazes, traydora? por el
cuerpo sancto de la rehoyada, si acá abaxo te
apañasse, yo te embiasse que la madre Here-
ginta no te conosciesse.
P¿<:. — No es justo, hermosas, que tengays en
(I) Kn el original, herrado, consecuentemente con
llamar hierros á los yerros siempre que sale esta pa-
labra.
6
orígenes de la noa^ela
poco nuestras personas, que despecho del mar
e las arenas si no ay damas en la ciuiad qne
so, hallassen dichosas de nos tener por amparo,
porque si al seruicio de qualquiera cumpliesse
hazer campo con diez ó quinze aunque fuessen
Diablos, descreo de tal si ay aqui quien les
huya la cara.
Oros. — Gentiles hombres, ya es muy noche
y paresce deshonesto estar a tal ora a la ven-
tana; mañana de clia a la ora que raandaredes,
mi prima e yo holgaremos que deys por acá la
bnelta.
Pal. — O linda gracia de muger, voto a tal.
Qué te paresce, señor Picarro? quién no per-
derá mil vidas por ganar tan graciosa joya?
Pi<:. — Hola, señora Cornelia, mi compañero
va perdido por tus amores, e yo no menos por
los de la compañera; suplico te, señora, que
pues nos vamos me seas buena tercera.
Cor. — Ve, señor, en buena ora, que mañana
ay tiempo para todo.
Sol. — O vellacos rufianes, e esta es hora de
andar rondando?
Pal. — Huye, huye, Picarro.
tSal. — Dales, mueran los ladrones, unie-
ran.
Pie. — Aliuia, aliuia, que vienen cerca, sancta
Maria val me.
Sol. — Dexalos, dexalos yr a los couardes e
tórnense por acá de mañana. Qué te paresce,
Salucio hermano, del tracto que se traen con
nosotros estas damas?
Sal. — Ansi binen todas; no ay quien más
tenga fe con hombre de quanto buelue las es-
paldas.
Sol. — Dexa hazer agora: llegaremos a la
posada, que tú veras en qué para.
Sal. — Ora vamos callando, que ya estamos
a la puerta. Tha, tha, tha.
Sol. — Ya dormirán las dueñas. Llama con el
pomo del espada. Descreo de tal con las putas.
Tha, tlia, tha.
Cor. — Qué porradas da el asno, sea se quien
se fuere, quién llama?
Sol.—Ábri, dueña.
Cor. — Donosa es la venida a la ora de los
borrachos.
Sal. — O, descreo de la curatica (') piscina;
e hazes del ventero? toma porque os echeys
con tiempo.
Cor. — Justicia, justicia, que me mata este
vellaco.
Sal. — Hablas, mala muger?
Sol. — Dala, acabala, despecho de la condi-
ción; pues cómo es esto, hermosa? tan cansada
os dexó el requiebro que tan presto caystes
dormida?
(') Sic.
Oros. — Requiebro o qué? donoso vienes (^)
por mi salud: oxala, que he estado todo oy de
esta negra madre que he pensado espirar.
Sol. — Leuantad, leuautad, señora; tiradme
de aqui estas botas, que en todo se entenderá.
Oros — Quita te allá, Solino, descálcate tú o
acuéstate calcado, essos duelos me faltauan!
Sol. — Ea, dueña, por vida de la vellaca!
Oros. — Si por tu vida, el azemilero de tu
padre lo soñó, mala pasqua le dt Dios a quien
tal nescedad hiziere ('•^).
Sol. (•^) — Haz lo ya, señora, no des lugar a
más enojo, que boto a los corporales de Da roca
que basta vna muger a perder vu reyno entero.
Sol. — Que no os quereys leuantar? o, descreo
de tal con la vellaca.
Sal. — Da la, da la, acaba ya con ella.
Oros. — Justicia, justicia, señores, justicia,
que me matan.
Sal. — Salta presto, vamonos antes qne se
llegue gente.
Sol. — Corre, toma la puerta, si no aqui so-
mos todos muertos.
Cor. — Ansi, vellacos, rascamulas, azemile-
ros, que ansi se tratan las mugeres honrradas?
0?^os. — Justicia de Dios descienda sobre mí
si yo no me vengare de ti.
Cor. — Que te paresce, prima? por los huessos
de Aphrodisia madre y de la leche que mamé
reniego, si no les vrdo vna trama que en ella
dexen la vida; andar, pago es de mundo, yo me
lo merezco; pero quien no cae no se leuanta.
ARGUMENTO DEL TERCERO ACTO
Salidos Solino y Salucio ile casa deslas imigeros toman a la po-
sada de Policiano. Van por el camino hablando de la ivnzi-
11a pascada, c llegados a casa. Policiano da a Sihianico una
carta para Philomena.
SoLiNo. Salucio. Policiano. Silüanico.
[^S'oí.] — Qué te paresce, hermano Salucio, en
quántas trapacas nos meten estas señoras?
Sal. — Hermano Solino, jamás me paresció
bien, por grande que fuesse la ocasión, que nin-
gún hombre en la muger pussiese manos. No
quiero dezir que agora yo no fui demasiado,
pero al fin conozco que fue grande nuestro
yerro ('').
Sol. — Donoso estás para sermonador. Dime
por qué las tales no merezcan peor tracta-
miento?
Sal. — Yo te lo diré; porque si a la muger le
O En el original, bienes.
(^) Hieciere, en el original.
(3) Debe ser Saludo.
(■<) En el original, hierro.
TRAGEDIA POLTCTANA
das materia de aborrescimiento, aunque muy
poquita sea, tiene qué gastar toda la vida.
Quieren ser tractadas como animales forozes,
más con roncos e halagos que con vituperios e
palos. Es muy flaco género, e las cosas frágiles
muy fácilmente te quiebran.
Sol. — Cree me, hermano Salucio, que todas
las cosas naturales tienen su contrario, y el
hombre no tiene otro sino a la mala niui;er.
tSal. — Nunca oyste dezir a los sabios de
nuestro tiempo que es más segura la habitación
con los dragones que con la mala hembra? Sabe,
Solino, si no lo sabes, que la muger en todas las
cosas tiene extremo. Quiero dezir, que si es
buena, es corona de su género, e la que es mala
no tiene cosa buena.
Sol. - Ora yo mal suffrido soy para tolerar
vna muger e no sé cómo binen los hombres que
largos años las tractan.
Sal. — Maldito seas, asno, e no sabes que el
amor todas las faltas encubre? e las cosas aze-
das haze suaues e dulces? En el estado del ma-
trimonio da Dios amor tan abundante que haze
de dos corazones vna voluntad, y como aya vni-
dad entre I los cessa todo género de discordia.
Estas malas mu ?eres, como de amor verdadero
tengan carestía, si el interesse falta no son para
bien ninguno.
Sol. — Ya ya, hecho ha Orosia comigo para
quanto bina, puesta lleuo ya la sal en la mo-
llera.
Sal. — No más en esta plática, que llegamos
a la posada.
Sil. — Es buena hora esta de venir a casa?
Sol. - Qué te toma el diablo, rapaz vellaco?
qué haze nuestro amo? Ha pedido de vestir?
Sil. — Ay está en esta cama que no hazeaiás
rnydo que vn muerto.
Sal. — Xo has entrado a ver qué haze?
Sil. — Casa es de locos esta por la fe en que
creo. El amo troba, los mo9os van a rondar,
pues algún dia no ha poder que no sea la mia.
Sal. — Troba por auentura el triste de Poli-
ciano?
Sü. — Doy al diablo otra cosa haze sino dezir
disparates; llora como niño, da bozes como loco,
no sé qué se tiene.
Pal. — Oyes, paje.
>SV/. — Señor.
Pol. — Es de dia?
''^il- — E muy gran parte passada.
Pol. — O desdichado de mi, que después que
mi Coraron se escurescio, no sé qué cosa es ver
claridad. Yo no entiendo quáiido amanesce, si
a caso no es por oydas. Están ay es^os moyos?
Sil. — Sí, señor.
■^o/. — Pues aderescen me vn cauallo con vn
]aez negro. Entretanto que en mi pena busco
algún rastro de reposo.
Sol. — Qué dize nuestro amo, paje?
Sil. - Que se aderesce presto vn cauallo.
Sal. — Y él pienssa leuantarse oy?
Sil. No que pienssa para trobar.
Sol. — Por tu vida, .Siluanico, que escuches
si dclianea.
,9/7. — Avn me paresce que está trobando.
Pol. Bienauenturada pena,
e alegre tal padescer,
pues de todo quiso ser
principio mi l'hilomena.
Sil. — Corre, corre, Solino, e oyras las locu-
ras de Policiano.
Sol (*). - Passo, passo, rapaz; no le cortes
la vena.
Sil. — Aqui detras de esta antepuerta le oye,
que aun no lo ha dexado.
J^ol. Aunque piensse mi passion
combatir mi sufrimiento,
de mi más graue tormento
nasce mi consolación:
ser tan sabrosa mi pena,
tan dul(;e mi padescer
es la causa el merescer
de la linda Philomena.
Sal. — Juro por los euangelios que disparata
concertadamente el desdichado; cata, cata, So-
lino, no has oydo al asno como blasona del me-
tro? o hideputa, qué Virgilio, o qué Homero,
para metrificar de improuiso.
Sol. — Calla, dexale con su dolor al desdi-
chado, que yo te digo, Salucio, que tiene harto
mal.
Sal. — Cómol e qué tanto mal pienssas que
tiene? Tan mal estómago haze el amor?
Sol. — No le tuno tan estragado Apuleyo con
el veneno. Poco has estudiado en las escuelas
de Cupido, porque si de amor verdaderamente
supiesses, verías muy a la clara el desorden de
sus accidentes. No ay entre los animales algu-
no tan insensible como el hombre que está he-
rido de la amorosa ñecha de Cupido, porque
adormescido con el sueño de aquella sabrosa
yerba que en el coragon ('■^) del amante se pega,
ni siente gusto en lo que come, ni avn sabe res-
ponder a quien algo le pregunta. No quiere
compañía con el plaz^r, e quéxase que se mue-
re de tristeza: e por esta variedad que el amor
trae de passiones, le llaman los doctores de esta
facultad muerte sabrosa, porque de la misma
passion nasi'e siempre vn no sé qué sin nombre,
V avn sin sul)jecto, que da mayor dolor e causa
mayor pena al enamorado, quando en el dolor
se siente más resfriado.
Pol. — M0(?08.
O Sil. en el orisinal; pero sin duda debe leerse Soli-
no, como nosotros corregimos.
(-) Coroí07i, en el original.
8
orígenes de la novela
Sol. — Señor.
Pul. — Entra acá, descansso mió. No me pre-
guntas por mí? No me dizes cómo me ha succe-
dido en esta noche con mi alegre tristeza?
Sol. — Señor, avn no he tenido lugar de sa-
ber dónde estás? No te raarauilles si no te pre-
gunto cómo estás.
Pol. — O, mal fuego te consuma, vellaco in-
sensible, estoy me yo abrassando y estás tú
philosophando? Vete de ay al amalauentura y
plega a Dios que vna de mis ardientes centellas
te abrase para que sientas parte de mi triste
sentimiento: anda, vete con el diablo.
Sol. — Harto tiene agora que hazer contigo.
Pol. — O desconsolado de mí. O dia aziago
en que tuuo principio mi mal. O atreuidos y
desatinados ojos, qué hezistes? De vosotros me
quexaré todos mis dias y años, pues otros mi-
ran para ver, y vosotros vistes para cegar me.
Solino, oyes.
Sol. — Señor.
Pol. — Entra acá; para qué me dexas?
Sol. — Pensé que te dexaua bien acompaña-
do. Aqui estoy.
Pol. — Dónde está Salucio?
Sol. — Señor, aqui en esta sala.
Pol. — Ha sentido algo de mi mal?
Sol. — Y avn la causa del mucho mejor
que yo.
Pol. — Cómo es esso, Solino? quién dize que
se lo dixo?
Sol. — Quién, señor? tú, que se lo has con-
tado y avn le has llenado mil vezes por la calle
de Philomena, sino que ya no tienes dello me-
moria.
Pol. — No me pidas, Solino, memoria ni en-
tendimiento, que ya con mi dolor todo se con-
uertió en voluntad: llégate aqui, Solino. Cata
aqui vna carta mia que por tu parescer escreui
para aquella Reyna de mi vida, en la qual va
alguna e la más pequeña parte de mi pena re-
latada. Pido te por el amor que te tengo, que
en ella me pongas aquel recaudo con aquella
discreción e secreto que sientes que ha menes-
ter mi passion.
Sol. — O, señor, descreo de la bruta de Hér-
cules, que soy más conoscido ya por aquel ba-
rrio que tauernero en aldea. No quieras, pese
a mi pecado, que por falta de prouidencia cava-
mos en algún yerro (^). Siluanico me dizen que
tiene cierta trabacuenta con vna mo^uela de
essa dama; mándale, señor, llamar, que en ser
mochacho es libre de sospecha, y puede con la
rapaza negociar quanto quisiere.
Pol. — Anisado eres: la vida me has dado con
tu buen seso. Llama me acá a Siluanico.
Sol. — O^es, paje?
O En el original, como antes j' siempre, hierro.
Sil. — Quién llama?
Sol. — Entra acá.
Pol. — Ven acá, hijo Siluano, tú sabes la casa
de Philomena mi señora?
Sil. — Mucho bien, señor.
Pol. — Y conosces por auentura alguna de
sus criadas?
Sil. — Señor, una criada suya me habla por
ser de mi tierra, e me dize que hará lo que yo
la encomendare.
Pol.- O negocio bien acertado. Pues mira,
hijo mió, no menos me va que la vida en que
tengas manera con essa mo9a que dé esta carta
mia a mi señora Philomena. E si mi voluntad
tan alto premio meresciesse, tuuiesse yo con
breuedad de aquella angélica mano respuesta,
que si en esto, mi Siluano, tú me pones dili-
gencia, yo gratificaré tus pasos y essa doncella
será muy bien pagada.
Sil. — Pues, señor, pierde cuydado.
Pol. — Esso no, sin que se pierda la vida.
Pero tengo confianza que por tus manos tengo
de auer el remedio de mis penas. Confio que
donde tú vas voy yo, y que en procurar (*) mi
salud no hará falta mi presencia. Ve luego, y
los ángeles te acompañen. Oyes, Salucio?
Sal. — Señor.
Pol. — Saca me vn cauallo á la puerta, e
dexa me yr solo, pues tan bien (^) me hallo
con la soledad.
ARGUMENTO DEL QUARTO ACTO
Salido Policiano de casa, conciertan Solino y Salucio de dar
buelta por la calle de sus amigas: encuentran con Parmenia,
hija de la Claudina, e van con ella hasta su posada, donde
liallan á la vieja, a la qual dan cuen'a de los amores de Po-
liciano, etc.
SoLiNO. Salücio. Parmen'ia. Claudina.
[ííoí.] — Nuestro amo es ydo, y a nosotros
nos sobra el tiempo. Paresce me, Salucio (^)
hermano, que demos vna buelta por la calle de
aquellas damas e tomaremos viento para saber
qué mundo corre.
Sal. — Vamos donde quisieres, que nuestro
amo a missa va, e no llena pensamiento de tor-
nar con sol a casa, pero antes que de aqui sal-
gamos demos vn golpe en la despenssa; pon-
gamos algo en cobro de lo que Policiano pier-
de; endure él, que nosotros gastaremos, e avn
juro a la casa sancta no ayune él tanto en vn
año quanio yo desgarre en vn dia.
Sol. — De aquel tocino magro, que digo hao.
(•) En el original, eniproctirar.
{-) En el original, también.
(3) Silíceo, en el original.
TRAGEDIA POLICIANA
Sal. — Ya te entiendo, y avn el mosto que
no dize mal de nadie.
Sol. — Contigo me entierren, hola que digo?
ándese Policiano en gar^onia, que nosotros ro-
baremos de goderia.
Sal. — () lii de puta nescio, qué bocadillo se
}iierde en este jamoncete. Desto que toca al
ro9o, en casa ay buen recaudo, y en nuestro
amo maldicta la cuenta; pésame que aquellas
pellejas no están agora en gracia para que lle-
naran su parte del despojo.
Sol. — l)igo algo, Salucio? el buen vino haze
buena sangre.
Sal. — E la buena sangre buena condición.
Sol. — K la buena condición haze al hou)bre
virtuoso, y por las virtudes se gana el rey no
de Dios.
Sal. — Ora, hermano Solino, esto basta para
vn buen rato; demos por essa ciudad vna gatada,
e boluanios con tiempo al rancho. Dame de essa
cuerda mi capa y essa espada. E toma U\ vereda
que sea más apazible. Por aquí por la posada
del duque, y saldremos por la puerta falsa.
Sol.— (J']o, ojo. No ves la y 9a?
Sal. — Bien se huella la traydora. Descreo
de tal si no tiene buena gracia. Vaya en buen
ora la fresca.
Par. — Norabuena vayan los galanes.
Sol. — Ho, por los euangelios, señora Par-
menia, que no te conoscia. Dónde bueno vas
que tanta prissa llenas?
Par. — Voy por aqui adelaite a buscar quien
bien me haga.
Sal. — O perla de oro, cómo eres graciosa.
Voto a la Verónica de Olmedo, más te precia-
ra poco ha en la posada que a todo quanto me
dexó mi padre. A te que gozaras de vna tajada
de tocino de la lunada, e beuieras vna ta^a que
los angeles- cantaran con ello.
Par. — Esse me paresce el combite del Tole-
dano: si obierades comido, beuierades comigo.
Sal. — O traydora, cómo dizes tus malicias.
Pues por la Cruz de Carauaca que si tú eres
seruida no falten dos reales para gastar en tu
seruicio.
Par. — Gran merced ('): que ya sé yo que
de tales galanos no se esperan menores fabo-
res. A mi puerta llegamos, e mi madre nos
mira, bien será que deys la buelta, que yo agra-
dezco la compañia.
I Sol. — No, no, señora, voto al pinar de Se-
I gouia que anemos de hablar a la madre vieja,
que avn nosotros no le sonuis poco afficiona-
do8. Saine y guarde, vieja honrrada.
Claudina. — Jesu, Jesu, Jesu, hijo de mis
entrañas, mejor aya buen fin que yo te conos-
cía. Entra y abraca me, Solinico. Yesu, e qué
O Meced, por en-ata, en el original.
aproado estás, e qué hombre hecho e derecho;
llégate más á mí, mallogradillo vayas, que no
solías tu huyr de mí quando Dios queria.
Sal. — Paresce, madre señora, que ha dias
que le conosces.
Clan. — Si le conozco me dices, hijo? Aqui
está la Claudina que le vido nascer, y en es-
tas manos pecadoras dio los primeros gritos.
Ay, qué padre tuno tan honrrado, no paresce
sino que agora le veo. Jesu, Solino, más nal-
gadas te di en este mundo que tengo canas en
la mollera
Sal. Por cierto, madre, yo me hallo dicho-
so en auer te conoscido, porque el conoscimien-
to de agf.ra será para que muchos dias nos
tratemos. E dexado aparte lo que tu lionorable
vejez representa, el merescimiento de la señora
Parnienia es digno de toda gentileza.
Clan. — Bien te ha parescido la rapaza, lan-
dre que te dé, traydor enamoradizo. No me
toques en ella, nn'ra que es mi hija.
Sal. (')— E aun por esso, madre mia, se le
deue todo seruicio. E descreo de la leche de ca-
bras, si no tocara tanto a Solino mi compañero,
si yo no la siruiera a pesar de todo el resto.
Par. — No se vende la mo^a, por vida de
quien sossegare el rostro. Mira por vida mía
cómo hablan en raí como en cosa que anda en
venta.
Sol. — Esso voto yo a tal que si vale mi
puja, no dé la parte mia por menos que to-
da tú.
Clau. —Calla, hijo Solino, que ya que todo el
mundo pujasse, como cosa mia se te dará por
el tanto. Dexala dezir, que es mochacha e
boua.
Por. - Sí, sancto Dios, bonilla es la mo(;a,
metedle el dedo en la boca para ver si pa-
ladea.
Clati. — Mira, hijo Solino, esta casa es tuya,
y el mismo dereclio tienes a quien en ella
mora. Calla y no te fatigues, que todas las co-
sas tienen su tiempo. Agora, hijo mío, no en-
tendamos en más que en saber de tu vida. Con
quién bines? cómo te va? qué ay agora nneuo
en que yo aprovechar te pueda?
aS'o/. — Madre mía, yo soy criado de vn gen-
til cauallerf) que tú bien conosces, que ha nom-
bre Policiano.
Clau — Sancta Catalina sagrada, que con
esse señor moras? mira si le conozco, landre
me dexe si no le conozco, y avn sé de qué pie
coxquea. O hi de puta, y cómo es bienenamo-
rado; no sé yo si la dama le ha seydo fauora-
l>le, que dias ha grandes que le tengo en mi
registro, e avn estoy espantada cómo no ha
venido a mis manos. Que, mal pecado, como
(*) En el original, sin duda por yerro, Soli. (Solino).
10
orígenes de la novela
este sea mi principal officio, ansi me pesa del
galán que de mis artes no se aprouecha como
al pobre pescador quando a su red no acude el
pescado. Porque estas damas caliareñas y estos
galanes porfiados liazen a las de mi arte casas
nueuas con sobrados.
Sol. — Señora Claudina, pues se ha mouido
esta plática, no dexaré de dezirte lo que ay en
este caso, con protestación del secreto neces-
sario. Tú sabrás, madre, que Policiano mi señor
miiere de amores de Philomena, y el mayor mal
de su enamorada passion es la difficultad que
ay en la entrada de su casa, ansi por el reca-
tamiento de Tlieophilon su padre, como por la
clausura (^) y encerramiento de la dama, e de
semejantes inconuenientes lia nascido tanta
dabda en el buen fin de estos amores, que Po-
liciano ha venido a desconfiar de qualquier gé-
nero de remedio. Si tú, señora Claudina, tanto
confias de tus astucias, que pienssas poniendo
en este negocio la mano salir a buen puerto
con esta peligrosa dolencia, demos parte a Po-
liciano de tu voluntad, que yo sé no ai>er en su
casa mejor dia que quando se ofrezca camino
para entrar en el remedio de su mal.
Clau. — Paresce, hijo mío. que tienes más
confianca en la cerradura de Philomena que en
la ganzúa de la vieja Claudina? Donoso eres;
pues esto digo para en mi casa, e no quiero
que salga de entre nosotros, que si Policiano
abre bien la bolsa, yo haga a Philomena que
le abra la puerta por bien qne la tenga cerrada.
Cata, cata, mal conosces a la Claudina. Quién
sino yo en el mundo ablanda los duros coraeo-
nes de las hembras y avn quebranta las cerra-
duras de las más honestas moradas? para qué
piensas, bonillo, que aprouecha en casa del
herrero la lima, y el azeyte serpentino en casa
de la Claudina? sino para limar los candados
de hierro y enternescer las entrañas desamora-
das. Anda ve, Solino hijo, y a tu señor darás
noticia de mi abilidad, y avn le dirás lo qu3
sientes de mi voluntad, que aunque sea Philo-
mena quien es, yo batiré su muro con tan
bastante artillería que a pocos recuentros ven-
ga rendida en mis manos. E porque en este
caso las obras darán testimonio de lo que yo
puedo, ve, hijo mió, con Dios, que yo quedo
esperando tu venida con tan buena respuesta,
que no me valga menos que diez pares de doblas.
Sol.— Fnes, madre señora, nosotros nos va-
mos, e con lo que nuestro amo acordare yo soy
muy presto de buelta. Señora Parmenia, ten
me por tuyo, que yo a fe de hidalgo soy tu
cierto seruidor.
Par. —Tú, señor, puedes mandar, e yo te
tengo de seruir.
(1) Clausara, por errata, en el original.
Sal. — Gentil dama, los angeles te acompa-
ñen a ti y a la madre vieja.
Clau. — Amen, e con vosotros vaya.
ARGUMENTO DEL QUINTO ACTO
Cornelia e Orosia conciertan de yr a la poiíada tle l'alermo e P¡-
\arro, piiljlicos rulianc';. e yendo por el camino encuentran
con Siliianico. paje do Policiano, con el qiial passan «us acos-
lunibradas puterías. Siluanico va adelante e habla con Doro-
ti'a. criada de IMiilomena, e le da la carta i[ue llena do Poli-
ciano, etc.
Cornelia. Orosia. Siluanico. Dorotea.
[Cor.] — Qné te paresce, Orosia hermana,
del buen pago que el mundo da a las que en
vellacos ponen su voluntad? Pnes para ésta
que en la cara tengo, don vellaco azemilero,
que yo te dé a beuer vn xarope tan amargo
que no se te quite el azedia en quantos dias
biuieres.
Oros. — Vayan para vellacos, pues no saben
conoscer lo bueno; que para la muerte que deuo
a Dios más me cuesta aquel suzio de Solino que
valen las diez mejores alhajas que tengo. Cada
dia daca la calca, daca dineros para juegos,
daca el 9apato picado y las camisas vnas mejo-
res (') que otras. Todo lo passaua como loca,
e al fin tengo mi Sant Martin como nescia: no
ay en el mundo mayor mal que captiuar la vo-
luntad en poder de hombre (nascido; sino con
vn poco de cautela hazer a todos buen rostro,
e que cada vno piense que él es e otro no, e a
buelta de cabeca que aqnél sea más amigo que
mejor nos lo pagare.
Co7'. - Hablas, amiga, como sabia; que si yo,
prima, ouiera tomado tu consejo, no estuuiera
yo toda mi vida atada a las mercedes de Salucio,
e qué me puede él a mí dar sino el poluo del
almohaca? e sobre todo, que vea yo mi rostro se-
ñalado de mano de un mo^o de cauallos? Comi-
da me vea yo de mala rabia si no le hago que
le cueste la vida: toma hora tu manto e vamos
a Ja posada del aquel rufianazo de Palermo,
que ya viste quánto fue obligado a hazer lo que
yo le mandasse y pongamos ("■^) en sus manos el '
castigo destos vellacos, que no auemos menes- i
ter otro más cruel verdugo.
Oros. — Vamos donde mandares, que otra i
hallarás más perezosa; reboca te bien el rostro i
porque no seamos conoscidas.
Cor. — A punto estoy, guia por donde qui-
sieres.
Oros. — Por aquí, por la placa del Conde, |
que es el camino más corto. i
Cor.— Ce, ce, hora, Orosia: como nasci para;
(') Mejoras, dice el original. |
(2) En el original, por errata, pagamos. ¡
TRAGEDIA POLICIANA
11
la muerte, este paje es de Policiano, del pode-
mos saber dónde quedan Soliuo e Salucio.
ííorabnena vaya el galán.
Sil. — Salve Dios a las hermosas.
Cor. — Dónde bueno tan de prissa, Siluano?
paresce que vas a ganar beneficio.
St'l. — Señora, ya que el beneficio no se gane,
alómenos merescer le ha el criado que con di-
ligencia siruiere. Yo voy a entender en vn re-
caudo que de Policiano mi señor lleuo, ved,
señoras, en qué os puedo seruir porque no lue
puedo detener.
Cor. — Passito, no te apressures por mi vida,
señor Siluano, que ansi goze de mí como no
tienes tú en esta ciudad quien te sea tan afficio-
nada como yo. Di me, señorito, por vida mia,
Solino e Salucio dónde quedan? qué hazen? no
sabes tú, mi amor, que somos sus amigas?
»S'//. — Señora, en la posada quedaron con
Policiano mi señor, e no tengo yo a mucho que
ya anden por acá fuera.
Oros. — Dime, amor niio, son enamorados?
salen de casa de noche? a qué hora buelven a
dormir.'
Sil. — Por mi fe, señora, lo que puedo dezir
cierto es que ninguna noche duermen en la po-
sada; de la hora a que tornan no te sabn' dar
razón.
Cor. — Pues por mi vida. Sihiano, me digas
la verdad de vna cosa en que tengo dubda. La
noche passada salieron a la hora acostumbrada?
Porque me dixeron que antes que anocheciesse
los auian visto en cierta parte donde sus per-
sonas pueden rescebir peligro, e si ansi es, mi
amor, será bien anisarlos que miren dónde en-
tran, no les succeda algún daño de que todos
tengamos que llorar.
Sil. — Por cierto, señora, no estás bien infor-
mada, porque ellos no pueden salir de casa has-
ta que mi señor sea acostado; mira cómo pue-
de alguno dezir con verdad semejantes pala-
bras.
Cor. — Pues, señor Siluano, yo creo lo que
de tu boca he oydo más que lo que me puede
dezir ninguno que venga con malicia; por vida
mia que no les digas que nos viste, porque va-
I mes mi prima e yo a un negocio de secreto.
I Sil. — Bien pueden, señoras, yr seguras, que
yo no les diré cosa que os cause enojo.
Oros. — I*ue8, amor mió. Dios te guie, por-
i que vamos de prissa.
I Sil. — Y a vosotras acompañe, que yo no voy
muy de espacio: estos nescios de mis compañe-
¡ros, con estas cantoneras deuen estar hechiza-
jdos. E piensan dellas que no tuvo tanta casti-
|inonia la casta Penelope como ellas les mues-
jtran quando les tienen delante. O malauentu-
jrada confianca la que de las tales se tiene, y
'más malauenturado el hombre que de semejan-
tes confia. A buen puncto soy llegado ('): a
Dorotea veo a la puerta de su casa, plcga a Dios
que me espere y no se me entre huyendo. .Salue
, Dios a la hermosa.
Dor. — El galán sea bien venido. Cómo es
esto, señor Siluano? Dime la causa de absencia
tan larga.
Sil. — Señora, mia, ya sabes que quien sirue
a otro no tiene para sí libertad. Mi señor Po-
liciano está muy apassionado, e tanto que por
huyr el plazer no quiere salir donde rescebirle
pueda; pues estando él en casa mira tú, mi rey-
na, cómo puedo yo visitarte. Suplico te no me
culpes (2) ni me trates conio ausente, pues
siempre e donde quiera te tengo delante de
mis ojos.
/)or. — Di me agora, señor, qnr milagro fue
este que veniste por estos barrios?
Sil. — Señora Dorotea, tú sabrás que Poli-
ciano ha tenido noticia de cómo yo soy tanto
tuyo, e me mandó que de su parte y mia te pi-
diesse que con todo el secreto e discreción que
es menester diesses a Philomena tu señora esta
carta, de la qual si fauorable respuesta se ouies-
se ('*), todos seríamos bien gratificados ; yo
por cumplir con la obediencia que como a señor
le deuo, e teniendo confianza (') de rescebir de
tí estas mercedes, tomé atreuimiento para se-
mejante petición. SuplicQ te, mi señora, en esto
pongas la diligencia que yo pienso poner en lo
que á tu seruicio tocare, porque yo cumpla con
la deuda que deuo de criado, e tú con la que
me deues de hazerme mercedes como se-
ñora.
Dor. — Ay cuytada de mí, señor de mi cora-
9on, e quánta dificultad ay en lo que me man-
das hazer, porque la honestidad de Piíilomena
mi señora, su grane y estraña condición, no
consienten que yo tenga semejante atreuimien-
to. Como nasci para morir, si yo llegasse con
tal embaxada creo que mis palaluas y mi vida
fenesciessen en vn punto. Solo vn remedio pue-
do dar para (jue tu venida tenga algún fructo,
que haré hechadiza essa carta donde í'or9ado
venga a sus manos, sin que pueda saber para
siempre quién aya sido el mensagero.
Sil. — Peligroso me paresce esse remedio, e
si la carta se pierde ante que a sus manos
venga?
Dor. — En esso seré yo cuydosa e tú puedes
yr descuydado.
Sil. — Ora pues, señora mia, esta es la carta
de mi señor; en tus manos la encomiendo, que
yo voy tan confiado quanto á mi voluntad
(1) Lledo, en el original.
(2) Culpas, en el oriffinal.
(■h OuÍ3se, en el original.
(*) Con/f»ifa. en el original.
12
orígenes de la novela
se deue. Yo me voy; los angeles queden con-
tigo.
Dor. — Y contigo vayan, e mira, señor, que
no me olvides tiento.
ARGUMENTO DEL SEXTO ACTO
Salidos Solino e Salucio de casa de la Claudiin vanne a la posa-
da, donde siendo llegados viene Policiano, al qual dan rela-
ción de lo que con la vieja passaron; viene Siluanico e dize lo
ijue de la carta ha succedido, etc.
SoLiNo. Salücio. Policiano. Siluanico.
[íS'o/.] — El passo tendido, hermano Salu-
cio, porque lleguemos antes que nuestro amo a
la posada.
Sal. — Bien dizes, hermano, por vida de mi
amiga; que si sabe nuestra tardan9a, ni con él
acabaremos renzillas ni avn faltarán en casa
dolores.
Sol. — Qué te paresce que se haga en lo que
con la buena vieja dexamos concertado?
Sal. — Venido Policiano, lo primero que ha-
remos sera hazer le entender lo que a nuestro
prouecho haze: dezirle que estos .negocios de
amores más seguros andan en manos de vna
muger marcada que en poder de hombres no
experimentados; que tenemos noticia de vna
vieja astuta, y en esta arte de alcahueta exa-
minada maestra; que procure hablarla y pro-
meterla el premio de su trabajo, y ella pondrá
la diligencia que nosotros no podemos por mu-
cha que pongamos.
Sol. — Ello está bien acordado. A nuestro
amo veo venir por aquella calle, alarguemos el
passo, no nos halle fuera de casa.
Sal. — Ya no puede, que dentro estamos.
Pol. — M09.0S, mo90s. Dónde están estos
diablos?
Sal. — Qué prissa trae el diablo, rabiando
viene por saber nueuas! Pues mandóte yo, que
no basta el amo diligente para que el ni090
pierda su natural negligencia.
Pol. — Que dizes entre dientes?
Sol. — Digo, señor, que si supiesses el buen
recaudo que tengo en tus amores me darias el
jubón que traes vestido.
Pol. — Buen recaudo dizes? hablas según tu
opinión, e no sientes dónde llega mi desseo.
Contentas te con poca agua como no te abrasas
en el fuego que yo, porque si sintiesses mi
dolor, no Ihimarias buen recaudo sino a ser me
mi señora fauorable, y esto es impossible según
es baxa mi ventura y alta la causa de mi mal,
pero diuie algo con que mi dolor amansse, y
después comience como de primero.
Sal. — O hi de puta nefio, qué hechizado
esta con aquella putilla de Philomena, e juro
a los euaugelios no ay mayor rabosa en el
reyno.
Pol. — Quién habla alli fuera? estoy yo ha-
blando en mi pena, y no falta quien me impida
la medicina?
Sol. — Señor, Salucio es, que está muy an-
gustiado de verte tal.
Pol. — Pues por qué no entra? qué haze alia
apartado? Salucio?
Sal. — Señor.
.Pol. — Entra acá, dime qué sientes de mi
mal.
*?«/.— Señor, siento que eres enamorado y
que tienes razón de ser constante en amor.
Pol. — Pues no me dices qué haré para ha-
llar camino en mi lemedio?
Sal. — Par Dios, señor, lo que yo con mi
poco saber te puedo consejar es que pongas
este negocio en manos de vna mujer sagaz e
anisada en toda ruindad, porque con las tales,
si estas damas del amor están tocadas, muy fá-
cilmente descosen su secreto-? y pues por éstas
se suele dezir que quien las sabe las tañe, a
éstas encomienda tus amores e no hagas cuen-
ta de la diligencia que nosotros podemos po-
ner aunque desseosos de seruirte, si no te dis-
pones a esperar con vn barril de lenguados,
ciento e veinte de azedias. Por vna uez que la
fortuna nos fauorezca como a osados, nos alan-
9ará cinco mil por no experimentados. El
principio de todas las cosas se requiere cauto,
para que lo dependiente succeda firme y esta-
ble. E quando el fundamento falta, mal se
deue esperar la duración del hedificio. Todo
esto e más que te puedo dezir si el dolor que
tanto te aquexa te prestase atención es justo
que mires en los principios de vna cosa tan
ardua como esta, para que en la prosecución
della no vengan a nascer desuariados effectos.
Pol. — Pues qué te paresce a ti que haga yo,
amigo Solino? á quién me encomendaré que no
sé dónde ay fidelidad?
Sol. — Señor, ymaginando con cuydado los
instrumentos con que esta tu llaga pudiesse
cauterizar, entre muchas que el cora9on des-
seoso de agradarte me ha ofrescido, me truxo
a la memoria vna vieja mi conoscida, maestra
de hazer perfumes, que vn tiempo fue partera
en esta ciudad, que tiene por nombre Claudina,
sagacissima en quantas maldades el entendi-
miento del hombre puede ymaginar y en ellas
criada, y no menos encanescida; la mayor he
chicera que se ha hallado dende el principio
del mundo hasta oy. Tiene tanta abilidad en
casos que requieran artificio sobre natural, que '
a todo el infierno junto trae consigo con sola
su boz. E aunque para este negocio no sea
menester tanta herramienta, no empece al arti-
ficio la demasiada astucia del artífice. Procu-
TRAGEDIA POLÍCTANA
13
ra, señor, de hablarla e poner este negocio en
sus manos, e si se las vntas con algún into-
resse, aunque no muy calificado, puedes con-
fiar en ella, que aunque Pliilomena fuesse tan
dura como vn reziu diamante, con solas sus pa-
labras la prouocará a qu»^' su desseo y el tuyo
se executen con la breuedad que verás.
Pol. — O prestantissimo remedio: cómo? que
ay tal muger nascida e no la conozca yo? ve
Solino e llámala, e dende aqui te doy auctori-
dad para que la ofrezcas no solamente los bie-
nes que ay en mi casa, pero avn todo mi patri-
monio pon en su mano, del qnal y de mí lior-
dene a su voluntad. Pues dime la verdad, So-
lino, que de ueras te paresce a ti ser necessa-
rio dar parte a esta muger?
Sol. — Señor, no cosa más.
Pol. — Pues en vuestras manos encomiendo
este mi spiritu atribulado, tractadle como soys
obligados según verdaderos misericordiosos,
que yo quedo tan acompañado de tristeza
quanto solo de vuestra compañía, yd e llamad-
me a essa dueña honnada e no tardeys si biuo
me querevs hallar.
Sal.— Pues vamos.
Pol. - E yo quedo.
Sol. — Allá quedaras con todos los diablos
cargado de locuras e vazio de entendiiuifuto;
qué te paresce, Salucio, de la perdición deste
perdido?
.Stt/. —Enfermedad coumn es la suya, e si el
dolor le ha llegado a lo secreto del cora^fju,
más te deues marauillar de su paciencia que de
su sentimiento.
Sol. — O feminil flaqueza, que eres bastante
a robar de vn hombre robusto la joya más esti-
mada, que es la libertad. Bien dizen los sabios
que deste adamantino dolor escriuieron que
I tiene la propriedad del azero en la dureza e
I crueldad. Porque consideradas sus robustas
I fuerzas, e los pechos tan esfor(;'ados que amor
i con sus crudas flechas ha rompido, no amor
j sino tirano enemigo, mortal offenssor deue ser
I llamado. Lee las historias Romanas e hallarás
i estar llenas de los desatinos que este amor ha
j causado. Aquel emperador africano que hauien-
i do seydo en el senado tenido por el más victo-
. rioso monarca que en el mundo se hauia halla-
I do, el amor de vna pobre labradora de tal ma-
nera le puso en baxeza, que no sólo de la gen-
j te noble de senadores, pero de la república y
I gente plebeya fue tenido en tan baxa estima-
ción quanto su hystoria testifica. Pues en la
escriptura sagrada, quién fue causa de aquel
notable pecado que el Rey üauid cometió en la
muerte de Urias su capitán, sino ser el mismo
Rey tocado del amoi- de Bersalieu? Pues si con-
tarte quisiesse los desastrados acaescimientos
de muchos reyes e varones illustres apassiona-
dos desta dulce ponyoña, seria comen9ar vn
cuento que no tuuiesse fin. Solamente resta
que la libertad con ningún thesoro se compra,
e si nuestro amo halla sabor en esto en que to-
dos los que algo entienden tanta azedia e
amargura an hallado, con su pan se lo coma e
mal prouccho le haga. Tengamos aniso sus
criados de dezir dende afuera: a saluo está el
que repica, e si porfiare diziendo: ve acá, torna
acullá, dezirle que bien se está sant Pedro en
Roma. Ya me entiendes, no aya alguna tram-
pa donde no penssamos. Y pues él comió los
agrazes, no padezcamos nosotros la dentera.
Esto que toca a llamar la vieja, cosa es que
cumple, en lo demás tengase auiso qué mande
y haga, qué digo?
*S'a/. — Hao, comigo estás, anisado eres.
Sol. — Cata, cata, juro al cuerpo de tal, Sil-
uanico viene: regocijado llega. Ño sé cómo ha
negociado.
Sil. - Ansi, Solino hermano, vnos hazia vn
cabo e otros hazia otro, porque no se acueste
el mundo.
Sol. — Cómo vienes, Siluanico? qué nueuas
tenemos?
»SV/. -Alia dexo la carta en poder de üoro-
tea, tómela el diablo e oxala la quemasse.
Sal. — Ora, Siluanico, ve presto a la posada,
que queda solo nuestro amo, e no digas que
nos topaste, porque ha gran rato que salinKíS
a llamar a vna vieja hechizera a que nos embió;
en siendo venida ella tomará a cargo estos
mensages, e quitar nos ha Dios de peligro.
Sil. — Dios lo haga como no paguemos los
que no auemos comido el escote. A casa voy,
la Magdalena os guie.
Sol. E a ti acompañe hasta la buelta.
ARGUMENTO DEL SÉPTIMO ACTO
Conidia e Orosia llegan fii casa de Palenno, ilnnilc liallaii a I'i-
^arro su compañero, a los qualcs seiiiiexan ile la injuria que
cíe Solino e Salucio rescibieron, e les |)¡(len que entiendan en
la venganza, etc.
COUXKI.IA. OuOSIA PaI,K10!0. PkaKUO.
[_Cor.'\ — Están en casa los galanes?
Pal. — Ce, ce, hermano PÍ9arro, despecho de
la media nata si no ay garulla en la posada;
quién anda ay? Ya, ya, señoras, no es menes-
ter tanta dissimulacion.
Pir. - Desciibrete, dama, pese a la ley del
quaderno, que para quien bien conosce la nariz
le basta.
Cor. — Y avn a quien tanto vee, la mitad de
la vista le sobra.
I^al. — O galana, cómo eres graciosa, quita
te el rebo90 por mi vida. Muchacho, corre, toma
aquel jarro.
14
ORÍGENES DE LA NOVELA
Cor. — No, no, st'ñor Palerruo, no venimos
de tanto espacio.
Piq. — O, descreo de la peña de Martos, qué
tan pressurosa vienes? Pues no lias de salir de
la estancia sin que rescibas colación.
Oros. — Ay, ))rima, por mi amor no nos de-
tengamos, que ya sabes lo que tenemos deliazer.
PaZ.— Digo, señora Cornelia, paresce que
quiero conoscer a esta dama.
Cor. — En cargo de mi ánima que tú estás
donoso, pues agora sabes que es Orosia mi
prima?
Pal. — O, perdona, hermosa, que por mi vida
con el rebo(?o te desconoscia. Que avn por vida
del resto, que tienes en casa quien te dessea
seruir, sino que no te lo osa dezir por no darte
enojo. Hola, señor Pi^arro, por qué no hablas a
esta dama? Pues que no le eres tú poco af ficio-
nado.
Pir. — Es la señora Orosia? O descreo del
puerto de Jafa; perdóname, señora, que voto a
tal agora te acabo de conoscer.
Oros. — Señor Pi^arro, agrauio me hazes con
tan poco conoscimiento, siendo yo tanto tu
seruidora.
Pie. — O perla de oro, no me culpes que des-
creo de la leche de Olofernes si con el reboco
que traes el mismo diablo no te desconozca;
descúbrete por vida mia, corre muchacho, eres
venido?
Oros. — Señor Pirarro, no te pongas en tra-
bajo, que por mi vida venimos muy de priessa,
e necessidad de hablar al señor Palermo truxo
por acá a Cornelia mi prima, e yo por tenerla
compañia acordé venir con ella.
Pal. — Pues qué es esto, cora9on mió? Ay
algún embara9o en que yo pueda poner la vida
en tu seruicio?
Cor. — Pues qué pensauas, señor? que era
mi venida a lumbre de pajas? Enojadas venimos
mi prima e yo, e con mucha razón, porque de
vnos vellacos mo90s de espuelas auemos seydo
afrentadas, e quien bien nos quisiere nuestra
injuria ha de tomar por suya, porque mi amigo
es otro yo, e ansí deue sentir mis enojos.
Pal. — O reniego de las barbas de ÍBarrabas,
e tal cosa me dizes? Oyes, mochacho, arroja me
acá essa cota, dime quién son los que te enoja-
ron, e desame tomar mi hatillo, que no creo en
la fe de los Tártaros si handrajos no te los llene
hechos y la sangre me beua por dexarte más
vengada.
-^'V- — Y este embarace, señora Orosia, es
cosa que a ti toca?
Oros. — Común ha sido la injuria e tal ha de
ser el castigo. Descreo de la leche que mamé
si la fe no renegasse por verme vengada. Dos
criados de Policiano entraron la otra noche en
nuestra posada, e porque con vosotros estaña-
mos hablando nos dieron tantos bofetones en
nuestro rostro que los dientes nos dexaron ba-
ñados en sangre, y esta afrenta tan grande no
f^e nos hiziera a nosotras si tuuieramos fabor de
hombre; triste es la casa donde falta la compa-
ñia del varón. Yo me lo merezco, yo tengo mi
pago, porque como nescia no tomo yo consejo
de quien bien me quiere.
Pie. — Señora Orosia, no llores ni te acuytes
por vna cosa que passada no puede dexar de
ser passada; pero da gracias a Dios que tienes
por amparo al señor Palermo e a mí, que sere-
mos verdugos de quien tu capato offendiere, y
no digo yo con dos que en fia es meaja en ca-
pilla de frayle para lo que mi espada corta; pero
si quinze fueran los contrarios, hombre ay en el
estancia que no mudara el color para acome-
terles, y avn reniego de los montes claros si no
tengo vna hojuela en la mano que no liaze más
de los hombres hechos malla que si fuessen he-
chos de manteca.
Pal. — Orosia señora, poca noticia tienes del
señor Picarro, mal informada estás del nombre
que su espada tiene en el rey no, pues quiero,
dama, que sepas que quien más agora floresce
en las armas ninguna ventaja le haze, y el dia
que no se embuelue en negocios de poner la
vida en condición, no piensa auer hecho hazien-
da; su tracto es cincuenta mugeres repartidas
por las mancebías del reyno, y la que más fama
tiene huelga de le tener por amparo. Mas yo
te juro al Sepulchro Sancto de la rehoyada, e
ansi aya yo uentura con damas, como le vi oy
hazer vn hecho que Rebeca en su tiempo no le
hiziera.
Oíos. — Ora, señor Palermo, dexemos las
alabancas deste gentil hombre para otro (') dia;
nosotras venimos de priessa, e no a más que
daros parte de nuestra injuria; si pensays poner
en ello la mano, yremos mi prima e yo descuy-
dadas, e si no tan bien nos anisad, que como
nasci para la muerte que ay gentiles hombres
en la ciudad que no verán otro Dios sino que
nosotras les mandemos.
Pal. — Mirad, damas, reniego de tal si no me
corro de la dubda que en mi voluntad se pone,
y si no estoy ya desseando el tiempo para que
sepays lo que desseo liazer por seruiros. Dexad-
me el cargo e dormid sin pena, e no me teugays
por Palermo, hijo del merino de ronda, si jun-
tos no los embio a renar con Lucifer. Mira, se-
ñora Cornelia, qué tanto desseo su servicio, que
juro a los sanctos quatro elementos entre sue-
ños piensso cómo tenerte contenta. Ellos salen
de noche?
Cor. — Cada noche salen después de acostado
su amo.
(O Eu el original, otra.
TRAGEDIA POLICIANA
15
Pal. — Pues bien, puedes ruaüaiia dezir: per-
done los Dios.
Pir. — Ora descuydad, hermosas, que yo re-
niego de las que en la cara tengo, si no os de-
xaremos tan bien satisfechas quanto jamás
afrenta se satisfizo.
Cor. — ¡Señor Picarro, con tal confian9a nos
vamos a la posada.
Pir. — No y ras, por vida de mi amiga, que
no puede tardar el mo^o con la colación.
Oros. - Señor, aqui lo damos per rescebido,
porque no nos podemos más detener.
Pal. ■ Pues^ damas, rescibid la voluntad del
pobre gentil liombre, que otro dia se abrá la
obra.
Oros.— A Dios, galanes.
Pir. — Vayan de Dios las pellejas. O pese te
tal con las curraticas adobadas, y esta pelazga
nos tienen agora guardada? Escapónos Dios e
nuestra diligencia la noche passada, e quieren
nos tornar a meter en el garlito? Mira, hermano
Palermo, el remedio más sano para que destas
pellejas nos defendamos, porque de mí te hago
saber que no saldré de casa a negocio (') de
tanto peligro, e aniso te que si a sacar me por-
fiares, al primer repiquete de broquel no me
haUarás en toda la ciudad.
Pal. — O, pese a la fe de los moros, Picarro
hermano. Que el diablo nos topó con putas tan
reboltosas! Dios sabe quánto estoj fuera de asir
quistiou con nadie; sino que mis pecados me
quieren ya Henar arrastrando al cimenterio. Vn
braQo tengo más yerto que si fuesse de madera.
Yo no traygo espada tanto para reñir, quanto
para hazer mamparos mientras me pongo ('^)
en huyda.
Pir. — Pues de mí no hagas cuenta, que des-
pecho de la puta que me parió si las carnes no
me están ya temblando con sólo el pensamien-
to; mañana quiero fingir vn cammo y estarme
encerrado doze o quinze días, y entre tanto estas
borrachas abaxarán vn poco la colera.
Pal, Bien has acordado; amanescerá y me-
draremos. Pero no me paresce mal que ande-
mos sobre el aniso, y si viéremos tiempo en que
a nuestro saluo podamos hazer una leuada, que
no monte más de vn cumplimiento, bastará para
salir de cargo, e si mal nos suscediere, a los
pies nos encomendemos, que son aliuio de pe-
cadores,
Pi<;. — Ora Dios lo encamine por camino
más seguro, que a mí no rae paresce que deue-
raos ponernos en tal peligro. Vayan para ve-
llacas.
Pal. - Ora reposemos e tomemos consejo
con el tiempo,
I,') En el original, negado.
(?) Puogo, en el original.
ARGUMENTO DEL OCTAUO ACTO
Siluaiiii-11, \¡ii¡eii(ln a la po>a(la. viiMie liablaiido consigo, «londc
halla a Policiano, al i(iial da relación de lo que con la carta
succi'ilio. Vii'iii! la Claudina, e aiiiendn oydo a Policiano, le
jiionicte la victoria, etc.
SiLUANico. Policiano. Claodina. Solino.
Salücio,
[<sV7.] — Quien no se auentura no alcauQa
ventura, e quien no acomete meresce nombre
de couarde. Yo con la necessidad atieuime á
Dorotea, y con mi atrevimiento descubrí rastro
de victoria. Bueno ua: con vn camino he hecho
dos mensajes, puse a recaudo la carta de Poli-
ciano, conosci en la mo^a que no me tiene ol-
uidado. Por esto dizen que barba a barba ver-
gueu9a (') se cata, e que quien no paresce pades-
ce. A lo menos si a Dorotea yo la digo mi pena
sin tercero, ni me engañará la vieja Claudina
con sus conjuros, ni Solino e Salucio con sus
meniiras. Buen enamorado hago, bien me va
con los primeros amores; andarme quiero en
estos passos, pues todos en mi casa andan ena-
moradizos. A la posada llego; aquellos vellacos
dexaron la puerta juntada y el perdido de mi
amo yo juraré que troba,
Pol. — Mucho tarda mi remedio, no soy dig-
no de ningún bien, todas las cosas me son
contrarias, muy cerctt está mi desesperación,
ya mi mal me tiene consumido, no tengo fuer-
cas ni subjecto para padescer, no sé qué haga
de mí, toda tristeza me es agradable y toda
alegria enoj' sa, toda soledad apazible y toda
compañía tan odiosa como la misma sepultura.
A mal va mi partido. Si ay algún mo90 en
esta casa? Mocos, mozos!
^?7.— Señor.
Pal. — Entra acá, liijo Siluano, cómo me
dexas solo? por qué no me dizes cómo te fue
con mi carta? Creo que mi desventura te lo ha
impedido, porque yo no goze de aquel plazcr
que tu venida me trae.
*S'//. — Señor mió, esfuerza e ten confianza en
el amor, que si el buen fin de lu desseo con-
siste en aquella carta yo te certifico.que esta es
la hora que Philomena la tiene en sus manos,
Pol.— tSancto Dios, mira lo que dizes, cata
que yo no soy digno de tan gran merced.
Sil. — La muy alta consideración que tienes
de Philomena te causa el menosprecio con que
tu merescimiento has abatido.
Pol. — Cómo es esso? paresce que mi afficion
aya enturbiado en mí algún quilate de mi
razón?
O En el original, venganza, evidentemente por yerro
de la imprenta.
16
ORÍGENES DE LA NOVELA
Sil. — Hi, hi, lii.
Pol. — De qué te ries, vellaco rapaz?
Sil. — De cómo eres enamorado, e no sabes
los accidentes del amor, Dizen los que dello
saben que el amor no es otra cosa sino vn ol-
uido de la razón e vna especie de locura que
turba el entendimiento e aparta el ingenio,
priua de la memoria, destruye las fuer9a8, con-
sume la hazienda, estraga la hermosura, que-
branta los altos e generosos desseos, y los re-
montados hace abatir a cosas rastreras e viles;
encierra en un subjecto mil contrarios acciden-
tes, ansi como plazer y enojo, tristeza e ale-
gria, guerra continua e tregua enojosa, acci-
dental claridad e cssenciales tinieblas, descon-
tento e contentamiento.
Fol. — Pues, desdichado de mí, el triste cora-
ron que tantos e tan discordes huespedes tiene,
cómo puede medir con libertad de jnyzio?
Sil. — Tú te lo dirás todo.
Pol. — Qué dizes?
Sil. — Digo, señor, que, a mi parescer, entre
los amantes e los locos sola ay esta diferencia,
que los vnos son locos quando aman e los
otros quando hazen locuras.
Fol. — Aunque priuado de seso, bien conoz-
co que dizes más de lo que tu hedad te enseña,
pero esta es vna dolencia que se rescibe de
grado e con trabajo mortal se despide. Pues
entretanto que con el accidente peleo, me di
cómo te succedio con aquella breue relación de
mi mal.
Sil. — Señor, yo di tu carta a vna criada
suya que a causa de ser de mi tierra me tiene
alguna afficion, e a ésta encargué que con se-
creto e discreción la pusiese en manos de Phi-
lomena. Dexada aparte la dit'ficultad con que
me lo otorgó, queda obligada a poner recaudo
en que tu carta venga a manos de tu señora, e
si respondiere, darme a mí la respuesta.
Fol. — Dios te consuele que ansi me has
consolado; llama luego vn sastre y corta de
aquella grana que para mí se sacó vnas calcas
e capa.
Sil. — Beso te las manos por esta merced, e
más que de tu magnificencia espero.
Fol. — Corre, da me aquella harpa e tañeré
vna canción con que mi dolor se encienda.
Sil. — Señor, si ansi es, para qué quieres
tañer?
Fol. — Para acabar la vida como el cisne con
música lamentable.
Sil. — Señor, líela aqui.
Fol. — Cierra me essa puerta, que quiero
magnifestar cantando lo que mi ánima siente
penando.
Venid, gemidos mortales,
con las ansias del morir,
pues allí está mi bibir.
Venid, ansiosos sospiros,
fenesced mi triste suerte
e hasta vlarme la muerte
no penseys en despediros;
red que salgo a rescebiros
sediento por el morir,
pues alli está mi biuir.
Ven ya muerte, qué es de tí?
que esperando desespero,
e porque tanto te quiero
te apartas tanto de mí.
Ven ya, que te espero aquí,
ansioso por el morir,
pues alli está mi biuir (^).
Sil. — Qué es aquello que veo? mal año me
dé Dios si Solino e Salucio no vienen con la
vieja, que paresce que la traen presa por he-
chizera. Señor, señor.
Fol. Qué es esso, loco mal criado? No te
mandé que me dexasses?
Sil. — Solino e Salucio vienen por aqui, e
traen en medio a vna puta vieja.
Fol. — Soberano Dios. Corre, perezoso mal-
diziente, abre la puerta, que yo quiero yr a
besar la tierra que essa depositarla de mi vida
pisare. Coi re, no te tardes.
Clau. — Es esta la posada, hijos mios?
Sil. — Entra, señora, que, según eres dessea-
da, a saber cierto tu venida saliera mi amo en
procession a rescebirte.
Clau. Paz sea en esta casa.
Fol. — O canas bienauenturadas, o vejez bien
fortunada, o thesorera de mi remedio, o mi re-
uerenda e digna de todo acatamiento Claudina,
sólo tu aspecto ha dado vida a mi desseo, tu
rostro de misericordia ha enternescido las du-
ras cadenas que mi triste corazón sobre sí tie-
ne; rompe, madre mia, mis carnes para conoscer
el dolor que secretamente padezco, porque con
la lengua es impossible manifestarle.
Clau. O, señor Policiano, qué poco esfuer-
90 es este? qué quexas tan debilitadas e tan
sin confianca son las tuyas? en semejantes ad-
versidades se conoscen los ánimos valerosos.
Torna, señor, en ti, qué es esto? pues aunque
de todo punto a tu mal faltara medicina, tu
sola discreción, tus varoniles fuerzas e tus
acostumbradas astucias auian de bastar a res-
cebir cualquier infortunio por graue que fuesse,
mayormente estando yo en medio, que soy
maestra vieja e me obligo a darte salud si tú,
señor, no te dexas vencer de la sombra. Mira,
señor, que es cosa vergon90sa que vn cauallero
como tú se confunda con la ymaginacion de
vna muger.
(') Eu el orik'itial, estos versos, coiuo los otros de pá-
ginas atrás, están impresos á renglón tirado, cual si fue-
sen prosa.
TKAGEDIA
Sol — Assomate, liermano Salncio, e verás
a nuestro amo de rodillas delante de la mayor
puta vieja que nascio de las mugares. O mal-
auenturado de ti, quánta lionrra das a tus pas-
sados ydolatrando y dando obediencia a las más
maldictas canas que jamás salieron al mundo!
Pol. — Madre mia, esperanza mia, la causa
de mi mal bien creo te abrá sido relatada por
alguno de mis criados que como yo la saben, e
ansí confio que la sienten. No pienso será me-
nester que de nueuo sepas en este caso otra
cosa, pues no la ay más de lo que ellos de mí
han sabido. Por tanto, madre mia, pido ií, por
reuerencia de la tremenda passion que me ator-
menta, des a mi coraoon la medicina que vie-
res ser conueniente para que algún poco des-
canse del continuo fuego que me abrassa.
Clau. — Por cierto, hijo Policiano, muchos
dias ha que el passado conoscimiento de tus
padres y tuyo ha sembrado en mi cora9on vn
desseo muy grande de gozar de tu noble e gra-
ciosa conucrsacion, e vn dia por otro lo he di-
latado esperando se ofresciesse causa para mos-
trar me en tu seruicio. Ha sido mala mi dicha,
que ya que se cumplió mi deseo, fuesse en
tiempo de enfermedad tan penosa, que ni mis
palabras se entiendan, ni la voluntad con que
se dizen por ellas se pueda conoscer. Porque a
¡a verdad este dolorcillo que agora, hijo mió,
sientes no deja potencia que no ocupa, y avn
lo primero que arrebata es la atención del pa-
ciente. En conclusión, señor Policiano, yo ten-
go muy entera noticia de tu enfermedad y aquí
soy venida a ponerle medicina. Lo que al pre-
sente es necessario te diré. Tú, señor, reseibe
vn poco de aliuio entretanto que yo en mi casa
aparejo algunos instrumentos que para enten-
der en esta cura son necessarios, lo qual pues
yo he rescibido a mi cargo te prometo no apar-
tar della la mano hasta ver el fin, con la victo-
ria que yo e todos tus criados para tu remedio
desseamos.
Pol. — Aquel soberano dador de mercedes te
dé, madre mia, lo que en este caso yo. no pue-
do, por ser insufficiente para gratificar tan
grande beneficio.
¿i'oí. — Essas come la otra, a osadas cierra la
boca e abre la bolsa.
Sal. — Escucha, que ya se desembuelue.
Pol. — E porque conozcas la voluntad que
tengo de satisfazer tus passos, toma diez do-
blas con que al presente me hallo, e confia de
mí que seras bien pagada.
Clau. — En ynfinitos quilates, señor Policia-
no, excede tu magnificencia la poquedad de mi
merescimiento, pero tú heziste como cauallero,
e yo quedo obligada a perpetuo seruicio.
Pol. — Ora, pues, madre mia, contigo llenas
mi cora9on.
ORÍGENES DE LA NOVELA. — III. — 2
POLICIACA 17
Sal. — E avn las entrañas a bueltas del di-
nero.
Pol. — Mira que mi ánima va tras ti e yo
quedo en el número de los nniertos esperando
resuscitar con tu jocunda venida.
Clau. — Hijo mió, dexa hazer a la ("laudina,
que mal me andarán las manos ó tú saldrás a
luz con tus amores.
Pol. — Con tal confianza biuire si bino me
hallares a la buelta.
Clau. —A Dios, hijo mió, que es ya no-
che.
Pol. — M090S, sacad ay vua hacha, yd con
mi madre a su posada, e dexad me aqui solo,
pues soy amador de soledad.
ARGUMENTO DEL NONO ACTO
(lüuiliiia sale de casa Je Policiano acompañada de Solino e Sa-
lucio, con los quales va hablando en los amores c'e su amo
liasta llegar a la posada de la vieja, etc.
SoLiNo. Salücio. Claddina. Parmenia.
Libertina.
\_Sol.'\ — Qué sientes, madre mia, de este do-
lor que á Policiano da pena? Paresce me aver te
obligado a dificultoso remedio, cuyo fin yo no
osara esperar sin notable peligro de mi per-
sona,
Clau. — A la he, bouo^ a la he, poco sabes
de leyenda, mal conosces a la Claudina; poco
has tractado mi casa, pues en los negocios al-
tos, donde todos pierden confian9a, quiero yo
mostrar quánto puedo, que en las cosas de poco
subjecto poca abilidad se requiere. Mis redes,
bouillo, sábete que no prenden lagartijas, quau-
to la cosa es más alta, tanto con mejor ánimo
la intento, y jamás acometi donde no ouiesse
victoria.
Sal. — A semejante género de acometer lo-
cura la llaman en mi tierra, e no por virtud,
sino por vicio la tienen canonizada.
Clau. — Bo9alejo eres, hijo mió, más pense
que sabias del mundo. Donde el premio se es-
pera grande, alli se deue el mayor trabajo, e el
esperan9a del galardón diminuye qualquier
pena, mayormente que como sea con mugeres
mocas la mayor parte de mi contienda, no creas,
hijo Salucio, que pueden dar herida que de la
ropa adentro passe: bien pudiera Policiano po-
ner sus amores en otras manos que o con temor
o con poca astucia al primero golpe dieran con
todo a mal cabo; porque ay tan pocas que algo
sepan deste mi oficio, que a quien más pensays
que entiende, la falta más para discipula que
tiene de sobra para buena maestra. Sola ay vna
deste tracto en la ciudad que en mi arte tiene
nombre, y es mi comadre Celestina la de la
18
ORÍGENES DE LA NOVELA
cuchillada, e lo qne sabe poco o mucho aquí
está con vosotros quien se lu enseñó. E ansi
goz'i yo (leBta ánima que ha oy menos de seys
años que no sabia hazcr vn conuiro, y ago-
ra aureys sal)ido la buena fama que alcaii9a,
que si yo agora cerrase el ojo, no quedaua en el
reyno otra que fuesse su ygual. Acuerde me
Dios a bien liazer, qne no lo dexaré de contar,
pues ha venido agora en habla, que vna noche
escura tuue yo necessidad de quitar a vn ahor-
cado los dientes, y ella no menos de quitarle
los 9apatos, porque tal menester se ot'resce que
tal material demanda, e ansi como llegamos le
dio vn temblor de muerte, e se me cayó en el
suelo cubierta de vn sudor más frió que la nie-
ve, que ansi goze yo de Parmenico mi hijo
como pensé que entre manos se me finara. Fi-
nalmente, tornada en sí, entretanto que con
vnas tenazicas de pelar fejas le quité yo siete
dientes, avn ella no tuuo espacio de quitarle los
rápalos.
Sol. — Grandes cosas me cuentas de tu po-
der; pero suelen dezir que la feminil astucia en
el mal se manifiesta.
Clau. — Si el mundo no fuesse tan grande,
me enojaría de cómo no entiendo sino en doc-
trinar modorros, e cada dia ay quien diga nece-
dades. Cómo, hijo Si)lino, por tan grande male-
ficio tienes remediar a vn cauallero en vna neces-
sidad como esta, que si le dexamos a benefii io
de natura no fenezca su mal sino con la muerte?
Diuie, bonillo, tan grande hierro (') te pa-
resce remediar vna donzella que por vn desastre
dexó de serlo, e hazer de manera que quando se
case su marido no lo sienta y acortar enojos
durante el matrimonio? Y esto no es obra pia,
ne^uelo? Poquito sabes del mundo. Pu s yo te
hago cierto que lo mucho que valgo con este
mi oficio, aunque vieja e pobre, e no de la mer-
ced de Dios, no se me sabe á mí pagar, que si
el Señor quisiera de otra suerte auia yo de
ser tractada.
Sal. — Ya auias de estar emplumada.
Clau. — Cómo, hijo?
Sal. — Digo, señora, que persona tan sancta
mereace ser canonizada.
Sol, ~ Esso estaua agora por proueer. Acuer-
do me, madre, del dia que te canonizaron C'^)
como de lo que oy he hecho, que aquel dia yua yo
con el despensero de las monjas, siendo nioeha-
cho, a comprar hueuos al iner ado, y te vi pues-
ta en la picota con más majestad que vn papa,
assentada en el postrero passo de vna muy larga
escalera con alta e autorizada mitra en la cabera,
quo representauas vna cosa muy venerable. Y
acuerdo me que inquiriendo yo la causa de aque-
(') aic, por «yerro»,
^) En el original, m^ettímron.
lia solemnidad, que para mí era cosa nueua, vi
vnas letras que a la redonda de aquel como ro-
cadero tenias en la cabera que dezian por alca-
hueta e hccliizera. Mochadlos te fatigauan,
vnos con pepinos, otros con verengenas, otros
con troncos de vercas, que. no te dexauan re-
posar.
Clau. — Cosas son que acontescen, hijos, por
mi vida. Cada dia lo verás si sales al mercado,
pero no me aprouecharán tanto los amores de
Policiano quanto aquella afrenta me ha dado de
prouecho, porque hasta entonces, aunque algu-
nos por secreta noticia que de mí tenían encar-
gauan algún negocio, después de passado aquel
tranquillo ansi venían a raí casa personas ne-
cpssitadas, como quien va a ganar indulgencia.
Vino la cosa en tal estado, qne no pudíendo
sola dar recaudo a los muchos negocios que se
me ofrescian, aunque conoscí ser ocasión de
desaperrochar mi casa para adelante, pro uré
de imponer en el oficio a uii comadre Celestina,
con tal condición que durante la prissa par-
tif'ssemos la ganancia. Y para la muerte que a
Dios deno, que ay está bina e sana que no me
dcxará mentir, que en vna temporada qne es-
tuno en esta ciudad el embaxador de Francia
ella por su parte vendiendo la sangre de vna
bonica mo(;a que auia criado tres o quatro ve-
zes, e cada vez por fresca, e yo aprouechandome
del mueble de aquella rapaza que oy viste en la
posada, aunque entonces no auia eumplidodoze
años, más ahorramos de cada veinte doblas, y
el papo he ho, como a mesa de alemanes. Ansi
que, hijos mios, no es malo el oficio qne da de
comer á su dueño, que por essos fuegos de
afrentas auemos de passar para venir después
a gozar del refrigerio. En el tiempo de la mo-
C"dad se deue ganar c<m diligencia el estado e
las riquezas, con que a las vezes tenga liombre
vida descanssada. Éntrelos animales, la hormi-
ga es más pequeña de cuerpo, e mayor en la
j)roaidencia, y el hombre que no quiere ser vi-
tuperiido por negligente en la muerte, a ésta
deue imitar en el discurso de la vida. Alheso-
rando los granos del mantenimiento en el vera-
no de la juventud para el tiempo steril de la
cansada vejez quando crescen las necessidades
e mengua la bolsa del perezoso.
Sol. — Madre señora, a tu posada llegamos;
si nos das licencia entraremos a ver a la señora
Parmenia.
Clau. — Entrad, hijos, en buen hora, vosotros
e años buenos, que no es nueuo mi casa estar
acompañada de galanes Hija Parmenia, alum-
bra vn candil para subir es-ta esealtra.
Par. — Por mi vida, madre, que tú vienes a
buena hora. Mejor fuera quedarte allá esta no-
che, e tuuieras andado el camino para ma-
ñana.
TRAGEDIA POLICIANA
19
Sal. — Saine Dios a la hermosa.
Par. — Bien sea venido el gentil hombre.
Sal. — Cómo es esto, señora Parnienia, vn
dia que a tu casa venimos estás tan mal acon-
dicionada?
Par. — Ten^fo razón, señor Salucio, que ha
más de seys horas que está aqui vna doncella
esperando e quando mi madre sale no pienssa
tornar a casa.
Clau. — E quién es, hija, la que me espera?
Par. —Libertina, la que llenaste al racio-
nero.
Clau. — Llámala e conoscer la he, que por mi
vejez no caygo por quién dizes.
Lib. — Vengas eii buen hora, madre de mis
entrañas, por cierto que ha gran rato que estoy
esperando tu venida.
Clau. — Hija mia, perdóname por mi amor,
que son tantos mis negocios que no sé dónde
tengo el sentido. Pu''S. hija Libertina, cómo te
fue con aquel señor? Hizolo l)ien contigo?
Lih. — Madre mia, después sabrás mi venida,
pues agora ay embarazo en la posada. Yo me
quiero yr e boluer me he en la mañana.
Clau. — Qné miras, putico? parescete bien la
moca? Dilo, no ayas verguenca, que al mofo
vergoncoso el diablo le trae a Palacio.
Sal — Señora, voto al pinar de Segouia que
si la dama fuesse contenta, yo no fuesse pere-
zoso en su seruicio
Sol. — Mira, señora Claudina: descreo de tal
si no tengo las mañas del lobo, que donde la
noche me toma, alli hago manida. Si en casa ay
aparejo, manda a estas damas que nos acompa-
ñen, y no consientas que tornemos a casa a tal
hora. Somos hombres enemistados, e no es cor-
dura andar de noche.
Clan. — O traydorcito, cómo te lo dizes: mal-
loíradillo vayas. Hija Parmenia, Solino te
quiere bien e viene porque le conozcas para
delante. Libertina está sola e Salucio ha pues-
to los ojos en ella: todo viene medido mejor
I que lo queremos: por mi amor que tú le quieras
• e tractes bien, pues sabes que es persona con
< que no se perderá nada; tú, Libertina. hija, trac-
í ta me bien a este mochacho; mira que le quiero
yo mucho y con él no biuiras engañada.
Par. — Por Dios, madre, que tú vienes agora
coa donosos mercados.
Clan. — Pues qué te pensauas, loca? que auia
de venir sola a tal hora de la no^he?
Par. — Vinieras tú con tiempo, e no siempre
cun los mur9Íelag08.
! C/oH. -—Calla, boua, que no es tan noche
como pienssas: avn agora dio ks diez el re-
|lox.
Lib. — No sé, señora, por qué: que toda mi
vida te conozco comigo de andar con la esen-
ridad.
Clau.— C-dWa, loquilla, que como agora bines
descuydada de la mocedad, no luis tomado sa-
bor en los trabajos de la vejez. Tú llegarás a
mis dias, e sabrás qné cosa es mantener casa e
honrra, e no desscarás tanto la noche para dor-
mir quanto el dia {)ara trabajar, que mal peca-
do, hijas, la cama que vosotras desseays de vi-
ciosas cobdicia la tr.ste vieja de canssada, que
quando a casa vengo los huessos me suenan
como saco de nuezes, y avn con todo esto me
pesa quando Phebo acaua su curso diurno.
Anda, ve presto, aparéjame aquel aro do cuba,
e las candelas que sobraron de la otra noche, c
saca me aquella soga de ahorcado que te mandé
guardar quando estaña aqui el despensero del
Conde; saca de aquel caxon del arca el cora(;'on
de y.era que tiene las más agujas, e dexalo t'ido
a punto, e andad tod"S lueiío a dormir. Tú,
lujo Soliu", yrás con cssa rapaza, étú. Salucio,
con la siñora Libcitina, e parad mientes, mo-
pas, que no m»" hagays milagritos, uo mo ha-
gays yr allá con vn a9ote.
Sol. — Ora sus, hermosas, no ocupemos a la
madre; toma la mano, señora Parmenia, y va-
monos a reposar, que es muy noche.
Sal. — Hola, Solino hermano, que en la ma-
ñana todo el nmndo haga pino.
Sol. - Ora durmamos, que todo tiene su
tiempo.
Clau. — A ti, tenebroso y astuto Satán, prin-
cipe de la monarchia de los spiritus condenados,
eterno sustentador de las tinieblas continuas
que en los caliginosos e sombiios chaos infer-
nales abundan; Señor de las tarthareas e daña-
das cat rúas, morador en las horrililes grutas
donde los sul[)hureos vapores incessablemeute
manan: Regidor e goueriiador de las lagunas e
hcdificios mortales, assistente de la profundidad
e obscura resíion de la muerte: Yo, tu más fa-
miliar e compañera Cb'udina, te c<jnjuro por la
grauedad de la palabra que de ti tengo rescebi-
da, e por los resplendecientes fulgores que estas
antorchas candidas entre las tinieblas noctur-
nas produzen, e por la fortaleza con que estas
ereas agujas este fingido cora9on penetran,
vengas con repentino soniílo a obedecer mi
mandado, e venido, de tal manera te occultes
debaxo de los áureos accidentes deste anillo
que en mi dedo anular tengo puesto, que del no
te apartes hasta que Philomena le ponga en su
dedo, dende el qual por las secretas venas que
del van al coratjon, se le dexes tan llagado de
la cruda saeta de amor, que todo su remedio
sea el que esta tu familiar le quisiere dar, y
ansi se someta a mi lev e ordi^iacion que otra
cosa no dessee saino el cumplimiento de mi vo-
luntad. Segunda e tercera vez te conjuro e con-
fiando quedar con migo, me voy a dormir a mi
oam».
20
ORÍGENES UE LA NOVELA
ARGUMENTO DEL DÉCIMO ACTO
Kstando l'hilomeiia bordamlo en >u bastidor, pide .i Dorotea su
criada un libro para leer, donde halla metida la carta de Po-
liciano, e dize alterada muchas palabras en demostración de
su honestidad, etc.
PniLOMBNA. Dorotea. Theophilon (^).
[P/í/7.] — Dorotea, dónde estás?
Dor. — Aquí estny, señora.
/•/í//,— Mejor estarías en mi compañía que
metida por los rincones de casa; toma allá este
bastidor, que ya rescibo pena con este contino
bordar.
Dor. — Señora, es verdad que en la vida no
ay cosa tan agradable que tomada por officio
no canse, ni avn obra tan dessabrida que no
tenga algún sabor quando por exercicio se res-
cibe.
Phil. — En esto conozco la variedad de las
cosas temporales, que aquello que algún tiem-
po tomaua por deleyte e recreación ya me da
sobrada pesadumbre. Dame un libro y leeré vn
poco basta que sea hora de reposar.
Dor. — Señora, helo aqui.
Phil. — Jesn, e qué carta es esta?
Dor. — Carta, señora?
Phil. — Sí por cierto; quién la metió aqui,
Dorotea?
Dor. — Por mi salud, señora, yo no lo sé.
Phil. — No saberlo es impossible, quién tie-
ne la llave de mi aposento sino tú? quién en-
tra e sale en mi cámara sino tú, Dorotea?
Dor. — Señora, ya puede ser alguna carta
vieja que por señal ayas tú metido en esse
libro. Antes que sepas lo que contiene no res-
cibas alteración.
Phil. — Abre la e mira lo que dize, que yo
sospechosa estoy de esta carta.
Dor. — Señora, no tiene firma.
P/iz7.— Creólo, que en todo viene llena de
sospecha. Ora mira lo que dize.
Dorotea.
CARTA
Si el dolor que tus ojos me causaron dentro
de lo secreto de mi ánima de todo punto fuera
mortal no me quedara tan poca vida e tan mar-
tyrizada con tan mortales desseos de los qua-
les si la muerte me hiziesse libre, no me puede
librar de querer te. O angélica Philomena, si
boluiesses tus ojos de misericordia sobre este tu
captiuo Policiano, bienauenturado tormento dig-
no de tan ineft'able remedio. Solamente te piden
mis letras e mis sospiros que tengas memoria
que dende la hora que te miré y aleaste tus
ojos a mirar me, de tal manera me tienes con-
tigo, que aunque te quiera olnidar no puedo (')
ni con la muerte, la qual estoy esperando si tu
natural misericordia no determina que yo biua.
Mas biuiendo o muriendo soy tuyo sin esperar
que jamas seré mió.
Phil. — Ya, ya. Dorotea, que me maten si
essa carta no es de aquel loco desuariado que
el otro dia viendo me en la huerta de los cipre-
ses se arrimó a vn laurel, e comento a mostrar
señales de muy apassionado, boluiendo los ojos
a mí quando mi padre se descuydaua. Pues
dime, Dorotea, quién puso aqui esta carta sin
que tú lo viesses? Este libro no está en tu po-
der? Cómo pudo ser esto?
Dor. — Señora, mocos ay en casa que ay la
pueden auer metido, porque mil vezes descuy-
dadamente me dexo este retray miento sin llaue,
y algún criado de casa la puso en este libro.
Phil.-— Yaya se el desatinado, qué atreui-
miento es tan vano penssar alguno que en
amor deshonnesto yo ocupe mi entendimiento?
si yo agora no temiera el escándalo de la casa
de mi padre, yo le hiziera al liuiano que no pa-
gara esta locura con menos que la vida.
Dor. — Passito, señora, que viene Theophilon
mi señor.
Theo. — Qué hazes, hija mia?
P/í¿7.^Señor, enojada con este bastidor co-
men9aua a leer un poco, pero fessará agora con
tu venida.
Theo. — Siempre, hija mia, trabaja de estar
noblemente ocupada porque el demonio, ene-
migo de naturaleza, no halle entrada en tu co-
ra9on. A todos géneros de estados es defendi-
da la ociosidad, e más al flaco linaje de las mu-
geres, por ser más dispuestas a cayda. Pues si
todas deste vicio deuen biuir recatadas, mayor-
mente las illustres donzellas, cuya macula de
infamia todo vn reyno dexa manchado.
Phil. — Padre mió, grane reprehensión es la
tuya; paresce que hablas sobre penssado.
Theo. — Hija mia, lumbre de mis ojos, báculo
de mi cansada vejez, más noble cosa es pre-
seraar al hombre para que no cayga que ayu-
darle a leuantar después de caydo. No permita
Dios, hija de mi coracon, que en tus costum-
bres yo aya conoscido alguna falta que de cas-
tigo sea digna, pero no te deue dar pena si yo
como padre y viejo y experto en los trabajos
que el tiempo cada dia descubre te dé auií^o
como sepas defenderte de ellos, sin lesión del
ánima y de la fama que tus passados cobraron.
Phil. — No piensses, padre mío, que con la
falta de la hedad me aya faltado el conosci-
miento para ver clara e abiertamente a quánto
peligro se pone quien sin remos de discreción
se mete en el vareo de esta vida miserable,!
Cí Thephikm, dice erradamente el libro original.
(') En el original, ^oede.
\.¡
TRAGEDIA FOLICIAXA
'21
porque o viento de liuiauos penssaniicntos o
rrocas de mala conuersacion siempre nos pro-
curan naufragio. Pero también conozco que
no ay temptacion tan poderosa á quien la mu-
nición del hombre racional con discreción no
destruya, mediante el fabor del Cielo; mayor-
mente quando el hombre viene a sentir que
tiene los enemigos de sus puertas adentro, e
que la más cruda palea (^) tiene consigo
mismo, deue aprouecharse de las armas deft'en-
siuas que en el alcacar de la razón tiene para
esto guardadas. Estos e otros muy sanetos
auisos, señor mió, he leydo en los libros que
dende mi niñez por la nobleza del exercicio lite-
ral me has mandado leer, con los quales e mi na-
tural condición piensso dar a tu senectud aquel
descanso que con mi juuentud has desseado.
Dor. — Doy al diablo tan largo sermón.
Theo. — Qué dizes tú, Dorotea?
Dor.— Digo, señor, que he holgado de tu
noble reprehensión.
Theo. — Hija Philomena, anda acá, que ya
tu madre querrá comer, no la hagamos estar
esperando.
Phil. — Vamos, señor. Dorotea, pon en co-
bro esse libro: entiendesme?
Z)or.— Mucho bien. Ay te duele? Yalale el
diablo al viejo e a qué tiempo entró predicando.
Por mi salud, el ánima le daua el negocio en
que entendíamos. Bien predica la raposa a las
gallinas. En mi ánima estos viejos no son sino
vn terrón de molestia; como veen que se les
acaba la candela, acuerdan de dar a Dios las
heces de su vida loca, haziendo del perro del
hortelano. Pues ándate hay con tus sermones,
que Dios no come palabras, e si piensas hazer
sancta a tu hija Philomena, más vale vna tras-
puesta que dos assomadas.
ARGUMENTO DEL ONZENO ACTO
Venida la mañana, Claudina se leuanta e determina de yr a fa-^a
de Philomena, sobre lo qual se tracta con Parmenia de los
peligros que se pueden ofrescer; finalmente haze su camino,
e habla con Philomena dándola parte de los amores de Po-
liciano, etc.
Claudina. Parmenia. Libertina. Dorotea.
Florinarda. Philomexa. Theofoilon.
\_Clau.'] — Son los rayos del sol los que en-
tran por esta ventana? sancto Dios e cómo he
dormido a sabor, después que tomé la palabra
á aquel demonio mi familiar, pero con mucha
razón, pues en este negocio no es menor la
honrra que el prouecho. Hija Parmenia.
Par. — Qué mandas, señora?
(') Asi en el original, quizás por pelea, ó quizás, abre-
viado, por palestra.
C'lau. — Qué hora es? fueron se aquellos locos?
Far. — Agora estañan ay.
Clau. — Y Libertina, es leuantada?
Li'b. — De mañana en buena fe, tia. Agora
tengo por dormir el sueño de la salud.
Clau. — Bien hazes, gózate, pues agora tie-
nes tiempo, que venida a la senectud, y todf»
es vna hedad de trabajos. Ya aquellos pica can-
tones, no dexarian algo para la costa?
Par. — Mejor landre se los lleue, que estos
tales, madre, no quieren sino llámate raif) c
busca quien te mantenga.
Clau. —Anda, hija, que de golpe o de recu-
dida, yo les sacaré el escote. Yo me voy a casa de
Philomena, a dar la primera puntada en vna
labor trabajosa. Mocli:ichas, rogad á Dios que
yo salga con ella a luz, que no me acuerdo auer
intentado cosa de que tanto aya desconfiado.
Par. — Madre señora, ya conosceras si des-
seo tu prouecho como el mió, assi por la ley
natural como por mandamiento de Dios; pero
tú andas en tales tractos que en ellos no pue-
des ahorrar sino de las narizes, y aun plega a
Dios no dexes alguna vez la vida, porque es
ley de Dios que quien ama el peligro peligro-
samente muera. Mira, madre, quién es Philo-
mena, e no pienses ganar saya de londres e
barates vn jubón de acotes. Mira que donde
agora vas lleuas el cuchillo a la garganta, y
avn como suelen dezir, la soga arrastrando,
porque te hago saber que los viejos padres de
essa dama son tan zelosos de su honrra y avn
tan cautelosos en guardarla, que si vna vez te
sienten, sin que lo entiendas e estando segura
te pondrán en cuentos la vida. Mira lo que ha-
zes, e ordena tus passos de manera que tu vida
e honrra esté segui-a.
Clau. — Confusa estoy. No sé en qué me
determine: difornies inconuenientes se me
ofrescen de tu aniso, e no puedo boluer atrás
en este camino, porque tengo prometido el
acometimiento, e avn dada mi palabra de la
victoria. Notable deffecto es la inconstancia, e
tanto que se tiene por indicio de locura.
Li'b. — Tia señora, no biuas engañada con vna
mala opinión, que tanto es más mala quanto
más vsada e guardada. Digo te de verdad que
oyendo el otro dia al padre presentado, le oy
affirmar que la perseuerancia en el vicio no
meresce nombre ni galardón de constancia, e
que quien del vicioso camino se buelue, no in-
constante, sino firme en virtud deue ser llama-
do. No tengas la condición del arroyo, que ja-
mas supo tornar atrás.
Clau. — Quedaos a Dios, hijas mias, que yo
voy determinada de morir en esta demanda, e
nunca a la osadia vi que fallesciesse fortuna.
Yo me voy; si a hora de comer no ouiere dado
la buelta a casa, no tengays dubda que me la
22
abran dado por el mercado. Acudireys a la cár-
cel, que alli será el paradero. Agora que voy
sola quiero mirar con aaiso este discreto temor
que a mi Parmeina le queda, porque a la bue-
na spe-u ai;ion jamas vi carescer de buen fruc-
to. Qué haré? si voy allá, a pelijíro pongo mi
vida; si dexo de cumplir lo prometido, no pue-
do escapar de muerta ó apaleada, e lo que es
más de estimar, el mal nombre que de falsaria
puedo cobrar. Pues si el crédito pierdo acabada
es la grangeria. Ora venga lo que viniere, que
aparejado está donde cayga. A casa de Tlieo-
philon llego, aqui travgo en la faltriquera no
sé qnántas fraii judas e cabujones; en achaque
de trama, vamn?? a liablar a nuestra ama. A
Uorotca veo a la ventana, buen agüero hallo
P'ira mi venida. E.>fuer9a, esfuerza, Claudiua,
que en otros peligros te has visto.
Dor.' — Valala el diablo a esta vieja espanta
perros, e qué rezar trae consigo. Qnál arroyo
la echó por estos barrios? no me medre Dios si
tú Tienes en buenos passos.
Clau, — En hora buena y en buen punto vea
yo tu cara de oro: qué hazes, bijita mia? des-
ciende acá e abrácame, que me gozo de ver te;
ansi goze yo la vejez descansada.
£>or.— No os digo yo? las palabras de beata
e las vñas como gata. Vengas en buena hora,
tia de mi coraron. Qaánto ha que no vienes
por estos nuestros barrios? Por cierto tü\ se-
ñora Florinarda ha tenido memoria de ti. e aun
me ha preguntado si te he visto.
CZuíí.— Acuerde se Dios de su merced y él
le pague la que yo rescibo en que me conozcan
por criada vieja de esta casa, porque este es el
principal título con que yo rae lionrro después
de ser nuiger de Alberto, que Dios aya. Pues
por mi salud que aunque yna a otro negocio en
que no me yua a mí poco no tengo de passar
sin ver a mis señoias vieja e mopa. Dilas, hija,
que está aqui la Claudiua, que si mandan sus
mercedes que suba.
Dor. — Espera vn poquito, madre, que yo
boluere corriendo. Señora, la vieja Claudiua
está aqui, si mandas que suba, que te quie-
re ver.
Fio.— WiXa que suba; con qué viene agora el
diablo?
Dor. — Sube, tia, si mandas.
Cliu.^ — Con el pie dercdio delante, porque
no tropicze a la entrada. Paz sea en esta casa.
Señora Florinarda, saine Dios tu venerable
presencia.
i^/o.— Vengas en ora buena, madre, qué no-
uedal es esta que te acordaste desta casa?
C/aií.— Affi''ion grande, desseo de seruir te,
apetito de olfrcscer me por tu muy fiel criada,
para que como a tal me mandes lo que a tu
seraicio cumpliere.
orígenes de la novela
Dor. — Debaxo de la buena palabra está el
engaño.
Fio. — Pues, comadre mia, cómo te va? Vie-
ja te vas haziendo; muy desffigurada estás
después que no te he visto.
Clau. — E cómo, señora mia, luirlando lo
dizes? Tal ha passado por mí después que deste
barrio me passé; trabajos he padescido que el
menor dellos bastara a acabar tan poca vida
como la mia, pues si el principal se considera,
la misma muerte no es tan penosa.
Fio. — Qué mal es el que tanto te duele,
madre?
Clau. — No será mal de amores, mal pecado,
que con las muelas le he dexado, sino biudez,
señora de mi alma, que no ay dolor que se le
yguale: Dios te guarde a aquel Señor, e nunca
te veas sin él, amen, que por mi vejez la que
buen marido pierde no sé yo por qué no le
acompaña so la tierra.
Fio.— No lo digas burlando, comadre, nun-
ca oyste lo que dicen de los getas? que vn tiem-
po las nmgeres biudas no dubdauan de hazer se
matar sobre los cuerpos nuiertos de sus mari-
dos? y avn porque entre ellos alguno tenia mu-
chas mugeres, aquella era más estimada que
con su marido se sepultaua.
Clau. — Sancto vínculo es el del matrimo-
nio, e como sea vnion intrínseca e espiritual,
con lo más biuo del ánima se deue sentir la
diuision.
Fio. — Veemos que entre los animales que
de entendimiento carescen, este amor matrimo-
nial está esculpido, pues las tortol icas passan
8U vida contentas con v a sola compañia. E si
aquélla muere, la que queda no beue más agua
clara, ni se pone en ramo verde, ni canta ni
haze señal de alegría, señalando la cuytadica
quán dura cosa es perder su dulce compañia
Clau. — Ay, ay, quántos daños acarrea la
falta del varón en casa; no los sabe sentir 8ÍnO|
la triste que passa por ellos.
Fio. — Trabajoso dolor deue ser, pero quandoj
el Señor da semejante llaga, también proaec
de remedio para ella. Trabaje la honrrada bin-|
da de ser honesta de costumbres, e guarde Isj
limpieza que las tales son obligadas, que jiaríj
sus necessidades Dios es el verdadero marido j
Clau. — No lo niego yo, mi alma, pero guarí
déte Dios de pobreza con soledad, que esta cj
nuiyruyn tramojo deroer. Deallinascen loscnji
dosos pensamientos, e avn a vezes no muy sane;
tos; alli se toma licencia ])ara las dissoliitas paj
labras, e avn para ios desonestos tratos, e avi
se deprenden los officios deshonrrados. Ay d(
solo, que quando en tales hoyos cayere no titj
ne quien le dé la mano. I
Fio. — Verdad es, madre, que mejor se pafl
san las penas quando para llenarlas ay compfl
TRAGEDIA POLTCIANA
28
ñero. E quedaron te hijos de Alberto tu ma-
rido?
CLau. — Sí, mi rejnia; e vn varón que ha siete
años que salió desta ciudad e no l\e sabido del
ni bino ni muerto, e otra duiízella que en casa
tengo.
/)')/•. — Donzellita es el diablo.
Fio. — Qué dizes?
Dor. — Uigo que es vna muy bonita moja.
Clan. — Dizes, hija, tu virtud, aunque en ella
no lo aya, pero en fin como luiérfanos sin cas-
tigo de padre, faltos de doctrina e cargados de
pobreza. Y a todo esto se obliga la niuger
aquel triste dia que cobra notnbrc de viuda.
O Señora de mi vida, quán pesada carga es de
llenar el hijo crescidt» <le cuerpo e menguado
de castigo, que en cabo del año pienssa la
pobre madre tener bixena vejez, e ha criado
vn cuerno que le saque el o o. Pues todo esto
es nada en respecto de lo que con hijas se pas-
sa, que como, mal pecado sea vn ganadillo
tan malo de guardar, a buelta de cabe9a, y a
vn encierra ojo e al)re, hallays la casa a mal re-
caudii, e la lionrra de las mo9a8 beuida en gos-
tadiu'as. No hay cosa oy en el mundo tan frá-
gil e delicada como la honrra de la donzella,
que no paresce sino que de vn cabello está col-
gada. Nunca por buena que sea le faltan oca-
siones para ser mala, ni avn por bien que se
guarde caresce de murmuradores. Si hal)la poco
es tenida por grossera; si mucho por liuiana;
a los que no saben Ls paresce nescia, e a los
ressabidos, maliciosa; si lue^a) no responde, tie-
nen la fantastiga. e si a todos da respuesta, a
peligro de caer; si está assentada con reposo,
nunca le falta un noml)re de traydora (iis-imu-
lada; si alca los ojos e mira, lu<go dizen que
allá miran ojos, etc O señora Florinarda, e
quien solo vn juyzio tiene, cómo hará gui.-ados
que a tant is haya de contentar?
Fio. - Poca necessidad tiene la donzella de
poner su lionrra en tal discrimen; mi hija re-
trayda ha de estar hasta que quien la merezca
se precie de yr delante della.
Clan. — Jesús, Jesús e pienssas, mi señora,
qnc con nuestra platica no auia oluidado de
i preguntar por Philomena? No yre de aqui sin
I ver a su merced, ansi goze yo de nn'.
Fio. — En Ituena fe, comadre, que esta noche
I passada se sintió mal dispuesta e no he con-
' sentido que se leñante de la cama.
j Clau. — Pu''S, señora de mis entrañas, da me
I licencia para que la vea. que avn a nú algo se
me entenderá de estos dolorcillos.
I Fio. — De muy buena voluii'ad. por cierto,
Imadre mia. Corre, Don tea: entia con la ma-
• dre vieja al aposento de mi hija, e perdona me
' por mi amor que no voy contigo, que tengo
por acá en que entender.
Clnu. -Huelga con salud, señora mia, que
yo bien sé ya esta casa más ha de mil diae.
Dónde está mi señora?
Dor. — Entra .madre, en este retraymiento.
Ciiu. — Gozo bueno vea yo de essa cara de
alegría.
Fhi'l. — Bien seas venida madre.
Clau. — Jesu, cora9on mió, e gesto es esse de
enferma? Tal sea mi salud e se me torne mi
vejez; qué es esto, hija de mi alma? qué sien-
tes? yo juraré que deue ser regalo.
Fhil. — No, madre, que no soy tan regalada,
sino que dende anoche he sentido vn dolor en
este lado izquierdo, que, ansi goze de mí, no me
dexa re[»osar.
Clnu. — Pues, señora mia. manda salir allá a
[)orotea porque quiero tentar el lugar donde te
duele, y plazeraal Señ"rque quedes con mejoria.
Fluí. Dorotea, sal allá fuera.
Dor. — Todo va bueno; plcga a Dios qtie yo
mienta, e que esto sea agua limpia.
Clan. — Descúbrete, entrañas, veamos la
paite del dolor
Fhil. — Mas arriba lo siento, sobre el coraron.
Clan. — Ya,, hija nu'a. lo he visto, y avn co-
noscido la causa' de donde nasce el dolor: que
por mis pecados maestra vieja soy de curar ( s-
tas passiones. Quiero saber, cora9on mió, ai
antes que este dolor sintiesses resciuiste por
aueiifu'a alguna alteración. E mira, señoia, que
al médico y al confessor se deue dezir la verdad.
Fhil — l'or cierto, madre, es verdad que con
essa mo9a yo rescebi ''assion, de donde pienso
aver se causado mi indisposición.
Clau. — Verás por mi vida si conosci yo lue-
go ser tu mal de turliacion. No será nada, bija,
yo tengo la niedigina para sanar estos dolores.
Aunque por mucho que la passion te aquexe no
es de marauillar. hija mia, porque es ley de
Dios que quien a hierro mata con hierro pierda
la vida.
Fluí. — Burlas, madre, como me ves con
dolor?
Cldu. — O angélica ymagen, y qué graciosa
eres. Mas dime por mi vida, entrañas, a quán-
tos en esta vida abrás tu sido causa de dolor
de cora9on? Pues justicia es que padezias al-
guna de las penas que a otros has tú cansado;
toma, señora, este anillo, que tiene virtud con-
tra todo ilolor cordial, e mira, hija mia, que nO
tne le pierdas, que no es más mi vida de quan-
tn comido le tengo.
Fhil — En gran cantío me pone tu tan buena
voluntad, aqui estoy para hazer todo lo que te
cumpliere.
Clau —Tal confian9a tengo yo de tu gra-
ciosa cara, que siempre me lias de hazer muy
señalados fauores, e para principio dellos te su-'
plico, mi alma, tengas atención a mi breüe
24
ORÍGENES ÜE LA NOVELA
mensage, el qual, aunque te parezca culpable, te
ruego no me hagas cargo de culpa, pues no ay
en mí otra sino ser yo la naensagera, y esta ya
sabes que es digna de indulgencia. Un caualle-
ro gentilhombre, doctado de toda disciplina, no
menos militar que literaria, cuyo nombre sabrás
a su tiempo, me mandó llamar con vno de sus
simientes, e como yo cumpliesse con la obliga-
ción que a los semejantes deuo, fui a su casa,
donde le hallé en vna cama, e tan en el estre-
mo de vna enfermedad del coracon que a tu
causa dize que padesce, que sin dubda yo pen-
ssé que hablandome la vida se le acabara. Fi-
nalmente, con la mayor fuei'9a que fingir pudo
me dio parte del principio de su mal, e me pi-
dió que le pussiese remedio. Pues como sea
mayor virtud consolar al atribulado que subs-
tentar al hombre próspero, acordé de tomar a
mi cargo su medicina, poniendo me en este pe-
ligro, porque tengo por mejor perder obrando
virtud que ganar dexandola de hazer.
Phil. — E quién es esse cauallero que dizes?
Glau. — Ya te sientes?
Phil. — Qué rezas entre dientes? qué tengo
yo que hazer con las enfermedades agenas?
Dime ya quién es el enfermo, que me tienes
suspensa, o vete con Dios, que harto tengo que
ver en mi mal.
Clnu. O perla mia, dasme licencia por mi
vida?
Phil.- Di lo ya, no seas pesada, sea quien
fuere.
Clau. — Pues tu rostro de paz me da atreui-
miento, no quiero ser couarde en obra tan pia-
dosa. Bien conosceras, mi coracon, vn caualle-
ro de illustrissima sangre que bine en esta ciu-
dad que se llama Policiano.
Phil. — Anda, anda, vieja maldicta, con la
malauentura, y agradesce a Dios el suffrimien-
to que el zelo de mi honestidad me pone, que
yo te hiziera yr al infierno a pedir las albricias
de tu menssage,
Do7'. — Passo, passo, señora, no alborotes la
casa, qué cosa es esta? qué has hecho, madre
señora?
Clau. — No hize nada, hija mia, sino que mi
mala dicha quiere que por buen seruicio resciba
mal galardón.
Phil. — Avn lloras, vieja i'uyn? mala fin ayas
tú e tus maldictos passos. Échame de ay a < ssa
vieja, si no quieres que ay la mande matar a
palos.
Fio. — Qué es esto, comadre? qué dizes del
mal de Philomena?
Clau.— 'No rescibas pena, señora, que vn
dolorcillo es causado de tristeza del cora9on.
Ay la dexo vn anillo con que vera mejoría muy
presto: no consientas, señora, que se le quite
del dedo; yo me voy, porque me he mucho de-
tenido. Señora Philomena, si para tu salud yo
fuere menester algún dia, bien sabe esta don-
zella mi posada, no dexes de embiarme a man-
dar, que yo vendré de voluntad.
Fio. — Essa se te agradesce por cierto, co-
madre.
Clav. —A Dios, a Dios, mis señoras.
Phil. — Ve en buen hora, madre mia.
ARGUMENTO DEL DOZENO ACTO
P;ilermo [y] Pinarro van a cas i de Cornelia y Orosia jiara traer-
las a su estancia, van por el camino temiendo topar con los
criados de Policiano; llegados a casa de estas niugeres, las
traen consigo, etc.
Palkrmo. Pk'arro. Cornelia. Orosia.
[Pa^.] — Hola, Picarro hermano, salgamos
ya de casa pesar de Lucifer, y vamos a traer
aquella gentezilla a la estancia.
Pir. — A boca de sorna me paresce más se-
guro, porque si escándalo ouiere podamos to-
mar cal9as, ya me entiendes? que despecho del
galeón (^) de Francia si me querría asir con na-
die. El espada tengo hecha vn assador, vn bro-
quel traygo sin aro, el guante paresce arañuelo;
pues el caxquete sirve agora de orinal. Blanca
para comprar armas, rape el diablo la que yo
mando, que por vn real me pueden agora
ahorcar.
Pal. — No me cuentes plagas, descreo de la
vida en que biuo sino vamos a casa de aquellas
putas, e veamos si por allá ay algún cayro. Se-
pamos sí quiera qué moneda corre. Pese a tal
con dayfas tan sin prouecho, e tan amigas de
poner a hombre en ruydo. Yo, descreo de la
torre mocha, toda mi vida fui más amigo de to-
mar cuenta a la y9a a tercera noche, e abrir el
ojo que no eche dado falso, que de buscar pen-
dencias donde se ponga el pellejo en condi-
c[i]on. Mira bien dónile vamos, que sí estos
rao90s de Policiano allá nos apañan nos quita-
ran el puto del cañón sin que aya quien se lo
estorue.
Pi(¡. — Ora las pelosas vayan a punto, por-
que si por caso valiere Ituyda no se queden
[en] poder de vellacos.
Pal. — Nunca otra prenda me arrebaten, que
por el peligroso passo en que vamos, en toda
mi capa no se ate vn quartillo de trigo.
Pi(^. — Pues que la mia, por el cuerpo de la
tramuUa, no vale quatro sueldos. ,
Pal. — Ora la Magdalena nos guie. Mira, j
Picarro, el passo más sin peligro. 1
Pi<^. — Cerca llegamos, e mira, Palermo her- |
mano, que suelen dezir que los hombres de hon- j
(') En el original, gaLeon. I
TRAGEDIA POLICIANA
25
rra precian más la muerte dichosa que la vida
deshonrrada. No te engañe a ti esta opinión de
locos, sino da al diablo la honrra e pongamos
en cobro la vida.
Pal. — Pospuesto que auemos de ser más
ligeros en los pies que en las manos, también
es menester que para que estas piltrafas no nos
tengan en poco, hagas, hermano, del feroz, e ha-
bles de la herniania el espada en la mano, el
passo en primera, los ojos en arco, la boca me-
dio torcida e hablemos los acostumbrados des-
garros, pues aqui somos tenidos por hombres
de seguida. E mira que no me dexes de contar
algún contezuelo. Ya me entiendes.
Fii\ — Biendizes, marcadamente hablas; pues
ya que llegamos, lo que se hablare sea cosa de
tomo.
Pal. — Hola, Picarro, marcha delante, mira
si ay dentro quien nos defienda la entrada.
Pie. — Deffender o qué? O despecho del ani-
ma de Berzebuy, escucha, veamos quién suena
dentro, e si hombre es bino mándale confes-
sar.
Pal. — Quién está en su casa?
Cor. — Quién es el que llama? Sube, señor
Palermo. Tú seas bien venido con la buena
compañía.
Oros. — Jesu, señor Picarro, y acertaste a
venir por esta calle?
P/c. — Descreo de tal, señora Orosia, si el se-
ñor Palermo que está presente no me hiciera
fuerza, si yo escampara por acá por toda esta
semana. Harto tiene hombre que hazer agora en
buscar armas e andar a punto para castigar
aquellos gar9ones, sin embara9ar nos en visita-
ciones de damas. Pero por agradar al compa-
ñero se ha de hazer toda gentileza.
Pal. — Señora Cornelia, ya sabes quántas ve-
zes te he rogado que tú e la compañera passeys
el hato a la estancia, porque en nuestra compa-
ñia no se puede perder nada; no te has deter-
minado hasta saber la voluntad de la señora
Orosia tu prima: porque ella agora está presen-
te, será bien, dama, que sepas que es mi volun-
tad que luego te determines a venir coniigo a
mi estancia, e ayudar me a passar mis trabajos,
pues no me dexas solo en mis mayf)res passa-
tiempos; e si en esto pensares no contentar me,
haz cuenta que me pei-diste para todos los días
que biuieres.
Oros. — Señor Palermo, aunque mi prima me
perdone en tomar la mano a responder en su
presencia, después que ella se ha determinado
a hazer contigo esta jornada, yo la he dicho
como a amiga e parienta lo que de su yda siento.
Pero como ella está penada, ni rescibe mis pa-
labras, ni conosce la voluntad con que se las
digo, porque ni los ojos enfermos pueden mirar
la luz, ni los ánimos apassionados la razón.
Pei'o como lo poco que yo sé del uumdo me dé
a conoscer que mi prima no lo acierta, no pue-
do dexar importunamente de dezirle lo que
siento, porqu»^ a ti, señor Palermo, conozco, e
avn tu voluntad entiendo mejor que a mí me sé
entender; nosotras, como tú sabes, somos vnas
nuigeres de seguida que substentamos honrra
haziendo seruicio a los buenos. De nuestros
passados no heredamos otra hazienda, c si esta
nos falta, la vida nos sobra. Pues metidas con
vn hombre en vn rincón de la Ciudad, perdemos
los amigos e no ganamos dineros. Lo que por
ti, señor, digo a mi prima que haga es tenerte
por amigo para reñir sus quistiones, e quando
menester la ouieres que te ayude con dos doblas,
acuda a tu estancia, prouea lo que cum[da, peio
no soy de parescer que se desaperroche nuestra
casa.
Cor. — Prima, bien conozco tus razones en-
deregadas en mi prouecho, e ansi las rescibo
como Dios resciba esta ánima quando deste
mundo vaya. Mas pf)r ver me vengada de aquel
mogo de espuelas, me yre con vn negro donde
llevar me quisiere.
Pal. — Señora Orosia, de la voluntad que yo
tengo a Cornelia tu prima Dios y el señor Pi-
carro son buenos testigos; y en lo que toca a
sus quistiones, quexando se ella a mi, e dando
me parte de ellas, no seria yo Palermo, hijo del
merino de Ronda, si no pusiesse por ella la vida
e todo el resto, porque sin lo que a su persona
se deue es ley de gentiles hombres hazer por
las mugeres quando rescibieren agrauios e de-
masías. Yo la pienso poner donde sea conosci-
da e tenida por quien es.
Oros.— En la putería.
Pal. — No hables entre dientes, señora, que
yo lo haré no menos que lo digo: e de vn pan
que hombre aya, la mitad no puede mancar;
pero si a ti, señora, paresce que cumple otra
cosa, hágase como ordenares, que como aya pro-
vecho passará hombre su soledad.
P/',;. — Señora Cornelia, bien abrás sentido
que yo del tiempo viejo te solia ser amigo, y
agora poi- causa del parentesco qu(! con esta
dama tienes, y el amistad que ay entre mí y el
señor Palermo, estoy determinado a morir por
lo que a tu honrra tocare; y en esto, señor, al
tiempo hago testigo. Pero si a tu honor e pro-
uecho impide hazer mudanca, ordena como vie-
res que cumple á los amigos. En casa dexamos
la olla hirviendo, e solo al mochacho soplando
los tizones; por mi vida, damas, que allá nos
vamos a comer.
Oros. — Essas cosas, amigo, antes serán he-
chas que mandadas. Prima, toma tu manto, e
vamos donde quisieren.
Cor. — Vamos si quisieres, que yo estoy a
punto.
2Q
orígenes de la novela
Pal. — Échate vnos manteles en la nian,2;a,
que boto a tal no ya (') en qué nos limpiemos
sino es a las harlias.
Oros.— Ora g.ilanes, andad delante, que nos-
otras muy presto llegamos.
ARGUMENTO DEL XIII ACTO
Policiano, niuv penado del dolor que siempre le aquexa. habla
consigo solo e i]uexasíe de la dilación que la vieja pone en su
reiiieaio. La Cl udina v¡^ne. e le cuenta lo que con Plüloine-
n.í ha pascado, etc.
Policiano. Solivo. Salucio. Silüanico.
Glaudina.
[_Po}.^ — o ánima mistan desierta de plazer
quanto acompañada de cuydosos pensamientos,
qué será de ti? En qué lia de fenescer este tris-
te auiso qtie has comendado? Cada momento
estoy esperando qnáudo mi carne, canssada de
suffrir tantos dolores, ha de apartar la vnion
que contigo tiene; mas ay de mí, que biuo, e
hiñiendo muero, e muriendo no satisfago a
aquella cruel e sangrienta lamia, que con su
ft'eridad despedaca sus hijos, con cuya muerte
queda contenta, e Philomena no con la mia. O
vieja Claudina, qué hazes? En qué te detienes?
No te dueie a ti donde a mí, si no tú apressura-
rias los passos. Maldigo tu perezosa solicitud,
que para todos tienes obras, e a mí me cenas
con tus palal)ras. O mi angélica Philomena, si
te acui'ivlas algún tiempo del día deste tu cap-
tiuo Policiano? Dónde estás, mi alma? En qué
estás agora ocupada? P<tr qué no al9as tus ojos
para embiar algún rayo de claridad sobre este
caliginoso coracon? Mocos, mocos.
Sal. — -Señor.
Pol. — Entra acá, qué se suena de mi reme-
dio? En qué estiido está el processo que amor
contra mi Vida liaze? Si ha dado ya sentencia
cf)ntra mí el coraron de aquella qn»^ puede ma-
tar rae con quererlo, e dar me la vida con que-
rer me?
Sal. — No temas señor, ser condenado, que
quien padre tiene alcalde, seguro va a juicio,
Pol. — Qué a nií con quien me juzga?
Sal. — Basta que seas nascido de muger
para que confies no morir por feminil consen-
timiento, mayormente que Philomena es mise-
ricordiosa, e la C andina solícita, e no ay piedra
tan dura a quien la instante gotera no penetre.
Pul. — -O Claudina, qué hnzes? No sé si ten-
ga tanta quexa de tu tardanca quanta de mi
poco suffriniieiito. pues no rescibo menor agra-
mo de tardarte tú que de penar me yo. No osaré
sospechar que te descuydas por no acabar la vida
(<) Así en el original, probablemente por 7iia forma
contracta de hahia.
con ymaginacion dubdosa, pero mal sabor tiene
tu tardanza o yo tengo dañado el apetito.
Sal. — Señor no sé si lo causa que delicada-
mente siento tu pena, pero mayor dolor siento
porque padesres que en poner mi vida porque
descansses. Qué liare yo, señor, para que tu mal
tenga algún refrigerio?
Pol. — Mira, Salucio, tengo tan abatidos mis
cuydosos pensamientos, que sólo mi abatimien-
to bastarla para causar en vn coragon libre ver-
goncosa confusión; pero siento me tan vencido,
que aquello que a la voluntad sana suele apocar
la fe, a mi corncon apassionado acrescieiita el
amor. O Claudina, grauissima prouisora de
mis ansiosos cuydados, como creo que tendrás
más tiempo para arrepentir te por tu negligen-
cia que para remediar me con tu solicitud, |ior-
que me siento tal, que si algún fabor Cupido
piensa darme, sola mi fe que le meresce tengo
biua para sentirle, pero grande quexa llenaré
del amor si se me acaba la vida sin algunas
arras de mi g oria.
S/'l. — Señor, la vieja Claudina viene por esta
calle del Conde muy passo a passo, e la cabeca
baxa sanctiguandose algunas vezes como quien
de poder del diablo se ha escapado.
Pol. — Viene sola?
Sil. — Sí, señor, que ninguno viene con ella.
Pol. — Corre, espera la a la puerta, e rescibe
la con mucha alejarla, porque no enturbie la
que yo estoy esperando con ninguna accidental
tristeza. Qué haze? No llega?
Sil — Señor, no, que está hablando con un
des[)ensero.
Pol. — Ay del triste que la espera, mal fuego
semejante al mió los abrase, para que con mi
sentimiento no pongan dilación en mi remedio.
Corre, llámala, e dila que aqui la espera vn ta-
uallero, que no se detonga.
Sil. Señor, esta vieja es sospechosa, e yo
soy algo couoscido, temo no aya sospecha de
ver me haolar con ella.
Pol. — Bien has dicho, pues no fuera más mi
vida que derramar mi cn\doso secreto con des-
cuydada negligf^ncia Dexala venir, e plega a
Dios que antes fenezcan mis dias si su respues-
ta viene vazia de remedio. O negligentes canas,
o años caduros, acalia ya, que se me consumen
las fuei9as con tu espaciosa venida. Assomate,
mira si viene.
Sil. - Señor, el despenssero se va y agora lle-
ga vn paje del Duque, e según la tit ne asida de
la halda creo que se la llenará antes que de
la mano la dexe. Siñor, señor, que se va.
Pol. — Corre, neg igente, perezoso y llámala;
finge estar aqui viia dueña que la espera, dila
que llegue aqui, que luego puede dar la buelta.
Mira no seas seiit do de aquel paje.
Sil. — Señora Claudina, vna dueña me inan-'
TRAGEDIA POLICIANA
27
dó que te llamasse porque a la puorta de mi
possada ha s^raii rato que te espera.
Clan. — Ya sé, hijo, por quién dizes. Düa a
essa señora que kiego voy, quaiito dé recaudo
a este paje, que no con menor necessidad me
ha buscado.
Sil. — Madre mia, no yre sin ti, por esso
mira que te espero.
Clau.— Pues, hijo mió, vete tú en ora buena,
o a tu señor dirás que su negocio está en buen
estado e que aquella dama uie dio esse tor9al
que ponga en oí bonete, e que lo domas le diré
quaiido dosta dueña me aya apartado. Vamos,
hijo Siluano, que aquel Roy de lo alto sabe la
pona que me ha 'lado auer me detenido: tengo
muchos negocios, e a^ora sobre todo aquel paje
del Duque me liouaua por fuerza. Sancta Maria
del cielo, con tantos trabajos como este mi offi-
cio me acarrea; Jesu. Jesu, señor Policiano,
sino paresce auer passado por ti vn año de en-
fermedad. Jesús, e qué poco osfuoroo el tuyo!
Mala dicha fue la mia.
Pol. — Madre mia, má.s me consumen tus
tibios e descuydados ohiidos que las memorias
ardientes de mis continuos dolores. Toma, ma-
dre mia, este puñal, o on lugar de la vida dulce
qu>; con tu venida esperaua. dame la más cruda
muerte en que tu ymagiuacion pueda caber, por-
que pues en tu nombre e fama e solicitud faltó
para mi ventura, no quiero esperar la en más
que en la sepultura. Pero antes que yo muera
te sup ico ovan mis orejas sola vna palabra de
aquella 8era|ihica lioca salida, con cuyo dulce
sabor mi spiritu fatigado se esfuerzo para el ri-
guroso tránsito que tan vezino espera.
Clau. — Señor Policiano, aunque tu passion
sea muy biua, no deuee descuydarte en mortifi-
car algún rato la ymaginacion que della tienes,
si no quieres que mi venida sea más para llorar
tu muerte que para remediar tu vida. Yo tena^o
tan presentes tus penas, que por sentir las no
tengo cuydado de las mias. que son, aunque me-
nores en qualidad. no menos en quatitidad, que
ansi gozo yo do mi vejez y a ti bea yo en bra-
cos de quien yo agora digo, como si mi venida
he dilatado no ha sido otra la cansa sino auer-
me llenado el manto por el tercio de la casa,
donde por falta do dinero se abrá de quedar por
el tanto.
Pt»/.— Pues cómo, madre mia, tan poca (')
confianga tienes de mi voluntad e fner9as, que
essa necessidad e otra mayor no pnnieyera yo
con hazer meló saber? Oyes, Salucio.
<Sa/.— ¡Señor.
Po/.— Ve lueuo a casa del mercader e trae
para mi madre quatro varas de {laño tino, e lla-
ma vn sastre y córtenla presto un manto.
(') En el original. tampOCá
Clau. — Por la liberalidad del don beso, señor,
tus manos, que la qnantidad e otra mayor se
deue a mi voluntad y avn a la obra que no ha
laltado en tu servicio, aunque penssé que me
costara la poca vida que tenjío. l't'ro ya soy de
prueua, no me espantan golpes semejantes.
Uijf) Policiano, viniendo agora a loque a nues-
tro caso haze, el cuydado que en mi [)echo llené
de la pena en que te dexé, de tal manera pene-
tró mis entrañas, que negara yo el natural de
muger si no pusiera mi vida por tu remedio, e
ansi por compasión como por hazer mi officio
contiando sor fíratificado, fuy a casa de aquella
perla de Pliilomena. donde si con temor entré,
no shIí muy esfor9ada a causa de los peligros
que allá estuuieron en las manos. Alireuiando
razones, yo bu.sqné oportuno tiempo qual con-
uenia, e puse en su pecho (') mi mensage y tu
coniíoxa, do la qual, o yo no seria la Claudina
muger del que Dios aya, o ella tiene tanta par-
te de sentimiento como tú.
Pol. - Sancto Dios estoy yo aqui?
Sol. — Mira, Salucio, cómo tiend)la el desdi-
chado de nuestro amo, e quán atento está oj'en-
de las mentiras de aquella truetaconuentos!
Cluic. — No interrumpas, señor mi platica,
e manda a estos nio9os que se aparten adá fue-
ra, si breuemente deseas sal>er lo que tenemos.
Pol. — M090S , apartaos allá, ma! criados;
dexad me solo gozar deste remedio, pues a solas
siento el dolor.
Sal. — Mandóte yo que ella te dirá más fal-
sedades que tienes cal»ellos en la calieca.
Pol. — Señora mia. cora9on mió. reposo mió.
Sil. — Corre, corre, Sulino, que las manos
está besando a la vieja.
Pol. - Aliuio mió, si no quieres que tu men-
saje e mi vida fenezcan en un momento, dame
licencia para que por nieimdo te pregunte los
passos de mi vida o muerte, porque no tiene
menos fuerca para matar el suitito plazer de mi
gloria que la repentina pena de mi nueuo daño:
qué le dixiste? con qué comen9aste? con qué
rostro te oyó? e finalmente lo que te respon-
dió, e yo propongo de estar a tu razonamiento
no menos atento que denoto, pues sin sobera-
na reuerencia no es virtud oyr tuembaxada.
Clau. - Para la entrada de su casa no fue
menester ocasión sopliistica, a causa de la anti-
gua amistad que yo en semejantes casas he pro-
curado, porque si tal necessidad se offresce, no
sea yo tractada como extraña. Mi aspecto, mis
canas, mi autoridad, mis doradas palabras, qui-
tan todo género de sospecha, mayormente en
tales casas donde si me conoscen, no por el trac-
to que traygo, sino por la grauedad de mis lar-
gas tocas e de mi faz arrugada, siempre me
(') En el original en suapecho.
28
orígenes i)E LA :^OVELA
hazen venerable tractamiento. Do manera que
Florinarda su madre, libre de mi fingida neces-
sidad de visitarla (*), me rescibiocon alegre sem-
blante porque por mi larga ausencia mi visita-
ción auia seydo desseada. Passado el deuido
preámbulo, yo tomé licencia de Florinarda para
entrar al aposento de Philomena, donde la
hallé indispuesta de vn dolorcillo del eorag-on.
Yo fingi saber medicinar su dolor, e dixe ser
necessario estar á solas, donde tune lugar para
darle muy entera parte de tu continua congo -
xa, causada de auerla mirado con ojos afficio-
nados. Las cosas que durante mis razones alli
passaron ni entonces las acerté a entender, ni
agora te las sabré dezir, porque si mil vezes sus
ojos me mostraron tu salud, otras tantas en su
rostro vi aparejada mi muerte y tu sepultura;
vi sus aparencias de muger no libre, e dixome
palabras de hembra desamorada. Oyó mis razo-
nes con indifferente semblante, e respondió me
con muy crudas amenazas de muerte.
Pol. — O desuenturados o y dos que tal
oyen.
C/rtíí. — No me marauillo que te assombres,
porque si con ella en tal articulo me consideras,
antes te faltarán ymaginaciones para pensar lo
que ocasiones para no esperar salud en coraron
tan crudo como el de Philomena; pero si mis
reglas no son fallibles, no es mala señal su tan
delicado sentimiento. E de aqui resulta, señor
Policiano, que no te congoxes ni desconfies por
lo que con tu señora he passado, porque a la
segunda monición o ella vendrá a obediencia o
yo fulminaré ('■^) contra ella mis censuras. E
rescibe mi palabra en prendas desta victoria.
Pero si entretanto tus acidentales dolores te
acudieren, grande nombre ganarás si quando
más te aquexaren mostrares mayor suffri-
miento.
Pol. — O dilatada muerte, o prolixo tránsito,
o negligente fin, qué es de ti? Por no dar me
este descanso te tardas? Pues vn plazer entre
tantos enojos breuemente es anegado. Ve,
Claudina, con Dios, e yo me quedaré con mi
mal e sin esperanca de salud, pues para mí no
la ha guardado el amor.
Clau. —Señor, suplicóte con tu seso esfiier-
Qes lo que tu dolor enflaquesciere, e no te apre-
sures tanto a padescer, que dexes tus huessos
para gozar de lo que desseas. Yo me voy. con
esperanca de boluer con tan buenas nueuas que
merezcan soberanas albricias.
Pol. -Vete ya, madre, que ni yo espero
bien, ni soy capaz del.
(1) En el original, libre mi de fingida necessidad. Así
no hace sentido, ni aun lo hace bueno y claro como lo
enmendamos en el texto.
(2) Fielminare, en el original.
ARGUMENTO DEL XIIII ACTO
Salida la Claudina de casa de Policiano va hablando consigo sola
e passa por la estancia de Palenno e Picarro, donde están
i'iñendo con Orosia e Cornelia sobre que las quieren poner
en el lugar de las inugeres públicas. La Claudina los pone en
jiaz, etc.
Claudina. Cornelia. Orosia. Palermo.
PliARRO.
[C7a?í.] — O Soberano Di<is y n quáiitos tra
bajos se pone quien con torpe vida quiere ga-
nar de comer, qnánto deue biuir recatado quien
mala vida biue. Mirad agora quántos desdenes,
quántas desgracias e sinsabores he rescebido en
esta vida de personas a quien con este mi offi-
cio he seruido, e a quántas afrentas publicas e
secretas estoy cada dia aparejada, y en vna me
vi que jamas se me cayra el nombre de encoro-
cada, e agora Policiano pienssa que a la pri-
mera vista le tengo de traer a su enamorada.
O mundo mentiroso y en quán baxa moneda
pagas a quien mejor te sirue; pero andar, que
por snbstentar esta negra honrra e por no ve-
nir en tiempo de pedir a los amigos prestado,
a más que esto me tengo de poner, e si mal
hago, para mí es el daño, e si a otros dañare
con mi interessal doctrina, cada vno mire por
sí. que por esso da Dios libre el aluedrio para
reprobar o aprobar. Yo hago mi officio, mire
cada qual lo que haze. Conoscida soy, no se
quexará nadie de mí que con fingida sanctidad
le engañé; también me conoscen como yo me
conozco; a quien con mi consejo venciere no
deuo nada, pues mi público tracto me relieua
de todo cargo. Qué bozear es este que estos lo-
cos tienen? Si no me engaño, muger es la que
da gritos; oyr quiero para entender la ma-
teria.
Cor. — Ansi. don ceuil apocado, y en tan
baxa estimación tienes tú mi persona que por
ti me auia yo de poner en tal biuienda? Qué te
paresce, prima? A esto nos truxo nuestra
ventura?
Orog.— Pues qué pensauas, Cornelia? Quien
a los tales se llega, tal galardón espera. Pues
cómo, Picarro, tal pensamiento tenias quando
de casa me sacaste? Yo en el burdel con las
mugeres publicas? Que \ o auia de vender para
ti mi persona? Ay de mi mocedad passada en
tanto regalo e de otros a quien tú no meresces
descalcar.
Cor. — Mira, Palermo, no me hables en tal
cosa, que por los huessos de aquel padre que so
tierra pudre, antes me echasse en vn pozo que
tal por mí passasse.
Pal. — Pues pese a tal con la curratica pis-
cina, soñólo el vellaco de vuestro agüelo que os
TRAGEDIA POLICIANA
29
auia yo de tener estrado? Descreo de las barbas
de Barrabas si no aueys de hazer lo que hom-
bre os mandare o aueys de pitar el rogo e tomar
luego la puerta.
Pi<;. — Dezid, pellejas, pese al burdel de Pam-
plona, quando al estancia venistes qué penssa-
mienti) era el vuestro? Pensauadcs porauentu-
ra que auiades de ensartar aljófar? Aqni no
queremos sino nuiger que ruede por donde la
mandaren e gane el gouierno, e tenga la casa
abasto.
Oros. — Ay desdichada, que en mi seso esta-
ua yo en no salir de mi casa! Yo en la mance-
bía? Yo? Cata que pierdo el seso, cata que me
finí) en pensarlo. E cómo, Picarro, faltauan me
a mí dos pares de vestidos e dos pie9as de oro
en mi arca? En tanta lazeria nos hallastes?
Tantas necessidades nos cubristes? No lo haré,
para el dia sancto que nos cubre.
Cíaw.- Quién está en su casa?
Pal. — Tenga se alia quien viene.
(7/aií. — Gente de paz es, no te alteres, hijo
Palermo. Jesu de la cruz, hijos mios, e qué
gritos son éstos, que teneys alborotada la ve-
zindad?
Piq. — O, pese a la fe de Tremescen, madre,
que estas damas no se criaron sino para biuir
en los palacios de Galilea. Pues descreo del
memorable Golias si no an de ganar el gouier-
no, e an de dar cuenta del resto o tomar las
haldas en la cabe9a, y avn primero an de esco-
tar lo que an ro9ado en el e-tancia.
Cor. — Pai-escete, ay señora Claudina? Pa-
rescete qué pago del mundo? Ay justicia del
cielo, pues de la tierra no me vale! Dame mi
manto, Palermo, que no comeré más bocado
en esta casa, si no de mal cáncer sea yo co-
mida.
Oros. — Justicia de Dios venga sobre estos
vellacos.
Clau. — Hijos mios, mal me pai'esce por mi
vejez lo que agora en vosotros conozco tan con-
trario de lo que yo pensaua, y entre mis vgua-
les auia publicado. Las mugeres han de ser de
los hombres amparadas e no mal tractadas. De-
ueys os, hijos, acordar que de ellas nacistes,
para que ninguna por baxa de ley de vosotros
sea deshonrrada.
Pal. — O pese a las barbas de Júpiter con
quien tal oye y no haze vn hecho de los que
suele! Pues descreo de la ley del quaderno, si
no me pensara aprouechar del mueble, si ant s
no las despernara que ellas supieran mi estan-
cia. Ellas han de hazer lo que hombre les man-
dare trompicando, e vengan Solino e Salucio
en la demanda si dessean ser mo^os de espuelas
de Barrabas.
Clau. — Que no, hijos, por mi vida, sino pues
son mugeres de honrra, y en ella han biuido
hasta agora, que vosotros ayudeys a substen-
tarlas en ella, y aun que siempre vayan ade-
lante, pues se llegaron a los buenos.
Oros. — Toma, prima, tu hato, e daca mi
manto e vamonos con la madre, que no aosadas
para en quanto viua, nunca más perro a mo-
lino.
I'al. — O pese al gorjal d(; Nenibroth, yr o
qué? Juramento hago a las calendas de Grecia,
si poi- las nubes no se me salen, si el mismo (^)
Satanás las saque de mi poder hasta que pa-
guen lo comido.
Cor. — Cómo, que est(j ha de passar? Daca
mi manto.
Pul. — Descreo de tal, doña buena mugcr,
sino os doy guantazo que dientes e malla escu-
pays todo junto.
O/'os. — Justicia, señores, que nos roban es-
tos rufianes en tierra del rey.
Clau. — Por mi bida, hijos, que les deys su
hato, e las dexeys yr a su posada, que si alguna
costa han hecho, mugeres son para pagarla (■•*).
e quando no lo hizieren, yo me obligo por
todo.
Pií;. — Que no estamos en la paga, despecho
de la vida mala, sino porque estas dueñas quie-
ren hazer de las marquesas, después de auer
trotado los bancos de Flandes, y el potro de
Cordoua y d aduana de Seuilla. Pues descreo
de Placida e Vitoriano si no os hago conoscer
quién son Palermo e su compañero. Tomad,
damas, los mantos e agradesceldo ("*) a la ma-
dre vieja, que de otra arte se gouernará este
embarazo.
Cor. — Ansi Palermo? Que tal cosa se sufre
en la Ciudad? Pues dexa tú hazer a Cornelia,
que para la que tengo en la cara yo te la dé a
beuer si bibo.
Clau. — No las escucheys, hijos, que van
agora enojadas, e ansi me quiera Dios como
ellas a vosotros. Quedaos a Dios, locos.
Pal. — Vayan de Dios las mohosas.
Clau. — Sancta Maria del cielo, hijas mias,
quál pecado os engañó a tomar contienda con
estos rufianejos? Siendo moQas, e no tan feas
que qualquier hombre no huelgue de vuestra
compañía, ton)ays amistad con hombres de tal
arte?
Cor. — Ora, madre mia, quien no cae no se
leuanta. A mi {¡osada llegamos, si tú eres ser-
uida entra e rescebiras colación.
Clau. — A Dios, hijas mias, que voy de passo
a mi casa.
(') Mismos, en el original.
(-) Pactarla, en el original, á causa de haberse trastro-
cado algunas letras del molde al principio del folio '¿9
vuelto.
(^) Agradescedo, en el original.
30
AEGUMENTO DEL XV ACTO
l'liilomena, presa de la yei'ba diabólica de Ciipido, dize ¡«alaln-as
conipas-iibles inaiiifestando su pena, de la >|ual damlo parle
a Dorotea su rriada, iiiaiida que vaya a llamar a la Cl lu.liiia,
la qual siendo llamada e prometida su venida se acaba este
acto.
Philomena. Dorotea. Claüdina. Paembnia
[PA¿7.] — Amiga Dorotea, después de aquel
traufe riguroso que coa aquella buena vieja
passé ningún momento ha dejado mi mal de
me poner en el vltiíao término de la vida, e
cada ora me siento más alcancada de fueryas
para resistir vna muy grande que de mi pro-
pria guerra rescil»o. La discordia que interior-
mente contra mí" se leuanta, la hueste de ene-
migos que uueuamente siento en mi c(nitrario,
no soy JO parte para desecharlas de mí, por-
que las t'uergas de mi discreción con qne antes
me defendía hallo robadas, e las nieiuorins de
mis paí^sailos recatamientos me han Faltado. El
entendimiento con qtte los males ahórresela e las
virtudes abraoaua {}), hallo deslruydo. Tan
debilitada me siento en la parte sensitiua de
mi coracon, que ya no puedo resistir al hués-
ped que en él quisiere tomar aposento. Estas
entrañas (■^)se me abrassan, sin esperan9a de su
primera salud Ay de mil Ay corazón mió,
que te despedazan hambrientas I «inoras ! Ay
entrañas mias! Ay ánima mia, quién te puso
en poder ageno? Ay mi libertad, qué es de ti?
Ay mis fitertes muros e torres de mi castidad,
quién os ha batido e puesto en la baxeza de
sensual ynclinacion? quién fabricó las escalas
que para emprender tan alta empresa ftieron
bastantes? Ay mi Dorotea! Ay mi Hel tliesore-
ra de mis secretosl qué será de mi? que me
siento tal, qtie m.e es foryado oluidar mi san-
gre tan ¡Ilustre, mi copioso patrimonio, la no-
bleza de mis tan altas costumlires, el temor del
cruel castigo de mi padre, y el amor que hallo
auer tenido a mi tan amada madre sin auer
rescebido ningún momento de engaño. Ay mi
coraron, ay que se me acaba la vida sin espe-
ranza de remedio!
Doi- — Señora mia, la ora en que Policiano
te miró maldigo.
Fhil. — No consiento tal.
Dor. — Por qué?
, PA27.— Porque no sufre mi delicado dolor
tan áspera medicina. Si mi salud desseas, no
reprueues la triaca de mi ponzoña, pues conos-
ees nascer de vn principio mi mal e su medi-
cina.
(I) abrrqaua, eu el original.
(-) En ol original, cntraaUs.
orígenes de la novela
Do7\ — Pues si ansí es, mira tú mi señora el
borden más conueniente para la consc-ucion de
tu salud, sin detrimento de tu fama, e puesto
en mi secreto pecho yo daré tal corte en tu
pena, con que se alcance tu libertad.
Fhil. — Libertad dizes?. ni la quiero ni la
espero.
Dor. — Por qué, mi señora? la captiuidad no
se remedia con su contrario?
Phil. — Todas si, e la mía no, porque en mi
prisión consiste mi libertad, en mi pena mi
descanso y en mi tormento está encerrado mi
remedio. Finalmente, en mi muerte está mi
vida dissiniulada.
Dor. — O varia enfermedad, que tanta varie-
dad incluye de acidentes. Y a semejante hie-
bre, cómo- la llaman los médicos en esta tie-
rra?
Phil.— Diuersos diuersamente la nombraron,
pero lo que yo diré por ex[)eriencia es que mi
mal es vn dolor apazible e vna triste alegría,
vna passion amorosa e vna sabrosa muerte
Dor.— De manera que esta tu dolencia agra-
dtilce es como granada? Si tan diftícu tosa es
de remediar como de entender, Erato (') ni Ga-
leno no se obligaran a la cura.
Phil. — Mi Dorotea, en la mano de vn solo
médico está mi salud depositada.
Dor. — Está muy bien. Y esse tal bine en la
tierra?
Phil. — En la tierra biue y yo muero en ella.
Dor. — Pues dexa methaphoras aparte, e
dime claramente en cuyo poder está el remedio
dcste tu mal, e mándame como señora, yo obe-
descere como criada.
Phil. — Ay mi honestidad.
Dor. — Essa deffenderas en su tiempo, e de
mí que no te la puedo quitar no te recates,
porque lo que desseas nu resciba dilación.
Phil. - Lo que al presente conuiene para
que yo recolire mi vida es que con el secreto
necessario vayas a casa de la Claüdina, e la
digas que no dilate su venida, sino que en aca-
bando de comer, al tieuipo que mis padres es-
tén reposando, venga por la puerta falsa, e que
tú estarás espei-ando para entrar con ella de
manera que en casa no sea sentida, e haz esto
con brevedad, qtie entretanto yo proueere lo
que resta para la consecución deste mi apassio-
nado desseo.
Dor.~ Pues yo voy.
Phil.— E yo quedo tan triste quanto basta
para morir de tristeza.
Dar. —O juyzios secretos de Dios. Yo creo
que la diuina misericordia permite que bttenos
(•) Asi está en el original; pero parece que debe decir
ErasUtrato, nombre de un médico famoso de la anti-
ffüedad.
TRAGEDIA POLICIANA
31
e malos anden asjora juntos en esta vida los
liDuibres, e no quiere que la zizaña se arranque
porque el trij^o se coiiserue. PtTo a mi pares-
cer esta vieja hecliizera tan dañosa entre las
donzellas nobles como el lazo del paxarero en-
tre las aves, ni el cielo la hauia de alumbrar ni
la tierra Kubstentar. Purque de quantos males
en esta ciudad se liazen esta sola es la inuen-
tora, e aun la que incita a que se execnten e
faburesce los malliechores; quantos stupros se
lian couietiilo, quantos incestos se lian intenta-
do quantos sacrilegios e adulterios se han exe-
cutado, de tolos esta vieja mala ha sido el fun-
damento. A su puerta llego, e por mi salud que
temo de entrar en su casa, jiorque toda deue
ser vn abismo de pecados. Dios sea comigo,
tha, tha.
Clau. — Corre, Parnienia, mira que llaman á
la puerta.
P(ir. — Ay, desdichada fuy yo, que estoy des-
tocada.
Clau. — Échate algo sobre la cabera, e tú,
señor JusquiTio, mete te presto detras de essa
cauía.
Par. — Quien anda ay?
Dor. — Si anda, madre mia. Tú eres, hermo-
sa? mándame abrir por mi vida.
Par. — Madie. la criada de Phüomena viene,
quieres que abra?
Clau. —Corre y entre, que no vale tanto mi
saya como su venida.
P'ir. — Nora buena venga la galana, y que'
buena venida es ésta, s.^ñora Dorot '¡i?
Dor. — Bueno es esso, hermosa. Es nueuo ser
yo affirionada a esta casa? Está en la posada
la madre Claudiua?
Par. — Sí. mi rosa, sabe que arriba está.
Claii — Jesús, Parmenia, qnie'n sube que
tanto plazer tengo sin saber de qué?
Dor, — Quien no te quiere mal, señora madre.
C/«ít. — En ora buena y en buen punto, e
en mil oras liuenas vea yo tu cara de angelito.
Jesús, hija Dorotea, si' no ha más d»' media
hora que sin penssar tan buena causa estaña
regocijada, y en bien se me ha vuelto con tu
venida. Pues, hijita mia, cómo están tus seño-
ras vieja e mo^a?
Dor. — Buenas están, madre, e a lo que man-
dares.
Clau. — Tu señora Philomena, cómo está de
aquel dolorfillo del otro dia?
Dor. — Mal dolor te dé, puta vieja.
Clau. — Cómo dizes, hija?
Dor. — Digo, madre, que deben ser dolores
de vieja.
Clau.— -A osadas mal ora. Tal se me tor-
nasse mi caduca vejez qual es la suya. En mi
verdad, hija Dorotea, que yo truxe el otro dia
tanta pena de ver aquella cara de alegría con
dolor, que nunca la he oluidado en mis ymagi-
naciones, y avn en mis oraciones.
Dor. — Dios te lo pague, madre, que todo le
lia hecho prouecho. Más aliuiada se siente, e
nuindó me que te dixesse que tiene de ti neces-
sidad, e te ruega vayas allá í>y en acallando de
comer, y entres por la puerta de abaxo, que yo
estaré alli esperando que vayas.
Clau. — Pues por qué después de comer, hi-
jita? a osadas por mi vejez que deue ser mi se-
ñora Pliiloniena escassita de coraron; por no
dar me vna comida, guay de mi casa.
Dor. — Todo está a tu seruicio. mas ya sabes
que eres sospechosa, e has menester guardar
t¡eni])o descnydado.
Clan. — Bnrlando lu digo, boua, que ya co-
nozco essa casa más ha de ci .qneiita nauida-
des. A mí me plaze, hija, de grado e de vo-
luntad de hacer lo que su merced me manda, e
mira si mandas otra cosa, porque está Parme-
nia destocada e quiere labarse la cabera.
Dor. — Pues no quiero estoruar tan buena
obra; quédate, madre, con Dios.
Clau. — E contigo vaya.
Dor. — O hi de puta e qué casa de contrac-
tacion aquélla! Aosadas qual la madre tal la
hija. Lañarse quirie la donzella! Con quién
lialilauan para arrojar dado Falso? Los ojos me-
ti hechos candiles, y entrando vi vna espada, e
detras de la sarga a su dueño. No me mara-
uillo, que de esto binen y dello se mantienen,
pero maldicto sea el ol'fi-io que trae el cuerpo
canssado y la hacienda eiM[>eñ.ida por los bode-
gones, y el ánima metida en los infiernos. Mi
señor Theopilon está a la puerta e temo no sea
conoscida. Al aposento de mi señora la vieja
paresce que se entra; antes que dé la buelta
me quiero entrar en casa; vala me Dios, dónde
esta mi señora Phihnnena?
[Ph/l.l — Eres tú, mi Dorotea?
Dor. — Yo soy, señora. Esfuerza, no te con-
goxes, que presto viene la Claudina.
Pliil. — Ay mi corafjon.
Dor. — Señora de mi alma, esta vieja es más
diabólica que humana, e quisiera (') yo más
que tn salud tuuiera otro remedio que el desta
liechizera. Pero pues tu ent'eruiedad tal instru-
mento requiere, no te descuydes con ella en el
recatamiento de tu bondad, y el mayor luiso
qne tendrás será en dissininlar la pena quepa-
desees, ¡lorque en saco tan descosido no pongas
tu delicado secreto.
Phil. — Ay coraron mió. qnándo serás con-
tento? Dorotea, amiga mia, auisadaniente ha-
blas, ansi lo haré como tú lo has acordado, de
xa me agora reposar si mi pasaiou lo consin-
tiere.
(') que sern, «n ol original.
ORÍGENES DE LA NOVELA
ARGUMENTO DEL XVI ACTO
IXv-pedida Dorotea lie la Claudina, queda la vieja hablando con
Pannenia su hija, y en esto llega Siluanico. paje de Policia-
no, a llamar la, ella le promete su yda con breuedad, etc.
Claudina. Parmenia. Sildanico. Policiano.
[C7aí<.] — Pares cerne, hija Parmenia, que
con buen yeuo cierta está la caca en el palo-
mar. Aunque tú burlas e escarnesces de mi
officio, e siempre le has tenido enemistad, no te
hiziera daño para el tiempo de la uejez. No
pienses, Parmenia hija, que siempre has detener
la tez del rostro tan lisa para ca9ar modorros
ni aun te ha de biuir la vieja que te los trayga
a la cama, que, mal pecado, corren los dias
como cauallo de [)osta, e quando la senectud se
llega qualquier hermosura de cuerpo queda es-
tragada e sin prouecho; no me paresciera mala
prouidencia que después de mis dias en esta arte
quedaras enseñada, de donde sacaras mejor dos
doblas que de vn guijarro, porque a buena fe,
hija, si bien lo sé contar, más me valen los
amores de Policiano de veinte doblas, e están
por caer las albricias de la victoria.
Par. — Mira, madre, buen prouecho te hagan
tus ganancias, que yo no las quiero con tus
continuos sobresaltos; toda mi vida fui enemi-
ga de este officio, e jamas me supieron bien sus
sabores. Moca soy, e cuando envejezca Dios me
hará merced como a todo el mundo haze.
Clau. — Ora pues, anda a tu placer. Ce ce,
Parmenia, corre, mira si es este que aquí viene
el paje de Policiano.
Par. — El mismo es, sancto Dios, e qué ay
de nueuo?
Clau. — Rauia e qué putico peynadico viene
el paxarito. Biuora que te lo pique, Siluano, e
qué bonito vienes. Ño miras, Parmenia, qué
cabello cria este rapaz?
Par. — Madre, paresce que se te van los ojos
a la carne nueua.
Clau. — Hija, nasci para crescer e cresci para
enuejecer, y enuejesci para morir, e moriré para
renouarme, de manera que por ser ley natural
aborrescer hombre su fin, de ay nos nasce a los
viejos contentarnos con toda nouedad.
Par. — Los hijos deste siglo, los amadores
del mundo, éstos dessean biuir por no dar fin a
su vida mala; pero tú vieja eres^, madre, y el
mundo te va dexando, dexa el amor del niño
para quien tiene la sangre moja.
(Jíau. — Vieja te parezco, hija? y avn mala
pasqua me dé Dios si debaxo de la ceniza no
tengo escondida la brasa. No me deshonrres,
Parmenia, que no soy tan vieja como me hazes.
Duelos me tienen traspassada, trabajos en criar-
te y en ponerte en honrra, que no los muchos
años. Ay dolor de mí.
Par. — Madre, no aya más, que sube acá este
paje.
Sil. — Beso te las manos, madre señora.
Clau. — La gracia de Dios venga contigo,
Siluano; ven aca. hijito, abrácame por mi A'ida.
Jesu, Jesu, e cómo me gozo contigo.
Sil. — Passo, madre, no te me llegues tanto,
que eres ya muy vieja para nada de esso.
Clau. — Ay, pollito encaramado, landrezilia
que te dé, e tan vieja te parezco? pues por mi
salud que vienes elado. Jesu e qué frió estás,
atienta me a mí, verás si soy vieja; más abajo,
hijo.
Sil. — A la mi fe, madre, no sé de qué te
precias, que más pliegues tienes que reclamo de
codornizes.
Clau. — En fin, Siluanico, que no te agradan
los viejos?
Sil. — Por cierto sí, mas no las viejas.
Clau. — Dolorcillo que te dé, mal logradillo
vayas. Quién cree que no andas tú requebradi-
to como tu amo, ey? dimelo, no ayas verguen-
ea. Rieste, traydorcito? algo es lo que yo digo.
Par. — Donosa es la dubda, quál es el hom-
bre que la mocedad no passa en amor e la vejez
con dolor?
Sil. — En buena fe, madre, que no ha mu-
chos dias que yo burlaua de ver a mi amo ena-
morado, e que esta es la hora que pueden bur-
lar de mí.
Clau. — Ay, angelito, que de verdad lo dizes?
pues a quién puedes tú contar tus males que
ansi les ponga remedio, bouito?
Sil. — Si pudiesse procurar mi salud sin me-
dico, ya sabes, madre, que se haze a menos
costa y más prouecho.
Clau. — Escassito eres? en menudencias mi-
ras? no morirás de estocada. Qué me darás por
que te haga yo aver vna mochacha de tu ha-
dad, bonita como vna clauellina. que me ben-
digas cada vez que con ella te veas?
Sil. — Sola vna desseo, pero no ay precio
para comprarla.
Par. — Tan altos pones tus pensamientos,
Siluano?
Sil. — Si tan alta tuuiese la ventura, no
ay hombre tan dichoso que donde yo llegass '.
Clau. — Saucta Trinidad complida, liijo de
mi alma, y redes son las mias que no pescarán á
essa serena? pues yo te juro, mi coracou, que si
me la pones delante no la pierda de vista sin
que la trayga presa o muerta, y al tiempo de la
paga veremos en quánto la estimas.
Sil. — Cumple, madre, tu palabra, que yo
haré más de lo que pienssas.
Par. — Di nos ya quién es la dama que tan
soberuio renombre tiene.
TRAGEDIA POLICIACA
33
<S¿7. — Bien conosceras^ madre mia, á viia
donzella de Philomeua.
Clan. — Yuy, landre me dexe si no está gra-
cioso el pajezito, que essa es ciorto?
Sil. — I'ues ay otra en la ciudad que se le
Vi;uale?
Clau. — l'ues dexa hazer a la Claudina, para
que veas cuánto con las tales puedo.
/^ar, — Sabes que veo, madre, que a quien no
te quiere para herradura porfías de seruir para
clauo?
Clau. — Harre acá, mi bestia. Tan buena soy
para silla como para en cerro; vieja en el conse-
jo, mas no en el aparejo.
Sil. — Dexeuios, señora, estas competencias,
é dinie qué haremos para ver esta donzella.
Clau. — Ora, hijo .Siluano, es menester que
me traygas para hazer vn conjuro vna gallina
prieta de color de cuerno, e vn pedaoo de la
pierna de un puerco blanco, e tres cabellos
suyos cortados martes de mañana antes que el
sol salga, e la . primera vez que cabe ella te
veas, después que los cabellos la ayas quitado,
pendras tu pie derecho sobre su pie yzquierdo,
e con tu mano derecha la toca la parte del co-
raeon, e mirándola en hito sin menear las pes-
tañas la dirás muy passo estas palabras: Con
dos que te miro con cinco te escanto, la sangre
te beuo y el coracon te parto. E hecho esto, pier-
de cuydado que luego verás marauillas.
Sil. — Esso se queda a mi cargo, e al tuyo
lo que resta. Cada qual haga lo que en sí fuere,
e entendamos en nii#mensage, no hagamos lo
principal acessorio.Mi señor Policiano me man-
dó que te hiciesse saber su vida desesperada e
aparejada para súbita muerte, y te pide le pon-
gas tal remedio con que o su passion se miti-
gue o su vida se acaue.
Clau. — Uijo Siluanico, este nuestro enamo-
rado al moco del escudero me paresce, o el
pienssa que yo tengo a Philomena en el arre-
mango o que ella es alguna muger del partido.
Ni Philomena está tan pressa, ni yo tan paga-
da, para que Policiano pida lo que por dere-
cho no meresce. Solamente le dirás que yo he
seydo oy llamada con vna criada de Philomena,
e creo que su pleyto deue estar ya concluso, e
yo tengo acuestas el manto para yr luego a su
casa. Que sabido lo que se negocia, yre a visi-
tarle oy en todo el dia.
Sil. — Pues, madre, de camino, ya me en-
tiendes.
Clau. — Yaya, hijo, meyer el ojo sobra. Acu-
de te hazia acá e mira, que lo que en la faltri-
quera cupiere haga mal prouecho a tu amo.
*S'/7. — Lo dicho basta por agora. Yo me voy,
los angeles te acompañan.
Clau. — E contigo vayan.
'^íl- — O hi de puta, qué Sodoma abreuiada,
ORÍGENES DE LA NOVELA. — III. — 3
qué Gomorra está aquí en dos renglones, qué
burdel tan dissimulado. Por los sanctos de
Dios que me paresce ympossible salir de seme-
jante conuersacion el hombre libre sino captiuo,
el sabio muy nescio y el casto muy vicioso. Y
avn creo que a las piedras duras penetra su abo-
minable consejo; pero andar, aliuio es de apas-
sionados, desemlioltura de vergon«;iisos, len-
gua de enamorados boeales y capa de pecado-
res. De su officio biue, como otros de amores
mueren; con mi amo e otros tales mantiene la
vieja (') el jarro e la moca el eamarro. Gallina
me pidió, mas gallinaza comerá, o mala vieja
llena de falsedades y engaños. Mirad agora
quién son hechizeras, considerad sus liuianda-
des, notad sus supersticiones heréticas, e guar-
daos desta los que estays apassionados. Sancto
Dios, si abrá mi amo acabado de roer los alta-
res? Entrar me quiero por sant Martin, que
aqui me dixo que me esperaua. Vala me Dios
e qué devoto publicano, los ojos i-n el retablo
y el corayon en casa del diablo.
Pol. — O mi Siluanico, qué grande tiempo
has tardado. Cómo te ha ydo? Qué dize aque-
lla medicina de mi enamorada dolencia?
Sil. — Señor, yo creo para mí que este tu
negocio anda en buenos términos, porque si la
vieja no miente o dilata la cura, Philomena la
ha mandado oy llamar, y ella estaña de cami-
no para yr a su posada, y esto me dio |)or res-
puesta, e que crn lo que negociare vendrá lue-
go por la posada. Esfuerca, señor, no desma-
yes, qué poco animo C'^) es el tuyo; torna en ti,
señor, que para gran bien tuyo e descansso de
tus criados será este camino. Mira me acá,
señor.
Pol. — O mi coracon, cómo me dexaste. O
ánima mia no te me ausentes hasta que oygan
mis orejas esta tan cruda sentencia, e me dexes
condenado ])ara la sepultura. Vamos a casa,
Siluanico, que no tengo esfuereo para biuir, ni
quiero con pública muerte descubrir tan secreta
ocasión.
ARGUMENTO DEL XVII ACTO
r.l.Tudina e Parnienia hablan en los anioi-e< de Siluanico, e des-
pués la >ieia sale para yr a casa de l'liiloinena, entra por la
posada de CorneUa e Orosia para las traer al iiiíniero de las
otras; va en casa de Pliilomena, etc.
Claudina. Parmknia. Cornelia. Orosia.
Dorotea. Philomena. Tkophilon.
\_(.'lau.'\ — Paresce te, In'ja Parmenia, si el pa-
jezito se deja engañar de nadie? no euibalde
dizen que ni de potro sarnoso, etc.
O viejo, en el original.
'■-; ánimos, en el original.
34
ORÍGENES DE LA NOVELA
Par. — O amor que hazes hermoso lo feo, e
lo nescio anisado, lo torpe que de agudo se des-
punte, e finalmente todas las faltas encubres.
Con quánta afficion dezia Siluanico ser su ami-
ga Dorotea vnica en todo el mundo. Ojos hay
que de las tales se pagan, y a quien ama feo
hermoso le paresc<s porque amor e fealdad no
caben en subjecto.
C/íTií.— Calla tú, embidiosioa, que otras ay
más dignas de desechar y a quien muchos no
pueden alcancar. Dorotea es muy mochacha,
es polida, está bien tractada , e bástale ser
rao^a para que no sea fea.
Par. — Calla ya, madre, en mi ánima ver-
guenca es oyrte: si de los atauios haces cuenta,
tan hermosa es la tienda de la Valenciana, No
me medre Dios si no soy más hermosa que ella,
mirad qué negros duelos.
Clau. — Ea ea, ne^uela de banear {}) agora
procura tú de ser virtuosa, que sobrada tienes
la hermosura. El ánima esté adornada de vir-
tudes, e no hace al caso que al rostro le falten
los colores.
Par. — No lo digo, madre, sino porque dizes
que es polida. Estoy me yo todo el año que no
salgo donde pueda ser vista por no tener vna
saya que me echar encima, hauiendo tú gana-
do más gallofas comigo que con cabeca de
lobo, e tengo yo de ser polida con vu verduga-
dillo que aqui tengo en que estoy metida como
en arañuelo?
C/««. — Pues quién tiene de esso la culpa?
he te yo comido lo que tú has ganado, Parme-
nia? por qué no te vistes e te aderescas? lo que
yo tengo tú no lo mandas? no deshonrres mis
canas, que me yre por esas calles dando gritos
como una loca.
Par. — Buelue, buelue acá, madre, no des
bozes en la calle, casa tienes donde te metas;
vaste? pues anda en buena ora, que algún dia
haré yo de veras lo que tu finges cada rato.
Clau. — Ansi es menester tractar a estas ra-
pazas, porque no se atreuan a desacatar a sus
mayores. Yo la haré morder en el freno, y avn
abaxar la colera si biuo.
Cor. — Ce ce, prima, assomate y verás a la
Claudina qué baldear trae por esta calle ade-
lante; según el passo lleva, paresce que va a
dar quexa.
Oros. — O por mi vida, metámosla acá dentro
que ha dias que la desseo. Dale una voz antes
que se passe.
Cor. — Espera, que hablar la quiero. Ha, se-
ñora Claudina.
Clau. — Salue y guarde a la hermosa, pien-
sas que te auia visto? mejor me vea Dios con
su piedad.
O Quena decir vunear ó devanear.
Cor.— Sube, tia, si mandas, e no lleues mu-
cha prissa, que ha mil años que no te vemos.
Clau. — Esso haré yo de mil amores en bue-
na fe, hijas. Dios bendiga esta casa, la bendi--
cion de Jacob descienda sobre ella. Jesu y qué
atavio. Jesu y qué blancura. Jesús e qué asseo.
Bien paresce la mocedad dónde haze su mora-
da. Sancta Maria del cielo e quántos años ha
que no entré por estas puertas.
Oros. — A\\i\ este dia passado que en aquel
embara90 nos hallaste no fuimos dichosas que
entrasses en esta casa, e no sé yo, tia, por qué
lo hazes ansi, que de mí te hago cierta que me
paresces tan bien que donde oygo tu nombre
se consuela mi ánima.
Clau. — Por mi vejez, mis hijas, que no res-
cibis engaño, antes es dar vuestra voluntad
a logro. Pero yo soy vieja, e mal pecado no
muy entremetida. Pensando que os daria eno-
jo no os he tractado hasta agora , aunque
siempre he procurado de saber de vosotras,
e holgar me de vuestro prouecho, e aun no sé
qué me dixeron vn dia destos de cierta des-
gracia que con unos criados de Policiano tu-
uistes, de cuya causa os pusistes en poder de
Palermo e su compañero; y pesó me por mi
vejez, porque el tracto e biuienda de vosotras
no es para con los tales, que son vnos rufia-
nes pelados. Bien está hecha la buelta, porque
al fin fin, Solino y Salucio son hombres de
honra e simen a un señor que siempre los ten-
drá en ella. Reposad, mis hijas, e no andeys
como dizen de aquel en «quel, si quereys te-
ner vida descansada.
Cor. — Madre señora, cada pie9a tiene su ja-
rrete, e aun cada peso su contrapeso.
Clau. — Ansi es, ansi es, mis hijas, donde
quiera ay trabajo. En esta vida no busquemos
descanso; de nuestro primero padre heredamos
el sudor e cansancio, e de nuestra madre Eua
el dolor y el angustia. E pues son tan natura-
les las penas que por natural herencia nos vie-
nen, hagamos les buen rostro, pues donde fuerza
viene, etc. ]V[ala dentadura tienes, acudete hazia
casa e dar te he vnos poluos de encarnar que no
me oluides.
C0/.---Y0 te beso las manos, señora, e res-
cibo la merced e la voluntad con que se me
haze.
Oro?.— Madre, pues a mí no me ves qué sin
color estoy?
Clau. — Ya lo he mirado, hija, y avn sé la
causa dello, alguna faltilla de purgación deuf
ser. El torouisco, hija, el marrubio, la yerba
buena, la doradilla, algún sahumerio de rome-
ro, e avn los tallos dello cozidos en buen vino,
todo esto es muy sancta cosa. Pero vete a casa,
que yo te daré vna medicina que es mejor que
todo.
TRAGEDIA POLICIANA
35
Oros. — En buena fe, tia, ansi lo haga.
Clau. — Pues, hijas, a Dios que me he dete-
nido.
Cor. — El te guie e te acompañe.
Clau. — Aun no se ha echado mal lan9e en
coger estas mo^as debaxo de mi vandera, por-
que mientras más de'stas, más caudal en mi
tienda, e mientras más moros más ganancia.
Dexaldas vna vez saber la posada e tomar amor
con ella, que no daré mis mangas por doze pie-
zas de oro. Dorotea está a la puerta, yo juraré
que ha rato que me espera; bino anda el fuego,
obra haze el anillo.
Dor. — Ce, madre, por aquí.
Clau. — Jesu, hija, no te via en mi ánima,
qué hazen en casa? puedo entrar segura?
Z)o?-. — Todos están repesando, pero quita-
te los chapines e al9a un poco las faldas por
que no seas sentida,
Clau. — Ansi sea como dizes. A dónde está
mi señora Philomena?
Fhil. — Passito, madre, llégate aqui, que aqui
estoy.
Clau. — O mi señora é mi descansso. O mi
rostro de alegria. Cómo te va, mis entrañas?
qué tal te sientes, coraron mió?
Phil. — Madre de mi alma, muy angustiada,
muy afligida, muy alcancada de fuerzas y muy
abundante de tristezas.
Clau. — Qué sientes, mi señora? qué dolor
es el tuyo? adonde sientes la pena? di me lo
a mí en secreto, que yo le pondré luego re-
medio.
Phil. — Madre mia, este lado yzquierdo pa-
lesce que tigres hambrientas me le despedacan.
Angustias mortales siento, que cada vna me
acaba la vida; mis ojos están cansados de ve-
lar y ciegos del continuo llorar; todas mis fuer-
zas tengo enflaquescidas y mis sentidos ocupa-
dos. Qué haré, que me fino, madre de mi co-
raron?
Clau. — Hija mia, primero que nada te diga
te suplico rescibas en descargo de la pena que
con mi menssaje rescebiste la muy grande que
yo Ueué de ver te tan penada, e mi ynocente in-
tención de donde nascio tu sentimiento, porque
es mi natural condición de hazer seruicios an-
tes que de causar enojos. Pues quando aquel
cauallero tuvo noticia de tu acelerada respues-
ta causada de passion repentina, más sintió tu
sentimiento que su enamorada congoxa, y avn
me dize que el mayor dolor que ay en su mal
es aver te alcan9ado parte de su acídente, é
que dessea suffrir por no enojarte, e por no
padescer no puede dexar de quexarse. Pido te,
señora, por reuerencia del cu^;liillo que a ambos
cora^oü^s atormenta, que si Puliciano meresce
algún fabor con su fe, no sea tanta mi desdicha
que por loi causa lo pierda.
Phil. — Madre mia, asi como tus razones
fueron atreuidas e sin razón, asi no fueron dio^-
nas ni capazes de perdón, y si como eres vieja
e criada de mis passados fueras estraña e no
tan caduca, tu embaxada e tu vida se acabaran
en vn tiempo; pero tuue miramiento que si tu
osadía merescio cruel castigo, el zelo de mi ho-
nestidad me deuia poner suffriiniento, porque
si a noticia de mis padies viniera tu demanda,
no creyeran que te moviste por la pena que en
esse cauallero conosciste, sino por la liuiandad
que en mí hallaste. Justo es que se piensse, e
digna soy de castigo por el tiempo que en esta
platica me detengo contigo, pero mi passion
ha sido tan importuna, e la causa della tan se-
creta, que más te embié a llamar para prouar
si con tu consejo tengo algún aliuio que por
darle a esse que dizes que está tan desconsola-
do. Mi padre ha gran rato que duerme, e mi
madre creo que está leuantada. Toma esta
carta para esse tu cauallero, que en ella sa-
brá las causas que para esereuir le he teni-
do, e la voluntad que agora tengo para su re-
medio.
Dor. — Señora, presto te ve o te esconde por
ay, que viene acá Theophilon mi señor.
Phil.— Ay desdichada de mi, toma presto,
madre, esta carta, y vete porque mi padre no te
halle comigo en secreto.
Theo. — Qué venida es esta, buena vieja?
Clau. — A enssalmar a mi señora Philomena
que se siente mala de la cabera.
Theo. — Peor siento yo de estos secretos en
tiempos e lugares sospechosos. Mira, vieja hon-
rrada, no me vengas más a mi casa si no quie-
res que te mande matar a palos.
Clau. — Pidote perdón, señor mió, que yo me
voy.
Theo. — Anda, vete en buen ora. Hija mia,
no creo que deues conoscer a esta vieja, pues
tan sin cautela te pones a hablar con ella.
Phil.— Señor, essa mo9a la vido passar por
la puerta, e pusiéronse en platicas e entró-
se nos en casa. Comen9ome a dezir cómo haria
vna lexia para los cabellos, c no pensse que oy
acabara.
Theo.— "No la des audiencia si otra vez aqui
viniere.
Phil. — No haré, señor, pues no hay para
qué.
Clau. — Hija Dorotea, de prissa voy. E lo
mejor se me oluidaua. Contigo tengo un po-
quito de negocio, que vn tu requebrado me en-
cargó; ansi goze yo de ti. que te llegues a mi
casa porque es cosa que te cumple.
Dor. — A mí plaze, madre, vete presto, que
viene mi señor.
orígenes de la novela
ARGUMENTO DEL XVI II ACTO
Salida la Claudina de casa de Philoniena, va por el camino
liablaiulo coiiisigo hasta llegar a casa de Policiano, al i|ual
sieiido llegada, da parte de lo acaescido con Pliiloiiiena c h-
da su carta.
Claudina. Policiano. Siluanico.
Salucio.
SOLINO-
[67aíí.] — O liberal trabajo, o vtil e prouecho-
sa affrenta. O turbación necessaria, o discreta
paciencia. Si en trance tan yracundo y en salto
tan peligroso se afloxaran los ñudos de mi su-
frimiento e mi discreta respuesta no templara
la furia de Theophilon, yo quedaua sin vida,
mis hijos sin madre, Policiano sin amiga, los
garcones desta ciudad sin amparo, las mo9as
todas sin abrigo, e mi honra por placas y ayun-
tamientos destruyda. Aunque Theophilon es-
tuuo corto en las palabras, mostrosse compen-
dioso en el enojo, e aun colérico en sus amena-
zas. Ladreme el perro y no me muerda. Plega
al señor que la sentencia desta carta sea diffi-
nitiva e por nosotros, que de otra manera, auien-
do lugar [a] apelación, seguir tengo el pleyto
hasta auer la victoria. Bien pensará la golosita
de Philomena gozar de la possession de mi ani-
llo, pues dexeme Dios sacar de harón a Poli-
ciano, que yo saldré de quexa y ella de pecado.
O carta carta que en ti está oculta la voluntad
de aquella princesa, la vida o muerte de Poli-
ciano, y el salario de la vieja Claudina y el
descanso de Solino e Salucio. Plega a Dios,
carta, que si bazia vas de mi prouecho, mal
fuego te queme y a Philomena consuma. A
casa llego de Policiano, muy cerradas están las
ventanas: o es por plazer de la siesta o por luto
de la pena. Llamar quiero, sea lo que fuere.
Tlia, tha.
Fol. — Oyes, paje?
^S^e7. — Señor.
Pol. — O, mal fuego de muerte te acabe, mal
sueño mortal durmiesses o de arrebatado dolor
mueras rauiando. Corre, vellaco perezoso, mira
quién llama a essa puerta.
Sil. — Señor, la Claudina viene.
Pol. — O torpe negligente, abre las puertas
de par en par. M090S, mo9os.
Sol. — Señor.
Fol. — Qué hazeys, dormilones? ven acá, So-
lino, mete aqui una silla.
Sol. — Mejor pidieras vna albarda.
Fol.— O rostro de paz bienauenturada. O
aspecto de alegre misericordia. O veneiable for-
ma de fortaleza. Abraca me, vieja tan desseada.
Clau. — Passito, señor Policiano, que estoy
vieja e flaca, no me aprietes ni uialtractes, si
para tu seruicio soy de algún prouecho. Cómo
te va, señor mió? Bonito estás e alegre, Dios
te bendiga. Amarillito vn poco, mas gentil
homlire por mi vejez. Ay si tan cerca tuuieras
a aquel ángel de Philomena como a este es-
pantajo de vieja, qué tal la pararas?
Fol. — Madre mia, no enternezcas mi dolor,
si bienes desierta de mi remedio? Mi señora
Philomena merece ser tractada con venerable
acatamiento, e quan(_[o más communicable se
me diesse, con mayor reuerencia e temor la
tractaria-. Yo estoy con tu venida indiff érente,
con tu aspecto e señales regozijado. Dime ya
con breuedad tu embaxada, en quien mi vida o
mi fin consiste, pnes no con menor desseo he
desseado tu presencia que el mundo su dichosa
reparación.
Clau. — Hijo mio^ porque de culpa c pena es
releuado quien sin juyzio libre a otro haze offen-
sa, no quiero reprehender tus aceleradas pries-
sas, tus pocas confian9as, tus violentas presump-
ciones, y avn tus molestas importunaciones,
porque el amor te haze dessear, y el desseo U'.
causa spcran^a, y el esperan9a te haze dubdar,
y la dubda te causa temor, y el temor sospecha,
y ésta siendo continua te puede traer en deses-
peración.
Fol. — O madre mia, pues si el esperan9a
que en ti he tenido me falta, en quién mandas
que confie para que mi desastrado principio
tenga fin venturoso?
Clau. — En quién, hijo Policiano? en mis
años, en mis cautelas, en mi sagacidad, en mis
astucias y en mi V(:»luntad. Esfuer9a, esfuer9a,
cauallero. Dame albricias e dar te he la senten-
cia de tus amores escripta de aquella mano e
sellada con aquel sello de quien tiene la llaue
de tu secreto cuydado.
Fol.— Sancto Dios. Si tal cosa es verdad,
pide, madre Claudina, que no ay precio en el
mundo para comprar joya tan bien(') auentura-
da. (.-ata aqui las llaues de mi casa; cata aqui el
cofre de mi thesoro, toma, madre mia, la posses
sion de lo que yo tengo^ e dámela tú de aque-
llo sin lo qual mi vida e mis riquezas son escO'
rias de la fragua.
Clau. — No tan largo, hijo, que es indicio de;
quedar corto al tiempo de la obra. Bástame.
9amarro e saya, e de lo demás te hago gracia
Fol. — Saya e 9amarro dizes? y todo lo quej
ay en mi casa está, madre, a tu seruicio, e con-|
fia en mí que lo gratificaré como cauallero
aunque tú pediste como bien comedida.
Clau. — Con tal confian9a, hijo Policiano,
cata aqui vna carta que tu señora Philomeii:j
escribió con sus manos ebúrneas. Y no quien
encarescerte lo mucho que de afrentas e peli)
gro de muerte me ha costado, porque yo y,'
(O En el original, también.
TRAGEDIA POLICIANA
87
estoy pagada. Lo que rosta es qiu' para que yo
goze del t'nictd do mi trabajo seas servido do
loer ossa cai'ta en mi prosoncia para que yo sepa
si esta sonteiicia es inlorlocntoria o diffinitiua,
que en lo que toca al socroto, más guai-dadn
estará dobaxo de mis tocas viejas que entro las
cuchilladas de tu jnbon do brocado.
Pol. — O monsagera do mi roniodio, o medi-
cina dt! mis cnydosos dolores. O papel bion-
uvonturado. O letras escritas poi- aquella sei-a-
phica mano. Plugiora a üios que con la san-
gre de mi coraron fuorados esculpidas, para que
al tiempo d(í cerrar el procosso de mi vida o
muei'to nio fuerades fauorablos.
Clau. — Baste ya, señor Policiano, mira que
con tus lagi-imas (\o plazor i-ompes y estragas
la carta, o después sentiías más trabajo en leer
la que plazer rescibes on besar la. Loe ya, señor,
ipio me tienes colgada de la lengua.
I'oJ. — Ora sea como tú mandaros.
La noticia de tu passion atreuida llegó a tal
tiempo a las puertas de mi coraron desamorado,
que si no se junctaran on tu fabor tu dicha e
mi piadosa condición, más justo fuera ocupai-
mi saña en tu castigo que mis manos o pluma
on tu remedio. Pero con tan histimada moles-
tia se me notificó tu passion, causada de tu
presumpcion enamorada, que he seydo toreada
a auer piedad de tus dolores, o a negarla mise-
ricordia de illustre doncella; e para que conoz-
cas que te escribo no tanto porque con esto fa-
bor estés vfano quanto purque tu pona tonga
algún refrigerio, quiero que esta noche desjiuos
do la media passada, vengas muy secreto a las
ventanas que desta mi huerta salen a la ribera,
e alli daré orden contigo para que o tu passion
afloxe o tu vida enamorada de todo punto se
acabe. No digo más porque me he mucho alar-
gado.
Clau. — Que' te paresce, hijo Policiano, de lo
¡ que deues a la Claudina, cuya vida en tu ser-
I iiicio mil voces se ha puesto al tablerf)? y todo
1 por librar te del desamor que Philoniona on su
|iocho tenia escondido. El qual no templado con
mi discreta diligencia bastaua para quitarte de
• la compañia do los biuos, e ponerte como a dos-
''lichado amador on la región e sombra de los
jiuuortos. Xo estimo en tanto la satisfacion do
¡mi trabajo quanto la estimación do mi persona
j'' nombre. Porque quiero, hijo, que 8(!pan tus
jyguales que yo sola nasci en esta vida para
Jiacer tiernos los corazones diamantinos, o que
fio mis manos nunca sallen )n sino semejantes
jiibores. 'i'ú, hijo mió, quedas alegro e yo voy
¡ie tu contentamiento muy contenta. Mira, se-
'or, qué me mandas, porque es hora de acudir
mi posada.
l'ol. — Madre mia, lo nuicho do que tus obras
te han hecho uiereseedora morescon mucho más
de lo que yo puedo gratificarte; poro si tus obras
Son de tanto merescimiento que excedan mis
flacas fuer(;'as, haziendo yo lo que puedo salgo
de toda deuda. Yo estaba triste, e con tu jocun-
da venida me has alegrado, e me dexas con se-
guridad de no conoscor jamás tristeza. Estaña
eaptiuo e quasi muerto, y en todo has ]>rouey-
do como fiel administradora, ("ata ay quinien-
tas monedas de oro en señal de lo muclio que.
te dono, y lo que demás desto te he mandado
embiaré luego con mi paje. Perdona, madre, la
poquedad de la obra, que si rescibes en pago
mi deseo me quedarás siempre deudora.
Clau. — Señor Policiano, yo voy nuiy grati-
ficada con el copioso galardón presente e qued(j
obligada para seruirte quando en esta arto o en
otra do mi tongas necessidad. E porque antes
que sea t:trdo es bien recoger me a casa, yo rao
voy, e suplico te, señor, que te guardes c mires
cómo vas e por dónde, e te proueas de muy fiel
compañía o me informes si fueres seruido de lo
que en esto viajo so te ofroscioro.
Pol. — Todo se hará como dizos, madre; veto,
e los angeles te acompañen.
Clau. — E contigo queden.
Pol. — M090S, acompañad a mi madre.
Sol. — Señor, yo voy con ella.
ARGUMENTO DEL XIX ACTO
Claudina <ati' di- ca-^a tifi Policiano c Soliiio \a con ella hasta «11
l)0'<a(la, (londo seyendo llngados hallan a Dorotea, criada de
IMiiloineiia, a la cual la Claudina encarga los amores de Sil-
uanico. Yda Dorotea, quedan Parmeniae Libertina, las qua-
k's íC van con Solino a casa de Policiano, etc.
Claudina. Solino. Parmenia. Dorotea.
Libertina. Saldcio.
[C/aíi.] — Solino hijo, holgado he por mi
vejez que este negocio de Policiano tu señor
aya anido tan dichosa conclusión, no tanto por
mi interesse, porque no ha seydo tan grande,
quanto por el bien de vuestro amo y el reposo
de vosotros. Mira, Solino hijo, Policiano es
caualloro noble, mancebo, liberal, enamorado,
sabe le seruir, sabe le agradar, que no está en
más la liberalidad del señor que en la diligen-
cia del criado. Entro todas las cosas que como
varón virtuoso dones tener, el secreto te reco-
miendo, que es virtud suprema en dignidad.
Cata, hijo Solino, que la vida e la muerte puso
naturaleza en las manos de la l(>ngua, e que no
ay es])ada que tanto corte como la lengua desen-
frenada. Quiero dozir, hijo Solino, que este
caso que Policiano tu señor ha intentado e yo
acabado, es de su natural tan peligroso, que la
vida de muchos e la honra de todos nosotros
38
orígenes de la novela
consiste en estar secreto, y éste te encomiendo I
como ves (') que es necessario. En lo demás, yo
he sabido cierto enojuelo que entre vosotros e |
vuestras amigas ha passado por alguna palabri-
Ila azeda que ellas hablaron como mo^as ; a
ellas les ha pesado por mi vejez, e yo lo sé muy
de veras. Rcsciba yo de vosotros tanta gracia
que lo passado sea passado sin que dello se
tenga más memoria, e que tú, hijo Solino, huel-
gues de tener a Orosia por amiga, e Salucio
tenga amistad con Cornelia, e todos a la vieja
Claudina por madre, pues los enojos de los que
bien se aman suelen ser mayor vinculo de
amistad. Esto aueys de hazer ansi por lo que a
mi amor deueys como por lo que aquellas mo9as
merescen, que ansi goze yo de mí que he sen-
tido dellas que por bien que las ameys nunca
salgays de su deuda.
Sol. — Madre señora, después de tener en
mucho tu consejo e la voluntad de donde nasce,
huelgo que hayas sabido la renzilla de nosotros
e de esas mujeres, para que veas a quánto tra-
bajo se dispone el hombre que a estas tales haze
rostro amigable. Estas son vnas malas mugeres
escandalosas e sin vergüen9a y a quien ningún
hombre de honrra deue tener amistad, pero con
todas sus faltas las auemos sufrido porque
somos estranjeros y en esta ciudad no conosci-
dos. Ya que con ellas auemos desbaratado, no
mandes, señora, qiae tornemos a su amistad,
porque tan dañoso es el amigo reconciliado
como el manjar dos veces guisado. Lo que por
nosotros harás en pago de lo que en tu honrra
desseamos, es que nos busques un par de mo9as
de prouecho e cpn quien no tengamos rebueltas
a cada passo, que Orosia e Cornelia no son pa-
ra nosotros que no queremos quistion con nadie.
Clau. — Pues si esso desseas, hijo, por qué
no te declaras comigo? dexa hazer a la Claudi-
na, que yo daré buelta a mis registros y os
daré dos mochachas tan a vuestra condición,
que por peso y medida vengan como las qui-
siéremos. A mi puerta llegamos, sube, hijo So-
lino, veras a mi Parmenia, descansarás vn rato
y boluer te has a dormir. Vala me la cruz, e
cómo está abierta mi puerta a tal hora? quién
está en esta casa?
Par. — Sube ya, madre, que desesperar es
esperar tus venidas cada noche.
Clau. — Nunca Dios te dexe callar, qué te-
nemos de nueuo?
Sol. — Paz sea en esta casa. Qué es esto, se-
ñora Parmenia? nunca dexas de reñir?
Pai\ — Está aqui Dorotea esperando a mi
madre más ha de dos horas. Jesús y qué fastio.
Clau. — Ay mi doncellita de oro, y acá estás,
mi cora9on?
'.*j e vees, en el original,
Dor. — Sí, madre, grande rato ha que te
estoy esperando. Mandaste me venir de prissa
y has me hecho esperar de espacio.
Clau. — No te marauilles, hija, que tengo
muchos negocios, y el que contigo agora se me
offresce te quiero dezir en secreto. Desciende te,
hija, aqui abaxo, porque te vayas corriendo,
que es noche. Hija de mi alma, para conti-
go no he menester prolixo preámbulo, sino que
sepas que te quiero como a la luz de mis fijos.
Mochacha eres, hermosa estás, sin cuydado
bines. Ea loquitas, tengo de subir allá? A quan-
tos te miran dexas perdidos de amores.
Dor. — Aosadas, madre, mejor me ayude
Dios que ay quien de mí se acuerde.
Clau. — Calla en mal ora, que eres muy
niña, e sabes poco del mundo. Pues hago te
saber que un gentilhombre, no menos que tú
para muger, muere por tus amores. E me ha
rogado que te hable no para más que si te ha-
blare le respondas, e si te mirare le mires, e si
te siguiere le espci-es. Yo le prometí de te lo
rogar, e aun ansi, hija, te lo aconsejo. Tu seño-
ra Philomena quiere a Policiano; por mi amor,
hija Dorotea, quieras a Siluanico, su paje, que
es como hecho de oro, pues sabes que tal para
qual, que ansi casan en Dueñas.
Dor. — Madre, por mi vida que de esse paje
he sido algunas vezes requestada y aun impor-
tunamente seguida.
Claii.—A, locos, aueys me de echar la cáma-
ra encima?
i9or.— Pero como la hedad no me aya dado
a conoscer qué cosa es amar de corafon, ha-
blar me en amores es para mí nmy escura alga-
rabia. Bien me ha parescido Siluano, pero no
me da pena la demasia del amor.
Clau. — Pues, hijita mia, preciate de mujer,
atauiate, enrrubiate, ponte un poquito de color
en esse rostro y adelgaza un poco essa f.eja.
Arreate (') de ser seruida de galanes e requesta-
da de gentiles hombres, e si mal te fuere con
mi consejo, no me tengas por buena maestra.
Esse pajezito te quiere agora, aprouechate dél
en lo que pudieres, y entretanto dexame el
cargo, que yo te daré tu ygual o mal me anda-
rán las manos. Mira, hija, que si Siluanico te
hablare le tractps bien y le digas que yo te le
encomendé, y le muestres fauor, pues a mí me
puso en este ruego.
Dor, — Yo te lo prometo, madre, e porque es
noche da me licencia, que me esperará mi señora
e no sabe que estoy fuera de casa. Un poco de
lexia me mandaste; mira, madre, que no te lo
perdono.
Clau. — Esso tengo yo muy bueno, quando
quisieres puedes venir por ello.
I
o; ¿Alégrate? I
TRAGEDIA POLICIACA
39
Dor. — Yo lo seruire ti ido, los angeles que-
den en esta casa.
Clau. — E contigo vayan. Sancta Maria del
cielo, e qué diablo trauessito eres, hijo «Soliiio.
Jesu, Jesu, e qué tropel aueys traydo, dial)los
loquitos.
,S'o/. — No sal)es, madre, qué auemos concer-
tado? que Parmenia e Libertina se vayan esta
noche comigo a la posada.
Clan. — A osadas, yo lo creo que essos con-
ciertos e otros tales hareys vosotros. Landre
que te dé, Parmenica, e has me de dexar aqui
sola?
/'rt/-.— Por cierto, madre, que os gramle ma-
rauilla a cabo de cient años salir vna noche de
casa.
Lib. — Anda, madre, dexanos yr, que ansi
gozo de mí, antes que amanezca estemos a la
puerta.
Clau. — Dime agora, loquito, si tu amo sale
fuera esta noche, no has de yr con (>] a tenerle
compañía ?
Sol. — Ansi biua el pulo de mi jtadre, por
vida del resto que le hagamos entender que
para estos negocios es dañosa la mucha gente,
y que se ha de yr solo si algo quisiere hazer.
Ay está Siluanico, que yrá con él, e uvn sobra.
Clau. — Ora pues alto, mo9as, aderc9aos o
t()mad la puei'ta ante que más noche sea , e
en la mañana no venga nadie las manos en el
seno.
Lib. — Suso, Parmenia, que yo a punto estoy.
Par. — Anda delante, Solino.
Sol. — Madre, quédate a buenas noches.
Clau. — Dios os guie, puticos.
Sol. — Boto a tal, señoras, que he seydo ven-
turoso en atornar a mi casa tan bien acompa-
ñado. Qué digo, damas? mientras Policiano an-
duuiere guardando los cantones descreo de la
vida mala si no auemos en casa de guardar
l)ien los colchones.
Par. — Bao. contigo me entierren, esto ha
que entra en sabor e haze buen prouecho, y no
andar de noche en garconerias como gatos en
H obrero.
Lib. — En cargo de mi alma caros amores
son los amores que passan estos escudcrotes, e
al ñn e al cabo por vna haldraposa que tiene
más celestres en la cara que el arco del cielo,
que ansi goze de mí de asco no hay quien al
rostro las ose mirar.
Sol. —A la posada llegamos. Es])erad vn
poco, yre delante a llamar a la jiuerta. Tha, tha.
Sal. — Quién llama ay?
Sol. — Abre, hermano Salucio, qué haze
nuestro amo?
Sal. — Gran rato ha que reposa.
Sol. — Podemos entrar seguros, que traygo
comigo vnas mojas?
Sal. — Entren passito, pese al mundo malo,
que no hay agora emliara9o en casa.
Sol. — Ce, ola, damas.
Par. — Saine Dios al gentil hombre.
Sal. — Vengan en buen ora las frescas. En-
trad muy quedo porque estas inoras de casa no
08 sientan.
Lib. — Adonde mandays, que no seamos sen-
tidas?
Sal. — Hola, hermano Solino, arriba en la
camarilla de las escobas entretanto que nuestro
amo recuerda.
Sol. — Bien dize este nescio, vamos, que le-
uantado Policiano descreo de tal si no auemos
de entrar en su lugar, porque no aya nada ba/.io
en las cosas naturales.
Par. — Jesús, Salucio, qué es esto, adonde
entramos?
Sol. — No pidas agora essa cuenta, que en
la mañana lo sabrás.
/^/¿. — Calla, hermana, assienta te donde ha-
llares, que no se dize embaído qual el tiempo
tal el tiento.
AEG ('MENTÓ DEL XX ACTO (')
Venida la ini'dia noche, Policiano llama a sus criados, e pide de
íosfir, e por consejo de Solino va solo al concierto que tiene
lieclio con l'liiloniena; Ueua consi^^o a Siluanico; Solino e Sa-
lucio (-) se (piedan en casa con Libertina e Parmenia, etc.
Policiano. Soliko. Salucio. Liuertina.
Parmenia. Sildanico. Philomen*.
Dorotea.
\_Pol.^ — No sé si mi importuno desseo tiene
mi ymaginacion temerosa, pero o yo estoy des-
atinado o más de la media noche es passada.
Quiero llamar a mis criados, e sabré si es tiem-
po para aderecar este bienauenturado camino;
pero si es avn temprano para acostar, no es mu-
cho que me incuseu de am[a]dor molesto.
Ansi lo acostumbro hazer con la pena que me
acucia, que siempn; hago mis cosas quándo
tarde quándo muy de prissa. Llamaré? Sancto
Dios, no sé qué haga. M090S, paje.
■V//.— Señor.
/^ul. — Qué hora es?
.SV/. — Señor, las doze ha dado el relox.
Pol. — O qué ora tan a mi voluntad. Llama
presto a essos rao90s, diles que me don de ves-
tir. Aderescen armas y lo necessario para este
mi concertado viaje.
Sil. - Oyes, Solino?
Sol. — Qué, te toma ya el diablo tan tem-
prano?
O En el original se nuinura equivocadamente XXII
acto.
('■'; Satd'-io, en el original.
40 ORÍGEI^ES
Sil. — Alto de ay, que llama Policiano mi
señor.
Sol. — Aun onoraraala madrugaren ios a mo-
rir mala muerte martes de mañana. Hola, Sa-
ludo.
Sal. — Qné nueuas ay?
Sol. —Nuestro amo pide de vestir y manda
que nos armemos. Según Dios le hizo de asno,
penssará que auemos de yr con él.
Sol. — Donoso recaudo tiene, en tus manos
lo encomiendo, Solino, que por la Trinidad de
Gaeta allá no vaya.
Sol. — Ora dexamo tú con él, que yo le em-
biare solo yavn penssará que va más a rrecaudo.
Fol. — M090S, toneys aderecado?
Sol, — Todo está a punto, señor; quién man-
das que te acompañe? porque a mi pareseer an-
tes deues yr solo que muy acompañado. Mira,
señor, que en tales casos como este suele dañar
la demasiada compañía, porque ay vezinos que
miran por las ventanas e viendo gente de no-
che a la puerta de vna dama, no dexarán de
sospechar algo con que se den-ame nuestro se-
creto.
Pol. — Creo que no es malo tu aniso. Di a
esse paje que tome un montante, y dame a mí
mi espada e rodela, e quedaos vosotros en casa
para aguardar me a la madrugada.
Sol. — De muy buena voluntad. Allá yrás
con el diablo a hazer conjuros por las encruzi-
jadas. Si amores tienes, buen prouecho te ha-
gan, y malo, porque sepas de todo. Qué te pa-
resce, Salucio? Qué buena maña me he dado
para que no le estorue el requiebro la sobra de
la compañia.
Sal. — Descreo de la playa de Valencia si no
lo has hecho de capitán; qué digo, mocas? Co-
mentad a dexar las faldetas, que la cama no es-
tará mal moUida.
Sol. —Digo, hermano Salucio, en la cama
de nuestro amo no me hablas? que descreo del
diablo si no la he ganado por mi lauca.
Sal. — Nunca por esso reñiremos, hermano,
que en casa llena presto se guisa la cena; todo
lo haze sacar quatro colchones, y esta noche
que nos cabe hazer cama de canónigos, pese a
tal. Prissa, damas, que se passa el tiempo, e lo
que S3 pierde tarde se cobra.
Par. — Digo, señor Solino, o hi de puta,
traydor de Policiano, cómo tiene garrida cama;
ansi goze de mí, cada noche quiero ser tu con-
uidada.
Sal. — Ora, damas, mientras que nuestro
amo vela trabajemos en dormir, porque creo
estaraos nmy cerca del dia.
Pol. — Siluanico hijo, muy cerca llegamos
de la huerta de mi señora, y el silencio grande
me haze tener sospecha de ser nuestra venida
muy temprana. Llégate a las ventanas, y es-
DE LA NOVELA
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1 dt
nina señal ae nii re
taras atento
medio.
Dor. — Señora, bullicio oygo de esta parte
de la huerta. Mira si mandas que me assonie
para ver qué es lo que passa.
Phil. — Muy passo por entre las puertas,
mira si es mi señor Policiano, e no hables si
no te certificas de su venida.
Sil. — Ce ce, señora, es mi señora Dorotea?
D01 . — Soy tu muy cierta seruidora. Soy la
que por ser tuya no tengo memoria de ser mia.
Sil. — O mi luzero del alba, no penssé que
tan presto amanesciera, siendo el punto de la
media noche. Mi señor Policiano está aquí.
Manda, señora miaj dezir a Philomena que vea
lo que quiere que se haga, y entretanto que
ellos estuuieren en su plática, daremos conclu-
sión a la nuestra.
Dor. — Sea como tú mandares, pues yo voy.
Sil. — E yo contigo.
Dor. — Señora, aquel cauallero está esperan-
do, e con vn su paje mandó que supiesses su
venida.
Phil. — Llégate aquí comigo, no me dexcs
hasta que del sea despedida.
Pol. — Es ángel dissimulado el que ante mis
ojos veo? O es sueño el que padezco para que-
dar más burlado? Estoy despierto? O no soy
yo Policiano? Pues si soy yo, impossible es ca-
ber en tan immerito subjecto tantos quilates de
gloria.
Phil. — Passito, señor, no hables tan alto,
porque duermen aqui los ortolanos desta huer-
ta, e sería grande mal si a tal hora fuesse ha-
llada en tan sospechoso lugar.
Pol. — O mi señora e mi bien todo, qué llen-
gua puede callar lo qiie mi ánima siente de glo-
ria delante de tu bienauenturada presencia?
Por cierto yo creo que Paris con la hermosa
Elena, ni el desconoscido Jasson con Medea,
ni el cruel Tarquino con la castissima Lucres-
cia, ni Eneas con Elisa Dido, no gozaron del
bien que yo en tu acatamiento posseo. Agora
que mis ojos vieron lo que jamás penssaron
merescer, a cualquier tiempo que mi fin viniere
no rescibo agrauio con su venida,
Phil. — Señor Policiano, si creyesses la pena
que tus males me han causado quánto ha seydo
excessiua a mis fuercas feminiles, esta sola
deue ser recompensa de tus trabajos, sin que
otra jamás me pidiesses. Y si mayor la quieres
porque otra mayor meresce tu firmeza, pide a
tu voluntad de mi patrimonio e riquezas sin
que pongas lesión en mi honrra tan delicada.
Ninguna cosa de la vida me hiziera consentir
en tu mal, sino mi bondad sola, a quien más
que a tu vida soy obligada. E ansi la natural
compassion mia de que te pienssas aprouechar,
porque es enemiga de mi fama te aniso que te
TRAGEDIA POLKIAXA
41
lia sido muy contraria. Por tu carta c mensa-
gcra iiic certificas de la afficion grande que me
tienes; pues si esto es verdad, antes deues des-
sear tu pena con mi honrra que to remedio con
mi culpa. No me juzgues (') ser inconstante
porque comencé a fahorescer te y agora te uiegn
el fabor, pues te anise por mi carta del respeeto
que tube a tu salud, sin acordar me de cosa qur
fea paresciesse.
Pol. — Señora de mi vida, si como Fui dicho-
so en mirarte lo fuei'a en no auer te mirado,
aunque perdiera el mayor bien <le esta vida, que
es auer te visto, fuera bienauenturado en no vci-
a quien con dura sentencia me condena a muer-
te, sin merescerla más que con mi atreuimiento
en amar. Acostumbrado estaña ya a biuir tris-
te, tanto que con las tristezas tomaua recrea-
ción, por ser tú la causa dellas; pero agora que
de mí las auia desterrado con el descanso que
de esta nieryed esperaua. agora que en mis de-
bilitadas fuereas auia conuales?ido con la yma-
ginacion de esta diurna noche, ni mi mal resci-
be consuelo, ni mi pena admite el reposo, ni mi
coraron apassionado consiente ningún sossiego.
Ph/'l. — ^íira, señor, que me matas con tus
quexas apassiouadas , e no soy parte para
amanssarlas, sin que mi infamia comience quan-
do tu quexa se acabe. No pongas, señor, con
este acídente en peligro tu vida, y en disputa
mi honrra, porque si a noticia de mis padres
viniesse, no que te hablo, sino que de ti ni de
otro tengo memoria, solamente mi fin te que-
daria por aliuio de tus trabajos.
Dor. — Nunca yo medre si más aquí espero;
poco a poco se va todo a perder.
Fol. — No consiento que se piense que el te-
mor entibie lo que amor encendió con su fue-
go. Manda tú, señora, que yo resista e allane
qualquier fuerca, que yo acabaré la vida con
quedar en el mundo mi nombre por espejo de
fortaleza. Mira, reyna mia, que el valor de tu
persona haze osado mi atreuimiento, porque
ningún seruicio puedes rescebir que en quila-
tes snba a la alteza di^ 1<^ que meresces.
Dor. — Ce, señor Siluano.
Sil. — O mi señora Dorotea, no sé si meres-
ce perdón el agrauio que esta noche he resce-
bido, pues creo que de voluntad me has dexado
esperar hasta agora. Pero dexadas aparte mis
I quexas, qué sientes de mi dolor causado de mi
j afficion?
1 Dor. — Señor mió, lo mismo que de mí sien-
1 to deuo sentir de tu pena, pues con una misma
saeta están heridas dos corazones. Como me
I amas te amo, como me quieres te quiero. Des-
I pues que aquella buena madre Claudina me
j nombró tu apazible nombre, huyó de mí mi li-
') En el original, síííyius.
bertad, e no soy parte para querer más de a(pie-
11o que de mí quisieres ordtmar.
Sil. — O mi señora, que nunca me burló mi
confian9a. E pues estas redes duras impiden
agora nuestro gozo, nuestro final requiebro se
dilate hasta que Policiano mi señor acabe con
Philomena estos sus prolixos amores. E por-
que me parece qu(> se despiden, yo me aparto
a esperar a Policiano e los angeles queden en
tu guarda.
Dor. — Y a ti acompañen conm yo desseo.
/V/¿7. — Cauallero, ya no es razón se dissi-
mule y passe en secreto lo que mis apassiona-
dos desstíos tan a la clara publican, porque si
las tinieblas de la noche no impidieran tu vis-
ta, en mis señales públicas conoscieras mis con-
goxas secretas. Algunos dias han passado des-
pués que tus cartas e amorosos mensages res-
cebi, en que mis captiuas fuereas han rescebido
muy rezios golpes, e yo varonilmente contra
ellos he peleado. Pero al fin, si como tengo el
coraron de carne le tuniera de un rezio dia-
mante, no dexara de caer de mi voluntad en la
tuya: tal ha seydo el combate que en mi cora-
eon he sentido. Finalmente estoy rendida a tu
querer, porque eres quien en mis ojos másmeres-
ce délos nascidos. Ordena, señor mió como nues-
tros apassionados desseos ayan aquel effecto
que dessean, porque hasta esto ningún momen-
to passará que para mí no sean mil años de in-
fernal tormento. Las fuertes rexas de estas
ventanas impiden el remate de nuestros sabro-
sos amores. La mañana paresce que comienca
a embiar sus candidos resplandores por despi-
dientes mensageros de nuestro gozo. Toma, se-
ñor mió, la possession de mi voluntad, e della
e de mí ordena de manera que mi passion se
afloxe y la tuya se acabe, e si te paresciere, para
la noche venidera se quede el concierto por las
cercas de esta nuestra huerta, por la parte don-
de el rio bate en ellas, que es lugar más sin
sospecha e donde yo estaré esperando tu veni-
da, no menos que mi desseada libertad.
PoL — Pues, señora mia, ángel mió, descan-
so mió, la claridad del dia causa el eclipsi de
mi coraron, con la forzosa partida de tu pre-
sencia: yo acepto la merced a la hora e por el
lugar por ti determinado. Yo me voy, e la gra-
cia de l)i(js te acompañe.
Fhil. — E contigo vaya, e te me dexe ver
con la breuedad que yo desseo. Muy passito,
Dorotea, al passar del retraymiento, ponjuc no
seamos sentidas de mi señor Theophilon, pues
Dios me ha lil irado de las manos destos caua-
dores; qué te paresce que hagamos.'
Dor.— Que aunque no sea para más de dis-
simular, nos tornemos a la cama hasta que sea
la ora en que acostumbras leuantarte.
Fhil. — Bien has dicho, pero cómo reposará
42
ORÍGENES DE LA NOVELA
quien su reposo tiene en poder ageno? Cómo
dormirá quien tiene el cora9on captiuo? Ydo mi
señor Policiano, mi ánima lleuó consigo. O mi
ángel, o mi señor, por qué te consenti apartar
de mí? Por qué te dexé de la mano al tiempo
que te posseya? O rexas, rexas, mal fuego os
consuma, que solas vosotras defendistes mi re-
frigerio e toda mi gloria. Pero si en otra tal
me veo, no lloraré mi daño que causare mi ne-
gligencia.
ARGUMENTO DEL XX] ACTO
Polidoro (' Machorro, hm-lolaiios de Theonhilon, e<tan cauamlo
en la huerta; llega Tlieophilon y encárgales la labor, e donde
a poco vienen Philomena e Dorotea a la huerta, denile Pliilo-
meiía dizi; a Dorotea el coiicierlo que tiene con Policiano. et<'.
PoLiDORO. Machorro. Theophilon.
Philomena. Dorotea.
[jPo/¿V/.] — -Hola hola, Machorro, alto, ade-
reca las abadas e almocafre, porque antes que
nuestro amo venga el acequia esté limpia, los
naranjos descubiertos, e cogeremos el azahar
de lo8 9Ídros^ e aun escanaremos vn buen ran-
cho de limones.
Mach. — Yo tomo de coto aporcar el cardo,
regar la verengena, e.scaixlar la j^ei'ua buena e
torongil, trasponer vn tablar de col murciana.
Esto hata que sea hora de la beuedilla, que
soncas en ayunas mal se puede her ha/.ienda
de mas al jobo,
PoJid. — Dom'a Dios sino me leuanto esta
mañana mas lacio que col trasnochada, no se
me yergue ell aliento para her hazienda. Para
calonigo esto aora bueno.
Mach. — Prissa prissa, que no engorrará el
zagal con ell aparato, y entretanto ell acada
ande dei'echa, que acabada mi tarea te ayudaré
a rregar el lechuguino, que ay en ello bien que
afanar.
Policl. — Antañazo trabajé con Teodosio su
hermano de nuestro amo, mas algo que de me-
jor jornal sacaba hombre que no agora.
Mach. — Ansi me dizen; que da buena solda-
da a los que andan en su hazienda, e aun par
Dios ques m'antojado de coger me con él vna
temporada, son por no enojar a Theophilon qne
es hombi'e de bien.
Polid. —No era Dios alboreado quando mos
embiaua la bota hata las empulgueras, la cedra
llena de hogaza, que auie bien que desbastar;
ortaliza no marrana, a la noche olla e quarenta
de jornal pagados en somo la tabla.
\_Mach.'\ ('). — Prissa, diziendo e haziendo,
(') Del contexto se dedtice fácilmente que este trozo,
á guisa de réplica, corresponde á Machorro, nombre que
suplimos por faltar en el original.
como la borracha al jarro, pues aun nuestro
amo no paga mal por buena fe: a rreal e olla a
luedio dia, e pan abasto e ortaliza quanto hom-
bi-e puede desgarrar, e ver a nuestra ama la
mo9a sobre comida, que vale más que todo.
Polid. — Esso ha, boto yo al ciego. O hi de
puta, e cómo se despeluzan los pelos (') des-
que ensoras la veo.
Mac.Ii. — Cata cata, que también presumes tú
de garyonia como ell otro canquiuano que la
festejea?
Polid. — Par Dios, ainorio la tengo que enso-
rasme medio fino desque la estoy desmaginando.
Mach. — Bueno va, e avn para ti como dizen
se peyna la otra. Par Dios, vn zagalón anda
por alderredor de casa todo este verano que
cuydo que deue ser su requebrado, según que
las bueltas da por estas entre9ercas.
Polid. — Ora nuestro amo viene, no hable-
mos mas en este causo.
Theoph. — Cómo anda la labor. Machorro?
Cómo están los 9Ídrales después de aquel nu-
blo de antenoche?
Mach. — Por Dios, nuestro amo, que se han
agastado mucho, y el malhojo que les cae rae
da mala espina dellos. Están [ilantados en tie-
rra arenisca, avn donde no ay acogidas de las
luuias, mal caletre tienen, dame en qué pararan.
Polid. — Vale que están como en ladera, e
los vnos defienden a dellelisco a los otros, que
de otra manera no vuiera quedado brusco.
Theoph. — La ortaliza se cure, que esté bien
escardada de yerua y espina e cardo, y esto se
haga a tiempo que la tierra tenga humedad e
esté bien temporizada.
Mach. — Bien deue de entender nuestro amo
de hancio de agrecoltura, ptxes a mosotros el
cargo, que la huerta estará qual cumple.
I'heoph. — Paresce me que estos laureles es-
tan estragados de sauandijas; soltad los perros
algún rato para que un rato con otro las es-
panten.
Polid. — Do yo al diabro el barzino si en
toda esta noche paró su ladrido, e asmo que se
deuen recelar de zorras que en esta huerta se
entran por los albollones y estragan lo que
hombre afana, mas yos boto a Lucifer que yos
les arme alguna noche qualque trampa que ten-
gamos ca9a maguer que se engorra.
Theoph. — Pues, Machorro, donde tú andas
yo estoy cierto que abrá buen recaudo.
Mach. — A buena huzia, nuestro amo, ell al-
muerzo venga, que en lo al pierde cudado. Qué
digo, Polidoro hermano, comol suenan acos
chamelotes a nuestramo, alientos me toman de j
emplear el jornal de dos sem.'inas en otra ga-
uardina como aquélla.
('; En el original, iXíioA-.
TRAGEDIA POLTCIANA
43
Polid. — Mir.i, Macliorro; par Dios quo es-
toy por dezir que es mejor hato el ganan que
aquellos pellejos de gato, al menos si haze ven-
tisco mejor abriga las coradas. Si el sol res-
prendea en demasia, debaxo del ganan se es-
capa homlire. Pues si se desmanda el pedrisco,
mi capote hará lo que no haze su chamelote.
Mach. — Mia t'e. Polidoro hermano, no les
tengo embidia [á] sus mangotes. Quantis que
aquestos que enfingen de escoderia no tienen
son mucha veleza e poca salud. Yo ha que
bino del alan de estas manos y a la ley de Dios.
Estoy contento con mi trabajo, e no hago mal
a mi vezino.
Polid. — O Machorro liermano, no hay tal
como ganar hombre el gouierno con el sudor
de la cara, la olla podrida, y el gauan no muy
roto, y el testamento en la vña. Todo lo al es
echar ell alma a los perros.
J/ar/?. — Aquestos escoderotes, mal pecado,
comen de lo que hombre suda, e visten de lo
que hombre afana. Están llenos de dineros, y
avn no menguados de cordojos.
Polid.— Dalo a huego, Machorro, binamos
como Dios manda, que esto mi fe es lo que
vale. Coman se ellos sus perdigones e dexen me
a mi con mi hoga9a e macho, que me sabe
como Dios hizo la nieue.
^T/ao/í. — Prissa, que te oluidas el golpe dell
ajada, y allego yo al cabo del tablar viejo, e a
ti no te luze la labor que a cargo tomaste.
Polid. — Basta que me crezca la gana de
bener, aunque se me acabe la que tengo de ca-
ñar. Dios me liembre a bien hazer. Di, Macho-
rro, liembrase te de Collado, el capataz de Cal-
dorio el viejo?
Mach. — Y avn de Lambería su zagala, que
más de quatro noches me ha dado malas.
Polid. — Pues ahonda que el sacristán la fes-
tejea, y a ella que nol pesa mucho por auer
nascido.
Mach. — Uola ya al diabro, que a la contina
fue ganosa de manteles. También antañazo an-
duuo aqui medio de puntillas con Frontino el
cogedor de la humazga: no hará ya aquella
mo9a cosa que buena sea. Prissa, prissa, que
sube el sol por el ventanaje, e no está llena ell
alberca de los adoquines.
Polid. — O hi de puta, qué a9ada esta para
rebolner vassura entre estos mányanos nueuos!
Tal sea mi uejez qual ella es, si la bota cum-
pliesse las marras.
Mach. — Ox, ox, ojo a la puerta, verás a
nuestrama la mo9a qué resplendiente viene de
mañana. O hi de puta, y chen la sobase acá
pechadura, e le assentase media docena de nal-
gadas en acas llunadas muertas.
Polid. — Calla, que viene cerca. Do te al de-
moño enalbardado.
Phil. — Dorotea amiga, después de la passada
noche y de aquel azucarado rato con aquel ca-
uallero passado, no he anido oportunidad para
te dezir lo que con él tengo concertüdo.
Mach. — Allegúese acá, señora nuestrama,
tome de la verdura.
Polid. — En secieticos andas? Cabal anda la
cuenta; en tres pies deue de estar la domenica.
Dor. — Señora, habla passo, que estos villa-
nos son maliciosos,
Phil.— Amiga mia, mi sola secretaria, aquel
cauallero se fue, v. consigo llenó mi coraron e
mi alma, y si alguna parte dexó en mi, más
fue para amar que para animar. Su fidelidad
de amor es tanta e tan fiel, que no bondad sino
ingratitud fuera dexarla de conoscer, e con el
conoseimiento no gratificarla. Pues como mis
fner9as lian seydo antes de agora combatidas,
e con tan rezios golpes de amor mis entrañas
quedassen aportilladas, fue el Ímpetu amorosíj
que de su vista rescebi tan bastante, que des-
truyó mi verguen9a, robó mi honestidad, e final-
mente tomó la verbal possession de mi captiuo
consentimiento. Dile mi sí de le aguardar la
noche que viene en esta huerta de mi padre, y
aunque el temor después acá me ha hecho al-
gún tanto de i-esistencia, es el amor tan pode-
roso, y está tan encastillado en mis tan pocas
e flacas fuer9as, que ningún inconueniente bas-
ta para estoruar mi enamorado concepto. Dime,
amiga mia, lo que te paresce, con condición
que en caso de impedir mi determinación no
gasto tiempo porque será mal gastado.
Mach. — Ha, señora nuestra ama, de guis que
no chere de la fructa? De a rania su mece tan-
ta filosomia con la mo9a y tome dell albahaca.
Phil. — Luego, Machorro.
Polid. — Ea, pues, ata me si ha gana, que
está hombre parado por atendella.
Mach. — Prissa, prissa, que ella se llegará si
le pluguiere.
Dor. — Señora mia, en el cora9on determi-
nado dizen los que algo entienden que nuil se
rescibe el consejo; pero ya que este mal ha de
venir en effecto, bien será que miremos cómo
se haga menos mal, e que de dos daños el me-
nos rescibamos por bien. Estos villanos duer-
men en esta huerta, e tienen el dormitorio en
los poyos de aquel jardín, e pues se cree que el
cansan9Ío del dia e la 9ena de la noche los de-
xará presos del sueño, el tiempo de esta visi-
tación sea al punto de la media noche y por la
parte más secreta de esta huerta. Plegó a Dios
que los perros no uenteen y acometan a hazer
su officio, porque si tal cosa fuesse, todo tu
gozo en el pozo, e tu concierto seria descon-
cierto, e muerte de muchos e infamia de la casa
de tu padre.
Phil. — En mi cora90u estás, e como yo lo
44
ORÍGENES DE LA NOVELA
siento lo siente^;, pues lo que yo temo lias
apuntado que temes. El concierto está lieclio
ni punto de las doze por la parte de la cerca
donde bate el rio en la huerta. En manos de la
fortuna encomendemos nuestros apassionados
desseos, que donde ésta no fauoresce nunca ay
succession venturosa. E porque estos cauado-
res no sospechen mal de nuestro largo secreto,
no se hable más en esta materia.
Macli. — O gozo liueno vea della la que la
}tario, quan rocagante fegura trae su mece.
Dor. — Di, Machorro, por tu vida, paresce te
bien mi señora?
Macli. — O, pese a quien me hizo el sayo con
la parescida, si el rato que la está hombre
oteando no me semeja son que los memoriales
ostan en passamiento.
P7¿í7. — Miras me con buenos ojos, Machorro,
e parezco te más de lo que soy.
Mach. — Cou buenos ojos dizes, señora? Boto
a la coronica de Olmedo que me escantas la
condición con sola tu catadura.
Polid. — O, vala te la maldición, e qué euse-
nito enamorado enfinges.
Macli.— Tome, señora, este ramo de limón
con que se espacie, e perdone que se le do con
la mano.
Dor. — Deuias con el pie.
Phil. — Yo te lo agradezco. Machorro, e que-
da te a Dios, que nos vamos.
Mach.— Yda buena vaya con ella.
ARGUMENTO DEL XXII ACTO
Palermo e Pi^arro, hallando se solos, acuerdan de yra rasa de la
Claudina para pedirle compañía, donde siendo llegados la
Claudina vende su hija a Palermo e a Libertina para Pi^'arro,
e hecho el concierto se acaba este acto.
Palermo. Pi^arro. Claudina.
Parmenia. Libertina.
[PrtZ.] —Descreo de la playa de Valencia y
avn de la vida de Barrabas torno a descreer,
con tanta soledad como aqui passamos. Vida es
esta? no creo en la ley del quaderno, si no me
determino de perder la vida que tengo por auer
vna yca que me ayude a ganar el roco. Esto ya
el diablo se lo quiere, no tengo la vida en tres
sueldos, harto estoy ya de comer pan con cor-
teza.
Piq. — Descreo del tabernáculo viejo si tú no
andas tramando algo con que demos di alma
al diablo y el cuerpo á los alanos; demos vna
gatada en casa de aquella puta vieja de la Clau-
dina, e hadamos la que nos muestre su martilojo
de putas, e si alguna vuiere no muy marcada
que tenga razonable gesto e mejor adereco de
mueble, echalle hemos la gaiTa y daremos con
ella en el estancia, donde descreo de la vida en
que biuo si la misma muerte me la desengarrafe
de mi poder .
Pal. — O, renegó de la ribera de Tajo, pues
no es afrenta grande uer vn hombre de honrra
yr cada dia con su jarro al bodegón? sino que
cueste lo que costare, e vna daifa en casa que
sima de ama e moca y avn passe por dueña.
Pií;. — Bien lo has acordado, pues alto; pon
los pies en el camino. Oyes, mochacho, mira
por la casa, por las paredes digo, que. Dios sea
loado, no tropecará nadie en el axuar.
Pal. — O ventura. Boto a tal no sé en qué
se va: treynte años ha que toco los atambores e
hago el Son en la putería, e mas ha de quinze
que ando hecho (*) estantigua por los cimente-
rios e a sombra de tejados, y encomiendo al
diablo otra cosa he ahorrado sino desta mano
derecha. Medio ojo me arrebataron en Bilbao, y
este rascuño me dieron en Xerez de la Fronte-
ra. Blanca, si no es en la cabera, do yo a Luci-
fer la que yo mando. El vn lado me hiede a ci-
menterio, y el otro a espital pobre: no es vida
esta passadera.
P¿'\ — A casa de esta vieja llegamos, procu-
remos de metella el diablo en el cuerpo, que de
grado o de fuere a nos dará qualque putaña.
Pal. — Quién está en su casa?
Par. — Quien llama ya de mañana? No jni-
dieramos agora passar la siesta sin huespedes?
Pal. — Ho salue y guarde a la madre vieja y
la compaña.
P¿V;. — Descreo de tal si no venimos a tiempo
que aunque esté comida la pulpa no mancarán
vn par de huessos.
Clau. — Jesu, desu, hijos de mi alma, quál
nublado os aportó por estos barrios? Llégate,
hijo Palermo ('^), ay par de essa mochacha, e tú,
PÍ9arro, siéntate ay con Libertina, e alcancad
sendos bocados.
Par. — Qué has anido, señor Palermo, vienes
con algún embaraco?
Pal. — O descreo del cuerpo de mi amiga con
quien tal pregunta, e quándo suelo yo biuir sin
quatro dezenas de tramas, que la menor me
cueste la vida? No creo en la fe del soldán si
hallasse con quien matarme, si pudiesse auer en
casa mejor pasqua.
Lib. — Jesu, defiende me. tú. Señor, de hom-
bre tan arrebatado.
Clau. — Qué aueys anido, hijos, que tan ga-
noso viene Palermo de morir ? Jesu me libre y
me defienda; ten paz, hijo, con todo el mundo
e biuiras alegre y morirás bien logrado.
P¿'\ — O, pese a tal con la puta vieja, después
de bien puta haze se nos candelera. Danos, des-
creo de la vida en que biuo, sendas putas que
i'i Eu el original, heccho.
(-) Eu el original, Parlermo-
TRAGEDIA POLICIAKA
45
nos siman, e nos socorran en nuestra pobreza,
y el consejo dale por allá a quien más le ha me-
nester.
Clau. — Anda noramala, hijos, no seays ve-
llacdS.No podeys de/.irme vuestras necessidades
sin amenguar mis tristes canas? C'omn he dado
recaudi> a otros a quien menos soy obligada, no
(ts daré a vosotros dos e tres mogas, y más
qnantas por derecho deua?
Par. — Ce, madre, ya me entiendes, a tiempo
vienen.
Clmi. — Ya ya, no mas.
Pal. — No hables en secreto, madre; si no re-
niego del pilar de Victoria sino lo encomiendo
todo al diablo.
Clau. — Hijo Palernio, ten seso e paciencia e
ganarás comigo dineros. Descendid acá abaxo,
locos, que os quiero hablar un poco en secreto.
Pi'-. — Vamos, pese a tal, siquiera sea en casa
dt' Barrabas.
Clau.— Sentaos, hijos, en essa escalera, e ha-
l)lad passo, no nos entiendan estas rapazas. Mi-
rad, hijos mios, ya sabeys que es mi officio ga-
nar de comer entre los buenos, e que quien fuere
mi amigo me ha de acarrear mi prouecho. Yo
tengo an (') casa estas dos mogas frescas como
vnas rosas e mochachas para todo, e ansi goze
yo mi vejez como a mi Parmenica me pid[i]o
oy vn cauallero con quien no se perdiei-a nada
si yo dar sela quisiera, y a essotra rapaza me
lian pedido muchos, sino que por no ver me sola
no me he determinado; pero porque conoscays
la voluntad y amor que os tengo, yo os las quie-
ro dar por vn cierto tiempo hasta que veamos
cómo lo hazeys con ellas, e ha de ser con esta
condición : que mireys por ellas e os tengan por
amparo, os siman la casa, e las tengays por
amigas, mas si algún lange se les offreciere con
que ganen dos doblas, de la parte que os cu-
piere tengo yo de aver la mia, pues que, mal
pecado, para esso he criado a la vna y a la otra
he aluergado en este rincón para que me ayu-
den a passar esta vida. Y esto que aqui queda
entre nosotros concertado ha de ser tan secreto
que la tierra iio lo sienta.
Pal. — Ora, madre señora, gran merced res-
cebimos con lo que por nosotros hazes. E si
ellas van a la estancia, descreo de la tierra de
Fez si no les valga más vn dia que ciento de
quien más haga por ellas. Ellas procuren de ser
las que deuen e no nos rebueluan cada dia iiue-
nas trapazas, e en lo demás en caso de buscar
quien les de' diez doblas, hagan lo que quisieren,
que aqui las ayudaremos.
Pie. — Yo las faborescere con mi persona y lo
qne tuuiere, y aqui el señor Palermo, que es
amigo del tiempo viejo, todos las auemos de
(') Asi en el original.
seruir e poner la vida por lo que a su chapin
tocare.
Clau. — Pues, hijos de mi alma, en esto no
se entienda más por agora. Vosotros os podeys
yr con la bendición de Dios, porque yo quiero
tocar el pulso a las mogas, e no que vosotros
esteys delante: mañana en la noche dad por acá
la buelta, que ellas estaran a punto y llena i- las
heys en buen hora.
Pi'l. — Ora, pues, madre Claudina, lo dicho
dicho.
Clau. — Yd, hijos, con Dios, que yo liare' lo
que digo. Que hazeys, loquitas? Aora aueys mi-
rado, qué feroces venian aquellos diablos.' Qué
es esso, Parmenia? Qué ojos son essos que
tienes? Qué has anido después que yo drs-
cendi?
Lib. — Madre, ella ha entendido lo que dexas
concertado, y después que de aqui fuiste no
haze sino llorar.
Clau. — Ea, ea, bonita, lagrimitas agora, qué
me agradan! pues qué te pensauas? que toda
tu vida te auia de tener a un lado? No me
faltauan otros duelos. Muger eres ya hecha y
derecha, e bien sabes ya el pan con que te has
de hartar. Ya he trabajado con mi vejez e po-
breza hasta ponerte en hedad y en estado que
sepas ganar de comer, lüue, hija, por tu pico,
e no seas niña toda tu vida. Cata aqui a tu
compañera Libei'tina, que no ha seydo toda su
vida sino como una mártir, donde quiera que
la he licuado, siempre muy conforme con lo
que yo la mando; tuerto o giego, el amigo que
la doy esse tiene ella por perlas orientales.
Lib. — Qué quieres, madre, que haga? Quan-
do a tu casa rae llegué yo vine pobre e desnu-
da, que en mi camisa no ataran blanca de co-
minos; agora, Dios loado, cayendo e leuantan-
do, no faltan dos reales e vn razonable vestido.
Veo que si quiero comer no ay quien rae lo es-
torne, e que duermo descuydada con no faltar
la comida; mientras esto durare, ahorquen a
todo el mundo.
Par. — Qué quieres, madre, que sienta? Pues
que me veo moga y afligida e con desseo de go-
zar mi alegre mogedad, e toda mi vida encerra-
da hecha mesonera de vellacos, y agora que en
tu vejez esperaua algún buen pagf», has me ven-
dido a un rufián, que no sé lo que de mí que-
rrá hazer. Veome sola, e huérfana de padre, e
desamparada de ti, que en fin eres mi madre,
en quien he puesto mi amor toda mi vida. Si
mayor mal quieres, si a muger tan temprano
persiguió la fortuna como a mí, tú, madre mia,
lo mira, e ansi me pon el remedio.
Clau. — Mira, Parmenica, haz lo que yo te
mando, toma mi consejo, e no te pongas co-
migo en dis^juta si hago liien o mal. Más vieja
soy que tú, má.s sé del mundo que tú, e más se
46
orígenes de la novela
me entiende que a ti. Si vas en compañia de
Palermo, no vas a tierra de Moros, muestra te
a dexar la teta, que ya duro es el alca9el para
campoñas.
ARGUMENTO DEL XXIII ACTO
Theophilon, padre de Philomena. conosciendo en su hija algún
nueuo desasosiego, habla palabras muy graues a I'lorinarda
su niuger sobre el descuydo que tiene en el castigo de Philo-
mena, e llama a Siluerio e Phaiiphilo sus criados en secreto,
a los quales encarga que maten a palos a la vieja Clauílina. etc.
Theophilon. Florinarda. Siluerio.
Panphilo.
\_Theoph.'\ — Florinarda amiga, muchas ue-
zes he desseado anisarte que como honrrada
matrona enmiendes algunos descuydos en la
gouernacion de nuestra casa y en la guarda de
nuestra honrra, porque con muchas e muy bi-
nas ocasiones a esto soy compelido; pero con-
siderando que la flaqueza feminil no deue ser
molestamente tractada, e que las negligencias
que no nascen de malicia con facilidad son co-
rregidas, he acordado de callar hasta que veo
nuestra honrra dando baybenes y a punto de
caer en algún hoyo de immortal infamia. Muy
escusado me fuera a mí, que soy padre, desue-
larmeen el castigo de Philomena mi hija, si como
tú eres dueña noble fueras madre cautelosa.
Pero semejante (') exercicio de corregir don-
zellas, al varón es vergoncoso quanto a la mu-
ger más honesto. En confusión tuya, y en de-
masiada pena mia, te doy auiso que de algunos
dias a esta parte conozco eií Philomena nues-
tra hija alguna nueaa desemboltura causada de
tu muy notable descuydo. He conoscido en ella
ser amiga de la ventana, e avn no muy enemi-
ga de ser vista, que es en la donzella vn gusa-
no para su nombre tan delicado. También me
dizen que vna mala vieja que dizeu la Claudi-
na frequenta nuicho nuestra calle, y avn nues-
tra criada Dorotea no dexa de visitar su casa;
en el tiempo que Philomena nuestra hija fue
templada en sus palabras, honesta en el aspec-
to, recatada en su persona, e retrayda en su
exercicio noble, ninguna nouedad que yo en
ella conosciera causara en mí deshonesta sos-
pecha, porque la muger virtuosa donde quiera
es buena hasta que viene a dar señales de ma-
la. No piensses, mi Florinarda, que por lo que
en nuestra hija siento de nueuo se me aya enti-
biado el amor paternal, sino que la experiencia
que tengo del mundo me causa cautela, e la
cautela temor, y el temor me da pena, e la pena
produze en mí semejantes effectos; solamente
quiero que sepas, si no lo sabes, que ay en las
('j En el orjglual, íjor smuijante.
mugeres tanta fragilidad, que con muchas guar-
das apenas se guarda vna, e con vn pequeño
descuydo pueden venir todas en perdimiento.
Nuestra hija es noble, pero es muger; es illus-
tre en sangre, pero muy moca en los dias, y
aunque el natural y la nobleza la hagan buena,
puede se peruertir con el aparexo de ser mala.
Mira, Florinarda, por nuestra hija, e castigala
con amor en secreto, porque no venga a tiempo
que se digan en público sus maldades.
Flor. — Theopilon, señor mió, admiración
grande me causa tu plática sospechosa, e la ma-
teria della me acaba las fuergas de pena, por-
que en nuestra vnica e tan amada hija no sola-
mente no he conoscido maldad, pero jamas sen-
tí en ella indicio ni aparencia de liuiandad. Si
ama estar a la ventana, e yo no se lo defiendo
siendo madre, no procede de mi descuydo, sino
de la confian9a que tengo en su honesta condi-
ción. Bien veo que se alegra con mirar como
moca, pero también piensso que es tal su ho-
nesto recatamiento, que alancara qualqiiier pen-
samiento liuiano; ni nuestra hija es tan as-
tuta, ni yo tan descuydada, que ella pueda mi-
rar sin que yo la vea ni hablar sin que yo lo
sienta. En todos los actos y exercicios suyos
hasta oy no me acuerdo auer visto alguno que
merezca algún género de castigo; pero si yo
como muger, aunque vieja, no tengo astucia
bastante para velar semejante castillo, e tú
como uaron e padre conosces que algún des-
cuydo notable he cometido que deba emmen-
dar, manda me con auiso, que yo obedescere
con el amor que a ti deuo é a nuestra hija soy
obligada.
Theoph. — Mira, Florinarda, si como eres
incauta hembra fueras varón cauteloso, ni me
pidieras la causa de mi reprehensión ni quisie-
ras otra más para guardar tu hija de conoscer la
muger e moca, por lo qual es inclinada a todo
linage de vanidad. No te pido q\ie dexas a tu
hija que sea mala, sino que puedes con tu des-
cuydo dar la ocasión que no sea buena, porque
de ser la madre descuydada viene la hija á ser
desvergon9ada, e quando tal la conoscieres, o
tú deues procurar de perder la con darla la
muerte o aparejarte al perdimiento de vida e'
honrra tan delicada. Qué más ni mayores seña-
les quieres de la nueua liuiandad de Philomena
sino verla sin reposo en el bastidor e en su ros-
tro postizo color, amiga de andar en secretos
con la moca e muy fácil de visitar la puerta?
Grandes señales veo en ella de su perdición, e
ningún remedio para remediarla sino con la
sepultura. A mi parecer deuemos tomar por vl-
timo remedio, porque es el mejor, que tú, pues
eres su madre y mas continua coaipañera, bi-
nas en anisada cautela de aqui en adelante con
ella, sin darla a sentir que de su mudan9a de
TRAGEDIA POLICIAXA
47
costumbres auemos tenido nueno sentimiento;
y esto porque el crimen de liuiandad en la mu-
ger no se ha de castigar sino con la muerte, e
qualquier castigo que este no sea no es sino una
licencia para que sea mala con la facilidad (')
de la pena. En esto, amiga mia, te encomiendo
seas tan cuydosa quanto hasta agora has sido
descuydada, porque no menos se puede adoliar
nuestra hija e mitigar nuestra pena con el
auiso futuro que agora está dañada con el des-
cuydo passado, e jiorque este negocio e lo que
del tengo secreto, por su grauissima qualidad
no requiere tantas palabras quanto poner las
manos en el remedio e venir a las obra.j, tú,
amiga, harás de tu parte lo que con tanta pena
te tengo encargado, que yo de la mia haré
como padre lo que a mi honor soy obligado.
Ve, señora, a entender en tu luizienda, que yo
me quiero quedar solo a rezar mis acostumbra-
das deuociones. Solo estoy yapassionado porque
la honrra de mi hija, en quien la mia consiste,
veo puesta en el postrero remate. Que' haré?
con quién me aconsejaré? El coraron apassio-
nado para ningún negocio arduo tiene saluda-
ble consejo. Llamar quiero a Panphilo e Sil-
uerio mis criados para que con su libre enten-
dimiento reparen el mió que está con la pena
dañado. Oyes, Siluerio. Pamphilo, dónde es-
tás?
Sil. — Aqui estamos, señor.
Theoph. — Entrad acá, e 9errad essa puerta
del retraymiento, porque quiero que mi plática
sea secreta. Dezidme, vosotros no comeys mi
pan? vosotros no estays en mi casa? no mi-
rays mi honrra como criados, pu"S yo procuro
vuestro prouecho como señor? Cómo, no parays
mientes que mi honrra e fama anda destruyda?
quién entra en mi casa? quién habla con mi
hija? quién le da ocasión para ser liuiana?
dime, Siluerio, qué sientes de su liuiandad?
Sil. — Señor, la grauedad de tus palabras e
la nouedad de tus re9elos me tienen atónito e
sin sentido, y la sospecha que pones en mi fide-
l lidad me tiene de todo punto corrido. Nunca
Dios quiera que en Philomena mi señora yo
haya conoscido liuiandad, e si la conosciesse,
1 en mí no auria falsedad para encubrir secreto
i tan delicado. Porque tú eres mi señor, e como
i tienes obligación de gratificar mis seruicios,
tienes poder para castigar mis deffcctos. Ver-
dad es que mi señora Philomena se alegra como
¡(lonzella mo^a, poro conozco que se recata como
jpersona illustre.
I Theoph. — Dime, Pamphilo, tú no has visto
¡entrar en casa una vieja falsa que llaman la
jClaudina?
1 Pamph. — Señor, sí algunas vezes.
'i En el original: /aciidad.
Theoph. — E ha hablado en secreto con mi
hija Philomena?
Pamph. — üe esto no tongo noticia. Porque
siem|)re que essa vieja lia venido aqui, mi seño-
ra F'lorinarda ha estado en la posada.
Theoph. — l'ues la conclusión de mi platica
sea ¡que yo estoy sentido de la nueua conuer-
sacion de aquella vieja con mi muger e hija, e
la he mandado que no entre en mi casa so pena
de pordei la vida. Cumple a la mia y a mi hon-
rra que vosotros como fieles criados y en quien
tengo dende vuestra niñez puesto mi amor,
mireys cautelosamente los passos de mi hija i-
andeys en assechan^a con esta vieja falsificada,
e donde quiera que la pudieredes auer, vinien-
do a mi casa pública o secretamente, le aca-
beys la vida a palos, que yo gastaré mi patri-
monio e pondré mi vida por lo que sobre ello
se os offresciere.
Sil. — Señor, hacer lo hemos como a tu ser-
uicio se deue, aunque yo no quisiera que la pri-
mera cosa de afrenta que me mandas fuera po-
ner las manos en una muger e vieja, pero no
quiero poner escusa porque no pienses que nie-
go tu mandamiento.
Pamph.— Ova, señor, a nosotros el cargo,
que la embiaremos a 9enar al infierno antes
que tenga remedio de buscar quien de nuestras
manos la defienda.
Theoph. — Pues, mi I*amphilo, en lo dicho
no aya más.
Sil. — Señor, pierde cuydado, que no lo lin-
dicho ¡1 sordos ni descuydados.
ARGUMENTO DEL XXIIII ACTO
\'i>iiiJo el tiempo con Pliiloiucna concertado, Policiano llama i
<ii< criados para yr a la liuerta de su señora; embia delante
a Siluanico, e llena consigo a Solino e Salucio; llegados a l.i
huerta ponen el escala e Policiano entra, donde lia lia a Pliil.i-
niena esperando con Dorotea su criada. Los ¡lerros de l.i
huerta sienten la gente (jue anda por ella: finalmi-nle, enlr.i-
do Policiano e rescebido de Philomena, gozan de los nUíhim^
dones del amor, y entretanto Dorotea passa con Siluanico sn
requiebro dende las \entanas de la huerta, e despedido Poli-
ciano de Philomena, Policiano se torna a su posaila e Philu-
meiía a su rama, e se acaba este acto.
Policiano. Solino. Salucio. Siluanico.
Philomena. Dorotka. Poliuoro.
]Machorro.
[Po/.] — Mocos, moros.
Sol. — Señor.
Pal. - Dame mi espada e rodela, e aderezad
vuestras personas, si os paresce que es hora de
yr este bíenauenturado camino. Toma, Silua-
nico, essa escala de cuerda debaxo de tu capa c
vete delante a dar nos aniso de la gente qui'
anda por la calle.
Sol. — Señor, todo está a punto, vamos quau
do fueres seruido.
48
0EIGENE8 DE
Pol. — Vamos, y los angeles sean en nuestra
guarda.
Sal. — Oyes, Siluanico, anda delante dissi-
DQuladamente hazia la huerta de Theopbilon, (!
si alguna persona vieres de quien podamos ser
sentidos harás vna seña para que nos ponga-
mos en cobro; e mira que lo hagas a tiempo,
ya me entiendes.
Sil. — Muy bien. O dichosa venida. O plazer
incogitado. O camino deleytoso. O cómo se me
haza mejor que a Dios lo pido. O mi señora
Dorotea, si como yo te desseo me esperas, ben-
dicto pensamiento tan bi&n gratificado. Cantar
quiero vn cantar9Íllo para recordar á quien
duerme:
Páreste á la ventana,
niña en cabello,
que otro parayso
yo no le tengo.
Sol. — Oye, oye, señor, cómo canta Siluani-
co. Por los euangelios que es deleyte de oyrle
con el silencio de la noche.
Pol. — Oye te que canta.
Sil. Fonte frida, fonte frida,
fonte frida e con frescor,
do todas las auezicas
tomauan recreación,
sino es la tortolica,
que está sola e sin amor,
que ni posa en rama verde
ni en árbol que tenga flor,
ansi biuo yo cuytado
por amar vn nueuo amor (').
Phil. — No oyes, Dorotea, qué voz tan apa-
zible es la que suena? Conosces algo en aquel
cantar?
Dor. — Sí, señora, mucho conozco: aquel es
el paje de Policiano, seña deue ser de su
venida.
Phil. — Los angeles todos le acompañen e
libren de mal. Mira, Dorotea, después que mi
señor Policiano aya entrado, dexa me sola go-
zar del, no impidas mi gozo tan desseado: no
quiero testigos de mi vergon9oso deleyte. Es-
taras atenta e mira si en el retraymiento de mi
padre suena alguna sospecha de mi secreto
yerro, e no te descuydes si algo sintieres en
dar me auiso con breuedad antes que seamos
sentidas.
Do?\ — -Está segura, señora, que no ay ago-
ra en casa semejante sospecha.
Pol. — Poned, mo90s, essa escala por esta
parte que dize mi señora que es el lugar más
sin peligro, y esperad me en vna parte don-
de no seays conoscidos e auidos por sospe-
chosos.
(') Como loK de páginas atrás, estos cantares están
impresos ú renglón tirado, cual si fuesen prosa.
LA NOVELA
Do7\ — Señora, ya sube Policiano, yo me
aparto a esta ventana.
Phil. — Ve, que yo bien acompañada quedo.
Pol. — Es mi señora Philomena? es la theso-
rera de mis plazeres? soy yo Policiano? O mi
gloria e mi descansso, quanto me hallaria bien-
auenturado si creyesse que esto no es sueño.
Mach. — Huera aqui. Manchado, que te toma
el diabro a media noche.
Polid. — Maginado tengo que andan zorras
entre estas arboledas según que esta noche se
despepitan estos perros.
]\[ach. (')— Huera aqui, Bardino, avn el dia-
bro ero que ha de auer parte en él esta noche.
Phil. — Passito, señor mió, que duermen
cerca estos hortolanos, e temo que estos perros
nos han de impedir este gozo tan desseado. O
mi señor e mi solo descansso, o mi bien e mi
soberana alegría, toda esta noche me he des-
udado con la ymaginacion plazentera desto que
contigo posseo, e agora que en mis bra90s te
tengo, dos terribles cuydados enturbian mi
mezclado gozo: temor que auemos de ser senti-
dos e que el alba ha de partir esta vnion ena-
morada. Tu presencia da luz a mi coracon, e si
de mí te apartas, no menos ecclipsada que la
luna, absenté de Phebo, quedará esta tu cai)tiua
con tu ausencia,
üfac^. —Huera day, Bardino: si arrebato vn
garrote.
Polid. — La rabia tienen esta noche, que no
para su ladrido. Si las paredes fueran baxas no
dexara hombre de penssar qualque ruyndá.
Torna aqui. Manchado.
Sol. — Por tu fe, Siluanico, que cantes vn
poquito al falsete, que huelgo mucho de oyrte
cantar.
Sil. Lagrimas de mi consuelo
que aueys hecho marauillas
6 hazeys,
salid, salid sin recelo
a regar estas mexillas
que soleys.
Sal. — Par Dios, Siluano, graciosamente lo
cantas. Di por tu vida otro poco, que me espa-
cia el alma tu suaue melodia.
*S7/. Mis ojos pues que miraron
a quien más que a ssí quisieron,
paguen pues lo merescieron (■■^).
Sol. — Oye, oye, Siluanico, ojo a la ventana, i
Sil. — Qué te toma el diablo? Antojasete?
Sal. — Juro a los Euangelios, cata la moya
assomada.
Sil. — Es mi señora Dorotea?
(') En el original, Polid.; pero como acaba de hablar,
el que habla ahora debe de ser Machorro. |
(■•') Estáu impresos estos cantares como si luesfii.
prosa.
J
TEATtEPTA poltoiana
49
Dor. — Soy tu muy cierta seruidora.
Sil. — Con esso haze tan lustrosa noche. Con
esso no puede entrar en mis ojos ningún qui-
late de tiniebla.
Sol. — O, descreo de la puta que le parió al
rapaz. Juro a la casa Sancta, otro 9eloso ay en
la posada.
Sal. — Ora oygamos el requiebro hasta el cabo.
Sil. — O mi señora, cómo me has dexado dezir
devaneos con mi boz desatinada? por qué no ata-
jauas mi canto con tu bienauenturada presencia?
Sol. — Qué te paresce, Salucio, de la plática
del mochaeho?
Sal. — Qué diablos (^) quieres que no sepa de-
zir; estando todo el dia e la noche en la cáma-
ra de essotro madre de la luxuria, algo aula de
deprender.
Sol. — Ora oye.
Sil. — Cómo estas, mi reyna? En qué lugar
tienes aposentado mi corayon, señora mia?
Dor. — Señor mió, la suauidad de tu música
no tuuo menor virtud atractiua que la harpa de
Ort'eo, pues en mi cora9on insensible hizo tan-
to sentimiento que me truxo for9ada para go-
zar de tu presencia.
Sol. — O descreo de la putilla e avn de la
madre que la parió, e cómo acierta a dezir phi-
losophia de amor.
aSo/. — Sí, sí. en las escuelas de Ouidio deue
de auer estudiado la rapaza. El arte de bien
parlar la deuen auer leydo. No me medre Dios
si ella sabe tan bien (■'^) el Credo.
Z)o?-. — Señor mió, la indisposición del lugar,
junta con la breuedad del tiempo, no me dexan
gozar de tu graciosa conuersacion. Creo que tu
señor Policiano se va, e mi señora me haze se-
ñas que nos vamos. Para la primera noche que
Policiano venga a esta tan dichosa visitación,
yo daré orden cómo con más espacio e no me-
nos descanso nos veamos.
Sol. — "No la oyes, hermano? En buenos tér-
minos queda el negocio.
Sal. — Ya lo veo. De rruyn a ruyn quien
acomete ven^e. Descreo de la madre que me
' parió si aunque la mo9uela me ha parescido
bien, yo he osado dezirla nada. Llegó Siluani-
[eo, y ya ues cómo anda. O ventura!
I Dor. — Señor niio, yo me voy. El ángel de
¡la paz te acompañe.
1 Sil. — Reyna mia, e contigo vaya.
t Phil. — Mi señor e lumbre de mis ojos, pues
jhas tenido por bien de me pribar del don más
¡estimado que rescebi de naturaleza, pues ya
jdel todo has tomado la passion (^) de esta tu
sierua, pues te vas e me dexas a mí sin mí por
(') En el original, diábles.
O En el original, también.
( ) Asi en el original, quizás por posession.
ORÍÜKNES DE LA NOVELA. — 111. — 4
lleuar mi ánima en tu compañía, suplicóte, mi
corapon, que no dexes de acordarte, que si en
tu ausencia puedo biuir, será en confianza de
gozarte con muy continuas visitaciones. Quan-
do ordenares que yo resciba esta merced tan
copiosa, por este lugar, aunque peligroso, hallo
yo el aparejo más conueniente, atenta la clau-
sura de esta casa.
Pol. — Reyna mia e mi verdadero descanso.
Polid. — Ora yos boto a sant Alberto, que
el diabro deue de andar esta noche entre estos
naranjos. Huera aqui. Manchado.
Po/. — CoraQon mió, estos hortolanos están
sospechosos, y el temor de este peligro que
está muy en las manos acorta por el presente
el hilo de mi alegría, y pienso que ha de ser
parte para que mi vida se acorte a causa de los
males que pienso padescer en tu ausencia. La
noche que viene, por este mismo lugar, si tú,
mi señora, fueres seruida, será mi venida muy
cierta. Yo me voy e me quedo verdaderamente
contigo. Angustiado voy con la breuedad de
mi gloria, e con mortal angustia estaré hasta
tornar me a poner en esta verdadera possession
de plazer. Los Angeles sean en tu guarda e te
me dexen ver con el descansso que yo desseo.
Phil. — E a ti, mi señor, acompañen e te
tornen a mis bra90S para que descanse mi co-
raron. Dorotea amiga, qué ha seydo de ti? en
qué has entendido este tan a9ucarado rato de
mi gloria? has dormido?
Dor. — Si cierto, dormilona es la mo9a. A la
puerta del retraymiento de mi señor Theophi-
lon me he estado assentada.
Phil. — Pues muy passo nos entremos a la
cámara, e dormiremos lo que resta hasta que
sea de dia; pero cómo dormirá quien tan triste
queda? qué sueño no quebrantara mi soledad?
qué cora9on no inquietara mi tan atreuido
yerro? O padre mió, si sintiesses mis tan des-
onestas pisadas, cómo acabarías mi vida, por no
gustar de tu de.sonrra. O hembras hembras,
nunca deuiades de nascer, pues soys tan mal
inclinadas e tan potentes para effectuar vues-
tros apassionados desseos.
ARGUMENTO DEL XXV ACTO
Claudina, cobdiciosa del logro quotidiano, sale de su casa a visi-
tar suí deuoias. Passa por casa de Cornelia e Orosia, a las
quales promote de dar sendos amigos, y en el camino, tor-
nando a su cisa. topa con Libertina su criada, con la qual va
por la calle de Theophilon e halla a la puerta aSiluerio, con
el qual se cmbia a encomendar en Philomena, etc.
Claudina. Cornelia. Orosia. Libertina.
SlLUERIO.
[C/aw.]. — Agora que voy sola quiero mirar
el prouecho que con mi Parmenia tengo, e
parar mientes el daño que puedo auer con su
50
orígenes de la novela
ausencia Lo primero tengo con ella ganancia
que monta más moneda que media calongia.
Ella lo gana con su persona e yo lo gasto como
señora; mi casa está aperrochada de man9ebos
a su causa, y avn por su buena conuersacion
siempre acuden mo9as de buen fregado con que
al cabo del año siempre caen modorros. Con su
ausencia, mal pecado, la pérdida es muy cierta
y la ganancia dubdosa. Poniendo mi hija en
poder de Palermo, en lugar de ganancia puede
ser que escotemos lo ganado: no dizsn embalde
que la cobdicia mala el saco rompe. Si a mi
bija saco de mi compañia, para quién quiero
mis alhajas? para quién guardo mis sananas
randadas, mis manteles de Alemania, mis ta-
pices de Flandes e mi tinaja de harina? pues
de ningún bien la possession es agradable sin
compañia. Vmi ánima sola ni canta ni llora.
Qué tengo yo de hazer entre quatro paredes
sola? si me duele la cabe9a, quién me pondrá me-
dicina? si mi dolencia me acude, a^quién boluere
mi cara? mal consejo ouiera tomado si de casa
la ouiera embiado. Este se, huelgue se, goze
de su mocedad, que ansi hize yo de la mia. En
mi casa no le faltarán media dozena de amigos
_,ni vna de reales que coma. Mala vejez yo aya
si Palermo me la llenare. A casa de Cornelia
llego, quiero entrar a visitarla a ella y a Orosia,
que el cañal que no se requiere no da de comer
a su dueño. Quiero llamar, si quiera por la crian-
9a. Tha, tha.
Cor. — Quién llama de mañana?
Clau. — Abre, hijita, que la Claudina es.
Cor. — Vengas en ora buena tú y los buenos
años.
Oros. — Jesús, madre de mi alma, e qué mi-
lagro fué éste que nos tuuiste en memoria?
Clau. — Andad, loquillas, que agora que he
comen9ado a conosceros e visitaros, cada dia
me tendreys en esta casa. Cómo estays, mis
hijas? Mo9as e hermosas, ansi sea buena mi
vejez.
Cor. — Aosadas, madre, no sé pues la cansa,
ansi goze de mí, que nunca me vi tan triste ni
tan afligida después qiie me conozco.
Clau. — Mirad, hijas mias, pues estays en
hedad alegre, no busqueys ocasiones de tristeza.
Mirad que el ánimo triste es vn fuego que con-
sume e acaba la vida.
Oros. — En buena fe, madre, que auiamos pcn-
ssado yo e Cornelia mi prima de yrnos vn dia
a tu casa y holgamos contigo e con la señora
Parmenia. Darte parte de nuestras penas, pues
te tenemos por madre e amiga verdadera.
Clau. — Sancta Catalina del ciclo, hijas de
mi alma, e qué passiones son las vuestras que
tanto las ayays sentido? Aosadas, por mi vejez
que sea buena, que barrunto yo algo de lo que
a vosotras duele. Digo alg<j? Qué dizes, bonita?
a perro viejo no cuz cuz. E a quien cueza y
amassa no le hurtes (^) hoga9a.
Cor. — Madre de mis entrañas, bien seque
lo entiendes todo e por esto te quiero dar parte
de lo que nos da tanta pena. Ya ves, madre,
que nuestra hedad ni nuestro estado ni condi-
ción ni coxas (-) que, ninguno por gentil que
sea, nos venga a escupir en la cara, e si aquellos
vellacos rufianes supieran tractarnos como quien
somos, a fe de muger de bien que otro gallo
les cantara. Pero no es la miel para la boca del
asno, ni el anillo de oro para la nariz del puer-
co. Finalmente, madre Claudina, que a ti toda
la verdad se te deue dezir, aunque tengamos
en nuestra arca dos pares de doblas e tres de
vestidos, bien vemos que n6 han de durar para
siempre: que el tiempo y el dinero corre ("*) como
el viento. Nuestro alcohol, nuestras camisas
labradas, nuestros aromáticos olores, ya sabes,
madre, quántos dias ha que se pagan de vazio.
No queremos por necessidad yr a morir al espi-
tal. Queremos, madre mia, pagar te muy bien tu
trabajo, e que nos pongas en poder de hom-
bres (^) que no solamente sustenten nuestro
fausto y honrra, pero que nos saquen de qualquier
trabajo que se nos offresciere, porque aunque,
loado Dios, no nos faltan modorros que acuden
con este pie de altar quotidiano, auemos me-
nester quien tome a cargo la costa ordinaria,
porque lo demás son nuestras adahalas e lo que
nos ahorramos. Esta heredad sola nos dexaron
nuestros padres, y desta, como sabes, nos aue-
mos de mantener.
Clau. — Mirad, hijas mias, no os quiero con-
sejar como a mugeres honrradas, pues honrra
e prouecho no caben en vn saco. Pero bien qui-
siera yo, ansi goze de mí, que con Solino e Sa-
ludo se hiciera algún cumplimiento, aunque
fuera como dizen dar a tor9er vuestro bra90.
Son man9ebos gentiles hombres e que os tu-
uieron en honrra el tiempo que os conoscistes, c
ya puede ser que tornando a su amistad aya
otra nueua vida.
Oros. — Dalos al diablo, madre, no me los
mientes ni oyga yo su nombre, que ellos salie-
ron de aqui para cuanto ellos biuieren.
Clau.— Pues, hijas de mi alma, yo lleuo a
mi cargo buscaros lo que os cumple. Pero mi-
rad que si tal cosa hallare, que quiero que me
lo agradezcays ; ya me entiendes Cornelia?
Cor. — Ya ya, madre, a fe [he] de darte un
9amarro que condessa no le tenga tal.
Claii. — Pues a Dios, a Dios, mis hijas.
Oros. — El vaya contigo.
(') En el original, huertes.
(2) Asi en el original. ¿Querrá decir son cosas?
(3) En el original, corro.
('} En el original, homhre.
TRAGEDIA POLICIACA
51
Clau. — Andar, v:mios adelante. Con este
viaje no se ha perdido mucho ; para estas dos
moyas (^) yo buscaré dos 100908 de espuelas de
vn canónigo que acudan con el mollete hurta-
do, el peda90 del to9¡no en la manya e avn la
ristra de cebollas en la capilla, que estos tales
son los que a e'stas han menester, e al cabo
ellos yran sin pluma e la vieja Claudina sin
quexa. Vala me Dios del cielo, es Libertina la
que viene por esta calle? Ella es si los ojos no
me mienten. Jesús, hija Libertina, e no te dexé
yo en casa quando de allá sali?
Lib, — Pues, madre, ansi es el mundo, ya
sabes qué no ay quien en vn estado perma-
nezca,
Clau. — E de dónde vienes, hija?
Lib. — De casa del despensero del Conde,
Clau. — Acabaste ya con él tus cuentas, hi-
jita?
Lib. — Sí, madre, que por esso dizen que el
deudor no se muera,
Clau. — Huelgo me, hija mia, ansi por tu pro-
uechu como porque mios o ágenos aya en casa
dineros; vamos por esta calle, y passaremos
por la puerta de Philumena, e si paresciesse su
criada Dorotea cobrarla el anillo de la concor-
dia. No piense aquella señora que me ha de
heredar en vida,
Lib.— A. y desdichada, Siluerio está a la
puerta.
Clau. — Cubre, hija, la cabe9a, que no puedo
dexar de hablarlo vna palabra. Siquiera porque
si en su casa alguna vez me hallare me haga
buen tratamiento. Esté en ora buena el galán.
Sil. —O madre mia, perdona que no te co-
noscia,
Clau: — El señor Theophilon, hijo mió, como
está? e señora la vieja e toda su casa?
*SV/. -Todos están buenos para lo que a tu
honrra cumpliere.
• Clau. — Guarde Dios a sus mercedes, que en
mi verdad a toda esta casa por su nobleza soy
muy afficionada. Señora la donzella, hijo? her-
mosa como siempre?
Sil. — Sí, njadre mia, no es cosa nueua ser
m¡ señora linda dama.
Clau. — Tal sea mi vejez. Ay qué honestidad.
¡ Ay qué mesura. Ay qué cara de oro. No en
I balde la dotó Dios de tales señales de Fuera,
i sino para manifestar las virtudes de que el
\ anima está adornada de dentro, Resciba yo
I tanta gracia, que cuando con ella te veas sea de
• mi parte saludada, e la digas en secreto que
I aquella sortijuela que a su merced dexé quan-
1 do se sintió mal dispuesta que me haga gracia
I de ella, porque es de un gentil hombre que
I cada dia rae la pide, E perdóname, hijo, el atre-
' ' Wicifos, en el original.
uimiento, que el amor que te tengo me haza
atreuer a tal demanda. Mas aqui estoy yo, hijo
mi(.i, para lo que cumpliere, ya me entiendes?
paresce te algo de la mo(;a? cuando algo quisie-
res, no has menester más de me9er el ojo.
Sil. — Nora buena, madre, yo lo diré a mi se-
ñora Philomena, e bueluete por aqui esta noche
en anocheciendo si quieres saber la respuesta.
Essotro que dices no es vianda para mi es-
tomago.
Clau. — A, noramala, hijo, qué santito te me
hazes. Pues avn yo sé algo que te diré algún
dia, y a Dios, que nos vamos.
Sil. — Ansi aya el diablo parte en la puta
vieja como yo estoy bien con sus tramas, pues
yo te juro, doña hechizera, que si esta noche
tornas, e por acá te apañamos, que tú salgas
si ajertares la puerta. O mala vieja, quién cree
que ella no trae sus tractos ciertos y avn se-
cretos conciertos con Philomena mi señora?
pues calla, qt»e yo te armaré vna trampa donde
des el pellejo a los perros y el alma a los dia-
blos, Dexame hablar a Pamphilo mi compa-
ñero, que yo te pescaré o malo andará mi an-
zuelo.
ARGUMENTO DEL XXVI ACTO
TheophUon e Florínarda hablan en secreto sobre la guarda de
Philomena su hija, y acabada su plática, Theophilon va a la
Huerta e manda a los hortolauos que suelten vn I.eoii que allí
está en vna jaula para que espante las zorras que andan en-
tre los arboles. Despídese de los hortolanos y va«e a cenar, y
entretanto Pampliilo e Siluerio aguardan a la Claudina que
viene pov la sortija e la dan tantos palos hasta que piensan
dexarla muerta, etc.
Florínarda. Theophilon. Machorro. Poli-
doro. Siluerio. Pamphilo. Claudina.
[_Flor.'\ — Theophilon señor mío, después de
nuestro passado razonamiento, en lo que á la
honrra e guarda de nuestra hija toca, yo como
madre, y a quien a lo biuo de las entrañas llega
qualquier macula de su desonor, he inuestiga-
do por diuersas vias si nuestra tan amada hija
aya intentado algún delicto de liuiandad como
mo9a; y ávida toda la possible relación de los
criados e donzellas de casa no he hallado indi-
cio por donde deua con razón castigar la como
culpada, porque pública e secretamente sus
exercicios son de donzella illustre e honesta e
bien mirada, sin qne aya alguno que en ella
aya visto señales de hembra apassionada.
Tlieoph. — Amiga, Florínarda, yo doy crédi-
to a tus palabras y assi confio ser verdad, pues
nuestra generación tan noble jamas admitió
macula ni discoloi' de infamia, pero siempre te
encomiendo no te descuydes en su guarda e
zeloso miramiento. Porque si dizes que no la
has visto hablar con alguno, e con esto tomas
52
ORTGEITES DE LA NOVELA
alguna confianza, hago te saber que los que de
ueras se aman, cosidas las bocas, se hablan con
los cora9ones. Yo no te he dichoque nuestra hija
es mala, sino que mires por ella, porque con el
aparejo puede dexar de ser buena. Oyes, Sil-
uerio, di a Pamphilo que me traiga mi libro, y
entretanto que es hora de penar visitaré mis
hortelanos y allí rezaré mis acostumbradas de-
uociones.
Pamph. — Señor, vamos, que a punto está
todo.
Theoph. — Venid vosotros comigo, que os
quiero hablar aquí en esta huerta.
Mach. — Hola hola, Polidoro. Cara acá viene
nuestramo cargado de mas cordojos que tiene
hojas vn mangano.
Polid. — O cuerpo de la casa sancta, qué des-
maginatiuo viene.
Mach. — Prissa prissa, porque si viene sañu-
do no quiebre en mosotros ell enconia. Echa por
esse tablar del colino e yo desmoUire las gode-
nes, que es fructa apazible para viejos.
Theoph. — Aun me parece, Machorro, que
estos arboles quieren más labor.
Mach. — Agora, mi padre señor nuestramo,
dom'a Dios que en todo el dia dexa hombre
ell a9ada de la mano. Ellos mi fe son de mal
vidueño; que no les cunde cosa que hombre les
haga, que en lo al no a que her.
Polid. — Si su mece otease acos fructales
que alean 9an mejor terruño, e avn son vn ca-
cho más castizos, cuydo que viesse bien lo que
hombre afana.
Theoph. — Estos gidrales están roídos, e
siempre he temido que andan animales que de
noche los estragan. Vosotros dormís a sueño
suelto. Si no les poneys remedio camino van de
perderse.
Mach. — Los canes abondaríen sí algo de
esso anduuiesse en la huerta, que en toda la
sancta noche con su ladrido no escampan : yo
desmagino que algunos holgazanes dende afue-
ra tiran piedras a las man9anas, según que los
alanos ventean.
Theoph. — La jaula de ste león me paresce
que está desclauada ; en vn rato que ande fuera
tened cuydado de echarle vn buen clauo.
Polid. — De las mientes me ha salido que
no haria daño soltar de noche esta alimaña ]ior
la huerta, que al menos no andarían raposas ni
sabandijas donde él anduuiesse.
Theoph. — Si no fuesse dañoso para la ortalí-
za, no me paresce mal tu consejo, porque en
estas cercas parescen señales de auer entrado
por ellas.
Mach.- — A todo hará prouecho si el león
anda de noche suelto, que aunque mosotros an-
demos con él no ayas miedo que él resciba
pabura.
Theoph. — Ora, pues ansí os paresce, tened
cuydado de soltarle en siendo de noche, e dexad
abierta la caxa para que entre y salga quando
quisiere, que al león no hará daño e la huerta
rescebira prouecho.
Mach — A buena huzia, nuestramo, que
ello se haga a plazer.
Theoph. — Prissa prissa, que yo por aquí me
quiero apartar a rezar vn poco.
Polid. — Vaya a salud su megé.
Theoph.— Pamphilo é Siluerio hijos, después
de aquel penoso razonamiento entre nosotros
passado, ni yo he tenido lugar ni vosotros cuy-
dado para anisar me si en aquel negocio aueys
sentido algún indicio o señal de lo que yo temo.
Tengo el cora9on tan leuantado y el entendi-
miento tan sin libertad para gouernar me, que
algunas vezes consiento con la voluntad en co-
sas muy escandalosas e con la pena las pondría
en effecto, si el zelo de mi fama no tuuiesse la
rienda a mi desseo. O canas ya caducas. O
años desdichados. O pobre viejo, para qué ve-
niste al mundo, pues toda la vida mia no es
sino vn curso de miseria, e vna hedad de cuy-
dados y vn tiempo semejante al tránsito de la
muerte! qué haré? Si descubro lo que siento y
lo quiero castigar, poco castigo es que esta ciu-
dad se abrase. Pues si lo dissimulo por quitar
1( s paresceres del vulgo, vendrá en términos
mi honrra que se acabe con mi vida . O mis fie-
les criados, dezid me qué haga o tomad este
puñal e dad con él fin a mis dias.
Pamph. — Señor, muy delicadamente siento
tu pena, porque con agudo sentimiento traspas-
sas mi coragon. E según lo que de tu plática
se puede collegir, deues auer rescebido alguna
penosa relación, pues tales effectos produzes.
Con astucia auemos mirado lo que como a cria-
dos nos mandaste, e hasta agora no auemos
hallado en Philomena tu hija indicio que malo
sea. Aunque estas contractaciones que esta
vieja nueuamente ha trabado en esta casa bas-
tan a engendrar todo género de sospecha. Este
dia passado passó por la puerta de casa, e dio
a Siluerio encomiendas para todos . No ay
otra cosa de que se pueda formar malicia.
Theoph — O padres, no deuiades de nascer
los que hijas mal inclinadas aueys de engen-
drar. Qué bien tiene quien de honrra caresce?
pues qué honrra tiene quien liuiana hija ha
criado? pues Vn hombre deshonrrado, cómo bi-
uira sossegado? Ora, mis fieles criados, el prin-
cipio de mi remedio consiste en que esta vieja I
muera para que por la rayz se comience a cu- (
rar mi dolor, e después como esto succediere, j
tomaremos nueuo consejo.
Siluerio. — Señor, veo te tan penado, que en
qualquier peligro pondré mi vida por ver la tuyaj
libre de tristeza, e si en solo esto que mandas j
TRAGEDIA POLICIANA
53
que hagamos consiste tu contentauíiento, y
eres seruido que a su casa vamos e la saquemos
el alma, alli la daremos tal muerte con que tú,
señor, quedes satisfecho.
Theoph. — Todas las cosas arduas quieren
maduro consejo. Mejor es que aguardeys a
acometer en vuestra casa, que no yr a la agena
de donde vengays offendidos y no satisfechos.
Pamph. — Señor, pues en este caso puedes
perder cuydado, que nos sabremos dar a buen
recaudo.
Theoph. — Ansi confio de vuestra fidelidad.
Vamos, que me paresce ya hora de 9euar.
Siluerio. — Vamos, señor, que ya estará apa-
rejado.
Theoph. — Florinarda amiga, no se haze ora
para que genemos?
Flor.— Si, mi señor, todo está adere9ado.
Theoph. — Pues yo voy. Vosotros, hijos, te-
ned cuydado de mirar entretanto por lo que os
tengo encomendado.
Pamph. — De nmy buena voluntad. Qué
sientes, hermano Siluerio? quán lleno está nues-
tro amo de cuydosos pensamientos!
Siluerio. — El cora9on tan triste como está
agora el suyo, es impossible no dar señales de
passion.
Pamph. — O qué lastima tan grande es ver-
le sus lagrimas derramadas por su faz tan ve-
nerable. Y cómo procura soledad por no des-
cubrir su pena.
Siluerio. — O hembras hembras, que de tan-
tos enojos soys causadoras. O vieja Claudina,
Dius te trayga a nuestras manos para que res-
cibas el pago de tus pisadas. Mira, Pamphilo
hermano, esta vieja es cobdiciosa, e ha de ve-
nir agora a cobrar de Philomena vn anillo que
acá tiene, porque ansi está entre mí y ella con-
certado. Estemos sobre el aniso, e aparejemos
tales leños que al primer leñazo no haya me-
nester segundo. Por aqui por la puerta de aba-
xo suelen ser sus venidas secretas. Yo te digo.
Pamphilo, que no tarda mucho en venir.
Pamph. — Por las reliquias de Roa que o yo
me engaño o es ésta que por aqui abaxo des-
ciende baldeando.
i Siluerio. — Ella es, cierto. Mira, hermano
I Pamphilo, que todos la demos a vna, e no
I arrojemos golpe sino fuere sobre las tocas.
I Pamph. — Ora dexala llegar. Oye qué rallo
I trae.
Clau. — Es possiijle? es mi Siluerio? es el que
I yo quiero como a hijo? Jesu, Jesu, aosadas,
¡putico, que no digo yo en balde que eres tu
lenamorado. A qué hora de la noche está a la
jpuerta el gallito!
Siluerio. — Y tú mira ('), madre vieja, en
,'; £n el original, mirad.
qué andas a tal hora con tus haldas luengas
que paresces estantigua?
Clau. — Hijos, mal pecóado, la necessidad es
carrera de perdición. Cómo están tus señoras
vieja e mo9a? yo te asseguro, hijo (•) Siluerio,
que no tuuiste memoria de lo que te dexé este
dia encomendado?
Siluerio. — Por cierto, madre, sí tuue, y a
mi señora Philomena hablé en secreto de tu
parte e holgó mucho en saber de ti.
Clau. — Huelgue se Dios con su merced. E
di mi', hijo Siluerio, no rescibiria yo de ti tanta
gracia que ella supiesse como está aqui la Clau-
dina?
Pamph. — O mala vieja, e qué cuentas tienes
tú de aueriguar con ella a tal hora?
Siluerio. — Dala, Pamphilo hermano.
Clau. — Jesús sea comigo.
Pamph. — Y avn rebullís?
Clau. — Confession.
Siluerio. — Confesión oque? O puta vieja.
Pamph. — Dala dala, que avn todauia rebu-
lle. Siete almas tiene como gato.
Clau. — Confession.
Siluerio. —Aun rebulles, puta vieja, canas
de infierno? pues espera que con este leñazo yo
asseguraré la honrra de muchos con acabar tu
mala vida.
Pamph. — Mira, Siluerio, si rebulle.
Siluerio. — A mí me paresce que ya está
muerta, pero dala otro leñazo para que pierdas
la dubda.
Pamph. — Ora, hermano Siluerio, este negó-
ció es concluso. Las tinieblas de la noche en-
cubren esta obra pia que auemos hecho, porque
Dios ha tenido por bien que tan maldictos años
sean acabados. No es razón que a la puerta de
Theophilon aya rastro de tan mala muerte.
Arrastrando o como quiera la licuemos hasta la
puerta de su posada para que putas e rufianes
la den honrrada sepultura.
Siluerio. — Ten de esos pies, Pamphilo her-
mano.
Pamph. — O puta vieja, e cómo pesas, qué
cargada deues yr de pecados!
Siluerio. — Mejor dixeras que los pecados
van cargados con ella.
Pamph. — i\c\m junto a su puerta la ponga-
mos para que quien primero entrare pueda lic-
uar las nueuas.
Siluerio. — Allá quedarás, vieja falsificada,
que no es mucho que coman el cuerpo los pe-
rros, cuya ánima se licuaron los diablos. Mi-
ra, Pamphilo hermano, aunque nuestras ma-
nos se hayan mostrado sangrientas, e con cru-
dos cora9ones este caso ayamos acabado, mayor
es el bien que la república rescibe con la muer-
I (>) Hijos, en el origLnal.
54
orígenes de la novela
te desta hechizera que el inal que nosotros he-
zimos en darla tan mala muerte: ya sabes, her-
mano, quánto es necessario que vna puta vieja
muera, porque las famas e honrras de tantos
buenos no perezcan.
Pamph. — Ora a nosotros perdone Dios, pues
a la Claudina se llevó el diablo.
AKGUMENTO DEL XXVII ACTO
Palermo e Pigarro van a casa de la Claudina para traer a su es-
tancia a Pannenia e Libertina, e llegados a la puerta de la
vieja, la liallan en la calle, que avn pide confession: metenla
dentro en su casa, donde manda que llamen a Celestina e la
dexa por tutriz de sus hijos e tenedora de sus bienes, lo cual
hordenado e por la vieja Celestina aceptado, da el ánima al
diablo e dexa el cuerpo á los gusanos.
Palermo. PigARRo. Claddina. Parmenia.
Libertina. Celestina.
\_Pal.'\ — Hermano PÍ9arro, ya uos que nues-
tra pobreza no quiere tanta dilación en lo que
cumple al ro90 quotidiano. Si te paresce que
demos vna buelta por casa de aquella puta vieja
e traygamos aquellas piel de ouejas al rancho,
ya sabes que no podemos hazer viaje que más
sano sea.
Piq, — O hermano, hermano, "cómo te hiede
la vida. Despecho de la casa de Pilatos si tú
no me hiedes a muerto. Estas son vnas marca-
das rameras, que cada qual tiene vna dozena
de amigos, e sobre todo: estos mo9os de Poli-
ciano son mucho de aquella casa, y aun por mi-
lagro es quando de allá salen; no pensemos yr
por las pellejas e dexemos allá los pellejos.
Pal. — O pese a la fe de Treme9en con hom-
bre diuino, vamos, despecho de la condición, y
siquiera lo lleue todo el diablo.
Piq. — Veo te tan enojado que no cumple
dar te consejo, mas descreo del puerto del Mu-
ladar si no estoy temblando como vn azogado.
Qué armas te paresce que llenemos para que no
caygamos en falta?
Pal. — Espadas e capas y aun no muy costo-
sas, pues no estamos ciertos de lo que nos ha
de acaescer.
Piq. — Lo que yo te sabré dezir, no es más
de que si en la posada ay varón no entraré allá
más que en el Infierno. E avn que si tomo las
viñas vn cauallo no me alcance. Mira, hermano
Palermo, por sí o por no, haz como yo hiziere
e yo pagaré por ti si murieres mal logrado.
Pal. — O, despecho de la peña camasia con
tan pocas fuer9:is como tenemos. Pues si para
este embara90 es menester algún desgarro, o
hazer vn repiquete de broquel, o algún golpe
de pomo, no llegaremos a un amigo que vaya
con nosotros?
Piq. — Donoso estás, leydo has donde yo.
Maldito seas, hermano; si hauemos de huyr, no
vale más solos que con testigos? Más honrra-
damente haremos el salto peligroso yendo solos
que muy acompañados. Toma, hermano, tu fo-
llosa e ata te la bien al cinto, porque al huyr no
se te cayga, e si mal te succediere, assientalo a
mi cuenta.
Pal. — Ora vamos, e Dios nos libre de tray-
dores, que yo temeroso voy deste camino.
P¿V;. — Mira, hermano Palermo, cuerdo eres.
No te pongas en aueiitura, sino en viendo me
huyr aliuiatras mí, que sé muy bien los atajos.
Pal. — Por aqui por esta callejuela es más
cerca e sin peligro.
Piq. — Cerca llegamos. Mas dime, hermano
Palermo, no te paresce que vees vn bulto ne-
gro hazia la puerta de la vieja?
Pal. — Por el passo en que vamos que creo
que dizes verdad. Lleguemos vn poco más ade-
lante.
Piq. — A vn en ora mala acá venimos si aue-
mos de quedar esta noche por estos cantones.
Ora está atento, veamos si se menea.
Clan. — Ay, ay, que me fino.
Pal. —Escucha, que boto a tal que habla no
sé qué ay.
Clau. — Confession .
Piq. — Hu3^e, huye, Palermo. Huye, que vie-
nen tras nosotros.
Pal. — Detente, PÍ9arro, detente que no es
nada. Ha, PÍ9arro, buelue acá que no viene na-
die, pese a la peña de Francia .
Piq. — O hermano mió, e cómo se me auia
elado la sangre. Viste bien lo que era? certifi-
caste te no fuesse alguna traycion?
Pal. — Calla, cuerpo de la vida mala, que lo
que alli está ni se menea ni puede.
Piq. — Ora lleguemos allá, Dios e nuestra
Señora nos guien. Quién va ay?
Clau. —Confession.
Pal. — Despecho de tal si no es la madre
Claudina. Ha, madre señora, eres tú?
Clan,. — Que me fino. Confession.
Piq — Ella es, e descreo de tal si de su casa
la han visto. Hola, damas.
Par. — Quién llama?
Pal.— Abri, descreo de la media nata que
está aqui la madre vieja cuasi a punto des-
pirar.
Par.- Jesús, e qué es esto que veo? Eres tú
mi madre? Justicia de Dios, señores, que me
han muerto a mi madre. Madre mia, madre de
mi alma. Mírame acá, señora.
Clau. — Que me fino.
iv2¿.— Madre, mira me acá. Buelue a mí los
ojos. Quieres algo, madre de mis entrañas?
ClaiL. — A mi comadre Celestina. Que me
fino.
Par. — Libertina, amiga mia, por la passion
del que se puso en Cruz, que tú vayas corrien-
TRAGEDIA POLICIANA
55
do hasta casa de Celestina, y I;i digas lo que
passa, que tome luego su manto, porque mi ma-
dre la quiere ver para siempre.
Lib. — Gentiles hombres, uno de vosotros se
vaya en mi compañia.
Pir. — Vamos, señora, donde tú seas seruida.
Par. — Madre de mi cora9on, por qué no me
quieres mirar? Di me lo que te ha acontescido.
Cuenta me tan gran desuentura. Qué dizcs,
madre?
Clau. — Que me fino. A Celestina.
Pal. — Ya, ya, madre vieja, ya viene la ma-
dre Celestina. Quieres algo que se haga en tu
seruicio?
Clau. — A Celestina.
Par. — Ya viene, madre mia.
Cel. — Paz sea en esta casa.
Par. — Ay, tia de mi coraron, mira mi des-
dioiía grande, mira mi madre y mi bien todo;
mira su cabeca hecha peda9os. Justicia, se-
ñores.
Cel. — Paciencia, hija mia, paciencia. Qué es
esto, comadre de mi alma? qué mal tan grande
fue el tuyo? al^a los ojos, señora Claudina,
mira que soy venida a ver lo que mandas.
Clau. — Comadre, yo me voy a dar cuenta a
Dios de la vida passada. Llegado es el remate de
nuestra tan larga amistad. E como en la vida te
aya sido leal amiga, maestra e compañera, quie-
ro en este tránsito que sepas el amor que te ten-
go: lo primero para que fuiste llamada será en-
cargar te esta casa con los muebles y aparatos de-
11a, donde hallarás muchos instrumentos e ma-
teriales a nuestro arte necessarios, de los qua^.es
en esta mi vltima voluntad te hago libre e per-
fecta donación. Especialmente te pongo en la
possession devn arca mia, donde hallarás las co-
sas siguientes: quatro botes grandes de olio ser-
pentino, e otros dos pequeños de sangre de abu-
billa, vna caxuela llena de dientes de ahorcado
y otra caxa grande de tierra de vna encruzijada;
redomas para azeytes, porque son en quantidad
no tengo memoria de las differencias dellas,
pero de todas, con lo que dentro está, te hago
libre donación. En vn pellejo de gato hallarás
enibuelto seys dozenas de agujas para costuras
de virgos, y en vna caxa pintada todo el apa-
rejo junto. De todo esto, comadre, tomarás la
i possession en el punto e hora que mi ánima sal-
I ga desta cárcel. Otra cosa que deues estimar
j en más que todo te quiero agora dar de mi ma-
[ no á la tuya. Cata aqui , comadre, rna matri-
I cula e memorial en que hallarás ciento e qua-
j renta e dos mo^as que a mí estavan encomen-
dadas, e setenta e ocho despenseros a quien
I estaua obligada a proueer, e veinte e cinco vir-
i gos que tengo de remediar. Todo esto e a to-
I dos éstos te encomiendo, comadre mia, que les
¡ hagas tal tractamiento que ninguno dellos
sienta mi falta. Mi hijo Parmenico, ya sabes,
comadre, quánto ha que está absenté. En qual-
quier tiempo que venga le tendrás por hijo (^ )
adoptiuo, e hasta que sea de hedad será[8] tu-
triz de sn hazienda. E.sta mochadla ya queda
en hedad para ganar de comer, pero si como
moíja anduuiere errada, en tu consejo e aniso la
encomiendo. Muchas cosas se me offrescen a la
fantasía para dezirte, pero ya mi turbada len-
gua no me da lugar. Hija Parmenia, ven acá,
abra9ame.
Cel. — Comadre, ha comadre señora Claudi-
na. Jesús, Jesús. Sancta Pascua fue en do-
mingo.
Par. — Madre mia, madre de mis entrañas.
Cel. — A esotra puerta, hija Parmenia; ya
puedes dczir que no tienes madre.
Par. — A y, madre mia. Ay, entrañas mias.
Cómo me dexays tan sola? Cómo quedo desam-
parada? Ay la desdichada. O pérdida grande.
O mal sin medicina. O arrebatada muerte. O
salteado tránsito. O jnadre, mi solo remedio.
Lib.— Ay, mi agradable compañia. Ay, tia
de mis entrañas, qué será de nosotras? Adonde
yreinos en tu absencia? Quién cubrirá nuestras
ínltas? Con qué lionrra sabremos entre nuestras
y guales?
Par. — Ay, señora Celestina, ayúdame a 11o-
i'ar mi angustia grande. Siente coniigo mi per-
dimiento.
Cel. — Hijas de mi alma, no desmayeys, tor-
nad en vosotras, aparejad de dar sepultura al
cuerpo de mi madre, que aunque la pérdida fue
grande, biuiendo os Celestina no biuireys des-
amparadas. Y aunque los cora9ones lastimados
pocas vezes admiten consejo, especialmente
quando la pena está rCfiente, como agora la
imestra. las personas cuerdas y experimenta-
das en trabajos a toda aduersidad hallan medi-
cina. Para esto iiascimos, para tornar a la tie-
rra lo que della rescebimos. La dilación de la
muerte, el deFfecto quotidiano de nuestra co-
rrupción que de dia en dia se dilata, no es otra
cosa sino vna muerte prolixa e vn continuo es-
tar boqueando. El termino de nuestros dias por
el soberano acto ('^) del uniuerso está determina-
do, y éste no puede passar el más fuerte de los
que binen. Esta ventaja nos llenan los que en
morir nos preceden, porque al fin, hijas mias,
todos a este rigoroso tránsito estamos obliga-
dos, y a pagar a la muerte este tributo, qual-
quier hidalgo es tan pechero como quien mayor
pecho paga. Poned, hijas, vuestra voluntad con
la de aquel que a mi comadre crió para llenarla,
que aunque hagays, como dizen, de la necessi-
dad virtud, con esta conformidad no perdeys
(1) Hijo», en el original.
(2; Sic, probablemente aotor ó auctor-
56
ORÍGENES DE LA JN^OVELA
vuestro galardón ; e ya, pues esta desdicha es
acaescida, no podemos los que biuimos tener la
rueda a la fortuna que no ruede como e quando
quisiere. E tú, hija Parmenia, no fiegues ni
atormentes tus ojos llorando, ni te aflijas por
lo que perdido es e yrrecuperable. Pon, hija mia,
essas alhajuelas en recaudo, e tomad ambas
vuestros mantos e vamonos a mi posada, que
mientra yo biuiere y tú de mi compañia holga-
res, no te faltaré ni echarás menos a tu madre.
Pal. — Damas, muy pesantes somos dosta
desgracia aconcescida; por lo que a vuestra gen-
tileza se deue os somos muy obligados si algo
a vuestro seruicio tocare, ya sabeys el estancia,
e nos podeys embiar a mandar. E pues la ma-
dre vieja os lleua a su posada, allá acudiremos
para ver lo que os cumpliere .
Piq. A Dios, a Dios, hermosas, y él con-
suele vuestra tristeza.
Cel. — El os guie, hijos; andad acá, mo9as;
cubrid bien las cabezas, que muy presto somos
en casa,
ARGUMENTO DEL XXVTII ACTO
Policiano con sus criados va a gozar de los amores de Philoiiie-
na. V entrado en la huerta sale el león de entre los arboles,
e sin que del se pueda defender, le haze pedamos. Y luego vie-
ne Philomena al lugar determinado, donde llalla a Policiano
muerto. E después de hazer su llorosa lamentación, con la
espada de Policiano da fin a sus dias.
Policiano. Solino. Salucio. Machorro.
PoLiDORO. Philomena. Dorotea.
[PoL] — O noche bienauenturada. O noc-
turno curso de mí tan desseado. O nocturnas
tinieblas, lustrosas e llenas de claridad. O es-
curidad apazible, quánta alegriadas a mi cora-
ron tan vfano. Los dias me son tan aborresci-
bles quanto las noches agradables, porque es-
toy ya tornado aue nocturna que con la clari-
dad pierdo la vista, y en tinieblas estoy muy
claro. Oyes, mo9o.
Sal. — Señor.
[Po¿.] (^). — Aderepad mis armas, para que
vamos a ver a aquella hermosa diana con quien
mi vida tiene luz de bienauenturada alegría.
Sal. — Señor, todo está aparejado, vamos
quando fueres seruido.
Pol. — Oyes, Siluanico, ve delante, mira no
hallemos alguno en el camino de quien seamos
conoscidos.
Sol. — Señor, dónde mandas poner el escala?
Pol. — Por esta parte más secreta, e aguar-
dadme con el silencio possible, pues no está en
más mi perdimiento que en auer señales públi-
cas de mis amores secretos.
O Falto aqoi en el origiaal el nombre de Policiano.
Sal. — Puesta está el escala, sube y los an-
geles vayan contigo.
Sol. — Buen pelo trae nuestro amo. Encara-
mada anda la Luua sobre el horno.
Sal. — Todas las cosas puede el oro. Todos
los hedificios soberuios allana, e avn los cora-
pones remontados abate. Dadiuas en fin, her-
mano, dizen que quebrantan peñas.
Sol. -Es verdad. Pero el coraron de Philo-
mena crey yo ser de vn diamante. Vn inex-
punable castillo e vn rio caudal sin puente,
todo lo ha batido, todo lo tiene aportillado,
todo lo ha destruydo Policiano con dineros, e
la Claudina con conjuros.
Sal. — Pulilla es que consume, canter que
carcome, ladrón que en poblado saltea, la vezi-
na mala junto a la casa virtuosa.
Pol. — Mi señora no deue ser venida, muy
temprano fue mi camino. Pero entre estos ar-
boles deleytosos esperaré a la reyna de mi vida.
Jesús sancto. Dios sea comigo. O, qué animal
tan feroz.
Mach. — N'os digo yo? Huera aqui, Bardino.
To, to, to.
Pol. — Jesús, muerto soy.
Polid. — Huera aquí, Manchado. Qualque
raposa deue de andar retobando con el león
de nuestramo, según que se assombran estos
canes.
Pol. (^). — O cómo soy burlado. O mi seño-
ra, cómo muero sin ver te. Confession. Confes-
sion.
Mach. — El diabro veo que tienen esta noche
estos alíanos.
Polid. — Están despauoridos con acotra (2)
alimañaza; no escamparán de ladrar en toda
esta mesada. Mas no has, Machorro, emagina-
do qué diabros de cudados le toman a nuestra-
mo con esta su huerta? Que dende estotra se-
mana no sel cueze el pan mirando cada dia las
almenas de la cerca. Creo que sospecha que le
hurtan la ortaliza.
Mach. — Ande se pues a essas, que yo te juro,
Polidoro, que vale más vna traspuesta que dos
assomadas. No busca él quien le hurta las ber-
9as, son que sospecha que ésta su hija anda en
qualque peí damor, e régela se no se entren los
enamorados por estas paredes.
Polid. — Valate el diablo cara de asno. Pues
por aquella paredaza tan grande se auie de en-
trar nenguno, aunque huesse el Gigante de
cuerpo criste?
Mach. — Voco sabes de garponia. Pues para
(*) Poliáioro, en el original.
(2) Forma villanesca del compuesto aqueaotra. Ya
anteriormente hemos visto, bablanao estos mismos
rústicos, acó, acá, acos y aco^, por aquello, aquella, aque-
llos y aquellas.
TRAGEDIA
alli tienen estos escoderotes vnos diablos de es-
calones de soga, con vnos garauatos que suben
con ellos bata la torre de sancta Maria.
PoUd. — El diablo me lo daua. Quiera ella,
la zagala, que no ha menester nada de essos
armandijos.
Mach. — Ora, durmamos vn cachuelo, pues
que los peí ros han parado.
Phil. — Qe, (je, Dorotea, muy quedo porque
no seamos sentidas, te leuanta y escucha si en
A aposento de mi señora ay algún rumor o al-
guno está por dormir.
Dor. — Señora, todo está sossegado. Leuan-
tate, que no tienes de que' temer.
Phil. — O cómo creo que nos auemos tarda-
do. Pues si Policiano mi señor es venido e can-
sado de esperar se me ha tornado, no será más
mi vida.
Do?; — Passito, señora, no sientan estos hor-
tolanos nuestra venida. Tú mi señora te ve sola,
e yo daré vna buelta por estas ventanas, e mi-
raré si paresce alguno de sus criados.
Phil. — Ve, amiga, e si yo no te llamare no
vengas donde yo estuuiere, que no quiero que
impidas mi gozo tan desseado. O mal grande.
O desastre sin segundo, qué es esto que veo?
que' puede ser tan desastrado caso? Eres tú,
mis amores? Eres tú, mi Policiano? Eres tú el
que dauas luz a mi cora9on? luipossible es que
la hermosura de tu cara aya afeado algún gé-
nero de nmerte. Quierome certificar, e si tú
eres Policiano mi señor, no ay razón para que
yo biua angustiada muriendo tú despeda9ado.
O desdicha sin comparación. Mi plazer es con-
sumido. Mi gloria es acabada. Mi vida desuaiies-
cio como humo. O la más triste (^) de las tris-
tes. O mi Policiano e mi descanso: dónde está
la lindeza de tu hermoso rostro? dónde está
tu esfuer90 e gentileza? O dolores que este mi
cora9on atormentays, porqué no le rasgayspor
medio? para que mi alma acompañe en la muer-
te a aquel que tanto quise en la vida. Mas bien
acertada fuera la furia deste animal sangriento
en mí, que quedo para morir con dolor, que en
ti, mi vida, que comen9auas a gozar de los pre-
mios del amor. O animal (2) sin conoscimiento.
O sanguino furor, cómo pudiste executar tu saña
en el origen de la mansedumbiv? Gran sinra-
zón haria yo, cora9on mió, a tus angustias, \)0v
mi padescidas, a tus sospiros con tanta fideli-
dad continuados, a tus encerramientos de dia
e a tus vigilias de noche, e finalmente a morir
tú por mí, si en la misma moneda no te pagas-
se, muriendo yo por ti; e pues hiñiendo con
tanta voluntad te seguí, justo es que en la
muerte te siga, sin tener compassion de mí. O
t (*) En el original, treste.
(.') En el original, amimal.
POLICIANA
57
mi Policiano, espera me que quiero morir con-
solada con derramar las possibles lagrimas, e
dar los postreros gemidos con que se hagan
tus lastimosas obsequias. E no me incuses de
hembra desconoscida, diziendo que me llamas
para la sepultura, e me quiero yo al9ar con la
vida, porque bien conozco que sin ti el biuir es
muerte prolixa, mar de tempestades que fortu-
na reiuueue, e que tu sepultura e mia son el
puerto de nuestro reposo, y que a quien fortu-
na quiere ser fauorable, junta en la sepultura a
quien juntó en las afficiones. O nuierte dicho-
sa, que tú sola me pondrás en la jiossession de
aquel que en la vida me negó ventura. Tú das
morada perdurable e amorosa a los que hiñien-
do no gozaron de Ids premios del amor. En ti
no moran cuydados, tú ya no me darás vanas
esperan9as. Crueldad grande es la que hago
con mi viejo padre, e mayor la que executo con
mi querida e amada madre. Pero mayor la ha-
ria coniigo, si con la vida de acá me priuas-
se de seguir a quien me está allá esperando.
Mucho quisiera dar cuenta desta mi repen-
tina muerte, a lo menos a esta mi fiel secreta-
ria; pero porque no impida (!ste mi for9oso
camino, me será for9ado el silencio. Ella dará
cuenta de mi nmerte a mis viejos padres, pues
sola ella queda por coronista de mis amores.
O espada de aquel cuyo esfuer90 ponía a los
mortales ánimo y osadia, que tú serás oy ver-
dugo de mi tardan9a en morir, e salario de lo
que yo meresci con amar. Padres míos, que-
dad con Dios. Madre mia, perdona me si con-
tigo soy cruel. Dorotea, mi fiel criada, la bro-
uedad de mis dias no me da lugar para gra-
tificar tus seruicios: perdona me por amor de
aquel que a todos perdonó en la Cruz, y a él
encomiendo mi ánima, y el cuerpo acompañe
en la muerte a aquel que no pudo gozar en la
vida.
Sil. — Mucho se detiene esta noche Policia-
no. No sé qué me sienta de su tardan9a.
Sol. — Yo juraré que está él agora tan em-
beuido en la señora, que ni se acuerda que tie-
ne mo9os que le esperan, ni avn de sí creo que
no tiene memoria.
Sal. — Canta, Siluano, vn poquito, e acudirá
la mo9a al chillido, sabremos della qué mundo
corre.
Sil. Hio verde, rio verde,
más negro vas que la tinta ;
entre ti e sierra bermeja
murió gran caualleria (}).
/)(,,•_ — Jío puede ya mi suffrimiento darme
espacio para dexar de gozar de tu angélica con-
uersacion, E pues el tiempo perdido me causa
(') También impresa como prosa esta cabeza de ro-
mancea.
58
ORÍGENES DE LA NOVELA
congoxa, sin razón seria perder la resta si ga-
nar se puede.
Sil. — O ángel mió, cómo has salteado mi
turbada melodia, nascida de mi desseo, e con-
tinuada con el esperanca que de mayor gloria
me queda. Plega a Dios, Dorotea, si en mi re-
medio pusieres dilación, que presto se acabe
mi vida.
Dor. — Passo, passo, Siluano, que no meres-
ce tu fe ser pagada con el oluido. Plega a Dios
Policiano e mi señora por el presente, no im-
pidan nuestro gozo, que lo que de mi parte se
te deue tienes de mí muy ganado. Dexa me dar
vna buelta por este jardin e veré si estos nues-
tros enamorados están en lugar donde puedas
entrar por el escala sin ser visto, que yo te ani-
saré de lo que liazer se pueda.
Sil. — Pues mi señora, en tus jtiadosas ma-
nos encomiendo las penas mias.
Dor. — Valame Dios, tan grande es el silen-
cio destos enamorados que en toda la huerta
no rebulle criatura? A dónde estarán? Sancto
Dios, qué es esto que veo? Señora mia, seño-
ra, oye me. Mira que soy Dorotea. O grande
mal. O incomparable desdicha. O caso más que
desdichado. O casa desuenturada llena de tan
crudas muertes. O Philomena, Philomena, de-
chado de hermosura. Cómo pudo la muerte
destruyr la cosa más estimada de la vida? O
espada sangrienta, que de vn golpe tantos co-
ra9ones trauessaste. Heriste el de aquel viejo
triste cuya luz oy es oscurecida. Ensangrien-
taste las entrañas de la desdichana madre, que
en esta hija como en espejo se miraua. Lasti-
maste a esta sin ventura que a todos excede
en sentimiento. Mejor emplearas, muerte rauio-
sa, tus mortales sañas en mí, que a pocos diera
dolor con mi acabamiento, que en aquella que
tantos ojos alumbraua con su acatamiento. O
Policiano, Policiano, quán desastrado fin tuuie-
ron tus amores. Sola la muerte pudo darte lo
que tan diFficultoso hallaste en la vida. O am^r
• mundano. O loco mundo. O variable mundo,
lleno de tantos desatinos. Loco es quien en ti
confia. Vario el que te cree. Sin seso quien tus
pisadas sigue. No das vn momento de plazer
sin mil años de sobresaltos. Muchos en ti con-
fiaron y a todos dexaste burlados. A todos pro-
metes descanso e nadie lleua de ti sino triste-
za. Plega a Dios, amor, que a quien te creyere
lo mejor de la vida le falte. Tú eres ciego: pues
a quien puedes guiar en camino que se salue?
Vete amor, vete mundo, vete Siluano, que
quien vanamente ama, vanidad es su salario.
Yo quiero agora dissimular este desastre e tor-
nar me al aposento, que al fin el tiempo descu-
bre sus obras.
AKGUMEÍsTO DEL XXIX ACTO
Tlieophilon, muy cuydoso de la liuiandad de Philomena, habla
con Paniphilo e Siluerio, los quales le cuentan la muerte de
la Claudina, y estando en el regozijo de ver acabada su mala
■vida, entra Machorro el hortolano a dezirle que Philomena
su hija está bañada en su sangre en la huerta, e con el llanto
de Xiieopilon se acaba esta tragedia.
Theophilon. Silüerio.Pamphilo. Dorotea,
Machorro. Florinarda.
\_Theo2ih.'] — Oyes, Siluerio, al9a vn poco essa
antepuerta, veamos si es de dia, que todo esta
noche he tenido el coraron tan desassosegado,
que en mi pena no he hallado vn momento de
reposo; qué sientes de mi honrra, Pamphilo?
Pamph. — Señor, más deue ser al presente
lo que ymaginas con el recelo, que lo que a tu
hija passa por el pensamiento. No te fatigues,
señor, ni con la ymaginacion penosa des fin a
tos pocos dias, que no ay cosa que tanto duela
que el tiempo no le dé su remedio, y para prin-
cipio del tuyo, te hago saber que Sihierio e yo
nos hallamos la noche passada a la puerta fal-
sa con la vieja Claudina, e la hezimos tan buen
trac'tamiento, que la embiamos a cenar al otro
mundo, Y esto se hizo no tanto por la culpa
que en ella hallamos quanto por cumplir lo que
tú como señor nos mandaste.
Theoph. — Agora mis penas son acabadas. Ya
mi congoxa tendrá sossiego. Ya no temeré que
con. ocasiones malas mi hija tan querida será
liuiana. O mis fieles criados, yo os prometo de
gratificar vuestro seruicio como vosotros me-
resceys, e con él me aueys obligado.
Mach. — Hola, señor nuestramo, yergue te
dende malora para todos nosotros acá donde
esta madrugada nasciraos.
Sil. — Qué es esso, Machorro? qué mal es el
que te ha acontescido?
Mach. — Qué, señor? que nuestrama la mo^a
Dios prega es finada e alli esta patitendida en
medio de acos tablares, que es mal dolor de
otealla.
Theoph. — Vienes por ventura loco o hablas
entre sueños? qué dizes? mi hija no está en
su retraymiento?
Mach. — Aora de cas de mi madre la ga-
rrida. Yergue te day priado, que ni caté si está
comida dell alimaña ni si murió de qualque
dolencia; que alli vide tanto del sangradero,
que vengo medio pasmado.
Theoph. — Oyes, Dorotea, Dorotea, no me
oyes?
Dor. — Señor.
Theoph. — Ven acá, dónde está mi hija?
Dor. — Señor, no sé si ha madrugado a coger
el frescor de la huerta, que no está a mi pares-
cer en su cama.
TRAGEDIA POLICIACA
5?
Theoph. — O día triste. O dia aziago. O día
de mi fin desucnturado. Vamos, Siluerio, a ver
este desastrado caso para mi.
Dor. — Yo voy a la huerta e veré si a lo
fresco de algún limón mi señora está dormi-
da. Ay dolor grande. Ay nial sin remedio. Ay
lástima sin segunda. Ay desdioliada sola. Ya
no tengo quien me mire, ya no tengo quien me
halagure, ya fenesoieron mis fabíjres. Ay casa
desdichada. Corre, señor, verás las arras de tus
caducos años. Anda, verás la lumbre de tas
ojos eclipsada, verás a la hija que engendraste
bañada en arroyos de sangre que de su cora9on
salieron. Corre, señor, rescibe el dote que la
muerte te embia en el fin de tus antiguos dias.
