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Full text of "Orígenes de la novela"

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^BrxQcncB  ác  la  IBooela 


í^omo  III 


V^TJ^^ty 


IR  lleva  ^Üibllotcca  be  autorce  i^epañoleo 

ba)o  la  dirección  del 

Ercmo.  5r.  d.  dDarceltno  dDenénde?  ?  peía^^o. 

14 


f^rígcncs  ác  la  IRoocla 

2!omo   III 

IRovelae  Díalogatiae,   con  un  eotutilo  preliminar 

de 
Bírector  de  la  Biblioteca  IBacional  v  ^^  l^  Bcademia  de  la  ibistoria. 


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aDadrid 

Casa   editorial   Baíll^//3Bailliére 

Ipla^a  de  Santa  Bna.  núm.  to. 

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INTRODUCCIÓN 


X 


La  «Celbstxna». — Razones  para  tratar  de  esta  obra  drauática  en  la  ihsturia  dk  la 

NOVELA  española. CdESTIONES  PREVIAS  SOBRE  EL  AUTOR  V  EL  TEXTO  GENUINO  DE  LA 

•íTragicomedia  de  Calisto  y  Melibea». — Noticia  de  sus  primeras  ediciones  y  dk 

LAS    DIFERENCIAS    QUE  OFRECEN. NoTICIAS  DEL    BACHILLER    FeRNANDO    DE  RoJAS. ¿Eb 

autor  DEL    PRIMEK   ACTO    DE    LA    hCelESTINA?» — ¿Lo    ES    DE    LAS    ADICIONES    PUBLICADAS 

EN  1502?  — Fecha  aproximada  déla  «Celestina»?— Lugar  en  que  pasa  la  escena. — 
Fuentes  literarias  de  la  «Tragicomedia»:  reminiscencias  clásicas. —  Teatro  de 
Plaüto  y  Terencio. — (Comedias  elegíacas  de  la  Edad  Media,  especialmente  la  dk 
«Vetcla»:  su  imitación  por  el  Arcipreste  de  Hita. — Comedias  humanísticas  del 
SIGLO  xv:  KL  «Paulüb»,  de  Vergerio;  la  «Poliscena»,  atribuida  á  Leonardo  Bruñí 
DE  Arezzo;  la  «Chrysis»,  de  Eneas  Silvio. — La  «Historia  de  Eüríalo  v  Lucre- 
cia», del  mismo. — Otras  reminiscencias  de  escritores  del  Renacimiento  italiano: 
Petrarca;  Boccaccio. — Literatura  española  del  siglo  xv  que  pudo  influir 
EN  Rojas:  el  Arcipreste  de  Talayera,  Juan  de  Mena,  Alonso  de  Madrigal, 
LA  «Cárcel  de  Amor».  —  Análisis  de  la  «Celestina».  —  Los  caracteres. — La 
invención  y  composición  de  la  fábula. — Estilo  y  lenguaje. — Espíritu  y  tenden- 
cia DE  LA  OBRA, — CeNSÜRAS  MORALES    DE    QUE    HA    SIDO    OBJETO. — HlSTORIA  POSTUMA  DE 

LA  «Celestina». — Rápidas  indicaciones  sobre  su  bibliografía. — Principales  tra- 
ducciones.— Su  influjo  en  las  literaturas  extranjeras.  — Importancia  capital  de 
LA  «Celestina»  en  el  drama  y  en  la  noyela  española. 

Al  incluir  la  Celestina  y  sus  más  directas  imitaciones  en  esta  historia  de  los  oríge- 
nes de  la  novela  española,  y  ofrecer  en  este  tomo  algunas  muestras  del  género,  no 
pretendo  sostener  que  estas  obras,  y  menos  que  ninguna  la  primitiva,  sean  esencial- 
mente novelescas.  En  trabajos  anteriores  (*)  he  manifestado  siempre  parecer  contrario, 
y  no  encuentro  motivo  para  separarme  de  él  después  de  atento  examen.  La  Celes- 
tina (*),  llamada  por  su  verdadero  nombre  Comedia  de  Melibea  en  la  primera  edición. 
Tragicomedia  de  Calisto  y  Melibea  en  la  refundición  de  1502,  es  un  poema  dramá- 
tico, que  su  autor  dio  por  tal,  aunque  no  soñase  nunca  con  verlo  representado. 

Por  mucho  que  se  adelante  su  fecha,  hay  que  conceder  que  fué  escrita  en  el  último 
decenio  del  siglo  xv,  y  es  probablemente  anterior  á  las  más  viejas  églogas  de  Juan 
del  Enzina,  á  lo  sumo  coetánea  de  algunas  de  ellas  {^).  ¿Qué  relación  podía  tener  aquel 

(•)  Véase  el  estudio  critico  que  precede  á  la  edicióa  de  Vigo,  1899,  tipografía  de  Eugenio 
Krapf .  De  aquel  trabajo  sólo  conservo  en  el  presente  algunas  frases,  que  por  razones  particulares  no 
lie  querido  modificar.  Todo  lo  restante  ha  sido  escrito  de  nuevo,  conforme  á  los  descubrimientos  é 
investigaciones  de  estos  últimos  años  }'  al  minucioso  estudio  que  lie  hecho  de  la  Tragicomedia  y  de 
la  copiosa  literatura  que  con  ella  se  relaciona. 

(')  Ninguna  de  las  ediciones  españolas  que  hoy  se  conocen  anteriores  á  la  de  Alcalá  de  Hena- 
res, 1569,  lleva  este  título,  pero  sí  todas  las  reimpresiones  de  la  traducción  italiana  de  Alfonso 
Ordóñez  desde  la  de  Venecia,  1519,  en  adelante.  Y  así  debía  designársela  en  el  uso  común,  puesto 
que  Luis  Vives  la  cita  dos  veces  con  tal  nombre  en  1529  >  en  1531,  y  tuuibién  Fr.  Antonio  de  Gue- 
vara en  los  preliminares  de  su  Aviso  de  privados  y  doctrina  de  cortenanos  (Valladolid,  1539). 

(')  La  primera  edición  del  Cancionero  de  Juan  del  Enzina,  en  que  están  sus  más  antiguos 
ensayos  dramáticos,  es  de  1496,  anterior  tres  años  no  más  á  la  Comedia  de  Melibea. 

ORÍGENES    de   LA    NOVELA.— III.— a 


II  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

escenario  infantil  con  el  arte  suyo,  tan  reflexivo,  tan  maduro,  tan  intenso  y  humano? 
El  autor  escribió  para  ser  leído  ('),  y  por  eso  dio  tan  amplio  desarrollo  á  su  obra,  y  no 
se  detuvo  en  escrúpulos  ante  la  libertad  de  algunas  escenas,  que  en  un  teatro  mate- 
rial hubieran  sido  intolerables  para  los  menos  delicados  y  timoratos.  Pero  escribía  con 
los  ojos  puestos  en  un  ideal  dramático,  del  cual  tenía  entera  conciencia.  Le  era  familiar 
la  comedia  latina,  no  sólo  la  de  Planto  y  Tereucio,  sino  la  de  sus  imitadores  del  primer 
Kenacimiento.  Este  tipo  de  fábula  escénica  es  el  que  procura,  no  imitar,  sino  ensanchar 
y  superar,  aprovechando  sus  elementos  y  fundiéndolos  en  una  concepción  nueva  del 
amor,  de  la  vida  y  del  arte. 

Todo  esto  lo  consigue  con  medios,  situaciones  y  caracteres  que  son  constantemente 
dramáticos,  y  con  aquella  lógica  peculiar  que  la  dramaturgia  impone  á  la  acción  y  á 
los  personajes,  con  aquel  ritmo  interno  y  graduado  que  ningún  crítico  digno  de  este 
nombre  puede  contundir  con  los  procedimientos  de  la  novela.  La  Celestina  no  es  un 
mero  diálogo  ni  una  serie  de  diálogos  •  satíricos  como  los  de  Luciano,  imitados  tan 
sabrosamente  por  los  humanistas  del  siglo  decimosexto.  Concebida  como  una  gran- 
diosa tragicomedia,  no  podía  tener  más  forma  que  el  diálogo  del  teatro,  representación 
viva  de  los  coloquios  humanos,  en  que  lo  cómico  y  lo  trágico  alternan  hasta  la  catástrofe 
con  brío  creciente.  Fuera  de  algunos  pasajes  en  que  la  declamación  moral  predomina, 
el  instrumento  está  perfectamente  adecuado  á  su  fin.  La  creación  de  una  forma  de 
diálogo  enteramente  nueva  en  las  literaturas  modernas  es  uno  de  los  méritos  más  singu- 
lares de  este  libro  soberano.  En  nuestra  lengua  nadie  ha  llegado  á  más  alto  punto; 
pero  compárese  esa  prosa  con  la  de  Cervantes,  y  se  verá  cuánto  distan  el  estilo  del 
teatro  y  el  de  la  novela,  aunque  tanto  influyan  el  uno  en  el  otro. 

El  título  de  novela  dramática  que  algunos  han  querido  dar  á  la  obra  del  bachiller 
Rojas  nos  parece  inexacto  y  contradictorio  en  los  términos.  Si  es  drama,  no  es  novela. 

('")  Hay  un  pasaje  del  prólogo  que  parece  indicar  lo  contrario:  quando  diez  personas  se  juntaren 
a  oyr  esta  Comedia.  Pero,  á  mi  ver,  no  se  trata  aquí  de  verdadera  representación,  sino  de  lectura 
entre  amigos,  y  en  tal  interpretación  me  confirma  una  de  las  octavas  de  Alonso  de  Proa/.a. 

«Dize  el  modo  que  se  ha  de  tener  leyendo  esta  tragicomedia: 

Si  amas  y  quieres  a  mucha  atención, 
Leyendo  á  Calido,  mover  los  oycides. 
Cumple  que  sepas  hablar  entre  dientef:, 
A  vezes  con  gozo,  esperanza  y  passion; 
A  vezes  ayrado  con  gran  turbación. 
Finge  h'i/endo  mil  artes  y  modos. 
Pregunta  y  responde  por  boca  (Je  todos, 
Llorando  y  riyendo  en  tiempo  y  sazón.» 

Son  verdaderas  reglas  de  declamación,  pero  no  para  un  actor,  sino  para  un  lector  que  habla  por 
boca  de  todos  los  personajes  de  la  pieza.  No  recuerdo  que  nadie  después  de  Wolf  (Studien, 
pág.  280)  y  antes  de  Greizenach  (Geschichte  des  neueren  Dramas,  I,  34)  se  haya  fijado  en  este 
curioso  pasaje.  Es  probable  que  las  comedias  elegiacas  de  la  Edad  Media  se  recitasen  así,  y  antes 
de  ellas  lo  había  sido  el  Querolus,  según  todas  las  trazas. 

El  carácter  de  drama  ideal  que  la  Celestina  tiene  fué  perfectamente  comprendido  en  el  siglo  xvil 
por  su  traductor  latino  Gaspar  Barth,  y  aun  por  eso  aplaudía  que  su  autor  la  hubiese  escrito  en 
prosa  contra  el  uso  de  los  antiguos  y  el  de  su  propio  tiempo.  «Hic  vero  Ludns  nuUi  Tlieatro  affi- 
»xus  erit,  nec.  diludiis  factus  unius  ant  alteriua  Reipublicae,  Oivitatisve:  sed  generatim  totiiin 
BOrbem  Christianum  ad  lectionem  vocat  et  velut  spectaculnm.» 


INTRODUCCIÓN  ,„ 

Si  es  novela,  no  es  drama.  El  fondo  de  la  novela  y  del  drama  es  uuu  mismo,  la  repre- 
sentación estética  de  la  vida  humana;  pero  la  novela  la  representa  en  fornuí  de  narra- 
ción, el  drama  en  forma  de  acción.  Y  todo  os  activo,  y  nada  es  narrativo  eu  1^ 
Celestina. 

Pero  ¿C(5mo  prescindir  de  ella  en  uua  historia  de  la  jiovola  española?  Así  como  la 
antigüedad  encontraba  en  los  poemas  de  Homero  las  semillas  de  todos  los  géneros, 
literarios  posteriores  y  aun  de  toda  la  cultura  helóuica,  así  de  la  Tragicomedia  castellana 
(salvando  lo  que  pueda  tener  de  excesivo  la  comparación)  brotaron  á  un  tiempo  dos 
raudales  para  fecundar  el  campo  del  teatro  y  el  de  la  novela  (•).  Y  si  extensa  y  dura- 
dera fué  la  acción  de  aquel  modelo  sobre  la  parte  que  podemos  llamar  profana  ó  secu- 
lar de  nuestra  escena,  no  fué  menos  decisiva  la  que  ejerció  en  la  meute  de  nuestros 
novelistas,  dándoles  el  primor  ejemplo  de  obsei-vación  directa  de  la  vida:  el  primero, 
decimos,  porque  las  pinturas  de  los  moralistas  y  de  los  satíricos  apenas  pasan  de  ras- 
guños, aun  en  las  animadas  páginas  del  Arcipreste  de  Talavera,  uno  de  los  pocos 
precursores  indudables  de  Fernando  do  Rojas.  La  corriejite  del  arte  realista  fué  úuica 
en  su  origen,  y  á  ella  deben  remontarse  así  el  historiador  de  la  dramaturgia  como  el 
que  indague  los  orígenes  de  la  novela.  Y  aun  puede  añadirse  que  en  el  teatro  esa  direc- 
ción fué  contrastada  desde  el  principio  por  una  poesía  romántica  y  caballeresca  muy 
poderosa,  que  acabó  por  triunfar  y  dio  su  último  fruto  con  el  idealismo  calderoniano; 
al  paso  que  en  la  novela,  vencidos  definitivamente  los  libros  de  caballerías  y  relegados 
á  modesta  oscuridad  los  pastoriles  y  sentimentales,  imperó  victoriosa  la  fórmula  natu- 
ralista, primero  en  la  novela  picaresca  y  luego  en  la  grandiosa  síntesis  de  Cervantes, 
que  llamaba,  aunque  con  salvedades  morales,  libro  divino  k  la  inmortal  Tragicomedia. 

Estas  razones  justifican,  á  mi  ver,  la  inclusión  de  la  Celestina  en  el  cuadro  que  veni- 
mos bosquejando.  Y  admitida  ella,  que  es  sin  duda  la  más  dramática,  no  puede  pres- 
cindirso  de  sus  imitaciones,  que  lo  son  mucho  menos,  á  excepción  do  la  Selvagia,  la 
Loia  y  alguna  otra.  Aun  estas  mismas  fueron  escritas  sin  contar  para  nada  con  la 
escena;  y  no  lo  digo  solamente  por  las  situaciones  pecaminosas,  pues  iguales,  ya  que 
no  peores,  las  hay  en  varias  comedias  italianas  que  positivamente  fueron  roprosenta- 

(')  Fernando  Wolf  la  consideraba  como  un  poema  épico-dramático,  lo  cual  es  decir  en  hus- 
tancia  lo  mismo:  «Seine  Form  ist  in  der  Tliat  eine  episcii-dramatisclie.  In  iiir  zeigt  sicli  das  Drama 
)izwar  nocli  in  den  \veiten,  faltenreichen  epischen  Gewanden,  aber  sclion  in^Begriffe  dieser  hem- 
))menden  Qüllen  sicb  zu  entledigen,  um  in  freierer  Bewegung  rasclieren  Sciirittes  die  Bnhnc  zu 
wbesteigen.  In  der  Wahl,  Anlage  und  Gliederung  der  I'^abel,  in  der  cornposition  der  Celestina  im 
»Ganzen  waltet  allerdings  noch  das  Episclie  vor;  es  ist  darin  noch  das  breite  Sicligolioiilassen,  dic 
Dlíedseligkeit  des  Erzülilers,  das  Zcrfaliren  der  Handlung  und  Ilcmtnnng  ilirt-s  rasclieren,  dra- 
»matischeren  Verlaufs  durch  Episoden,  das  Vorwalten  der  Situalicn,  die  minutio-c  Ausmalung, 
ykiiTZ  die  Epische  Breite  und  Beliagliclikeit.  Dennoch  hat  diese  Tru¡/ ¡comedia  ¡^clion  dramatischen 
«Grundton,  dramatisches  Leben  und-abgesehen  von  der  mehr  ausserliclien  Form  des  durcligelienden 
)>Dialog8  und  der  Eintheilung  in  (21)  Acte,  niclit  nur  Acte,  sondern  ancli  Action,  dramalisclie  Iland- 
»lung  und  vor  alien  in  der  und  durch  die  Handlung  drastisch  dargestellte  Cliaraktere;  ja  geradc 
»diircli  die  meisterhafte  Zeichnung,  oonsequente  Entwickelung  und  den  knntsvollen  Conllict  der 
»Cliaraktere,  durch  die  darin  bedingte  tragische  Katastrophe  zeichnet  sie  sich  so  sehr  aus,  dass  sie 
))Prototyp  und  classisches  Muster  des  sogenannten  género  novelesco  des  spanischen  Nationaldramas 
))ge\vorden  und  hierin  von  wenigen  spüteren,  wenn  auch  dramatisch  ausgebildeteren  Sliicken  der  Art 
))erre¡cht,  von  keinem  übertroffen  worden  ist».  (Studien  zur  gcschichte  der  Spanischen  vnd  Por- 
giesischen  NationallUeratur  von  Ferdinand  Wolf,  Berlín,  A.  Asher,  1859,  pág.  280). 


IV  orígenes  de  la  novela 

das,  sino  porque  eu  todas  esas  imitaciones  falta  aquella  chispa  de  genio  dramático  que 
inflama  la  creación  del  bachiller  Kojas  y  la  hace  bullir  y  moverse  ante  nuestros  ojos 
en  un  escenario  ideal.  En  las  Celestinas  secundarias,  el  diálogo,  aunque  constantemente 
puro  y  rico  de  idiotismos  y  gracias  de  lenguaje,  camina  lento  y  monótono,  se  pierde 
en  divagaciones  hinchadas  y  pedantescas  ó  se  revuelca  en  los  más  viles  lodazales.  Sus 
autores  calcan  servilmente  los  tipos  ya  creados,  pero  rara  vez  aciertan  á  hacerles 
hablar  su  propio  y  adecuado  lenguaje.  Del  drama  sólo  conservan  la  exterior  corteza,  la 
división  en  actos  ó  escenas,  pero  introducen  largas  narraciones,  se  enredan  en  episo- 
dios inconexos  y  usan  procedimientos  muy  afines  á  los  de  la  novela.  Algunas  hasta 
carecen  de  verdadera  acción.  La  Lozana  Andaluza^  por  ejemplo,  no  es  comedia  ni 
novela,  sino  una  serie  de  diálogos  escandalosos,  del  mismo  corte  y  jaez  que  los  Ragio- 
)iamenti  del  Aretino.  Pero  de  los  caracteres  que  distinguen  á  algunos  de  estos  libros 
y  les  dan  peculiar  fisonomía  se  hablará  en  el  capítulo  que  sigue.  Ahora  debemos  aten- 
der sólo  á  la  obra  primitiva,  que  por  ningún  concepto  debe  mezclarse  con  su  equí- 
voca y  harto  dilatada  parentela. 

Trabajos  muy  importantes  de  estos  últimos  años  han  puesto  en  claro  la  primitiva 
historia  tipográfica  de  la  Celestina-^  nos  han  revelado  que  el  libro  pasó  por  dos  formas 
distintas,  y  han  levantado  una  punta  del  velo  que  cubría  la  misteriosa  figura  del  que 
yo  tengo  por  único  autor  y  refundidor  de  la  Tragicomedia^  aunque  personas  mu 3^  doc- 
tas conserven  todavía  alguna  duda  sobre  el  particular. 

Algo  de  bibliografía  es  aquí  indispensable,  pero  la  abreviaremos  todo  lo  posible.  La 
primera  edición  de  la  Celestina  conocida  hasta  ahora  es  la  de  Burgos  1499  (').  ¿Exis- 
tió otra  anterior?  Me  guardaré  de  negarlo,  pero  no  encuentro  fundada  la  sospecha.  Lo 
único  que  puede  abonarla  son  estas  palabras  del  prólogo  de  la  edición  refundida 
de  1502:  «que  avn  los  impressores  han  dado  sus  punturas^  poniendo  rúbricas  ó  su- 
»  marios  al  principio  de  cada  ando,  narrando  en  breue  lo  que  dentro  contenía:  vna 
■»  cosa  bien  escusada,  según  lo  que  los  antiguos  scriptores  vsaron» .  Es  así  que  estas  rú- 
bricas ó  sumarios  aparecen  ya  en  la  edición  de  Burgos,  luego  tuvo  que  haber  otra 
anterior  en  que  no  estuviesen.  El  argumento  jio  me  convence  (-).  Pudo  el  primer  im- 
presor hacer  esta  adición  en  el  texto  manuscrito,  y  no  enterarse  de  ello  el  autor  hasta 
verlo  impreso,  puesto  que  no  tenemos  indicio  alguno  de  que  asistiera  personalmente  á 
la  corrección  de  su  libro. 

Dejando  aparte  esta  cuestión,  que  por  el  momento  es  ociosa  é  iusoluble,  conviene 
fijarnos  en  el  inestimable  y  solitario  ejemplar  de  la  edición  de  Burgos,  que  nos  ha 

(')  Aribau,  en  la  introducción  del  tomo  de  Novelistas  anferiores  á  Cervantes,  citó  una  edición  de 
Medina  del  Campo  de  1499,  que  nadie  lia  visto.  Acaso  se  atribu^'ó  á  Medina  la  edición  incunable, 
que  no  consigna  realmente  el  punto  de  impresión.  Pero  no  consta  que  Fadrique  Alemán  imprimiese 
más  que  en  Burgos.  En  Medina  no  se  encuentra  impresor  alguno  antes  de  1511,  en  que  Nicolás  de 
Piemonte  estampó  el  Valerio  de  las  historias.  Vid.  La  Imprenta  en  Medina  del  Campo,  por  D.  Cris- 
tóbal Pérez  Pastor  (Madrid,  1895),  p.  IX. 

(*)  Tampoco  ha  convencido  al  erudito  italiano  Mario  Scliiff  (Studi  di  filologia  romanza  puhhli- 
cati  da  E.  Monaci  e  C.  de  Lollis,  Turín,  1892,  fase.  24,  pág.  172). 

La  edición  de  Sevilla,  1501,  anuncia  que  los  argumentos  están  nueuamente  añadidos,  lo  cual  si 
se  entiende  como  suena  es  una  falsedad,  puesto  que  la  edición  de  1499  tiene  los  mismos  argumentos- 
Lo  que  quiere  decir,  á  mi  juicio,  es  que  los  argumentos  habían  sido  añadidos  al  primitivo  texto  poco 
antes,  nuevamente  (nvperrime). ' 


INTRODUCCIÓN  v 

conservado  el  texto  primitivo  de  la  Comedia  de  Melibea.  Y  en  verdad  que  se  ha  salvado 
casi  de  milagro,  pues  no  sólo  ha  tenido  que  luchar  con  todas  las  causas  de  destrucción 
que  amagan  á  los  libros  únicos,  sino  con  el  ignorante  desdén  de  aficionados  imbéciles, 
que  le  rechazaban  por  estar  falto.,  y  hasta  llegaron  á  dudar  de  su  autenticidad  ('). 

Carece,  en  efecto,  de  la  primera  hoja,  empezando  por  la  signatura  A — II  (Arqnmeii' 
to  del  primer  auto  desta  comedia).  Es  un  tomo  en  4."  pequeño,  de  letra  gótica,  con 
diez  y  siete  grabados  en  madera,  que  convendría  reproducir.  En  el  folio  91  se  halla  el 
escudo  del  impresor  con  la  siguiente  leyenda:  ^Nihil  sine  causa.  14ÍJÍJ.  F.  A.  de  Bn- 
silea» .  Lo  cnal  quiere  decir  que  el  libro  salió  de  las  prensas  de  Fadrique  Alemán  rfí» 
Basilea.,  que  estampó  en  Burgos  muchos  y  buenos  libros  desde  1485  hasta  1517. 

Pero  este  último  pliego  es  contrahecho,  según  testimonio  unánime  de  los  que  han 
tenido  la  fortuna  de  ver  el  precioso  incunable  (-).  Quedaba,  pues  la  duda  de  si  ese 
final  fué  copiado  de  otro  ejemplar  auténtico,  ó  si  el  escudo  y  la  fecha  eran  una  com- 
pleta falsificación.  Pero  tal  duda  no  es  posible  después  del  magistral  estudio  del  doctor 
Conrado  Haebler,  bibliotecario  de  Dresde,  cuya  pericia  y  autoridad  en  materia  de  incuna- 
bles españoles  es  reconocida  y  acatada  por  todo  el  mundo.  Haebler  deja  fuera  de  duda 
que  los  caracteres  con  que  está  impreso  el  libro  son  los  bien  conocidos  de  Fadrique 
Alemán  de  Basilea,  usados  por  él  en  casi  todas  las  ediciones  que  hizo  en  14í)()  y  1500, 
ó  idéntico  el  escudo  del  impresor  al  que  aparece  en  otros  productos  de  sus  prensas  (^). 

Aparte  de  esta  demostración  tipogi-áfica,  bastaba  haber  examinado  el  libro  por 
dentro  (lo  cual  no  creo  que  hiciese  nadie  antes  de  D.  Pascual  Gayangos,  por  quien 
fué  redactada  la  interesante  nota  del  Catálogo  de  Quaritch)  para  convencerse  de  que  la 
edición  era  original  y  auténtica  y  anterior  de  fijo  á  la  d^  1502,  que  nos  da  ya  el  texto 
definitivo  de  la  Celestina  en  veintiún  actos.  Los  trece  primeros  se  corresponden  sus- 
taucialmente  en  las  dos  versiones,  pero  á  la  mitad  del  decimocuarto  comienza  una 
grande  interpolación  que  dura  hasta  el  decimonono;  el  vigésimo  corresponde  al  décimo- 
quinto  de  la  edición  primitiva,  y  el  vigésimoprimero  al  decimosexto.  Se  interpolan, 
pues,  cinco  actos  seguidos,  además  de  numerosos  aumentos  parciales,  que  unidos  á  las 
variantes  equivalen  á  una  refundición  total. 

O  No  carece  de  curiosidad  la  historia  de  los  ^recioe  que  en  ventas  públicas  La  obtenido.  Apa- 
reció por  primera  vez  en  Londres  en  la  subasta  de  la  biblioteca  de  Ricardo  Heber  (1836),  y  fué  tal 
la  insensatez  ó  ligereza  de  los  bibliófilos  (desencantados  quizá  por  la  circunstancia  del  pliego  falso) 
que  fué  vendido  en  la  irrisoria  cantidad  de  dos  libras  y  dos  chelines.  El  afortunado  comprador  fué 
Mr.  de  Soleinne,  y  en  la  venta  de  su  riquísima  colección  dramática  (1844)  alcanzó  ya  esta  Celestina 
el  precio  de  409  francos,  que  pagó  el  Barón  Taylor.  Procedente  de  la  biblioteca  del  Barón  Seilliére, 
fué  subastada  nuevamente  en  París  (18D0),  llegando  al  precio  de  2.700  francos.  No  sabemos  si  en 
aquella  ocasión  la  adquirió  el  librero  Quaritcb,  de  Londres,  que  en  su  catálogo  de  1895  la  anunció 
en  145  libras  esterlinas.  El  bibliófilo  inglés  Mr.  Alfredo  W.  Pollard  es  el  actual  poseedor  de  esta 
joya,  que  afortunadamente  podemos  disfrutar  todos  en  la  lindisima  reimpresión  que  de  ella  lia  hecho 
el  Sr.  Foulché-Delbosc,  á  quien  se  deben  los  mayores  progresos  que  el  estudio  de  la  Celentinu  ha 
logrado  en  estos  últimos  años.  Comedia  de  Calisto  z  Melibea  (Burgos,  1499).  Reimpresión  publicada 
por  Jt.  Foulché-Delbosc,  1902  (Macón,  Protat  hermanos,  impresores).  En  la  Revue  Eispanique, 
tomo  IX,  págs.  185-190,  está  minuciosamente  descrito  por  el  Sr.  Foulché  el  incunable  de  Burgos. 

(')  Brunet,  en  la  quinta  edición  de  su  Manuel  du  Libraire  (1860),  dice  que  la  filigrana  del  papel 
en  la  última  hoja  deja  leer  la  fecha  de  1795.  Pero  en  su  estado  actual  no  tiene  tal  fecha  ni  señal 
alguna,  según  asegura  el  Sr.  Foulché-Delbosc,  que  le  ha  eiaminado  más  despacio  que  nadie. 

(3)  Bemerhungen  zur  Celestiiui  (Revue  Hiitj^anique,  1902,  págs.  139-170), 


VI  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

" '"Cómo  elejemplar  de  1499  está  falto  de  la  primera  hoja,  no  podemos  saber  cuáles 
eran  sus  preliminares;  pero  en  tan  corto  espacio  no  se  comprende  que  cupiera  más 
que  el  título  de  la  obra  en  el  anverso,  y  á  la  vuelta  el  argumento  general  de  la  obra- 
En  cuanto  á  la  carta  de  El  autor  a  un  su  amigo,  sólo  podemos  decir  con  seguridad 
que  consta  ya  en  la  edición  de  Sevilla  de  1501,  tenida  generalmente  por  segunda,  j 
única  que  conserva  la  división  en  diez  j  seis  actos. 

Pero  ¿puede  negarse  de  plano  que  haya  existido  una  edición  de  Salamanca, 
de  1500?  En  las  coplas  de  Alfonso  de  Proaza  ('),  que  van  al  fin  de  la  edición  de  Valen- 

(')  Siendo  Alfonso  de  Proaza  personaje  de  bastante  importancia  á  principios  del  siglo  xvi,  espe- 
cialmente como  propagandista  de  la  filosofía  luliana,  y  habiendo  sonado  tanto  su  nombre  en  las 
controversias  sobre  la  Celestina,  parece  natural  que  le  dediquemos  algunas  líneas,  en  que  procurare- 
mos recoger,  siguiendo  el  orden  cronológico,  las  noticias  que  de  él  andan  esparcidas  en  varios  libros. 
Su  apellido  indica  que  era  natural  ú  oriundo  de  Asturias,  aunque  D.  Nicolás  Antonio  le  llama, 
y  él  propio  se  llamaba,  Asturicensis,  lo  cual,  en  rigor,  quiere  decir  natural  de  Astorga.  Pero  debe 
de  ser  una  falta  de  latinidad,  como  observó  bien  el  autor  de  la  Biblioteca  Asturiana,  publicada  por 
Gallardo  (Ensayo,  I,  art.  457).  Este  manuscrito,  fechado  en  1782  y  remitido  al  conde  de  Oampomanee. 
no  es  más  que  el  primer  bosquejo  de  las  Memorias  históricas  del  Principado  de  Asturias  y  Obispado 
de  Oviedo,  que  empezó  á  publicar  en  Tarragona,  1794,  el  canónigo  D.  Carlos  González  de  Posada, 
no  pasando  desgraciadamente  del  primer  tomo.  Es  fácil  cerciorarse  del  común  origen  de  ambos  libros, 
sin  más  que  cotejarlos.  En  su  primer  artículo,  González  Posada  apenas  había  hecho  más  que  traducir 
las.  breves  líneas  que  Nicolás  Antonio  dedica  á  Proaza  en  la  Bibliotheca  Nova;  pero  en  el  segundo 
habló  con  mejores  datos,  que  le  proporcionó  el  erudito  valenciano  D.  Francisco  Borrull  ("). 

El  nombre  de  Alfonso  de  Proaza  suena  por  primera  vez  en  sus  coplas  encomiásticas  de  la  Celes- 
tina, ora  se  pusiesen  en  la  hipotética  edición  de  Salamanca,  1500,  ora  en  la  de  Sevilla,  1501. 

«Consta  de  los  libros  de  Ayuntamiento  de  la  ciudad  de  Valencia,  llamados  Manuales,  que  en 
21  de  octubre  de  1504  fué  nombrado  por  dicha  ciudad  catedrático  de  Retórica  Alfonso  de  Proaza; 
que  en  7  de  mayo  de  1505  se  le  reeligió  para  el  año  siguiente;  que  en  8  de  septiembre  del  mismo  año 
la  ciudad  loó  y  aprobó  la  obra  que  hizo  en  alabanza  de  la  misma  el  reverendo  Alfonso  de  Proaza, 
bachiller  en  Artes  y  familiar  del  obispo  de  Tarazona,  D.  Guillen  Ramón  de  Moneada,  y  mandó  que 

ninguno  pudiera  imprimir  dicha  obra  sino  la  persona  que  quisiese  el  mismo  Proaza ;  que  en  8  de 

enero  de  1506  proveyó  la  ciudad  que  se  le  diera  y  colara  el  primer  beneficio  que  vacare  en  la  misma 
al  reverendo  Mosén  Alfonso  de  Proaza,  presbytero,  etc.;  que  en  30  de  mayo  del  mismo  año  fué 
reelegido  catedrático  de  Retórica.»  (Nota  comunicada  por  Borrull  á  González  Posada.) 

D.  Francisco  Ortí  y  Fignerola,  en  sus  Memorias  históricas  de  la  fundación  y  progressos  de  la 
insigne  Universidad  de  Valencia  (Madrid,  1730),  pág.  143  y  siguientes,  añade  que  «fué  secretario 
»del  obispo  de  Tarazona,  D.  Gislenio  (Guillen)  Ramón  de  Moneada,  y  uno  de  los  más  fuertes  defen- 
»sores  de  la  doctrina  de  Rayraundo  Lulio,  que  entonces  se  leía  públicamente  en  la  Universidad,  y 
))había  en  ella  cátedra  instituida  para  su  lección  con  el  honorario  correspondiente,  la  cual  duraba  aun 

«después  de  la  mitad  del  siglo  xvii,  como  lo  escribe  el  Regente  D.  Lorenzo  Mateu El  Maestro 

))Proaza  promovió  esta  doctrina  con  el  mayor  esfuerzo,  haciendo  varias  ediciones  de  muchas  obras  de 
))Raymundo  Lnlio,  entre  las  quales  imprimió  la  disputa  que  tuvo  con  Homar  Sarraceno,  y  en  su  con- 
Hclusión  añadió  unas  actas  del  examen  de  la  doctrina  del  mismo  Raymundo.  Hizo  también  el  catálogo 
»de  sus  obras,  del  qual,  y  del  que  formó  después  el  juicioso  Wadingo,...,  se  valió  D.  Nicolás  Antonio, 
«añadiendo  varias  noticias  que  adquirió  ....  Diferentes  de  estas  ediciones  dedicó  el  Maestro  Proaza  al 

«Venerable  Arzobispo  Cardenal Cisneros,  y  la  última  que  hallamos  dirigida  por  su  cuydado  es  del 

»año  de  1519.  Por  esta  fecha,  y  porque  dice  Escolano  que  leía  Retórica  en  Vakncia  cerca  del  año 
))de  1517,  supongo  que  estuvo  en  esta  enseñanza  hasta  el  de  1517,  en  que  entró  Alonso  Ordóñez,  tal 
»vez  á  instancia  y  proposición  suya,  y  por  haber  sido  substituto  suyo  en  los  años  antecedentes,  pues 
«las  ocupaciones  de  Proaza  eran  muchas  y  graves». 

(*)  Memorias  Históricas  dd  Principado  de  Astvrias  y  Oiispado  de  Oviedo.  Juntábalas  el  Dr,  D.  Car- 
los González  de  Posada,  canónigo  de  Tarragona,  de  la  Jieal  Academia  de  la  Historia Tarragona,  por 

Pedro  CanalB,  1794,  pp.  120-124. 


INTRODUCCIÓN  vu 

cia,  de  1514,  una  de  ellas,  la  postrera,  «describe  el  tiempo  y  lugar  en  (jue  la  obra  pn- 
»  meramente  se  imprijnió  acabada: 

El  carro  Phebeo  después  de  aver  datlo 
Mil  e  quinientas  bueltas  en  rueda, 
Ambos  entonces  los  hijos  de  Leda 
A  Phebo  en  su  casa  teníen  possentado. 

Hasta  aquí  Figuero^a,  el  cual  añade  en  otra  parte  que  Aifoneo  Ordóñez  fué  reclegitlo  pura  la 
cátedra  de  Retórica  en  20  de  mayo  de  1518  y  en  el  misrao  mes  de  loa  años  1520  y  1521,  Siendo  lan 
vulgares  el  nombre  y  el  patronítnico,  no  hay  que  reparar  mucho  en  su  coincidencia  con  los  del  primer 
traductor  ¡taliauo  de  la  Celestina,  pues  nada  tiene  de  verisímil  (aunque  no  sea  imposible)  (|ue  quien 
en  1506  era  familiar  del  papa  Julio  TI  fuera  diez  años  después  á  desempeñar  una  cátedra  de  Retó- 
rica en  el  Estudio  de  Valencia. 

Como  meros  apuntamientos  cronológicos,  citaré  aquí  las  publicaciones  que  conozco  de  Alíutibo 
de  Proaza: 

1505.  Oi'íitio  luculenta  de  laudihun  Valentiae (Colofón:  In  eudein  indyta  urbe  Valcnlia.  Per 

Leonardum  Hiitz  alemanum uiino  inessie  incanuiti  MCCCCCV  qiutrto  idus  novemhris).  (Vid.  Se- 
rrano Morales,  Diccionario  de  impresores  valencianos,  p.  224).  Entre  las  papeletas  inéditas  toiiavia 
de  D,  Burtoloníé  Gallardo,  con  las  cuales  ha  de  formarse  el  quinto  tomo  del  Ensayo,  hay  una  des- 
cripción muy  detallada  de  este  rarísimo  opúsculo  con  algunos  extractos.  Contiene,  además  de  la  Orado, 
algunas  poesías  latinas  de  Proaza  {Alphonsi  de  proaza  ad  divos  Valentinae  vrbis  patronos  Vincenliuní 
niartyren  invictissimum:  et  Vincentaim  Ferrer  confcssorem,  Carmina  saphica  adonica  alque  diinetra 
iamhica);  otras,  también  latinas,  de  un  Gonzalo  Ximenez,  cordobés,  bachiller  en  ambos  derechos,  y 
del  balear  Miguel  Cossi;  y  finalmente,  el  Romance  heroico  del  niesmo  Alonso  de  Proaza  en  lengua 
castellana  sacado  de  la  ya  dicha  latina  oración,  que  es  el  mismo  que  luego  so  imprimió  en  el  Can- 
cionero General.  Al  fin  del  volumen  se  hallan  unas  estancias  de  arte  mayor,  de  las  cuales  sólo 
transcribiremos  la  última,  por  la  gran  similitud  que  tiene  con  otra  de  las  que  puso  en  la  Celestina: 

DESCRIPCIÓN  DEL   TIEMPO    EN  QUE  SE  ACABÓ 

En  tiempo  que  el  padre  del  triste  Feton 
Por  nuestro  horizonte  muy  raudo  pasaba, 

Y  en  frígido  albergue  lioFpicio  le  daba 
El  Tésalo  arquero,  Centauro  Quiron, 

Y  retrogradando  por  otra  región 
Mil  y  quinientas  jornadas  hiziera 
Con  cinco  después  que  Cristo  naciera, 
Fraguóse  el  no  bien  fraguado  sermón. 

En  el  privilegio  se  llama  á  Alonso  de  Proaza  «Bagiller  en  Arts,  familiar  del  molt  Rcucrcnt  don 
Guillem  Ramón  de  Moneada,  bisbe  de  Ta rabona».  Gaspar  de  Escolano,  en  su  Iliaíoria  de  Valencia, 
tomo  I,  lib.  V,  cap.  29.°,  col.  1117  y  ss.  de  la  primera  edición  (Valencia,  1610),  pone  traducidos 
varios  trozos  de  este  panegírico,  pero  equivocando  el  apellido  y,  al  parecer,  la  patria  del  autor,  á 
quien  llama  «Alfonso  Peraza,  Cathedratico  de  Retorica,  de  nación  Andaluz».  Acaso  procederá  la 
equivocación  de  haber  un  Luis  de  Peraza,  historiador  de  Sevilla;  pero  tampoco  tendría  nada  de 
extraño  que  Alonso  de  Proaza,  asturiano  de  origen,  iiubiese  nacido  en  Andalucía, 

1510.  Disputatio  Raymundi  Lulli  et  Homerii  Saruceni,  primo  habita  inter  eos  in  urbe  Jiuf/iue 

Sermone  Arábico,  postea  translata  in  Latlnum  ab  eodem  Lullo Valentiae,  per  loannem  Go/redum 

(Juan  Jof re).  Cuidó  de  esta  edición  Alonso  de  Proaza,  y  escribió  la  epístola  dedicatoria  al  noble 
genovés  Bariolomeo  Gentili  (el  Bertomeu  Gentil  del  Cancionero  General).  Contiene  además  este  raro 
libro  otros  dos  tratados  lulianos,  el  De  Demonstratione  per  aequiparantiam  y  la  Disputado  quinqué 
hominum  sapientum. 

A  este  mismo  año  de  1510  corresponde  la  más  antigua  de  las  ediciones  hasta  ahora  conocidas 
de  las  Sergas  de  Esplandián,  famoso  libro  de  Caballerías,  del  regidor  Montalvo.  Esta  edición,  acabada 


MU  orígenes  de  la  novela 

Quando  este  muy  dulce  y  breue  tratado 
Después  de  revisto  e  bien  corregido, 
Con  gran  vigilancia  puntado  e  ley  do, 
Fue  en  Salamanca  impresso  acabado». 

La  reproducciÓQ  de  estos  versos  en  la  edición  valenciana  de  1514  no  implica,  en 
concepto  de  Haebler  ni  en  el  mío,  que  esta  sea  copia  de  la  salmantina  de  1500,  ni  nos 

de  imprimir  en  Sevilla  por  maestre  Jacobo  Cromberger  á  31  de  julio  de  1510,  está  descrita  con  el 
núiii.  3331  en  el  Registrum  de  D.  Fernando  Colón.  Por  esta  descripción  sabemos  que  el  libro  tenia 
al  fin,  como  todus  las  ediciories  posteriores,  unas  coplas  de  Alonso  de  Proaza,  que  comienzan  «Los 

claros  ingenios »  Estas  coplas  son  seis  octavas  de  arte  mayor,  análogas  en  todo  á  las  que  puso  en 

la  Celestina: 

Aqui  se  demuestran,  la  pluma  en  la  mano, 

Los  grandes  primores  del  alto  decir, 

Las  lindas  maneras  del  bien  escrebir, 

La  cumbre  del  nuestro  vulgar  castellano; 

Al  claro  orador  y  cónsul  romano 

Agora  mandara  su  gloria  callar, 

Aquí  la  gran  fama  pudiera  cesar 

Del  nuestro  retórico  Quintilíano. 

También  en  este  caso  se  titula  Alonso  de  Proaza  «corrector  de  la  impresión»;  pero  ¿qué  edición 
•  leí  Esplandián  es  la  que  corrigió  verdaderamente?  No  creo  que  fuese  la  sevillana  de  1510,  sino 
otra  más  antigua,  porque  él  en  ese  tiempo  residía  en  Valencia. 

1511.  En  el  Cancionero  General  de  Hernando  del  Castillo,  impreso  en  Valencia  por  Cristóbal 
Hofman,  hay  seis  poesías  del  bachiller  Alonso  de  Proaza,  que  tienen  los  núms.  25,  35,  477,  778, 
791  y  793  en  la  reimpresión  de  los  Bibliófilos  Españoles.  La  más  curiosa  es  el  Romance  en  loor  de  la 
ciudad  de  Valencia,  que  reprodujo  Duran  en  su  Romancero  General,  tomo  II  (núm.  1369).  Ea  un 
resumen  de  su  oración  latina,  con  la  cual  fué  impreso.  El  colector  Castillo,  que  dirige  á  Proaza  do« 
preguntas  rimadas,  da  testimonio  de  la  leputación  científica  de  que  gozaba  entre  s-us  contemporáneos: 

A  vos  que  soys  prima  de  los  inuentores 

Y  todo  saber  en  vos  resplandesce: 

A  vos  a  quien  grandes,  medianos,  menores, 
Vienen  pidiendo  de  vuestros  fauores, 

Y  lleuan  cumplido  lo  que  les  fallesce 


Discreto,  prudente  en  metros  y  prosa, 
A  quien  8'endere9an  mis  simples  razones, 
Á  vos  qu'en  el  texto  desnudo  sin  glosa, 
Sin  que  se  pueda  sentir  otra  cosa, 
Moueys  grandes  dubdas  y  altas  quistiones. 


1512.  Publicó  en  Valencia,  imprenta  de  Jorge  Castilla,  el  Líber  correlativorum  innatorum  de 
Raimundo  Lulio  (Vid.  N.  Antonio,  Bibliotheca  Vetus,  tomo  II,  lib.  IX,  cap.  III,  párrafo  89). 

1513.  Se  hace  mención  de  Alonso  de  Proaza  en  una  carta  interesantísima  del  Cardenal  Oisneros 
á  los  Jurados  de  la  Ciudad  y  Reino  de  Mallorca:  «El  Secretario  Alonso  de  Proaza  me  embió  su  carta, 
«y  el  traslado  de  los  títulos  y  privilegios  de  aquella  doctrina  del  Maestro  Bamon  Lull,  Doctor  llu- 
»minadissimo,  y  he  ávido  muí  grande  plazer  de  verlos,  y  de  todo  lo  que  sobre  esto  me  escriven;  por- 
»que  de  verdad  yo  tengo  mucha  afición  á  todas  sus  obras,  porque  son  de  mucha  dotrina  y  provecho: 
»y  assi  crean,  que  en  todo  quanto  yo  pudiere  las  tengo  de  favorecer  y  trabajar  cómo  se  publique  y 

»se  lea  por  todos  los  Estudios Y  porque  al  bachiller  Proaza  escrivo  más  largo  sobre  todo,  no  digo 

»aqui  más  de  remitirme  a  lo  que  él  de  mi  parte  les  escriviera:  yo  les  ruego  que  le  den  entera  fé.  De 
sAlcalá,  á  8  de  octubre  de  1513». 