Theoph. — O lastimada vejez. O canas mal
fortunadas. O mi hija, lumbre de mis ojos, bá-
culo de mi vejez cansada. Qué caso tan inopi-
nado fue, hija niia, el que a ti trauessó el cora-
9on y a mi cortó el hilo de la vida?
Flor. — Qué es esto, señor mió? qué gemidos
tan sin consuelo son los tuyos? Dime la causa
do tus penas e sentirlas he como mias.
Theoph. — Ay dolor grande. Ay muger tan
amada. Cata aqui mis recelos, para mientes [en]
mis temores. Cata aqui mis castigos no acos-
tumbrados. Cata aqui la hija que tú pariste, su
coraron hecho peda9os. Cata aqui nuestra casa
deshonrrada, y sola de la compañia para mi
vejez mas agradable. O gentes que lastimas ex-
cessiuas aueys gustado, mirad si ay a mi dolor
otra pena que se le yguale. O amor, amor, pues
me priuaste oy de la cosa que en esta vida más
amana, pues te llamas amor a tuerto o a dere-
cho, a quién has cometido que mitigue mis an-
siosos cuydados? qué remedio pones a mi do-
lor tan estraño? quién aliniará la cuydosa car-
ga de mi vejez trabajada, pues me llenaste oy
en flor la fructa que para mi enferma senectud
Dios e naturaleza me auian prestado. Pero
aunque me la dieron prestada, no para tan
poco tiempo: dexarr.s amor desamorado que mi
hija comen9ara a conoscer se para que te conos-
ciera, e como de cossario ladrón se apartara de
ti. Armaste le el lazo de tus amargos dul9ores
en la hedad más sin cautela para que menos te
resistieese, e más presto en tus escondidas
trampas cayesse. Dime, amor tramposo, mal
pagador de seruicios, quándo te offendi yo
tanto que meresciesse tan crudo castigo? pues
si por deméritos mios, amor falso, iiio casti-
gaste, executaras tus sangrientas rauias en mis
caducos años y en mi faz arrugada, e no me
lastimaras en esta juuentud hermosa y en esta
mo9edad tan delicada. Si comigo tuuiste el
enojo, por qué diste tan cruel a9ote a la yiio-
cente? O amor L co. O amor desatinado. Mal-
digo tus pensamientos vanos, maldigo tus pa-
labras fingidas, maldigo tus passaticm[ios li-
songeros, maldigo tus enojosos plazeres, mal-
dictas sean tus a9ucarailas 9ar:icas, e tus deley-
tosos enojos, tus apassionados deleytes e los
instrumentos de tus prisiones; que otros pren-
den para soltar, y tú captiuas el cora9on para
matar. Mataste oy a la joya más acendrada que
entre los mortales fue nascida. Lastimaste con
mortal dolor a este triste viejo, cuyo fin á mi
puerta está dando aldabadas. Pusiste en tér-
minos la vida de aquella madre desconsolada
que alli veo entre aquellas yerbas medio uuier-
ta. Pues si a todos matas, e matarlos houilires
tienes, amor, siempre por officio, muerte ra-
uiosa te llamen de aqui adelante y no amor
halagüeño. Porque si halagas es para mejor
lastimar, e si lastimas, no más de para matar.
Pues, mortal amor, no me puedes hazer ya
mayor mal del passado, seguro estoy ya de
tus ondas reboltosas, e de tus amargos descon-
ciertos. En lo vltimo de potencia has executa-
do comigo tu rigor; lastimado me dexas los
pocos dias que en el mundo biuiere. Pues quien
mi lástima tan grande supiere, no es possible
sino que de ti se guarde. Si con tiento me hi-
rieras, e tan adentro no me tocaras, mi pérdida
no fuera tan grande, e siendo mi mal tolera-
ble, mi quexa fuera templada, pues si yo d(í ti
no me quexara, muchos en tus trampales caye-
ran. Ya, amor falso, de aqui adelante, ])nrque a
ninguno como a mi maltrates, todos huyran de
tus sabores (^), con nadie tendrás cn'dito, ni
abrá quien de ti se fie. Amor falso malauentu-
rado, tus fabores son humo, tus plazeres no
son durables, e al fin fin amor. Omnia prete-
reunt preter amare Deum.
(<) Aca,so fabores ■
ACABÓSE K8TA TRAGEDIA POLICIANA A . XX . DIA8 DEL MES DE NOVIEBRE,
A COSTA DE DIEGO LÓPEZ, LIBRERO, VEZINO DE TOLEDO.
AÑO DE NRA. REDEMPCION DE MIL E QUINIENTOS
E QUARENTA Y BIETE. /
Nikil in humanis rebus perjectum.
COMEDIA DE EVFROSINA
TRADVCIDA DE LENGVA PüRTVGVESA Ei\ CASTELLANA
POU EL CAPITÁN
DON FERNANDO DE BALLESTEROS Y SAABEDRA
AL SERENÍSSIMO SEÑOR INFANTE DON CARLOS
Con privilegio. En Madrid, en la Imprenta del Reyno. Ano de 1631. A costa de Domingo Gongalez.
8VMA DEL PRIUILEGIO
Tiene Priuilegio de su Magestad, Don Fer-
nando de Ballesteros Saabedra, para imprimir
por diez años este libro, intitulado la Eufrosi-
na, como parece por su original. Despachado
en el Oficio de Francisco de Arrieta, Escriua-
no de Cámara, y firmado de Inan Lnsso de la
Vega. Dado en Madrid a diez y seis dias del
mes de Diziembre de mil y seiscientos y treinta.
SUMA DE LA TA88A
Los Señores del Consejo tassaron este libro,
intitulado la Eufrosina, a quatro marauedis
cada pliego en papel, el qual tiene veinte y dos
pliegos, que a los dichos quatro marauedis
monta ochenta y ocho marauedis. Dada en Ma-
drid a onze dias del mes de Agosto de mil y
seiscientos y treinta y vno.
FE DE ERRATAS
Este libro intitulado la Eufrosina está bien
y fielmente impresso con su original. Dada en
Madrid a veinte y quatro dias del mes de lulio
de 1631 años. — El Lie. Murcia de la Llana,
APKOVACION DEL M. I08EPH DE VALDIUIEL80.
CAPELLÁN DE HONOR DEL SERENÍSSIMO SE-
ÑOR INFANTE Y CARDENAL DE ESPAÑA.
M. P. S.
En la comedia llamada Eufrosina, que me
mandó ver V. A., que traduxo de la lengua
Portuguesa a la Castellana Don Fernando de
Ballesteros y Saabedra, no hallo cosa no con-
forme a la verdad Católica de nuestra Sagrada
Religión, ni contraria a las buenas costumbres.
Está traducida con acierto y con dicha, por la
dificultad de las frases de ageno Idioma. La
Fábula es sentenciosa y exemplar, despierta
auisos y auisa escarmientos: deuerá al traduc-
tor Castilla estos diuertimientos y Portugal
estos honores. Este es mi parecer. Saluo, etcé-
tera. En Madrid en veinte y nueue de Otubre
de 1630. — El Maestro loseph de Valdiuielso.
APROVACIÓN DE D. LORENgO VANDER HAM-
MEN, DE LAS OBRAS DE FRANCISCO DE LA
TORRE (}).
Las obras que escriuio en verso castellano
Francisco de la Torre, y pretende dar a la es-
tampa D. Francisco de Queuedo (raro ingenio
deste siglo) he visto atentamente, y no sólo las
juzgo por merecedoras de comunicarse a la luz
común, sino por dignas de ladearse con las de
aquellos celebres varones que veneramos por
Principes de la Poesia castellana. Están escri-
tas coa la verdad, propiedad y pureza que pide
nuestra lengua, cosa singular en estos tiempos,
mas escriuieronse en aquellos en que se sabía
(1) Ksta Aprobación de las obras de Francisco de la
Torre nada tiene que ver con la Evfrosina, pero se en-
cuentra en todos los ejemplares que hemos visto, y no
hemos querido defraudar de ella á los lectores, en obse-
quio á la integridad del libro, aunque seguramente Be
introdujo en él por descuido.
COMEDIA DE EVFROSTNA
Rl
más bien y se liablana mejor, y assi no iiay
mucho que admirar. Esta verdad no la confes-
sarán los que aora la ignoran, poro importa
poco su juyzio, sientan lo que quisieren. Pade-
cieron esta misma desiliclia que oy aflige a Es-
paña casi todas las nacione-', y en especial la
Hebrea. Hablo della primero que de otra algu-
na por ser su lengua madre y principio de to-
dos los lenguages, y la postrera y vnica en el
mundo, rntroduxeronse pues en ella por la
larga antigüedad, por los cautiuerios, por el
descuido de dexar oluidar las vozes propias, y
por la permisión en el vsar de vocablos estra-
ños, algunos tan ojiscuros, que los mismos
maestros y naturales de las sinagogas después
los desconocian. Esto que vemos en el Idioma
Hebreo y que confiessa S. Gerónimo, hallamos
en la lengua Latina, con ser tanto más nueua
y más continuamente cultiuada y sin estas cai-
das. Y assi se quexa Tulio de que a vezes en-
cuentra con muchas vozes en ella que no cono-
ce, aunque las vsaron Marco Varron, Catón y
otrus. Lo mismo pudiera dezir de la imestra,
porque casi hemos hecho de los vocablos tantas
mudan9as como de la ropa, y podríamos hazer
dos lenguajes tan diferentes, que el vno al
otro no se entendiessen, porque nos damos tan-
ta priessa a invientar vocablos (o por dezirlo
como ello es^ a tomarlos prestados de otras len-
guas, que por enriquezerla hemos de venir a
desconocerla. Esto nace de parecerles a algu-
nos ignorantes deste tiempo que es humilde el
lenguaje Castellano, si no le ponen estos afey-
tes de vozes nueuas y le pintan con este colori-
do, y no aduierten que el bueno y casto, como
dize Cicerón, ha de ser el que nos enseñaron
nuestras madres y el que hablan en sus casas
las castas matronas y mugeres bien criadas.
En esto, pues, está escrito este libro, aunque
exornado con todo lo que permite el arte. Tra-
bajo desigual a menor ingenio, y en que no
hallo cossa dissonante a nuestra Santa Fee, o
a las buenas costumbres. Tiene muchas imita-
ciones Italianas y Latinas, hermosas figuras y
sentencias, y muy delgados con-eptos, y assi
puede vuessa merced, siendo seruido, mandar
se dé la licencia que se suplica. Este es mi pa-
recer. Madrid y Setiembre diez y siete de 1629
años. — D. Loj-enqo Vander Hammen y León.
APUOVACION DEL MAESTRO BARTOLOMÉ
XIMENEZ PATÓN
El libro intitulado Enfrosina, traducido en
lengua Castellana de Portuguesa, por el Capi-
tán Don Fernando Ballesteros y Saabedra, Re-
gidor desta Villa-Nueua de los Infantes, que
me cometió el señor Don Florencio de Vera y
"Chacón, del abito de San Tiago, Fuez ordinario,
Vicario y Visitador general deste partido, he
leydo con toda atención y cuydado vna y más
vezes, no he hallado en él cosa que contradiga
a las de nuestra Santa Fee Católica y buenas
costumbres: antes con apacible estilo se notan
y censuran muclu^s vicios, porque aunque Fá-
bula, es de muy delicada corteza, con sustancia
y copia de sentencias y consejos, de que me
parece es justo todos participen, y el ingenio y
trabajo de su segundo autor quede premiado im-
primiéndose. En este Estudio de Villa-Nueua
de los Infantes a veinte y quatro de lulio de mil
y seiscientos y treinta años. — El M. Bartolo-
mé Ximenez Patón.
DEDICATORIA AL BERENIS8IM0 SEÑOR
INFANTE DON CARLOS
Bien pudo la modestia del autor desta Co-
media ser hazañosa en quitarse la gloria que de
auerla escrito le resultará en los siglos. Mas si
su noticia se adelantara a entender merecerla
venir a las mamis de V. A., tengo por cierto
que por tan esclarecida ambición dexara tan
rigurosa templan9a. De mi caudal solas ofrezco
á V. A. la habla (Jastellana y la elección del
amparo; deuerame en esto mas que a si propio
qualquiera que fue inuentor desta obra; pues si
fue su alabanya el hazerla buena, es su felici-
dad el emplearla tan altamente. Guarde Dios
la serenissima persona de V. A., etc. — D. Fer-
nando de Ballesteros y Saabedra.
DON FRANCISCO DE QVEVEDO VILLEGAS, CA VA-
LLERO DE LA ORDEN DE SAN TIAGO, A LOH
QOE LEYEREN ESTA COMEDIA.
Esta Comedia Eufrosina, que escrita en
Portugués se lee sin nombre de autor, es tan
elegante, tan docta, tan exemplar, que haze li-
sonja la duda que la atribuye a qualquier de los
mas doctos escritores de aquella nación. Mues-
tra igualmente el talento y la modestia del que
la compuso, pues se calló tanta gloria que oy
apenas la conjetura halla sujeto capaz a quien
poder atribuirla.
Mañosamente debaxo el nombre de Comedia
enseña a viuir bien, moral y politicamente,
acreditando las virtudes y disfamando los vi-
cios con tanto deleyte como vtilidad, entreti-
niendo igualmente al que reprehende y al que
alienta; estrafia habilidad de pluma, que sabe
isn escándalo ser ajiacible, y prouechosa condi-
ción que deuen tener estas composiciones. Assi
lo juzgó Séneca, Epístola 115. Refiere que en
vna' Tragedia de Euripides, Beleforonte, que
era la persona que hablaua, dixo tales palabras:
Dexa que me llamen maldito, como me llamen
rico; pues todos preguntamos si vno es rico, no
62
ORÍGENES DE LA l^OVELA
si es bueno, lío preguntan porqué y de dónde,
sino quánta hazienda posee. En toda parte es
cada vno tanto como tiene. Preguntas qué cosa
nos está mal tener; respondo que nada, y quie-
ro viuir rico, y si soy pobre, morirme; bien
muere quien muriendo gana algo. Si en la cara
de Venus resplandece cosa como la riqueza y
el oro, con racon enamora a los hombres y a los
Dioses.
En acabando de pronunciar estas palabras
postreras, todo el pueblo se leuantó con Ímpetu
a apedrear al representante y a los versos,
hasta que Eurípides mismo se leuantó entre
todos, pidiendo que aguardasen a ver qué fin
tenia en la Tragedia este Idolatra del oro.
Oyéronle, y Beleforonte en la Fábula tenia el
castigo que merecía su insolencia.
Hasta aquí son palabras de Séneca, que
aprouando la buena composición y exemplar de
Eurípides, preuíno desde entonces aplauso y
alaban9a á nuestra Eufrosina, donde están dis-
tribuidas las ruynas y las afrentas sobre los vi-
cios, y los premios sobre las virtudes y méritos.
No quede sin alabanga aquel vulgo que se amo-
tinó en el teatro contra la insolencia de las pa-
labras quando no se lee de los lueces y Magis-
trados algún enojo.
Con grande gloria de la virtud y buen exem-
plo se han escrito en España con nombre de Co-
medías, fuera de las Fábulas, historias y vidas
que a la virtud y a el valor enseñan y mueuen
con mas fuerya que otra alguna cosa. Como se
ve con admiración en las de Lope de Vega
Carpió, tan dignas de alaban9a en el estilo y
dulzura, afectos y sentencia, como de espanto
por el numero, demasiado para vn siglo de in-
genios, quanto más para vno solo, a quien en
esto siguen dichosamente muchos que oy es-
criuen este entretenimiento decente a soberanas
ocupaciones; que el ocio de los Reyes tiene es-
tatutos de magestad, y no deue admitir alibio
que no sea calificado. Por esto tiene lugar en
los oydos de los Principes este de ias Come-
dias, a quien han dado su atención contra la
proligidad de los cuydados los más y mejores
Monarcas del mundo, sin que a esto ofenda lo
que algunos malician, para reprouar los inge-
nios que dichosamente se ocupan en esta com-
posición, ni el entretenimiento, que es gustoso,
y docto, y exemplar, y limosnero por el socorro
frecuente con que alimenta los espítales. Pocas
Comedias ay en prossa.de nuestra lengua, sí
bien lo fueron todas las de Lope de Rueda.
Mas para leydas tenemos la Sebiaga, y c'on
superior estimación la Celestina , que tanto
aplauso ha tenido en todas las naciones. En
portugués ay vna de Camoes, dos del doctis-
simo Corte Real y esta Evfrosina, de que ca-
recíamos, porque su original no cerzenado por
Lobo es dificíl por los idiotismos de la lengua
y los Proueruíos antiguos, y que ya son remo-
tos a la habla moderna.
Don Fernando de Ballesteros y Saabedra
con suma diligencia le ha traducido, de suerte
que hablando Castellano no dexa de ser Portu-
gués, ni deseó de verse cómo nació, donde em-
pieza aora a viuir. Merece D. Fernando gran-
de alaban9a en auer hecho que tenga Castilla
parte en obra tan grande y digna de encarecida
estimación.— i)on Francisco de Queuedo y Vi-
llegas.
COMEDIA DE EUFROSINA
Cariofilo, cortesano.
Zelotipo, cortesano.
FiLTRiA, tercera.
Andrade, criado.
Vitoria, moi¡a de cántaro.
ESTDDIANTE.
DüARTE, oficial.
SiLUiA DE Sosa, donzella.
Andresa, 'mo<;a de cántaro,
EüFROsiKA, dama.
Galindo, cortesano.
Polonia, moqa de cántaro.
Don Carlos, cauallero.
Doctor Carrasco, legista.
CoTRiN, criado.
FiLOTiMO, ciudadano,
ACTO PRIMERO
SCENA PRIMERA
Cariopilo, Zelotipo, Cortesanos.
Car. — Beso os las manos, Zelotipo, qué se
haze?
Zel. — Poi mi fe, Cariofilo, otro hombre
aureis visto más contento que yo estoy aora.
Car. — Vos siempre fuistes amigo de andar
con el tiempo, y de seguir el camino de los me-
lancólicos; porque dizen que es nueua discreción
andar triste y ceñudo, y a mi entender es gua-
rida de la poca habilidad, j assi empecad a
publicaros por achacoso, guardaos del sereno,
liuid de los lugares húmedos, abrigaos la cabe9a
con virrete de seda, preciaos de mal regido, que
es vna gran cosa.
Zel, — De todo esso estoy lexos; lo que no es
natural mal se finge nuuho tiempo; pues qué
cosa para mi condición viuir con arte, ni seguir
ninguna, por más caliticada que sea? Sabed de
mí, que si alcan9ara el tiempo que se vsaua el
cabello rizado, no me pusiera cabellera, aunque
fuera muy calbo.
COMKDTA DE EVFROSINA
63
Car. — O qué enfadosa gala fue cssa, pero ya
passó; aduertid. Por dos cosas doy de ordina-
rio gracias a Dios. lia primera por hazernie
Purtugucs, y no alguno de aquellos uiás barl)a-
ros de juyzio que ellos juzgan a nuestra lengua;
y la segunda por auenne librado dessa gala de
eabeya, que fue otro Alcorán por sí, y vna de
las señales del Diluuio.
Zel. — Tenéis razón; pero yo aora estoy poco
ocioso, y no para ocuparme en essos discursos
vanos.
Car. — Dias ha que os esperó vn Catón Cen-
sorino, si os fauoreciesse la fortuna; mas por no
hurtar el viento á la saeta, sepamos, en qué os
ocupáis? ó qué hazeis?
Zel. — Deshago la vida con nouedades del
alma.
Car. — Vos estáis más bemolado que vna
dul9ayna: yo no estoy para tanto, porque des-
pués que venimos de la Corte, ando más zafio
que vn aldeano, y en quanto no boluieremos a
ella, no esperéis de mí cosa buena, ni discurráis
conmigo en sutilezas. Aora que no es tiempo
de muda, ayudadme a cacar estos perdigonci-
llos, digo estas mo9as de cántaro, que son ale-
gres, y con facilidad se acomodan, y al primer
reclamo caen en las perchas: después ya sabéis
que tengo buen natural, y soy a pro]>osito para
piloto de alta mar.
Zel. — Assi presumía yo de mí, mas toda sú-
bita nmdan9a causa turbación. El ánimo con-
fuso no admite contento; mi desventura parece
que esta conjurada contra mi descanso, y me
tiene con tal suspensión, que ageno de mí pien-
so que no hago poco en resistir mis pensamien-
tos para no enloquecer.
Car. — Esso fuera malo? Dos estados me
agradan por estremo, el de el loco y del Pre-
dicador osado, porque desengañan a su saluo a
quien quieren vengarse sin palo ni piedra, viuen
sin sujeción de la ley del mundo, no guardan fue-
ro, que es la bienauenturan9a humana, que los
Filósofos Gentiles desearon, y no alcanzaron a
conocer, y aora está llano ser esta la mayor.
Zel. — Otra sé yo que lo es más.
Car. - También yo. Vencer vna batalla cam-
pal, traer a puerto con bonanza vna ñaue car-
gada de plata y oro, aqui no ay duda.
Zel. — Essa es mayor ceguedad; erráis de
proa a popa.
Car, — Seré inocente, pero vos ni otros más
discretos (de quien yo me burlo) no me aueis
de dar fondo esta vez por más versados que
seáis en la bruxula, porque no ay palmo en mí
en que no perdáis el ííorte.
Zel. — Parece que me juzgáis en tiempo que
podéis hazerme anotomia, y yo tengo ciertas
redes para coger hombres o conocellos, que ex-
ceden a las de Vulcano.
Car. — Queréis mostrármelas por me hazer
merced? Veré cómo estáis de estimativa (^)
para astrólogo.
Zel. — Si en esso os siruo, harelo. Homl)re
que se alegra de abatir a quien no tiene por ene-
migo, que burla de los que del confian, que tiene
animo no compassiuo de la miseria agena, y
con cortesías disimula su mala intención, creed
que es naturaleza de Satanás, y profunda ba-
xeza de espíritu.
Car. — Poned punto, que no os puedo sufrir
tanta confianca, y de ahí a querer hazer pro-
uerbios no ay mucho, y hablar bien es el más
discreto proceder, porque ocasionado, el más
humilde suele dar congoxas y el perro a su amo
con rabia muerde. Dexemos a los Troyanos,
que sus males no los vimos. Vengamos a nues-
tra intención: Perdistes algunos nauios? En-
traistes en alguna renta? o de qué os lastimáis
tanto de los temporales?
Zel. — En quanto anduuieredes por las ra-
mas, no tocareis en el tronco de mi dolor: en
el qual los sentidos uk; fallecen para sentir su
grandeza, el coraron para sufrir, el alma para
padecer; en el sufrimiento espero el remedio,
este me falta.y quanto más merezco pena tanto
más lloro la culpa.
Car. — Bueno estauades aora para glosar
recuerde el alma dormida,
o, quán antiguo es traer vos pendencia con altos
pensamientos, y suspiráis? Aqui topa el nego-
cio, amores son de alguna monja. Quisiera más
algún buen empleo para la India. Que aueis ve-
nido á caer en essa vejez! Pues aduertid, señ<u-
mió, que esto ya passó, con la soberbia de los
fanfarrones, y todas essotras antiguallas de
por aquel postigo viejo,
buen Conde Fernán Gonealez (^). *
Seguid otro rumbo, si caistes en vaxio tan pe-
ligroso, que no perecer en él es destreza y nri-
mor de buen galán; demás que es contra el li-
mite del Psalmista: Nolite tangere Christos
meos.
Zel. — A^os diréis oy más latines que vn Be-
del, y perderéis nmcho conmigo si os parece
que he caydo en essa enfermedad. Tan ham-
briento de amores os he parecido después que
me tratáis? Conocedme mejor, y sabed más de
mis cosas, si no queréis perder el crédito en
que os tengo, porque de otra manera os desen-
trañaré.
O Kn el original, exlimatiinatiua.
(-) En el original, asi estos dos versos como el ante-
rior, de Jorge Manrique, están impresos á renglón co-
rrido, como si fuesen prosa.
64
ORTGEN"ES PE LA NOVELA
Car. — Todo desengaño es odioso: no qiie-
rais competir con Minerua; tengamos paz y
moriremos viejos; y no se diga por vos: Habló
Roldan y habló por su mal; que yo soy tan
buen lagarto, que si me pican, saco poluo de-
baxo del agua.
Zel. — Brauo venis, picado de gracioso, pero
tinto en desabrido.
Car. — Si os pareciera otra cosa, me murie-
ra. Tenéis vos los espíritus muy groseros; los
mios leuantan las pajas de finos.
Zel. — Ha mucho que aprendistes esso?
Car. — A seruicio de V. ni. dias ha que sé
quáa mal estomago os hará, porque mirad, mi
Rey, esto para vos es Griego; yo no os niego
que sabéis muy bien de vigüela y de canto,
poner los pies en vna sala con brio y donayre,
atrauesar el antecámara seguro y descuydado
sin leuantar el cuello ni concertar la pretina,
salir del retrete bulando priaan9a, fingir gran
negocio en cosas de poca importancia, mostrar
diligencia adonde no es necessario, traer com-
paraciones a proposito, tener puntual noticia
de la casa de la Reyna, conocer todos los gala-
nes de Palacio, entender dónde se ha de dar el
golpe para hazer la seña, buscar ocasiones de
ostentar kizimientos y gastos; pues seruidor de
damas, no ay que hablar en esso, que estas y
otras semejantes acciones son primores de
vuestra proFession, y de aqui no snbis por más
que el mar se leñante.
Zel. Perderme fuera gloria
Si tuuiera
Esperanca en que viniera.
Car. — Burláis de todo? y respondéis ad
Ephesios? Pues sabed que me cogéis en tiem-
po que estoy para chocar con un toro.
Zel. — Aora bien, dexemos esso, qué pajaro
nueuo es éste?
Car. — Mucho hay que dezir.
Zel. — Contaldo luego.
Car. — Aueisme de alabar, porque soy hom-
bre para vn hecho portugués, con que lo he
encarecido más que si dixera vn hecho romano.
Zel. — Guarde Dios a los que allá no fueron;
pero quántos quedan muertos?
Car. — Siete, y ocho heridos. El caso es éste.
Passando aora por la puerta de mi mo^a halle-
la hablando con vna vezina al pie de la escale-
ra de adentro; y como en estos casos de repen-
te yo muestro mi suficiencia, y tengo preueni-
das cautelas para tales sucessos (porque la oca-
sión de hazer bien nunca se ha de perder), ter-
cié el ferreruelo como soldado, y llegándome al
umbral de la puerta pregúntela si estaua allí el
señor su padre. La rapacilla estaua bonita como
vn oro, con vna basquina amarilla, ropa negra,
en mangas de camissa, los cabellos tren9ados
con vn listón encarnado, que parecía Sirena
pintada; y para encender más el fuego, en
viéndome, se puso como vnas brasas. Díxome:
Fuera de la ciudad está, vendrá mañana en la
noche. Y al despedirme hizo vna reuerencía con
tal donayre, que me eleuó, y vengo suspirando,
lan9ando más centellas de amor que ay estre-
llas en noche serena.
Zel. — Toda essa era la historia de la Cabra
Amaltea, essos son vuestros huertos de Adonis?
Car. — Esperad;, que aora empieco. Qué pen-
sáis que hize entonces? Partí como vn rayo a
casa de mi amiga Fíltria, escudriñé, miré los
rincones; asegúreme de que no auia nadie, y
díxela: Ea, apercebíos, que aora es tiempo; y
poniéndole la boca dulce con grandes prome-
sas, sin reparar en que me citasse luego de re-
mate por ser passadas las ferias, y estar en
tiempo de execucíon de mis esperan9as, fue al
punto a tratar la conclusión deste negocio, y
aora viene; y si 'a trae y me veo con la rapacilla
en conuersacion, desde aora bago voto (porque
no se me oluíde) que me ha de pagar lo nueuo
y lo viejo y el tiempo que roe ha entretenido con
largas, muerto de amores.
Zel. — Quién no lo estuuíera más!
Car. — Cierto será no ser vos.
Zel. — Pues por mí lo digo, que me veo en-
tre el yunque y el martillo (como dizen) co-
giendo pensamientos en los huertos de Tántalo,
para morir de deseo. Mordióme la serpiente
áspid, herida incurable, y se puede dezir por
mí: Atlante se puso a sustentar el cielo, pues
nací para gritar por Hilas, sin poder valerme.
Metióme amor en vn laberinto de dolores, de
donde desespero salir, por castigar en vn día
mil ofensas que le he hecho en muchos.
Car. — Otro Maclas tenemos; pero qué lexos
estáis de passar cada noche el Mondego a nado,
como Leandro el Helesponto, por más apassío-
nado que os mostréis!
Zel. — El alto estanque Cocíto, la laguna
madre de la vítoria temida "de los Dioses pas-
sara sin la barca de Aqueronte, y mouíera a
piedad con la razón de mis sentimientos a Di-
tis y Hecate, como otro Orfeo, mas esto no
puede remediarme.
Car. — Sabéis la causa? Porque sin ramo de
oro ninguno entró allá, y en estos tiempos en
ninguna parte, y tenerle vos, lo veo dificulto-
so, según las minas de España se han agota-
do; mas no me diera Dios mayor venganza
que veros muy rendido de amor.
Zel. — Si lo deseáis, dalde gracias, que yo os
doy por muy vengado en esta parte, pues me
veo tan estraño, que me desconozco como el
Sosia de Planto.
Car. — Si esso es cierto, no puedo yo estar
triste; mas sepamos quién es essa señora para
ir a besarle las manos por tantas mercedes.
COMEDIA DE EVFROSTNA
65
ZeL — Dexenios donayres, que no estoy para
ellos; que a los desdichados hasta la risa les
ofende, y acordaos de las desgracias agenas
para compadeceros dolías, y que sois liouibre
uacido en la misma suerte y sujeto a tenerlas,
y ninguno sabe lo por venir, ni se deue reir de
los infelices; que la Fortuna quando halaga,
entonces azecha, y la próspera es más de vi-
drio, y sospechosa. Quien de los mezquinos se
compadece, de sí se acuerda. Las furias de las
ncuedades que en el alma siento y los tormen-
tos que la opinión de mis deseos causa, exce-
den a los que dan los golpes de la[s] Eume-
nides y Gorgonas. En este dolor desesperado
sólo me esfuer9a contemplar en la ventura, que
es padecer por quien tiene en la menor de sus
perfeciones el premio de mis trabajos, aunque
fueran mayores que los de Hercules, y lo peor
de todo es viuir sin esperanza condenado á la
pena que dize la letra de la puerta del infierno.
Car. — Mucho os engañáis conmigo si pen-
sáis cogerme con reclamo, porque naci del vien-
tre de vn fingimiento dessos, y sé tanto como
vos, y dos puntos más cumplir dessa materia.
Para mí escusadas son inuenciones y dezir
«huid, que rabio». Todos sabemos quántas son
tres. Las Iliades de males que fingís, aunque me
las dixeran cien Predicadores, no las creyera.
Zel. — En que las creáis ó dexeis de creer
no está mi saluacion; porque este mal desespe-
rado me tiene tan sin sentido, que no sé resis-
tir estas venganzas de Netolemo, que el ven-
gativo amor de mí toma, indignado de las bur-
las que le tengo hechas, y puedo dezir: «Donde
me quisieron no quise, y quiero a quien no me
quiere». Heme transformado en vn eco de vozes
vanas, mis quexas son mas sentidas que las de
Cigno por cu amigo Faetón; los suspiros son
de Pülifemo por Galatea, y las lagrimas, de las
hijas de Belo sobre su hermano.
Car. — Según esso diremos:
O Maclas, o Maclas,
no llores pasiones tuyas (^).
Zel. — No me enfadéis con essa risa traidora,
pues sabéis quán pesadas son las gracias sin
tiempo. Estoy hablando cosas del alma, por
darle algún descanso, y queréis fundar burlas
sobre mi dolor. Pareceme que sois como los que
por dezir vn dicho agudo pierden vn amigo,
j Tratemos de lo que conuiene, y no sea todo
flores, si no me queréis matar.
I Car. — Si va de veras, hablareos a lo cuerdo,
I y como experimentado, para que veáis quién
i soy, y porque, según voy conjeturando, vuestra
(') En el original estos dos versos están impresos
como si fuesen prosa.
OKÍQENKS DK LA NOVELA. — 111. — 5
enfermedad más está en tiempo de medicina
blanda quede reprehensiones ásperas, y el más
fuerte se lenanta mejor dándole la mano. Ma-
nifestad al Médico vuestra llaga, si queréis re-
medio, que el mal descubierto halla la salud.
Declaraos conmigo, veré de dónde proceden
e^sos humores coléricos, miraré las casas del
Zodiaco, en que los doze animales tienen su
assiento, y si en aquella ocasión estaua en ascen-
dente el Planeta benévolo, y reuolvere toda el
arte judiciaria, con tal primor, que os espanta-
reis; porque yo en esta ciencia de amores puedo
escriuir mejor que Tolomeo en la Astrologia, y
con las reglas que yo os diere, reios de los afo-
rismos de Hipócrates y Galeno para vuestra
cura.
Zel. — Si yo la tuuiera, no fueran mis dolo-
res impacientes; los demás que se padecen la
medicina los sana, sino es el del verdadero
Amor, que es como la herida de la lan^a Pellas.
Car. — Esso es por lo moral; mas por mi
arte, que es de experiencia, os curaré como en-
salmador con tres palabras, que traigáis por
nomina en vn bolsillo: porfía, mata, caqa; que
tanto da la agua en la piedra, etc., y aquella es
casta que no fue rogada; guardad mi regimiento
y yo pondré mi cabera en vuestra salud.
Zel. — Esta llaga es Chironiana, mayor que
la que curó el hijo de Febo á Hipólito despe-
da9ado, y no tuno tan gran tormento como el
mió Filatetes, herido de la saeta de Hercules.
Car. — Esso es al primer Ímpetu como Fran-
cés, el tiempo lo gasta todo; y assi lo pedia Dido
a Eneas por remedio de su pasión. Este amor es
accidental, vuestra condición no es melancólica
para estoruar el salir de vos essa passion; con-
fiad que sanareis presto.
Zel. — Con essa esperan9a me consolara como
Penelope, mas desconfio desse y otro cualquier
remedio.
Car. — Qué coraron de mancebo! nunca vos
matareis Moro Ali; deseo saber si os enamoras-
tes de vuestra figura como Narciso? ó de alguna
estatua como Pigmaleon? o si está essa dama
tarn guardada como Danae? Qué hombre vos
para la guerra! qué Peritoo o Teseo, que roba-
ron á Proserpina y Elena; renegad de amante
que no se atreue a todo, por dificultoso que sea.
Nunca os rindáis a la fortuna, si queréis ven-
cer, que para todo ay remedio. El buen enamo-
rado ha de acometer más de lo que le parece
possible, y vencer el temor de las dificultades
que la razón le ofrece, de manera que responda
siempre la esperanza a los pensamientos.
Zel. - Si me valiesse auenturar la vida, Pi-
ramo por Tisbe no se ofreció a la muerte con
tanta voluntad como yo lo hiziera. Los Decios
no se arriesgaron por su patria, ni Paulo Emi-
lio no acetó el morir con el ánimo que yo ten-
66
orígenes de la novela
go pronto al sacrificio, de quien me arrastra
asido al carro de sus perfeciones, como Achiles
arrastró á Etor, Pero mi mal es de calidad,
que en la osadía tiene condenación desesperada,
en la couardia tormento inmenso. Qualquiera
destos estreiuos niega medio á mis cuydados:
veome entre ellos con el trabajo que se vio Fi-
nco entre las Harpias.
Car. — Pues ahorcaos como Ifis por Ana-
xarte. Pesar de mi padre, essa Diosa come
niños? o es de naturaleza de demonios? a Lu-
crecia la Romana solicitara yo de amores, y a
Penelope confiara alcan9ar.
Zel. — No come niños, mas encántalos con su
persona y belleza, nacida para retrato de her-
mosura humana; porque la suya no admite
comparación, sino es con el Sol ó las Estrellas;
y a ser possible alguna dar luz a las tinieblas,
sola esta pudiera darla.
Car. — Parirán los montes y nacerá vn ratón.
Dezid quién es? que yo no os he de creer, por-
que la passion hasta los inocentes haze mentir,
y quien feo ama, hermoso le parece; y no te-
máis, que os sacaré de estar satisfecho, que ya
sé que vn engaño de afición es mas blando
que belludo, y vale vn tesoro para la recreación
de vn enamorado. No rezeleis que os la despre-
ciare; dezid su nombre sin temor, que yo soy
poco escrupuloso.
Zel. — Cómo me atreueré a poner lengua en
quien mis espíritus contemplan indignamente
como el pastor Indimion en la casta Luna? Su
amor me tiene sujeto, sus gracias me vencen,
su valor me cautiua. Reconuencido por tantas
y tan superiores razones, no me atreuo a de-
zirlo, y lo quisiera encubrir, porque me parece
ofendo la causa en tener tal pensamiento, quanto
más publicalle.
Car.— No seáis necio, y perdonadme, que
quando aueis de ser sabio entonces dexais de
saber. No hagáis caso de hombre que no apren-
de de la experiencia, y del discreto que con pro-
uidencia no vence los malos sucessos^ porque
discreción sin entereza no vale nada. Yo no. os
he de consentir, ni sufrir flaquezas de voluntad,
que son defetos de culpa; y como los Principes
muchas vezes pecan más por lo que disimulan
a otros que por lo que cometen, assi son los ami-
gos que no dizen lo que sienten a los que tienen
por tales. Sufrirles los vizios es hazellos; en
el buen ánimo está la principal parte del prós-
pero sucesso: tenedlo en esta ocasión, y no sen-
timiento tan costoso que os lo disminuya, y es-
torue los medios que os han de redimir. La
ventura viene a quien la procura, y más ven
dos ojos que vno; aqui estoy yo que hago som-
bra como qualquier hombre, con la de luanes
me fecit a la cinta, para ponerme por vos a
riesgo de la muerte; y la buena Filtria nuestra
comadre, que nunca se negó, ni negará, y por
vnas chinelas que le deis, subirá al cielo en dra-
gones, como Medea quando fue a buscar las
yernas para boluer mo^o al viejo Eson.
Zel. — Poco puede ella aprouechar en esta
parte; vos habláis con quietud de ánimo, y no
consideráis que tanta culpa es ser furioso como
flaco. La prouidencia ha de ser desconfiada y
medrosa. Es de soberuios parecerles todo pos-
sible. Los prudentes alaban los fundamentos
de las acciones; los ignorantes, los sucessos
que da la ventura y ocasión. Destos nunca es
alabado el Capitán vencido, aunque pusiesse los
medios necessarios para vencer. Fiarme de atre-
uimientos que traen consigo pena, no lo tengo
por cordura; vos dezid lo que quisieredes.
Car. — Todo se estima según dello se juzga;
assi les sucede a mis consejos. No ay cosa que
tanto daño haga a los buenos ingenios y leales
ánimos como la ingratitud. Para aconsejar y
ser aconsejado es muy necessario tener el. juy-
zio desnudo de propia afición, y libre de sus
passiones, porque es muy falso el parecer rece-
bido primero de la voluntad que del entendi-
miento. Si queréis tratar de lo que os conuiene,
guardad esta regla: En las desuenturas y ad-
uersidades, o tened ánimo para sufrirlas o ami-
go con quien passarlas; los sucessos preuenidlos,
pero no afligiendo el ánimo, considerando que
no aprouecha saber el que ha de ser malo, si no
se puede cuitar, y si es incierto, de nada apro-
uecha temer lo que está en duda, y es tormento
rezelarlo, si no se puede huir; lo que a otro no
osáis comunicar, no lo hagáis solo, que el áni-
mo noble es testigo de sí mismo.
Zel. — Pareceme bien lo que dezis; mas quien
sabe temer, sabe acometer sobre seguro: por-
que de conocer el peligro, nace saber vencerlo.
Quien no teme, acomete temerariamente, y no
es valentía, pues no venció conocimientos de
riesgo, sino viciosa osadía.
Car. — El amante sabe lo que desea, mas no
lo que le conuiene. Al coraron apassionado en
nada se le ha de dar crédito. Prudencia es co-
nocer en el mal ageno lo que se ha de huir, que
es lo que dizen escarmentar en cabera agena.
En mí tenéis exemplo de amores; como acu-
chillado, me podéis dar más crédito que a los
Oráculos de Delfos; descubridme el fuego dcsse
rapaz Cupido antes que me enfade, que el en-
fermo impaciente haze el médico cruel.
Zel. — Quiero concluir en este punto, por sa-
tisfazeros, pues entre amigos no se consiente
cora9on doblado; descubrireos lo que os supli- !
co que no salga de vos en ningún modo, si j
me estimáis: porque me va la vida y fin de mi
esperan9a en el secreto desto que os digo, con- j
fiado en vuestra amistad, lo que de otro no fia- j
ra por ninguna cosa del mundo.
COMEDIA DE EYEROSIITA
dT
Car. —Para qué son historias y conjuros?
Quándo hallastes por mí vuestras cosas en la
pla(?a? Seguro os doy que seré por ellas vn
Harpocrates, si importare, y entre nosotros
escusadas son palabras de cumplimiento; fiad
de mí, y que el tiempo testificará con obras lo
que callo, que a él me remito.
Zel. — Yo os lo merezco, y creed lo misiucj
de mí, porque en buenos deseos a ninguno doy
ventaja; assi que passemos aora desto y varaos
a lo que es el caso. Bien conocéis a ü. Carlos,
Señor de las Paboas, en sangre noble y rico en
renta.
Car. — En reputación está de hombre de
gran linage y hazienda; pienso que ha poco que
enviudó, y tiene vna hija, preciosa joya, prenda
de gran marca en toda hermosura y virtud.
Zel. — Y se llama Eufrosina, a quien las tres
del monte Ida concedieran la man9ana de la
discordia de conformidad, si la vieran, y sus
conocidas ventajas la libraran de inuidia.
Car. — Pues qué ay?
Zel. — Esta dama es de quien os dezia, des-
cubriéndoos lo que de mí encubro.
Car. — Y essa es la Reyna de Chipre por
quien tenéis desesperación anticipada? los mis-
terios que él me hizo, de que yo esperana quán-
do menos alguna Mora encantada o Ninfa de
la fuente de los amores! Qué coraron éste para
librar a Andrómeda o a Esiona de los mons-
truos marinos! De tales espíritus flacos como
el vuestro vino la idolatría, y de entendimien-
tos que se admiran de qualquiera cosa, como si
no hubiessen visto gente. Pero dónde la vistes?
que me dizen está muy encerrada.
Zel. — Silua de Sosa mi prima es muy pa-
rienta suya, crióse con ella y está en su casa,
hasta que Troilos de Sosa, mi primo y su her-
mano, venga de la India Hame embiado mil
recados con quexas de que no la he visto des-
pués que vine de la Corte, y me ha regalado
mucho, y ])or acudir a su gusto fui antede-
ayer a visitarla, para verme qual me veo: por-
que vi a la bella Eufrosina en hora que no de-
uiera, tan hermosa, que triunfa como vencedo-
ra de toda la hermosura del mundo, con vna
I frente serena como la d». Diana entre sus Nin-
'' fas, compuesta de vnos cabellos de Febo, que
i si los viera Nerón, los antepusiera a los de
Popea.
Car. — Heregias de enamorados; essa talen
¡despoblado pareciera figura de las transforma-
ciones de Ouidio.
I Zel. — Vnos arcos del cielo por cejas con
imás primor que las lineas de Apeles.
I Car. — Ay disparate como este? qué tiene
que ver lo vno con lo otro? lo mejor es dexar-
do bañar en sus pinturas, y veremos un Meta-
paorfoseos dando mas bueltas que vn bolatin.
Zel. — Vna boca de Venus vertiendo sangre
de los labios llenos de néctar y ambrosia, cu-
yas palabras, que son las llores de la hermo-
sura, eran de Caliope.
Car. — Bueno va, bien tuuiera Zeusis que
pintar aqui despacio; quiero dexarlo cebarse en
esta imaginación y dar rienda a su furia basta
su tiempo.
Zel. — La proporción y alegre forma de ros-
tro sobre honesto no diferencia á la Luna lle-
na, o a la estrella de Venus, quando salen so-
bre nuestro OrÍ9onte, que es el amor que se
apoderó desta alma luego que vi tanta perfe-
cion.
Car. — Por esso tenia razón Teof rastro en
llamar a la hermosura engaño mudo, y Xeno-
fonte, peor que el fuego, el qual quema al que
lo toca, y la hermosura inflama de lexos; y
Aristóteles respondió a quien le preguntó por
qué eran amadas las cosas hermosas, que era
pregunta de ciego.
Zel. — Pues qué hará quien vio vn pecho y
miembros de Palas, vna grauedad de Temis,
labrando con vnas manos de Minerua y los de-
dos de marfil, más dignos de seruir a lupiter
que Heues y Ganimedes?
Car. — Mejor fuera dezir de carne, y hablar
sin mentir; pero no quiero ser como algunos
que estrañan los estremos que hizieron Hercu-
les y otros por mujeres, siendo lo menos que
por ellas hazemos, no solo por afición, pero por
apetito.
Zel. — Y estando assi, leuantaua de quando
en quando vnos ojos de Juno verdes, claros^
tiernos, bañados de alegria, tan grandes y gra-
ciosos, que mostrauan todo el primor de las
tres Gracias, y con razón se le puede llamar la
quarta y primera dellas. Poníalos en mí a tiem-
pos hurtados con vn mirar tan disimulado y
blando, que me atrauesaua el cora9on, como
Filomena a Tereo.
' Car. — Ahi fuera yo hombre para obrar y no
contemplar; más que presto la ablandara como
vna cera.
Zel. — Pareciasele vn pie de Tetis con vna
zapatilla amarilla, para entristecer del todo el
cora9on desesperado del bien que veia.
Car. — Bonissimo sois para espia, vn lince
no vee tanto, passando siete paredes con la
vista.
Zel. — Estañamos mi prima y yo sentados en
la antecámara, y Eufrosina estaua en vn val-
con que cae sobre el rio, de manera que yo la
veia por entre vna antepuerta de traues, y como
puse los ojos en ella, nunca los pude apartar, y
con trabajo encubría mi eleuacion.
Car. — Por esso se dize, las manos en la rue-
ca y los ojos en la puerta; y vuestra prima,
qué os dezia?
68
ORÍGENES DE LA NOVELA
Zel. — Alábesela lo mejor que supe, y ella
alabóla de muy discreta y hermosa, y de sin-
gular condiciou, y que se hallaua en su com-
pañía como si fuera su hermana, y con quien
se huuiera criado toda su vida.
Ca7-. — Todo esso es bueno y haze a nuestro
proposito, porque quanto me la dieredes más
Merlin, tanto os la doy más muger para vn he-
cho, (ruardeos Dios de muger boba, que no ay
quien la entre en camino. Como ella sea de vnas
que leen y más leen, muertas por discreciones,
melancólicas, malas de contentar, eleuadas de
pensamientos, tenemos el medio camino anda-
do, porque con estas tales querria yo tener mis
pendencias. Estuuistes allá mucho tiempo?
Zel. — Estuuiera mil años sin acordarme de
venir: tan embelesado me tenia aquel retrato
del amor, y tan diuertido, como quien oye el
canto de la sirena, y más quando a tiempos la
cogia mirándome, si bien hazia luego mas mu-
dan9as que Proteo.
Car. — Ni essa es mala señal, que el amor
nace de la vista y los ojos lo parlan. Pues
cómo os venistes?
Zel. — Aunque estaña transformado en Eu-
frosina, y eleuado como Argos con la música
de Mercurio, el temor de parecer importuno y
prolixo, y enfadar donde deseaua agradar me
acordó el despedirme; pedile que de mi parte
le hiziesse grandes ofrecimientos para que me
tuuiesse por muy suyo, porque no ay más bien
que pretender ni desear en esta vida que ser
admitido por tal.
Caí-. — Bueno está esso en essa forma.
Zel. — Si, mas quién lo esperará?
Car. — Quien no desesperare, y para guiar
bien este negocio hazeos amigo con vuestra
prima para tener entrada.
Zel. — En quanto a esso mucho lo quedamos,
y me pidió que la fuera a ver muchas vezes, y
dixo que no auia tenido tan buen dia en su
vida, y en palabras no quedé inferior. *
Car. — Tanto mejor; desso mucho, que no
cuesta dinero, y las de cumplimiento no obli-
gan; y muy escaso es quien dellas tiene dolor.
Zel. — Antes conforme a razón deuian obli-
gar mucho, pues son el gouierno del mundo;
mas ya el vsar mal dellas se ha hecho costumbre
y en qxie algunos ponen el cnudal de su trato.
Car. — Passo, que os desembolueis mucho;
dexemos estas melancolías para los pretendien-
tes. Andemos con el tiempo aora que nos con-
uiene; que por esso dizen ama el Rey la trai-
ción, pero 7\o al traydor, y querer ser bueno
entre malos es gran trabajo. Los hombres pue-
den reprehender el mundo, mas a enmendarlo
solo Dios es poderoso, y de aquí procede mal
lograrse los trabajos desta calidad; hazedme
merced de iros con el corriente de la gente, y I
como dizen: Errar antes con los muchos que
acertar con los pocos, porque no ay atajo sin
trabajo, y dexad essos sutiles seguir sus inten-
tos, con seguro que os doy que terneis poca
embidia del fruto que dellos alcangan. Assi que
siguiendo nuestro camino carretero, ya que de-
xastes hecho el fundamento del buen lenguaje,
y quedastes corrientes en la conuersacion, tor-
nad allá mañana, que este negocio quiere ser
solicitado. Porque no seas perecoso, y no serás
deseoso; la diligencia es madre de la buenauen-
tura, y quando os vieredes con vuestra prima
poned la verguenca a vna parte, y dezidla el
sueño y la soltura, contándola vuestras congo-
xas, manifestadas con algunas lagrimas que
haréis venir con disimulo y cera de los oidos;
que vn repique destos es de mucha eficacia para
con ellas, aunque pudieran no darles crédito
por lo prontas que las tienen quando las han
menester.
Zel.— 1^0 tengo necessidad de fingir, sino
tratar de mis dolores delante de quien más
sienta y conozca los que son verdaderos. Pues
con solo contarlos excederé a los sentimientos
de Priamo en presencia de Aquiles.
Car. — Dessa manera no hay cosa que os de-
tenga; y si la veis piadosa, pedilde que os sea
abogada delante de vuestra deidad, y si os fa-
uorece, no dudéis del sucesso a vuestro gusto.
Zel. — Y si no quiere fauorecerme seré del
todo perdido, porque no me siento con ánimo
para sufrir vn desengaño.
Car. — Gracioso sois. En esta causa nada os
ha de dar escándalo; creed siempre lo que hi-
ziere a vuestro proposito, y de lo demás no se
os acuerde, que la tierra cria buenas y malas
plantas, y junto a la ortiga nace la rosa. Mil
yernas ay que hazen mal, y mil que dan salud.
Echad el remo por donde fueren las ondas, que
no ay quien no tenga causas de dolor; hazeos
a las armas del sufrimiento, que pocos passaii
la mar sin contar tormenta; no temáis antes
de oir la trompeta, reforjaos de paciencia paral
sufrir injurias, guardaos de lugares solitarios
c ue dañan mucho a los tocados desta enferme-j
dad. Acudid siempre a mí con vuestras congo-¡
xas y tendréis vn Pilades para Orestes; no adi-
uineis el mal anticipado, aferraos con la espe-
ran9a, que quien no se auenturó ni perdió n
ganó. En las cosas dudosas vale mucho la osa-
día; y pues todo sucesso es incierto, no se h:)
de temer ni presumir el peor. Si queréis acerj
tar, gouernaos por estos documentos. O, qut
mo90 yo para estas cosas, cómo llenara de paj
rola a vuestra prima y le hiziera del cielo cei
bolla!
Zel. — No está en esso la dificultad, que y^
también tengo lenguage.
Car. — Pues en qué?
COMEDÍA DE EVFROSIÍÍA
69
Zel. — Córreme de pedirle copa tan fuera de
razón.
Car. — No aueis oído que mejor es vergüen-
za en cara que mancilla en corafon? y al pobre
necessitado no lo está bien tenerla, porqxie haze
malauenturados , como el atreuimiento ventu-
rosos. La necessidad no guarda ley, y esta nos
manda esperimentar muchas cosas, y es maes-
tra de las artes y quien las conserua. Tener
ánimo en las aduersidades es conuertir la for-
tuna en vuestra ayuda, corrida de verse venci-
da. En esta opinión os he hallado siempre, y
en muchas ocasiones atreuido; aora no sé que
mudanca es esta.
Zel. — Amar y saber sólo á Dios se concede;
y quien sabe temer, sabe acometer. Los nego-
cios que me vistis tratar sin temor, no eran
desta calidad. En este soy como el Espartano
coxo, que preguntándole que para qué iba a la
guerra, respondió que llenaba proposito de no
huir, y assi voy temeroso, porque sé que ha de
cargar sobre mí todo error que cometiere, sin
ser possible retirarme ; y ya aureis oido dezir del
soldado de Antigono, que estando enfermo era
arriscado en acometer a los enemigos en las ba-
tallas, y no estimaaa el viuir. Hizieronle curar y
fue couarde, porque con la salud temia perder
la vida que ya amana. Quando segui amores
que no estimé dexar, a todo me auenturaua;
aora que tengo hecho empleo del alma, no ay
cosa que no tema, y esto juzgo por lo mejor,
porque me lo enseña vn puro y verdadero amor,
que es propio maestro de virtudes : y quien
muda la mala condición en buena, el escaso en
liberal, el ignorante en discreto, el inconside-
rado en prudente, el cobarde en osado.
Car. — Dessa tina os ha caido en la cabeja,
que el cruel amor os ha enseñado a sufrir las
amenazas que el pensamiento os pone dessa se-
ñora, y os ha dispuesto a consentir en mentiras;
pues creed por verdad que los más duros pe-
chos se vencen con blandos ruegos ; después de
las tempestades viene el dia sereno. En las
cosas arduas crece la gloria de los hombres. La
¡ osadia ha de ser al principio de la obra, después
la fortuna disponga los sucessos.
Zel. — Arquidamas, Espartano, viendo a va
¡ hijo suyo pelear con los Atenienses atreuido y
j temerario, le dixo: «acrecienta las fuerzas o dexa
j el ánimo», dando a entender ser peligro cono-
i oído atreuerse ninguno a más de lo que puede,
j y vos queréis que me atreua yo a declarar con
I persona tan encastillada como Eufrosina, que
hallará tan altos casamientos y prósperos? Re-
conozcome indigno.
Car. — Y vos no os casareis con ella?
Zel. — Para qué es hablar en esso? no naci
yo para tanto bien.
Car. — Ha, qué raofo para vn pan y dos hue-
uos. Ruin sea quien por ruin se tiene; por ven-
tura nunca vimos otros mayores milagros?
Zel. —No veis que se passó ya el tiempo
dellos?
Car. — La necessidad los causa, nada se pier-
de en intentar, y se puede ganar mucho; más
vale vn buen consejo que fortuna; en los prin-
cipios de las acciones no ay que reparar en la
razón, y en las de amor, menos. En vuestra
prima tenéis vn buen medio, que es el todo.
Dexad essa nueua vergüenza y abrafad esta
buena ventura, y agradecedla a Dios, y enco-
mendaos a él, y asios a los cabellos de la oca-
sión, que si no tenéis los tesoros de Creso, que
en este tiempo dan los quilates del valor a la
persona, según la suma de sus toques, sin ellos
enamoró el pastor Paris a la ninfa Enone; y
más vale a quien Dios ayuda que quien mucho
madruga; y si él os la tiene prometida, todos
los del mundo no os la quitarán. Prouad vues-
tra estrella, que tentando rindieron los Griegos
a Troya. Todo lo vence el continuo trabajo. No
ay cosa en el mundo que no se pueda esperar,
y a Dios nada es dificultoso.
Zel. — O quánto gusto de oiros!
Car. — Assi le sucede a quien habla a sabor
del paladar. Vos imaginastes que auia de es-
trañar vuestros deseos; allá lo haga vuestro
confessor, que yo, amigo mió, sé muy bien quán
poca impresión hazen reprehensiones cuerdas
en voluntades aficionadas. No soy cura de vues-
tra alma, de lo que entiendo os trato. Quando
fueres a Roma, habla Romano: comunicaisme
amores, no esperéis que os los resista. Todo
tiene su ocasión, y por no guardarla, he visto
que muchos cuerdos por atajar rodearon. El
amor en el viejo es culpa, en el mancebo fruto
de la edad. Ay tanto trabajo en esta breue vida,
que no se puede passar sin alguna recreación:
esta toman algunos en jugar, que está cerca de
hurtar, yes ocasión de renegar; otros en ca(;ar,
y según dan a entender las fábulas antiguas, es
exercicio, si bien noble, que haze a los hombres
brutos y montaraces, y gusto de mucho trabajo
y peligro; pero en esto no doy por ley mi opi-
nión, que todas las cosas tienen la estimación
según la voluntad de cada vno. Para mí no me
den otra cosa sino amores; sin ellos no sabré
viuir, y assi estoy tan platico, que en mi con-
cepto todo negocio desta calidad me parece
possible, y más si me dais ocasiones, aora se
hallan con facilidad, si se saben buscar los me-
dios que la buena diligencia siempre descubrió;
y si vos no os atreueis a recauar con vuestra
prima que os sea intercesora, hazedme su co-
nocido, que yo os la traeré a la mano, y podria
estar de caudal de manera que no nos descon-
eertasscmos en el partido, que yo soy de á más
Moros, más ganancia.
70
ORÍGENES DE LA NOVELA
Zel. — Pues os certifico que no es de des-
echar, y el dote que tiene no es poco.
Car. — Miraldo bien, que yo no me he de ne-
gar, y como sea cosa que os importe, cortaré
por lo sano.
Zel. — Nunca entendi que erades para tanto,
mas ya veo que licuareis por rabones las armas
a Vlises.
Car. — Y no me alabais más? pues dexadme
hazer, que yo os pondré del lodo.
Zel. — A Dios y a ventura he de hazer lo que
me dezis, y donde va lo más vaya lo menos. Yo
tengo vna carta de mi primo y su hermano, que
embió en un {}) pliego de la India; auiasela de
embiar, mas aora me determino a ser el por-
tador.
Car. — Ya os veo con viento en popa, porque
de ahi vendréis a echar cadenas, como dizen.
Vamos a hablar á Filtria, veamos lo que dize,
y desta manera haremos primero mi negocio y
después el vuestro, que todo tiene su tiempo.
Zel. — Vamos donde quisieredes, que ya me
siento más alentado con la esperanza que me
dais.
Car, — Persuadios que soy grande alquimista
destas materias: verdad es que nunca me doy a
negocios que piden la cura a lo largo, porque
soy más amigo de estar a sabor que a olor; mas
para saberles los puestos y guaridas y hazerles
venir á los lajos, no ay perdigón que en llamar-
los me gane, porque la experiencia me ha hecho
maestro.
Zel. — Sabéis de tomar el Sol?
Car. — Por estremo. Allá veo assomar a Fil-
tria; ya se ríe, sin duda ay conclusión, vamos
tras della a hablarle.
SCENA SEGUNDA
Filtria sola.
FU. — En fin, en fin, la verdad es seruir a
quien os saque la barba de vergüenza; todos sa-
ben el refrán: Sanpitar haze buen jantar; San-
rrogar no ha lugar; dadiuas quebrantan peñas.
Con dar se cafan los hombres, quanto mejor
las mugeres, menos fuertes. No ay cosa más
dulce que recebir, y assi acertó el que arrojó las
man9anas de oro en la carrera de Atalanta. Sá-
bese ya muy bien que el Abad de donde canta
de ahi yanta. Quien conmigo huuiere de nego-
ciar ha de ser, hazme la barba, harete el copete.
Gente rica y poderosa saca el pie del lodo, y
no estos mancebitos de cabello blanco con gue-
dejas y copete, que los pecadores no tienen vn
quarto; todo es por acá fue, por acullá entró.
Vístete de tuyo y llámate mió; su crédito fun-
(<) En el original dice mi.
dan en jurar con ademanes a lo brauo, prome-
ter montes de oro a pla^o largo; quando llega
os pagan con haré haré; y mal auiendo y bien
esperando, vaseme el tiempo y no sé quándo.
Aquel te dio, estotro te dará: mal aya quien de
suyo no ha. Por esso no erró quien dize: Antes
el mar por vezino que cauallero mezquino. Es-
tos tales, ni pintados en pared; antes los querría
perder que hallar. Depáreme Dios siempre
hombres sesudos, que traen los apetitos frena-
dos, y quando les sueltan la rienda y se incli-
nan a vna muger, nada estiman: porque les
grangeis vn favor, sin regatear dan la saya, las
9apatillas y quanto pedis por la boca. Con ellos
no hay pariente pobre, sufren mentiras, con-
tentanse con esperan9as. Tienen paciencia en
las dilaciones, y siempre parece que os quedan
deuiendo, aunque mas os den. Con estos me
hallo yo mejor, con ellos me entierren, y nunca
me conozcan embelecadores llenos de cautelas
y desconfian9as, que todo su caudal se cifra en
lo que traen sobre sí, blasonear y fingir; con
esto viuen, aunque les cuesta su trabajo, por-
que los tales son esclauos de su engaño. Qué es
el mundo, cómo lo ha trastornado todo a peor!
Solia ser que los hombres galanes y nobles te-
nían su pundonor en ser liberales. Con esto solo
y un anillo sencillo enamorauan las Princesas.
Ya tienen por el mas discreto a quien mejor
guarda vn real. Qué es verlos escatimar; pare-
ce que en dar vn marauedi le llenan los ojos de
la cara, y os dizen luego: Comprar hombre ba-
rato es gran riqueza, comprar caro no es fran-
queza. Con esto ved qué merced puedo recebir
de tal gente, que ni con espinas buen bocado,
ni de escaso buen dado. Dizen los antiguos:
^Guárdeos Dios de ira de señor, de alboroto de
pueblo, de loco en lugar estrecho, de mofa adi-
uina y de muger Latina, de tres vezes casada,
de hombre porfiado y de persona señalada, de
lodos en camino, de larga enfermedad^ de me-
dico experimentador y de asno orejeador, de
oficial nueuo y de barbero viejo, de amigo re-
conciliado y de viento que entra por agujero,
de hora menguada y de gente que no tiene
nada. Este vltimo tengo yo por el mayor peli-
gro, porque no se tiene dellos otro fruto sino
importunaciones, y más aora que cada vno viue
para sí y solo Dios para todos. Los señores
símense de los criados a bien te haré, y nunca
le hazen; y como todos van por este camino,
negra medra puedo yo tener con ellos, que no '
de valde se dize: Ni siruas a quien sirue ni pi-
das a quien pide. Si fuera en otro tiempo, quan- j
do en los méritos de la persona estaua el apre- 1
cío, y no en el dinero! Tuuiera yo las paredes i
de oro, según este mi oficio es corriente yyoj
soy solicita: entonces amanecian buenos días
para todos; lo bueno se va perdiendo, la espe
COMEDIA DE EVFROSINA
71
ran^a se compra con trabajo y el bnen siicesso
con la vida. Todo tiempo passado fue mejor.
En éste todo es interés particular, afición pro-
pia, fingir verdades y hazer guerra con menti-
ras. Como so'dados saqueamos el mundo, que
al fin acá se ha de quedar; peor lo dexamos de
lo que noslodexaron. Perdido es quien tras per-
dido anda, y assi se consuela quien sus medidas
quema. El diablo fue henchirse la tierra de ba-
chilleres, que son l.i misma miseria, y con sus
trampas tienen hecho el mundo cobarde e inte-
resado; y tan amigo cada vno de su prouecho,
que hasta de la habla es escaso, donde no pre-
tende sacar alguno. Pero en los que más nibe-
lan la conuersacion , si les hazeis señas con
qualquiera sombra de grangeria halláis afabili-
dad; y si no, a essotra puerta, que esta no se
abre, por más obligaciones que aleguéis. Esta
es vna tina muy general, y no hay donde no se
halle un pedazo de mal camino. Yo soy aora la
ludia de Zaragoza, que murió llorando duelos
ágenos; y a la verdad, quien va mal contando,
no puede ir bien obrando, y con estos galanes
de voto a Christo mal puedo yo salir de laceria
ni de mal amo; pero de aqui adelante no sore'
yo mas boba, que rompa los capatos por quien
no me los diere: qual el tiempo, tal el tiento.
Vieja experimentada, aregazada va por el agua.
No quiero ser sastre de la encrucixada, que no
le pagan la hechura y pone el hilo de su casa;
y que me digan: pues Maria bayló, tome lo que
ganó. Que l>endito es el varón que por sí se
castiga y por otro no; dexenme el cargo, que
mejor es tarde que nunca, y más vale bien de
lexos que mal de cerca, y vn sí tardio que vn
no vazio; y mejor es deseo que fastidio. Yo bol-
ueré sobre mí, y a pan duro diente agudo; quo^
en el estado que la persona se pone, en esse le
tienen. No consiste en más el hazer cada vno lo
que quiere de en tener poca vergüenza para
empegar. De prudente es mudar consejo, y de
los escarmentados se hazen los arteros; yo haré
caminos nueuos por atajos viejos. Hallanme
alma de cántaro, y en tanto arde lo verde por
lo seco, paga el justo por el pecador; alerta, que
ya es tiempo; que quien con muchos ha de en-
tender, muchos juyzios ha menester; mas el
diablo, y no otro, me reboluio con este Cariofilo,
que no me puedo librar del y de sus importu-
naciones; todo el dia rae ocupa en sus mensa-
ges, que no me dexa a sol ni a sombra, y pri-
mero que le saco vn quarto de las vñas me suda
el copete. Muy fanfarrón promete villas y cas-
tillos, y quando viene el pla^o, todo es vna
mala ventura de vn real; y por esso dizen bien,
que el hazer y dezir no es para todos; que ni es
oro todo lo que reluze, ni harina lo que blan-
quea; por lo qual maldito es el varón que de
1 otro fia, y más en este tiempo, en que el mun-
do tiene puesta la buena ventura en tener.
Quando la embidia y cobdicia era del buen nom-
bre, tenían las artes valor y la virtud estima-
ción. Entonces florecían los amores, y si aora
fuera assi, recado lleuo yo á Cariofilo que me
diera hasta la camisa; pero quando mucho me
pagará con decir: Sirue a señor noble, aunque
sea pobre. Pues desengañarme quiero con él y
quedar ó bien dentro ó bien fuera; no me con-
uiene trabajo sin beneficio, ni ir a ca9a con
hurón muerto. Y a señor artero, seruidor re-
9onglero; lo mejor será desconcertarme del todo
con él; mas es tan importuno que no hay quien
del se despegue; y lo que le falta de dineros, le
sobra de palabras: y tantas vezes va el cántaro
a la fuente, que vna o otra se quiebra, y en vna
hora se cae la casa. Allá viene con otro tal
como él ; ya me empieca a pagar con su risa,
que estas son siempre sus pagas: renegad de
hombre de muchas cortesias.
SCENA TERCERA
Cariofilo, Filtria, Zelotipo.
Car. —Besóte las manos, amiga mía.
FU. — Sí, besóte, cabrito, porque has de ser
bota.
Car. — Zelotipo, qué dezis a esta discreción?
FU. — Cortad con tiento, que ay poco paño.
Car. — No os parece que tiene arte y gracia
para viuir con ella el mundo?
FU. — Apelo desse mandato, señor juez, que
si le he de dar de comer, he menester pan y
caldo, y mal pecado, que aun la cena tengo mal
acomodada.
• Zel. — A ti digo, hijuela, entiéndelo tú mi
nuera.
FU. — Piensa él que ando yo cal9ada, y mis
9apatillas andan rotas; lo que importa es dar-
me vnas, pues las tengo merecidas.
Zel. — Y las tiene sanas; pareceme que no
quiere perder ocasión.
Car. — Daré yo toda la zapatería. Hombre
soy yo que sé negar nada?
FU. — Yo me contentaré con vnas, y mas sí
fuessen achineladas.
Zel. — Y también con ningunas, sí Cariofilo
es el que yo imagino.
Car. — Hablemos primero en lo que es de
gusto, después tiempo aura para todo.
FU. - As^i lo pienso yo; como no es al vues-
tro lo que se trata, mudáis la conuersacion.
Pues vna mano laba otra, y ambas la cara: há-
gase lo que os importa, primero, y dcs¡iues de
Maria casada, tengan las otras malas hadas.
Lo que os digo es que no dan morcilla a quien
no mata puerco. Ño diga barba lo que no
haga.
72
orígenes de la novela
Zel. — Esta toda es un refrán: quiero ver si
le valen sus tra9as, que ya caro le cuesta lo que
ha de Ueuar, pues lo porfía.
Car. — Amiga mia, entendamos cómo ha de
ser esto? Le hemos de poner nombre a este
hijo, si lo es?
FU. — Y aun sobrenombre, si os atreueis.
Car. — Atreuer? daré en essa batalla vna
langa de ventaja a Hercules.
Fil. — Pues sus, que hecho le tengo el oficio.
Car. — Por vida tuya?
Fil. — Assi muera yo Condesa.
Car. — O gran muger! aora acabo de cono-
cer que no se puede tratar negocio si no es
contigo , amiga de mi alma , doyte quanto
tengo.
Fil. — Siempre vuestras dadiuas son como el
que las da. Sea en buen hora, pues mirad no
vengáis a ser quien solo come su gallo solo en-
silla su cauallo. Que si sabéis mucho, también
yo sé mi psalmo, y mal aya el vientre que del
bien que recibió no se acuerda .
Car. — Si ésta no fuera colérica, no tenia
precio.
Zel. — No ay oro sin escoria.
Car. — Essa quenta hago, y soy con ella vn
cordero , si bien cada hora me quiebra la ca-
bepa.
Fil. — Todo esso es paja, no sea todo burlar
á mi costa. El hombre de muchas gracias es in-
diciado de muchas culpas. Allá dizen que de-
uemos dar como queremos recebir, que ingrato
es el que no paga lo que deue, ingrato el que
dilata la paga y mucho más ingrato el que
dissimula y niega la deuda; y éste sois vos, que
acabado de seruiros, os oluidais, y no se os
acuerda más que de lo que nunca fue; pues
creedme, que quien paga bien es señor de lo age-
no, y en el dar lo que más se estima y alaba
es la presteza, porque reniego de tejo de oro
en que he de escupir sangre, y antes querría
comprar que rogar.
Car. — Pareceme que venis de mano arma-
da; pues yo precióme de sufrido, porque quien
calló venció y hizo lo que quiso, y al mal ha-
blador, discreto escuchador, que quando vno no
quiere dos no barajan; y mirad que soy más
amigo vuestro de lo que vos queréis pensar, y
si no sabéis, sabed, pues os tenéis por muy sa-
bia, que quien se da prisa a pagar lo que deue
más es pagador que agradecido, y a su tiempo
vienen las vbas quando son maduras; ni con
toda hambre al arca, ni con toda sed al cánta-
ro. El discreto ha de notar y ver muchas co-
sas, y no dezir todo lo que siente; assi, mi se-
ñora, yo 08 digo lo que importa; dexad hazer a
Dios, que muchos dias ay, y quien pierde un
mes, no pierde vn año; más vale amigos en la
pla9a que dinero en el arca, porque con tener-
los ay riqueza; aunque el tiempo corre de
manera que se puede dezir lo contrario, que
donde ay riquezas ay amigos, porque el vulgo
pone la amistad en el prouecho y se cumple
lo que dezia Ouidio: Aquel santo y venerable
nombre de amistad está_^ puesto a ganar como
ramera. Contraria era la opinión de los Scitas,
que tenian por más ricos a los que tenian más
amigos.
Zel. — O, cómo es discreta la necesidad, quán
lexos está vn poderoso de tener tales palabras
para persuadir su intención, como éste vsa con
tanta confianza de que harán efeto! Con razón
se dize que la sabiduria cayó en suerte a la po-
bre9a, descubridora de las artes, y por esta cau-
sa apartó lupiter en la edad dorada la abun-
dancia de las cosas: porque la falta dellas nos
diesse industria para buscarlas; y están sagaz
la necesidad, que de la raposa dizen que con la
hambre se haze mortecina para ca9ar las aues.
Tales son estos aora, el vno con el otro, que la
pobreza de ambos les despierta los ingenios
para engañarse en lo que pretenden.
Car. — Mas vos, mi señora, no veis más de
lo presente, y no sabéis lo que va de Pedro a
Pedro, y cómo yo soy para las mortales.
Fil, — Señor mió, palabras sin obras, vihuela
sin cuerdas: siempre me prometéis esso, y yo
nunca veo esse dia; y aunque soy tosca, bien
veo la mosca. La estimación de los estados es
según en quien están, y discreción sin condi-
ción dadla al demonio. Vos pensáis tenerme
atada de vuestras esperangas, y soy ya vieja
para gaytera, y sé muy bien quántas son tres,
y quán mal estado tiene quien se sustenta de
promessas; yo no he de comer dessa vizarria y
lenguaje, sino de mi trabajo; y si no me que-
réis pagar, no me ocupéis, que yo no os voy a
rogar, y vuestros cumplimientos no me satisfa-
zen, porque muías y amigos faltan en los pe-
ligros, y el harto del ayuno no tiene duelo nin-
guno. Sabéis lo que me sucederá con vos? lo
que dicen: A mal Capellán, mal sacristán; amal
amo, mal mo9o; a mala llaga, mala yerua; que
auariento rico no tiene pariente ni amigo. El
consejo que tengo por saludable, y os le doy, es
que en buen dia buenas obras, y más quiero
pajaro en mano que buytre bolando.
Zel. — Para qué se ha de procurar oir otra
Lógica ni Retorica? aora creo lo que dize Per-
sio, que el vientre halló el ingenio y que la ne-
cessidad es maestra; pero qué matrera es esta?
mas de cosario, a cosario los barriles.
Fil. — Al prometer, poco es vn mundo; en el
cumplir está la dificultad; pues yo os digo que
negra y mal agradecida es la merced que tar-
da, y más parece cuydado que voluntad; y si
cuesta verguenga a quien pide, ya se compra, j
que quien rogó no recibió de gracia; el buen j
COMEDIA DE EVFROSTNA
dar es preuenir el deseo, mas esto por vna oreja
entra y por otra se os sale; sea en buen hora,
que quien no da lo que estima, no alcan9a lo
que quiere.
Car.— Aueis dicho ya, señora? pues oidme,
que yo os responderé por los propios términos:
no aueis oido, tras la niebla viene el sol, y tras
vn tiempo otro, y llégate a los buenos, serás vrio
dellos? mas tú, hermana, deues de venir melan-
' cólica de otra cosa, y buelveste contra mí, por-
que soy más paciente; pero con todo esso, mu-
cho se alegra el lobo con la voz de la oueja, y
assi tengo sufrimiento, porque al toro y al loco
dalle corro.
FU. — Vistis tal gracia? aueis me dado algu-
na saya? nada os deuo, que más ay quien en-
sucie la casa que quien la barra; y por mí se
dize, por hazerme miel, me comieron moscas;
porque nunca laué cabera que no se me tornas-
se tinosa, y soy siempre con los que más pre-
tendo seruir, como la sardina, que huyendo de
la sartén da en las brasas; y la verdad es, que
en confianza de parientes nunca dexes de guar-
dar que meriendes, que cada carnero en sus
pies se sustenta.
Zel. -Yo me determino a no poneros en
paz hasta veros llegar a las manos, porque
tengo mucho gusto de oir essos amores; y bien
Stí ve que comadres y vezinas a vezes tienen
riñas.
Car. — Si a esso llegamos, malo ha de ser
para mí, según oy está picada; pero ladreme el
perro y no me muerda.
Fil.Si, bien se' yo que muchos ladridos
caben en el oido del lobo; mas no os burléis
mucho, que si bien assi me veis, ya he castiga-
do alguno por mis manos.
Car. — No os digo yo, señor? tened por cieno
que le tengo miedo según es determinada; por
esso mirad por mí, si no me queréis ver vn
Orfeo.
Zel. — Desengañaos desde luego, que he de
ser contra vos por esta señora, porque a mí me
negaré por seruirla.
FU.—M.\ voluntad lo merece, y podréis dis-
poner de aquella casa; pero no querría fuesse
echarlo todo a burlas, y dexando barajas nueuas
sobre quentas viejas, porque quien espera dos-
espera, si no alcanca lo que desea, no sea lo que
digo martillar en hierro frío.
Zel. — Esso es vna en el clauo y ciento en la
herradura.
FU. — Pues da ñudo y no perderás punto.
I Mas todo esto me aprouecha poco; y por demás
es citóla en el molino si el molinero es sordo, y
es peor el que no quiere oir, pues lo cierto es que
el desprecio disminuye el amor, la buena co-
rrespondencia y obras le aumentan: y assi me
¡ilcance la bendición de la que come tierra fría,
que no sé cómo tengo coraron y cómo no se me
quiebran los pies en los negocios de su honra y
gusto, viendo tan claro que es todo cacar con
hurón muerto; pues con quanto le siruo, como
todo el mundo sabe, nunca me he visto con vn
manto mejorado.
Car. —Manto, vna horca.
Zel.— En mal monte hazeis leña.
Car. ~ Aora vayasse el diablo y venga Maria
para casa; pues sabéis que dix.on, mal amo has
de agradar por miedo de empeorar; y yf), mi se-
ñora, soy bueno para amigo.
FU. — Sí, buen amigo es el gato, sino que
araña.
Car. — Mal Cariofilo, buen Canófilo, al fin
ninguno es mejor feligrés que yo: y no se puede
negar que más vale vn ruin asno que ser asno,
y asno es quien asno tiene, pero más asno quien
no le tiene.
FU. — En buena fe, si esso falta, mal me
fuera a mí, si yo no tuuiera otros de más cau-
dal; que con vos ya sé quán pocos ajuares he
de hazer, atengome a vuestro vezino el Chan-
tre.
Car. — Diferencia ay de vno a otro; espos
tales, amiga mia, no siruen más que para vn
oficio, y assi es bien que den lo que tienen, y
que no los veias {}) sino es por su justo pre-
cio; pero en mí aueis de mirar la calidad desta
persona, que os autoriza en comunicaros, y que
soy vn reclamo de crédito para este oficio, y esta
honra es sobre todo.
FU. — Más es el ruydo que las nuezes, honra
sin prouecho.
Car. — Ya sabéis que no caben ambas cosas
en vn saco. Dezidme, Reyna mía, pues queréis
que hable: Quien os ha de librar de vn caso
fortuito delante del Rey o del Papa? quien de-
fender vuestra casa de vn hurto y de vna bate-
ría? quién cruzar la cara al que os enojare o to-
care al hilo de la saya? y para estas tales fine-
zas se ha de sustentar y sufrir a vn hombre
como yo, y no hazer caso de poquedades.
FU. — Lo que os sé dezir es que mal de cada
dia me llega a negros dias. Essos sucessos vie-
nen tarde o nunca, y entonces seréis peor que
todos.
Car. — Mirad lo que os digo: Veis aqui esta
capa, y jurad que no tenéis otra confianza de mí;
porque holgaré saber en qué ley viuo, y ya sé
que no ay cosa más barata que la que se compra.
Zel. — Ni más cara que lo que se pide o rue-
ga, y assi están ambos en juego. Aora veamos
quién llenará la palma, que la contienda por
sus puntos va.
FU. — Pagóme yo de mi amigo, que come su
pan consigo y el mío conmigo: el escarabajo
O íiic. Acftso quiere decir sirvas.
74
orígenes de la novela
llama a sus hijos granos de oro. No ay Romero
que diga mal de su bordón. Bien os alabais,
mas jurado tienen las aguas, que de las negras
no harán blancas. Yo sé muy cierto que perdi-
do es quien tras perdido se anda; ya pudiera
ser yo experimentada, que dos pájaros en vna
espiga nunca se ligan, y dos amigos de vna
bolsa, vno canta y otro llora.
Caj\ — Tened atención, y notad q'ié tiene que
ver vno con otro.
FU. — Digo verdad, ois? por esso te siruo,
por que me siruas. Puerco de a medias no es
nuestro, y yo no me mantengo de humo de pa-
jas. Queréis que me tengan por alcagueta por
vos, y que no tenga que comer, y ponga las
manos por las paredes, y de' diente con diente?
Pues, amigo mió, cuando el bien del señor tar-
da, el seruicio del criado se enfada; yo no
viuo de bene esse, y para el mal de costado
es bueno el abrojo. Sabéis qué haré? tomaré el
consejo que dize: Lo que haze el ignorante
al fin, haze el sabio al principio. Todo lo que
me sucediere merezco, por ser tan confiada y
auerme fiado de palabras. Miren con qué quiere
pagarme él aora. Al asna vieja, cincha amarilla;
como si naciera yo ayer; quien malas mañas
ha, tarde o nunca las perderá. Yo me entiendo:
perro ladrador, nunca buen calador. Todo es
en fin pregonar vino y vender vinagre, y alaba-
ros vos y más alabaros.
Zel. — Quánto sufrimiento da la pobreza y
cómo abate los ánimos y cierra todos los puer-
tos! Quán lexos estuuiera Canófilo de sufrir, si
tuuiera qué le dar! Lo cierto es que el dinero es
segura aguja de los que nauegan en el mundo;
y quando falta, haze se vsen otras tra9as,
echando remiendos a la vida; y si bien la dis-
creción es grande atajo para escusar desgracias
y afrentas, pero es nadar contra las olas del
agua y a fuerca de bracos salir del peligro, y
con la riqueza se haze todo a pie enjuto, y no
en balde se dio por maldición: en el sudor de tu
rostro comerás. Esto se verifica en los cuyda-
dos de Canófilo.
(7ar. — Bien digo yo que esso es melancolía.
Aora bien, iranse los huespedes y comeremos
el gallo.
FU. — No ep sino el punte de la verdad, y
assi amarga; pues aun no me aueis tenido el
pie al herrar, y adonde las dan, las toman.
Siempre oi dezir que es mejor dar a enemigos
que pedir a amigos; ya los muertos no son
nuestros, ni los viuos buenos amigos. Rabia
me viene a las vezes de tomar el cielo con las
manos. Ver el cuydado y diligencia que tengo
en vuestras cosas, y a vos nunca os dize el co-
ra9on que digáis: Veis ahi vn escudo para pan.
Assi que quanto más ay, más mal veo; pero
este desengaño me pondrá la sal en la mollera,
pues pensé en esta ocasión ensalmarme, y me
quebré el pie.
Car — Aora holgaos con esto que os diré, y
tened paciencia, que no ser agradecida no se
puede sufrir; y si el hombre es animal ingrato,
más lo es la muger; y aora confirmareis, Ze-
lotipo, lo que muchas vezes aueis oido, que de
tres cosas nace la ingratitud. La vna de embidia
de uer hazer bien a otro, no reparando en el que
se recibe, aunque sea grande, ni acordándose
del. La segunda de soberuia presumiendo ser
digno de más, o no sufriendo que otro sea pre-
ferido. La tercera de codicia, la qual no se
apaga por más que le den, antes se enciende; y
con la hambre de lo que apetece y pretende se
oluida de lo que recibió; y esto sucede aora, pues
desde ayer no os acordáis que os regalé en
vuestra casa.
Fü. — Mirad lo que me dio, y esso más dever-
guenoa que de cora9on, que assi lo entiendo por
el ánima de quien más no puede, y yo no re-
paro en la cantidad, que bien se sabe que no im-
porta que lo que se da sea mucho o poco, sino
la voluntad con que se da; que el valor del be-
neficio más consiste en el ánimo con que se haze
que en la cantidad. Yo me corriera de acordar-
me desso: porque quien da en cara lo que dio,
parece que lo pide.
Car. — Gentil manera de desagradecer, pues
peor es ser desagradecido que escaso, y yo no
reparo en essa poquedad, ni lo digo por acor-
darme della, sino porque me quita el juyzio oir
sinrazones.
FU. — Digo muy bien, señor; lo que me dais,
primero os lo tengo remerecido con sudor de
mi cara. A otro huuiera yo seruido como a vos
que tenéis dinero como el mar.
Zel. — Como está perdida la verguen9a, poco
ay que sudar.
Car. — Assi vina el diablo.
FU. — Tienelo vuestro padre, que os lo ate-
sora, mas si él me pidiera consejo, yo le des-
engañara. Que bien ignorante es quien no lo-
gra lo que es suyo, si puede; que después de
muerto, ni viña ni huerto, y negro gusto ten-
drá el alma del que está en el infierno por
dexar a su hijo rico.
Car. — Dexemos las vidas agenas, que bien
tiene cada vno que entender con la propia.
Aguardad que entre a posseer, y tenga vn quen-
to de renta, y veréis marauillas, que yo lo quie-
ro para quien lo mereciere, y por nacer está
otro mayor Alexandro; situación tendréis, ami-
ga mia, so';;e mí, y vuestras libran9as se cum-
plirán a Istra vista.
FU. — Siempre son essos vuestros remedios,
y en el entretanto comeré de estar queda.
Car. — No me canséis, que me pesa me deis
ocasión para estarlo, y ninguna cosa me enfa-
COMEDIA DE EVFROSTNA
75
da tanto como personas interesadas, y si bien
soy blando de condición y gusto de ser enga-
ñado, en conociéndoles essa falta, soy duro de
muelles.
FU. — La madre y la hija, por dar se hazen
amigas, quanto más que bien sabéis que si no
fuera por necessidad, de verguen9a no os pi-
diera vn marauedi.
Car. — Mejor tú medres que te creo.
FU. — Y vos lo que me dais, malo y por mal
cabo, y parece que el diablo os lleua, dcuiendo-
me quanto tenéis, y no os lo he de dezir más
lexos, que no sé tener dos caras, ni soplar la
lumbre con agua en la boca; y para quien he
de ser clara, soy agua del rio, y si no sea este
Cauallero juez. Oyga v. m. por me la hazer
señalada, veis aqui vn hombre a quien yo siruo
de noche y de dia en quantas cosas ay en el
mundo.
Car. — Paso, hermana, no digan que trata-
mos alguna mala conuersacion los dos.
FU. — Y quando esso fuera verdad, era ha-
zer moneda falsa? cayeran vuestros parientes
en deshonra? Mas passe por burla, que bien
sabe su merced que lo que trato son cosas de
vuestra honra, mas vos sois aqui pega, alli
pega, y todo embeleco, y yo apenas me dais a
entender vuestro gusto, quando parto luego en
vn pie. Veisme aqui, veisme alli, veisme acá,
veisme acullá, lleuo villetes, bueluo respuestas,
traygole moQas a casa, auenturonie a todo pe-
ligro por ir con sus recados , y hago de mí
mangas al diablo
Car. — Miradme acá, ojos de besugo.
FU. — Si, a cabera quebrada, vntalle el casco;
no lo hagáis, no, y no os lo dirán, que cada
vno cuenta de la feria como le va en ella; vos
queréis comer cardos con dientes prestados, y
cuesta poco a Pedro beuer sobre la capa de
Payo; buen Rey, si queréis que os sirua dadme
de comer, que bestia sin cebada nunca hizo
buena jornada. No soy Camaleón, que me sus-
tento del ayre, ni de la tierra como topo. El
Abad de donde canta, de ahi yanta. Paga lo
que deues, sanarás del mal que tienes. Si que-
réis ser bien seruido, no escuseis el galardón,
que no ay cosa que tanto esfuerce en los tra-
bajos como ver delante el premio, y el dolor de
que se sigue algún prouecho, si se siente, se
sufre.
Car. — No gastemos el tiempo en porfias,
que vna hora es mejor que otra; yo ando estos
dias algo alcan9ado por el juego, y quando no
lo dan los campos, no lo han los Santos, y
como se ha de negociar, amiga mia, es sabien-
do guardar los tiempos, como buen esgrimidor.
Con esto me desnudareis; y bien sabéis que no
soy mezquino, antes a ningún género de hom-
bres estimo en menos que a los miserables,
porque no pueden hazer hecho bueno, y están
dispuestos para todo mal: y porque te quiero
bien, te he de dar vna regla de mucho proue-
cho, aunque no sé si eres capaz de agradecér-
mela y sentilla, mas si pegare, pegue, como ba-
rre en pared, y sea el presupuesto, que quien
pone toda la esperanza en el dinero, tiene el
ánimo may remoto de la prudencia, y se prue-
ua con lo que dixo Platón, que no nacimos
para nosotros solos, sino parte para la patria,
parte para los amigos, y assi dizen los Estoy-
eos, que todo lo que se engendra en la tierra
es para el vso de los hombres, para que se
aprouechen vnos a otros; no sé si me enten-
déis? Pienso que vso términos impropios para
vos.
FU. — Si no alcan9a la vieja, alcanza la pie-
dra. Aunque no leamos libros, también somos
gente; lo que vos dezis digo yo; hazeldo con-
migo como os lo merezco, y cúlpame si me
quexare, y no os seruiré.
Car. — Pueá no, que esto ha de ser propor-
cionado con los tiempos, y considerada la ne-
cessidad Y la possibilidad, hazer cada vno de su
parte lo que puede y esperar ocasión, que vsar
daca y toma es baxo estilo.
FU. — Peor es prometer y no dar, cosa indig-
na de sangre noble.
Car. — Antes aora lo vsa quien la tiene, hi-
dalgo francés no guarda palabra, sino (') en
quanto le está bien, y nosotros acá, a todas las
nouedades tenemos hecha ley por mayor; pero
yo para seruiros quebraré cien leyes.
FU. — Bien estoy en esso, si no se me moja-
re la ropa: de manera que ha de ser el hidalgo
de Guadalaxara, lo que pone a la noche no
cumple a la mañana. Pues los pusilanimos se
precian de lo que tienen, y el magnánimo de lo
que haze.
Car. — Pareceme que sólo andamos a buenos
dichos.
FU. — Mal me quieren mis comadres porque
les digo las verdades.
Zel. — Razón es que siruais a esta señora y
le deis quanto tenéis, que el Rey de España
no tiene tal mina.
FU. — Esso no quiere creer él, como si lo
que hago se lo deuiera de derecho; mas siem-
pre se dize: a buen puerco, buena bellota.
Car. — Yo no os niego que os deuo la vida;
mas tengola para perderla por vos, si os im-
portare.
i^iV. — Nunca me fié de haré, haré; más quie-
ro vn toma que dos te daré.
Car. — No es el diablo tan feo como le pintan.
FU, — Aun más es, señor Zelotipo; tengole
solicitadas y vendidas moijas como vnos Ange-
('; En el original, si en quanto-
76
orígenes de la novela
les en poco tiempo, j acreditado én partes que
os admirarades si lo supierades.
Ca?'. — Esso es por mi buena dicha, que todas
me codician, que pocos tales como este mo90
■ en la dozena.
Fil. — Esso predican los Predicadores. Man-
tenga Dios muchos años y buenos a quien
aqui está, que passa essas afrentas, que si por
mí no fuesse, malos perros os comerian, y vos
mal agradecido.
Zel. — Gentiles alabanzas da de sí; a qué es-
tremo ha llegado la malicia humana, que los
malos se alaban de sus vicios, como los buenos
se pueden preciar de la virtud!
Fil. — Pues sólo por solicitaros a la señora
Polonia..,
Car. — Ea, pues, acaba de desempreñar, sepa-
mos qué tenemos.
Fil. — Primero pitareis, que ya sé vuestras
mañas; gato escaldado del agua fria ha miedo,
y lo digo assi porque a Clérigo mudo todo bien
le huye.
Zel. —'No pierde lance: todo va por su justo
precio. El merecimiento ni el seruicio de las
personas no lo tiene; todo se compra y vende;
en ser caro o varato está el engaño.
Car. — Qué queréis que os dé? veisme aqui,
mandadme poner en pregón, y vendedme.
Fil. — Y yo para qué os quiero? a, hi de puta
y qué negro empleo y qué ajuar?
Car. ~ Despreciaisme, señora! en buena hora,
alegróme desso.
Fil. — Paga, paga, parlero, y se hará todo
bien.
Car. — Por estas barbas, de daros vna joya
de valor si la nueua fuere tal.
Fil. — Yo lo quiero assi, mirad lo que pro-
metéis delante deste Cauallero, que yo fióme
de vos.
Car. — Mas hazedme merced que no os fiéis,
que con ser desconfiada leuantareis muchas
casas de tres altos.
Fil. — Y yo fui y ella estaña con su madre y
no pudimos hablar.
Car. — Y pues todo esso era?
Fil. — No os enfadéis, que aun yo no me
enfado; ella es atreuida, y como presumió a lo
que iba, mandóme que le comprasse agujas
para que huuiesse achaque de boluer a verla,
Zel. — Ha, mugeres; a quien nunca faltaron
cautelas y ardides para executar su gusto.
Fil.— Y yo, Maria de buenos pies, fui muy
corriendo.
Zel.— Toá.0 mentiras y enredos, por encare-
cerme mas la atención con que la escucha Ca-
nófilo, aunque no le da crédito.
i^¿7, — Bueluo antes con antes, y como boba
llámela a la escalera; dixe que iba de prisa, que
no podía subir: ella vio el cielo abierto, y vino
como vn rayo. Relátele mi embajada lo mejor
que supe; respondióme que la metiades en la
mayor afrenta del mundo, y quexose de mí
porque le dixesse tal cosa.
Zel. — Muchos daños se escusaran si las ma-
dres no fueran bobas con sus hijas, y suceden
los más porque suelen algunas muy confiadas
dexarles hazer lo que quieren, y después quan-
do aduierten el peligro es sin remedio, y nin-
guna cosa importa tanto como la madre tener
cautela y ser sospechosa, para hazer la hija se-
gura en la virtud.
Fil. — Yo la satisñze y asseguré de manera
que se puso más blanda y me contó que estuuo
en punto de reuentar de risa de vuestra dis8Í-
mulacion.
Car. — Ha, qué gracia! yo lo conocí luego, y
de lo mismo no me podia defender de reir.
Fil. — Aqui le repliqué que me contastes
quán hermosa estaua con los mayores suspiros
del mundo, y que venistes embelesado de su
gala y discreción , que os pareció mayor que
otras vezes por no auerla visto tan de cerca
hasta entonces.
Zel — Qué capa de huérfanas, la culpa está
en la muger moca que oye sus alaban9as y pre-
sume que se las deuen de derecho, y assi las
cree con facilidad, y sin sentir beue en ellas el
veneno; y la ignorante madre que la consiente
tales conuersaciones, qué disculpa tendrá? pues
es cierto que si no huuiera malos medios, de
que se aprouechan hombres ociosos, que no se
viera muger rendida, que engañada ninguna lo
es quando ellas no quieren serlo,
Fil. — Y por aqui le dixe las mis benditas,
como mejor entendía; pero qué ay que hablar
en esso? con mis buenas razones acabé con ella
me prometiesse que os hablarla esta noche, mas
que auia de ser a puerta cerrada, como otras
vezes.
Car. — Doyla quatro higas. Pesar de mi pa-
dre con la hija de puta! que tal se sufra en el
mundo? Y vos, buena Dona, venis muy con-
tenta con esso, y hazeis marauillas? pues idos
a pasear.
Fil. — Escuchad, si queréis, y no me atageis
y veréis para quánto soy.
Zel. — Entre punto y punto encaxa la saya,
y al fin todo ha de ser nada: lo cierto es que no
ay gusto que no se compre a peso de paciencia;
y assi tengo por la principal parte de la discre-
ción el sufrimiento.
i^¿7. — Entonces quando me dixo esto, puse-
me muy enojada y la dixe que no metería más
los pies en su casa, y me lauaria las manos de
todas sus cosas, porque no erades vos hombre
con quien tal se hauia de hazer, y más mirando
tanto por su honra.
Zel, — Con tal fiador segura la tiene.
COMEDIA DE EVFROSTNA
77
FU. — Dixo luego ella: esso no sé yo, que al
fin es hombre, y todos están llenos de engaños,
y sólo andan por cumplir su voluntad.
Car. — Todas predican lo mismo, y al fin caen
en la trampa.
FU. — Muchos mueren en la guerra, y por
esso no falta quien vaya a ella, porque ninguno
piensa ha de ser el desgraciado.
Car. — Mas a la verdad, yo imagino que su-
mos con vosotras algunos. Pide el goloso para
el vergonzoso. Si los hombres fuessen tan dis-
cretos que tuuiessen sufrimiento, es sin duda
que fueran muy rogados; y esto bien lo conozco
yo, pero no sufre mi coraron tener paciencia de
codicioso, porque no me gane otro por la mano,
y porque sé que este negocio no consiste en
más de saber gozar las ocasiones, y perderlas
es gran desdicha. Pues en qué quedamos?
FU. — Entonces repliqué: más os quiero yo
a vos que a él, y si no le conociera tan enamo-
rado a ojos vistos, no os lo nombrara.
Car. — Conclusión, abreuiemos, que ya sé que
no ay cosa rogada que no salga cara.
FU. — Al fin porfiando acabé quanto quise.
Zel. — Bien corresponde aquel espacio de ré-
plicas con la prisa de llamarla a la escalera.
Por cierto tengo que miente ésta en quanto
dize, y que son merecedores de gran pena los
padres que presumen de sus hijas que se han
de casar mejor de secreto, y con estas esperan-
zas les consienten quanto quieren, y ordinaria-
mente sucede que por donde pensaron ganar
pierden.
Car. — Esso me declarad, porque nos enten-
damos: ha de abrir?
FU. —Y recebiros con los bracos abiertos, y
con esto me vine (') a la mayor prissa del mun-
do, que me sudaua ya el copete; mas en estas
hazañas esmero yo mi saber, porque estas mo-
9uelas que les hierue la sangre, vozales en el
trato, eleuadas en amores, ha/con a dos manos y
quieren abrapar mucho en poco tiempo, y yo
como las siento golosas, pongoles luego el cebo,
y créenme como si todo fuera verdad; y quan-
do se me estrañan, si me pongo melancólica,
luego se rinden a obediencia.
Car. — De manera que el negocio queda
assentado como conuiene.
FU. — Y no como deue. dizen ellos allá; jun-
to y apuntado; cortad por do quisieredes, esta
noche de las onze adelante os espera, y abrirá
la puerta al primer siluo que dieredes.
Car. — Esso es cierto?
FU. — Cierto y reciertj.
Car. — Esse es grande punto; pues qué me
dezis aora, amiga mia, llegaré a uer qué tiene
la fiebre?
('; En el original, viene.
FU — Yo descargo mi conciencia sobre vos,
nunca en esso me meti. Con donzellas ni tiro
ni pago: alma tengo; poro seos dezir que por
alagos se quiere llenar la moza y no por fuerza,
y d( lia y de la naranja tomar lo que diere.
Nuera rogada y olla reposada no la come toda
barba, y si os veis en la ocasión, aduertid que
quien a sus enemigos popa, a sus manos muere,
y estas tales se escandalizan mucho si les ha-
blan buenas dotrinas, y lo tienen a poquedad:
hazed como fuerte varen ; pero en todo lauo
mis manos y os aconsejo que miréis por su
honra y tengáis cortesia.
Zel. — Buen pacificador de ruidos es ésta.
Car. — No ay tal muger en el mundo; digo-
te, amiga, que eres para consejera de vn impe-
rio, y por éstas, y si no que nunca me las quite,
que te he de sacar de vergüenza, y te prometo
que no te llames desamparada en lo que yo
pudiere, y que otra puede ir mejor afeitada,
etcétera.
FU. — Hazedlo assi y tendréis la bendición
de vuestra madre y la mia; y pues el negocio
está concluso, cuenta de cerca, amigo de lexos.
Car. — Yo cumpliré mi palabra; aora, de po-
bre Obispo, pobre seruicio; veis ahi vn escudo,
otro dia Dios hará merced.
FU. — Una mala dadiua dos manos ensuzia;
mal parto, hija al cabo. Pusistisme la boca
dulce con que me dariades vna joya, y mirad
lo que me dais.
Car. — Aora no nos oiga alguno: quien te
da vn huesso no te querría ver muerto.
FU. — Si, cazador que mal tira, presto tiene
la mentira.
Car. — Mejor es deuda vieja que pecado nue-
uo. Valga esso por señal, y lo demás vendrá
sobre la buena pro le haga, que aun tenemos
mucha costura.
FU. — Por esso lo tomo, y mirad que el buey
por el cuerno y el hombre por la palabra; y si
me engañáis vna vez, no me engañareis otra;
pues moza tengo yo aora a mi mandar gordi-
11a, y mal vestida (como dizen), redonda como
vna bola: mas quien huuiere de prouar el vino,
halo de hazer bien con ella, que la muchacha
vale todo el oro del mundo.
Car. — Dime, amiga, es de aquí del varrio?
o ha venido de fuera descaminada?
FU. — De aqui es, bonita como vna plata,
algo bobilla, y tiene vna voz que os enamora si
le oís vn Romance de sol la.
Car. — Dessas es? yo asseguro que ha corri-
do más ferias que vn buhonero.
FU.— Luego sabéis vos lo que ay y no ay.
Pues no os matéis, que no os ruegan con ella.
Car. — No tengáis pesadumbre {}) de que se
O En el original, por errB.teL, pensadumbre.
78
ORÍGENES T)E LA NOVELA
diga la verdí^d; con todo esso, aunque tenga
carne de toro, assentadme allá en la Cofadria.
FU. — Si pagáis la entrada, y si no, no ten-
dréis cirio, que por dinero bayla el perro.
Car. — Porque sois boba, que siempre he de
enseñar yo de valde; no será mejor que lo que
se diere sea para vos, y tenella como cabe9a de
lobo? y luego pensareis que todo lo sabéis; no
tenemos ya concertado que de todas las que vi-
nieren a vuestros puertos me deis la salua, y
que yo haga con vos mi cortesia? No he de go-
zar de algún priuilegio por ser tributario con-
tinuo? Pareceme que queréis que quiebre van-
eo ; yo no quiero más que verla en vuestra casa
vna hora.
FU. — Esso poco? No se os entiende más. Es
el mal que no os la... no quiero dezillo; pero
ahora tengo mala ocasión con mis vezinas, que
se ponen a hilar a las puertas y notan quanto
ven, y ya ellas estaran murmurando el veros
conmigo.
Car. — Pues ahorqúense las borrachas, y si
hablaren, sépalo yo, y veréis si las pongo freno.
-F«7.^Quando yo viuia en la placa era el tra-
to franco, porque alli todas tienen que nego-
ciar, y entran y salen al tiempo que quieren,
sin ser notadas de ninguno.
Car. — No tratemos de rodeos; yo estoy aper-
cebido para todas horas, y soy hombre para pa-
gar las costas.
FU. — Quien muchas piedras mueue y mu-
chas estacas prende, vnas vezes gana y otras
pierde; vos queréis vna en la mano y otra en el
saco.
Car. — Soy Cesar, varón de todas las muge-
res, y donde yo estuuiere no venga Proculo.
FU. — Pues qué os contaré a esse proposito?
oy tuue dos estudiantes por huespedes con dos
mo9as aldeanas.
Car. — Ha, ladrones, essa es la institnta en
que ellos estudian, y después suplen con gra-
uedad la falta de las letras desimuladas con
malicia, y son los que nos escalan la tierra; y
dime, amiga, tuuieron sala franca?
FU.—Ay\ ay, y cómo si tuuieron, y más que
ellos eran hombres de hecho y beuian los años.
Car. —Qué a9ote de vei'dugo! y las señoras
qué tales eran?
FU. — Bonitas como vn oro. Estas aldeanas
son amorosas, limpias, frescas, vienen aliñadas
con sus cofias de puntas, camisas 'abradas, toa-
lla con rapacejos, zapatillas de dos suelas, las
caras sin artificio, el cabello negro, que no ay
más que desear.
Car. —Y esas tales entregastis a essos lobos
hambrientos?
FU. — Ellos hizieron el concierto allá fuera, y
vinieron sobre cosa hecha; y buena obra es hos-
pedar a los peregrinos, y del mal que el lobo
haze al cuerbo le place; ellas vienen de las al-
deas al mercado; entonces ellos con achaque de
comprar lo que traen, les dizen sus Latines,
con que ninguna se les escapa.
Car. — O, nunca ellos acá vinieran para ser
picaros; pues vn bien tienen ellas dessos seño-
res: que guardarán mucho secreto. Tened por
cierto que dizen más de lo que hazen, todo por
mostrar que son como la otra gente. Lo que
importa es que essas queden ya por perroqu la-
nas, para que qnando bueluan sean conocidas
de los dos; y de aquí adelante yo visitaré el
mercado, que no de valde se dize que rio buel-
to (sic), ganancia de pescadores. Cada dia se
sabe más.
Zel — Señor, vamonos.
FU. — Mas mudaos, que los muertos se van.
Car. — Amiga mia, essa mo9a te encomien-
do, y tal puede ser, que me contente y lo haga
bien con ella.
FU. — No se da a cata como melón.
Car. — No nos hemos de desconcertar quan-
do esso fuera.
FU. — Todo se hará bien; acordaos desta
vuestra cantina, que todo es migaja de pan en
capilla de fraile.
Car. — No es más necessario, yo tendré cuy-
dado y no has menester a otro,
FU. — Pues al pobre no prometas y al rico no
deuas. Yo voyme por lo que dizen. Quien bien
sirue y no pide, quanto sime tanto pierde.
Car. — Quédate a Dios, hermana.
FU. — Vete en buen hora, escudero; la mise-
ria del escudo con que vino! esta vez me podrá
engañar, mas otra no.
SCENA QUARTA
Zelotipo, Cariofilo.
-Demonio es ésta.
-No ay que buscar mejor oficial de su
Zel.
Car.
oficio.
Zel. — Y vos en el vuestro no le daréis ven-
taja.
Car. — Esso yo os lo juro, que ley con ley se
entiende.
Zel. — Lindamente se las tuuistes tiessas, y
os distes en los liroqueles.
Car. — Ella se desuela por cogerme, y lleua
sin paciencia hallarme con poco dinero. Mas
muchas cosas sabe la 9orra y el erizo vna sola,
por donde nunca me coge descubierto; y como
la tengo empeñada en lo que ha hecho por mí
sobre mi palabra, pretende mejorarse, y súfre-
me, que el sufrimiento no lo hallareis sino en
quien tiene necessidad; y de aqui viene que con
los Principes, quanto más los seruimos, esta- j
mos menos libres y más prendados, y su obli-
COMEDIA DE EVFROSINA
79
gacion es sujeción nuestra. Para con éstas,
si queréis que buelen, comed siempre con ellas
adelantado. Ardides son de pobreza, que todo
lo alcanza a t'nería de bracj-os y maña; por auer-
la yo vsado con ella, hablaré esta noche a mi
dama a pesar de quien le pesare.
Zel. — Quíteseos tal cosa del pensamiento, y
persuadios que os miente esta borracha de Pil-
tria.
Car. — Mentir, cómo? Hallado aueis el nio^o
sufrido, pues con quién lo ha para no ir a sa-
carle vn ojo y mostrárselo al otro?
Zel. — Yo nada creo de los que tengo por
mentirosos, y es regla que guardo con los tales.
Car. — Pues vos sois todo dudas. Estás tu
aqui, Culebrina, pues por éstas que la ahor-
casse de vn pie o le cortasse las orejas si me en-
gafiasse; y si tuuiesse culpa la gentil señora, le
daria desde vno hasta mil acotes.
Zel. — Mayor castigo merece la mentira, au-
tor de toda maldad, jiorque en la primera se
abrió la puerta de los vicios; y para mí los men-
tirosos son el más baxo género de gente que
ay, como el tiempo lo baraxa todo y conuierte
las buenas opiniones en malas costumbres.
Acuerdóme que lei de los Lacedemonios, que
pareciendo delante dellos vn Embaxador con
cabellera, Arquidamo no le consintió dar su
embajada, diziendo: Cómo puede hablar verdad
quien no sólo trae la mentira en el alma encu-
bierta, mas publica en la cabeca? Tanto se es-
trañaua todo fingimiento en aquella República,
y aora se viue con él, y se tiene el mentir por
buen arte.
Car. — En esso reparáis? poco viuireis, por-
que ya el logro de la vida está en ser fingido y
falso. Intención sencilla y pura no es moneda
que corre en trato del mundo. En el que alcan-
9amos quiere hombre que sepa acomodarse a la
necessidad y sazón, y tantear el retorno de sus
ocupaciones; essotras finezas y primores son
inútiles. Si queréis ser tenido por inhábil, te-
ned palabra y dezid verdad. A quien oyeredes
llamar buen hombre, dalde limosna y doleos
del. Seguid las pisadas do los que llaman La-
dinos, y triunfareis, que éstos tienen habilidad
})ara franquear el camino sin correrse de que los
conozcan. De Marco Catón el primero cuentan
que si vestía armas, parecía nacido en ellas; si
trataua de letras, que se auia criado estudian-
do; quando fue labrador, ninguno entendió me-
jor la agricultura; quantas vezes le acusaron,
tantas se defendió por sus razones, y que en
todo fue eminente con marauillosa industria,
teniéndola ochenta y seis años que viuio en sus
acciones, opinión que ganó por saber dar a cada
^'osa su propio ser. Pues si viniera aora a tra-
trar con estos que tienen por discretos, no vie-
ra palmo de tierra y pareciera rezien nacido; ¡
porque para ellos es cosa de ayre el contraha-
zer del Momo, las colores del pulpo, las lagri-
mas del cocodrilo; y quantas figuras la natura-
leza haze respeto de los personages que repre-
sentan si les conuiene, y traen la astucia tan
por sus puntos, que si dizen de lulio Cesar que
era autor de adulterios, no tanto por el vicio,
como por saber de las mugeres las determina-
ciones de sus maridos contra él, por donde ata-
jó algunas conjuraciones: assi este género de
gentes el fin a que mira su saber es a la codi-
cia que los guia, y enseña a contraminar inte-
resses; y las cautelas de Vlises y de Bruto, que
se hizieron locos, no son comparables a lasque
vsan, porque fingirse vn hombre sin jui/.io, es
luego entendido; mas hazerse inocente para
venderos, mostrarse liberal para robaros, amigo
quando pretende algo de vos, sufrido para lo
que le conuiene; y quando no os ha menester
descubrir su malicia y ser ingrato y desconoci-
do, esta discreción es fruta nueua y dificultosa
de conocer, y se halla mucha en esta tierra.
Aconsejauan los Sabios de Grecia que no se
procurassen muchas amistades para escusar
sentimientos de trabajos y enojos ágenos, pues
sobran los propios. Aora triunfa el que tiene
muchos amigos, porque se ayuda de todos, y
no haze sino por el que pretende retorno en
prouecho propio, ni dize verdad más de en
quanto le está bien.
Zel. — Pues si se averiguó delante de Darío
que la verdad era superior al poder del Rey, de
la miiger y el vino, cómo la vemos tan despre-
ciada y abatida?
Car. — Porque los ojos de la vanidad huma-
na^ deslumhrados con el interés propio, son
ciegos para participar de su luz, y muy de an-
tiguo se dize que engendra odios y la lisonja
amigos, y por no conocer el precio que tiene no
la estimamos.
Zel. — Lo contrario dezia Pitagoras, que pre-
guntándole si hazian los hombres alguna cosa
semejante a Dios, respondió: quando hablan y
tratan verdad.
Car. — Ellos dizen muy bien a esso que quien
no miente, no viene de buena gente, y presumo
que imitan a los caladores, exercicio que da
mucha materia de mentir, y entre ellos los de
más presa son vnos que escondidos en vna cho-
za cayan con redes, y por ser a pie enjuto y de
prouecho, es gustoso, como a los que no dizen
verdad el vso de no trataila, y assi buscan mo-
dos extraordinarios de hablar y dilaciones para
que dure su tra^a, y la costumbre les haze cada
día más diestra su naturaleza, porque quien
entre miel anda, vntarse tiene. Entendéis este
Latin?
Zel. — Ya os entiendo; no ay tal cosa como
hablar con el estilo de los oráculos antiguos.
80
ORÍGENES DE LA NOVELA
Car. — Esso es lo que digo; queréis crédito
para hazer leyes de errores a vuestro saluo, que
lo tengan mayor que las de Minos y Licurgo,
sin que las atribuyan a los Dioses? pues hablad
lo que no os entiendan, vsad términos estra-
ños, palabras breues y equiuocas, con vn dezir
assi, assi, ya me entendéis; mostrad que estáis
adelante en lo que se dize. Dad a entender que
reseruais más en el entendimiento de lo que
dezis, con lo qual tendréis suspensa la gente
del vulgo, que se eleua con qualquiera nouedad;
y de aqui resultó el hazerse los Indigetes, que
desapareciendo, se conuertian en estrellas; y
esta es la causa porque lus Filósofos hablauan
por símbolos, por eternizar sus escritos y hazer-
los más célebres y de estimación, que se lo da
el no ser claros y ocasión a que los interpreten
por más agudos que ellos los escriuieron, y de
ser assi ha resultado su duración: porque a los
que por virtud dixeron verdades si se enten-
dieran, huuieran quemado sus libros: porque ya
llaman truhán á quien desengaña; y si alguna
buena dotrina se recibe, es por venir cubierta
con regalo y blandura, que ya en el mundo se
trata tanto del, que hasta los preceptos que
son de nuestro prouecho y que enseñan lo que
nos couuiene, queremos cubiertos a manera de
pildoras acucaradas para poderlos passar.
Zel. — De manera que llamáis saber filosófico
a la simulación; nunca vos vseis della, porque
los Filósofos que tratauan de virtud no vsaron
essos rodeos, sino hablaron verdad con claridad,
y padecieron persecuciones por ella, y éstos que
su trato es fingir, vsan mentiras y viuen dellas.
Car. — Enseñadme vno dellos, por ver qué
conocimiento tenéis.
Zel.— Qué gracioso sois! entre tantos que-
réis que haga vna golondrina verano. Esta es
vna tina general, que muy valida anda siempre
de máscara en vanquetes, de que se sigue no
poco trabajo, por serlo comunicar con hom-
bres fingidos, conuersacion que es acertado re-
catarla: porque demás de ser enfadosa, tiene
peligro, y en lugar de amor engendra odios; y
si con éstos se tiene coracon sencillo, vais per-
dido; es necessario ir con el fuero de la tierra,
porque lo que se vsa no se escasa, y de otra
manera es ser fábula del pueblo, que se deue
cuitar, y si bien esta es enfermedad de nuestros
tiempos, las rayces las tiene muy hondas, y su
daño es muy antiguo: porque lubenal dezia:
qué haré en Roma, que no sé mentir?
Car. — Mas qué gran tratado se podia hazer
de cosas desta calidad de más prouecho que
otros que salen!
Zel. — Por esso pocas vezes me satisfazen los
Predicadores, que no saben tomar vna materia
alta y profunda como ésta, en que metan la es-
pada hasta los vltimos tercios.
Car. — Pareceme que os picáis, que es mal
caso y término de negociante, que enfadado del
mal despacho y poco efeto de su diligencia,
quiere hazer Corretor al Confessor del Rey.
Zel. — Dezid lo que quisieredes, que quando
sea assi y passe a murmurar, no ee para escu-
sarlo a tiempos, por espantar congoxas, aunque
la mordedura sea satirica y llegue al coragon; y
no ay gusto ni medio para aliuiar cuydados
como censurar y reprehender el mundo, a quien
del anda sentido, y más de alguna gente que
ay en él, que se pudiera escusar mejor que
moscas.
Car. — Triste condición es essa y diferente
de la mia: porque veo que los reprehendidos
que dan grande ocasión para serlo, triunfan de
los reprehensores; atengome con el mundo ena-
morado, en que se va siempre nauegando á
costa con viento próspero y haze todo el año vn
eterno Abril, la noche escura y tempestuosa,
flores de Mayo. En este viaje corre todo franco,
el interés y la codicia no vogan. Finalmente la
vida enamorada es la de los campos Elíseos, y
no tengo paciencia con que aya algunos que por
calificarse de modestos, la anden con estremos
publicando por vana, y passen a desacreditar y
auichilar las mugeres.
Zel. — Essos tales son como aquel de quien
se cuenta que siguiendo vn león vna cierna, ella
huyendo se escondió en vn bosque a la vista de
vn pastor, al qual el león preguntó por la cierna,
y él con voz alta le dixo: no la he visto, mos-
trándole con el dedo dónde estaña, de manera
que con el miedo del león fue falso a la cierua.
Assi los que blasfeman del amor y burlan de
las mugeres, muestranse esforgados en resistirse
en público, y con el alma le reconocen; quexan-
se dellas y son los culpados, conti'aminando su
inocencia con malicia, de donde se sigue querer
introduzir por mala la mejor cosa que tenemos,
y quien es tan poderosa con nosotros, que no
ay flaqueza ni mal que por su respeto no come-
tamos, ni peligro a que [no] nos dispongamos
por su gusto.
Car. — Todo se deue a las mugeres como a lo
mejor del mundo.
Zel. — Ellas se emplean mal en tan mala cosa
como el hombre; pues porque nos creen, las en-
gañamos; si nos aman, las destruimos; si se
defienden, las deshonramos; si se rinden, no las
estimamos; y para verificar lo que se dize contra
ellas ser blasfemias en apocar su saber, su cons-
tancia, su verdad y perfecion, y que son más
fuertes y constantes que los hombres y quán
rendidos les estamos; vimos a Salomón idola-
trar por complacer vna muger, y adorar los
Dioses que ella engañada tenia por deidades; y
no vimos a Salomón conuencella que creyesse
en el verdadero Dios, que él claramente conocía
COMEDIA DE EVFROSINA
81
y creía, y ofendía por ella. Qué saber es éste
del hombre? qué constancia? qué verdad? qué
fe? Si esta muger fuera ludia y Salomón Gen-
til, ella le hiziera ludio. La muger sustentó lo
que creía, y el hombre lo negó: ella venció con
la sinrazón, y él con la razón fue 'vencido; de
raás que nos tienen tan rendidos, y sus Vitorias
contra nosotros son tantas, que pretender resu-
mirlas sería imposible; y siendo esto assi, toda
alabanpa y estimación se les deue, confessando
que la virtud que en ellas florece es natural, y
sí cometen errores, son culpas nuestras, que las
solicitamos y nos desvelamos por engañarlas;
por lo qual justamente somos merecedores de
gran pena, y que sea condenada por baxeza, y
caso indigno de discreción y nobleza murmurar
de mugeres y no reconocerlas por la mejor cosa
del mundo; y es lo mismo que los maldizientes,
que murmuran de Religiosos, siendo tan cierto
que viuen con ordinario exercicio de virtudes;
y si acaso alguno por los continuos combates
del enemigo común cae y (}) leuantase luego a
continua penitencia; y no reparan en sí mismos,
que como mundanos, libres, sin temor ni ver-
guenca cometen todas las horas mil pecados que
tienen por veniales, y sin ningún arrepenti-
miento, atreuidos alaban en sí lo que estrañan
en los buenos.
Car. — Ha llegado a tal punto el estilo cor-
tesano y de los que lo siguen, que llaman dis-
creto y gracioso al murmurador, y al que lo es
más desenfrenado le hallan más sal, y lo admi-
ten en su conuersacion, celebrando por agude-
zas lo que dize destas materias.
Zel. — A ningún género de gentes tengo
tanta lástima, ni estimo menos, que a los mur-
muradores de Religiosos y mugeres, porque por
sus sacrificios y virtudes me persuado que nos
sufre Dios, y por ellas tengo por cierto que se
sustenta el mundo, y a mí parecer sería sin
juyzio y demasiado malicioso quien esto ne-
Car. — Pues hemos llegado a censurar, sabéis
quién me enfada? vnos hombres que de su mala
opinión quieven hazer ley y se piecian de sus-
tentar vando por su autoridad sola contra lo
que está muy recebido y la verdad aprueua.
Zel, — Dessos y de sus conuersaciones se ha
de huir {'^), y yo tengo vna regla para apartar-
las y conocellos.
Car. — Dezidla, veremos qué tal es.
Zel.— "El que no teme a Dios, burla de su
discreción; el que por mostrarse muy hombre
pone atreuida lengua en jurar, tenedle por ne-
cio; y si es assi que no puede ser amigo de su
diüina Magestad quien no le obedece y a su
(') Parece que sobra aquí la conjunción y.
(-) En el original dice luzit:
OKÍUENES DE LA NOVELA. — IIJ.— 6
nombre tiene deuída reuerencía, culpa será gra-
ue el comunicarle y sufrirle.
Car. -Amigo mío, no os pongáis en hazer
el mundo obseruante; dexad esse cuidado ¡'a
quien le pertenece por obligación; conformóme
con que sólo acetéis conuersaciones que se aco-
moden a vuestra condición, porque éstas son de
gusto y sin achaques, y las demás son vn per-
petuo enfado; y si las comunicaciones se buscan
para entretener la vida en contento y amistad,
tenerlas para llenar pesadumbres, de donde na-
cen odios, es locura y necedad.
Zel. — No condeno yo tener muchos conoci-
dos, lo que reprueuo es que la amistad no sea
particular con algunos.
Car.— Muchos tienen por discreción tenerla
y comunicar con toda suerte de hombres para
ayudarse dellos en sus necessidades.
Zel. — Essos no tienen amor ni verdad; el
interés es su Dios.
Car. — Hora es de cenar: vamos a cumplir
con nuestra naturaleza. Passadas las de nues-
tras venturas, yo iré a buscaros.
Zel. — Sea assi, que ya quisiera que amane-
ciera, para tener passada noche tan larga para
mí, pues no puedo contentar estos ojos con la
vis*a de otros. Para vos será breue, ocupándola
en vuestros gustos.
Car. — Essas ponderaciones son viejas; voy-
me antes que os alarguéis más.
SCENA QUINTA
Andradk.
And. — Mi amo Zelotipo anda muy lastima-
do pocos dias ha; muero por saber la causa, y
no la puedo entender; solia no encubrirme pen-
samiento suyo, y aora no sé qué demonio tiene
o qué no, que no está para pedirle mercedes.
La noche passada no cerró los ojos; vino de
fuera quando quería amanecer, y el cuydado de
Andrade velar como grulla para abrirle la puer-
ta, porque no le sintiessen en casa, que, mal
pecado, esta es siempre la vida que yo tengo
con él, y por esso se dize: negra es la cena en
la casa agena, y mas negra a quien la cena; y
viuir siruiendo es más tristeza que morir, por-
que no ay señor que no tenga por razón su
voluntad, y no sólo la aueis de sufrir, mas ala-
bársela, si no queréis seruirde valde; y yo tan
necio, que perseuero con éste y no me voy
aprender oficio, sabiendo muy bien que quien
en Palacio cnuejece, en hospital muere; pero en
fin, quierole bien, que parece que me cortó el
ombligo. Mas si por desgracia le huuiessen acu-
chillado en alguna encrucijada? que son los ga-
ges que llenan los que rondan toda la noche,
porque estos estudiantes son desesperados y
82
orígenes de la novela
andan en quadrilla armados como relogcs, no
sé qué juzgue ni qué haga; él entró sin hablar-
me palabra fuera de su costumbre; paseóse por
la sala, suspiraua, daua golpes con las manos,
y tirauase los dedos; yo me afligía de verle con
tales estremos, imaginando que estaua loco; en
fin, después que se mitigó algo la furia, rendi-
do se acostó por buscar algún consuelo. Quando
empe90 a ser de dia, durmió sin despertar hasta
que le llamaron para la mesa, y no comió dos
vocados; alguna cosa le sucí dio que le quema
la sangre, y no puede ser menos; yo de muy
agudo córteme, pregúnteselo, respondióme con
darme dos golpes; y tuue por buena suerte no
me diesse más, porque por vna paja se pega
fuego al molino y poca hiél haze amarga mu-
cha miel. Retíreme luego sacando pies, que a
quien has de rogar no deues enojar, y al criado
lo que le toca es obedecer a su señor y no darle
consejos, que ellos sufren mal y lo reciben peor;
lo que importa es mirar cada vno lo que le con-
uiene, y del mal ageno no tener cuydado. Ex-
periencia tengo desto, aprovécheme della, apár-
teme como pude de la primera furia, porque de
pequeña herida se haze grande llaga; hizeme
mudo, consideré que quando el martillo (*) da
la yunque sufre y no hay bien ni mal que cien
años dure; de colera de señor j de justicia
guardar el primer Ímpetu , que después en
quanto la piedra va y viene, Dios dará de sus
bienes. Embiame aora con vn recado a Cario-
filo, otra tal cabera como la suja; fue su com-
pañero en la Corte; es hijo de vezino desta ciu-
dad; aura quinze dias que vinieron a holgarse
a su tierra, porque les faltó la moneda que ellos
gastan sin dolor, a costa de barba larga y sudor
ageno; conuieneme bolar con Jos pies, porque
no cobre lo que ayer perdí; que e'stos gustan de
quebrar sus pesadumbres en nosotros, y assi
arde lo verde por lo seco, paga el justo por el
pecador, seruis de noche y de dia, y más aueis
de pagar su disgusto, sentir sus dolores como
propios. Yo no siruiera a mi amo, mas como ha
dias que estoy en su casa, no querría perder lo
seruido, porque a piedra mouediza nunca la
cobre moho; y como allá dizen, mal amo has
de guardar por miedo de no empeorar, yo lo he
de sufrir hasta ver dónde llega su ruindad; por-
que por otra parte passo vida de Rey, y si está
contento, es todo buena ventura, su caudal ten-
go en mi poder y gasto sin cuenta; assi passo,
fiandome de sus esperan9a8; no es segura ga-
nancia, pero voyme por el hilo de las gentes;
entendido he, por mis pecados, que no ay para
ellos buen proceder ni vida tan ajustada que
baste a que nos hagan merced, que assi llaman
todos al pagar el seruicio, porque las concien-
{') En el original, marítio.
cias son largas y las manos cortas; quanto ma-
yor obligación nos tienen, tanto más nos abo-
rrecen. Si nos nacen canas siruiendo, dizen
ellos que nos criaron y que entonces empe9a-
mos a seruir; con cualquier achaque nos despi-
den, y si nos bueluen a recebir, publican que es
por misericordia, y se ha de merecer de nueuo.
Los muy justificados ponen el juyzio de nues-
tro seruicio, que ellos vieron y saben quál es, en
el Confessor, que nunca supo el trabajo que es
seruir; luego vienen Letrados liberales del su-
dor ageno y Harpías de su interés, y rebueluen
Bártulos y Baldos, y hallan vna ley que les
desobliga hasta de los mandamientos de Dios,
que no sufren entendimientos nuevos . Assi
que venga el diablo y escoja; y con razón se
dize que el bien del amo no es heredad cierta;
lo mejor era no seruir a ninguno, mas todos lo
dizen y lo desean, y la codicia vence al conoci-
miento que tenemos de lo que nos conuiene ver.
Los pensamientos de mi amo, el mundo es poco
para él, dize que ha de traer de la India mon-
tes de oro; pues no será tan ruin que llenándo-
me consigo, no me haga bien, diziendo, como
me ha dicho muchas vezes, que hará y aconte-
cera; si no lo cumpliere, no me faltará conque
pasar la vida. Dios me ayudará y con su fauor
confio venir con mucho dinero y comprar en mi
tierra vn par de buenas casas, y ser más hon-
rado que todos , y comer gallinas y perdizes.
Esta es la casa de su padre de Canófilo: quiero
llamar.
SCENA SEXTA
Andrade, Cariofilo.
Car.— Ola, ola, quién está ahi?
And. — Yo soy, señor.
Car. — Quién sois?
And. — Andrade.
Car.— O señor, V. m. es? suba su bellaque-
ría, llamáis como loco, digo como priuado.
And. — Yo reniego de tantas honras.
Car. — Cubrios, señor.
And. — Bueno estoy assi.
Car. — Dónde andas, picaro, que no pareces,
ni me has venido a ver desde que venimos de la
Corte?
And. — Con más razón me puedo yo quexar,
pues V. m. no da lugar que le hable después
que está en su tierra; en tiempo de higos no ay
amigos, sea en buen hora; bolueremos á la
Corte y mi peral tendrá peras, y alguno me aura '
menester y querrá le lleue recaudos.
Car. — Pareceme, señor, que me amenazáis;
pues doyte mi palabra, Andrade, que tengo ne-
cesidad de tu fauor aora para cierto negocio de
nuestro oficio.
1
1
COMEDIA T)E EVFROSINA
83
And. — Ojala, mas V. m. tiene á su Cotrin.
Car. — Esse villano para nada es bueno; yo
no confio mis secretos sino de ti, que fuiste
siempre mi priuado, y somos amigos antÍL,'-uos;
demás que ayer se partió para su tierra.
And. — El me lo dixo y lo bien que V. m. lo
vistió; no lo haze dessa manera mi amo con mi-
go, y no porque me falta amor y fidelidad, que
en esso bien sé que le lleno ventaja; son ventu-
ras: en dos dias alcanía vno lo que se deue a
otro por muchos años; también yo querria que
V. m. le pidiesse de mi parte licencia á mi señor
para ir a holgarme a mi tierra quinze dias, v
traeré churizos para llenar a la Corte, quando
en buen hora boluanios.
Ca?-. — Y a qué quieres ir?
And. — A qué, señor? a comerme una galli-
na solo.
Car. — Ha picaro, y cómo eres castizo.
And. — Pues, señor, también somos gente,
y cada gallo canta en su gallinero.
Car. — Y con essa cara de Zigarra, y esse
niostachillo determináis vos de ir allá, sin más
prouision y passaporte?
And. — Qne no sea possible que V. m. dexe
essas burlas?
Car. — Bien será que te engrademcs otras
barbas y te rapemos essas a rapazadas.
And. — Estas crecerán, y a fe que tengo para
mí que no me han de conocer allá.
Car. — Podra ser, mas vos estáis muy mal
azepillado y más ancho que largo.
And. — Aun he de crecer.
Car. — No creo yo tal, porque ya estáis añu-
dado; ha te nacido el diente cordal?
And. — No sé, pienso que sí.
Car. — Veis, no os digo yo? guárdate si allá
fueres de casarte, porque espero en ti vn gran
cornudillo.
And. — Esso está muy lexos, porque yo he
de ir con mi señor á la India.
Car. — Resolución me parece de hombre de
ánimo; pues yo sé de tu amo que te quiere bien,
y lo ha de mostrar con obras.
And. — Confianza tengo de su voluntad y yo
I se la merezco.
Car. — Y pues, qué te parece desta tierra?
(huelgaste en ella?
And. — Bien, pero mejor me hallo en Lisboa,
que es madre de todos, y en el mar ancho se
jcria el pez grande.
Car. — Ya sé que tienes allá vna hermosa
í^endedera.
And. — Esso nunca falta, mas en la Corte
nue hombre a su plazer, y no siruo más que a
31 señor, que le sé su condición, y aqui su pa-
llre manda, la madre manda, la hermana man-
ía, y no me dexan sossegar vn instante, y aun-
ue aya cien mo^os en casa, a mí solo han de
mandar, y muchos componedores echan a per-
der la nouia, y asno de muchos, lobos se lo co-
men; demás que en la Corte nunca me faltan
dineros, y aquí no ay sino el comer hasta no
poder más, y no puedo allegar vn quarto; y
como dizen, la tierra que sé por madre la he.
Tal es Lisboa, en quien nunca falta el trato y
la buena ventura para todos.
Car. — Lo que yo sé es que no tenéis aora
qué comprar, porque ya me entendéis; qne
quien trae las manos en la massa, siempre se le
pega della.
And. — Esso no se puede negar, la verdad
Dios la amó de ordinario; se sisa poco o mu-
cho, ay pie9as viejas que vender, baratos de
juego y otros percances que nunca faltan.
Car. — Qué te parece, Andrade, de nuestras
damas de Palacio, estaran aora muy cuydado-
sas o tendrán otros galanes?
Atid. — Es el mal que no: todas son muy
prouidas en no estar fiadas en vn ancora, por
no ser como el ratón, que no sabe más de vn
agujero.
Car. — En esso te afirmas?
And. — Y se lo daría yo por consejo, porque
quando vna puerta se cierra, otra se abre, y vn
ruin ido, otro venido, y no están obligadas a
guardar lealtad hasta el dia del juyzio final, y
ni Sábado sin Sol, ni mo(;a sin amor.
Car. — Según esso, diremosles luego, que a
quien Dios se la diere, San Pedro se la vendi-
ga; y tu amiga Eluira de Alraeida, tendrá ya
amigo?
And. — Menos rae fiaré dessa, por mas jura-
mentos que ella hizo, porque costumbre pongas
que no quites, y vezerrillo que suele mamar,
proueelle el paladar, y sea tuya la higuera y
cómame yo los higos. Lloraua quando yo fui
allá por las camisas de V. m. y estaña con vna
toalla rezia y negra por toca, y juróme y tres-
juróme que no se auia de poner otra hasta que
le viesse delante de sus ojos, ni auia de salir de
aquella casa sino los Viernes, quando fuesse a
nuestra Señora del Monte a pedirla que durasse
poco esta ausencia; mas si ella es la que yo
imagino, hará como viere hazer a sus amigas;
y no dudo que tendrá amparo para no morir de
frió; pero yo asseguro que assi como vamos,
que ay campo franco, porque le es muy aficio-
nada, y negará por V. m. a todo el mundo.
Car. — Y la madre reñirá aora?
And. — Essa tuerta par diez que es la más
falsa y interessada vieja que vi jamas. Siempre
me dezia: No dan morcilla a quien no mata
puerco, y no estaña contenta sino quando la
llenana alguna cosa. Llamauale a V. m. esse
vñas de hambre, y a mí ladrón bellaco menti-
roso; ella no tenia verguen9a para dezir lo que
queria, y yo relame. O, lo que beue, valame
84
ORÍGENES DE LA NOVELA
Dios; y yo asseguro que no fuera la hija tan
ruin si la madre no la hiziera a sus costum-
bres. Predicauala siempre que no se fiasse de
mí, y mucho menos de V. m., y a la fe no sé
si eran ellas el lobo y la bulpeja todos son en la
conseja; ton todo ambas muy llorosas mostra-
ron sentimiento de su partida de V. m.,pero
yo voyme por lo que dizen: No cries gallina
donde la raposa mora, ni creas lagrimas de mu-
ger que llora; y para mí es cierto que nunca
nació ni nacerá peor cosa que la mala muger.
Car. — De mí te sé dezir, Andrade, que no
las trato más que para mis horas de plazer;
doyles poco, y nunca pago adelantado.
And. — Esso es lo que importa y no ser
como su amigo Galindo, que las da lo que
tiene y lo que no tiene, y ellas se burlan dé¡.
Car. - Qué me dirás de nuestras vezinas las
botoneras?
And, — O señor, qué inquieta traía a la her-
mana más mo9a; si no nos viniéramos, antes
de muchos dias se la echara en las manos a mi
señor, y en buena fe yo soy muy gran necio en
no recauar para mí, que ellas todas me quieren,
y él nada me agradece, y todo lo atribuye a sif
bizarria; pero yo me atreuia a negociar mejor
por mi buena platica.
Car.— Y lo alcan9aras sin duda, porque tú
lo entiendes con ventaja, mas nunca fuiste para
hablar para mí la otra hermana.
And. — Essa tenia cuyo, y era más zahareña,
y zelaua tanto a estotra, que no la dexaua a
sol ni a sombra, y conmigo dissimulaua por ser
mi amiga.
Car — Y de la tendera qué me dizes?
And. — Qne es bonita y astuta; ninguna vi
taii entremetida y i'esabida, y es la más segura
y disimulada muger que pensé ver, y el cornu-
dillo de su marido me quiso matar, porque me
halló vn día hablando con ella dentro en su
casa: escápeme con dezirle la señora que rae
enseñaua vnas camisas que le auia ido a com-
prar.
Car. — Y si te cortara las orejas?
And. — Si he de hablar la verdad, yo no es-
taña en cielo ni en tierra, pero tuue siempre
la mano en mi daguilla y él temióme; mas yo
imaginé que ania hecho la ida sin venida como
potros a la feria, y mi señor me ha diího que
si pudiera en mí las manos que lo hiziera taja-
das. Bueno está lo hecho, que la vengan9a es
tarda y es mala de tomar de quien se guarda,
y el gusto que da es breue; y más vale salto de
mata que ruego de buenos; porque quando sir-
uas al Conde, no mates al hombre, que morirá
el Conde y pagarás el hombre, y el preso y el
cautiuo no tiene amigo. Lo cierto es que quan-
do me vi fuera, di gracias a Dios y me acordé
que muchos perros lamen en el molino, y todo
el mal es para el que cogen ; ella me tenia ad-
uertido de lo que auia de hazer, y como la cosa
bien negada nunca es bien creyda, valióme la
dissimulacion que tuue.
Car. — Y tu señor qué haze aora?
And. — Durmiendo quedaua en el regazo de
su hermana, que le traia la mano por la cabe9a.
Car. — Es hermosa?
And. — Al diablo! como mil angeles.
Car. — Por tu vida que le des vn recaudo de
mi parte y me hagas su conocido.
And, — Guarda, nunca Dios tal mande; auia
yo de ser traidor á mi señor? ni V. m. lo querrá.
Car. — Hate hablado en mí en alguna oca-
sión?
A7id. — Muchas vezes ha tratado de V. m. y
dize que le parece muy galán y de buen talle.
Car. — Y tú que le dizes?
And. — Qué le he de dezir, sino lo que en
V. m. ay, y luego me pregunta si tenian
Y, ms amores en la Corte y lo que hazian, y
assi esto como lo demás que trata es con mu-
cha discreción: porque en todo tiene mil gra-
cias, y lee y escriue estremadamente, y lo que
a mí más me importa es que tiene muy buenas
entrañas y me da regalos para comer.
Car. — Es enamorada?
And. — No sé, ella anda muy vizarra, y la
muger muy lozana dar se quiere a vida vana, y
más ésta que está tan regalada de su padre,
que la madre no se atreue a hablarla; pero para
aqui y para delante de Dios, que me parece
mo9a cuerda y de estimación y altiua de pen-
samientos.
Car. — Pues guárdala destos estudiantes, que
son sanguijiielas de conuersaciones, y con sus
armas darán combate al Cayro.
And. — Dize V. m. verdad, y a fe que los
temo, porque son tantos y tan ociosos, que no
ay cosa que se les escape, si bien todo su deseo
es comer a lo seguro, y nunca salen de malco-
cinado; mas ella está mejor con los Cortesanos, i
Car. — Es muy amiga de tu señor? I
And. — Con es tremo; su mayor deseo es acer-
tar a regalar a su hermano.
Car. — Y pues él qué dize aora?
And. — Ya se rae oluidaua, pues bien de
prissa me lo mandó.
Car. — No perderás tus mañas.
A7id. — Dize que no salga V. m. de casa
hasta que sea nmy tarde que vendrá a verle; yj
si ha de salir V. m. que le embie a dezir dónde |
le hallará para darle á V. m. cuenta de lo que,
sabe. Ayer por la noche fue V. m. con él?
Car.- No.
And. — Yo no puedo entender lo que haze,
o en lo que anda estos dias, porque todas lasj
noches va fuera de casa y viene a dormir a la|
mañana, y con esto anda sin gusto ni juyzio.
j
COMEDIA DE EVFROSTNA
85
Car. — Mira no le ayan hecho alguna snper-
cheria entre muchos.
And. — Aunque más fueran, no se la harian,
que es muy valiente, y no dexa la capa en el
terrero; mas el diablo que sepa esso, por nin-
guno se puede jurar; deseo saber lo que es, y lo
he de alcanyar si no me muero. Su lieriuana
anda más curiosa, y le pregunta la causa muchas
vezcs; él desimula; ella piensa que es cuydado
de la Corte, y si lo es no espero remedio tan
presto, porque su padre no tiene ordeu para
embiarlo hasta co^er los frutos, ni puedo.
(7«?". -Vete y dile que yo me echo a dormir
la siesta, y le aguardaré hasta que venga; y,
amio^o uiio, veamonos más vezes, que tenemos
mucho que hablaren cosas de importancia.
Anc/. — Dios delante, todo se hará bien.
ACTO SEGVNDO
SCENA PRIMERA
Zelütipo.
Zd.~- O, quán poco reposo permite ni con-
siente el amor en el alma de que tomó posses-
sion con tirania, pues sólo espera el descanso
de sus trabajos en la dura muerte: la qual si
bien se considera, se ha de llamar blanda, pues
para los desdichados no es tormento, sino fin
de desuenturas; y assi dezia muy bien Epini-
reo {}) que no era mal el padecella, el camino
para te.ierla sí; y no hallo otro más breue para
alcan9arla que este por donde voy, según lo que
de mí siento, y la dilación me aflixe y atormen-
ta, dando bueltas sin cesar en esta rueda de
mis varios pensamientos, como el cuytado Ixion
en la infernal por sus amores, huyendo de mí
propio, como la hija de Inaco de su nueua
figura, y assi estoy estraño de lo que solía ser,
siguiendo la esjieraníja que huye de mí, como
Inaco de Esperies. O ciego niño! con razón te
dan este nombre, pues tus a])etitos y mouiraien-
tos carecen della y de todo juyzio claro. Triste
del que te está tan sujeto, que conociendo y
padeciendo tus daños, los busca con incessables
deseos, y atro)>ellando quantos inconuenientes
se me ponen delante, sigo la materia de mis
culpas, de las quales mis propios sentidos me
dan la pena, como sus perros a Acteon. ISo te
llamen amor, sino común desuentura, como de-
zia Sófocles, porque tú eres Pluton, tú la mo-
lesta y forzosa necessidad, la furiosa rabia, el
mismo luto; en ti se encierran la verdad y la
mentira, la inquietud y el sossiego, la flaqueza
y la iortaleza. Tú reynas en todo género de
animales, en la tierra y en el mar, y ninguno de
(') Sic., por Epicuro-
los Dioses se escapó de tu tirania, y quien por
tal no te conoce carece de sentido. El gran
lupiter te obedece; tionente los hombres por
maestro; tú haces la vida gustosa, enseñas los
ignorantes, sustentas el sufrimiento, esfuen;a8
en las aduersidades, venzes la pobreza, y por el
contrario, conuiertes los racionales en brutos, a
los sabios hazes idolatrar, corrompes lo más
puro, entristeces la alegría; tu esperanza es
desesperada, paraíso triste, pensamiento sin
cuydado, ojos sin vista, paz con discordia, hon-
ra con verguen9a, destruydor de fuerzas, engen-
dradiir de vicios, conquistador de ociosas, roba-
dor de libertades, sin razón, sin orden y bin con-
fianza. En tanta confusión, qué í^entirá quien
ha de seguir tu vandera? O desventura de
enamorados! a quien no llegan los males de
Nioue, ni el peligro que mostró a su amigo el
tirano Dionisio en el combite. O triste alma
apassionada de sus furias, como Atamanta que
está ahogada en dolores en la playa de mis
desesperaciones, como Ceicis, sin hallar quien
me ampare y aliente. En mis determinaciones
me saltean desesperados rezelos, intento acome-
ter y a nada me atreuo, quisiera ir a verme con
mi prima Silua de Sosa, por consejo de Cario-
filo, y no rae resueluo: porque pedirla que me
ayude en esta empressa tan ardua y dificultosa
es cosa fuerte y demasiado atreuimiento, y me
pongo a riesgo de perder su conuersacion; si no
intento este medio perderé la vida; no sé qué
me haga. O qué poco ánimo para enamorado!
Atreuiose Paris a enamorar y robara Elena en
su Reino, Pluton a la hija de Ceres, Bulrano
acometer a Palas, Neso huir con Deyanira,
Bóreas hurtar a Oritia; pues es menor el amor
que yo tengo a Eufrosina para no atreuerme?
Detieneme considerar que aun para quererla
desmerezco tanto, quanto sus merecimientos
exceden a todos los destas, consideración que
me rinde a que no me atreua a esperar, quanto
más acometer; no solia yo ser desta condición,
ya no sé qué soy. La noche passada que estuue
con Cariofilo fui acongojado de la embidia que
tuue de sus amores, por la poca esperan9a que
de los mios tenia, passela en vn suspiro des-
pierto en mi dolor, y aunque desuelado no me
consintieron mis pensamientos vn breue sue-
ño; y si algún reposo tuue, se passó en visio-
nes causadas de mis temores. Aora en fin el
cuerbo no puede ser más negro que las alas; yo
me he de arriesgar a tentar fortuna, pues dizen
que vn palmo de pereza acrecienta diez de
daño y la negligencia corrompe el ánimo, y ser
diligente lo conserua y aumenta; no quiero
quede por mí, que no ay quien caue como el
dueño del hurón; haré de mi parte lo que pu-
diere, sin mirar inconuenientes; lo que fuere
mió, a la mano se me vendrá; querer medir las
86
ORÍGENES DE LA NOVELA
cosas de ventura por razón es demasiada pru-
dencia, y hombre muy comedido nunca subió
mucho. En el mundo, que no tiene orden, valen
los pensamientos desordenados. César triunfó
por entregarse temerariamente a la fortuna, y
Pompeyo fue vencido por fiarse de su juyzio:
medirlo todo por él es querer limitar el poder
de Dios, que tiene por costumbre vencer cosas
fuertes con débiles instrumentos; en él me en-
comiendo, como todo poderoso, y como Dauid
en su nombre con vna onda y cayado mató a
Golias, a quien temia todo vn exército armado,
assi puedo y espero alcanzar lo que pretendo
Con sana intención, y para seruicio suyo; yo me
resueluo a ir a ver a mi })rima; no sé si será ya
hora. Ola mo^o, Andrade.
SCENA SEGUNDA
Andradk, Zelotipo, Vitoria
And. — Señor.
Zel. — Qué labios traéis, villano, y qué mon-
tón sois de sueño! Ola, con quién hablo?
And. — Señor.
Zel. — En pie os dormis, sabéis qué hora es?
And. — Poco ha que vine de casa de Cariofi-
lo, y dieron las dos.
Zel. — Mi vestido está limpio?
And. — Aora lo limpiaré.
Zel. — Yo no sé qué ocupaciones y negocios
son los vuestros, que no tenéis cuydado de mí
después que estamos en esta tierra.
And. — No me dan a mí esse lugar.
Zel. — Sea en buen hora, que no todos los
tiempos son vnos; pero yo os prometo que os
he de poner en orden de oy adelante, y daros
leyes de viuir antes que del todo os hagáis sal-
uage. Vn picaro como éste, que nunca se ha
de ver harto de dormir!
And. — Si yo no velasse toda la noche, no
dormiría de dia; mas de traer quebrado el sue-
ño a sus horas, nace tomarlo a todas las que
puedo.
Zel. — Velas tú? mucha pereza y bellaqueria
que tienes en esse cuerpo; pues miren el asseo
de su persona, y aquella pretina cómo la trae
atada. Pues yo os asseguro que estáis lexos de
ser lulio Cesar.
And. — Mucho tiene Dios que dar y aun está
donde solia.
Zel. — No sé si sabéis que sois muy feo, y
nada bien hecho.
And. — Muy poco se me da a mí desso; que-
rría más mucho dinero.
Zel. — Gran socarrón me parecéis.
And. — Bueno está aora mi amo; no deue
correr buen humor; mejor seria darme vnos 9a-
patos antes que me dexen éstos.
Zel. — Por qué engordáis tanto? pareceme
que se os echa de ver el buen pasto.
And. — Yo me soy de buena complision, mas
esto que digo: Estos pies no andan ya para ir
con V. m.
Zel. — Qué ha de ser, si los tenéis tan mal
hechos que no ay herradura que os arme? yo
me determino a mandar que os azepillen las
piernas, y amoldaros essa cara, que me corro de
dar de comer a vna bestia tan desaliñada. Cal-
9aos aquellos 9apatos mios y lauaos esse rostro
con alguna legia; iremos a hablar a mi prima
Silua de Sosa.
And.- Quando V. m. me embió a casa de
Cariofilo. fui a llenarle vn recado y vn poco de
fruta de parte de mi señora, y me preguntó
por V. m. y dixo que le besana las manos, y
que le embiasse aquella carta de la India, y que
no se oluidasse V. m. de ir a verla.
Zel. — Cómo no me lo has dicho?
And. — Si V. m. dormia y me mandó que no
lo dispertasse quando viniesse, cómo lo auia de
dezir? Pues qué contaré á V. m.? Vi a la se-
ñora Eufrosina tan hermosa, que nunca pense
ver cosa tal.
Zel. — Inuencion de mis hados, que a los
brutos dará entendimiento. Dime qué hazia? o
cómo la viste?
And.—h\egó la señora su prima a recebir
el recado a la puerta de la antecámara, y venia
abra9ada con ella, con los cabellos tren9ados,
con tanto donayre, que mal año para quantas
ay en Palacio.
Zel. — Todos estos son soplos del fingido
Ascanio para encender mi fuego. Y Cariofilo
qué te dixo?
And, — Que esperaua en su casa.
Zel. — Limpiame estos 9apatos y vente con-
migo. O Venus, que tantas vezes consumiste
el furor deste que desprecia las armas de Ti-
feo; tú que lo libraste de la prisión en que lo
atormentauan los heroycos Varones, pues voy
en su dia y hora, guiame como guiaste en Car-
tago a tu hijo Eneas.
And. — Qué suspiros y murmuraciones son
estas que mi amo tiene consigo? Que me maten
si él no emprehende alguna quimera; mas si se
le ha metido en la cabe9a enamorar a Eufrosi-
na? No será mucha marauilla, según es loco, y
en su opinión presume que por discreto y ga-
lán ha de rendillo todo, y yo quisiera más di-
nero que todos sus versos, porque este fran-
quea el campo y lo demás es martillar en hie-
rro frió.
Zel. — Qué agradable sombra tiene esta calle
con el ayre, que ya siento más blando que el
de Aurora a Zefalo en sólo llegar a esta puer-
ta. O escalones de mi ventura, quién osará
subir, entendiendo que me ¡pongo en ocasión
COMEDIA DE EVFROSINA
87
de mayor cayda! líbreme Dios del agüero de
la subida de los Franceses, que descubrieron
los gansos. Sube tú, Andrade, y auisa a mi
prima que estoy aqui. Dexa, dexa, que esta
señora lo hará. Señora Bitoria, adonde lleua
su viaje?
Bit. — Señor, a su seruicio, al rio.
Zel. — Antes que baxeis, por me hazer mer-
ced, dezid como estoy aqui, y perdonad este
atreuimiento.
Bit. — Buen orden es esse, a buena dicha
tengo que se ofrezca ocasión de hazer á V. ni.
este pequeño seruicio.
Zé/.— Es mucha merced, y yo os lo seruire,
y dessa buena persona no se podia esperar
menos
And. — Ladina es la fregona y á proposito
para vn par de toques.
Zel. — Pues qué se perderá en trabar con ella
estrecha amistad?
And. — Veremos, que aun aora yo soy nue-
uo en esta tierra.
Zel. — O coraron vandolero, ya siento que
me dexas por irte con quien me tiene el alma y
los sentidos. Todo el cuerpo se me estremece en
pensar que he de entrar en tan gran batalla,
sin voluntad libre, con que todo lo solia acome-
ter atreuido.
And. — Malo va el negocio o yo soy inocen-
te. Mi amo está más pálido que si entrara en
desafio; de quándo acá es tan vergonzoso y con-
fuso? Mucho me da que pensar; sin duda él
viene con alguna mala determinación ; pues
mátenme si yo no lo supiere, por más que de
mí lo encubra.
Bit. — Señor, suba, que ya le espera.
Zel. — Besóos, señora, las manos mil vezes;
quédate tú aqui, Andrade.
Bit. — Yo las de su merced,
And. — Señora, quiere que la acompañe?
Bit. — No es necessario, ni por acá lo acos-
tumbramos.
And. — Pues a fe que no es muy seguro ir
sola vna cara como la vuestra.
Bit. — Hazeis burla ó cortáis?
And. — No burlo, por este cielo que nos
cubre.
Bit. — Esso os deuo, y aqui me tiene a su
seruicio.
And. — Y yo, señora, estoy como muy su
cautiuo con hierros. Contenta va la rapacilla y
vfana porque la alabé; no es mal principio éste,
pero yo muero por saber el intento de mi amo
Zelotipo; y en quanto está con su prima, me
parece que no será malo seguir el camino desta
mo5a, y trabajar por hazerla a mi mano y de
nuestro vando; podra ser que aproueche, pues
no ay tan mala yerua que no tenga alguna
virtud.
SCENA TERCERA
Bitoria, Estudiante, Andrade.
Bit. — Estos cortesanos son buena gente, tan
comedidos, que os perderéis por ellos; en fin, en
fin tienen cortesía; estotros de la villa son mal
dotrinados, hablan siempre de tú por tú, por
daca las pajas os deshonran. Todo es dixete
y dixisteme, y andar azechando por ver lo que
passa; si ven alguno destos de Palacio, se es-
pantan, y en su ausencia lo mormuran y dizen
del las tres leyes, y en su presencia no aciertan
a hablar palabra de corridos; por esso se dize
que la peor gente para tratar es la de poco sa-
ber, y más si son aldeanos. Estos estudiantes
buenos mancebos son, si no fueran tan locos,
tan parleros y alabanciosos de hecho y por ha-
zer. Ay, acá está mi enamorado; alguna cosa
me dirá.
^sí.— Señora Bitoria, por qué llenáis tan
mala vida? y no os cansáis de ir tantas vezes
al río? hazer de vos azacán, no es de derecho.
Bit. — De derecho o de tuerto, quien más no
puede, morir se dexa. Va el Rey donde puede
y no donde quiere.
Est. — Es verdad: Non omnes possumtis om-
nia; pero no responde al caso ni es veresimile,
porque vuestra ímpossibilidad procede de esen-
cia de propia culpa. De donde podemos inferir
vn predicamento, que si quisieredes, sin daño
ni injuria de otro podéis embiar por essa agua
a mi costa, y con esto escusar el mal tratamiento
de vuestra persona, que yo querría muy descan-
sada y regalada, y segundariamente es contra
la mía, que de agente hazeis paciente por lo que
08 quiero, y quedo yo con dos contrarios en vn
sujeto que no se compadecen.
Bit, — Sí, mandaré a mi negrilla de los pies
quemados.
Est. — Per Deum verum, que me tuesta esso
la sangre; parece que hazeis poca cuenta de los
vuestros, que es caso de injuria en su género,
porque el dinero ha de seruir a la persona y la
persona no al dinero; y vos estáis remota desta
consideración.
Bit. — Bien sé que me puede enseñar, y que
lee y entiende.
Est. — Pues por tanto.
And. — Muy mansa veo esta señora; no sé si
soy malicioso, ella escucha y espera; conoci-
miento es de muchos días, no estoy bien con
tanta conuersacion en achaque de vezina, que
estopas junto al fuego no están seguras; quiero
esconderme en aquel rincón, estare cerca, y sin
que me vean los oiré, que aqui ha de tomar
fundamento mi negocio.
j&sí.— Tenemos vn poeta que nos da grandes
orígenes de la novela
reglas para esta negociación, que los vulgares
no alcan§an ni saben poner en términos.
Bit. — Por esso ellos, mal hora, saben tanto.
Est. — Es de congruo, pues estudiamos.
And. — Qué diablos tiene que ver el congrio
con los amores? alli entra la malicia.
Est. — Yo os diré, para que veáis cómo habla
a proposito acerca de que no se ha de perder vn
momento de gusto quien puede tenerlo, y em-
piefa: Credité, eunt anni more fluentis aqtiae,
y va assi diziendo: agua que passa no se puede
recuperar, y claro lo veis en el río, por lo qual
dize: Vtendum est aetate: lógrese cada vno en
la edad que se escurre como vnto, y nunca sigue
hora tan buena como la passada.
And. — Buen Consejero está éste, y aquella
es la verdad; no ay que negar que son diablos
éstos y que todo lo saben.
Est. — Por esso os digo yo, señora Bitoria,
que tenéis la culpa de perder las ocasiones, y
yo no quiero ser poderoso en otra cosa sino en
quitaros dessos trabajos.
Bit. — No merecí tanto con Dios, mas en fin
sana y sin lision estoy, y en quanto tuuiere sa-
lud, no quiero que otra me sirua.
Est. — O, o, que no; assi Dios me haga bien
que muchas vezes siento en el alma que seáis
tan poco amiga de vos misma, que pudiendo ser
seruida queráis seruir, y la costa no importa,
pues por mi cuenta podéis estar riyendo y hol-
gando en casa con nuestra ama, sin que lo
sientan ni entiendan las aues del cielo.
And. — Vizcayno es el estudiante, sí por sí y
no por no; con pies de lana quiere cogerla; mu-
cha raposeria saben éstos, fiaos por amor de mí
en perro que coxquea.
Bit. — Ay, señor, que soy tan desdichada que
lo que no pienso se sabe, quanto más lo que
hago; pues qué corajon el mió para no creer
que luego se publicará todo?
And. — La muchacha es medrosa en dia cla-
ro, a escuras más segura estará al herrar. Ay,
amiga mia, y qué aprissa os veo caer.
Est. — Cómo sois graciosa! nada es imposi-
ble al hombre. Omnia vincit.
And. — No vi amores delibro como éstos; qué
gritos diera aqui Cariofilo si los oyera! los que
vsan este lenguaje andan a qual más necedades
dixere; atengome al mió, que es canto llano, y
con él córtenme las orejas si no les enseñare a
todos; sólo reconozco a vn amigo mió, que no
sé qué les dize a las mugeres, que ninguna se
le escapa.
Est. — Vos os ponéis conmigo? liareos inuis-
sible cada vez que quisiere; dareos palabras es-
critas que traigáis con vos para que no os
muerda perro, otras para que os quiera bien
todo el mundo y enmudezcan todos aquellos
que quisieren hablar mal de vos.
And. — Sopla, essas mafias tenéis? juro a tal,
que no sé si lo acierto en estar aqui.
Bit. — Quiero darme por vencida, porque sé
que con essas artes, mal pecado, liazen ellos lo
que quieren; y en buena t'e que no le niego que
holgaría hazernie inuisible para prouar; mas
guárdeme Dios, parecerame a mí que me lleuan
por essos aires.
Est. — Aora callad, que yo os he de dar vna
nomina muy aprouada para que tengáis ventura
con todo el mundo, hecha el dia de San luán a
vista del Sol, quando bayla, y con ciertas yer-
nas cogidas antes que nazca; y no la tengáis
en poco, que yo sé que os acordareis de mí, que
este vuestro amo parece muy celoso, y con esto
le haréis del cielo cebolla.
Bit. — 1L\ diablo se lo ha dicho; enfadase que
no halla remedio contra sus músicas, y dize,
nunca estos guitarreros callan.
Est. — 'En verdad? pues ahorqúese, que yo
soy de Viuere ad lib/tum, y no tengo que fare
con Rey de Aragone.
And — Estos son gente sin ley ni Rey, todo
su cuydado es buscar recreación; la ciencia está
en los libros, el estudiar, ir y venir a su tierra,
y después de largo tiempo malgastado: Bachi-
ller soy, bien votado o mal votado, y dan sen-
tencias de golpe, como palo de ciego, que lleua
el pelo y el pellejo, y el mal es para quien les
cae en las manos.
Est. — Aora bien, señora Bitoria, pues la al-
canzáis de mí, siquiera por la honra no traeréis
vnas yapatillas en essos pedeciilos porque no os
los hieran las piedras?
Bit. — En buena fe que no es por falta de te-
nerlas, sino por pereza de calcarlas y descalcar-
las en el río.
Est. — Yo sospecho que las guardáis por te-
ner paz con la escaseza de vuestro amo.
Bit. — 'Ei&so es de lo que aora él se acuerda.
Est. — Yo me corro de que andéis assi por lo
que me toca; hazedme merced en recebir de mí
las que pudieredes romper; porque, señora, no
querría que otros ojos gozassen de lo que yo
tomarla ver por fauor y gusto.
Bit. — Poco desso, que me corro.
Est. — Queréis darme la medida y las man-
daré hazer?
Bit. — Yo las doy por recebidas, no se ponga
en es se trabajo.
Est. — Hasta en essa poquedad no queréis
fauorecerme? hazeis mal, que tengo padre rico,
y soy muy regalado de mi madre.
Bit. — Pues quién mejor que él? busque quien
se lo agradezca.
Est. — Y me cubren regalos de la tierra.
And. — Vos, amigo, no dais en el punto, que
éstas con lo que se cacan es con pasteles y bu-
ñuelos.
COMEDIA DE EVFROSINA
89
Est.—Y más aora que espero muchas cola-
ciones.
Bit. — Háganle buen prouecho.
Est. — Ass'i harán a vos, si quisieredes.
Bit. — Fuera va de pulla, esso es hablar con
muchos entenderes.
Est. — Sabed de mí que no tengo cosa propia
que no sea vuestra.
Bit. — Dios 08 lo agradezca, que yo no soy
parte, y otra hallareis en quien mejor se em-
plee.
Est. — No tan a mi gusto para quien nacis-
tis hecha y cortada, y voluntad es vida, y deseo
mucho saber qué desdicha es e'sta que tengo con
vos, pues pienso que no soy de mal talle.
Bit. — No es sino muy gentilhombre, bendí-
gale Dios.
Est. — Yo por tal rae tengo y holgaría pare-
cerlo a vos, y que me veáis con estos hábitos
cumplidos propter honestatem, en tiempos es-
cusados, quando aliter non licet. También sé
vestir los cortos y traer espada y daga, para si
fuere necessario, que los estudiantes también
somos hombres.
Bit. — Pense en buena fe que eran bestias.
Est, — Bien me honráis por buenas palabras;
el sufrimiento omnia sustinet; si es possible,
señora Bitoria, alcance yo algo de lo que pre-
tendo de vos, y cuesteme la vida.
J.nrf. — Detienese tanto, que tengo miedo de
perder a mi amo, y él anda aora muy poco cor-
tesano; no quiero que su ignorancia me dé ex-
periencia, no sé si será bien irme; esperar quie-
ro vn poco, mas porque deseo tentarla por ver
si es ceti'era, y más por la necesidad que sos-
pecho ha de tener mi dueño.
Bit. — Dexesse desso, señor, y déme licencia,
que me detengo mucho, no me vea alguno de
mi casa.
Est. — Esperad, no seáis de mala condición,
no despreciéis a quien os estima; sabedme en-
gañar, veréis marauillas.
And. — Bueno va el negocio. Estos son la
misma porfía. Réplicas van, réplicas vienen, y
con dilaciones consumirán cien vidas de quien
espera, y ella es más mansa qite el sueño, no
dudó el salir con su intento; el agujero llama
al ladrón, y si espera como paloma zurana, no
seré yo fiador de su abono.
Est. — Queréis recebir de mí vna merienda?
Quándo labais?
-Cíí. — Mañana.
Est. — Aora le vinieron a mi compañero re-
galos, que él quiere partir con vuestra amiga;
juntaos ambas en el tendedero y mi ama os los
I llenará; iremos yo y mi compatriota y entrare-
! mes por entre estos vallados para veros, si nos
quisieredes ver y hablar.
Bit. — Señor, dexeme ir, que tardo mucho;
en lo demás haga lo que quisiere, que yo haré
lo que concertare mi amiga.
And. — La merienda acetó, y quien toma,
da; la amiga será otra tal como ella; ya se va,
parece cosa de compadrería, no se me escapará
la empresa: porque quanto a lo primero seré
compañero en la merienda, si llegare a tiempo,
porque yo me sabré entremeter de manera que
con voluntad o sin ella me combiden, y tam-
bién estoruaré que no lleguen a conclusión los
seruidores de bonete.
Est. — Uo en valde llamaua Diogenes a las
riquezas Vomitum fortuna'; maranillosamente
dicho, por aqui la he de cagar. Regla es de
Ouidio: Muñera^ crede mihi, capiunt Iwmines-
que Deosque, Placatur donis lupiter ipse datis.
Donde dezia bien Horacio, Auriim per médium
iré satelitis; y puede ser que paguen las mis
amigas luego el escote, para lo qual haremos
vna instrm cion' a nuestra ama in genere sua-
sorio, para que la cosa esté preparada quando
vamos; si no bastare, caminaremos assi pian
pian, intrat amor mentes vsu, didicitur vsu.
Ella no se me escapará, si yo puedo: porque es
vna de las frescas rapacillas que pensé ver, y
aunque venda los libros, lie de saber lo que es,
y señalarla de mi hierro, y si mi padre lo su-
piere, consuélese con Cipion, que se enamoró
de vna criada de su muger Emilia; y él no hizo
milagros, que muchas vezes le oi alabarse de
semejantes cosas, demás que mi madre lo alla-
nará todo: porque el enfado del estudio no se
puede sufrir si no es a fuerga de necessidad.
Esta dio letras a mi padre, y no he de ir yo
por sus pisadas o fortiori, que no todos tienen
vna inclinación, tot nomines, tot sententice. Rico
es, lograrme quiero con su trabajo; pues es ve-
resimile que él allegó y guarda para que yo
desperdicie; y no ha de ser todo preueiiir lo fu-
turo y guardar reglas de viuir, como él haze;
quanto más que yo podré graduarme por sufi-
ciencia, y con estar dos dias en Sena o en Bo-
lonia, espantaré toda esta tierra, y con dos sen-
tencias que traiga de la Rota, pensará mi padre
que vengo hecho vn <I^ ráculo, porque él menos
letras sabe que no yo; vino en tiempo acomo-
dado y valióle su buena traga, y porque le dixo
bien, quiere que no aya otro modo seguro de
viuir. El hijo raras veces imita al padre, y
pocos saben encaminarlos, porque quieren ajus-
tar las inclinaciones de la mocedad con las fla-
quezas de la vejez; conformidad impossible,
porque cada cosa sigue a su natural, y en el
descanso y lo violento no permanece. Con Bito-
ria querria concertarme; podra ser que la llene
conmigo a Italia, que si yo hallo dinero pres-
tado, con breuedad haré almoneda y me partiré:
Homo nascitur ad laborem, y más: Per varios
casas, per tot discrimina rerum tendimus in
90
orígenes de la novela
Latium, sedes vhi Jata quietas ostendunt. Mu-
cho vale la experiencia, el hombre ha de ver el
mundo. Por peregrinar fue Vlises tan celebra-
do, Platón por discurrir por diuersas naciones
supo tanto. En fin, yo no me he de dexar morir
en la cascara. Dii ceptis aspírate meis, que no
espero más que tener dinero.
And. — Quiero ir dándola caca, y allá delan-
te trabaré conuersacion, que ella es muger que
a» nadie desechará, y haze bien, que las perso-
nas generales son bien quistas y hazen su ne-
gocio, sin obligarse a lo que no quieren y con
facilidad se apartan de lo que no les agrada.
Yo no sé qué dexa por contraminar este estu-
diante, y tiene talle de seguilla a sol y a som-
bra; porque el rendilla tendrá por la mayor di-
cha del mundo, y estas sus amas, que son
como caberas de lobos, con que piden, no tie-
nen verguenca, y son el propio señuelo para
esta ralea; assi que no tengo p6r segura mi di-
ligencia, mas como nada pierdo, veré lo que
puedo, por cumplir con mi amo.
SCENA QUARTA
Ddarte, Andrade, Bitoria.
Duarte. — Ha, señora, hablad a los vuestros
y guardad lo que es vuestro.
Bit. — Yo no hablo a hombres que se atu-
fan como niños.
And. — Vengáis muy en hora mala, bueno
ando yo oy; bien dizen que quien por agugero
escucha sus duelos oye; pensé que me valiera
seguirla a lo largo por asegurar sospechas de
su casa, y ella vno dexa y otro toma. Vana ha
de ser mi diligencia, según tiene conocidos;
cómanme perros, pues assi es. Mal le va a la
raposa quando anda a grillos, j al juez quando
va para la horca; pues ver tengo en qué para
esto.
Bit. — Pues qué cosa para mi condición su-
frir vidrios!
Duarte. — Y quien tiene razón, qué hará?
Bit. — Esso es, dilo antes que te lo digan;
pues si la tienes, por qué me hablas? Ay,
Duarte, Duarte, a ti se te entraron los sessos
del asno prieto en la cabeca después que apren-
diste oficio, y yo rióme de todo. No he de ser
cautiua de ninguno antes de tiempo, que quien
puede ser toda suya, está loca en sujetarse a
otro, y más quieres aora que te diga: quien pa-
labras en sí no detiene, siempre le dizen que
mal sesso tiene, y no puede ser amado quien
siempre quiere ser enojado. Todo ha de ser
achaques: aora me veáis, aora no me veáis, y la
verdad es en fin que, sea en juego, sea en saña,
siempre el gato araña; y como allá dizen, quien
no te ama en la plaza te difama, y por esso
abrir el ojo y ahorqúese todo el mundo, que yo
no he de consentir me pisen la boca.
Duarte. — Pues yo también tengo mi fanta-
sía como mis vezinos, y aun aura más de dos
que me rueguen y lo tengan a buena dicha
Bit.— Hágales buen prouecho, que yo no se
lo estoriio.
And. — Las colores que haze el mecánico!
cómo se pone sobre las puntillas de los pies
con sus borceguíes de carnero! yo os digo que
aueis de ser Antecuco, si yo puedo, porque me
enfadáis; que la señora Bitoria, si no la co-
nozco mal, es de las que quieren vno en la
mano y otro en el saco, por no ser como el ra-
tón que no sabe más de vn agugero, y aora no
mira muy derecho, porque el villano es atesta-
do y tiene cara de darle pesadumbres y pedirle
perpetuos zelos, que es lo mismo que recordar
el perro que duerme, y Alcalde, búscame aqui
alguno: y con esto caen siempre en. el la90.
Bit, — Para qué es andar á ca^a con hurón
muerto?
Duarte. — Porque el diablo lo quiere, y no
podia ser otro el que a mí me reboluio contigo.
Bit. — Qué tamaña gracia! quierome reir y no
puedo.
Duarte. — Esse es siempre tu juyzio, toda
burlar. Pues donde hay mucha risa ay poco
seso.
Bit. —Pues no es para reir mucho de loque
dizes? mira, si andas endemoniado, ó tienes el
nial de ojo, vete a buscar vna santiguadora.
Duarte. — Bien lo auia menester.
And. — La muchacha es alegre y risueña, ra-
pacillaes de tra^a para vn hecho; que me ma-
ten si ella no burla del mancebo; mas yo me
puedo despedir oy, que éste no la ha de dexar
tan presto, y mi amo no sé cómo admitirá la
disculpa.
Duarte.— Bitoria, tiempo ay detener juyzio,
tiempo para holgar, y ya pudieras cansarte de
ser loca.
Bit. — Poco desso, que me corro; vistes qué
negros amores? siempre tune yo de ti essas
honras, y cada dia olla, amarga el caldo. Como
si yo estuuiera para sufrir mucho!
Duarte. — No te enojes con el castigo, que no
te le da tu enemigo, que por quererte como te
quiero me queman la sangre tus cosas.
Bit. — Vistes aquello? y yo que hago? No me
hablen dessa manera, que no, lo sufriré, pues
dessas soy; bien dizen, hijo ageno, brasa en
seno; déme Dios contienda con quien me en- I
tienda. '
And. — Pareceme que riñen, propio término (
destos andar siempre en pendencias; tornarme '
quiero a donde está mi amo, que más dias ay -
que longanizas, y sentaré á esta señoi'a en mi j
catálogo, y a su tiempo la buscaré, que ella me '
COMEDIA DE EVFROSTNA
91
parece de buena condición, y en quanto la pie-
dra va y viene, Dios dará de sus bienes.
Bit. — Por otra parte me alegro mucho con
estos achaques, porque qual te dizen tal cora-
ron te hazen; como si él me hallara haziendo
moneda i'alsa o me sacara de la mancebía, assi
me trata: yo soy muy buena liija, aunque pese
a ruiues, ninguno me hallo por casas age-
nas, como otras que yo sé, que presumen de
muy honradas. Si yo rio y me alegro, es de mi
condición, que para todo el mundo tengo bue-
nas entrañas, y el coraron sencillo no piensa
maldades.
Duarte. — De qué sirue trabar conuersaoion
con todos? pues quien mucho habla a sí se daña,
y en boca cerrada no entró mosca, y assi dizen :
ama a quien te ama y responde á quien te llama,
andarás carrera llana. Tú, Bitoria, no miras sino
tu gusto, y el mundo está malo y a nadie per-
dona, y quien adelante no mira atrás se queda,
y por no reparar el daño pequeño, se haze
grande.
Bit. — Pues qué he de hazer, llorar? de aquí
adelante andaré siempre derramando lagrimas
por la muerte de mi abuela.
Duarte. — Burlaste? sea en buen hora, que yo
siempre oi dezir que del ruge, ruge se hazen los
cascabeles; y si tuuieras cuenta con lo que te
conuiene repararas en lo que hazes, pues sa-
bes que de los muertos dicen, cuanto más de
los vinos; y quien se precia de buena muger,
todo lo ha de mirar, y que es menester para
serlo más que ser casta.
Bit. — Ahi topa todo, y nunca acaba con su
buena muger. Si yo soy mala, voyte a rogar?
pues a quien no te ruega, ni voga, no lo llenes
á la boda. Pidote que me dexes y no me persi-
gas, y tú porfiar; yo sé muy bien lo que me con-
uiene, y que el reir y holgar no me quita el ser
buena, y a vezes las dissimuladas son las que
Dios sabe; yo no he de mudar condición; quien
assi no me quisiere, ahorqúese en buen dia
claro.
Duarte. — Ahora, pues quieres que hable, qué
ganas en ser amiga de Filtria?
Bit. — Ya me espantaua yo, essa es toda tu
rabia.
Duarte. — Pues digo verdad, porque es vna
alcagueta, y todo el mundo la conoce por tal, y
I de ruin cabera no puede salir buen consejo, y no
i se mira con quién naces sino con quién paces;
1y lo cierto es que si no fuera por las tales, no
huuiera tantas mugeres malas.
Bit. — Qué dizes, boca de maldades? triste de
' quien cobra mala fama, cuytada de la inocente
i juzgada de maldiciente, que no tienen temor á
j Dios; pues mire cada vno por sí, que también
I se dice: perdi mi honor diziendo mal y oyendo
' peor; y si quieres que digan bien de ti, no digas
mal de nadie; mas el ladrón todos piensa que
son de su condición.
Duarte. — Estas tales compañías nunca die-
ron buena paga, y quien haze un cesto hará
ciento, y en el aldei más mal ay que se sue-
na; y 6Í no eres casta, see cauta, que quitadas
las ocasiones se quitan los pecados; demás,
pues hemos llegado a tratar de todo, bien sé yo,
señora, que os habla vn estudiante, quando pas-
sais por su puerta, y le respondéis y os detenéis
en conuersacion.
Bit. — Jesús, qué grande testimonio! homlire,
hombre, tienes temor á Dios? lo que digo es que
se ahorque todo el mundo, que yo aun viuo
conmigo y viuiré quanto Dios quiere; quando
vos me dieredes de comer, entonces tápame la
boca; nunca el diablo acaba con sus zelos ; dexad-
me, dexadme viuir, que aun mo9a soy ; haga
cada vno lo que quisiere y lo peor ó mejor que
supiere, que a mí no se me da nada de nadie, y
lo que me huuieredes de dar assado, dádmelo
cozido, que Dios á nadie desampara: miren a lo
que aora se arrimó, diz que no he de hablar a
un vezino si me habla.
Duarte. — La verdad amarga; pues alguna
pierde más que yo, y quien bien tiene y mal
escoge, por mal que le venga no se enoje, y si
assi vos lo queréis, assi sea, que por ventura
algún dia daréis dos vueltas á la oreja y no
echará sangre; pero por demás es zitola en el
molino si el molinero es sordo, y perdido es
quien tras perdido anda; y en tales como tú el
buen consejo es legia en cabepa de asno, y a la
muger y a la gallina, si es mala y la quieres ha-
zer buena, torcelle el cuello.
Bit — Muchos amenazados comen pan; que
quien amenaza, vna dize y otra espera; él se va
enojado, doite quatro higas; siempre me he de
encontrar yo esto, pues no me he de matar ni
llorar: tanto me doy por vno como por otro; el
Sol me alumbre, que de otra luz no tengo cuy-
dado: el buey suelto bien se lame; yo le tostaré
la sangre y él me rogará más de dos días, si ya
no es ésta la postrera.
SCENA QUINTA
Zelotipo, Silüia de Sosa.
Zel. — Ayer me estoruó en negocio venir a
besaros las manos, y por no parecer inobedien-
te, vengo aora a recebir la pena que me die-
res (') por estas culpas, si no admitís mi des-
cargo.
Sil. — Pues estad cierto que si con esta dili-
gencia no vinierades, que os culpara, como
quien estaña con ojos deseosos de tornaros a ver.
('; ¿Diéreia?
92
orígenes de la novela
Zel. — Si por mí solo fuera, tuuiera por oticio
el visitaros, mas temo que podria enfadar de
manera que os fuesse doblado trabajo el desem-
bara9aros de mí, y me acuerdo de lo que dizen:
adonde te quieren bien, acude pocas vezes, por-
que con esto estare libre de zeño y de que digan:
quién traxo acá este cansado, que nunca acaba
de irse? de que aora no estoy muy seguro.
Sil. — Aj Jesús! guárdeme Dios, corrorae de
que me digáis esso, mas bueluo en mí, porque
me persuado que os burláis. Assi me salue Dios
y a las cosas que bien quiero, que me alegro
tanto de hablar con vos como con mi hermano,
que Dios trayga con bien.
Zel. — En esse lugar me tengo yo, y e'l me
dexó en tal possession, y por traeros su carta y
pediros perdón de la tardan9a vine aora.
/S//. — Buen perdón es esse, y según esso a
la carta, y no a vos, deuo esta visita.
Zel. — Señora, no os libréis por ahi que yo sé
quién se holgó tenerla por ocasión.
Sil. — Por cortesía lo quiero creer, mas si me
queréis hazer merced, no tenéis necessidad de
buscar ocasiones, porque siempre me hallareis
con los bracos abiertos para recebiros y estima-
ros; y no es poco en este tiempo hallar quien
sepa o quiera agradecer las buenas obras.
Zel. — Tenéis razón, mas á vos qué bien os
puede faltar? y creed de raí que os lo merezco y
que estimo en mucho lo que hazeis.
Sil. -Pues pmpe9ais a hazerme merced, dad-
me licencia que lea la carta, aunque soy mala
letora de letra tirada.
Zel. — Como fuercdes seruida.
Sil. — Dize que passó grandes tormentas, y
que perecieron tantos, que ya él se contaua en-
tre los muertos, y sólo tenia por consuelo mi-
rar liazia Portugal; y qual otro Arion en el
Delfín con su vihuela tenia aliento, recreándose
en los cuydadosde ausencia. Mi hermano siem-
pre tuuo este humor, pareceme que le estoy
viendo.
Zel. — Las almas contemplatiuas tienen los
gustos muy diferentes de la otra gente. Desti-
lase vn cuerpo en la contemplación de su gusto;
y no ay contento general que valga la sombra
de vna tristeza particular. De mí os sé dezir
que no trocaría el estar triste dos horas por
quantos placeres ay en la vida, porque estas
viuo para mí y las otras para el mundo. De
donde se sigue, que me enfadan las fiestas pú-
blicas y es a mi proposito el passatiempo soli-
tario, y no me conformo, antes aborrezco los
amigos de regozijos públicos y que son comu-
nes con todos en holgarse.
Sil. — Esso, señor primo, es de personas dis-
cretas como vos.
Zel. — 'No la llaméis discreción, porque es
condición natural, aunque no se niega que nace
de sentir bien; pero suele auer algunos que lo
vsan con arte impropia, mas mi primo tiene
muy vinos los espíritus, y buela alto con la
imaginación. Lee adelante.
Sil. — Después de grandes trabajos dize que
llegó a la India, que está muy adelante en su
aumento, y que no quiere pretender por la gue-
rra^ porque es de poco prouecho, sino por la
mercamia, que es la más cierta y principal ne-
gociación de la India, y a mi parecer también
lo es ya en Portugal.
. Zel. — A tales hombres no se permite en es-
tos Reynos lo que allá está en costumbre, aun-
que ya muchos dan en vsarla, pareciéndoles lo
más seguro.
Sil. — Mi hermano pudiera seruir al Bey, y
si no se cansara de ser su criado, con este nom-
bre hallara vn buen casamiento, con que viniera
muy descansado y honrado, y se escusara de
tantos trabajos.
Zel. — Esso, señora, acaso pudiera ser en
otro tiempo, mas en este no ay cosa que tan
poco valga, ni menos estime la más triste mu-
ger para casamiento, porque son tantos y tan
de diferentes calidades, que no hazen caso de-
líos, aunque den buena cuenta en lo que se les
encarga; porque la experiencia ha enseñado que
no sacan otro prouecho sino gastar lo mejor de
su edad, tras larga>í esperan9as, a la sombra de
otros que la fortuna premió para hazerlos re-
clamo de los demás; y si es contraria, como
suele serlo siempre a los merecimientos justos,
por remate desta peregrinación, y en satisfa-
cion de la vida que han ocupado, embarcanse
para las Indias, donde a costa de su salud pur-
gan su engaño, y los que alcan9an algún oficio
se tienen por dichosos, y como tales son embi-
diados, y van muy contentos por pensar que
merecerán por sus seruicios entrar en nueuos
trabajos al tiempo del descanso, y lo conside-
ran tan mal, que se venden por el precio por
que deuian ser comprados. El Emperador Ota-
uio Augusto ordenó lugar de reposo a los sol-
dados que peleauan diez años, y aora a quien
sirue veinte lo aposentan en guerras y peligros;
y desto procede valer los hombres tan varatos,
que ruegan en las armadas que los reciban, y
quedan por assentar placa la mitad, y se van la
mayor parte dellos sin más fundamento que
huir la crueldad destos tiempos, en que se vsa
premiar a los que menos lo merecen.
Sil. — No sé quál es lo peor; vemos ir tantos
y venir tan pocos !
Zel. — Assi es, pero más vale muerte con
honra que vida deshonrada, y el camino de la
guerra es profession de hombres de bien para •
prouar ventura, si bien se conoce que en todas
las ocasiones que los hombres emprenden, el
trabajo es de los muchos; y el fruto de los po-
COMEDIA DE EVFROSINA
9S
eos; pero cada vno piensa llegar primero y ser
de los escogidos; mas la fortuna responde muy
mal a las opiniones, y el mundo premia a los
que menos aprueua, por desengañarnos, y no le
basta.
Sil. — Lo demás lo leeré después, porque os
detendré mucho, y este rato que puedo emplear-
lo tan bien, no quiero diuertirme en otra cosa.
Zel. — Yo, señora, os quiero aduertir que no
me se' despedir de donde tengo gusto; y si os
enfadare, despedidme antes que os llamen como
ante de ayer.
S/'l. — Pareceme essa escusa de mal entrete-
nido, para iros a vuestros pasbatiempos de gusto.
Zel. — Antes hallo esta tierra de manera que
todo es para mí enfados.
^¿7. — Será assi para quien viene enseñado a
los entretenimientos de la Corte.
Zel.— 'No por esso, mas yo vine sin tiempo,
por hazer la voluntad de mi madre, y ha de
costarme caro, según me va de mal pocos
dias ha.
Sil. — Pues como? tenéis alguna enfermedad?
Zel. — Del cuerpo no, del alma sí, y muy
peligrosa.
Sil. — Esso es: yo ya me acongoxaua; de
amores será el mal, no tengo lástima de vos,
porque sé que sabéis remediaros.
Z(l. — Antes no podia tener dolor que assi
pidiesse tenerla, porque esta ponzoña obra por
dentro y es incurable, y según me siento opi-
lado, me voy a hético, si no lo estoy ya.
Sil. — Callad, primo, que hombre galán y
moíjo sois, y Dios os hará merced, y en este
mal más son las vozes que el dolor.
Zel. — Pocas son las vozes para lo que sien-
to, porque yo tengo natural de morir callando.
Sil. — Mucho me espanto, que os atormen-
ten tanto essas ansias de ver a vuestra dama,
pues la esperan9a aliuia trabajos, y os puede
consolar y la podéis tener de verla quando qni-
sieredes .
Zel. — No es cortesana como imagináis; que
si lo fuera, no soy tan enemigo de mí que me
pusiera en destierro de mi alma. La causa de
mis nueuos y estraños accidentes es criada en
los dulces aires de Coimbra; y mal dixe, es ia
Keina de las Ninfas de Mondego y la Deidad
desta tierra.
Sil. — Con esso me alegro yo mucho, porque
j me puede ser ocasión de teneros más en ella, y
I sabe Dios que me ponia ya triste de rezelar
I vuestra pa:tida apresurada.
i Zel. — Cómo auia yo de tener atreuimiento
i para apartarme de los ojos que me dan vida?
1 mas ay, que muero, y quiero lo que no puedo ni
oso acoujeter.
j Sil. — Tan fuerte cosa es, que vn hombre de
I Tuestro entendimiento y partes, y con essa ga-
llardia, no se atreue a intentar? pues yo soy viiá
flaca muger y no temiera tanto.
Zel. — Qué cierto será, si os la nombrasse,
temblar como el león al canto del gallo!
Sil. — No sé, puede ser; y desde quándo te-
neis essa passion?
Zel. — Desde ante de ayer, y creedme, prima,
que como os tengo por discreta, os digo esto
con gusto, porque sé que lo sabréis entender y
encubrir, como de quien os estima por herma-
na de su alma.
Sil. — Mi voluntad lo merece, y me obliga la
razón a hazerlo.
Zel. — Con esso escuso las que pudiera dar
por mi parte, y por lo mucho que os quiero y
la grande confian9a que de vuestro secreto ten-
go, gusto deziros mi mal. Será possible, como
muger que conoce las voluntades de las otras,
podáis valerme con vna Diosa desta vida, a
quien no supe ni pude negar el alma, que se la
denia desde la primera vista.
Sil. — Primo, a gran ventura tendria poder
seros de prouecho en alguna cosa, y más en
essa que tanto mostráis sentir.
Zel. — Pues no muestro tanto como siento,
ni me es possible manifestar la menor parte de
mi dolor, y assi tengo por mejor encubrirlo y
mostrar su grandeza, como lo hizo el pintor en
el que tuuo Agamenón en la muerte de Ifige-
nia su hija.
Sil. — Quién fuera tan dichosa que os pu-
diera remediar esse mal, que me duele como a
vos mismo?
Zel. — ü señora, a vos esse dolor no os qui-
ta el aliento, mas este que yo padezco enfla-
queze mis espiritus de tal manera, que parece
tengo sobre ellos el monte Etna, como el Ence-
lado Ciclope; anegóme el alma en tan profundo
mar de rezelos y temores, que perdi de vista
todo el esfuerzo; y assi es sin duda que forze-
jaré en estas flaquezas basta que entregue la
vida a la desesperación: lo qual será presto, se-
gún el coraron se me aprieta.
Sil. — lesus, no digáis esso, que no lo puedo
oir; mejor lo hará Dios, y si yo os soy de pro-
uecho, desde aora me ofrezco para todo lo que
yo valiere.
Zel. - Besóos las manos por esse fauor; pro-
uieteislo con veras?
Sil. — Prometo.
Zel. — M'.rad lo que dezis, no faltéis después
a la palabra,
>SV/. — Ay Dios mió, y cómo me tenéis con-
fusa y muerta por saber lo que es, qué cosa
puede auer que yo no haga por vos?; pues a
Hipólita Amazona, si os importasse, iria a qui-
tar el cinto más atreuida que Hercules.
Zel. — Assi lo creo yo, y que sois para mayo-
res empresas que él.
94
SU. — Acabad ya; dezidme quién es vuestra
dama, que pienso que estáis burlando conmigo.
Zel. — Bueno estoy para burlas, voime con-
sumiendo en mi sentimiento; y de ser leal a mi
muerte, no me atreuo a nombrar la señora de
mi vida, y vos dezisme que burlo, como si no se
viera claro en mí el bien o mal que tengo.
Sil. — Ay gracia cómo esta? nunca tal se vio.
conozcola yo?
Zel. — Muy bien, y la queréis y comunicáis,
y valéis mucho con ella.
Sil. — lesus. Dios mió, quién puede ser? es
Cremonia mi amiga?
Zel.— No.
Sil. — Que me maten si no es mi prima
Francisca, que es muy vizarra y muy a propo-
sito para vuestra condición, y pienso que ayer
visitó a vuestra hermana.
Zel. — Essa mucho menos. Mis pensamien-
tos, señora, siempre pidieron grande alteza y
algunas vezes me valió, pero todo fue sueño y
burlas de amor, que me dexaua los deseos a
mi elecion; mas aora hurtó el viento a mi li-
bertad y púsola presa de pies y manos, como
culpada, delante de quien la condenó luego a
cárcel perpetua con vna señal en el pecho que
muestra la razón de mi fuerza, y como donde
la ay, derecho se pierde, assi me perdi sin cul-
pa, y quedé con tal pena, que no me desa de-
zilla.
Sil. — Yo me rindo, no puedo pensar quién
sea, y no estoy poco deseosa de saberlo, por
ver cómo os empleaistes.
Zel. — Qué haze aora la señora Eufrosina?
Sil. — En la sala está haziendo deshilados
por su passatiempo. Mas por qué lo pregun-
táis?
Zel. — Por vna parte desatino y muero,
por otra no sé qué diga ni qué haga. Ay pri-
ma mia! Aora sé qué cosa es amor, y pienso
que se me acabó la fortuna con él, y me ame-
na9a en su venganza larga desventura, y no
puede ser mayor que auer de ser enemigo de
mí. Conozco que da dolor alegre, razón loca,
temor animoso, plazer triste, luz escura, gloria
con pena, salud enferma, vida que es muerte.
Todo esto lo siento ahora por experiencia, y
huuo tiempo en que nada sentia; y assi creo
que estaréis lexos de compadeceros de mí, por-
que no me conoceréis ni daréis crédito a lo que
digo, y queréis enfrenar vn juyzio particular
con la razón común, y obligarlo a que la siga;
mas triste del triste que muere.
Sil. —No os consumáis, primr», y si yo os
puedo aprouechar, os juro por vida de quanto
bien quiero, y assi Dios trayga a mi hermano
delante de mis ojos, que es lo que más deseo
en esta vida, que haré por vos lo que por mí
misma.
OETGENES DE LA NOVELA
? Zel — No de valde se dize que la sangre no
aguarda a ser rogada; yo, señora, en vuestra
confianza saco fuer9as de flaqueza, entregán-
doos la vida con quantas razones os obligan a
defendérmela; y si consideráis por vanos mis
pensamientos, dissimulad con mi intento, pues
lo que tuuiere de malo ya es passado, y no tie-
ne remedio el desistir del, y í^erá cruel la re-
prehensión en la aduersidad; dadme consejo
para lo poruenir, pues lo entendéis y sois tan
poderosa con la señora Eufrosina.
Sil. — Yo, señor, no os entiendo.
Zel. — Ni yo sé declararme más; sólo sé pa-
decer y sentir lo que se deue a una perfecion
tan grande como la suya.
Sil. — Mucho me espanto de vos, señor pri-
mo, siendo tan discreto, ponérseos esso en la
fantasía, y no puedo creer sino que os burláis;
porque lo demás desdize de vuestro entendi-
miento.
Zel.— Pluguiera a Dios que estuuiera en mi
mano hazer lo que entiendo, que ninguno es tan
enemigo de sí propio, que consienta en su daño
si puede esciasarle; conozco que hablo heregias,
no me puedo resistir, ni será possible limitar
mis deseos, sino es la muerte, y dichosa suerte
la mia si me viniesse por tal causa.
Sil. — Los hombres mo90s, como todo les
parece fácil y siempre juzgan mal de las muge-
res, buscan essos entretenimientos, que siem-
pre paran en mal, y más en partes tan peligro-
sas como ésta, de que no se puede esperar
otro fruto sino grandes escándalos y tiempo
perdido. Y si fue esta vuestra intención, pésa-
me mucho por vuestra parte y por la mia. Por
la vuestra, porque no correspondéis a quien
sois y a lo que entendéis. Por la mia, porque
parece que me tenéis en poco y no estimáis mi
honra.
Zel. — Ay prima mia, no me afrentéis,
que no estoy para esso; matadme si erré, y no
juzguéis por mis palabras ni disputeis sobre
ellas.
Sil. — Yo no quiero hazer caso desso, aun-
que tengo bien de qué sentirme, mas conside-
rad esto. Vos, primo, no veis quién es Eufrosi-
na, tan noble, que no se le auentajan los Prin-
cipes, tan rica, que le sobra todo, y que su pa-
dre trata de casarla muy aprisa; pues qué fun-
damento es el vuestro, o a qué proposito em-
prendéis ocupación tan disparada?
Zel. — Yo no niego la razón de lo que dezis,
mas amor no me consiente seguirla, si bien
todos essos inconuenientes me dan continuos
combates, porque quien ama sabe lo que desea,
pero no ve lo que le está bien, y yo passo más
adelante, que veo lo que me conuiene para v¡-
uir, y que me importa morir por lo que deseo,
pues he conocido que no ay más vida. Una cosa
COMEDIA DE EVFROSINA
95
podéis creer de mí, que quando llegué a deziros
lui pensamiento, ya fue tan vencido de mi do-
lor, que no fue possible escusarlo; aora culpad-
me como quisieredes, que yo no he de huir de
los castigos a que me condonaredes, pues el
más riguroso me abreuiará la vida y el tor-
mento.
Sil.— Qué bien me estuuiera a mí hablar en
essü con la presunción de Eufrosina, qué cosa
para su vanidad! piensa la otra que está por
nacer quien la merezca, y es de condición tan
vidriosa, después de tenerla buena, que en no
hablandole a su gusto quiere tomar el cielo
con las manos; y bien veis que es fuerte caso
poner yo mi vida y honra en el filo de su vo-
luntad; escusad esso lo que más pudieredes, y
podréis si quisieredes, y estoes lo más seguro;
que todo lo demás es peligroso. No ay furia
que al principio no se pueda resistir con buena
prouidencia: el daño pequeño si toma fuerzas,
impossibilita el remedio; frenar apetitos es vir-
tud animosa, y seguirlos peligrosa ignorancia.
Zel. — Prima, no me matéis, que no he hecho
por qué; esso es a mala llaga mala yerua; bien
conozco que tengo perdida la esperanza, y sin
ella os descubri lo que vuestras promesas qui-
sieron; gusté de comunicarlo con vos solo, por
lo que os quiero, y también por dezirlo en es-
tas casas donde enterré la libertad, quedándo-
me por herencia della los cuydados de mi en-
gaño, que no me queréis dexar lograr. Mas
pues la desuentura assi lo quiso, sea ella la
condenada y padezca yo, que a mí me disculpa
quien por fama y experiencia es conocido de
todos por sin razón, ciego, y fuerte. Desdichado
el dia en que pensé venir a esta tierra, pues
hasta el contento que tenia con vuestra conuer-
fiacion me pone aora más triste, pronosticando
mis males en la cueua de Trofonio (^), con que
i me falta el gusto de viuir. Perdonadme, señora,
I qualquier enojo que os dé, considerando la cau-
( saque me obliga; dexadme morir en las ma-
¡ nos de mis deseos, que son más crueles que las
l Arpias y que las furias Eunienides; y sabe Dios
I quánto más querría seruiros que enojaros, mas
1 parece que naci para daros disgustos.
Sil. — Veo os tan añixido y siento vuestras
'Ongoxas tanto, que no sé qué hazerme; por
I vuestro respeto qualquiora cosa intentara, es-
t torualo el temor de Eufrosina.
I Zel. — Yo, señora prima, no puedo obliga-
ros a más de a lo que os obligare vuestra vo-
luntad, pero entiendo lo que podéis, y nunca
j pensé que faltarades de sustentar el esfuerzo
|que me pusistis; mas bien adiuinaua mi mal
iquando no lo osaua descubrir, y vos, señora,
lue sacastis de juyzio y me hizistis mudar la
i (') Trifonio dice el original.
resolución que tenia de morir antes que con-
fessar.
Sil.— Quién auia de pensar cosa tan impro-
pia? y sabe Dios quánto me pesa aora de saber-
la, por no poderos valer en essa passion, que
yo la tengo muy grande, por tenerla vos.
Zcl. — Pues ya que assi es, yo me determino
(esto solo para vos) irme a la sierra de la Ossa,
donde el cuerpo pene junto con el alma, y assi
ganaré la gloria eterna, ya que me desesperáis
dcsta, en que pende mi vida.
Sil. — No hagáis ta', que es gran flaqueza
poner en efeto tales determinaciones y no per-
seuerar en ellas hasta la muerte, como les su-
cede [a] algunos, que Fe entran en Religión,
más por los afanes del mundo, que los oprime,
que por espíritu que los mueue.
Zel. " El Espíritu Santo inspira donde quie-
re, y siempre acude con la gracia a quien se
prepara para recebilla.
Sil. — Esso es para otros, mas vos sois muy
delicado, y criado en regalo, y llenareis mal
essos trabajos.
Zel. — Es tan benigna y fauorable la madre
naturaleza, que en todo nos concede y da se-
gún nos disponemos, y aora conmigo no querrá
ser madrastra.
Sil. — Para qué es hablar en cosas escusa-
das, y menos en essa, que os la juzgarán a fla-
queza de cora9on?
Zel. - ^ssos son los juyzios que Satanás
siembra, mas la verdad está al contrario, y que
la mayor vitoria es vencerse el hombre a sí
mismo.
Sil.~ Antes que os vais, he de poder yo con
vos que no os acordéis de tal determinación,
por que tendré por gran culpa ser yo la oca-
sión.
Zel. — Qué queréis que haga, desengañado
de que por todas partes me falta el amparo que
me podia assegurar de qualquier peligro? Edi-
po halló vn ])astor que lo saino de la muerte en
la edad de su inocencia. A Ciro le sustentó vna
perra. A los fundadores de Roma crió vna loba;
sólo yo, desdichiido. no hallaré agua en el mar,
pues me ha faltado vuestra piedad.
Sil.— Primo, cosas dezis, que me sacáis de
juyzio, y os quiero tanto, que me duele el co-
raron ; pero yo no o.'í he de prometer que haré
más de lo que pudiere, que será poco y trabajo
en vano; yo le tentaré a Eufrosina la voluntad
por el mejor modo que supiere, y según lo que
sintiere en ella, assi me atreuere; pero desde
luego os digo que me parece cosa impossible;
pero ninguno es obligado a más de lo que
puede.
Zel. — Ay, prima mia, con menos que esso
me sustentareis cien vidas, quánto más que
con vuestra buena dicha no me puede faltar
96
ORÍGENES DE LA ITOYELA
esperanza, y con ella me quieiu ir luego, por no I
enfadaros; dezidme quándo me mandáis que os |
torne a ver, porque como dexo acá los senti-
dos, viniendo allá sin ellos, pueden traerme sin
tiempo.
Sil. — Porque desso estoy bien segura, podéis
venir cuando quisieredes; pero para tan ardua
empresa es necessario que me deis tiempo.
Zel. — Os doy el que mi sufrimiento diere; y
si yo tardare, lo que no creo de mí, mandad de
parte del amor a las aues enamoradas de vues-
tro jardin que me llamen, que yo las entenderé.
Sil. — Qué cosas tenéis, quién vio que enten-
diessen las aues?
Zel. -Aueis de saber, señora, que todo ani-
mal tiene sentido, memoria interior y exterior;
y ya se vieron personas a quien la naturaleza,
liberal de sus dones, concedió entender las aues,
como Fue Teresias ('). Y de Apolonio Tianeo se
dize que estando con amigos suyos, vino vna
golondrina a dezir a otras que fuessen a la otra
parte del muro, donde auia caydo vn asno con
trigo, y éi entendió lo que dixo; llenólos allá,
y hallaron ser assi.
Sil. — Mas si quisieredes aora hazerme creer
essos disparates! y si tenéis esa virtud, enco-
mendadas que tengan cuydado de ver lo que
acá passa, y os lo digan.
Zel. — Sabed que tengo tal opinión del estre-
mo de mi amor, que no tendré esso por mila-
gro, que por la fe los montes se mudan y por
amor todo se acaba, quando los hados no son
enemigos, y ninguno me puede assegurar dellos
como vos; assi que tened memoria de mí, si no
queréis que se os muera quien tiene la vida para
seruiros en lo mismo, de que os doy el tiempo
por testigo.
Sil. - Idos en buen hora, que trabajo me ha
de costar.
SCENA SEXTA
Zelotipo, Andrade, Andresa.
Zrl. — Algún tanto voy más alentado con la
esperan9a que lleno, mas es tan incierta, que
me pone en mil temores. Bien dezia el filosofo
Secundo que era refrigerio de trabajo y dudoso
sucesso. Mas el otro Poeta llamo'e largo dolor:
porque esperar las promessas del amor es tra-
bajo y carga de gran peso: y como dize Ouidio,
muchas vezes se engaña la buena esperanza con
presunciones de la fantasía y cae vencida del
solicito temor; yo le tengo de la grandeza de
Eufrosina y de su opinión; porque estas hermo-
sas con estremo siempre lo tienen de locura, y
no ay quien les satisfaga; y siendo tan altiua
como todas son, no hará caso de mí. Por otra
(O Sic, por Tiresias.
parte c>jii.>idero que la fortuna suele armarse
para las tales y la naturaleza ninguna cosa puso
tan alta, que el animoso trabajo no la pueda
alcan9ar, esperimentando lo que otros desespe-
raran, y más si la voluntad es esforcada de su
apetito: porque como la necessidad en las ad-
uersidades es más eficaz que la razón, siempre
descubre remedio con su diligencia, atropellan-
do inconuenientes; mas éstos son consuelos de
condenado, y como no ay esperan9a sin temor,
temo lo que espero y espero lo que temo. Estos
dos accidentes tan desconformes causan diuer-
sos mouimientos, caberas de la Idra con quien
mi alma pelea; por esso Uamaua Menandro y
dezia: O lupiter, qué grane mal es la esperan9a!
a la sombra della se crió el amor, y éste todo es
temores, mas sin él nada es gustoso, y me da
ser, de que careceria no teniéndole; y quando
muera, como Maclas, la gloria de ser por Eufro-
sina me satisfaze, quando no alcance otro pre-
mio. En fin, en todo se ha de esperar. A L)ios
todo le es fácil, y nada impossible. Los discre-
tos con la esperan9a han de conseruar la vida,
y el hombre afortunado con ella se sustenta;
quiero ir a verme con Cariofilo, con tárele lo
que he hecho y enseñaráme lo que deuo hazer,
pues a todos sobra el consejo en las causas
agenas, que en las propias falta. Quinto Cúr-
elo lo dize bien: que nuestra naturaleza se
puede llamar corta y menguada, pues cada vno
en su negocio naturalmente es más ignorante
que en el ageno. De otro error vsamos muy
grande, que se junta a éste, que siempre tene-
mos más cuenta con lo passado, que prouiden-
cia en lo por venir. Andrade.
And. — Señor.
Zel. — Qué ay? concertaste alguna cosa con
Vitoria?
And. — Doyla a trecientos cuerbos.
Zel. — Por qué?
Aiid. — Fuila siguiendo, por si tenia ocasión
de hablarla, y luego aqui a la buelta desta calle
dio audiencia a vn estudiante, con achaque de
vezino; mas pareceme que será como el otro,
que por via de compadre quiere hazer la hija
madre. Y acabada esta estación, adelante en
otra calle sale de trauiesa vn zapatero muy ga-
lancete, y éste le fue dando ca9a hasta junto al
lio, y de lo que pude entender le pedia zelos.
Zel. — Qué propia condición de picaros! y de
ahi viene a hazer cierto su rezelo, porque des-
piertan al perro que duerme.
And. - Con todo, él no daua lexos del blanco
con la saeta, porque la señora es de las de vina |
quien vence; y quando vi que la conuersacion i
iba tan despacio, desesperé de tener ocasión, y
vineme por no perder a V. m.
Zel. — Pues mira que te encargo que la co-i
muniques, y veremos de qué pie coxea.
COMEDIA DE EVFRüSINA
97
And. — Yo la buscaré, y aora que sé que es
golosa, la hablaré roas atreuido.
Ze/.— Diste mi recado a Cariofilo?
And. — Ya dixe a V. m. que respondió que
le esperaua.
Zel. — Vamos a hablarle, que sospecho dor-
mirá, porque veló la noche passada, y más con
el descanso que tiene, que trae sueño sin cuy-
dados que lo despierten; llama.
And. — Ta, ta.
Andresa. — Quién está ahi?
And. — Sí está, gente de paz. Está en casa
el señor Cariofilo?
Andresa. — Quién lo busca? O, señor, V. m.
es? suba, que arriba está durmiendo en su apo-
sento desde que comió.
Zel. — Qué vida ésta! tanto regalo no se su-
fre; vete a casa, que luego voy.
And. — Mas que nunca vayas; que yo taiu-
bieu he de ir a holgarme y ahorqúese todo el
mundo, que no tengo vida de juro; y al fin,
quien mejor sirue tiene peor paga.
SCENA SÉPTIMA
Zelotipo, Cariofilo.
Zel. -Ola, cauallero, es de dia? Vos sois vii
lirón, no haze aqui falta el sueño de Epamini-
des (') y Endimion; la vida es breue, y para
ayudar a serlo más, queréis pasarla en la ima-
gen de la muerte.
Car. — Qué filosofo es, bendígalo Dios; fue
gran pérdida que no fuessedes físico; cómo dis-
putarades sobre vn plenilunio, y qué misterios
hizierades sobre los Eclipses!
Zel. — No perdierades en esso mucho ; al
menos leuantara figura sobre vuestro nacimien-
to y supiera qué fortuna os espera.
Car. — Qué grande engaño es esse y quántos
I nobles sé yo que se han perdido por dar crédito
j a essos prodigios; y si hablaran conmigo, a ojos
j ciegos les contara su historia sin errar punto,
I por la experiencia de sus condiciones, que son
j los más ciertos Planetas errantes que los hom-
I bres tienen. Mas dezidme, qué hora es?
Zel. — Dará las cinco, si ya no las ha dado.
Car. — No puede ser.
Zel. — Sí puede, pues es.
Car. — Mucho he dormido; aora bien, qué
; cuenta de sí el Monsiur de la capa roja? Vos,
I don traydor, contento venis, que yo os lo co-
nozco en los ojos.
Zel. — Qualquiera flaca esperan9a con sufri-
1 miento es poderosa para resucitar vn enamo-
rado muerto de muchos dias, y la calidad del
I dolor humano es tener esfuer9o en el vso del.
I
O Sie, por Epimenides.
OEÍGKNES DE LA NOVELA. — 111. — 7
Car. — Sentencioso es el mancebo; pareceme
que sois como cierto género de gente que andan
siempre pensando deriuaciones para sus propó-
sitos, y hallándose perdidos les ponen puntales
de grandes risadas para tenerlas en pie.
Zel. — De prudentes es pensar; de necios de-
zir no pensé.
Car. — Vos, amigo, estudiáis más por Catón
que por los Meteoros. Sabéis cómo se entiende
esso? ay pensar y acertar, y no pensarlo bien y
hazerlo nial. Hazedme merced de no fiaros de
pensatiuos solitarios, que con especulaciones se
venden al mundo. luzgad siempre al discreto y
prudente por su vida y obras, y por el proceder
que tiene en los casos que se le ofrecen, y no os
engañe la compostura del rostro y vestido, ni
la abundancia de palabras ; antes quando le vie-
redes que se florea con ellas para acreditar su
opinión, espera del menos fundamento, porque
todo se le va en flores, y menos si se precia de
dezir donayres por parecer discreto. El hombre
prudente y cuerdo ni ha de ser triste ni gracio-
so, sino apacible y bien acondicionado, y de
quien no tiene agradable condición no esperes
nada bueno.
Zel. — Vos haréis mil reglas de viuir en paz,
pero aueis menester registrallas, y por lo menos
no dexar nada de la mano sin que yo lo vea.
Car. — Dexemos esso, y dezidme de vuestro
negocio: qué tenemos, hijo o' hija?
Zel. — Creedme que soy para mucho, pues
entré en tal laberinto.
Car. — Bien digo yo que no venis vos Por-
tugués.
Zel. — Antes vengo tanto, que pues esto aco-
nieti, no hallo impossible que no me atreua a
intentar.
Car. — Pues más es esso por lo moral que
baxar al profundo Reyno de los Heroycos sin
ramo de oro.
Zel. — Escogi vuestro consejo, como lupiter
la águila, y persuadios que me fuistes la codor-
niz para Hercules.
Car. — Ahi veréis que quien me parió no pa-
rió bestia, y que mi cabera no la hizo platero;
en lo demás me podéis enseñar, mas en esta
materia muy pintado ha de ser el que me echare
el pie delante. Dad crédito a lo que os dixere
en esta ciencia, porque a éstas les entiendo los
pensamientos.
Zel. — Plegué a Dios que me aproueche,
que yo por más cierto tengo que fui a buscar
la muerte que la esperanza.
Car. — Que será si el cielo se cayesse? lo que
os aconsejo es que no embieis ñaue a Flandes
ni paguéis renta adelantada, pues tenéis tan
flaco ánimo.
Zel. — Cómo habláis sobre seguro! si passara
í por vos lo que nos passa a los enamorados, no
98
ORÍGENES DE LA NOVELA
hallarades esta qnexa antes de tiempo. Poco
nos daña mucho y nadie viue con más trabajo,
principalmente el amante pobre es Principe del
amor, venciendo con sus fortunas a las de Her-
cules: porque pelear con el león Ñemeo, que
ninguna arma le dañaua, coger el cierno de los
cuernos de oro, traer el puerco cuya vista dio tal
temor a Eristeo (J) que se metió en el vaso de
metal, atar el Canceruero que escupía veneno,
vencer al transfigurado Acheloo, derribar a An-
teo, quitar al pastor Español, que tenia tres ca-
bp9as y seis bra90s, las vacas, y después matar a
Caco, que se las hurtó, todo esto es nada en
comparación de los rezelos, sospechas, zelos, te-
mores, cuydados, passiones, desuelos, desdichas,
locuras, deseos, injurias, gastos y otros mil ma-
les que se sienten y no se dizen por los enamo-
rados; y si no, considerad al mismo Hercules
después de tantas Vitorias y ser tan animoso y
sabio, cómo le hizo el Amor parecer otro Sar-
danapalo, y le quemó viuo,
Ca7\ — Con esso me mecieron y cantaua mi
ama:
por amor que no conuiene
se pierde el bien y el mal viene.
Zel. — Esso es lo que temo; veome delante
del sin merecimientos, oygo dezir que prendió
a Marte y que sujetó a los demás Dioses, y
desde entonces quedó tan encarnizado, que a
los altos y generosos ánimos afrenta mucho
más, como hizo al esfor9ado Sansón, al diuino
músico Dauid y al sabio Salomón.
Car. — Ahi os esperaua, que propio es de los
enamorados traer estos exeraplos por disculpa
de sus culpas y no para imitación de sus vir-
tudes.
Ze/. — Bien parla Marta después de harta;
vos porque os veis en los cuernos de la Luna a
vuestro saluo, habláis de gorja; pues en las ad-
uersidades se conocen los hombres.
Ca?-. — Cómo, os engañáis conmigo, que sé
más que siete, y si empiezo os daré quinze y
falta? porque, mal pecado, todos sabemos vu
poco de albeyteria, y más quien la trae tanto
entre las manos como yo; ya no hay inocentes;
bien sé que es el amor vn cuydado lleno de te-
mores, composición de males para el coraron,
fueroa que la haze a las potencias del juyzio,
quitándole la libertad, oluido de la razón, vezi-
no de la locura, suaue deleyte para los ojos,
demasiada fatiga del entendimiento, llaga agra-
dable, sabrosa pon9oña, dulce amargura, deley-
tosa enfermedad, blanda muerte, mal de males
infinitos. Qué os parece, queréis más? vos no
sabéis otro tanto, con quanto os preciáis de
contemplatiuo ; pues aun os diré adelante, por-
(' ) Sic, por Euristeo.
que os espantéis y veáis que tengo teórica y
prática deste negocio. Todo enamorado milita
en los Reales deste rapaz Cupido, donde yo
tengo autoridad de cabo de ciento, en saber
como diestro africano embestir con estas rapa-
cillas y ponelles el hierro, y no ando en escara-
muzas y puntos con ellas, que son matreras y
saben mucho, y por puntillos no hay quien las
lleue, porque en sintiéndoos aficionado, os po-
nen los pies en la boca, y os hazen mil mue-
cas; yo. no las sufro sino hasta cierto tiempo,
y en teniéndolas sujetas, tomo venganza y nun-
ca me las doy a conocer tanto, que no las dexe
de manera que imaginen que si no me conten-
tan, que me perderán; y si vos lo hizieredes
assi, haréis vuestro negocio, y os reiréis dellas
como yo.
Zel. — Dize el sano al doliente: Dios te dé
salud. Si vos os vierades como me veo, de otra
manera lo sintierades, que no es perfeto el
amor donde el juyzio no se pierde. Transfor-
marse lupiter en toro, Neptuno en cauallo,
Febo en pastor, qué es sino perder el sentido
racional con el bruto apetito, según nos ense-
ña Apuleyo en su asno de oro?
Ca?-. — Los pusilanimos sienten esso, pero lo
contrario hizo Alexandro con la mujer y hijas
del Rey Dario y con la amiga de Antipater.
Zel. — Y después cómo le fue con Rojanes?
tratar de la virtud fácil es, vsalla obra de San-
son, y de lo que no se tiene experiencia es ig-
norancia hablar, y assi lo sintió Anibal quando
derribó a Glisco de la cátedra.
Caí-. — Muy poco ganareis vos con esso;
atengome a sacudillas y dexallas, que assi ha-
zian los dioses de la Gentilidad; lo demás es
burla, porque es tan mala ralea la de mugeres,-
que ya ninguna quiere bien, si no es por el in-
terés, y en quanto ay que darles; yo conozco-
las por el diente, y en tanto, lo que la loba
haze al lobo le place, y a vn ruin ruin y medio.
Amor enseña mil caminos de engañar; prome-
tiendo con franqueza, de promessas las hago
ricas; al tiempo de la paga no faltan escapato-
rias; destos soliades vos ser^ mas ya no os pa-
rece bien, porque os traxo Dios a estado de
gracia, con que renunciastes al hábito destas
artes del mundo, que las soliades vsar. Aora
os diré, como suelen ellas dezir: perdónele Dios,
que buen pecador era. Vos de aqui adelante
hablad con voz baxa y traed el rostro modesto,
como quien pretende obispar, que el buen ena-
morado refinado como acucar ha de ser, amari-
llo, flaco, honesto, asseado, curioso en galas, no '
afectado, en el andar graue, los ojos eleuados, I
y tan ventores, que entre las nubes descubran I
la ca9a, la persona segura, pronta para qual- j
quier caso de repente, poca risa, mucha corte- ]
sia, afable, presuntuoso, constante, solitario, j
COMEDIA DE EVFROSINA
99
paciente, mortal enemigo de su competidor, si
lo tmiiere, zeloso de los vientos, sin darlo a
entender, grane, compassino, liberal, osado, en
ocasiones temeroso, mañoso, músico, contem-
platiuo, eleuado, inquisidor de los secretos de
los galanes, prático entre damas. De todas
estas calidades os conuiene hazer profession
para merecer la palma y corona de los mártires
de Cupido, y ser escrito en el catálogo de los
escogidos.
Zel. — Poco se le da al harto del hambrien-
to; como me aueis sobrecogido, habláis dessa
manera; guardad la biielta del toro, que a cada
puerco le viene su S. Martin, y ninguno diga
desta agua no beuere; y siempre se ha visto
que los muy resabidos caen en el la^o: porque
el amor azecha a los más recatados y toma
dellos venganza, como hizo Baco de Penteo y
Palas de Aragnes.
Car. — La mona no se caza con lazo, y quan-
do esso sea, lo que os digo es que no puede ser
más que llouer sobre mojado; yo no niego que
soy de los suyos, mas doile del pan y del palo.
Pero dexadas porfías, pues más sabe el loco en
su casa que el cuerdo en la agena; tratemos de
nuestro negocio, qué es lo que tenéis hecho? que
quiero ver cómo os ayudastes de mis consejos.
Zel.— Sucedióme mejor de lo que pensé,
porque al descubrir mi passion, como yo esta-
ña más medroso que Pisandro, acudió la san-
gre al cora9on, como a parte principal, por so-
correr su necessidad, y quedé descolorido como
muerto: mi prima, a lo que yo entendí, imagi-
nó que era el negocio con ella.
Car. — Esso será possible que dañe y sea
ocasión de mostrarse después contraria, porque
ellas a nadie quieren como a sí mismas, y quan-
to ven apetecen ; y destas cosas son golosas en
extremo.
Z¿/. — Quando yo acabé de descubrir mi pen-
samiento, después de passados grandes colo-
quios, flaquezas y desmayos, me lo contradixo
fortissimamente; y quando vio que por mal ni
bien no desistia de mi intento, protestando (no
sin lagrimas) morir en él, al fin compadecióse
de mí.
Car.— Pues quién lo duda? soy vn inocente,
no las conozco? y qué os dixo?
Zel. — Que baria lo que pudiesse, tentando
el vado de la voluntad de Eufrosina; ahora
juzgad qué bien se puede esperar desto.
Car. — El mayor del mundo; tenéis subido el
segundo escalón, porque luego como la señora
jEufrosina, que aora está apartada dessos gus-
itos, sepa que la queréis bien, lo primero dará
gracias al amor, porque se acordó della, y co-
brará nueuos pensamientos, y hallareis en las
i-onstituciones deste rapaz que nadie sabe que
le quieren que no quiera poco o mucho, y lo
poco el vso y tiempo lo haze mucho: porque
todos las cosas nacen, crecen y se enuejezen, y
si queréis triunfar desta guerra, como Capitán
Romano, aueis de ser tan sagaz como Fabio
contra Aníbal: guardarle el tiempo y esperarlo,
que el buen Romano, estándose quedo, vence,
y el buen enamorado disinmlando engaña; y en
viendo la vuestra, seréis atreuido en acometer;
y para serlo, presumid de vos, que venceréis
quanto intentaredes, aunque sean brauas más
que luno, más fuertes que Palas, más castas
que Diana. A nosotros nos toca acariciarlas, á
ellas obedecernos; y quanto al piincipio se
muestran rigurosas, son después mansas. Los
soldados praticos como yo, aora que sé quan-
do aIcan9o fauor de vna muger de calidad, que
me es de gusto y prouecho, en teniéndola ren-
dida y señalada de mi señal, por no aficionar-
me miicho y venir a ser esclauo de mi gusto,
procuro diuertirlo, por no criar cuerbo que me
saque el ojo, y ocupóme en hazer empleo en
otra y en c tras. Desta manera juego con car-
tas dobladas, y no puedo perder, y aseguro mi
mercaduría, por no eotar pendiente de la corte-
sía de la fortuna, y con esto me escuso gran-
des disgustos. Las mujeres, por lo que deuen a
sí mismas, quando menos, son obligadas a
guardar castidad; sí tienen amor, guardan fe, o
con el coraron o por la verguen9a, por la esti-
mación que de las tales hazemos, y assí son
mejores amantes que nosotros. Los hombres
no es necessario ser castos como Amadis, por-
que luego les achacan impotencia; y quien tal
fama cobra entre las mugeres, dadlo por per-
dido, y sí no preguntad a Orfeo cómo le fue
con las de Tracia, Conuiene al que las ha de
tratar tener fama de valiente en las ocasiones,
de afable y muy secreto; y sí tiene esto no le
tengáis lástima, que yo fiador que no se pierda
por lo que a él toca, y no ha menester mejor
gayta para pedir por las puertas. Y tomad de
mí vna lición, que os aprouechará: nunca de-
sistáis de proseguir lo que vna vez empezare-
des, por más desdenes que os hagan, que son
como gestos de monos; y si no os cansáis, can-
tareis al fin: ya os tengo, peces, en las redes,
que se dixo a este proposito; y vuestra prima
por mi cuenta que fue a pedir albricias a la se-
ñora Eufrosina, y essas carantoñas que hizo
son como las de la otra esta noche passada.
Zel. — Pues contadme lo que passó.
Car. — Esta suerte es de las mías, y para es-
criuirse en la Coroníca del nmndo con letras de
oro; aun aora me rio de cómo fui más determi-
nado que Tarquíno y más temeroso (*) que
Apio Claudio.
Zel. — Cómo es esso?
(v Sic, por timtiario.
100
OHTGENES DE LA líOVELA
Car. — Yo os lo diré; en entrando hallé a la
rapaza ea armas ligeras, sólo vn manteo y ju-
bón a9al, los cabellos trenzados, y con vna co-
fia carmesí y oro, toda temblando y no de frió,
con vna apacibilidad que amansara vn león;
empe9o a querer hazerme arengas, pensando
obligarme, mas yo no tuue jjaciencia, y llénela
en los bracos, sin dexarla tomar tierra, y hize-
me sordo y mudo; vierades las lagrimas coco-
drilas, como si yo no huuiera oido la facilidad
con que las fingen las mugeres; los ayes eran
exprimidos, como siluo de culebra, los requeri-
mientos y conjuros humeauan, las culpas y
amenazas echauan fuego, y yo callar; las braue-
zas y fuer9as hazian una bateria; no quiero, no
quiero, mas échamelo en esta capilla. Lo que os
digo es que no fue tan cruel la contienda del
juego de los cestos de Hercules; huuo enojos y
temas de parte a parte, y fue de manera que
desesperé y pensé quedarme burlado; ella mos-
trando que se rezelaua de que la sintiessen, y yo
fingiendo desuios y enojos, sin desaferrar. Fi-
nalmente, fuimos al monte, auenturé el resto.
Ze¡. — Qué, llegastis tan adelante?
Car. —Ño sino de burlas, ténganlas conmigo;
toda la gracia fue, después de las escaramuzas,
oir sus quexas y malas venturas, el culparse y
fingirse muerta.
Zel.— Y vos que le deziades?
Car. — Yo reiame, y echándolo todo a burla,
tómela en los bra90s, beuiendole dos rios de la-
grimas, y por consolarla, enipezé a hazerle mil
juramentos, que con el cora9on desdezia.
Zel. — Y esso es bueno? creed que me enfa-
dan essos modos de jurar.
Car. — Más me enfada a mí essa vuestra
obseruancia. Hipocresías aora, mi padre? yo re-
niego dellas; muy recoletos en las cosas que no
son de su gusto y muy desreglados en sus ape-
titos. El codicioso no sufre el diuertimiento es-
tragado del sensual, el soberuio aborrece al la-
drón, el homicida estraña que aya auarientos.
Toda culpa agena es muy graue, por diminuir
la propia, que no se ve o la dan disculpa. To-
dos enmiendan y murmuran vidas vezinas, y
las suyas las abonan. Sabéis lo que os digo,
amigo mió? o tuerto o derecho, mi casa hasta
el techo; aun no estoy a porta inferí, allá ven-
drán los aborrecidos ochenta años; dexadme
aora lograr mis años floridos, en quanto tengo
tiempo; después no faltará la merced de Dios y
su misericordia, de que la tierra está llena. En
poco espacio se salud el buen ladrón.
Zel. — Essa es vna gentil cuenta; por qué
cédula tenéis vos assegurado esse momento y
essa contribución, que baste para merecer en él?
Pues como os acogéis a la misericordia, consi-
derad que anda de compañía con la justicia, la
qual no se dobla como la del mundo.
Car. — Esso que vos aora contestáis es la
misma flaqueza de espíritu, y no fuera yo tan
prouido por ningún precio; y aunque dezis ver-
dad y os lo concedo, yo vine al mundo para lo-
grar mi vida, pues tengo tan cierta la muerte,
que no es pequeña pena y descuento éste; y si
aora no la logro, quando la edad lo pide y per-
mite, el tiempo se me va huyendo, y yo no que-
rría que me dexasse a buenas noches, sin dexar
fruto ni señal de la jornada con la congoxa de
quién tal pensara. Si yo tuuiera vida de noue-
cientos años, como los antiguos, anduuierame re-
galando? Todo era dos dias más o menos, porque
auia paño para cortar y desperdiciar; mas vida
de quatro negros dias, y estos inciertos y alter-
nados en mal y bien, y que los passe llorando,
mala Pascua a quien tal hiziere, y no fuere
mo90 quando moco para ser viejo quando viejo.
Zel. — Essa es vna mala conclusión. Essos
esfuer90s juveniles y essas quentas vanas tienen
muy cierto el castigo; guárdeos Dios de peca-
dor obstinado; las más vezes se ven desdichados
fines a tales distraymientos. El hombre discreto
ninguna cosa ha de temer tanto como a su
gusto; nunca os preciéis de culpas, porque des-
mereceréis el perdón; hazed siempre la cuenta
de cerca, y no perderéis de vista el arrepenti-
miento; y aureis oido dezir: tantos mueren de
corderos como de carneros: pues mirad por vos,
que quien se guardó no erró, y el Señor mandó
velar a los suyos por la incertidumbre de la
hora; y yo tengo por sin duda que a excessos
sensuales no dilata Dios la paga para el otro
mundo, y assi se han visto muy grandes cas-
tigos.
Car. — No me canséis aora; mirad vos vues-
tra alma y no tengáis cuydado de la mia; yo
daré cuenta de mí quando llamen a mi puerta,
y no me faltará vn texto para hazerle a vna ley
que venga a mi proposito y me ponga en saino.
Y Monseñor Ouidio diza que se rie lupiter de
los amantes perjuros.
Zel. — Al dar la cuenta lo veréis; y también
ay otro párrafo: No siempre lupiter se rie de
los perjuros amantes, mas a las vezes los oye
con orejas sordas. Por esso ninguno presuma
que engaña, porque siempre él queda engañado;
y por amor de mí, que nunca hagáis essos jura-
mentos, porque son según la intención de quien
los oye. En quanto Dios, estáis obligado a essa
moja en todo lo que le prometistes; mirad lOj
que aueis hecho, no engañéis vuestra alma.
Car. — No me canséis con amonestaciones;)
no sabéis que toda la ciencia que aora se vsa esí
cautelas sobre propio interés? pues queréis quej
condene el saber ser vn hombre discreto? Esta-i
mos en tiempo de aprender ad panem lucran-i
dum, como dizen los trampistas, que nos siem
bran la tierra de mentiras, y hallase aora derC'
COMEDIA DE EVFROSINA
101
cho para poder robar y hazer todo lo qxie pide
la voluntad a los poderosos; pues yo soy hijo
de peor madre? o por ventura padeció Dios más
por ellos que por mí? Lo que veo hazer hago,
iré donde los otros fueren. A la rapacilla puse
de manera con lo que le dixe, que me quedó tan
obediente, que tuue dolor de la cuytada, vién-
dola tan eleuada y aficionada de mí; y pare-
ciendola que lo tenia todo seguro con mis pala-
bras, entretuuome con mil donayres, y qaando
oyó el pito, que me despedí della, no auia re-
medio para apartarla de raí, y con grandes an-
sias se queria venir conmigo: porque éstas son
como los músicos, malas de entrar y peores de
salir.
Zel. — Assi se destruyen las inocentes, que
se fian de nuestros engaños; mas esse negocio
es para tener miedo del castigo de Dios, y vna
obligación muy para huir el no cumplilla: vos
guardaos no os la hagan pagar y os halléis con
el mal en casa.
Car. — Cómo sois gracioso! Soy yo inocente,
que me ha de engañar vna mo^uela que no tiene
mas que la arnia9on de los huesos y aquella ca-
rilla? pues aunque fuera vna Policena, me ri-
vera della. El mancebo es de los que se aficio-
nan de manera que dexan que lo engañen!
Zel. — No murmuréis della, porque podría
ser que os deis los golpes en vuestra cabe9a; no
os fiéis de vos en estos casos, que a las vezes
corre mas el diablo que la piedra: yo quitárame
desse trato por escusar inconuinientes; lo que
importa es callar, que yo no daré culpa a ninguna
muger que se engaña de promessas de lo que
desea y pretende, porque juzga por su cora9on
el ageno; y si no huuiesse hombres malos y fal-
sos, no auria mujer errada.
Car. — Y ellas qué hazen? Vino jamas al
mundo mal sino por mugeres, aroaas del diablo,
cabe9a del pecado? preguntadlo a Salomón y
veréis lo que os dize.
Zel — Mas preguntadle vos cómo le fue con
ellas, y veréis cómo les sale siempre al rostro a
quien las murmura; y parece permission diuina
que paguen por donde pecaron, y también por
la sinrazón que ''sa quien dellas dize mal, sien-
do dignas de toda alaban9a; porque la natura-
leza no tiene cosa tan necessaria como la mu-
ger, y por tal la formó Dios del hombre. Y
quánta sea su bondad, dexando las de nuestra
ley, que son infinitas las que en virtud y cons-
tancia en los martirios no darán ventaja a los
hombres, mirad entre las gentiles. Porcia comió
brasas por el amor de Bruto, Hisicratea quán
fiel compañía fue de Mitridates en todas sus
aduersidades,Iulía de grande afición murió vien-
do ensangrentada la toga de su marido Pompe-
yo. Artemisa beuió los poínos de los huessos de
Mausolo. Ebandre tanto amó a su marido Ca-
pareo, que se lan9Ó con él muerto en el fuego,
Hípone, cantina por sus enemigos en el mar, se
arrojó (') a él por sainar su castidad, y lo mis-
mo hizo Bretona (-) por huir del Rey Minos;
y otras muchas que huno admirables en esta
virtud, y en las demás que los hombres tuuíe-
ron en paz y en guerra, de que ay muchos
exemplos, que testifican sus merecimientos.
Car.'- Aunque más las alabéis, no las podéis
sainar de que por ellas nos vienen y vinieron
todos los males, como lo muestra la fábula de
Pandora, y por esso se dize: Quien con damas
anda siempre llora y nunca canta. Bolued la
hoja, veréis Medea matar hermano y hijos, Cü-
tínestra al marido, la muger de Anfitreon (^)
vendello por vn collar de oro, y las de aora la
imitan y son otras tales; Tarpca entregar la
fortaleza a los enemigos; y todo lo dize el re-
frán: Por mugeres van al infierno, etc.
Zel. — Quántos mayores males hallareis en los
hombres, sí los miráis con cuydado! y como son
maliciosos, embidian la virtud dellas, \ con esta
rabia murmuran y procuran disfamarlas y con
ocasionar escándalos; y aunque reciben de nos-
otros tantos daños, nos sufren por su buena
condición; mas ya muchas dicen mal y se que-
xan con razón.
Car. — Qué aprouecha, pues les falta la au-
toridad? yo os digo que las enredo y las sé bur-
lar; ellas tratan siempre engaños, yo nunca les
digo verdad ni tengo ley con ellas; ellas interes-
sadas, yo escaso; ellas mudables en el amur, yo
desamorado; ellas libres, yo raposo; assi nos
damos en los broqueles , mas yo quedo siempre
en pie como gato.
Zel. — Vos sois venturoso, que alcan9ais lo
que queréis y quedáis libre; plegué a Dios que
sea siempre assi.
Car. — Yo sé echar el arpón donde aferré, y
esto es lo cierto, y no eleuaciones y castillos de
viento.
Zel. — Essa ley tenéis los actiuos de amor,
que no tenemos los contemplatiuos, verdaderos
mártires de Cupido, que pretendemos antes el
prouecho de quien amamos que nuestro interés.
Car. — Essos tales ganan lo que ganó París
Troyano, que despreció dos damas hermosas
que le daña Poltis ('') por la gentil Elena, y yo
dierala con mil gustos por cualquiera otra de
menos peligro con algún contrapeso prouecho-
so, porque no soy de los que dizen que sabe
mejor lo que más cuesta.
Zel. — Esso nace de ser muy sensual. Paris,
como perfecto enamorado, amana más la amo-
(<) En el original, arrogó por errata.
(*) En el texto portugués de Ferreira, Britonia.
(3; Sic, por ^n/ííríón.
{*) En el original, Foti».
102
orígenes de la novela
rosa conuersacion de Elena que todo otro de-
leite dessotras; y así deuenios antes amar la
hermosura del ánimo que la del cuerpo, por-
que más durable gusto es contemplarlos bienes
racionales sin el det'eto que la edad causa en la
más hermosa cara; los que aman el cuerpo más
parecen codiciosos médicos que verdaderos ena-
morados, y assi leeréis que por caricias de blan-
da conuersacion veiício Cleopatra a lulio Cesar
y a Marco Antonio.
Car. — Para essas tales soy yo Otauiano, y me
rio mucho dessotras filosofías; lo que importa es
saber a cada vna de qué pie coxea, y en esto re-
reis quánto más vale el buen natural que la cien-
cia. Mas quedesse assi laquestion. pues cadavno
tiene su costumbre, y quautos hombres, tantas
opiniones. Varaos a dar vna buelta a los pues-
tos, que sobre tarde suele caer capa. Passaré
por la calle de la descalabrada, veré si está ama-
rilla del sobresalto de la noche passada, que
creo deue de estar algún tanto asolanada; no
me tenga por desconocido y desamorado, quÍ9a
querrá que tornemos esta noche otra vez a ver-
nos, y no quiero desacreditarme en los princi-
pios, que no dexo de tenerle alguna afición a la
rapaza.
Zel. — Vamos, y entre dos luzes daremos
buelta por mi puesto; quica contentaré mis ojos,
dando sustento a mi alma con ver a la bella
Eufrosina.
ACTO TERCERO
SCENA PRIMERA
Eufrosina, Silüia de Sosa,
^¿7. — Qvé soberuias son éstas, señora? quién
será poderosa con vos? ya no queréis ver a na-
die, todo vuestro entretenimiento es con aquel
primo; pues tiempo vendrá que tendremos por
acá algún pariente.
Sil. — Pues, señora, hago muy bien, cada vno
ama los suyos.
Euf. — Es assi, pero estáis tan vana, que no
se atreue nadie a hablaros.
Sil. — Ay tal cosa? algo me ha visto? si me
tuuiesse embidia, qué ventura seria, mas bien sé
que burla siempre de todo. Truxome vna carta
de mi hermano, con que me alegró en estremo.
EuJ. — Y qué os dize en ella?
Sil. — Que espera venir muy rico de allá, y
que no me case en su ausencia, porque todo lo
quiere para mí.
Euf. — Traygaoslo Dios con mucho bien; mas
para esso confío que no será necessario, que si
yo tuuiere amparo, no faltará para vos, según
sé de mi padre, que no es el que menos bien
desea.
Sil. — Assi confío yo, y con essa esperan9a
viuo, y la tengo de veros Condesa; pero, seño-
ra, quanto más, tanto mejor.
Euf. — Queréis mostrarme la carta?
Sil. — De mil amores, y en ella veréis que os
besa la manos.
Eiif. — Escriue muy bien ; mostrásela á mi
padre, que se alegrará de verla; vuestro primo
y él serían errandes amigos.
Sil. — Como vña y carne, y camaradas en la
Corte con otro mancebo natural desta ciudad,
criados todos del Rey, y vinieron ambos aqui a
holgarse este verano. Mi primo, señora, es hom-
bre de importancia, muy discreto, Poea, músi-
co y muy galán; en la conuersacion tan afable
y entretenido, que os perderéis por él si lo co-
municassedes. Ayer os vio y os alabó de muy
hermosa; juró que no auia en Palacio dama que
os igualasse, y que si allá fueredes, que los em-
belesarades a todos, mas que le parecía que se-
réis fria de condición.
Euf. — Ay mal hora, tan presto me conoció?
contadme más desso. por vuestra vida.
Sil. —Assi me salve Dios, que me dixo que
no creyera que huuieraen el mundo tal hermo-
sura; y que si la copiaran al natural, sólo el re-
trato bastaua para matar de repente, como la
imagen de la fortuna al mancebo ateniense.
Euf. — Libreme Dios en buena fe, con vues-
tra licencia, y no o digo porque lo quiero mal,
él me parece vn grande bobo.
Sil. — Ay, ay, en qué? Esso tiene, señora
mia? desechaldo, buen galardón es esse: bobo?
O qué gracia, sí, desse pie se calíja él! piensa el
otro que las mata en el ayre y que no hay más
bizarría en el mundo que la suya!
Euf. — Por pensarlo él no ha de ser luego,
pues se ve lo contrario.
Sil. — Aora no más, no más; entendida sois,
señora; lo cierto es que nos azechastis quando
hablamos.
Euf. — Pues sí, vistis vos esto? No tenia yo
aora otro cuydado.
Sil. — Cómo se haze de uueuas!
Euf. — Qué, me vistes? lesus, líbreme Dios;
ya oy no lo passaré sin falso testimonio.
Sil. — Assi me vea yo Reyna como la vi con
estos ojos, y aun la oi reirse, quando él se quedó
como muerto con la passion de vna cierta cosa.
Euf. — Y él qué diablos os contaua para ta;;-
to sentimiento?
Sil. — Como ella lo vio también lo oiria.
Euf. — Mejor me oyga Dios en su Reino;
acerté a passar y no sé cómo miré por vna raja
de la puerta, y entonces lo vi sin sentido.
Sil. — Ha, confessar sin tormento; cómo la
cogi luego!
Euf.— Quéconfiesso yo? he dicho queazeché?
Sil. — No a mí, que las vendo y las reuendo.
COMEDIA DE EVFROSINA
103
Euf. — Mirad, pues, qué cosa para azechar
ni hazer caso del.
íS"//! — Pues bien, bien, de aquellas cosas tales
tiene ella muchas.
Euf. —Qué buena ventura para desear tene-
11o, antes lo querría perder que hallar; pero ha-
blando verdad, qué os contaua que le hazia es-
tar tan lastimado? Eran algunas necedades?
Sil. — Sí, necio es el mü9o! pues a fe que si
se lo dixesse, que seria cierto el holgarse.
^i//. — Ea, pues, dezid.
SU. — En buena fe no lo diré, ni me saldrá
por li boca.
Enj. — Por vida mía, Siluia (•) de Sosa, que
lo digáis.
Sil. —Señora Eufrosina, ver9as que no aueis
de comer, no las procuréis cozer.
Enj. — Si yo lo adiuinare, me lo diréis?
Sil. — Podra ser.
Euj. — El más ordinario entretenimiento des-
tos galanes es en amores; contariaos algunos
cuydados con ansias de ausencia de la Corte y
algunas alabancas vanas.
Sil. — Esso es, mas son de aqui desta ciudad.
Euj. — Y el cuytadu tan desfauorecido anda
o es de muv enamorado?
Sil. — A vos qué os va? dexadme os ruego,
señora; muy bien dizen que las mugeres son
muy inclinadas á saberlo todo. Vos qué tenéis
que ver con los amores del otro?
Euj.— Cómo sois ¡nocente, amiga! qué va en
esso aora o qué pesadumbre os da que lo sepa
yo? si por saberlo le huuiesse yo de hazer algún
mal tercio!
Sil. — QuÍ9a sí.
Euj. — Mas á mí por vn oído entra y por otro
sale.
Sil. — Pues, señora, descanse y repose, que
no lo he de dezir; qué queria ella? burlar de mi
primo y dezirlo a quien lo quisiesse oir?
Euj. — Bien casaré yo con essa fama; qué me
vistes vos descubrir? ahora quiero tener enojo
por la opinión en que me tenéis.
Sil. — Cómo se haze de la enojada! quiere
que lo diga?
Euj. —Quiero.
íSiV. — Hame de jurar que a viua criatura no
lo dirá.
Euj. — luro por vida de mi señor padre.
Sil. — Assi lo promete como quien es?
Euj. — Prometo
Sil. — Mire, señora, lo que promete.
I Euj. — Acabad ya; lesus, cómo sois descon-
■ confiada; yo no sé qué os diga; por lo que a mí
! toca, juro a estas letras con que se escriuen las
apalabras de Dios, pues me hazeis poner la boca
en él.
(') En el original, por errata, Süua.
Sil. — Que no lo diréis?
Euj. — Que no lo diré. Ay cosa como ésta?
aunque yo fuera la mayor parlera del mundo.
S'l. — Aueis de saber, señora, la mayor gra-
cia que aureis oido; él me quiso dar a entender
que era perdido de amores de la señora Eufro-
sina desde la primera hora que la vio; esto con
grandes conjuros, que no saliesse de n)í.
Euf. -Callad, no me lo digáis; mas dezid,
es verdad, por su negra vida negrecida?
Sil. — Assi yo viua, que estos eran sus senti-
mientos.
Euj. — Aora lo aueis mejorado. El diablo me
dio adiuinar que él era algún gran loco. Pen-
sará que por ser cortesano le he de estimar?
qué de engaños que ay en el mundo! f'areceos
qué cosa son hombies desuanecidos, que pien-
san que todo lo que les viene a la imaginación
es lo cierto, y que en mirando sus ojos, luego
les queda el campo por suyo? Mirad, pues, quién
para poner en mí el pensamiento; no puedo es-
cusar de tener vn grande pesar de semejante
locura. Vistes aquella fantasía de insensato?
querría mucho saber si tiene noticia de quién
«!oy o qué vio en mí para presumir esso; y vos,
señora, muy desapassionada lo estauades oyen-
do hablar alto ya buen son, y fuera bien le
dixerade'' que no os dixera tales locuras.
Sil. — Qué le aula de hazer, o qué sabe ella
lo que yo le dixe? podíale tapar la boca ó darle
con vn palo? En lo que yo tengo culpa y fui
vna gran boba, fue en dezirselo. No de valde
me rezelaua yo y queria callar; dixelo por aca-
bar con sus persecuciones, que quando empie9a
nunca acaba, no para otra cosa sino para reír-
nos; bien adiuinaua yo esse enojo quando me
escusaua.
Euj. — Y no es para tenerlo? qué gracio-
sa es!
Sil. — Estas cosas, señora, quanto menos
caso se haze dellas más se doshazen. Los hom-
bres tienen ojos y nadie se los puede tapar, ni
estoruar los pensamientos. Y las estrañezas de
las mugeres en estos casos no se alaban, por-
que ninguno las obliga ni fuer9a a lo que no
quieren, y quanto más se descuydan destas me-
morias, más esfrian el fundamento dellas.
Euj. — No rae aconsejéis en esto, que yo sé
muy bien lo que me conulene; y de tener por
ligeras las cosas en los principios vienen des-
pués los fines a ser muy pesados; y porque yo
entiendo quanto importa atajar malas opinio-
nes, desde aqui os lo digo, que si vuestro primo
bolulere acá, que lo desengañéis muy bien, y le
digáis que no os hable más en esso, o no venga
aqui, que no os lo consentiré, ya que estáis en
esta casa conmigo.
Sil. — Yo merezco todo esto y mucho más;
el diablo me mandó a mí hablar. Siempre el
104
ORÍGENES DE LA NOVELA
callar fue bueno; no ay cosa más prouechosa
que el silencio. Bien me temia yo lo que aula
de ser, y pues assi lo quise, assi lo tengo; mas
de los escarmentados se hazen los arteros; por
esso si yo puedo, no me sucederá otra tal.
Eiif. — Y pues qué queréis vos, señora, que
él se alabe por la ciudad que trata amores con-
migo? pareceos que será bien?
Sil. — Para qué es hablar en esso? tan igno-
rante soy yo, que no entiendo lo que va en este
caso? y bien, señora, qué cuenta diera yo de
mí dessa manera, si no supiera yo muy cierto
que todo es en él piedra en pofo? con mis ma-
nos me matara; quanto más que yo no alabo ni
alabé el hecho, mas échelo a burla y passé lige-
ramente por ello, como quien no quiere la cosa,
ni me acordaua, ni me passaua por el pensa-
miento pensar en lo que me trató, si no me ha-
blarades en ello; mas por bien hazer, mal rece-
bir, sacóme los ojos porque lo dixesse, y yo sen-
cillamente no lo supe negar, y aora quiéreme
quitar que no hable con vn primo que tengo
por hermano; pues qué parecerá esso, hazer
caso donde no hay de qué? mejor sería echarlo a
las espaldas, que yo segura estoy de hablar más
en esta materia.
Etif. — El loco, si viene a mano, andaralo di-
ziendo a todo el mundo, y a mi fama le estara
muy mal; que la de las mugeres más consiste
en lo que dizen que en lo que es, pues qiié cosa
para llegar a los oidos de mi padre, qué braue-
zas hiziera! quedáramos bienauenturadas vos
y yo! ^
Sil. — El cómo lo ha de saber? estáis muy
engañada, señora ; bien podéis descausar en
essa parte, porque él es el más callado hombre
del mundo, y tiene gran pundonor en serlo;
sabéis quánto, que quando me dixo que andana
aflixido, que yo le importuné que me dixesse
la causa; dixomela por cumplir conmigo por lo
que me quiere, y en ninguna manera me quiso
dezir el nombre, diziendome que su mal no lo
tenia; mas como nosotras somos siempre incli-
nadas a saber, hize con él lo que vos aora con-
migo, y tanto lo conjuré, que sobre mi fe me
lo dixo.
Euf. — Dessa manera se descubren todos los
secretos, y de vno en otro dichos secretamente
quedan más públicos que la placa. Todos essos
son disimulos y engaños y más engaños, par-
ticularmente estos Cortesanos, que tienen por
gala ser parleros y deslenguados.
Sil. — Essos serán vnos que se precian de
despejados, por lo que dizen: hombre vergon-
90SO, el diablo lo llenó a Palacio, y todo su saber
lo tienen en la lengua; mas mi primo es muy
diferente y tiene otra capacidad.
EuJ. — Venga el diablo y escoxa: tales son
vnos como otros; del rio manso me guarde
Dios, que del brauo yo me guardaré. Estos ta-
les muestran el pan y asconden la piedra. Qué
mayor locura y necedad puede auer que ponér-
sele en la cabera quererme bien?
Sil. — Aora, señora, no hablemos más en
esso, y se quitarán quistiones.
Euf.— Sea assi; mas hablando verdad, qué
razón le halláis o qué disculpa?
Sil. — Antes, mirándolo sin passion, pues
quiere que le responda, es muy grande discre-
ción; porque vos, señora, sois muy noble, y los
grandes espíritus siempre se inclinan a cosas
altas; vos muy hermosa, don de naturaleza que
tiene juridicion sobre los más claros entendi-
mientos; vos muy discreta, singular excelencia
y por lo que más se estima qualquiera persona
humana; y finalmente, en vos, señora, están
todas las gracias. Pues siendo esto assi, como
es, yo diria que quien no se rinde a tantas
causas juntas, que le falta entendimiento para
conocellas. Y como mi primo tiene tan viua
discreción, tuno este conocimiento por su mal,
como él repetia. Dezia muy bien quando yo
burlaua del y le reprehendía su poca razón:
menos la tenéis vos, prima; a vn simple que
no alcanza lo que yo entiendo, no fuera de ad-
miración enamorarse de la señora Eufrosina;
pues la hermosura tiene tanta fuer9a, que Ciro,
careciendo del sentido natural, con ver vna mu-
ger hermosa lo cobró, y mucho menos será per-
derlo como Orestes por su Hermione, y la vida
como el hijo de Demetrio; quanto más yo, que
en viéndola me eleué, deslumhrado de su vista,
porque nunca vi tal resplandor, y contemplan-
do su interior \e consideraua vna alma de mil
perfeciones que daua lustre a lo de fuera, pu-
blicando mavauillas de la diuina naturaleza, de
manera que sus excelentes partes traen consi-
go la disculpa y la razón de lo que causan. Si
yo no tuuiera ojos ni entendimiento, me pudie-
ra disculpar, y otras muchas razones que ale-
gaua en su fauor, que no sé dónde hallaua tan-
to que dezir. Concluyóme y no supe qué res-
ponderle; sólo le dixe que se despidiesse desso
como de vn impossible; y como he dicho, por
vn oido entró y por otro salió, para en quanto
deziroslo {}') sino me atormentarades, aunque
tune dolor de sus ansias, que parecían de gran-
de amor.
Euj. — No hablemos más en essas neceda-
des, que me corro de gastar tan mal el tiempo;
y os aniso que os guardéis como del fuego de
dezirle que yo lo sé, ni cosa alguna otra de mí.
Sil. — lesas, señora, guárdeme Dios, esso le I
auia yo de dezir? mejor juyzio me dio el Se- |
(O Aquí debe de haber errata ó está confusamente
traducido el texto portugués: quanto para respeito de
voló, aenhora, dizer.
COMEDIA DE EVFROSINA
105
ñor; hallastis la mo^a parlera? antes me mostré
con él tan airada, que desesperado de hallar en
mí remedio, con rabia hizo voto solemne de
quereros siempre bien y morir por esso.
Enf. — Enterraránlo, y no se perderá en él
Venecia, y haránle lo que no hazen al caballo
del Rey.
Sil. — Callemos, señora, que viene vuestro
padre.
SCENA SEGUNDA
Cariofilo, Andrade, Zelütipo.
Car. — Qué ay por acá? Andrade, qué haze
tu amo?
And. — No sé, señor; después que venimos
a esta tierra no le entiendo, pareceme que anda
muy enamorado.
Car. — Por tu vida, en qué lo conoces?
And. — Yo soy demonio y nada se me en-
cubre.
Car. — Dime , aquí nueuamente en esta
tierra?
And. — Bien lo sabe V. m., no disimule. Ellos
encubrense de mí, y al fin lo he de saber, que
todo se sabe. Piensan los enamorados que los
otros tienen los ojos quebrados, y nada es tan
secreto que tarde o presiono se descubra.
Car. — Tú, picaro, te tienes por gran Profe-
ta; mas yo atendriame a Merlin; dónde está
aora tu señor?
And. — En su aposento tañendo vna vihue-
la; mandóme que me fuesse a pasear, por que-
darse solo en sus contemplaciones. Todo su en-
tretenimiento aora es trobar o estoruar.
Car. — Voy a ver cómo passa esso.
And. — Vete, que tal cabe9a es la tuya como
la suya; doylos al diablo a todos juntos y a
quanto poder en ellos tengo. No me sacará
Dios de seruir escuderos? mas qué digo? éstos
aun son peores que zapateros, su exercicio
murmurar en su aposento de vnos y de otros. A
vnos dizen que son desalentados; a otros fal-
tos de vista, por dezirles inocentes; al otro des-
luzido, y yo no sé quál es lo mejor o lo peor.
A los honrados llaman pobres, á los rices vi-
llanos ruynes . Concertáme esta gerigonza:
todo es locura y blasonar de hijos de sus pa-
dres, y que a ninguno han de sufrir nada; des-
precianlo todo y son poco conuersables; su va-
nidad ponen en visitar grandes señores; no di-
simulan ni sufren nada a los criados, y burlan-
se dellos. Atengome a los que traen las bolsas
de sus amos, que no ay oficio en la tierra que
no alcancen. Estos pelones nunca leuantan ca-
be(;a, y todo su fin es ir a morir a la India y
peregrinar en armadas. Fuerte género de gente
son estos cortesanos; todos se roen vnos a otros
como carcoma; a quien hazen más cortesías y
dan más gorradas, desean mayor mal ; aora yo
he de azechar y escuchar lo que éstos dizen.
Car — Las de su merced beso; vos estáis vn
Apolo sobre los muros de Troya, dczid alguna
cosa.
Zel. — Ha, señor, que me muero poco a poco
y no sé qué ha de ser de mí; siento que se me
destila el alma y se me gastan los espíritus.
And. — Ya mi amo empie9a a eleuarse; bue-
no va el negocio, alguna grande historia es
ésta, yo no sé qué diablos tiene, ni qué no; so-
lia burlarse de quien queria bien, sino por pas-
satiempo, y pregonauase por más entero y li-
bre que guárdenos Dios; yo he de procurar en-
tender dónde va esto; mas si quisiesse bien a
Silua de Sosa su prima? y lo presumo, porque
quando la va a visitar se limpia y adereza, y
persuade a su hermana que le embie presentes;
quiero escuchallos.
Car. — No sabéis qué ha de ser de vos? Yo
os lo diré: llenad delante las buenas obras, no
esperéis que después de muerto os las hagan
acá, que hecha la preuencion, yo fiador que
seréis bien recebido en la diuina posada; y no
os fiéis de herederos que hagan lo que vos no
hizistes, que les sobra escusas para no ha-
zerlo.
And. — Es diablo este Cariofilo, todo de bue-
na ventura y de darse al tiempo y holgar.
Zel. — No habláis a proposito, que aun yo no
voy allá tan de prisa.
Car. — Buena señal, según esso no os que-
réis morir.
Zel. Que pene y viniendo muera
Por tan honrada ocasión,
Basta por satisjacion.
Car. — Bueno está, mas essa vihuela tiene
las vozes sordas.
Zel. — Tales son los oídos de alguna para las
mías.
And. — Mal pecado; esso te entrará a ti por
casa, antes que la buena ventura; creed que al
hombre pobre nada le sucede bien.
Car. — Vos tocastis en su tiempo el Conde
Claros, y conozco de vos que lo hariades bien.
Zel. — Esso dexolo yo para vos, que sois todo
vna pandorga, y más si es descantada con aga-
llas y pitos de varro. Esto sí que os sonará
bien.
Car. — Arte tuuistes aora, aunque poca; aun
tenéis necessidad de ser más dias mi platican-
te, porque mi galantería es superior.
And. — Ya ellos empie9an a burlarse y de ahí
vendrán a murmurar, que es más sabroso, y por
no ])erder costumbre.
Zel. — Tenemos vos y yo muy diferentes es-
tados: a vos todo os corre viento en popa, y yo
canto siempre el cantar de Telamonio,
106
orígenes de la novela
Car.— Dezid algunos versos, y veré adonde
llega vuestra lan^a, y mirad si os podéis hazer
de rogar.
Zel. Contento con mi cuydado.
Dado en mi pecha de assiento,
Siento yo que me es prestado
Estado en que estoy contento.
Oar. — Essos ecos y diriuaciones pienso que
llamáis flores de componer y grande habilidad.
A mí no me agradan tantas rebueltas, al me-
nos vsadas mucho: porque yo querria que mis
versos tuuiessen sentencias; y no me peno mu-
cho que sean con harmonía ni desharmonia,
porque parece mucha obseruancia de Poeta, y
sólo el nombre me calma.
Zel. — No sé si os diga que essa opinión es
vulgar, porque el verso ha de sea:uir arte; y
este es el fundamento de su artificio, y si no,
hablad y escribid prosa.
Car. — Si he de dezir verdad, essa es la que
me satisfaze, sino que el lenguage Portugués
ay pocos que lo vsen.
Zel. — Menus ay que lo entiendan, y nace de
que todos se esmeran en inuentar nueuas vozes
y poner tassa a los bocablos, y no saben ni
guardan la compostura y orden de las clausu-
las, y son tan demasiados en cercenar, que no
le queda vestido. Mas dexado esto, al verso no
se le puede negar el primer lugar, por muchas
razones, y tened vos la opinión que quisieres.
Aora quiero os dezir vnas coplas que hize poco
ha en Castellano, por ser más recebido y me-
nos glossado.
Car. — Dezid, que ya sabéis que tengo buen
oido.
Zel. En la falta de no veros
Sobra a los muertos dolor.
Los vinos en conoceros
Reciben mortal temor.
Los vnos porque no os vieron ,
Y los otros en miraros,
Tguales penas sintieron,
Primeros, porque os perdiei'on.
Segundos, por no esperaros.
Que quiso Dios tal hateros,
Que a los muertos sois dolor,
Y a los que viuen temor.
Por no veros y por veros.
Car. — Están buenas, mas parece que van
muy embueltas, y esse veros y no veros es más
viejo que Sarra.
Zel. — Pues qué queréis, lenguage nueuo?
Car. — Sí, si pudiesse ser, porque estos di-
riuados son ya muy ordinarios y enfadanme
mucho estos términos, honrarme por deshon-
rarme, y son vnas guaridas más trilladas que
el camino de la Corte.
Zel. — Sabéis de qué nacen essos fastidios?
de estomago dañado, y leer sin gusto a fin de
censurar, por mostrar discreción, es vna purga
que haze que no se logre nada en el pecho.
Car. — Con todo, no me negareis que noto
bien; pero os daré vn remedio para assegurar
vuestra mercaduria: partios a Castilla y dexad
a Portugal a los Castellanos, pues les va tan
bien en ella. Poned tienda en Medina del Cam-
po y ganareis de comer con glosar Romances
viejos, que son apacibles, y poneldes por título
obra nueua sobre mal huuistes los Franceses la
caza (*) de Roncesvalles; mas temo que ande ya
allá el trato dañado como acá, donde lo censu-
ran todo estos críticos que no medran ya cho-
carreros.
Zel. — Bien me honráis por buenas palabras;
pero essos glossadores deuen de saber poco de
los muchos y grandes Principes que vsaron el
verso, no para cosas de burlas, sino para cosas
de tanto tomo, que quando los primeros hom-
bres quisieron hazer peticiones a Dios, orde-
naron el verso por mejor, más discreto y breue
modo de orar; y los que más fauorecieren la
prosa, que vos autorizáis, trabajarán por aca-
bar las clausulas en consonantes.
Car. — Digo que tenéis razón, mas yo no sé
que aya cosa que tanto enfade como estos Poe-
tas vulgares, ni que se puedan sufrir malos
versos.
Zel. — En esso veréis quán fina es la poesia,
que no sufre vn átomo de descuydo; y assi lo
dize Horacio en el Arte Poética, que no se ad-
mite mediano Poeta.
Car. — Y pues vos, en qué rumbo os ponéis?
de Poeta o de Porreta?
Zel. — No 08 burléis tanto conmigo, que me
correré.
Car. — Esto es para vos agua rosada y f año-
res que os doy.
Zel. — Qué poca caricia hago yo a estos gus-
tos, como quien lo tiene perdido en la vida y
cosas della, sin poderlo emplear donde todo es
bien empleado!
And. — Otra vez buelue mi amo a sus senti-
mientos, y Cariofilo tiene razón, que por todas
sus coplas no daré medio real. Atenérmela yo
antes a saber notar peticiones, y quando no, a
escriuir cartas missiuas, como aquellos que es-
tan en las pla9as, que es dinero de cada dia.
Car. — Y pues, fuisteis a casa de vuestra pri-
ma o qué tenéis sabido?
Zel. — Querria saber y temo.
Car. — Quien mucho mira los fines, nunca
hizo buen hecho. Si Anibal considerara la difi-
cultad de passar los Alpes, no embiara tantos
anillos a Cartago. Alexandro inconsiderada-
mente passó el río; echa el dado como Cesar,
que la necessidad haze la razón; id a veros con
(I) En el original casa, pero es errata evidente.
COMEDIA DE
vnestra prima, que ya tardáis: porque Alexan-
dro ninguna cosa sufria menos que la tar-
dan9a.
And. — Esso esperaua yo; con la prima es el
negocio, como yo sospechaua; todo al fin se
sabe, por más que se encubra.
Ze/. — Temo hallar peores nueuas que las
que rezelo.
Car. — Estaos ahi, que yo os pagare' lo que
es vuestro. No aueis oido dezir que huye la
muerte de quien la desprecia, porque ella sigue
a quien más la teme?
Zel. — No enojé a mi prima con serle im-
portuno.
Car. — Luego dezis que sois enamorado; qué
cabera para gouernar a Venecia!
And. — Dize la caldera al sartén.
Car. — No ay cosa para acreditaros con ella
como que os vea con poco descanso, y que an-
dáis i'on dessasossiego y le dais prisa, porque a
las mjageres lo que más obliga es locuras.
And. — Luego vos no podéis errar en valer
con ellas, porque otro tendrá menos desso y más
de moneda.
Car. — El principio y medio dizen que es más
que el todo; quebrastis la lan9a del primer en-
cuentro; deste segundo la llenareis a tierra con
el argón trasero, como Florestan el buen jus-
tador.
And. — Con la paciencia que está mi amo
Cariofilo, creed que es determinado, y sabe de
memoria estos negocios. Mi amo buen piloto
solia ser, no sé qué es esto aora, sin duda que
le ha dado algún mal ayre.
Car. — Queréis vn buen consejo de mala ca-
be9a? escreui vna carta y lleuasela a vuestra pri-
ma, para que se la dé a la señora Eufrosina;
porque destas dize el Castellano, la letra con
sangre entra.
¿el. — No la ha de querer dar.
Car. — Qué desesperado sois! quiero enseña-
ros, pues os tornáis a los dias en que nacistes y
aueis menester maestro. Aueis de saber que las
mugeres son mentiras y trampas en estos nego-
cios; no creáis a vuestra prima, que por muy
amiga vuestra que sea, siempre hazen vnas por
otras, y fingen essos miedos y encarecimientos
T hazer mejor su partido; mas en todo tiempo
-tan dispuestas a otorgar aun más de lo que
les pedis. El estar algunas escarmentadas de
nuestra poca verdad las haze cauteladas y que-
rer medirlo todo con el tiempo; mas quanta ex-
periencia pueden tener de nuestros engaños, no
basta para que se guarden dellos, antes gustan
I de ser engañadas para su disculpa. Porque a la
verdad, nosotros nunca las acometemos a que
jse echen al amor, siempre nos vamos costeando
¡con su voluntad; y si bien suele suceder, pedir
el goloso para el vergoD90so.
EVFROSINA 107
And. — Yo os prometo que es Canófilo ma-
trero.
Car. — Lleuad vos la carta, qUe nada se pief-
de, y si no la quisiere tomar, echadla en su re-
gazo y venios como quien arroja barro a pared;
s¡ pegare, pegue, y sobre mí que olla tendrá
onydado.
And. — Otra historia es aquélla; no entiende*
esto bien, mas si a mi amo se le ha puesto en
la cabera enamorar a Eufrosina? si asi es, man-
dóle yo mala ventura, no le arriendo la ganan-
cia. Estos ni temen ni deuen; no ay cosa que
no intenten; mas miren ellos allá, no busquen
tres pies al gato. Yo estoy contento de verme
fuera destos negocios, no quiero sus gustos por
sus pesares. Dios me ha hecho merced.
Car. — Este es el mes de los gatos; estamos
en Abril, quando rebientan los arboles y crece
la sangre, ya me entendéis, que quando la hoja
de la higuera haze pie de gallina, etc. Estas
todas se tienen por los pies como cerezas, y
vuestra prima luego como os veni¿tis dio con la
lengua en los dientes, y la señora Eufrosina
lloró de placer de auerse acordado el amor della;
llaman ellas a esto passatiempo; hará cuenta de
passarlo con vos como quien viue en ociosidad,
que es la yesca deste fuego, y las armas de Cu-
pido ; que a Egisto sola esta causa de viuir
ocioso da Ouidio para ser adultero, y la misma
haze por vos; querrá desenfadarse con ver qua-
tro papeles de amores, pareciendole que todo
será gracia, y nunca os pese destas gracias, que
de las burlas vienen las veras, y mas éstas muy
nobles, que quaiito son más altas, están más
cerca de los estremos. y les puede llegar mejor
el viento para mouerlas, y empeñanse poco a
poco, y viene a ser mucho, porque no pueden
limitarse en lo que hazen, por ser en ellas todo
en los estremos, y el amor como es sutil se im-
prime mejor en los espíritus delicados.
And. — Ya lo he entendido todo, no he me-
nester saber más; hazeis vos la cuenta sin la
gucspeda, guardad no os ealga al rebes, y bien
sé yo quien llenará lo peor, porque Cariofilo no
haze más que meter los perros en la mata y sa-
lirse afuera; tales son los consejeros en los ma-
los sucessos: todos quieren sacarla castaña del
fuego con mano agena; mas si mi amo sale con
esta pretensión, nunca hombre tal hizo; yo no
soy amigo de esperanzas tan dudosas; con su
pan se lo coma, no le tengo embidia. Negocio
es este de mucho secreto, y yo muero ya por
tener a quién dezirlo, no me detendré sin par-
larlo siquiera a su hermana; por esso mire cada
vno dónde y con quién habla.
Car. — Sola una duda ay en esto y no tiene
otra.
Ze/.— Quál?
Car. — Tener ella otro enamorado, porque es
108
orígenes de la novela
muy dificultoso desarraygar voluntades; pero
el Propercio, que fue hombre de experiencia,
afirma que se muda y rebuelue el amor como lo
deoaas, y que la letra de si; rueda es vencerás o
serás vencido. Vn clauo con otro se saca, y vn
amor con otro, y con porfías pudiera ser venci-
da Penelope; si me eréis, no tenéis que temer.
La fortuna ayuda a los atreuidos, y en esto no
pueden escusarse todos los inconuenientes, que
amor trae continuas discordias, mas el tiempo
haze obedecer a los leones, y con él se ablandan.
El agua caba la dura piedra, y con agrado y
buen seruicio todo lo vence el amor. Y si esto
no os parece bien, amigo mió, quien consigo se
aconseja, consigo se despene.
And.- — Assi digo yo; hombre de chapa y de-
terminado es el Cariofilo; estotro no parece que
es él, porque solia aconsejar a todos: no es pos-
sible sino que le han dado algunos hechizos de
los que quitan a los hombres sus inclinaciones.
Zel. — Vuestros consejos me dan la vida, que
sin ellos no la tuuiera; y pues siempre me hallo
bien con executallos, quiero escriuir el papel.
Car. — Dios delante, y mirad lo que hazeis;
empegad con palabras blandas, granes y de cré-
dito, pocas y ciertas, que digan lo vuestro y lo
ageno; y si os parece bien, no seria muy malo
poner copla al fin con alguna cifra que declare
vuestro intento, como vn coraron asaeteado ó en
vñas de león, y otras semejantes, con vna letra
que diga:
Por amor de vos, señora,
passé yo la mar salada.
Zel, — Picastes os ya en alguna Ilaguilla que
tuuiessedes, vos heristes en el dedo para escri-
uir con sangre, que es caso de gran piedad, y
seria buena letra:
Cora9on de carne cruda,
veslo tu amor aqui ('), etc.
Caj-. — Mas si quisiessedes competir conmigo
sobre esta materia en que yo pienso que soy
águila!
And. — No hay cosa que ellos no glossen;
todo lo que hazen los otros no les está bien, y
no faltará quien haga con ellos lo mismo y des-
cante en sus cosas por más resabidos que sean.
Todo hombre eré de sí vna cosa y piensa de los
otros otra.
Ca?\ — Sabéis quánta destreza tengo en car-
tas de amores, que me atreuo a dezir que leeré
de cátedra a quantos hay en París.
Zel. — Pues leedme a mi alguna cosa que
pueda injerir en ésta.
(<) Así este segundo verso ni consta ni hace buen sen-
tido; quizás veslo es errata, por véalo.
Car. — Soy contento, aora oid notar.
And. — El roer de vñas que mi amo trae, el
tirarse los dedos, el escriuir y borrar! Acierta
luán, piénsalo bien y hazelo mal.
Car. —A esta alta y practica filosofía no le
penetra la entrañas sino hombre tan experi-
mentado como yo: porque Bartulo ni Baldo
nunca passaron de saber hazer vna petición y
vnos articules acomulativos, y de aqui viene
que a sus sequazes, si les hurtáis el viento al
estilo ordinario de la facultad que tratan, desli-
zan luego con frialdades y no dexarán el discu-
rrir por vn verosimile et in rei iieritate, aun-
que los a9ameis como a lebreles. Pues essotros
peones de Aberrois, carniceros de naturaleza
humana, si pierden el norte a hablar por fim-
bria intonsa, apoplexia y recetar por cifras,
luego se despeñan por vnas gracias hambrien-
tas que a legua muestran el interés y la co-
dicia, y traen muy mala burla: porque es con
la vida, que no tiene apelación. De todos éstos
ay entre vosotros grandes remolinos de mali-
ciosa necedad, in vtroqiie ture, como ellos dizen,
más peligrosos que los baxios de Padua. Por
esso como hunieredes vista dellos, id siempre
con el timón en la mano, y desviaos de su con-
uersacion y trato, por escusar anotomias en la
hazienda.
Zel. — Mucho os diuertis de nuestro propo-
sito.
Car. — Ya soy con vos; assi que digo que son
muy raros los que saben tratar esta materia,
muchos los confiados y pocos los bien sabidos;
porque los sufribles son músicos de sentido y
dan mil consonancias falsas.
And. — Vos solo sois el que acierta; tal sea
vuestra vida, y para mí éstos que más enmien-
dan son los que yerran.
Zel. — En qué tono os ponéis vos?
Car. — 'No me atajéis, que no me amarro a
Diapante ni a Diapasón, porque soy más mul-
tiplicado en los puntos que la misma música.
And. — Confian9a como la mar, mas el juyzio
buscaldo.
Car. — Mas el fundamento desta arte corre
assi: tenemos ciertos puntos fixos o propósitos
confirmados; declaróme: al principio aueis de
hazer vna entrada con vna preparación come-
dida, vn respi3to obediente, vna sumission segu-
ra, vna fuerca sujeta, y todo se remate en cum-
plimientos más prolijos y más sueltos que los
de vn Castellano. Exemplo: Pues mi ventura
quiso y tal assi, no fue más en mi mano, cien
muertes es poco para, etc. De manera que to-
mada la rienda por estos términos, que son los ;
elementos desta ciencia más incierta que la As- i
trologia, podéis escaramuzar por la vega de
Granada, con todas vuestras obligaciones a
modo de petición, hasta llegar a poner el cuento
COMEDIA DE EVFROSINA
109
de la lanza en P. Sigúese luego de aquí boluer
sobre lo que pretende pedir, merecer o tener
merecido, porque quien bien sime premio al-
cancju; para lo cual son necessarias eficacissinias
y obligatorias razones deriuadas y que tengan
energía, codiciosas, mas desinteressadas, que
son dos contrarios en vn sujeto, y tan blandas
como lima sorda, porque amor toda su guerra
la ha/.e por contraminas; assi aueis de procu-
rar que por lo que dezis no seáis sentido basta
que le leuanteis la valide ra en el muro, porque
si os entienden antes, escandalizanse como pá-
jaros de las redes, donde ojos que las vieron ir
no les darán más alcanse. Y si les parece que
sois buey, y que no pretendéis más que apastar
en el prado de la obediencia, y que estaréis su-
jeto a su gusto y haréis lo que quisieren, sin
otro fundamento que el de su voluntad, fianse de
vos y las llenareis hasta el Cayro. Ay algunas
ariscas y zahareñas que quando pensáis que las
tenéis asidas se os escapan de toda obligación;
y si bien confiessan y acetan la voluntad, nie-
gan la satisfacion. Esta es ocasión de grandes
quexas al mundo, y se permite que lleguéis a
inuocar y pedir venganca al amor, brauear y en-
fureceros como endemoniado, con tal que con
rabia no lleguéis a murmurar ni amenazar, que
es estilo baxissimo, y nunca os desamarréis de
la e8peran9a, porque todo lo alcanya el comedi-
do sufrimiento. En alabarla seréis tan continuo,
que sea la salsa de quanto le escriuieredes, por-
que les haze grande apetite, y con la presunción
que de si tienen no desprecian alabanza ningu-
na, antes están satisfechas que la merecen,
aunque más leuantada sea de punto, tanto que
las más feas quieren ser más alabadas.
And. — Dize verdad; doylo al diablo, y cómo
las conoce!
Car. — Como son compuestas de vanidad,
naturalmente desean ser alabadas, y más de
hermosas, que sobre todo procuran y estiman;
sucede también que se enojan y por daca aque-
lla paja hazen pendencia a fuego y a sangre.
Aqui aueis de acudir luego a' pedir perdón,
aunque sea de sus culpas, y ofrecer obediencia
y sujetaros a recebir mil penas, culparos quando
no tengáis culpa, negar a pies juntos toda sos-
pecha que os condena; si sois culpado, dalle es-
cusa; en caso de zelos, ni confesseis ni neguéis;
porque dexallas sospechosas quanto a vos y
confiadas quanto a sí haze mucho en vuestro
fauor; quitalles la ira es importante, porque
no dexeis, como dizen, criar la yerba en el tri-
go, y en teniéndola mansa con las blandas dis-
culpas, es conjunción de mejoraros y acrecen-
tar el premio de los fauores, porque la recon-
ciliación de los enamorados es con doblados
gustos.
And. — luro a tal que les sabe los intrínsecos;
mas cómo no ha de saber, que éstos de dia y de
noche no sueñan en otra cosa? y assi contrami-
nan a las inocentes, que les parece que no ay
más en el mundo que dezilles que las adoran,
y no saben que ningún hombre les habla ver-
dad, por más bien que las quiera. Antes quanto
mayor amor les tienen, más les mienten, por lo
que les conuiene; ellas como naturalmente son
aficionadas y locamente creen que todo se les
deue, creen más de lo que se les dizen (sic), y
assi llenan siempre lo peor.
Car. — Sucede también que se os amotinan y
hazen rabiar con echar brauatas, por prouar y
tentaros de paciencia; a lo qual os aueis de
mostrar cordero y muy deseoso de acertar en su
seraicio: sufrid afrentas, dissimulad injurias, y
razonad largo, que ellas siempre se rinden a
porfias. Veis aqui toda la teórica, pero quiere
prática y continuación: porque tomada assi en
términos, queda cruda, y con el vso tiene gran-
de espidiente. Aueis también de liazer aqui
vna larga digression sobre las calidades de
las personas, que es el sinderisis del alma. Dis-
tingo: si escriuieredes en ausencia a mo9a de
cántaro, habladla de tú y de vos entreuerado,
que llaman honra y media ; y para ser apacible,
porque no son capazes de los eleuamientos de
Garci Sánchez ('), aueis de llamar mona, gata
de tripera, paloma sin hiél, rapacilla de mi alma,
pidiéndola zelos de algún zurrador, porque
piense que la queréis bien, los quales nunca pe-
diréis a muger principal, a quien tuuieredes
umcho amor, porque lo que es malo para el vien-
tre es bueno para el diente; porque en estas
recordáis al perro que duerme, daislas municio-
nes con que os hagan guerra, mostráis descon-
fian9a, con abatimiento de ambos; en las otras
humildes poneyslas en cuydado de cumplir con
vos, por quitaros la sospecha y que creáis que
os quieren solo, y Dios sabe la verdad; y si la
dais esperan9a de boluer presto a la tierra, os
preuiene regalos, pela las sobrecejas y se aper-
cibe {)ara recibiros con trompetas, viendo que
tuuistes memoria della y no fnistes como otros
que dizen: a muertos y a idos no ay amigos; y
si este estilo os parece de lacayos, conuiene assi
por hablar en su lenguaje, ya que estamos tan
sujetos a vsar la lengua agena donde quiera que
vamos y despreciarnos de la nuestra.
And. — Cosas dize este Cariofilo del diablo!
mas quánta raposeria sabe! Alómenos ganan
los hombres de Palacio aprender estilos varios,
aunque ya passó el tiempo en que dezian: mejor
es saber que auer; aora es por lo contrario, mas
yo atendriame al saber de nuestro Vicario, que
lee y entiende, que estos Cortesanos todo lo
traen en el pico de la lengua.
(.',1 Alude al poeta García Sánchez de Badajoz.
lio
ORÍGENES DE LA líOVELA
Car.— Si cscriiiieredos a costurera, que ha-
bla flautado, se muerde los labios, laua sus ma-
nos con jaboncillos, canta de sol t'a, inuenta
cantares, es perdida por tomar de memoria co-
plas, da qri artos a vn muchacho de escuela por-
que le lea comedias, si queréis recabar della a
pocos lances lo que pretendéis, escreuidla que se
estime en mucho, porque lo merece, aconseján-
dola que sea honesta y no trate conuersaciones
odiosas, dándole sospechas de grandes funda-
mentos. Esta tal es como el villano, toma es-
peran9as de lo que quiere, haze castillos sobre
lo que desea, pretende rendiros y por no perde-
ros auentura su persona a quedarse burlada; y
para efeto deste intento conuiene darle a comer
el negocio por blandos y apacibles términos,
publicando sus gracias y hablandole en ellas,
como Heliogabalo al esquadron de sus amigas,
representándole más géneros de deleytes que
los de Cirena, porque ellas son naturalmente
vergonfosas; si no las desembolueis, es alargar
el tiempo; con buen despejo y gracia desem-
bueltas, os tienen por de buena conuersacion y
desean saber que' yerua es el ajo, y nunca les
atajéis sus discursos y la cuenta que hazen;
mas disimulad, que ellas todo lo esperan, y
quando nada alcanzan, satisfazense con que-
xarse de su confian9a y de vuestra poca fe;
con esto cumplen consigo y con el mundo; y
quando queden quexosas, quedan habilitadas.
Esto en quanto aquellas que no alcan9an cómo
sabe la pimienta y rezelan la carga, si no las
arman con mañas y sutilezas, con que se dis-
culpen de lo que desean. Mas para con las
maestras experimentadas en escándalos son
necessarias grandes cautelas y fingir de lo bobo,
porque no se azoren , prouarla que no sois
como los otros hombres, mostraros inocente de
lo que sabéis y dispuesto para passar por qual-
quier fingimiento; aunque lo más cierto es con
estas tales no andar en estas escaramu9as;
mas ojos por ojos y barba por barba, v ayuda-
ros del lugar y tiempo, que dize el Italiano que
perduto non retorna may. Estotras rapacillas,
por mostrar vna carta y dar embidia a vna
amiga suya, darán quanto tienen.
Zel. — Si alguno os oyera de los que yo co-
nozco, cómo se riyera de vuestros preceptos y
arte graciosa; muy poco contestáis para satis-
fazer a los entendimientos de primor, que no
sufren sino los escritos de dos palabras, y essas
preñadas.
Car. — Ya conozco essos que tienen estilo
forjado en breues sentencias y nunca salen fue.
ra de la villa y su te'rmino, ni se apartan de
losi primeros trastes, donde lo puntean todo so-
bre Conde Claros; y tened por cierto que aun-
que quieran, no passarán de alli vna tilde, y
por su poco discurso fauorecen el vando de la
breuedad sin entenderla, y no llegan a conocer
la copia de hablar y escriuir.
Zel. — Pues aun yo conozco otros de ralea
más plebeya, que se darán en los broqueles con
las vírgenes Vestales por modos comtemplati-
uos, y piensan que ponen la suya sobre el
hito, si arremangan los pulsos a ruego de algún
nouel que entra de nueuo en la estacada, y sus
frases tienen más orin que aquel Romance:
Para qué paristes, madre,
vn hijo tan desdichado (^).
Car. — Pues ay otros mesurados que presu-
men viuir con tratos secretos y hazer contra-
minas a las sospechas del mundo, que propo-
nen sus argumentos Lógicos con autoridades
de sentencias en Latin, y luego lo declaran en
Romance, y andan muy a lo traidor con los
mancebos que tratan de gala, que no aspiran a
faldas de olanda. Estos escriuen amores muy
a lo discreto; pero vengóme dellos con saber
que son esclauos de su gusto, y que otros lo-
gran sus tributos y burlan de sus donaires, por-
que siempre los vi burlados del amor, que es
niño traidor y apartado de los que con libertad
lo tratan y no le esperan a tiro, y a los que afi-
cionados se le rinden, les haze mil pesares.
Zel. — Vos con quanto aueis dicho no llegáis
a mi puesto, y no os culpo, porque aqui no
llegó Rui de Sandi.
Car. — Vna impresa como la vuestra, como
es rara, assi tiene dificultosa la batería; mas en
tales casos muestro yo mi suficiencia: porque
sabed que el amor que no es fingido mucho
mejor se sabe declarar, y en las materias más
arduas acuden razones más viuas; y por menos
trabajo tengo escriuir a quien os entiende que
a quien os aueis de dar a entender, y assi para
essa tal que examina pensamientos y responde
por Clarimundo ('^), conuiene ir muy por sus
puntos con introducion y argumento, tomar la
tema de alaban9asy misericordia, que éstas quie-
ren ser muy alabadas y piensan que consiste en
la hermosura el sumo bien. De donde se infiere
que es muy de las hermosas la piedad que es-
peráis y pretendéis; y al descuydo entremeted
alaban9as vuestras, porque os estime.
Zel. — Todo esto es tan común que en cada
rincón se halla, y no es al tiempo ni lo que
se vsa.
Car. — Ninguna cosa podemos dezir que ya
no sea dicha, mas el amigo se ha de sufrir con
su falta, y con ésta se deue fauorecer lo que se
(') En el original estos versos están impresos como
prosa.
(2) Alude al libro de este título compuesto por Juan
de Sarros.
COMEDIA DE EVFROSINA
díze o haze con buena intención. En esta ma-
111
teria pocos aciertan y todos reprehenden, y no
dexan de aferrarse con Cárcel de Amor (*) en
lugar solitario, y tienen por tanto connertillo en
Portugués como si fnesse Homero; mas pues
llegamos a tratar de antigüedades, qué malo
sería hablar por Marco Aurelio ('^), que tiene
gran copia en dezir?
Zel. — Esso es lo que no quieren aora, sino
breuedad, saluo en tratar cada vno su negocio;
y con todo creed que tienen en ella grande
guarida, pero de qualquiera manera tened por
cierto que no se puede escriuir carta de amores
sin estar obligada y sujeta a censura y burla.
Car. — Si la materia es de locos, cómo que-
réis que carezca el argumento de poco juyzio?
Mas en esto ay vn bien, que se trata la causa
con mugeres, que la más cuerda es muy loca y
nunca les pareció mal carta de amores, por
más necia que vaya.
And. — Bien os podéis también meter en la
cuenta de los locos, pues todos los enamorados
lo son, ninguno se conoce; y mi amo todo es
aora hazer principios a su carta y ninguna
acaba.
Zel. — Aora ved lo que tengo escrito, en
quanto aueis hecho la corrección.
Car. — Dessa manera poca dotrina lleua mia,
y me parece que no sois de vnos que se encie-
rran solos a escriuir, porque alguna mosca no
los diuierta de su imaginación.
Zel. — Yo estoy más diestro de lo que vos
pensáis.
Car. — Dezid, pues, que yo la he de glossar
con vuestra licencia.
Zel.— Tara esso estamos aquí.
And. — La vida que estos traen, y quieren ir
al cielo! no creo yo en tal santo.
Zel. — Si para librarme de la condenación
que temo, la disculpa de mi atreuimiento valies-
se, la razón de la tuerca que me hazeis da vo-
zes por mí contra vos; mas por no incurrir en
I más culpas, escuso darla a quien sin ellas na-
I cío, y para confirmación de mi inocencia yo
me la doy a mí con la pena de las penas que
por ella mereciere. Y si este conocimiento con
tal contrición es merecedor de alguna reuiicsion
dellas, sea en descuento de las quentas, que yo
de mí le cometo.
Car. — Nada dezis, y perdonadme, porque
aquellas penas y aquellas culpas parece estilo
de Bula, que absuelue de culpa y pena, y es
insufrible, y essotros quentos y desquentos es
I ) Alude al libro de Diego de San Pedro.
l.^) Alusión al libro de Fr. Antonio de Guevara.
vn guarismo de viiidud y decena, y assi lo
erráis todo de proa a popa.
Zel. — No juzgáis bien; no veis cómo van
enga9adas estas razones?
Car. — Sí, mas hazeis ahi vn[a'] lista de tres
partes de la penitencia, contrición, confession
y satisfacion, y son vna letania.
Zel. — En este negocio no se puede escusar
hablar por pena, dolor y passion, que son los
términos desta ciencia, como cada vna tiene los
suyos , si vos no queix'is ponerle aora otros
nombres y renouar el estilo.
Car. — No seria malo, si pudie.sse ser, por
satisfazer a los discretos escrupulosos.
Zel. — Aora veis aqui otro principio. Y con-
uatiendo amor a mi entendimiento especulati-
uo, en la contemplación de vn primor tan pri-
mo, por la fantasía ofrecido a lo prátieo ele-
uado, for9Ó la voluntad vencida forzosa, y vo-
luntariamente obedeció a la sensualidad, a lo
que la razón no resistió, porque la tengo en ser
vencido, y sobre esso perder la vida.
Car. — Todo esso no está bueno ni haze a
nuestro proposito; essos términos son más es-
cures que los de los pescadores de Homero, y
no los entenderá Delio nadador; de mí os digo
que lio entendí palabra.
Zel. — No es for90So que lo aueis de saber
vos todo; y no me maiauillo, porque sólo Dios
es perfeto. El saber está repartido y cada vno
sabe lo que aprendió.
Car. — Pues yo, mal pecado, qué aprendí?
Reios de pensar que aya otro soldado más
prátieo que yo.
Zel. — Sí, mas no lo sois con las desta cali-
dad: porque sabed que para con estas que ma-
tan en el ayre, importa mucho y es el todo ha-
blar en la carta escuro, porque la tienen por
más discreta quanto menos la entienden; y va
mucho en esto, y más en la primera, a que no
dan respuesta, porque acostumbran responder
á la segunda.
Car. — Con todo, si queréis que vaya por
ambos, mudad el estilo, y si no vaya todo por
vos, que yo lauo mis manos deste hecho; y
quando os importare embiar vna carta muy re-
finada, hablad conmigo y pagádmelo.
Zel. — Dexadme aora errar por mi cabera.
J.n(¿.— Si el mal es que mi amo se auia de
sujetar a la reprehensión que ninguno sufre ni
por ella se enmienda; todos piensan que lo
saben todo por sí solos, y por más amigos que
sean, menosprecian el saber de los otros ellos,
y vnos a otros se llaman ignorantes; yo no sé
quál es el discreto.
Zel. — Mirad si os agrada otra.
Car. — Dezid.
Zel.- Con justa disculpa pudiera la grande-
za de mi dolor negarme el sufrimiento que
112
orígenes de la novela
tengo para viiiir en la gloria del, si yo preten-
diesse otra vida; mas como no la siento de
mayor gusto, por razón del estremo de mis
pensamientos...
Car. — Essa me suena aora en la oreja; cómo
lo bueno luego haza consonancia! dadme essa
pluma, dexadme empieze otra.
Zel. — Essa va más a proposito, mas no sé si
está cumplida.
Car. — Está marauillosa, todo esto se me
ofrece aqui:
Por lo que auenturo querer, antes castigo en
secreto de vuestra mano que culpas de mi fla-
queza en público por escusar ofenderos.
Esta gentil clausula no hay más que pedir;
yo me inclino mucho a estas razones, que afie
rran como ancoras, y acaba muy bien en ésta:
Porque en saber vos sentir me sois deudor
de lo que siento y pido consintáis que sienta.
Porque esto, señor, remata; ella no perdiera
en ir más breue, respeto de la común opinión,
mas la mia es que se ha de escriuir largo a las
mugeres.
And. — Alabado sea Dios que acabaron, qué
contentos quedan ! y yo juraré que es tal la vna
como la otra, y aun me inclinara a la primera.
(7a/'.— Vamos, os acompañaré hasta su varrio.
Zel. —Y después qué aueis de hazer?
Car. -Iré a ponerme en la puente sobre el
rio a ver las moífas que vienen por agua, y si
encontrare vna que ando por su rastro, darele
mis toques; por ventura sacaré fuego, que yo
no doy passo de valde. Andrade?
And. —Señor.
Car. — Limpiadme estos 9apatos y por lo
que deueis a virtud componadme el vestido; ya
sabéis que tenéis en mí vn buen amigo.
Zel. —No veis cómo engorda este picaro? no
cabe en el pellejo.
Ca?'.— Trae conmigo vna cierta pretensión,
y hemos de ponerlo muy galán y embiallo a su
tierra a enamorar todas las mogas, y yo daré
mi parte.
Zel. — Todo se hará bien quando sea tiempo,
mas temo que se nos casse allá.
And. — La mayor prisa que tengo es essa.
Car.-— Este mo90 es de importancia.
Zel. — Cierra essa puerta y vete por ahi.
And. — Id en buen hora, y mirad no vais por
lana y vengáis tresquilado.
Zel. — Ya entramos en esta calle; no hagáis
mudanza, ni miréis arriba, por si acaso estuuie-
re Eufrosina en la ventana, no entienda lo que
sabéis. O gran ventura! Yo la veo ya, ella se
fue, como vio que yo la veia.
Car. Buena señal; desde aqui hago jura-
mento que lo sabe ya.
Zel. — Esse es otro nueuo adiuinar por lo P¡-
taoforico.
Car. — Apuesto.
Zel. — Apuesto.
Car. — Ea, qué apostáis?
Zel. — Idos, que es burla, ojalá fuessedes ver-
dadero.
Car. — Vos lo veréis, que yo soy buen lagar-
to; a la buelta idos á ver conmigo.
SCENA TERCERA
EüFllOSINA, SiLUIA DE SoSA.
Euf. — Siluia de Sosa, allá viene aquella bue-
na cabega de vuestro primo, muy eleuado; yo
estaua en la ventana, y como lo vi, quíteme
luego.
Sil. — Pues cómo, señora, huis assi de un tan
gran seruidor vuestro?
Euf. — Sealo vuestro, que sois otro tal juyzio
como él.
Sil. — Para qué es tanto menosprecio y dezir
tanto mal?
Euf. — No puede dezir lo que en él no haya.
Sil. — Pues qué remedio?
Enf — Quien le viere andar con el cuello
como de grulla, la cabe9a de gabilan, que pare-
ce que no pone los pies en el suelo de afectado,
luego dirá que muestra el viento que trae, como
el Tritón de Vitrubio.
Sil. — Aora me quiero reir: donde tiene la
gallina los hueuos, allí se le van los ojuelos.
Euf. — Assi viua él poco y malo...
Sil. — Como ella querría vista en sus ojos.
Euf. — Quién no ha de echar de ver sus hu-
mos? No me guarde Dios si no parece que está
embelesado quando mira, como quien nunca vio
gente.
Sil. — Cómo te conozco, besugo! quierote
bien y digo de ti mal, por dissimular. Busca
siempre ocasión para hablar del y luego dize que
lo dirá al juez.
Euf. — Pues vistoso es el mancebo para per-
derse por él.
Sil. — Ni es para despreciallo.
Euf. — Antes lo querría perder que hallar;
parece milano hambriento.
Sil. — Poco desso, 3[ue me corro : graciosa
está la señora.
Euf. — Bueno era para picota de villa, según
es. largo.
Sil. — Dexadme, señora, os lo ruego, que me
consumo con essas cosas.
Euf. — lesus, pues no es para consumirse de-
cirla mal de aquel Principe, de la alta Alema-
nia, como si ninguna tuuiera primo sino ella.
Sil. — Pues cada vna estima los suyos.
Euf. — Bendígalo Dios, que no le lama el j
gato; no le toquen en su primo, ay lesus!
Sil. — Aora a fe que tantas vezes me ha del
COMEDIA DE EVFROSmA
113
dezir de proposito njal del, que he de venir a de-
zirle que os aborrezca y dexe de quereros bien.
Euf. — Quaiito á esso, nunca diré yo otra
cosa; pero sabéis vos, señora, lo que aueis de
hazer? ya que despertastes el perro, que estaua
durmiendo, y me lo acordastes, desengañarlo de
manera que no sepa yo que él habla en nü.
Sil. — Nadie diga desta agua no beuere ; como
entiendo yo estas brauatas!
^w/. — Pues si mi desnentura a tal Uegasse,
y ella estase riyendo!
Sil. — Pues qué quiere, que llore?
Euf. — No, mas reid y tened placer; de tal
cabera tal seso, y todauia os reis?
*SV/. — Voyle aora a dezir como vos, señora,
beueis los vientos por él.
Euf. — Hazedlo assi, y mira no hagáis alguna
cosa que luzga y parezca; despachaos, no estéis
allá cien lioras, que nunca acabáis quando os
ponéis á parlar con essa buena joya; no venga
mi padre, que bien sabéis como es sospechoso.
Sil. — Bueno va el negocio, pues ya le duele
para encubrirlo.
SCENA QUARTA
SiLuiA DK Sosa, Zelotipo.
Sil. —No diréis, señor, que no salgo á rece-
biros á la puerta.
Zel. — Ño es pequeña merced para mí.
Sil. — Yo estaua reboluiendo vn cofre, y Eu-
frosina me dixo que os vio venir.
Zel. — Yo la vi, y fue muy gran ventura para
quien anda tan ciego, y mayor el fauor de su
memoria.
Sil. — Ay lesus, qué cosas tenéis; yo pense
que se os auia oluidado esso.
Zel. — Poco cuydado tenéis del mió, según lo
que dezis, pues por vuestro descuydo juzgáis de
mí tan mal; bien parece que pena agena de pelo
cuelga.
Sil. — No hablemos en essas ociosidades,
pues el más cierto fruto que dan es disgustos,
y gastar en ellas la vida nunca dio buen nom-
1 bre, ni el crédito que de vos tengo me da lugar a
creer sino que os burláis conmigo por prouarme.
Zel. — Más cierta burla es dezirme vos esso;
y si creyesse que lo decis con verdad, lo senti-
na mucho, porque me precio de tratarla con
todo el mundo, quanto más con quien me obli-
ga tanto.
Sil. — Todo lo creo de vos, señor primo; mas
orno he oido que el amor ea ocupación de ocio-
jSos, y sé que lo estáis aora, he sospechado que
1 puede nacer de aqui vuestro fundamento, y os
pido que me hagáis merced en dezirme quál es.
Zel. — Querer un grande bien sin ninguna
esperanja, de donde nacen los deseos homicidas
ORÍGENES DE LA NOVELA. — III. — 8
del descanso, que yo solia tener, como se vea en
mí: porque no ay saber que baste para acreditar
mucho tiempo mentiras, y ser fingido no es de
hombres de estimación, antes de baxo espíritu
e] tener la malicia y engaño por industria. Y
como yo sin ella, forjado de mi suerte, me en-
tregué á mi pensamiento, padezco lo que vos
no creéis; sin tener atención a lo poco que sentis
mi dolor, en él me deshago: porque la triste9a
con esperan9a esfuerja el entendimiento, quan-
to con desesperación lo consume.
Sil. — Y en todo vuestro juyzio tratáis esso?
Zel. — Antes con ninguna parte del: porque
donde ay voluntad no gouierna la razón, y en
grande determinación no hay memoria de incon-
uenientes. En lobo como Licaon me transfor-
mé: en mí se renueuen las crueldades de Bu-
siris y Diomedes: rayo de Palas rae haga pol-
vo como á Aiax Oileo (*).
Sil. — lesus, guárdeos Dios de mal; mejor
estrella tengáis, no digáis esso.
Zel. — Si os lo dixe y os lo digo es por no
poderlo encubrir, y tened por cierto, que mu-
riendo con el alma en los dientes, confessando
esta, fe, he de ir suspirando al otro mundo por
la señora Eufrosina, ministro de mi desnen-
tura. Tened dolor de mí y acuérdeseos que quien
no siente el mal ageno es castigado con no sen-
tir ninguno el suyo.
Sil. — Más os deuiades de acordar vos que
es grande error y vicio el apetitf), y que es muy
falso el parecer que se aceta de la voluntad y no
del entendimiento, y me espanto mucho que
pueda en vn hombre discreto más su gusto par-
ticular que la razón. No hagáis caso dessas to-
rres vanas, que cualquier viento las deshaze.
Zel. — Por esso tengo yo vn buen remedio,
que a todo repique de mi dolor los leuanto con
dobladas fuerzas de mi intención, y quanto más
desesperado, tanto más sufrido y sujeto, como
quien anticipó tanto el amor a la esperanza, que
no repara en ella, y como se liizo fuerte en mi
voluntad, que lo recogió sencillamente, cerróse
por de dentro con la gloria de ini tormento, y
dize a los demás esfuerzos: Afuera se abre, que
en saino está quien repica. Para qué sois tan
cruel y inhumana que no os apiadáis de vn es-
tado tan miserable como el mió, estando en
vuestra mano el remedio?
,SV/. — Mejor me dé Dios el cielo, que en esso
puedo nada, y si pudiera, hiziera quanto en mí
fuera possible por no veros assi. Tan engañada
me tenéis, aunque conozco que es mal hecho.
Zel. — 1¿\ mal para mí solo nació, y en ser
por quien es soy tan auariento del, que lo zelo
de qualquier otro bien que sea de otra natura-
leza estraña de mi intención. Con todo, me
('; En el original, por errata, Alix OUleleo.
114
ORÍGENES DE LA NOVELA
persuado (siquiera por viuir) que no sois tan
poco mi señora que se os oluidasse quando me-
nos de nombrarme delante del idolo de mi alma.
Uezidme la verdad, no me la neguéis, si eréis
que Consiste en esso mi vida, que quiero para
seruiros. Dadoje algunas nueuas, que con qual-
quiera de mi fauor me pondréis tan contento
quanto aora estoy triste. Y acordaos, señora,
que la tristeza es causa de muchos males, y que
della procede enloquezer y muchas otras enfer-
medades, de tal manera que llea;a a darse muer-
te el que la tiene. Imaginad que soy humano,
sujeto a desuenturas humanas; y sncediendome
qualquiera destas desgracias , como aora las
temo todas, ved qué sentiréis; pues yo os
digo que estoy muy cerca de enloquecer, y que
no duermo con esta imaginación, y no siento
enfermedad que no trocasse por la tristeza en
que me consumo: porque más ligero es padecer
qualquier tormento que esperallo.
aSíV. — No sé qué os diga ni qué haga; en las
cosas de peligro toda determinación es ventu-
ra; vos queréis que yo me pierda sin aprouecha-
ros, no sé en qué ley de amistad halláis que
busque con mi daño vuestro gusto y que lo
queráis más que mi razón: matadme antes y
descansaré.
Zel. — Ha, señora prima, que vos me matáis
con essos temores. AÍ houibre medroso todo le
espanta y nunca le ayuda la fortuna. No os
quiero yo ni estimo tan poco que no perdiera
con facilidad cien vidas por escusar vn disgusto
vuestro; y si por esta ocasión presumiera yo
que os auia de suceder disgusto, no os metiera
en ella.
Sil. — Está mal visto, y me espanto mucho
de vos, que me pongáis en tan cierto peligro,
pues sabéis tanto, y el atreuerse mucho nace
del poco saber.
Zel, — Antes el mucho saber haze que no se
tema nada, conociendo lo poco que se pierde
en todo; mas como no me queréis hazer merced,
halláis dificultad, porque no ay cosa tan fácil
que hecha sin voluntad no parezca muy dificul-
tosa. Muy mal cumplís conmigo lo que me pro-
metí stes.
Sil. — Vos no queréis mirar más que vues-
tro gusto; ruego a Dios que no sea cierta mi
profecía. Primo, antes me mataré con mis ma-
nos que hablar en ( sso determinadamente: por-
que las cosas sin razón no las intenta sino de-
masiado despejo, y yo tengo muy poco, ni cabe
el hazerlo sino en baxos pensamientos o en
poco discretos. Assi que no es justo queráis de
mí lo que no soy para hazer. Verdad es que el
dia que me descubristis vuestro pensamiento
hablamos en vos, assi como os fuistes, y la
dixe que la vistes y alabastes mucho: porque
sé que se alegra de ser alabada, como todas; y
passando adelante la plática, entre juego y
burla, toqué en que me quisistes dar a enten-
der que os enamorastes de su hermosura; mas
esto dixelo assi ligeramente.
Zel. — O bienauenturado cuydado el mío, que
por más áspero que sea, pues me subió a tal es-
tado, no sentiré la cayda de Faetón ni de Ica-
ro, pues basta por dicha auer subido; y si mu-
riere, ¡re satisfecho en saber que la causa sabe
de que muero, que lo que más sentía de mí an-
ticipada muerte era perder la gloria que se al-
canza de ofrecer la vida. Dadme essa mano, os
la besaré por tanta merced, que con razón
estaua yo satisfecho que no me auiades de des-
amparar.
Sil. — Mirad cómo habláis, no os oiga, que
he miedo que nos azeche, como el otro dia lo
hizo.
Zel.— Por vuestra vida? O, qué cosa seria
para mí presumir essol Vos me veréis aora
turbado, que no acertaré a dezir palabra Gran-
des cosas me contais, y como quien no dize
nada os las dexais dezir, sin hazer caso dellas,
siendo tales que me hallo incapaz de merecer-
las. Sin duda deueis de ser de ánimo muy libe-
ral, pues de lo que es mucho hazeis tan poco
aprecio.
Sil. — Bien presumo tener essa condición, si
me aproueehasse.
Zel. — Pues yo en agradecido no me quedo
atrás, y mirad cómo todo viene a proposito. Vos
inclinada a hazer mercedes y yo a saberlas esti-
mar, parece que no ay más que pedir. Mas qué
me dezis,que me azechó? Aora atended acá, esto
no se puede ponderar. Vos me certificáis que
yo le di essa ocupación? Ay, ay, no, no lo puedo
creer; mas no os desdigáis, porque ya aureis
oido dezir: íngañasme y huelgome. No me veis
ya otro color? El cora9on me quiere saltar del
cuerpo: no de valde se dize que son raros los
que tienen juyzio en la prosperidad.
Sil. — Primo, no quisiera que en cosa de
tanto peso tengáis tan poco recato. No tener
secreto es de ánimos vanagloriosos. Mostráis
tanto alboro9o, que he miedo que lo oya o lo •
note, porque nada se le enciibre; y si ella en-
tendiesse que os descubrí que lo sabe no ten-
drá sufrimiento, y si me consintió que se lo
dixesse fue hazíendola juramentos que no os
diría que lo sabia.
Zel. — O prima mía, sí yo os tuuiera de mi i
parte, quánto más atreuido que Vlises con Dio- i
medes lo acometiera todol yo, señora, no os pido j
ya que me sustentéis la vida, que si me la abo- i
rrece quien me la da, no la quiero. Pido os que i
no me quitéis la vanagloria (que assi la quiero |
llamar, pues assi lo queréis) desta muerte, y '
haga la señora Eufrosina lo que su condición y ;
mis hados quisieren.
COMEDIA DE EVFROSINA
llf)
Sil. — Y yo en qué soy contra vos? qué cierto
es todo buen consejo, si no conforma con la vo-
luntad del que lo ha de acetar, ser mal recebido
y peor interpretado! no veis quán peligroso es
todo lo que intentáis?
Zel. — Ya os entiendo; dadme aora dineros
y no consejo; fiaos de mí que sé guardar mucho
secreto y que soy muy atentado, y que os sa-
caré en saluo en qualquiera ocasión.
Sil. — Quien bien sentado está no se leñante;
y quien bien tiene y mal escoge, por mal que le
venga no se enoge; no me quiero ver en esse
peligro, ni vos me lo aconsejareis.
Zel. — No me queréis entender; sobre mi ca-
be9a que no lo ha de saber persona viua; yo no
quiero más de que me deis entrada, y luego sa-
lios a fuera y dexadme que me libre por mi jus-
ticia; y si me quisieredes hazer vna muy gran-
de merced...
Sil. — Suplico os no me metáis en estas cosas,
a que no rae acomodo ni tengo cora9on para ellas.
Zel. — -Esta vez no más, por mi vida, y si no
que mala muerte me lleue.
Sil. — Mejor suerte os dé Dios.
Zel. — Dadle vna carta mia, por vida de
quanto más queréis.
Sil. — lesus, guárdeme Dios que tal me atre-
uiesse, ni vos, señor, me lo mandéis, que en
ninguna manera lo he de hazer. Buen gouierno
es esse, bien me gouernara yo si hiziera esso.
I Zel. — Ha. señora prima, aqui del Rey, que
j me matáis. No podre yo al9anzar de vos que
t me deis este soplo para poder bolar, y subir a
j esta fortaleza, y hazeros señora de arabos, como
I lo seréis, si la tuuiere por mia? por qué no que-
( reís reparar que me va en esto el alma y honra,
¡ dos cosas inmortales a que todas las vidas se
I deuen, y muchos por ellas las perdieron, y que
mi honra es vuestra?
*S'//.— No sé en qué podéis fundar al9anzar
I I cosa tan impossible.
* [ Zel. — En mis pensamientos, que no sin cau-
sa me subieron tan alto, y su naturaleza es na-
uegar sin velas de la razón: porque la fortuna
, que los habilita no tiene en sus obras más res-
1 peto que obligarse a fauorecer a quien se le en-
I trega, y la opinión de los espíritus es como la
i fee, que no pende de razón ni carece della, por-
que la tiene en lo que pretende tanto que lo
ipretende. Dios haze de los humildes gi'andes,
lia orden de sus obras se nos encubre a nuestro
jjoyzio: porque solo assi se entiende, y ninguno
jes su consejero.
I Sil,— "Esso es edificar sobro arena. No es ya
pempo dessas cosas. Bien sabéis quán poco va-
?en aora merecimientos; sólo en la ventura con-
siste todo, y ésta vemos que pocas vezes o nin-
-nna ayuda a quien lo merece, y de los que el
iiuüdo más espera vemos más aniquilados,
qu3 parece que Dios desliaze la rueda de nues-
tra opinión.
Zel. — Lo mismo digo yo. Quanto más sin
razón os parece esta empresa, tanto más cierto
está el conseguilla, porque Uios con las cosas
pequeñas confunde las grandes.
Sil. — Señor primo, emplead vuestros cuyda-
dos en tierra firme, que quien corre por el muro
no da passo seguro. No perdáis el tiempo en
cosa tan fuera de razón.
Zel. — Vos, señora, dezid lo que quisieredes;
mas vn desengaño os doy, que soy tan satisfe-
cho y vano de mis pensamientos, porque bola-
ron tan alto, que si alguno de col)arde se me
abatiesse, como a vastardo lo echaria fuera de
raí, como la águila arroja del nido al hijo que
no mira derecho al Sol.
Sil. — Quiero tener enojo y no puedo, porque
soy vna alma de cántaro; mas qué os parece: si
se lo dixesse a su padre, daría yo buena cuen-
ta de mí?
Zel. — No es tan necia ni tan poco amiga
vuestra que lo dirá; no quiero raás de vos de
que dexeis caer esta carta donde la pueda ver.
Sil. — Libreme Dios de vuestras demasías;
dexaos de tales presunciones, que siempre su-
ceden mal.
Zel. — Cómo habláis sin pena y fuera de sen-
tir mi mal! vos me aueis de hazer esta merced.
En todo caso veis ahi la carta, hazed della lo
que quisieredes.
/?//.— No, no, no; tomad, tomad.
Zel. — Eclialda en esse suelo, porque en nin-
guna manera la he de boluer a tomar, aunque
sepa que he de perderos.
Sil. — Ay triste de mí, si Eufrosina la ha
visto! en qué pendencia me aueis metido! yo he
de ir luego a quemalla.
Zel. — Quemadme a mí también y acabareis
conmigo y yo con todo.
Sil. — Ya no quiero oirosmás, idos, idos muy
en buen hora, que ya he conocido que me que-
réis mal.
Zel.— Más mal me queréis vos, señora. Voy-
me, pues assi lo mandáis, tan fuera de irme,
como de esperanca de viuir, pues assi lo quiere
la fortuna; y sabed que quedo aqui como Ar-
chimeiiides en Sicilia a la sombra que soy de
mí. Esta se va a la compañía de los mnertos
sin sepultura, y quien aora me mata sois vos.
Sil. Todo vais consumido; nunca vi muer-
tos hablar sino aora.
Zel. — La muerte no es más que el aparta-
miento que el alma haze del cuerpo.
Sil. — Por esso digo que no estáis vos avn
muerto, pues tenéis alma.
Zel. — No tengo, que el alma claro está que
reside donde ama y no donde anima, y la mia
más que todas, ] orque tiene más razón.
116
orígenes de la novela
Sil. — Ay, primo, primo, dessas filosofías sa-
béis vosotros muchas para engañar a las ino-
centes que os creen. Pues cómo andáis y hazeis
las demás acciones como viuo?
^éZ. — Quedóme vn aliento del alma que me
sustenta assi los miembros, que por ella mueue
este cuerpo mortal. Assi como en vuestro cofre,
en que tenéis almizcle, si lo quitáis, queda el olor
de manera que parece estar presente el almizcle.
Sil. — O, mala cosa, y quánto sabéis ; no quie-
ro hablaros más, que estoy muy mal con vos.
Zel. — Sea para hazerme bien, que de los bue-
nos es no pagar mal con mal. No me dexeis del
todo a la fortuna.
Sil. — Idos, que todo se hará bien; el diablo
me hizo tan aficionada vuestra.
Zel. — Acordaos que viuo no más de en quán-
to vos queréis que viua.
Sil. — Dexadme, parlero, que nunca acabáis.
SCENA QUINTA
Andrbsa, Vitoria.
And. — Comadre, espérame, comadre, sorda
Vitoria.
Vit. — Quie'n llama?
And. — O, mal pesar veáis de los Moros, todo
oy te vengo llamando.
Vtt. — Pues yo no te oia.
And. — Irás pensando en la picaba.
Vit. — Has visto oy aquella persona?
And. — Menos ha de vn año que estuue con él.
Vit. — Y qué te dixo, por su vida negra?
And. — Mira, hermana, contarete muchas
cosas que passamos.
Vit. — Estamos aora muy reñidos?
And. — Pues de ahi le viene la tos al gato.
Vit. — Ha, no me lo digas, ya te lo fue a
dezir?
And. — A y, hermana, si tú lo vieras huuieras
dolor del cuytado, cómo se desbautizaua, po-
nía las manos en la hijada, leuantaua el cuello
y decia: Uexalda vos a ella, que adelante lo ha-
llará.
Vit. — O mal pesar, quién quiere tener vida?
y dónde te halló, hermana?
And. — Venia yo del horno, y porque passa-
ua sin verlo, dixo él: ni yo a vos.
Vit. — Poco ha que me passeó la puerta, y yo
entraña; dixome a las espaldas: Ya no queréis
hablar como sollados; mas yo lerespondi: Quien
os deuiere que os pague.
And. — Essos son siempre sus dichos. Mas
qué te dixo (^), preguntóme si te auia visto.
Vit. — Y tú que le dixiste?
And. — Fui yo en mala hora y acerté a dezir-
(') En el original digo, pero parece errata.
le, pensando que lo contentaua: poco ha que nos
reimos sobre vuestra persona, y en tan mala
hora y negra yo se lo dixe.
F2'í. -Porqué?
And. - Torna él luego como abispa muy eno-
jado: assi lo pienso yo, por esso soy vn necio,
que si tengo alguna pesadumbre con ella, no
como ni duermo.
Vit. — A y, mal hura, assi es, cortado está el
niño de frió; no comerá con el enojo, bien se le
echa de ver en la cara.
And. — Aora escucha, hermana; dixo él he-
cho vn odre: Aora andar.
Vit. — Dixerale yo: quien pudiere.
And. — Pues assi se lo dixe yo. El mirando
al traues, muy ceñudo, los ojos en el suelo: No
he de ser yo siempre bobo; sobre cuernos cinco
sueldos. Algún dia me echará menos; entonces
me creerá, que el bien no es conocido hasta que
es perdido: porque yo le digo la verdad de lo
que le conuiene. Está ella mal conmigo y no
dexa de hablar con quantos van y vienen, sin
tener recato vna hora más que otra, aunque le
estoy predicando siempre.
Vit. — Hermana, yo me rio desso. No sabe
el asno qué cosa son alfeloas (^). El piensa que
soy su esclaua y que me ha de tener sujeta: qué
placer, pues, de marido, la cera gastada y él viuo!
Mejor juizio me dio a mí Dios que esse. Vieja
escarmentada arrejazada va por el agua. Yo co-
nozco a éstos muy bien; todos son aora me veis,
aora no me veis; y quien a su enemigo popa, a
sus manos muere. He de hablar y reir con quien
a mí me diere mucho gusto, y él ni otro más
pintado que él no me ha de quitar el poder que
tengo. De aqui adelante no seré yo boba, que
quien con mal vezino ha de auezindar, con un
ojo ha de dormir y con otro velar.
And. — Pues escucha lo que me dixo: si yo
caso con ella, sepa por cierto que yo no me fio
de mi padre; y cornudo sea yo luego si no la
hiziere tener juyzio a su costa, y andar derecha.
Vit. — Esso te dixo? Huelgome mucho, que
qual te dizen, tal coragon te ponen. Por la boca
muere el pez, y la liebre cogen a diente; pues
[por] sólo esso no me alcance la bendición de mi
madre, que come tierra fria, si más le hablare; j
que en fin y no de valde dizen: Sea en juego,
sea en saña, siempre el gato araña. '
And. — Y mañana morirás por hablarle, que
quien el diablo conoció vna vez, siempre le que-
da memoria del.
Vit. — Pues qué amargura y qué mercado de
ver9as! En buena fe, hermana, yo te digo: tu
ruin se nos va de la puerta y otro llega que nos
consuela.
;
I
{') Eu la traducción castellana, alfeolas; en el texto|
portugués, alfeloaa. I
COMEDIA DE EVFROSINA
117
And. — Da al diablo tales cuentas ; que quien
se enoja en la boda la pierde toda, que a e'l no
le ha de faltar, y quien boca besa, boca no desea.
Peor será que él se enamore de otra; y sardina
qne el ^ato llena, perdida va, y si él no te qui-
siera bien, no te dixera esso.
Vit — Andar en buen hora. Pues qué bien el
suyo, yo qué le hago? nunca el demonio acaba
con rabio acá, rabio acullá. Dexeme, dexeme
aora hablar, que boca tengo de niio y no la voy
a pedir prestada, ni le quito la suya. El se po-
drá escusar de tratar siempre de mí, que por
esso dicen: quien no te ama en juego, te disfa-
ma. Sea en buen hora, qne quien muchas pie-
dras mneue, en alguna se hiere. Toda su rabia
es que porqué yo hablo con Fütria y soy su ami-
ga; pues he de serlo y hablarle, aunque más le
pese y amargue, y digan lo que quisieren, que
donde no hay fuego no se leuanta humo.
Anfl. — Y si el amigo (^) se enoja y se casa y
te dexa a buenas noches?
Vi't. — Esso querría ver; sí, en buena fe; qué
pérdida! venga buen año de pan y vino, que
tanto se me da que me quiera como que me
dexe de querer; no he de perder por esso el dor-
mir a pierna tendida; hermana, no me quiero
cautiuar antes de tiempo; en quanto soy mo9a
quiero lograr la vida, que después no sé qué
será de mí; lo que fuere mió, a la mano me ven-
drá, que, en fin, quien con saluados se mezcla,
malos perros lo comen, y quien en ruin sitio
pone viña, en las espaldas trae la vendimia. Si
aora anda él con este run nin, después raatará-
me a palos, que quien casa por amores viue con
dolores. Algún ángel bueno habló ahora por ti
en decirme esso. y quÍ9a será él. Quien todo lo
quiere todo lo pierde, quien escupe al cielo en la
cara le cae; y tanto haze el lobo enti-e semana,
que el Domingo no va a Missa, y si le topo, yo le
desengañaré de nueuo, le haré rabiar, que quien
dize lo que quiere oye lo que no quiere, y quien
mal habla, peor oye. El con aquella negra fan-
tasía de ser ya oficial, piensa que el Rey es su
porquerÍ90. No aya miedo, yo se lo aseguro,
que yo le vaya a rogar, qne sí éste no me quie-
re, estotro me ruega. Muger soy yo para casar-
me en camíssa, sana y sin lision, ni suzia, ni
desaliñada como otras que veo, y para ayudar
I á mi marido; no me he de perder por apocada,
y como dizen: antes quiero vn page holga-
1 do, etc.
And. — 'En buena fe, hermana, dizes verdad.
En fin éstos de Palacio nunca salen de casa
sino aliñados y luzidos, que es contento verlos;
son tan corteses, que siempre tienen la boca
llena de señoría.
^^i't- — Aquellos nuestros todo el día no en-
('; En el original, por eiTata, amiga- \
tienden en otra cosa sino en limpiarse y pey-
narse; todas las noches dan músicas y no entra
en ellos pesar. Mas sabes tú qué dizen? que an-
dan siempre sobre su prouecho donde preten-
den, y quieren mucho la conclusión.
And. — Conocellos y andar sobre seguro.
Vit. — Lo que yo te digo, que esso es lo me-
jor; su ventura les valga, pues nos dexan en-
teras .
And. — O, los enemigos te Ueuen, desvergon-
9ada.
Vit.-— Pues digote verdad; al fin éssas vemos
mejor casadas, estimadas y queridas, y más
vale vn dia de placer que ciento de pesar.
And. — Con esso ellos oy buscan vna y ma-
ñana otra, y andan prouando vinos.
Vit. — Yo sé vno que no me dexa a sol ni a
sombra, y se casará conmigo de bueno a bueno,
y lo tendrá por gran ventura, mas no lo puedo
ver ni pintado.
And. — Quál, aquella cosa que nos dio la
fruta quando lauamos, que traia los guantes
muy picados?
Vit. — Esse también se rae oluidaua. Anda
beuiendo los vientos, mas empero estotro, yo sé
persona a quien le dixo con trecientos jura-
mentos que estaña perdido por mí, y que si yo
quisiera, que liiziera y aconteciera.
And. — Sí, mas ellos no tienen sino dia y
vito, y en fin, son pajes, que oy están aquí y
mañana en Francia, y en cada tierra reciben vna.
Vit. — No. que estotro es camarero y manda
toda la casa, y es toda la prinanja de su señor.
Bien me conoces: assi es la mo9a boba, que
auia de mirar mo90S de espuelas?
And. — Luego por esso desprecias estotro,
nuestro conocido, y lo traes assi por los aires?
Pues assegurote que todos hablan de gorja.
Vit. — Bien sé yo cierto que si yo quisiesse,
que daria él gracias a Uins. Pues vno destos de
cabello rizado, recien venido a esta tierra, que se
derrite como alfeñique, te digo que me sigue
sin perderme de vista, y es muy gentil hombre.
^nd. — Quál es esse?
Vit. — Vno que anda aquí pocos dias ha, y
según me dizen vino de la Corte: de muy brauo
se hace corcouado; anda medio embozado, echa
la capa a izquierdas, habla con la cabe9a, yo
hago burla del, él me dize: luto a tal que os he
de hurtar (^), porque essos ojos me matan.
Veslo, acullá viene: al ruin, como lo mientan,
luego lo encuentran.
And. — No digo yo assi, que éste es nuestro
Canófilo.
Vit. — Este es el hijo de tu señora?
And. — Este es.
Vit. — Bien parecido es a su hermana, como
O Hiiartar, por errata.
118
ORÍGENES DE LA NOVELA
si lo pintaran; dauame el aire y no caia en esso.
Poco ha que lo veo aqui.
And. —Poco ha que vino, aura vn mes, con
vn primo de vuestra Siluia de Sosa.
Vit. — También esse es galán mancebo, mas
tan graue y, sesudo, que no habla palabra.
And. — No hables tú en estotro nuestro, que
es la mejor persona que pensé ver en mi vida,
tan afable, tan chocarrero; todo es el mismo
entretenimiento, y en casa muy gracioso.
Vit. — Luego sera tabanillo hablador.
And. — Verlo con su hermana hará morir de
risa con las cosas que le dize, las burlas que
con ella haze, y luego vase con nosotras y nunca
nos dexa.
Fíí.— Ella lo querrá mucho con esso?
And. — Piérdese por él, no le den otra cosa
sino a su hermano; él también se mira en ella
como en vn espejo, ruégale que le diga si es
enamorada. Entonces dizeme él a mi: Veni
acá, mi señora Andresa, vos deueis de ser la
Secretaria; si me mostráis el galán, tenéis de
mí vnas chinelas, que lo deseo conocer para
darle la obediencia y hazerle la cortesia cuando
lo topare.
Vit. — Será grande amigo tuyo?
And. — El mayor del mundo; ver los conse-
jos que me da, dizeme: Mira acá, mo9a, fíate
de mí. Quieres vn consejo de amigo? no cures
de enredarte con amores mecánicos, que hieden
a zerotes, ni los vayas a buscar mas lexos, ya
que hallaste los mios en casa; lo que has de ha-
zer por vn villano ruin que te quiebre las cos-
tillas a palos hazlo conmigo, que te lo sabré
agradecer, y más que yo contribuyo largamente,
doy 9apatiílas, tocas, jubones y cintas; y luego
dize cosas qne no tienen fin.
Vit. — Ay, ay, algnn gran desvergongado es;
pues aun a mi no me ha dicho tantas cosas.
And. — Callemos, que llega junto a nosotras.
SCENA SEXTA
Cariofilo. Vitoria. Andrksa.
Car. - Beso las manos dessa persona mil
quentos de vezes.
Vit. — Diz que sí, líbrenos Dios; a ti va,
suegra.
.ánfi?. — Mas a ti, nuera.
Car. — Huelgo mucho con esse parentesco,
con tal que sea yo el esposo.
Fz'í. — Lexos va su agüero, con sol passe él
por nuestra puerta.
Car. — Por qué sois tan libre, señora? quién
os dize que por ser tan hermosa estáis obligada
a poner los pies sobre todo?
Vit. — Pues bien, son desgracias.
Car. — Por estas que me nacen, que os he de
hurtar, porque estáis mal empleada en esta tie-
rra, y yo sé otra en que podéis triunfar.
Vit — Queréis vos? daldo por hecho. Pensáis
que aquello es poco? comed naianja y cortareis
la colera.
Car. — Burláis de mí, señora? sea en buen
hora, no es pequeña ventura essa. Pues sabed
que no ay cosa que assi me rinda como estos
requiebros con desdenes: porque soy tan sujeto
a vna gracia robadora, y a vn rostro triguero,
que por toda la vida no boluere el pie atrás.
Andresa, hija, vos me aueis de valer con esta
moga, si queréis que seamos amigos, o al me-
nos porque no veáis mal pesar de mí, pues veis
cómo me trae atropellado, y con quanto mal
me haze, no le puedo querer mal, ni me lo pa-
rece.
Vit. — Echase muy bien de ver. No se habla
en otra cosa en la pla9a.
Car. — Oisme vos, amiga mia?
Vit. — Ay, lesus, pues no?
And. — Si ella quiere, no ha de quedarpor mí.
Car. — A proposito. No me paguéis con es-
cusas, que no me está bien, y yo no quiero que
haga ella por mí sino lo que mereciere.
Vit. — Sí, paja y cebada lo que basta, assen-
talde la paga.
Car. — Ha de vna traydora, por qué tenéis
essos ojos tan trauiessos?
Vit. — Mal hora y negra, vistes en lo que ha
dado? pues qué le haremos?
Car. - Si vos me dierades poder sobre ellos,
yo me atreuiera a hazellos muy mansos.
Vit. — San Manso que los amanse. He miedo
que los haréis muy mala compañía, y yo quie-
rolos como la vista con que veo.
Car. - Tenéis mucha razón, y a vos os pa-
rece esso por la mala que me hazeis; pero yo no
soy vengativo con mugeres hermosas, y por^n
lunar en la cara, como esse que tenéis, no ay
cosa que yo no dexe; y si vos quisiessedes to-
mar experiencia de mí...
Vit. Por lo que a mí toca, en esso estoy;
qué me aconsejas tú, suegra?
And.— Eres vna boba, yo hizieralo: niega el
sí, para ver lo que haze, señora.
Vit.— Bueno seria pnra él esso.
Car. — Señora mia, fuera de toda burla, por-
que soy de pocas palabras y cierto en las obras;
por e. tas barbas, que me parecéis muy bien y
que os lo deseo; y más os digo otra cosa, que
para más cautiuarme no he visto en esta tierra
otra que tenga talle de muger cortesana sino
a vos.
Vit. — Suegra, holgaos con mi bien.
And. — Quién se aueriguará contigo? No
tienes más que dessear, y aún mal contenta.
Car. — Por este rostro que os hablo verdad,
y que tenéis vn donayre cortesano que me mata.
COMEDIA DE EVFROSINA
119
V.it. — Aun nosotras por acá no hemos visto
essos muertos.
Car. — Pesar de los Moros, aun más muerto
que yo?
Vit. — Señor, os mentirán los ojos, que no
seria yo.
Car.— No pueden ellos mentir en cosa tan
clara.
F/í. — Busque V. m. las de su calidad, que
nosotras somos gente humilde. Andamos en
este río al frió y al sol; otras damas tendrá
por allá que lo merezcan.
Car. — Aora me agrauias? Esso no entró en
el concierto; demás que os engañáis mucho
conmigo: porque soy muy enemigo de paredes
enjaluegadas, y más codicioso de vna mo9a sin
arte que el milano de pollos, lo que aora es fuer-
9a que veamos en el rio.
Vit. — Esso será donde ay que ver.
And,— Y cómo que ay!
Car. —Es el mal que no soy muy ignorante;
tengo mal ojo, no puede auer en essa persona
cosa mala.
Vit. — Buenas son ellas, pues me traen y me
sacan del atascadero y no las he de buscar pres-
tadas?
Car. — A tiempo estamos que lo veremos.
Vit. — Mejor placer vea mi madre de mí, que
meta el pie aora en el agua.
J.nr/, — Mejor será tu alma.
Vit. — Mejor será ella, que lo haré como lo digo.
And. — Irase el diablo para el diablo, y pa-
sarásse esse enojo.
Vit. — Yo soy assi antojadiza y estoy aora
como he de estar.
Car. — Yo os diré cómo será, Andresa, no le
hincháis vos el cántaro.
Vit. — Quando ella no quisiere, no faltará
otra ruin.
And. — Habláis vos vuestras virtudes.
Car. — Aqui estoy yo que sin serlo, si en
esso os siruo, assi como estoy os lo hinchire
en medio de la corriente del rio.
Vit. — A, señor, cubrios, que Ilueue. Essas
palabras tienen más sentido.
Car. — Y vos para qué sois tan maliciosa?
Qué modo tenéis para traer essas cejas tan bien
hechas, que parecen pintadas?
F/í.— Para qué es tan grande honra a tan
pequeño santo?
Car. — No sois sino muy grande para mí,
que no ay cosa de que haga tanto aprecio como
del valor de la persona; y los ruines que lo pu-
sieron en tener dinero y cosas desta calidad, les
vino de tener baxos ánimos, y disfrazan la na-
itoraleza, mas la verdad es mi opinión, y la fuñ-
ido en lo que veo y entiendo; y si quisieredes
laora que yo os hinchiesse el cántaro en la vo-
luntad, ya estoy de la otra parte del rio.
Vit. — Besóle las manos por lo que ha diiho,
mas antes lo quebraré que le daré esse trabajo.
Car. - Quién pudiera saber con qué intento
se dize esso! Quál es vuestra calle, señora?
Vit. — Por discreción lo sacareis: de frente
de la nariz, no la primera puerta, sino la otra.
Car. — Aunque sea burlaros de mí, me ale-
gro, pues os holgáis, que no quiero gusto sin
compañia; yo lo sabré por otras señales más
ciertas, que es por el rastro, que por todo este
camino y en mí dexa essa gracia.
Vit. — Para qué es tanto cortar?
Car. — Mirad el ladronicio de aquellos ojos,
aquella risa y aquellos dientes como perlas!
Vit — Vistes aquello? qué gran bien. En
fin, señor, no se me da nada que haga s burla
de mí quanto quisieiedes. Aunque somos gen-
te del campo, no nos echan fuera de la Iglesia.
Car. — Andressa, amiga niia, ya veo auán
poco valgo por mí con esta mo9a; en vuestras
manos me pongo y vos ponedme en su gracia.
Vit. — Mirad, señor, que nunca los encomen-
dados hallaron bien.
Car. — Ha! que no pretendo más que tengáis
dolor de mí, pues sois tan compasiua; no quie-
ro para con vos más fauor que a vos misma.
Vit. — Está muy bien assi.
Car. — Señora, aqui os espero, porque no sé si
dais licencia que vaya adelante; y tú, mo9a, por
esse arenal da señal de ti como endemoniada.
Vit. — Aparejada está la fiesta, que ya la
procession sale.
Car. — Oyes tú, mo9a, o no?
And. — Oygo, y más que oygo; perro ladra-
dor nunca buen ca9ador.
Car. — Pláceme, porque yo tengo essa opi-
nión, y a buen entendedor pocas palabras.
Vit. — Hasta esso es todo nada.
Car. — Aora quiero ver lo que hazeis por mí,
que yo doy poder bastante para dar y donar.
Vit. — Esso basta con la fe de escriuano.
SCENA SÉPTIMA
Cariofilo, Zelotipo.
Car. — Voto a tal, que es valiente la mo9a y
bien dispuesta, y deue de tener buenas carnes,
y es rubia para mejor señal. Córtenme las ore-
jas si no es golosa; podra ser que la cace antes
de muchos dias, que si Andresa es la que yo
pienso, ella me la traerá a las manos; y si no,
todo será tornarme al camino seíjuro, y al vlti-
mo remedio, que es mi amiga Filtria; echaréla
que me la pesque. Bueno ando yo aora con es-
tas muchachas. Este juego quiere que se den a
él y luego acude. La buena diligencia todo lo
alcan9a; con esto ellas mismas se entráñenlos
peligros, como lo hará ésta, que ya lleua en la
120
orígenes de la novela
cabera la negra vanidad de hermosa, como s¡
no lo fuera mucho más la virtud. Es vn trato
muy gruesso e'ste de las rapacillas y muy so-
bre seguro; hazense de rogar al principio, y
quien las conoce y perseuera en seguirlas nun-
ca perdió el caudal. Yo ando ocinso, que es la
yesca deste fuego, como dize mi amigo Ouidio,
que quitar la ociosidad es matar la hambre al
amor y quitarle las armas, y quando me des-
autorice aora vnos dias, que no puede ser me-
nos, porque este rapaz de Cupido es la misma
desautoridad, y no ay oro sin escoria, y por sus
términos se ha de conseguir todo, tiempo me
queda para recogerme y llorar; no quiero ca-
sarme tan presto. Quanto más que por tachas,
y más como ésta_, ninguno perdió casamiento;
dinero allana los montes y passa el mar. Assi
que no ay que reparar en quentas, ni inconue-
nientes; quiero lograrme, si puedo; que para
priuar con toda muger se ha de perder la gra-
uedad, y hazer locuras es el mejor empleo des-
te trato. El juyzio estese a vn lado para los
quarenta; el arrepentimiento, para los cinquen-
ta; la contrición, llanto y dolor, para la mise-
ria de los cansados sesenta, hasta cerrar la se-.
pultura. El año da los frutos sazonados según
las mudan9as de sus tiempos. Assi va nuestra
vida por sus edades, y yo también, por no errar
la senda, voime con ellos; quiero ir al paraiso
por el camino general y contentarme con tener
allá vn rincón, porque no soy embidioso. Esso-
tros mis señores, que lo procuran con muchos
ayes y eleuaciones de ojos, y sólo es por pare-
cer bien al mundo, si no es otro su intento, no
les he embidia a lo que fingen ya sus enga-
ños. Ya viene acá Zelotipo; la prissa que trae
por contarme lo que le ha passado con su pri-
ma! qué cosa tan natural es no poder encubrir
el contento o pesar que sentimos! Por este res-
peto, demás de otros, es la amistad vn bien di-
uino, que se comunica con nosotros, sino que
anda aora muy desvalida por malas inclinacio-
nes, porque se baraja el mundo en interés. Y
toda la conuersacion se resuelue en tener ojo al
prouecho particular, no comunicar ni sufrir a
ninguno sino es con este fin: ya no se hallará
otro Damon, ni Pithias, ni vn Rey Dionisio,
que desease su familiaridad. Gran desventura
es la desta nuestra edad; en ella vemos muchos
exemplos de males no vistos hasta aora, ni oí-
dos, y ninguno de virtudes; y damos por escu-
sa nuestra el defeto del tiempo, siéndolo el de
nuestro natural, que lo ponemos en esta opi-
nión con nuestras obras. Ha, señor, vais a pe-
dir algún oficio?
Zel. — O, amigo, no entendí hallaros aquí;
parecióme que os huuierades alejado más.
Car. — Tengo aqui puestos la^os a cierta ca9a.
Zel.— Y qué tal?
Car. — Aora lo sabréis. Veis aquella rapaci-
11a de lo verde, que viene acá del rio con otra
de mi casa?
Zel. — Es criada de la señora Eufrosina.
Car. — Por vuestra vida? Pues págamelo y os
la traeré a lo que quisieredes.
Zel. — Esso cómo?
Car. — Por que la mando con el pie. Esta es
la que os dixe, y quando os dexé tópela y ha-
bléla vnos brauos amores: tengola encomenda-
da a Andresa, que es diablo, y me la ha de
rendir. Esta es vna gran mina para tratar vues-
tro negocio, y llenar y traer, que estos casos
quieren ser assi trabados. Y todas estas ayudas
son necessarias para poner en efeto la obra;
iremos assi juntando nuestras municiones, y
quando fuere tiempo de poner fuego, no seáis
necio, que ya sabéis que quantos más Moros,
más ganancia.
Zel. — Está bien, pareceme que tenéis razón;
hazed lo que quisieredes, en vuestras manos me
pongo.
Car. — Son estos vnos remedios acomulati-
uos a manera de corredores de campo, poco
costosos y muy importantes. La regla de Oui-
dio es picallas, porque sean diligentes. Aora le
hablaré yo en mi particular; en el vuestro lue-
go, que es más seguro. Dexadme aora con ella
y veréis milagros.
SCENA OCTAUA
Andresa, Vitoria, Cariofilo, Zelotipo.
And. — Veslo alli, que está esperando donde
lo dexamos.
Vit. — Ay triste de mí, y aquél que llega
aora a él es el primo de nuestra Silua de Sosa.
And. — El mismo es.
Vit. — Ay mal hora y negra, y él contáraselo
todo, y el otro irá luego a ponerlo en pico a su
prima, que burlará de mí sin cesar.
And. — No, que yo le diré que le anise que calle.
Vit.~ Tan grandes amigos son los dos?
And. — Guárdenos Dios, los mayores del
mundo.
Vit. — Será tan ruin como él.
Car. — Veis aqui, señor, vna señora que en
aquella señal negra veréis luego si la pueden
hazer por mí, y quiero que juzguéis si tengo
razón en perderme.
Vit. — Jesús, líbreme Dios! aun no está harto
de burlarse? Señor Zelotipo, vengúeme V. m.,
pues yo no puedo.
ZeL — Ojala pudiera yo lo que vos podéis:
que el seruiros está en mi tan cierto como en
él el obedeceros.
Car. — Veis aqui esta espada, y yo delante
dalla como vn cordero.
COMEDIA DE
Vit. — Guárdeme Dios de mala visión.
Zel. — Señora Vitoria, donde vos estáis no
puede auella.
Vit. — También me parece que se burla; no
esperaua vo de V. m. esso; prometole que yo le
dé mis quexas a la seniora su prima.
Zel. — Holgaré muclio, con tal que le digáis
mi razón.
Fií. — Esso es lo que más me importuna
para darle que reir; demás que quiero tanto a
V. m. que no me atreuere a culpalle delante
della, porque seria ir con vna quexa y venir
con dos.
Zel. — Pues yo soy todo de V. m y de toda
essa casa, y tan de su vando, que seré antes
contra mí y contra todo el mundo.
Ca?-. — Andresa, amiga mía, qué tenemos
hecho?
J.??(/.-^Mucha cosa.
Car. — Y pues, quiere?
J.«r/. — Quiere, en casa se lo contaré todo.
Car. — Está bien, señor Zelotipo, no me gas-
téis mi tiempo, dexad los cumplimientos para
otro di a.
Vit. — No le quisiera yo tan pegajoso.
Car. — Con vos puedo yo dexar de serlo?
Vit. — "No ay prisa a quien Dios no acuda.
Car. — Queréis hazerme merced de vn poco
de agua?
Vit. — Toda la del cántaro os daré.
Car. — Cómo no he de estar perdido con es-
tas franquezas, señora? aora para entre los dos
os aueis de acordar de mí en ausencia?
Vit. — Ay Jesús, pues no?
Car. — Esto fuera de burla.
Vit. — Yo no sé hazer burla sino de quien la
hiziere de mí.
Car. — Beso a V. m. las manos por la que
me haze, que es para mí muy grande; y mirad
que de oy adelante viuo como vuestro, porque
os quiero y estimo mucho.
Vit. — Ño se espera menos de tal persona.
And. - Señores, no passen adelante, porque
estamos ya en la boca de la calle.
Zel. — Dize l)ien, vamonos por acá, besamos
las de Vs. ms.
Vit. — Señor, si viere que dize mal de mí,
no lo consienta.
Zel. — No le conuiene a él esso conmigo.
Car. — Dexaldo vos, id en buen hora, que yo
le cantaré por Mayo:
Acá os hallo en mi Rol,
garrido amor;
y si mandáis, vamos a la puente, y contareis
vuestras aueuturas, que yo os veo muerto por
dezirlas.
Zel. — Vamos en buen hora.
EVFROSINA
121
ACTO QUARTO
SCENA PRIMERA
SiLDiA DE Sosa.
Sil. — En grandes cuydados me veo con es-
tos amores de mi primo, porque no les hallo
camino ni fundamento. Por una parte me pare-
ce que es en donayre todo lo que dize, y creo
que su intento es ennoblecerse más con esto:
porque ya ninguno se contenta con su suerte,
ni se quiere preciar delia, y su fin es procurar
más altura. Que aqui estoy yo que no deuo
nada a la hermosura y talle de Eufrosina, y
que no le despreciara ni le fuera tan costosa,
antes lo tuuiera en buena dicha, por sus bue-
nas partes. Mas no tienen por bueno sino lo
que más cuesta; y deste gusto dañado nacen
los trabajos: que para quien se quiere acomo-
dar con la naturaleza, poco basta, y el gusto y
el descanso consiste en el estado humilde,
como el dessasossiego y cuydado en estado so-
beruio. Por otra parte pienso que no puede más
y, tengo dolor del: porque le veo tan consumido
y tan diferente de lo que era, que no ay duda
sino que muere por Eufrosina: porque lo fingi-
do no dura mucho y ello mismo se descubre.
Yo temo su muerte, si se ve desesperado de
mí, según lo mucho que muestra sentir, y me
duele el cora9on de verlo tal. Bien entiendo que
le puedo remediar, por lo que he conocido de
Eufrosina, que no la pesa de saber que la quie-
re bien, y las mujeres nunca tunimos juyzio ni
le tendremos. Ella no ha menester más que oír-
se alabar de hermosa, como quien piensa que
mata a quantos la ven; y assi no dudo creer
que le tenia amor, y la siento eleuada, porque
siempre busca cómo hablar en él; y toma por
traza hazer burla de su persona, como si yo
fuesse inocente y no la entendiesse; y de poco
acá se ha hecho más ventanera que solia ser,
con el dessasossiego que consigo trae. Algunas
horas la hallo pensatiua, agena de la libertad y
descuydo con que antes se reiay holgaua, como
quien no tenia cuydados ni cuenta con nada.
Quaiido haze labor, canta uersos sentidos. En
los libros que lee, todo su fin es Iniscar passos
de amores, y gusta mucho dellos. Repara en
los versos tristes y en las sentencias de enten-
dimientos sutiles. De noche no puede dormir
y habla en cosas que dan a entender lo que trae
en el pensamiento. Todo esto es nueuo en ella,
y pareceme tan mal como pareciera bien a mi
primo si lo viera. Qué flaco sufrimiento es el
nuestro, que si no tiene particular gusto a que
se amarre y haga fuerte, no ay inconueniente
que lo enfrene. Hermosm-a, sangre delicada,
122
ORiaENES DE LA NOVELA
ociosidad y regalo son los medios de todos los
estreñios que estas mny señoras suelen tener;
si quieren bien, no miran sino a lo que desean.
Todo lo que les dizen creen, por lo que de sí
presumen; y en fin todo es viento. Viene la ve-
jez y seca aquella flor, y como rosa, que en vn
dia nace y se marchita, assi passa nuestra her-
mosura. Ved aora a qué proposito viene que se
snjetasse mi primo al amor de Eufrosina la
primera vez que la vio, de manera que la volun-
tad, entendimiento y razón se hizieron luego a
la vanda del apetito, que lo tiene tan sin liber-
tad, que confessando el peligro, sin e^peran^a
jura que no puede escusarse de seguillo, y yo
lo creo y me compadece. Triste de mí! y quién
supiera el fin destos tratos, que siempre son
peligrosos. Si él se cassase con ella, no me es-
taría a mí mal, que no será tan ruin que no
me lo agradezca; mas es tan incierto y está tan
lexos, que de aqui allá no nos duela la cabera.
Quién me mete a mí aora en estas rebueltas?
allá se auengan; si se quisieren bien, quiéranse;
yo no lo estoruaré ni lo aprouaré, al menos en
quanto más no viere; quierome entretener en
esta mi costura y cantar por apartarme destos
cuydados, que quien canta sus males espanta.
Aquel Cauallero
Que de amor me habla.
Quiérale en el alma.
Sé que es mucho mió.
Creo su verdad.
Dios me dio en empeño
A su libertad.
De mi voluntad
A su dulce habla,
Quiérale en el alma.
Tieneme fe dada
De ser mió sin fin;
No viuo engañada.
Ni él lo está de mí.
Dize lo venci
Con ojos y habla:
Quiérale en el alma.
SCE:NA SEGUNDA
Eufrosina, Sildia de Sosa.
Euf. — Yo quiero oir esta música, buena está
aora vuestra alma para pedirle mercedes.
Sil. — Pues, señora, no hemos de estar siem-
pre de vna manera.
Euf. — Tal sea mi vida como me parece esso;
quiero ac(tmpañaros, quando no sea más de por
oiros. ¿Quién me ha rebuelto mi azafate? Don-
de vos estuuieredes siempre ha de auer re-
bueltas.
Sil. -Mejor me ayude Dios que yo he pues-
to mis manos en el.
Eiif. — Ay, si os dieran tormento, y cómo
dixerades la verdad!
Sil.— En buena fe que ya estaua assi quan-
do yo vine.
Euf. — Mirad qué mentira; si se os cayera
vn diente cada vez que la decis, ya no tuuiera-
des ninguno; y es sin duda que me tomariades
de mis agujas, que a vos nada se os escapa.
*S'¿7. — Mejor viua yo y me dé Dios salud.
Euf — Según esso no viuireis. Aora veis
esto? Quién me ha quitado de aqui el alfiler
grande?
Sil. — Su mulata ó alguna de essotras, que
todo lo rebueluen y barajan, ó lo perdería ella,
que nunca lo prende.
Euf. - Esse es buen dissimular; mostrad,
que yo lo conoceré. Ay, esse es.
Sil. — Lo que yo sé, señora, que en la otra
sala lo hallé.
Euf. — No, sino que vos halláis más en mi
agugero Veamos qué tenéis hecho en vuestras
labores. Ay, hermana, y cómo sois desaliñada,
y perdonadme; mirad cómo tenéis ahajada esta
costura, que no está para ver.
Sil. — Vistes tan grande mal? pues sí, desali-
ñada es la niña! ensucianmela essas criadas,
que me la andan arrojando por cima de las ar-
cas: y nunca tiene ventura de estar queda en
vn lugar, por más que lo riña y vocee.
-Em/. — Qué cierto es que no veréis assi la
mia!
Sil. — Quién alabará la nouia?
Euf. — Mas no lo podéis negar. Graciosa es
esta labor.
Sil. — Estos ramos le dan mucha gracia.
Euf. — Pues quando tengan la cenefa que
los acompañe, ha de parecer muy bien.
Sil. — Bien sé yo quién ha de llorar en otra
ocasión.
Euf. — Mirad lo que dize esta desuergon9ada.
Sil. — Tal me sucediesse, y guardad, señora,
no se os rebuelua el estomago; mas qué cierto
es que lo quisierades oy antes que mañana, y
os agrada tanto, que no lo creéis.
Enf. — En buena fe, que antes querría ser
monja.
Sil. — Ya anda por aqui el amor; y quién os
lo quita?
Euf. — Mi señor padre, que no querrá.
Sil. — Ay, quién lo creyessel
Euf— Por qué no? pues sé muy bien quán
poco dura esta vida, y que hoy somos y maña-
na no, y de vna hora a otra nos desconocemos.
Passa el verdor de la edad en dos días; y quan-
do no pensamos estamos en la vejez, y toda
nuestra hermosura se acaba. En el alma con-
siste la verdadera y durable belleza. Todo lo
COMEDIA DE EVFROSINA
123
demás que tenemos es sombra, que passa en vn
naomento. Si de tanto tiempo como ocupamos
en las vanidades del mundo considerassemos
alguna hora quán poco dura todo y con quán-
to trabajo se goza, y conociessemos este engaño
tan claro, no es possible sino que tuuieranios
más cordura en nuestro proceder, aunque pien-
so que no aproucchan consideraciones; poique
anda la común inclinación tan habituada a ma-
los exercicios, que los que más conocimiento
alcan9an del mal lo suelen hazer peor. Hazemos
siempre las cuentas de lexos, sin reparar en el
cargo; repartimos la vida en vanos fundamen-
tos, que llorando seguimos; damos poder a la
costumbre, fuerza a naturaleza, disculpa a
nuestras inclinaciones. De manera que hazemos
nosotros otra ley que compite con la de Dios,
todo para mayor trabajo: que el mundo y el pe-
cado nunca dieron descanso.
*SV/. — Quién haze aora a Eufrosina predica-
dor? pero qué cierto es esto de ánimos descon-
tentos é indeterminados en su gusto, que como
no lo tienen en lo que pretenden, luego tratan
de consuelos espirituales. Qué lexos están des-
tas espiritualidades los ánimos diuertidos y en-
frascados en sus apetitos!
£■»/. — Esto es cosa llana, que vna monja
buena Religiosa viue fuera de toda desuentura
y muy contenta, siruiendc a Dios con muy cier-
ta esperan9a de eterno premio; porque quien
más cerca está del fuego, más se calienta, y
no puede tener disgusto a que luego no le
socorra el fauor diuino; y vale más un momen-
to de consuelo espiritual que quantos tormen-
tos falsos el mundo puede dar y tiene.
Sil. — Señora, bien parla Marta después de
harta; vos como estáis segura desso, tratáis
bien del arnés. Ser penitente es el trabajo, que
confessor quienquiera lo será, y el mayor pa-
rece ligero a quien no lo passa.
Euf. — Esso es verdad, mas no contradize
serlo también lo que yo digo: porque todos ve-
nimos a este mundo a purgar el pecado de
nuestros primeros padres, y por este medio ha-
bilitarnos para la vida eterna, para que fuimos
criados, y las religiosas caminan por el atajo y
I se ven más cerca de conseguir este efeto, y no
se ocupan en otra cosa sino en exercicios para
j conseguirlo. Y lo que á los del siglo parece más
' áspero en el hombre, que es professar pobreza,
.castidad y obediencia, viuir como encarceladas
|SÍn salir del monasterio, ir siete veces al coro
Icada dia a alabar a su Criador, bien conside-
,rado es el mayor descanso desta vida: porque
'dadme vos miserias como las que padece la mu-
iger casada, por más rica que sea, en criar los
jhijos, casar las hijas, sufrir y pagar las amas y
¡criadas. Pues sugeciou no puede ser mayor que
¡la que tiene a su marido, zelada de los cuña-
dos, reprehendida de sa> hermanos, notada de
los parientes, perseguida de la suegra; y el dia
que sale de casa, le questa la licencia mil enfa-
dos y de donde fue trae otros tantos; y todo
por el mundo que siguen, de que esperan por
premio doblado tormento, y con tanta desuen-
tura, quanta en este purgatorio ay que sentir.
Pues sólo por el descanso de espíritu de la mon-
ja, en buena fee que tiene tanta ventaja seguir
la Religión, y no el siglo, como la verdad a la
mentira.
Sil.— Lo contrario dirán algunas, que las
entran contra su voluntad.
Euf. — Esso es porque ninguno viue conten-
to con su suerte, si la considera con las espe-
ranzas del mundo. Mas quien tantea la vida
con la razón de espiritu dirá lo que yo digo, y
ojala me la dexaran seguir a mí aora.
Sil. — Pecado fuera comer la tierra essa her-
mosura y mal lograr essa gallardía.
Euf. — En esso va poco y se auentura a per-
der mucho.
Sil. — Qué cosa ha de ser quando la veamos
con vn hermoso hijo a los pechos? que de tal
árbol, tal fruto; y no puede ser mayor gusto que
ver la simiente en grano.
Euf. — Y qué caro que les cuesta a las cuy-
tadas de las madres! No vais más lexos de la
mia, que desde que me parió no tuuo vn dia de
salud y le resultó la muerte; y assi sólo por no
parir, querría ser monja cien vezes.
Sil.— Ya otras han dicho esso y se casaron;
si yo no me muero, no me acostaré antes que
os azeche y vea lo que passa.
Euf. — Vos lo hauíades de hazer?
Sil. — Y como que espero hazerlo y reirme
mucho quando oyere llorar, pesándome por no
ser vos.
Euf. — Vuestro dia os vendrá.
Sil. — Ya fuesse antes oy que mañana.
Euf.— Qmen assi lo dize no lo niega.
Sil. - Es mal hora que me haga de rogar con
lo que yo deseo.
Euf. — Qué carta es esta que tenéis en el
pecho?
,5/7. — Dadlo acá, señora, dadlo acá, que no
os importa.
Euf. — Primero veré si es de amores.
Sil. — Por vida mia no verá, si yo puedo.
Euf. — Assi yo vina como la veré.
Sil. — Por Dios le pido que me dé mi carta;
y pues yo no veo las suyas, por qué ha de ver
las mias?
Euf. — Quiero yo ver ésta.
Sil. - Parecele bien esto? pues déme quantos
golpes quisiere, que no he dexar que la vea en
ninguna manera del mundo.
Euf. — Pienso que queréis jugar; vos ya no
me la habéis de quitar por fuer9a, y por vida
124
ORIGEIÍÍES DE LA líOVELA
de mi señor padre que si porfiáis, que tne eno-
ge de veras.
Sil.— Hazed vuestra voluntad. Yo no sé qué
desgracia es la mia o qué cautiuerio, que todo
lo ha de ver; porque yo soy vna necia. Algún
dia he de ser señora de mí. Y si yo no esperara
esto, con mis manos me matara; yo me iré en
casa de mi madre por escusar estas cosas.
Euf. — Señora, no se deshaga por amor de
mí, que no es el mal tan grande. También yo
soy para guardar secreto, y no sabría encubri-
ros ninguno mió. Mas no todas son almas de
cántaro como yo soy. Veis ahi vuestra carta
tan preciada.
Sil. — Holgóse mucho, ríase aora y haga
burla a su placer.
Euf. — Mas, fuera de enojo, queréis dezirme
cuya es?
Sil. — Es de su dueño.
Euf. — Qué graciosa sois! Pensáis vos que es
bueno mostraros afrentada, como que no hizie-
rades conmigo otro tanto, y yo lo sufriera?
Sil. — Pues assi es la mo9a sufrida para bur-
larse con ella quando no quiere.
Euf. — Tenéis bien de qué quexaros; pero la
carta yo os prometo que es muy discreta. Kes-
pondistes ya?
Sil. — Señora, no queráis saber lo que no os
importa, ni de ninguno más de lo que os 'qui-
siere dezir.
Euf. — Por qué? no soy muger para guardar
secreto? poca confianca hazeis de mí, más fiara
yo de vos.
Sil. — Amistad y secreto no se guarda entre
desiguales, sino es de menor a mayor, por te-
mor o interés.
Euf. — Fiad de mí, que soy muger de mi pa-
labra.
Sil. — Eela aqui con sus demasiadas impor-
tunaciones como el otro dia.
Euf. — Aora no más, no más; que me maten
si no es de aquel loco; y vos, señora, daisle
ocasión para estos atreuimientos y recibís pape-
les? Bien está, ya no le culpo a él; holgaos y
tened placer, veréis como ando vendida.
Sil. — Por cierto que no sé qué me haga ni
qué le diga; tomóme por fuerza la carta estan-
do yo sin pensamiento de darla, y luego buel-
uese contra mí?
Euf. — Essa es vna gentil escusa. Recibió la
carta del otro cabera de viento, y quexase de lo
que le digo?
Sil. — Digo la verdad, que si la tomé fue que
me la arrojó en el regazo.
Euf. — Poresso no fuera bien quemalla?
Sil. — Para hazello la traia, mas holgueme
de leerla antes. Este fue el pecado que me en-
gañó, mas prometo de irla luego a quemar con
la memoria destas cosas, veremos si me dexa.
SCENA TERCERA
EüFKOSINA SOLA.
Euf. - O, cómo me siento perseguida de pen-
samientos en que no puedo ni sé tomar resolu-
ción cierta. Por esso se dize no ay vida sin
muerte, placer sin pesar, descanso sin trabajo, luz
sin escuridad. Triste de mí, que busqué el cuchi-
llo con que me degollé, descubriéndome yo mis-
ma a las espías del amor; sin sus cuydados estaua
en quanto no las oí. Hirió mis oídos, alborota-
ron sus vientos el mar de mis deseos; y yo, ino-
cente destos nueuos y estraños mouimientos, no
osé tomar puerto. Trabaja esta tormenta por
dar conmigo de Caribdis en Scila. Desde que
supe la pretensión de Zelotipo y su afición con-
formóse mi voluntad tanto con ella, que quanto
más trabajo por negallo menos puedo encubrir
quán inclinada estoy a su intento. Hurto a la
memoria los pensamientos que del me ofrece,
cuestame mucho y váleme poco; y aora me
tiene tan vencida con las razones desta carta,
que le rindo por fuer9a las armas de mi resis-
tencia; porque como el amor reyna en el alma
aficionada a la discreción, vencióse la mia a su
modo de dezir discreto, y yo teniendo los sen-
tidos eleuados en esta imaginación, negueme
por obedecerle, y no soy en esto la primera, ni
seré la postrera. Fedra amó su entenado; de
Pasiphe nació el Minotauro; Europa quiso bien
el toro Cretense; Simiramis a su propio hijo;
Canaze y Biblis amaron a sus hermanos. Mirra
a su propio padre. Mayores monstruos son éstos
que amar vu hombre galán y discreto que por
su persona merece lo que otro por sus grandes
rentas. Y que no sea mi igual, también Diana
amó a Orion, Aurora a Zefalo, Venus a Adonis,
pobres ca9adores; porque conocieron que en la
persona está el verdadero nierecimiento: pues
por qué no haré yo lo mismo? Demás que Ze-
lotipo es de noble linage, y si no es rico, basta
la hazienda que yo tengo,, y no pretendo ni
quiero riquezas, sino contento, y vn hombre con
vna capa y espada, de condición y entendi-
miento a mi gusto. Todos los libros que leo de
antiguas y modernas historias están llenos de
las hazañas deste Rey de los humanos. Qui^a
si le obedezco me dará descanso, y si le niego
el vassallage podria mudar la voluntad Zeloti-
po, que el mucho desden resfria el amor; y según
siento sujeta la mia, no podre resistir sus ven- i
gan9as y será peor. Por otra parte, si entro en |
esto, no see que será de mí: daré mala vejez a mi [
padre, que me quiere tanto; si me quiero escu- i
sar, ya no soy señora de mí para poderlo hazer.
El ánimo dudoso a muchas partes se inclina. ;
No sé para qué somos buenas las mugeres; los j
hombres pretenden lo que apetecen, todo les
COMEDIA DE EVFROSINA
125
está bien. Nosotras encubrimos los deseos y
apetecemos lo que más nos vedan. En fin, he
de obedecer a quien todos obedecen; si me cul-
paren, compañeras hallaré. Siempre oi dezir que
voluntad es vida. El mirar mucho en los casa-
mientos por riquezas haze que aya en el mundo
tantas mal casadas. Puede ser que esto venga
ordenado de Dios para más descanso mió, que
del vijene todo el bien. Qué haré, en fin? quiero
descubrirme a Siluia de Sosa, que es mi amiga;
mas qué dirá aora de mis desdenes y desprecios?
querráse vengar de los pesares que le he hecho.
Triste de mí, que aun en esto es la íortuna mi
contraria, que no sé si me hará contradicion;
mas a todo me he de poner, pues assi lo quiere
el amor.
SCENA QUARTA
EUFROSINA, SlLÜIA DE SoSA.
EuJ. — Venis ya más mansa, señora? Estáis
muy enojada?
Sil. — No mucho, pero yo me guardaré de
que tengamos más estas pendencias.
Euf. — Bien sabéis, hermana, como después
que murió mi madre no he tenido otra amiga
ni otra conuersacion sino es la vuestra.
Sil. — Y yo, señora.
Euf. — Dexadme dezir; y siendo assi bien
creeréis la confianya que en vos deuo tener, y
con ella os confiesso que no puedo ya encubrir
lo que siento; perdonadme estos desatinos de
amor, castigadme si os pareciere mal ; y si cor-
tesía y voluntad os obligan a hazer por mí al-
guna cosa, sea en esto, en que consiste mi vida
y el contento della, que yo quiero con tanto es-
tremo a vuestro primo, que me i'uerfa a hazer
tan grande error como es confesarlo. En vues-
tras manos me pongo para que ordenéis de mí
lo que os pareciere con juyzio claro y libre, pues
yo no le tengo ya.
*SV/. — Triste de mí, qué he hecho? aun esto
ha de venir a más mal. Mis pecados me metie-
ron en este laberinto.
EuJ. — Mirad, hermana, bien para mi discul-
pa quán natural es de mugeres delicadas de in-
genio y sangre noble ser vencidas deste tirano
amor. Por él quebró Hisifele sus leyes, Medea
mató a su hermano, Filis se mató por Demofon,
por Hercules Dianira (') y Dido por Eneas;
entre las quales bien puedo passar, pero no me
disculpo; ofrezcome a la pena que me dieredes,
que será más piadosa que la del amor que siento.
Sil.— Cómo temi yo esto y cómo lo adiuiíie!
Euf. — Luego como me dixistes que vuestro
primo estaña aficionado de mí, pienso que bur-
lando lo hize de veras dueño desta alma, y to-
^') Síc, por «Deyauira».
das vuestras burlas fueron besos del fingido
Ascanio. Aora ved qué haré.
Sil. — Mucho me pesa, señora, veros tan
adentro en essa passion, y por parecerme que
estauades lexos dessos cuydados y assegui-ada
de vuestra condición tan essenta, os hablaua
burlando como vistes; y si yo considerara la su-
tileza del amor, nunca tal dixera; mas quién
auia de imaginar que cosas de tanta burla vi-
nieran a tantas veras?
Euf. — Pues qué, no es verdad que él me
quiere bien?
aS/'/. — Esso no lo negaré, porque no os he de
mentir; antes lo que yo conozco del es que no
puede llegar a más el amor del que os tiene.
Euf. — No sé si os engañáis, que los hom-
bres todos son engaños.
Sil. — Essos son para quien se han de vsar;
mas con vos, señora, y con essa hermosura no
se pueden tratar, pues sola la gracia de essos
ojos vencerá a los brutos animales. Si oyesse-
des a mi primo dar razones sobre esso y dezir
que ninguno os conoce sino él!
Euf. — Quién pudiera saber la verdad!
aS¿7. — Mala está de ver. Con mi vida asse-
guraré yo que os adora, y lo podéis creer; assi
tuuiera yo lo que desseo. Si lo oyerades hablar
en esso conmigo, yo asseguro que me confes-
sarades lo que digo: porque sus palabras son
diferentes de las de otros. Ver los suspiros
que daña salir tan claros del alma, que parece
que la arrancaban, el poco concierto dellos,
vnas razones tan comedidas y sujetas, que ellas
mismas mostrauan su dolor, vnos deseos co-
uardes, vnas desconfian9a8 sentidas, vnos pen-
samientos tan puros, que como os digo, seño-
ra, si lo oyessedes, yo fiadora que confesseis
que le sois deudora. Mas con todo esto no que-
rría que os metiessedes en cosas de que des-
pués no podáis salir.
Euf. — Ya aora no puedo, y si queréis que
vina, no me aconsejéis esso, antes me holgaria
mucho oirlo y que no me sintiesse.
Sil. — Fácilmente se puede hazer.
Euf. — Como no me he visto en otra tal, para
nada tengo tra^a.
Sil. — Mas no sea dessa manera, pues assi lo
queréis, sino habladle.
Euf. — No tengo coraron para tanto.
;SV/. — Yo os diré cómo será, y que le parez-
ca que lo hazeis acaso; quaiido él venga acá y
estemos hablando, entraos conmigo, como que
no sabéis que está él allí, y lo veréis temblar y
no acertar a dezir })alabra, porque en tratando
de vos pierde el color, y tiene los ojos que pa-
rece que quiere llorar, y se oluida de todo.
Euf. — Aduertid que si le hablo, temo que
luego no ha de hazer caso de mí: porque estas
cosas cuanto más cuestan más se estiman.
126
orígenes de la novela
Sil. —Donde ay verdadero amor no cabe des-
precio, y a los amores las dificultades de los
principiof? los hazen públicos: porque las mu-
geres quieren que las merezcan con pretensio-
nes largas, y por esto los hombres hazen fine-
zas públicas, que dañan adelante. Yo, señora,
no quisiera hazer cosa que vuestro padre vinie-
ra a saber, antes morirme. Lo mejor es que de-
xemos esto y no nus empeñemos más.
Euf. — Habláis como libre desta passion y
como quien le duele poco el mal ageno, pues
no os lo merezco tan poco. Quándo esperáis
que vendrá acá?
Sil. — No sé en buena fee, porque yo lo es-
candalicé tanto sobre la carta, que será possi-
ble no se atreua a venir tan presto.
Euf. — No sé si fuera bueno embiarlo a lla-
mar, aunque en esto hallo inconuenientes.
Sil. — Harelo si vos queréis; mas ya he di-
cho que es menester gran recato, porque no nos
entiendan.
Euf. -Yo assi querría.
Sil. — Vitoria va al rio, quiero embiarle vn
recaudo con ella.
Euf. — Pues conócele?
Sil. —Bonito es él para que no le conozcan;
inas no querria que sospechasse alguna mali-
cia, que son estas mo9as parleras; en fin, quie-
ro dezirselo,
SCENA QUINTA
SiLUiA DE Sosa, Vitoria, Eüfeosina.
Sil. — Vitoria, Vitoria.
Vit. — Quién me llama? qué me quieren ya?
nunca me han de dexar.
Sil. — Amiga, vas al rio?
Vit. — Voy, qué me queréis?
Sil. — Hermana, quieres ir a casa de mi tia?
Vit. — No puedo ir aora, qué camino es esse
para el rio? qué dirá quien me viere con el can-
taro en la cabeya?
Sil. — Todo se facilita con dexarlo en vna
casa de camino, y no es mucho el trabajo, de
más que yo te daré vna cosa.
Vit. - Qué cosa?
Sil. — Ve tú, que no nos desconcertaremos,
Vit. — Me daréis de vuestro jabón francés
para labar la cabe9a?
Sil. — Sí daré, y del estoraque para que per-
fumes. Irás?
Vit. — Prometeislo?
Sil. — Prometo.
Vit. — Sea en buen hora, yo ¡re.
Sil. — Ruegote, hermana, mucho que no ha-
gas otra cosa, porque me importa.
Vit. — Perded cuy dado.
Sil. — Hermana, dirasle a mí primo que le
beso las manos mil vezes y que si sabe alguna
cosa del negocio que le encomendé, que le su-
plico me haga merced de verme, porque tengo
que hablar con él sobre esso y que no passe de
mañana. Se te acordará?
Vit. — Qué gran cosa para no acordárseme;
teneisme por niña?
Sil. — Mira, amiga, que en ninguna maneía
hagas otra cosa.
Vit. — Ved si rae lo podéis dezir otra vez;
qué importuna sois.
Sil. — Ya va [a] aquel recaudo, señora.
Euf. — Estará en casa?
Sil. — Dizeme mi tia que todo el dia está re-
cogido en su aposento, y su entretenimiento es
tomar vna vihuela, que la tañe y canta mara-
uillosamente, y haze muy buenos versos; y en
esto se ocupa lo más del tiempo.
Euf. — Tenéis algunas coplas suyas?
Sil. — El otro dia cantauan vna quartilla las
mo9as con su hermana, y él le añadió otras que
me embiaron, y dixo que las boluiesf^^e luego;
mas yo no lo he hecho, y pienso que las traygo.
Euf. — Por qué no me las mostrastes? Ensé-
ñamelas.
aS^V. — Veislas aquí. Esta es la copla que las
mo9as cantauan, y las añadidas éstas:
Cauallero que sois mío,
Señora no quiso Dios,
Pues yo lloraré por vos.
Dentro en mi pecho esculpida
Vuestra figura poseeo:
Acabar puede mi vida
Primero que mí deseo;
Con los ojos de alma os veo,
Con los del cuerpo por vos
Lloraré, pues quiso Dios.
Sil. — Qué os parecen?
jE"?//. — Muy buenas.
Sil. — Pues dizen que las compuso diziendo
y haziendo, y que no tiene otro descanso ni
sale ie casa ni trata con nadie; y es con tanto
estrenio, que le pesa a su madre verlo tan me-
lancólico, y piensa que lo causa deseos de ir a
la Corte.
Etif. — Y se ha de ir tan presto?
Sil. — Cómo es esso? dize el otro que no ay
para él otra muerte sino verse donde no os vea.
Pareceme a mí que no tiene pensamiento de
ausentarse.
Euf — Sabéis que deseo mucho comunicar a
su hermana? hazed que venga acá vn dia.
Sil. — Todas las vezes que quisieredes, y más
que no os ha de desagradar su persona, y se
parecen mucho ambos.
Euf — Vamos al terrado , y dexemos la
costura.
COMEDIA DE EVFROSINA
Sil. — Dios me ha venido a ver con esso.
127
Euf. — No veis que' gracioso está el rio aora
sobre tarde?
Sil. — Vor estromo.
Euf, — Y aquellos arenales solitarios y con-
templatiuos a la orilla del agua, quién tuuiera
libertad para ir aora a ellos a coger de sus blan-
cas guijas!
Sil. — Sabéis lo que más me agrada? la har-
monia que liazen estos paxarillos de vna parte
y de otra.
Euf. — No ay más que desear, yo soy per-
dida por oir un ruiseñor que canta en nuestra
morera.
Sil. — Queréis que vamos el Sábado primero
a nuestra Señora de Esperanza? Pedid licencia
a vuestro padre.
Euf. — Sabéis adonde yo qnerria que fuesse-
mos, y seria mejor? al Espiritu Santo, y orde-
nariamos que fuesse allá vuestra prima.
Sil, — Queréis liazer esso?
Euf. — Yo os diré cómo será: diré que me
duele la cabe9a y que prometí ir a rezar vna
deuocion, y pondremos a mi ama por interce-
sora, y vos y ella ordenareis el armuercjo.
Sil. — Esso será muy bien, y mañana embia-
ré a combidar a mi prima.
Euf.—Aj.
Castigado me ha mi madre
Por vos, gentil Cauallero.
Mándame que no os hable,
No lo haré, que mucho os quiero.
Sil. — Qué cosas hiziera aora vn alma que
yo sé, si os oyera.
Euf. — Yo soy muy aficionada a esta copla
por el tono.
Sil.— Y también por la letra; en la harpa la
cantáis lindamente.
l^'Euf. — O si fuera yo aora hombre, para me-
terme esta noche en vn barco, y irme por esse
rio a publicar mis ansias con mi harpa. Cauti-
ua suerte fue la de las mugeres.
Sil. — En buena fe, señora, no puede ser
más, pues están siempre sujetas y encarceladas.
No hizieran los hombres para sí esta ley; al
diablo que los ofrezco, todos en vn cordel.
Euf. — Fuera de vno.
Sil, — Ya os dolia, señora.
Euf. — Como próximo. Qué estudiante es
aquel que allí va, conoceislo?
^ Sil. — El diablo me lo dio a conocer; pienso
que es aqui nuestro vezino, y preciase de muy
aficionado, según me quiere dar a entender Vi-
toria entre juego y burlas, y viene de ordinario
a 8u casa vna manada de visiones dellos. Y con
las fiestas y músicas que hazen, tales que pa-
recen diablos, según eila dizo, y vuestro padre
algunas veces se enfada de oírlos, porque con-
fina el aposento en que viuen con el suyo.
Euf. — Bien de espacio estuuiera quien se
ocupara en amores de estudiante, que todos son
grasicntos. Quién es el otro del cauallo y bor-
ceguíes amarillos?
»SV/. — De aquí es de la ciudad, hijo de vn
arrendador vecino de mi madre, y dizen que es
muy rico.
Euf. — Qué vano que va, pensará que mata
a quantas ve. Miró acá; o gran ventura!
Sil. — Tengolo yo muy amartelado, señor.
Otro anda aqui muy erguido, de cabello tan ri-
zado, que es contento verlo, muy perdido por
mí; quando me ve da de los pies al cauallo y lo
corre liazia donde estoy: mas yo nunca le veo
galán sino es el Domingo; es deudo de vnas
parientas niias, y dizenme ellas que matará por
mí su perro.
Euf, — Pues mirad acul'á, quién es aquella
de los escuderos tan aliñada?
Sil. — Es muger de vn escriuano.
Euf. — Grande autoridad Ueua, pareceme que
viue confiada de sí.
Sil. — Es muy asseada y anda siempre tocada
de rodetes, y pienso que se alegra que la hablen,
y a mí me han dicho que es vna gran parlera.
Euf. — Alli viene otra con vnas chinelas bien
airosa; pareceme muger soltera.
Sil. — Es la de nuestro 9apatero, y dizen allá
no sé qué con vn estudiante vezino suyo; po-
dría ser mentira, que, mal pecado, no vienen
ellos a otra cosa a esta tierra sino a deshonrar
a muchas.
Euf. — Siempre es menos de lo que dizen;
que ellos precianse de acreditarse a costa de la
fama agena, que es la mayor baxeza que vn
hombre puede hazer.
Sil. — Señora, queréis ver vn simiente de
vuestra Vitoria?
Euf. - Quál es?
Sil. — Aquel de los borceguíes bueltos.
jEJí//I — Mal apersonado es el picaro: talle tie-
ne de darle muchos palos.
aS'¿7. — El otro día me pedia ella consejo; de-
zia que era oficial y que se quería casar con
ella, sin que lleuasse más que su persona; mas
pareceme que le quiere poco o nada.
Euf. — Son mu9uelas locas, que cada día
quieren el suyo. Mirad que viene mi padre.
,S'/7. — Retirémonos, porque no tenga que
reñir.
SCENA SEXTA
Cariofilo, Zelotipo.
Car. — Pidióme aora mi mo9a zelos, y yo pu-
seme más vano que vn pabon. Lleuela con tra-
128
orígenes de la novela
9a, de manera que quedamos concertados. En
pago desto me mandó que le dé a Zelotipo vn
recaudo de su prima, deue de ser sobre su pre-
tensión. Quiero ir a buscarlo, que quÍ9a viene
esto por Eufrosina; mas yo, aunque lo esfuer-
90, no tengo mucha esperan9a del hecho, si bien
con las mugeres nada se acaba por razón, por-
que nunca se inclinan sino a lo que más se
aparta della. Demás que el atreuimiento nunca
careció de buen fruto , y la mayor parte de las
cosas del mundo se hazen más por ventura que
por orden de nuestro juizio; y assi es risa pen-
sar ninguno que por quentas y reglas de dis-
creción ha de hazer nada, pues siempre vemos
los efetos diferentes de lo que imaginamos.
Lo cierto es encomendarlo a Dios, como dizen,
y echarse a nadar, preuenirse para lo que vi-
niere y seguir la derrota de los hados, que es
la ordenación diuina, y con esto dame buena
ventura y échame en la calle. A la ventana está
Zelotipo, voy a hablarle; qué me recomendó,
señor?
Zel. — Pues qué ay?
Car. — Yo vengo a [a]diuinar, a [ajdiuinar,
pague pena quien no acertare.
Zel. —Queréis que esté yo siempre de hu-
mor para celebrar vuestras gracias?
Car. — Sé que no está aora la luna sobre el
horno. Pues no va por ahi el gato a sus hijos.
Primero veréis los libros que la vieja truxo a
Tarquino Prisco que deis en el blanco.
Zel. — Mis penas me bastan para tener en
qué entender.
Car. — Hablóle yo en vno, y respóndeme en
otro; qué tiene que ver lo que respondéis a lo
que yo os digo? dadme albricias, y nos enten-
deremos a coplas.
Zel. — Ya os digo que no estoy tan ocioso
que pueda tratar negocios ágenos; en los mios
tengo bien en que ocuparme.
Car. — Y si os truxesse yo para ellos y su
remedio vna yerna?
Zel. — Apolo, inuentor de la medicina, dize
que no la ay.
Car. — jSIo lo alcan9aron todo los antiguos,
aunque se desuelassen mucho sobre esso. Prue-
uolo por la cosmografía, que dezian que las dos
Zonas vezinas a los polos por muy frias, y la
tórrida de entre los- dos trópicos por muy cali-
da, eran inhabitables, y nosotros hemos visto
lo contrario; y como cada dia se descubre vn
Piru, podria yo soñar, como Alexandro para
curar a Tolomeo, y hallar vna yerna más pro-
uechosa que el palo de la China, pues los Físi-
cos dizen que ay en estos barrios Colúmbranos
muchas de gran virtud.
Zel. —Ninguna la tendrá para mí, quanto
más que si es para oluidar este amor, antes
quiero morir con él.
(7a?-. — Qué dezis? dessos sois? yo os dexaré
a que obre en vos naturaleza; porque mal se
cura quien desprecia la medicina y desconfia del
medico; pero con todo vos me haueis de pagar
muy bien la nueua que os traigo, porque es de
gran precio: quedamos aora yo y la gentil A^i-
toria concertados.
Zel. — Hágaos buen prouecho, que yo no os
tengo inuidia; essa era la gran nueua de mu-
cho prouecho? cómo sois gracioso sin serlo y
fuera de sazón!
Car. — Pues queréis saber quánto os impor-
ta? que me dixo que dezia vuestra prima que
fuesedes alia, que le conuiene mucho hablar
con vos, y sobre mí, que no es sin misterio.
Zel. — Ya os he dicho que no os burléis con-
migo, pues sabéis lo rendido que estoy; porque
si tal creyesse poco era perder la vida con el
alboroco, como la otra Matrona con el contento
de ver el hijo que tenia por muerto.
Car. — Mirad acá, monseñor, yo no puedo
hazer más que dezir lo que me dizen; si no me
creéis, id a buscar a Vitoria.
Zel. — Y es verdad?
Car. — Passa assi lo que os digo.
Zel.— O poderoso enamorado de Psichis, y
tú, piadosa Venus, no me niegues la cinta que
diste a luno, para que me saine en esta tor-
menta.
Car — A quien Dios quiere dar bien, a casa
se le viene; de mi consejo, quando te dan la
ocasión ásela del copete; la tardan9a en todas
las cosas es dañosa, si bien algunas vezes da
opinión de prudentes, y muchas se pierde por
pereza lo que se ha ganado por justicia; dezid
esta noche como dizen los muchachos: dormi-
ré, dormiré, y buenas nueuas hallaré, y por la
mañana idos allá. Dios delante, que a quien él
quiere ayudar, el viento le compone la leña, y
quedaos en buen hora, que tengo que hazer;
mañana nos veremos.
SCENA SÉTIMA
SiLUA DE Sosa, Zelotipo, Eufrosina.
Sil. — Beso las manos de quien viene tan
gentilhombre.
Zel. — Yo beso las de quien espero recebir
nueuas de mucho contento, que no se puede
esperar menos de su buena persona, si no me
engaño.
Sil. — En qué lo conocéis?
Zel,— Yin essa gracia y agrado diferente de
otros dias.
Sil.- Mucho me deueis, primo.
Zel. — Conozco que os deuo la vida, y creed,
señora, que me precio de muy agradecido, y os
doy por testigo el tiempo. Contadme, señora
COME¿;TxV DE EVFROSINA
129
prima, ruis bienes, s¡ los tengo, que anii no sé
qué crea ni qué espero, antes qvie d deseo de
saberlo me mate.
Sil. — Qué me daréis vos.'
Zel. — No sé poner precio a cosas que no le
tienen.
Sil. — Ya sé qnc sois elegante en liablar;
aora en fin quiero fiarme de vos. Eiit'rosina leyó
la carta; sabientlo que era vuestra se puso bra-
ua como Ecuba quando vio sacrificar a Puliee-
na, y a Polidoro muerto en la playa.
Zel. — Esse es el lüen?
S'l. — Escuchadme, que mayor le tenemos de
lu que penséis; yo también hizeme enojada, y
fui luego a quemarla por escusar el peligro que
muebas vezes viene por estos testigos.
Zel. — O, quién se viera alli juntamente que-
mado como Plaucio con Ostilia! matara assi vn
fuego con otro.
Sil. — Finalmente, quando bolui me confes-
só no podia resistir el amor qy\e os tenia.
Zel. — O, bienauenturados oidos que tal oyen,
dichosos rúales destinados para tantos bienes!
Jlejor nueua es esta que las tres que dieron
juntas a Filipo Rey de Macedonia. O fortuna,
si me quitareis que no llegue a lograrte, sea
con la muerte, que ya recibiré contento, pues
[he] alcanzado de la vida lo más que tenia que
darme. Contadme, señora prima, muy menu-
damente por estenso todo lo que passastes y lo
que ordena de mí esta adorada mia.
Eiif. — Silua de Sosa?
Sil. — Señora.
Eiif. — ^Qué hazeis? O estáis ocupada? per-
donadme, que no lo sabía.
Zel. — Beso las manos de V. m. y ya que mi
buena ventura me dio este dieho[so] acierto sea
para alcanzar de V. m. que me tenga por suyo.
Euf. - O, perdonadme el estoruaros, que en
verdad que no sabia que estauades acjui.
Zel. — El perdón, señora, yo lo judo de mis
atreuimientos, obras de essa perfecion que
veo y contemplo, y esta tan grande deuda de
mi ventura, que assi lo oso dezir a V. m. la
reconozco para que sea mayor, con que me doy
por obligado de nueuo, después de auer mucho
que lo estoy en mis pensamientos a perder la
vida en seruicio de V. m. y no la memoria des-
ta obligación.
Euj. — Mirad lo que })roineteis, que las pa-
labras son fáciles de dezir y dificultosas de
cumplir.
Zel. — Esso es a quien no le salen del alma,
mas bien seguro estoy que nunca en mí falte
esta verdad, quanto más que cuando en algún
tiempo pudiesse auer defeto en mi fe, qué
mayor pena se me puede seguir que tener de-
' lante de V. m. culpas? y más yo, que me pre-
I cío tanto de buena elección y juizio. por lo que
ORÍGENES DE LA NOVELA. — II).— 9
con él he alcan9ado a sentir y sabe Dios lo que-
me questa?
Fjuf. — Son estas c». sas de tanto peligro, que
de mi consejo deueis escusarlas, por vuestro
descanso y el raio.
Zel. — Voluntad determinada ningún peligro
teme; demás, señora, que en esto no veo otro
sino es que vuestra condición no me sea fauora-
ble, y si yo la viesse inclinada a hazerme merced
no ay temor en los temores que para mí lo sea.
Euj. — Como el tiempo descubre y aprueua
lo que ay en la voluntad, sin él mal puedo juz-
gar y menos conocer.
Zel. — Aora acabo de saber quán grande bien
fuera que la naturaleza pusiera vna puerta en
el pecho para que se mostrara la pureza del
coraron , para que viéndolo no mereciera el
tiempo que a él se le deue. En esta turbación
que se ve en mí está claro el sentimiento del
mío; concedelde, señora, el acetarlo por vues-
tro, y dexad a mí el cargo de su lealtad, que
yo os hago pleito omenaje de defender al mun-
do esta fortaleza de mi fe por vuestra.
Evf. — Sí haré, con tal que me lo agradez-
cáis y tengáis memoria de lo que en esto hago
por vos, assi para estimarlo como para sepul-
tarlo en secreto.
Zel. — Es tan g-ande mi reconocimiento, que
aun passando desta vida (si es posible) no po-
dré oluidar esta ventura, y si por mis memo-
rias y agradecimiento que se os deue lo es
mereceros, ya rae sois deudora, porque me tie-
ne tan rendido mi afición, que el mayor trabajo
que siento es pensar cómo afinaré con demos-
traciones euidentes esta verdad.
Euf. - Quiera Dios que sea como dezis, y no
sean vuestros intentos a costa de mi inocencia.
De mi parte os prometo hazer lo que merecie-
redes; voyme, no parezca mal hablaros tanto.
Z.el. — Aora veo quánto la esperanoa de la
gloria alibia todas las penas presentes; señora
prima, mirad por mí, no enloquezca.
íSV/. — Alegróme mucho de veros tan conten-
tos; idos en buen hora, que ando ocupada en
ordenar la repostería a su padre de Eufrosina,
que va a cumplir un voto a Santiago, y a hol-
garse en su encomienda; después de su partida
tendremos lugar para todo.
Zel. — Pues no se os oluide hazer recuerdo
de mí.
Sil. — Yo tengo esse cuidado,
Zel. — Teniéndolo me daréis la vida,
SCENA OCTAUA
Cariofilo solo.
Car. — Esta borracha de Filtria siempre me
da (como dizen) por vna verdad diez mentiras;
130
ORIGENES DE LA NOVELA
quiere aora de iiueiio darme liauíbre, como á
gabilan, de mi muchacha; no sé cou qué fin \o
liaze, ni á qué mira; pareceLí que me siente
aficionado y traeme en mil quimeras, y al tin
toda es nada: queda tan descansada y segura
en mentir, como quien ni teme ni deuc; maldi-
ta la verguenca que tiene: tened por cierto que
tratar con éstas es lo propio que con el mismo
embuste y maraña. Escusado es pensar nin-
gún hombre que ha de saber tanto como la
más ignorante muger del mundo, pues la pri-
mera, en naciendo nos vendió, y ellas en lo que
no quieren nunca se engañan. Las alcaguetas
no se puede dezir quán mala ralea es y la difi-
cultad que tiene conseruallas en amistad, por-
que tienen por ley el prouerbio: quien da y no
da siempre, quanto da, tanto pierde. Aunqu(í
les ayais dado los ojos de la cara, en sintiendo
la bolsa vacia, muerto es el ahijado por quien
teníamos el compadrado ; por esso dize Planto
con razón, que no ha de auer piedad que lo
sea para las tales. Traen vn latin, beati que tie-
nen, y de otra manera aullan y os dizen: a
essotra puerta, que ésta no se abre, que quien
me quiere, dizeme lo que sabe y dame lo que
tiene, y si no ay que dar, que hará? Ahorqúese
en buen dia claro y cómanle lobos; con esto
quién suplirá tanto como es menester? la dama
pela por vna parte, ellas desuellan por la otra,
y donde quitan y no ponen, mira qué será? Yo
no puedo ya viuir con Filtria, porque soy vn
Lázaro y ha quinze dias que me dize mal el jue-
go, y no leuanto cabera; quiero pagarle con
palabras, y ella sabe más durmiendo que yo
despierto, j no me vale mi engaño: pideme des-
caradamente y págame con mentiras. O pesar
de mi quinto abuelo! sirue vn hombre toda su
vida á un Principe trabajando, porqiie no le
eche menos vn momento, estirándose delante
del como melcocha, echando los boíes porque
le vea, sufriendo mil afrentas por ponérsele
delante, mudando los pies como grulla, dur-
miendo con los ojos abiertos como liebre, y le
llena lo mejor de su edad, muchas vezes sin
fruto, y si le paga, después de dar vozes sobre
su largo seruicio, dize que le haze merced, y
es sobre su sudor, y halla razones para que
aun le quede deuiendo; y vna perra destas os
mete en peligros del alma y de la vida, a costa
de vuestra diligencia y buena dicha, y nunca
se tiene por pagada, y muchas vezes la com-
práis mentiras, sin valerme andar siempre pre-
uenido de cautelas. Y como la necessidad haze
a los hombres sabios, a mí nunca me faltan
escusas; sé dilatar promesas por estremo, dar
color a engaños como un Vliscs; soy vn labe-
rinto de colores retóricos y términos lógicos,
y un abismo de las ideas de Platón: nada me
aprouecha, y tengo por cierto que todo lo que
se compra es más barato; pero si yo no supie-
ra assi granjear en mis tratos y amainar sus
tempestades, anduuiera á los grillos, como rapo-
sa. Bien sé que es cosa más real dar que recebir,
mas naci para entender y desear, como otros mu-
chos para tener y no saber lograrlo ni vsar dello;
desquentos son del mundo, congojas generales,
que á solo Dios pertenece el remedio: voy pas-
sando assi mi viage como mejor puedo; compro
mis gustos con mi trabajo, como otros con su
dinero. En estas maculas manuales hallo la
ganancia más cierta y a menos costa, porque
son bocales en mis tracas: loquillas, elebadas y
golosas, auenturan sus personas á qualquiera
siete, todo lo creen; pagaisle con bien te quie-
ro, y quando mucho, en señal de amor y reco-
nocimiento con vnas memorias de plata, sortija
de búfalo, cuentas para el cuello, y con qual-
quiera cosa de poca costa las obligáis mucho.
Aora estotra mi madama Laura Polinia me
embia quanto puede hurtar a su padre, y pien-
sa ella que me tiene assido para casamiento;
mas yo echariame antes en la mar, sólo por no
ver al villano ruin de su padre. Pues la madre,
también es de las lindas, a mí me maten si no
beue como tata (') y más dinero huno en la
casa de los Mediéis de lo que su padre deue de
tener por más que gane en su oficio de platero,
aunque lo tienen por muy rico; go9aréla este
verano, a la entrada del invierno ireme a la
corte, y ojos que le vieron ir no lo verán más
en Francia. Zelotipo anda muy próspero con
Eufrosina; fuesse su padre en romería a San-
tiago aura dos meses; habíale todas las noches
por las rejas de vna ventana, escriuele cada dia,
y según me dize, ayer mandó hacer una llaue
falsa para entrar con ella. Si el rapagón entra
reboluerale ochenta hojas: el padre está cacan-
do y holgándose, confiado en la vigilancia de
vna vieja que tiene por aya, que no ve ni oye,
y a quien ella y Siluia de Sosa hazen del cielo
cebolla, y piensa que la tiene para honra y
casamiento muy cerrada y guardada. Estas, por
la mayor parte matan á sus padres antes de
tiempo y son unos ministros de Dios con quien
castiga las culpas que ellos cometieron: porque
quien con hierro mata con hierro ha de morir,
aunque aora ni ay padre para hijo ni hijo para
padre, cada vno va por su parte, como cangre-
jos; en los padres falta el amor y en los hijos
la obediencia, -y no ay cosa que tanto me canse
como vnos perdidos por hazer mayorazgos, an-
siados por dexar casa fundada nueuamente, con
grandes clausulas de firmezas: porque dizen
queda alli su nombre vino, y el alma jUÍ9á está
muerta en el infierno, padeciendo los gustos del
heredero, que queda dándoles pocas gracias, y
(,') Así en el original; quizás cata, canta.
COMEDIA DE EVFROSINA
1;;!
tal ha de ser la señora Eufrosina, que es la
niña de los ojos de su padre, pnrque nunca
liijo muv regalado dexo de ser hiél á los padres
que en ellos ponen su gusto con deinasia. Aora
quién dirá que vna dama como Euirosina, dis-
creta, noble, virtuosa, se venciesse por un hom-
bre desigual a su calidad, sin tener respeto más
que u su afición? en fin, son cosas que trae el
mundo, venturas con que nacen las personas,
juego de passii passa de la fortuna con los esta-
dos humanos: por esso iiiusjjuno desespere de
la merced de Dios, liiste es vn caso de que
muchos pueden tomar exemplo para muchas
cosas; de ninguna muger ay que fiar, y de todo
hombre ay mucho que temer. No hay ley que
assegure tanto como quitar las ocasiones del
daño El saber y la cuenta y ra/.on humana
nunca aciertan el hecho, si no es teniendo a
Dios por padrino. Mas quién es este que veo
venir liazia acá.' dame el ayre que lo conozco:
pareceme Galindo, mayordomo de don Tristan;
quiero irme a él, qut^ sin duda me traerá cartas
de la corte.
ACTO QVINTO
S C E N A PRIMERA
Cariofilo, Galindo.
Car.— Sed preso.
(ral. —O, señor, besóos las manos; de vues-
tra posada vengo aora, y no me supieron de-
zir dónde estauades.
Ca7\ — Yo soy peor de hallar que aguja en
pajar.
Gal. — Andaréis en las páranlas?
Car. — Busca el hombre su mantenimiento
por donde mejor puede; cuándo fue la buena
venida?
Gal. — Aura quatro horas.
Car. — Y adonde posáis?
Gal. — Con un estudiante pariente mío.
Car. — Y yo no estaua en esta tierra?
Gal. — .Si, mas no tenéis posada propia, y
no 08 quise poner en cuiílado: veis ai una carta
de Grisandor vuestro amigo.
^'ar. — Si me dais licencia la leeré luego,
por cumplir con el alboro90 y obligación de
amistad.
(ral. — lesus, señor, y es muy justo; yo
aseguro que viene echando fuego, según el se
precia de saber dar dos toques; os reis? pare-
cerne que gustáis; aunque sea demasía, sepa yo
lo que dice.
I Car. — Xo se puede dexar de comunicar;
! oid.
Gal. — Brabo hombre es éste, yo no he po-
dido calar su intención.
Car. - -Acá nos entendemos, que vos naue-
gais por los rumbos vulgares.
Gal. — Kstremadameiite lia dicho; y yo no
juzgara que era deste humor.
Car.— Quién Grisandor? es grande homlire,
y tiene un estilo apacible y corriente: uo es de
vnos retorcidos, amarrados a sentencias de Tu-
llo, que inuentan vocablos de conseiua.
(ral. — Aora tengo en grande opinión a Gri-
sandor; no parece lo que es.
Car. — No aueis oido decir, debaxo de muía
capa ay buen bebedor? a quien vos vieredcs
que es de mi quadrilla no ]o estiméis e • poco,
porque yo no me entiendo con g' nU' vulgar.
(ral. — Sabéis quién rae dio grandes recau-
dos para vos, y os quisii-ra e^criuir? Art.au
Labares.
Car.- Soy muy suyo; decidme, cómo le va
con su christiana nueua?
Gal — Partióse el Rey para Almerin, y
quedóse todo en esperan9aR.
Car. — Pues assiguroos que le acude ella a
su gusto; y yo no tema por sin duda que estii-
uan casados: contadme más. En Alii.erin, mu-
cha gente?
Gal. En pipa, como sardinas: matónos su
Alteza en traernos alli, porque es la más mala
tierra que pensé ver.
Car — No digáis mal de los buenos dias de
Almerin: aquella gracia de aquellos campos,
aquellas salidas a])acibles, y más aora quamlo
viene el tiempo de cantar las aues; no ay cosa
que le llegue en el mundo, ni se jiuede ])¡ntar
mejor casa de placer, ni recreación Real.
(ral. —Esso no tiene aora, porque en Lisboa
no ay tanta gente, ni tanta confusión.
Car.- Creedme, que nuestras demasias lo
destruyen todo; pues con ser naturalmente to-
dos diferentes en los pareceres, y contriirios en
aprobar el ageno, vemos en estos casos, que
en oyendo una opinión luego van con ella
todos; y queremos que vn Rey, que es solo vn
hombre, satisfaga a tantos y tan diuersos jui-
cios en todas sus acciones; siendo assi que no
me daréis dos hombres que los tengan confor-
mes. Esto se ve en nosotros, en lo diferente
que sentimos de ¡Almerin; mas quántas sen-
tencias darán aora jior aquellas posadas los es-
cudi'ros?
Gal. — Es la suma de los gustos verlos:
essos están aposentados en el mesón de Santa-
ren, entre dos tizones, quemando botas. Vno
cuenta lo que dixo al Rey, y lo que él le
respondió; otro lo que le ha de dezir; «tro se
quexa que no se puede hablar y de aqui vie-
nen d seurriendo a la \\Ar y estínio Heal. y
dan resokiciones di' par- cens aprouados en me-
dia hora, que el Consejo de Estado no se atrc-
uiera a determinar en cien años; y toda su
132
orígenes de la novela
qupxa es del Confcssor del Rey, porque no le
dice la verdad, y que los Predicadores no ha-
blan con libertad
Car. — Qii' diferente conuersacion será lude
los mofos de inontcria, ocupados en dar filos {})
a chuzos y cuchillas y todo nada. Dezidme,
])or vuestra vidií: pabreis darme razón si anda
alli un ayuíla de cámara que llaman Amador de
Frisa?
Gal. — Y le vi dos dias antes de mi partida,
camino de Santaren, embo9ado corriendo la
posta con otros a porfía.
Car. — Sabéis si está despachado?
Gal. — Pienso que |_no], porque yo le vi
poco antes desto haziendo granes reuerencias
delante de los del Consejo, como hombre pre-
tendiente, y que grangeaua su favor, que es vn
miserable estado.
Car. — Pues aun no lo sabéis bien. Quanto
más seguro y menos costoso sería tratar en
sardinas? Si los hombres considerassen lo que
cu esso passa, antes de empeñarse en el tiempo!
Veis ai vil hombre que tiene muchos seruicios,
mas nada aprouecha sin fauor. Esto no por
culpa de quien reyna, sino por malicia de al-
íganos, que procuran impedir los premios a
quien los merece; y creed que traer pretensión
es la suma desuentura, porque no ay oficial
ante quien passe que no os maltrate y ani-
quile por su gusto; y aunque al principio se
muestre afable, en sabiendo que sois preten-
diente, al mismo punto se os pone grane, y con
presunción de arrastraros: lo que importa es,
si se pudiesse, tratar con la persona Real, que
esta grangeria nunca mintió, y nunca os pone
en emprt'ssa que no sea muy honrosa: ya passó
el tiempo de amigos, fiaos sólo de quien Dios
fió su pueblo.
Gal.— Sabéis quie'n está muy bien despa-
chado? Frison Siliieira: dieronle un nauio de
alto borde, y viage para la China, y va este
año.
Car. — Alegróme por vida mia, que él lo
merece todo: quién lo despachó?
Gal. — AWk tnuo sus minas.
Car. — Buenas le fueron.
Gal. — Saueis otro que también ha tenido
buen sucesso? conocéis vn criado de va des-
( mhargador, que andaua alli asqueroso y des-
lucido, perdido por traer capatos curiosos, y
tenia de sn mano tendera?
Car. Mu. bien, gran valentón: llamase
Mateo Rosado.
Gal. — Esse lleua vn gonierno por tres años.
Car. — Holgaos con esso: yo juraré que no
siruio dos años continuos. No ay que cansar-
nos, sino entender que el hombre honrado que
(') FiZíos en el original.
por sí quiere medrar, es lo mejor hazerse ta-
honero, gozará vida descansada; porque la su-
gecion y el trabajo no se hizo sino para los
que tienen nobles pensamientos y presunción
honrada, y el mundo no leuanta a quien lo es-
tima poco y espera del mucho. Mas dexemos
estas quexas antiguas, que quando Dios no
.quiere, los santos no ruegan, y la fortuna ya
tuuo otro tiempo más juridicion para leuantar
y derribar que aora. Dadme nueuas de mis se-
ñoras mo^.as do cámara, gente de nuestro esta-
do, aunque ellas no quieren serlo.
Gal. — Daros he quantas quisieredes: vine
todo este camino con ellas, porque truge a mi
cargo seruir viia cierta dama por don Tristan,
y acompañé y parlé a cien mil; en mi vida he
tenido dias como aquellos: anduue en estremo
picado toda la jornada con vna de! retrete. Alli
serui también a vuestra dama un dia que cayó
en vn pantano, y en vuestro nombre la acudi,
y le dixe que lo pusies e a vuestra quenta, hi-
zele mil cumplimientos por vuestra parte, senti
della que os quisiera ver alli.
Car. — Grandes nueuas me dais: o pese a
mí, que huue yo de perder essa ocasión.
Gal. Pues yo os certifico, que según tomé
el tiempo del peso cuando la subi al sillón, que
es valiente mo9a.
Car. — No hay más que desear: es fuerte y
rollica, y soy muy aficionado a las tales.
Gal. — Venimos hablando en vos dos gran-
dos horas, y os acredité de muy rico; hizome
después muchas amistades con mi dama.
C'o/-.— Todas son amigas de cumplir essas
obras de misericordia. No la hallariades boba.
Gal. — Qué decís? nunca hablé con muger
que assi me contentasse.
Car. — La rapacilla tiene ingenio, y una sua-
uidad en mirar que mata. Vistis a su criada?
Gal. Mil vezes, y tiene pico; y no sé si
me afirme que la vi inclinada a Bicho de Mon-
te ira.
Car. — No es en esso necia; siempre le dará
algún fruto. Dezidme, Etor Tristan cómo
anda con la suya?
Gal. — Dizen que están casados de secreto;
lo que me parece es que está muy fauorecido,
porque lo vi muy entremetido con ella.
Car. — A esso auia de venir esse inocente;
ninguna embidia le tengo, porque la señora ya
passó por los bancos de Flandes, y no muda
aora los dientes.
(¡al. — Todo esso no importa; ellos se quie-
ren bien mucho tiempo ha, y ya sabéis quán
sesudas y mansas salen de aquel toril, y quej
palacio haze milagros. I
Car. — Siempre estuuistes en Almerin desde)
que llegó el Rey? ,'
Gal. — Antes poco tiempo, porque luego me
COMEDIA DE EVFROSINA
133
bolui a Lisboa, donde estime un mes, hasta que
partí para aqui.
Car. — Contadnie, pues, cóuio está Floriana.
Gal. — Muy próspera: cogió entre manos vn
Burgales; diola tantas joyas, que no sé que aya
otra más rica; después robó también a vn In-
diano.
Car. — Fue dichosa siempre, y es vna picara
fea, y no tiene más de los liuesos: sólo tiene
gracia y agrado, y canta muy bien.
G^a/.— Saueis quién anda aora muy perdida,
y dissoluta? una, que posaua en la Betesga, y
la hablaba Troylo de Flores.
Car. — Y él, qué se ha hecho?
Gal. — Gastadissimo, y empeñado con estos
males y otros, se va este año a la India.
Car. — Cómo se ha perdido esse mancebo,
que tenia mucha hazienda heredada y la gastó
toda con essa muger, y en el juego! Dezidnie
señor, vna nuilata muy gallarda, que viuia en
la calle de los Cauides. que nos festejó mucho^
si os acordáis, quando fuimos a los toros de
Almeida, dónde está? Tercia toda via por sus
amigos?
Gal. —Poco antes de mi partida comí en su
posada: dixele que os venia a ver; quiso escri-
uiros, diome mil recados para vos, y dixome
que no auia en el mundo tal hombre.
Car. — Somos grandes compadres, y tiene
ella hechos por mí algunos buenos negocios.
Üs acordáis de la confitera? qué nueuas me dais
del la?
Gal. — Está muy buena, y quexosa de vos.
Car. — Ha, que no ay tierra en el mundo
como Lisboa: la conuersacion de la gente, el
donayre de las mugeres, la liuertad de la vida:
no creáis que se puede viuir en otra parte.
Aora bien, quién os echó en esta región? te-
neis aqui algún negocio o es de passo?
Gal. Queremos casar á mi amo.
Car. — Quién, al señor Uon Tristan?
Gal.~i>[.
Car. — Y con quién?
Gal. — K(\m en esta ciudad, con la hija de
[don Carlos, señor de las Paboas.
Car. — Santa Maria, contadme cómo es esso.
(Venís ya sobre concierto o a hazer alguna di-
ligencia?
'"«/. — Yo os lo diré, que hombre soy de
-: 'cios. Yo llegué diez días ha aqui de noche;
>iipe que don Carlos fue a Santiago en roine-
■"la, pero que se estaña en su encomienda; par-
inoe por la mañana, por alcanzarlo en ella antes
ine se alongasse: hállelo en 'a quinta que tiene
le su mayorazgo, cosa estremada y lindo sitio
?ara afsistir en ella vn Cauallero. Dile las car-
pa que le traía de sus parientes; ho gueme en
J montería, y otras cazas con sus caseros, y
;i muy contento me mostró todas sus hereda- I
des (*): y según me dio cuenta, lleno el negó-
cío concertado. El se partió a su romería para
boluer luego.
Car. — Qué negro despacho este para Zelo-
typo! y sabéis lo que le da?
Gal.- Quanto possee después de muert(\
{lorque no tiene otro heredero, y sin la enco-
mienda, de ordinario el mayorazgo que tiene
llega a seis mil ducados de renta vn año con
otro, y dale luego treinta mil escudos con sus
joyas y alhajas.
Car. — A quánto llega la renta de don
Tristan?
Gal. — Está aora arrendada por tres años en
nueue mil ducados cada año.
Car — Honradamente casa la señora.
Gal — Conoceisla vos? dizenme que es muy
hermosa.
Car. — Tales fuessen las pulgas de mi cania;
mas es tan vraña, que luego como la ven huye.
Gal. — Un poco es esso de n)oca de villa;
porque la dama que es señora, lo mejor que
ha de tener es seguridad y confianza, sin lle-
gar a presumir que nada le pueda ofender,
y guardando los términos del recato y honesti-
dad, cumplir con ia cortesía; pero tenga dine-
ros, y sea tuerta o manca.
Car. — Pareceos que tardará nnicho el efeto?
Gal — Sí vob queréis baylar en la boda, no
os vais de aquí, que antes de dos meses vendre-
mos a efetuarla.
Car. — Y quándo os iréis?
Gal. — Querría en la mañana, si Dios fuesse
seruido; mas en todo caso he de ver a hi señora
antes que me vaya, para dar nueuas al galán,
que está muy aficionado por la fama.
Car. — Aora, señor, yo tengo una prosada,
mala ó buena, recibirá V. m. la voluntad.
Gal — Beso las manos de \ . m., yo la doy
por recebida, y por tan poco no es justo dexar
a mí pariente.
Car. — No fuera bueno qu^í os acordarades
que me haziades agrauio? Aunque sea por fu< r-
za, aueis de ir a cenar conmigo; después el dor-
mir será como quisierades.
fial. — Aure de obedeceros en vuestra tierra,
como en vuestra casa.
Car. — Assi os conuíene, sí queréis escapar
de mis manos.
Gal. — Vos seréis hombre para darme de
quien me enamore en esta tierra?
Car. — No faltará.
Gal. — Dessa manera seréis mi padre. En
esta ciudad hay buena gente?
Car. — No es mala.
G'fl/.— Estas que topamos aquí, son de las
que se vienen a la mano?
(' El original, por errata evidente, heradex.
lU
ORÍGENES PE
Car, — Hablad vos, que todo lo nnciio aplace.
G'il. — -Si peü^are, pi'giie, luiré presencia por
la houra de los Cortesanos.
SCEXA SEGUNDA
Polonia, Vitoria, Galindo, Cariofilo,
Andresa.
Fol. — Ya vienes del rio, andiga? Pues yo
voy aora.
V/t. — Tú eres vna perezosa: si fuera yo, que
sin i'Sta vez he ido otras tres.
Fol. - Has de boluer acá? tengo muchas
cosas que contarte.
Vit. — De qué, por tu vida?
Fo'. — Mira tú si puedes venir, que no pue-
do liiib ar tan de prissa. Pues a fee que te has
de holgar mucho de saberlo.
Vit — Yo tenijo ya llenos todos mis cántaros.
Fol. — Qué boba eres, haz tú como yo: cada
vez que quiero venir a holgarme, trastorno vn
cántaro que no lo vea mi ama, y entonces ven-
go con él.
Vit. — Espérame aqui, que no haré más que
tomar vna cántara y venir.
Fol — Quiero ver si vienes antes que se se-
que esta saliba.
Gal. — Dexadme con esta que canta, veréis
cómo le hincho las medidas.
Ca . — Id, que si cayeredes. yo iré por vos.
í?a/. — Bendígaos Dios, mi señora.
Fdl. — Y a vos el diablo.
Gal. — Buena ventura le venga a quien pa-
recisteis bien cantando.
Fol. Pues cada vno canta como tiene la
gracia, y casa como tiene la ventura.
Gal. — Si sois tan sentenciosa, no sé cómo
me he de atrener a hablar.
Fol. — No ayais miedo, que preso va por el
vendo.
Gal. — Vos, señora, bulliréis como loca y
haréis como mo^a.
Fol. Tened el asno, luana, que no cayga.
G'tl — O, pesar de los Moros, y en esta tierra
ay tal gracia?
Fol. Vistes tan gran bien? y ésta qué tiene
más que las otras? no aueis visto corea con
cola?
Gal. — Vi os ('), señora, a vos en fuerte
punto, pues assi me aueis muerto con essa gen-
tileza y gallardía, sin tener remedio para li-
brarme.
Fol. — Sin tener remedio? Vistes aquello? O,
qué gran mal! Pero passará, acabado esso es,
noche son desastres.
O En el original, Vio oí.
LA NOVELA
Gal. — No serian sino astres ('): si vos qui- [
sieredes sauer de mí, como soy seruidor de j
damas. i
Fol. — Viste aquel consuelo, mi amor? de \
aora, ogaño, que os haré este año: paguemos \
el vuestro, y partios. !
Gal. — No maltratéis assi a los forasteros, '
que os desean seruir: podréis en algún tiempo j
ir por allá, y nos vengaremos. |
Fol — Hazeldo assi, si allá me halláredes.
Gal. — Mejor compañía os haré yo, si quisie- ;
redes ir conmigo. ,
Fol. — Assi os tome a vos aquel que passa |
el agua y no se moja. j
Gal. — Bien parece que no me paristes.
Fol. — Después que lo di a criar, nunca más ,
me he acordado del.
G'a?. — Cariofilo, llegaos acá, me ayudareis i
a entender a esta señora, que yo no la en- i
tiendo. |
Fol — Ayudadle, que no puede: qué azafe-'
ma de tripas de cabrón!
Co!-. — Ellas cuando quieren hablan ger-;
maula. \
Gal. — También yo la sé, si nos viessemos!
tal á tal. '■
Fol. — Súpolo dezir, y no se le cayeron los;
dientes; cómo es bonito y ¡dorado! miren no leí
den quebranto. i
Gal. — Para esta cara, que he de viuir con
vos, para que me enseñéis essa algarauia. j
Fol. — Assentalde la paga.
. Car. — Señora, no aya más, sed piadosa para
con los vuestros.
Fol. — Pues hablad vos desde allá, y oíros
han. Sois vos su tutor?
Car. — Sí soy, porque me pesa veros con ta
poca razón con quien os desea seruir.
Fol. — La razón mata a razón, y el cayad(
la liebre.
Car. — Para qué es ser tan zahareña coi
quien está hecho vn cordero delante de vos?
Fol. — Yo soy de esta hechura, y luego él ¡j
parece vn inocente sin mal: mas quien no tien
que hazer, compre un ganso.
Gnl. — La añade de Mondego que comprar
yo fuerades vos, si tuuierades precio.
Fol. — Ahogóse en una alcuza de medio rea
de noche y sin candela.
Gal, — Digo os que no me atreno a entrar (
juego con esta moca.
Car. — Pegad con estotra que viene aqi
quica será más apacible.
Fol. — Dios le ayude, no cayga en el atollj
dero.
Gal — No quiero sino a esta gentil persoí
porque le soy aficionado.
<:') si€.
rUMEDlA DE EVFUÜ.^IXA
135
Pol. — Si veren^ijcnas ay en la villa, alcal-
dadas ar en la pla9a.
Vit. — Madre, tarde' mucho?'
Gal. — Antes venistes que yn quisiera, hija.
Vit. — Aun no os llaman a vus acá: lial>ló
el huey y dixo mu.
Pol.- Desatóse ])0r la boca como odre; con
su madre fue a los ramos.
(Jal. — Pareceme que se han , comunicado.
Qué par de palomas para un casal! Essas pie-
dras no tienen dolor di herir aquellos pies tan
bien hechos; que se sufre esto!
Pol. — Si no fuera por la bota, cortárale la
pierna.
Vit. — Veis alli dónde viene mi suegra An-
dresa!
Gnl. — Estas vuestras muchachas son todas
tan diabólicas?
Car. — Pues aún no vistes nada, que halla-
reis otras que no hablan sino latin: queréis que
nos Tamos?
Gal. — Despedireme de estas damas.
Car.— Hazeldo assi.
Gal. — Pues no me queréis, voy a Iniscar
quien me quiera; y con todo, soy vuestro.
Pol. — Tengolo en merced; plegué a Dios
que os suceda como lo deseáis.
Car. — Andresa, decid allá en casa que ha de
ir este señor a cenar conmigo.
And. — Muy grande merced es. *
17/. — Y de dónde vino aora aquella buena
pieya?
And. — Qué sé yo?
Pol. — Comadre, lauas tú mañana?
And. — Si Dios quiere.
Vit. — Y nosotras también; ya vendrás de
liazer grande fiesta.
Pol. — Pues ya me han prometido a mí la
merienda, y espero que no ha de ser mala.
And. — Oy hurté a mi ama de la masa, con
que hizo una torta: tened vosotras cuydado.
SCENA TERCERA
Cariofilo.
Car. — Tengo para mí por cierto que ser de
los fauorecidos de la fortuna es el mayor enga-
ño del mundo: vna vanidad que nos cuesta el
alma y vida, porque nunca preñen imos lo que
nos conuiene contra sus halagos. Y quien bien
considerare lo que de serlo se saca, hallará
que es trabajo y dolor, juego de Pompuñete y
vn doytelo viuo, que la fortuna con nosotros
trae. Demás, que no ay quien niegue ser estas
grandes glorias de mundo las más vezes bene-
ficio de la ventura, antes que de la virtud: por-
que es muy raro corresponder el premio al me-
recimiento; y por esta razón ay poco que embi-
diar y mucho que aborrecer. Dizenme los que
se precian de grandes pensamientos y se jactan
de hombres de alto espíritu, que Hercules en
él principio de su vida, por seguir la virtud (que
era vna de lar damas que se le apareció, y le
prometió eterna fama) passó muchas afrentas,
y aquellos tan celebrados dozc trabajos. Todo
lo (onfiesso, y por lo mismo me afirmo en lo
que digo: porque el cuytado passó la vida en
continuas fatigas y trabajos, y al fin murió en
ellos, todo por dexar memoria de sí; pues de-
/idme, qué le aprouechó tanto peregrinar? Es
como el anhelar de los Indianos, que van a ga-
nar para suí?" herederos. Que Hercules al fin
murió, y está en el inrierno, y querria mucho
saber qué gusto tendrá allá en dezir yo acá:
gran cauallero fue Heicules! Lo mismo digo
de otros muchos con quienes la fortuna andu-
uo inquieta. Como Alexandro^ que por esta
negra fama nunca gozó de vn dia de descanso,
pudiendo reynar con gusto y placer; y essotro
Julio Cesar. No os parece que viuia más des-
cansado el barquero Amidas, a quien él fue a
rogar? pues bien se ve quedó tan en la memo-
ria el vno como el otro: y ser Cesar o ser Ami-
das viene a ser todo vno; y qui^a en el otro
mundo tendrá menos tormento el barquero.
Preguntad a Aquiles qué le aprouechó su so-
beruia, a Tántalo su avaricia, a Creso sus ri-
quezas, a Artagerges su numeroso exército, y
a todas las vanas ocupaciones de los homitres
el premio que les dieron? Hablad con el sabi-
dor de todo, que él os lo dirá: lo seguro y lo
cierto es seguir la ra^ou y estar por ella; cono-
cerse cada vno lo que es, y no pensar volar sin
alas. Abracarse con el sossiego quien lo puede
tener, y contentarse con su suerte; porque nin-
guno subió a estado alto ni h¡90 cosa insigne
que no fuesse a costa de su cuerpo y alma; y
al fin, todos nacimos desnudos, y assi nos come
la tierra, donde quedamos iguales; y quien se
cansó por el mundo y quien descansó en él,
ambos están de vna manera en la muerte; y en
quanto a quedar memoria dellos, qué les im-
porta este premio si no lo pueden gozar? Veis-
me aqui, por venir a nuestro proposito, que no
soy de los que tienen altos pensamientos, ni
amores encerrados en torres: contentóme con
lo que puedo alcancar buenamente y sin peli-
gro ni cuydado; viuo a mi gusto, y como el ca-
minante sin dinero canta seguro sin temer al
ladrón, assi yo no temo a la fortuna, porque no
tiene de donde derribarme sin que yo quede en
pie, riyendome della; juego a hurta cordel con
las muchachas que se ofrecen; hago mi gusto
y quedo triunfando. En este modo de entrete-
nerme tentro hechas algunas suertes que exce-
den a las del mejor toreador, como fue la de
Polinea, que beue los vientos por mí, y yo rio-
136
ORÍGENES DE LA NOVELA
me de ella. Mi amigo Zelotipo es todo eleua-
ciones y hazer torres de viento; mirad aora en
qué vienen a parar todos sus fundamentos; sir-
ue a Eufrosina con alma y vida, solicita sus ne-
bros amores, no durmiendo de noche, no des-
cansando de dia,sutil¡cando maneras de conten-
tarla, gastando lo que no tiene en presentes,
y preguntad qué le aprouechótodo esto? Aora
que le hablaua ya, y le iba bien, y estaua en es-
tado que le tenia embidia, viene la fortuna de
improuiso, haze el contrato de don Tristan,
que está cien leguas de aqui, para que se en-
tienda quán mal sabe el hombre de dónde le
puede venir el bien o el mal ; y las quentas que
a nuestro parecer hazeraos con todo acuerdo y
discreción, quán fundadas son en incertidum-
bre. Mirad qué .ajirouecha a Zelotipo sus con-
tinuos cuydados y suspiros ardientes, con pen-
samientos altiuos, sino de tener congoxas que
llorar; y temo, se^un en él está arraygado el
amor, que en sabiendo lo que passa, viéndose
desesperado, ha de hazer algún desatino: fui
esta noche con él; habíanse por vna ventana,
donde gocarán lo que diere lugar la ocasión, y
después le veo con mayores ansias y más feruo-
roso que andana antes que alcanyasse tanto:
porque en los amores sucede lo que en el dinero,
que cr3ce el deseo de tenerle quanto más el di-
nero crece. No me atreui a dezirle lo que sabia:
mas es necessario dezirselo, por ver si se puede
remediar con tiempo; pero yo no sé c[ué camino
elija que bueno sea. Si lo pudiesse apartar de
esta afición era lo más seguro, mas será impos-
sible; con todo, lo he de intentar primero, y
quando no pueda diuertirle, no he de desampa-
rarle, que esta es la ocasión de mostrarse los
que son amigos. Animarele y eligiremos el me-
jor consejo en quanto huuiere lugar del: des-
pués el tiempo dirá lo que huuieremos de hazer,
que es siempre el más cierto consejero. Por
estas cosas digo yo que no quiero ser de los
que la fortuna trae leuantados. Mejor es andar,
como dizen, por donde anda la raposa: que
quien es bueno de contentar, menos tiene que
llorar. Alli viene Zelotipo hablando consigo:
quiero oir lo que dize sin que me vea.
SCENA QUARTA
Zelotipo, Cariofilo.
Zel. —Si es verdad que mata el contento más
que el pesar, no sé cómo soy vivo, ni tengo
mi vida- por segura.
Car. — Pues qué si bienio supiessedes! presto
desl)areis la rueda.
Zel. — Porque mi contento, assi como no
huno otro su igual, assi deue hazer diferentes
muestras y efetos de los que se han visto. Ni
creo que quando Hercules alcancó a su amada
lole, Demofonte a Phili, Paris a Elena, Hores-
tes {}) a Hermione, y Marte a la hermosa
Venus, alguno dellos tuuo la gloria que yo he
gozado.
C'a/-. — Grande bien tenemos con csso, todo
está remediado. Pareceme que seréis, vno
piensa el vayo, otro el que lo ensilla. Pero
qué cierto es a los contentos humanos azecha-
llos el pesar; y en llegando su ocasión, echar
por tierra todos aquellos alborozos de alegría.
Piensa aora Zelotipo que nunca huuo hombre
tan dichoso como él, eleuado en el gusto pre-
sente, y de aqui a poco, que sepa cómo la for-
tuna le ha mudado la hoja, vereislo llorar y
llamarse el más desdichado de los nacidos: tan
ingratos somos a todo bien passado. Aora ha-
zed fundamento en cosas de mundo, y veréis lo
que halláis.
Zel. — Quando contemplo conmigo que es-
tune en conuersacion cara a cara con la señora
Eufrosina, dueño de mi alma, que le oi aque-
llas dulces palabras, delicada pronunciación,
aquellas razones blandas y discretas, aquella
risa de l.i misma gracia, aquellos temores ho-
nestos, los fauores escas?os de voluntad liberal
y los ojos que hazian clara la noche escura, los
cabellos trencados con donayre, aquel rostro del
mismo Sol, aquella presencia de Palas, y aque-
llos ayes tan sentidos, quando la tocaua en
alguna arracada y la lastimaua!...
Car. — Veis alli en suma toda la necedad de
los enamorados. Piensa él aora que no hay
más bien en el mundo que auer estado con su
dama, y la tiene por cosa diuina, y no ve más
de lo que la fantasía le representa, y está tan
cerca ele idolatrar como Salomón, y aun estoy
por dezir que lo hará si ella lo consiente, por-
que le parece que no hay más campos Elíseos
que estos amores. Por buen discurso hallo, y es
cierto, que en quanto esto son las mujeres más
discretas que nosotros, y tienen más claro el
juicio, y mejor consejo; porque pocas ó nin-
guna dieran contra su voluntad y gusto; y si
no le tienen y con él se vencen, es por demás
persuadirlas; los hombres luego se entorpecen
en embriagándose con su apetito y deleyte,
como aora Zelotipo, a quien parece que no
ay más bienauenturan9a que la que goza, tanto
que por ella perderá el parayso. Tan embe-
lesado tiene el entendimiento vn enamorado
destos.
Zel. — Yo me espanto cómo en tanta gloria
no me ahogué y perdi los espíritus.
Car. — Basta perder el sesso.
Zel.—X por otra parte, quando imagino que
tune coracon para apartarme della, me queao
O Sic, por Orestes.
COMEDIA DE EVFROSINA
137
elado, y nunca hombre acometió tal atreui-
miento.
Car. — Assi es, o vos, o Mucio Sceuola.
Zel — Quién pudiera imaginar que yo auia
de alcanyar el estado que tensío! Es sin duda
que todo se alcanza con el buen esfuerzo y
todo se pierde por flaqueza de ánimo.
Car, — Ya empieza a obrar la presunción de
coraron; no ay Francés vitorioso tan sobcruio,
y lo causa la prosperidad, que siempre se luize
digna y capaz de los sucessos y se atribuye a
sí misma toda vitnria. Y estos regalados de la
fortuna, con qualquiera aduersidad pierden el
timón y a ningún buen consejo dan lugar, y
hasta verlos en esto no hay sino dexarles ha-
blar del arnés.
Zel. — Por ser los hombres pusilánimes vie-
nen a llorar miserias y viuir en ellas. El honi-
iire noble y que tiene honra no ha de estimar
la vida por llegar a efeto sus deseos.
Ca?". — De tal cabeca tal sentencia Veis alli
lo que trae la próspera fortuna, juizios ciegos
y voluntades desordenadas.
Zel. — Ha de acometer atreuido y reirsc de
los consejos cuerdos, que son armas de couar-
des, cerrar los ojos a inconueuientes y passar
adelante, que esto le hizo a Cipion vencer a
C'artago.
Car. — En quanto corriere este viento no
venga acá Ector el Troyano, porque boluera
vencido; quitareis la claue (') a Hercules, ven-
ceréis a Medusa sin el escudo de Palas, seréis
otro Perseo en el cauallo Pegaso; mas ruego a
Dios no se rebuelua el tiempo.
Zel. — Mucho le deuo a Canófilo, que me ha
sido otro Diomedes para Vlises y Teseo para
Piritoo.
Car. — Qué agradecido está aora en quanto
liazen su voluntad y le fauorecen: assi somos
todos; mas si le aconsejara lo contrario de )o
que desea, se acabara la amistad.
Zel.—X por esso todas las personas del
mundo deuen trabajar mucho por alcanzar vn
buen amigo, sino que son difíciles de hallar y
peores de conocer. Voime a ver con él.
Car. — Quiero salirle al encuentro.
SCENA QUINTA
Cariofilo, Zelotipo.
Car. — Beso os las manos, señor.
Zei. — Yo las vuestras mil veces. A buscaros
venia, como el cierno sediento a las fuentes de
las agvas, y aora conoceréis que soy hombre
de hecho para negocios de importancia.
Car. — Guarde Dios mis manos.
(') Asi está en el original, por clava.
Z^¿. — Es verdad que yo no soy ingrato;
confiesso que me fuistes. como dizen, Codorniz
para Hercules; pero también yo merezco parte
de premio, como buen luchador.
Car. — Si vos lo fuerades, yo os lo conce-
diera.
Zel. — No quedó por mí, y bien vistes que el
lugar no era para más; dexar que me hable
di.nde me prometió y entonces veréis c^uién soy.
Car. — No se puede negar que sois hombre
que hazeis sombra como vuestros vezinos; pero
no os quisiera tan aficionado, porque lo tengo
por grande flaqueza de ánimo y de entendimien-
to; y a mi gusto, el hombre en estos negocios
ha de ser infatigable, astuto y diestro, y poco
sujeto, y vos, amigo, sois muy tierno, y es ne-
cedad; perdonadme.
Zel. — Vos sois vn alarue. En qué razón
cabe tratar vn hombre que tenga juyzio con vn
Serafín y no serle muy afícionado? que cierto
fuera, si os vierades en esta ocasión, estar más
perdido.
Car. — Pues assi es el mo^o bouo! Hizierale
más burlas y estuniera más traydor sobre el
amor que Sinon con los Troyanos; poco sabéis
de condiciim. La mayor poquedad que en vn
hombre bailo es amar en juizio a ninguna mu-
ger, y ellas mismas lo estiman en poco, porque
siempre tratan peor a quien les es más aficio-
nado; qué se puede fiar del talento del que se
sugeta a vna niuger fla;a y que tiene tantas im-
perfeciones?
Zel — No seáis herege, que no os lo he de
sufrir; qué mayor perfecion ay en el mundo
que la de vna muger hermosa? En qué mostró
naturaleza todo su artificio sino en la muger, y
en particular de la señora Eufrosina, de quien
no se puede hablar como cosa deste mundo,
sino como de vna muestra que Dios nos quiso
dar de su poder?
Car. ^Reios de esso, que es burla; otro
tanto diré yo de mi dama Polinia, que no es de
descebar, si quisiera hablar heregias; pero por
dezirlo no será assi; creed siempre a quien
mira de fuera; de mi consejo, tratad este nego-
cio con más libertad, porque es gran cuita
perderla, siendo vna joya que Dios nos dio
para merecer con ella, y darla al apetito será
para condenación. Estimad de vos lo mejor
que tenéis, no os hagáis esclauo de vna muger,
que quanto os sintiere más sugeto, si es dis-
creta, tanto querrá ser más superior; mirad que
no ay mayor riqueza que ser libre, y por esso
dixo Diogenes a Alexandro: Tú eres Rey y yo
soy Diogenes, no menos soberuio con mi liber-
tad que tú con tus Riynos.
Zel.- Cónw habláis descansado y pensáis
que dais en todo lo que ay en la Filosofía! Sa-
béis quién se puede llamar libre? quien no tie-
138
orígenes de la novela
ne pecado: dadme vos acá acra vno destos.
Vos pensáis que la libertad consiste en no obe-
decer a otro; pues no es assi, porque todos
nacimos con sus^ecion por el pecado, que se
hizo señor del alma, y ser ella la sujeta es lo
que se ha de sentir, que, como dize el mismo
Uiogenes, los leones no siruen a quien les trae
de comer, antes son de ellos seruidos: porque
en todas partes tiene el león su ser propio, y
assi lo tiene todo hombre, aunque sirua a otro,
y donde quiera que estuuiere será libre si no
tiene pecado; assi yo en seruir a la señora Eu-
l'rosina, aunque sea cautiuo de su hermosura,
estoy libre de muchos pecados, en que vos que
habláis de libertad estáis enfras'ado, gozando
vna cada dia y pretendiendo otra. El amor con-
templatiuo como el mió reduce a los hombres
a grandes perfeciones , que bien sabéis vos
como yo era distraído, y aora no me acuerdo
de cosa desta vida sino contemplar en la seño-
ra EuFrosina, que me trajo a tal estado.
Car. — Y aun por esso reniego yo de essa
opinión: porque el tiempo que os dio Dios para
seruirle y alabarle ocupáis en obedecer la vo-
luntad de vna muger, en que lo perdéis muy al
cierto, y es la mayor pérdida humana, y des-
pués se sigue el arrepentimiento, pena natural
de nuestras culpas, y luego la saluacion está
incierta.
Zel. — En todo estado se puede sainar qual-
quiera persona, y tengo yo el mío por menos
embaracoso que el vuestro, que nunca os can-
sareis de vrdir nueuas marañas.
Car. — Vos no veis que si yo peco quedo
amarrado en el pecado, y vos os enredáis en él
(como el nudo de Hercules, según dice el pro-
uerbio), y luego queréis hazer de esso virtud,
como los Gentiles, que hazian sus dioses peca-
dores, para su propia disculpa; sin duda injagi-
nais, y es engaño, que con dezir amor, amor,
aueis de alcanyar la corona.
Zel. — Bueno estáis, pues me queréis persua-
dir ser buen estado el que tenéis con vuestro
diuertimiento y demasias de vicios, y juzgáis
por obra de misericordia tener deshonrada a
Polinia, sin otra satisfacion.
Car. — Qué galante sois; pues qué, queréis
que vina toda mi vida amancebado?
Zel. — No, sino casado.
Car. — Essa es otra! pues yo auia de casar-
me con aquella y sufrir las burlas y trampas
de su padre y el son de los fuelles? no soy tan
inocente.
Zel. -Pues cómo pensáis satisfacer la deu-
da que la deueis?
Car. — Con vn paternóster por su alma y la
de su abuelo. No fuera ella golosa, que yo más
obligado estoy a mí que a otrio.
Zel. — Quiera Dios no venga a ser señora de
vuestra casa; que yo no os tengo embidia de
essas suertes que hazeis.
Car. — Ni yo os las alabo, mas digo que ten-
go por mejor estado el de quien passó por el
pecado que el del que está en él enredado y con
.gusto.
Zel. — Vos estáis oy el más escrupuloso fray-
le que yo vi; quebradme vn ojo con vn milagro
vuestro.
Car. — Hazed vos lo bueno que yo digo, y
dexad lo malo que hago; mas creedmeque vues-
tro estomago no digiere la verdad, y esto os
digo porque os veo ir desamarrado tras vues-
tra voluntad, y temo que deis al trabes, porque
no reparáis en inconueniente alguno, auiendo
tantos en este negocio.
ZeJ. — Bien sé que subo asperísima cuesta y
que es querer sustentar el cielo como Atlante,
pero no puedo conmigo desistir de mi in-
tento.
Car. — Porque vos no queréis; mas si hazeis
lo que hizo Cipion y Josef , venceréis esse ape-
tito que os ciega; los afectos se vencen con
facilidad antes que habituados se arraiguen en
el alma, después cobra fuercas la sensualidad;
por esso Hercules cortó las siete cabecas de la
iiidra, porque donde la razón reyna, sugeta al
hijo de Venus, que no es otra cosa sino flaque-
za de ánimo poco prouido y común inclinación
de nuestro natural: assi que vos mismo os su-
getais y padecéis.
Zel. — Todos los hombres tienen algún peli-
gro que pa=sai': parece que naci yo para éste.
Car. — Essa escusa es herética, y veis ai
vuestro amor virtuoso los bienes que trae; la
libertad que tuuistes para tomar esse pensa-
miento, essa tenéis para dexarlo, que Dios ni el
pecado no fuercan de necesario, y resualar y no
caer, como yo hago, tratando con libertad los
amores, disposición es para con más facilidad
apartarme dellos.
Zel. — Cada vno tiene por ligera su culpa y
aprueua su inclinación.
Car. — Mas estar atascado como vos, de tales
estremos no vemos sino estremados males.
Assi se destruyó la antigua y soberuia Troya
con la flor de Grecia indinada. Con essa razón
paliada de virtud se ensangrentaron los Roma-
nos con los Sabinos Por desordenado amor se i
perdió España, Achiles murió por Policena, !
Demetrio por Arsinoe.
Zel. — Yo no lo niego, mas con essos me dis-
culpo, que donde fuerca ay, derecho se pierde;
Alcides. Sócrates, Dante y Petrarca, pareceos
que fueron discretos y sabios? pues yo no sé ni
hago más que ellos.
Car. — Sabéis lo que passa, como dize el Ga-
llego, de longas vias^ longas mentiras; yo no :
creo lo que dizen de essos, y quando sea verdad,
COMEDIA DE
fue vna necedad que entonces estaña ¡ntn'da
cida; aora son los hombres más cuerdos y dis-
cretos: pretende ya cada vno más sn pronecho
propio que essas vanidades de amores que pas-
saron; que en tiempn tan 8a<íaz como éste más
se sufren hipocresias que opiniones vanas, y
assi uv) veréis aora de aquellos enamorados que
andauan desueladog. pálidos y ciet^os.
Zel. — Grande y común engíiño es dozir los
modernos; ya no ay caualleros como Troilo y
Tideo, Quinto Curcio y Coroliano ('), filósofos
como Tales y Bias, pintores como Apeles, ena-
TOcrados como Etrusco y Berona, y assi todos
los otros estremos que de los antiguos se escri-
uen, como si no fuera aora la naturaleza la
misma que fue, y los Planetas y elementos nos
negassen sus efetos; yo me rio de esse enga-
ño. El satírico en su tiempo se qnexaua que por
falta de Mecenas no ania Flacos y Marones ('-):
lo mismo es en el nuestro, porque el fauor auiua
oí animo y ingenio, y ctmio aora la virtud no
tiene premio ni la maldad castigo, el canallero
no quiere auenturar la vida por sólo que digan
bien lo hizo, pues luego lo tienen por loco;
ninguno quiere ya la corona de yedra, por ser
mostrado con el dedo, porque conocen que de
sus obras no se saca otro pronecho sino niur-
jnuraciones de necios inuidiosos. Mudóse la
letra en buscar leyes sobre estos pronombres
mió y tuyo, de que vienen las contiendas, y
quien mejor ladrón es del derecho a^eno mete
honra y pronecho en su casa. A estos llaman
ellos los discretos: mas también ay aora como
siempre ánimos fiara qnalquiera cosa, pero la
sed de dinero el dia de oy lo peri)ierte todo y no
consiente vsar otro derecho sino el suyo, y assi
re ios de los muy enamorados, si bien es la prin-
cipal inclinación Portuijuesa, y de tenerla y es-
timar a las mugeres más que todos le vino la
cauallerosa opinión en que se auentaja a las
demás naciones: porque el ingenioso Italiano
disimula el amor, alalia su dama con versos; si
la alcatica, luego la incierra ( ^ic ) y la tiene como
cantina; si desespera de alcancarla, dize mal
dellay la aborrece. El alegre Francés trabaja por
contentarla y procura agradarla con seruicios,
músicas y fiestas; si se ve sugeto, llora; si alcan-
ea, desprecia y busca otra; si no la puede rendir,
la amenaza; se venga si halla ocasión. El frió
Alemán ama templadamente, pretende con en-
gaños y dadiuas, y si desea, no sosiega; en con-
siguiendo su intento, se enfria; si halla resisten-
cia prolija, se ohiida y desestima. Solo el Por-
tugués, timbre de los Españoles y arbitrio de
todas la naciones, como discreto, galán y noble,
incluye en sí todos los efetos del amor puro^
('^ Sic, por Coriolano.
O En el original. Marrones.
EVFROSINA 139
estima a su dan)a, no sufre el verse ausente
della, solicita de noche y de dia ocasiones don-
de y como la pueda ver, querria estar siempre
en su presencia, los cuidados y fatigas lo enfla-
quecen, nuula toda mala condición en Imena,
abrasase interiormente en pensamientos, que
representa humilde con lagrimas y suspiros.
Señales de verdadero dolor; tiene su voluntad
rcirresiida en la de quien bien quiere; es cons-
tante en su fe; defiende á su dama de quien la
pretende ofender; si la alcanza, no se aparta
della hasta la muerte, y assi la haze señora de
sí mismo; no pietende otro prouecho sino el
della, y assi acomete atreuido todos los peli-
gros, no pierde su memoria aun durmiendo,
antes en esso se deleita, determinado de viuir o
morir con ella; si desespera de alcanzarla, má-
tase o haze estremos mortales. Todo esto y
rancho más se halla por natural constelación
en el Portugués verdadero enamorado, como lo
fue el Rey Don Pedro, que aun después de
muerta su amada doña Inés quiso confirmar su
afición con efetos públicos della.
Caí. — Presto diréis que quando los Portu-
gueses se preciauan de buenos enamorados va-
lia el pan varato en el Reyno y se ganauan los
lugares a los Moros de allende.
Zel. — Pues creedlo assi.
Car. — Ai os esperaua, y dizen los que tienen
essa opinión entonces auia verdad y mercedes
en los señores, lealtad y seruicio en los criados,
y hazen vna letanía de culpas presentes con
más ruido que los truenos, y yo juraré que las
pasadas fueron mayores; por más que nos digan
del tiempo passado y por más que dissimule-
mos estaremos iguales.
Zel. — Yo no me inclino a vna ni a otra par-
te, mas sé prir cosa cierta que hombre muy
enamorado jamas hizo baxezas.
Car. — Luego queréis sustentar que sin amor
todo es nada? Vos iiiuentais vna nueva y gra-
c'osa seta (}), que se diferencia poco de la
común que se leuantó en Olaiida. No hay quien
no vina engañado con su opinión, y vos tenéis
tanta elegancia y hazeis argumentos tan apa-
rentes, que no me atronó a intentar deshazer
vuestras razones, si bien se fundan sobre falso,
(lemas que será quebrarme la cabera en las
piedras; mas sabe Dios que procuro vuestro
descanso: y pues no queréis dexar de proseguir
vuestra derrota, apercinios para sufrir los con-
trastes que os sucedieren, y quiero ver si tenéis
tan buen ánimo en ellos como lo mostráis en la
prosperidad.
Ze¡. — Ya no puede venir mal que no le ten-
ga por bien, ni desi^racia que no reciba con
sufrimiento, pues tengo por mia a la bellissima
!') Sera ^n el orifñnal.
140
orígenes de la novela
Eufrosina, que será esfuer9o y consuelo en mis
aduersidades j me ayudará a tolerarlas.
Ca?-. — Esso quiero yo ver, y mirad lo que
dezis, que a mí muy bien me está esse ánimo,
si dura; porque aueis de saber que ha venido a
esta tierra Galindo. mayordomo de don Tris-
tan, que conocéis bien, a tratar de casarle con
Eufrosina, y lleua efetnados los contratos con
su padre sin saberlo ella.
Zel. — Burlaisos, Cariofilo, o qné me dezis?
Ca?\ - Passa lo que os digo puntualmente, y
ayer lo supe de el mismo Galindo, que me dio
esta relación.
Zel. — Cómo no me lo dixistes luego?
Caí-, — Por no perturbaros el gusto de la
noche passada.
Zel. — Yo estoy bien despachado, desuentu-
rado de mí; nunca he visto el fin de algan
mal que no me sea principio de otro. Soy vn
piélago de desuenturas Qué en breue se me
abatieron ujís esperanzas vanas! mostróme la
fortuna lo falso por cierto: pensé que tenia te-
soro, y eran carbones.
Cat\ — Veis aqni quien ha poco que no esti-
maua a todo el mundo, con esFuei90s de poca
esperiencia! qué cierto es que todos los que fes-
tejan mucho a la prosperidad desmayan en las
aduersidades. No hay que fiar de espíritus re-
galados.
Zel.— O infelizes dias de mi vida! cómo es
cierto lo que se dize, que aquella parte della es
más peligrosa que con descuido tenemos por
más segura. Qué fuera estaña yo de temer
daño de tan lexos; gran necedad mia, pues no
es propio lo que se puede mudar. O muerte,
socorro de los afligidos, no tardes ya; ven que
yo te recibiré con mayor ánimo que Catón
Vticense, Aníbal y Mitridates.
Car. — Morir assi no es fortaleza como ima-
gináis. Seralo acometer peligro de que tenemos
noticia, y no la tenéis de la muerte para saber
si es de temer, y es cobardía desearla para cui-
tar otro mal, porque temiendo el menor, forfo-
samente temeréis el mayor. Pues Dios para
vengar la primera ofensa que le hizo nuestro
primero padre no halló más. áspero castigo. No
se puede negar ser más trabajosa que quanto se
puede sentir en la rila.
Zel. — Buena es la muerte que mata los ma-
les de la vida; y desta dizen los sabios que es
vna bieue ora, y mucho menos en compara-
ción de la que esperamos, que entendimiento
discreto tiene mucho: las cosas de poco valor,
lo que sucede fuera de naturaleza se puede
temer, mas la muerte no, pues es natural, y el
que fuere libre de culpa tendrá el deseo de ¡San
Pablo por este conocimiento. Platón dize ser
la muerte el menor de todos los males. Licurgo
y Sócrates la eligieron voluntariamente.
Car. Pues sabed que mayor esfuerpo es
sufrir el esperarla que recibirla. Yo me confor-
mo con los que dizen: vina la gallina con su
pepita. Mejor ánimo era el del mancebo de
Rodas, que con las narices cortadas, la cara
acuchillada, en vna cueba donde le sustenta-
uan como a vna bestia para ajusticiallo muy
presto, le dezian sus amigos que se dexasse
morir de hambre y acabaría con tantos traba-
jos. Respondió: en quanto el hombre viue no
deue desesperar; no como vos, que os ahogáis
en poca agua.
Zel. — Pues qué puedo hazer, me dezíd?
Car. — Que no deis espaldas a la fortuna
temblando antes de oír la trompeta. Sois otro
Pisandro, que temía no se passasse su propia
alma en otro y lo dexasse viuo.
Zel. Confiesso que temo esso.
Car. — Luego tenéis triste vida?
Zel. — Quien poco sabe, poco teme: todo lo
que pende de la fortuna no es estable. Para crear
desuenturas qualquier rumor basta, quanto más
la certeza, y la ventura más fácilmente se ad-
quiere que se conserue. La mayor congoja en
estas aduersidades es acordarme que fui algún
tiempo venturoso, y A^r que me quitan de entre
las manos lo que yo pensaua tener ganado con
auer visto en el Oriente la Cabra Celeste. Mas
ya veo que a quien la fortuna pintó negro nin-
gún tiempo lo hará blanco. Pero qué ay que
tratar desto? nací en la quarta luna, traigo
siempre el anillo de Gergis '), y assi es trabajo
vano pensar que nada me puede suceder bien.
Yo quiero secar la ídra y hazer cuerdas de
arena en lo que pretendo. Mas qué hará quien
más no puede? que el imperio de la costumbre
es otra naturaleza.
Car — Sí, mas se puede resistir mejor-. Pero
dexado esto, porque la reprehensión en la
aduersidad aflige y no aprouecha, lo que me
parece es que no os consumáis, que no ay cosa
tan dificultosa que el biien ánimo no la alcan-
ce, y ninííuno viene a tener honra sin trabajo,
gloria sin tribulación, alteza sin varios suces-
sos, dulce felicidad humana sin amargura. Mi-
rad a Vlises cómo peregrinó antes de llegar al
puerto de su tierra, Eneas quántos pieligros
passó antes de alcanzar a Lauinía; Roma, los
Camilos, Patricios ('''), Fabios, Mételos, Decios
y Cipiones que perdió, primero que consiguiesse
la Monarquía. No se vence peligro sin peligio;
qué coracon el vuestro para ofrecerse a defen-
der a Italia, estando Aníbal soberuio con la
Vitoria de Canas, pues al primer acometimiento
desmayáis assi!
Zel. — No sé qué haga, inconstante es la for-
(') Sic, por Qiges.
{}) Probablemente es errata por Fahricios.
COMEDIA DE EVFROSINA
141
tuna, y presto pide lo que dio; quaiido la vida
está eu ocasión de perderse, en la tardaiiQa de
su fin consiste el sentimiento: todo pelit^ro des-
preciado viene más presto. Para qué he de
viuir si casan a Eut'rosina? Para suírir que otro
logre por riqueza lo que yo merezco por amor?
Caí-. — Dizen que del rico es dar remedio y
del sabio consejo, y que la discreción es pro-
pia en la pobreza, lo qual obliga a los hombres
a inuentar muchas cosas; y aunque os digan
que el pobre no puede hazer nada bien, fiaos de
mí y veréis para quánto más soy que vos. No
desmayéis, que yo os pondré en puerto seguro
si tomáis mi consejo.
Zel.— Bien sé que las letras Efesias no fue-
ron también afortunadas como vuestros conse-
jos lo son para mí en todas ocasiones, y pues
assi es, guiadme en ésta: que resistir a los
Etruscos mientras se cortó la pílente, hazer
como los Decios por la patria, y Zopiro por
Dario, todo es nada para lo que yo haré contra
todo el mundo en defensa de mi Eufrosina.
Ccir. — Estad, pues, conmigo, y consultemos
esto bien, que las cosas bien pensadas, si no
suceden bien, no perecen. Dios ayuda á lot
diligentes; el conmnicar lo que conviene sea
despacio, mas la esecucion de lo resuelto pres-
ta, y más vale el buen consejo que foituna, y
la mayor priessa a los deseos es tardanca, por
lo qual es necessario miremos primero lo que
importa hazer y abreuiemos el executarlo. El
padre de Eufrosina está concertado con don
Tristan, como os dixe; su buelta será breue,
acabada su rnmeria, para aperciuirsey dar quen-
ta a su hija. Ella, aunque os quiera bien, en
viendo essotro partido tan fanorable, es muger
moja, y como las mugeres todas tienen mucha
atención al interés propio y al gusto más sigu-
ro, la obediencia y el temor del padre de vna
parte, la razón del prouecho de otra, luego la
veréis en otro bordo, que las mujeres son hojas
de álamo, y con qualquiera contraste se pier-
den y niegan toda fee que tengan dada, tan
libres y siguras que os espantareis: por lo qual
se puede tener por cierto que luego os ha de
oluidar y no os ha de querer ver, ni aun nom-
braros, porque con nueuo sucessor todo amor se
quita.
Zel. — Ha, que esso me mata, esso me tras-
passa y me desespera. O embidiosa fortuna,
liberal al prometer y escasa al cumplir: assi
quier. s triunfar de mí? que es possible, mi seño-
ra, que vos me neguéis quantas palabras me
distes? será por mi desuentura y no por vuestra
culpa, que nu nacistes vos, señora, para tener-
las, yo para tormentos sí. Pero pues assi es,
qué me aconsejáis que haga?
Car. — Yo os pondré en el camino del reme-
dio, si le supieredes seguir con la guia de mi
regimiento, que es lo que me toca; porque el
consejo no assegura el buen fin, mas dize lo
que conuiene hazer para llegar al efeto del
negocio; y assi como los principios de la.5 cosas
no tienen razón, assi los fines no tienen i'iás
que ventura; y pues todo es incierto, para qné
se ha de temer el mal anticipadamente, pues
l)asta sentirlo qnando venga si no se puede
escusar? El dolor de que viene algún proneciio
no se siente. Alentaos y tened ánimo para exe-
cutar lo que yo os dixere; tener el premio de-
lante es el mayor esfuerzo en los trabajos. Vos
tenéis en los ojos del alma a Eufrosina, la qual
avn no sabe nada desto, y como aorael afecto ( ')
juuenil la predorainay dessasossiega,conel gus-
to que tiene presente, no ve cosa que le dañe.
Traeisla embelesada vos, esperáis entrar esta
noche con ella; procurad que sea cierto, y estan-
do en su presencia afilad la lengua para hablarla
con terneza y halago, que laconuersacion suaue
y blanda tiene ponzoña; ayudaos del lugar y
tiempo, y si pudieredes casaos con ella, y en con-
firmación de las palabras matrimoniales, como
buen hijo, dexadinela c^n siete crianzas ('^l,
que essas pienso puede concel)ir: y hecho esto,
quando su padre venga le podis dezir: quien
primero anda, primero yanta, y yo os sacaré su
ligitima, por más leyes que os la quiten.
Zel. — Dizen que es tan terrible, que tengo
miedo que le dé pon9oña.
Car. — Gracioso estáis; su hija es, y le dole-
rá más que a otro. La humanidad también tie-
ne su fuerza, y no ay mayor amor que el del
padre, y aora ninguno quiere matar, todos se
acogen al consejo de la quietud, porque dizen:
Tengamos paz, moriremos viejos. Ya passaron
Decio, Bruto, Casio y Birginio, que mataron
sus hijos por vanidad, ó li> más cierto por ser
brutos. Echaremosle por intercessor algún ami-
go suyo que sea el lebrel que lo caze y amanse.
El amor de padre lo conformará con el tiempo;
la vegez procura descanso, porque tiene las fuer-
zas corporales perdidas y las del ánimo con más
vigor, y como está experimentado y sabio, no
se quiere afligir y consumir en lo poco que le
resta de la vida; assi que en quanto a esta par-
te no ay que temer. Assegurad vos lo principal,
que yo os hago bueno la amistad del padrB,
quando no luego, con el tiempo.
Zel. -Dezis bien, mas quién sabe si querrá
casarse conmigo Eufrosina?
Car. — Ay razón cómo esta? Y que yo hable
en juizio con tal hombre? buenos estañamos si
no se nos mojara la ropa. Queréis que os niegue
ella lo que tanto os importa á vos? Bien digo
yo que ¡os precetos que os doy es como quien
(M En el originad por errata, es afecto.
('-') Portaguesismo: crianfas por criaturait.
142
orígenes de la novela
predica en desierto. No aueis oido dezir que se
ha de tomar exeiuplo eu cabe9a ageiía? Touial-
do en mí y pues os he referido cómo me go-
uerné con Polinia, haced h) mismo y acrecen-
tad vn punto, y dad el ñudo de Bulcano, que
el buen dicipulo ha de passar al maestro. Ha,
cómo tocara yo essa tecla si me cayera en las
manos, y lo que hiziera della a los primeros
toques! Hago yo las finezas que sabéis, que-
dando libre, y vos, con casaros, no os atreueis,
sabiendo que es el mayor cebo para ellas y que
ninguna escapa desta tranijia. porque no quie-
ren más que vn color de d:scul{ia; que los de-
seos, vinos y proutos, están como los nuestros.
Zel. — Bien me va pareciendo lo que dezis
Car. — Cómo os auia de parecer mal hablan-
do os a vuestro gusto? lo que yo os digo es con-
ueniente, y habas contadas; si acabassedes de
conocerme, hallareis que tengo nuicbo fondo;
grande cabera es la mia. Si el Rey tuuiera no-
ticia de mí, sin duda me hiziera su Consejero,
y no le errara jamas vn dedo de la verdad.
Zd. — Poco medrareis vos con ella.
Car. — Por esso bien. Por donde fueres haz
como uieres. Que nial le va al ratón que no
sabe más que vn agugei'o. De prudentes es mu-
dar consejo; hizierame luego a la buelta de
Mozanbique y siguiera la derrota según corrie-
ran los vientos, qué" de otra manera, por demás
es nauegar: ¡orque querer ser bueno entre ruy-
nes es nadar contra la corriente del agua.
Zel. — Dessa manera no os embarquéis, que
mejor es vn pan con Dios que diez con el de-
monio.
Car. — No dize assi el Castellano, sino que a
tuerto y a derecho, mi casa hasta el techo: pero
no dexemos aora lo que importa por filosofar.
Zel. — No tratemos quexas del mundo, que
todos somos de perdónenos Dios. Metamos la
mano en nuestro seno y todos hallaremos qué
enmendar: vamos a tratar lo que conuiene, por-
que se va llegando la noche.
Car. — Vamos, que ya me parece os veo en
el tálamo, y el dia de la boda veréis qué hom-
bre soy de fiesta.
Zel. — Ya nos viessemos en esso, mas mi
ánimo metido entre temor y esperan9a, no se
ássegura.
Car. — Encomendadlo a Dios, que sin el nada
somos, y luego manos a la labor; y no seáis
como el que consultó con Minerua si saldría
vencedor de la lucha y respondióle que sí. El
se puso en la ocasión sin mouersc ni defenderse,
y fue vencido; y por esso se dize: con Minerua
miieue también las manos, y no quiere Dios
que seamos como el que se le cayó su eauallo
en vn pantano y no le ayudaua a leuaiitar,
sólo clamaua por Hercules. Con vuestro Marte
aueis de vencer, que quien para sí no sabe,
nada sabe; quien fue^o quiere, y Ilueue, con las
vñas lo descubre; a quien trabaja, Dios le
ayuda.
Zel. — El sea conmigo.
SCKNA SEXTA
Don Carlos.
D. Car. — O fortuna, ya deues estar satisfe-
cha, pues me mostraste tu cara fea y triste.
Siempre tus subidas tienen el fin que lacinto
tuno en las de F( bo. Tus tratos conozco, que
son el trueco de Glauco con Diomedes O mi-
serable vida, sujeta a tantas miserias y tribula-
ciones que uosotios mismos causamos. O inúti-
les trabajos bumanos O, desdichados padres,
qué desventura tan grande es la nucf^tra! Gas-
tamos los dias en adquirir; apocamos la vida
con cuidados vanos; cansamos el ánimo con
pensamientos vigilantes ; dessasossegamos el
alma de noche y de dia con Codicia, avaricia y
embidia y otras ocupaciones mundanas, por
juntar hacienda y adelantar honra para los hi-
jos, y al fin, este es el galardón que os dan:
trabajan por enterraros más presto, con daros
disgustos, para poder con más breuedad des-
truir vanamente lo que vos le ganastes como
Dios sabe. A, quantas veces cria el padre en el
hijo vn enemigo cruel y se alegra el inocente
con su patricido: Qual fue Absalon para Da-
vid, Dario para Artaxerxes, y Nerón, que
mandó abrir el vientre de su madre, para ver
dónde estuuo. Júpiter desterró a su padre por
posseer el Reyno. O, desventurido de aquel a
quien Dios le dio vna sola hija, que esta es la
mayor desgiacia que puede suceder en el mun-
do, y más si es atreuida, como por la mayor
parte son todas. Scila cortó el fatal cabello a
Niso su padre, por complaceraquien tenia amor.
De Madiana nació el que destruyó Astiages.
Tulia, no contenta de mandar matar a su padre,
passó en una carroza por encima del cuerpo
muerto. La hija más agradecida, por agradar á
su amigo, negará cien padres, y es grande enga-
ño hazer ningún padre fundamento en hija, y
más si tiene hijos, que éstos todavía os tienen
resjieto, aunque su particular gusto los incline
a lo contrario, y si yerran, tienen enmienda; y
en los errores de la hija no ay remedio, ni en
ella arrepentimiento; con sus regalos y blan-
duras embelesan el juyzio del padre viejo, fla-
camente aficionado, y en ausencia lo venden
con sus astucias demasiadamente atreuidas.
Mirad aora si es bien atesorar para las hijas y
desheredar los hijos por ellas. En viniendo las
canas pregoneras y los dolores de la vejez abo-
rrecida, luego nos aborrecen los hijos que ,.ma-
mos; y los que más queremos y obligamos con
COMEDIA ÜE EVFROSINA
143
mejorarlos en nuestras herencias, nos desean
más la muerte, oluidados de sus ob'igacionps.
De manera que los nuestros por lo nuestro nos
hazen guerra. Fiaos con esto, por mi vida, de
liercderos y no tengáis cuenta con vuestra
alma, como lo hazen algunos, que no se aeiier-
dan della por enriquecer los estraños. Mas, por
qué me quexo yo, si lo qui" padecemos lo mere-
cemos por nuestros pecados? y según amamos
a nuestros padres, assi no< aman nuestros hi-
jos, que por esso se dize: hijo eres, padre serás;
como hizieres, assi harán. O vida larga, que' caro
cuestas! Tus muchos dias son grande monte
de males y la mucha edad es cárcel de nmclio
tiempo. En naciendo cutíamos en este laberin-
to. Salimos del con el hilo de la vida, por las
puertas de la muerte. Aquí se terminan los
tundamentus de los hombres, metidos por vn
engaño común. Haze vn pecador sus cuentas y
discursos como si esta frágil vida t'uesse per-
petua, y no ve que tiene el un pie sobre la proa
de la barca de Aqueronte, para passar a la éter
na, donde caminamos tan descuidados y poco
prouidos. Veis me aqui, que por mí lo digo:
luego como tuve esta hija, sólo puse mi deseo
en buscar modo cómo leuantarle a grande hon-
ra, y su triste madre con el alma en los dien-
tes no sabia hablar en otra cosa, sí en enco-
mendármela. Quántas vezes he perdido el sue-
ño de noche, pensando en lo que le estaria bien,
y de dia haciendo oficio de hormiga, no he sos-
segado vna hora; aoia que imaginaua descan-
sar de tan grande carga y honrarme con el
casamiento que le tenia concertado, la señora
acomodóse con su gusto y mi deshonra. Qué
cosa ésta para su madre si t'uei-a viva! Parece-
nie que sin tener paciencia la ahogara; mas
pues mi desventura ha querido mostrarme la
vanidad y ceguera en que viui hasta aora, yo
haré con ella lo que merece. Mi^terela monja y
desheredarela; y para consultar lo que conuie-
ne quiero hablar con el Dotor Carrasco, que
es hombre de grandes letras, según dizen; él
me dirá lo que deuo hazer. Pareceme que es
aquel que se va a pasear de la otra parte del
rio: voy me a él.
SCENA SÉTIMA
CARlOriLO.
Car. — Mvy alborotado me dizen que está el
negocio de mi amigo Zelotipo: el padre de Eu-
frosina ha venido. Tuuimos modo como vn
amigo suyo le diesse cuenta de lo que ha pas-
1 sado estos dias de ausencia de su casa Reci-
) biolo muy mal, y deuia considerar que es bien
j empleado castigo de su confianza y descuido.
como lo merecen todos los padres que quieren
passar su vida en vicios y deleytes, y con el
mal exemplo que dan a sus hijos quieren quo
hagan milagros. Don Carlos quiere andar por
entre Douro y Miño comprando virginidades,
y la amiga a su lado en la enromicnda, y que
la hija esté ara siempre en macion, con espe-
ranza de su venida, y que vea passar su vida
martirizada de deseos, amarrada a la voluntad
de su padre, para no casarse sino quando él
quisiere; como si la edad estnuiesse queda y la
ociosidad inquieta. Digo que l'ue muy di>creta
en elegir marido a su gusto y no perder tiem-
po, y a su padre aora amargúele lo comido y
sea exem[)lo para otros. Voy de la otra parte
del rio a verme con Vitoria que laua oy, para
saber della lo que passa en casa; porque dizen
que Eut'rosina está encerrada en vn aposento y
que no habla con ella persona, y la prima de
Zelotipo se fue en casa de su madre, y el már-
tir anda para caerse nauerto; quiero ver si le
puedo Henar alguna nueua que lo esfuerce y
daré esta carta a Vitoria {Jara Eufrosina. Mas
quién son éstos que veo pasear por entre estos
arboles.' Don Carlos es y el Dotor Carrasco;
que me maten si no es consulta sobre este ne-
gocio, que estos señores no tienen otro refugio
más cierto que habar con Letrailos; y assi les
entregan el reparo de su alma como si fuera
a S. Pab^o, y se persuaden que los otros no
saben, aunque lo que se comunica no toque en
leyes; y de aqui vienen muchos errores, porque
si no son prudentes, las letras en ellos son peo-
res que lepra, porque quieren medir por las
leyes de lustiniano, que ha mil y tantos años
que se hizieron, las costumbres de aora, y no
consideran que el tiempo lo hace todo de su
co'or. Qui(;a fue dicha venir aora: quiero poner-
me detrás de aquella balsa, escucharé lo que
dizen y sabremos lo que hemos de hazer, sabi-
da su determinación.
SCENA OCTAUA
Don Carlos, Dotor Cakrasco, Cariofilo.
J). Car. — Beso las manos del señor Dotor.
Dot. —Bene i^alens domine mi.
D. Car. Qué se híize por acá?
Dot. — Viueme assi propter r-ecreationem, ad
expellendas curas, por estos campos verdes.
Trahit sua quemque voluptas. A mí dame la
vida ver esta verdura y estos vuestros sauces,
que acá dezis que son unos prados Eliseos, et
campos rbi Trui/a Juit,
IJ. Car. - Tales los vistes lograr y vsurpar
a los naturales por los extraños.
Dot, — Ita est profecto; bien pueden de/ir con
144
orígenes de la novela
nuestro Virgilio: Impius haec tam culta noua-
lia miles habebit, en queis conseuimus agros.
Son bueltas del mundo, que no sabe estar per-
manente. Amant alterna camenae; de donde se
dice: Qaaiido vna puerta se cierra, otra se abre,
y el bien de vnos es por mal de otros.
D. Car. — Esso es muy cierto en lo que yo
veo por mi casa.
Dot. — Y V. m. adonde venia?
D. Car. — A consultar con vos, señor Dotor,
vn negocio de mucha importancia.
Dot. — Audi am te lihenter.
D. Car. — Apartémonos destos criados hazia
aquellos setos, porque no nos oigan.
Dot. — Placet quasi dicat, que son perdidos
por escuchar y saber todo lo que sus amos dizen
y hazen: son espias y trompetas de nuestra
vida.
D. Car. — Assi es, y no sabe hombre de
quién se fie.
Dot. — Sic res se habet: rem acu tetigisti, ellos
son enemigos declarados. De donde inferimos
que quantos más criados tenemos tantos más
contrarios nos cercan, y por esso Faucis, mini-
misque, contenta est natura. Sed veniamus
ad rem.
D. Car. — A mí se me ha hecho la mayor
afrenta que se hizo jamas a hombre.
Doi. — Diga, si licet.
D. Car. — Anda en esta ciudad de vn año a
esta parte vn perdulario, dizen que es criado
del Rey, y será algún zangaño de los que no
llegan a saber el nombre, hijo de Etor de
Ebreu, que bien conocéis.
Dot. — Muy bien.
D. Car. — Este, por medio de vna prima
suya que yo tenia en casa con mi hija, trató
amores con ella y se casaron de secreto estos
dias que yo fui en romería a Santiago,
Dot. — Prodigiosam rem narras, y no sé si
estoy en el caso.
Car. — Aquí me parece que esto}^ bien para
que no me vean, y podré oírlos a placer. En el
negocio hablan, quisiera aora tener cien orejas;
pareceos que buscaron buen sitio para no ser
oidos? Oluidose el Dotor de las cautelas de su
ciencia, porque no se las da sino para mal.
Dot. — Dizeme V. m. que se casó el dicho
mancebo con su misma prima.
Car. — Cómo entendió el bueno del Dotor!
consiiltad por amor de mí cosas de vuestra
honra con semejantes Letrados, más cortos de
la vista del entendimiento que de los ojos; y en
aquellos antojos que trae está todo el crédito
de sus letras, y el buen juyzio que ellas requie-
ren, a essotra puerta. No niego que a los doc-
tos es justo que se honren y estimen, porque
son la luz de la República, y quien nos gobier-
na, para que tengamos honra, hazienda y vida
segura, y los tales merecen toda veneración;
pero a los que son ignorantes deuian ser casti-
gados como adúlteros.
D. Car — No, señor, sino con mi hija,
Dot. — Dij restram Jidem] y fue possible tal
cosa? que ella misma, scilicet, vuestra hija se
casó con la parte clandestini...
D. Car. — Por mis pecados, y para ser peor,
fue a tiemjio que yo tenia tratado casarla y he-
chas las escrituras con don Tristan, vno de los
buenos mayorazgos de Portugal.
Dot. — Esse es punto de derecho, et valet
consequentia, porque dize nuestro .Baldo: ludex
debet speculari j)er coniecturas in indicando,
sicut medie US per vrinam injirmitatem discernit.
Sequitur ergo, que tenemos en esso mucho que
investigar, porque, señor, a esta nuestra cien-
cia nada le quedó por escudriñar, et lex est im-
ponenda rebus, y el derecho todo está fundado
en buena razón; y assi, lex est sandio sancta,
jubens honesta, prohibens contraria.
Car.-^Ya el Dotor empieza a desenfardelar
Latin, y D. Carlos pensará que le dize alguna
cosa; mas mejor viua yo de lo que el Uotor en-
tiende lo que habla, ni si es a proposito; desta
manera sustenta su malicia y vanidad a costa
de nuestra inocencia y ignorancia.
Dot. — Y pienso, si memini, que tengo aco-
tada vna glossa en el Código que trata largo
sobre esso, alegando vna sentencia de la Rota,
y en el Decreto lo da de iure. Aora note, señor,
por me hazer merced, y verá cómo fue delicado
el lustiniano definiendo la justicia, dize: lusti-
tia est constans, etc.: quiere dezir: La justicia
es vna constante y perpetua voluntad que da a
cada vno lo que es suyo, de manera que no
basta tener oy voluntad y mañana no, mas ha
de ser todas las horas in motu, firme como
vil peñasco: no digo bien, como todo vn monte:
porque el peñasco se puede mudar; para lo
cual es necessario iurisprudentia, que es el co-
nocimiento de cosas humanas y vna ciencia de
justicia e injusticia. Toma aora, domine, como
corre esta cosa, y por esso ni vn cabello ni vna
mosca nos passa sin reboluer ochenta hojas; y
assi iuris precepta sunt haec, viuir honesta-
mente, no hacer daño a otro, dar a cada vno lo
que es suyo.
Car. — Pareceos que responden bien aquellas
razones a la necessidad del otro? Todo es por
mostrar que es docto; y yo asseguro que quanto
le dize es paja y principios de donde el señor
Dotor nunca passó, como el médico que trae
hecha la gracia que dezir de dos verbos Grie-
gos, y quatro vocablos Arauigos, y (tros poco
vsados, de que a los primeros toques hazc vn
preparatiuo y ostentación, con que piensa apo- |
yar su crédito entre simples. Aora veamos en ¡
qué para esta consulta.
COMEDIA DE EVFROSINA
] 15
D. Car. — Señor Dotor, si hazeis bien este
negocio, toda mi hazienda podéis tener porvnes-
tra: porque no ay cosa que aora no diera por
deshazer esta maraña.
Car. — Yo le veo mal remedio y d Dotor lo
hará llano en la promessa, quo estos tales abo-
gados son como los encantadores o hechizcros
antiguos, de qiTÍen cuentan que hazian parar el
Sol y baxar la Luna y otras supersticiones, y
es lo cierto que no podian nada; con esto nos
dexau como Alquimistas gastado el caudal y
sin sacar prouechos; y su reparo es dezir que a
vuestra reuista que apelen, giossa va y glossa
viene, y el texto no ay quien lo entienda, ni
quien quiera estar por el verdadero entendi-
miento.
Dot. — En buena mano está; yo os reboluere
todo el Derecho, que no quede letra sin verla,
y a pesar de Dotores haré que vengan los
textos a plomo de nuestra intención; ademas
que en esse particular son las leyes muy faun-
rables, visto como praesumptio inolenta habe-
iur pro lege, y haze mucho en nuestro favor lex
lulia de adulteriis, cum quis sine vi, vel virgi-
nem vel vidiiam, Jioneste viuentem, strupauerit,
y por aqui lo guiaremos hasta conuencello.
Car. — No os digo yo hará el Dotor juntar el
cielo con la tierral y en quanto no huuiere
quien le contradiga, esgrimirá con quantos
Bártulos ay. Yo no entiendo Latines, mas ju-
raré que son todos sin pies ni cabe9a, y fuera
de proposito: porque conozco yo a estos mejor
que quien los parió, y en vn mismo caso hazen
treinta derechos y otros tantos tuertos. Quien
tiene la culpa son hombres como don Carlos,
que pudiendú consultar sus negocios con Juris-
consultos prudentes y doctos, los tratan con
idiotas.
Dot. — Y es assi ni más ni menos, porque
fauores sunt aihpliandi odia vero restringenda;
y dizen los Dotores que es cosa ardua la ques-
tion de la honra, per textum in ratione sui
in I. si inimicitae in fine, //. de his qnibvs vt
indignis, tanto que por defensa de la honra se
permite desafio de iure, prout tenet Bald. in
cap. /, circa princip. 5 col. de pace tuendn,
de vsibiis feudorum, donde dize el texto in
1. miles, § socer,ff. de adult. ser muy vergon-
90SO dexar ninguno de tomar venganza de
su honra: porque cruel es consigo mismo quien
su fama desprecia, y la honra y honestidad
deuen tenerse en tanto precio rt pari j)assu
cum vita ambulent, 1. insta, Jj. de mannmis.
vindicta.
Cfl'". — Todo aquello es por indignar a don
Carlos para que prosiga su odi:) y dé querella,
porque quantos mas Moros más ganancia, y
! estos tales letrados son enemigos de concordia
i y paz, y más sangrientos que cirujanos o car-
CUIGEXES DE LA NOYKI.A.— III. — 10
niceros, y nunca aconsejan que los negotrios se
concierten.
Dot. — Y dice Baldo /. absentare. , §. ante-
quam, ff. de offic. Froconsid. quae pro honore
siistinendo, etiam agenduvi est iuiuriarum, y
sobre este punto fundaremos vn libelo, porque
tenemos textos a la lotia, in 1. singuli, in
1. sciant, C. de offic. diuersorum iudicinn, que
manda expressamente sin ninguna controuersia,
7ion administrans honorem, cui dcbeiur, pu-
niendus est; y aqui tenemos acción contra él; y
quando alegue que los yerros por amores son
dignos de perdonar, niJiil sequitiir in re, por-
que si a vn medico se deue guardar cortesia,
quanto mayor deuda será, imo est, a vn fidalgo,
con cuyo amparo se sustentan las fronteras de
África?
D. Car. — Yo os diré, señor Dotor, lo que
querría.
Dot. — Ya estoy en el caso muy adelante:
queréis descasarla?
D. Car. — Si fuessepossible, no deseo por aora
otra cosa, que lo demás s'i tiempo tiene: por-
que si lo mando matar, él no tiene que perder
y yo sí, y que me costará el hazerlo los ojos de
la cara.
Dot. — Domine, esse es el juizio, sacar las
castañas con la mano agena. No hay tal ven-
gan9a como la de la justicia, que se compra con
dineros en sossiego.
Car. — Ley es de cobardía, y ya que assi es,
mejor seria remitirla a Dios, que satisfaze todo
lo que toma a su cuenta. Esto es lo que veo en
el mundo, aprouar cada vno la opinión de su
inclinación por mejor; y assi tengo por lo más
cierto que no se puede aprouar, ni reprouar,
ninguna acción, sino es sabiendo la ocasión o
necessidad.
D. Car. — Pues esso querria que consultas-
senios, porque me dizen que entraña él a mi
casa a hablarle a ella.
Dot. — Non obstat , aunque tuuiessen co-
pula, si ella niega, porque nemo praesuinitur
carnem siiam odio habere.
Car. — Oid aquel disparate; tienda /elotipo
poco menos de preñada, y él todo es Latines;
para estos auia de auer un palo de ciego, que
es el más cierto remedio para sus patrañas, y
ellos mismos lo dizen, que donde fuerza hay,
derecho se pierde.
Dot. — Y podémosle argüir en esta parte de
vi et fraude: Xulliis enim debet ex dolo suo
lucrum reportare, cui poena debetur , y en
quanto a ella, que es persona patiens, llamarse
a menor, y está prouado. Baldo lo dize a la le-
tra a pedir de boca, quem esse stultum, si eligat
malum^ cum possit eligere bonum; porque los
Legistas no argüimos como Lógicos, ni cono-
cemos por causas, sino en autoridad de la ley
146
orígenes de la novela
hacemos la fuerza y todo se remata en ita lex
dicit, y a este proposito dice Baldo, cap. At
haec, col. 6. de ]}ace iura Jitint, quod leges non
alleyantur in curiis Regum pro auctoritate, sed
pro ratione, y de esta Dianera queda todo ba-
rajado y cont'usso, que no se sabrá por donde
entra ni sale, ni el mismo Bartulo, ni lason;
porque el juez no ha de juzgar según su con-
ciencia, sino conforme a lo alegado y prouado
ha de pronunciar la sentencia ^'í JJ. de ojfic.
Praesid. 1. illicitas §. veritas.
Car. — Aora holgaos allá con tal justicia,
que he de juzgar lo que no entiendo ser assi, y
también las más vezes no entender lo que juzgo.
Dot. — Y assi' siempre vsamos pro ratione vo-
luntas, que es lo que menos cuesta, y más co-
mún; y assi los juezes son como rios, que dan
y quitan a la juridicion, según a la parte que
se inclinan, rí habetur, et ff. eod. 1. ergo, § a
luido de acq No está en más la ventura de se-
gún es la condición del juez, porque prodigus
dat datidüj et non dunda, avarus tenet tenen-
da, et non tenenda: largas médium tenet inter
vtrumque.
Car. — El lo dize y él lo desdize, y todo es
variar de acá para allá; y aquella paciencia de
don Carlos basta para su proligidad, y piensa
que está remediado con las muchas alegaciones.
Cuytados de los que llegan a sus manos, y por
el parecer destos tales, que es más incierto que
el de los oráculos de los Dioses, se auentura y
se pierde casi siempre haziendá, honra y vida!
Renegad de negocio que tiene el remedio en
mejor porfiar, y de ciencia que consiste en me-
jor saber mentir, y luego todos se quexan y se
acusan vnos a otros de que no entienden los
textos, y con las glossas hazen la guerra y pa-
lian todo el Derecho, siendo prohibido por ex-
pressa constitución de su lustiniano que nin-
guno fuesse ossado a glossar ley.
Dot. — De manera que por esta cuenta que-
da excluydo de las contradiciones, y nosotros
con larga acción contra él; mas otro punto se
me ofrece muy sutil cerca de la prima media-
nera: imo a causa agens; porque no nos pueda
dañar en nuestra prouanca iutimaremosle vn
escrito con indicios de participante, porque de
todo se ha de ayudar el hombre, y a la primera
audiencia será declarada por sospechosa, y de
los enemigos los menos; y no es de poca im-
portancia, porque queda luego el negocio se-
guro, no auiendo quien testifique de vista: por-
que mngis creditur duohus af/timantibus , quam
mille negantibus, y como la parte no tenga pro-
uanca, está illico el derecho por nuestro, por-
que ambigua siint semper in meliorem et huma-
niorein purtetn interpretanda.
Car. — Estoy por ir y quebrarle aquella ca-
befa. Bachillerad vos quanto quisieredes, Do'
mine Doctor, que yo acá por mi lenguaje estoy
descansado, si Zelotipo no miente; lo que me
contenta es que no tratan de deseredar, que
esto sólo temo.
Dot. — Iremos protestando por las costas, y
yo os las asseguro.
Car. — Assi asseguro Zelotipo la mo?a.
Dot. — Y por la injuria que halle será muy
mala de pagar, \)0\' ser de minore ad maiorem;
porque vuestra hija goza de las libertades de
vuestra hidalguía, <¡ida Augusta debet gaudere
pn'dilegio Principis, y prouado como es vuestra
hija, que se hará con dos testigos, que no pue-
den faltar, lo haremos cierto: porque quando
aliqtud dubitatur recurrendum est ad commu-
nem opinionem et vox popiili plenanque rcpeti-
tur. Y assi el reo será condenado conforme a
derecho, y desterrado perpetuamente fuera de
la ciudad y su término, de iure, respeto que in-
iuria stimatur tanto acrior, quanto dignior est
res cui irrogatur. Y por la ley Aquilia, patitiir
autem quis iniuriam non solum per semetipsvm,
sed etiam per liberas siios, quos in potestate
Jiahet. Vides Domine, como lo recita puntual-
mente?
Cfr. — Pensáis que le entiende don Carlos
palabra? mejor viua yo; y de aquella manera
son todos los litigantes, y con esto su fin es
decirles textos mal aplicados para que no den
satisfacion ni paguen lo que deuen y para echar-
los en el infierno, que merece quien entriega la
obligación de su conciencia a leyes sin ella,
como si ay mejor juez de sí propio que el jui-
zio de cada vno, mediante la ayuda del Ángel
de su guarda, que está siempre inspirando.
Aora veamos en qué viene a parar el remate de
sus despropósitos, si ?,s possible que concluya
este oy.
Dot. — Y como la acción, nihil rtliud est quam
ius persequendi in indicio, qtiod sibi debetur,
podemos también querellarnos de hurto notur-
no, que es capital, et tenetur ad mortem., y por
afear más el caso importa mucho hazello ple-
ueyo, para lo qual es menester dos testigos fal-
sos, que no faltarán.
Car. — Pareceos que está espiritual el Doc-
tor? De essa manera, también yo sé leyes; y el
otro buen hombre, con la atención que lo es-
cucha!
Dot. — Y aqui bate el negocio poderlo ani-
quilar, que es punto de impedimentis matrimonij
cum quilibet praesumatur bonus., nisi probetur
contrarium, de donde se infiere, y fue en esto
el derecho muy prouido, qnc probationes in cri- '
nu na I i bus, esse debeant clariores luce meridia-
na., y dexadme hazer a mí, que yo asseguraré i
buena sentencia en nuestro fauor. j
Car. — Nunca tú medres más; atengome con j
Zelotipo, que la selló con bu sello, y esto al
COMEDIA DE EVFROSINA
147
menos le quedará. Y yo pregunto, el padre con
descasarla qué remedia? Aunque el mundo está
tan perdido, que por interés la tomarán por
plata quebrada.
Dot. — Yo o6 liaré vn escrito, si el negocio
fuere a la Corte, que presentado en el Triini-
ual de los padres conscriptos se queden admi-
rados; y esto importa mucho al caso, porque
Nuncio sine literis non creclitur, et in dnbiJH
semper dehemvs fauorabiliorem jjartem occipere.
Y aueis, señor, de sabt-r y tener por cierto, como
aqui estamos, que por la simpleza de los procu-
radores se pierde todo el derecho de las partes,
donde la glossa sobre el título de his, j)er quos
agere posumus, in Instit. §. Procuratoi\ lo nota
marauillosamente, diciendo: Cuicumqne. Es a
saber, que el procurador ha de ser hábil y no
soldado, ni muger, ni menor de veinte y cinco
años, ni loco; donde se ve bien como el dere-
cho fue en todo prouido, por lo cual dice Tu-
lio: A maioribuf nostris india alia de causa
leges sunt inuentae nisi vt suos cines incólumes
seruarent. Y de andar baraxada la orden se
])eruierte el vso y padece quien Dios tiene por
¡Men: porque cualquier Baciiiller con dos letras
(|uiere le estimen por vn Cicerón, y no saben
hazer vna querella ni seguirla hasta dar alcan-
ce, y a costa de las partes dan grandes cabeca-
das e inoran, Domine mi, que ha de ser, rtcon-
tineat nomen accusantis el accusati, et annum
et tnensem. quo commissum juit crimen, et lociim
vbi commissum fuit et cónsules sub quibus ext
admissum, item dies dati libelli debet inseri.
Y entonces no es necessario el dia ni la hora
del delito cometido; y si va assi apretado, lo
que falta es dalle batería, y perded cuidado.
Car. — Don Carlos tiene necessidad de essoa
precetos, que yo asseguru que son los princi-
pios de que el mi señor Doctor nunca passó. Tú
lo pondríis de lodo, y si no que me arrastren;
y este no tiene culpa, ()ues en lo que dize de
los otros leauisa de lo que le deue creer; mas es
estrella de señores consumir la hazienda con
Letrados y la vida con Médicos.
Dut. — Y como la causa vaya de aquí sus-
tanciada, ninguna duda tengo del sucesso fa-
uorable, quia iudex damnatur cum nocens ab-
solvitur: porque justitia iñrtus oinnium est do-
mina, ait noster Cicero, et regina viríutum, y
8Í no sucediere bien todo es apelar para Roma,
señalar testigos de la India, pedir remita y
otras trecientas cosas que inuontaremos cada
hora para dilatarlo; finallter, haremos vn pro-
cesso que dure hasta el dia del juizio, con que
I él se cansará consumido con los gastos, que no
podrá suplir, y quedará la apelación desierta, y
i en su rebeldía lo echaremos en baraja. Yo os
I daré escriuano que dé su fe según la pinta re-
1 mes y ponga los términos conforme a nuestra
intención: y como tengáis esto, lo restante del
mundo no será poderoso para venceros, y dure
loque durare, pues estamos en posaession, que
es el todo.
Car. — A mi entender la possession es de
Zeiotipo, que la supo tomar con toda su sole-
nidad. Mas si la cosa va tan bien trayada, esta
ca[)a no tengo yo segura. Desta manera triun-
fan éstos de nosotros, y tienen los escriuanos
debaxo de su juridicion, como los Médicos a
los Boticarios. Fiaos de un mal Letrado, que
(■1 os liará gastar la hazienda en vna injusticia
y para herencia de hijos dexarán puesta una
demanda infinita, y rara vez se hallará alguno
tan bien inclinado que os desengañe. Al prin-
cipio todos asseguran el derecho de sus partes,
y quando sale la sentencia al contrario, discul-
panse con la inorancia dcil juez, y que se incli-
nó a la otra parte, de quien nos libre Dios, que
si le amagan con interés quiebran con todo.
Cada vno mire por sí, que ellos dan golpes sin
que a elkis les duela. Prometo que por el ca-
mino que toman, que ha de tener Zelotipo lar-
go trabajo. Rezelo alguna trampa, porque quien
más tiene más puede, y don Carlos comprará
la justicia, y no faltará quien la venda.
Dot. — Mas os digo, señor, que no os daré
por vuestro derecho aquella paja.
Car. — Aora dize verdad.
Dot. — Por lo qual auemos de lleuar otra or-
den muy diferente de la que pensáis, vista
vuestra nobleza, a que las leyes conceden gran-
des y extraordinarios preuilegios: porque los
nobles hasta en el castigo son honrados, quia
mitins puniítntur. Y en las promesas tienen
más crédito, qtiia promissa nobilium pro Jactis
hahentur.
Car. — No sé que esso sea ya cierto.
Dot. — Por lo qual todo juez que tuuiere res-
peto a la dicha nobleza y discerniere las calida-
des del actor y del reo, si fuBre medianamente
Letrado, estará por vuestra parte, Quia prop-
ier e.jxellentiam personae licitum est iura trans-
gredi, imi) propter libertalem trauMiredimur re-
gulas iuris; por donde su prouaiKja queda nula,
porque quoties dubia est interpretado, setnper
pro libértate respondendum est, y Bartulo habla
en esto altamente in 1. L Jf. de ptibli. iud.
donde dize iniustum est aliquem cum alterius
detrimento Jieri locupletem: alteri enimperalte-
rum praeiudici um inferri no7i debet; conforma con
él Baldo, diziendo: rnum altare non debet denv-
dari rt aliud rooperiatur. nec aliorum honores
debent alijs nocere, nec debet aliquis, vt com-
modum alicui faciat alteri praeiudicari, nec
ali]s debet aliqnid appetere, quod honor alio-
rum minuatur. Krgo sequitur per allégala, que
fue muy mal hecho lo que nuestro reo cometió
en perjuizio del actor. Y assi, la prima que
148
orígenes de la novela
ayudó en el delito está coniiencida por cómpli-
ce, y toda la justicia por nuestra parte. V. m.
no se acongoje, que cosas son de mundo y han
de correr su curso: forme su petición querellan-
te del dicho fulano, nombre procurador y pa-
gúele bien.
Car. — Ay está el punto: ya sufro la malicia
del Doctor, mas no me compadezco de la bo-
ueria del cauallero que lo escucha y lo cree;
amarrado en su tema y enojo, no entiende cómo
es nada quanto le dize el Doctor, y que la ver-
dad es conformarse con la voluntad de Dios,
pues del viene todo el bien y nuestra elecion es
ciega.
D. Car. — Sabéis que quisiera yo, por vengar-
me della? desheredarla, si ay ley para hacerlo.
Z)oí.— Para esso trecientas leyes: porque es
materia muy corriente entre los Doctores, y es
bien aduertido, porque facilitas veniae incen-
dium praebet (lelinquenti, y por ay le podemos
dar también vna buena buelta, que no ay tal
cosa como quitalle los mineros. Quia sine Ce-
rere et Baco Jriget Venus.
Car. — Aquello no me suena bien, porque
bolsa sin dinero,etc. ('). YEufrosina en casa, sin
moneda, digole desuentura, por más hermosa
que ella sea, que por éstas se dize: Quien casa
por amores viue con dolores. Yo voy teniendo
muy poca embidia a la dicha de Zelotipo, y
nunca vi otra cosa sino que toda muger que
piensa ataxar con amores para alcancar más
presto su gusto, rodea, y es verdad que no ay
atajo sin trabajo. Yo les asseguro que han de
vomitar lo comido, y eUa pudiera no ser tan
golosa; mas todas coxean deste pie desde la
primera, que cierto es los gustos humanos no
ser cumplidos.
Dot. — Aora mire, por me hazer merced,
cómo está fundado en derecho, qiudxjiúd enim
ligatur solubile est; por tanto, hijo que está sub
poteslaie patris, muerto el padre queda libre
de su sugecion.
Car. — Esso vn asno lo dixera.
Dot. — De donde inferimos ser el hijo cau-
tiuo en quanto el padre viniere.
Car. — Tal puede ser el padre, que sea peor
que cautiuo.
Dot. — Ergo sequitur que es cantina vuestra
hija. Hizo el matrimonio contra vuestra volun-
tad, podéis quitarle lo que es vuestro contra la
suya, et sic, ¡jar parí rejeram, et valet conse-
quentia: porque tal de mí, tal de ti, es dereclio
natural. Assi, que podéis hazer vuestro testa-
mento, que se interpreta testificación de vues-
tra voluntad, quia testamentum est voluntatis
(') El refrán completo es: «Bolsa sin dinero, digole
cuero». Sabido esto, se explica bien la expresión si-
guiente.
nostrae tusta sententia de eo quod quis post
mortein suam fieri roluit vt,ff. eod. 1. I. Y no
importa que lo hagáis en tablas, papel o perga-
mino, o en otra qnalqniera cosa.
Car.-— De grande duda me quitáis, y si lo
escriuiesse en las ondas del agua, qué remedio
entonces?
Dot. — Y queda claro ser desheredado aquel
por quien digo desta manera. Titius filius meus
est haeres, esto por quanto cessante causa cessat
ejfectus. Y porque en lo que toca a testar qua-
si la mayor parte de los hombres yerran, hazer-
lo hemos V. m. y yo con las soleiiidades que se
requieren para [que] (*) quede de cal y canto (^)
y el reo se vaya a holgarse y cantar al sol.
Car. — De quanto dize el Doctor en fin
nada ata, porque el engaño está en dilatar
la cura al paciente.
D. Car. — Aora, señor Doctor, yo estoy de
vuestro parecer; mañana os uere y resoluere-
mos cómo se ha de poner en execucion: por-
que no he de sufrir que triunfe este rapaz de
mí, y os confiesso que estuue inclinado a man-
darlo matar, y aun no estoy muy lexos de esso.
Dot. — No, no, para qué es más vengan9a
que la que podéis tomar por justicia y el dere-
cho os permite? lo demás seria tirania y contra
todas las leyes, no ay cosa que [no] llegue a
uengarse sin palo ni piedra.
Car. — Es nuestro padre y madre el Doctor,
buen padrino tenemos aquí; mas quán propio
es destos vengarse con los oficios! Natural-
mente las letras son cobardes, y tal hizieran a
la tierra: porque la locura es parte de valentia
y el mucho juizio se acouarda con pensar y
tantear mucho los inconuinientes. Ellos se
van, y don Carlos muy firme en seguir la opi-
nión del Doctor, que es dar querella que dure
sin fin. Quiero ir a verme con Zelotipo, tratare-
mos de hablar a Philotimo mi pariente, que es
muy amigo de don Carlos y cauallero muy
honrado, de bnena intención, discreto y platico
en los sucessos del mundo, hombre de mucho
seso y desengaño de toda apariencia, sabio para
bien y libre de fingimientos para mal. Quica
le templará aquella furia, que no es de los que
dizen vna cosa y hazen otra, y en vez de con-
firmar amistades siembran cicaña y tienen por
gran discreción vsar estas virtuosas mañas.
Dot. — Domine, V. merced me crea, y per-
suada con toda solicitud a su hija que niegue a
pies juntos, y luego échese a dormir, y sobre mí
el sucesso: porque ella en esta parte queda rea
a/ortiori, y es regla infalible ctim ixira partium
('j Suplimos este que,(i\xe parece necesario para el
buen sentido de la frase. Suplido se halla también en la
edición de 1735.
('•¡J En el original como un solo vocablo: calicanto.
COMEDIA DE EVFROSINA
149
sunt obscura reo potius est fauendum qiiam
actori. Y tenemos para esto los juezes dos
textos que nos dan o:randcs mangas para lo
que queremos, que es Índices promtiores debent
esse ad absoluendum quam ad condemnandum,
et melius est redargüí de nimia misericordia
quam de nimio rigore. Finaliter, yo estudiare
el caso de raiz y daré vna buelta a los Docto-
res, y de mañana vayase a mi casa, que todo se
liara como conuiene, Deo voléate, y no ha de
perder de su derecho vna migaja de lo que yo
entendiere. Pues el í'auor, que es el sello desta
causa, no nos ha de faltar, y en el Ínterin en-
sanche esse coraron.
8CENA NONA
Andrade, Cotrin,
And. — Siempre temi el succsso de los amo-
res de mi amo. Bien despachado está: su prima
hiera de casa de don Carlos; Eufrosina ence-
rrada como emparedada; él temeroso que lo
mande matar el padre, según está indinado
desde que lo supo. Y yo no sé que tan seguro
estoy, que muchas vezes paga el justo por el
pecador y la soga siempre quiebra por lo más
delgado. Aora tomara yo de buena gana ir a
mi tierra, en quanto anda la cosa assi baraxa-
da, que quien se guardó, no erró. Podia el dia-
blo hazer más que meterme en esta rebuelta,
en que no soy parte para gusto ni prouecho? y
querrá mi pecado, según soy desgraciado, que
lo sea en llenar lo peor. Mejor lo hizo Cotrin
t'l de Cariofilo, que se fue con tiempo a su tie-
rra, y estará aora repleto de chur¡9os, en tan-
to que yo ando en este enredo. Mas qué (ístoy
diziendo? Si es aquel que allí viene? No es
otro, quiero ir [á] abracallo, sabré algunas nue-
uas de mi gente, con que me consuele en este
peligro. Sea bien venido, señor Cotrin.
Cot. — O señor Andrade, estéis en hora
buena.
And, — Quándo fue la venida?
Cot. — Aun aora vengo de camino.
And. — Pues cómo queda toda la gente?
Cot. — Con salud; vnas cartas pienso que
traigo para vos, con no sé qué lien i -o para ca-
misas, y viene con el harriero.
And. — Alegróme con essa nueua. Aora bien,
contadme si os holgastes mucho?
Cot. — Diablo eres, yo te prometo que tuue
días de mucho contento: porque no auia alli
sino buena ventura, comer hasta no poder más,
y tan bien hallado estaua, que no podia arran-
car de allá.
And. — Trataste de amores?
Cot. — Con treinta, y si estuuiera más dias
hiziera de mi señal la entenada del Prioste.
And. — No es muy pequeña?
Cot. — Mal hora para ella, creció como mala
yerua y se ha hecho muy discreta. Sabes tam-
bién a quien no conocerás? a Marica la dd lu
rado.
And. — Essa no es niña aunque lo parece, y
siempre tuuo buen pico. J)e manera que dexa-
rás allá grandes ansias y cuidados de ausencia?
Cot. — Las que no puedo dezir; contarete des-
pacio cosas que admirarás. Mas qué ay por acá?
Cómo están nuestros amos?
And. — \)o\o al diablo, ay grandes rebvu'ltas.
Cot. — Quenta por tu vida.
Aiid. — A tu amo hallaron una destas noches
passadas con vna hija de vn platero, que dizen
que es rico, mas ya creo en Dios; la iíkhjsl en co-
giéndolos dixo que estaua con su marido, y tu
señor no lo negó, o con miedo o con voluntad, o
con todo, que en estos casos es muy cierto ha-
blar a lo cuei"do. En fin, dexaronlos juntos por
entonces, y otro dia como se vio en saluo deter-
minóse a negar. Apartóse de laconucrsacion de
su dama, y entendido por el padre de la señora
no curó de más historias sino de lleuallos de-
lante del Vicario, y a la primera audiencia le
mandó recibilla por numer. El padre de tu amo
está para tomar el cielo con las manos y no lo
quiere ver, y assi anda retirado fuera de casa
y se recoge con mi amo; dizen que lo deshereda
y le da toda la hazienda a la hermana, y yo assi
lo creo, porque ay padres que empobrecerán
cien hijos por enriquecer vna hija.
Cot. — Bien remediado está mi amo, y en
esso vino a parar el pensar que las mataua en
el aire! Mas fuer9a era caer en alguna quien
hazia tantas trampas: por esso dizen, quien con
hierro mata, etc.
And. — Pues si tú lo vieras antes burlarse
della y desdeñarla, apodar la suegra y despre-
ciar el suegro!
Cot, — Nunca vimos otra cosa.
And. — Y sobre todo me parece á mí que no
quiere mal a la mo9a, aunque dize della las tres
leyes.
Cot. — Y ella qué tal es?
And. — Vna feguela, que no tiene más que los
huessos, y no se quita de la ventana: lo que te
asseguro es que tienes en ella ama y zanfonia.
Cot, — Y esso vino acá a hacer de la Corte?
toda su vida se burló de todo el mundo, y aora
dio en su cabeza. Y tu amo qué dize a esso?
And, — A él sus duelos le bastan.
Cot. — Por qué? también cayó?
And. — No sé quál fue peor, y siempre oi de-
zir que quien quiere subir de priessa, de priessa
cae. Casóse de secreto con vna hija de vn gran
cauallero, rica y hermosa, que lo es tanto, que
no av más que pedir. El ])adre de la señora
dize que la matará antes que dársela. Ha dado
150
orígenes de la novela
aora querella y jura que le ha de hazer ir a
Roma. Tiene la hija encerrada, que no ve a per-
sona viua, y afírmase que ha de entrarla mon-
ja, si no halla por otro camino mejor salida;
mas sospéchase que lo detiene el rezelarse que
tendrá ella en el monasterio más ocasión de te-
ner correspondencia con mi amo, y lo peor es
que dizen que pretende mandarle matar quando
no tenga otro remedio.
Cot. — ^Muy malo es esso; grandes cosas me
quentas, pero di tú lo que quisieres. Yo estoy de
parecer que tu amo lo hizo galantemente, si as-
seguió el negocio, y todo essotro es brauear del
cauallero y vn poco de viento. Después que el
mal recado es hecho en vano es porfiar, que si
ella es suya el Vicario se la dará. Assi sucedió
aora en nuestro lugar al hijo de Pedro Alfonso
carpintero con la hija del escriuano; anduuo y
anduuo, y por más que hizieron, al fin se la en-
tregaron.
And. — Y si el cauallero lo manda matar?
Cot. — No ayas miedo.
And. — No he miedo;, mas rezelo, y no tanto
por su cabeca como por la mia, porque me temo
que lo cojan a tiempo que yo vaya con él; y en
estas pendencias a las vezes padecen los que
tienen menos culpa, porque el culpado se pre-
uiene con tiempo.
Cot. — Anda tú siempre apercebido.
And — Bien dizes si ellos acometiessen por
delante, mas de recuentros de trabiessa me li-
bre Dios, V assi ando asombrado.
Cot. — Búrlate de esso, que yo te doy seguro.
Ya no se acostumbra matar, y estos más ricos
lo escusan más por lo mucho que pueden per-
der; y también has de saber que es inmenso
trabajo tomar venganca, y hazesse muy pocas
veces, sino es en aquel instante que se recibe el
agrauio.
And. — No sé; yo de mi te confiesso que me
quisiera alexar de aqui; y si veo que el negocio
no se encamina bien, por sí ó por no he de irme
á mi tierra con algún achaque, y no venir de
allá hasta ver en qué para.
Cot — Y pues aora qué medio se trata?
And. — Antes de anoche, delante de la puer-
ta, anduuo nuestro viejo largas tres horas con
Filotimo su amigo, y también lo es grande del
cauallero, y yo escuché y oy (^) que concertaron
que hablasse al padre de la dama, porque ha
"estado todos estos dias fuera de la ciudad y vino
antes de ayer. Con esto me animo yo aora, aun-
que flacamente; y porque oy se auia de ver con
el cauallero para saber su determinación, voy
a acordárselo y saber si está el negocio en tiem-
po de verse él y mi amo el viejo, que no des-
cansa por assegurar el hijo.
(') Sic por «oí».
Cot. — Notables historias me quentas; por esso
dezia bien luán de Espera en Dios, que ca9a,
guerra y amores, etc. Ahora vete en buen hora,
y veamonos oy, que tengo que contarte de la
tierra mil cosas con que te has de holgar.
And. — Yo te buscare.
Cot. — Digote de verdad que si yo allá su-
piera lo que passaua de mi amo, que no huuiera
Atenido, y no sé con qué cara seruire yo aora a
quien hizo tal necedad.
And. — Siempre sucede que estos que burlan
de todo el mundo son los burlados.
Coi.— En fin iremos a essa India.
And. — Yo essa quenta hago, después habla-
remos.
SCENA DECIMA
Don C! arlos, Filotimo.
D. Car. — Seáis bien venido, y sabe Dios
quánto os deseaua ver.
FU. — Señor, yo quise venir luego tras de
V. m., mas aquel diá que partió de su quinta
llegó a la mia vn pariente mió que va a ganar
el jubileo de Santiago, en compañía de otros
cortesanos; festéjelos alli con cacas y pesque-
ría, y esta fue la causa de dilatar mi venida
más que yo pensé y dixe quando nos apar-
tamos.
D. Car. — Señor y amigo, si bien nos hol-
gamos los dias que alli estnue, acá lo he des-
contado bastantemente con mayores disgustos.
Fil. — Orden es del mundo no dar buena co-
mida sin mala cena. Pues qué ay aora?
D. Car. — Desdichas que siguen a los hom-
bres, según nuestros pecados, que nos dan el
fruto conforme sembramos.
Fil.-^-Con essa consideración las deuemos
sufrir, pues para todo dolor el remedio más
cierto es la paciencia, con la qual deuemos siem-
pre dar gracias a Dios, que escoge los suyos en
las batallas de los contrastes y fatigas huma-
nas, experimentando assi si son capaces y há-
biles para subir a los muros de la alta fortaleza
de su gloria. Y si vemos a los malos próspe-
ros y a los buenos abatidos, es porque reciben
aqui su premio; mas después se hallarán, como
lizen, de la otra parte del agua: porque las mer-
cedes de la fortuna sin merecimiento son tales
espías, que guian y echan en la emboscada de
su perdición quien va tras dellas ciego y enga-
ñado con vanas esperancas. Haze a los hombres
ignorantes, porque la prosperidad entorpece el
ingenio, y los males y la aduersidad lo auiuan;
y quien quisiere viuir más seguro y con meno»
sobresaltos, euite y desprecie los vanos benefi-
cios con que ceba y caca nuestra vanidad a los
inocentes humanos, y trae por juego dar a quien
quita y quitar a quien da. Los virtuosos acri-
COMEDIA DE EVFROSINA
' 151
solanse en las miserias y desuenturas, y con la
esperiencia de ios trabajos. Hazcnse sabios co-
nociendo la facilidad humana; assi. que los bue-
nos son los que por !a mayor parte pelean con
los infortunios de la vida.
1), Car. — Muchos malos vemos también pa-
decer aduersidades dignas y deuidas a sus cul-
pas, y muchos buenos descansados y libres ib'
desassosiegos, que a la prosperidad no le está
negado ser premio de la virtud. Assi. que por
esse discurso mal se puede hazer la diferencia
de malos y buenos. Yo hallo, cotegeando los
sucessos de las cosas, que todo consiste en ven-
tura o desgracia.
Fil. — No digáis tal, señor, que es opinión
gentilica, de los buenos que están prc speros.
I'resumvse que siente la prouidencia diuina en
ellos tal ñaqueza, que caerán con las persecu-
ciones; y sobre esto dize el Apóstol: Fiel es el
Señor, y no permite seamos tentados por su
gran bondad más de en lo que podemos, y los
males nos siguen con tal orden, que los poda-
mos vencer con sufrimiento y evitar con pru-
dencia, y a los que vemos muy perseguidos son
más fuertes: porque es projiio del grande áni-
mo despreciar las injurias y ofensas de sober-
uios y gouernarse por la razón del espíritu y no
por las leyes que el demonio puso en el mundo,
como fortalezas desde donde nos haze guerra;
y es cierto que teniendo nosotros claras seña-
les de la fee que professamos y creemos para
passar este cañal d(> la ley de Dios seguros,
puede tanto vna maia opinión del mundo con-
tra nuestra flaqueza, que tiene leyes contrarias
a la nuestra, mucho más costosas y más guar-
dadas. Y si nos sucede bien lo que pretende-
mos por la liberal voluntad diuina. atribuírnos-
lo a cuenta de nuestra dicha; y si erramos los
medios para conseguiílo, acusamos a la fortu-
na de loque nosotros las más vezes somos cau-
sa por nuestro mal gouierno. .
D. Car. — Entended que todo se rige por los
hados, que es vna disposición de la inclinación
de los cuerpos celestes, dirigida a causas infe-
riores, que por su influencia se mueuen en tan-
tos efectos varios; por lo qual el hombre no
puede alcancar a saber los sucesscs, y destos
dizen que guian a quien los sigue y arrastran
a quien los resiste.
Fü . — Guárdenos Dios de tal proposición.
Cómo, señor, dezis tal cosa? También a vos
puede la passion hazeros gentil? Dexad esso
para las condiciones flacas y legaladas. Si tal
fuesse verdad, todo lo que acontece seria de ne-
' cessidad y no auria merecer y desmerecer, y
deesa opinión a la que afirma que no ay sino na-
cer y morir ay muy poco. Y si el bien no tiene
premio ni el mal castigo, peor es la suerte de
los buenos que la de los malos.
D. Car. — Pues qué dezis de tanta desorden
como aemos en las cosas humanas?
Fil. — Assi lo juzga nuestro flaco juizio por
su natural defeto, y es vana o;npacion la de la
criatura en querer conq)rehender los juizios y
obras del Criador, sino es en lo que él quiere
dar a entender. Si vn hombre comunicándose
en continua conuersacion cien años, nunca se
acaba de conocer, qué osadia puede ser mas
ciega que conjeturar por términos humanos los
secretos diuinos? y lo peor es que siendu sier-
uos inútiles y ilignos de mucha pena, queremos
ser muy regalados del Señor, a quien ofendemos
cada hora. Con el fauor y la ¡)rosperidad todos
somos justos, en quanto la justicia no viene por
nuestra casa; mas en visitándonos, con cual-
quier indicio que muestre de ser casiigo de
nuestra vida passada, luego es todo perdido, y
tenemos a Dios por escaso y que se oluida de
nosotros, borramos la obligación del bien pas-
eado con la quexa del mal presente. Atribui-
mos nuestras culpas a desgracia y no la tiene.
Saléis qué llamamos hado? que de fuerca ha
de ser la orden del mundf) correr el Sol por
los doze signos del Zodiaco, haziendo los seis
dellos dia y los otros noche, y los aspectos del
cielo soluuKinte son vnas señales y auisos de
poder ser lo que umestran, ])ero no es de fuer-
za que nos ponga en obligación: porque la di-
uina prouidencia nos dio arbitrio propio para
vsar del según nuestra voluntad y distinto, y
tenemos natural elección del mal o del bien;
por lo qual dize lubenal: No tiene la fortuna
ni los hados deidad si nos gouernamos con pru-
dencia. Nuestras quexas la hizieron diosa. Nos-
otros la ponemos y colocamos en el cielo con
el bruto sentido de nuestras aficiones. Mas si
nos conformamos con el claro entendimiento,
que es en nosotros Presidente diuino, por él
seremos semejantes a Dios. El sabio y pru-
dente sabe sufrir lo que le sucede siempre, cons-
tante en qualquier lugar, y la que llamamos co
munmente foi tuna es buena para quien la sufre
para enmienda de sus errores y mala para quien
ia toma por pena y desespera. Mas boluiendo
a vuestra passion, señor, qué causa es esta
que assi desassossiega vuestro sufrimiento?
D. Car. — Estoy el más triste hombre del
mundo, y el caso no es para que ninguno que
le suceda dexe de estarlo.
Fil. — De qué? Si se puede dezir.
D. Car. — Ya os comuniqué allá (^) en la quin-
ta el casamiento que tenia concertado para
Eufrosina.
Fil. — Sí, y a mi parecer es muy bueno para
vuestra honra y descanso, y para el suyo.
O En el original «halla», como en algunos otros lu-
gares.
152
orígenes de la novela
D. Car. — Por esso me quexo de la fortuna
o de mis pecados, que me guardaron para esta
vegez deshonrada. No siu causa dizen que
quien más viue más causas de pesar le ¡suce-
den, como al viejo Rey Priamo de Troya. Velé
el quarto de mi vida como mejor pude; gouer-
né el timón de mi proceder y el remo que me
tocó con mucho sudor. A ninguno di ventaja
en los exercicios de virtud y caualleria; gané
por mi lanoa lo qtu; tengo, a fiierca de mi tra-
bajo y cuvdado. Passé hasta aqui mi derrota
de vna onda en otra. Aora que me parecia que
iba assegurando el puerto, entrando por esta
barra a vista del, con que pensé acabar el via-
je contento, se me anegaron todas mis espe-
ran9as y fundamentos de tan lexos tanteados,
como uaue que toca en las rocas.
Fil. — Bien, cómo es esso?
D. Car. — Ya vistes cómo dexé nuestras re-
creaciones por venir a hazer apercebimientos
para este negocio. Sabed, pues, que llegando a
mi casa, al segundo dia, que no aguardaron
mas, fui informado que en este tiempo que yo
he andado ausente se me casó Eufrosina de
secreto con vn hijo de Hetor de Abreu vuestro
vezino.
Fil. — No puede ser esso.
D. Car. — Parece que puede, pues es.
FU. — Santa María valme! Esse es el más
raro caso que yo vi en mis dias, ni pensé ver,
ni lo puedo acabar de creer: porque esse man-
cebo ha poco tiempo que reside en esta ciudad,
y ha estado muchos años en la Corte, y ella es
muy retirada, y en sus costumbres y vida no
parece moca.
D. Car. — Pues por esso digo yo que quan-
do han de suceder desgracias, nunca falta
modo. Las ocasiones todo lo facilitan: tuuie-
ronla grande, y parece se enamoraron con los
medios que él puso de su parte, siguiendo el en-
tretenimiento que tienen todos los hombres mo-
90S y ociosos, que no hay cosa que no intenten.
Y si las mugeres no se guardan a sí mismas, no
ay quien las pueda guardar: si bien a mi pare-
cer pocas yerran, sino es por persecuciones de
insolentes atreuidos, y luego las malas conse-
jeras, que no ay peste más eficaz para dañar
que el familiar amigo engañoso; y el mayor
enemigo que el hombre tiene es otro hombre,
y por el consiguiente la muger, cuya lengua es
poucoña. Siluia de Sosa, prima deste man-
cebo, con su comunicación tracó estos enredos
y vino a efetuar la maldad. Y para que sepáis
que Dios es justo luez, y no dexa triunfar a
los malos, parece que por pagarle la buena obra
tenia concertado casarla con vn Cariofilo su
compañero.
Fil. — Yo lo conozco, criado también del Rey
y hijo de vn ciudadano muy honrado.
D. Car. -Será assi; vna destas noches pas-
sadas amaneció casado con vna hija de vn pla-
tero, que lo cogió en su casa.
Fil. — Grandes cosas me dezis; aora acabo
de creer que todos los tratos de amor se efe-
tuan según ay los medios, y que al grande
amor todo, le es fácil y nunca respeta inconui-
nientes. Mirad essa lu'storia: Cariofilo pensó
engañar y quedó engañado, y siempre lo vi en
estos negocios, y Zelotipo juraré que no empe-
cé su pretensión con esperanca de lo que suce-
dió. Mas son tan solicites los hombres en sus
engaños, que parece que ninguna muger tiene
culpa de dexarse vencer, si bien dellas en
estos casos no ay que fiar, y vnas que se pre-
cian de parecer hermosas y agradar a todos, di-
ficultosamente se guardan, j las más confiadas
de sí y que libremente pueden hablar, caen pri-
mero. Muger desconfiada y que teme el peligro
nunca erro mucho, mas quántos exemplos de
desengaños nos da el mundo en sus obras si
supiessemos aprouecharnos dellos! Aora dezid,
cómo lo venistes a saber?
D. Car. — Por Galaor Falcon mi compadre,
que sospecho que tiene con el galán alguna co-
municación, y según entendí vino por su orden
a dezirmelo porque parece que alcanfó a sa-
ber que yo queria casar esta desdichada. Entró
a Contarme el caso con grandes preámbulos y
razones; diome consejos, diziendo que pues ya
era sucedido hiziesse mis cosas con pruden-
cia y cordura, porque los medios ajustados a
equidad siempre eran loables.
i^¿7.— Jesús, esso me dezis de Eufrosina?
Absorto me he quedado, ya 'en ninguna creeré.
Desconfiado estoy de las mugeres , porque
son flacas, y más perseguidas; pero sobre mi
conciencia jurara por Eufrosina, porque siem-
pre me pareció cuerda y de juizio assentado,
aunque pienso que en éstas se imprime más
eficazmente el amor que en las despejadas y
parleras.
D. Car. — Si hizo mal, para sí lo hizo más
que [lara otro. Yo aun no me he declarado con
ella, esperando vuestra venida, por no hazer
nada sin vuestro consejo; lo más que hize fue
embiar a Siluia (') de Sosa a casa de su madre y
encerrar a Eufrosina en vn aposento donde no
hable con ella sino su tia: a la qual le confessó
todo el caso, y por mucho que la importunó,
no la pudo conuencer a que lo negasse. Dize
que nunca Dios quiera que ella niegue la ver-
dad, y estoy resuelto de ponerla vna daga en
los pechos y hazerla negar por fuerf.a, sino que
me hallo tan indignado y conozco de mi con-
dición que la mataré si me pierde el respeto; y
negando ella me haze cierto el Doctor Carras-
(') En el original, Silua.
COMEDIA DE EVFROSINA
153
co, con quien lo he comunicado, el descasarla
por pleito, y quando no la pueda conucncer por
temor, determino de llenarla secretamente a
Jesús de Aueiro a que sea monja, y hazerla
professar, y dexar mi hazienda a mis parientes,
pues quiso ella desmerecerla; y a ninguna dos-
tas cosas me determiné sin vos. Ved aora lo
que os parece mejor, y esso hagamos luego,
que bien sabéis que de vos solo confio mis re-
soluciones.
FU. — Yo, señor don Cfarlos, como me ten-
go por el mayor amigo y servidor que tenéis,
y esta voluntad pienso tendréis por muy cier-
ta, tendría por mala corres[)ondencMa y yo mis-
mo juzgaría mal de mí si en caso que tanto os
importa no díxi'sse sencillamente lo que en-
tiendo, no procurando comj)laccros, como ha-
zen los falsos amigos deste tiempo, hablandoos
a gusto, sino proponiéndoos la verdad desnuda
de lo que siento, la qual aunque sea áspera a
los oídos es saludable para el alma. Vos, señor,
podéis hazer lo que quisieredes, mas aueis de
hazerme vna merced, que os resoluais sin pas-
sion; porque toda cosa hecha con ella pocas
vezes dexa do tener fines do mayor daño y do-
blados errores. Señal de ser sabio es poder en-
señar y regir y no ser regido. En vos ha luci-
do esto siempre, sobrándoos buen gobierno en
vuestras acciones y sano consejo para vuestros
amigos Lo que en mí sembrastes quando fut'
tiempo que lo huue menester y me conuíno,
esso cogeréis aora, que os importa. No os falte
para vos lo que para otros tenéis; haced ageno
este negocio y trataldo como si no fuessedes
parte. Acuérdeseos que la aflicción entorpece la
naturaleza, el amor y el odio peruierten el jui-
zio; y como los quatro vientos de las quatro
partes del mundo demás de sus colaterales al-
borotan la mar, assi son nuestras almas con-
niouidas y perturbadas de quatro furias o pas-
siones, que son esperanca, miedo, dolor y te-
mor; y como los aires ocasionan truenos y llu-
uias, escondiendo el sol, assi las passiones ce-
gando la razón con nubes y turbaciones del
ánimo, no derraman los rayos del entendimiento
\ para poder gouernar las velas de la sensuali-
I dad, y quien no está libre destas Sirtes y Ci-
clados, peligros del mundo, y se halla en el
eterno descanso, no puede librarse de sus mo-
uimientos ni viuir en reposo; y assi no me ad-
i miro que estéis aora ciego con esse dolor: por-
I que siempre al primor rebato rinde el sufri-
I miento, por no estar preuenidos en la bonanza
i para los peligros de la tempestad; y para no
caer en tal desorden conuiene no perder el norte
'regimiento superior: porque la vida humana
idene gouernarse por la semejanza de la orden
(de arriba, y como las esferas inferiores, obede-
ciendo a la superior, son gouernadas por su
mouimíento, assi deuen ser regidos nuestros
sentidos por la virtud racional; y pues aora re-
pugna la sensitiba, según la carne al espíritu,
mirad que vencida la racional queda vil y bru-
ta, por lo qual donemos sobre todo procurar no
tenga imperio la fuerza de nuestros deseos y
pasiones, porque ocupada el alma en cuidados
de cosas temporales, carece del conocimiento
de la verdad, y por este camino de engaños se
va al infierno, donde no ay redención, y nues-
tra ciencia es tan limitada, que sal)emos en
qué lugar nacemos e inoramos dónde auemos
de ir; y la vida es sombra que passa: fue Ilion
v los Troyanos, fueron otro tiempo los Mile-
síos grandiosos. Toilo es assi; lo futuro es lo
que donemos preuenir. Si de quaiito tiempo
ocupamos en vanidades, en alguna hora consi-
derassemos lo poco qu(í dura y ranclio trabajo
que cuesta todo, y conocíessemos el engaño en
que estamos, quÍ9a viniéramos con más aduer-
tencia. Mas ay, que ni consíderallo pienso apro-
uecha: porque anda la común inclinación tan
abituada a malos exercicios, que lo suelen hazer
peor los que más noticia alcanzan del mal. II a-
zemos las quentas siempre de lexos, estando
tan cerca de dar las finales. Repartimos la vida
en vanos fundamentos, que llorando seguimos.
Damos poder a la costa Jibre, fuerza a natura-
leza, disculpa a las inclinaciones, de manera
que hazemos nosotros otra ley que quiere com-
petir con la de Dios, todo para mayor fatiga
nuestra, que el mundo y el pecado nunca die-
ron descanso, y digámoslo claro. Vos, señor,
sois de la edad que sabéis (Dios os la aumen-
to); lo que más os conuiene es estar bien con
Dios, que os espera de dia en dia, no con el
mundo: porque oy somos y mañana no somos.
Viene la muerte siempre de prisa, y conuiene
estar apercebido para acudir a su llamamiento.
Tomad exemfjlo en el Rico Auariento, que nos
enseña que importa no estar descuidado. Quau-
to a Dios, viuir como si huuiessemos de morir
luego,- quanto al mundo, como si la vida fues-
se pcpetua; en las cosas del alnuí muy escru-
pulosos, en las del mundo muy prouidos, que
aquel se llamará sabio que se sabe sainar. Pen-
sad aora en esto por mi amor: vuestra hija es
ya esposa de esse mancebo, y libróos Dios de
lo que llaman hecho es. No se la podéis quitar
sin hazer pecado mortal y (}) estar en el es el
mayor peligro: porque perder hazienda, honra
y vida es nada, pues al fin se ha de perder. El
peligro del alma es el que se deue temer, por-
que es como la piedra, que si la echamos de
las manos no la podemos recoger. Somos
Christianos, ninguna cosa donemos de traer
tanto delante de los ojos como guardar los es-
(') En el original, ó, pero el sentido de la frase pide y.
154
orígenes de la novela
tatutos de nuestra profession. Esta es la eaiia-
lleria, esta es la honra, esta es la nobleza ver-
dadera, y si no, idos al infierno por falsas hon-
ras del mundo, que es vna niñería.
D. Car. — Vos me ponéis en vna gran confu-
sión, porque no os puedo negar que no es suma
inorancia tener más respeto á las leyes que Sa-
tanás puso al mundo que con la clara y pura
que nos dio el Hijo de Dios, y tenemos recibi-
da. Pero respondiéndoos a lo que dezis, que es
su muger, digo que lo sea muy en hora buena,
no se la quiero quitar; por lo que conuiene a
mi conciencia, llénesela con la bendición de
Dios donde quisiere, mas de mi hazienda no
espere vn real. Esto me lo podéis quitar, ó ay
ley que me obligue a dar lo que es mió a quien
me lo desmerece?
FU. — Bueno va: pues se ha rendido en lo
más dificultoso, presto vendrá a la razón. Aora
venid acá, señor; muy bien me parece esso de
vos, obra es en que no solo mostráis ser buen
Christiano, mas aprouais la noble sangre de que
os preciáis, que los tales parece que tienen más
obligación que los demás a guardar essa lealtad
a su Criador. Y les está bien por el exemplo
que dan al pueblo; y como a la nobleza le es
propio tener liberalidad, y más en las obras de
Dios, en que se deue vsar della siempre con
presteza, ya que lo es e'sta, y por su respeto la
hazeis, no la disminuyáis en nada: pcn-que no
darle vuestra hazienda es más tema que gusto,
y se puede juzgar a poco saber y a menos vir-
tud, pues está fuera de tenerla el ánimo furioso,
Y todas las cosas guiadas por buena orden lle-
gan a perfección. El hombre abariento de la
hazienda es pródigo de la honra, y quien tiene
su pundonor en macho, deue tener su dinero en
poco. Rico es el que nada desea, y pobre el
abariento por mucho que tenga, y mayor virtud
es obrar bien que dexar de hazer mal, porque
del bueno es hazer bien; siendo assí, y qu.í la
buena opinión se ha de preterir al dinero, no es
justo la perdáis y dexeis de obrar bien por él:
lo que no se puede euitar hase de sufrir y no
culpar, y el mal no se ha de vencer con mal. Ya
esso sucedió a vuestra hija como a otras mu-
chas ha sucedido, que no fue ella la primera:
qué le aueis de hazer, sino remediarla con toda
cordura? Obra de prudencia es poder hazer daño
y no hazer lo, y de loco no poder vengarse y de-
searlo. De saliios esforzados es hazer con gusto
lo que es fuerca, [)orque los trabajos tomados de
voluntad, no lo son; y assi a solo a el prudente le
sucede no hazer nada forcado, porque se confor-
ma en todos los casos con el corriente del tiem-
po, y como dicen: mejor es llorar con los sabios
que reir con los necios. Al ánimo generoso nada
le haze injuria: si essa ino9a erró, al fin es hija,
y aunque el pecado sea grande, el padre ha de
dar ligero castigo. Fuluio absoluió de culpa a
su hijo, que lo quería matar después de come-
ter adulterio con su madrastra. Qué hizo vues-
tra hija? Vencióse de amores de vn mancebo
galán y discreto; cada día vemos esso por otros
de menos partes. No os falte aora el juizio y
cordura de Alexandro, que fanoreció a su herma-
na enamorada; cosas tan naturales y vsadas no
se deuen estrañar. Segisniunda Tarentina fue
perdonada de su pa^re hallándola delinquiendo.
Mal hizierades vos, como Seleuco, que dio su
propia muger Estratonica (') a Antioco su hijo,
porque supo que estaua enemorado della siendo
su madrastra. Pisistrato, tirano, perdonó a vn
mancebo que publicamente le besó su hija, di-
ciendo: Si matamos a los que nos aman, qué
haremos á los que nos quieren mal?
D. Car. — Bien habláis si no h uniera de cum-
plir sino conmigo; mas qué dirán mis ] arientes
de mí, viendo que no sólo sufro mas fauorezco
tan grande deshonra?
FU. — Buena conclusión es essa; hermosura
agena, sin la propia; a ninguno hizo hermoso;
aquel es de clara sangre que sus obras lo hazen
claro, y como dizen: Hasta vn cabello haze su
sombra; todo hombre tiene su ser; la virtud da
n<íbleza, y no la opinión que cada vno tiene de
sí; de honrado soy yo, y mi abuelo, tal, y mi
primo, fulano. Todo esto concedo que incita y
ayuda para la virtud, pero si vos no la vsais,
teuiío yo por mí que deshonra más. Sabéis qué
son los parientes? si sois rico van a vuestra casa,
por lo que de vos pretenden; si pobre, os des-
precian. Pocos o ninguno dan ya de su hazien-
da; consejos, quantos quisiéredes, mas de ma-
nera que si huuiera peligro queden ellos fuera
del: y es engaño conocido sugetarse al parecer
de los parientes y en todas las cosas seguir su
opinión, sin reparar en lo conueniente, porque
de ordinario se inclinan a la parte próspera. No
niego ser muy bueno tenerlos, y cumplir con
ellos las obligaciones r atúrales y las de buena
correspondencia, y en todo lo possible conseruar
buena amistad, auenturando por ellos la hazien-
da y vida conforme a lo que se pratica en este
mundo; pero en el Reyno eterno también te-
neis diuinos parientes, con quien es más neces-
sario cumplir, y éstos son de parecer que ha-
gáis siempre lo que os obliga la ley en que vi-
nis, y es justo la sigáis, y que no dexeis de ha-
zerlo por la honra del mundo, que quien pone
en Dios su esperanca y su fundamento, y no en
los hombres, tiene a Dios y a los hombres. Y j
mucho mayor deshonra y afrenta hazeis a vues- '<
tra alma no cumpliendo con ella, pues por su
respeto os dieron esse cuerpo, que podéis hazer j
incorrupto que passe las nubes y los cielos y I
(
(') En el original, stEratonica.
COMEDIA DE EVFROSINA
155
resplaiide/ica más qivi el sol ('). Este es el ver-
dadero jiunto de la honra, y considerad esto. Si
se honra vn cauallero de mostrarlas heridas que
recibió en la batalla, qnánto mayor honra será
mostrar vn cuerpo sin las corniciones ('-) huma-
nas el dia del jnizio? Casóse vuestra hija pobre-
mente, para sí lo hizo; si le viniere mal, ella lo
sienta, y vos no os condenéis. Aueis de hazer
bien a los estraños, hazeldo a los vuestros; por-
que desheredar los hijos y heredar los parientes
es gusto culpable.
D. Car. — Pues cómo se ha de sufrir en el
mundo casarse mi hija sin mi licencia con hom-
bre tan interior suyo, teniendo yo tratado para
ella vn casamiento tan noble y rico?
Ftl. — Pareceme que no era suyo, pues Dios
quiso estotro, aunque este y todos los demás
sueessos que tienen los hombres mal se pueden
juzgar; porque la inorancia es en dos maneras:
natural como en los mancebos por falta de es-
periencia, que no se puetle alcanzar sin tiempo,
y es madre de las cosas y vn conocimiento de
particularidades, que la poca edad no compre-
hende, porque no juzga sino lo presente. Puede
también auer inorancia en los muy viejos por
fallecimiento de los sentidos. La otra procede
de la negligencia de los hombres quando nos
entristecemos de las cosas humanas. Sin razón
ni entendimiento, dos asquas que sustentan
nuestra luz, !os mortales atreuense a pedir lo
que desean, que assi nos lo dixo Christo quan-
do orando en el huerto representó la flaqueza
de nuestra humanidad: Dios lo oye todo, y da
lo que ve que es mejor. Dexad a los vientos
mouer las velas, tomad el puerto que os dieren,
que por ventura os aconseja mejor el viento que
os guia. Dexad essa ira que tenéis, no os ocu-
pe y rinda el dolor las torres de vuestro ánimo.
Dize lubenal muy bien; si quieres consejo da
lugar a los Dioses que te le den, pues que sa-
ben lo que nos conuiene y es más prouechoso, y
por cosas gustosas te darán otras más necessa-
rias, que mucho más aman ellos al hombre que
se ama él a sí mismo. Xosotros mouidos por
ciego deseo pedimos casamiento, parto de la
muger y otras cosas que nos parecen de gusto
y prouecho, pero ellos saben quál ha de ser la
mujer y el hijo y lo demás: pues si este gentil
conocía esto, quien se precia deste tan grande
apellido de Christiano mucho más le conuienen
las obras que lo confirmen en este grado. Por
esso el que lo es deue conformarse en todo con
la voluntad de Dios. Assi lo hizo Dauid, lloran-
do el hijo en quanto estuuo enfermo; muerto,
(*) Son en el original.
i-) En el original, por errata, cnnuciones. En la edi-
ción de 1735 se lee conexiones, pero es enmienda des-
acertadísima.
vistióse de gala. Contentaos, señor, con el ma-
rido que vuestra hija escogió, pues ella está con-
tenta, que nada se haze sin jterraission diuina.
Mirad la faltula del mar de Galilea, que viendo
las nubes cargadas de agua, mouidas de los
vientos, pensando serian montes que podian
caer sol)re él y secarle, fuese retirando lo más
que pudo, pero deshaziendose las nubes sobre
él convertidas en agua creció con doblada co-
rriente. Así que de donde temia el daño le vino
mayor prouecho, porque la diligencia de los
homl)res siempre se engaña en las cosas dudo-
sas. Mal pueden los corazones adiuiuar lo que
les puede suceder, aunque se diga que no hay
cosa más leal que el coraron, a quien muchas
vezes hieren rezelos de lo que sucede, j)ero esto
es incierto; de manera que vos, señor, os deueis
consolar con ranchos que gustaron esse acibar.
El fin de las cosas se ha de medir con pruden-
cia; no 08 falte ésta para agradecer a Dios el
cuidado que tuno de vos, que yo espero que ha
de ser para más descanso vuestro, porque yo
conozco el mancebo, y es discreto, muy cuerdo
y de gentiles partes, y os ha de saber grangcar
¡a voluntad y consí rbar la vida, que essotro
quÍ9a deseara quitárosla mas aprisa; y podri;i
ser de algunos locos vanos que acabado de gas-
tar el dinero que les dan en dote, con juegos y
otros diuirtimientos (para los quales no ay te-
soro que baste) desprecian el suegro y dan tris-
te vida a la muger. Estotro tiene en vos toda
su honra y continuamente os ha de tener obe-
diencia. Mirad si es mejor tener yerno a quien
mandéis o que presuma mandaros. Vuestra
hija ha de ser muy estimada, y señora del; quie-
rense bien y serán bien casados; conforme a la
ley de Dios y del mundo es suya por derecho;
si dexais vuestra hazienda a otro agradeceraos-
lo poco y no dará vna limosna por vuestra alma.
Hazeis mal a vuestra hija y encargáis vuestra
conciencia. Según esto, ved lo que os conuiene:
a mí me parecía mucho mejor recoger vuestro
yerno, pues lo es ya foryosamente, y con vn be-
neficio for9ado sugetais dos voluntades. Echad
de vos el odio y la opinión del mundo, y consi-
derad que no puede ser mayor desuentura que
negar el merecimiento a la persona por darlo al
dinero, y que sea la pobre virtud tan aniquilada.
Este es, señor, mi parecer, y esse Doctor Ca-
rrasco que os aconseja essotras marañas y que-
rellas quiere triunfar con vuestro dinero a cos-
ta de vuestro trabajo, y tales consejos son para
destruir hazienda, vida y alma; y de aqui pro-
cede auer tan poco sossiego. tanto odio, tanta
cudicia. Quántas letras de mal zelo están sem-
bradas en esta tierra? Las armas que la gana-
ron y honraron conuirtieronse en leyes que la
destruyen; las demandas son tantas, que nin-
guno trae la capa segura: porque de vn ladrón
156
orígenes de la novela
os podéis defender y de vn mal legista no, que
tiene hechos dos testos que son contraminas
para assegurar robos y destruir la verdad. Assi
lo entiendo; hazed, señor, lo que deueis a vir-
tud, que es la propia nobleza, sin tener atención
a los injustos fueros del mundo, que las leyes se
hizieron para castigar malos y no para destruir
buenos. Ño os desassossieguen malos conseje-
ros; segui antes el consejo malo de buen zelo
que el consejo bueno de mal zelo, pues sabe
raos la quenta que Dios tiene con las buenas
intenciones: la mia es de ueros descansado los
dias que os restan de vida; conformaos con
la voluntad Diuina y lo demás passe por donde
pudiere.
D. Car. — Señor amigo, concluisme tanto con
la razón, que yo seria de mal juizio si hizies-
se (') della, y con esto os confiesso que el amor
de padre me llena quanto puedo a vuestro pa-
recer: porque a la verdad, mi hija es para mí
tan obediente, que no tengo de qué quexarme
della. Si erró, como vos dezis, es muger como
las otras. El consejo del Doctor Carrasco ya
veo que es para mucho desassossiego, y que el
vuestro es lo cierto y qnal yo de vos esperaua.
Aora conozco quánta razón tenia Alexandro
en dezir que era bien empleado gastar vn Prin-
cipe sus tesoros por conquistar vn Reyno, por
(') Parece errata, ¿acaso huyese? Eu la edicióu de 1735
dice lo mismo.
comunicar vn hombre discreto, si en e'l lo hu-
uiesse. Esto no se entenderá si el sabio es mal
inclinado, porque en la mala inclinación no pue-
de auer sabiduría; y es sin duda que en esta
vida no ay cosa tan preciosa como el verdadero
amigo. O, quánto vale el buen consejo, a quien
del tiene necessidad; tal beneficio puédese agra-
decer, mas la paga a solo Dios compete. O, gran
fuerza la de la verdad, que contra todos los in-
genios, sagacidades, malicias y espias del mun-
do fácilmente passa venciendo; y assi !o que
más nos conuiene es tratar con amigos fieles, y
quando nos engañamos en la elección dellos,
basta por vengan9a dexar la conuersacion de
los falsos y sustentar la de los buenos. Mi hon-
ra, alma y vida os deuo, pues me quitastes de
mil ceguedades con que me destruía, y assi nun-
ca Dios quiera que yo salga de vuestro parecer.
Venid conmigo, vamos a buscar a mi yerno Ze-
lotipo y lo traeré a mi casa con la bendición de
Dios, y pues le fuiste* tan buen padrino, quie-
ro que os deua el consejo y a mí agradezca el
execntarlo liueralmente, y mis parientes digan
lo que quisieren, que grande engaño es no usar
de virtud por lo que puede dezir el mundo. Se-
ñores, no esperéis lo que resta paca la conclu-
sión de las bodas, que dentro se harán.
A la censura de nuestra Santa Madre Iglesia.
FIN
En Madrid, En la Imprenta det, Reyno.
Año M.DC.XXXI.
UMm mmu
C¿UE THACTA DE LOS A.MOIÍES
DEL BUEN DUQUE FLOIilANO CON LA LINDA Y MUY CASTA Y GENEROSA BKLÍSEA,
^UKUAME^•TK hecha: muy graciosa y sentida, y muy prouechosa
PARA AUISO DE MUCHOS NECIOS *
CoMrDESTA POR
EL BACHILLER ÍOAX RODRÍGUEZ FLORIAX
vista y examinada, y con licencia impressa.
(lüscudo del librero coq sus iniciales A. G. en la base. Representa al halcón sujetado pur una
mano de persona, y debajo la leyenda: post. tenebras. spero. Ivcem.)
Véndese en Medina del Campo en casa de Adrián Ghemart.
1554
KL BACHILLER lOAX RODRIGDIJZ KNDERE-
(.ANDO LA COMEDIA LLAMADA FLORINEA A
VN ESPECIAL AMIGO SUYO, CONFAMILIAR EN
EL ESTUDIO, ABSENTÉ,
Como tea ansi que el amor no compadezca
ocio, para del que ama al que es amado, ansi
en mí esta tal tuerca ha hecho a mi mano sacar
osadia de temor, y fuereras de flaque/a; para que
en aquello que el coracon desseoso de vuestro
seruicio, y hambriento de vuestra buena presen-
cial connnunicacion de amigo no puede exer-
citarse estando tan distantes en las muradas: a
lo menos desde acá os signifique la memoria
que tengo de vos. Y pues las oiiras son prego-
nero de la voluntad (según atestigua la senten-
cia del diuino Gregorio) quise con esta pequeña
obra (vista por los leyentes la pequeñeza de mi
pussibilidad para os seruir) veays vos la inte-
gridad de mi amorosa voluntad, en representa-
ros como mejor mi pluma me permitiere aquello
que, aunque aqui por comedia leerán los leyen-
tes, vos vistes parte de ello, antes que vuestra
partida me experimentasse en soledad de vues-
j tra buena familiaridad, y mi descontento me
j acompañasse de ociosidad, y la ociosidad me
; diesse nombre de historiador cómico, si a los
leyentes les paresciere, que por sola vuestra
causa le merezco. — Vale Jelix.
COMIENZA VN PROEMIO DEL AUTOR DE LA
COMEDIA FLORINEA: DANDO EN ELLA AUI-
80S POR EL PROEMIO AL LECTOR.
^[uy gran daño pare la mala compañía {}).
O sabio lector, recoge tu mente
aquesta comedia queriendo leer,
do flores de dichos podras escoger
y auisos de males que ay en la gente.
Aqui podras ver el inconueniente
que suelen causar malas compañías
y las vanidades de las mocerias:
recoge lo bueno con seso prudente.
El amor todo lo postpone y nada vee síjio
como ame >/ goze del amor.
Del buen Floriano ilhistre y amante
tendrás buen aniso, si fueres señor,
(¡ue mires que* daños le traxo el amor,
qué bascas y gastos y mal tan pujante:
Ni honra ni estado ya pone delante,
en todo pretende cumplir su cobdicia,
ni oye a Lydorio fundado en justicia,
escucha a malsines creyendo los ante.
i ') Esta reflexión, como las demás que se ven al frente
de cada estrofa, hállanse «n el impreso original coloca-
das á los márgenes, en letra redondilla.
158
ORÍGENES DE LA NOVELA
Muy poco se deue la hembra fiar de sí mientras
fuere moí^a, y ansí ha de ser recatada de todo
■ lo que oye y vee.
Pues miren las damas en la Belisea,
tan sancta y honesta y tan recogida,
que puesto que en todo no dio de caida,
amor tal la puso que ya vacilea:
Ya tiene por bueno amar lo que afea;
Marcela y lustina con su mal consejo
la hazen que niegije al buen padre viejo,
no dando le el sí en lo que el dessea.
Mucho afán y peligro ahorra el padre que, en
siendo para ello la hija, la da a su marido
o dispone de su estado.
Anisen los padres tener más cuidado
de dar a sus hijas de presto marido,
que pierden congoxa y ganan oluido
de algún gran desmancho que den a su estado:
No duerman diziendo que Dios les a dado
las hijas muy castas, honestas, santeras,
que al fin ya se viendo que son casaderas,
si anda Marcelia, tendrán mal recado.
Lajioxedad en los seTiores haze de fieles sieruos,
malos, y de leale>< ladrones, donde no ay buen
conoscimiento.
Entienda cualquiera en bien gouernar
a sí y a su casa que Dios le aya dado;
no pierda con ocio lo que ee allegado
con grandes congoxas y grande afanar:
Que vn floxo señor más suele dañar
con ser descuidado a los ísus siruientes,
pues mala cobdicia despierta las gentes
de entrar en lo ageuo que no veen guardar.
La nobleza de la casta mucho ayuda a la vi?--
tud. Del vicio de la carne, huyr es lo más
seguro, las occasiones.
Los vicios y embustes de gente ociosa
a quien noble casta no da soffrenadas
aqui descubiertas verás bien asnadas
si notas muy bien, lector, cada cosa:
Verás la luxuria de carne cenosa
que oy tiene en el orbe muy grande poder,
verás el peligro de pobre muger
a do no la guardan si es moca y hermosa.
Las muger es naturalmente son escasas
y pedigüeñas.
Verás los embustes que saben vrdir
por guardar su honra y cumplir apetito
del vicio en que puestas es muy infinito
ansi en luxuria como en el pedir:
Ni a todas las taches por mí tal dezir,
mas todas las teme y estaras guardado,
que para en los vicios no andar cenagado
orar bien por todas, y de ellas huyr.
Tendrás gran auiso quando esto leyeres
guardar la manera que cada qual quiere
o que grane o triste, o alegre, o qual fuere
hablar alto, o baxo, según que entendieres:
Y entre las malicias, risadas, plazeres
verás las verdades de lo que ora passa
de amos y mocos y gentes de casa,
segund al estado de cada qual vieres.
Y quando encontrares en co^as lasciuas
no tomes lecion de malos desseos,
mas piensa que en baxo de sus casos feos
ay grandes auisos por donde bien viuas:
Comparación.
Que estando en las eras el pan si lo acribas,
la paja va fuera que el grano cubria;
Comparación.
también so las hojas, la fruta se cria;
Applicacion.
reprocha tú el mal, y el bien bien recibas.
Concluye con el lector. Promete para otro año
continuar la comedia.
Con tanto concluyo, lector, te rogando
que des por lo bueno a Dios los loores
y suplas las faltas de los escriptores,
de lo que te escriuen te aprouechando:
Las bodas del buen Floriano esperando
para otro año de más vacación,
adonde la historia tendrá conclusión
a Dios dando gracias, allá nos llegando.
Amen.
INTRODUZENSE BN LA PRESENTE COMEDIA
I>A8 PERSONAS SIGUIENTES
Floriano, cauallero.
LvDORio, su camarero,
PoLYTES, paje.
Felisino, i
Fulminato, / criados de Floriano.
Pin EL, )
LüCENDO, cauallero, })adre de Belisea
Belisea, doncella.
lüsTiNA, domella.
DeSI'ENSEKO de LüCENDO.
Grisindo, pa]e de Lucendo.
Marcelia, alcahueta.
LiBEuiA, donzella.
Gracilia, donzella.
Vn estudiante.
Diuidese la presente obra en quarenta y trcsj
scenas o actos.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
159
ARGUMENTO DE LA PRIMERA
8 CE NA
QUE ES COMO PROEMIO DE TCDA LA OBRA.
Floriano dospups de alsunos dia« srr passados. que ouo Uogadi'»
al pueblo donde residía Helisea, descubre a I.ydorio Su cama-
rcio y ant¡i;uo eriailo en su cisa; la causa por <iué. dexanilo
íu señoiio y naturaleza, se vino a tan extrañas y lexos tie-
rras, y por qué hhn parada en el pueblo donde a la sazón
residía. V después de certílirarli- de estar herido de amores
de Bi'lisra. y pedirle lauor para su enfermedad, passadas lu-
gas ra/oues entre los dps. y mas terciando Fulmínalo, embía
por su consejo vna carta con l'olytes a Belisea.
Floriano, Lydorio, Fei.isino, Fulminato,
Pül.YTES.
[y-7o/-.] — Ahora que el fin del caminar a
dado principio a nui'stra quietud, te quiero,
Lydorio, declarar el intento de mi venida: por-
que sabida la causa, sepas ayudarme a buscar
los más sufficientes medios para que mi enfer-
medad halle remedio y mis altos pensamientos
el complimiento de mis difficiles y arduos des-
seos. Pero quiero que soas anisado do dos cosas,
para conseguir este fin muy menesterosas y vti-
les. La vna es, que acompañando el silencio de
tu lengua a tus oydos para me oyr, y atención
para me entender, y voluntad para me fauores-
cer, y amor para la diligencia en el obrar, tus
zclosos y castos desseos no contradigan a lo
(jue sintieren inclinada mi voluntad. La si'gun-
da será, (pie a tu libre y sagaz prouidencia la
acompañe diligente presteza y anisada solicitud
para buscar mi remedio.
Lt/(l. — Señor, para hombre tan sin pliegue a
tu voluntad y tan obligado a tu seruicio seria
escusado tan obscuro y largo proemio: sino
luego al descubierto me di como yo te entienda
lo que quiere tu voluntad, pues que sabes que
a de ser en tu seruicio el niuel de mis obras.
Flor. — Siempre tu buen seruicio me lia sido
testigo del desseo que a mis cosas tengas. Por
i tanto sin más rodeos te quiero aclarar mi vo-
j luntad, porque la claridad de mi hablar ponga
} obligación en tu fidelidad, para que ponga cui-
; dado tu libre juyzio en buscar aliuio a mi snb-
1 jecion. Y pues mi pena exterior publica bien el
) ay del captino coruoon, no será menester des-
'ubrirte más mi mal.
Li/d. -Antes te veo tan nueuo en la manera
de viuir, que ni de antes te entiendo, ni agora
( sé lo que me quieras mandar.
Flor. —No sin causa es dicho ser mal ani-
mal de conoscer el hombre y difticil de enten-
I der su cora con, a Dios tan solo manifestado.
¡ Y pnes tus palabras protestan no saber tú la
1 causa de mi mal, sabrás que el salir yo de mi
I casa y de mi naturaleza, y el venir adonde agora
t estamos, todo ha sido por la fuer9a y poder de
aquella que par no tiene oy en el mundo en her-
mosura y todo buen atributo.
Lyd. — Y quién tal podra ser que baste a mu-
darte muy en otro del que solías?
Flor. — Aquella cuyo merescimiento me da
gran hjor en solo nombrarme y ser su captiuo.
L>/(i — Mucho derogas a tu nobleza en te
rendir sin auer quien baste a prenderte.
Flor. — No me atajes en la sentencia y no
errarás en el juzgar. Porque allá antes que la
viesse, como su fama de bondad y hermosura
hinchiendo el mundo viniesse a mi noticia, du-
doso de tanto valor y incrédulo de lengua vul-
gar, embie por un criado de mi casa en secreto
a verla y sacar su retracto. Por el qual, visto por
mí, conosci ser nada lo que nadie me podia allá
contar. Porque no menos ventaja iiaze la gran-
deza de mi señora a la fama que las no amantes
lenguas me lleuauan, quanto excede lo vino a lo
pintado, y lo existente a lo por formar. Visto,
pues, el retracto de su incomparable hermosura,
me rendio alia por tan ouyo, que ya como a pcr-
i'ection de mi ser no platicaua mi desseo sino de
dessealla, y mis ojos sino de vella, y mi coraron
sino de amalla, y mi entendimiento sino de con-
templalla. Y como por la muerte de mi padre
me halló el amor más libre, luego me mandó
dexar el gouierno del estado a mi madre y que
viniesse a darle las llaues de mi dichosa pri-
sión. Vine, vila, y conosci ser nada lo que de
ella se me podia dezir en absencia. Y final-
mente, tengo hecho pleytesia a su vassallaje, y
tengo tan inclinada mi memoria a pensar en
ella, y mi entendimiento por tan suyo, que no
puedo saber otro bien ni otra gloria sino de Be-
lisea. a la qual de libre voluntad amo, con firme
fe la adoro, y como gloria de mi coraron, no es
possible apartar de ella mi memoria ni despren-
der mi voluntad. Y pues sabes lo que querías,
prouea tu libre prudencia en lo que mi captiua
voluntad no puede sino amar la mueite y des-
cansar con el tormento. Cata, pues, suelto el
enigma: mira cómo estamos ya, como dizen, las
manos en la masa.
Li/(l. — Aunque vea tu querer muy afixado
en tu perdición, el mió, que muy firme está en
tu seruicio, no me consiente callar donde tu se-
ñorioy mi poco atreuiíuiento no me dan suelta
al dezir.
Flor. — Pues sé que no bastaras a sacarme
de mi acertado parcscer en aiuar, yo quiero li-
bertarte a que me digas el tuyo. Y sé bien que
tú mismo aprobarás por mí contra ti, si contra
mi desseo piensas proceder.
Li/(l. — De tu nueua licencia me nasce para
te hablar nueua osadia, acom[)añada con el de-
uido acatamiento que mi persona a la tuya
deue : empero porque aniendo testigos tus
cosas irán en pla9a antes que el tiempo (que
160
orígenes de la novela
aclara todas las cosas) lo pida, y también por-
que a tus criados no se le? dé motiuo de atre-
uimiento para con tu persona, porque viendo
me hablar contigo tan de asiento, sin saber la
licencia que para ello me tienes dada, vendrán
a perder algo del reuerencial temor que inferio-
res deuen a su señor, porque la mucha familia-
ridad pare menosprecio, por tanto, será bien
que mandes (si te paresce) aquellos mofos sa-
lir de la sala.
Fel. — l^o ves, Fulminato, en qué precio de
almoneda nos trae Lydorio?
Ful. — Yo lo he ojdo: que descreo del aga-
reno y de toda la ley del Alcorán si no estoy
por yr a él, y en presencia de mi amo eehalle
la lengua a los pies, para que sepa cómo se
habla de Fulminato. Y aun si, lo que yo que-
rría, se me pone en defensa, dexarsela por pie-
9a mayor de todo su cuerpo. Y aun espera y
verás la obra comer a vn plato con mi dezir.
Fel. — Y calla, está quedo, no te oya Flo-
riano, e oyamos en qué se determina.
Flo}-. — Ya me paresce, Lydorio, que buscas
de corrido de lo que as pensado cómo te esca-
bullir sin ser conoscido tu yerro. Y por tanto
quiero que aya testigos de tu confusión y mi
mucho acertamiento, los quales atribuyan la
victoria a quien la mereciere. Oyslo, Fulmi-
nato y Felisino? llegaos acá. Agora tú, Lydo-
rio, procede, y vosotros oyd quán armado está
contra mí de argumentos.
L?/d. — Aunque de ser contra ti me guarde
Dios, y pues hazes juezes de tu causa los que
de ti an de ser juzgados, digo que me pares-
ees muy aborrecedor de tu descanso: pues sin
muy manifiesto por qué, te matas con tus
manos.
Flo?\ — Y cómo i;o causa hallas tú el mo-
rir yo por quien tan justa, deuida y necessa-
riamente muero? Agora te digo que sobre tal
fundamento podras leuantar muy falso edificio.
Li/d. — Veo, señor, tan firmado tu parescer
en tu daño, que hallo menos inconueniente el
seguirte que prouecho en el contrariarte. Y
aunque el consejo no se deue donde no ay vo-
luntad al recebirle, ni se espera fructo en el
effectuarle, no empero callaré a que mi sana
voluntad te auisa pongas delante en lo que tu
alto merescimiento se deua estimar, y la noble-
za de tus antepassados, y la limpieza de tu
sangre, y la qualidad de tu estado, y el cuento
de tu persona. Y mira, señor, que no te dexes
gouernar por la libertada y fauorescida juuen-
tud, sin que con el freno del preiienir "de las
cosas le des tales sofrenadas, que puedas llenar-
la subjecta a la razón; en especial no te deues
fiar como mancebo de ti mesnio en este caso
de cobdicia sensual de la lasciuia y ardor libi-
dinoso de la cenagosa y limosa carne, enemigo
tan pujante y tan notorio y continuo nuestro:
porque en la pelea de este vi^no de la luxuria.
muy pocos acometedores vimos gozosos del
triunpho de victoria, ni aun pocos acometidos
escapar de muerte, o cayda, o herida. Y si en
lo dicho te soy molesto, mándame callar en lo
por dezir.
Flor. — Cómo que tan presto piensas derro-
car mi firmeza de que no busque mi desseo la
consecución de su gloria? Cata que el amar es
al hombre natural, porque el amor es obra de
la virtud concupiscible.
Li/d. — Amor virtuoso.
Fio?: — Bien dize: porque por fuerpa y atray-
do de la virtud, ama hombre lo bueno. Y ansi
por esto quiere Dios por solo amor ser seruido,
y como bien nuestro ser amado: esto no es
ansi?
Li/d. — La luesma verdad.
Flor. — Pues ansi a mí me es necessario en-
derecar mis desseos, como a vltimo fin, en la
gloria de mi señora Belisea.
Fel. — Átame essa christiandad.
Flor. — Y es me no menos necessario con-
fessar su poder, y en mí la nobleza, y todo lo
demás que tú pones por estoruo para no la
amar y querer y adorar: pues en ella está mi
vida y en su mano las llaues de mi muerte.
Esso niesmo me demuestra que hago aleuosia
gastar algún momento de mi triste vida sino
en pensar en ella: porque si con sólo auer oydo
en absencia la fama de su valor no fuera su
captiuo, fijiera nmy de vituperar, quánto más,
auiendo merescido mis ojos verla, no se rendi-
rá mi coracon en amarla y morir por ella? Y
si todo hombre naturalmente busca la gloria
como a vltimo fin y descanso, pues por qué yo
menos y no más que todos amaré y querré
aquella gloria, a cuyo desseo soy tan Ueuado y
tan justamente for9ado?
Ful. — O hi de puta, y qué diuinidad para
dar gloria! no basta loco, sino herege?
Flor. — Dizes algo, Fulminato? calla, calla,
dexa hablar a Lydorio. Di, di, no enmudezcas:
que yo sé, Lydorio, que mi mucha justicia ha
puesto freno a tus demasías y silencio a tus
reproches, y enmudesciiniento á tus argumen-
taciones. Confiessa, confiessa conmigo la po-
tencia de mi señora. Y pues con tus consejos
sabes que no as de ganar tierra en lo que, yo
acertando, tienes tú por error, prudencia será
hazer de la necessidad virtud y de los morales
consejos venir a los actuales hechos.
Li/d. — Qué es, señor, lo que me mandas,
que lo haré, pues que ansi quieres?
Flor. — Quiero que, como libre tú de tal
passion, busques algún vado por donde a mi
tormento pueda venir aliuio.
Ful. — Cómo, señor, que vna sola muger ha
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
161
de bastar a darte pena? calla por Dios, que
afrentas a los que tu pan mantiene. Descreo
de quantos en Dios no creen y a ti no an te-
mor, si no me as dado más pena que en man-
darme hazer piezas. Auisen me quién ella es y
giiienme a su casa, que aunque pese a todo el
mundo, te la traygo a la cama; y dame licen-
cia yre a tomar algunas armas; y si aun en
esto ay tardanza, muéstrenme su casa, y co-
mienza me a esperar con ella de la mano, y
veamos si abrá quien diga a Fulminato blanco
as el ojo, sino tú, que huyes de conoscer a
quien tengas en tu casa.
Flor. — O, cómo es otra cosa el hablar a sai-
no de la experiencia en los peligros!
Ful. — Y pones duda en mi palabra?
Flor. — Quiero que no hables lo que deroga
al poder de mi señora Belisea.
Fel. — No te marauilles, señor: porque su es-
fuerzo le haze a Fulminato sobresalido en al-
gunas cosas. Y el camino más sin rodeos para
que de tu descanso le ganemos todos, es que tú,
señor, escriuas de tu mano, declarando a tu se-
ñora tu pena: porque por ventura tú penas por
ella, y ella o no lo sabe o no te conosce: que
yo te juro, a pena de mentiroso, que si ella sabe
quien tú eres y sabe tu mal, y sabe ser ella la
causadora, que ella venga muy presto a lo bue-
no. Porque la muger es yesca muy dispuesta
adonde el tal fuego prenda, y preso no se apaga
tan ayna, porque no saben tener medio en el
amar, como tan poco en el aliorrescer. Y pues
I tú estas determinado de seguir tu voluntad, y
¡ tu voluntad es de amar a essa señora, ni los
i consejos de Lydorio virtuosos aqui quadran, ni
¡e. arriscado parescer de Fulminato es cumpli-
dero. Porque en aquello se deue poner el hom-
bre de honra, con que presuma no descaer de su
estima, no saliendo con su intento. Y aunque
el camino de mensajerias que yo digo parezca
en sí más largo, pero si Dios pone la mano,
snele ser muy breue, porque a quien Dios quie-
re ayudar, la casa le sane.
Flor. — O, cómo as acertado! bien paresce
que tú ayas visto el inspirante rostro de mi se-
fl ñora, pues de ella te fue infundido tal consejo.
Y Fel. — Infundí por ay: qué spiritu sancto
t i para embiar inspiraciones! nunca el diablo le
i sacará de dezir heregias y de adorar por Dios
vna muger.
ti Flor. — Qué dices de merescer?
pl Fel. — Trastroca me essas razones. Digo, se-
1 ñor, que el merescer de tu señora no se deue
I ansi tratar.
Flor. — De su merescer hablas, y tan a so-
brepeyne? Y cómo no miras que hai)lando de
jini señora se an de premeditar las palabras y ser
muy de peso las razones? Y quien osará mirar
jSu rostro sin quedar conuertido en nueuo ser?
ORÍGENES DE L.\ NOVELA. — III.— II
Fel. — En ser de asno.
Flor. — Quién pensará merescer el menor de
sus fauores? quién sabrá estimar su gracia? su
compostura, su gentileza, su donayre, su sem-
blante ayrado, su alegría, su grauedad, su ho-
nestidad, su poder, su proeza de sangre?
Lyd. — Tú, Felisino, le has metido en cosa
que no tendrá fin.
Ful. — Por mucho hablar mucho errar. El
diablo te hizo tan reagudo, pues por tu causa
no cesssara oy de loar vna muger: que solo con
el buen vestido le ha visto buen parescer, que
también le tiene vn palo atauiado, pues dizen
dame vestido y darte he vellido. Pues lóela
quanto se pagare: que al fin es muger, y por
menos perfecta fue hecha para el hombre, como
la silla para el cauallo.
Fel. — Calla calla, que yo lo soldaré: que él
ni oye ni entiende, y tengo por mí que ya no
sabe si estamos aqui. A, señor, cata que en la
tardanza suele auer peligro en cosas que están
en fauor de fortuna, y que quien pas?a punto
que passa mundo; escriue luego y no dilates tu
salud.
Flor. — Bien dizes, den me aparejo y queda-
te tú que la llenes.
Ful. — Como esso cierto es lo que yo busca-
ua: v di te el consejo y aun quieres me el pe-
llejo?
Flor. — Qué dizes? que hablays muy baxo o
yo estoy sordo.
Fel. — Digo que a no ser yo allá tan conosci-
do, que holgaria de lleualla. Pero si como co-
noscido en aquella casa, y sospechoso con mis
entradas y salidas, me piden qué quiero? a no
dar tal respuesta, tus hechos van en plaza: y
será la primera en piedra, y lo segundo, va mi
vida jugada.
Lyd. — Ay te esperaua; y aun tienes rason de
querer viuir.
Flor. — Qué dizes, Lydorio, qué te paresce
a ti?
Lyd. — Que Felisino da bastante razón en su
escusa.
Flor. — Pues vaya Fulminato, porque no
diga que no me siruo de su persona.
Ful. — Esso seria yr yo por carne al ham-
briento león.
Flor. — Qué dizes de león?
Ful. — Que me voy a armar mientras escri-
ues y sea presto; porque yo á los de Lucendo
no les huyre mas el rostro que a los cazadores
el animoso y real león. Y aun sepas que si allá
me tuercen ojo, que aure de hazer de las niias:
porque no me sufre el corazón, ni es en mi ma-
no desenuaynar sobre colera despierta, sin man-
char la espada en sangre.
Lyd. — Señor, no hagas mensajero sino de
quien no aya sospecha, y a quien no le sea inju-
162
orígenes de la novela
ria una mala respuesta. Polytes, como sabes,
es paje callado j cuerdo y hombrezito para
todo cobro, y también ya él tiene noticia de
aquella casa.
Fel. —Y aun cómo ansi? que pocas vezes
que falte en casa le hallarán sino por allá.
Flor. — Poes salios fuera, y embiadme le a
mi recamara luego; y no me entre negocio nin-
guno.
Ful. — Allá quedaras. Oy, Felisino, conte-
mos este dia con piedra blanca; y digamos que
oy nascimos, y con dicha.
Fel. — Qué, también guardas el stylo de los
antiguos, que los dias prósperos contauan con
piedras blancas, y aquellos solos dezian que
auian viuido; y los de mal successo, con piedras
negras, y aquellos hallauan auer muerto?
Ful. — A la fe no en balde he estado yo en
Córdoba, y hallé madre en Carmona, y me lla-
man Fulminato. Oy en día seruir de pelillo,
buena parola, facto ninguno.
Fel. — Tú eres el que yo buscaua, que oy
mis buenas cautelas me hizieron nascer.
Ful. — Buena cosa es la conformidad de las
voluntades en los que conforman en la librea:
porque la paz entre nosotros, y la guerra con la
hazienda de nuestramo, y al señor oy en dia
pelo y pelón, y vnguento en los caxcos.
Fel. — Y aun esso es lo más seguro para pe-
lechar, en especial que oy la justicia con quien
no tiene pluma juega a luego pagar.
Li/cl. — Ea, concluyd las consejas y buscad a
Polytes.
Ful, — Vamos, Felisino, abaxo, que he alli
al paje. A, hermano Polytes, Floriano te llama
de priessa.
Pol. — Alguna parlería de mastresala ten-
dremos: allá voy, que si no hay testigos, ne-
gar y anisar para otro dia, y entro en nombre
de Dios.
ARGUMENTO DE LA SCENA II
Salidas al jardín Belisea y .lustina su donzella, solazando Jus-
tina a Belisea, entra Polytes con la carta de Floriano. La
qual por fauor de la Juslina dexando, se \a con buena espe-
ranza que le pone .Justina. Y Justina lee la carta a Belisea.
aunque contra su voluntad.
Belisea, Justina, Polytes.
[Bel.]. — Descendamos, Justina, vn rato al
cenadero, ya pues va cayendo la siesta; pues
agora es el proprio tiempo de gozar de su fres-
cura, y del armonía de las auezitas, que en su
possibilidad alaban al Criador.
Just. — Por mi vida que huelgo en extremo
de verte de tal parescer; porque me paresce que
ha mili años que allá no baxé, y gozanlo los pa-
jes a su proposito. Y aun para mi santiguada,
que si en mi mano estuuiesse, que más me
hallarían entre los claueles y frutales del que
no como tú estás tras treynta puertas pudiendo
gozarlo.
Bel. — Donosa, guarda barias tú de la fruta.
Just. — Cómo no nos hemos de ver en esso,
passando por ello? Torno a dezir que me es-
panto de tu poco salir a te solazar, en especial
pues tienes padre que todo lo haurá en dicha.
No sé cómo ansi eres tan differente en condi-
ción a todas las mugeres, mayormente señoras
y donzellas: no lo haurian conmigo ansi, que
más amiga me hizo Dios de soltura y libertad.
Bel. — Y aun ay verás qué pocas vezes ay
dos coracones humanos en todo concordes:
porque si essa es tu condición y de todas las
mugeres, la mia es muy contraria. Porque no
me da plazer sino el recogimiento. Y en tanto
me aplaze esto, que no sólo la mala conuersa-
cion me es aborrescible, pero aun la buena me
es molesta, por sólo no quadrar con mi volun-
tad. Y también más ayua se pierde Dios entre
las gentes, y se halla en la fuga y apartamiento
del jnuudo. Y por esso haze ventaja la vida
contemplatiua, que lo ha con Dios, a la actiua,
que lo ha con las gentes, aunque por Dios.
Just. — Bien estoy en esso, pero todavía
tengo por mí que si en esso que tú quieres, que
es la soledad, f uesses contradicha y te mandas-
sen no salir, que lo desseasses; empero porque
está en tu querer, por tanto no te da pena el
no te solazar; y si te priuassen dello, lo busca-
rlas de rincón en rincón. Porque la priuacion
de vna cosa incita el apetito a ella, mayormen-
te en las hembras, y muy más en las encerra-
das doncellas. Porque ansi como se les vieda
más, ansi dessean más. Y por lo contrario
aquello que de fácil se nos concede, de fácil lo
dexamos perder, y auido, lo tenemos tan en
menos, quanto menos nos cueí>ta. Y que sea
esto ansi, mira lo en el baxar deste jardin; que
tú que puedes cada rato, nunca baxas a él, e
yo que no se me concede, siempre querría hallar-
me en él.
Bel. — Por manera que según tu sentencia
la falta de la libertad abre camino al peccado y
es occasion al mal. Por donde, a ser lo que
dizes ansi como aprueuas, hierran los zelosos
padres en priuar de muchas libertades a las ,
recogidas doncellas, las quales, libertadas on
aquello, podrían perder la honra y la honesti-
dad con lo demás. Pues la donzella, sin estas
dos cosas, deuiera ser antes enterrada que nas-
cida. Y la quiebra de la hembra no es como la
del varón, porque ella cayendo en este desliza-
dero, o se leuanta tarde, o pocas vezes, o nunca.
E dado que se leuanta, jamas le falta vn sino
en la honra y vna promptitud al i-etorno del i
vicio; lo que al varón, por ser más libre de su
condición natural, no le queda señal de auer
caydo. Y aun lo que más es, que muchas vezes
a ellos les da honra el mundo en hazcr cosas
en que la triste de la nuii,'iT jamas dexa de jior-
derla. Por manera que, pu<'S tanto inconuenien-
te y tan abierto ]ieligro y tan notorio y gran
daño se le siga a la muger de la libertad, mira
(|uán sin razón va fundada tu líizon.
Just. — Lo dicho por muy bien dicho loando;
digo, como de primero, que el vedarnos vna
cosa nos jione a la auer más cobdicia; porque
muchas cosas, a no se nos vedar, no las trae-
ríamos a la memoria, y, vedadas, nos perde-
mos j>or ellas. La causa dest<"> denla los letra-
dos, que yo antes lo probaré con exemplos que
con razones.
BeL — Dame vna.
Just. — ]\rira lo que Faustina hizo por la
llaue, y aun lo que más es, lo que hizo Eua
con solo vn árbol que Dios le prohibió, pos-
puestos todos los del parayso que Dios les con-
cedió comer; y ansi concluyo mi intento.
Bel. — Bien me huelgo que sepas tales exem-
plos, y determino de no tratar contigo más en
esta materia, pues te veo tan del vando de los
hombres contra las mugeres. Y pues baxamos
a nos sola/.ar, holguémonos.
Jnst. — Sea como mandares; ]iero no pode-
mos hablando la verdad) negar que los extre-
mos más vanderizan en las mugeres que no en
los hombres, y aun que a ellos les hemos de
afirmar y defender lo contrario ]tor nuestro
abono. Y en lo demás, mira si mandas que lla-
me las donzellas para que te den plazer.
Bel. — No quiero sino que me cantes alguna
cosa, porque me cae muy en gracia tu voz, y
para mí no ay otro semejante solaz mundano
que oyr música.
Just. — Auia de ser de buena garganta.
Bel. — Con la tuya me contento ]ior el pre-
sente, y no lo vendas más caro, pues hazien-
do lo que te ruego libcralmente ganas gra-
I cías.
I Just. — Aunque en ello no }iienso sacar va-
' nagloria, quiero dezir vno que me viene a la
• memoria, pues que i)idiendo la cosa de presto
"1 'ligas te a suplir todas las quiebras.
Bel. — Di, que a todo me offrezco.
CASCIOK DIRIGIDA A BELISEA, MUY CONFIADA
EX 80 BONDAD
Just. En la l.icha del amor
nadie viua descuidado,
pues al muy más confiado
suele tratar muy peor.
Bel. — O, cómo es cosa sentida, y buena, y
iiueua, y bien sonada; di, di más si sabes,
i Just. — Ya pensé que con esto te enhadaras;
COMEDIA LLAMADA FLORINEA 163
pero pues ansí mandas diré la buelta de la can-
ción:
Sólo sale victorioso
quien con él no se ha tomado
y el que es del más oluidado
se llame vanaglorioso;
Mas al cabo es muy mejor
nadie viuir descuidado,
pues al muy más esfon/ado
suele llagar muy peor.
Pol. — O, qué buena oportunidad! abierto
está, y no ay quien me impida el paso. En nom-
bre de Dios entro con el pie derecho.
Bel. — O, cómo me pesa que acabaste, que la
buelta fue aun mejor. Acuérdate que me des
essa letra, que la quiero aprender. Pero mira
que viene no sé quién: ve, mándalo salir, y ha-
rás al jardinero poner mejor cobro en la puerta.
Just. — Señora, vn paje es; ya pues nos a
visto, y el vee que le hemos visto, sepamos qué
quiere. Porque o yo naal conozco, o él es de
Floriano, aquel cauallero de gran estima que
por tu seruicio ha hecho grandes gastos y fiestas
y cursa mucho la calle.
Bel. — Ay ay, no quiero saber qué busca, sa-
bido oviyo es, y tú sepas que recibo pena en
verle.
Jiist. — No seas agora tan estraña de condi-
ción, ])ues la tienes tan buena. Porqué quieres
ansi asconderte del mundo? mira que te dio
Dios muchas causas para te mostrar, e ya que
te recates, no de vn paje, con quien no quadra
en ti la sospecha.
Bel. — Buena estaria la honra de la mujer si
sólo guardasse su honra de las manifiestas sos-
}iechas y los notorios daños de su bondad.
Just. — En cosa de bondad no alterco conti-
go, pues tengo clara tu victoria.
Pol. — Por Dios, bien me ha succedido, que
he alli a Belisea y a Justina. Esta negra carta
no sé cómo la de: pues hazer del no conoseido,
es por de más, pues aun de los perros desta
calle lo soy. Ya quiero a Dios y a ventura lle-
gar, pues a los osados fauoresce la fortuna. Y
quien no se auentura, no nauega. Allá llego,
que como viere que me hablan yre respon-
diendo.
Just. — A, el galán, qué buscays por la
huerta?
/-•o/.— -Quiero hazer del bobo sobre sello, y
hablar como quien no conosce. Señora hermo-
sa, entré con sólo intento de ver esta frescura;
pero los ojos occupados en la vuestra, se olvi-
dan de mirar otra cosa.
Just. — Qué te paresce, mi señora?
Bel. — Todas las cosas nueuas aplazen: pero
(Icxale dar más de si, y veremos qué tal sea;
[lorque al primer razonar no es conoseido vn
hombre.
164
orígenes de la novela
Just. — Pues alégrate, que el solaz tenemos
eu las manos, y verás cómo por te dar alegría
uie tengo de requebrar con él. Dezidme, pues,
con cuya licencia eutrays en lo ajeno?
Pol. — Señora hermosa, al principio tomé la
licencia de la puerta, que hallé abierta; pero
agora tomándola de vos, pido la enmienda de
mi excesso, aunque a la verdad tal no acertar
como el mió presente, notorio acertamiento es,
y tal pérdida mia sera contada por auentajada
ganancia, y muy venturosa fortuna.
Just. — Luego ganancia y acertamiento lla-
mas el venir por yerro tuyo y ventura nuestra
a ponerte en manos de quien te tome la prenda?
Pol. — En ser prendado tuyo me contaré por
bienandante, mayormente si con verme tú tal
mirasses en tratar bien la prenda que ya tienes
en tu poder.
Bel. — Y qué prenda es? que yo te la haré
tornar.
Pol. — Por tu piadosa bondad te beso pies y
manos, que gran confianza a puesto essa res-
puesta a mi desconfiada venida.
Just, — Bien me paresce, señora, que por sola
su confession se le puede pedir el daño que otras
veces haurá hecho en lo ajeno.
Pol. — Antes de agora he sido yo prendado
y aun por entero preso de vuestra hermosura;
pero nunca tune ventura de ponerme en vues-
tras manos hasta este punto, adonde vuestra
lindeza puede como en cosa propria aproue-
charse del despojo del sentenciado de vuestro
poder.
Bel. — Ándate, Justina, a essas, y ganarte
as ser motejada de fea; valierate más no auer
hablado, para no auer errado, y tras el yerro
llenar el pago que merescio tu locura. Baste,
pues, ya lo hablado, y tú, hermano, vete con
Dios.
Pol. — La majestad de vuestra presencia
pone pasmo en mi torpe lengua y temor en mi
atreuimiento a os pedir vna merced.
Just. — Di lo que querrás, que pues tanto
eres mió, soy obligada a te fauorescer ante mi
señora.
Pol. — Con tal esfuerco tomando osadia, te
suplico tomes essa carta.
Bel. — Bien creo que ni tu mensaje me sei'á
vtil ni tus passos te dexarán de acarrear algún
castigo a ti y a otros exemplo. Quítamelo de-
lante, Justina, que ya yo me adeuinaua lo que
podria ser, y harás poner mejor cobro en la
puerta, que el jardinero no quedará sin su me-
rescido. Anda, heraiano, vete de mi presencia,
que en saber cuyo eres adeuino tus costumbres,
y en saber cuyo eres sospecho quien te embia,
y en saber cuyo eres entiendo cuya sera la car-
ta, y en saber cuya ella sea, sé que busca de mi
enojo su daño y tu perdición por mensajero;
dado que diz que los mensajeros no merescen
culpa, pero en tales casos no ay quien les es-
cuse. Cata que no seas tú el Vrias Hetheo. Y
dirasle por respuesta del mensaje, que no ojre
a esse atreuido de cauallero; que se precie de
traer con otras tales tratos, y que conmigo
procure todo desuio, porque ni mi honra con él
gana ni mi honestidad se satisfaze con sus
embaxadas,
Pol. — Por qué tu magnifica nobleza condena
mi innocencia antes de oyr mi justicia?
Bel. — Sea el oyrte que no parezcas más de-
lante mí.
Just. — Ay, mi señora, no te muestres furio-
sa hasta saber el por qué. Cata que como la
honestidad de la donzella padesce detrimento
y peligra entre los hombres, ansi la nobleza
corre riesgo y aun se pierde con la furia. Y aun
el demasiado sentimiento tuyo pone sospecha
de tu bondad y limpieza y casto sentimiento
delante de quien no te conozca muy bien. Y
nunca condenes sin oyr las partes, para no te-
ner de qué presto te arrepentir con el tan de
improuiso te determinar. Veamos la carta, y
vista, verás qué tanto ayas de soltar la rienda
al enojo: aunque a tu nobleza y estado de per-
sona en pocos tiempos y en ninguna sazón pa-
resce bien el tan apitonado y furioso Ímpetu.
Cuya es la carta, gentil hombre? y perded todo
temor.
Pol. — Qué atauio para perdelle! quiero em-
pero soldarlo como pudiere. Hermosa, he visto
la ira de essa señora contra mi innocencia, la
qual con la culpa que en mí publica su pena
me añade temor de offender a ouien se deue
todo seruicio. La carta es ésta, y es de vn
preso.
Bel. — Ni sé qué pueda preso (cosa no dne-
cha) pedirme, ni puedo no recatarme del anzue-
lo encubierto en tus reposadas razones. Y por-
que no tengo por oro todo lo que en tu muestra
reluze, ve con Dios.
Just. — Pues yo tomo, señora, la carta a todo
mi risgo, y tú ve con Dios, que a la primera
vista te daré respuesta: en que descargaré la i
tempestad, que quÍ9a se resoluera toda en solos j
truenos. i
Pol. — Con vuestro fauor yendome lleno bue-i
na nueua a Floriano, y triste para este njij
vuestro coraron. '
.Just. — Anda, harás lo que digo, y tú perse-
uera, pues la perseuerancia gana la corona del
vencimiento en la pelea.
Pol. — Los angeles qneden en tu compañiaj
pues yo no puedo yr sin la tuya en mi memo-I
ria. Esto queda aun razonable para primera au-
diencia. Agora, loando a Dios por mi ganan j
cia, me voy, pensando cómo satisfazer a Flol
riano para ganar albricias: aunque a la verdac;
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
165
más las dcuo yo que no él de lo que queda tra-
mado.
Bel. - Qué hablauas con aquel al despedirlo?
i/msí. — Hinchele de '-iento por cumplimiento
de buena crianza.
Bel. — De tales comedimientos es libre la
donzella, sin caer en caso de malacrianza: por-
que burlando ni de veras la donzella con nin-
gún hombre en tales coloquios gana honra si no
f.'S su marido, y aun ha de ser puesta en su po-
der. Porque el hilo de la honra es más delgado
que el de Portugal con que tú labras, y guarda-
te de todo hombre te torno a dezir.
Just. — De hombre bien dizes; pero este es
muchacho.
Bel. — De essa manera, hombre llamarás tú
a mi señor, que está ya en lo más alto de la
edad, quando a vn mancebo tan grande como
su padre, y tan astuto como mercader, y más
hablado que relator llamas muchacho. Pues án-
date, Justina, a esso con tus buenas entrañas,
y hallarte as burlada. Cata que dize el vulgar
dicho: que de los necios, los infiernos; y de los
perezosos, los hospitales: y de las mugeres mal
anisadas y menos remiradas, se pueblan los
públicos burdeles.
.7i/sí.~Mas vao; y si supiera la verdad, cómo
le mande perseuerar?
Bel. — Qué dizes de perseuerar? y mira que
con persona particular hablar entre dientes es
especie y señal de traycion.
Just. — De tal me guarde Dios; sólo dixe
que el perseuerar en los malos propuestos aca-
rrea los daños contados: que agora, loado Dios,
a saluo está quien repica. Y dexando esto, lea-
mos la carta, y no te me encojas, que por vida
de mi señor y tu padre Lucendo, que ya que
yo la lea, que la tienes tú de oyr, porque quioa
fturá en ella con qué riamos.
Bel. — Malas coxquillas de burla son las que
lo han con la honra y honestidad, pero haz
como quisieres, que dos oydos tengo: vno para
abrirle al oyrla, y otro para cerrarle al consen-
timiento en no aceptarla,
Jufit. — Pues oye qué dize el sobrescrito.
CAUTA DE FLORIANO A BELISKA
A la muy suprema en todo merescimiento.
tan libre señora de su querer quanto yo captiuo
de su beldad, mi señora Belisea.
Si el affligido coracon que me dio osadia para
os publicar mi intolerable tormento, causado
por vuestro libre poderir, me diera fuercas para
poder llenar con sufrimiento mi tan grane
pena, nunca con la presente osara molestaros,
no meresciendo de vos aun audiencia para mi
libertad. Pero a vuestra clemencia pido que se
apiade y fuerce a vos mesma a leer ésta, en
parte declaratiua de la graue pena que por vos
este vuestro Floriano siente. Y aunque mucho
pido, pero suplico os por la respuesta; y sea si
mandítys, que vuestra mano me dé, en castigo
de mi loco atreuimiento, la accelerada muerte o
algún aliuio a mi padescer. Y si deliberays, seño-
ra mia, que yo pene y viua ))ara que en mí exe-
cuteys con saña vuestra justicia, mostrando en
mí vuestro poder, con el mesmo poder me dad
el ])oderlo ya sufrir: que soy contento de os
contentar, pues por vuestra voluntad vino,
vuestro querer me sustenta y mi vida pende
de vuestras manos. Las quales humildemente
besando, quedo por vuestro cautiuo, Floriano.
Bel. — Bien era yo adeuina de lo que podria
dezir carta tan loca.
./i<sí.— Antes me paresce que es para tornar
a leer, pues aqui poco menos que por diosa te
confiessa.
Bel. — Ay, dexame de essas vaziedades, que
me llamas la ira, que aun no querría tomar por
cosa tan sin ningún tino ni ser, ni entidad, ni
concierto. Vamos, vamos arriba, que ya el sol
nos ha priuado por oy de sus rayos, demostrán-
donos las estrellas.
Just. — Dexadas essas metaphoras, vamos
donde mandares.
Bel. — Cierra essa puerta, y dad me la mano
a esta escalera, y subamos.
ARGUMENTO DE LA SCENA II í
Kn (|uo Lydorio liaze gran sentimiento por la perdición de Flo-
riano. Fulminato y Felisino se liazen a vna para poder me-
drar. '1 racta de Ueuar Fulminato a Felisino en casa de Mar-
celia, l'olytes (la a Floriano respuesta de su carta, y dale vti
collar de oro para Justina y un jubón de brocado con sus cal-
chas al Polyte.s, y tórnale a dar otra carta para su señora Be-
lisea.
LvDORio, Felisino, Fulminato, Polvteb,
Floriaxo.
[Z/;/r/.] — O alto y sapientissimo Dios, qu('
profundos son tus secretos juyzios! O quánta
lastima es ver perder tan a vela suelta vn tal
cauallero, mancebo y dotado de tantas gracias
y poder mundano! Grande daño es este, si el
saber diuino no saca algún mayor bien deste
grande mal: pues que a Dios es ligera cosa sa-
car buenos fines de malos principios y peores
medios. Pero en tanto que Dios lo remedia, diie-
lome con lo que veo, pues no le basta dexar su
estado y su naturaleza, pero que a bueltas de
todo oluide a sí mesmo por sola vna mu-
ger. No en vano dixo Adán, vista la muger:
que por ella dexaria el hombre el padre y la
madre. Pues i)or otra parte veo el desassossiego
de toda la casa, y la perdición de la hazienda,
y con esto ardo entre dos fuegos. Porque acon-
sejar a Floriano es pensar de poner luzio el
u
166
orígenes de la novela
adobe lañándole. Pnes segnir tras sn qnerer,
no hago lo que deno a la lealtad que a sus pa-
dres di. Los de casa a todos les paresce que la
hazienda de Floriano les es común: lo vno malo
y lo otro peor; de manera que con lo quo Pedro
sana, Maria enferma. Porque con lo que Flo-
riano ha de satisfazer a suappetito, él pierde el
alma lo principal, pierde la honra, la vida en
condiciones, el patrimonio se disminuye, la ha-
zienda anda en manos de enemigos de su due-
ño y amigos de ella; porque quanto menos
guarda ay en la casa y en la hazienda, tanto los
criados oluidan de la fidelidad y cobran del sa-
ber de lo ajeno. Porque el aguijero llama al
ladrón, y la occasion corabida al pecado.
Fel. — Ansi que, hermano Fulminato, ya me
haurás bien entendido y tendrás bien ojeado
el camino para nuestra medra.
Ful. — Calla ya, que descreo de la vida de los
condenados si de plazer de nuestra conformi-
dad para el descorchar de la colmena no estoy
como fuera de mí, pues más quatro manos que
dos lleuan y pueden.
Lyd. — En lo que estamos, benedicamos. Esto
es lo que yo lloro: porque si a Floriano lo aui-
80, tendrá me más por enemigo que por fiel.
Fel. — Pues aun tú no pienses que lo sabes
todo: porque para ruindades, gran prouecho me
hizo ser vn año estudiante y otro mo90 de cura.
Ful. — Pues calla, que creo que todo nos será
menester tu sciencia y la mia: porque Lydorio es
sabio y virtuoso y leal, y antiguo criado de casa;
y con saber todos los rincones della, si nos
huele, nos tiene de hazer daño para nuestro
pellechar.
Fel. — Para esso guardalle los passos, y el
uno sobarcado y el otro en vela. Porque si un
hombre apercebido vale más que dos descuida-
dos, sí que más valdremos y más podremos y
más haremos dos recatados que vno seguro.
Lyd. — Pues allá os espero al freir de los
ajos.
-f^w/. — Pues vamos a ver a nnestramo y
aseguremos el campo, desmintiendo espías. Y
aun también, si Floriano quiere, le daré en las
manos vna muger que, pagándoselo, le trae-
rá a su amiga a las vñas, por más encerra-
da y guardada que esté. Y aun dello me cabria
mi ganancia, si la fortuna endere^asse bien.
Fel. — Dime, dime, qué, tienes nido?
Ful. — Mas vao. Y cómo ouiera yo escapado
del inuierno sin algún hogar? y tú, tan bisoñe
eres que te mantiene sola vista?
Fel. — Pues qué quieres? que harto 9anqueo
y ando y rodeo, pero no hallo cosa de asiento.
Ful.—Ax\\\ no tan mal si hazes como el cu-
clillo en ajeno nido; pero encomiéndate a mí
ai quieres, y duerme seguro. Pero ó descreo de
los recabitas y si no creo que nos ha oydo todo
quanto hablamos Lydorio, que veslo está en el
corredor.
Fel. — No haurá; pero si ouiere, hecho es:
haga como se pagare.
Ful. — ]Sío eres anisado en esso: antes agora
le halaguemos a sobrepeyne, porque la pruden-
cia muchos males y daños preuiene.
Lyd. — A, Fulminato.
Ful. — Quién me llama?
Lyd. — Busca al paje Polytes y sube acá.
Ful. — El que llega acaso, que aguardó que le
mentasen.
Pol. — Qué se trataua de mí?
Lyd. — Sube presto. Adonde andas al cabo
de vn hora que pide Floriano por ti, que no ay
quien te saque de rastro?
Fel. — No ay ygual trabajo, sin penar y mo-
rir, que es esperar.
Ful. — Y aun por esso dizen, y bien, que
quien espera desespera.
Fel. — Señor Lydorio, lleguemos á la puerta
todos, pues no es traycion escuchar, sabiendo
lo que se ha de platicar de los que hablan.
Lyd. — Escuchad, pues que tañen.
Ful. — Y aun qué negro de bien. Que si él
tanto sintiesse de mugeres y supiesse tanto de
ser enamorado como de la música sabe, él se
guardaría más dellas, y las tendría en lo que se
deuen tener, y aun acortaría su pena.
Lyd. — Calla, dexa esso, que cada vno haze
según es y según con quien lo ha. Y escucha,
que comienza a cantar.
GLOSA DEL MOTE «QUIEN ESPERA DESESPERA»
Flor. Mi pena manda que muera;
dame aliuio mi esperanza;
para que mi querer quiera
esperar, venga de fuera
nueua de mi buena andanza.
Y ansi con tal diuisíon
mi morir se suspendiera
esperando redempcion,
por do con justa occasion
quien espera desespera.
Lyd.— Qué te paresce. Fulminato, qué vida
ha dado al refrán que tú alegaste poco ha, que
no paresce sino que adeuinó auer le tú dicho a
su proposito?
Fel. — La capa diera por la glosa.
Ful. — Calla, que en disposición está que no
parará en sola vna copla, pues dizen que quien
haze vn cesto, hará ciento.
Pol. — A, señor, mira que te aguardo con
la respuesta de la carta que llené á tu señora
Belisea.
Flor. — O nombre de toda suauídad, que en,
lo oyendo viuificó mis ya muertos sentidoslj
Dime, dime, mí querido y secretario de mí bien.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
167
ha mucho que eres venido y rae aguardas? para
que yo me castigue de mi tardanza en te oyr
tal nombre.
Pol. — Señor, porque tengo pocas palal)ras:
aunque passaron y precedieron a la respuesta
muy duros empellones y gran peligro de mi
vida; pero con el faiior de vna su donzella, to-
davía le dexé tu carta. Y sabe que si no fuera
por aquella donzella no ei-a possible ni yo pa-
rar ante su furioso y honesto sentimiento, l'ero
todavía si a la donzella no la afloxu taita de
gualardon, me mandó tornar por respuesta.
Flor. — Gualardon? para tan gran beneficio
no le ay; pero llenar le as mañana de la picga
de altibaxo azetnni, que saqué paia las fiestas
passadas, diez varas para vna ropa, rendiendo-
le de mi parte las gracias por lo hecho, y co-
noscimientos grandes para gratificar lo por ve-
nir como yo pudiere.
Lyd. — Ansi, ansi, que por esse camino ha-
urá de yr esso, y lo al todo con el diablo, pues
se gasta en su sernicio.
Pol. — Señor, no podre llenar le tanto bulto
sin ser visto y aun descubierto, en que no ay
poco peligro.
Flor. — Muy bien dizes; pues llenar le as el
collar de los esmaltes morisco, que yo algunas
vezes traygo.
Ful. — O, descreo del que de Dios desconfia
con tal desmallar; no se hizo él con cien caste-
llanos. Ya ya no es de sufrir esto, que por ser
yo negligente, me he perdido este lan^e, que me
sacara de lazeria.
Fel. — Calla, no gruñas tanto, que te oyran.
Ful. — O, pesar de quien te cosió la ropa, y
cosa es de callar ésta?
Flor. — Agora pues me di: con qué sem-
blante te recibió por mió?
Pol. — Con vn tan gracioso enojarse, que por
ver la claridad que su rostro enojado mostra-
ua, y sus ojos resplandecientes llenos de rayos
de amor, holgaras de verla enojada.
Flor. — Pues que confianza me das?
Pol, — Mandóme que no paresciesse ante
ella.