INTRODUCCIÓN  ix 

autoriza  para  creer  que  llevase  el  título  de  Tragicomedia^  ni  que  contuviese  los 
veintiún  actos  y  el  prólogo.  Pudo  tomarse  el  texto  de  otro  ejemplar  posterior,  que 
acaso  estaría  incompleto,  y  añadirle  los  versos  del  de  Salamanca.  Tampoco  os  material- 
mente imposible  que,  después  de  publicada  la  refundición,  prefiriese  el  impresor  de 
Sevilla  el  texto  de  la  Comedia  al  de  la  Tragicomedia,  por  ser  más  de  su  gusto  ó  por 
tenerle  más  á  mano.  En  bibliografía  hay  bastantes  ejemplos  de  primeras  ediciones  que 

Esta  epístola,  sacada  del  libro  de  Cartan  Missivaa  del  Archivo  municipal  de  Mallorca  y  regis- 
trada en  el  proceso  de  beatificación  de  1612,  fué  publicada  por  el  P.  Custurer  en  sus  Disertaciones 
históricas  del  Beato  Raymundo  Lulio  (Mallorca,  1700,  pág.  364).  Además  de  lo  que  importa  para  la 
historia  del  lulismo,  nos  presenta  á  Alonso  de  Proaza  como  hombre  de  confianza  del  gran  Cardenal, 
que  sostenía  con  él  correspondencia  directa. 

1514.  En  la  segunda  edición  del  Cancionero  General,  hecha  en  Valencia  por  Jorge  Costilla,  sr 
añade  una  poesía  de  Alonso  de  Proaza  en  loor  de  la  bienaventurada  Sta.  Catalina  (núm.  25  en  el 
apéndice  de  la  edición  de  los  Bibliófilos). 

1515.  Ars  inventiva  veritatis.    Tabula   generalis.   Commentum   in  eaadem  ipsitis   Raymundt 

Prima  impressio  per  Didacum  de  Gumiel  in  inclyta  civitate  Valentía  die  XII  meáis  Febriuirii.  Anno 
vero  christianae  salutis  décimo  quinto  supra  millesimum. 

Estos  tres  libros  lulianos,  de  los  cuales  el  tercero  se  conoce  también  con  el  titulo  de  Ars  expo- 
titira,  seu  lectura  super  artem  inventivam  et  tabulam  generalem,  fueron  publicados  por  Alonso  de 
Proaza  en  un  solo  volumen,  en  folio,  á  dos  columnas,  de  219  hojas  numeradas  y  7  de  preliminareB. 
Está  dedicado  al  Cardenal  Oisneros,  bajo  cuyos  auspicios  se  hizo  la  edición.  Alonso  de  Proaza  tra- 
dujo al  latín  la  Lectura,  y  añadió  un  catálogo  metódico  y  por  materias  de  las  obras  de  Lulio. 
(Cf.  Littré,  tomo  29  de  la  Histoire  Littéraire  de  la  France,  pp.  182-183,  196-197.) 

1519.  A  este  año  pertenecen,  según  D.  Nicolás  Antonio,  otras  dos  ediciones  Inlianas,  impresas 
en  Valencia  por  Jorg€  Costilla,  el  Líber  de  ascensu  et  descensu  intellectus  y  la  Lógica  Nova.  Pero  el 
P.  Cuiturer  (Disertaciones,  p.  603),  á  quien  como  especialista  en  la  materia  hemos  de  suponer  máti 
enterado,  las  atribuye  al  año  1512,  y  cita  un  ejemplar  existente  en  la  Biblioteca  de  Montesión  (hoy 
Provincial  de  Mallorca).  Pudiera  tratarse  de  ediciones  distintas,  pero  no  parece  creíble,  porque  en 
1518  Jorge  Costilla  había  trasladado  sus  prensas  á  Murcia,  y  no  volvió  á  establecerse  en  Valencia 
hasta  el  año  de  1520. 

Alfonso  de  Proaza  fué  también  autor  dramático. 

En  el  Registrum  de  D.  Fernando  Colón  figura  con  el  número  12.987  Al/onsi  de  Proaza,  Farsa, 
en  coplas  S.  (¿Sevilla?).  Empezaba: 

O  qué  ralles  tan  lucidos. 
O  qné  chapados  pradales... 

De  esta  pieza,  como  de  tantas  otras,  no  queda  más  memoria  que  el  apuntamiento  de  Colón 
(véase  la  magnífica  edición  en  facsímile  del  Registrum  publicada  por  el  benemérito  hispanista 
Mr.  Archer  M.  Huntington).  Los  dos  primeros  versos  de  Isl  farsa  de  Proaza  corresponden  exacta- 
mente á  los  de  otra  farsa  de  Alonso  de  Salaya,  que  afortunadamente  existe,  y  de  la  cual  tenemos 
copia.  ¿Serían  ambas  obrillas  una  misma,  atribuida  á  dos  autores? 

Estos  datos,  con  ser  tan  exiguos,  aclaran  un  poco  la  fisonomía  del  personaje.  En  su  juventud, 
como  otros  humanistas  trashumantes,  tuvo  que  ganarse  la  vida  corrigiendo  pruebas  de  imprenta.  Más 
adelante,  su  cátedra  de  Retórica,  el  oficio  de  secretario  del  obispo  de  Tarazona,  su  ferviente  lulismo, 
que  no  pudo  menos  de  hacerle  grato  á  los  mallorquines,  y  sobre  todo  la  protección  de  Cisneros,  me- 
joraron sin  duda  su  condición,  pero  no  le  harían  perder  sus  antiguas  aficiones.  Sin  nota  de  temeridad 
puede  sospecharse  que  no  fué  ajeno  á  la  edición  valenciana  de  la  Celestina,  salida  en  las  prensas 
de  Juan  Jofre  (utilizadas  por  él  mismo  para  alguna  de  sus  tareas),  y  que  no  sólo  consintió,  sino  qur 
probablemente  sugirió  la  idea  de  reproducir  el  colofón  de  Salamanca,  donde  so  «descriue  el  tiempo 
y  lugar  en  que  la  obra  primeramente  se  imprimió  acabaday>.  Todo  esto  me  parece  natural  y  sin  visos 
de  superchería. 


X  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  I 

lio  han  sido  arrinconadas  ni  sustituidas  por  las  segundas;  que  lian  coexistido  con  ellas,  I 

j  que  á  veces  han  llegado  á  triunfar  del  texto  enmendado  por  los  propios  autores.  No  \ 

fué  éste  ciertamente  el  caso  de  la  Celestina,  puesto  que  desde  1502  todas  las  ediciones  , 

tienen  veintiún  actos;  pero  ¿es  tan  irracional  creer  que  el  impresor  de  Sevilla  pudo  , 

ignorar  la  edición  de  Salamanca?  Hasta  la  circunstancia  de  haber  omitido  una  de  las 

octavas  de  Proaza  induce  á  sospechar  que  no  las  tomó  de  allí.  Hubo  acaso  otras  edi-  i 

clones  de  que  no  ha  quedado  memoria:  recuérdese  que  las  nueve  más  antiguas  que  ; 

conocemos  han  llegado  á  nosotros  en  ejemplares  únicos,  como  restos  de  un  gran  ] 

naufragio.  Tres  de  ellas  son  de  un  mismo  año,  1502,  lo  cual  atestigua  la  inmensa  ■ 

popularidad  de  la  obra.  ¡Quién  sabe  las  sorpresas  que  todavía  nos  guarda  el  tiempo!  í 

Absteniéndonos  de  conjeturas  j  cavilaciones  sobre  un  punto  imposible  de  resol-  j 

ver  por  ahora,  la  que  hoy  hace  veces  de  segunda  edición  es  la  de  Sevilla,  1501,  | 

ejemplar  completo  é  inestimable  que  posee  la  Biblioteca  Nacional  de  París  y  ha  publi-  ' 

cado  también  el  Sr.  Foulché-Uelbosc  con  todo  el  primor  que  pone  en  sus  reprodúcelo-  ; 

nes  tipográficas  (').  ¡ 

El  título  es  Comedia  de  Ca listo  x  Melibea  con  sus  argumentos  nueuamente  añmli-  \ 

dos  la  qual  contiene^  demás  de  su  agradable  y  dulce  estilo^  muchas  sentencias  filoso-  ■ 

fales  II  avisos  muy  necessarios  para  mancebos^  mosticindoles  los  e?igaños  que  están  \ 

encerrados  en  simientes  y  alcahuetas  i^).  \ 

A  continuación  se  lee  una  carta  de  El  Autor  a  vn  su  amigo^  en  que  le  manifiesta  \ 

que  «viendo  la  muchedumbre  de  galanes  y  enamorados  mancebos  que  nuestra  común  \ 

» patria  posee»,  y  en  particular  la  misma  persona  de  su  amigo,   «cuya  juventud  de  j 

»amor  ser  presa  se  me  representa  aver  visto,  y  del  cruelmente  lastimada,  a  causa  de  ^ 

» le  faltar  defensivas  armas  para  resistir  sus  fuegos»,  las  halló  esculpidas  en  estos  ^ 

papeles,  «no  fabricadas  en  las  grandes  herrerías  de  Milán,  mas  en  los  claros  ingenios  i 

»de  doctos  varones  castellanos  formadas;  y  como  mirase  su  primor,  sotil  artificio,  su  ^ 

»  fuerte  y  claro  metal,  su  modo  y  manera  de  labor,  su  estilo  elegante,  ^aw^as  en  nuestra  ; 

-» castellana  lengua  visto  ni  oydo^  leylo  tres  o  quatro  veces,  y  tantas  quantas  más  lo  í 

»leya,  tanta  más  necessidad  me  ponia  de  releerlo,  y  tanto  más  me  agrada  va,  y  en  su  | 

» proceso  nuevas  sentencias  sentia.  Yi  no  sólo  ser  dulce  en   su  principal  hystoria,  o  i^ 

»ficion  toda  junta;  pero  avn  de  algunas  sus  particularidades  sallan  delectables  fontezi-  ¡ 

»  cas  de  filosofía,  de  otras  agradables  donayres,  dé  otras  avisos  y  consejos  contra  lison-  } 

»jeros  y  malos  siruientes  y  falsas  mugeres  hechizeras.   Vi  que  no  tenia  la  firma  del  \ 

»  ductor^  1/  era  la  causa  que  estaua  por  acabar;  \)Gr o  quien  quiera  que  fuesse  es  digno  j, 

»de  recordable  memoria  por  la  sotil  invención,  por  la  gran  copia  de  sentencias  entre- 1 

»texidag,  que  so  color  de  donayres  tiene.  ¡Gran  filósofo  era!  Y  pues  él  con  temor  de  | 

>  detractores  y  nocibles  lenguas,  más  aparejadas  a  reprehender  que  a  saber  inventar,  ( 

-^celó  su  nombre,  no  me  culpeys  si  en  el  fin  baxo  que  lo  pongo  no  expressare  el  mió,  í 

-^mayormente  que  siendo  jurista  yo,  avnque  obra  discreta,  es  agena  de  mi  facultad;  y  ] 

(')  Comedia  de  Calisto  y  Melibea  (Único  texto  auténtico  de  la  «.Celestituí))).  Macón,  Protat  hernia-    i 
nos,  impresores,  1900.  Forma  parte  de  la  Bibliotheca  Hispánica,  \ 

(^)  Después  de  los  versos  acrósticos  Iiay  nn   segí  ndo  título,  que  no  sabemos  si  es  anterior  ó    I 
posterior  al  primero:  «Sigúese  la  comedia  de  Calisto  y  Melibea,  compuesta  en  reprehensión  de  loa 
))locos  enamorados,  que  vencidos  de  su  desordenado  apetito  a  sus  amigos  llaman  z  dizen  ser  su  dios. 
))A88Í  mesrao  fecha  en  auiso  de  los  engaños  de  las  alcahuetas  z  malos  z  lisonjeros  siruientes». 


mXRODUCCIÓN  XI 

.> quien  lo  supiesse  diria  que  no  por  recreaciou  do  mi  ¡níncipal  estudio^  del  qual  yo 
»más  me  precio,  como  es  la  verdad,  lo  hiziesse;  antes  distraydo  de  los  derechos^  en  esta 
y>  nueva  labor  me  entremetiesse...  Assimessmo  pensarian,  que  no  qiiinxc  días  de  unas 
»  vacaciones^  mientras  mis  socios  en  sus  tierras^  en  acabarlo  me  detuiessc,  como  es  lo 
^cierto\  pero  avn  mas  tiempo  y  menos  acepto.  Para  desculpa  de  lo  cual  todo,  no  sólo  a 
»  vos,  pero  a  quantos  lo  leyeren,  ofrezco  los  siguientes  metros.  Y  por(¡Hc  roiioxcaj/s 
>uló/ide  eomienran  )nis  mal  doladas  raxones  y  acaban  las  del  anligno  autor ^  cu  la 
»  margen  hallarcys  una  cr/tx^  y  es  el  fui  de  la  primera  cena^. 

Los  metros  son  once  coplas  de  arte  mayor,  en  que  el  autor  insiste  sobro  sus  pro- 
pósitos morales  y  afirma  de  nuevo  que  ha  proseguido  y  acabado  una  obra  ajena: 

Yo  vi  en  Salamanca  la  chra  presente; 
]\Iouirae  á  acabarla  por  estas  razones: 
Es  la  primera  que  esto  en  vacaciones; 
La  otra  que  oy  (')  su  inventor  ser  seienie, 
Y  es  la  final,  ver  ya  la  más  gente 
Buelta  y  mezclada  en  vicios  de  amor... 

A  primera  vista  estas  octavas  no  tienen  misterio,  pero  otras  de  Alonso  do  Proaza, 
corrector  de  la  impresión^  que  cierran  el  libro  con  pomposo  elogio,  declaran  un  secreto 
que  el  autor  encubrió  en  los  metros  que  puso  al  principio: 

No  quiere  mi  pluma  ni  manda  ra^on 
Que  quede  la  fama  de  aqueste  gran  hombre, 
Ni  su  digna  gloria,  ni  su  claro  nombre 
Cubierto  de  oluido  por  nuestra  ocasión; 
Por  ende,  juntemos  de  cada  renglón 
De  sus  onxe  coplas  la  letra  primera, 
Las  quales  descubren  por  sabia  manera 
Su  nombre,  su  patria,  su  clara  nación. 

Y  en  efecto,  juntando  las  letras  iniciales  de  los  versos  resulta  este  acróstico:  «A7 
bachiller  Fernando  de  Royas  (sic)  acabo  la  comedia  de  Calysto  y  Melybea^  y  fve  nas- 
cido  eu  la  Puebla  de  Moutalvan»  . 

Quién  fuese  este  bachiller  Rojas,  varaos  á  verlo  en  seguida.  Pero  desde  luego  con- 
viene notar  la  contradicción  en  que  incurren  Rojas  y  su  panegirista.  El  primero  se  da 
por  continuador,  al  paso  que  Alonso  de  Proaza  no  reconoce  más  autor  que  uno. 

Un  año  después,  en  1502,  aparecieron  en  Salamanca,  en  Sevilla  y  en  Toledo  tres 
ediciones  cuyo  orden  de  prioridad  no  se  ha  fijado  todavía.  Las  tres  llevan  el  título  de 
Tragicomedia  de  Calisto  y  Melibea  y  constan  de  veintiún  actos.  Las  variantes  do  por- 
menor son  innumerables.  Todo  ha  sido  refundido,  hasta  el  prólogo  y  los  versos  acrós- 
ticos. En  el  primero,  después  de  las  palabras  «r¿  que  no  tenía  su  firma  del  autora»,  se 
han  intercalado  estas  otras,  «el  qual,  según  algunos  dixcn,  fue  Juan  de  Mena,  e  según 
otros  Rodrigo  Cota,  pero  quien  (¡uiera  que  fuese,  es  digno  de  recordable  memoria^ .  En 
los  acrósticos  se  decía  al  principio: 

(')  Entiéndase  oi. 


xn  ORiGEííES  DE  LA  NOVELA 

No  hizo  Dédalo  en  su  officio  y  saber 
Alguna  más  prima  entretalladura, 
Si  fin  diera  en  esta  su  propia  escriptura 
Corta,  un  gran  hombre  y  de  mucho  valer. 

Eu  la  Tragicomedia  se  estampó: 

Si  fin  diera  en  esta  su  propia  escriptura 
Cota  ó  Mena  con  su  gran  saber. 

Tieueu  estas  ediciones  un  nuevo  prólogo  lleno  de  autoridades  y  sentencias  (*),  en  que 
el  autor  nos  informa  de  las  varias  opiniones  que  hubo  sobre  su  comedia  y  de  los  motivos 
que  tuvo  para  refundirla,  «Vnos  dezian  que  era  prolixa,  otros  breve,  otros  agradable, 
»  otros  escura;  de  manera  que  cortarla  a  medida  de  tantas  e  tan  differentes  condiciones, 

>  a  solo  Dios  pertenesce...  Los  niños  con  los  juegos,  los  mo9os  con  las  letras,  los  mancebos 
»con  los  deleytes,  los  viejos  con  mil  especies  de  enfermedades  pelean,  y  estos  papeles 
»  con  todas  las  edades.  La  primera  los  borra  e  rompe;  la  segunda  no  los  sabe  bien  leer; 
>la  tercera,  que  es  la  alegre  juventud  e  mancebía,  discorda.  Ynos  les  roen  los  huessos 
»  que  no  tienen  virtud,  que  es  la  hystoria  toda  junta,  no  aprovechándose  de  las  particu- 
» laridades,  haziendola  cuento  de  camino;  otros  pican  los  donayres  y  refranes  comunes. 
» loándolos  con  toda  atención,  dexando  passar  por  alto  lo  que  haze  más  al  caso  e  utili- 
»  dad  suya.  Pero  aquellos  cuyo  verdadero  plazer  es  todo,  desechan  el  cuento  de  la  hys- 
»toria  para  contar,  coligen  la  suma  para  su  provecho,  rien  lo  donoso,  las  sentencias  e 
»  dichos  de  philosophos  guardan  en  su  memoria  para  trasponer  en  lugares  convenibles 
»a  sus  autos  e  propósitos.  Assi  que  quando  diez  personas  se  juntaren  a  oy?'  esta  come- 
»  dia^  en  quien  quepa  esta  differencia  de  condicione?,  como  suele  acaescer,  ¿quién  ne- 
»gará  que  aya  contienda  en  cosa  que  de  tantas  maneras  se  entiende?...  Otros  han  liti- 
»gado  sobre  el  nombre,  diciendo  que  no  se  avía  de  Ikunar  roit/edia^  pues  acabaña  en 
■»  tristeza^  sino  que  se  llamase  tragedia.  El  primer  auctor  quiso  darle  deiwminacimí 
•i del  principio.^  que  fue  plaxer^e  llamóla  tragicomedia.  Assi  que  viendo  estas  conquis- 
>tas  (^),  estos  dissonos  e  varios  juyzios,  miré  a  donde  la  mayor  parte  acostava,  e  hallé 
»que  querian  que  se  alargasse  en  el  processo  de  su  deleyte  destos  amantes^  sobre  lo  qual 
*fiiy  muy  impoi'tunado;  de  manera  que  acordé,  avn que  contra  mi  voluntad,  meter 

>  segunda  vez  la  pluma  en  tan  estraña  laror  e  tan  agena  de  mi  facultad,  hurtando 
^algunos  ratos  a  mi  principal  estudio,  con  otras  horas  destinadas  para  recreación., 
Impuesto  que  no  han  de  faltar  nueuos  detractores  a  la  nueua  adición.» 

Tales  son  los  datos  externos  que  nos  suministran  las  primeras  ediciones  de  la  Ce- 
lestina. Hemos  subrayado  intencionadamente  todas  aquellas  frases  que  más  importancia 
pueden  tener  en  este  proceso  de  indagación  crítica.  Lo  primero  que  nos  interesa  es  la 
persona  del  bachiller  Fernando  de  Rojas,  autor  de  la  mayor  parte  de  la  obra  por  con- 
fesión propia,  autor  único  según  Alonso  de  Proaza. 

No  ha  faltado  en  estos  últimos  años  quien  pusiese  en  tela  de  juicio  la  existencia  del 
bachiller  Rojas,  ó  á  lo  menos  su  identificación  con  el  autor  de  la  Celestina.  El  erudito 
que  con  más  tesón  y  agudeza,  y  también  (justo  es  decirlo)  con  menos  caridad  para  sus 

(')  El  origen  de  este  prólogo  se  ilirá  cuando  tratemos  de  las  fuentes  de  la  Celestina. 
(*)  En  vez  de  conquistas  es  probable  que  el  autor  escribiese  €conquesiaty>  (disputas). 


INTRODUCCIÓN 


XIII 


predecesores,  ha  examinado  las  cuestiones  celestinescas^  preguntaba  en  1900:  «¿Quién 
>  es  ese  Fernando  de  Rojas,  nacido  en  Montalbán?  ¿Dónde  ha  vivido,  qu6  ha  hecho,  qué 
»ha  escrito  y  cuándo  ha  muerto?»  Y  se  reía  á  todo  su  sabor  de  los  eruditos  españoles 
que  habían  dado  por  buena  la  atribución  á  Rojas,  aconsejando  nominalmente  á  uno  de 
ellos  «que  no  fuese  tan  de  prisa,  porque  este  género  de  investigaciones  exigen  menos 
» precipitación  y  menos  credulidad»  (').  El  consejo  era  ciertamente  sano,  y  el  aludido 
tomó  de  él  la  parte  que  le  convenía,  quedando  agradecido  á  quien  se  lo  daba.  Pero 
siguió  opinando  que  en  materias  de  crítica,  tan  peligrosa  es  la  incredulidad  sistemática 
como  la  ciega  credulidad,  y  que  era  aventurarse  mucho  el  sostener,  «hasta  que  hubiese 
» pruebas  de  lo  contrario,  que  Fernando  de  Rojas  era  un  personaje  inventado  por  el 
»  autor  de  la  carta  y  de  los  versos  acrósticos,  y  propuesto  por  él  á  la  admiración  de  sus 
» contemporáneos  y  de  la  crédula  posteridad». 

La  prueba  en  contrario  vino  dos  años  después,  y  pareció  perentoria  á  todos  los  que 
no  tenían  opinión  cerrada  sobre  el  asunto.  El  Sr.  D.  Manuel  Serrano  y  Sanz,  empleado 
de  la  Biblioteca  Nacional  entonces,  y  ahora  dignísimo  catedrático  de  Historia  en  la 
Universidad  de  Zaragoza,  tropezó,  entre  otros  procesos  de  la  Inquisición  de  Toledo  (que 
hoy  se  guardan  en  el  Archivo  Histórico  Nacional),  con  uno  formado  en  1525  contra 
Alvaro  de  Montalbán,  el  cual  declara  bajo  juramento  tener  una  hija  llamada  Leonor 
Alvarez,  mug^er  del  Bachiller  Rojas^  que  compuso  á  Melibea^  vecino  de  Talavera.  Y 
cuando  los  inquisidores  autorizaron  al  Montalbán  para  nombrar  defensor,  <ídixo  que 
» nombraba  por  su  letrado  al  Bachiller  Fernaitdo  de  Rojas,  su  yerno,  vecino  de  Tala- 
»  vei'a,  que  es  converso» . 

Justamente  satisfecho  el  Sr.  Serrano  con  tan  importante  hallazgo,  publicó  íntegro 
el  proceso,  acompañado  de  otros  documentos  que  dan  nueva  luz  sobre  la  familia  de 
Rojas  (2).  La  identificación  del  personaje_no  podía  ser  más  completa.  La  celebridad  de 
su  libro  era  tal,  que  iba  unida  á  su  nombre,  y  su  suegro  le  invocaba  como  un  título  de 
honor:  «el  bachiller  Rojas,  que  compuso  á  Melibea» . 

Tampoco  ocultaba  su  condición  de  judio  converso,  que  parece  recaer  sobre  su  pro- 
pia persona  y  no  meramente  sobre  su  familia,  pues  entonces  se  hubiera  dicho  que  venía 
»de  linaje  de  conversos»,  según  la  f(')rmula  usual.  Conjetura  el  Sr.  Serrano  que  su 
madre  pudo  ser  cristiana  vieja,  y  que  de  ella  tomaría  su  apellido,  que  en  la  Puebla  de 
Montalbán,  en  Talavera  y  en  otras  partes  del  reino  de  Toledo  era  de  gente  hidalga,  al 
paso  que  no  figura  en  los  padrones  conocidos  hasta  ahora  de  los  judíos  de  aquella  tierra, 
l'ero  con  la  anarquía  que  entonces  reinaba  en  materia  de  apellidos  y  la  frecuente  mez- 
cla de  sangre  entre  gentes  de  ambas  estirpes,  poca  seguridad  puede  haber  en  esto.  Lo 
único  que  resulta  averiguado  es  que  el  nombre  del  autor  de  la  Celestina  debe  añadirse 
desde  ahora  á  la  rica  serie  de  nombres  preclaros  con  que  la  raza  hebrea  ilustró  los 
anales  literarios  y  científicos  de  nuestra  Península  (*). 

(')  Revue  Hispaniqne,  1900,  páy.  42. 

(')  Revista  de  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos,  tercera  época,  tomo  VI.  Enero  á  junio  de  1902, 
páginas  245-299.  Noticias  biográficas  de  Fernando  de  Rojas,  autor  de  la  Celestina,  y  del  impresor  Juan 
de  Lucena.  Con  un  faceímile  de  la  declaración  de  Alvaro  de  Montalbán,  y  un  calco  de  la  firma 
autógrafa  de  Catalina  de  Rojas. 

(^)  Hombre  de  temple  debió  de  ser  el  bachiller  Hojas,  y  que  no  se  recataba  de  manifestar  sus 
convicciones.  En  la  misma  Tragicomedia  (aucto  VIIj  alude  con  intensa  ironía  á  loa  procedimientos 


XIV  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Eesulta  del  proceso  que  Leonor  Alvarez,  mujer  del  bachiller  Eojas,  contaba  en 
aquella  fecha  treinta  j  cinco  años.  No  consta  la  edad  de  su  marido^  pero  siendo  3'a 
autor  de  la  Celestina  en  1499,  y  viviendo  todavía  en  1538  según  datos  que  parecen 
fidedignos,  puede  conjeturarse  que  tenía  bastantejnás  edad  que  su  mujer,  y  por  mi 
parte  no  encuentro  inverisímil  la  de  cincuenta  años  ó  poco  más,  en  que  se  fija  el 
Sr.  Serrano  (').  A  este  se  objeta  que  una  obra  maestra  como  la  Celestina^  que  arguye 
tan  profunda  experiencia  de  la  vida,  no  puede  atribuirse  á  un  joven  recién  salido  de  las 
aulas,  por  precoz  que  se  le  suponga,  Pero  el  autor  de  la  Celestina  era  positivamente 
mi  genio,  y  con  el  genio  no  rigen  las  reglas  comunes.  La  intuición  puede  suplir  á  la 
experiencia  en  tales  hombres.  No  hablemos  de  los  grandes  poetas  líricos  muertos  en  la 
flor  de  sus  años,  porque  la  poesía  lírica  tiene  algo  de  juvenil  en  su  esencia.  No  es  pre- 
ciso recordar  tampoco  los  portentos  de  precocidad  de  Pascal,  porque  el  espíritu  geomé- 
trico se  desenvuelve  en  condiciones  que  nada  tienen  que  ver  con  las  experiencias  de  la 
vida.  Pero  buscando  en  nuestra  pi-opia  literatura,  y  muy  cerca  de  nosotros,  ejemplo 
bien  adecuado,  ¿quién  no  sabe  que  toda  la  obra  crítica  y  satírica  de  Larra,  no  supera- 
da en  nuestra  lengua  durante  el  siglo  xix,  y  á  la  cual  nadie  negará  amarga  y  honda 
penetración  social,  fué  escrita  antes  de  los  veintinueve  años? 

¿Qué  inconveniente  puede  haber  para  admitir  que  la  Celestina  sea  obra  de  un  estu- 
diante? Nada  hay  en  ella  que  él  no  hubiese  podido  observar  directamente:  no  hay  un 
solo  personaje,  ni  el  gentil  mancebo  Calisto,  ni  su  enamorada  Melibea,  ni  Celestina  y 
sus  alumnas,  ni  los  criados  de  Calisto,  ni  el  rufián  Centurio,  que  salga  de  los  límites 
del  mundo  en  que  él  vivía.  Tipos  como  aquéllos  debían  de  encontrarse  á  cualquier 
hora  en  Toledo  y  en  Salamanca.  Además,  el  ambiente  de  la  Celestina  tiene  algo  de 
universitario.  Jja  obra  de  Rojas,  á  pesar  de  su  originalidad  potente,  es  una  comedia 
humanística^  cuyos  lances  recuerdan  los  de  las  comedias  latinas  compuestas  por  los 
'eruditos  italianos  del  siglo  decimoquinto:  filiación  que  procuraré  poner  en  claro  más 
adelante.  Estas  obras  se  leían  en  nuestras  universidades,  y  alguna  de  ellas  logró  los 
honores  de  la  reimpresión  para  uso  de  nuestros  escolares  {^j.  El  medio,  pues,  era  per- 
fectamente adecuado  para  la  elaboración  de  la  Celestina^  á  la  cual  prestó  sus  elementos 
la  realidad  castellana,  y  sus  formas  la  tradición  clásica  en  consorcio  con  la  Edad  Media. 

inquisitoriales  y  manifiesta  su  predilección  por  la  justicia  ordinaria.  Después  de  contar  Celestina 
cómo  salió  á  la  vergüenza  castigada  por  bruja  su  amiga  Olaudina,  la  madre  de  Pármeno,  la  inte- 
rruinpe  éste:  «Verdad  es  lo  que  dizes,  pero  esso  no  fue  for  justiciay>,  y  Celestina  le  replica.  «Calla, 
)ibouo;  poco  sabes  de  achaque  de  iglesia,  e  quánto  es  mejor  ¡¡or  mano  de  justicia  que  de  otra  manera] 
))sabialo  mejor  el  cura,  que  Dios  aya,  que  viniéndola  a  consolar,  dixo  que  la  sancta  Escriptura  tenia 
))que  bienaventurados  eran  los  que  padescian  persecución  por  la  justicia,  e  que  aquéllos  poseerían  el 
»reyno  de  los  cielos.  Mira  si  es  mucho  passar  algo  en  este  mtmdo  por  gozar  de  la  gloria  del  otro;  e 
»mas  que,  según  todos  dezian,  a  tuerto  e  sinrazón^  e  con  falsos  testigos  e  recios  tormentos,  la  hizieron 
»aquella  vez  confesar  lo  que  no  era...  Asi  que,  todo  esto  passó  tu  buena  madre  acá,  deuemos  creer 
))qiie  le  daria  Dios  buen  pago  allá,  si  es  verdad  lo  que  nuestro  cúranos  dixo». 

Esta  genial  y  desenfadada  libertad  no  es  incompatible  con  la  más  exquisita  prudencia,  y  á 
Rojas,  que  como  escritor  es  tan  vigoroso  y  tan  sereno  á  un  tiempo,  no  podían  faltarle  en  la  vida  las 
mismas  condiciones  que  tuvo  en  el  arte.  Gracias  á  ellas  pudo  esquivar,  aunque  no  sin  sospecha,  la 
persecución  de  los  de  eu  raza. 

(')  Acaso  no  está  puesta  sin  misterio  la  edad  de  Calisto  en  el  aucto  IV:  «Podra  ser.  señora,  de 
iveynte  e  tres  años,  que  aquí  está  Celestina  que  le  vido  nacer  y  lo  tomó  á  los  pies  de  su  madre». 

(^)  Véase  lo  que  más  adelante  decimos  de  la  Comedia  Philodnxos. 


INTRODUCCIÓN  xv 

Nq  es  uu  desatino,  aunque  lo  den  á  entender  doctos  filólogos,  que  llegan  á  tachar 
de  «inverisímil  ignorancia»  á  los  que  opinamos  lo  contrario,  el  decir  que  las  expresio- 
nes «mi  facultad» ,  «mi  principal  estudio» ,  pueden  aplicarse  lo  mismo  á  un  estudiante 
que  «á  un  hombre  provisto  de  un  empleo  ó  que  ejerce  una  profesión»  (*).  A  la  facul- 
tad de  Derecho  pertenece  lo  mismo  el  que  la  aprende  que  el  que  la  enseña  ó  la  practi- 
ca: todos  ellos  pueden  decir  con  igual  razón  «mi  facultad»,  «mi  principal  estudio». 
Jurista^  según  el  diccionario  vigente,  es  «el  que  estudia  6  profesa  la  ciencia  de  las 
leyes» .  Estudiante  jurista  se  dijo  siempre  en  nuestras  aulas,  para  distinguirle  del  estu- 
diante teólogo  ó  de  cualquier  otra  clase  de  estudiantes. 

Además,  aquellas  vacacioiies  en  que  dice  haber  acabado  su  obra,  ¿qué  pueden  ser 
sino  vacaciones  universitarias?  Entonces  no  había  vacaciones  de  tribunales,  y  aun  éstos 
apenas  comenzaban  á  organizarse,  ni  consta  que  Rojas  ejerciese  más  oficio  público  que 
el  de  alcalde  mayor  de  Talavera  en  sus  últimos  años.  Los  socioa  que  «estaban  en  sus 
tierras»  serían  otros  estudiantes  ó  bachilleres  como  él.  Quizá  una  detenida  exploración 
^eu.  el  archivo  de  la  Universidad  de  Salamanca  podría  resolver  definitivamente  este 
punto,  en  que  bien  podían  ejercitarse  los  eruditos  de  aquella  ciudad,  que  por  no 
sé  qué  siniestro  influjo  empieza  á  olvidar  demasiado  la  investigación  de  su  gloriosa 
historia. 

En  Salamanca  digo,  porque  es  para  mí  casi  seguro  que  estudió  allí,  y  allí  se  gra- 
duó de  bacliiller  en  Jurisprudencia,  en  fecha  ignorada,  pero  anterior  de  fijo  á  1501, 
cuando  ya  usa  ese  título  en  los  versos  acrósticos.  No  había  más  que  dos  Estudios 
de  Leyes  en  todo  el  territorio  de  la  corona  de  Castilla,  y  el  de  Valladolid  estaba 
más  lejos  de  Talavera  ó  de  la  Puebla  que  el  de  Salamanca  y  tenía  menos  nombradía 
que  él  (-). 

(')  Vid.  A.  Morel-Fatio  (Romanía,  1897,  págs.  324  á  326),  con  ocasión  de  dar  cuenta  de  un 
artículo  de  C.  A.  Eggert  (Ztir  Frage  cler  Urheherscliaft  der  Celestina  en  el  Zeitschrift  für  romanische 
Philologie). 

(*)  Son  raras  en  la  Celestina  las  alusiones  á  costumbres  jurídicas,  pero  he  notado  dos  ó  tres 
bastante  curiosas. 

«Es  necesario  (dice  la  misma  Celestina)  que  el  buen  procurador  ponga  de  su  casa  algún  trabaxo, 
Dalgunas  fingidas  razones,  algunos  sofísticos  actos;  yr  e  venir  a  juyzio,  avnque  resciba  malas  pala- 
»bras  del  juez,  siquiera  por  los  presentes  que  lo  vieren,  no  digan  que  se  gana  holgando  el  salario.» 
(Aucto  III.) 

El  monólogo  de  Galisto  en  el  aucto  X/F  contra  el  juez  que  mandó  tan  ejecutivamente  descabe- 
zar á  sus  criados,  testifica  en  su  primera  parte  el  desprecio  de  la  justicia  que  hacían  en  los  días  anár- 
quicos de  hiUrique  IV  los  hombres  poderosos  y  turbulentos,  convirtiéndola  en  función  doméstica 
de  viles  paniaguados  suyos;  en  la  segunda,  el  autor,  como  hombre  de  ley,  restablece  la  verdadera 
noción  de  las  cosas  y  da  la  razón  al  juez,  por  boca  del  mismo  irritado  mancebo:  «O  cruel  juez,  e  qué 
))raal  pago  me  has  dado  del  pan  que  de  mi  padre  comiste!  Yo  pensaua  que  pudiera  con  tufauor  matar 
i>mill  hombres  sin  temor  de  castigo,  iniquo  falsario,  perseguidor  de  verdad,  hombre  de  baxo  suelo.  Bien 
»diran  de  ti,  que  te  hizo  alcalde  mengua  de  hombres  buenos.  Miraras  que  tú  e  los  que  tnatnstes,  en 
í^seruir  a  mis  passados  e  a  iní,  erades  compañeros;  mas  quando  el  vil  está  rico  no  tiene  pariente  ni 
Damigo.  ¿Quién  pensara  que  tú  me  auias  de  destruyr?...  Tú  eres  público  delincuente  e  mataste  a 
»lo8  que  son  priuados... 

»Pero  qué  digo?  Con  quién  hablo?  Estoy  en  mi  beso?  Qué  es  esto,  Calisto?...  Con  quién  lo  has? 
sTorna  en  ti;  mira  que  nunca  los  abseotes  se  hallaron  justos;  oye  entrambas  partes  para  sentenci.ir. 
y>No  vees  que  por  executar  Injusticia  no  auia  de  mirar  amistad,  ni  deudo,  ni  crijnra?  Xo  inirafi  que  la 
^üey  tiene  de  ser  yguul  a  todos?  Mira  que  Rómnlo,  el  primer  cimentador  de   Roma,  mató  a  su  propio 


XVI  orígenes  de  la  novela  ; 

Esta  sospecha  raya  poco  menos  que  en  certidumbre  cuando  se  repara  en  aquellos  ■ 
tres  versos: 

Yo  vi  en  Salamanca  la  obra  presente:  ■ 

Movíme  á  acabarla  por  estas  razones:  \ 

Es  la  primera  que  est(S  en  vacaciones...  \ 

No  por  eso  creemos  que  deba  localizarse  en  aquella  ciudad  la  escena  de  la  Tragi-  \ 
comedia.  Pero  dejando  en  suspenso  este  y  otros  puntos  relativos  á  la  composición  de  la  : 
obra,  continuemos  recogiendo  los  pocos  vestigios  que  de  su  paso  por  el  mundo  dejó  el  i 
bachiller  Fernando  de  Eojas.  No  da  mucha  luz  la  causa  inquisitorial  de  su  suegro 
Alvaro  de  Montalbán.  Es  uno  de  tantos  procesos  contra  judaizantes,  en  que  pueden  \ 
adivinarse  de  antemano  las  acusaciones  y  los  descargos.  La  familia  había  dado  un  regu-  ¡ 
lar  contingente  á  los  registros  del  Santo  Oficio,  que  había  desenterrado  y  quemado  los  • 
restos  del  escribano  Fernando  Alvarez  de  Montalbán  y  de  su  mujer  Mari  Alvarez,  : 
padres  del  procesado  Alvaro,  El  cual  declara  tener  setenta  años,  antes  más  quémenos,  y  \ 
haber  sido  ya  reconciliado  hacía  más  de  cuarenta,  por  comer  el  pan  ceticeño  (')  y  entrar 
en  las  cabañuelas  {^)  y  hacer  otras  ceremonias  judaicas.  El  promotor  fiscal  le  acusa  \ 
de  hereje  y  apóstata,  no  sólo  por  los  actos  dichos,  sino  por  haber  sembrado  proposicio-  ' 
nes  de  mala  doctrina,  dudando,  como  los  saduceos,  de  la  inmortalidad  del  alma:  «ítem,  \ 
» que  después  acá,  con  poco  temor  de  Dios  y  en  menosprecio  de  la  religión  cristiana,  , 
» hablando  ciertas  personas  cómo  los  plazeres  deste  mundo  eran  todos  burla,  e  que  lo  \ 
;>  bueno  era  ganar  para  la  vida  eterna,  el  dicho  Alvaro  de  Montalvan,  creyendo  que  no  | 
» ay  otra  vida  después  desta,  dixo  e  afirmó  que  acá  toviese  el  bien,  que  en  la  otra  vida  ¡ 
»no  sabia  sy  avia  nada»,  ün  Iñigo  de  Monzón,  vecino  de  Madrid,  que  había  conocido  i 
á  Alvaro  en  casa  de  su  hija  Constanza  Núñez,  mujer  de  Pedro  de  Montalvan,  aposeii- 
tadcr  de  Sus  Magestades,  no  sólo  fué  testigo  de  este  cargo,  sino  que  añadió  otros  bas- 
tante graves  para  la  ortodoxia  del  procesado:  «Preguntado  en  qué  posesión  es  ávido  e  ' 
» tenido  el  dicho  Alvaro  de  Montalvan  en  esta  dicha  villa  e  en  los  otros  lugares  donde  ¡ 
»dél  se  tiene  noticia,  dixo  que  en  vezes  ha  estado  en  esta  dicha  villa,  en  la  perrochia  \ 
» de  san  Gines,  en  casa  del  dicho  su  yerno,  más  de  dos  años,  y  el  uno  a  la  contina 
» puede  aver  tres  años,  e  que  en  el  dicho  tiempo  que  aqui  estovo  nunca  le  veya  en  misa 
» los  domingos  ni  fiestas,  sino  es  alguna  vez  que  y  va  con  su  hija,  y  que  en  entrando  en 
» la  yglesia  se  sentava  en  un  poyo  cab'zbaxo,  y  que  asy  se  estava  sin  sentarse  de  rodillas  > 
»ni  quitarse  el  bonete;  e  no  se  acuerda  ni  parava  mientes  si  adora  va  el  Santo  Sacra-  ' 

>  mentó,  pero  acuerdase  que  murmura  van  muchas  mugeres  en  la  yglesia  de  verle  asy  I 

>  syu  devoción  y  syn  verle  rezar  ni  menear  los  labrios;  e  que  otras  vezes  se  metia  en  ' 
»uua  capilla,  donde  estava  hasta  que  se  acabase  el  oficio,  sentado;  y  que  en  el  dicho  i 
•»  tiempo  tampoco  le  vio  comulgar  ni  confesarse,  e  que  preguntándole  este  testigo  con  j 
> sospecha  al  dicho  cura,  le  dixo  que  con  él  no  se  habia  confesado  ni  comulgado».  El  j 

»hermano  porque  la  ordenada  ley  traspassó,  ^  ira  á  Toicato,  romano,  cómo  mató  á  su  hijo  porque 
«excedió  la  tribunicia  constitución;  otros  muchos  hizieron  lo  mismo». 

Quizá  este  monólogo  es  inoportuno  en  la  situación  en  que  Oalisto  se  encuentra,  pero  no  lo  es 
para  el  conocimiento  de  ia-i  ideis  de  su  autor,  y  aun  las  mismas  citas  clásicas  delatan  ai  alumno  ó 
profesor  de  jurisprudencia  romana.  Este  trozo  es  de  los  añadidos  en  1602. 

O  Esto  es,  pan  ázimo,  sin  levadura, 

(*)  Fiesta  de  los  tabernáculos. 


INTRODUCCIÓN  xvn 

cura  de  San  G-iués  atenuó  algo  los  términos  de  esta  delación;  y  no  se  pasó  adelante  en 
la  prueba  testifical,  sin  duda  porque  en  la  Puebla  (como  dijo  el  mismo  cura)  apenas 
había  persona  que  no  tuviese  nota  de  reco/iriliada.  Las  confesiones  del  reo,  que  pro- 
metió vivir  de  allí  adelante  como  biien  cristiano,  y  sin  duda  también  su  avanzada  edad, 
mitigaron  algo  el  rigor  de  la  sentencia,  que  se  redujo  finalmente  á  asignarle  su  casa 
por  cárcel,  con  obligación  de  traer  el  sambenito  sobre  todas  sus  vestiduras,  y  las  demás 
penitencias  en  tales  casos  acostumbradas. 

El  bachiller  Fernando  de  Rojas  no  vuelve  á  ser  mencionado  en  el  proceso  de  su 
suegro  más  que  una  vez  sola,  cuando  le  designó  como  abogado.  Los  inquisidores 
dijeron  que  no  había  lugar  y  que  nombrase  persona  sin  sospecha^  y  61  nombró  al  licen- 
ciado del  Bonillo. 