Flor. — O sin ventura Floriano: para qué
nasciste en esta vida, acompañado de tanto
atreuimiento y desnudo de algún merescer?
Pero qué digo? que bástame a mi que sepa ya
mi señora sepultarse mi coracon en tormentos
por ella, para que me sea muy grande precio
de mis trabajos. Pero dime, dime, mi Polytes,
dónde la viste? con quién estaña? qué hazia?
qué semblante mostraua oyendo mi nombre?
Pol. — O, pesar de la vida con tal interroga-
torio: aun creo que me haurá de coger en pala-
bras,
i^/or.— Dime. dime, pues, algo.
Pol, — Digo que para primera entrada que
está ganado mucho, si no perdemos aquella
donzella suya. Y ansi me profiero que licuán-
dole el collar, te traeré mañana respuesta de
otra carta, si luego me la dieres, aunque es
tarde.
Flor. — A mucho te offresces; pero al fin ha-
zeslo por mí, que te lo he de agradescer, Dios
queriendo. Y luego escribo: ve tú y llámame al
camarero, y tú toma cuidado de salir con tu
promessa.
Pol. — Quien tiene el cuidado andará el ca-
mino. X, señor Lydorio, ya oyste como te lla-
ma Floriano,
Lyd. — Agora lo oyó y entro.
Ful. — Ola vos, don muchacho, maestro ha-
ureys de salir desta buelta. Pues guardaos de
tomar los grados del magisterio sobre el scalo-
ra con vn a9umbre de miel y la vestidura de vn
paxaro (^).
Pol. — Essas mercedes se dan a los tales co-
mo tú, que yo simo a mi señor. Y si más me
tratas ansi, sabralo Floriano: porque más es la
afrenta suya que no mia, que soy mandado y le
deud sernicio.
Ful. — Qué qué? Y cacareays en el caxcaron?
de Dios no descreo si no os despierno.
Fel. — Buelue acá, hermano Polytes, no des
enojo a Floriano.
Pol. — Que él ha de saber si se me ha de
atreuer vn rufián por yo hazer su mandado.
Ful. — Qué vavs gruñendo? espera.
Fel.^lPor Dios, llenas talle de medrar eno-
jando al que adora Floriano.
Ful. — Pues sólo esso me haze detener: aun-
que el pesar del collar yrá conmigo a la sepul-
tura .
Pol. — Brabear, panfarron.
Fel. — Qué dizes hermano? sea este nublado
agostizo, y calla, que todos somos compañeros.
Pol. — Ño lo quiere él conseruar.
Ful. — Y creo, hermano, que lo tomuuas de
veras?
Pol. — Pues cómo se auia de tomar, sino
como se dezia?
Ful. — Más palacio pense que auia en ti.
Fel. — Baste ya, que todo fue burla, y vamos
abaxo.
Pol. — Idos vosotros, que yo quiero esperar
al camarero.
Flor. — Estás ay, Lydorio?
Li/d. — Señor, sí, rato ha.
Flor. — Pues quiero que sepas mi alegría,
porque el gozo conmunicado cresce.
Lyd. — En todo recibo merced.
Flor. — Pues sabrás que mi señora, por fauor
de vna su donzella, después de sus enojos está
(O En el original paxo, por falta de la tilde propia de
la abreviatura.
Il
168
ORÍGENES DE LA NOVELA
aplacada, y le quedó mi carta allá qne me acon-
sejastes que le escriuiesse. E porque la donze-
11a no desmaye en me ayudar, con otra carta
que quiero escreuir a mi señora, lleuará Polytes
a la donzella el collar de los esmaltes moriscos,
y a él darle as el jubón de brocado bordado con
las cal9as qne saqué para estas fiestas E aun-
que no sea paga, será principio de lo que pien-
so darles. Porque la prueua del amor son las
obras, y el que recibe, cargase de obligación o
al pagar, o al seruir, o al ser desconocido.
Pol. — Bueno va esto; veamos cómo tercia el
camarero.
Lyd. — Señor, la liberalidad es anumerada
por virtud; pero quiere por compañera la tem-
perancia, para no ser prodigalidad, que es vicio.
Flor. — Cata, Lydorio, que para tachar vn
acto de suyo bueno muchas causas ha de auer.
Porque ni en dar yo esta miseria allego a lo
que a mí mesmo deuo, sin respecto a otro al-
guno, ni tú en defender esso vas fundado.
Li/d. — Bien sé que si de tu parte es de per-
mitir el magnifico dar, pues contigo han de
medrar los que te siruen. Pero bien sabes que
el copioso dar y sobrado recebir no merescido
suele acarrear desconocimiento e ingratitud a
Dios, y a las gentes vicio intolerable. E satis-
facion ni es de parte de la donzella el dar vna
carta por vn tal collar, ni de parte del paje
(aunque más meresce) el hauella llenado, para
lo demás. Porque con tales portes y por tan
poco camino muchos se hallarían por dichosos
mensajeros. Y también el premio al que afana,
suele se dar al fin de la jornada; porque siem-
pre vi: a dineros pagados, bra90S cansados.
Flor. — De mayor precio es mi contenta-
miento que toda la hazienda.
Lyd. — Ansí es.
Flor. — Pues luego dar yo quanto tengo es
muy poco a trueque de vn contentamiento tal:
porque la hazienda se ha de tomar como por
medio para ganar la holgan9a del spiritu. Y en
tal caso antes ouieras de aprobar el excesso en
el dar (aunque agora no le ay) que no la aua-
ricia en el retener; porque el mucho dar es vi-
gilia del mucho recebir, ya que a esto mires.
Quanto más que siempre se atiende a la lar-
gueza del que da y no a la condición del que
recibe.
Lyd. — Ansi dizen del franco Alexandro,
que dando vna ciudad a vn hombre baxo que
le pidió merced, y él quiso dársela, siendo re-
traydo del que la recibia por ser tan excessiuo
a él, diz que dixo el monarcha: Si para ti que
lo recibes es mucho, para mí que lo doy es muy
poco.
Flor. — Pues luego oye y aprueua y ponió
por obra, y haurás gualardon dequien te manda.
Po/. — Este diablo es el perro del ortolano.
Quiero atajar la plática escusada con mi pre-
sencia a mí prouechosa: porque viéndome de-
lante juegue a luego toma, e yo a luego daca; y
pues me dan la vaca, acudo con la soga. A, se-
ñor, el maestresala ha llegado dos vezes con
el manjar.
Flor, — Y es ya hora de comer?
Lyd. — Dadas eran las doze quando yo entré;
mira, señor, lo que haure estado contigo y ve-
rás qué hora sera.
Flor. — Pues por el relox que gouierna los
compases de mi vida, aun no es amanescido:
porque hasta que la luz de mi señora despida
las tinieblas de mi coraron, acompañadas de
mortal tristeza, jamas haurá dia para mí.
L^yd. — Cata, señor, que con esso tal matas a
ti, desconciertas tu casa y desasosiegas los tu-
yos; y si miras en ello, ni podras conseruar la
vida sin comer, y perdida la vida, pierdes tú
la esperanza del gozo de tu señora. E aun tu
señora no podra ni aliuiarte ni atormentarte,
porque si se ha de seruir de ti, ha de ser viuo,
porque muerto seruiras a la sepultura. Ansi
que trátate bien, si no por ti como tuyo, sea
por tu señora, cuyo te dizes ser. Pues que
quanto más la amares, has de amar y tractar
mejor sus cosas: pues dizen que quien bien
quiere a Beltran, bien quiere a su can.
Flor. — Por te ver tan del vando de mi se-
ñora, quiero hazer lo que me aconsejas, por
tratar bien las cosas de mi señora. E pues yo
suyo soy, por ella viuo, su amor me sustenta
el spiritu, traygan me de comer para el cuer-
po: y tú ve, da a Polytes lo que mandé, y en-
tiende en que me den de comer luego.
ARGUMENTO DE LA SCENA IIII
Fulminato lleua a Felisino en casa de Marceüa. Felisino les
promete vna cena por amor de la hija de Marcelia llamada
Liberia. Felisino no puede vencer a Liberia, aunque haie
Fulminato vn entremés para ello. Bueluense los dos a casa
de Floriano, quedando ellas en su casa.
Fulminato, Felisino, Marcelia, Liberia.
\_Ful.'] — Agora que, hermano, nos hallamos
desembarazados de ruyn compañia, te quiero
dezir algo de lo que me apuntaste en la sala,
adonde el lugar estoruó a tu desseo. E pues en
casa entienden en llenar el manjar, demos vn
arremetida y bolueremos a la ración de palacio.
Fel. — Y dónde yremos?
Ful. — A la cal nueua, adonde si algún dia
faltare en casa, me puedes hallar más cierto que
por las estaciones de la semana sancta, porque
las andan todos.
Fel. — Agora confirmaste el amistad que me
tenias en darme parte de tus cosas, pues que
entre los amigos el plazer y el pesar ha de ser
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
169
de por medio: vn sí en el sí y vn no en el no.
E pues voy con quien me entiende, precede v
guia.
Ful. — Tú sabrás como la fortuna, que fauo-
resce a los osados, rae dio uentura en ganar
trauacuenta con vna viuda de hasta treynta y
quatrn, que en aspecto está como de diez y
ocho. Esta no tiene en casa padre ni madre ni
can que la ladre, más de sola vna hija bonita y
harto muchacha, de diez y siete para menos: ésta
le sirue en casa de mo9a. y fuera de hija y au-
thorizada donzella. Y porque en todas las cosas
la esperiencia saca maestro, encaminemos (')
allá y verás mi buena posada, loando mi felice
ventura. E aun si yo puedo y tú te das maña,
tú hallarás allá presa y jugaremos dos á dos
mofando de los desnudos.
Fel. -En lo que de mí dizes te agradezco,
pero no te ofrezcas a más de lo que puedas en
casa ajena.
Ful.- Calla ya, no tengas essos escrúpulos:
a la prueua, buen amor, que verás que en su
casa, donde yo asomo con la voluntad, luego lo
acompaña la obra, y donde yo pongo el pie
pone ella los ojos para contentarme. Que no
pienses que estoy tan de emprestado, que voto
a la casa de ]Mecha, que no faltan sino las pala-
bras y bendiciones para pacífico matrimonio.
Pero de esto, guarda fuera: horro Mahonia.
Fel. — Cata, Fulminato, que estos amores
tan fundados suelen ser muy costosos.
Ful. — Ya te entiendo. A la fe, vna vez en la
semana, como viernes, y aun entonces de priesa,
y aun que lo tenga por fiesta: porque si andays
a su contento, son insaciables.
Fel. — Por la bendición de mi padre que eres
marcado: mira cómo me entendió! que no digo
que son costosos sino de parte del dar.
Ful. — Ya, ya, dar o qué? Ansi se puede se-
car esperando que se me caya blanca de la bol-
sa, que tras un quarto doy quatro ñudos. An-
tes sabrás que ha de pitar con ruegos y dineros
si quiere tablaje.
Fel. — Toda via te digo que si recibes auras
de dar; porque dizen: manos que no dades, qué
esperades? y el amor quiere liberalidad; y no
me hagas entender que tú solo tengas las cu-
bas llenas y las suegras beodas.
Ful. — Malo eres de persuadir; pues vamos,
que a la vista te espero.
Fel. — Bien que sea como dizes; pero yo por
mí juzgo que las mugeres tienen la lengua lar-
ga en el pedir y las manos abiertas al recebir:
que a todo dizen adieniat, porque pensemos
que rezan el Pater noster por nosotros.
Ful. — Cómo! y porque tú seas bo^al lo ha
de ser Fulminato? quieres tú ser don Ximeno,
(') En el original, por errata, encaminenos.
que por su mal juzga el ajeno? pues calla, que
estamos a la puerta, que yo te enseñaré a vi-
uir a vso moderno.
Fel. — Dentro hablan: huespedes deue de
auer en tu absencia.
Ful. — No me digas esso si quieres mi amis-
tad.
Fel. — Anda ya, que no serás tú solo: que
dolencia es muy vsada, y que oy se tiene en
menos que el mal de las bubas, que otro tiem-
po espantaua las gentes. E aun también mira
que tú ni tienes título de prescripción por an-
tigüedad, ni te han dado el sí de matrimonio
para que como eres vn huésped no pueda auer
otro y otro si menester fuere, y aun tú que te
has de hazer a la malla.
Ful. — No te piques de jurista y escucha lo
que passa, que yo ya sé lo que me tengo.
Mar. — Dime por qué quieres dar alguna
afrenta de ti y de mí: no te tengo retraydo el
ser tan ventanera?
Lib. — O desuenturada yo, si ha de auer dia
de paz? pues tanto me hará que le haga sospe-
char sobre hecho fue.
Ful. — Y aun a esso te espero.
Fel. — Bien dizen que no hay mejor cirujano
que el bien acuchillado. La madre como deue
de bardar su vergel, piensa que planta la hija.
Ful. — Al fin es madre; y aunque le dé mal
exemplo, es bien que le dé buen castigo.
Fel. — A la fe ansi es, y fue, y será, que en la
enmienda agena todos sabemos mucho, y pode-
mos mucho, y hablamos mucho, y en la propria
las manos atadas.
Ful, — No quiero contigo argumentos. Lla-
mo. Ta, ta, ta.
Mar. — Ve, mira, hija, quién llama a tal prisa.
Z/¿. — Ay, madre, que es Fulminato y otro
que viene con él.
Mar. — Ve, abre la puerta, y en tanto pondré
en cobro este par de perdizes que nos embió el
despensero de Lucendo, porque en mesa de
viuda pobre este manjar engendra sospecha.
Fib. — Ay, Jesús, y quán mala es de abrir
esta aldaua; como se abre pocas veces.
Pul^ — ^^las creo que, como se cierra menos,
abre de mala gana y cierra de peor. O, qué no-
rabuena estés, hermana Liberia, con quién eran
las questiones?
Ijf)^ — Ií¡ sé qué te diga, ni estoy para esso.
Pnl^ — Pnes subo, que yo haré las amistades.
E tú, hermano Felisino, nrra quépie^ade paño
para el inuierno que vendrá: por esso no quede
por ti.
Lib. — A la he. Dios lo guarde al gracioso;
anda ve, sube tu escalera y calla.
í^m/.— Ansi lo hago.
Fel. — Señora de mi vida, quién os enojó?
I que yo os daré venganja.
170
ORÍGENES DE LA NOVELA
Lib. —Anda, gentilhombre, tras el compa-
ñero y calla, que quiero cerrar esta escalera,
porque quien viniere llame antes que salude.
Fel. — Todo rae paresce de oro: subo por no
te enojar.
Mar. — A, Liberia, en qué te detienes?
Fel. — Señora, seguro soy; quedó a cerrar la
puerta.
Ful. — Anda, señora, dexate de essos enojos
y comamos.
Ma?'. — Los manteles nos quedaron en la mesa
como ves, que acabamos de comer essa lazeria
que tenemos, más que a Dios merescimos. De
manera que trayendo qué, siéntate. Pero dexan-
do una razón por otra, di, cómo hallaste la
huella del camino? que si hierua ouiesse nunca
la quebrarlas mucho con tus pisadas.
Ful. — Si dizes que vengo tarde, pues vengo,
no tardo. Y aun agora ten en mucho cómo me
pudo traer acá Felisino, que por le hazer plazer,
que desseaua verte y conoscerte y saber tu casa,
vine.
Mar. — Bástame por testigo de que sea ansi
tu desamor, y ansi a él agradezco la visita.
Fel.— Por Dios, señora, que está burlando,
que con solo desseo de verte, y con gran razón,
viene, y a mí trae por testigo de su buena ven-
tura en tener te por señora.
3Iar. — Dios lo mejore todo, que por dezir lo
tú passaré por ello.
Lib. — A la fe, madre, él viene a ver si le
aguardauamos a la mesa con el pan y queso que
hemos comido.
Ful. — Ni te dan tormento, ni lo riñas a mí,
que yo paz quiero, y como dizen, a la boda
vengo.
Fel. — Mas no tuuiesses paz con ella, que no
faltaría quien te lo retraxesse.
Mar. — Calla, boua, ya que viene tarde, no
digan que con mal.
Lib. — Yo con Fulminato lo he, que a esto-
tro galán desseo seruirle.
Fel. — E aun yo me preciaré de seruirte por
mi señora.
Mar. — Ea, no passe más adelante la plática.
Ful. — Y calla, no seas tan zelosa, y no lo
quieras todo para ti, ni muestres pesar del pla-
zer ajeno. A la fe barias mejor en darnos con
que beuiessemos.
3íar. — El qué trae tú, que el con qué, por
mucha pobreza que aya en casa, no faltarán vn
par de vidrios, aunque no sean de Venecia.
Fel. — A la fe, s^mora, para tal combidado
sobran de Cadahalso, y aun que fue la respues-
ta qual la pedia la petición. Quién jamas vio
venir hombre y gala'i a comer vianda en casa
de hermosa, si no la ouiesse él mandado? y aun
entonces auia de ser combidado y rogado.
Ful. — Si te bulle la bolsa, haz de las tuyas
para ganar tierra, que yo en mi possession me
estoy.
Fel. — Ni voluntad ni poder faltará, a Dios
merced, mientras ouiere este real de a dos en
la bolsa.
Ful. — Cómo hablas en derecho de tu dedo!
E dime, quién de todos quatro puede yr por
nada a la placa, que no quede el tercero solo?
Mira que no somos más de dos por dos, y
guarda tu rucio para otro alarde, que no faltará
su san Martin si antes no te desmancha.
3Iar. — Pues por mi salud que me hallo muy
sola, sin moca para semejantes casos; que Libe-
ria e yo en nuestro ordinario, el lunes nos pro-
ueemos para toda la semana.
Fel. — Mucho es no se corromper las viandas
ansi añejas.
Lib. — Las que éstos de palacio comen deli-
cadas corromper se han; pero, madre, el pan y
queso de nuestro ordinario no se corrompe
ansi.
Fel. — Esse es manjar de ratones.
Ful.— O Felisino, cómo te engaña Liberia:
cata que más anisado pense que eras.
Mar — Miralde el saco de malicias, que siem-
pre viene con alientos de pupilo de mesa pobre.
Lib. — Tú, madre, tienes la culpa en tenerle
mal vezado a sufrirle sus malicias.
Ful. — Agora, Liberia, no ay quien pueda
contigo. Pero dime, eras tan braua antaño?
Lib. — Y aun tanto más, que te espantaras;
y guarte de furia de muger.
Fel. — Qne por Dios, señora, que tienes jus-
to, y que a tales palabras peores abrian de ser
aun las respuestas.
Ful. — Y que qué? nascente alas con el calor
de la dama? pues sey mejor comedido, si no,
medirse ha la amistad con los filos del espada.
No pienses que será por ti dicho: de fuera ven-
ga quien de casa nos eche.
Fel. — A lo menos será esto; que si a estas
señoras das penas con tus parlas, que las has de
cortar, y que la amistad nuestra ha de ser en
lo honesto, y no que en mi presencia enojes a
estas hermosas.
Ful. — Y cómo, no sabes que soy Fulmina-
to? Descreo de los adoradores del vezerro y des-
tas que tengo en la cara, y de Dios no me
aparto, si echo mano, si no te hago el juego que
hize a Furnil el temeroso en Barcelona: que de
Tin reues le puse la cabeca par de los capatos,
sin perder el passeo por la ciudad, por ser Ful-
minato.
Fel. — Ya tengo decorado essos refranejos.
E sepas que a esse Furnil que tú quitaste la
cabe9a de vn reues yo se la auia puesto de un
tajo, y ansi haré a ti agora.
3Iar. — Ay Felisino, por vn solo Dios que
mires la honra de mi casa.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
171
Fel. —'Pnes el callar yo por esse respecto da
occasion a Fulminato de hazer del boto a tal.
Y suelta me si mandas, que yo veré oy quién
sea Fulminato.
Ful. — Aun creo que el diablo me metió oy
aqui. Y qnán de veras ha tomado el necio lo
que yo hazia por solo diuidir mesa. Pero cúm-
pleme hazer del fiero, porque me teman estas
mugeres: que ellas le tienen de suerte que aun-
que le pese estará quedo.
Mar. — Y detente agora, Fulminato, por vn
solo Dios: no llamemos testigos donde no ay
para qué.
Ful.— E suéltame, que de Saturno ayuso re-
niego si no le hago.
Mar. — Pues por mi vida que no te suelte, y
que as de venir a mi cámara.
Ful. — Y aun esso quiere el mo90.
Mar. — Qué gruñes, mal acondicionado?
Ful. — Mira que me as rasgado la cuera y
quebrado los talabartes y eierrasme? descreo si
tal passa.
Ltb. — Quién no se las entendiesse a mi ma-
dre: aun, aun si haure yo de comencarlo oy?
que acá está quien no se rogará mucho. Cierra
le, cierra le, madre, que a estotro yo le tengo.
Agora a mí el cargo que ellos dos se auengan;
y estotro algún asno deue ser, que me re sola
y abracada consigo y aguarda a que yo le des-
empañe y le combide: lo qual aun haría si más
le conosciesse de oy.
Fel. — Por Dios que se han quedado los dos
a hazer las pazes, quantes que esto de Dios ha
uenido. Quiero dar vn tiento a la muchacha,
que desembuelta me parece y de buen pegar.
Li'b. — Agora que, señor, te falta el aduersa-
rio, me quiero tornar vn poco a mi almohadilla,
porque en esta casa si no lo trabajamos no lo
comemos.
Fel. — Señora, ansi es en todas; pero si al-
gwna. necessidad al presente tienes, auisamelo,
como a quien dessea seruirte. E con todo esso no
me dexes solo, porque no sabes si hurtaré algo.
Lib. — Por nuestros peccados, aunque fues-
8es ladrón, mala medra tendría tu ol'ficio en
esta casa. Pero con todo, porque no digas que
no hago por ti algo, me siento en esta venta-
nilla a labrar.
Fel. — O, qué gran merced, y cómo descubres
al manifiesto no estar en ti la perfecion de her-
mosura sola.
Lib.— Dios enmiende las faltas. E sabe te
que, aunque más mofes, tal me quieren en mi
casa.
Fel. — E aun en la mia si me valiesse.
Lib. — Muy de cosplaz (sic) estás por mi
salud. Pero mira que aprendas en esta casa a
estar quedo con las manos. Y si vienes mal
L rezado de con mugercillas de al pregón, aqui
I
sólo se da licencia. a la lengua a que hable lo
que sufre buen palacio. Cata que mi buen co-
medimiento y mi soledad no enciendan fuego a
tu cobdicia. Aprende, señor, a guardar en cada
tierra sus vsan9as y leyes, y auisa para ade-
lante, si esta casa te aplaze para más de vn dia,
que acá no se vsan essas desembolturas ni aun
a los de casa, quanto más para ti, que esta es
la primera entrada. E también te so dezir que
ni tú as visto en mí soledad por que te me atre-
uas. ni mi honestidad t'^ sufrirá para otro dia:
excepto si no quieres esta casa para tan sola
esta entrada, que si ansi es, luego la da por
concluyda y puedes tomar la puerta.
Fel. — Mi señora, no te enojes, y perdona,
que miraua el cabe9on de tu camisa: que esso
poco que descubren las tocas se muestra gallar-
da labor.
Lib. — Bien que sí, guárdele sant Antón el
inocente como zorra, y aun essa deue ser ella.
El hurtar de que me anisaste deue ser éste, que
no pequeño despojo de la casa de mi madre se-
ria á robarme tú mi limpieza. Pues por demás;
es la citóla al molino: que para responder al
llamado de tu dañada intención as aportado
con quien no oye, y ansi puedes reposar y auer
plazer.
Fel. — O, cómo me condenas por malicioso
sin por qué: que si algo hize que no deuiera,
según me condenas, manda rae lo tu hermosura,
que como fuera de mí, en tus amores traspor-
tado, no sé lo que hago.
Lib. — De marauilla eres bonillo. Pues sábete
que si quisiste comer con mi innocencia, que yo
almorzaré antes con tu malicia con oyr te la
It^ngua, y mirar te las manos, y preuenirme de
guarda a tus desseos.
Fel.—Aj vida mia, y qué robadora de cora-
9ones soys!
Lib. — Ay, Jesús, y qué desuerguen^a, y no
miras quál me tienes parada? si mi madre salies-
se a la sazón! y valga le el diablo, y otra vez
a doze: qué portia que tiene! Pues yo te seguro
por oy que te quedes del agalla.
Fel. — O, mi señora, y qué sacudida soys sin
por qué! Pero yo te juro para estas que en la
cara tengo que o yo reuiente por los yjares o
tú me cavas al sello de mi marca antes de seys
dias; y aun quiza que a no salir ya los encama-
rados, aun aun.
Mar. — A señor Felisino, ya bien osaremos
salir sin miedo de tu espada. Mas qué te pa-
resce de nuestra tardan9a?
Fel. — Que tengo por más venturoso a Ful-
minato que a mí: que aun la señora Liberia,
que está más hazendosa que desposada, de mal
acondicionada ae ha huydo a los rincones, de-
xando me sólo encomendado al sueño, guar-
dando os los cuerpos como en monumento.
172 orígenes de
Mar. — A la fe hemos menester afanarlo para
tenerlo en esta casa. Por esso perdona: que con
estas condiciones ha de hallar mi casa el que
viniere a ella, si le fuere dada entrada como a
ti. Y en lo demás que dixiste, aunque hablaste
con malicia, te la perdono por el enojo que has
auido con la muchacha. Pero quiero deshazer tu
sospecha, que no caya en jujzio, con certificarte
que no hiziraos sino eseriuir vna carta: sino que
con estar tan furioso estotro galán, no podia
acabar con él,
Fel. — Ansi seria, señora; pero al goznear de
la cama lo pregunten.
Mar. — De qué te ries? que me afrentas si
no me crees.
Fel. — Que sí creo el Euangelio. Pero a, Ful-
minato, torna por tu color allá dentro y mar-
chemos, que se nos passará la mesa, y perde-
remos ración y hauremos mal grado. Y maña-
na nos ten, señora Marcelia, por combidados,
quedando a raí de proueer el con qué.
Ftil. — Bien digo yo que te bulle el argén;
que él, ni amores y diablos y locura, mal se dis-
simulan.
Fel. — Anda, que ni al gastador falta que
gastar, ni al jugador que jugar, ni al escaso
que endurar; y con esto te queda a Dios, seño-
ra Marcelia, y tú, mi señora Liberia, pues ya
serán deshechos tus nublados, qué me mandas?
Lib. — Que vayas con Dios. Alia yrás diablo,
importuno moledor. Pero cómo me queda abra-
sado el cora9on en su amor! o, cómo fuy mal
anisada y descomedida en no le aplazer! o, có-
mo si él me oluida yo soy muerta! Bien diré
yo cierto que no conosci el bien hasta perderle.
Mar. — Qué hazes, Liberia, allá baxo?
Lib. — Heme aquí; que por cerrar la puerta
me detuue, que luego se fueron y de priesa.
Mar. — Pues que en paz quedamos, loado
Dios, sin embarazo, entendamos en algo.
Ful. — J^xen será sanearme con Felisino, que
aun me mira de concha. Y agora ni nunca me
agradó el tener enemistad de veras con nadie.
Porque aun no rae hallo tan eneraigo del biuir
que le quiera arriscar, y traer el cuerpo cargado
de hierro y el coraron de sobresaltos.
Fel. — Qué vienes hablando a solas? que pa-
resce hagas inuocaciones. Si tienes algo más
de lo passado, di me lo, que a todo me hallarás.
Ful. — Agora me sacaste verdad lo que ve-
nia hablando entre mí.
Fel. — Si de mí es, di me lo.
Ful. — De quán de veras lo ouiste en de-
nantes.
Fel.— Oj pese a tal; y era cosa que yo pude
menos, so pena de no ser hombre?
Ful. — Luego no me entendiste?
Fel. — Entendite, que si no ouiera partidores
fuera el diablo.
LA NOVELA
Ful. — Pues toma lecion de mí, que soy Ful-
minato: que por diuidir los partidores, y que la
diuision la ouiessemos con ellas y nos cayessen
debaxo, como ya me cayó Marcelia, lo hize. Y
aun tu asnadas (^),que no heziste menos con la
moíjuela, según que os oya de dentro el gruñir.
Fel. — Ya, ya, mira quién te auia de entender,
por esso eres tú ya marcado, e yo por bo^al
aprenderé de ti de oy más. Pero dexando esto:
cómo te fue? que gran goznear de tablados pas-
saua.
Ful. — Tú me di a mí qué heziste, que yo no
anduue camino que ya no supiesse de otras ve-
zes lo auer caminado.
Fel. — No sé qué te diga de mo^a tan indo-
mita.
Ful. — Pero con todo creo que te podré lla-
mar yerno y tú honrarme por suegro, porque
ella mucho gruñía corao primeriza. Ansi que
sabe agradescer la honra a quien te la haze. Y
sufre y calla, y guiate por quien sabe, si quie-
res medrar.
Fel. — Esso te agradesco con tu buena vo-
luntad, Pero tampoco pienses que se hizo la
copula, aunque o yo podré poco o ello se con-
cluyra presto.
Ful. — Pues mira que al sangrar no la man-
ques, y tú desmayes.
i^é/.— Aunque bouo, no pienses que lo soy
en todo: yo sabré qué haga, visto en el caso, E
pues estamos en casa, callemos, y dexa me en-
tender en mi jirouision.
Ful. — Pues mira que aunque seas anisado,
jamas hizo mal consejo de amigo. Lo qae te
aniso es que salgan del cuero las correas, y a
buen entendedor no más.
Fel. — Ansi será: porque bastará poner yo
vn real para aloxa si fuere menester; y en todo
lo demás que rae acorran despensa y botillería,
pues yo en seruicio de mi amo rae gasto.
Ful. — Ya te podras graduar de maestro de
baratar; y ansi sea, que a los amos y a los ene-
migos comellos y roellos, y después sisar para
dos reales para coraponernos. E con todo esso en
este caso raás es menester hazer que no dezir.
Fel. — Entremos, que al cabo lo verás, Dios
queriendo,
ARGUMENTO DE LA SCENA Y
Floriano y J.ydorio passan grandes platica? sobre la fuerca de
amor. Y Polyles llena la carta a Belisea.
Floriano, Lydorio, Polytes, Fulminato.
[Flor.] — O omnipotente hazedor de todo
compuesto, y cómo sapientissimamente gouier-
(') Manera vulgar de decir, por aosadas ó ausadas,
como soUa escribirlo Santa Teresa de Jesús.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
173
ñas todas las cosas, a la consecución del fin para
que fueron criadas las inclinando. E con saber
\'o esto añado a mis flacas fuerras couBancas de
esperar, comprehender y alcanzar cosa de tan so-
brado meresciniionto para mí, como es mi seño-
ra Belisea; y en mí tal perseuerancia donde tai-
ta meresciuiiento. Conozco que me crió Dios
para seruir a mi señora Belisea. Porque de uer
que mi desseo y mi voluntad y mi entendimiento
y memoria van dirigidas a ella, ansi })or la t'uer-
ca del delicado amor con que la amo y desseo,
soy violentado por mi querer a querella, pues
para tal me crió Dios. E como para tal bien
mió me da natural inclinación del amor, como
por objeto de mi contentamiento. Pero ay de
mí, que como esta gloria que yo sigo, y amo, y
procuro, y tengo como por último fin, excede
tanto a la capacidad del supuesto de mi flaque-
za, temo, como no capaz de tanta gloria, ser
para siempre priuado de ella, ü amor falso, o
balaguero, o engañador, o inconstante: que con
saber tus amadores y los que son de tu valia y
siguen tu estandarte que eres largo en prome-
sas y muy abreuiado en el pagar, tienes tantos
debaxo tu vandera que muy sin difficultud se-
rian contados los que auiendote conoscido se han
escapado de tu subjection. O, cómo te muestras
en tus hechos muy villano, que a los que te si-
guen mas subjectoSf a essos tratas más áspera-
mente. E como vill¿ino sue? muestras tus fuer-
9as contra los más abatidos y menos resisti-
dores.
Lt/d. — T>i, Polytes, duerme Floriano o qué
haze?
Pol. — Está haziendo consigo tanta variedad
de cosas differentes de hombre sin ningún sos-
siego, que no te sabré dezir qué es lo que haze.
Pero oye oye, que ya torna a tocar la vihuela,
y escucha e oyras marauillas y nouedades como
yo he oydo en poco rato que ha que estoy aguar-
dando coyuntura para entrar.
Lyd. — Pues está atento.
ROMANCE o
DISC.VNTE DE LOS
DE FI.GRIAXO
Flor. Q liando con menos cuidado
mis cuidados yo sentía,
me conosci ser llenado
por nueva guia guiado
do mi desseo quería;
ajeno de compañía
sino solo mi querer,
sin atrás passo torcer,
salí tras quien me giuaua:
vime puesto donde estaña
un sol que el sol obscuresce,
d'una dama que meresce
de nadie ser merescida,
do, mí libertad perdida,
hice punto a mi jornada,
de mi bien siendo mirada
siempre via más que ver;
propuesto pues de saber
nombre de tal hermosura,
en pago de mi locura
y sobrado atreuimiento
fui lanpado en vn momento
en cárcel tenebregosa,
do con gran morir reposa
mi cora9on aftiígido,
que aunque se siente perdido
se dessea más perder,
pues siente no merescer
más premio del conseguido.
Lf/ri. — O, quán en alto stylo a discantado en
principio de • sus amores, mostrando bien su
pena y señalando bien la causa!
Pol. — Pues oye, oye, que ya torna a la des-
hecha.
DESHECHA AL ROMANCE
Flor. No se compara mí pena
con qualquier mal desta vida,
ni hay pena más merescida.
Es mi pena tan sobrada
quanto en mi falta poder
del poder do esta encumbrada
la gloria de mi querer:
que aunque sobra mi perder
a qualquier mal desta vida,
no hay pena más merescida.
Lyd. — Bien dizen los philosophos que la ve-
xacion onecessídad(') (si no se toma con sobra-
das fuer9as) que abíua el entendimiento, y que
los amores hazen eloquentes aun a los mudos.
Entrar quiero, que no es razón de no comuni-
car contino con vn hombre de tan viuo entendi-
miento, y tan claro juyzio, y tan buen razona-
miento; y tal, que aunque enferma y daña a si,
aprouecha a los oyentes.
Flor. — Está alguno ay fuera?
Lyd. — Señor, agora llego yo a ver si man-
dauas alguna cosa.
Flor. — Quiero, si tú me quieres bien, que
me ayudes a dar fin a mí tan penada vida.
Lyd. — Quitar la querría yo a tus enemigos y
dar te la a ti, y todo descanso, sí en mí mano es-
tuuíesse.
/'7o/'. — O, qu(' bien dizes si estuuiesse en tu
mano: pues quiso Dios que mi viuir pendíesse
de Belisea, y mi niuerte está en su querer, y mi
descanso en su libertad, y mí salud en su deli-
(') En el original, necescidad.
174
orígenes de la novela
beracion y aluedrio, y todo mi bien en su dispo-
sición. Pues tiene vniuersal dominio en este in-
ferior mundo que da habitación a los mortales.
Lyd. — Mira, señor, que hablas fuera del len-
ííuaje de la fe, que affirma (como es ansi) ser
Dios principio y causa y gouierno de todo lo
causado, inferior y superior.
Flor. — Dime, Lydorio, tú no sabes que en
el disponer de las cosas subjectas al criador, que
es Dios, y a las celestes influencias, que ay cau-
sa primaria y general, que es Dios, y causas se-
gundarias? y no sabes que a estas que llama-
mos secundas causas, con darles Dios poder de
influir sus qualidades en lo elementado, también
a las veces les dexa el gouierno de algunos par-
ticulares effectos: para que después del concur-
so general de Dios estas segundas causas se
puedan llamar principio o causa en algún com-
puesto?
Li/d.~Sé bien que, según philosophia, al-
gunas vezes causas segundas produzen algún
compuesto, pero con tanto que el tal ser depen-
da del de la primera causa, que es Dios, como
paresce al sentido que la reuolucion del sol y
planetas y elementos produze la alegría de los
campos en la seca tierra, trayendo el verano.
Pero todo esto y otros effectos que haze la in-
fluencia del sol lo dispone aquel primer princi-
pio que todo lo crió con la palabra. Pero esto a
que' fin: para prouar tú, señor, que vna muger,
que en género de criatura es menos perfecta que
tú, te pueda ser causa de vida ni alegría, ni las
demás qualidades o accidentes que en ti pueden
causar las celestes influencias, que como segun-
das causas te disponen a lo que Dics te quiere
inclinar y ordenar de ti? Ansi que no sé cómo
puedes dar a tu señora poder de algún effecto
causal.
Flor. — Aunqueauia otras cosas que resultan
de tu departir, a que te podia responder, repro-
uando tu hablar, en ser (si fuesse como dizes)
menos perfecta mi señora o no, porque sé que el
tú dezillo fue solo yerro de lengua, callando en
esto, passo a lo que de principal dudas cómo sea
mi señora la que después de Dios disponga en
mí su querer. Ya sabes que en quanto mi ser
sea deriuado de Dios, del qual no menos ema-
na mi señora, que ansi entramos (aunque en
gran desigualdad) tenemos respecto a Dios como
primera causa y hazedor. Pero yo, que conozco
que todo quanto en mí puso Dios lo puso con
obligación y debaxo de condición que fuesse
gouernado por mi señora, ansi por no faltar de
la ley natural como del querer de Dios que en
mí quiso esto, quiero, y amo, y desseo, y adoro
a Belisea.
Lijd. — Ay, por Dios, señor, que te moderes
en tal desenfrenamiento de hablar: pues basta '
ser ella muger y tú ser hombre.
Flo)-. — E aun como hombre y tan buen enten-
dimiento y \ej como tú me dizes, conozco bien
lo que af firmo ser ansi. Porque ni tú en ello
para me incusar tienes razón, ni yo excusable
excusa, sino confiesso que consiste mi felicidad
en la memoria de Belisea. Ansi es, y ansi lo
affirmo, y ansi lo confiesso. Agora di contra mí
todo lo que te pluguiere, pues me conosces ya
bien firme en la fe de mi señora. Y aun más te
digo, que si el ser de hombre dize perfectiou
(como tú dixiste), que en ninguno la ay tal ni
tanta como en mi señora, que para mayor ma-
nifestación del poder de Dios, que puede poner
las perfectiones donde quiere, y como le plaze,
por particular priuilegio fue hecha muger y en
ella asentó el criador sus perfectiones, y la co-
municación de las mias y el i'etracto de las del
orbe.
Lyd. — A la fe, señor, guíalo como te plaze:
pero la necessidad haze eonoscer quién sea el va-
ron para tener ánimo generoso, y en esto muy
al descubierto discrepa el varón de la hembra.
Porque en tener buen dezir, buena muestra,
dorados meneos, en presteza de lengua, en viue-
za de juizio para de repente, mayormente para
mal; en pensar insultos, en inuentar trayciones,
en hablar maldades, en descubrir sotilezas de
engaños, en forjar mentiras, en hazer embau-
camientos, en querer abominaciones, en come-
ter insultos, en tractar adulterios, en dessear
homicidios, en amar crueldades, en tener sober-
uias, en affection de glotonías, en sin freno en
luxurias, en caminar por estremos, en querer
siempre la suya en pie, si me dizes que en estas
y otras tales consiste el ánimo y fuer9a o per-
fectiou del ser varón, pocos varones ay tanto
como ellas, si a lo menos no en el ser natural,
en el ser vicioso.
Flor. — Anda, que essas vniuersales siempre
admiten algún excepto. Y aun también como la
perfectiou de que tú dizes ser dotado el varón
ha de ser de género de virtudes. Y vemos co-
munmente auer más bondad moral en las mu-
geres, quanto más que algunas van en la cum-
bre en esto; y ansi lo está mi señora Belisea en
todo atributo de bondad.-
Lyd. — Bien te confiesso, señor, que a lo co-
mún las mugeres son más deuotas, más reza-
doras, más estacioueras, más molles de cora-
9on para en quien se imprima la piedad, y de
entrañas más compassibles y tiernas para con
los affligidos, y más sermoneras, y finalmente
más dúctiles para ser persuadidas a deuo-
cion y a la virtud exterior. Pero esto las que
no lo hazen de fingido hazenlo porque Dios y
naturaleza las hizo subjectas, y a los hombres
más libres. Pero ansi como son blandas para
la impression del bien, ansi son también más
flexibles al mal. E la que cae de veras y al des-
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
175
cub¡e[r]to, más daño haze que vn hombre;
por la inclinación que puso Dios y naturaleza
para lu amar, y amándola seguilla, y siguién-
dola imitarla. E tornando a mi intento sin de-
zir de ninguna en especial, hallarás muchas ve-
ces grandes maldades e insultos e embustes de-
baxo de las largas y honestas tocas y faldas.
E ansi dize el vulgar: que grandes males encu-
bren faldas. Porque si las miran a defuera yen-
do parescen vnas senadoras, con gran grauedad
de cuerpo y con gran terneza de pies, y des-
caymiento de piernas: que parescc que han me-
nester cuentos para se tener como casa veja, y
ver las heys con vna grauedad y serenidad de
rostro, que no ay que pedir más ni que poder
tachar. Pero tengan lugar y tiempo y libertad
y occasion (o si no, ellas la buscan) que alli os
digo yo que no ay (en su possibilidad) gamo
por collados, ni hardica por montes, ni conejo
hasta el vinar, ni pega de rama en rama, ni re-
beyo de peña en peña, que ansi se desembuel-
uan. Y aun si ay arboleda o frutales, que no ay
mona tan trepadora, ni oruga tan destruydora.
Pues a los hombres que las han de sustentar
son tan costosas, que si las quieren complazer,
todo el tiempo se yrá en daca el verdugado, la
saboyana, la vasquiña, la mantillina, el volante,
la toca, la gorgnera, la crespina; finalmente, no
ay más que decir, pues no se acabará de escri-
m&r(s¿cJ\o que ellas jamas acaban de imaginar e
inuentar e vsar y engañar. Pues si miras en ello
como cur'.oso, verás que con los verdugados cu-
bren quiebras y defectos del cuerpcj, y con sus
lagrimas someras dissimulan y encubren males
de la voluntad, y falsías de ánimo deliberado:
que contra los que más muestran amor suelen
tener en el pecho. Y porque no me digas que
hablo de coro y que las infamo por mi cabe9a,
no acotando qué digan los que las conoscieron
y qué vieron de ellas los que las trataron, mira
en lo primero al sabio Salomón, que tanto las
amó y tanto daño le vino por ellas, lo que de
ellas dize en sus escrituras, quando se le offres-
ce hablar de mugeres. Lee al Mautuano en vna
égloga; mira al Petrarcha; escucha al Ouidio,
y atiende al Juuenal, y finalmente quantos sa-
bios Gentiles, Judios, Christianos, Moros, Pa-
ganos, offresciendoseles en sus escritos materia
en que hablar de mugeres, afanan y se desue-
lan en cómo anisar a los leyentes que se guar-
den de sus conuersacioues. Porque si os han
menester, se os muestran muy humildes, muy
halagueras, muy amorosas, muy dúctiles, muy
affables, muy conuersables, muy subiectas y
muy temedoras de enojaros. Pero si salen con
5U facto y tienen la suya en hito, viendo la vues-
tra discayda, luego tornan nmy altiuas, muy
yubareñas, muy mandonas, muy mal suffridas,
muy señoras, muy sacudidas, muy esquinas; fi-
nalmente, si os sienten molleja, luego piensan
comeros. E si os les subjectays vn poco, vos les
days el dedo, y ellas toman la mano en todo y
por todo, porque os quieren dar a entender que
las ayays menester. Pues hablando de lo que
refieren de ellas los eecriuientes, qué vieron de
hechos nuiy atroces y feos! mira quán canina
fue a todo el humano linage la golosina y so-
beruia de la mujer primera del mundo! Pues
quién por cobdicia de oro hiziera loque Tarpeya,
en dar el Capitolio Romano a los enemigos? en
género de luxuria torpe, quién hizicra lo que
Pasiphae ni Minerua? quién perpetrara lo que
Scylla,lujadeLizo(')en matar a su padre? Pues
quién se atreuiera a lo que Judit, ni a lo que
Jael, puesto que lo aprueua la escritura sa
era? y si no fuese fastio reco{)ilar males age-
nos, seria no acabar de contar cosas atroces y
feos hechos de audacissimas mugeres. Pero con-
cluyendo mi plática prolixa a su breue intento,
digo que atiendas que en te affectionar a vna
muger has de mirar que tú eres hombre y cria-
do para mandar, y ella es muger y criada para
seruir.
Flor. — Ya no puedo suffrir ni oir las blas-
phemias que tu dañada y canina intención de-
clara por tu lengua contra las mugeres, por sólo
dañar a la que yo tengo por ángel en forma de
muger, a la qual amo, y adoro, y estimo, y temo
reuerencialmente.
Pol. — O hi de puta el diablo, y cómo ha eii-
tretexido alta y compendiosamente muchas ce-
sas Lydorio a un fin! pero quiero oir qué dirá
Floriano, que está hecho vn ciego de amor.
Li/d. — Pues que por aqui empeora y se pone
más obstinado y dize más errores, quiero, to-
mando de dos males el menor, hablalle en cosas
de amor.
Flor. — Qué dizes del amor?
Lyd. — A la fe, do el cora9on, ay las mientes.
Señor, no digo sino que he oído hablar a nm-
chos y escriuir a muchos contra las mugeres;
los quales dexando sus dichos y mirando sus
hechos, veo que se perdieron vnos y otros fue-
ron puestos del lodo por su amor. Y espantó-
me cómo anisando sabiamente a otros, ciegamen-
te yuan ellos cayendo.
Flor. — E aun yo huelgo que tú te vayas Ic-
uantando de tu tesonia, y mires quán grande
sea el poder del amor.
Li/d. — Dizen los que le discantan que tiene
poder sobre todo hombre, y aun sobre todo el
hombre.
Flor. — Los que lo dizen ansi, en lo primero
hablaron como sabios y en lo segundo escriuie-
ron como experimentados. Porque el que es to-
cado del tal poderlo, ninguna potencia tiene que
(') sic. por «Jíiso».
176
orígenes de la novela
no sea más del amor que no del proprio cuyas
son las tales potencias : porque está de sí mes-
mo ajeno.
Lyd. — Vna cosa tengo por aueriguada, y es,
que el libre aluedrio del hombre no admite sub-
jection sino á Dios. Y ansi tengo por difficil
que vna buena aparencia de vna muger baste
a priuar a vn libre hombre de su propria liber-
tad, en la qual Dios, aun de ordinario poderio,
vemos que no quiere nieter la mano. A muchos
lo he oydo y en muchos lo he leido, y en ti, se-
ñor, veo esto, y no puedo pei'suadirme a que no
aya otra cosa que al hombre fuerce más que el
amor, en quanto solo amor.
Flor. — Bien muestra la desemboltura de tu
lengua no auer sido tocado tu coraron de su fle-
cha. Porque si supiesses del poder del amor,
sabrías que contra él ni ay letras, ni astucias,
ni fuer9as, ni artes, ni cosa que estoruar pueda
su querer.
Lyd. — Oydo he que todas las cosas vencja y
subjecte a su poder toda viniente criatura ele-
mental. Pero como los dichos remueuan menos
que los exemplos, refierome todavía en creer lo
que veo. Porque si vn hombre tiene cuenta de
tornar por la honra de su nobleza y libertad con
que fue del criador adornado, que no caerá al
primer tras píe, si no quiere enfermar su propria
voluntad.
Flor. — O, Lydorio y quánta suauidad trae el
hablar de la guerra en la quietud de la paz, que
donde interuiene el amor ni ay honra, ni fama,
ni libertad, ni antojo, ni parescer proprio, ni ne-
gar, ni conceder, ni odio, ni amistad, ni muer-
te, uí pérdida de la vida que se le anteponga
para que no haga lo que quiere y nosotros no
le obedezcamos. De manera que te digo, que si
f uesses sayo como eres agora tuyo, verías cómo
del tu dezir al su hazer ay mucho, y verías que
vno es dar documentos estando sano al que está
doliente para que sane, y otro es poder y saber
se aprovechar de ellos mesmos en el mesmo me-
nester puesto.
Lyd. — Oydo he, señor, discantar, y a mu-
chos discantar del poderio del amor, pero en
nadie le he haUado con tantas fuerzas como con-
tigo.
Flor. — Bien creo yo, Lydorio, que essos que
escriuiendo lo discantauan y díffinian como
maestros, que aun no deuieron entrar en su es-
cuela del amor como discípulos; quiero dezir,
que tractan del amor como letrados e ignoranle
como experimentados. E ansi dizen que no ay
más sabio cirurjano que el bien acuchillado. E
ansí digo que el que no fuere tocado de su do-
rada flecha mal sabrá conoscer la fuerca que el
amor haga en las voluntades, y cómo enagen?.
toda libertad y mude todo humano querer, y
ocupe todo el entendimiento.
Lyd. — Holgaría saber de plática algo de su
poderío para ver sí me podré persuadir a tener-
le pjor tan poderoso y brauo como le pintan,
aunque deue ser la pintura del león: que quan-
to más fiero le pintan paresce mejor león.
Flor. — Puesto que te falten principios en
esto, que quieres saber ya como maestro, pues
no eres tocado de su rabia, pero lo que del amor
yo te puedo declarar, por tu contentamiento y
mí deleyte en tractar en él, es que aquesto que
en nosotros los amantes llamamos amor no es
otra cosa sino vn familiar y secreto enemigo.
Es vna rabia, de la qual todo humano entendi-
miento tocado, se trastroca y desencasa de su
proprio ser y querer y libertad. Por cuya razón,
siendo el hombre el mesmo, dexa de ser el
que era antes de ser herido de tal poder. Es
vna commixtura de males contrarios que para
más presto fenescer la vida, guían contra el co-
raron, y allí parando, tiene fin la tal muerte.
Es vn poder que fuerza las potencias del alma
y captíua la voluntad, y desarrayga la libertad
del libre aluedrio. Es vn sello de muerte ím-
presso en el ánima; vna muerte que, sin quitar-
nos el viuír, haze nuestra vida vn contíno des-
fallescímíento; vn tan entrícado enredamiento,
que el más sabio no se sabe del desenredar. Es
vn cossario robador de todo plazer; vn amigo
cuya amistad es muy desseada y muy prejudi-
cial; vn confactíonado veneno de cosas delecta-
bles; vna suaue delectación a la vista y vn so-
brado trabajo al entendimiento; vn embaydor
que nos muestra las cosas al contrario de lo que
son; vn astuto tahúr, con quien mientras más
jugamos más desseamos y más perdemos; vn
ladrón casero; vn amado enemigo; vna volun-
tariosa subjection, que sin quererle nosotros de-
xarnos subjecta;vn flechero acertado que tiene
por blanco nuestro cora9on y heríendole lo dexa
hecho ceniza; vn tan poderoso, que quiere y
puede juntamente, por cuya causa annumeran-
dole vno de los sus dioses, le dauan poder sobre
todos ellos.
Lyd. — Y aun ansi creo yo que como essos
fingían dioses sin lo ser, ansi él deue tener más
ser en atributo que en existencia, ni potencia,
si no fuere imaginada; porque al fin ni él es tan
artero que sí no queremos nos engañe, ni él es
cosa actual ni corpórea.
Flor. — O Lydorio! que ni ay quien se le abs-
conda ni defienda, porque es vn sagaz nego-
ciante, que se sabe a su saluo hazer tosco con
los toscos, con los encerrados habita, a los so-
litarios no oluída, a los fuertes se muestra po-
deroso y con los abatidos se acompaña. Fi-
nalmente, es tan vniuersal para todo lo que
quiere, que se sabe hazer todo con todos, para
todo lo tener. A nadie desdeña, desde el pastor
en su aprisquero y cabana, que se acompaña
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
177
con solo su hato y caramillo, al tal ca(^a, y del
passa al einperador. Ansi que todo lo tiene, y
todo lo coiunnica, y todo lo prende, y a nadie
perdona, y a ninguno concede ventaja. Varía la
forma, ansi que aun a los irracionales no da des-
uio; pero con toda sensible criatura tracta de su
poder, sin dexar aun las moradas de los peces
en las profundas aguas.
Fol. — O, qué bien discantado ha el poderío
del amor; quán bien gastado es el tiempo con
tal entendimiento de hombre.
L>/(1. — Por mucho tengo su poder; pero por
más estimo no ser conoscido de los que le trac-
tan, porque quien obra tan en contradiction,
vna vez que otra no puede dexar de ser conos-
cido su engaño.
Flor.— Para esso, quién te podra contar los
dif ferentes estilos que tiene en hazer sus hechos?
qué ayrado se muestra con los humildes? quán
balaguero, quán soportador de injurias con
quien le resiste? qué ligero cuando quiere? qué
graue quando es menester? qué fuerte quando
siente que le tenien? qué franco prometedor
hasta auer prendado , y qué auariento después
quando le piden? Vnos le hallan piadoso, otros
cruel; vnos manso, otros seuero; vnos muy co-
municable, otros muy zahareño. Qué rhetorico,
qué sabio, qué enbaydor? y con todo esto, es
querido, y seguido, y reuerenciado, y estimado,
y loado de todos, y desseado del vniuerso?
Li/d. — Dessearle han hallar los que a sí des-
searen perder; buscarle han los que a sí no se
hallaren, y ganarle ha el que fuere perdido.
Flor.- Qué dizes de perdido?
Lyd. — Digo que harto es perdido el que, ha-
llándole, con conoscelle no le pierde.
Flor.— O, Lydorio, cómo hablas de talanque-
ra! no ay medio para alcan9ar sus estremos.
Porque si lo desseays hallar ayrado para resis-
tille y tomar occasion de le dexar, entonces le
""reys muy subjecto y muy balaguero hasta que
- pesca. Pero después torna tan altiuo, tan
inojoso,tan coxqui lioso, que perdemos de nues-
tra justicia, por no perder su amistad. Final-
mente, es tan amigable su conuersacion, que
quando más pena nos da a los que le seguimos,
entonces es de nos más amado y codiciado. Y
quando vinimos sin la continua muerte los que
le siguimos, entonces nos juzgamos por más
muertos. Y quando más nos hallamos de muer-
te heridos, nos hallamos con vida vana gloriosa.
Li/d. — De manera que concluyes, señor, que
no tiene el amor más ser de quanto le da el que
le sustenta; y ansi no aura que temer el hom-
jbre de ser derrocado de su libertad de libre al-
juedrio.
i Flor. — Mas quiero perdiendo de mi justicia
callar que respondiendo no te acabar de satisfa-
cer. Que pues tan casto estás en tu firme liber-
ORÍGENES DE LA NOVELA. — III. — 1'2
tad, ruega a Dios por buenos temporales, y no
digas desta agua no beuere. Porque si te tocare
tal rabia, al cabo de tu libre vencimiento te
daré la corona de la victoria, y el pregón públi-
co de alaban9a; aunque me temo que si te vie-
res como yo, que harás como los umchos.
Fol. — Y aun quipa entrará tarde y prenderá
ayna; porque si el amor viene a bracos con él, o
él caerá como otros hombres más fuertes que
no él, o él será ángel entre los hombres.
Lyd. — Ni quiero, señor, justificarme en lo
que dizes, ni condenarme: porque como libre de
razón sé lo que deuria hazer; pero no sé lo qne
haria por no perder mi libertad, aunque más
hiziesse el amor, si Dios fuesse de mi valia.
Flor. — Al fin tú hablas de la feria como te
ha ydo en ella, y tractas del amor como hom-
bre oluidado del. Y pues yo no le puedo negar
subjecion, llámame a Polytes: darle he esta car-
ta, de la qual no te doy parte por ver tu poco
gusto en lo que yo me como las manos y aun
las entrañas de goloso tras ello.
L//d. — Del no me dar cuenta más me bazcs
merced: pues en ello no te sé ni puedo seruir,
y voy a llamar al paje. A, Polytes! entra den-
tro, y ruegote que mires los pasos que andas,
porque se traen las veneras según do son las
romerías, y mira que por nueuo al mundo, aun
no sabes quexar donde te duele.
Fol. — Señor, todo lo entiendo y te lo agra-
dezco: pero al fin cada qual a de sainarse por su
justicia, y salir por sus cauales como las ánimas
del purgatorio, que ni ando caminos que ya no
anduuieron, por quien puedo guiando anisar, y
si cayere, quien me da el empellón al caer me
dará la mano al leuantar. E ya que no, el caer
de otros muchos consolará mi daño, y con tan-
to entro.
Flor — A, Polytes, qué oluido tii-nes de la
piomessa!
Fol. — Mas aguardaua a entrar llamado a sa-
zón, que no por oluido de lo que tengo en me-
moria, y muy de voluntad.
Flor. — Pues toma esta carta, y por no de-
tenerte no te doy auisos.
Fot. — El buen desseo de seruirte me auisa-
rá; yo traeré respuesta,
Flor. — Para mucho serías. Pero vete luego
y Ueua contigo los mo90S que quisieres.
Fol. — Señor, como mi buen negociar consis-
ta más en buena diligencia y dicha que en fuer-
zas, mejor iré solo secreto que acompañado pú-
blico.
Flor. — Pues no te detengas: sigue como te
plaze, y auisa que me den cenar.
Pol.~ Señor, esso está a punto: voy me de tu
mandado.
Ful. — A, hermano, vas perdido? dónde a tal
hora, y mudad' i el vestido?
178
ORÍGENES DE LA NOVELA
Pol, — A un negocio.
i^tí/.— Creo que yrás a los parrales del moris-
co; pues guarte del mastiii.
Pol. — Hallado has el goloso de vuas taa ca-
ras; y aun yo bailé el adiuino.
Ful. — Todavía no puedo acabar con el amor
que te tengo de dexarte yr solo, en especial si
vas a la puerta del campo; que en tales estacio-
nes siempre hallarás algún mal encuentro a ta-
les horas.
Pol. — Agora te digo que lo acabaste de ado-
bar; como si me viesses yr mucho a tales pasos
y faltassen por acá mugeres?
FtU. — Aya argén, que en cada calle hallarás
cobro; pero assegurame dónde vas, porque veas
si has menester mi persona, pues te quiero para
mas de vn día.
Pol. — Pues yo me quiltro para más de diez;
pero voy por mandado de Floriano, y aun man-
dóme que te lleuasse conmigo.
Ful. — Pues escusaste te de ello por mostrar
couardia en mi?
Pol. — No por cierto, pero disele que iría me-
jor solo que sin ruido.
Ful, — E aun acertaste en no rae llenar, si no
ha de auer sangre, como yendo yo no faltara, y
vete con Dios, pues que ansi cumple.
Pol. — A Dios quedes hasta la buelta.
Ful. — Siquiera bueluascomo el trigo que pas-
%a en Asturias, que no sabe retorno; pero o, hi
de puta y qué necio buen comedimiento el mió,
y aun él si lo acceptara, y qué neciamente lo
hiziera él en pensar que yo hablaua de veras, e
yo mucho más en hazerlo, aunque lo mandaran
siete Florianos. Aunque al fin como tuue el sí
rtiígido, si le viera que lo acceptaua, tuuiei'a el
no dissimulado. E con tanto me subo arriba,
que ya lleuan el manjar: quifa se me pegará
algo con que más medre que cou la yda con es-
totro. Que dudo yo si él de allá buelue sino en
lengua de quien diga que queda muerto. Y con-
tento pues que yua él, quiero afufar, no se arre-
pienta y buelua por mí: pero serie ya escusado,
y tampoco lo hará: porque se pica de gallillo
loquillo, qne le hierue la sangre, que aun nunca
espada agena le ha sacado: Dios le guie, allá se
auenga, y a nos no oluide acá.
ARGUMENTO DE LA SCENA VI
l'olylc» llena la cai'la, passa grandes platicas con Justina: dale
el collar; lloua respuesta de Belisea a la carta de Floriano.
Polyles da cuenta de sus passiones jjroprias a Justina, queda
muy en su gracia y danse palabras de casamiento.
P0LITE8, JüSTIXA, BeLiÍBEA.
\_Pol.] — Agora que A'oy en mi cabo quiero
preuenir con el entendimiento los passos desta
jornada; porque según el delicado sentimiento
de Belisea, y lo que de ella este dia pude colle-
gir en sus palabras sangrientas, no está en más
mi vida de antojar se le a ella que no ando en
passos de su seruicio, ni le busco su honra, ni
tracto de su ganancia. Porque estas señoras y
donzellas muy recogidas, la honra las suele tor-
nar tan tímidas y sospechosas, que en lo que a
ellas se les assienta vna vez, tarde salen de tal
scrupulo, y con tal alteración, la pulga les pa-
resce toro. Pues si mis passos y tramas salen en
luz, descreo de la vida si al mejor librar sobre
justo vel injusto mientras saben cuyo soy, y
mientras conoscen que soy pariente de Floria-
no, y de mientras acude Floriano por su honra
y mi fauor^ si no me atacan las calyas de color
con algún jubón incarnado bordado de la tigne-
ria y pespuntado por algún gurrea, pues guár-
deos Dios, de hecho es, que no me lo quitará
FJoriano. No en balde dizen: que estando con
el conde, no mates al hombre: ni en huzia del
fauor, no seas malhechor: porque quien adelan-
te no mira, atrás se. halla. Pues querer yo librar
a Floriano tan a mi costa, es boueria; poique
por otro tengo yo y deuo poner lo que él pon-
drá por mí: y por Floriano perder yo o arriscar
lo que perdido me podria él restaurar, justo era;
pero la vida ni la honra mala suelda tienen:
peor es que vidrio: que al fin quedan las pega-
duras a mejor librar. Pues pensar que me hiede
ya el viuir quando aun apenas comienjo, no es
razón. E también yo sé que por librarme no
dará Floriano muchos passos, aunque yo doy
hartos por él y con assaz peligro de la persona.
E oy en dia siempre en los palacios quieren los
señores los criados sanos, bulliciosos, atreuidos,
traba jadoi-es, callados y no pedidores. Pero si
tantico afloxays con el trabajo, o mostrays can-
sancio de la carga, al punto no vale el criado
nada. Y junto con esto paganle los seruicios
atrasad; s con vna desgracia presente, y aun a
las veces con embiarle {}) al hospital, si no tiene
de proprio heredado y confia en lo ganado. E si
por auentura por sus buenos y muchos seruicios
passados la razón les calla la lengua en el des-
pedirle, también la ingratitud les ata las manos
en el darle, y les tulle la memoria en el acor-
darse del para acorrerle. Por manera que de las
ningunas mercedes, tome él causa para se yr. Y
ansi no le dizen que se vaya, mas hazenle obras
con que él se commida: y ellos huelgan de to-j
mar occasion pnra escusar su ingratitud, dizien
do que él se fue. Ansi que, mancaos en su ser
uicio, que no faltará quien echo n)cnos vuestrc
trabajo, aunque no aya quien mire en hazeroí^
algún beu3Ílc¡o. Pero yo qué digo? con quién 1(
he? yo no voy solo? quién me liizo a raí tan ti-i
mido en el daño que o será o no? Yo raesnií
I
(') En el original, por errata, embiale. [
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
179
me paresce que llamo al desastre, pues lo lloro
ya por preseute. A la burla, que mientras el
hombre hallare donde poner los \ñes, siempre
yr adelante: que si cayere, buscar el remedio, y
en tanto holgar, pues Dios sabe lo que será:
que los males si han de venir, no se escusan:
en tanto tomar plazer, que el pesar el verná sin
buscalle. E aun quÍ9a que primero que venga,
o morirá (dizen) la burra o quien la tañe. E la
obligación que yo más que ninguno de casa ten-
go a Floriano y su liberalidad es razón que quite
mi tibieza. Y lo que más me deue animar es la
buena esperanza que tengo de auer a Justina, y
de ambas partes me viene la ganancia al ojo. La
muchacha es como vn oro, y su señora la ama;
ansí que si cuajassen estas cosas, todos podría-
mos ganar y gozar. Porque con el gozo de en-
trambos, crescer les ya la franqueza en el dar,
y a nosotros en el recebir la medra: porque a
rio buelto, ganancia-de pescadores. A la puerta
estoy, y no se' qué camino tome; gran te-
mor me rodea; quán cierto es acompañar el te-
mor al mal hazer! pero si ello ha de ser para ser-
uirse Dios, él me encaminará, pues muchas ve-
zes de malos amores saleu sanctos matrimonios.
E aun agora va Dios delante, porque ay com-
liidados de cena en casa de Lucendo, que gran
tauahola passa. Entro, encomendando me al
nieto de santa Anna, que entre muchos no seré
yo echado de ver. Ea, Polytes, si quieres honra
y prouecho, cata que a los osados ayuda la for-
tuna, y el que no auentura no passa mar^ ni
aun se toman truchas a bragas enxutas. Quie-
ro buscar algún paje que me llame a Justina;
diré me ser su pariente: que basta que lo sea-
mos de parte de Adam. Pero, o, qué buena ven-
tura la mia, que allí la veo por so el corredor a
vua reja de los entresuelos baxoi, y aun creo
que me ha visto y conoscido con la clara luna
que reuerbera del patio acá en lo abscondido de
sombra. Allá voy, que me llama.
Just. — Hola paje, a, gentil hombre! c<>n per-
don del atreuimiento, dadme vn guante que se
me cayó en el suelo,
Pol. — Poco es daros vuestro guante quien os
tiene dado su cora9on.
Jiíst. — Ay, mala landre me mate si no es el
paje de Floriano; quiero escusar me con ser obs-
curo, para mejor y más sueltamente hablarle,
pues él es bien razonado, y haré que no le co-
nozco. Ay Jesús, y quién soys, que tan suelto
hablays, sin saber con quién?
Pol. — Más sin medida es vuestra crueldad
contra quien por conoscer os no conosce a sí
mesmo.
Just. — No siento quién soys, ni si me cum-
ple sabello, ni sé qué responder a tales plá-
ticas.
Fol, — Vuestra hermosura me tiene tal para-
do, que no es mucho no sepa yo deziros quién
soy, ni vos desconoscerme: porque por vos mil
vezes me hallo ser muerto, y sin jamas despe-
dir la vida, siempre ando a los brn9os con la
muerte.
Just. — Ay, valas me Dios, y si soys algún
cuerpo fantástico?
Bel. — Qué hazes ay, di?
Just. — O, qué buen salteamiento! oye, oye
marauillas de aquel mi requebrado, que a caso
llegó aqui.
J)el. — Mas quién es?
Just. — El paje de Floriano, de la carta de
ayer del jardin.
Bel. — Ay ay, quita te acá; vamos que ya ce-
nan los combidados.
Just. — Por tu vida que oyas si buscas plazer:
y oye, que llama, no sienta que estás tú aqui.
Pal. —A, mi señora, no quereys el guante?
Just. — Ya le quisiera en la mano, y aun a
vos absenté, pues no me dezis quién soys.
Pol. — Tomad, señora, vuestro guante, y per-
donad que os le doy en la punta del espada,
pues quedé tan baxo de cuerpo quanto en mé-
rito ante vos.
./«sí. — E cómo puedo saber vuestro mérito
sin conoscer vuestra persona?
Pol. — Soy el que tiene puesta su vida en
vuestras manos.
Just. — Ay, que no miraua en ello; pues deuo
de ser medico, o sy no, cómo dezis que estays
enfermo y está en mis manos vuestra vida?
Pol. — Verdaderamente con solo vuestro que-
rer me podeys quitar del todo la vida y tornar
me la a restituyr; pues vos sola bastays a hazer
mouimiento en todas mis potencias y sola po-
deyá dar remedio a mi mal.
Just. — Qué te paresce, mi señora, si me pue-
do loar de tal requebrado?
Bel. — Digo que bien sabe encareecer su
pena.
Just. — Pues espera te, que yo le haré desbas-
tar más. Dezid, galán, conosceys me por ven-
tura? o cómo me veys con las tinieblas de la
noche?
Pol. — Porque la claridad de vos precedien-
te tiene lumbroso el circunstante ayre donde
yo ando.
Just. — Lo que entiendo de lo que dezis es
que deueys de tener ojos de mochuelo, que veen
de noche.
Pol. — Como yo siempre ande en la noche
del penar, y en la obscuridad de mi tormento;
como a vos os contemplo en mi memoria, y os
hallo en mi erraron, por la passion que por vos
padesce, viéndoos, pues, en tal manera no puedo
vino veros en la noche; porque quanto más os
Contemplo, más por vuestro amor soy puesto en
obscuro tormento.
180
orígenes de la novela
Just. — Como no os entiendo, no sé qué res-
ponder a esso, mas de que, pues sin más me co-
noscer os mostrays tan penado por mí, que no
me marauillo que ansi engañeys a las no auisa-
das y recatadas mugeres con vuestras lástimas,
que los hombres decorays para las dezir, den-
tro de las quales va como anzuelo en ceuo abs-
condida su perdición.
Pol. — Tanto yo, mi señora Justina, os co-
nosco, quanto por vos, oluidando a mí, no sé
cómo llamarme, sino vuestro; ni quiero sin
vuestro conoscimiento conoscer me a mí.
Just. — Ya, ya. Jesiis, .lesus, y qué ciega he
estado en este punto; porque en la desembol-
tura del hablarme te vuiera de auer conoscido.
Pero y qué mandas a tal hora donde a caso te
vi, cosa no acostumbrada?
Pol. — Quería hablarte, señora, sin pregón, y
también traygo vna carta.
Just. — Pues no te-ngo de quién me recele,
bien puedes hablarme, porque el que anda sin
malicia (dizen) que anda sin temor. Ansi que
para quién o cuya es? que no nos oye nadie.
Pol — Señora, perdóname el declararme más
en cosa que a otro toca, y si no me has enten-
dido, entiende que las paredes suelen oyr; ma-
yormente de noche, donde la vista no anteuie-
ne la distancia del sonido de la voz.
Just. — Ea, mi señora, damelicencia para que
entre por esta portezuela del entresuelo, aqui
tan solo en esta sala.
Bel. — Anda, dexame, que ni ya puedo oyr
las vaziedades de aquel sandio, ni a ti te que-
rria tan golosa de tal habla. Pero porque no
acabaremos oy contigo, y también porque quie-
ro anisar a esse paje que no aborrezca su juuen-
tud con tales venidas, anda, ábrele.
Just,— A, gentil hombre, tocad a essa porte-
zuela, que la dexó vn paje en denantes sólo
apretada, que salió por ay, y tornando la, pasito
a apretar, subid. E tú, mi señora, esfuercate a
for9arte en hablarle y responderle, pues ya oys-
te que te trae carta.
Bel. — Mucho deroga a su bondad la honesta
muger en admitir mensajes semejantes, como
quiera que vengan, y no menos abre puerta a
su perdición en pararse a dar respuestas. Por-
que en estas cosas lo mejor es tapar los oydos,
y baxar los ojos, y tapiar la lengua, y huyr el
cuerpo. Porque ansi como el fuego de vna mor-
ceña en otra se atisay sube llama, ansi no me-
nos de vn mirar toman occasion de hazeros se-
ñas, y de atendelles las señas en hablaros, y de
oyrles las sus hablas, vienen por ventura a ser
abrasada la hembra y él enloquecido.
Just. — Anda, señora, que al fin, aunque oya
y él sea atreu¡do,la hembra con dura respuesta
despide la importuna petición y el duro aduer-
sario amansa las furias.
Bel, — Bien dizes, cierra essa ventana y des-
cubre aquella vela porque nos veamos.
Pol. — Dios prospere vuestra magnifica gen-
tileza y prosperidad de estado.
Bel. — Vengas, paje, en buen hora: y porque
de ley de mensajero no meresces pena, aunque
no te limpias de la culpa, quiero acortar razo-
nes contigo. Yo sé que me traes carta, y aun-
que me vuiera de escarmentar tu mensaje e in-
nocencia de raposo en lo passado, pero por ver
que nunca acabarás, quiero concluyr tus men-
sajes no buenos. Da la carta a essa donzella,
que yo ni la tomaré, ni la leeré, y espera luego
por la respuesta. E tú, Justina, alúmbrame a
este retretillo: y darasme alguna huelga con ver
que hago lo que tú quieres. Agora por conten-
tarte, me lee essa carta, que de mi prouecho ni
bien yo sé que vendrá desnuda.
Just. — E calla ya, mi señora^ que ni tú eres
ya vieja para no holgar y passar semejantes pa-
lacios, quedando entero tu señorio, y bondad
sana, y honra sin quiebra, y honestidad limpia.
Cata que estos y otros tales suelen ser los se-
raos de las damas, que ríen y mofan de los ga-
lanes de corte; pero por esso son tenidas algo
en menos? E tú mira que ni has de ser monja,
pues no querrá tu padre perder su heredera de
mayorazgo. E dado que lo fuesses, aun no te
estrañarias tanto si no fuesse a más no poder,
como passa entre las que se conoscen para ello.
Y dexando estas razones, te leo la carta, que
trae buena letra.
CARTA DE FLORIAXO A Sü SEÑORA
Es ya tan intolerable mi tormento, que con
dolorosos sospiros que el mi tan penado vues-
tro cora9on os embia, y con penosos alaridos y
grandes vertientes de lagrimas, que lan9an de sí
los ojos por mandado del triste coracjotí, las du-
ras y secas piedras insensibles tienen ya blan-
das, y las indómitas irracionales fieras tienen
inclinadas a mansedumbre y llenas de piedad y
dolorosas de compassion de la poca que yo ten-
go de mí mismo por vos mi señora. Empero con
todo esto, como el gran estado de vuestro me-
rescimiento mora tan en la cumbre, y mi baxe-
za y poco merescer me tiene a mí tan submer-
gido en el profundo, no alcancan las vozes de
mis alaridos, ni las muestras de mis dolores a
subir al audiencia de vuestra misericordia. Por-
que de otra suerte, bien sé que oyéndome vues-
tra nobleza, en oyrme os despertarla a benigni- ^
dad: y sabiendo vos tan gran daño no sufrirla
vuestra generosidad no remediarme; y esto solo
alcan9aria para mí en vos vuestra bondad, sin j
tener atención en mis atreuimientos, viéndome i
tan perseverante en pedir os fauorescon la gran
fe que en amar os tengo. E pues las passadas
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
181
peticiones no tuuieron audiencia, merézcala esta
con más algún fauor. No porque agora me pien-
se ser más ante vos, pero porque en el meritu
de la tolerancia de la pena me juzgará el amor
por martyr vuestro. E porque vuestra misericor-
dia se vea tan al claro como vuestra hermosura,
de aqui confio en vos que, respondiéndome, me
mandaroys vn sí de que o viua para más penar,
y en ello más os seruir, o vn no al mi viuir, para
que se concluya la passion de este qué se osa
firmar por vuestro, Floriano.
Bel. — Paresce te, Justina, que a vn tan pú-
blico aduersador de mi honra y honestidad, que
le deuo de oyr ya más? Dame, dame tinta y pa-
pel, y salte fuera: que no quiero que se me pas-
se la ira, para con ella le dar su mcroscida res-
puesta.
JiLftt. — Aqui todo a punto. Y mira, mi seño-
ra, que la passion es vn género de embriaguez
que ciega las potencias. Y el ciego aun llenan-
do guia, no va bien seguro por llano que sea y
trillado el camino. E no te digo mas: y salgó-
me hasta que llames a esta sala.
Bel. — Pon cobro allá fuera, y mira que no
vean esse paje, y no entre acá nadie hasta que
yo salga.
Just. — En todo tendré cuydado. Allá que-
daras: que agora de Dios me ha venido este rato
que lo hauremos Polytes e yo: y veré qué tiene
tras el buen razonar.
Pol. — O, qué gran merced ha sido ésta en no
me dexar sin tu presencia en estos obscuros pa-
lacios.
Just. — Pues agora que ay candela, no te con-
gojarás. Pero dime, en mucho tienes esto que
hago por ti?
Pol. — Por gran parte de mi gloria.
Just. — Anda, que plaziendo a Dios y andan-
do el tiempo, más haré y más podré, pues mu-
cho más tú meresces.
Pol. — O, qué alegria me ha puesto tal espe-
ranza! porque tu valor y mi baxeza quebrauan
las alas de mis altos pensamientos, para esperar
de ti algún fauor.
Just. — Anda, señor, como sea amor no ha de
estar ocioso en que no obre algo el que ama por
el que es amado. E pues por tu bondad yo te
amo de vn amor limpio y casto y seguro, no
puedo no te seruir y hazer todo plazer: con
tanto me di cómo le va a Floriano? y dime si
está ya con más esperanza de sus deseos?
Pol. — Toda su esperanza tiene él en ti, e yo
toda mi gloria.
Just.- Pues por mi salud que puedes tú de
zir lo que te pagares; pero que me es él bien
en cargo, aunque más lo es a ti; porque por ser
tú el tercero, soy yo acá de contino su abogada.
Pol. — Pues por la solicitud tuya, para pri-
mera vista del processo, te embia mi señor este
collar de oro, no de poco precio, ni menos gala-
no; y embiate a dezir por mí que le perdones,
que para más dias le tienes, y a mi para siem-
pre por tuyo. E por tal te pido essas manos, y
licencia para ponerte le por mi mano al cuello.
Just. — Al señor Floriano darás mis copiosas
regracias de agradescimiento por tan magnifica
merced. E tú tampoco te atreuas con mi sole-
dad y buen amor a ser descomedido.
Pol. — Perdóname, que miraua cómo pares-
ees vna reyna.
Just. — Sí que bien, pues que te encomiendas
para alcanzar perdón?
Pol. — Aqui me pongo de rodillas hasta que
me perdones, y me des essas tus manos por n)i
señora.
Jitst. — Algo es bouo el mozo; estamos a so-
las y pone se en cortesias?
Pol. — Qué dizes, vida raia?
Just. — Que no hagas essos estremos tan so-
brados y te sientes luego en tu silla.
Pol. — No quiero desobedescerte.
Just. — Pues menos me deues de destocar.
Cata, amigo, que andas por quedarte solo. Mim
quetequierobien,y tuno tienes razón nioccasion
de enojarme, ni lo aciertas, y descubrirte ansi
tan al primer golpe, no viendo en mí por qué.
Pol. — De enojarte me guarde Dios. Cata nip
aqui hecho vn cordero.
Just. — Mucho necio ha comido el mancebo,
que luego me cree que digo que me enojo. Y él
creo que piensa que le tengo yo de dezir que se
desembuelua!
Pol. — Qué dizes, mi vida? que temo enojarte,
y tu hermosura me engolosina a ello.
Just. — Pues está quedo ya, y baste, que aun-
que mi hermosura dizes que te dé licencia, mi
honestidad te vieda tales atreuimientos, quando
no ouiesse muy descubiertas occasiones en mí.
Pol. — Señora, esta ha sido la fruta de pala-
cio, y las señales de tenerte yo en obligación
por señora, y en amor perpetuo por esposa;
pues que en tal vinculo o a ti o a ninguna daré
el sí.
Just. — Pues yo a ti no menos. Y pues tal ha
querido Dios, de aqui adelante te llamo de ver-
dad mi señor, pues que con el hazerte yo todo
plazer has querido que mi honra no tomasse
quiebra, tomando me por muger.
Pol — Digo que soy el dichoso en llamarte
mi muger. y por tal como en rehenes te pido y
tomo este abrazo.
Just. — Ay, por Dios, que te baste ya: pues
agora me has de querer para más de vn dia. Y
déxame de quebrantar más, que sale ya mi se-
ñora. E pues no ay njás tiempo agora, toma
éste en señal de marido, y para otro dia que or-
denares nos veamos.
Pol. — En todo me hazes merced.
182
ORÍGENES DE LA NOVELA
Just. — Apártate, que pues para lo hecho no
llamamos testigos, no los tomemos en mala sos-
pecha.
Bel. — Toma, paje, darán esta carta a el tan
sobrado de tu amo, y tú no veas más mi cara
con tales embaxadas. Cata que la furia más al-
canca a los cercanos; digolo porque huyas de
darme enojo, y ve con Dios. E tú, .lustina, cie-
rra la puerta baxa, y vente tras mí a mi reca-
mara, que te aguardo.
Just. — A, señor, no sé qué lionas en essa car-
ta allá, que las muestras de lo que acá queda no
son de bien.
Pol. — ho que yo sé que Ueuo es que lleuo
respuesta a Floriano, y voy yo amenazado de tu
señora, y de ti muerto, y aunque muy favorido.
E ansi me tendrás cada dia por acá. si tu vo-
luntad no rae lo vieda.
Just. — -Yo no podré quitar tus venidas, pues
serán descanso mió. Pero ruegote que como
por cosa tuya mires ya por mi honra. Porque
quÍ9a el amor que te tengo me pondrá a mi en
esto descuydada alguna vez. E pues ya de mi
bien y de mi mal es tuya la parte, encargándote
el silencio en lo hejho y el miramiento en lo
por uenir, te digo que no afloxes en tus emba-
xadas. Porque con el curso de los tiempos se
mudan a las vezes los paresceres a las perso-
nas: y con mucho se tractar vna fruta se haze
madurar o ablandar antes con antes: y concluy-
do lo principal, aura lugar nuestra ganancia, y
aun la publicación de lo que hemos hecho con
nuestra honra. Y pues eres cuerdo, no pidas
más para entenderme. Y en pago del collar, y
en señal que doy contigo por aprouado todo lo
hecho, te doy este anillo de oro con este jacin-
to, el qual quito agora de mi mano y le pongo
en tu poder, para que quando tú te ouieres en-
tregado en mí de todo en todo de lo que queda,
me le tornes. Y en tanto sepas que este te sea
memoria de que traes contigo mi cora9on, y acá
quiero me quedes el tuyo; y ve con Dios, que
viene lumbre por el patio, no encamine acá, y se
borre lo bien escrito, por ser tan al fresco. E no
des en mí mal cobro de aquello que para te ser-
uir yo tanto amo, que es mi honra.
Pol. — Las entrañas se me arrancan en esta
partida. Pero donde fuerga hay, derecho se pier-
de. Y en lugar del anillo te quedo mi cora9on
en este abra90, y tracta me le bien como cosa
tuya.
Just. — Ay, señor mió, no te querría tan olui-
dadizo ni tan atreuido. E pues en el despedir
aure yo de hazer comiengo , me perdona que
cierro la puerta. E quando vinieres, o sea por
este lugar, o por la puerta, y ve con Dios. Pero
agora que se va resfriando la herida, veo, cap-
tiua yo, quán desmandadamente me he gouer-
nado como mal preuenida donzella. Pero pues
a lo hesho no ay enmienda, y no llena más de
voluntad y palabra, aun no es de llamar yerro
el mió, pues el matrimonio Dios le manda y él
lo encamina. Y encomendándolo a su magestad
todo, me voy a mi señora bien descuydada de
mis cosas. Y ansi veo en mí que de pocas mu-
geres es de fiar su honra propria, libertadas.
Pol. — Desde aqui a casa en mi cabo quiero
retornar sobre las palabras tan sangrientas de
Belisea; porque a lo que ella mostró y dixo e
yo veo, yo ando el más cercano al peligro. E
ansi si mal sale, luego es en mi casa, y el mal
que a otros costana hazienda, a mi costará la
vida: que no hallará en otra cosa donde tope.
Pues ay de quien muere si no va al cielo, y el
yr al cielo no es de todos los que mueren, aun-
que el cielo se hizo para todos los que vinieren
con razón de hombres. Pero dexando esto al
saber diuino, boueria mia es querer yo cal9as y
jubón si los tengo de atacar con la vida. Pues
yo muerto, para qué quiero huerto? Pero tam-
bién que dexe yo de venir a gozar de mi Jus-
tina? y que huya yo la cara al fauor de la for-
tuna? quiero seguir tras mi venturosa dicha, y
buscarla, y amarla, y tenerla, y morir por ella,
O, mi Justina, no creas a lo que este tu anillo
te dixere, de lo que agora en mí haurá sentido.
Fuera estaña de mí, no pensando en tu gracia
en hablar, y donaire en el meneo, y auentajada
hermosura. Nunca pense ganar de ti lo que oy;
nunca pense ser recebido a tu seruicio; y que
agora lleuo el sí de muger al estilo de nuestra
Christiana yglesia, y que de oy más pueda verte,
y hablarte aun sin offensa de Dios ni tuya, ni
del mundo. O, qué semblante de tristeza de
amor me mostró al despedirme! Fuera, fuera
ingratitud : que pues Dios me busca , quiero
salirle al camino. Y con esta deliberación, pues
ya estoy en casa, me acojo a buscar de cenar,
que la respuesta mañana la daré a Floriano:
pues duelo ageno del pelo cuelga, Y pues ración
de palacio quien la pierde no ha grado, entro
al hilo y bullicio de la gente, que a buen tiem-
po llego, que si me echaron menos a la mesa
en el servicio, no me echarán menos en la mesa
agora al mi prouecho.
ARGUMENTO DE LA SCENA VII
Feüsíno lleua a Fulminato y a Pinel a la cena aplazada, y que-
tlanse a dormir en casa de Marcelia, donde Felisino alcanza
a Liberia y Pinel a Gracilia. prima suya.
Felisino, Fulminato, Pinel, Marcklia,
Liberia, Gracilia.
[Fel.^ — 'A, hermano, según veo que tan de re
mi fa sol aparejas el sentarte a cenar agora, no
deues tener memoria que será tarde para lo que
tenemos que hazer?
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
188
Ful. — Y qné es? qae juro al sancto calenda-
rio que se rae ha colado de la memoria, que
traigo diuidida en cosas que penden de mi. Di,
di, que oienso que es el tracto que se h;i de dar
al bodegonero de la plazuela vieja por la dema-
sía de su lengua en lo que ayer se dexó desco-
ser. Pero reposa, que todas las cosas tienen
tiempo. Y en esto está seguro, que está en ma-
nos el pandero, que le sabrá tañer; y cata que
también quien no assegura no prende. Ni pien-
ses que más de mi espada y braco solo tengo
de embarazar en tan poca pesca, como él y toda
sn casa, ni aun me llenará vanagloria de cuchi-
llada, porque espaldarazos, o palos, o coces, o
talegazos, le han de dar castigo, y aun quÍ9a
que muerte, y a otros escarmiento. Que ni pien-
ses que ni tú con aquel borrachon perderás
snefio, ni mi espada la vayna.
Fel. — Agora te digo que no vamos por vn
camino todos.
Ful. — Y cómo agora adeuinas: que vno
piensa el vayo, y otro el que lo ensilla; pero
dime qué es, antes que la cholera más reyne en
mí, sin saber el de qut\
Fel. — En mí auia ella de reynar contra tu
desacuerdo: en lo que sabes que se ha embiado
a donde sabes.
Ful. — Que de Dios no me aparto si te en-
tiendo; que en mi lenguaje no ay más de pan
por pan.
Fel. — O, qué memoria de Aristotil! anda ya,
que es tarde para yr a la cal nueua.
Ful. — Ya, ya, al cabo estoy, no nombres más:
que es noche y ay muchos oydos. Vamos, que
tal puesto no es de perder: que para esso lic-
uarme has por vn cabello sin quebrarle. Peor
dime, qué has embiado?
Fel. — Porque no vayas con temor de auer
hambre, te lo diré. Allá están dos pares de per-
dizes, y tres anes, y vna pierna redonda de car-
nero, y vn solomo de vaca, y vna gran puesta
de pernil para hazer la olla.
Ful. — Vianda ay para diez abbades. Pero si
no ay más, no voy allá.
Fel. — Ya te entiendo. Allá tengo de lo bueno
de Toro, que passa de dos acumbres, tintillo, y
de Madrigal blanco poco menos.
Ful. — -Pues marcheTuos: que la fruta de ante
y pos yo la perdono con tales cumos.
Fel. — Pues aun de esso, ay prouision de dos
dozenas de camuessas.
Ful. — Fino hombre eres. Perc mira que con
tales embiones presto desmancharás el partido:
aunque mal pagado y bien seruido.
Fel. — Anda, vamos, e iré te leyendo vna le-
cion de baratar, porque veas que no lo sabes tú
solo todo.
Ful. — Pues dime, tienes de acá algún ter-
cero?
Fel. — Porque no croo que tendrá allá compa-
ñía de plato no le lleno.
Ful. — A la fe, no creas, hermano, en tal
sancto. Hi de puta, pues qué cosa niugcres, para
en oliendo vn tal ceno, no acudir como moscas a
la miel! y nunca faltará vn dezir es mi vezina, es
mi sobrina, es mi prima, que nos vino [á] ayudar
a el aderezar para vosotros. Porque bien sabes,
y si no lo sabias sabraslo, que ay primas que
son para continuar el parentesco, y primas para
trauar nueua parentela: y estas llamo yo en mi
lenguaje primas para en baxo de grado.
FeL — Primas de solo plato y cama, deues de
dezir.
Ful. — Tales las hallan, pues, estas mugeres
que buscan vida gananciosa. E ya que no pue-
den vender os las por primas, véndenlas por pa-
rientas o (como dixe) por vezina llamada para
en vuestro seruicio. En manera que quieren que
les agradezcays lo que ellas hazen por vuestra
costa y su prouecho. En especial que como en
aquella casa vean que entran mancebos, luego
acudirán como buytres al ceno. Pues después
que las veys en torno de la mesa, no es genti-
leza no dezirles que alcancen del plato, y aun
del hato.
Fel. — Caladamente hablas; pero sean las que
fueren, que mientras más moros más ganancia.
A Pinel, que me ayudó a leuallo de acá, será
bien llamar, que es mancebo de bien, y de hecho.
Ful. — Es lo cierto; pero ya ellas no sabrán
allá que para él, que ha de auer compañía? pues
allá lo veras si no hay tercera, y llámale y mo-
uamos, que son cerca de las diez y tañeran a
queda.
Fel. — Pues qué tienes tú con las campanas?
temes qui(?a al aguazil?
Ful. — Hallado has quien no dcssea hallalle.
Fel. — Pues de mí ve seguro, que te acom-
pañaré.
Ful. — E aun pues por saber yo de ti esso, y
porconoscer me, que si ¡o topamos, con que pre-
suma estoruarnos el passo, que con la vara le
tengo de quitar juntamente la vida, por tanto
no querría necessitarme a que se dilatasse la
cena vn hora por mi espada. E aun esto, si bien
sabes no es couardia, mas antes fortaleza: por-
que a la fortaleza acompaña la prudencia.
Fel. — Es ansí: que no es de sabios y fuertes
todo acometer, ni aun de necios ni couardes
todo huyr, quando el esperar no espera vic-
toria.
Ful. — Pues esso sabes, vamos, que cata allí
a Pinel a solas.
Pin. — Qué se ttactana de mi? y dónde bueno?
Ful. — Que vamos a hazer cierta ric^a en vnos
contrarios.
Pin. — Pues a mí me teneys a todo, con per-
sona, espada y capa, y buena voluntad, y vamos.
184
orígenes de la novela
Fel. — Pues ha de ser adonde ayer me ayu-
daste a desembarcar, y acá a hurtar.
Ful. — Agora que vamos fuera, me aclara
esse punto.
Fel. — El botiller y despensero te lo dirán al
echar de su cuenta.
Ful. — Que por Dios, que escotaron!
Pin. — Mas pagar dixeras mexor: porque si
en todo lo que allá está ellos están confiados
para el gasto de acá, saldrán del agalla con el
sueño del perro, buscando tocinos donde no tie-
nen estacas. Aunque al cabo todo lo paga Flo-
riano, y del cuero salen las correas: sólo les
costará vn ítem más de otros dos renglones.
Ful. — Descreo de los adoradores de Mars si
no soys los que yo buscaua. Agora te digo,
Felisino, que aura tercera y aun quinta donde
vamos: porque de la miel del modorro, a cucha-
ronadas.
Pin. — A la fe, a la cuenta de sobre mesa, si
ouiere más de para cada sendas, seremos tres a
tres, y a las demás dalles señal para otro dia
vaco. Pues todos los dias no son yguales, ni to-
dos los años abundosos.
Fel. — Hablas al punto.
Pin. — A la fe, hablo a vso de mi tierra.
Ful.— Y aun al vso de cuerdos. Porque ne-
cedad es poner cartel quien no piensa salir con
el campo: ni con mugeres es bouo el que aun
de lo que puede no les quita algo para tener
que les dar otro dia.
Fel. — Anda ya, que dando lo que puedo,
cumplo: pues ley humana ni diuina no obligan
a más del poder.
Pin. — De ley ansi es y de razón, pero no con
las mugeres: que en tal desseo les falta ley y
razón, porque no quanto puedes, sino quanto
quieren te pidiran. Porque después de ser ami-
gas de todo extremo, aun en recebir y ganar el
tal extremo, ya que salen con lo que quieren,
de mal contentadizas, pocas vezes muestran que
liazeys lo que y como lo dessean, por quedar
fuera de obligación de os dar gracias.
Ful. — No aguarda Fulminato a que me den
gracias, sino tomo las yo en cessar a la obra:
mayormente en esta tecla: porque dizen que an-
tes la muerte que la hartura hallan a la muger
carnal.
Pin. — Yo no jugaua tan al descubierto: pero
pues tú guiaste, baste que en el comer y en el
vestir son tan altas de pensamientos y de tan
reales estimaciones de su merescer, que jamas
hallan causa de satisfazerse de lo que les days,
por parescerles todo menos de lo que quieren y
merescen, y siempre en sus cosas querrían ser
solas: solas en gouernar, solas señoras de todo
passatiempo, solas no ser contradiclias, solas en
su parescer, solas en mandarnos, so'as en salir
con sus temosas porfías donde les vale el por-
fiar, solas en buscar arreos, aposturas, inuen-
ciones, para enbaucar los sandios hombres; y en
todo lo que hazen quieren solas el loor, solas la
estima, solas el seniicio, solas el dar consejo;
pero en vn caso, a mi ver, nunca se querrían
solas.
Ftil. — En la cama.
Pin. — Ay sí la compañía, y no de muger, por
temor de las fantasmas, pero de varón: y tal va-
ron que no las dexe dormir toda la noche; y si
él se descuyda, ellas como son tan medrosas,
de puro miedo se meten en él, de manera que
le sacan de aron. Pues después desque os ha-
llan el que quieren, luego os acuden con: O, el
diablo y qué importuno; Jesús y qué moledor;
ay. Dios me libre de vos; por mi vida que esta
y nunca más. De manera que al cabo de la la-
bor le pagan al pobre su afán con vn sobrecojo
enojoso e ingrato.
FeL — Bien dizen: que del agua mansa me
guarde Dios. Espantado me tienes, Pinel. con
lo que sabes.
Ful. — Ansi han de ser los hombres de se-
guida.
Pin. — A la puerta estamos.
Ful — Ya te paresce que querrías verte en la
colación de sobre cena.
Pin. — Oxala ya estuuiesemos en la color del
paño, que todo seria, a faltar tiempo, acompa-
ñar parte de la mañana con la noche. Pero temo
de quedar lañando mis manos mientras vosotros
amolays los gañiuetes. Porque vosotros ya
traeys ojeados solos dos platos de vianda que
ay en esta casa, y entonces a mí paparme
han duelos, y vosotros vestidos, mofareys de
mí desnudo, diziendo: pesa me de vos el con-
de O ).
Fel. — Anda que no hizo Dios a quien des-
mampare: que a donde ouiere dos camas o dos
platos para nosotros, no faltará algún escaño o
salsereta para ti.
Pin. — Ansi te honren tus hijos desque los
tengas. Pero pues que no me embiaste al esta-
blo a despollinar pesebreras, me heziste honra.
Pues anisa, que carne assan: que te digo que
tengo tanto y más mullida y segura la cama
que tú, y no de peor ropa.
Ful. — Mas vao: que venias tan a lumbre de
pajas.
Pin. — Anda que todos sabemos la cal nueua,
y escucha si ay dentro caca, porque de tales no
ay que fiar si os hazeys del bueno.
ilfar. — No es possible, hijas, que no les ha
succedido algún embarazo, que ansi tardan.
Gra. — Ea, mira, prima, por essa gelosia.
Lib. — Ay, a la puerta están tres: pero no
serán ellos, que no auian de ser tantos.
(*) Alusión al romance del Conde Ciaros.
COMEDIA LLAMADA FLO RINEA
185
Gra. — Anda ya, que también sonaos acá tres:
que Pinel el vn compañero suyo será, que es un
angelonazo.
Lib. — Bien me daua a mí el coraron que als[o
esperauan tus rodeos.
<?ra.— Qué dices entre dientes?
Lib. — Digo, prima, que todas andamos tras
vna pesca.
Gra. — Pues qué quieres, prima? que, guar-
dando la honra, con algo ha de mantenerse oy
la persona. Y aun esto haze a tu madre acoger
a estos mo908. que más ayna desgajan el real
que el hidalgute peynado que os paga con largo
haré. E tú, prima, pues me entiendes y tienes
tiempo, no aguardes allá a la vejez al caer de
la hoja, qnando entra el arrugado y triste y en-
cogido frió. Y mira que con sola essa verdu-
gada cada dia pocos inuiernos harás.
Lib. — Pues ansi me remedie Dios, esto para
contigo: que con entenderlo todo y ver la poca
renta que nos quedó de mi padre, h;igo de la
boua con mi madre. Porque bien mantenernos
oy, no pueden sola rueca y almoadilla. Y buen
vestido y pobreza ('), no compadescen limpieza.
Y la pública necessidad apregona lo que haze y
no haze la muger. Por tanto, dessimulo, por ver
que qniere mi madre que reluzgamos al mundo,
que no sabe perdonar cosa.
Fel. - Miras algo. Fulminato?
Ful. — Pense que venia el aguazil y quise
me yr a él.
Fel. — Con la justicia, que tiene horca y cu-
chillo, no te burles; porque al fin buscan cómo
se mantengan de hazienda de bonos.
Ful. — Mala la tienen con migo, que no rae
para blanca.
Pin. — Mal de muchos es esse; pero si no con
la bolsa, pagar lo yas con la gorja, y al fin la
soga quiebra por lo más flaco.
Ful. — Sea lo que fuere: llamo, y quitaremos
achaques de calle. Ta, ta, ta.
Mar. — Anda, anda, Liberia; abre sin llamar
sospechosos vezinos, veladores sobre vidas age-
nas, durmiendo las suyas.
Gra. — Anda, que yo voy a abrir; apareja tú
la mesa.
Ful. — Oye, oye, que esta voz no es de mis
enejas.
Pin. — Anda, calla, entra, sea quien fuere,
que dentro podras tomar tu ración, y cada qual
al tanto.
Grt .— Nora buena vengan los galanes, aun-
que tarde.
Fvl. — Esso me dizes?
Fel. — Pues yo te sigo, Pinel acompañará a
esta hermosa y cerrarán la puerta.
'''■". — Ay, señor, que me hezisteoaer la can-
' ') En el original, prohreza.
déla de la mano. Ay, por tu vida que me dexes,
que daré gritos.
Pin. — Daré yo vozes. Y tú gruñe, que al fin
eres muger.
Gra. — Asnadas, que otro dia que yo me
guarde de ti, y qué tan atreuido eres. Sube por
amor de Dios; no des cuenta de ti y de mi a
quien la podemos escusar.
Pin. — Perdóname y sigúeme. Buenas no-
ches, señores.
Mar. — En buen hora vengas, y cómo subis a
escuras?
Ful.- Calla, entendamos en cenar, que se
correrá la hermosa.
Pin. — Pésate? o que te va a ti de los
otros?
Ful. — Que te digo que eres hombre de chapa;
siéntate: y tú, señora Marcelia, oy sea campo
franco.
Mar. — Por amor de Florisino yo huelgo de
todo lo que la mesa altar permite. Pero pues
la mesa es grande y no ay quien sima, todo
estará en la mesa, y cada vna coma con el suyo.
E cata ay los plateles: corte cada vno lo que
más le agradare, pues que saboys que donde ay
hombre, siempre ha de seruir de trinchar.
Ful. — E la muger ha de seruir de ])lato de
corte.
Lib. — Ya dizes malicias acostumbradas.
Ful. — E tú que no la entendiste.
Pin. — A la fe, la señora Marcelia haze bien,
que anda tras el vino.
Mar. — No dizen que toda buena cena del
beuer comienza?
Ful. — Ansi dizen. Pero el vino, más tem-
plado y no tan empinado: porque ansi pudrir
te ha los higados, siendo tan rezio.
il/a?-. — Bien sabes de médico. E tú no sabes
que la muger que es de su naturaleza fria y que
por tanto ha menester calor? y ansi verás que
vsainos chapines todas, y los hombres si traen
corcho, son pocos y necessitados de calor.
p/„ — Yo de mala gana traeria corcho. Pero
menos me atreueria a ygualarte en essa corrida.
Porque con tres bocados de assado as beuido
ya dos reuentones: no sé qué harás al cabo de
tanta cena.
.1/ar.— Aunque oueja que bala bocado pier-
de, no dexaré de te satisfazer. Y sepas que el
vino más cumple a la muger que no al hombre,
que es más fuerte. Porque a la muger confor-
ta le la virtud natural flaca, ayuda a la diges-
tión, cria nueua y limpia sangre, alegra el co-
raron, quita mal de madre, conforta la vista,
sanea la memoria, haze buena tez, pone color
vina al rostro, limpia la dentadura, da buen
anhélito, ayuda al calor natural para el parir,
cria leche y alegra la cria de las que dan teta a
los niños.
orígenes de
deuea de andar en essas
186
Fel. — Luego tú
occupaciones.
Pin. — Calla ya, que la virtud sin el acto no
hazen effecto.
Fel. — Bien dizes, Pinel: que no miré que era
casada la señora Marcelia, para el parir o criar.
Mar. — También tú eres malicioso?
Lib. — Anda, madre, que algo le ha de pegar
con quien tracta.
Ful. — Haga las pazes entre mí y ti, herma-
na Liberia, esta ta^a de tinto, que beuas por
amor de mí: porque te ayude al parir.
Lib. — Si no por la mesa, dixerate que pariré
para ti.
Gra. — Graciosamente das antes que ama-
gues, Liberia prima.
Lib. — Más gracia tienes tú en empinar.
Pin. — Hazelo por cortar bien las flemas y
dormir mejor.
Fel. — Veo que el que peor lo haze no ha
menester yr a Francia.
Jl/a?-.— Anda, que el buen instrumento saca
maestro, y el buen vino él se beue; y éste que
anda por la mesa es tal, porque tiene buen olor,
y buen color, y buen gusto, y mal dexo.
Pin. — Antes lo que mejor ha de tener es
buen dexo.
Mar. — Pues qué no me entendeys lo que
digo? mal dexo quiero dezir mal lo dexo: que
de mala gana se dexe por ser tal.
Lib. — Y aun por ser él tal y nosotros guar-
dalle essa condición, nos ha dexado antes que
le dexemos.
Mar. — Pues yo limpio este escamocho por
assentar la cena.
Ful. — Siempre buscays achaque para lo que
os cumple.
Gra. — Dexemos las pláticas, pues ya la
vianda está parada.
Ful. — Pues aun cuerpo de mí, que de los mal
librados tú fuiste ya la mejor, y aun ya se te
haze tarde?
Mar. — Ea, digo, todo el mundo quedo. E tú,
Felisino, no te desmandes con Liberia, y tú.
Pinel, no te quiero tan retogon de mi sobrina,
que soy muy zelosa, mayormente que aun esta-
mos a la mesa.
Pin. — Pues si la mesa le estorua, yo acá me
aparto: buena pro haga.
Gra. — Ea, prima, guardemos todo esto, cada
cosa en su lugar.
Ful. — Pues por que la fiesta sea entera, oye,
señora Marcelia, vna puridad al oydo.
Mar. — Qué dizes?
Ful. — Que como al plato, seamos tres por
tres al lecho.
Mar. — Ay, Dios me guarde: no, no, tal cosa
no en mi casa. Basta me que yo peque contigo,
sin que dé a otros causa, en especial que Libe-
LA NOVELA
ria seria por demás, aunque yo quísiesse, porque
no imagina ella cosa de varón en tal manera.
Ful. — Pues mal seria yrse a la calle, y yo
con ellos, a tal hora.
Mar. — A Dios gracias, para esso camas aura
en mi casa: que aunque pobre, no faltarán vn
par de camas.
Fel. — A, Pinel! qué secretos de sobrecena
son éstos de los dos? y las muchachns, que se
nos trasportaron?
Pin. — Luego no as entendido como Fulmi-
nato gana la voluntad a la huéspeda, para que
nos dé las muchachas?
Fel. — Pues terciemos jugando de mala, que
por Dios que es marcado compañero Fulminato.
A, señora Marcelia, da nos licencia al compañe-
ro y a nos, que es tarde.
Mar. — Esso me estaua diziendo Fulminato:
que na se quiere yr; ni aun seria hora de abrir
la puerta ya, porque tenemos vezinos sospecho-
sos. Hija Liberia, aposentareys a essos dos ga-
lanes en la cama del entresuelo, y tú y tu pri-
ma en estotra camaretra de arriba par de la mia.
Ful. — Pues qué a mí me dexas solo? ensé-
ñame la cama, que luego marcho.
Mar. — Y espera, que sólo eres para ti; daré
cobro a estotros.
Lib. — Cuydados ágenos matan a mi madre
sobre ten^r ella su cobro, pues mando te yo...
Mar.— Qué dizes, hija?
Lib. — Que pierdas cuidado, que todo se hará
bien.
Mar. — Pues tú, sobrina, mira por la casa, y
[á] acostar todo el mundo: no oya yo más a
nadie.
Gra. — Mira, prima, lo que ha de ser conuie-
ne que sea; tú alumbra abaxo a Felisino, que yo
lleno a Pinel a estotra cama, y después allá cada
vno hará como viere.
Lib. — Ay, Jesús, no osaré yr sin ti.
Gra — A, señor Felisino, mi prima te yrá
[á] alumbrar y enseñar la cama, y sea luego, y
no la dexes subir sola, que es medrosa, y tú, se-
ñor Pinel, sigúeme.
/"¿/. — Cómo vas ansi tan rostri tuerta y de
mala gana con migo, sabiendo quánto soy tuyo,
mi señora?
Lib. — Esta es la cama, ay queda essa vela, y
quédate a buenas noches.
Fel. — W\ señora, perdona me, que me anisó
tu prima que eras medrosa.
Lib. — Pues ya que yo soy medrosa, y para
qué tú cierras la puerta? y esso, señor Felisino?
y for9arme quieres en mi casa?
Fel. — Perdone tu hermosura mi atreuimien-
to, pues me fuerya tu amor a te forgar, sin poder
hazer menos.
Lib. — Ay, por un solo Dios que me dexes.
Fel. — Perdona me, pues aun tú üO meló ten-
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
187
drias a bien en tal tiempo comedimientos, pues
bien sé qne te has de quesar.
Lib. — Ay, cuitada de mi, o deshonrada de mi
madre, y qué mala hija tienes ya en mi. y qué
mal huésped en Felisino, qué mal te ha pagado
el buen hospedaje!
Fel. — Pues que yo estoy desnudo, y tú, vida
mia, no te lias de yr esta noche desta cámara,
y lo hecho ya es hecho, para en lo por hazer te
ayudo a desnudar, que es tarde.
Lib. — Pues mi madre dio la occasion, y tú,
Felisino, tienes de mí lo mejor, e yo soy forja-
da, y donde fuer9a ay derecho se pierde, no te
quiero negar lo restante. Y cata me aparejada a
cumplir toda tu voluntad, en todo mi daño y
perjuyzio.
/•>/. — Pues sobre tan soberana merced, mato
la vela; a buenas noches.
ARGUMENTO DE LA SCENA VI TI
E<p>M'an(lo Floriano a Polytes con la respuesta de Beüsea glosa
el Komam-e que atra> por él cantado auia. Hale la carta Po-
Ijtes de su señora y con ella él se desmaya. Va Polytes por
mandado de Lydorio en busca de Fulminato, que busque al-
guna alcahueta o hechizera.
Floriano. Polytks. Lydorio.
[Flor.] — O el más triste de los tristes, y el
más sin ventura de los caualleros! dime, muy
confiado Floriano, qué esperan9a te promete tu
atreuida confian9a? O mi fiel mensajero, cómo
te veo en gran afán para complir tu palabra! O,
cómo tu buen desseo te hizo no mirar primero
el ningún fauorque para tu mensajeriatedaua(')
mi poco merescimiento! Bien veo que vas más
acompañado de lealtad para seruirme que de
justicia para librarme con buena nueua. Mira,
mira que desconfio de la vida por pensar que
no auras reuocacion de quien me condena a la
muerte. O, cómo pienso y temo que negociarás
solícitamente! pero alcan9arás lo que vn desfa-
uorido puede en arduos e importantes negocios.
O, mi señora, o mi vida, o más que humana Be-
hsea ! a qué has de mirar para el librar mis nego-
cios cometidos a solo vn fiel paje? qué te ha de
obligar, al responder a mi petición, algo de lo
I que pide tan atreuidamente? Porque si miras a
j mí, falta me merescer; si a tu alteza, no podras
1 humillarla tanto; si a mi justicia, tengo mala
I proban9a; pues mire tu poder a tu sola miseri-
j cordia, y a la innocencia del medianero y abo-
j gado. Porque aun asi hallará entrada tu piedad
I delante el acatamiento de tu majestad, para dar
la vida a este muerto.
. Pol. — Agora que he cenado y compli con
I migo, voy a cumplir con Floriano. E si duer-
(') En el origí nal, por elTata, deua.
me, ay está el dia de mañana; porque en males
ágenos, poco ay del lunes al martes.
Lyd. — Qué haze?
Pol. — Aun agora llego a esta puerta de la
cámara, y según me paresce está tañendo.
Lyd. — Pues oye si cantasse algo de bueno.
GLOSA AL ROMANCE DE LA 8CKNA QUINTA:
«QÜAN'DO CON MENOS OÜIDADO^J, ETC.
Flor. La gloria quo me esperaua
del morir por quien ya muero,
quando en mí solo miraua,
porque bien no me empleaua,
me mudó mi ser primero:
y ansi me vi ser robado
del poder que en mí tenia
y fuy de muerte llagado
Quando con menos cuidado
mis exudados yo sentía
Lyd. — Oye, oye, que me paresce que glosa el
Romance que compuso este dia.
Pol. — E aun me paresce. que va para meres-
cer atención.
Flor. Llagado, pues, de tal suerte,
alegre con ser herido,
con ser el golpe muy fuerte,
holgaua llamar la muerte,
del viuir ya despedido;
y ansi puesto en tal estado
que nada de mí sabia,
Me conosci ser llenado
por nueua guia guiado
do mi desseo quería.
Sin punto saber do fuesse,
jamas vn passo torci,
y aunque mi dolor cresciesse
y mi fuerya fallesciesse,
de mi fe no fallesci,
pero sin perder la guia:
con verme más fallescer,
proseguí con mi porfía
Ageno de compañía,
sino sólo mi querer.
Y aunque senti inconueniente
caminar sin ver do fuesse,
con desseo muy feruiente,
a todo mal consenciente,
quise ver lo que viniesse,
por do con tal parescer,
pues de mí ya me oluidaua,
puesto a todo padescer,
Sin atrás passo torcer,
salí tras quien me guiaua.
De las penas que sentia,
lo que más pena me diera
era ver que, aunque moria,
ni la causa bien sabia
ni el origen do saliera:
188
OEÍGENES DE LA NOVELA
yo, que en tal pena penaua
menos que mi mal merescc,
para ver de do mañana
Vime puesto donde estaña
vn sol que el sol obscuresce .
Cuyo nueuo resplandor
alumbró mi entendimiento
para ver claro y mejor
que fue poco mi dolor
para tal restauramiento:
pues si el coraron padesce
pena tan cruda y sabida,
con la gracia se engrandesce
De vna dama que meresce
ser de nadie merescida.
Y aunque vi la que buscaua,
con verla me vi perder,
porque vi quán alta estaua
la gloria que desseaua
por dar fin a mi arder:
de nueuo perdi la vida,
mi muerte ya desterrada,
pues subiendo di caida
Do, mi libertad perdida,
" hize punto a mi jornada.
Hize punto al caminar,
faltoso de atreuimiento
de poder imaginar
ni me osar determinar
ver su gran merescimiento;
la fuer9a de amor sobrada
muriendo me dio atreuer,
aunque con vista trrbada
De mí más siendo mirada
siempre via mm que ver.
De mí con vn nueuo oluido,
oluidado mi tormento,
me mostré ser atreuido,
subir do nadie ha subido
los ojos solo vn momento:
búfano de tal me ver
en tanta gloria y altura,
yo que lo arrisqué a perder
Propuse, pues, de saber
nombre de tal hermosura.
Mas por que más (') mi castigo
dilatado me perdiesse,
aquesta dama que digo
no luego se vuo conmigo
según que yo meresciesse:
su silencio con mesura
pagó mi mal miramiento,
porque calló con cordura,
En pago de mi locura
y sobrado atreuimiento.
Mas porque yo no llamasse
(*) En el original, Mas qve por mas. que no hace
buen sentido. Tenérnoslo por errata.
SU tal callar consentir,
sin que punto más tardasse,
me vi, sin que tal pensasse,
condenado a no viuir;
y por más saneamiento
de mi muerte tan rabiosa,
dando yo consentimiento,
Fuy lanqado en vn momento
en cárcel tenebregosa.
Vime puesto en compafiia
de otros que se atreuieron
a seguir do yo seguia,
sin más fuer9a ni valia,
y ansi también perescieron:
alli mi alma gozosa,
que el penar siempre ha querido,
huelga en muerte tan rabiosa,
Do con gran morir reposa
mi coraron .affligido.
Pues nasci para peiiar,
siento gozo en tal muerte
y esso llamo descansar,
con que siento más pesar
de pena rabiosa y fuerte:
pues viue tan sin sentido
el cora9on a mi ver
de muy penado affligido.
Que aunque se siente perdido,
se dessea más perder.
CONCLUYB
Que mirando la alteza
de aquella por quien padesce
y la su propria baxeza,
se propone con presteza
a qualquier mal que se offresce:
ansi que el más padescer
mi coraron tan herido
llama gloria al parescer,
Pues siente no merescer
más premio del conseguido.
DESHECHA
Que yo bien me lo sé
que a tus manos moriré.
Soy ambÍ3Íoso de gloria,
y ansi busco el tal tormento
que me da merescimiento
de ser puesto en tu memoria;
esta es mi mayor victoria,
por cuya ganancia sé
que a tus manos moriré.
Lyd. — Por Dios, que si los amores no dies-
sen tal inquietud en este hombre, que por oyr- \
le tales cosas auriamos de dessear que siempre j ■(
ansi penasse. Pero pues ya calla, quiero entrar ! \
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
189
a despertarlo de su desacuerdo, que passa de
las dos. Veamos si quiere oy dormir, porque
si con tanto desconcierto, y cabiéndonos tanta
parte, su mal turasse, antes que él sane ent'er-
marenius todos.
Pol — Entra, entra. sefior,que ya todos duer-
men, e yo que no me quedo en la posada pero
guardo la puerta.
/■Vo/-.— Quién me despertó del sueño del ol-
uido de todo el mundo, y de la vela del acuerdo
de mi señora.'
L)id. — Dexate ya, señor, de esso y duerme
ant 's que el sol amanezca a otro dia.
Flor. — No busques en mí otro sueño sino el
de la muerte. Porque como mi viuir sea vn sue-
ño de muerte, viniendo en mi su contrario, que
es la vida, auria de deshazerse la vnion deste
compuesto para ser de nueuo gouernadocon go-
uiernos de vida. E ansi te digo que, si quieres
que no muera, no me apartes del gouierno de
muerte con que agora mi viuir se sustenta, E
si quieres mi descanso, incita y despierta y aui-
ua mis passiones ya cansadas de ai'fligirme.
Poique mientras más cedo éstos me acabaren,
más ayna hará punto en mí mi presente morir,
y comencará la vida de mi gloria en morir por
Belisea.
Lyd. — Mira, señor, lo que hablas.
/•7o/-. — Esto que oyes.
Lyd.— Pues mira que esso es contra la ra-
zón, porque matarte poco a poco, o matarte en
vn punto, causándote tú la muerte, todo es ho-
micidio que llaman voluntario.
F/y/-. — Pues dime, ya que esso, según sen-
tencia de la razón , sea matar me , cómo po-
dría yo executarla sin sentencia o licencia de
mi señora? Sí, que Belisea me sostiene, Beli-
sea me da el ser de glorioso penado de amor que
tengo; por Belisea viuo; por Belisea tengo de
morir.
Pol. — Adóbame essa christiandad.
Lyd. — A, señor, mira que lo que hablas de-
roga a tu catholica nobleza.
Flor. — Pero no contradize a la voluntad de
Belisea. Porque yo, que tengo el viuir de su
mano, no puedo sin su expresso consentimiento
poner mi vida en las manos de la actual muer-
te; porque esto seria hurtando quitar a nadie
lo que es suyo. Lo qual es (como sabes) con-
tra todo derecho, ciuil y canónico, diuino y hu-
mano.
Lyd. — Scrupuloso se me tornara entre ma-
nos Este es el pecado de la lentejuela. No haze
caudal de la charidad para con Dios y consigo,
en hazer o no hazer lo que Dio-< manda o vieda,
y haze hincapié en la charidad, o (por mejor de-
zir) locura para con el primo, en lo que no le
toca sino por sus imaginaciones.
Flor. — Estás ay, Lydorio?
Zyo?.— Esso sí, esso sí, para que la locura te
saine en las heregias, E como? estoy, señor,
persuadiendo te al sueño, de que tienes y tene-
mos necessidad, y dizes me si estoy aqui?
Hor. — O, cómo no miras más de lo presente!
Cómo podré para dormir despedir los ansiosos
y temerosos cuidados que de auer acontescido a
Polytes estoy lleno? })orque yendo él a lo que
me cumplía, si le auino algún desastre por don-
de, peligrando su vida, mi honra ande a la ver-
güenza por las plazas, y a donde de mi señora
se pudiesse dezir alguna quiebra. Esto pensa-
do, quieres que duerma?
Po/. — En tal coyuntura entro, porque se-
remos más en ayudalle a la pena: y tomará
aliuio, porque el doior quanto en más partes
es repartido, es menos en cada parte, y el
gozo comunicándole cresce. Cómo está tan ca-
llado?
Lyd. — Está tal que le temo y he compa-
sión.
Pol. —A, si'ñor, toma esta carta escrita de
mano de Belisea.
/'7o/-.— Quién me nombró a Belisea? o mi
mensajero, y tú eres? qué carta es ésta? es la
mia, que no la pudiste dar? desengáñame lue-
go. Mira que no te creo sino que es la mia.
(]ata , amigo , que no estoy para suffrir
burlas.
Lyd. — O perdido de hombre! Di me, señor,
no conosces tú la tu letra? cata que esta letra
es de muger.
Pol. — Es de Belisea.
Flor.— Y)Q Belisea?
Pol. — Sin falta.
Flor. — Mucho dizes.
Ijyd. — Ábrela y veraslo.
Flor. — Bien hablaste. Pero ya, ya en el tem-
blor de mis carnes, que del temor reuerencial
del papel que deue auer estado en manos de mi
señora es. Dime, dime, dichoso papel, quién te
hizo de tanto mt^rito?
Po/. — Por mi fe, que pienso que aunque a
solas se viesse con ella que no hiziesse sino ado-
ralla.
Flor.— (^\ié dizes, mi Polytes? mucho te
deuo cierto; pero dezid, por qué no os gozays
con mi tal huésped?
Lyd. — No sin causa dizen ser de temer la
próspera y no pensada fortuna tanto y más que
la aduersa. A, señor, mira, por Dios, que con
tanto llorar, a ti consumes y la carta des-
hazes.
Flor. — Calla, que el gozo obra en mí más de
lo que yo siento. Y también temo que sea sue-
ño esto o illusion del demonio, que muestra vna
cosa por otra, por engañarnos.
Lyd. — Amuestra; leer te la he, y verás y
creerás.
190
OKIGENES DE LA NOVELA
Flor. — Ay, que el nombre de mi señora no
ha de andar en todas manos. E aunque yo no
lo meresca, la leo; alúmbrame essa vela.
CARTA DE BELISEA A FLORIANÜ
Es ya tanta tu demasía en ser atreuido per-
seguidor importuno de mi honra, que me ha
confirmado del todo en tu aborrescimiento. E
ansi con tal intención forcé a mí mesma a te es-
criuir ésta de mi mano. Y no la tomes como
fauorescido, en respuesta de tus vanas palabras
y locas peticiones, pero como aborrescido la
toma por despedida a tus deuaneos. Y el sí que
me pides, sea: que si más cosa tuya viene de-
lante mí, que con darme a mí pena, tú no
ganarás honra, porque te tengo por manifiesto
enemigo de mi descanso y destruydor de mi
honra, y en esto podras saber con quánto tu
desamor quedo por tu mortal enemiga.
Pol. — O, valas me Dios, señor! señor! A es-
sotra puerta: tan muerto es como mi abuelo.
Lyd. — O, gran desastre y brauo mal; no sin
causa temia leerla; bien dizen que pocas vezes
el coraron se engaña: échale dessa agua de
azar, que desmayo es. O, qué sospiro tan de las
entrañas!
Flor. — A, mi señora Belisea, o ángel mió,
quién te indignó contra mí? mucho te engañó
quien te me vendió por destruydor de tu honra.
Pero pues no puedo no te amar, ni tú quieres
sino aborrescerme, a lo menos podré seruirte
vltimamente con matarme.
Lyd. — A, señor, despide essas congoxas.
Flor. — No puedo, porque alegría no aura
lugar en mí. E tú, Polytes, acabadas son tus
leales pisadas en molestas mensajerías. Salios
fuera, y cerrad puertas y ventanas, y no me
entre luz hasta que la muerte acabe lo comen-
yado.
Lyd. — Anda acá, Polytes, cierra essa puerta:
qué gran mal es este? Llama, llama [á] Fulmi-
nato y a essos continos y gente, y armados aco-
metasse la casa de Belisea, y traygase a Flo-
riano, que mejor se deliberará después con la
justicia que agora con la tan determinada
muerte.
Pol. — Mas yo voy en busca de Fulminato,
que es registro viejo de males, y sabrá de algu-
na alcahueta hechizera que esto negocie con
el demonio, pues que Dios no quiere en ello
parte.
T^yd. — Pues a tuerto o derecho haz como ya
se remedie, y no me digas más en ello hasta
ver lo que allá acordaredes, pues esta cosa es
peor encarainalla por via de buen juyzio. Y en-
tiende en esso, que yo me voy a drscabe9ar el
sueño, que ya amanesce ; y quando fuere menes-
ter, me llamarás.
ARGUMENTO DE LA SCENA IX
Desperlando todos en casa de Marcelia. yéndose Marcelia a la
missa del alúa que solía, eiicuentrause ella y Polytes a la
puerta de su casa yendo en busca de Fulminato. Passaudo sus
razones, ella se va. y él subiendo llama a Fulminato con los
demás, que se van a Palacio.
FüiiMiNATO, Marcelia, Fblisino, Libebia,
PxNEL, GkACILIA, PoLYTES.
[Fid.] — O, quán intolerable es el calor des-
tas noches, y en ser largas, no creo lo fue más
la en que Hercules fue engendrado.
Mar. — Dime essa historia por mi vida, que
hasta hoy no la sé cómo fue.
Ful. — Tan poco soy poeta; pero dizen que
Júpiter, enamorado de Alcinena, muger de Am-
phytrion, -estando con ella, por parescelle pe-
queña la noche, la hizo de espacio de veynte y
quatro horas. Y de aquel juego salió concebido
el Hercules.
Mar. — Alómenos , si esso fue ansi o no,
poco te aprouechas dello, porque a media noche
andada nos acostamos, y agora toda la noche
es de siete horas, y aun con apenas alborescer
ya te querrías ver mil leguas de mí.
Ful. — No te marauilles, que el fuego mucho
gasta.
il/ar.— Pues qué fuego hallas so las sa-
uanas?
Ful. — Que qué? hazeys de la boua? pues oy
cerradas son velaciones.
Mar. — Que aun responder no me quieres?
pues espera, que yo te quedare a solas.
Ful. — Alia yrás diablo, qué caro me cuesta
la cena de anoche, y ella mal pagada; quiero
agora dormir vn poco.
Fel. — O, cómo es ya gran mañana.
Lib. — Por mi vida, señor, que te he manzi-
11a, que no has pegado ojo. Voyme arriba de
presto, que ya siento pisadas de algún leuanta-
do: no nos halle aqui mi madre.
Fel. — Pues, mi coraron, aprieta la puerta, y
no me oluides.
Lib. — Ya por demás es, pues me tienes por
tuya ; pero o, cómo me hallo muy fuera de mí
por Felisino! o, qué robado ha mi coia9on! o,
cómo me hallo agena de mí! y como taino puse
más guarda en mi honra! o, cómo he mirado
mal lo que he hecho! pero pues yo lo desseaua,
y he ganado vn tal amigo, perdiendo mis que-
xas por demás, voy a ver a Gracilia.
Grac. — Ay, señor, y dexame ya, que entra-
ña mi prima, y creo que de empacho se tornó,
Pin. — Más deue de andar al regosto por acá.
Lib. — Duermes, prima? que aun audays en
esso? donosa boua he sido yo con mi madru-
gada !
COMEDIA LLAMADA FLORIXEA
191
Grac. — Ay, espera, que lue despertaste.
Lib. — Mejor te ahorquen que tú dormius.
Pero de presto remedíese como lui madre, que
ya se viste rato ha, los halle a los dos juntos.
Pin. — Pues espera, que como vn trueno me
voy con el hato a cuestas con Felisino, porque
ayamos el dia en paz.
L¿'¿.— Mas no viste quán liberalmente nos
desembarazó con todo su hato?
Grac. — Ansi han de ser los hombres.
Fel. — Cata, cata, cómo vienes luiyendo?
Pin. — Porque no nos halle juntos Marcolia,
que ya es en pie.
Fel.—Wxeix acordado fue, échate presto y
durmamos si nos dexaren, que creo que lo aure-
mos menester.
Mar. — Buenos dias, qué hazeys, hijas? bien
me paresce veros desembarazar la casa; y aque-
llos galanes?
Lib. — E tal qué sabemos, más do que deuen
dormir? que abaxo algo está aparejado al no
madrugar, y ellos que no lo han de costumbre.
Mar. — A la fe, hija, yerua pasee quien lo
paga, dizen. Ellos siruen buen amo, son mu-
chachos, al mundo tienen en nada. Quien les
quitará el sueño vua noche que acá se quedan,
sino que duerman y se harten? y vosotras dur-
mistes bien juntas?
Grac. —Antes muy mal.
Mar. — De miedo.
Grac. — Parte de esso, pero yo de dolor de
estomago, que me ahogaua.
Mar. — Hi, hi, hi.
Lib. — Cómo se rie mi madre del mal ageno!
Mar. — Anda, boua, que fue la madre que se
te altei'ó con el cenar tarde, y acostaros luego,
y salir de ordinario en el estomago, que andan-
do se te quitará, y no te desarropes.
Grac. — Pues dónde con manto y sombrero
tan de mañana?
Mar. — A nuestra señora de los Remedios;
luego en oyendo la uiissa primera soy de buel-
ta. No te vayas oy, quédate con tu labor hasta
la noche, pues sobró vianda en abundo, y aun
para parte de la semana.
Grac. — Sea como mandares; ruega allá por
todos.
Lib. — Gran cosa es ésta, que no ha de faltar
mi madre e.sta missa. Pero haze bien, que siem-
pre trae su par de panezillos, y algo para ayuda
de costa.
Grac. — Ya ves, prima, por tal señora lo haze.
Pero no en balde dize ella tanto bien del sacris-
tán, y agora veo que tiene razón. Ay, prima,
prima, qué bo^al eres; pero verás, y sabrás, y
harás; que las que no tenemos otra renta 8Í|no]
la labor, es menester que lo panqueemos para
sustentarnos. Pero dexaudo esto, entendamos
en algo.
Pol. — Aun quál será, si pierdo el tino a la
casa? Pero aquella que se abre es, que qui^-a
madrugan para salir sin testigos. Cata, cata por
Dios, que la ensombrerada es la amiga de Ful-
minato, y aun que no le hiede el huelgo. Pues
que ya ella me conoscera, allego. Buenos dias
dé Dios a tu lo^ania, señora Marcelia.
Mar. — O, qué buena venida la tuya! pues
agora no dudaré salir de casa, pero hazer quie-
ro vna señal de tu venida.
J^ül. — Voluntad no falta para seruirte, pero
quien sirue a otro no es libre; ni aun agora, si
no viniera en busca de Fulminato, no tuuiera
esta libertad.
Mar. — Pues qué ha de hazer acá y a tal
hora?
Pol. — El qué essotro lo sabe.
Mar. — Gracioso eres.
Pol.-m, hi, h¡.
Mar. — Y qué es lo que te dio occasion de
reyr? por mi vida que me lo digas, si es de ver
me yr ansi. Voy de mañana a vn poco, por no
ser de todos conoscida, y por ser de ninguno
juzgada; y aun también porque voy más a mi
contentamiento tan endelgada.
Pol. — Y aun al mió, que aun te querría más
desnuda.
Mar.— Y tú eras? pense que eras vn sanc-
tillo.
Pol. — De Pajares, que ardia él y no la paja.
Pero aun creo que lo lleua a las veras; pues
cómo dexas la gran prisa y te entras a dentro?
Mar. — Y ven acá, que no te comeré, que aun
es gran mañana, y para todo tengo tiempo.
Pol. — Vo que te las entiendo, pues espera.
J/ar. — Ay mezquina de mí, que están dur-
miendo en este entresuelejo. Y dexa me agora,
que asnadas que yo mire otro dia de quien me
fio: pues yo tengo el mal que merezco, en sen-
tarme contigo en este escaño por buena crianza.
PoL --Todas teneys esse gruñir y dosagra-
descimiento.
^[ar. — Ay, qué dizes? que con espanto de tu
atreuimieiito y mi daño no te entendí.
Pol. — Sí no me entendiste al dezir, baste que
me esperaste al hazer, Pero díxe que me perdo-
nes y vayas con Dios. Pero no sé dónde vas tú
y otras muchas que he topado, vna vez que he
madrugado, que van de la suerte que tú.
Mar. — Esso ellas lo saben, yran a lo que yo.
Pol. — Tan poco sé esso, y tú dónde vas?
Mar. — A la missa de nuestra señora de los
Remedios.
Pol. — Ni aun soy tan bouo como esso, que
agora passé por junto a la Trinidad y no ay
sueño de abrir puerta.
Mar.— Y aun esso quiero.
Pol. — Peor es de entender vna muger que
vn concejo. Pero atento que vas a missa donde
192
orígenes de la novela
no ay puerta abierta, las que como tú he topado
disfracadas, cruzando callejuelas, dime, van con-
tigo a representar autos de comedias en cas de
los abbades o van por las Uaues para abrirte la
puerta^donde tú vas?
Mar. — Asnadas que no eres tú todo bueno,
maguera muy mansito. Ay, ay, ouejita de Dios,
el diablo te tresquile.
Pol. — No te rias tú de mi malicia, y no me
confirmarás en el desseo de lo que te pregunto.
Mar. — Algunas yran a lo que yo, y otras en
estaciones.
Fol. — Y van a rezar las con los abbades a las
camas?
il/ar. — Y calla ya, no apures tanto las cosas,
que con algo se han de mantener en honra las
que se defienden de la pobreza, de lo que a mí
cabe gran parte por mis peccados,
Fol. — Y aun creo yo que tú y las otras an-
days eptos passos en busca de los tales pec-
cados.
Mar. — Ay, que dizes? alguna malicia asna-
das.
Fol. — La mesma. Pero digo que me agradas
en darme a entender que andays estas andolen-
cias a partir con los encerrados las quentas del
rezar, y las obladas con los sacristanes, y las
raciones y capellanías con los clérigos, y los be-
neficios con los clérigos.
Mar. — Reyr me hazes con tus malicias. Pero
y dónde dexas los canónigos y dignidades?
Fol. — No, que essos son bienes de por vida.
Porque aunque las de essos, aunque gastan más
ropas en casa, no riesgan tantos chapines en yr
y venir, pero están a pan y mantel, y en e'stos se
sufre mejor que en los otros, ansi porque la fu-
ria del prouisor y justicia no alcanza a los tales,
como también porque la renta suple para todo
el vicio toda la costa; que en los desseos pienso
que todos corren las parejas, quál menos quál
más a ello inclinado.
3Iar. — Malicioso eres.
Fol. — Tu madrugada de herrero me da por
qué: como si tuuiesses grandes tractos que pro-
ueer, ni las otras grandes males que remediar,
para anteuenir el dia.
Mar. — Y di agora, .sabes que el madrugar
que no es para los ricos ni los viejos? porque los
vnos con el no tener necessidad y los otros con no
poder más, guardan las camas hasta medio dia.
Fol. — Antes (') hallo yo por mi cuenta que el
madrugar es para los viejos, porque con la falta
de virtud, no durmiendo quando quieren, toman
el sueño quando pueden. E ansi leuantanse de
mañana para occasion de cansarse para después
poder dormir, y también por temor de no tomar
sepultura en la cama. E aun porque, como crezca
(1) En el original, Ante.
en ellos la cobdicia, y falta la virtud natural para
ganar la hazienda, leuantanse de müñana para
no perder la acaudalada. Y en esto son como el
sapo, que piensan que les faltará la tierra. E
aun creo que lo hazen porque, como ya viejos,
han conoscido el mundo y sus engaños, y ansi
temen que quando ellos le han más menester
que rio e'l a ellos, los dexará en vazio la hoja de
todo lo en él adquirido. Pues los ricos, el temor
de ser robados les quita el sossiego, y el poco
sossiego no les da holgura en la cama, y el no
reposar en la cama los desuela, y la mucha vi-
gilia les quita el sueño, y la falta de sueño les
añade congoxa y solicitud, y ansi anteuienen el
dia por hazer perder el sueño sabroso y desseado,
y aun necessario a los de su familia y trabajado-
res, para que su trabajo más largo de ellos y su-
dor les dé a los ricos más con que poder regalar
los cuerpos que después serán saco de gusanos.
Pues los malhechores también anteuienen el día
por perpetrar los males e insultos que las rondas
de las justicias les estoruan de noche, como tam-
bién sabiendo que el alguazil se pagará del sueño
a la mañana por lo que quitó el rondar de ante
noche, y ansi los malhechores hurtan les el cuer-
po con madrugar. Y por tanto creo que madru-
gan las arreboladas, y no lo digo por ti.
J/ar. — No quiero más altercar contigo; mira
si acá buscas algo, que me voy.
Pol. — Que me saques a Fulminato de rastro
de so el cielo.
Mar. — No sé qué te dizes.
Fol. — Digo, porque me entiendas, que me
saques de so el cielo de tu cama a Fulminato.
Mar. — Muy suelto eres en todo.
Fol. — Mal me quieren mis comadres porque
les digo las verdades.
Mar. — Que ya por demás es andar contigo
sino a las claras, pues todo lo entiendes, y en
todo soy tuya: sube y llama primero, y hallar le
has. Y quédate a Dios hasta que nos veamos
más de assiento, que me tardo.
Fol. — Bien hazes en ser apresurada en el
seruir a Dios, pero al diablo la doy, qué pega-
diza es. Ya, ya acá está la vezina? asnadas que
ouo capirotada, y guay de la despensa de Flo-
riano que lo suda todo. Buenos dias, hermosa.
6-'rac. — Vengas en buena alborada.
Fol. — Dónde está Fulminato y los demás?
Lib. — Asnadas que aun duermen, que no se
les pega más cuidado a estos de palacio sino
holgar en la mocedad y poblar los hospitales en
la vejez.
Fol. — Por muchos acontece esso, pero helo
sale quien tiene las culpas.
Ful. — Buenos dias. E tú, Polytes, a qué tan
de mañana por acá?
Fol. - A ver estas hermosas, y en busca tuya
que eres bien menester.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
Ful. — O, descreo del inuentor do la idolatría:
198
y qué me dizes? son niiulios? o están muy ar-
mad» is? o está puesto a saco el palacio?
Pol. — Será de ti y essutros, según yo ba-
rrunto
Ful.— Gran mal deue de hauer, pnes no me
lo osas dezir, y bien paresce que falto yo de
casa. Dinielo ya, porque llame la ira, para dar
a conoscer mi espada a los que no la conosccn.
Pol. — Pan forrear.
Ful. — Qué dizes? liabla claro, que me pones
perplt-xo. Guitt y dime por qué calle comience a
descabezar.
Pin. — No oyes, Felisino, qué obra passa Ful-
minato con Polytes?
Fel — Vamonos, que no tienen cabo las cosas
de Fulminato, y d<siiidamonos de las mucha-
chas y dcxemos a este hombre.
Ful. — Pnes no dizes qué calle comenzaré?
Pol. — Dexate de tanto orgullo delante de
mugeres, y vamonos, que ya van abaxo los
com|iañeros.
Ful. — Pues sepamos si llenas las armas com-
petentes al caso, para que no nos escape nadie.
Pol. — Anda ya que basta solicitud y cordu-
ra para que vina Kloriano, y tú medres.
Ful. — Eáso me aclara agora que las moyas
se baxaron.
Pol. — Que es menester que busques de tu
mano alguna muger hechizera o alcahueta que
acorra a Floriano, que ya sabes quál está, y
siempre empeora.
Ful. — Ya, ya, esso es? pues dalo por hecho.
Pero mira que el prouisor anda riguroso, y la
ustijia es mucha, y cumple que esto se sienta,
no se diga, porque en Dios val afrentan vna
muger de bien.
Pol. — Al cabo estoy. Vamos, y verte has con
Floriano, que te embia a buscar-.
Ful. — Alto, hermanos, manhar para casa,
que ay bien que hazer. Y las hermosas perdonen
por ao:ora.
Po/.— Señora Liberia, perdóname, y tú, se-
ñora Gracilia, que Pinel e yo daremos buelta
en concluyendo estas pris-as.
Giac. — Señor Felisino, y todos, vays con
Dios.
Ful. — Alto, vamos con reposo, porque si hay
al<:uien recatado, no le anisemos.
Grac. — Prima, ellos son ydos, y bien sé que
ti' pesa y me pesa; pero vn dia viene tras otro.
N amos arriba y cierra essa escalera, y aderece-
mos estas camas y casa, que [laresce mesón.
Pero dime. cómo le fue con la compnñia?
Lib — Y qnál? luego no rae sentiste tornar
anoche luego a la alcobita de la chimenea?
Grac. — Yo otra cosa pensaua. Pero si ansi
es Como dizes, restituyóte la honra, aunque bien
dizeu que se toma antes el mentiroso que el
CBlGENES DE LA NOVELA. — 111. — 13
coxo. Y estas sananas qué dizen, prima? agora
te digo que te anias guardado mucho, pues has-
ta esta noclie no estmpifaste donde liiziesses
sangre. Y dichoso Felisino que tal joya se
lleua.
Lib. — Ay, que me afrentas, que no es sino lo
que suele auenir a las mugeres.
Grac. — Mas nnra qué duda, y no mires en
esso ni te corras de mí, que taml>ien como mu-
ger passé por lo que tú esta noche. Mas ni aun
por tanto al nombre de las gentes donzella me
llama, y ansi me dirán mientras la persona hi-
ziiTe, pero guardare la honra. E mira, prima,
que oy en dia muchas son donzellas, y aun de
alta guisa, y pocas lo son. o muiha« no son vir-
gines, aunque se casan por ello. Y ansi lo seras
tú, y |ior tan donzella te tendrá tu madre como
ayer. Y cata que mejor es esto que no andarte
desliaziendo de dentera de loque hazen tus ve-
zinas, y no te me vayas, que quisiera aqui a Fe-
lisino, para que me vengara de esse tu empa-
cho. Guarda bien cssas sananas, que dixeron la
verdad que tú me encubrías, no las vea tu ma-
dre, que a mí el cargo que presto la sigas sus
passos, porque bien aya el que a los sujos pa-
resce .
Lib. — Calla ya, que me hallo confusa.
Grac. — Agora te digo que eres boua: sobre
hecho es tomar plazer mientras turare esta tris-
te vida.
ARGUMENTO DE LA SCENA X
Lydorio halla a Floriano hablando a solas, y ijueriendo entrar le
a ver. sobreuiene Fulniniato. y tractan los dos del remedio de
Floriano. Entran a él v hacen le leuantar.
LvDORio, Floriano, Folminato, Polvtes.
[Li/(l.] — Quiero yr a ver a Floriano, porque
no seria justo desmamparalle en tal coyuntura.
El es mancebo, dotado de biene?; de fortuna y
de natura, y está tocado de gran rabia. E pnes
en las afrentas se ha de ver ¡a buena voluntad,
vestida de buenas obras, porque ol)ras son amo,
res, que no buenas razones; aunque, por Di(js-
que quisiera uo ser le tan obligado por gozar
de sus desatinos que haze, y de ¡os dichos deli-
cados que dize. Cata, cata, razonando está: oyr
quiero el con quién antes que entre no llamado.
Fhr. — Cómo es possible, mi señora, que con
vuestras tantas y tan altas virtudes quepa vna
lanta indignación? Mira que en lastimar me a
mí eres a ti enemiga. Mira quo pensar tú ma-
tarme pierdes tiempo, porque a no me conoscer
por muerto por ti desde que a ti conozco para
te amar, en venganza tuya seria verdugo mió
yo mesmo.
Lyd, — O, qué lástima es verle tan ciego, que
194
ORÍGENES DE LA NOVELA
])ieiisa él agora qae está delante de la se-
ñora.
Flor. —Y aunque a mi baxeza deua tu me-
rescimiento silencio en respuesta, a ti mesraa
deues de satisfazerte. respondiendo a esto que
digo. Pero yo quiero responder sin tu licencia
por ti, a mi poca justicia, como no merescedor
de oyrte. E digo y confiesso que justamente es
castigado mi atreuimiento. Pero sea ansi que
me libertes para vengarte de mí en mi raesmo,
porque no seas tenida por cruel en poner fuer-
Vas contra tu captiuo y en matar al muerto ya
de tu hermosura. Y ansi yo ganaré honra y
loor de los que supieren que yo fuy merescedor
de vengar tus injurias. Pero pidote vna sola
condición y merced, y es que sepa yo que tú
sabes mi muerte ser por ti, para que yo me
apressure al morir por ganar antes la gloria para
que el amor me tiene. E tú firmarás la senten-
cia que yo execute para más certinidad mia de
que tú sabes el por qué de mi morir, porque
ansi el clamor del verdugo publicará delante tu
raageif,tad el por qué de tu justicia y mi pena, y
ansi sabrás ser tú el tal por qué, y ansi sabré yo
que muero para descansar.
J.ijd. — O, qué bien trauado razonamiento!
pero ya toca la vihuela: oyó.
/7o?-. Belisea, di me, di
si en saber que por ti muero
si te acordarás de mí.
LETRA
Con aquesto soy contento
del dolor que por ti passo:
con que sepas mi tormento
y el gran fuego en que me abraso;
pero dime si en tal caso
que aquesto pido de ti,
si en saber que por ti muero
si te acordarás de mi?
Otro gualardon no quiero
en pago de lo seruido
sino que sepas que muero
y el dolor con que he viuido;
mas dime lo que te pido,
que es vida saber de ti
si viendo que por ti muero,
si te acordarás de mi?
Aunque sé que mucho pido,
pues que pido tu memoria,
dame lo, pues me despido
con este bien de más gloria;
pues muriendo más victoria
no espero sacar de ti,
lleue cierto, pues que muero,
el quedar viniendo en ti.
No pido que no me mates,
pues no puedes no lo hazer.
mas pido que me rescates
de tan largo padescer:
questo puedes lo creer,
que muero solo por ti,
y ansi pido, Belisea,
viua Floriano en ti.
LycL — O, qué lastima es ver perder vn tal
entendimiento! Fulminato viene, quiero dar le
espuelas en buscar algo. Porque aunque sea
por malos medios, si Dios de ello se ha de ser-
uir, lo endere9ará en bien.
Ful. — He tardado con mi acorro?
Lyd. — Anda allá por essa sala vn poco, y
luego sabrás esso.
Fui. — Pues de presto, y concluye con que
sea por via de espada.
Lyd. — Pues aun no estoy muy lexos de
ello.
Ful. — Pues estarlo he yo si puedo.
Lyd. — Qué dizes?
Ful. — Digo que no acabaremos de otra gui-
sa, porque la fortuna es de los osados.
Lyd. — Y aun a vezes contra ellos. Pero de-
xando esto: ya sabes la falta de sosiego que ay
en casa, porque faltando la salud en la cabera
no pueden estar los miembros buenos.
Ful. — Todo lo alcan90, y en todo te entien-
do: que hartos ratos hurto a mis oceupaciones
para pensar qué fin ha de auer esto y qué re-
medio se podría dar, y no siento sino vno
de dos.
Lyd. — Essos me di.
Ful. — Lo primero, entrar en casa de Lucen-
do, porque aura para Floriano qué goze y para
nosotros qué robemos. Y para esto, si a mí me
encargan el facto y me conceden el saco, ni la
dama me quedaiá por traer, ni arca por mirar.
Y aun si fuessen menester dos dozenas de es-
padas como éstas, presto las hallará para tales
hechos Fulminato. Ansi que boquéame esto
tenerlo por bueno, y presto verás hazañas, pues
éstas son mis missas.
jL_y(i. — Desuario seria pensar tal cosa, pues
en esso se han de poner los hombres, con que
piensen poder salir.
Fid. — Mas no, sino ponte á ello, y piensa que
me tendrás! que en balde te confiarás en mí.
Lyd. — Dizes algo?
Ful. — Digo que para qué pides mi parescer,
pues me conosces, si no me has de tomar el
consejo? mas no, sino espérate a ydas y venidas
de vn muchacho para que la tempestad venien-
do de golpe, nos atrampe a todos.
Lyd. — Pues qué quieres? va se Floriano tras
esto sin freno, y al cabo del tiempo y aun la
hazienda no sé qué cogeremos de la semen-
tera.
Ful. — Pues a peor librar, si mi primer con-
sejo de ser por armas no se toma, algo más
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
195
haria yo, pues con el argén en la mano hallare
alcahueta o hechizera que se la ponga en las
vñas.
Lyd. — Si esse era el segundo camino, no sé
de qué me asga. Floriano se va a la muerte, su
casa se desasosiega, su hazienda se dissipa; mal
aquí, peor allí; sospecha me pone todo. Pero al
fin dé do diere, y guialo por do quisieres tú,
Floriano ('), que si de Dios es, él sacará de
malos principios buenos fines.
Ful. — No sé lo que Dios querrá. Pero yo
digo que vale más buena espada y mala posses-
sion que sólo buen derecho.
Pol. — Mucho me he detenido en no entrar
a Floriano. Porque si ay más mensajes con tal
porte como los passados, presto caerá el pelo
malo.
Ful. — Pues, señor Lydorio, si no te deter-
minas en lo que yo desseo, entremos a esperar
el parescer de Floriano.
Lyd. — Mal dift'erencia el ciego los colores.
Pero ay viene Polytes; entre a ver qué haze, o
si acuerda de comer oy.
Flor. — Pajes?
PoL— Señor?
Flor. — Di, Polytes, qué buscas? que ya con-
cluyéronse tus mensajerías?
Pol. — Señor, entro a ver a quién llamas.
Flor. — Yo? a Belisea llamo, a Belisea inuo-
co, a Belisea apellido, por Belisea sospiro, por
Belisea viuo, por Belisea muero, por Belisea
doy voztís, aunque no espero ser oydo. Pero
dime, qué hora es?
Pol. — Las doze.
Flor. — Del dia o de la noche?
Pol. — Señor, medio dia es.
Flor. — Ay ! que aun a mí no me ha aiuanes-
cido por la claridad de mi señora. Pero pues
ansí es, di al cauallerizo que me apareje vn
cauallo, que quiero yr a Sant Pablo a raissa, y
encomendaré el alma tan perdida a Dios, pues
el cora9on tan ganado tiene mi señora. Y ve, di
al camarero que me trayga vna ropa que
yista.
Pol. — Donosa será la madrugada; a la mu-
ger del pastor, que a la noche se compone, me
paresce Floriano. Y mira pues a qué hora y
dónde busca missa! que no salen más de círcu-
lo por sus compasses los frayles que relox bien
regido, y viuen más a punto en su recogimien-
to y cerimonias que gente de vela. A, señor
Lydorio, Floriano pide vestido a gran priesa, y
I manda ensillar vn cauallo para yr a Sant Pa-
blo a missa.
Ful. — QuÍ9a yrá a tener nouenas o meterse
frayle, porque a missa, si no es para con víspe-
ras, no sé a qué vaya oy a Sant Pablo.
i') ¿Tal vez yerro por Fulminato'í
Lyd. — A, señor, ;iquí traygo el vestido, mira
si mandas abrir las ventanas de la quadra?
Flor. - Al)re las, porque más claro veas mis
tinieblas, pues no es essa la luz que a mi me
alumbra.
Lyd. — Mucho te eres, señor, enemigo.
Flor. — Antes lo sería si no conosciesse esto,
y me tractasse mal, pues mi señora se sirue de
mi pena.
Lyd. — Mi fe, si ella se quiere vengar de ti:
si tú te matas, mal podra executar en ti su fu-
ria. Y ansi te digo que te deues buscar la vi-
da, si quieres bien a tu señora, y a ti por ella,
para que le des lugar con que en tu paciencia
con su persecución se siriia de ti, executando
en ti su rigurosa justicia.
Flor. — W\Q\\ dizes. Pero cómo sabré yo que
ella, como cruel, aun se acordará de mí para
matarme? pero ay, que me hezistes llamar
cruel á la misericordia! Perdona, perdona, seño-
ra, el solo yerro de lengua, pues tan propriotuyo
es el perdonar como mió el offender tu meresci-
niiento, pues que sola tú te meresces, y sola tú
te cpnosces, y sola tú puedes hablar de ti mes-
ma sin que se te haga injuria y te sea gran baxa
andar tu nombre en lengua agena , si no
fuere tú lo queriendo, que darás, en tal caso, con
la occasion. méritos, y tú perdonarás los defec-
tos, pues obligas a ellos, porque no ay enten-
dimiento humano que te entendiendo no sea
rudo, ni memoria que no sea faltosa, ni volun-
tad que baste, ni lengua que no enmudezca, ni
manos que no tiemblen, ni seruicio que no te
sea poco.
Lyd. — O, qué encarescimiento tan bien tra-
uado, aunque sin razón, porque por perfecta
que- ella sea, al fin es muger!
Flor.— Qué dizes? no te parece, Lydorio, que
occasionalmente y con razón me culpo? Di lo,
di lo, que pues yo cayo en mi yerro, holgaré
oyrte la verdad.
Lyd. — Quiero otorgar con él; qui(;a por
aqui le guiaré mejor. Bien veo, señor, que tie-
nes razón. Pero también querria que mirasses
que, pues eres de Belisea, aunque por ser tuyo
te obligauas a te tractar mal, siendo, como te
publicas, suyo, deues te tractar bien por ella
cuyo te conosces. Pues aun dize el vulgar: que
quien bien quiere a Beltran, bien quiere a
su can.
Flor. — Bien veo que aciertas en esso. Por-
que como todo yo sea suyo, yo me deuo auer
bien comigo, porque ella no reciba agrauio en
mí. Y por tanto me leuanto y quiero yr a Sant
Pablo.
Lyd.— Señor, dexa los frayles agora en su
acostumbrado y loable recogimiento, y concier-
ta tu casa y sustenta la vida (que dizes tener
por tu señora) y come, que es aun tarde para
196
ORÍGENES DE LA NOVELA
ello, quanto niáa para yr a iiiissa a donde trac-
tan ya de yr a vísperas.
Flor. — Pues anda allá fuera, y llénenme al
cenadero de comer, para gozar de la música de
las auezitas, que cantan con el mal que yo lloro.
Ful. — En el notubre de señor san Julián, y
qué risueño sale Floriano; quiero yr por parte
de su risa, porque con el plazer qui^a se embu-
rujará algún pedazo de medra. O, señor, y cómo
el corafon no me cabe de plazer de verle ya
en ti!
Flor. — Yo te lo agradezco. Pero por qué no
me vees?
Ful. — Como por acá ande en tu seruicio, la
falta de merescimiento me quita la osadia al
entrar, esperando ser llamado: lo que no baria
en el acometer diez offensores tuyos.
Lyil. — Señor, siempre tiene más negocios
que buen solicitador de cauf-as.
Ful. — A la fe, siempre me precié ser vno en-
tre los buenos, y hazer por todos.
Floi\ — E dime, tienes ya algún conosci-
miento en el pueblo?
Lyd. — Y cómo ansi, que en faltando un
rato de casa, le buscan más gentes de espada
y broquel, que me espanto.
Flor. — Y qué gente es essa?
Lyd. — Los que acompañan los alguaziles,
que llaman acá porquerunes.
Ful. — Alguno que tiene embidia a su officio
les llama tal nombre. Porque por él les hazen
el buz más de diez peynadetes. Y por su temor
no osan andar de noche hartos valientes de
nombre. Pero Fulminato y aun los de su librea
por su causa no les molestarán passo.
Lyd. — Y aun ansi les desbarretas tú por ti
y por todos.
Ful. — E tacha hallas la buena crianza, que a
tantos haze bien?
Flor. — En cargo te son mis criados, y ter-
nan por qué te acatar,
I^yd. — Y aun cómo, y con razón, como a pa-
dre de desconsolados, y a remediador de huér-
fanas, le vienen a buscar más hijas de maldi-
ción, que es vna admiración. Y ansi como a
las tales hijas les halla tales lüernos; todos
le honran como tal padre de su consolación, y
aun perdición.
Ful. — A la fe, por más que digas malicias,
si hijas tensjo, no con lo que tú les dotas.
Flor. — Pues que aueys bastado a me hazer
reyr, quédese para otro dia la plática ansi
apuntada y den me de comer. Y tú, Fulmina-
to, ve que me a(lere9en de gineta vn cauallo.
Ful. — Señor, yo voy á cumplir tu mandado,
y con desseo que nos mandes presto tornara la
plática tranada.
Lyd. — Ve, que en casa me hallarás para cada
y quaudo.
ARGUMENTO DE LA SCENA XI
Tractando Polytes de yr a ver a Juslina, Felisino le Ileua a casa
de Marcelia, y ansi se le estorua su viaje.
Polytes, Felisino, Maucelia, Liberia.
[Po/.] — Algún buen Pater noster se habrá
oy rezado por mí, pues que con ya no yr Flo-
riano fuera oy, el desseo con que oy me leñante
de vi-itar a Justina, creo que aura sazón y effec-
to. Quiero agora dar comigo en casa de Lu-
cendo.
Fel. — A dónde tan cogitatiuo?
Pol. — Si ouiera qué te comunicar, créeme
que a ti antes que a otro. Pero acá pensaua con
migo cómo hazer cierta cosa.
Fel. — Ya sabes que essa manera de no te me
declarar es combidarme a más querer saber lo
que sea. Porque si es de las puertas adentro, te
seré amigo, y si de las puertas afuera, acompa-
ñaré tu persona con mis armas y presta vo-
luntad.
Pol. — Dios te lo pague, e yo lo agradescere
en semejante menester; que si no es la moneda,
no sé quién mal me quiera. Pero mira si tie-
nes dónde yr, y guia.
Fel. — A lo que dizes de la moneda, dolen-
cia de muchos buenos es, agora tan vsada como
el mal francés; y a lo segundo, no tengo, por
mis peccados, dónde me aluergar. Pero querría
yr a la cal nueua por vn guante que oluidé en
la posada de Fulminato ayer.
Pol. — Anda, vamos, que cal9ar deues de
querer el guante. Pero guarda, no te desuelles
las manos con el menudear.
Fel. — Pues me entendiste sin me declarar:
sabes ya, hermano, que, si quiera por cobrar
buen crédito á los principios, es menester orgu-
llo. Pero después de bien posseyda la heredad,
vna vez en la semana, como pan bendito.
Pol. — Para contigo hasta y aun sobra. Pero
cómo tomas pleyto con quien sobre tal Intzienda
no sabe ten( r medio, ni j:erder hambre de tal
mantenimiento? Piensa que tendrás trabajo. Y
mira que entras a nadar en piélago donde otros
más expertos nadadores que tú no liallüron
vado. Y anisa que competidor tienes que pocas
vezes le hallarás satisfecho; no sólo con lo sityo,
pero aun con todo tu caudal, y tiempo, y fner-
9as, porque aun harás todo lo que puedes, y
si descaes del ordinario, y que sea harto ordi-
nario, te meterán a ojos vistas otro en la here-
dad, y te harán que láveles, y el otro desfrute,
y tú no lo creas. Cata que no te contentes en
esta feria, si compras, con solo marcar la mer-
caduría, y aun esto no sé si auras hecho.
Fel. — Andando hazia allá, te diré cómo me >
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
197
pienso auer. Abcznr el estomago a poca vianda,
y ansi, qnando tuuiereii extraordinario, tomán-
dolo loaran a Dios por poco que sea, como pu-
pilos de plato tassado.
Pnl. — Hi, h¡, hi, qué ordina-io quieres tú
donde quantos escriuieron desto no hallan en
nuigcros medio, sino vno, que en esto las pone
en extremos de contentamiento?
Fel. — Pues yo no lo que los libros, pero lo
que mis fuer9as basten les daré; y aun de alli
quitando al<i[o, y si más quisieron, que musen.
Pol. —Si ansi lo guias, tú serás vezino de
Cornualla, y tendrás possession en Ceruantes
conosoida, adonde andes a ca9a de cuclillos.
Fel. — Por esso bien que no tienen mi pala-
lira por más de quanto turare el vso y fruto;
que por temor de essas aues temo el perpetuo
vinculo. Y ansi más quiero andar a lo fresco,
oy aqui, mañana alli, que perpetuar casta.
Pol. — Si ansi te sabes auer, serás sabio, por-
que gran afán es buscar carretas y requas a ca-
da passo andando en estos palacios, para Ueuar
hijos qni^a que hechos a medias,
Fel.— No no, horro Malioma, todo mi axuar
a cuestas como el caracol, porque buey suelto
bien se lame. E ya que aya de tomar estado,
será en mi naturaleza, porque cada gallo canta
en su muradal, y en la tierra agena la vaca
acuerna al buey.
P'i/ — Y aun ansi es lo acertado. Porque el
que se casa en tierra agena, toma la muger ma-
la y hazensela buena. Y aunque vea el gayón,
que calle el cornudo y vaya a trabajar: y aun
siempre le dirán que todo lo huelga y todo lo
gasta. Y aun, hermano, en esta tierra vende la
tienda la hermosura de la muger que te dieren
de dia, y desunes a la noche desnudando se
quando le pidieres virgo, dar te ha la verdu-
gada o emprestada o alquilada, y a la mañana
todo lo paga la sangre de un palomino, y lo ha
de llorar el triste paciente.
Fel. — No creas tal cosa.
Pol. — Si estos principios no sabes, presto
venderás cestos, y aun quemarás en tu casa
cuernos, y te lo harán olor de ámbar gris ó
menjuy. Y pues estás a la puerta, mira por ti,
y queda te a Dios, y mira que llamen antes que
saludes, si no quieres ser mal rerebido en estas
casas de tracto secreto, con presumpcion de
buena fama y humos de honra; en especial que
arriba ay gran trastauillar de pies; queteauran
visto y aura algún trasparamento, o puerta falsa
(si la tiene esta casa) y voyme.
Fel. — Perdona, que has de ser testigo de lo
que ouicre; y llamo, ta, ta, ta.
Mar. — Presto acaba, hija, pon en cobro esse
galán, que no escusamos abrir a Felisino y Po-
lytes.
Lib. — Anda, abre les la puerta, madre, y de-
tenlos algo, mientras le echo por la puerta del
corralejo.
Pal. — Cata que, aunque rae llamas sospe-
choso, la tardan9a en abrir y el bullir del sobra-
do saca mi malicia cierta y mi sospecha ver-
dadera.
Mar. — Quién llama a la escalera tan aprie-
sa? O qué buen encuentro por cierto!
Fe/, — Bueno le es para nosotros en verte;
pero pensauas auerlo a solas?
Mar. — L)e tal compañía huelgo yo en mi ca-
sa, Pero dónde te subes?
Fel. — Señora, quedo se me vn guante este dia,
y aunque no tiene adobo, pero porque no apro-
uechará éste a mí ni el otro solo a nadie, le
voy a buscar, y con achaque del, vine a te ver.
3/ar, — Bien parescen vnos guantes a vn ga-
lán. Pero tú, señor Polytes, buscas guante?
Pol. — Sí buscaría, si me aprouechasse.
Mar. - Pues cata que muchas vezes hallan
vnos lo que pierden otros. Pero qué priessa es
essa, Felisino? y espera que todos nos subire-
mos.
Pol. — A mí me perdona, que- me voy a vn
negocio de prisa.
Jfar. — Pues sabe que en esta casa ni comen
los hombres ni te quieren mal, Y tú, Felisino,
sube, que tras ti me voy, y ten en mucho fiar
se te la casa ansi,
Fel. — Ansi lo tengo por cierto; pero mejor
te ahorquen que no te las entiendo. Pues anda,
que sendas nos tendremos, que si a ella le con-
tenta el muchacho de abaxo, a mí la muchacha
de arriba.
Lib.— O, bendito Dios que me libró de hom-
bre tan moledor; pero buen albalá de quatro
reales me queda en las vñas, sin lo que dio a
mi madre. Bonica, pues, me cstuuiera yo ro-
yendo con hambre de mi casta honestidad, mo-
lestada de mil deseos de lo que agora me viene
a manos llenas, Y pues que mi madre con su dis-
simular aprueua mi hecho, andémonos a ellas.
En cargo soy a Felisino, que con pensar que
me robaua me libertó, para que siendo suya de
nombre pueda (') vestirme de tales ropas como
la que agora desnudé. Pero o, qué dicha la mia,
que helo venia ya tras mí, y por poco no me to-
pó viendo su possession que él primero labró.
Pero ha se de hacer a la carga, y aun que lo
vea y no lo crea, sino que piense que sueña.
Pero algún embarazo tiene mi madre que ansi
le dexó subir, aunque no se me da nada; que
ésta, que es la primera y no será la postrera, no
me la quitarán ya.
Fel — A, mi señora Liberia; vengo a verte
porque no sossiego sin ti; qué hazlas por allá
abaxo?
(*) En el original, puedo.
198
ORÍGENES DE LA NOVELA
Lib. — Norabuena vengas; no sé si te crea:
essas entradas qué decoradas teneys todos para
emibaucar a las que os atienden lealtad. Y vos-
otros, ésta os mata, y la otra os mata, y todas
os matan, y nunca morys, ni aun os acordays
sino de lo que gozays por el momento que
tura.
■Fel. — Anda, que no me acuerdo de mí por
tu causa.
Lib. — Pues ya que digas lo que quieres,
dexa estar mis tocados, y mira que estamos so-
los, y subirá mi madre.
Fel. — Y que esso me dizes, y entraste a la
cámara? pues espera.
PoJ.~ Señora Marcelia, sube a poner cobro
en tu casa, y perdona mi priessa.
Mar. — O, valas me Dios, qué desamorado
eres; quitémonos ya de la puerta y subamos a
este entresuelo, que te quiero preguntar vn po-
co mientras baxa tu compañero con el guante.
PoJ. — Al fin aura de salir con la suya.
Mar. — Mucho te agradezco esto. Pero mira
que no seas tan atreuido como este dia, y toma
de mí la sana intención y llana conuersacion.
Pol. — Ya no puedo con honra dissimular
más, pues que harto se me declara en dichos y
meneos. Señora, perdona mi pesadumbre, por-
que no quiero que taches mi couardia.
Lib. — Parescete pues, señor, que si mi ma-
dre agora subiera, que dauas donosa cuenta
de mi?
Fel. — Anda, mi señora, que ya me querrías
ver fuera, porque tendrás otro que más ames
que a mí.
Lib. — Ay, perdida yo por quererte, pues ya
me juzgas por muger común. Vete, vete [de]
delante de mí, que aunque quede escarnida mi
innocencia en te amar, anisará mi malicia en te-
ner de ti el crédito que devo.
T^é/.— Anda, vida mia, que me burlaua.
Lib. — Y aun ansi lo veo yo que te burlas de
mí. Desdichada, que me robaste mi limpieza,
y por ti engaño a mi madre, que piensa que soy
la que ella me tenía. Anda, anda, engañador,
destruydor de mi honra, y de oy más no te fies
en mi llaneza y fidehdad que te he tenido.
Fel. — Agora que tu sentimiento me prego-
na tu bondad, te tendré y querré más. E ya sa-
bes que los amigos ciertos son los prouados.
LAb. — Vete luego [de] delante de mí.
Fel. — Pues di que me perdonas y no quedas
enojada, e yreme.
Lib. — Vete y no quedo.
Fel. — Pues a Dios quedes.
Mar, — Ay, cómo te as auido mal comigo;
pero yo me tengo la culpa, que conosciendo te
me fié de ti sola.
Pol. — Donoso tirar de alesna es esse.
Fel. — A, hermano, baste ya, y vamos; y tú,
señora Marcelia, perdona y haz las pazes de
arriba.
Mar. — Doy al diablo el majadero derrama-
solazes. Ay, señor Felisino, no te oscandalizes
de qiie a solas estaua preguntando a Polytes vn
poco; pero qué son las enemistades?
Fel. — A dónde le acudió? Digo que nos ha-
gas amigos a mí y a Liberia, que le pedi vna
aguja por tomar mi guante.
Mar. — Traele vna dozena y hechas serán las
pazes.
Fel. — A Dios quedes, que yo lo haré.
Mar. — Dios os guie. Y tú, señor Polytes,
no oluides esta casa.
Pol. — Pierde cuy dado. Allá quedarás, diablo
bagassa, que para tu hambre, ésta y no más, si
puedo.
Fel. — Pues para yr ya tú a otra parte no
tendrás tiempo, encaminemos para palacio. Y
dime cómo te fue, que demudado saliste de
color.
Pol. — Que quisiera que baxaras antes; pero
creo que también huyes tú la compañía.
Fel. — Y aun que si bien lo supieses, arega-
ñarias, dixo el Bizcayno. Pero la viuda de buen
fregado es, y en ti que hallarla buen colade-
ro para su comezón. .
Pol.— No sé qué se hallo en mí, pero sé que
en el pueblo no la aura muger tan lasciua. Y
no tengo en nada ser amiga de Fulminato, sino
como no es ropa común; pues no serán menes-
ter rethoricas para halagarla, ni fuercas para
derrocarla.
i^e/. — Pues no piensa el otro sino que tiene
thesoro en caxa.
Pol. —Bien mantendría estotra con palabras
huecas del otro su grauedad, y con sólo su pas-
to su hambre.
Fel. — Aun creo que te abrió la bolsa?
Pol. — Abrió para echarme en ella este real
de a quatro con que me compró, y aun barato, y
para nunca más.
Fel. — Esso no diga nadie, que no caerá otra
y otra vez, si Dios no le guarda. Pero esse yo
se le vi a Fulminato, con que ayer hazia alarde.
Y según veo, págate sus cuernos con los quatro
sueldos.
Pol. — Pues no tengas esto en nada que me
diessen para comprar ropa tan basta y de balde
costosa. Pero miía que tú no los pagarás con
los quarenta, si el otro con quatro. Porque el
pato ya te costó vna cena; y aun apenas entras-
te en la con f radia de los de esta casa, porque la
hija ha de aprender de la madre.
Fel. — Anda, hermano, que si me costó caro
el pato, cómprele, y degoUéle, y comíle fresco,
y trinchéle de mi mano.
Pol. — Dichoso fuyste, pues con essos adhe- |
rentes compraste barato. Y aun creo que te
vendieron lo que tenian gana de echar de sí,
y que aparaste vianda que otros to coman del
mesrao plato, y abriste por donde te entren al
melonar. E ruega a Dios por salud, que verás
como en casa del herrero todos aprenden a ma-
jar hierro, y en casa del escriuano a escreuir, y
la hija aprenderá el officio de la madre.
Fel. — Calla ya, que no entiende ella más
las algarauias de su madre que si nunca la
conosciera.
Pol. — Ay, peccadora de la bouilla! Tú eras
proprio para casado, porque en tu opinión siem-
pre fuera buena tu muger, y vinieras con las
hechas, sin las sospechas.
Fel. — Mal me conosces. Antes por prouarla
la pedi zelos sin por qué, y ansi saltó como
granizo de aluarda.
Pol. — Y aun por ay me confirmas en mis
sospechas; porque quien se quema, ajos ha
comido.
Fel. —Anda, que quando ay algo, malo es de
encubrir.
Pol. — Tú deues llamar algo el hallarle en la
cama.
Fel. — Di tú lo que quisieres, que yo bien sé
lo que me tengo en Liberia.
Pol. — Vna trabajosa guarda, si ella no quie-
re ser guardada.
Fel. — Y aun porque conozco yo en ella mues-
tras de muy buena, no dudo de su seguridad.
Pul.— Pues si tú crees las muestras y com-
pras el paño por la lista, yo dudo de las obras.
E si tú eres cierto de su seguridad, yo no se-
guro de su bondad; porque al fin es hija de
madre, y de vnas puertas adentro; de manera
qne con quien pasee y de quien nasce. Pues
mira si bastando lo rno a que se le pegassen
de sus maternas costumbres, qué será viéndola
y entendiéndola, siendo ya para lo que ella, sin
mancarse ya en la labor?
Fel. — Anda ya, que es tan buena que no la
derrocará la madre aunque sea más peor que
tú la pintas.
Pol. — Pues mira que si buena fuera la hija,
que no se diera a ti, y si no aprendiera de la
madre, no supiera ya cumplir contigo. E al
cabo dame la tu muger, y dar te la he incons-
tante; dámela moca, daretela peligrosa; dámela
que se vea algo hermosa y no sea muy guar-
dada, qne yo te la doy por perdida; dámela
loquilla y golosa, que yo te la doy por barata;
dámela nouicia o principiante en el officio o
lauor que tu la enseñaste, que yo te digo que
para ver si podra cansar y por ver si podra
matar su desseo, ella busque cómo experimen-
tar sus fuercas, y obrar sus desseos, y aproue-
char sus mañas, y cumplir su nueuo apetito
experimentado, aunque viejo en ser desorde-
nado.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
190
Fel. — Aun dirás algo que me pusiesse te-
mor, pero os muy desapegacfa y zahareña Lo
qual como no tenga su madre, veo que cada
vna sigue por su natural inclinación: la vna al
vicio y la otra a la virtud.
Pol. — Y cómo agora sabes quo por mucha-
cha que sea, que quando les cumple, sacan de
las del saco? y ansi se saben mostrar buenas, y
honestas, y zahareñas, y halagueras, y amoro-
sas, y muy pegajosas, y muy sacudidas y desamo-
radas. Y quiero que sepas, si no lo sabes, y si lo
sabes oye mi opinión, y es: que las que más
sacuden de sí los hombres y hazen de las ho-
nestas y turbadas, de vergonzosas, essas por la
mayor parte con la turbación estropie^an y
caen, no de manos como el gato, pero de lomo.
Y más te digo, que lo querría yo auer (tractan-
do en lo que tractamos agora dellas) con las
que a los [irimeros golpes son más sacudidas,
porque todo lo que tienen de furia lo muestran
luego, y eonao se acceleran en el combate y gas-
tan la munición de colera que tienen, al segun-
do tiento, si vos como bo^al no desuíanchays a
los primeros golpes, como no ay que hablar
que no ayan hablado, ni que reñir que no ayan
desembolsado, ni colera furiosa que no ayan
gastado, quedan vnas flemáticas turbadas para
caer, y sanguinas de bien acondicionadas para
conceder; y aunque la melancolía de mala in-
clinación les haga huyr, los chapines y faldas
las hazen estropezar sin que aya en qué, más
de las duras piedras que ollas os tiraron a los
principios.
Fel. — Mouerme yan tus maliciosas y cala-
das razones vinas si no supiease yo que ella no
espera aun las primeras palabras. Porque aun
conmigo, que tiene por qué conoscerme ya, no
quiere sufrir de tres palabras arriba estando
solos; que luego me dize: ay, señor, mi honra;
ay. vete, no des sospecha; ay, por Dios, que
vendrá mi madre; tanto que ya me da pena
verla tan sentible.
Pol. — No la has aun entendido: no querrin
tres palabras, sin luego obras. Y no querría que
no se quebrasse su honra, porque si con el ha-
zer no pierde el buen crédito, haze y goza, y
mete moros, y siempre es la que era, y descuyda
los otrus de que miren por ella, y con los otros
se descuydar, quedan le a sus apetitos más
lugar. Y sí teme el venir la madre, es porque
quiere que no dilates el pleyto, sino que luego
concluyas, y pongas los tus testigos a la prueua;
y enséñate que el que ha de pleytear no ha do
temer el gasto, y ha do hablar poco y obrar
quanto pudiere. E ansi dizen las tales allá en-
tre sí en sus audiencias, blasonando y mofando
de los que en esta causa somos pleyteantes;
que gato muy miador, nunca buen murador. E
si no digo la verdad, dime tú si puesta en jue-
200
ORÍGENES DE LA NOVELA
go si se pone mal al jugo, y entonces condé-
name.
Fel. — No sé: peligroso eres. Yo te prometo
que, aunque no por antiguo, pero que por maes-
tro podras ya bien leer en esta escuela, y ser
abogado en estos pleytos que dizes.
Pol. — Pues que ya estamos en casa y en
esta plática recibes pena, entiende en buscar
las agujas, y ata bien la bolsa, y mira bien per
el amigo; y perdona, que yo marcha para arriba
ver qué aya.
ARGUMENTO DE LA SCENA XII
Passando Marcelia consigo y después con la hiia pláticas de la
bondad de la hija, el despensero de Luyendo les hnze vn ban-
quete de cena. Y sobreuenicndo Fulminato y Pinul, liaze
Marcelia á Fulminato guisar lo que el otro auia de córner. £
sobre cierto acliaque Fulminato sp va huyendo y viene el
despensero.
Marcelia, Liberia, Despensero, Fulmi-
nato, PiNEL, Gracilia.
\_Mar.~\ — 0, mezquina yo y cómo se me abra-
san las entrañas y me acora paiia gran soledad
en la absencia de Polytes! O, quán sin ventura
soy, pues siento que no me ama, e yo me abo-
rrezco a mí, y mi honra, y casa, y a todos por él!
O amor, qué grande es tu poder! O, cómo si la
honra no contradixesse a la voluntad y me
atasse los pies, tras él yria desbalida como tras
cosa necessaria a mi descanso! Poio o, desacor-
dada de mí, yo qué digo? quiero subir a ver qué
haze esta muchacha. Porque si la mano de Dios
no la sostiene, y ella no es muy inclinada a vir-
tud, con mi perdición, o ella es perdida tras mí,
ó no escapa de serlo. Porque el no poderla yo
proueer como yo querría y mi honra pide, me
haze dissimular con ella en algunas desembol-
turas, con la conuersacion de éstos que tractan
en casa. Y quiera Dios que no aya tomado
para su mal las libertades que yo le doy, y que
mi mal hazer no la aya enseñado a perder la sim-
plicidad y a abrir puerta a la deshonestidad.
Porque el mi no hazer con qué enmendarla me
ata la lengua al corregirla, ni puedo castigarla;
donde mi vida me muestra a mí digna del casti-
go, y me einbara9a el poderla yo a ella abonar.
Porque poco monta ser madre reprehensora de
lengua, con vida y obras viciosas y occupacion
reprehensible, porque el enseñar ha de ser obran-
do y platicando bien yo.
7y/¿.— Mi madre sube: quiero ganar por la
mano en mi abono, para que de quantas ella
haze, que haziendo yo alguna errada, o no la
vea, o no la crea, como ella piensa que no la en-
tiendo yo sus vrdieinbres. Ansi, ansi. y no vis-
tes quán de reposo se anda mi madre de iglesia
en iglesia, y dexa la casa franca a quautos van
y vienen? Dios me libre de tan buen crédito
como tiene de todos, que piensa que son como
ella a las buenas. Y no vistes qué descuydo?
que harto tengo que sacudir de mí importuni-
dades de locos, que con la buena coutianja de
mi madre a mí querrian robar de mi limpieza, y
estragar mi innocencia, y deshonrar su casa, y
amenguar la a ella.
Mar. — Buenas nueuas de mi hija son éstas.
Pero quiero halagarla, pues mi vida no me per-
mite leprehender su innocente vida Calla, hija,
no me reñas por tu vida, que vengo de encomen-
darme a nuestra señora. Pero dime, fuese el de
endenantes?
Lib. — Y aun después, que no deuiera, vino
Felisino.
Mar. — Esse como por de casa le dexé subir,
que le encontré á la puerta. Y fuese ya?
Lib. — Tal venia él para parar mucho con él
yo en casa! y anda ya, madre, dexame allá con
tus confian9as quede todos tienes, que éstos son
hombres y de palacio, y oy aqui y mañana alli,
Ansi Como no paran en lugar, ansi no dexan
cosa de intentar, ni aun mujer por burlar.
Mar. — Y qué hizo?
Lib. — Qué? qué hiziera me di, si yo le dexa-
ra! que lo que hizo fue poco en rasgar me la la-
uor y perderme vn aguja, que según lo que qui-
siera fue nada.
l\lar. — Dexalo, que él lo pagará, que es vn
burlón; pero calla, que llaman: suba quien es.
Desp. — Dios guarde la honra y gentileza des-
ta casa.
Mar. — E tú eras? perdona el no te auer res-
pondido antes. Pero no sé por qué oluidas tan-
to esta casa do no te dessean mal?
Desp. — Mis occupaciones impiden mi volun-
tad en te seruir.
Mar. — Y aun por vna on9a de libertad que
tengo en mi casa sut't'ro vna arroba de pobreza;
porque la vida arriscan los hombres por la liber-
tad. E ansi dizen, que mi casa y mi hogar cien
sueldos val. Pero qué es lo que mandas agora?
Desp. — Tengo vn poco de Olanda y vengo a
saber si me podras vestir de tu mano de vnas
camisas al moderno.
Mur. — Por cierto sí para otros; pero no fal-
tará tiempo y voluntad para lo que tú quisieres.
Desp. — Pues, señora, porque e.»te es para mí
tiempo n)uy occupailo en mi officio, me perdona
que luego embio el liento, y mandaré con que
cenes. E si mandas vendré, sossegada la gente,
a te ayudar a quitar los manteles, para que so-
bre mesa me cortes la"? camisas.
Mar. — Por tu seruicio huelgo de ello, con
que mires que ay vezinos que velan vidas age-
nas en e.'-te varrio.
Desp. — Yo proueere de venir en quietud de
todos, y por seña! que soy yo, tiraré tres piedre-
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
201
zaelas a esta ventanilla, por no pararme a lla-
mar. Y con tanto me da licencia, y perdonando
mi pobrezn, toma Cfíse real de a qualro, para que
se aya proneydo de Irnta.
Mar. — No le tomara a no incurrir en mala
crian9a. Ve con Dios, que en todo se prouoera.
Allá yrás, majadero, que acá dexas para la lam-
para de 1<j8 necios, y después darás j'iua la vela
de los cornudos. Cata, hija, que a quien Dios
ama, la casa le sabe. ]\lira qué haze este hom-
bre de hazernos bien: darnos ninguna molestia.
Pon, hija, esse hogar a punto, que yo seguro
que no tarde en embiar, y aun que sea menester
desemboluerte.
Lib. — Yo bien tengo para mí que él proueera
de suerte que aya para nos y aun las vezinas;
pero no te congoxes, madre, que para todo aura
tiempo. Yo voy a mi prima que se passe acá; y
con ayudarnos al trabajo, ahorrará ella la costa.
Mar. —Bien dizes; ve luego y buelue, que me
quedas sola. O, bendito el que lo gouierna todo,
y quán sin resabio de malicia anda mi hija sobre
tantos estropie9os como yo le pongo por esta ne-
gra de honrilla y ganancia, que pocas veces son
de vna mesa estas dos cosas. Pero cata, cata, y
qué presto y que gimiendo viene! asnadas que
trae cobro. Qué es esso, loquilia, que si fueras
casada pensara que te hazia gimir tanto la
preñez?
Lib. — A la fe, ya que nos libró Dios de essos
afanes, cátanos aqui en otros de más pronecho
y ganancia; y plega a Dios que tales gemidos
nos visiten cada dia; pero no veys qué prisa se
da mi madre viendo que no puedo con la carga?
Mar. — Anda, boua, que de alegría no m¡-
raua en tanto; pero muéstrame essa bota de
buen año. O, qué cosa de ángeles! por tu vida
que es de Madrigal, y aun de más de tres
hojas.
Lib — Ansi, ansi, madre; si truxera pongoña,
del lodo estañas.
Mar. — Bien sé yo que tan buen liquor no
podría sulfrirla. Pero desembarázate ya, y as-
sese vn capón de essos, y essa ternera en9or(ja,
que harto aura.
Lib. — Anda, madre, que el día de mañana
no le vimos, y no diga que lo hurtó el mo90,
mayormente que ya vertía Gracilia, y aun de
aquí a la noche acudirá alguien más al buen
iilur.
Mar. — Dizes bien; pero qué fue del lien90?
Lib — Como que no entiendo yo que sabe
lui rnadre qué corte de camisas busca el otro!
Mar. — Qué dizes, hija?
Lib. — Que no pudo el nio90 traello todo.
Mar. — Nunca y no que la paga acá está.
: Ay viene tu prima, desembolue esso; yre yo
i por vna ropa limpia de mesa a mi arca.
1 Ful. — Tienes, hermano Pinel, qué hazer.'
Pin. — No lo aura para no occupar la persona
y las anuiís por tí.
Ful. — Pues vanuis a vn salto.
Pin — Pues espera me quanto visto vn jaco
de malla y tomo vna rodela
Ful. — Anda, que aqui va mi Valenciana.
Pin. — Pues porque no temas que busco escu-
sas, guia.
Ful. — O, descreo de los desconfiados de Dios,
y miedo en Fulminato? Pues sigúeme, que tú
verás esta noche quién es Fulminato, y cómo
por ser tú no lo tomo por injuria.
Pin. — Al diablo encomiendo tal hombre aun
oy. Pero si me pusiere en más de lo qiie puedo,
que lo haga a solas: tomar viñas, porque otro
día anise en lo que mete a los amigos.
Ful. — Ya creo que te arrepientes de venir.
Pin. — No quieras de mí más de vn sí.
/*'«/. — Pues guio por tras sant Julián, que
me salieron esta noche vnos tres a quitar la
capa; pero a no tener buenos pies, pagauan me
el pato.
Pin. — Pues por essas callejuelas lugar es
para esse officio. Pero cómo te libraste?
Ful. — No quisiera que me lo acordaras por
el enojo que de mi poco correr tengo.
Pin. — Dizen que el que va a hazer mal, que
ya va medio herido.
Ful. — Por el sancto molde de la Litania que
a no me conoscer en el denuedo del desenuay-
nar, que auia acometido con buen semillante.
Pin. — Si ello fue ansi, tenian la vida en los
pies, y ansi dizen que vale más salto de mata.
Ful. — Mal me sallo la peroña, pues sin presa
estoy ya a la entrada de la cal nueua.
Pin. — Y aun ay serian las tus bregas. Pero
en esta calle quando Dios amanesce, aun hallo
yo dia.
Ful. — Y aun yo os descubri este Perú, y vos-
otros mal agí descidos.
Pm.— De Dios auras lo bien hecho. Pero
pues ya estamos a la puerta de tu manida, cata
que ay bullicio arriba; no sea que los que te
huyeron acullá se te acogieron aqui.
Ful. — Pues por esso solo subo sin llamar, a
puerta abierta.
.!/("•. —Ay, mezquina yo, quién quedó abierta
la puerta, que no sé quién sube?
Ful. — Sí suben, que por tanto me llaman a
mi Fulminato. Y ésta qué burlería es?
Mar.— Ay, qué fiero viene el desuellacaras,
tri te de mi! Pero reniego de la leche que mamé
si sobre haze* le oy cornudo no le hago que gui-
se la cena al <tro.
P/n. — No te turbes, señora, con los de casa.
Lib. — Y cómo no nos hemos de turbar de la
voz de hombre de súbito, viniendo tan descuy-
dadas a la llana?
Ful. — Y esta qué boda es?
202
Mar. — No tuya.
Ful. — Pues cuya en esta casa?
Mar. — Oyste, necio, y no veys qué señor de
la posada?
Ful. — Sácame desta duda antes que liaga
algo.
Mar. — Y qué has de hazer? a la fe en mi
casa no deuo si [no] a Dios y al rey tributo;
que aunque pobre, de todos sino de ti soy hon-
rada.
Pin. — Ni aun pienses que Fulminato te haga
desaguisado, sino que viene enojado de vnos
que se le fueron por pies.
Mar. — Pues nadie se deue ensañar, si no
tiene buen desensañadero. Y vayase allá, que
aqui no le deuen centeno.
Grac. — Y calla, señora tia, que estos de pa-
lacio son ansí maliciosos.
Lib. — No es sino el diablo que reyna en
ellos como ociosos, y ansi son tan absolutos y
aun dissolutos.
Grac. — Gaya ya, prima, que vendrá el señor
tu tio y no hallará la cena hecha.
Mar. — O astuta mo9a!
Lib. — En cargo me eres, prima, llamarte a
tomar enojos escusados.
Pin. — Anda, señora, que no hay nublado que
ture vn año; que si no me tuuiessedes por de
casa, nunca acá asomaria, ni seria amigo de
quien tal no fuesse, aunque Fulminato e yo
seamos de vn señor.
Ful. — E aun por tanto paso yo por tus
desafios, y en presencia de amiga.
Grac. — Todas le queremos bien, no digas esso.
Ftd. — Bien paresce que hazes la salsa, que
te quemas con ella.
Pin. — Mas con todo, no seamos, Fulmina-
to, estoruo donde no traemos pro.
Ful. — Baste que esta confradia nos trayga a
nosotros pro.
Mar. — Mejor te ahorquen.
Pin. — Dexemos las, que será alguna apues-
ta de comadres.
Ful. — Pues seamos nos compadres.
Grac. — Qué por demás es tener la boca llena
de agua, sino dezirles la verdad; que esto se
adere9a para vn hermano de mi tia, que vino
oy de fuera, que es tutor de mi prima y uen-
dra agora, que anda a visitas de parientes,
3Iar. — O, bendición de Dios en tan sagaz
mo9a.
Ful. — Pues para hombre tan de casa yo
quiero asear estos capones; y si viniere, conos -
cerme ha por amigo.
P/n. — Pues yo rodearé las perdizes, y quie-
ra Dios que no sea afán de cajuela que dizen,
guisarla y no comella.
Grac. — Pues qué te paresce, tia, quál están
los pacientes?
orígenes de la novela
I
Mar. — Que eres como as de ser , y ansi
temo que Liberia nunca valdrá nada. Pero mira
que a Pinel tengas tú cobro del, que al otro yo
le mostraré la puerta, y aun el cuerno al ojo.
Pin. — O, pesar de la vida con los vellacos!
dos pedradas han dado en la ventanilla.
Ful. — Aun si han de tener los abbades oy
responsos, si son los que te dixe, Pinel! Baxa,
baxa, defiéndeles la escalera, que yo salto por
la puerta del corral a tomarles el passo, antes
que sepan que yo estoy acá y se acogen.
Pin. — Pues anda, que nuestros son, que en
el portal suenan.
Ful. — Pues calla, no me sientan, si no, yr se
me han como la otra vez. Pero aun el diablo
aura parte oy en estas hagassas, si no creo que
nos han vendido. Pero si yo llego a mañana,
no se me yran sin el pago. No ay nadie, bien
está; yo me acojo para palacio, que después
todo será dezir mañana a Polytes, si no muere
de bono agora, que se me acogieron por pies.
Mar. — Ya se fue aquel panfarron; deten so-
brina, a Pinel, que va muy denodado, pues ya
sabes quién llama. Y tú, Liberia, ve, cierra el
corrale jo, que el esfor9ado no le esperemos por
agora.
Pin. — Dónde vas, hermana Liberia? espera,
yo voy contigo, que aun por Dios no entiendo
esto de estos entremeses, aunque con todo no
sé si me tienen por seguro.
Grac. — Anda ve, que la bondad de mi pri-
ma assegura las partes.
Lib. — 'Aun pues no seria mucho que te bur-
lasses para mi sanctiguada; porque el buen
aparejo abre la daiíada voluntad a las vezes.
Pin. — Por Dios, que agora a solas me pa-
resce mejor la mo9uela. Y aun que si no fuesse
por la parentela suyay de Gracilia, que aun, aun.
Desp. — Buenas noches, señora Marcelia; y
perdona que no esperé que me alumbrassen,
por deslumhrar sospechosos. Pero dime, quién
salió de la puerta del con al de tu casa? porque
es el más suelto de pies que jamas vi; porque
pense que fuesse algún ladrón, y seguile como
le vi salir de corrida, pero como alcan9ar vn
galgo, ansi le pudiera yo alcan9ar ogaño, si
ansi corre siempre.
l\[ar. — Mal peccado, aunque fuera ladrón,
no tenia qué llenar, si no nos lleuasse los man-
tos. Pero dime, viste le la cara?
Desp. — Por Dios que aunque reconoscio que
yo solo le seguia, que no parescio sino aue:
hazia sanct Benito me desaparescio.
Grac. — Asnadas que era él valiente. qu(|
mejor se amañaua a assar que a defender Ifj
assado. Pero pues no soy ya menester, me díi
licencia. |
Desp. — No consiento que te vayas porqu
yo vengo.
COMErUA LLAMADA FLORINEA
208
Grac. — Ya sabe mi tia que tengo Imespedes.
Voyme por la puerta del corralejo, porque la
cierre mi prima, y perdona rae.
Mar. —Ya, ya, agora te entiendo, üizo bien,
que tiene eon quien cumplir.
Desp. — Pues porque no me consentirán
acompañarte, no porfió a ello; pero lleua vu
capón de'stos que cenes, y perdona.
Grac. — Muchas mercedes, y a buenas noches.
Ma»". — Mira, sobrina, al oydo. Tractame bien
al galán. Dirás a essa muchacha que cierre bien
la puerta y se suba luego, y anda con Dios.
Lib.— Dónde te vas, prima, por aquí?
Grac. — A mi casa. Sube presto, que está tu
tío aguardando para cenar. Y tú, Pinel, pues acá
no seras menester, te allega conmigo a mi casa.
Pin. — De muy buena voluntad.
Lib. — Hasta la puerta dize? yo seguro que
sea hasta la cama. Y aunque ésta es más ven-
turosa que yo; pero algún dia vendrá Dios por
mi consuelo; voy me arriba.
Mar. — Ay, señor, que' mal lo has hecho con-
migo! siéntate y dissimulemos con comer, que
sube mi hija.
Desp. — Por mi fe, señora hermosa, que con
poco más no os aguardáramos a la mesa,
Lib. — Haga buena pro, que yo ya he comi-
do dos bocados, que me bastan agora.
Mar. — Ni aun yo puedo passar bocado, sino
a poder de beuer, que pensando que tardaras
más comimos sendos pocos.
Desp. — Pues yo alia cené; por mí no se de-
tenga la vianda.
Mar, — Sueltamente lo hazes; pues no pien-
ses yrte assi. Anda acá, que te quiero dezir vn
poco a esta mi cámara. Y tú, hija, pon en cd-
bro esso como te paresciere.
Lib. — Asuadas que agora se corten las ca-
misas; pero allí lo aya mi madre, que yo quie-
ro cenar de mi espacio e yrrae a dormir, que mi
madre ya tiene occupacion hasta el dia. Y aun
para mi santiguada, que si yo puedo que me tengo
de entregar, que no me lieue de oy mas (pues
ansi juega) carta de más ni embite que no se
le rebide, Dios queriendo.
ARGUMENTO DE LA SCENA XIII (')
Fairainato cuenta a Lydorio el destrocó que hlao essa noche, y
entran a Floriano. Y encargase Fulminato de buscar alca-
hueta cjue remedie a Floriano.
Fulminato, Lydorio, Floriano.
\_Ful.'] — 0, reniego de Venus y aun de mí si
aquellas bagassas no me lo pagan, y si no ten-
go por mí que me tenían entrampado, que por
secreto que sali, aun vuo gente para mí. Pinel
(*) En el texto original se numerft XTI indebidamente.
como visoño haria rostro y harianle criba. Per-
dónele Dios, que era buen mancebo. Y aunque
él fue por mi causa allá, no tengo yo culpa de
su muerte, pues no deuiera él de hazer más
que el compañero. Ya, ya, no más de noche, que
aunque bien sé que no me alcanzaron, aun
pienso que me hirieron. Muchos me parescie-
ron; nunca en tal peligro me vi de veras. Quie-
ro oy llamar mi dia primero, y buscar cómo mi
huyr no menoscabe a mi estima, pues ya bien
me atreuere a correr el palio. He alli a Lydo-
rio y muy denodado. Aun el diablo seria si acá
saben ya ile la muerte del triste de Pinel y de
la huyda del gozoso Fulminato.
Lyd. — O, qué malo eres de descubrir. Ful-
minato!
Ful. — Si es cosa de armas dime el qué, y
por dónde comience, que verás si halla defensa
esta Valenciana,
T^ijd. — Anda, que pones gran dubda eñ tu
ánimo con andar tan preuenido en acometi-
mientos de armas. Porque pocas veces vi perro
que bien apresasse que mucho ladrasse.
Fui. — Agora lo vieras qué passé.
Lyd. — Qué fue?
Ful. — En el doblar de campanas lo sabrás,
por vnos tres que no conosciendo mis golpes,
me acometieron solo.
I^ijd. — Si ansi es bien te fue, pues solo y sin
armas te libraste; pero vamos a Floriano, que
ya ouiera de auer cenado y espera a ti para
encargarte sus negocios.
Ful. — Vamos, que descreo de Mars si no se
concluyan presto estos negocios, y a aun costa
de más de tres caberas.
Lyd. — De aues serán ; pero entra passo has-
ta ver si duerme.
Ful. — Agora os digo que estamos todos de
vn son; y cantando está, oye, oye.
LAMENTACI(')N DE SQ PENA, DIRIOIDA k SD
SEÑORA, LLAMANDO FLORIANO LA MUERTE
Salga la voz hístimera
publicando mi passion
y tormento;
salgan mis sospiros fuera,
que riesguen mi corar;on
al momento;
ábranse ya mis entrañas
si tú, dama, eres seruida,
y verás
las mis bascas tan estrañaa
y dolor tan sin medida
que me das.
En el campo del amor
yo sin armas desafio
al que dixere
auer tan ygual dolor
204
orígenes de la novela
ni tormento como el mió,
ni se espere;
porque yo, triste, penando
ni espero gnalarJon
ni soy creydo,
y mi pena publicando
siempre cresce la occasiou
de ser perdido.
Toda pena desta vida
con la niia comparada
gloria Qti.
O. muerte no fenescida,
o, vida desesperada,
qué me quiés?
Di me en qué te aya offendido,
muerte buena para mí,
pues me huyes;
pide licencia a Cupido
que a él vengas y a mí
si concluyes.
Ya me falta sufrimiento,
pues tanto cresce mi fuego
tan rabioso;
ya mis dolores no siento,
y a tino voy como ciego
sin reposo;
porque do quier que ya fuere
yre la muerte buscando
con clamores,
pues mi tan querida quiere .
estar se siempre cenando
en mis dolores.
CONCLUYE
No sé qué remedio halle
para de mí más vengarte,
mi señora:
si el remedio es que yo calle,
callaré por no enojarte
desde agora;
que aunque yo quiera otra cosa,
pues tú mi lengua gouiernas,
lio podré;
o linda más que la rosa,
con que mires que me infiernas
callaré.
Ful. — Ya calla; y mal aya hembra que a vn
tal hombre se niega, que es para mouer a com-
passion a las fieras. Que de las que en la cara
tengo y de todos los Talmudistas reniego, si
Floriano quiere, si no le traygo la dama a las
vñas, que todo es ayre andar ruando, y troban-
do, y sospirando, sino dezir y pegar. Que des-
creo de quantos adoran el sol, si me vuiera yo
puesto en amar a Belisea, si no la vuiera yo ha-
uido, y aun quÍ9a aborrescido; porque al fin don-
de las otras lo tendrá, y de carne.
L>/d. — Calla, que si te oye esso no cabremos
en casa; porque la tiene por dechado de hermo-
sura, aunque a la verdad ella es joya tal.
Ful. — Pues si con la hermosura no tiene cor-
dura, la tal cae más ajiia; y las tales caydas son
peores de leuaritar, y aun de hartar.
Flo7\ — Pajes, meted me vná vela, o abrid las
ventanas si es de dia.
Li/d. — A, señor, mira que arden dos velas y
es media noche. Y aqui está Fulminato, que
mandaste llamar.
Fhr. — Y para qué?
Li/fL — Para que te buscase remedio.
Flor. — 'No le hay, sin el de Dios, fuera de
aquella que me mata.
Ful. — Si no quedassen más muertos los que
me acometieron, bien les yrá.
Flo7'.— Muerte corporal para mi vida es. Pero
qué fue esso?
Ful. — Qae haze Fulminato de las que suele.
L^U. — Holgarás oyr las cosas de Fulminato
de su boca.
Ful. — A la fe qualquiera que diga verdad te
contará quede los seys que me salieron, los cinco
les valieron buenos pies; pero el vno, que por
sus pecados alcancé, aunque por no afrentar la
espada le di de llano, por tener la mano carga-
dilla le hize a seys golpes perder la habla. Y
aun yo seguro que ya le estén llorando, si tiene
quien le duela,
Lyd. — Doy a la muerte este lebrón, que ansi
descose mentiras.
Flor. — Qué dizes, Lydorio?
Lyd. — Q,ne él me auia dicho poco ha que
eran solos tres, y agora ya son seys, y mañana
serán diez.
Ful. — Y qué, los bocados me cuentas? pues
no sabes que no trae contradicion de antes tres
y agora seys, pues que tres es la mey tad de seys?
Y a ti bastaua dar cuenta de lo medio que yo
hago, pero a mi señor de todo, y ron esto te
quiero tapar la boca y soldar tus malicias.
Z_y(/. — Más me la taparas con la verdad; por-
que ya sabes que el que en mentira es asido,
quando dize verdad no es creydo.
Flor. — Cata, Fulminato, que no quiero los
de mi casa reboltosos; basta mi desassosiego,
sin que le aya en mi casa. Y tú no andes solo
hasta que esso se aplaque, en especial que estás
en tierra estraña.
Ful. —A la fe, señor, mis obras me la hazen
ser tierra propria. Y por esso te suplico no en-
comiendes ni fies tus cosas de muchachos, pues
yo pondré la vida por tu sosiego, y piensa que ¡
lo que me encargares, que saldré coa ello. !
Flor. — Mira lo que dizes. |
Ful. — A la prueua buen amor; porque al fin I
ya yo sé dónde ay la puta, y la buena, y la alca-
hueta, y la hechizera en el pueblo; y aun sé por
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
205
qué canales ha Je venir el agua que amate tu
fuego.
Flor. — Di, serás para traerme retorno de vna
carta?
Ful. — Y aun a la dama si menester tiiore.
Pero ha de ser con que me hagas vna merced.
F/o/-.— Pide.
Ful. — Que luego me desembaraces, y tuque
cenes, que es media noche, y duermas a sueño
suelto.
Flor. — Qué te paresce, Lydorio?
Lyd. — Que te aconseja conio leal, y que cum-
plirá lo que dize como animoso; en especial si
tú le aniujas con alegrarte.
Flor. — Luego me traygan de cenar, y en
tanto escriuire. Y tú vete en tanto a cenar, y
cenen luego los que tú quisieres que vayan con-
tigo. Y tú, Lydorio, darás a Fulminato la mi
cuera de butano con la guarnición de carmesi,
pelo y passamanos de hilo de oro, y darás le para
calcas quatro piezas de oro, y darás le de mis
espadas la que él quisiere, con que me dexes la
que al presente anda eu los talabartes, que agora
yo suelo ceñir, y a la respuesta le haré las mer-
cedes.
Ful. — Pues yo espero con mi buen negociar
recuperarte el alcgria y salud.
Ljil. — Luego voy a entender en que te den
de cenar y a todo lo que más mandnstes.
Flor — Pues yo escriño luego. Tú, Fulmina-
to, buelue luego acá.
Ful. — Señor, ni me detengas ni escriuas,
sino sí por sí lo que quieres de allá, que yo me
voy a poner a punto.
Lyd. — Mira, Fulminato, que salgas con lo
que te has encargado, pues las mercedes ya an-
teuienen al seruicio; por tanto, huye de la in-
gratitud, y vamos, darete lo que me mandó. Y
sábete que no me pesara que fuera más: pero
no se hizo Roma en vn hora.
luí. — Pues cree me, señor Lydorio, que has
de pensar que labras tu heredad, porque en mí
no perderás tu buena vuiuntad y trabnjo. Y
piensa (dexando vno por otro) y que bien veo,
que si no fuesse por tu cordura, que yua de
ca\da la casa de Floriano; porque la cabegaen-
ferma no les puede yr bien a los miembros. Y
aun esto veo por los que aiulamos en lo snez
del mundo, que no podemos rehusar algunas no
buenas compañias algunas vezes, y de ellas, con
1 la ayuda de nuestra peruersa inclinación, más
i nos damos a lo vicioso que a lo virtuoso. Y
ansi proueyó Dios que en vna casa donde ay
. tanta juuentud y tan suelta a los malos
j apetitos con estar la mano que nos auia de cas-
' tigar enferma, que aya en ti vn seso más viejo
en saber que experimentado por los dias. para
que a los vnos como yguales vayas a la mano, y
a otros mandes como inferiores, y a otros rué- | leiraa, así: mc¡aMnaa
gués como mayores, y a otros aconsejes como
sabios, y a otros loes como virtuosos, y a otros
reprehendas como viciosos.
Lijil. — Dios lo remedie todo de su mano, que
Dios sabe el temor y lástima que tengo a 1' lo-
riano: vno de la perdición presente, y otro del
temer que aun vaya a peor, y que se pierda ro-
cín y manganas {}), Por csso me di qué remedio
piesisas tú poner?
Ful. — Contenta te que tienen manos el pan-
dero que le harán sonar, y no me pidas más
hasta que veas al claro quánto puedo yo con
ayuda de Dios.
L¡lil. — Pues no quiero sino dexarlo nadar
como corcho en agua. Toma lo que te mandó
dar Floriano, y no tengas en poco la merced,
que es más de lo que piensas. La cuera ella dize
su valor, pero esta espada vale vn cauallo, y
toma las piezas de oro, y no falte tu seruicio,
porque sobrara tu ingratitud.
Ful. — En esso dexa hazer. Pero en lo que
dizes de la espada, quiero que sepas que no suf-
fre qualquier hoja los golfies de mi bra^o, y que
ha de menester el ser tal para turar conmigo. Y
aun la cuera que quiya aura de mandar vna do-
zena a Ceruantes por mis caseros tras los que
al!á tengo: que gran marauilla será si esto co-
lorado no ent(jrpece oy alguna bonilla, para que
desmayada me cayga en los bra90s.
Lyd. — Pues luego entra a Floriano y desem-
bara9a le presto porque cene.
ARGUMENTO DE LA SCENA XIIÍI
Fulminato sale de hablar a Floriano con la carta, y *a en casa
de Marcelia luego lín mañana. Maroulii aseonde al despen-
sero en la cámara: apaziguanlo al fin madre y hija. Fulmi-
nato da la carta a Marcelia, en que pone ella ciertos poluo«.
Fulminato, Marcblia, Despensero,
LlBERIA.
[^Ful ] — O, reniego de ti, Mahoma, con hom-
bre tan sin cabo como Floriano; por más tengo
verme ya libre de sus imfiortunidades que el sa-
lir anoche de en casa de Marcelia. Por donoso
concierto de casa es este si va adelante, que ya
es amanescido y aun no lie podido coger sueño.
Jiien dicen quj vn loco haze ciento, y vn des-
concertado regidor desconcierta vn pueblo. Yo
no he dormido, pero passé cochura por hermo-
sura; oy tomemos la medra por sueño, que al
contrario cada rato passa el poder dormir y el
mal medrar. En la ropa voy hecho vn cardenal,
ceno de bonillas, y en la bolsa voy vn papa,
pues lleua oro, qual es muy raro en mi posada.
(<) En el original léese este vocablo, trastrocadas bus
2.U6
ORÍGENES DE LA NOVELA
Por la sancta Letanía que si agora yo fuesse a
llenar la carta a Belisea, que presto recaudasse
la dama para mí, y los cuernos para mi amo, y
aun que no me curasse de mucho dezir, porque
me entendiesse, y aun porque ee conteutasse;
sino llegando y pegando, y a Dio madona. Pero
tornando en lo que me podría costar la ropeta,
descreo del que a Dios desama si no temo que
esto, barato dado, me salga caro llorado. Porque
yo quedo obligado a ser alcahuete de mi amo,
porque este es nombre que tiene el tal officio que
yo lleno. Y aun quiera Dios que este bermejo
no annuncie algún derramamiento de sangre de
Fulminato. Pues si muero por esto, ni me en-
terrarán con ello, ni aun por ello me dirán
más missas que en Cordoua, porque dirán que
no es mió, para venderlo y gastar'o por mí; y
aun oxala que me digan Dios le perdone, que
buen seruicial era. Pero a mí quien me mata?
que agora bueno va el dos vale con dos doblo-
nes con bolsa, que no son ya buenos de auer,
que paresce que ellos y los virgos han aborres-
cido ya el reyno. Agora que yo ando bien y es-
toy pagado, mirar por mi persona, y con los ne-
gocios y men8ajerias,"a Marcelia; y como dizen:
échese a doze y nunca se venda. Porque con lo
poco que ella solicitare y lo mucho que yo min-
tiere, entrará en la fiesta de loco Floriano,
pues ya está en la vigilia. Y con la locura y mi
buen embaucar, vendrá le la franqueza, y lo que
a mí me cupiere mió y lo que a Marcelia, la pri-
mera y mejor parte de Fulminato. Y desta ma-
nera aura medra; porque esperar al partido, ello
es poco, y pagase mal y gastase bien; por ma-
nera que a la vejez, hospital. Con esto, pues ya
es dia claro y podré yr seguro, doy comigo en
casa de Marcelia, y veré si enterraron a Pinel,
y qué se diga de mí. Y si viere la mia, daré vn
tras pie a Marcelia y harán se las amistades;
porque todos los enojos de la mujer aplaca el
hombre en la cama. Y con tanto, salgo en nom-
bre de Dios.
Mar. — 0,quán en vn soplo se ha ydo la noche !
Desp. — No sé si ha sido soplo, que aun con
no me auer vacado para soplar las manos un
momento; y aun mal contenta la señora.
Mar. — Qué dizes?
Desp. — Que es tarde.
Mar. — Anda, que será el lunar.
Lib. — Valas me. Dios, y quán sin perro he
dormido, aunque no sin pena, porque esta cama
me auezó a querer compañía en la cama, y por
tanto, nunca me cuadró mongia, porque a cada
vno inclina Dios para lo que es. Pero, dexando
esto, me voy [a] abrir la puerta de la calle, que
a mi madre no la espero tan ayna. Y también,
por el empacho de no les ver salir juntos de la
cámara, me baxo al portal, que quÍ9a en tanto
me deparará ventura alguna buena dicha.
Z)¿sjo.— Señora , tarde es, y Belisea a de yr
oy en romería a Prado, y tengo de dar cobro
para ella y sus mugeres, que no lleua hombre
ninguno, y madrugarán, que querrán yr dist'ra-
cadas; por tanto perdona para de más espacio.
Mar. — Holgara de yr con ella. Pero dizen
me que la sirue vn cauallero.
Desp. — No me meto en essas cuentas; allá
lo aya, que muger es, y no le faltará vn hombre;
leuanto me.
i^¿í/. — Bien me ha ydo, que ya estoy a la
puerta, y aunque de mañana, está ya abierta.
Estas mugeres en durmiendo solas luego ma-
drugan; allá subo, que Liberia va por la esca-
lera arriba.
Lib. — O, valga le el diablo de mañana; siem-
pre vendrá quien no cumpla. En pleyto veo la
casa si Dios no remedia, y saldrán las cosas de
mi madre a pla9a. Quiero hablar alto por ani-
sar a mi madre, y que vea si le cale dormirse en
pajas. Ay, valas me Dios, bien paresces ladrón
de casa. Fulminato, que ansí subes sin llamar.
Ful. — O, pesar de la vida; no sé de mí, y
quieres que mire en essos puntos a tal tiem-
po? Y qué fue del galán, aun duerme?
Lib. — Y qué galán? no ay hombre en esta
casa para dormir, después que tni padre faltó
de ella.
Ful. — Qué maestra está ya la muchacha! A
la fe, hermana, quando tú nasciste ya yo sabía
la Litanía; y piensa que adonde agora tú vas,
yo ya vengo.
¿/¿. — Dexate de burlar con tus malicias y
refranes viejos.
Ful. — A otro perro, hermana, que agora no
tienen sazón las burlas.
Mar. — O, mezquina de mí, y si no está allí
vn primo mió. Y cómo no quiere Dios que
queden los males sin castigo, y el castigo en la
honra es muerte.
Desp. — Y calla, señora, no llores; cómo se
llama esse primo?
Mar. — Ay triste yo, que Fulminato.
Desp. — Oylda a la puta: es den cas del dia-
blo el otro, y agora primo? y aun él tiene tal
fama, que el diablo quÍ9a me empasteló oy
aquí.
Mar. — Qué dizes, señor?
Desp. — Que salgo a él a sacalle el alma.
Mar. — Ay deshonrada yo! no hagas tal; es-
pera oyamos en qué para la muchacha.
Ful. — Ea, pues, dexame y respóndeme.
Lib. — Y a qué te he de responder, pues no
sé si preguntas; y calla, que duerme mi madre.
Ful. — Pues y el hermano?
Lib. — Miralde, y qué escarnio haze! a la fe
luego en cenando le llenaron unos parientes i
consigo, sin poderse descabullir de ellos. |
Ful. — Y aun pese a tal con tal gente; pero
COMEDIA LLAMADA FLÜRINEA
20;
voy á ver qué ay dentro. Y dexame, que me
nesgas la ropa, sino aun atreuerse ha honabre
a la parentela.
Lib. — Ay, Dios le guarde de mal! pues no
yrás de aqai agora, aunque más gruñas y di-
gas malicias.
Mai\ — 0, mezquina yo! escóndete, señor,
tras essa puerta; y si entrare a abrir la venta-
na, saldrás te y perdóname. E salgo allá, no se
nos entre de rondón.
Desp. — Allá irás diablo; pero por Dios que
aunque este di/ que es vn matasiete, que Dios
lo ha de remediar todo.
Mar. — O, qué buena venida tan de mañana!
pero ay cómo me dexaste sola anoche? bien pa-
resce que no amas en mí sino tu interés.
Ful. — Qué, qué.' o, reniego de los Jebusces
y quién sino yo tiene tu honra en pie?
Mar. — A la fe, gracias á Dios y a mi buen
viuir; y si no veldo en lo de anoche, aun sin
auer porqué. Dios loado.
Ful. —Aun será el diablo si sabe que huy;
pero quiero hazer del brauo y ' atemorizalla,
porque no se me atreua.
.1/ü/'. — Qué hablas entre dientes, que es gé-
nero de traycion?
Ful. — O, reniego de quantos a Dios perdie-
nm, y palabra es essa para dezir á Fulmi-
nato?
Mar. — Ya (') mezquina, y qué fiero está;
quiero halagalle, no salga el otro y tengamos
que llorar. Ay, no le hableys, que ha de salir
a los toros con su carmes!.
Ful. — Y aun allá verás en lo que hago; que
si hombre fueras agora, no quedara tu palabra
sin castigo de la vida.
Mar. — Y calla, mi amor, que me leuanto
descontenta.
Ful. — Ya te entiendo; pésate porque fuy
anoche tras aquellos y no torné; pues anda
allá, direte el porqué.
Mar. — Ay, perdida yo, y torna acá; y qué
! buscas? no me abras la ventana. Anda tú, se-
ñor Despensero, salte de presto.
í Desp. — Voyme, y bien burlado de ti, que
i si uo por mi honra, oy ncs oyeran los sordos;
i pero más dias ay que longanizas,
i Mar. — Alia irás, necio.
1 Ful. — O, descreo de Mithoma, y quién botó
I fuera.' y tal traycion, doña bagassa? pues es-
i pera, que yo te liare piezas al gayón.
I ^íar. — Ay, mezquina y deshonrada y sola;
que ansí me has de parar en mi casa?
I Ful. — Qué lágrimas de puta!
j Lib. — Dónde vas la espada sacada, tan de-
I mudado? qual hará si te mordió aquel perrazo
que va huyendo, que no mo dexó gota de san-
io Acaso deba laerae ay.
gre; porque pensando que rabiaua me venia hu-
yendo para ti.
Ful.— Suéltame.
Lib. — Mas, por mi vida, mordióte? y si mor-
dió a mi madre? que yo no se cómo durniiste.
madre, sin sentirle; él parcsciome al perro de
mi tio, que era grande, que desque anoche har-
tó se echaria debaxo tu cama.
Mar. — A Dios gracias, que aclara las cosas
y saina los sin culpa. Mezquina yo, que no vea
este hombre lo que jjadezco por sustentar la
honra, y que hago quielira on mi casa por com-
plazerle, y que me lo paga con malas palabras
y peores injurias!
Lib. — Y calla ya, madre; entremos a ver si
hizo el perrazo algún daño en tu cámara.
Ful. — Aun aura de ser perro, aunque me
pese.
Mar. — Qué murmuras entre dientes? ya es-
tás confuso de tus malicias.
Ful.— Que digo, que pues no rae aprouecha
lo que veo, que te he de lleuar por testigo a que
aueriguemos el daño que hizo el perro.
Mar. — Ay, dexame, dexame; que no osaré
yr con tal hombre.
Ful. — Aunque ya gruñas, tú vendrás a la
melena, y con el llouer se aplacarán essos te-
rremotos,
Lib.— Ansí, ansi con el diablo, que no pa-
resce oy mi madre sino mortero de concejo:
pero al muy anisado vendisele por perro; a la
fe, auezesse a suffrirlos al ojo, y aun el otro
triste qué aguijar llena, y aun que vendia mal
estoraque. Pero pues éstos están conjurando
las nubes passadas, voy a hacer la cama del en-
tresuelo, porque me da el corayon que la aure
oy menester.
Mar. — Paresce te, amor mió, que después de
auerme injuriado que agora me tienes donosa?
Ful. — Y qué, aun ay enojos?
Mar. — No los tengo sino de mí, porque
aunque la sensualidad me halaga, la honra me
punge aun en medio del deleyto.
Ful. — Y calla, que más enojo y deshonra
mía es, que se me fueron j)or pies los que ano-
che por tu seruicio oxeé do tu casa.
^far. — Antes rae dixo mi hernuíiio anoche
que vido un hombre huyr sin que nadie le si-
guiesse, y aun que por las señas que dio eras
tú. La affection que me haze no ver la perdi-
ción de mi honra me quita el aduertir en cosas
que sean contra ti; porque el amor deshaze las
faltas del amante y ensalía sus loores. Ansi
que conmigo puedes tú meter moros a tu sai-
no. Pero dime, quién ts dio esta ropa tan rica?
Ful. — Floriano, por lo que anoche hize, aun-
que fue en tu seruicio.
Mar. ~ Algún porqué más auria, porque es-
tos señores distilan mercedes y quieren a can-
208
orígenes de la novela
taros los sernicios. Pero dime, en qué son an-
dan los amores de tu amo?
Ful. — Si no me lo nombraras no me acor-
dara del, porque pena por necio. Pero con todo,
porque veas si te siruo y me acuerdo de ti, sá-
bete que te tengo tan acreditada con Floriano,
que te manda esta carta, robándote que la lle-
nes a Belisea en su mano. Y sabe que trayen-
dole respuesta, que la ganancia tuya será tal
con que entrambos pelechem(js.
Mar. — Donoso adobo es esse, que sobre ha-
zerme alcahueta de tu amo partes ya mi ga-
nancia incierta. Pero porque no puedo no coui-
plazerte, y agora ay peligro en la lardanpa, pues
que va a Prado Belisea, y la podré hablar a so-
las, duerme un poco, que voy a ponerlo en obra,
con tanto que no me tengas por alcahueta,
sino por mujer que te haze plazer.
Ful. — Anda, cierra essa puerta, que esse mal
nombre le ponen las malas gentes, y Dios te
encamine y a mí dé buen sueño.
Mar. — Pues que ya me encargué desto, y no
cumple tardarme, quiero echar unos polnillos
del cabrón en esta carta, que ya los he hallado
aprouados. Para que si Floriano ama a Beli-
sea, y ella lee la carta, ella le ame a él, y si no
quedarse ha libre; que al fin estas cosas sólo
Dios las ha de saber. Y siempre aura alguna
ganancia más que con la almohadilla. Y con
esto, pues mi hija está recogida y esto está he-
cho, me voy.
ARGUMENTO DE LA SCENA XV
Marcelia da la cai'ta de Ploriano con cierta cautela a Belisea, que
yua a Prado. Y linalniente leua vn anillo de Belisea a Flo-
riano.
Marcelia, Justina, Belisea, Pinel.
[il/ar.] — Agora que voy en mi cabo, quiero
loar a Dios que me libre de tan peligroso tran-
ce para la honra como el de anoche, y de oy
más poner más cobro en mi vida, porque quien
yerra y se enmienda, a Dios se encomienda.
Pero gran ceguera fue la mia en encargarme
tan sin más pensar de esta cosa que tantas dif-
ficultades trae en la salida, y tantos peligros
descubre en el effectuarse, y tan jugada trae mi
honra, si los puntos desta carta de más con que
yo juego son descubiertos. En especial que Be-
lisea tiene con la bondad tanta altivez, y tanto
descuydo de mis telas, que como no experimen-
tada, ni herida, ni vsada en estos tractos tan
comunes a señoras, y tan públicos a las muge-
res plebeyas, que si me alcan9a de razones, yo
voy [ erdida a remate. Pero mezquina de mí,
que tomé por medio para librar me de la feroci-
dad de aquel desuellacaras con razón sentida,
con sospecha cierta de lo que mi obra occulta le
auia errado, venir a dar en tan gran extremo
que yo por huyr del l'ui'go me lancé en las bra-
sas! Pero pues él como de burla me encargó
este negocio, yo también haré como viere la
mia en seguro; porque duelo ageno del pelo
cuelga; aunque la cliaridad me pondrá espue-
las al remediar vn tan eminente cauallerr» como
Floriano. Y la esperanza del buen gualardon
para desterrar necessidades de mi casa me ne-
cessitará a que haga todo mi deuar y me aire-
ña a todo trance; pues no se gana el pan sin
afán, ni se toman truchas a ropas enxutas.
Just. — Ea. seiíora, que bien puedes salir,
que vas tan disfrapatla, que no serás conoscida,
y aun es tan de mañana, que no ay de quien
seas vista.
Bel. — Pues vayan se tod'xs essas mugeres
por sí por otra calle, y tú sola ve conmigo por
guia, y encamina por san Llórente, que quiero
alli encomendar me a nuestra señora.
Just — Pues en nombre de tal señora salgo.
Mar. — Aun es gran de mañana paia ser le-
uantada Belisea; quiero de passo yrine a reco-
mendar a nuestra señora de los Remedios.
Pero o, cómo creo que son mis passos merito-
rios, pues o yo conozco mal, o son las tan tapa-
das mis ouejuelas. Y aun la delantera cierto es
Justina, y la que la acf>mpaSa como inferior o
criada es la señora; porque el buen duna} re y
apuesto suyo la apregona por la que es. Y pues
me paresce que guian hazia sant Llórente, allá
me voy a atenderlas y el tiempo me dirá qué
haga. Por mi vida, pues que no hay viua cria-
tura en la yglesia, que quiero auenturarme a po-
ner esta carta en la grada del altar de la madre
de Dios; porque si ellas son, no dexará Beli-
sea de llegar la primera a hazer su oración. E
visto el papel, como Fon inquisitiuas estas se-
ñoras, y saben leer, tomar le ha; y si le lee, mi
hecho va bueno, y entonces podré darme a co-
noscer si viere por qué, o si no, a peor librar, si
ellas no entran, tomaré mi carta y buscaré otro
camino. E si a dicha la criada llega y toma
la carta, dar se la ha; y si mal hniiiere, descar-
garán los nublados sobre ella, y podré yo llegar
aponer las pazes sobre auer sido la guerreadora.
Bel. — Muy de mañana deue ser, pues no ay
nadie en la iiílesia, ni aun es tiempo de yr solas
al campo; quiero llegar me al altar de la virgen
soberana a offrescersele vn Aue Maria.
Jiist. — Señora, yo me voy a otro altar a ha-
zer lo mesmo. ,
Bel. — Alguna nomina dene ser ésta, quei
echaron aqui a nuestra señora. ¡
Mar. — Bien está, la carta ha guardado.
Quiero agora yr me assentar par de ladonzella,|
como que entro agora, pues no me han visto.j
Just.— Ay Jesús, y qué mal comedimieutoj
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
209
de muger, quien quiera que es, aparta os allá,
señora, que harto vazio ay en el templo, sin que
08 me pongays delante, pues no deueys ser vos
el sancto a quien yo vengo a encoraendariue.
Mar. — Perdone, señora, que no la auia
visto.
Ju8t, — Cata, cata, y tú eras, señora Marce-
lia? perdona mi deniasia.
Mar. — Quién es? perdone me que no la co-
nozco. Ya, ya, o mi hermana y señora Justina!
razón fuera, pues que el amor cue te tengo me
dixera ser lú. Pero aque'lla es Belisea? porque
tal joya como tú nunca la dexaran tales madru-
gadas salir sin gran guarda, y con razón, por-
que para tal thesoro qualquiera atreuido la-
drón.
Just. — Ay, habla passo, no nos oya alguno,
porque vamos a Prado sin gana de ser conos-
cidas, V nunca acabará mi señora de visitar al-
tares. Y a lo que dizes de mi poco salir, yo
nasci en signo de seruir toda mi vida, y quien
a otro sirue, no es libre. Y aunque yo sea poco
de cobdiciar, en estos palacios, a viejas, y mo-
cas, y hermosas, y las que no lo somos, todas
andamos más veladas que fortaleza cercada de
enemigos, y más puestas tras llaues que el the-
soro de Venecia.
Mar. — Y aun por todo esse thesoro no que-
rría yo ver mi libertad tan al sombrio entre pa-
redes, porque buey suelto bien se lame, y aun
quiero más pobre libertad que rica prisión.
•hist. — Quien más no puede, comporta la car-
ga. Y aun también en mí la <!Ostumbre al ence-
rramiento me tiene en hábito de no lo sentir
por pena, pues desde niñez estoy en tal exer-
cicio.
Mar. — E aun esso es lo que peor yo veo;
que lo que auras ganado en esse exercicio que
tú llamas será tener agora menos libertad que
quando comentaste de niña esse vso.
Just. — La mesma verdad dizes; porque más
subjection tengo agora que diez años aura, que
la niñez me libeitaua y la innocencia me acredi-
taua en no me vedar las entradas y salidas, ni
me contar los momentos, ni me señalar los pas-
aos; de manera que agora ando como quien
aprende a danpar, que assienta los pies a que-
rer ageno y mide los passos por compases.
J/a;-. — Pues asnadas que aunque dances
qnanto quisieres, que no miren que eres ya tan
para danzar con compañia, que el no te auer
casado te priua ya de vn hijo que temple los
pesares passados y trayga cuy dados presentes.
Aunque, Dios te guarde y el ángel sant Miguel
te bendiga, tu hermosura y juuentud no aura
menester dote, por el qual ahorrar te dexarán
cargar de dias y de desseos. Porque natural-
mente tales como tú las crió Dios para los hom-
bres. Y porque hablemos a solas más al descu-
ORÍQENES DE LA XOVELA. — III. — 14
bierto, la honibra ansi cobdicia al varón como
la tierra al agua jiara produzir. Y las donzellas
y gallardas, llenas de sangre feruiente, como tú
hermosas, qnanto soys agenas de experiencia,
tanto soys más combatidas de desseosos pensa-
mientos de lo que por el sagrado lugar me que-
da por dezir te.
Just. — De toda tu larga platica, porque sólo
entendí el dezir que ya soy vieja para dexar de
casarme, aunque sin gran carga de dote, pocos
aura que me cobdicien; pero no hay memoria
de casar la heredera de la casa, que me lleua
más de quatro años, y sus romerias creo que
andan pidiéndolo, y su hermosura nolodesuia,
y quieres que la aya de mí para más de acor-
darse de me mandar en qué la sirua toda mi
vida?
Mar. — A la fe, sábete que en palacio anduue,
y sé que si te duele la muela, tú te has de bus-
car quien te la bote fuera Porque, aunque so-
bre los diez y ocho que puedes a más largo
auer, aunque estés otros tantos años, siempre
aura de nueuo en qué seruir, y siempre te ha-
llarán más obligada a ello, y siempre te que-
rrán donzella, y siempre de nueuas fner<;as para
el trabajo, y siempre con el tú acá, tú acullá
como niña, y siempre de menos ganancia en el
crédito y conPaiiqa de tu persona. Por manera
que aunque te amen como a buena y honesta,
no te zelen como a hermosa, y te guarden como
a mo9a, y te riñan como a sospechosa de ser
quien me callo por tu respecto. Y ; nsi, porque
concluyamos razones, digo y quiero de lo dicho
aconsejarte, que pues ya yo te auijo y tú tienes
experiencia de que passa por allá como yo lo
digo aquí, haz, amiga, lo que te cumple, pues
los hombres desde la mocedad han de granjear
y buscar y tomar el estado en que querrían
que les hallase la tardia y cansada vejez.
/iísí. — Pues me dizes loque haga, dime el
cómo sin derogará mi estado ni quebrar el hilo
delgado de la honra, pues antes sin la vista que
sin ésta me desseo.
Mar. — A buen entendedor poca plática, que
tú, bowilla innocentilla, quando en tan buen
ceno como tú traes cayere algún pez de ganan-
cia para el estado y de contento para la perso-
na, si te faltaren mangas, ó no cupiere en ellas,
a la iV, alija las faldas y cógele, y cogido, tenle,
y tenido, amale, y amado, halágale, y halagado,
conténtale para que se te atfccti me. Porque
siempre fue y será que quien tiempo tiene y
tiempo atiende, tiempo viene que se arrepiente.
Just. — Aunque mejor azertaras en llamar-
me peccadora, pero pues me das officio de pes-
cadora, qué ceuo es el que dizes que tengo?
Mar. — El primer nombre oy en dia, desde
el papa hasta el que no tiene capa, le puede
quedar, pues todos peccamos en Adán, dize la
210
orígenes de la novela
escriptura. Pero pues quieres que te torne
a llamar hermosa, digo que de tu hermosura se
haze el ceuo que dixe, y de lo ál que tienes ya
me entiendes, que la-verguen9a de ver que es
más tu appetitoso desseo que lo que yo digo,
te haze baxar los ojos y cobrar color vina. Pues
créeme que si quando yo anduue al palacio no
me desposara a hurtas, que nunca de allá vuie-
ra salido a gouernar casa por mí y tener algún
libre reposo. E aun tu señora, que allí está muy
rezadera, me da por testimonio si al cabo de muy
guardada no ha de venir como cierna en tiem-
po de brama. Y aun las tales, tarde prende el
fuego y tarde después se apaga.
Just. — Más temor tendrías aun si supiesses
quán seguida es; pero no ay mella en ella.
Mar. — Todo lo sé; las justas, músicas y aun
los toros de oy creo yo que por ella mueren.
Just, — Si son por ella corridos no lo digo,
pero se' que huyendo de no se obligar á los ver,
vamos esta romería.
Mar. — Y cómo va sola?
Just. — Adelante van las mugeres, que hom-
bre no va ninguno, y a mí sola me lleua en lu-
gar de ama, por no ser conoscida.
Mar. — Mi fe, tan mal se cubre su hermosu-
ra con manto pobre como la liebre con la cola,
porque el oro más reluze acompañado de baxo
metal. Y esto no lo digo por menoscabar tu
gentileza.
Just. — Baste, baste; y escucha que no sé
qué tardar es éste, ni sé qué ha hallado en aquel
papel que tanto ha que está mirando.
Mar. — Será oración de amor.
Just. — Qué dizes?
Mar. — Que será la oración del saluador, que
es larga. Pero por mi salud que la deue de
auer leydo, y que deue de obrar, porque gran
robador de amor es vna carta bien ordenada,
que hasta que ha dicho todo lo que tiene no es
possible mandar la, callar. En especial que los
adobos que yo le puse no deuen de ser poco
menos que buen ruybarbo, para conmouer en
tal dolencia.
Bel. — O, soberana virgen sin manzilla, y qué
es esto que en vuestro templo ansi me des-
asossiega? quiero ya, pues, salir con lo que el
appetito pide, y acabar de leer del todo este pa-
pel, que ni a él ni a mí bien entiendo.
CARTA DE FLORIANO A BELISEA
Fvente de mi descanso, principio de mi glo-
ria, vltimo fin de mis desseos; la que tiene las
llaues de mi vida, la que es posseedora de mi
cora9on y señora de mi libertad; ángel en for-
ma humana, mi señora Belisea
Antes de publicar mi querella delante tu jus-
ticia, inuoco tu piadosa clemencia para que des-
pierte los oydos de tu libre señorío a oyr este tu
captiuo Floriano, el más dichoso de los caua-
lleros y el más penado de los sieruos de amor.
Bien veo, señora mia^ que tengo llenas de fas-
tio tus orejas con mis continuos y tan impor-
tunos clamores. Pero también deues tú de
aduertir en que, para tan flaco suppuesto como
es el mió, ya son muy en excesso los tormen-
tos. Y ansi con el pedirte perdón por el atreui-
miento, te pido que cortes el hilo de mi mortal
viuir, o aliuies la mano en el atormentarme. O
si mandas, porque no seas notada de cruel exe-
cutora de amor, asienta te audacia de mis
querellas, para que oyendo tú mi justicia, oya
yo la sentencia de tu voluntad. Porque te pro-
meto que, si me mandares matar, que por más
te seruir yo sea el executor de tu sentencia,
pues en medio de mis tormentos tendré tu vo-
luntad por retracto de mis obras; porque sepas,
si no lo sabes, que no es mi viuir por ti otra
cosa que vn contino tormento muy a mí volun-
tarioso. Y ansi te aniso, mi señora, que si no
propones de me acorrer, que no te determines
de me oyr, ni deliberes poner en mí tus ojos.
Porque si me miras, aunque de rigor de justi-
ticia yo meresciesse muerte, la misericordia tuya
te inclinaría a mandarme aliuiar, sin oyr alle-
gacion de mi parte, mas de que tú, viendo que
yo moria, fuesses sabidora ser tú la causa; en
quien confiando, quedo por tuyo.
Mar. — Ay, corre, corre Justina, que tu se-
ñora se ha tendido, no sea algún desmayo.
Just. — Ay, Jesús, Jesús! o, mi señora y mi
bien, y qué es esto?
Bel. — Ay, captiua de mí!
Just. — Qué sientes, señora! leuantate por vn
solo Dios, que te hazen mal estas piedras, y va-
mos antes que seas conoscida, que comien9a ya
a venir gente.
Bel. — Calla, que yo me esfor9aré si pudieíe,
que fue vna congoxa de coraron.
Mar. — Pon, señora, la palma desnuda sobre
él y aliuiara se te el mal.
Bel. — Creo yo que montará esso poco. Pero
quién eres tú?
Just. — 1^0 conosces, señora, a Marcelia?
Bel. — Conozco; pero qué hazes por acá?
Mar. — Entré a hazer oración; pero cómo te
sientes? y cata que nos vamos por ay abaxo
hazia el rio, que te hará gran bien ver las fres-
curas.
Bel — Vamos luego, no se nos llegue gente.
Mar. — Anda, señora, que yo me quie.o yr
contigo; que como vienes (Dios te guarde) muy
endilgada (^), y la mañana es fresca y tú no
acostumbras madrugar, y también la frialdad
destas piedras, todo esto junto te aura hecho
('y En el original, en delgada.
I
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
211
csse daño. Dame acá la mano, si mandas que te
acompañe, y andemos.
P/n. — O, dichoso tú, Pinel, que tan a tu con-
tento as gozado de vna tal dama, y también
llega se te a este gozo vna alogria de sabor que
ansí queda el campo por mió, que de oy más no
tenga puertas la casa de Crracilia para mí. Aun-
que si cada visita me ha de costar tanto afán,
para pocos dias me quitM'en, si no me ponyn en
ceua, por no perder honra y tener aliento. Pues
Fulminato anoche fue para no liolucr, no quie-
ro agora entrar en casa de Maroelia: qué de
mañana tiene la puerta abierta! Allá se lo
ayan; quiero colarme hazia el rio, que por aqui
abaxo siempre suele auer buenos encuentros
por las mañanas. Y quiero dar contentamiento
a los ojos, pues naturalmente deleyta la vista
del objeto hermoso, mayormente de mugeres.
Pero helas van tres y las dos muy de las ma-
nos, y aun queparesce ropa de pelo. Cata, cata,
por Dios que es mi comadre Marcelia. Y que
me maten si no deue lleuar aquellas ouejuelas
al matadero, o qui^a las trae de la charqueria,
y aun que la que llena de mano que paresce de
lustre. Pues la buena crianfa siempre paresce
bien, quiero hablarlas, pues ya Marcelia me ha
conoscido y pensó de se me desconoscer. Por
demás es, señora Marcelia, el querer te me en-
cubrir, que la luz de essa señora ha alum-
brado mi vista al conoscerte. Y ansi con su li-
cencia te beso las manos, y mira si mandas al-
gún seruicio.
Bel. — Ay, por tu vida que le mandes passar
de largo, que temo que me ha conoscido, pues
me differenció de ti en el acatamiento.
Mar. — Mala es de ver la differencia de las
dos. Pero espera, que yo le haré presto de-
xarnos.
Pin. — Di, señora, si mandas alguna cosa?
pues por el acatamiento de la compañera no lle-
go a te compafiar.
Mar. — Mas antes a ella harás seruicio y a
raí plazer grande en que passes luego de
largo.
Pin. — Por cumplir la voluntad de essa seño-
ra y hazer tu mandado te beso las manos y a
essa dama los pies, y perdona mi atreuimiento.
O, hi de puta el diablo; y qué ojos y media fren-
te descubrió, y qué albura de mano sacó del
guante por descuydo, y qué lo9ania de cuerpo
de dama! Doy a la maldición esta Marcelia, y
si no creo que sabe quanto bueno ay en el
pueblo. Voy me por sí o por no a la posada;
qui^a yrá a desembarcar con aquel flete alia en
busca de algún merchant, que si ansi fuesse,
venderse [ha] hombre por comprar tal joya.
Bel. — Quién era aquel tan bien criado, y que
ansi te conoscia, y que tan presto te obedescio
en vrse?
iJ/ar. — Es vn criado de vn cauallero, el más
agraciado y más de los de tomo que agora pue-
blan la corte, y de más gloriosa fama de quan-
tos yo aure visto.
Bel. — En cargo te es, que ansi le loas. Pero
dime el nombre del criado y quién es esse su
amo.
Mar. — Este que agora va de aqui se llama
Pinel, criado de vn cauallt-ro cuyo loor no tie-
ne par; mancebo, gentil hombre, y muy pode-
roso y de muy alta sangre.
Bel.— O él no tiene nombre ó le tiene tal
que no deue ser para oyr.
Mar. — Para nombrar y loar por cierto es,
señora mia, aquel sin par de Floriano. Ay, por
Dios, Jesús, Jesús, y de qué te me desmayas?
o, qué poco esfuerfo para lo que ha de ser, si
por bien es!
Bel. — Ay, que no es nada, sino que se me
torció el pie en el chapín.
Mar. — Pues qué tal te hallas ya?
Bel. —No te lo sabré dezir; pero sentémonos
vn poco en este prado,
.)nst. — Cata, cata, y qué de reposo se sienta
con Marcelia, y qué oluidada está Belisea de
la priessa de yr muy de mañana. No sé qué
me diga destos secretos: Dios quiera que paren
en bien ; allá lo ayan , que aqui apartada rae
siento, pues en no me llamar, lo quieren auer a
solas.
i?¿/.— Agora me di, Marcelia, jior qué me
visitas tan mal y tarde; puea sabes que no se
muestra pesar con tigo en casa, y aun estás
bien acreditada en la reputación de mi pa-
dre.
Mar. — Con la enmienda en lo por venir sol-
daré, señora mia, las quiebras passadas; aun-
que yo siruo a vna señora que me da menos
vagar y tiempo que yo querría para pagar se-
mejantes deudas de visitaciones.
Bel. — Ay, que no lo hazes bien en seruir a
nadie sino a mí, ni yo lo consiento.
Mar. —Y aun ansi confio yo en Dios que
agora en tu seruicio, como al presente ando
occupada, las mercedes tuyas me harán libre de
la señora que digo.
Bel. — Y quién es?
Mar. — La señora pobreza, que tiene don
de la honra; ansi que se llama doña pobre
honra.
Bel. — Ayna me pudieras hazer reyr con tu
señora; dos me parescen a mí essas, y aun que
pocas cosas pueblan juntas: porque de la honra
también soy yo sierua. Y aun con sus impor-
tunidades de cosas differentes que manda,
pierdo yo con el cuydado de cumplir los el sueño
grandes y muchos ratos.
Mar. — Pues a mí me trae en vela de conti-
no; pero quál es la otra?
212
orígenes de la novela
Bel. — La pobreza, á la qual tú podras ser-
uir, pero yo no la siruo: Dios sea seruido en
ello y en todo.
Mar. — Mi fe, señora, pobreza a solas, sin el
don que yo le doy, no la hallo yo seruidura-
bre, porque no ay oy en el mundo gente más
libre que la pobre, que de honra y todo lo es.
Porque con no tener el tal o los tales que per-
der, no se dexan de arriscar tras lo que les da
el appetito, ni ay cosa que les sea vedada, sino
las que contradizen a la virtud; que a e'stas la
natura las aborresce. Y los ricos andan obliga-
dos a sustentar la lo^ania y i"austo y gala del
mundo, que con ser vn señor muy mal conten-
tadizo, es tan costoso, que muchas vezes tras
las grandes rentas les haze empeñar las almas,
y vender las virtudes, y arriscar los contenta-
mientos, y jugar con las vidas, por vestirle de
honra; y al cabo ni esta honra sabreys en que'
ó de qué es, ni qué color saque, ni en qué con-
sista; porque vnos le visten de lo que otros la
acaban de desnudar, y otros la honran y de-
fienden donde otros la arrastran y blasphemau.
Y ansi andan los ricos tras el mundo como
personages sin son, perdidos por contentar: vno
que los pobres traen por los pies, y le pierden
a cada passo, porque a la verdad ni haze mer-
cedes más de por vida, ni las dadas dexa gozar
sino por su antojo, ni ensalma virtud, ni per-
dona alguna falta, ni oluida jamas el vituperio.
Por manera que los señores que los pobres lla-
mamos, que porque más le siruen más entrada
tienen en sus bienes, ni nunca bien le tienen
ganado, ni dexan de tener el cielo quasi per-
dido; porque como tengan mayor carga, cami-
nan menos, y como tengan más negocios, tie-
nen menos quietud. Y ansi dize la escriptura
que los ricos caen en tentaciones; aunque no
lo digo por ti, pues toda general regla tiene
sus excepciones.
Bel. — Aunque no hables contra mi persona,
porque hablas contra mi estado, que voy en el
cuento de los que vosotros allá llamays ricos,
quiero, tornando por mí, desengañarte, que no
dize la escritura que los ricos caen en tenta-
ciones, sino que caerán en tentación los que
quieren ser hechos ricos.
Mar. — Pues qué me da más ocho que ochen-
ta, si los ochos son diezes? que no me darás
rico que con serlo no huelgue, y que no le pese
con el descaer del estado.
Bel. — Dado que te conceda esso, aun no caes
en el punto de la razón.
Mar. — Pues suplico te me la digas: porque
es descanso verte sabiamente tractar lo que
quieres. Y aun huelgo de tener en qué ocupar
tu entendimiento en otra cosa que tu mal.
Bel. — Ay, amiga, que al fin allá quedan las
rayzes. Y esto, aunque sea mondar las ramas,
pero entiendo que ay ricos, y ay desseosos de
ser ricos. Los primeros llamo yo los que lo son
desde sus antecessores, como los que tienen es-
tados y señorios de majorazgos o her^mcias se-
guras y rayzes. Y los tales, como desde que son
o fueron fueron ricos, con no tener que dessear
ser ricos, pueden occuparse en hazer grandes
bienes, con estar contentos con la suerte que
les dio el mundo. Pero los que son ricos no de
auolengos, sino por industria y fortuna y mala
ganancia, que van poco a poco, o mucho a mu-
cho augmentando el caudal para hartar el auaro
appetito, éstos caerán en tentaciones de vsuras,
logros, robos, engaños, mentiras y oluido del
diuino culto por la adoración de la moneda. Y
ansi, adonde los primeros que dixe, en susten-
tar su estado, no empeñando a Dios por la ha-
zienda, ni haziendo desafueros, sino con lo que
tienen por proprio, pueden seruir a Dios, alli
los segundos, que quieren a tuerto o derecho
(como dizon) al^ar casa y fama y acaudalar
hazienda, hazen mil offensas a Dios y dos mil
agrauios a sus próximos.
Mar. — Altamente has prouado tu intención.
Pero dime si te sientes ya mejor, que te vi en
la iglesia endenantes que estauas tan embara-
da, que jamas pude sacarte vn papel de la
mano.
Bel. — Ay, amiga, qué grande fue mi mal no
pensado! Pero dime, viste lo que era el papel o
sabes qué dezia?
Mar. — Bueno va el recado.
Bel. — Qué dizes?
Mar. — Que, mal pecado, no sé leer; pero por
qué me lo preguntas?
Bel. — Porque le hallé en la grada del altar,
y no sé lo que es, y temo no sea algún mal,
porque luego me senti con las bascas que me
viste.
Mar. — No será sino alguna nomina de algún
enfermo, que la pondría delante nuestra señora
para que tomasse virtud.
Bel. — Ay de mí, que bien creo yo que si al-
guno sanó con ella, que empeoré yo.
Mar. — Mas qué tacha; ay, Dios te guarde de
enfermar; pero dime, sientes algún mal?
Bel. — Dexame de preguntar lo qne dicho no
sabrás remediar; y dime, mudando plática,
porque me da pena ésta: de dónde conosciste
tú aquel mancebo?
Mar. — Quál, mi señora, a Floriano?
Bel. — Que no, sino el de endenantes.
Mar. — Tan sólo en ser criado de aquel vale-
roso y gentil cauallero de Floriano; pues ay,
señora, y de qué te turbas?
Bel. — No te menees, está queda: que más
mal se me va aparejando, y desde agora comen-
tare a esfor9ar mi flaquera y a for9ar mi vo-
luntad.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
•218
Mar. — Y aun ansi te cumple, y Dios y
ayuda.
Bel. — Qué dizes? no me hables tan entre-
dientes.
Mar. — Hablo ansi porque no sabe la per-
sona si passará alguien que de palabra saque
la razón, y declare la persona loque quiere en-
cubrir. Pero digo que yo te tengo de alegrar oy
con mi coñipañia.
Bel.— Anú lo guie Dios. Pero dime, cómo
tienes tú noticia de su amo de aquel mancebo?
Mar. — Quál, Floriano?
Bel. — Que ya le sé bien el nombre; dime lo
que más sabes del, y piensa que sólo me mue-
ve curiosidad y occasion de tener que hablar
contigo.
Mar. — Ay, mi ángel, y cómo en nombre del
buen Floriano te quiero besar essas manos.
Bel. — Ay, amiga Marcelia, cómo aunque me
huelgo de te oyr, no me suena bien esso; cata
que ya sabes quánto abomino estas cosas.
Mar. — O, qué gracia tienes aun en el eno-
jarte; puesto que no tienes por qué culpar mi
simplicidad en el hablar. Porque si te besé las
manos (lo que agora torno a hazer), más en
nombre de Floriano que de nadie, es porque
con parescerme que a las damas deuen los ga-
lanes seruir, no le ay quien a ti merezca si Flo-
riano no. Porque de algunos que en mi casa
entran de los suyos oyó dezir, y no acaban de
contar de sus loores, su llaneza, su señorío, su
liberalidad; pues la edad, que es de veynte y
cinco para veynte y seys, que en seso paresce
de ochenta. Y agora, mi señora, me dizeu que
anda tan malo que me ponen los criados duda
en el escapar. Y si él (lo que Dios no quiera)
muere, se cierra vna gran puerta a menestero-
sos; porque, a la verdad, a mí me baria grande
mal, y a mis necessidades se quitarla vn gran
acorro. Y esto te digo como a mi señora, á
quien, desengañadamente amando, doy cuenta
de mis flaquezas.
Bel. — No viues engañada con migo; pero
dime, qué mal es el desse cauallero? que cierto
tú lo cuentas de suerte y lo encaresces tanto,
que me has mouido a gran lastima.
Mar.— A. otro perro con ese huesso. Señora,
no me saben dezir sus criados más de que huye
toda alegría, y aborresce la conuersacion hu-
mana, y ama la soledad. Y puesto a solas, tañe
como lo sabe bien hazer, y canta como el que
tiene linda gracia nouedades y canciones en
declaración de su mal.
Bel. — Y de qué en especial se quexa, si
dizen?
Mar. — Pues no me llenarás por ay. Señora,
no sé más de que dizen que son bascas del co-
racon, que algunas vezes le priuan los sen-
tidos.
Bel. — Por mi vida, pues, qup si este mi ani-
llo se pusiesse al dedo, que le fuesse bien;
porque tiene esta piedra muy apropriada contra
esse mal.
Mar. — Mejor anillo le serías tú, si quisiesses,
y él te tuuiesse.
Bel. — Qué dizes si me tuuiesse? y habla me
claro.
Mar. — A buen entendedor poca parola. Se-
ñora, digo que, si no me entendiste, que si le
diesses esse anillo y él le tuuiese, que con el
sanar te deueria todo seruicio. Pero como ni yo
osé pedirte le, ni el buen Floriano esté tan en
tu gracia que se le quieras dar, ansi con temor
lo hablé entre dientes. Pero, al fin, combidarte
ha tu misericordia a que le fies de mí, con tal
seguro, que en él sanando o sintiendo aliuio, te
le tornaré, o él mesmo te yrá a besar las manos
y darte le de su mano a la tuya; porque a todo
esto saldré yo fiadora.
Bel. — Ay, calla, que de ti sola lo fiaré, y te
lo daré para que él se aproueche tan solo
por ti.
Mar. — Yo le tomo con tal presupuesto, y te
beso las manos, y se le Ueuo luego de tu parte
al cauallero.
Bel. — Ay, ay, que no quiero que le lleues en
essa manera.
Mar. — Que no digo que se le daré en tu
noml)re, sino que por tu mandado; pues sola lo
fias de mí, yo mesma se le yre a llenar, aunque
en mi vida le hablé. Pero más que tanto haré
yo por seruir te, y tornar tele en tu mano como
me le das.
Bel. — Ansi lo haz, y cierto que holgara de
verle, por saber si es tanto su mal, y ver lo que
obra el anillo.
Mar. — Esso, señora, no se lo aure dicho,
quando vaya de ojos por tu seruicio él.
Bel. — No quiero dezir lo que entiendes, sino
que holgare de que se offresciera occasion de
verle, porque en el rostro le conosceré yo si
tiene el tal mal.
Mar. — Ya, ya, entendida eres; todo lo haré
por tu contentamiento. Pero dónde vas por acá
oy que ay toros, según me dizen, y aun bien sé
por quién se corren.
Bel. —No quiero más saber de ti; pero voy
a nuestra señora de Prado, por huyr de no me
hallar a los toros.
Mar. — Pues si mandas, acompañar te he,
aunque tenia bien que hazer: y si has de yr,
no aguardes a que entre el sol y ande más
gente.
Bel. — Anda, vete, y no dexes de yrme a ver,
y ponme cobro en el anillo, que le estimo en
mucho por su virtud.
Mar. — Los angeles vayan contigo, que yo
cumpliré mi palabra.
214
Bel. — A, Justina, dame la mano y vamos de
aquí, que ya se fue Marcelia y vase haziendo
tarde.
Just.— Sin duda que ya me dormia; pero
huelgo que te alegraste con Marcelia.
Bel. — Por cierto que tengo de mirar de oy
más por ella, porque creo que padesce necessida-
des y es buena muger y diligente.
Jiist. — Buena obra harás, señora, en fauo-
rescerla; porque con el mal que te sobreuino
en la iglesia endenantes luego que tomaste
aquel papel, ella mostró tanto sentimiento, que
mostró bien el amor que te tenga.
Bel. — Ay, mi Justina, que no te puedo en-
cubrir lo que se trasluce, porque en leyendo
aquel papel me senti y siento otra que solia, e
inclinada a lo que poco antes aborrescia. Y
consentir el mal no es más ya en mi mano,
ni sé qué mal es el mió.
Just. — Ay, mala landre me dexe si no deue
ser mal de aquel cauallero, y que esta Marcelia
lo ha vrdido. Pero si este mal fuere, él se des-
cubrirá, porque mal se a&conde el fuego en el
seno, ni el amor en el pecho.
Bel. — Qué vas diziendo? toma me estos cha-
pines agora que vamos ya por el campo, y de-
xa me hasta allá yr a solas, porque yre rezando
mi rosario.
.Just. — Hágase como tú fueres seruida.
ARGUMENTO DE LA SCENA XVI
Marcelia yendo a su casa halla la hija acabando de despedir vn
falan, y sobre sospecha le pide zelos. Despierta Marcelia a
ulminato; vanse juntos a casa de Floriano, al qual cuenta
loque le auino con Bellsea, y dale el anillo, y persuádele que
vaya a Prado a uerse con Kelisea. Floriano da vn anillo rico
suyo a Marcelia, con otra* mercedes. Y buelta Marcelia a su
casa, Floriano se alegra y come, y manda aderecar para yr
a Prado.
Marobua, Liberia, Fulminato, Lydoro,
POLYTES, FlORIAXO.
[jkfar.] — O, quáu rica voy para mi casa. No
en balde dizen que a quien Dios ama que la
casa le cata. Y si vale más a quien Dios ayuda
que quien mucho madruga, más valdrán estas
dos cosas juntas: que por quererme Dios a mí
encaminar me hizo aceptar tan de fácil el car-
go de Fulminato en la carta. Y en deliberando
hazerlo, puse pies en camino, y a pocos passos
he andado gran jornada, y ansi confio en Dios
que sacará buenos fines en este negocio, aun-
que los principios no sean tales. Ya estoy en
mi casa, loado Dios; arriba subo de rondón,
despertaré a Fulminato, y luego voy a des-
embarcar con mi buena nueua a Floriano,
que lo ha de oyr de mi boca primero que nadie,
porque el alma me da que tengo abierta oy
ORÍGENES DE LA NOVELA
buena ventana de claridad a mi casilla. Qué
hazes, hija?
Lib. — Aqui me estoy velando el sueño a
Fulminato.
Mar. — Pues quién salió agora de casa de
priesa, que le vi asomando yo a la punta de la
calle?
Lib. — No sé, madre.
Mar. — Ansi, hija, por tu vida qne siempre
mires por la honra, pues ves quánto yo ando
aperreada por traer alguna ganancia. Ve, cierra
la puerta, que yo entro a despertar este dor-
milón.
Lib. — Ya deue mi madre venir picauienta;
que auria de auer ya mal empacho de sí y no
pedir me á mí zelos de lo poco que hago para lo
mucho que ella me enseña. Pero dichosa fuy en
despedir aquel galán al punto, que a lo menos
por mucho que diga mi madre, ni me quitará ya
ésta, ni me llenará el realejo de a dos. Y asna-
das que, si yo puedo, de oy más que pocas rae
haga mi madre que no me las pague, ni aun
me lleue la delantera, si plaze a Dios, que todo
es burla el estar siempre en vn hito que enhada.
Y el mudar de manjares más despierta el ape-
tito al comer, si todos ellos son buenos. Yo
quiero mientras ellos salen almorzar algún bo-
cado, porque de oy más antes me lleuará mi ma-
dre harta a la missa que ayuna a las vísperas.
Mar. — O, Jesús, y qué dormido está; pero al
fin quierole quebrar el sueño.
Ful, — O, despecho de la vida con tales bur-
las, y tú eres?
J/ar. — Leuantate ya, que es tarde.
Ful. — A la he, bien que leuantate, y echase
me encima: pues espera.
Mar. — O, valasme Dios, y qué pesado eres en
todas tus conuersaciones.
Ful. — Mucho vienes gruñidera; pues qué
me mandas agora?
Mar. — Ay, Dios.y qué bonito, y qué obedien-
te. Viste te presto, que ay mucho que hazer;
que tú para la tierra donde no ay dia eras
bueno, que dormirías a- posta.
Ful. — Pues qué quieres? que andando hom-
bre haziendo esgrimas de noche y cargado de
armas, el cansancio de la noche alo de pagar
el dormir de dia; que la medicina manda dor-
mir siete horas. Pero vees me a punto, y aun
con gana de ro^abillar.
Mar. — Pues cubz-e te y vamos a Floriano,
que le lleno este anillo de la mano de Belisea,
y le di su carta, que harto mal será si no nos
manda dar de almorzar de alboroque, pues que
yo bien lo he merescido.
Ful. — Vamos, vamos, pese a la vida, que
con tal entrada medra tendremos entrambos
con que poblemos las bolsas, si lo que dizes es
verdad.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
215
Mar. — De ser ello ansí no dudes tanto como
en el partir mi ganancia.
Fw/.— Qué dizes de ganancia? que con el
gozo de la medra que espero no aduerti.
,Var.— Digo que mi perder oy de sueño me-
resce buena ganancia.
Ful. — Anda, que para que los dos medre-
mos, algo has de perder del dormir, pues yo
por contentar te pierdo mucho del reposo.
Mar. — Mas oxte, necio, y aun no tenemos
hijo y poneys le vuestro nombre? pues al íreyr
lo vereys.
Ful. — Qué gruñidora vas, y que' passo de
t'rayle combidado, y quán en silencio vamos!
Mar. — Y calla ya, que no miras los incon-
uenientes; voy como de huyda; porque en ver-
me ansi yr contigo no sé qué dirán gentes, en
especial que si de la plática cogiesse algún pas-
sagero alguna razón, no nos haria prouecho.
Ful. — Qué negros escrúpulos de vergonzosa
desposada. Üime ya qué heziste de la carta de
Floriano, y si la diste a Belisea? para que sepa
yo responder al punto sin que me hallen des-
apercebido.
Mar, — Por mi salud que lo adobauas. Va-
mos por la calle y nombras las personas para
manifestar los hechos?
Ful. — Muy secretaria vienes, pues mandóte
yo que en el mensaje tú podrás saberlo sola,
pero en la ganancia mi mano la primera, y aun
mi porción la mayor.
Mar. — Que vas enojado? pues calla, que
allá verás como tú y tu amo y todos vosotros
rae deueys mucho, pues que os dexé ya llano
el camino y la guia puesta.
Ful. — Dessa manera ganancia aura, que para
mí es lo principa], y lo al, vaya o venga, en casa
estamos. Mira que no te entiendan lo que traes,
porque no nos ganen nuestras albricias.
Lyd. — Cata, cata, qué paje trae Fulminato;
aquel deue ser el ceno de su ropa de color, que
él dixo. Di, Polytes, conosces la?
Pol. — Como a mí; es la huéspeda y amiga
del galán. Y asnadas que si no son alcahuete-
rías, que deuen ser quexas de los que allá en-
tran, mayormente si son de la sangre de su
hija, que es a cargo Felisino (según se suena)
y quÍ9a vendrá a poner le la demanda del
dote.
Lyd. — Calla ay, mal hora, que ésta no tiene
I talle de tener essos tractos.
Pol. — En esta tierra a dos manos juegan
las tales, porque de muchas partes les nazca
ganancia.
Ful. — Xora buena estén los caualleros.
Lyd. — Bien venga la señora y el galán, y
qué es lo que manda por acá?
Ful. — Viene a hablar a Floriano.
Lyd, — Anda, Polytes, y anisa a Floriano;
y tú, señora, me alegra con buenas nueuas,
porque aunque te parezca nueuo el hablar sin
conoscerte, tengo muy gran lengua de tu bon-
dad y gentileza, de los que allá entran en tu
casa.
Mar. — Por el buen cumplimiento te beso
las manos. En lo demás vengo con vn recaudo
al señor Floriano, con que confio en Dios de
dexar toda alegría.
Lyd. — Esse tal señor la dé a ti y a todos,
que es él poderoso.
Pol. — Mí señor te manda entrar, señora
honrada.
Jjyd. — Pues sí el escudero no me lo quita,
yo te quiero acompañar.
Ful. — Señor, como esta señora sea libre e
yo sea tuyo, queriendo ella, a mí se me hará
merced.
J/a?-.— Señor, beso tus manos, que ni me
temo entrar sola, ni soy tan vieja que no me
vaya por mi pie.
I^yd. — Pues guíala, paje.
Mar. — O, mi señor Floriano, cómo salen
cumplidos mis deFseos tan antiguos de que se me
offresciesse occasionada oportunidad, tan buena
como agora, para que, aunque con atreuimiento,
a lo menos sin verguen^'a y sin por qué de ser
me retraydo por tu mucho merescimiento y mi
mayor baxeza y pobre aparato, te pudiera venir
(como vengo) a besar tus manos. Pero no lo he
dexado por negar seruicio a tu magnifica per-
sona y amor grande que tengo a tu bondad, lo
qual los más del mundo, a mi parescer, te deuen
con razonable título. Mas ya sabes, señor, que
a la muger del <'stado de viudez no todo ni aun
lo menos de lo que dessea le es concedido por fl
dezidor y aialdiziente mundo, aunque sea de gé-
nero suyo bueno y encaminado a la virtud. E
con tanto, recibiendo mi sana voluntad a tu ser-
uicio, me perdona en lo passado, con la enmien-
da en lo venidero. Y ansi de oy más quiero que
me culpes por remissa en tu seruicio, si hallan-
do en qué te seruir de mí y manifestando me tu
voluntad, hallares en la obra negligencia.
Lyd. — Y valga la la maldición, si no se pica
de rhetorica,
Flor. — Mucho te agradezco la tan buena vo-
luntad como publicas, y perdonando mi desabri-
miento que la poca salud me causa, porque tu
venida no vaya sin gratificación de la iionra
que merescíere, me di qué es lo que me quieres
pedir.
Mar. — O, cómo se manifiesta tu illustre gene-
rosidad y magnífica largueza, pues que sin es-
perar a saber mis seruicios me conibidas con las
mercedes. Pero también quiero que sepas que,
aunque yo pobre y tú señor y rico, primero te
vengo a buscar a tu casa para darte que para
pedirte hasta su tiempo.
216
orígenes de la novela
Flor. — Qué me puedes tú dar?
Ful. — Darte ha respuesta de lo que tú rae
mandaste, lo qual ella por te seruir y a mí qui-
tar del cuydado de las armas, me quitó del tal
afán.
Flor. — S¡ algo fue, haría lo por ti, que por
mí no.
Mar. — Dado que yo deua buena voluntad a
los tuyos, pero como ellos te deuan seruicio. ya
que algo yo por elh'S hiziesse, seria enderezado
a fin de te seruir con ellos, Y porque sé que te
arrepentirás de me auer occupado sin me oyr mi
embaxada, manda me la dezir.
i^/or. — Aunque desconfiado de que sea cosa
que me pueda dar algún contentamiento, pero
por ser la primera cosa que me pides, salios vos-
otros todos a la sala, y dexadme con esta dueña,
si ella se osa fiar de mí.
Ful. — Aun no del todo, voto a la consagra-
ción de mi corona, porque tu enfermedad de
hambre de tal vianda es.
■ Pol. — Qué sales gruñendo? No deuen de con-
tentar a Fulminato aquellas puridades.
Ful. — A la fe, su alma en su palma.
LyrI. — i^lto a oyr niissa, que ya no saldrá
Floriano por agora a oyr la, y hazese tarde, y
aun el capellán ha rato que esta reuestido. Tú,
Polytes, te queda a essa puerta, para si llamare.
Flor. —Agora estamos solos, y antes que me
digas lo que quieres, me di tu nombre.
Mar ('), — Llamo mea tu seruicio Mareelia:
soy vna pobre viuda, amadora de los nobles y
buenos, y con tal desseo de te seruir, vengo a
darte vna embaxada,
F/or.— Cuya?
Mar. — Di me, señor, tú no diste vna carta a
Fulminato?
Flor. — Y para quién?
Mar. — O, qué grande es el poder del amor,
que ansí le tiene desacordado! Que digo al pun-
to, sin te tener suspenso el entendimiento, que
Fulminato me dio en tu nombre vna carta tuya
para tu señora Belisea.
Flor. — O viuifieo nombre, que ansi me ha
tornado de las puertas de la muerte a la vida!
Dime, por Dios, si ay buena nueua, que agora
sé que sí di.
Mar. — Pues yo se la vi en su mano.
Flor. — Que se la viste tú en su mano?
Mar. — Que se la vi vna vez y otra vez.
Flor. — Ño lo creo.
Mar. — Pues porque en conoscerme que en-
tiendo yo en tus negocios, y porque tengas en
poco esso, sábete que ella queda con harta parte
de tu pena
Flor. — Que sabe mi señora que yo peno por
ella?
(*) En el original dice equivocadamente Floriano.
Mar. — E aun que penará ella presto por ti,
si yo no muero.
Flor. — Agora me desconfiaste del todo.
il/a/'.— Pues mira que soy yo, Mareelia, la
que, si me das palabra de tornarme lo que yo te
diere, quando yo le lo demandare, te daré vna
joya suya.
Flor. — Luego te la doy.
Mar. — Pues pon te tú esse anillo suyo en el
dedo del corazón, que ella tiró del suyo, y por su
mano me le dio para ti, porque le dixe quán
malo estauas. Pero con dos condiciones. La vna,
que yo se le tornasse en mejorando tú; y la otra,
con que no te dixesse que ella te le embiaua,
sino que yo te le traya.
Flor. — Perdona me, que dizes tanto, que no
puedo persuadir el entendimiento a creerte.
Mar. — Pues pon le en el dedo y trae le hasta
mañana que te le tornaré a pedir, y en el obrar
verás si te miento.
Flor. — Pues pon te tú esse de esse diamante
mió en el tu dedo, no en prenda, sino por tuyo,
y estotro te le daré pidiendo me le, y no en pago
de tu trabajo, sino en trueqne de que tú me tru-
xiste estotro. Y también porque no es razón que
ande en mi mano a la ygual de joya tan su-
blime.
iV/ar.— Bueno va esto; que si la piedra es
fina, buenas veneras lleuo de mis romerías.
Flor. — Qué dizes, mi hermana, qué dizes,
mí amiga? por qué no me das parte de todas tus
palabras, que a mí me han resuscitado? Y por
qué no te gozas de mi gozo? O joya que meres-
ciste andar en tales manos como las de mi se-
ñora: perdonad la injuria y baxa que se os da
en ser puesta en las manos deste captiuo y sier-
uo de aquella cuya vos soys. Y pues sé (que
agora lo creo) que ella os mandó venir a mi po-
der, con su voluntad venistes. y con su palabra
me traereys conseruada vuestra virtud, y en su
fe os pongo en su memoria en mi dedo. Ya, ya
sano soy, vida tengo: resuscitado he. Bien pa-
resce[s] auer (o joya) otra virtud más que la
tuya natui'al, por ser tú cuya eres y querer ella
que yo viua, pues tan en punto veo effectos de
tu virtud en mi salud, dada por el poderío de
mi señora.
Mar. — O, qué hermoso encarescímientoyqué
bien encadenado hablar!
Flor. — Qué dizes, almario de mis consuelos?
Mar. — Digo que si me acabas de oyr, que
verás quánto me deues.
Flor. — Más que tengo fuera del coracon ; pero
di, di, si puedes traer más.
Mar. — Pues para que digas con verdad quán-
to estas ropas pobres te pueden dar antes que
te pidan, sepas que aun te puedo dar más, y más,
y más.
Flor. — Que no es possible suffrirme, aunque
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
217
estoy desnudo, desde la cama no te abragar, y
perdonar me has.
Mar. — A la fe, esto y lo al te perdonaría de
buena voluntad.
Flor. — Qué dizes, thesoro de mi salud? no te
me enojes.
Mar. —No es tiempo que reyne enojo en mí,
viendo tu alegría; pero digo que quisiera tener
espacio para contar te las particularidades que
passé con mi tan peligrosa y dudosa mensage-
ria, porque viesses el peligro en que me vi, por
ti bien empleado. Porque sé jo bien que te dará
más plazer la buena ventura que uve, que tris-
teza te diera mi perdimiento. Pero al fin lo que
es hecho con sana voluntad por tal señor como
tú, nunca se pierde.
Flor.— La paga dexando para después, más
por dar primero aliuio a mi cora9on que porquíí
la dilación trayga en oluido lo que te deuo, dime,
dime, cómo la vistes? dónde estaua? qué hazia?
qué semblante mostraua oyendo te hablar de mi?
3/a7-. — Señor, ansi como sientes pena en el
tardar me en te contar lo que yo hize por tu ser-
uicio, también te pesará de que con estas tar-
dan9as se te passe el tiempo para lo que has de
hazer más.
Flor. — Pues dimelo presto.
Mar. — Que tu señora, con sola la compañia
de sus mugeres, está en Prado.
Flor. — Y a qué va, mi hermana, si sabes? y
si no es venida, perdona me que a pie me voy y
ansi desnudo tras ella, como tras la causa de
mi viuir.
Mar. — Y aun por eso te Hixe que era tarde;
no me detengas, hasta que me oyas mi plática,
con el estoruo de tus encendidos desseos. Y se-
pas que con gran agonia rae dixo que tiene des-
seo de verte; pero no me dio licencia que te lo
dixesse de su parte. Por tanto, siguiendo mi
consejo, ve tú allá de la mia, o por lo que te pa-
resciere, que después yo me pondré a la pena
por tu seruicio.
Flor. — Qué es esto que oyó? mo^os, mo^os,
den me de vestir; si no ansi me yre.
Mar. — Cata que la próspera fortuna quiere
miramiento, ansi como la aduersa suffrimiento.
Come, porque vayas con más color de rostro,
para que muestres lo que ha obrado la virtud
I de su empresa, y no llenes siuo poca gente, y de
' arte, porque es muger muy sentida. Y si te vee
- con aparato, por no perder su grauedad tú per-
j deras tu ganancia y ella le saldrá en vano su
i desseo. Y porque no te quiero quitar la alegre
1 ganancia de que te ha vestido este mi pobre ves-
Itir, come luego e yreme a mi casa a hazer lo
imesmo si tuuiere qué. Porque allende de mi po-
jbreza, que a las vezes no ay con qué lo comprar,
|0y no aura cosa ni comprada ni guisada, por-
Iqae anteuine oy el dia en tu seruicio, y en él no
he parado hasta agora, que he rompido más cha-
pines que en dos meses.
Flor. — Pues yo quiero comer luego, y no te
quiero compeller a que comas conmigo; pero es-
pera. Pajes?
Pol. — Señor.
Flor. — Llama me luego al camarero, y tú, se-
ñora y amiga, por amor de Dios, que pues me
has comen9alo a curar, que no pares hasta ver
me sano, que la paga no será como meresces,
pues allende de ser poco quanto tengo para lo
que te deuo, como soy forastero no te podre dar
lo que pide mi voluntad Pero no me despidien-
do de te fauorescer, te auras de contentar con
lo que suffriere la oportunidad.
Lyd. — Qué es lo que, señor, mandas?
Flor. — Que luego des a esta dueña diez varas
del refino que este dia sacaste para mí, para que
se vista, y darás le para chapines veynte pie9as
de oro, y tendrás cuydado de mandar la cada dia
a su casa ración. Y en el cuydado que de ella
tuuieres quiero ver la gana que tienes de hazer
me plazer; y a mí me traygau de comer luego,
y den me el vestido azetuni altibaxo. Y tú, se-
ñora Marcelia, ve con Dios, que de mi plato te
mandaré que comas agora que no lo tendrás
guisado en tu casa. Y tú, Lydorio, manda con
ella dos escuderos.
Mar. —Por todo beso tus illustres manos;
pero basta que este paje se vaya conmigo, por-
que me llene el paño, que por lo de más bien me
sé yr sola, pues no puedo mantener quien me
acompañe, y encomendando te a Dios me voy.
Pol. — Al diablo encomiendo la bagassa si no
la entiendo mejor que a mí, pero montarle han
poco sus mañas por oy, si puedo.
Flor. — Que sientes, Lydorio, de mi buena
alegría? agora no me dirás que no como, y bien!
Pero dime, diste lo que te mandé a aquesta
dueña?
Li/d. — Señor, todo lo llena a su contento.
Flor. — Bien heziste, porque más meresce aun.
Y mándale luego este par de perdizes ansi ca-
lientes de presto, con otros dos platos differen-
tes. Y manda me adere9ar de brida vn cauallo
de los Franceses el mejor y mejor guarnescido
que a ti paresciere. Y a Fulminato le darás de
vestir, o luego diez ducados para ello, con que
se vista a su contento, y manda le comer luego,
por que se vaya conmigo.
Lyd. — Wira, señor, que para llenar solo vn
mo9o aurias de yr más disfrazado.
Flor. — Bien me acordaste; pues caualguen
los continos todos, y tú y los pajes y más gente
que tú ordenares vaya.
Lyd,— Come, señor, con reposo, porque me-
jor te preste, que yo voy a que de todo esso no
falte vn punto, según que cumple y tu volun-
tad lo pide.
218
ORÍGENES DE LA NOVELA
ARGUMENTO DE LA SCENA XVII
Idos Marcelia y Polytes juntos a su casa de la Marcelia, luego
va Feüíino con el paño, que no quiso que lleuasse el paje
yendo con ella, y lleua Ir el otro paje con t elisino la comida
que le mandó Floriano. Felisino se combiria para la cena con
Marcelia. Floriano va a nuestra señora de Prado, donde habla
con Bellsea, según se dirá en la scena que <e sigue tras esta.
Marcelia, Polytes, Libkria, Felisixo,
Floriaxo, Lydorio.
[Mar.]~Qné te paresce, mi señor Polytes,
quán conuertido en alegría queda por mi cau-
sa Floriano y toda su casa? y tú vas tan mus-
tio, que paresce que te deueu centeno. Cierto
que yo soy desdichada contigo en querer te
como al viuir, tanto que ha podido en mí la
fuerza del amor compeller me a que yo te aco-
meta a ti en- te publicar que te amo y quiero
tanto, que el desseo de complazerte me priue
del cuydado de la guarda de mi honestidad y
honra. Y lo que peor veo en mi mal es que con
hazer yo, atreuida y desuergonfadamente como
niuger en acometer te y requerir te, lo que tú
como hombre deuieras licita y honrosamente
hazer a ley de hombre galán, amante mance-
bo, yo me quedo con mi desuerguen^a y tú con
mi desamor. Y mira quánta sea en mí la fuerza
'de tu amor, que contra la ley común do muge-
res, que aunque penen y mueran con dissimu-
lado desuio, aun siendo requeridas, muestran no
tener memoria de lo que les dessea el coracon y
les pide la voluntad, yo empero antcuengo te
con ruegos amorosos. Y aunque esto para en
vna muger que quiere que la tengan en algo sea
gran tormento, muy mayor es a mí uer tu des-
amor con que me pagas; y la carestía de tu ha-
bla y el ceño con que me miras me ponen en
vna firme sospecha de tu desamor, y en vna sos-
pechosa duda de que te inclinarás a quererme,
y en vna certinidad del tu mi menosprecio,
que es vna de las cosas más odiosas a las
mugeres.
PoL — Donosa, pues, viene estotra vendien-
do me su tan jugada y aun perdida honestidad,
que como ya rae cuesta tan caro su hambre, la
he cobrado temor de entrar en su poder.
Mar. — Qné vienes hablando, amor mió, que
aun la vista y habla, que no se niega sino a los
notorios enemigos, no quieres darme?
Pol.—A\ fin entrar auremos en juego. No
sé por qué, señora Marcelia, condenas en mí lo
que vuieras de loar por buen miramiento; ya
sabes (si amas como dello te precias) que el
amor no sabe tener medio. Y como vamos tan
en público, no oso hablar, porque como tu
amante temo caer en algún amoroso descuydo
que sea pregonero de lo que hay entre nosotros
dos. Ansi que la razón, acompañada del amor
que te tengo, tiene en mí tal fuerza, que pos-
ponen lo que quiere mi sensual desseo a lo que
toca a tu honra. Que por lo de más, ya sabes
que la ley vulgar común dalo a los mancebos
amantes bien empleados, aunque en ningún caso
lo aprueuan esto en la muger, pues siempre le
da quiebra el crédito.
Mar. — Ay, ángel mió, que con ser como tú
dizes, bien veo que me quieres hazer creer sa-
gazmente que lo que en ti causa el desamor y
oluido que me tienes me digas que es por mirar
por mi honra, que yo por ti traygo muy al tras-
te, y quieres me tú dezir que el dexarme de ha-
blar, que lo causa el no me amar, lo hagas por
zelo de lo que a mí me cumple. Ay de mí, que
te amo tanto, que aun viendo me engañar de ti
no puedo desechar tus razones, porque todo en
ti me paresce bien. Pero mira cómo lo que yo
digo es ansi: que agora que estamos ya en mi
casa, donde no tenemos a quién dar cuenta sino
a Dios, pero ni aun por esso sales de lo que
tienes en la voluntad, que es no amarme.
Pol. — Bien me culparas de veras si tu hija
no baxara ya. que nos vio luego,
Lib. — O, loado Dios, que vienes, madre, a
esta casa, que ni sé qué piensas de qué nos he-
mos de mantener; que hoy no se ha callentado
el hogar en esta casa. >
Po¿.— Picado deues tener el molino; mala
serias para palacio, que a las vísperas aun es
temprana la comida.
Lib. — Allá haria como allá, y no se me haria
grane; porque dizen que en Roma como en Ro-
ma, y en palacio como tal, y en mi casa según
mi ordinario.
Pol. — Y aun porque agora sales de compás
ya desmayas? bien dizen que mudar costumbre
es a par de muerte.
Mar. — Asnadas que no está ella para matar
el sapo con la salina ayuna.
Lib. — Y aun mi madre canta como bien
harta.
3íar. — Por tu vida y de todos tres, que oy
no me he desayunado sino de peccados, que sa-
len en vn guiñar del ojo.
Lib. — Pues bien ha vn hora que tengo los
manteles puestos.
Mar. — Por tu vida veamos qué tendrá que
nos dar, que vn combidado puede combidar a
otro.
Pol. — Sentareme sin mirar que aya, porque
veas quán de veras pretendo complazerte, ma-
yormente en mi prouecho, que ni miro a lo qu<!
se me pueda dar, sino con qué voluntad.
2Iar. — Por cierto con la que se dará en esta
casa a mi hija.
Fel. — Ea, paje, date priesa, no se enfrie
esso. Y pesse a tal con la bagassa, perdóneme
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
21»
que es m¡ suegra, si después de puta, no me-
dra agora por alcahueta. Y aun que ella presto
quiere (según veo) echar el pelo malo, aunque
toda via algo cabra al yerno de este paño, que
es lástima verlo condenado a cubrir tan putas
carnes. Y el necio, pues, de mi amo, que por
mensaje de vna alcahueta da lo que tiene, y por
todo el sudor y vida de vn criado darán vn nuil
mes, y otro para ellos, y solo del diamante y
anillo es verdad: ay os digo yo que como se vea
con pelo, que luego se haga delicada y ociosa.
Y si la ociosidad entra vna vez en la casa des-
tas tales mugeres, ansi solas y libres y no vie-
jas, yo 06 baptizo por burdel la morada, aunque
ya le llena los tenores. Pero a la puerta estoy,
llamar quiero, que en estas casas ansi cumple,
porque a las vezes ay dentro quien ni ellas ni
vos querriades encontrar. Ta, ta, ta.
3Iar. — Sube, sube, Felisino, que ya eres co-
noscido.
Fel. — Quiero yo tomar a este paje esto, por-
que no sé que ay arriba; daca, hermano, essos
platos, y da luego la buelta, que serás allá me-
nester para el al9ar de mesa; que yo lleuare' la
plata. O, hi de puta, y qué buena viene la comi-
da; en mala pro les entre a solas. Buena pro
haga, señoras. Cata, cata, y tú eres el patrón
de la casa?
Pol. — Y pesa te de ello?
Fel. — Por cierto no rae pesa a mí de todo
tu bien; pero aunque vengo tarde, pues traygo
cobro, bien me recebirás, señora Marcelia, y
manda me tomar esto; pesan estos platos vn
arroba. Y mira que te manda mi señor de su
mesmo plato, aunque el vino hasta otro dia lo
auras de perdonar, que allá en el beuer contá-
ronte por muger.
Ma?\ — Pues más quiero entrar en el numero
de los hombres en el beuer el vino, y estar sana,
que andar guayando y desseando; pero bien pa-
resce de cuya mano viene la merced, cuya vida
Dios prospere y prolongue, y tú, hija, que me
reñías por mi descuydo de no proueer te de co-
mer, cata, boua, que donde no anda la persona
no haria tal sombra como esta que vees; que ya
se te rie el ojo.
Lib. — Pues no te paresce que me deuo de
holgar con la visita de Dios presente, que des-
terrará la hambre de nuestra casa oy, y la mi-
sericordia suya, que espero que adelante deste-
rrará nuestras miserias? pero acaba ya Felisinn,
y descubre lo todo.
Fel. — La comida ya la tienes y no me com-
bidas; y ansi no lleuarás estotro hasta que se
me manden albricias.
Mar. — Si me truxeras cosa que ya la pala-
bra de tu amo no vuiera hecho mia (como es vn
poco de paño, que han de ser diez varas para
vestirme), bien fuera que me pidieras albricias.
Pero aunque esso ya lo tenia por mió antes que
a ti lo diessen que lo truxesses, porque no quise
que Polytes lo truxesse veniendo conmigo, y
aun que de lo incierto se deuen las albricias',
pero por lo auer traydo, algo auras.
Fel. — A, pese a tal con la mercaduría; pe-
distes man to antes que tuuiesses nada, y agora
que tienes para dobles vestidos haze se te
poco?
iV/a?-. — Anda, bonillo, que toda esta casa es
de vosotros; que si pedí poco, pedí según mi
pobreza. Y si tu señor me dio, dionie aun poco,
según él quien es, aunque sea mucho a mí. Y
mira que no me lo pidas antes de ver si lo he
menester; porque como tú no vistes con sola la
capa, ni aun yo con solo manto, y allende que
yo toda ando como desnuda, y no miras que
essa muchacha, que no me la vistes ni mantie-
nes tú, ya que tauíbien ha menester una saboya-
na; mira lo tú, hijo, que como a tal te tengo en
esta casa, y tú, señor Polytes, juzga qué me po-
drá sobrar, aunque no quiero queme conozcays
auarienta con ver me pobre; tomad sendos cru-
zados en oro, desto que agora me dieron para
chapines quien Dios guarde como a mí, y pen-
sad que lo quito de la boca; porque tiene la per-
sona en su casa mil redrosacas, que vosotros,
libres y mo(?os. Dios os guarde, no teneys de
cumplir, porque no manteneys carga de casa.
Y sentaos y comencemos a comer, y no se ha-
ble más.
Fol. — Dios te lo pague, señora. Y por vida
de Floriano, que no consintiera que sacaras
para entramos cosa, sino por no te enojar. Y
tú, Felisino, ni pidas a muger hermosa, ni pro-
metas a pobre, ni deuas a rico, ni tomes de na-
die, no té lo deuicndo, más de lo que te qui-
siere dar de si.
Lt'b. — Asnadas que luego se publica la vir-
tud donde está.
Z^/. — Pues, cuerpo de tal, no quiebres tú las
treguas de tu madre en obligar me a que torne
por mí; que si me notas de mal cumplidor de
mi palabra, yo te traeré las agujas, quo aun
no soy muerto, y porque agora no puedo pa-
rar me más, yo lo emendare todo con venir de
assiento a la cena, adonde lo soldaré todo, y
con tanto con tu perdón y licencia nos despide,
pues sabes que en comiendo ha de yr a Prado
Floriano.
Fol. -Pues de essa romería ya sabes, seño-
ra Marcelia, que no puedo yo hurtar me, y en
el tardar haremos falta, y la falta resultará en
nuestro enojo, de que tú no holgarías. Por tan-
to, a Dios hasta otro día que de más assiento
nos veamos, y tengas vino que beuamos.
Fe!. — Y aun la falta de esso, y que estoy
que me ahogo de sed, me haze que sin más
salvas os quedeys a Dios.
220
ORÍGENES DE LA NOVELA
J/a?-, — Pues no da hombre más de lo que
tiene; prouee a la cena de lo que agora faltó,
e yd con Dios.
Pol. — O hermano, cómo té quedo en obliga-
ción, más en me auer librado de Marcelia que
no por el ducado del alboroque!
Fel. — Y aun porque te entendí busqué cómo
te escabullir de sus vñas, que la matrona, como
te halla barbiponiente, pegar se te ha,
Pol. — Ella se me puede pegar a mí, pero jo
huyre de ella, y ansi mal conuernemos. Pues do
vno no quiere, dos no barajan.
Fel. — Alarguemos el passo, que muero de
sed; y allá se lo hayan ellas, pues nos libramcs
y comimos y ganamos.
Mar. — Agora que, hija, son ydos aquellos,
te quiero dar a entender cómo deues loar a
Dios con el dia de hoy, y hazer cuenta que
oymos buena missa. Y mira, boua, quán de
buen pie entró esta gente en mi casa, aunque
tú pocas vezes te satisfaze cosa que yo haga,
lo qual conozco que nasce en ti por falta de ex-
periencia ('). Pues calla, hija, que andarás por
los días y gustarás de las necessidades, y cargar-
te han los cuydados, y Cümen9ará el mundo a
brumarte, y como el capato te vaya mordiendo,
y el dolor de la miseria te comien9e a sujetar,
aprenderás; y la experiencia te mostrará cómo
te deuas oy en dia subjectar por la ganancia a
todo el mundo. Porque esta trae a los más ri-
cos merchantes ('^) passando los mares y andar
acosados de feria en feria. Y aun verás que el
mal tiempo no les haze dilatar la partida del
regalo de sus casas, porque andan al son que
les haze la ganancia en las ferias. Y ver los
has, hija, aqui poner tiendas y por el mercado
de un dia desplegar sus fardeles, abrir sus
caxas, estar presos a la tienda, esperando y
combidando a cada qual que les vaya a ella.
Pues si miras en ello, verás que a todos les van,
acogen y halagan, y al dicho de cada qual ple-
ga y desplega sus mercancías, aunque lo3 me-
nos de los que paran le dan ganancia. Ansi tú,
hija, a todos los que vienen a tu casa muestra
buen rostro, y guarda tu hazienda, y echando tras
la suya, échales en el regado vna honesta risa y
dales vna buena palabra, porque no sabes por
dónde te tiene Dios encaminado el bien. Por
esso, hija, te ladro cada dia que a estos criados
de grandes señores les hagas solaz o hospedaje,
porque son mo90s, y viéndose delante sus amos
todo lo parlan, porque en algo les contenten.
Y si no, mira lo, hija, que Floriano sin me auer
hasta oy visto, ya tenia tal crédito de mí, que por
auerle oy yo visitado, mira qué visita embió
luego tras mí, con que comimos y cenaremos si
O.En el original, experincia.
(2) Se suple la t de esta palabra.
a Dios plaze. E oy me visto de manto y mongi-
lon, y para ti, por no vender mi palabra, vna
saboyana. Pues para la hechura y para darte
botines y chapines, mira qué moneda no vsada
corre agora por mi bolsa. Pues tras esto me
queda este anillo, que ei la piedra es la que yo
pienso que será fina, mira si con tal diamante
aura paraayudade casarte! que la costa de entre
año ya la tenemos segura con ayuda de Dios y
de Floriano, y de mi industria; porque me man-
dó dar ración cada dia, y asnadas que siempre
sea tal, que aunque excedamos de nuestro or-
dinario, nos sobre para ayuda de otras barati-
jas de por casa. Y tú ándate ay, no me cieas,
y tengas paz con todos, y allégate a los buenos,
y serás vno honrado de ellos. Daca, daca mi
anillo, que ni pienses de te me al^ar con él, ni
comiences ya a guardar le por dote, porque aun-
que más se te ria el ojo, los casamientos salea
como los guia Dios, tarde o temprano. Qué di-
zes, qué me hablas, boua?
Lib. — Que como veo subida tan repente y
tan alta, y no veo escalón por donde nos aya-
mos encumbrado, temo, y con razón, mayor
cayda.
Mar, — Donosa judia de Carag09a, que cegó
llorando duelos por venir, ansi me paresces,
que tú antes de gozar, llorar. Simamos a Dios,
y antes esperemos el bien que el mal; porque
Dios da, y siempre da, y da como quien es. Y
con esto ve, cierra la puerta y dormiré vn rato
yo, que los cuydados del dia me quitaron el
sueño desta noche, y tú reposa también, que
ganada tenemos ya la cena, y el combidado,
que no faltará, nos proueera del vino que nos
ha faltado.
Pol. — Ya estamos, Felisino hermano, en
casa; ve, da los platos al repostero, que yo quie-
ro hablar a Fulminato que nos viene al en-
cuentro.
Fel. — Con esse hombre allá te auen, porque
no tiene plática para que yo espere sin beuer.
Pol. — A, hermano Fulminato,qué ha sido de
ti, que no he tenido vagar para preguntarte
qué fue lo de anoche?
Ful.— Y qué?
Pol. — Que según diz que anoche corrías,
ouo algunos que pensaron que yuas a tu tierra
a recobrar herencia, y aun que estarías ya allá.
Ful. — Por qué dizes esso?
Pol. — Porque diz que corrías de suerte que
bien ganarás el palio si le corres.
Ful. — Pues ay verás quién es Fulminato;
que los que fueron, en sintiendo me desenuay-
nar, y en reconosciendo ser yo, toman las vi-
ñas, de suerte que por bien que yo corro hallé
anoche mi ventaja.
Pol. —Y a quién querías tú alcan9ar, pues
los quedauas atrás?
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
221
Ful. — Quedaron se me a vna buelta de ca-
lle, e yo quaudo aduerti y bolui sobre ellos,
sólo vno que no corrió tanto alcancé, que con
humildes palabras se me escabulló de una ba-
rcada de espaldarazos.
Pol. — Bien dizen que la mansa respuesta
quebranta la ira.
Ful. — Mas por vida de tu amiga, quién te
lo contó? porque si no fue persona que te lo
vuiesse de dezir de buena tinta, tornando yo
por mi honra, te diga yo la verdad del caso muy
de pe a pa, porque en summa es lo que yo
conté.
Pol. — Y aun ansi será, y el resto se que-
de para de más vagar, porque baxa ya Flo-
riano.
Flor. — Ya, Lydorio, me tendrás entendida
la razón en lo que quiero que allá se haga, y
cóojo essa gente se quede esperando me cómo
y adonde ya te dixe.
Lyd. — Señor, entendiendo en lo que mejor te
paresciere en tus negocios, puedes perder cuy-
dado en lo que me mandaste, que se hará como
mejor y más seas seruido. Mo^os, llegad esse
cauallo, y no falte nadie; y encaminemos a la
buena ventura.
ARGUMENTO DE LA SCENA XVIÍI
Comentando a penar Belisea por Floriano, y estando trac»ando
con Justina de su mal, sobreuiene Kloriano, y linalmente se
liablan, declarando Belisea a Floriano en (jué manera le ha
de amar, y ansi se d uiden, que lando Pjlytes y Justina con-
certados de se hablar después de media noche.
Belisea, Justina, Floriano, Polytes,
FOLMINATO, FeLI8I[N0].
[Bel.}. — O soberana madre de Dios, virgen
sancta Maria, por reuerencia deste tu saneto
templo te suplico me valas. O, qué gran basca
siento en el coraron! o, cómo me siento muy
tierna en la memoria del nombre de Floriano!
Ay de mí, que ni sé qué mal es el mió, ni sé
dónde me han abscondido mis antiguos castos
pensamientos! Xo solia yo tractar de amor de
hombre sino por Dios, como a próximos. Pero
agora, por la vía que aun no entiendo, ni sabria
decir, me veo implicada en varios pensamientos.
Quiero platicar con Justina este de mí no salido
mal, porque allende de sfer honesta y sabia
Jonzella y querer la yo bien, sabe oyr lo bueno
para loarlo y fauorescerlo, y lo malo fara des-
hazerlo y no lo descubrir. Ven acá, Justina,
vete conmigo a la iglesia, y esotras mugeres
desque ayan todas comido sin salir de la ribera
se espacien y tomen plazer.
Just. — Todo está puesto en cobro: vamos
donde mandares.
Bel. — Pues dame la mano y vamonos por en
torno de la cerca desta huerta de los mon-
ges; porque me congoxo a la sombra desta ri-
bera.
.Tust. — Y aun por cierto, mi señora, que
andas tan achacosa, que no sé si lo haze tu ve-
nida.
Del. — Antes que acá viniesse estaua ya tal.
.TuM. — Que no digo essa.
Bel. — Pues quál?
■fust. — La venida acostumbrada, que es ene-
miga de la hermosura a las muíjeres.
Bel. — Ya te entiendo, que aun para esse mal
faltanine dias.
./?ísí.— Pues si en algo te puedo ser buena,
te suplico te me declares.
Bel. — Por la confianza de tu buen secreto te
quise comunicar los principios, que mi mal no
lo entiendo, y es, que desque esta mañana leí
vna carta, me siento muy otra que solia.
Just. — Cuya era o qué tenia? no tuuiesse,
mal peccado, algunos hechizos!
Bel. — Creo que tenia mi perdición. Ay, mi
Justina, qué haré? que ya siento mi voluntad
inclinada a tomar gusto y deleytarme en pen-
sar lo que de antes ahórresela aun oyr. Ya des-
mayan (por mi mal) mis castos pensamientos,
y mi meditación de Dios se me deshaze; ya los
cuydados muy veleros de la honra se me han
adormescido; ya, finalmente, como por fuer9a
de sensualidad me siento ser trayda a recrear
me er vanos pensamientos. Y ansi quiero por
vna via lo que siempre aborresci por otra; que
no sabré dezirte qué quiero, ni qué amo, ni qué
aborrezco, ni qué busco conseguir y hallar, ni
qué desseo euitando huyr, y esto por hallar me
rodeada de mil contrariedades acerca de una
sola cosa, que juntamente amo, y temo, y busco,
y huyo, y desseo, y aborrezco.
Just. — O. gran nuulanya de muger! siempre
me temi do Marcelia. Pero pues ya es hecho, y
en lo hecho no ay enmienda, proueamos en lo
porvenir; que si su mal es de amores, ella dará
más señal, y si es de enfermedad otra, no le
faltará quien la cure, ni medicinas ni regalos.
O, poderoso Dios, y qué sospiros tan de las en-
trañas alaiipa! o, qué alteración de rostro! o, qué
olaido de compostura! ya, ya! asnadas que yo
adeuine; mirad qué acuerdo, que me llamó para
hablar conmigo, y apostaré que no se acuerda
ni de sí ni de raí. Bien dizen que mal vezino
es el amor. Jesús, Jesús, y cómo se ha tendido!
qué desmayos son estos, mi señora?
Bel. — Ay, que de la muerte. Y lo con que
más muero, es desconfiar que no me matarán,
porque ansi pensaria descansar, pues el morir
es necessario a todos los mortales.
Just. — Ay, por tu vida, que te esfuerces, y
mira que viene gran tropel de gente.
222 ORÍGENES DE LA NOVELA
Bel. — Pues tornémonos a la ribera cou las
lüugeres
Just. — Anda, que no hay quien nos conozca
si a dicha no son los escuderos que vienen
por ti.
Bel. — Yo dixe a mi padre que no viniessen
por mí: que me bolueria como vino.
Just. — Pues huelga, que la gente se queda
atrás, y viene solo vno de a oauallo y dos de a
pie, y ansi será vn cauallero que vendrá a hazer
oración.
/'7o/-. — Di, Fulminato, qué umgeres son
aquellas dos que alli están a la sombra de aque-
llas paredes del raonesterio?
Ful. — Voy [a] hazer las venir a que las co-
nozcas; pero si alguien que ciña espada presu-
raiere de defenderlas, dasme licencia que le saque
la vida?
Pol. — O, maldito sea este pant'arron, amen.
Flor. — Qué dizes tú?
Pol. — Que parescen gente de pelo: pero ya,
ya! acá está Belisea.
Flor. — No lo creas.
Pol. — A la vna he reconoscido, que es Jus-
tina, a la qual tú eres muy en cargo, porque te
es muy seruidora en tus negocios.
Flor. — Pues donde essa está, bien podre yo
llegar. Tú, Faliuinato, no te partas de ay,
por si fueres menester. Y tú, Polytes, te ve a
la puerta de la iglesia, y mira quién entra y
sale, con aniso.
Ful. ~ Aun el diablo creo que aya parte oy
en la venida: que aquella deue ser la dama, que
las dos ya parlan entre sí. Yo seguro que ella
que debe de buscar manteles, y que si el asno
de mi amo me creyesse, que no deuria de hazer
sino llegar y embarrar; porque al fin, aunque
gruñen con la boca, con el cuerpo se tienden, y
luego las vñas de gato. Pero, pesar de la vida,
si aure oy de comprar el vestido que mandó al
camarero darme, con perder aqui la vida? No
sé quién me haze a mí querer honra tan costosa
y blasonar del valiente! que Floriano para esso
me llama en tales trances, pensando que dirán
mis hechos con mis dichos para guardar le las es-
paldas; y él está mal en la razón, porque al pri-
mer desenuaynar, y aun quÍ9a antes, le muestro
las suelas del cal9ado, que oy calcé nueuo con
esperanza de romperlo. Porque ni pare mi ma-
dre, ni me parirá otra vez, ni mi amo me res-
taurará la vida si de necio la pierdo por él. Y
en estos palacios, si os mancays por ellos, el
aliuio que os hazen es en el partido, que no lo
dan sino a quien lo suda, y las mercedes, en la
sierra de Gata. Yo bien tengo por mí que tal
donzella como ésta que no vino sin escuderos,
con quien me guarde Dios tomai contienda de
dia, ni aun de noche, y éstos en lo sintiendo,
son con Floriano. Y él (según es loco) pensará
que con tenerme al lado y la dama delante, que
no hay más que temer; y quando mirare por
mí, hallarse ha del agalla, que a la fe, pues
busca la carne, y solo la querrá trinchar, y solo
comer, que solo la compre. Que quien solo come
en el plato, que solo guarde el hato.
Just. — No has mirado, señora, qué lindezas
ha hecho aquel cauallero? y qué saltos haze dar
al cauallo? y qué entero anda en la silla? que
por mi vida que algunas vezee de ver el cauallo
tan enarmonado me pone pauor no le auenga
algún desgayre; porque es cauallo muy desapo-
derado y paresce vn elephante.
Bel. — Ay, guardar lo ha Dios, que holgado
me he de verle, y quán sin tacha y quán gentil
hombre le hizo Dios, y aquel vestido le arma
muy bien, y aquella cadena de oro le adorna
mucho.
Just. — Y aun ella, que es harto rica y gran-
de. Pero ya sé quién él es, y si no te enojas,
direlo.
Bel. — No creo que aj por qué enojarme,
que él me ha parescido hasta agora bien. Dime,
quién es?
Just. — Es aquel gran cauallero, tu seruidor
Floriano. Ay, por Dios, no te desmayes ansi;
qué tal te sientes?
Bel — Ay, que no sé; pero dexa me, que el
lugar tan público, y mi honra, y mi honestidad,
me mandan sacar fuerzas de flaqueza, y ansi me
esforf aré más que puedo, por no dar señales de
mi mal.
i^/or.— Toma este cauallo. Fulminato, y pas-
seale un rato.
Ful, — Pues si en algo más me vuieres me-
nester, mandas que le suelte?
Flor. — Anda, que solo yo deuo tener temor
por ver me ante tanta majestad.
Ful. — Pues a la obra verás si ay temor en
mí; pero allá yrás. Qué buen achaque tengo
agora para escabullir me; porque si algo fuere,
diré que con el passear del cauallo no lo vi, y
con el rixar suyo, no lo oy. Y aun si viere que
son muchos, suelto el cauallo, y él por los cam-
pos a huyr de mí, e yo tras él a huyr destotros,
y otra vez anisará mi amo, si escapare viuo, enj
no echar las cargas todas a vno. Pues esperarj
socorro de la gente es por de mas; porque todos'
se h:m tendido por los campos a buscar som-j
bras; que Floriano está tal, que ni sabe si hazej
calor, si frió. Ea, pues, vos, don cauallo, tambienj
teneys el mal de vuestro amo? Quiero me yr ai
vna sombra por aqui donde a mi seguro puedaj
huyr en despertando si algo vuiere; y alli dor-j
mire a mi sabor, que Floriano y las damas yaj i
se van encontrando, e yo seguro que tisnen plá-i
tica para tres horas.
Just. — Señora, el cauallero se viene hazifj
nosotras con su varica en la mano. Y pues oi
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
223
liaueys yisto entrambos, habla le, que la buena
crianya entre los más nobles roluze más. Y
|mes ya está cerca, yo quiero mouor la causa de
la plática, no como más sabia, pero como más
atreuida y más libre. A, canallero, no passeys
adelante sin licencia desta señora, que yo os
defenderé el passo.
Flor. — Por cierto si como es essa señora la
que con justo título posee mi voluntad, y tiene
el sí y el no de mis obras en su querer, fuera
yo el tal posseedor (aunque posseyera mal) yo
os obedesciera luego. Y ansi os ruego no me
tengays a mal el esperar esse mand imiento de
su boca, desacatando se mi atreuimiento a vues-
tro libre mandar; y en esto no pretendo inju-
riar vuestro merescimiento en no me subjeotar
a vuestro dicho; pero por no quitar la obedien-
cia a quien sobre todas las del mundo todo
buen entendimiento de hombre conoscera ser le
deuda forzosa, y a quien más que todos y sobre
todos y solo entre todos amorosamente soy
sabjeeto, y esforzadamente defenderé por sola
niia la deuda del tal seruicio. Y ansi a vos, her-
mosa, por muchos respectos desseo hazer os
plaeer, fuera del presente discrimen.
Juitt. — Pues cómo tan ayna conosceys quién
sea cada vna de nos, posponiendo a mí y ante-
poniendo a esta señora, auiendo os yo hablado
la primera?
Flor. — Dexando muchas causas que me han
mouido en lo hecho, si algo ha sido contra vos,
y respondiendo, no en excusación de lo que tan
acertadamente yo dixe, pero para sólo dar ra-
zón de lo que me pedis, digo: que el temor reue-
rencial que mis potencias han mostrado en mí
tener a essa señora, me abrió la ciega vista de
mi enajenado entendimiento, y alumbradas mis
potencias con rayos de tanta gloria presente,
ni tanta majestad se podia oecaltar a mi vista,
ni mi voluntad, que a ella hizo homenaje sola,
permitiera hazer tal aleuosia, que a nadie diera
otra obediencia. Y ansi por el gozo que siento
en hablar en esto, torno a me declarar cuyo
soy, porque vos veays a quien sola deuo de
obedescer. Porque en llegando, la presencia
desterró mi tristeza, y diome nueua alegría, y
la tal alegría auiuó mis sentidos, despertó mi
memoria, abrió la clausura de mi entendimien-
to. Y vi luego las prisiones de mi coraron y el
a;ozo de tanta gloria, haziendo me atreuer a
leuantar de mi baxeza los ojos de mi tan irra-
diado e illuminoso y claro entendimiento, vi el
de d'^nde procedía mi tal alegría. Y finalmente
vi en las manos del querer de essa señora las
llaues con que quando perdí mi captiua liber-
tad vi aprisionar mi glorioso y libre llagado
corazón por suyo. Cuyo desque le conoscí, le vi
tan altiuo, y tan grandioso, y tan estimado, y
Heno de tanta hufania con su prisión, y tan go-
zoso con su herida, y tan alegre con sus mor-
tales dolores, que ni quiere buscar cómo salir
de ellos , ni hazer semblante de acatamiento
menos que a tanta majestad. E ansi ni vos
tendreys en mucho el no auer os yo obedescido,
ni essa señora me culpará en ansi me auer en
su presencia (como absorto y oluídado de mí)
desacatado con desenvoltura en el hablar, y fir-
meza en el llamar me por suyo, y a ella por mi
señora, aunque ella de esto sea injuriada, pues
en ello soy yo el bienauenturado y gozoso.
Just. — A, señora, pues no oso delante deste
cauallero sino llamar te mi señora, ni yo puedo
suffrir que en tu presencia tal me tracten, ni
delante de quien ansi me deshaze osaré parar
más, por esso rae da licencia e yre por vnas
horas que oyendo missa esta mañana se rae
quedaron en la capilla, porque viene gente y no
me las tomen. Y vos, cauallero, mirad que aun
no os doy entera soltura para que sin mi licen-
cia hableys a otnx dama.
Bel. — Anda, maldita seas, chocarrera, y es-
táte queda, que pensará esse cauallero que ha-
blas de veras.
Flor. — Ni yo sé, mi señora, con más de sola
vna que tiene mi corazón tener veras, ni con
vos puedo tratar debaxo de alguna burla.
Just. — Ay, señora, señora, mezquina yo, qué
toro tan lleno de garrochas viene de hazia el
río! Huye, huye, acojanionos a la iglesia, que
yo no oso parar aqui más.
Bel. — Cauallero, por vuestra fe que passeys
vuestro camino, que mi compañera se me ha
ydo, e yo me voy a poner en saino, aunque las
piernas me ha cortado el temor de tan feroz
animal; aun que viene algo lexos.
/•7o/'.— Mí señora, el toro se ha passado a
nado huyendo. E pues los otros en vuestra
ausencia han muerto por vos, este morirá en
vuestra presencia por el que los dio a la muerte,
más muerto que ellos, por vos.
Bel. — Ay sola de mí, que soy muerta, que
hazia acá encamina!
Flor. —Más solo me hallo y más muerto sin
vos, aunque rae sustenta la fuer9a de vuestra
hermosura. Pero porque vííus, mi señora, qué
fuerzas son las tuyas, que ansí temes a vn bru-
to animal, y a raí tienes tan sin temor tal pa-
rado, suplico te veas cómo las fuerzas del tu ven-
cido quitarán la vida al que ha puesto temor a
quien sola yo tanto tenio.
Bel. — Ay, por vn solo Dios, que no tomes
debate por mí, que rae puedo acoger a seguro,
tan a tu peligro con quien no sabe hazer diffe-
rencia de meresciraientos.
Flor. — Hará la, aunque no quiera, del poder;
y sin te mudar, me perdona antes que más
llegue, porque se viene hazia nosotros; y muy
denodado.
I
224
orígenes de la no\^ela
Pol. — Anda, anda, mi señora, que agora el
temor del toro te puso en la prisión del que tú
tienes tan muerto.
Just. — Sin falta que son grandes y muy a
cada passo vuestras muertes. Pero dexame,
triste yo, que ni se' que' fue de mi señora, que
pense que venia tras mí, y dexo la sola, y lo
hize mal, y tampoco yo me recataba de ti.
Pol. — Anda, mi vida, acojamonos a la igle-
sia, que ella allá tiene quien le va más que jura-
mento en guardar la.
Ful. — Cata, cata, qué fiero toro! y por las
reliquias de sant Saluador de Oviedo, que es
Floriano con él. O, hi de puta, pues qué anima-
lejo! que no hay cosa de que yo más tema en esta
vida, después de temer a las superiores potesta-
des. Pero pongo me a cauallo por sí o por no,
que este quatrupeo me pondrá tierra en medio.
Pero o, hi de puta el diablo, qué soltura y des-
treza y coraron y fuerza de hombre que ansí le
esperó, y de solo un golpe le ha desjarretado.
Pero tal mirador tiene! muerto le deue de que-
dar, que ya se torna limpiando la espada. Ago-
ra que sé que el toro no vendrá por acá, me
torno a mi officio la barba sobre el hombro y
los pies en primera.
Bel. — O, qué hazaña y soltura de cauallero!
o, cómo no sé por qué vias soy violentada más
y más de cada momento a le amar! Y pues él
se torna para acá, y no excuso rendir le -gracias
por lo hecho, y tengo buena occasion para le
hablar, quiero intentar de saber sus desseos,
que tanto en todo y por todo publica ser en mi
seruicio. O, bendito el 8eñor que te libró! En
merced tengo, señor, lo hecho, por la parte del
temor que me quitaste, y pena que tenia de te
ver yr a tRnto peligro.
Flor. — Nunca pensé merescer, mi señora,
tanta piedad de vos, ni verme tan viuo delante
de quien me mata.
Bel. — Y quién es la persona que ansi se ha
con vos?
Flor. — Ay, ángel mió! que si tal merced de
ti me atreuiera a pensar de alcanzar como es el
hablarme, tuuiera pensado el cómo responder a
tu pregunta.
Bel. — No tengas en tanto la habla, que a
nadie aborresciendo la niego.
Flor. — Por merced grande tengo el hablar
me; pero por principio de mi aliuio tengo el
sab( r que a nadie desamas, porque ansi pienso
que no ha sido tu intención en lo passado que
yo muriesse, pues tu clemencia a todos querria
dar vida. De donde pienso que si fueras antes
sabidora de mi pena, y supieras el ser por ti, y
conocieras el ser tú la causa, que si no por yo
lo merescer, a lo menos me vuieras acorrido
por tu benignidad, sentiendo pesar de la pena
de mi atreuimiento. l*orque a yo más acabar
de morir, mi tormento atreuido fuera pregone-
ro de mi culpa e tu innocencia.
Bel. — Pues tan al descubierto me dizes que
yo te doy pena, querria saber tu nombre, para
conosciendo te conoscer si tú tienes la culpa de
la pena que dizes que tienes.
Flor. — La pena que yo he padescido, con-
fiesso que ha sido merescida, por el atreui-
miento deste tu Floriano; pero pues tu hermo-
sura dio alas a mi atreuimiento en te yo amar,
suplico te, como por cartas te pedi, que en el
gualardonar mis tormentos, no teniendo respec-
to a mi culpa, la tengas (') a tu misericordiosa
compassion, y con ésta detengas las fuer9as de
tu justicia no executando tu riguroso castigo.
Y si quieres castigar me más y más, si mayor
castigo puede auer en las cárceles de amor,
propon de me dar en el suffrimiento mió mayo-
res fuer9as tuyas para que, en mí tu indigna-
ción executando, seas más vengada, si tu mer-
ced en me atormentar es seruida, e tu benigna
misericordia no injuriada.
Bel. — Antes de agora vuiera yo de conoscer,
Floriano, quién fuesses, cuyo nombre tus atre-
uidas cartas me auian dicho. Pero mira, Flo-
riano, que si tú como hombre buscas tu desati-
nado descanso, yo como donzella mamparo mi
delicada honra. Y si tú buscas la consecución
de tu infectionada voluntad, yo defiendo mi li-
bertad. E si tú quieres guiar tras tus veneno-
sos y no limpios desseos, con tu amor desama-
dor de mi honestidad, yo tengo de cerrar la
pueita a toda habla que ni a mi ánimo trayga
limpieza ni a mi spiritu reposada castidad. Por
tanto como a hermano en tal amor te ruego
me ames, si me amas, y me quieras bien para
mi bien, y no de suerte que queriendo me, quie-
ras mal para ti y peor para mí. E con hazer tú
esto, podras ganar en mí vu amor que a bien-
queriente de mi honra te tendré. De otra guisa,
desamarte he como a enemigo de virtud, y per-
seguidor de mi honra, y menoscabador de mi lim-
pieza, y matador de mi innocencia en mala incli-
nación, y derramador de mi fama, y destruydor
de mi reposo, y asolador de la casa de mi pa-
dre, y ensuziador de mi alta sangre. E si te
han mentido de mí otra cosa, desapega la de tu
imaginación. E si te han dicho que me pesa
de tu mal, si tú lo entiendes como yo quiero y
pretendo que lo entiendas, sey cierta que tú
me tendrás que agradescer, e yo occasion con
que más y más te mostrar por las obras el lim-
pio amor de mi voluntad senzilla. Y si eres
hombre, yo muger, y entramos hechos para
Dios y formados a su imagen, y criados para
gozalle, y obligados a amarle, y en él a nos- .
otros, y a nosotros por él y para él. Y si hol-
(') Asi el original, quizás sea errata; por lo tenga».
lA:
COMEDIA LLAMADA FLORíNEA
22ó
gué de verte, fue por desengañarte. Y en esto
(concluyendo mi plática) verás qaán en limpio
amor te amo, que tu bien vees me he esforcado
a forjarme a te hablar sola sin te aner aun co-
noscido. E pues te consta mi voluntad, si te
guiares por ella, procuraré tu salud, holgaré de
tu bien, buscaré tu descanso, acceptaré tu con-
uersacion, oyre tus mensajes, responderé a tus
castas peticiones. Pero de otra manera, abo-
rrescere tus costumbres, huyre tu persona, blas-
phemaré tu nombre, euitaré tus hablas, quitare
tus visitas, perseguiré tus fuergas por assegu-
rar mi flaqueza, y desamaré y cluidar me he de
tu salud exterior, por no perder la mia interior.
Flor, — No menos sabia te has mostrado, mi
señora, en el hablar, que honesta en el rehuyr
me, y hermosa en el mal herir me, y poderosa
en el matar me, y señora en el mandar me, y pa-
ciente en el oyr me, y sagaz en el despedir me.
Yo me doy por pago de lo que padezco con el
dezir que me aniays, aunque no es el amor que
yo pido, pues es más del que yo os merezco. Pero
todavía te suplico que, pues ausente, como a
próximo necessitado, me mandastes este tu ani-
llo, cuya virtud por solo ser tuyo me reuocó
de las puertas de la muerte, que agora que me
has visto presente no permittas que mi gran fue-
go de pena me consuma, siquiera porque se vea,
mi señora, que, como pudiste herir me y matar
me, puedes también sanar me y dar me vida; y
(le oy más sustenta mi vida para que en mí exe-
cutes tu saña con el castigo, si otra cosa no te
merezco. Y esto siquiera porque, pues yo me
publico por tuyo, vean los que no lo son quán
bien sabes tractar a los tuyos, para que todos
lo cobdicien ser, aunque yo solo lo querría tener
por mió, porque solo me tuuiesses por tuyo.
Bel. — Ya te di seguro del amor que te tengo
y tendré, mientras tu mal gouierno no lo per-
iliere de mí. Y con esto te ve con Dins, que
sale Justina y vendrá mi gente, y no quiero
sospecha donde yo no tengo occasion, ni la quie-
ro en ti.
Flor. — Sin más altercar a tu mandado, quie-
ro hazer vuestra voluntad en me yr bien con-
tra mia. pues jamás saldrá de tu seruicio: cu-
yas manos besando, me despido de tu presen-
cia, encomendando se te en ausencia este tu Flo-
I iano, que agora que me encomendé a ti, me
voy al templo a encomendar a Dios el alma, y a
ti. a quien encomiendo mi coraron.
Just. — Anda ya, señor, que estas no son co-
>as para tractar en este lugar. Baste, que en el
;;irdin, y a la hora que te aplaze, hablaremos lo
que queda. Y mira que viene tu amo acá; yo
quiero dexarle entrar, e yrme sin que me vea
para mi señora.
Pol. — Pues con esperanza de la yda me voy
a la puerta de la iglesia, do él mandó esperar le.
ORÍGENES DE LA NOVELA. — 111. — 15
Bel. — Anda ya, Justina, maldita seas, y
cómo me dexaste sola?
Just. — M'x señora, fue tanto el temor que
cobré al toro, que con pensar también huyeras
conmigo me acogi; pero y el ton/.'
Bel. — Anda, vamonos a la ribera con las mu-
geres y dame la mano, porque tractemos de yr-
nos para casa.
Just. — Pues si mandas, daca, y vamos; pero
ay, que está alli el t<iro.
Bel. — No le ayas temor, que aquel cauallero
le mató, y aun muy desembueltamente.
Just. — Pues vamonos por par de él y vere-
mos le.
Flor. — Dy, Polytes, vino gente alguna mien-
tras alli estuue?
Pol. — Señor, no.
Flor. — Y qué hora será?
Pol. — Señor, seria poco más de la vna quan-
do llegamos, y los monges lian dicho sus víspe-
ras ya, y aun ha dado las quatro el relox.
./•7o?-. — Pues no me paresce que ha media
hora que llegamos. Di a esse moco que me
trayga el caualln.
Pol. — Señor, ya viene con él, que siempre
ha estado alli cerca Fulminato.
Ful. — Boto a la sancta Litanía que se aco-
gieron las damas; y helo sale muy denoto Flo-
riano; alia voy con el cheuao (s/c).
Pol. — Por Dios, que barrieron presto las se-
ñoras, y Floriano no sé qué ha negociado, que
va mustio, y aun él que tuuo harto tiempo, si
fue para ello. Aunque quÍ9a que hizo algo, no
le quiero condenar para poco, pues yo fuy para
harto menos, aunque a la verdad la reucrcncia
del sancto lugar me ató las manos donde an-
daua bien suelta la voluntad.
Ful. — Cómo va hecho mudo nuestramo; di,
hermano Polytes?
Pol.— Y con quién ha de yr hablando, pues
con nosotros la disparidad de las personas lo
estoma?
Ful, — O, pesar de la Berbería ! y cómo, no s» ly
yo hombre que por mi persona puedo hablar con
el rey? Cata que la sangre todos la tenemos
bermeja; pues la casta? de Adam baxamot to-
dos, que no está en más la disparidad que lla-
mas sino en el tener. Sí que el yr a cauallo, y
llenar ropa de seda, y cadena de oro, no nascio
con el hombre: y como lo tiene aquél, lo pedia
tenei yo. Pues si jtor hazañas se gana la casta
y valor, ya puede Fulminato tener más blaso-
nes que cabrán en vn paramento. Pero al fin,
como no me conosce ni estima el rey y el mun-
do, ansi me yre a pie.
Fel. — A, hermanos, qué hapassado por allá?
que yo dormido he vn rato atendiendo, y aun
por poco que fuera, como los más lo hizieron
desque hartos de aguardar.
226
Ful, — A la fe, si tú y ellos estuuierades en
vela como Fulminato, guardando el cuerpo a
Floriaiio, no os euliadara la ociosidad con el
cuydado de las armas y el peligro de la vida;
pero al fin todo es dicha este mundo.
Fel. — Alguna razón tienes; pero por tanto
eres de a par del asa. Aunque si mal vuiera de
hauer, nosotros estañamos los primeros en el
passo por donde auia de venir.
Ful. — Essa disputa más tiempo pedia para
dezirse; pero ya estamos en casa, y entendamos
en apear a nuestramo.
Flor. — Oyes lo. Fulminato? de aquí a vn
rato sube a mi cámara.
Fel — Cata, Fulminato, como yo acerté' en
que eras de a par de el asa; pues alto, cada vno
entienda en lo que deue.
ARGUMENTO DE LA SCENA XIX
Lydoi'io pregunta a Fulminato lo que pas«ó en Prado. Flonaiio
liaze gran lamentación de su pena y quiere embiar a Fulmi-
nato a su señora, el qual escusandose le manda llamar a
Marcelia.
Lydorio, Fulminato, Floriano.
[L¡^d.] — Dime, Fulminato, qué nueuas tene-
mos? cómo ha venido tan mustio Floriano? qué
successo vuo la yda?
Ful. — No sé por Dios; porque quando solo
me vi, y alia vi la dama...
Li/d. — Qué dama?
Ful. — La que nos trae dansantes sin son: y
digo que quando conosci la cosa como yua, se
me alegró el ojo, y juro por las bendiciones de
la letanía que ya me bullia la espada en la vayna,
y al cabo mi gozo en el pozo, porque no vuo
persona de resistencia.
Li/d. — Y Fioriano habló ya con la dama?
Ful. — Y cómo ansi; que bien dizen que a
los bonos se aparesce la virgen Maria.
L^d. — Calla en mal punto; no desmandes la
lengua contra quien te mantiene.
Ful. —Digo lo porque da Dios hauas a quien
no tiene quixadas. Porque si en mi poder la
viera, en la nieytad del tiempo que él gastó con
ella en circunloquios, la tuuiera yo encinta;
porque al fin yo juro por ella que le querrá más
buen obrad(;r que buen parlador: porque dizen
que gato miador nunca buen murador.
Li/d. — M'n& qut! todas las cosas quieren sa-
zón y tiempo.
d'^ul. — \ aun ansi es, que quien tiempo tiene
y tiempo atiende, tiempo viene que se arrepien-
te. Y mejor es buscar suelda para lo hecho que
tiempo para lo por hazer, porque el ser mejor
ea en las cosas, que no la potencia.
Li/d. — Dizes bien en las bien guiadas.
ORÍGENES DE LA NOVELA
Ful. — A la fe, todo hombre obra por el fin.
Y el fin de Floriano es venir a lo que yo co-
raenjara por la obra, porque excusados son ro-
deos donde ay llano atajo.
Lyd. — Nunca verás atajo sin trabajo.
Ful. -Ni aun rodeo sin desseo; al fin, de dos
males, mejor es el yerro en el hazer que no el ye-
rro por esperar. En especial que, según la tro-
ba, los yerros por amores son dignos de per-
donar.
Lí/d. — Dexando pues esto, yo seguro que
deue de hauer algún aliuio, pues sobre hauer
precedido esso, te manda llamar de prisa. Ve,
pues, a ver qué te quiere.
Ful. — Voyme a armar; que él no me querrá
sino que le vaya por la dama allá sobre noche.
Li/d. — Lo que fuere allá lo sabrás; entra
dentro.
Ful. — Pues porque aya tiempo para me
apercebir, voy.
Flor. — O captiuo amante, cómo ahora del
todo has conoscido tu poco valor, pues tan des-
pedido vienes de tu señora, y tan sin confiar
remedio en lo que esperauas! O mi señora, o
mi bien, o, qué gracia mostrauas en la compos-
tura de tu honesto semblante! o, qué señorío en
la persona, o, qué grauedad y majestad en el
retraerme, o, qué compendio en las palabras y
qué elegante facundia en las razones! Ay de
mí, que el tú despedirme me lleva más para ti,
y el combidarme a la guarda de tu honestidad,
con tus dulces y amigables palabras, me pone
mayor desseo de te ser en esto enemigo. Por-
que o tú me tienes de acabar la tan penada
vida, o has de perdonar mis tan importunas
querellas; porque mientras más virtudes y gra-
cias veo en ti, más de la razón soy llenado, y
más la voluntad me combida quererte, y ado-
rarte, y seguirte como a objeto final de mis pre-
sentes desseos. Bien puedo morir en el campo
del amor, pero no dexaré, mi señora, de publi-
car me por dichoso tu captiuo, y a ti declarar
por injuriada en ser mi señora, y ansi, vida mia,
huelgo que me acabes de matar, porque gane
mi victoria el triunpho de mi pelea, y la gloria en
acabar la vida en seruicio de quien me le da.
Y ansi yo muriendo haré fin a mi penar, y tú,
mi señora, quedarás libre de mi captiuerio, que
en tu prisión dulce passo, pues ya no tendré en
qué te ser molesto. Pero qué digo? qué hablo?
de qué me querello? de quien tanto fauor me
ha mostrado en querer me hablar? Perdona me,
vida mia, que gozoso de tu vista se me ha des-
mandado la lengua a dezir lo que no le dieron
licencia, ni yo ingrato le vuiera de dexar pro-
nunciar.
Ful. — O, pesar de Mahoma con hombre tan
sin acuerdo, que haze de passear, y sin verme a
mí presente habla con la otra, por auentura
COMEDIA LLAMADA PLORINEA
227
bien sin memoria de el que está ausente. Ago-
ra deue hablar con ella lo que ayer llenaba pen-
sado y no osó en verso delante ella. Quiero
despertar le de su olnido, si no aquí me estaré
oy. A, señor, mira que lia rato estoy esperando
tu mandado.
Flor. — O Fulminato, y ay estañas? mira quál
deuo estar yo que aun no te auia visto; pero
qué quieres?
Ful. — Otra vez a doze; vengo a ver para qué
me llamaste.
/•7o/-. — Ya sé que te llamo para ver qué
sientes de mi mal y qué esperas de mi remedio.
Ful. — De lo primero, por sentir tanto, qui-
siera que me vuieras dexado libre, y ansi su-
piera responderte a tu remedio.
Flor. — Y qué licencia quieres?
J'\l. — Para dexarme hazer a mi modo, que
allá donde estaña ayer contigo te tomara la se-
ñora y te la pusiera a ancas del cauallo. Y con
poco que la ayudaras a tenor, ella fuera buena
de aplacar; y en guardar te el passo (')dexaras-
se a mí, pues estas son mis missas.
Flor. — Y tú no miras que en esso se offen-
dia la libertad de quien a mi me aprisiona?
Ful. — Anda, señor, no te captiues tanto,
que ella, como nmgor, hecha fue para el hombre.
/•7or. — En las otras ansi es, pero a mi seño-
ra crióla Dios solo para sí, y a mí solo para ella;
y como Dios, sapientissimo inclina cada cosa
para su fin, a la piedra en yr a lo baxo, y el
fuego a lo alto, y la tierra para ser pisada, y el
mar para habitación del pece, y el mundo para
seruicio del hombre, y al hombre para la bien-
aaenturan^a, y como para nn', por particular
priuilegio, como por tal fin en lo desta vida me
depntó Dios a mi señora por objecto, ansi la amo,
ansi la busco y ansi la quiero, como cada cosa
busca su conseruacion.
Ful. — Ni a mí me crió l)ios para tantas rhe-
toricas, ni a ti para menos que Dios; y ansi me
di luego lo que quieres que haga, porque tam-
bién me dio Dios por natural el poco hablar y
el mucho obrar; y si mandas concluyda la pro-
aan9a, sea luego la sentencia el mandarme que
te vaya j)or ella.
F/or.— Esse tan libre hablar no es para con-
tra tal poder como el de mi señora; pero dexan-
do de hablar como mi pena y la razón lo pide,
y hablando según tu supuesto requiere, te que-
rria me supiesses cómo queda mi señora con-
migo.
/■"«/. — Bien digo yo que este homi)re agora
habla lo que lleuaua pensado entonces. Dime, y
quién mejor que tú sabrá esso, pues que la ha-
blaste ayer?
(') AeI el original, mas parece que debiera decir y el
duardane el pasao.
Flor. — Sí que no luego se conoce vn cora90n
humano.
Ful.— Pues si mandas que en su retraymicn-
to lo sepa de ella, dame licencia.
Flor. — Fnes antes que sea más tarde la no-
che, ve y sabe qué tal vino, y todo lo que tú
más pudieres.
/•'«/. —Bien sé yo que ella quedó desconten-
ta, si no quedó dueña, si, con todo, otro no auia
ya madrugado antes; porque al fin damas: el
que antes llega y más da, la Ueua.
Flor. — Qué dizes? no vayas de mala gana.
Ful. — Bien me has conoscido y entendido;
antes dixe que me hazes merced en lo manda-
do, y seria cumplida la. merced en darme ya lu-
gar; porque por el sancto cerrojo de Burgos que
no escuso oy de darme a conoscer con los de su
casa, que me traen ya sobre ojo: e yo pica vien-
to por tener la oportunidad que agora para que
del todo me conozcan y aun ayunen.
/'7or.— Pues mira que esta cosa no ha de yr
por via de fuer9a.
Ful. — Pus para esso, el paje Polytes ha
de yr allá esta noche sobre concierto de la su
donzella. Pero al fin, acudiendo a lo que haze al
caso, voy [a] hallarte a Marcelia, que ya sabes
para quáiito es, y aunque ya ella no saldrá do
su casa por agora, pero luego por la mañana te
la hago venir dando de manos.
Flor. — Pues ansi lo pon por obra, y ve luego,
llama me a Polytes.
Ful. — Alia quedarás diablo, y qué pensado
tenia que auia de yr yo donde me mandaua. A
la fe, anise el pelo, que a mi sainó de honra y
persona y ganancia, y aun sin off'ensa de Dios,
seruirele porque me lo paga. Y en lo demás, él
con su locura e yo con mi prouecho y vida. Y
pues por el presente me libró Dios deste mole-
dor, será bien yr a dar vn ojeo a la cal nueua,
porque la presencia del hombre quita a la mu-
ger de muchas occasiones de deslealtad. Pues
dizen que al molino y a la muger, andar sobre
él. Y después desto, tractaré con Marcelia des-
tas cosas de Floriano, y si ella queriendo enten-
der en ello piensa sacar algún fructo, yo le daré
soga de libertad; pero de lo que sacare, a me-
dias, y aun mi parte la primera, que, si yo pue-
do, con las manos de aquella boua sacaré yo
agua con que me yo refresque. Que pues ya la
cosa se va vrdiendo, yo haré que por mal reca-
tado no rae alcance algún torbellino. Y en lo
de mas, pues me tengo buen arrimo en Marce-
lia, y aun no tan viejo que no me sustente este
año todo, para el otro, si vinos somos y acá es-
tamos. Dios proneera de algún fresco. Y en
tanto, pues ella me guarda lealtad (que tan poco
le cale menos) pues bien ha de madrugar quien
a mí engañe, porque dizen que no hurtes hoga-
9a a quien cueze y amasa , quiero llenarla a so-
228
ORÍGENES DE LA NOVELA
bre peyue, porque dizen que el que mucho ex-
prime saca la sangre. Y ansí yo tanto la podre
acossar, que me pierda el ten)or al castigo, y la
verguen(ja al offender me, y entonces perderse ya
rozin y manganas; porque quien todo lo quiere,
todo lo pierde. Quiero ver, pues, si i\'lisino que-
rrá encaminar para allá, porque ni lo quiero
aguardar para más noche, ni aun sé bien si Fe-
lisino perdió bien el enojo de estotro dia, que
aun no me mira catholicaniente; que paz que-
rría con todos, y más con las tauerneras. Y con
todos querria a mi saino mi ganancia, que tam-
bién Pinel aun anda algo de costana, porque
alli los vi estar hablando a solas los dos, y ten-
go por ruin señal que en vernic se traspusieron.
Voy los buscar para ver en que ley vinimos.
ARGUMENTO DE LA SCENA XX
Uelisca descubre á Justina sus bastan y mal, y entramas plati-
can (le dónde proceda el amor en el hombre. Justina descu-
bre a su señora el concierto que entre ella v Polytes auia,
de hablarse essa noche. Y conciertan de que le hable Belisea
al paje, porque sepa de Floriatio.
Belisea, Justina.
[i?e/.] — O douzella triste y la más sin ventu-
ra de las mugeres! Ay de mí, que no sé en qué
han de parar estas mis vascas: que si quiero
dar alguna razón de mi mal, no la conozco, ni
la alcan9o; si propongo dissimularlo, no es pos-
sible. Mi recogimiento, mi honestidad, mi lim-
pieza me hazen no saber cómo pueda, ni ose,
ni sepa hablar la lengua lo que el afligido cora-
ron le manda. Pues la razón acompañada de
mis antiguas virtudes me da sofrenadas para
que lo que la concupiscencia platica y i'epresen-
ta a mi memoria, mi limpia voluntad lo despi-
da, y mi castidad lo destierre, y mi honestidad
lo huya, pero ay de mí, que con la memoria
de aquel cauallero me siento muy acouardada y
perezosa y soñolienta a la virtud. Ya mis des-
seos dan lugar a. mi entendimiento para que se
esté cenando en su contemplación, mis ojos llo-
ran por verle, y todos mis sentidos exteriores
pierden su officio para no estoruar a las poten-
cias interiores que se harten, y cenen, y susten-
ten en aquella meditación que la voluntad toma
por final descanso. Y' esta meditación y esta
glnria no me prouiene sino de parte de aquel
cauallero: que mi voluntad ansi le ama, que
manda a mi memoria no partir de sí, aunque
mi h(/ncstidad algo resista; pero no como de
primero, porque ya se halla muy debilitada de
sus primeras ruernas. Pero grande es mi mal,
pues ansi me siento aft'ectionar a lo contrario a
mi honestidad y honra, y pues ya la razón en
mí predomina, quiero obedes er y seguir tras la
sensualidad, y ansi sanaré lo acessorio, que es
el cuerpo, con la muerte de lo essencial, que es
el alma. Determino me de uo lleuar tanto mal
a solas; pero descubrirme a Justina, para que
como cuerda me encubra, y como fiel y libre de
tal rauia me busque algún remedio, o a lo me-
nos aliuiarme en algo, pues el mal conmunica-
do con el amigo se disminuye, y el bien y ale-
gría cresce.
Just. — Grande es el mal de Belisea, pues ya
discae la guarda de su honestidad; y pues ella
(como he oydo) quiere comunicar me sus cosas,
quiero le salir al camino, porque, yo preguntan-
do a ella, tenga occasion de me lo dezir con me-
nos empacho. A, señora, qué hazes a solas? por
tu vida que te pongas a esta rexa deste jardín,
y oyras el armonía de las aues con el frescorci-
to de la noche. Y mira que andas muy descaída
y te haze daño toda soledad y tristeza, porque
dizen que el espíritu triste seca los huesos, y el
ánimo jocundo haze la edad florida.
Bel. — Ni yo puedo tener atención a la armo-
nía de las auezillas, por tener yo como absortos
y muy occupados los sentidos en la contempla-
ción del suaue sonido que hazen mis pensamien-
tos en la cosa que más me deleyta. Y también
no pienso que ay mal que mal me haga, pues
tengo vn mal que con le tener por gran bien, me
tracta de muertí*.
Just. — Veo te tan agena de ti, que no sé qué
te diga, mi señora.
Bel. — Ay, Justina, qué gran llaue de mi mal
tocaste, que es no estar yo en mí. Y pues te
tengo por secretaria de mis congoxas, las qua-
les dan exterior muestra y muy clara de no ser
yo la que gouíerno en mí mesma, excusado será
callar lo que querria saber dezir te.
Just. — Esso, pues, si mandas me aclara cómo
sea ansi que no te gouiernes tú a ti mesma, aun-
que bien sé que Dios es general causa y con-
curso de todo acto de vida; y ansí él es el que
en nosotros nos gouierna. Pero junto con esto
proueyó al hombre (sobre todo otro animal) de
vna razón discursiua, que al hombre gouiernel
como un ayo, guiandole a la conseruacion del I
natural ser y vida, y junto con esto para enca-
minalle en el camino de la inn)ortalidad de glo-j
ría. Y a este amor y para este gozo inclina DiosJ
al hombre como para el fin porque fue criado.
Y ansí la concupiscible voluntad o potencia re-
gulada por la razón inclina y guia y lleua al
hombre para Dios por vna manera de fuer9a de
amor.
Bel. — Pues bien sabes tú que vna de lae
obras de essa virtud que tú llamaste concupÍ8|
cible, que al hombre inclina a buscar descanso]
es el desseo. Y desseo no es otra cosa saluo vr
querer el hombre lo que no tiene. '
Just. — Oydo he que esta virtud concupiseí.
I
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
229
ble tiene obras en tres maneras, que son: desseo,
gozo y amor. Y el desseo, en quanto obra désta
virtud, encamina el bien con voluntad de delec-
tación.
Bel. — Tú me vendrás a lo que yo digo; por
manera, que el desseo ha de ser de delectación.
y de cosa que la persona que dessea no tenga. Y
porque yo querría lo vno, y lo otro me falta, de
aqui es que por buscar el tal bien con delecta-
ción o gozo, amo el nluidarme de mi, por acor-
darme de...
Just. — Dilo, dilo, mi señora, que yo también
soy muger.
Bel. — Ay, Justina, que ya bien veo que ha de
poder más en mí la necessidad que la honesti-
dad. Y pues son escusados contigo rodeos, sino
que sepas que ha querido mi ventura que desseo
ya oyr nombrar el nombre del que tú me tra-
yendo algunas vezesa la memoria, fuiste retray-
da de mí, como perseguidora de mi libertad, la
qual yo he perdido.
Just. — Cuyo nombre, mi señora? el de aquel
buen cauallero Floriano? Ay, Jesús, y cómo
desmayas ansi?
Bel. — Porque enflaquescen ya las virtuosas
fuerzas de mis castos y limpios desseos y firmes
propósitos, y leuantan su estandarte en mi ho-
menaje muy victoriosos mis enemigos raahjs
desseos con la memoria de ese cauallero. Al qnal
por vna violenta fuerza que me haze la virtud
concupiscible (deque me hablaste) soy forcible-
mente, queriéndolo yo, llenada y compellida a le
dessear y amar, y no sé cómo, ni de dónde, ni
en que', ni por qué, ni para qué.
Just. — A la fe, esse tal concupiscible apetito
no le baptizes ansi, que no se llama desseo, por-
que el desseo, en quanto es obra desta virtud,
si es guiada por la imperante razón, llámase
como tú le llamas desseo. El qual f)rdinariamen-
te se toma por cosa buena y de virtud. Pero
quando al tal apetito le faltan estas tales condi-
ciones, no se llama desseo, ni lo es.
Bel. — Pues yo nunca le supe en mí otro
nombre.
Just. — Pues mira, señora, que te auiso que
quiero que sepas, o ya que lo sabes (hal)lando
más claro), que al tal lo llames de oy más amor,
I o porque lurjor en ti le conozcas, y conoscien-
j dele le aciertes el nombre, porque trae en ti des-
I ordenación de la voluntad y va perdiendo el
I amor de la virtud, también tú en ti le quita el
j tal nombre, y llama le amores. Y perdona me que
voy poniendo la habla en singular en ti, que no
' lo digo sino para declarar mi intento, y no para
¡ injuriarte ni darte pena.
j Bel. — Anda, que ni me das pena, ni aun sien-
i to injuria; porque no sé por qué llamas a un acto
solo de amar nombre de muchos, que es amo-
res; que aunque me paresce que aciertas a lo
que yo siento, pero no me declaras lo que yo
entiendo.
Just. — Puesto que no lo podré mejor que tú
dezir como más sabia ni experimentada, pero
por hazer lo que me mandas diré lo que supie-
re, como más libre y dest^nbaracada de tal do-
lencia.
Bel. — Y qué dolencia es ésta?
Just. — Diz que el desorden que acarre;i la
declara ser vna euff^rniedad spiritual, propia-
nn-nte mal de la voluntiid, y esta pon9oña ciega
endere9a sus venenosos rayos contra los ojos
del alma, que son el entendimiento. Y ansi
diz que pintan sin vista el amor, porque vno
de sus effectos y daños que haze en el paciente
o herido es ceguedad de entendimiento.
Bel. — Mucho me huelgo en te oyr hablar tan
delicadamente; pero querría me declarasses más
qué cosa es esse amor.
r/ysí. — Señora, si lo dicho no basta, la ex-
perencia (según voy viendo) te sacará maestra
en lo de más. Porque ni para entender tu mal
he menester maestros, ni consiento que más te
hagas fuer9a a ti mesma en me desculirir tus
penas; porque sepas que estoy muy al cabo de
lo que es, y también presumo lo que ha de ser.
Y ansi te prometo buscar aliuio a tu mal y
alegría a tu tristeza, y después tomarás tú el
remedio que tu enfermedad pidiere y a ti pares-
eiere mejor.
Bel. — GrsíW consuelo es esse: pero cómo lo
cumplirás?
Just. — Embia, señora, a llamar la que tramó
la tela, que essa mesma la texerá.
Bel. — Por tu fe que, pues no soy ya la que
solia, y tú dizes que mi mal cegó el entendi-
miento, que uo me hables por figuras lo que
quisieres aue te entienda.
.Tust. — Digo que mandes por Mareelia, que
podra hazer mucho a tu caso. Ya bien me en-
tenderás, y entiendes que te entiendo.
Bel. — Ay, mezquina yo, que ni me deues de-
zir lástimas, ni querria me diesses pena sobre
pena. Y si quieres dar me la con que más me
aliuies, dame la muerte. O si quieras granjear
me la vida, trae me á Mareelia, y muy en secre-
to y muy en breue, porque no espero llegar a la
luz de mañana.
Just — Pues tanto te congoxas por lo que
luego no será possible hazer se. te quiero, pi>r
aliuio desta noche, descubriendo mis secretos,
fiarme de ti, aunque como señora mia me de-
urias castigar mis defectos. Y sabrás como
a gran importunidad de aquel paje de Floriano,
del qual como su muy allegado él se fia, le
mandé rae viniesse hablar esta noche por vna
destas rexas, y ha de ser de media noche arriba,
quando el sueño asegura las partas; entoiices
le podras hablar sin que te conozca, y saber dél
230
ORÍGENES DE LA NOVELA
lo que quisieres, pues ya viste que fue con su
señor a Prado.
Bel. — Xy, Justina, que si yo (como te he di-
clio) me gouernara a mí uiesma, ni tú en liazer
esso sabiéndolo yo me fueras sin castigo, ni aun
de ti jamas confiara cosa. Pero agora, ya que
yo quiera soltar la lengua en el retraerte, sa-
biendo que hazes mal, la voluntad me manda
que te dé licencia para no más del honesto ha-
blar, con que se haga lo que tú has dicho de mí
sin quiebra de mi grauedad y dislate de mi
honra.
Just. — Anda, señora, que Dios mediante no
se tractará cosa que mal lastre tenga, porque
ni yo lo iiaria, ni las rcxas darian lugar a que
las voluntades se comuniquen, por más de las
lenguas en el solo parlar. Y tú yendo dissimu-
lada sola le podras hablar, o si no, yendo con-
migo, dexa hacer a mí como allá verás...
Bel. —Pues que yo ya no puedo guiar me a
mí sin errar, quiero errar por tu parescer, y há-
gase como tú ordenares.
Jiust. — Pues tú dexa hazer a mí y éntrate a
entender en cenar, porque te recojas más antes,
y ansi darás lugar a que las mugeres anticipen
la hora del dormir, e yo tenga más desembara-
9ado lugar para lo que quiero, y tú más segu-
ra tu grauedad y honra.
Bel. — Pues que hemos de procurar cuitar
toda occasion de mal sospecha, quiero hazer lo
que me dizes. Di que enciendan velas y entien-
de en que se rae dé de cenar quando te pares-
ciere hora; y mira que dexo en tu prudencia mi
gouernacion.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXI
Oyendo Fulminato lo que Pinel conlaua a Felisino de lo que
.Marcelia passaua con el despensero, según se tracto arriba,
al fin perdiendo el enojo se van Fulminato y Felisino a casa
de Marcelia, donde passan algunos entremeses de risa.
Fulminato, Felisino, Marcelia, Liberia.
[Ful.] — O, descreo de los retajados, con tan-
tas trayciones como ay en el mundo, y que tal
ha de pa<sar como a Felisino ha contado Pinel?
Vida es ésta? que se me ha de echar aquella
bagassa con quantos despenseros ay, y aun
que les asse yo la cena? A ella yo le cruzaré la
cara, porque vina con su castigo, y al Pinel yo
le cortaré las piernas, porque sepa atar la len-
gua. Pero al fin el diablo me mete en pleytos
excusados; que ella no es mi muger, y como es
conmigo puta lo será con quien le agradare, en
especial que dene ser todo mentira; pues esto-
tro es moQaluilIo y arriscado, no quiero pleyto
cou él, mayormente que ni ellos me vieron quan-
do lo hablauan, ni él sabe que yo sé que él lo
ha dicho, para que en no se lo demandar me
tenga por couarde. AUi sale Felisino; quiero
dar le vn tiento, y como viere, ansi haré. Adon-
de bueno, hermano?
Fel^ — Sigue me y verlo has, como vieres la
ración que agora llena vn mo90 de despensa a
la cal nueua.
Ful. — No te aclares más, que Henar me has
para esso por vn cabello, aunque los tengo cor-
tos, y sigue, Pero agora que vamos fuera, me di
si me confessarás vna verdad?
Fel. — Si lo es y deuo dezirla, sí.
Ful.— Qxié te dezia Pinel de mi?
Fel. — Con que te aseguro que no se hablaua
de tu daño no me pidas más.
Ful. — Con esso me has quitado de le no
quitar las narizes o la vida. Pero porque a di-
cha passando qnando él te hablaua oy que me
nombró, me di lo que ay, pues la amicicia sabes
que la pintauan descubierto el corazón.
Fel. — No me pidas de vidas agenas, que ja-
mas supe ser chismero, en especial que no se
tractaua sino de quán bien te diga la ropa del
colorado, y que quÍ9a embiaras a Ceruantes
alguno por ella. Pero dexando esto, me di como
discantaua el amicicia, porque es cosa que a
muchos oyó asomar y a ninguno oy el cabo.
Ful. — Aunque en mí más has de pedir obras
de amigo que relación de la figura, pero diré lo
que he oydo a otros. Diz que la tenian los Pa-
tricios pintada en el senado Romano entre las
otras memorables antiguallas en forma de hom-
bre, y en edati de mancebo, con alegre rostro,
con presencia robusta, la cara exempta y sin
algún sobrecejo ni ruga, la cabe9a descubierta,
la ropa áspera y corta y no rica, los pechos
abiertos, y con la mano diestra enseñando el
cora9on descubierto, del que procedía vn letre-
ro matizado de fino oro que dezia: muerte y
vida; de la parte de los pies por baxo yua otro
del mesmo matiz, que dezia: cerca y lexos, y
por alli diz que conoscian qual era buen amigo
o no.
Fel. — Pues declara lo significado.
Ful. — Yate digo que me pidas a mí las obras,
y las significaciones pide a Lidorio, que lo oy
de su boca todo, y no se me acuerda ya.
Fel. — Pues con todo esso, ya estamos en la
calle. Pero cata, cata, quién será el que salió de
allá y tomó a passo largóla banda de arriba?
Ful. — Espera me, que cortando le las piernas
le haré que te espere y tú le preguntes lo que
quisieres.
Fel. — Qué determinado va el diablo! y al
cabo si algo ay, yo me aure de quedar solo,
aunque él no ha corrido como quien quiere pes-
car; quiero al fin detener le, pues veo que ama
la vida como yo. A, hermano, y ansi me has de
hazer correr por no te dexar solo?
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
281
Ful. — O, pesar délos Moabitas (') contigo, y
no me riesgues la ropa, que de ver tengo que
vellaquerias son éstas.
Fet. — Anda, está quedo; qne ni todas las co-
sas se han de apurar, ni todos los amigos de
pronar, ni todos los enemigos de descubrir.
Ful. — Sí, que no acometo yo con esperar aco-
rro de otro que Dios y mi espada.
Fel. — Bien lo veo; pero tampoco soy yo hom-
bre que te auia de dexar solo. Y otra vez ase-
gura te más si quieres prender, porque madre e
hija nos han sentido, y si algo han heclio, has
las preuenido para buscar suelda y trapos con
que encubrir la herida.
Ful. — Y qué escusa le quitará que yo no las
marque?
Fel. — Habla sin mote, que si marcares, sea tu
ganado.
Ful. — W\, hi. h¡.
Fel. -Ries te? ansi lo haz siempre, y enoja te
tarde, si no quieres tener siempre de qué te arre-
pentir.
Ful. — En cosa de honra no ay paciencia sino
escrita.
Fel. — Bien dizesquelos primeros raouimien-
tos no son en mano del hombre; pero hemonos
de ayrar sin peccar.
Ful. — Por ay me entras? con las ouejas me
aprisco.
Fel. — Pues donde no te deuen sustentación,
no entres con enojo, ni entres sin llamar a la
puerta de fuera, porque no te obligues a dar pe-
sar, o ver con que le recebir.
Ful. — Pues llamo. Ta, ta, ta.
Mar. — Mira, ve quién llama.
Lib. — Felisino y Fulminato son.
J/ar.— Pues el despensero fuese? o encon-
tráronle?
Lib. — No le alcan9Ó Fulminato que corrió
tras él, perqué le detuuo Felisino.
Mar.— Ye, abre la puerta, que el agudo a
los ojos los verá, y le haré que se le antoja, por-
que no sea tan sentible y se haga a la carga.
Porque éstos que lo blasonan todo, ansi los sé
yo domar que Ueuen el albarda, y aun suffran el
aguijón, y no gruñan; y dar les hemos de cenar,
pues nos viene de bóbilis bóbilis y en tanta abun-
dancia que lo hemos de laucar a mal, y aun esto
no es seguro, porque no gana la honra nada de
la muger pobre y sola quando tales viandas re-
bosa por las ventanas. Y tú mira que muestres
mejor cosplaz a Felisino, pues huelga de te ha-
blar, pues comienza ya a bullir la ganancia.
Lib. — Voy, madre, aunque de mala gana,
que más quisiera que tractaramosde acostarnos;
pero asnadas que no lo haya con sorda ni pere-
zosa mi madre, que pues ella con Fulminato y
(') En el original, por errata, Maohitaa.
con vn hato, que yo ansi con Felisino, porque
bien aya (di/.eii) quien a los suyos semeja.
Ful.— O, descreo de Jason y aun de Medea
con tal tardan9a; aun aun si ay algún va.siade-
ro de puerta falsa? pero ya baxan. Quiero ablan-
dar con Marcelia, porque de las ganancias ine
acuda con tercio y quinto.
Fel. — O, alabado Dios, qne no nos amanes-
cera ya en la calle; pero con tal encuentro, fá-
cilmente se perderá la quexa.
Lib. — Mas no, sino venid muy mendo5as,
tarde y gruñendo; aun agradesced que se os
abre puerta.
Ful. — Y por qué, hermana? esse galán llene
la pena que tiene la culpa.
ZíV/. — Y aun porque paguen justos por pec-
cadores, a todos hiziera yguales.
Ful. — Yo arriba me acojo, que vosotros a la
lucha aureys de venir, y aun bien sé yo quién
caerá debiixo, y aun quién quedará vencido.
Lib. — Nunca desborona sino malicias.
Fel. — Pues que nos dexó perdona le. Pero
dime si me has perdonado el enojo destotro dia?
Lib. — Mas te turan a ti essas mañas que a
mí el enojo; pero está quedo, y desame, que
está sola mi madre.
Fel. — Anda, mi señora, que allá va quien la
despierte si dormia.
Ful. — Buenas noches, señora Marcelia. Mas
pesar de quantas piedras y junturas y aun ro-
turas ay en la casa del Turco, y es cosa de pas-
sar que e.>tés en acuerdos, é yoquebrando la puer-
ta? aun aun si mis sospechas han de salirciertas!
Mar. — Y de qué? que vienes muy reñidor.
Ful. — De que si no pisas llano, para estas
que en la cara teniro...
3Iar. — Aj, el diablo llene este rufián; quie-
ro le halagar, no se me atrcua. A la fe, sí; bien
piensas que no te entien lo, que vienes corrido
por el que se te fue por pies? pero quién era?
Ful. — Esso me di tú.
Mar, — Y qué sé yo, mi amor, que por tu vida
no sé más de quanto aquella muchacha te co-
noscio en el correr y habla. Pero ay, que no ha
subido Liberia. A, hija, qué hazes alia?
Ful. — Quedaua reñiendo con Felisino.
Mar.— O, maldita sea tal boua, que nunca
acaba, por vn aguja que le perdió.
Ful. — Mas no le dé el otro la suya y se rom-
pa la tela!
^íar. — Qué dizes, mis ojcs? que me huelgo
en ver te sin enojos alegre ya.
Ful. — ^o te espantes, pues por allá los coge
hombre.
Mar. — Pues no los descargues donde no te
lo deuen: pero espera, veré cómo no suben.
Ful. — Anda, no seas sospechosa, que pies
tienen y todos son seguros.
Mar. — 8í, pero ha de dar cuenta la persona
282
ORÍGENES DE LA NOVELA
de ei, y desaine. Dónde vas, a la cámara? que
lio ny allá candela.
Ful. — Piu'S ansi es menester para nuestra
cuenta.
Lib. — Ay, Felisino, cómo no me deuiera yo
fiar ya de ti.
Fel. — Perdona, pues tu hermosura y mi pena
me dan oecasion de enojarte.
Lib. —Bien sabes que la muger (mayormente
donzella) que haze quiebra en la honra, que
amortigua su fama y menoscaba su honestidad,
e pues tú te sirues de mi honestidad para tu
apetito, has de no lastimar mi honra.
Fel. — Anda, señora, que ni soy tal que todos
pierdan conmigo honra, ni a ti te tendré en me-
nos porque liberalmente me hagas semejantes
mercedes. En especial que donde fuerga ay, de-
recho se pierde.
Lib. — Huelgo yo de te seruir, y porque tengo
madre y renzillosa. agora no oso subir, llenando
mi delicto delante los ojos.
Fel. — Asnadas que no ayan estado ellos ocio-
sos, y si algo fuere, yo responderé.
Lib.— M.&S dexa me subir delante, y tú de
aqiii a vn poco subirás, ya que veas que yo
aure puesto la mesa, porque piense mi madre
que entonces llegastes.
Fel. — Pues anda, que en tanto haré yo vn
poco que por acá me cumple.
Lib. — Cata, cata, y ascondido se han, y de-
xaron acá la candela! Buena se anda mi madre,
vno ydo y otro en casa ; yo pues, como boua,
con vno y tarde me congoxo ayna. A la fe creo
que de oy m As auremos de jugar al descubierto.
Quiero, pues, allegar en torno del fuego esta
vianda en tanto que concluyan.
Jlar. — Ea pues, dexa me salir, que anda Li-
beria fuera y no nos haya sentido.
Ful. — Donosos scrupulos te matan a cabo de
rato; pero vamos donde mandares. A, herniana
Liberia, y Felisino?
Lib. — 'E yo qué cargo tengo del? pues que
si no quiso subir, suya la culpa.
Ful. — Por Dios que aun sospecho que el
asno nunca ha osado llegara ella, como la deue
hallar coxquiUa como potranca nueua.
.Mar. — Qué diz>;.s. Fulminato?
Ful. — Acá lo ha Marta con sus pollos. Digo
que está bueno este guisado, y que seria bien
ablandar a Floriano, porque se le desgaje con
que siempre medremos. En especial que agora
vengo de su parte a llamar te, que luego por la
mañana le vayas a ver, y asnadas que siempre
se nos pegue de tu yda alguna ganancia.
Mar. — Pues confia en essa estaca, y verás
adonde paras.
Fel. — Buenas noches, y haga bnena pro, que
a buen tiempo vengo, si la señora Liberia no
está tan braua como endenantes; que de miedo
de su enojo he dado dos bueltas a la rúa, hasta
que desflemasse la cholera.
Mar. — No hagas cuenta de sus renzillas,
que de boua aun no sabe mostrar amor a quien
le tiene. Siéntate, que está el pastel grande y
marauilloso, y esta cena a ti se agradesce, aun-
que Fulminato entra en ella primero. Y tú, hija,
anda en vn salto, cierra la puerta, que la dexaria
Felisino de par en par, y luego vente a sentar, y
cenaremos de nuestro plazer todos juntos, loan-
do a Dios que nos lo dio.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXII
Polytes \a a hablar a Justina, y Pinel que le acompaña. Bclisea
sin darse a conoscer le habla. Justina y Polytes passan gran-
des pliticas. Lucendo, padre de Belisea. oye ruydo. y leuan-
ta se a ver a Belisea.
Polytes, Pinel, Justina, Belisea,
Ldcendo.
[Po/.] — O immenso Dios, y si en más no
tengo ver me escabullido de Floriano que hauer
hecho vna gran hazaña! y quán en su seso y
quán importuno estaña en el querer se yr con-
migo! Descreo de tanto parlero como ay en
esta casa, que apenas he dicho que auia yo de
yr esta noche, e ya lo sabia Floriano. Paresce
que ansi como ay hombres que tienen cuenta
con la virtud para el obrar, ansi ay otros que
tienen cuenta con lo que oyen para medrar. E
ansi como el virtuoso meresce lo que gana por
sí mesmo, ansi el chismoso, visto que no es
para ganar con sí o por sí, acuerda de ganar
con contar lo que otros hazen, para esperar lo
que el señor le dé. Y al fin, como el señor no
le contenta el mal que haze su criado, tampo?o
toma buen crédito del traydor que le vende los
criados. Y ansi con negar lo que a Floriano
anian dicho de verdad, él me creyendo, a ellos
quedé por mentirosos y a mí por libre. Y es
castigo justo que a los mentirosos que les cuen-
tan mil mentiras, quando después les contaren
verdad, no tengan más crédito que la Cassan-
dra con sus naturales Troyanos. E yo aunque
mentiendo condené delante de Floriano la ver-
dad de los otros, suya la culpa, porque ni to-
das las verdades se han de dezir en todo tiem-
po, ni a los amos y señores ha de dar hombre
cuenta de todas sus cosas. Porque él sabiendo
vuestros secretos de vuestra boca, sabe que ansi
sabrán los otros los suyos también de la vues-
tra, y ganays que ni se fie de vos y que os tray-
ga muy sobre ojo. Pero buelto a mi negocio,
él me mandó agora que fuesse y Ueuasse algu-
nos criados de casa en mi guarda, de manera
que yo yendo en su nombre, hago mi facto. Y
lleuii compañía la que me paresciere, sin me
ue 1 M
íM
COMEDIA LLAMADA FLORINKA
233
obligar con ellos a otro tanto, pues al fin cum-
pliendo el mandado de quien los mantiene, ha-
zen lo que yo les pido y a mí cumple. Y pues
yo ya tengo las armas que me cumplen y el
caso pide, aunque vale más yr solo que mal
acompañado, pero quiero licuar algún mogo,
porque al fin el solo da occasion a que más se
le utreuan. Bien está, he alli a Pinel, que ei
determinado a todo. A, hermano, es después de
cena?
Pin. — A tu mandado y a mi proueoho. Por
esso mira si ay en qué conozcas lo que haré
por ti.
Pol —Yo te agradezco tu liberal offerta. Y
sepas que me enviu Floriano a vn mandado, y
mandó me que no vaya solo.
Pin. — Pues no quiero que busques otro, y
espera, en vn salto subo a la cámara por algo
que Ueue con la espada.
Pol. — Y cómo, ya vienes? bien paresce que
tengas obra con la palabra.
Pin. — Alómenos tendré voluntad buena; y
sin más aguardar, guia.
Pol. — Mucho me obligas, hermano.
Pin. — Esto que es acompañarte deuolo al
mandado de quien a ti te manda yr. En lo de-
mas, hasta que veas en la necessidad (si la vuie-
re) mis obras, no me las antepagues con gra-
cias. Porque menos se amaña hombre a hazer
[KT lo ya pago que por lo que espera ser pago;
y ansi dizen que dineros pagados, I ra9os que-
brados.
Pol.- En todo hablas bien, y fio que obra-
rás mejor. Y a la mano de Dios vamos de aqui,
porque yendo sin testigos no tendremos juezes
de nuestra yda, ni .sentenciadores de nuestra
tardanca.
Pin. — Tú guia o dime por dónde, que hasta
caer no torceré, y después de verme caydo, ha-
rás como te parescitre en defender mi cuerpo,
que muy al mando de tu voluntad llenas en mi.
Pol. — Aunque confio en Dios de nuestra se-
guridad, pero porque a tu voluntad buena deue
mi lengua no tener callado cosa, como porque
también preuendras en lo que deuamos hazer,
sabiendo donde ymos, y porque no seria buena
amistad communicar al amigo los trabajos, y
no le dar parte en los plazeres aquella que se
suffre, y los que no pueden ser commnnicados,
darle cuenta de ellos, lo qual haré yo agora.
Pin. — Mas antes, con hazer me p'azer, cum-
ple que preuenga el entendimiento para guiar
los passos de los pies, y preuenir los peligros
del cuerpo, porque hombre apercebido medio
combatido.
Pol. — Es pues el paradero de nuestra jorna-
da en casa de Lucendo.
Pin. — Ya, ya, no busques más testigos en
contar lo que sea, pues sabiendo dónde vamos,
adeuino el a qué. Y tú allá puedes hazer quan-
to te pe-niitieren, que yo te aguardaré quanto
tardares.
Pol. — Ansi lo tengo yo de ti creydo. Pero
pues estamos acá, qué medio tendré en la en-
trada?
Pin. — En esso úie perdona, que no sé essos
passos. Pero, si miraste, luz ascondieron en
aquella ventana que cae hazia la esquina de la
huerta, y qni^a que hazen alli llamamiento de
sangre. Por esso, si vienes llamado, será bien
que hagas como sepan que eres venido, porque
no se pierda tiempo.
Pul. — Bien dizes; pero cata que aun el relox
no ha dado las doze.
Pin. — Pues qué, es menester el relox para
la entrada? lo que me pares5e es que mires
dónde y quándo te mandaron venir, porque en
estas cosas pierde se mucho en vn punto.
Pol. — Pu s ansi, te digo que por esta huer-
ta a las doze me mandaron venir.
Pin. — Pues entrar dentro? la puerta no te
dará lugar, excepto si no eres cuerpo glorioso,
o te ayuílasse el demonio. E ansi digo que te
subas sobre esta pared, y de aquella ventana
donde vi la lumbre os podreys hablar, que vie-
ne a dar con el canto del muro de la huerta, o
si vuiere para qué darás alli orden en descen-
dir abaxo, aunque esto, sea muy sobre seguro.
Pol. — Tu consejo quiero tomar; pero las ar-
mas me ayudan mal a trepar la pared, e yo
quedé algo baxo para alcancar arriba.
Pin. — Anda, que quando hombre auentura
la vida por acompañarte, poco se auentura en
que me enlodes la ropa con los pies, en que te
aproueches deste mi hombro para escalera. Y
despacha presto, que otra vez vi lumbre de
passo, y quiga te hazen despertadores para que
acuestes hazia alli.
Pol. — Pues perdona, y alto, a la mano de
Dios.
Just. — A, señora, toda la gente duerme; por
esso mira si te determinas (') a yrle a hablar
por aquella rexa de la esquina que cae más so-
bre el muro del jardin Y luego, que da el relox
las doze.
Bel. — Miraste si duermen todos?
Just. — Ve segura de esso.
Bel. — Pues sin chapines y en vasquiña me
voy.
./»sí. — Echa te essa saboyana de grana, si-
quiera por el sereno.
Bel. — No podré suffrir la, que se me hará
pesada.
Just. — Pues agora has de andar al prouecho
y no al contento: porque ropa de seda, que es
liuiana, haze mucho ruydo para en tales casos.
0) En el original, por errata, determimas.
234
ORÍGENES DE LA NOVELA
Bel. — Avisadamente hablas; pero paresce me
que ay ruydo en el jardin.
Just. — Mala eras para yr a hurtar; espera,
abriré los lien90s y veré qué ay.
Poí.— Dame, hermano, la espada y rodela
mia, y perdóname por un rato, que bullicio ovo
a esta ventana de sobre estt; muro.
Pin. — Toma; desque concluyas, dame vn
siluo, que por al rededor destas paredes andaré.
Y no dilates tanto la plática que te halle ay el
dia, y por ser visto pierdas lo mucho por no
perder lo poco.
Pol. — En todo te entiendo, y lo haré como
verás.
Just. — Hala (}), quién anda sobre las pare-
des? entrays a hurtar fruta?
Pol. — Donde vuestra lindeza estuuiere, mi
señora, ni ay otra cosa que buscar, ni quien
con tal guarda se atreua a hurtar,
Just. — Ay. señora, llega, llega, que él es, si
quieres hablar le a solas.
Bel. — Ay, que querria y ni oso, ni tampoco
tengo qué le hablar, mas de que holgaría saber
si está bueno su amo; pero para qué?
Just. — Anda, señora, que obrapiaes embiar
a visitar los enfermes y saber de ellos. Pero
llega, no le detengamos como espantajo sobre
la pared. Y mira que no dilates la plática de
manera que seas vista, que yo me pongo por
guarda de aquella puerta de la quadra, y tú
llega sin temor.
Pol. — A, señora mía, no rae quereys hablar?
Bel. — O, mezquina y cómo soy for9ada á ha-
zer lo que no puede dexar de parescerme a mi
mesma mal! Pero quiero condescender a esta
mi passion en esto, para ver si contenta dará
lugar a que en lo de mas me gouierne la razón.
Quiero, pues que torna a llamar, hablarle, que
él no me conoscerá.
Poí. — Por Dios que temo que soy burlado;
pero qué digo? que de mano de mi señora vine,
y por ella no puede salir me mal successo. A,
señora mia?
Bel. — Quién soys, que ansi llamays, y a tal
hora, y en tal instancia?
Pol. — Es el obediente de vuestro mandado.
.Be/. — Pues dezidme vuestro nombre.
Pol. — Para qué de nueuo preguutays a este
vuestro Polytes por su nombre, pues acordán-
dose de vos se oluida de sí?
Bel. — Y quién pensays que yo soy, que ansi
os llamays tan mió?
Pol. — Vos soys mi señora y la que puede
mandarme auenturar la vida. Soys la que des-
pués de Dios me puede quitar el viuir y tor-
nar me le. Soys la que tiene las llaues de mi
querer, y en cuya mano está mi coraron, y en
(*) Así en el original. ¿Bola?
cuya libertad mi subjecion, y en cuya hermo-
sura mi memoria, y en cuya misericordia mi
libertad; soys a mis ojos la flor del mundo, y
en quien la hermosura está más encumbra-
da; pues vos, mi señora Justina, soys espe-
jo donde todas las damas conoscen ser falto-
sas, y cualquier amante halla mil causas de se
os rendir por captiuo de vuestra hermosura.
Bel. — Sin duda que essa dama que ansi loays
os deue mucho, y a ella todas las mugeres de-
uen loor, por ser ella muger entre ellas, y que
ansi pone en ella el estado mugeril gran coro-
na de gloria. Y dado que yo y las demás os da-
ñamos poco seruicio, pues a sola essa que vos
amays days la gloria, y a las demás los defec-
tos; pero porque os conozco que estaysbien em-
pleado, y por ser cuyo os publicays, holgaré
bazer os todo complazimiento.
Pol. — O, cómo la affection no da lugar al
entendimiento todas vezes a hacer su opera-
ción! y ansi yo agora he hablado sin saber con
quién, aunque la fe que tengo en la palabra de
mi señora no me da lugar a sospechar que me
pueda succeder auiessamente, y porque ésta con
quien hablo me paresce Belisea, quiero saber con
quién lo he. A, señora, si mal he hablado, os
suplico por el perdón, con dezirme quiéu soys.
Bel. — Ni a vos haze mucho al caso mi per-
don, ni el saber mi nombre, pues no me conos-
cereys; baste que me conozcays por muy serui-
dora de la que tanto y con razón vos loays. Y
porque sé yo lo que ella vale, tengo por cierto
que en ser vos tan suyo aura ella esccgido con-
forme a su valor. Y ansi os quiero hazer tal
seruicio, que os quiero anisar que no penseys
que os ha burlado quien os mandó venir, pero
por estar ella aun occupada, que Belisea la ama
tanto que no la parte de sí, me embió a mí a
que os auisasse no tomeys pena con su tardan-
9a, porque ella será luego que se desembarace
de con Belisea mi señora, que anda algo mala.
Y pues yo hize mi mensaje, porque conmigo
no gasteys tan mal empleado tiempo, me dad
licencia, yreme.
Pol. — Señora, fuera del merescimiento que
vuestra persona en el hablar representa, por ve-
nir en cuyo nombre venis me tendreys a vues-
tro seruicio, y tengo por muy buena occupacion
la mia en semejante gastar de tiempo; pero su-
plico os me digays: qué mal es el de la señora
Belisea?
Bel. — No ay quien entienda su mal.
Pol. — Pésame de ello; peropluguiesse a Dios
que fuesse del mal de Floriano, por su mal
apiadarse de los pacientes.
Bel. — Por vuestra fe que me digays qué mal
tiene vuestro señor, para ver qué mal es el de
mi señora.
Pol. — El está enfermo porque ella está tan
COMEDIA LLAMADA FLORINE A
235
sana, y él está sujecto y captiuo por ser ella tan
libre.
Bel. — No penseys que tengo tal entendi-
miento que os entienda si más no me hablays
claro.
Pol. — Por Dios que toda via digo que es
Belisea!
Bel. — Pues no quereys dezirlo?
Po/.— Señora, no sé si al)rá más orejas de las
vuestras, pues las paredes suelen oyr a ratos.
Bel. — Ved vos si de allá ay seguridad, que
acá todo está saneado esse temor; por esso me
dezid del mal de esse cauallero, que acá todas
pesaría del, aunque los hombres sabeys dezir
que moris y moris, y deste mal que os quexais
los menos entierran; ansi que, mientras viene
la que esperays, pues no tenemos en qué, occu-
pemos el tiempo yo en oyros y vos, galán, en
dezirme esto,
Pol. — Bien creo yo, señora, que deueys de
ser tan cruda como las otras; pero por no tachar
lo que no sé loar, por no os conoscer, digo: que
en Floriano, con tener tantas gracias repartidas
de Dios y tanta prosperidad de bienes natura-
les y adquisitos, pero veo que todo le es nada en
comparación del daño que le haze acá essa se-
ñora Belisea; porque ni le oyen hablar sino de
ella, y todo es loarla, y todo es morir por ella.
Tanto que si yo a ella no viera ser tan hermo-
sa, a él tuuiera por sandio en pasar tal, como a
ella tengo por cruel en dexar perder ansi la flor
de la cauaUeria, aunque no ay quien sepa bien
su mal, porque él se tiene por tan ganancioso
en padescer, que si no es a quien tiene muy
gran necessidad, no dirá qué siente, pero a to-
dos loará lo que ama, y ansi no sé, señora, qué
os dezir de Floriano y Belisea, sino que él es
su mártir de ella, y ella la más libre y cruel
para él, que a no ser mal nombre para tal dama,
dixera que era verdugo de amor.
Jíel. — Pues aun si bien supiessedes qué entera
y libre muger es! Pero por qué la culpays? pues
qui(?a o ella no sabe su mal, ni deue de caer en
obligación a le socorrer. Pues que passe nadie
por mí lo que yo no le mando, ni soy occasion,
qué culpa le tendré? mayormente que esse caua-
llero fingirá esse mal por mi señora: porque ta-
les son las condiciones de los que saben estimar
la honra de vna muger, y tal muger como Be-
lisea.
Pol. — Por Dios que me desatina esta muger,
y que no creo que es la que yo sospechaua; pero
quiero dar razón de mí, sea quien fuere. No
penseys, señora, que pongo culpa yo a essa se-
ñora porque sea buena y honesta y de tanto
mérito en todo lo que de ella se dize; pero por-
que, guardado todo esto, pudiera ella a su saino,
sin se mostrar tan sacudida, atraer con su her-
mosura, y con su cordura ser siempre señora de
sí, y como honesta guardarse donde no la anian
de forjar, que ya no se vsa como solia, dado que
se dessee más que nunca. Y también vsanpa de
corte es seruir los caualleros a las damas, y todo
es honesto y todo es bueno. Y siempre vi que
las zahareñas más ayna caen si las siguen, y si
caen, con más deshonra suya; porque ellas se
auian vendido por muy fuertes.
fiel. — A esso no sé qué os responder, pues
cada qual mirará por si, y Dios por todos. Pero
dezidme, quánto ha que está tan malo esse
señor?
Pol. — Cada dia anda tal que no sé peoría en
su mal, pues siempre está del peor; pero de ayer
acá, que pensamos (con auer porqué) que le
fuera mejor, no sé si podra escapar según anda
el pobre, que es lástima, que tengo para mí que
si ella lo viessc, aunque fuesse vna leona, ablan-
darla, pues sus lagrimas pienso que ablandarían
las piedras, quanto más los corapones. Y todo
lo que dize a solas es razonar con ella y ansi está
por ella, que presto pienso que rogará ella por
su alma, pues tan desapiadada le ha sido del co-
raQon
Bel. — Perdonadme, galán, que oyó no sé qué
acá dentro; quiero ver si viene la que esperays,
Pol. — Pues, señora, per merced que en su
venida presto me seays fauorable. Ida es, y por
Dios que aun me estoy en mis treze en sospe-
char ser Belisea.
Pin. — O, hi de puta el diablo, y quien no tu-
uiera buenos pies! el diablo traxo a cabo de rato
al aguazil por aquí, y tan acompañado; algo
deue de barruntar o auer olido. Pero quiero saber
qué fue de Polytes, que si alli le topó, sera bien
menester que se anise Floriano luego; paresccme
que aun está allí; bien fue; torno me a mi passeo.
Bel. — O sin ventura de mí, o, qué gran mal
es el mió! A, Justina, duermes?
Just. — Sí dormia; pero qué mandas?
7>e/. — Que vayas y le despidas presto, y en
ningún caso le digas que era yo, y mira que te
aguardo; luego ven tras mí, que me hallo mala.
Just. — Yo voy, que asnadas que te hizo mal
el sereno. Hola, quien estay (si'c) a tal hora?
Pol. — Soy tu captiuo; y agora bien conozco
que tú eres de verdad quien yo amo.
Just. — Perdóname, que no pude antes auer
venido; pero ha mucho que veniste? y quién
traes en tu guarda?
Pol. — Poco a sido mi aguardar, pues meres-
ci ver os, y en guarda de mi coraron traygo a ti,
que sabrás quál está,
Just. — O mi buen querido, y cómo con justa
causa pongo yo la honra en condición por verte
y hablarte, aunque no te quisiera gozar a tanto
trabajo tuyo y tanto apartamiento mió, en es-
pecial con tan poco tiempo como al presente la
necessidad me concede.
236
ORÍGENES DE LA NOVELA
Pol. — Pues qué cosa liaurá que, vos no quo-
riendo, os compelía a yr os?
Just. — Es que va de aqui muy mala mi señora.
Pol. — Luego con ella he departido hasta
agora? que n\e dixo que venia en tu nombre.
Just. — Ay, que no quise dezir sino que vine
de coa ella agora, y la dexo mala, y me espe-
ra ya.
Pol. — Anda, señora, dexala padezca, en es-
pecial si padesce el mal que yo por ti y Floria-
no por ella. Pero dime si era la que va de aqui?
que cierto en todo me páreselo ella.
Just. — Escusado es negarte lo que tú conos-
ciste.
Pol. — Y qué me quería?
Just. — Esso me di tú a mí.
Pol. — No hizo sino preguntarme vna vez y
otra por Floriano, y al cabo que le dixe que es-
taua muy malo, ansi me dexó tan en seco, que
pensé que ella yua también mala, y ansi la
dexé yr.
Just. — Agora confirmaste mi sospecha. Y tú
sepas de cierto que Belisea está muy rendida al
amor de Floriano. Y ansi ella no me dexó a mí
hablar te, por te preguntar por el que ella ama.
Y porque agora oyó arriba bullicio te ve presto,
con perdonar me, y espera de mí aniso que te
mandaré para quando nos veamos más a nues-
tro saluo, y ve con Dios, que oyó hablar a Lu-
cendo mi señor.
Pol. — Los angeles queden en tu guarda.
Pin. — Qué hazes, hermano, baxas te?
Pol. — Anda, vamos a la mano de Dios, y di
me qué ruydo fué vno que oy endenantes?
Pin. — Pues que tú tuuiste ventura de que ni
a ti viesse el aguazil ni a mi cogiesse, encami-
nemos para casa antes que torne, y allá com-
municaremos los idiomas.
Lite. — Qué hazes, hija? Cómo tan tarde estás
por acostar? asnadas que deuias de andar en tus
acostumbradas deuociones; mira que te haze
mal desudarte. Y también, como otras vezes te
he dicho, más quiere Dios el obedescer que el
sacrificar. Y pues sabes que es mi voluntad que
te temples más el rigor en estas cosas, porque
sin la prudencia, aun las virtudes se tornan en
vicios.
.Tust.—O, mezquina yo, y si no está mi señor
Lucendo con la hija! quiero oyr si tractan de
casamiento, para ver qué esperanza tendré en
mis cosas.
Bel. — Ay, señor, y cómo, mal peccado, no soy
tan denota que no sea más menester espuela que
freno para mí en esse caso; y si no estoy dur-
miendo, es más falta de salud que sobra de de-
uoiion.
Luc. — Pues ansi yo vea gozo de ti, que no
me calles cosa tuya, porque como tengo crédito
je tu cordura, fióme de tu poca experiencia, en
que pienso que me granjearás toda buena vejez,
con tu descanso y contentamiento y salud.
Bel. — Bien veo, mi señor, que como tantos
regalos no se den ni se deuan a todos hijos,
que ansi tú obras conmigo como padre, y amo-
roso padre, y regalador padre, en más de lo
que yo te merezco, sino es en ser tu hijn. Y co-
mo esto se me represente, ansi temo el darte al-
gún enojo, que toda mi vida me querria ver en
tu mamparo.
Luc. — Esso, hija, será como Dios fuere ser-
nido. Pero, por tu vida, que ansi me siento ata-
do del amor con que te amo, que por gozar de
tu vista como bien querida me descuydo en lo
que deuo como padre, al buscar la permanencia
de tu estado. Y bien sé que lo yerro, porque tu
estado y mi edad ya piden que yo te diesse tal
marido que fuesse contigo hijo para mi vejez, y
señor para mi casa, y gouernador para mi esta-
do, y sustentador de la nobleza de nuestros pro-
genitores, y augmento de gozo para mis canos
dias. Pero a esto me estoruan dos cosas: lo vno,
el temor que al partir te de mí me pone el amor
que tengo a tu virtud, y lo segundo, que como
las cosas de casamiento, fuera de ser guiadas
por Dios, consisten en vn delicado punto, temo
intentar aquello que asido es malo de soltar, y
mal vnnido peor de suffrir; por manera que des-
seo no te quitar de mí, y deuo y querria verte
puesta en tal descanso, que diesse descansado
fin a mis tan canos dias. Y aunque no es dado
a las hijas el hablar en esto, como te tengo por
tan cuerda, que sin affection ni pasión hallaié
tu buen parescer, y porque antes de decir te
quál sea en esto mi parescer quiero oyr el tuyo
y tu voluntad, y agora es muy tarde para esto,
tú te acuesta y piensa sobre ello y declara rae tu
querer, para que de tu voluntad y mi desseo se
haga vn acertado consejo, y del consejo yo trac-
te del hecho. Y porque agora te veo con rostro
de honesta turbación de la plática, ni quiero tu
sí tan sin pensarlo, ni desudarte más, sino por
mi vida que luego te desnudes y duermas con
reposo; y hasta que yo te hable más en esto te
descuyda y re[)osa, y queda te con mi bendición
y la de Dios.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXIII
Ydo Lucendo de la cámara de su hija, entra Justina, y entre
Belisea y ella hablan sobre lo que Lucendo tracto con la hija.
Jdstina, Belisea.
\_.Tust.'] — O, quán gran cosa es el amor del
padre! o, cómo me paresce que ni las cosas van
del talle que él piensa encaminallas con la hija,
ni aun pienso que ha de faltar algún grande
mal, si Dios no lo remedia! Porque Belisea ya
COMEDIA LLAMADA FLORÍNEA
237
declina en el amor de P^loriano, y él, que no aflo-
xa en el sc'guirla, y Marcclia, que tercia, e yo,
que fauorezco; de manera que somos muchos
contra vu herido y descuydado de nuestras tra-
mas, tan a su costa. Y aunque hasta agora ella
se ha mamparado con la honra y honestidad,
por mi salud que si el amor leuauta estandarte
contra ella, y comien9a de tirarle al corafon
sus doradas Hechas, que todo se le rinda: por-
que no ay poder, sin el del muy alto, que oy en
la tierra a tal potencia resista. Entrar quiero
como que no sé nada de lo que ha passado,
para que si ella me lo contare todo, veré que se
acredita de mí, y si algo me callare, también
veré yo qué es lo que tengo de dezille, o hazer
por ella, que ha de ser a mi saluo, y siempre
guardando algo para mi.
Bel. — A, Justina, acaba ya de entrar, que te
has tardado mucho, y no se si mi padre te vio
allá.
./msí. — Pense, señora, que aun dormías, y
ansi no entraña, ni pienses que me vio mi se-
ñor allá, porque en le sintiendo me puse en
cobro, y todo se ha hecho bien, a Dios gracias.
Bel. — Llégate acá, y siéntate sobre esta
cama: que me siento cou tantas penas y tan
rodeada de congoxas, que no querría que me
dexasses sola vn momento. Pero dime, oyste
la plática de mi padre?
Just. — Y con quién?
i?e/. — Conmigo; que vino desnudo con sola
vna ropa,con dezir que oyó no sé qué ruydo en
su cámara, y vino a verme con pensar no sé qué.
Just. — Ay, señora, y cuéntame esso, y riñó
te a dicha?
Bel — Ay, Justina, y cómo creo que para el
descanso de su vejez, y para mi mayor guarda
y honestidad, a él y aun a mí fuera bueno ha-
uer me él retraydo mis desasosiegos, antes que
aprouar mis obras.
Just. — Anda, que bien sabe él lo que tiene
en ti; pero dime, qué fue?
Bel. — Bien querría contártelo punto por
punto; pero dixo me tantas cosas, que no te
sabré más de en substancia dezirte: que tiene
tanta confianza de mi bondad, sin poner freno
como zeloso padre a mis desenfrenados hechos.
Y como veo yo que en esto él no acierta, ansi
no sabré dezirte cómo dexa en mi querer y vo-
luntad suelta toda la voluntad suya para en
mis cosas, porque en ver yo esta confianza
buena de mi padre bueno de su hija estimada
buena totalmentí, en mis obras al renes a mí
con obligar me más a la virtud, me redarguyo
de mis vicios. Y ansi pienso que como forfada
soy llenada a las naanos del amor, y como con-
fusa huyo de las puertas de la virtud.
Jmsí.— -Mira, señora, que soy Justina: que
no caben en mi entendimiento tantos retruega-
dos, y ansi. si quieres hablarme a fin que t^
entienda, habla como con tu criada y como con
tu fiel semiente, y como con la que pondrá la
vida por tu mandado y honra, y finalmente,
habíame claro, para que'entendiendote no yerre
en lo que cumpliere a ti y a mi cargo fuere de
obrar, o si no, como señora puedes guardar
tus cosas y cozellas en tu pecho si no te hizie-
ren daño a la voluntad.
Bel.— Bien veo que con tener tú tanta pren-
da de mis secretos en tu confianza depositadas
por mí, hazes porque quieres como quieres de
mí potajes a tu modo. Y esto porque bien ade-
uinas de mí que quien te ha dicho el origen de
mi pena, y todo lo qu(! a mí me es penoso, a
mi honestidad afrontoso, y a mi honra vergon-
90SO, que tanibien en todo lo demás tocante a
mis fatigas no te podre encubrir cosa. Porque ya
de mí tengo menos confianza, conosciendo mis
manifiestos defectos, que de ti temiendo algunas
sospechosas so las sospechas. Y por esto nun-
ca los hombres aurian de dar tanta parte a na-
die tle sí, que no les quedasse para sí de sí algo
guardado. Pero como tú me vayas ya a cada
passo, por mis obras, dando alcance a njis pen-
samientos, no seria buen callear te lo que o
has de oyrme tú después de mí como descuy-
dada, sin tener que me agradescer porque te lo
digo, y también por lo que tú anisada verás en
mis descuydos lo que mi notorio y gran mal
no podra encul)rirte. Ansi que, Teniendo al
punto, te digo que ya bien tú verás y sabrás
cómo no sé cómo ni por qué via me hallo tan
mudada de mí, que aunque veo que hago con-
tra lo que deuo, me siento desseosa de oyr nom-
brar el nombre de Floriano, de mí antes tan
huydo. Y junto con esto siento ya pena de su
pena, y pesa me de su mal. Y ansi me turbó
tanto aquel paje endenantes en dezirme que
está muy malo, que de desmayada me fue for-
jado dexar le tan secamente, que pienso que en
mis preguntas y alteraciones entendió mi tur-
bación. Ansi, pues, veniend(j me a mi cámara
sola de sosiego, y acompañada deste mal, acu-
dió mi señor padre con su buen crédito (sin
por qué) que de mí tiene, y comienza me a de-
zir que querría casar me, y que lo dessea. Y
según las condiciones que él me puso del casa-
miento y lo que él querría que tuuiesse quien
fuesse mi marido, ni yo sé cómo de mi mal yo
pueda sanar, no se cumpliendo lo que al pre-
sente me pide la voluntad, pues de otra manera
es escudado ni tan poco sé cómo le respon-
da quál sea mi voluntad. Porque si digo lo
que quiere mi voluntad, he de dezir (que uo
te lo puedo a li encubrir) que quiero y amo a
Floriano. Y dezir esto va muy fuera de lo que
él querría; pues dezir otra cosa contra mí y
mintiendo, ni lo haré ni podré.
23a
orígenes de la novela
Just. — Y qué es lo que él quiere en el que
querría por yerno?
Bel. — Quiere le como hijo, quiere le natural;
quiere le que, allende los bienes de fortuna y
natura, que sea de tanta obediencia para nji
padre como yo que soy hija, y que no me saque
por la vida de lui padre de su presencia, ni de
su casa y plato como agora.
Just. — Y en esso te atas? y por esso te
congoxas? y calla, mi señora, que para todo
pone Dios remedio, queriendo lo el, en especial
en esta. A la fe, si a ti te paresce que está bien
a lo que tú desseas y meresces, cierra con ello:
que ello vna por vna hecho, él lo tendrá por
bueno, visto que no se puede deshazer. Pero y
dime, mi señora, tu padre quiere cierto casarte?
Bel. — El ansi me lo ha platicado agora, y
aun ¡también sé que lo ha intentado dias ha
con quien a raí jamas cayó en voluntad, y temo
que cierre con ello, porque de allá le combaten.
Y si lo haze sin pedir mi consentimiento pri-
mero, presupuesto lo que él cree de mí que no
le saldré de obediencia, yo me veo perplexa.
Porque, por vna parte, como a tal padre le
deuo toda subjection, y por otra parte es cosa
muy agrá tomar la muger compañia perpetua
contra su voluntad.
Just. — Todo esto va bueno; agora creo yo
que Dios encamina mis negocios.
Bel. — Qué dizes?
Just. —Digo que no tomes estas cosas tan
por el cabo. Tracta primero con Marcelia, que lo
tramó primero, e infórmate de quién sea este
cauallero; sabe si es libre, que de ser te meres-
cedor, aunque tú merezcas mucho, no lo dudo
yo. Y si la cosa es la que cumple y desseamos,
hágase, y después buscar la suelda y los reme-
dios. Porque muchas veces haze daño tomar
las cosas y pensar las de tan atrás, porque sue-
len al medio y al cabo variar los successos.
Bel. — Ay, no digas tal cosa, porque siempre
el entendimiento ha de anteuenir y guiar a la
voluntad, para que el entendimiento proponga
y la voluntad elija, y las manos acompañen
después a la obra. Porque las obras preuenidas
y meditadas, las menos vezes se yerran, excep-
to o si el entendimiento es muy torpe o la po-
tencia para el obrar poca.
Just. — Todo como lo dizes es ansi. Pero ha
de ser que el pensamiento o el entendimiento
en su meditar la tal obra ha de tomar princi-
pios de ella mcsma, para preuenir los medios y
los fines. Pero agora aun no hemos entrado en
el juego, y quieres que alcemos ya las tablas? y
(como dizen) hija no tenemos y nombre le po-
nemos. Yaque yo sé tu voluntad, te suplico que,
pues quesiste communiearme tus cosas, también
tengas por bien de en algo te dexar guiar por
mi poca capacidad y menos juyzio, aunque en
esto, a Dios gracias, libre. Y aunque te pareszca
(lo que es)' que yo no tenga saber para tan
gran empresa, ya sabes que a las vezes el sim-
ple sin passion es mejor juez que el sabio apas-
sionado, mayormente quando a de juzgar en
sus proprias causas, y también tanto por tanto
menos veen dos ojos que quatro. Y ansi po-
dría ser que yo, como ando más, y bullo más, y
puedo, con no perder punto de honra ni graue-
dad como tú, buUiendo entremeter me en más
cosas que tú, por donde, tú estando a tu seguro
queda, te podré yo yr descubriendo todo el
juego.
Bel. — Ay, que estas cosas son tan delicadas,
que no son para entre todas manos.
Just. — Pues también sabes, señora, que el
muy delicado y frágil vidrio con hierro se re-
buelue, y con hierro se bruñe y hace, y con
hierro se tracta de los qne lo labran; pero si
son buenos los que lo labran, lo menos se quie-
bra, y ansi la honra no en todos peligros pe-
resce, porque lo que de Dios está ha de yr al
cabo. Y con tanto, pues comienpa a amanescer,
te quiero dexar dormir, porque dexemos de dar
occasion a las que leuantandose te vieren ansi,
y te juzgaren a mal tal estada toda la noche en
vela. Y yo te haré venir a Marcelia venieudo el
dia, y tractando con ella despidirás los nubla-
dos de tus tristezas. Dios mediante, para todo
bien. Y suplicóte que duermas y pongas tus
cuydados en mi pecho.
Bel — Con la confianza de tu buen zelo me
esfuerzo a forcar me a mí para confiar me de ti
en todo y por todo. Y ansi como a mi aya te
tengo de seguir en todo y por todo, pues yo
tal estoy, con que mi honra y honestidad estén
muy enteras, y quiero lo desde luego comen9ar
y dormir si pudiere; por esso cierra essa puerta
y quita essa vela, pues no es menester.
Just. — Pues yo también voy a pasar vn sue-
ño por aliuiar el cuerpo, para que tome más
fuerzas para en tu seruicio, y encomiendo te al
señor del mundo y criador de los cielos.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXIIII
Fulminato y Felisino llenan a Marcelia de su casa al llamado de
Floriauo, el qual le encarga vna carta que lleue a Belisea.con
h qual también le bu[e]lue junlamente el anillo que le die-
ra Uelisea: con lo que más passan, etc.
Marcelia, Felisino, Fulminato, Lvdorio,
Floriano, Polytes.
[vl/a?-.] — Pues que ya estamos todos a pun-
to, mouamos antes que sea más tarde, y veré
qué me quiera Floriano.
Fel. — Foco más o menos todos lo adeuina-
mos ya.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
239
Ful. — Por los sepulchros de mis antepassa-
dos, que es yerguenra ver cómo tan sin porqué
pene y muera este hombre.
J/a?-. — Pues bulle poca gente, me ve decla-
rando qué llamas sin por qué? pues que si tú
sabes qué cosa es ser hombre, y aun si yo lo
fuera como él, me preciara de perder me por tal
dama.
Fel. — Todos haríamos osso mesmo por tal
joya, aunque al cabo, como sea vna, vno la ha
de llenar, y los otros quedarán descontentos y
no pagos de hauer penado por ella.
/•"»/.— Qué cosa, pues, mugeres, que les bas-
tará vno? aunque no lo digo por ti, Marcelia.
Mar. — Por sólo que voy presente te agradez-
co la cortesía, aunque después de enlodada. Pe-
ro pues hablas lo que tu pensamiento malicioso
te dize y siente. Y ansi no te pido sino porque
pena (a tu paresrer) sin por qué vn hombre, que
por de buen entendimiento supo escoger una
muger que cierto no es digna lengua tan malde-
ziente como la tuya aun de loarla, qnanto más
ponerla en tacha; que muy fuera va de su san-
gre, y nobleza, y bondad, y honestidad, y hon-
ra. Y guárdate de juzgar a nadie si no quieres
condenar a ti mesmo.
Fel. — Y aun muchas vezes, ansi como por
los meneos de gesto saca un buen entendimien-
to por conjectura lo que otro tenga en el pensa-
miento, como agora la señora Marcelia entendió
que tachauas a Floriano y Belisea, ansi tam-
bién muchas vezes atreuidamente se sueltan los
hombres a juzgar lo que no alcan9an por algu-
na cosa que veen, que no basta para liazer los
acertar; como agora tú, Fulminato, menos acer-
taste en tachar al amante mancebo cauallero
Floriano, que es enamorado al modo de caba-
llero, y paresce te a ti que a menos costa (como
tú a otra que has debalde, porque debalde es
muy comprada) que ansi él pudiera hauer vna
señora tal a menos costa suya.
Ful. — Mas dimo si no es ansi que por su
dineio hallará oy quinientas que le rueguen?
Fel. — Y ansi no hallará otra que le me-
rezca.
Mar. — Bien da a entender Fulminato quán
pegadizo sea en el aprouechar se de mugeres, y
quán desamorado en querer a ninguna. Pues
ru.'ga a Dios que no vengas a ser constante en
amar, y tan herido de amor, que sientas y en-
tiendas cómo amor no se alcan9a sino con amor.
Y ansi como tú por dinero auras oy en el pue-
blo quinientas de que gozar como dizes, ansi
las mesmas, por el mesmo gozo y por la mone-
da, buscarán cada vna otros quinientos, y ni por
esso amarán a ninguno, porque las cosas que se
ponen en venta, véndense según son hjs com-
pradores, y según la variedad de los tiempos.
Fel. — Y aun tengo por aueriguado que si se
saca, que como el sólo tenga ojo a la moneda,
que le harán confrade de san Corniel.
Ful. — Y aun por esso como yo de empresta-
do Pero aunque seays entramos contra mí, sí
que Floriano todo el fin de lo que haze es por
gozar de la que ama.
Fel. —Ansi es.
Ful. — Pues luego, qué diablo son menester
essos rodeos, ni cartas, ni plantos? que por el
sancto relox de Roma, que soy mas quisto y es-
timado de mugeres que Floriano, y que tengo
por derramar la primera lagrima por alguna, y
que ninguna se me a escapado. Y por qué, si
pensays, soy quisto tanto de ellas? a la fe, por-
que hago y callo, y todas quieren esto, y las más
de valor, y las más guardadas, y las más ho-
nestas, hauiendo de tractar desto, más quieren
vn hecho que veynte haré, porque dizen: que
haré, haré, mala casa comporné.
Mar. — O, cómo quisiera que no estuuieramos
ya a la puerta del palacio, para darte a enten-
der cómo, si te loas de muchas gozadas (lo que
no creo), no te loarás ser de muchas querido Y
que si (como dizes) caen las buenas (lo que no
es sino en las menos), que de las muy pocas, las
muy menos vienen a esso, y si vienen será por
flaqueza, y porque se atreuen a dexar se vencer
do la tentación grane, con la oportunidad encu-
bierta, por no dar quiebra en el crédito público;
y entonces las tales en tal hecho no buscan el
ser amadas, sino el librarse de la furiosa concu-
piscible, que a muchos sanios y fuertes basta a
derrocar, y aun los hombres dados a esto, con
la facilidad que ganan lo que buscan, con essa
la oUiidan; y ansi tanto aman qnanto les cues-
ta lo ganado De donde prouiene que, con ser
engañadas las recogidas mugeres de los hom-
bres burladores y mentirosos y desamorados,
ellos son de muchas amados, porque cada vna le
ama, porque cada una se le rendio por bien que-
rer, y ellos a ninguna aman, porque ninguna les
costó amor de las voluntades, sino que las ama-
ron por el amor de los cuerpos de las escarnidas.
Fel. — Altamente lo has prouado, señora
Marcelia; pero ya se ataja la platica con la ve-
nida del camarero.
Ful. — Y aun pese a tal porque él viene, que
yo saliera de algunos scrupulos que me quedan
del razonamiento; pero otro dia nos dará Dios.
Lyd. — Buenos dias, señora, y los escuderos
te agradezcan que no les reno, porque ansi des-
aparescen. Y tú, Felisino, ve presto en busca
del paje Polytes, que también pide por él Flo-
riano, que agora me escabullí del, que me ha te-
nido toda la noche contándome cosas que, cole-
gidas, he cogido que o pierde el seso o él es de
muerte. Yo me voy vn rato a reposar; si me
llamare, buscad me en mi aposento; y tú, seño-
ra Marcelia, perdona.
240
orígenes de
Mar. — Señor, ve a descansar; nosotros en-
tremos a él, que no es possible que el mal ture
mucho, si Dios le quiere dar remedio.
Ful. — Pues quiero ver si duerme; pero ya
ya por de mas es, que cantando está deva-
neos.
/7o?'. — Pajes, quién está ay?
/'"?</.— Señor, Fulminato es, que no durmien-
do en tu sernicio te trae a Marcelia, que man-
daste llamar.
Flor. — Ni sé quién es, ni para qué la man-
dé 1 amar.
Mar. — Espera, veré le, y verá me. A, mi señor
Floriano, que vengo a saber cómo te fue en la
romería de Prado.
Flor. — O, la mi Marcelia, que agora te co-
nozco y con razón, porque a no te ser tan con-
traria en mí la fortuna, mucho te deuia yo en
me auer presentado delante de mi señora, y ha-
uerme traydo este anillo, sin el qual yo fuera ya
defuncto.
.1/ar. — Anda, señor, no desmayes, que más
espero hazer por tu seruicio si me lo mandas,
que agora que tengo manto, sin verguen9a osaré
parescer por tu seruicio donde gane mayores
mercedes, con tanto que no me mandes yr des-
cubierta a parte de afrenta, porque traygo malas
sayas, que me corro de verme.
Flor. — Anda, hermana, que si tú me visties-
ses a mí de alegría, poco es a mí hazer te des-
pedir todas tus necessidades y vestir te de sayas
y más sayas.
Mar. — Con besar tus illustres manos, por tan
magnificas promesas, porque no se vaya la ma-
ñana en balde, me di, qué mandas?
Flor. — Querría restituyr este anillo a cuyo
es, y saber de mi señora.
J/ar. — Pues quieres que se desempeñe mi
palabra con llenarle? Dame le luego, y voy, que
también me han embiado a llamar de su parte, y
lo que de mi yda te prometo traer es alguna jo
ya que tengas en más que ésta.
. Ful. — O, pese a la tierra con esta embaydo-
ra, y si no creo que ha de robar a este hombre;
pero saque y pele, que yo con quatro manos a
la partición.
Flor. — Qué dizes, Fuhninato? ve, llama me a
Polytes, que también quiero saber vn poco de
él delante desta dueña.
Ful. — Aun si lo quiere a solas con estotra?
porque dizen que el perro con rabia de los pa-
los traua, y aunque no voy muy satisfecho, pero
allá se lo ayan, que si algo fuere, ay se me que-
dan las paredes, y aun la heredad, y también
aura más ganancia que partir.
Fot. — Qué h.'ize?
Ful. — Entra y verás los secretos que tiene
muy de mañana con Marcelia, que yo yua en tu
busca.
LA NOVELA
Fol. — No creo que te come donde te agora
rascas.
Ful. — Anda ya, que más me come la ham-
bre, que voy a buscar con qué me desayune. Y
por tu fe, que aunque pidan por mí, que no me
sientes ganancia, no me vayas en rastro.
Fol. — Entro, que ansi lo haré.
Flor. — Di me, Polytes, por qué no me has
venido a dezir cómo te fue anoche, y si viste a
mi señora, pues ansi te lo mandé? y dime lo lue-
go, que alegre me paresce que vienes.
Fol. — Yo la vi y buena; otras cosas muchas
ay, pero para su tiempo.
Mar. — Señor, da me licencia, y daré lugar a
su embaxada.
Flor. — No quiero que te vayas, sino que lo
oyas todo, porque al confessor, y al juez, y al
medico, se les ha de dar toda relación, porque
después no yerren; y tú no me calles cosa que
ayas passado.
Fot. — Pues quieres, señor, que publique
liombre de dia lo que passa solo en la noche,
passa ansi: que yo fuy a hablar por vna rexade
las baxas que caen a la huerta con vna don-
zella.
Mar. — Y cómo se llama?
Fol. — No ay para qué decirlo.
Flor. — Di lo por mi amor.
Fol. — La donzella se llama Justina, de quien
tu, señor, deurias de tener noticia, y ésta (que por
su industria deuio ser) me hizo hablar con Be-
lisea, la qual se me dissimuló ser otra, aunque
luego yo la conosci.
Flor. — Dichoso tú, e yo bienauenturado si
me vuiera ydo contigo, como yo quería; pero
qué te uezia?
Pol. — Señor, todo era preguntarme por ti, y
esto con tales palabras, y con tantos ahíncos,
que yo vi bien que ella yua sintiendo en sí el
mal que yo le dixe que tú passauas por ella, sin
]iensar que era ella, sino diziendoel mal que pas-
sauas por Belisea, y al cabo con harto senti-
miento, sin darse me a conoscer, me dexó.
Flor. — Pues no me calles cosa; y di, cómo
supiste ser ella?
Fol. — Porque luego ella me embió a la que
yo buscaua, y ella me certiíicó ansi de ello como
de que aunque a costa suya e industria desta
donzella; pero que su señera está tan otra, que
huelga de preguntar por ti, y hablar lo más del
tiempo de ti, lo qual soy yo buen testigo por el
rato que la hal)lé.
Flor. — Anda, luego me llama al (.amarero.
Fot. — Aun no creo en la vida, si no pienso
que sospechaua bien Fulminato, porque aunque
Floriano tenga el amor en Belisea, el aparejo le
incitará al gozo destotra, porque dizen que el
aparejo haze a muchos castos luxuriosos, y a
muchos fieles ladrones, y a los justos peccado-
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
241
res, si Dios no accorre. Pero allá se lo ayan,
que ella bien se lo sabrá pegar, y aun le sabrá
pelar, y aun que no es tal que le hieda el huelgo:
mayormente que a hambre no ay mal pan.
Mar. — Aun si le toma, pues, a estotro dente-
ra con mi sola presencia, porque no haze sino
despedirlos a todos! Pues a la fe, vea lo que le
cumple; que yo con hazer de la que se ruega,
no le quebraré los braros, ni descorcharé los
chapines huyendo, porque al fin aquí me ven-
drian honra y prouecho. Pero cata, qué buscar
haze entre las almohadas? si busca la bolsa.'
pues venga, que a todo diré adueniaf; pero mi
gozo en el pozo, que papeles saca, alguna carta
de deuaneos será para Belisea. Y él paresce me
que se oluida que estoy con él; pues quiero ju-
gar de mala y traerle a la memoria que estamos
solos, para que si algo se le antoja concluya en
breue.
Flor. — Dizes algo, Marcelia? perdona, que
buscaua vn papel.
Mar. — Todo perdón te diera; pero pues no
me entiendes por señas, quiero hablar te alto y
más claro. Mira si me quieres algo en secre-
to antes que venga alguien, pues estamos
solos.
Flor. — Sólo encargarte que me vayas a saber
de mi señora, si es lo que el paje me dixo, y lleua
le este su anillo, y lleua le este joel de esta fina
esmeralda, para que si la quisiere tomar como
cosa mia, si no, tómela por tuya, con que sepa
que yo te la di para ella, y lleuar le has este
papel, y pon le en su mano ansi cerrado. Y mira
que si mi ventura fuere que yo le vea traer essa
joya, tú llenarás de mí las mercedes. Y para lue-
go que me vengas con buena respuesta de todo,
te haré tener aquí el sastre que te vista toda, y
di al que te paresciere de mi parte que se vaya
contigo. Y mira que no te tardes, si quieres
que, yo muerto, tú pierdas tu buen gualardon e
yo la vida.
Mar. — Agora os digo yo que no salimos to-
dos a vn camino.
Flor. — Qué dices?
Mar. — Que luego tomo el camino.
Flor. — Pues ve con Dios.
Pol. — Qué relamiendo que se sale la seño-
ra! aun qui^a que labraron la heredad de Ful-
minato. A, señora Marcelia, mandas que te
acompañe?
3íar. — Si fuera para mi casa, grata me fuera
tu offerta; pero voy donde no creo que te aure
menester, aunque bien tengo entendido ya el
por qué tan tarde y de mala gana asomas a mi
casa.
Pol.— Sin falta que es porque jamás me dexa
Ploriano. Pero desando enoxos aparte, te rue-
go que si allá se offresciere en qué donde vas,
que me seas buen tercero, y si me quieres ha-
CRÍGENES DE LA NOVELA. — 111. — 16
zer la merced por entero, sea que des esta carta
en su mano a Justina. .
.\íar. — Anda, Polytes, que aunque te quie-
ras aprouechar de mis fueryas para contra mi,
pero porque veas quán sin interés ni doblez te
amo, haré lo que me mandas, y te daré el recau-
do de lo que me dixercn, y quédate a Dios, que
no quiero dar que dezir a los que nos vieren, ni
tardar me en mi mensajería.
Pol. — San Miguel vaya contigo, que voy yo
también en busca del camarero. Allá va el dia-
blo; y qué faldear lleua! Asnadas que o lleua ya
ganancia o la espora, porque ni ella da passo
sin porqué, ni Floriano haze sino hazer le mer-
cedes. Pero allá se auenga; cada qual corte su
ropa como la loca le pidiere y la bolsa le man-
dare.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXV
Illa Marcelia a ca>a de I.ucendo, después de hauersc ^¡^>to con el
de*|(eiisero, hal)la con Justina y con líelisea iniiclias y bue-
nas razones a su i>rji)osito, (juedando concertada la visita de
Floriano a Bülisva pira essa noche. V tratado el cómo y
p )r dijnde y la hora, se despide Marcelia, hauiendo dado las
cartas a las dos donzellas, ama y criada.
Marcelia, Despensero, Justina, Belisea.
f.Var.] — Agora que voy en mi cabo desde
aqui a la casa de Lucendo, quiero yr pensando
en lo que allá me podra succeder, porque ya de
entramas partes va tramada la tela según veo,
pues que de entramas partes me han buscado
tan apriesa para que se la texa. Pero no sé qué
medio me tenga en los comienzos de la clari-
dad, en el descubrir mis gramalleras, porque
estas donzellas son tan espantadizas, que temen
antes del golpe. Mas lo que a mí me paresce
más acertado y p.ara mi prouecho mejor será,
que si la veo picadilla, vender me caro, porque
pite también para la lumbre del candil con que
yo alumbro, y aun encandilo, a tales bonos como
los que al presente traygo entre manos. Y
aun para mi santiguada, que aunque a ella no
le viene de casta el ser dadiuosa, que si la hallo
en el garlito, que en pago de lo que le lleno, y
lo que yo le sabré mentir, y que ella querrá
creer, que ella me ha de dar las tocas y camisas,
pues el otro me da las ropas por las quales le
boluere luego con la respuesta. Y aun que de
acá sea mala, que la oya él de mi boca buena,
porque la buena naeua es hermana de la alegria,
y la alegria, prima de la liberalidad, porque, a la
fe, después que ellos juntos, ni aura Marcelia,
ni aun ración, ni más mensajes; porque oy en
dia todos dan porque les den. Pues yldos a ver
desque ellos contentos y juntos; que haziendo
de los graues, os darán con vn tan seco vos en
ojos, y con vn quién sois tan sin sal, y vn qué
243
orígenes de
qviereys tan sin 911010 ni gracift, que a vqs se os
pegue la lengua al paladar p^ra no les pedir; y
ellos atando las manos al dar, sueltan la lengua
a dilataros la venida para otro dia, coa manda-
ros por algún paje dczirque están sus soñorias
oscupados, y aquel dia c11(j3 le tienen tan olui-
4ado luego como el del juyciq; por tanto agora
rae cumple a mí al primer descorchar tener pres-
ta la lengua al pedir, y abiertas las manos al
asir; porque más vale vergüenza en cara que
lástima en corac^on, Y en ostos palacios, con no
medrar los comedidos ni vergonzosos al pedir,
t^mbieíi diz que np oye Dios a quien no le
ll^m^. Que pues yo le traygo a él en mi poder,
y aun ella ya me viene a las yñas, mientras
están enferniqs 4el n^al que yo les curo, a la fe,
dilatando la cura, pedir para las vnturas; por-
que mientras ellos más dolientes, mi bolsa y mi
casa sanará más. Y ellos liauiendo rne menester,
con lo que a ellos les paresciere y yo les haré
encreyente, aura más occasion a que me vengan
siempre a mis manos, sueltas al tomar, con las
suyas enibarayadas con el traerme, con que su
enfermedad rica sane mi necessidad pobre. Y
aun el majadero de Fulminato, si me ha cogido
en opinión de boua, para esperar de mí ganan-
cia, y en tal parcscer haze ya del voto tal, y
como se sueña rico, se quiere mostrar ya man-
dón? pues ande se tras mí, que del me aproue-
charé para suplir soledades, y después qualquier
ocpasion me bastará para dexarle soplar sus
manos, mientras yo lauo las uiias. Que estps
tales ha los c^e tomar la persona de ufanera que
siempre se tengan por desasidos, porque con
darles el dedo no os quieran el bra^o; porque
en viendo que se hinchan con yn fauor, dar les
viia cQz de desuio con que reuieuten, y trac-
tarlos como quien los ha menester, porque
quien sus carros vnta, sus bueyes ayuda, pero
de manera que no se os atreuan. Porque quien
de mucho mal es duecho, poco bien le em-
palaga; en especial que creo yo que éste en
toda su vida salió de cauallerizas y burdeles,
sino en mi casa, y agora piensa ya el don duelo
que de ruin se cae a la persona el pelo, y que
ayer entró rogando, y que oy se ha do assentar
Hiandando. Pues aguarde que se me caya el
bocado de la boca por boua, que quando más
se quisiere llamar a possession, le haré yo que
se quede del agalla. Y aun le tengo de enseñar
que mieutras labrare en la heredad que agora
labra, siempre ha de pagar las rentas adelanta-
das, y aun no se descuydar en la labran9a; por-
que ha de saber que daré mi tierra a quiejí rpe-
jor me la barbechare. Y aun por mi vida que
para en esto he ^illi el despensero de Lucendo
sale, que con ruegos y dineros, y aun no menos
labor, se tendría por dichoso de tener la posses-
sion, Y aun por mi salud que prco que aure de
LA NOVELA
aguardar en su cámara a que sea de dia allá adon^
de voy, porque en estos palacios ya está harto
el sol de alumbrar a los otros quando a ellos
les amanesce. Porque paresce que es estado de
canal lero.s no se recoger al compás del sol como
los otros, sin" hazor del dia y de la noche paV-
tes para haxer su dia. Y esto, a mi ver, o porque
mejor cuenten sus patrañas ala luz de las velas,
porque du menos sean oydas sus necedades y
de más seaq aprouadas sus bouerias. Porque en-
tonces, coino son veedores de sus dichos y jue-
zes de sus obras sus criados, no osan desenga-
ñar los en lo que yerran, por no perder de ellos
la medra que esperan. Y ansi no ay oy en dia
quien menos sea desengañado ni menos verdad
le sea dicha que vn señor, porque la oobdicia
de los que esperan de lo que él tiene, y el aca-
tamiento de los inferiores, tapa las lenguas a
los que los podrían desengañar. Cata, cata esto-
tro, qué plazer le ha tomado con verme! A la fe,
pues abra él la boca al reyr, que yo la bolsa al
recebir. Y sepa que en la fe de mi casa que el
se saluará, si él lo haze siempre como ha co-
mencado.
Desp. — l^o te me encubras, que ya eres co^
noscida; pero dónde bueno tan de mañana?
Mar. — A verte.
Desp, — Dios te visite tan de mañana; pero
qué es lo que ay por acá?
Mar. — Vengo huyendo de la justicia: a me
acoger con mi señora Belisea.
Desp. — Pues en tanto que arriba se leuantau
me da |a mano y sube esta escalenta dp mi cá-
mara, que también está sagrada para tu temor,
con que perdones el mal asseo de la posada,
pues que donde no pisa muger no ay cosacom-?
puesta.
J/((r. -^Bendito Dios, que las hallays para
algo prouechosas. Pero perdóname la subida,
porque entran y salen en estos palacios, y py en
dia de todos se ha de guardar la persona y a
ninguno offonder. Pero hablando al punto me
di si será leuantada Belisea, porque vengo de
la missa del alúa y antojó se me de visitarla an-
tes que me torne a encerrar en mi cassa; porque
a la verdad se lo deuo, y tú también, dónde yuas
tan de niañana?
Desp. — A visitarte también, y a ver si me
querrías oy por combidado.
Mar. — La memoria que tienes de mí te agra^
dezco; pero ya sabes que, aunque no falte vo-
luntad, mal puede vna viuda pobre hazer essos
cumplimientos faltando el con qué.
Desp. — EssQ, mió era de proueer; pero pues
no aura lugar agora, embiare para la noche para
mí y vn paje de cámara de Lucendo, que tam-
bién tiene desseo de te seruir, y aun querría cor-
tar vnas camisas de tu mano, porque en estol
tienes loa.
h
COMEDIA LLAMAPA FLORINKA
2i3
Mar. — Pues paraesao en todo tiempo podra
yr; porque ya que yo falte, queda Liberia ud
hija, que ya liaze mejor labor que yo, y mira
qut' mandas otra cosa, que me quiero yr
arriba.
Desp.—Y anda estos jiouos passos, que tam-
bién te serán de romerin. Y mientras miras nu
aptisento, tal qual le liallarcs, embiare un mu-
chacho a saber si arriba lian abierto ya las puer-
tas. Mcj^o. pon aqui sillas, y re arriba, y sabe
si es Icuantada Belisea. y mira si verás a la don-
cella Justina, que te lo dirá, y no vengas sin
buen recaudo.
Just. — O, cómo deuo de hauer dormido poco,
pues con ser ya todas las mugeres acostadas
anoche muy antes que yo, agora ninguna anda
en pie. Quiero salir fuera a los corredores; vea-
mos si hallo algún paje con quien tornar a em-
biar por Marcelia, porque Belisea en pensar en
estas sus cosas me paresce que ha passado la
noche, pues agora la oy estar sospi raudo, y a mi
ver ella comenco tarde a caminar, y veo que ha
corrido tanto, que Dios quiera que no desmaye
antes del fin de la jornada: porque en todas las
cosas el medio es de tener siempre. Pero qué
mo90 es aquel que ansí va corriendo en veruje?
creo que de verme tan mal atondada (sic) me
cobró temor con verme sola.
Mar.— Ay, ilesus, aparta te allá, señor, que
sube no se quien.
Desp.^Facs perdona en lo passado, y voy a
ver quién sube.
Mar. — Alia yrás diablo, y qué pegadizo es,
aunque bien se le cae la moneda, que con este
real de a quatro bien haré yo la costa de dos
dias; pero ya torna,
Defp. — 'Señora, diz que en este punto queda
Justina en el corredor.
Mar. — Pues perdona, que no pnedo tardar
punto, y tú yrás a hora competente a mi casa,
y podras llenar al que me nombraste para ver
qué quiere.
De-ip. — -Ansi se hará. Cata qué faldear llena
el diablo: que la más insaciable de apetitos
es que la tierra en el recebir agua. Pero quiero
mandar lo que tengo de mandar allá antes que
aya testigos, y avisaré al paje Grisindo que se
vaya con mi moc^oquando licuare la vianda para
que dé vna tentatiua a la muchacha, niientras
la madre anda por acá en estaciones. Y aun aesto
aura de ser presto, porque no le prenenga otro, y
halle ya la posada occu])ada;porqueannqnepien-
so que la muchacha aun nunca se sangró, pero
tales leciones le lee la madre, que pienso que ya
deue de andar buscando hallar desoccupacion
para entrar al officio de la madre; pues bien
nya quien a los snyos sale. Y porque tirisindo
y ella pienso que se auendran bien, voy a ani-
sarle, antes qne pierda punto por mi tardanza,
pues es obra de charidad anisar a los próximos
lo que les cumple.
Jwt. — Quiero me acoger adentro antes que el
ama me vea y tengamos que gruñir. Pero cata,
Catay qué rebocada viene la dama; ya, ya el lubo
anda en el rebaño; que Marcelia es! (juiero iiacer
que no la he visto, porque no se leñante a ma-
yores con pensar que la estaña yo ya aguar-
dando.
J/ur.— No huyas, que vista eres, mi Justina
hermana.
Just. — Ay, Jesús, y qué saltear es este tan
de mañana? que vengo tan desnuda, que he ver-
güenza aun de verme yo a mí mesma; que mi
mal dormir de esta noche me ha hecho ante-
uenir tanto la mañana.
Mar, — Anda ya, que si yo fuera quien te qui-
tó el sueño esta noche, aun más desnuda te
qnisiera, porque al fin el oro bien paresce sin es-
nialtes, y aun a las ve/.es mejor.
Just. — Porque no te entiendo, me signe a nú
cámara, para qne te nro declares donde no nos
vea sino Dios.
Aínr, — Y a mí qué me va que me vean todos?
cata que no entraria en esta casa si pensahse
que uo liolgauan conmigo, porque en mi casa
me verás algún dia, donde toda soy raia, y de
Dios, y del rey, y de loa buenos, y donde no
estoy tan encogida como tú, aunque en menor
casa, pues vino con más libertad para hazer
honra a quien la deuo, sin essos sobresaltos ni
escondrijos. Pero qué tal está Belisea?
Just. — Quica tú lo sabrás mejor; pero no me
taches por encogida en no yr a tu casa. Y en lo
demás que di/.es, alcanza tú licencia, y verás
allá si soy encogida; porque en cada parte se
han de guardar los estilos de la tierra.
Mar. — Pues por vida tuya y del tu galán
Polytcs, que yo busque occasion con que te va-
yas conmigo.
Just. — Ay, cata que me corro en llamar a
nadie mi galán; perodime, quién es esse qne mo
nombraste?
Mar. — Ya, ya, que tan bonilla te me tornas?
Pues porque sepas qne sé quién a ti ni a Beli-
sea no dexó dormir esta noche, toma esse papel
tan cerrado como él me le dio que te le diesse,
y si te puedo lleuar conmi,i,'o, allá le verás, y
verás que no hablo de coro. Y porque tengo uni-
cho que hazer, me mira si duerme tu señora,
porque quiero ver qué me quiere, y saber cómo
le fue en Prado con el toro. Que contigo que te
me corres y eres vna simplezilla. no quiero nada,
pues tú más lo querrás con Polytes, y tienes
razón, porque a la verdad él es joya para tal en-
gaste. Y ve presto, porque te quede tiempo
para leer tu carta, que si yo supiera leer, quipa
te hurtara la bendición en ver la, y en responder
a ella el sí que tú auras de dar, pues al fin ello
244
ORÍGENES DE LA NOVELA
se aura de hazer, tarde o ayna ; ya me en-
tiendes.
Just. — No oso altercar contigo, que estás
muy puntosa; espera, que luego torno. Y valga-
la el diablo si no pienso que es adeuiíia, que
ansi sabe ya lo que tan poco lia que passó.
Jiel. — Entra, .lustina, que no duermo; qué
hora es?
Just. — De mañana es; yo tampoco he dormi-
do en tu seruicio, que aqui está ya Marcelia es-
perando.
Bel. — Y han la visto las mugeres?
Just. — Ninguna.
Bel. — Pues luego te entra acá con ella.
Just. — Y aun esso es lo que busco? sino ver-
me con el gozo de leer mi carta, que me pares-
cen coplas, que es cosa muy a mi gusto si son
buenas, y también aure menester dar la respues-
ta a Marcelia.
Bel. — Anda, menéate presto; qué dizes de
Marcelia?
Just. — Que te quiere muy en secreto.
Bvl. — Pues entre sola; y tú abre vn quartel
de aquessa ventana, y mira que no entre acá
nadie en tanto.
Just.— Awú lo haré, voy; y aun que si mi
carta no me impide, tengo de oyr lo que entra-
mas passaren, por anisar.
J/ar.— Ya vienes?
Just. — Poca detenencia auia en mi mensaje,
según con la priesa que te llama Belisea. Y no
te oluides de mi yda, y entra hasta su cama.
Mar. — En todo tendré cuydado; a buen en-
tendedor poca plática.
Bel. — Quién entra?
Mar. — Es tu sierua Marcelia, desseosa de tu
bien. Pero sácame, señora, de la alteración qué
me pone en te ver en la cama con dezirme que
tal estás, y sea dezirme que estás buena.
Bel. — Buena venida sea la tuya; y cómo, di,
no me visitas más a menudo? pues sabes que no
verás cosa en toda esta casa que te quite la
occasion de la venida.
Mar. — Ay, mi angelito, y quánta gracia
puso Dios en ti, para poner en admiración a los
mayores, y atraer los iguales, y con graciosa
grauedad despertar a todos los inferiores a tu
seruicio. Pero dime, como te va agora?
Bel. — Por cierto tú me preguntas aquello
que menos sé de mí; porque ni estoy tan mala
que guarde la cama, pues aun es gran mañana,
ni tan poco estoy tan buena que en la cama
esté por dormir ni descansar, ni menos leuantada
meaíiuio, ni sentada reposo, ni andando no me
desmayo, porque me paresce que mis miembros
gouierna ageno imperio. Y con todo esso he
sentido esta noche vnas basquas en el cora-
9on,que me hazen anteuenir el dia con el
dormir.
Mar.— K la fe, mi ángel, aunque yo bien
duermo sin perro, como tú le tienes, pero con el
ladrar grande de mis necessidades no es para mí
tan de mañana agora, que no vengo de oyr la
missa del alúa de nuestra señora de los Reme-
dios. Pero como tú (Dios te me guarde) no lo
has de ganar ya pura el comer, duermes con
más sosiego. Pero dexando mis necessidades,
que todos me las hará dexar la falta de salud
que tú tienes, me di algo de tu mal, ya que es-
toy acá; porque si no es vno que ya tú sabes,
podra ser otro que yo sospecho.
Bel. — De entramos essos no te entiendo;
pero dimelos tú, para que yo entendiendo me,
me puedas tú entender, e yo a ti.
J/ar. — El primero, señora, será el acostum-
brado; porque aun que yo te acuerdo bien niña,
y no me tengo yo por vieja, asnadas que sepas
ya qué es, pues suele traer semejantes descon-
tentos, aunque por ser nos tan ordinario, no lo
tenemos por enfermedad; en especial que nos es
euacuacion de muchas postemas de malos hu-
mores.
Just. — Mi fe, escusado me es por agora leer
mi carta, para gustar la como es razón, pues
estoy en sobresalto de los que passan, y tan-
bien me cumple oyr lo que hablan las dos, para
andar sobre aniso.
Mar. — Y no te me encojas tanto; no vis-
tes de que ha empacho? sí que mal es que,
con ser costumbre en mugeres y no perdonar
ninguna que viua sana y ser euacuacion natu-
ral, más es defecto de natura que vicio de par-
ticular culpa; por donde con él ninguna en par-
ticular se ha de sentir agrauiada más que otra.
Pues en quanto al ser mugeres, todas somos
yguales.
Bel. — Anda ya, que ni tengo esse mal, ni
menos querria ser subjecta a él. Pero di el que
sospechas, que soy más inclinada a saber lo que
no estotro.
Mar. — Siempre nos paresce más lo que no
tenemos, y menos lo que sabemos. Y de aqui
dizen que naturalmente dessea el hombre sa-
ber. Pero buelto a lo que me pides, antes que te
diga qué mal es en ti el que dize mi sospecha,
te suplico que me digas qué sientes, y a qué
parte del cuerpo carga más el dolor; porque ni
yo precipitando sentencia diga lo que no alcan-
50, ni tú con pensar que yo acierto te quieras
curar del bacyo, teniendo enfermo el coraron.
Bel. — Ay, que ay está la raiz de mi mal.
Mar. — Pues de qué piensas que se te ha re-
crescido?
Juet. — Mejor la quemen a la hechizera que
no sabe ella el mal que es! pues ella se lo aca-
rreo, y otro se lo da.
Mar. — A, mi señora; por qué no me respon-
des? quiero te cubrir de ropa, porque qui^á el
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
la mañana te dará alteración de
245
friezito d
madre.
Bel. — Ay, que no es frió, sino fuego que me
abrasa, y no es madre, sino hija, que snlia ser
mi i'egalada, que yo llumaua honesta pudicicia,
y e'sta la auia engendrado en mi voluntad vn
amoroso y pujante amor de la virtud. Perd
agora, hermana y amiga mia, este tal amor se
va desuiando de mí, y sin saber cómo, ni de
dónde, ni para qué, se van entrexeriendo estra-
ñas occupaciones de las que mi casta tempe-
rancia y mi fuerte limpiezi solian traer a mi
memoria, para delectación de la voluntad y con-
tentamiento del entendimiento muy dado a la
virtud. Ansi que te he dicho de mí más de lo
que sé, sin te haner dicho mi mal; porque es
esta dolencia en nn tan moderna, y tan al pun-
to me tiene toda mudada en nueuo ser, que con
no saber lo que es, aun lo que sé no oso publi-
car por mi corrimiento, por ver que me oyan
querellar de mal tan delicado, y tan sin señales
de calentura, a la estimación de los otros, y a
mi sentir ser vn fuego que pienso que me tiene
ya abrasado el coracon, según las basquas que
en él he sentido hasta este punto. Y si agora
calla, o pienso que es por ser ya consumido, o
que descansa para más penar.
J/a?-. — Dentro estays, pues, doña leonaza!
Bel.— (^né dices.' y di, para queme pides
relación de mi mal, pues que sabiendo que todo
está en el coraron, no me curas si puedes?
Mar. — Pues porque veas cómo Dios lo enca-
mina todo, cata aqui la tu sortija, que me diste
para aquel tan herido y tu buen cauallero Flo-
riano. Ay, Jesús, Jesús; señora, señora!
Jiel. — Calla, calla, no des vozes, que yo tor-
naré.
J/ar. — Pues toma; ponte la en el dedo del
coraron, que en ella te embia el suyo sano por ti
el tu enfermo Floriano, y ten más suffriraiento,
si quieres que vaya adelante la cura.
Bel. — Ay, que ni essa sortija puede curarme,
ni es mi mal de remedio, si no sabes más en él;
porque ya te dixe que las rayzes nascen de
la voluntad, y en ésta no puede causar mo-
uimiento terrestre compuesto. Ya te dixe tam-
bién que se me yua enflaquesciendo en mí el
amor casto, y en el amor ya sabes que no cabe
violencia, pues es virtud que haze asiento en la
voluntad, por donde fuer9a exterior de un com-
puesto corporal elementado no podra disponer
en lo puro espiritual, y ansi no te confies que
essa sortija sane el mal de la voluntad.
Mar. —Agora que algo más te me aclaraste,
quiero que sepas lo que sé de tu mal y la cura
que tenga.
Bel. — Pues sea luego.
Mar. — Sepas que essa tu iiija que llamaste
honesta pudicicia, de pocos tan amada, como oy
en dia de muy pocos conoseida, engéndrase en
la voluntad y limpieza de la voluntad, o la ay
en pocos, o tura tan poco, que no basta a en-
gendrar nada. Y esta tal hija en ti engendróse
con vn amor, y agora essa tu voluntad, que
siempre la engendraua en ti, hizo punto, y en
liaziendo punto, paró a la rectitud, y en paran-
do a la rectitud, faltó la virtud, y en faltando
la virtud, nascio el desorden, y en nasciendo e
desorden, en lugar de la hija vna virtuosa pri-
mera han se engendrado en la desordenada tu
voluntad dos hijos, y estos llamanse amores
lasciuos. Y como éstos agora nascan en ti de
nueuo, quiere tu voluntad conosc<'rlos para
amarlos. Y como sean más de vno en apellido,
aunque no en ser, y muchos en effecto, aunque
ninguno en ser substancial, ama los la volun-
tad. Lo vno, porque todas las cosas nueuasapla-
zen, y lo otro, porque éstos, con ser en el nom-
bre más de uno, y hijos, y la primera vnae hija
y cansada y quasi oluidada en ti ya, y también
con que tienen la sensualidad éstos de su valia
contra la honesta prudencia, y la carne no los
rehuye^ y la voluntad no los despide, de aqui es
que la hija que dizes, teme, y los hijos nueuos
que digo, preualescen.
.fust. — O, hi de Dios, y qué altamente haa
hablado debaxo de sus íiguras entramas; pero
quiero ver en qué paran.
Bel. — Tantas contrariedades de mi salud me
has propuesto, que más desconfio de sanar, y
aun que agora pienso que sé monos de mi mal.
Pero diuie, cómo son diíferentes en effectos?
pues diziendo que son dos, dizes que nascen de
vn principio, y dizes que no tienen actual ser?
3Iar. — Señora, estos dos que ansi engendra
la voluntad desordenada por la concupiscible, en
quanto nascen de la voluntad llaman se amor, y
en quanto es desregulada, por no ser ya la vo-
luntad vna, llamanse amores. Y eri quanto al
primer nombre, su effecto es amar, y en quanto
al segundo, como falta la regla y niuel de la ra-
zón, ansi son más de vno por sus effectos. Por
manera que donde hay esta cosa intellcctual,
que ansi llamamos amor, o amores, ni ay con-
cierto en el querer, ni en el aborrescer, ni en el
viuir; porque vnas vezes el tal paciente ama lo
que ya aborrescio; en tanto que en sí ¡¡aresce
que desama la virtud que algún tieujpo mucho
le deleytaua. Y^ el que deste mal está herido,
dessea la muerte, por acabar la pena, y busca la
vida, por prolongar su tormento, y siente se mu-
cho el tal tormento, y es tan dulce, que enton-
ces se llama dichoso el penado quando más y
con mayor razón pena; de manera que este mal,
con siempre matar, nunca acaba de quitar la
vida. Tiene en las potencias del ánima otros
effectos; porque paresce que os muda la volun-
tad, queriendo lo que más os mata; quita la me-
246
ORÍGENES DÉ LA NOVELA
tuoria, por manera qne ni os querays acordar de
vos, ni podéys acordaros de Dios, ni oseys acor-
daros del mundo, ni sepays acordaros de la vida.
ni os desuiandeys a la memoria de la muerte, ni
os entremetays en la memoria de la honra, ni
de los amigos, ni de los padres, ni os vaque lu-
gar para os acordar del descanso del proprio
contentamiento. Pues en el entendimiento obra
tanto, que os haze aüiuftr en cosas jamás pen-
sadas, y haze que no sepays otras vezes aun en-
tender de vos mesnio qué (al cstays, ni apenas
quién seays.
Jitfit. — O, y como que aquella habla maes-
tralmente con experiencia de lo que es ansi!
pero veamos qué dirá Eelisea.
Bel. — Ay, mi Marcelia, y cómo que eres sa-
bia, pues me has descubierto, el venero de mi mal.
Pero dime, de qué se engendra essa tal ponzoña.
.]far. — Mi señora, como esta virtud que es
amar siempre presuponga, allende del subjecto
donde está, otra cosa por objecto, ansi se co-
mien9a en Vno y haze parada y fiel y assisten-
cia en otro; y después torna a parar en el mes-
mo de donde salió. Y ansi dizcn: que el coracon
amante más está donde ama que donde habita,
porque quando amamos vna cosa, aquel amor
que hay de nueuo en imestra voluntad fué cau-
sado por estraña y agena virtud, que lleuo y
atraxo para sí nuestra voluntad. Y ansi nos
mouemos a amar la tal cosa, porque nos pares-
Ce digna de nuestro amor, y ansi después no la
querríamos partir de la memoria, por el gozo
que en ella halla nuestra voluntad. Pero estas
cosas amadas son differentes: porque el auarien-
to ama las riquezas, y en ellas pone su fin, y el
soberuio la soberuia, y el goloso el comer, y el
hombre amante a la muger que ama, y la mu-
ger amante al hombre que ama. Y el que ansi
ama, siempre querria que le nombrassen la cosa
qne ama. Y la muger que ama, como de menor
virtud, ansi hazen más impression estos effec-
tos en ella; porque con amar tanto al amigo,
siempre le querria presente; y visto, se tnrba; y
oyéndole nombrar, se demuda; y esto es, o por
tristeza de la absencia del que ama, o por el te- ,
mor reuerencial que en ella pone el amor del tan
amado. E de aqui verás tú, mi señora, quánto
poder tenga en el amante aquella cesa que es
amada, que trayda a la memoria, altera el su-
puesto del paciente, como haría, pongo exem-
plo, que si tú estuuiesses enamorada de aquel
tan galán y próspero cauallero Floriano, en
Oyéndole nombrar absenté te alterarías y en
viéndole delante ti te turbarías. Pero qué hazes?
qué sientes, ángel mió? porqué ansi lloras? ay,
por amor de Dios, que te me esfuerces; que, por
tu vfda, mi perla preciosa, que no querria sino
ser agora vn Floriano para áqui te retobar, por
quitarte essa tristeza.
Bel. — Ay, buena amiga, que agora veo que
auia en mí mucha razón para tener tantas bas-
cas, pues hallo en mí que la absencia de esse
cauallero me tiene triste, y el nombrar me le cau-
sa nueuas turbaciones. Porque aun essa tan
grande rauia de amor que tú llamas, aun no ha
consumido las fuercas de mi honestidad, pafa
que no me altere con las nueuaB pláticas. Pero
piles ya conozco mi mal y no te le puedo encu-
brir, y pues tú le juzgas tan peligroso, e yo le
hallo tan poderoso, búscame el remedio con que
sane este coraron tan triste y poco experimen-
tado a suffrir tales afanes, o si no, llena se le a
esse qne me le tiene y se está cenando en él,
para que, pues yo no puedo ya no le amar, a Id
menos muriendo de presto pndiesse no dar tal
quiebra en la honra de la casa de mi padre. Y
torna le la sortija que para él sanar yo te dando
enfermé; pues ni yo sanaré con ella, ni él dexa-
rá de enfermar sin ella. Y si con su salud ha de
hauer remedio en mi mal, remedie se primero la
suya, como principal causa, y después la mía,
como aocessoria y causada y dependiente.
Mw. — Anda, señora, pontele en el dedo del
coraron, en memoria que Floriano le traxo, y
Verás la mejoría que sientes. Y suplico te que
juntamente te pongas este rico joyel desta
esmeralda, que ansi con su cinta verde la
traya el tu Floriano, y toma essa carta, y
mira qué me respondes, pues quieres tractar de
tu salud.
J'el. — Ay, Marcelia, qué grande es la virtud
desíe mal mió (que tu llamas) de amor, que todo
esto amo, y todo lo quiero, y todo lo tomo, y no
puedo no le tomar, y veo que hago mal en to-
marlo. Y porque ya andan las mugeres por la
casa, quiero que te vayas luego, que la respues-
ta yo te la daré quando pudiere.
Mar.— Gaiñ, ángel mió, qne, como no exper-
ta en este mal, no caes en la cuenta del daño
que te hará essa dilaccion.
Bel, — Pues cata que no puedo tan de presto
ahogar mi honestidad, para que del todo go-
uierne la sensualidad.; pero qué te paresce a ti?
^fa)\ — Que le hables, para que entramos
deyselorden que os pluguiere en vuestros males.
Bel. — Las carnes me tiemblan en pensar lo,
aunque la sensualidad me dice que lo haga.
Jíar. — Pues mira que en los males furiosos
es peligroso pasar vn punto; por esso manda Ife
venir esta noche, y habla le lo que te parezca.
7?e/. — Paresce te?
71/a?-.-— Digo lo que te cumple.
Bel. — Llama me a Justina.
Jtist. — Quiero entrar antes que me llamen.
Bel. — Di, Justina, qué te paresce que haga
en lo que me aconseja Marcelia?
Jiist.^— Señora, aunque no sé lo qne es, pero
presuppuesto que no te dirá cosa que no sea dfc
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
tu bien, uie parosce que el consejo siempre es
bueno, y niayoraientc dol amigo.
/?e/,-^Fuos allá os concertad las dos, que yo
quiero guiarme; por lo que entramas vicredos
mejor. Y di le que venga esta noche a la hora
que a las dos os parezca, y adonde y como más
vieredes cumplir a nu iionra.
Mar. — Pues has me de otorgar vna morccd.
Jiel. — Di que' es.
Mar. — Que me dexes licuar conmigo a Jus-
tina, porque agora anre empacho de yr sola dis-
fra9ada) y fiala de mí, que yo la tornare ti
traer.
J^el.-^^Wa es jiara fiar por sí, porque en
mes la tengo yo que tanto; pero agora no pue-
do escusar la: otro dia aura para toilo. Pero tú,
Justina, en pago del tiempo que has occupado
a Marcelia de su lauor, le da la pic(;'a de Ho-
247
lauda que sobró de mis camisas: y da le vno de
missayuelos de terciopelo, e! que quisieres, para
sil hija, y vno de mis volantes de los mejores,
y dale para chapines dos piezas de oro; y tú
perdona, que vna donzella no tiene que dar,
pero algún dia tendré.
Mar. — La merced es grande, y por todo te
beso las manos, que bien sabes dónde hazos
que no lo sabrá oluidar, aunque no lo pueda
seruir,
JJél.—\nd{\, Justina, da le cobro luego, y
ven me a dar de vestir.
Jítst. — -Todo se hará a punto. Agora, mien-
tras saco lo que te he de dar destas arcas, me
di, qué tal queda l'elisea?
Mar. — Afira, hermana, no me entres por ay;
a quieh cuezB y amassa, no hurtes hogaoa; todo
lo oyste, y cuerda eres, y a ti no va menos qub
a tu sonora; por esso en dos palabras conchiyo:
en que pues queda en tu gouierno el liedlo y en
mi consejo, yo les mandaré a los requebrados
de entramas que vengan juntos esta noche a la
vna, que es propria hora de reposo. Por esso
dime por dónde y de presto, que cierhen estas
mugcres en torno de nosotras, no nos entien-
dan, y di me qué venia en el papel de tu galán,
y qué respuesta le embias.
JuFit. — Toma ya todo lo que te mandaron
dar y ve con Dios; que a esso que me pides,
pues han de venir, vengan por el jardin. que si
yo pudiere, les tendré abiertci la puerta entre
doze y vna; o si no, snban se por las paredes,
porque ansi diré yo que ellos se entraron: y des-
pués de hecho, yo lo anre bien con mi señora,
aunque se torne a mí; porque si se lo digo, jio
baxftrá allá.
Mar. — Pues tú y Polytes asuadas que tío
«yays menester liga yiara asir os; porque, Dios
Cs guarde, la mocedad os ayuda, y la semejan-
ea (?s causa de amor.
./».</,— Anda, que no quiero altercar contigo,
que todo lo calas y hada callas; pero nn'ra que
les anises que snn las paredes muy altas por
de dentro más que de fuerlá,
Mar. — liien paresce que Como amas, temes:
yo !o tramaré todo allá, y voy me.
JuKt. — Dios vaya contigo. Pero al diablo k
no encomiendo, y qué taymada y anisada está
en todo, y qué des(!mbuelta va; yo seguro que
no le deue yr mal a ella en estas romerias; q\w
quando de acá lleha tanto, qué sera d<í allá?
Poro buena pro le haga, que coii los buenos
han de medrar los siruielites uieliesterosos; por-
que 8i el gualardon no terciasse, ni ailria scfior
seruido, ni pobre subjecto. Yo quiero acudir a
lielisea, por descmbáríi9ar me, para tener a pun-
to alguna bnena Colación ])ara sobre plática
en el jardin, aunque yo sé que ella no iiaxaria
allá si supiesse que ellos han de estar dentro,
porque ella por entre las puertas del jardin a la
calle le qui(>re hablar, l'ero porque aquello no
es tan seguro, más quiero que se torno a mí,
y después me loe lo hecho, que no haíer lo que
manda sin mirar lo que le cumple, aunque, si
por bien es, ellos sis cohcettarán, y quedará
todo apaciguado.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXVI
KiiUalido Jiislina halla A V.vVMA ílhRHiayalla.y Urna tic rnngo-
ias: y coiiciTiaiiclo el cómo liublar a Floriano ossa nbclió, én-
lia I.unMido. V Irada con la luja de lo que oU'as vezes le ha
tHoplieslo.
Bemse.a, Justina, Lccendo.
\/leL] — O soberano Dios y quáti l-odeadií
me teode congoxas, que cada una de ellas basta
a ponerme a laS manos de la muerto, l'ot-qlie
lo que tracto al presente es muy contra lo que
deuo a la virtud, y al estado de nd recogimien-
to, y a las costntnbres de donzella, al crfVlito
qne de mí es tenido, al tierno amor de mi cano
padre y a la antigua nobleza de nii sangre. Ay
de mí, que no sé cómo ya puede estar segura la
virdld en vn tan combatido y flaco supileeto
pomo el mió. Ay, nn viejo padre, que si tú no
pusieras en mí más crédito del que mi flaqtieza
y poca experiencia requería, ni la libertad a uú
me vuiera dado oceasion a desmandar nie, tti la
honra de tu casa y el sosiego de tu vejez espe-
rara de mí el pago qUe agora tracto de te dar.
Porque bien sé que hago mal en admitir sin tu
licencia estás mensajerías de parte del que es-
pero hablar esta noche. Pero pues ya no ptifedo
no amarle, ni en lo hecho ay tanto yet^ro qne
no pueda ser todo guiado en bien, quiero leer
esta carta; para Ver si él quiere amar me etl
aquel ánlor que yo en Prado le dixe. Porque si
con alnor liüipio me amrt, estendere yo las Velas
248
orígenes de la novela
de mis desseos en querer le. Pero si toda via
guia como antes desordenadamente, yre yo, con
el diuino acorro, teniendo la rienda a su pasión
con la guarda de mi honestidad, aunque no
podié menos de mostrarle aquellas muestras de
amor que me mcresce su perseuerancia.
CARTA DE FLORIAXO A EELISlíA
Ha querido vuestra misericordia, ángel mió
y mi señora Belisea, hazer tanto por mí en
liauer querido ver me y oyr me, y tener memo-
ria deste tan enfermo de vuestro amor, y tan
preso de vuestra hermosura, y tan subjecto a
vuestro poder, que mi ningún merescimiento
sabe ya más que os pedir. Pero puesto que para
mí es sobrado lo que hasta aqui aueys hecho,
para vos es tan poco, que si más no hazeys por
este vuestro paciente, hauiendo comen9ado a
poner la mano en su cura, él no puede dexar
de tornar a empeorar, y a morir eu la empeora.
Porque dado que para mí sea el faiior muy
sobrado, como mis desseos sean los más nobles
y encumbrados de todos los amantes, aun el
t'auor no ha allegado a les dar cumplido reme-
dio; porque toda cosa que sea menos que vos,
no puede suplir la minima necessidad de mis
desseos. E suplico os que, pues vuestro poder
no suelta mi coraron, que vuestra misericordia
y hermosura lo acabe de sanar, o vuestra ius-
. . . •*
ticia de castigar. Allá os lleua essa mensajera
vuesti'O anillo, no porque no le aya bien menes-
ter en vuestra absencia para sustentar la pena-
da vida, como reliquia vuestra, pero como él no
me sana sino da fuerzas para esperar de vos la
salud, ansi os le embio para que allá no haga
falta. Y para que vos sepays quel vuestro en-
fermo no queda sin peligro de aiuerte, y ansi
torneys por vuestra honra, en que no se os
muera el que vuestra mano comentó a dar la
salud. Essotra joya que os lleua la mesma men-
sajera no os la embio por seruicio, sino para
que en vos torne a recobrar la piedra tan rica y
buena la virtud natural que en mí perdía. Y
sepa yo, mi señora, de vuestra salud, para que
la mia torne a auiuar se. Y no rae atreuo a pe-
dir os que me mandeys que os vea, pero mirad
que la presencia de la vista del sabio y podero-
so médico es gran parte para el aliuio del pa-
ciente. E perdonad me si excedo de lo que me
mandastes, en mostrar que os amo, no como
me distes licencia, porque si en ella os doy pena,
sabed que ni de mí se puede sacar sino pena,
ni puedo (obuiando a mi contentamiento) guiar
por el aranzel de vuestro casto amor. Y pues si
esto es peccado, e yo no puedo arrepentir me
del, concluydcon matarme, o perdonad mis im-
portunidades. Y socorred a este que más la-
grimas echa escriuiendo que letras lleua este
papel, pues tras estas Uuuias vienen los rayos
del corapon, que me ponen a la muerte.
Bel. — O, la más sin ventura de las mugeres!
ay, que muero!
Just. — Y calla, no quiero más estar escu-
chando, que cierto ha hablado altamente. A, se-
ñora, señora ! o, sin abrigo, mezquina yo, que está
muerta! Pero qué papel es éste? carta deue ser
de Floriano, y en estos paj^eles le deue aquella
Marcelia traer algún mal. O, qué traspassada
está! quiero echarle desta agua rosada en el ros-
tro; ya comien9a a tornar en sí. A, señora, es-
fuerca por vn solo Dios; cata que te tractas
mal. Yo quiero yr a llamar a mi señor Lucendo,
porque ya no cabe en razón dissimular con este
tu mal; porque tengo temor que alguna vez
te quedes ayslada.
Bel. — Buelue acá, no me dexes, que yo me
esf orearé; dame de vestir, que no me va bien en
la cama.
Just, — De carmesí te tengo aparejadas aqui
las ropas, porque me paresce que has bien me-
nester acorro para alegrar te oy.
Be!. — Ya bien pienso que me dexará prime-
ro el viuir que esta tristeza. Cierra essa puerta
de essa quadra y vestireme; pero dime, diste lo
que te mandé a aquella dueña?
Just. — Sí, señora, y luego se fue.
Bel. — Y tú oyste lo que ella e yo passamos
a solas?
.lust. — Señora, no sé más de que por mucho
que le pregunté lo que la querías, no pude sa-
carle más de que me encargó que te regozijasse,
y te hiziesse tomar todo el más plazer que pu-
diesse, y aun me encomendó que te vistiesse
vestiduras de colorado.
Bel. — Y para qué fin?
Just. — Porque muchas vezes de la alegría
exterior redunda alegría y aliuio al triste de co-
raron; y el spiritu alegre haze enmocescer los
viejos y refresca a los mocos; y por el contra-
rio, el spiritu triste consume el viuir, no sólo
del hombre, pero de los sensibles brutos.
Bel. — Pues dime, y ella no te dio parte de
lo que me quería?
.Just. — Dixo me tan solamente que yua muy
alegre con el don que le diste, y con el sí que le
prometiste.
Bel. — Qné sí?
.Just. — De que holgauas que aquel buen ca-
uallero Floriano te viniesse a hablar de media
noche arriba en el jardín.
Bel. — Ay, que nunca tal sí le di; y pues ella
no lleua las palabras como se las dizen, tampo-
co yo le atendere aun a lo que le prometí.
Just. — Cata, señora, que peor es, concedida
vnacosa, no atenderla, que no el no prometerla;
porque dizen que al buey por el cuerno, y al
hombre le tienen por la palabra. Y pues tú le di-
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
249
xísto que le niandasse venir, e yo espero en Dios
que será para bien, no te arrepientas de lo di-
cho, pues que antes no lo miraste.
Bel. — Cata que yo no le dixe sino que vinies-
se, que por la portezilla del jardiu le oyria, y
aun aquello fué por escabulliruie de sus impor-
tunidades.
Jiist. — Pues di me: sí que para hiblarU, Ya
que te pones a ello, y él no dexará ya de venir,
ni ella de se lo dezir, mejor es que sea donde
ni él en ser visto de los que passan corra peli-
gro, ni tu honra detrimento en que se sepa.
Bel. — Ay, que no es de donzellas andar a ta-
les horas escondiendo los hombres.
Just. — Por ninguna viaes licito a ti, si a esso
miramos; pero ya que se haze, prudencia es ha-
zer lo sagazmente: porque más vale que sólo sea
tachada nuestra vida de solo Dios, que no de
Dios y de las gentes, que nada callan y en na-
da perdonan.
Bel. — Perplexa estoy ; porque negar le la
habla, voy contra lo que prometi, y también
(pues no te quiero celar cosa) no hallo sossiego
en mí. Y quiero ver de dónde nascen estos mis
desaboramientos; porque la sensualidad, en mí
ya mny mandona, me persuade y aun í'uer9a a
esto.
Just. — Anda, señora, un dia en el año dexa
te gouernar por mi mal seso y buen desseo de
tu descanso, y bien, y honra, y aun por ventura
a mayor seruicio de Dios. Porque dizen: que si
no fueres casto, sey cauto, y con razón, porque
de la honra ha de hazer el hombre gran caudal.
Pero, nmdando plática, por mi salud que esse
volante con essos pinjantes, acompañado con
la saboyana y verdugado de carmesí, te pone
tal, que quisiera ser me yo agora quien yo me sé,
para gozar de ver cosa tan bella.
Bel. — Calla ya, boua, que no estoy para
essas burlas.
Just. — Pues esfuerza te a estarlo, y escucha,
que mi señor Lucendo está a la puerta de la
quadra.
Bel. — Pues abre presto, y dexa me sola, que
quiero rezar las horas de nuestra señora.
Luc. — Di, Justina, qué hazia mi hija?
Just. — Señor, queda rezando.
Luc. — Y qué tal está?
Just. — Señor, no anda muy buena; que por-
que anda triste la hize vestir de colorado.
Luc. — Bien heziste; pero qué siente?
Just. — No lo alcan90 , pero dcurias la de
mandar a solazar por el jardin algunos ratos.
Luc. — Y quién se lo quitó nunca? que ella
se tiene la llave, y sabe que me haze plazer.
Pero anda ve, di que se vista el capellán para
la missa, que luego salgo, que quiero ver a Be-
lisea. Qué hazes tú^ hija? nunca acabas de re-
zar? cata que no te haze prouecho a la cabe9a.
Bel. — Señor, poco ha que comencé las horas
de la reyna del cielo, que rezo cada dia, que,
mal peccado, no soy tan deuota como me
pintas.
Luc. — Pues dizen me que nohas dormido esta
noche, y aun que no has tenido sossiego en la
cama.
Bel. — Por pensar que lo ha heciio la calor,
me he leuantado algo tarde.
f^uc. — Bien estoy en esso; pero para qué
permites que tan de mañana te entren a quitar
el sueño de la vida, en especial niugeres de fue-
ra? Porque ya de mañana diz que vino a te des-
pertar vna vecina, y tú, de bien acondicionada,
a todas das audiencia; no lo hagas, ansi te go-
zes. Pero dime: venia te a pedir alguna cosa?
que pienso que te han olido por santera. Y si
comien9as a darles crédito, nunca acabarán de
molestar te con lloros, diziendo que mueren de
hambre, aunque a la verdad las necessidades de
las gentes oy en dia son grandes. Pero ay al-
gunas personas que el darles para ayuda de pas-
sar su vida las haze holgazanas y viciosas; por-
que desque abrtn boca al pedir y los ojos cie-
rran a la vergüenza, atan las manos al traba-
jar y los pies a la solicitud, y ansi vienen a
caer en mil inconuenientes.
Just.— Agora os digo yo que el viejo está
en la cuenta; por mi salud que creo que tiene
tanta opinión de la hija, que aunque la hallasse
el galán en la cama, no pensasse que era para
mal; pues eche se a dormir, que quilas quando
buscare tocinos no hallará estacas, y aun que en
lugar de virginidad con que la case, le dará la
hija un nieto que crie, si las cosas van adelante
por los passos que Marcelia las encamina; pero
allá lo ayan; agora me voy a lo que me mandó,
y no quiero escuchar les más.
Bel. — Ay, señor, como ya te he dicho que n¡
soy tal que me tengan por tan misericordiosa,
ni aun tan poco sin tu expresso mandado no
osarla disponer de cosa.
Luc. — Anda, hija, que como yo te ame tan-
to, y tú sepas que lo tendré yo por bueno, bas-
ta esto para que sin scrupulo pueda tu pruden-
cia hacer por tres vinos y defunctos el bien que
yo con occupaciones y negocios no puedo todas
vezes. Pero qué te quería aquella mugcr? y
quién era?
Bel. — Señor, es vna que fue casada con vn
criado de casa, que agora dias ha que embiudó,
y es vna buena muger, por cierto, según lo que
de ella me dizen.
Luc — Su. nombre? *
Del. — Marcelia.
L'íc — Ya, ya, conozco la como a ti. Pues
essa bien tiene por qué reconoscer seruicio a esta
casa; que en no sé qué mala famezilla la ras-
treó la justicia agora vn año, y era en cosa fea, y
250 orígenes r)E LA líÓVELA
que no librara bien si no entendiera yo en ello.
Y piensa, hija, que de estas que ansi nio^ns
quedan viudas tienen trabajo y aun peligro, ma-
yormente si les sabe la casa la ociosidad, ma-
drastra de las virtudes y abogada y madre de
los vicios.
Bel. — En esso ni sé cosa, ni quiero tomar
cargo de peccados ágenos; basta me que a todos
tendré por buenos, mientras no les viere fuera
del camino de k virtud, y aun av lo veré. Y si
suelda tiene el defecto, lo tengo de interpretar
a la mejor parte, y no creerme por lo que el
vulgo afama, por no tener que errar, ni hallar de
cpié me arrepentir.
Luc. — Pues por tu vida, hija, qué buscaua?
Bel. — Rogar me que le recibiesse vna su
hija.
Luc. — Ya creo que estará grandezilla, y aun
muy libre para llenar tus recogimientos. Pero
allá te auen, con tanto cpie e'sta venga las me-
nos vezes que ser pueda a ti, y a tu cama nun-
ca, porque éstas tienen otras oraciones que tú
ni sabes ni entiendes. Y asnadas que luego te
buscasse la madre, que vosotras llamays, y te
vendiesse del ojo, y otras cosas deste jaez.
Bel.-^ No vuo nada de esso; pero a la verdad
dixo me que pensaua que tenia algún friaje que
me causaua estos desasosiegos.
Luc. — Bien conozco yo vuas de mi majuelo.
Pero mudando plática, me di, qué te ha pares-
cido sobre lo que te hablé este dia?
Bel. — Y qué, señor?
IjUC. — Bien muestras el poco cuydado que
tengas deste mundo, ni aun me paresce mal ver
las donzellas oluidadizas en cosas de casamien-
to. Ya tú sabes quántos te me piden y con
quánta importunidad, y con ser de los princi-
pales de la corte, y aun del reyno, con ninguno
he concluydo, por dos cosas que ya te dixe este
dia. La vna, por no te apartar de mí, y la otra,
porque en todo te quiero consolar y complazer.
Bel. — Ya pensé que era esso oluidado.
Liió. — Yo quisiera poder, hija mia, oluidar-
lo. por no me necessitar a te acordar al fin de
mis dias partir de mí, visto que yo podré turar
muy poco.
Bel. — Pues el morir a ninguno perdona,
nuestro señor querrá que, para quitarte de essos
cuydados, yo vaya delante en essa jornada.
Luc. — Dexaudo essos juyzios a Dios, me di
en esto lo que te parezca, pUes ya no pares-
ce bien ni a mí ni a ti no te buscar vn marido,
y tal compañero con que yo gane contigo otro
hijo más. Porque hemos de disponer nos según
la voluntad de Dios, según lo que la naturaleza
pide, que yo tráete para mí de la sepultura y
para ti del principio del tiuir.
Bel. — Pues suplico te que ya que essa es tu
voluntad, de querer también esperar la mia,
que por él sí de mi respuesta me esperes solos
otros dos meses. Y en tanto, que no me hables
del partirme de ti, si quicres que de mis malas
disposiciones yo sane y no vaya la soga tras el
calderón, como di/en, de manera que lo vengas
a perder todo con enterrar me primero.
Luc. — Cata" que lo yerras; porque dado que,
para mi consolación, y aun la tuya, nos parezca
bueno esso; pero no cumple a la razón sino
que pe haga, y quiero lo hazer de mi mano.
Bel. — Pues ansi lo confio yo en Dios; pero
tiempo ay.
I^uc. — Pues que ansi quieres, aunque hago
mal en doxar me gouernar por ti en esto, pero
no te quiero dar más pena. Y anda acá, que nos
agiiarda con la missa el capellán.
Bel. — Vamos donde mandares.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXVII
Estando GHsindo el paje de cámara de I.ucondo con Liberla a
solas, entra Marccl a de burila de casa de Belisea, y ella le
absconde. Y estando la itiadro y la hija en sUs razones, so-
breuiene el despensero. Y estando ansi juntos, sobreuienen
Fulminato y Felisino, y sobre cierto entremés se absconde
Fulminato de miedo en el establiílo.
LiBERiA, Grisindo, Makcelia,Despexsero,
Fulminato, Felisixa.
\_Lih.'\ — Ay, señor, por tu vida que te baste
ya, y me dexes y te vayas, que pueS me dixis-
te que quedaua mi madre con Belisea, no tar-
dará ya. Y pues yo tuUe resistencia en tli vo-
luntad, no quieras tú quebrar mi honra, y es-
pecial que tongo madre, y muy zelosá.
Gris. — Ya por demás serán sus sospechas,
ni aun la esporos acá de esta parte de vísperas,
quanto más que ya te he dicho que ella dixo
que yo viniesse, y sabe que veriia a cortar ca-
misas.
LaI). — Y aun la escusa será razonable no ha-
uiendo liento ni costura! Pero ay, mezquina de
mí, que ya viene: yo no osaré parar en casa si
te ve solo.
Gris. — Pues qué quieres que haga?
I^ih. — Que te subas aquí a la solana y pres-
to: mala landre me mate, que aun la escalera
no cerré con tus priessas, e ya sube.
Gris. — Pues subo, aunque contra mi volun-
tad, pero por amor de ti.
Lib. — Pues mira que por poco que te íne-
nees arriba serás sentido, e yo perdida; que yo
cierro esta portezilla hasta su tiempo, que te h-
dre cuydado de abrírtela.
Mar. — Qué ha.'^es, hija, que paresce que estáS i
alborotada? \
Lib. — Como te senti subir, túrbeme, quéji
pensé que era otro, y dexé la lauor. |
Mar. — Pues por qué dexas la puerta abier'i
COMEDIA LLAMADA F^LORINEA
251
ta? que no sabes qliién passa por tu calle; pero,
quién esta árfilitl eh la áolanejft?
Lib. — Será algún gato a más andar, que vo
no siento qué sea. Pero, qiié traes, que ansi vie-
nes tan soiiarcada?
J/ci/-. — Pense, liijíi, que como cerrauns aque-
lla portezuela, que venias de estarte al sol ocio-
sa; que a la fe, boua, este es el sal>er baratar
la vida, que no tú ([ue nuncfj valdrás nada.
Lib. — A la he, bien que baratas tú la vida, y
la casa anda sin dueño, (pie no te acuerdas que
hemos de comer oy.
}lar. — Y diine, hija, la ración de palacio no
vino?
X/A. — Que ignorancias las de mi madre! ha-
diendo se concertado con el despensero de Flo-
riano que se la de' en dinero?
^íar. — Por tu vida que no me acordé que
me ania ayer dado seys reales por esta se-
mana.
Lib. — Pues yo seguro qiie gana él bien con-
tigo, porque quando la embiauan hauia para
cinco personas.
Mar. — Calla, boua, que mejores son seas
reales cada semana que no acjuella perdición de
vianda; ¡)orque como lo auiamos de repartir con
los ve/.inos, que a nosotros montana poco; y
ellos mesmos que lo comian, al cabo nos darian
por gracias el juzgar de donde o cómo viniesse;
sí que mejor es que gane con nosotros el criado
del que nos lo da, en especial que no se pierde
nada con él. Y aun también sí que mejor es te-
ner con qué te comprar el cliapiu. y el botin, el
manto, la saya, la camisa, la toca y otras mil
redrosacas que salen de cada dia. A la fe, bo-
nilla, si no miras más de a! papo, guay del
sacf).
Jjib. — Bien que sea esso: i)ero sí que razón
es (pie sintamos mejoria con el don del bueno;
sino que tú, como deues de vntar los dientes
por allá antes que vengas, con lleliar te los di-
neros en tu bolsa, quieres que espere yo a que
se te antoje do me comprar el vestido, y en tan-
to, que me cpiede yo en casa royendo de la lana
del almohadilla.
Mar. — Ay, landre que te dexe,y qué braua te
roe pones, porque me has visto el sayuelo de ter-
ciopelo a la manpiesota; porque bien vees tú
que esta ropa no la he de vestir yo; y aun con
el rico volante rie se te el ojo. Pues toma lo, y
viste lo, y asseate con ello, y sea tuyo, en pago
de mis seys reales. Agora contento está todo el
hiundo, ya no hay hambre ni pariente pobre.
Pues otro dia sepa callar y di^xar liazer a la que
te parió, y guarda me essa holanda, que más ay
de ocho baras, y no les faltará para qué sean.
Lib. — Pues agora te quiero, madre, dar al-
go yo.
Mar. — Ya fuesses para algo!
Lib. — Pues otra racíoli áy en casa.
Mar. — Ya sé cuya; pefo vino harto?
LÁb. — Y cómo? harto y bueno; pero no sé
quién sube.
Mar. — Esconde (Jsso pt'eíto.
Desp. — Bien me perdonarás que Subo sin
llamar, (pie pensé de hallar acá vn gentil hom-
bre.
.Uar. — Y quién era?
Desp. — Grisindo, el que te dixe en la po-
sada.
Lib. — No he visto sino el nioíjo que truxo
vnoB aparatos de cena.
.\/ar. — Calla, boua, que cata a([ui quieh lo
manda, ponpie veas quánto le deüemos. Por
esso apareja presto con que le des de comer, y
ve primero, cierra la puerta,
Áf¿. — Yo voy, pero bien piensa mi madre
(piG no se las entiendo!
Ful. — Ya estamos a la puerta.
Fel. — Vnes cata que arriba ay hombre, que
yo oy la habla.
Ful. — Fues también, si miras, baxa no sé
quién. Sul)e, sube, y verás quántos y quiénes
son, que porque no me sientan y se echen por
las ventanas de miedo mió, me quedo en este
portal, para que en baxando los que fueren,
los embie al otro mundo antes que ayan la
puerta.
Fel. — Pues yo subo luego. Cata, cata, (pié
buen encuentro!
Lib. — Tú vengas en buen hora; pero está ya
(piedo, no me destoques.
Fel. — Por Dios, ([ue estás hecha vna reyna
con essa seda y tocado.
Lib. — A la fe, si lo estoy o no, no lo deno á ti;
Fitl. — Cata, cata; por Dios (pie ay ruydo eil
la escalera; encontrado se han con el ]iobre dé
Felisino. Y por el armadura de Sanctiago (pie
le matan; bueno es tomar la jjuerta, y aun huyr;
pero no es cosa, porque me haga mal hechor, y
passa mucha gente, y de verme huyr pensaráíi
algún mal. Cata, cnta, seguro es el campo, qué
juegan al cubri xixa Felisino y Liberia.
/.ib.— Anda, sube ya, pues vienes solo.
Fel.-^Anies queda Fulminato en el portal.
Lib. — Pues, mezquina yo, sube llamando,
porque está con mi madre vtia vecina y tío hol-
gará que la vean.
Frl. — Y están solas?
/,,7;_ — Vil pariente de ella está allá (¡ne la
trae.
/•>/. — Yo subo a ver (pié ay.
Ful. — La muchacha baxa sola; asnadas que
ay cofradia, que baxa a cerrar la puerta; quie-
ro me asconder en este establillo; pero (hjy al
diablo estas puercas, que ansi hiede esta es-
tancia.
/.//*.— Miralde vos estotro inehtirofed, que me
252
orígenes de
dixo que estaua aqui Fulminato, aunque, con
todo esso, la cosa se adobara si el otro diablo
baxara y le encontrara aqui.
Ful. — Qué, qué? otro a_v? pues descreo de
los retajados si yo no me puedo ensuziar los
pies y aun más adelante en tan feo luofar, por-
que no me encuentre él donde me ensangriente.
Fel. — Quién está por acá arriba?
J/ar.—Ay, mezquina yo, que aquel es Fcli-
sino!
Desp. — Sea siquiera el diablo, que no me en-
cerrarás otra vez.
Fel. — Voy me, señora Marcelia, que no quie-
ro ser agua de por sanct Juan.
Mar. — Anda, no te vayas, que este señor es
primo mió, e ya se queria yr.
Fel. —Agora no se hauian concertado la hija
y la madre en el mentir, que discordan en sus
dichos.
Desp. — Pues, señora, si viniere aquel man-
cebo, avisar le has que ando en su busca y qué-
date a Dios.
Fel. — X, gentil hombre, no os vays por mi
causa.
Desp. — Tengo os lo en merced, que no me
voy por esso.
jpe/. — Pues si mandays algo, lo haré.
Desp. — Que soy vuestro.
Fel. — Por Dios, que este es el despenseio de
Lucendo, de quien se quema Fulminato, v con
razón, y que si él está aun abaxo, que sun
asidos.
Ful. — O, pesar de la vida de los condenados,
y qué correr trae por la escalera abaxo! el dia-
blo me metió oy aqui; que bien dizen: que el
andar con mal no puede turar. O, nuestra seño-
ra de Loreto, que si bueluo en mi tierra sano,
yo te visitaré tu santa casa: libra me oy de muer-
te y deshonra.
Lib. — Pues ya te vas?
Desp. — No puedo más detenerme. Si aquel
galán en cuyo rastro yo ando aportare por acá,
por tu fe le digas, señora, que no se ande as-
condiendo.
Lib. — Si haré; ve con Dios.
Ful. — Voto al chapitel de la Minerua, que
este es el despensero de Lucendo, y aquel que
busca deuia de ser yo. O, hi de puta, pues y
quién le esperara e ouiera subido? Y aun que
si en la calle me encontrara, me hauia de ne-
cessitar a huyr, porque más vale verguenca en
cara que cuchillada. Pero ya éPse fue, y la Li-
beria se subió arriba; quiero salir desta he-
diondez.
J/a*-. — Hija, adereza que comas, y no me es-
peres, que voy a vn poco.
Fe/. —Pues espera, subirá Fulminato, que
queda''^abaxo. e yr se ha contigo.
Ful. — Qué se tractaua de mí agora?
LA NOVELA
Fel. — Dónde has estado?
Ful. — Detuueme en la calle con vn amigo
que a la sazón passaua; pero donde vas, señora?
Mar. — Allá a palacio.
Ful. — Pues no querrás detenerte, voy me
contigo.
^íar. — At, qué mal huele por aqui!
Ful. — Pues yo no osaua quexarme; pero ya
no pndia suffrirlo.
Lib.— Cómo no hauia de oler mal? que veys
quál trae los pies Fulminato.
Ful.— O, reniego de Saturno ayuso, de todos
los que en Dios no tienen parte, con justicia
que tal consiente que echen en las calles.
Fel.— Pues cómo vienes ansi llena la gorra
y la capa de telarañas, que paresce que sales
de algún establo?
Ful. — Qu2 no sé lo que es, dexame.
Lib. — Ay, que por mi vida que agora se me
aclaró el miedo que vue abaxo; que se me fan-
taseó que vi entrar en el establillo quando fuy
a cerrar la puerta, y en el ayre me dio ser él,
pero no lo podia creer.
Ful. — Voto al sancto cal9ado de la epipha-
nia, que pense de encubrir mi necessidad; pero
como no era cosa que podia dexar para otro dia,
yendo con priessa a descargar el cuerpo, paresce
me que cargué los vestidos. Y descreo de las
harpias infernales si no era de poner fuego en
la casa que tal se suffre.
Mar. — Anda ya, que siempre andas gruñen-
do. Vete a poner fuego en tu casa, o en la que
tú dieres; que si ésta no te agrada, busca otra
perfumada, y si te paresciere, antes sea oy que
mañana, porque en cada casa has de conten-
tarte con lo que hallares, y si no, callar y huyrlo,
y nadie se ensañe donde no tiene desensañados
Ful. — Ya, ya, muy tras picadura estás. O,
hi de puta, y quién no viniera armado de pa-
ciencia? pero con todo, no te pese de oyr lo que
deues hazer enmendar en tu casa.
3íar. — Pues que yo no te mandé entrar al
establo, no tengo que ver en qué tal está. Y
pues tú entraste a lo que entraron otros pri-
mero, no tengas a mucho hallar lo que otros
obraron. Y al fin, el establo es para aquello, y
para bestias, y los aposientos para los hombres.
Y aquello, en ser lo que es, no paresce tan mal
como esta saleta para lo que es, en estar sin
tapizes.
Ful. — Anda, vamos y calla, que no diré más.
Lib. — El diablo no los sacará oy dcsta casa,
que ya he lástima al otro pobre hecho atalaya
en la solana, y estotro asno acá piensa de que-
dar se.
Fel. — Qué dizes?
Lib. — Que me espanto cómo mi madre osa
yr sola con aqiiel diablo sobre lo que ha passa-
do, y por amor de mí que te vayas con elloa
í
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
253
sin que les digas nada, porque temo de mi
madre.
Fel. — Faes queda te a Dios, que allá aguijo
por tu seruicio.
Lib. — AWi yrás, don necio; quiero abrir al
otro agora. Cata, y cómo ay has estado?
Gris. — Luego me baxe', y por entre las tablas
de la puerta mal juntas lo he visto todo.
Lib. — Ay, mezquina yo, que te podian muy
bien ver a aduertir en ello; pero espera, que no
so quién sube.
Gris. — Valga la el diablo y qué suelta es, que
en dos trancos se abalanzó la escalera abaxo.
Ful. — Dónde bajas huyendo? creo que vie-
nes medrosa de quedar sola en casa?
Lib. — Ay, mezquina yo, que oy no sé qué
ruydo, y no osé más parar.
Ful. — Si era algún alma en pena? pues anda
arriba, y verás cómo, aunque sea el diablo, te
le hago que no pare más; y sube presto, que no
se me cueze el pan por ver lo que es, que tam-
bién endenantes sentí pisadas sobre la saleta.
Lib. — Ay, que esso serian gatos que saltan a
la solanileja desde el tejado.
Ful. — Pues dexa me subir, que aun me pa-
resce que siento arriba no se' qué.
Gris. — O, pesar de la vida, y si no es este
aquel muy afamado Fulminato el barbudo, que
aun con su nombre asombran los niños! Pues
que yo no puedo ya huyr, quiero estar a punto y
defenderle la escalera.
Lib. — O. mala landre me mate, y si no soy
perdida si éste sube.
Ful. — Quita te me ya, pues, del passo.
Lib. — Ay, calla ya, que por no te dar enojo
no te lo osaua dezir.
Ful. — Di lo, di lo; di quántos son, porque
nadie escape.
Lib. — Ay. qué...
Ful. — Acaba ya.
Lib. — Sonauan muchos.
Ful. — Qué, qué? y dónde? o quiénes?
Lib. — Por la puerta del corralejo me pares-
cieron tres.
L'^ul. — Y eran hombres?
Lib. — Y aun con hartas armas, y el vnodixo:
presto, presto, que agora torno a entrar.
Ful. — O, pesar de la vida, y esso ay?
Lib. — En oyendo lo salté desbalida, que pen-
se que yuan tras Felisino.
Ful. — Qué liare? si me abscondo en el esta-
blillo asirme han; quiero subir me arriba, no me
tomen acá la puerta, que arriba haurá do me
absconda.
Gris. — Agora yo baxo con denuedo, que la
muchacha lo ha tramado tan bien, que él pen-
sando que son muchos no esperará; y al fin, si
esperare, en la escalera vno por vno no le he
miedo.
X/¿. — Ay, triste de mí, que baxan!
Ful. — Descreo si más paro; no me empañen.
IJb. — O, cómo corre el diablo; baxa tú, señor,
de presto y toma por arriba de la calle, que él
abaxo va.
Gris. — Pues Dios quede contigo.
ARGUMENTO LE LA SCE.NA WVill (')
Llegada Murci'lia a casa de Floriaiio, lli^gadu ruliiiinalo, pa2>aii
entre ellos y Lydorio grandes platicas de la aniicicia.
Felisino, Mahcelia, Fulminato, Pinel,
Lydorio, Polytes.
[Fel.\ — Agora que ya llegamos al puesto, <e
quiero preguntar qué tenemos de la dama de
Floriano; porque no sé si por el enojo de Ful-
minato, o si huyendo de su mal olor, o que si
porque traes buenas nueuas, tanto te he visto
amiga de llegar a donde estamos, que no vi sa-
zón hasta agora de te preguntar sin miedo de
mala respuesta.
Mar. — No fuera yo tan mal mirada contigo;
pero quiero que sepas que el porqué de mi agui-
jar el estomago ligero lo causaua.
Fel. — Antes, según el dicho del Vizcayno,
no hauiendo comido hauias de venir mas pesa-
da; porque dize que tripas lleuan piernas, que
no piernas tripas.
Mar. — Ansies, que desmaya el que no come;
pero también dize el Vizcayno que tripa vazia,
coracon triste.
Fel. — A qué proposito [es] esto?
Mar. — El preguntar perdiste de tiempo,
porque yo no tengo gana de tristeza, y ansi no
tendré gana de estar mucho sin comer, y ansi
me doy priesa por ganar presto dos deudas. Lo
vno, a Floriano su respuesta; y lo otro, a mi
estomago la vianda; porque oy toda mi occu-
pacion ha sido en seruicio de Floriano, de ma-
nera que para mi casa aun lumbre no ha anido
para guisar de comer,
Fel. — Al diablo doy tanta auaricia de niuger;
bien dizen quees vicioelpediraquicnseauezaaél.
Jíar. — Muy presto aprendiste de Fulminato
el hablar enti'e dientes.
/"«/.— Qué se tractaua de Fulminato? que
el huelgo no me alcanza por alcanzaros.
Mar. — Ayna cayeras en el numero de los
que dizen: al ruyn mentalde, y luego viene.
Pero quiera Dios que esse venir tan desblan-
quiñado no proceda de algún mal recado que
ayas hecho, y con todo, guarde Dios mi casa.
/"«/. — Descrt-o del can cernero y de toda la
compaña de Piuton, con muger que luego ha de
adeuinar.
(') En el original dice equivocadamente xxvini.
354
orígenes de
Fel. — Pues di nos qué fue, en dos parolas;
pqes sabes que la anucicií^ manda que trayga
el amigo el coraron descubierto,
Ful. — y aun también le manda que tenga
las ropas cortas, porque no tarde en acorrer al
amigo; pero guaresce Dios, que sin tu acorro
dexa esta valenciana quatro o seys eu la cal
nueua.
Fel.-^X aun ansi quedaran más de ocho.
Ful. — Qué, también tú adeuinas? pues tan-
tos eran, sino que los dos valieron les los pies
sueltos como la liebre.
P/w.— r-Nora buena estés, señora Marcelia, y
la compaña. Que es esso, hermano Fulminato?
que paresce que matas quatro de un golpe.
Ful. — Pues boto al ciato de Dios padre,
que tantos van ya en sal para la otra vida.
Lyd. — Qué es esso, Fulminato? y tú, señora
Marcelia, estés en buen hora.
Mar. — Beso tus manos, y llega a poner paz
en la ferocidad de la boca de Fulminato; que
povque vean que fue solo, lo representa a solas:
que todos los mata arreo.
i^eZ. — Todos somos sus amigos, y quisiera-
iflos hallarnos con él, si algo fue.
Ful. — En tanto, gracias a Dios , manos
mías, y la bondad deJ espada que lo esperó.
Lyd.— Es la que te di?
Ful.—^i.
Lf/d. — Pues ay veriis qué amigo te soy, que
en dar te la tal, virtualmente te he ayudado en
todp lo que con ella has hecho; porque el ami-
go lexos y cerca ha de ser amigo, segqn lo de-
claraua la figura de los antiguos.
Fel. — Pues viene a coyuntura, nos declara
lo que se platicaua entre antiguos de la Amici-
cia, porque lo oy apuntar a Fulminato y no le
dio cabo este dia.
Ful. — A mí pide tú las obras, y al señor
Lydorio las antiguallas.
^^ar. — Pues en dezir lo nos hará merced,
aunque el saberlo dezir arguye no menos saber-
lo obrar.
J^yd. — Pues huelgas de oyrlo, y todos, aunque
ya otras vezes lo he relatado por extenso, pero
agora de passo lo diré todo, y passa ansi. Que
los Patricios antiguos de nuestra madre Roma,
a \^ entrada del Capitolio, en el Senado, la
tenian pintada a la Amicicia, donde de todos
fuesse vista los que entrassen. Piutauan la en
forma de hombre, y en edad de mancebo, con
alegría de rostro, con presencia robusta, la cara
ejfempta y manifiesta, y sin alguna ruga ni so-
brecejo; la cabera descubierta, la ropa corta y
asi)era y no rica; los pechos abiertos, y con la
nif^no diestra enseñando el descubierto coracon*
Y deste procedía un letrero matizado de fino
oro que dezia; Muerte y vida. Y por parte de lo
baxo de los pies, yua otro letrero del mesmo
LA NOVELA
matiz que el de arriba, que dezia: Cerca y lexos.
Y quando alguno queria examinar el amigo en
aquella muestra le labraua de las condiciones que
hauia de tener, aunque agora si no se ouiesso
de pronar aquella inueocion de los antiguos, de
otra manera la pintarían al moderno.
^[ar. — Pues de todo nos harás merced en
nos hazer sabidores, porque aunque no he co-
mido, no eentire la hambre del cuerpo por tan
dulce manjar del spiritu.
Ful. — Si no se te acordaren, señor Lydorio,
los escritos, mira a, mis hechos y verás qué de-
zir bien de la amicicia; que voto al quicial de
las puertas del cielo, naás sé yo obrar por mis
amigos que los libros pueden ' dar reglas en es-
crito. Pero con todo esso, huelgo de oyr todo
buen razonamiento.
Pin. — En tanto, señor Lydorio, nos di de
los escritos antiguos, para con los hechos de
Fulminato contados de su boca.
Lyd — Pues ¡lintauan la a la entrada del Se-
nado en el Capitolio, porque alli todos concu-
irian a sus causas, y también porque todos los
que entrañan hauian de ser entre sí tales ami-
gos, que todos fucssen vn enemigo para sus
enemigos del sacro senado Romano. Y pinta-
uan la Amicicia (que aunque suena nombre de
hembra) como varón, porque, aunque perdone
la señora Marcelia presente, de la hembra es la
inconstancia, y la firmeza y immutabilidad, en
el varón.
Ful. — Pues, voto al cuerpo del quarto ele-
mento, que para el mal que son ellas bien cons-
tantes y extremadas.
Mar.— Por no atajar tan buena plática al
señor Lydorio (que ya me hizo la saina, ha-
blando en perjuyzio de las mugeres) no te res-
pondo. Fulminato, como lo meresces; pero pro-
cede, señor Lydorio, que, no tomando en par-
ticular a ninguna muger, como quiera desseo
oyr la descripción propuesta, que a Fulminato
sazón tendrá mi razón guardada agora.
Lyd. — Pues digo que la figurauan mancebo,
porque siempre la amistad entre los amigos ha
de ser no juvenil por la edad, sino por la repre-
sentación y significación ; porque ha de ser ani-
moso, suelto, fuerte, suffridor de afanes, y ven-
gador de injurias ; donde quando interuiene
honrra o suya o del amigo, que ha de ser otro
él, ha de ser liberal para con el amigo, lo qual
más so halla ordinariamente en el hombre man-
cebo que no en el viejo. Tenía más el rostro
alegre, mostrando que ansi le ha de tener el
amigo en todo lo que debaxo de Amicicia le
pudiere pedir el otro amigo. Tenía el rostro sin
ruga ni sobrecejo, entendiendo en esto que el
í\migo no ha de tener doblez al aniigo, ni le ha
de ser molesto, excepto en cosas que derogan
a la virtud. Porque el que no desengaña y re»
COMEDIA LLAMADA PLORINEA
'Jr»o
trae on tal caso al amigo, por solo dczir que no
lo quiere dar pena, o, por lo que os peor, por
apronecharae del, el tal uaás es euoniigo, adula-
dor, infiel, engañador, que no amigo. Porcpic la
amistad lia de ser en las cosas honrosas y bue-
nas y de virtud, y que no contradigan a lu ley
de Dios, que es el mayor y más verdadero
amigo nueí;tro. Tenía el aspecto robusto, y no
donzellil ni delicado, porque el amor del amigo
no ha de hallar flaqueza ni floxedad en el aman-
te amigo, ni ay de donde (si es amigo) busque
ineonueniente para que no se ponga a todo lo
que virtuosamente y debaxo del tal amor de
amigo le pusiere el otro amigo. La eabeij-a des-
cubierta dezia que en ninguna manera ha de
encubrir el amistad que tiene al amigo, agora
interuenga interesse, agora peligro, agora ver-
güenza. La ropa corta y aspci-a que tenía dez'a
el poco embarazo ni inconuenienti- que ha de
tener el amigo en las cosas de su amigo, lo vno;
y lo otro, la aspereza que es menester que mues-
tre a defuera el amigo al amigo, por retraer le, y
conseruar le, y guardar le la vestidura del alma
-le dentro, que son las virtudes. De tal forma que
más ha de ser amigo del alma que del cuerpo,
y más de la razón que de la sensualidad, y más
del spiritu que do la carne, y más de las virtu-
des del amigo ha de curar que de la beneuolen-
cia de fuera; y ansi era la vestidura corta, para
quenoembaraoasso; áspera, para que pungiesse;
no rica, para que no se mirasse al valor déla
hazienda y se hiziesse gran caudal del valor de
la virtuosa vida, porque la Amicicia, para que
no vsurpe este nombre, presupone tener vna
hermana, y muy en amistad de hermana, que
os la Virtud. Tenia los pechos abiertos, mos-
trando el coraz-on, etc., porque tales han de ser
los pensamientos del amigo para con su amigo;
que las obras buenas que figurauan la mano
diestra muestren bien cómo nazca de corazón,
y de claras y sanas entrañas, la tal amistad. El
letrero de oro procediente del coracon mostr^ua
la perseuerancia que ha de hauer en el amigo;
porque el amigo ha de perseuerar en la amistad
en la muerte y en la vida, en los afanes y en los
plazeres; y ansi mostrauan las letras, en ser de
uro, que la tal perseuerancia del amigo meres-
cia la corona del vencimiento de oro. El letrero
de los pies, del mesmo matiz de oro, que dezia
corea y lesos, demostraua ia presteza y libera-
lidad que el amigo ha de tener en las cosas que
algo importan al amigo, y esto ha de ser en su
presencia, y en su absencia, cerca del y alonga-
do del. l'or manera que, aun que en los cuerpos
absentes, en la voluntad, que siempre ha de ser
vna, siempre estén presentes los amigos. Y
ansi como las otras letras de oro, dezian estas
de lo mcsmo el mérito de la tal amistad ser de
valor del oro, que es el más valeroso de los me-
tales. Esta es la figura, y lo que entonces figu-
rauan en ella y eiiteiidian los antiguos de la
amistad.
Mar. — Por cierto dio ha sido cosa de notar,
y dicha por boca de sabio.
Ftl. — Ello es ^n3¡ cierto, y aunque en ser
tan verdad, ay pocos amigos en nuestra tem-
pestad.
¡^ij(l.—\ aun, porque lo creas más de veras
la falta que oy tiene? el orbe de amigos entre sí,
oye cómo pondera el sabio al buen amigo: que
dize que no ay comparación que se compare, ni
precio a que se estime, ni thesoro con que se
compre el fiel amigo; porque el que le halla
halla más thesoro que en el Perú hallaron en
esta nuestra edad los orgullosos y cobdiciosos
guerreros nauegantes Españoles.
Pin. — Y aun ansi creo yo que, como ay poco
thesoro por gastar de lo mucho que ay descu-
bierto, que ansi, aunque se descubran a prima
vista muchos amigos, que los examinados son
pocos, o por mejor dezir quedan pocos.
Lycl. — La cobdicia del thesoro es oy mayor
que hasta agora, y el posseer no quiere compa-
ñia, y la falta de la compañía quita la herman-
dad, y la falta de la hermandad quita la paz, y
la guerra encubre los amigos y manifiesta los
enemigos. Y ansi es mi tema, que la amici-
cia, si fueran Lis Romanos que fueron entonces
agora, que de otra manera pintaran aquella fi-
gura.
}[ar. — Pues también nos lo di, porque no
menos nos podra aprouechar la sabia razón
tuya que la antigua pintura suya.
Lid. — Pues si no saliera el paje, y pidiera
Floriano ya de vestir, yo dixera que la hauian
de pintar como muger, y aun vieja, por la in-
constancia y avaricia, y de rico vestido al buen
parescer exterior, porque esto halla y descubre
oy los apiigos más y más ayna, y el coracon,
con treynta cobertizos, porque oy en dia ni ay
claridad de amigo, ni amistad donde interuione
interés, ni ley, sino con la moneda; que éste
tiene oy en el mundo más amigos que Dios,
por la grande auaricia y peccados nuestros.
Porque si el amigo sea quanto rico querays de
virtudes, y aun de nobleza de sangre, si por
desdicha es pobre, todos le huyen, todos le bal-
donan, todos se desd(íñan de llamar se sus ami-
gos. Pues los pies oy en dia los tiene la Amicicia
atados, y aun las manos mancas al obrar. Mu-
cho hauia que dczir en esta materia, pero no lo
pide el tiempo agora. Yo quiero entrara ver si
se acaba de leuantar Floriano, y luego, señora
Marcelia, le diré cómo le aguardas.
^íar. — Merced me harás a buelta de la que
me has hecho con lo hablado.
Fel. — Por Dios, altamente ha salido con
lodo, y aun que en la descripción de la moderna
256
ORÍGENES DE LA NOVELA
fortuna la pone muy al vso de como la tractan
agora las gentes. Pero agora mientras sale el
camarero, nos di, Fulminato, qué es lo que tú
dizes que te acontescio.
Ful. — O, reniego de los epiciclos del primer
planeta contigo, y que ansi quieres tan de arre-
bato oyr mis cosas?
Pin. — A buen entendedor, pocas razones;
deue de querer que no le embaracemos, que
querrá hablar a solas con la señora Marcelia.
Fel. — Bien apuntaste, y con su licencia nos
vamos a buscar qué moflir; que Floriano ni
se leuantará de esta hora, ni comerá destas
tres.
3/a?'.— Mas todos os podeysyr, que yo quie-
ro entrar a ver a Floriano, que ya se torna a
salir el camarero.
Ful. — Pues a Dios, que desque ayas con-
cluydo, aqui nos tienes a todos. Y ve, que te
llama el page con la mano que entres, y Dios
te dé tal dicha, con que yo medre algo.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXIX
Sabiendo Floriano que Marcelia viene de hablar a su señora Be-
lisea, habla consiiío a solas al caso muchas razones. Entra
Marcelia, da le relación de lo que ha hecho y sica le másda-
diuas antes que le diga el concierto que trae de que vayacssa
noche a hablar a Bclisea.
Floriano, Polites, Marcelia, Lydokio.
[^Flor.~\ — Dime, mi señora Belisea, qué es lo
que me embias a mandar que haga de mi tan
penada vida? por ventura es tu voluntad que
yo muera? Ay, que no puedo persuadir me a
pensar que a tanta hermosura acompañe tanta
crueldad, pues que yo tuyo so, por ti vino, en
ti confio, tiá sola eres mi señora, mi vida, mi es-
peranza, mi gloria y mi consuelo. Por tanto, no
seas engañada en el querer matar me, pues sa-
bes que nadie deue aborrescer sus cosas; o si
no, será possible que mis males hallen algún
remedio de ti, que sola me lo puedes dar? ay,
que aunque a mí parezca que nada te merezco,
muy arduo [es] este remedio, y muy cuesta arriba
este camino para llegar mis méritos a ti; pero a
ti es muy fácil, y aun a tu honra muy conue-
niente. Porque de otra manera podrias cobrar
renombre de cruel contra los pobres y de mata-
dora de los tuyos. Ay de ti, Floriano, que des-
tos dos extremos, el primero temo por mi ba-
xeza, pero liaze me esforzado tu misericordia,
benignidad y nobleza; y el segundo, teniendo
mi acorro por impossible, no puedo no me ale-
grar con tu potencia qiie en mi y de mí puede
llegar me a la muerte y llegar me a la vida. Y
mira, ángel mió, quánta representación de tu
majestad y potencia ay en mi entendimiento,
que en saber que viene la mensajera de mí tan
desseada, por venir de tu parte, y hauer estado
contigo (que en mí lo siente ya) me alegro. Pero
con esto, en representar se me tu majestad y
merescimicnto, y en tornar a mirar mi baxeza,
y en pensar que te embié a })edir mercedes con
ella, y en acordar me que, con no te merescer
sernir, antes te he desseruido, teme este ya tan
tu llagado mi coraron alguna áspera respues-
ta. Porque, aunque merescida de mi atreui-
da locura, pero occasionado por tu gran her-
mosura, como discaydo con la vieja llaga de tu
amor, temo nueuo golpe de disfauor, con que,
yo muriendo, no podré publicar me por tuyo,
que es lo mesmo a ti, y tú serás llamada ingra-
ta y cruel y matadora de los que no supieren
que quisiste que yo muriesse, y queriendo pu-
diste, y podiendo lo heziste, y hecho fue tu vo-
luntad; y en ser tu voluntad, es ello bien he-
cho, y de mí por tal acceptado desde agora. Y
porque si esto de ci se dixesse el daño de tu
abatimiento era a mí muy principal, mejor será
que yo me mate, antes que venga mi muerte
embuelta en tu áspera respuesta, porque enton-
ces a mí seria pedida mi muerte como el que
mató cosa tuya. Pero qué digo? que yo no pue-
do sino confessar que tú, mi señora Belisea, me
das la vida, y bien sé que yo no puedo matar-
me sin tú querer, y si tu querer yo hago, gano
gran gloria en el premio de tu amador. Y pues
yo aun no he hecho obras por donde ya presu-
midamente te pida gloria, quiero aparejarme a
mayor tormento, para que más crezca mi me-
rescimicnto. Pero solo quiero, mi señora Beli-
sea, que mires a que, con esperar a la mensaje-
ra que espero y desseo, no puedo tanto esfor-
car al tan llagado mi tu coracon, a que no
ponga de temor grande pasmo a los interiores
sentidos, y el entomescimiento que agora todos
mis miembros sintiendo, no puedo seruir me de
más de sola la lengua para el pregonar tu ma-
jestad y mi temor, y de los ojos para llorar mi
culpa, y de los sospiros para manifestar a todo
el mundo mi pena.
Pol. — No has mirado quán largo razona-
miento tan dulce ha hecho? y qué razones tan
sentidas? y qué plática tan bien trauada? y qué
sentencias tan claras pronuncia su lengua en la
tan gran obscuridad de su tenebrosa pena?
Mar. — Todo lo he sentido, y de todo me he
holgado; y conduelo me de ver quán obscuro
le tiene la pena, que no basta la claridad exte-
rior a le alumbrar, para que ni nos aya visto, ni
nos verá, si no le despertamos. Y pues que yti
tú sabes y te he contado en lo a ti tocante todo
lo que allá passé, con te auer dado respuesta de
lo que me encargaste, como acabas de oyr, agora
será bien me dexes dar a tu señor el despacho
de sus negocios, pues que aun también los sa-
bes ya antes que él.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
257
Pol. — Pues mira que tractes con él que si
fuere me lleue por compañero, porque luás te
teufía que seruir.
Flor, — Pajes, quie'n habla ay?
Mar. — Dexame, que yo quiero responderle.
Yo soy, mi señor Floriano.
Flor. — Y quie'n eres, que me has despertado
del sueño de la vida, en la contemplación de
mi gloria?
Fol. — Mira, señor, que es Marcelia.
Flor.— Quién dizes?
J/ar. — Calla tú, dexu me con él. A, señor,
oye me lo que tu señora Belisea te nnmda res-
ponder.
Flor. — Belisea? es mi esperan9a, es mi se-
ñora, es la que me resuscita. Ya, ya, bien te veo,
bien te conozco; bien sé que eres tú la mi Mar-
celia, la llaue de mis secretos, la que me trae
algún magnífico don del thesoro de mi gloria.
Sienta te en esta silla par de mí, y cuenta me
cómo te fue en el camino? qué tanto ha que ve-
niste? qué me traes negociado?
}[ar. — No cures de saber el gran afán y pe-
ligro de mi persona, y la afrenta y deshonra que
siento ver me con tan ruynes sayas parescer de-
lante buenos. Pero porque a más que esto me
obliga tu seruicio, y ni tan poco ha de parar mi
buena solicitud en esto, sepas que aun te vienen
grandes y buenas nueuas debaxo de estas tan
pobres y viejas ropas que cubren estas carnes
peccadoras.
Flor. — Anda, mi buena amiga, que si tú tie-
nes buen cuidado de cumplir tu promesa en mi
seruicio, yo no me oluido que te empeñé mi pa-
labra en el gualardon, mayormente en lo que
más publica tu necessidad. Pajes, quién está ay?
Pol. — Señor, yo estoy.
Flor. — Ve corriendo al camarero, que luego
haga venir el sastre que me corta mis ropas, y
al camarero que venga aqui con él y con el re-
fino que él tiene, para que luego vistan de pies
a cabeíj-a de todas ropas a mi Marcelia a su vo-
luntad.
Mar. — Señor, cata que ni yo me desnudaré
mis harrapos ante ti, ni tan poco ay tiempo
para tanta larga, pues tú tienes en qué enten-
der con lo que yo te diré (j^ue traygo, y aun yo
ya harta razón de yr me a desayunar a mi casa,
si hallare con qué, pues desde antes que ama-
nezca me occupan las estaciones de tu seruicio.
Flor. — En todo veo que me vences de razón.
Pues anda, paje, al camarero, que te dé ocho va-
ras del refino, y llenar se las has a casa desta
dueña, y acompañar la has quando se vaya.
Pol. — Señor, voy a entender en ello.
Flor. — Agora, pues, me di qué me traes,
pues ya tienes lo que tú pides.
Mar. — Y aun por tanto dilataré yo agora la
cura, por sacar para las mechas.
ORÍGENES DE LA NOVELA.— III. — 17
Flor. — Qué dizes de sospechas? y sácame ya
de pena, si no quieres verme morir entre tus
manos.
Mar. — Que digo y te dczia, sino que no me
entendiste, que pierdas essas penas y no to-
mes sospechas de ya morir, pues que de cierto
tu señora queda buena. Diré más?
Flor. — Mucho es esso, i)ero di me lo que me
ha de dar o quitar a mí la salud.
Mar. —Yo fuy por tu mandado a ella, y la
vi, y hablé en su cámara, estando ella en su
cama; quieres más?
Flor. — Ay, que sí querría, hasta topar con
que me sanasses.
J/tír. — Pues más sabrás que hizo por ti, que
le di tu carta en sus manos, y la tomó con harta
alegría, y la leyó con harta aduertencia.
Flor. — Ya, ya, agora pongo dubda en lo que
dizes, pues deue ser dicho para consolarme.
Mar. — No me hagas mentirosa, señor mío;
porque si ansí me afrentas, callaré lo de mas,
que es el todo.
Flor. — Y qué más, mi Mar>,elia?
Mar.— Que ella te ama, y con holgar de tu
salud (porque no la osé dezir que no quedauas
bueno) aun me mostró gran pena porque te to-
mé el anillo suyo; porque pensó que yo te lo
auia pedido, y que aun tendrías necessidad
de él.
Flor. — Aj, mira, herniana, quál estoy: no
me engañes ansí con cossas tan no de creer.
Mar. — O perdido de hombre, y qué haze de
llorar de alegría I qué hará quando se halle ant(^
ella?
Flor. — Pues qué me respondes, qué me
hablas?
^[ar. — Que aun traygo más.
Flor. — Pues mata me luego, que yo te per-
dono, o no me detengas.
Mar. — })e matar te me guardará Dios, por-
que me mataría Belisea, que por tu enaniorada
tomó la esmeralda tuya. Y porque le díxe que
la quitaste para embiarse la del tu bra^o delco-
racon, ella luego la puso a su muñeca del bra^o
siniestro.
/'7o?-. — Agora te digo que me has de veras
puesto con escrúpulos de tu verdad, aunque me
perdones.
Mar. — Cata, señor, que tomes las palabras
como se dizen, y que hasta agora no te he di-
cho cosa que desembuelta no la halles por ver-
dad. Y aun por la dubda que has puesto, si
algo no me das, no te daré otra cosa, con que
veas quánto deuen tus mercedes grandes a mi
baxo seruicio.
Flor. — No me calles cosa, que quanto tengo
es tuyo.
Mar. — Señor, aunque dizen que quien todo
lo concede que todo lo niega, no pienses que
258
ORÍGENES DE LA NOVELA
pretendo pedirte, sino solo encarescerme; pues
porque me pagues la hechura del vestido que
me das, te diria...
Flor. — Haz me ya bienauenturado y toma
esta bolsa con lo que en ella ay, que deue ser
poco.
Mar. — Pues toma tú esto mucho de mí: qufe
te manda tu señora la vayas ver y hablar al jar-
din de sil casa.
Flor. —Qué dizes?
Mar. — Que sea esta noche, y muy a tu re-
caudo y su honra.
Flor.— Cata que no pienses de me dizir esso
por pensar que te di de mala gana la bolsa,
para contentarme.
Mar. — Si tú me la das de buena, yo lo tomo
y la llenaré de mejor, y torno a dezir: (jue te
aguardará a la vna de media noche, ésta que ya
viene, en el su jardin, con sola vna su donzella
llamada Justina, de quien sola se fia; y no
quiere que entre allá contigo sino solo aquel
paje que allá sueles embiar con tus mensajes.
Y doy te por seña que toques tres vezes passo
a la puerta del jardin que sale al campo, y por
ay te darán entrada, o si no por donde el j^aje
que te digo te guiare por las paredes, aunque te
aniso que me anisaron de que son muy altas por
la parte de dentro; y en lo demás harás allá
como vieres, y mira que no faltes.
Flor. — Faltar me ha la vida antes, y aun será
bien asegurar te con yr desde luego.
Mar. — Cada cosa tiene sazón en s^u tiempo,
y ansi le tendrá que tú comas agora, y a mí me
dexes yr a ver si hallare qué en mi casilla. Y
eu esto entiende luego, por que te esfuerces y
reposes y estés a punto para la hora, que cata
dó viene el paje que embiaste y el camarero
con él.
Flor. — Lydorio, lleuen a essa dueña el paño,
y vaya se con ella quien la acompañe, y den me
luego de comer a mí, y a ella le vuanda de co-
mer de lo que para mí ay guisado, porque te
digo que ella lo meresce mejor que no yo. Y tú,
amiga, ve con Dios, que quiero obedescerte en
comer.
Mar. — Pues haga te muy buen prouecho,
que yo me voy de tu licencia. Allá quedarás
agora, que a tales empellones presto echaré yo
el mal pelo.
Lyd. — Cata ay, señora Marcelia, el paño
lleua esse paje, y mira si quieres más compa-
ñía, que luego te mando el comer a punto.
jl/ar. — Señor, basta este paje, y todo lo de
más te tengo en merced, por el cuydado de tu
parte puesto con tanta liberalid[ad].
Lijd. — Pues ve con Dios, que torno a entrar
a Floriano.
Mar. — Agora pues, hermano Polytes, alarga
el passo para mi casa, que allá te podras que-
dar a comer. Y por el camino (aunque haga de
mi daño) te contaré lo que passé con Justina;
aunque bien veo que tienes razón de amar tal
joya como aquélla, aunque tan poco le tienes en
aborrescer nos acá.
Pol.— Pues vamos por la calle, entendamos
en andar, y allá entenderemos en deslindar
esso.
Mar. — Bien dizes, andemos.
Lyd. — Agora que es yda esta embaydora
(que tal me parcsce está muger) quiero ver qué
tal queda de sus manos Floriano, que ella bien
deue de yr medrada de la maho rota del. Que
más ha medrado ésta con dos passos del diablo
que ha dado, con treynta embustes que le trae,
que gana vn fiel criado antiguo en toda su vida,
echando la hiél, siruiendo honesta, y christiana,
y lealmente. Bien paresce al descubierto la dif-
ferencia de los señores de nombre del mundo
al señor de verdad del cielo, que el del cielo
gualardona por justicia y misericordia a cada
vno como meresce; mas los señores del mundo
todo es por passion y affection su dar, porque
si han de hazer vna obra pia, vna restitución,
vna limosna, un pagar de acostamiento fecaga-
dos y auQ oluidados, nunca hallan con qué:
siempre se hazen tan pobres, que quiebran las
alas del atreuimiento a los que les querrian pe-
dir. E ya que les obligue la necessidad o les
cargue la consciencia, o se atreua el confessor
a molestar los que jiaguen lo que ansi dencñ,
no darán el tercio que deuen al que les pide. Y
pagan lo al criado al cabo de ochenta peticiones,
y aguardar de sazón, y tiempo, y oportunidad,
con vna libranca en vn mercader, que con sus
mohatras os lo paga en paños, y al doblo de lo
que vale. De manera que el señor queda él adeu-
dado al doblo con sus cambios y recambios, y
vos quedays burlado con la ruyn paga; y vos
triste y descontento, y el señor rostrituerto, y
el mercader con ganancia de entramos, y bo-
rrando cuentas, y riendo se de los necios pala-
cianos. Pero saliendo de aqui; si los señores
han de hazer vn banquete, vna justa, vn serao,
vn mostrarse a las damas, entonces ay abun-
dancia: entonces ay qué dar a truhanes, a alca-
huetas, aunque no se cómo lo hauran con DioSj
que les dio más de que den cuenta. O vanidad
tan conoscida, y tan aborrescida, y tan seguidal
que sean los hombres tan prestos y tan a punto al
seruir a vn señor mundano, y a Dios, cuyo es to-
do, y quien lo da todo (lo que algo es), le siruamofe j
con lo menos. Y aun vn poco bien que hazcmos |
en su seruicio es tan cacareado como el hueuO(
que pone la gallina, y queremos que sert te-|
nido en mucho, y que nos lo loe el mundo, yí
nos lo pague Dios, y muy bien pagado! aunqtiei
no sé si se compadesce con nuestra floxezá es-j
perar gran paga de Dios con la loa del nuiudo.j
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
250
Pero cata, cata, y qué gallardo sale Plodano;
bendito sea Dios, quo ya nos le dexa ver por acá!
Flor. — Qué hazes. Lydorio?
Lyd. — Señor, allá yna a entrar, que despedi
el recaudo de aquella dueña como mandaste.
Flor. — Bien heziste, que lo moresce muy
bien; pero dime, tienen puesta la mesa en la
sala de los azulejits.'
Lt/d. — Señor sí, y aun creo que esperan ya
con los platos.
/■7or. — Pues vamos, que mientras como te
contaré, si no ay gente de tabla, mi buena ale-
gría, y también para que entiendas en adererar
lo que aura de ser neeessario.
L>/'l. — Señor, presto estoy a tu eeruicio y
voluntad; vamos, que poca gente liaurá oy de
tabla, porque es ya tan tarde, qua más es hora
de comentar adere9ar de cena que esperar aun
por la comida.
Flor. — Pues antes que sea más tarde, voy á
comer, más por necessidad natural que por vo-
luntad del appetito.
ARaUMENTO DE LA SCENA XXX
Estando Mttrcelia en secreto eon Polj'te?. en contando lo on sü
rasa lo que le ])i lio por el camino. <oln-eii¡ene Fulminato auo
le trae la comida. Va se I'olytes. V rulniiiialo. pidiendo zclos
a Marcelia. vichen a mal rcñ'r.
PoLVTES, M.VnCELIA, FüLMlN.VTO, LlBERIA,
Gracilia, Despensero.
\_Pol.^ — Por nuestro Sen- ir, que me has di-
[Cho ya tanto, que no puedo persuadirme a no
lo tener más por sueño que otra cosa: ver en
'Belisea tai mudamiento, y tan de improuiso, y
tan no pensado ni esperado.
Mar.— A la. fe, mayor sueño es el tractar
contigo, pues no hay quien halle vado en tus
desamorados descuydos, aunque al fin, pues yo
me di el golpe, soportaré el dolor.
Pol. — 'No sé por qué tornas a culparme, a
donde yo te he tespondido vna vez.
Mar. — Que no te culpo, pues me es por de-
miiS, pero pues no oyó acá esta muchacha, en
tanto que ])aresce, quitando nos del portal, nos
entremos en e^te entresuelejo.
Pol. — Pues aunque te entiendo la dolencia,
no entiendo «le curar te oy.
Mar. — Ay, mí Pnlytes, y quán de mala vo-
luntad te traen los pies a donde yo estoy, y
quán de peor te llegas a mí! pues aun sabe te
que aun no te pegaré cinquenta años, ni aun
quarenta.
Pnl. — Bien demitestra tu tez y hetmosura
no deuen de ^er treynta, y aun que, según tu
habla y manera de conuersacion, no te maestras
de veintt?.
Mar. — Pues aunque malicioso me llames
mo(ja en las obras, no será agora en mis pala-
bras, pues no te. parlaré lo quo passé oy con
Justina; porque veas, como diEcn, que a boca
cerrada no ensuzió mosca; ni todo lo que se
siente en el coraron se deue encomendar a la
lengua.
Pol. — Pues ni tu deurias mostrarte tan ma-
liciosa en echar las simples palabras a peor sen-
tido, ni deurias de ser tan puntosa con quien
tanto acabas de dczir que amas, ni te vendes ni
muestre8(')t:ui carera en lo que por buena amis-
tad te encargaste de hazer, por quien conosces
bien no tener con qué te pagar. En especial
que no deucs hazer carestía de lo que te enco-
miendan ageno, pues tti hazes tal barato de lo
quo tienes proprio.
il/rt»-. — Cuytada yo, que ees» pedrada me-
rescio bien recebir la que por tu amor se des-
cuydó de guardar en tu pelea.
/'o/.— Pues ansi te alteras, no me deuiste
entender.
^far. — Mnc\\o te entiendo de mi mal, pues
tan flacamente me liize tu snbjecta, en loque
amorosamente he hecho contigo.
Pol. — Pues aún no me entendiste. Digo
que, pues tan francamente me hc'/íiste gracia y
merced con liberales dones que me has dado de
tu hazienda sin te lo meresccr, por qué no me
las harás con sola la lengua en mostrarte franca
contadora de lo que otros sin auaricia quieren
darme de sí?
^far. — Mejor te cuelguen que tal hauias ha-
blado. Pert) porque veas quán tuya soy, sepas
que, fuera y allende de lo que yo te conté por
el camino en las cosas de tu señor y en algunas
tuyas, pues lo que hize por ti fue proiíurar
traer conmigo a Justina, para que acá os vie-
rades.
Pol. — T'uee no lo heziste, para qm- me lo
ponderas?
Mar. — Para que sepas mi voluntad; pues
dizen que, si no hazes lo que quieres, quieras
lo que puedas, que yo lo pedi y supliqué a Be-
lisea, pero montóme poco,
Pof. — Y qué te montana pedir la licencia a
la señora, donde no sabes si la ncceptará l:i
criada?
Mar. — Al fin, pues andas tras saberlo todo,
sepas que ella me lo auia rogado ya; pero, al fin,
ya que no quajó aquello, quedé dicho a Floria-
no (jue mandaua Bclisea que sólo tú entrasscs
con él.
Pol. — Mucho tengo que te seruir; pero a la
puerta está Fulminato: yo me voy porque sé
que nadie le haze plazer en hablarte, si no es
en su presencia ; mayormente después de lo que
') En ul origiiiiil, iior crrala, inuislras.
260
ORÍGENES DE LA NOVELA
él cuenta, que tú y tu hija teniades no sé quién
encerrado, y que tú le sacaste a él de casa para
que tu hija le diesse de mano, aunque al cabo
diz que lo barruntó y le reconoscio, y se le es-
capó por pies.
Mar. — Ni esso entiendo, ni a nadie dcuo en
mi casa tributo; pero ve te por agora, siquiera
porque es bien que quitemos occasiones sin
por qué.
Ful. — Anda tú, mo(?o, vete con esse cesto,
que la plata yo la llenaré desque me vaya. Pero
cata de dónde sale Polytes: del entresuelo; este
es vn mal rapaz, y si no porque como gallillo
no se me atreua, aqui le daria de co9es, agora
que no trae espada. Pero quiero dissimular,
que si algo fuere, ella me lo pagará por en-
trambos.
Po^ — Quieres mi ayuda para esseembaraco
con que vienes?
Ful. — Hasta aqui traxo lo vn mo9o de des-
pensa, y agora yo lo subiré.
Fol. — Pues quédate a Dios, quevine a traer
vn recado, y bueluo de priesa con la respuesta
Ful. — Pues ve con Dios. O, hi de puta, y
con qué denuedo me miró! bien paresce que
allá siente alas; y aun acá no sé qué ha olido,
que mucho menudea esta casa con sus ydas y
venidas. Ya, ya la dueña sale del entresuelo;
agora haze que no me ha visto y se sube arri-
ba. Pues espera, que si no ay padrinos sumare-
mos la cuenta.
Mar. — Qué es esto que aún no está acá
la muchacha? quiera Dios que no sea oy
aziago.
Fw/. — Qué hazes a solas a cabo de rato?
I'ues cómo ¡pesar del arnés de sant George! aun
vengo cargado con tu prouecho, y aun no te
meneas ni me hablas?
Mar. — O, que ñora buena vengas, que con la
pena de que hallo la casa sola agora que llego,
no hauia mirado en tanto; pero pon lo sobre esta
alazena.
Ful. — Agora que está sola quiero dar la vn
toque para que me cobre temor. Pues dime, al
cabo que estás con quantos rapazes ay como y
donde y quanto se te antoja, agora que yo ven-
go me quieres por guillote dexar solo?
Mar. — Si estoy con rapazes, con honra mia
estoy, la que no tengo contigo, que me amen-
guas. Desuenturada yo, que con guardar te tan-
ta lealtad, me deshonras más de lo que yo lo
estoy contigo, que ando yo trotando calles por
sustentarme, y tú que me quieras llenar lo me-
jor y más de mi ganancia.
Ful. — Y qué te he llenado yo? ni qué ha?
hecho por mi? Cata, que tus pecados nueuos te
traen a que pagues tus viejos vicios a mis
manos.
Mar. — Ay, cuytada yo, si no se me ha de |
atreuer en verme sola; quiero le aplacar con dar
le algo.
Ful. — Ea, presto, dad me cuenta de lo que os
ha dado Floriano.
Mar. — Y de qué, mi amor, te daré cuenta?
que, por tu vida, quasi todo lo di luego para sa-
lir de deudas que la persona haze en esta triste
vida, por sustentar la honra. Pero porque no
digas que soy toda para mí, cata ay dos piezas
de oro que tenia para pagar el censo del solar
desta casilla; pero llénalo, IWalo, que otro dia
me lo darás.
Ful. — Pues me ha cobrado miedo, quiero le
assentar la mano, agora que tengo tiempo y
por qué, para que ni se ponga con rapazes a solas,
y también por no sé qué se ruge allá en casa, de
vn criado de Lucendo. Dónde te vas ya? dime,
no has de hazer más mención de mí vn dia que
otro? Si fuera vn rapaz, entriras te tú con él en
el entresuelo.
Mar. — Mezquina de mí, que no sé qué has
ni te entiendo qué dizes.
Ful. — Pues yo sé que os haure oy de enten-
der, y aun estender, si cobro vn palo.
il/ar. — Qué, qué? mal mes para vos; m¡-
ralde y con qué se viene. Cata, Fulminato,
que tanto es de gronx, que no ay quien lo
mange.
Ful. — O, reniego del rey Tártaro con ésta
peor que del burdel.
Mar. — Vos nientis: que soy muger de más
honra que vos, ni vuestro linaje.
Ful. — Mentis en mis barbas? a Fulminato?
toma, doña...
Mar. — Justicia, aqui del rey, que me mata
en mi casa por me robar este traydor.
Ful. — Qué, qué? de solo vn bofetón os sen-
tís? cata que aun no conosceys mi mano; tor-
naos a sentar.
Mar. — No quiero, sino ansi me yr delante el
rey a dezir que eres vn...
Ful. — Vü.e& esperad, echaré mano, que yo os
diré quién soy.
Mar. — Ay, que ha sacado el espada; quiero
hazer de necessidad virtud, pues no ay terceros.
Dónde vas, dónde vas tan furioso con la espa-
da? no te basta que me has deshonrado, y que-
brado las muelas? por qué no miras la poca ra-
zón que tienes de me deshonrar y mal tractar,
en pago de muy buenas obras que has recebido
en esta casa? O, deshonrada de mí, sólo porque-
rerte yo bien!
Ful. — Agora que me hablas manso y me
cjuitaste de no te sacar el alma, pues fuiste
cuerda en suffrir me, quiero vencer mi condición
en tornar la espada a la vayna sin hazer sangre.
Y pues te tornaste a asentar porque te lo man-
dé, digo que de bueno a bueno seamos amigos.
^[ar. — Mezquina y sola yo; no llegxies a mí,
11 ;i
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
2G1
que me mataré, pues por ser te yo buena me eres
tú tan malo y cruel.
Ful. — Pues no llores, por mi amor, y ven a
tu cámara, y verás quán cruel soy de veras.
Mar. — Ya, ya, no te burlarás más de mi.
Ful. — Cata que te ret09aré aqui adonde
estás.
J/ar. — Aparta te allá, que ya no te puedo
suFfrir; anda, anda, que no soy yo la que tú
meresces.
Ful. — Anda, que si mucho merezco, todo lo
dov por bien empleado por tal perla.
J/ar. — Quita te afutra, si no, por el siglo de
mi madre, que te dé mayor bofetada que tú me
diste. Cruel, desuergon^ado, no esperes más
amor de mí, y no ayas miedo que de mi volun-
tad ayas oosa de mí.
Ful. — Pues si no j)or la taya, liábanse las
amistades por la mia, y anda acá.
Lib. — A, prima, pues son ya ydos aquellos
galanes, vente conmigo, que será venida mi ma-
dre y tendremos bregas.
Grac. — Plaze me; pero cata que me han he-
cho oluidar el comer estos embaraQos.
Lib. — Pues sí, que beuijndo estauas ya
quando yo vine.
Grac. — Esso, prima, eran los dos marauedis
del aluayalde de Madrigal ron que me afeyto
cada mañana, con vn poco de vermellon de la
lunada, para que a solas no haga mal asiento
el vino en vazio.
Lib. — y aun ansi dizen que dixo el tocino al
vino: bien vengas, amigo Pero pues has hecho
essos afeytes ya oy, para qué quieres más?
G/ac — Muy a ordinario deues tener tú el
estomago.
Lib. — Tanto, que nunca almuerzo.
Grac. — Cata, prima, que esta vida la tene-
mos por emprestada. Y el comer y beuer goza-
mos en ella como lo dize la estatua de don Pero
Añiago {}) del hospitalejo de sanct Esteuan.
Lib. — Ansi dizen que buy suelto bien se
lame; por tanto, tú a solas te gozas, y a solas
hazes tu voluntad.
Grac. — Pues por mi salud que aunque es
ansi que estoy sola, que si sola me gozasse, y
sola me acostasse, que sola me deseasse, y aun
sola me muriesse de hambre; porque las lauo-
res destos tiempos son tan engorrosas y tan
mal pagadas, que ponen a la persona en neces-
sidad (sabiendo que no lo ha de bastar el al-
mohadilla) a que enrede la persona en el dia la
labor para la noche, con que a puerta cerrada,
acostando me sin blanca, me leuanto contenta y
con ganancia para la costa del dia, y aun para
la semana, y aun a las vezes para todo el mes.
(') Don Pero Miago parece ser el verdadero nombre
de este personaje, célebre en e\ fclk-lore de Valladolid.
según y cuya fuere la lauor. Y aun esto es (si
bien miras) tener las cubas llenas y las suegras
beodas, quiero dezir: que, holgando el cuerpo y
con aplazimiento de la voluntad, y delectación
de la sensualidad, ay con qué ando la casa harta
y la persona estimada.
Lib. — Aun que quantó al descanso presente
y la vida sensual tengo esso por bueno, pero al
fin no es estado de permanencia el tal. Porque
(como dizen) yda la frisa, vereys la risa, e yda
la jouentud falta el deleyte, y mengua el pla-
zer, e oluida la salud. Y ansi a las vezes, por
descuydo del que no mira en su estado a lo de
adelante, pensando de adelantar camino, retar-
da jornada, y pensando acertar, pierde tiempo,
y se halla burlado.
Grac. — Bien dizes, prima, y agora veo qne
bien canta Marta después de harta. Essas con-
sideraciones quisiera yo que ouieras hallado
quando te fuy a llamar a tu casa, pues sabias
qué te querieu en la mia, para que entonces,
mirando adelante, no vinieras a lo que ya go-
zado blasonas en lo por venir; porque ni tú sa-
bes si haurá otra tal oportunidad, ni aun haui-
da pienso que te tornaria [a] amargar menos que
ésta. Por esso (como dizen) calla te y callemos,
y goza te y gozemos, que sendas nos tenemos.
Lib. — Sí, que, prima, más vale caer tarde y
leuantarme aynas, que leuantar me nunca y
caer siempre, y también más vale caer tarde en
la razón para la enmienda, que nunca para la
permanencia, porque quien yerra y so enmien-
da, a Dios se encomienda.
Grac. — Si fuera semana sancta, pensara que
venias de san Francisco rezien contrita y rezien
confessada.
Lib. — Pues y por qué no agora y en todo
tiempo?
Grao. — Porque ni el nuestro cura nos dio do
fiesta tu dia, ni aun nos mandó ayunar tu vigi-
lia por sancta. Y ansi pienso que essas deuo-
ciouts las dexarás (como yo) para laquaresma.
Y aun tú de hoy más que comienzas a gus-
tar desta fruta que tú sabes, y sabes a qué y
cómo sabe, a mí el cargo que, por no ayunar de
ella, dilates la conffesion quando todo el mundo
tracta de ella. Porque entonces es razón con-
formarse la persona con los otros en el arrepen-
tir, y tractar de la enmienda, pues todas las
cosas tienen su tiempo.
Lib. — Anda acá, prima, cierra tu puerta y
loemos al señor; que ya sabes, y todos saljemos,
que si todas las cosas tienen tiempo, que essa
ley comprehende a los actos que en esta vida la
humana viuienda tiene necessarios en este mun-
do embarazoso. Pero las cosas de virtud, las
obras por Dios, los tractos y negocios de la sal-
uacion, las meditaciones del bien soberano, las
dulces hablas de cosas del cielo, no se pueden
2G2
ORÍGENES DE LA NOVELA
ni denen regular pur refranes de viejas tras los
tizones inuentados, aunque sean pliilosopliales
sentencias en lo humano.
Grac. — Ya. ya, de oy niás^ todo te hablo de
sanctidadcs. Y aun lo que veo es, prima, que
agora vas harta a niissa. Pues quiero que agora
nos vamos, con que sepas de mí esto mientras
cierro mi puerta: que quando tú viniste a te
asentar a este atambor, ya yo debaxo desta
vandera era soldado viejo en esta guerra, y no
presumas hurtar hoga(ja a quien tan a menudo
cueze y amasa. Y aun, porque sepas de mí que
he passado los textos viejos, y en essa tu nue-
ua mercaduría soy tractante viejo, mira que
dice vn autentico original: que de cosario a co-
sario no ay más auentura de en las vasijas,
Lib. — A la fe, prima, esse original en el
texto de la ley Celestínica está estampado, y
aun son palabras que dixo la vieja hablando
con Areusa. Y aun el verdad^o trasunto del
texto no dize como le acotaste: sino que de
cosario acosarlo no se pierden sino los barriles.
Grac. — Huelgo que seamos discípulas de
vna facultad, y aun para la mia que tú sals:as
tan maestra como tu madre, que arriba ha-
bla con no sé quién. Por esso, pues estás en
tu portal, me torno, porque deue hauer arriba
de las occupaciones acostumbradas.
Lib. — Ay, no te me vayas hasta que hable-
mos a mi madre, porque vea que he estado con-
tigo, y también que viene alli el despensero de
Lucendo, y ha venido en busca de mi madre
otras dos vezes ya oy.
Grac— Ya ves, prima, que traen negocios
de por medio, en los quales ay más que hazer
quanto más los menean.
Desp. — Dios guarde la gentileza de las
damas.
Grac. — Si, señor, dixeras de las hermosas,
pensara mi prima que lo hauias con ella. Pero
ansí ni ella ni yo tenemos qué responder,
pues con poca y pobre ropa mal se muestra la
galanía.
Desp. — Bien veo que ouiera de dezir ansí;
pero también sabes que el gallardo y galán (•)
arreo más consiste en hazer de lo poco mucho,
y de lo pobre rico, con la hermosura de la per-
sona, que no en traer mucho y rico mal asen-
tado y peor merescido.
Lib.— Bien que esso no habla conmigo; por
tanto, me di qué mandas por acá, que paresce
<pie te yuas arriba sin más ni más.
Grac. — A la fe, prima, dio nos nuestro me-
rescido a su estima, pues nos satisfizo con sola
buena palabra, mostrando luego al punto que
sus pensamientos no hazen presa en aues tan
rastreras.
(') Eu el original, (¡aVan.
Desp. — Tíraciosa eres por el cabo.
Grac. — Mas por el principio dixeras bien,
pues al principio de la platica te paresce que no
ay más que esperar con nosotras.
^lar. — Ay, triste yo, que en todo tengo poca
dicha contigo, que abaxo suena gente.
Ful. — Pues espera, espera, reniego del gran
poder del Turco; y re a ver si ay con qué mi es-
pada tenga que merendar, y con qué dé ganan-
cia a mis amigos los espaderos y cirurjanos.
JJb.— Y espera, pues, señor, no lo tomes tan
de veras en no hazer mención sino de subir.
Madre, mira si mandas que suba el señor des-
pensero, que está de priesa?
^[ar. — O, maldita sea aquella boua que ansi
le nombró.
Ful. — O, pesar de la vida; mirad, pues, qué
encuentro me deparó agora el diablo a cabo de
rato, que me han anisado que no está bien con-
migo; pues en tal caso, más quiero auenturar
la honra en huyr que la vida en el esperar, por-
que él en mi rastro deue de andar.
Mar. — Qué turbado se ha el panfarron! pues
espera, que yo te la armaré, si puedo, como me
la pagues.
Ful. — Acaba ya, pues; boquéame a dezir que
baxe a te le amontar, o sacar la vida si me es-
perare.
Mar. — Ay, mezquina yo, que me dizen que
es vn diablo arriscado y valiente y suelto, y aun
diz que anda no sé quántos dias (') ha en tu
busca, y no querría que hizicssedes algún des-
atino los dos oy en mi casa.
Ful. — De esso me guardaré si yo puedo
por oy.
^íar. — Qué dizes de oy?
Ful. — Que quisiera que tuuieras por bueno
ver oy quien es Fulminato y quánto acato se le
deua. Pero porque veas quánto más estimo tu
honra que seguir tras mi condición, quiero sacar
de madre agora mi gran desseo de andar a la
espada, y dando lugar a la yra, seruir te con el
officio de los pies en yr me por la puerta del co-
rrale jo.
Mar. — Ay, que ya sube; quiero le yr a dete-
ner, que le hauran dicho que estás tu acá.
Ful. — Qué, qué? no paro más; que mejores
que digan: por aqui se sainó bien corriendo, que
aqui cayó muerto esperando como necio; pues
etuí la vida y salud todo lo suelda el hombre
anisado después.
J/a»'. — Cata, cata, qué jiriesa lleua el diablo
del valiente! O, hi de puta, y quién confiasseea
su ayuda! Pero no me llamen a mi Marcelia,
hija de Marcelio y de Liberina su legítima mu'
ger, si antes de mañana a estas horas él no me
tiene pagado el bofetón. Y aun que, por vida
O Suplida la «. .
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
26Í
del alma peccadora que uie gouierna estas car-
nes tristes, y por la bendición de todo mi linaje,
que yo le haga que aya menester los dos dura-
dos que le di como necia, para pagar cirurjanos,
o que si puedo, que con ellos le pague adelanta-
do el entierro, porque al vellaco sea castigo, y a
otros enmienda, y occasion de miraniiento, y
lecion de mejor crianca. Y aun que a estotro
que sube yo le halagaré el lomo, do manera que
no sienta que con su mano quiero yo sacar esta
castaña del fuego. O, mi señor, y qué buena ve-
nida la tuya: en buena le, y ansi yo parezca
ante el rey como tú me parosces bien, sino que
vienes muy de tarde en tarde a esta casa, y ha-
zes nos mil mercedes cada dia. ,Vy, por amor
de Dios, que perdones mi n)ala crianza en no
hauer baxado; porque he hanido cierta turba-
ción, porque essa muchacha me dexa la casa
sola, y todo de par en par.
Grac. — Anda, tia, que conmigo ha estado.
Desp. — Xo baxes enojada, que pensaré que
lo has porque yo vengo a ver si ay en qué te
simas desta persona.
Mar. — Con tales intercessores yo perdono a
essa descuidada, aunque no perdonaré el desa-
fuero que aquel lebrón malauenturado moco de
espuelas me ha hecho.
Desp. — No llores ansi, señora; mas dime
quién es, que yo le daré su merescido oy.
(irac. — Asnadas que fue el panfarron de
Fulminato, que es valiente de lengua en pre-
sencia de las niugeres, que le temen sus dichos.
Mar. — A la fe, para mí tuno manos, en quo
a bofetadas me bafni la boca en sangre por ver
me sola. Y aun si no fuera })or ti, señor, quo,
aunque más le pese, has de entrar en mi casa,
y te querré, y amaré, y seruiré, no lo sintiera
por tanto. Y agora sobre todo me dexQ amena-
zada, desuenturada de mí.
Desp. — Y el porqué, por mí?
Mar. — No sé, sino que no sé qué desgracia
le acónteselo en el establillo contigo, y quiso
que lo pagasse yo, desmamparada de mi honra y
querida y tractada de los buenos.
Desp, —Ya, ya no es de suffrir esto; pero qué
fue lo del establillo?
Lih. — Que por miedo tuyo, quandobaxauas
este dia. se abscondio en el establejo, y como os
el muradal de casa, y aun de muchos de fuera
que le hallan a mano, él se paró tal, que quan-
do salió, siendo ya ydo tú, salia qual él uie-
rescia.
Desp. — Por Dios, que agora cayo en la ra-
zón por que baxando, sei:ti dentro rebullir, y
estañe por entrar; pero vi tal la entrada, que
me hizo perder imaginación que alli estaria tal
galán, porque pense que era algún puerco. Pero
con todo esso, él conoscio me?
Lib. — ]\Iuy bien; porque después de tú ydo
te mató en seco de lioca como él suele delante
talca como nosotras brauear. Y estaña tal, quo
por vna parte no le podia aplacar y por su he-
dor no le osaua llegar.
Desp. — Pues subo arriba a él, que agora
veré yo quién él es.
Mar. — Anda ya, que no es hond)re que ansi
espera; que en saber que eras tú estaua ciscado
de miedo, estando de antes vn león conmigo.
Y en dezir le que subías, sin más ni más tom^
la puerta del corralejo, y allá va como vn
trueno.
Desp. — Siempre aborresoi (y agora más)
estos desaguaderos de puertas falsas de casas.
Poro descreo de la vida que vino si no voy a
buscarle a su casa, que ya me hauian dicho que
parlaua en mi absencia , aunque soy hombre
que tarde doy crédito a chismerias.
Lib. — Y cómo, pues, que dize de verdadyno
acaba? sino que en esta casa no tenemos estilo
de derramar, sino de acumular la pnz.
Desp. — Pues voy luego; que si no ouiesse
castigo, no andarla nadie seguro.
Mar. — No te has de poner por mí en esse
peligro.
Desp. — Ni tú me mandes esso, ni tan poco
lo matare, o él a mí por ti, sino por lo qiio. me
toca a Tiií en la honra.
(írac. — Y calla, desa lo tia; que bien es que
sea castigado el ruin, y el bueno torne por su
honra.
Mar. — Ansi no cumple a la mia que de dia
se haga nada, ni que este señor sea coiioscido.
Esta noche tiene de yr con su amo por allá ha-
zla tu barrio, que él me dixo quo se i'scabulli-
ria, y solo me vendría a ver; entonces harás,
señor, como vieres que cumplo.
Desp. — En esso me dexa el cargo; pero a
qué hora te dixo que saldría?
Mar. — De dos a tres me dixo quo vendría a
ver rae.
Desp. — De media noche?
Mar. — De media noche; y entonces vendrá
solo, excepto si desde agora no lleua ya el mie-
do cobrado.
Grac. — Pues por mi salud que yo y mi prima
tomemos a cargo de anisar a Pinel y a Felisino
que no vengan con él.
Desp. — Anda vengan, que a más moros
más despojos.
Grac. — Xo es bien, sino que lo pague quien
lo moresce.
Lib. — Y aun allende de e$80, los otros son
gente determinada y de hecho, y defenderle han
si con él vienen.
Desp. — Pues, con tu licencia, me voy, aun-
que holgaría de saber qué señas lleua, para co-
uoscer le y hauer lo con él.
Mar. — La capa de grana fina, y cuera de
264
orígenes de la novela
carmesí, que le dio sií amo, pensando que yua
bien empleado, me dixo que ha de traer, por
contentarme, y por yr con su amo bien adere-
9ado.
Desp. — De la yda de su amo allá se auenga;
mientras no padesciere honra la casa de Lucen-
do, ni me va ni me viene; pero al de lo colora-
do yo le acortaré los passos, si pies y ventura
lio le valen, ó él no sale. Y tú, seilora, si no
pudiere venir a la cena aplazada, me per-
dona.
Mar. — Dios vaya contigo, aunque en essotro
del enojo te ruego que lo dexes.
Grac. — Anda, tia, mueran los malhechores,
porque de otra manera cada qual seria alcalde,
y aun mandón en casa agena.
Lib. — Y aun. si no ouiesse castigo, los man-
tos nos hurtarían de acuestas.
Grac. — Y aun porque no me le hurten del
arca, me voy a mi casa, que aunque cerré la
puerta, y queda en el arca, oy en día no es
tiempo de esperar a comedimiento de mili va-
gamundos que de día ojean donde roben de
noche.
Mar. — Pues queda cerrada la puerta tuya,
cerrad essa de essa escalera, y subamos a co-
mer, o a merendar, o a almorzar, que allí ay
vianda con que yo pueda almorzar, que estoy
ayuna y bien desmayada.
Grac —Pues vamos, que nosotros comida y
merienda, y aun cena, haremos de vn golpe.
Lib. — Ya estara todo frío; pero quién lo
traxo para ver si haura que guisar?
^[ar. — Fulminato lo traxo, que dos platos
de plata dexó allí llenos de buena vianda, de
plato de príncipe.
Grac. — Pues si estuuiere frío, siendo bueno,
a vianda fria estomago caliente, y a vianda
dura, muela aguda, y a vino de mal parescer,
cerrar los ojos al beuer.
Lib. — Pues cierra la puerta antes que aya
huespedes, que todos los duelos con pan son
buenos.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXXI
Ido el despensero, coiicierla con Grisindo de matar a Fulmina-
to. Justina leyendo la caria de Polytes, \ee se la Bel'sea, y to-
mada sabe sus casimientos. Tractan Ins dos de la entrada de
rioriano. V Belisea Irada a solas de hazer casar a Justina y
l'olytes delante de ella y Floriano essa noclie, para tomar
mejor occasion a sus desseos y mejor color a sus hablas.
Despensero, Grisindo, Justina, Belisea.
[Desp.'\ —Agora que voy en mi cabo será bien
pensar cómo salir a mí honra con lo que me
encargué, porque el hombre ha de mirar quán-
tas bueltas y cifras tenga vn sí, antes que le
diga; y después quántas razones ouiere para no
le faltar, pues al buey tienen por el cuerno y al
hombre por su palabra.
Gris. — O, gracias doy a Dios que te hallo,
que peor eres de hallar que vn abogado.
Desp. — Dices lo porque ay muchos?
Gris. — No por otra cosa; pero dónde has
estado, que no te he podido sacar de rastro?
De.tp. — Tengo la condición del rey: que don-
de no está, no le hallan.
Gris. — Ansí lo hazia mí padre; pero dónde
has estado que toda la casa he andado en tu
bus 3a?
Desp. — También fuy yo en la tuya en casa
de Marcelia, y creo que te me negaron.
Gris. — Y aun no sería mucho, porque ence-
rrado me tuuieron vn rato, por vnos yentes y
vinientes, que por Dios diez puertas haurian
menester para entrar y salir negociantes en
aquella casa.
Desp. — Vve&io la conociste; mas dime por
tu vida, y encerraron te?
Gris. — Y a\x\\ por la de entrambos; porque
estando parlando con la que sabes, vino la ma-
dre, y luego otro diablo Centurío baladron, y,
finalmente, que la muchacha me tuno como the-
soro tras llaue, hasta que menguó la cresciente.
Desp. — Marauíllo me cómo no me oyste.
Gris. — Antes te vi, y te oy preguntar por mí;
y después de ydo tú, e yda la madre, vino aquel
come siete, vn panfarron de vn Fulminato. Y él
queriendo subir, yo puse me a punto a le defen-
der la escalera, por que ya me hauían sacado
de tras llaue para botar me fuera.
Disp. — Pues cómo os despartistes?
Gris. — No sé más de que la muchacha baxó
a él, queriendo yo baxar a ver me con él, y no
sé si huyó o qué fue, pero sé que tomó el passo
bien largo.
Desp. — Agora me sacas de vna duda.
Gris. — Qué tal?
Desp. — Que no le tenia por tan hablador y
portan lebrón; pero lo que no heziste entonces
de tentar te con él, tienes agora tiempo, si te
atreues a me acompañar esta noche.
6^?7S.-— Pon me tú en qué, y verás si me
atreuo.
Desp. — VvLQS, sabe te que él ha afrontado oy
a la madre y a la hija, e yo les di palabra de
vengar las esta noche, y ellas me dieron auisos
de cómo le conosciesse, y dónde le encontrasse,
y a qué hora le hallasse, porque andará solo.
Por esso, si te contentó la muchacha, agora
tienes tiempo de ganar la por tuya, e yo con la
madre, seremos dos a dos.
Gris. — '$¡\n más causas de saber que tú te
pones en ello, me llama quando mandares, y
aun si quieres, llenaré tres o quatro de los es-
cuderos, que holgarán de acompañarme.
Desp, — Basta que vamos los dos yendo bien
^J
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
265
armados; por esso duerme a prima noche, que
yo te llamaré a la vna.
Gris. — Piej-de cuidado, que yo voy arriba, y
tú desembara9a te de tu ot'ficio.
Just. — Agora que estoy a solas quiero leer
otra vez este papel del mi Polytes, porque nun-
ca a mi contento le he podido de espacio bien
acabar de leer gustosamente.
CARTA DE POLVTES Á IU8TIXA
Señora do mi cora9on, aunque ho recebi-
do de vos más fauores que jamás ni pense me-
rescer ni osé confiar de recebir, pero mi volun-
tad que os ama, y mi entendimiento que en sola
vuestra meditación se occupa, han leuantado
tanto todas mis potencias, y con ellas son ya
mis desseos tan altiuos, que os oso dezir, que
soy ya tan malo de contentar quanto sé esti-
mar me en más, por ser tan vuestro y tan fauo-
rescido. Ansi os suplico, vida mia, que pues
vuestro gracioso sí me hizo vuestro esposo, e yo
en ello tuue, y tengo, y tendré tanta hufaniay
tan próspera ganancia en recebiros por mi se-
ñora y muger, en lo qual torno a retificarme
con nueuo sí, que vos tengáis cuidado de mirar
por mí, como por cosa vuestra. Y de niieuo os
suplico que tengays por bien de querer que aya
fin mi tormento antes que no le hauiendo en él,
le veays vos en mí. Todo esto digo, mi señora, por-
que como la noche passada yendo a veros con
vuestra licencia y mandado, me jiarescio que me
comraunicastes por menos tiempo vuestra vista,
que no hauia desseosamente aguardado por os
hablar. Y junto a esto me enviastes con algún
sobresalto de algún descontento qite tengáis de
mí; pues suplicando os me mandassedes para
hora cierta que os hablasse, y paresciome que,
como desganada, no me qucsistes dar sí deter-
minado. Y aunque me mandastcs esperar vues-
tra determinación, yo vine tan lleno de congo-
xa, que con ella se me ha passado lo poco que
me quedaua de la noche. Por tanto, suplico os
que, perdonando mi importunidad, me mandeys
para quándo con toda breuedad queréis que os
vea, porque si os dilatays y cresce mi pena, yo
soy perdido.
Porque yo viuir no puedo
sin os ver presto, señora,
pues os sé dezir que quedo
tal, que me perderé cedo
si vos me oluidays vn hora.
Por tanto, mirad por mí,
no por mí, sino por vos;
mirad que a vos me offresci,
por (') donde, si muero ansi,
a vos lo pidirá Dios.
O Pro, en el original.
Y ansí 08 torno a suplicar
que, ansi como os obedezco,
querays vos a vos forjar
para mi mal remediar
por vos, por que no os merezco.
.Be/.— Qué hazes, di, Justina? qué papel os
esse que te tenia tan occupada, que ni me sen-
tiste baxar, ni agora aun miras que estoy liu-
blando contigo? Amuestra csse papel, que i'U
vir que te turbas y le procuraste absconder me
})ones sospechosa y ganosa de ver qué sea.
Just. — Ay, perdona me. que ando algo mala,
y el descontento me quitó el aduertencia en
caer en mala crianza de no me leuantar luego.
]^gl_ — Si esso te escusó del descuido, qué te
escusa del no hazer lo que te digo en dar me
esse papel?
Just. — No mires, señora, en esso, que son
vnas gracias de chocarreria.
]]ei, — Ya sabes, pues, que, aunque fuesse
carta de requiebros, que más obligación tienes
a me la hauer ya dado, pues la has de dar al
cabo, que no yo tenia de te hauer descubierto
quantos secretos tengo.
Just.—M&s quiero que, sabiendo tú mis cul-
pas, me las castigues, que eres mi señora, que
por encubrir te algo, con enojo de mí te ohiides
de mi remedio, y aunque con harta confusión
mia. Pero pues este papel me ha de culpar, yo
te quiero, confessando mi atreuimiento, supli-
carte que mires que soy mujer y mo9a, y poco
experimentada, y menos anisada; y que como
atreuida podré hauer hecho lo oue esse papel te
dirá. Y piensa que el no hauer caydo en más de
lo que ay hallarás declarado ha sido por mirar a
tu bondad, y a lo que te deuo, y a la honra mia.
Y aunque fiay desmandada en lo que ay verás,
sin otra cosa de más hauer de por medio, po-
niendo mi honra y todas mis cosas en tu mise-
ricordia, te pongo en las manos el papel de la
información de mi liniandad, esperando la sen-
tencia que contra mi poco miramiento con mi-
sericordia pronunciares.
l^gl — Ay, ay, ay, Justina! qué te paresce
desta carta? que, sobre leyda dos vezes, aún no
puedo persuadirme que sea para ti, porque el
crédito que yo de tu bondad tenia no me dexa
ser fácil a creer que tú pudiesses caer en esto.
Dime, Justina, qué fruto te da agora esta tan
gran confusión? O Justina, Justina, que essas
lagrimas que agora tú derramas por lo que yo
te digo, que soy vna flaca donzella como tú,
vuieras de hauer tú derramado viendo la llane-
za con que yo te recibía tus palabras suaues,
que tan llenas de ponzoña para mi quietud y
mi honra y mi salud venian. O, qué mal pago
has dado, en andar en piel de oueja hecha vn
lobo contra mí, al viejo de mi padre que te ha
criado, y a mí mesma en vender me, amando te
266
ORÍGENES DE LA NOVELA
tanto y fiando mi llaneza de tu malicia encu-
bierta. Dime, Justina, qué has visto en mí que
te desenfrenasse a soltar tu limpieza yauentnrar
ansi la perdición de mi honra? Dime qué has
ganado en perder a ti , perder a mi, y perder
los canos y afaufisos dias de la postrimería de
mi viejo padre, de mí tan confiado, y de ti él y
aun yo tan descuydados? Agora veo bien que,
quando Dios aleare la mano de los más buenos,
que bastarán los más flacos tentadores para ha-
zer los caer. Y agora veo también que al que el
occulto juyzio do Dios le tiene permitido a que
caya en algún mal, que montan poco, ni pala-
bras de buen predicador, ni buenos exemplos de
justo obrador, si Dios no le da acorro y obra
on el tal. Pues es assi que todo lo vio el per-
uerso de Judas en el redemptor del mundo,
pues vio buenas obras de exemplos, buenas pa-
labras de doctrina, y buena potencia de mila-
gros, y aun desseos en su señor de querer le
perdonar, si él endurescido le pidiera con la en-
mienda perdón. Pero ni lo vno le retraso de que
no le vendicsse, ni lo otro le apartó de que no
desesperasse. Pues tú, Justina, aunque no en
comparación del que agora referi, pero qué has
visto en mí quanto ha que viues que no te aya
sido ayuda para la virtud, y muy para estor-
uarte de lo que has hecho? Pero pues ya tú, o
que por ignorancia no viendo el mal que me ha-
zlas, o que por malicia por querer tu gozo con
sagacidad cautelosa y con cautela maliciosa, me
has enlazado adonde, si Dios no, o por la muer-
te sobreuenir, no puedo ser libre, a lo menos
quiero que mi nobleza se aproueche contigo
para en lo de adelante, no en el amor que
te deuo tener para me fiar más de ti, pero en la
voluntad que te he tenido y obras de bien que-
rencia que de mí tienes hasta agora. Para que
a esto mirando como generosa, te perdone como
poco anisada y no te condene por maliciosa. Y
en esto verás la differencia que ay de mí a ti:
que donde tú buscaste mi cayda, quiero yo sa-
car tu leuantamiento, y donde tú en ti buscaste
y occasionaste mi muerte y captiuerio, buscaré
yo en mí razones no sólo para perdonar te, pero
también para no aborrescer te.
Jiist. — La culpa mia me pone muda al escu-
sarme, y tu bondad me da confianca de tu pro-
mesa. Pero en todo te suplico que como señora
me corrijas, y como sabia, mirando a mi igno-
rancia, no tengas dubda de mi limpieza, puesto
que seas cierta de mi yerro.
Bel. — xVnda ya, que basta que ni en ti ay
satisfaction para tu escusa por tu yerro, ni en
mí fuercas para te castigar por ini piedad. Y
por la limpieza tuya que has guardado, me
quiero persuadir a lenantar te. E ansi quiero que
no hagas cosa de oy más sin que me des parte.
Y digo que me fiaré de ti no menos, pero más
que antes, y que tractcs cómo lo que está con-
certado se haga. Y concluyo, para que veas en
lo que te tengo, que me voy dexíindo lo todo a
como tú lo ordenares. Y con tanto, nos subamos
arriba, no venga alguien que piense otra cosa
de te ver a ti llorosa y a mi demudada; pues en
lo hecho no ay enmienda, remedie se lo por ha^
zer, para seruir a Dios.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXXII
Venida la liora señalada, aparejado Floriano, se carea con Beli-
sea en el jardín : entre los quales passan razones niüy sabro-
sas. Desposan a Justina con Polyles, Floriano y Belis 'a, y des-
pués Justina liace á los dos amantes prometer se palabras de
111 trinionio.
Floriano, Polytes, Fulminato, Felisiíío,
PlNEL, DeSPESSKRO,
Grisindo, Jüstixa, Belisea.
[Flor.'] — Dime, Poljtes, essos mopos que
han de yr conmigo, si están leuantados.
Pol. — Señor, bien haurá media hora que están
los tres que me mandaste apercebir en la sala a
punto.
Flor. — Y la gente de casa, si está recogida
toda?
Pol. — Señor, como les dieron de cenar tem-
prano, y el mayordomo (como mandaste) enten-
dió en hazer recoger la casa, todos están agora
a los bra9os con el sueño, los que no les cabe
parto del cnydado de nuestro camino, que en
casa lo barruntan bien pocos.
Flor. — Pues el reloxito de mi recamara en
qué punto está?
Pol. — Un quarto passa ya de las doze.
Flor. — Pues si esse, como perezoso, no ha
dado más de doze, y los grandes del pueblo han
dado la vna, y mi señora, como presta a me ha-
zer merced, salió ya a buscar por mí, e yo como
tardío me he descuydado en yr a tiempo, qué
será de raí, si mi señora se torna como burlada
e yo quedo como perdido?
Pol. — Señor, yo he estado bien en vela, y
aun andan algo más perezosos; que ha menos
que dieron las doze que este chiquito.
Flor. — Pues traeme esse montante, y sin
ruydo vamos. Y di a essos que vengan juntos,
y dexen las puertas todas apretadas, y tú echa
la Uaue a mi cámara, y trae tus armas, y
vamos.
Ful. — A, hermanos, qué os paresce quál va
agora Fulminato?
Fel. — Vas más para ruar de dia que para
peligros de noche.
Ful. — Dizes lo porque no lleno armas se-
cretas?
Fel.— 'Y no es harto esso? si que no es bien
yr hombre a discreción de qualquier que encon-
COMEDÍA LLAMADA FLORINEA
26;
troys, que al pritucr tiento os quede ayslado,
y después de que os haya euclauado os dirá:
perdonad, que pense que era otro.
Ful. — No he menester yo luás do que me
conozcan para que aun la espada y capa me
sorá_peso para el no alcanyar los, y a ellos que
liuyran de mí les plazera que llene yo esturuo
que me quite el bien correr para coger los.
Pin. — Yo más quiero llenar mi cota y guan-
te y eaxco y broquel y espada, con algún tanto
de ventura, que esse tu yr en condiciones si
me conoscen o no. Y aun más querría no ser
conoseido, porque si lo hago yo bien, a mis con-
trarios les tiene de yr mal, y si yo lo llago mal,
menos afi'renta me es a mí solo, quedando sano,
y no siendo conoseido, que no llevar los caxcoa
(juebrados y que a la mañana me puedan, seña-
lando con el dedo, dezir: veys donde va el co-
uarde que huyó o el necio que i'ue herido.
Fel. — Yo soy de voto que do noche, secreto
V seguro.
Flor. — Hola, mocos, por qué no estays ca-
llando?
Ful. — El gozo que llena la persona de yr
donde se pueda hazer conoscer haze con la risa
desmandar se la voz.
Flor. — Pues antes que salgamos de la sala
quiero ver cómo va cada vno. Todos vays a mi
contento y bien a recaudo, Pero tú, Fulminato,
cómo vas tan de liesta y sin armas?
Ful. — Señor, la color del colorado demuestra
el alegría que lleuo en yr a estas estaciones, y
el no llenar armas es por yr más suelto, para
que los que a los armados se os lucren por pies,
esta espada los castigue con mi soltura.
Pol. — Mejor le ahorquen al lebrón, que es
si no para huyr mejor, porque él desto nos ha
de aprouechar allá.
Flor. — Salid todos passo, y vamos juntos sin
ruydo; tú, Felisino, torna [a] apretar esse posti-
go, y tú Fulminato, pues quieres yr desenibara-
^ado, te ve delante de nosotros siempre, porque
y ras como cauallo ligero a descubrir campo, y si
no ouiere embaraco, ya sabes por qué calles y
adonde has de guiar.
Ful. — Agora lo verás quién va delante, que
yo os aseguro que no topeys quien os llegue a
la ropa. Pero agora que voy apartado, quiero
mirar por mí; que estos necios bien pensaron
liaeer a Fulminato prueua de peligros. Pues
vos voto a la munición de la carraca de la sane-
la religión de Malta, que al primor gruxir de
malla yo les llene tanta delantera, que lo ayan
a solas. Y aun porque anisen con quién lo han,
que al primer silno esté yo en la cama al lado
de Marcelia, porque al fin alli hauran de parar
mis estaciones, si no me sale algún auieso; por-
que agora la tongo tal, que teodilando me bay-
lará delante, y no haure llamado, quando le pa-
rezca que es tarde para me abrir, y temprano
para yo enojarme, y bastante causa para lo dar
otra tunda, porque al fin el fuego y la milger a
cozcs 80 han de hazer.
Desp. — Ya dio, hermano, la vnn.
<rris. — Pues qué aguardas a la jiuerta de la
callo? anda, guia, que más vale que poranteue-
nir cacemos que por tardar nos arrepintamos y
perdamos tiempo.
Ftd. — Ya estoy en par de Sanctiago, y aun
ellos quedan tan atrás, que podré yo sin que me
vean, hurtando les el cuerpo, baxarpor esta ar-
mería a la plaga, y boluor nu^ a la cal nueua.
Pero al fin, pues no ay peligro, quiero yr hasta
que me vean allá, que después podran lo hauer
a solas. Que burlando ni de veras, no quiero
bregas con la gente de Luccndo; mayormente
que en estos negocios todo tiempo se les haze
poco, y será de día y pensarán que es la luna,
y aun ellos estarán dentro. Pero por las reli-
quias de Constantinopla que mo paresce que
viene gran tropel de gente de pie.
Gris. — A, hermano, cata que me paresce que
vi meterse vno agora a la sombra de la iglesia
de las señas del que tú buscas.
Desp. — El paresce; ve tú al ras dessas casas
y ataja le el passo de la plaga, y presto, no se
nos vaya, que él os, e yo enuisto con él.
Ful. — Sancta María val me, que muerto soy!
por todas partos me han cercado; mág son de
diez; esto a los píes y a Dios se ha de enco-
mendar, y sus, hazia la plaga, que ay más an-
chura para escapar.
(iris. — Nos (') monta huyi, que aqui dexa-
reys la vida.
Desp. — O, pese a tal, que toda vía se le coló:
yr se le tiene. Ü, hi de puta, pues y qué detor-
uiÍMadamento le sigue el mogo! por Dios que es
vn Héctor. Gata, cata, esta es la capa del es-
t'orgado, que aun le cargaua al huyr. líien está,
tras olios sigo, que a peor librar, ya terne con
qué crea Marcelia que hizo algo, y que mo le
libraron los buenos píes, pues mo dexó la capa
en las vñas. O, mal empleada tan rica grana de
capa; ni pan que aquel come, aun de borona.
(iris. — O, l)i de puta, y qué pata tiene.
Desp.— Mas que se te fue el brauon?
(iris. — Alcangara le el diablo.
Desp. — V\iof, vamos derechos en casa de
íklarcelia, y si deseml)arcó allá, pagarálo, y si no
a lo menos daremos la capa del Héctor a ia Mar-
celia, contando le lo que pasa.
Gris. — Pues llenas su capa, guía; que lo que
agora no ouo effeeto, hnurá lo otro día, puos ya
le sabrá hombre las mañas.
Flor. — Ya estamos acá, y pues a esta puerta
no mo responden, guía tú, Polytes, donde es lo
(•) Sos .contracción de Sooe-
2QS
orígenes de la novela
más baxo del muro. Pero qué fue de Ful-
minato?
Pol. — Asuadas que él está agora en casa, o
donde yo me barrunto ('), porque en querer yr
él delante, y en verle sin armas, me dio el alma
lo que auia de ser.
Fel. — Hazia Sanctiago endenantes oy yo vn
ruydo, y me paresce que reconosci su voz.
Fin. — No será mucho que aya hecho algu-
na caualgada de las que suele, o quica se dio
priesa a correr, y estará ya acá dentro.
Flor. — Sea lo que fuere, que él boluera.
Pol. — Por aqui, señor, podremos subir el
muro, que es lo más baxo; pero por de dentro
está tres tantos de alto.
Flor. — Subamos sobre la pared, que está
bien segura, que es de piedra, y essos mocos
tengan essa cuerda desde fuera, que por ella
nos guindaremos aUá dentro; y después al sa-
lir o nos la tornareys a echar de la mesma ma-
nera, o si no buscar se ha remedio,
Fol. — Pues estamos, señor, sobre la muralla,
oye, veamos si ay bullicio dentro.
Just. — O, vala me Dios, que ya ha dado la
vna, y no vienen, ni han hecho señal a la puer-
ta, y mi señora que estara esperando por mí,
que la entre a llamar, pensará o que yo me he
dormido o la hemos burlado. Pero gente veo
sobre la pared al puesto de la otra noche. Dos
son; voy a llamar a mi señora, para que vea
cómo quiere hablarlos, ó que los ayudemos a
baxar.
Flor. — Tened la cuerda vosotros, que yo
baxo, que ya he visto por qué.
Fel. — Baxa seguro.
Bel. — Dónde vienes tan despauorida?
Just. — Anda, señora, que ya es tiempo, que
están sobre el muro aguardando .
Fel. — Pues ya están dentro, guardemos, her-
mano, el cordel para la buelta, que de Fulmina-
to bien podemos descuydar por esta noche.
Just. — Ea, señora, cata que será mala crian-
9a hazer esperar tanto aquel cauallero.
Bel. — Ve tú, Justina, por tu vida y habíale
como vieres; que yo no puedo acabar conmigo
tal maldad y atreuimiento, tan fuera de mi cos-
tumbre y tan contra mi condición.
Just. — En esso, señora, me haurás de per-
donar, porque hay personas y lugares adonde
no caben bien burlas; mayormente que pues
este señor viene en tu nombre, no es como la
plática del paje de la noche passada, que hemos
de andar con disfraces y vna por otra. Que plu-
guiera a Dios que fuera yo tú en esse casso (de-
xando aparte los merescimientos) que ya ouie-
ras visto quán liberalmente, y aun sin "quiebra
de honra ni bondad, le vuiera hecho con quien
O En el original, barunto.
tanto me amasse como él a ti, y adonde los es-
tados ni condiciones de las personas no desuian
mucho los que el solo amor hauria de bastar a
ligar más y más. Pues el amor no se paga sino
con amor, so pena de ingratitud, y el amor no
consiste en las buenas palabras, pero, como di-
zen, obras son amores, que no buenas razones.
Ansí que, por mi vida, que has de yr, y luego,
y muy doblada de tu condición natural, y muy
halaguera, y muy de palacio, y muy llena de
muestras de amor, pues sé bien que por mucho
que te esfuer9es a mostrar que le amas, no te
pagarás a ti mesma en la satisfacion de lo me-
dio de lo que en el cora9on yo sé que tienes de
su amor. Y perdona me en lo que atreuidamen-
te te digo (pues ya lo posiste todo en como yo
lo guiasse), que, por mi salud, que si otra cosa
hiziesses, que a él ayudando, y a ti no obedes-
ciendo, pues ya ni es tiempo, ni ay sazón, ni
cumplen alteraciones ni encogimientos, que a tu
cama que tú fuesses. a él lleuasse por la mano;
y hasta cumplir tu palabra, que le mandó ve-
nir, y el como yo lo encaminé que te hablasse,
que yo le dexasse contigo solo. Y en lo que
toca al hazer tú o no, allá hiziesses como Dios
te ayudasse. Pero mira, mira si es perezoso en
buscarte, que dentro están los dos, y él viene ya
hazia acá. Mas huelgo qne en tal caso que te
arguyan de perezosa a la verdad, ¡^ero mira que
en hablarle y saberte hauer con él, como dicho
tengo, te noten de sabia y buena y honesta y
del palacio, antes que de encogida y turbada,
como quien desseando temes.
Bel. — Ay,mi Justina, que todo lo que me di-
zes y persuades lo entiendo y lo desseo, y con
querer lo y parescer me bien ansi, estoy tan tur-
bada y tan temblando, que no sé de mí.
Jnst. — Pues ya él nos ha visto, que vienen
para acá, yo quiero como en Prado abrir el ca-
mino a tu turbación y a su buena mesura. A,
cauallero, quién os ha traydo a las manos nues-
tras, fiando os de quien no conosceys?
Flor. — La potencia de essa señora, que con-
mueue mis potencias según su libre querer, me
ha traydo a que agora como su captiuo me hu-
mille a le suplicar con atreuimiento que perdo-
nando mis demasias, me dé las manos para que
se las bese, como sieruo a su señora.
Bel. — Bien quisiera, señor Floriano, que me
hallaras con aquella furiosa indignación que mi
honestidad y honra y grauedad requería tener
para en tal caso, para que ansi pudiera y osara
reprehender tu atreuimiento en esta entrada, y
mi descuydo de quien yo soy, en mi venida a te
oyr en tal hora. Pero pues para esto (por tú me
hauer salteado primero e yo acudir tarde a mi-
rar por mí) no ay lugar ya, bástete que, sin
dezirte las causas que me hauian mouido a lo
que agora he hecho, sepas que vengo muy de-
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
:69
terminada de te oyr, pues con tan importunos
medios lo has desseosamente procurado. Y en
el dar te las manos, ni pedir te las tuyas, hasta
que veamos por qué, te deseuyda y me perdona.
Y porque primero quise oyr te que cnnienoar te
a pedir (pues ya te he oydo publicar tan por
mió), agora te quiero como a tal comentar a
mandar, y sea lo primero que te tornes a poner
en pie luego. Agora que te hallo buen obedien-
te, determino, para hazer más por ti, mandar te
lo segundo, y es, que en este cenadero, al soni-
do destas fuentezitas, te sientes en este poyo, y
luego, porque vaya cumpliendo mi palabra de
hazer algo por ti, me quiero yo sentar en el
mesmo poyo par de ti. Pero mira que al ver me
sentar tan cerca de ti piensses que es más para
mejor oyr te, y responder te sin sonido de voz,
que para despertar en ti algún atreuimiento de
los que soleys tener los hombres, en semejantes
trancos puestos que agora tú; porque como a
cauallero a quien se deue todo acatamiento y
cortesia, no te tendré apartado para oyr te, y
también como a mi enfermo (según te publicas)
te quiero tener más a mano para te curar el mal
que en ti yo hallare ser curable. Y ansi te aniso
que con esto que tú á tu parescer llamas gran fa-
uor, no huelen con juueniles alas de mancebo
los tus pensamientos a hazer asiento en alguna
liuiandad, ni tus manos salgan de la compostu-
ra exterior que mi honestidad les mandare. Pues
en lo primero te haurás contigo mesmo, como
amante mancebo, y en lo segundo te hanrias
conmigo como desmandado sieruo, y en niuelar
tu compostura y grauedad con la mia harás co-
mo generoso, noble, y sabio, y virtuoso cauallero.
Y sepas que tanto estaremos sentados ansi jun-
tos quanto no salieres punto destas reglas que te
he leydo, sacadas de toda glosa que les puedas
poner para en escusa si excedieres, ni para culpa
en mí si cumpliere lo que digo de te dexar como
libre, no obedesciendo tú como sieruo que se
dize ser de amor.
Flor. — Tu tan suaue razonamiento ouiera
bastado a me hazer conceder en quanto me
mandas, y adelante mandares, aunque no vuiera
en mí la obligación que ay a no sa ir punto de
tu querer. Por tanto, como cauallero, tu sieruo
por merescim'ento, y esclauo por tu amor, te
prometo de no tomar de tu voluntad más de lo
que me manifestaren tus palabras. Porque a tan
grande merced como me hazes en darme au-
diencia no se puede ni deue seruir con menos
seruicio.
Bel. — Pues en esto verás, señor Floriano,
cómo (atendiendo a lo que algún dia te dixe ya)
te amo con muy sano y llano y hermanable
amor, pues que, creyendo la palabra que ago-
ra me diste, me descuidaré de recatarme, fian-
do me en todo de ti. Y ver lo has en que huel-
go que a solas me propongas tu razonamiento.
Tú, Justina, apártate a esta entrada del cena-
dero, y esse gentil hombre, por venir con quien
viene, yo huelgo que hableys los dos, con que
sea a vista mia, sin perjudicar al crédito que
de entramos se deue tener.
/"o/. — Por mi parte te beso las magnificas
manos por tan buen principio de las grandes
mercedes que de ti esperamos.
Bel. — Agora me di, señor Floriano, qué es
lo que de mí quieres? pues tan al calió (me d¡-
zen) te ha puesto la necessidad de hablar me. Y
sepas que si cosa me pidieres que dentro de los
límites de la razón, mi honra en pie, te pueda y
deua otorgar, ansi sabré sin gran encaresci-
miento cumplirlo, como si también fuere por
auieso camino de virtud, barahustarlo y recha-
9arlo, y negarte con vn muy libre nó cortés, lo
que tu sí descomedido pidiere. Y junto con esto
([uiero que sepas de mí que, viendo en ti por
qué, te sabré amar y mostrar toda obra de lim-
pio y casto y llano amor.
Flor. — Bien quisiera, mi señora, que no me
ouieras limitado los meneos, para poder y osar
hincarme de rodillas a te pedir las manos, las
quales, aun ansi sentado, por te obedescer, te
besaré si me las das por tales fauores y merce-
des como de mi señora.
Bel. — De esso aparta el cuydado, y dime si
quieres algo más hablar me; que pues tú vienes
a esto, yo quiero primero oyr tu razonamiento,
antes que tú de mí sepas el intento de mi ba-
xada a te oyr como agora estamos, en tal tiem-
po y lugar. Porque sepas que primero quiero
oyr el cabo de tus razones que te riña tus de-
masias y importunidades passadas. y atreui-
mientos en tantas cartas y monsajerias tuyas, a
mí que no te he dado alguna occasion a ello,
más de la que tú te has querido occasionada-
niente tomar. Porque, a te comentar a reñir an-
tes de oyr te, quÍ9a que la passion despertara en
mí la gana de no te escuchar, e en ti atajaria la
osadia en el proponer, por donde ni tú dirias lo
que quieres, ni yo te responderia lo que deuo.
Por tanto, con breuedad, según lo pide el tiem-
po, y manso, según lo pide el lugar, y libre-
mente, según te es concedida la occasion, di lo
que quisieres, y ten las manos muy metidas en
toda obediencia, según te he pedido.
Flor. — Ay, ángel mió, y mi señora Belisea,
la más acabada y más perfecta en todo genero
de perfection, de mí la más amada, la más te-
mida, la más reuerenciada, qué os podre dezir
de mí? porque en ver me delante vos, vuestra
majestad ata mi lengua, vuestra alteza desua-
nesce mi juyzio, vuestro valor despide mi baxe-
za, vuestro merescer entierra mi atreuimiento.
Que os diga que soy vuestro? injurio vuestro
gran merescer. Que os diga que me teneys muer-
270
orígenes de la novela
to? he 08 confessado por vida de mi viuir. Que
08 llame mi señora? no sé aún si vos me acep-
tays por vuestro. Que os diga que estoy enfer-
mo? hago agrauio a vos, que soys mi salud,
ante cuyo acatamiento no puede en cosa vuestra
por amor parar mal. Pues dfzir os, alma mia,
que estoy sano? no me dexará mentir este mi
vuestro coraron, ni los mortales sosjiiros conce-
derán conmigo, ni las vertientes de mis ojos
|)ermitiran que os engañe. Porque dado que yo
huelgue i»enar y morir y passar todo tormento
por el vuestro amor, y aun teniendo me en ello
por ganancioso en dichas, y dichoso en S'.'.aues
tormentos, no creo que querrá consentir el co-
ra9on, que pues es vuestro, y de la dorada fle-
cha del vuestro amor está herido, sino que se
diga y se publique y manifieste su pena, con la
qual suffrir gana muy gran cumbre de gloria*,
ni aun tampoco querrá dezir, ni sabrá hablar la
lengua sino el idioma y plática que supo ha-
blar quanto ha que yo supe amar os. Porque
después que comencé a os querer, como luego
se descubrió vuestro mereecimiento y mi baxe-
y.s\, luego con la demasiada fuerza de la oeeasion,
cresciendo más y más la ])assion, nunca la len-
gua supo sino loaros y temeros, y quexarse del
mal del coracon. Por tanto, señora de mi liber-
tad, jiues hasta en esto bien sé deziros que soy
tan vuestro, que en mí no tengo parte sin vos,
suplico os que, ansi como en cosa que es vues-
ti'a, vos pongays aquello que vuestra voluntad
quisiere hallar en nn', y entonces digo que mi
08 callaré cosa. Mandad vos a mis sentidos y
])otencias interiores que bueluan en sí, robados
de la majestad de la gloria vuestra, no para que
se les sea hecho tanto agrauio que del todo de-
xen de ser vuestros y del todo sean mios, pero
para que en mí sean instrumentos de vuestro
querer, y entonces os sabré dezir qué quiero.
Aunque bien sé que no sabré jamas dezir sino
de vos, ni sabré qué pueda querer sino sólo bien
querer os, y siempre querer os. Pero mirad, se-
ñora tilia, que en lo que os [)ido no mireys al
dezir de mi lengua, si no la gouernardes vos,
pero a lo que dessea mi voluntad. Porque si yo
sin vos me hallassc, no sería mió, jiues me he
renunciado y dedicado todo por vuestro. Y el
querer vos a])artar me de ser vuestro es por de
más, excepto si no me apartays de la vida, y
aun alH, si querer tuuiesse, siempre sería vues-
tro. Y ansi, pues que tan ajeno estoy de mí
y tan vuestro soy de vos, no me pregunteys a
mí de mí, pero preguntaos a vos de mí, y en
vos sabreys qué es lo que os quiero pedir. Por-
que si pregunta me hizierdes a mí, ha de ser de
vos, pues sabré dezir, no lo que hay, pero lo
que mi lengua bastare a explicar de vuestro me-
rescimiento, hermosura, bondad, majestad, al-
teza de gloria.
Bel. — Agora que, señor Floriano, has COU'
cluydo tu largo razonamiento, y a tu proposito
muy bien hablado por cierto, te quiero dezir y
digo: que quisiera que la muestra tan al descu-
bierto que te he mostrado del amor que te ten-
go, con la oeeasion que a conoscer esto de mí
tienes en hauer te permitido venir, o (por me-
jor hablar) en hauer te mandado y querido que
viniesses a este lugar, me dieran libre rienda
para te hablar lo que la razón me mandaua, y
yo sé que deuieradezirte. Pero porque veo bien
ya que es por de mas ni bien absconder se el
fuego en el seno, ni aun yo tampoco poder en-
cubrir te que te amo y quiero y estimo tanto,
que ni yo te lo sabré dezir, ni sería a mí licito
dezir te lo, ni tú deues inquirir lo de mí, vistas
las muestras tan al descubierto del fauor pre-
sente que tienes de mí, como ,de mucho más
mereseedor. Pero basta que tan en auentura de
mi honra, y tan despedido otro todo temor, he
venido forjada a oyr tus querellas. Y porque
sepas que te amo, digo que no digo bien en
dezir que vine forjada, porque ni en ello me-
resceria delante ti, si ansi fuesse, ni tan poco
(si culpa en mi venida ay) la quiero echar sino
sobre míj pues a solas me atreuere a poner por
ti a toda pena. Pero mira como sabio cauallero
que todo este gran camino de amor que en mí
te voy descubriendo no es otro del que te pro-
metí la primera vez que me hablaste y te hablé,
aunque, porque veas quánto tienes en mí si lo sa-
bes conseruar en ti, te quiero descubrir vn punto
de amor más que tienes en mí, y es: que dado
que te ame, como entonces te dixe, por herma-
no, ])or agora la corriente furiosa del amor,
continuando su curso, ha hecho en mí vn tal
remanso, donde hallo en mí vn más profundo
ser de amor que entonces, el qual ha venido por
aguaduchos tan secretos, que aunque casi sien-
to que me voy anegando en la tal cresciente,' no
alcanzo el cómo ni por dónde crescio tanto este
rio de agua tan suaue de amor en mi tan obs-
curo y amargoso coraron.
Just. — Ay, por vn solo Dios, que seas, señor,
comedido, que si vuiera mirado en ello mi se-
ñora, no me fuera bien destos tus ret090S y
burlas; y también has me hecho desaduertir dé
las más liien habladas razones que jamás pense
de oyr de entramos a dos.
Pol. — Altamente ha hablado ella, y en tanto
fauor del, que no sé qué más espera sino tiem-
po arepentido y oeeasion perdida.
Just. — Y qué más hauia de hazer?
Pol. — Yo te lo mostrara luego a faltar terce-
ros; pero con todo esso, algo se han rebullido
desque callaron. Piles callemos nosotros, porqué
piensen ellos que están solos, porque la soledad
suele ser vna de las más emparentadas herma-
nas de Cupido.
Just. — Si no tornaran a hablar, yo te demos-
trara cómo te he calado por muy malicioso y
por más atreuido; pero, por amor mió, qne te
reposes vn rato, y oyamos.
Bel. — Cata, lieruiaiio y amigo mió en sano
amor, que me parescc que deues querer porder
me antes do tener por cierto el tener me gana-
da. Y como no te hastauíi Id que hago c(>iitiuo,
ni te basta a vedar lo qne te tengo auisadn,
para qne no me anduuiesseu tus manos con
mis tocas.'
Flor. —Ángel mió, la sobrada gloria en que
tue hallo me tit?ne tan fuera de mí para mejor
gozar de vos, que no tengo a mucho haner'cs
injuriado sin saberlo yo. Porque a certificar me
vos que os he enojado, y dando me licencia vos
para ello, como señora de mi vida, yo con este
])uñal por mi mano me castigaré luego en
vuestra presencia. Aunque temo que no po-
dria yo matar me por mi; por tanto, pronun-
ciad el sí de que lo acceptays, y vereys cómo
más viilire en morir vuestro quo viuire en vi-
^ uir mió.
f Bel. — Ay, torna luego el puñal a la vayna,
queme turbas. Ven acá, Justina, yr nos hemos,
que me paresce que es tarde, y aun también que
he oydo ruydo arriba.
Flor. — No me quieras quitar, mi señora,
tan presto de !a gloria.
» Bel.— Vox agora te contenta con lo hecho:
■ con saber que no lo tendrás otro dia si más no
B estás subjecío a lo que te yo mandare.
B^ Just. — Dime tú que castigo meresce este ca-
Bjuailero, que aunqufe más armado venga, te vcn-
^Hgaré yo del.
^^B Flor. — 8i vos truxcssedes el mandado de mi
^^^sefiora, no liauria acero de Milán que os resis-
tiesse, ni aiin de vos me osaria yo defender.
Pol. — Cata, señor, que es más brauu esta
don/ella de lo que paresce.
Just. — Pues aún vus no sabeys bien quien
yo soy!
Fol. — Pluguiesse a Dios y a mi señora Be-
lisea que lo pudiesse yo saber como yo desseo.
Bel. — Pues por cierto, paje, que, si el señor
Floriano quiere, qne yo os la entregue deuida
y libremente.
Flor. — Que se haga todo lo que mandares.
Bel. — Pues luego quiero que mé des de tu
mano a esse paje, que le quiero yo gualardonar
los trabajos que ha passado en sus mensajerías
y penas en suffrir mis ásperas respuestas.
Flor. — Pues él ya hizo lo que denla en po-
ner Se de rodillas en tu poder, también con él
te besarla yo las manos si me las diesses por la
merced que a mí me hazes en hazer la a cosa
mia.
Bel. — No te las daré yo a ti las mias. Pero
quiero que hagas que estos dos se las den el
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
otro, y los cases
271
tu mano en i
vno al otro, y los cases de
nombro.
Flor. — Dad acá, Justina hermana, essa
mano, que por vengar me de vuestras anjenazas
quiero luego que se haga lo que mi señora os
manda. E yo os le doy como a sangre mia
(pues lo es) de mi mano por marido, con que-
dar en obligación, porqui' f»s lo deuo, de os dar
(allende del proprio patrimonio y mayorazgo
que el paje tiene) con que vivays honradamen-
te como vos lo mereseeya. Y luego quiero,
pues tengo licencia de padrino de mi señora
Belisea, que os abraceys como desposados, y
beseys las manos a mi señora por la merced que
os ha hecho.
Pol. — Pues en todo he cumplido lo que se
me ha mandado, os suplico, mi señora, y a ti,
mi señor, que me deys las manos, pues confio
en Dios de os las besar por mis señores a en-
tramos en la mesnia vnion.
Bel. — Leuanta os, galán, que agora os ten-
dré yo en más; que al fin bien reluzia en vos
ser de tan alta sangre en vuestro seso y pruden-
cia, y agora quiero que vengueys a vuestro se-
ñor de essa leonaza.
Just. — Porque la turbación de lo que me ha
sido mandado en presencia de tanto meresci-
miento me escusa en hablar en lo hecho, callan-
do en ello como obediente, os pido luego a en-
tramos vn don, que acompañe a la merced
passada.
Flor. — ^¡o seria razón ncga ros, rezien des-
posada, la primera cosa que pedis; yo os le
otorgo por mí y por mi señora.
Just. — Pues tú, mi señora, no has de ser
menos liberal en el conceder me el tu sí que
fuiste en me mandar.
/ie/. — Que digo también te doy el sí que me
pides, pues tengo de ti crédito que no pedirás
cosa que no sea buena.
Just. — Pues el don ha de ser que tú, mi se-
ñora, des esse sí que me diste agora al señor
mió Floriano en la manera que me le niandast<!
dar a mi esposo Polytes. Y tú, señor Floriano,
al tanto te pido en don, que te otorgues por
esporo y marido, según la ordenación de Dios
y de la sancta Iglesia, de mi señora Belisea.
Flor. — A mí me paresce que haueyá jugado
a luego pagar. Pero pues del tal juego yo salgo
solo el ganancioso, digo que os obedeaco, y doy
el sí de la palabra que rae pedis, en cuya señal
os doy mi mano derecha, y también suplico a
mi señora, que pues es en mi fauor lo que pe-
dis, que os obedezca.
Just. — Anda, señor, que el sí de mi señora,
yo te quedo por él; por tanto, confirma el
vinculo del tal sí con las pazes del rostro, se-
gún a mí me lo mandaste en el raesüao caso.
Pol. — O, hi de Dios,yquán hambriento abra-
272
ORÍGENES DE LA NOVELA
90 y beso que la dio! y ella que se lo dcsseaua,
y aun qQÍ9a lo trayan ellas dos ansi vrdido
entre si.
Bel. — Paresce te, Justina, que has dado bue-
na cuenta de mí?
Just. — A la fe, señora, nadie ha de pensar
desta agua no beuere (como dizen). Y mira que
lo que está de Dios, él lo encamina. Y pues e'l
es tu esposo, y tú su muger, de oy más tractad
de vuestros ciiydados, que nosotros dos nos en-
tenderemos en los que nos mandastes tomar. Y
agora, como a mis señores, os quiero hablar li-
bremente: ya veys que comienzan a salir arre-
boles del alúa, y pues esto lo gouernó Dios sin
lo pensar vosotros, y el tiempo ni lugar no os
dan espacio para más, apisonando entramos lo
hecho, busque se medio para en lo de adelante:
tú, mi señora, le manda venir otro dia, que yo y
el mi Polytes nos auendremos. Y pues, señora
(como dizen), qual por ti tal por mí, habla ya
algo, y con el sí que digo los manda yr, que si
te pesa que se vayan, a mí no plaze mucho. E
al fin acá nos quedaremos, llorando a medias, y
esperando a las parejas, pues cada qual ama su
ygual y siente su bien y su mal.
Bel. — Veo te, Justina, tan desembuelta, e yo
me hallo tan cortada, que con vn sí que he dado
no sé qué te diga, mi señor Floriano, sino que,
pues ya el dia nos amenaza, que es despartidor
de semejantes obras, y Dios lo ha querido en-
caminar de manera que te aya de llamar mi se-
ñor, digo que holgando y teniendo lo por bue-
no, pues ya quedo por tuya, me bueluas a ver
mañana en este lugar a la hora de esta noche.
Y porque de lo hecho la turbación me quita el
saber, ni bien lo que hago, ni de poder dezir bien
lo que quiero, te ve luego con Dios. E tú, Jus-
tina, toma essa llaue y abre les aquella puerte-
zilla del jardin, y muy passo, porque no tornen
a saltar paredes con peligro y bullicio.
Flor. — Pues, mi señora, me voy por obedes-
cer os; los angeles queden en vuestra compaña.
Bel. — Y a ti, mi señor, llenen seguro. Anda,
Justina, y desembuelue te, que aqui te aguardo.
Just. — Mi señor Floriano, pues el tiempo no
da lugar a largas platicas, la buelta será por
esta puerta, que yo estare a punto en tocando
con el dedo para abrir, y cata que vengas muy
a buen recaudo, y no vengas solo.
Flor. — No osaré venir sin el vuestro Poly-
tes; quedaos a Dios; yd luego a mi señora, que
paresce que quedaua penada.
Just. — Esto está concluydo y bien hecho,
pues agora mi señora e yo jugaremos dos por
dos al descubierto, y resto abierto.
Bel. — Fuesse ya aquel cauallero?
Just. — Señora, sí fue.
Bel. — Pues di me agora: paresce te que me
has puesto buena? E di, no fuera razón que mi-
raras más por mi honra y de la casa de ixx se-
ñor y mi padre, en que aunque yo quisiera errar
no me dexaras tú?
Just. — Anda, señora, que ni agora ha haui-
do deshonra donde interuiene Dios, ni esta es-
tada es ya cumplidera; por esso éntrate, cerrare
la puerta.
Bel. — Pues sea muy passo, y presto me da
la mano por esta escalera, que no puedo de cor-
tada andar, y callando nos vamos a mi camna.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXXIII
Saliendo Floriano y Polytes por la puerta del jardin, les acome-
ten Feíisino y Pinel, pensando ser otros. Van se todos a casa.
Floriano tracta con Polytes a solas de lo passado.
Felisino, Pinel, Floriano, Polites.
\_Fel.'\ — O, pesar de la casa sancta de Mecha,
con tal gente tan enboscada; que ya la hermana
de Phebo comienza a manifestar nos al dia, y
aun ellos buena que buena. Aun quál baria si
por nuestros peccados los han empastelado allá
dentro! porque de mugeres toda traycion se pue-
de presumir. Qué haremos, hermano Pinel?
Pin. — Ya al principio me determiné de
guiarme por ti; pero mira si no has oydo lo que
poco ha que oy, menear la puerta falsa de aqui
del jardin.
Fel. — Pues, hermano, vamos a ellos, y si ay
otra gente fuera, saldrán mis sospechas ciertas.
y si no ya por demás es atender al passo por
do entraron, que no hazen bullicio por aqui de
querer salir.
Pin. — Pues vamos y muramos, o venguemos
a nuestramo, si otros son.
Flor. — Mira si parescen essos mo90s; pero
daca este montante, que aquellos que alli vie-
nen me paresce que nos quieren acometer.
Pol. — Está te quedo, señor, que si no son
más destos dos que han asomado, poco mal nos
pueden hazer.
Pin. — A ellos, hermano; mueran, o entremos
en la casa con ellos.
Pol. — No oyes, señor, qué denodados vienen
Feíisino y Pinel? que Fulminato estará guar-
dando la posada.
Flor. — Anda, guarda essa capa, y dexa me
entrar en ellos, que no deuen ser los que pien-
sas. Quién viene? hablad quién soys, o defen-
de os.
Fel. — A, hermano, que Floriano es éste. A,
señor, repósate, que tuyos somos hasta la
muerte.
Flor. — Pues qué venida es essa? venis hu-
yendo o haueys visto otra gente?
Pin. — Señor, nuestro huyr era venir en ven-
ganza de tu persona, pensando que eran otros
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
273
los que salian, estando nosotros en vola al pues-
to de tu entrada, aguardando te. Pero loado
Dios, que todos estamos seguros.
Flor. — Pues FuUninato, qué es de'l?
Fel. — Señor, si osse valiente no estaua den-
tro contigo, no le hemos visto.
Pol. — Vamos, señor, que aclara el día; que
Fulminato estará durmiendo, porque sus haza-
ñas no son para en compañías, sino para solo.
Flor. — La cuerda, no la dexassedes en el
nuiro?
Pin. — Yo la lleuo, señor.
Flor. — Vistes si queda rastro en la pared
para poner sospeclias con la claridad?
i^é/. — S 'ñor. no, porque el muro es de fina
argamasa; qiianto más que, quien algo supiere
ponga nos la denninda.
Flor. — Xo lo he por esse temor; pero porque
si ouiesse sospecha, en ser en casa de mi seño-
ra, temo el menor sonido en su quiebra.
Pol. — Señor, el lugar por donde vamos, que
es la calle, no guarda secreto; por esso. andan-
do y callando, no se suelte palabra de que se
coge sentencia. Porque en la pared, aunque
quede huella (si no queda Qiipatu) más se dirá
que entrañan a imriar fructa que a escalar la
casa, que está después por si con buenas pa-
redes.
Flor. - Sea lo que fuere: pues estaraos en ca-
sa, tractemos de otra cosa. Tú, Polytes, sube te
conmigo, y vosotros vos a reposar, y por el dia
busi-adme a Fulminato, y hal).ad me todos tres
juntos; y en lo hecho aya todo silencio.
i^é'/. —Señor, en todo pií-rde cuydado; pero
agora, hermano Pinel, me di qué tienes deter-
minado de ti?
Phi. — Yrme desarmar y dormir vn rato.
Fel. - Pense que me salieras a otra cosa; por
esso también quiero yo liazer lo mesmo, que
Fulminato, si es vino, él nos buscará con algu-
na hazaña o patraña suya.
Pin. — Diga lo que se pagare; vamos de aqui.
i^/or. — Qué te paresce, l'olytes, cómo la for-
tuna que otras vezes me toniaua muy atrás su
rued:i, agora tan sin pensar lo me encumbró
tanto?
Pol. — A la fe, siempre fue ansi, que al que
Dios bien quiere, la casa le sabe, porque vemos
que. encaminando el hombre sus cosas por con-
secución de algún fin, si el tal es de Dios, y
Dios lo eucamiiía, ni ay barranco que lo quite,
ni estoruo que lo desuie. Porque Dios da siem-
pre al honjbre como lo meresce, y le inc'ina para
lo que es. y le da saber y fuerpas para lo que él
le crió, por donde cada dia acontesceque vemos
vn hom')re muy constante, muy orgulloso, muy
importuno, muy desudado tras alguna cosa, y
otros tiempos le veremos luego tan dexatiuo,
tan mortezino, tan oluidadizo, tan descuydado,
ORÍGENES DE LA NOVELA. — III. — 18
que no sabiendo el por qué nos espantamos de
tal extremo de viuir. Y esto es, a mi ver, por-
que de primero la naturaleza le empeüaua hasta
venir al punto de aquello a (pie Dios le tenia. Y
hauido, como se quieta su natural inclinación,
buelue al proprio ser suyo; porque el desseo de
vna cosa haze al htmibre auiuar por hauerla, en
tanto quanto la estima y la ama, y después en
más la tiene quánto, más amando la, la ouo con
mayor difficultad; y ansi con tales variaciones
que vemos en el hombre dizen que es mal animal
de conoscer de los hombres Y aunque perdones
mi largo razonamiento, digo que en lo que ha
passado esta noche deuenios de ¡idmirar nos de
los grandes secretos juyzios de Dios, y como no
sabe el hombre a la mañana lo que será del al
medio dia; y por tanto, siempre cumple aiular
en vela, y siempre tan aparejedos al querer de
Dios, que se haga su voluntad en nosotro.s más
por curso natural de virtud que por resistencia
contra natural de vicio.
/"/tí/-.— Has hablado tan compendioso, que
rae has despertado a mirar si eies tú Po jtes.
Pero concluye la aplicación de tu plática al por
qué de la nuiteria en que tractamos.
Pol. — Mi señor, como toda la sabiduría es
de Dios, nc es difficultoso a su potencia dar no-
ticia de sus cosas, o por sabios o por idiotas.