Ya  en  1517  había  figurado  el  bachiller  Femando  de  Rojas  entre  los  testigos  de 
abono  y  descargo  en  otro  proceso  inquisitorial  contra  Diego  de  Oropesa,  vecino  de 
Tdlavera,  acusado  también  de  judaizante.  Ni  el  triste  percance  de  su  suegro,  ni  los  bue- 
nos oficios  que  generosamente  prestaba  á  los  de  su  raza,  parecen  haberle  hecho  perso- 
nalmente sospechoso,  si  hemos  de  dar  crédito  á  las  noticias  que  en  el  primer  tercio  del 
siglo  XVII  recogió  en  su  Historia  de  Talavera,  inédita  aún  (*),  el  Licenciado  Cosme 
Gómez  Tejada  de  los  Reyes,  escritor  juicioso  y  fidedigno  en  las  tradiciones  locales  que 
conserva,  y  mucho  más  próximo  á  Rojas  que  nosotros,  aunque  no  fuese  coetáneo  suyo. 
Este  pasaje,  descubierto  por  Gallardo  y  dado  á  conocer  por  Cañete  con  una  errata  subs- 
tancial ("2),  dice  así  en  su  integridad: 

«Fernando  de  Rojas^  autor  de  la  Celestina,  fábula  de  Calixto  y  Melibea,  nació  en 
>la  Puebla  de  Montalban,  como  él  lo  dize  al  principio  de  su  libro  en  unos  versos  de 
:>arte  mayor  acrósticos;  pero  hizo  asiento  en  Talavera:  aquí  vivió  y  murió  y  está  ente- 
-^rrado  en  la  iglesia  del  convento  de  monjas  de  la  Madre  de  Dios.  Fué  abogado  docto, 
y  aun  hizo  algunos  años  en  Talavera  oficio  de  Alcalde  mayor.  Naturalizóse  en  esta 
;>  villa  y  dejó  hijos  en  ella.  Bien  muestra  la  agudeza  de  su  ingenio  en  aquella  breve 
»obra  llena  de  donaires  y  graves  sentencias,  espejo  en  que  se  pueden  mejor  mirar  los 
» ciegos  amantes  que  en  los  christalinos  adonde  tantas  horas  gastan  ric,'ando  sus  femi- 
>niles  guedejas.  Cumplió  bien  sus  obligaciones  en  aquel  género  de  escrevir,  con  que 
»  pueden  entender  tantos  autores  modernos  de  libros  de  entretenimiento  y  de  otros,  que 
»no  consiste  la  arte  y  gallardía  de  decir  en  afectadas  oilturas,  todo  ruido  de  palabras 
» que  atruenan  el  viento  y  lisonjean  el  oido,  mas  no  hieren  el  alma  porque  les  falta 
» solida  munición:  vano  estudio,  indecente,  infructuoso,  que  solamente  á  ingenios 
» semejantes  deleita,  y  a  ninguno  enseña  ni  mueve  (^).  Vienen  medidos  a  Fernando  de 
» Rojas  respecto  de  otros  autores  aquellos  dos  versos  de  Marcial,  hablando  de  Persio 
:>  comparado  a  Marso: 

(')  Historia  de  Tahirera,  antigun  Klhora  de  lox  Curpetanns,  postuma:  escrihióla  en  borrador  fl 
Lie.  Cosme  Gómez  de  Tejada  de  lof<  Reyes.  Sacóla  en  limpio  Fr.  Alom^o  de  Ajofrin,  ¡profeso  del 
Monasterio  de  Sfa.  Catalina,  orden  de  S.  Gerónimo  (Ms.  2039  de  la  Bibhoteca  Nacional). 

(')  Salamanca  en  vez  de  Talavera,  lo  cual  ha  extraviado  á  los  investigadores  por  no  encon- 
trarse en  Salamanca  ningún  alcalde  mayor  que  llevase  el  nombre  de  Fernando  de  Hojas.  Vid.  Caiete, 
en  su  prólogo  á  las  Farsas;  y  Églogas  de  Lucas  Fernández  (Madrid,  1867),  pp.  VIII  y  T.\.  El  error 
de  copia  procede  de  Gallardo,  según  he  comprobado  en  sus  papeletas  autógrafas. 

(^)  Alusión  evidente  á  los  prosélitos  del  culteranismo,  á  quienes  satirizó  el  mismo  Tejada  en 
8u  León  Prodigioso  (1636). 

ORÍGEMES    DE    LA    .NuVELA. — 111.  — ¿; 


xvm  orígenes  DE  LA  NOS^ELA 

Saepius  in  libro  memoraiur  Persius  uno 
Quaní  levis  in  tota  Marsiis  Amazonide; 

:í'y  lo  que  admira  es  que  siendo  el  primer  auto  de  otro  autor  (entiéndese  que  Juan  de 
» Mella  o  Rodrigo  de  Cota)  no  sólo  parece  que  formó  todos  los  actos  vn  ingenio,  sino 
»que  es  individuo  (').  El  mismo  ejemplo  tenemos  en  nuestro  tiempo  en  los  dos  herma- 
»nos  Argensolas,  Lupercio  y  Bartolomé,  insignes  poetas,  dos  padres  de  un  solo  hijo, 
»  que  sus  metros  más  dicen  unidad  que  similitud» . 

Prescindiendo  del  elogio  de  la  Celestina^  que  es  uno  de  los  más  curiosos  de  un 
tiempo  en  que  ya  comenzaba  á  olvidársela,  nada  hay  en  la  sencilla  noticia  de  Tejada 
que  pueda  infundir  sospechas  al  más  escéptico,  ni  que  esté  en  contradicción  con  los 
pocos  documentos  originales  que  poseemos.  Es  cosa  sabida  (por  declaración  del  mismo 
Rojas  y  por  testimonio  de  su  suegro),  que  era  abogado,  y  sin  gran  temeridad  se  le 
ha  podido  llamar  docto,  pues  no  hemos  de  suponer  ignorante  y  cerril  en  su  principal 
estudio  á  quien  era  capaz  de  componer  por  mera  recreación  la  Celestina.  Que  se  natu- 
ralizó eu  Talayera  está  confirmado  por  todos  los  documentos,  pues  ya  aparece  como 
vecino  de  aquella  ciudad  en  1517,  y,  á  ella  se  refieren  todas  las  noticias  posteriores  de 
su  vida,  que  alcanzan  hasta  1538.  Consta  que  aquel  año  ejerció  en  Talavera  desde  el  15 
de  febrero  al  21  de  marzo  el  cargo  de  alcalde  mayor,  sustituyendo  al  Dr.  Núñez  de  Du- 
rango  (^).  Si  Cosme  Gómez  escribía  de  memoria,  pudo  equivocarse  en  cuanto  á  la  dura- 
ción del  cargo,  pero  esta  no  es  variante  de  transcendencia.  Lo  del  enterramiento  en  la 
iglesia  del  convento  de  monjas  de  la  Madre  de  Dios  era  caso  de  notoriedad  pública  y  no 
podía  inventarse.  Finalmente,  es  ciertísimo  que  Fernando  de  Rojas  dejó  descendencia.  El 
testamento  de  su  cuñada  Constanza  Núñez,  descubierto  por  el  benemérito  y  malogrado 
D.  Cristóbal  Pérez  Pastor  en  el  archivo  de  protocolos  de  Madrid,  nos  ha  dado  á  cono- 
cer el  nombre  de  una  hija  del  poeta,  Catalina  de  Rojas,  casada  con  su  primo  Luis  Hur- 
tado, hijo  de  Pedro  de  Montalbán  (^).  Y  probablemente  no  fué  única:  en  el  archivo  de 
la  parroquia  del  Salvador,  de  Talavera,  que  está  próxima  al  convento  de  la  Madre 
de  Dios,  se  encuentran  partidas  bautismales  de  1544,  1550  y  1552,  referentes  á  varios 
hijos  de  Alvaro  de  Rojas  y  de  Francisco  de  Rojas,  casado  este  último  con  Catalina 
Alvarex,  patronímico  que  llevaba  también  la  mujer  de  nuestro  autor.  La  razón  de  los 
tiempos  y  el  no  conocerse  por  entonces  otros  Rojas  en  Talavera,  puede  inducir  á 
sospechar  que  el  Alvaro  y  el  Francisco  eran  hijos  del  bachiller;  lo  que  no  parece  dudo- 
so es  que  pertenecían  á  su  familia. 

No  es  únicamente  el  testimonio  de  Cosme  Gómez  el  que  afirma  la  atribución  de 
la  Celestina  á  Fernando  de  Rojas.  Hay  otro  más  antiguo  y  que  estaba  ya  indicado 
años  antes  del  hallazgo  de  los  procesos  de  Toledo.  Al  tomar  posesión  de  su  plaza  de 
número  en  la  Academia  de  la  Historia,  leyó  el  inolvidable  D.  Fermín  Caballero,  en 
18G7,  un  precioso  discurso  sobre  las  Relaciones  geográficas  que  los  pueblos  de  Castilla 
dieron  á  Felipe  11  desde  1574  en  adelante,  contestando  al  interrogatorio  redactado  por 

O  Indivisible. 

(^)  Noticia  comunicada  al  Sr.  Serrrano  por  D.  Luis  Jiménez  de  la  Llave,  correspondiente  de  la  li 
Academia  de  la  Historia  en  Talavera,  y  fundada  probablemente  en  documentos  del  Archivo  Mu- 
nicipal. 

(3)  Revista  de  Archivos,  Bibliotecas  y  Afuxeos,  3."  época,  lomo  VT,  pp.  295-299. 


INTRODUCCIÓN  xix 

Ambrosio  de  Morales.  No  se  olvida  D.  Fermín  de  consignar  que  «del  bachiller  Fernau- 
»do  de  Rojas,  coautor  de  la  famosa  Tragicomedia^  hace  referencia  la  respuesta  de  su 
» lugar  natal,  la  Puebla  de  Montalbán»  (').  Y  así  es,  en  efecto,  salvo  lo  de  coawíor,  que 
no  es  frase  del  documento,  sino  gratuita  afirmación  del  ilustre  académico,  que  en  eso 
seguía  la  opinión  más  corriente  en  su  tiempo.  Para  los  naturales  de  la  Puebla,  como 
para  Alvaro  de  Montalbán,  Rojas  ora  único  autor  de  la  Tragicomedia.  Mandaba  el  capí- 
tulo 37  del  interrogatorio  que  se  especificasen  «las  personas  señaladas  en  letras,  armas 
»  y  en  otras  cosas  que  haya  en  el  dicho  pueblo,  ó  que  hayan  nacido  ó  salido  de  él,  con 
» lo  que  se  supiere  de  sus  hechos  y  dichos  señalados» .  El  bachiller  Ramírez  Orejón,  clé- 
rigo, que  fué,  en  compañía  de  Juan  Martínez,  ponente  (como  hoy  diríamos)  de  esta 
Relación,  contesta  que  «c?^  la  dicha  villa  fué  mttm'al  el  bachiller  Rojas.,  que  compuso 
a  Celestina»  ('^). 

Aclarado  ya,  aunque  no  tanto  como  nuestra  curiosidad  desearía,  el  enigma  perso- 
nal del  Bachiller,  que  por  tanto  tiempo  ha  fatigado  en  inútiles  disquisiciones  á  la  crí- 
tica (3),  entremos  en  las  cuestiones  verdaderamente  graves  y  difíciles  que  se  refieren  á 
la  composición  del  libro.  Estas  cuestiones  se  han  complicado  con  la  aparición  de  los 
ejemplares  en  diez  y  seis  actos.  Antes  no  se  disputaba  más  que  sobre  el  acto  primero. 
Ahora  no  basta  preguntar:  el  bachiller  Rojas,  ¿es  autor  único  de  la  Celestina'í^  sino 
que  la  interrogación  debe  formularse  así:  el  bachiller  Rojas,  ¿es  único  autor  de  los 
diez  y  seis  actos  que  conocemos  por  las  ediciones  de  Burgos  y  de  Sevilla?  ¿Se  le  deben 
atribuir  también  los  cinco  actos  interpolados  en  las  ediciones  de  1502,  y  conocidos 
con  el  nombre  de  Tractado  de  Centurio?  ¿Le  pertenecen  asimismo  las  variantes  y  adi- 
ciones que  so  introdujeron  en  los  demás  actos  del  texto  refundido? 

En  absoluto  rigor  crítico  la  cuestión  del  primer  acto  es  insoluble,  y  á  quien  se 
atenga  estrictamente  á  las  palabras  del  bachiller  ha  de  ser  muy  difícil  refutarle  (*).  El 
afirmó  siempre  en  la  carta  «á   vn  su  amigo»,  en  los  versos  acrósticos  y  en  el  prólogo, 


(')  DincursoR  leídos  ante  la  Real  Academia  de  la  Historiay  en  la  recepción  jjública  del  E.ncelen- 
tisimo  Sr.  D.  Fermín  Caballero.  Madrid,  Imp.  del  Colegio  de  Sordo-Mudop,  18G6,  pág.  .30. 

(-)  íla  tenido  la  bondad  de  enviarme  la  transcripción  de  este  pasaje  el  li.  P.  Fr.  (Tuilltírnio 
Antolín,  O.  S.  A.,  dignísimo  bibliotecario  del  Escorial,  donde  existe  el  códice  original  de  las  Rela- 
ciones, del  cual  tenemos  copia  en  la  Academia  déla  Historia. 

(*)  Algunos  le  han  confundido  con  un  Fernando  de  Rojas,  reciño  de  Toledo,  que  se  encuentra 
entre  los  exceptuados  de  la  amnistía  ó  lista  de  perdón  que  dio  Carlos  V  en  28  de  octubre  de  1522. 
Puede  verse  dicho  documento  en  los  apéndices  de  la  traducción  que  D.  José  Quevedo,  bibliotecario 
del  Escorial,  publicó  en  1840  de  los  diálogos  De  Mota  Hinpaniae  de  Juan  Maldonado,  pág.  .34G.  El 
nombre  de  Fernando  de  Rojas  está  á  continuación  del  de  otro  Rojas  (Francisco),  vecino  de  To- 
ledo. Nuestro  Rojas  era  ya  vecino  de  Talavera  en  1517,  y  continuaba  siéndolo  en  1525.  Aunque 
no  es  materialmente  imposible  colocar  entre  ambas  fechas  el  episodio  revolucionario,  todo  induce  á 
creer  que  se  trata  de  distinta  persona. 

Nada  podemos  decir  de  un  Fernando  de  Rojas,  autor  de  una  insignificante  poesía  contenida  en 
nn  códice  de  la  Biblioteca  del  Real  Palacio  (publicada  en  la  Reme  Hispanique,  IX,  p.  172). 

(*)  Aun  en  el  siglo  xvi  reinaba  tal  incertidumbre  sobre  esto,  que  el  primer  acto  de  la  Celeatina 
y  aun  toda  ella  fueron  atribuidos  caprichosamente  á  diversas  personas.  El  portugués  Juan  de  Barros 
dice  en  su  Espelho  de  Casados  (1540,  p.  12J:  aHo  que  fez  a  Celestina,  qualquer  que  foy,  orafosse 
»nosso  mestre  Loarte,  ora  outro,  nam  foy  outro  seu  fim  senam  dezer  mal  das  molherebii.  (Nota 
comunicada  por  doña  Carolina  Michai-lis  de  Vaaconcellos). 

Y)°\  encubierto  aragonés  de  Grracián  iiabiaré  más  adelanto. 


XX  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

que  no  había  hecho  más  que  continuar  una  labor  ajena.  Los  elogios  que  hace  del 
primer  autor  son  tan  enfáticos  que  superan  á  todo  lo  que  han  dicho  los  más  exaltados 
panegiristas  de  la  Celestina: 

Jamas  yo  no  vide  en  lengua  romana, 
Después  que  me  acuerdo,  ni  nadie  la  vido, 
Obra  de  estilo  tan  alto  e  sobido, 
En  tusca,  ni  griega,  ni  en  castellana. 
No  trae  sentencia,  de  donde  no  mana 
Loable  á  su  auctor  y  eterna  memoria... 

El  no  ha  hecho  más  que  dorar  con  oro  de  lata 

El  más  fino  tíbar  que  vieron  sus  ojos, 
Y  encima  de  rosas  sembrar  mil  abrojos. 

Afecta  desdeñar  los  quince  actos  por  él  escritos:  «el  fin  baxo  que  le  pongo >^;  obra, 
al  fin,  de  quince  días  de  vacaciones,  en  que  anduvo  algo  «distraído  de  los  derechos>->. 
Sus  mal  doladas  i^azones  irán  distinguidas  de  las  del  antiguo  autor  con  una  cruz  en 
la  margen  al  fin  de  la  primera  cena.  Ha  de  advertirse  que  ni  en  la  edición  de  Burgos 
ni  en  la  de  Sevilla  (1501)  aparece  tal  cruz,  ni  el  texto  está  dividido  en  cenas  ó  esce- 
nas, sino  en  auctos,  como  en  todas  las  restantes.  Un  humanista  como  Kojas,  que  da  tan 
seguras  pruebas  de  conocer  el  teatro  de  Planto  y  Terencio,  no  podía  ignorar  que  tanto 
en  la  comedia  latina  como  en  la  moderna  son  cosa  muy  diferente  actos  y  escenas.  En 
la  Celestina  misma  algunos  actos  pueden  dividirse  en  escenas,  atendiendo  á  las  muta- 
ciones de  lugar  y  á  las  entradas  y  salidas  de  los  personajes  (').  Pero  es  lo  cierto  que  el 
bachiller,  por  inexperiencia  acaso  del  vocabulario  teatral,  usaba  promiscuamente  las 
dos  palabras,  puesto  que  en  las  ediciones  de  1502  la  carta  termina  de  este  modo: 
«acordé  que  todo  lo  del  antiguo  auctor  fuesse  sin  diuision  en  vn  aucto  o  cena^  incluso 
» hasta  el  segundo  auclo^  donde  dize:  «Hermanos  míos...»  No  hay  duda,  pues,  que  la 
primera  cena  coincidía  exactamente  con  el  primer  acto,  }'■  es^la  parte  que  Rojas  da  por 
ajena. 

Este  acto  es  ciertamente  más  largo  que  ningún  otro  de  la  Tragicomedia^  aunque  no 
con  la  desproporción  que  se  ha  dicho.  En  la  edición  más  reciente  ocupa  treinta  y  ocho 
páginas,  pero  no  es  corto  el  aucto  doxe?io^  que  pasa  de  veinticuatro.  Quizá  cuando  el  autor 
comenzó  á  escribir  no  pensaba  en  dar  á  su  obra  el  desarrollo  que  luego  tuvo,  y  creyó 
poder  encerrar  toda  la  materia  en  un  solo  acto.  Lo  que  sí  llama  la  atención,  y  lo  con- 
signo leal  mente  por  lo  mismo  que  soy  partidario  acérrimo  de  la  unidad  de  autor  en  la 
Celestina,  es  que  el  primer  acto  fué  el  único  que  se  salvó  de  adiciones  y  retoques  en  la 
refundición  de  1502,  como  si  Rojas  hubiera  tenido  escrúpulo  de  ponerla  mano  en  obra 
que  no  le  pertenecía.  Hay  algunas  variantes,  pero  son  puramente  verbales.  íLibiera 
sido  demasiado  candor  en  Rojas  dar  con  su  propio  texto  armas  contra  la  supuesta 
existencia  de  otro  autor.  Inventada  ya  la  fábula,  tenía  que  sostenerla  con  algún  color 
de  verisimilitud. 

(•)  Así  lo  ha  lieclio  el  Sr.  D.  Cayo  Ortega  Ma^'or  en  au  reciente  edición,  annque  sin  dar 
título  á  esas  subdivisiones  (Bihlioteca  Ch'igica,  tomo  216,  1907). 


IMHODI  L'CK)^^  XXI 

Pero  ¿qué  autor  era  ese  á  (iiiion  tanto  admiraba?  Kn  la  primera  redacción  de  la 
Carta  á  un  su  amigo  no  nombra  á  nadie,  ni  hace  conjetura  alguna:  se  limita  á  decir 
que  la  obra  llegó  anónima  á  sus  manos.  En  la  segunda  es  más  explícito  y  consigna  la 
atribución  por  unos  á  Juan  de  Mena  y  por  otros  á  Rodrigo  Cota. 

Xadie  ha  tomado  en  serio  la  primera,  á  excepción  del  editor  barcelonÓLí  de  1842,  que 
tuvo  el  capricho  de  estampar  en  la  portada  los  nombres  de  Mena  y  Cota,  ligándolos  con 
la  conjunción  //,  como  si  hubiesen  sido  colaboradores  en  la  tragicomedia  (').  Juan  de 
Mena  fué  un  poeta  superior  dentro  de  su  género  y  escuela,  y  en  cierto  modo  el  mayoi- 
poeta  del  siglo  xv,  pero  ju  prosa  es  fiancamente  detestable,  llena  de  pedanterías,  inver- 
siones y  latinismos  horribles,  que  le  hacen  digno  émulo  de  D.  Enrique  de  Villena,  cuyas 
huellas  procuró  seguir.  Basta  haber  leído  una  página  cualquiera  del  Omero  romanxado 
ó  de  la  Glosa  que  hizo  á  su  propio  poema  de  la  Coronación^  para  comprender  que  era 
incapaz  de  escribir  ni  una  línea  de  la  Celestina.  De  esa  Glosa  decía  el  Brócense  que, 
«allende  de  ser  muy  prolija,  tiene  malísimo  romance  y  no  pocas  boberias  (que  ansi  se 
» han  de  llamar):  más  valdría  que  nunca  pareciesen  en  el  mundo,  porque  parece  impo- 
*s¡ble  que  tan  buenas  coplas  fuesen  hechas  por  tan  avieso  entendimiento»  (-). 

Esta  incapacidad  de  Juan  de  Mena  para  usar  otro  lenguaje  que  el  métrico  debía  de 
ocultársele  menos  que  á  nadie  á  Fernando  de  Rojas,  verdadero  progenitor  de  nuestra  pro- 
sa clásica,  á  quien  no  llega  ningún  escritor  del  siglo  xv  y  superaron  muy  pocos  del 
siguiente.  ¿Cómo  hubiera  podido  creer  ni  por  un  momento  que  era  obra  de  Juan  de 
Mena  la  que  dice  haber  tenido  entre  manos?  Este  rasgo  es  uno  de  los  que  hacen  dudar 
de  su  absoluta  sinceridad.  Puso  á  bulto  el  nombre  del  poeta  cordobés,  porque  era  una 
grande  autoridad  literaria  en  su  tiempo  y  se  le  citaba  para  todo,  y  el  mismo  Rojas  estaba 
empapado  en  sus  escritos,  como  lo  declaran  de  un  modo  palmario  algunos  pensamientos 
ó  imitaciones  de  detalle  que  en  la  Celestina  se  encuentran,  como  veremos  después. 

La  cuestión  de  Rodrigo  Cota  es  diversa  y  merece  más  atento  examen.  Rodrigo 
Cota  de  Maguaque,  llamado  comúnmente  el  Tío  ó  el  Viejo^  para  distinguirle  de  un 
deudo  suyo  á  quien  llamaron  el  Mozo^  era  un  judío  converso  de  Toledo,  que  afectó, 
como  otros  muchos,  odio  ciego  y  feroz  contra  sus  antiguos  correligionarios,  y  recibi(') 
por  ello  dura  lección  de  otro  poeta  judío,  Antón  de  Montero  (3).  A  Cota  han  sido  atribui- 
das con  leve  fundamento  diversas  producciones  anónimas  del  siglo  xv,  tales  como  las 

(})  Ya  I>.  Nicolás  Antonio  liabía  dicho  con  muy  buen  sentido,  en  su  Bthliotheca  .Vora  (artículo 
de  Rodrigo  de  Gota):  «Qui  eniui  loanni  de  Mena  Cordubensi...  Iianc  (Comoediam)  tribuunt,  pariiiu 
»aii¡uiadvertnnt  Menae  stiliun,  hno  ¡Ilius  saecM/i,  quo  Mena  Horuit,  ab  hoc  poeuiatis  nostri  teto  coció 
«diversunaí. 

(')  Epistolario  Español,  de  la  Biblioteca  de  Rivadeneyra,  II,  p.  33. 

{•')  Vid.  el  tomo  6.'  de  mi  Antología  de  poetas  Úricos  castellanos  (pp.  376-382).  Una  poesía  muy 
curiosa  de  Rodrigo  Gota  publicó  el  Sr.  Foulclié-Dolbosc  en  el  número  primero  de  la  Revue  Jiis- 
panique  (marzo  de  1894).  Son  unas  coplas  contra  el  contador  mayor  de  los  Reyes  Católicos,  Diego 
Arias  do  Avila,  con  motivo  de  haber  casado  un  liijo  ó  sobrino  suyo  con  una  parirnta  del  gran  Car- 
denal Mendoza,  y  haber  convidado  á  la  boda,  que  se  celebró  en  Segovia,  á  todos  sus  deudos,  excepto 
^Rodrigo  Cutil,  que  se  vengó  con  este  burlesco  epitalamio,  leyendo  el  cual  la  Rei/na  Isabel  dijo 
que  bien  parescia  ladrón  de  casa.  Esta  composición  es  de  1472  ó  poco  después,  según  de  su  contexto 
se  infiere. 

En  sus  Anales  de  Literatura  española  (1U04),  preciosa  miscelánea  que  deseamos  vivamente  ver 
continuada,  publicó  T).  Adolfo  Bonilla  en  facsímile  una  nota  autógrafa  de  un  doctor  Cofa,  puesta  en 
la  última  hoja  de  una  de  las  obras  jurídicas  de  Bartolo  (ejemplar  de  la  Biblioteca  Nacional),  donde 


1 

XXII  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  ^ 

Coplas  de  la  Panadera^  el  escandaloso  y  sucio  libelo  titulado  Coplas  del  Provincial  y 
la  célebre  sátira  política  Coplas  de  Mitigo  Re  vulgo.  Pero  aun  suponiendo  que  fuera  suya  j 
esta  alegórica  y  revesada  composición,  que  para  los  mismos  contemporáneos  tuvo  nece-  ^ 
sidad  de  comento,  más  perdía  que  ganaba  en  títulos  para  ser  considerado  como  autor  j 
de  la  Celestina,  obra  sencilla  y  humana,  y  por  eso  eternamente  viva,  la  cual  nada  | 
tiene  que  ver  con  una  sátira  política  del  momento,  ingeniosa  sin  duda,  pero  todavía  i 
más  afectada  que  ingeniosa,  especialmente  en  la  imitación  del  lenguaje  rústico.  La 
verdadera  joya  poética  que  debemos  á  Eodrigo  Cota  es  el  Dialogo  entre  el  Amor  y  un  : 
Viejo,  inserto  en  el  Cancionero  General  de  1511.  Fuera  de  las  Coplas  de  Jorge  Manri-  I 
que,  no  hay  composición  que  venza  á  ésta  en  toda  la  balumba  de  los  cancioneros  del  ! 
siglo  XV.  Y  no  vale  sólo  por  su  espléndida  ejecución,  por  sus  bellezas  líricas,  por  la  i 
elegancia  y  el  brío  de  muchos  de  sus  versos,  sino  también  por  su  contenido,  que  es  : 
intensamente  dramático.  No  se  trata  de  un  mero  contraste  ó  debate,  de  los  que  j 
tanto  abundan  en  las  escuelas  de  trovadores,  sino  de  una  verdadera  acción,  de  un  drama  ; 
en  miniatura,  con  tema  filosófico  y  muy  humano:  el  vencimiento  del  Yiejo  por  el  Amor  ■ 
y  el  desengaño  que  sufre  después  de  su  mentida  transformación.  Quien  imaginó  este  : 
coloquio  en  verso,  anterior  sin  duda  á  las  églogas  de  Juan  del  Enzina,  no  era  indigno  I 
de  haber  escrito  algunas  páginas  de  la  Celestina,  pero  no  sabemos  siquiera  que  culti-  I 
vase  la  prosa.  Nos  falta  todo  punto  de  comparación,  y  hay  mucha  distancia  entre  un  | 
sencillo  diálogo  de  dos  personajes  alegóricos  y  una  visión  del  mundo  tan  serena  y  obje-  \ 
tiva  como  la  que  admiramos  en  la  inmortal  Tragicomedia.  \ 

Cota  y  Rojas  fueron  contemporáneos,  aunque  no'  de  la  misma  generación;  los  dos  ■ 
procedían  de  estirpe  hebrea;  los  dos  nacieron  y  vivieron  en  el  reino  de  Toledo:  el  uno  i 
en  la  Puebla  de  Montalbán,  el  otro  en  la  capital  misma,  de  la  cual  sólo  dista  cinco  le-  | 
guas  aquella  villa.  En  1495  debía  de  haber  muerto  ya,  puesto  que  su  nombre  no  ' 
consta  en  la  Lista  de  los  inhábiles  de  Toledo  (es  decir,  de  los  conversos)  y  canti-  I 
dades  que  cada  uno  pagó  por  su  rehabilitación,  pero  su  apellido  se  repite  mucho:  I 
María  Cota,  mujer  de  Pero  Rodríguez  de  Ocaña;  Inés  y  Sancho  Cota,  hijos  del  doctor  ; 
Cota-,  Rodrigo  Cota,  joyero  (').  En  la  misma  lista  están  el  suegro  de  Rojas,  Alvaro  de  \ 

el  susodicho  Dr.  Cota  declara  haber  comprado  aquel  libro  en  TuJedo  á  15  días  de  abril  de  1485.  ' 
No  parece  que  este  Dr.  Cota  sea  el  autor  del  Diálogo  entre  el  Amor  y  un  Viejo.  8e  trata,  según  toda  ( 
probabilidad,  de  un  Dr.  Alonso  Cota,  que  tuvo,  por  cierto,  al  año  siguiente,  muy  desventurado  fin.  i 
«Miércoles  26  dias  de  Agosto  del  dicho  año  de  86  (1486)  quemaron  (los  primeros  inquisidores  de 
Toledo)  25  personas,  20  liombres  y  5  mujeres:  entre  las  quales  quemaron  al  Dr.  Aloiuo  Cota,  vecino  ^ 
de  Toledo,  e  a  un  Regidor  de  esta  cibdad,  e  a  un  Fiscal,  e  a  un  Comendador  de  la  Orden  de  Santiago'  i 
e  a  otras  personas  que  fueron  en  honra».  (Biblioteca  Nacional,  ms.  Aa — 105,  fol.  88.  Varias  cosas  '. 
¿uriosas  manuscritas ,  por  el  Lie,  Sehastián  de  Horozco).  En  la  lista  de  los  inhábiles  de  Toledo  y  can-  i 
tidades  que  cada  uno  pagó  por  su  rehabilitación  (Archivo  Histórico  Nacional.  Inquisición  de  Toledo,  ' 
leg.  120,  núm.  92í,  figuran  Inés  Cota  y  Sancho  Cota,  hijos  del  Dr.  Cota  y  de  Margarita  de  Arroyal-  ■ 
•  En  el  mismo  número  de  la  Revue  Hispanique  (p.  85-87)  imprimió  el  Sr.  Foulché-Delbosc  dos  i 
cartas  inéditas  de  la  Reina  Católica,  tomadas  de  la  colección  del  P.  Burriel  (Dd— 59  de  la  Biblioteca  | 
Nacional).  Estas  cartas,  fechadas  en  1472,  dan  alguna  luz  sobre  la  familia  de  los  Cotas,  pero  no  es  j 
seguro  que  el  Rodrigo  Cota,  hijo  del  jurado  de  Toledo  Sancho  Cota,  y  hermano  del  Bachiller  Alfonso  j 
de  la  Cuadra,  alcalde  de  Avila,  sea  la  misma  persona  que  el  poeta. 

Véase  también  el  Cancionero  de  Antón  de  Montero,  reunido,  ordenado  y  anotado  por  D.  Emilio 
€otareloy  Mori  (Madrid,  1900),  pp.  mImI. 

'(*)  Vid.  Revista  de  Archivos,  3."  época,  tomo  VI,  pág,  248. 


INTRODUCCIÓN  XXIII 

Moiüalháit.  y  otros  conveisos  de  su  apellido.  ¿Cómo  no  suponer  relaciones  entre  perso- 
nas de  la  misma  raza  y  que  habían  corrido  los  mismos  peligros  y  sufrido  las  mismas 
exacciones  pecuniarias?  ¿Tan  difícil  le  hubiera  sido  á  Kojas  poner  en  claro  esa  atribu- 
ción ú  un  antiguo  correligionario  suyo,  á  quien  pudo  muy  bien  conocer  y  tratar,  puesto 
que  hay  versos  de  Cota  posteriores  á  1472? 

La  tradición  de  Cota  prosperó  más  que  la  de  Juan  de  Mena,  y  son  varios  los  escri- 
tores del  siglo  XVI  y  principios  del  xvii  que  la  repiten,  especialmente  los  toledanos,  que 
encontraban  motivo  de  orgullo  en  tal  compatriota.  Así  Alonso  de  Villegas,  en  los  metros 
que  sirven  de  dedicatoria  á  su  Comedia  Selvayia,  impresa  en  1554: 

Sabemos  de  Cota  que  pudo  empeyar, 
Obraiido  su  ciencia,  la  gran  Celestina; 
Labróse  por  Rojas  su  ñn  con  muy  fina 
Ambrosia,  que  nunca  se  puede  estimar. 

I).  Tomás  Tamayo  de  Vargas,  que  nació  en  Madrid,  pero  puede  considerarse  como 
hijo  adoptivo  de  la  imperial  ciudad,  consigua  en  su^nédita  bibliografía  Junta  de  libros^ 
la  mayor  que  España  ha  visto  en  su  lengua  hasta  el  año  de  1624  ('),  una  curiosa  tra- 
dición local,  que  valga  lo  que  valiere  merece  recogerse,  por  ser  tan  pocos  los  testimo- 
nios antiguos  sobre  la  Celestina:  «Rodrigo  Cota,  llamado  el  Tío^  de  Toledo,  escribió 
>  estando  en  Torrijos  debaxo  de  unas  higueras^  en  la  casa  de  Tapia^  el  acto  primero  de 
»  Scelestina,  Tragicomedia  de  Caliste  e  Melibea,  libro  que  ha  merecido  el  aplauso  de 
» todas  las  lenguas.  Alguno  ha  querido  que  sea  parto  del  ingenio  de  Juan  de  Mena, 
»pero  con  engaño,  que  fácilmente  prueba  la  lengua  en  que  está  escripto  mejor  que  la 
»  del  tiempo  de  Juan  de  Mena» . 

La  indicación  no  puede  ser  más  precisa,  pero  por  lo  mismo  infunde  recelo.  Tamayo 
de  Vargas  era  un  erudito  al  uso  de  su  tiempo,  novelero  y  algo  falsario,  ó  por  lo  menos 
patrocinador  de  falsos  cronicones  y  antiguallas  supuestas.  Pudo  hacerse  eco  de  un 
rumor  vulgar,  ([ue  acaso  se  refería  á  Rojas  y  no  á  Rodrigo  de  Cota;  pudo  inventarlo  él 
mismo  en  obsequio  y  lisonja  á  los  toledanos  ó  á  los  vecinos  de  Torrijos.  Con  escritores 
tales  es  menester  g'ran  cautela.  Sin  duda  por  eso  D.  Nicolás  Antonio,  que  los  conocía 
á  fondo,  y  que  manejó  la  Junta  de  libros,  ingiriéndola  casi  entera  en  su  Bibliotheca 
Xora,  se  guardó  mucho  de  copiar  esta  y  otras  especies. 

Con  la  única  excepción  acaso  de  Lorenzo  Palmyreno  en  sus  Hypotiposes  clnrissi- 
mor/f/íi  riroruvi  (-),  todo  el  siglo  xvi  creyó  en  la  veracidad  de  las  palabras  de 
Rojas  y  aceptó  la  Celestina  como  obra  de  dos  autores.  El  voto  más  importante  es  el 
del  autor  del  Diálogo  de  la  lengua:  «Celestina,  me  contenta  el  ingenio  del  (lutor  que 
»la  comenco,  y  no  tanto  el  del  que  la  acabó.  El  juicio  de  todos  me  satisfaze  mucho, 

(')   Manuscrita  en  la  Biblioteca  Nacional  (Ff.  '23  y  24). 

(')  La  frase  de  Palmyreno  es  ambigua,  é  indica  que  dudaba  entre  la  atribución  del  primer  acto 
á  Juan  de  Mena  ó  de  todo,  la  tragicomedia  á  Rojas.  «Finge  que  oyes  este  thema:  En  todas  partes  es 
■-conoscitla  esta  muía  vieja.  El  que  essa  proposición  oye,  bien  entiende  lo  que  le  dizes;  pero  no  se  lé 
»mueuen  los  af  fectos  a  aborescerla  o  á  apartarse  della.  Mira  la  Hipotuposis  del  excelente  Joan  de 
'Mena  o  del  Bachiller  Rojas  de  Montaluan...  (Phrases  Cicronis,  Hypotyposes  clarins.  v/rorum, 
'Oratio  Paliiii/reni  post  rediium,  e/usdern  fahella  ^naria.  Valentiae,  er.  ojflcina  Pet.  a  Huele.  1574,' 
*pág.  24  vta.» 


XXIV  orígenes  de  la  novela 

.>  porque  'feprimieron,  á  mi  ver  muy  bien  y  con  mucha  destreza,  las  naturales  condi- 
»  clones  de  las  personas  que  introduxeron  en  su  tragicomedia,  (jiiardando  el  decoro  rf' 
¿ellas  desde  el  principio  hasta  el  fin»  (*). 

Precisamente  por  haber  guardado  ese  decoro  ó  consecuencia  de  los  caracteres 
desde  el  principio  al  fin,  que  señala  c^n  fina  crítica  Juan  do  Valdés,  parece  difícil 
admitir  en  el  plan  y  composición  de  la  Celestina  más  mente  ni  más  ingenio  que 
uno  solo. 

Tal  es  el  sentir  unánime  de  la  crítica  moderna,  con  una  sola  excepción  que  yo 
recuerde,  muy  respetable  por  cierto  (-),  y  apoyada  en  ingeniosos  argumentos,  que  no 
han  logrado  convencerme.  En  este  punto  sigo  opinando  como  opinaba  en  1888,  cuando 
la  tesis  del  autor  único  de  la  tragicomedia  distaba  mucho  de  ser  tan  corriente  como 
ahora. 

Prescindamos  de  la  divergencia  entre  los  dos  textos  de  la  carta  al  amigo  y  aten- 
gámonos sólo  al  segundo.  La  misma  incertidumbre  con  que  el  bachiller  Kojas  se  expli- 
ca, diciendo  que  unos  pensaban  ser  el  autor  Juan  de  Mena  y  otros  Rodrigo  de  Cota, 
si  no  basta  para  invalidar  su  testimonio,  lo  hace  por  lo  menos  muy  sospechoso, 
puesto  que  en  cosa  tan  cercana  á  su  tiempo  no  parece  verisímil  tal  discrepancia  de 
pareceres.  Toda  la  narración  tiene  visos  de  amañada.  ¿Quién  puede  creer,  por  muy  buena 
voluntad  que  tenga,  que  quince  actos  de  la  Celestina  primitiva,  es  decir,  más  de  las 
dos  terceras  partes  de  la  obra,  hayan  sido  escritas  ni  por  un  estudiante,  ni  por  un 
letrado,  ni  por  nadie,  en  quince  días  de  vacaciones,  cuando  hasta  por  la  extensión  mate- 
rial parece  imposible,  y  lo  parece  mucho  más  si  se  atiende  á  la  perfección  artística,  á 
la  madurez  y  reñexión  con  que  todo  está  concebido  y  ejecutado,  sin  la  menor  huella 
de  improvisación,  ligereza  ni  atolondramiento.  ¿Qué  especie  de  sor  maravilloso  era  el 
bachiller  Fernando  de  Eojas,  si  hemos  de  suponerle  capaz  de  semejante  prodigio, 
inaudito  en  la  historia  de  las  letras? 

Porque  aquí  no  se  trata  de  aquellas  atropelladas  fábulas  que  Lope  de  Vega  se  jac- 
taba de  haber  lanzado  al  mundo  efi  horas  veinticuatro.  Lsto  en  Lope  mismo  tenía  que 
ser  la  excepción  y  no  la  regla.  El  no  habla  de  todas,  sino  de  algunas:  «más  de  ciento», 
modo  de  decir  hiperbólico  sin  duda  (como  hipérbole  debe  de  haber  también  en  lo  de  las 
horas),  pero  que,  aun  tomado  á  la  letra,  no  sería  la  mayor  sino  la  menor  parte  de  un  re- 
pertorio que  contaba  ya  en  la  fecha  en  que  el  Arte  Nuevo  se  imprimió  (1609)  «cuatro- 
cientas y  ochenta  y  tres  comedias» .  Poseyó  Lope  en  mayor  grado  que  ningún  otro  poeta 
el  genio  de  la  improvisación  escrita;  pero  sin  recelo  puede  afirmarse  que  ninguna  de 
sus  buenas  comedias  fué  compuesta  de  ese  modo.  Harto  se  distinguen  unas  de  otras? 
aunque  en  las  mejores  hay  tremendas  caídas  y  en  las  más  endebles  algún  destello  do 
aquel  sol  de  poesía  que  nunca  llega  á  velarse  del  todo  por  las  nubes  del  mal  gusto.  Y 
además,  Lope  era  un  artista  dramático,  un  hombre  de  teatro,  á  quien  el  aplauso 
popular  estimulaba  á  la  producción  sin  tasa,  y  con  quien  colaboraba  inconsciente- 

(')  Sigo  la  edición  de  Eduardo  Boelimer,  que  es  la  más  correcta  (Romanische  Studien...  Sechbtcr 
Band.  Bonn,  Eduard  Weher'e  Verlag...,  1895,  pág.  415).     ^ 

(*)  Aludo  á  D.  Adolfo  Bonilla  y  San  Martín,  á  quien  pudiera  llaiuíir,  con  menos  autoridad  que 
el  Maestro  López  de  Hoyos,  pero  con  la  niistna  efusión,  «mi  caro  y  amado  discípulo».  Véase  el 
estudio  que  con  el  modesto  titulo  de  AUjunas  consideraciones  acerca  de  la  Celestina  campea  al  frente 
de  sus  Anales  de  la  Literatura  Española,  Madrid,  Imp.  de  Tello,  1904,  pp.  7-24. 


INTRODUCXJION  xxv 

mente  todo  el  muudo.  ¡Ciiáu  diversa  la  posición  de  Kojus,  que  no  veía  delante  do  sí 
modelos,  ni  público  en  torno  suyo,  ni  podía  entrever  más  que  en  sueños  lo  que  era  la 
dramaturgia  representada,  ni  podía  sacar  su  arte  más  que  de  las  entrañas  de  la  vida  y 
de  su  propio  solitario  pensamiento;  empresa  mucho  más  difícil  que  hilvanar  comedias 
con  vidas  de  santos  ó  con  retazos  de  crónicas,  como  solía  hacer  Lope  en  los  malos 
días  en  que  la  inspiración  le  üaqueaba. 

Grandes  poetas  románticos,  que  pertenecen  en  algún  modo  á  la  familia  de  Lope,  se 
han  gloriado  también  de  esos  alardes  de  fuerza.  Sabido  es  de  qué  manera  explicaba 
Zorrilla  el  origen  de  EL  Puñal  del  Godo,  escrito  en  dos  días;  pero  su  relato  es  tan 
descabellado,  que  apenas  se  le  puede  dar  crédito  (').  Víctor  Hugo  afirmó  que  había 
compuesto  el  Bug-Jargal  en  quince  días;  pero  su  maligno  comentador  Biré,  que  le  ha 
ido  siguiendo  paso  á  paso  en  toda  su  carrera  literaria,  prueba  de  un  modo  irrefutable 
que  ese  llug-Janial  no  era  la  novela  que  conocemos  ahora,  sino  un  esbozo  de  ella,  un 
cuento  muy  breve  (de  47  páginas),  publicado  en  un  periódico  (Le  Conservatear  Litlc- 
raire),  y  que  pudo  ser  cómodamente  escrito  por  su  joven  autor  en  quince  días,  y  aun 
en  menos,  sin  que  haya  en  ello  nada  de  extraordinario  (-). 

Y  además,  la  Celestina  no  es  el  Bug-Jargal,  ni  FA  Puñal  del  Godo,  ni  una  de  las 
comedias  que  Lope  olvidaba  después  de  escritas.  Pertenece  á  una  categoría ^uperior 
de  arte,  en  (jue  todo  está  firme  y  sólidamente  construido;  en  que  nada  queda  al  azar  de 
la  improvisación:  en  que  todo  se  razona  y  justifica  como  interno  desenvolvimiento  de  una 
ley  orgánica:  en  que  los  mismos  episodios  refuerzan  la  acción  en  vez  de  perturbarla  (•*). 
No  es  la  perfección  del  estilo  la  maravilla  mayor  de  la  Celestina,  con  serlo  tanto,  sino  el 
carácter  clásico  é  imperecedero  de  la  obra,  su  sabia  y  magistral  contextura,  que  puede 
servir  de  modelo  al  más  experto  dramaturgo  de  cualquier  tiempo.  La  locución  es  tan 
abundante,  fluye  con  tan  rica  vena,  que  no  parece  haber  costado  al  autor  grandes  sudo- 
i'cs.  Su  corrección  es  la  del  genio  que  adivina  y  crea  su  lengua:  no  es  la  corrección  enteca 
y  valetudinaria  del  estilo  académico,  sino  la  expansión  generosa  de  un  temperamento 
artístico,  la  plétora  sanguínea  de  los  grandes  escritores  del  Renacimiento,  cuando 
todavía  la  secta  de  la  difícil  facilidad  no  había  venido  á  encubrir  muchas  impotencias- 
Pero  ni  ese  estilo,  ni  mucho  menos  la  concepción  á  que  sivió  de  instrumento,  son  com- 
patibles con  la  leyenda  de  los  quince  días,  que  á  mis  xDJos  es  una  inocente  broma  lite- 
raria, un  rasgo  que  hoy  llamaríamos  humorístico.  Los  quince  días  fueron  sugeridos  por 
los  quince  aucfos,  ni  más  ni  menos. 

A  nuestro  juicio,  todas  las  dificultades  del  preámbulo  tienen  una  solución  muy  á 
la  mano.  K\  bachiller  Fernando  de  Rojas  es  único  autor  y  creador  de  la  (klestina,  la 
cual  él  compuso  íntegramente,  no  en  quince  días,  sino  en  muchos  días  y  meses,  con 
toda  conciencia,  tranquilidafl  y  reposo,  tomándose  luego  el  ímprobo  trabajo  de  refun- 
dirla y  adicionarla,  con  mejor  ó  peor  fortuna,  que  esto  lo  veremos  luego.  Y  la  razón 
que  tuviese  para  inventar  el  cuento  del  primer  acto  encontrado  en  Salamanca  no 
parece  que  pudo  ser  otra  que  el  escrúpulo,  bastante  natural,  de  no  cargar  él  solo 

(')  Recuerdos  del  tiempo  viejo,  Barcelona,  1880,  tomo  I,  pág.  90  y  8S. 

(-1    Víctor  Hugo  avunl  1S30,  par  Edniond  Biré.  París,  1883,  pp.  389-394. 

(•')  Hay  una  sola  excepción:  el  episodio,  evidentemente  ocioso,  de  la  venganza  de  Eliciit  y 
Areuaa  encomendada  al  rufián  Centurio.  Pero  este  no  formaba  parte  de  la  obra  primitiva,  y  fué 
intercalado  á  última  hora.  Más  adelante  nos  haremos  cargo  de  él. 


XXVI  orígenes  de  la  novela 

con  la  paternidad  de  una  obra  impropia  de  sus  estudios  de  legista,  y  más  digna  de  • 
admiración  como  pieza  de  literatura  que  recomendable  por  el  buen  ejemplo  ótico, 
salvas  las  intenciones  de  su  autor,  que  tampoco  están  muy  claras  (').  Este  mismo  recelo  [ 
ó  escrúpulo  le  movió  acaso  á  envolver  su  nombre  en  el  laberinto  de  los  acrósticos  y  á  ¡ 
llenar  de  sentencias  filosofales  el  diálogo  de  la  comedia,  queriendo  con  esto  curarse  en  ! 
salud  y  prevenir  todo  escándalo.  Si  no  se  acepta  esta  explicación,  que  acaso  no  cuadra  ] 
con  la  gran  libertad  de  ideas  y  de  lenguaje  que  reinaba  en  Castilla  á  fines  del  siglo  xv,  ' 
y  no  queremos  suponer  al  bachiller  Rojas  más  tímido  de  lo  que  realmente  era,  dígase  ! 
que  la  invención  del  primer  acto  fué  un  capricho  análogo  al  que  solían  tener  los  auto-  | 
res  de  libros  de  caballerías,  que  rara  vez  declaran  sus  nombres  verdaderos,  y  en  I 
cambio  fingen  traducir  sus  obras  del  griego,  del  hebreo,  del  caldeo,  del  armenio,  del  \ 
húngaro  y  de  otros  idiomas  peregrinos  (^).  ' 

La  igualdad,  diremos  mejor,  la  identidad  de  estilo  entre  todas  las  partes  de  la  Celes-  5 
tina,  así  en  lo  serio  como  en  lo  jocoso,  es  tal,  que  á  pesar  de  la  respetable  opinión  de  j 
Juan  de  Valdós,  repetida  por  muchos  sin  comprobarla,  no  ha  podido  ocultarse  á  los  ojos  | 
de  la  crítica,  desde  que  ésta  comenzó  á  ejercitarse  directamente  sobre  los  textos  y  á  ! 
desconfiar  de  los  argumentos  de  autoridad.  Moratín  declara  en  sus  Orígenes  del  teatro  , 
español  que  «quien  examine  con  el  debido  estudio  el  primer  acto  y  los  veinte  añadi-  ; 
» dos,  no  hallará  diferencia  notable  entre  ellos,  y  que  si  nos  faltase  la  noticia  que  dio 
» acerca  de  esto  Fernando  de  Rojas,  leeríamos  aquel  libro  como  producción  de  una  sola  i 
»  pluma»  (3).  I 

D.  José  María  Blanco  (White)  afirmó  resueltamente,  en  un  discreto  artículo  de  las  : 
Variedades  ó  Mensajero  de  Londres^  que  «toda  la  Celestina  era  paño  de  la  misma  tela» ,  I 
y  que  «ni  en  lenguaje,  ni  en  sentimientos,  ni  en  nada  de  cuanto  distingue  á  un  escri-  i 
»tor  de  otro,  se  halla  la  menor  variación»  (*).  ¿Sería  esto  posible,  aun  suponiendo  que  ¡ 
entre  la  composición  del  primer  acto  y  de  los  restantes  no  mediaran  más  que  veinte  ó  I 

(*)  ¿Cómo  puno  creer _IÍ£knor  que  Fernando  de  Rojas  se  abstuvo  quizá  de  dar  su  nombre  á   ; 
toda  la  Celestina  por  respetos  á  su  posición  eclesiástica?  ¿Qué  tendrá  que  ver  un  bachiller  en  leyes   ! 
con  un  eülesiástico?  Esta  peregrina  ocurrencia  subsiste  aún  en  las  últimas  ediciones  de  su  obra  -I 
«It  Í8  that  the  different  portions  attributed  to  the  two  authors  are  so  similar  in  style  and  finish,  as  5 
»to  have  led  to  the  conjecture  that,  after  all,  the  whole  might  have  been  the  work  of  Rojas,  who,  for  ■■ 
y)reasons,  perhaps,  arising  out  of  his  eclesiastico.l  position  in  sociely,  was  unwilling  to  take  the  res-  | 
»ponsability  of  being  the  solé  author  of  his»  (History  of  Spunisk  Literature,  hy  George  Ticknor, 
Londres,  Trübner,  tomo  I,  pág.  237).  Un  erudito  como  Ticknor  no  debió  haberse  fiado  del  prolo- 
guista déla  edición  de  Amarita,  que  fué  el  primero  en  consignar  este  disparae:  «no  le  parecía  la 
»obra  ocupación  propia  de  un  eclesiástico)). 

{')  Pudo  ser  también  un  rasgo  de  timidez  literaria,  propia  de  un  escritor  novel.  Al  principio  , 
dio  el  libro  como  anónimo.  La  edición  de  1499,  en  su  estado  actual,  no  tiene  los  versos  acrósticos,  ni  ! 
pudo  tenerlos  nunca  porque  no  hubiesen  cabido  en  la  hoja  primera  que  falta,  y  además  sin  la  clave  i 
difícilmente  se  habrían  fijado  los  lectores  en  'su  artificio.  Ño  es  creíble  tampoco  que  esa  hoja  que  i 
hacía  veces  de  frontis  contuviese  ningún  otro  indicio  p:ira  reconocer  al  autor,  porque  hubiera  pasado  jj 
á  alguna  de  las  ediciones  posteriores.  Alentado  Rojas  por  el  buen  éxito  de  su  obra,  se  descubrió  á  | 
medias  en  el  acróstico  de  1500  ó  de  1501,  en  connivencia  con  Alonso  de  Proaza,  que  dio  la  clave  Ij 
para  descifrarle.  i', 

(3)  Obras  de  D.  Leandro  Fernández  de  Moratín,  edición  de  la  Real  Academia  de  la  Histo-  jJ 
ria,  1830,  tomo  I,  pág.  88. 

(*)  Periódico  trimestral,  intitulado  Variedades  ó  Mensagero  de  Londres.  Lo  publica  R.  Ac.Tcer 
mann,  núm.  101,  Strand,  Londres.  Tomo  I,  núm.  3."  (abril  de  1824,  p.  228). 


INTRODUCCIÓN  xxvii 

treinta  años,  cuando  precisamente  estos  treinta  años  íuerun  de  total  renovación  para 
la  prosa  castellana,  en  términos  tales  que  un  libro  del  tiempo  de  los  Keyes  Católicos  se 
parece  más  á  uno  de  fines  del  siglo  xvi  que  á  otro  del  reinado  de  D.  Juan  II,  con  la  sola 
excepción  del  Corbacho?  Kojas  está  á  medio  camino  de  Cervantes,  y  sin  embargo  una 
centuria  entera  separa  sus  dos  producciones  inmortales. 

Xi  Fernando  Wolf  ('),  ni  Lemcke  (-),  ni  Carolina  Micbaolis  (3),  ni  otros  eminentes 
hispanistas  de  los  que  más  á  fondo  han  tratado  de  la  historia  de  nuestras  letras,  admiten 
que  el  primer  acto  de  la  Celestina  sea  de  distinta  mano  que  los  restantes.  La  impresión 
general  de  los  lectores  está  de  acuerdo  con  ellos.  Por  mi  parte  no  temo  repetir  lo  que 
escribí  hace  veinte  años:  «El  bachiller  Rojas  se  mueve  dentro  de  la  fábula  de  la  Veles- 
lina,  no  como  quien  continúa  obra  ajena,  sino  como  quien  dispone  libremente  de  su 
labor  propia.  Sería  el  más  extraordinario  de  los  prodigios  literarios  y  aun  psicológicos 
ol  que  un  continuador  llegase  á  penetrar  de  tal  modo  en  la  concepción  ajena  y  á  iden- 
tificarse de  tal  suerte  con  el  espíritu  del  primitivo  autor  y  con  los  tipos  primarios  que 
él  había  creado.  No  conocemos  composición  alguna  donde  tal  prodigio  se  verifique; 
cualquiera  que  sea  el  ingenio  del  que  intenta  soldar  su  invención  con  la  ajena,  siempre 
queda  visible  el  punto  de  la  soldadura;  siempre  en  manos  del  continuador  pierden  los 
tipos  algo  de  su  valor  y  pureza  primitivos,  y  resultan  ó  lánguidos  y  descoloridos,  ó 
recargados  y  caricaturescos.  Tal  acontece  con  el  falso  Quijote,  de  Avellaneda:  tal  con  el 
segundo  Guxinán  de  Alfarache,  de  Mateo  Lujan  de  Sayavedra;  tal  con  las  dos  con- 
tinuaciones del  LMzarillo  de  Tormes7Vevo  ¿quién  será  capaz  de  notar  diferencia  alguna 
entre  el  Calisto,  la  Celestina,  el  Sempronio  ó  el  Pármeno  del  primer  acto  y  los  perso- 
najes que  con  iguales  nombres  figuran  en  los  actos  siguientes?  ¿Dónde  se  ve  la  menor 
huella  de  afectación  ó  de  esfuerzo  para  sostenerlos  ni  para  recargarlos.  En  el  primer 
acto  está  en  germen  toda  la  tragicomedia,  y  los  siguientes  son  el  único  desarrollo  natu- 
ral y  legítimo  de  las  premisas  sentadas  en  el  primero» . 

Claro  es  que  esto  se  escribió  cuando  no  se  conocían  más  que  Celestinas  en  veintiún 
actos.  El  Sr.  Foulché-Delbosc,  que  está  enteramente  de  acuerdo  conmigo  en  lo  que  toca 
á  la  cuestión  del  primer  acto  y  de  los  quince  siguientes  (*),  ha  planteado  con  mucho 
tino  un  nuevo  y  más  interesante  problema,  que  afecta  á  la  integridad  de  la  Celestina, 

(')  Studien  zar  Geschichte  der  Spanischen  und  Portugiesischen  Nationalliterutiir...  p    296. 

(')  Handbuch  der  Spanischen  Literatur...  von  Ludwig  Lemcke.  Leipzig,  Fr.  Fleischer,  1855. 

P.  150:  «Denn  zwischen  dem  angeblich  von  Cota  oder  Mena  herrührenden  ersten  Akt  und  den 
DÍolgenden  ist  so  ganz  und  gar_keine  Verschiedenheit  des  Styls  siclitbar,  der  im  ersten  Akte  ange- 
)>legte  Plan  is  so  consequent  durchgeführt,  das  Ganze  überhaiipt  %o  aus  einein  Gusse  gearbeitet, 
ydass  es  rein  undenkbar  ist,  ein  Fortsetzer  hale  s/ch  in  diessem  Grade  in  die  Intenüon  seines  Vorgan- 
yygers  hineindenken  und  seine  Manier  in  so  vollkommenem  Mause  nachamen  k'ónnen.  Die  neue  Kritik 
«hatsich  dalierfast  allgeinein  dafür  entschieden,  die  Celestina  für  das  Werk  eines  einzigen  verfassers 
))3W  hallen,  namlich  des  ohengenannten  Fernando  de  Rojas-». 

(')  Véanse  los  dos  artículos  acerca  de  las  ediciones  de  Krapf  y  Foulché-Delbosc,  en  el  Litera- 
Uirblatt  für  germanische  und  romanische  Philologie  (tomo  XXII,  1901).  En  ei  segundo  dice:  «Ein 
»einz¡ger  Verfasser  aller  21  Akte,  wie  Menendez  y  Pelayo  luul  wie  ich  selber  anneliine».  Tal 
sufragio  vale  por  muclios.  Verdad  es  que  la  insigne  romanista  deja  en  duda  si  tal  autor  fué  Fer- 
nando de  Rojas  ú  otro,  pero  ha  de  tenerse  en  cuenta  que  cuando  escribió  su  artículo  no  se  conocían 
todavía  los  documentos  que  prueban  indisputablemente  la  existencia  de  Rojas  y  le  declaran  autor 
de  la  Celestina. 

(*)  Revue  Hispantque,  VII,  p    57.  .  ' 


xxviu  ORlGETfES   DE   LA  NOVELA 

aimque  por  diverso  modo.  ¿Pertcnecea  al  autor  primitivo  las  adiciones  introducidas 
en  1502  (acaso  antes)?  ;,Paeden  atribuírsele  los  cinco  actos  nuevos  ó  sea  el  Tractado  de 
Centurión  El  8r.  Foulchó-Delbosc  sostiene  resueltamente  que  no.  Su  argumentación  es 
brillante  y  especiosa;  pero  en  materias  de  gusto  tales  alegatos  nunca  pueden  convencer 
á  todos,  por  mucho  que  sea  el  ingenio  y  la  sutileza  del  abogado.  La  crítica  literaria 
nada  tiene  de  ciencia  exacta,  y  siempre  tendrá  mucho  de  impresión  personal. 

Para  mí  las  adiciones  son  de  Rojas,  aunque  muchas  de  ellas  empeoren  el  texto. 
Prescindamos  de  la  inverisimilitud  de  que  nadie,  en  vida  del  autor,  se  hubiese  atrevido 
á  alterar  tan  radicalmente  su  obra,  sin  que  él  de  alguna  manera  protestase;  porque  esta 
razón,  que  sería  de  mucha  fuerza  para  la  literatura  moderna,  pierde  valor  tratándose  de 
los  primeros  años  del  siglo  xvi  y  aun  de  épocas  muy  posteriores.  Todavía  en  la  centuria 
siguiente  las  obras  dramáticas  eran  objeto  de  la  más  desenfrenada  piratería:  Lope,  Tirso, 
í^,  Alarcón,  Calderón  vieron  impresas  muchas  de  sus  comedias  en  forma  tal  que  no  acerta- 
^\  ban  á  reconocerlas.  Cualquier  librero  que  compraba  á  histriones  hamliientos  unas  cuantas 
copias  de  teatro,  llenas  de  gazafatones  y  desatinos,  formaba  con  ellos  una  parte  extra- 
vagante^ y  la  echaba  al  mundo  atribuyendo  las  comedias  á  quien  se  le  antojaba.  Si  esto 
sucedía  en  tiempo  de  Felipe  IV,  imagínese  lo  que  podía  pasar  en  tiempo  de  Rojas, 
cuando  apenas  comenzaba  á  existir  la  salvaguardia  del  prkñtegio. 

Pero  las  interpolaciones  de  1502  tienen  tal  carácter,  que  cuesta  trabajo  ver  en  ellas 
una  mano  intrusa.  Afortunadas  ó  desgraciadas,  son  enmiendas  de  autor,  que  se  propone 
mejorar  su  libro  y  condescender  con  el  gusto  común  de  los  que  le  importunaban  para 
que  «se  alargasse  en  el  proceso  de  su  deleyte  destos  amantes» . 

Líbreme  Dios  de  negar  las  ventajas  de  la  corrección  y  de  la  lima.  Rodrigo  Caro 
volvió  tres  veces  al  yunque  la  (junción  de  Itálica  antes  de  encontrar  la  forma  definitiva 
y  perfecta  de  aquella  oda  clásica.  Moratín,  cuyo  gusto  era  tan  severo,  y  en  quien  llegó 
á  ser  monomanía  el  furor  de  las  correcciones,  mejoraba  comúnmente  sus  obras;  pero  no 
siempre  el  último  texto  de  sus  comedias  aventaja  en  todo  y  por  todo  á  los  anteriores. 
Hartzenbusch  escribió  tres  veces  Los  Amantes  de  Teruel^  y  la  última  vei'sión  supera 
notablemente  á  la  primitiva,  aunque  algo  ha  perdido  de  su  juvenil  frescura.  Pero, 
¿cuántos  ejemplos  grandes  y  chicos  presenta  la  historia  literaria  de  obras  estropeadas 
por  sus  propios  autores,  con  retoques  que  la  posteridad  ha  desdeñado,  ateniéndose  á 
la  lección  primera?  ¿Quién  se  acuerda  hoy^'de  la  Oerusaleimne  Conquistata  del  Tasso? 
Para  nadie  que  no  sea  erudito  de  profesión  existe  más  Gerusalemmc  que  la  Litjerata. 
¿Quién  no  se  duele  de  ver  estropeados  los  mejores  versos  de  Meléndez  en  la  edición 
postuma,  que  había  preparado  él  mismo?  ¿Quién  no  aplica  la  misma  censura  á  la 
última  colección  que  de  sus  versos  líricos  y  dramáticos  hizo  doña  Gertrudis  Avella- 
neda? Más  cerca  de  nosotros,  Tamayo,  digan  lo  que  quieran  sus  panegiristas,  sacrificó 
muy  bellos  rasgos  de  su  Viryinici  en  aras  de  una  corrección  fría  y  seca,  de  que  en  sus 
últimos  años  se  había  prendado. 

Siendo  tan  frecuentes  estos  ejemplos,  no  hay  motivo  para  creer  que  las  intercala- 
ciones de  Rojas  dejen  de  ser  auténticas  por  ser  desacertadas.  Luego  veremos  que  no 
siempre  lo  son,  y  que  perderíamos  mucho  con  perder  algunas  de  ellas. 

Estas  alteraciones  pueden  estudiarse  sin  trabajo  alguno,  ya  en  el  importante  estudio 
del  Sr.  Foulché-Delbosc,  que  las  ha  recogido  y  clasificado  antes  que  nadie,  ya  en  la 
reciente  y  muy  cómoda  edición  de  la  Celestina^  en  que  el  Sr.  D.  Cayo  Ortega  ha  distin- 


INTRODUCCIÓN  xxix 

guido,  poniéndolas  entre  corchetes,  todas  las  frases  añadidas  en  el  texto  de  veintiún 
actos. 

Supresiones  hay  muy  pocas  é  insignificantes.  Todas  ellas  juntas  suman  treinta  y 
cinco  líneas,  según  el  cálculo  del  Sr,  Foulché. 

Las  adiciones  son  de  dos  clases:  nnas  recaen  sobre  el  texto  antiguo,  oti-as  consti- 
tuyen actos  nuevos.  De  las  primeras,  que  llegan  á  4o9  líneas,  hay  poco  que  decir,  porque 
casi  todas  obedecen  al  mismo  sistema. 

Una  de  las  mayores  novedades  de  la  Celestma  (aunque  tuviese  algún  precursor),  y 
una  de  las  que  más  debieron  contribuir  á  su  éxito,  fué  el  empleo  feliz  y  discreto  do  los 
refranes,  proverbios  y  dichos  populares.  Ya  el  primitivo  diálogo  estaba  sembrado 
de  ellos,  pero  en  la  refundición  hay  abuso:  tiene  razón  el  Sr.  Foulché.  Parece  que  el 
autor  ha  querido  darnos  un  índice  paremiológico  ó  verter  todo  el  del  Marqués  de  San- 
tillaua.  Generalmente  son  repeticiones  excusadas  de  lo  que  ya  estaba  bien  dicho.  «Se- 
ñor (dice  Sempronio  en  el  acto  VIII),  no  es  todo  blanco  aquello  que  de  negro  no  tiene 
semejanza».  «Ni  es  todo  oro  quanto  amarillo  reluze»,  se  añade  en  el  texto  de  1502. 
Decía  Celestina  en  sus  diabólicos  consejos  á  Areusa:  «Una  ánima  sola  ni  canta  ni 
llora;  un  frayle  solo  pocas  veces  le  encontrarás  por  la  calle;  una  perdiz  sola  por  mara- 
villa vuela» .  Y  en  la  edición  refundida  continúa  así:  «im  manjar  solo  presto  pone  has- 
» tío;  ima  golondrina  no  hace  verano;  un  testigo  solo  no  es  entera  fe;  quien  sola  nna 
»ropa  tiene  presto  la  e?irejere»  (Acto  VII). 

Claro  que  esta  retahila  no  puede  aplaudirse,  y  menos  tomada  como  procedimiento 
liabitual,  pero  ¿por  ventura  era  infalible  el  gusto  de  Rojas?  ¿Es  intachable  el  texto  de 
diez  y  seis  actos?  ¿Por  qué  no  hemos  de  suponer  que  dormitó  alguna  vez,  á  pesar  de  su 
maravilloso  instinto,  un  hombre  que  no  había  nacido  en  la  edad  de  la  crítica  ni  tenía 
más  consejero  que  su  propio  discernimiento?  ¿No  era  fácil  que  cayese  en  la  tentación 
de  recargarlo  que  un  artista  de  tiempos  más  cultos,  aunque  de  menos  lozanía,  hubiese 
probablemente  cercenado  como  vicioso? 

La  repetición  de  los  refranes  en  formas  diversas  ofende  más,  porque  casi  siempre 
es  superfina.  Pero  en  las  sentencias  añadidas  hay  cosas  muy  notables,  que  sólo  el  pri- 
mitivo autor  ó  alguno  que  valiese  tanto  como  él  era  capaz  de  escribir. 

Sirvan  de  ejemplo  estas  enseñanzas  morales  del  acto  IV,  que  nada  pierden  de 
su  valor  por  estar  puestas  en  boca  de  la  madre  Celestina:  «Aquél  es  rico  que  está 
bien  con  Dios;   más  segura   cosa  es   ser  meuospi-eciado  que  temido:   mejor   sueño 

>  duerme  el  pobre  que  no  el  que  tiene  de  guardar  con  solicitud  lo  que  con  trabajo 
^ganó  y  con  dolor  ha  de  dexar.  Mi  amigo  no  será  simulado  y  el  del  rico  sí;  yo  soy 

querida  por  mi  persona,  el  rico  por  su  hacienda;  nunca  oye  verdad,  todos  le  hablan 

>  lisonjas  a  sabor  de  su  paladar:  todos  le  han  envidia;  apenas  hallarás  un  rico  que  no 
» confiese  que  le  seria  mejor  estar  en  mediano  estado  ó  en  honesta  pobreza.  Las  rique- 
»zas  no  hazen  rico,  mas  ocupado;  no  hazen  señor,  mas  mayordomo;  más  son  los 
» poseídos  de  las  riquezas  que  los  que  las  poseen:  a  muchos  traxeron  la  muerte,  a  todos 
»  quitan  el  placer  y  a  las  buenas  costumbres  ninguna  cosa  es  más  contraria.  ¿Xo  oiste 
»dezir:  durmieron  su  sueño  los  varones  de  las  riquezas,  y  ninguna  cosa  hallaron  en 
»sus  manos?» 

El  que  haya  leído  en  las  ediciones  vulgares  éste  y  oti'os  trozos  no  dejará  de  echar- 
jlos  de  menos  en  la  de  diez  y  seis  actos.  Y  todavía  le  sorprenderá  más  que  se  tache  de 


XXX  orígenes  de  la  NOVELA 

intercalación  apócrifa  este  donoso  pasaje  del  acto  IX,  en  que  la  mala  pécora  de  Areusa 
se  duele  de  la  triste  suerte  de  las  criadas:  «Nunca  tratan  con  parientes,  con  yguales 
»a  quien  pueden  hablar  tú  pir  tú,  con  quien  digan:  ¿qué  cenaste?  ¿estás  preñada? 
»  ¿cuántas  gallinas  crias?  llévame  a  merendar  a  tu  casa;  muéstrame  tu  enamorado; 
:>¿quánto  ha  que  no  te  vido?  ¿cómo  te  va  con  él?  ¿quién  son  tus  vecinas?  e  otras 
»  cosas  de  igualdad  semejantes.  ¡O  tia,  j  qué  duro  nombre,  e  qué  grave  e  sobervio  es 
aseñora  contino  en  la  boca!»  (').  Ese  diálogo  intercalado,  tan  vivo  y  tan  sabroso,  ¿no 
vale  más  que  el  texto,  aquí  muy  seco,  de  la  primera  edición?  «Assi  goce  de  raí,  que 
»es  verdad;  que  éstas  que  sirven  a  señoras  ni  gozan  deloyte  ni  conocen  los  dulces 
apremios  de  amor» . 

Tales  excepciones,  y  hay  otras,  prueban,  á  mi  juicio,  que  no  siempre  anduvo  torpe 
la  mano  del  refundidor.  Se  le  acusa  de  hacer  impertinente  y  pedantesco  alarde  de  eru- 
dición histórica  y  mitológica;  pero  este  cargo,  que  es  muy  justo,  debe  recaer  sobre  toda 
la  Celesti)ia^  no  sobre  una  parte  de  ella  tan  solo.  Ya  en  el  primer  acto,  Sempronio, 
criado  con  puntas  de  rufián,  pregunta  á  su  amo,  después  de  compararle  con  Nembrot 
y  Alexandre:  «¿No  has  ley  do  de  Pasifae  con  el  toro,  de  Minerja  con  el  can?»  Y  más 
adelante,  tratando  de  los  peligros  del  amor  y  de  las  malas  artes  de  las  mujeres,  tiende 
el  paño  del  pulpito  como  si  fuera  un  moralista  de  profesión:  «Lee  los  historiales,  estu- 
»dia  los  philosofos,  mira  los  poetas,  llenos  están  los  libros  de  sus  viles  y  malos  exem- 
:>plos  e  de  las  caydas  que  levaron  los  que  en  algo,  como  tú,  las  reputaron.  Oye  a  Salo- 
»  mon  do  dize  que  las  mujeres  y  el  vino  hazen  a  los  hombres  renegar.  Conséjate  con 
»  Séneca  e  verás  en  qué  las  tiene.  Escucha  al  Aristóteles^  mira  a  Bernai^do.  Gentiles, 
» judíos,  cristianos  e  moros,  todos  en  esta  concordia  están».  En  el  acto  VIII  el  mismo 
Sempronio  cita  á  «Antipater  Sidonio»  y  «al  gran  poeta  Ovidio». 

El  conjuro  archilatiuizado  de  Celestina  (en  el  acto  III),  más  propio  de  la  maga  Ericto 
de  Tesalia  que  de  una  bruja  castellana  del  siglo  xv,  y  bien  diverso  de  los  verdaderos 
conjuros  que  los  procesos  inquisitoriales  nos  revelan,  estaba  ya  en  la  primera  versión, 
y  sólo  se  le  añadieron  en  la  segunda  las  pocas  líneas  que  van  en  bastardilla  y  que  no 
alteran  su  carácter  aunque  le  refuercen  con  nuevas  pedanterías:  «Conjuróte,  triste  Plu- 
»ton,  señor  de  la  profundidad  infernal,  emperador  de  la  Corte  dañada,  capitán  sobervio 
»de  los  condenados  angeles,  señor  de  los  sulfúreos  fuegos  que  los  hirvientes  ethnicos 
»  montes  manan,  governador  e  veedor  de  los  tormentos  e  atormentadores  de  las  peca- 
»  doras  ánimas  (regidor  de  las  tres  furias  Tesifone^  Megera  e  Alelo ^  administrador  de 
» todas  las  cosas  negras  del  reyno  de  Stigie  e  Dite,  con  todas  sus  lagunas  e  sombras 
>->  infernales  e  litigioso  caos^  7nantenedor  de  las  botantes  arpias^  con  toda  la  otra,  com- 
y-'paTíia  de  espantables  e  pavorosas  ijdras)\  yo,  Celestina,  tu  más  conocida  clientula,  te 
» conjuro,  por  la  virtud  e  fuerza  destas  bermejas  letras;  por  la  sangre  de  aquella  noc- 
» turna  ave  con  que  están  escritas;  por  la  gravedad  de  aquellos  nombres  e  signos  que 
» en  este  papel  se  contienen;  por  la  áspera  pon90ña  de  las  bivoras  de  que  este  aceyte 
» fue  hecho,  con  el  qual  vnto  está  hilado,  vengas  sin  tardau9a  a  obedescer  mi  volun- 
»tad...» 

No  es  este  el  lenguaje  habitual  de  Celestina,  pero  en  lo  restante  de  la  pieza  se  mues- 
tra tan  leída  en  las  historias  antiguas  como  el  que  más.  Ponderando  en  el  acto  IV  las 

(*)  He  aquí  uno  de  los  lugares  en  que  la  prosa  de  la  Celestina  recuerda  más  la  del  Corbacho. 


TNTRODUOCTÓN  xxxi 

buenas  partes  de  Caliste,  no  se  olvida  de  las  fábulas  ovidianas  y  acota  como  si  le  fue- 
ran muy  familiares  los  versillos  de  Adriano  Aiiinmla^  vayula^  blandula^  (jue  segura- 
mente lo  serían  para  el  escolar  ó  bachiller  que  puso  en  sus  labios  tan  donosa  cita:  «Poi- 
»fe  tengo  que  no  era  tan  hermoso  aquel  gentil  Narciso  que  se  enamoró  de  su  propia 
» figura,  cuando  se  vido  en  las  agnas  de  la  fuente...  (').  Tañe  tantas  canciones  e  tan 

>  lastimeras,  que  no  creo  que  fueran  otras  las  que  compuso  aquel  Emperador  e  yrau 
-  músico  Adna/io  de  la  pariida  del  ánima^  por  siiffrir  sin  desmayo  la  ya  vezina  mu£r- 
í>  te...  Si  acaso  canta,  de  mejor  gana  paran  las  aves  a  le  oir,  que  no  aquel  antico,  de  quiou 
'^se  dize  que  movia  los  arboles  e  piedras  con  su  canto.  Siendo  éste  nacido,  no  alabaran 
»  a  Orfeo» . 

En  este  género  de  erudición,  todos  los  personajes  rayan  á  la  misma  altura.  Si  los 
criados  y  las  alcahuetas  saben  tanto  y  hablan  tan  bien,  no  han  de  quedar  inferiores  los 
([ue  se  criaron  en  mejores  paños,  los  mancebos  de  noble  estirpe,  las  ilustres  doncellas, 
los  viejos  venerables  y  sentenciosos.  Caliste  poseía  á  fondo  la  Eneida.^  y  saca  de  ella 
uii  cumplimieuto  para  Celestina,  que  no  le  hubiera  entendido  á  no  estar  versada  tam- 
bién en  el  poema  virgiliano:  «De  cierto  creo,  si  nuestra  edad  alcanzara  aquellos  passa- 

>  dos  Eneas  e  Dido,  no  trabajara  tanto  Venus  para  atraer  a  su  hijo  el  amor  de  Elisa, 

>  haciendo  tomar  a  Cupido  Ascánica  forma  para  la  engañar;  antes  por  evitar  prolixidad 
» pusiera  a  ti  por  medianera» . 

La  lamentación  del  padre  de  Melibea,  Pleberio,  que  llena  el  acto  XXI,  contiene- 
reminiscencias  clásicas  tan  oportunas  como  éstas  (2):  «Yo  fuy  lastimado  sin  aver  ygual 

>  compañero  de  semejante  dolor,  aunque  más  en  mi  fatigada  memoria  rebuelvo  presen- 
f>  tes  e  passados.  Que  si  aquella  severidad  e  paciencia  de  Paulo  Emilio  me  viniere  a 
» consolar  con  pérdida  de  dos  hijos  muertos  en  siete  dias,  ....  no  me  satisfaze,  que  otros 
*dos  le  quedaban  dados  en  adopción.  ¿Qué  compañía  me  teman  en  su  dolor  aquel 
» Pericles^  capitán  atheniense,  ni  el  fuerte  Xenofon.,  pues  sus  pérdidas  fueron  de  hijos 
»absentes  de  sus  tierras...  Pues  menos  podrás  decir,  mundo  lleno  de  males,  que  fuimos 

semejantes  en  pérdida  aquel  Anaxágoras  e  yo»,  etc.,  etc. 

No  negamos  que  en  la  parte  añadida  el  abuso  de  citas  llega  al  colmo  y  estropea 
algunas  situaciones  que  antes  estaban  libres  de  este  vicio.  Pero  ¿por  eso  hemos  de 
suponer  un  autor  nuevo?  Más  natural  es  creer  que  Rojas,  al  refundirse,  extremase  sus 
defectos,  lo  mismo  la  verbosidad  declamatoria  que  el  pedantismo  infantil  del  Rena- 
cimiento. Grima  da  leer  en  el  soliloquio  de  Melibea,  próxima  á  arrojarse  de  la  torre, 
aquelhi  absurda  enumeración  de  todos  los  grandes  parricidas:  Bursia,  rey  de  Bitinia, 
que  sin  ninguna  raxóii  mató  á  su  propio  padre;  Tolomeo,  rey  de  Egipto,  que  exterminó 
á  toda  su  familia  por  gozar  de  una  manceba;  Orestes,  matador  de  Clitemnestra;  Nerón, 
(le  Agripina;  Filipo,  rey  de  Macedonia;  Heredes,  Constantino;  Laodice,  reina  de  Capa- 
(locia;  Medea,  la  nigi'o mantesa^  y  finalmente  «aquella  gran  crueldad  de  Phraates,  rey 

l'j   liivoliintiii¡iiiiu-;ite  se  recucnlan  los  versos  (U-  Fornáa  Pérez  de  (ín/iniiii,  tine  aciso  estarían 

presentes  ;í  l<i  memoria  do  Rojas: 

El  gentil  niño  Narciso 
En  nna  fuente  gayado, 
De  8Í  mismo  enamorado 
Mny  esquiva  muerte  priso... 

('-)  Más  adelante  veremos  de  dónde  están  tomada?. 


xxxii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

»de  los  Partos,  que  porque  no  quedase  sucesor  después  de  él  mató  á  Oróte  (Orontes), 
»su  viejo  padre,  e  á  su  único  hijo,  e  treynta  hermanos  suyos». 

Todo  este  catálogo  falta,  es  cierto,  en  la  edición  de  diez  j  seis  actos;  pero  ¿no  era 
muy  capaz  de  "escribirlo  el  que  había  puesto  en  boca  de  Melibea,  dirigiéndose  á  su 
padre  en  el  momento  crítico  de  consumar  el  suicidio,  una  pedantería  mayor  que  todas 
esas,  aunque  no  esté  recargada  de  nombres  propios?  «Algunas  consolatorias  palabras 
»te  diría  antes  de  mi  agradable  fin,  collegidas  e  sacadas  de  aquellos  antiguos  libros 
» que  po7'  más  aclara?-  mi  ingenio  me  mandavas  leer,  sino  que  la  dañada  memoria  cou 
» la  gran  turbación  me  las  ha  perdido» . 

Falta  examinar  el  valor  de  los  cinco  actos  nuevos,  ó  sea  del  Tractado  de  Centuria. 
Para  ello  hay  que  tener  á  la  vista  algunos  antecedentes  sobre  el  plan  de  la  Celestina, 
que  nos  ahorrarán  luego  otras  explicaciones.  ¿Y  qué  palabras  serán  más  breves  para 
declararlo  que  las  mismas  palabras  del  argumento  de  la  obra? 

«Caliste  fue  de  noble  linaje,  de  claro  ingenio,  de  gentil  disposición,  de  linda  crian- 
»9a,  dotado  de  muchas  gracias,  de  estado  mediano.  Fue  preso  en  el  amor  de  Melibea, 
;>muger  mo9a,  muy  generosa,  de  alta  y  serenissima  sangre,  sublimada  en  próspero  esta- 
» do,  una  sola  heredera  a  su  padre  Pleberio  j  de  su  madre  Alisa  muy  amada.  Por  soli- 
»citud  del  pungido  Caliste,  vencido  el  casto  proposito  de  ella,  entreveniendo  Celestina, 
,>mala  y  astuta  muger,  con  dos  servientes  del  vencido  Calisto,  engañados  e  por  ésta  tor- 
»  nados  desleales,  presa  su  fidelidad  con  anzuelo  de  codicia  y  de  deleyte,  vinieron  los 
»  amantes  e  los  que  les  ministraron  en  amargo  y  desastrado  fin.  Para  comiendo  de  lo 
»  qual  dispuso  el  adversa  fortuna  lugar  oportuno,  donde  a  la  presencia  de  Calisto  se 
>  presentó  la  desseada  Melibea;^ . 

Cómo  empezó  á  cumplirse  este  proceso  amoroso  lo  declara  el  argumento  del  primer 
aucio,  que  también  íntegramente  transcribimos:  «Entrando  Calisto  en  una  huerta  en 
» seguimiento  de  un  falcon  suyo,  halló  allí  a  Melibea,  de  cuyo  amor  preso,  comentóle 
»de  hablar.  De  la  cual  rigurosamente  despedido  fue  para  su  casa  muy  angustiado. 
»  Habló  con  un  criado  suyo  llamado  Sempronio,  el  qual  después  de  muchas  rarones 
»le  enderezó  a  una  vieja  llamada  Celestina,  en  cuya  casa  tenia  el  mismo  criado  una 
»  enamorada  llamada  Elicia...» 

La  fábula,  aunque  muy  sencilla,  está  perfectamente  construida.  Desde  que  Celes- 
tina entra  en  escena,  ella  la  domina  y  rige  con  su  maestría  infernal,  convirtiendo  en 
auxiliares  suyos  á  los  criados  de  Calisto  y  Melibea,  seduciendo  á  Pármeno  con  el  cebo 
del  deleite  de  Areusa,  prima  de  Elicia;  á  Sempronio  con  la  esperanza  de  participar  del 
botín;  á  Lucrecia,  otra  prima  de  Elicia,  que  no  desmiente  la  parentela  aunque  criada 
(le  casa  grande,  con  recetas  de  polvos  de  olor  y  de  lejías  para  enrubiar  los  cabellos. 
Pero  estos  son  pequeños  medios  para  sus  grandes  y  diabólicos  fines.  Necesita  introdu- 
cirse en  casa  de  Melibea,  adormecer  la  vigilancia  de  los  padres,  despertar  en  el  inocen- 
te corazón  de  la  joven  un  fuego  devorador  nunca  sentido,  hacerla  esclava  del  amor, 
ciega,  fatalmente,  sin  redención  posible.  Esta  obra  de  iniquidad  se  consuma  con  la 
intervención  de  las  potencias  del  abismo,  requeridas  y  obligadas  por  Celestina  con 
enérgicos  conjuros,  aunque  el  lector  queda  persuadida)  de  que  Celestina  sería  capaz  de 
dar  lecciones  al  diablo  mismo.  La  verdadera  magia  que  pone  en  ejercicio  es  la  suges- 
tión moral  del  fuerte  sobre  el  débil,  el  conocimiento  de  los  más  tortuosos  senderos 
del   alma,  la  depravada  experiencia  de  la  vida  luchando  con  la  ignorancia  virginal, 


INTRODUCCIÓN  xxxiii 

condenada  por  su  mismo  candor  á  ser  víctima  do  la  pasión  triunfante  y  arrolladora. 
Toda  la  dialéctica  del  genio  del  mal  se  esconde  eu  las  blandas  razones  y  filosofales  sen- 
iencias  de  aquella  perversa  mujer. 

Pero  tanto  ella  como  sus  viles  cómplices  sucumben  antes  que  Melibea  (vencida 
moralmentc  en  el  auto  X  y  concertada  ya  con  su  amante  en  el  XII)  acabe  de  caer 
en  brazos  de  Caliste.  Riñen  Sempronio  y  Pármeno  con  la  desalmada  vieja,  que  les 
iiir-íra  su  parto  en  la  ganancia  de  la  cadena  de  oro  entregada  por  Caliste.  Encrós- 
pase  la  pendencia  y  acaban  por  darla  de  puñaladas  y  saltar  por  una  ventana,  quedan- 
do muy  mal  heridos.  La  justicia  los  prende  y  al  día  siguiente  son  degollados  en  público 
cadalso,  con  celeridad  inaudita. 

Con  tan  siniestros  agüeros  llega  Caliste  á  su  primera  y  aquí  única  cita  de  amor  con 
Melibea  (aucto  XIV).  La  escena  es  rápida  y  no  puede  calificarse  de  lúbrica.  Triunfa  el 
enamorado  mancebo  de  la  honesta  aunque  harto  débil  resistencia  de  la  doncella;  pero 
la  fatalidad  que  se  cierne  sobre  sus  amores  le  hiere  alevosamente  cuando  se  creía  más 
dichoso,  al  salir  del  huerto  que  había  ocultado  con  sus  sombras  los  regalados  favores 
de  Melibea.  Ella  misma  lo  cuenta  admirablemente  en  su  discurso  postrero:  «Como  las 
» paredes  eran  altas,  la  noche  escura,  la  escala  delgada,  los  sirvientes  que  traía  no 
>  diestros  en  aquel  género  de  servicio,  no  vido  bien  los  pasos,  puso  el  pie  en  vazio  e 
»cayó,  c  de  la  triste  cayda  sus  más  escondidos  sesos  quedaron  repartidos  por  las  pie- 
»dras  e  paredes.  Cortaron  las  hadas  sus  hilos,  cortáronlo  sin  confession  su  vida;  corta- 
»ron  mi  esperanza,  cortaron  mi  compañía». 

Los  dos  últimos  actos,  equivalentes  al  XX  y  XXI  de  la  edición  actual,  no  con- 
tienen más  que  el  suicidio  de  Melibea  y  el  llanto  do  sus  padres.  Xo  hay  duda  que 
en  esta  primera  forma  la  Celestina  tiene  más  unidad  y  desarrollo  más  lógico;  pero 
¿la  intercalación  de  los  cinco  actos  es  tan  absurda  como  se  pretende?  ¿nada  per- 
deríamos con  perderlos?  ¿Son  tales  que  puedan  atribuirse  á  un  falsario  más  ó  menos 
experto? 

Por  mi  parte,  no  puedo  menos  de  responder  negativamente  á  estas  preguntas.  La 
tesis  que  pretende  despojar  á  Rojas  del  Tractado  de  Centiirio  me  parece  tan  dura  y 
difícil  de  admitir  como  la  del  que  pretendiera  ser  apócrifas  todas  las  aventuras  y  epi- 
sodios que  añadió  el  Ariosto  á  su  gran  poema  en  la  edición  de  1532,  y  se  empeñase  en 
preferirla  de  1516.  Claro  que  un  poema  novelesco  de  plan  tan  libre  como  el  Orlando 
se  prestaba  mejor  á  las  intercalaciones;  pero  ¿es  seguro  que  todas  las  que  hizo  el 
Ariosto  sean  igualmente  felicesT^ellísimos  son  sin  duda  el  episodio  de  Olimpia  y 
Bircno  y  el  de  ülania  y  Bradamaote  en  el  castillo  da  Tristán;  pero  no  todos  dirán  lo 
mismo  de  la  historia  de  León  de  Grecia,  de  la  expedición  de  Rugero  á  Oriente  y  de 
otras  cosas  que  alargan  sin  fruto  el  poema. 

Mucho  más  peligro  corre  el  interpolador  de  una  otra  dramática,  y  obra  tan  senci- 
lla como  la  Celestina.  Acaso  Rojas  no  debió  condescender  nunca  con  los  í|ue  mucho 
le  instaban  para  que  «se  alargasse.  en  el  processo  de  su  deleyte  destos  amantes» . 
exigencia  muy  propia  de  lectores  vulgares  y  mal  inclinados  á  la  carnal  grosería.  Pero 
ya  que  «contra  su  voluntad»  entió  en  la  empresa  (lo  cual  no  creemos  más  que  á  mcdiasC) 
y  determinó  retardar  la  cutástroíe,  haciendo  que  «el  deleytoso  yerro  de  amor»  durase 
«quasi  un  mes»,  no  había  para  qué  recurrir  á  una  intriga  episódica  é  inútil,  que 
no  conduce  á  ninguna  parte  ni  modifica  en  nada  el  desenlace.  Si  la  venganza  que 

oi;ír,K\Es   PE   r.A   nove- a.  — iii.— f 


xxxiv  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Areusa  y  Elicia  quieren  tomar  de  Calisto  y  Melibea  por  haber  sido  sus  amores  ocasión 
de  las  muertes  de  Pármeno  y  Sempronio  llegara  á  cumplirse,  y, Calisto  pereoiera  á    ] 
manos  de  asesinos  y  no  por  el  accidento  fortuito  de  la  caída  de  la  escala,  aun  pudiera 
f  tener  disculpa  est»  largo  rodeo,  que  haría  la  muerte  del  amanto  más  verisímil  desde     | 
I  el  punto  de  vista  material,  y  más  interesante  como  cuadro  escénico.  Pero  como  el  rufián 
Genturio,  buscado  por  las  dos  mozas  para  el  caso,  no  hace  más  que  proferir  fieros  y  ba-     , 
ladronadas,  y  el  otro  rufián,  llamado  Tiaso  el  Cojo,  y  sus  dos  compañeros,  no  pasan  de    ^ 
dar  cuatro  voces  y  trabar  una  pendencia  de  embeleco  con  los  pajes  de  Calisto,  claro  es 
que  tres  por  lo  menos  do  los  actos  intercalados  huelgan  por  completo,  aunque  á  nadie  _  i 
le  pesará  leerlos,  pues  allí  fué  trazado  la  primera  vez  con  indelebles  rasgos  uno  de     ; 
los  tipos  que  mas  larga  vida  hablan  de  tener  en  nuestra  literatura  dramática  y  nove-     I 
lesea,  la  figura  del  bravo  de  profesión,  del  baladrón  cobarde.  Centurio  es  uno  de  los  per-     \ 
sonajes  cómicos  más  vivos  y  mejor  plantados  de  la  obra.  Ninguna  de  sus  innumerables 
copias  ha  llegado  á  oscurecerle.  '. 