Porque como para ello les basta poner por ins-
trumento la lengua, y aun aquella se la gouier-
na Dios a lo que él les manda dezir, ansi es que
en baxos supuestos puso Dios muy grandes co-
sas, porque en si puí-iessen más admiración, y
leuantassen los juyzios de los que las oyan y
vyan a tener más atención a la potencia y sabi-
duría del Jlazedor Pero dexanilo si esto acón-
teselo en mí a^ora o no, o que si me dio Dios
altíuua centellica de su saber jiara dezir como
idiota lo que a ti tan saliio pusiesse en admira-
ción, ni) me hallando capaz de tal infnsion de
Dios, digo que lo dicho me ha platicado la ex-
periencia, que es muy sabia madre de los hom-
bres.
/'7tí/-. — Ansi es. que di/.e la escriptura que
en los antiguos está la sabiduría; y el p. r qué,
es porque ay la larga experi neia. Pero como
tus dias no pidan esto en ti, quiero que decla-
res la experieneia que tienes.
Pol.- Muy al juego del descubierto te vía-
mos, señor, hasta agora descartar de vna in-
quietud que tenias contigo; viamos te con vn
leuantamiento de juy/.io; viamos te enfermo,
triste, 'luexando te de llaga donde no viamos he-
rida Y viamos te, lo que más era, nuiy puesto
en parescer contra el común pare-cer de Dios,
manifestado en las ordenaciones de su iglesia y
sancta ley. Viamos auer dexado tu tierra, tu es-
tado, tu reposo, tu gouernacion de señoríos, a
que la consciencia te deurian obligar en muchas
274
OKIGENES DE LA NO\^ELA
cosas. Viaiuos te siguir por buenos y malos
inedii)S, muy a costa de la honra, del alma, de
la salud, de la vida, de la hazienda, y del repo-
so de tu casa. Y como todo está visto eu ti,
mirando el porqué, vianios ser sola vna rauger
que, aunque de grandes partes de merescimien-
to, al parescer de los que te viamos, nos pares-
cia que dauas mucho más de lo que valia la jo-
ya. Y pensauamos que, según quien tú eras, a
luenos costa hallaras quien te rogasse, y con
todo viamos que a más costa querias rogar. Y
!i todos, liiialniente, los que algo nos dolíamos
de tus diíños nos parcscia que yuas muy agua
arriba. Pero, concluyendo mi plática, según lo
que oy he visto yo solo de los tuyos, digo yo
solo que lo que hazias lo obrauas tú y lo enea-
mi ñaua Dios, que de malos medios saca buen
fin; y ansi lo va comen9ivndo nuestro señor en
tus negocios, pues tan súbita y no pensadamen-
te lo ha hecho Dios como jamas tú lo imagi-
naste, y aun creo con menos de lo hecho tedie-
ras tú de antes por pagado, y bien pagado, de
tus afanes passados. Pero, al fin, Dios da quan-
do da como quien él es.
Flor. — Has dicho tan grande verdad, que, se-
gún lo que tú has dicho, has bien mostrado ser tu
lengua más instrumento de Dios que de tu pro-
prio entendimiento. Porque te digo que por tan
sólo que mi señora me quisiera liabi.ir diera por
poco todo lo que me ha costado de costa tem-
poral y spiritual, y trabajo de la propria perso-
na. Y agora, viendo que van las obras en mi
tauor más de lo que supo imaginar mi entendi-
miento, ni dessear mi desseo, aun dubdoso
pienso que ha sido sueño lo que por mí en rea-
lidad de verdad ha passado. Pero dime tú si es
imaginado, o fue ansi, que con dezir lo tú se
asossegara mi espíritu aflligido.
Pol. — Dil'ficultosa eosa me pides, porque,
cómo creerás a mi palabra si no crees a lo que
en hecho ha passado por ti? y cómo tendrás mi
sí por no mentiroso, pues tienes el de Belisea
verdadero por dubdoso? cómo creerás a mí, que
fuy testigo, si no crees a tu señora, a quien y
de cuya boca ojste tú mesmo que quedaua y se
otorgaua por tuya? Dime, cómo creerás a mí
que te diga que fue sueño, si no crees a los abra-
90S y besos que como a tu esposa le diste con
su aplaaimiento? Torna sobre ti; mira que ago-
ra te has de tener eu más; mira que has de
tractar mejor; mira que ya Belisea tiene juiis-
diction sobre ti; mira que te mandó boluer a
ver la la noche que viene, y que, si no duermes
parte del día, no podras suffrir lo, ni estaras
para que ella goze de ti Por tanto, da vn rato
de sueño al cuerpo, y después, despierto, será
instrumento de lo que tanto dessea tu volun-
tad, como es que ya fuesse hora y nunca se aca-
basse la hora de verte con tu señora.
/'/o?'. —En todo veo que gouierna oy Dios tu
lengua; yo quiero hazer tu parescer: yo me
quiero yr a dormir, porque tú hagas lo mes-
mo. Porque de oy más. como por cosa que
me fue encomendada de mi señora, tengo de
mirar más por ti. Y bien me acuerdo ya que
por su mandado te di de mi mano muger, y
ansi por mi señora como por mi tengo gran
obligación a te fauorescer. Y con esto te ve a
dormir, y ver rae has antes de comer, y aunque
no me aya leuantado, no dexes de entrar a
verme.
Pol. — Señor, reposa, que ansi lo haré con el
ayuda de Dios que nos gouierna.
ARGUMENTO DE LA SCENAXXXllII
Luego de inaüana va Fulminato a Maixelia, y cuenta la lo que
le acónteselo, Iiazlenilo la creec que dexó muerto al De-peii-
sero y a Grism;lo, y pid( la plita que auia devado el dia an-
tes, llenando la cena. Va se Fulmínalo. \'iene Felisino y l'i-
nel, de los quales se informa mejor de lo ((ue passó.
Fulminato, Marcelia, Libbeu,
Felisino, Pinel.
[/'«/.]— O, quán a mi contento y sabor he
dormido, que ya son más de las siete del dia, y
no lie visto oy ningún bullicio de gente de casa.
Que aunque la cama no ha sido la mejor ni
más blanda del mundo, pero el desseo con que
de dormir me eché en ella y el gran temor con
que me acogi anoche, me hizieran no sentir,
aunque fuera cama de galera. Pero con todo
esso, a Floriano y a los que yuan con él, si los
han ya muerto? toda la casa está muy en paz;
no deue de hauer mal ninguno. Quiero, antes
que nadie me gano por la mano, yr en casa
de Marcelia en achaque de yr por la plata que
allá quedé ayer; y antes que otro la anise délo
que passó anoche, haré la yo encreyente lo que
quisiere, y quifa hallaré rastro de mi capa de
grana, que jjerdi por ganar la vida a bien
correr anoche, que por ser tan conoscida por
rnia me pesa más que por sólo perderla. Tam-
bién, si a dicha tomo lengua de quién eran
los que anoche me ojearon, miraré cómo rae
cumple andar y de quién me deuo guardar. Y
si mucho fuere que digan que dexé la capa, co-
mo no yua conmigo quien me desmienta, todo
será dezir que por alcanzar los que me huyeron
se me cayó. Y con esto encamino a la mano de
Dios.
3lav. — O, qué mal he dormido esta noche!
que con el ruydo que anoche oy a la puerta no
he podido sosegar, de cuydado temeroso. Pero
tú, Liberia, nada bastó a poner te cuydado que
te quite sueño.
Lib. — A la he, bien que no; por mi salud qué
oue harto miedo; pero como turó poco el ruydo,
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
torné me a dormir, aunque todo se me ha pas-
sado en vnos sueños pesados y desuariados.
Mar. - Pues, por tu vida, hija, que yo soñé
que oya dar yqzvü al Despensero de Lncendo,
y que después le via tendido muerto a estoca-
das enbuelto en su sangre.
Li'b. — Quasi lo uicsnio fue de mi suciio, quo
Sf'ñe que via yr huyendo a Fuhiiinato, y des-
pués le via quedar muy mal herido. Y esto, ma-
dre, me paresce que lo vi tan claro, que a no
ser malo dar crédito a los sueños, lo tuuiera por
verdad.
3/ar,— Dios quiera que no sea alfj;un mal
agüero, porque ayer yo vi de mal talle al Des-
pensero en contra do Fulminato, que tan pocfi
íiueliíR mucho de que él entre en esta casa, Y
corno Plorianohauia de yr esta noche a ruar, Ful-
n)inato iria bien a punto y bien acompañado, y
el Despensero, si le encontró, siendo los otros
niuchos, mat«r le y han (') en fauor de Fulmi-
nato; y después los malhechores vendrán se a mi
casa para ¡)ensar de hazerme piazer. De donde
las gentes sospechosas tomarán esto por indi-
cio para se determinar a juzgar y a dezir que
desta casa salió el por qué del mal, y si esto es
ansi, yo soy perdida. Y lo que más me confir-
ma en estos escrúpulos es que ordinariamente
tras los mayores plazeres desta vida miserable
suelen salir vnos desaguaderos por donde con
algún mal presente se oluide todo ol bien pas-
sado.
Lib,- — Ay, calla! ay, madre, no seas (como di-
zep) la Judia de Caragora, que llorando duelos
ágenos por venir, cegtí. Cata que lo que de Dios
fstuuiere ordenado se hará, y a lo que Dios hi-
zíore o permitiere hemos de liumillar la cabega
y subjectar nuestra voluntad, l'ues si es cosa
que Dios haga, nunca será sino para nuestro
bien, y si Dios la permite, es por algún por qué
que no alcanzan los entendimientos hun}anos a
epcudriñar sin errar.
Ful. — Boto a mí, que aun no doue ser en pie
est^ gente. Aun aun si se vrdio acá la tela de
anoche, y ansi se trasnocharon, y entregan se
agora que son cerca las ocho Quiero llamar, que
quifa tendremos algut) pece en la na.sa, y aun,
boto al sancto Calendario Romano, que tengo
de llamar con tanta priessa, que no les dé lugar
de tras paramentos, ni de ascondrijos, sin que
se sienta luego en la turbación que hanrá en
Jas s3ñoras. Ta, ta, ta.
Mar. — Corre, hija, pu.es está¿ vestida, que
quiebran la puerta, y algún mal ay; quiera Dios
no sea la justicia. Pero mira primero quién es
iwites que abras; porque si no fuere cosa que
iu>s cumplA, mejor le diremos con cortesía, y por
(') .4.SÍ en el original, por Man ó hyaii: le matar hian,
le matarían.
bien, que se vaya, estando en la calle, que no
llamando vezinos para tornarle fuera, hecho
algún mal recaudo.
Lib. — O, vengays, quien quiera sea, muche
en ñora n)ala (sic) más luenga que Mayo, que
tal priesa traeys tan de mañana; y no vistes el
diablo qué importunar tiene a despertar vezi-
nos? quién estay?
/'ü/.^Abre, hermana Liberia, que vengo de
priesa a vn poco.
Lib. — Pues si hablaras con tanta furia como
llaniauas, pudiera ser que, como acá no tenga-
mos gana de liauer enojos, ouieras do dezir tu
mensaje desde la calle, o aguardar que bien noB
vistiéramos.
Ftil. — Buenos dias, que oy poco madrugays,
pues ya han quedado de prima.
Lib. — Acá no medimos el sueño al son de
badajos, ni andamos tan a punto al tin tin de
campanas, pues no esperamos ganar distribu-
ciones. Pero esto te digo, y sube, que torno a
cerrar, que nos has dado harta turbación.
Ful.— Subo, subo, que ya deuen de hauer
acudido por acá las nueuas.
Lib.-^ Sube, que allá nos contarás esgo.
Mar. — Buen hora venga contigo; qué pláti-
cas son cssas?
Lib— A la fe, que a la mañana y a la tarde
anda lleno de malicias. Pero dile que nos cuen-
te to sé qué nueuas que trae.
Mar. — Ay di lo, porque veamos si nuestros
sueños se absueluen.
Ftd. — Grandes sonaderas soys las mugercs
cuando dormis solas, aunque con todo esso
aún no sé si acierto en esto agora.
Lib. — Bien digo yo que todo eres malicias.
Mar. — Anda, hija, que la piel mudará la
raposa, pero su natural no despoja; dt-xa h'
dezir lo que le pedimos.
Ful. ^— Ya pense yo que lo sabriades por acá,
porque ya hauran tapido los campaqas.
Mar. — Y a qué?
Ful. — A finado.
Mar. — Ay, Dios, y por quién?
Ful. — Por los que perdone Dios el alma, qije
el cuerpo, esta espada y bra90 se le castigó
anoche.
Lib. — Y dinos lo ya que es.
Ful. — Que, descreo de los quiciales de la
puerta del cielo, si aun hasta este punto no
pense que hauia salido desta casa la celada.
Miif"- — Qué celada? cata que en esta casa se
tracta toda verdad y llaneza con quien la ama.
Ful. — Qué huelgo de hallar os tan sin po-
der se sospechar de vuestro sosiego nada df la
alteración grande que creo que haurá oy en el
pueblo, y aun de la passion que yo tengo de
vnos dos locos vellacos: perón, que digo mal,
perdone los Dios, pues ya a mí me pagaron, y
276
agora están pagando a Dios. Uexemos lo. que
ya será público, y dime qué se han liecho los
platus de plata que quede' este d¡a acá, que ya
uae muele el repostero.
Mar. — Anda, que en mi casa seguros y
guardados estañan y están. Y dinie ya: estutro,
que fue? porque la alteración de ios sueños
desta noche, con lo que agora tú propones, me
tienen turl)ada.
Ful. — No te turbes de pocas cosas, que
quien ha de tractar conmigo ha de acostumbrar
los oydos a oyr d' stragos que este brago suele
hazer. Pero sabreys que yendo anoche acom-
pañando a Floriano en cierto negocio de harto
jieligro, mandándome ir delante para asegurar
les el camino, y al cabo de toda la calle, par de
Sanctiago, salieron me vnos, no sé quáutos, y
pensando que lo hauian con otro, finalmente de
todos a los que menos corrieron aloancé vnos
dos. y tengo por mí que murieron entiamos.
lilar — Ay, perdone los Dios si ansi es; pero
cómo osas andar por las calles? pues sabes que
alouienos se ha de temer la justicia, que anda
muy executora.
Ful.- Bien paresce que aún no me conosces;
sí, que la justicia huelga de contentarme y dissi-
mular mis cosas; quanto más que en este pue-
blo el padre no conosce al hijo, y más siendo
de noche, y con la presteza que yo lo hize, que
quando saio gente a los alaridos, ya ellos que-
dauan dando cuenta a Dios, e yo estaua en la
posada.
Lib. — Y dime. conociste los?
Ful.— aize tan poca mención de ellos, qne
tune por poco saber a quién dexaua tendidos,
pues no eran más de dos los que pude coger;
pero, o yo mal coiiosci, o eran criados de Lucea-
do, que jiensaron do oxear nos de su casa.
Ji/ar. — Ay, cuytada yo, si ansi es.
Ful. — Escozio te? pues es[)era que yo te la
armaré dt' veras.
Lib. — Y cómo te parescieron de aquella casa?
Ful. — Porque como al a{>ellido de los que
traya heriemb) caydos, como s:ilicron candelas,
me paresce que era el ya muerto el despensero
de Lucendo; el otio apenas le conozo (s/cj.
Pero qué es esso, señora Marcelia? qué turba-
ción tan de presto nascida? era tu pariente o
enamorado alguno de los muertos?
Lib.— Y no digas ja malicias, que no caben
en todo tiempo en burlas. No quieres que llore
en sólo oyr dezir muertes de hombres, en es-
pecial de aquella casa, cuyo pan comió mi pa-
dre toda su vida?
Ful. - Agora te digo que tiene razón. Pero
pues te veo, señora Marcelia tan triste, fuera
de lo dicho, y venir por la plata, no te diré lo
más que traya que te dizir de mi venida tan de
mañana, que me preguntaste y con tanta priesa.
ORÍGENES DE LA NOVELA
Mar, — Di ya lo que te pluguiere, pues no
abres boca sin malicia, y deude arriba. Pero qué
buscauas tan de priesa? que también tengo yo
que hazer.
Ful. — Venia en busca de Felisino y Finel,
y aun Poiytes y Floriano, que los dexé solos
anoche adelantando me a hazer lo que en sura-
ma te he dicho, y después bolui en su busca, y
ni los hallé entonces, ni en casa hallé rastro de
alguno destos cuatro.
3/ar. — Ay, que no querrá Dios que a Flo-
riano y a tales criados como aquellos aya succe-
dido algún mal. Daca, daca, Liberia, mi manto,
que luego me voy a ver a Floriano, o saber qué
es esto.
Ful. — Mas queda te tú en tu casa, que yo
voy con esta plata, y allá lo que ouiere, después
te anisaré. Y también porque aperciba a los
continos y gente, para librar a Floriano por la
punta del espada. Y tú cierra tu puerta, que a
rio buelto haurá oy grandes desmanchos, que
yo pienso que se ha de poner a cuchillo y saco
medio pueblo si luego no hallo a Floriano; y
con esto te queda hasta la buelta. Allá queda-
reys, diablos, que agora con el temor en casa les
dexo; y aun la señora, que le escozio el golpe
del Despensero. Pues aun yos boto a tal, que
le ha de amargar, si mejor no pisa, y con esto
aguijo a buscar esta gente en casa.
Fel. — Qualquiera cosa di- e.>sas que me has
dicho, hermano Pinel, podra hauer sido de
F'ulminato; por esso marchemos allá, que aún
estará en folga. Y luego daremos la buelta con
él, que nos contará alguna valentía suya de las
que suele, y presentar nos hemos a Floriano,
que con lo que deuio de gozar anoche en su
tardada en el jardin de la dama deue de estar
con gana de hazer nos mercedes. Y como di-
zcn: quando nos dan la vaquilla, acudir luego
con la soguilla.
Pin. — Pues vamos presto y boluamos ayna,
que aun no daria yo la parte de mi ganancia
}>or dos doblas, en especial que el ademan que
hezinios del denodado acometimiento quando él
salió del huerto le obligará a nos hazer parti-
culares mercedes a nosotros dos, y por esso no
perdamos por postreros lo que merescimos per
primeros.
Mar. — Ay, mezquina yo, desmanparada, si
qualquiera cosa do aquellas que aquel diablo ha
contado es verdad.
Lib. — Ay, calla, madre, no te congoxes ansi
por el dicho de aquél; que no es possible que
tanto reposo ouiesse en el pueblo si a vn tal ca-
nallero ouiessen muerto, ni a ninguno de los
otros; mayormente pues ello no acontescio (si
ansi es) lexos desta calle, y no bulle justicia
ni nadie; ten lo por de las que suele Fulmina
to forjar.
COMEDIA LLAMADA FLOUINEA
277
Mar. — Ay, triste yo, que mis sueños no fue-
ron en balde!
Li'b. — Y calla, njadre, no te oya esso perso-
na de jnyzio, mayormente que, scsrun nos di-
zen los conl'essores, es gran peccado creer en
sueños.
Pin. — Qué te paresce qué passo de Iraylt^
combidado hemos traydo?
/V/. — Subamos, pues está todo abierto.
Pin. — Anda, que vn descuydo prestóse liaze.
Llama antes que saludes, porque no te reciban
con ñora mala, y aun no veas por ventura lo
que no querrías, en especial que quiea el dexar
la puerta aliierta es Iiaziendo del ladrón fiel por
asegurar el campo, porque ya sabes que muclias
vezes vale más bu^Mia cautela que mal consejo.
Fel. — Antes buena cautela iguala a bueo
consejo en muchos casos. Pero subo llamando
y hablando, pues la madre y la hija hablan.
/>/A. — Quién sube por la escalera?
Fel. — Gente de paz, que andan a robar.
Lib. — Si hallaredes qué, será esso.
Pin. — Bueno-; dias, señoras.
J/ar. — O, bendito D os, qué mejores nueuas
veo que "y de vosotros.
Fel. —Y qué tales?
^íar. — Ay, que ya tenia el manto para yr
allá; que me acabó Fulminato de dezir que él
se apartó anoche tras no sé qué gente, y que
como os quedó solos, temiendo de vosotros ser
vinos, os liuscó esta mañam, y no halló ni allá
ni acá nueua de vosotros, y allá va medio co-
rriendo otra vez en vuestra busca diziendo que
ha de poner a cuchillo el pueblo. E aun rae
aconsejó que tuuicsse a buen cobro mi puerta
cerrada, porque no me saqueassen la casa a rio
buelto.
Lib. — Y calla, madre, que bien te digo yo
que quien de ligero cree, de ligero se arrepiente,
mayormente por boca de quien por jubileo ha-
bla verdad. Porque dixo que dexana hechas
muertes y destrocos que no son para contar.
Pin. — Agora me guarde Dios de tal hond)re.
Fel. —Mas no viste, h(>rmano, forjar aquél?
cómo nos pudo él ver matar. pu'S que luego nos
dexó y se puso en cobro? y tanto que agora ve-
niamos en su busca, porque después nos mandó
Floriano buscar le. y que todos ie vamos luego
a \^v. Pero qué armas traya?
3/ar. — No más de la capa negra buena cu-
bierta, y la espada en la mano, y la cuera colo-
rada rica vestida.
P/n.--Aun quál hará, si le tomaron la capa
de grana anoche?
J/ar. — Dexando esto, en que va poco, me
dezid cómo le fue a Floriano, y qué tal está?
Ftl . — Cómo le fue, él lo sal)e, que estuuo
dentro veynte horas; qué tal está? quedó bue-
no, porque según lo mucho que él y Polytes es-
tuuieron dentro, y nosotros dos, que aqui esta-
mos, hartos de aguardar ya de fuera, bien nje
paresic que tuniemn tiempo para dexar las da-
mas de manera que a los nueue mesi-s nos pu-
bliquen lo que anoche estotros negociaron. p(u*-
que este tal no es juego que vsando le no se pre-
gone a sus tiempos ciertos.
Ifar. — Pues dezid me, haueys de tornar otra
vez?
Pin. — Señora, no nos pidas de esso lo que no
sabemos; pero pedimos te a ti licencia y pei-
don, porque andamos en l)(isca de Fnliiiinato.
Y es bien que le vamos a alcancar en casa, an-
tes-que amonte a sus negocios, que tiene más
que vn abogado.
J/íi;-. — Pues yo me voy a oyr vna missa, y
dar gracias a Dios quequedastes bnenfis. E tú,
hija, cierra tu puerta y alaba a Dios, y vosotros
tomad vuestro camino, que yo voy por acá, y
anisad me de lo que passa, si algo más suc-
cediere.
Fel. — Ansi lo haremos; ruega allá a Dios
por todos, pues vas tan sancta. Y tú, hermano
Pinel, anda acá, demos buelta a negociar loque
nos cumple
Pin. — Encamina, que no te desmamjiararé.
ARGUMENTO DE LA SCEXA XXXV
Belisí'a se que\a de sí mesma por lo ((iiR lia liociio. Maree! ¡a va
a visitara lielis '.t. por la'iiben -^al) r ilcl l)-s|ionii'iM. al ijual
encuc .lia silioiido ile \er va a Relisia. ti D.'S|ieii-»To v Gri-
sindo din relación a .Miri-elia d; lo (pie se liuo de rulmiiia-
t ), V cnn ¡oi'ian de yr los dos essa iioclic a cenar en ca-<a de
la MaiTolia.
Belisea, Justina, Marcema,
DeSI'ENSEKO, GuiSINDO.
\_Bel.'\ — O alta prouidencia diuina, quán al-
tos son tus secretos juyzios! q'iién me dixera a
mí que hauia yo de disponer del estado de mi
persona, sin el consentimiento de mi padre? O
amor <iego, o amor niño, o amor falso, o amor
lleno do dulce muerte y breue siianidad gusta-
da, con rennate de grandes bascas! O plazer le-
ne, y veloce, y breue, de sensualidad, con muy
largo escozimiento del arrepentir de la razón!
Dime, amor, hasta agora de mí tan oluidado, y
no sabido ni entendido, quién te me dio a co-
noseer dentro de mi encerramiento? quién te
hizo tan amado de mí? quién a ti y a tus ada-
lides y negocios te metió por las puertas tan
cerradas de mi voluntail? quién te tracto tanto
de mi amistad con la tuya tan trauada. que
pospuesta la del que me engendró y tanto me
ama, ava yo hecho lo que tú me manda-te,
desobi'disciendo a mi buen viejtt padre? Ay,
captiua de mi! que si te quiero negar, no pue-
do; si te sigo, niego a mi, oluido a mi padre.
orígenes ]>e la novela
E ya que en mi daño, por te ser affectionada,
te quiera seguir, ni sé quiéa eres, ni se' dúiide
te halle, ni tengo señas para te conosccr, más
de en qnanto a mí no me conosciere. Donde
has estado, la castidad, mi tan amada compa-
ñera? porque, aunque ni te he dexado ni pienso
dexarte, alomónos he dado gran rotura en el
recogimiento de tu casa. Torna, torna por ti
sobre mis descuydos; y si quieres no perderme,
o desaeas que del todo no me pierda vo por ti,
no me tractes ya como a bien mandada tuya,
con sola señal de lo que quieras; pero con agro
castigo de lo que errare, con fuerya me compé'
lié ya a hazer tu voluntad, sin dexar me en cosa
liazer la mia. Cata que ya no me dexes salir de
la compañía de las tus familiares simientes, la
quietud, la taciturnidad, la modestia, la tempe-
rancia, la occupaoion de virtuoso exercicio, la
prudencia, la simplicidad virtuosa, la buena y
sincera sagacidad, con el ayo y guarda que a
todas ellas tienes puesto, que es el recogimien-
to. Porque si como, con hauer dado pocoa pas-
aos sin ellas, me hallo ya tan lexos de tu casa,
que apenas y sin particular guia sabré tornar a
ella, qué será de mí? dónde iré a parar? si te
acordares que fuy tan tuya, y me quisieres tor-
nar a ver, dónde me podras hallar, si ansí me
dexas desmandar como lil)re? pero, ay de mí,
qué es esto que digo? púefe sí me btieluen a
mi passado encerramiento, con pensar de me
apartar tn momento del mi Floriano, cómo
será possible Viuir vn hora? Ay, qué suya soy!
pues él me quiere, yo le busco, yo le amo, yo le
desseo, yo le contemplo, y su memoria me da
descanso, y poco me paresce el tiempo que le
reo, y mucha la tardanza de su absencia. Y
pues ya yo por él me he oluidado a mi, y con
razón, no tengo por mucho poder oluidar lo que
la propria malicia aparta del hombre, que es la
virtud, y su tan amigable compañía, de que yo
algún tiempo fuy solazada, querida, y acompa-
ñada, y honrada. No es gran inconueniente ol-
uidar o negar el amor natural paterno, pues son
otra cosa ya distincta de los hijos, después que
los engendran, por seguir aquello que más el
amor haze vnos en voluntad, como son el ma-
rido con la muger, y la muger con el marido.
Pues ansi lo dize la historia verdadera y sagra-
da: que por la muger dexará el hombre el padre
y la madre, y lo mesmo la muger por el marido;
pues en estos dos, que hazen vn estado, siem-
pre deue hauer vnidad de voluntarioso amor.
Pero, o cuytada de mí, y como estoy perdida,
que ni duermo, ni velo, ni sé qué me hago; por-
que tengo los pensamientos tan esparzidos, que
con grande difíicultad los puedo combidar a re-
cogimiento. Quiero, si pudiere, poner me a lidiar
con el sueno para que tras este mi spirittial
cansancio me dé algún poco de reposo.
Just.—O, cómo he dormido a mi seguro! o
cómo tengo cuydudos a parte con estar hecho
lo que se ha hecho! Quiero agora, lenantando
me, yr a dar orden en lo por venir con mi se-
ñora Belisea.
J/rt?'. — O, bendito Dios, que acá estoy y sin
que me haya vi^to nadie; quiero encaminar para
arriba, pues veo abierto el aposento de Belisea;
entraré a ver qué haze, aunque por ser de ma-
ñana no será leuantada, con el trasnochar pas-
sado, mayormente que, como primeriza en estos
saltos, o quedará engolosinada, o al menos es-
pantada, si más no ouo de sola vista y habla,
aunque según yo los vi a entramos en voluntad
picadillos, y según la edad loa ayuda a ello, ya
se hauran fcrauado los parentezcos (sic).
Just. — Cata, cata qué buen encuentro el mío:
aquella me paresce la commadre nuestra Mar-
celia; algunas nuenas visitas deue de hauer, que
esta no da passo sin porqué. Qui'ro hablarla,
pues con me hauer ya visto no lo escuso. Dónde
buena tan en buenos días?
Mar. — Por tu vida, y ansí te gozes, que no
por más de ver a tu señora y a ti, porque poi'
acá no tengo otras ouejas que guai'dar.
Jiist.— Vnes a nosotras bien guardadas nos
tienes, para lo que te cumpliere. Pero ya que
veniste, anda acá vn rato conmigo a mi cámara,
hablaremos a solas mientras que mi señora se
leuanta. Y agora que estás sentada, me has da
dezir en breue qué es lo que buscauas, y clara-
mente la uerdad.
Mar, — Ay, maldita seas, cómo desembueltft-
niente y con gracia dizes todo lo que quieres!
Breuemeute, vengo a veros; y claro, vengo a
saber qué tal os fue anoche del juego, y la ver-
dad, es que vengo a pedir os las albricias de las
nueuas bodas.
Jtist. — Qué llamas bodas? esso me paresce
(como dizen) hija no tenemos y nombre le po-
nemos. Y cómo? aun no está bien puesto a assar,
e ya tú quieres llenar empringadas? sí que bas-
ta (pues que ya lo adeuinaste) palabra sola de
desposorio que llaman clandestino!
J/«r.— Anda, hermano, que por ay van allá,
quanto más que (yamora no se ganó en vn hora,
ni Roma se fundó luego' toda. Pero, y dime,
que ya os podemos llamar desposadas?
Just. — Por esso te anisé que hablasseS claro.
Has dicho de bcKlas y desposorios, y lo que has
querido dezir que sabes, y agom repreguntas de
lo que passó?
Mar. — Pues ansi nos ayude a entramas Dios
como si en algo he acertado, que lo hablé por lo
que tú me dixiste. que no porque sepa otra cosa.
Just.— Agora te digo que soy poco auisada,
pues pensando que allá te lo hauian dicho lo que
passamos y más lo que quisieron, yo poi- en-
cubrir secretos descubrí celada.
COMEDIA LLAMADA FLüRlNExV
279
2Iar.—Y amia ya, que a ruí, que las vrdo y
tramo, no ay que me encul»rir, pncs al fin lo
lie de sabor; por esso en breue me di lo aue
passó.
Jusí. — Pues ya te abrí el camino, quiero que
lo sepas de mí, porque teniendo qué nje agra-
descer, teníjas obligación a callar. Sabrás que
Belisea y Floriano nos desposaron a Polytes y
a mí, e yo los desposé a ellos por vna buena
cautela. En sumnia es esto, y no passó más.
hasta que ellos se fueron, y nosotras nos que-
damos, con más de que han de boluet la noche
que viene. E créeme que no haurá más que te
contar para otro dia ni otros dias, aunque más
vengan a menudo.
llar. — Muy espantada y alegre me has pues-
to con lo que me has contado, Pero espantóme
de que no sólo no ouo más, pero que aun res-
pondes por lo de adelante. Pues cata que los
tiempos y aun las complexiones y las condicio-
nes se varian a las vezes. Pero no mira mi Jus-
tina (que entre nosotras puede passar) cómo sa-
le verdadero lo que 1« s hombres dizen de las
mugeres: que aquella [es] casta que no es ro-
gada, y aquella no es hauida que no es comba-
tida de la importunidad del varón. Porque si
bien miras en ello, quién pensara que todo el
mundo derrocara a Uelisea? quién algún tiem-
po la osara hablar de amor de varón? quién
presumiera pensar inclinar la a la menor de las
desembolturas que agora haze? qué rey ni ca-
uallero pensara hallar la audiencia que agora
Floriano, con las circunstancias que tú más
haurás visto? qué te paresce? qué me dizes a
esto? Cata que estas y otras cosas tales hazen
hinchir a los sueltos eseriuientes los libros de
las inconstancias de nosotras las mugeres. Y
pues haziendo lo que te mandó tu señora, no
tienes culpa; dime, dime, no estoy en lo cierto?
Just. — Doy a la maldición esta muger, que
tan calada y ciertamente dize lo que es la nns-
ma verdad.
Mar. — Anda ya, no te me corras por lo que
acierto, ni me hables entre dientes; dime si ay
en qué me retracte por mentirosa?
Just.— Que no sé qué te decir en contra de
lo hablado, porque te prometo que pocos dias
ha que tanto miedo tenia yo de nombrar le el
nombre de Floriano, qiie me temblauan las car-
nes en pensar que ante ella se ouiesse de hal)lar
palabra que no tractasse de cosa de sanctidad y
virtud. Y aun para hazer la dezir el sí de lo que
le pedi, aunque ella lo annissi?, no fué tan fácil
que no lo oue yo de otorgar por ella. De mane-
quo no creo que hay muger de su suerte, por
que, con ser yo cierta que le ama y le quiere,
no querría querer le fuera de amor virtuoso.
Ansij^que quiere y no quiere; busca, y teme
hallar: goza, y huye el gozo.
Mar. — Anda, que todo es no lo quiero, no lo
quiero, etc. Y muchas vezos las mugeres nega-
mos lo que se nos pidí', desseando que se nos
pida. Y esto es porque, aunque sea a costa
nuestra, queremos que nos compren caro, a
quien rogando nos, nos querriumos entregar si
la vergüenza, y grauedad. y la honra, y en al-
gunas el temor, no anduuiesse de por mcilio. Y
ansi muchas querriauíos que nos tomasscn por
fuerza (por desculpa nuestra) aquello que ro-
gando nos y pidiendo nos, o lo neiíamos, o no
lo couceden)08 dissimulando. E si te paresce
que no digo bieu, enmiéndame.
Just.- Dizcs tanto y tan bien en nuestro
nial, que por mi parte n<j quisiera que nos oye-
ra algún liond)re por mucho, porque no apren-
diesse a cómo nos tener en poco.
Mar. — E aun porque no le ay que nos ova,
hablo yo a rietula suelta, porque más verdades
se han de saber que dezir en todo tiempo. Pero
dexando esto, mira si duerme Belisea, y si que-
rrá que la vea?
Just. — Anda acá, y ver le hemos entramas;
porque si no duerme, esto sé de mi señora, que
podras entrar sin portero, lo que no todos tie-
nen con ella. Pero oye, que hablando está, y
qui^a será entre sueños, como los negocios im-
portantes suelen quedar en los fantasmas y so-
ñar los, y aun ublar los la persniía entre sueños.
Mar. —Pues entra passito, oyamos, porque
si duerme sería lástima quitar le el sueño de
que deue ella, y aun tú, andar hambrientas.
Z>'¿/.— Dime, dime, pues, ya, mi señor padre,
qué piensas hazer de mí, tan mala hija, tan des-
cuydada, tan mal gouernada, tan sin acuerdo de
sí mesma, en dar el sí suyo a nadie para siem-
pre, sin el tuyo tener primero? Pero mira, mi
buen piadoso viejo, que yo no lo hize; salteada
fuy, requerida fuy, pidieron me palabra de loque
no pense, y aun también yo tengo el sí suyo de
ser mió; pero él no tiene mi sí de ser aún yo
suya. Pero qué digo? grande pena meresce la
culpa que agora cometi en dezir esto, que si no
le di el sí de la palabra, di le el consentimiento
y complacencia de la voluntad Y entonces lo
liize, y agora lo aprueuo, y agora y siempre soy
tuya; mi buen Floriano. Que de Floriano soy,
por suya me confiesso, y suya seré, y por suya
quedé, y por suya me glorificaré iiasta la
muerte. Perdona me, mi bien querido, en hauer
puesto en plática por duda lo que confiesso y
confessaré hasta la muerte. Pero ay de mí, que
si tú, mi Floriano, me oluidas. yo soy nnierta,
y si doy el gualardon (|ue tu buen amor me pi-
de y meresce, yo soy perdida. Pero pues menos
daño será en que yo nniriendo por ti gane hon-
ra tu fiel amante, que no en dar desiiíuira de
mi linaje en hacer lo que el mundo dirá, que
me amengüé e abati, aunque yo pensé que ga-
280
orígenes de la novela
naria, espera me, señor mió, recibe contigo
este spirita y voluntad, dexando este cuerpo
para uii pudre limpio e sin quiebra, y mandan-
do y euconiendando el alma a Dios que me la
dio y compró. Ay, que aunque me llama la
muerte, la espero y recibo muy ale^^re, por sa-
ber que les queda a mis parientes su sangre en
mí limpia, y mi cuerpo entero, y tú me licuarás
esta voluntad. lluego te que, quando vengas a
me ver, que si me hallares muerta sin ti, pidas
y llenes este mi cora^ou que por tuyo le tengo,
y a ti le mando entregar y restituyr, pues mu-
rieiub) dii^n que soy del mi Floriano,
Mar. — O, qué razones de amante tan delica-
das! o, con qué sospiro tan del corafon ha ca-
li., do!
Just. — Ay, mezquina yo, qué mal tan gran-
de! llega, llega, que tan muerta está como su
madre. Ay, mi señora, ay, mi bien, o, desmam-
parada yo!
3Iar. — Calla calla, no hagas alboroto, que
desmayo es; que si miras le está saltando el vi-
no coraron, que paresce que se le quiere yr para
donde está Floriano.
Bel. — Ay, quién me ha llamado de la lucha
de la muerte, con el nombre de aquel que me da
la vida?
Jast. — Esfuer9a te, señora; mira que está
aqui Maree 11 a.
B/il. -Estás ay, Marcelia?
Mar. — Aqui (Stoy. mi señora: di me qué tal
te sientes? y mira si manda-^ alijo para Fioriano,
porque en dando me licenci.a tú, le voy luego a
ver y a dfzir le qué tal qut^das.
Bel. — Ay, no le digas que me viste mala,
porqu'! le darus pena
Mar. — l*ups, por tu vida, mi ang^l, que si
no ti' mue<tras más SDlaxosa, que le diga como
te vi tal, que temi de tu vida, y con e.'stii él que
tanti) te ama, dale por nuierto, y serás tú la
cau-a por no te esforzar.
Bel. — Yo me esforzaré; c?,lla, qne buena es-
toy, sana me liallo; que no te espantes que tan-
ta furia obr • tanto en vn tan flaco supuesto co-
mo el uíio. PtTo dime. qué busras por ac i? y si
sabes qué tal está aquel cauallero a quien tú
denos nnu-ho?
Mar. —Bueno está al qne deuo mucho, y de
quien espero de hauer muy mayores mercedes,
después que tú le des vna deuda qne de amor y
esposo que le eres obligada.
Bel. — Qué deuda es essa, para salir della? y
cómo sabes tú que la deuo en essa manera de ¡
contracto? j
3Iar. —A mi, qne sé muchas cosas de mu- '
cho>? que ellos no me descubrían de su buena i
Vfduntad, no preguntes cómo sé esto, pues sa-
bes que la sé. La deuda que le deues, si ya no >;
me entendiste, temo el dezir te la. '
Bel. — Si es porque está Justina presente,
ella se saldrá luego fuera, aunque no ay cosa
que a mí se me pueda dezir que ella no pueda
bien oyr la.
/«sí.-— Señora, antes será bien que yo salga
a guardar que no entre nadie, porque yo huelgo
que te alegres a solas con Marcelia. Como que
yo no entendí ya la deuda del matrimonio, que
ella entendió también, que le dixo la otra! Y aun
asuadas que si Belisea toma los consejos de la
qne tiene delante, que presto sane en la sen-
sualidad la concupiscible, y aun enferme la ra-
zón en la voluntad con la obra de fuera. Pero
allá lo ayan: su alma en su palma. No diga, des-
pués de resfriado el gozo: tú me engañaste, por
ti me perdi; de manera que, salida la preñ< z a
luz, lo pague Justina en tinieblas de prisión o
muerte, o deshonra, o malauentura; porque la
soga ha de quebrar por lo más flaco. A la fe, allá
se lo aburugen en secreto, que de tales secre-
tos ganancia es perder la parte.
Bel. — Ea, pues estamos solas, por qué no
me dizes qué deuda es la que deuo á Floriano?
Mar. — Deues le grande amor, grande volun-
tad, grande fe.
Bel. —A todo esso le tengo pagado con otro
tanto; porque si me ama como a sí, yo a él
más que a mí; si me tiene voluntad, yo se la
di toda la mia; si me tiene fe, yo me negué a
mí y negué a mi padre, y negaré todo el mundo
por S()lo su amor.
Mar. — Pues para coser esse vestido de amor
falta el hilo de las «ibras?
Bel. — En qué más obras?
i/'í?'.— En... en dar le... en dar le tú... (^)
Bfl. — Y dilo dilo, acaba ya.
Mar. -No oso.
Bel. — Luego algún mal deue ser lo que di-
zes que le deuo de dar, pues con te lo rogar no
lo quieres dezir!
Miir. — Ay, angelito, que no es sino la mejor,
y mayor, y mas estimada jova que oy de ti se
le podria dar. La qual él hauiendo y tú gozando,
él seria el más felice amante de la casa de amor,
y tú vna de las gozosas del mundo. Pero agora,
tú enfermando más y má-:, él es el más })enado
de los penados, y con razón penado, hasta que
le des. .
Bel. — Dime ya el qué.
Mar. — La joya preciosa de tu cuerpo.
Bel. — Con razón lo dudanas dezir. Pero
dime: quien le da del cuerpo el cora9on, y le
da las entrañas, y le da la memoria, y le da el
entendimiento y le ha dado la voluntad, y le dará
la sangre toda, y le dará la vida, qué don le
O Lo que señalamos con pu tos suspensivos está
indicado en el original con comas: una coma en cada
lugar.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
281
daria en dar le el desmamparado muerto cuerpo
de tierra? No te parisce que le liaría injuria
dar le en muestra de amor el cuerpo muerto,
teniendo él en raí por suyo todo lo que en el
cuerpo viue?
^fa7•. — Ay, la mi señora, que más muestran
sentir tus respuestas viuas de mis dichos que
saben dezir mis [lalabras. Pero mira que el que
da parte al amante, y reserua para si parte,
muestra que no le ama en todo.
Bel. — ¡io te entiendo; porque si dizes de la
conimunieacion de los que se aman, no es nmes-
tra de defecto en amar el no communicar lo que
no suftre communicacion dentro los límites drl
tal amor.
iV((r. - O qué plazer es hablar contiíjo, pues
aniñas al eniendimientn de quien te habla, ]>ara
que sepa hablarte. Y ansi quiero dtzir, pues
dizes que no me entiendes, que o a Floriano, que
te tanto ama, le amas como a hombre o como a
ángel?
Bel. — Amo le por hombre, y paresce me más
que ángel.
Mar. — Pues liif^go has le de communicar,
como a amado hombre, lo ',ue la aniauíc nmgcr
tiene coinmunicable en el tal amor con el tal
amado. Y el amante homhre, por consiguiente,
ha de communicar con la amada mniíer lo que
el tal amante h(jmbre tiene debaxo el tal amor
communi able.
Bfl.— Pues essa rcfl' xiua communicacion, en
qué consist?
Mtíf. — Qué, aún hnzes de la boua? pues es-
pera. Los amantes entre sí han de coniniunicar
las Voluntades, las haziendas, las hablas, la-
conuersaciones y las personas, siendo (como
dicho tengo) el amor de entre hombre y muger.
Porque si son o entramos liomlires, o entramas
mugeres, como tú e yo, mal podri¡imos com-
municar nos en todas estas maneras de commu-
nicacion, pues ialtaua el vinculo de la vnion
natural de los cuerpos. Pero de ti para Floria-
no y de Floriano para ti, faltanilo alguna de
las sobrediehas condiciones, no ay comniunica-
ble cierto amor, y muy menos si la communi-
cacion ha de ser de amores, como la de vos-
otros (Dios os guarde tan para en vno) se per-
mite faltar la principal, que consiste en la coin-
niunicacion de los cuerpos y personas, de don-
de resulta la gloria ygual en los amantes. Y'
pues ya no creo que dexarás de hauer me enten-
dido, si quieres entenderme, y tú sanar, digo,
concluyendo, que pues tú toda te llamas de
Floriano, y Floriano es todo tuyo, tú le deucs
a él dar quanto tienes, y él a ti qnanto })ue-
de. Porque esta ventaja tiene la nniger en
el mostrar el tal amor: que ella, amando, puede
dar quanto tiene, y él quedar certificado de que
86 le da todo lo exterior; pero él puede dar
quanto el puede en tal caso, y no qnanto ellas
quieren. Y esto mejor te lo declarará la expe-
riencia comnninicaiidolo, que no mi lengua par-
landolo. i'ero créeme, mi amor (mira Dios te
guarde que eres niña, e yo ya tengo n)ucha8
experiencias en estoque tracto, y muchas laze-
rias en lo que vino), que mientras te picares de
estar te entera toda tu vida, que entera te que-
marás, y entera te dessearás, y entera te des-
harás, y entera te comerá la tierra, y al cabo al
cabo (pues no ay quien nos ova), esso que tú ya
me entiendes, para comnmnicarlo con el varón
te lo dio Dios a ti, y a nn', y aun a la rejna.
Pues allende de 8< r natural la tal communica-
cion para el augmento de las razónales criatu-
ras, dizen (y aun digo que sé que es ansi) que
en esto naturalmente dessea la muger al varón,
como la tierra seca el agua para produzir, y la
materia a la forma para ser informada de ser
perfecto. Y si tú quisieres ser sana de todas tus
indisposiciones interiores y exteriores, haz lo
que digo, y culpa me si mal te fuere, y lual te
supiere, y con esto callo.
Bel. - Tanto dizes y tanto rodeas, que aun-
que no quieran te han de entender hs que te
escucharen, y aun creer te los que te entendie-
ren, y precipitar se los que te creyeren. Pero di,
Marcelia, y la honra de la donzella?
Mar — Que la ponga en j'oder y guarda de
su marido cuya es más al proprio.
Bel. — Peligrosa estás; y porque veo que me
derruecan lus persuasiones a creerte, y de tal
creer saldría la olira, y de tal obra mi perdi-
miento, porque no tengo por muy limpiüS tus
palabras, ni por en todo sanos tus consejos para
un', eesse esta plática. Y porque hutlgoque se-
pas con todo esso que amo y quiero a Floriano
más qiT» podria dezir te, ve me le a visitar, y la
visita sea de mi parte. Y no le digas que estoy
mala, pues si lo estune, fue hasta que me dixis-
te que él estaña bueno. Y llena le este anillo que
yo me quito del dedo del coracon, j'ara ver si
con traer le él toriuirá a cobrar la virttid que
esta piedra solia teniT para el nnd de compon,
aunque no de los males y de la qualidad del
mió, cuya rniz del mal procede de la infecio-
nada voluntad, heriila del sensual quer<r. Y
digo que le digas que se le doy tn señal que
quedo por suya atendiendo le para el quando
me prometió, e yo le atendere la palabra que de
mí tiene, y agora de nueuo le torno a dar por
ti. Y tú toma por la vista, y porque te hago
eniliaxadora de erran entidad, que es del crédi-
to de mi voluntad. Y quiero que de mi mano
llenes esta cadena de oro. con esse joyel de
piedras ricas, y que pues le quito yo de mi
cuello, le ponidas tú al tuyo, y ve con Diíis, que
vendrá mi padre como suele, y llama me luego a
Justina, que me dé de vestir.
282
ORÍGENES DE LA NOVELA
A[a)\ — Yo voy con tu gran merced, v con
mucha mayor e8peran9a, a cumplir tu mandado,
pues sá que seré bien recebida, y aun gualardo-
nado mi camino allá.
Just. — Buena sales hecha dama con tu
joyel.
Mar.' — Porque sé que no te pesa que me la
hayan dado le f-aqué ansi como me le pusieron,
hasta que le viesses tú, y luego doy con él en la
bolsa. Y tú entra a dar vestido a Belisea, y ale-
gra la, y alégrate, que también daré tus enco-
miendas, hasta que presto veas al tu joyel que
tú tienes en tanto y más, y con razón, que yo
éste. Pues éste cumplirá mis necessidades, y
aquél cumplirá tus placeres; y pues ansi te me
acoges de vergüenza, ve con Dios. Agora digo
yo que no creo en sueños, pues tan al contrario
me salieron en bien, de tanto mal como ellos me
representaron. Pues. aun yo seguro que el ani-
llo que no me rente poco. He alli el Despense-
ro, mi sueño del todo mentira, y aun la de Ful-
minato salió más aprouada. Visto me ha: quie-
ro guardar estas joyas porque quÍ9a no las co-
nozca, ni aun no presuma cobdiciarlas, como el
otro necio mis ganancias; porque dizen que
ojos que no veen, coraoon no dessea.
Desp. — A, señora, y por acá estaua tanto
bien?
Mar. — Bien o mal (como dizen) mi casa le
sabe; pero gran rato ha que entré a ver a Be-
lisea.
Gris. — Yo bien te vi, señora, pero pense que
eras otra, como andays las mugeres quando
quereys tan arrebo9ada8, que aun el marido no
c'onoscera a su propria muger.
J/a?'.— Ni aun con todo esso a vosotros los
hombrea espantamos para que nos dexeys, ni
aun ansi nos podemos encubrir de los ojos pla-
ceros vuestros.
Desp. — Los ojos para mirar los dio Dios al
hombre.
Mar, — Dexemos essas^'pláticaa agora, y digo
que huelgo que me mintieron de vosotros vnas
ruynes nueuas.
Desp. — Qué tales?
Mar. — Que os hauian muerto a entramos
esta noche, y aun yo que auia soñado vn sueño
que salia a ello.
Desp. — Por esso dizeti que no creas en sue-
ños. Pero quién te pudo dezir tal?
Gris. — El valiente de la capa de anoche seria.
. Mar. — Quién era esae?
Desp. — Fulminato, que si le preguntas a
Grisindo qué pies tiene, haurás ¡ilazer.
G^m.— Pregunten lo a él, que le valieron los
pies que no le alcanoasse, aunque me tengo por
suelto Pero de su valentía dará testimonio la
capa que arrojó al Despensero, pensando que
era toro.
Desp. — Callemos en esto, que tehgo pena
porque no le cogi.
Gris. — Por Dios que, según corre, que no le
tomen si no es con lazos. Pues dezir que él es-
perará a vn rapaz que le haga rostro, es por
demás.
Mar.— No acabo de espantar me de ver sus
embustes; que oy me dixo que le hauian salido
vn tropel de ellos, y que a los dos que alcanzó
dexó muertos, y que al vno conoscio con las
candelas que sacaua la gente al ruydo por las
ventanas, y es&e dixo que eras tú.
De-^p. — Pues pf>rque para que rias bien lo
que passó, y comiences a creernos, muchacho,
baxa essa capa de grana que está sobre essa
mesa, y otro dia conosce quién es cada vno, y
toma la, señora, o mira si mandas que te la
llene este mo90. Y esta noche nos ten por com-
bidados a cenar, que yo mandaré llenar todo
recado a tiempo. Y sobre cena oyras lo que
passa, y aun con determinación, que si le cojo
de camino, que él me pague hecho y por hazer.
Mar. — No cures de enojos; pero ven quando
mandares, con que no vayas con gran tropel.
Desp. — Grisindo e yo solos; por esso ve con
Dios.
Mar. — Yo me voy^ y lleno la capa so el
manto, porque si la veen al mo90, es conoscida,
y descubrir se ha la celada.
Desp. - Haga se como mandares; ve con Dios.
Gris. - Qué aguijar llena el diablo; grandes
tramas deue de vrdir con Belisea.
Desp. — Alia se lo hayan, mugeres son: ellas
se entienden. Subamos si quieres, que se nos
enfriará el almuerzo, que nos aguarda sobre
la mesa.
Gris. — Vamos luego, y acuerda te de la cena
que sea con tiempo.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXXVI
Vendo Marcelia, y subiendo sin llamnr en su casa, asconde la
hija vn estudiante en vna na'>sa de pluma, y haze a la madre
eucieyeiite que tiene allá la criada de Gracilia liuvda. Vase
Marcelia a reñirá la Gracilia por la criada; entiondo lo Gra-
cilia, y dissimula con Marcelia. \'ase Marcelia a Floriano con
su mensaje de Hclisea. Gracilia va a Lib/ria, y echan el estu-
diante fuera de mala manera.
MaiíoEma, LiDEttiA, Gracilia, PiñEL,
Estudiante!.
[il/ar.] — O, quán dichosa he estado oy en
Venturas. Y pues oy todo me va de bien en
mejor, quiero aguijar tras la fortuna, e yr a mi
casa a solo dejar estas preseas, y caminar por
la ganancia que es})ero de Floriano. Pero qué
encerrada esta mi hijuela, y otras vezes tiene
toda la casa de par en par. Ta, ta, ta. Asuadas
que, según sus cuj'dados, cjue duerme elU
COMEinA LLAMADA FLOKINEA
288
agora. Quiero ver si podra caber me la mano, y
abrir esta aldaua desta escalera. Bien está,
[a] un hasta eu esto time dicha de abrir tan
presto, y por tanto dizen que es peligroso el
ladrón de casa.
Lib. — Ay, mala landre me mato, desdichada
y perdida yo, que mi madre suena ya arr¡l)a.
Ay, señor, por la passion de Dios, que te nietas
en aquella nassa de aquel rincón que está a lo
obscuro, porque mi madre luego entrará acá en
la cámara. Y en tanto yo salgo a detener la en
palabras. Ay, Jesús, madre, y cómo abres ansi
la puerta sin llamar, que toda me has turbado
de miedo, que pense que era otro.
M'ir. — Mas esta te tú doruiiendo al cabo de
medio dia, que ansi se haze la labor!
Li'b.— Mejor me ayude Dios que dormía.
Mar. — Pero acechauas (') los ratones. Mas
con todo, qué suena en la cámara? espera, veré
quién es.
Lib. — Oye, madre, lo que passa.ques vna jio-
quedad, que hauras vergüenza de oyrlo.
Jlar. — Qué es?
Lib. — De mi prima, que porque le quebró
la su muchacha vn cántaro, la dexó medio muer-
ta, y ella se me acogió a casa, tal que no esté
de uer; que por mi vida si ella se fuera a los al-
caldes (como quiera si yo la dexara), que no
le fuera bien a mi prima; en especial que esta
es vna muchacha callada, y esclaua en seruicio,
y sabe quantas flaquezas ay en mi prima. Mira,
pues, si fuesse con ellas a pla^a, qué ganaua
mi prima, que no sabe suffrir algo.
Mar. — Pues qué es de la mo9a?
Lib. — Ay la tengo medio por fuer»;a, que
desque te oyó llamar, pensando que era su ama,
se me abscondio. Pero como ya te reconoscimos
ser tú, estaña me agora rogando que no te di-
xesse nada, y creo que se metió tras tu cama,
más arañada la cara que no sé qué me diga.
Mar. — Anda, saca la acá.
Lib. — Ay, madre, por amor de mí y por el
siglo de mi padre que no la afrontemos, porque
se encomendó a mí que la encubriesse, y mejor
será que por bien yo la torne a mi prima, que
no que se nos huya de entre manos.
Mar. — Pues luego esté se, que yo la dexaré,
y quiero entrar allá a desembarafiír me desto
que traygo.
Lib. —Pues daca, que yo lo pondré allá.
Mar. — Y calla, boua, que pues ella está es-
condida e yo no la buscaré, mejor es que me
vea entrar y que no la veo ni hago caso de ella.
y ansi no pensará que yo se que está dentro. Y
luego en saliendo, yre a tu prima, y la daré vna
mano sobre ello de lengua.
Lib.~0 soberana virgen sancta Maria, y
{*) En el original , acehavns.
guarda me oy con mi honra, que yo no osaré en»
trar con ella <lentro, porque si halla al oUx>, yo
no paro en esta casa.
Mar. — Dime, Liboria, por qué no ha%es es-
ta cama? que paresce que puercos la ho<,'ftron.
Eu toda tu vida has d<^ ser para nada; cata,
hija, que las mocas han de ser calladas, y dee-
enibueltas, y sufi'ridas, y estar eu su casa, y no
andar de vezino en vczino, y cata que disen,
que oy te reñire y mañana te hahigaré.
Lib. — Por mi salud que aquella plática en-
doreca mi madre a la mo^a, que piensa que es-
tá allá escondida.
.]far. — Este, joyel quiero guardar en este co-
fre mió (que la capa aqui se quedará sobre esta
cama hasta que yo buolua, que la coja y la guar-
de). Pero cata, qué diablo de loba es esta que
está en este estradillo de mi cama? y qué por-
quería tan grande! Jesús, Jesús que hedor de
orines! que el jarro está derramado. O, maldita
sea esta lebronaza, que de vn dia para otro se
los dexa en el jarro, que basta a dar pestilencia
tal hedentina. Di, maldita tú soas, que huyen-
do salgo de tal hedor, no pue<les derramar los
orines luego de mañana? y aquella loba que alli
queda cuya es, o cómo está aíli?
Z/¿. — Luego no te lo he dicho?
Mar. - Y qué?
Lib. — Que diz que queda vn abad o estu-
diante en casa de mi prima, y ella que dio en la
moca, y la ni<t<;'a tomó la puerta, y con su loba
a cuestas; a gran dicha yo que asomé a la puer-
ta la vi que se yua a presentar y a quexar al al-
calde Ronquillo, y Ileuaua la loba para testigo
de las cosas de mi prima. Por esso mire si hize
chico bien en detener la mo^a, según yua deno-
dada y mal parada, y con su loba a vista do to-
do el mundo.
Aíar. — Que esso passu?
Lib. — No te añado punto.
.}far. — O, maldita sea aquella loca, que nun-
ca mirará lo que haze, que todo piensa que es
ser de su llaneza de condición! O. lii de puta,
pues y a qué paxaio se yua la muchacha! si vi'ia
vez entrara en este barrio, por nuestros pecca'
dos que hallara razonable presa. Y aquella ne-
cia, después de que él la eche la garra y la
afrente en Dios val con su sentenciar en cerco,
busca me por ay la suelda.
Lib. — Y aun por caso, madre, hiee yo lo que
he hecho.
Mar. — líezifite lo mejor del mundo. Dame
acá la loba, y licuar se la he so el manto, y diré
le lo que no quiera oyr. Que, por mi vida, que a
mi sombra está tenida y honrada y acreditada,
que no es poco 'en esto barrio, Y mirad vos qué
cuenta diera de si y de mí: traer rae alcaldes (y
aun tales) a mi casa y la suya.
Lib. — 'Toma la loba, aunque me parcSce fue-
284
ORÍGENES DE LA NOVELA
ra mejor que por ella viniera mi prima, para
qne atisi por fuerza yo haga los perdones.
Mar. — Y calla, boua, y si está el dueño en
casa, cómo saldrá? en especial si ya ayallá eno-
jos sobre ella, de manera que los vezinos sean
públicos testigos de nuestros occultos defectos.
Queda te, hija, y mira por tu casa y por la hon-
ra, y no me aguardes a comer; pues tienes har-
ta vianda, come e alaba a Dios. Y si el despen-
sero embiare algo, adereoalo todo a punto, y
aun si vieres que es menester, llama a tu prima,
o si no, essa su mo9a que te ayude.
Lib. — O, bendita sea la reynn délos angeles,
que de tal ))ielago me ha sacado. Pero agora
queda otro barranco, en que sepa nu prima oyr,
y Ruffrir, y dissimular con mi madre. Y estotro
asno, maguera polidillo, y qne tanta oiseadera
tuno, que ni guardó loba, y quiera Dios que la
cobremos, y también derramó los orines. Abaxo
me voy, para que si torna mi madre, y allá no
se hiziO bien, acá lo tornemos a soldar de otra
manera
Grac. — Dónde bueno por acá tan sobarcada,
señora tia? traes algo que comer?
Miv. Traygo que reñir: que si en tu casa
te hallara címio estás a la jmerta, tú oyeras oy
de mí; a, veamos si es cosa de muger cuerda, y
más teniendo el estudiante en tu casa, arañar
la moca porque te quiebre vn cántaro; de ma-
nera que si tu prima no la tomara esta Inba,
ella yua liuena a quexar se a Ronquillo de ti, tal
que no yua para ver. Por tu vida, que mires más
por la honra.
Grac. — Ya, ya, algún trasparameníodeue te-
ner mi prima en casa, y quiso escusarse conmi-
go; poique mi muchacha bien contenta y almor-
zada fue. Pero, porque no lo entienda mi tia,
quiero yo dissimular y hazer de la enojada.
Mixr, — Pues no me respondes? paresce te que
ponias buena tu honra y aun la mia, que ten-
go de tornar por ti de audiencia en audienria?
Grac- Y qué podia llenar aquella picuda,
que yo la quemaré oy la lengua, porque vaya
con iiuenas de lo que la persona no sospecha.
Y dado que algo luiga. es para los ojos de Dios
y en su cas;i; pero aquella nouelera, golosa pu-
tilla, yo la marcaré oy, aunque en tu casa esté;
perdona me por ello, e dexa me yr por ella.
Mar. — Anda ya, loquilla, no juegues ansí
con la honra con rapazas, que dirán lo suyo y
lo ageno. Toma la loba y entra te luego en casa,
y despide al dueño, y reposa te y loa a Dios, y
después te puedes yr con tu prima, que queda
sola, y comereys juntas, y aun qui^a cenareys,
que yo voy a vn pf co de priesa, y no sé qué es-
pacio me darán allá. Y cata que no me lias de
dezir a la mucha ha peor que su nombre, por
esta de agora; después, si otra liiziere, que lo
pague junto, como el perro los palos. Y queda
te a Dios, y acoge te luego con esse vestido, que
no sabes quién passara que le conozca, y te oya,
y t¿ entienda lo que passas dentro de tu casa; y
también que ya sabes qué vezindad tenemos en
este baa'io, que todos son cintinelas de casas
agenas.
Grac. — Agora, señora tia, ve donde vas, que
boluiendo nos veremos, y verás que no soy tan
culpante como me hazes, por el dicho de vna
muchacha; pero al fin, por amor de ti, yo digo
que toda mi justicia dexaré en tu mano, aunque
mucho me violentas en no me dexar en mi casa
hazer lo que deuo. Pero ve con Dios, que ella
hará otra, y pagar lo ha todo. Agora que es
yda, guardo por sí o por no la loba, que siquie-
ra por la infamia que me cuesta no la llenará
con tan poco rescate el licenciado que deue te-
ner mi [irima; que poco más o menos, por lo
que aquí vi este día, lo imagino. Agord voy a
ver qué haze mi prima, que por mi salud que
toma bien el officio de la madre, y aun que las
haze y las cubre bien, y aun saca bien brasas
con mano agena.
Lib. — Yii no paresce nadie, y mi madre ya la
vi yr de en casa de Graciiia. y pues deue de que-
dar bien soldada la quiebra, pues mi madre no
boluio a mi, quiero yr a ecliar le de la nassa, y
aun de casa, l'ero mezquina yo que no sé qué
me haga de la loba!
Grac. — Qué liazes, prima? qué alboroto es
este tuyo? y el con qué fue tu madre a mi? Qué
tienes, qué tienes acá? que por poco lo borrára-
mos todo, sino que quiso Dios que luego en-
tendí en las pláticas de mi tia que denlas tú de
tener algún tras paramento.
Lib. — Ay, mezquina de mí, que estoy tan
turba la y cortada, que ni estoy para menearme,
ni para saber responder te; pero qué fue de la
loba?
Grac. — Mas di me, qué fue del asno?
Lib. — Ay, mezquina, que en la nasa de la cá-
mara de mi madre está.
Gruc. — En aquel gran cestón que está en lo
obscuro de la cámara?
Lib. — En aquel donde vaziamos la pluma de
vnos cabe9iles este dia.
Grac, — Hermoso estara en suda y en blan-
do. Pero asnadas que será el matriculado de
sant Julián.
Lib. — El mesmo es; mala landre me mate,
que de importuno no pude valer me del.
Grac. — Pues que lo pague como asno. Por
esso, pues [es] el gallillo loquillo de los requie-
bros de mi puerta destotro dia, dexa me con él,
que la loba no la viste él más. y aunque es poco,
por ser lo que yo ci'eo, ya tú se lo haurias a él
págalo, y no te me corras, que por mi salud
que hazes bien, porque tan donzella te pedirán
agora por muger como antes. Pero dime, qué
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
285
haremos antes que bnclua tu madre? s¡ ya ella
no lo entendió o vio o Liannntó.
Lib. — Ella ni puco ni nimlio, sino qne nic
creyó qne tiMiia tu nidcu, y que le tomé iiqiiella
loba qne llenana de no sé quién qne qnedana en
tu casa.
Gran. — Pnes luego, por mi salud, que pnos
con tú Iiazerlo lo pago yo en la sospecha, que
yo haga de la bona como si lo oniera hauido él
conmigo lo que haurá contigo, si él no i'ne muy
lerdo y tú muy bona, aunque no te tongo por tal.
Lib. — Ay. dexame a mí si hize o no de co-
rrer tanto; pero mira qne sin la loba no le echa-
remos de casa, ni aun por medio del dia no sé
cómo él yra en cuerpo, donde todos digan: lie
le va nuestro licenciado. Cata que más hemos
de mirar del interés.
Grac. — Agora te digo que estás restituydo-
ra del todo. Pero he alli a Pinel, qne soldará
estos embarazos.
Pin. — O señora Gracilia, qué mala eres de
sacar de rastro!
Grac. — Donde no estoy no parezco, como el
rey, pero ya, pues Dios te traxo a tal coyuntu-
ra, ayndanos a ''char t'uTa vn loco qne se le ha
metido en la cámara de mi tia a mi prima, qne
está tanmañita de miedo que venga sn ma-
dre y piense otra cosa.
Pin, — Pues vamos luego, porque de priesa
vengo a te Iiablar dos palabras.
Grac — Pues dexa nos subir a nosotras, y si
le pudiéremos haz^r baxar, Dios que bien, y si
no, snbiras a nos fauorescer.
Pin. — Aqui aguardo en el portal; sea presto.
G/víc— Pnes mira, prinia, qne yo hablaré
alto, de manera qne él piense qne soy tu ma-
dre, y verás lo que oy hago por ti. A, Lil)eria,
di, maldita seas, no te menearais más vn dia
qne otro? acaba ya, qne viene aqui el señor mi
primo })nr essa nassa qne está en mi cámara,
que ya dias ha que me la pide para echar trigo.
Lib. — Y tú no ves, nutdre, que está IKna
qnasi de pluma?
Grac. — Anda ya, maldita seas, Q?ié como
estuuiere, que tal se la lie mandado; desemba-
rázasela, no le hagas agnardar, que están ay los
hombres que la han de llenar, y tú ya sabes
que él, que es vn renegado, y no cabremos aqui
con él si Inego no le desembarazamos.
Eitud. — O, al diablo encomiendo estas putas,
y si no me tienen peor que pato con pluma, y
aun agora que me aya de ver nadie! O, qué gran
mal es andar el hombre sin armas! qne yo sa-
liera oy de manera qne lo llenara el diablo todo.
Pero no creo en los grados qne tetero si aqui
está mi loba; pero pues jo tengo el pago de mi
locura, con esta capa de grana me cubro, y
boto a la mano de Dios; pero no sé por do ten-
go de salir ni cómo.
/•i/?. — No me paresce que le pueden hazer
baxar: quiero amenazar le de acá. Qué es del.
qué ts del? qne tío creo en tal si no le saco el
alma si allá subo.
JCstud.— 'No es cosa ésta de parar.
Grac. —Ya, señor, no aya más; dexa le por
tu vida, no cures de subir, que ya va por la es-
calereja del corral huyendo.
Pin. — Descreo de mi si no le tengo de co-
noscer y sacar le el alma.
Grac. — Ten le, Liberia, ten le. no suba y le
mate; qne yo miraré por esta escalera del co-
rra'ejo, que no suba nadie.
Estad. — A. la fe, esto ya va de hecho; no me
atrampen oy en esta casa puta: salgo, qne más
vale vergüenza en cara, etc.
Grac. — Ay, ay, Jesús, Jesús, el ladrón, qne
llena hurtnda la capa.
Pin. — Esto ya va de veras; subo a ver qué
es. Qué es esto, señora Gracilia, como estás tan
emplninada?
Grac. — Ay, que va el loco y ladrón con su
capa colorada arrebozado y sembrando jiinma,
y veys quál me ¡taró al passar, y aun me arrojo
dos puntapiés, sino qne me quiso Dios librar,
que matara me.
Pin. - Y essa capa? si os la qne le Taita a
Fulminato!
Lib. - Ay, mezquina yo, que ella debe ser; y
qué dirá mi madre?
Pin. — Yo voy tras él, qué no se me irá.
Grac. — Calla ya prima, qne esto está hecho.
Y si l'inel no le pudiei'e cobrar. %ya todos le
vimos salir con el Imito, y delante todos se nos
fue; no tienes culpa. Y también cuya es la capa
la cobrará, y aun nos uengará del qne la llena,
pues ya sabemos quién es; quanto más que Pi-
nel es tal mozo, que dará cobro del. Yo me voy
a mi casa a poner en cobro la loba, que no lo
sabrá si Dios y nosotras y della harás mañana
en mi casa vna saboyana, porque sepa el licen-
ciado a cómo se vende la carne en tu tablaje.
Y agora te queda, y cierra bien tu puerta por
sí o ])or no, que yo voy a aguardara l'inel que
me quiere hablnr, y si truxcre la capa, alli la
tendrás cí)n la loba.
Lib. — Pu' s ve con Dios, hasta que esto U) ria-
mos otro dia con más sosiego plazicndo al Señor.
ARGUMENTO DE LA SCENA XXXVII
Es'ando Lvdorioel camarero traclaiiilo con Fulminato (ie lo qiir
succedio a l'loriano. llega la MarCL-lia, y con ella entra Lyilo-
rio a Floriano donde ('I esta.
Lydo[iiio1. Fulminato, Maucelia,
Fklisin'o, Pinel.
\_Liid ] - Gfiínde es el reposo que oy ve.o
en esta casa; Dios quiera que sea para mayor
286
orígenes de la novela
bien, porque veo a Floriano metido en vn ca-
mino, que no sé qué tal querrá Dios que sea el
paradero. Ayer tarde me paresce que se trac-
taua de que hauia de yr a verse con la que él
llama sxi señora, y no me paresce que quiso
acompañar se de más de solos tres mo^os y vn
paje, teniendo tantos continos y gente de casta
a su mandado, que comen su pan. Pues ajidar
de noche no lo tengo por bueno ni seguro;
pero no andar muy á lo seguro tengo lo por
locura, porque de noclie ni se conosce quál
es bueno ni quál es malo. Pues ya que va
de noche, mejor es que lo digan: quién passa,
por ver le con autoridad y a recaudo, que no
que digan: perdónele Dios, que le mataron
pensando ser otro. Y lo que me paresce mal es
que no ay hombre en casa, ni contino, ni ma-
yordomo, ni veedor, ni otro que diga que le ha
visto, más de que dizen que duerme. Gran des-
cuydo ha sido este mió, porque dado que yo
haga la voluntad de Floriano en dexar le solo,
pues él se acompaña de muchachos y gente de
baxa suerte, pero al fin, viendo yo el daño, no
hago lo que deuo a la fe del bue.i duque Flori-
neo su padre, que en buen passo (')esté su alma.
Cierto que de oy más la consciencia me carga,
y el temor del daño pide que yo ande más
alerta sobre las cosas de Floriano. Pero qué
puede mi buen zelo y gran lealtad liazer con
sólo buen desseo y poca possibilidad? Porque
el aiiiso y correction fraternal deue la dar el
hombre a donde cabe, y callarla donde con el
consejo hare'ys mayor daño, y causays malque-
rencia, y cresce la malicia, y dobla se la perti-
nacia. De manera que lo que se hazia en el
que erraua con sola inclinación mo9a y sensual,
y con persuasión de los aparejos, y con falta de
resistencia de la razón, después lo haga con do-
ble peccado de voluntad njaligna peccando con-
tra Uios, con pretender de dar os pena a vos que
le auisastes y corregistcs. De Floriano, pues,
yo tengo lástima a su honra y grauedad y
hazienda y alma. Lo primero, porque le co-
mien9an a cobrar en opinión de poco assentado
y mal concertado en sí y en su casa. Lo se-
gundo, porque da parte de sus flaquezas, y trac-
ta y communica vn duque Floriano, y en ojos
de una corte imperial, con vn paje y vnos mo^os
despuelas. Lo tercero, he lástima a su hazien-
da, que la veo andar baylando en mauos de
amigos públicos de ella, y enemigos secretos
del. Y veo le yr tras chismosos, tras rufianes,
tras putas, tras alcahuetas, y con gente que con
sus dones se honren, y de la honra del despe-
dacen camino de los burdeles, do se gaste mal
la hazienda del que la heredó bien, y la possee
O Abí en el original, pero probablemente será errata
por htun posso.
bien, y la dispensa y gouierna mal. Lo quarto,
be lástima a vn alma que, con ser por sí noble,
en ser hechura a imagen de Dios, y con hauer
le dado Dios compañia de cuerpo no de sangre
y ralea vil, pero noble y generosa y real, con
todas estas circunstancias el'a es peor tractada
y más mal mantenida de virtuosas obras, que
si cayera en suerte de ser vn porquero. Porque
alli, tras su vil ganado, ella se podia sainar; y
aqui mandando a tantos buenos y sabios, y no-
bles, y virtuosos, y generosos, ella anda ape-
rreada y hecha estropajo a la disposición de la
sensualidad mo9a y libre y rica y mal aconse-
jada, como la ay en Floriano al presente, si
Dios no lo remedia. Porque veo que el oydo y
el creer de Floriano pende de las mentiras y
embustes desta gente que con él tracta a salvo
de su ganancia y a pérdida de Floriano. Y ve-
reys que no dará audiencia ni crédito a vn cria-
do antiguo, leal, seruicial, amador de su honra,
defensor de su persona, augmentador de la glo-
ria de su estado, y aun, lo que peor y más pe-
ligroso es. que os cobrará enemiga porque le
retiaeys de los vicios, le desseays la salud, y le
procurays por la liazienda, y le tractays de en-
sal9ar su honra. Y eato es el porqué ay oy en
dia pocos criados antiguos fieles bien medrados
en las casas de los señores. Porque el fiel cria-
do, condoliendo se del daño del señor, atreue se
con buen zelo y amor a le auisar y retraer; y
como por esto ve que cae en desgracia del se-
ñor, alca se a su mano, busca vn achaque, y el
señor, que huelga que él le tenga para yrse a
su casa con sus hijos y muger, y dexa de auto-
rizar el palacio del señor 01090 y mal aconseja-
do, y ansi faltan las muchas canas, y sobran las
muchas chismerías. Y aquellos por fieles van
se con quitarles la ración porque no assisten,
y dar les a más librar (más por verguen9a que
compelle al señor que por voluntad que lé com-
bide) el medio acostamiento, porque ge van co-
mo buenos, y llenan le doblado los livianos que
asisten, porque se pican de andar más galanes
que granes. Y porque éstos, con lo no meres-
cer, por medrar se subjectan a todo, y log otros,
con hauer lo ya merescido, confian en su bon-
dad y lealtad que merescen algo. Y ansi oy en
dia la gente que más mentiras y más adulacio-
nes oye, y menos verdades espera, son los se-
ñores, que se hazen enemigos de quien los ama,
queriendo los ssanctos y virtuosos, y amigos de
quien los aborrcsce en la virtud. Porque tanto
menos medra vn criado soberuio quanto el se-
ñor es más humilde, y tanto más medra vn
criado luxurioso, que anda callejero y ventane-
ros los ojos a ver qué eobdieiar, y a ver qué po-
der auisar al señor de que vio acullá la her-
mosa , quanto más el señor es dado g. las
mugeres. Y ansi se han tornado los palacios
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
28?
acorro de viciosos, porque se despueblan de
viejos, y se acompañan de nio9os. y porque ay
poca audiencia de verdades y gran gula de men-
tiras; porque oy en dia es muy cierto el vulgar
que mal me quieren mis comadres, etc. Y por
esto con poca autoridad de los palacios. l(is ser-
uientes de pelillo, los n\eiitirosos, chismosos,
malsineS; truhanes, dezidores maliciosos, cho-
carreros, como hallan audiencia en el señor,
ansi los tornan de su talle, si Dios y la buena
condición no los defiende de inuiciarse. Porque,
como dize el Psalmo, con los sanctos serás
sancto, y con el peruerso serás peruertido. Y
aun en tanto es muy peligrosa al bueno la mala
compañía, en cuanto más ayna se nos pega la
mala costumbre, que no la buena; porque más
daña vna viciosa palabra que aprouecha vn lar-
go sermón. Y ansi dize la escritura: que co-
rivmpen las buenas costumbres las perueisas
palabras. Y el que quiere guardar se del mal no
deue fiar de sí mesmo, con dezir que tiene buena
inclinación, que es sabio, y alcanca lo que < s
malo, que es noble, y que la nobleza le combi-
dará a la virtud. Porque donde no anda el fauor
particular de Dios, y donde tercia la ruin com-
pañía, y la propria sensualidad obra, no ay
muro firme que defienda. Porque si el señor
no guarda la ciudad (dize el P,-almo) por de
mas vela el que la guarda. Que agora ninguno
más sabio que Salomón, ninguno más rico,
ninguno más acatado ; pero ni le valió el ser
rey, ni le mamparo la su sabiduría, ni se le
acordó del fauor que Dios le hauia mostrado,
con tereiar la sensualidad propria, con la com-
pañía de las mugeies estrangeras, que le hi-
zieron ydolatrar, que es el mayor de los pecca-
dos; porque, tras el negar a Dios, nada queda
que perder el hombre que algo sea. Pero he
aquí asoma vna buena joya de los de la con-
fradia; quiero saber del lo que ha passado, aun-
que dudo si él sabrá dezir me verdad, ni aun yo
pensar que él la diga para me obligar a creer le,
porque el que por mentiroso es tenido, aunque
diiía verdad, no es creydo. Ha, Fulminato, de
dónde vienes?
Ful. — Vengo de la armería, y de hazia San-
tiago.
L»f(l. — Todo csso es rn camino; por qué tú
lo diuides?
Ful. - Porque allá fuy a diuersas cosas; por-
que a la cal de Santiago fny a buscar mi capa
de grana que me auia dado Floriano en pago
de la que me harparon los seys por su seruicio
y honra en la cal de Francos.
¿yrf.— El que te la dio Floriano, bien lo sé;
el por qué, dias ha que te lo oy a ti contar, que
para tus hazañas pocas vezes buscas tú más
testigos de tu lengua que lo relate; pero cómo
la vienes de buscar, y de alli?
Ful. — Luego no sabes lo que passó anoche?
Li/d. — Y qué?
Ful. — Pues porque no digas que no ay tes-
tigos de mis hazañas, preguntarlo has a los que
iuan anoche con mi amo.
Lyd.— En tanto que ellos no parescen, dime
lo tú breneraente; porque si licuare camino de
creer se, creer te lo he, y si no, oyr lo he.
Ful. — Ya sabrás la yda de Fforiano.
Lyd. — Bien la sé.
Ful. — Pues también sabrás A a qué y a
dónde.
Lyd. — Presumo lo; ven al punto.
Ful.— Vwdfi yendo por aquella calle, yo que
¡ua delante asegurando el campo, saliéronme
vnos quatro de traues, que per yr ellos bien
armados, y a mí me ver con sola espada y capa,
presumieron de se me atreuer; pero en dos pa-
labras los puse en tal estrecho, que por la calle
aliaxo, tomando las viñas, se me sainaron por
pura pata. Yendo, pues, yo tan cenado en ellos
y tan goloso de alcan9ar los, y ellos tan sueltos
en el correr, me hizieron descuydar de la capa,
hasta que oy la eché menos, queriendo la
cubrir.
Lyd. — Son tus hazañas tales, y tan extraños
tus hechos, que ni te culpo, porque yendo des-
armado, y siendo tan buen corredor, y yendo
ellos armados no los alcanraste, mayormente si
corriades en oppuesto, vnos para huyr de los
otros. Pero pues que en tal caso, y por tan buen
señor ])erdiste la capa, quien te dio aquélla por
vn heeho te dará otra por esta valentía, Pero a
qué iuas a la armería?
L\il. — Dizieiido te lo que passé, bien deues
de adeuinar a qué iua yo a los armeros, porque
las armas quedaron tale.'^, que no eran para
traer, ni la espada buena para poder entrar en
la vayna con mellas.
Lyd. — Di me. Fulminato, cómo diste a ado-
bar las armas que yendo corriendo trae los otros
desarmado no lleuauas? ni la espada se melló
en los que por su buen correr no alean9a8te?
Ful. — Cuentas me los bocados? pues espera,
que yo te responderé por tiempo entero. Muy
ganoso estás, señor Lydorio, de que note calle
nada: porque como aquellos se me fueron por
pies, vine a la posada y armé me con boluer los
a buscar; quando quise vestir rae de sobre capa
para tapar la n)alla, hálleme sin capa, pero
tomé otra. Y saliendo en buscA de mi ca^a tope
otros seys, que en el herir no me parcscieron
los primeros; pero como Fulminato yu« a buen
recando, a fieros golpes los desbaraté, y aun
heridos [dos] de ellos, me turnaron las viñas
todos.
Lyd. — Ya has contndo de tí; agora me di,
qué fue de Floriano y los otros?
Fíd. — Aunque con peligro, por la falta de
288
ORÍGENES DE LA NOVELA
mi persona, pero con buena ventura, fueron, y
negociaron, y tornaron se en saluo, porque yo
liauiu andado al ojeo.
Mar. — O, gracias a Dios que ya llegué acá,
y lue pude descabullir de tan importuna cosa
como este mayordomo del Abad, que al cabo al
cabo nunca veo que su árbol me da más de hoja
de parola; y con quién lo ha!
¿_y^/. — Cata, cata, he alli la partera de los
partos de Floriano. A buen tiempo viene para
informarme de lo que passa, que harto mal es el
nuestro, quando ha de preguntar hombre a vna
gente tal de los secretos del señor que ellos no
siruen. O, que norabuena vengas, señora Marce-
lial ay algo de bueno en tus nueuas?
Mar. — Siempre yo las hetraydo 1 alonas a esta
casa. Y agora, si me pones con Floriano, no
las haurá menos; y que sé yo que en qualquier
occnpacion que él esté se desoccupará en el pla-
zer de mi venida.
Z/Zí^/. — Esso creo yo antes que si fuera vn
varón de Dios.
Mar. — Uizes algo, señor?
Lijd. — No más de que, pues tales nueuas
traes, y con tanta priesa, anda acá, entremos.
Fid. - No niirays el majadero, que, estando
hablando conmigo, me dexó y se va acompa-
ñando vna menos muy pocoq'ie pú!)liea del bur-
del? Pues reniego de la espada de sant George,
y aun de hi escriuauia de sant Lucas, si al cie-
lo no se me acoge, si no cscriuo con el cui-hillo
del puñal en aquella cara ]mta el nombre de
Fulminato porque quien la comprare sepa que
me deue mi decima, y aun qu" a Lydorio yo le
dé a C(Miuscer cómo se despide otro dia de la
persona.
Fel. — Qué es aquello que haze el valiente?
qué tal tirar de barba tiene y dar de pie. y mi-
rar en arco! quiero ver qué cuento tenemos
nueuo, y si son enterrados los de anoche. Di,
Fulminato, de qué te nmestras tan enojado?
Ful. — Y cómo no lo tengo de estar? y aun
de mí mesmo.
F'l. — De cpsa manera tú mesmo harás tus
amistades: pero qué fue?
Ful, — De acordarme quán poco corri anoche.
/"w/. — Herieron ti-?
Fel. — (^\\é herir? pluguiera a Dios que no
me conoscieran, porqu3 me esperaran, y aun
me lo pagaran, porque no «s nienef^ter más de
que me reconozcan los qiie saben mis golpes,
para que en viendo mi espada fuera me huyan,
tanto que me pesa muchas veces porque me co-
noscen. Y ansi me dissimulo qiianto me suffre
la accelerada condición; poique si esto no fuesse,
más de tres gallilhis traería yo de mi mano sin
las crestillas de orgullo que traen tan salidillas.
Pero ya sabes, hermano, que mudar costumbre
es a par de muerte; que te doy mi fe que si con
mi condición pudiesse acabar de ser algo asegu-
rado, que yo tuuiesse ü¡ás pesca, aunque no ten-
go redes, ni aun caña.
Fel. — Por esso dizen: cata que quien no ase-
gura, no prende; pero mira quánta mentira ay
en el mundo, y aun embidia de tus hechos: ya
hauian dicho que te corrieron la 9apata vnos
dos.
Ful. — Di me quién lo dize; porque vna tal
vellaqueria, quando vaya a oydos de mi amo,
Ueue ya el castigo a cuestas.
Fel. — No ay para qué sepas quién. Pero,
mudando hitos, no quiero que me digas qué hi-
ziste anoche, que luego disparaste a nunca más
ver; pcjrque bien presumo qne andarlas en pas-
sos de tu oftici(j; mas ruego te que me digas,
qué fue de tu capa de grana?
i^ií/. — Huelgo que me ayas conoscido; por-
que quiero, como amigo (que otro no lo ha sa-
bido de mí) que sepas que anoche fuy en segui-
da de vnos no sé quántos rufiancillos atreuidi-
llos, y como los amonté, valiendo les los pies,
bolui ''U vuestra busca y nunca os pude encon-
trar. Pero para satisfazer me a mí mesmo, salté
sobre el muro de la huerta de la dama, y como
no senti dentro liuUicio, dexé de saltar dentro a
buscar os allá Y ansi tornando a saltar al snelo
para venir en vuestro rastro, por temor de que
me tendriades menester, y hallé que al subir de
presto se me cayó la capa, y voto a la sancta le-
tra dominical deste año dequarenta y siete, que
en tantico que fue todo ello, ni hallé rastro de
quién me la lleuasse, ni sonido de pies a quien
seguir, y ansi me vine en cuerpo, dando se me
poco de vna ca[)a, perdida poi- buen coraron. Y
cierto he pensado solire ello, y hallo por mi
cuenta que algunos ladronzillos, hijos de vezó-
nos, se deuen de andar de noche siguiendo me a
trecho de mí. como ya todos me conoscen, para
que si hago algún hecho ellos sepan contar lo
por g imir honra en que estauan a mi lado, y
aun también para coger las capas de los que ya
saben que me han do huyr, y jugar a como di-
zen: si me viste, álceos la; y si no me viste,
UeuéiiS la.
Fel. — Y aun esso deuio de sr-r, y cierto que
ellos te merescen poca cortesía. Pero cata aili a
Pinil, que es buen testigo de quánto hu que te
lu-;canH)S, poique anoche, pidiendo por ti Flo-
riano ya que veniamos, nos mandó buscar te, y
que todos tres le hablassemos hoy.
Ful. — El también se huelga de saber mis ha-
zañas; porque más lecion toma en mis obras
para sus cauallerias que en quantos libros tiene
(le liumanos antiguos, pues en ellos lee de di-
zesse, y en mí vee de hazesse; y, como sabes, ay
gran rato del dicto al facto.
Pin. — Esteys en buen hora.
Fel. — Cómo vienes tan alterado el rostro?
COMIÍDIA LLAMADA FLORlNEA
289
Pin. — Pues no lo puedo encubrir, no quiero
callar que he corrido en seruicio de Fulmi-
nato.
Ful. — Cómo ansi.'
Pin. — Porque vn ladren salió den casa de tu
amiga con tu capa hurtada, y aun sembrando
pluma. Yo que llegaua en tu busca y le vi salir
de mala manera, y las mo^as gritando tras é),
tomo su seguida, y acogióse me en sanct Julián;
de arte que, no pudiendo hauer le, bolui a Gra-
cilia, y contóme vna farsa de (¿ue uengo ató-
nito.
Ful. — Pues esso quede para su tiempo, que
yo voy a sacar le de la iglesia.
Fel. — Pues él va tan denodado, vamos nos
a buscar de almorzar.
Pin. — Sigue, que después lo rcyremos todo,
(pie bien ay de (^ué.
ARGÜMEATO DE LA SCENA XXXVlll
Sabieiidn I.yddrío (!<' Marrcli;! dr lo ijue a Flnriaiio le ha sucip-
dido, Mitran a Flnriano. Marcelia lo da su anillo que Iraya de
Belisea, contando li' lo i|ue le allá auiíio. Floriano le manila
para casar la hija en alhr¡(¡a>: con otras cosas que xai< pau-
san de notar.
LiDORio, Mabcelia, Polytks, Floriano.
[Zyá.]. — Por cierto tú me has contado gran-
des cosas, y aunque yo siempre pretendí apar-
tar R Floriano desta cosa, pero pues ella es tal,
y la cosa va tan t ranada, no culpo a Floriano,
pues como mancebo le prendió el amor, y como
canallero sabio se ha empleado también, que si
el padre de ella huelga, todo yrá encaminado
por Dios, y no tendré por tan vana la ganancia
de nuestra jornada, en llenar tal señora a los
vassallos del duque.
Mar. — Xy verás cómo, aunque a harto peli-
gro mió, pero mis passos guiaua Dios en ser-
uicio de tan buen cauallero. Y quiero que sepas
que Lucendo, el padre della, con ser cauallero
de tanta estima y casta y poder en el rey no, y
con ser vno de los más sabios que oy tienen
ditado en España, quiere y tiene en tanto a la
hija, que no pensará que errará en cosa que ha-
ga; y hecho, qualquier cosa le perdonará lige-
ramente. Pero bien tengo yo por mí que, aun-
que he sido yo harta parte para poner la en el
grande amor que tiene a Floriano, que ni yo,
ni él, ni todo el mundo la harán caer en loíjue
Floriano querría de ella luego. Y sey cierto (pie
ella está de las enamoradas y penadas de amor
de Floriano, que jamás amor prendió. Pero está
la más casta y constante en el no errar en tal
caso que oy ay donzella en el mundo, la menos
combatida, y la más recogida, y la más guarda-
da que sea.
Lyd. — Por tanto me confirmo en más pen-
ORÍQENES DE LA NOVELA. — 111. — 19
sar que nos la tiene Dios para que nos mande y
la siniainos, y con raz in, pues pocas tales flo-
res tendrá oy el mundo. Dime, Polytes, duer-
me aún?
Pol. — Mas ya se viste, y salgo a que se vis-
ta el capellán a la missu, (|ue la quiere oyr.
Ljld. — Pues entremos, señora Marcelia, que
ya ha mucho que te detienes.
Mar.— Oyamos, si mandas, qué es lo que di-
ze, que hablando está, y no nos ha sentido.
Flor, — O venturoso Floriano, cómo es poco
el plazer que muestras para tu tan gran gozo!
O mi señora Belisea, y si este sospiro te t'uesse
a dezir como estoy en tu contemplación! pero
bien so que te deiio más y más. y mucho deuo
a -lustina, en gran cargo soy a la buena Mar-
celia, y no lo perderá en mí. De manera (jue Po-
lytes y Justina tengan bien con que me sentir,
pues los casé, y me lo mandó mi señora, cuyo
es ([uanto tengo, y el señorío con ello. Y a Mar-
celia yo la daré con qué en su casa, mientras vi-
niere, tenga por ([ué se acordar de mí. V a todos
los de mi casa quiero liazer mercedes, para que
cada vno según es ansi sienta parte de mi ale-
gria, pues a todos los de mi casa tengo obliga-
ción; que me siguieron sin pedirme dónde yo
yiia, y me han servido honrosamente. Yo quie-
ro que todos vean qué señora tienen, porque yo
la tengo. Y a mí me quiero yo tractar no como
mió, sino como cuyo me conozco. Por manera
que con la mejoria de ni¡ salud y con mi buena
ventura, crezca el bien y gozo de toda mi casa.
Pajes, pajes, quién estay?
L)id. — Señor, aqui estoy yo, que agora entro
con ]\[arcel¡a.
Flor. — Que ay está ]\íarcel¡a? bien me daua
el alma que cosa de mi señora l>elisea estaiia
cerca de mí, de cuya participación crescia tanto
mi gozo. Llega te acá, llégate acá, que ya te veo,
(pie como a tercera de mi bien te tengo de dar
vn abraf'o; y no te me enojes, que todo nasce
de buen amor.
Mar. — A la fe, sí, sus abra90s me manten-
drán !
I'^lor. — Qué dizes, mi Marcelia?
^[ar. — Que me páreseos adeuino, pues agora
vengo de en casa áe mi señora Belisea, y aun
si bien supiesses qué de secretos te traygo!
Flor. — Cata, hermana, que el coraron aman-
te muchas vezes adeuiíia. Pero dime, dime, qué
me traes?
Lyd. — Da me licencia (pie me salga, porcpie
te querrá en secreto esta dueña.
Flor. — No quiero que te vayas, sino que,
pues es cosa de mi señora, lo oyas todo, para
que te confundas viendo del bien que mo pre-
tendiste siempre quitar.
Lyd. — Por el fauor y por la reprehensión
(oues veo que tú acertaste e yo sali errado) te
290
ORÍGENES DE LA NOVELA
tengo en gran merced lo que me has dicho
agora.
Flor. — Pues oye y calla; dime, Marcelia her-
mana, queda buena mi señora?
J/ar. — Buena, y más tuya que podras creer;
porque esta mañana me mandó que te lo certi-
ficasse y jurasse ansí.
Flor. — Ay, qué poco me monta que ella lo
diga, si ansi no es!
Lyd. — Oye, señor, a Marcelia, y cree a lo
que tu señora dize.
Flor. — Ay, Lydorio, que muy con razón me
riñes mi mal hablar, y aun quisiera que con peo-
res palabras me retraxeras de lo que el orgullo-
so plazer hizo desmandar mi lengua.
yiar. — Pues oye, señor, lo segundo que te
manda tu esposa dezir, que aunque esté Lydo-
rio delante lo diré, pues son ya embaxadas de
muger a su marido, aunque también hasta os
besar a entramos las manos por mis señores no
te deuria a ti llamar marido y señor de mi se-
ñora.
Flor. — Anda, Marcelia, que sin besar las a
entramos llenarás de mí las mercedes, y di.
Mar. — Pues agora que no es tiempo de hablar
te por circunloquios, ni guardar secretos en esto,
digo que tu esposa no ve la hora que la veas y
te vea. Y ansi te embia a dezir que no faltes
para la hora que te mandó, y en señal de tu es-
posa te embia como a su esposo este anillo, que
yo le vi quitar del su dedo del coraron, y que
quiere que luego te le pongas tú, para que de tu
mano, quando vayas, ella te le tome por tuyo.
Esto es lo que me dixo, con otras muchas cosas,
Y queda me aguardando, que antes de yr a mi
casa tengo de boluer a darle cuenta de lo que
he hecho, y sepas que ya me dio mercedes de
desposada. Agora he dicho mi embaxada; dame
licencia, porque ando desmayada de (¡anquear
en ayunas, y también es hora que tú ya co-
mas.
Flor. — Tus buenas nueuas he recebido de
grande alegría, y quiero hazer lo que me dizes
en comer, y aun quiero for9arte a que comas
conmigo oy.
Mar. — Señor, auras me de perdonar, que no
soy para tu mesa sin grande nota, en especial
que me aguardará mi señora Belisea; por esso
mira qué mandas que le diga, y dame licencia.
Flor. — Pues que ansi quieres, te ruego que
le des este papel, en que lea hasta que yo vaya
a mi glorificación a cumplir su mandado. Y
quiero que le digas que esta mañana, en su con-
templación oecupado, yendo la mano escriuien-
do lo que la mente yua pensando, al cabo salió
essa lauor, la qual no sé qué es, ni aun lo he
leydo, más de como lo he contemplado y lo ha-
llé escripto de mi mano, y que poco ha que lo
acabé de escriuir. Y en pago de tua trabajos.
quiero que te den (porque me dizen que tienes
vna hija para casar ya), para en dándole mari-
do, treynta mil marauedis, y tú, Lydorio, ha-
rás la cédula, y que le acudan con ellos el dia
que la madre la entregue a su marido. Y más
quiero que, si a dicha la casare con persona de
mi casa, que tú, Lydorio, seas padrino, y le des
para ayuda de los vestidos a entramos otros
veynte mil marauedis, los quales ^ú tomarás de
mi recamara, y dar se los has de tu mano a la
de ellos. Y quiero que les hagas la costa del dia
de su boda, como de tu mano, honrosamente. Y
a Marcelia dar le has vna libran9a de veynte car-
gas de trigo, que se las den esta semana, para
mantenimiento de su casa deste año, y oy la
llenen de comer de mi plato, porque no haurá
guisado nada andando en mi seruicio, y luego
la den cinquenta ducados para sus menesteres,
y perdona.
Mar. — Tus illustres manos me has de dar
por mi señor.
Flor. — Anda, hermana Marcelia, que no de-
xaré de siempre te fauorescer; ve con Dios. Y
tú, Lydorio, dame presto de vestir, oyre missa,
y luego me den de comer, porque quiero yr oy
a [lalacio, que ha dias que no fuy allá.
Lyd. — Yo salgo a dar obra eu todo. Tú, se-
ñora y hermana Marcelia, huelgo que lo ha mi-
rado Floriano bien contigo, y porque por mí no
lo perderás, mira quién te licuará los dineros y
la cédula del pan, y más la del casamiento de
tu hija; que para buen pro, de sobremesa te lo
llenará Fulminato, que es mucho tuyo, si
quieres.
Mar. — Mas antes bastará que los llene Po-
lytes, o si no, quien tú mandares.
Lyd — Pues yo lo embiaré, aunque lo dexes
en mi crédito. Y tú tracta de casar la hija, que yo
haré lo que su señoría me mandó, de muy libre
voluntad por cierto.
Mar. — Nuestro señor te lo pague; que bien
conosces que tengo necessidades de pobre viu-
da, que luego tienes intento de dar me la mer-
ced, asituada por el que Dios en todo prospere,
y pues que tienes que hazer, y a mí no me fal-
ta, con tu licencia te encomiendo a Dios, y me
voy. Pero o, vala me Dios, y si todo esto sale
verdad, en buen ora entró esta gente por mis
vmbrales. Yo me voy a mi casa a esperar la va-
quilla con la soguilla (como dizen) y si juegan
a luego toma en lo de agora, yre alegre a ver a
Belisea, y tendré esperanza de lo venidero. Y
esta mi alegría quiero desde agora enfrenar con
temperancia, porque de la mucha alegría y ga-
sajado mió no sepan todos mi riqueza, y sabi-
da, no me tracten de la muerte. Porque diz que
no ay vida más contada de dias de la del rico,
en especial de los que pretenden del más su
moneda que dexará que no los consejos que les
y
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
291
dará; y es bien escarmentar en cabera aliena.
Porque a Celestina (según dizen) los dones de
Caliste con la cobdicia de los (¡ue la tractauan,
le quitaron a ella la vida, y a ellos ellos la jus-
ticia en castigo. Que dado que ella fue sagaz
para los otros, alómenos no lo fue para sí en
ganar y guardar; porque más prudencia quiere
el guardar lo ganado que el allegar lo incierto.
Y ansi los houdn'es (jue preiiienen sus cosas, las
menos vezes las yerran; porque dizen: bombre
apercebido, medio combatido. \' con esto enca-
mino para mi casa, loando a Dios.
ARGÜMEÍ^TO DE LA SCENA XXXIX
riiliniíialo, liedlo ol ailpinan de jr tras el que llmiaua la capa, .•■e
va a Marcolia. y passaii inudia.s pláticas. Desparterise con la
venida de l'olytcs, Felisino y Piíiel.
Fdlmixato. Liberia, Makcklia, Gracila,
POLVTES, PlNEL, FeLISINO.
\Ful.]. — Reniego del sepulcro de Absalon
y del sceptro de Roboan si no me burló Pinel,
y que por bazer del valiente, y echar me a cargo
que corrió tras el otro por mi capa, dijo que la
Ueuaua el ladrón, etc. Bien dizen que ni ay
que fiar en los liombres, ni son de creer todas
palabras. Y pues fue mayor mi boueria en creer
lo que su mentira en dezirlo, quiero que pasen,
mocba por cornuda, a pagar en lamesma mone-
da. Y pues por aquí no hallo rastro de cosa mia,
voy a Marcolia, y sabré de ella por qué no me
liabló oy ([uando habló al camarero, y aun si no
me aplaca con algo de la ganancia y la hallo
sola, si no la marco, para que sepa en qtití esti-
ma me ha de tener. Y aun le pidire mi capa, di-
ziendo que la dexé en su casa, porque ni creo
que dexa de ser puta con otros como conmigo,
ni aun de estas sus venidas tan a menudo la
deue de bauer ydo mal. Y pues yo la metí en el
juego, ha de partir por medio la ganancia, por-
que tan poco no me tengo por tal, que piense
de albardar me sin que de corcobos; porque no
ay que fiar destas que han perdido la vergüen-
za y traen el alma en venta, porque no les da
más penar por poco que por mucho, y ansi a
todo hazen rostro, diziendo: preso por mil, pre-
so por mil y quinientos. Y pues dizen que la
tierra ni la hembra, ([uien no la ara en balde la
siembra, quiero dar le vn torcedor con que me
pague la capa, o que a lo menos por falta de no
le mostrar yo el diente no piense de almorzar
me y merendar y embaucar me; y al cabo diga
que ladre me el perro y no me muerda, y echar
le he la cnerda. Y de oy más, pues no me que-
rrá restituyr, será bien que andemos a hecho y
pago. He alli viene la hijuela den casa de la
prima: asnadas tales tres joyuelas para los lo-
bos, que agora que bulle la ganancia, todos ha-
zen sopas en la miel del modorro; pues veo que
esto todo le llueiie a Fluriano en casa, o por
mejor hablar, le llueiie de su casa.
Lib. — Espantada vengo de (juánto paño
traen estos estudiantes en vn manto; (pie ouo
saboyana en la loba, y aun sobró a mi prima
para vn sayuelo; el diablo del sastre, que tam-
l)ien sacó para su pendón; v maguera del corri-
llo! cómo se desasiiaua el buen zabbi, y ([ué ha-
zla de desboronar requiebros! Aiiiujue mi prima,
con sus raposias, ella le encestará de manera que
en el hazcr de las ropas sea el sastre de Cigu-
iliiela, que ponia la costa y hazia de balde la
obra. Pero he aqui el que fuera bien escusado,
en especial si busca la capa.
Ful. — Qué hazeys por acá?
Lib. — Vengo de sacar vna lauor den casa de
mi prima, que verna agora tras mí, ponpie sola
he miedo.
Ful. — Y dó está tu madre?
Lib. — Es yda a la joyería a buscar lauor de
tienda; pero(|uc mandauas?
Ful. — Vengo por mi capa.
Lib. — Y adonde la dexaste, que vienes por
ella?
Ful. — Anda, (jue no estoy para burlas
agora.
Lib. — Pues si tú no vienes para mis burlas,
menos estoy yo para tus veras, y si te ensañas,
ensaña te a solas; que yo bueluo me para mi
prima.
Ful. — Y valga la el diablo, y con qué raneada
me dexó sin más ni más en blanco! Pues subo
arriba y cierro esta escalera; que si veo en qué,
yo me entregare de mis daños.
JAar.— Quién sube ay?
Ful. — Cata, cata, no ay que fiar en bagassas.
Y cómo me dixo que no estaua acá la madre!
Pues aun si tuuiese algún gavon en casa? pues
subo, que- si la hallo sola, qui^a pelaremos el
pato a medias. Parescete que te han tomado de
sobresalto en el hurto?
Mur. — Siempre te armas más de malicias
que despierten ira, que no de armas ((ue ate-
morizen contrario. Pero cierto que mi hijuela
pone tal cobro en la casa, que a hauer qué,
tenian buena medra los que juegan de alza
ropa.
Ful. — Lindo lanzar de alesna ha sido esse,
para te bazer pobre y para te escusar de no me
dar mi capa de grana. Pues a la fe, también
tiene culpa quien da hi occasion por poner mal
cobro, como el que lo hurta.
Mar. — Ay, sancta Maria, y si es verdad que
ha entrado ladrón en mi casa hoy?
Ful. — Gentil discante es esse; si tú no lo
sabes, quieres que lo sepa yo? Da me mi capa,
no se cubra oy el diablo con ella en esta casa.
292
ORÍGENES DE LA NOVELA
Mar. — Agora que pienso que hablas de
veraS;, di, qué capa pides a mí?
Ful. — La mia.
Mar. — Y dónde está?
Ful. — Qué renegadero para vn tal renegador
como Fulminato! Uexando yo mi capa en tu
casa, me preguntas dónde está?
^^ar. — Cata que tornes en ti. Y si buscas
achaques para reñir, no conmigo; que en paz
alabo a Dios en mi casa.
Ful. — Agora te canonizarán por sancta!
pero en tanto, acortemos razones, v da me mi
capa que te di a guardar.
Mar. — Y quándo?
Ful. — La noche que fuv a guardar a Flo-
riano y los suyos; que si no por mí, ya los co-
miera la tierra.
Mar. — Y aun anxi xexona.
Ful. — Qué dizes entre dientes?
Mar. — Qae la busques por allá donde se te
cayó o la dexaste.
Ful. — Aun pesará a tal con la cayda; bien
sé qiie te la di por yr más suelto, para que por
pies no se me fuesse nadie.
Mar. — Aun qui^a lo creyera, sino que entre
oy...!0
Ful. — Pues dime quién te dize de mí otra
cosa, para que te trayga en su mesma gorra su
cabe9a?
Mar. — Ya, ya, bien conozco tus blasones.
Ful. — Qué dizes?
Mar.- — Digo que no querria en mi casa al-
tercaciones sin por qué. Porque no puedo creer
que dexasses caer la capa por huyr, vn tan va-
liente como tú, de solos dos enemigos.
Ful. — Essas y otras tales cosas te dirá a ti
aquel chismoso de Lydorio. Pues no oyre missa
antes que no me deua nada, y aun quioa vos,
doña bagassa, si no os saco el alma, porque en
mi presencia, y sin más hazer caso de mí, os
me encerreys con nadie, y que agora vengays
a parir antes de los nueue meses essas vella-
querias de que os empreñastes con aquel gayón,
que se nos haze vn sancto de pajares, y al cabo
deue de ser por ganar tierra con Floriano, por
malsin.
J/a?'.— Calla, calla, infamador de buenos,
maluado, que no abres boca que no sea tu len-
gua de viuora.
Ful. — No veys quán sin vergüenza se me
torna a los ojos la...?
Mar, — Soy mejor que vos; que si no por mi,
no ouierades descargado los piojos de acuestas.
Ful. — Essas palabras a mí? de las que tengo
en la cara reniego si no os saco el alma; no os
cale huyr por la escalera, que yo os acabaré oy
los dias.
Cj Ha de entenderse, no entre lioy, sino entreoí.
Mar. — Virgen Maria de los Remedios, li-
bra me deste furioso.
Grac. — Bien te dezia yo, prima, que hauia
yo visto entrar a tu madre en casa rato ha;
pero oye, oye qué tropel baxa por la escalera.
Ful. — No os me yreys, doña mala hembra.
Lib. — Ay, sancta Maria, val me! qué gran
mal es este, que a mi madre oyó en el entre-
suelo y la escalera está cerrada? Jesús, Jesús,
Justicia, aqui del rey, que mata aquel traydor
a mi madre.
Ful. — Pues yo reniego de todos los adorado-
res del sol si oy no quiebro la puerta, y os
embio a poblar la silla que en el inQerno os
espera.
Pol. — Quán a buen tiempo llego, que no
tendré que llamar; que en el portal veo a la de
Pinel y la de Feliaino. Pero qué es aquello,
que dan gritos? quiero aguijar, que gente se
allega.
Pin. — A, hermano Felisino: al paje quo
hemos traydo en ojo veo yr corriendo; aguija,
que algo ay allá.
Fel. — Alarga el passo, que gente corre en cas
de Marcelia.
Pol. — Aparta os afuera rapazes; a, señoras,
qué es esto?
Lib. — Ay, señor, por vn solo Dios, que
matan a mi madre.
Po/.— Calla, calla, que mejor lo hará Dios.
Cerrad essa puerta, que ya conozco quién es;
no será nada; mirame, señora Gracilia, por essa
plata, que yo quebraré esta puerta del escalera,
que tan cerrada está por de dentro.
Grac. — Daca, y acorre antes que la mate.
Fel. — Qué es esto? fuera, fuera, rapazes. Ea,
gente de pro, que no es nada; andad con Dios,
que todos somos de casa.
Pol. — Cierra, Pinel, essa puerta de la calle,
no venga la justicia; que Fulminato no deue de
estar agora en fcí. Allá irás, diablo de puerta,
qué rezia estaua.
^[ar. — Justicia, que me mata este ladrón.
Ful.— 'No os val eran vozes oy.
Pin. — La puerta de la calle ya la cerré: da le,
da le, Felisino, a esse diablo, pues que tan mal
mira por la honra de Floriano.
Pol.— Qaé sin sentido está de passion, que
le tengo la espada por los gauilanes, y el bra90
quedo, y aun no lo siente.
Fel. — Qué es esto, Fulminato? quieres que
por tu locura hagamos aqui algún desatino?
Ful. — Cata, cata, y por dónde entrastes a
quitarme de ceuar el espada en putas carnes,
ya que no alcancé a los otros?
Fel. — Y calla, y súbete arriba.
Ful. — Pues dexad me el espada.
Pol. — Subamos arriba, que luego te la daré
en te viendo más manso.
COMEDÍA LLAMADA FLORTNEA
293
Ful. — Dexad rae, que yo acá haré oy a esta
embaydora...
Mar. — Vos naentis como vn gran rufianazo.
Ansi me lian de tractar en mi casa.' .lusticia
demando a Dios, y al rey me voy a quexar, y
no tengo de parar hasta los pies de Floriano,
para ver si por ser le yo tan seruidnra, me lian
de mal tractar los suj'os.
Pin. — Y calla, señora Marcelia, pues ya
sabes que todos somos criados de Floriano, y
por él te seruiremos, y por tu persona te hon-
raremos; que bien sabes ya que FuluiiMatn te
ama y quiere, sino que tiene aquellos Ímpetus
primeros furiosos.
^fov. — A la fe, el malaventurado, con las de
seguida vaya él a tractar de fieros a cada passo;
que en mi casa estoy, y no le deuo nada, y él a
mí más que vale.
Lib. — Ay, madre, no llores más, y adereza
essos atuendos de tocados, que pues lo quiere
nuestra desuentura que por hazer bien se nos
atreuan como a solas raugeres, demos gracias
al señor del cielo en todo.
J/ar. — Tú me causas esto, en andar te me
fuera de casa.
(írac. — Por mi vida, que no hazla sino yr rae
a mostrar una lauor. Pero pues en lo hecho no
ay suelda, remedie se lo de adelante en mirar,
tia, a quién das tu puerta y tu silla; y tú sube
te luego arriba, y tú, prima, vamos a la puerta
de la calle y abramos la, porque oyó de fuera
gran tabahola, y asoseguemos lo con sentar nos
seguras a la puerta, y no llamemos testigos de
nuestras flaquezas.
Pin. - Bien hablas, señora (irracilia; yo me
baxo con vosotras, por más assegurar lo todo.
Z/¿. — Mas antes os yd entramos, porque la
justicia no entre a escodriñar nuestros rincones;
que mi madre e yo nos iremos arriba, y Ih-uaré
yo essos platos con que estás embarazada.
G'/'ac — Pues hagan se las amistades luego.
Pin. — Y aun ayudaremos a descorchar los
platos antes que la vianda se enfrie.
Lib. — Pues anda, madre, <|ue subo delante.
Mar. — Agora que hay terceros, quiero me-
ter las cabras en el corral a este panfarron, con
hazer de la enojada, pues tengo por qué, y de-
zir que me voy a quexar a Floriano.
Ful. — Paresce os que haueys Iieclio poco mal
en quitar me de hazer seruicio a Dios en quitar
malos del mundo?
Fel. — Y quién te hizo a ti Justicia de Dios?
calla, que no quieres mirar por la honra de lo
casa de Floriano.
Pol. — Por Dios, la honra estarla buena, fia-
da de quien no la sabe estimar.
/^«/. — Qué dizes, Polytes? y da me mi espa-
da, que no sé cómo te la fié.
Pol. — A la fe, a más no poder. Pero digo que
8¡ esto viene a oydos de Floriano, tú has echa-
do oy buena madrugada.
Fel. — Y aun por esso temo yo que Marce-
lia no vaya con quexas; que no cabremos en
casa con Floriano.
. Mar.— Esperad, pues, que yo os confirma-
ré en es?e temor. Liberia, da me presto mi
manto, porque ansi como estoy me voy a Flo-
riano.
Fel.-- Veys lo que yo dezia.' que agora trac-
ta de yrsc.
Ful. — Pues que no m¿ dexastes acabar la, es-
torualde la yda; si no yo la acortaré los passos
antes que allá llegue.
J'ol. — Esperad, que yo lo soldaré todo; que
aqui viene en mi manga vn paño, vn buen
acalla necios. A, señora Marcelia, pues yo no
fuy el malhechor, oye me dos palabras en esta
alcoba.
Mar. — Por amor de ti más que esso han-;
pero sea que me dexeys yr presto.
Fel. — Ay, señora, no te fies de esse barbipo-
niente.
Po/. — Pues mando os yo tener erabidia! se-
ñora, ues este no es lugar ni tiempo de largas
pláticas: cata aqui cincuenta ducados en oro to-
dos, y más esta librauca; y que Floriano te
ruega que luego comas esso, que por amor de ti
tomé trabajo de traer, que te embia ile su plato;
que por su mano me dio su mesmo i)lato que le
siruieron. Y por amor de mí que perdones los
enojos todos, y no se halile masen lo passado;
y de aquí adelante mira más por tu casa, y mira
que Felisino es muy tu seruidor, y harto ha
reñido a Fulminato; por esso baste ya.
Mar. — For amor de ti mucho haré, y digo
que no hablaré más en ello; y tú toma essas
quatro piezas de oro para guantes, y no porfies
en no las tomar, y perdona lo poco.
Pol. — Por amor «le ti las tomo. Y mira que
ninguno destos sabe nada desto; por esso, sal a
ellos, y dissimula, y cumple con todos.
Pin. — A, señora Gracilia, pues ya se ha de-
rramado el tropel i(ue estaña a la puerta, y
arriba ya callan con la paz, subamos a comer
del alboroque.
Grac. — Subamos luego.
Pol. — A, hermana Liberia, dame mis platos.
Lib. — En esta alazena están como los tru-
xiste.
PoZ.— Señora Marcelia, Floriano te eiubia
esto, con que combides a Fulminato.
Pin. — Esso me paresce bien.
Fel. — Y aun a mi me paresce que Fulmina-
to desmanche dos rucios o vno de a dos reales
para el vino y fruta tras la comida, y no se re-
pita aqui palabra de renzilla passada.
Pol. — Pues que quedays apareados tres por
tres, e yo sobro del juego, con tu licencia, se-
294
orígenes de la novela
ñora Marcelia, me voy, pues ya Liboria me ha
desembarazado y aun limpiado los platos. Y tú,
Fulminato, toma las armas, aunque de derecho
eran de la señora Marcelia.
Fel. — No passe la plática adelante.
Ful. — Pues cata, hermano Polytes, que estp
no buele en casa.
Pol. — Por mi parte queda scgiiro, y todos
quedeys con la paz de Dios.
Mar. — Pues en pago de que he hecho todo
lo que me has agora mandado, te ruego que
bueluas por la respuesta de tu embaxada, pues
el tiempo no da lugar a que agora tú te pares,
e yo no haga lo que he menester, que es comer,
pues aún estoy oy ayuna.
Pol. — Queda te a Dios, que todo se hará
como mandares. Pero mejor te ahorquen que no
te entiendo; ni aun mejor yo viua que tienes
remedio conmigo.
Grac. — Yo voy a llamar mi moca que raya
por vino, y lo que fuere menester, pues ya ten-
go los dos reales; y en tanto poned la mesa, que
no tardo nada, con ayuda de Dios, pues aún no
tengo gota en los pies.
ARGUMENTO DE LA SCENA XL
Hablando Belisea y Justina de sus cosas, sobreuiene Lucendo, y
queriendo tractar con la hija de effectuar de casar la, ella se
dize estar mala, por dilatar el térmlncí de la respuesta de lo
que el padre lo pide.
Belisea, Justina, Ldcendo.
[i?c/.]. — Dime, Justina, qué te paresce que
podra hazer agora aquel cuya memoria tiene
occupados todos mis sentidos? porque te hago
saber (pues ya no es tiempo dé callar te cosa)
que queriendo más recoger me, para más qui-
tar me de pensamientos penosos, el pensamien-
to que más me dexa atormentada es el que en
otra cosa no me occupa, sino en memoria de
Floriano: porque le amo y quiero, y con su me-
moria viuo, y su absencia me mata. Pero ay de
mí, que no puede mi poca libertad dexarme le
ver, ni mi recogimiento me le dexa hablar: mi
castidad me haze illicita su conuersacion, y el
amor querria siempre conuersar le; la honra de
la casa de mi padre me cierra sus entradas y
salidas secretas, que la sensualidad querria, por
manera que para más bien le querer me tengo
de aborrescer a mí y a mis cosas. Pero, al fin, yo
lo he querido, y Dios lo tiene determinado, y
ansí torno a dezir que soy suya, y que nunca
otro será señor de mi cuerpo sino Floriano,
que lo es de mi voluntad.
Just. — O, qué grande es el poder del amor,
que ansi desencasa vn compuesto bien concer-
tado y derrama vna voluntad bien ordenada!
Bel. — No me respondes, Justina?
Just. — Qué te responderé debaxo de la gran
compassion que te tengo, por la batalla que en
ti Aj de la sensualidad contra la razón, que
tiene temor de perder la posession de su seño-
río en ti?
Bel. — Pues con más piedad y con más razón
te apiadarlas de mi triste cora9on, que anda ya
a punto de su perdimiento, si bien supiesses
mi mal; el qual, aunque yo le passo, ni le sé ni
le entiendo, mas de que veo que el tú compa-
descerte de mí me monta nada, si el que tiene
mi coraron no se apiada del. Y como temo que
me oluida, no descansa mi voluntad, ni cessa
de pedir a mis ojos que se le pongan delante,
para que todas las potencias se auiuen y reco-
nozcan el bien de dónde les viene. E yo te digo,
Justina, que yo bien querria que mi voluntad
fuesse muy obedescida en esto; porque yo vien-
do le, pensaria que no me oluidaua, pues la ab-
sencia es madrastra del amor.
Just. — Quando el amor no es postizo, ni
cresce en la presencia, ni mengua en la absen-
cia, ni se varia con los tiempos, pues la volun-
tad y entendimiento de donde quiera huelan a
ver lo que aman. Y Floriano amar te, prueua lo
bien los tormentos que le causaua tu amor; y
dessear te, bien tengo yo por mí que cuenta los
momentos hasta verse en la hora; y visto de-
lante de ti, presumo que aun apenas creo, por-
que dizen: que lo que mucho se dessea, no se
cree aunque se vea.
Bel. — Pues que ansi me aseguras del temor
que yo pedia temer, e yo lo estoy bien de que
él no deue tener duda de que le amo y jamás
le oluido, qué te paresce que haremos en lo que
esperamos de nos ver? Pues ni yo le podré do-
xar de amar como a señor y amigo y marido,
ni podré hazer por él cosa que passo tuerca de
la razón en guarda de mi honra y honestidad.
Just — Pues que estamos a solas, para qué
tendré la boca llena de agua, en no te dezir lo
que, por hauer bien pensado, no será possible
callarlo, vista occasion de dezir te desengaña-
das verdades?
Bel. — De esso huelgo, y no esperes de mí
más licencia, sino que sin saina me digas lo
que te paresce libre, que yo deuo hazer tan
captiua.
Just. — Digo que no presumas tener las cu-
bas llenas, y las suegras beodas. Y cata que si
le amas marido, que toda eres suya de justicia
muger. Y si te honras de lo vno y te huelgas
de ver le y querer le, huelga de obedescer le.
Pues mal meresceras la honra de su muger, sin
tener él el prouecho del matrimonio, pues dizen
que honra y prouecho no van en vn saco.
Bel. — Bien dixeras (que ya te entiendo tu
intento) que honra y prouecho no van en vn sa*
co, quando el prouecho no deroga a la honra, y
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
295
quando la honra t el prouecho son de too. Pero
agora tú quieres ascribir me a mí la honra (y
tienes razón que lo es en ser suya) y a él el pro-
uecho en el gozo.
Just. — Pues bien sabes que quando velan los
nonios les dizen que serán dos personas en vna
sola carne. Porque quiero que oyas, que bien lo
sabes ya, que la honra y prouecho de tu mari-
do es tuya, y la tuya de tu marido juiíta-
raente.
Bel. — Bien has hablado; pero cata que la
honra es cosa muy vedriada, y muy sotil, y muy
frágil, y junto con esto, la que haze immortales
los hombres, la que los haze de estima, la que
les da imperios, la que los haze ser seruidos,
pues vemos que los antiguos por sola la honra
arriscaron quanto fuera de ella tenian.
Just. — Ansi es que la honra, mayor conten-
tamiento da al hombre que qual([uier temporal
otro prouecho. Pero tornando a mi intento,
nunca la muger pierdo honra con su marido, de-
baxo deste vinculo de dos voluntades, no se te-
niendo respecto a otra disparidad, como es si
él es de mucha estima, y ella de baxa ralea, o al
contrario; o el vno en estremo pobre, y el otro
muy rico; o en las qualidades del alma, quando
el vno Moro o Judio, o muy vicioso notoria-
mente, y el otro notoriamente contrario de aque-
llo. Pero donde no ay estos estoruos, quando
dos personas que van a las parejas, que solo ay
la differencia en ser el vno hombre y el otro
muger, se ayuntan, como concurre Dios en
aquel vínculo para hazer vna persona de dos vo-
luntades que eran antes y después se tornan en
vna, allí ay mayor honra de entramos quanto
más entramos son solo vno. Y con esto baste;
porque no soy tan desuergon^ad ! que tenga vo-
cablos más claros; que más vale vergüenza en
cara sobre tal vínculo hecho, que no manzilla en
corayon con tan no castos pensamientos y tan
desasosegados desseos.
yié/. — Embuelues tantas razones para con-
cluyr lo que C[uieres, que algunas vezes como
de los cabellos traes la razón para que aprue-
ue tu justicia. Y por tanto, ya no quiero sino
que, pues siempre me lo persuadiste, me acon-
sejes cómo se concluya de manera que lo que
a Dios es notorio que passa entre nosotros sin
su offensa a mi parescer, sea público alas gentes
sin escándalo y de manera que entiendan jun-
tamente ser guiado por Dios, pues sabes que no
sólo el buen nombre le ha de buscar hombre con
Dios, pero aun con las gentes.
Just. — Y aun es ansi que el buen nombre
vale más que toda riqueza, y que éste más tarde
se cobra delante las gentes, y aun más presto
se pierde con ellas, que no delante Dios, pues
el vno mira más en la voluntad, y los otros aun
calumnian las buenas obras* Pero lo que rae pa
resce en estotro es: que pues a las mugeres en
semejantes casos no se nos permite acometer, y
aun se nos dan auisos para guardar nos de no
ser acometidas como fiaras en la resistencia y
muy impugnadas en esto a la virtud, y al hom-
bre como más libre, lo vno y lo otro lo es per-
mitido, digo que Floriano te pida por muger a
mi señor Lucendo tu padre; que como ello )a
esté hecho, y Dios lo ha encaminado, él locon-
cluyra, y hará que el viejo, veniendo en ello
Dios, se sirua, y vosotros gozeys, y el mundo
lo loe, pues no hay disparidad de las que arri-
ba ya dixe en entramos. Y aun más digo, que si
quieres la cosa más breue, y mandas, yo lo ha-
blaré a tu padre, auncjue bien sé que arrastro
paño de tan alto negocio para tan baxo dele-
gado.
iiel. — Lo que yo quiero que tú hagas, es:
que tú como de tuyo lo persuadas a Floriano
esso.
./i<sí. --Que lo haré venida la hora. Pero alli
viene mi señor solo; asuadas que venga a te ha-
blar en casamiento; porque hoy han estado con
el dos señores, los más altos (leí reyno, que sé
que teniati hijos, que te recibiría por muger
qualquier de ellos.
Bel. — Ay, Justina, si vieres que me quiere a
solas, busca occasion con que nos diuidas pres-
to; si no, yo soy perdida.
.Just. — Pierde cuydado Pero cobra le en es-
tar sobre aniso en que no te cace en algo de
Floriano; que ya sabes qué sabio y sagaz padre
tienes.
Luc. — Qué hazes, hija, estás buena?
Bel. — Por cierto, señor, que aún no he tor-
nado bien en mí desde estotro dia.
Luc. — No me marauillo, hija, porque tú eres
delicada, y el mal que entra poco a poco, sale
de tarde en tarde. Siempre ten cuydado de mi-
rar por ti, y no salir de los consejos de los mé-
dicos, para no tornar a recaer. Sienta te, hija,
en tu estrado, y tú, Justina, sal te allá fuera.
Ya sabes, hija, cómo Dios lo manda y natura-
leza inclina a los padres en el cuydado de la
prouision de los hijos; en especial de aquellos
hijos que la naturaleza más desnudó en su nas-
cimiento. Porque vn paxarito, después de saca-
dos los hijos, on muchas cosas no tiene menes-
ter mirar por ellos, como es el vestir los, el lim-
piar los, ni el enseñar los hablar ni andar, ni dezir
les lo que han de comer, porque con sólo traer
se lo mientras no son para yr por ello, naturale-
za y la necessidad les dize quál coman y quál
dexen, y vn animal por su mesma manera, cada
vno como es. Pero al hombre, con dar le Dios
esta excellencia de tener vso de razón, le hizo en
lo demás menesteroso de las abundancias age-
nas; porque de ageno viste y come y caifa, y aun
no a todos se les da el saber lo buscar, y halla-
296
orígenes de la novela
do, guardar lo. Y si el cuydado de los hijos ansi
pende de los padres, mucho más carga y solici-
ta el de las hijas, como más menesterosas. Y
como vno destos cuydados sea dexar en estado
las hijas en que puedan seruir a Dios, ansi yo
con esta obligación natural, como por el gran
amor que te tengo, quito de mis proprios cuy-
dados muchos ratos del dia, para dar lugar a
los que me vienen de contino, de verte ya en mis
dias en estado del matrimonio puesta. Y porque
ya muchos de mis vezinos han caminado tras el
pendón de la muerte, y no sé quándo a mí me
llamará su trompeta, cierto de que no he de
quedar, incierto del quándo tengo de yr, que-
rría te, hija, dar antes mi bendición con tu
compañero en el thalamo conjugal. Muchos de
grande estado al mundo te me piden, y a nin-
guno (aunque muy importunado) he dado sí ni
mano, porque te querria emplear (como theso-
ro que yo más estimo después del alma propria)
muy a mi honra y tu contentamiento. Porque
en todas las obras políticas del hombre humano
hauria de hauer voluntad del que las obra, y en
especial en este estado, que con paz es de gran
bendición, y contra voluntad tomado, y en
desgracia, es gran seruidumbre y vida peor que
de galera. Por tanto, sin me detener más dias,
me di tu deliuerada voluntad en esto, porque
sobre aquella asiente yo la mia, en la conclusión
de lo que ya tanto y tantos me molestan. Y
cierto si en alguna cosa me paresce a mí hauian
de hazer su querer las hijas, hauria de ser en
esto; pero hallo que por las leyes diuinas y ca-
nónicas y ciuiles las constriñen a no salir de la
obediencia de los padres. E por esso aprouan-
do lo por bueno, tú harás mi voluntad en que
me digas la tuya luego.
Bel. — Siendo yo la hija que más deue a su
padre que de mi manera liaurá en esta vida,
nunca Dios quiera que comience en mí el exem-
plo de la ingratitud y mal consentimiento en el
no te obedesccr muy por entero a lo que rae
mandares. Porque si otras hijas son obligadas
a sus padres porque son padres, yo a ti porque
eres padre y madre, y señor y regalador y abri-
go mió. Pero más pienso que meresceré delan-
te de ti en hazer tu mandado en esto, en forjar
me a querer hallarme sin ti vn hora, que no
por otras causas que la honestidad suele moner
a las honestas hijas, en obedescer a sus buenos
padres. Y ansi sepas que qnando me dieres ma-
rido, le tomare'; quándo me metieres monja, lo
seré; y quándo me mandares yr de tu casa, yre;
y quándo quisieres que no vaya, no yre; aun-
que tanto más mejor te obedesceré en que quie-
ras que no te dexe, quanto menos regalo espe-
ro tener sin tu presencia. Pero más quiero como
hija hazer tu voluntad, que como regalada des-
sear mi contentamiento. Y ansi como no deter-
mino de dezir nó a cosa que tu voluntad sea,
ansi no te quiero sacar condición alguna, por-
que en apartar me de ti hallo la mayor pérdida
que jamás hija perdió, y en no hazer tu volun-
tad sería la más de culpar del mundo.
Zmc — Has hablado, hija, tan prudentemen-
te, que con tu sí tan libre que me das me dc-
xas más captiuo mi querer al tuyo. Y ansí te
prometo al amor que te tengo: que tractan-
do esto, no te mire como hija en te mandar, si-
no como a muger en no hazer cosa sin tu ex-
presso consejo y contentamiento. Y por esta
razón te quiero en particular dezír quiénes son
los que te me piden , y con quién soy más incli-
nado a cerrar en esta cosa: para ver lo que de
cada vno sientes.
Bel. — Ay, mezquina yo, que agora que en-
tramos en lo especial temo, que hasta agora todo
ha sido querer en general; y ansí no estaua yo
tan constreñida a declarar me con quién quiero
por nombre, y a quién no quiero.
Luc. — A quién dizes que te inclinas más en
lo particular? que no te oy bien. E ya te digo
que ni por dezir me tu parescer te tendré por
más atreuida, ni por hablarme claro por menos
buena y honesta.
Bel. — Señor, a Dios gracias, la poca contrac-
tacion que tengo fuera de con mi gente me
quita del vicio que llaman accepcion de perso-
nas, en tachar a vnos y aprouar a otros, pues
a todos los ignoro, y a todos quiero bien, y a
mí tengo por no merescedora del menor, y
más Suez que tu voluntad fuere de me dar.
Pero mira que viene Justina, y deue de que-
rer te algo.
,/«sí. — Mucho va adelante la plática: quiero
despartirlos.
Luc. — Quieres algo, Justina?
.Tust. — Señor, que mires que ha rato que se
apeó el adelantado mayor, y deue estar te aguar-
dando.
Luc. — Pues voy, que esta plática se con-
cluirá para la obra otro dia plaziendo a Dios;
queda te, Justina, con tu señora, y tú, hija,
mira que te solazes, pues de tu plazer huelgo
yo mucho.
Bel. — Yo te haré esse plazer de oy más.
Just. — Que te paresce, señora, quán a mano
tramé la mentira?
Bel. — Ay, que peor es si sale en balde, que
luego tornará enojado.
.Tust. ~ Entonces no faltará otra y otras diez;
en especial que ya él vino endenantes. Pero
como viene tantas vezes, no sé sí se tornó a yr
o no. Peo, cómo te ha ydo?
Bel. — Qué quieres que me vaya? Pues ya a
lo claro quiere eoncluyr de casarme.
.Tust. — Y qué le dixiste?
Bel.— Que no saldré de su mandado.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
297
Just. — Bien fue ansi; pero en lo particular,
de quién te nombró?
Bel. — Ya lo comencj-aua quando nos atajaste;
pero quedó que otro dia me lo dirá, para que
yo escogiesse quál mejor me agradasse a nii
parescer.
,/í/sí. — Agora te digo que está andado el
medio camino, y piensa que ordena Dios esto.
Yo auiso esta noclie a Floriano, para que sea
él vno de los que te pidieren, para que si a
bueltas de los otros te lo nombrase tu padre,
puedas ceirar con él, y ansi no se sentirá.
5í/. -Bien está; ansi se hará bien; enco-
mendemos lo a Dios todo.
ARGUMENTO DE LA SCENA XLI
Editando en palacio Fulminato y Felisino y Piíiel, tractando de
lo que acónteselo a Fulminato con Marcciia. sobreueniendo
Polytes y Lydorio, tractan de (¡ué cn«a sea la fortuna, y de^*-
pues se desparlen para yr se a apercebir para la jornada
de la noche.
Fulminato, Felisi\o, Pinel, Polytes,
Lydorio.
[/'<(/.]. — Agora qne, hermanos, estamos en
casa, quiero daros razón de lo que en casa de
Marcelia vistes que passó, que me haueyts pe-
dido que os diga.
Fel. — Como ya te lo hauianios pedido tan-
tas vezes, ya yo tomaua el tu callar por res-
puesta.
Pin. — Yo porque sospeché que fue sobre la
capa, callana yo ya; porque veo que no lo recibe
Fulminato de buen gusto.
Fel. — Agora digo que rae espanto de tantos
chismosos, y por esso dizen que el miel y la
mentira para el fondo tira; y ansi luego es al-
canzado vn mentiroso. Dicho me auian a mí,
pues, que anoche hauian capeado a Fulminato,
y aun que si no tuuiera buenos pies, que quica
con el capear fuera el caparle.
Pin. — Tirte a fuera: esso malo era. Pero di-
xeron me a mí que el dexó la capa por huyr de
dos garlones que le corrieron la zapata. Pero
como después yo mesmo la vi llenar al ladrón
que yo no pude alcanzar, y sacar la den casa de
^íarcelia, todo lo tuue por burlería.
Ful. — No en balde dijo Esopete a su amo:
que no hauia cosa más amarga ni más aguda
que la lengua. Y no en balde es dicho la
muerte y la vida está en poder de la lengua, y
que no ay peor cosa ni mayor pestilencia para
toda congregación pacífica que la lengua do-
blada que siembra discordias. Y ansi huelgo
que veays qué crédito se ha de dar a semejan-
tes flaquezas dichas de Fulminato de oy más.
Pues que si dexé la capa caer, fue porque no
cayesse el ánimo desseoso de alcanpar a aquellos
vcllacos, que senti por más sueltos de pies
que yo.
Fel. — A la fe, en tal caso poco es dexar la
capa. Pero dexando esto, nos di, qué auias con
Marcelia? que no ay quien os entienda a los dos
vuestras algarauias; vosotros os enojays, y os
coiifederays quando se os antoja.
Ful.— V aun essa más gracia me dio Dios,
que nunca muger me acabó de entender, porque
con ellas siempre os haueys de hauer bien,
vuestro derecho a saluo: de manera que si la
castigaredes, os tema y si la halagaredes, no se
os atroua.
Pin. — Y aun ansi dizen que la muger y la
sardina, de rostros en el fuego. Y aun que la
nmger y el fuego para que luzgan, a coces,
aunque esto tiene haz y enucs. Porque si la
muger se aueza al castigo, y os toma el pulso
hasta quanto os pese la mano, tiene ya, como
hecha a las armas, el ser c: stigada, por solo
dar os enojo y salir con la suya.
Ful. — A la fe, no la dexar criar malas cos-
tumbres desde nueua; porque vna bestia mular,
cobrando vn siniestro, ella muere, pero no le
pierde: y ansi no menos es de la muger. Por
donde digo que el ser buena o mala vna muger,
todo consiste en .'■aborla tractar a los principios,
que la hazeys a la carga de vuestra voluntad.
Pin — Pues dessa manera, cómo quieres tú
apoderar te, con Marcelia, que la comentaste a
entrar al cabo de Dios os saine? porque ni le
podras ya quitar la marca del que la selló pri-
mero, ni las costumbres en que ya se ha criado,
y madurescido, y aun comentado a enuejecer,
ia pienses quitar, pues ya en ella mudar cos-
tumbre es le a par de muerte.
Fel. — Y aun por esso me paresce a mí que
haze mal Fulminato en querer domar ya yegua
con potranca, tan grande como la madre; en es-
pecial que no la tiene tan por suya, que con tales
tractos no le cambie por otro ({ue la regale.
Pin. — Más (juifa está ya hecho, porque no
la veo yo tan buena de contentar, que con la
ordinaria prebenda de Fulminato se mantenga.
Pues hartar, bien vemos que es por demás, pues
es nniger, y no vieja, y suelta; que diz que buey
suelto bien se lame.
Ful. — A la fe, en .sólo el ajietito hambriento
de recebir y pedir la he hallado siempre suelta.
Pin. — Pues cómo, y agora sabes que la
muger es vn género de animal imperfecto, que
para suplir su imperfection en lo vno, siempre
dessea al varón como la tierra al agua? y no
sabes que ansi abre las manos al tomar, que no
sabe tener rienda en el recebir? Y no me pidas
más de que sea vra muger auarienta, que yo te
la vendo por viciosa y confusión de toda virtud;
y si esto no es ansi, diga lo el señor Lydorio,
pues lo traxo Dios a tan buen tiempo.
298
orígenes de la novela
• Lid.— Qué es lo que tengo de dezir?
Fel. — Que estaua prouando Pinel que el
vicio de la auaricia es muy peligroso, mayor-
mente en las mngeres: esto te preguntan si es
ansi?
Lyd. — Digo que dize muy gran verdad, por-
que ansi está escripto: que la rayz de todos los
males es la cobdicia. Y aun ansi dize el sabio:
que no ay mayor maldad que amar el dinero; y
en tanto es malo el vicio de la auaricia, que es
contado por idolatría, que es dexar de adorar
al criador, adorando la criatura.
Ful. — En ley d3 christiano no ay peor mal.
Lyd. — Pues esse tan grande, le causa la
auaricia en el hombre, como vicio más detesta-
ble de los otros vicios, porque donde asienta
roba todas las virtudes, y donde él está ay ti-
niebla, y este vicio es vn nublado de las virtu-
des, que todas las absconde. Y ansi aquel
potente Marco Crasso amató en sí muchas vir-
tudes que tuuo con solo ser auariento. Y aun
es vicio que, con hazer robar lo ageno, haze al
que lo ha robado ser robado y énagenado de sí
mesmo, por ser esclauo de la riqueza que ha
robado y tiene; y ansi dizen que el auariento
más es tenido de la riqueza que la riqueza del.
A esta causa muchos de los amadores antiguos
de la sciencia desterraron de sus academias la
riqueza, por poder aposentar la sciencia; y de
sus casas lan9auan el thesoro, por encerrar el
sosiego; y de sus personas alongauan el amor
del dinero, por se hazer amadores ricos de la
virtud.
Ful. — Si las cosas hauian de yr medidas por
esse pesso, a pocos conuenia el pesso de la mo-
neda, y menos a la muger, por lo que yo me se'.
Lyd. — Ansi es, que a todos es dañosa la
auaricia, y a la hembra es pestilencia, y aun
pestilencia de las modernas, que no las hallan
cura los médicos. Porque dad me una muger
auarienta, y no me nombreys virtud que le
quadre, ni vicio que no aya en ella, o se presu-
ma hauer. Porque si es mo9a y hermosa y
auara, yo os la daré más común que el pan en
la pla9a y los abbades en las iglesias; y si es
fea y mo9a y auara, potajes haze de su persona,
y embustes para contentar los hombres, para
ganar les la moneda, que no se pueden nombrar,
porque faltaría tiempo, ni se deuen dezir, por
la reuerencia de las que son buenas.
Fel. — Y aun cierto oy en dia gran acata-
miento se deue hazer a vna muger buena.
Lyd. — Y aun en tanto se deue estimar la
cosa, quanto con más dificultad se halla; por-
que sin perjudicar ninguna en particular, mí
opinión es: que pocas ay que quieran dexarse
caer a la mano del hombre, que no quieran que
es de. Y si no lo sabeys: quántas casadas y ri-
cas, y que tienen hechos los maridos a mandado
suyo y muy a su mano, y vienense a pegar a
vezes con vno que es asco verle?
Pin. — Que digo, señor (hablando con per-
don) que aunque los maridos sean muy viles, y
los amigos muy lo9anos, y muy a desseo y con-
tento de ellas, y ellas en estremo ricas, siempre
quieren doblada substancia, que es la del mari-
do en todo, y la del amigo, en el cuerpo y en la
bolsa. E ya que les falte buena color para pedir
a les pobres, que lo han de lazerear por darlo a
ellas, que les sobra, a lo menos toman acha-
que de pedir con dezir: dad me qué trayga pur
vuestro amor.
Ful. — Por el cerrojo de Burgos, que hablas
como experto.
Fel. — Asnadas que en tales andolencias se le
desgaja a él el partido.
Pin. — Sea lo que fuere, cada qual siente sus
duelos, y Dios remedia los de todos. Y di, se-
ñor Lydorio, hasta concluyr tu plática, porque
si no tractas de todo género de mugeres, inju-
rias las vnas y abonas las otras: porque, a mi
ver, más presa haze la auaricia en los viejos,
aunque no alcan90 el por qué.
T^yd,. — Porque como les va faltando el mun-
do en el viuir, querrían tenerle (como dizen)
por los cabe9ones, y buscan la virtud adquisita
terrena, como les va faltando la virtud natuial,
y ansi todos guardan; porque como ellos van
faltando ya al mundo, ansí piensan que todo les
tiene de faltar a ellos. Y por tanto bueluo a mi
intento, que la auaricia en la muger, y muger
vieja, es más peligroso mal, porque la haze em-
baidora, hechizera, alcahueta, y amiga y aliada
del demonio.
Ful. — Y aun pese a tal con las que desde
temprano aprendieron todos essos officios.
Pin. — Aj te duele aún? pues con tu pan te
lo comas, que a la verdad ello es ansi ; que como
ay oy en día imitadores de los virtuosos pas-
sados, también ay remedadores de los viciosos
antiguos.
Lyd. — Y aun para el remedar los viciosos
más precipites son las mugeres; y para intentar
vn vicio qualificado. Porque quién de los hom-
bres intentará hechos procaces y nefandos y
feos y malos en todo genero, como muchas de
las mugeres de los siglos primeros? Y porque
calle los que en historias sacras son referidos,
por la grauedad y magostad de las sacras escri-
turas, quién, empero, yguala con la auaricia de
aquella Tarpeía, siendo donzella y recogida, y a
quien no faltaua cosa en la casa del alcayde del
Capitolio, su padre? Pues no diremos que an-
dando por el mundo aprendió tanto que con
auaricia pudiesse poner a Roma en el estrecho
que la puso. Quién por tan poca cosa hiziera
tan gran mal como Eriphile, en vender al ma-
rido tan bueno y tan estimado, y que tanto ia
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
290
quería? Quién hiziera, con suzia carnalidad, lo
qne Pasiphae, rauger del rey Minos? Quién con
saña veiigatiua per))etrara lo que las dos her-
manas Progne y Philonjela? Quién por solos
amores, aun no gozados, ni aun más laudados,
con solo ver el amante, y aun desde laxos, se
dexara prender de la yerna de flecha de amor
en la manera que Scylla, para executar su ve-
nenosa ponzoña en cortar la cabera a su viejo y
dormido padre el rey Niso? Quién se atrenicra
a lo ({ue Myrrlia, enamorada de su padre Ci-
nara? Quién pudiera abatir tanta gloria de re-
yes, y desolar tantos reynos, y acocear tanta
gloria de famas de monarchas, como el mal go-
uierno de la persona de (Jleopatra en Egypto?
ni Helena en Troya y Grecia? y si concluyniüs:
con la nuestra Cana en España? Es nunca aca-
bar escodriñar libros en buscar exemplos, para
probación de cosa en sí tan notoria.
Ful. —De aqui infiero yo, para salir de la
plática, que tenian razón los antiguos en tener
l)or cosa de gran tomo y poder a la fortuna,
pues podia y bastaua a fauoresccr a que perso-
nas tan effeminadas y suezes y flacas saliessen
poderosamente con hechos de tanto mal y daño,
como las antiguas que Lydorio ha contado, y
como (') muchas de las modernas que yo me
sé, que tracto con gente (}ue las sabe y las haze.
Pues más agudo tiene el ingenio vua mala
hembra para cien males {}) que diez varones
para intentar de repente vn mal, y vn caso feo,
y vn hecho espantoso a los buenos, y temeroso
a los flacos.
Fel. — Pues por Dios que tú. Fulminato, le-
uantaste plática cuya consideración muchas ve-
zes me tiene atónito: ver quán dispares cosas
encamina la fortuna.
Pin. — A la fe, los males encamina los la as-
tucia del nuestro enemigo, y accepta los y aun
obra los la nuestra })ropria, y los bienes encami-
na los el gouierno y i)rouidencia diuina. Porque
si yo quiero y Dios quiei'c guardar me, ni basta
vna fortuna imaginada, ni muger artera, ni aun
el diablo tan poderoso, para derrocarme a vn
mal que sea daño del alma, ((ue en lo demás
temporal callo y subjecto me al parescer de los
sabios en esto, y a la iglesia en la fe.
Lyd. — Tú dizes bien, Pinol: que la escusa
que no los escusará a los que no quieren en-
mendarse del mal, es dezir que lo hizo el de-
monio, que fue su hado, qu'.' lo gouernó ansí la
fortuna, que fingidamente era deificada de los
insipientes y ciegos antiguos, teniendo la por
diosa, con otros muchos mentidos dioses que
ellos inuentauan a sus propósitos cada vno.
Pin. — Pues porque vno de los bordones co-
•(') En el oriñinal, por errata, con.
(^) En el original, para fn.
muñes de los enamorados que hablan de sus
amores escriuiendo o trobando, luego a mano
tractan querellas de la fortuna, nos di, señor
Lydorio, algo de la fortuna.
Li/d. — Digo que más querellas forniaria ella
de ellos si supiesse quexar se.
Ful. — Pues ((ué cosa es, que tanto de ella
hablamos, y tan poco la conosceraoe?
Liid. — Según el error de los antiguos, ella
era vna de sus dioses mentidos (como ya dixe)
y fingieron la que gouernaua a su libre ([Uerer
este mundo, y traya los hombres en vna volu-
ble rueda asentados, por manera que al que le
plazia, boluiendo su rueda, baxaua, y al que le
pla/.ia leuantaua; a vnos daua lo que a otros
jn-iniero ((uitaua, y a vnos vestia, desnudando a
otros.
Ful. — Esso a cada passo lo vemos, que ran-
chos que no merescian la sal que comen, les so-
bra el bien, y otros que lo merescen y son para
ello no tienen vn pan; y vnos bien siruiendo no
medran, y otros crescen sin por qué como es-
ponja, con no ser para dar migas a vn gato,
porque salga cierto el vulgar: que da Dios ha-
uas a quien no tiene quixadas. Y ansi como pa-
rezca (juc estas sean obras de fortuna, cierto,
como no guarde la justicia en su distribuyr, no
deue de ser buena cosa.
Lijd. — La fortuna es vn súbito y no pensa-
do caso de las cosas que suelen acontescer.
Fel. — V aun ansi, veo que la fortuna es vna
manera de feria, que cada merchan habla de ella
como en ella le fue. Porque la fortuna por mu-
chos es llamada, por otros culpada, por muchos
desseada y por otros huyda, por muchos loada
y por otros muy reprehendida; por muchos hon-
rada y, por otros baldonada y menospreciada y
tachada; [)or vnos es tenida por ciega, vagabun-
da, inconstante, varia, incierta, fauorescedora
de indignos, y entmiga y contraria de buenos y
valerosos y animosos; y \)0T otra parte, si la mi-
ramos la veremos en sus effectos totalmente
contraria de todo esto.
A'/f/. — Todo esso y aun más cabe en el ser
sin ningún actual ser de la fortuna. Porque a
las vezes vence la potencia do mil y el consejo
de ciento, con sólo vno; y amata la juventud, y
anima la edad decrepita, según le plaze; y ansi
la llama vn poeta inconstante, frágil, fementi-
da, deleznable. Y por tanto, los antiguos, que
la adorauan por diosa, la fingieron como don-
zella, ciega y con alas, y dauan le vn cuerno o
bozina en la mano, para tocar le como a monte-
ria, y con él derramaua oro por vna parte y es-
parzia sangre por la otra. Y dauan le en la otra
mano vn gouernalle de nauio, y ponian la vn
pie sobre el ([ual se sustentaua, puesto sobre vn
ancora, y en a([uello declarando sus atributos
que ellos le dauan, entendiendo de ella que go
300
ORÍGENES DE LA NOVELA
uernaua el mar y la tierra. Porque tenia vn pie
en el ancora, y el otro encarainana a poner so-
bre la tierra, sin llegar con e'l al agna. Y que
daua riquezas a viios, y afanes y nuiertes a otros
de los que seguian tras su llamado. Y llaniaua
a son de raonteria, por la inconstancia que ella
en sí tenia, y el poco sosiego que tienen los
hombres que andan en la monteria occupados,
y por la incertinidad que a manera de ca^a,
inciertas son las ganancias de la ca^a, y vn
muy engolosinado afán de incierta posession
de lo que muchas vezes buscando, o no pueden
descobrir lo, o sólo lo pueden ver, y las menos
vezes cobrar. Pintauan masa la fortuna ciega, o
bendauan la los ojos, significando que los fauo-
res o riquezas o afanes que daua son por vn ca-
í-o fortuyto y por vn acaesciniiento no pensado.
Pero esto que ellos llamauan fortuna, y algunos
llaman por nombre de hado, que también los
ciegos gentiles, cuydadosos de buscar dioses, y
descuvdados de conoscer al Dios criador verda-
dero, venerauan las hadas que ellos llamauan
Parcas por diosas hijas de la diosa de la neces-
sidad; porque les dauan poder aun sobre los
otros dioses, en lo que ellas disponian quanto a
la gouernacion de los hombres y del mundo. Y
ansi dezian que lo que ellas tenian determinado
entre sí, que de necessidad acontescia, y no por
puro acertamiento. Pero esta fuerza o poder de
los hados no tiene más ser ni más poder (co-
mo ni el de la fortuna), ni más eran de en quan-
to los qne las venerauan les querían dar. Por-
que desde siempre que ay cosas causadas, han
de tener principio en la causa primera, y todas
las cosas que en sí tienen successo e orden na-
tural las dispone naturaleza imperada por Dios.
Y todo lo que se haze, qne su ser no sea priua-
cion (como es el pcccado), pero sea cosa que
tenga ser, en quanto es causado, procede de la
causa primera que es Dios, y es cosa ordenada,
la guia, y ordena, y dispone la diuina prouiden-
eia y saber infinito de Dios, o que por sí, o que
por sus causas generales, que en él tomaron la
tal virtud. Porque ni ay más fortuna, ni ay
más hado que fuerce al hombre a hazer lo que
en su libre poder consiste, ni es escusacion de
los que quieren larga licencia para peccar. dezir
que les forco el hado o la fortuna; que si bien
hazen, por Dios lo obran, y si mal, por sí mes-
mos. Puesto que quanto á las inclinaciones na-
turales, variamente son en los hombres: que
vnos son más inclinados a vn plazer o a vn vicio
que otros, y otros más a vna virtud que otros;
pero en solo esto, ni consiste el merescimien-
to ni desraerescimiento, ni es causa princi-
pal ni de nuestro bien ni de nuestro mal. E si el
paje no saliera ya a llamar me, más dilatara en
esto, porque es plática prouechosa a mancebos
que quieren saber oyendo y acertar sabiendo.
Fel. — Y aun ansi nos pluguiera a todos de
que fuera ello adelante. Pero desde agora te lo
suplicamos para otra semejante coyuntura y va-
garoso esp.acio como el que agora hemos tenido,
que no ha sido poco.
Pol. — A, señor Lydorio, Floriano llama a ti
y a Fulminato.
Ful. — Pues bien fuera que me embiara a de-
zir para que', para que de camino llenara mis ar-
mas si el caso lo pide.
Fol. — Anda ya, que baste la capa que de-
xaste caer huyendo, y la espada que yo te saqué
de la mano algún dia.
Pin. — O, pese a tal, que si te oyera, no cupié-
ramos en casa. Y tú anda luego a Marcelia,
que te queda aguardando, y rogo me que te lo
dixese; que creo que te ha hallado buen frega-
dero de su comezón.
Pol. — Pues ser le ha escusado pensar de ras-
car se con tal mano; ay está el brauo de Ful-
minato.
Ful. — Qué dizes de mí?
Pol. — Qae entres a Floriano, porque ya ha
entrado el camarero, y llamando os juntos,
pondrás sospecha en Floriano que te acouar-
das en la obra, si algo de tomo te quiere man-
dar.
Ftil. — Pues por quitar a él y aun a vosotros
de essos scrupulos, entro.
i^é/. — Pues, Pinel hermano, vamos a la
despensa y preuengamos los cuerpos antes que
por ventura los hallen flacos las armas, si nos
las mandan tomar.
Pol. — Y aun esso es lo acertado; yo también
entro tras Fulminato; que Marcelia, aunque sea
entendida, a lo menos no será de mí ni oyda ni
creyda ni obedescida.
ARGUMENTO DE LA SCENA XLIl
MarcoHa licúa la carta y ineiisaje de Floriano a Belisea, con la
qual y con Justina passa grandes pláticas sobre los bienes y
males que ay entre los casados. Va »e Marcelia a su casa, y
(|ueda Belisea con Justina, y lee el papel de Floriano. Justina
torna a persuadir a Helisea que concluya el nialrinionio con
Floriano. venida h noche.
Marcelia, Liberia, Belisea, Jostixa.
[J/ar.]. — Pues que ya claramente he visto el
desapegado amor que Polytes me muestra tan
al descubierto, ni yo en le aguardar más hago
mi prouecho, ni aun para lo que le yo quiero,
ya que venga, tengo buena esperanca del. Y
pues él tiene ya muger con quien cumplir y
niña y apropriada a su juuentud, quiero con-
tentar me ya del con lo passado, en lo por venir
perdiendo esperanca. Pues si con no se hazer
lo que queremos, esso hemos de querer que po-
damos, y ansi como ansi no lo hauia gana, dixo
li
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
301
la raposa. Yo quiero dar conmigo en casa de
Belisea, con la carta que traygo en el seno, de
Floriano, porque no es razón que tan presto a
dineros pagados le muestre los pies quebrado^.
Pero maldita sea esta rapaza, qué callejera se
ha tornado, que no para de ydas y venidas en
casa de Gracilia, que ni agora la veo para po-
der me yr, ni he tenido tiempo, ni ella ha pares-
cido para preguntar le qué fue de la capa de
aquel desuella caras. Voy me deaqui, que qui<;a
de camino le daré mala ventura.
Lib. — O, bendito Dios, que ansi se ha hecho
también que aun está mi madre arriba. Asna-
das que también haurá tenido occupacionos acá,
como yo en casa de mi prima con acjuel diablo
de ropauejero. Y no vistes el diablo quántos
rodeos traxo con mi prima, hasta ijue la hizo
quedar me sola con él? y aun que pienso que
también lo entendió mi prima como el que lo
negociaua. Y aun como yo, que no me pesó
mucho a la verdad, porque al fin aquello me
gané por el presente, y más mi sauoyana muy
a mi proposito, y guarnescida, que por lo menos
llena vna vara de raso, y la costa de la seda de
los pespuntes, y la hechura, que por mi salud
él me pagó harto mejor que vn cscuderote pey-
nado; aunque al diablo lo encomiendo si con
ser tan orgulloso, no me daua vn hedor de sí,
que a hadafina me pares.e que tengo de oler
toda esta semana. Pero pues tiene la persona lo
que le cumple, y a su prouecho, passar cochura
por hermosura; (jue á mi prima, pues le traygo
la Uaue de la puerta que le cerré, quando venga
por ella, si mi madre no está en casa, me tengo
de mostrar tan enojada, que con hauerse hecho,
yo quede por ser entendida, y ella quede espan-
tada de mí. Pero mi madre baxa, quiera Dios
que de camino no ayamos bregas por la capa,
que sabe Dios quánto rehuso este trance. Pero
al fin el otro se quedará sin ella, y el que la
llenó sin la loba, \ con mi madre no faltará con
qué la satisfazer, quanto más que pocos nubla-
dos duran vn mes, ni tales renzülas allegan
al año.
Mar. — De dónde vienes di.' nunca has de
parar en casa?
Lib. — Vengo de acabar de sacar esta lauor
de en casa de mi prima, antes que le Ueuassen
vn dechado donde está, que es agora nueua y
se la emprestaron, y muy de priessa, vna don-
zella que la hurtó a su señora por cosa muy
preciada.
Mar. — Pues di me, qué fue de la capa de
grana?
Lib. — Para qué, madre, buscas achaques de
reñir conmigo el mal de Fulminato? ya no diste
palabra a Polytes y a los otros de no hablar
mas en ello? pues ya el Fulminato la da por
perdida, pues en presencia de Pinel y de mi
prima y mia se nos coló el ladrón con ella, que
Pinel no bastó a le alcanzar.
Mar. — Pues paresce te que fuera mejor para
que tú te la cubrieras, que no (jue la hurtaran
por tu descuydo, ya que Fulminato la dexa?
Lib. — A la he, bien ansi: déxala él porque
más no puede, y aun por no se afrontar en dezir
que la dexó caer por liuyr de los otros; pero por
mi salud (jue no es tan franco (|ue si él supiera
que la teníamos nos la perdonara; y aun que
si él pudiera, y gente no viniera, (|ue él no lo
hauia oy sino por sacarte alguna moneda por
ella. V aun por mi salud, dexando todo esto,
que en ser suya no la vicsse nadie a mis cues-
tas, por(|ue ni era mi honra, ni él acabara de
caherir que fuera suya y me la hauia dado.
Ansi que, madre, más me quiero libre descu-
bierta que con capa de tanta subjection.
Mar. — Bien dizes, pues, hablando la verdad.
No te vayas de casa, y cierra tu puerta, y ade-
reza essa casa, y ten anisada a tu prima que no
te falte a la cena, pues la tendremos a discre-
ción a costa agena. \' no te descuydes de la
puerta quedar abierta, pues vale más que llame
quien viniere, y no estando yo en casa, a todos
puedes escusar la entrada, pues más hemos de
tener del ser buenas y honestas, porque al
mundo maligno y la vezindad sospechosa hemos
de ser recatadas. Ansi que anda, cierra, que lo
vea yo, que luego torno.
Lib. — Bien me ha querido Dios, pues tan a
mi saino se ha hecho todo; yo quiero entender
en aderezar mi casa, que a mí se me trasluze
que esta noche hauremos mi madre e yo tener
platos y aun camas dobladas. Porque según
veo, el despensero, si viene, no querrá yr fuera
a dormir, y si al compañero yo le albergo como
a Felisino la primera noche, sin que mi madre
lo entienda, como aun no ha imaginado lo otro,
vo andaré a las parejas con mi madre el camino
del plazer, sin gastar calcado del crédito de mi
integridad. \ si no fuere ansi, salga por do
saliere, pues al fin ella lo ha de saber, e yo no
lo tengo de dexar de hazer. Pues quiero, como
dizen, a tuerto o a derecho, que mi casa vaya
hasta el techo, como lo va la de mi madre; pues
bien aya quien a los suyos sale.
Jiel. — Qué hazlas agora, Justina.'
Just. — Estaña pensando cómo ñus ha de
sncceder esta noche, y cómo diré a Floriano lo
que le tengo de dezir.
Bel. — Y qué es esso que le has de dezir?
Just. — Que te pida por muger mañana en
todo caso.
JJel. — Y que aun toda via te paresce que será
bien ansi?
Just. — Tanto, que no me paresce consejo
mejor.
Bel. -Gata que estas cosas suelen salir muy
302
orígenes de la novela
a otro puesto que las encamina el desseo de los
que las tractan, quando a Dios le plaze.
Just. — Contra tal poder no ay lan^a en-
hiesta; pero aquí no pienso yo que vamos con-
tra Dios, sino con él y por él.
Mar. — Bien me lia encaminado Dios, que
no he visto ni he sido vista de cosa que ponga
estoruo; y pues ya me sé el por dónde, entro en
busca de Justina.
Just. — Señora, señora, cata dónde entra
Marcelia.
Bel. — Pues yo me entro a mi cámara; que-
da te y llena me la allá, pues que no ay por
aqui quien nos vea.
Just. — A la fe, señora, como ladrón de casa:
tan presto será contigo en tu cámara como tú,
pues ya ella viene dentro.
Mar. — O, qué buen encuentro, hermana Jus-
tina! pues y cómo huye de mí mi señora Be-
lisea?
Just. — Calla y anda y sigue me, que te quiere
en su cámara, pues esta sala es lugar común.
Bel.— O Marcelia , vengas por cierto muy
en buen hora. Cierra, Justina, essa puerta de
mi cámara, y torna te aqui conmigo, y tú, her-
mana Marcelia, te sienta aqui par de mí en este
estrado. Y di me, porque acortemos pláticas
(pues es tiempo éste donde entran y salen las
mugeres, y aun otros, a ver me) fuyste a lo que
te rogué en casa de aquel cauallero?
Mar. — Y luego de camino, y vengo de
buelta, que antes no me ha dexado preguntan-
do me cosas, vine a te dar la respuesta de lo que
hize. Que yo le di tu anillo, y él le puso luego
con muy grande acatamiento en el dedo del co-
raron.
Bel. — Pues qué hazia?
Just. — Torno me [a] apartar, pues que ha-
blas en secreto, señora.
Bel. —Anda, llega, que bien huelgo que seas
testigo del gozo que siento en hablar con Mar-
celia destas cosas; pero di me, qué hazia Flo-
riano?
Mar. — Señora, toma esse papel que a la
sazón que yo llegué acabaña de escreuir, que
lo que me dixo dando me lo, fue: Toma, her-
mana, y llena a mi señora este papel , para que
hasta que yo vaya a ver la y cumpla su man-
dado, ella tenga en qué se occupar en leer le. E
dirás le que le suplico enmiende lo que faltare,
porque yo no sé lo que en él va escrito, mas de
que estando meditando en la gloria de su pre-
sencia, la mano, adestrada por el entendimien-
to, yua escriuiendo sin yo peasar qué escriuia,
aunque bien sé que pensaua y meditaua en mi
señora; y sé también que la mano no sabrá es-
creuir cosa que no sea de mi señora. Ansi que
en esto podras ver lo que Floriano hazia, y en
lo que agora te doy en este papel verás asna-
das lo que él querría que tú hiziesses por él.
Y mira que ya te lo he dicho de mí para ti, y
agora te pongo por testigo a Justina, que no
me culpará Dios el no te hauer aconsejado: que
mires que (por honesta y casta que seas) ya él
es tu marido, y tú su muger, y entre el marido
y la muger, para que aya perfecto vinculo de
matrimonio, son menester las cosas que te
quiero dezir si me das licencia.
Bel. — Antes holgaré de oyr las, y Justina no
menos holgará, pues a ella como a mí le in-
cumbe saber las, y a ti que lo has tramado, y
tienes tan buen crédito de mí y aun de ella,
compete el dezir lo, que la falta de experiencia
a nosotras escusa no saber, y a ti obliga dezir.
Mar. — Pues que ya me paresce que, loado
Dios que lo encaminó también y lo acabará
mejor, lo tengo de hauer con entramas, digo
que entre el marido y la mujer, para que el es-
tado del matrimonio les sea bueno de llenar,
es menester lo primero, que aya la liga del amor,
y lo segundo el sí del consentimiento de las
voluntades en lo interior, y el sí de las prome-
sas en las palabras en quanto a lo de fuera. Y
es menester que tengan vn querer y vna volun-
tad y vn no para en lo malo, y vn sí para en la
virtud. Es menester que aya paz en la habita-
ción: porque donde no ay paz, no mora Dios; y
donde no mora Dios, no ay ni puede hauer bien
de perpetuidad.
Just. — Por cierto, en todo me paresce que
hablas sabiamente, y que no ay más que dezir.
Mar. — Pues antes quiero que sepays, pues
os tengo de hablar al claro, que si no ay más
que dezir en mí, que ay más que hazer en
vosotras.
Bel. — Y qué?
Mar. — Los effectos del matrimonio, en
quanto al ánima, y en quanto es sacramento,
digan lo los letrados castos y estudiosos. Pero
los effectos en quanto al ayuntamiento de las
personas, diré lo yo, que ya, por hauer passado
por ello, me veo con vna hija en mi casa viua
y otro hijo que me llenó Dios al cielo. Y creed
me, aunque entramas os mireys más. y os con-
comays más, y os compongays más: que mien-
tras los maridos no os descompusieren de vir-
gines, que ni saldrá a luz el por qué del
matrimonio, ni aun faltará en vosotras qué
dessear, y en ellos de qué se querellar, y por
esso dizen que antes que te cases, mires lo que
hazes. Y este refrán entiendo le yo ansi: que
antes que la muger o el hombre se casen, miren
lo que liazcn: que todo es en casa agena, y todo
será con peccado, y todo será malo. Pero des-
pués de dicho el sí la muger y el hombre, más
es menester el hazer que el mirar: pues, como
dizen, todo se cae en casa.
Bel. — No tengo por buena tu declaración,
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
303
ni aun por seguro tu consejo; que ya no quiero
dezir que no te hemos entendido adonde nns
encaminan tus razones, porque esso luí de hnzor
la muger, de que no tengan que la retralier.
Mar. — A la t'e, ya, señora, sobre mojado Hd-
uerú, según veo; porque, pues tú dixiste sí, pur
donde te llamen casada, muy annexo es el dezir
que liauras de salir preñada; pues en la preñe/,
de la casada no se hablará de que se empreñó,
sino de que dio sí por donde a i'llo se obligó.
Just. — Caro costaría si tras el dicho andu-
uiesse luego el hecho, pues más serian las arre-
pentidas, y aun las escarnescidas, que las esco-
gidas.
Mar. — Y aun sin esso y con esso son más
las arrepentidas, y quiera Dios que acabado el
meollo del pan de la boda, y hauiendo de entrar
por la corteza de los cuydados y sinsabores del
mantener de la casa, y seruir al marido, y con-
tentar a los hijos, y pagar los criados, no os
comience a salir el descontento. Pero porque ya
han tiicado a vísperas, y a mí el cuydado de la
casa me quita el reposo, y a vosotras el regozi-
jo que esperays os quitará el sueño, tú, señora
Belisea, me da licencia para me yr, y perdón
por lo hablado, si en algo tengo excedido, y
ruego te que no te arrepientas de no te hauer
aprouechado del tiempo, y con esto me voy, por-
que tú puedas leer tu papel, que te lleua las
atenciones en lo que te hablan. Y para el dia
de la boda no me despido de te venir presto a
besar las manos, y aun después a empañar los
hijos.
Bel. — Esso será como Dios lo ordenare; ve
con Dios.
Mar. — Los angeles queden en tu guarda, y
Dios me dexe ver te como yo lo he tramado y
desseo, para que me hagas continuas mercedes
como a vna dedicada a tu seruicio. Y con esto,
de tu licencia me voy a oyr vísperas y encumen-
dar estas cosas a Dios.
Bel. — -Ansi te lo ruego que lo hagas, pues
yo me tendré el cuydado de mirar por tus nc-
cessidades; ve con Dios. Tú, Justina, torna a
cerrar essa cámara, y ven acá. Dime agora qué
te paresce quán al descubierto me he liauido con
Marcelia en le oyr sus palabras, que algún dia
no se osaran dezir delante de tní?
Just, — Y aun por esso dizen que de sabios
es mudar paresceres, según la sazón y tiempos
lo piden. Porque créeme, señora. (|ue aunque
no le quise fauorescer en sus razones, pero bien
veya que no yua tan fuera de camino, que no
nosconuenciesse en sus dichos; porque ya que te
casas, has de hazer, no lo que quieres, pero lo
que deues. Pero porque en esto está ya harto
hablado, te suplico que, pues estamos a solas y
hauremos menester el tiempo que nos queda, de
occuparle en dormir vn poco antes de media no-
che, porque no andemos desueladas después,
según lo poco (|ue esperamos dormir de media
noche adelante; por tanto, me da essa carta o
papel para que yo te le lea', y tú le vayas pre-
meditando. Y aunque te parescera (pie pido
mucho, pero pues ya te tornaste a encerrar con-
migo, y no es razón de estar muclio sin le leer,
y tú leyendo le querrás después darme parte de
lo que diga, da me la luego en que yo te le lea,
porque tu entendimiento ande más libre enten-
diendo lo que y(j leyere, y lo que tu buen espo-
so estaua en ti meditando a solas.
Z.*e/. — Aunque hago mal en poner su letra
en otro poder, pero porque, como dizes, tú le-
yendo, yo vaya mejor gustando, toma, y loe me
lo muy de tu espacio, y según la autoridad de
la escriptura lo requiere, y mi contentamiento
dessea, y el tiempo nos da lugar a ello, pues no
ay quien nos estorue. Y quiero, Justina, que
agora muy del todo acabes de conoscer lo mu-
cho en (jue te estimo, y lo mucho que fio de
ti, pues te doy parte de mis cosas, y las pongo
a tus ojos que las vean antes que yo, y a tu len-
gua que me las relate antes que yo las aya gus-
tado,
Just. — No quiero de nueuo rendir te gracias
de esto, pues no bastaré a ello; pero porque no
se pierda tiempo, de que tengas que te arrepen-
tir, oye, que la letra es muy bueiuv y legible y
clara, conforme al entendimiento del que la
notó, que dize ansi la letra, que me paresce, se-
ñora, que es en troba.
CONTEMPLACIÓN DE FLORIANO EX ABSEN'CIA
DE 8U SEÑORA
Dama de merescimiento
a mis ojos más hermosa,
gloria de mi perdimiento,
aliuio de mi tormento,
de flores de damas rosa;
Esperaii(;'a de perdidns,
ganados en os amar,
pues despertays mis gemidos,
leuantad vos mis sentidos
para que os sepan loar.
Hizo os Dios tan robadora
de coracon^s humanos,
que vos quedays por señora
de a(juel que os viere a la hora,
y él se queda en vuestras manos;
Y ansi yo, vuestro captiuo,
pues miraros meresci,
con dichosa muerte vino
y por gran gloria reciño
por vos me oluidar de mí.
Porque en ver os, si quedara,
fuera de vuestra prisión,
a mí mesmo condenara
304
ORÍGENES DE LA ÑOVELA
y de mi poder quitara
este vuestro coraron.
Porque quien de vos partiere
libre de vuestfa cadena,
no sé qué más muerte quiere
que el rato que en sí viniere
fuera de cárcel tan buena.
Ansí quiero que sepays
que no me es de agradescer
por dezir que me matays,
pues más gloria en mí causays
quanto es más mi padescer.
Pues por vos los amadores
tendrán gloria en ser vencidos,
venturosos mis dolores,
pues en la prisión de amores
soy de los esclarescidos.
Hizo me Dios venturoso
en ver vuestra hermosura;
gano nombre victorioso
donde quier que dezir oso
he volado en tal altura;
porque vista mi baxeza
de quien ve vuestro poder,
mirando vuestra grandeza,
dirá que vuestra alteza
puesta en mí se va a perder.
Y ansi ruego no mireys
a vuestro merescimiento,
porque no os apiadareys
deste que morir vereys
en tan dichoso tormento;
Mas mirad la obligación
que posistes en mirarme,
para quedar yo en prisión ,
donde pide la razón
que dessee no librarme.
Porque más seré perdido
quanto por mí me cobrare,
y en más gloria soy subido
y más soy fauorescido
si por vuestro me nombrare.
Pues terneys cierto de mi
jamás os poder dexar,
dama más linda que vi,
no os offendays vos en mí
queriendo me castigar.
No me juzgueys lisongero
por dezir que me matays;
que de mayor muerte muero
porque no mori primero,
y esto os ruego me creays.
Y si por esto os paresce
que deueys de castigar me,
dad la pena que meresce
al que por vuestro se offresce,
y luego mandad matar me.
Porque vista la occasion
que tengo para quereros.
fue for90sa mi prisión,
obligando mi razón
a ser vuestro luego en veros.
Y ansi vos podeys hazer
como cosa vuestra en mí;
mas si a mí pensays perder
sin a vos en mi offender,
catad que no será ansi.
Mandastes que a veros fuesse
aunque no hauia que mandarme;
que quien vuestro rostro viesse
no es possible no se os diesse
por vuestro, qual quise darme;
Mas mirad lo que mandays
y mirad lo que podeys ;
que si la mano no al9ays
al tormento que me days,
muy presto me perdereys.
Y aunque pensays que en perderme,
linda dama, no perdeys,
si sin vos podeys hauerme,
fácil os es deshazerme,
mas tal no me hallareys;
Porque yo sin vos no viuo,
y en vos no puedo morir,
cárcel de libre captiuo,
pena do gloria reciuo,
dónde yre sin vos no yr?
Vos, dama, soys mi esperanza,
vos mi muerte, vida y gloria,
vos mi bienauenturan9a,
vos de mis males bonan9a,
vos pinzel de mi memoria;
Yo sin vos soy el perdido,
yo sin vos el que más muero,
yo sin vos el mesmo oluido,
yo sin vos el mal nascido,
yo sin vos quien mal me quiero.
Vos sin mí de más valer,
vos sin mí más sublimada,
vos sin mí soys de querer,
vos sin mí soys de temer,
vos sin mí soys adorada;
Yo por vos soy muy dichoso,
yo por vos quien resuscita,
yo por vos vanaglorioso,
yo por vos el más gozoso
que en casa de amor habita.
Y pues tal por vos me veys
y sin vos yo tal me hallo,
ni vos mi muerte querreys,
y aun dezir que no podreys
matarme, oso affirmallo;
Lo vno, pues vos hallays
en vos, dama, mi viuir;
también porque os engañays
si de nueuo vos pensays
matar mi viejo morir.
Por tanto, mi nueuo amor.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
305
despida m¡ nueua muerte
tu grande nueno fauor,
contra mi nueuo dolor,
de nueuo causado en verte;
Y aunque yo por verte muero,
más muriera en no te ver:
que aunque asi muero, no muero,
pues muero al viuir primero
que viui sin tuyo ser.
COMPARACIÓN
Mi triste viuir passado,
que tu claridad no via,
fue vn tiempo de nublado
sepulcro triste y cerrado
que mi virtud consumia;
Vn contino nauegar
por vn mar de pensamientos,
con lastre de gran pesar ('),
sin gouernalle Ueuar,
viento en popa de tormentos.
Andar de ciego sin guia,
comer que gusto no daua,
caminar do no sabia,
hablar lo que no entendia,
buscar lo que no hallaua;
Vn viuir muy soñoliento,
vn ver de fiestas sin ojos,
casa muy sin fundamiento,
cardo corredor al viento,
llenado por mil antojos.
]\ras después que la creciente
de aguas dulces del amor,
deriuadas de tal fuente,
de dama tan eminente
me mostraron su diilcor,
La gloria de lo passado
del todo me hazen lanzar,
del gusto dello enojado,
bien como hombre mareado
lance fuera el tal manjar.
Y ansí queda el cora9on
de lo gozado vazio
y, con nueua alteración,
lleno de doble passion,
con temor de algún desuio;
Porque en ver le de mí ageno,
aunque para má^ salud,
dama, aunque por vos peno,
adoro os y a mí condeno,
con temor de ingratitud.
0) Por mera curiosidad copiamos aquí una enmien-
, ía manuscrita referente á este verso, que se halla en el
jemplar que seguimos. Dice: con desastre y gran pesar.
OHÍSKNES DE LA NOVELA. — 111. — 20
Aunque yo no condenaros
osaré, sino seruiros.
y con siempre dessearos
no oso, triste, llamaros
más claro que con sospiros;
Porque mi tan grande gloria
ha de ser muy ombidiada,
tened vos de mí memoria,
y ansi saldré con victoria
de todos, sin más espada.
Aunque osaré affinnar,
con que algo me consuelo,
que nadie os sabrá amar,
ni nadie os osa llamar,
pues volays tan par del cielo: J
Pero yo, que merescí
veros sin luego acabarme
quando de vos me parti,
contemplando a vos en mí,
tengo por justo estimarme.
Partime sin os dexar,
dexando vuestra presencia;
<|ue si por no me alexar
os pensays de mí enojar,
dadme luego penitencia;
Porque menos no podré
de os dar tales enojos,
ni ser vuestro callaré,
hasta que, muerto, tendré
la tierra sobre los ojos.
Y aun alli, si hablar pudiesse,
mi lengua os confessaria,
porque el corac^-on viuiesse,
en el qual. si se abriesse,
vuestro nombre se hallarla:
Y ansi sé que, si quereys
que no muera yo jamas,
en la mano lo teneys,
y aun muy más me matareys
con muerte que tura más.
CONCLUYE
Concluyo, dama, al pediros
más gracias de las pedidas,
que, si oys n)is sospiros,
vereys que en esto escriuiros
mis ansias van esculpidas.
Y dichoso este papel
({uando esté en vuestra mano;
mas yo dichoso por él,
que en lo pensar queda hufano
este vuestro captiuo Floriano(').
O alto entendimiento de hombre! y dichosa
tú, señora, que tal esposo has cobrado! porque
(') .A.8Í en el original , pero sobran silabas al verso.
Quizas deba leerse: vuestro captiuo Floriano.
806
orígenes de la novela
yo me embsuesci en la lectura tanto, que ni he
sentido ni entendido con quién lo hauia. Toma,
toma, mi señora, que razón es que tengas tú
vn tal papel como e'ste ; y aun razón es que
galardones mucho vn tal captiuo. con le dar
toda libertad que en ti pudiere, pues no menos
libertas a ti. Y porque yo te siento que tienes
gana de le tornar a leer, y ^on razón, yo salgo
a entender que te den presto de cenar, porque
diré que te quieres luego acostar.
Bel. — Anda, haz lo que te paresciere, que
ni estoy bien en mí, ni sé qué te diga de lo que
siento, sino que me dexes, que quiero tornar a
leer esta contemplación del que mi coraron ama.
ARGUMENTO DE LA SCENA XLIII
Venida la hora, va Floriano a ver a Belisea, y Heua consigo a
Polytes. Floriano queda de pedir a Belisea por niuger a Lu-
cendo, como venga otro dia; y con esto se despiden, y con-
cluye la comedia.
FiiORTANO, Polytes, FaLsiiNATO, Fblisino,
PiNEL, Belisea, Justina.
\_Flor.']. — O soberano poder de Dios, y que
descuydo el mió! que ya creo que es cerca del
dia; porque me paresce hauer vn año que me
eché a dormir. Polytes, Polytes!
Pol. — Señor.
Flor. — Qué hora es?
Po/.— Dará las onze.
Flor.-~J)Q\ dia?
Pol. — A dó va por ay? Señor, digo que aun
no es media noche.
Flor.— Mira bien en ello, no te engañes y
me destruyas.
Pol. — Todos los reloxes he contado, y aun
el chico de la sala no ha dado más de las onze
agora.
Flor. — Pues dime, acu ^rda se te bien si nos
mandaron yr antes?
Pol. — Ya tornamos a las de antaño?
Flor. — Pues qué me dices?
Pol. — Señor, mandaron nos estar allá en
dando la vna.
Flor. — Pues luego tiempo es ya de comen-
9ar se a adere9ar los que han de yr conmigo.
Po/. — Qué hambre tiene el diablo de lo que
tengo para mí que no ha de ser para cobrar.
Anda, señor, que aún ay harto tiempo; porque
como todos están ya preuenidos, no es menes-
ter dar les tan mala noche; basta llamar los me-
dia hora antes. Porque para salir antes con
antes, y andar rondando allá la casa, ornando
las calles, en lo primero se auentura a perder
mucho, y en lo segundo no se gana nada.
Flor. — Pues dame esse discante, y en tanto
apercibe a essos, para que en dando las doze
estemos todos para botar; porque más vale ga-
nar por ante mano, que perder por punto me-í
nos.
Pol. — Toma, señor, cata ay la vihuela, y lasi
velas quedan ardiendo; yo voy a entender en lo-
que mandas. O, valas me, Dios! y qué adelanta- i
dizo está Floriano en el cuydado de ver ya a{
Belisea! El se echó armado, como ha de yr, sobre!
la cnma, y aun no ha hecho sino sospirar, que;
no ha pegado ojo, e ya se le haze tarde. Por¡
esso dizen que es gran afán esperar, mayor-]
mente en tal caso; pues a mí bien pienso que i
no me va menos que a él en yr a punto, peroi
dormido he vn buen rato. Y aun Floriano temo'
que no va tan sobre seguro como yo, porque
Belisea todo me paresce que lo encamina pori
vn amor virtuoso, si no buelue la hoja. Pero!
éstos me paresce que están durmiendo de veras, -
como quien no les va nada en el ir o no. A,:
Fulminato, asnadas que tú buscas cómo no \v
allá esta noche. A, Fulminato, no despier-^
tas"?
Ful. — O, reniego del hijo de Latona: y qué!
andas trasgueando? y qué buscas ya tan presto? ^
Pol. — Que os llama Floriano. ]
Pm. — Pues alto, demonos priessa a vestir.'
Fel. — O, cómo agora andana en lo mejor delS
sueño! y aun que te perdonara la muerte del)
Soldán, por el sueño de hasta medio dia. \
Ful. — No estamos en casa de tanto sosiego."
Pero el mal que veo es que de catorze mo90S
despuelas que somos, y de quinze escuderos, y i
otros tantos continos y otros tres tantos offi- ;
ciales, y una chusma de pajes, y los más ya
hombres, toda la lazeria ha de cargar sobre los
que agora aqui estamos.
Fel. — Fauores son de señor echar mano del
criado de quien más se fia.
Pin. — Y aun por esso llama Floriano a Ful-
minato a cada passo. Pero qué te queria anoche,
qué te mandaua buscar de priessa? por ventura
si eran quexas de la tu Marcelia?
Ful. — No fueran luego más sus dias.
Pm. — Cosa de parlerías serian.
Ful. — Pues no fue menos, sino que me pedís
qué fuera de mí la noche de marras. I
Pol, — Y habló te de la capa?
Ful. — Quando fuere hombre contando, dexí
le acabar y no preguntarás sin razón; porquj
todo se anduuo, y todo se lo parlaron , pero I ^
todo le satisfize; que desque le dixe que m
aparté en seguida de vnos den casa de Lucen
do, que senti que yrian a parlar a su señor, quj
nos haurian visto, por donde Lucendo reñirii i
con su hija Belisea, e yo por más correr y acoii
tar les los passos perdi la capa, que aunque í
me caj'era vna pierna no lo sintiera, podiend
correr. j
Fel. — Pues en qué paró la plática? j
Ful. — En amonestarme que me ouiesse bi<
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
807
con todos, y en dezir me que ya tiene manda-
da hazer librea rica para toda su gente, porcjue
quiero armar vnos torneos. Y porque ellos no
los osara hazer sin mí, mayormente que son de
a pie, por contentar me me manda dar otra
capa de las suyas, la qual luego me dio anoolie
el camarero, que vale por tres de la otra; sino
que por el rico recamado no la traeré muy a la
contina, siquiera porque no digan que las jus-
ticias no me la quitan, y que dissimulan conmi-
go, y con otros luego executan.
Pin. — Y aun éste es el renegadero destos
palacios: que este por panfarron medre más que
tres buenos y fieles siruientes.
Ful, — Qué dizes, Pinel, pe'sate de mi bien?
Pin. — Peccado es la embidia, que me cabe
mal en la posada; pero digo que en todo eres
venturoso.
Pol. — A la fe, al que Dios ha de ayudar,
sabe le bien hallar; pero si os paresce, vamos
de aqui, no salga Floriano.
Fel. — Varaos, que yo ya estoy hecho vn
relox.
Pin. — Pues yo para tener me con dos no me
falta heuilla, si piedras no andan, que desatinan
de noche mucho.
Pol. — Pues asuadas que a todo esso vaya
Fulminato con el faldamento de la capa por
escudo, y la espada en la vayna.
Ful. — Pnes no estás fuera de mi propósito;
porque donde yo fuere, si toy conoscido, no
haure menester desenuaynar para que nos dexen
el campo franco.
Pol. — Oyd, hermanos, que está Floriano ta-
ñendo, y bien, con la vihuela.
Ful. — Sus cuidados y los mios todos son de
rn peso. Por Dios, no tenga él en más que le
amanezca tañendo, y dexar nos ansi bausanes,
que yo tengo a quantos nos podran salir al en-
cuentro esta noche; y si no, veldo, que ya co-
uaiencja a cantar.
Fel. — Oye oye, que aun no ha dado la doze,
y allá no hemos de estar antes de la vna, sino
I para perder tiempo.
Pin. — Pues, por cierto, harto ganado tiem-
po será gozar de tal nmsica, aunque ni durma-
mos, ni comamos; oyd.
PAUANA DE SU SEÑOBA
Flor.
Vossoys, Belisea, mi gloria cumplida,
mi bien todo entero, mi nueua esperan9a;
i por veros ya muero con tanta tardanza,
por ver que la hora aun no es ya venida;
al tiempo maldigo,
pues vsa conmigo
con su tardan9a de enemigo.
Ay, quándo podré yo verme en la gloria
de aquel parayso de vuestro vergel!
dichosas las plantas que vos veys en él,
mas yo más que todos en vuestra memoria;
mas ay, que hora veo
que muy poco creo
del bien que en vos halla mi desseo.
Ful. — A la fe, al buen hombre aoierdan se
le los passos del pasto que allá deiiió de tener,
y, como cauallo castizo, con aquella reminis-
cencia relincha.
Fel. — Y calla, que ni gustas, ni nos dexas
oyr; que con tal potranca, no te paresce que
qualquier potro auiuaria?
Flor:
Vos sola soys gloria por vos merescida,
pues otro ninguno no ay que os merezca;
vos soys de las damas la más escogida;
dichoso el amante que por vos padezca;
mas ay, si yo fuesse
quien solo os siruiesse
y solo quien por vos muriessel
Vos soys el retracto del sumrao poder,
(^ue Dios ha mostrado en las criaturas;
angélica imagen que acá en las baxuras
ensal9ays a Dios en tal os hazer;
soys sola vna
a quien fortuna
obedece desde la cuna.
Vos soys mi ]irision y mi libertad;
yo vuestro captiuo, y tan venturoso,
que es tanta mi gloria, que hablarla no oso,
porque es offendida vuestra majestad;
ansi yo callo
el bien que hallo
en ser vuestro libre vasallo.
Vos soy paradero de mis pensamientos;
vos soys el pinzel con ({ue mi naemoria
esculpe en mi alma tal contentamiento,
que en vos halla objecto de su mayor gloria,
pues con gran razón
el mi coraron
descansa con tal contemplación.
Pol. — O, qué alta panana, y qué bien can-
tada! quiero, pues ya calla, entrar para que
sepa que le aguardamos.
Flor, — Qné hora es, di, Polytes?
Pol. — Señor, acaba de darlas doze, y todos
están ya a punto.
Flor. — Pues alto, vamos, y cierra esta ca*
raara, y el postigo de la puerta principal harás
le quedar apretado. Pero di, Fulminato, vas
\
JOS
sin armas, por te dit't'erenciar de essotros que
van bien a punto? o vas ansí más suelto para
poder dar vn arremetida a tornar a mirar por
la casa, porque en tanto no nos roben?
Ful. — Bien huelgo, señor, que me ayas en-
tendido, porque para tantos ladrones como
andan en estos tiempos no haze poco bien mi
sagaz preuenimiento; en especial que a todo
entiendo de acudir acá y allá. Y aun quiero dar
vna cala a las calles hasta allá; porque podays
yr sin estropie90, si no fuere de cosa de es-
pinilla.
Pin. — Siempre el diablo ayuda a los suyos;
que ya éste tiene con qué se nos escabullir como
la otra noche, y aun con que se lo agradezca
Floriano como gran valentía y ardid.
Fel. — Ay verás que todo es ventura este
mundo.
Fol. — Yo seguro, pues, que, aunque él va
delante, que antes que nos allá, él esté en
la cama.
Ful. — Allá yran estos necios; pues ya les
hurté el ciierpo, bueluo a guardar la casa desde
mi cama.
Fel. — Ya no paresce Fulminato.
Fol. — Antes se me antojó que hizo que yua
delante y se abscondio al rincón del portal.
Flor. — Ea, vosotros venid callando, que ya
estamos a la puerta de la huerta; vosotros os
apartad por ay, donde aguardeys más secre-
tos.
Fol. — Oye, señor, que dentro hablan.
Fel. — O Justina, duermes?
Just. — Antes oyó hablar a la puerta; ya to-
caron: la seña es aquella; allá voy.
Fol. — Señor, ya abren ; si mandas estemos a
punto, que más vale, por sí o por no, que este-
mos para dar antes que para recebir.
Flor. — Bien hablauas si yo no viniera a ver
a mi señora, de donde no puede salir mal.
Just. — O, bendito el señor que te me dexó
ver bueno; mi señora queda sola par de la fuen-
tezica del cenadero. Por esso acaba, señor, de
entrar; cerraré, que no la dexcmos sola.
Flor. — Pues yo voy allá.
Just. — Señor, perdona, dexa me primero ver
qué haze. A, señora, dame albricias, que aqui
mi señor Floriano.
Bel. — Passo, passo, loca.queyo te las mando.
Flor. — Y aun yo también, pues de ellas mia
es la ganancia. Y perdona me que llegué antes
que me lo mandasses.
Bel. — La licencia del entrar en la huerta te
escusa en todas essas culpas, en especial que tu
persona meresce mucho más; y el grande amor
sano que te tengo se estiende a hazer yo mucho
más por ti que esto que es perdonar te; donde
sobre yo bien quererte y esperar de verte, no ha
procedido yerro de tu parte en el llegar, si pri-
ORIGENES DE LA KOVELA
mero no le ouo de la mia en te mandar venir,
rodeos ni proemios, te
Y ansi, dexando ya
sienta donde ya otra vez te dieron licencia; y tú
no has desmerecido en mí porque no vaya muy
adelante. Agora, pues, que, señor mío, estás
sentado e yo sentada, te ruego me digas; por i
qué tú allá en tu casa, en mi absencia (porque \
según el papel que me dio Marcelia ayer tarde) i
ni tú deues de hauer dormido, ni deues de dar ;
te vagar a ti mesmo para pensar en lo que a tu i
salud cumpla? Pues mira que ya de oy más
no quiero sino que como cosa de mí, a mí que- ;
rida y a})reciada, te tractes bien y a los tuyos, y
pongas todo reposo en tu casa, tomando le tú
en tu persona primero. Y lo segundo que te :
pido que me digas es: para qué juntamente
quieres que yo ni tú andemos hechos trasgos de l
noche, y por los huertos sin dormir? porque si \
lo hazes por obligar me a más amarte y a menos i
oluidar te, sepas que no tiene lugar en mí, donde
el amor que te tengo pueda crescer más. Si lo j
hazes por pensar que tu cobdicia desordenada j
hallará algún momento, a biieltas de tantas ■
muestras de amor y faiiores, descuydo en mi i
cuydado sobre la guarda de la integridad de j
mi persona, piensa trabajas en vano pensar al- ]
cancar más de mí. mientras nuestras visitas no ;
tuuieren licencia de ser más de dia y públicas \
que agora. Y pues yo a la bastarda he dicho lo \
que quiero, tú agora muy al breue me responde "
sobre lo dicho tu parescer. Y huelgo que, aun- i
que essos ayan oydo mi tosco hablar, tu ele- I
gante facundia ya pueda yo oyr sola. Por tanto, I
por hazer te plazer, pues bien sé que no vienes i
sino por solo ver me, y solo hablar me, aparta
te allá, Justina, ay en mi presencia, pues tienes
también con quién deuas hazer otro tanto como
yo, con tanto que no aya en ti más que re-
traer.
Just. — Pues antes que me quexe de que me
pidas zelos de mi guarda, ni antes que yo haga
lo que me mandas y lo que mi señor Floriano! /
dessea, que es yo apartar me, quiero, si tú
me das licencia y su merced me lo permite, ha-
blar le yo primero delante de ti, y aun del que,
trae consigo, pues mi plática será en bien comunj (
de todos; por tanto, deue se preferir al bien |
particular.
7>e/. — Algún desatino será asnadas
Just. — Señora, no me afrentes en presencií
de tu querido, que también haurá quien tonuj ){
por mí si por bien es.
Flor. — Que teneys justicia grande! dezid 1<¡ li
({U(! os paresce, pues conmigo es la plática, qu [ '
con no me apartar de mi señora, todo os oyré| ,
para que ella dé la sentencia de vuestra justi| \
cia contra mí. j '
Just. — Antes seremos todos en tu seruicio I \
fauor, y muy a lo manifiesto; pero quiero defj \
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
809
engañar te de vna cosa, que por no la saber no
podras preuenir la, y aconsejarte otra como a mi
señor.
Flor. — Dezid, mi Justina, lo que os pares-
ciere, con que no sea en daño de mi señora, ni
en dissuadir me de ser suyo.
Jmt. — Antes todo va a parar en esso que tú
desseas e yo querría ver muy cumplido. Pero
desengaño te que, aunque te ama mi señora tan-
to como puede, y más que te sabe ni osa dezir,
ni yo alcan9o, a lo menos sé esto de ella: que
aunque la fuerga del amor la trae a este lugar,
y la traerá todas las pezes que no aya estoruo
y tú se lo pidas, pero en todo haze contra su
condición. Y ansi, pues la amas tanto y la tie-
nes por esposa (como lo es) tuya, no la traygas
tan a su costa a tu contentamiento, en especial
que ni tú podras escalarlos jardines cada noche,
ni ella estar en vela esperando te, y ni tú llena-
rás desque ydo más de saber que te ama, y oyr
que te habla. Porque para yr más adelante tie-
ne se ella tan puesta debaxo de vna llaue de
guarda de su persona y honra, la qual llaue trae
mi señor Lncendo su padre, de manera que si
no se la pides a él, y él quiere darla, ni tú ha-
llarás más thesoro del hallado, ni a.v más mi-
neros que romper.
Flor. — Por cierto, vos haueys hablado bien,
y vuestro consejo me deue de cumplir. Y digo
que qualquiera cosa haré que me digays, pues
sé que es para mi bien. Pero no sé qué llaue es
essa que tengo de pedir; que si es de oro, yo la
haria tan grande como la puerta mayor desta
casa.
Just. — No son menester rodeos, sino que,
mi señor, pues tienes el sí de esposa de mi se-
ñora, que pidas el sí de su padre, y tendrás la
por muger como la sancta iglesia lo manda, y
tú lo desseas, 7 ella lo querría, y su padre no
lo desdirá. Pero cumple que sea hoy en todo
caso, porque andan muchos tras mi señor que
le han pedido la hija, y no lo turbes todo en ser
postrero.
Flor. — Por cierto, si ello consiste en sólo
esso, que antes de comer le embie de mi parte
el más merescedor tercero y delegado que tu-
uiere.
Just. — Pues sabe que montará tanto (juanto
desque, ello hecho, confio en Dios que me lo
dirás antes de veynte dias.
F/or. — Pues qué me monta a mí que me lo
persuadays vos, si mi señora no me lo manda,
para que sea el consejo y el mandamiento todo
vno en gran merced mia?
Bel. — Señor, no osaré salir del mandado de
Justina, y ansi me paresce que te aconseja bien,
para que nuestras cosas no anden siempre a
lumbre de estrellas, sino a claridad de sol,
pues de e'lo Dios será senxido.
Flor. — Pues yo digo que lo haré , como
a quien tanto le va en ello, y por el conse-
jo 08 quedo obligado, Justina, y por la mer-
ced, sin esperar licencia te tomo las manos y las
beso.
Just. — Ya, ya; agora que me quedays buenos
obedientes, me aparto a vsar de mi licencia a
parlar contigo, señor Polytes; paresce te que
(juedan buenos? pues ya tú tornas a tus porfías?
i>¡. paresce te que no has de guardar más tiem-
po, que estando delante de mi señora, y alli
junto, no puedes poner freno a tus meneos, y
tassa a tus desseos?
Pol. — Perdona me, señora de mi vida, que
las hablaste tan bien cortado y tan liberalnien-
te, y tan a punto todo hablado, que no so cómo
pudo la razón refrenarme en no te tomaren mis
bracos y arrebatar te delante de ellos al medio
del razonamiento, y a ellos dar lugar que obras-
sen, y a ti tender sobre estas olientes violetas,
debaxo la suauidad destos jazmines tan bien
encañados.
Just. — A la fe, agora os digo que sí, por mi
salud, que haueys dentrar por vna puerta tú y
tu señor, y que hasta (jue aquella llaue que le
dixe cobre, que no cobres tú más que él. Por
esso está como honesto quedo acompañado, si
no quieres como atreuido y desmandado quedar
deshonesto solo.
Pol. — Pues el amor que te tengo me manda
que no te obedezca, mi atreuimiento me obli-
ga a que te suffra quantas injurias me di-
xeres.
Just. — Pues tan poco pienses que está todo
hecho en cpie, a trucíjue de hablar yo lo que
quiera, te dexe obrar lo que desseas. Que si tú
no miras más por mí en que nos oyra Belisea,
miraré yo por ti en yrme para ella, de manera
que dañes a tu señor y a ti.
Pol. — Anda, mi señora, (|ue estos jazmines
nos encubren, y el armonía de las aues antenie-
ne a nuestro sonido, y el gargantear de la fuen-
te atapa nuestro bullicio. Quanto más que
ellos están a solas y son dos, y amantes, nia-
riilo y muger, y entenderán en sumar sus cuen-
tas.
Just. — Pues por mi salud que agora no su-
mes tú esta. Ay, desdichada yo, y qué tesón
er°s, que no oso quexar me de tus demasías, por
no dar mala sospecha de mi deshonra y tu raal
miramiento.
Pol. — Perdona, mi señora, que donde fuerca
ay, derecho se pierde, y do ay amor, no cabe oc-
casion, pues vale más buena possession (pie lar-
ga esperan(;'a.
Bel. — Agora que, señor mió, la sensualidad,
con permitir te, lo razonable, en ti querrá ser
más atreuida para pensar ({ue dando le el dedo
ha de llenar la mano, y en mí la mía rae podría
310
orígenes de la novela
hazer más oluidadiza y descuydada de lo que
rae ha Diandado la razón, de lo qn:il no osaré
exceder, paresce me que nos salgamos a nuestra
raano con lo hecho: tú en que gozauas y de3sea-
uas, e yo, como tuya, te di entrada en mi jardin
para coger la que los hombrea dezis ([we es fruc-
ta de palacio. Ansi que agora, amigo, te reposa,
porque ni demos occasionde que nos juzguen (')
los criados donde no tienen los amos por
qué, y también porque auezemos a la sensuali-
dad yr bien enfrenada por la mano de la razón,
de manera que, dando le la razón rienda, corra
quanto pudiere, y dando le la soffrenada, pare
sin más resabio ni corcobo de falta de subjection
a quien lo manda que pare quando es justo, y
que se espacie quando se le permite.
Flor. — Ay, señora de mi coracon, que os
amo tanto, que paresce, según la sensualidad,
que no quisiera amar os tanto, por no obedescer
os tan liberalmente^ por sólo no os enojar. Y
junto con esto, veo os tan señora en fauorescer-
me, y tan buena y honesta en el gouernarme,
que no tiene mi sensualidad, desmandada en el
medio de su mayor contentamiento y gozo,
atreuimiento ni fuerca para resistir a vuestra
razón. Por donde oso dezir que quisiera poder
os querer tanto como os quiero, y hallar os algo
menos buena que soys, porque ansi tan al des-
cubierto no se vieran ser tan contrarios vuestra
gran bondad con mi gran ardiente sensualidad,
y en hazer lo que hago, en parar como me lo
mandays, quiero más ser cobarde hombre que
desmandado y reprehendido vuestro amante.
Bel. — En tanto, mi señor, te tendré en más,
en quanto, tú teniéndome en más, buscares más
licencias para gozar en mí lo que con la volun-
tad agora a su tiempo me tengo toda por tuya.
y ansi, pues que, con no hablar tanto como la
otra noche, el obrar y occupacion de las manos
paresce que ha dado priesa a que se fuesse la
noche, y venga ya el dia, sin offrescer me de
nueno por tuya, me dexa entre los de mi casa
agora mostrar me ser mia. Y con esta paz, de
todo amor, con las lagrimas en los ojos, me des-
pido contra mi voluntad, por la necessidad de
la honra mia, que tan por tuya, es justo que me
tenga en más de aqui adelante. Y ruego te que
en lo que te he permitido tocar sea como cosa
tuya, y en lo que me he guardado sea que me
perdones como por cosa mia hasta que Dios lo
ordene: el qnal te guie y te me dexe ver presto
como yo desseo y mi honra me obliga.
Flor. — Por yr me con la dulfura de vuestra
plática no quiero azedar mi gusto con ya más
responder os, de que con vuestra licencia me
voy, para entender en lo que Justina me acon-
sejó.
(*) En el original, iuzgen.
Just. — Ay, señor mió, y qué mal lo has he-
cho conmigo! pero mezquina yo, que son ya
despartidos, y creo que han visto el daño que
en mí has hecho.
Pol. — Señora, ansi hauran visto el bien gran-
de mió, y pues ya no ay tiempo para más ra-
zones, vamos con Floriano, por que cierres la
puerta.
Just. — Señor Floriano, Dios vaya contigo,,
y cata que cumple que no pongas descuydo en
lo que te dixe, porque a mi señor Lucendo le
dan gran priesa, y él da la mayor a la hija, y mi
señora resiste hasta ver conjectura, en que si le
dize el padre que tú le pides por muger (pues
la ama tanto que le ha de pedir su parescer y
contentamiento) pueda ella sin nota suya de-
zir que quiere a ti, nombrando (') entre los
otros.
Flor. — Muy bien será ansi; yo entien-
do en ello oy antes que coma, y tú queda con
Dios.
Fel— Ya salen, hermano Pinel; pues va-
mos.
Flor. — Todos callando nos vamos, que es
tarde, y no quiero que seamos conoscidos por
las calles, ni vistos entrar de los de casa.
Pol. — Señor, todo se podra hazer ansi, Dios
mediante; mouamos.
Just. — Ya son ydos. Dios vaya con ellos; ya
he cerrado la puerta y ruydo hizo más que sue-
le, que no paresce sino que apregona mi mal
gouierno. Mezquina yo, qué mal supe aproue-
char me del consejo y buen exemplo de mi se-
ñora! Pero quiero yr allá, no sospeche algo, que
agora me cumple a mí poner (como dizen) cue-
ro y correas, para que ellos concluyan su hecho,
antes que por su dilación, de la honestidad de
mi señora se venga a manifestar la presteza de
la poca guarda mia.
Bel. — Qué has hecho allá tanto? fueron se?
Just. — Sí, señora, e ya cerré la puerta.
Bel. — Pues a ti cómo te fue con tu Polytee?
Just. — Señora, estaña me contando de que an-
tes que partiessen esta noche cantó Floriano a
la vihuela, de mientras los criados se armauan
para acompañar le, vna panana en tu loor y dis-
cantando la entrada del jardin, cosa muy alta
y facunda.
Bel. — Pues por qué no se la pedias?
Just. — Ya no me quedó por esso, que ya me
quedó de hauerla y traer me la para la primera
vista, que Dios querrá que sea presto, porque
bien viste cómo al claro se lo dixe a Floriano;
y aun agora al despedir le a la puerta le torné
a hazer acordante en ello, diziendole el cómo
se haga; y porque cumple que sea ansi, y lue-
(') Así en el original; quizás fué errata, por nom-
bracio.
COMEDIA LLAMADA FLORINEA
311
go, T él quedó que no comería antes que te pi-
da por muger; y hecho esto, yo lo doy por con-
eluvdo.
Bel. —Vamos, cierra essa escalera; yrnie he
a dormir vn rato, que me liallo algo descon-
tenta.
Just. — Vamos, mi señora, que eso causa la
absencia del tu esposo; pero presto se te quita-
rá con llamar le marido, para que os gozeys a
honra vuestra y contento de mi señor tu padre.
Para que os dé Dios fruto de bendici» n que
perpetué vuestra casta, y ellos y todos digamos
que loatlo sea Dios, que lo encaminó tan bien
para su gloria perpetua. Amén.
Acaba la comedia no menos útil que graciosa y oompeí:.
DIOSA : LLAMADA FlORINEA ; NDEUAMENTE COMPUESTA.
Tmpresba en Medina del Campo en casa de
Guillermo de Millis^ tras la igle-
sia MAYOR, Año de 1554.
mim m\tnm boliu i
i
D'EL SUEÑO D'EL MUNDO \
CUYO ARGUMENTO VA TRATADO POR VIA DE PHILOSOPHIA MORAL i
AORA NÜEÜAMENTE COMPUESTA POR •
A
PEDRO HURTADO DE LA VERA ¡
i
(Escudo del duque de Medinaceli, á quien ra dedicada la obra, encerrado en un óvalo.) J
En Anvers. En casa de la Biuda y los herederos de luán Stelsio. Año de M.D.LXXII. |
Con gracia y priuilegio. ^
PRIÜILEGIO
Concedió el Rey nuestro señor, a la Biuda
de luán Stelsio, que ella sola, ó quien su poder
tuuiere, pueda imprimir y vender la Comedia
intitulada Dolería del sueño d'el Mundo, aora
nueuamente compuesta en lengua Castellana,
por Pedro Hurtado de la Vera. Y prohibió que
ningún otro la imprimiesse o hiziesse imprimir,
dentro de seys años primeros siguientes, sob
las penas contenidas en el priuilegio, otorgado
en Brusellas en 20 Septiembre. 1572. Fir-
mado, De Perre.
AL MUY ILLD8TRI88IM0 SEÑOR DON lüAN DE LA
CERDA, DOQOE DE MEDINA CELI, CONDE
d'el GRAN PDERTO DE SANCTA MARÍA,
SEÑOR DE LA VILLA DE COGOLLÜDO Y BD
MARQUESADO, GOÜERNADOR Y CAPITÁN GE-
NERAL POR 8U MAGEBTAD EN LAS TIERRAS
BAXA8. My Señor.
Si es verdad (como lo es) Principe 111.*"°
pesarse (') los presentes más con la volunta I
d'el que presenta que con su valor, ó con la
grandeza de a quien son presentado.'', ni Or-
sines, Sátrapa de Dario, a Alexandre, ni el
Rustico a Artoxerces (saltando de vn extremo
en otro extremo) presentaron nada, en respecto
de lo que yo aora a V. Excellentia hago. Sino
bastare por testigo d'ello su consciencia pro-
pria, cuyo natural (por oculta virtud d'el alma)
es adeiiinar el amor ó odio ageno, doy á V.
(V) En la primera eáición pesarense, por errata. Está
bien corregido en la de 1GI4.
Excellencia los de Salomón, el qual mandán-
donos no murmuremos de los principes, ni en
lo secreto, porque las aues d'el cielo (sean aues
ospiritus) se lo llenan, queda entendido también
lo hagan a nuestras aft'ectiones y desseos. Sien-
do pues assi, yo, en virtud d'estos, me atreui
armar esta Comedia contra toda saeta enaruo-
lada, de su fauor y nombre, sperando lo quo no
quiero suplicar (por ser deuda ya de su sangre
clarissima). V. Excellencia la defienda, y tome,
no por liuiana ó sensual como paresce, sino
por los Sylenos que dizen de Alcibiades (eran
estos Sylenos ciertas caxuelas pintadas por de
fuera, con figuras de Satyros y otros animales
desprezibles y ridiculos, mas lo de dentro no
tenia precio) o a lo menos si allá no llega, por
la sal que haze comer y no se come sola. Poca
necessidad auria d't sto si los estómagos y gus-
tos fuessen en todos, como el de V. Excellen-
cia, sanos y perfectos, no dañados. El argu-
mento es soñar el mundo lo que suele, que son
engaños y mentyras, y la verdad por accidente,
y que la muerte le despierte y la iusticia alum-
bre todo. Leyendo V. Excellencia con este
presupuesto, quedo yo libre de culpa, culpado
quien me la diere; por impedir ó pretendello,
otros impetos mayores y meyores en lo fu-
turo: que es su proprio officio de la embidia:
de la qiial por su bondad inmensa, nuestro se-
ñor por muchos años y contentos á V. Ex.*"'"
guarde.
AL LECTOR
Amonéstate el autor (Lector Benigno) si no
quieres offender los dos, leas esta Comedia
como cosa moral y traslado de la vida humana.
Amor es el argumento d'ella. por ser en el
mundo Amor la causa de todo mal y bien.
Duerme el Mundo y sueña ser Heraclio amor
de virtud y fama, con el contrapeso de vana-
gloria, que es Honorio su criado. Logistico, la
razón que manda sobre ella, la qual cae alguna
vez para leuantarse con más fuer9a como
Antheo y reconoscer la fueroa soberana. As-
tasia es la sensualidad y hiprocrisia en hábitos
de virtud. El deleyte, ídona, hermosa de cara,
de obras fea. Melania, la malicia, cuvo fruto es
el trabajo, que la color d'el negro signiñca, y
á la postre queda subjecta á Morio, que es la
ignorancia, y con él casada. Asosio, la carne
vagabunda, pero al spirito reduzida, con el
castigo y experiencia. Las Egycianas son las
tentaciones que procuran de ajuntar los buenos
á los malos. Andronio, la ciuil costumbre que
declina de la malicia á Aplotis, la simplicidad.
Apio, Metió, Amercia, Mania, son los vicios.
Doleria, la casamentera d'ellos, engaño y cas-
tigo juntamente. El bosque de las sombras, la
vanidad de la cosas d'esta vida Aglaia, Thalia,
Caliope, Melpomene, las sciencias y virtudes
que voluntariamente se presentan á sus ama-
dores. Los saluajes, penitencia y contino re-
mordimiento de la consciencia. Nemesis, la
justicia que yguala (}) todo y manifiesta lo que
hizo dissimuladamente y disfrazada con Aso-
sio; tomando después por instrumeiito de cas-
tigar los malos á los malos, de remunerar los
buenos á los buenos. Es Charon la muerte
que despierta al Mundo y da principio de vida
á vnos, de muerte á otros. Si el argumento ó
estilo no te contenta, hágalo el desseo que es
de contentar los anisados; si no, cásate con la
hermana de Melania, rauger de Morio, y sereys
cuñados.
HEBACLIO
Preguntanme quién soy; no oso publicallo;
Del poco que meresco, nasce este temor;
Podria ser también, de ser nueuo pintor.
Vos respondereys, pintura, lo que callo:
Que yo detras me escondo, a ver si hallo,
l>emas de la correa, quien haga el reprehensor,
O le detenga allí la embidia en lo peor,
Para del fauor y bien gratificallo.
Pero, sacra Musa, tú que al sacro canto
Al alto amor y fuego tanto me inflamaste,
Aclara las tinieblas de la enferma vista,
O toma las armas, para herir de espanto
Los ojos que contemplarte no dexaste
Y á los pies que no entraron en tu lista.
(') Por errata en \b, primera edición ygvnlia. Corre-
gido en la segunda.
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
INTERLOCUTORES
313
MOXDO.
MoRPHEO, Dios (Vel siteíw.
Heraclio, Enamorada.
Logistico, Amigo.
AsTASiA, Matrona.
Melania, Criada morisca.
Idona, Domella hija de Asta-^ia.
Morio, Bobo, marido de Astasia.
Aaosio, Amigo de Heraclio y enamorado de
Melania y otras.
Honorio, Bobo, criado de Heraclio.
Amkrci A , Labrandera.
Manií, Lnbrandera.
Dolería, Mágica.
Aplotis, Domella, prima de Idona.
Ai 10, Competidor de Heraclio.
Metió, Seruidor de Idona.
Page de Astasia.
Andronio, Enamorado de Melania.
Aglaia, Gracia d'el cielo.
Thalia, Gracia d'el cielo.
Caliope, .^fiisa d'el verso heroico.
Melpomene, Musa de los Trágicos.
Nemesis, o lasticia diuina.
Charon, o Muerte.
El Mumlii muy entonado y vosliito dcdiuer.-as colores. Morpheo
Dios d'el sueño le sale de traiies y le liare dormir después de
acunas altercaciones.
.Mondo, Morphko.
[.l/«7i.].— Yo soy el Mundo.
Mor. - Qué necio, y yo el Sueño.
Mun. — La presencia, el hábito y la graue-
dad lo dizen.
Mor. — Grauedad? >> hydeputa, falsa y con-
trahecha !
^fun. — En raí están los Imperios, Reynos,
y la diuersidad de los Estados, altos, medianos,
baxos; las riquezas, las grandezasy las miserias;
el saber y la hermosura; las fuerzas y la gracia.
Mor.— Qué de viento trae, por qué no dize
el perdido la mentira, la locura, la malicia y el
pecado?
Mun.— Qnién como yo?
Mor.— Qnlén como él a mengua de hombres
buenos? Spera que yo te haré callar, o hablar
menos y pensar más. Ao, ao, hombre honra-
do, ao.
^fun. — Qué loco será este desatinado, que
assi me llama descortesmente? mira el villano,
qué quieres o qué dizes, alimaña?
.l/o7-. — Que mentí y conciertan tus dispara-
tes con las colores d'el vestido; eres quiíja, her-
mano, charlatán o sacamuelas?
Mun. — (íran cosa es esta, que no está jamas
BU
ORÍGENES DE LA NOVELA
vn sabio sia un necio; es tentación o peniten-
cia? qué pesada carga!
3Ior. — La de tu cabera con tanto viento.
Mun. — Sabes con quién hablas?
Mor. — Muy bien.
Mun. — Dilo, pues.
Mor. — Con vn loco perenal.
Mun. — O monstro de naturaleza, tien-
tasme?
3íor. — Pues quién eres? Veamos lo que dize.
Mun. — Yo? soy el Mundo.
Mor. — El Mundo, ha, ha, ha, aora te digo
que acertaste, tú el mundo? quál?
Mun. — Quál ha de ser el Mundo?
il/or. — Otros desuariados como tú dizen que
ay muchos.
Mun.— 'Nanea yo tal consentí, si ellos me
quisieran entender.
3Ior. — Todavía te dura la calor, y apesar
d'el seso y de razón quieres ser el mundo.
3Iun. — Quién seria yo luego si no fuesse él?
3Ior. — No te lo dixe ya?
Mun.— Qué enojoso y pesado eres; si no me
fuera por ensuziar las manos, te castigara.
Mor. — Prueuelo su merced, señor Papagayo;
veremos quién gana la hogaga.
3Iun. — Quítateme de delante, no me hagas
salir de curso.
3íor. — Ah, ah, ah! esso seria de mundo bol-
uerte rio, y a la postre verás que ganarlas; mas
sin passion, me di aora qué menester es el tuyo,
o de qué tierra eres , porque assi los hábitos
como el lenguaje te me hazen estrañissimo.
Mun. — Buelues a tus treze? de qué tierra
será el mundo, o qué menester el suyo?
3Ior. — Porfías tanto, que estoy medio em-
barbascado; qué señas me darás, o qué testi-
gos d'ello?
3Iun. — No embargante que tu calidad y la
mia sean diferentes y no admitan tantos gol-
pes y argumentos, te alumbraré la vista inte-
rior; pero recelo no sea capaz de tanta luz.
Mor. — Dexo uaziar aora a este cántaro; ser-
uira después de alhaja a mi hermano el Riso: e
ya, pues, sé liberal y no te quede nada por dezir,
que yo te oyre.
3Iun. — Harta merced es essa de tan gran
Rey. ^
il/or. — No te burles ni me juzgues hasta el
cabo, porque dentro d'el vaso está la virtud d'el
balsamo, no de fuera.
3Iun. — No hablaste mal; por esso quiero co-
men9ar y contarte de mi linaje, padres y hijos.
No oyste d'el gran Promotheo, que se enamo-
ró de I uno?
Mor.— Si.
Mun. — Mi hijo fué de los antiguos Titanes,
que con su fuer9a presumían subir al cielo.
Mor. — También dessos?
Mun. — Mis hijos fueron Deucalion y Pirrha,
segundos padres después de la general inunda-
ción.
Mor. — D'essos assi.
3Iun. — De mí descienden Nembrot, Niño,
Belo, Syro. Dario, Xerxes, Alexandre, lulio,
Augustos Monarchas d'el mundo; Hercules,
Antheo, Teseo, Héctor, Achiles, Aiax, Milon,
ilfo7'. — También essos?
3Iun. — Scipion, Hanibal, Pompeo, Bruto,
Mételos, Fabios, Camilos, Lucios, Torcatos, de
my proceden.
3íor. — Alargaste mucho; tanto me dirás que
no te crea.
Mun. — Pues créeme; los Chaldeos, los Phe-
nices, los Hebreos, los Asirlos, Medos, Persas,
los Griegos, los Romanos, mis hijos fueron.
Mor. — Qué llena de humo está nuestra cosi-
na, y es posible?
3Iun. — Semiramis, Cleopatra, Hecuba, He-
lena, Stratonice, Medea, Lucretia, Porcia, Sa-
pho, y las Sibillas todas, mis hijas fueron ; las
altas, las baxas, las hermosas, las feas, los fuer-
tes, los flacos, los sabios, los simples, los pobres,
los ricos, los venturosos, los miseros, los locos,
los cuerdos, todos son mis hijos.
il/or. — Donoso padre.
Mun. — Las Monarchias, los Imperios, los
Reynos, los Principados, yo los doy, yo los qui-
to; la guerra, la paz, los Ímpetus, las iras, el tra-
bajo, el sosiego, por mí se haze, por mí se
mueue todo; el oro, la plata, los metales todos,
las piedras preciosas , las joyas, los vestidos,
las pompas, las galas, lo9ania8, los triunphos,
juegos, las ciudades, villas, fortalezas, las artes,
armas, la hermosura, las damas, los caualleros,
en mí se halla todo.
3Ior. — No tiene más drogas vn Boticario.
3Iun. — Los combites, los amores, los disfra-
ces, los motes, dan9as, justas, torneos, yo lo
Ordeno todo. Quieres más? Finalmente, que yo
soy el Mundo, y debaxo d'este nombre se com-
prehende todo,
3Ior. — Mucho es parescer tan mo90 siendo
tan viejo: estoy hecho tonto y arrepentido de
no creerte de principio; pero viéndote tan des-
concertado en los vestidos y en el andar y
echando palabras por ay, pense otra cosa. Per-
dóname por tu fe, hermano el Mundo.
3Iun. — Aora me dexarás de sinsabores y oy-
ras de mejor gana, que tu simpleza y poco vso
escondían mi ser y authoridad. De manera que
yo soy el Mundo,
3Ior. — Si que tú lo eres, no ay duda en ello;
mas sabes qué todavía estoy pensando?
il/wn.— Qué?
Mor. — Que soy tu amo yo y tú mi mo90.
3íun. — No lo dezia yo que era este loco?
aora llegó la conjunction.
COMEDIA INTITVLAPA DOLERÍA
315
Mor. — Y aun que te lo haga confessar.
Miin. — Di algo con que reyamos.
Mor. — O lloremos. Di, essos Gigantes, essos
Monarchas, Emperadores, Reyes, essas her-
mosuras, fuerzas, lü9anias, essas riquezas,
sciencias y artes, do están, cu qué pararon?
respóndeme y no te pasmes.
Mun. — Ya es passado todo, c A. curso de
las cosas, vnas van y otras vienen.
Mor. — Y a la postre no para todo en sueño?
no hablamos d'ello, o nos recordamos d'ello
como de sueño? despierta, que aun duermes, pan
perdido,
Mun. — Y tú quién eres , que assi hablas
denodado?
Mor. — Quie'n te paresco?
Mun. — Loco al comiendo; aora hereje.
Mor. — Por qué esso?
Mun. — Por te hazeres Dios, siendo mi amo,
que yo no tengo otro.
Mor. — Bien atinas. Pues yo te afirmo que
antes de llegar a él ay otro después de mí,
Mun. — Esse mysterio me declara.
Mor. — Primero me dirás si te paresce sueño
lo que dixe.
Mun. — Lo passado sueño paresce.
Mor. — Y lo presente, sueño presente d'el
adormido mundo.
Mun. ('). — Sea assi, y acaba ya.
Mor. — Yo soy Morpheo, el Sueño.
Mun. —Tú? o traydor, y el otro que es tu
amo?
Mor. — El Tiempo, el qual haze d'el Sueño
lo que él hizo d'el Mundo; el señor d'el Tiempo
es Dios omnipotente, que como sea sempiterno
no hay tiempo en él, antes es principio y fin de
todo; entiendes, bobo?
Mun. — Yete de ay, que no te creo nada.
Mor. — Aora lo verás, que yo te haré dormir
mal que te pese y soñar algo con que des plazer
al tiempo.
^[un. — Ay, ay.
Mor. — Seré en mis bracos, y la Comedia o
Tragedia o lo que se es, terna por sobrenombre
Sueño d'el Mundo.
COMIENQA EL SUEÑO
Hendió enamorado romunica con Logistico sus amores, y él le
persuade no liarse de mujeres.
Heraolio, LOOISTIOO.
[Her.'l.— Qué dizes a esta consideración del
sabio, Logistico hermano? todo tiene su tiempo
y corre por sus spacios limitados, sin que baste
saber, arte o fuer9a humana que lo estorue.
(1) Mor. en el original.
Lo(j. — Antigua es ya essa philosophia, pero
holgaría do entenderte, que la preñez de tus
palabras nunca para en menos que en Pithias
o en Apollo.
Her. — No sea en ratones, según el refrán.
Loy. — De todo ay, porque no se alabe.
Her. — No ayas miedo, que ya me declaró tu
amigo Sócrates las letras de Delphos.
Lo(j. — Bien has trotado si no lo oluidas.
7/í-/-, — Soberuia seria presumillo, porque lo
sensual haze su oí'ficio.
Log. — Dessa manera más puede que nos.
ller. — A tuerto o a derecho, ley de natura es.
Log. — Esso a la diuina contraria, y assi es-
cusarnos ya d'el pecado, porque nadie puede
seruir a dos.
Her. — En alguna parte, que de otra suerte
poca speranija auria.
Log. — Sí, quanto al primer impeto, que es
de ladrón o salteador, que de lo pensado no ay
Lógica que nos defienda. Mas quedándose esto
para más de spacio, digame su merced lo que
pretende, para que yo mejor entienda al sabio
y la differencia de sus tiempos.
Her.-—¥\\Q acaso lo que dixe; y quando
ouiera otro mysterio, yo nunca doy a los ami-
gos pesadumbre, todas las guardo para mí.
Log. — Mal guardas luego las circunstancias
de amistad, que comprehenden qualquiera ho-
nesto extremo, antes les contrarías en dos
cosas.
Her. — Qué tales?
Ljog. — La primera escondiendo el secreto de
tu pecho, y la segunda dexando entrar en él
hábito tan vil, como es no recebir por no deuer,
que es enfermedad de spiritos baxos.
Her. — Muy lexos me interpretas de lo que
soy, y bien puedes ya poner en cuenta de
amistad esta paciencia.
Log. — También yo podria retorcer esse cor-
don, mas la seda no lo sufre.
Her. — Mi'jor es que se palpe y vea de una
parte á otra.
T^g. — D'acuerdo estamos; falta aora lo prin-
cipal, que es darme cuenta de tu necessidad
distinctamente.
Her. — Soy contento; conosces a Astasia?
I^og. — Aquella por quien priuauas de luz al
Sol y a Orpheo de su música?
Her. — La mesma, y aun te affirmo no auer
dicho nada por que meresca culpa, mas la ter-
nia no lo confessando y quien d'ello me cul-
passe.
I^og. — No deue ser sin causa, pues tanto en
ello perseueras.
Her. — La verdad, es más música que el
mesmo Orpheo, y enternece todo, quanto más
los hombres, con cuya lira piensa que lo
alcan9<5.
316
OKTGENES DE LA NOVELA
Log. — Qué peligroso es argüir con los So-
phistas de amor!
Her. — Consiento si no es con ánimo de in-
juriarme.
Log. — Injuriar? Dios nos libre, antes te
tengo embidia, y ay deue estar el punto de tus
Philosophias.
Her, — Assi hallasses la cura como la llaga.
Log. — De suerte que amas?
Her. — Y amaré.
Log. — A Astasia?
Her. — A Astasia y la tierra que pisa.
Log. — Qué gran heresia! siempre hablaste
en ella con essa afficion, cuya fuer9a haze d'el
dia noche, y te podria transformar en otro
animal.
Her. - Mas en el!a, que es natural d'esta
passion ; pero no pienses que guiado d'ello o de
accidente súpito me rendi, sino con la experien-
cia de sus gracias, que derrocara aquel Timón
Atheniense.
Log. — Puede ser que el juyzio te engañasse
o tu propia virtud.
Her, - De qué manera?
L^og. — Yo te lo diré; fácilmente se persuade
el noble coracon con un dulce mirar, vna pala-
bra dulce, o vna risa, aunque sea fingido: que
paresciendo nascer de cordial affecto, con las
mesmas condiciones se rescibe que paresce
darse, y obliga a la constancia aun después
d'el desengaño.
Her. - Más valdria ay la fortaleza para bol-
uer atrás y no ser pasto de villanos, que este
es el nombre de la ingratitud.
Log. — Assi es, mas vn gentil spirito más
ayna dissimulará la pena que ser hablilla de la
gente, que atribuye generalmente estas desgra-
cias a falta de juizio, y también estimase más la
victoria auida con trabajo que sin él; porque
vencer al enemigo con fuerza , vigilancia y
maña es triunphar d'el tiempo y d'el y de fortu-
na, quedando con más gloria, y si no acontesce
como se speraua o se pensó, no ay culpa, auien-
dose hecho ya el deuer. De modo que en los
principios están los yerros escondidos, y en el
creerse o fiarse de ligero. Y tú quieres en
quatro dias pintallo todo en tu fauor.
Her. -Si con mis ojos lo viesses, de otra
suerte lo sentirlas: esta es la Diotima de Só-
crates y la mesma ánima de Minerua.
Log. — Ya esso es más que sacrilegio, robar
ánimas agenas.
Her. — Digolo por no aner en ella lugar va-
zio de aquellos quatro metales de que se com-
pone la beatitud.
Log. — Para conoscellos, particidarmcnte
deuen tocarse, lo que no puede ser en menos
tiempo que Alcibiades á Sócrates: y enemigos
ay que nos engañan disfracados con sus hábitos.
Her. — No pienso puedan hurtárselos para
esse effecto.
T^og, — Contrahazen las colores tan al natu-
ral, que fácilmente se engañan nuestros ojos
en lo que mucho no vsaron, que si tú no viste
lo colorado, o verde más de vna vez, algunos
dias después tomarás por ellos lo encarnado o
verde escuro; assi el vicio aparesce muchas
vezes sob specie o semejan^i de virtud, lo que
con esta señera te podria acontescer.
Her. — lÑo oyste que en la frente y en los
ojos se lee la letra d'el coraron y qüanto con
su diuiuidad las ánimas comprehenden?
Log. — Sí, pero las puras de las accidentes
de la carne, que haze lo que la leña verde, que
es amatar el fuego y henchir de humo toda la
casa. Y pensar otro, seria necedad.
Her. — La cortez sola de mis palabras deues
tomar, si lo de dentro paresce de mala diges-
tión, o échame en destierro.
Log. — Aleártelo queria y sacarte de prisión,
que tal es vna porfiada phantasia.
Her. — Assi lo quiere el amor reciproco, mas
tornemos al proposito.
Log. — Ay te speraua, que es el effecto de
la phrenesia.
Her. —No tengo razón?
Log. — Siendo la causa tan justa, como lo es
mi opinión en cosa de mugeres, te lo conffes-
saré sin golpes ni heridas: mas as de dizir-
mela tan de spacio como el caso, valor y precio
de tu persona lo demandan, y auiendo que re-
plicar, yo lo haré con que ambos quedemos
satisfechos, con condición que abras los ojos.
Her. — Apartémonos hazia estos arboles,
cuya sombra con la armenia de los paxarillos
meresce mi canción.
Log. — Mas quédese para después, por ser
tarde ya, y tomarás aliento para el vltimo
trago de confession.
Her. — Sea ansí.
SCENA 2. D'EL PRIMER ACTO
Astasia con su criada Melania saliéndose a vna huerta suya,
veen a Heraclio y I-ogistico embeuescidos en sus razones, y
sin ser vistas d'ellos. oyen lo que hablan.
Astasia, Melania, Logistico, Heraclio.
[^«í.]. — Qué agradable y deleytoso es el ve-
rano! mira la fresca sombra d'estos arboles, oye
el ruido d'el ayre con sus hojas y la melodía de
las aues. No paras mientes, Melania, cómo en
respecto d'esto todo lo demás cansa y enfada?
MeL — Assi es, señora.
Ast. — Qué pintura ay o obra de manos que
sirua de más que de engañar la vista? o qué
aprouecha al cuerpo o ánima si no es el paño
con que nos cobrimns, auiendo proveydo de
COMEDIA INTITVLAUA DOLERÍA
317
todo la natura? y aun en ello nos lian sidoliaito
liberales los animales con sus pellejos, acomo-
dándonos según los tiempos y necessidad, si
nos contentassemos, o la razón mandasse al
apetito como de principio se ordenó.
Mel. — Nadie se cura desso, sino de hazello
todo al reuez y burlarse de contemplaciones.
Ast. — Mal pecado, y va tan adelante, i(ue
la costumbre está por ley.
^l/e/.— Oy gante tus orejas.
Ast. — Qué di/.es?
J/é/. — Que no hallan ya orejaj las verdades,
mas de verdad que está lindo el campo y (jue
tiene tu merced razón, que dentro de casa aora
todo es humo.
Ast. — Melania. Melania.
Mel. — Señora.
Ast. — No ves allá a nuestro Plülosoplio He-
raclio con su amigo, altercando entrambos y
muy embeuescidos en su platica? no hariamos
d'el ruyn y les assecbariamos para ver si son
los hombres en absencia como lo juran en pre-
sencia?
Mel.- — Sí a la fe, mas temo que nos vean.
J.S/.— Qué se pierde en ello, que no gane-
mos más en tener testigos de sus obras, si
quieren después hazer d'el grane y vender por
suyo lo ageno? que tal es el que con hábitos de
Hermitaño da color de verdad a la mentira.
Mel. — Muchas veces acontcsce, pero no toca
a nos juzgar a nadie.
Ast. — Es verdad.
Mel. — Cómo les cargas luego de la mentira?
Ast. — Y si les hallo con el hurto.'
Mel. — '^x el cielo ni la tierra nos da tanta
licencia, antes paresce que todos nuestros actos
deuen ser senzillos y poco ocasionados á enten-
der malicia, que es la ponQoña de honestidad.
Ast. — También vos quereys philosophar?
parte es essa agena dessa simplicidad.
Mel. — Por qué?para persuadir lobueno no ha
menester prouallo?
Ast. — Ño tan retorcidamente, que es tan
fino en lo interior y superficie, que nada se le
yguala, y aun aprueuo lo que dixe para saber
andar y no caer, que si los pies caminan y los
ojos quedan atrás, el cuerpo lo sentirá, y oxala
no fuese el alma; en casa propria la solicitud
y astucia defenden la de la iluuia y tempestad.
Mel. — Seria proceder muy adelante, señora,
el replicarte, y siempre ganarlas, que el saber
y experiencia son armas de ventaja, y con esta
conclusión sigamos nuestro proposito.
Ast. — Será mejor.
Log. — Ya auras tomado aliento para lo que
te quedaua por dezir, y bien paresce te sale
d'el cora9on.
Her. — Más d'el alma, que es más noble po-
sada, que el huésped todo meresce.
L»(j. — Otro pensaua yo que tú le auias dado
a quien se deue con más razón.
Jler. — También esse consiente compañía si
es conforme, o le antepone a todo.
Log. — Quién passea tan limitado?
Her. — Nadie, sino a tiempos, y vnos más
que otros, siguiendo cierta medianía que con
el vso se haze naturaleza.
Log. - Ora yo no quiero mouer questiones, ni
menos subir al cielo o descender a los abismos,
sino quedarme en la tierra con las otras criatu-
ras, y pues que el tiempo nos da en ella este rin-
cón libre de contrastes, tomémoslo, y la serenidad
d'el cielo y suavidad del campo nos ayudarán.
Ast. — No oyes el tocar de decías que haze
Logistico? también canta como lleraclio.
Mel — Y aun por esso son tan amigos;
quÍ9a nascieron cun los pies para delante.
Ast. — Veamos qué responde.
Iler. — Plazeme que no se pierda la ocasión
y nos simamos d'el buen dia, que no podria
ser mejor para my, estando entre ij y Asta-
sia, que el vno por virtud, por amistad el otro,
me tratareys como os meresco.
Ast. — Cuytada de my, comigo lo a este
traydor; luego pensé que nos auia visto, mira
cómo lo dissimula sin reyr ni boluer los ojos.
Mel. — Calla, señora, que no pueden vernos,
pero de lexos se comento la platica, y pues la
fortuna a este tiempo aqui nos traxo, no lo
perdamos.
J-iOg. —Ya te vas poniendo, según esso, en
el tercero cielo y determinas de visitar á Venus.
Her. — Pues no quieres guste d'este manjar
y resciba tan dulce engaño como será pensar
que está presente?
Log. — Aora doy por firme tu callentura,
pues al segundo paroxismo desuariaste.
J/e/. — No ves, señora, (jue era otro el sen-
tido de las palabras? no podran vernos aunque
quieran.
Ast. — Assi paresce.
//í/".— Grauemente me persigues, mas ni
por esso lo dexaré.
Log.— No te faltaua para buen Amadis otro
capitulo.
líer. — Vete de ay con esse nombre, que ni
mi pena ni la razón d'ella sufren mentiras.
Log. — Sea luego Leandro.
Her. — En mar enibrauescida, sin poder lle-
gar al puerto de mi descanso, faltándome la
luz de sus hermosos ojos y la fuerza de su ima-
ginación, que es el piloto.
Ast. — Cuytado.
Mel. — No es ello mucho para burlar, señora,
pero tú eres muy cruel.
Ast. — Más lo tengo de ser para vengar a
amor y matar en él todos los falsos.
Mel. — Y si él no lo meresce?
318
Ast. — Todos son vnos.
Log. — Assi que speras morir en la mar de
Abido?
Het\ — Señor, sí, y que pag[u]e el cuerpo sus
offensas.
Log. — Mucho te entonaste en esta vltima
lamentación; estoy en cantar algo que te alegre
o entristesca más, que es virtud de la música
particular, y en cierto modo alegra al triste la
tristeza.
11er.— Es cierto, y por tu vida, hermano,
que lo hagas.
Log. — Plazeme.
De vos y de mí quexoso,
de vos porque soys esquina
y de mí que nunca biua
si mi mal deziros oso.
Mel. — Esto también, señora?
Ast. — Que' te paresce?
Mel. — Que andamos a descobrir thesoros.
Ast. — Oye la buelta.
Log, Quando estoy de vos absenté
hallo en mí tal compasión,
que pienso que soys presente
á deziros mi passion;
mas vuestro gesto sañoso
y presunción tal altiua
me hazen que nunca biua
si mi mal deziros oso (*),
J.SÍ. — Qué lindamente cauta Logistico; sea
también délos nuestros, pues tiene tal abilidad.
Mel. — Sea, señora.
11^''- — Si en la fin de mi mal, mi bien no se
comen9aua, el mal porqué se acabaña, ni tu
canción, la cual es harto a mi proposito?
Ast. — No dexará pausar nada por la vida.
Mel. — AUí le duele.
Log. — Pues quién te lleuó a palacio en figu-
ra de hombre? mejor te quedaras en el campo
hecho buey, haziendo sonetos a los arboles y
mirando strellas.
Ast. — Qué pie^a!
J/e/.— Harto fina.
i/er. -Hable cortés, señor, o buscaremos
qué le arrojar.
Log. — Su merced rodaría sin trabajo.
Her. — Paciencia, pero dexame llegar al
cabo, y hazé después lo que quisieres.
Log.—tSea, pues, en el nombre de las tres
griegas enamoradas.
Ast. — Madrugado a este mo90.
Mel. — Aosadas.
Her.— As de saber que d'el primer año de
mi peregrinación la conosco.
Zo^.— Gran ojo tuuiste al nacer y en las
manos no menos diligencia, pues tocaste mo-
(') En las dos ediciones antiguas están escritos estos
tersos como prosa>
ORÍGENES BE LA NOVELA
neda en viniendo al mundo, lo que no hizo
Diogenes en su tonel.
Her. — Doyte al diablo, piensas que hablo
por metaphoras?
Log. — Ah, ah, ah, de cómo eres todo mila-
gros; pensaua los auias hecho al nascer; de ma-
nera que ha mucho que la conosces?
Her. — Mucho.
Log.— Con qué principio, por tu fe?
Her. — Ya cantas más a compás, y si me lo
oyes con sabor, estaré en parayso..
L-^og. — En quál?
Her. — En el de Gnido, si assi quieres, por
via de vn amigo que era todo suyo, passando
vna vez con él y hablandole a su puerta me
quedó este desseo de la seruir toda mi vida.
Log. — Y más si es más possible, por tener
compañía al gran Rugiero.
Her. — Sea assi.
Ast. — Buena va la plática.
Mel. — No parará aqui.
Ast. — Silencio, que después se glosará.
Log. — De suerte?
Her. — De suerte que su humanidad a sido la
occasion de llegar a la experiencia que me puso
en tal estado, oluidandome de toda otra com-
pañía.
Log. — Sentías la mesma afficion en ella?
Her. — Natural es de amor no hazerse de
rogar: bien sabes que se encuentran los spiritos
que salen por los ojos y se inficionan de la san-
gre d'el cora9on.
Log. — Cómo los boluio tan presto a otra
parte?
Her.—Aj\
Log. — Dolióte el golpe?
Her. — Vn poco, mas no sabria determinar-
me en la razón, sino que mi absencia causó en
ella nueua secta de amor, que bien considerado
queda sin culpa.
Log. — Pues cómo absencia tiene fuer9a con-
tra essa fuer9a?
Her. — Paresce que el tiempo deshaze todo.
Log. — En largo curso de años, pero que
siendo breue trueque las leyes de amor y de ver-
dad, procede de no auer vno ny otro.
Her. — Pudiera aun má^ la causa d'ello sien-
do el mesmo Apolo o Zoroastro con su mágica.
Log. — Beato quien halló tan afficionado
competidor, más lo estimara que la famosa
trompeta de Achiles, por la qual Alexandre
suspiraua.
Her. — En osso verás la fuer9a que tiene la
verdad.
Log. — Juzgo que por la gran preeminencia
desse estremo y de entendello assi cayste en él,
aunque también sospeché que tu amor era tibio,
pues hazlas con él tales partidos.
Her. — No respondo a esso, porque más ade-
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
310
lante lo haré con los afectos y palabras embuel-
tos en mi sangre; todavía como era huésped y
residía en mí lugar, bailé a la tornada vazía
gran parte d'ella, y me recogieron con las con-
diciones de la absencia' brcue que díxíste, la
qual algunas vezes aprouecha y es más agudo
clauo que el de la solicitud y perscuerancia.
Loff.'—'De todo ay, mas no seria por muchos
días, porque a las espaldas de todo lo uueuo
agrada, vienen otras desgracias ordinarias.
ffer. — A la verdad el primer encuentro fue
glorioso y de verano sin quedar flor en el campo
que no reyesse, mas después empe9Ó a llouer y
escurescerse todo.
Log. — Y aora truena.
Her. — A lo menos dentro de mi, que soy he-
cho de contrarios, sin poder contentarme o sos-
segar la fantasía.
Log. — Cómo fue esso, por tu vida?
Her. — Vna tarde que estauamos en su huer-
no haziendo más anothomias que Democrito,
entrando Morio a pedille las albricias de la ve-
nida de Sytirio, fue olido el humo d'ello con
tanto gusto, que lleuó tras sí el ánima y lo de-
más, dexandome los ojos de sí tan llenos, que
luego allí dieron el testimonio d'ello, y hartos
dias después culpando a mí y a ella.
Loff. — No lo entiendo bien.
Her. — En surama, que la arrebató de alli el
gran plazer sin despidirse ni otro cumplimien-
to, auíendo sido más que breuissima su ab-
sencia.
Log. — Conmigo se tomara para entregar a
la mesma ora la faer9a al enemigo.
Her. — No admite la prudencia tanta colera:
justo era tentar el vado más adelante.
Log. — No oyste dezir que gran paciencia
causa gran injuria?
Her.—-Sn peso y medida tienen las cosas;
speré el tiempo, no como hombre que le dolía
nada ni entendía tanto d'el mundo, y continuan-
do la conuersacion, cantando de mi parte lo más
dulce y a compás que supe, quiso aplicalla la
segunda o tercera vez a aquello para otros días
poniéndole delante la conformidad de entram-
bos; rechazóme el golpe tan de presto (dizien-
do que las oraciones de aquel santo no le dexa-
uan oyr otras) con un mirar tan tibio y vna co-
lor tan diferente de la mía, que se me dobló la
callentura y despedido maldiziendo yua al Rey
y quantos en la corte auia.
Log. — Pues en que' paró?
Her. — En desterrarme dos años enteros.
Log. — Y essa fue la occasion de tu partida
tan repentina? procurara yo otra venganza que
le doliera más.
Her. — Ay verás quién soy, que quise escon-
der su ingratitud con mi destierro; paresce que
este estremo a remouido aora el humor de la
conscíencia y tríumpha la verdad de amor y de
su plomo, mostrando de mí venida vna alegría
singular, de la qual yo doy señal en todo quan-
to hago por no soi- ingrato a la fortuna.
Log. — Como los endemoniados en el agua
con la yerua o raíz de Eleazaro ('); sí todavía
perseuera tienes razón, pero es tan vario este
animal, que aun temo otra peor.
Aüt. — Bien me trata.
^íel. — Es perro viejo, aunque no de dias.
Her. — No no, los temjínos son otros; el en-
tendimiento y su virtud son raros.
L^og. — Desso me dize.
Her. — Qué quieres que te diga? tiene on el
pe^ho a las nueue hermanas, y Diana en la ca-
bera hechando agua a Acteon para que sea co-
mido de sus perros,
Log. — Mucha gente es essa ; no sé si le bastar.i
el pan de casa o será menester hurtalle a otros.
Her. — Para todo ay.
7/0^.— No dexaste nada a Idona?
Her. — ^Esse es el Sol que resplandesce por
estos valles y embaraza la vista humana.
Log. — Mucho encaresces tus pensamientos;
deue ser con el recelo de las culpas; no daré sen-
tencia sin que me informe por otra parte y de
otros ojos, pero seria lo mejor conoscer que son
los de Alinde los de amor, con que lo poco pa-
reste mucho y grande lo pequeño, y que con
dificultad suple el arte adonde falta la natura,
boluiendo la cara y los sentidos a otro Sol.
Her. — Ya te entiendo; este es el fuego que
me enciende a ello.
Log. — Dios mande no te consuma y busque-
mos en la ceniza otro Heraclío, y pues es tarde
ya, quédese el resto para otra fiesta.
//ér.— Sea assí, mas yo daré la buelta por
ver si gano alguna tierra.
Log. — Mira no la pierdas.
Her. — Todo es prouar ventura.
SCENA 3. DEL PRIMER ACTO
Aülasiia queda hablando con ^(clania :iobi'o los dui amigos
y dissimula su afKcion.
ASTASIA, MkLA-VIA.
[/Isí.]. — Ya d'esta vez no nos Ueuais ven-
taja. Que cierto amigo es el coraron; en vién-
dolos lo sospeché. No veys esto mal hombre
quán sin asco descubre sus locuras.'
MeL — Señora, en amor no hay orden ; pa-
resce que le incita el demasiado fuego, y harto
te meresce.
Ást. — No me engañará por más que sepa.
Mel. — A qué llamas engañar, señora?
.4«í. — Hazerse muerto para que yo le toque.
(') De Elezaro, ea la segunda edición.
320
ORÍGENES DE LA NOVELA
Mel. — Essa seria la verdadera muerte si lo
oyesse.
Ast. — No se passaián muchos dias que no
lo oyga.
Mel. — Eya, señora, que correrias más que
vna Leona tras quien te lo lleuase.
Ast. — Para esso es la presa.
Mel. — Natural cosa de quien se muere de
amores.
Ast. — Qué dizes?
Mel. — Que no son amores para todos los
hombres; el pecador arde y muere por te tener
contenta, y tú estás elada para él.
Ast. — A qué proposito? otros pensamientos
son los mios.
Mel. — Fueron; mas aora con tan cierta prue-
ua de su fe y experiencia de sus gracias es im-
possible.
Ast. — Muy de veras os ponéis, señora, de su
parte; deueis de estar rogada.
Mel. — De my consciencia, que es d'ello tes-
tigo.
Ast. — No hay para qué te afficiones tanto á
Heraclio.
Mel. — No lo digo yo?
Ast. — Porque es hombre, y son todos
vnos.
Mel. — Con mal estaria el mundo si assi
fuesse; nunca faltan diez, si no se hallaron en
Sodoma, que lo permite Dios para salvar los
otros.
Ast. — Pocos milagros tengo visto hasta
ahora.
Mel. — No está dicho que de la abundancia
d'el coraron habla la boca, y que por el fruto
se conosce el árbol?
Ast. — Qué parte soy para esso yo siendo
muger, a quien no se conceden essas pesquisas?
hombre fuera, que presto lo alcan9ara; algunos
frutos ay que debaxo de hermosa vista y suaue
olor amargan, y otros que sólo el gusto es dul-
ce, lo demás áspero y desabrido.
Mel. — De todo haze el tiempo anothomia
descubriendo neruios y huessos.
ylsí. — Aunque tarde, por ser muy hondo el
coraron d'el hombre, y este tu amigo partsce
sancto.
Mel. — Es por demás la citóla en el molino;
no se partirá d^él que la maten.
J.SÍ.— No oygo lo que dizes.
Mel. — Digo, señora, que no será otro en que
le maten.
Ast. — Auemos hecho vna gran jornada; esté
callado hasta su tiempo, y vete para Idona
mientras yo me passeo por aqui pensando en
otra cosa que me sea más prouechosa.
Mel. — Bien harás, señora, reseruando toda-
vía su derecho al próximo.
Ast. — Está bien; haré lo que sea justicia.
SCENA 4. DEL PRIMER ACTu
Astasia sola lamentándose por»|ue ama; después habla con
Morio que sobreuiene.
Astasia, Morio.
[Así.]. — Tan difícil cosa es el fingir lo que
no es, como cobrir el fuego con las pajas; tris-
te de mí, que quanto más trabajo por escondello
tanto más se enciende y me abrasa, dando en
los ojos con contrario effecto muestras de mi
mal; aora que estoy sola pensaré en él y en
estos desuarios de Cupido que vsa comigo de
sus tiros, estando ya desengañada d'ellos; a
qué proposito, enemigo ; qué mal te hize?
quándo blasfemé tu nombre o acensé a nadie,
no confessando estar subjecta mi flaqueza a
qualquiera siniestro humano, o hize concierto
con mis potencias y sentidos de no passar los
limites de la razón, sin atribuir la resistencia
a aquella suprema fortaleza? traidor, que si con
razones euidentes prueuo tu sinrazón y quán
a tuerto me persigues, con hábitos largos, me-
surado gesto, y palabras dulces, otra vez me
engañas, haziendo fantasmas en el ayre, sea en
el campo, o en poblado, sea de noche, sea de
dia, con que yo me desconosca y oluide de mí
mesma. Es virtuoso Heraclio? por cierto que
más lo fue Dauid; es sabio? mas lo fue Salo-
món; es fuerte? fuerte fue Sansón; es conti-
nente? es de carne; es casto este amor? es amor
cuyo nombre altera; si es spiritual, porque ator-
menta el cuerpo? los spiritus inuisiblemeiite se
communican a todas oras, sin auer abscncia
para ellos, ni el vso d'estos órganos, que son
contrapesos de la carne. A esto me responde
el sophista que no es mala la presencia ni el
vso de los sentidos, porque con él despierta la
virtud, que la vihuela si no tocays las cuerdas
no sonará o dará de sí aquella suauidad y har-
monía que está inuisible en ellas y en la mano,
antes se queda muerta. Finalmente, que los
oydos, ojos, y lenguas, den testimonio de los
ánimos; pero esto no haze en mi fauor, si es
necessario: las passiones d'el alma siendo el
amor d'ella son superfinas. Si yo no duermo,
por qué? si su absencia me da pena, por qué?
si tanto me plazen sus burlas y alegro con su
vista, por que? qué desuarios [son] éstos? ten-
go de ser yo hecha de extremos o ánima sin
cuerpo? en el desierto fuera mucho. Assi es la
presumption humana, que nos haze a amor
odiosos y al mundo y a Dios algunas vezes so
specie de virtud. Haga la casa cada vno a la
medida de su cuerpo y no estreche tanto la
consciencia o la ensanche que se muera de
calor o frió; el pobre hombre pregona fe, zelo
y charidad, y a mí figuranseme chimeras, que
COMEDIA INTITVLAÜA ÜOLERIA
821
son inutho y no son nada. Qué friicto saca
desto? no no, no le soré ingrata, pues todavía
porseucra no le auiendo tratado huuiananiente,
que es nizon bastante de sus querellas; mas
quien es este que acá viene con tan descom-
puestos passos.'
.1/or. — Allá veo Astasia, si los ojos no me
mienten; qué de parndillas haze, deue auello
con al^U!l saneto.
Ast.— O qué norabuena vcngajs, madero.
Mor. — No lo digo yo.' grande amor me
quiere.
Ast. — Que ay Morio.' de dú vienes.' nunca
me liazes compañia.
Mor. — No basta de noche y al comer, mugcr?
Ast. — Ah, ah, ah, qué donoso está; pues no
as verguen9a?
Mor. — No ay nadie aqui.
A¿ff.— lie Dios.
Mor. — El no se mira por estas cosas.
Ast. — Cómo no? de qnalquiera palabrilla
ociosa se a de dar cuenta en el juyzio.
Mor. — Aun viene lexos essa muger, y podria
ser que se ¡e oluidasse.
Ast. — A quie'n?
Mor. — Al mesmo juyzio. Que' tanto aura de
aqui allá?
Asi. — Para vnos poco, para otros más.
,Uor. — Quieres dezir a según caminaren o
fueren grandes o pequeños?
Ast. — No más ni menos en esso está.
.Wor. — Para entonces quiero hazerme vnos
buenos zapatos y prouision para el camino.
Ast. — Pobre animal, menester e?.
Jfor. — No ay ventas por allá?
Ast. — No, ni otro pan sino lo que llenamos;
por esso cumple trabajar por que no falte.
Mor. — O saneto dios, hermana, y qué pan
es esse?
-L-ií.— De amor de Dios y con el próximo,
de charidad.
Mor. — Pues, y la charidad se come, aquella
madre de los niños hermosos?
Ast. — Essa niesma, hartando los hambrien-
tos, visitando los enfermos, recogiendo los pe-
regrinos, y enterrando a los muertos, y ense-
ñando los ignorantes.
Mor. — Pecadorzilla, tantos oficios tiene.'
Ast. — Pobre pecador, que tan poco en-
tiendes.
Mor. — Mas pobre creatura que tanto quieres
astrologar podiendo dezirlo de media vez; pero
dcxemos esso; di, hermana, el amor de Dios es
hombre?
Ast. —Hombre, hermano, y muy honrado.
Mor. — No puede menos ser, porque su mer-
ced deue tener en casa gente de bien; pues
dime, cómo lo auriamos por acá?
Ast. — Buscándolo y contempTando susgran-
OKÍORNES DE LA NOVELA. — 111. — 21
dezas, cielo, tierra y mar, con todo lo criado, y
pidiéndole la gracia.
.}for. — Qué muger os essa gracia?
AKt.— Hija suya muy estimada.
Mor. — Qué me dizes? es casada?
Ast. — Y rica y bien aparentada. Válgalo la
mona a este pallo.
Mor. — 'No te entiendo.
Ast. — Digo, hermano Morio, que será bueno
recoger la leña y el heno que descargó en el
patio el grangero.
M<.r. — Por tu vida, amores, que lo pensaua;
allá me voy.
Ast.— Y yo a mi labor. O Dios, qué mara-
uillas, quánta diuersidad de hombres, y cómo
va todo repartido, la riqueza, honrra y razón
con estos contrapesos y con otros muy diffe-
rentes, sus contrarios; pero quién es tan rustico
que no entienda que esta es la estrada y que
cada vno en el viage tiene su carga cierta y
peso que llenar? si este me cupo a mí, os me-
nester andar y callar.
SCENA 5. DEL PRIMER ACTO
Mniia. lilj I (lo AstíiM'a. ri'pi'ehpiule a Melania de la ociosidad
y iralastí d'el ofli-io de las Donzellas y otros ¡iroposito".
Idona, Melania.
[/'/o.].- Qué perezosa y holgazana es esta
Melania; pues, señora, y assi se biue? d'esta
manera gastays el tiempo?
Mel. — Con quién lo haueys, condesa?
l(/<>. — Oxala lo fuera, para te hazer mercedes
por lo que hazos de labrar y coser.
^/el. — No veys qué sancta?
Ido. — No veys c[ué perezosa? aqui no ay
sino jurar y mentir.
Mel. — Con perdón.
Ido. — No es verdad? no estauan las oras re-
partidas?
Mel. — Válganos Dios, y qué contrita está;
pues quién cayó?
Ido. — El seso de tu cabe<;'a; harta vernas de
passear?
Mel. — Pregúntalo a niy señora.
Ido. - Con ella fuiste?
Mel.- Y vine.
/f/ü. — Desse modo perdona, amiga; pensé
que au[i]as hecho algún viage de los tuyos.
Mel. — Ya nnirio todo esso, hermana; otros
son aora tuís cuydados.
Jilo. — Todavia lo confiessas sin acotes; en-
tendida eres.
^íel. — Todo lo merescc la causa d'ellos.
Ido. — Assi te lo paresce.
Mel. — Mucho antes me lo páreselo; primero
vadeé el Rio.
ORÍGENES DE LA NOVELA
ido. — Grran auiso, nunca ay llegó la Revna
Dido.
Mel. — Barlaysos, vida? llegareys vos en sue-
ños vn poco más acá de ayer a noche.
Ido. — Como mandaredus. mis amores; mas
de veras, adonde aueys estado?
Mel. — No te lo negaré por vida de tu padre.
Ido. — Tanto le quieres?
Mcl. — Y no es para querer tal viñadero?
/rfo.^No ves lo que tengo en la mano desa-
sisada?
Mel. — La coatura; bien creo que por poco la
arrojareys.
Ido. — Mas, por tu fe, di.
Mel.— Cjow condición que calles.
/c/o.^Qiiáiido hablé que te pesasse?
M"!. — Ya lo sé, pero cumple assi.
Ido. — Mercsce el cuento tantas sainas?
Mel. — Y aun más.
Ido. — Acaba ya. no me tengas taii suspensa.
^7e/.— Topamos con Ileraclio y Logistico.
Ido — Todo esso er?? no veys el milagro?
adonde?
^1/í;/.^- Junto a la huerta.
Ido. — Solos los dos?
Jl/e^--rSoIos.
/(/o,-^Qué hazian?
Mel. — Estuuimos vu buen rato escondidas
por oyr lo que hablauaU-
/r/o.— Pues?
J/<?/. '^Grandes cosas.
/(/o.-=-La guerra de Troya o la tomada de
Constantinopla?
J/í/.— Acertaste.
/c/o. -^-Mas por tu fe?
Mel. — De nos fue todo; ya nos trayan entre
las manos; contaua Heraclio sus aueuturas den-
de que conosce a mi señora, los fauores y diffa-
uores. y finalmente que se quema.
Ido. — Mirá, por vida vuestra, qué locura.
J/é/.--=Son grandes amigos.
Ido. — Qué importa esso o qué bondad ay en
esse fuego?
Mel. — El tüdo lo echa a buena parte, certi-
ficaudo que por su gran virtud y honestidad le
quiere bien y alabándola hasta el cielo.
Ido. — Desdichada, pues no hizo de nos
mention?
Mcl. — Spera, que a esso voy; contigo lo re-
mató, haziendo de ti la diosa Venus.
Ido. — Mejor fuera Pallas.
Mel. — Si tú fueras Panthesilea, Reyua de
las Aliuazoiías.
• /í/o.-«-»-Diana luegr».
J/fi/.-^í^altante los perros.
Ido.-r^Ay estás tá que los darás,
Mel. — hanáie on tal saber.
Ido. — Ah, ah, pero seria conti'ahecho.
Mel. — No le vi essa color.
Ido. — Qué bien tamaño, que aun no estoy
oluidada!
Mel. — Assi lo fuesse yo; no paras mientes
do pone los ojos quando acá viene y qué de
mudanzas haze en te partiendo o asomando?
Ido. — Engañasme.
Mel. — No hago a fe; quieres que se lo pre-
gunte vn dia?
Ido. — Qué desuergonQada ; esso auyas de
hazer?
Mel. — Por qué no? medio burlando, quanto
más que será por términos que no lo entienda.
Ido. — Assi es el niño bobo; adeuina lo que
pensamos.
Mel. — Y aunque esso sea, qué mal seria?
Ido. - No muy grande, pero sobrada desem-
boltura para donzeílas.
Mel — A tan buena vista vn ojo bastaria.
Ido. — Y a ti la media lengua; todavía me
pesaria si lo ha comigo.
Mel. — Por qué, amores?
Ido. — Quiero ser monja.
Mel, — Como yo frayle,
Ido. — Pues a fe que no estuuiesse mal el
hábito, y representases en el pulpito lindamen-
te con tus cien lenguas y dos mil ademanes y
la color sobre morada.
Mel. — Ay dareye, traidora; yo me vengaré
de vos dexando os sola, haziendo contempla-
ciones como vuestra madre, y a pesar de vos y
d'ella sereys de los nuestros.
Ido. — Qué dizes, qué dizes? buelue acá.
Mel,~ Que sereys de los nuestros, y que to-
dos auemos de danzar al son de leuantess el
pensamiento.
Ido. — No seria mala la canción, aunque es
vieja y no se vsa.
SCENA 6. DEL PRIMER ACTO
Melania sola conlrapunteindo los amores ds sus amas, sobre-
uiene Asosio,. su requebrad ■, que la espia y después le liabla.
Melania, Asosio
\_Mel.'\. — Donosa anda la ca(;a; mis amas
vieja y mo9a ambas se mueren de amores, sin
querer darse por condenadas, y el mochacho de
Heraclio que lo entiende y passease a dos lados,
cantando alto y baxo sin dexar punto, cada vna
lo toma por sí, aunque las cartas, coplas y otros
donaires vengan a la madre. Quién las viesse
vn dia picadas de los celos andar a los cabellos,
y que Morio las despartiesse! o qué lindo! sin
duda ella es carcoma d'el diablo y guarda poco
el parentesco, que, mal pecado, ya lo sé con
aquel traidor de Asosio, que rae haze mil des-
pechos sin razón; pero amor causa estos des-
uarios, trocándolo todo a su plaz?r y antojo,
COMEDIA INTITVLADA dolería
323
como el otro dia, que de verle dezir a Aplotis
viia nonada a la oreja me nascio vna apostema,
pensando que estañan ya d'acuerdo y me lo
Ik-uaua el ayre, y cayéndose lionilire en la ne-
cedad se muere de auer muerto vn inocente;
que de otra assí, tomo frió ya y callentura al
peccador, a luí pedian la cuenta d'él si se mu-
riera; lo mejor es andar de solire auiso en estas
niñerias, sin dar occasiun de penar a otro, o
tomándola sin proposito para sí, porque des-
pués no se os sossiega la consciencia. El es de
los de Heraclio, y alt^unas vczes los veo de
compañia; algo le diria, que el lobo y la bul-
peja ambos son de una conseja.
Aso. — No es esta Melania? la mesnia, voto
á tal; consigo sola lo lia; algún luiosso tiene
entre dientes; que' enibeuoscida está, que aun
no me vee; agora sabré si me miente el coraQon.
Mcl.—^Y no ay que fiar de nadie.
.I.<o. — Por ay andays?
Mel. — Pero también nos acá (si fuere me-
nester) haremos conjuración.
Aso. — No lo digo yo, que a este luiesso
nunca falta perro? no es tiempo de aguardar
mas; contra quien, señora, pese al turco? entre
yo en ella por amor de Dios.
Mel. — Bien que es esto? no veys este mal
liouibre? inuisible denio venir; es esta la cos-
tumbre, tomar de sobresalto a las donzellas?
peligro corria si fuera más antojadiza.
Aso. — El coraron es la guia destos caminos,
regiendo los passos ocultamente como amor a
él, y no te pese de mi buena fortuna, ya que
de la mala tanto te plaze; pero sepamos d'esta
conjuración.
Mel. — Y si fuesse contra ti?
Jso.— Pornia las manos su merced, yo las
armas dándole esta espada luego.
Mel. — Cómo lo saben dizir, y las necias que
todo creen.
Aso. — Si quieres ver la prueua, no está en
más que en mostrarte d'ello contenta; pero ya
puede ser que te pcsasse de ver muerta la ver-
dadera fe de Asosio.
Mel.— Calla, amor, que no me sufre el pecho
tales golpes, y biue ledo.
Aso. — Con qué speran^a?
Mel. — J)e morir.
Aso. — Desse modo no speres que ya más te
veré ni me verás.
.1/eZ.— Cuytado d'él, a do se yrá?
Aso. — A casa de mi padre; ea, ladrona, que
estás burlándote aqui de quien te adora; des-
creo de la casa de Meca y d'el Pago de TrQmel,
si no estoy para arrojarme por esse suelo.
Mel. — Arrójate, que yo te leuantaré.
Aso. — Ora, señora, no an de ser todo hurla;
determínese su merced a que estemos vn dia
solos.
Mel. — Para qué?
Aso. — Para dezirte mi passion.
Mel. — Ygual seria la de Christo.
Aso. - Para todo aura titmpo.
Mel. — Empieza aora. que yo la lloraré.
Asa. — Doy te al diablo.
Mel.—^o veys qué negros amores?
Aso. — Essa ea su gracia principal, y por
quien yo estoy conuertido en lo que soy.
Mel. — Por tu vida quede antes no lo estauas,
A.'<o. — Como quisieres, con condición que
me respondas.
Mel.— Qué más quieres? no te digo que tie-
nes tiempo aora.
Aso. — Quédese todo por dezir, pues assi
responden tus obras a mi fe, y voime.
Mel. — Spera, spera, hermano.
Aso. — No quiero sino desesperar; si oyes
que hize desatino alguno, no te espantes.
Mel. — Esso no quiero yo, antes te daré todo
lo que pides.
Aso. — Prometeslo?
Mel.- Si.
.1.50. — Quándo?
Mel. — Para el domingo, y vete, que ay
gente acá.
Aso. — Pues adiós, ánima mia.
Mel. — Contigo va.
Aso. — O beato.
SCENA 7. DEL PRIMER ACTO
III radio vj visitara .Vstasia y passa con ella v
niurhos requiebros.
Heraclio, Astasia, Idona.
[//ér.]. Tiempo es ya de ir a ver a mi se-
ñora Astasia y no dexar lá vida a beneficio de
absencia. aunque vsrdad y amor, sin los cuales
no doy vn passo ni osso entrar en la fortaleza,
me la asseguren algunas vezes, y otras cres-
ciendo mi pena, no me sobre la speranza, que
es el salario de mis engaños, y de no acabar de
me entender, no sé por qué se me desasosiega
tanto el alma; si este amor es limpio y honesto,
cómo recelo tanto de llegar y después de lle-
gado de partirme? si este fuego es bueno, por
qué me quema? y si el temor no es malo, por
qu(' me yela? qué contrarios estfis! Nadaré to-
davía en este golfo mientras el viento y las
ondas me dexaren esperando la ventura. O
más cerca estoy de lo que pensaua y me pares-
ce veo vno de mis trabajos, o refrigerios a la
puerta; el otro deue estar en emboscada; visto
soy también, que ya so me rie. Quán cierto
amigo es el coraron, señora Astasia.
Ast. — Algunas vezes; mas por qué lo di-
/.es?
824
Her. — Primero te daré los buenos dias, aun-
que no los tenga.
Ast. — Cómo assi? dónde los dexas?
Her. — Mucho ha que se me oluidaron en tu
casa.
^sí.— Aora está peor, pues no fue de grado.
Her. — Esso es lo que me adiuinaua el cora-
ron, jugar siempre contigo al gana pierde; cómo
podia yo. inies él quedaua y todo lo demás?
Ast. — Ño es gran caso? que todo eres mis-
terios.
Her. — D'el primer dia que la hermosa idea
de tu figura se imprimió en mi alma soy assi.
Ast. — Blando, señor, que si pretendeys ven-
derme no comprareys assi, aunque metaystodo
el caudal.
Her. — No com[)ré yo caro para vender bara-
to, ni se' por qué lu saber y noble condición
consiente las cliismerias d'el pensamiento.
Ast. — Si yo rairasse en ellas y las creiesse,
ya hiziera rail desatinos.
Her. — Uno bastara para acabar injonui-
nientes.
Ast. — Q,né tal?
Her. — Matarme.
Ast. — Cuitado d'él.
Her, — Soy lo, y no me pesa, mientras se
d'ello te plaze; pero viendo la inconstancia d"es-
te mundo y la dilTcrencia de los dias, no me
determino.
Ast. — Esse enigma me declara.
Her. — Ni por ay te escusarás de compassion ;
salesuic alguna? vezes al camino tan llena de
amor y d'ella. que me pones en la tercera
sphera, tan lexos otras de los dos, qne desseo
alas de paloma para volar y reposarme en el
desierto.
J. sí. — Solo?
Her. — Con la imaginación, pidiéndole estre-
cha cuenta si te ofendí.
Ast. — Mejor es que esse desierto venga a
nos y que la hagamos todos a lo cierto, que-
mando los ramos que no dan fruto.
Her. — Si guardaras essa ley conmigo no ar-
diera tanto en e! fuego de tus olnidos, ni se se-
caran las h(\ias de mi speran^a; pero veo que te
cansas de lo bino y buscas lo pintado, como
enfermo que dexa lo mejor por lo dañoso.
Ast. — Pues, y assi me tratas, descando yo
de complacerte en todo?
Her. — Está por ver el primer milagro dessa
verdad.
Ast. — En qné se a de ver?
7/ér.— Dentro d'el alma.
Ast.- Tan mal ves lo qu'en ella está scripto
y figurado?
Her. — A juzgarlo por las impresiones que
liaze en mí, o por lo que siento, ni la letra es
mny legible, ni las figuras claras.
orígenes de la novela
xist. — Qné buen interprete! sé que no eres
tú espejo que representa lo qne tiene delante.
Her. — No por cierto. m_s tú el sol de cuyo
calor templado o excesiuo reciben njis sentidos
o pensamientos ser.
Ast. — Para todo té doy licencia, sino para
idolatrar.
Her — Desso no me puedes acensar, pues en
la tierra no adoro a otro saneto.
Ast. — Confirmada está liu>go la heregia,
porque a Dios se deben los estremos, el qual
haze justi:;ia de qi;ien no paga.
Her. — Por esso bino yo, aunque en pena.
Ast. — Cómo assi?
Her. — Spcrando one me la haga.
Ast. — Y de quién?
Her.— 'De ti.
^'Isí. — Por qué, mal hombre?
//er. — Porque me entiendes como quieres, y
a mi razón y causa justa llamas desnario.
Ast. — Quando assi fucsse, passas la ley que
manda oluidarnos las injurias.
Her. — También ella se hizo para ti, pero
rompesla como telaraña.
Ast. — Fuerza es essa de mi condición agena.
Her. — Respondan las obras a tus palabras;
mas por qué me remocaste de idolatra, si sólo
por su contrario te he buscado y te quiero, y
basta la menor centella d'este fuego para en-
cenderme en binas llamas?
^{st. — Por qué usas luego algunas vezes de
términos que tanto saben a la sensualidad?
Her. — Porque me rige amor como el sol al
ayrc, cuya pretícncia lo enciende, y el absencia
vela.
Ast. — De manera que no hay desculpa, y
yerro contigo todos los golpes?
Her.— Sino los mortales.
Asf. — J)¡en se parescc en ti.
Her. — Caúsalo tu presencia, que yernas ay
que ujarchitas y al salir d'el sol rebinen y flo-
res ce n.
Ast. — Y otras que la absencia d'él y el
frescor de la noche reuerdesee con vn olor
suane.
I/er. — De todo ay sino.
.l.</. — De verdad.
Her. — Mas de amor ygual para mí, porque
las sobras dessa contigo faltan en él.
.li«í. -Aun bnelues ay? no te tengo dicho
que te amo y vonze el pensamiento a la razón?
Her. — No los affectos.
Ast. — Ingratitud es no ver ni oyr lo que mi
alma siente, en lo qne paresce que tu amor no
llega allá, antes se queda muy abaxo. Que si
es assi. puedo dezir ser muerto ya todo lo qne
en ti biuia.
Her. — Quando el fuego arde, no van todas
a vna parte las centellas, sino vnas altas y otras
baxas, pero no pierdo el noiulire ii¡ sv. virtud;
por es-so ai iiii <;ranc dolor al^nnns oras rige
los actus y la lengua, qué culpa tiene el cora-
con?
Ast. — Está bien dicho; por csso te perdono,
y ruego por la t'uer<;a d'el escondido Genio que
nos incita a estos ini petos que te contentes,
teujplando _v moderando con la razón, que es la
señora, los desconciertos de los criados, que yo
prometo de no faltarte hasta el altar.
Jler. — Ni yo taui|)oco pido más, y liicn
afortunada ora que nierescio lo (pie los años no
pudieron; confieso que passa todo y que me
cumple merescer de nucuo.
-Isí. - lustificandote assi, hallarás siempre
piedad.
Her, — Y no bastaua la color y la flaqueza?
Ast. — Pues también me has de prometer de
remediallo.
Her.— Con qué?
^sí. — Con huyr de celos y sospechas que
perturban mucho los sentidos, figurándome en
ellos al natural de lo que soy.
ller.— Que me plaze. con vna condición.
Jní.— Qué condición?
ller. — Que me des licencia que te escriua
aun y me respondas para engañar el tiempo
que no te veo.
Ast. — Idona lo hará mejor.
ller. — S a ella.
Ast. — Veamos lo que dize; Idona, Idma.
I lio. — Señora.
.■l«í.— Sal acá.
Ido — Qué mandas, señora?
ller. — Que me mates, pues que con menos
priuiN'gio se go>ca de tu vista que del espan-
toso Basilisco.
Ido. — l)ios nos guarde; más valdria luego
que no inc vicsse nadie, si tan extraño nombre
y natural me da.s.
ller. — Sí, pero tu matas para doblar la
vida.
Ido. - Nunca vy muerto que resuscitasse.
ller. — Y todavia hablas con vno.
Ast. - Tiene razón, Idona.
Ido. -Puede ser, mas no lo entiendo.
ller. —Porque no quitares; la señora Astasia
me a otorgado que respondas a mis cartas o
desuarios; no pido más que el effecto de la
obediencia que le dcues.
liU). — Pues a qué proposito?
Her.~ K\ de mi callentura. pí)rquc después
no te llames al engaño y me condenes.
AH. — Contigo lo a. Idona: no respondes?
Ido. — Otro dia que me ha tomado aora muy
de súpito.
Ast. — Bien dizis, hija,
Her, — No spcro más, porque esso es cl pas-
saporte.
COMEDIA INT1TVLA1).\ DOLERÍA 326
Ast. - Conténtate, que lo tienes pera vol-
Her. — El cielo te lo pague.
.-l.«/. — Y Hca contigo.
SCENA 8. DEL PRIMER ACTO
.V>ta>^¡a lienta a su liija de casainiíMilo i-oii lloiMclio, y |»;
sobre ello algunas raíoni-s.
Astasia, Idona
[.Isí.].— Qué te paresce de nuestro amigo,
Idona?
Ido. — Que meresce el nombre que le das.
Ast. — En qué lo vees?
Ido. — En el spirito de sus palabras, donde
creo que le salen.
Ast. — Tan fácilmente crees?
Ido. — Lo que veo; mas tú, S"ñora, hazesle
desesperar, y no sé qué parte es essa para con-
seruar el amistad y buena conuersacion.
Ast. — Por tal la tienes?
Ido. — A mi inyzio.
Ast. — En verdad que le quiero como a her-
mano, y que todo es porque diga a'go a la
cortesana.
Ido. — Tienes razón, señora, mas yo veo que
te entristesce.
Ast.— Pésate d'ello?
Ido. — Ni me pesa ni me plaze, pero...
Ast. — Ya, ya, csso es passion.
Ido. — Antes no, pues hablo contra ti.
Ast.— Cosas ay que no miran en parentesco.
Ido. — La justicia a lo menos, si a de dar lo
suyo a cada vno, como es su officio.
A.«/.— Huelgome que assi lo entiendas, y
quando bien fuesses su apassionada, él lo me-
resce. Dize, hija, no te agradarla?
Ido. — No sé.
Ast. — Mas de veras?
Ido. — Dexa te desso, señora, que es tem-
prano aun, y más quiero sor monja.
Ast. — D'el monesterio de Adam; mas, por
mi vida, qué te paresce?
Ido. — Con tal prenda no lo callaré, no auria
desconformidad de conditiones según veo, pues-
to caso que sea forastero, pero mi padre no
querrá, y tú, señora, tentasme.
Ast. — No hago en buena fe, y tu padre
no juega aqui con otras manos que con las
nuestras.
Ido. — No, no, señora; más vale tenerte
compañía.
Ast. — No puede ser.
Ido. — Por qué?
.4 sí. — Conuiene representar tu parte d'esta
Comedia con los hábitos que el maestro lo or-
denare.
326
Ido, — No lo entiendo,
AsL — Yo te lo decLnraré; este mundo es el
Theatro, nosotros las fi>;nras, Dios el que or-
dena la comedia; en ser R'-y en ella, Monarolia,
o capitán, no está la üflorla, sino en representar
bien sn figura cada vno, o sea de loco, de cozi-
nero, labrador, pastor, o mo9o de cauallos. Es
menester obedescer al dado y no extrañar lance
ninguno, porque viene de alta mano.
Ido. — A cosa tan verdadera no ay que res-
ponder; aqui estoy, señora.
Ast. — Hasta su tiempo; recógete por aora a
tu fctantia.
SCEKA 9. DEL PRIMER ACTO
Lowistíco, acaso «i'n ser vi«to, halla a Aslasiá sola haziendo
discursos.
LogiStico, Astasia
\_LogJ]. — Alia veo la diosa Oeres, o qué lance
se perdió Mercurio! entre sí habla; veamos
aora qué pelo trae, porque no me ¡verá aqui,
aunque lo mande el Rey. Y más si le tura aun
la fiebre.
:Ast. — Yo con todo no me engañaua; Idona
tiene buena voluntad a Heraclio y no le pesará
de í3u compaiiia.
Log. — Al diablo tal adeuinar, brauo spirito
tengo,
Ast. — Y a la Verdad tiene razón, por la
conformidad de las costumbres. Ella es mansa
y mensurada (*), él no soberuio ni descortes;
inclinada á la virtud, él apartado de todo vicio;
si es discreto, ella no es nescia.
Log. — Dentro estays; a dó te lleuó el viento,
hombre perdido?
Ast. — Si es hermosa, él no es feo, demás de
su gentil gracia y ayre.
Xo^.— Qué cierta cosa de enamorados!
Ast. — Finalmente, él es modesto y ella no
destemplada. Contraria a fiestas y a combites,
palabras ociosas y trajes arrogantes; conten-
tándose con lo honesto, que es de generoso co-
ra9on y altivez de spirito.
Log. — Porque vrs, mucho de noramala, sa-
beys guardar y no gastar o despender.
!Así,— Que anteponer el resto a él y compo-
ner lo mortal, arguye gran baxeza.
TfOg. — Qué linda esta la cartuxana!
, Así ;t— Los hombres embara9ados con el res-
plandor d'el oro...
Log.- — Ay darás.
Ast. — Y differencias de colores, toman lo
negro por lo blanco y lo flaco por lo fuerte.
-£,017. — Y vos trays antojos.
/O.PQí" B-et0,ia memiiarañn.
orígenes DE LA NOVELA
Ast. — Qué lustre da a vn estado grande vn
principe tirano? a vn cuerpo hermoso vn'alma
fea? a las fuerjas corporales. Anqueza d'ánima
o cobardía? en cuerpo nolile, spirito rustico?
Log. — Bien canta la señora.
Ast. — Yo no quiero siguir los más sino los
menos, y tirar al verdadero blanco.
Log. — De Ribadauia puro.
Ast. — Masque engaño reciben nuestros ojos.
Xo^. — Úntalos.
Ast. — Qué principios tuuo el mundo? quál
fue la criación d'el hombre? qué hizo las diffe-
rencias o dissimilitud entrellos, sino la sciencia
y discurso natural? quál es la cabera d'esta.
scientia? la virtud.
Log. — Bien lo pintays.
Ast. — -Pintemos aora.
Log. — No lo digo yo?
Ast. — Salir de dentro de la tierra hombres
desnudos de vn parescer y gesto todos...
Zo^. ^-Sembrados a los dientes de la sierpe
como Cadmo.
Ast. — Las diuersas inclinaciones los harán
diuersos y la nobleza o villanía las obras de
cada vno.
Log. — Doyte al diablo con tanta philosophia.
Ast. — En verdad que si me tomara este des-
engaño en otro tiempo, no tuuiera de qué
quexarme. Pero quieresse esta vida assi contra-
pesada, y que siruan algunos para exemplo de
los otros y se rodee todo con mysterio.
Log. — A^ú binas como bines.
Ast. — Que venga de tan lexos quien assi
nos quiera y nos agrade, no es sin causa.
Log. — Y cómo no es sin causa!
Ast. — Que Idona se le afficione no es sin
causa; que le amemos ambas sin embidia o ce-
los, no es sin causa.
Log. — Mentir, hija, mentir, y no tanto.
Ast. — Porque el amor es ciego y no guarda
priuilegio a nadie. Que todos aqui le miren,
conuersen y hablen de tan buena voluntad, no
es sin causa.
Log. — O pese a tal con la trampona, que
toda es causas!
Ast. — Es gracia o merescimiento particular
sin duda.
Xo^. — Qué nueuas estas de Clopatra para
Marco Antonio!
Ast. — Pues ver sus cartas, su inuencion y
stilo de escriuir, mata de amores.
Log. — Algo dize.
Ast. — No mcí terne que no tiente a Morip.
Log. — Aora se perdió.
Ast. — Si fuere capaz d'ello.
Log. - Bien ha tornado, que carpintero él.
^.«í. — Estare en atalaya.
L^og. — Ojos teneys de gauilan, si os qui-
tays las antifaces.
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
827
SCENA 10. DEL PRIMER ACTO
Legístito l)ü?fa a Herarlio para darle las buena» nuouaf, y
hállale con Honorio «u criado ijue lo buscaua a'si.
L0018TIC0, Heraclio, UuNORIO.
[Zo^.]. — Qué nuenas estas para lupitor!
Dó estara aora? en su ysla de Creta o trans-
formado en toro, encomendando fo a Argos?
Quién le topasse!
Her. — Honorio.
Hon. — Señor,
Her. — Viste a Logistico, o sabrías imaginar
adonde lo hallassemos?
Ilon. — El suele a las tardeé yr passeandose
hazia el rio y requebrarse alli con las hermosas.
Jíer. — Bien apuntaste.
Hon.^^SQñov, señor, acá viene, voto a mí.
Log. — Qué veo? no es otro. Ao, ao.
Her, — Cómo eá cierto hablar fn el ruyn y
assomar!
Log.^-htk mesma canción cantaua yo, y más
que ruyn seas tú, pues no oyste la más suaue
música que dcssear pudieras.
Her.— For tu fe?
Log. — Y por la de Mandas.
|e' Her. — A dónde o cómo?
? /yoy.— En el Laberinto con Pasiphae y De-
dalo. Ya estaras al cabo?
Her. — De no entenderte; no dirás esse mi-
lagro con menos circunloquios?
Log. — A'go a menester que sufras, como yo,
quando me cargas de algunos cuentos de su
legua cada vno.
Her. — Yo? quándo? iniastamente me acen-
sas.
I Log. — Mal de cabe9a jamas admite cómo ni
quándo.
Her. — Gentil hombre, mesuraos, si no qne-
reys que os haga bolar.
I^ng. — Podria ser, pues os sobra el viento,
aunque falten alas.
Her. — Algo porná de casa su merced. Pero
dexados los donayres, sepamos desta metapho-
ra musical.
Log. — Con condición que seas oy mi conbi-
dado.
Her. — Essa es mejor; tan barato compras lo
qtie quenas vender tan caro?
Log. — Essotra es más sotil: hazer d'el graue,
í quÍ9a no estando la olla al fuego.
Her. — Noramala para tal adeuinar.
Lng.^^Ah, ah, ali, ora solo esso tomo por
penitencia de tus peccadi'S, sin darte la de otra
dilación. Sabrás que saliendo de mi casa con
prbposito de visitarte y echando en el Nilo la
red por no perderte, tomé vn crocodilo que me
la ouiera de romper si no me ayudara de mis
artes: que fue a la de marras, sola, inuocando
dioses marinos.
Her. — De verdad?
/^oy. — Paresoeme que si, como es graja ,
fuera águila, te llenara al cielo como la utrn a
Ganiniedes.
Her. — Quiíja te auia sentido.
Log. — Sentirla mi padfb; tenia yo el ani-
llo de Giges y estaña vna Angélica para Or-
lando.
/íer. - Pues?
/jog. — Qné quieres mas? sino que eres tú el
Neptuno de su mar, o el Satyro de su bogquoi
metiendo en la diin9a todas las Kiniihas d'él.
V affirmando quei sin controuersía te daria la
corona y ceptro de la monarchia, siendo eii su
mano.
Her. — Vete de ay, burlón, que mientes,
L^og. — Si tú as de solir de seso, Iniento, pero
si me prometes ser magnánimo y generoso, es
más aun de lo que digo.
Her.- Grandes nucuas traet; mas en qué
concluyó?
Log. — En tratallo con Vulcano.
Her. — Sol y viento a tnonester.
Xoif/. — No sino Mars su amigo, que le dé de
palios (}) o vna hanega de algarisnio, porque
el rapaz sabe de cuenta.
Her. — Y aun por esso ay allá tanto carbón;
mas no me dizcs particularidad alguna?
Log. — Que tus cartas le plazi>ii mucho y son.
muy anisadas.
Her. — Basta, y vi(?ne a náscer vna que aqui
traygo para le embiar con Honorio, aunque no
responden.
Log.—'No se atrcueran, que tú huelas más
alto que vna garca, y por esso te alaban, siendo
ordinario entre ellas tener por auiso lo que no
entienden, todo lo otro por necedad.
Her. — As caydo en esso?
Log. — Antes que nasciesseS. poro cumo osas-
te entrar en sagrado sin licencia d'el Cura?
Her. — Ya la tenia.
Lyog, — Y assi la comiste solo, y las señoras
cartas?
Her. — Enmendarse a, y ve aora ésta.
Xoí/i— Amaestra.
Her. — Yo la leeré, porque no pierda la repu-
tación, por falta de algún accento.
7/0/7. — Muy medido andas; esso tienes de
mal enamorado, que los finos todo son descon-
ciertos.
Her.— "No basta el d'el tiempo y de la vida
en estas necedades?
Hon. —Assi lo digo yo. señor: mas tu mer-
ced no quiere creer a Honorio.
Log. — O qué embite!
(') Así en las d'S ediciones, pero delie leerse ijalwi
328
ORÍGENES DE LA NOVELA
Her. — Válgalo el diablo a este bobo cucha-
rron; apártate allá, asno.
Hon. — Coces da este cauallo.
Her. — Qué dizes de cauallo?
Hon. — No nada, señor.
Her. — Habla, bestia.
Hon. — Qne más quiero ser asno que cauallo.
Log. — Qué lindo!
Her. — Que lo seas norabuena; oye, hermano,
y está atento.
Log. — Estoy.
Her. — As de coger higos, que te pones en
las puntas de los pies?
y^o^r. — Como entiendes mal, poníame de alto
porque no me escapassen tus auisos, que está
dicho huelan.
Her. — Estragarás medio mundo; todo an de
ser burlas? oye si quieres.
Zo^. — En el nombre de fraudador de los ar-
dides, entónate, que ya vees en qué postura
estoy.
Her. — Mi señora la fortuna quiere...
Log. — Discreta entrada, porque todo esto de
fortuna, ventura, desgracia, pensamiento, pa-
sión, tormento y otras drogas assi, les quadra
mucho, y piensan que no terna mal vino vaso
con esta capadera; adelante, hermano: la fortu-
na quiere.
//cr. — Que siga este camino de hablar a
quien no me oye y responder a quien no me
habla.
Log. — Bueno, que es principio de lamenta-
ción.
Her. — Y para prueba de mi constancia, con
tus oluidos cresce mi fe, sin saber ni querer
arrepentirme.
Log. — Pura obligación.
Her. — Eseitcha: y tomaria por galardón qu?
luesses d'ello contenta o me dexasses pasar mi
mal sin reueses: que aun d'él, porque de algu-
na manera me descansa, priuar me quieres.
Log. — Por vida d'el Rey, que tocas en el
centro.
Her. — Pero si tu gentil spiritu, monido de
mis affectos, a piedad se inclina, dame cierta
ley con que te sirua para merescer el premio de
la obediencia o el castigo d'el pecoado. Porque
con bien o mal se a de acabar mi mal.
J^og. — Enternesceras las piedras.
Her. — Y que no te lo dé Dios a pronar. sea
el remate de tus desconfianzas y mis locuras.
Qué te paresce? lo mucho enfada y a buen en-
tendedor, etc.
Log. — Sí, mas éstas no huelan tan alto, y por
no persuadirse muchas vezes a sí y a otros que
no entienden, arman carracas en el ayre, o de
cada palabrita hazen vna phantasma, con tan
incierta anothomia, que en voz de bien dan de
pies en nuestro mal.
//é/-. — Aueriguado, mas aqui vade monte
a monte la philosopiiia. Veamos aora lo que
aprouecha. Honorio, llrgate acá. Ve a casa de
Astasia y dale esta caita, o a Idona, a quien
primero hallares, y buelue.
Hon. — Mejor seria quedar allá.
Her. — Qué dizes?
Hon. — Sí, señor, que boluere.
Log. — Y si hallas aparejo, que retoces.
Hon. — No soy dessos yo, señor Logistico.
Her. — Vamonos por acá a sperar el fin d'csta
jornada.
L^og. — Hágase, pues todo va fuera de quicio.
Her. — Pero será mejor que yo dé la buelta
solo y tú te quedes.
Log. — A su plazer.
SCENA 11. DEL PRIMER ACTO
Honorio Ueua la carta y buelue.
Logistico, Honorio, Heraclio.
[Log.]. — Queria que parasscn estos amores
en lo que suenan, porque no hay que fiar en
pelo roxo. mas a la fin se canta la gloria o llora
la pena. Si por razón se rigen los negocios,
meresce mucho más: noble, anisado, polido y
prompto para vna empresa; pues si en amor o
lealtad estamos, en esso passa todo. Pero es
vn ladrón el mundo, sordo y ciego, que todo
compra por el olor. La hipocrisia le huele a
sanctidad, la soberuia a grauedad, a templanza
el auaricia. el saber a necedad, y los dineros a
nobleza. Póngase de lodo, que a la postre
vence la verdad estas mentiras. Algunos ay
que ponen su bienauenturancja y summo bien
en la abundancia de bienes de fortuna, otros
en la fuerza corporal, y otrcs en la hermosura
o buena proporción de miembros y otras gra-
cias. Y aunque el Philosopho lo diga ser partes
éstas de que ella se compone con la virtud d'el
ánimo, con su licencia, yo soy de opinión que
ésta sin las otras basta, y no las otras sin ésta,
como dixo el otro por la castidad: y si fuere
menester, daré testigos. Mas. bnluiendo a lo
vulgar, vn cauallo muy hermoso, bien señalado
y C(in ricos jae/.es, atrauessandose con cierto
distincto natural, o gloria de aquella vanidad,
no passa nunca de cauallo. La razón tiene
otros grados, la qual bandida de sí la carne
como cosa impropria, athcsora en el alma lo
que más natural y proprio le paresce; y como
centinela en lugar alto, de allí oye. de alli vee,
de alli come, y de alli vela los asaltos y enga-
ños d"el enemigo. Logistico, esto para solo es
ya mucho y para entre los muchos nada. Reco-
ger con tiempo, porque no venga Pythagoras
o Epicuro que tomen entre puertas. Pero qué
COMEDIA INTITVIADA DOLERÍA
329
haze al caso? llamariamos a Luciano en luiostra
ayuda o a Charon. que es el verduiío d'csliis
burlerías; acá viene Honorio, ])anal, poro sin
miel, cargado de cera para el sello de la sen-
tentia que trae de la corte. Paresce que deiitea;
si le dieron allá en qué morder.' que las damas
son liberales y muy coraplidas.
Hon. — Pese a tal, que buena estaua la moca.
Log.—O\o.
Hon. — Por vida de su madre que se podría
comer sin sal.
I^og. — Oreja.
Hon. — O qué lance para Honorio!
Lo^. — Más o qué lan^a!
Hon. — No creo en tal, si no biuiese de señor,
hermosa, rica y auisada.
Log. — Burlaros eys?
Hon. — Hazer d'el graue y passear cara a
cara con mi amo, assi y assi y si su merced no
lo tragasso, domine, ya es muerto por quien
repican.
Log. — Donoso está el asno.
Hon. — Pues paresce que me mira de buen
ojo, no lo dudo, porque yo soy más alto que
mi amo, tengo copado el cabello, y apúntame
la barba, y más hablo con sonidos.
Log. — No os falta á lo menos el badajo.
Hon. — Quién habla aqui? o señor Logistico,
aqui estaua tu merced.' guayde mí si me a oydo.
7.0/7. — Aqui está la mia; pero la tuya aun
no llegó; deuio quedársete por allá el ánima
según te roo demudado.