Pero  hay  en  la  parte  añadida  bellezas  de  otro  orden,  que  pertenecen  á  la  más  alta  j 
esfera  de  la  poesía;  que  nadie,  seguramente  nadie,  más  que  el  bachiller  Fernando  de  > 
Rojas,  era  capaz  de  escribir  en  España  en  1502,  cuando  ni  siquiera  habían  comenzado  i 
su  carrera  dramática  Gil  Vicente  y  Bartolomé  de  Torres  Naharro.  Son  dos  adivinado-  ; 
ues  de  genio,  que  conviene  reivindicar  de  la  injusta  nota  que  se  ha  querido  poner  á  ! 
esta  contniuacióu.  , 

Uno  de  estos  aciertos,  salvo  pedanterías  accidentales,  que  pueden  borrarse  mental-     ! 
mente,  es  el  acto  XVI  de  la  segunda  versión,  en  que  los  padres  de  Melibea  razonan 
sobre  las  bodas  que  proyectan  para  su  hija  y  ella  á  escondidas,  oye  su  conversación,     i 
¡Qué  tormenta  de  afectos  se  desata  en  su  alma  bravia  y  apasionada!   ¡qué  delirio     ' 
amoroso  en  sus  palabras,  tan  ardientes  como  las  de  Safo  y  Heloisa!  «¿Quién  es  el     j 
»que   me   ha   de   quitar   mi   gloiia?  ¿Quién  apartarme  mis  placeres?  Calisto  es  mi 
»  ánima,  mi  vida,  mi  señor,  en  quien  yo  tengo  toda  mi  speran^a;  conozco  dól  que  no     ■'■■ 
»vivo  engañada.  Pues  él  me  ama,  ¿con  qué  otra  cosa  le  puedo  pagar?....  El  amor  no 
» admite  sino  sólo  amor  por  paga.  En  pensar  en  él  me  alegro;  en  verlo  me  gozo;  en     ; 
»oyrlo  me  glorifico.  Haga  e  ordene  de  mí  a  su  voluntad.  Si  passar  quissiere  la  mar,     i 
»con  él  yró;  si  rodear  ei  mundo,  lléveme  consigo;  si  venderme  en  tierra  de  enemigos,     .<■ 
»no  rchuyré  su  querer.  Dexenme  mis  padres  go9ar  del,  si  ellos  quieren  gOQar  de  mí;     ^ 
»no  piensen  en  estas  vanidades,  ni  en  estos  casamientos,  que  más  vale  ser  buena  amiga      , 
»  que  mala  casada» .  i 

Pero  esta  mujer  furiosamente  enamorada  y  cuya  pasión  llega  hasta  la  impiedad,  i 
HO  es  una  impúdica  bacante,  sierva  vil  de  los  sentidos,  sino  una  castellana  altiva  y  i 
Uoble,  en  quien  el  yerro  de  amor  deja  intacta  la  dignidad  patricia.  El  autor  lo  ha  expre-  ) 
sado  con  un  rasgo  delicadísimo.  Oye  Melibea  decir  á  su  madre,  falsamente  persuadida  x 
de  la  virtud  de  su  hija:  «¿Piensas  que  su  virginidad  simple  le  acarrea  torpe  deseo  de  i 
>ílo  que  no  conosce  ni  ha  entendido  jamás?  ¿Piensas  que  sabe  errar  aun  cen  el  pensa-  | 
» miento?  No  lo  croas,  señor  Pleberio;  que  si  alto  ó  baxo  de  sangre,  ó  feo  ó  gentil  de  I 
agesto  le  mandáronlos  tomar,  aquello  será  su  placer,  aquello  habi'á  poj  -bueno;  que  yo  f 
»só  bien  lo  que  tengo  criado  en  mi  guardada  hija»  ._Al  escuchar  eso,  Melibea,  enemiga 
de  toda  simulación  y  mentira,  siento  oprimido  el  corazón  por  eí  engaño  en  que  viven 
sus  padres,  y  exclama  dirigiéndose  á  su  criada:  «Lucrecia,  Lucrecia,  corre. presto,  entra 


\ 

.     INTítODUCCIÚN  3(sxv 

»por  el  postigo  en  la  sala,  y  estorva.les  su  hablar,  interrúmpeles  sus  alaban9as  con 
»  algún  fingido  mensaje,  si  no  quieres  que  vaya  yo  dando  vozes  como  loca,  según  estoy 
» enojada  del  concepto  engañoso  que  tienen  de  mi  ignorancia». 

«Este  rasgo  de  carácter  ^dice  muy  bien  Blanco-Wliite),  este  dolor  intenso  causado 
»por  alabanzas  indebidas,  pinta  á  la  infeliz  Melibea  del  modo  más  interesante,  y 
» aumenta  el  efecto  lastimoso  de  la  catástrofe». 

¿Y  habremos  de  declarar  apócrifo  todo  esto?  ¿Lo  será  también  la  segunda  escena 
del  jardín,  que  á  tantos  ha  hecho  recordar  los  grandes' uoihbres  de  Goethe  y  de  Shakes- 
peare? ¿Quién  sino  un  poeta  de  primer  orden,  al  cuaíen  este  caso  habría  que  declarar 
más  eminente  que  el  inventor  original,  pudo  imaginar  aquel  contraste  de  voluptuosi- 
dad y  muerte,  asociando  á  61  los  misterios  de  la  noche,  las  armonías  de  la  naturaleza, 
el  prestigio  del  canto  lírico,  en  versos  que  conservan  perenne  juventud,  como  dictados 
por  el  Amor  mismo,  y  ^ue  se  parecen  tan  poco  á  los  que  solían  hacerse  en  el  siglo  xv? 
Cierta  es  que  algunaS; groserías  deslucen  este  acto.  Hay  en  él  cierta  embriaguez,  sen- 
sual, que  es  sin  duda  de  mal  gusto  y  de  mal  ejemplo.  Pero  en  el  trozo  hellísimp  que 
vamos  á  citar  no  hay  una  sola  palabra  que  pueda  suprimirse  ni  por  razón  de  arte  ni 
por  razón  de  decoro.  La  cita  será  algo  larga,  pero  no  la  creo  inútil,  porque,  á  pesar  de 
las  apariencias,  son  muchos  los  españoles  cultos  que  no  conocen  la  Celestina  más  que 
de  nombre,  y  los  que  la  leen  no  suelen  fijarse  en  la  perfección  de  los  detalles. 

CALISTO 

Poned,  mozos,  la  escala,  e  callacl,  que  me  parece  qué  está  hablando  mi  señora  de  dentro. 
Sobire  encima  de  la  pared  y  en  ella  estare  escuchando,  por  ver  si  oyre  alguna  buena  señal 
de  mi  amor  en  absencia. 

MELIBEA 

Cauta  más,  por  mi  vida,  Lucrecia,  que  me  huelgo  en  oyrte,  mientra  viene  aquel  señor; 
e  muy  passo  eutre  estas  verduricas,  que  no  nos  oyan  Jos  que  passaren..,.,  ...       ....  ..,.•• 

,  .    LÜC$,ECIi.  .   . 

¡O  quién  fuesse  la  ortélana 
De  aquestas  viciosas  flores, 
Por  prender  cada  mañana 
Al  partir  á  tus  amores! 

Vístanse  nuevas  colores 
Los  lirios  y  el  ayuvena; 
Derramen  frescos  olores. 
Quando  entre  por  estrena. 

MELIBEA 

¡O  quán  dulce  me  es  oyrte!  De  gozo  me  deshago;  no  cesses,  por  mi  amor. 

•■•i.reREcii 

Alegr»  es  la  fuente  clara 
A  quien  con  gran  sed  la  vea; 
Mas  muy  más  dulce  es  la  cara 
De  Caliste  a  Melibea. 


xxxvi  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Pues  aunque  más  noche  sea, 
Con  su  vista  goQará. 
¡O  quando  saltar  le  vea 
(^ué  de  abrazos  le  dará! 

Saltos  de  gozo  infinitos, 
Da  el  lobo  viendo  ganado; 
Con  las  tetas  los  cabritos, 
Melibea  con  su  amado. 

Nunca  fue  más  desseado 
Amador  de  su  amiga. 
Ni  puerto  más  visitado, 
Ni  noche  más  sin  fatiga. 

MELIBEA 

Quanto  dizes,  amiga  Lucrecia,  se  me  representa  delante;  todo  me  parece  que  lo  veo  con 
mis  ojos.  Procede,  que  a  muy  buen  son  lo  dizes,  e  ayudarte  h«  yo. 

LUCRECIA   Y   MELIBEA 

Dulces  árboles  sombrosos, 
Humillaos  cuando  veays 
Aquellos  ojos  graciosos 
Del  que  tanto  deseeays. 

Estrellas  que  relumbrays, 
Norte  e  lucero  del  dia, 
¿Por  qué  no  le  despertays 
Si  duerme  mi  aiegriaV 

MELIBEA 

Óyeme  tú,  por  mi  vidu,  que  yo  quiero  cantar  sola. 

Papagayos,  ruyseñores, 
Que  cantays  al  alvorada, 
Llevad  nueva  a  mis  amores, 
Cómo  espero  aqui  asentada. 
La  media  noche  es  passada, 
E  no  viene. 
Sabcdme  si  hay  otra  amada 
Quél  detiene  ('). 

(')  Que  lu  dei'tene,  ilicen  la  edición    le  Valencia,  1514,  y  otris  iniicia-i.  P>>r  m-iJeiite  vízón  :né- 
trioa  pietiern  el  texto  de  Gorclis,  touiailo,  al  parecer,  del  de  Zirai^ozii,  1507. 

Creo  etiteramenu;  casiia]  Id  coincidencia  entre  los  últimos  versos  que  canta  Melibea  con  el  céle- 
bre fragmento  tic  Sufo: 

AÉO'j'.í  jjLiv  á  aíXivva 

Kil  IIXtjÍioí;,  {jLíJit  óx 
Vú\":í;.  TTipá  o'  Hf/.O'  top» 

fPoetae  Ujrici  Gracci.  ed.  Bei-gk,  Leipzig,  I8í3,  pú¿.  012.') 

La  semejanza  tle  la  sitnación  lia  inspirado  la  misma  frase  al  bachiller  Rojas  y  á  la  p'eiir<a  de    ;í! 
LcsboH,  pero  la  imitación  hubiera  sido  imposible,  puesto  qne  antes  de  1550  no  fueron  coleccionados    íi 


INTRODUCCIÓN 


CALISTO 


xxsvu 


Vencido  me  tiene  el  dulzor  de  tu  suave  canto;  no  puedo  más  suffrir  tu  penado  esperar. 
¡O  mi  señora  e  mi  bien  todo!  ¿Qiiál  muger  podia  aver  nascida,  que  desprivase  tu  gran 
merescimiento?  ¡O  salteada  melodía!  ¡O  gozoso  rato!  jO  coraoon  mió!... 

MBLIBEA 

¡O  sabrosa  traycion!  ¡O  dulce  sobresalto!  ¿Es  mi  señor  do  mi  alma'?  ¿Es  él?  No  lo  puedo 
creer.  ¿Dónde  eslavas,  luziente  sol?  ¿Dónde  me  tenias  tu  claridad  escondida?  ¿Avia  rato  que 
escuchavas?  ¿Por  qué  me  dexavas  eclxar  palabras  sin  seso  al  ayre,  con  mi  ronca  voz  de 
cisne?  Todo  se  goza  este  huerto  con  tu  venida.  Mira  la  luna  quán  clara  se  nos  muestra; 
mira  las  nuves  cómo  huyen.  Oye  la  corriente  agua  de  esta  fontecica,  ¡quanto  más  suave 
murmurio  e  ruido  lleva  por  entre  las  frescas  yervas!  Escucha  los  altos  cipreses,  ¡cómo  se 
dan  paz  unos  ramos  con  otros  por  intercession  de  un  templadico  viento  que  los  menea!  Mira 
sus  quietas  sombras,  ¡quán  escuras  están  e  aparejadas  para  encobrir  nuestro  deleyte!... 

Eu  resumen,  la  Celestina  de  diez  y  seis  actos  y  la  Celestina  de  veintiuno  portene- 
ceujl^un  mismo  autor,  que  por  todas  las  razones  expuestas  no  creemos  que  pueda  ser 
otro  que  el  bachiller  Fernando  de  Rojas,  el  cual  unas  veces  refundió  con  acierto  y  otras 
con  desgracia  lo  que  de  primera  intención  había  escrito:  percance  en  que  suelen  trope- 
zar los  más  discretos.  Por  lo  demás,  es  imposible  desconocer  su  mano,  tanto  en  la  crea 
ción  de  las  nuevas  figuras  como  en  la  manera  de  sostener  las  antiguas.  De  los  reparos 
que  se  han  hecho  á  esto  hablaremos  más  de  propósito  al  tratar  de  los  personajes  que 
intervienen  en  la  Tragicomedia.  La  identidad  del  estilo  no  ha  sido  negada  por  nadie  y 
viene  á  reforzar  todas  las  pruebas  alegadas.  Felicitémonos,  pues,  de  poseer  dos  versio- 
nes de  una  obra  maestra,  que  tanta  luz  dan,  cotejadas  entre  sí,  sobre  los  procedi- 
mientos del  autor,  pero  no  sacrifiquemos  la  una  á  la  otra  y  reimprimámoslas  siempre 
juntas.  No  amengüemos  por  mera  cavilosidad  nuestros  goces  estéticos:  también  la  hiper* 
crítica  tiene  sus  peligros;  acordémonos,  no  ya  del  P.  Harduino,  sino  de  lo  que  moder- 
namente hizo  el  holandés  Hofman  Peerlkamp  con  el  texto  de  las  obras  de  Horacio  ('). 

Aun  no  hemos  agotado  las  cuestiones  previas  al  estudio  de  la  Celestina.  ¿Cuándo 

los  fragmentos  de  Safo,  y  antea  de  1526  no  fué  impreso  el  texto  del  gramáiico  Hefestión,  que  nos 
lia  conservado  esos  ciiíitro  versos,  dt'-bil  pero  fielmente  traducidoá  por  nuestro  Castillo  y  Ayt-nsa: 

Ya  sumergióse  la  luna, 
Ya  las  Plójadas  cayeron, 
Ya  68  media  noche,  ya  es  hora, 
¡Triste!  y  yo  sola  en  mi  lecho? 
{Poesías  de.  Anacrconte,  Safo  y  Tirt.eo...  Madrid,  Iinp.  Real,  IS3'J,  páj.  102.) 

('^  Lu  paradoja  del  erudito  director  de  la  Revite  IJispanique  lia  hecho  pocoa  prosélitos.  Entre 
los  críticos  que  disienten  de  ella  debem  >8  mencionar  (además  de  nuestro  Bo.iilla)  á  doña  Car  )lina 
Michaelis  de  Vasconcellos  (Litera turbia tt  für  germunhche  und  romanische  Philologie,  n."  1.»,  lltOl] 
y  á  Mr.  E,  Martiiienclie  {Bulletin  h'iHpnniqae,  tomo  IV,  1902,  pp.  95-103),  Quelquex  mota  sur  la 
Celcétine.  «Je  dois  ajouter  (dice  Martiiicnclie)  que,  s'il  a  vraiment  existe,  cet  adicionador  est  en 
ítout  cas  fort  loin  d'étro  l'écrivain  maladioit  que  suppose  M  Foulché-Delbosc.  II  est,  en  ef  fet,  dan^^ 
dU  Célestine,  une  scéoe  qui  a  fait  songer  á  Siíakeapcare,  et  qui  mérite  cet  honneur.  Cet  inmortel  diio 
j>d'amour,  ce  n'  est  pas  celui  de  l'acte  XIV,  c'est  c^iui  de  l'acte  XIX.  J'ai  presque  lutaut  de  pi-iue 
»á  refuser  t  Fierre  Corneille  la  eeconde  entrevue  de  Rodrigue  et  de  Chiméne». 


x^icxTÍii  ORÍGENES  DE  LA^  líOVELA 

fuó  escrita  aproximadameute?  ¿En  qué  lugar  de  España  quiso  poner  el  autor  la  acción 
del  drama? 

Lá'ipríniéi*a  cuestión  es  insoíuble  hasta  ahora.  El  único  pasaje  qué  puede' dar  algu- 
ria  íií¿  sobre  felfa  se  encuentra,  en  el  mito  ter^efó,  y  íia  sido  interpretado  de  tan  varios 
modos,  que  unos  infieren  de  61  que  la  comedia  de  Calisto  es  posterior  al  año  1492,' 
otros  que  debió  de  ser  escrita  en  1483  y  oirosque  no  puede  fijarse  con  precisión  fecha 
alguna.  Veamos  de  qué  se  trata:  «El  mal  y  el  bien,  la  prosperidad  y  adversidad, 
»lá'gloria  y  peña,' todo  pierde  con  el  tiempo  la  fuerga  de  su'  acelerado  piriucipio.  Pues 
»lps  casos  de  admiración  venidos  con  gran  desseo,  tan  presto  cómo  passados,  olvidados. 
>>'Cadá  dia  Vemos  novedades,  y  las  oymos,  y  las  passamos  y  dexamos  atrás:  disníiuuye- 
»ías  eí  tiempo,  fazelas  contingibles.  ¿Qué  tanto  te  maravillarlas,  si  dixesen:  la  tierra 
»tem'bl(5,  o  otra  semejante  cosa,  que  no  olvidasses  luego?  Assi  como:  elado  está  el  rio, 
>>el  ciego  vee  ya,,muertp.es  tu  padre,  un  rayo  cayó,,  ganada  es  Oírmada,  el  rey  entra 
»oy,  el.turco.es  vencido,  eclipse  hay  mañana,  la  puente  es  llevada,  aquel  esya  obispo, 
-a  Pedro  robaron,  lúes  se  ahorcó.  ¿Qué  me  dirás  siuo  que  a  tres  dias  passados  o  a  la 
» segunda  vista,  no  hay  quien  dello  se  maraville?  Todo  es.  assi,  todo  passa  desta  raane- 
»fa,  todo  se  olvida,  todo  queda  atrás» .   , 

rEl  sentido  general  de  estas  palabras  de  Sempronio  no  puede  ser  más  claro. ,  Todas 
las  cosas,  por  admirables  que  parezcan  al  principio,  dejan  de  causar  maravilla  con  el 
tiempo  y  con  el  hábito.  Pero  los  ejemplos  que  se  traen  para  probarlo  ¿sonde  cosas  pasa- 
das ó  futuras?  Evidentemente  lo  segundo,  cuando  se  trata  de  hechos  concretos  como  la 
conquista  de  Granada^  el  vencimiento  del  turco,  la  entrada  del  rey,  no  de  cosas  genéri- 
oasy  queen  todo  tiempo  acontecen,  como  «muerto  es  tu  padre  ('),  un  rayo  cayó,,  aqueles 
ya  obispo,  á  Pedro  robaron,  Inés  se  ahorcó».  No  creo  que  ganada  es  Oranada  sea  una 
frase  proverbial,  que  lo  mismo  pudo  emplearse  antes  que  después  de  la  conquista^  y 
que  sólo  alude  á  la  dificultad.de  la  empresa.  No  es  regla  segura  tampoco  el  que  la  acción 
de  una  obra  ficticia  haya  de  coincidir  con  los  datos  de  la  cronología  histórica,  per-o  «1 
señor  Foulché  nota  con  razón  que  esta  coincidencia  es  general  en  las  obras  antiguas. 

Entendido  el  pasaje  de  esta  manera,  sólo  nos  autoriza  para  decir  que  la  Celestina 
fué  escrita  jintes  do  la  rtíndicióu  de  Granada  (2  de  enero  de  1492)  y  cuando  todavía 
se  consideraba  ésta  como  un  acontecimiento  remoto.  La  guerra  había  comenzado 
en  1482.  Su  término  venturoso  nó  pudo  presagiarse  con  claridad  antes  de  la  toma  de 
Málaga  en  1487,  Ó  más  bien  hasta  la  rendición  del  rey  Zagal  en  Baza  (1489).  La  resis- 
tencia de  la  capital  se  prolongó  todavía  dos  años. 

El  Sr.  Foulché-Delbosc,  que  por  su  tesis  contra  Rojas  propende  á  exagerar  la  anti- 
güedad de  la  Celestina^  la  hace  remontar  hasta  1483,  conjeturando  que  la  alusión  al 
vencimiento  del  turco  es  una  reminiscencia  del  sitio  de  Rodas  en  1480;  que  «la  puente 
es  Itevadaa  debe- de. referirse  al  hundimientQ,.de  uno  de  los  arcos  del  puente.de  Alcán- 
tara en  Toledo,  que  fué  reparado  en  1484;  que. -el  eclipse  de  sol  puede  ser  el  de  17  de 
mayo,  de  1482,  y  finalmente,  que  la  frase  «aquél  es  ya  obispo»  hace  pensar  en  don 
Pedro  González  de  Mendoza,  que  comenzó  á  ser  arzobispo  de  Toledo  en  1482.  La  tal 
frase  es  de  lo  más  vago  y  genérico  que  puede  darse,  y  áhádie  cuadra  menos  que  algran 

■('5"  Aúíique  las  ptilaltras  de  Scmpronit)  van  dirigidas  ¿Celestina;' Feria  ridíciitó  entendertóB-del 
padre  de  ésta,  que  debÍTi  estar  enterrado  Jiácíá'-rrfttclTÓSíailrtS.  •■•    '^  ^--^^  ^     '  :    ■  -f    . 


INTRODL'CCION  xxxix 

Cardenal  de  España,  que  ja  en  1452  era  obispo  de  Calaboira  y  la  Calzada,  que  en  1468 
lo  fué  de  Sigüenza  y  en  14-73  arzobispo  de  Sevilla.  ¿Quó  podía  tener  de  insólito,  ni  qiió 
estupor  había  de  causar  á  nadie  el  que  llegase  á  ocupar  la  silla  primada  un  varón  de 
extraordinarios  merecimientos,  tan  poderoso  además  por  su  linaje,  riqueza  y  sabiduría 
política,  que  llegó  á  ser  llamado  en  su  tiempo  el  tercer  Rey  de  España? 

Además  estos  argumentos  son  contraproducentes  ó  se  quiebran  de  sutiles.  Si  alude 
Sempronio  á  hechos  pasado?,  hay  que  contar  entre  ellos  la  toma  do  Granada,  es  decir, 
todo  lo  contrario  de  lo  que  Se  pretende  demostrar.  Por  consiguiente,  no  hay  prueba 
alguna,  ni  indicio  siquiera,  de  que  la  Celestina  fuese  compuesta  entre  los  años  1482 
y  1481.  Más  natural  es  creerla  del  último  decenio  del  siglo,  y  este  pareceres  conci- 
liable con  cualquier  interpretación  que  se  de  á  las  palabras  de  Sempronio,  y  con  lo  que 
podemos  conjeturar  acerca  de  la  edad  de  Rojas. 

Es  tal  la  ilusión  de  realidad  que  la  Tragicomedia  produce,  que  ha  hecho  pensar  á 
algunos  que  puede  estar  fundada  en  un  suceso  verdadero,  y  ser  históricas  las  princi- 
pales figuras.  Sin  llegar  á  tanto,  sospechamos  que  hay  algunas  alusiones  incidentales  á 
cosas  que  el  tiempo  ha  borrado.  Aquellas  horribles  palabras  de  Sempronio  á  Caliste  en 
el  aucto  I:  «Lo  de  tii  abuela  con  el  ximio,  ¿hablilla  fué?  testigo  es  el  cuchillo  de  tu 
abuelo» ,  ocultan  probablemente  alguna  monstruosa  y  nefanda  historia  en  que  no  con- 
viene insistir  más.  Acaso  la  venganza  del  judío  converso  se  cebó  en  la  difamación  déla 
limpia  sam/re  de  algún  mancebo  de  claro  linaje,  parecido  á  Caliste.  También  tiene  visos 
de  cosa  no  inventada  (y  sobre  este  pasaje  me  llamó  la  atención  el  Sr.  Foulché-Delbosc) 
a(^nella  venida  del  embaxador  francés^  á  quien  engañó  dándole  gato  por  liebre  la  picara 
Celestina  del  modo  que  Pármeno  lo  cuenta  en  su  famosa  descripción  de  la  vida  y 
hazañas  de  su  madrina  (acto  I). 

Desde  antiguo  se  supuso  personaje  real  á  la  famosa  hechicera  y  se  enlazó  su 
recuerdo  con  tradiciones  locales  de  Salamanca,  donde  suponían  muchos  que  pasaba  lá 
acción  del  drama.  Ya  se  consigna  esta  especie  en  uno  de  los  escritos  módicos  del  famoso 
Amato  Lusitano  (Juan  Rodríguez  de  Castelobranco),  que  terminó  sus  estudios  eu  aque- 
lla Universidad  el  año  1529.  Habla  en  su  comentario  á  Dioscórides  de  una  fábrica  de 
cola  animal  que  había  en  Salamanca,  junto  al  puente  del  Termes  y  no  lejos  de  la  casa 
de  Celestina,  mujer  famosa  de  quien  se  hace  mención  en  la  comedia  de  Caliste  y  Meli- 
bea: mon  pi'ocul  a  domo  Celestinae  mulieris  famosissimaejot  de  qnale  a^jitur  in  nomoe- 
»dia  Calisti  et  Melibeae»  (').  Sancho  de  Muñón,  que  era  natural  de  Salamanca  y  puso 
en  la  Atenas  castellana  el  teatro  de  su  Trarjicoinedia  de  Lisandro  ij  Roselia  (1542),  da  á 
entender  que  Celestina  la  barbuda  vivió  allí  y  también  su  discípula  y  heredera  Elicia  (-). 
El  doncel  de  Xérica,  Bartolomé  de  Villalba  y  Estaña,  en  El  Pelegrina  Carioso,  obra 

(')  In  Dioscoridis  Anazarbei  de  materia  medica  libros  quinqué,  enarrutiones  erudltissimi  Doctor! s 
Amati  Lusitani.  Venetiis,  apud  Gualíerum  Scotum,  15ó3,  lib.  III,  en.  99,  pág.  1^07. 

Llamó  por  primera  vez  la  atención  sobre  este  texto  el  Dr.  Pedro  Dias,  Archivos  da  historia  da 
medicina  portugueza^  1895,  pá<r.  0. 

Véanse  la  precio-;a  mono.Tafía  del  Dr.  D.  M  isimiano  leemos,  ilustre  historiador  de  la  Medicina  en 
Portuí^al,  Amato  Lusitano.  A  sua  vida  e  a  sita  obra  (Porln,  1907),  pp.  .^5-38,  y  el  erudito  folleto  del 
Dr.  D.  R  canlo  Jorge,  La  Celextina  en  Amato  Lunituno,  contribución  (d  estudio  de  la  famosa  comedia^ 
traducido  para  la  revista  Xucatro  Tiempo  p  t  el  Dr.  D.  Federico  MoritaMo  (Madrid,  1908). 

.,.,(^),c(¿Q!ié  más  claro  lo  ípiieres?  Xo  tienes  ya  por  qué  diibdar;  y  «i  ras  a  San  Laurencio  y  junto  á 
Jila  pila  de  baptizar  hallariui  sobre  su  sepultura  este  epitafio: 


M/  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

terminada  en  1577,  cuenta  que  unos  estudiantes  le  mostraron  la  casa  de  Celestina.  «Y 
»ansi  baxaron  por  la  puente  que  es  larj^uísima,  y  de  ahí  dieron  en  las  Tenerías^  donde 
»con  gran  chacota  dixo  uno  de  ellos  al  Pelcgrino:  «veis  aquí  la  segunda  estación;  esta 
»  dicen  ser  la  casa  de  nuestra  madre  Celestina^  tan  escuchada  de  los  doctos  y  tan  acop- 
»ta.  de  los  mozos  tan  loada».  A  lo  cual  riendo  respondió  nuestro  Pclegrino: 

«Reverenciar  se  del)e  la  morada 
De  quien  el  mundo  tiene  tal  noticia, 
Mujer  que  es  tan  heroyca  y  encumbrada 
¿Qué  discreto  no  quiere  su  amicicia? 
De  todos  los  estados  es  loada, 
Y  más  de  los  cursados  en  milicia: 
Filosofo  dichoso  y  bien  andante 
Quien  retrató  una  madre  ansí  elegante  (•)». 

Nueve  años  después,  la  casa  estaba  arruinada,  al  decir  de  Bernardo  González  de 
Bovadilla,  estudiante  de  aquella  insigne  universidad,  en  su  libro  Ninfas  y  Pastores  de 
Henares  (2),  pero  en  cambio  so  enseñaba  la  torre  de  Melibea.  «Se  fueron  (los  pastores)  a 
» pasear  y  a  mostrar  a  Florino  las  cosas  memorables  que  hay  en  la  famosa  Salamanca; 
»  conviene  á  saber:  los  insigues  teatros  de  donde  salen  los  eminentes  varones  para  gober- 
»  nar  el  mundo  y  tener  a  la  república  en  pacífico  estado,  los  reales  y  innumerables  cole- 
»gios  de  doctos  y  letrados  hombres,  la  cueva  cegada  donde  dicen  haberse  leido  la  nigro- 
»  mancia,  la  nombrada  y  poco  vistosa  torre  de  Melibea  y  la  derribada  casa  de  la  vieja 
»  Celestina^  los  pasatiempos  y  recreaciones  del  humilde  Tejares,  etc.;-  {^). 

Una  tradición  tan  vieja  y  constante  algún  respeto  merece;  pero  examinada  atenta- 
mente la  Celestina^  nada  se  ve  en  ella  que  convenga  á  Salamanca  más  que  este  pasaje, 
que  puede  haber  sido  el  único  fundamento  de  una  localización  caprichosa:  «Tiene  esta 
»buena  dueña  al  cabo  de  la  ciudad,  allá  cerca  de  las  tenerías^  en  la  cuesta  del  rio,  una 
i  casa  apartada,  medio  cayda,  poco  compuesta  e  menos  abastada» .  Tenerías  cerca  del 
río  había  en  otras  partes,  y  lo  que  nunca  ha  podido  verse  en  el  Tormos  son  los  navios 

Las  mientes  empedernidas 
De  las  muy  castas  doncellas, 
Aunque  niá>*  altas  y  bellas, 
De  mí  fueron  combatidas; 
Y  ablandadas  y  vencidas 
Con  mis  sabrosas  razones, 
Pusi  ron  sus  corazones 
l'!n  mis  manos  ya  rendidas...  . 
(Siguen  otras  dos  estrofas), 

Claro  es  que  ni  la  sepultura  de  Celestiníi  en  San  í-orenzo,  ni  su  epitafio,  pueden  toniarse  en  serio, 
pero  son  un  nuevo  documento  de  la  tradición  salman;ina,  (Vid.  Tragicomedia  de  Lisandro..  ... 
tomo  in  de  Libros  Raros  ó  Curioseos,  p  35.) 

(>)  El  Pelegrina  Curioso  y  Grandezas  de  Eupuña  ....  Puhlicalo  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Españo- 
les. Tomo  I.  Madrid.  1886,  pág.  310. 

(-)  Tanto  este  pasaje  como  el  de  El  Felegrino  fueron  _\a  acotados  por  el  Sr.  Foulclié- 
Delbo-c. 

(3)  Primera  Parte  de  las  Nimphas  y  Pastores  de  Henares  Diuidida  en  seys  libros.  Compuesta  por 
Bernardo  Goncahz  de  Bouadilln,  Estudiante  en  la  insigne  Universidad  de  SaJamai-a..  ..  Impressa  en 
Alcalá  de  Henares,  por  fuan  Gradan,  A:~o  de  M.D.LXXXVTÍ,  fol.  178. 


IN'TRODUCClUX  xn 

de  que  habla  Melibea:  «Subamos,  señor,  al  a<?otea  alta,  porque  desde  allí  goze  de  la 
>deleytosa  vista  de  los  nav¡05>  (Aucto  XX).  Si  de  lo  material  se  pasa  á  lo  moral,  pare- 
ce muy  raro  que  ea  una  comedia  salmantina  no  se  hable  ni  una  sola  vez  de  la  Cuiver- 
sidad  y  que  ninguno  de  los  personajes  sei  estudiante.  Véase,  por  el  contrario,  cuánto 
los  hace  intervenir  en  la  suya  Sancho  de  Muñón.  No  me  contradigo  al  decir  esto,  y 
afirmar  en  otra  parte  que  la  Celestina  es  una  obra  humaiiístico  y  de  ambiente  univer- 
sitario, porque  esto  recae  sobre  los  procedimientos  literarios  y  sobre  el  fondo  de  la 
comedia,  no  sobre  la  circunstancia  material  del  lugar  de  la  escena.  Calisto.  Pármeno  y 
Semprouio  no  son  estudiantes,  pero  hablan  y  piensan  como  tales:  la  indigesta  pedan- 
tería de  Melibea  y  la  extraña  y  abigarrada  ciencia  de  que  hace  alarde  Celestina  son 
más  verisímiles  en  una  ciudad  literaria  que  en  otra  parte.  Creo  que  en  Salamanca 
recogió  Rojas  los  principales  documentos  humanos  para  su  obra,  pero  si  hubiese  que- 
rido dar  á  entender  que  la  acción  pasaba  allí  no  habría  dotado  á  la  ciudad  de  un  río 
navegable,  ni  hubiese  dejado  de  hacer  alguna  alusión  á  sus  escuelas. 

La  única  ciudad  de  la  Corona  castellana  desde  cuyas  azoteas  pudiera  disfrutarse 
de  la  vista  de  un  gran  río  y  de  embarcaciones  de  alto  bordo  era  Sevilla,  y  por  esta  sola 
razón  sostuvo  el  canónigo  Blanco  que  la  Celesiina  pasaba  en  su  tierra  (').  Pero  bien 
leída  la  Celestina,  nadie  encontrará  en  ella  indicios  de  que  su  autor  conociese  la  r^ión 
meridional  de  España  y  el  habla  de  sus  moradores,  ni  se  hubiese  fijado  en  las  costum- 
bres andaluzas,  todavía  más  pintorescas  entonces  que  ahora  y  tan  distintas  de  las  que  él 
había  visto  en  el  reino  de  Toledo  y  en  las  aulas  de  Salamanca.  Compárese  á  Rojas  con 
Cervantes  en  este  punto,  y  se  palpará  la  diferencia.  Pintores  eminentemente  realistas 
uno  y  otro,  no  difieren  mucho  en  la  factura,  y.  sin  embargo,  los  mejores  cuadros  de  Cer- 
vantes, hasta  cuando  pinta  las  arideces  de  la  llanura  manchega.  ñeneu  algún  reflejo  de 
la  luz  de  Sevilla,  al  paso  que  el  bachiller  Rojas  permaneció  cruda  y  netamente  cas- 
tellano, con  cierta  sequedad  y  amargura  muy  ajena  del  tono  blando  y  misericordioso 
de  la  sátira  de  Cervantes. 

Queda  una  tercera  hipótesis,  la  del  Sr.  Foulché-Delbosc.  que  fija  en  Toledo  el  esce- 
nario de  la  Celestina.  Pero  aquí  nos  encontramos  también  con  la  dificultad  del  río 
'navegable.  Xunca  desde  una  azotea  de  Toledo  han  podido  vers3  navios,  ni  esto  puede 
pasar  como  una  licencia  poética.  La  tentativa  grandiosa,  pero  desgraciadamente  efímera, 
de  nav^ación  del  Tajo  hasta  su  desembocadura  en  Lisboa  pertenece  al  reinado  de  Feli- 
pe n.  Eubo.  sin  dada,  proyectos  anteriores,  alguno  del  tiempo  de  los  Reyes  Católicos, 
pero  no  autorizaban  á  un  escritor  para  dar  por  cumplido  lo  que  no  llegó  á  ser  ni  inten- 
tado siquiera. 

Si  se  prescinde  de  los  navios,  resulta  que  en  Toledo  concurren  casi  todos  los  por- 
menores topográficos  citados  por  Rojas:  las  tenerías  junto  al  río:  los  nombres  de  las 
parroquias  de  San  Miguel  y  la  Magdalena  y  de  alguna  calle  como  la  del  Arcediano, 
si  es  que  realmente  se  la  puede  identificar  con  una  antigua  plaza  del  mismo  nombre. 
De  la  calle  del  Vicario  Gordo,  mencionada  también  en  la  obra,  nadie  da  razón  hasta 
ahora.  Pármeno  refiere  haber  servido  nueve  años  en  el  monasterio  de  Guadalupe,  que 
pertenece  á  la  diócesis  de  Toledo,  aunque  situado  en  Extremadura. 

Pero  es  el  caso  que  algunas  de  estas  cosas  no  son  peculiares  de  Toledo:  tenerías 

(')  En  el  ya  cita  lo  artícalo  de  Ia<  Varieditde*  ó  llfwjero  d^  Londret.  p   24^5. 


xui  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  1 

j 
junto  al  río  había  también  en  Salamanca  (como  hemos  visto),  ó  iglesias  de  San  Miguel  y    i 

de  la  Magdalena  allí  j  en  Sevilla,  aunque  creo,  por  las  razones  expuestas,  que  Rojas  no  i 

pudo  pensar  más  que  en   una  ciudad  castellana.    ¿Y  por  qué  en  una  ciudad  determi-  '>. 

nada?  ¿No  pudo  crear,  como  suelen  hacer  los  novelistas,  una  ciudad  ideal,  con  reminis-  ' 

cencias  de  las  que  tenía  más  presentes,  es  decir,  Salamanca  y  Toledo?  El  haber  puesto  - 

una  circunstancia  que  es  imposible  en  ambas  mueve  á  creer  que.no  quiso  concretar 

demasiado  el  -lugar  de  la  acción,  para  lo  cual  tendría  muy  buenas  razones;  que  no  es  ^ 

el  cuento  de  Oalisto  y  Melibea  de  los  que  pueden  achacarse  á  personas  particulares,  i 

moradoras  de  cierto  pueblo,  sin  que  padezca  no  leve  mengua  su  buena  fama  y  la  de  j 

su  apellido.  I 

Poco  nos  importa  todo  esto.  La  Celestina  no  es  obra  local,  sino  de  interés  perma-  ; 

uente  y  humano.  Los  datos  sencillísimos  de  su  fábula:  una  pasión  juvenil,  una  terce-  \ 

ría  amorosa,  una  doble  catástrofe  trágica,  han  podido  reproducirse  infinitas  veces.  En  i 

esta  parte  Rojas  no  inventó  ni  quiso  inventar  nada,  porque  su  arte,  antítesis  radical  i 

de  los  libros  de  caballeiías,  no  esti-ibaba  en  quiméricas  combinaciones  de  temas  inco-  ¡ 

herentes.  Tomó  del  natural  todos  sus  elementos  y  extrajo  el  jugo  y  la  quinta  esencia  , 
de  la  vida. 

Pero  aunque  su  obra  sea  directamente  naturalista  y  deba  tenerse  por  un  original 

dechado  de  pasmosa  verdad  y  observación  encarnizada  y  fría,  no  puede  desconocerse  ' 

que  la  armazón  ó  el  esqueleto  de  la  fábula,  y  aun  la  mayor  parte  de  los  personajes,  y  : 

por  de  contado  las  sentencias  y  máximas  que  pronuncian,  tienen  abolengo  próximo  ó  \ 

remoto  en  la  literatura  clásica,  y  en  sus  imitadores  de  la  Edad  Media  y  del  Renaci*  ; 

miento,  y  en  algunas  obras  también  de   nuestra  propia  literatura.  La  investigación  de  \ 

las  que  en  este  sentido  pueden  llamarse  fuentes  de  la  Celestina  daría  materia  para  un  j 

libro  entero,  del  cual  ya  existe  un  excelente  capítulo,  el  relativo  á  los  «antecedentes  [ 

del  tipo  celestinesco  en  la  literatura  latina»  (').  Aquí  nos  limitaremos  á  lo  más  esen-  , 

cial,  insistiendo  en  lo  menos  sabido.  ^  ^i 

La  influencia  clásica  fué  reconocida,  aunque  en   términos  vagos,  por  Aribau.  i 

«Sin  parecerse  la  Celestina  á  ninguna  de  las  obras  de  la  antigüedad,  en  toda  ella  tras-  ; 

»ciendo  un  olor  suavísimo  de  lectura  y  meditación  sobre  los  mejores  modelos»  (-).  No  .^ 

se  parece,  en  efecto,  á  ninguna;  pero  tiene  rasgos  sueltos  de  muchas,  y  algo,  capital  á  % 

mi  juicio,  que  procede  de  tuente  conocida.  I 

-   No  doy  grande  importancia  á  los  nombres  históricos,  geográficos  y  mitológicos;  pe-  | 

dántevía  Imito  fácil  y  común  á  todos  los  íiutorcs  de  aquel  tiempo,  pero  merecen  más  ',j 

atención  las  citas  positivas  de  varios  clásicos  que  hay  esparcidas  por  el  libro  y  la  tra-  ; 

ducción  ocasional  do  alguna  frase  ó  sentencia.  Desde  las  primeras  líneas  del  prólogo  3 

jvos.  encontramos  con  el  filósofo  íleráclito  y  la  exposición  bastante  clara  de  un  princi-  'i 

pió  capital  do  su  sistema  físico:  «Todas  las  cosas  ser  criadas  á  manera  de  contienda  ó  I 
»-batalla,  dize  aquel  gran  sabio  Eráclito  en  este  modo:  Omnia  seciindum  litem  fiunt-»- 

"    Más  adelante  nos  da  noticias  del  pez  echeneis,  que  parecen  tomadas  de  Aristóteles,  | 

Plinio  y  Lucano,  pero  que  realmente  lo  han  sido  del  Comendador  Hernán  Núñez  en  ij 

(1)  Vid.  el  artículi)  de  D.  Adolfo  Bonilla  y  San  Martin,  on  la  Revue  EUpanique,  tomo  XV(I90tí),   I 

pp.  37-2-3S(;  ■    '  '      '    ■  '  I 

(^)  Discurso  preliminar  sohre  la  novnla  espafiola  (en  el  tomo  III  de  la  colección  de  Rivadeneyra),  | 
p.  XIV.  ..;•    .:....  :     ■       .        .■...'.. 


INTRODüCCIÓlí"  xiiHi 

su  glosa  á  Juan  d«  Mena:  «Aristótiles  y  Pliuio  cuentan  maravillas  de  un  pequeño  pérS 
»llamado  Écheneis...  Especialmente  tiene  una,  que  si  llega  á  una  nao  ó  carraca,  la 
»  detiene  que  no  puedo  menear,  aunque  vaya  muy  rczio  por  las  aguas;  de  lo  cual  haze 
»Lucano  mención  diciendo: 

Non  puppim  retinens,  Euro  tendente  rudentes. 
hi  mediis  Écheneis  aquis... 

»No  falta  allí  el  pece  dicho  Écheneis^  que  detiene  las  fustas  cuando  el  viento  Euro 
» estiende  las  cuerdas  en  medio  do  la  mar»  ('). 

Del  texto  de  la  Trngicoiitedia  sólo  recordaré  unos  cuantos  lugares,  dejando  lo 
demás  para  quien  emprenda  el  comentario  perpetuo  que  tal  obra  merece.  La  madre 
Celestina,  en  el  aucto  IV,  cita  con  precisión  un  verso  de  Horacio,  sin  nombrarle: 
«¿Ño  has  leydo  que  dizeu:  venid  el  día  que  en  el  espejo  no  te  conozcas».  El  lírico  lati- 
no había  tscrito  (Od.  IV,  carm.  X,  v.  6.): 

Dices,  heu.'i quoties  te  Í7i  speculo  videris  altenim... 

Sempronio  nos  advierte  (aueto  VIII)  que  «las  yras  de  los  amigos  suelen  ser  reinte- 
gración de  amor» .  Es  sentencia  muy  sabida  de  Terencio  en  la  Andria  (v.  556):  'íAman- 
tiiim  irae^  amoris  intejratio  est».  Pármeno,  tan  leído  como  su  compañero,  traduce, 
embebiéndolos  en  el  diálogo,  cuatro  versos  del  prólogo  de  las  sátiras  de  Persio  (8-11): 

Quis  expedivit  psitlaco  suum  /íTp; 
Picasque  docuit  verba  nostra  conari?   . 
Magister  artis  ingemque  largitor 
Venter,  negatas  artifex  sequi  voces. 

♦La  necessidad  e  pobreza;  la  hambre,  que  no  ay  mejor  maestra  en  el  mundo,  no 
»ay  mejor  desportadora  e  abivadora  de  ingenios.  ¿Quión  mostró  á  las  picabas  e  papa- 
» gayos  ymiten  nuestra  propia  habla  con  sus  harpadas  lenguas  (2),  nuestro  órgano  e 
» boz,  sino  esta?»  (Aucto  IX). 

En  boca  de  Pleberio  (aucto  XX)  encontramos  el  «degeneres  ánimos  timor  arguit^ 
de  Alrgilio  {.En..^  IV,  13):  «á  los  flacos  corai^onos  el  dolor  los  arguye».  Y  en  su  lamen- 
tación repite  el  ^Cantabit  vacims  coram  lairone  viator»  de  Juvenal  (Sat.  X,  22):  «como 
^caminante  pobre  que  sin  temor  de  los  crueles  salteadores  va  cantando  en  alta  boz». 