Hon. — No fuera mucho, señor, que angeles
auia que la asechauan.
J^og. — Serian de Giiiea.
Hon. — Dios nos guarde.
Log. — Guardará, pues soys innocente.
Hon. — También yo peco, señor; si no pre-
gúntenlo al cura.
J.oo. — Ora está bien; qué nos traoys? hijo o
hija?"
JIon. — T)ú está mi amo.'
Log. — Bien te puedes fiar de mí, porque él
me dexü por presidente d'esta embaxada y no
deue tardar.
Hon. — Pues sea norabuena; traygo madre y
hija, que es mejor; entraremos sin licencia.
Log. — Cómo assi?
Hon. — Toda la casa es nuestra; fue buida
la carta para ellas; no faltó más que be.*arla;
todo allá suena a nos, y todo es nos, como
todos nos allá.
Log. — Digoos que lo concluys muy auisa-
damente.
Her. — Manténgaos Dios, señor Honorio.
Han. — Pues a la fe, señor, que harto pan
anria menester, a según vengo desanimado.
Her. — Ko oystes dezir que no biue el hom-
bre de sólo pan?
Hon. — Esso para los delicados, como su
merced, que no se contentan sino con perdizes
y ansarones; pero los mocos es menester que
se contenten.
Her. — Teiieys razón, y del resto qué me
dezis?
Hon. — Logistico me lo a tomado todo; fal-
taua solamente que dize su merced ho!gará
mucho de ver mañana a tu merced, y que dessea
ver claridad si Ilueue, porque es escura la casa
sin candela.
Her. — Esso es enigma de pelo y medio;
bueno será que nos vamos a casa a decifrarlo.
Log. — Es vna Sybilla la Gemila.
Hon. — Yo lo soletrearé, señor.
Her. — Cantando.
Hon. — Sea assi: amor, amor, más te pido.
L^og. — Cebolla, pan y tocino.
Her. — Buena.
SCENA 12. DEL PRIMER ACTO
llerarlio yendo a casa de Astasia, topa .Vsosio que sporaua
por Melania, y passan oirás damas con que se requiebra,
no 1' \¡cndo.
Hehaci.io, Asosio, Amertia,
Manía, Mel.\kia.
\_Her.~\. — De manera que tiene mi gloria
tanta fuerza, que de los brutos se dexa sentir
y ver. No sabe este necio de mi moiyo hablar en
otra cosa que en la gracia y perfectiones d'es-
tas señoras: y es lo mejor que está medio ena-
morado. Lo que me incita más a gratificar
amor y a la fortuna tan altos dones. Yo estoy
emplazado para aora con un criado suyo; creo
que es temprano, por ser fiesta y auer visitas.
Mas quién es éste que se passea por acá como
figura muda? habla con todo: O d'el traydor,
Asosio es el Melanio, y no le quieren mal. A
quién se va tan apressurado? Amertia es la se-
ñora: de asilla (', aurá:gozemos d'estos amores
mientras no nos vee.
Aso. — Qué peccados son los raios, señora
Amertia, pues ha vna ora que te sigo y me hu-
yes? No seria bueno que se boluiesen tus her-
mosos ojos a alumbrar mis jiassos?
JTer. — Assi te pelen como lo dizes dt- verdad.
Amer. — O señor Asosio, por vida de mi ma-
dre que no te conoscia; pensé que era Logisti-
co, que no me dexa con sus burlas.
Her. — Noramala para vos, quándo las me-
rescistes?
Aso. — Pues, señora, qué dirás en mi absen-
cia, si a esse gentilhombre, siendo dechado de
los otros, tratas assi?
^1) Azilla en la edición origmal.
380
orígenes de la novela
Ainer. — Por su vida, vn dechado de burlería.
fíer. — No está loca.
Aso. — Ora sea como fuere, que no es tiempo
de examinar a nadie, ni yo quiero reñir contigo.
Iler. — Como sesudo.
Aso. — Quál a de ser el fin, o quándo, de mi
pena?
Amer. — El infierno, si allá vas.
Aso. — Siempre me hablas fuera de proposi-
to, pues también tú allá yrás si me matas.
A)7ier. — Va de retro.
Aso. — Pues no me mates.
Ame!-. — No veys que' muerto que anda y ha-
bla? y en qué te mate yo?
Aso. — Con tus mentiras.
Amer. — Hablando con reuerentia.
Aso. — Digo mal? que jamas cumples lo que
prometes, como en la fiesta de antaño y lo de
marras del combite.
Amer. — En la huerta d'el amiga?
-Aso.— Señora, sí,
A?ner.-^Fae& no sabes por qué lo dexé? y
que me llevó mi tia a otra parte?
Aso. — Nunca te falta vna escusa.
AmSr. — No es por cierto.
Aso. — Y aora no lo emendarás?
Amer. — Quándo?
Aso — ^Ayer, pese a mi padre.
Amer. — Es tarde ya.
Aso. — Sea oy.
Amer.^ — Tengo que hazer.
.^so.— Mañana.
Amer. — No sé si podré.
Aso. —Que te pongas de lodo (}).
Her. — Seria lo mejor,
-áwe/-.— Essos son los regalos?
Aso. — Qué quieres que diga, vida mia, que
la sobra de mi desseo causa estas locuras, y
busca mi passión mil modos de engañarse?
Amer — Si assi fuesse, algo baria.
Aso. — Pese a mis males, que vees arder me-
dio mundo y tienes frió aun.
Amer. — Más fingido es esse fuego que mi
frió verdadero.
.4so.— -Ayna me harás morir con tus descon-
fianzas.
Her. — J)^ cossario a cossario los barriles.
Amer. — No mueras todavía, que yo lo emen-
daré.
Aso. — Quándo?
Amer. — JMañana.
Aso. — Do?
Amer. — Fuera.
Her. - D'acaerdo están.
Aso. — En el sobredicho lugar?
Amer. — Sí, o a otra parte nos yremos pas-
(') De dolo corrige la edición de 1614. De todos modos
el sentido no está claro.
sear; mas qué dirán los que nos vieren? que el
tiempo es malo y la gente sospechosa.
Her. — Esso lo impide.
Aso. — Se (') que no tengo yo vna yerua
que haze ínuisible.
Her. — Natural seria.
Amer. — Como lo demás, baste lo dicho, que
viene gente.
Aso. — Cómo a de ser?
Amer. - Yo te haré señas.
Aso. — Pues adiós, amores,
//er. — Nuestra es la presa.
Aso. — O hideputa, la ciudad aqui no vuo
menester diez años como en Troya,
Her. — Aosadas.
J.SO. — Pero esto es gracia gratis data, que
otros ay que qualquiera aldea les cuesta toda la
vida: yo hablo luego a proposito, y nunca me
empleo todo en vn lugar por evitar estas nece-
dades de amores, estos suspiros, lamentacio-
nes y otros milagros que parescen cosa de farsa.
Her. — No os apartays mucho d'el camino.
J.SO. — Quántas pensays que tengo emplaza-
das d'esta manera? no falta más de vna para la
dozena. Hecho barro a la pared, y la negra es
que todo pega, aunque de principio lo ponga en
duda. Yo no soy de altenarias, porque éstas
ta'es no se entregan sino a fueróa de encanta-
mientos y caaallerias, y todo es mentira. Vn-
talde los dedos con algo de lo de Midas, y di-
ros an bene veneritis, de mi reyno soys.
Her. — Al diablo tal acertar.
Aso. — Acá mis gentes contentanse con otros
metales; hago'es creer con mis astrologias que
ando a la ca^a de la piedra philosophal, y pon-
golas assi en la sphera de los camaleones, co-
miendo yo de lo que hay por casa.
Her. — Que lo creo.
Aso. — Pues acá viene otra de las onze; por
vida d'el Rey que no se va sin toque.
Her. — Salado está el amigo, y todo le vi.?iie
a dar en las manos.
Aso. — Pensareys de passar assi, señora
Mania?
Man. — Bien, señor Asosio, qué hazeS por
aqui? que de lexos te conosci.
Aso. —Y yo de lexos te spero, y de hallar vn
dia gracia contigo.
Man. — Coniigo, hermano? burlaste.
Aso. — Esse es el fruto que yo saco de te
seruir, dexando por ti a otras sanctas.
Man. — Assi lo dizen todos, y cada vna es en
presencia la diosa Venus, mas debaxo limones.
^6-0. — Bien está, si tu quieres conoscer los
corafoncs y juzgar por conjectuias.
Man. — Las obras dan fe d'ello y la contiria
experiencia.
(') Parece que debe decir Si.
COMEDIA 1NTITVLAÍ»A DOLERÍA
331
Aso. — Pese a rui agüelo, y pagarán justos
por pi'ccadoros?
Man.- Listos?
Aso. — Iiistus y buenos.
^[an. ' Deues tú ser vno d'ellos.
Aso. — Ni tampoco de los peores. Pero dexe-
mos este pkito a su juez y tratemos de lo que
haze más al caso.
Her.- Qué picea! tornaos con él.
Man. — No tan cerca, señor Asosio, ni tan
desembuelto, que nos pueden ver.
Her. — En esso está.
Ano. — Qué menos puedo hazer con esse fne-
íTO que sale de tus ojos v con essa gracia de
ruyseñor, sino dexar el seso ala natura? Por vida
desse gesto, que te duela la pena que padesco
y no dilates tanto el remedio. Y si quieres sa-
ber si te meresco algo, prueuame y veras mi
acendrada y pura fe.
Her. — Sin el carbón.
Man. — Pensaré en ello.
Aso. — Como siempre.
Man.— De verdad.
Aso. — Dame la mano.
Man. — Toma.
Aso. — La paz también, pues que la guerra a
durado tanto.
Her.—Qyié diligente es!
Man. — No sabes dizen que el villano por el
dedo toma !a mano?
Aso. — No se me da; todo se acomete por
reynar.
Man. — Quedas sin culpa.
Her. — A la razón se allega.
Aso. — Pues quándo acabaremos este hijo?
Man. — Vn dia.
Aso. — El d'el juyzio.
Man. — Yo lo buscaré y te daré aniso si pas-
sares por allá. Y no puedo negarte que me pesa
quando te veo.
Aso. — No quiero mas, ánima mia; la Mag-
dalena vaya contigo.
Man. — Y quede contigo.
Aso. — Ya son dos; presto entraremos por la
tercera»
Her. — Ha, ha, ha, esso tengo yo de ver.
Aso. — Esta tiene gentil garbo y es apareja-
da para dar quan tos reales tiene, que yo no busco
otros enfermos. Pero todo lo demás seria nada,
si Melania acá quisiesse concluyr.
Her. — Ay te speraua.
Aso. — Porque ay de vno y otro, mas sabe
más la perra que Merlin: veremos do llegará la
barra liaziendo diligencia, la qual venze lo ini-
possible. Por dulzuras, coplas, requiebros, nm-
sicas y otras obras assi de manos no escapará.
Y si fuere menester liazer d'el valiente y orde-
nar ruydo hechizo, también se porna de casa,
Saltar paredes, o passear de noche en verano;
que dormir al sereno o a la lluuia en innierno
no me lo mande vuossa merced, ni tampoco dar
dineros, porque soy enfermo de los rifiones.
Por guantes de Valencia o d'el citrino para el
carón no nos desauendremos.
//ir. - Demasiadamente se conforma con el
tieuipo; no irá d'esta vez al hospital si el,
meollo no le dcxa.
Aso. — Todavia esto; es ora de maytines ya,
quiero ver si su merced es lleuantada.
Her. — Hasta consigo vcllaquea, haziendo de
la vispcra maytines.
Aso. — Que si no se le a oluidado dormirá
con piedra en mano como grnlla; mira que ni-
gromante soy y ella que assomaua, cantaremos
])UCS,
por la cal9ada va el moró
por la calcada adelante,
porque la señora es entonada y dize el tenor allá.
Her. — Y vos todas las partidas, sino el
tiple.
Aso. — Quién podra engañar vn amador?
3fel. — Como assi, señor Asosio?
Aso. — Aunque el pensamiento y natural or-
den de las cosas me representassen mil phaii-
tasmas y sospechas, amor, por vias ocultas, for-
talescia mi spcraii^a, dándome essos ojos, esSa
boca y dientes en rehenes d'el coraron.
Her. — Ya este rio sale de madre, mas toda-
via l)ien lo finge,
Jlel. — Deues hauer soñado con Cárcel de
Amor, o Guarino Mezquino (').
Aso. - Antes despierto estoy en ella siempre,
paresciendome mezquina toda otra guarida que
no sea de tu mano.
Mel. — Y respondesme por Aristóteles.
Aso. — Qué mal hago yo en obseruar las le-
tras de la entrada de la escuela de Platón, no
entrando sin Geometria, y de como para ti ten-
ga necessidad de todo, hize prouisioii en casa
de vn guante lleno de artes liberali'S,
Mel. — Amucstra, amuestra, amores.
^Iso. — Velo ay, piensas que te engaño?
Mel. — yo son malas, si las otras assi saben
y tienen color de dátiles.
Her. — Qüó par de piezas, ambos cantan a
compás; quisiera estarsin mascara para también
me doctorar, mas qué tragar haze la nouia!
Mel. — 'Porqne no digas que no te quiero
bien, como tus lógicas de tan buena gana.
Aso. — Come norabuena, vida, que más que-
dan allá; o, pese al caballo con la muía, con
esto aurenios de bridalla, ya que le sabemos
esta mañn. Pues entraremos?
Mel. — 'So es posible aora, que hay gente de
fuera, mas tengo pensado vn aniso de los tuyos
(') Alude á las dos novelas que UeTaa estos títulos.
332
ORÍGENES DE LA NOVELA
para mañana, que nos dará más tiempo y me-
nos recelo.
Aso. — Qué es?
J/c/. — Aqui vienen aldeanos algunas vezes a
vender pollos, liueuos, uian9anas y otras frutas
en sus cestos; toma d'esto lo que mejor te pa-
Teseiere y los hábitos conformes, y uernas entre
nueue y diez, que serán ydos a la missa, y en-
trarás.
Jler. — No más, no más, todo va perdido.
Aso. — Y esso no es peligro o podria saber-
se? que yo estimo mucho tu honrra.
Mel. —Ya lo veo, pero dexamc hazer, que
mi honrra y la tuya quedarán en su lugar.
Aso. — Pues d'el resto, no doy un higo por
los doze Pares.
Mel. — Por esso te asseguro, y vete antes que
venga nadie; pero dize si vernas?
Aso. — Quedada! No creo en tal con la bo-
rracha, si tiene armada alguna ratonera en que
me tome bino.
Jíé/.— Callentura llena.
Aso. — Pensaremos bien en ello, y si no
assentare bien, podrejs colgaros de vuestros
lindos cabellos como Absalon, que se me da
muy poco d'ellos, por sereu de Saba.
Ileí-. — Y yo assi os lo aconsejo; no le quiero
hablar aora, después se reyra por junto; mas si
ello es assi, no ay que fiar, y pues ay gente,
daré la buelta y boluere.
SCENA 1. DEL SEGUNDO ACTO
Idona a solas liablando en Herailio y en sus auisos y lamen-
laniiose también de amor.
Idoxa
Ya este mal no sufre compañia, porque sólo
el pensamiento me descanea; esto son vezcs
d'el tiempo, por cada vno an de passar sus
auenturas. Bien pudiera la fortuna sperarme
vn poco más, pues la edad y inocencia me es-
cusauan, mas tuuo embidia a mi reposo. Esto
es amor aqui entre nos, amador y amante, que
él no puede estar muy lexos, si sus afíectos no
son fingidos, y tanto más lo entenderá de mi
quanto más el sexo y la honestidad defienden
publicarse. O escondido fuego que me consu-
mes! por la potencia que te mueue, que assi
abrases y occupes a Heraclio los sentidos que
no participe d'esta gloria con mi pena. Qué
harmonia la de su carta y quán poca resistencia
liazen los oydos al dulce canto de las Serenas!
Después me eiubió este soneto, no estando en
casa mi señora, y yo vsé de vna cautela, que
lo ley y trasladé y torné a embiarselo como
vino. No sé de cué suerte lo tomará; estoy
medrosa, aunque su discretion salue mi recelo:
el tomar nada está mal a las donzellas, y peor
el responder; con vn renglón pagué á ambos:
perdóname, porque no sé leer otra ninguna
letra que la de mi padre y madre; si oy viene
por acá, como sospecho, en el gesto se lo co-
iioscere. No puedo dexar de l'elle (') muchas
vezc5 ni de dalle su lugar, que es el que duele.
El frió que penetra en cuerpo sano
Causa calor en él naturalmente,
Porque pelean ambos diestramente
Y vense vno al otro mano a mano.
Mas vuestro hermoso gesto sobrehumano
Sea en mi alma tan astutamente,
Que el fuego que la enciende, al accidente
D'el blanco y duro pecho prende en vano.
Paresce que reconosce ("'') de do viene,
Y no quiere boluer por no offenderos
Sino templado y menos encendido.
Pero si en vuestros ojos se detiene
Por ver si assi podria deteneros.
De nueuo buelue todo a vr perdido.
Y pues he dado al spirito su reffection, quie-
ro boluerme al cuerpo y esperar el ánima, que
no tardará, si no ay en el campo otra que la
detenga.
SCENA 2. D'EL SEGUNDO ACTO
Me'ania sola ayiv.ila conira Asosio y ilclüjerada de Liirlalle.
Melania
>»unca medre saya, ni los dientes me apro-
uechen ti no doy a muchas de muchos venganca
oy; o hombres, dónde esta la fe, la justicia, el
natural amor? en el apetito sin otro miramiento?
todo es tierra mala y el artificio de satán. Es-
taua en la gloria de Xiquen, con los amores de
Amadis, teniéndolo por santo, y todas sus pa-
labras por plata fina, los sueños por reuelacio-
nes; y aora veo todo ceniza; quisolo Dios assi,
y alumbrar mi ceguedad, vista la innocenlia. O
traydor poruerso, yo era la Nimpha de tu
fuente por quien oi'frescias sangre y spirito a
amor? y en vn momento (sin que me viesses
que te veya representar la farsa con otras dos)
te alabaste al ayre y a essas paredes que trayas
onze en la rueda; aguzando para mí más el in-
genio, como si fuera furia infernal. Que por
más no fuera que por la sinceridad de mis pa-
labras, denieras franquearm'e y romper por otra
parte de la villa. Bien conosco yo las damas,
y aunque no sean principales, qualquierad'ellas
se afrentara, procurando la venganza, que na-
die quiere ser engañado, ni que otro le prefiera;
{') Sic en las dos ediciones, en vez de IceUe.
(-) Para que conste el verso ha de leerse conosce. en
vez de reconosce.
COMEDIA IXTITVLADA DOLERÍA
833
grande fne mi sufrimiento, pues no salí luego
a dar señal de tal despechi), mas la razón tiene
otra fnerya. Ello está assi bien; el oaiiallen»
d'el ardiente rauia verna vender sus ])ollos y
spero que no le falten '"ompradores ni retorno,
y que esta ira se comiierta en risa, por el si-ñor
Protlieo, dios marino, que llegará a salua-
micnto.
SCEXA 3. DEL SEGUNDO ACTO
llerac"io liazi' su visita, en la qual ha discursos varios entre él.
A>.las¡a y Iduna.
Heraclio, Astasia, Atlotis, ídona
[//íT.] De mi ventura quexoso,
de quien me agrauia eontento,
de nn remedio dudoso,
mas no de mi perdimiento.
Nadie me puede priuar d'esta gloria de mi
firmeza, aunque la muerte a la vida, la fortuna
a lo demás lo hagan, y en la mayor fuerza de
mi mal este bien solo me consuela: ni puede
aquella Niuipha acensarme de descomedido en
las eireunstancias de mi afficion, que si en lim-
pieza y fe deuc fundarse, qiuilqiiiera della
guardan mis sentidos con tanta vigüancia, que
se oluidan de su officio, poniendo al fatigado
cuerpo en duros términos. Pensé que mi soneto
exprimiendo los affeotos del coraron pndiesse
más que lo.s versos de Zoroastro, o las yernas
de Medea; mas el duro pecho, blanco de mis
saetas ó de amor, no menos las despunta y
heelia de si que si fuera de dinmante. No bas-
tnua la licencia pnra no tounir ni responder,
sino el oráculo duAoso, que con el sentido vario
me mata, sin me quitar la vida para más pena.
Aora veremos la color; {¡nede ser que d'elia se
comprelienda lo que el juyzio no alcanza. Cerca
esloy, quiero llamar. Ta ta ta.
Api. — Quién llama?
Jler. — Quien quiere p.iz y le dan guerra.
Api. — O señor Heraclio, tu merced era.'
fíer. — Era,qu -ya meconuerti en otra piedra.
Api. —Muchas ay que valen más que el oro.
/Ir/-. — Sí, mas lu! los sabemos tan particu-
lar.nente las virtudes como a esse cauallero.
A¡/1. - Creólo.
J/er. — Que' hazen por acá?
Api. — Lo acostumitrado.
Ileí-. — Pues yo vengo buscar más.
Api.— Todo es pronar ventura.
ller. — D"ella soy yo bien prouado o tentado.
Api. — No ay cosa que no se acabe.
Jíer. — Si antes yo no me acabo.
Api. — Que no, señor Heraclio.
Axt.- En la oreja tne sonaua tu boz, allá en
mi cámara.
Ili'y. — No sería en la izquierda.
Afit. — No, jiero buenos dias.
//er. — No queria que tuuiessen otro nombre.
Así. — Siempre vienes armado.
//er. — V sin armas .«oy vencido.
Ast. — Mas no rendido.
//er.— Ay!
Ast.- Q[\ó te duele?
/Jer. — 'i'u poco dolor.
Aft. — No lo dezia yo.' entrémonos si mandas.
Jíer. — Y aun para quedar toda la vida.
Ast. — Eiifiídarte ias.
//er. — Prueualo.
Asi. — Costaria caro.
/Jer. — Yo daria lo que queda.
Ast. — Para qué? sentémonos aqui fuera de
mano, porque no venga alguno que nos es-
torue.
Her. — Sea assi, mas de qué te ryes?
Ast. — Tú lo sabes.
//er, — Tan clara y transparente eres I
Ast. — Si, a quien 'me mira sin antojos que
hazen major la letra.
l/er, — Es al contrario en mí, pues no me
muestran tu coraron, ni encarescen lo que
veen.
Ast. — No ves que te arguye la consciencia?
pero passemos a otro proposito, cuyo principio
sea preguntarte cómo estás.
Jíer. — También yo pudiera reyrme aora y
responderte que tú mesma lo sabias si des-
searas entendello.
Ast. — Muy proueydo andas contra mí y
sabes todania qin'in senzilla y sin malicia soy.
J{er. — Oira cosa me dixiste tú vua vez.
Ast. -Qué:
//er. — Que no auia malicia que no enten-
diesses, aunque lo dissimulasscs.
A«í. — Es muy gran verdad, y aun aora te
lo affirmo.
/[er.— Qné puedo yo luego sperar de ti?
Ast. — No es conscquencia, porque el astuto
cauallero deue saber el lugar de la emboscada
para liazer otra contra ella, y el diligente ca-
lcador dónde tendera sus redes sin errar. Qué
daño hiziera ejitender Eua a la serpiente? qué
pensatiuo está! qué dizes? tengo razón o no?
J/er. — La que yo de amarte a pesar de todas
las sierpes que me tientan.
,^«í. - Qiialquiera jiena merescias auiendo
aora juez en medio.
Jíer. — Por qué?
Ast. — Por diuertir de vn argumento bueno
a otro que no es tal.
JJer. — Deliberado estoy sufrirte sin culpa
ni desculpa, porqtie me salua la intención;
gnya pues, que yo te siguire.
.l.s^ — Si en mí lo dexas, no pai aré hasta
llegar al cielo: no miras qué sereno estí,, pro-
334 orígenes DE
duziendo estas flores y sus alteraciones (')
con las uiás?
Her. — Essa es la mejor contemplación,
puesto ca?o qne en la más pequeña parte d'elia
esté vn abismo incomprehensible: pero en lo
de fuera y do la vista puede llegar, ay tanta
diferencia de sabores, que el menor d'ell<js basta
a sustentarnos quarenta años, quedando siem-
pre el vestido nueuo y el cal9ado, que es en su
ser naturaleza, que la virtud todo conserua
como balsamo verdadero d'el spirito.
A»t. — No ves qué buena guya soy? y quán
sin trabajo te lleué tan alto? pues más as de
subir; no leyste alguna vez quán lexos sea de
aqui al cielo?
Her. — Sy, mas deue de ser más, pues lo es
tanto d'el cuerpo al ánima estando en él.
Ast. — Mas por tu fe?
Her. — Hállasse auer desde el centro de la
tierra hasta la sphera de Satu no más de ocho
mil años de andadura.
Ast.' — Qué me cuentas?
Her. — Lo que ley.
Ast,— (^i\é marauillas, y qué tantos son los
cielos o quál es mejor opinión? porque vuestros
pliilosophos no concordan: cuyas reuoluciones
holgaria de entender, que como sea mujer, es-
toy tan pobre en esto, que quando lo oygo
me parescen cosas d'el otro mundo.
Her. — Ya veo que no eiendo Hercules ni
Atlas, pretendes ponerme el cielo sobre los
hombros (-), porque desecho con el peso, se
deshaga la occasion de te enfadar, mas yo haré
como Adam, que dio la culpa a Eua en auer
comido d'esta fruta, y tú a tus culebros mali-
ciosos, y a cada vno cp.brá assi su parte d'el
castigo de la golosina.
Ast.— Cóxüo eres vengatiuo! mas si quieres,
quede todo sobre mí, y tú en parayso contem-
plando.
Her. — No ves que conuerna siguir la com-
pañia?
Ast. — Ora, pues assi a de ser, no temas nada.
/fér.— Contigo no ay de qué temer, cuya
vista enfrena toda ponzoña.
Ast. — Callo porque hables, y no sean todo
questionos.
Her, — Essas no cesan dentro de mi, mas no
para impedir seruirte. El cielo o cielos compre-
hendenlo criado, siendo comprehendidos del que
los crió, a quien nadie comprehende, como nues-
tro entendimiento a las cosas corporales y a él
ninguna dcllas: aunque los sentidos, como me-
dianeros y participantes de vno y otro, sean mi-
nistros de la razón en esto: que es comparada
o produzida de I-ánima d'el cielo, como ella de
(') En las dos ediciones alteraUone», ■pov culpa délos
impresores extranjeros.
{}) Hombres, en las dos ediciones antiguas.
LA NOVELA
la mente angélica, verdadera Venus, de quien
Amor nascio, al9ando la cara a Celio, supirema
fuente de toda hermosura.
Ast. — Aora veo menos que de antes, pienso
que quieres que espantada de la mucha claridad
me buelua a mi primera sombra.
Her. — No hago, antes pongo vna nuue
delante el sol para que puedas encarar en él
sin offender los ojos.
J.SÍ. — Menos te pidia yo.
Her. — Ay verás si me deues más de lo que
oonfiessas.
^4 6^ —Prosigue, pues.
Her.— Yj\ noueno arrebata y llena consigo
todos los otros, con tal velocidad y impeto, que
en veynte cuatro oras buelue a su primer lu-
gar, haziendo ellos dentro del contrario mo-
uimiento cada vno como le cupo en suerte,
tardyo o apressurado, de cuya discordia nasce
otra más suaue concordantia que esta de ios
elementos, que siendo materiales de las formas
inferiores, son los cielos con sus planetas los
instrumentos con que labran aquellos diuinos
intellectos, repartidos también en nueue orde^
nes. El décimo después del nono es el impireo
imoble, forma y luz de toda otra forma y luz
inferior y rayo de aquella luz inaccesible y no
criada.
Ast. — Bien está, si tú me ouieras leydo otras
lectiones.
i/>r. — Basta siendo tú el eslauon (') y peder*
nal del fuego que ay en mi.
Ast. — Bien creo que qualquiera milagro haze
amor, quando.
Her. — No passes de ay, que ya te entiendo.
Sábete que el mió no se aparta de su sposa,
mas tú adrede me persigues. Si es por acen-
drarle más para que meresca gozar d'elia, ya
pagas todo: mas si con ánimo de verme caydo
para mostrar gratitud en leuantarme, mucho
más te apartas d'elia y de aquella modestia, sin-
gular que en tí auia. Dessea, señora, pagarme
quando yo de ti tenga necesidad, y no desseys
para pagarme que yo la tenga ; porque seria
querer que el cielo fuesse cruel para tú te
monstrares piadosa; y bien ves quánto en ello
ganarlas.
Ast. — Si dudas de mi intención? aun estás
muy lexos donde yo pensaua, y d'esta suerte
pequeño inconuiniente seria verte caydo para
ayudarte a Ueuantar, lo que yo desseo, y no que
caygas, por pagarte. Pero acaba lo que comen-
taste y no te arrepientas, si no quieres que yo
lo haga de deuerte.
Her. — Lo que quedaua por dezir ei tanto y
tal, que no admite lengua, y que en parte lo
hiziesse es prohibido.
(') Bsclauon en las dos ediciones antiguas.
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
885
Aítt. — De qnién?
IJer. — De quien trató (Vello.
Ast -í-Aora n e quexaré de tieras, pivs tienes
por propliaiiado lo que me dieses, sab eiidu por
quáii propliaiio yo tenifa al viiltjo.
Iler.— Entrañaste; todo fiare de ti a la oreja.
Ast. — Quien está aqni que oirte pueda?
Her. — De la Luna para haxo todo es lleno
de espias que nos acensan quando peceauíos.
Ast. -Dizes bien, si ellas no entrassen tam-
bién en casa.
Iler.—'No podran ni osarán.
Ast. — Assi, pues, dize.
Iler. — Entiendes?
Ast. — Son grandes marauillas, pero en tu
proceder y liabla veo que te enfadas.
//e/'. — Desse modo ya oonosees quán a tuer-
to me acensaste y qne desseo de sernirte a tu
sabor y al mii>. Toma la voluntad que t'or^-ada
passó los limites del ingenio y pone al jnyzio
en condición de ser condenado por su loco atre-
uimiento, y auiendo hecho mi sermón, restn pi-
dir la gracia que se me oluidó, por premio d'el
trabajo sin otra oración.
Asi. — Essa está en su lugar.
Her. — No lo dudo, y con esto sería tiempo
de me dexar.
Ast. — Cómo?
Her. — Yo no me veo sino quando estoy con-
tigo, porque absenté estoy sin mí.
Ast. — Y si yo sé otro altar a do vienes hu-
zer tus sacrificios?
Her. — Será de ti tan cerca, que la mayor
parte del olor y fuego participes; y si andas
por ay, no ay hoja en este árbol en que tú no
estes scripta.
Ast. — Holgara mucho de tener que darte.
Jíer. — Nunca yo te pediré lo que no tienes,
y con lo que me dieres seré contento, porque
presumo lo harás conforme a tu magnanimi-
dad y mi trabajo.
Ast. — Y si ruego a Dios te vea bien casado,
no es harto?
Her. — Sí por cierto, y con tanta más ins-
tancia lo rogarás, quanto más prueuas que el
contrario es enojoso; mas ya no puede ser, pues
eres muerta, que si biuieras, sperara yo resus-
cítard'estos descontentos,
Ast. — A lo imposible no ay que dizir, y más
yo soy vna sombra.
Her. — Pues yo te aífirmo no buscara olra
ni la dexara por ningún cuerpo destc tiempo,
aunque algunos me llamasen necio.
Ast. — Mal peccado, mas poco haria al
caso.
Her. — Tan poco, que ya todo me sabe a lo
que es .
Ast. — Essa es la salud,
Her. — Acá viene por quien el cielo se mues-
tra más sereno, como causa efficiente de fies
monstros.
^sí.— Quién? o mal hombro, tan prompto
estañas? que ay, Idona?
/í/ü. -Tu compadre, señora, que quiere ha-
blarte.
A.st. — No dexiste que tenia compañia?
I'io. — Sí, y todavia quiero dezirLe vna pala-
bra solamente.
Iler.— Ve, señora, que será algo que te im-
porte.
Ast. — Perdonarme as?
Her. — Sí, haziendo la señora Idona peni-
tencia.
Ast. — Insto es; Idona ya le entiendes, tra-
baja por le engañar.
Jdo. — No podré.
//('/•.— Ni es razón que el alnu\ engañe al
cuerpo.
/'/o. — Ni el cuerpo al alma, como se vsa.
I/er. — No en cuerpc)s glorificados como el
mió, que de la contemplación de tu figura todo
lo malo se despide como neblina que la talor
díl sol gasta y consume. No me respondes?
/í/o.— No ay a qué.
Her. — Harta ingratkud paresce, ya que ver-
me no quieres boluiendo a otra parte tus her-
mosos ojos, no oyrme.
Ido. — Soy contraria a extremos, y suena lo
que dizes a estos milagros ordinarios.
Her. — O Dios, y en qué lengua tengo de
hablarte?
Ido. — En la mejor, pues que la sabes, y no
sea honrra de labrios estando tan lesos d'ellos
el coraron.
Her. — No se dixo esso contra mi, pero quie-
re la suerte que tú lo interpretes a tu modo.
Itlo. — La suerte es esclaua de la verdad.
7/í/'. — Mucho sabes, y quien prueua lo con-
trario y ve el bien seruir al mal?
Ido. — Ntj pierde todavia la virtud su natu-
ral lugar aunque sea herida y mal tratada por
vn tiempo.
//é»'. — Qué puedo hazer sino rendirme a la
du!eura de tu boz y resplandor de tus hermosqs
ojos? todauia no me respondes?
Ido. — Si perseueras.
fíer. — Qué ingrata eres, y a eso te supo mi
soneto?
[do. — Podria ser.
¡1er. — Y el concierto?
ido. — Yo no interuine en él.
Iler. — Y la obediencia?
/íM. — No la passé: entendíase en presencia
de mi 8eñf)ra, porque yo no sé leer otra letra
que la suya.
Her. — Y yo la tuya quanto basta para
morir.
Ido. — Hazes d'ella pongoña?
336
orige:nes de la novela
Her. — Ponzoña no, mas oráculo dudoso,
[do. — Poco auia que dudar en él.
Her. — Ora yo te perdono con que lo en-
miendes.
Ido. — No quiero perdón.
Her. — Esso es peor; quieres decirme vna
verdad?
Ido. — Si la supiese.
Her, — Sabes que te amo?
Ido.—'^o.
Her. — Ni lo sospechas?
/rfo.— No.
Her. — No lo soñaste?
Ido. — No sueño como tú.
Her. — No te lo dixo algún spirito?
Ido. — Aun no passé la barca de Charon.
Her. — Cómo respondes fuera de lo que te
meresco!
Ido. — Como me preguntas lo que no deuias.
Her. — Que mal hago yo en amarte! concé-
deme vna merced.
Ido. — Qué tal?
Her. — Frometesla?
Ido. — Dize qué es.
Her.— Que seas contenta dello.
/c?o. — Cómo pides tan grande sinrazón?
Her. — Por qué?
Ido. — No sabes que no es libre mi querer y
que está en el aluidrio de mis señores?
//e?".— Y si ellos fuessen contentos?
Ido. — Ay no ay que preguntar.
Her. — Con esso sólo me contento. Si fnesse
a veros en hábitos de pastor al villar vn dia,
pesarte ia?
Ido. — Ni esso deves preguntar.
Her. — Acá, viene quien me hará justicia.
Ido. — Estemos a derecho.
//é?-. — Porque el juez es de tu parte.
Ido. — No acceptamos aqui personas ni to-
mamos pechos.
-.Isí.— Qué razones son estas? algún secreto
deue ser.
Her. — Todo son sinrazones para mí.
Ast. — Por qué tratas mal los peregrinos?
Ido. — Qué meresce quien no quiere estar por
las leys?
Ast. — Que le castiguen.
Ido. — Proponga su quexa y júzgalo, que yo
me voy.
Her. — Porque sabes lo que llenas y lo que
dexas, ay.
Ast. — Ah, ah, ha, qué te duele, hermano?
Her. — La pena, y royste?
-así. — No puedo hazer menos viendo que
amas y no determinas.
Her.— Si todo aquí está en que tengo de de-
terminarme, lio V'S que voy y quedo? que
corro y no me mudo?
Ast. — No me dirás lo que piensas?
Her. — Lo que tú mesma, sin pensamiento
que de seruirte pueda.
Ast. — Piazeme hasta su tiempo, por esso
biue sin recelo.
Her. — A mucho me quieres obligar, haziendo
vn dia solo algunas vezes tanta differencia en
los hombres: quánto más los corazones enamo-
rados que siempre juegan a toma bino te lo doy.
Ast. — Pues cómo a de ser?
Her. — Como quisiese el tiempo y la ventura.
Ast. — Todavía quiero que me prometas tra-
bajar de contentarte y creresme.
Her. - A qualquiora juramento me puedes
atraer dessa manera.
Ast. — Quiero ver.
Her. — Pues quándo bolueré?
Ast. — Vn dia.
Her. — Inciertamente quieres que pene?
Ast. — Mejor es que no a tiempo limitado,
porque se spera cada ora.
Her. — Acuérdate de mi cuydado,
Ast. — Y tú de mi señora.
//cr.— Quál d'ellas?
Ast. — De la razón, que otras vezes ya te dixe,
sin la qual no deues jamas de ir acostarte, por
las muchas phantasmas que la escuridad de la
noche representa.
Her. — Quien a ti sirue y ama a Idona, no se
parte un punto della.
Así. — Pero sea con las circunstancias.
Her. — No tienes tan mal guarnescido mi
concepto que sea de otro modo, y todavía voy
por no serte más enojoso. Encomiendote en ella
a mí.
Ast. — Ye en paz y buelue a vella.
Her. — Mas a buscarme sin visitar templo de
dios estraño.
Ast. — Dessa manera la ternas.
SCENA 4. DEL SEGUNDO ACTO
Molió aiiliiM -iu imiger al rasamienlo de la liija con cierlo gentil
hombre, y hablase en lleraclio a la postro.
Momo, AfTASiA.
[Mor.]. — Muger, no me dexan éstos en paz
por la respuesta, mira lo que te paresce, pues
sabes leer y lo entiendes.
Ast. — No la quería (') casar tan presto.
Mor. — Por qué? no es más que tiempo? An-
dronia, Sopliia, Cleophila, no son más mo9as?
Ast.- No está en esso; quería cosa a mi
contento.
Mor. — Bueno era el de antaño y mejor el de
aora, vistoso, rico y de buenos parentes; pin-
tado nos venia.
O So la quiera, eu la edición dePaiis.
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
S37
Ast. — Pintado sí, natural no.
Mor. — Qué tiene? mocoso os, si tan quillo-
tra eres, mandemos liazer vno.
.isí.- — ^luchos ay heclios que nos no conos-
cemos; ya que no faltan bienes de fortuna y
buena voluntad, trabajemos por auer los del
spirito. Qué vale sin ánima vn euerpo, sin
hombre los dineros? parece la hermosura y la
riqueza, pero la virtud no; ésta busco yo, y
ésta cuiii¡'raria si se vendiesse.
Mor. — No te entiendo, ni sé lo que te quie-
res; no paras mientes quán estimados son los
ricos? y cómo biuen a su plazer? comiendo
quando quieren y beuiendo y durmiendo quando
les plaze? qué más virtud o diablo es menester?
Ast. — Bien veo que esso te bastaría a mi
despecho; no te digo cada dia que los ricos tie-
nen más obligation de la buscar, pues son mi-
nistros y dispenseros de otro: y sus bienes los
talentos con que deuen negociar? que desta
vsura y interés se sirue Dios. Mas va todo muy
al reues, porque los pobres nos hurtan esta
gloria.
Mor. — Aun por esso los ahorcan.
Ast. — Mal peccados ! y trabajo yo porque
quando fuere al dar de la cuenta no tengamos
tantos cargos; pero nohazes que irme a la mano
rústicamente.
Mor. — No hago, amores, pero acuérdate que
mires por el virote, pues lo ganamos con tra-
bajo y vee cómo a de ser.
^ Ast. — No me contenta el } año.
■ Mor. — Quieres a Dareno?
Ast.—^o.
Mor. -A Glafiro?
I Ast. — Tampoco.
I Mor.— A Dalindo?
I Ast. — llenos.
Mor. — Y de más, si tienes ojo, a este que
aora de aqui va,
Ast. — Seria malo?
A[or. — Buen hombre es, aunque no paresca
muy anisado.
Ast. — Ah, ah, ah, y en qué lo ves?
^^or. — No le entiendo cosa que diga.
Ast. — También él se quexa de no entenderte.
Mor. — Estamos, pues, en juego.
Mor. — Ni sé si tiene algo, que estos foraste-
ros andan con las olas y biuen de prestado (').
Ast. — No importa, nos se lo daremos, pues
le sobra lo que yo busco, que conserua todo.
Mor. — Ya te entiendo; si te parosce assi,en
ti lo dexo.
.Isí.— Mas en Dios, que es el más cierto ca-
samentero.
Mor. — Otra cosa se me olaidaua.
i'' Habla dos vces seguidas yiorio. Debe de faltar
una precunta de Astana-
OPÍ-.ENES DE LA .vOVEL * . — 11'.— 22
Ast. — Qué, hermano?
Mor. — Que podria ser tuuiese alguna mala
opinión, que estos philosophos cada vno haze
la suya.
Ast. — Quanto a esso, yo estoy segura.
Mor. — Esté bien, pero si quieres, yo pregun-
taré.
.\st. — No ay para qué en lo sabido, y seria
hazelle daño y a nos poco prouecho; aperare-
mos más vn poco, porque el tiempo es maestre
en todas artes.
Mor. — Bien dizes, vida mia.
SCENA 5. DEL SEGUNDO ACTO
Hi'imcüo y l.ogistico aserlian a Asosio que \a irmuIit sus
pollos y hablan con él.
Heraclio, Logistico, Asosio.
[ller.^. — Passas por la burla?
Log. — No ay que fiar, yo la tenia por vna
sancta Gertruda.
Her. — Mi agüelo, la color se lo defiende; no
oyste dezir, guarda de Español roxo y de
Alemán moreno? sábete que señala naturaleza
lo de dentro en lo de fuera (') muchas vezes.
Lo(] . — No me dirás cómo passó?
Iler. — Fuera bueno que lo vieras para lo
gustar mejor. El vellaco tiene la proa a Mela-
nia y la massa entre las manos dias ha, aunque
lo niegue; yo por ver en qué rumo yuan los
amores le asechaua; quiso la dicha que la ca^a
fuesse más larga, trayendo el diablo por allí a
Amertia, con la qual concertó cierto viaje passa-
dos sus requiebros, y después a Mania, nuestra
amiga, que también fue mate a pocos lances.
J^og. — Mucho me cuentas.
Her.— Por su vida, que borracho de los fa-
uores se gloriaua auer onze en la fragua.
Log. — Pese a tal con el milano; dessa mane-
ra no quedará polla en toda la comarca; ya q no-
ria encontralle para dalle algunas martilladas.
Jíer. — Essas serán sus mangas: pues tam-
bién alli se dio en tu pelleja.
Log. — Mas de veras?
¡íer. — Vete de ay, que todas te conoscen ya
y por burlón no creen cosa que digas.
Log. — No ay hombre que hable más a pro-
pjsito, pero como son todas desconfiadas tle
plazer, quando les hablan no lo creen; mas yo
vestiré largo de aquí en delante y hablaré en-
tonado como tu moco: haziendo concierto con la
risa de pngallc en casa su alcauala.
Her. — Es ya tarde, que tienes lleno el mun-
do d'esta opinión; pero podiendo transformarte
como Apuleyo, no seria malo.
;', Fuer::a es errata en la edición de París.
838-
ORÍGENES DE LA NOVELA
Log. — Oxe, antes las lleue el diablo a todas.
Mas no me acabas de dezir en qué paró.
Her. — Paseados los dos bancos, entró en el
puerto negro, y concluyó con la señora Mela-
nia de la proueer de pollos, y ella a él de pan,
por le faltar la comodidad de salir fuera; spero
que no los comerán sin sal, y de hechar el vino
con que sude y no A'aya sin olor a la señora,
para que se hallen por virtud o necessidad her-
manos.
Log.—^o seria bueno hazer d'el tosco y to-
malle la mercaderia?
Ber.—Qük\2
Log. — Quál sino los pollos? que por la ga-
llina no le daré vn higo.
Her. — No es todauia mala ropa, a lo menos
no será menester yr buscar el Equinoctio, qual-
quíera de los Polos más ayna si el Luzero no
los esconde.
Log. — Nunca yo tal speraria, sino al relox.
Her. — Pues otros correrían los doze Signos.
Log. — Para dar consigo en la tórrida Zona
y haeer Momia para vender a boticarios.
Her.~^Toáo lo meresce la nauegacion y el
nauio.
Ijog. — A otro perro con ese huesso, que yo
he almorzado, señor mió, y tú, cómo estas?
cantas ya todas las vozes?
Her. — O, soy vn Amphyon en Thebas y
Arion en el Delfín.
Log. — O comido de los ladrones! oyga yo
todauia algunos puntos.
Her.^^Qné más puntos quieres que estos de
mi lira? No tiene la piedra imán más fuer9a en
atraher el hierro, y aqui verás cómo d'el cielo
vienen log nombres.
io^.— Antes le hazes mucha ventaja si pue-
des con todos los metales, pero recelo que ten-
gas necessidad de otras mágicas para el oro.
//ér.— No estimalle es cosa natural.
Log. — Algo dizes, mas si fuese contra hecho
esse desprecio, entiende Pluton la cacha y gana
el juego.
Her. — Y tú no me conoces? no sabes que ni
Diogenes para Alexandre, Fabricio para Pir-
rlio, fueron más señeros?
Loí/. — Perdóneme, señor, que se me olui-
daua; aunque halila su merced de talanquera,
terniamos más experiencia de sus philosophias
si fuesse menester hazer quaresma.
i/<?í'.-^Otras mayores tengo de mí.
Z07.—- D'el tiempo de Marco Crasso contra
los Partos?
Her. — Do más cerca.
Log. - Véngannos todauia a lo que cumple;
en que' clima estamos?
Her. — En el de Phenycia.
T^og. — Ya lo entiendo, quieres dezir ser el
ave Phenix.
Her. — No más ni menos.
Log. — Mande Dios no te nos bueluas el
cuerno de Noe.
Her.— Y más aora con una lection que ley.
Log. — En los naturales de Aristóteles o en
el Timeo de Platón?
Her. — No fue ello menos a la fe. porque no
quedó secreto natural.
Log. — Qué de borrones auria en el papel,
cómo cuadraua? no hazia milagros, y afirmaua
que se auia passado a ti el anima de Aristipo
el magro?
Her. — Por regla de Pythagoras. Sea como
fuere, no me acensará de moneda falsa, aunque
fuesse rara y antiquissima la que despendí.
Log. — Algo pornias tú de casa.
Her. — Los cayreles y pespqntos.
Log. — Quién dio la seda?
Her. — Nunca falta un charlatán polido y
adobos para la olla.
Log. — A qué vino la philosophia! ManzíHa
tenga d'ella; pero con todo, vuo banquete?
Her. — Aura que passe a los de Lucio Lucu-
lo, y la mesma Arabia Félix con su Phenix
como está dicho.
Log. — No quemen essa y nasca algún abu-
tre, porque éstas al cabo dan en ello o en rato-
nes, como la amiga del mancebo de Isopete,
que auia sido gato.
Her. — Guay de orejas que tal oyen! No. que
aqui ay exception.
fyog. — Como en las otras. El caso es que yo
te veo licuar al hospital por loco; no seria malo
hazer d'ello testamento.
Her.-Áh, ah, ah!
Log. — Eeylo aora, que después lo llorarás.
Por esso ca90 yo a diestro y a siniestro sin
saber el nombre a nadie.
Her. — Alguna bestia hallarás vn dia que te
quite el tuyo.
Log. — Sobre aniso ando.
Her. — Está bien.
L.og. — Mas consuélate con esso, o con éste
que acá viene. El mesmo es; mira, mira, qué
precioso.
Her. — Sí a la fe, y de más si le an tendido
alguna red.
Aso. — Quién compra pollos, quién quiere
buenos, quién pide leche? Eya, hermanas, buen
barato.
Log. — Oye, oye, o hydeputa qué figura! no
me puedo tener que no le arroje algo.
Her. — Está, dial)l(); no heches a perder la
fiesta, que en diez años no aura otra tal.
^Iso. — Eya, quién compra? o qué noramala
vengays tan de mañana truanes, Heraclio y
Logistico; con quién voy topar yo, Virgilio
en cesto? Por acá me tengo de colar. Pese a
tal con el viage: esto me faltan» aora.
COMEDÍA INTITVLADA DOLERÍA
33n
fler. — Olydo nos a, que se quiere desgarrar.
Log. — No lo pensoys bayo, qne todavía
aguardareys la silla o el albarda.
Her. — Ciérrale el puerto por allá, y yo por
acá lo llamaré. A de los pollos, ola liouibre de
la cabe9n, nos couiprareuios.
^50. — Caydo be, qué remedio. Tiente fuerte,
Asosio, y ensuziate la cara con d'este lodo. To-
maos allá con los amores negros.
Her. — Buenos dias, liermano, traes capones?
Aso. —No, señor, mas traygo pollos de que
los podreys mandar hazer.
Log. — Bien lo representa; pues cómo? con
emplastros?
Aso. — Cortándoles los Dios nos guarde.
I^og. — Qué Dios nos guarde? qué diablos
dize este villano?
Aso. — Los liablando con saluonor.
//ir. -^Quésaluonor? Habla cbristiano, bestia.
Aso. — No lo entienden sus mercedes? pues
no es Latin, los compañeros.
J.og. — Qué compañeros.' y de más si no!«
trama este villano traycion alguna, que somos
compañeros.
Aso. -Assi te aroten como no lo entien-
des.
Her. — Qué dizes?
Aso. — No lo sé dizir en otra lengua; com-
pren sus (') mercedes, si tienen gana.
Log. — Quánto el par?
Aso. — No más de dos reales
ller. — No quereys perder, y los buenos?
Aso. — A cuatro marauedis el par.
J.og. — La Icclie?
Aso. — A tarja el aq-umbre.
Her. — Ganará en ello, si pierde en lo demás.
Log. — No fiareis, señor, liasta la buelta?
Aso. — De mil amores; adonde es la posada,
mi señor?
Her. — Descabullirse quiere.
Log. — No ves cómo da este honbre el ayre
de Asosio nuestro amigo?
Aso. — Guay de tal si mé conoscen.
Her. — Qué dizes, hermano?
Aso. — Digo, señor, que nunca di ayre a na-
die, antes soy de muy buena condición.
fjog, — Y es de creer; aora venios con nos
y si compramos pagaremos.
^450. — Norabuena, no me engañareys, vella-
cos, que pensays me days la cuerda.
Her. — Qué dissimulado viene!
Log. — Tanto mejor; no sospecha que le co-
noscemos, ni tú mires mucho para tras. Vienes,
hermano?
Aso. — Voy, señor, aunque despacio, porque
me toma vn 9apato el pie; no me cogereys tan
presto.
(') Tus, en las dos ediciones.
Log. — Pues no vienes?
//€/•.— Qué es d'el?
I^og. — Colado se nos a por la calejiiela; más
supo a la fe qne nos.
Hev. — Dexalo yr, pero hagámosle otra peor.
Log. — Qué, por tu vida?
Jler. — Que te vistas a la Asosia para yr al
puesto acordado con Amertia, haziendole de
lexos señas que te sigua hasta la teneres en
la mano.
Log. — Nunca mejor hablaste; más preciarla
burlar d'este y engañar la Nimpha que ganar
vna ciudad.
Her. — Quedara pago de vno en papo, otro
en saco.
L^og. — Voy entender en ello.
Her. — Y yo contigo a ayudarte a armar.
Log. — Para el torneo.
SCENA 6. DEL SEGUNDO ACTO
Lutrailo en casa de Astucia Asosio. Melania se hurla li'el y nia-
nitii'sta a las itamas su (tisIVacc.
Asosio, .Melania, Idona, Astasia,
Aplotis.
[.Iso.]. — Yo os abezaré, si biuo, a burlar a
costa agena, reuerendos. Qué bien empleado
fuera dar comigo en vna escuela, donde no
quedara rapaz que no se esforzara a acabar d<'
me sacar de seso. Y cantara entonces la can-
ción de tales poínos tales lodos, auiKjue nunca
falta quien responda:
yerros hechos por amores
dignos son de perdonare (•).
Y este es el bueno del apetito en hábitos de
frayle, cargado de propósitos de penitencia
para el otro año, también cantando:
Parildo, infanta, parildo,
que assi hizo mi madre a my.
^' todo después se olnida con jura mala en pie-
dra cayga. Dessoo de entender la intention
d'esta vellaca: el amor es ciego, no dé comigo
en algún despeñadero do sean menester manos
prestadas. Quanto a lo primero, ella en son de
escoger me hará entrar en la casa de las galli-
nas sin dezir más; a mí toca entender el texto
y glosallo conforme al lugar y tiempo. Alas me
quiere a lo que veo de lo que yo pensaua; es
anisada, contentanle los donayres. Con estas
tales teneya andado medio camino en empegan-
(') De perdonarte dicen las dos ediciones antiguas.
Son versos, bien conocidos del romance del Conde Cia-
ros, donde se lee perdonare-
340
orígenes de la xovela
do, que vna nocia a menester sciencia hecha de
nneuo. Qaé dispuesta y agraciada es, assi fue-
ra el cuero; mas essa es la salsa d'este manjar;
nunca pimienta hizo mal en tierra de pescado.
Ya rae paresce que estoy en la tela, según lo
traygo en antojo.
Mel. — Allá vienen mis amores. Qué bien
le están los hábitos, mal año para Planto ni
Terencio quanto al pintar.
Aso. — Esta es; pregonemos por lo que haze
al caso. Quién comjíra pollos, quién pide hue-
vos? la leclic se quede.
Mel. — Cómo entona el señor lusquin! A
de los pollos, hombre de bien!
Aso. —Llama, señora?
Mel. — Si son buenos?
Aso. — Buenos, señora. Pero mejor la volun-
tad que me hizo mudar el hábito y lo hará a
la vida si cumpliere.
Mel. — Entra, señor Asosio, que no es tiem-
po aora desso.
Aso. — Soy contento, quédese para después.
Mel. — Passá acá, son todauia buenos? por
dissimular si nos vee alguno.
Aso. — Entiendo: tu merced escogerá. O,
amor mió, vida mia, es possible que te tengo
a solas?
Mel. — Aqui verás quánto te quiero: Quién
me llama? quién es? Nunca falta vn caramillo.
Sperá aqui sin hazer |mudanca, que luego bol-
uere.
Aso. — Pues cierra tras ti la p'ierta.
Mel. — \%ú lo hago; que tal fuera yo para
las olimpiadas, si los juegos assi fueran, no
faltara risa y \v\ me alaba nadie. He aqui la
discreción, la gentileza toda en vna gallinera:
son escaueches de la malicia, que en fin es
necia. Señora, mi señora, vea tu merced la
compra que iiize, y si puedo seruir de mayor-
domo y dispensero juntamente? Entra a ver
mis pollos y vn hermnso gallo, que es lastima
no ser capón.
Ast. — Qué dize esta loca, mo9as? que no la
entiendo.
Ido. — De como le diste el cargo de las aues
para el domingo, aura acertado y no se le cue-
ze el estomago.
Apio. — Vaya tu merced.
Ast. -Qué dizes, Melania?
Mel. — Que alabes, señora, m¡ diligencia y
buena dicha.
Ast. — Veamos pues.
Mel. -Allá las dexo y voy asechar de la
otra parte.
Aso. — Las matronas me paresce oygo. Dios
nos guarde de traydorcs; perdido soy si acá se
entran.
Ast. — .\y, quién está aqui?
Aso. — No nada, señora, el gallinero.
Ido. — Que me maten si ésta no hizo alguna
burla a éste.
Aplo.—'^o deue ser menos, porque él buel-
ue la cara.
Ast. — Qué hazes aquí, hermano? no hablas?
^íel. — Hablará el diablo.
Aso. — Sí, señora, pero tomóme dolor de
muelas.
Mel. — Ah, ah, ah, dolor de muelas!
Ast. — Algo es esto, amupstia, hijo.
Apio. — Valas me Dios, este es Asosio.
Ido. — Qué dizes, loca, perdiste el seso? El
mesmo es, qué será esto? aqui pasaron los
amores?
Ast. — Bien, seilor Asosio, dónde dexaste
tu vestido? no trocaste, según yo tenia la opi-
nión?
Ido. — Es d' espantar adonde tanta cortesía
y virtud ay caber engaño: que Melania no lo
haria sin causa.
Ast. — Assi se tratan las cosas de los ami-
gos? fiara la vida y la honrra del señor Asosio.
Aso, — Pues no ay otro remedio que acensar-
me del peccado y confessar el hurto, yo me
rindo al castigo que ordenares: dispensando
todauia con el amor y juuentud que dieron oc-
casion al desuario. Y sobre todo el fiarme de-
masiado, que si no es prudencia, es vicio natu-
ral de nobles corazones y no viles, como el que
aqui me traxo. No quiero alegarte cosas pas-
sadas y a quáutos esta passióu cu estremos
muy mayores hizo caer: porque tu virtud y
discretion consiente que dé la lengua lugar a
su dolor extraño y enmudesca aora y después.
Mas spero dexar muy presto con el hábito la
liuiandivd de mi juyzio, que tan mal supo ati-
nar, y darte de mí satisfacion.
Ido. — No aprueuo esta hazaña; para qué es
tentar a nadie?
Así. — Es assi, en esto mayormente. Señor
Asosio, aunque la culpa sea digna de castigo,
yo lo quiero por aora suspender hasta tomar
información y auer oydo la otra parte, que te
prometo sea sin passion. Y vete norabuena al
viejo hombre, porque el mo90 no te quadra.
Llenando por penitencia el peso del desengaño
de las niugeres, para que sepas mejor guardar-
te dellas de aqui en adelante.
Aso. — Será loque Dios quissiere, que yo no
prometo aora milagros; él quede contigo y con
estas señoras.
Ast. — Y vaya contigo.
Apio. — Señor Asosio, busca otra que mejor
te compre la mercadería.
Aso. — Paciencia.
/(io. — Risa me toma de ver el diffrace y in-
nencion, y por otra parte no estoy en mí de
tanto atreuimiento, assi d'ella como d'él. j
Apio. — Allá do viene, qué heziste, satanaE? i
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
841
Jilo. — El diablo llene tanta desnergiien^a.
J/é/. — Calla, que assi es lucnostcr para es-
carmiento de otros.
.isí. — Di cómo fue.
.l/e/. — Proeuraua su merced de me engañar,
diziendo q;ie no aiiia querido más Paris a su
Helena y que todo era honestidad y buen pro-
positó. Estando, pues, quasi en la red. alcancé
del tanta verdad, que esto es lo menos con que
pagalle. Lo que a mí vendia hazia a otras onze
que se alabaua traer en su rueda el diamante-
fino. Testigo Dios y yo qn«^ ló oymos.
Telo. — Mira por vida vuestra.
Así. — No ay que fiar.
Apio. — Dios te dé salud.
Ast. — Qué cosa son hombres! d'el mejor
nos guarde Dios.
Mel. — Éntrese tu merced y oyra el resto
alia.
^s^-Sea assi, llegaos vosotras al sermón
y sabreys los artículos desta fe.
SCEXA 7. DEL SEGUNDO ACTO
Log¡-i|¡:-o, (lisfrazado en los liabilos tic Asosin.
ViiK'itia y (• la In disiiiuila.
i'n''aiia a
LoGISTlCO, AmEBTIA
[ Aoy.]. — Yo daré cima a esta auentura si no
me engaña el coraron. A despecho del caualle-
ro de las onze (donzellas no) hecho Nereyda,
por amores de la Reyna I3uruca. No veys el
disfrace que le dio? y qué tal queda si ay de-
sastre en el camino. Qué lindeza y gesto para
extremos: el C;iron os matará de amores; pues
la risa, otro que tal, con aquella boca de cro-
codilo. Aqui es buen paraje, medio rebo(;'ado,
qnc es el ayre del amigo, y pisar con buena
gracia, al cabo estoy. Ya queria entre manos
la comedia.
Amer. — Mucho me he detenido por la calle,
mas qué a hombre de hazer a los amigos con
que topaV vno: do va, señora? otro: por qué se
alexa de los suyos? y otro: beso las manos.
Cumple conseruar la cortesía la qual adorna
más la gracia y la heimosura. Y' hazer proui-
sion de amigos, ya que la renta no es mucha.
Con todo, yo cumplo uji palabra; si me ama
como dizo, no le causará menos dessco la tar-
danca. Las dos más preciadas joyas que amor
tiene son la paciencia y solicitud: si no es otra
niás principal, por nombre pecunias, porque
ésta haze baxar los montes y subir los valles.
A.«sos¡o es buen mancebo, harto vistoso, y no es
escaso si le hazen plazer, aunque sea vn poco
acelerado, pero no ay cauallo sin alguna tacha.
Log. — Caydo ha.
Amer. — Allá lo veo; señas me haze que le
siga, bueno será por causa de la gente, que nun-
ca falta quien os conosca.
Log. — Ah. ah, ah, y qué de ]iriessa viene y
encandilada. Todo está proueydo, no estoy a
lumbre de pajas.
Amer. — A dó me llena ? otro barrio es este
de lo que yo pensana.
Log. — Aqui la aguardaré, que no podra ya
arrepentirse.
Amer. — Qué es esto? o yo estoy ciega o este
no es Asosio; Logistico es; trato a sido, Pero
haré, conforme al tiempo, de necessidad virtud,
y que no sienta otra de mí sino que le sigo
por quien es. Xo ay, señor Logistico, quien te
alcance.
Log. — .Vssi medres como tal pensaste. l*or
alexarse de ])oblado y poder gozarte sin recelo
(le encuentros y otros desastres.
Amer. — líicn ves cómo te fny obediente.
Log. — Qué menos puedes hacer que siguir a
quien te sigue y todo es tuyo.' IJazon y amor
te an inclinado a lo que de tantos dias te me-
resco. Sábete que esta noche lo soñé, y como
sea gran interprete de sueños, lo tune luego
por reuelacion.
Amer. — Siempre su merced so burla de los
mal vestidos.
Log. — Mal vestido llamas a essos ojos, a
essa boca y a essa nariz tan afilada? no quien»
en mi vida hazello de otro p.iño.
Amer. — No lo digo yo? cómo es cierto que
a dos dias te enfadasse!
Log. — No es más menester, señora; en tiem-
po estamos de experiencias, y bien sé yo vn
ánima que vio otra'ninia a pocos dias hablar
con vn cuerpo sin ser vista,
Amer. — Podria ser, con quién o adonde?
/>o,(7. — Entrémonos, que yo te lo diré.
Amer. — Como mandares.
SCENA 8. DEL SEGUNDO ACTO
\-o-io va al conciorlii. y halla (te l>u(>lla a Aiiu'iiia,
(|iie ir luirla di'l.
Asosio, Ameutia,
[.4í(r).]. — o Dios, o hombre desgraciado!
])or qué no te hechas en vn pozo? O gran tray-
cion, engaño no pensado, o hombre perdido!
mira por quién, o perra ladrona! no creo en la
leche que mamé, si no se la embido de todo el
resto y quédeme en camisa. Gallinero yo? No,
no; erré el menester; recuero, recuero, pese a
tal, con seys dozenas de asnos, y aun seria
poco. Ora está bien, vrmonos a comer, pues
lio auemos almorzado; qué mas querías necio?
que la ca9a de Amertia mohosa es, vale más
de noche que ésta de dia. O quién pudiesse re-
342
ORÍGENES DE LA NOVELA
matar con ella el fin desta jornada y que no
fuesse trágica la historia! Pero seria en mí
bien empleado auer venido y ser ya bnelta. Qué
es esto? Qué fue de ti, Asosio? no se me quita
esta phantasia, ni lo puedo creer, pues a osadas
que no fue sueño. En qué cuenta me teman,
que a dos dias se sabe por la tierra? Qué lindo
crédito terne en amores? de onze se quedarán
en media, y oxala, pues la burla es lo mejor, y
más si entienden que me duele. Cumple tener
la barba tiesta y hechar el negocio a zomberia
o dezir que fue apuesta o por darles regozijo.
A7ne7-. — Quán desuiados son algunas vezes
los casos o caminos del pensamiento. Todo por
mejor, qué le falta para no ser en el bien em-
pleado?
^so.— Quién será esta? la mesma es; aina
perdiera el rastro si más durara la de marras.
Amer. — Harto mejor por cierto que en aquel
vellaco de Asosio.
Aso. — Conmigo lo ha.
Amer. — Quién pensara tal! gallinero por
Melania? mira qué lindeza de donzella.
Aso. — Qué cosa es esta? o yo duermo, o ésta
sueña, o algún paxaro se lo dixo. Quiero toda-
uia certificarme. A, señora.
Amer. — O qué bueno, aquí do viene! el dia-
blo le lleue si le hablo.
Aso. — Eres sorda? a, señora! qué a de ser
esto? a se mudado el tiempo?
Amer.-^-8i, pues los galanes se hazen trua-
nes; atrás la dexais, hermano, noosembian aqui.
Aso. — Cómo no, y la promessa?
Amer. — Digo que no es esta la puerta; no
compran aqui pollos.
Aso. — Guay de tal! qué pollos, vida?
Amer. — Podeys tratar en otra mercaderia
de oy en adelante, que no demandan en ésta.
^4so. — Qué mercaderia? detiente, amores.
Amer, — A otra perra que te muerda. Ohyde-
puta, qué cortesano! ah, ah, ah.
Aso.— Ido se me ha. Quál diablo se lo dixo?
Yo estoy encantado, o perdi el seso o duermo.
Pero aqui los ojos abiertos, las manos, les pies,
ando, hablo, tengo orejas y el bonete en la ca-
bera. Este es el vestido de ayer. Pues qué sera?
Voyme a alguna hechizera o nigromante; ve-
remos si me hallo o qué es de mí.
SCENA 9. DEL SEGUNDO ACTO
Logi^liro tornando de su auentura halla Melania y allercan
sobre Asosio.
LoGisTioo, Melania.
[Aoy.]. — Más que cierto salió el sueño o
consejo de nuestro amigo Heraclio. La quenta
es que solamente lo que dexa de cometerse no
se alcan9a. Quién viera svjis melindres y graue-
dad! Guardar a éstas otro decoro es necedad,
porque se os lleuantan a mayores, demás de no
entendello, atribu[y]endolo más a su gentileza
todo que a vuestra buena cr¡an9a. No va triste
la señora, ni creo trueque lo de oy por lo de
ayer. En lo futuro tememos vigilancia, y Aso-
sio ladrará de fuera. No saca este año palabra
d'ella según yua estomagada. Pues si le en-
cuentra en el camino, basta para boluelle loco.
Holgaría topar con él para discantar vn rato
sus romances. Porque su gloria del bellaco es
hazer assi vna d'éstas; mas si él fue a salua-
miento con sus mercaderías y halló el recaudo
que queria, alli se aura de quedar esbauacado
sin querer otras ganancias. Que las señoras
conuertiran en bestias todos sus huespedes
como Circe, y Heraclio no lo cree hasta dar de
pies en el lodo. Atrauesando por esta calle po-
dría ser le hallasse en su Ínsula poco firme.
Vna cabera veo allá en palacio. No será la de
Helena? Toma si me engañé; no es ella otra.
3íel. — Logístico es éste que acá viene, ma-
rauíllome velle solo, si sabe por dicha del in-
fortunio de su amigo; que es de creer fuesse a
buscar con quien llorarlo. Porque éste, Hera-
clio y él son de vna caraarada. Pero no trae
semblante d'ello.
Log. — Media ora a que me da el ayre dessa
gracia.
Mel. — Spera, que yo te pagaré con otra tal.
Y yo, señor Logístico, me espantaua de la no-
uedad de mi alegría sin saber de qué.
Loff. — No quieres, según veo, quedar de-
uiendo nada.
Mel. — Ni el interés; pero dónde dexaste el
ánima?
Log. — Qué pregunta a un hombre de amor
tan libre! conmigo biene, que será parte para
mejor seruírte si algo mandas.
Mel. — Arguyes tan sotilmente que no hallo
ya con qué pagarte.
Log. — También esso es argüir, mas no me
marauillo, pues que en amores eres tan di-
chosa.
3Iel. — Cómo assi?
J^og. — Quien tiene por seruidor a Asosio,
que es el primor de medía villa, qué le falta?
Mel. — Bien lo ha mostrado dende ayer acá.
L^og. — En qué?
Mel. — En vna gran canallería.
L^og. — Mordióte? mas de verdad, si te hizo
algún agrauío, deues perdonalle, que de amor
sería.
Mel. — Buena era su voluntad, pero él queda
el agrauiado: entre damas gallinero hecho, lleno
de motes y villancicos.
L^og. — Pues quién lo traxo assi entrellas?
Mel. — Tú lo sabes ya, sino ve a dalle el pa^
n
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
843
rabien. Y assi os abezarán burlar de quien no
niereceys seruir.
Log. — Señora, no se encienda, que si él pecó
no es razón que sean tantos los castigados.
Mel. — Todos sojs vnos, y a la fe que no tenia
Heraclio por acá eu nú uial auogado. Mas ya
estoy deliberada no creer a nadie, y ay otras
deste parescer.
Log. — Qué peligrosa es la ira en las muge-
res!
Mel. — Más a los horahros su poca fe. Y esto,
señor, le diga si le viere: que yo me recojo al
monesterio.
Log. — No tengas más salud de lo que se me
da de tus querellas; al monesterio, su ordinario
hablar y engaño, siendo tantos los que entran
y salen que podemos llamarle bodegón. Asosio
todauia a caydo. Quien biue de engañar no es
mucho ser engañado. Empero, ei yo le conos-
co, a osadas que no vays a liorna buscar la pe-
nitencia. Quién son éstos que acá vienen? Ya,
ya, Apio el tocho y Mecion el blanco; también
han sido de los nuestros, no sé aora de qué
tierra son ; allá se van con todo, y la abeja
maestra sale a ellos. Hecho estaña, algo aure
de coger que lleue, que mi gloria es andar por
el mundo a descobrir hurtos assi.
SCENA 10. DEL SEGUNDO ACTO
Apio y Metió, seruiílorcs do Astasia en otro tiempo, biiehien al
juego y son d'ella muy regalados: Logistieo llena las nueuas
Ue lo qufi vee.
Apio, Metió, LosIstico, Astasia, Idona.
\^Apio\ — Qué dizes. Metió? no es razón
frequentar tan buena calle? y la compañía des-
tas damas?
Metió. — Sí, por mi vida, porque nos quieren
grande bien.
I-'Og. — Ya embidais ? mejor juego teneys
que Asosio.
Apio. — Algo digo yo, que allá veo vna som-
bra de cabera.
Log. — Harto os sobra desso.
Apio. — La matrona es; vamonos a ella, y
tememos vn rato de passa tiempo.
Log. — Y lo dareys, si la boz os ayudasse,
pero soys todos baxos.
Ast. — Idona, nuestros buenos amigos Apio
y Metió vienen acá: hágaseles fiestas, que lo
merescen.
Ido. — Tienes razón, señora.
Ast. — Bien, caualleros, qué fruta nueua es
esta? de do o para do?
Apio.—Y)Q la tierra para el cielo.
Lag.—Oxe, también metrificays, caballo de
Thesalia? cómo agradará a la Sybilla.
por que iin
Ast. — Qué breuo y avisadamente lo dizc el
señor Apio.
Log.— Tal sea tu salud.
Ast. — Pues, señor Metió,
blas?
Met. — Spero a mi lengua.
Ast. — En casa la dexaste,'
Met. — No lo digo sino por la señora liloiia,
que no la veo.
/(lo. — Los ojos, pueB, dexoste y no lalongua.
.\/et. — O ángel mió, y ay estañan y no te
voy a?
f.og. — O pallo mió, ay llegays? nanea lo pen-
sara.
/f/o.— Otro dcucs de tener, pues admites
tanto oluido en tu memoria.
I^og. — Dessas soys también? guay d'el
amigo.
Jfet. — Oluido, señora Idona? primero bolará
vn buey.
Log. — Ah, ali, ah, y más si fucBe de su
cuerpo.
Ast. — Buenas están las culpas y desculpas.
Apio. — Por esso hago yo bien, fieñor», que
estoy metido en tu poder y cada dia soy más
tuyo.
/.og. — Gentil aniso es un gauilarl.
Ast. — Ya lo sé, hermano, y me doy por
satisfecha.
Log. — Aquí, aquí, noramala se entienden
las personas, que no en la Academia de Hera-
clio, que es todo alegorías.
Met. — Bueno fuera, señora Astasia, que m
proceso fuera ansina. Pero la pafté ea Qiuy
contraria.
Ido. — En qué lo ves, Metió?
J7eí. — En que me miras de traues'.
Ido. — Tú eres esse.
Ast. — No aya más, hagamos pazes.
Met. — Soy contento, si toca la mano.
Log. — Mas el pie, que bien lo assieiita.
Apio. — Sí haré.
Ido. — Si tú lo mandas, señor Apio, que eres
el viejo amigo.
• Apio. — Que sí.
Met. — Y si yo tocasse más, señora?
Ido. — Perderlas vno y otro.
Ast. — Tienes razón, qué mo^a está!
I^og. — Más que vieja tú.
Met. — Ora yo me contento con lo que man-
das y quiero olSedecerte hasta la muerte.
Ido. — Assi ganarás todo.
Log. — De acuerdo están, voto a tal, y no ay
memoria de oiro parayso, ni Vergilio se lo pu-
diera pintar mojor.
Ast. — Qué hazemos a la puerta? entrémonos
y holgamos emos en el vergel.
Log. — Qué buen pescador; ella es la que
guya la dan^a sin perder punto.
344
orígenes de
Apio. — Es tarde ya, señoi'a, y ora de cena;
quédese para otro dia.
Loff. — Esso es lo que haze al caso, si tú lo
entiendes.
Ast. — Siempre te hazes de rogar; quedaos a
cena acá.
Apio. — No es tiempo.
Ast. — Pues quándo? no me agradan amista-
des tan de passada; mal hombre, por qué no
vienes cada dia a vernos?
Apio. — Tienes aora otras, la nuestra no es
tan buena.
Log. — Ay te speraua, veamos qué dize
Faustina.
Ast. — Ah, ali, ah. Por tu vida, hermano,
que es todo burlería; haze d'el philosopho y
huelgome de oylle sus locuras.
Loff. — Firmada estala carta, y no era sueño
lo que yo dezia, que soy perro viejo.
31et. — Assi es gran passatiempo oyr vn loco
de quando en quando. Y tú tomaslo assi, seño-
ra Idona?
Ido. — Antes muy de veras.
3íet. — Todavía me an dicho que es tu seruidor.
Ido. — No te paresce que meresco me siruan
muchos?
Met. — A la fe sí, pero nadie seruirte puede
como yo.
Ido. — Y todauia no lo hazes.
Met. — Ya la paz es hecha, yo lo emendaré.
Loff. — Buen remendón, y póngase de lodo
nuestro sastre.
Apio. — Vamonos, Metió.
Ast. — Vamonos, vamonos; qué priessa tie-
nes?Notedexo irsi noprometes de mudar el pelo.
Apio. — Sí haré.
Ast. — Pues venios mañana a cenar acá, y
no faltará fiesta de cantar y bailar.
Apio. — Norabuena, nos lo haremos; beso las
manos de tu merced.
Ast. — Buenas noches.
Met. — Y largas, Idona, para quando seas
nouia.
Ido. — No me hables en esso.
Loff. — Buena va la danca, aunque ay lodo
en el camino; fiaos y vereys. Voy con esta fru-
ta a nuestro amigo, veremos a qué le sabe.
SCENA 1. DEL TERCER ACTO
Asosio, buícando vu Nigromante , lialla la grande mágica
Dolería, que le promete vengalle de Melania y sobrouieno
Heraclio.
Asosio, Dolería Mágica, Hkraclio.
[Aso.'}.— De manera, señora, que te affir-
mas que me harás tomar la figura de vn su
requebrado?
LA NOVELA
Iler. — Trama es esto.
Aso. — Y de leualla fácilmente do quisieres,
que quando bien assi fuesse, esta es el biuo
diablo.
Her. — Qué cauallero!
Aso. — Y más ayna se dexará morir que en-
gañar, y podria assi nuestro trabajo ser en
vano y muy peor, si por mal de peccados se
supiesse.
Dol. — Demasiadamente te recelas; dexa
hazer a mí v calla. No sabes que ay artificios
de tomar paxaros sin redes?
Her. — Y cómo ay!
-Do/. — Qué dirás si te la doy en la mano bo-
rracha d'el amor de aquella mascara o figura
que as de representar, y assi lo hiziera de la
tuya propria; pero quiero que tu competidor y
ella se tornen locos y que no le quede action
alguna contra ti.
Her. — Guay de aquel que os caie entre las
manos.
Dol, — Mas apareja vna saya de paño fino.
Her. — Esse es el punto.
Aso. — De brocado te la daré, y lo que más
quisieres; pero buz.
Dol. — A mí importa más.
Aso. — Cómo a de ser? por tu vida que me
lo pintes.
Dol.— Que me plaze. Ya sabes que todo el
mundo me conoseo y tiene respeto; frequentaré
la casa algunos dias, pues ay principio, y ba-
rcia creer que el asno muere por ella, y a él que
la muía le tiene buena voluntad. Porque no
dexe nunca la calle, y alabándole de rico, auissa-
do y otras pie9as assi, trataré de casamiento, y
de que se vean para el effecto, y no te digo más.
Jler. — Buena orden lleuas.
Aso. — Maldita seas, que tanto sabes.
Dol. — Pero tú as de fingir amores en otra
parce, como si nunca la ouieras visto, porque
no piense que te duele aun la llaga.
Her.— Bien lo asienta todo.
Aso. — No dizes mal, pero no as de dormir
hasta la obra ser conchiyda.
Her. — De charidad.
Dol. — Assi no duermas tú al tiempo de la
paga.
Her. — Ay darás.
^Iso. — Vete de ay, que eres vna Pharisea;
toma de caparra esse doblón para capones.
Dol. — Bendito seas con tal respuesta. Voy
y buelo.
Aso. — Veamos, pues.
Her. — Aqui se pagan ellas.
Aso. — Dónde diablos resurgiste? Andas en
pena por estas calles?
Her. — Todos somos d'el Merino; si no pre-
gunten lo a Logistico y a mí, o a la señora Fu-
lerina.
A
COMEDIA IXTíTVLADA DOLERÍA
845
Aso. — Noramala para vos, que tanto inadru-
gastes, y para ella, que en tal bestia rué mudó.
Her. — Burlaste.
• Aso. — O hydeputa, veys vos, gentil hombre?
pues por vida d'este cuerpo que yo le haga ha-
blar otro lenguaje. Que no soy tan Narciso
como vos.
IIei\ — Bien me pesa dello, mas puede ser
que también mi tiempo llegue (').
Aso. — Estoylo viendo ya, porque conoseo
coles de u)i huerto.
líer. — Pues Dolería, hará algo de bueno?
Aso. — Algo.' verlo has; es bastante a rebol-
uer todo el infierno. Bien sabes ya que auien-
do (leñare me., ay laudare te. Y que en prima
pagina está seripto Pecunia- obediunt omnia.
Her. — Y aun en la postrera; yo he oydo el
flete, no preciarla más ganar vn buen cauallo.
Por que en forma estoy sentido d'el escarnio,
que se deue contar por general.
Aso. — Pues calla y busquemos a Logistico
para rey lio a tres partidas.
Iler. — Bien dizes, hágase.
SCENA 2. DEL TERCER ACTO
Ln;;isi¡co. auieiulo dado las luieuas a lierac io de sii> cninpeii-
dores. a lercan sobre o os vn buen rato.
LoQísTico, Heraclio.
\_Lotj ]. — Finalmente que podemos ya cantar,
maldito sea aquel dia
que nascio mi pensamiento.
y/f;-.-Mas,
Lo-j.
recuerde el alma dormida.
abiue el seso y despierte
contemplando.
ITer. — Todauia no creo que va esso tan de
verdad; son damas, precianse de corteses, sin
querer escandalizar a nadie. Essos hombres son
muy familiares, por parte de otro a quien tie-
nen obligación las sobredichas. Y las amistades
proceden de grado en grado harto lexos.
Log. — Consiento, por aora, que lo imagines
assi, porque no se te gaste el estomago del todo.
Pero sábete que soy más experimentado en
estas drogas que cuantos boticarios ay en Paris,
y doy te dello el tiempo por testigo de ocho o
diez dias solamente.
Her — En menos hizo Dios al mundo.
Log. — Ay verás si puede deshazello.
(') Llege. en las dos ediciones.
Her. — En parte holgaría que tu sospecha
fuesse cierta, ))ara hartarme de hablar y hazer
vna larga penitencia.
Log. — Dacuerdo qucdauau para otros dias.
Y las Ximphas con tanta pena de vellos par-
tir, que hasta el invierno no se cansaran. Por-
que entonces el frió yela estas calores.
Her. —De modo que el amor dellas anda con
el tiempo?
7/0/7 . — Aueriguado; sino que ay falleucía en
la regla en vna cosa.
Jfer. — En qué.'
Log. — Que haze el vino causa como la ima-
ginación, el qual alegra el coraron del hombre
y tiene singulares operaciones.
Her. — No deues hablar sin expiriencia.
Log. — Aosadas que he visto sin antojos y
palpado sin guantes calliente y frió.
Her. — Pues cómo haremos?
Log. — Yo seré la centinela y haré señal
porque no escape cosa; entonces operibus cre-
diíe, como el Rey Raiuiro, y nuestro amigo
Asosio que está más cerca.
Her. — Essa te digo fué burla intolerable;
mas si el trae a luz su trama, quedará i)ago
para otra vez.
7.0(7. —El pandero ^^^'^ ^^ buena mano; tú
verás el son que haze, y puede ser que auiendo
] lor qué, como yo lo traygo en las narizes, tam-
bién tañamos a su modo, que en la señora Do-
lería todo ay.
Her. — No me podría saber bien vna ven-
ganza assi de tianh'guracion.
Log. — Mejor seria hallar las fuentes de
Merlin de amor y desamor para poner la vna
al opposito de la otra, y hazer morir Angélica
por Reynaldos, y él que huyesse d'ella como
d'el diablo.
Her. — Tan poco quería esso, ni fuerca de
encantamiento en mi fauor.
fjog. — Busquemos luego a Oedipo que nos
declare esse enigma. Vistes el Sphinge? Qué
poco sabes tú del mundo!
Her — Confiesso que no falta a su merced
para Pedro de malas artes vn solo mara-
uedi.
Log. — Mas faltárame, que ya no ouíera
pelo. No sabes que la prudencia tiene dos caras,
vna delante, otra detrás, y que es la razón la
luz de sus quatro ojos y el gran íiipiter el obje-
to ó fin?
Her. — Hablas como emperador, y todo lo
que sueñas son reuelaciones. Quédese assi la
traca, para si fuese menester empegar alguna
obra, acudir con los materiales.
Log. — Dexame haz"r, que no quiero pongas
de casa sino los ojos y las orejas. Y con esto
vamos a uer en qué ramo está la nao de Asosio,
Her. — Por vida tuya,
346
ORÍGENES DE LA NOVELA
SCENA 3. DEL TERCER ACTO
Dolai'ia sola tratando de los estados enamorados y llega ?Me-
laniu.
Dolería, Melania.
[Dol.]. — Esto es mnger; a la fe, que tiene
andado ya medio camino, mas la buena paga
haze milagros, que palabras llénalas el viento
como a las plumas, y maldita la cuenta que yo
hago dellas. Con todo, después de bien recu-
cliillada. Porque algunos por consiguir sus ape-
titos os prometen luego el Arabia Félix y dan
os con la Pétrea en la cabega: de lo qutí no cues-
ta, a montones. Ay otros tan tristes y pelados,
y es tan raydo lo que traen, que tan solamente
do hecbar el anzuelo no hallays. A estos tales,
pelalles más, pues no teniendo qné comer com-
bidan huespedes. Los caualleros muy peynados
piensan que se deue todo a su sangre y genti-
leza, y que os liazen merced si os encargan ; y
quando mucho, por mano del camarero, os me-
ten diez reales en la boca, porque si acaso os
iamentays, respondan: pese a tal con el traydor,
que diez ducados le mandé te diesse y guardó-
los para sí o los jugó el truan. Estudiantes lo
hazen muy mejor, los quales no tienen cama-
reros, y de ciertas bolsas de cuero viejas sacan
siempre la merced de Dios, o parten con vos
de sus raciones. Carniceros, pescadores, gros-
seros, mesoneros, y toda otra suerte de aues
desta pluma, son liberales, por traer la massa
entre las manos. Mas otras ay más nobles que
todas éstas, quien se quiera lo podria adeuinar:
los banqueros, mercaderes gruessos o Burga-
leses, que francamente pagan las obras y jor-
naleros. Diez ducados es el menor bocado de
vn escote; sayas, mantos, chapines, cal9as o
tocados, aun no lo pedis quando lo teneys. Si
no ved que, no auiendo dado vn passo por Aso-
sio, hecha vn doblón para capones, quedando
mi derecho reseruado y entero para la buelta.
El saber y diligencia os sobra para éstos. Yo
tengo tramada ya la burla, agora la texeré. A
la señora no se le cuece el pan ni le toca el
trasero la camisa; mas yo por el authoridad de
mi officio quise dilatallo, que las yernas hazian
luego operación y los amigos son diligentes
para todo. Y de más si es ésta que acá viene?
Ella es, sola; paresce gruñe; será de dolor de
dientes. Gentilhombre, poneos delante por que
no nos vea y oyremos de qué temple viene.
31 el. — Triste de mí, do la hallaria yo aora?
. Z>o/.— No lo digo?
Mei. — Que no puedo ya estar sin ella, que
blanda y apazible es.
Do¡. — Muchas mercedes.
Mel. — Y la embidiano lo puede comportar:
vnos de hechizera, los otros de falsaria y otros
de otras chismerias. Qué mundo este?
Dol. — 'Hazeys bien de lo sentir assi y de
guardar las circunstancias de amistad.
Mel. — Noay verdad ni desengaño sino donde
menos se presume, que todo el resto son hypo-
crysias. Yo buscaré algo de bueno que le dé.
Dol. — Dessa suerte siempre me terneyspara
vuestras necessidades.
Mel. — Quien me topará por aqui mi gentil-
hombre; qué lindo y agraciado es, qué bien
hablado y qué discreto.
Dol. — Aun no lo sabeys del todo.
3Iel. — Paresce que halló el cora9on por na-
tural distinto o particular virtud, su semejante.
En hablandome Dolería en él, dio el sentido y
la razón lugar a mi deseo y quedó presa mi li-
bertad. Do estará?
Dol. — No se congoxe, que presto la verá.
Mel. — No tengo otro descanso que hablar
con ella, y aunque el freno de la verguenoa y
honestidad ate la lengua, los affectos muestran
lo que siente el coraron, y el escondido fuego
haze su officio.
Dol. — No es tiempo de más palacio; quiero
apparescer a Tisbe, porque no se mate, y lleua-
lla al señor Piramo. Señora, señora, no os vays
assi.
Mel.— Quién me llama? O madre mia Dole-
ría, que hasta el ánima me penetró tu boz,
dónde estañas?
Dol. — A vn ora que te llamo y no me
oyes.
Mel. — Y es posible? no te marauilles, que va
hombre pensando en otras cosas.
/)o/. — Pues como estás, h'ja?
Mel. — En verdad que no me hallo bien.
Dol.— Cómo assi?
Mel. — Siento dos dias ha vn dolor incom-
portable del cora9on.
Z)oí.— Tienesle otras vezes?
J/eL — Sí, mas no tan grande.
Dol. — Ordinario males de mugeres, y puede
ser que venga de la madre.
Mel. — No lo sé; dame algún remedio si lo
sabes.
Dol. — Y cómo que lo sé!
Mel. — Qué, por tu vida?
Dol. — A la oreja te lo diré, que no lo oyga
nadie.
Mel. — Quién está aqui?
Dol. — El ayre, que fauoresce los amadores
y los anisa de muy lexos. Los bracos de aquel
amigo y sus regalos.
J/c'í.— Mira qué dize; siempre te burlas, mi
señora, y me hablas fuera de proposito.
Dol. — Por vida vuestra, qué quieres? soy
amiga desengañada y médico propicio, que no
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
847
procura de dilatar la cura, sino la salud de sxi
paciente. Y no me lo agradesces;
Mel. — Calla, señora, que soy tuya; pero di-
golo porque sospecho no se acuerda de niy esse
señor, ni se le da de mi muerte o de mi vida.
Dol. — Y esso más, y ves su passear tan a
menudo por la calle, pues de noche con qué
suspiros y la color del gesto. Si supiesses lo
del comer y del dormir, manzillá es ver la pena
que padesce. Solia de ser vn pino de oro, no
está aora allí la mitad del. No st- cómo te lo
sufre el cora9on, y más quiere tu honrra.
Mel. — Con esa condición le acepté.
Dol. — Pues qué hazes por él, que te a de
agradescer?
Mel. — -Que no le quiera mal, mas es menes-
ter hablarse a mi señora.
Dol. — Qué necia eres, no lo hará por todo el
mundo.
Mel. — Por qué?
Dol. — Ay cierto inconueniente por causa de
su padre. Pero secretamente, si te paresce, el
hará lo que yo quisiere.
Mel. — Está bien, mas temo, porque los
hombres no se contentan sino con todo.
Dol. — Y quando assi sea, qué le das sino lo
suyo'^
Mel. — O cuytada!
Dol. — No veys qué lastima? Ora yo me voy
a él y quedará esto para mañana; todo estara a
punto y algunos menudicos para la nouia.
Mel. — Ay triste!
Dol. — Ay boba! que no desseas otro.
Mel. — Para dessear era la fiesta. Mas no
podré mañana.
Dol. — Por qué causa?
Mel. — Tiene mi señora combidados.
Dol. — Quién son?
Mel. — Apio y Metió, sus amigos speciales.
Dol. — Speciales? Otros pensara yo.
Mel. —No, señora, son muy pesados essos;
éstos es otra cosa.
Dol, — Creólo, que la señora Astasia es
anisada; tal sea su vida si lo entiende assi. Será
para el otro dia.
Mel. — Sí, madre; yo terne cuydado.
SCENA 4. DEL TERCER ACTO
Asosio ^a en busca de Hcraclio y de I.ogistico para dall-s
cuenta de,l conciorlo y del banquete.
Asosio, LoGisTico, Hkraclio.
[Aso.]. — Doy la al diablo que tanto sabe y
que assi los trae a su. mandado. Si yo llego esta
empresa al cabo, en más lo terne que el reyno
de Mandinga, su tierra de la señora, para que
cante si de mise reyó. Qué música tengo de da-
lle, en levantándome de dormir! Voyme a loa
amigos, porque no ay plazer si no es communi-
cado; y discantaremos, y huze más al caso por
la traycion que se nos ordena allá. Qué cosa
son nuigeresi pensé que era Heraclio el norte
de la casa, y bien consideradas sus partes del,
solamente les agradescia no tenor mal de ojos:
mas aora veo quán eni'ermos son, pues por ro-
sas cogen ortigas, y en lugar de pan se comen
tierra, no de la buena. Mal fuego que las
queme!
Log. — Este es Asosio, priessa trae.
líer. — Quiya anda en bisperas de Comedia
y busca los vestidos. A de la nariz!
Aso. — Aqui estays, cuerpos sin cabe9as? que
a gran rato que os voy buscando y aora os
hallo en emboscada.
Log., — Assi te lo paresce con el poluo de la
ca9a. Pues qué va?
yiso.— Nova, mas viene lo possible,
Her. — Mas por tu vida?
Aso. — Y por la tuya.
Log. — No sea otra como la de antaño, con
que acabes de quedar graduado.
Aso. — Cerca estamos de la prucua: yo os lo
haré ver y palpar.
Ilei-.—De compañía para juzgar mejor.
Aso. — No se me da, que ya estos bienes son
comunes; si no pregúntenlo a la señora Amer-
tia.
Ljog. — Dcxate desso y adelante.
Aso. — Plazeme, aunque te pese. La señora
Andromade estará mañana en poder de Per-
seo, por contemplación de la cal)e9a de Medu-
sa, mi señora, que tiene la virtud de conuertir
hombres en piedras; y oy pudiera ser, si no
fuera otra cabeva con que os porneys ambos de
lodo, si no os buelue asnos.
Her. — Qué cosa, por tu fe?
Aso. — Dende aora las podeys encomendar a
la señora mi huéspeda.
Her. — Cómo assi?
Aso. — Quande pensé que tenias el remate
de tus cuentas y que deterniinaua de pagarte,
liallo que te hazen banquirota y son combida-
dos oy Apio y Metió, mercaderes alemanes o
de Coria, para tomallas y acordaros, y prepá-
rase allá vna gran cena, según lo dixieron a
Doleria mis amores. Será el pmlogo de nues-
tras bodas. Añadieron más los sobredichos no
auer tales angeles en Ethiopia, ni más queri-
dos de damas, allá en su Grecia do son más
venerados qw^ el gran Dédalo y el gran Icaro,
aunque cayó; será por buenos maestros de su
officio.
L^og. — L)e quán lexos he olydoyo esta vian-
da y quán sin respecto te la defendía, Heraclio,
como médico experimentado.
Aso. — Soy yodello buen testigo, y trabaja-
}48
OKIGENES DE LA NOVELA
lia por remar mi remo, aunque perdí la nao en
otros bancos.
líer. — En qué pararon mis confianzas! qué
gran desgracia o engaño que de mi mesmo re-
cibo! Ciertamente no soy yo lo que paresco, o
no paresco lo que soy.
Log.—A. proposito; ellas no son lo que pa-
rescen. Ay más falsa moneda que vna ropa
larga y vn tocado blanco y vu torcer de ma-
nos, morder de labios, hablar cansado y andar
mesurado? Es la calor y el olor del vino, que
os combidan a gustalle muy a menudo, hasta
os poner en Capricornio. Ya esto era viejo para
su merced, pero quiso nueuas experiencias como
si los tiempos no fuessen vnos, como e.stá dicho.
Her. — Qué me aconsejays vosotros? porque
ya se me va conuirtiendo este amor en otra
passion. Yo lo siento.
Aso. — Que hagas como yo.
Log — No dizes bien.
Aso. — Veamos, pues, tus letras.
Log. — Soy de opinión que lo dissimules al-
gunos dias, hasta que ellas mesmas te quiten
el reboco, y entonces, con occasion más mani-
fiesta y sin auer lugar de otros argumentos, lo
harás: Que éstas naturalmente siguen á quien
las huye y huyen de quien las sigue. Acabada
esta jornada, ev que auras tantos golpes que
las señales lo testifiquen, viendo que lastimado
y con sobra de razón te retiras y aborresces en
vez de amar, bolueran la hoja, y como ciernas
heridas a la yerna, darán tras ti. y quedará tu
causa más legitima, tanto más si persenera la
falsedad y ingratitud en ellas. Lo que agora
me paresce seria buscar algún disfrace con que
allá fnessenios esta noche, trabajando todauia
por encobrirnos, y no siendo possible tanto
mejor quedando al toque.
Aso. — Nunca mejor hablaste; aora te digo
que eres bachiller.
Her. — Qa(í disfrace Ueuariamos?
Zo<7.~ Alguno con que pudiessemos hablar.
Aso. — Yo os lo daré excelentissimo y to-
maré el trabajo del aderezo, que será delicadis-
simo.
Her. — Veamos.
Aso. — A la Egiptiana, hechos ciganas, para
hablar en falseto.
Log. — Spirito tienes, serás Licenciado. Por
vida de Dolería, y assi gozes de sus promesas,
que lo pongas luego por obra.
Aso. — Pierde cuydado, que yo os armaré al
natural antes de noche.
Her. — Serás mi padre.
Aso. — Ya tu madre es muerta.
Her — O vellaco!
Log. — Vamos todos a entender en ello, que
tanto más presto se concluyra.
Aso. — No dizes mal.
SCENA 5. DEL TERCER ACTO
Api"! y Metió van al combite de Astasia, y en mascara los (res
amigos a la fiesta, y passan entro sí algunos n-ances.
Apio, Metió, Astasia, Melania, Idona,
MoRio, Aplotis, Asosio, Heraci.io, Logis-
Tico, Paoe.
[Apio.^ — Metió, es ora ya; no hagamos spe-
rar las damas.
Met. — Vamos si te paresce, no embargante
que en esto de banquetes es menester ser gra-
ne y hazerse hombre de rogar.
Apio. — Alli no, que es la casa de buena
ventura y entra hombre quando le plaze; tanto
me da en la cámara como en la cozina, donde
quiera os reciben con alegre cara, y antes os
tienen por más familiar,
Met. — Y si por caso hallasses a la señora
en camisa?
Apio — La buena voluntad lo disculpa todo.
Met. — Que buenas personas.
Apio. — Yo soy amigo viejo; todas me quie-
ren mucho.
Met. — Quánto aura que las conosces?
Apio — Va en quatro años.
Met. — Otros ay más viejos, pero no llegan
a tn capote en esso.
Apio. — Todo está en el saber. Yo soy de
todo trance y bagóles mil seruicios, acompa-
ñólas a vna parte y a otra, embioles coplas,
oliuas, cartas, castañas, baylo, luclio, ordeno
juegos de pasatiempo.
Met — En suma, que simes de silla y de al-
barda.
Apio. — Señor, sí; voy con ellas fuera de la
villa y estoyme allá los quatro, los cinco días,
y es un passatiempo vernos
Met. — La rapaza es hermosa; haze algo y
tengamos bodas.
Apio. — No ves que estoy tomado ya para
las cargas?
Met. — Es verdad, mas no auria remedio con
el cura?
Apio. — No me curo desso; más quiero el
amistad a buen engaño sin mala fe. Mas tú
que puedes, quieres que hable en ello?
J/éí.— 8i te paresce, después hablaremos.
Apio. — Tomemos por esta callejuela, que es
más cerca y más escusa.
Met. — No será malo, voto a mí, que allá veo
nuestra gente.
Apio. — De reñirnos auran por la tardanza.
Ast. — A sperardes más vn poco, haziamos
llamaros de debaxo de la mesa.
yht. — Bien emi)leado fuera. Beso las ma-
nos de sus mercedes.
Mor. — Ya yo teni.'x tragado medio pan; beso I
las manos.
Mel. — Bcssolas manos de miconfessor, teda
la fiesta es de beso las manos.
Ast. — Harto ruyn costumbre, mejor anda-
ría Dios delante.
Mor. — Mnger, esto es más a la eortesann.
Pues qiié liaze Aplotis, que no lia besado aun?
Api. — No las besaré a nadie, que esse pri-
uilegio tienen las donzellas.
Ast. — Buena pascuas tengas, hija.
Apio. — No es tiempo, señora.'
Ast. — Tiene razón el señor Apio, pues qué
liazemos? vamonos assentar. Eva, Morio, aga-
saja los combidados;.
Mor. — Ej'a, señores, siéntense.
Ast. — Yo aqui por empe9ar, Apio cabe mi,
destotra parte Metió, cabe Apio Idona, Mela-
nia cabe Metió, Morio cabe ella, junto d'éi
Aplotis, y aun queda lugar para vn buen ami-
go si viniere. Mo^o, aguamanos.
Page. — Aqui está, señora.
Mor — Laue V. m.
Met. — Laue V m.
Apio. — Laue V. m.
Mel. — No veys qué donaire, laue V, m.?
Met. — Laue V. m.
Ido. — Las donzellas no lauan primero que
los hombres.
Mor. — Laue V. m.. señora Aplotis.
Api. — Laue Dios a todos.
Ast. — Amen, ora yo quiero empegar; hecha
mo90, y vosotros seguid mi orden; laue el se-
ñor Metió.
Met. — Por obedecer.
Ast. — Laue el señor Apio.
\Apio\. — Soy contento.
Ast. — Laue Morio.
Mor. — Que me [ilaze. amores.
Ast. — Lañen las moras aora sinreñir. Page,
la bendición.
Mor. — Yo la diré más breue.
Ast. — Norabuena.
J/oí-.— Dios, que lo bendi.xo en el campo, lo
bendiga en el papo.
Apio.—A.\\, ah, ah! Paresceme que tiene
gana de comer el señor Morio.
Ast. — Creólo, que no a almorzado Eya,
moQO, venga de comer.
Piíge. —Aqui viene.
Ast. — Señor Apio, deste pernil primero
mientras el señor Metió trincha el capón.
Met.~~'$){ haré señora, o qué tierno está I
Ido. — Es de los nuestros.
Mel. — No se podía assar de gordo.
^/í/o.— Quiere tu merced?
Ast — No como salado, pero da a las don-
zellas.
/'io.— Tan poca sal tenemos, señor.»?
COMEDIA INTÍTVLADA DOLERÍA 349
Mor. — Ah, ah, ah! qué bien respondió Ido-
na; yo quiero tolania.
Apio. — Tome tu merced.
Mor. — No, no; yo lo cortaré.
Apio. — Metió está ocupado, no le quiero
dar.
.\fet. — Por la i)areja.
.Ipio. — Esso no; toma, toma.
.1*7 —Con qui- gracia lo dize el señor Apio;
señores, aqui oliuas; hecha de beucr y da al
señor Apio, que tiene sed.
Apio.- Puede ser que adeuinaste.
.4*7. —Yo lo veo.
Apio. — A quien tengo de beuer, si es al uso
de Elandes?
Ast. — A quien te quiere más.
Apio. — Será luego a tu merced, que se acor-
dó de raí.
Ast. — Buena prol te haga; qué te paresce?
Apio.— Buen vino es.
Ast. — Hecha, page.
Page. —Aqui, señora.
Ast. — A ti me encomiendo, señor Metió.
Met — Haré lo que mandas, mi señora; se-
ñor Morio. a V. m. ruego por las donzellas.
Mor — Norabuena, a ti donzellas.
Mel. — Esso es meternos en el saco. Morio.
Apio — Qué trauiessa es la señora Melania!
Ido. —Buena prol te haga, padre.
Mel. — Muclias mercedes, Morio.
.Mor. — Todos me dizen las mercedes, sino
Aplotis.
Api. — Dios se las haga: pensé que entraña
con las otras.
Ast. — No comeys desta espalda; Morio, qué
hazes ?
Mor. — Menear los dientes.
Ast. — Y las manos por qué no?
Aíor . — También me ayudo d'ellas.
Ast. — Corta desta espalda y sirue a estos
señores; de la ternera, señor Apio; Idoiui.d'aque-
11a gallina de Indiar», muestra tn habilidad.
Llega acá los perdigones, Melania.
Mel. — Toma, señora.
.4*7.— Estos quiero repartir yo,
Ast. (') — Buenos están.
Apio. — Todo está como de tu mano, señora
Astasia.
Jsf.— No se va a burlar; otro dia será me-
jor. Qué oygo? antojaseme que ay mascaras.
Apio — Muchas.
.d.fí. — Cómo lo sabes?
Met. — Ay muchas bodas y es sereno el
tiempo.
jl/or. — Tememos acá algo?
Apio.— Podria ser.
''■ Rjpetido Astasia en las dos ediciones, pero debe
hablar otro pereonaje, quizá J/e<io.
350
ORÍGENES DE LA NOVELA
^sí,-^No, no, por amor de Dios.
Met. — Si, pero si vienen no es justo no les
abrir.
Ast. -No tenemos instrumentos,
jl/éí. — Puede ser que ellos los traygan.
Apio. — Si no, la señora Idona les liara el
son para que nos holguemos.
Ido. — No están los mios acordados.
Mor.— Con Aplotis danzará Morio.
Api. — Con los pies será mejor, que me tra-
taríais mal.
Met. — Bien acordada es la señora Aplotis a
la fe.
Apl.-^k. la mesa no se a de dormir.
Ast. — Tiene buenos dichos.
Meh — VxxQ?, Aplotis, quieres auergon^arnos?
Jlpl^-^Y en qué? no os he dicho mal nin-
guno.
Ido. — Qué sotil está mi prima.
Api. — No tanto que puedan coser conmigo
como aguja; aun occupo vn escabello.
Mas. — Ta, ta, ta,
3/or.— Con nos lo an, Page, quién llama?
Page. — Es una mascara,
4s<,— Si antes lo receláramos, antes llegara.
Qué tal es?
Page. — Linda, señora.
Ast. — Son muchos?
Page.— 'No más de tres.
Ido. — Traen menestriles?
Page. — Paresceme que sí.
Apio. — Aqui somos hombres; aparejaos,
jnogas.
Met — Cómo me huelgo!
Ido. — Tanto rauias por dancar?
3Iel.— Vos no?
Ast. — Pues cómo haremos? será bueno de-
zirles que estamos a la mesa? que perdonen sus
mercedes y bueluan de aqui a vn rato.
Apio. — Será descortesía, auemos comido
harto ya; manda quitar, señora, y entren.
Mor. — Mas entren sin quitar y beueran, que
yo quiero comer aun .
Met. — Señor, sí, que pueden ser amigos.
Cómo vienen, Page?
Page, — Como Egiptianas.
Ido. — O qué bueno; entren, señora.
Ast. — De más si son nuestros philosophos?
Mel. — El diablo los traerla acá.
.4sí.— Por qué.* no son también amigos?
Abre, mo^o.
Ido. — O qué lindos vienen; no he visto cosa
paás galana.
Apio.— Gentil por cierto,
Met, — Muy galanes vienen. •
4sí. — Qué buena entrada.
Apio. — Señores, quiten las mascaras y be-
ueran,
:4so.-^ Buenas noches, buenas, noches, her-
mosa eres, daca la mano, marido tienes, vna
blanca tienes, otra negra tienes, vn chiquitico,
buena ventura tienes.
Ast. — Bueno va, veamos qué dize estotra.
Her. — Mucho de fuera, poco de dentro, gran
coraron tienes, grande hombre tienes.
Avio. — Quién serán?
Ast. — Los mesmos, algo de bueno, señcr
Apio,
Avio.— Qne me plaze, vn villano, señora
mascara.
Log. — Mas sean dos, garrido.
Ast.— Qué bien lo haze Apio. Miía, Morio,
a Apio; no ves, Idona, a Apio? Melania, mira
para Apio. Qué gentil es el señor Apio!
Ido. — Muy gentil, señora.
Ast. — No ay otro Apio en todo el mundo.
Log. — Bien nos podemos yr, porque todo
aqui es Apio; no comen otra salsa, a lo menos
la ventera.
Her. — Y aun todas, mira la fiesta; pues yo
sé que nos conoscen.
Aso.— Qné linda compañía!
Log. — Y tú qué hazes, no relinehas?
Aso.— Todo lo guardo para después del
salto.
Mor. — Quiten las mascaras, mascaras, y ha-
remos vna danga de besar,
A.SO. — Con ellas besaremos.
Mor. — Oxe,
Apio. — Eya, señores, por cortesía.
Z.0^^, — Poca uy aqui,
Her. — Antes les sobra.
Aso. — La necedad.
Her. — Dissimulemos todauia y saquemos
éstas a dan9ar.
Log. — Dizes bien.
Her. — Quieres dan9ar, señora?
Ido. — Como mandares, aunque es al revés,
Her. — Assi va todo,
Log. -Essa mano, señora.
Api. — Y la voluntad, que todo raeresce la
compañía.
Log. — No lo miran assi todos.
Api. — Es mal de ojos.
Log.— O de cabera.
Api. — D'ay nasce la vista.
Log. — Testimonio da la tuya de otra cosa.
Api. — No falta el desseo, si él meresce algo,
Log. — 'No se me oluidará essa palabra.
Aso. — Que por fuerza tengo que encontrar-
me con este diablo? Adrede me la dexaron es-
tos vellacos; eya, señora, por de mi tierra os
quiero festejar,
Mel. — Quién eres, mascara? descúbrete.
Aso. — El mayor seruidor tuyo.
Mel. — Bien te sabes esconder; conosco los
compañeros y pensé lo hazla a ti, pero aora té
desconoaco;. - -
COMEDIA INTITV
Aso. — Yo espero que presto me conoscas.
Apio.-^Yo no tengo de danoar sino con tu
merced.
Ai<t. — Mirad el señor Apio. O señor Apio,
no por tu vida, no más, no más, qué gentil
gracia la de Apio, señor Metió!
^fet.-^'No ay otro tal.
Mor. — Xo beueran todauia sus mercedes?
A$t. — Sí, sí; trae vino, mo^o.
Ln(/. — No ay sed, señora; ni la aura tan
presto.
Ast. — Qué fina picga! o no aueys aun co-
mido ?
Zo(/. — Harto comimos, pero no estaua muy
salado.
Ast. — Bien te entiendo, mascara; ¡dgun dia
te responderé.
Log.^-~Y yo algún dia lo oyre.
Apio.-^Kwn no an dicho la buena dicha
toda.
Aso. — Qne vos la tengays basta, y seays
también amado.
tÍsí. — Señor Apio, otro villano.
Her. -^Oómo se huelga la s 'ñora con los
villanos!
Log. — Tiene razón, que s<>n alegres.
Apio. — Pláceme, señora.
Ast. — Qué bien lo haze; no veys la gracia,
no veys el ayre del señor Apio? o señor Apio.
Aso. — Doy al diablo tanto Apio, ya me tie-
ne medio borracho.
Her. — Buelta, buelta a los franceses.
Log. — Con corapon a otra lid (').
Uer. — Buena dicha tengas, buena dicha
tengas.
/(/o.^-Plega a Dios.
//ér.- -Hermosica, nouia serás presto, hom-
bre que te quiere mucho.
Apio. — Pero, Cigana, no será Cigano.
Her. — Hombre de paja, rico de paja, nm-
chas tierras tiene, baylará villano. Cigano an-
dar a Egypto.
Log. — Señora, voy todo tuyo.
Api. — Mío, señor? no meresco tantn.
Aso. — Amores, no los oluides.
Mel. — Oluidar? es impossible.
Jljo/o.— No se vayan, señores, sin colación.
Her. — Hazelda vos por nos.
Ast. — Pues tanta priessa.
Her. — Harto nos detuuimos ya.
Ast. — Paciencia.
Her.-^Yo fio que no la perderás.
Apio. — A Dios, hermanos, pues.
Log — No en las armas; buena gentezilla es
esta, hermano.
(') Son versos de un romance viejo:
Vuelta, vuelta, los' franceses,
Con coraren a la lid!
LADA dolería 851
//ir. — Rasonable.
Aso. — Aora se quedan a su plazer y con-
trapuntearán la fiesta.
Z.0/7.— Que 80 pongan mucho de lodo.
Aso. — A fe de gentilhonilire que mañana a
estas oras yo esté satisfecho de mi parte.
Her. — No lo dudo, y spero que a cada puer-
ca venga su San Martin, y con esto nos reco-
jamos a reposar lo que se queda de la noche..
Log. — Bueno será, y soñemos en otras fies-
tas si puede ser.
/íer. — ü no dormir por no soñar.
SCENA 6. DEL TERCER ACTO
Quedan los licl banquete motejándose de las LgJptianas parti-
das ellas, y despu(>s se recoce cada vno a su posada.
Morid, Astasia, Apio, Mktio, Idona,
Melania, Aplotis
[J/o/'.]. — Boto a qual y a tal, que fue gus-
tosa la carantoña.
Ast. — Sí a la fe.
Apio. — A poco costo.
.Uet. — Aquéllo quien quiera se lo hiciera.
Ido. — Poco se detuuieron.
Met. — Ternian que hazer en otra parte.
Api.— O gente sin virtud!
Mor.— Son buenas personas, aunque no han
querido beuer.
Ast. — Al tercero holgara de conoscer.
Jlel. — Bien hize yo por ello.
Ast. — Y de más si es Asosio tu seruidor.
Mel. — Mi agüelo vee en mí el diablo; en
asomando por una calle, se buelue por la otra;
ya me arrepiento, porque tengo menos vn ser-
uidor.
Ido. — Bien lo pudieras escusar.
Apio. — No hagas, señora Melania, que he-
ziste de Romana.
Api. — ConioTíim a tu discreción, como fauo-
resce el asno el partido de los hombres, assi lo
haze Heracliu.
.V¿í.-— Guárdeme Dios de tal encuentro.
Mor. — La fiesta es acabada; vamonos acos-
tar, muger, que canta el galle.
Jsí. — Es muy temprano.
Apio. — Es temprano, señor Morio.
Mor. — No para mí, que estoy ya medio so-
ñando. Si vosotros quereys, baylad, que yo
baylaré con las señoras sananas.
Ast. — Buelu'' acá, Morio.
Apio.— Desale yr, señora, al costal de paja.
-4 sí. — Cortés hermano!
Apio. —O corto.
Met. — Pues qué haremos, daniyarenoos?
Mel. — Como nuestro amo.
ido. — Qué dormilona.
352
orígenes de la novela
Mel. — Calla, hermano, que tengo de ma-
drugar.
Api. — A algunas de las tuyas. O, si los
pechos tuuiessen puertas, quántas cosas se ve-
nan !
Apio. — Las Egiptianas van corridas.
Met. — De qué?
Apio.— JyQ la poca cuenta [que] se hizo
d'ellas.
Ast. — Poco va en ello. Que' más se auia de
hazer? La cuenta y la fiesta tú la remataste,
señor Apio, con tus bayles y gracias, de que
eres lleno.
Api. — Bien lo alcanza, fuera buena para
juez. Heraclio muerto vale más que estos dos
biuos.
Mel. — Luego tememos lamentaciones de
leremias.
Ast. — Ah, ah, ah, algo le daremos porque
se calle.
Ido. — Media ora de conuersacion, que éste
es su manjar.
Api. — También vos? qué vergon90sa niña!
Apio. — Yo tomarla dello plazer.
Ast, — Plazer? no queria ver tales hombres.
Met. - Tienes razón.
Mel. — Sí por cierto.
Api. — Sí por cierto, o traydora, y esta es la
la inocencia de que hazes profesión?
Ido. — El Logistico es del consejo.
il/e/. — Esse es su Esculapio, Asosio fue
Mercurio, mas después de la desdicha noparesce.
J/eí.— Pésate dello?
Mel. — No me a de pesar?
Ast. — Todauia yo quiero yr acompañar a
Morio, que es tiempo ya.
Apio. — Bien harás, señora, que también me
estoy dormiendo yo.
Api. — Quándo no dormiste tú? mira qué
seruidor tiene la dama.
Ido. — Yo me estuuiera hasta ser de dia,
Mel. — Yo no, que se me huyen también los
ojos.
Met. — Pues hagámosle la voluntad. Buenas
noches tenga tu merced, señora, y la compañía.
Apio. — Yo no yré sin dar la paz en el ca-
rrillo; aora sí.
Ast. — Mucha licencia es essa; a Dios, hijos,
a Dios.
Ido. — A Dios, hermanos.
Mel. —Mira que no soñeys.
Met. — No se puede escusar.
Api. — De ser tales unos y otros.
Apio. — Beso las manos.
Met. — Beso las manos.
Ast. — Muy adelante es esso; cierra, Aplo-
tis, y vamonos acostar.
Api. — D'el todo se pudiessc, mas llena mal
camino.
SCENA 7. DEL TERCER ACTO
Asosio va á casa ile Doleiia en oíros liábilos. y ella con cierto
vnguento le Iransligura, y él \a prouar sus aventuras.
Asosio, Dolería, Logistico, Amertia,
Manía
[^4.so.]. — Dolería hermana, quanto al ves-
tido ya vees que vengo a la forastera; del resto
por más que me prediques estoy \\\ sancto
Tomas.
Dol. — El espejo te quitará de duda.
Aso. — Mi padre, no creeré en cien espejos.
Qué se yo si están de acuerdo contigo ellos, y
darán comigo en algún fuesso; pensar yo que
me mudarás de gesto y de figura es por demás.
Dol. — Qué desconfiado y enojoso eres; toma,
vntate la cara y ve buscar a tus amigos y ami-
gas, y si alguno te conosce mátame.
Aso. — Hablas como reyna; essa es la más
cierta experiencia. Pero no sea éste el de Apu-
leyo, y tú Andria para mí? Noramala acá ver-
nia a ser asno toda mi vida.
Dol. — No ves que estamos en el mes de
mayo, y que terniamos a la ora rosas?
Aso. — O pese al mundo, en mayo fue lo
otro; pero el asno vuo primero hartos palios y
seruió mil amos con cien mil lazerias.
Dol. — Sí, mas ya estamos aduertidos, y esso
fue en Tbesalia.
Aso. — Doyte al diablo, que en cualquiera
parte se hallan ya Milones y ladrones.
Dol. — No ayas miedo, y vntate sobre mí.
J.ÍO.— Sobre ti venga el fuego de Sodoma
si me engañas.
Dol. — Válgalo el diablo a este necio, desalo.
Aso. — No más, hermana, no te enojes, que
ya ine vnto. Mas, por tu vida, ello es cierto?
DoK — Aun poríias?
Aso. — Ora yo lo haré, aquí Circe, aquí 8y-
billa. Pero di, que se me oluidaua.
Dol. - Qué quieres?
Aso. — Seria malo hazer testamento?
Dol. — Perdiste el seso?
ylso. — Si tengo de ser otro, y no Asosio, o
me quedo assi, y no me hallan, quién heredará
mis bienes?
Dol. — Tus males, o hombre de poco, desati-
nado.
^ so. — Nunca en mi vida tuue más seso, y
esse es el peor señal que paresce se viene a
dcspidir de mi.
Dol.— O tú d'él.
Aso.— Yol pues tomo tu vntura, y todauia
me engañauas?
Z)o/.— Dámela acá.
Aso.—J^o, que me burlaua. Ora me enco-
COMEDIA INTITVLAÜA DOLERÍA
353
luieudu [aj aquella diosa enamorada y al ciego
ballestero, ilaze lo tú, hermana, y vee no de-
xes lugar vacio que por tantico seria luego co-
noscido, y pornianme de hurto todo lo demás.
Do/. — No te congoxes; mira aora si te co-
n osees.
Aso. — Amuestra, no hay que dudar, esta es
la cara de nuestro cortesano.
/>n!. — No es sino la tuya, asno; guay de ti
que nu iuiy rosas ya, yo te moleré aora.
Aso. — Maldita seas, que assi me asombras
aunque te burles; no queria ser asno por quan-
tas yeguas de buena ra^a ay en España.
Dol. — Despáchate y ve hacer tus prueuas.
para acabares a las dos de cumplir tu rameria
aqui, que aqui verna la nouia; pero mira tray-
gas la lengua en la bolsa y saques della conta-
das las palabras.
Aso. — A mí el cargo; voy, pues, y no a
sido malo auer comido, no hauieudo de boluer
tan presto a casa.
Dol. — Qué niño de bendición; ve norabuena,
que yo os daré de merendar.
Aso. — Toma ay otro doblón.
Dol. — Qué hombre eres! aun serás Rey.
Aso. {^). — Porque te doy en el papo. Esto
es Logistico, nunca vino tan a proposito, haré
del grane passando sin hablar y escarraré, que
es muy de corte.
Zoy. — Acá viene el cortesano del otro dia.
muy entonado va; holgaría de hablar con él
por uer si es anisado o conforma con los hábi-
tos el parescer, mas no hay conoscimiento.
Aso. — Mirame todauia como a estrangero.
Loff. — Qué importa hazello y cortesmente
preguntalle nueuas?
.Iso.— A mi se viene, todo es burla; por
coger a las manos la vellaca me laua la cabera.
Terne con todo tiesto.
Lo(/. — Beso las manos de X . m.
Aso. — Y yo las de V. m.
ZyO/7. — Señor, perdone el atreuimiento atri-
bu[yJendolo a cortesía y desseo de lo seruir.
Vuessa merced viene de corte?
Aso. — Señor, si, a su seruicio, y antes es
merced, porque los peregrinos tienen necessi-
dad de fauor en toda parte.
Lu(^. — V. m. por si vale tanto, que yo po-
dría esperallo del, y todavía me profiero.
Aso. — Bien va, no disimula; boso las manos
de V. m.
Loff. — Ay nueuas desta guerra, señor mió?
Aso. — Muchas, pero Dios sabe las más cier-
tas: ay apparato y sperasse rebuelta.
Ltiff. — No deue pesar a los soldados.
>.4so.— Essos señores ya sabemos que tienen
guerra con la paz.
( ' ) Api. dice el original, pero es en'ata evidente.
oitiütNiis DE LA Novela. — ui.— 2i5
Log. — No liay duda en ello, y los cortesa-
nos, señor, cómo lo toman?
Aso. — Como hombres dados a seruir damas
y calcar guantes adobados, hacer sonetos, ju-
gar a la pelota y a la francesa y otras gentile-
zas que liazen blandas las manos.
Lo(/. — Pienso condena su suerte V. m. por-
que no tenga que respondelle. Ya está 6al)ido
que lo princi})al de la verdadera cortesanía es
el exercicio de las armas, justas, torneos, y
dessear íuesse de veras y no de burlas.
-Isü.— Essos pongo yo con los primeros,
pero hablo de los ociosos, en el numero de los
quales no me cuento.
Lo(/. — Su presencia y arte, señor myo, dizen
la verdad; vuessa merced me tenga por serui-
dor, que si algo se le of fresco en esta tierra,
será merced mandarme.
Aso. — Beso las manos de V. merced; quan-
do esso fuesse, yo se lo suplicarla, porque a
los nobles es hazer seruicio pedir mercedes.
Log. — Beso las manos de vuessa merced
por essa honrra.
Aso.— Esto está assi de Emperador. Dole-
ría es mujer de prol; mas porque éste es gran
xabonero y podria dissimular o fingir no co-
noscerme, quiero certificarme más adelante y
correr dos laucas muy al proposito, vna con
Aniertia, la otra con Manía. Por estotra calle
será mejor, que las señoras no posan lexos vna
de otra; a la puerta veo Amercia en su labor,
quiero dalle vn mote a la forastera, y a según
que respondiere assi replicaré. Dios salue la
gracia de tan gentil donzella.
Anier. — Beso las manos de su merced.
Aso. — En verdad, señora, que estoy en con-
dición de hazerme natural desta ciudad.
Amer.— Por qué, señor?
.1*0.— Porque no veo sino angeles en ella.
.lm<?r."No burle su merced de las mal to-
cadas, que ya sabemos no ser acá de las nmy
lindas.
Aso. — En esso está llenar el precio, serlo y
hazer dello poca cuenta; pero assi fuessen mis
seruicios y voluntad acceptos de alguna dama,
como yo lo mostraría con effecto.
Amer. — Damas, señor? no las ay aqui, y
mas quién j)odria merescer a semejante caua-
llero?
-Isü.— Ya veo quiere afrentarme mi señora;
pues sepa que la fe y amor serian tales, que
supliessen la falta desso.
Amer. — De verdad lo digo, por mi vida.
Aso. — Hágame, pues, vna verdad.
Amer, — No soy condesa ni duquesa.
Aso. — Sea luego como rey na.
Amer, — Quántas cosas.
-Iso. — Haga, señora, lo que le pido.
Amer. — Primero lo sabré.
854 ORÍGENES DE LA NOVELA
No la teugo de obligar a lo itupos
Aío
sible.
A /n^?'."— Pues sea norabuena. Qué es?
Aso. — Que me dé licencia que la sirua.
Amer. — Ay, señor, y qué gran carga seria
tener tal criado si le ouiesse de pagar y entre-
tener como raeresoe.
Aso. — Yo porne todo de casa, solamente
con este título rae contento, en cuya virtud me
atreueria vencer el León Ñemeo y la Hidra
Lernea; ora vea, señora, qué podría nascer de
la verdad, haziendo la sombra tales milagros.
Amer. — Bien a estudiado su merced, que
tan apuntado anda a su proposito.
Aso. — Más diria si me valiesse, mas estoy
viendo en essos ojos vuas niñas muy crueles.
Amer. - Qué mal le hacen, señor mió?
Aso. —Partir por medio mi cora9on y cegar-
me de todo punto.
Amer. — No tienen ellas edad para tanta
Fuerza.
Aso. — No estoy más aqui, pues mis golpes
dan en vazio; la consciencia le dirá después
oómo le meresco que me trate.
Amer. — Esse auogado basta par yr más des-
cansado y no desesperar.
Aso. — Ay está el punto principal; beso las
manos de V. m. hasta la buelta.
Amer. — Y yo las de V. m.
Aso. — Esta va la más donosa burla de todo
el mundo; no podré dexar de me andar assi vn
par de meses, y encantar más tierras que el sa-
bio Alquife; todo será acordarme coa Dolería o
yrme a vn mesón para despender doblado.
Allá está la Nimpha de los desdenes, que con-
ciertan bien con su nombre. Veamos de qué
temple está. Todo en esta tierra son milagros;
holgaría, señora, que me preguntasse V. m. el
por qué.
Man. — A essotra puerta, que esta no se abre.
Aso. — Deue estar en casa algún tesoro.
Man. — Passe, señor, que si lo ay es para otro.
Aso. — Bien aventurado él; es natural, seño-
ra, o estrangero?
Man. — Todo tenemos aqui de casa, que lo
de fuera no nos agrada, y por esso es tan barato.
Aso. — Peccador de mi, señora: de manera
que nadie me comprará?
Man. — Tal puede ser el precio; á cómo da
V. m. la libra de syV
Aso. — A ouíjade V. m , y menos si mandare.
^[an. — Bien se comide; ora buelua lunes,
que aora no labran.
Aso. — Y esa gracia, no conuertira las oras
y mudará los dias?
iWan. — Pensaié en ello; cubra que llue-
ue, o passesse a la sombra.
Aso. — Que entre? o gran favor.
Man. — No lo entendistes. luán, trae leña.
Aso. — Esso palos son.
Man, — No sperallos si no los quereys.
Aso.— Harto me apallean essos ojos, sin
que otros me den .
3/an. — Cuy dado del, que está ya muerto;
todauia, señor, yo estoy de horno; buelua sien-
do el pan cozido y comerá vna torta.
Aso. — Tan hermosa boca no podrá mentir,
yo lo haré assi.
Man. — Acertará la puerta?
Aso. — Si algún fauor no me desatinare.
il/a?i. — Pues está como estaña.
Aso. — Seruidor de V. m.
Man. — No se aueuture.
Aso. — Esta es vna cruel bellaca. Qué haria
si me conosciesse? El caso es, señora, que a
essa garganta estará muy bien vna cadena
d'oro que tengo en la posada.
Man. — Podreys ser oydo si por ay entrays.
Pesa mucho, señor mió? (').
Aso. — O traydora, cómo te conosco; qua-
reuta ducados por lo más, que no es cosa que
le trabaje.
Man. — Amuestremela mañana passando
por aquí.
Aso. — Sí haré, mi reyna, y todo el resto que-
da por suyo
Man. — Besólas manos de su merced; assi
haga su merced desta posada, y queriendo re-
frescarse con algún regalo, más merced seria.
Aso. — Mañana, que aura más tiempo.
Man. — Como mandare; pero, señor, no se le
oluide.
Aso. — Mal podré yo oluidarme á mí.
Man. — Beso las manos de su merced.
Aso. -Y yo la boca si me dan licencia.
Man. — No se emplee tan mal.
Aso. — Hablaremos. Maldito sea metal que
assi enternesce, que más sangre de cabrón es
menester para labrar diamantes, por vida de
Asosio, que acabando la en que ando, entienda
en ésta, a trueque de quarenta marauedis que
la cadena puede costar, y verna por ducado a
marauedi, poca es la diferencia. Pero con estas
burlerías se me passó la ora y deuen sperarme.
SCENA 8. DEL TERCER ACTO
Melania va al concierto de su cortesano y effecluasse el casa-
miento.
Melania, Dolería, Asosio.
[^Mel.'\. — Peccadora de my si me spera ya
aquel gentilhombre; no querría por ninguna cosa
darle enojo. Qué bien criado es y comedido^ qué
O En las dos ediciones se atribuye esta pregunta á
Aaosie, pero bien se ve que es yerro de imprenta.
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
355
bien hablado y lindo, qué más riqueza quiero;
él muestra amor, no sea apetito solamente, que
los hombres poreomplille pruuieten quaiito les
pidei:, pero en medio está el amiga que me
quiere como a hija, y no consentirá que se me
haga tuerto. Queriti verme ya en ello, que son
vanos estos temores y causan daño algunas
vezes.
Dol. — Asosio, albricias.
Aso. — De qué, Doleria?
Dol. — De la venida del cauallo que speraua-
mos; menester será calyar espuelas.
Aso. — Gran nueua es essa; de todo vengo
proueydo.
Dol. — Y que oluides también a Asosio y
sus burlas y te hagas aora VÜsses para Circe.
.1^0. — Sobre mí que no le valgan sus encan-
tamientos.
Mel. — A la puerta veo a Doleria.
Dol. - Assi hazes sperar la gente?
Mel. — Por vida tuya que vengo cansada de
apressurarrae; no fue possible más, que es me-
nester dissimular en casa y fingir vnu mentira;
mas qué ay, vino?
Dol. — Sí, y boluioso.
Mel. — De verdad? o triste!
Aso. - No lo seras tú nunca, señora, a mi
poder.
Mel. La burlona? y engañauasme?
Aso. — Hazialo por te prouar, y pues tan
claramente se paresce la obligación que de ser-
uirte tengo, bástame.
J/í/. — En buena fe, señor, ya que la verdad
dezir se deue, yo no vengo sin amor aqui, ni
es pequeño, pues me vinia doliendo de la tar-
danza.
.l«o.- Tanto mayor es la deuda.
Mel. — Entrémonos en casa, hijos, y reposa-
ros eys; también se entenderá en la comida.
Aso. ■- Y csso mas?
Mel. - Tantos regalos?
Dol. — Todo es poco para lo que yo desseo,
¡r con el tiempo haré, a fe que no te quexes
Qunca de balde.
Aso. — Bienauenturado dia que assi pudo
lorificarme y traer a mi poder la muerte y
rida.
Mel. — Dios nos guarde, señor, de muerte.
Aso. — Paresce que quien la tiene no la teme.
Mel. — Pues tan fea soy?
Aso. — No es fea quien tiene fuerza para
natar.
Jí/éZ.— Todos están los hombres de acuerdo
n esto.
Aso. — Esso es peor; pues, señora, a tantos
oydo?
Mel. — Parte de oyda, parte de vista lo al-
an9o.
Aso. — No fuesse enmí perjuizio,quete adoro.
Dol. -Yo quiero despartir esta contienda,
hermano; lo mejor es no perder tiempo; esta
donzella viene aqui a fuerza de mis ruegos y
se a offrescido hazerme la voluntad en todo,
siendo cosa de su honrra; si tú assi lo quieres
como aFíirnjaste, daca la mano y recibila, que
a la era se harán las bodas.
Aso. — A tal gracia y meresccr cómo puede
faltar firmeza? Digo que soy suyo aun después
de muerto, si ella no está arrepentida.
Mtl. — Yo soy la dichosa, mi señor.
Aso. — He aqui dos manos en vez de vna
que me pides.
Dol. — Prometes de cumplir todo lo que di-
xiste?
Aso.— Prometo.
Dol. — Prometes, Melania, de i'om])lazell«;
en todo?
Mel. — Prometo.
Dol. — Dios os haga bien; aora podeys que-
daros solos.
^íel. — Mira, señora, lo que te digo, pues
basta esto?
Dol. — Y sobra.
^^el. — No me dexes sola.
Dol. — Boba, no quedas con tu marido?
Mel. — No, por tu vida, que tengo vergüenza.
Dol. — Verguenca? si algún dia auia de ser,
no vale más aqui que en otra parte? trabaja por
contentalle en todo, que fuiste bien auenturada.
.\[el. — Es verdad, pero...
Dol. — No es pero, sino manzano; dexale
coger su fruto y buena prol le haga.
Aso. — Qué secreto es este? Ay falta en mí
que esta señora dcssee ver enmendada?
Dol. — Sí, por esso hazele la voluntad en
quanto se adereza la colación.
Aso. — O rey na mia, ánima mia, y es possi-
ble? o dichoso hombre, qué boca esta, qué na-
riz esta.
J/^/. — Manso, señor, que me maltratas.
Aso. — Calla, vida mia, que no puedo menos.
^[el. — Entrémonos allá dentro.
Aso. — Esso quiero yo.
SCENA 9. DEL TERCER ACTO.
IkM'uclio va a rasa de I.ogistúo a coiisuliar di' sus amores, y
alli scriue >aa carta a Asiasia, que Ueua Honorio.
HerACLIO, LOGISTICO, Ho.SOKIO, Paoe.
[Iler.]— Qnán bien empleada es en mí la
tempestad deste viage, pues de barca tan mal
aderezada quise fiar mi gran tesoro, sin mirar
tiempo ni reuolucion de cielos o creerme de py-
k)to8 experimentados! Aora que dexé el timón
y la furor del viento rompió las velas, los ma-
rineros con el impeto de las olas secayeroi:,
356
ORÍGENES DE LA NOVELA
que'speranga aura de puerto? Mas pues mien-
tras dura la vida no se deue dexar el arte y
diligencia (con que se restaura muchas vezcs
lo perdido y el juizio y sentidos con mano
prompta boluiendo a su officio se restituyen)
gouernaré hacia el amigo, para que juntamen-
te carteemos sin pas-sion y trabajemos por to-
mar la altura. Honorio, adelántate, y sabe de
Logistico si está en casa.
Hon. — Direle algo?
Her. ~ No le digas más.
Non. — Qué [he] de mandalle si está en casa?
Ifer. — Doyte al diablo.
JIon. — Y yo a ti, porque no quedes solo.
Jler. — Aun sea gruñendo. O Dios, y qué
pesada carga es la de vn necio. Más quería que
me engañase vn anisado. Este a sido parte de
mis desgracias, es vn asno que por dezir pie-
dra dize pallo, y quando alia le embio, quiere
motejar también y requebrarse, y no pueden
auelle fuera de casa.
Hon. — Quánto a de durar a mi amo la ca-
llentura, si no se muere della, que maldita sea
la cosa que come o beue. Tengo me yo a Logis-
tico, que Ueua vida de Emperador y no entien-
de en otro que en pasatiempos.
Her. — No acabas de llegar? cantas o metri-
ficas?
Hon. — No conosco, señor, tales yernas; pero
venia hablando en nuestro amigo, que se levan-
tana de dormir la siesta, la mo9a adere^aua la
colación y el page tañia en el clauicimbolo,
cantando como vna golondrina, y tu merced no
sabe quándo es de dia, ni quándo las noches
soné, como dezia el prisionero.
Her. — Bien me las assienta el bobo, y algo
dice.
Hon. — Todo se va en suspirar. Reniego do
los amores; yo les cuntaria el requiescat si co-
migo lo ouiessen.
Her. — Paresceme vas acertando, pues otra ay
que dice; no son amores para todos los odres.
Hon. — No diré sino bien, que sean para to-
dos los diablos.
Her. — Mucho me huelgo que te hagas ani-
sado.
Log. —Qué madrugada es esta, mi señor?
Her.— As lo soñado; de la siesta hazes ma-
ñana?
Log. — Perdone su merced, señor, que de
como anda cercado de neblina y vapores grue-
sos, perdí la concorriente.
Her.— Mas el su.'ño embari9a assi, si de
antes no auia otro achaque.
Log — Buena estaua la comida y el vino
harto fresquissimo.
^^er. — De ay proceden luego los vapores que
m3 assaca, y haze bien, que f s el tiempo peli-
groso de ayres corruptos.
Log. — Soy yo tú, que traes en pleyto a lupi-
ter sobre el hurto de Europa? No se me da
más por toda la Asia y África que por essos
paxaros que van bolando. Hermano, la vida es
breue, el arte larga y todo se queda por acá.
No sabes que C liaron no consiente a nadie
cargar ropa en su barquilla?
Her. — Qué burlería essa si bien se mira;
pero no lo pensamos sino quando daríamos la
buelta, y no ay lugar.
Log. — Muchos ay que por vengarse dello
beuen más vna vez.
Her. — Y otros menos con essa ansia.
Log — No más ni menos a segmi es la phi-
losophia, verde o madura, y la complexión san-
guina o melancólica, como de los dos que vno
reya, lloraua el otro por una mesma causa.
Pero dexadas las circunferencias por el centro,
mande dizirme V. m. que le trae por acá a es-
tas oras, que para la grauedad y compasso con
que biue, es extraordinaria esta visita.
Her, — Esso es buscar sophisterias para no
me lo agradescer. No es occasion harto bastan-
te la de ver a su merced y gozar de la música
de su page? y sobre todo de su tan dulce con-
uersacion y plática?
Log. — O qué passo! Todo es poco, señor
mió, para seruir la gracia con que lo dize; mas
si por acá no ay tan buen guisado como sobra
a él, pese la voluntad y liallará vn cuerno-
copia.
Her. — No es esse muy buen manjar quanto
a la superficie, pero el sentido y buena inten-
tion lo suple.
Log.- Estays entre las dos column.is sin
auer para que buscar /í//í>- ultra.
Her. - Ni menos lo ay duudeestá V. m., sino
fuessc en sueños, y aprouejharia poco assi.
Log. — De acuerdo estamos, ora siéntese su
merced, mientras me lauo, y perdónela descor-
tesía.
Her. — No ay de qué, señor; laue si puede.
Log — Bien dize, porque algunas veces con-
serua la suziedad la gentileza
Ifer. — Essa es otra nueua alchimia.
Log. -Qué necio! No as encontrado con
ollas de damas?
Her. — Podria ser.
L^og. — Pues qué más quieres? Aquella hiél
de buey, higos podridos y otros mil perfumes,
para qué son sino para dexar su agua á los ca-
uallos? M090, canta algo con que lloremos to-
dos.
Page. — Romance, señor, o cantiga?
Log. — Lo que quisieres.
líer. — Sea délas vuestras, page, que yo os
lo pagaré en el laúd.
Page. Para qué me dan tormento,
aprouechando tan poco
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
857
qne snffra, mns no tan loco
> qne desculjra lo qne siento? (')
Lo^. — Ya vees cómo aqui todos andamos a
adeninar lo que te cnmple, y tú no lo agra-
desces.
ller. — Si oaiesse de liazello conforme a las
mercedes, todo se me yria en linmo de gracias.
Ora, page, la huelta dessa qne es excelente.
Ijog. — Vete de ay, n,o cantes bneltas, qne
sólo por el nomi)re la^í aborrasco ; sean todo ei'-
trmhiíi y adelante siempre; dize ay
por amores uie perdí
y si me cobrasse un dia
nunca más me perdería.
¡ler. — Buena pascua tengas, qne de razón
assi a de ser, y huela la casa a hombre.
l^og. — Dame licencia y verás si te hago jus-
ticia, poniendo en obra alguna de mis mágicas.
Her, — Bien sabes soy tu sombra y que no
me puedo niouer sin ti; pero sea cuerdamente
y conforme a nu stra profession.
Lofj.—Aüs\ se entiend(>, mas vna cosa es
menester primero.
/íer. - Qné?
Ln¡/. — Ya sabes que mujeres son antojadizas
sospejjiosas, desc'^n fiadas, celosas, vengatiuas,
mentirosas; que por todos estos escalones a de
subir el triste que aya de ser serit 'uciado dellas.
Veamos, pues, si en alguno dellos diste occa-
ftion de recibir la muerte: en el primero mos-
trando otro de lo que sentías; en el segundo,
si sob specie de dar consejo rsa^te de repre-
hensión; en el tercero, si por tentar su calor
mostraste frío, y en el qnarto, si heziste ora-
ción a alguna otra sancta o eres general; en el
quinto, si no tomaste con alegre cara su desseo
de satisfazerse o no diste bigar con g.Mieroso y
manso semblante a su furor, y en el sexto, si
le contrariaste en algo o dexaste de finxir que
creias sus mentiras.
/fer. — No te sabria dezir particularmente la
orden del proceder, porque amor es figura apar-
te, y no conosce señorio de tiempo o otra fuer-
9a humana, pero en sunima sabe que .Marco
Antonio no fue más leal a Cleopatra, aunque
me dexe solo ñora en la pelea desta mar de
mis males, como f^lla hizo a él.
Lof¡. — Bien hacia yo el Palinuro; pero tu
hechasteme en la mesma mar: es tuerca toda
uia, que aun mo atreuo llenar tu nao a mejor
pnerto. Mi consejo es que aun lo dissimnles y
le scriuas vna carta.
//er. — Quieres hazerme perder el seso? si
nunca m? responden, qne es indicio de tener-
nie en poco.
Lnr/. — Podria ser que no, y fnesse tenta-
(') Estos y los demás versos que hay en la comedia
•Btán escritos como prosa en las ediciones originales.
cien, que en fin tiene su te'rmino. Hágase aqui
y Ueuesele luego; quiza será principio d'algun
contentamiento o el remate o cabo de to los sus
contrarios, hechando las ancoras en otra parte
Kiciit et no.<>. Entiendes este verso del Pater-
nóster.'
//«;•.— Demasiado; sea hecha tu voluntad
en esta tierra. Page, traed papel y scrira-
nias.
Piir/e. — Si haré, señor, aqui están.
Loí^. — Vna merced qiieria del señor pere-
grino de amor o desamor: que contasse por los
dedos sin curar de cifras d'esta vez, que yo
prometo seruirselo de otra.
/íer. — Soy muy contento, mas si ay negra
alguna allá, podria ser que se corriese.
Ln(/. — Proprio es de negros correr y huir,
pero aqui estamos nos que le alcanzásemos con
los perros de Asosio.
/fer. — Ah, ah, ah, esto es mejor ya de lo
que será la carta. Enipieco: Mi señora.
Loff. — Señor, sí.
Her. — Ya sabes que no estando mi alma en
otro cuerpo que en el tuyo, para binir contento
conuiene que te busque.
Lng. — Vn poco va alatinado, pero vaya.
Her. — O, ni también a de ser el A b. c. que
presumen allá de soletrear.
Loff. — 'Essa es la cuenta.
Her. — Mas si lo hago y el tiempo y lugar
me faltan para recibir el acostumbrado nutri-
miento, es matarme.
Loff. — No salieras en ayunas, si lo dixieras
en el campo de Xeres.
ffer. — Por qué? es descortesia?
X07. — Señor, no: prosiga.
Ifer. — Doyte al diablo que tanto sabes de
Guydo, fueras bueno para barbero,
//0(7. — Y su mercod para montar en iianco,
como charlatán italiano, y vender pelotas de
xabon y otras species; adelante.
//«r. — No sea tan rigurosa la ley del Mo-
nasterio, que no aya excepción en ella.
Loff. — Aora me diste en el paladar, porque
esse es el sexto punto de que tratado tenemos,
dexareste engañar y tener por cierto lo incierto.
/fer. — Nunca menos hize sino vna vez qne
la reprendí de general.
Lofj. — Entonces perdiste el juego.
/fer. — Antes me lo agradescío.
Log. — Son mañas; Dios sabe que le quedó
en las narizes.
Her. — Ya es hecho, la intención me saina.
f^og. — De buenas intenciones está el infierno
lleno.
Her. — Assi lo dizen. Si tu merced me da
licencia yre acordar oy cierta música que tengo
pensada y darle algunas nueuas.
Log. — Bueno, porque es más sentida que
858
ORÍGENES DE LA NOVELA
vn delfín y muy amiga de nueiias para tener
en qué morder.
Her. — S'\ no, que'dese para mañana, si oy
no puede ser, que tus honestos exercicios no te
dexan tiempo para otras cosas. Dios te cnn-
serue en ellos.
Log. — Ad quam gloriam. Andaste de capi-
tán, cierra aora, y ay está Honorio que porna
todo en su lugar.
Hon. — Assi fuesse en mi mano cómo las
haria baylar al son.
Rer.~Ya sé vuestra buena voluntad; yd,
pues, y cortesmente, sin más historia, como
os tengo dicho, dad esta carta, y mirad lo que
os responden, que en casa os speraraos o allá
fuera.
Hon. — Si haré, señor.
^er. — Vamonos passeando por aqui a coger
ayre.
Log.— No será menester yr para esso lexos,
que aqui cerca está vn molino que da harto.
He7-. — A do lo[da];
Log. — En su cabe9a de V. m.
Her. — Y en la vuestra ay agua y tie-
rra. Algún dia me lo pagareys, vellaco.
Log. — Mucho aueys de sperar, hombre hon-
rrado.
SCENA 10. DEL TERCER ACTO
Asosio de retorno de sus bodas encuentra con Logistico y He-
raclio, con que se burla un rato en su mascara y buelue Ho-
norio.
Asosio, LoGisTico, Heraclio,
Honorio.
[J.SO.]. — Y vos, señora Alcumena, pensa-
uades no auia otro Amphitrion y que se olui-
daua lupitor de los pollos? por vida de Martes
el soldado, que os an de saber a grajos, y que-
days señalada de manera que todo el Balsamo
de lerico no os aproueche. Qué bien le supo la
comida; a fe que es de buena boca la señora y
alegre en la conuersacion, sino que era el dia
claro y descobria al Pauon los pies. Andará la
burla assi algunos dias; alquilaré después la
mascara a otros. Entendamos aora en la cadena
de la otra Nimpha, para ganar el precio del
torneo y contar de la batalla, pues soy auentu-
rero. Qué paxaros son éstos? ah, ah, ah, los
mesmos. Asosio otra vez al grano y ento-
nado.
Log. — Este baelue a ser mi cortesano de
oy; alguna cosa busca por aqui.
Her. — Será enamorado. No tiene mala vista
ni representa mal, si lo demás responde a
ello.
Log .— O, es discreto y buena arte d'hombre!
lleguémosnos a él que ya nos conoscemos. Se-
ñor, alegróme en pensar que lo detenga alguna
cosa en esta tierra.
Aso. — Mucha ay, señor, si yo valiesse la
menor.
Her. — Bueno. Beso las manos de V. m.
Aso. — Beso las manos de Vs. ms.
Her. — Cierta regla de valer mucho es ser
confiado..
Aso. — Si yo lo soy es en el desseo, pero
aqui deuen querer más.
Log. — Aqui, señor, por dinero baylla el
perro, como en tierra de Salomón. Y sepa que
si el señor Homero viene sin él, duerma al se-
reno, aunque trayga a Héctor de rienda.
Aso. — En toda parte, señor mió, saben ya
essa oración, pero en algunas hay más cortesía
y quieren los cumplimientos rebo9ados.
Her. — Señor sí, como si dixiessemos aora,
vn hermitaño de vn pagode allá en la India no
tomará vn quarto, mas otras charidades que
valgan mil, dando en prendas d'ello la posada
y sus ayunos.
Aso. — Aueriguado. Rehusan diez ducados
por una cadena ó sortija que valga treinta. Sed
lihera nos a malo, que el oro es ya carisimu, y
muriéronse los Alexandres y Pómpeos.
/Tí?-.— Leydo es este gentilhombre.
Log,— O es mucha marca.
Aso. — Si le conosciessedes, señores, ternan
que platicar, ny yo tampoco quiero ser huésped
enojoso. Accuerdense deste perigrino, que es
de las obras encomendadas; y si lo fueren, algún
dia les será pago.
Log. —Antes nos hazia merced mUy señala-
da, mas si assi quiere como mandare.
Her. — Como natural será seruido, acceptan-
tando las casas y personas.
.Iso. — Ya esso queda contado por merced
recibida, porque no se escusen.
Ljog. — Señor mió, aqui todo responde a esta
prenda.
Aso. — Beso las manos de Vs. mercedes.
Her. — Y nos los pies de V. merced.
L^og. — No veys qué bien assienta sus ra-
zi^nes?
Her. — De los nuestros es; no seria malo
conuersalle y hazelle algún sernieio.
Log. — Mas quiero conbidalle pai'a mañana
y negociar oy damas y música.
Her. — Passarás en esso al Cid Ruy Diaz.
Acá viene la nao por que speramos.
Loj. — No trae mucha carga según pares-
ce.
fler.— De mala gracia viene.
Log. - Pi\e?. hermano, traes recaudo con-
forme a essa cara?
Hon.— Mala cara y mal recaudo venga por
ellas y por ellos y por los gatos.
i
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
859
Her. - No lo digo yo? algo ay.
Log. — Si ay.
Hon. — Algo ni alga; bien puede tu merced
passarse a otra calle, que aqui no le conoscen
y hace frió demasiado.
Log. — Disto tú la cart&?
//ort.— Di la carta, y leyóse la carta, y an-
duuo la carta pagando portazgos y habiendo
más caminos que el Troyaiio de que leya tu
merced el otro dia.
Log. — Quiere dezir Vlisee; Griego dirás.
fler. — En summa?
Hon. — En summa, señor, gente ruyn.
Log. — A quién la diste?
Hon. — A \-j. Patrona.
Log. — Qué semblante hizo?
Hon. — De perro.
Log. — Qué te dixo?
Hon. — Spera. Pensé que yua scriuir y dixo-
me la moya que no aula tiempo.
Her. — Viste más que a ella?
Hon. — Otras ellas vy, y todas ya lo son, que
paresce se hurlauan.
Her. —Quererlas (sic) motejar.
Hon. — Para ebso estaba Honorio; binas las
comiera, assi me despidieron y do tibio no po-
día llegar.
Her. — Impleta est iniquitas Saúl; a otro
Rey auremos do seruir.
Log. — Entremos y auremos nuestro consejo.
Her. — Ya no hay para qué.
Ljog. — Sí ay, y sigúeme.
SCENA 1. DEL QUARTO ACTO
Anieriia va a casi de Manía por saber del cortesano: ella la
despide (•) porque le speraua.
Amertia, Manía, Asosio.
{Amer.'\. — Aquel gentilhombre se detuuo
ayer a la puerta de Mania; holgaria de saber
lo que passó con ella. Qui(?a donayres como
por acá. Por mi vida que es anisado y tiene
buena gracia y en su vestir paresce rico, que
es lo que importa. Puesto caso que estos cor-
tesanos son como el conejo, y toda su hazien-
da traen a cuestas, no auiendo en casa estacas
ni tocinos; mas por sustentar la vanidad se
degüellan [^) algunos dellos. Otros ay tan
redoblados que por engañar a quantas ay no
se les da vna blanca. Guay de quien les cae en-
tre las manos, que le hazen ver las estrellas a
medio dia.
Man. — Allá viene mi prima, qué dirá de
bueno? No la quería aora aqui, porque viendra
(') Por errata dispede en las dos ediciones.
l^) Degüallan en la primera edición. Está corregido
en la segunda.
aquel galán, que importa más si trae la cadena
O, si llegasse! bien, hermana, a dónde bueno
qué me traes?
Amer. — No basta esta gentileza?
Man. — Sí, mas es acostumbrada. No sabes
que no se para en dessear?
Amer. — Es assi; pero vn rato de buena con-
uersacion no tiene precio, mayormente qunndo
ay algún villancico que glosar.
.l/a?i. — Esse es el parayso. Pues tienes al-
guno que sea nueuo?
Amer. — Nunca falta. Viste aquel noeuo
soruidor que ayer nos vino?
Man. — Quai? un gentilhombre de vnas pier-
nas y cabera, que anda haziendo paradillas a
las puertas y todo son milagros lo que dizo?
Amer. — Esse, prima, por tu vida.
Man. — Dónde nos vino el axuar, que pares-
ce grulla de Alemana?
Ainer. — No gé; aqui lo vy ya otra vez; di-
zen que es persona principal.
Man. — Pocos mo90s lleua para principal.
Amer. — No va en esso, prima; precianse
aora los caualleros de andar assi y dissiiuular
su estado, y los que no lo son ni tienen sangre
para hazer morcillas, hinchinlas de muías vie-
jas o de mocos alquilados.
Man. — Tanto menos estimará la dequaren-
ta assi, prima? qué poco sé yo del mundo!
Amer. — Mejor te acoten, traydora.
Man. — Qué dizes?
Amer. — Que es traydora la orden de biuir
aora.
Man. — Bien entona sus canciones.
Amer. — Es auisado.
Man. — Qué te dixo?
Amer. — Muchos requiebros.
Man. — Qué respondiste?
Amer.—A\ mesmo tono.
Jían. — Y yo muy fuera del.
Amer. — Por qué eres assi? No serias más
humana?
Man. —No os tiempo ya de cortcsias. Todo
nos merecen mientras no abren la bolsa y cie-
rran la boca, entiendes?
Amnr. — Qué dcsuorgon^ada.
Man. — Más qué niña tú; bien te conosco^
mejor darias vn salto que el ladrón Caco. El
natural de la raposa es fingirse muerta para
ca9ar; yo <*oy mas a la clara, doy el desengaño
luego sin perder tiempo, y desta suerte venci
muchos desafios. Pues vno tengo aplazado (')
aora que puedo ser me valga tres.
Ampr. — Con quién, prima, assi Dios te dé
salud.
^fan, — Dospiies te lo diré, y perdóname que
se llega la ora.
M) Plazado en la primera edición.
360 orígenes de LA NOVELA
Norabuena vayas; si bien te fuere,
Amer
darue parte
3fan. — Todo está a tu seruicio.
Amer. — Si no la bolsa,
Man. — No seas incrédula, que no me burlo.
Amer. — Ya lo sé, prima; a Dios te enco-
miendo.
Man. — Tus manos beso, nunca faltan dia-
blos; si veniera el conde todo se gastaua;
mande Dios no hallase estropiecc alguno, a
mengua de regalos no se boluera. La mesa
puesta, la casa perfumada, dos pares de pañe-
zuelos muy galanes y vn par de guantes ado-
bados que traya por mi amor. Podria ser que
este anzuelo pescasse más vna lamprea. Suspi-
ros y ojos quebrados, que eon los alguaciles de
prender libres, de casa los tenemos; mientras
aya que dar todo andará a punto. Allá assoma
una cabeca, la suya deue ser. Quiero boluer la
mia a su lugar, haziendo ademanes de soledad
y cantando la cantiga de vn ora m'era mil
años (y quando esté acá) mas aora mil años
me es vn ora. Graue, tristoña, con mis des-
cansos de pecho a ratos, que son los escaue-
ches que aprendi de niña.
Aso. — lusto es, señora, buelua por sí quien
se dexó.
Man. — Portan poco?
Aso — Si el comer no fnesse tan ordinario,
la hambre no matarla. Para poder biuir sin ti,
es menester verte de quando en quando, mi
señora.
Man. — Mira lo que dize su merced.
Aso. — Aqui traygo el rescate de mi pa-
labra.
Man. — Esso buscamos. Cómo, señor, pro-
metióme algo tu merced?
Aso. — O qué pieca, ya se te oluida, amores
mios? no te dixe que queria adornar tu hermo-
so cuello con vna prenda mia?
Man. — Ya ya, señor, pensé que burlana tu
merced.
Aso. — No binas más.
Man. — Yo no pretendo [más] que tu amis-
tad y seruirte con la pobreza desta posada.
Aso. — Esso rae obliga a darte lo que queda
y a prenderte assi.
Man. — Guárdeme Dios, y qué verguenca;
no señor, no la tomaré por todo el mundo.
Aso. — Será luego por amor de mí, que soy
parte del.
Man. — No, no señor, que no soy dessas. Si
mi madre la viesse, matarme ia.
Aso. — No hará, que yo te defenderé.
Man. — Assi, señor, con qué gracia lo dize
su merced; entre, señor, que haze calor aqui y
refrescarse a con algo.
Aso. — Dispuesto vengo a obedescerte en
todo.
SCENA 2. DEL QUARTO ACTO
Melania buelue a casa muy vfana de su buena ventura y habla
con su ama y con Mona.
Melania, Tdona, Astasia.
\Mel.]. — O dulce sueño (que no es menos
tan breue gozo) por qué te acabaste? cómo no
detu'.TO el sol su curso y me ayudó a celebrar
mis bodas? no fuer.a mejor quedarme allá en
bracos de Apollo como Daphne hecha Laurel?
qué gracias, qué lindeza, qué buena conuersa-
cion! Otra fuera que no se tiara tan ayna, pero
yo fiara más si rríás tuuiera de aquel ángel y
de aquella palomita de Dolería. A la puerta
está mi ama; no sé si reñiremos, pero yo no he
tardado tanto; haré del graue, que es el defen-
siuo destos peligros y arguye consciencia sin
manzilla.
Ast. — De dónde bueno, Melania? ])ues sin
licencia?
Mel. — Dias ha la tengo de tu merced para
mis visitas, que bien sabes quáles son.
Ast. — Es verdad, y esta ha sido tal?
j\[el. — Y cómo, señora, a vn doliente que
estima en pensamiento.
Ast. — Qnién es?
Mel. — No lo conosces? ha dias que está
malo.
Ast. — No me lo dixieras; fuera yo también
allá.
Mel. — No medres más de lo que yo le que-
ría en tu poder.
Ast. — Qué dizes, hija?
Mel. — Qne podría ser viniesse a tu poder si
el mal se le arreziasse.
Ast. — Es mancebo;
Mel. — Y hermoso, que es vna lastima de-
xalle solo.
Ast. — Viste por allá nuestros amigos?
Ido. — Venistes ya. señora?
3fel. — A su seruicio. No vi a nadie; de quá-
les dizes?
Ast. — De los más familiares, que los otros
deuen estar aora midiendo el cielo y contando
las estrellas. Y essos passando la calor debaxo
de algún ramo.
Tflo. — De más si está quexoso Ueraclio.
Ast. — No sé, prosnmolu.
Mel. — Desso me daria a mi bien poco; vistes
qué gente?
Ast. — Con todo no ay para qué escandali-
zalle, que el buen hombre quiérenos bien y es
buena persona. No será malo saber del, emen-
dando lo passado y lo presente; con palabras y
alhagos, conforme al tiempo; tememos a lo
menos quien nos entretenga.
COMEDIA IXTITVLADA DOLERÍA
361
Ido. — Nunca le respondiste a ninguna de I
sus cartas, y pensará que nascc de tenellc en
poco.
Mel. — Y en qué más le han do tener? no
veys, qué jirincipe?
Ido. — Qué sabes tú? quando no lo sea, lar
obras hazen la nobleza, que esto es también en
t'auor nuestro.
Mel. — Tienes razón, peri» hombres tan pt'sa-
dos no nos arman. La eonuersacion lia de ser
alegre; binan nuestros amigos Apio y Metió.
Aft. — Estoy contigo, que son llanos essos y
de buena ventura.
Ido. — El Heraclio, a la verdad, todo queria
fuesse suyo.
Ast. — Dios nos guarde. A mi padre ternia
odio sólo por esso. Ya se lo dixe algunas vezes,
pero el natural no se pierde assi linianamente.
Embia tú, hija, de mi parte a rogalle con el
moco nos venga a ver mañana.
Ido. — Assi lo haré.
Mel. — No pudieras tener más cuenta con el
Duque de Saxonia; nunca yo lo hiziera.
Asi. — Eres aun mo^a; el tiempo te enve-
ñará. Está assi bien, entendamos aora en lo de
casa.
Mel. — Bien sera, señora.
SCENA 3. DEL QUARTO ACTO
Heraclio llamado de parle de A<tasia, I.oglstico le aconseja
cúmo S2 ha de auer con ella y va asechalles detras la huerta
y oye sus razone*.
LoGisTico, Heraclio, Astasia, Morid.
[Aof/.] — Mira si soy Propheta yo? quántas
vezes te he dicho que os lo mejor hazor muy
poco caso destas y dexallas para quien son.
Jler, — Aun yo no sé a qué fin me llama.
Log. — Porfías? no es otro; mugeres nunca
salen de vno de dos extremos, demasiada des-
confian9a o soberbia del diablo; si les huyes
muerensc por alcanzar la causa, y si te mueres
por ollas y las sigues, persuadense que todo es
por su beldad y gracias, poniéndose en los cuer-
nos de la luna. Ya primaste lo vno, aora pro-
na ras lo otro. Bien puedes yr, oyr y ver, y si
mi opinión es verdadera, halila como hombre
libre de amor. Y viniendo a proposito las que-
xas o desengaños, asiéntale la caí illa para con-
firmalla en su sospecha.
Her. — Dexa a mí el cargo.
Log. — Ha de faltarte el ánimo; que ata este
traydor manos y lengua, y quedarás más em-
barbascado que si ouieras visto el lol'O.
Her. — Para saber cómo te engañas, haré
una cosa.
Zo^.— Que tal?
Her. — Vete detras la huerta asecharnos^
que allá prometo de llenártela.
Log — Si esso haxos, empiezas a ser hombre
y no podrias darme mejor fie.'^ta por discantar
a mi plazer los ademanes de Zirfea, Reina de
Cartas, esclaua de Argenes. Mas haze tú otro
por amor do mí, que si quisiere tratar de tre-
guas, con alguna colación de ensalada y carne
fria, digas que ayunas.
Iler. — Con quién se toma? no embargante
que puedes estar seguro desso, porque cumpli-
mientos que cuesten algo no los ay alli, sino
con quien les cuesta mucho y vale poco.
Log. — Que tú por Philosopho y hombro do
bien eres más pesado que la campana mayor.
Her. — No ay duda en ello. Ora, hermano,
por allá te cuela, que en ella ha de estar en
vela, como otras vezes, que en esto paga todo
y no queria (') nos viesse juntos.
Log. — Eya, pues, yo estoy en poluorosa.
Acuérdese de sí, señor, y liaga por salir del es-
tacado con la victoria.
//"ir. — Scrlpto está, toma si se detniera más
vn poco, allá la veo. y se me riye: maldita seas
con tus engaños, qué palabras tiene y dissimu-
lada es.
Ast. — Para bien aparesca su merced, pues,
señor Heraclio, qué oluido es este de tantos
dias?
Her. — Bien dizes que los dias de mí se ol-
uidan, pero son accidentos d'este tiempo, y
ver o no ser visto d'ellos viene, que yo por
cierto no me escondo ni huyo a nadie.
Ast. — No, no, mal hombre, otro queda
allá.
Her. — Todo es acá, sin auer allá ninguno.
Ast. — Ora entremos, que yo bien sé que du-
rará vn J'ato esta disputa.
Her. — Disputa, señora? Dios nos libre; todo
será a tu modo, y si te plaze, allá en la huerta
dene estar más fresco por no auer sol.
Ast. — Dizes bien.
f.og. — Aqui do vienen Orlando enamorado
con doña Vrraca. Bien cumple su palabra; ve-
remos lo (lemas. Que risueña y amadiosa es.
Pluton la bendiga.
Ast. — Sentémonos aqui, es más escuso.
Log. — Señora sopa, cayste en la miel.
/íer. — Está lindo esto; nunca d'aqui saldría
si fuesse myo.
Ast. — Pues cómo, y aora lotienes por ageno?
Log.— O qué principio!
Her. — Cómo puode ser mió lo ageno? Si
lo mió no lo es, y si dello me priuaste y me lo
tienes, cómo creoro lo que me dizes?
Lof/. — O pese a tal, que ya se le cae el al-
barda al asno!
í^') Quiera en la segunda edición.
orígenes de la novela
Ast. — Hombre de poca fe, ya te arrepen-
'tiste?
Her. — De qué?
Ast. — De creer, siendo la principal estrada
de la fe y de justicia.
Her. — En Dios solamente, que en los hom-
bres ya está dicho ser maldición.
Log. — Veamos qué responde Celestina.
Asi. — Bien te entiendo, y esso de que quie-
res preualerte haze más a mi proposito.
Her. — No me marauillo, porque las leys
tuercen con las varas de los Corrigidores, que
de blandas y delgadas inclinan a la parte que
ellos quieren.
Ast. — No assi, no assi; mas si tú faltas en
la constancia prometida y te buelues como la
hoja a qualquiera viento de tu opinión, hazicn-
do della juez, paresce que deuo de ti quexarme
como de hombre.
Log. — No veys el entablar de juego de la
señora Claudia?
Her. — Yo de ty como de muger.
Log.— Andar, en las cejas le dio con la mos-
taza.
Ast. — No podras passar de ay, que es la
plaga o injuria general.
Her. — Quando a las palabras las obras no
responden, y se prueua cosa no sperada, la dis-
culpa más ordinaria es dezir: O, son mugeres;
mas no lo es, porque entonces quedan más con-
denadas por muchas vias.
Ast. — Queria saber de qué te quexas y en
qué te offendi?
Log. — Sancta Cecilia, y qué deuota está!
Her. — A, mi señora! Solo en no mandarme,
que en lo demás passan las mercedes de cada
dia por mi merecimiento.
Ast. — Ya en esso te apartas de la justicia,
diziendo otro de lo que tienes en tu pecho, que
no es oífioio de amistad desengañada.
Her. — Bien di/.es, y a do la ay?
Ast. — En algunas partes.
Her. — Cómo lo subes?
Asi. — Por experiencia.
Her. — Experiencia? ah, ah, ah!
Log. — Bien a proposito.
Ast. — De qué te ries?
Her. — De lo que dizes. Cóuio conosces lo
flue nunca viste? Si en ti han faltado y faltan
todos los términos y condiciones que en ella se
requirian, qué experiencia tienes, sino de lo
falso de quG vsas con quien nunca te engañó?
Log. — O hideputa ('), bien tornó mi hombre.
Her.— Qué verdad, qué fe, qué amor, qué
obra o eft'ccto de amistad ay en ti, ni en tu
casa? qué as dexado de ver en mí, o qué viste
para mudarte? esto era lo que me dizias y pro-
(') Hicliputa en las dos ediciones.
metian tus palabras falsas, fingidos affectos?
por quién me dexaste? a quién boluiste tus en-
gañosos ojos? Do está la razón de que tanto
te preciauas, llamándola señora de tu casa?
Log.— Oxe a coces ha de venir el juego, assi,
noramala, assi, qué contrita está la nouia.
Her. — El amor de Dios, el temor, la charidad
del próximo, la cortesía, la gratitud que affir-
mauas ser en tus donzellas familiares? la tem-
planza, desprecio del mundo, encarescer la sole-
dad y aborrescer la compañía, auiendo de huyr
ydexar los hombres por los brutos, y d'el oloroso
y deleytoso campo de nuestras platicas, si auias
de entrar en tan ahumado y escuro laberinto?
Ast. — Mal me tratas, señor Heraclio; muy
encendido vienes; rompe la neblina de tu pen-
samiento con el sol de la razón, y verás quán
sin ella me condenas y injurias.
Her.— Injuriar 1 Dios me guarde, no traygo
essc proposito, ni me tengas por tan mal mi-
rado que no aya estado lo que aora digo en mi
pecho escondido ha mucho tiempo. Pero quise
hazer experiencias y guardar las circunstancias
todas antes de llegar donde aora estoy. Pares-
ce que el que te di de penitencia ha seruido
sólo de más endurescerte y doblar mi mal.
Fuego del cielo te consuma, hembra maluada;
las infernales furias te atormenten; manjar de
fieras sean tus carnes. No se te acuerda que
me engañaste ya otra vez? y que tu descortes
desden y crueldad me hecho en destierro, ne-
gando a quien te adoraua por otro que tu ado-
rauas, guyada de tu juyzio enfermo?
Ast. — Mesúrale, señor Heraclio; si no da-
remos fin a esta cuenta.
Her. — Doyte menos de lo que meresces y
aun te quexas? Yo cuento todo por acabado,
ni imagines que torne al juego en que perdi y
me ganaste con dados falsos. Esto es lo que
speraua. No pienses que me viste, ni seas tan
atreuida que bueluas la cara por me ver; con-
tenta tus ojos, tu lengua y tus orejas tan sin
respecto como hazes, y sigan tus pies y manos
al coraron y él a tus sentidos. Prueua lo que el
mundo da de sí sin anteponer nada a tus de-
leytes mentirosos, que en la fin de la jornada
hallarás mis consejos y reprehensiones vestidos
de los hábitos que les rompiste y estragaste por
despecho.
Zo^.— Gran Phüosopho está mi hombre;
más vale colérico que otros mil sin colera. Y
qué afilada trae la lengua!
Ast. — Por tu vida que me digas sin passion
la cul])a que me das.
Her. — '^o denlas preguntar mentira tan ma-
nifiesta, que es indicio de pertinacia y no de
arrepintirte (').Quántas vezes te dixe lo que te
(*) Arepintirte en las dos ediciones.
complia que agradesciendomelo falsamente lie-
ziste por el contrario? Qnántas vezes no que-
siste admitirme a tu conucrsacion, teniéndola
guardada para otros, y dándoles las obras que
me deuias, a mí las palabras con quo les paga-
ras? Quántas vezcs te escondiste o csousaste
con honestas ocupaciones, siendo el efl'ecto tan
differente, y murmuraste en mi absentia con
tus presentes apetitos o demonios? Quándo me
diste lo que otros rehusan, o yo te pedí lo que
no podias dar? Quándo me visitaste estando
enfermo, o yo no te visité y obedescí? Quándo
me diste parte de tus plazeres, o yo no la tomé
de los pesares? En qué te offendí para meoffen-
deres? en qué te burlé para me burlares? en
qué no viste en mí amor sincero, o tú me lo
mostraste verdadero? Qué bien empleé mis
ojos, mi pensamiento y todas mis potencias y
sentidos! Mas que merecido viene lo que tengo,
auiendo hecho de Egipto Dios, spirito de sus
cauallos y no carne.
Log. — Nunca hombre tan bien a cantado. O
qué diestro, o qué lindo, o qué concertado! que
tal está la conuertida.
Ast. — Ora no más, señor Heraclio, no aya
más; perdóname, por tu fe, que yo conffiesso
auer peccado; engañóme la vanidad y esta
peruersa de lesabel; todo emendaré si Dios me
da la gracia, y spero no me falten para ello tus
oraciones.
Her. — No, pues se a mandado, pero en lo
demás no ay que dizir está sellado en mi alma
este proposito. Si yo dexare el mundo y sus
engaños, gózate tu dellos y queda en paz.
Ast. — No consiento en tal partida; yo quie-
ro estar en tu gracia y que quedes sin scrupii-
los.
Her, — Si haré, no me detengas.
Ast. — Pues yassi quieres dexarme? No sabes
ser contra natura faltar perdón donde sobra
penitencia y deseo de complacerte? yo profiero
lo biuo y lo pintadoj las obras y pensamientos
para seruirte.
TjOj. — O gran passo, qué tal soy yo para
alchimista; en dos dias hallará su Lexir o pie-
dra philosophal, no ay secreto que se me es-
conda. Modérate, hermano, acra, que esso
basta.
Her. — Pues que assite justificas, qué menos
puedo hazer? Aqui me tienen, corta a tu modo
y despedaza.
Mor. - Muger.
Ast. — El diablo lo trae aora. Quéay, marido?
Log. — O maduro; algo deue traer di> bueno.
Mor. — O, siñor, aqui estaua tu merced? Be-
so las manos de tu merced: cómo le va a tu
merced; mucho ha que no he visto a tu mer-
ced; ha estado malo tu merced? Dios dé sa-
lud a tu merced.
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA 368
Log. — Ahotrado le ha con las mercedes.
Ast. — Qué pesadumbre!
Her. — Seruidor de tu merced.
Ast.— Pues, Morio, ay algo?
.l/or.--Vino el grangero con la paja.
Her.— Tal mereciste tú.
Ast. — Qué dices, señor Heraclio?
Her, — Que no lo mereciste tú, mas que el
mundo lo da, y voy me; vea tu merced qué
manda.
Ast. — Que me mandes, y seamos muy ami-
gos; será assi?
Her. — Como quisieres.
Aétí.— Dios te acompañe.
Her. —Y a ti dé gracia.
Mor. — Beso las manos de tu merced; déme
la mano tu merced.
il.?í.— Basta, Morio.
Her, — Vela aquí.
Mor. — Rebezbeso otras millenta vezes las
manos de tu merced.
Log. — Desollado le ha las manos. Acabóse
la comedia. Válete et plaudite los comedores.
SCENA 4. DEL QUARTO ACTO
Asosio bueliio a íii fí.irura y busca sus amigos para conlalles sus
auenturas.
Asüsio, Dolería, Looistico, Heraclio.
[.líío.]. — Mal año para don Galaor o qual-
quiera de los doze Pares que más auenturas
acabasse o venciesse más batallas. Qué de pa-
drones he passado esta jornada; será bueno
aora buscar Vrganda y agradecelle de su soco-
rro, para que otra vez lo dé de buena gana y
boluerme al viejo pelo, que no embargante que
el officio me agradaua y determinasse vsallo
algunos dias, seria todauia mucho cauallo y a
pocos trechos podria cantar el De profundie.
Reposémonos aora, que más fiestas ha en el
año, hará honil)re lo que dixiere el rejjortorio.
Estay s acá, señora Dolería mis amores?
Dol. — Quién llama? o qué noraenella ven-
Aso. — O qué noraufllara esteys; que ay por
acá, hermana?
Dol. — Los hucssos de la carne que co-
miste.
Aso —Por tu vida, hermnna, que quiero em-
pezar a entrar en quíiresnia y comer pescado,
o hazer dieta para conseruar el apetito, porque
estas aguas son muy hondas y podria yr la
soga tras el caldero.
Dol. — Dessos soys? nunca medre si no os
acertasse la vena.
Aso.— Nunca medre si no lo creo con tus
maíjicas.
864 ORÍGENES DE
DoL-Mas hazcs bien en guardar para la
vejez.
Aso. — Espo digo yo, hermana, y que es ne-
cedad matarse hombre por quien se lo agnx-
desce tan poco tiempo. Más conquistado lie de
lo que piensas.
Bol. — La do marras?
Aso. — Marras y marranas, a la fe; la torre
Manía y el ea«tillo Amertio, y ganara la ciu-
dad si siguiera la victoria; pero es valentía
huyr y retirarse quando es tiempo.
Dol. — Tienes razón, y dessa manera más
alquiler deues.
Aso. — Confiesolo; tómala mascara y págate
en los vestidos, si no basta, per el cuerpo que
es todo tuyo.
Dol. — Los vestidos servirán en su officio;
mas tú pagarás con otros que me armen.
Aso. — Por vida de Asosio que ass¡ sea.
Dissimula con la señora mi mujer; y dile reci-
bi cartas que Alfama era tomada, y soy ydo
buscar otro aposento para los dos. Que le rue-
go no se oluide de la fiesta.
Dol. — O, vellaco, qué tal queda, y cómo he-
ziste la tuya!
Aso — Descuente.
Dol.— Ven acá, toma esta agua y lauate.
Aso. — Para boluerme a Asosio.
Dol. — Si quieres.
Aso. — Toma si quiero; hablas como "Rey na,
no hay tal saber en Babilonia. Dame el ves-
tido.
Dol. — Ay lo tienes.
Aso. Bueluete a tu majada, pastor,
toma tu curron,
que no ay más dongolondron.
Dol. — Qué concertado glosador!
Aso. — No lo sabes bien; vn dia haré algo
en tu loor.
Dol. — Yo se lo agradesco; mas por cortesía,
mi señor, que me lo dé antes en alfileres.
Aso. — Vete de ay, no seas tan amiara do tu
prouecho, que no es auiso.
Dol. — Muchas mercedes por el consejo, mas
yo no se lo pido, señor Doctor.
Aso. — Calíate, que Venecia te daré.
Dol. — Bastará Padua, que ay en olla stu-
dios y studiantes.
Aso. — Como quisieres.
Dol. —Veremos, y vete, que tengo que hacer.
Aso. — Hablar con tus vasallos?
Dol.— Foár'vA ser.
^ Aso. — Tus ])ies, las ochauas de la fiesta se-
ria ahora topar con los amigos; tengo de yr a
ver si están en el templo de Lamia, que es
lugar de homiziados.
-Log.— Este es Asosio, si no me engaño.
Her. — No es otro.
Loq. — Harto se detuuo.
LA NOVELA
Aso. — Yo soy menos supersticioso; masqué
cmbidia me ternan los vellacos quando sepan
de mis tropheos?
Log. — No ves qué borracho viene del juego;
que no nos vee estando cabe nos, y de vellacos
nos haze fiesta?
Her. — Donoso está.
Aso. — Ya podria partir con ellos si se con-
tentassen, pues voto a mí que ay carnero de
cinco quartos en el rebaño.
Lng, — Ah, ah, ah, noramala lo ac:!rtaste8
para vos.
Aso. — Más noramala le asecheys; con sus
mercedes era la brega, y dexays me loquear?
Her. — Si tú vienes soñando en tus glorias,
quién quieres te quite dellas?
Aso. — Or, andar, hermanos; el mundo es
grande y vos no sabeys del la mitad.
Log. — Basta que lo traygas por scripto,
pues qué dizes? parió Doleria lo de que andaua
preñada?
Aso. — Si parió preguntas? tres de un vientre.
Her. — Cómo assi?
Aso. — Es menester tomallo más de spacio
y el prohemio sea besar las manos de sus mer-
cedes de parte del cortesano de oy.
Log. — Dónde le dexas?
Aso. — En brazos de Doleria.
Her. — Al diaño, ay pararon los passos y
contemplaciones?
Aso. — Cómo eres necio! Los vestidos que-
dan con ella en prendas del almuerzo, que el
cortesano aqui está. De manera que me seruis-
tos oy de media farsa, hablandoos y no rae co-
nosciendo.
Log.— (^\\é dizos? hurlas?
Aso. — No me podia tener de risa, de veros
tan innocentes y a Horaclio tan entonado por
sustentar la honrra de la patria, que ayna me
hablara latin y griego si yo diera lugar a ello, y
contara algo de Sparta y Tliebas, que su mer-
ced os todo heroico.
//íT. — Pudiera ser, poro tú eres vn burlón
y mientes.
Jjog. — Por vida de Logistico, que lo creo;
este es vn caso estraño, tanto sabe esse diablo?
Aso. — Hará verguonea a la infanta Melia;
es vna akhiniia lo que he hallado; no lo podia
creer hasta que hize cien experiencias.
Log. — Valga la el diablo, metióte en agua
fuerte o qué hizo?
Aso. — Más trabajas tú en lañarte las manos.
Vamonos a mi posada y sabreys de spacio
como Proteo se transformó y con qué peces lo
vuo, y tan^bien veremos si hay en qué morder,
porque el camino ha sido largo.
Her. — Desse modo no vienes medio.
Log. — No es tan necio.
Aso. — Assi lo jura tú.
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
365
SCENA 5. DEL QUARTO ACTO
Astasia aperando au< iiucuds s 'ruiclürcs, lle¿¡i Herarlio \ <¡n
ser \isto vce lo quo ciilrc i'llos passa.
AsTASiA, h)ONA, Ai'io, Metio, Hkraclio.
[Ast \ — Mal viene nuestra gente, Liona.
Ido. — No tardan aun.
Ast. — Qué ora es?
Ido. — Las tres.
Ast. — No más? luego teniiirano es.
Ido. — Estás en aquel propósito, señora?
Ast. — No aura toimenta que me quite del;
cansada estoy de tan pesada carga.
Ido. — No miras, señora, que es ofender a
Dios?
Ast. — Mas lo oliendo en las tentaciones de
cada dia; buscaremos tierra conforme a mi dis-
seño, sacando de casa lo que bastare para pas-
sar la vida.
Ido. — Sin despedirte de Heraclio?
Ast. — Ah, ah, ah, qué lindo!
Ido. — De qué te ryes, señora?
Ast. — De tu inocencia.
Ido. — Y la amistad reconciliada? faltarás de
tu palabra?
Ast. — Fue por complir, porque no enloque-
ciese o hiziesse desatino íilLcuno.
Ido. — Mayor lo bará después.
Ast. — Qué se me da a mí? cum])]a yo niy
voluntad, venga después lo que viniere.
Iler. — Haré la buelta por acá por ver si veo
mi desseo; allá está, paresce lo adeuinaua el
coraron. Creo me spora, porque la paz quedó
más firme que vna peña y el amor con la yra
reintegrado como el Cómico lo dize.
Ast. — Acá vienen, no se les ha oluidado.
/(/o.— Oluidado? no duermen con otros ojos
que con los nuestros.
Iler. — Engañado andays conmigo, mi buen
amigo; éstos son Tito y Vespasiano, destruy-
cion de lerusalem: d'acuerdo estañan. Aora
daré fin a este cuydado o principio más verda-
dero, como el gallo lo cantare. Qué dicha fue
la mia, caerme en suerte este lugar, do no po-
dré ser visto, para desengañarme de la postre-
ra contrición!
Apio. — Ya tardauamos, señora, no ha-
ziamos.
Ast. — No tardan los que llegan.
Ido. — Yo bien os desculpaua, si me lo agra-
desceys.
Met. — Quién podra agradescer tal sanc-
to?
Her. — Gentil respuesta.
Apio. — No bastan nuestras fuereas para pa-
gar lo que deuemos.
Ast. — Todo está pagado con vuestras gra-
cias y buenos con'.eones.
Iltr. — ~^o les eny;añays, por cierto, ni son
las complexiones differcntes.
-l/vy.— Pues, señora ama, qué nos mandas
que llagamos por tu servicio?
Ast. — Lo que desseo tant) tiempo ha y sé
hareys de buena gana. Ya os dixe que vence
la pena al sufrimiento; llegó la ora en que es-
toy deliberada, si estays en la promesa y os
atreueys, esta noche se porna pv^r obra.
Iler. — Qué más ay que oyr? todo queda di-
cho. O mundo!
Ast. — Sacaremos prouision que baste para
biuir contentos, tú conmigo, Apio, Metió con
Idona; por oso, rcsolueos.
Apio. — Señora, si; pues Metio?
Mil. — Pues Apio?
A])io. — Qué te paresce?
Met.— Clné te paresce?
Apic. — Qué dizes?
J/<?í— Qué dizes tú?
Uer. — Que os ahorquen a todos assi como
estays.
Apio. — No sé si se sabría.
Met. — Sabria.
Apio. — Pues?
Met. — Auria peligro.
Ast. — No ay de qué recelaros; yo lo reme-
diaré.
Apio. — Yo bien holgaria.
Met. — Yo también, mas...
.4 /</«.— Es verdad.
Iler. — O cielos que lo veys, o tierra que tra-
gaste a Datlian y Al»iron!
Ast. — No temays, amores.
Apio. — Sí, pero señora...
Ido. — De qué aueys miedo? qué verguen(;'a!
Met. — Sí, señora, mas...
Jler. — El mas es el paradero.
Apio. — Qué te paresce, hermano?
Met — Qué te paresce a ti?
Apio.— ]Á\\<in corage. Hagamos plazer a las
señoras, y más tememos muy buena vida. No
es assi, señora?
Ast. — Buena y rebuena.
Ido. — No podra faltarnos passatierapo.
Apio. — Pues, señora, saca buena summa.
Ast. — Yo me tengo el cargo. Ora mañana
a la noche os speranios entre las do-» y la vna;
proueyos de posada para algiiu dia hasta bus-
car otra tierra
Met. — Yo sé vna peco más o menos.
Her. — Y yo vn fuego en que me queme y
vna mar en que me heche. O justicia del cielo!
Ido. — Mirad que no falteys.
Apio. — No haremos.
Ast. — Traed armas para si fuere menester.
Met. — Guav de vos.
366
ORÍGENES DE LA NOVELA
Apio. — Noramala essa seria, sí, señora, aun- 1
que venga Golias el gigante.
Her. — Los huessos de vn camello como tú
bastarían para mataros; buen recaudo llenan.
Ast. — A Dios, bermano, pues basta la
buelta.
Met. — Aya flasquillo.
Apio. — Bien dizes, y algo sobre qué para
esfor9ar.
Her. — Essa es la guya y el piloto.
Ast. — De todo aura, porque no desmayeys.
Apio. — Me recomendó. Guay de nos, y to-
dauia qiiieren éstas esto? no sea el diablo para
nos.
Met. — No seria mucbo, pero dizcn que no
temamos.
Apio. — Basta; auran proueydo los caminos,
que son sesudas.
Met. — Y anisadas.
Her. - ÍSi la presa fuera otra, no dexará de
hazeros compañia para seruiros. Pero no vale
sino oluidalla, y con ella al mundo, boluiendo
la cara y el pensamiento al soberano bien, que
hará justicia deste mal y de otros. Mas sépalo
primero el leal amigo, porque no se quexe.
Quién me lo hallasse en este punto!
SCENA 6. DEL QUARTO ACTO
Logistico topa con Heraclio, que desesperado [se parte del, sin
querer tomar otro consejo.
LoGisTico, Heuaclio.
[Zo^.]. — En qué clima estarán nuestros
amores? porque en éste, de verano se haze in-
uierno, y de dia nocbe en vn momento. Quán
misera es la suerte de los nauegantes desta
mar, a do por vn ora de bonan9a ay ciento de
tormenta, sin que valga el menor mal todos
sus bienes. Los temores, las sospechas, los cuy-
dados, las tristezas, desconfianzas y engaños,
oon qué se pagan? con vna risa, vn mirar de
traues o vna palabrilla, si se les antoja. Sol de
inuierno finalmente, y nublado todo lo demás;
lluuia, granizo con que se ahoga el triste sin
tener lugar de respirar, y maldita la vergüen-
za que hay en ellas ni differencia; tanto me da
Penelopes como diablos. Allá assoma, si os
plaze, nuestro mareante; no trae muy buen
gesto; consigo habla; oy gamos si llora o canta.
Her. — La seueridad será el testigo de mi
consciencia. Solo y apartado de pensamientos
irracionales.
Log. — No os desuiays de la strada.
Her. — Que en tan pequeño término de tiem-
po aya tantos en la miseria humana!
Xo^.— rNueua canción es ésta.
Her. — Quán confiado quedé yo y cómo creo
lo que paresce justo, y mostróme la fortuna
que en vn momento solo está la felicidad o su
contrario. O mentirosos bienes, quebrantada
fe, o falsa hembra; mas bien pagada está, con-
sumidos que sean los vapores del appetito.
Log . — Essa es la venganza y tu remedio si
te contentas.
Her. — O, hermano, aquí estañas tan callado?
Log. — Por oyr si la razón a solas te acom-
paña.
Her. — No falta conoscimiento si ouiesse
obediencia, pero la fuerza de la carne es muy
antigua.
Log. — Mas antiguo es el spirito.
Her. — Yo hize mi poder, y rendido aora a mi
flaquesa, busco el vltimo remedio, renunciando
la mentira por la verdad.
Log. — Esse seria el mejor fruto que esta
planta nunca dio, aunque sea accidental.
Her. — Siempre lo bueno tiene vigor.
Zoí/. — Pues qué ay? no sabremos desta tra-
gedia?
Her. — Bien viste el desafio y la paz.
Log. —Señor, sí.
Her. — Oy se tornó todo vinagre. Ido al so-
lito a passear, vi el más extraño flete que
nunca hizo patrón de nao.
Log. — De qué manera.' abreuia, por tu
vida.
Her. — De las Driadas con los Faunos, ma-
ñana a la noche para otros bosques y otras
fuentes con lo portable y lo potable.
Log. — Qé me dizes?
Her. — Passada media noche lo puedes ver
si quieres.
Log. — Burlaste?
Her. — Es realmente como te digo, en lo que
verás los disbarates desta vida y quál sea mi
paciencia.
Log. —No e.-ítoy en my de tal pensar, ni me-
nos procedía tan adelante, aunque tenga visto
algo y sepa lo poco que de mugeres fiar se de-
ue; acuérdese con que afficion le declaraua la
verdad.
Her.— Yo daré de mí descargo con que que-
demos pagados todo?, que bien veo el daño
que me hizo no obedescer a tus consejos.
Log, — Pues qué? en vez de mostrarte alegre
del desengaño y procurar venganza? Vamonos
a Asosío y todo? a Dolería, para tender alguna
red.
Her. — Esso no; yo nu quiero ser juez y par-
te; cada vno será remunerado de sus obras, y
vale más assi y es más loor poner los ojos a do
la virtud visiua se fortifique y el alma se des-
empeñe.
Log. — Bien me está esso, no siendo loca la
occasion, ni por honrra de los dos lo quiero
consentir.
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
887
i/e/. —Está scripto stilo férreo et rnge ada-
mantino.
Log. — Su peccado della para tu bien, pero
tu mal para más mal, no me contenta, y si no
ay más amistad, voyme y no te hablo más.
Her. — Antes yo lo haré por no darte enojo.
Pidute que no se sepa la causa desta absencia,
que el tiempo hará su officio, ni oluides a tu
Heraclio, que hasta la muerte lo será.
Log. — Y todauia va de vi'rdad? o hombre
perdido, que de mugeres haze cuenta y les paga
tan al renes, viniéndole aora tan a proposito
vengar a sí y a otros. Deliberado va, no parará
hasta hermitaño; tiempo es de aueriguar el
amistad y remitir las palabras a las obras.
Voyme a xVsosio, y los dos con su amiga bas-
caremos inuenciou alguna de remediar estas
locaras.
SCENA 7. DEL QUARTO ACTO
Her.iclio trueca los vestidos con su criado Honorio y despadiilo
d'el se eiicuentra con Aíosio, que después de dissimular con
él se los pone de hurto.
Heraclio, Honorio, Asosio.
[//<fr.]. — Honorio!
Hon. — Señor.
Her. — Bien sabes el amor que te tengo.
Hon. — Ya sé, señor, que siempre tu mer-
ced me daua de sus jubones y calf;.is viejas
con que yo me paraua muy galán y me tenian
en la ciudad por gentilhombre.
Her. — Esso es lo menos, hermano mió; no
digo sino quererte bien, dessear verte en es-
tado.
Hon. — Pues, señor, y no andana yo en es-
tado, pecador de mí?
Her. — No me entiendes; quiero dezir rico y
honrrado.
Hon. — Ya, ya, señor; también yo siempre
lo deseé, por sauer que tu merced lo desseaua.
Her. — Pero dexemos aora esso.
Hon — Dexemos, señor.
Her. — Ya sabes...
Hon. -Ya sé, señor.
Her. — üexarae hablar.
Hon. — Habla, señor.
iíe/-. — Qnánto tiempo serni a estas señoras
y cómo me lo an pagado.
Hon. — Ya lo sé, señor, que nunca te dieron
nada.
Her. - Ni yo lo pretendí, que amor con amor
se paga.
Hon. — Amor, señor? es muy vieja essa mo-
neda, cómo la podia conoscer gente tan moíja?
Her. — Harto bien dizes.
Hon. — Mas con todo, bueno fuera dar de la
nuena y no mentir; que prometía aquella mor-
cielaga, acá vernemos, allá yrenios, señor He-
raclio, esto haré, estotro lo daré, y maldita la
cosa que cumplió la montona.
Her. — Es oluidadiza y tenia otro en que
entender.
Hon. — Y el p.ipel de tus cartas no lo pagará,
señor? que' nunca te dio siquiera vn medio
pliego.
7/(7-. — Empleaualo mejor.
Hon. — En quién, señor? en aquellos Apios
y Menchiones? o qué buenas espaldas!
Her. — Para llenar los cargos, assi es bueno,
y buena prol les hago (') a todos.
Hon. — Diria yo una soga.
//ér.— Arrepentido aora, aunque tarde, del
engaño y nial gastado tiempo, estoy delilierado
dexar el mundo como él hizo a mí y hazer pe-
nitencia de mis ppccados.
Hon. — O cuytado. para qué tierra, señor?
no es mundo por allá también? pues quedaré
yo solo?
Her. — No te congoxes, que esta es la ver-
dadera vida y burla todo lo demás. Queria
mandar hazer vn habito de hermitaño de sa-
yal, y porque no sé cómo hazer sin que me en-
tiendan, tengo pensado trocar contigo los ves-
tidos y buscar sastre que no pueda conoscerme
ni dar señas de mí; los mios te quedarán, y
todo lo que en esa bolsa hallares. Perdóname
que por ser tan lexos de mi tierra no puedo
darte más, y no tomes pasión.
Hon. — O señor, y assi me dexas? malditas
sean las vellacas. O mundo perro, o traydoras,
o señor, y cómo podra biuir sin ti Honorio?
Her. — Dexate desso y dame tus vestidos.
Hon. — Aquí están, señor; tengo con todo
yo de ser tú y tú yo?
Her. — Quiso assi la suerte.
Hon. — Qué muger es essa suerte? dónde
mora, señor? los ojos le sacaría.
Her. — No los tiene.
Hon. — Las narizes. Ay, Honorio, dónde te
llenan; trátale bien, señor.
Her. — Tú a Heraclio como quissíeree.
Hon. — Voto a tal, que estoy hecho un al-
guazil. Ciñire la espada también, señor?
Her. — Por qué no? esso es lo principal.
Hon. — Ah, ah, ali, quál está mi amo! buel-
uase tu merced, oh, oh, oh, desotra parte; na-
tural yo; camine tu merced.
II er. — Quieres más? ora passeate tú tam-
bién y veremos.
Hon. — Yo, s'eñor? hijo de hombre no me
terna por otro.
Her. - Si no fuere en el cuerpo, que todo lo
demás es mío. Ora, hermano, quiero abra9arte
(') Parees que deboda ser Ixaga.
368
ORÍGENES DE LA NOVELA
antes de partirme. Dios te haga conforme a
los vestidos.
Hon. — Cuvtado, a do uie lleunn? Peccador
de ti, señor, dónde te quedas?
Her. — No más, hermano, no te fatigues y
a Dios quedes.
Hun. — Señor, señor.
Her. — Qué dizes? no miras que no me has
de llamar señor aora. Si te oye alguno, qué
pensará?
Hon. — Perdone tu merced, que se me olui-
daua. Honorio, Honorio, si me demanda nadie
por ti.
Her. — Lo mejor es que no te vea nadie, por-
que luego serias conoscido.
i/oíi. — Pues desse modo también yo quedo
fuera del mundo.
Her.— 1^0, que te yrás para tu tierra, y allá
es otra cosa.
Hon. — Pues sea assi. Mas primero yo daré
vna vista por acá, y haré del gentilhombre,
pues la bolsa queda.
Her. — (^\\é dizes?
Hon.— Que me ternan todos allá por gentil-
hombre,
Her, — Tanto mejor, que se andarán tras ti
las mo^as.
Han. — Esso está en la mano, cómo me
huelgo.
Her. — A Dios, hermano.
Hon. — O, o, o, mi señor y mi amo tan que-
rido; ya se es ydo. Dios le perdone, qué buen
hombre era mi amo. Ora yo estoy brauo; ves-
tido como vn palmito, ceñida vna espada que
vale más que yo, y con vna bolsa llena de du-
cados; no falta más que vna buena mo9a. Daré
la buelta por la otra calle, para ver si hallo en
qué emplear, y auiendo un rato braueado, por-
ne los pies en villa diego, y podria ser llegase
a la corte a hazer vn ademan.
Aso. — Qué diablos veo yo? o estoy borra-
cho? a Honorio con los vestidos de su amo.
Mátenme si no se los lleua hurtados y va hu-
yendo; quiero fingir lo tengo por él y solazar-
me vn poco. No veys la postura del ladrón
asno? A, señor Horaclio, mi señor.
Hon. — Guay de mí, este es Asosio; perdido
ra lo que mi amo me encomendó si me conos-
ce. Señor?
^l«o. — Qué mortal se ha parado! qué priessa
es essa, a donde bueno?
Hon. — Bueno va, no me conosce aun, haré
del graue. Por aqui voy passeando.
Aso. — Buscar alguna moja?
Hun. — No quiero moíjas yo, pues las viejas
me engañaron.
Aso. — Aun atinays, muy feo vienes, dónde
has estado? no te conosciera si no fuera por el
vestido.
//oft. — Doliame la cabera y sahumáronme.
Aso. — Que diablo de sahumerio! Tomaste
todo el ayre de tu mo^o Honorio.
Hon. — Pegase el ayre do la conuersacion.
Aso. — Y de mí se os pegue este coscorrón,
traydor viUano, que mataste a vuestro señor y
lleuays hurtado sus vestidos; a la ora hago que
os ahorquen.
Hon. — Misericordia, señor Asosio; yo con-
taré la verdad a tu merced, porque no os assi.
J. so. — Entendamos, pues.
Hon — As de saber que es ydo mi amo fue-
ra del mundo.
Aso — Y aun por esso lo digo yo dvn tray-
dor.
Hon. — Oyga tu merced.
Aso.-— Y los vestidos!
Hon. — Tomó los mios por no ser conoscido
allá, hasta hazer vn hábito de frayle, que assi
dize que se vsa.
Aso. — Ah, ah, ah, mira la necedad en que
dio nuestro philosopho. Villano, no mintays.
Hon. — Ve aqui la bolsa con los dineros por
testigos.
Aso. — Aun me suenas a ladrón.
Hon. — O peccador, no sabe tu merced quién
es Honorio?
Aso. — Dixote algo?
Hon. — Toma si dixo, y lloramos juntos; yua
muy lastimado de las borrachas.
Aso.— Esse es el punto; hombre perdido,
quién me lo hallasse! Ora, am'.go, yo lo entien-
do ya: venios conmigo a mi posada y direys el
resto de spaeio allá; y consultaron los medico
sobre alguna medicina para está enferme-
dad?
Hon. —Por tu vida, señor.
^4.60, — Doleria aura de ser la boticaria.
SCENA 8. DEL QUARTO ACTO
Logisti.'o llalla a A.sosio con Dolei'ia y deliberan entre si lo que
harán sobre la cura del amigo lleraclio.
LooisTico, Asosio, Dolería.
[Log.\ — Qué se hizo dáoste? que no ha que-
dado juego de pelota ni de pelai', rio o fuente,
ramo de Laurel o sombra de yedra do no le
buscasse. Argel es como cauallo que falta en
lo mejor. Yo veo todo desaliñado si por acá
no lo remediamos.
Aso. — Es a punto como te digo, Doleria
hermana, y si tus artes obran lo que saben,
podria siguirsenos de aqui fama inmortal.
Dol. — Yo porne todo mi caudal por te ser-
uir y ayudar a esse enfermo, pero bien sabes
que...
Aso. — Ya te entiendo; fíate de mí como si
COMEDIA IXTITVLADA DOLERÍA
M'd
fucsse el mesmo Rey Saúl, vencedor y no ven-
cido, y repartidor de los despojos.
Lo(/. — Quie'n habla aqui? o qné lindo, de vn
tiro he matado dos, de rienda la trae el caua-
llero, alquilada deue venir.
Dol. — Assi lo creo que no mo en<íañcs, ni
menos esse gentilhombre de que oygo dezir mil
bienes.
Log. — A nos me huele esta comida, no es
tiempo de aguardar más. Para hieu le halle-
mos, mi señor, que no quedó escuela de esgri-
ma, latin y griego donde no embiasse mis es-
cachas; tengo de dar a Venus vna quexa des-
tos amores, que nos han de llenar un dia a su
merced, como lupiter el pescador a Europa la
holgazana, y dirán entonces que vas en los
cuernos del toro.
Aso. — Por cortesía, señor mió, que aguarde
tajo para mis besamanos y después diga; y
quanto a lupiter el rufián y Venus la ramera,
y a essa gente amores, sepa que es'toy más per-
catado que Diana la caladora para el bobo de
Acteon y la fuente para íí^arciso y otros maja-
deros como nuestro primo Heraclio por Dia-
nira, que nos mete en trabajo aora de buscar
Astolpho de Inglatierra con su hypogrifo, que
le vaya por el meollo al cielo como hizo al de
Orlando.
J^or/. — Ya me paresce luego sabes la glosa
de mi canción. Xo viste qué trastornar de me-
didas hizo este necio? y que' preciosa es la mcr-
caderia? no podra dezir que no se lo prophe-
tize'.
Aso. — Domine, ello es hecho ya y bien sabe
tu latinidad que es doctor de lo por hazer lo
hecho. Aora es menester prouar las fuerzas y
dar señal de que no somos endemoniados.
Log. — A punto, porque amistad perfecta no
cabe sino en ánimos altiuos. Pero cómo?
Aso. — Quiíja no sabes tú del negocio tanto
como yo.
Log. — Creo lo; di, por tn fe.
^í--o.-;-Es vna salsa para comereste los de-
dos de sabrosa. Auiendo oy topado con Hono-
rio nuestro amigo, hecho su amo, y dando tras
él (despacio lo reyremos y de la treta que me
declaró temblando)...
Log. — No passes adelante; en tu posada me
lo contó aora.
-Iso. — Assi, pues, basta. Pero qué súpito
accidente le mouio? que el mo^o no lo sabe.
Log. — Yo te lo diré: vn concierto para esta
noche de las lobas y los perros, con los más
gordos carneros del rebaño a las montañas, sin
otro testamento.
Aso. —Si me lo asseguras, toma mi capa y
todo el resto hasta la camisa.
L^og. — Cómo assi? qué determinas?
Aso. — Respóndele tú. Dolería.
ORÍGENES DE LA NOVELA. — JIJ. — 24
/>o/.— Qué quieres que responda? ordildo
vos, que yo lo texere.
Ljog. — Tú, señora, has de hazer lo vno y lo
otro, y con ello de nuestros bienes tuyos y de
nos esclauos, no embargante de ser heroica la
obra, y porque ternas vna corona. •
Dol. — Será verguen9a mia no ser primero
vuestro parescer.
Aso. — Por vida deste cuerpo y destotro y
del cuerpo del ciuil derecho, que el tuyo sea el
primero y el postrero, y que nos has de seruir
aora de luno. Venus y Palas, hiriendo a dies-
tro y a siniestro con oro y plomo y todo otro
metal,
Dol. — Tú sabes quán falta estoy de todos
ellos; mandad hazer vosotros las saetas, que yo
porne de casa el arco,
Log. — Esse es el blanco, donde tirays ne-
Aso. — Bien te entiendo. Quieres a Logistico
por fiador, no es assi?
Log. — Si no está en más, señora, j)alabra y
prenda te daremos.
Dol. — No creas nada a este trugeman, se-
ñor Logistico, que es demasiadamente malicio-
so; mas pues quereys por mí guiaros, la histo-
ria ha llegado a los términos que pudiéramos
pedir y tengo ya imaginado cómo pongamos
cada cosa en su lugar y le demos mejor fin de
lo que tuuo comieneo, sin jiretender otras ga-
nancias que ser el titulo de mi nombre. Quanto
a lo primero. Asosio y yo, hechos peregrinos,
nos haremos con Heraclio encontiadizos, y yo
me prcuere de ?alsa que le haga otro apetito;
del mesmo entenderás el resto, señor Logis-
tico, y vete a casa, que allá te yrá buscar, y en
ello sabrás quién soy.
Aso. — A Aeneas no siguiera de mejor gana
a los Campos Heliseos.
Log. — Jn manus tuas, señora.
Dol. — No son muy delicadas; mas saben
aderezar muchos guisados.
Aso. — Que tales los a prouado Asosio.
Dol. — 1^0 perdamos tiempo.
Aso. — Correré si njandas.
SCEXA 9. DEL QUARTO ACTO
Andronii', roi-tc-íaiio ri'quelirado «le .Melania, se lainciila della
y ella dél estando ambos engañados.
Andronio, Melania, Manía.
[.!/»(/.]. — O anima peccadora, quándo sal-
drás del purgatorio? El rio Meandro no da más
bueltas que yo por estas calles. Sospechaua
que me queria esta traydora, y veo que todos
son engaños.
Mel. — Allá paresce solo mi Andronio; por
370
orígenes de la novela
algo viene; ya no soy más niia; cumple obc-
descer. Quién viesse ya el dia de estar en li-
bertad! Bien, amor mió, qué hazes por aqui?
cómo no passas adelante?
And. — Esta es, ay!
Mel. — Porqué suspiras, mi señor? ay algu-
na nouedad?
And. — Viejo es tu descuydo de mi pena y
el matarme cada ora.
Mel. — Dios nos guarde, cómo lo finge mi
señor!
And. — Mas cómo lo burla mi señora. Di,
leona hambrienta de mi sangre, quándo estaras
harta d'él?
Mel. — Por tu vida, amores, que esso venia
desseando.
And. — Assi lo creo yo.
Mel, — No me entiendes.
And.— Pues qué?
Mel. — Libertad para gozar de tu dulce com-
pañía, la qual me es más que la propria ánima
chara.
And. — No dexas de burlar.
Mel. — Más tú.
And. — En qué moneda me pagas lo que te
quiero, o qué obras salea de tus palabaas?
Afel. — Donoso estás. Qué más podia darte,
o qué más me queda?
And. — Según esso, no eres más que pala-
bras o más ayna burlas, ni lo serás.
Mel. — Palabras llamas al cuerpo y ánima y
a la fe que te di y me diste? y demás sí estoy
preñada?
And. — Aora pienso hazes de mí loco, o tú
lo estás, pues hablas tan de seso y con tan
poco, o lo perdiste todo.
Jfel. — No será mucho que te lo aya dado
con la prenda que te jii para no quedarme nada
y estar mi seso y mi locura de tu mano como
está. Burlareste de mí y hazeresme morir con
tus descuydos?
And. — Antes yo. Nunca tan de veras te vi
matarme, o cruel!
Mel. — Ora no más, amores, basta lo soña-
do; recuerde tu merced y hablemos a proposi-
to; yo temo con todo lo que digo y no sé cómo
hagamos, si el plazo que tomaste no l'uesse ya
complido.
And. — De qué temes?
Mel. — Otra suya, de la preñez, que no me
trataste de manera que quedasse sin sospecha
dello.
And.- — No sé por qué me hazes rebentar.
Qué preñez? qué diablos del infierno? quándo
lo soñaste?
Mel. — Dizes de verdad?
Arul. — Si no que biiia do mentira.
Mel. — Basta, basta; confirmada es la mali-
cia; o traydor nialuado, qué determinas? no,
no, no soy quien piensas; con mil vidas no pa.
garas mi honra.
And. — Qué loca está!
Mel. — Loca, mal hombre, y tú, herege, no
me importunaste para casar conmigo? y por el
grande amor que publicauas, y los ruegos de
Dolería, en su casa me tomaste por tu sposa y
ay fueron las bodas; con ella lo as de uer; Te-
remos si te atreues a negárselo.
And. — No es tiempo de sperarte más, per-
dida y loca confirmada, o beuiste demasiado?
Mel. — Nunca beuiera de tan villano vino y
desabrido, triste de mi; allá me voy con esto;
disbarates.
And. — Della serás mejor desengañada. O
esto sin duda es sueño, o ésta ha perdido el
seso, y para que mi ventura haga su deuer assi
conuiene. Bien le dará Dolería algo con que le
saque el mal de la cabera, que para todo es.
Mas qué diablos sé yo si dormíendo híze lo que
ella dize que despierto, o si mi spirito anda de
noche por do de día el pensamiento, que todo
ay en amores y en diablos. Líbreme Dios de tal
encuentro, estoy borracho del; bueno será tam-
bién encaminar hazia Dolería para que junta-
mente nos desencante,
3ían. — A, gentilhombre.
And. — Solía yo de serlo, quién será la dama?
qué manda mi señora?
Jfan. — Que desempeñe su cadena y prenda
con ella otras captiuas.
And. — Con otro piensa auello; captiuo que-
ría yo ser de tales ojos, sí los bra9os fuessen
la cadena,
3Ia7i. — Qué bueno! Ora, señor, pag[u]e el
escote, pues ha merendado, y no se persuadía
que sus criadas bíuen del ayre como cama-
leones.
Atid. — No es gran marauíUa, pues esse bas-
ta para sustentarme, y la gracia con que lo
díze.
Man. — Yo digo, su merced haze; pero no
curemos de requiebros sin proposito, passen
las burlas adelante; porque, sin los seruídores,
tengo heraianos y parientes, que desharán es-
tos agrauios, y no me ensañe yo.
And. — También yo ajudaré por la parte que
me cabe. Mas su merced está engaiiada, que
no soy quien piensa, ni es mí costumbre de
mojar, sino seruír las tales.
Man. — Qué l)ien lo propone, sí no me cor-
tara ya la bolsa. No vengo ahumada, ni haze
neblina, mí señor; mande deshazer el yerro y
guarde la joya para otra nouia; aquí do está,
todo va perdido, ya no ay que fiar.
Anfl. — Y porflays? esta es otro como la de
ogaño; holgara de venir de otro temple, pero
trayo dolor de ba^o
Ma7i. — No ay que pensar en ello más, ni
i
COMEDIA INTTTVLAD.V DOLERÍA
371
niurmunir entre dientes o desculpa que lo saine
de burlarse de quien le quiere bien.
And. — Por mi fe, señora, que e!<tá en error.
Man. — Asbí me lo parosce, si su merced
perdió el seso o ha beuido.
Ánd. — (irran caso es este: o los diablos an-
dan sueltos, o yo estoy dormiendo; tórnese,
señora, que yo le aftírmo no ser quien busca.
J/an. — Pues quie'n seria Inogo su merced?
AiuL— Andronio hasta la muerte, y aun
después.
Jlan. — Andronio o andrajo, yo le conosco
rasonablemente, y aun me duelen los mordi-
cones que me dio en este brafo.
Anil. — Quándo?
Man. — Quando en los sayos me tenia, y mo
vendia por u)iel vinagre, haciéndole tantos re-
galos en mi casa. Mal ayan tales obras. Por
A'ida de Mania y de su madre, que no lo co-
mays sin escaueche por más peyuado que
soiiys.
And. — Estoy fuera de mi, qué ha de ser
esto? perdido soy, y de mas si Doleria se me
buelne viia d'estas, y todos son di:)lores.
SCENA 10. DEL QUARTO ACTO
llorarlfo en liabitos de liprmilano rcjtnsandose en vn prado
dan ron el Asosio y Doleria hechos peregrinos, a saber Do-
lería es Diclieo, Asosio os Synesio.
Heraclio, Dolería Di[cnKo], Asosio
Syne[sioJ.
[Iler.]. — Soberanos cielos, virtudes superio-
res, regidas por aquel summo principio, ajn-
dadme a celebrar mi nneua proffession y ter-
minar la vanidad passada en el perfecto núme-
ro; las potencias dementadas con su concor-
dancia natural me fauorescan; las aues del
ayre, los animales de la tierra, la mar con sus
pescados, den señal de mi alegria. Porque
aora que el viejo hombre es muerto y las spe-.
ran9as vanas se acabaron, descansará el triste
coracon, dando comiendo a otros pensamientos,
y los sentidos de su alto objecto ternan el ver-
dadero refrigerio, con el blando ayre, dulce
harmonia de las corrientes aguas y suauidad de
tan diversas flores, hechado sobre estas yernas
olorosas. Y vos, ojos, occasion de tantos da-
ños, reposareys en este prado deleytoso.
Dich. — Hijo Synesio.
Syn. — Padre señor.
Dich. — Qué hermoso está el campo esta ma-
ñana y quán agradable es de oyr la melodia de
los paxarillos; peccado es no gozar d'esto de
contino.
Jler. — Aun aqui el mundo no me dexa; que
gente será esta?
assí, y harto mal me liizo esse
>S7/H. — Es vn consuelo para enamorados co-
ra9ones.
//ir. — Pues y aqui llega este nombre?
Dich. — Cómo lo sanes? pronaste ya essa
passion?
Syn. — No, pero cy hablarte algunas vezes
della.
Dich—Eí
mal .
Jfcr. — Compañia tengo.
Si/n. — Mal llamas, padre, a lo que otros lla-
man bien? siendo amor vn medio sin el qual no
obra la natura, y vna cierta colligantia desde
el cié' o hasta la tierra, a la qual el ciego sabio
dio nombre de cadena de oro.
Jfer. — Mucho te deue luego el niño ciego
por esse titulo que le das.
Dich. — Verdad es, hijo, que todo se rige por
amor, pero va en lo? hombres por vias diffe-
rentes la orden prevertida, improprio el nom-
bre a los effectos. Con este peliscon recordará,
aunque no duerma; oyes, Asosio?
Aso. — Al cabo estoy, Dolería; prosigue,
pues, y philosophemos a su modo y al nuestro,
sin c^ue parescan nuestros nombres.
-Do/.— Qué necio eres, los ojos y los oydos
le tengo en la mano. J'uelue a tus coles.
Aso. — No sé cómo es inqu-oprio, padre, [pero
quando la yra d'amor incitada sale de curso,
adquiere el nombre de valentía, de templanea
el sufrimiento, y de todos sus contrarios las
otras virtudes compañeras.
f/er. — No estays bien en la cuenta, porque
esta mia es o paresce mentirosa por la occa-
sion.
Dich. — Pusilanimidad no es templanza, ni
Dios lo quiera; temeridad no es fortaleza, ni
lo fue nunca; obediencia vil o subjetion no es
justicia, ni lo será; acertar acaso no es pru-
dencia.
Jfei'. — No lo aueys mal estudiado.
Dich. — Si el amor es de virtud diuino o fun-
dado en la razón, podran caber en él essas con-
diciones todas, y no hablo sin experiencia.
S>/7i. — Ha sido tu merced enamorado?
Dich. — Mas que vna ve/^ y muchas enga-
ñado.
Si/n. — Cómo, padre, no hallaste fe?
Dich. — Fe en mujeres, monstro sería.
/ícr. — Este es mi hombre.
Dich. — No ay en ellas cosa buena, sino el
callar si callan, aunque pocas veces acontesce,
si no es por deffecto de natura o accidente de
enfermedad. El amor dellas es apetito solamen-
te, sus cortesías son engaños, es negar su pro-
meter, y el llegar darse del todo. Mira, por tu
fe, qué sciencia ésta para entenderse, a do los
que más saben menos aciertan y más los que
monos saben.
872 orígenes DE LA NOVELA
Ile.r. — Es oráculo este hombre.
Dich. — Qaise tanto a vna, que passara el
arco de los leales amadores, pensando ser no
menos querido della; mas a la postre, porque
no me reyesse de los otros, vue de descendir
al infierno de Anastarax; que por vu antojo
solo perdi en vn dia todos mis trabajos de mu-
chos años.
Syn. — Seria alguna necia.
Dich. — Passaua de prudencia a Sapho al pa-
resccr, de constancia a Portia, de fuer9as a Ca-
mila; ésta me llegó al punto de la muerte o de
dexar el mundo y biuir entre las fieras, si la
razón no lo estoruara . Al cabo de muchas ex-
periencias y de tentar si mi estado misero, ser-
uicios, obediencia y promptitud la podian
ablandar, viendo quán poco aprouechaua todo,
arrebatado de encendida ira, súpitamente se
conuirtio el amor en odio y en ardentissimo
desseo de venganza. Por esta causa sola, dán-
dome al estudio de la Mágica, en breue tiempo
sali maestro y restaure' con ella, assi lo passado
como por venir: dexando al mundo vn gran
exemplo, con vna burla que le hize, poco me-
nor que la de Vergilio. Estás en esta cuenta,
hijo?
Her. — Como que estoy en ella, padre, y
quasi arrepentido de mi locura; pero andar.
Dich. — Qué es esto, quien duerme aqui?
Syn. — Si a la fe, padre, no lo veya.
Dich. — Hermitaño es.
Her. — Visto me han; todauia haré que
duermo.
Syn. — Quién puede ser en lugar tan solo?
Dich. — El libro me lo dirá. O qué gentil
donayre, de los nuestros es.
Syn. — Qué nuestros?
Dich. — Desesperados de amor; despertalle
quiero para saber de su fortuna.
Her. — No duermo, padre onrrado, antes he
oydo tus razones todas, que no han hecho en
mí pequeño mouimiento.
Dich. — Tanto mejor, mas por tu fe que me
cuentes, si te plaze, la causa deste apartamien-
to y soledad,
Her. — Para qué? a quien ya dijo lo principal.
Dich. — Leamos, pues, un poco más. Basta,
hallada es la muía; madre y hija son entram-
bas, y esta noche se nos vone: palabras qus
yban diziendo monedas de oro soné, que se
mataron por dos, que no valen medio none (').
Her. — Qué es esto? yo sueño, este es un
gran saber. Ora, padre mío, socórreme por tu
fe, que de creer es puedes, pues tanto sabes.
Dich. — Soy contento, con que tú lo seas de
lo que hiziere.
Her. — Más que contento.
(') Parece fragmento de algún romance antiguo.
Dich. — Pues a la raesma ora te buelue por
do veniste, y vete a tu fiel amigo, que tanta
ansia tiene por ti; Logistico se llama.
Her. — Y esto más? o gran misterio!
Dich. — Y dexados estos hábitos yreys los
dos a la ora limitada oxear aquellos cuernos
para que nos quede la carne desembargada y
te la entreguemos tomando sus figuras, y tú
puedas guisalla a tu plazer.
Syn. — No será malo, esfuerce tú merced.
Her. — Dios te ha embiado por mi bien aqui.
Voy sin tardar poner en obra lo que mandas,
padre.
Dich. — No te descuydes, pues._
i/er. — No ayas dello miedo.
SCENA 1. DEL QUINTO ACTO
Logistico halla a Heraclio ya con sus vestidos, y muy alegres
ambos van acabar su auentura de Apio y Metió.
Logistico, Heraclio, Apio, Metió,
[Lo^.].— Quien viesse ya esta nao en el
puerto! por diligencia de Pyloto y marineros
no c[uedará, y spero nos fauorescan todos los
spiritos enamorados. Qué se hizo deste hom-
bre? a qué parte de la tierra será hechado? ha-
zla nuestro Polo, que le es aficionado.
Her. — Dicha fue hallar a Honorio para to-
mar otro vestido. El amigo falta aora, estara
quexoso, pero el súpito accidente causó el des-
uario.
Log. — Si yo no duermo, allá veo a Hera-
clio; jiaresce obran ya las medicinas de Dolería.
Gran cosa es; a, señor, señor, no se alexe tanto,
si no lo dura aun la colera.
i/er. — Este es, o quán a propósito. No, se-
ñor, que ay otros humores que la contrapesan,
y es de nosotros sabios mudar consejo.
Log. — Por esso solamente no puse luto, y
assi speraua a su merced como si lo viera. Pues
en qué paró el viaje y el nauio?
Her. — Aun no puedo respirar. Mouidos a
compasión los cielos, me embiaron a Mercurio
en forma humana que me alumbrasse en tan
escura noche.
Log. — Cómo assi?
Her. — Despedido ya del mundo y de todos
sus engaños, en despob'ado, hallé dos hom-
bres, que a cabo de otros chistes que después
sabrás, en cierto librillo que tenia el vno dellos,
gran nigromante, leieron mis desgracias y me
prometieron reduzillas a otros términos: man-
dándome luego te buscasse, que es lo que más
atónito me hizo, para que fuésemos entrambos
hazer boluer los Satyros a los montes. Yo des-
esperado de poder hallarte, acercándose la ora,
acometía solo el auentura.
I
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
878
Lo^. -Mucho me cuentas, y ay verás que
no se oluida de ti la prouidencia. Quiero abra-
carte como a hombre resuscitado, y bagóte sa-
ber que lleuaua esse proposita también, poro
mejor lo royremos en compafíia, y no podran
tardar, porque es ya dada la vua.
Iler. — Por lo más cierto, nos lleguemos a
este cantón,
Log. — Bien dizcs.
Hcr. — Aqui son; oygamos lo que liablan.
Apio. — Metió?
Met. — Apio?
Apio. — Qué hazemos?
J/e/. — Vna gran locura: si nos toman con el
hurto, adiós amores.
Log. — Bien oyes.
Iler. — Toma si oygo.
Log. — Mira qué lanoas.
Jler. — Nunca las tune por mejores.
Apio. — Que' escurana haze, las carnes me
tiemblan; no seria mucho auer por aqui capea-
dores.
Met. — Comigo no aura lid, luego doy la mia.
Apio. — No vale más assi? otras nos tene-
mos, quien lo aura de saber?
Log. — Bien se emplearon.
Iler. — No merescen más.
Apio. — Todauia, ya que se lo prometimos,
es menester complir con ellas.
Met. — Doylas al diablo, que mejor se esta-
ñan. Qué haremos dellas? dónde diablos las
llenaremos?
Apio. — No faltará; ellas traen prouision.
Her. — Bien remediadas van.
J^og. — No es tiempo de más palacio. A, tray-
dores, vellacos, dexad las capas y las vidas.
Met. — Apio.
Apio. — Metió. Guay de vos. O, señores, por
amor de Dios, aqui quedan y las eepadas.
Her. — Qué priesa llenan!
Log. — Eran buenos para liebres. Vamonos
aora y demos lugar a nuestros médicos para
que ordenen sus receptas con las señoras boti-
carias.
JTer. — Llenaremos el despojo?
Log.— Si, para seruir de testimonio.
SCENA 2. DEL QUINTO ACTO
Astasia y Idona se salen a la huerta a sperar sus seruidores, y
vienen Dicheo y Synesio, con quien se van, pensando eran
ellos.
AsTAsiA, Idona, Svxesio, Dicheo.
[Así.]. — Es ora de speralles allá en la
huerta?
Ido. — Cerca de la vna.
Afit. — Oyste algún ruido?
■ /do. — Sí, señora.
Ast. — Qué seria?
Ido. — Gente que passaua.
Ast. — Paresceme que cntrcconosci la voz de
Apio.
Ido. — Podria ser que speren y ayan querido
burlar de alguno, que son mancebos y hieriie-
les la sangre.
Si/n. — Hermana, esto es para nos carnos-
toUendas.
/)/c/í.— Queria ya la olla entre las manos.
S/jiK — Al fuego está.
iJich. — Pues yo te vntaré las barbas.
Si/n. — Bueno es que aya de todo, pero yo
estimo más la burla que sei- Emperador de
Trapizonda. Sentiste bolar a nuestros paxaros?
Dich. — De la I'uena suerte bien guardadas
yuan; harto nos quedan a deu(^r por les quitar
tal embarar'O, y hablemos paso, que ya las vec,
y ellas a nos.
Ido. — Aqui viene, señora, nuestra guardn.
Ast. — No podia faltar.
Ido. — En punto vienen como si oniessen de
combatir.
Dich. — Pues qué piensas, mi señora? esto y
más es menester a quien thesoro tan preciad<j
se encomienda.
Si/n. — También quiero mi paite; ha mucho
que sperays?
Ast. — Media ora, y con recelo de añeros
algo acaescido, porque oymos cierto rumor.
Si/n. — Es posible, y acá llegó?
Ido. — Qné cosa fue?
Z)¿'c/i. — No nada.
Ast. — Mas por mi vida.
Syn. — I)os vellacos que querían conoscer-
nos, y vuo de costalles capas y espadas; pero
de piedad se las boluiraos.
Dich — üoyte al diablo que assi lo vendes.
S//71. — Señoras, no es tiempo de detenernos
más, traen todo su recaudo?
Ast. — Todo.
Dich. — Pues vamos.
St/n.— Dad acá.
Dich. — Que priesa tiene este glotón; no
aun, hermano, que no es cordura si acontesce
algo yr cargados; allá fuera de bancos se lo
tomaremos.
Ido. — Mejor será.
Ast. — Caminemos pues.
Sgn. — La que más quiere cada vno; yo con
esta moca lo auré.
Dich. — Yo con esta señora de mis entrañas.
Ast. — Ya soy vieja para regalos.
Dich. — No es de vieja esta hazaña; mas
eres vieja en darme la vida y en el matarme.
Ast.—liío veys? bueno viene el señor Apio
esta mañana.
Ido. — Están más promptos los spiritos a
esta ora.
874
orígenes de la novela
Syn. — Los tuyos a lo menos, mi señora,
con el vnico resplandor dessos ojos matadores,
que hazen clara la noche, escuro el dia.
Ido. — Qué tocar de teclas, madre mia!
Dich. — Callando por aqui.
Syn. — Cómo callará el que arde?
Ido. — No parescia tal el señor Metió.
Dich. — Las tinieblas descubren muchas ta-
chas que alguna rez la luz esconde.
Ast. — Quién lo diria?
Sfin. — Quien lo vee y palpa.
Dich. — Ya estamos buen trecho de la ciu-
dad; bueno sera que nos entremos en el bosque
y os dexemos allá cabe la fuente, donde de
ventura aporta nadie, mientras ymos proueer-
nos de posada.
Syn. — Señor, sí.
Ido. — Y quedaremos solas?
Dich. — Conuiene assi y de parescer los dos
allá; escondamos aqui detras estos dineros,
para quitar las occasiones, y si viniesse algu-
no, que no fuesse tentado de cobdicia.
Ast. — Pecadora de raí, y es lexos?
Dich. — No, ánima mia, sino muy cerca.
Ast. — No haze pues al caso, norabuena vays.
Syn.— A Dios, vida, mas no a los aqui-
llos (^); passito no seas sentida.
Dich. — No sabes que soy Angélica?
/Sj/?2.— Diabólica te llamaría yo.
Dich. — Algo te va en que lo sea.
Syn. — Me recomendó, ya estamos en otra
tierra, ay os guardareys, mi bien, aora en los
campos verdes sola.
Dich. — Aun bolueremos a visitallas, y ve.-
rás que no pudiera Arachne la sotil, ni Palas
la embidiosa, ordir o texer tela más fina.
Syn. — Si traes contigo a Proserpina y todas
sus donzellas, qué menos puede ser.
Dich. — Entremos por acá y harem<>s otra
colación.
Syn. — Desta vez quedo maestro.
SCENA 3. DEL QUINTO ACTO
Morio «ale en busca de su muger y halla Alelania que venia de
l)usfara su uiarido, y conciertanse los dos, casándose ambos
por despecho.
MoRio, Melania.
[il/o?-.]. — Qué es d'ella, muger, muger, amo-
res, vida, riñones, coracon, qué viento os ha lle-
nado? O mal viage haga la nao: Tdona, hija, pa-
lomina, golondrina, ansarón, ternera, que es de
ti? Si son ydas al villar a pie por penitencia?
que mi muger queria hazer quaresma, mas los
lobos en el camino las tragarían, que era de
noche y no las conoscian, o, o, o, ya lloro.
(') Sic. eu las dos ediciones, por saquillos.
Desdichadas, cómo les dolían los dentazos de
aquellas malas bestias, Dios les perdone; pero
quién sabe si saldrían por no ser de buena di-
gestión, a lo ment)S mi muger, que era un poco
añeja, y mí hija por causa de las llaues y alfi-
leres (que lobatos no comen hierro como aues-
truezes). Boto a mí que he apuntado como un
Doctor; qué será d ellas, pues? apostaré que
almuerzan del perníl que se quedó alia ante-
ayer: dexad para mí algo, amores, que tengo
sed, y comeré para beuer, no beueré para co-
mer como dizia el otro asno. O amiga tan que-
rida, cómo me dexaste assi huérfano? Boto a
tal que yo lo soñaua ha media ora. Quiero ver
si me i-ecuerdo. Qué soñanas. Morio? ya, ya,
que se yuan con dos galanes las galanas y me
casaua yo con Melania. luro a mí que es bue-
na moca y no le falta nada, aunque sea algo
morena; ella sabe amassar, fregar, lanar, la-
brar, coser, baylar, cantar, hablar, andar, tro-
tar, comer, dormir, besar, soñar y es muy bue-
na eozínera. Qué bueno estaba el puerco de ha
seys años, qué linda la tortada de ayer, qué
sabrosas las coles y el tocino del entruejo; pues
vna ensaladica de nabos y lechugas y dos do-
zenas de ajos y cebollas, mal año para el Xa-
rife. Mas guay de Astasia, que ya se me olui-
daua la pecadora: oh, oh, oh, qué buena mu-
ger era; si ella no buelue, tengo de quexarme
al alguazil. Por todo la he buscado y no la
hallo; eu la cozína, en la cámara, en el patio,'
en la sala y en la saleta, en la otra cámara y en
la otra, y eu la camarilla, por los graneros,
porque solía la pecadora hazer subir allá los
gatos a visitar a los ratones; en la cantina,
que pense quÍ9a auria sed, y se le oluidó de
cerrar la boca al torno y se ahogaría la mes-
quina. Por esso es bueno beuer por cangirones.
Mel. — Algún diablo de los suyos la ha lle-
nado. No estar de dia en casa con sus ocupa-
ciones no era milagro, mas aora no puede me-
nos ser que ellos andan de noche según dizen.
Mor. — Gana me toma de almorzar, aunque
es temprano, hablando en ello, mas estoy tan
alterado con esta yda de mi muger, que beue-
ria por otros quatnj.
Mel. — Quién habla aqui? y de mas si es
aquel traydor de Andronio, que no le dio re-
poso la consciencia, después de auerse burlado
assi comígo, y torna a emendallo.
Mor. — Esta deue ser, boto a tal; en el toca-
do la conosco, porque veo de noche mejor que
un gato. Cómo me huelgo! a, muger, adonde
diaño fuyste, amores?
3Iel. — O desdichada, Morio es este; perdida
soy, que me han sentido; qué diré.' Ya, ya,
que estaña mi prima en passamiento y me em-
biaron a llamar: Melania dirás, amo. Pues amo,
qué te hazes por aqui a esta ora.'
COMEDIA IXTITVLADA DOLERÍA
375
Mor. — A do las dexas? ellas pense que eran,
Mel. — Quién?
Mor. — Tus amas la grande j la pequeña.
Mel. — Cómo assi?
Mur. — No las hallo, ni se quál diablo las
lleuó.
Mel. — Burlaste?
Mor. — Para hurlar es el negocio: estoy ya
medio casado.
MeL — No lo digo yo?
Mor. — Oh, oh, oh! Menester es llorar.
Mel. — De reras va, a la fo; entrarme quiero
a saber deste mysterio.
Mor. — Llegó uuiy aproposito Melania, por-
que casados que seamos nos podremos yr acos-
tar y dormir hasta la mañana, y si buelue As-
tasia, que se tome otro marido, pues se ha ydo
sin despedirse.
Mel. — Más mal ay de lo que yo pensaua,
qué sera esto! mátenme si no son ydas con
Apio y Metió, que yo lo olia ya. Qué dirán las
gentes? no ternee cara con que pareseer. Pecca-
dor de Morio, no soy yo sola el agrauiada.
J/o/-. — Pues qué te paresce?
Mel, — Assi no fuera.
Mor. — O, o, o, qué será dellas? si entraron
los ladrones y las hurtaron?
Mel. — No hurtan ladrones hurtos que coman.
^[or. — Si son ydas al villar?
Mel. — A estas oras? donoso estás.
Mor, — Si se ahogaron las desdichadas?
Mel. — En qué mar?
Mor. — En el pozo, que aun no he ydo á ver.
Mel. — Ni vayaií.
Mor. — Si son ydas a conffesarse con los
i'rayles, para ajunar oy, que es dia de pescado?
Mel, — Podria ser, mas es temprano. O si es-
tan en la huerta plantando ajosVV
Mor, — Allá he estado. Si son ydas a San-
tiago que eran denotas del?
Mel. — Es90 deue ser.
Mor. — üessa manera no bueluen más, que es
lexos. Oh, oh, oh, Astasia, mi salsa, mi cu-
lantro y mi yerua buena, adonde te fuyste?
Mel. — Consuélate, Mofio, por tu vida, que
muchos desgraciados ay por el mundo, y yo
soy vna dellos.
Mor. — Eres, amiga, cuytadilla? pues yo no
veo mejor remedio que casarse el desgraciado
con la desgraciada, y no curar de los graciosos.
Mel. — Assi andaria todo derecho.
^íor. — D'aea la mano, amores.
Mel. — No, no, Morio, no tan ayna.
Mor. — Ayna dizes? y ha dos horas que se
partieron.
Mel. — Y si boluiesen?
Mor. — Que se busquen otros.
Mel. — Si ya no los tienen.
J/o/-.— Tanto que mejor; dormiremos más a
plazer lo que se queda por dormir. Eya, mis
entrañas, que ya te quiero bien.
Mel. — En buena le que me viene Dios a ver
y dexar los iliablos para quien son. Burlaste,
Morio?
Mor. — Entrémonos, vida, y verás si burle;
qué le falta? pesa más sola que quatro Astat-
sias.
SCENA 4. DEL QUINTO ACTO
Aiidi'onio biiíra Melania, y halla Aplotis que llora por su lia y
l)riiiia, y que va liusrar Logi«l¡co su soruidor, y después de
Irauar amores so ronriertan.
Andronio, Aplotis.
\And.\. — Dolería afirma que está loca, y no
puede ser menos, según sus disbaraten: yo no
sabía qué dezirme, y ayna me tornara como ella.
Esto me faltaua para prouar de todo: adonde
yre que no me acompañe la desgracia? Quiso
mi ventura sacarme de la mar, para hecharme
en este fuego, si me auia resfriado. Desterrado
de mi tierra por amores, y aqui medio perdido
por la perdida, y loco por la loca, con dolores.
Qué remedio, que está ya crescida la rayz: yo
no lo siento, si Dolería no lo halla (•) como pro-
mete. Lo que más me lastima y haze que la
ame, hasta también enloquecerme, es que por
mí se enloqueció, tanto me quería la pecadora.
Bien se pareare en sus palabras; porque aquel
hablar de casamiento, de ])reñez, de soñar y
de velar, y otros requiebros, no es otra cosa
que pul)licar aora la causa de su locura, y he-
char fuera de rondón lo que tenia guardado y
escondido d pt-nsamiento como agua represada.
Pero la otra labrandera que después me salió
al camino con otra tal, me hace estar en duda
y confuso de qué parte esté la locura; porque
tengo dos testigos contra mí; y yo soy solo, si
no hay otro que me paresca y aya hurtado o
comido lo que éstas quieren que pague. O en
sueños me lleuó el enemigo como estriega, aun-
que las estriegas sueñan lo que dicen, y yo
sería assi Stryon Doctor haziendo lo que es-
tas mis amigas sueñan. Pero Dolería dize que
la hil 'randera es mny refalsada, y oyendo la
question de Melania sin ser vista, quiso des-
pués burlar de mí jiara Inizerme perder de todo
el seso. Yo quiero todauia yr por allá (^). Sí la
veo y habla más a ])roposito es buen señal; sí
no, puedo proueerme de vn hospital para
los dos.
Aj)l. — M esquina, qné haré? a dó me yre con
tamaño desaliño?
(I I Hayaeo la edición de J.OT.
de 1814.
(!) Aya en la primera edición.
Kst i corre''ido en la
876
ORÍGENES DE LA NOVELA
And. — Demás si es ésta? No lo paresce;
Aplotis es, qué desaliño trae.
Api. — Mi tia Ast.asia y mi prima Idona se
son ydas.
And. — Ydas? qué quiere dezir ésta?
Api. — Con aquellos recueros, dias ha que lo
recelo.
.4nd.— Estás aqui, Andronio? atiento.
Api. — Mal año para ellas y para ellos.
And. -Y para Melania y para mí si les hizo
compañía.
Api. — Mira por vida vuestra, qué gentileza
y discreción, que más parecen mulos, aunque
recueros.
And.—^o acabará ésta de dormir y de so-
ñar yo? qué muías o qué mulos quiere alquilar?
Api. — Igual era la de Heraclio y su inten-
ción que a ambas^seruia y veneraua y defen-
diera el passo de Tintoil por amor dellas. Ven-
díanle higos maduros, danle aoia por ellos
higas verdes, y por melones a la prueua cala-
bacas.
And. — Luesro todos somos sanos.
Api. — Lo más salado de todo esta el casa-
miento de la muía con el asno; el aura de pa-
rir, que ellas no paren.
And. — Qué muía es esta, pese al diablo, o
qué parir de asno?
Api. — Melania con Morio? Ah, ah, ah, reyré
acra, que ya he llorado un rato.
AncL — No es este muy buen verso; menes-
ter es salir de duda. Qué lluuia o sol es éste,
señora Aplotis? o qué desaliño por allá!
^4/)Z. — Andronio es, su parte le cabrá.
And. — No me respondes?
Api. — Dios te guarde, señor Andronio; es-
taña vn poco enuelesada, perdóname.
And. -Qué ay por allá, señora Aplotis? di-
zenme que está mala Melania.
Api. — Harto mala.
And. — No me engañó luego Dolería,
Api. — Qué te dixo?
And. — Que estaua loca, porque yo se lo fuy
a preguntar por ciertas locuras que le oy.
Api. — Ah, ah, ah, después lloraremos tú y
yo, señor Andronio.
And — No te entiendo.
Api. - Si la mujer es hija del marido, como
dizen, ella está loca siendo casada con el loco.
And. — Cómo casada? con qué loco?
Api. — Yo te lo diré, para que de oy más
busques mujer: son ydas mi tia y prima con
Apio y Metió, y con los dineros de la casa,
para no boluer. Morio y ella guardan el resto,
y son casados, y aun más que quedan en la
cama, por no poder arrepintirse.
And. — Es possible esso?
Api. — Como ser de dia aora. Escoziole y
está medio pasmado; maldita sea ella que tal
trueque ha hecho. Estas y las otras hazen per-
der el crédito a las buenas. Daria esta sortija
por hallar en casa a Logistico y darle parte
desta caualgada, aunque le duela por el amigo;
de vna vez o dos que le he hablado le quiero
como a mí, y según se me trasluze no me en-
gaño.
And. — Ay, ay, ay, que muero; socórreme,
Aplotis, mi señora.
Api. — Pues, señor Andronio, qué cosa es
esta? qué animo es este de gentilhombre?
And. — Ay, ay, ay, o falsada fe, falso amor,
hembra falsissima!
Api. — Triste de mí, si se me muere entre
las manos. Marauiilome de ti, señor Andronio,
morir por quien no meresce tu 9apato? Lasti-
ma tengo, hermoso y dispuesto mas que vn
alemán. Maldita sea la veHaca. ]
And. — (^\ié dizes, señora Aplotis? oque me !
aconsejas? i
Ajú. — Que la des al diablo y tomes otra que |
te raeresca; que no aura ninguna que no se
tenga por dicliosa; y más es poquedad no hol- 1
garte de ser quito della.
And. — Bien me aconsejas, pero recelo ya
que otra qualquiera se me torne Melania.
Api. — No hará, y assi no ouiera hecho voto i
yo de ser monja. i
And. — Monja, señora?
Api. — Sí. 1
And. — Pues y no lo mudarás? yo te auré i
licencia. \
Api. —1^0 sé. I
And. — Si harás, señora, por quien comienza ;
ya a arder por ti. i
Api. — Tan ayna?
And.~Qn\ere mi suerte satisfacerme, vista
mi fe y lealtad mal empleada; por esso accep- i
tame por tuyo y toma estos ojos, este coragon \
y a esta mano en prendas d'ello. i
Api. — Qué anisadamente lo di/.e su merced!
Auré mi consejo. j
And. — Si quieres verme muerto sea assi. I
Api. — No, no, no, señor Andronio, he aqui ,
la mano.
And. — Quede, pues, en ella el anillo de la :
fe hasta su dia. ;
Api. — Soy contenta. _ '
And.^—Y yo bienauenturado.
SCENA 5. DEL QUINTO ACTO \
Asosio y Iloleria transfigurados en Astasia y Idona. bueluen a i
Apio y Meiio. \
Asosio, Dolería, Apio, Metió. ;
[Aso ]. — Pues, Dolería, qué determinas? te- 5
nemos tú y yo de ser Deucalion y Pyrra y en- :
trambos representar el mundo? «
COMEDIA INTITVLAÜA DOLERÍA
:y,
Dol. — Calla, que presto se acabará el dilii-
uio y saldremos a tierra. Mas acra es menester
que oca sus vestidos dellas vamos a ellos y
les demos otro asalto.
Aso. — En qué, en los cabellos?
Dol. — En las capas y en las espadas, conni
hizieron nuestros hombres, porque nos lleueii
menos ventaja.
Aso. — Y dóndt' los hallaremos?
Dol. — Aora, aora te porne ci>n ellos.
Aso.— Cómo sabes que tienen ya otros ves-
tidos ?
Di)l. — Sin más astrologia es de pensar se
ayan ydo armar de nueuo para bolner a sus
amores.
Aso. — Doy al diablo tal saber; si es assi, y
no- escapan, luego nos casamos.
Dol. — La mitad está hecho, y para el resto
te pornas de lodo, vellaco, mesonero del con-
sejo, o qué niño !
Aso. — No, que todos los huespedes conos-
cidos te seruirian y con los otros dissimularia-
mos por los despojos.
Dol. — Aun te quedó sed? no ves que esta-
mos ya proucydos para algunos dias'
Aso. — Cómo eres necia! Dure el officio, que
quanto más moros más ganancia.
Dol. — O Moras. Guay de Agar si le dexaste
Ismael en el regado.
Aso. — Algún ángel la socorrerá, y ella es
para todo; mas por tu vida dime, qué será della
en estos tranceos? marauillome de cómo tan bien
no se embarcó esta marea.
Dol. — Para andar seruiendo por suertes la
peccadora, ay le queda Morio o Morrión; po-
dria ser se concertassen, y tanto más ayna, si
trae carga, haziendole creer que se parescen
como la cebolla con el hueuo.
Aso. — Y otra que alli ay por nombre Aplo-
tis, linda y honesta como vna sancta?
Dol. — Se' por quien dizes: quedará por here-
dera de su prima, y assi estará todo acomoda-
do; y si hombre fuera, nunca a otra me pe-
gara.
Aso. — Marido le hallaremos tiempo an-
dando.
Dol. — Qué buena piepa; tú querias hazer
parentesco con todo el mundo y auer más hijos
que Gedeon.
Aso. — No faltaria vno que los degollasse.
Dol. — Assi acaesce. Calla aora, que entra-
mos en el puerto y vienen nuestros marineros;
oygamos con todo lo que dizen.
Met.— Y>oj al diablo estas andadas; mejor
fuera no las conocer.
Aso — Assi lo digo yo.
Apio. — También yo tuerto las orejas; de ta-
les caldos, hermano, tales palios.
Dol. — Tarde eavstes en ¡a cuenta.
Met. — Ayna nos mataran los ladrones, si no
les dieramos lo que pedian.
^4.«o.^-Más teneys que andar.
Apio. — Auemos sido cuerdos; pero qné te
paresce, es tienipo aun o auran salido solas?
Dol. — Aora lo sabreys.
Met. — Soluamos hazia allá.
Apio. — Los cabellos se me herizan.
Dol. — Apareseamoslcs como ánimas desto-
tra })arte.
Aso. — Bueno será
Met. — Acá vienen dos mujeres.
Apio. — Ellas son.
Dol. — Pues, scñnres, qué demora ha sido
ésta? ayna nos perdierades.
Aso. — Por cierto sí, qué buenos enamora-
dos!
.l/>/o. — Si supiessen, señoras, lo que passa.
Dol. — Cómo? tuuistes algún encuentro?
Apio. — Encuentro, señora? vn ora andamos
a las cuchilladas con seys vellaco^ que querían
nuestras capas.
Aí^o. — Ay, triste, y oónio os sucedió?
Apio. — Metió lo dirá.
Met. — Digalo Apio.
Apio. — Pií-nso quedan los dos nuicrtos, y los
otros huyeron mal heridos.
Aso. — Bien oyes?
Dol. — Calla, o mesquina, y vosotros venis
heridos?
Api. — No, mas cansadissimos; caminemos
presto y reposaremos.
Dol. — ^las antes os yd luego para el bos-
que a sperarnos, porque nos tenemos de boluer
a casa por lo mejor que se nos ha oluidado.
Apio. — Todos yremos.
Dol. — Yo no quiero, que essos heridos bnel-
uan por los muertos con otra compañía y os
hallen.
\s(), — Es assi, madre, porque podrían aun
entrar en colera y reñir de nueuo.
Met. — Pnes solas?
Dol. — No importa, llenaremos vuestras ca-
pas y espadas para parescer hombres, que a
mujeres quienquiera se les atreue. y presto
somos con vos.
Apio. — Toma, pues, mi reyna de las Alma-
zonas (•).
J/e/.— Toma tú, mi alma, y no me oluides.
Dol — Oluidar? No son para oliiidar tales
amigos. Qué te paresce, Asosio? la vitoria para
buena ha de ser sin sangre, y dan entonces
más gusto los despojos.
Aso. — No lo supiera tramar mejor la hada
^ranto; tomóme loco en jiensallo.
Dol. — No llagas, que tengo aun de ti neces-
sidad para otras tiestas.
/"•) .SiV. en las dos ediciones.
378
orígenes de la novela
Aso. — Al infierno yre contigo, que allá as
de vr.
Dol. — Será malo do tengo tanta amistad?
Quanto más que es andar haziendo justicia esto
como corrigidor de la comarca, y viene dispen-
sado de la, corte, y. mas yo sé el Miserere y el
De projundis.
Aso. — El De projundis creo yo, duerme des-
cansada; pero boluiendo a nuestras cabras, qué
queda aora por hazer?
Dol. — Dar auiso a los griegos de los troya-
nos y ordenar ciertas Nimphas y saluages que
den fin a la comedia, como exemplo de gloria
y pena según las obras; tú lo verás y me ala-
barás por muger de prol, y después dello repo-
saremos.
Aso. — Assi? Camina, pues.
SCENA 6. DEL QUINTO ACTO
Astasia y Idona se encuentran con Apio y Melio en el bosque y
ay entr'ellos grandes altercaciones.
Astasia, Idona, Apio, Metió.
[Jsí.J. — Qué espanto haze, hija, esta so-
ledad!
-fdo. — Yo estoy temblando y elada de ¡turo
miedo.
Ast. — Ya se acerca la mañana, que es gran
consuelo.
Ido. — Mucho tardan nuestros hombres; no
les aya acaescido desastre alguno,
Ast.^Mú consejo fue no quedarse vno.
Ido. — Triste de mí.
Ast. — Qué has?
Ido.— 1^0 sé qué me adeuina el cora9on.
A-sí.— Qué loca está? no sabes que no deue
creerse en sueños?
/í/o.— "Bueno fuera, señora, no auer dormido
por no soñar.
Ast. — Qué poca fe. Ayna se acabará este
trabajo.
Ido — Plega a Dics.
-así.-— Gente ay aquí crri'fi, que oygo ha-
blar.
Ido. — -Será el echo de nuestra hoz.
Ast. — Bien dizes, nuestros Echosson.
.ápíO.'— Metió, ves algo?
Met. — A nuestras Nimphas.
Apio, — Tan ayna, cómo es possible?
Met. — Auran hallado alguna senda.
Ast. — Si más tardarades nos escondiamos y
os dañamos por penitencia correr el bosque.
Apio. — Quién auia de pensar que erades
aues, para boluer a casa como dixistes y que
bolariedes!
Ido. — Quién lo dixo?
Apio. — Su merced y tu merced. |
Ast. — Soñastelo? Pues adonde quedan las
espadas y las capas? en prendas de la pala-
bra?
Met. — O qué bueno, mas do las escondiste?
Ido. — Aun duerme Metió, madre.
Ast. — Ya lo veo: quieren burlarse los cho-
carreros. Caminemos, hijos; dexays allá {}) re-
caudo? que sperando nos moriamos de miedo,
y es razón yr descansar.
Met. — Nos somos los burlados o encantados,
que nos dexastes venir solos, diziendo que se
os oluidaua lo mejor, y nos hurtastes la buelta
ansina.
Ido. — No lo digo, madre, que aun duerme?
o quiza han beuido demasiado.
Apio. — Antes pienso yo que el sereno de la
noche os ha penetrado las cabecas.
Ast. — No salimos de la huerta todos? no
llegamos aqui todos? no os partistes de nos los
dos para yr buscar albergue?
Apio. — Dios del cielo?
J/éí.— Sanctos del parayso!
Apio. — No, señora, si porfias, no te halla-
mos ya de casa un trecho? y nos dixiste que
se os oluidaua lo principal? y queríamos acom-
pañaros, mas no quesistes, con recelo que bol-
uiessen los heridos por los muertos? y por no
ser conoscidas por mujeres llenastes nuestras
capas y espadas, embiandonos al bosque do os
hallamos con este disbarate?
Ast. — Y nos con otro muy mayor venir os
vemos; esta deue ser alguna de las milagrosas
fuentes de Merlin.
Ido. — Ellos la traen en las cabecas; no se-
ria malo templarla con ésta.
Alet. — Cortesmente, señora.
Ast. — Calla, sandia.
Apio. — Esta es la pena del peccado.
Ast. — Yo lo confiesso, pues assi desatina-
mos todíjs. No escondistes alli cerca los saqui-
llos? qué más testigo es menester?
^/»ío.— Saquillos nos? qué tales?
Ido. — No más, no más, confirmada está la
burla. Traydores, assi quereys tentarnos?
Met. — Tentar? vosotras lo hazeys en bue-
na fe.
Ast. — Saquemoslos, Idona, y hablen ellos.
Do los pusieron, hija?
Ido. — Ay do estás.
Ast. — Aqui no ay nada.
/f/o. — Burlas?
Ast. — No por cierto; busca tú más allá.
Ido. —Ni aqui tampoco.
Ast. — Ni por acá menos.
Apio. — No ves?
Met. — Toma si veo; mas qué trato es este?
(<) Aya,
gunda.
eu la primera edición. Corregido en la se-
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
87!)
Ast. — Ah, ah, ah, y esto más ann, que es-
cnndistes los dineros?
Met. —Nos?
^ly>/(*. — NosV
Met. — NiiiK'ii Dios lo quiera.
/do. — Ni lo quiere, basta lo burlado; no se
luirle más, hermanos.
Met. — Nunca yo burlé de nadie.
Apio. — Ni yo tampoco.
Ast. — Ni yo menos.
Ido. — Ora estémonos assi hasta ser de dia
claro.
Ast. — Do posistes los dineros, liermauos,
por mi vida?
Apio. — En tu cabe9a; no veys que donosa
está nuestra ama?
Ido. — Mas no vistes que' gentil donayre?
A)>t. — Mas, de verdad, do los escondistes?
.1/)/'*. — Otra suya; de verdad que ni tan so-
lamente los tocamos.
Ido. — Esto es perder el seso.
Met. — El afrenta a nos se haze.
Apio. — Pues no?
Ast. — En qué? entrémonos más en el bosque
y allá" disputaremos para ver si vos encanta
este lugar, o podra ser que hallemos otra fuente
y otros nos.
Apio. — Sea assi, que ni vos tampoco soys
las vos si porfiays.
Ido. — l'odria ser que nos liallassemos todos
duplicados, sin los saquillos, que algunos de
nos deuen ser éstos.
Ast. — Tiene razón.
Apio. — No veys qué dize?
Xíet. — A esto fue nuestra salida?
Ast. — No sea ésta la de Ferraguto viuo,
que llevaua a Ferraguto muerto.
SCENA 7. DEL QUINTO ACTO
Heraclio, Logislico. Asosio y Dolería se van al bosque trunsli-
giirados en Astasia, klona. Apio y Metió, y les hazen crecí'
que son sus sombras y ser a'iuella la pro|)r¡o<lad dul bosijue.
Heraclio, Apio, Dolería, Ahtasia,
LoGisTico, Metió, ídona, Asosio.
[/fer.]. — Guia tú, señora Dolería, pues tan
diestramente daneas.
Log. — Nunca tal creyera.
Jfer. — Traya el saber dissimulado.
Aso. — Esso es lo bueno para entrar y salir,
como hazia Malgessi ayudando sus doze pare.s.
Dol. — Affeytadme vos aora a vuestro modo;
pero sabed que Ip principal teneys por ver;
cerca estamos: quando paresca que nos oyen,
yo lo tramaré; no aya hombre que se ria ó se
acuerde de su nombre.
Ast. — Gente ay aqui.
Apio . — r uy tado.
/do. — No temas.
Met. — l'iir las espadas solo
Ast. — Estémonos queditos, que no podran
vernos.
Idu. — Oygamos, pues.
Z)tíZ.— No es gran marauilla la 4e este bos-
que?
Aso. — Grande.
I/er. — Qué tal, señora?
DdI. — Qwq laa sombras aqui se hazen cuer-
pos.
Aso. — De los hombres solamente; no otros
animales.
Dol. — Lo de que más es do espantar quf
todos los metales se derriten.
.1.'»^ — Qué oygo?
/do. — Qué veo?
Aj>io. — No estoy en mí.
Met. — No sé qué me diga; éstas son luego
nuestras sombras, o nos las suyas? yo veo allá
a ti, señora Astasia.
Ast. — Y yo a ti.
Ido. — Y yo a todos.
Apio.— Y nos a ti. .Sancta Maria, qué cosa
es esta?
Aso. — No vistes los saquillos que traximos,
que tú Apio y Metió allí escondistes?
/íer. - Estoy frió. Metió.
L()(j. — Y yo ardo, Apio.
Z)o/.— No te lo dizia yo, Idona?
Aso. — Señora, sí.
Ast. — De manera que nos somos los dupli-
cados y los saquillos no paroscen.
Ido. — Gran cosa es esta.
Apio. — Y que también los busquen nues-
tras sombras.
^/et.—Yo dueruio, ao es possible menos.
A¡)io. — Fregate los ojos; guay de tal
sueño.
Así.— Gran desuentura os ésta, que de nos
mesmos estemos escondidos, sin saber aun lo
que somos, cuerpos o sombras.
Jdo.^-0 Dios, alumbra estas tinieblas.
/fer. — Do piensas, señora, anden aor» nues-
tras sombras?
Dol. — Por el bosque libres y sueltas de los
cuerpos.
Log. — Podría ser hallarlas?
Dol. — Por qué no?
J/er.—Y hablarán?
Dol. — Toma si hablarán, y aun te digo por-
fiarán que son los cuerpos.
Apio. — Oye, oye, señora.
Ast. — E.-toy loca.
Ido. — No es para estar?
Aso. — No hará la mia esso.
Log.— Por qué, señora Idona?
Aso. — Terna vergüenza.
380
orígenes de la novela
Her, — luro a mí que auemos de luchar si
viene a esso.
Met. — Apio, aparéjate.
Apio. — Tú también, Metió; mas sabes que
veo que las sombiMS de nuestras amas traen
cubiertas nuestras capas.
Met. — Tienes razón por cierto; desse modo
sombras somos, pecador, porque las capas no
se pueden duplicar sigun paresce.
Dol. — Quién habla aqui;
Jlev. — Serán nuestras sombras.
Aso. — Las mesmas son; voyme para la mia.
Dónde andays, sombra? cómo os partis assi de
vuestro cuerpo?
Ido. — Y vos quién soys?
Aso. — Idona.
Ido. — Quién seria luego yo?
Aso. —Mi sombra.
Dol. — Y tú la mia.
^Isí. — Sea assí.
Dol. — Pues abracémonos por la bien ve-
nida.
Ast. — Ay, sombra, cómo aprietas.
Dol. — Cuer2:)0 dirás de amores; ha rato que
no nos vimos.
Ast. — Esta es vna gran fuer9a, que ayamos
de ser sombras de nuestros cuerpos mal que
nos pese, y que sombras nos maltraten.
• Dol. — Callaos, sombra.
Aso. — Yo con mi sombra me estoy: no es
assi, señora sombra?
Ido. — Tú eres sombra, que yo soy Idona;
pero hagasse la voluntad del bosque.
Her. — Y tú, Metió?
Log. — Y tú, Apio?.
Her. — Lleguémonos a nuestras sombras;
llegaos, sombras.
Apio. — Qué os plaze, cuerpo?
Met. — Qué quieres, yo?
Log. — Llegaos.
Apio.—Xc{VLi estamos.
Her. — Abracémonos también.
Jfet. — Aj, cuerpo!
Apio. — Que no soy sombra yo, pese al dia-
blo, que assi me aprietas.
Log. —O vellaca sombra, toma.
Apio. — Ay qué gran bofetón me dio tu cuer-
po, Metió!
Her. — Tenelde compañia vos.
Met. — Ay, cuerpo de Apio!
Dol. — 'No más, sombras, que es gran ver-
güenza; no veys nuestra paz?
Log. — Sí, pero sombras de mugercs no lo
son de hombres.
Ast. — OrsL no más, cuerpos de nuestras som-
bras.
!^er. — Por seruirte, sombra de mi señora
Astasia,
Ido.— O Dios, qué cosa es esta?
Aso. — De qué te congoxas, sombra vida
mia?
Her. — No te fatigues, sombra de mi señora
Idona. Idona, señora mia, vete para mi som-
bra y dexame con la tuya.
Aso. — Que me plaze. Apio hermano, som-
bra de Apio?
Apio. — Yo soy, señora Idona.
Aso. — Pues abrázame.
Apio. — Quién rehusaria tal merced, por más
sombra que fuesse? Ay, ay, señora, bien pa-
resce que no eres sombra.
^1^0. — Cómo assi?
Apio. — Aprietas como cuerpo.
Iler. — Ora bien, sombra de mi señora Ido-
na, de qué te quexas?
Ido. — De auer perdido el cuerpo y el alma.
Her. — No te congoxes, vida mia, que yo te
doy el mió si lo quieres.
Ido. — Y qué hará tu sombra, .Vpio her-
mano?
Log. — Luego le buscaríamos otro cuerpo.
Ido. — Las sombras no tienen poder en sí.
^4éío.— Señora sombra de mi señora, cómo
estay s?
Ast. — Como sombra, Idona.
Met. — Como estás. Apio?
Apio. — Que no soy Apio mas sombra di.
Dol. — Sombra.
Ast. — Cuerpo.
Dol. — Viste nuestros saquillos?
Ast. — Ni las sombras dellos, y estoy mara-
uillada de cómo también no tengan sombras,
ni sé qué se ha hecho de los cuerpos.
Dol — La propriedad del bosque es derretir-
se todo metal. Apio.
Her. — Señora?
Dol. — En qué parte los posiste?
Her. — Alli, Metió y yo.
Log. — Es verdad, y demás si los tienen
nuestras sombras.
Apio. — Ni las sombras vimos, que como
sombras, sombras buscauamos.
Dol. — Era por demás.
Ast. — Cuerpo, no auria remediu?
Dol. — Preguntaremos de que seamos en po-
blado.
Aso. — No es para oluidar.
il/eí. —Yo antes quisiera perder mi cuerpo.
Log. — Perdido seas.
Apio. — Y yo el mió.
Her. — Y tú también.
Ido. — No yo por cierto.
Dol. — Ora todauia ello es gran marauilla o
confusión; será bueno buscar vn nigromante
que la deshaga.
Her. — Yo soy de la mesma opinión, señora
Astasia.
I^og. — No me paresce mal.
COMEDIA INTITV
A-^o. — A do lo liallariaiuos?
Loff. — Yo sé vno.
Dol. — Sombra, quédate aqni con las domas
sombras.
Ast. — Assi nos dexas, cuerpo?
Aso. — Mientras boluemos.
/do. — Yo speraré.
Her. — Sombra, no te mueuas.
Apio. — Y cómo es possible si se va mi
cuerpo?
Loff. — Cómo eres necia, sombra de Apio; es
la virtud del bosque.
Met. — Es verdad, cuerpo; a Dios vays.
Dol. — Todauia os queden las espadas y ca-
pas, porque si vienen otras sombras ayau mie-
do de llegarse.
Apio. — Bien dices; dámela acá, señora As-
tasia.
Af¡o. — Toma tú, sombra de Metió.
Met. — O señora Mona, con ellas guardare-
mos vuestras sombras.
Dol. — Por esso es, a Dios quedays.
Ast. — A Dios vaiays.
Ido. — Más al diablo, malditos sean tales
cuerpos.
Met. — Yo no quiero, señora sombra de Idona.
Ast. — No se' qué me diga.
Ido. — Que estamos ya en el infierno co-
giendo el fruto de nuestras obras, porque sien-
do sombras tenemos hambre y sed, frió y ca-
lor, ira, temor, y las otras passiones de los
cuerpos.
Apio. — Yo no lo puedo creer.
Met.— 'No lo viste?
Apio. — Deben ser diablos.
Ast. — Tanto peor, que quedamos siendo
sombras de diablos; pues qué haremos?
/rfo. — Que nos boluamos a los cuerpos si
ellos no bueluen, y tengamos más cuenta con
las ánimas de aquí en adelante.
Ast, — Bueno seria.
Met. — Y los saquillos?
Apio. — Qué preguntas tú por los saquillos,
siendo sombra? allá se auengan con los cuer-
pos.
Ast. — Qué marauilla esta!
Ido. — Xo se ha visto otra tal; boluamonos
a casa, no faltará vna disculpa.
Ast. — Donosa estás; y si hallamos allá los
cuerpos que nos hechen con la maldición?
Ido. — Xo miras que solamente es en el bos-
que la diuision?
Ast. — Tengo miedo lo sea para nos por todo
el mundo; veamos en qué para, y si bueluen
estos negros cuerpos.
Apio. — A la fe que no lo son sino muy blan-
cos, y que no sabria yo atinar de sombra a
cuerpo.
Ast. — Métamenos más allá dentro del bosque.
LADA dolería
381
Ido. — Sea assi, veremos si nos hallan to-
davía.
Apio. — Podra ser que topemos con los cuer-
pos de los talegones.
Met. — Qué necio, siendo sombra?
Apio. — Ya se me oluidaua.
Ast. — Silencio.
SCENA 8. DEL QUINTO ACTO
Aglaia y Tlialia, Gracias ilel ciólo, se (luexaii ilu la iiií,'ralltiiil de
los lionihres, >obri'iiiiii»n dos Musas, C iliope y Mílpomcnc.
conici N'iiiiplias di'l bosquo que fiugcn srr ellas.
Aglaia, Tiialia, Astasia, Apio, Metió,
Camope, Melpomene (').
[Aí/l.]. — Hermana Thalia, podemos boluer-
nos de oy más al cielo.
T/ia. — Por qué lo dizes?
Agí. — Mas por qué lo preguntas?
Ast. — Qué es esto que vemos?
Apio. — Angeles sin alas. Metió, qué dizes?
Met. — Que me toma dentera.
Ido — Qué desuergon9ado!
Ajl. — Qué ves acá en los hombres para no
huyr dellos como del proprio mal?
Ido. — Si aosadas.
Ast. — Calla y oygamos este sermón.
Agí. — Muerta la fe y el amor desterrado,
qué verdad ay entre ellos? no es todo mentira.'
mira los ricos y todos los grandes, que deuian
ser spejos de otros, de qué manera gratifican
al cielo aquella preeminencia y estado?
Tha — De spacio lo tomas, si por ay andas.
A¡/1. — La carne es la guya de todas sus obras;
a quién viste valer que nicrosca en sus casas?
Tha. — A los que más saben del mal y menos
del bien.
Affl. — Quatro maneras de hombres, a saber:
los mas principales, que en vez de persuadi-
lles a la justicia y otras virtudes, les hablan a
su apetito, inclinando la lengua y ademanes
alli do ven que ellos se inclinan.
2'J<a. — Tanto más pena merescen los tales,
quanto están más entre el cielo y la tierra y
entienden lo de arribí>, veen lo de abaxo y son
los ojos del rico.
Agí. — Bien dizes, pues dan con los miseros
en el precipicio; mas esso no los desculpa, por-
que el que ha de dar cuenta de sí y de otros es
menester que conosca a sí y a los otros.
77/(7. — Si no pregúntenlo al griego de an-
taño.
Agí. — Si a la fe. Los grandes, para mcrescer
(') Debe aíladirse k esta lista de personajes el de
Idona, que en el discui-so de la escena aparece varias
veces.
S8á
orígenes de la novela
este nombre, deuian lia/erse primero pastores
y guardar ganado.
J'/ifl.— Buen cargo les das; desuarias?
Agí. — Dcsuaria quien otro siente.
Iha. — Esso queria yo entender.
Agí. — No sabes que el que es pastor a dere-
chas no recela, por mejorar su ganado, trio o
calor, Uuuia, viento o granizo, y que no deue
dormir ni comer sino a hurtadillas?
Tha. — No tanto, no tanto; por que'?
Agí. — Por qué? ternias por bueno dormir el
pastor quando duerme el ganado?
Tha. — Esso no.
Agli — Pues menos si vela, si ha de guyalle
de valle en valle y de collado en collado, y bus-
car los pastos mejores y aguas. Y aun le con-
uiene que los conosca de antes, y sepa do ay
yeruas malas y por qué parte pueden entrar
los lobos que siempre andan rastreando tras él
y otras fieras, si quiere conseruar lo presente y
adquirir lo futuro.
Tha. — Pues todo ha de ser trabajo sin otro
prouecho?
Agí. — Tampoco; bien puede seruirse de la
leche, carne y lana, por la medida de lo que
puede el vno ha menester el otro, sin dejar las
ouejas desnudas y sin sangre, y dar todo a loe
perros de que se fia y sobre que descarga su
cargo, los quales seruiendose del sueño del amo,
muchas vezes se hacen de acuerdo con los lo-
bos.
TAa. — Aora te entiendo; de suerte que que-
rías assi hiziessen los ricos? Desse modo es-
clauos les podrías llamar.
Apl.^-Ah, ah, ah, gana me toma de reyr.
Tha.— Por qué?
Agí. — Por quál carga de agua piensas se
les da el estado? para hartarse de carne y se-
guir sus antojos a rienda suelta? engañado es-
tás; la más áspera y trabajosa suerte es de to-
das, por lo qual Ulisses dexó escoger a los
otros primero, tomando después la más Ínfima,
y por que todos pasauan, al'firmandoy jurando
que si mil vezes boluiese al mundo, tantas re-
husasse la de grande que auia sido.
Tha. — Pues y las otras tres, quáles son?
^4^/.— Valasme Dios, ya se me auia oluida-
do. La segunda, de los officiales, que éstos ha-
ziendo el reporte de lo que por las manos les
passa al reues y falso, confunden las colores
todas, passando lo negro ¡jor blanco, blanco
por negro^ con tener más el ojo a su proprio
gusto y interés que a la honrra y prouecho li-
cito del señor; y aun les cumple sean buenos
pintores y anden siempre con el pincel en la
mano para rebo9ar lo que está debaxo y el da-
ño que la verdad les baria, si acaso paresciesse
algún rayo della. De los otros me toma junta-
mente risa y vergüenza.
Tha. — Reyamos , pues, todos, hermana.
Quién son essos?
^4^/.— 'Los señores chocarreros.
Tha. — Ya me reyo también sin que oyga
más adelante.
Agí. — Sentinas proprias de males, qué vi-
cio ay que éstos no tengan? glotones, no en se-
creto sino en la presencia y con mucho gusto
de sus proprios señores; borrachos, suzios, he-
diondos y estragadores de lo que falta a los
pobres, los quales si tomassen todos estos vi-
cios por occasion de reprehender los ágenos y
incitar sus señores a virtud alguna, entiesa-
ohandocol y lechuga (como se dize), merecerían
loor, como Democríto, que se fingía loco para
el mesmo effecto. No embargante que la virtud
sea libre, y no ay para qué vsar destas mañas.
Pero éstos, todo lo que hazen y dizen es tal
que me viene asco en peusallo (aunque sus se-
ñores le hallen tal gusto) con tanta libertad de
entrar y salir, que bien podemos dizir que es-
tan siempre abiertas las puertas a los peccados
y tan occupadas con ellos, que no entrará vna
sola virtud aunque quiera.
2'ha, — No fueras tú Aglaia ni no lo sintieras
assi.
Agí. — Los quartos son de más importancia,
puesto caso no sean tan conoscidos . Ah ,
ah, ah.
7Vía.— Algo tienes no menos sabroso; dílo
por tu vida, hermana, de presto.
Agí. — Las espías.
Tha. — Las espías? qué dízes? no son neces-
sarias essas para guardarse de los enemigos?
Agí — O de los amigos.
l^ha. — No lo entiendo.
Agí. — Creólo, es otra suerte de espías de
hermosuras.
Tha, — Ya, ya; dónde estaña yo?
Agí. — üessean tanto la hermosura de sus
señoies, que se la ajuntan de todas partes, y
para que les pueda seguir y vaya liviana, apar-
tan della primero lo más pesado, que es la vir-
tud, por muy pegada que ande, con sus instru-
mentos que para ello traen; porque de otra ma-
nera se quedarían en el camino sin poder llegar
por el graue peso. De aquí podras colligir el
resto.
Tha. — Entendido se está; pero, hermana,
algún aliuio cumple que tenga el gran peso que
tienen los grandes sobre sus espaldas.
Agí. — No lo ay mayor que el de la virtud,
si vna vez se tiene por habito, el qual facilita
a lo impossible; mas anda la peccadora tan le-
xos de poblado y mal vestida, que no ay quien
la conosca ni quiera su conuersacion.
Tha — A la verdad el nombre de Rey de-
clara su obligación, porque quiere dezir mensa-
jero, de quién? sino de Dios.
COMEDIA INTITVI.ADA DOLERÍA
SS3
.1^/. — Has coucliiydo l)reuissimaiiif'nte.
Tha ('). — Pues los otros estados de alli jijira
baxo allá van, y todos hazen el mono al natu-
ral y contra natura, que tanto más carga a sus
amos. Pero esto no escusa los subditos, pues,
como dizen, es cada vno señor de su tienda.
Ora, hermana, con tan buena gracia de hom-
bres, qué tienen que hazer por acá las Gra-
cias?
Tha. —Y de mngeres no dizes?
Agí. — Todo es vna raassa, mugares y iioui-
bres; si no mira las alteraciones que van por
el mundo, que si engaña Hulana a Cicrano y
se burla del, en;4aña después Cicrana a Hula-
no, y cada vno se apressura a comen9ar prime-
ro, o sea hombre o muger, li>8 tratos contratos
eutrelios, que más virtud o primor tienen que
los disbarates de cntrellas.
Ast. — Triste de mí.
Apio — Lloremos, señora, y prometamos al-
guna romeria.
Ido. — Ya es tarde.
Met. — También yo estoy para pelarme las
barbas. Metió, qu^ heziste?
Melp. — Caliope.
Cal. — Qué uiandas, hermana?
Melp. — Bien oyste el discurso de nuestras
dos Gracias.
Cal. — Toma? no me paresce andan menos
aburridas de los hombres que nos, los quales
tienen el mesmo odio a las sciencias que a la
virtud que ellas dizen.
Melp. — Como sean paríerutas, paresce no
puede amar lo vno quien aborresce lo otro.
Cal. — Xo les haríamos vna burla?
Melp.—(^\xé tal?
Cal. — Como la de los enamorados vnos con
otros.
Melp. — Hazer dellas sombras?
Cal. - Sí.
Melp. — Comienza tu.
Cal. — Ola ola, sombra, por qujé os partistes
de mí?
Ast. — No veys vosotros que también hacen
sombras las Gracias.
Ido. — Ya aora no ay que dudar; sombras
somos .
Apio. — No lodizia yo?
Met.— A.\ de mi cuerpo!
AgL — Cómo, gombra? qué dieee tu o quLéa
eres? soys Nimphas deste bosque qui^a?
Melp. — Qué buen dissiraular; sabed, si no
lo sabeys, que aqui en él se apartan de los
cuerpos las sombras.
Tha. — O qué lindo! de manera que vos soys
las Gracias y nos vuestras sombras.
(.<) Por errata .Ujlala ea las (jLos «dicjoues. CoDtiaÚA
en todo lo restante del diálogo la misma equivocación.
Cal. — Pues qué pensaysV Sombrade Aglaia,
llégate acá.
Agí. — Ah, ah, ah, o tá acá presto.
Tha. — Y tú acá.
Melp. — Graciosas están las sombras.
Agí. — Y desgraciadas Us Gracias, aunque
no sean feas.
Cal. — No más donayres; juntaos al cuerpo.
Agí. — Que soy contenta; con esta saeta.
Melp. — Tira y uereys si rescibis otra mayor.
Tha. — Qué mysterio es este, souibrag de
Gracias?
Cal. — Sí, aunque os pese.
Agí. — Tienes razón, si quieres assi inter-
pretar a este mundo, que de lo bueno no ay eu
ol que la sombra, y de lo malo todos son cuer-
pos.
Melp. — No miras, Aglaia, qué gran doctor
se ha tornado tu smiibra?
Cal. -Algo deuia deprender de su cuerpo.
Agí. — Y vos no quereys? toma, pues.
Cal — Assi y tirays?
Melp. — A las saetas, Caliope, que dexamos
junto a la fuente, porque estas no bastan.
Tha. — No yreys solas.
SCENA 9. DEL OriNTO ACTO
Aftaíia y eu coiupaüia coufusos y oaiviuUUd)» át: lo t{HK vpíj:
viuiifu Ueraclio y Logisíico (Jar cpn ellos.
AsTAsiA, Apio, JidoxA, Mano, Heraci^io,
LooisTico,
[Así.].— Vistes vosotros?
Apio. — Toma si vymos; yo no puedo creer
que sea éste el mundo de ayer.
Ido. — Deue ser otro.
Apio. — Pero yo comería.
3Íet. — Calla, diablo; sombras no comen.
Apio. — Qui^a que almuerzan nuestros cuer-
pos aora, que tardan,
Ast. — Nadie se mueua ni porfié, pues aueys
visto lo que ha pasado entre las Nimphas, y la
furia Ueuauan (') tras sus cuerpos Jas sombras.
Ido.— Qué les harán por la desobediencia
los cuerpos?
Ast. — No escapan de estrecha príeion.
Ido. — Sombras prieion?
Ast. — Ya ves la qualidad del bosque, que ee
boluense cuerpos.
ido. — De manera que no falta aqui compa-
ñía a los solos.
Ast. — No ay aqui solos.
Apio. — No lo viste? dos yos y dos tus, y
dos vos y dos mundos «uria si entr^sse aqui el
mundo.
:'') Líiua», en la Bcguada edición.
384
orígenes de
Met. — Pues qué haremos?
A¡<t. — Esperar los cuerpos con paciencia y
roc^alles nos saquen de aquí.
Ido, — Y nos no yremos?
Ast. — No lo entiendes; en saliendo del bos-
que no ay más sombras; qué seria de nos?
Ido. — Estar en los cuerpos.
Ast. — Y si ellos encuentran ladrones que
los maten?
Apio. — Oxe, mejor será speralloT; más quie-
ro ser sombra bina que cuerpo muerto.
Met. — Como sesudo.
Ast. — Milagros son que no sabíamos,
/f/o. — Nunca tal oy.
7/er.^En mi vida he visto burla más gra-
ciosa.
Lng. — Yo rebentaua por no poder reyr.
Her. — Qué soptil y prompta es nuestra Vr-
ganda!
Ast. — Yo oygo hablar.
Ido. — Si son nuestros cuerpos?
Apio. — Bien vengan si nos traen que mas-
car, que tan bien lo aria yo aora como dos
cuerpos.
Met. — Calla, hermano, que otros son som-
bras o cuerpos.
Her. — Habla passo, que ya los veo; veamos
si parescen nuestras sombras,
Log. — No será malo.
Ast. — Triste de mí, este es E radio! qué
qué sera de nos con tal verguenca?
Ido. — Más valiera ser sombras muertas.
Met. — Guay de nos. Apio; estos son los...
ya me entiendes: harán nos algo?
Apio. — 'So sé a la fe; diremos vayan bus-
car los cuerpos, que somos sombras nos.
■ Her. — Quién anda aqui? que veo yo, Logis-
tico?
Log. — Lo que yo, a Astasia y a Idona con
sus amores; y todo el pueblo habla dellas en la
ciudad.
Her. — O ladrones engañadores, qué aueys
robado las damas y los dineros; aqui morireys
a nuestras manos.
Ast. — O desdichada!
Apio. — Escuche tu merced, señor Heraclio,
que ya te conosco. Verdad es que aqui llegaron
esos cuerpos y se boluioron; nos somos som-
bras, y no es razón que las sombras paguen los
pecados de los cuerpos.
Log. — Cómo sabríamos nos que soys vos
sombras? que bien sabemos ya la propiedad del
bosque.
Her. — Con buenos palios, que siendo som-
bras no los sentirán.
Apio.— Ay, ay, ay, que me matan.
Met. — Ay, ay, huyamos.
Apio. — Que no soy cuerpo yo, pese al año
malo.
LA NOVELA
Ast. — O cuitada.
Ido. — Bien empleado es, que teniendo es-
padas se dexan apallear.
Ast. — Qué harán, peccadora, siendo som-
bras?
Ido. — Que no lo sientan, si lo son, ni nos
por ellos.
Log. — O traydores vellacos!
Apio. — No spero más.
]\fet. — A los cuerpos. Apio.
Her. — Qué correr hazen los villanos; bien
paresce que son sombras según la ligereza.
Pues, señora, qué ha sido esto; sin despidir? y
el amor, señora Astasia, la paz y las verdades,
donde están? cómo lo entendiste? Claro se
muestra lo que publican tus seruidores, que
aueys dexado los cuerpos y las animas \wr si-
guir las sombras. La honri'a, grauedad y ho-
nestidad, la sanctidad del monasterio y de las
monjas dónde quedó? al bosque de las sombras
vino a parar todo? y tú señora Idona, que re-
presentauas a Minerua, do estás, qué fue de
ti? aquel mirar honesto, aquel hablar pausado
y otras muchas gracias que tenias, sombras
eran y sombra fue todo?
Log. — Y tú más sombra, que se lo creyas.
No te lo dezia? no te lo mostraua como en es-
pejo? Qué lindas damas! no se contentaron de
robar la honrra, sino también la casa.
Her. —No respondeys?
Lng. — Están corridas las peccadoras niña?.
.4,s^ — Ay triste!
Ido. — Ay cuytada!
Jfer. — Tarde llegaron essas cuytas y tristezas.
Log. — Cayéronse las raposas, será para or-
dir otro engaño; dexemoslas y vamonos.
Her. — Esso no, la principal virtud es la cle-
mencia, y con que más los hombres a los ange-
les se semejan.
Log. — Qué quieres, pues?
Her, — Que vamos por agua a essa fuente
atrás.
Log. — Y Dios permita que las torne en pe-
rras, pues han offendido assi a Diana.
8CENA 10. DEL QUINTO ACTO
Calio])e y Mi'lpoDiene bueluen a buscar a Heraclio y a Logisti-
co y los toman por sus sposo*.
Caliope, Melpomene , Heraclio, Logis-
TICO.
[Cal.]. — Avn me rio de la yra de las Gra-
cias nuestras hermanas.
Mel. — Harta razón tenian, sombras de Gra-
cias. Dios nos guarde, qué harías si alguno te
llamasse sombra de Musa?
Cal, — Lo mesmo que ellas, y todauia de
vno y otro ay sombras ya.
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
885
Melp — Y aun por esso quieren boluerse al i
cielo, y nosotras andamos por los desiertos,
porque las sombras tienen lo habitado y vsur-
pan nuestros bienes. La mentira occupa el lu-
gar de la verdad, la lisonja el de amor, y de
toda otra virtud el vicio. Ño miras que llaman
al fuerte temerario, al cobarde jirudente y sa-
gaz al malicioso? a tus Poetas locos y choca-
rreros a mis Trágicos? sin tratar mejor nues-
tras hermanas.
Cal. — Quántas vezes me rio dello y de la
desgracia desta edad postrera, que de hierro se
aura de quedar escoria, que no aprouecha pai'a
nada.
Melp. — No le falta mucho; pero dada su
buelta, hermana mia, menester es que torne al
oro.
Crt/. — Esso solamente consuela los afflictos
aunque tarda.
Melp. — Natural es de lo bueno y precioso
costar más.
Cal. — No ay duda en esso, mas que sean
llenas las medidas, no aura sombras ni bos-
ques, sino todo claridad, y los dientes de cada
vno sentirán lo agrio, el paladar lo amargo o
dulce, y terna su lugar proprio la justicia,
donde la hecho por vna parte la crueldad, la
floxedad por otra.
Melp. — No es poco indicio dello que nos
embian a estos hombres por sposas, en cuya
compañia podria ser resuscitassen nuestras vir-
tudes muertas por manos de los Gigantes.
Cal. — Ah, ah, ah, donosa está Melponiene;
Enanos dize, porque essos Gigantes algo halla-
ron, pues trabajauan de subir al cielo, pero es-
tos estando pegados con el suelo, trabajan y
fatiganse por descender al centro del infierno.
Melp. — Pequé, mejor sentencia diste. C'aydo
se au las sombras.
Cal. — Ni con esso les pueden ya engañar.
Melp. — Agua llenan para boluellas en su
acuerdo.
Cal. — Officio de generosos cora9ones; ene-
migo rendido ni perro muerto muerden.
Melp. — Bien veo que estaremos bien casa-
das; llega primero tú.
Cal. — Mas tú.
Melp. — Mas sea entrambas juntamente.
Cal. — El regidor del cielo os salue, herma-
nos, acá en la tierra.
Log. — Heraclio? qué paz es esta o qué vi-
sión? qué vista, qué hermosura tan estraña?
Her. — Estoy arrebatado de tal gloria. Nira-
phas deste bosque deuen ser.
Melp. — No respondeys? estays suspensos de
tan no pensada compañia?
Iler. — Hermosas Nimphas (que Nimphas
deueys ser, según los gestos Angélicos serenos)
nuestro silencio dize lo que callamos.
ORÍQENEí? PE L.\ NOVEf.A. — Hf. — 25
Lo(j. — Los ojos, almas y las potencias dellas
están en vos, el discurso solamente anda.
Cal. — Soys de nos contentos?
Iler. — Cómo podra la lengua pronunciallo?
Melp. — Quereys trocar las muertas por las
binas? la fe por la maldad? engaño por amor.'
mentira por verdad? las sombras por los cuer-
pos? por desgracias gracias? por ignorancia
sciencia? mortal por inmortal?
Jler. — O gran Dios!
^felp. — Pues él lo manda.
Lo</. —O summa prouidencia!
Cal. — Ella lo ordena, y quiere reducir el
mundo a su edad primera. Yo te rescibo, He-
raclio, por fiel amante.
Melp. — Yo a Logistico por leal amigo. En
esto veys, hermanos, quál sea el premio de la
fe y quál el castigo de infidelidad y inconstan-
cia. Mirad con quién tuuistes fe? o furias in-
fernales.
Cal.— "No paremos aqui más, hermana; se-
guidnos vos, amigos, pues quiso vuestra buena
suerte.
Melp. — La suya cada vno, y en lo más es-
peso deste bosque, y entre sus más claras aguas,
nos gozaremos del diuino Ambrosia y Néctar;
aqui vernan, niugeres, las sombras que siguis-
tes en cuerpos de saluajes hazeros compañia, y
terneys también otros frescores, conformes a
sus nombres; nos iremos luego dar las gracias
a la Gracia, a su templo cerca de aqui, can-
tando todos. Empieza tú, Caliope.
Cal. — Pues qué cantaremos?
Melp. — Algo de amor; digalo Heraclio.
Iler. — Pues lo mandays:
El amor que no es amor,
Insto es que se desame
Y que desamor se llame
Con otra razón mayor.
Porque el que de veras ama
No dexa nunca de amar,
Antes quiere desamar
Al que esta virtud desama.
Y con más razón se llama
Aborrido desamor.
Si no le quema su llama,
O siendo amor, no es amor.
SCENA 11. DEL QUINTO ACTO
.\slai>¡u y Idona quedan laiiiriitáiidos<>, y vienen los galuujes, a'
saber, Apio y Molió tornados üaluajes.
Abtasia, Idona, Apio Salda.ie,
Metió Saloa.ie.
[^■Isí.]. — Amarga de mí y desdichada, quál
spirito me engañó, qué furor fue este mió?
mal afortunado dia, menguada ora en que lo
,386
OKIGENES DE LA NOVELA
pensé, por qué interés, triste de mí? de un de-
lejte breue, falsa alegría? es este el remate de
mis obras? el fructo de mis votos? a qué mun-
do yre que no me afrenten Dios y los hom-
bres? para con hombres, hombres bastan algu-
na vez; mas para con Dios, quién basta o
quándo? O soberana Magestad, qué sera de mí
en el bosque de las sombras? bien tengo la
sombra que busqué.
Ido. — Ay, no más, señora, por tu fe.
Ast. — Por mi fe? yo no la tengo, pues no la
guardé.
- Ido. — Dios recibirá la penitencia.
Ast. — No sé lo que aprouecha quando es for-
9ada. La justicia no dejará nunca su officio.
Ido. — Ni tampoco la clemencia.
4sí. — Qué será de nos? que ya se sabe de
nuestro desarranjo. No viste Heraclio do nos
halló? No sabes su verdad y mis engaños?
pues la causa dellos me desculpa: qué pruden-
cia, qué juyzio, por qué gracias le dexamos?
tarde abre los ojos la neccesidad, quando al
consejo o remedio ya no ay lugar. Qué esfuer-
90, qué valentía de hombres, dexar las armas?
dónde estañan los dos muertos y tantos herí-
dos desta noche?
Ido. — Estoy atónita.
Ast. — Quán differente premio tiene la fe,
en qué para la virtud y amor sincero, sino en
perpetuo galardón? no has mirado la hermosu-
ra, gracia, lindeza de sus Nimphas? el amoroso
recogimiento que hizieron a sus nueuos ama-
dores? el resplandor de aquellas diuinas caras?
los hábitos, la magestad de las palabras? su
contentamiento y gloria dellos? que de tan
breue comunicación lleuauan ya otros semblan-
tes. O cielos que moueys esto de abaxo, por
qué quesiste que nasciesse?
Ido. — lusto es pagar por do peccamos y que
seamos pasto de villanos, y que para nos estén
guardados Satyros, como Nimphas para ellos.
Ast. — Yo tomaré por paga sufficiente esta
espada, dexando aqui mi sangre en testimonio
de la culpa. ,
Ido. — O señora!
Ast. — Nadie lo estoruará; moriré por ambas,
pues offendi a ambas. Bine tú para publicalle,
y sperar mejor fortuna.
Ido. — Dessa manera, estotra hará semejante
prueua en tu Idona. Porque no se diga que si
en la vida y mal consejo te siguy, en la muerte
, no lo hago. ,
Apio saluage. — Corre, compañero, corre.
Metió saluage. — Corre tú, que yo vuelo.
J.sí.^Desuenturada, que aun para morir me
falta tiempo. .
. /rfor— Q«é cosa es esta, madre mia? de do
vienen tan fieros saluages? yo me muero.
Ast. — -Soy les en cargo si vienen, hazer por
mí la execucion. Ay, mesquina, qué feas y
dessemejadas cataduras .
Apio saluage. — Mas lo an sido tus obras de
tns palabras.
Metió saluage. — Pagarán las sombras los
desuarios de los cuerpos. Aparejaos, que Mi-
nos lo manda. Nos somos los cuerpos de las
sombras que amastes; venimos a llenaros do
están los vuestros, terneys paciencia: toma tu
sombra. Apio, pues eres Penitencia.
Apio saluage. — Toma tú. Pena, la tuya.
Ast. — O cuytada, no eres Apio tú?
Apio saluage. — Apio saluaje soy, cuerpo de
Apio; vuestros cuerpos nos llenaron do están
aora nuestras sombras; cumple que las som-
bras allá vayan con nuestros cuerpos.
Met. — Alto, pues, que no ay spacío para
arguyr.
Apio. — Assi es, porque Charon spera.
Ast. — Ay triste!
Ido. — A y amarga!
Met. — A esse tono cantaremos o lloraremos
yendo.
Damas, si soys tristes,
Vos lo merescistes.
De ser muy risueños
Lloran vuestros ojos,
Tengan sus enojos,
Como vos los sueños.
Damas, mal dormistes.
Pues tan mal soñastes.
Si assi recordaates,
Bien lo merecistes.
SCENA 12. DEL QUINTO ACTO
Dolería declara a Asosio ser Nemesis, en otra figura embiada a
hazer justicia, y le promete la Nimpha Erat 1.
Dolería, Asosio, Nemesio.
[Dol.]. — Pues, Asosio, qué te paresce de mi
obra?
Aso.— Qué me ha de parescer? si fuera Rey,
no hiziera otro gouernador en mi absencia. Por
dicha, hermana, estuuiste en Salamanca o ser-
uiste algún doctor?
Dol. — No serui a nadie, mas enseñé a mu-
chos.
Aso. — Esso es más. Qui^a que andaste por
el mundo y as aprendido en muchas partes.
Dol. — O enseñado; más vieja soy de lo que
piensas.
Aso. — Mas por tu fe, quán vieja?
Z>o¿.- -Tanto que me recuerdo de los sabios
de Chaldea, de los Sacerdotes de Egypto, Ma.
gos de Persia, de los Gymnosophistas o Brach-
manes Indianos, de los Druydas franceses, dj&
los Sophistas Griegos y de todas las Sybillas.
i
COMEDIA INTITVLADA DOLERÍA
387
Aso. — Ah, ah, ah, donosa está mi ama.
Dol. — Y harto necio mi mo^o; engañaste,
amigo, si piensas conoscerme ; mirame bien
aora si pudieres.
Aso. — Qne' cosa es esta? dónde estoy yo?
qué resplandor de cara y qué hermosura? qué
estraño habito?
Dol. — Esta te quedó; yo soy la Nemesis de
que oyste hablar a los Poetas viejos, que, em-
biada para execntar estas vengan(;'as y galar-
dones, tomé otra figura. Ya ves, hermano,
cómo están los engañados y engañadores, la ver-
dad y la mentira, prudencia y ignorancia; por
mí se dize que, aunque vaya coxa de un pie,
siempre alcanzaré los malhechores y a los bue-
nos para dalles esta corona. Mira qué hermo-
sa es.
Aso. — Estoy ciego de la mucha claridad;
pero dime, cómo no tomaste otra figura?
Nejn. — No sabes que la justicia es reputada
por cosa vil entre los hombres y de todos des-
estimada? y que debaxo de diferente nombre a
sus altissimos effectos obra las más ueces?
A^o. — Yo me callo.
Nem. — Ora, como yo sea Reyna de las Nim-
phas y tú ayas sido comigo ministro en esto,
ternas por premio también de tu trabajo a la
Musa Erato, tu amiga, y a los compañeros
compañía, gozando todos del fruto que sem-
brastes. Vete, pues, luego para ella, que allá
en el bosque la hallarás; quédete Doleria acá
en la tierra, que yo me bueluo para el cielo. Y
despierte el Mundo, si quisiere, que harto a
dormido.
SCENA 13. DEL QUINTO ACTO (')
Buelue al principio y viene Charon a despertar el Mundo, al
qual auia hecho dormir Morpheo despue^^ de sus disputas.
Charon, Morpheo, Mqndo.