Estos  y  otros  pasajes  (3),  que  sin  esfuerzo  jotará  cualquier  humanista,  pertenecen 

(')  Comentando  un  verso  de  la  copla  252  del  Laberinto 

Allí  69  mesclada  gran  parte  de  cchino 


había  citado  el  Comendador  los  mismos  textos  de  Piinio,  Aristóteles  y  Liicano,  traduciendo  e.-te 
último  en  los  mismos  literales  términos  que  Rojas:  «No  falta  ally  el  pez  dicho  écheneis,  que  detiene 
»'as  fustas  en  mitad  del  mar  quando  el  viento  euro  cstier.de  'aft  cnerdiis».  El  phiiíin  no  puede  ser  más 
completo,  aunque  nadie  se  había  fijadoe'n  él  antes  del  Sr.  Foulclié-Delbosc.  l.a  GIohíhU-A  Comenda- 
dor ^e  ¡m|)rimió  en  1499,  el  mismo  aílo  que  la  Celestina,  pero  sabido  es  que  su  prúIoi;o  no  ap.irece 
hasta  1502  en  las  ediciones  refundidas.  De  la  fuente  general  de  este  prólogo  se  tratará  más  adelante. 

(')  Estas  harptidas  lenguas  pasaron  á  Cervantes. 
■  ■,-    (»)  Ko  he  podido  encontrar  en  las  obras  de  Séneca  la  sentencia  que  Celestina  le  atribuj-e  en  el 
aucto  I:  «Que,  como  Séneca  dice,  los  peregrinos  tienen  muclias  posadas  e  pocas  amistades,  porque 


5LIV  ORIGENES  DE  LA  NOVELA 

á  lo  más  sabido  y  vulgar  de  las  letras  clásicas,  v  por  lo  mismo  parecen  iüdicar  remi- 
niscencias escolaros  muy  frescas.  Horacio,  Virgilio,  Tereucio,  Juvcnal  y  Persio  eran 
de  los  autores  que  so  leían  más  en  las  aulas.  Acaso  las  frecuentaba  todavía  el  autor  ó 
había  salido  de  ellas  poco  antes. 

Pero  entremos  en  otro  género  de  imitaciones  más  dignas  de  consideración.  El 
primer  esbozo  del  carácter  de  la  tercera  de  ilícitos  amoríos  (con  puntas  y  collares 
de  hecliicera)  puede  encontrarse  en  la  vieja  Dipsas,  que  figura  en  una  de  las  elegías 
de  los  Amores  del  lascivo  poeta  de  Sulmona  (Lib.  I,  eleg.  VIH): 

Est  quaedam,  quicumque  volat  cognoscere  lenaní, 
Audiaty  est  quaedam,  nomine  Dipsas,  anus...  (') 

Dipsas  tiene  rasgos  comunes  con  Celestina.  El  primero  es  la  intemperancia  báquica 
{Lacrimosaque  vino  liimina),  de  la  cual  procede  su  nombre  (ex  re  nomen  habet),  y 
por  la  cual  el  poeta,  en  sus  maldiciones,  la  desea  perpetua  sed: 


DI  Ubi  dent  millosque  lares,  inopemque  senectam; 
Et  langas  hiemes,  perpetuamque  siiim. 


(V.  115-1  ¡4). 

Otru,  y  más  característico,  es  la  pericia  en  las  artes  mágicas,  el  poder  de  la  hechi- 
cería, que  no  se  limita  aquí  á  la  preparación  de  filtros  amorosos  ni  al  conocimiento 
de  las  virtudes  arcanas  de  ciertas  yerbas,  sino  que  domeña  la  naturaleza  con  infernal 
señorío,  torciendo  el  curso  de  las  aguas,  disponiendo  á  su  arbitrio  de  la  tempestad 
y  do  la  calma,  enrojeciendo  la  faz  de  la  Luna  y  haciendo  que  derramen  sangre  las 

»en  breue  tiempo  con  niiisnno  pueden  firmar  ainistail,  y  el  que  eslá  en  muclios  cabos,  está  eu  nin- 
»gunoí>;  aunque  el  filósofo  cordobés  dice  cosas  muy  análogas  en  el  segundo  capítulo  del  libro 
De  TranquiUitate  aninii.  Tampoco  la  encontró  Gaspar  Bartli,  que  en  las  Animadversiones  (\ne  acom- 
pañan á  su  versión  latina  de  nuestra  Tragi'omedia  (p.  351)  dice:  «Loca  Sonecae  non  pauca  memini 
»vituperantia  peregrinationem  prcpter  animi  motus  iní^titutam,  et  laudanlia  Sociaticmn  illud;  quid 
»juvat  te  milare  loca,  ctim  te  ubi  ibis  circuinferas?  Hoc  tamen  dictum  non  occurrit;  puto  scntentio- 
»Iain  aliquam  esse  Publii,  aut  akerius  Poetae  quales  oiim  plurimae  Senecae  titulo  commendatae 
»fuerunt», 

(')  Es  anterior,  sin  duda,  y  sirvió  de  modelo  á  Ovidio,  el  Carmen  V  del  libro  A."  de  Propercio, 
Lena  Acanthis.  que  es  una  serie  de  imprecaciones  contra  el  túmulo  de  una  alcahueta. 

Terra  tuum  spiniít  ohdvcat,  lena,  nepulcrum, 
Et  tua,  quod  non  vis,  nentiat  umhra  sitiin... 

PtMO  dudo  que  el  bachiller  Rojas  la  tuviese  presente,  porque  en  su  tiempo  se  leía  muy  poco  á 
Piopercio.  El  «.ipo  de  Acantliis  conviene  en  muchas  cotas  con  el  de  Dipsas,  especiahnente  en  la 
magia: 

Illa  velit,  poterit  magncu  non  ducere  ftrrvm... 
Audax  cantatac  legcs  impunere  lunar, 
Et  sua  nocturno  falle  re  trrga  lapo... 
Consuluitque  AÍriges  no/itro  dv  singulne  et  in  me 
IlippomaneK foitac  Semina  legit  equar, 

(V.  9, 13-14,17-18> 

Acanthis  procura  seducir  á  la  querida  (puella)  de  Propercio  y  le  da  los  mismos  consejos  que 
Dipsas  á  la  de  OviJin. 


INTRODUCCIÓN  xtr 

estrellas  (').  Xo  falta,  por  supuesto,  el  vuelo  nocturno  y  la  evocación  de  los  muertos: 

Evoeat  anliquis  proavos  atavisque  sepulcris, 
Et  solidaní  longo  carmine  findit  humum. 

Por  robusta  que  fuese  la  credulidad  de  los  contemporáneos  de  Fernando  de  Rojas, 
no  era  fácil  que  á  una  bruja  castellana  pudieran  atribuirse  tales  portentos.  Solo  de  la 
necromancia  ha  quedado  algún  rastro  en  la  relación  que  Celestina  hace  de  las  diabólicas 
artes  de  la  madre  de  Pármeno  (^).  En  todo  esto  puede  verse  también  el  recuerdo  de 
las  Canidias  y  Saganas  de  Horacio  y  del  libro  de  Apuleyo,  que  está  expresamente  ci- 
tado en  la  Tragicomedia  (auuto  VIII):  vEn  tal  hora  comiesses  el  diacitron,  como  Ápu- 
V  leyó  el  veneno  que  le  convirtió  en  asno» . 

Pero  no  son  la  embriaguez  ni  la  hechicería  las  notas  capitales  de  la  Celestina  espa- 
ñola; en  lo  que  emula  y  supera  á  la  Dipsas  ovidiana  es  en  el  oficio  que  ambas  ejercen 
de  concertadoras  de  ilícitos  tratos,  y  en  la  pérfida  astucia  de  sus  blandas  palabras  y 
viles  consejos: 

Haee  stbi  proposuit  thalamos  temerare  púdicos; 
Np-c  ianien  eloquio  lingua  nocente  caret. 

(V.  lO-ÜO). 

De  esta  elocuencia  da  muestra  Dipsas  queriendo  sobornar  á  la  amada  del  poeta  en 
un  razonamiento  que  recuerda  mucho  los  coloquios  de  Celestina  con  Areusa  y  auu 
con  la  misma  Melibea: 

Seis,  hera,  te,  mea  lux.,  juceni  placuisse  beato: 
Ilaesit,  et  in  vultu  conslitit  usquc  iuo... 


Ludite,  formosae:  casta  est,  quaní  nema  rogavil, 
Aut,  si  rusticitas  non  vetat,  ipsa  rogat. 

(')  fila  miign>i arteii,  ^JMOoipic  carmina  itorit. 

Jnqtie  caput  rnpidan  arte  ruriirvat  arjiíati. 
S('it  heiie  quid  granieii,,  quid  torta  concita  r'iomlm 

Licia,  quid  valetit  virus  amantis  equne. 
Qilitm  ndait,  toto  glomerantur  miljila  codo; 

Quum  vüluit,  puro  fulget  in  orbe  dics, 
Sanguinc,  si  qun  Jides,  stillantla  sidera  vidi: 

Purpumus  Lunae  sanguinc  vultus  crat. 

(V.  5-14.) 

(■'')  «O  qué  gracio'a  era!  o  qtié  desenvuelta,  limpia,  varonil!  tan  sin  pena  ni  Umor  se  amlaiia  a 
»nieflia  noche  de  cinienterio  en  cimenterio,  huscando  aparej  is  para  nuestro  ofticio,  como  de  diu;  ni 
)jdexaiia  cristianos,  ni  moros,  ni  judios,  cn3-os  enterramientos  no  visitana;  :le  dia  los  aceeliaim,  de 
v-noclie  los  desenterrana.  Assi  se  !iol¿jaiia  con  la  noche  escura  como  tú  con  el  dia  c'aro;  dizia  (jue 
«aquella  era  capa  de  pecadorep.  ¿Pues  maña  no  tenía,  con  todos  las  otras  gracia!-?  Vna  cosa  te 
¡)diré,  porque  veas  qué  madre  perdiste,  aunque  era  para  callar;  pero  contigo  todo  passa:  siete  dieo- 
Dtes  qiitó  a  un  ahorcado  con  unas  tenazicas  de  pelar  cejas,  m  entran  yo  le  descalcé  los  cápalos, 
»I'nos  entrar  en  un  cerco  mejor  que  yo  e  con  más  esfnerí/o,  avnque  yo  tenía  harta  buena  fama, 
»más  que  agora,  que  por  mis  pecailos  todo  ^e  oluidó  con  su  muerte;  qué  más  quieres  sino  que  los 
Dmesmos  diablos  le  anian  miedo?  atemorizados  y  espantados  los  tenía  con  las  ciudas  bozes  que  les 
»daua;  a-si  era  dellos  conocida,  como  tú  en  tu  casa;  tumbando  venían  vnos  sobre  otr^s  a  su 
«llamado;  no  le  osarían  dezir  meniira,  según  la  fuerza  con  que  los  apren)iauii ;  después  que  la  perdí, 
y  jamas  les  oy  verdad.»  (Aucto  Vil  ) 


suyi  orígenes  de  LA  NQVELA 

Labiiur  ocGiilte,  faüitque  voly,hilÍ8  acias.;  ■   ■  ,i 

Ui  celer  adniüsis  lahitur  amiits  aquis. 

(V.  23-24;  43-44;  4S-4U). 

Tal  es  el  tipo  de  la  Lena  romana,  ligeramente  bosquejado  por  Ovidio  y  Propercio. 
En  el  teatro  clásico  tiene  otros  precedentes  do  más  consideración  ia  fábula  españo- 
la. No  los 'disimula  Alonso  de  Proaza  en  sus  octavas  encomiásticas: 

No  debuxó  la  cómica  mano  ' 
De  Nevio  ni  Piauto.  varones  prudentes, 
Ta,n.  hiea  los  engaíws  de  falsos  siruienles 
Y  malas  tnuger es  en  metro  romano. 
Cratino  y  Menando  y  Magnes  anciano 
Esta  materia  supieron  apenas 
Pintar  en  estilo  primero  de  Atheuas 
Como  este  poeta  en  su  castellano. 

Claro  es  que  Magnes  y  Cratino,  poetas  de  la  antigua  comedia  ateniense,  eran  meros 
nombres  para  Rojas  y  su  panegirista.  Poco  menos  debía  de  pasarles  con  Menandro^ 
cuyos  fragmentos  no  fueron  impresos  hasta  1553,  y  de  quien  sólo  en  años  muy  recien- 
tes uos  han  revelado  los  papiros  egipcios  algunas  comedias  más  ó  menos  incompletas  (*). 
Pero  Menandro,  á  quien  toda  la  antigüedad  consideró  como  el  más  exquisito  poeta  déla 
comedia  nueva  (-),  vivía  indirectamente  en  sus  imitadores  latinos,  especialmente  en  Te. 
rencio.  Tanto  61  como  Piauto  eran  familiares  al  bachiller  Rojas,  según  puede  colegirse 
por  varios  indicios.  Ya  Aribau  se  fijó  en  los  nombres  de  algunos  personajes,  que  evi- 
dentemente están  tomados  do  las  comedias  latinas,  donde  descnipeñau  papeles  análogos. 
Pármeno  (^)  (que  se  interpreta  inanens  ét  aditans  domino)  aparece  en  el  Eunuco^  en 

(•)  El  más  importante  de  e^tos  descubrimientos  ha  sido  hecho  en  1906,  cerca  de  la  antigu.i 
Afrodiiopoli.-*,  por  Gustavo  Lcfebvrc.  El  papiro  descubierto  y  publicado  por  él  contiene  los  restos  de 
cuatro  piezas,  tres  de  las  cuales  han  podido  ser  recon^^truídas  conj  -turalmente,  aunque  con  grandes 
lagunas,  (Fragments  d'un  raunuscrit  de  Méiiandre^  décoiiverís  et  publiés  por  M.  Ciustave  Lefebvre, 
iiispecteur  en  che/ du  service  des  Antiquités  de  l'Egi/pie.  Impreso  en  el  (Jairo,  1907.) 

Lo  que  hoy  po>eemos  de  Menandro.  atleuiás  de  los  simples  fragmentos,  son  partes  más  ó  menos 
extensas  de  seis  comedias  (El  Labrador,  El  Adulador,  El  Héroe,  El  J.uicio  de  Albedrio,  La  Sannia, 
La  Mujer  Pelona). 

(')  Los  versos  con  que  Ovidio  caracteriza  el  teatro  de  Menandro  (Amorum,  I,  XV,  17)inclu3'en 
trcB  de  lo8  principales  tipoá  de  \a.  Celestina: 

'  Dumfalltix  servus,  duras  pater,  improba  lenay 
Vivent,  duna  meretrix  blanda,  Menandro»  erit. 

(•*)  Tal  es  la  legítima  acentuación  de  este  nombre,  confirmada  en  cuanto  al  castellano  por  estos 
verápa  de  un  soneto  de  BucLolomé  Leonardo  de  Argensola  contra  el  esgrimidor  Pacheco  de  Narváez: 

Cuando  los  aires,  Pármeri",  divides 
Con  el  estoque  negro,  no  te  acuso.. 

Como  este  nombre  llegó  á  nosotros  por  víi  erudita,  se  conservó  el  nominativo  latino  j'  se 
dijo  Pármeno  en  vez  de  Purinenón,  contraviniendo  á  la  lej^  general.  Lo  mismo  se  observa  en  Crito 
y  Truso,  que  son  tarabiéa  nominativos  grecolatinos;  Crilón  y  Trasón  hubieran  sido  las  formas 
naturales  en  nuestra  lengua. 


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INTR0DÜCCI<)N  xLyíi 

los  Adelfos  y  en  la  Heetjra.  En  esta  misma  comedia  y  en  la  Andria  interviena  Sosia, 
todavía  más  conocido  por  la  parte  chistosísima  qué  desempeña  en  el  Anfitrión  de  Tlauto. 
El  nombre  de  Grito  se  repite  tres  veces  en  el  teatro  de  Tereiicio  (Aiulria,  Henutnnti- 
7710 1  it menos  y  Phorniio).  Traso  es  el  soldado  fanfarrón  rival  del  joven  Fedria  en  el 
Eiüiuco,  y  probablemente  la  idea  de  llamar  Ce/itiirio  á  nn  rufiíin  ha  sido  sugerida  por 
la  misma  comedia  (v.  775),  eu  que  se  pregunta  por  un  ccjiturión  llamado  Sanga:  <¿Vbi 
centurio  est  Sanga,  vianipulits  furum?»  La  madre  de  Melibea  (acto  IV)  dice  que  va  á 
visitar  á  la  mujer  de  Cre>nes.  Tres  viejos  do  Tercncio  (Andria,  IIeautontiinorii7ne/ws, 
Phorinio)  y  un  adolescente  (Eunuchus)  tienen  el  nombro  de  Chrcnics.  Otros  nombres 
de  la  Tracjicoi/iedia  parecen  forjados  á  similitud  de  éstos  ('). 

Si  en  la  imposición  de  los  nombres  lleva  Terencio  la  ventaja,  en  otras  cosas  de  la 
Celestina  se  revela  más  el  estudio  de  Planto.  A  61  hay  que  referir  probablemente  el  tí- 
tulo definitivo  de  la  obra  que  primeramente  había  llamado  su  autor  comedia.  La  voz 
tragico7nedia  (más  bien  iragicocomedia)  es  una  jiívención  jocosa  del  poeta  latino  en 
el  prólogo  de  su  Anfitrión.  Mercurio,  que  le  pronuncia,  dice  á  los  espectadores: 

«Voy  á  exponeros  el  argumento  de  esta  tragedia.  ¿Por  quó  arrugáis  la  frente?  ¿Por- 
*que  os  dije  que  iba  á  ser  tragedia?  Soy  un  dios,  y  puedo,  si  queréis,  transformarla  en 
» comedia,  sin  cambiar  ninguno  de  los  versos.  ¿Queréis  que  lo  haga  así  ó  no?  Pero,  necio 
iáe  mí,  que  siendo  un  dios  no  puedo  menos  de  saber  lo  que  pensáis  sobre  esta  mate- 
»ria!  Haré,  pues,  que  sea  una  obra  mixta,  á  la  cual  llamaré  tra(j ico-comedia,  porque 
»no  me  parece  bien  calificar  siempre  de  comedia  aquella  en  que  intervienen  reyes  y 

(•i  No  es  imposible  que  Celenthia  tuviese  ya  en  l;i  me'ite  (kl  aiitoi:  el  sentido  de  Srehstina  que 
le  dieron  aliíiinoH  de  su-;  censores  morales.  Pero  pudo  «er  sugerido  t¡iml)ién  por  el  Libro  delenfor- 
zado  caballero  D,  Trislún  de  Leonin,  como  ha  notado  el  Sr.  Bonilla  ea  el  tomo  I,  pág-.  410  de  eu 
colección  de  Libros  de  Cabullerías,  tln  el  ca¡»itulo  LII  de  Don  T'risláii  se  lee:  «Di/.e  la  historia  que 
«qr.a  ido  Langirote  fue  portillo  de  la  doncella,  ella  se  afiarejú  con  mucha  gente,  y  faene  con  é' la 
Dsu  tía  Celestimr».  FA  nombre  de  Lucrecia  parece  inspiradi>,  más  que  por  el  recuerdo  de  la  matrona 
romana,  por  'a  reciente  lectira  del'  ii.>ro  ile  lOneas  Silvio.  Cristán,  no  hay  que  decirio,  se  deriva  del 
ciclo  bretón.  Alisa  nos  trae  á  la  memoria  cierta  fábula  de  !a  ninfa  Curdiama  convertida  en  fuente 
por  ;!inoreá  del  gentil  Aliso,  que  Irae  Juau  Rodríguez  del  Padrón  en  e!  Triunfo  de  las  donas.  El 
nombre  de  Sempronij  leterno  compañero  de  Ticio)  no  puede  ser  más  naiural  en  un  bachiller 
legista.  El  .Melibeo  de  las  égloiras  virgilianas  pasó  á  nuestra  tragicomedia  cambiando  el  sexo.  Nada 
hay  que  advenir  en  cuanto  á  Calisto  (no  Calixto,  como  muchas  veces  se  ha  impreto),  derivado  del 
superlativo  gries^o   .íXXutoí  (iiermosísimo). 

En  algunos  du  los  n<uiibres,  no  en  todos,  se  ajustó  el  autor  de  la  Tragicomedia  á  la  práctica  de 
los  cómicos  latinos,  Kegún  la  explica  el  gramático  Donato  comentando  los  primeros  versos  de  los 
Adelfos  de  Terencio:  «Nomina  personarum,  in  coiuoediis  duntaxat,  habere  debent  rationem  et  ety- 
«mologiain.  Ktenim  absurdnm  est,  comicum  aperte  argumcntum  confingere:  vel  nomen  pereonae 
»incongruum  daré,  vel  officium  quod  sit  a  nomine  diversuin  (Lessing,  en  el  número  90  de  la  Dra- 
"^maturgia,  propone  que  se  lea  et  nomen,  y  no  vel  nomen,  para  que  resulte  más  clara  la  frase).  Hinc 
))servus  fidelis  Parmeno:  inBdelis  vel  Syrus  ve¡  Greta:  miles  T.'irano,  vel  Pide  non:  jucenis  Painphilu». 
imalroiui  Myrrina,  et  puer  ab  od«»re  S  orax:  vel  a  ludo  et  gestieulatione  Circus,  et  item  siinilia». 
(En  el  Terencio  de  la  colección  de  Valpy,  pág.  1392  ) 

De  antiguo  viene  reparándose  en  la  intención  con  que  están  apl'cados  los  nom')res  de  la 
'Ceh.ftina.  C')varrubi,is  en  su  Tesoro  de  tu  lengua  castellunu  (2  *  eil.  167i.  p.  184)  «lico  á  e-te  propó- 
sito: <iO  lestina,  nombre  de  una  mala  vieja  qi-e  le  dio  á  la  tragicomedia  Españ  da  tan  celebrada. 
»Dixo.ie  assi  quasi  scelestina  a  scelere.  por  ser  nulvada  alcahueta  einl»iistidora;  y  todas  las  demás 
«personas  de  aquella  comedia  tienen  nombre  apropiadt)  á  sus  calida  lea.  Calixto  es  nombre  griego, 
'»pulcherri?nus;  Melü  ea  vak  tanto  como  dul9ura  de  i.uiel,  mel  et  vita»,  etc. 


xLviii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

5> dioses,  ni  de  tragedia  á  la  que  admite  personajes  de  siervos.  Será,  pues,  como  os  he 
>  dicho,  una  tragicoco>uedia>^. 

Post,  argwnentum  Inijus  eloquar  trarjocduie. 
Quid  contraxistis  frontem?  quia  tragocHam 
Dixi  futuraní  hanc?  Deus  suní;  eonmutavero 
Eandem  hanc,  si  vollis;  faciam  ex  tragoedia 
Comoedia  tit  sií,  ómnibus  eisdeni  versibus. 
Virum  sit,  an  non.  vollis?  Sed  ego  sluUior 
Quasi  nesciam  vos  velle,  qui  divos  siein: 
Teneo  qiiil  animi  voslri  super  hac  re  siel. 
Faciam  iit  commixta  sil  iragicocomoedia, 
Naíii  me  perpetuo  faceré  ut  sil  comoedia, 
Reges  quo  veniant  el  di,  non  par  arbitror. 
Quid  igitur?  quoniam  heic  servos  quoque  parléis  habei 
Faciam  sit,  proinde  ut  dixi,  tragicocomoedia. 

Sin  duda  que  este  pasaje  no  puede  tomarse  en  serio  como  determinación  de  un  nuevo 
género  poético,  porque  Planto  se  chaneca  con  el  público,  pero  también  es  cierto  que 
ninguna  obra  de  su  teatro  se  asemeja  al  Anfitrión,  que  no  es  parodia  trágica  ni  tara- 
poco  verdadera  comedia.  El  infortunio  conjugal  del  jefe  tebano,  víctima  de  un  poder 
tan  absurdo  como  incontrastable,  no  produce  risa  sino  indignación  en  el  lector  ó  espec- 
tador moderno,  y  acaso  también  en  el  antiguo,  ni  hay  en  los  caracteres  de  Anfitrión  y 
Alcumena  nada  que  no  sea  decoroso  y  digno  de  personas  trágicas.  Lo  cómico  se  refugia 
en  figuras  secundarias,  Y  como  en  los  diez  y  nueve  siglos  que  transcurrieron  entre 
Planto  y  el  bachiller  Fernando  de  Rojas,  una  sola  obra  que  sepamos  volvió  á  llamarse 
tragicomedia  ('),  nos  inclinamos  á  admitir  la  derivación  plautina.  Pero  conviene  notar 

(.}')  Eita  excepción,  muy  curlosi  par  tratarse  de  una  piezri  fnndatla  en  ar_:^ninento  liistúr'co 
español  y  contemporáneo  (el  frustrado  regiciilio  de  Fernando  el  Católico  en  BarceN  na,  7  de  diciem- 
bre de  1492),  es  el  Fernandas  Servalus  de  Marcelino  Verardo  de  Ccsena,  8ob;ino  de  Carlos  Verardo, 
camarero  y  secretario  de  Breves  durante  los  pontiticados  de  Paulo  TI,  Sixto  IV,  Inocencio  Vlíl  y 
Alejandro  VI,  y  autor  de  la  Hixtoria  Baetica  seu  de  expugnutione  Granaiae,  drama  en  prosa  latina, 
excepto  el  argumento  y  el  prólogo,  que  están  en  versos  yámbic  >s. 

£1  Fernandas  Sérvalas  está  en  versos  exámetros,  y  en  rigir  los  versos  son  lo  único  que  pertenece 
á  Marcelino,  puesto  que  el  plan  fué  de  Carlos,  que  es  el  que  escribe  la  dedicaior'a  al  Cardenal 
Mendoza:  «Materiam  ipsam  Maroellino  nepoti  et  alumno  meo,  qui  Poesi  mirifice  delectatur,  versn 
»descr¡bendani,  poetici^que  coloribns  salua  rcrum  dignitate  ac  veritate  pingendam  exornandamque 
»tradidi». 

Tanto  la  Iliatoria  Buet'ica  'cuyo  asunto  es  la  conquista  de  Granada)  como  el  Fernandas  Sérvalas 
son  curiosas  muestras  de  la  tragedia  humanística,  y  una  y  otra  fueron  representadas  con  gran  pompa. 
La  primera  cu  el  palacio  del  Cardenal  Rario  y  en  fecha  conocid-i:  «Acta  ludis  Romanis,  Innocen- 
»tio  VIII  in  solio  Petri  sedente,  anno  a  Nat.  Salvatoris  MCoCCXCII,  undécimo  Kalendas  Maii», 
Del  ternand US  Sérvalas  sólo  sabemos,  por  la  dedicatoria  de  A''erardo,  que  patrocinaron  la  represer- 
tación  los  prelados  españoles  D.  Bernardo  de  Carvajal,  obispo  de  Badajoz,  y  D.  Juan  de  Medina, 
obispo  de  Astnrga,  y  que  fué  oída  con  gran  aplauso  por  el  Papa,  muchos  cardenales  y  obispos  y  otra 
porción  de  egregias  personas:  «Tanto  autem  fauore  et  attcntione  ab  ipso  Poutifice  Máximo,  pluri- 
»busque  üardiiialibus  ac  praesulibiis  (ut  inferiores  taceam..  )» 

Kn  este  prólogo  es  donde  Verardo  aplica  á  su  obra  el  dictado  de  tragicomedia,  olvidado  desde 
Plauto.  Y  la  ll.nii  I  a  i  por  tener  triste  el  principio  (la  herida  del  Rey)  y  alegre  el  desenlace,  en  que 


INTRODUCClüX  xLix 

que  el  poeta  romauo  Justifica  la  novedad  del  título  con  la  mezcla  de  personajes  trágicos 
y  cómicos,  y  el  autor  castellano  con  la  mezcla  de  placer  y  dolor,  lo  cual  es  mucho  más 
racional  y  filosófico:  <vOtros  han  litigado  sobre  el  nombre,  diziendo  que  no  se  avia  de  11a- 
»mar  comedia,  pues  acabava  en  tristeza,  sino  que  se  llamase  tragedia.  El  p)-imer  autor 
»  quiso  darle  denominación  del  principio,  que  fue  plazer,  e  llamóla  comedia.  Yo,  viendo 
»  estas  discordias  entre  estos  extremos,  partí  agora  por  medio  la  porfía,  e  llamóla  traxjl- 
■i  comedia'^ . 

El  nombre  quedó  en  la  literatura  española  del  siglo  xvi,  y  fué  aplicado  á  obras  de 
muy  vario  argumento.  Gril  Vicente,  que  en  tantas  cosas  fué  tributario  de  la  Celestina^ 
llamó  tragicomedias  á  una  sección  entera  de  sus  obras,  en  que  se  mezclan  piezas  .ale- 
góricas, como  el  Triamphü  do  invenía  y  la  Serra  da  Estrella^  con  dramas  caballeres- 
cos, como  Do7i  Diiardos  y  Amadís  de  Gaula.  Tragicomedia  alegórica  del  Paraíso  y  del 
Infierno  se  rotula  la  excelente  refundición  castellana  de  una  de  las  Barcas  del  mismo 
Gil  Vicente,  impresa  en  Burgos,  en  1539.  Una  de  las  piezas  de  la  Turiaua^  atribuidas 
á  Juan  de  Timoneda,  lleva  el  título  de  Tragicomedia  Filomena.  En  la  numerosa  serie 
de  las  Celestinas^  sólo  una,  la  de  Sancho  Muñón,  conserva  el  dictado  de  Tragicomedia 
de  Lisandro  y  Roselia. 

Ninguna  de  las  comedias  de  Planto  y  Terencio  presenta  una  acción  análoga  á  la  de 
la  Celestina^  pero  hay  en  casi  todas  rasgos  de  parentesco  y  semejanza  que  las  hacen 
hasta  cierto  punto  de  la  misma  familia  dramática  (').  Kojas  se  asimiló  muchos  de  los 
elementos  de  la  comedia  latina.  La  continua  intervención  de  los  siervos  en  las 
intrigas  amorosas  de  sus  amos  hacen  al  Líbano  de  la  Asinaria,  al  Toxilo  y  al  Sagaris- 
tión  de  El  Persa,  al  redomado  Pseiidolo  que  da  título  á  una  comedia,  al  Epidico  pro- 
tagonista de  otra,  al  Crisalo  de  Las  dos  Báqaides^  precursores  remotos  de  Sempronio 
y  Pármeno.  Lo  mismo  puede  decirse  del  Davo  de  la  Andria,  del  Siró  del  Heautonli- 
moriimenos,  del  Geta  del  Formion,  del  Pármeno  del  Eitnuco,  que  ni  siquiera  ha  teni- 
do que  cambiar  de  nombre. 

se  le  ve  rcstituiílo  á  la  salud:  «.Putest  eniín  Itaec  nostru,  uf  Amphitruonem  suum  Flaaíus  cippelUit, 
)>lragicocomoed¡a  nuncitpari^  quia  personariuii  dignitas  et  Regiae  maiestutis  impla  illa  violatio  ad 
"bTragoediam,  iucundus  vero  exitus  reruní  ad  Comoediam  perünere  vkleantury>. 

Ambas  tragedias  fueron  impresas  en  R'>ina,  con  otras  poesías  latinas  de  ambos  Vcrardos, 
en  1493,  per  Magistruní  Euchar'tum  Silber  alias  Franck.  ILi}'  otras  varias  ediciones  do  la  Historia 
Baelica  entre  ellas  la  famosísima  de  Basilea,  1494,  que  coniie.ie  la  carta  de  Culón  <íde  insulis  in 
mari  Indico  nuper  inventist).  Del  Fern-tndua  Serratun  no  conozco  más  reimpresión  que  la  de  Si  ras- 
burgo  de  1513,  unida  á  otros  opúsculos  latinos  de  vari;>s  autores  (Argrntoraii,  Ex  officina  Matthiae 
tichurerii  Sehsteiuls  Mente  Aprili  Anno  M.  D.  XI í I). 

Me  parece  fuera  de  duda  que  Fernando  de  Rojas  conocía  la  obra  de  Verardo,  que  por  su  asunto 
debió  de  divulgar,  e  bastante  en  España,  y  quizá  la  lectura  de  su  prólogo  le  sugirió  la  idea  de  cam- 
biar el  titulo  de  Comedia  que  había  dado  á  la  Celestina  en  tragicomedia.  Obsérvese  también  que  la 
explicación  que  da  del  nombre  conviene  con  la  de  Verardo  y  no  con  !a  de  Planto.  Pero  puede 
admitirse  la  influencia  simultánea  de  los  dos  textos.  Ten^^o  por  seguro  qi:e  la  Celestina  estaba 
escrita  antes  del  Fernandus  Sérvalas,  pero  en  su  primitiva  fo  ma  no  se  llamaba  t'^agicomedia,  tino 
comedia. 

O  h\  derivación  terencia:ia  está  indicada  ya  por  el  más  antiguo  imitador  de  la  Celestina,  don 
Pedro  Manuel  de  Urrea,  en  i  1  prólogo  de  su  Penitencia  de  amor  (1514).  «Esta  arte  de  amores  está 
Dya  muy  vsada  en  esta  manera  por  carias  y  por  genas  que  dize  el  Terencio,  y  naturalmente  es  eslylo 
y>del  Terencio  lo  que  hablan  en  ayuntamient'>.i)  (Pág.  3  de  la  reimpresión  de  Foulché-Delbosc  ) 

CRÍr.ENKS    DE    T..4    XOVIÍI.A.  — 111 .— <Z 


L  ORÍGENES  ÜE  LA  NOVELA 

Abundan  también  en  el  teatro  latino  los  rufianes  propiamente  dichos  (lenones),  que 
trafican  con  la  venta  de  mujeres,  como  el  Capadocio  del  CurcuIiOy  el  Labrax  del 
Budens^  el  Dordalo  de  El  Persa,,  el  Sannion  de  los  Adelfos  j  otros  varios,  casi  iodos 
escarnecidos  j  burlados  en  su  torpe  lucro  por  las  estratagemas  de  los  siervos.  Cuando 
desapareció  la  esclavitud  en  la  forma  en  que  la  conocieron  los  pueblos  clásicos,  tuvie- 
ron que  resultar  exóticas  en  cualquier  teatro  moderno  las  intrigas  á  que  dan  lugar  los 
raptos  de  doncellas,  su  exposición  en  público  mercado  y  los  reconocimientos  ó  a?iag- 
norises  que  las  hacen  pasar  súbitamente  de  la  condición  servil  á  la  ingenua.  Xuestro 
autor  se  abstuvo  cuerdamente  de  imitarlas,  al  revés  de  lo  que  hicieron  los  poetas 
cómicos  de  Italia  en  el  siglo  xvf  con  monotonía  servil  y  fatigosa. 

Pero  había  otra  figura  cómica  en  el  teatro  latino,  que  podía  trasplantarse  á  la  esce- 
na moderna:  el  soldado  fanfarrón,  el  miles  gloriosus,,  bravo  en  palabras  y  corto  en 
hechos,  que  al  pasar  á  las  imitaciones  adquiere  algunos  de  los  caracteres  del  le7io.  No 
es  ya  mercader  de  esclavos,  pero  vive  cínicamente  con  el  tráfico  vil  de  sus  protegidas. 
Tal  es  el  rufián  Centurio,  llamado  así  irónicamente,  no  por  ser  capitán  de  cien  hom- 
bres, siüo  por  rufián  de  cien  mujeres.  El  abolengo  de  estos  milites,  que  en  los  siglos  xvi 
y  xvíi  inundan  nuestra  escena  y  la  italiana^  se  remonta  á  aquellos  otros  figurones 
que  en  el  repertorio  de  Planto  llevan  los  retumbantes  nombres  de  Therapoiitigono  (en 
el  Curculio),  de  Pyrgo polinices  (en  el  Miles  gloriosus),  de  Strasophanes  (en  el  Trii- 
culentus).  Todos  ellos  tienen  por  nota  característica  la  fanfarronada:  todos  se  jactan 
sin  cesar  de  sus  imaginarias  proezas;  todo  el  mundo  se  burla  de  ellos  y  de  sus  ridícu- 
los amoríos;  son  víctimas  de  los  parásitos  y  de  las  rameras,  y  á  todos  cuadra  la  descrip 
ción  que  Palestrio  hace  de  su  amo: 

ijloriosiis,  inpudensí 

Stercoreus,  plenus  perjuri  atqiie  aduUeri: 
Ait  sese  ultro  omneis  midieres  sedar ¿er. 
Is  deridicidu' st^  qiiaqua  incedit,  ómnibus. 

(M.  G.,  Acto  n,  --cena  I.  v.  11-14). 

Apenas  hay  comedia  latina  sin  meretrices,  porque  los  hábitos  de  la  antigua  escena 
rara  vez  toleraban  intrigas  amorosas  con  mujeres  de  condición  libre,  sino  con  esclavas  y 
libertas.  Pero  entre  estas  cortesanas  hay  muchos  grados.  Las  de  Terencio  suelen  ser 
enamoradas  sentimentales,  que  desmienten  con  la  delicadeza  de  sus  afectos  el  oprobio 
unido  á  su  nombre  y  oficio.  La  honestidad  de  su  lenguaje  es  tal,  que  los  más  severos 
educadores  cristianos  no  han  tenido  reparo  en  poner  el  volumen  de  las  comedias  teren- 
cianas,  con  muy  ligera  expurgación,  en  manos  de  sus  alumnos  (').  Las  heroínas  de 
Plauto,  por  el  contrario,  suelen  pertenecer  al  mismo  mundo  que  Elicia  y  Areusa,  y 

(')  Bien  conocido  es  el  pasaje  de^ossuet  en  su  carta  al  Papa  Inocencio  XI  sobre  los  estudios 
del  Delfín  de  Francia:  «Quid  memoreiu,  utDelpliinns  in  Terentio  suaviter  atque  utiliter  luserit: 
))quantaque  se  híc  reroin  humanarum  exenipla  praebuerint,  intuenli  Jallace»  volupLitum  ac  mulieV' 
7>cularuni  illecehras,  adolesceniulorum  impotentes  et  caecos  ímpetus;  luhrica:n  aetutem  a  servoriim  )i> 
«minisieriis  atque  adulaiione  j^er  devia  praecip'itatam,  tum  suis  exagitatam  erroribus,  atque  amoribus 
))cruciatam,  neo  niai  rairaculo  expeditaní,  vix  tándem  CDuquiescentcín  ubi  ad  ofQciuoi  redierit.  Hic 
»morum,  hic  aetatum,  hic  cupiditatura  naturam  a  summo  artífice  expressain;  ad  haec  personarnm 
)>Eormam  ac  lineumenta,  verosque  sermones,  dcnique  venustum  illud  aui  decens,  quo  aríis  opera 
Dcouimendetur.    Ñeque  interim  jucundissimo  poetae,  si  quae  licenlius  scripserit,  parcinms:  sed  e 


INTRODUCCIOX  Lí 

aun  peor.  Rasgos  hay  de  ternura,  por  ejemplo,  eu  la  escena  de  la  separación  de  Argiri- 
po  Y  Fílenla  en  la  Asinaria  (acto  III,  scena  III),  pero  ¿á  quién  no  repugnan  las  bajas 
complacencias  de  Filenia  con  el  padre  y  el  hijo  simultáneamente? 

Las  comedias  de  Planto  donde  más  de  propósito  se  pintan  costumbres  meretricias 
son  las  Bacchides,  la  Cistellaria  y  el  Truculentus.  En  todo  esto  no  se  ve  ninguna 
imitación  directa.  Más  importante  es  la  galería  de  las  lenas^  no  sólo  porque  desempe- 
ñan el  mismo  oficio  que  Celestina,  sino  porque  se  muestran  como  ella  razonadoras  y 
sentenciosas  y  dan  verdaderas  lecciones  de  perversidad  á  sus  educandas.  Así  Cleereta 
en  la  Asinaria,  Scafa  en  la  MosieUaria^  y  más  especialmente  otra  lena  anónima  que 
adoctrina  en  la  Cistellaria  á  Silenia  y  á  Gimnasia  (acto  I,  scena  I).  Añádase  el  rasgo 
común  de  la  embriaguez  consuetudinaria  y  parlante.  «Multiloqua  et  multibiba^  es  la 
«amiSD  de  la  Cistellaria.  «Multibiba»  y  «.)ne7-obiba»  son  epítetos  que  se  aplican  á  la 

del  Ciircitlio^ 

(Juasi  tu  larjenas  ilicas,  ubi  vinum  solet 
Chiiim  esse. 

(Acto  1,  jcena  I.  \.  78-7U). 

Las  palabras  con  que  celebra  el  vino  tienen  el  mismo  entusiasmo  ditirámbico  que 
las  de  Celestina  en  el  aucto  IX  de  la  Tragicomedia: 

Salve  anime  mi, 
Liberi  Icpos:  ut  veteris  veiusti  cupida  sum! 
Nam  omnium  unguentum  odor  prae  tuo  nautea  'st. 
Tu  mihi  stacte,  tu  cinnamomuní,  tu  rosa, 
Tu  crocinum  et  casia  es,  tu  bdellium:  nam  ubi 
Tu  profusas,  ib  i  ego  me  pervelim  sepultam... 

(Acto  I,  scena  H,  v.  5-8). 

Rojas,  que  tan  versado  so  muestra  eu  las  letras  latinas,  ¿tendría  algún  conocimien- 
to de  las  griegas?  Xo  sería  inverisímil  el  caso,  porque  ya  en  su  tiempo  las  enseñaban 
en  Salamanca  Nebrija  y  Ai-ias  Barbosa,  pero  no  tengo  ningún  motivo  para  afirmarlo. 
Lo  que  me  parece  seguro  es  que  conoció,  á  lo  menos  en  la  versión  latina  de  Marcos 
Musuro,  que  estaba  impresa  antes  de  1494,  el  poema  de  Museo  sobre  los  amores  de 
Hero  y  Leandro  ('),  de  donde  manifiestamente  está  imitada  la  catástrofe  de  Melibea. 

»nostrÍ8  pliiriinos  intempeíantius  queque  lusisse,  inirati,  liorum  lasciviam  exitiosam  moribus,  seve- 
•ris  imperüs  coercemus.»  (En  el  Terencio  de  Lemaire,  I,  p.  CLXVIII.) 

La  ejemplaridad  moral  que  Bossuet  encuentia  en  las  comedias  de  Terencio  es  por  el  estilo  de 
la  que  afectaba  el  bachiller  Rojas  y  celebran  sus  panegiristas.  Las  palabras  subrayadas  convienen 
extraordinariamente  con  el  encabezamiento  de  la  Celestina.  En  realidad,  ^Terencio  no  es  ningún 
severo  moralista,  pero,  aunque  gentil,  es  muy  casto  y  morigerado  en  la  expresión,  y  por  eso,  y  sin 
duda  también  por  el  prestigio  de  la  antigüedad,  le  otorgó  Bossuet  la  indulgencia  que  negaba  á 
Molitíre,  tan  castigado  por  sus  episcopales  anatemas.  A  la  fortuna  de  Terencio  en  las  escuelas  cris- 
tianas puede  ap-icarse  aquel  dístico  de  Ovi  lio  (Trist.  II,  I,  369): 

Fábula  jacundi  nulla  est  !>ine  amore  Menandri, 
Et  solet  hic  puetis  virginibasqne  legi. 

('  )  Véase  lo  que  sobre  este  particular  digo  en  mi  reciente  libro  acerca  de  Boscán  (p.  344).  El 
poemita  de  Museo  es  uno  de  los  dos  primeros  libros  griegos  impresos  en  España  (Alcalá  de  Hena- 
res, ¿1514?;;  fecha,  como  se  ve,  muy  posterior  á  la  Celestina;  pero  su  autor  pudo  conocer  las  edicio- 
nes de  Venecia  y  Florencia,  que  se  remontan  á  1494  ó  1495. 


ui  orígenes  de  la  novela 

Sólo  aquel  texto  clásico  pudo  sugerirle  la  ¡dea,  tan  poco  española,  del  suicidio,  porque 
es  idéntica  la  situación  de  ambas  heroínas  ó  idéntico  también  el  modo  que  eligen  de 
darse  muerte,  precipitándose  ambas  de  una  torre: 

Ilapá  ..j:«r,~roi  o'í  n'JpYO'j 
6p'j7:TÓ|jL£vov  CTnt)>io£(Tatv  fjz'  £Opa  .í  Vi  .póv  a  .o'.-f,v 
OJ'.oaXÉov  órj;i3a  r.cp!  a-rfizizi  ■/tTCüvi, 
po'Xtfiov  Tpo  .ápr.voí  á:;*  T,Xtoá-0'j  ~íii  r.iJp-;o-. 
Kio'  Hp(b  Tíívíi  '.cv  i:i'  ¿XX'j[i.ivw  nipi  .ij-tti, 
áXXvtXtüv  6'  iróvavTO  /.a';  sv  Ttu¡j.áTfo  r^cp'  óXÉOp(¡J. 

J^ud  fundnmenium  vero  iurris 

Düanialuní  scopulis  ni  vidü  mortuuin  marilum, 

Artificiosam  disrumpens  circa  pectore  tunicam 

Violenler  praeceps  ab  excelsa  cecidit  turri. 

At  Hero  j^eriil  super  viortuo  marilo, 

Se-invicem  cero  fructi-sunt  etiaiii  in  ullima pernicie  ('). 

Versos  que  tradujo  con  valentía,  especialmente  el  final,   nuestro  orientalista  D.  José 

Antonio  Conde: 

Desde  los  pechos  rasga  el  rico  manto, 
y  al  mar  se  lanza  desde  la  alta  torre; 
Así  murió  por  su  difunto  esposo, 
Y  hasta  en  la  misma  muerte  se  gozaron  (^). 

Esta  apoteosis  del  Amor  triunfante  de  la  Muerte  es  una  de  las  cosas  más  notables 
de  la  Celestina^  y  no  creo  que  pueda  referirse  á  otra  fuente  literaria  que  la  indicada.  El 
delirio  amoroso  de  los  poemas  del  ciclo  bretón  es  cosa  muy  ditereute,  y  el  lento  y  torpe 
suicidio  del  Leriano  de  Xa,  Cárcel  de  Amor,  que  se  extingue  de  hambre  bebiendo  en  una 
copa  de  agua  los  pedazos  de  las  cartas  de  su  amada,  por  ningún  concepto  anuncia  la 
arrogante  y  desesperada  resolución  de  Melibea. 

Pero  no  basta  con  los  estudios  clásicos  puros  para  explicar  la  elaboración  de  la 
Celestina.  Tuvo  el  drama  antiguo  una  continuación  erudita  que  nunca  faltó  del  todo 
aun  en  los  siglos  más  oscuros  de  la  Edad  Media,  aunque  llegara  á  perderse  el  genuino 
sentido  de  las  voces  tragedia  y  comedia  y  no  quedase  rastro  alguno  de  representacio- 
nes en  público  teatro.  Ya  no  fué  destinada  para  él  (aunque  sí  para  cierta  escena  privada 
3"  aristocrática)  la  única  obra  cómica  del  tiempo  del  Imperio  que  nos  ha  quedado:  la 
ingeniosa  y  elegante  comedia  Querolus  ó  Querulus,  que  puedo  estimarse  como  una 
continuación  de  la  Aulalaria  de  Plauto,  cuyo  puesto  y  título  usurpó  durante  los  siglos 
bárbaros.  Esta  pieza-,  de  autor  ignoto,  compuesta  al  parecer  en  la  Galia  Meridional  á 
principios  del  siglo  v  y  dedicada  á  un  Kutilio,  que  bien  puede  ser  Rutilio  Namaciano  el 
autor  del  Itinej'arium,  tuvo  por  auditorio  á  los  comensales  del  mismo  Rutilio,  según 
se  infiere  de  la  dedicatoria:  vNos  hunc  fabellis  atque  mensis  librum  scripsimus».  Es  lo 
que  hoy  diríamos  una  «comedia  de  gabinete» ,  fruto  tardío,  auuque  sabroso,  de  un  gramá- 
tico de  la  decadencia.  En  su  primitiva  forma  esta  comedia  seguía  las  tradiciones  métricas 
del  teatro  latino,  pero.fué  prosificada  en  la  Edad  Media,  como  lo  fueron  taubión  las 

(')   E  '.  de  Dübncr  en  la  cjiecciún   D.'ilot,  \  ág.  9. 

(-)  l'oeai'.iH  (h  Safo,  Meleagro  y  Maneo,  traducidas  del  griego  ..  Madri  I,  17l.)7,  [  ú^.  133. 


IXTRODL'CCIOX  Lili 

fábulas  de  Fedro.  Varios  eruditos  hau  trabajado  ea  restituirla  á  su  lección  primitiva, 
entre  ellos  Kliukbamer  (1825)  y  más  recientemente  L.  Havet,  que  al  parecer  ha  salido 
triunfante  de  la  empresa.  De  su  delicado  y  minucioso  análisis  resulta  que  el  Querolus 
fué  escrito  no  en  un  pes  clodus  como  el  que  Bücheler  ha  notado  en  las  inscripciones  de 
África,  sino  en  tetrámetros  trocaicos  catalécticos  y  tetrámetros  yámbicos  acatalecto>:,  y 
con  arreglo  á  este  principio  logra  restaurar  gran  número  de  versos  ('). 

Cinco  siglos  nada  menos,  y  una  transformación  total  del  mundo,  sepai-an  el  Quero- 
lus de  las  seis  comedias  que  en  el  siglo  x  compuso  la  monja  alemana  Rosvita  fllrgis- 
vitha)  bella  y  simpática  figura  en  el  renacimiento  literario  de  la  corte  de  los  Otones. 
Estas  seis  piezas,  que  forman  la  segunda  parte  de  sus  obras  (liber  dramática  serie  con- 
textus).  no  llevan  la  menor  indicación  de  haber  sido  representadas,  ni  nadie  sostiene  ya 
que  lo  fuesen,  aunque  Alagnín  lo  defendió  con  deslumbradores  argumentos  (-)  y  sobre 
ellos  fantaseó  libremente  la  crítica  romántico.  Por  su  argumento  son  leyendas  religio- 
sas, que  sólo  en  estar  dialogadas  se  diferencian  de  otras  varias  que  Rosvita  trató  en 
narración  épica.  Por  su  forma  ó  estilo  quieren  ser  imitaciones  de  Terencio,  y  al  mismo 
tiempo  una  especie  de  antídoto  contra  el  veneno  de  las  ilícitas  pasiones  que  representó 
en  sus  versos  aquel  poeta  (3).  Xada  á  primera  vista  menos  terenciano  que  las  comedias 
de  Rosvita,  que  ni  siquiera  tienen  división  de  actos  y  escenas;  que  no  están  en  verso, 
sino  en  prosa;  que  sólo  presentan  triunfos  de  la  castidad  y  de  la  fe,  conversiones  do 
pecadores,  luchas  heroicas  de  santos  mártires,  y  que  en  su  latinidad,  cuyo  mérito  se  ha 
exagerado,  aunque  es  notable  para  su  tiempo,  poco  ó  nada  conservan  de  aquella  flor  de 

(')  Le  Querolus.  comedie  latine  anonyri-e.  Texte  en  '-erg  restitué  daprés  un  principe  nouveau.  . 
París.  Vieweg.  18^"». 

[-)  Théátre  de  HroUsvitha,  religieuse  uUeinande  du  X*""^  iiede...  París,  1845,  págF.  VI  y  XLI  ilc 
ia  introducción  y  en  vanos  lugares  de  las  notas.  Esta  insostenible  paradoja,  aventurada  prí mero  por 
VilJemain  y  monstruosamente  exagerada  por  I'liilaréte  Cliasle*,  fué  victoriosamente  impugnada  por 
Du  Méril  en  sus  Origene*  luiinex  du  théátre  rnodeme  Ipp.  16-19)  y  por  otros  críticos  posteriores, 
entre  los  cua'es  no  debe  omitirse  á  nuestro  Fernáníle/.  Espino,  autor  de  un  extenso  y  juicio?©  trabajo 
sobre  Rosvita,  inserto  en  sus  Entudios  de  literatura  i/  de  critica  (Sevilla,  1862,  pp.  181-266).  Hoy 
tolo  el  mundo  admite  que  los  dramas  de  Rosvita  fueron  escritos  únicamente  parala  lectura.  Vid.  espe- 
cialmente Kopk,  Hrotsuitron  Gandergheim.ZurLiteraturgeschichtedeilOJahrhundert,  Berlín,  1869, 
y  A.  Ebert,  ffiístoria  General  de  la  Literatura  de  la  Edad  Media  en  Occidente  (traducción  francesa 
de  Aymeric  y  Coi.daniin,  tomo  III,  1889,  pp.  3i0-367).  Posteiiores  á  la  edición  de  Magnin  hay 
dii9  por  lo  menos,  la  de  Benedixen,  que  ^e  contrae  á  bi  pirte  drau; ál\c&  (Hrogiüthae  Gamlershemensis 
Comoediag  VI  ad  fidem  ccdicis  Emmeramengig  tijpig  exjireggas  edidit...L.iiheck.  1857).  y  la  de  Barack, 
que  86  extiende  á  todas  las  obras  {Die  Werke  der  Broiticitlta,  Nuremberg,  1858). 

R  svita  parece  condenada  á  Krvirde  blanco  á  críticos  excéntricos  ó  imaginativo?.  Fn  1867, 
José  Aschbacli  llegó  á  sostener,  en  una  Memoria  de  la  Academia  Imperial  de  Vieiia  \Rogwitha  und 
Conrad  Celtes),  que  sus  obras  eran  ajócrifas  y  liabjan  sido  forjadas  por  Celtee  y  otros  Immanistas  del 
siglo  XVI.  De  esta  opini<jii  dio  buena  cuenta  Waitz  ^Go'éiting.  gelehrte  Ameigen,  1867,  pp.  1261  y  «s.)  y 
no  lia  sido  tomada  en  cupnta  por  nadie. 

C)  «Plures  inveniuntur  catholici,  cujus  nos  penitus  expurgare  nequimus  facti,  qui  pro  culliorii* 
•facundia  sermonis,  gentilium  vanitatem  librorum  utiütati  praeferunt  sacrarum  Scripturarum.  Suut 
»etiara  alii  sacris  inberontes  paginis,  qui  licet  a!ia  gentilium  spernant,  Terentii  tamen  figmenta  frr- 
•qoeniius  lectitant,  et,  dum  dulcedine  sermonis  delectantur,  nefandarum  rerum  notitia  maculantur. 
>Unde  ego,  clamor  vulidus  ganderghemengis^  non  recu.»av¡  illum  imitari  dictando,  dum  alii  colunt 
ílegendo ;  q:io,  eodtm  dictationis  genere^  quo  turpia  lascitarum  incesta  feminarurn  recitabantur, 
>laudabiiis  sacrarum  castimonia  virginimi,  justa  mei  fa'^uitatem  ingenioli,  celebraretur.»  (P.  6  de 
la  ed.  de  Maguió.) 


Liv  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

aticismo  y  gracia  urbana  que  es  el  mayor  encanto  de  Terencio.  Pero  reparando  algo  se 
advierte  que  la  religiosa  de  Gandersheim  debe  á  la  asidua  lectura  del  poeta  cómico  ro- 
mano, no  sólo  la  relativa  pureza  de  su  lenguaje  y  ciertos  giros  marcadamente  imitados 
de  su  modelo,  sino  la  soltura  y  facilidad  con  que  llegó  á  manejar  el  diálogo  y  hasta 
algunos  atisbos  de  psicología  sentimental  y  amatoria,  de  que  ella  misma  parece 
ruborizarse  en  su  prefacio^  escrito  con  cierta  coquetería  mística  que  no  carece  de 
encanto  ( ' ).  Terencio,  aunque  sea  el  más  casto  de  los  poetas  antiguos,  es  al  fin  un  poeta 
del  amor.  Queriendo  Rosvita  imitarle  á  lo  divino  para  borrar  el  efecto  íe  sus  pintu- 
ras, no  retrocedió  ante  los  coloquios  amatorios,  ni  temió  penetrar  con  los  ermitaños 
Abraham  y  Pafnucio  en  los  pecaminosos  lugares  de  donde  redimen  aquellos  santos  varo- 
nes á  María  y  á  Tais  (-).  Sólo  en  las  páginas  de  Terencio  pudo  adivinar  algo  de  aquel 
mundo  de  las  meretrices,  que  la  inspira  tan  candorosas  observaciones: .  «Hoc  meretri- 
^  QihvL^  antiquitus  fuit  in  more,  ut  alieno  delectarentur  in  amore». 

Las  obras  de  Rosvita  poco  importan  en  la  evolución  del  teatro  religioso  y  profano 
de  la  Edad  Media,  pero  son  un  anillo  en  la  historia  de  la  comedia  clásica,  y  bastarían- 
para  probar,  si  no  fuese  tan  notorio  el  hecho,  que  Terencio  es  de  los  raros  autores  que 

O  «Hoc  tamen  facit  non  raro  verecundari  graviq  le  robare  perfundi,  quod,  liiijus  modi  specie 
»dictationis  cogente,  detéslabilera  inlicite  aniantium  dementiam  et  male  dulcía  colloqtiia  eonim, 
jMjuae  nec  nostro  aiiditui  permittuntiir,  accomodari  dictando  mente  tractavi  et  stili  officio  desig- 
»nav¡.»  (Pág.  5.) 

(')  kAmícus. — In  domo  cujusdam  lenonis  habitationem  elegit,  qui  tenello  amore  illam  colit; 
»nec  frustra:  naní  omni  die  non  módica  illi  pecunia  ab  ejus  amatoribus  adducitur. 

y)Ahraham,—k  Mariae  amatoribus? 

-»Amtcus. — Ab  ipsis. 

y>Abraham, — Qui  sunt  ejus  amatores? 

y>Amicus. — Perplures.»  {Abrahamus,  se.  IV.) 

(cStabularius. — Fortunata  Maria,  laetare,  quia  non  solum  ut  hactenus  tui  coaevi,  sed  etiam 
»senio  jam  confecti  te  adeunt,  te  ad  amandum  confluunt. 

■»Maria. — Quicumque  me  diiigunt  aequalem  amoris  viceni  a  me  recipiunt. 

y)Abraham. — Accede,  IVIaria,  et  da  mihi  osculum. 

y>Maria. — Non  solum  dulcia  oscula  libabo  sed  etiam  crebris  senile  collum  amplexibua  mul- 
cebo.»  (Ib.,  se.  VI.) 

aMaria. —  Ecce  tricHninm  ad  inliabitandum  nobis  aptum;  ecce  lectus  haud  vilibus  stramentis 
compositus.  Sede  ut  tibi  detraliam  calciamenta,  ne  tu  ipse  fatigeris  discalciando...»  (Abrahamus^ 
se.  VIL) 

aPaphnutius. — Tu  ¡sthaec  iutro,  Thais,  quam  quaero? 

y>Thais. — Quis  hic  qui  loquitur  ignotus? 

T>Paphn.—kxnaiOT  tuus. 

y>Thais. — Quicumque  me  amore  colit,  aequam  vicem  amoris  a  me  recipit. 

y>Paphn. — O  Thais,  Thais,  quanta  gravissimi  itineris  currebam  spatia,  quo  mihi  daretur  copia 
»tecum  fandi,  tuique  faciem  contemplandi. 

«Thais. — Nec  aspecttim  subtraho,  nec  colloquium  denegó. 

y>Paphn. — Secretum  nostrae  confabulationis  desiderat  solitudinem  loci  secretioris. 

y>ThaÍ8. — Ecce  cubile  bene  stratum  et  delectabile  ad  inliabitandum.»  {Paphnuthis,  se.  III  ) 

No  deja  de  ser  una  de  las  curiosas  ironías  que  suele  ofrecer  la  historia  el  que  las  primeras  esce- 
nas lupanarias  del  teatro  moderno  hayan  sido  trazadas  por  la  pluma  castísima  de  una  religiosa  que 
en  su  mismo  atrevimiento  revela  la  pureza  de  su  alma  y  la  rectitud  de  su  intención» 


INTRODUCCIÓN  lv 

tavierou  el  privilegio  de  atravesar  incólumes  la  Edad  Media,  sin  que  fuese  preciso  des- 
enterrarlos en  los  grandes  días  del  Renacimiento, 

No  acontece  lo  mismo  con  Plauto.  De  este  padre  de  los  donaires  cómicos  sólo  se 
conocieron  antes  del  siglo  xv  ocho  piezas,  y  aun  éstas  se  leían  muy  poco  (Amphitruo, 
Asinaria^  Aulularia^  Captivi,  Ciircidio^  Casina,  Cistellaria,  Epydícas).  Hay,  sin  em- 
bargo, en  la  literatura  de  los  siglos  xii  y  xui  un  género  curiosísimo  de  comedias  (así 
las  llamaban  sus  autores),  en  que  á  vueltas  de  otros  argumentos  aparecen  dos  ó  tres  de 
Plauto,  pero  tan  extrañamente  modificados  que  es  imposible  ver  en  ellos  imitación 
directa  de  las  piezas  originales.  Proceden,  á  no  dudarlo,  de  otras  reíundiciones  más 
antiguas  ('). 

Todas  estas  comedias  tienen  el  mismo  metro,  que  es  el  más  antidraraático  que  puede 
darse:  el  dístico  de  exámetros  y  pentámetros,  á  imitación  de  Ovidio.  Se  las  designa, 
por  eso,  con  el  calificativo  de  comedias  elegiacas.  Algunas,  como  la  de  Vetula,  están 
completamente  dialogadas;  otras,  y  son  las  más,  mezclan  el  diálogo  con  la  narración, 
y  realmente  no  son  tales  comedias,  sino  cuentos  en  verso,  que  por  lo  cínicos  y  desa- 
forados corren  parejas  con  los  más  licenciosos  fabliaux  compuestos  en  lengua  vulgar. 

Las  dos  muestras  más  antiguas  y  más  plautinas  de  la  comedia  elegiaca  pertenecen 
á  un  mismo  autor,  Vital  de  Blois  ( Vitalis  Blesse?isis).  A  lo  menos,  él  creía  imitar  á  Plau- 
to, y  se  escuda  con  su  nombre: 

Qui  releget  Plauhwi,  mirabitur  altera  forsan 
Nomina  persmiis  quam  mea  scripta  notent. 


Ahsolvar  cidpa;  Plautum  sequor... 
«, 

Haec  mea  vel  Plauti  comoedia,  nomen  ab  olla 

Traxit,  sed  Plauti  quae  fuit,  illa  mea  est... 
Curiari  Plautum]  Plautum  haec  jactura  beabit, 

Ut placeat  Plautus,  scripta  Vitalis  emunt.- 
Amphytrion  nuper,  nunc  Aulidaria  tándem 

Senserunt  senio  pressa  Vitalis  opem. 

En  realidad,  no  conocía  ni  por  asomos  al  verdadero  Plauto.  La  Auhdaria,  que  re- 
fundió y  abrevió,  era  el  Querolus.  El  Anfitrión^  disfrazado  con  el  nombre  de  Comedia 
de  Geta,  tampoco  procede  del  genuino  Anfitrión  plautino,  sino  de  una  imitación  más 
moderna,  probablemente  contemporánea  del  Querolus.,  puesto  que  á  mediados  del 
siglo  V  alude  á  ella  Sedulio  en  los  primeros  versos  de  su  Carmen  Paschale: 

Quuyn  sua  gentiles  studeant  figmenta  poetae 
Grandisonis  pompare  modis^  tragicoque  boatu, 
^Ridiculove  Getay> ,  seu  qualibet  arte  canendi, 
Saeva  nefandarum  renovent  contagia  rerum  ('). 

{')  Aun  á  riesgo  ile  incurrir  en  digresión,  me  extiendo  algo  sobre  las  comedias  elegiacas  y  las 
comedias  hiunanisticas ,  por  ser  géneros  poco  conocidos  en  España. 

(*)  CaelU  Sedvlii  Opera  Omnia (ed    del  P.  Faustino  Arévalo),  Roniae,  1794,  apud  Antonium 

Fulgonium ,  p.  155. 

Du  Méril  fué  el  primero  que  llamó  la  atención  sobre  estos  versos  en  sus  Origines  Latinei  du 
Théátre  Moderne,  p.  15. 


Lvi  orígenes  de  la  novela 

,  En  el  poema  de  Vital  de  Blois,  la  fábula  de  Júpiter  y  Alcumena  queda  muy  en 
segundo  término,  y  todo  el  interés  s?  concentra  en  dos  figuras  de  esclavos,  Geta  y 
Birria.  El  primero,  que  sustituye  al  Sosia  do  Plauto,  es  la  caricatura  de  un  fámulo 
escolástico  de  la  Edad  Media,  cargado  de  libros  y  de  presunción  pedantesca.  Hace  con- 
traste á  su  figura  la  del  otro  siervo,  Birria,  grosero,  lerdo  é  ignorante,  que  triunfa  de  la 
vana  dialéctica  de  su  compañero  por  no  haberse  depravado  y  entontecido  en  las  escuelas 
como  él.  Este  dato,  que  no  carece  de  ingenio,  contribuyó  mucho  á  la  popularidad  de 
esta  comedia,  de  la  cual  se  encuentran  rastros  en  todas  las  literaturas  medioevales. 

Imitación  de  Plauto  (')  pudiera  juzgarse  también  por  el  título  la  Comedia  de  milite 
glorioso^  atribuida  á  Mateo  de  Vendóme  ('^),  pero  de  la  obra  antigua  apenas  ha  quedado 
más  que  el  título.  Los  lances  son  enteramente  diversos  y  pertenecen  al  fondo  más 
escandaloso  de  la  novelística  popular  {^).  Lo  mismo  puede  decirse  de  la  Comedia  Mi- 
lonis,  cuyo  autor,  que  es  el  mismo  Mateo,  declara  su  nombre  en  el  verso  final: 

Dehile  «Maihaei  VinJorinensis»  ojms. 

Esta  pieza  es  de  origen  oriental,  y  so  deriva  remotamente  de  un  episodio  del  Sende- 
bar.  El  héroe  se  llama  Milón  de  Constan tinopla,  y  la  pieza  misma  se  da  como  imita-' 
ción  de  las  fábulas  griegas  [ludiera  grceca).  Y  efectivamente,  por  la  Grecia  bizantina 
pasaron  todas  estas  historias  antes  de  incorporarse  á  la  cultura  europea  (*). 

La  Comedia  Lydia,  también  de  Mateo  de  Vendóme,  es  un  largo  fabliau^  cuyo 
principal  interés  consiste  en  ser  fuente  de  la  novela  9.*,  jornada  7."  del  Decamerofi^ 
es  decir,  de  la  historia  del  peral  encantado  (•').  Pero  la  más  cínica  y  brutal  do  estas 
composiciones  es  la  Alda,  atribuida  á  Guillermo  de  Blois.  Quienquiera  que  fuese  el 
poeta,  se  da  por  imitador  nada  menos  que  de  Menandro: 

• 

Venerat  in  Unguam  nuper  peregrina  latinam 

Haee  de  Menandri  fábula  rapta  siini.,. 

O  Vid.  Flistoire  Liltéraire  de  la  Frunce,  tomo  XV,  pp.  428-434,  y  tomo  XXII,  pp.  39-50  (artícu- 
lo de  Víctor  Le  Clero);  Bozon,  DeVitali  Bhaensi  [Rotliomagi,  1880);  Müllenbach,  Comoediae  clegiacae 
(Bonn,  1885). 

(^)  Publicada  por  Edeléstand  Dii  Méril,  Origines  Latines  du  Théátre  Moderne,  París,  1849, 
pp.  285-297.  Sobre  Mateo  de  Vendóme  vid.  Histoire  Liltéraire,  tomo  XV,  pp.  420-428,  y  tomo  XXII, 
pp.  55-G4. 

O  Víctor  Le  Olere  notó  la  semejanza  del  desenlace  con  la  fábula  4."  de  la  Noche  4."  de  Straparola. 

(*)  El  Milo  fué  publicado  por  Mauricio  Haupt  en  s-us  Exempla  poesecs  Intinae  medli  uevi 
(Viena,  1834). 

(*)  La  Comoedia  Lydiae  fué  publicada  por  Du  Méril  en  la  tercera  serio  de  su  colección  de  textos 
latinos  de  la  Edad  Media  (Poésies  Liédites  du  Moyen  Age,  precedées  d'une  histoire  de  la  fahle  ésopi- 
que,  París,  1854,  pp.  350-373). 

La  atribución  de  la  Lydia  y  del  Miles  gloriosus  á  Mateo  de  Vendóme  ha  sido  impugnada  por 
críticos  más  modernos,  que  sólo  atribuyen  á  Mateo  el  Milo  y  consideran  las  otras  dos  comedias 
como  de  autor  desconocido,  aunque  uno  mismo,  según  se  infiere  de  los  primeros  ver.so8  de  la  Lydia: 

rostquam  prima  Equitis  ludentis  témpora  risit, 

Mox  aciiit  mentem  musa  secunda  meaní; 
Ut  nova  Lidiades  vetares  imitata  placeret, 

Finxi  femineis  quoque  notanda  dolis. 

Vid.  Oloetta,  Beitrüge  zar  Lileraturgeschichle  des  Miltelulters  und  der  Renaitaance.  I.  Komddie 
vnd  Tragodie  Im  Mittelalter Halle,  1890,  p.  79, 


IXTRODUCCIOX  Lvii 

Su  argumeüto  recuerda  muclio  el  del  Eunuco,  de  Tereticio,  salvo  que  el  seductor 
no  se  hace  pasar  por  eunuco,  sino  por  mujer:  tema  comúu  de  muchos  cuentos  libidino- 
sos desde  la  aventura  de  Aquiles  j  Deidamia.  La  comedia  de  Tercncio  era  una  imita- 
ción del  Phasma  de  Menandro,  como  en  su  prólogo  se  declara,  y  es  muy  verisímil 
que  on  alguna  refundición  del  Bajo  Imperio  se  hubiese  sustituido  el  nombre  del  poeta 
griego  al  del  imitador  latino,  con  lo  cual  tendríamos  un  caso  análogo  al  Querobis  y 
ai  Amphitrion  (•). 

Completan  la  breve  serie  de  las  comedias  elegiacas,  la  de  Baucis^  la  de  Bahio^  la 
de  Affra  et  Ilavius  y  alguna  otra  de  menos  cuenta.  De  intento  hemos  reservado  para 
el  fin  las  dos  que  nos  interesan  para  este  estudio:  la  comedia  de  Vetula  y  el  LibeUiis 
de  Paulino  et  Polla. 

No  he  visto  en  España  códice  alguno  de  comedias  elegiacas,  pero  consta  de  un 
modo  indudable  que  fueron  conocidas  é  imitadas  algunas  de  ellas.  La  de  Geta  y  Birria 
está  aludida  tres  veces  en  el  Cancionero  de  Baena  (n.  115,  116,  117).  Dice  Alfonso 
Alvarez  de  Villasandino,  en  su  profecía  contra  el  cardeual  do  España  D.  Pedro  Fer- 
nández de  Frías,  escrita  hacia  1405: 

Cuenten  de  Byrra  toda  su  peresa, 
E  las  falsedades  de  Cadyna  e  Dyna,., 

Y  en  otra  poesía  del  mismo  autor  y  del  mismo  tiempo: 

Atyendan  venganr-a  del  muy  falso  Breta, 
Qual  ovo  de  Birra  su  compañero  (¿compadre?)  Gela. 

En  otros  versos,  muy  oscuros  por  cierto  y  revesados,  de  un  Maestro  Frey  Lopes, 
alusivos  también  á  la  caída  del  cardenal: 

Ya  Byrra  floresció  (¿floresce?)  por  su  condición: 
Del  que  por  peresoa  de  vida  discreta, 
Pierde  su  facienda  por  el  torpe  Geta^ 
Non  ha  este  mundo  nin  la  salvación  {^). 

¿Estos  versos  se  refieren  al  poema  latino  ó  á  alguna  versión  castellana  que  hubiese 
de  61?  No  es  temerario  conjeturarlo,  puesto  que  medio  siglo  antes  había  pasado  ya  á 
nuestro  romance,  mejorada  en  tercio  y  quinto,  la  obra  más  curiosa  de  este  género, 
Pamphilus  de  amorc^  llamada  también  Comedia  de  Vetula.  Intercalada  en  el  libro  mul- 
tiforme del  Arcipreste  de  Hita,  forma  casi  la  quinta  parte  de  61,  y  eso  que  ha  llegado  á 
nosotros  con  lamentables  mutilaciones  aun  en  el  manuscrito  más  completo,  en  el  que  fué 
del  Colegio  Viejo  de  Salamanca  (3). 

(')  Publicadií  por  Tomás  Wri^Iit  para  la  Penij  Soc'uty  (1842)  en  tirada  de  cortísimo  número  de 
ejemplares;  después  por  Dn  Móril  en  el  citado  t.imo  de  PoÁfies  Inédites  du  Moi/en  Age,  pp.  421-422, 
y  últimamente  por  E.  Lolimeyer,  Guilelmi  Blessensij  Alda,  Leipzig,  1892.  Sobre  Guillermo  di  Blois, 
vid.  Histoire  Litteraire,  tomo  XXII,  pp  b\-b5. 

(*)  El  Cancionero  de  Juan  Alfonso  de  Baena Mairid,  1851,  pp.  115,  116  y  118. 

(^)  El  episodio  comienza  en  la  copla  580  (ed.  de  Ducamin).  Al  códice  de  Salamanca  le  faltan, 
después  de  la  cuarteta  659,  teis  hoja-),  que  debían  contener  treinta  y  dos  cuarteta",  las  cuales  se 


Lvni  ORÍGENES  DE  LA  NÓTELA 

Habiendo  discurrido  largamente  acerca  del  Pamphilus  en  el  tomo  primero  de  estos 
Orígenes^  doy  por  sabido  todo  lo  que  allí  expuse  (')  sobre  la  fecha  probable  de  esta  co- 
media, sobre  su  especial  carácter  y  sobre  la  transformación  genial  y  luminosa  que  de  ella 
hizo  el  Arcipreste  de  Hita,  convirtiendo  en  un  cuadro  de  costumbres  lleno  de  vida  y  lo- 
zanía lo  que  en  el  original  no  es  más  que  una  árida  y  fastidiosa  rapsodia,  un  centón  de 
hemistiquios  de  Ovidio,  una  mala  paráfrasis  de  algunas  de  sus  lecciones  eróticas.  Claro 
que  en  el  fondo  el  Pauíphüus  es  el  esquema,  no  sólo  del  episodio  del  Arcipreste,  sino 
de  la  propia  Celestina,  pero  lo  es  de  un  modo  tan  simple,  tan  pueril,  tan  adocenado, 
que  casi  da  pena  acordarse  de  ól  cuando  se  trata  de  tales  obras  (-). 

No  está  probado,  á  pesar  de  la  rotunda  afirmaciór  de  Schack  (^),  que  Fernando  de 
Rojas  conociera  el  PainphUus  en  su  forma  original,  aunque  precisamente  en  su 
tiempo  menudearon  las  ediciones  de  esta  comedia,  que  llegó  á  ser  tan  rara  y  olvidada 
después;  y  algún  uso  debía  de  hacerse  de  ella  en  las  escuelas,  como  lo  indica  el  co- 
mento familiar  del  humanista  Juan  Prot.  Pero  realmente  no  necesitaba  haberla  leído, 
porque  todo  lo  que  de  ella  pudo  sacar  había  pasado  á  la  obra  del  Arcipreste,  que  es 
sin  duda  uno  de  sus  indisputables  predecesores. 

Este  gran  poeta  no  estaba  olvidado  en  el  siglo  xv,  aunque  por  su  estilo  y  su  métri- 
ca se  le  considerase  como  arcaico.  El  marqués  de  Santillana  le  nombra  en  su  famosa 
Carta  al  Condestable  de  Portugal,  y  el  Arcipreste  de  Talavera,  Alfonso  Martínez,  no 
sólo  le  cita  dos  veces,  sino  que  le  recuerda  cuanto  es  posible,  dada  la  diferencia  de 
géneros  que  cultivaron.  De  los  tres  manuscritos  que  nos  han  conservado  la  obra  poética 
del  primer  Arcipreste,  uno  procede  del  más  antiguo  de  los  colegios  mayores  de  Sala- 
manca, otro  de  la  catedral  de  Toledo,  ciudades  una  y  otra  tan  familiares  á  Eojas. 

Pero  la  evidencia  interna  se  saca  no  sólo  de  la  comparación  de  algunos  pasajes  de 
la  Celestina  con  otros  de  Juan  Ruiz,  en  que  están  manifiestamente  inspirados,  sino 
del  estudio  de  la  fábula  misma  y  de  los  cambios  que  en  ella  introdujo  el  Arcipreste, 

suplen  con  el  manuscrito  llamado  de  Gayóse  Hioy  de  la  Academia  E-pañola),  exceptuando  los  dos 
primeros  versos  de  la  6G0.  Pero  lo  que  desgraciadamente  no  puede  suplirse  de  ninguna  manera  es  la 
pérdida  total  de  otros  dos  folios,  LVIII  á  LXI,  que  fueron  sin  duda  intencionalmente  arrancados 
¡nidoris  causa^  y  contenían  gran  parte  del  desenlace  de  la  historia:  De  cjmo  doña  Endrina  fue  a  casa 
de  la  vieja  e  el  arcipreste  acabo  lo  que  quiso. 

Citaré  constantemente  el  texto  del  Arcipreste  por  la  edición  paleográfica  de  Juan  Dycamin,  única 
que  ho}-  debe  manejarse  (Juan  Ruiz  Arcipreste  de  Hita,  Libro  de  Buen  Amor,  texle  du  XIV"  siecle, 
publié pour  lo  preniiérefois  avec  les  lecons  des  trois  manuscrits  connus  ...  Tolosa  de  Francia,  ed.  Pri- 
vat,  1901). 

(1)  Orígenes  de  la  novela,  tomo  I,  pp.  XCVII-C. 

Eii  1900  reimprimí  el  Pamphilus  con  una  advertencia,  en  el  tomo  II  de  la  Celestina,  de  Vigo, 
conforme  al  texto  de  Adolfo  Baudouin  (París,  1874),  que  es  el  de  la  edición  parisiense  de  1499. 

(J^)  El  primer  erudito  que  señaló  la  Comoedia  de  Vetilla  como  fuente  del  Arcipreste  de  Hita  fué 
D,  Juan  Antonio  Pellicer  en  la  curiosa  nota  que  comunicó  á  D.  Tomás  Antonio  Sánchez,  y  publicó 
éste  en  el  tomo  IV  de  bu  Colección  de  Poesías  Castellanas  anteriores  al  siglo  XV,  Madrid,  1790, 
pp.  XXIII  á  XXIX.  Después  se  han  hecho  cargo  de  esta  imitación  casi  todos  los  que  han  escrito 
sobre  él  gran  poeta  castellano  del  siglo  xiv.  Véase,  como  ú'timo  estudio  importante,  el  de  D.  Julio 
Puyol  y  Alonso,  uno  de  los  jóvenes  de  más  sólida  cultura  que  tiene  España  (El  Arcipreste  de  Hita, 
Madrid,  1906,  pp.  266-279). 

(^)  Geschichte  der  dramatischen  Literatur  und  Kunst  in  Spanien,  Von  Adoph  Friedrich  van 
Schack,  2."  edición,  Francfort,  1854,  touao  1 .",  pág.  157.  Cf.  la  traducción  castellana  de  D.  Eduardo 
de  Miér  (Madrid,  1885),  tomo  1,»,  p.  275. 


INTRODUCCIÓN  ux 

alongándose  mucho  trecho  de  la  comedia  de  Panfilo  y  preparando  el  advenimiento 
de  la  oomedia  de  Calisto. 

Aunque  la  Vetilla,  como  todas  las  demás  elegías  dramáticas,  no  tiene  en  los  manus- 
critos división  de  actos  ni  de  escenas,  tanto  el  antiguo  comentador  Juan  Protcomo  el  mo- 
derno editor  Baudouin  reconocen  en  ella  cinco  actos  breves.  La  forma  es  enteramente 
dialogada,  sin  mezcla  de  relato  alguno,  j  podría  ser  representable  si  no  lo  estorbasen  su 
insulsez  y  la  escena  lúbrica  del  final.  El  Arcipreste  de  Hita  tuvo  que  acomodarla  á  la 
índole  autobiográfica  de  su  libro,  y  puso  en  relato  parte  de  la  historia,  dándose  al  prin- 
cipio como  protagonista  de  ella,  aunque  luego  confiesa  lisa  j  llanamente  su  origen 

literario: 

Sy  vyllania  he  dicho  aya  de  vos  perdón^ 
Que  lo  feo  de  estoria  dis  Panfilo  e  Nason. 

(Copla  891). 

Entyende  byen  mi  estoria  de  la  fija  del  endrino, 
Díxela  por  te  dar  enxiemplo,  non  porque  a  mi  avino. 

(Copla  90!)).  ' 

Comienza  el  acto  primero  con  un  monólogo  del  protagonista  Panfilo,  cuyo  nombre 
parece  tomado  de  Terencio  en  la  Andr'ia  ó  en  la  Hecyra.  El  Arcipreste  ha  embebido 
este  soliloquio  en  el  diálogo  del  amante  con  Venus,  que  corresponde  á  la  escena  segun- 
da del  texto  latino: 

So  ferido  e  llagado,  de  un  dardo  so  perdido, 
En  el  coraron  lo  trayo  encerrado  e  escondido. 

(Copla  588). 

Vulneror  et  clausum  porto  sidj  pectore  telunij 
Crescit  et  assidue  plaga  dolor  que  mihi. 

Toda  la  escena  está  fielmente  traducida,  pero  largamente  amplificada. 

Señora  doña  Yenus,  muger  de  don  Amor, 
Xoble  dueña,  omíllome  yo  vuestro  servidor; 
De  todas  cosas  sodes  vos  e  el  Amor  señor, 
Todos  vos  obedescen  commo  a  su  facedor. 

Reyes,  duques  e  condes  e  toda  criatura 
Yos  temen  e  vos  serven  commo  a  vuestra  fechura. 

(Coplas  5.8.-i-ro. 

Tínica  spes  vite  notre,  Venus  indita,  salve, 

Que  facis  imperio  emicta  subiré  tuo, 
Quam  timet  alta  Ducum  servitque  potcntia  Reguni. 

(V.  25-27)0. 

Todos  los  tipos  salen  de  la  fría  y  sosa  abstracción  ótica  en  que  el  anónimo  autor 
de  la  comedia  latina  los  había  dejado.  En  vez  de  la  sombra  de  Panfilo,  que  sólo  acierta 
á  decir  de  su  amada  Galatea: 

Est  michi  vicina  {vellem  non  esse)  puella... 
(')  Conservo  eo  los  diptongos  y  en  todo  lo  demás  la  ortografía  del  original. 


Lx  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Fertur  vicinis  formosior  ómnibus  illa,  \ 

Aul  tnc  fallit  amor^  o»inibus  haud  superesi. 

Dicitur  (et  fateor)  me  nohi.Uoribus  orta 

(V.  55-39-'i0-47).  , 

tenemos  aquí  las  españolizadas  figuras  de  D.  Melón  de  la  Huerta,  «mancebillo  guisado  ; 
que  en  nuestro  barrio  mora»,  y  de  doña  Endrina,  la  viuda  de  Calatayud,  de  quien  se  ! 
hace  este  lindo  retrato: 

De  talle  muy  apuesto,  de  gestos  amorosa,  | 

Donegil,  muy  loQana,  plasentera  e  fermosa,  'i 

Cortés  e  mesurada,  falaguera,  donosa, 
Graciosa  e  risuenna,  amor  de  toda  cosa... 
Fija  de  algo  en  todo  e  de  alto  linaje. 

(Coplas  581-Ó85).  -■ 

El  ser  la  heroína  viuda  y  no  doncella  es  nota  peculiar  de  la  imitación  del  Arci-  \ 
preste,  que  no  pasa  á  Kojas.  Pudiera  sospecharse  que  la  concordancia  que  en  esto  ] 
guardan  el  Pamphilus  y  la  Celestina  arguye  parentesco  directo  entre  estas  dos  piezas.  ' 
Pero  no  es  necesario  admitirlo,  porque  el  proceso  de  la  seducción  es  más  natural,  y  , 
también  más  dramático,  tratándose  de  una  virgen  que  de  una  mujer  en  quien  ha  de  ; 
suponerse  alguna  experiencia  de  la  vida.  Para  el  efecto  artístico  tal  combinación  es  la 
preferible,  y  creo  que  á  Rojas  se  le  hubiera  ocurrido  aun  sin  tener  presentes  el  Pam-  \ 
philus  ni  la  Poliscena.  Nadie  se  imagina  á  D.  Juan  conquistando  viudas.  I 

De  los  consejos  de  doña  Venus  no  hay  que  hablar:  proceden  del  PampkHus  ga-    \ 
llardamente  traducido.  También  está  allí,  aunque  sólo  en  germen,  el  primer  coloquio 
de  los  dos  amantes:  ' 

QiMín  formosa,  Deusl  nudis  vem'l  illa  capillis!  j 

(V.  \rw,\  \ 

Pero  aquí  os  donde  más  se  palpa  la  enorme  superioridad  del  imitador.  La  escena  \ 

del  primer  encuentro  de  doña  Endrina  con  D.  Melón  en  los  soportales  de  la  plaza  está  j 

escrita  con  tal  cortesanía,  discreción  y  gentileza,  que  los  primeros  versos  han  hecho  1 

recordar  á  algún  crítico  nada  menos  que  el  incomparable  soneto  de  Dante,  Tanto  gen-  ! 
tile  e  tanto  onesta  pare: 

¡Ay  Dios!  E  quán  fermosa  vyene  doña  Endrina  por  la  platal 
¡Qué  talle,  qué  donayre,  qué  alto  cuello  de  garca! 
¡Qué  cabellos,  qué  boquilla,  qué  color,  qué  buen  andanoa! 
Con  saetas  de  amor  fj'ere  quando  los  sus  ojos  alr-a. 

Pero  tal  lugar  r.o  era  para  fablar  en  amores: 
A  mí  luego  me  venieron  muchos  miedos  e  temblores. 
Los  mis  pies  e  las  mis  manos  non  eran  de  sí  sennores. 
Perdi  seso,  perdi  fuerf-a,  mudaron  se  mis  colores. 

Unas  palabras  tenia  pensadas  por  le  desir, 
El  miedo  de  las  compañas  me  facian  ál  departir, 
Apenas  me  conoscia  nin  sabia  por  do  yr. 
Con  mi  voluntat  mis  dichos  non  se  podían  seguir. 


INTRODUCCIÓN  lxí 

Paso  a  paso  doña  Endrina  so  el  portal  es  entrada, 
Bien  lor-ana  e  orgullosa,  bien  mansa  e  sosegada; 
Los  ojos  baxó  por  tierra  en  el  poyo  asentada, 
Yo  torné  en  la  mi  fabla  que  tenia  comenzada. 

En  el  mundo  non  es  cosa  que  yo  ame  a  par  de  vos; 
Tiempo  es  ya  pasado  de  los  años  más  de  dos 
(»)iio  por  vuestro  amor  me  pena:  amo  vos  inús  ([iie  a  Dios... 

(Coplas  CVi,  óí,  .'i5,  0;j|). 

Tenemos  aquí  el  equivalente  de  la  primera  eseeua  do  la  tragicomedia  de  Melibea, 
sin  que  falte  siquiera  la  sacrilega  expresión  de  «amo  vos  más  que  á  Dios>,  que  recuerda 
otras  no  menos  impías  de  Calisto:  <Por  cierto  los  gloriosos  santos  que  se  deleytan 
» en  la  visión  divina  no  gozan  más  que  yo  agora  en  el  acatamiento  tuyo» .  «Si  Dios  me 
»diesse  en  el  cielo  la  silla  sobre  sus  santos,  no  lo  ternia  por  tanta  felicidad».  Hipérbo- 
les amorosas  no  menos  desaforadas  que  6stas  se  encuentran  en  los  trovadores  cortesa- 
nos del  siglo  XV,  en  D.  Alvaro  de  Luua,  en  Alvarez  Gato,  pero  no  hay  rastro  de  ellas 
en  el  Pamphilus,  que  dice  con  mucha  moderación: 

(iraíior  in  wundo  te  michi  iitilla  inanel, 
Et  te  dilexiíjam  ter praeteriit  aimus... 

(V.  1S0-S7). 

En  el  primer  acto  de  la  Celestina,  Melibea  rechaza  con  ásperas  palabras  á  Calisto. 
Eli  el  diálogo  del  Arcipreste,  doña  Endrina  comieza  por  mostrarse  esquiva  y  zahareíia: 

Ella  dixo:  «vuestros  dichos  non  los  presciodos  piñones». 

Bien  assi  engañan  muchos  a  otras  mnclias  Endrinas; 
El  orne  tan  engañoso  asi  engaña  a  sus  vesinas; 
Non  cuydedes  que  so  loca  por  oyr  vuestras  parlillas, 
Bnscat  a  quien  engañedes  con  vuestras  falsas  espinas. 


(Coj.las  Glií- j'JS). 


Lo  cual  equivale  á  estos  versos  del  Pantphilas: 


Sic  multi  multas  multo  tentamiue  fallunt. 

Et  multas  fallü  ingeniosus  amor. 
Infatuare  tuo  sermone  vel  arte  putasti 

Quam  falli  vestro  non  decet  ingenio.' 
Quere  tuis  alias  infestis  moribus  aptas, 

Qiias  tua  falsa  fídcs  et  doliis  infatuent. 

(V.  178-|'J2). 

Pero  luego  se  ablanda,  y  llega  á  otorgar  grandes  concesiones,  que  Melibea  no 
hace  antes  del  acto  XIL  porque  no  lo  toleraba  el  progreso  lento  y  sabio  de  la  obra 
de  Rojas: 

Esto  yo  non  vos  otorgo  salvo  la  fabla  de  mano, 
Mi  madre  verná  de  misa,  quiero  me  yr  de  aqui  temprano, 
No  sospeche  contra  mí  que  ando  con  seso  vano; 
Tiempo  verná  en  que  podremos  fabJar  nos,  vos  e  yo  este  verano. 

(Copti  CSj). 


1^x11  orígenes  de  la  novela 

Por  eso  Panfilo  y  D.  Melón  de  la  Huerta  pueden  exclamar  mucho  autes  que 
Caliste: 

Desque  yo  fué  narido  nunca  vy  mejor  dia, 
Solaz  tan  plazentero  e  tan  grande  alegría, 
Quiso  me  Dios  bien  guiar  y  la  ventura  mia. 

(Copla  G87). 

En  el  segundo  acto  del  Panqjhihis  aparece  el  Deus  ex  inacMna  de  la  tramoya,  una 
vieja  (aniis)^  de  la  cual  sólo  sabemos  que  es  sutil,  ingeniosa  y  hábil  medianera  para 
los  tratos  amorosos: 

Hic  prope  degit  anus  suhtilis  et  ingeniosa, 
Ariibus  et  Veneris  apta  ministra  satis. 