[Chai-.]. — Ha, ha, ha, qué descansado duer-
me su merced d'el Mundo, y qué descuydado
de su amo el Tiempo, mas qué asido le tiene
este traydor d'el Sueño: estoy en punto de bur-
larme dellos y tomarme un rato de plazer. No
acude el uno al freno ni el otro a la espuela.
Quiero hazer vn cauallo de los dos, que seria
para mí lo natural, por ser ya viejo. Qué tal
aprouecha, algo auré de metelle en las narizes,
estornudays Mundo? Si supiessedes con qué?
Ven acá, ojos de topo, maldito sea él si está
en ello. Bueluo al otro; a vos del Sueño, hom-
bre de bien, hao; a essa puerta ni a pie ni a
mano, todo está conforme, guay de tal sueño.
Si alcan^asses, pobre de ti, en qué tierra duer-
(') Falta esta indicación en las dos ediciones antiguas.
mes y quán ayua rto ternas ojos! Qué empan-
turrado está este villano de Morpliei>. Ola,
quién duerme aquí.' a del yubon, ao délas pier-
nas, algo siente ya, por aqui le hallaremos.
Aao, ao.
Mor. — Quién llama? quién es? a, a, a.
Chat: — B, b, b, ea pues.
Mor. — Qué bueno, qué bueno, y qu('' Inen
sabe.
Char. — Aun no lo aueys prouado bien; dor-
mir se buelue, voto a mí. No, no, gentil hom-
bre de Roiicesualles o de la roncería, que ya os
tengo la brida en la mano.
Mor. — Dexame, compañero, que estoy can-
sado.
Char.-^De la otra parte del riodescansareys.
Mor. — Qué rio o qué diablo?
Mun. — De todo hallareys.
Mor. — Quién será este? yo me quiero fregar
los ojos, y de más si es aquel loco del Mundo
que aquí jazia.
Char. — Otro es, si os plaze;. abra su merced
essas ventanas o puertas de cuerno por donde
entran las verdades.
Mor.— Qné veo yo? este es Charon. O her-
mano, bien venido.
Char. — Bien hallado, primo Morpheo; bien
has dormido, ayna te licuará sin lo sentir. ■<
Mor. — Quiero que sepas; estás ay, perdido?
Char. — A quién dizes?
Mor. — No ves al Mundo?
Char. —Y aun me hize una farsa de vos-
otros. ,
Mor. — No lo dudo, pues créeme que sabien-
do que vernias le hize dormir, auieiido oydo
tantos disbarates, que estoy dellos medio bo-
rracho; no viste cosa mas perdida.
Char — Aora se cobrará en mi barquilla.
Mor. — Mas de veras! lleuarle quieres?
Char. — No es tiempo ya? suelta la cadena,
veremos qué ha soñado.
Mor. — No lo viste? en los amores, sombras,
Nimphas, en el bosque, y en los encantamien-
tos, y en la Nemesis a la postre.
Char. — Todo esso vi, pero querría pregun-
talle si se acuerda dello.
Mor. — Mi padre, como yo del primer sueño.
Ao, ao, gentil hombre, despierte su merced,
que ya es de día.
^fun. — No es possible; aora emjiiego yo.
Char. — Qué lindo, y a soñado al pie de
seys mil años pocos menos; cuéntenos algo por
su fe.
Mun. — Quién es el de los cuentos, el torpe
de Morpheo?
Mor. — Abre los ojos, lo^o,y verás tu desuen-
tura.
Mun. — Qué desuentura? maldito seas, villa-
no suzío, con tan buena prophecia.
888
ORÍGENES DE LA NOVELA
Mor.— Cómo le saben las verdades! mira,
mira esse viejo honrrado.
Mun. — ^Quién es? otro como tú? qué rebuel-
ta trae la barba y la melena y qué ahumado
viene! Qué buscas, padre, eres qui^a leñero
deste bosque?
Char. — No, mas soy el piloto de vna barca
en vn rio cerca de aqui.
' Mun. —Y en ello ganas tu vida?
Char. — A su seruicio, en passar ánimas de
la otra parte.
Mun. —Animas sin cuerpos?
Char. — Essos quedan acá, y los vestidos
y otras alhajas ; por esso puedes comenjar a des-
nudarte.
Mun. — Qué necio viejo y mal criado!
Mor. — Al freyr lo vereys.
Char. — Mal me trata su merced; pues, se-
ñor, y la Politica, la cortesía antigua, a do le
quedan ?
3Iun. — No se hizo ella para ti, ni para esto-
tro tal como tú.
Char. — Si no me conosce su merced, por
qué causa me injuria?
Mun. — Qué ay que conoscer? no dixiste ya
que eres barquero y en lo demás desatinaste?
Char. — No preguntarás como me llaman?
Muu. — Para qué? el Mundo no conosce tales
hombres. Pero dilo si te plaze.
Char. — Yo soy Charon.
Mun. — Charon? noramala sea, sin otros há-
bitos?
Char. — Pues abre más los ojos. No ves el
rio y el nauio?
Mun. — Demasiado veo; pues, hermano, qué
hazes por acá?
Mor. — Ya le duele el ba9o; no lo dixe yo?
Char. — Vengo a buscarte, que demasiado
dormiste va.
Mun. — A mi?
Mor. — Escoziole? a ti, señor de las biga-
rras.
Char. — Leuantate, pues, y vamos, que no
puedo detenerme ni ay licencia.
3íun. — Cuy taáo de mí; y es possible?
Char. — Desnúdate.
Mun.~8\ lo as por el vestido, toma y de-
xame.
Mor. —Ya hazeys partidos?
Char. — Vos aueys de yr, señor; el vestido
queda, que ya os dixe que mi barca passa des-
nudos.
Mun. — Y en esto auia de parar todo lo pas-
sado y lo presente?
Mor. —No te lo dizia y reyaste de mí?
3Iun. — Ay qué sueño!
Mor. — Al pie de la horca lo conffiesa; ora
camine su merced y prouará el resto.
Char. — Ase d'el Morpheo desotra parte y
llenémosle aunque le pese.
3íor. — Eya, pues.
3íun ~ Pues y es forcado?
Char. — Ya lo veys.
3íor. — Aun le queda el capirote.
Char. — Dexelo,
3íun. — No, hermano, por tu fe, que soy en-
fermo de la cabc9a.
Char. — Luego sanareys, que no ay caberas
por acá.
Mun. — Sea, pues, assi.
Char. — Entre, señor.
Mor. — Y antes digo que deuia remar.
Char. — üexalo por aora.
Mun. —Maldito sea el mal sueño!
Mor. — No pequeys, Mundo.
Char. — Señor Mundo, ya veys en qué pa-
rays.
finís
En casa de Daniel Veruliet,
Año 1572.
LA LENA
Por D. a. V. 1). \, PINCIANO
Al Illustuiss. y Excellentiss. S. D. Pedho Enriqukz dk Azebeüo,
Conde de Fuentes, d'el Cün.sio/o d' Esta do, Goueknadou
DEL de Milán y Capit.\n gknekal en Italia,
pou EL Rey Católico N. S.
Aquí la marca dei impresor. Representa el ave Fénix renaciendo de sus cenizas; en medio las iniciales G B 1*, y
en torno del Fénix una orla con esta leyenda bilingüe: «Della mia morte eterna Tita io vivo. Semper Eadem».
En Milán. Por los herederos del quon. Pacifico Pondo et luán Baptista Picalia compañeros. 160 S .
Con licencia de los Superiores (').
Ill.^o y Exc."» Señob:
Si bien cuno/.co qu'el ciego Vulgo recibe con
más voluntad el mal (por serle como natural)
que la vtilidad de vna sabia prouidencia (tan
agena del) para dar de mano a las occaaiones,
que siempre andan llenas de inconuenientes,
que suelen causar la inquietud de los tristes
que se dexan llenar de las vanas fantasmas de
sus falsas imaginaciones, no por eso he queri-
do dexar de lleuar adelante el jocosso concepto
qu' en mi ocio he formado (rompiendo lanjas
en vn frenético y desesperado Celoso) con fin
de aliuiar á V. S. algún rato en la vacación de
sus granes ocupaciones, renouando el reconoci-
miento de mi obligación a su seruicio. Y asse-
gurado de que será recibido con el alegre ros-
tro que pide mi desseo, he ossado sacarle a luz
a la sombra de su Excellentiss. nombre: con
seguridad de que sólo él basta para defenderle,
y que su imperfección se disimule o eche me-
nos de ver. Suplico a V. E . le mande poner a
los pies de las memorias qu'el tiempo le ha de
consagrar por sus heroicas virtudes, las quales
llaman a celebrarlas al humilde talento que an-
tes de ahora he dedicado a V. E , a quien Dios
guarde.
En Milán a I de abril. 1G02, D. Alfonso
Velazquez de Velasco.
A LOS LECT0BE8
Hallando en mi ociosidad empeñada la uie-
lancolia en diuersos pensamientos de los gra-
cioson tiros que muchas inugeres del tienipf>
(') A la vuelta de la portada léese esta sentencia de Terencio: «Nvllum ext iam dictiim^ qnod dictum mm
git priusy). Y debajo: «Et nugac seria ducutU».
viejo hizieron, y en la consideración d el ar-
diente furor de aquel triste que siente el mor-
tal veneno de vna celosa desconfian9a (de cuyos
rauiosí)S desconciertos uic ha tocado gran par-
te), me pusQ (por mi pasatiempo, como en ven-
ganza del daño receñido) a componer esta ri-
diculosa Comedia, en que algunos ratos he re-
frescado los espíritus de cierta seca tristeza
mia. La recompensa que pretendo es que, como
será d'entretenimiento, sirua también de vtil
consejo y exemplo, para escusar pasión tan te-
rrible, que consume en su proprio fuego al in-
sensato a quien toca. Esto creo bastará para
que dissiumlen las faltas que hallaren en la dis-
])OSÍcion del conecto y estilo. Y para que mi
jocosa intención y simpleza halle fauorable
construcción, y no sea juzgada sino según su
effeto, consideren que hablo en el papel como
al primero que encuentro en la calle. No he
querido aplicar argumentos sobre los actos,
teniéndolos por superfinos, siendo todos tan
eslabonados, y assí, cuitando la prolixidad,
me remito al prologo de mi famosa Lena, a
quien (qual es) os encomiendo por otra tal.
Válete.
EL, UOCTOR IVAN TOLKRANTE AL MANSO
LECTOR
Soneto.
Aqui verás el Hn, vida y locura
Del celoso Antecuco impertinente,
Que a discreción de vn necio negligente,
i )exa la joya que guardar procura.
k
390
orígenes de la novela
Astuta vieja; sieruo con cordura;
Requestada mujer vana, que siente
üesconfianga d'ella; floreciente
Donzella con madrastra, en estrechura;
Viuda recatada y viejo sano;
M090S sin padre, libres y opulentos;
Humores vanos, de diuersas gentes.
Nota bien sus desgustos y contentos;
Abr'el ojo. Lector, qu'está en tu mano
Biuir en paz, sin mil inconuenientes.
Huye los acidentes
Que aqui verás, seguro y sin sospecha,
üe tu metad: pues nada te aprouecha
Aquel tener la estrecha
(Pobre assombrado) menos tu recelo,
¡Si ya el Cuclillo te annunció su duelo.
Impatiens operabitur stiiltitiam (Prou., 25). ^
INTERLOCVTORES
Lbna, Tercera.
Ceroino.
Marcia, segunda mtiger de Cer.
■ Gashandra, hija de Cer y de otra mvger.
Morueco, hermano de la primera.
'.NocENOio, Bachiller, criado de Cer.
BKZEnihL A, Page de 3íarcia.
Violante, viuda.
T.ir > hijos de Violante.
. Magias ) '
CoRNELio, SM criado.
Ps.viX'E.s , padre de Marcia,
• Vigamon, su criado.
Ramiro, Baruero.
POLICENA, SU hija.
Damasio ama a Marcia. — Macias ama a
Cassandro. — xiries ama a Violante. - Corne-
lia ama a Policena.
ACTO PRIMERO
SCENA I
Lena haze el Prologo
Terrible cosa es que no se pueda (sino por
marauilla) hazer colada que no Ilueua. No ay
ya biuir en este mal Mundo, pues, como el lobo,
tanto empeora quanto más envegece; bien ne-
cio es quien de ti se fia (^). Qué se hizo aquel
(') Puesta de molde esta comedia por cajistas é im-
presores italianos, nada buenos conocedores de la len-
gua castellana, con frecuencia se hallan separadas las
sílabas de algunas voces, como si perteneciesen á pala-
cortés respecto que la buena memoria de mi
madre de su tiempo me contaua? iziendo que
como se via vna persona de edad, fuesse quien
fuesse, andauan las reuerencias hasta el suelo;
siendo en todas partes bien vista y acariciada
sin nunca hallar puerta cerrada: porque se
biuia a la buena, sin las falsas sospechas que
ay el dia de oy. Creo que m'engendró la des-
gracia, y que si tuuiesse en las manos oro, se
me bolneria plomo, pues no pesco con mis de-
signos sino mordedores cangrejos que me des-
truyen. Entré (que no deuiera) en casa de
aquel maldito Ceruino, a mostrar a la señora
Marcia, su muger, ciertas galanterías de que
suelen gustar las damas curiosas como ella,
y al punto de concertarnos sobreuino el mal
hombre, y sin más, ni más, llamándome de
vieja hechizera, alcahueta, encoro9ada, con otra
sarta de injurias (que por mi crédito y honrra
callo) me dio tal granizo de torniscones, que a
sus pies cayera muerta a no socorrerme en la
tempestad vna buena persona que le detuuo;
mas alcan9andome con vn puntillazo, dio co-
migo por la escalera abaxo, donde perdí mi
hazienda, y aun la gana de recogerla, porque
se daua tal priesa con aquellas manos de osso
(en la picota las vea), que la fin de vna puña-
da era principio de otra mayor; y assí me salí a
la calle del Rey más que de passo, con dolores
de bolsa y coraron, que aun me duran por todo
el cuerpo. Mas no lo siento tanto como auer
perdido vna recepta de agua de rostro que me
valiera vn tesoro; porque bastara a hazer her-
mosa a la más fea de Guinea, la qual me aca-
baña de dar vna denota persona, diziendome
auersela tomado a vna Condesa de no sé dón-
de, para quemarla, y que después, viéndola tan
perfecta, de la stima se auia arrepentido. O
quién la supiera! Pareceos bien, señores, el
daño que aquel descomulgado me ha hecho?
Mas a fe que tiene que hazer con gata que
trae pelada la cola. Estoy por yrme a la justi-
cia (si la ay en la tierra) y querellandome d'el
diziendo que me ha hecho fuerza y robado mi
hazienda en su casa, hazer que me la pague
con las setenas. Mas probé de mí, de qué rae
seruirá? Pues, por el maldito fauor, en lugar
de castigarle, aunque muestre la vandera rota
(digo las molidas espaldas), darán más crédito
a su mentira que a mi verdad. Loca sin juizio,
qué digo? Por qué no le daré de mi propria
mano la pena y castigo que merece? Este es el
bras diversas, ó juntas como si compusiesen una sola
palabra las sílabas de dos. En estas primeras líneas del
prólogo hay ejemplos de ambas incorrecciones. Dice la
edición original: « ... pues, como el Lobo, tanto empeora
quanto más en vegece: hiennecio es quien de ti se fía».
Sobre cosas como éstas no llamaremos la atención del
lector, por evitar prolijidad innecesaria.
LA LENA
391
más sospechosso animal que sabemos, y al pre-
sente está tocado de tan rauiossos celos, que se
le comen bino. Ha sido casado dos vczcs, y de
primera muger tiene vna hija llamada Cassan-
dra, de diez y seis a diez y siete años, encerra-
da en vn aposento como vna muda; tan ost-uro,
que a medio dia se la pueden dar buenas no-
ches; sin consentir que trate con nadie, dizien-
do que la donzella es como flor cubierta de ro-
ció, que por poco que la toquen se marchita.
Cada dia visita la orina, dando a entender (por
amedrentarla) que en ella conoscc el humor
pecante. No quiere que coma bocado de carne
fresca, porque halla que solicita y despierta el
apetito de la salada; y de la miseria que la
embia para sustentarse haze antes anotomia,
temiendo no aya dentro alguna contraseña. 81
meten alguna cesta de paños o de otra cosa, lo
rebuelue de abaxo arriba; porque vna Reyna
de Escocia (dize) s'enamoró de su enano, y
que dentro de vna canasta se le metieron en
su cámara. Quiere que los criados hablen como
por señas, porque no los oyan las mugeres,
guardándolas como si fuesen yeguas del relin-
cho y salto del cauallo. Con esta segunda mu-
ger se casó poco ha, por ser hermosa y de buen
linage; y pareciendole temprano, aun no se
atreue a estrecharla tanto como querria, aun-
que no se pudo yr a la mano quando me hizo
el tiro que os he contado. No niego auer ydo
con intención de hazersele como él merece,
porque vn Cauallero, que está apassionadissimo
por ella, me encomendó que la procurasse dar
esta carta, y aunque no lo hize, a lo menos
cumpli con arriesgarme a lo que me vino, y
assi él, considerando no auer quedado por mí,
restaurará (sin duda) mi pérdida, de manera
que con tan buen premio como el que espero
me serian buenos al mes vn par de tales en-
cuentros. Pero para que la suerte no me salga
en blanco, ló que haze el caso es procurar (ya
que no pude seruirle por mi pico) que se haga
por tercera persona. Mas si mientras busco
gato que me saque la castaña del fuego, y voy
poniendo liga al paxaro, este gentilhombre
muda de pensamiento (como es costumbre de
los enamorados de ogaño) no lo perderé todo?
No, pues quando no me diere de comer en su
casa, no me faltará de cenar en otra, con la mes-
ma empresa. Yo soy como la balanza, que se in-
clina a la parte que más recibe, y como cera, que
aunque tenga imagen, como se le carga sello,
dexa la primera y toma la forma del. Harto he
biuido para saber biuir. Es lo bueno que al
punto comprehendió la buena señora a lo que
yo yua; que a las que son tan discretas el dialilo
se lo pone delante. Qué haré, pues, yo ahora.'
Piensa bien, Lena, piensa y repiensa, hasta que
con su verguenca le hagas andar como el que
tiene j>intado el baruero mi vezino, que fue
comido de sus proprios perros; helo de hazer
si pensasse morir en la demanda. No es persona
la que no sabe hazer bien y mal; quien la haze
la espere, y la metad del camino está andado,
porque los celos hazen a la muger más fácil de
rendir. Mas entretanto, ya que (transportada
de colera) he echado mis vergüenzas (y las
agenas) en la calle, dándome a conocer por so-
licitadora, agente o tercera (que algunos ne-
cios llaman, a l'antigua, alcahueta), vituperando
esta sarta (jue traigo al cuello, quiero contaros
vn Erasse que s'era (y el bien para nosotros
sea, el mal para la manceba del Abbad) digo
de parte de lo que por mí ha passado. Ante
todas cosas fui donzellica niña, hasta que de
doze años, cegándome el demonio (nunca se lo
perdono), me enamoré de un mo(;'o de casa, que
era como vn pino de oro, y auiendome a los
treze años pegado el mal de los dos ba^os,
viéndome mi madre ydropica, a gran priesa
(por su lionrra y la mia, que siempre la Le
guardado como los ojos de la cara) me casó
con vn hombre de más edad y templanza que
para la mia era menester, y assi, no pudien-
do sufrir sus buenas costumbres, me le desapa-
reci, y de lance en lance fui a dar comigo en
Ñapóles, donde (auiendo estado en opinión de
donzella, como tres semanas, en compañía de
cierta viuda muy recogida (la qual me instru-
yó aossadas), vn mercader, persona honrrada,
me tomó a su cargo, y al cabo de pocos dias
(no faltándome ya quien me alentasse a biuir a
mis anchuras) me resolni de tomar casa de por
mí y puse tienda abierta de cortesana; y assi con-
tinué la mereancia como poco más de treinta
años. (El que estuuo allí en tiempo del buen
Duque de Osuna se acordará de la Buiza, que
asi me llamauan entonces;; y después de mil
baiuenes, prosperidades y mudanzas, auiendo
rematado mis prendas, haziendo como el mari-
nero, que fácilmente echa a la mar lo que del
pasagero ha reciuido, se me desapareció, como
humo, en dos dias, quanto en tantos años, por
medio de mi pertinaz pecado, auia adquirido,
quedándome solamente con los achaques que
acompañan siempre a las de aquella profession;
que quando más bien paradas, tienen vn pie en
su casa y el otro en el Ospital ; no bastando al
fin (quando más prósperamente se ha nauega-
do) quanto pueden acunnilar para emplastros y
(jaríj-aparrilla.Y assi, viéndome pobrissima, olui-
(lada y sola, comentándome la enojosa vejez a
amenazar (') y saltar a la cassa, embotadas en
(') Para confirmación tle lo dicho en la nota de la pá.
gica anterior, véase cómo está en la edición de Milán el
texto de eeta frase: «comentándome la enojosa vejeza á
menazar»... . ■ . .
392
orígenes de la novela
ella (por mi desgracia) las herramientas del mi-
serable trato, me boluí a Valladolid (mi cara y
desseada patria), y viendo esta Corte tan des-
trocada y transida, que más me parece capitulo
general de alquimistas que lo que ser solia,
acordé de tomar este oficio, con quatro camas
que alquilar, que me es como natural: porque
siempre la ramera, tercera muere o mesonera.
Auiendome antes informado de que en ningún
otro trato se hazen tantos negocios de honrra
y prouecho como en éste, aunque corriendo
muchas borrascas de las que os he contado. Lo
qual siento menos, viendo por este medio 'tan
insigne auditorio, para lo que oyreis. Tened
paciencia (os ruego), que no será tiempo per-
dido.
SCENA II
Cerüino, Inocencio.
[Ce?-.].— Ya sabéis, Bachiller Inocencio, que
teniend'os por virtuoso y de confianca, os he
metido en mi casa, y también la voluntad que
tengo de hazeros bien con el tiempo, dand'os
entretanto por prenda la guarda de toda mi
honrra, la qual estimo más que hazienda y vida.
In. — Sit modo dignitas incolumis. No pue-
do, señor, con palabras dignas, responder a
tanta merced; mas en reconocimiento de la
confianca, con toda fidelidad y amor seruiré a
V. m. y a mi señora, de día y de noche.
Cer. — De noche no, amigo; dexáme a mí
ese cargo, que no es poco pessado. Ahora, pues,
quiero que entendáis de qué manera os aueis
de gouernar. Y n'os espantéis de auerme visto
tan colérico con aquella muía del Diablo, que
no sabéis quién es ni las malas burlas que sue-
len hazer las tales.
In. — Rectum iuditium iudicate. Qué sabe-
mos si aquella mujer venia o no a lo que V. m.
piensa? y teniendo hijos, o nietos, faltándoles
el sustento, por no poderse valer de las cosas
que dexó en casa, auria V. m. cargado de aquel
peso su conciencia.
Cer. — Hareisme con vuestros escrúpulos re-
negar, no sólo de la buena opinión que de vos
tengo, mas estoy por dezir de otra cosa. Yo
n'os quiero en mi casa para predicador; si que-
réis hnzer a mi modo, aueis de oyr y callar, y
si no, yo buscaré quien lo haga.
In. — Esto ha nascido, señor, de que quanto
más pobre es vn hombre tanto más se duele de
la miseria de otro. No se enoje V. m., que yo
haré quanto fuere seruido, como no se atrauies-
se {}) l'alma.
Cer.— Wos, digo yo? Estad, pues, atento.
Quando yo no estuuiere en casa, aueis vos de
(') En el original atraueisse, sin duda por errata.
estar siempre en el portal, mirando como otro
vigilantissimo Argos,
In. — De hoc ita Ouidius:
C'tíiUuM luniiiiihus cinctum captut Argus habebat.
Inqite su'is vicibus capirbant bina quietem,
Caetera seruabant, atque in siatione manehant.
Pero mala burla la hizo Mercurius a Jone
771ÍSSUS, cantus dulcedine.
Cer. — Pues qué entendéis por eso?
In. — Que son peligrosas estas custodias, si
anda luno celosa, pues no se puede el hombre
dormir en las pajas.
Cer. — Huelgo mucho de que nos entenda-
mos. No me dexeis entrar persona, aunque vi-
niesse mi propria sombra; y sobre todo abrí el
ojo a estas corredoras, ministras de Satanás,
que traen la peste consigo. Si vos vuieredes
menester alguna cosa, dezí a Bezerrica que la
pida alas mugeres; y si ellas os llamaren, dí-
ganle también lo que quisieren; no toméis tra-
bajo de subir arriba. Si acaso pasaren algunos
a cauallo, entraos luego en el patio; hazé lla-
mar a mi muger con algún achaque, y entrete-
nedla (desde abaxo) con qualque conseja, como
de brujas y hechizcras, hasta que sintáis que
han pasado y que no bueluen: que todo es me-
nester para que no se ponga a la ventana.
In. — Pues qué quentos sé yo para eso! ten-
drela dos horas con vn palmo de oydo escu-
chándome: dexeme V. m. con ella que Vincam
meis ojticiis cogitationes tnos. No aura falta en
lo que yo pudiere.
Cer. — Pues con essa confianza de aquí ade-
lante saldré seguro, y estaré fuera de casa cou
el ánimo repossado.
In. — Magnam ómnibus in rebus tuae digni-
tatis rationem habeo.
Cer. solo. — No pudiera hallar de Poniente a
Leñante hombre mas a mi proposito que éste,
porque realmente es puro y sin malicia; pero
esta su sinceridad, qué me aprouechará para
assegurarme de que no me podrá engañar? Po/íé
seram, cohibe, sed quis custodiet ipsos citsto-
desl cauta est, et ab illis incipit vxor. Guárde-
me Dios de quien me fió. La memoria de mil
malos sucesos me inquieta y desconfia en gran
manera. Mas quando d'este no aya que temer,
me da cuidado pensar que (por mi desgracia)
le podria engañar alguno de tantos cuclillos
como siempre andan tras ágenos nidos. Por
otra parte, tiemblo de meter en mi casa otro
más astuto, que se pueda aprouechar de la oca-
sión; y asi huyendo del monte vendría a dar
en vn pantano, porque de los domésticos no se
puede hombre guardar, Quán de esperimenta-
do andubo aquel que tratando de casar a vn
hijo Guyo mo90, diziendole vno que no conue-
LA LENA
393
nia darle muger tan temprano y que debia es-
perar a que supiesse más del mundo, le resi)on-
dio que s'engañaua, porque si le conociesse
nunca se casarla. Casamiento y vejez corren las
parejas; muchos o los más lo desean que en
llegando lo aborrecen. Y asi dezia vn viejo
muy sabio: Hijos, antes que casaros, ni llegar
a viejos, dexaos comer de perros. Maldito sea
el punto en que me vino pensamiento de me-
terme otra vez en semejante labyrinto. Qné
dote ni erencia pueden recompensar tantos Fasti-
dios? La primera vez cortan las orejas a 1(ís
ladrones, para (pie, tornando a hurtar, sean
sin más información ahorcados. Lo mesmo de-
urian hazer al que uniendo enuiudado se casa
segunda vez; pues, al cabo, al cabo, vna buena
cabra, vna buena muía y vna buena muger,
son tres malas bestias.
SCENA 111
Magias, Violante.
\Mac.\. — Con quánta fuerza, o Amor, arro-
jas las inuisibles flechas, cuyas heridas se sien-
ten en medio del corayon, donde con ser ciego
tan incierto aciertas^ derramando por las venas
el oculto veneno, con que enciendes la pureza
de los más ciados pechos. Qué cetro ay que te
pueda hazer resistencia, teniéndolos todos a tu
dominio sujetos? Quién ay que no siga tu es-
tandarte? Quién puso a Troya en tanta ruina
y desuentura, que d'ella no dexó casi cenizas?
Quién afeminó el robusto y fuerte bra90 de
Hercules, y puso en sus vengadoras manos, en
lugar de la pesada maza, vna ligera rueca.'
Sino tú: que escudriñando los más escondidos
senos del mar, en su profundo abismo a los
mudos peces enciendes, a las aues en la región
del ayre no perdonas; ni menos a los brutos
animales, a quien traes en continua guerra.
Qué braueza muestran los feroces leones, los
crueles tigres , los fuertes toros y los ligeros
ciemos, quando se sienten heridos de tu flecha?
Al fin, todo este mundo, y el que no vemos,
no es otra cosa sino vna vnion y suaue liga
con que todas están trauadas; tú las crias,
conseruas y entretienes; por ti respiran y no se
acaban ; serian los hombres peores que las fie-
ras si til no fuesses el cebo y alimento de sus
corazones. Mas ay de mí, que con ser tan benig-
no, me tines qual nueuo Ticyo, sin esperanza
de mejorar mi triste suerte. (Sale Violante).
Vio.— Qué deuaneos son essos, hijo mid?
Buelue sobre ti, que si el amor te ciega, la ra-
zón te deue guiar, conociendo que no pretendes
cosa imposible, y que la violencia y aspereza
del deseo impide más que aprouecha al fin de
lo que se intenta, Ko t'esquiues ni huyas de mí,
pues (como tierna madre) voy (teniendo por
propria tu pena) tratando de darte entera satis-
facion, con esperanza de hazerte en breue con-
tento.
Mac. — Esso, señora mia, es (a n)i parecer)
vender el pellejo del lobo antes de cacarle. En
qué funda V. m. lo que se promete, viéndome
mordido de vn áspide, sin ningún remedio?
Estando la vida tan a punto de perderse, au-
menta más el sentimiento y pena la tardan9adu
la muerte, si ya no mediessen a beuer de aíjue-
11a agua de Beocia, que dizen quita de todo
punto la memoria. Mas la de la cosa tan ama-
da, que ya está impressa en mi alma, n(j se pue-
de borrar, si la vida no se acaba.
Vio. — Terrible cosa es auer de contrastar
contra la insolencia de tu locura, Dime, por
qué te afliges y desconfias tanto? Quien dcssea
sanar, descubre al medico la dolencia.
Mac. — En mal de muerte no ay medico
que acierte, y assi la primera cosa que desam-
para al paciente es la esperanza de cobrar la
salud.
1 7o. — La escura niebla de tu passion te con-
funde la vista de los ojos d'el entendimiento;
que si con prudencia considerasses el fin de las
cosas, ninguna (pnr difficultosa que fuese) te
parecería impossible.
Mac. — Y aun por serlo esta tanto, no pu-
diendo sanar (como Telepho) sino con el hierro
que me hirió (llenándome tras sí mi dolor) des-
espero de la vida, si bien no puedo dezir que
bino, pues ni amanece ni anochece [¡ara mí.
Vio. — Huelga de tener vida, que con ella
mucho se alcanija.
^íac. — Y quando se acaba no falta nada, y
así hagan las tristezas a su voluntad, que en-
tonces mi mal acabará comigo.
SCENA 1 111
Violante, Vigamon, Uamiko.
I Vio.l- — Al punto que sale el muerto mari-
do de casa, se deuria la muger yr a enterrar
con él biua, porque no llenan tanto mal los de-
funtos como dexan a las viudas biuas. Porque,
fuera de innumerables fastidios y cuidados que
las cercan y acompañan continuamente, quedan
tan sujetas a la ruin fama, que aunque hagan
milagros se tiene mala sospecha d'ellas. Si
andan las desconsoladas limpias y asseadas,
luego las lenguas de oro las leuantan que ra-
bian. Si van al descuido mal aliñadas, no falta
quien diga que la ipocresia atiende más al pro-
uecho que al fausto, y que ellas s'entienden.
Después d'esto, qué trabajo se puede compa-
rar al que se padece en el gouierno de los hijos?
Orlándolos de pequeños, con tantos de los ma-
391
orígenes de la novela
los dias y peores noches, comportando las vi-
ciosas amas, guardándolos, enseñándolos, pro-
ueyendolos, teniendo cuidado de aumentar y
conseruar la hazienda, que en siendo grandes
dissipan y consumen con tantos distrahimientos,
malas compañías, pendencias, juegos, tragos y
amores, con que dan siempre ocasiones a las
tristes madres para andar fuera de sí como lo-
cas sin sentido, sin más bien ni consuelo de no
tener Q) quien las vaya a la mano.
^am. — Señora mía, besólas manos a V. m.
Vio. — Dios os guarde, Ramiro; huelgome
mucho de veros con buena disposición.
Ram. — Lo mesmo puedo yo dezir, aunque
en el rostro muestra V. m. yr descontenta.
Vio. — Amarga de mí, no es mucho que
s'eche de ver en él la passion de que el coraron
anda lleno: estoy tan cansada del mundo, que
desseo se acabe ya esta miserable vida.
Bam. — Santo Dios, qué oyó? Puede tener
ocasión para tanto aborrecerse vna señora prin-
cipal, honrrada, rica, estimada, con dos hijos y
vna hija que valen vnas Indias?
Vio. — Yo tengo más bienes de los que se
parecen de fuera, que merezco; pero en mi es-
píritu, y de mis puertas adentro, más trabajos
y desgustos que puede licuar vna muger tan
flaca como yo; pues pensando descansar quan-
do mis hijos fuessen hombres, tengo ahora con
ellos intolerables penas.
Eam. — Mucho me pesa de oyr esso. Ay al-
guna pendencia que los inquieta?
Vio. —No es essa la causa; más estoy por de-
zir que es otra peer.
. Ram. — De quien ellos son, no se puede pen-
sar cosa mala. Digame V. m. lo que ay.
Fío.^Diréoslo, como a persona tan de mi
casa, y asi lo tendréis secreto por amor de mí.
Ram.—'No dude V. m., porque quando es
menester tengo menos lengua que vn pes-
cado.
Vio. — No creo yo menos de vuestra perso-
na. Aueis, pues, de saber que yendo Macias
con Damasio (que no deuiera) a las bodas de
Gemino, vio alli a Cassandra su hija (que es,
como deueis de saber, en extremo hermosa y
agraciada), y quedó tan enamorado d'ella, que
no pudiendo verla después acá fpor tenerla el
padre de manera que apenas ve Sol ni Luna)
ha dado en tan terrible melancolía, que no bas-
ta nadie a hacerle comer ni beber, sino a pura
fuer9a; haziendo tantos estreñios, que temo no
venga su mal secreto a dar en manifiesta locu-
ra; y para remediar esto, voy a tratar con el
señor Aries, su suegro, que sea medio para
que se la dé por mug.r, que entiendo nos esta-
rá bien a ambas partes,
(I) En el original, íemer. '
Eam. — Essa, señora, no es cosa, a mi pare-
cer, que aya de dar tanta pena a V. m.
Vio. — No es gran mal verme a punto de te-
ner vn hijo loco?
Ram. — No seria pequeño; mas no deue estar
en esse peligro, y no dudo de que el señor Cer-
uino no alce los ojos al cielo en oyendo seme-
jante embaxada. Lo rezio fuera quando el se-
ñor Macias la pretendiera por otra via; que en
tal caso le podríamos atar desde luego, pues
seria agua hiruiendo sobre la quemadura: por-
que yo voy cada quinze dias a afeitar a su pa-
dre, y puedo dezir con verdad no auerla visto
en dos años tres vezes.
T7o. — Haga Dios lo quemas sea de su ser-
uicio. No es esta la casa?
Ram.— Sí, señora. Ta, ta, ta.
Vig.— Quién llama?
Ram.— M\ señora Violante de Cabrera vie-
ne a hablar al señor Aries.
Vig. — Entre su merced si es seruida, que yo
le voy a anisar.
SCENA V
Lena, Inocencio.
[Zen.]. — Quiero ver si aura salido de casa
aquel maluado de Ceruino, que le tengo de ar-
mar vn lazo que no se m'escape, aunque esté
más vigilante que una grulla. A su puerta veo,
si la vista no m'engaña, aquella buena persona
que rae libró de sus malditas manos; sí, él es.
Ahora eg tiempo de emplear mis cuentas en
beneficio de mi bolsa: quiero entrarle con el sa-
brosso peccado del'adulacion, bisbisando mis
oraciones. E ne nosenducas, libérenos, rita eter-
na amen. Señor mió, bien auenturado el cuerpo
que por l'anima trabaja. No piense que lo digo
por el bien que me hizo librándome de la furia
de aquel su Escaliote, sino porque no creerá la
fama que corre por toda esta ciudad de sus vir-
tudes y buena vida: dichosa yo si tan sola una
vez al mes se acordasse de mí en sus deuotas
oraciones.
In. — Yo tengo, hermana mia, tantos pecados,
que no me bastarán para la milésima parte
d'ellos; mas confio en la gran misericordia,
Len. — Ella sea loada sin fin. Digame, amor
mió, ha salido de casa aquel turco?
/w.— Si no fuesedes muger y apasionada, os
reprehenderla acerbamente, porque no se puede
dar ese nombre a ningún cristiano.
Len. — Y qué perro ay tan rauiosso como él
fue comigo?
In. — Cierto que yo quedé escandalizado dé
ver lo que pasó. Son dias infaustos: otra vez
mira con qué pie entráis en casas agenas.
' Len. — A la fe, no quedó por esso, pues en lu-
LA LENA
305
nes meti el derecho, sin tocar al lumbral dv la
puerta. Y porque no soy nada agorera, bueluo
en martes, a ver si no estando él (no le quiero
tomar en la boca) en casa, podré dezir dos pa-
labras a la señora Marcia.
In. — Ni él está en casa ni vos la podéis ha-
blar. Liberam non haheo Jacultntem, porque me
ha mandado que no la dexe ver a persona nin-
guna, aunque venga su propria sombra, y par-
ticularmente a bohonero ni corredora; este en-
tiendo que es vuestro trato.
Len. — Triste de mí, que la necessidad me
haze algunas vezes vsar d'esse oficio, por no dar
en otro peor: que al fin es ganar el pan con el
sudor que Dios manda.
In. — Assi, Unusquisque propriam mercedem
accipiet sectmdum sman laborcm. Pero porque
os tengo lástima, voy procurando que se os
bueluan vuestras cosas. Tenéis familia que sus-
tentar?
Zen.— Familia dize, hijo mió? No menos de
cinco pobrissimas hijas ; las cuatro donzellas,
como tantas perlas, y la mayor viuda de vein-
te y tres años, que se me ha buelto a casa con
dos criaturicas, y asi biuimos con la miseria
que puede pensar. Y por no auer hallado qué
labrar, ni entrado bocado de carne en mi casa
en estos tres dias, me embiaron a vender aque-
llas galanterías, algunas iiechas de sus proprios
cabellos (que los tienen como hebras de oro).
Mire quáles estarán las desamparadas ahora,
auiendolas quitado en esta casa lo que las auia
de ayudar. Hu, hu, hu.
In. — Doleo dolorem tan?}}. No lloréis, os rue-
go, que me rompéis las entrañas de compassion.
Y assi, adeuinando todo esso, lo he ya puesto
en conciencia al señor Ceruino. Y porque Eri-
gere iacentem debemus^ yo le boluere a hablar.
Len. — A tan mal hombre quiere ablandar
con palabras? Guárdese de tal cosa, pues sien-
do vn Faraón, seria para más endurecerle; no
le pedirla el ojo derecho, aunque me le vuiesse
sacado. Si lo pudiesse alcanpar de la señora,
bien, y si no, sobre su alma vaya, porque peor
haze quien a perro viejo incita. L)exeme, mi
bendito, besar esas santas manos.
/m.— No, esso no, abí^it.
Len. — Véale yo alcalde de corte.
In. — Dios os acompañe.
T^en. — Ahora sí que que va bien encamina-
da Tagua al molino: éste es sin duda de aque-
llos que cuentan de la tierra de Bauia, donde
los trigos se siegan con escaleras; al fin, el que
yo he menester. Benditas sean mis lagrimas, y
rebenditos ojos, que tan a punto las dexais caer.
Estad con buen ánimo, que y'os prometo tan-
tas de las de Alaexos quantas aueis derramado;
y ya es tiempo de cumpliros la palabra, porque
no puedo más paladear.
SCENA VI
Damasio, Cornelio.
\Dam.]. — Crees, Cornelio, que liará Lena al-
gún buen efeto?
Cor. — Tengolo, señor, por hecho; y si falta-
re, será más por culpa de la suerte que de su
diligencia: si ya no haze cfimo los maliciossos
cirujanos, que no quieren cerrar las llagas por
la ganancia que tienen d'ellas.
Dam, —Parécete que va buena la carta?
Cor. — Mal año para quantos de a real las
venden en Lisboa. Va que ablandará vna jieña.
Mas si por desgracia no^aprouechare, que no
es posible (porque las hojas verdes muestran
no estar el árbol seco) a dos va la vencida: echar
otra que encienda más el fuego.
Dam. — Asi la tengo ya a punto, a las mil
marauillas; aunque más querría que no fuesse
menester.
Cor. — Podrasse creer esso sin escrúpulo?
Dam. — Sobre mi conciencia. Has visto los
estremos que haze mi hermano con sus amores?
Cor. — 5ío es marauilla, por ser los primeros,
que son siempre como el calor de San Loren90
y el frió de San Vicente, que dan mucha pena
y duran poco; ó fuego de paja, que presto da
llama y muere.
Dam. - Cierto que no es mi amor de menos
quilates que el suyo, aunque no m'encierro a
llorar, ni doy tantos suspiros como él; y no creo
poderse acabar, no sólo tan presto como tú di-
zes, mas en ningún tiempo.
Cor. — Bueno es esso para Cornelio, que por
no ser filósofo no sabe dar más razón de que
(con soportacion de V. m.) no lo cree.
Dam. — Por que no lo cr'es?
Oor, — Ya he dicho que no lo alcan90; mas
por auer estado con otros amos enamorados
(a quien via oy fuego, mañana nieue y aborre-
cer un dia lo que otro amaron) me lia hecho la
esperiencia incrédulo.
Dam. — Sabes a quién acaece assi?
Cor.— A todos.
Dam. — Esso no, saco mi blanca. Solamente
a aquellos que aman a mugeres de poco valor;
que como para su fuego cortan la leña en pe-
queño monte, al mejor tiempo se les acaba.
Mas cómo podré yo esperar qu'el mió se con-
suma, siendo infinita la belleza y el valor de
quien es la leña y el fuego, donde suaueniente
estoy ardiendo, y puedo dezir (pie nunca buel-
uo a verla, que no halle en ella nueuas gracias?
Cor.— Y. m. ha entrado en materia donde
yo no ahondo vn palmo; y assi podra echar li-
bremente por donde fuere seruido, y yo entre-
tanto creeré lo que me pareciere. Mas, si vale
396
ORÍGENES DE LA NOVELA
dezir verdades, no veo en ella tantas cosas como
el ciego Amor haze ver a V. m., que según le da
a entender, nunca se vieron venir de la India
Oriental tantas joyas (^) preciossas.
Dam. — A lo menos ninguna de tanto valor;
ni ha salido de Vizcaya mayor asno que tú.
Cor. - Esse es el premio que recibe el que no
sabe hablar a sabor del paladar.
Dam. — A lo menos, el que merece quien es
tan grosero como tú, que hasta ahora rae has
tenido engañado con tus bachillerias, creyendo
que sabías más de achaque de perfecciones; no
sé cómo, o por qué, no te he sembrado los dien-
tes en esa blasfema boca.
Cor. — Porque me saltarían d'ella hombres
armados, como los del sembrado de Cadmo;
pero no contra V. m., aunque más injurias me
diga.
Dam. — Di, necio, no se ve claramente que
Amor tiene en aquella frente su potencia y tri-
bunal, pues con vn solo mouimiento desdeñoso
o alegre condena a muerte y da vida a quien la
mira? Si se apartasse la escura niebla de tu poco
entendimiento, verlas aquel cabello de color del
sol, como encadenadas sortijas de oro, partido
en ordenes, por el dilatado espacio de su fren-
te. Las cejas ser dos enarcadas lineas, con cier-
ta magestad tan vencedora, que nunca la mos-
traron tal los arcos triunfales de los Augustos
de Roma. Las orejas pequeñas y puestas en
lugar tan medido y compassado, que la lierra
menos igualmente dista de las circunferencias
del cielo qu'ellas d'el sitio conueniente. Los
ojos de tan peregrina y nueua gracia, que en
ellos claramente se ve la risa abra9ada con la
grauedad; tan dulces en el mouimiento, que el
ayre circunuczino muestra quedar enamorado y
desseosso de introducirse en ellos. La niña de
dentro (o ojo del ojo) tan puramente negra, que
considerando después la luz de la plateada
yema, parece que está la noche recogida en
aquel pequeño circulo, por defenderse de la se-
renidad qu'en torno la ciñe. Que el parpado
que los cubre es blanquissima nuuezilla delante
de la cara del sol, o cataracta d'el cielo, que
abriéndose descubre los] biuos resplendores del
Parayso, y cerrándose queda por consuelo la
mesma materia celeste. Que las largas y som-
brías pestañas son puras violetas que s'espejan
a la orilla de cristalina fuente. Que de las me-
xillas de su perfectissimo rostro es la tez de
tanta blancura y lustre, que enfrena la imagi-
nacion'para no>er lo que falta (si falta puede
llamarse aquello que, aunque no se tenga, no se
siente faltar). El perfil de la nariz, que parece
estar en medio de aquel hermoso teatro, como
cuchillo debaxo de cuyo filo inclina y pone la
0) lojas se lee en el original.
embidia su cuello. Que la tierua y con dulce re-
llene proporcionada boca ( pronunciadora de
tantas sentencias y gracias, que por no dar en
el infinito, no quiero contar) merece que algún
ángel la predique con las demás bellezas: como
los dientes de perlas, el cuello de marfil y las
manos de alabastro. Baste dezirte que la dicho-
sa alma (regidora de aquella preciosa materia)
la informa y mueue con tan dulces y alegres
ademanes, que no se puede mirar sino con ojos
de Satyro.
Quid laudem fémur, aut femori confiniamemhra.
Has tractare iuuat, pothis qvaiii ducere partes.
Cor. — Ahora confiesso que oyr esas cosas me
ha hecho gemir tacita y recalcadamente en lo
íntimo de las entrañas, como el cansado caua-
lio quando acaua de orinar.
Dam. — Ha, ha, ha. Dígote cierto que quan-
do pienso en sus diuinas partes, estoy en duda
si la deuo llamar muger o ángel.
Cor. — No la pongamos, señor, tan alta que
la perdamos de vista, que todauia me quedo
yo en mis treze, y no me sacarían de aqui los
doze Pares de Francia.
Dam. — Esso creo yo, porque tu vista no es
capaz de cosas tan altis.
Cor. — Los ojos humanos no pueden (según
dizen) percibir las cosas sino por las formas de
su conocimiento; pero no nace de ay.
Dam. — Pues de qué procede tu ignoran-
cia?
Cor. — De saber qu'es muy proprio de ena-
morados tener a sus damas por más hermosas
de lo que son. Y assi yo, como uno d'ellos (que
por ruin que sea el asno tiene su cola), creo
sin ninguna duda que la niia es (sin compara-
ción) la más bella del mundo, y que (por mi
buena ventura) no aura ojos que tengan vir-
tud para conocer su rara hermosura, tan per-
fecta como ella es y yo la contemplo. Qué me
dirá V. m. a esto?
Dam.— Qu'eres vn loco desatinado.
Cor. — A lo menos atinado en esto, y dexaré
de contar por estenso suo estremadas gracias,
porque iio quiero poner en condición mi salud
y el reposso de V. m.
Dam. — Es costumbre natural de los necios
celosos, que temiendo que lo que aman se me-
jore, o lo vituperan, o callando ocultan lo
bueno que a su parecer tienen. Mas aunque
creo que está.s también en este engaño, holga-
ría de oyrte dezir alguna de sus gracias, como
si desuariasses con calentura o estuuiesses en-
demoniado.
Cor. — Si Cupido es el demonio de la forni-
cación, más merece el que le sigue esse nombre
qu'el d'enamorado.
LA LENA
397
Dam. — Ya te ha entrado el espirita malino;
prosigue.
Cor. — Son tan innumerables sus pcrfecio-
nes como las estrellas del cielo, porque de
quanto Naturaleza ymede dar, la hizo vn esco-
gido compendio, adonde se hallan todas juntas
en su perfecto ser. Si V. ni. tuuiese ventura
de ver la gran proporción y orden que tan cu-
riosamente osseruó en su rostro, cont'essaria por
fuerza que el cielo ha derramado sobr'ella quan-
tos tesoros de gracias tiene que repartir, y que
merece ser celebrada por el más esquisito mila-
gro de hermosura.
Dam. — Tente, dame la mano, no quiero que
passes más adelante por que no cayas. Pero
sepa yo ahora, quicen es essa albóndiga de gra-
cias?
Cor. — Es verdad que me auergoníaré de
nombrarla. La señora Policena, hija de Ramiro
Coruato, insigne baruoro.
Dam. — Quándo menos? A fe de quien soy
que lo sospechaua. Vales quanto pessas para
loar una martingala. Ha, ha, ha. Ahora sí que
puedo dezir que el deuaneo ha manifestado tu
modorra o locura. Dala tú el nombre que se te
antojare, que la comparación (dexando aparte
la sangre de la señora) ha sido cierto estre-
mada.
Cor. — Luego los caiialleros dan en la san-
gre, sin mirar que es la peor cosa que las niu-
geres tienen, pues las haze inútiles los seis dias
del mes.
Dam. — Ha, ha, ha, ha. Mala pascua te
venga, vellaco desuariado, que me hazes reir
sin gana. No más, que es ya tiempo de yr a
saber lo que mi señora aura hecho con Aries,
que no veo la hora de salir d'este preñado.
Cor.— Antes d'entrar en él.
Dam. — El diablo te lo dixo.
SCENA Vil
Ramiko, Violante, Damasio, Cornelio.
[_Ram.']. — No ve V. m. al señor üamasio
que nos sale al camino?
Vio. — Ya le he visto. Y bien, adonde vas
ahora, pan perdido?
Dam. — Vengo a acompañar y seniir a V. m.
Pues, señora, podemos esperar algo de bueno?
Vio. - Creo que sí, porque este cauallero,
auiendole parecido bien, me ha prometido de
tratarlo con Ceruino su yerno, y hazer de ma-
nera que aya effeto.
Dam. — Es tan estraño el humor de aquel
hombre, que lo pongo en duda.
Vio. — No ay razón para desconfiar, y mu-
chas para darlo por hecho; y assi con esta bue-
na e8peran9a, anima a Macias, que te cre'rá
más que a mí; haz de manera que coma y se
alegre. ( Kntranse Violante y Ramiro.)
Dam. — Oyes, Cornelio, torna presto.
Cor. — Dexeme V. m. yr primero, que si no
voy no podré boluer en un año,
Dam. — Digo qn'eres un Senequilia; sea assi.
Ni presto ni tarde, mas buelue a tiempo, por-
que no se nos passe la ocasión.
Cor. — No hará, si yo la asgo vna vez del
copete.
Dam — Temo que con essas chanchas se te
ha de oluidar a lo que te eml)io.
Cor.— Corria peligro, á no licuar la memo-
ria en la mano; detengome aposta porque me
parece que no es hora de hallarla en casa, por
ser a la que siempre anda a ca^a de bouas.
Dam. — Vete por donde sospechas que puede
acudir y mira que la ofrezcas grandes Qosas.
Cor. — Desde ahora la ofrezco al León del
Moro y la encomiendo a los mochachos de la
Plapuela Vieja, a quien toca canonizarla, que
no la podrá faltar según sus buenos passos.
Dam. — Haz lo que te digo, camina.
(Sale Ramiro.)
Dam. — Ramiro amigo, mañana os espero, y
no se os oluide Tagua de olor que me aueis pro-
metido, que no la quiero perder.
Ram. — ho que parece V. m. al señor Cu-
ruca su padre, que nunca oluidó cosa que le
prometiessen.
Dam. — Ya os entiendo: el que trae la cuer-
da anastrando no está libre; hagamos ambos
nuestro deuer, que yo me acuerdo, como ve-
réis.
Ram. — De mi parte no aura falta. Beso las
manos a V. m. Assi se han de tratar estos
aprendizes: cómo le he dado en los cascos!
Mejor se los rompan qu'él me saque Tagua, si
no viene el vino. A Policena con esso.
SCENA VIH
Ramiro, Cerüino.
[/?a?«.]. — Bien dizen que los harneros todos
parece que comen carne de lechuza, porque no
pueden guardar secreto; ni yo veo la hora de
topar al señor Ceruino, para bomitar el d'el
casamiento de su hija, que ya estoy rebentando;
alli viene.
Cer. — Qué ay por acá, Ramiro?
Ram. — Vengo de acompañar a mi señora
Violante de Cabrera, que ha estado en casa
del señor Aries.
Cer. — En casa de mi suegro la señora Vio-
lante?
Ram. — La mesma en casa del mesmo; y si
snpiesse V. ni. la causa, podría ser que le fuese
de mucho contento.
k
398
orígenes de la novela
Cer. — Cosa del diablo es la libertad que se
toman estas viudas, que so color de no tener
quien les haga las cosas, están siempre con los
mantos acuestas ; no me quitarán de la cabera
que no es agua limpia.
Ram. — Es possible que vna persona tan pru-
dente haga esse juizio temerario, auiendole di-
cho que si supiesse a lo que ha ydo, por ventura
le daria contento?
Cer. — Y hasta que sepa otra cosa me estaré
en mis treze. Pues qué ay?
Ram. — No me han dado tanta licencia,
Cer. — Ya sabéis mi humor; dezí presto lo
que sabéis, no me hagáis entrar en alguna mala
sospecha.
Ram. — No podrá ser peor^ a mi parecer,
aunque me tarde; no es razón que yo me atre-
ua a dezir lo que toca al señor Aries; mas si
se contenta de entender el caso, sin las perso-
nas, yo lo diré.
Cer. — Dezímelo como quisieredes y sea luego.
Ram. — Que me place. Tratarán a V. m. an-
tes de mucho tiempo de vn cierto matrimonio.
Cer.— Mira con qué me sale, después de
muy regateado: todo esso era? Oxala fuesse de
deshazer el mió.
Ram. — Si creyesse que V. m. lo entiende
assi, me atreueria a dezirle que no tiene razón,
porque es muy embidiado de la ventura que ha
tenido en topar con vna señora tan principal
de sangre, hermosura y virtudes. Pues qué
labores salen de sus manos!
Cer. — Podríaos yo responder lo que el caua-
llero romano a vno de sus familiares, que le
dixo otro tanto, mostrándole vn pie: Vos, ami-
go, solamente veis que este 9apato es nueuo y
bien (*) hecho, pero no podéis saber dónde me
lastima. Mas quién os ha dicho lo que Marcia
sabe hazer de sus manos? No pensé que sabia-
des tanto de su hazienda como dezis.
Ram. — Selo por auer seruido la casa de su
padre veinte años, y auer traido a su merced
más vezes en estos bracos que tengo pelos en
la barua.
^Cer. — Que tan grande seria entonces Mar-
cia, a vuestro parecer?
Ram. — Por qué lo pregunta V. m.?
Cer.— Por saber la edad que tiene ahora,
que sobr'ella andamos siempre en pleito.
Ram. — Será (si bien me acuerdo) de veinte
y tres a veinte y quatro años. Mas boluiendo
al casamiento, mire V. m. que quiero mis albri-
cias si se haze. .
Cer. — Si las queréis ganar, aueisme de dezir
de quién ha de ser.
Ram. — Yo lo diré, pero con condición que
no lo ha de saber otro ninguno.
(*) Biti, por errata, en la edición de Milán.
Cer. — No ayais miedo.
Ram. — De la señora Cassandra, con.vn ca-
uallero que pierde el seso por ella.
Cer. — Pues de dónde le viene? Cómo o por
qué la quiere?
Ram. — No sé, señor. Yo tengo que hazer;
no quiero nada de V. m. .
Cer. — Espera, espera, qué priessa tenéis? Ay
alguna muela que sacar?
Ram. — A vna señora que está rauiando, y
ya rae tardo.
Cer. — Rauia mala la mate; sácaselas todas a
mi quenta. Mas dezíme, cómo es posible que
aya quien esté enamorado de mi hija, no la
pudiendo ver persona biua?
Ram. — No, sino el dia que V. m. se casó.
Cer. — En vna hora?
Ram. — En vn boluer de ojos se pega aquel
mal; qu'es como el arcabuzazo, que antes hiere
que se oya.
Cer. — Y quién es (Dios nos defienda del)
el galán de tan seco coraron, que tan presto se
encendió?
Ram. — V. m. lo imagine, que yo no sé otra
cosa.
Cer. — Vais en buen'hora. Bien dixo Ale-
xandridas que el dia de las bodas es el princi-
pio de muchos males. Quien trata con lobos
traiga el perro al lado. Deurian los que go-
uiernan sus casas con tanto descuido ser pues-
tos en vn palo. A dicho de este buen hombre,
yo estoy qual digan duelos: él ha seruido a mi
suegro veinte años: dize que Marcia tiene qua-
tro más; que la ha tenido en los bra90S tantas
vezes, y esto seria por lo menos a los nue[ue] o
diez. El doctor Cornejo dize que halla en sus
libros auerse empreñado algunas mugeres de
aquella edad. Mira (por amor de mí) qué ali-
ño para que no le passen al hombre por la ima-
ginación mil sombras y fantasmas espantosas.
Desdichado de quien tiene su honrra en tan
roedora carcoma, que no le da vn momento de
reposso. Mas quién puede ser este tan enamo-
radizo? No entiendo cómo ha sido: la donzella
de suyo no es maliciosa; está bien guardada;
Marcia es su madrastra, y no la incitará el amor
que la tiene a sacarla de donde está para que
nadie la vea. Pero con todo esto, no se han
mouido sin causa estos tratos que dize Ramiro.
No sé qué me pueda hazer más, ni qué me
traigo en esta cabera, que terriblemente me in-
quieta. Foi'tis imaginatio general casum. No
querría que me sucediesse lo que al otro, que
por auerse hallado a vn juego de toros soñó
aquella noche que tenia cuernos, y amaneció
con ellos en la frente. Si el destino no se pue-
de vencer y mi cuidado no basta, déme quien
es poderosso, para rimediar mi pena, pa-
ciencia.
LA LENA
899
SCENA IX
Cerdino, Inocencio, Bezerrica.
[Cer.].—Ta, ta, ta.
In. — Quién llama?
Cer. — Yo soy, llama a Bezerrilla (').
Bez. — Aquí estoy, señor.
Cer. — Adonde has estado dende que yo salí
de casa?
Bez. — Donde V. m. me manda que esté.
Cer. — Di la verdad, vellaquillo.
Bez. — Allí he estado, por vida de mi madre.
In. — Dize lo que es cierto, por esta ánim.a
pecadora.
Cer. — Quie'n os pregunta nada? entraos
allá.
In. — Linguam fallax non amat veritatem.
Cer. — No te has quitado de aquí?
Bez. — Nunca, sino quando mi señora me
llamó para limpiar el estrado.
Cer. — Y mientras tú lo hazlas, baxó ella
abaxo?
Bez. — No, señor.
Cer. — Y el Bachiller subió arriba?
Bez. — Tampoco.
Cer. — Quién ha hablado con él?
Bez. — Ninguno, que yo aya visto.
Cer.— Y oydo?
Bez. — Ni oydo, sino al mismo cantando sus
latines.
Cer. — Qué vestidos traia aquel que estuuo
aquí?
Bez. — Quién, señor?
Cer. — El que vino a visitar a tu ama.
Bez. — Yo no he visto sino aquel gatazo ne-
gro que viene siempre a visitar la cocina.
Cer. — Donosso os me hazeis, y aun esso es
lo que yo he menester; entra, entra en casa,
que vos soys una mala pie9a.
ACTO SEGVNDO
SCENA I
Lena, Inocencio.
\Len.\. — Cornelio ha venido a sacarme de
casa con vn par de ducados. Mal año para quan-
tos auogados ay en Chancilleria, y vna higa
para mí, si les fuere a consultar la causa del
señor Damasio, en la qual sé más que Presi-
dente y Oydores, y aun estoy por dezir que
todos los alcaldes quando más están en su
(•) Bezerilla en la edición de Milán; no esta eola, sino
muchas veces.
Acuerdo. Si aun no estando el horno caliente
se muestra tan liberal, (¿ué puedo esperar quan-
do los fauores de la dama anden en su punto?
Sus, Lena, manos a la labor; válgate ahora tu
ciencia y abilidad; haz como quien eres. Mas
tantas vezes va la cabra a las coles, que dexa
el pellejo. Animo, que las mercancias de mu-
cho prouecho no se adquieren sino con gran
peligro: es esta la primera de tus hazañas? Sí,
que tan mercader queda quien pierde como el
que gana ('). Mas qué digo? Veisme aqui libre
y escusada de yr a casa d'el Cauallero d el Vni-
cornio, pues viene alli mi Doctor, con tantas
letras sobre el bonete, que le haré creer que las
anguillas no son peces. Benedictus^ benedicta
et in sécula, sed libranos de mal, amen. En
hora buena vea yo a mi l)uen señor. Sin duda
que vendrá ya de visitar algunas santas casas.
Al fin, no vale otra cosa de esta vida sino el
auerse empleado con caridad en buenas obras;
qu'el bien hazer nunca se pierde. Dichosa ma-
dre que tal hijo parió, que yo apenas he tenido
tiempo para passar mi corona, por auerme ocu-
pado en remendar vnas camisas a ciertos rome-
ros que van a Cerneros.
In. — Dig'os verdad, que estando en casa
(con sobrarme tiempo) no puedo recorrer mis
estudios, y así me voy al cimenterio de la Mag-
dalena a dezir mis deuociones; por eso ved lo
que me mandáis.
Len. — Bueno seria mandar a quien desseo
seruir de ojos. liase V. m. acordado de lo que
me prometió?
In. — Aunque no le he oluidado, no he podi-
do hazer nada con mi señora, por ser su mari-
do muy sospechoso; mas no perderé la ocasión.
Len. — Mayor caridad que essa podria hazer
si quisiese.
In. — Cnpio rem gratam faceré. Y assí decí-
me en qué, que siendo como dezis, me emplea-
ré (como veréis) ex tato cor de.
Len. — Es obra tal que si en acabándola mu-
riesse, granizaría el cielo angeles para llenarle
al Paraíso.
In. — Yo no desseo sino hazer bien.
Len. — Y tal bien como éste! Qué cosa ay de
más merecimiento que escusar los escándalos
que puede auer entre dos grandes linages! Qué
digo dos linages? En dos ciudades, donde po-
drian nacer tantas enemistades, que muriessen
personas sabe Dios quántas.
In. — Decíme, pues, lo que es presto, que se
me haze tarde.
Len. — Es vna de las grandes cosas que aura
oydo en su vida; pero por el padre que l'en-
i^endró, (jue quando por cuitar estos escándalos
no lo quiera hazer, ni emplearse en tan santa
(') En la edición de Milán, cana
k
400
orígenes de la novela
obra, no diga palabra a persona del mundo:
que si yo no supiesse con quién hablo y quánto
pueda ayudar a remediarlo, antes me ¿exara
coser la boca,
Tn. — Quis est quem tibí /ídmn praestare pos-
fti'si^ Seguramente lo podéis dezir. Com'os lla-
máis?
Len. — Tengo (con reuerencia) más nombres
que vn menudo de (*) puerco. Lena Corcuera
(le Cienfuegos, natural de Valuerde, a su man-
dado.
In. — He conocido yo de essos apellidos per-
sonas muy honrradas y en grandes puestos.
Era por ventura vuestro pariente Corcuera,
Maestresala del Conde de la Gomera, que vino
a ser Tesorero del de Oñate y murió Contador
del Marques de Falces?
Len. — Al fin, como hombre de letras, ha sa-
cado en limpio vn parentesco que no le hallará
vna hanega de trigo. No fue menos que her-
mano de mi padre, que fue casado tres vezes, y
a mí me vuo en la segunda, llamada Calidonia
de Cienfuegos.
In. — Copia flores propinquorum. Mucho me
huelgo de tratar con persona de tan buena cas-
ta, y así señora Llena de Cienfuegos, tornemos
ad rem nostram, que aqui quedará todo segu-
ramente enterrado.
Len. — Ha de saber, pues, que vna gran don-
zella... (mire que va en secreto).
In. — Assi lo tomo yo: Tacitum relínquam,
Len. — Prima hermana de la señora Marcia,
instigada del enemigo malo, se huyó de su
casa con vn cauallero.
/n.— Prima hermana de mi señora? Credi-
bile non est. Mira lo que dezis.
Len. — Primissima digo.
In. — Y que se ha huido?
Len. — Huido, y aportado a esta ciudad, que
ni su padre ni deudos no saben d'ella, ni me-
nos de quien la sacó, aunque los andan bus-
cando por mil partes, haciendo grandes dili-
gencias y promessas para hazer crudo estrago
en quantos hallaren culpados; mire qué derra-
mamiento de sangre Be verá y quántos renco-
res, para nunca cesar las enemistades. Ahora
la pobre donzella está, conociendo su error,
arrepentida; dessea meterse en algún monaste-
rio, por medio de la señora su prima, y que
aquel cauallero se buelua a su casa a dar mues-
tra de sí, para que no se entienda auerla él sa-
cado. Y esto no se podría venir a saber sino
por boca de V. m.
In, — Ya os he dicho que n'os os dé pena
esso, porque yo hago las cosas debaxo de las
faldas.
Len, — Tanto que mejor. Podrasse dezir qué
(I) Da se lee en el original.
ella, por huir de las vanidades del mundo, se
vino de su motivo al olor de la santidad (^) de
las monjas d'esta ciudad.
In. — Rede projecto. Consilium milii tuum
probatur.
Len. — Prouado? Si V. m. la viesse, tendría
más lastima d'ella, porque es vna rosa de diez
y seis años, aunque ahora está tan marchita y
afligida, que parece vna santica.
In. — Pues qu'es lo que yo podré hazer por
ella a vuestro parescer?
Len. — Qué? No menos que darla la vida.
In. — Luego es muerta?
Len. — Poco menos.
In. — D'esa manera poco haré yo en resuci-
tar los biuos; mas vengamos al modo.
Len. — A esso voy. La cuitadita. informada
de algunas personas espirituales, que (por su
virtud) la han dicho ser yo la que deuria, ha
hecho confianza de mis tocas, rogándome que
Ueue o embie a la señora Marcia vna carta en
la qual se la descubre y quenta B por B y C
por C el caso, pidiéndola consejo y socorro en
su tribulación. Y pues V. m. dize que yo no
la puedo hablar, si quisiere encargarse de hazer-
la esta buena obra C'^), aqui la traigo.
In. — Pietalem exerce. Dádmela, hermana
mia, que yo lo haré de muy buena gana, que
cierto la obra es santissima.
Len. — No querria que nos vuiesse visto aquel
enemigo de su amo.
In. — No tengáis miedo, que nunca sale de
casa si yo no quedo en ella.
Len. — Si la señora después de auerla conta-
do el caso estuuiesse dura, diziendo no tener
parienta fuera de aqui (porque como son per-
sonas de calidad no quieren a las vezes, por su
lionrra, acetar lo que les parece vergon90SSo),
digala que bien se puede fiar de nosotros; y
acuérdese de que la primera cosa que la ha de
dezir sea que la dueña a quien su marido trató
tan mal le ha dicho todo esto y dado essa carta,
que creo bastará por su mucha bondad.
In. — Praestaho quod a te mandatum est li-
bentissime. Y vso del superlatiuo para daros a
entender con quántas veras haré lo que m'en-
oomendais; y porque, a mi parecer, in hoc tota
res agitur, quiero boluerme a casa a ver si lo
podré poner luego en execucion.
Len. — Los truenos y demoniaciones le acom-
pañen.
In. — Ellos vayan en vuestra guardia.
Len.— Es posible que haga la Natura los
hombres y que no se acuerde más d'ellos? No
uerá este peda90 de carne con ojos vn cuerno en
una barreña de leche. Bien aya la burra que acá
(') Sentidad en el original.
(2) Ibid, obre.
LA LENA
401
le traxo, y qué bueno es el hombre; ya no podía
sufrir más la risa. Gentil centinela para un an-
tecuco como su amo; bueno se le va poniendo
el cimero. Lena, Lena, tú si que te puedes
sola llamar nata y flor de las mujeres del arte
y aun de los doctores de Valladolid, pues has
sabido inuentar de repente tan estreinada con-
seja, y tan a punto y bien colorarla; mas tengo
vna lengua que corta y cose; pero contra vn
celoso que no sale a cuento? Al fin los maes-
tros hazen bien las cosas. Quiero con tan buen
pie boluerme a mi casa, que tengo el mal del
lobo en el cuerpo, y después yre a buscar al
señor Damasio, que no serán de oy más passos
perdidos. Amen,
SCENA II
Aries, Ramiro.
|.lr. |. — Pareceme que es ya tiempo de yr a
hablar a my yerno: holgarme ya (') mucho de
acertar a dar gusto a la señora Violante, que
cierto no he visto muger que más me hincha
el ojo, ni que con tanta gracia diga su ra/.on.
Cómo me venis, Ramiro (en buena fé), a pro-
posito. (Sale Ramiro.)
Ilam. — Tendria a buena dicha que se ot're-
ciesse en qué poder seruir a V. m. Si soy bue-
no para alguna cosa, aquí estoy como de cera.
Ar. — Sois bonissimo para todo. Ahora voy a
tratar con Gemino lo que mi señora Violante
me mandó.
Ram.~Y. va. haze como quien es.
.■17-. — Todos somos obligados a seruir a se-
mejantes personas.
Iiam.--X piensa V. m, hazer algo?
Ar. — Espero que sí. Mas dezíme (por vida
mia), cómo tenéis tanta amistad con ella? A fé
i[ue os tengo embidia.
Rain. — He sido todo de su marido y lo
mesmo soy ahora de sus hijos, que puedo dezir
auerlos criado; y assi tengo aquella casa siem-
pre abierta para cuanto d'ella he menester.
Ar. — (Jierto que la dama es digna de ser
amada de todo el mundo, y si yo por vuestro
medio pudiesse entraren su gracia y aleancar
algún l'auor, sé de quánto prouecho os seria.
Rain. — Cómo fauor? No se piense tal cosa,
que se le haze muy gran agrauio. Si me dixes-
se V. ni. que se casarla con ella, entonces seria
otra cosa, y por ay llenármela. Mas cómo, se-
ñor, es possible oluidar tan presto la defunta?
Bien dizen qu'el dolor de muger muerta dura
hasta la puerta.
Ar. — No sabéis lo que dixo Hippouactc,
que de vn casamiento no se pueden esperar
(') Es decir, la.
ORÍGENES DE LA NOVELA.
sino dos dias buenos: el de las bodas y el de la
muerte de la muger?
Rain.— También dizen ellas que no ay dia
malo sin marido.
Ar. — Dexemos esso, como quiera que sea;
dald'vn tiento: qu<' sabemos? Podéis perder
mas que las palabras?
Rain. — Vna palabra inquieta toda vna vida;
y assi no seria pequeño daño si (como me po-
dría succeder) las perdiesse con el pellejo para
siempre: pues viniendo a oydos de sus hijos,
m'euibiarian a poner tienda al otro mundo,
donde nunca he podido saber la ganancia que
tienen los harneros, que entiendo andan todos
chamuscados.
.I/-.— Bien lo podéis hazer diestramente,
que para todo tenéis abilidad.
Ram. — Aqui sale a punto d señor Ceruino.
.4?-. — Anda en buen'hora, y mira que no
me oluideis.
Nain. — 'No haré otra cosa.
SCENA III
Crruino, Arirs.
[Cer.]. — Señor, adonde en hora buena tan
temprano?
Ar. — A tratar con V. m. vn negocio que
nos importa mucho.
(Jer. — Maiidárame (}) V. m. llamar, que yo
le vuiera escusado este trabajo.
Ar, — Desseaua también ver a mi hija; pero
luego yremos, que lo hemos de auer a solas.
Cer. — Como V. m. mandare.
Ar. — Dizen, señor Ceruino (y es assij, qud
([ue nos quiere por parientes nos honrra, por-
que no queriendo dezir otra cosa emparentar
que hazerse pares, quien procura ser par nues-
tro presupone que nosotros somos mejores que
él; porcpie, naturalmente, cada vno apetece y
pretende su aumento, ó verdadero o aparente.
La señora Violante de Calirera, muger que
fué de Satyron Curuca, ha venido a mi casa a
rogarme que proponga á \'. m. matrimonio en-
tre Macias (q'es el menor de dos hijos que
tiene) y la señora Cassandra. Va sabemos que
los Curucas y Cabreras son de las casas más
antiguas de España, y que su calidad y hazien-
da son de las mejores d'esta ciudad. El (a más
(le dessearlo nuicho, por estar en estremo en-
amorado de las buenas partes de la donzella)
tiene vna mejorado su padre de mucha impor-
tancia; es bien diciplinado y virtuoso (que no
importa menos que el ser bien nascido), y así
soy de parecer que se deue abracar el partido.
(!er. — No se puede negar lo que \'. m. dize
(') Kii el original. ilmuUimme.
-111.— -20
402
ORÍGENES DE LA NOVELA
(iiunque seso, diñen > y bondad no es siempre
verdad). Pero dos cosas no me agradan: la
rna, que diziendose que se la he dado (si se la
diesse) sabiendo que estaña enamorado della
(que antes de ahora me ha zurriado en las ore-
jas) seria dar a entender que mi hija vuiosse he-
cho algnna liuiandad por la qual me fuesse
for90sso casarla con él; que a mi parecer es ne-
gocio de gran consideración. Y la otra es, que
yo (por hablar claro) no querria que su herma-
no, con esta ocasión, entrando en mi casa, in-
tentasse qué sé yo de Marcia; que es muy pro-
prio de los que binen a costa de la comunidad.
ylr.— Essas son dos friuolissiraas razones;
antes muy viles escusas. Quanto a la primera,
la verdad tiene siempre su lugar; y quanto a
la segunda, digo que es gran vajeza pensar tal
cosa, que deue de proceder de tener poco cré-
dito de vna muger tan principal y virtuo.'-a
como mi hija, cuya bondades bien conocida en
esta ciudad, y crea que me pessará mucho si
perseuera en sus estremos.
Cer. — Está bien, señor, yo pensaré en ello y
responderé a V. m. con breuedad.
^1/-. — Dexesse de buscar el pelo en el hueuo;
yo soy de parecer que se acete el partido y que
tratemos quanto antes de las capitulaciones.
Entrémonos a ver a Marcia.
Cer. — Malas laucadas.
SCENA Tin
C o R N E L 1 o , Magias.
I Cor.]. — Crea V. m. que perdemos tiempo,
porque estoy informado de vno que ha seruido
en casa más de vn año, que no la dexa ver
ventana sino por labileos, y si sale de casa, de
manera que a penas se le pueden ver los ojos.
Lo demás del tiempo está tan pressa, como si
vuiesse hecho algún maleficio.
Mac — Vamos, que con todo csso, quiero
imitar al elefante, que no pudiendo nadar se
contenta con pasearse a la orilla del rio; porque
ver las paredes que guardan mi preciosso tesoro
me será como refrescarme en 1 ardiente sed
que por verla padezco, y consuelo para los ojos
corporales (embidiossos de los d' el entendimien
.to) que con mi gran daño la v"en siempre.
Cor — No puede, señor, vno ser buen criado
y adulador; quiere V. m. que le diga lo que
entiendo?
Mac. — Di loque quisieres.
Cor. — Con essa licencia me atreucré a dezir
lo que el filosofo Paiiecio respondió a vn moco
que le preguntó si seria bien que vn sabio fues-
se enamorado: Dexemos estar al sabio, mas lú
y yo, que no lo somos, no nos empeñemos en
cosa tan combatida y violenta, que haze a Irs
liombres esclauos de otros y menos preciados
de sí mesmos.
Mac. — Es muy de sabios predicar las cosas
más como simen que como ellas son.
Cor. — Sea como fuere: yo no persuadi a
V. ui. a salir a espaciarse para andarnos por
aquí, calle arriba y calle abaxo, papando vien-
to, que es vn despropositado deuaneo; el sus-
pirar, ramo de locura; el llorar, locura espresa,
y el demasiado deseo, archilocura.
Mac. — Si amor, o Cornelio, fuese acto uo-
luntario , tendrías razón de reprehenderme;
mas siendo forcosso, la reprehensión es tan in-
discreta como seria dezir a vn enfermo que haze
necedad en morirse. Assi que si quieres ser el
buen criado que dizes, denes atender antes a
seruirmo dándome ayuda que consejo {}).
Cor. — V. m. tome de buena parte quanto le
digo, pues sabe que arriscaré mil vidas \)0v su
seruicio.
Mar. — Procura, pues, buscarme quien sepa
curar de mal de amores, aunque sea (como se
sacan los espiritus) a fuerca de conjuros; y si
no tiene cura, déxame morir del mal que mi es-
trella me ha destinado. Piensas tú que desde
aquel para mi triste dia de las bodas de Cerui-
no (donde mi hermano me lleuó como por fuer-
9a) no antevi todo esto? Cr'e que se me repre-
sentó tan claramente como lo prueuo ahora:
pues viendo entonces las gracias de mi señora
Cassandra, y va quanto podia díteniendo la vis-
ta y escusando el mago acento de su dulcissi-
ma voz. Mas ay, ay de mí, que mal se puede el
hombre esconder de un rayo quando Dios quie-
re herii'le. Es su habla tan melodiossa y de tan
gran efficacia, que sugetaria la más rebelde y
contraria resistencia de amor; adul9aiia la áspe-
ra amargura; attraheria la terca rusticidad; de-
prauaria la santitad; encarcelaría la libertad, y
ablandaría vn cora9on de diamante. No se mos-
tró Siques [}) tan bella al dios Cupido su ami-
go, ni la diosa A'enus al hermoso pastor París
quando ganó la man9ana. De vna sola vez que
acaso me miró, vi salir biuamente de sus díui-
nos ojos vn espíritu de fuego, acompañado de
tan gran potencia, que al punto se apoderó de
mi coracon y me sujetó a esta terrible seruitud
de amor en que me veo; tanto que los sentidos
esteriores, dexando lengua y pulsos sin vida, se
retiraron adentro a darle soccorro; mas no ilu-
diendo en aquel punto y por la mesma vía, em-
biaron al'alma por embaxadora a aquellos ce-
lestiales ojos; y no imaginando qué ]ioder es-
perar, me partí de allí, creyendo que l'alma me
(1) El final de este párrafo se hulla corregido asi en T,l
Celoso: oDeues atender á seruirme. dándome antes ayu-
da que cousejo').
(2) En el original, al margen, Tfiíjclies.
LA LEXA
403
soguiria, mas en su lugar traxe ooiiiigo este
tirano esiiiritu, y dende entonces no tengo nue-
na ninguna d'ella. Mira tú aliora lo que será
de mí.
Cor. —Por menos he yo visto otros en la casa
de los orates.
.\íac. — Qué dizes, hermano Cornelio?
Cor. — Digo, señor, que bien dizen que gran-
de amor es gran dolor. En mí prueuo aliora
que las penas agenas también duelen a quien
las oye. Nunca crev hasta este punto que esta
passion amorosa tiene la virtud de las nominas
que euentan del otro negromante, que hazia
andar en pie cuerpos sin almas. Pero no se han
de comprar lutos a cada canto de mochuelo
que se oye en el tejado. Más estimado es lo que
con más trabajo se alcanca. Veamos en que
para el casamiento, y quando por el camino
que llena no hagamos nada, pareceme que dc-
uemos fundar toda nuestra empressa en Lena y
en el señor Damasio; porquo si la madtastra
continúa el amor que le muestra, el negocio
está en la mano, pues sin duda gustará de que
aya quien tenga contenta a la señora Cassan-
dra, que sabe ya lo que passa y deue estar con
más ansias que Ero; porque en el imjjerio
de Cupido los desseos, penas y deleites son
iguales.
Mar. — Tras las grandes esperancas está el
dest'S[ierar. Al buen consolador, amigo, no le
duele la cabe9a; ruega a Dios que se etíetue el
casamiento, que qualquiera otra cosa es hazer
torres en el viento.
Cor. — Por qué, señor?
.^íac. — Porque tengo por impossible que
aquella señora, siendo quien es y recien casada,
comience tan presto a agrauiar al marido. Ni
quando (dexaudo esto aparte) quisiesse, no sé si
podria hazerlo.
Cor. — No ha oydo dezir V. m. que donde ay
mugeres ay modo? Quiera ella, que fácilmente
le hallará; porque todas en esta materia son
doctas, y ella (a buen seguro) no alcanza me-
nos que otra quanto es menester. Piensa Y. m.
que se lo hará muy dificultoso engañar al ma-
rido? Es (por ventura) Gemino más qae vn
hombre?
Mac. — Y parécete poco si lo es?
Cor. — Poquissimo, porque las mugeres son
de la piel del diablo, y la más simple d'ellas
engañará a vn colegio de Catones. Y en vn si-
glo tan sabio, qué comodidad no es suficiente?
Quanto mas, teniendo dentro de casa la mejor
tercera que podríamos dessear.
Mac. — Tercera en casa! Cómo nunca me has
dicho tal cosa? Podénionos fiar d'ella?
Cor. — Sin ninguna duda,
^íac. — Dime presto quién es, que me has
buelto l'alma al cuerpo.
Cor. — Lnego no estaña tan lejos como pen-
saua.
Mac. — Basta que reside más donde ama.
(Jor. — También tengo yo mi rato de me-
lancolia; pero siempre me estoy entero como
mi madre me parió, y si pensasse que por amar
me auia de faltar vn pelo, desde ahora tocaria
caxa contr'amor y sus sequaces.
Mac. — No me quiebres la cabera; di si quie-
res quién es aquella persona.
Cor. — Es la desconfian9a, que es el todo en
aquella casa.
Mac. — La desconfianza? Según esso, quieres
que desconfiando me dessespere?
Cor. — No me passa por pensamiento.
Mac. — Declárate, pues, que no te entendería
Séneca.
Cor. — No sabe V. m. que no ay leona ni
tigre, a quien ayan (piitado los hijos, como es
vna muger ofendida de desconíian^a? No hay
cosa por que más presto se haga enemiga d'el
marido: y esta señora me dizen que lo está en
gran manera, y asi deue de tener más desseo de
vengarse que quien la busca.
Mac.~- Quando las ancoras están firmes, no
íalta consuelo presente, ni esperanza de loque
está por venir. Boluamoiios a casa, que esas
son consideraciones a la ventura.
Cor, — No ay dia sin noche. No nos quexe-
mos tan presto del amor, que por ventura será
más benigno de lo que pensamos; y sus truc-
tos, quanto en su flor son más amargos, tanto
son más dulces quando maduros, y en teniendo
sa9on, de fuerza han de caer. Paciencia, señor,
quel tiempo es enemigo de los que sin él se
apressuran: él como buen consejero lo dirá, y
mientras no se puede golopear, trotemos.
.SCENA V
Inocencio, Lena.
[/«.]. — Crauem cu rain susce/n'. Donde ha-
llarla yo ahora aquella buena muger? que sin
duda lo es, según sus earitatiuos passos. Gran
descuido ha sido no preguntarla adonde mora.
Anceps mide sinn. Auré <le buscarla por essos
ospitales de donde nunca sale, aunque más
acude, según me dixo, a la Concepción: al I i
pienso hallarla.
Jyen. — Ce, ce, ce, señor Li<;enciad<), algún
buen espíritu le trae siemi)re a dond es dessea-
do. En este punto, estando cogiendo vnos ])a-
ños, que por mi deuocion he lanado, del ospital
de Esgueua, me vino vn mensage de aquella
señora diziendo que dessea mucho saber el re-
cado que he dado a su carta, y si puede espe-
rar buen suceso de su negocio. Y asi, diziendo
404
orígenes de la novela
quien dexa caridad por caridad no peca, lo dexé
todo y sali a buscar a V. m.
/tí. — Fue mi ventara echar por esta callo,
viéndome perplexo por no saber adonde os po-
dría hallar; que soy tan corto, que aún no sé
vuestra casa.
Len. — No me corro yo poco d'esso, y asi
quiero que la sepa en todo caso; que para per-
sonas tales la tengo siempre abierta. Sabe, hijo
mió, la casa de los locos, que llaman Orates?
In. — No sé otra cosa.
Len. — Pues pared en medio de un oficial
de tinteros, peines, calcadores, mangos, lauter-
nas, peon9as y macetas de sellos es mi pobre
abitacion, a su mandado.
In. — Con tantas y tan buenas señas, no po-
dré errar ya; huelgo mucho de saberla.
Len. — Tenemos algo con que poder conso-
lar los tristes?
In. (}). — Ya he dado la carta a mi señora;
leyóla delante de mí, y según lo que pude cole-
gir, entiendo auerla pesado mucho d'el mal su-
ceso de la prima.
Len. — De manei'a que entendió V. m. lo
que dezia la carta?
In. — Las palabras no, porque leia para sí;
digolo por auer visto que mudó de color suspi-
rando, aunque lo queria dissimular.
Len. — Qué piensa qu'es el amor de la san-
gre? Dezia mi buen marido (que era vna per-
sona entendida) que la sangre se muda fácil-
mente en agua.
In. — O, qu'escogida sentencia! boluemela a
dezir (por amor de mí) que la quiero encomen-
dar a la memoria para no menester.
Len. — Que Tagua se muda presto en san-
gre.
In. — Y como ques ello assi; y de ay proce-
den las alteraciones y desmayos, que llaman
mal decoraron. Nunca os ha tocado algo d esto?
Len. — No ha anido muger que más presto
se alterasse que yo; mayormente en mis preña-
dos, que he sido en estremo antojadiza.
In. — Al fin el entendimiento del hombre se
sustenta aprendiendo. Compra la buena doc-
trina, y no la vendas, porque no tiene precio.
Preguntóme quién me auia dado la carta. Di-
xesselo puntualmente (como me aduertistes) y
luego medio turuada me mandó salir diziendo:
yo responderé, que no puedo ahora porque ven-
drá mi marido.
Len. — Y halo hecho?
In. — De otras empresas más arduas he yo
salido con honrra. lacta sunt a nobis fundamen-
ta rei. Vei8 aqui la respuesta.
Len. — El Rey le dé, assi como me la da V. m.,
(' ) Lena dice equivocadamente en el texto que segui-
mos La misma en-ata se halla en el de El Celoso.
vna Presidencia, que más de quatro Presiden-
tes ay que no saben tantos latines.
In. — !No perderiades vos nada en ello; pero
Bonae artes honore vacant. Mandóme mi se-
ñora que os rogasse que consoléis y deis ánimo
a aquella persona do su pirte, diziendola (jue
su merced lo remediará todo muy presto.
Len. — Bina mil años tan buena criatura, per-
fecta y noble señora.
In. — Yo me voy, que es ya tiempo; si fuere
menester otra cosa, auisámelo, que n'os faltaré;
y el Señor os dé salud para que por vuestro
medio se hagan muchas obras semejantes, que
cierto Hoc tuo facto laudahuntur omnes.
(Entrase Inocencio.)
Len. — Nunca él le falta. Sin duda que me
deue de tener este por la segunda Puta vieja
latin sabéis, pues me jeringon(?a la mayor par-
te de lo que habla. A buen seguro que aura la
maestra escrito en esta carta mil petrarquerias;
porque (según me ha dicho l'ama que la crió)
sabe quanto ay en Amadis, que no hay más
que dezir. Pues el señor Damasio, que ha poco
que vino del estudio con las botas llenas de
latin, responderá a las mil marauillas y aura
entr'ellos vn passatiempo del otro mundo; y a
mí no me faltará contento, pues he de ser re-
pagada del entonar estos órganos.
SCENA VI
Aries, Ramiro, Vigamox.
[Jr.]. — Vigamon!
Vig. — Señor.
Ar. — Qué hora es?
Vig. — Las nueue darán, si no han dado.
Ar. — Mas pensé que se lo auian de oluidar al
relox en la faltriquera. Veme a llamar a Ramiro
presto; dile que venga a hablarme, que tengo
con él vn negocio de importancia (•).
Vig. —Iré a su casa o a la pla9a?
Ar.- Más cierto será hallarle en la tienda;
mas por sí o por no, vete por la placa, que pr-
dria ser hallarle en l'acera de S. Francisco re-
cogiendo nueuas que contar a sus de^cansalen-
guas. No es el que alli va?
Vig. — El mesmo; Ramiro, ¡a Ramiro! no
oys? Ramiro, espera con la maldición.
Ram. — Essa te Ilueua a cuestas; qué gentil
cr¡an9a do patán!
Ar. — Espera, hermano Ramiro: parece que
no queréis oyr; dónde vais tan negociado?
Ram. — Ando por mudar de casa, y asi voy
depriessa a buscar al dueño de vna que me ven-
drá a proposito, y quiero acudir con tiempo,
(*) El diálogo está mal dividido en la edición de Mi-
lán. Le restituímos coníonneal texto de Kl Celoso.
L\ r.ENA
•105
antes que otro uie gane por la mano, que an-
dan machos golossos por ella; V. ni. u]^ per-
done si no me detengo.
A?-. — Espera \ n poco, por amor de mí. Aneis
visto más a mi señora Violante?
Jiam. — Señor, no.
Ar. — Ya he tratado con mi yerno de aquel
negocio que sabéis.
Ikun.- Sea muy en hora buena. \'. m. me
dé licencia, que no me puedo rascar la cabera.
Ar. — Veamonos.
¡iam. (solo). — Como me desocupe. Ilene-
gá de viejo que no adeuina; en etfeto, a este
se le ha entrado de rondón la sensualidad en
el cuerpo. Mira, por amor de mí, qué seca lla-
mada: querría él ahora que yo tomasse el pulso
al gato; mejor le arrastren; no linria semejante
vajeza si me diesse quanto tiene. Es :i({uella
señora una bendita, y quando no lo fuesse, me-
nos lo haria; porque, fuera de ser oficio de rui-
nes hombres, está de por medio aquel desen-
nainador de Damasio su hijo, que trae el seso
(como los cangrejos) en la escarcela; no que-
rría darle ocasión para que me matasse y que
después, entendiendo el por qué, dixesse toda
la ciudad entonces: benditas sean manos que
tal hizieron. Si quisiere ha/.erse la barua, labar-
sela he con mil aguas de olores; si sangrarse,
hasta que no le quede gota en el cuerpo m"em-
plearé en su seruicio de mil amores; pero alca-
huete yo, no es cosa. Es lo bueno, que quando
yo pudiesse ponerlos a bra90 partido, le tendría
por la misma castidad; porque quando más vn
viejo presume hazer del valiente, es para per-
der antes con antes el pellejo. Mas dexado esto
aparte, qué cosa es ver vn venerable anciano ({ue
pone en punto de aguja seso, honrra, hazien-
da y vida a discreción de vna flaca muger? Qué
pensamientos le acompañarán, quando después
de auer sido marido treinta años, se ve a pique
de andar su honrra por los cantones, mostrado
con el dedo, hecho passatiempo y tabula del
pueblo, sin poderse librar del mercado que se
haze en nuestras tiendas? Mas quién no mofa-
rla de ver derramar lo que con tanta tenacidad
se ha escasseado toda la vida, conociendo su
impotencia, con quien presume que le [)uede
renouar y hazer un Sainpson (sin copete) a
fuerza de sus enuaimientos y filtros amorossos,
de los quales nos libre Dios, y a estos caxqui-
uanos, tocados de la mesma yerna?
SCENA Vil
CoRNELio, Magias, Damasio.
\Cor.'\. — Quién'pudiesseadeuinar en qué casa
aura entrado a sembrar cuernos Tastutissima
' Lena! deue de estar emboscada, pues no la po-
demos descubrir en tantas horas.
Mac. — Va en mi poca ventura, para que aca-
be de abrasarme sin ningún remedio.
Cor. — No se congoxe V. m , que ella se nos
pondrá presto delante; y quando no se cate, le
hará ver la luna en el pozo.
JAar. — En ventura el cuidado duerme y re-
posa; mas triste d'el que no sabe en (juántas
brabas de agua se halla, teniendo Taima coliga-
da de vn hilo, sin ver dónd'está asido. A lo
menos, supiessemos de otra que me pudiese dar
alí^un remedio, para que mi fantasía, preñada
de vano desseo, muriesse o abortasse.
Cor. — Resistir las pasiones viene de varonil
esfuerzo, y a los cora9ones tlacos les falta en
las aflicciones mayores.
M(ic. — Dichoso se puede llamar en esta vida
el que tiene dolor que se puede resistir.
Cor. — El enojo mata ((uien no lestima. En
vna noche nasce vn hongo: haga V. m. ánimo
de león, (|ue con ser el mío de oueja, me basta
para hazer (jue su fantasía haga presto treze
ni jos varones.
Mac. — Está bien; yo veré lo (jue hazes.
Cor. — Verá que soy como la higuera, que
da fru(;to y no haze flor.
^íac. — Con todo esso, temo no seas antes co-
mo la lechuza, que tiene mucha pluma y poca
carne.
Cor. — Esta carne nos destruye.
Mac. — Estaría en casa Lena quando díxo
aquel (jue auía salido?
Cor. — Si vuicra ydo solo algún pobreto
como yo, no fuera mucho negarla; mas viendo
essa presencia de emperador (considerando el
prouecho), se la (juitara de los bracos para
dársela: qu'estos rufianes siempre hazen de se-
mejantes viejas muías <le alcpiiler; y porque no
se pierda viaje, quando ellas caminan los de-
xan (como tablilla) en casa para entretener con
palabras a los que vinieren (Sale Damasio),
Allí veo al señor Damasio, y a mi parecer ale-
gre; deue (le traernos algo de bueno.
Darti. — De donde vienen los vagai)undos?
.\fac. — De buscar a Lena, que nos trae per-
didos.
Dam. — No sois buenos podencos.
^íac. — Vos, hermano, tenéis tanta ventura,
que si intentassedes bolar saldriades con ello.
Dam. — En esU' punto se acaba de yr, auien-
dome recreado el coraron con agua de angeles.
Mac. — Para vos es el mundo; dadnos algu-
na buena nueua.
Dam. — Y tal como la que y'os traigo. Veis
aquí la respuesta de mí carta.
Mac. — Es posible? Mostrá, por vida de
cjuien la embía; dexáme l'er, que me aueis re-
sucitado.
406
orígenes de la novela
/)arw.— No se clan semejantes cosas en otnis
manos.
}[ac. — A mí, que soy vuestro hermano y
secretario, no se me ha ¿'esconder nada.
Darn. — Ay pocos renglones.
Mac. — Pocos o muchos, l'edlos ya si me
(juereis bien.
Dam — No puede alargarse, })or qu'está con
mucho recelo de su marido.
i¥flf.— Al fin ha escrito?
Da7n. — Quatro renglones.
Cor. — Mucho se puede dezir en pucos; y si
esta vez ha tenido tiempo para escriuir quatro,
la segunda será de ocho, la tercera de diez y
seis y la quarta ya de ucncida (estando más
assegurada) será viniendo a los pactos, porque
deue (a lo que sospecho) de andar bien cerca
de rendirse.
Jiíac. — Ea, acabemos ya, que y'os prometo
que deue de ser bonissima, según la vendéis cara.
Da?)!. — Ahora quitaos los sombreros, hin-
caos de rodillas, y sin pestañear, estad atentos.
Donde vas tú, desalumbrado? (Haze que se va
Cornelio) .
Cor. — Voy por vn par de candelas, para que
se lea la epístola con todas sus ceremonias.
Dam. — Escucha, loco.
No tengo (Esperan(;a mia) ingenio ni tiem-
po para agradecer con palabras dignas el amor
que V. m. en su dulcissima carta signiíica te-
nerme, ni el contento y satisfacion con que
quedo de mi dichosa suerte, por tenerme
est'enemigo con tanta tiranía y recato, qu'es
marauilla auer podido tomarla pluma; y assi
(desseadissimo bien mió) diré cortamente, que
Taficion con que le correspondo es tan grande
quan pequeña la comodidad para podérsela mos-
trar con las obras y breuedad que desseo. A que
iu'esror9are por todos los medios possibles. En-
tre tanto, note bien alguna persona de contianca
lo que saliere cantando mi pagezillo: que d'esta
manera yré dando aniso de mis pensamientos
a quien será siempr'el vnieo subjecto d'ellos; en
cuya memoria me encomiendo.
No te parece, Cornelio, qu'es carta digna de
vna reuerencial atención?
Cor. — Y avn porque lo sospechaua, y estar
más deuotamente, qneria yo encender candelas
a Piedegrulla.
Mac, - Ahora conozco ser verdad lo que las
raugeres dizen: que no es amor el que presto
no corresponde, y assi el d'esta dama es (sin
duda) plusquamperfecto.
Dam. — Todas las deudas reciben recoaipen-
sa de diuersas maneras, sino ésta, que no se
puede pagar sino con el mesmo amor.
Cor. — V. m. será pagado alómenos en gen-
til moneda. Qué le parece a V. m., señor Ma-
clas? No me concederá ahora que quien sabe
escriuir esto sabrá también ponerlo por obra, y
contentar a quien teme ahogarse en vn palmo
de" agua?
Mac, — No cantemos triunfo antes de la vic-
toria.
J)am.~ l>ien has entendido, Cornelio, el ani-
so; a ti toca ahora estar alerta, para que quan-
do el page saliere de casa entiendas bien sin
perder vn acento lo que cantare. Llena contigo
vn librillo de memoria y alguna niñería que
darle, porque te lo diga y dexe escriuir.
Cor. — Ño perderé punto.
Dam.— Más contentos podemos yr ahora a
saber la respuesta que aura dado vuestro sue-
gro a su suegro.
Mac. — Buena o mala, a lo menos vuestro
negocio va en popa.
J)am. — Dezí nuestro, pues es camino infali-
ble para llegar a lo que tanto desseais. Fuera
melancolía, la libertad se nos restituye, y no
aura Historia que haga mención de más dicho-
sos amantes.
Cor. — Oxala, y después a la mañana con
cien moros peleasse. La priessa que se dan las
mugeres al mal.
SCENA VIH
Aries, Vigamon, Policena, Eamiro.
[/!/■.]. — Vigamon, Vigamon, a Villanchón;
donde está este animalazo?
Vig. — Aqui estoy, señor.
Ar. — No oyes, porque duermes más que vn
lirón; no tienes verguenca?
Vig. — Por Dios, señor, poca cuando estoy
traspuesto. Verguenca es andar salteando ca-
minos, mas el dormir no daña a otros y apro-
uecha al que duerme.
Ar. — Kazon de tu aljaba; basta que te ha-
zes donosso entremanos, vente comigo. Llama
allí.
Vig. — Ta, ta, ta.
Pol. — Quién est'ay?
Vig.— Quién manda V. m. que diga?
Ar.— Pregunta si está en casa Ramiro.
Vig. —Está en casa el señor Ramiro?
Pol. — Quién le busca?
Ar. — Yo le quiero hablar.
Pol. — En este punto acaba de salir: no puc-
d'estar vn tiro de piedra.
Ar, — Corre, dile que Tcstoy esperando. No
pensé que tenia Ramiro hija tan hermosa.
Pol. — No lo soy poco para quien bien me
quiere.
Ar. — Queda sola en casa?
LA l.EXA
107
Ful. — Más de lo que yo qiiorria. l'or qué
lo pregunta \'. uj.?
Av.—Vov entrar a hablarla de más cerca.
Abra, nii alma, la puerta.
Pol. — Ay gracia como esta.' ya no ay viejos
en el mundo. Espere vn poco, que mi padre le
meterá en casa, alli viene. ( Apartasse Víijk-
1110)1 ) .
Ar. — Vengáis en buen'liora, amigo Ramiro;
t'staua preguntando a vuestra hija si es cómo-
da esta casa, que me parece bueno el puesto.
Pol. — Ay embustero como éste? No le crea,
padre, que ha querido entrar, reciuebrandonic
como si fuera de veint'v cinco años.
Itam. — Calla, picotera, qu'eres vna chorlita
sin juizio.
,1/-, — Queria entrar a esperaros en tasa; fue-
ra mal hecho.'
Ram.~ Y. m. es señor de quanto yo tengo,
y como tal puede entrar y salir quando fuere
seruido.
Pul. — Quién oye a mi piadre.' y después l'es-
l)anta su mesaia sombra, y el menor viento que
se mucuo en casa. Mal lograda uie coma la
tierra si por sólo esso negare de oy más la en-
tiada, venga quien quisiere.
Ram. — No lo digo por tanto, bachillera; no
suba yo allá. Ha visto V. m. la colera de la
rapaza? es pintiparada la madre que la pari(');
pero tras esso, la honestidad del mundo.
-Ir. — Bien se le parece. Vamonos passcan-
do vn poco, que tengo que deziros.
A*awi.— Puedo seruir en algo a \. m..'
Ar. — Ya vos sabéis en qué me podriades
liazer amistad, y no aueis queriilo; mas (juiero
que queráis en todo caso.
/i'a//í.— T<xlauia está Y. m. en aipiel propo-
sito.'
Ar. — V no puedo hazer menos. Ya sabéis.
Ramiro, quánto dessea mi señora Violante con-
tentar a Macias su hijo, qu'está perdido de amo-
res por Cassandra, hija de mi yerno; y está en
mi mano darle la donzella en las suyas, o des-
ahuciarle. Y assi tengo por cierto que si la
dais a entender esto, se resoluerá de fauorecer-
lue como desseo.
Itain. — Es posible que Ramiro Coruato aya
oído déla boca de Catón semejante cosa.' No
(quisiera por quanto tengo que vuiera llegado a
mi noticia. Aunque creo qu'es por prouarme. o
no conocer bien a aquella señora.
Ar. — Querría conocerla mejor.
Rain.~ Pues si dexa de saber algo, yo se lo
diré a V. m. de P a pa: es visnieta de don Al-
uar, nieta de don Beltran e hija de Rodrigo de
Cabrera el bueno. De parte de madre, es...
^Ir. — No me sé dar a entender: digo que la
querría conocer de más cerca.
Ram. — Y yo respondo a esso que no soy
bueno para tal effeto, porque nunca lia anido
traidores ni alcahuetes en mi linage.
Ar. — A fe que os tenia por más amigo.
Rain. — No tiene V. ni. mayor seruidor para
qualquiera otra cosa. Dé vn tiento a Cornelio,
criado de sus hijos, que me parece a proposito
para semejantes embaxadas, y podria ser (|Ue
acetasse la empresa; mas por descargo de mí
conciencia digo que tampoco él no hará nada.
Ar. — Ahora bien, paciencia. Con todo esso,
(|UÍero yr a referirla lo que con Ceruino he
tratado.
Rain.— .Vnda V. m. en contratos con ella y
busca otros medios tan flacos?
.1/-, — Y avn por esso he menester tercero
que nos concierte.
Riim. — y . m. con su nuicha prudencia y
auctoridad lo podrá guiar todo, de manera que
llegue al puerto desseado.
,1/-. — Pues auiendome fiado de vos. no me
queréis dar este contento, muera esto aquí. Y
mira bien (|ue no hagáis lo ([ue suelen los de
vuestr'oficio; que son todos orejas y lenguas,
l)orque nos pessaria a amitos d'ello.
Ram. — Ya \ . m. me conoce.
Ar. — Vigamon!
Vig. — Señor.
Ar. — Ve a casa de mí señora Violante de
Cabrera, sabe si la podré besar las manos.
(Solo.) No soñaua el que pintó niño a Cu-
pido, porque propriamente el amar es de los
mo^os. Ahora acabo d'entender ([ue la jtru-
dencia y el amor no pueden estar juntos, por-
que contra este tirano no vale edad, seso ni
grauedad, pues donde haze pie no dexa su fu-
ror, sino con el acadou y la pala, cuyo plazer
se acaba en vn punto, y la vergum^a a'-om-
pañada de vn frío arrepentimiento dura para
siempre. Vanas esperan9as, daños más que
ciertos, cortas alegrías, pessares perpetuos,
dulzores contrahechos, confitados en penosa
amargura; liga donde caen los desdichados,
cruel y desesperada enfermedad, afistolada
llaga, eterno daño, passíon que enloda al moco
\ anega al viejo, y fin que deuora y consuD)e
todo bien, con suspiros que ínqtortunan lo poco
(jue nos (pieda de tan miserable vida. Cono-
ciendo yo esto, he intentado ha/.er comigo como
los médicos, que (piando pierden la esperanca
de la salud del enfermo, estudian solamente
en dar alíuío a su pena, al mal de dentro y
apostema escondida, aplicando epithinuis y fo-
mentos, con qu'el dolor menos le fatigue. Mas
es (o gran vergüenza de mis años) echar leña
al fuego en que me aliraso, pues en lugar de
diminuir mi penosso cuidado, va por momentos
creciendo. Pero qué marauilla, pues Sócrates,
hablando de vn subiecto amoroso, dize que es-
tando viendo vn libro con vna donzella, es-
408
orígenes de
palda cou espalda, llegando su •:abe9a a la
a ella, sintió en aquel punto vna puntada en vn
lado, como picada de araña, que cinco dias des-
pués, ormigueando, le llegó al coraron vna co-
medón continua. Mas a nü diré yo auerme mor-
dido el ardiente apetito, que, sin sentir, se lia
apoderado de mis entrañas, o la sangre feniinil
que sin defensa, con el dulce mouimiento de su
vista, meassaltó; tirando inuisible sangre, que
; 1 punto se m'entró, por los ojos, en las venas,
y no consintiéndome tocarla, queriéndose bol-
uer por donde vino, me haze seguir por fuerca
a quien podria sacarme de pena. Mas por ser
mi sangre tan espessa _v fria, no puede pene-
trar por aquellos diuinos ojos a mezclarse con
la suya, purissima, sutil y dulce: de donde a
más no poder nasce el desseo que me deseca y
consume, de transformarme en ella. Heu patior
telis i'ulnera Jacta me/'s.
(Vuelve Vigamon).
Está en casa?
Vig.—^i-i señor, y esperando a \ . m.
ACTO TERCERO
SCENA I (M
CorNelio, Policena, Bezeriuca (2).
\Cor.\. — Gran contento es seruir a estos
mancebilletes baruiponientes: porque fuera de
que siempre me dan que reyr, son afables y de
prouecho, pues caen liberalmente con lo que
tienen. Acuérdaseme ahora (y es verdad) de lo
que dixo vn cierto poeta o filosofo a un amo
mió, estando en buena ronuersacion, tratando
de amores: que era de opinión ser el amor vn
ramo de profecía ; porque quando vienen aque-
llas frenesias o fantasías al enamorado, acierta
a dezir cosas, que si no lo estuuiesse no las al-
can9aria. Como Maclas, mi amo; que teniendo
la cabera como quando su madre le parió,
quando le toma la tirria o le assalta el acciden-
te d'el amor, le ovo algunas sentencias que des-
pués de passado creo que no las entiende mas
que su cauallo. (Policena a la ventana.) Alli
veo a mi linda Policena: quierola recrear con
vn poco de viento de Laus laudis, qu'es el que
más contenta a las mocas, que siempre quieren
más al que mejor las sabe engañar. Será bien
hazer como que no la he visto.
Pol. — A, buena piecja! a, gentilhombre! Dios
me perdone el testimonio que te leuanto.
Cor. — Perdóname tú, amores, a mi, que no
(') Falta esta indicación en el original, como falta en
la escena primera de todos los actos.
(2) En el original, Bezericca.
LA NOVELA
te auia visto, por vida d'essos ojos, garfios de
coracones.
Pol. — Bien creo yo que no me has visto, y
aun qu'es lo que menos disseas, porque ay
otra que te haze yr traspuesto, pensando en
ella, sin acordarte de mí.
Cor. — Cómo podré acordarme de otra, si
desd'el punto que te vi, mi alma, dexando sus
proprios pensamientos, colocó en su lugar los
de tu persona? la qual no me dexa acordar ni
aun de la mia, tanto, que aun durmiendo, la ima-
ginación para en ti, como aconteció la noche
passada, que soñándome contigo y queriendo
abragarte, me hallé burlado, y assi creo sin
duda que ahora despierto lo soy de ti.
Pol. — No es tiempo de burlas, embuster.i.
Tos, amor y fuego no pueden estar secretos.
Piensas que no sé lo que passa con Florina, la
hija de Mastre Machin el sastre? ay, buena
pieca, quál eres!
Cor. — Quién te ha echado essa pulga en la
oreja, mi alma? Qué Machin? qué sastre? qué
Florina? qué me dizes?
Pol. — Tal prouecho te haga como el aceite
a las sardinas, que si hará, por ser castaña,
que de fuera engaña, y tú buytre, pues dexan-
do lo bueno te abates a lo corruto y hediondo;
mas el mal francés me vengará de ti y de la
señora Coxa.
Cor. — Esso tiene más la pieca? Quien no co-
noce Coxa, de Venus no go^a.
Pol. — Qué dizes entre dientes?
Cor. — Acuerdóme ahora de qu'estando vn
malhechor en la escalera, le presentaron vna
moza perdida coxa, para librarle si se quisiesse
casar cou ella; y al punto que la vio, bolnien-
dose al verdugo, dixo: Hazé presto, hermano,
vuestro oficio, que renquea. Qué hará vn hom-
bre libre como yo? No me buelques el estomago
con esos merdosos celos, pues podria estar an-
tes la mar sin peces que yo sin amarte vn hora:
y qualquiera palabra que enojada me dizes es
un perro rauioso que me arranca las entrañas.
Los arboles, amores, que tienen profundas las
raizes, no se pueden trasplantar como quiera.
No me aparto de ti el espacio de vna vña. Di-
me, por amor de mí, dónde es*á tu padre?
Pol. — Y para qué lo quieres tú saber?
Cor. — Para si no ha de boluer tan presto
entrarme vn rato a desenojarte.
Pol. — Quierome reir sin gana. Ha, ha, ha.
Entrar o qué? No se hizo la gragea para los
puercos: ya, ya! antes te vea yo hazer cuartos.
Cor.— Mejor seria reales, pues soy todo tuyo.
Pol. — Ay, cara de salteador de caminos; no
sé por qué no te tiro algo a essa cabe9a de Hur-
demalas.
Cor. — Perro hambriento, vida, no hace caso
del palo. Quien se quema, se sople. Yo sé que
LA LENA
10í>
de las injurias que me dizes te ([uedará la
pena.
Pol. — Tú, traidor, falso enemigo, sabes que
las mereces peores.
Cor. — A fe de hidalgo que no tienes razón,
v (|ue te hazes agrauio en pensar que ay en esta
tierra otra ninguna por quien yo diesse vn
passo, ni el meno^- pelo que traigo acuestas.
Quanto más que no conozco (por los aúnalos
de Roma) tal hombre, ni mugor; y si hallares
lo contrario, toma esta daga y sácame la len-
gua con olla.
Pol. — Bien lo sabes fingir; mas si primero
no atas, como dizen, el asno a la puerta, ju-
rando de casarte comigu, no te cr'eré si me
dixessos el credo, ni atrauesarás más estos
lumbrales. No, por el siglo de mi madre.
Cor. — Pues tras qué ando yo? Para luego
es tarde: dame acá essa mano. Mas escucha,
amores, que oyó cantar.
Bez. — No (lesmaye'l amante porque vea
Cerrada í<u esperaiira en fuerte muro;
Sea constante y fiel., que si dessea,
Del reciproco amor está seguro.
Piense que tanto más dttlce'l bien sea
(Quanto el camino por do viene es duro:
Que al ánimo resuelto, impedimento
Xo puede auer que sea de momento.
Cor. — Page, a, page!
Bez. — Dozis a mí?
Cor. — Sí, hermano.
Bez, — Hermano? y de qiiando acá.' Deiiois
de ser de aquellos por quien m'embian a mi
sin herreruelo a estas horas.
Cor. — Capeador querrás dozir.
Bez. — Maldita otra cosa.
Cor. — Dios me guarde; ahora a^oo que no
me conoces.
Bez, — Ni vos a mí.
Cor. — Mas que sí?
Bez. — Mas que no? Quien soy yo?
Cor. — Eres el page de la señora mugor del
señor Gemino.
Bez. — Es verdad; mas yo no cayo en vos;
al9á el sombrero.
Cor. — No puedo, qu'esti>y con vn chiclion
en la frente.
Bez. — Pues n"os conozco.
Cor. — No? poco dulce se deue de comer en
tu casa,
Bez. — Poco? No deueis vos tam})oco de co-
nocer a mis amas.
Cor. — Pues cómo es ])0ssible que no se te
acuerde d'el hijo del confitero flamenco, como
entras en la Especieria, a mano izquierda.
Bez. — Confitero sois?
Co7'. — Sí, amigo, a tu mandado. Quién te
ha enseñado tan lindo cantar?
Bez. — Lindo, sí, por cierto. Harto mejor es
la seguidilla que sé yo, mas no quitare mi se-
ñor que la cante en casa, so pena de media do-
zena de otra colación que la vuestra, porque
dize que es desonesta.
Cor, — Y essa, líatela oydo tu amo.'
Bez. — Yo me guardaré d'osso c<inio do oo-
mer solimán; mi señora sí, que mo la lia onse-
ñado y hecho dozir mil vozes.
( 'or. — Quieres me la dexar oscriuir y to daré
vna muy linda pelota?
Jíe:. — Venga.
Cor. — Ves l'aquí.
Bez. — Dádmela.
Cor. — Di primero, qu<' te nic huirás con
olla.
/>e:. — No haré, por vida de mi madro; tone-
me vos de la faldilla.
Cor.— Toma; di, puos, presto.
Bez.- O qué linda pelota, líaseme oluidado.
(■or. — No quorria yo más, para qiu^ fuesses
a casa en cuerpo.
/^ez. — Tras esso andáis: ya os entiendo, tís-
criuí, escriní a priossa. ( Escriue Cometió),
Cor. — No desmayen amante porque vea, etc.
Bez.- Dexái lie ahora.
Cor. — Que me plaze; si nos encontramos
otra vez, yo sé lo que te daré, y más si vas a mi
tienda.
5e5.— Tom'os la palabra.
Cor. — D'acá la mano. Pues somos ya ami-
gos, bien es que nos sepauíos los nombres; có-
mo te llamas?
Be:.- Bezerrica, a vuestro seruicio; y vos?
Cor. — Yo Manso, a tu mandado; no te de-
tengas, amigo.
Bez. — A Dios, Manso.
Cor.— A Dios, Bezerrica. Este mochacho y
yo vendremos presto a hazer vn buey perfecto,
porque no le faltan a su amo sino los cuernos,
que ya me parece se los veo apuntar.
Pol. — Agora que tienes la canción, la liarás
cantar a la puerta de tu Florina.
Cor. — Hallado has el musií^uero; acaba ya,
lio seas boba, ablándate, que fuego no se mata
i'on fuego.
Pol. — Pues para (^ué la has escrito?
Cor. — Para mis amos, que como son músi-
cos, tienen el seso con ventanas y quieren auer
quanto se canta, y assi me embian a media no-
che a ca^a de sonetos.
Pol. — Dime lo que has escrito.
Cor.— Cantando?
Pal. — No, porque no l'oyan los vezinos.
Cor. El que os vicsse y no cegasse
Ciego, sonora, seria;
Quien perdido no quedasse
Más perdido quedaria.
Para poder escapar
De cegar o se perder,
410 orígenes de
Es el remedio xíoh ver
O no saberos mirar.
Mas quien assi se librasse
Presso afligido seria:
Y si os viesse y no cegasse
Mal, Policena, veria.
í^l. — Tú me das la raposa por mart¡i y nii'
liazes t-r'or quanto quieres.
Cor. — Pues por que no eres quanto te
quiero?
Fol. — Essas son otras quinientas.
Cor. — Oye, amores, por vida mia, mas yo
boluere a la hora que suelo, si gastas d'ello.
Fol. — Si gusto? En condición me lo pones?
Hazme rauiar esperándote, como sueles.
Cor.— Ya sabes que no soy mió.
Pal. — Pues cuyo eres?
Cor. — De mis amos y tuyo.
Po^— Mió?
Cor. — Assi i'uesses mia, que no ¡¡ucdo lla-
mar assi vu cuerpo priuado de aticion.
Fol. — l'roquemos.
Cor. — Esso no, mi alma; besóte las manos.
(Solo). Mira hasta dónde encaxa los celos el
demonio. Como si no tuviesse que hazer con
los casados. Lo que remedia y daña una copla
a tiempo! Cosa estraña es lo que me quiere
esta moíja; mas tal burla la hago, por vida d'el
Marques de la Cornia, que no la trocasse por
la más repicada de la ciudad. Es cosa de burla,
sino andarse el hombre tras estas ouejitas de
prima tonsura. Más estimo aquel cuello que
me dio el otro día, que quanto mis gallipauos
esperan de sus emparedadas. Ándense ellos a
coplas, que yo me estare entretanto las manos
en la cinta. Qaierolos licuar esta profecia y allá
se aueugan.
SCENA IT
Lena, Violante, Damasio, Cornelio.
[/^c/k]. — No veo persona en esta calle. El
señor Damasio me dixo que me dexassc ver, que
me queria dar vn regalo para mi enamorado. El
diablo le ha dicho que le tengo. Al fin, no hay
cosa secreta, por más que la persona mire por
s\i lionrra; a fe que tengo de abrir los ojos de
aqui adelante, que por menos se suelen perder
buenos casamientos. Sin duda lo aura sacado
el casquiuano por discreción, entendiendo que
aunque se le corta la cola al perro, siempre
({ueda perro: que de otra manera seria imposi-
ble saberlo él ni nadie, porque no entra en mi
casa sino secretamente (a medio dia) quando
no parece persona bina, por euitar el escándalo
de la vezindad. A lo menos, si no soy casta,
tengo esto bueno, que de cauta rae he preciado
siempre, porque'l mal es siempre mal, mas peor
quando con mal exemplo se comete. Si todas
LA NOVELA
se gouernasaen con el recato que yo, no anda-
rían hoy tantas honrras por los tablei'os. Pien-
se lo que se le antojare, que tampoco él anda
ahora para hazerse hermitaño: que yo no me
emendaré mientras pudiere comer mi pan con
corteza, y aun después veremos. Echa la na-
tural inclinación a palos, que no por esso
dexará de boluer. No sé con todo esto si l'es-
pere aqui o si llegue a su casa. Si le aguardo,
podrá ser que como mo90 descuidado se este
entreteniendo eo otra parte, y que me dexe
plantada hasta la noche'scura, y no puedo per-
der tiempo teniendo tantos negociantes, que me
esperan como agua de Mayo; aunque las más
vezes soy la de San luán, que quita el vino y
no da pan. Si voy a su casa podrá la madre pre-
guntarme lo que quiero, y no sabiendo qué res-
ponder, sin duda m'embiará jabonada. Pues
no es nada soberuia la señora: dízenme que
quando la pica la mosca no ay quien pueda
esperar sus reziuras. Pero cómo soy necia aho-
ra, estando más llena de cautelas que un hue-
uo de clara y yema? No sabré darla el pan por
hogaza? No, que soy vna boba! Ea, núes, ca-
bera mia. Dios te me guarde de pan de venta-
na; hela aqui a las mil marauillas; al fin no se
hizo la silla para el asno. En aquella casa ay
tres que me conocen: Cornelio y sus amos;
será desgracia si en llamando no responde al-
guno d'ellos; si fuere otra persona, o la mesma
madre, diré que traigo a vender alguna cosa,
la primera que me viniere a la boca; está que
no ay más que pedir; con buen pie vamos. Ta,
ta, ta.
Violante (dentro de la ventana). — Perdó-
neos Dios, amiga, esse llamar tan rezio; (pie
toda me aueis turbado.
Leu. — Ay, qué ligera de sangre es la señora !
Fío. — Qu'es loque buscáis?
Len. — Ayúdame, lengua, si no, mira que te
corto. Cuitada de raí, no deue ser ésta la casa
que busco. El otro dia me encomendó vna se-
ñora que la traxesse vn poco de estoraque y
benfuy para hazer vnas pastillas, y no acor-
dándome de la casa, lo pregunté a tiento a vna
muger que acertó a passar ]»or aqui y me enca-
minó a ésta, diziendo que sin duda seria V. m.,
porque (dixo) es la más curiossa señora de la
ciudad. Qué lamedor!
Vio. — Ay, amarga de mí, cómo s'engañó en
todo; ya passó esse tiempo; mas aunque no soy
la que buscáis, yo tomaré vn poco si es bueno.
Len. — Es bonissimo quanto puede ser. El
diablo me traxo a la memoria esta mercancía.
í7o. — Subí arriba, hermana, o espérame ay.
y.m. — Espei-ete vn to^o. No lo traigo, aqui.
17o. — Pues si no lo traéis con vos, para qué
llamáis?
Leyí.- — Para saber la casa, anisar que lo ten-
LA li:na
fll
cjd y;i y bi^lucr pur ello a la iiiia. Tan giuu j)0-
cado ha sido.' pcidoiu'ine V. m.
r/o. — Anda en buen hora, que no deue de
ser esso lo que buscáis.
Len. — Xo ha sido malo el encuentro y des-
echa para de valde; qué haré ahora? Dar de la
sartén eu las brassas.
Cor. — Allá va la bienhadada.
Dam. — Es ella?
Cor. — La mesma. üaranos ahora sin dudii
tres ouejas negras por vna blanca; ya nos lia
visto.
Dam. — Dexanie con ella. Loada sea la hora
en ([ue aueis parecido a cabo de añeros buscado
ires horas. Más tenéis que hazer que pastelero
en Carnestoliendas; bien se deue correr el oficio.
Len. — Tan bien, qu'estoy por llamarle (sino
por lo que por seruir a V. m. traigo entre ma-
nos) peor que mecánico. Pobre de mí, que para
podenue sustentar y mantener en la gracia de
los que bien me hazen he de cumplir con to-
dos y ser como el Sol, que assi alumbra a los
buenos como a los malos; aunque deuen de pen-
sar algunos (no lo digo por quien tanto se
acuerda como \'. m. de hazermela) ([ue bino
como camaleón.
Dam. — Huelgo de no entrar en essa (juenta.
Cor. — Xo? La primera partida de su Ma-
nual.
Len. — Aun hasta ahora no puedo dezir de
(jue' color es la ingratitud.
Cor. — Ha hecho como el tirador de arco, que
para llegar al punto va lomando la mira gran
espacio sobr'el blanco; y ahora vende la salsa.
Dam. — Queréis yr a hazer lo que os dixe?
Len. — A V. m. toca mandar y a mí obe-
decer.
Dam. — Toma este ])ar d'escudos, y si bol-
ueis con algo de bueno, yo se' lo que haré.
Cor. — No digo yo que nunca cantó en vano?
Y con todo esso, haze siempre como la gata,
que sin (juitar los ojos de las manos come y
gruñe.
Len. — Bástame la gracia de tan buen caua-
llero.
Cor. — 'Es a punto el medico, que diziendi'
no es menester hazer esso comigo, abre la
mano y aprieta más que vna tenaza; pero tie-
nen ambos esto de bueno (como el lobo): que
nunca toman por quenta.
Dam. — Esta carta y anillos aueis de dar al
Bachiller, diziendole lo (jue más al proposito os
pareciere, para que llegue a buen jMierto.
Len. — Pierda V. m. cuidado.
Dam. — Todo lo remito a vuestra discreción.
Tjen. — Beso las manos á V. m.
Dam. — Con bien boluais.
Len. — Queda en buen hora, Cornelio hijo.
( Vasse Dama. i/o ).
Cor. Lena madre, todos los cuclillos os
acompañen; como ayais concluido este negocio,
haremos los dos otro aparte.
Len.—A\, loco, loco; ya no me quiere nin-
guno, sino i)ara lo que traigo entre manos;
pues siempre me dexan a la luna, como tabli-
lla de mesón. Mas ccn todo esso, ya hablare-
mos más largo y tendido; que aunque se acabó
el vino, el barril es <>1 mesmo.
Cor. — Creólo, porque la zorra mucre en su
pelleja si no la desuellan.
/yen. — Pidla es essa; basta. Lo demás para
otra vez; a Dios mi.... no lo (juiero dezir.
(Vasse Lena).
Cor. — Pues direlo yo: t';i, sol, la nuiyor puta
vieja que ha estudiado en Valladolid. iUirlaos
y veréis lo que passa; tenderse quiere la niña,
("oii todo esso, he de procurar pescarla algunos
realejos, contentándola, quaiido más no pueda,
a ojos cerrados; acabando de comer mi pan con
la salsa de más agradable imaginación.
(Buelue Damasiu).
Dam.— Quán de assiento lo tomas.
Cor. — También, señor, ando yo casi enamo-
rado, y quiero tenerla contenta; qnes aiiareja-
dissima para sacarla quanto alcanea.
Dam. — La razón?
Cor. — Porque como estas calloncas tienen
la carne tan mal acostumbrada, dan liberal-
mente lo que les queda al que tiene paciencia
|)ara ensillarlas.
Dam. — Sacaráte el vientre de mal año.
Cor. — Por qué piensa V. m. que se dixo:
Bueno está Chillón, si la vieja le dura?
Dam. — Por lo que guarda su quiñón la vieja
madura; y assi vendrá a salir tu desiño el sue-
ño del perro.
Cor. — Todo será auenturar dos ydas y veni-
das; y quando la suerte salga en blanco, a lo
menos no tendremos que reñir sobr'el partir de
la cadenilla, pijrque la damos a comer por on-
9as, y assi quedaremos amigos como de antes.
Dam.— GvAW hablador eres.
Cor. — Lo qu'escuecen las verdades!
Dam. — A la íé, sospecho que deues de sor a
la parte.
Cor. - Nunca me passó por pensamiento,
porque ya murió Calisto, y nuestra Melil)ea se
da tanta priessa a sacarnos de pena, que la mer-
cancia vendrá a salir poco más que de balde.
Dam. — Poco precio te parece el cora(;on con
que la he dado?
Gor. — Es de los que se pesan en las carnc-
cerias de amor, que se hallan a cada passo.
Dam. — No es para ti esta materia; puedo
cantar con verdad:
(¿iiistera i/o tener die: corw-onea,
)' que llenara vno en cada dedo.
412
Cor. — Y porque no tenemos más de vno le
conseriiamos quanto podemos.
Dam. — Ya v'es lo que dize la estanza.
Cor. — Veolo, pero como soy tan grosero,
no lo entiendo.
Dam. — Buen principio es para salir de tu
necedad el conocerte. Dice que no desconfie
por verla tan encerrada: que sea constant'' en
la comen9ada empresa: fiel, entiendesse secre-
to, qu'es la mejor parte en vn enamorado y
que más satisface a las damas. Assegurame
del reciproco amor; y poniéndome delante que
las victorias más trabajadas hazen el triunfo
mayor, concluye con esta verdadera sentencia:
qu'el amor rompe y allana todas las dificulta-
des a quien con pecho valerosso se resuelue
l)ara llegar al fin que pretende. Qué te parece?
Cor, — Que lo ha V. m. interpretado muy a
su projiosito; pero quisiera yo que todo esso lo
dixera la copla.
Dam. — J\Iucho más da a entender, que para
ti seria algarauia.
Cor. -Pues qué concluye?
Dam. — En que está determinada de poner
en execucion lo que la pide el desseo.
Cor. - Quando?
Dam. — Más tarde que yo querría. Esso es-
tudiará ahora, y sin pensar nos lo cantará el
ruiseñor.
Cí>r. — Cómo gusta la fortuna de casos tales! y
pa,ra hazer bien no se hallará agua en Tajo (').
Bien ha hecho V. m. en no dezir nada d'el
cantar a osta buena muger.
Dam — üe semejantes no se ha de fiar sino
lo forcoso, y esso con gran escaseza y recato.
Vamonos a casa a consolar a Macias con esta
buena nueua, que no la creerá según es el vien-
to fauorable.
Cor. — Yo tengo que hazer en la pla^a;
mándame V. m. algo?
Dam. — Que no te descuides de acudir
gezillo, que ya v'es lo que nos importa.
Cor. — No perderé punto.
SCENA III
CORNELIO, ViGAMON.
\_Cor.] Si vna es buena, es por ventura.
Y si mala, de natura.
En dos palabras ha dicho la señora quanto
es menester, más claro qu'el sol; y yo hago del
aturdido, })or dexar saborear y dar más que de-
uanear a mi amo. Allí veo a Vigamon, mi ami-
go viejo; quiero desentrañarle, para tomar vn
rato de plazer.
O Agua en el Damobioáice El Celoso.
orígenes DE LA NOVELA
pa-
Vig. — Vienes más a punto que la gracia a
vn condenado quando está en la escalera, por-
que yua derecho a buscarte.
Cor. — Ya era tiempo de que nos viessemos;
ay algo en que te pueda ser de prouecho?
Vig. — Mi amo me embia a llamarte.
Cor. — El señor don Galcerán a mí?
Vig.— Quanto ha que mudé dueño!
Cor. — Pues con quién estás ahora?
Vig. — Con el señor Aries de... par Dios, no
sé de dónde.
Cor. — Es vn cauallero padre de vna señora
que se casó poco ha con un Ceruino de tal,
que biue a las Tenerías?
\_Vig.]. — O Elmesmo.
Cor. — Pues de dónde me conoce él a mí?
Vig. — No te lo sé dezir.
Cor.— Mira no le ayas entendido mal.
Vig. — No eres tú Cornelio, criado de aque-
lla señora viuda hermosa, que tiene dos hijos
V vna hija?
Cor.-' Qué rae podrá querer?
T7^.— Menos lo sé: él te lo dirá; de qué te
congoxas?
Cor. — Sabes qué cosa es ser llamado sin
pensar vn pobre mo^o de personas tales? Haze
reboluer en vn punto quanto el hombre ha he-
cho y pensado en toda su vida: la vergüenza
me empacha y haze dezir esto; pero con todo
esso, vamos. Como lo passas, Vigamon herma-
no? estáis bien acomodado?
Vig. — Casi bien, como vela a medio árbol.
Cor. — Quanto hazes de daño?
Vig. — Doze gruUejas pagadas, que no ay
más que pedir.
Cor. — La cama?
Vig. — De la fabrica de vnas parrillas, no
la trocaría por la del guardián del Abroxo;
mas no sé qué tiene, que aun durmiendo me
bambaneo, sin poder hallar remedio (aun-
que he prouado ciento) para hazerla estar
queda.
Cor.— Será sin duda algún duende.
Vig. — Osalá, si fuesse como el de la otra,
que se quexaua que vno no la dexaua repossar
de noche, con que tenia amedrentada a su ma-
dre; hasta que se vino a descubrir que secreta-
mente metia en casa vn familiar encarnado,
que hazia sobr'ella la pessadilla.
Cor. — Ha, ha. No, ay (^)en casa alguna due-
ña que quiera hazer contigo de la duenda?
Vig. — Si esso tuuiera, medio mal, mas no
ay sino vna viejecuela, trasparente como lan-
terna, que gouierna la casa.
(') Suplimos aquí el nombre de Vigamon, que falta
en los dos textos de La Lena y de El Celoso.
(2) Falta este nombre en La Lena, pero no en El Ce-
loso.
LA LENA
413
Cor. — Es tan sin dientes t(uc no se la pue-
dan sacar vn par de muelas?
Vig. {}). — No ay vieja pür.i esse menester;
mas llégate a herrarla: es vn liarrabas eoii to-
eas; no ha nascido (segnn lo (pie muestra en
el sacudimiento y aspereza) muía más mala
trensillar.
Cor. — Aura sido coxquillosa en su jouen-
tud: mas si yo la dixesse al oydo vnas pala-
l)ras (jue m'enseñó vn albeitar, verias mara-
uillas.
Vi(j. — Como d essas sé yo; pero tal que'
aprouecha? no queda por esso.
Cor. — De manera que ya l'has tentado las
coracas?
Vig. — Vna vez sola, que haziendo del cor-
tés, la pregunté como estaña, y al punto muy
escandalizada se lo fue a dezir a mi amo, aña-
diendo que la auia tocado el deuantal; y él (que
es más señero que Sócrates) diziendo: Dura
cosa es, hermano, andar a discreción de un
garrote, me puso perpetuo silencio. Y at-si
passo vna vida tan colérica y melancólica, que
(de puro ahondar horizontes) temo al cabo de
venir a dar en poeta; porque me siruo demas-
siadamente de la cabe9a. Dt' manera, hermano,
(|ue soy medio bino, sin más eonuersacion que
la de un negro bocal que cura el cauallo; con
(juien passo mis ratos, hartándonos ambos de
zinguerrear en vna guitarra más destemplada
que discante de ramera.
Cor. — Vamos a la gula.
Vig. — Esso no falta quien me mantenga
flaco, con poco gasto, faliricando siempre en
seco, tanto que a cada bocado me veo en passa-
miento.
Cor. — Quién compra?
Vig. — Yo, por mi más negra ventura que
la pez.
Cor. — No sabes la cuenta del siete y tres
son treze? Ya m'entiendes!
Vig. — Demassiado, pero todo lo que se co-
me es casi de su cosecha, y andan tan d'espa-
fio los banquetes, que se puede hazer poca ha-
zienda.
Cor. — Arrima la nauaja y rapa donde pudie-
res: no ues quánto han encarecido las cosas,
que todas han crecido sino nuestros salarios,
que no bastan para zapatos? No tienes algunos
percances?
Vig. — -Qué cosa buena puede auer en casa
donde no se juega? Assi me tengo por casi en-
terrado.
Cor. — Tú quieres amigo de plazer, auias dr
estar con mis amos (dos puros locos de atar),
que siempre me traen de acá para allá, haziendo
(' ) En el original, indiulalileniente por errata, Ha. lia.
no. Ay...
el amor, dando músicas, en seraos, en come-
dias, en bautiuetes y en otros mil passatiem-
pos. No ha Uios amanecido (piando assidos de
mí comieucan a luchar comigo, arrastrándome
por aquellos suelas y haziendome pedaros
quanto traigo acuestas.
I Vi/. — No me parece essa imena eonuersa-
cion.
Cor, — Qué importa, si (planto traigo es suyo
y quanto ellos mió. El vno, toma tal jubón, y el
otro, ponte a(piellos callones: vengan ¡os torrez-
nos, la fruta, el beuer frescí). y todo con vnas
entrañas, (pie me tendrian los que no nos co-
nociessen por su hermano nnvyor.
Vig. — No son esos caualleros como los mal-
auenturados que dizen que para ser bien serui-
dos conuiene tener los criados pobres.
Cor. — Tras essa hoja hay otra: (pie no sir-
uanios tanto que de puro obligados los amos
no sepan con qué pagarnos; y assi he visto
criados (jue lo pueden ser del liey, enuejecidos
y rotos, esj)erandü los montes de oro, (pie uuuea
corren, con que los entretienen.
Vig. — Dexariame yo echar vn birote de
semejantes amos como los que tú tienes. Llé-
gate a ciertos confessos reuestidos con quatro
reales que les dexaron sus padres (ganados
como Dios sabe), (jue les parece matar a sus
madres si dexan al pobre moco vn momento en
reposso, como si los vuiesse comprado por es-
clavos; no lo puedo licuar en paciencia. O si
(como lo he desseado mil vezes) me tocasse por
suerte vna ('), ser amo de alguno d'estos pelo-
nes, verias cómo me seruia dé!, haziendole co-
rrer, trotar, saltar, sudar y trabajar tanto^ que no
le parasse mosca encima; cada dia (por ahorrar
el salario) leuantaria cosas nunca soñadas para
di'scontar del salario, y por quítame aquella
paja: hermano, otro poco a otro cabo. Mas es
el diablo que para esto es menester argent, y
yo no h) puedo esperar en los años de Matusa-
leni: porque no ay en todo el Mapamundi tanta
tierra como ocupa vn'hormiga (pie sea mia. Al
fin no viene a ser puerro sino el que se tras-
planta. Auria lugar ))ara otro criado en casa
d'essos señores?
Cor. — Es su madre tan auarienta, que antes
mira a despedir que a recebir de nueuo.
Vig. — Jkíena ventura fué la tuya en topar
con tales amos: daria (pianto tengo por ser-
iarlos.
C'o/-. — Con quántos ducaditos caerias si yo
te metiesse en mi lugar? que desseo ya asscn-
tar y dexarme de tantas mocedades.
Vig. — Para esso mi amo.
Cor. — Pues troquemos.
Vig. — Oxalá, mas cómo?
(•) .Vsi en el original, fjn izas errata, en lugar de mía.
414
ORÍGENES DE LA NOVELA
Cor. — ^CüiiccrLcUiOUiiS, que después yo lo eu-
cainiüaré.
r¿g. — Burlaste o dizeslo de veras?
Cor. — Respóndeme al quánto y dexame el
cargo.
Vig. — No me bailo con más de quatro, y el
mes que va corriendo (aunque no tanto que no
me parezca vn año); darete los tres, que lo de-
más es para cambalachar unos caloones con és-
tos que andan por dexarme.
Cor. — O, esso es poco, porque te valdrán
más de cinco al mes los prouechos: mas por lo
(jue te quiero me contento con quatro.
Vig. — Sea (') assi.
Cor. — Dexame concluir vn negoruelo en que
ando, que será presto; yo te anisaré, y entonces
haremos d'esta manera. Yo me despediré (re-
suelto) de mis amos en buena paz, fingiendo
alguna ocasión, y les diré que en mi lugar les
quiero dexar vn criado a toda broca, tal como
bueno, que serás tú; y sin duda holgarán d'ello;
y al mesmo tiempo harás otro tanto con tu
amo, diziendole que soy un moco diligente,
virtuoso, que nunca áexó el rosario de la mano,
y tan amigo de quieti;d, ([ue pienso meterme
fraile.
]lg.—'No anda él tras otro, doylo por he-
cho; quáudo quieres el dinero?
Cor. — Esso, amigo, quanto antes será lo
mejor,. porque no nos podamos arrepentir.
Vig. — Veslo aqui, toca la mano.
Cor. — Fiat.
Vig.— No nos detengamos, que t'espera mi
amo con más desseo que las coles de Agosto
Tagua. Voy a dezirle que estás aquí.
Cor. — En buen hora. No ha sido mala esta
jornada; tendré con qué prouar la mano. Sy
ganare, boluerselos he, y si no, trampear y a
ello.
]ig.~ Subí arriba.
SCENA IIIÍ
Inocencio, Lkna
[/??.]. — 0))incí< in omnem cul/)am jjrolab/ni-
tur. Gran peccado comete mi señor (de (pie ha
de dar estrecha quenta) en tenor tan encerrada
y descontenta a vna mujer exemplo de virtud
como la suya: tengo por cierto que, si por él
no fuesse, no dexaria pobre desconsolado y que
daria quanto tiene a quien se lo pidiesse, ocu-
pándose siempre en hazer caridad. Mira qué
bondad de señora: ha entendido el desastre de
la prima, con que otra se vuiera escandalizado
y dicho que si ha hecho mal con su pan se lo
coma, y en hallándose sola (con vna angustia
(') El impresor lo estampó en italiano: Sia.
grande) da cien suspiros de pena, por no po-
derla ver y ayudar como querría. Pues con qué
gracia me rogó que vaya a dar un recado de su
])arte a aquella buena muger con estos tres du-
cados, por el menoscabo de su ropa, con que
voy a consolarla contentissimo, porque quien
esto la embia no dexará de socorrerla adelante.
Pareceme la que allí está; sí, ella es. El señor
os tenga de su mano, hermana Lena; pensaua-
des que n"os auia de venir a ver algún día?
Len. — V por qué auia yo de cometer tan
gran pecado, pensando tal cosa de quien tiene
por oficio las obras de misericordia, y princi-
palmente la mayor de todas, que es consolar
los tristes? Assi se alegre comigo quien mal
me quiere, como yo con su gentil presencia;
sin duda que mi ventura le ha traído aqui, por-
que en este punto pensaua yr a buscarle para
lo que oyrá. Mas antes quiero saber a qué ha
sido la buena venida; porque desseo mucho que
me emplee en su seru'cio.
/ n. — Cierto que deueis essa voluntad a l'afi-
cion que yo os tengo. Mutuo amamus inter nof.
Mi señora está tan afligida por la desgracia de
aquella señora, que desde aquel punto que la
di su carta anda como fuera de sí; fantasseando
tan trocada, que me trae lastimado; y assi me
embia a saber cómo está la buena donzella, y
a rogaros c[ue la vais luego a visitar de su
parte, y digáis que tenga ánimo, porque con
mucho calor va tratando de remediar su pena;
y también os da estos tres ducados por la que
tomáis en ser medianera entr 'ellas, y dize que
la disculpéis de no la escriuir, que no lo haze
por cuitar sospechas.
J.en. — Bendita sea tal señora; al fin donde
está la nobleza ay largueza; en más tengo esta
memoria de su mano que vn tesoro de otra.
Ay, hijo mió, quánto se consoló aquella criatura
con la carta que la llené: no pareció sino que via
el cielo abierto. Dixome que fuesse otro dia a
verla, como lo hize ayer; recibióme con mil ca-
ricias, besándome estas pecadoras manos; y des-
pués de mil demandas y respuestas, medió esta
carta, con estos dos anillos, para la señora Mar-
cia, con los cuales dize que su merced s'en-
ternecerá ; porque son los que la embió con el
padre quando vino a sus bodas. Por caridad, que
V. m. se los dé, encareciéndola mucho la memo-
ria que ha tenido d'esta su denota y humilde
criada.
Jn. — Yo lo haré muy de veras.
Len. — Si tiene, mi alma, algunas camisas
que adcrecar, mire que me las traiga, si no
quiere que m'enoje.
In. — Jutamtuam vohmtatem semper in ore,
animoque habeo. El Señor quede con vos.
Len. — ¥A vaya contigo, que te sobra la bon-
dad, como la cresta al gallo.
T.A LENA
4 ir.
SCENA V
Damasio. Corxelki, Lkna.
\/)(nn.^. — No so uie cuei'e ol pan por salxT
lo que lia luvlio Lena de la carta y anillos, \
el modo que aura tenicío: quieres, Conielio,
(pie nos vamos passeando hazia su casa.'
C/jr. — Si V. m. lo dessea Diucho, j'o muero
por ello; y MIC parece cada hora más estrecli.i
y larga (|u"el mal año: aunque estoy casi cierto
de que aura hallado camino aproposito; porque
no son tres asses peores qu'ella, ni tiene el In-
lierno más astuto demonio.
/)a»i. — 8u oficio lo requiere. Llama, que
¡iquí t'espero.
Cor. — Llegue V. m. coniigo (pecador de
mí), por si acaso está allí su rufián.
Dam. — Va te entiendo; perro couarde no
quiere ver lobo. Pareces de los soldados de
Trencha, qu'eran treinta y seis a arrancar vii
nabo.
Cor. — M ucho me pessade oyr essas palabras;
mal conoce V. m. al segundo Fierabrás. Diñó-
lo porque nos la negará, no viendo persona de
respecto.
Dam. — No es mala desecha.
Cor. — El diablo me ha metido entre el mar-
tillo y la vigornia.
Dam. — Miedo ha Payo, que reza; no lo digo
yo? qué estás murmurando?
Cor. — Qu'estoi por dar al vellacon, en
abriendo la puerta, vna cuchillada que le de-
rribe ambas orejas, aunque sea otro Orlando.
Dam. — Alómenos, burlando. Quien león
mata en ausencia, del topo teme en presencia.
No más. Fierabrás; yo te marco por vn dezeno
de la cama; aunque sospecho que tomaras tú
ahora vnas paredes por laco, porque todo Mi-
lán no armarla tu miedo.
(^or. — Ya esso passa de burla; no haga
V. m. que se me suelte alguna mala palabra.
Dnm. — Antes creo que se te ha soltado otra
cosa peor; no m'espantaria, porque perro es-
caldado después tiene miedo del agua fria.
Cor. — A fe de pobre mo9o que si no fuesse
por cierto respecto que yo me sé... basta; mejor
es callar. Sepa V. m. que hastahora nadie me
ha quebrado nueces sobre la cabe9a. Bien di-
zen que la familiaridad d'el señores capirote de
loco para el criado.
Dam. — La rana haze del león.
Cor. — Dexemonos de moteeicos y chufetas,
(jue por menos qu'esso he visto yo venir a bue-
nas cuchilladas. Llamaré o no?
Dnm. — Pues a qué venimos? de qué habla-
mos? Animo, ves me aqui para morir a tu lado;
aunque como te muestras tan fiero, temo no
h xgas, en el furor du k coh-ra, de la ballesta ga-
llega, que tira a enemigos y a'migos.
Cor. — 'l'a, ta, ta.
Len. — Quien llama tan rezio, algo tíos trae.
Cor. — Con qué nos recibe la ma'dita!
Len.- Señor mió, es possible que los caua-
lleros se humanan tanto? Qut' buena ventura
ha traido este bien a mi pobre cabana.'
Dam — La mia, si hallo lo que me lie pro-
metido siempre de vuestra discreción y ilili
geiicia.
l.eii. — No puede faltar a persona dolada de
tantas gracias. Mire V. m. lo que passa. Es-
tnndo tomando el manto para ir a dar aquel
recado, entró por mi puerta el buen Bachiller
(que está uestido y calcado con todas sus le-
nas en i'l Limbo) con tres ducados que me
embio la reina de las mugeres, mandándome
(jue fuesse luego de su parte a consolar, a V. m.
y a assegurarle de que'n breue concluirá el
negocio muy a su gusto; con otras mil pala-
bras buenas, y tx'remonias de nunca acabar,
lurandome el cuitado que desde! punto que
leyó la carta no parece más la que antes era.
Y como que lo creo yo, que quando, por mis
pecados, nauegaua por los acidentes de amor,
no repossaua hasta dar fondo. Tengase lo de-
más por dicho, y pues (jue está ya hecho el pico
al tordo, aparejem'esas manos.
Cor. — Cómo s'encaxa la puta vieja!
IjCn. — Ay, ojos encantadores, qué tiempo se
os va llegando! cómo se le cae al osso la pera
madura en la boca! ya m'entiende.
Cor. — Harto claro lo pide: pero mi Duran-
darte haze orejas de mercader y buelue se a su
negocio.
Dam. — Haos dado alguna carta?
Len. — No, sefior.
Dam. — Qué recado distes a la mia y anillos?
Len. — El mejor del mundo, a mi parecer.
Diziendole que su prima se los embia, fingiendo
ser vnos que la señora Marcia la embió con el
tio quando lioluio de sus bodas.
Dam. — Bueno, a fe de quien soy: no ay más
que hazer sino esperar lo que Dios hará.
Cor.— Ha, ha, ha.
Dam. — De qué te ries, insensato?
Cor. ('). — Rióme deque quiere V. ni. espe-
rar de Dios lo que suele hazer el diablo.
Dam. — Tienes ra/.on: por necio (|ur vno s<'a
acierta a dezir algo bueno; ya podras ser uii
predicador y hazerme dar con los amores i-n
vn conuento.
Len. — Lo (jue más ahora hemos menester
son las bragas de vn motilón, que quitan los
malos desseos como con la mano.
(') Dainasin dice el original de La Lena, erradanipn-
te. El iiiismo yerro se encuentra eu El Celoso.
416
ORÍGENES DE LA NOVELA
Cor. — No lo digo por tanto, yo enmudeceré
por quinze días.
Dam. — Acaba ya, majadero, que no son los
donaires para todos tiempos.
Cor. — Antes en este que esperamos de
tanta alegría y consuelo, no ha de auer otra
cosa.
Dam. — Está bien. Amiga Lena, comete al
sabio y dexale hazer; en vuestras manos me he
puesto, dadme buena quenta de mí.
Len. — Biua V. m., que todo se hará bien.
Cor. — O mal; otro nudico a la bolsa.
SCENA YT
Magias, Cornelio, Bezerrica, Damasio.
\_Mac.']. — Ea, Cornelio, aunque creo que es-
tás cansado, por auer ydo a cien partes, vamos,
que quando el amo tiene trabajo no deue re-
possar el buen criado.
Cor. — Por mí, vamos donde y quando V. m.
mandare.
Mac. — Es burla lo que leia anoche mi her-
mano en aquel libro? pues dize que l'alma del
amor es la esperan9a, y que en faltándole mue-
re, como la criatura careciendo de leche.
Cor. — Quien lo escriuio deuia de hablar por
esperiencia. Porque viene a proposito, diré a
V. m. vua estanza que cierto cauallero muy
sabio embió a vn amo mió (y por contentarme
la tomé de coro) que conforma con lo que dize
el libro. Nótela V. m., que vale más quel
Cancionero General.
Mac. — No querria que fuesse de las que sue-
les cantar.
Cor. — Esta es contemplatiua.
Nasce de ociosidá el Ciego Flechero,
Que biue alimentado d'esperanra:
Quien le da leche es el desseo primero
Y vanos pensamientos la crianca;
Ser 1/ rigor (si bien no verdadero),
El contento (qu'está siempre en balanra),
Es muy escaso en dar; promete largo,
Presenta dulce, y da después amargo (}).
Mac. — A fe qu'es buena; mas boluiendo al
proposito digo, que pnieuo en mí lo contrario:
(I) Estos versos ofrecen alguna variante en El Celoso:
"Nasce de ociosidad el ciego Archero
Que biue alimentado d'esperan^a;
Dale los pechos el desseo primero
y pe7isamientos vanox la crianza;
Ser y vigor (muy poco verdadero)
El contento (qu'está siempre en balanga ).
y sie>iclo escaso en dar, promete largo;
Muestra ser dulce y es en todo anianjo».
pues sin alimento d'esperan^a ha crecido, y con
más fuercas que de gigante me atormenta y va
priuando de la vida.
Cor. — La causa es V. m., pues le ha criado
a los pechos de sus pensamientos, que le han
seruido en lugar de leche d'esperanca, detenién-
dose en ellos sin acordarse de oti-a cosa.
Mac. — Dizes bien, porque l'aticion me la
pintó tan hermosa desde el punto que la vi,
que siendo defendido a los ojos el esterior re-
frigerio, la mente se retira dentro; y viendo
impressos en sí mesma los rayos de aquella so-
brenatural belleza, haze d'ella el manjar qu»'
dizes, de que se sustenta.
Cor. — l']st() deue aquietar más á V. ni.
Mac. — Antes al contrario, porque la figura
que señorea y gnuierna mis sentidos, enamora-
da de sí mesma, me fuer9a a yr donde natural-
mente reside, y no pudiendo, con los dientes de
amor me roe el coracon, ahogándome los espí-
ritus.
Cor. — Passo, que oyó cantar al pagezillo;
apártese V. m.
Bez.
Vístase mi esperam^a como viere
Qu'el bien d'el que más ama va vestido;
Siga el camino al punto por do fuere,
y al fin se junte con quien ha seguido;
Después (si la Fortuna no impidiere,
Embidiando d'Amor tan buen partido)
Lleuard su consuelo mano a mano,
Y el contento que picfel caro hermano (').
Cor. — Bezerrica amigo, ya era tiempo de
que' nos viessemos: ques de la pelota que te di
el otro diaV
Bez. — Veislaaquí, n'os la daria por vn Real;
mira como salta.
Cor. — No iugaremos vn poco?
Bez. — No tengo dineros.
Cor. - Yo te prestaré, no quede ]tor esso.
Bez. — O, quántos reales! son todos vues-
tros?
Cor. — Pues cuyos auian de ser? toma, toma
vno. 8 i tú fuesses a mi casa, yo te daria tantas
de las cosas que tengo.
O En El Celoso altérase en algunos versos la lección
de esta octava:
uVistase mi esperanza como viere
Qu'el bien del que más ama i'a vestido;
Tome -presto el camino por do fuere.
Júntese a tiempo con quien ha sec/uido;
Después (SÍ ya Fortuna no impidiere,
Kmhidiosa de amor, tan buen partidoi
Llenará S7i contento mano a, mano,
Y el consuelo qu'espera el cuerdo insano».
LA LEXA
417
JJez. — Qué tenéis.'
Cor. — Qué? esso es largo de contar. Confi-
tura de todas suertes ('): niaíapanes, rosquillas,
mermeladas, turrones, passas, dátiles.
]>ez, — Dátiles tenéis.' Traéis ay algunos.'
Cor. — Sí, amigo.
Be:. — Y confites?
Cor. — Quieres que traiga aqui toda mi tien-
da? si yo supiera que te auia d'encontrar, no
viniera sin muelias cosas que darte; mas otra
vez yo te pondré como un trompo. Atre la
fatriquera; no te los vea tu amo.
Hez. — Ver o qué.' mal año; ni aunque fue-
ran otros tantos, yo me los yré engullendo de
dos en dos. O, si vsassen los dátiles sin
cuexcos!
Cor. — Luego no los has visto?
Be:. — Nunca.
Cor. — Pues yo te daré vna libra, que te co-
merás las manos tras ellos. Mas dexarae escri-
uir lo que has cantado, que perdí la canción
del otro dia.
Be:. — Que' me plaze; aunque voy de priessa
a llamar a vn criado d'el padre de mi señora para
que vaya con nuestro Bachiller a acompañarla,
que va fuera con la hija de mi amo, y él se que-
daráencasa,porqu'el otro diaescalaron vna jun-
to a la nuestra.
Cor. — Di, pues, presto, que yo escriuire en
vn momento.
Bez. (Lee).— Vístase mi esperanza como
riere, etc. Queda con Dios.
Cor. —El te guie. Esta es vna ieringon^a
de palabras sofisticas, que no las entenderá vn
( 'atedratico.
^fac. —Desámelas l'er, que por ventura me
pondrá delante Amor lo que el rudo ingenio no
alcanoare. (Lee) Vístase mi esperanza como
viere, etc. Quán presto halla camino lo que ha
de ser.
Cor. — Loado sea la d'el Villar, traenos ese
enigma alguna buena nueua?
Mac. — Rebuena a lo que entiendo.
Cor. — 'No lo dezia yo? al Ha las más du-
ras se maduran, como las sernas, con tiempo
y paja. Aqui viene el señor Damasio, que con-
trapunteará sobr'el canto llano marauillosa-
mente, porque entiende de achaque de tramas
más que (piatro abogados. O, cómo llega V. uj.
a buen tiempo!
Dam. — Qué ay?
Jlac. — Esto que ha cantado el mochadlo
poco ha.
Dam. (Lee). — Vistase mi esperanza como
viere, etc. Este's canto verdadero de las Syre-
nas. que hará dormir a Vlysses; sus a ellas! No
ay tal como perseuerar con paciencia, que con
(') En la edición original, suertas.
ORÍQENKS DE LA NOVELA.— III. — 27
ella todo se alcanza; ni castillo ay (') tan
fuerte, que alcabo no se venga a perder (por
vigilante que sea el (pie está a la defensa) si
solo ha de combatir contra muchos. Quién hi-
zicra cre'r esto a Macias.'
JA(/t". — N'os espantéis, hermano, que lo ilene
causar la falta que tengo d'esperiencia; fuera
de que quanto más vno dessea, tanto más anda
embuelto y atado en temores \ dificultades;
ponjue siempre de lo que se pretende es menor
la esperanza que el miedo de uo poderlo al-
canzar.
Dam. — Ea, ])ue8, Cornelio, ya ([iie hasta
aqui se ha naiiegado prósperamente, no nos
perdamos a la entrada del puerto; (pienta con
el timón, ándame listo, échate vna anguilla en
el cuerpo.
Cor. — No me faltaua sino tratarme (tras
asno) de lerdo; más a proposito seria echarsel'a
quien yo digo.
Dam. — Pierde cuidado. Aqui dize que ten-
gamos (pienta cómo sale vestida la señora Cas-
sandra, qu'es vuestro bien, y vos, hermano, el
que yo más amo, (pie me vista de a(piella ma-
nera y las sigamos; qu'en llegando a donde
van, me junte con ellas y alli nos trocaremos,
quedándome yo con mi dama en lugar de la
vuestra, a (piien llenareis a nuestra casa a en-
sartar aljófar; y la niia a mí dond'ella fuere
seruida; si ya alguna desgracia no lo impidie-
re. Mira (pié suerte; sin duda aura lialhido el
modo para ({ue podamos seguramente pagar el
diezmo al Celoso. Ea, Cornelio, ha/, ojos de
Linceo, no las pierdas de vista por descuido;
mira que no hay cosa de más ligeras alas (pu;
hi ocasión: ([ue mientras el lobo caga la oueja
S(í saina. A'en en vn salto a anisarnos; mira
dónde paran, qu'es lo ([uc más impnrta para
trocarnos. Entretanto vamos nosotros a rogar
a Lobata ({ue nos jtreste el vestido que fuere
menester, fingiendo querer hazer vna burla a
vn amigo muy enamorado, haziendo como que
su dama le va a buscar a su casa.
Mar. — Embuste de Lena: buen dicipulo
ha sacado; al fin ([uien trata con malos se haze
malo. No nos viene poco a proposito ahora te-
ner mi señora aun todas sus galas; no sé qu'es
su intención,
Dam. — No m'espaiitaria si de treinta y
([uatro años tpie puede tener (a su (pienta)
viéndose parada como molino sin agua, y a
nosotros derretidos de amor (siendo del mesmo
humor) se le antojasse algo; ya lo veremos.
Cor. — Yo me voy a poner en vna saetera,
cerca de su casa, que descubre media legua.
Dam. — Ya auias de ser ydo y buelto, según
mi desseo.
f) En el original, oy.
418
orígenes de la novela
SCENA VII
CoRXELlO.
[C'c/.]. — En conclus¡on,'este Cernino no me-
rece la muger qne tiene; seniejantes hombres
aurian de arar con aquellas simplonas que los
plantan de azul vltramarino y oro, que a tiro
de arcabuz se parecen. No como la señora Mar-
cia, que se los enxerirá de verd'escuro, que son
ciertos cuernecitos que no salen vn pelo fuera
de los caxcos, más ligeros que I mal francés
moderno; que no haze aquél los espantajos que
el antiguo (dand'os vn leim eius por las nari-
zes) y es más dulce que la sarna (casi gentileza
tenerle) y tan poco temido, que hasta las da-
mas sin miedo le acometen, y ninguno por él
con ellas vale menos, como bullan las arenieas
del rubio Tajo. No puede dexar de ser ésta de
las más solenes burlas que se hallan escritas en
el Bocacio. En fin, qualquiera debe enseñar a
le'r, escriuir y hazer coplas a sus hijas; porque
son de tanta virtud como las alcarehofas, y (se-
gún dizen las comadres) de gran vtilidad con-
tra la pudicicia, qu'es vna trabajossa enferme-
dad. Lo que haria al caso es que ninguna tu-
uiesse ojos ni orejas, que son las ventanas del
coraron. Dizen mil grosseros que poder escriuir
los pensamientos es comodidad para saber ser
malas A la que canta por Natura (si gusta de
las cosas d'ei mundo) tanto la importa saber
le'r y lo demás como no saberlo. No echan los
necios de ver que las ignorantes, fiando los
secretos de los criados, se hazen sus esclauns;
y que se hallan algunos tan atreuidos, que pre-
sumen también yr a la parte, con amenazas de
que descubrirán sus faltas (o sobras), y si no
lo alcancan (ellas se lo saben) mudando oy de
vn amo y mañana de otro, van publicando las
desgracias de las tontas inocentes. Mas es-
tas Sibylas, estas doctas, saben gouernarse de
manera que apenas ellas mesmas entienden lo
que hazen. Veis aqui ahora el exemplo, que
por tener esta señora tantas letras, ha sabido
engañar a vn hombre tan sabio como el bachi-
ller Inocencio (que le podrían poner (como
dizen) Ínter oues et boues et reliqua pécora
cnmpi), pu;^s siendo el principal ministro de la
transformación qu'esta noche se hará, piensa
ayunar a pan y agua. Mal haya el diablo, que
no me ha de tocar sino el escriuir simplemente
los auisos; porquo los criados somos como la
canipuia, que suena para otros, y no le quedan
sino los golpes d'el badajo. Alli salen las sali-
das damas: de morado va la de Macias; juraralo
yo sin verla, porque tengo por menos pessado
vn cosolete a prueua que vn virgo. Quiero dar-
me priessa para anisar a mis araos, qu'estan
espiritados.
SCENA Vill
Ceruino, Marcia, Innocexcio, Cassakdüa.
[Cej'.']. — Marcia, amores, ya veis que me de-
xais solo; por amor de mí que os vengáis en
acabando las Vísperas.
Mar. — Y 'os lo prometo, que no me querría
quedar tan presto en la Iglesia.
Cer. — Oyslo, Inocencio? n'os apartéis d'ellas ;
mira no las pissen, que aura mucha gente.
Aíar. — Por cierto que parecería tan bien el
Bachiller entre las mugeres como nosotras en
el coro.
Cer. — O, qué donosa razón! hazé, hermano,
lo que y'os digo. No me contenta nada, Cas-
sandra, esse tu manto; baxo les está mejor a
las donzellas.
Cas. — Y la pragmática?
Cer. — Yo pagaré la pena.
]\far. — Assi aura ello de ser. No queréis
que vea dónde pone los pies?
Cer. — Dexaldacaer, que Inocencio la leuan-
tará.
Cas. — El coracon me dize que será ello assi
antes que buelua a casa.
Cer. — Marcia, mira que os pongáis en par-
t'escura; apartaos quanto más pudieredes, que
andarán cien insolentes que os quitarán la de-
uocion que llenáis.
3Iar. — No ayais miedo; en nombre de Dios
vamos. Qué os parece, Inocencio, de la mala
condición d'este mi hombre? Por vuestra vida,
no me tenéis lástima?
In. — Y cómo, señora! Summa est hominum
peruersitas. Mil vezes he dicho entre mí qu'es
V. ra. mártir con él; en verdad que no tiene
¡azon. Auria de tener otra muger que le hizies-
se padecer del mal que tanto teme; mas no lo
iiermita Dios. Es más que verdad lo que dezia
mi maestro: que de todo quanto la tierra pro-
duce, con alma vegetatiua y sensible, no ay
cosa a quien la muger no ¡lass'en miseria, pues
sola ella ha menester comprar con sus bienes a
quien ba de ser señor de su persona.
Mar.— Paciencia.
Tn. — Sí, señora, por amor del Señor. Ahora
que tengo tiempo quiero encomendar a V. m.
aquella pobre señora, qu'es vna obra meritoria.
Afar. — Y'os prometo que por esso he salido
de casa, que no me siento con el ánimo repo-
sado ni nada biiena (Vamos poco a poco). No
sé qué me tengo desde qu'entendí su desgra-
cia. Ahora pienso hablar a vna grande amiga
mia, prima de la abadessa del Monasterio don-
de pienso ponerla (que vendrá a encontrarnos
sola por no dar nota) y espero que todo se
hará bien.
CVíS. — Ya no puedo más, que se ha alargado
LA LEXA
419
vna cinta de'l chapia y se me sale del pie. En-
tremos si V. m. es seruida en esta casa a apre-
tarla.
Mar. — Nora buena. (Aquí se truecan).
SCEXA IX
Ramiro, Policena.
[/irt???.]. — Si me veiidiesse por esclano en
vna galera, tengo de comprar vna casa, para no
andar en estos al([nileres. (Policena a la renta-
iia). Siempre has de estar a la ventana, rapaza?
Mirando los beneejos se junta el ajuar? Ño lo
has aprendido, cierto, de tu madre.
Pol. — Estaua mirando, padre, si venia, para
saber si se ha de hazer la cena en esta o en la
otra casa.
Ram. — Confundido rae has con la respuesta.
De manera, tarauilla, que por estar a la ven-
tana vendré más presto y se hará de cenar con
lo que aún está en la pla^a? Policena, Policena,
mira que no se me antoje jugar de petrina,
que si comien9o me comeré las manos tras ello.
Pol. — Esso seria de pessar de auerrae casti-
gado sin culpa.
Ram. — Antes me daria contento; no más,
picotera; limpiame luego essos bacines y agua-
maniles como vn oro, y mételos con los paños
y estuches en Tarca grande; y sea presto, no
me pagues hecho y por hazer. Huela la casa a
hombre; no la tocaria a vn pelo de la ropa más
que a las niñas de mis ojos, porquCs la mesma
bondad. Mas es menester aparejar la medicina
antes que venga la dolencia, y assi (porque no
se m'estrague) quiero procurar de sacudir la
pessadumbre que traigo (por su causa) a cues-
tas; no quiero que me suceda alguna desgra-
cia; que no puedo tener oficial que me ayude
sin sospecha, y solo gano tres vezes menos de
lo que solia. Que se puede esperar de mercan-
cia que (como cañafistola) baxa ciento por cien-
to de precio, y que a duras penas (aun dando
dineros con ella) halláis quien os la quiera sacar
de casa? Sino lo que de la otra Policena, hija
del rey Priamo; pues quanto más herniosas,
tanto mayor es la desuentara del que ha de
lidiar con ellas. Quiero resoluerme de tomar
uniger qu;? mire por mí y por ella; mas (pobre
de mí), quién sufrirá el infierno de daca la ma-
drastra, toma la hijastra, si ya el diablo no las
concierta? X'o sé qué me haga; cierto la vida
que passo no es para llegar a nietos. Qué ten-
tación tomó a mi madre quando quitándome de
sastre (por ser, como dizen, oficio de ladrones)
me puso a harnero? üeuió sin duda de topar
con alguno que l'acerto a poner la madre en su
lugar (que padecía mucho d'ella), pues si esto
no fuera, qué me faltaua a raí, dexandome libre,
para venir a ser alguacil o mercader? Al fin, es
mundo: todo anda errado, pues poss'en en él
las cosas aquellos para quien no se hizieron.
(.'orno yo ahora, que con más altos pensamien-
tos que vn principe de Salerno, soy vn pobre
harnero. Xo acabas, Policena?
Pol. — No me falta sino vn aguamanil.
Ram. — Quando quieres todo lo ha/ces en vn
pensamiento; pero es el diablo qu'eres antoja-
diza.
Pol. — Y más ahora, que me muero por vnos
botines.
Ram. — No te faltarán.
Pol. — Y de cena no dize nada? Yo baxo
allá.
Ram. — No, que voy por recado y quiero ce-
nar en la otra casa.
Pol. — líuelua pronto, padre, que tengo mie-
do si no estoy a la ventana.
Ritan. — Pues de quando acá ha la niña te-
mor del Coco? a buen seguro que tú le pierdas
presto. Pareceme que oyó a la madre, que no
podia estar vn momento sin compañía.
SCENA X
Ramiro, Cerdino, Marcia, I\ocencio,
[/?((?«.]. — Beso las manos de V. m.
Cer. — Dios os guarde, Ramiro; qué buscáis
tan tarde por esto^ barrios?
Ram. — Soy ya más vezino de V. m.
Cer. — Cómo assi?
Ram. — He alquilado aquella casita de la es-
quina.
Cer. — Sea en hora buena; mucho me huelgo
de teneros por vezino.
Ram. — Estare más cerca |)ara seruir á V. ni.
Ya me parece que se va haziendo hora de
cenar.
Cer. — Por esso espero aquí a mi mnger y a
mi hija, que han ydo a Vísperas y auran topado
con algunas comadres, (juc las tentlran parlan-
do tjuanto han soñado desde que nascieron.
Ram. — Ya no jiodran tardar, aunque si es-
tán en las Huelgas acaban nmy tarde. La po-
breca, señor, escusa vn criailo; con licencia de
Y. m. me voy a comprar de cenar, que por ser
recien mudado no ay nada en casa.
Cer. — Vais norabuena. Cómo lo entendió
bien el que oyendo predicar ser necessario para
sainarse que cada vno llene su cruz, se fue a
:^ran príessa a tomar a su nniger a cuestas,
teniéndola por tal!
.lAí// entendido lazo de la gente!
(¿ue las más vezes junta
Dos contrarios humores.
Con sola vna pregunta
420
ORÍGElíES DE LA NOVELA
}' rn sí (sencillamente
Dado) qu'en mil cuidados y temores
Tiene siempre después al más valiente.
Si no fuera por el negro respecto del mundo
(que dize que buena muger y buen casamiento
s'entiende, no de serlo, sino d'el que no se li;i-
bla) me fuera ahora a traer a la mia arrastran-
do por aquellos cabellos, dándola mil puntilla-
zos. Huelgúense, pues liazen oy Carnestolien-
das. Quiero que mi suegro se ria de mí, si pue-
de otro dia, tanto comigo que las dexe oyr
otras Yisperas este año; es verdad que me qui-
tará que no enclaue la ventana, que por amor
d el dexé abierta. AUi vienen ; de'las Dios
tanta gota, que nunca más se leuanten, amen,
amen, amen. Sin duda que aueis ayudado a
cojer las sobrepellizes.
Mar. — Marauilla fuera si no mesalierades(^)
a recibir con vuestros pudrimientos; veis aqui
al bachiller y a Vigamon, que os dirán si son
acabadas las Completas.
Cer. — Pregunta a mi compañón si yo soy
ladrón.
In. — Es cierto (por est'auima pecadora) que
se leuantaron al Nunc dimittis.
Cer. — De aqui adelante serán las Visperas
rezadas en casa, que no las quiero tan largas
fuera.
( Salesse Gemino a la calle).
Mar. — Yo sufriré quanto pudiere; subios
arriba, Cassandra.
In. — Ya está en su cámara. Señora, no sea
part'el marido para que Y . m. pierda lo que
oy con tanta deuocion ha ganado; que siempre
eí insidiador anda más solicito quando nos ve
yr por el camino de nuestro verdadero descanso
y contento.
Mar. — Dios se lo perdone a quien tan bien
m'empleó.
ACTO QVARTO
SCENA I
Violante, Counelio.
f F2'o.]. — Cornelio.
Cor. — Señora.
Vio. — Dond'está Damasio, que no ha dor-
mido en casa esta noche?
Cor. — Llenáronle vnos amigos suyos que
han venido de Salamanca, y por ser tarde se
quedó con ellos; no la dé pena a V. ra., que'en
buena parte está. Y no le aura faltado regalo
y contento.
Vio. — Pues cómo no me has dicho nada?
(•) En la edición original, salieriadcs-
Cor. — Mandóme que no lo hiziesse. La jo-
uentud, señora, ha de passar su carrera, por-
que quando el moco es viejo, es viejo moco, y
lo que ahora disculpa la edad, en la madura da
que reyr a las gentes.
Vio. — Ay, Cornelio, Cornelio, qué retorica-
das escusas de traidor descarado son essas? En
mal punto pusiste los pies en mi casa; tú, Abe-
llaco, eres el inuentor y maestro de los vicios
de mis hijos; tú se los tramas, y me los has de
dos palomas sin hiél buelto'milanos.
Cor. — Nuestra señora de Prado me valga
con V. m. Déme licencia, pues tan mal parez-
co ante sus ojos, y con esto saldremos ambos
de pena. Parece que me ha visto V. m. el jue-
go, porque no desseaua sino semejante ocasión
para yrme con Dios, porque a vn moco le sobra
vn amo; por esso V. m. mande hazer quenta
comigo, y también yo la haré de auer perdido
el tiempo en parte de donde pensaua salir con
otro pelo.
Vio. — Esso es lo que yo he más menester;
yo voy a missa: en boluiendo lo haré de muy
buena gana; porque la muerte del lobo es la
vida de los corderos.
SCENA II
Magias, Cornelio.
[J/«c.J. — Bien me puedo (o amor, grande y
benigno señor) dar de oy más por bien pagado
de quanto por amar he padecido; y si culpan-
dote (con impaciencia vanamente) he pronun-
ciado algunas palabras contra ti, ahora (arre-
pentido de todo coracon) confiesso que la mayor
de tus penas es pequeña y muy fácil de llenar
en comparación de tan grandes premios; pues
de la tempestad de los suspiros y del infierno de
los afanes llenas a la luz y gozo de todos los
deleites d'esta vida. En este punto oy hablar a
Cornelio y no parece; bueno es que se descui-
de quando más es menester; donde aura ydo?
No sé cómo Dodremos sacar a mi hermano y
boluer a mi alma a su casa. Mal aya el diablo;
a fe que se pudiera Ceruino dar con vn canto
en los pechos antes que me sacara la prtssa de
las manos, a no tener tal prenda en su casa. O,
qué terrible cosa es auer por fuerza de refrenar
el apetito y gusto, y priuarse de su contento:
mas quien siembra ha de compensar la esteri-
lidad con l'abundancia. Pero lo que más me
lastima es ver que esta pobre señora (como
tiene en tanto la honrra) no ve la hora de bol-
uerse a su casa, assegurada ya de tenerme por
suyo.
Cor. —No estarla más vn solo dia en esta
casa si me dorassen.
Mac. — Cuitado de mi, qué oyó?
LA LENA
421
Cor. — Es este el galardón de mis seniicios?
Mac. — Parece que s'cstá quexando Corne-
liu. Hrrujano Cornelio.
r'or.^-Ya es la hermandad acabada.
^[ac. — Vienes con vn gesto como site vuies-
se mordido vna hiuora.
Cor. — Hame mordido otra peor (jue binora;
yo me voy, señor, a sacar mi bato, que estoy
resuelto de no sufrir más insolencias de mu-
geres.
Mac. — Este veneno me t'altaua, para liazer
amargas todas mis dulzuras: bien dizen (|ue el
A 13 C que haze comedia, ba/.e tragedia. Cómo,
Cornelio, es possible que en tan gran necessi-
dad nos quieres desamparar?
Cor. — Yo no soy bueno para necessidades,
sino para bazer malos a Vs. ms., como acabo
de oyr de boca de mi señora, con palabras que
no se podrían dezir a yn capeador; y por esto
me quiero alargar sin ninguna re'plica.
Mac. — Estraño eres en mirar a sus palabras
conociéndola; no sabes ya quán terribl'es con
nosotros quando senoja?
Cor. — Si ellos se quieren estar como pollos
en cesta, yo no; porqu'estimo mi honrra (aun-
que pobre mo^o) como el más estirado.
Mac. — Por vida de Damasio (que se' ipie le
(juieres más que a mí) que (dexando aparte la
colera) veas cómo nos deuemos gobernar para
que salgamos bien d'este negocio.
Cor. — Yo no me quiero empachar más en
cosa de Vs. ms., pues soy (según dize mi se-
ñora) quien los distrahe, antes yrme con Dios
en haziendo mi quenta.
Mac. — No esperaua yo cierto essa respuesta
de tí, ni menos mi hermano: pues me dixo
ayer que como boluiesse a casa te quería dar
vn vestido y diez ducados, üe mí no (ligo nada.
Cor. — Y dónde los tien'él para dármelos?
Mac. — No tiene la renta de Toro y la de
Boezillo, qu'cs erencia de vn tío nuestro y ha
(piatro años que goza d'ella?
Cor. — Y tiene cierto los diez ducados?
Mac. — Y aun más de ciento y cinquenta.
Cor. — Pequeña lluuia gran viento aplaca:
del amor del señor nasce la obediencia del cria-
do, y el qu'es Hel nunca se nuieue a bazer bien
por la esperanza del premio; y assi no lo haré,
ni por diex, ni por mil, sino por mi buena ley y
porque no se diga por mí: quando el malo
ayuda, os dexa el pesso a cuestas, y aun oso
dezir por dar desgusto a mi señora; perdóneme
V. m. si le pessa d'ello.
JArtC— Nosotros queremos más para ti que
para quantas madres ay en el nuiíido. Qué te
parece que hagamos?
Cor. — Yo lo remediaré todo; dexem'el cargo.
He pensado esta noche, mas no perdamos tiem-
po, que la esperiencia es maestra en los casos
que ocurren. Vna cusa ([uiero de Vs. nis., y es
que si acaso yo diere en manos de la lusticia,
me ayudi'u a diestro y a siniestro.
Mac. ('). — Por qué temes d'ella?
Cor. — Porque no querría dar d'el humo iii
el fuego, y qu'el yerdugo me hizíesse la& le-
chuguillas con los pies. Si N's. ms. han esta
noche estado en el plazer de Niqnea, yo no he
llorado mis pecados, antes gozado de mi Poli-
cena como vn paladín: la (jual me ha dado la
ilaue de la casa donde han morado liast 'ahora,
y otra contralieclia, además de la que tiene su
padre, de vn'arca grande que dexaron de mu-
dar ayer por ser tarde; para que en remunera-
ción de mi trabajo tome lo que hallare denlro
(effetos de amor, que haze a los hijos ladrones
y enemigos de sus padres). No quiera V. m.
saber mas: mí señora es ida a la Yglesia, y la
casa está sola; llene V. m. a la señora Cassan-
ilra a la casa que he dicho de Ramiro.
Mac. — Y si acaso él estuuiesse allí?
Cor. — Quien mucho mira al viento, ni siem-
bra ni planta a tiempo; haga V. m. lo que le
digo, que cosa hecha cabera tiene. No ay otra
Ilaue de la puerta sino ésta, y Policena está
prcuenida para que si el padre se la pidiere
¡'entretenga con aquí estaua, allí la pusse, acu-
llá os la di, hasta que yo buehia y se la dé a
ella; y estamos seguros, porque no hallará
quien se la mude sino después de Missa mayor.
Mac. — Ay, ay.
Cor. — No hazen al caso los suspiros quando
se trata del remedio.
Mac. — Suspiro por lo que pierdo y podría
suceder.
Cor. — Conforme a lo ([ue yiniere nos gouer-
iiaremos, que en el camino s'endere(,-a la carga;
baga V. m. lo que digo presto, pues no ay
tiempo para mas consideraciones. Dios da hilo
a tela iuirdida.
Mac. — Yo voy por ella.
Cor. - Vaya V. m., qu'el palo torcido se en-
dereza torciéndole al renes; yo me adelanto a
tener abierta la puerta. (Solo.) Terrible simple-
za es la de los que seruimos: (pie ponemos la vi-
da a cada passo en mil peligros por nuestros
amos, no esperando d'ellos otro galardón sino
al primero descuido vn «hermano, otro poco a
otro cabo, que no os he menester en mi casa».
Mas gran necio seria yo si por las palabras de
la madre dexasse los (mientras dura el granillo)
que me son tan conqiañeros y liberales. Quien
no soba, buen pan no coma; (piiero cogerme
ahora estos diez ducaditos (vengan de do vi-
nieren), que con ellos y el vestido me pondré
como vu Pahnerin de Oliua. A fe de pobre
(I) Kn la edición oviL'inal. ostn. por errata, lo dice
Covuelio.
422
ORÍGENES DE LA NOVELA
111090, que se podra dar a este (si se nos logra)
ol precio de les tiros. Andaos a ser celoso, y
ciubiaros lian a donde ni el Papa ni el Empe-
rador no tienen Embaxador; quiero dezir (con
perd-^n de quien me oye) a la maldita y desco-
lunlgada región de Cornoualla. Yo prometo,
si me casii, que tengo de Henar a beuer mis
])atos quaiido Ilueua, que la violencia de no
dexar hazer su curso a la Natura trae seme-
jantes acidentes. Mas qué no acomete vna per-
sona quando siente que no se lian d'ella?
Q llanto a mí, yo confiesso que todo lo echarla
a doze, y por ventura que han passado las
agrauiadas de treze, porque los gallipauos no
sj aurán dormido (yo los fio) con las purgas.
(Juntanse en casa de Ramiro.)
Esta cerradura, señora niia, es de golpe y se
abre por de dentro, tirando assi el pestillo;
prueue V. m.; esté diestra para que no s'emba-
i'ace al salir, y esto ha de ser en oyendo tosser.
Subasse presto a su apossento: baxe al punto
ol señor Damasio y metasse en Tarca, que con
el niesmn ardid le sacarán y será licuado a casa
de Ramiro.
Mac. — Mucho me quadra, mas temo no se
desmaye de congoxa.
Cor. — No tenga miedo, que los ratones d'es-
ta casa son enamorados y como tales nos han
ayudado con agujeros que han hecho, para
que pueda respirar, y ya yo lo he prouado más
de quatro veces; quanto más que ha de durar
poco. Ahora salgasse V. m., dexeme cerrar la
puerta; esté a la mira; yo llenaré las llaues a
Policena y m' encerraré con ella en yendo el
padre con Tarca; que vale ahora tanto como la
de Noe, quando buscando nueiio mundo andana
rellena de todas las reliquias de la tierra.
Mac. —La de Marsella te guie.
SCENA III
Cervino, Ramiro, Inocencio.
Cer. — La casa de Cesar no solamente ha d'
estar sin macula, mas sin sospecha della. Di-
gan mi suegro y qnaiitos me tienen por estre-
mado celoso lo que quisieren: que lo he sido,
lo soy y lo seré; dando siempre gracias a quien
me da conocimiento para serlo; en que me ten-
go \)ov Rey de los hombres, pues sé tener a
mis niugeres de manera que no me puedan ha-
cer de los juegos de passa passa, que suelen
las que tienen algunos luanes por maridos.
Atcngome al cantarcico Portugués quedize:
O homen que a moller naon garda
Merece de trazer albarda.
Presto s'engaña quien mal no piensa: tú que
tienes que hacer en tu casa, no te alexes d'ella.
Dizen que andan en vn predicamento el Celo-
so y el Cornudo: porque actn vel potentia, el
que no lo es lo puede ser. Y si esto es assi
(como lo es) no sé yo qué razón ay para que
vn hombre que tiene muger mo9a y hermosa,
como yo, no guarde su cabe9a de tan estraña
Metamorphosis. Es verdad que os toca vna en-
fermedad comunicable: sino para hazeros ver-
gonzosa conseja d'el vulgo. Mejor están ¡oá
cuernos en el pecho qu'en la frente. Fors etiam
nostris, inuidit qnaestibus aures. Porque a qué
amigo osareis quexaros que, si no se rie de vos,
no se aproueche de la ocasión, instruido y enca-
minado, para tomar su parte de la visceracion?
Esta mañana en la pla9a me dixo vno en se-
creto que cierta donzella princijial se salió ano-
che de casa de su padre, y que se está a plazer
con su enamorado. Qué atreuimiento del de-
monio? A no auer contado mis ouejas, descui-
daos y veréis lo que passa. Perro viejo no la-
dra en vano. (Ramiro llama a su jnierta con
Varea.)
Ram. — Ta, ta, ta. Aurasse la rapaza subido
a los desuanes. Tata, tata, tata. Por mi^fe, que
la tengo de dar en abriendo dos repelones. Ta-
tata, tatata, tatata.
Cer. — Ramiro, queréis sin para qué dar
con la puerta en tierra? Si vuiesse alguno
en casa, ya os auria oydo aunque estuuiesse
sordo.
Rnm. —A mi hija dexé aqui poco ha; no se
cómo no responde. Aura salido fuera, la loca, a
buscarme'. Suplico a V. m. mande que estos
hombres descargen en su casa mientros bueluo,
que la quiero yr a buscar.
Cer. — (Lo que más he yo menester) (').
Norabuena. Amigos, aliuiaos, que no sabéis
quánto ha de durar la fiesta.
Ram. — los a beuer y bolué luego a mi puerta,
que y'os pagaré vuestro trabajo. ]\Iande V. ni.
que se mire por ess'arca, que tengo dentro vn
gran tesoro.
Cer. — Yo voi fuera. Bachiller, dad buena
quenta d'ella.
In. — Ya lo guardaré como el dia del do-
mingo.
Cer. — No me viene poco a proposito la veziu-
dad de Ramiro, porque con vna mira apuntará
a dos cosas. Quiero encomendarle que tenga
quenta con quien entrare o saliere en la mia, y
estoy cierto de que me será fiel espia. Mas
como dize el ludio: De quien me fio me
guarde'l Dio; de quien no me fio, me guar-
daré yo.
(') Este aparte de Cervino so halla sacado de su
lugar en La Lena. Lo colocamos conforme al texto
de El Celoso.
LA LEXA
423
SCENA I III
Magias, Lena, Inocencio.
[JAíC.].~Lo peí ir de desollar, Lena, es la
cola; todo quanto os he visto no vale nada, si
no liazeis de manera que Inocencio salga a la
calle; que con esto la cusa sucederá 'como des-
seatuos. Mira qn'en teniéndola fuera de casa,
aueis de tosser; ((u'es la seña que tiene para sa-
lir al punto.
Ae??. — Hasta aqui la mar está sossegada,
pues no se oye rumor de marineros. No se mues-
tre V. ra.; apartesse y dexeme liazer mi oficio,
Santo Vicetu, in sécula, amen. Señor Licen-
ciado, cómo está V. m.? que me parecen años
los dias que no tengo ventura de verle.
In. — Ño creo yo menos, Lena, de vuestra
bondad; estol bueno para lo que os cumpliere,
gracias sean dadas al Señor. Huelgome de añe-
ros encontrado; porque os sé dezir que ayer
tarde, voluiendo a casa, me dixo mi señora que
ya auia concertado el negocio de su prima, y
que se auia puesto en manos de quien lo hará
muy a su gusto, de que venia alegrissima; y
después acá no he sabido otra cosa, porque no
la he visto, a causa de auer reñido con nuestro
amo anoche sobre cena.
Len. — Qué me quenta? Llegúeseme acá por
amor de mí, no nos oya algan espiritu malino
de allá dentro.
In. — Aun no auia yo mirado en tanto; te-
neis más (|ue razón.
Len. — Uigame, por amor de mí, qué fue la
causa? Hem, heni, hem.
In. — Vinieron a tratar del bien aucnturado
san luán, y diziendo ella que san luán Euan-
gclista es digno de gran veneración, respondió
él: es assi; más el de oy no es él, sino Baptis-
ta. A que replicó mi señora, que sabia bien ser
el Euangelista; y aunque yo la hazia señas (^ue
se'ngañaba, con todo esso porfió tanto, dizien-
do que no inoraua'l Calendario, que'l (ya amos-
tazado de auer buelto casi de noche a casa) se
leuantó enojado, profiriendo; Bien dixo el sa-
I>io rey don Alonso, que para ser vno buen
matrimonio auia de ser el marido sordo y la
mujer ciega. Bealus vir qiii habitat ciim mulle-
re t<ensata; y entendiendo ella que la llamaua
insensata, comentó más alterada a injuriarle.
Y él entonces, buelto a un'., dixo: N'os parece,
bachiller, ocasión esta para renegar de muge-
res? y diola un bofetoncillo que no matara vna
mosca. Con qu'ella sentró grittando en la cá-
mara de la señora Cassandra y sencerro con
ella, donde aun s'estan juntas, sin auer querido
salir vn passo. Mas yo sospecho que andana
(como los médicos) buscando'! mal, y assi quan-
do yo estuuiera en lugar de su marido, quizá
que hiziera más con ella.
Len. — Hvni, hem, hem. Por esso dizen que
es más fuerte el vinagre de vino dulce; pues
V. m., que parece vn silo de paciencia, la
vuiera meneado los huessos, a fe que lo deuia
Je merecer. Ilem, hem, hem. V. m. la ponga
en razón, que no la estará bien si su marido la
comienza a perder el respecto: yo se bien la
tempestad que se leuaiita quaiido el enemigo
de nuestra frágil natura se mete entre marido
y muger. Hem, hem, hem. Mas capero qu'esta
riña de san luán será la paz de todo el año,
[lorque passada la furia, la señora se aplacará,
procediendo adelante como quien es, que al fin
se ha de seruir al marido como a señor, y guar-
darse del como de vn traidor, Hem, hem, hem.
Estoy muy resfriada.
In. — Bien se os parece.
Len.—'No me sabria dar algún remedio?
In.-Y tal como bueno. Tomareis esta no-
che vna escudilla la más caliente (jue pudiere-
di'S y muy arropada; dormí sobr'elío, que ama-
neceréis como vna mangana.
L^en. — Pues qué tengo que tomar caliente.'
In. — Ya n'os lo he dicho?
Len. — No, por ciert).
In. — N'os es()anteis, perqué voy cnuclcando
algunas arduas (juestiones que nnperrime se
me han mouido en la especulatiua, las quales
me traen desudado y como fuera de nu'.
Len. — Mucho me pessa de su desassosiego.
Y con quién han sido las quistioues?
In. — No es esso, hermana. Question viene
do qiiaero, que es buscar, disputar, dudar, et
stmilia.
Len. — Quistion de cuero se apacigua con
>ueño. Otra gracia querría que me hiziesse.
In. — Ya sabéis lo que tenéis cu mí. Omnia
¡norsus of/icia debeo.
Len. — Desseo mucho saber en qué mes cae
la Epifanía este año.
In. — Ya es passada, mas viene siempre en
Enero.
Len. — O, pecadora de mi, q\iise dezir la As-
censión.
In. — Mucho va de vno a otro: es menester
verlo en el Calendario o Tabella temporaria
Festorum mobilium, y no oso estar más aqui;
la primera vez que nos veamos os lo sabré
dezir.
Len. — Alómenos dígame quando haze la
Luna.
In. — Cierto que sois curiosa, espera. Áureo
numero seis; Epacta 20, miércoles a las siete
de la tarde; y esta noche passada ha anido
eclypse, que comenró a las diez y duró hasta
las quatro de la mañana.
Len. — Grandes dolores de cabeca aura causa-
424
orígenes de
do. No me haría merced de darme alguna ora-
ción de su mano contra los duendes qu'eu la
casa adonde biuo andan?
i«.— Acaba por amor de [mi, n'os deten-
gáis más, que aun no eslando mi amo encasa
le temo.
Len. — El Señor le acompañe.
In. — Y vaya con vos. Ay sinceridad como
la d'esta buena muger en el mundo.'
SCENA V
Ramiro, Policena, Cerüino |Inücencio|,
Bezerrica, Damasio.
\^Ra7n.~\. — Adonde has estado hasta ahora,
chorlita? No me veria ya sin ti.
Pol. — Antes de digan, digas; y el padre
dónde anda que no ha tenido lastima de de-
xarme sola en vna casa donde anda vna fantas-
ma, que d espanto me ha tenido tendida, des-
mayada más de vna hora, y como bolui en mí,
le fui luego a buscar a la otra casa; y n'osara
tornar a ésta si no me vuiera encontrado Cor-
nelío, el criado de aquellos caualleros, que me
ha enseñado una oración, la qual se ha dezir
en los temores, por Taima del postrero ahor-
cado.
Ram. — Y cómo era la fantasma?
Pol. — E... e... era vna cosa la... la... larga,
que me pareció abracarme, y me cubrió el co...
co... coraron, tanto que me caí de mí estado
como muerta.
Ram. — Ta... ta... tartamuda te ha dexado el
espanto; fue, necia, de (') tu sombra; baxa,
baxa acá, abre la puerta, que voy a passar l'ar-
ca de casa del señor Ceruíno, donde la pusse
hasta que pareciesses o muerta o biua. Serui-
dor, señor Doctor.
In. — En buen hora sea mentado.
Ram. — Vengo por mi arca.
In. — Señor.
Cer.— Qué ay?
In.~ Viene Ramiro por su arca.
Cer. — Pareció ya vuestra hija?
Ram. — Sí, señor, tuuo no se qué miedo de
verse sola, y fue a buscarme a la otra casa.
Bez. — (J, qué espada dorada tan linda que
está en esta arca.
Ce?-. — Qué espada? qué sabes tú?
Bez. — Tienelavn señor que está dentro.
Cer, — Señor que está dentro? qué dizes?
/>'ee. — Sí, señor, yo le he visto.
Cer. — Qu'es esto, Ramiro?
Rnm. —M'wíi V. m. a las palabras de los
mentirosos niños?
I 'i En Kí Ceíoso no se halla la partícula de que aquí
sigue á ?!«cí((,
LA NOVELA
Cer. — Pues ellos suelen dezir las verdades,
y muchas se descubren con la mentira. A bue-
na quenta, yo quiero ver lo que ay.
Bez. — Sí, señor, dentro está.
Ram. — Son mis estuches dorados y recado
de la tienda; estás borraehito, merdosso?
Cer. ('). — Digo que abráis, si no queréis que
nos oyan los vezinos.
Ram. — Qué meplaze. ( Abre Ramiro Varea. J
Cer. — Assi, mal hombre, traidor, infame,
cornudo.
Ram. — Qué insolencia es ésta? D'esta ma-
nera se tratan los hombres honrrados en esta
casa; tras auerme robado mi hazienda? lusti-
cia ay en la Corte. (Sale Damasio de Varea.)
Cer. — Y a vos que os parece? Es buena
gentileza meteros d'esta manera en casaagena?
Dam. —Habla con quien me metió. Mas qué
tenéis vos que ver en que yo me haga llenar
como me diere gusto por toda la ciudad?
Cer. — Llenen os a casa del diablo, pero no
a la mia.
Dam. — Ay más, si os pesa tanto, que paga-
ros el alquiler del tiempo que ha estado Tarca
en vuestro portal? (Sale Damasio empuñando
¡j vasse.)
Ram. — Señor Ceruino, haga V. m. que pa-
rezca mi hazienda, pues me ha faltado en su
casa; dexemonos de quentos: no seamos tras
cornudos apaleados.
Cer. — Ambos me lo pagareis con las sete-
nas, a pena de ruin hombre. Al ñn, la muger y
el vino engañan al más lino.
SCENA VT
Ceuuino, Inocencio, Bezeriuca.
\_Cer.\. — Inocencio!
y w. — Señor.
Cer. — N'os he yo dexado en guarda de mi
casa?
In. — Sí, señor.
Cer. — Aueis estado siempre aquí?
In. — Sin apartarme vn minuto.
Cer. — Pues cómo se ha hecho esta maldad?
In. — Qué maldad puede cometer vn hombre
cerrado en vn'arca? Tuuiessemos assi todos los
malos y podríamos dormir a sueño suelto, sin
temor de ladrones. Quanto más que son cosas
de mocos y auran querido hazer alguna burla
al barbero y a su hija. Nunca V. m. siendo
estudiante hizoTánima pecadora? Cómo d'essas
le podría yo contar!
Cer. — Mira a quién he yo encomendado mi
honrra.
(') Eu este lugar y en el inmediato hállase equivo-
cado el nombre de Cervino en los dos textos. Dice Cor-
LA L
]n. — No está mal guardjula (juaiulu el (lUc
la podría quitar viene ileliaxo do liaue.
?>;•.- Quitáosme de delante, insensato, no
uio hagáis...
//;. — Mire V. ni. que se deue tener respec-
to a vn houíbre graduado como yo, porque
d'este palo nascen los Oydores y Presidentes
que mandan eJ mundo. Si, que yo no soy zao-
rí, para ver lo qu'está en las arcas cerradas:
])or qué no lo adeuinó V. m. quando la hizo
descargar en casa? Auctor hormn maluniin
piaeter te nemo fuit.
Cer. — O, Ramiro traidor. Ben acá, Bezerri-
11a: haxó abaxo Marcia.''
Jiez. — No, señor.
Cer. — Hombre'n arca en mi casa! Inocen-
cio, yd luego a llamar a mi suegro (que nun-
ca ('1 lo fu'M-a); dezidle que se llegue luego
aqui, que me importa mucho. Dinie, mochadlo,
cómo viste aquel hombre?
7}Vr.— Desde la ventana de la despensa.
Cer. — Dilo todo, no tengas miedo.
J>ez. — Abriendosse aquell'arca, salió d'ella
la señora ("assandra.
Cer. — Y quien abrió a Cassandra?
Hez, — No sé, señor; ella creo que venia
abierta.
Cer.— Y qué liazia entonces el bachiller.'
Bez.- Estauasse a la puerta de la calle ha-
blando con vn fraile.
Cer. — Y después qué hizo Cassandra?
Bez. — Subiosse arriba.
Cer. — Y subida ella?
Bez. — Baxó aquel señor con no sé que ropa
en el braco, la espada dorada en la mano, \
metiosse en Tarca.
Cer. — Esta ha sido vna de las mayores mal-
dades que se han visto en el mundo. Sus, ma-
nos a la sangre. Quiero matar primero al trai-
dor enarcado, y después daré tras estas malua-
das, que no se me yrán sin castigo. Estos eran
los casamientos del señor Aries! Bczerrilla, si
viniesse mi suegro, dile que me esjjcre, que lue-
go bueluo
SCENA VII
Damasio, Magias, Cornkmo, Aries.
\_Dam.']. — En vn punto están dicha y desdi-
cha, y las desgracias siempre ajiarejadas. No
hay contento en esta vida que no traiga consi-
go el desgusto, ni alegria sin me/.cla de llanto.
Es tan cierto esto como seguir la sombra al
que al sol camina. Al fin, loque menos se teme
es más de temer. Mas ya que nuestra mala
suerte ha querido que aquel rapaz aya descu-
bierto el más gracioso caso que de amores ha
sucedido, aueraos, hermano, de procurar que
aqueñas señoras no padezcan, porque su pena
h:NA
425
nos seria de perpetua inramia. Es menester
preu(Mi¡rnos y comeiiear a reparar el daño, por
que las desdichas son como los peces, que por
inarauilla vienen solos en la redada.
J/ac— Corta de mí por donde quisieredes:
tengo por mejor obrar antes con peligro que
]tadecer después con vergüenza. El daño que
haze la mala suerte se ha de remediar con va-
lerosa mano. Haz tu deuer y venga 1<1 que vi-
niere. Vamos luego a sacarlas de su casa.
/>«/«. — Gentil emendar de auiesso: bien di-
/,en que naturalmente la iouentud (como poco
esperta) no mide ni considera los jieligros, y
assi no me niarauillo de que vuestra resolución
sea más gallarda que prudente.
Cor. — Si vuiei'an considerado lo (pie i)udie-
ra suceder, a buen seguro que aún se estuuie-
ran en los jardines de Tántalo.
7)a?«. — Qu(' di/.es, Cornelio?
Co;-. — Digo, señor, que corriendo inconside-
radamente en negocio tan arduo, seria uestir
antes el jubón que la camisa.
Dam. — Es como dizes. Velocüatem nedcndo
tempera.
Afac. — Esso s'cntiende quando el tiempo da
lugar, y porque falta, diré antes yo: Tarditutem
snrgendo tempera; que no se ha de perder mo-
mento en consultas quando la necesidad cons-
triñe a menear las manos.
Dam. — Estemos a la mira para socorrerlas^
si fuere menester, y assi cumpliremos con am-
bas cosas. Qué te parece, Cornelio?
Cor. — Que V. m. habla como vn Séneca y
el señor Maclas como cauallero de la Tabla re-
donda, cuyo parecer se ha de executar quando
no aya otro remedio. Mas yo espero ponerle,
por via del señor Aries; y por ventura la For-
tuna no nos sera tan enemiga, ni passará la
cosa tan mal como tememos. Mas entretanto,
vn ojo en la sartén y otro en el gato; téngan-
me buen animo, qu'en el templo de lupiter d¡-
/.cn auia dos cul)as de vino, vna de bueno y
otra de malo. No nasce rosa sin espina: ya es
hecho; busquemos vnguento que poner en la
llaga, antes que venga a encancerarse. ^ o
(piiero que Vs. ms. vean ahora quién es Cor-
nelio Ceruantes de l'isuerga; que vn hombre a
las vezes vale por ciento, y que muchas, cien-
to no valen por vno.
Diim. — Pues qué medio tienes tú con
Aries?
Cor. — Por lo menos el de la señora dwña
Luxuria, que a la vejez le haze jugar de lomo.
Dam. — Ks possible?
Cor.- Eslo tanto, que me ha prometido
vnas Indias por que le sirua de tercero.
/)iim. — Sepamos con quién.
Cor. — No, que s'enojarán Vs. ms. si se lo
digo.
426
orígenes de la novela
Mac. — No podras tú dezir ni hazer cosa de
que nos pesse: dilo libremente.
Coi\ — Con mi señora (quando menos), por
quien beue los ayres dend'el dia que le habló
sobre el casamiento.
Dain. — Ha, lia, ha, y tú qué le has dicho?
Cor. — No le quise dexar sin esperanza, ade-
uinando que los passos en que andamos nos
lleuariau a auerle menester; que por esso tam-
bién tengo ya hecho con Vigamon su criado
vn cambalache de dueños, con que se tiene
más por Vs. ms. que de su amo. Alli viene,
deue de yr a reñir nuestra pendencia; dexenme
con él
Mac. — No ay negocio tan perdido que po-
niendol'en manos de vn prudente no se pue-
da esperar algún remedio.
Cor. — Tjcso las manos a V. m. Qué altera-
ción es essa?
Ar. — Es por yr de priessa a casa de mi
yerno.
Cor. — Tengo que dezir a V. m. sobr'el ne-
gocio que m'encomendó.
Ar. — Vení a hablarme a la tarde.
Cor. — No será possible, porque tengo mu-
cho que hazer a causa de que mañana, en ama-
neciendo, me parto para Cerneros, adonde voy
en romería.
Ar. — Espora vn poco. Bachiller, vayasse de-
lante, diga a mi yerno que luego seré con él.
Pues, amigo, qué tenemos?
Cor. — Trátela (señor) del negocio en bonis-
sima coiuntura, con tan grata audiencia, que
quisiera (a lo que sospecho) que durara mi plá-
tica hast'ahora.
^r.— Al fin?
Cor. — Podré cr'er (me dixo poniéndose de
mil colores) que ay en el mundo quien se
acuerde demí? Y aunque no me dio el sí, ni me
dixo de no, eché de ver que tiene perdida la
mala voluntad a V. m.; pero como muger pru-
dente no quiere descubrir su coraron tan presto.
Ar. — Mucho contento recibo de oyr esso;
bolué, os ruego, a darla otro tiento.
Cor. — No será possible, porqu'está muy eno-
jada ahora contra su hijo el mayor.
Ar. — La causa?
Cor. — A V, m. todo se le puede dezir. Es-
tando el señor Damasio enamorado de la hija
de Ramiro el baruero, por orden de la moca
(para lo qne V. ui. puede pensar) se metió en
vn'arca que de la casa donde han biuido se
auia de mudar ayer a otra que ha tomado, y
por ser tarde la dexó haí>ta esta mañana, y
llenándola halló la puerta cerrada por auer sa-
lido la hija no sé a qué, y mientras boluia, la
descargaron los ganapanes en casa de aquel
cauallero yerno de V. m. (con su buena licen-
cia), por no dexarla en la calle, y queriendo
después sacarla, no sé cómo se vino a echar de
ver lo que auia dentro. De que mi señora está
muy congoxada, temiendo no liayan sospei'hadi)
que aya sido por hazer algún mal en aquella
casa; mas la pura verdad es ésta.
Ar. — Es cierto lo que me auei^i dicho?
Cor. — Ciertissimo; assi yo tenga buen viage
o nunca d'el buelua.
Ar. — Luego de la hija de Ramiro andana
enamorado el Damasio? Y aun por esso me
dixo Vigamon vn dia qu'era toda vuestra.
Cor. — En el cuya se engañó. Es como le he
dicho; yo sé bien lo que ay entr'ellos.
Ar. — Al fin la inocencia es seguro esciidi;
y cr'er nmy presto, ligereza. Vos me aucis
dado dos nueuas vna mejor que otra, con que
m'he alegrado mucho. Toma este doblón para
guantes.
Cor. — No, suplico a V. m.
Ar.— Qué cosa es no? Toma os digo.
Cor. — V. m, me quier'echar vn'argolla al
cuello, y yo me doi por su perpetuo esclauo;
beso las manos a V. m. Yo le asseguro de que
si aprieta, vendrá presto al fin de su intento.
Ar. — Y vos no ayudareis a ello?
Cor. — Estos (señor) son dos mocos muy
libres (como todos los hijos de viudas) y quie-
renme mal de muerte, porque les digo lo que
les conuiene; y assi no quiero estar con ellos
por ninguna cosa, aunque mi señora no me
quiere dar licencia.
Ar. — Pues cómo, esso tongo en vos? Tam-
poco yo quiero que os salgáis de su casa, y me
obligo a daros más al doble en ella de lo que
ganáis; queréis otra cosa?
Cor. — No he seruido tanta merced como re-
cibo de V. m. Mas no es possible dexar de
partirme, por la obligación de cumplir el voto
que hize ya ha muchos dias; y como soy mor-
tal, no es justo perder la buena ocasión que se
me ofrece ahora de vn cauallero que me quiere
bien y va a lo mesmo, que me hará la costa
yda y buelta por que le acompañe.
Ar. — Digo que n'os aueis de yr en ninguna
manera; sufrí con discreción, pues la tenéis, sus
mocedades; que qualquiera palabra mala que
os dixeren la ]ioudré a mi cuenta, y la romería
se hará otro año, y podría ser comigo, porque
también pienso yr, si me caso, a Cerneros.
Cor. — Si V. m. me mandasse yr a Roma
descalco, lo haré mejor que pnr el Rey.
Ar. — Y 'os lo agradezco. Con esto quiero
yr a sacar a mi yerno de la opinión que deue
tener.
Cor. — Es tanto el odio que tengo contra el
Damasio, que me holgaría (en alguna manera)
de que aquel cauallero creyesse que se auia he-
cho llenar assi por amor de su hija, para qne
le hiziesse matar.
LA LENA
427
A.. — N<i suceda ta], que iria la honrradela
iiiia de por medio.
Cor. — Encargo a V. ni. (\»<v (juion es) la
de Policena, qu'os viia douzella lioiicsla y iiiu}'
recogida.
Ar. — N'os de' pena, que iiasta ser mu^er
para escusar lo que la pueda liazcr daño, y
niirá que no ruc oluidois.
Cor. — Yo lo desseo como (') V. m.
ACTO QVINTO
SCENA I
Violante, Counelio, Iía>iiuo.
[ Vi'o.l. —Sal! acá, Lobata, dadme vu manto
y venios comigo, desdichada de mí. No se' que
lie oido a vnos que a mi puerta estañan tratan-
do de vna pendencia que lian tenido mis hijos.
Bien me dixistes vos qne auian salido de casa
de mala manera. Estos son los embustes de
aquel embahidor de Cornelio, que de los más
modestos y obedientes me los ha hecho los
más libres y viciossos d'esta ciudad. Estoy re-
suelta o acabar d'echarle de mi casa, o dexar-
lo8 con él y meterme en vn monasterio. No se
adonde pueden estar, cuitada de mí. (Entran
Ramiro ¡j Cornelio alborotados.) Que' ruido es
este? Desuella caras, traidor, enemigo, que' has
hecho de luis hijos?
Cor. — Ellos quedan sanos y en saluo, y yo
por defenderlos traigo mi pago.
Ram. — Es como dize Cornelio, y lo qu'dl
tiene no será nada.
Vio. — Dczíme (amarga de uií) adonde los
dexastes.'
/?«/«. — En la placucla de San Llórente.
Vio. — Venios comigo, Ramiro; dcxá a esse
mal hombre.
Cor. — No lo digo yo?
SCENA TI
Aries, ^Iouüeco, Cornelio.
[.I;-. I, — En eft'eto este mi yerno es un mal
hombre; bien dizen las obras con el bestial
nombre que tiene.
Mor.— Ya V. m. lo ve.
.1/-. — Vamonos, por amor de mí, a saber
cómo está el herido; que por ser criado de aque-
lla casa lo siento mucho más. Alli nos sale al
encuentro, de que no me huelgo poco. Cómo
pintáis, amigo? Qué ha sido esto? Creed que me
('; El impresor lo estampó en italiano; come.
ha dado tanta pena vuestra desgracia, quaiito
contento recibo ahora de veros en pie.
Cor. — No esperaua yo menos de V. m.
luansse (señor) mis amos a passear al Espo-
lón, y sin por qué, Ceruino, acompañado de
diez o doze escapados de las horcas, nos assal-
tó en aquel passo estrecho que va de la Bohe-
riza (') al Rio, entre las casas del Unquc de
Bexar y la Rondilla. Viendo esto, h<'zimos los
tres vna hilera, y cargando los más sobre'l
señor Daraasio, trayendole acossado, y viéndole
yo en mal término, arrebaté del carro de vn
serrano vn tozuelo (que me deparó mi ventura)
y dime con él tan buena maña, que los hice
retirar más que de passo, tanto que auiendome
cebado en ellos, me hallé a Ceruino al lado, el
((ual a traición me dio vn renes de que me lia
mancado esta mano. Sobreuino luego el tenien-
te y prendióle; los demás ladrones, de alguaci-
les y porquerones seguidos, sVncomendaron a
sus pies; no sé lo que después ha sucedido.
Ar. — Qué le parece a V. m., señor Murue-
co, de la temeridad d'este atronado? Que se
aya ydo sin más verificación a poner mano a
las armas, deshonrrandose con tanto escándalo
del pueblo.
Mor. C^). — Mucho ha que le tengo yo pro-
nosticado este desatino.
^1/-. — Anda, hijo, gouernaos bien, y auisáme
lo que fuere menester, que yo tendré cuidado
de saber de vos.
Cor. — Beso las manos de V. m.
Ar. — Quiero en todo caso prou'er a lo que
a mi hija conuiene, que la sangre y su mucha
virtud (en que imita bien a su madre) me obli-
gan a mirar por ella y a sacarla de tan angus-
tiada vida como este loco le haze passar. Y
descubriré ahora a V. m. vn secreto, de donde
conocerá la mucha virtud de Marcia. Hame ju-
rado que se está tan virgen como el dia en que
nascio, porque Ceruino no es hombre, escusan-
dose con que vn'amiga que ha tenido de viudo
le ha ligado.
^[or. — Yo lo creo por mi fe; téngalo V. ra.
por ciertissimo, porque ha muchos dias qne le
veo andar tras Sánchez el boticario de la rin-
conada, y nunca me ha querido dczir lo que
con él tiene, aunque se lo he preguntado.
Ar. — Pues para con V. m. yo quiero escriuir
luego a Monsiñor Cornaro ^■'), que es todo
mió, que me anise si la podré casar con otro,
atento la impotencia d'este malauenturado.
Mor. — Haga V. m. que conste, que yo se la
daré libre en quinze dias, sin embiar tan lexos.
( ') En el texto de El Celoso bb lee este nombre asi:
Bueueriza.
(-) Me en los dos textos.
(^) En El Celoso dice Cornibus-
428
orígenes de la novela
Ar. — Tanto que mejor.
Jíor. — Pues V. m. pretende anular el ma-
trimonio, será bueno que yo también le apriete
para que case a mi sobrina, pues se ofrece tan
buena ocasión, y qu'entretauto la meta en un
monasterio o casa donde esté tratada como
quien ella es: que no querria verla caer por
desesperación en algún inconueniente de los
que cada dia acontecen. Tengo por gran desati-
no e imprudencia no dar quanto antes dueño a
las donzellas que quedan sin madre que mire
por ellas; quanto más con las partes de mi so-
brina, y la que tiene de nuestro abuelo en el
monte de Toro90s.
Ar. — Si le parece a V. m. vamos juntos a
hablar al licenciado Cernerá mi Letrado sobre
ambas cosas, y según su consejo nos gouerna-
remos.
Mor. —Por mejor tengo al Doctor Vaca,
que trata ant'el Prouisor de muchos casos ma-
trimoniales.
A)-. — Vamos a ambos, que no dañarán dos
consultas y pareceres; no perdamos tiempo.
SCENA III
Damasio, Violante, Ramiro, íIacias.
[/>íí/«.]. — No es, señora, gran indignidad
venir vna persona como V. m. a semejante
cosa?
Vio. — No es mucho peor que vosotros me
deis ocasión para ello? (Entrase Damasio.)
Ram. — Señora, esté V. m. muy contenta,
pues la ha dado Dios dos hijos como leones;
porque lo han hecho tai> valerosamente, que han
ganado oy mil voluntades.
Vio. — Querria yo (triste de mí) que esse
valor se mostrasse siendo más virtuossos que
otros, y que se echasse de ver en el buen go-
uierno de sus personas y de tanta hazienda
como su padre los dexó y yo les he conseruado
y aumentado. Madre desconsolada, viuda de
veinte años, que he consumido la flor de mi jo-
ventud criandolos con perpetuo cuidado, sin
auerme (por su causa) querido boluer a casar,
con salirme muchos buenos partidos, y vltima-
mente el de vn cauallero que está a pique d'ere-
dar el Estado de Mont'agudo.
Ram. — No lo ha querido Dios, porque V. m.
criasse con más afición a estos caualleros y a
mi señora Valentina; él se los guarde, que si
prosiguen como han comen9ado, por todo el
mundo se hablará dellos.
Vio. —Pobre de mí; si estas pendencias suc-
ceden vna vez bien, a la segunda o tercera sa-
len mal d'ellas.
Ram.. — Esta no ha sido por su culpa; yo |
me hallé casi presente, pues vi yr a quel des-
atinado con vna manada de rufianes (que robá-
rian la peste a San Roque), y metiendo todos
mano contra ellos, qué auian de hazer?
Vio. — El enojo que yo tengo es con aquel
malino de Cornelio.
Ram. — Contra Cornelio, señora? Ahora digo
qu'el hazer bien no aprouecha todas vezes;
por vida de mi Policena que merece ser bien
querido de todo el mundo, quanto más de
V. m., porque lo ha hecho como leal y valien-
te criado. Arisgar la vida el moco por el amo
ya ha mucho que no se vssa en Valladolid.
( Bnehíe a salir Damasio.)
Dam. — Sabe V. m. cómo ha de ser aqui ade-
lante?
Vio. — Peor que peor si no ay emienda,
Dam. —Digo que, si nos quiere bien a mi
hermano y a mí, ha de hazer quenta de que
tiene tres hijos, poniendo en este numero a
Cornelio, a quien tenemos más obligación
que a ninguno de nuestro linage. Porque al
tiempo de las necesidades los parientes son
poco fieles, los amigos se desaparecen, y este
entonces se muestra más desentrañadamente,
en quanto ncs toca.
Ram. — Cierto que lo merece.
Vio. — Tenedle vosotros en el lugar que qui-
sieredes, que yo os dexaré en su tutela, apar-
tándome (yo sé bien de qué manera) de ver y
oyr tantas desverguencas. (Entrase Violante.)
Ram. — Enojada se ha entrado mi señora;
V. m. es mal sufrido y ella impaciente, porque
como tan buena madre, le duelen estas cosas
que oye.
Dam. — El sufrimiento y la obediencia es
muy justa y deuida cosa, mas no hemos de
dormir (como dizen) hasta los treinta años con
nuestra madre; ni ella ha de tirar tanto la cuer-
da, que se rompa; porque ya no somos niños y
según las edades han de ser los castigos.
7i'a?«.— Es assi, señor, que los niños, porque
no entienden ni temen otra cosa, se castigan
con el acote; mas los hombres con las repre-
hensiones, las quales se deuen oyr de los pa-
dres con humildad y respecto , teniéndolas
siempre en la memoria, para gunrdarse de allí
adelante de darles ocasiones de pena: porque
todas sus asperezas van enderecadas al bien de
sus hijos, y al fin, la cura del rigurosso ciruja-
no es más segura que la del blando y piadosso
medico.
Dam. — Habláis como vn Cantón ('); cierto
que no he oydo sacamuelas que tan apuntada-
mente diga lo que alcanca: quién pensara que
de la boca de Ramiro podían salir razones tan
acicaladas, que bastan a conuertir los más des-
(*) Sic eu ambos textos.
LA LENA
429
camiiiadds y pordidos! Salí acá, Maclas, oyrcis
inarauillas. (Sale Macias.)
Mac. — Qué ay? Estamos seguros?
/>'a/«.— Hanie predicado Ramiro la ohedicu-
cia y humildad, dospauilandose tanto el senes-
cacliii, que con gran admiración he diclio: I5en-
dito seas tú. Señor, que assi como Balaam oyó
la voz del que le lleuaua, me has hecho sentir
la d'el mentecato Ramiro.
Mac — Y vos qué dezis a esto? No aura para
mí algo?
Itam. — Vs. ms. andan de torneo; no m'es-
panto de verlos aturdidos: dexemonos de do-
naires; acuérdense de que quien deue de resto
no está libre, qu'es lo que haze al caso; haga-
mos de manera que se cobre mi ropa, que no sé
imaginar cómo me la sacaron de larca.
Mac. — Como quiera que haya sido, aqui os
la pagaremos si se perdiesse; queréis mas?
Dam. — Y'os Tasseguro; vengamos a lo que
os importa más. Ya sabéis l'amistad antigua que
tenéis en nuestra casa, la qual aueis conserua-
do con vuestra buena seruitud; y conociendo el
amor que nos tenéis, desseamos que saquéis el
t'rueto del que os tenemos, y assi buscamos
ocasión en que poderos aprouechar. Conocéis
también las buenas partes de nuestro Cornelio,
a quien tenemos en el lugar que aueis oydo; y
d'esta manera creo que abracareis la voluntad
con que os daré parte de lo que mi hermano y
yo auemos tratado: y es quán bien nos vendrá
que le casemos con Policena vuestra hija, y
para esto nosotros los ayudaremos, de manera
que no les falte nada.
llum. — Entendiendo assi lo que V. m. me ha
dicho y propuesto, no baria lo que deuo si lla-
namente no sometiesse mi voluntad a su dis-
posición; y assi los dexo el cuidado y doy a
Vs. ms. mis vezes para poder libremente hazer
della lo que fueren seruidos. Pero con vna con-
dición.
Dam. — Y es?
Ram. — Que mi señora Violante piense tam-
bién en casarme; que por sí puede juzgar la
melancólica vida de los viudos: esto se entien-
de quando Ys. ms, l'ayan aplacado.
Mac. — Ya yo la he desenojado y está muy
contenta.
Dam.— TodiO lo que pedis está ya pensado,
y assi os daremos vna muger que os vendrá de
perlas.
Ram. — Vea yo a Vs. ms. señores de dos
grandes ciudades.
Mac. — Que tan grandes, por vida mia?
Ram. — Por lo menos, cumo la de Suntiem
de la China, que ;si no miente el que lo cscri-
ue) ha menester vn hombre para atrauesarla
de puerta a puerta, caminar con buen canallo
todo vn dia sin pararse (esto sin les arrabales,
que son otro tanto) y es de tanta gente, que en
media hora pueden juntar doscientos mil com-
liatientes, los cien mil a cauallo.
I >(im. — Essa sea la mia.
Mac. — Y la mia.'
¡tam. — La Cestiériiega, fundada al j>ie del
alto monte de San Cristoual, media leguecita
de aqui (porque no se canse), que no tiene al-
calde, alguazil, porqueroii, escriuano, medico,
iioticario, cura ni sacristán falta j)aia biuir en
paz y con salud mil años), abundantissima de
quixoncs y turmas de tierra, que son bonissi-
mas para los auogados y mejores para los no-
nios.
Mac. — Agrauiado quedo; y con todo esso,
quando lo seáis, y'os haré el banquete y daré
essa fruta.
Ram. — Como quiera que sea, no veo Tliora.
Al fin es verdad que muger ni mal año nunca
faltan. ]\Ias de veras, a quien me quieren dar
A's. ms.'
Dam. — Qué nos daréis porque os lo diga-
mos? •
Ram. — Quanto tengo, sino a mi hija.
Mac. — Essa ya se ha dado.
I>am. — Ahora y'os lo quiero dczir: apareja
la colación.
R'im. — Sepamos antes si lo vale.
I)am. — Vale vn Perú. A Lena Corouera de
Cienfuegos, la corredora.
Ram. — Mucha gente es essa para tan pobre
despensa como la mia, y más si trae cola.
Dam. — No, qu'es rabona, y vna Fénix que
nunca ha parido, y fuera de ser honrrada quan-
to otra de su manera, es la mesu)a diligencia
para hazeros de oro en poco tiempo.
Ram.— No sea como l'aue de caca, de quien
dixo aquel ser bastante para mantener vna
casa en hambre y lazeria aunque tenga veinte
personas. En conclusión (señores mios) no me
descontenta el partido, por ser de la edad que
yo he menester para no andar assombrado den-
tro y fuera de casa, metiendo en ella alguna
tortolica de las que ahora se vssan. Mas de ba-
zienda, cómo está?
.\fac. — No sabe lo que se tiene.
Dam. — Esso me haze poner en duda el que-
rerlo hazer; pero nosotros (qu'es toda nuestra)
haremos que venga en ello por fuerca; quanto
más que no es Ramiro para desechar, y assi
podéis perder cuidado. Pero vna cosa queremos
de vos.
Ram. — Y es, señor?
Dam. — Que no ali-eis la quexa de aquel
traidor de Ceruino.
/!am. — Como Vs. ms. me fauorezcan, antes
haré instancia para que le corten la caliera.
17o. (dentro). — No acabáis dentrar en
casa?
430
ORÍaENES DE LA NOVELA
¡Jam. — Ya vamos, señora.
Vio. (de la ventana). — Por amor de mí, que
de oy más tengáis mejor assientoy seso; no an-
déis en estas rebueltas, que me quitáis la vida.
Dam. — Ramiro, entra a refrescaros con íios-
otros.
/?a???. — Vs. ms. me perdonen, qu'es tiempo
de acudir a casa; que aunque tengo ya buen
oficial, para mi hij.i es tarde.
Dam. — Regalalda mucho, que presto la echa-
remos de casa, haziendo nuestro deuer con ella
como buenos amigos.
llam. — Con essa confianca voy; biuanmo
Vs. ms mil años.
Mac. — Dios os guarde.
SCENA IlII
Aries, R amibo.
[^Ir.]. — Ya aureis sabido la pendencia de
Ceruino con los hijos de mi señora Violante?
liam. — Como quien se halló «presente a
quanto ha passado; y si V. m. supiesse la cau-
sa (pie tuuo, lo tendria por gran desconcierto
y locura. Para dezir verdad, este yerno de
V. m. es vn terrible hombre.
Ar. — Siempre he temido, viéndole tan dos-
atinado, que le auia de suceder alguna des-
gracia.
llam. — Yo temo no vaya esta vez en ruina
quanto tiene, y aun dudo de la vida. Assaltar
a dos caualleros tan emparentados con la casa
de Cabra, donde está el Rey, y tantos de los
alcaldes, es otro que palabras. Pues búrlen-
se con el Licenciado Bicornis, que le pren-
dió; a fe que apretándole los cordeles, le haga
alargar los cerraderos de la bolsa, y aun de la
boca. Veremos ahora cómo sale del insulto, de
la herida del criado, del hurto de mi hazienda,
de auerme tocado en la honrra, con tanto vitu-
perio. Y de lo que más importa, que son las
blasfemias, que se le prueuan con cien testigos
tan honrrados como él.
Ar. — Yo vengo ahora de verle y hele halla-
do tan manso, que porque le ayude a salir d'este
trabajo me ha confessado todas sus menguas.
Y assi, auiendome ya informado de que sin li-
tigar podré dar a mi hija otro marido, lo pre-
tendo hazer quanto antes me sea possible.
Ram. — Qu'es lo que oyó? sueño, o qué me
tengo? Casar con otro a la señora Marcia?
Puedense ya tener dos maridos juntos? Qué
les faltaria a las locas?
Ar. — No va por ay. Quiero que sepáis vna
cosa, de que os quedareis abobado.
Ram. — Qu'es, por vida de V. m.?
Ar. — Que Ceruino aun no ha podido pagar
el deuito a mi hija.
Ram. — Cómo es esso? Pues a fe que es ella
para hazerse pagar en otro que doblones! ¿Tiene
acaso algún menoscabo en su persona, que le
ha impedido?
Ar. — Dize que con vn hechizo le han hecho
impotente.
Ram. — Basta, ya estoy al cabo; crea V. m.
que siempre estos estremados celosos tienen
algunos defectos que los traen con aquellos es-
pantos.
^r. — No tengáis duda. Aueis visto a Cor-
uelio?
Ram. — Sí, señor.
Ar. — Tiene más mal de la herida?
Ram. — No tiene otra cosa, y aquélla es pe-
queña.
Ar. — Cóm(j le podria yo ver?
Ram. — Ha dado a V. m. alguna buena es-
peranca?
Ar. — La esperanza en que me ha puesto es
tan pequeña quan grande es el desseo; y para
que sepáis mi intención, os digo que si por el
modo intentado no ay remedio, quiero tratar
por otra via de casarme con esta señora.
Ram. — Esse sí (señor) qu'es el camino real
y seguro.
Ar. — Quierol' embiar a llamar; si le veis
antes, dezidle, os ruego, que me hallará en las
Arrepentidas.
Ram. — Yo se lo diré, encontrando con él.
SCENA V
TjRna, Magias.
[/>e?í.J. --No será bien (pues quien prini r-
toma no se arrepiente) dexar enfriar el aiiMr
de mis escaramucantes (porque no dura más
en ellos que de Nauidad a Sant Esteuan). Más
pierde quien más verguenca tiene. Bueno seria
auerles enseñado el camino y perderme yo en
el bosque. No quiero (porque no ay cosa qiit'
tan fácilmente se quieitre como la voluntad d'el
hombre) aguardar más, a peligro de que les dé
fastidio, el pedirles la buena pro les haga, y
que vssen comigo como el que mientras Ilueue
se mete debaxo del árbol, y passada Tagua le
haze leña para su fuego. Querranseme ahora
(si viene a mano) esconder en vn trigo segado.
A punto me llega el menor, de cuyas palabras
se puede fiar tanto como de vna soga pudrida.
Señor Maclas el enamorado, dichoso, rico y
gentil hombre.
Mac. — Qué ay por acá, Lena bella, discreta
y agraciada?
Leu. — Parece que comen9amos a tirarnos
las verdes. Vengan mis chapines y tocas.
Mac. — Rato ha que las vi passar.
Len. — Passador malo me atrauiesse si lo
LA 1
dexare passar. Y el señor Daniasio, está tam-
bién con uiodoria?
Mac. — Por esso vengo de tomar vn poco de
aire, que me he sentido esta noche algo pes-
sado.
Len. — No ay sordez peor que no querer res-
ponder a proposito. Pues no me hagan entonar
tan alto que nos oyan los mudos.
Mac - No son los tiempos siempre de \ na
manera: seria mejor atender de oy más a lo
que conuiene a nuestras almas y pensar lo que
somos y a qué ailemos de venir, dexandonos de
vanidades que tan caro cuestan.
Len. — Este es el primero sermón que ha
hecho pollo a raposa, que no se hallará en Eso-
pete. Estoy por reirme sin gana. Ha, ha, ha.
Aiiora digo que también se toman zorras vie-
jas de las que han otras vezes dexado la cola
en el lazo. Después de pan y vino cogido, y lo
que peor es, comido y beuido, damos en santi-
tades. Antes se ha vno de oluidar de sí que d'el
próximo. De aqui adelante yo ataré mejor mi
dedo: quien tal haze, que tal pague.
Mac. — Ya me parece que os vais entonando,
como dixistes poco ha: guardaos de oyr essa
canción a cauallo.
Len. — Qué me dize V. m.? Hablemos claro,
no ay para qu(' mascarme las palabras. Aunque
se oluiden las buenas obras, siempre ha de du-
rar el respecto que se deue a las tocas.
J/wc. — Y aun por no auer oluidado yo las
vuestras, digo que os guardéis.
Len. — Alómenos guardarme he de tratar
con gentes que traen las cabe(;as tan llenas de
aquello que no es bueno sino para nauegar.
Mac. — De viento queréis dezir: mira cómo
corremos las parejas. Quien os sufre essa inju-
ria, no merece algo?
Len. — Digo que se ha de cumplir lo prome-
tido, porque d'esta manera se aumenta y con-
serua el crédito; y vuelno a dezir que quiero mi
l)Ui'na (strenn,
Mac. — Dos cosas son prometer y cumplir.
Mas qué cosa es buena estrena? que antes no?-
otios la pretendemos de vos.
IjCn. — Y de qué norabuena? Aun seria peor
esso que lo del qu'emplaya a su acreedor. Yo
sé bien lo que me deuen y lo que por ellos he
hecho.
Mac. — Pero no lo que nosotros pensamos
hazer por vos: que andamos desudados por
daros contento y descanso, y no lo acabáis de
entender; la vna mano tira y la otra hila.
LjCu. — Señor mió, al orinar se conocen las
yeguas; tanto me dirá, que me cosa la boca:
sepa yo, pues (antes que muera), lo que me tie-
ne la ventura guardado.
Mac. — No es poco.
Len. — Alómenos biene poco a poco.
.ENA 431
Mac. — No aueis oydo deeir: nunca mucho
costó poco?
Len. — Con esso me destetaron. Mas no sé
lo que m'cspero; y bien que me costará ya muy
caro.
J/ac. — Esso más es que descoser la boca.
Quiero's lo dezir, por no venir a las manos.
IjCn. — Pues tras qué ando yo? Dana la es-
peranza por verme con \ . m. a la me'ena, pa-
gándome de mi mano en contado.
Mac. — Mas lo querriades sin contar. Dexe-
mos esto, que ya son amores. Queremos casa-
ros, ea, acabemos ya.
Len. — V. m me parece que tiene en hx vna
mano el pan y en la otra el palo. Oxalá, que
ya mi requebrado hizo flux.
Mac. — Es posible?
I.en. — Al confessor y al médico se ha de
descubrir todo. He descul)it'rto que cubria vna
andrajosa y que la tiene preñada, y con)o amor
no puede sufrir acompañado, al punto le di
passaporte. No ay, señor, <pie fiar de rufianes,
pues auiendo yo sacado a este traidor (oliendo
a estiércol) de rascar la muía del canónigo Fre-
chilla, trayendole como vn palmito y dadole
quanto tenia (a qué quieres boca) me ha dado
este pago.
Mac. — Alguna secreta virtud deue tener,
pues Lena (maestra d'cstas labores) ha hecho
tanto por sus pedamos.
L^en. — Mas pensé que por sus ojos bellidos.
Daría lo que me queda porque fuesse de veras
lo que V. m. me dize, para oluidar a aquel ve-
llaco. Mas a fe. burlase V. m.?
Mac. — Mi hennano's lo dirá. Como ({uien
soy, que os queremos casar.
Len. — Con quién? Con quién, por vida mia?
Mac. — Quando menos, con Ramiro, harnero,
cirujano y un poco fisico; hond)re maduro,
acreditado y bien acondicionado.
Len. — No es el de la hija bonita, doude ya
nie'ntiende?
Mac. — El mesmo.
J^en. — No me parece mal; mas no sé si me
querrá con tan poca dote.
Mac. — Todo lo suple vuestra persona y bue-
nas partes: ya le tenemos medio conuertido.
I, en. — Harianme Vs. ms. su jierpetua es-
claua; si no me oluidan, no faltará en qué ser-
uirselo.
Mac. — Dexanos el cuidado, y tanil)ien de
regalaros por lo que os aueis fatigado en guiar-
nos la dan^a, y quanto os he dicho ha sido por
tentaros.
J^en. — Bueno seria pensar otra cosa; no que-
rría ser tenida por tan necia; todo se rae alcan-
za. Beso las manos a V. m.
Mac. — Con bien vais.
Lena, sola. — Con esta buena esperanza
432
ORÍGENES DE LA NOVELA
quiero comenciir a ordenar mi ajuar y esforzar-
me quauto pudiere a salir de pecado y huir de
que se diga por mí que no ay ramera ni alca-
hueta que no venga a morir en el hospital o de
hambre. Cómo se mejoran las horas quando
Dios quiere y quánto aprouecha seruir a los
buenos! Al fin no queda carne en la carneceria,
por mala que sea; y en effeto, la muger es como
la yedra, que arrimada al tronco se sustenta
verde y fresca, y apartada se seca. Bueno será
ponerme de veinte y cinco alfileres para echar
mejor el garauato a Ramiro; que aunque no
soy para desechar, todo lo auré menester, por-
que me parece que ha dado mucho de sí. Mas
si cenare solamente vna ensalada, no se dirá
que me voy a dormir ayuna.
SCENA VI
CoRXELio, Aries, Inocencio.
[C'o/'.].— Dixo cierto sabio que cada vno tie-
ne su defeto, y que el suyo era la muger que
tenia, sin la qual en todo lo demás era bien
afortunado. Deue (sin duda) de ser vn pessado
inconueniente, pues vn hombre tan justo y
prudente sentia alterada toda su quietud y
vida por la mala cabeca de su muger. Qué de-
uemos pensar los pobretos como yo? Verdade-
ramente que me pone en cuidado el humorcillo
de Policena, y assi estoy entre si me casaré o
no me casaré, como pinaza en la mar, combati-
da de dos vientos. No querria hazer como mu-
chos necios, que primero hazen las cosas y des-
pués las piensan. Esta mañana al salir de casa,
la i)rimera cosa que oi, fue toser a un cabrón,
y aunque me dizen lo suelen hazer por la mu-
danza d'el tiempo, lo he tomado por mal agüe-
ro. Mas otra cosa me da mucho que pensar, y
es auer oydo que los casamientos y partos del
verano son muy peligrosos. La razón desto
deue d'estar en la esperiencia, pues no ay as-
trólogo que la sepa adeuinar sino con dos de-
dos. Echóme a nadar a la ventura (como hizo
mi padre) en el lago tocado d^el Vnicornio.
Quiero poner las manos en el rostro, por no
topetar con la frente, y hazer lo que mis amos
me aconsejan: que si Ramiro no tiene casa,
tampoco yo gozo de hogar ni viñas. Ellos me
prometen lo qu'es bueno, y mi señora casi el
ajuar entero; Ramiro no tiene otro heredero y
hallase con granillo; la moca es cortada a mi
medida; deuola (según me jura) su honrra, y
está espiritada por mi gentileza; buenos seño-
res y amigos: puedome passear poco menos
que a cauallo, pelando cada dia mis patos; qué
quiero más? Ramiro me ha dicho qu'el señor
Aries me dessea hablar; deue de labrar el fue-
go. Es, pues, burla que tendré mala rentilla en
él? Quiero yr a buscarle y cargarl'he de pala-
bras que sean como el estruz, que ni es bestia
ni aue, gouernandome de manera que le vaya
chupando sin sentir, y aumentando el desseo
con falsas esperancas, sin acordarme d'él más
que de las nuues de ant'año Alli está; quiero
hazer del dolorido para que valga más la mer-
cancía.
Ar. — Vengáis en buen'hora; pues, amigo,
cómo está la mano? He entendido que la herida
es pequeña, de que me huelgo mucho.
Co}-. — Qué importa, si quien me la dio la
haze grande, pues yua con ánimo de cortarme
cercen el bra90.
Ar. — El está donde lo pagará todo. Hablas-
tes más a mi señora Violante?
Cor. — No ha media hora, haziendo vn largo
razonamiento sobre V. m.
^r.— En fin?
Cor. — En fin (señor) está de manera que
vn ciego echarla de ver de qué pie coxea, pues
da señales de lo mucho que gusta de oyr men-
tar a V. m.
Ar. — Podré cr'er esto?
Cor. — Bueno seria dudar de cosa tan puesta
en razón; sí, que no se hallan a cada passo las
calidades que mi señora ha entendido de V. m!
Ella es persona muy sabia, y como tal (por no
mostrar ligereza) no ss quiere declarar tan fá-
cilmente; mas presto nos desengañará el coxo.
Entretanto sepa V. m. que le tiene perdida la
mala voluntad.
Ar. — El tiempo trae las cosas a quien con
más razón puede' sperarlas; mas el mió es tan
corto quanto larga en ella essa buena volun-
tad; y assi, no siendo para mí esperanzas tar-
días, ni menos pretender inclinarla con los
amorosos términos, de que suelen pagarse las
mugeres (aunque no las que son tan acuerdas
como ella), estoy resuelto de pretenderla por
via de casamiento, si ya no hallamos otra más
corta.
Cor. — Essa, señor, es infalible, si no se
atrauesasse el desseo que tiene de casar antes
a la señora Valentina, que (dize) comien9a ya
a parecer mal en casa. De los hijos, V. m. lo
sabe de su boca. Mas he pensado vna cosa des-
de que Ramiro me dixo que Ceruino es impo-
tente, y que V. m. pretende dar otro marido a
aquella señora, y es qne sea el señor Damasio,
si quisiesse venir en ello; pero pongolo en duda,
por verle tan embarazado con aquella don-
zella.
Ar. — No más, basta esto por ahora, que
viene alli el Bachiller; no quiero que entienda
lo que vamos tratando. Anda en buen'hora, y
de quando en ((uando, vna puntadica, por amor
de mí.
Cor.— Ya estoy al cabo. (>Sule Inocencio.)
LA LKNA
433
Ar. — De dónde viene aliora A Lmeu Ino-
cencio?
In. — Ya V. m. lo puede pensar.
A'-. — Paes qué ay?
/n. — Nunca le taita mala ventura al desgra-
ciado. Ha ydo al Corregidor vn eauallero nid^o
(nomine Maeias Curuca) echando chispas, lia-
ziendo grandes requerimientos, diziendo que
el herido tiene el pasmo y qu'está \a en las
manos de Dios.
Ar. — Esso es assi.
In. — Por otra parte, el padre de Bezerrica
(que no parece) pidiéndole quenta d'él, y que
hasta que se le dé, le tengan a buen recaudo.
Y assi, le han buelto a estrechar la prisión. Y
hallandosse afligido m'embia asupplicar a V.m.
que por amor d'cl Señor no le desampare, y que
se vaya tratando d'el casamiento de la señora
Cassandra, qu'él gustará de que se eí'fectue.
Y qu'en lo que toca a mi señora, él mesmo
hará fe bastante para que sin más aneriguacion
la pueda V. m. dar a quien la quisiere. Qu el
pretende (cansado ya de las cosas del mundo)
retirarse a vida solitaria. Encomiendosele a
V. m., amore Dti.
Ar. — Porque se allana, _v el nombre que ha
tenido de mi yerno, yré a entender lo que ay;
y si puedo, le haré dar eii fiado vna casa por
cárcel (como no sea la suya).
In. — Esso no importa, pues no quiere en-
trar más en ella.
Ar. — Yo huelgo mucho d'ello. Vayasse, ba-
chiller, haga buena compañía a las mugeres y
digalas lo que passa, que yo yré a verlas.
Aries (solo). Ahora sí que a mi gusto podré
tracar y juntar, a menos costa mia ya, la de
Ceruino; (juieroencaxarme adonde desseo, para
passar mejor la enojossa vejez. Será bien acu-
dir a Maclas para que apriete a su hermano, y
que de tres casas hagamos sola vna, de consuel(>
y alegría; no quiero dormir mientras está el
hierro caliente.
SCENA VII
Damasio, Magias, Counelio.
[I)am.] — Hermano, adonde ha ydo Cornelio?
^íal•. — Es tan diligente, que donde quiera
es de cr'er que nos está siruiendo. Veisle alli.
Cor — A dónde yuan Ys. ms.?
]\Iac. — A buscarte, que no sabemos estar
sin ti vn momento, y vamos cortando de tus
pedamos.
Cor. — No ay pocos de que assir, según ando
destrocado. Pagados quedamos, pues yo tam-
bién he roido los Rancajos a Ys. ms.
Dam. — Con quién las has anido, por tu vida?
Cor. — Adeuinelo V. m.
ORÍGENES DE LA NOVELA. — 11!. — 28
Mac — Ea, dilo.
Dam. — Con el señor Aries, que anda en
todo y por todo de nuestra parte.
Mac. — Qu(' dize?
Cor. — Tanto ha dicho y yo contrapunteado,
que no lo quiero dezir.
Dam. — Bueno es esso; acaba d'echarlo.
Cor.— Que la señora ^larcia será de V. ra.
y la sefiora Cassandra me parece que la llena-
rá vn cauallero de Tortosa.
Mac. — Que dizes? Estás loco?
Cor.— Como se lo quento.
Mac. — Gentil nnena me traes para venir tan
alegre; cómo oros necio!
J)am. — Dizcslo de veras?
Cor. — No son cosas para burlar con ellas.
Assi se la dexarán de dar, como el señor Aries
alcanzar lo que pretendo.
Mac. — No nos dirás qué quiere?
Cor.— Quando menos que mi señora le ca-
liente la cama.
Mac. — De qué manera?
Cor. — Como la calentó a su padre.
Mac. — Y quando mi señora viniesse en ello?
Cor. — Entonces él lo trocará todo y hará
que V. m. tenga lo que dessea.
Dam. — Cómo sabes tú todo esso?
Cor. — Porque lo ha tratado comigo y se
contentará d'esta manera.
Dam. — Tú eres a punto el aliento, que aho-
ra calienta, ahora enfria; o como el alacrán,
que hiere, y con su aceite sana. Gran cosa es
tener criado que no haya menester consejo.
Para dezir verdad, tú mereces mejores ames
que nf)Sotros.
Cor. — Yo los tengo mejores que sabria des-
sear.
Mac. — Entrémonos, hermano, persuadamos
a mi señora, que si yo no alcanzo esto d'ella,
me quiero ir a Flandes.
Dam. — Poco será menester jiara esta con-
iuncion, porí|ue la deuenios de tener de mane-
ra (con la platica de nuestros amores) que no
deue dessear otra cosa. Entretanto, toma tú,
Cornelio. estos diez ducados, que ha mucho
que son tuyos.
Cor. — Adeudarse haze al hombr'esclauo.
Beso las manos a Y. m. Y el señor Maeias,
no piensa sino injuriarme?
Mac. — Toma quanto tengo, que todo es tuyo.
Cor. — Sí, por cortesia, pero no querría yo
ver siempre esse toma desnudo.
SCENA \' 1 I 1
MOUUECO.
[.1/or.]. — Ahor'acabo dVntender ser los ce-
los de las más violentas y bestiales passiones
iU
ORÍGENES DE LA IxOVELA
que pueden tocar a vn hombre: porque si vna
vez se assientan en la cabera d'el que se consu-
me y seca inuestigando vna tan escura verifi-
cación, le haze cometer ridiculossos desatinos.
Bien dixo aquel qu'el celoso es loco de arte
mayor, pues como tal, tiene miedo hasta de su
mesma sombra, y de cosas nunca vistas, oydas
ni pensadas : mirándolas como en espejo de
alinde, que se las representa muy mayores de
lo que son. Biuiendo el cuitado siempre, en el
mal hecho vn Argos y en el bien ciego topo,
con vna inuengable yra, que no se le puede
acabar sino con la vida, por ser infinito el nu-
mero de los que dessea herir y matar, para sa-
tisfacer la rauiosa saña que tiene contra todo lo
que teme; temiendo de quanto imagina. Y pue-
de tanto esta frenesia, que aun contra sí mesrao
le buelue: tanto, que ha anido alguno que para
saber si su muger le haria los husos tuertos
(por si s'empreñasse, poderla conuencer de
adulterio) se hizo (quando menos) capar. Poco
le ha faltado a nuestro Ceruino para hazer otro
tanto. Veis aqui lo que resulta d'estos escusa-
dos celos, cuya venganca más hiere que sana
al que los tiene. Como Lepido, que vino a mo-
rir de pena. Mas bueno seria, si Maclas, que
con tanta voluntad ha pedido por muger a mi
sobrina Cassandra, se saliesse ahora fuera.
Quiero yr, a la ventura, a ofrecérsela; que espe-
ro mirará quién es, y que la señora Violante
considerará quán bien estará a ambas partes.
Rióme del buen viejo Aries Goncalo, que es-
tando el pie en la sepultura (para alargar la
vida) pretende lo que (quando menos se cate)
le hará cantar a la puerta vn Réquiem aeter-
nam. Porque la muger es como la yedra, que
corrompe y arruina la pared que acaricia y
abra9a. Como le cuadra bien lo que otro viejo
respondió a vno que le reprehendia porqu^en tal
edad se casaua: No fuera yo viejo si tuuiera
seso; basta que quando le tune me tuue. De
quán diferente humor está Ceruino, que dexa
tan fácilmente muger e hija (no viendo la hora
d"" echarlas de sí), y porque yo ayude y le dé
mi granja para retirarse, me da la renta que
tienden Tordehumos, de que yo me contento
por apartarle de mí. Y ya resuelto, voy a echar
vn lance, donde por ventura quedaré con los
demás enredado; que la señora Valentina es
pie9a que fácilmente me hará embarcar por su
seruicio.
SCENA IX
Lena, Ramiro.
{Len.']. — Mereceria que m'echassen en vn
rio, si después de auer tenido escuela de huma-
nidad treint'años no supiesse mi quenta y qui-
siesse venir a ser esclaua, de señora de mi casa
y anchura. Quiero ver cómo passa el negocio;
que quando Ramiro no se contente de mi estar
poco en casa (buscándome la escama en el cogo-
te) no quiero que passe adelante nuestro casa-
miento. Seria bueno (por no saber sii condi-
ción, al cabo de mi vejez) dar de nalgas en vn
prado de hortigas, que nunca fueron buenas
para salsa. También será bien saber lo que tie-
ne, porqu'es menester más qiie manteles lim-
pios a la mesa. Qaiero capitular antes con
aquellos mis señores, que cabeca sin lengua a
calaba9a se parece. Mas digamos ahora qu'él
fuesse mal acondicionado y pobre (nunca coz de
garañón hizo mal a yegua), ¿no me le traeré yo
como leche a vna mano, pues va la pierna don-
de quiere la rodilla? Y quando la despensa no
esté muy bastecida, dexaré yo las manos en el
seno a Policena? Es verdad que no es la mo^a
(cayendo en las mias) para que anden los re-
galos rodando por casa (aunque se case) y ven-
ga a ser la tienda de mi nonio la más frequen-
tada y famosa desta ciudad! Quiero m'engol-
far: que no puede faltar nada a quien ha sabi-
do hazer de vn celoso vn satyro; qu'esto me da
vn coraron de elefante. Aqui viene mi velado
y todo mi bien.
^íím.— Amores, cara de Pascua florida, ya
qu'estamos tan adelante, bien te puedo pedir
vna cosa a crédito, como mia.
Len. — Tal puede ser que no aya lugar.
Eam. — Que me dexes besar essa boca de per-
las
Len. — Esso es? Dios me defienda d^el ene-
migo malo. La primera cosa que no se permite
a los desposados; no haria por todo ^1 mundo
semejante pecado: hágase antes lo que diz^el
cura.
Ram. — No me puedo yr a la mano, porque
vienes Jiliendo a mil ambares.
Len. — El más perfecto olor de la muger es
n'oler a nada. A tiempo seremos.
Ram. — Adonde vas, amores?
L^en. — A buscar a mis buenos señores.
Ram. — Es en vano, porque están (como en
consejo d"Estado) tratando de muchos casa-
mientos, y ha passado vna cosa de risa.
Len.~Y es?
Ram. — Que proponiendo el señor Morueco
el de la señora Violante con el señor Aries,
respondió ella que antes se meterla monja que
hazer tal agrauio a los huessos de su marido,
porque daria que dezir a las gentes, si al cabo
de tan larga viudez, teniendo hijos é hija para
casar, los diesse antes padrastro. En esto saltó
aquel loco de Maclas diziendo: señor Morueco
(pues lo dessea tanto) V. m. se casará con
nuestra hermana y mi señora con el señor
Aries, a quien nosotros holgamos de tener por
padre. Y assi se lo podrá V. m. dezir de núes-
LA LENA
435
tra parte. Y qne se tenga de oy más por señor
desta casa; en lo deuias no me entremeto, pues
mi señora quiere ser forjada. Mirií si aura dado
bien que reir.
Len. — Ha, ha, lia. La señora Violante no
querria salir de tan largo ayuno sino con carne
fresca, mas no le faltará consolador. Qiu' rollo
de muger! si vo fuera hombre, me perdiera por
ella.
Ram. — Si supiesses lo que ay debaxo de
aquel moní^il, de A'eras lo dirías.
Len. — Y vos sabeislo?
liam. — No quieres que lo sepa, si la he
echado ventosas y sangrado de bra90S y toni-
llos cien vezes?
Len. — Y tocado, a, no? Quitáosme de delan-
te, que me rebolueis la sangre en el cuerpo. No
ay cosa que más cuidado me de' en este casa-
miento que auer de tener marido priuilegiado
para poder emplear sus cinco sentidos donde
otros no pueden vno.
Mam. — No me has de ser celosa, si quieres
que binamos como dos palomicas sin hiél
Le7i. — Al fin, en qué han parado las pláticas?
Jtam. — Ya quedan todos concertados.
I^eii. — Decime como.
Ram. — El señor Aries, con mi señora Vio-
lante; el señor Morueco, con la señora Valen-
tina; el señor Damasio, con la señora Marcia;
el señor Macias, con la señora Cassandra; el
señor Cornelio, con la señora Policena, y el
señor Ramiro, con mi señora Lena, qu'están
presentes. Y todos quieren pedir al Corregi-
dor la libertad de Ceruino, que pues las partes
se contentan, es justo que se halle a las fiestas
y bodas de su muger, de su liija, de su suegro
y de su cuñado. Y porque las piensan hazer
muy solenes, me embian a preuenir los menes-
triles de la ciudad, y assi (¡mra que se lo diga)
voy a buscar al trompeta luán Cornier. Sa-
brásme dezir adonde le podría halhir?
Le7i. — S\, hermano, donde vos tenéis los
pies. Mira que con la priessa no se os caya al-
guna mentira.
Ram. — Si me cayere, la hallare' en tu casa,
donde comentaremos a tratar de nuestros pu-
cheros.
8CENA VLTLMA
COUNELIO.
[Cor.]. — De jiarte del señor Ceruino, guarda
mayor de los montes, se haze saber a todo el
insigne auditorio que los que no se liaren de
sus consortes estarán tan seguros como de no
caer las ojas d'el árbol en fin de otoña. Porque
los celos son contra el natural ingenio de las
mugeres: coselete de araña para los arcabuza-
zos; la curiosidad, en todas partes vieiosa, y en
ésta mas perniciosa. Y assi (mouido de piedad
y celo fraterno) amonesta que ninguno (de
qualquiera calidad que sea) los tenga, dentro ni
fuera de casa; so pena de que no le podrá fal-
tar mala ventura. Antes, que todo el mundo
se arme de la quieta y mansa paciencia. Por-
que la esperiencia le ha hecho tocar con la
mano que todas las sutilezas y vigilancia de
los espantados Lepidos (que no quieren dexar
hiizer su curso a la Natura) son aeadoues con
que los cuitados sacan de los centros de sus
sospechas las inuisibles cornetas de la Fama.
Y aduierte que se burlan más d'el que se fa-
tiga en poner remedio que d'el pacifico que lo
dissimula o ignora, y qu'es menester gran in-
genio para cuitar tan inútil y enojosso cono-
cimiento. Por lo qual aconseja (sobre su con-
ciencia) que cada vno renueue en su casa la
costumbre de los prudentissimos Romanos (a
quien deue imitar) que quando l)o!uian a las
suyas, lo embiauan delante a auisar a las mu-
geres para no cogerlas de sobresalto, descui-
dadas y mal compuestas. Y porque'l sereno
podría hazer mal a las damas (que son más
delicadas), las combida con su cena y casa, ofre-
ciéndolas que no faltará de la fruta más agia-
dable a sus gustos.
Vahte et planhte.
índice general
rÁQ8.
Introducción i
X. La Celestina. —B.azowi'S para tratar de esta obra dramática en la historia de la novela
española. — Cuestiones previas sobre el autor y el texto genuino de la Tragicomeília
de Calisto y Melibea. — Noticia de sus primeras ediciones y de las diferencias que
ofrecen. — Noticias del bachiller Fernando de Rojas. — ¿Es autor del primer acto de
la Celestina? — ¿Lo es de las adiciones publicadas en 1502? — Fecha aproximada
de la Celestina. —\i\x^&v en que pasa la escena — Fuentes literarias de la Tragico-
media: reminiscencias clásicas. — Teatro de Planto y Tcrencio. — Comedi:is elegía-
cas de la Edad Media, especialmente la de Vetula, su imitación por el Arcipreste
de Hita. — Comedias humanísticas del siglo xv: el J'aulus, de Vergerio; la Polis-
cena, atribuida á Leonardo Bruni de Arezzo; la Chrysis, de Eneas Silvio (Pío II).
— La Historia de Enríalo y Lucrecia., del mismo. — Otras reminiscencias de escrito-
res del Renacimiento italiano: Petrarca, Boccaccio. — Literatura española del siglo xy
que pudo influir en Rojas: el Arcipreste de Talavera, Juan de Mena, Alonso de
Madrigal, la Cárcel de Amor. — Análisis de la Celestina. — hos caracteres. — La
invención y composición de la fábula. — Estilo y lenguaje. — Espíritu y tendencia de
la obra. — Censuras morales de que ha sido objeto. — Historia postuma de la Celes-
tina.— Rápidas indicaciones sobre su bibliografía.— Principales traducciones. — Su
iutlujo en las literaturas extranjeras. — Influencia capital de la Celestina en el drama
y en la novela española
XI. Primeras imitaciones de la Celestina. — Égloga, de D. Pedro Manuel de Urrea. —
Su Penitencia de Amor. — Farsa de Oitiz de Stúñiga. — Romance anónimo. — Ro-
drigo de Reinosa y otros autores de pliegos sueltos. — Celestina versificada, de Juan
Sedeño. — Comedias Hipólita, Seraphina y Thebayda^ de autor anónimo. — Fran-
cisco Delicado y su Retrato de la Lozana Andaluza. — Escasa influencia del Are-
tino en España; refundición del Coloquio de las Damas, por Fernán Xuárez. —
Continuaciones legítimas de la obra de Fernando de Rojas. — Segunda Celestina ó
Resurrección de Celestina, de Feliciano de Silva. — Tercera Celestina, de Gaspar
Gómez de Toledo. — Tragicomedia de Lisandro y Roselia^ de Sancho Muñón. — La
Celestina en Portugal; imitaciones de Jorge Ferreira de Vasconcellos: la comedia
Euphrosina.— Su traducción, por Ballesteros y Saavedra. — Otras imitaciones cas-
tellanas de la Celestina. — Tragedia Policiana, de Sebastián Fernández. — Comedia
Elorinea, de Juan Rodríguez F\ot\&u.— Comedia Selragia, de Alonso de Villegas.
— Comedia Selvaje, de Joaquín Romero de Cepeda. — La Doleria del sueño del
mundo, comedia alegórica de Pedro Hurtado de la Vera. — La Lena 6 El Celoso,
del capitán D. Alonso Velázquez de Velasco CLx
438 ÍXDICE GEXEUAL
TRAGEDIA POLICIANA EN LA QUAL SE TRACTAN LOS MUY DESGRACIADOS
AMORES DE POLICIANO E PHILOMENA, EXECUTADOS POR INDUSTRIA DE
LA DIABÓLICA VIEJA CLAUDINA, MADRE DE PARMENO E MAESTRA DE
CELESTINA.
Argumento del primero acto.- Policiano, caiiallero de ¡Ilustre sangre, auiendo visto a
Philomena, hija de Theopliilon e de Florinarda, en vna huerta, e preso de la yerua
enamorada de Cupido, viene a su casa dando gemidos por el dolor que la vista de Phi-
lomena le ha causado. Llama a Solino su criado, con el qual toma consejo para comen-
car el seguimiento de sus amores. Solino le aconseja que escriua a Philomena vna
carta: lo qual ansí acordado, se acaba este primero acto 2
Argumento del segundo acto.— Confuso Solino de se auer offrescido a rescebir la
carta de Policiano para Philomena, está hablando consigo quando viene Salucio su
compañero; van se a dormir en casa de sus amigas, e por el camino cuenta Solino a
Salucio lo que con Policiano ha passado, e llegados a la puerta de sus amigas, las
hallan en cierto requiebro con vnos rufianes, e passada la renzilla de los celos se acaba
este acto 5
Argumento del 'rERCERO acto. — Salidos Solino y Salucio de casa destas mugeres tor- .
nan a la posada de Policiano. Van por el camino hablando de la renzilla pasada, e
llegados a casa, Policiano da a Siluanico una carta para Philomena 6
Argumento del quarto acto. — Salido Policiano de casa, conciertan Solino y Salucio
de dar buelta por la calle de sus amigas: encuentran con Parmenia, hija de la Claudina,
e van con ella hasta su posada, donde hallan a la vieja, a la qual dan cuenta de los
amores de Policiano, ete 8
Argumento del quinto acto, — Cornelia e Orosia conciertan de yr a la posada de Paler-
mo e Picarro, públicos rufianes, e yendo por el camino encuentran con Siluanico, paje
de Policiano, con el qual passan sus acostumbradas puterías. Siluanico va adelante e
habla con Dorotea, criada de Philomena, e le da la carta que lleua de Policiano, et-
cétera 10
Argumento del sexto acto. — Salidos Solino e Salucio de la casa de la Claudina vanse
a la posada, donde siendo llegados viene Policiano, al qual dan relación de lo que con
la vieja passaron; viene Siluanico e dize lo que de la carta ha sucedido, etc 12
Argumento del séptimo acto. — Cornelia e Orosia llegan en casa de Palermo, donde
hallan a PÍ9aiT0 su compañero, a los quales se quexan de la injuria que de Solino e
Salucio rescibieron, e les piden que entiendan en la vengan9a, etc 13
Argumento del octaüo acto. — Siluanico, viniendo a la posada, viene hablando consigo,
donde halla a Policiano, al qual da relación de lo que con la carta succedio. Viene la
Claudina, e auiendo oydo a Policiano, le promete la victoria, etc 15
ARGUMENTO DEL NONO ACTO. —Claudina sale de casa de Policiano acompañada de Solino
e Salucio, con los quales va hablando en los amores de su amo hasta llegar a la posada
de la vieja, etc 17
Argumento del décimo acto.— Estando Philomena bordando, en su bastidor, pide a
Dorotea su criada un libro para leer, donde halla metida la carta de Policiano, e dize
alterada muchas palabras en desmostracion de su honestidad, etc 20
ÍNDICE GENERAL 489
Argumento del onzkno acto. — Venida la mañana, Claudina se leiianta e determina de
yr a casa de Philomena, sobre lo qual se tracta con Parnienia de los peligros que se
pueden ofrescer; finalmente haze su camino, e habla con Philomena dándola parte de
los amores de Policiano, etc 21
Argumento del dozeíío acto. — Palermo [_v] PÍ9arro van a casa de Cornelia y Orosia
para traerlas a su estancia; van por el camino temiendo topar con los criados de Poli-
ciano; llegados a casa de estas mugeres, las traen consigo, etc 24
Argumento del xiii acto. — Policiano, nuiy penado del dolor que siempre le aquexa,
habla consigo solo e quexase de la dilación qne la vieja pone en su remedio. La Clau-
dina viene, e le cuenta lo que con Philomena ha pasado, etc 26
Argumento del xiiii acto. -Salida la Claudina de casa de Policiano va hablando con-
sigo sola e pasa por la estancia de Palermo e Piyarro, donde están riilendo con Orosia
e Cornelia sobre que las quieren poner en el lugar de las mugeres públicas. La Clau-
dina los pone en paz, etc 28
Argumento del xv acto. — Philomena, presa de la yerba diabólica de Cupido, dize
palabras compasibles manifestando su pena, de la qual dando parte a Dorotea su criada,
manda que vaya a llamar a la Claudina, la qual siendo llamada e prometida su venida
se acaba este acto :)0
Argumento del xvi acto. — Despedida Dorotea de la Claudina, queda la vieja hablando
con Parmenia su hija, y en esto llega Silnanico, paje de Policiano, a llamar la, ella le
promete su yda con breutídad, etc 32
Argumento del xvii acto. — Claudina e Parmenia hablan en los amores de Silnanico,
e después la vieja sale para yr a casa de Philomena, entra por la posada de Cornelia
e Orosia para las iraer al número de las otras; va en casa de Philomena, etc 33
Argumento del xviii acto. — Salida la Claudina de casa de Piíiloniena, va por el
camino hablando consigo hasta llegar a casa de Policiano, al qual siendo llegada, da
parte de lo acaescido con Philomena e le da su carta 36
Argumento del xix acto. — Claudina sale de casa de Policiano e Solino va con ella
hasta su }iosada, donde seyendo llegados hallan a Dorotea, criada de Philomena, a la
qual la Claudina encarga los amores de Silnanico. Yda Dorotea, quedan Parmenia e
Libertina, las quales se van con Solino a casa de Policiano, etc 37
Argumento del xx acto. — Venida la media noche, Policiano llama a sus criados e
pide de vestir, e por consejo de Solino va solo al concierto que tiene hecho con Philo-
mena; llena consigo a Siluanico; Solino e Salucio se quedan en casa con Libertina e
Parmenia, etc 39
Argumento del xxi acto. — Polidoro e Machorro, hortelanos de Theophilon, están
cañando en la huerta; llega Theophilon y encárgales la labor, e dende a poco vienen
Phibmena e Dorotea a la huerta, donde Philomena dize a Dorotea el concierto que
tiene con Policiano, etc 42
Argumento del xxii acto. — Palermo e Picarro, hallando se solos, acuerdan de yr a
casa de la Claudina para pedirle compañia, donde siendo llegados la Claudina vende su
hija a Palermo e a Libertina para Pirarro, e hecho el concierto se acaba este acto ... 44
Argumento del xxiii acto. — Theophilon, padre de Philomena, conosciendo en su hija
algún nueuo desasosiego, habla palabras muy granes a Florinarda su muger sobre el
descuvdo que tiene en el castigo de Piíilomena, e llama a Siluerio e Panphillo sus
criados en secreto, a los quales encarga que maten a palos a la vieja Claudina, etc. . . 46
440 ÍNDICE OENKllAL
Argumento del xxiiii acto,— Venido el tiempo con Philomeua concertado, Policiano
llama a sus criados para yr a la lioerta de su señora; embia delante a Siluanico, e lleua
consigo a Solino e Salucio; llegados a la huerta ponen el escala e Policiano entra, donde
halla a Philomena esperando con Dorotea su criada. Los perros de la huerta sienten
la gente que anda por ella; finalmente, entrado Policiano e rescebido de Philomena,
gozan de los vltimos dones del amor, y entretanto Dorotea passa con Siluanico su
requiebro dende las ventanas de la huerta, e despedido Policiano de Philomena, Poli-
ciano se torna a su posada e Philomena a su cama, e se acaba este acto 47
AuGDMExro DEL XXV ACTO. — Claudina, cobdiciosa del logro quotidiano, sale de su casa
a visitar sus denotas. Pasa por casa de Cornelia e Orosia, a las quales promete de dar
sendos amigos, y en el camino, tornando a su casa, topa con Libertina su criada, con
la qual va por la calle de Theophilon e halla a la puerta a Sihierio, con el qual se
embia a encomendar en Philomena, etc 49
Argumento del xxvi acto. — Theophilon e Florinarda hablan en secreto sobre la guarda
de Philomena su hija, y acabada su plática, Theophilon va a la huerta e manda a los
hortolanos que suelten vn León que allí está en vna jaula para que espante las zorras
que andan entre los arboles. Despidese de los hortolanos y vase a cenar, y entretanto
Pamphilo e Siluerio aguardan a la Claudina que viene por la sortija e la dan tantos
palos hasta que piensan dexarla muerta, etc 51
Argumento dsl xxvii acto. — Palermo e Picarro van a casa de la Claudina para traer
a su estancia a Parmenia e Libertina, e llegados a la puerta de la vieja^ la hallan en
la calle, que avn pide confession: mótenla dentro en su casa, donde raanda que llamen
a Celestina e la dexa por tutriz de sus hijos e tenedora de sus bienes, lo cual hordc-
nado e por la vieja Celestina aceptado, da el ánima al diablo e dexa el cuerpo a los
gusanos 54
Argumento del xxviii acto. — Policiano con sus criados va a gozar de los amcrjs de
Philomena. Y entrando, en la huerta sale el león de entre los arboles, e sin que del se
pueda defender, le haze pedamos. Y luego viene Philomena al lugar determinado, donde
halla a Policiano muerto. E después de hazer su llorosa lamentación, con la e^pad.i de
Policiano da fin a sus dias 56
A:iGüMENT0 DEL XXIX ACTO. — Theophilon, muy cuydoso de la liuiandad de Philomena,
habla con Pamphilo e Siluerio, los quales le cuentan la muerte de la Claudina, y estan-
do en el regozijo de ver acabada su mala eida, entra Machorro el hoit jlano a dezirle
que Philomena su hija está bañada en feu sangre en la huerta, e con el llanto de Theo-
philon so acaba esta tragedia ."8
COMEDIA DE EVFROSINA, TRADUCIDA DE LENGUA PORTVGVESA EN CAS- \
TELLANA, POR EL CAPITÁN DON FERNANDO DE BALLESTEROS Y SAA- .■
BEDRA. í
Acto primero (Scena primera á sexta) 62 i
Acto segundo (Scena primera á séptima) 85 j
Acto tercero (Scena primera á séptima) 102 í
Acto quarto (Scena primera á octaua) 121
Acto qvinto (Scena primera á decima) 131 ;
ÍNDICE GENEUAL 441
COMEDIA LLAMADA FLORINEA, QUE TRACTA DE LOS AMORES DEL BUEN
DUQUE FLORIANO CON LA LINDA Y MUY CASTA Y GENEROSA HELISEA,
NUEUAMENTE HECHA; MUY GRACIOSA Y SENTIDA, Y MUY PROUECHOSA
PARA AUISO DE MUCHOS NECIOS, COMPUESTA POR EL BACHILLER lOAN
RODRÍGUEZ FLORIAN
Argumento de la primera scexa. — Floriaiio después de algunos dios ser ¡assados,
que ouo llegado al pueblo donde residía Belisea, descubre a Lydorio su camarero y
antiguo criado en su casa la causa por <jué dexando su señorío y naturdeza se vino
a tan extrañas y lexos tierras, y por qué hizo parada en el pueblo donde a la sazón
residía. Y después de certificarle de estar herido de amores de Belisea, y pedirle l'auor
para su enfermedad, passadas largas razones entre los dos, y mas tere iandu Fulminato,
embia por su consejo vna carta con Pulytes a Belisea 1.j9
Argumento de la scexa ii. — Salidas al jardín Belisea y Justina su donz:lla, solazando
Justina a Belisea, entra Polytes con la carta de Floríanc. La qual } o; fauor de la
Justina dexando, se va con buena espcrar,9a que le pone Justina. Y Justina leo la
carta a Belisea, aunque contra su voluntad 102
Argumento de la scena iii.— En que Lydorio hace gran .sentimiento por la perdición
de Floriano. Fu'minato y Felisino se hazen a vna para poder medrar. Tracta de licuar
Fulminato a Felisino en casa de Marcelia. Polytes da a Floriano nspuesta de su carta,
y dale vn collar de oro para Justina y un jubón de brocado con sus cf.l9i s al Polytes,
y tórnale a dar otra carta para su señora Belisea 165
Argumento de la scena mi. — Fulminato llena a Felisino en casa de Mircelia. Feli-
sino les promete vna cena por amor de la hija de Marcelia llamada Líberia. Felisino
no' puede vencer a Liberia, aunque haze Fulminato vn entremés para ello. Bueluense
los dos a casa de Floriano, quedando ellas en su casa 108
Argumento de la scena v. — Floriano y Lydorio passan grandes platicas sobro la fuerza
de amor. Y Polytes Ueua la carta a Belisea 172
Argumento de la scena vi. — Polytes lleua la carta, passa grandes platicas con Justina;
dale el collar; lleua respuesta de Belisea a la carta de Floriano. Polytes da cuenta de sus
passioues propias a Justina, queda muy en su gracia y danse palabras de casamiento. . 178
Argumento de la scena vii. — Felisino lleua a Fulminato y a Pinel a k cena apla-
zada, y quedause a dormir en casa de Marcelia, donde Felisino alcau9a a Liberia y
Pinel a Gracilia, prima suya l'*^-
Argcmento db la scena VIII. — Esperando Floriano a Polytes con la respuesta de
Belisea glosa el Romance que atrás por •■! cantado auia. Dale la carta Polytes de su
señora y con ella él se desmaya. Va Polytes per mand: do de Lydorio en busca de
Fulminato, que busque alguna alcahueta o hechizera 187
Argumento dk la scena ix.— Despertando todos en casa de Marcelia, yéndose Mar-
celia a la misa del alúa que solía, encuentranse ella y Polytes a la puerta de su casa
yendo en busca de Fulminato, Passando sus razones, ella se va, y él subiendo llama a
Fulminato con los demás, que se van a Palacio lí^'^
Argumento de la scena x.— Lydorio halla a Floriano hablando a solas, y queriendo
entrar le a ver, sobreuiene Fulminato, y tractan los dos del remedio de Floriano.
Entran a él y hacen le leuantar ^•'*^
442 ÍNDICE GENERAL
Argumento de la scena xi. — Tractando Polytes de vr a ver a Justina, Felisino le lleua
a casa de Marcelia, y ansi se le estorua su viaje 196
Argumento de la scena xii. — Passando Marcelia consigo y después con la hija plá-
ticas de la bondad de la hija, el despensero de Lucendo les haze vn banquete de cena. Y
sobreuinieudo Fulminato y Pinel, haze Marcelia a Fulminato guisar lo que el otro auia
de comer. E sobre cierto achaque Fulminato se va huyendo y viene eF despensero.. . . 200
Argumento de la scena xiii. — Fulminato cuenta a Lydorio el destro90 que hizo essa
noche, y entran a Floriano. Y encargase Fulminato de buscar alcahueta que remedie
a Floriano 203
Argumento de la scena xiiii. — Fulminato sale de hablar a Floriano con la carta, y
va en casa de Marcelia luego de mañana. Marcelia asconde al despensero en la cámara;
apazigualo al fin madre y. hija. Fulminato da la carta a Marcelia, en que pone ella
ciertos poluos 205
Argumento de la scena xv. — Marcelia da la carta de Floriano con cierta cautela a
Belisea, que yva a Prado. Y finalmente lleua vn anillo de Belisea a Floriano 208
Argumento de la scena x vi. — Marcelia yendo a su casa halla la hija acabando de
despedir vn galán, y sobre sospecha le pide zelos. Despierta Marcelia a Fulminato;
vanse juntos a casa de Floriano, al qual cuenta lo que le auino con Belisea, y dale el
anillo, y persuádele que vaya a Prado a uerse con Belisea. Floriano da un anillo rico
suyo a Marcelia, con otras mercedes. Y buelta Marcelia a su casa, Floriano se alegra y
come, y manda adere9ar para yr a Prado 214
Argumento de la scena xvii. — Idos Marcelia y Polytes juntos a su casa de la Mar-
celia, luego va Felisino con el paño, que no quiso que llenase el paje yendo con ella, y
llénale el otro paje con Felisino la comida que le mandó Floriano. Felisino se com-
bida para la cena con Marcelia. Floriano va a nuestra señora de Prado, donde habla
con Belisea, según se dirá en la scena que se sigue tras esta 218
Argumento de la scena xviii. — Comencando a penar Belisea por Floriano, y estando
tractando con Justina de su mal, sobreuiene Floriano, y finalmente se hablan, decla-
rando Belisea a Floriano en qué manera le ha de amar, y ansi se diuiden, quedando
Polytes y Justina concertados de se hablar después de media noche 221
Argumento de la scena xix. — Lydorio pregunta a Fulminato loque passó en Prado.
Floriano haze gran lamentación de su pena y quiere embiar a Fulminato a su señora,
el qual escusandose le manda llamar a Marcelia " . . . . 226
Argumento de la scena xx. — Belisea descubre a Justina sus bascas y mal, y entra-
mas platican de dónde proceda el amor en el hombre. Justina descubre a su señora el
concierto que entre ella y Polytes auia de hablarse essa noche. Y conciertan de que le
hable Belisea al paje porque sepa de Fioriauo 228
Argumento de la scena xxi. — Oyendo Fulminato lo que Pinel contaua a Felisino de
lo que Marcelia pissaua con el despensero, según se tracto arriba, al fin perdiendo el
enojo se van Fulminato y Felisino a casa de Marcelia, donde passan algunos entreme-
ses de risa 230
Argumento de la scena xxii. — Polytes va hablar a Justina y Pinel que le acompaña.
Belisea sin darse a conoscer le habla. Justina y Polytes passan grandes platicas.
Lucendo, padre de Belisea, oye ruydo, y leuanta se a ver a Belisea 232
Argumento de la scena xsiii. — Ydo Lucendo de la cámara de su hija, entra Justina,
y entre Belisea y ella hablan sobre lo que Lucendo tracto con la hija 236
ÍNDICK GEN'KRAL 443
Argumento de la scena xxiiii. — Fulminato y Felisino llenan a Marcelia de sn casa al
llamado de Floriano, el qnal le encarga vna carta qne llene a IJelisea, con la qnal tam-
bién le ba[e]lue juntamente el anillo que le diera Uelisea, con lo que más passan, etc. 238
Argumento de la scena xxv. — Ida Marcelia a casa de Lucendo, después de hauerse
visto con el despensero, habla con Justina y con Belisea muchas y buenas razones a su
propósito, quedando concertada la visita de Floriano a Belisea para essa noche. Y tra-
tado el cómo y por dónde y la hora, se despide i\[arcelia, hauiendo dado las cartas alas
dos donzellas, ama y criada 211
Argümexto de la scexa XXVI. — Entrando Justina halla a Belisea desmayada y llena
de congoxas; y concertando el cómo hablar a Floriano essa noche, entra Lucendo, y
traeta con la hija de lo que otras vezes le ha propuesto 247
Argdmentü de la scena XXVII. — Estando Grisindo el paje de cámara de Lucendo con
Liberia a solas, entra Marcela de buelta de casa de Belisea, y ella le absconde. Y
estando la madre y la hija en sus razones, sobreuiene el despensero. Y estando ansi
juntos, sobreuienen Fulminato y Felisino, y sobre cierto entremés 3e absconde Fulmi-
nato de miedo en el establillo 250
Argumento de la scexa xxviii. —Llegada Marcelia a casa de Floriano, llegado Ful-
minato, passan entre ellos y Lydorio grandes platicas de la amicicia 253
Argumento de la scena xxix. — Sabiendo Floriano que Marcelia viene de hablar a su
señora Belisea, habla consigo a silas al caso muchas razones. Entra Marcelia, da le
relación de lo que ha hecho y saca le más dadiuas antes que le diga el concierto que
trae de que vaya essa noche a hablar a Belisea 25G
Argumento de la scena xxx.— Estando Marcelia en secreto con Polytes, en contando
le en su casa lo que le pidió por el camino, sobreuiene Fulminato que le trae la comida.
Va se Polytes. Y Fulminato, pidiendo zelos a Marcelia, vienen a mal reñir 25!)
Argumento de la scena xxxi. — Ido el despensero, concierta con Grisindo de matar a
Fulminato. Justina leyendo la carta de Polytes, vee se la ISelisea, y tomada sabe sus
casamientos. Tractan las dos de la entrada de Floriano. Y Belisea traeta a solas de
hazer casar a Justina y Polytes delante de ella y Floriano essa noche, para tomar
mejor occasion a sus desseos y mejor color a sus hablas 264
Argumento de la scena xxxii. — Venida la hora señalada, aparejado Floriano, se
carea con Belisea en el jardín: entre los quales passan razones muy sabrosas. Desposan
a Justina coa Polytes, Floriano y Belisea, y después Justina hace a los dos amantes
prometer se palabras de matrimonio 2G6
Argumento de la scena xxxiii. — Saliendo Floriano y Polytes jior la {)uerta del jai-
din, les acometen Felisino y Pinel, pensando ser otros. Van se todos a casa. Floriano
traeta con Polytes a solas de lo passado 272
Argumento db la scena xxxiiii. — Luego de mañana va Fulminato a Marcelia, y
cuenta le lo que le acónteselo, haziendo la creer que dexó muerto al Despensero y a
Grisindo, y pide la plata que auia dexado el dia antes, llenando la cena. Va se Fulmi-
nato. Viene Felisino y Pinel, de los quales se informa mejor de lo que passó 274
Argumento de la scena xxxv. — Belisea se quexa de sí mesma por lo que ha hecho.
Marcelia va a visitar a Belisea, por también saber del Despensero, al qual encuentra
saliendo de ver ya a Belisea. El Despensero y Grisindo dan relación a Marcelia de lo
que se hizo de Fulminato, y conciertan de yr los dos essa noche a cenar en casa de la
Marcelia 277
444 ÍNDICE GENERAL
Argumento de la scena xxxvi. — Yendo Marcelia, y sabiendo sin llamar en su casa,
asconde la hija vn estudiante en vna nassa de pluma, y haze a la madre encreyente
que tiene allá la criada de Gracilia huyda, Vase Marcelia a reñir a la Gracilia por la
criada: entiende lo Gracilia, y dissimula con Marcelia. Vase Marcelia a Floriano con
su mensaje de Belisea. Gracilia va a Liberia, y echan el estudiante fuera de mala
manera 282
Argumento de la scena xxxvii. — Estando Lydorio el camarero tractando con Ful-
minato de lo que succedio a Floriano, llega la Marcelia, y con ella entra Lydorio a
Floriano donde él está 285
Argumento de la scena xxxviii. — Sabiendo Lydorio de Marcelia de lo que a Flo-
riano le ha succedido, entran a Floriano. Marcelia le da un anillo que traya de Beli-
sea, contando de lo que allá auino. Floriano le manda para casar la hija en albricias;
con otras cosas que más passan de notar 289
Argumento de la scena xxxix. — Fulminato, hecho el ademan de yr tras el que lle-
uaua la capa, se va a Marcelia, y passan muchas pláticas. Despartense con la venida
de Polytes, Felisino y Pinel. 291
Argumento de la scena xl. — Hablando Belisea y Justina de sus cosas, sobreuiene
Lucendo, y queriendo tractar con la hija de effectuar de casar la, ella se dize estar
mala, por dilatar el te'rmino de la respuesta de lo que el padre le pide 294
Argumento de la scena xli. — Estando en palacio Fulminato y Felisino y Pinel, trac-
tando de lo que acónteselo a Fulminato con Marcelia, sobrcueniendo Polytes y Lydo-
rio, tractan de que' cosa sea la fortuna, y después se desparten para yrse a apercebir
para la jornada de la noche 297
Argumento de la scena xlii. — Marcelia lleua la carta y mensaje de Floriano a Beli-
sea, con la qual y con Justina passa grandes pláticas sobre los bienes y males que ay
entre los casados. Va se Marcelia a su casa, y queda Belisea con Justina, y lee el
papel de Floriano. Justina torna a persuadir a Belisea que concluya el matrimonio con
Floriano, venida la noche 300
Argumento de la scena xliii. — Venida la hora, va Floriano a ver a Belisea, y lleua
consigo a Polytes. Floriano queda de pedir a Iklisea por muger a Lucendo, como
venga otro dia; y con esto se despiden, y concluye la comedia 306
COMEDIA 1NTITVLADA DOLERÍA, D'EL SUEÑO D'EL MUNDO, CUYO ARGU-
MENTO VA TRATADO POR VIA DE PHILOSOPHIA MORAL, AORA NUEUA-
MENTE COMPUESTA POR PEDRO HURTADO DE LA VERA.
Scena 1. del primer acto.— El Mundo muy entonado y vestido de diversas colores.
Morpheo Dios d'el sueño le sale de traues y le hace dormir después de algunas alter-
caciones 3 1 3
Comienza el sueño. — Heraclio enamorado comunica con Logistico sus amores, y e'l le
persuade no fiarse de mujeres 315
Scena 2. dsl primer acto. — Astasia con su criada Melania saliéndose a vna huerta
suya, veen a Heraclio y Logistico embeue&cidos en sus razones, y sin ser vistas d'ellos,
oyen lo que hablan 316
Scena 3. del primer acto. — Astasia queda hablando con Melania sobre los dos amigos
y dissimula su afficion 319
ÍNDICE QEXEUAL 445
ScENA 4. DEL i'uiMER ACTO. — Astasiix sola lamentándose porque ama; después halda oon
Morio que sobreiiiene S20
ScENA 5. DEL PRIMER ACTO. — Idoiia, hija de Astasia, reprehende a Melania de la ocio-
sidad y tratastí d'el officio de las Don/.ellas y otros propósitos 321
ScENA 6. DEL PRIMER ACTO. — Melania sola contrapunteando los amores de sus amas;
sobreuiene .Vsosio, su requebrado, que la espia y después le habla 322
SoBNA 7. DEL PRIMER ACTO. — HeracHo va visitar a Astasia y pasa con ella y con Idona
muchos requiebros 323
ScEKA 8. DEL PRIMER ACTO. — Astasia tienta a su hija de casamiento con lieniclic, y
passan sobre ello algunas razones 325
ScEXA 9. DEL PRIMER ACTO. — Logístico acaso siu scr visto, halla a Astasia sola
haciendo discursos 320
ScEXA 10. DEL PRIMER ACTO. — Legistico biisca a Heraclio para darle las buenas niieuas,
y hállale con Honorio su criado que le buscaua assi 327
ScENA n. DEL PRIMER ACTO. — Ilonorio lleua la Carta y bucluc 328
ScENA 12. DEL PRIMER ACTO.— Hcraclio ycndo a casa de Astasia, topa Asosio que spe-
raua por Melania, y pasan otras damas con que se requiebra, no le viendo 329
ScEXA 1. DLL 8EGDXD0 ACTO. — Idoua a solas hablando en Heraclio y en sus auisos y
lamentándose también de amor 332
ScENA 2. DEL SEGUNDO ACTO. — Melania sola ayrada contra Asosio y deliberada de
burlalle 332
ScKNA 3. DEL SEGUNDO ACTO. — Heraclio haze su visita, en la qual ha discursos varios
entre e'l, Astasia y Idona 333
ScENA 4. DEL SEGUNDO ACTO. — Morio aplica su niuger al casamiento de la hija con
cierto gentil hombre, y hablase en Heraclio a la postre 33G
ScENA 5. DEL REQONDO ACTO. — HcracHo y Logistico asechan a Asosio que va uender
sus pollos y hablan con él 337
ScEXA 6. DEL SEGUNDO ACTO. — Entrando en casa de Astasia Asosio, Melania se burla
d'el y manifiesta a las damas su disfrace 339
ScENA 7. DEL SEQDNDO ACTO. — Logistico, disfrazado en los hábitos de Asosio, engaña
a Amertia y ella lo disimula 341
ScKNA 8. DEL SEGUNDO ACTO. — Asosio va al coucierto, y halla de buelta a Amertia, que
se burla del 341
ScENA 9. DEL SEGUNDO AeTO. — Logistico tomaudo de sw auentura halla Melania y
altercan sobre Asosio 342
ScENA 10. DEL SEGUNDO ACTO. — Apio y Mctio, scruidorcs de Astasia en otro tiem-
po, bueluon al juego y son d'ella muy regalados; Logistico llena las nueuas de lo
que vee.
34Í
ScENA 1. DEL TERCER ACTO. — A sosio, buscando vn Nigromante, halla la grande magica
Doleria, que le promete vengalle de ^Melania y sobreuiene Heraclio 344
ScENA 2. DEL TERCER ACTO. — Logistico, auicudo dado las nueuas a Heraclio de sus
competidores, altercan sobre ellos vn buen rato 345
ScENA 3. DEL TERCER ACTO. — "Dolcria sola tractando de los estados enamorados y llega
Melania 346
ScENA 4. DEL TERCER ACTO. — Asosio va en busca de Heraclio y de Logiptico para dalles
cuenta del concierto y del banquete 347
ScENA 5. DEL TERCER ACTO. — Apio y ^Letio van al combite de Astasia, y en mascara
los tres amigos a la fiesta, y passan entre sí algunos trances 348
4i6 ÍNDICE GENERAL
ScENA 6. DEL TERCER ACTO. — Quedan los del banquete motejándose de las Egiptianas
partidas ellas, y después se recoge cada vno a su posada 351
ScENA 7. DEL TERCER ACTO. — Asosio va a casa de Dolería en otros hábitos, y ella con
cierto vaguento le transfigura, y él va prouar sus aventuras 352
ScENA 8. DEL TERCER ACTO. ~ Melania va al concierto de su cortesano y et'i"ectuase el
casamiento 354
ScENA 9. DEL TERCER ACTO. — Heraclio va a casa de Logistico a consultar de sus amo-
res, y alli scrive vna carta a Astasia, que llena Honorio 355
ScENA 10. DEL TERCER ACTO. — Asosio de retomo de sus bodas encuentra con Logis-
tico y Heraclio, con que se burla un rato en su mascara y buelue Honorio 358
ScENA 1. DEL QUARTO ACTO. — Amertia va a casa de Mania por saber del cortesano; ella
la despide porque le speraua 359
ScENA 2. DEL QüARTo ACTO. — Melania buelue a casa muy vfana de su buena ventura y
habla con su ama y con Idona 360
ScENA 3. DEL QDARTo ACTO. — Heraclio llamado de parte de Astasia, Logistico le acon-
seja cómo se ha de auer con ella y va asechalles detras la huerta y oye sus razones . . 361
ScENA 4. DEL~QüARTO ACTO. — Asosio buehic a su figura y busca sus amigos para con-
talles sus auenturas 363
ScENA 5. DEL QÜARTO ACTO. — Astasia speraudo sus nueuos seruidores, llega Heraclio y
sin ser visto vee lo que entre ellos passa 365
SoENA 6. DEL QÜARTO ACTO. — Logistico topa cou Hcraclio, que desesperado se parte
del, sin querer tomar otro consejo. 3í'6
ScENA 7. DEL QÜARTO ACTO. — Heraclio trucca los vestidos con su criado Honorio y des-
pedido d'el se encuentra con Asosio, que después de dissimular con él se los pone de
hurto 367
ScENA 8. DEL QDARTO ACTO. — Logistico halla a Asosio con Dolería y deliberan entre sí
lo que harán sobre la cura del amigo Heraclio 368
ScENA 9. DEL QÜARTO ACTO. — Audronío, cortcsauo requebrado de Melania, se lamenta
della y ella del estando ambos engañados 369
ScENA 10. DEL QÜARTO ACTO. — Hcraclío CU habítos de herniitaño reposándose en vn
prado dan con el Asosio y Doleria hechos peregrinos, a saber Dolería es Dicheo, Aso-
sio es Synesio 371
ScENA 1. DEL QUINTO ACTO. — -Logístíco halla a Heraclio ya con sus vestidos, y muy
alegres ambos van acabar bu auentura de Apio y Metió 372
ScENA 2. DEL QUINTO ACTO. — Astasía y Idona se salen a la huerta a sperar sus serui-
dores, y vienen Dicheo y Synesio, con quien se van, pensando eran ellos 373
ScENA 3. DEL QUINTO ACTO. — Morío Sale CU busca de su muger y halla Melania que
venía de buscar a su marido, y conciertanse los dos, casándose ambos por despecho . . 374
ScENA 4. DEL QUINTO ACTO. — Audronío busca Melania, y halla Aplotis que llora por su
tía y prima, y que va buscar Logistico su seruidor, y di spu( s de írauar amores se con-
ciertan 375
ScENA 5. DEL QUINTO ACTO. — Asosio y Dolería, transfigurados en .Vstasia y liona, buil-
uen a Apio y Metió 376
ScENA 6. DEL QUINTO ACTO. — Astasia y Idona se encuentran con Apio y Metió en el
bosque y ay entr'ellos grandes altercaciones 378
ScENA 7. DEL QUINTO ACTO. — Hcraclío, Logístíco, Asosío y Dolería se van al bosque
transfigurados en Astasia, Idona, Apio y Metió, y les hazen en er que son sus sombras
y S3r aquella la propriedad del bosque 379
ÍNDICE GENEUAL 447
ScEKA 8. DEL QOixro ACTO. — Aglaia y Tlmlia, Gracias fiel cielo, se quexan de la ingra-
titud de los hombres; sobrenicnen dos Musas, Caliopf y Molpomcm», t-onio líiiiiphas
del bosque que fiugen ser ellas 381
ScENA 9. DEL QOiNTO ACTO. — Astasia y su t'ouipañia contusos y niarauillailos de lo que
veian, vienen Heraclio y Logistieo dar con ellos 383
ScENA lü. DEL QUINTO ACTO. — Caliopc v Mi'lpomeue bueluen a bmcar a Heraelio y a
Logistieo y les toman por sus esposos 384
ScENA 11. DEL QUINTO ACTO.- Astasia y Idona quedan lamentándose, y vienen los
saluajes, a súber, Apio y ]\[etio tornados saluajes 385
Sgena 12. DEL QUINTO ACTO. — Dolería declara a Asosio ser Nemesis, en otra figura
embiada a hazer justicia, y le promete la Nimpha Eruto -{gG
ScENA 13. DEL QUINTO ACTO. — Bueluc al principio y viene Cliaron a despertar el Mun-
do, al ([ual auia hecho dormir Morpheo después de sus disputas 387
LA LENA, POR D. A. V. D. V. PINCIANO.
Acto phimero (Scena primera á novena) 390
Acto segvndo (Scena primera á octava) 399
Acto tercero (Scena primera á de'cima) 408
Acto cvarto (Scena p'imera á se'ptima) 420
Acto qvinto (Scena primera á vltima) 427
Te'.uiude Chamartiii.— Iinp. de Liailly-B^nlliere.
ERRATAS QUE SK HAN NTOTADD
PAGINA
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CLXXXIV
CXCVII
CCXXXVÍI
LÍNBA DICR
27 el Zeitschrijt
35 Londres
10 debieron contribuir
15 esclavos
16 Jructi
17 Eufrosinas
33 produntor
15 el pueblo á él no me satisfu/.e
27 apariencias
45 ensnaer'd
46 MenescJimos
37 sicerum
81 intioduction
9 tratadista
4 Cuidosa
29 García de Villn
35 de la de Sevilla
44 Nouvelle
22 éxito
2 Su valor
22 peculiariamente
LÉASB
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Londres, 18G3
debifiron de contril)nir
esclavas
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Maroclias
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el pueblo á él, no lue satisFaze
apariencia
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29
54
9
55
23
20
28
20
38
15
51
tullit
contribución
transformé
maculas
tiene
No digáis tal, señor, que ea
opinión gontilica, de los
buenos que están prósperos.
Presúmese que siente, et3.
le mande
primo
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bueo
esta
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quiso
pares te
Otro dia que
de proposito, pues
salud,
señora,
dexará
llenará
Ase d'el Morpheo
la stiuia
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No di'
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contrición
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igais tal, señor, qne es
opinión gentilica. De los
buenos que están prósperos
presúmese que siente, etc.
mandé
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sí assi quieres: por
quise
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Otro dia, que
de proj)osito. Pues
salud?
señora?
d ex ara
Ueuara
Ase d'el, Morpheo,
lastima
lingva
los liijos
O
loco Menendez y Pelayo, Marcelino
^^P Origines de la novela
M46
t.3
PLEASE DO NOT REMOVE
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