^  Ni  el  ingenio  ni  la  habilidad  resaltan  en  las  palabras  de  la  tal  amis  ó  vetula.  Es 
;  un  espantajo  que  no  hace  más  que  proferir  lugares  comunes.  La  Trotaconventos,  cuyo 
verdadero  nombre  es  Urraca  ('),  es  una  creación  propia  del  Arcipreste,  y  ella  y  no  la 
Dipsas  de  los  Amores  de  Ovidio,  ni  mucho  menos  la  vieja  de  Panfilo.,  debe  ser  tenida 
por  abuela  de  la  Madre  Celestina,  con  toda  su  innumerable  descendencia  de  Elicias, 
Claudinas,  Dolosinas,  Lenas  y  Eufrosinas.  El  Archipreste  se  recrea  en  esta  hija  de  su 
fantasía;  no  sólo  la  hace  intervenir  en  el  episodio  de  D.  Melón,  sino  que  la  asocia 
después  á  sus  propias  aventuras,  la  sigue  hasta  su  muerte,  fase  su  planto,,  la  promete 
el  Paraíso  y  escribe  su  epitafio: 

¡Ay!  mi  trota  convenios,  mi  leal  verdadera! 
Muchos  te  seguían  biva,  muerta  yases  señera. 
¿A  do  te  me  lian  levado?  non  es  cosa  certera; 
Nunca  torna  con  nuevas  quien  anda  esta  carrera. 


A  Dios  merced  le  pido  que  te  dé  la  su  gloria, 
Que  más  leal  trotera  nunca  fué  en  memoria; 
Faserte  he  un  epitafio  escripto  con  estoria. 

Daré  por  ty  lymosna  e  faré  oración, 
Faré  cantar  misas  e  daré  oblación; 


(')  Como  apelativo  está  usado  en  la  copla  441: 

E  busca  meiiFajera  de  unas  negras  pecas  (*), 
Que  vsan  mucho  frayies,  monjas  e  beatas; 
Son  mucho  andariegas  e  merescen  las  9apatas; 
Estas  trota-conventos  fasen  muchas  baratas I 

Pero  las  rúbricas  de  los  m  muscritos  del  libro  del  Arcipreste  prueban  que  el  apelativo  se  con-  \ 
virtió  muy  pronto  en  nombre  propio,  puesto  que  nunca  lleva  artículo  en  ellas,  aunque  se  remontan  i 
al  siglo  xiv.  I 

El  nombre  de  Urraca  consta  en  el  epitafio:  '\ 

\ 

Urraca  so  que  yago  so  esta  sepultura 'j 

(Copla  1576).  \\ 

Reaparece  la  palabra  trotaconventos  en  el  Arcipreste  de  Talavera,  al  parecer  como  nombre  pro-  ¡^ 
pió:  «Llámame  á  Trotaconvenios,  la  vieja  de  mi  prima,  que  vaya  de  casa  en  casa»  (Reprobación  del     T 

(«)  Verso  sin  rima  y  evidentemente  estragado,  pero  no  nos  atrevemos  á  corregirle,  ¿Acaso  picazas,  por  el 
mucho  hablar.  o         6  ^  ,  f 


INTRODUCCIÓN  lxiii 

La  mi  trota  conventos,  ¡Dios  te  dé  rredencion! 
El  que  salvó  el  niundo,  él  te  dé  salvación. 

Dueñas,  ¡non  me  rrebtedes  nin  me  digades  mocuelo! 
Que  si  a  vos  syrviera  vos  avriades  della  duelo, 
Llorariedes  por  ella,  por  su  sotil  ansuclo 
Que  quantas  siguia  todas  yvan  por  el  suelo. 

Alta  muger  nin  baxa,  encerrada  nin  escondida, 
Non  se  le  detenia  do  fasia  debatida; 
Non  sé  ornen  nin  duenna  que  tal  oviese  perdida 
Que  non  formase  tristesa  e  pesar  syn  medida. 

Ffícele  un  epitafio  pequeño  con  dolor, 
La  tristesa  rae  fiso  ser  rrudo  trobador, 
Todos  lo  que  lo  oyeren,  por  Dios  nuestro  Señor, 
La  oración  fagades  por  la  vieja  de  amor. 

(Coplas  150!).  1Ó71,  1572,  1575,  1574,  1575). 

Con  esta  libre  é  irreverente  socarronería,  que  no  se  detiene  ante  la  profanación, 
fueron  celebradas  la  exequias  poéticas  de  la  primera  Celestina  en  el  extraño  libro  del 
genial  humorista  castellano  de  los  siglos  medios. 

Las  ai'tes  j  maestrías  de  Trotaconventos  son  las  mismas  que  las  de  Celestina:  como 
ella  gusta  de  entreverar  en  su  conversación  proloquios,  sentencias  y  refranes,  y  no  sólo 
ésto,  sino  enxienplos  y  fábulas;  como  ella  se  introduce  en  las  casas  á  título  de  buhonera 
y  corredora  de  joyas,  y  con  el  mismo  arte  diabólico  que  ella  va  tendiendo  sus  lazos  á  la 
vanidad  femenil: 

Si  parienta  non  tienes  atal,  toma  viejas. 
Que  andan  las  iglesias  e  saben  las  callejas, 
Grandes  cuentas  al  cuello,  saben  muchas  consejas, 
Con  lagrimas  de  Moysen  escantan  las  orejas. 

Son  grandes  maestras  aquestas  panjotas, 
Andan  por  todo  el  mundo,  por  placas  e  cotas. 
A  Dios  airan  las  cuentas,  querellando  sus  coytas; 
¡Ay!  quánto  mal  saben  estas  viejas  arlotas. 

Toma  de  unas  viejas  que  se  fasen  erveras, 
Andan  de  casa  en  casa  e  llamanse  parteras, 
Con  polvos  e  afeites,  e  con  alcoholeras, 
Echan  la  moc^a  en  ojo  e  ciegan  bien  de  veras. 

(Coplas  438  á  441). 

A  una  de  estas  viejas  buscó  el  Arcipreste,  que  aquí  distingue  claramente  su  per- 
sona de  la  de  Panfilo: 

Fallé  una  vieja  qual  avia  menester, 
Artera  e  maestra  e  de  mucho  saber; 
Doña  Venus  por  Panfilo  no  pudo  más  faser 
De  quanto  fiso  aquesta  por  me  faser  plaser. 

Amor  munduno,  [arte  2.»,  capítulo  I,  pág.  120  de  la  edición  de  lo3  Bibliófilos  Españoles),  y  luego 

¡en  la  Celestina  (aiicto  II',  donde  dice  Párineno:  «e  lo  que  más  delio  siento  es  venir  a  manos,  de 

«aquella  trotaconuentos,  después  de  tres  veces  emplu-nuda».  No  recuerdo  ningún  texto  intermedio. 


Lxiv  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Era  vieja  buhona  destas  que  venden  joyas; 
Estas  echan  el  lafo,  estas  cavan  las  foyas; 
Non  ay  tales  maestras  commo  estas  viejas  troyas... 

Como  lo  han  uso  estas  tales  buhonas, 
Andar  de  casa  en  casa  vendiendo  muchas  donas, 
Non  sse  rreguardan  dellas,  están  con  las  personas, 
Fasen  con  el  mucho  viento  andar  las  atahonas. 

(Coi.'as  G'JS  á  700). 

También  Celestina  andaba  de  casa  en  casa  so  pretexto  de  vender  baratija»:  «Aquí 
» llevo  un  poco  de  hilado  en  esta  mi  faltriquera,  con  otros  aparejos  que  conmigo  siem- 
»pre  traygo,  para  tener  causa  de  entrar  donde  mucho  no  só  conoscida...  assí  como  gor- 
» güeras,  garvines,  franjas,  rodeos,  tenazuelas,  alcohol^  albayalde  e  soUman^  agujas  e 
» alfileres,  que  tal  ay,  que  tal  quiere?  porque  donde  me  tomara  la  voz,  me  halle  aperce- 
»bida  para  les  echar  cebo,  o  requerir  de  la  primer  vista»  (acto  III). 

La  anus  del  comediógrafo  elegiaco  no  se  vale  de  ningún  género  de  encantamientos. 
Celestina,  sí,  y  también  Urraca,  y  es  una  de  las  notas  características  que  nunca  pierde 
este  tipo  en  la  literatura  española: 

Dixo:  «yo  yre  a  su  casa  de  esta  vuestra  vesina, 
E  le  fare  tal  escanto  e  le  daré  tal  atalvina 
Porque  esta  vuestra  llaga  sane  por  mi  melesioa; 
Desid  me  quien  es  la  dueña. — Yo  le  dixe:  «doña  Endrina». 


(Copla  709). 


Ssi  me  dieredes  ayuda  de  que  passe  algún  poquillo, 
A  esta  dueña  e  a  otras  mocetas  de  cuello  alvillo, 
Yo  fare  con  )n¿  escanto  que  se  vengan  paso  a  pasillo; 
En  aqueste  mi  harnero  las  traeré  al  sarrillo. 

(Copla  7KS). 

Comento  su  escanto  la  vieja  coytral... 

(Copla  75(>). 

La  sortija  que  puso  á  doña  Endrina  debía  de  tener  virtud  mágica.  Y  á  mayor  abun- 
dancia leemos  en  otro  lugar: 

Ssy  la  ensychó  o  sy  le  dio  atyncar  ('), 
O  sy  le  dio  raynela  (*)  o  sy  le  dyo  mohalinar  (•'). 
O  sy  le  dyo  ponzoña  o  algud  (¿algund?)  adamar, 
Mucho  ayna  la  supo  de  su  seso  sacar. 

(Cop'a  941). 

(')  Alinear, goinn,  de  iin  árbol  ímüco  llaiijado  comúnmente  horraj.  Es  ¡voz  paia  nosotros  de  ori- 
gen arábigo,  transmitida  al  árabe  por  el  persa  y  oriunda  del  sánscrito  (Viil.  Egnilaz  (D.  Leopoldo), 
Glosario  etimológico  de  las  palabras  espaFiolas  de  origen  oriental,  p,  307).  Dozy  la  confundió  con 
la  crysocolla,  pero  ya  desde  el  siglo  xvi  el  Dr.  Andrés  Laguna,  en  sus  anotaciones  á  Dio8CÓride.<!, 
había  notado  la  diferencia  entre  ambas  drogas:  «Todos  aquellos  se  engañan  que  toman  por  la  tal 
»chrÍ80Colla  el  Alinear,  llamado  bórax  en  las  boticas». 

(,')  Ignoro  qué  e  pecie  de  hccliizo  sea  la  raynela,  aunque  el  nombre  indica  que  se  trata  de 
alguna  raíz. 

(')  Aunque  mohalinar  parece  nombre  árabe,  no  consta  en  los  glosarios  de  Engclmann,  Dozy  y 
Eguilaz.  Sánchez  salió  fácilmente  del  paso  diciendo  que  era  «cierto  hechizo».  Urge  un  vocaliulario  j 
completo  y  razonado  de  la  lengua  del  Arcipreste.  Ningún  autor  de  la  Edad  Media  lo  necesita  tanto.  \ii\ 


INTRODUCCIÓN  lxv 

La  escena  capital  de  la  seducción  de  Melibea  en  el  aucto  cuarto  de  la  Tragicomedia 
es  un  portento  de  lógica  dramática  y  de  progresión  hábil.  No  podía  esperarse  tanto  del 
Arcipreste,  que  escribía  en  la  infancia  del  arte;  pero  baste  para  su  gloria  haber  trazado 
el  primer  rasguño  de  ella,  con  las  inevitables  diferencias  que  nacen  del  dato  de  la  viudez 
de  doña  Endrina: 

La  buliona  con  farnero  va  tanniendo  cascabeles, 
Meneando  de  sus  joyas,  sortijas  e  alfileres; 
Desia  por  falsalejos:  «comprad  aquestos  manteles»; 
Vydola  doña  Endrina,  dixo:  «entrad,  non  re^eledes». 

Entró  la  vieja  en  casa,  dixole:  «señora  fija, 
Para  esa  mano  bendiclia  quered  esta  sortija»... 


Ffija,  siempre  estados  en  casa  encerrada, 
Sola  envejeoedes,  quered  alguna  vegada 
Salyr,  andar  en  la  piara  con  vuestra  beklat  loada. 
Entre  aquestas  paredes  non  vos  prestará  nada. 

En  aquesta  villa  mora  muy  fermosa  maurebia, 
Manrebillos  apostados  e  de  mucha  looania, 
En  todas  buenas  costumbres  crecen  de  cada  día. 

Muy  bien  me  rresi,*iben  todos  con  aquesta  pobledat, 
El  mejor  et  el  más  noble  de  lynaje  e  de  beldat 
Es  don  ]\telon  de  la  Yerta,  mannebillo  de  verdat, 
A  todos  los  otros  sobra  en  fermosura  e  bondat... 

Craed  me,  fija  señora,  que  quantos  vos  demandaron, 
A  par  deste  mancebillo  ningunos  non  llegaron; 
El  dia  que  vos  nas9Ístes  fadas  alvas  vos  fadaron, 
Que  para  ese  buen  donayre  atal  cosa  vos  guardaron. 

Dixo  doña  Endrina:  «Callad  ese  predicar, 
Que  ya  este  parlero  me  coydó  engañar; 
Muchas  otras  vegadas  me  vyno  a  retentar. 
Mas  de  mí  él  nin  vos  non  vos  podredes  alabar»... 

(Coplas  7:24-27,  75'J-740), 

Cuando  esto  se  lee  acuden  involuntariamente  á  la  memoria  aquellas  graves  y  sose- 
gadas razones  de  Celestina:  «Douzella  graciosa  é  de  alto  linaje,  tu  suave  habla  e  alegre 
» gesto,  junto  con  el  aparejo  de  liberalidad  que  muestras  con  esta  pobre  vieja,  me  dan 
»osadia  a  te  lo  dezir.  Yo  dexo  un  enfermo  a  la  muerte,  que  con  sola  palabra  de  tu  noble 
»boca  salida,  que  lleve  metida  en  mi  seno,  tiene  por  fe  que  sanará,  según  la  mucha 
»  devoción  tiene  en  tu  gentileza...  Bien  ternas,  señora,  noticia  en  esta  cibdad  de  un  cava- 
»llero  mancebo  gentil  hombre,  de  clara  sangre,  que  llaman  Caliste. 

■^Melib. — Ya,  ya,  buena  vieja,  no  me  digas  más,  no  passes  adelante.  ¿Este  es  el 
» doliente  por  quien  has  hecho  tantas  promessas  en  tu  demanda?» 

La  psicología  del  amor,  ruda  y  toscamente  esbozada  en  el  Pamphilas  ('),  tiene  en 

(*)  Véanse  los  versos  del  Pumphilus  que  corresponden  á  los  del  Arcipreste,  y  se  juzgará  de  la 
tlifrreiicia: 

Dum  It'quor  ejus  adest  niichi  mena  animusqiie  loqiieoti, 
Dulciter  oinne  meum  suscipit  eloquiutn, 

ORÍGEXr.S    DE    LA    NCVKLA  — 111— g 


ixvi  ORICxENES  DE  LA  XOVELA 

el  Archipreste  toques  tan  delicados  que  no  serían  indignos  de  la  experta  mano  del 
bachiller  Fernando  de  Rojas: 

«Amigo — dis  la  vieja,—  eu  la  dueña  lo  veo, 
Que  vos  quiere  e  vos  ama  e  tiene  de  vos  desseo; 
Cuando  de  vos  le  fablo  e  a  ella  oteo. 
Todo  se  le  demuda  el  color  e  el  desseo. 

» Yo  a  las  de  vegadas  mucho  cansado  callo, 
Ella  me  dis  que  fable  e  non  quiere  dexallo; 
Fago  que  non  me  acuerdo,  ella  va  comenvallo, 
Oye  me  dul(;emente,  muchas  señales  fallo. 

»En  el  mi  cuello  echa  los  sus  bla(;'os  entramos, 
Ansy  una  grand  pie^a  en  uno  nos  estamos. 
Siempre  del  vos  desimos,  en  ál  nunca  fablamos, 
Quando  alguno  vyene  otra  rayón  mudamos. 

»Los  labrios  de  la  boca  tyenbranle  un  poquillo, 
El  color  se  le  muda  bermejo  e  amarillo, 
El  coraron  le  falta  ansy  a  meuudillo. 
Aprieta  me  mis  dedos  en  sus  manos  quedillo. 

»Cada  que  vuestro  nonbre  yo  le  esto  desrendo 
Otéame  e  sospira  e  está  comediendo, 
Avyva  más  el  ojo  e  está  toda  bulliendo, 
Paresr*e  que  con  vusco  non  se  estarla  dormiendo, 

»En  otras  cosas  muchas  entyendo  esta  trama. 
Ella  non  me  lo  nieg¿,  antes  dis  que  vos  ama; 
Sy  por  vos  non  menguare,  abaxar  se  ha  la  rrama, 
E  verna  doña  Endrina  sy  la  vieja  la  llama.» 

(Coplas  831-812). 

La  intervención  del  Pamphihts  en  la  historia  de  los  orígenes  de  la  Celestina  es  muy 
secundaria,  pero  la  del  Archipreste  es  de  primer  orden,  quizá  la  más  profunda  de  todas, 
y  por  eso  nos  hemos  detenido  en  ella  todo  lo  que  exige  su  importancia  {•). 

Las  comedias  elegiacas,  que  otros  llaman  épicas  por  la  monstruosa  mezcla  de  la 
narración  y  del  diálogo,  pertenecen  todavía  al  seudoclasicismo  déla  Edad  Media,  en 
que  se  había  perdido  la  verdadera  noción  del  drama  latino  y  de  su  métrica.  Ya  cuando 
se  escribió  el  curioso  diálogo  anónimo  entre  Terencio  y  un  empresario  de  teatros 

Curvat  et  ipsa  suos  ciicum  mea  colla  lacertos, 

A  te  nÚH-ñ,  8ibi  dicere  verba  rogat. 
Dunique  tuimí  iioiiien  rationis  uominat  ordo, 

Nominis  ammonitu  fit  stupefacta  tui. 
Dum  fruitur  verbis  paKet  rubetque  frequenter, 

Fessaque  si  taceo,  me  monet  ipsa  loqui. 
His  aliisque  modis  cognoscimus  ejus  amorem: 

Non  negat  ipsa  michi  quin  sit  amica  tibí. 

(V.  507-516). 

(')  Otra  comedia  elcjííaca  existe,  de  la  cual  creercca  que  tuvieron  conocimiento  nuestros  doa  ¡h 
autores,  aunque  no  ki  ut¡]iz!uo.T  en  nada  esencial,  sino  en  meros  detallen.  Se  trata  del  Lihellus  de 
Paulino  et  Polla,  gracioso  poomita  bastante  bien  versificado,  y  de  una  latinidad  muy  elegante  para  \  a 
8U  tiempo,  que  fué  el  del  emperador  Federico  II  (1212-1250).  Su  autor  fué  el  italiano  Ricardo,  juez 


INIRODUCCIÓN  Lxvii 

(Terentias  et  delusor)^  que  Magain  atribuyó  al  siglo  vil,  aunque  el  códice  en  que  se 
ha  conservado  es  del  siglo  xii,  no  se  sabía  á  punto  fijo  si  las  comedias  antiguas  estaban 
en  prosa  ó  en  verso: 

^n  sit  prosaicum  nescio  an  metricum  (*). 

La  combinación  esencialmente  antidramática  del  exámetro  y  pentámetro  bastaría 
para  probar  que  talos  obras  fueron  escritas  sin  ninguna  intención  escénica;  pero  á 
mayor  abundamiento  tenemos  un  texto  positivo  y  terminante  de  Juan  de  Salisbury,  el 
espíritu  más  culto  de  la  primera  Edad  Media,  un  precursor  del  Renacimiento,  el  cual 
confirma  la  absoluta  desaparición  de  todo  género  de  actores  trágicos  y  cómicos  en  fecha 
ya  remota  del  tiempo  en  que  él  escribía  su  Policratieus,  dedicado  en  1159  al  santo 
arzobispo  de  Cantorbery  Tomás  Becket  (-). 

El  verdadero  renacimiento  del  arte  dramático  de  Planto  y  Terencio  se  verificó  en 
Italia,  á  fines  del  siglo  xiv  y  durante  todo  el  transcurso  del  xv,  en  una  serie  de  piezas 

de  Venosa  (Venusiam),  la  antig^ua  patria  de  Horacio.  El  argumento  son  los  cómicos  amores  de  dos 
viejos,  Paulino  y  Pola,  y  sus  ridiculas  bodas  efectuadas  por  mediación  del  casamentero  Fulco: 

Materiam  nostri,  quisijuis  vis,  nosce  libelli; 

Hace  est:  Paulino  nuhere  Polla  petit. 
Ambo  senes;  traetat  hornm  sponsalia  Fulco: 

Cvjus  adit  trémulo  corpore  Polla  domum  ('■). 

En  la  obra  de  Rojas  hemos  notado  una  que  nos  parece  reminiscencia  de  esta  comedia.  Dice  la 
madre  Celestina  en  el  aucto  IV:  «Las  riquezas  no  hazen  rico,  mas  ocupado; — no  liazon  señor,  mas 
»mayordomo; — más  son  los  perseguidos  de  las  riquezas  que  no  los  que  las  poseen».  El  Lihellus 
expresa  idénticos  conceptos: 

Hi  non  sunt  domini,  sed  serví  divitiarum, 
Illas prodessct  non  habuisse  magis. 


Hi  dum  divitiis  retinendis,  non  potiendis 
Intendunt,  serví  eonstituuntur  opum. 


1 


La  idea  es  tan  vulgar  que  ha  podido  ocurrirse  á  los  dos  autores  con  independencia,  pero  el  giro 
de  la  frase  es  idéntico.  Acaso  tengan  una  fuente  común. 

La  imitación  del  Archipreste  puede  estar,  si  no  me  engaño,  en  el  célebre  pasaje  sobre  la  pro- 
piedad que  el  dinero  ha  (cop.  490  y  ss,),  á  cuyo  espíritu  corresponden  bastante  exactamente  algunos 

versos  del  Paidinus: 

Denario  eastella  símul produntor  et  urbes, 

Denario  falli  saipe  p7tella  solet... 
Denario  sedes  maculatur  pontijicalis 

Cum  non  ex  merítis,  sed  magis  aere  datur. 

Pero  son  tantos  los  lugares  comunes  que  en  la  Edad  Media  se  escribieron  sobre  este  argumen- 
to, que  no  afirmo,  ni  mucho  menos,  que  esta  sea  la  fuente,  y  de  seguro  no  es  la  única. 

O  Este  diálogo  fué  publicado  por  Magnin  en  la  jBíiZioíAéíMe  de  l'Ecole  des  C/iaríes  (t.  I,  p.  524). 

(')  ((Et  quidem  histriones  erant,  qui  gestu  corporis  arleque  verborum,  et  modulatione  vocis, 
ífactaa  aut  fictas  historias,  sub  aspcctu  publico  referebant,  quos  apud  Plautum  invenís  et  Metian- 
jdrum,  et  quibus  ars  nostri  Tertíntii  innoíescit.  Porro  comicis  et  tragicis  abeuntibus,  cum  omnia 
Dlevitae  occupaverit,  clientes  eorr.m  videlicet  et  tragoedi,  exterininati  sunt». 

(Johannis  Sarisberienses  Policraticus  sive  de  nugis  Curialium  et  vestigiis  Philosophorum  lihri 
octo...  Amsterdam,  1664,  p.  32,  cap,  VIII  del  libro  I). 

(»)  Edición  de  Da-Méril,  en  el  tercer  tomo  de  las  Poésies  inédítes  du  Moyen  Age  {pp.  ;37i«416)4 


Lxviit  OlUGENES  DE  LA  NOVELA 

latinas  que  se  desiguan  con  el  título  genórico  de  comedías  huinanístic.ia^  importante  j 
rara  manifestación  que  apenas  había  sido  estudiada  en  conjunto,  hasta  que  Crcizcuach, 
en  su  excelente  Historia  del  drama  mod^^rno,  escribió  sobre  ella  algunas  páginas  doc- 
tas y  juiciosas  como  suyas  (').  Pero  estas  indicaciones,  que  para  un  libro  general  son  ¡ 
suficientes,  distají  mucho  de  agotarla  riqueza  del  tema,  y  así  lo  ha  estimado  el  ilus- 
tre profesor  de  Roma  Ireueo  Sanesi,  que  actualmente  tiene  en  prensa  una  historia  de  ! 
la  comedia  en  Italia,  á  la  cual  auguramos  un  éxito  tan  venturoso  como  lo  merecen  la  ¡ 
ciencia,  conciencia  y  fina  crítica  de  su  autor,  que  ha  tenido  la  rara  generosidad  de  co-  ' 
muuicarnos  las  primicias  de  su  trabajo,  en  prensa  todavía.  El  capítulo  segundo  de  esta  ¡ 
obra,  consagrado  á  las  comedias  humanísticas,  es  una  magistral  monografía  que,  dan-  ] 
(lome  á  conocer  con  suma  precisión  algunos  textos  inaccesibles  en  España  y  comple-  | 
tando  mis  indagaciones  sobre  otros,  me  ha  puesto  en  camino  do  rastrear  algunas  seme-  ; 
jauzas  dignas  de  notarse  entre  este  género  literario  y  nuestra  Celestina.  Ya  en  1900  : 
hice  una  ligera  indicación,  que  no  he  visto  recogida  por  nadie,  acerca  de  la  comedia  \ 
Pjliscene  (-).  Y  me  consta  que  mi  buen  amigo  el  eruditísimo  Arturo  Farinelli  ha  tra- 
bajado también  sobre  este  punto,  que  ilustrará  sin  duda  con  su  especial  competencia,  i 
como  ha  ilustrado  tantos  otros  de  literatura  comparativa.  ' 

El  iniciador  del  teatro  humanístico,  como  de  casi  todas  las  formas  literarias  del  i 
Renacimiento,  fué  el  Petrarca,  que  siempre  se  deleitó  en  la  lectura  de  Terencio  («Te-  • 
rentius  noster»),  y  que  seguramente  le  leía  con  otros  ojos  que  los  de  Rosvita.  En  su  ■ 
edad  madura  revisó  y  anotó  el  elegantísimo  texto  del  siervo  africano.  En  su  primera  i 
mocedad  había  compuesto  una  comedia  llamada  Philologia^  y  según  Boccaccio  otra,  el  I 
Philostratiis,  si  es  que  ambas  no  eran  una  misma  con  diverso  título,  lo  cual  no  pare- 
ce probable.  Hoy  no  existe  ninguna  de  ellas,  acaso  porque  su  autor  mis'no  las  destru-  ■ 
yó  como  ensayos  demasiado  imperfectos.  Del  Philostratns,  por  lo  menos,  consta  que  ¡ 
era  imitación  de  Terencio.  ■ 

La  más  antigua  comedia  humanística  que  ha  llegado  á  nuestros  tiempos,  y  la  única  ' 

que  pertenece  al  siglo  xiv,  es  el  Paidus  de  Pedro  Pablo  Vergerio,  natural  de  Capodis-  \ 

tria,  á  quien  no  debe  confundirse  con  otro  de  su  mismo  nombro  y  apellido  que  figura  ] 

entre  los  protestantes  italianos  del  siglo  xvi.  El  Vergerio  sénior  es  importante  como  J 

historiador,  humanista  y  pedagogo.  Su  libro  De  ingeniiis  moribus  se  leía  todavía  en  las  i 

escuelas  en  tiempo  do  Paulo  Jovio.  Una  rarísima  edición  barcelonesa  de  1481  prueba  I 

que  también  había  penetrado  en  España  {^).  No  sería  maravilla  que  fuesen  conocidos  \ 

(*)   GesrJi/chte  des   Xeueren  Dramas  von    WUlelm   Creizenach  ..    F.rster  Damf:  M4lelaller  itud      ¡ 
Frührevatssaiice.  llaiie,  Niemeycr  editor.  1893.  Ahtes   Duch.  D¡e  ei sten  dramatUclien  Versuclie  der      1 
Humaniísten,  \<p.  529-578.  Véanse   ¡uleiiiás  el   liliro  de  Cli;ia-^iiiii^,  DiS  essa>s  dramatiquen  imites  de 
l'antiqu'ité  au  14.»^"  et  1 5. "^e  si  ¿ele  (Paii-i,  1852),  y  los  tr.ihajos  de  Cloetta,  Beitriige  zar  Literaturges- 
chichte  des  Mittelalters  und  der  Reiiaissan^e.  I  Komodte  und  Tragodie  im  Mittelaller.  II.  Die  Anfdvge 
der  Reaaissaacetragiklie  CHalle,  1890  92). 

(')  Eli  el  segundo  tomo  de  su  obra,  publicado  en  1903,  Creizenacli  afirma  en  términos  demasia- 
do genera  es  el  p;irentesco  de  la  Celestina  con  las  comedias  liiimanísticas:  «Es  ist  ein  Lesendraina 
»¡[i  der  Artder  latoinisclieti  Friüirenaissancekomüdien»  (Geschichte  des  Neurcnilramas,  11.  Renais- 
sanee  und  Re/urmation,  pp    153-157). 

(')  De  este  libro,  impreso  en  Barcelona  por  Pedro  Posa  y   Pedro  Erun,  y  terminado  en  3  de    jí 
septiembre  de  1481,  ¡o  se  conoce  más  que  un  ejemplar  en  la  Biblioteca  Municipal  de   Tolosa  de 
Francia  (Vid.  Haeblcr,  Bibliografía  Ibérica  del  siglo  XV.  La  Haya,  Nijhof  edite  r,  pág.  326). 


INTRODUCCIÓN  lxix 

tambióu  otros  escritos  suyos,  pero  me  parece  iuverisímil  que  entre  ellos  se  contase  su 
comedia  juvenil,  que  hasta  estos  últimos  años  ha  dormido  inódita  en  la  Biblioteca 
Ambrosiaua  de  Milán  y  eu  la  del  Vaticano  (').  Y,  sin  embargo,  esta  obra  presenta  algún 
punto  común  con  la  Celestina,  empezando  por  las  promesas  de  moralidad  que  el  título 
encierra.  A^'ergerio  pone  á  su  obra  el  rótulo  de  Paulus  comoedia  ad  iuvenum  mores 
coercendos,  y  se  propone,  entre  otras  cosas,  mostrar  cómo  los  malos  siervos  y  las  muje- 
res perdidas  estragan  los  más  pingües  patrimonios:  «ad  diluendas  opes» .  El  autor  de  la 
Celestina  nos  dice  desde  la  portada  que  su  libro  contiene  «avisos  muy  necesarios  para 
» mancebos,  mostrándoles  los  engaños  que  están  encerrados  en  sirvientes  e  alcahuetas» . 
Los  medios  empleados  son  de  tan  dudosa  eficacia  moral  en  una  comedia  como  en  otra. 

El  protagonista  de  la  comedia,  Paulo,  es  un  estudiante  haragán  y  desaplicado,  á 
quien  su  siervo  Herotes  arrastra  por  el  camino  del  vicio.  A  esta  perversa  influencia  se 
contrapone  la  de  otro  siervo,  bueno  y  leal,  Stichus,  que  advierte  lealmente  á  su  señor 
de  los  peligros  que  con  e  y  procura  apartarle  de  la  vida  disipada  que  lleva  en  compañía 
de  otros  estudiantes  tan  corrompidos  como  él  y  de  rufianes  y  meretrices.  La  intriga  se 
reduce  á  una  odiosa  tercería,  en  que  la  inmunda  vieja  Nicolosa  cede  por  dinero  á 
Paulo  su  propia  hija,  Úrsula,  que  Herotes  se  encarga  de  hacer  pasar  por  virgen  des- 
pués de  haberla  desflorado. 

Como  se  ve,  la  semejanza  con  la  Celestina  es  muy  vaga  y  genérica.  Los  dos  cria- 
dos de  Paulo  traen  á  la  mente  los  de  Caliste,  poro  son  diversos  sus  caracteres.  Stic.hus 
resulta  constantemente  bueno  en  la  comedia  latina.  Pármeno,  que  al  principio  da  sanos 
consejos  á  su  amo,  se  pervierte  con  el  trato  de  su  compañero  y  los  regalos  amorosos  de 
Areusa,  y  llega  á  hacerse  cómplice  del  asesinato  de  Celestina.  Sempronio,  en  la  obra 
española,  es  un  gentil  racimo  de  horca,  un  rufián  ó  poco  menos,  que  acaba  por  dar  de 
puñaladas  á  una  vieja  para  robarla  una  joya.  Pero  su  perversidad  no  iguala  de  ningún 
modo  á  las  negras  maquinaciones  de  Herotes,  que  se  complace  y  encarniza  en  el  mal 
con  tanto  deleite  como  Yago,  y  hace  alarde  y  reseña  de  sus  propios  crímenes,  jactán- 
dose de  haber  arrastrado  á  la  pobreza  y  á  la  infamia  á  muchos  mancebos  ilustres.  Tam- 
poco la  madre  Celestina,  aunque  pertenece  á  la  familia  de  Nicolosa,  parece  capaz  del 
horrendo  parricidio  moral  que  á  ésta  se  atribuye:  á  lo  menos  en  la  Trafíicomedia  no 
lo  comete,  ni  artísticamente  podía  cometerlo. 

Por  otra  parte,  hasta  la  forma  exterior,  que  no  es  la  prosa,  como  en  la  mayor  parte 
de  las  comedias  humanísticas,  sino  el  trímetro  yámbico  acataléctieo  ó  senario,  muy 
incorrectamente  manejado,  aisla  de  sus  congéneres  esta  pieza,  en  que  por  primera  vez 
reaparecen  los  nombres  clásicos  de  prótasis,  ejntasis  y  catástrofe.  De  nada  de  esto  hay 
vestigio  en  la  Celestina.  Lo  que  tienen  de  común  ambas  piezas  es  el  ambiente  escolar 
en  que  se  desarrollan:  <'Paulo  es  un  estudiante  universitario  (dice  el  señor  Sanesi);  sus 
» procederes,  sus  palabras,  y  las  de  todos  los  que  le  rodean,  nos  des'cubren  un  rincón 
»de  la  vida  estudiantil  de  aquel  siglo  tan  remoto  de  nosotros.  Ni  la  ávida  Nicolosa,  ni 
»la  diestra  Úrsula  tienen  mucho  de  común  con  las  mujeres  del  teatro  latino;  son,  por 
»el  contrario,  figuras  copiadas  del  natural,  ofrecidas  directamente  por  la  realidad,  y 
» pertenecen  á  aquella  clase  de  mujeres  de  que  no  es  difícil  á  un  joven,  ni  habrá  sido 

(*)  La  publicó  K,  Müllner  en  los  Wiener  Studien,  a.  XXII,  pp.  236  y  as.,  vallen  loso  para  p>ta- 
blecer  el  texto  del  cóiice  Anahrosiano  C.  12  siip.  y  del  Vaticano  Lat.  G878,  que  afinna  ser  el  mejor. 


Lxx  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

»  difícil  á  Vergerio  cuando  frecuentaba  los  cursos  de  las  universidades  de  Padua,  de  Flo- 
»rencia  ó  de  Bolonia,  hacer  conocimiento  personal  ó  adquirir  experiencia  inmediata». 
Los  mismos  tipos  pud'j  encontrar,  y  seguramente  encontró,  en  Salamanca  el  bachi- 
ller Fernando  de  Rojas,  sin  necesidad  de  conocer  el  Paulas.  La  exacta  observación 
del  crítico  italiano  da  nueva  fuerza  á  la  opinión  de  los  que  hemos  sostenido  que  la 
Celestina  puede  muy  bien  ser  obra  de  un  estudiante,  y  si  no  lo  es,  ciertamente  lo  pa- 
rece. Los  escolares  del  Renacimiento  solían  ser  muy  hombres  cuando  frecuentaban  las 
escuelas,  y  eso  que  no  se  había  llegado  tadavía  á  los  felices  tiempos  en  que,  para  dis- 
frutar de  los  privilegios  del  fuero  académico  y  acogerse  á  la  blanda  jurisdicción  del 
Rector,  solían  matricularse  personas  que  pasaban  de  treinta  años,  y  hasta  verdaderos 
vigardos  y  malhechores,  de  lo  cual  en  la  biografía,  todavía  inédita,  de  un  dramaturgo 
español  del  siglo  xvii  hay  un  curioso  ejemplo. 

Comedias  universitarias  son  en  su  mayor  número  las  comedias  latinas  escritas  en 
Italia  durante  el  siglo  xv,  y  lo  son,  ya  porque  reflejan  costumbres  meramente  acadé- 
micas, como  la  comedia  anónima  que  Sanesi  llama  electoi'al^  y  es  obra,  al  parecer,  de 
algún  alemán  concurrente  á  la  escuela  de  Padua;  ya  porque  son  estudiantes  algunos 
de  los  interlocutores;  ya  porque  consta  haber  sido  escritas  y  representadas  por  escola- 
res, como  lo  fué  en  el  estudio  de  Pavía  lajhorrible  y  obscenísima  comedia  Janus  sa- 
cerdos^i  en  1427,  imitada  por  Mercurio  Roncio  de  Yercelli  en  la  suya,  no  menos  feroz. 
De  falso  ypocrita  et  ír/sí/,  que  se  representó  diez  años  después  en  la  misma  universi- 
dad lombarda.  Una  y  otra  permanecen  afortunadamente  inéditas,  y  el  mero  hecho  de 
su  existencia  arguye  la  profunda  depravación  intelectual  y  moral  de  la  sociedad  en 
que  nacieron.  Apenas  se  concibe  que  en  tiempo  alguno  hayan  podido  ser  materia  de 
chistes,  pronunciados  en  público  teatro,  en  solemnidad  académica,  por  jóvenes  cultos, 
estudiosos,  ilustres,  los  vicios  y  torpezas  más  hediondas,  que  ni  nombrarse  deben  entre 
cristianos,  y  que  por  su  enormidad  misma  requieren  el  cauterio  de  la  ley  penal,  no  el 
de  la  sátira,  y  son  incompatibles  con  la  representación  festiva. 

Por  fortuna  estas  dos  comedias,  y  alguna  otra,  como  la  Conquestio  uxoris  Cani- 
ckioli^  son  excepciones  en  la  rica  galería  del  teatro  humanístico,  que  rara  vez  es  casto 
y  morigerado  en  la  dicción,  pero  no  ultraja,  por  lo  menos,  los  fueros  de  la  naturaleza. 
Su  materia  es  varia:  hay  piezas  que  pueden  considerarse  como  cuentos  dialogados, 
unos  de  origen  clásico,  por  ejemplo,  la  comedia  B¿le  ('),  otros  derivados  de  Boccaccio 
ó  de  tradiciones  populares,  que  ya  habían  recibido  diversas  formas,  incluso  la  dramá- 
tica, en  lengua  vulgar  francesa  ó  italiana. 

Por  la  singularidad  de  su  forma  alegórica,  por  el  prestigio  del  nombre  de  su  autor, 
memorable  en  todos  los  órdenes  de  la  cultura  artística  y  científica,  varón  de  muchas 
almas,  como  sólo  el  Renacimiento  los  produjo,  debe  mencionarse  la  comedia  Pkilodo- 
xiis  ó  Philodoxeos,  que  el  florentino  León  Bautista  Alberti  compuso  (según  las  investiga- 
ciones del  señor  Sanesi)  antes  de  la  segunda  mitad  de  1426,  cuando  la  enfermedad  y  la 
dura  pobreza  le  hicieron  suspender  los  estudios  de  Derecho  que  había  comenzado  en  la 
universidad  de  Bolonia.  Esta  comedia,  bastante  confusa,  que  su  propio  autor  procuró 

(')  Es  una.  facecia  que  se  encuentra  en  Ateneo  y  otros  antiguos,  y  también  en  el  Fabidario  de 
nuestro  Sebastián  IMey,  en  los  Cuentos  de  Garihay  y  en  la  Iloresta  Española  de  Santa  Cruz,  eomo 
puede  verse  en  el  torno  II  de  estos  Orígenes  de  la  Novela,  pp    CIX  y  GX. 


INTRODUCCIÓN  lxxi 

aclarar  con  un  comentario,  tuvo  en  el  tiempo  de  su  aparición  maravilloso  éxito,  á  causa 
de  que  Alberti  la  hizo  pasar  por  obra  de  un  antiguo  poeta  llamado  Lópido,  encontrada 
en  un  vetustísimo  códice  (').  Nadie  sospecho  el  engaño;  pero  cuando  fué  declarado  por 
su  propio  autor,  la  pieza  perdió  algo  de  su  crédito,  suerte  común  de  las  falsificaciones 
más  hábiles.  Todavía  el  Phllodoxos  se  leía  y  comentaba  en  las  escuelas  á  principio  del 
siglo  XVI.  Precisamente  en  1501,  dos  años  después  de  la  primera  edición  de  la  Celesti- 
na., salía  de  las  prensas  de  Salamanca  la  comedia  latina  de  Alberti,  para  estudio  y 
recreo  de  los  discípulos  de  un  cierto  bachiller  Quirós,  que  explicaba  en  aquella  uni- 
versidad los  poetas  clásicos  {^). 

El  bachiller  Quirós  afirma,  y  no  podemos  menos  de  darle  crédito,  que  el  opus 
piilcherrimum  de  León  Bautista  Alberti  era  enteramente  desconocido  en  Salamanca 
hasta  su  tiempo.  Es  de  creer,  pues,  que  tampoco  le  conociese  el  bachiller  Rojas  antes 
de  esa  fecha.  Pero  nada  importa  averiguarlo,  porque  el  Fhilodoxus  no  se  parece  en 
nada  á  la  Celestina^  ni  en  la  fábula,  ni  en  los  caracteres,  ni  mucho  menos  en  la  inter- 
pretación alegórica  que  su  autor  quiso  darle.  Hay,  sí,  un  joven  ateniense  llamado  Filo- 
doxo,  enamorado  de  la  romana  Doxa,  y  que  se  vale  para  conseguir  sus  fines  de  un 
amigo  suyo  llamado  Fronesio.  Otro  pretendiente  de  la  misma  joven,  hombre  rico  y 
brutal,  llamado  Fortunio,  cansado  de  perseguirla  con  inútiles  ruegos,  se  decide  por  el 
rapto,  entrando  á  viva  fuerza  en  su  casa;  pero  en  vez  de  Doxa  se  lleva  por  equivoca- 
ción á  su  hermana  Femia.  Al  fin  todo  se  compone  merced  á  la  oportuna  intervención 
de  una  especie  de  comisario  de  barrio,  jefe  de  los  centinelas  ó  vigilantes  nocturnos 
(Chronos^  exeubiarum  magister),  el  cual  decide  que  Fortunio  se  quede  con  la  doncella 

(')  Todavía  lleva  su  nombre  en  la  e.iición  de  Lnca  de  1588,  descrita  por  Brunet:  Lepkli  comicl 
veteris  Philodoxios  fábula,  ex  antiquitate  eruta  ab  Aldo  Manucio.  El  testo  impreso  por  Aiilico  Bonu- 
cci  (Opere  vulgari  di  León  Batlista  A  Iherti...  Florencia,  1843-1849,  tomo  I,  pág.  CXX)  difiere  bastar.te 
de  éste. 

(-j  Gallardo  [Ensayo,  tomo  III,  núm.  3.559)  es  el  único  bibliógrafo  que  ha  descrito  esta  edi- 
ción, de  la  cual  posee  un  ejemplar  la  Biblioteca  de  la  Universidad  de  Salamanca,  y  creo  que  otro  la 
de  Oviedo.  líe  creído  oportuno,  tratándose  de  pieza  tan  rara  y  curiosa,  hacer  una  descripción  más 
detallada,  en  la  cual  pongo  íntegros  el  prólogo  del  Bachiller  Quirós,  el  argumento  de  la  comedia  y 
]a  libta  de  los  personajes: 

Comedia  Fhilndoxeos  leonis  hapüste-  (A  la  vuelta):  Bachalarius  qiiirosius  Alfonso  t/cio  títulos 
assecuto  et  Salnianiicensis  academie  grammatico  atque praeceptori  suo.  S. — Quum  diebus  superioribus, 
praeceptor  suavissime:  nonnullis  ex  auditoribus  meis  quibus  publica  lectione  Vergilium  enarro,  qui- 
bnsque  privatim  et  luvenalis  Satyras  et  Lucani  pharsaliam  interpretor:  philodoxeos  fabulam:  quam 
Baptista  albertus  singularis  ingenii:  summa  cum  elegantia  ac  venustate  coraposuit:  ostendissem: 
quamprimum  a  me  efflagitare  caeperunt:  ne  tam  pulcherrimum  opus  et  hic  ómnibus  inoognitum  apud 
nos  aniplius  latere  permittercm:  quorum  ego  etsi  honestissimis  studiis  tamdiii  abnuendum  esse 
existimavi  quo  [ad]  tibi  ipsi  qui  id  mili!  mandaveras  morem  gerere  fuit  necesse:tuo  itaqueductu  et 
auspicio  comoediam  ipsam  imprimi  curavimus:  quod  tamen  illi  et  dignitatem  allaturum  puto  et  auc- 
toritatem.  In  qua  re  si  grutum  tibi  laborem  noatrum  fuisse  sensero:  forsitan  tecum  maipribus  agam: 
id  autem  una  potiasimum  re  iudicabo:  si  dabis  oper  im:  ut  apud  scholasticos  ipsos  quam  gratiosum  me 
tua  commendalione  fiictum  esse  cognoscam.  Vale  longissimis  praeceptor  annis:  et  hunc  tibí  manci- 
patura  discipulum  amare  non  desinas.  Iterum  vale. 

(ílncipit  Philodoxeos.  Leo.  Bap.  Pliilodoxus  atheniensia  adolescens  doxiam  romana,m  civem 
amat  perdite.  Atqui  habet  f ide  óptima  et  singular!  araicitia  coniunctum  Phronisim,  qui  oum  aua 
consilia- Gotiferat:  Dat  operam  PhrornÍBÍ8.amici  causa:  utDitonum  libertum  convicinum  amate  beni- 
volentia  sibi  advinciat.  Homo  fidem  praestat  rebus  defuturum  se  nunquam.  At  interim  Fortijn¡,u8 


Lxxii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

raptada  y  Filodoxo  se  case  con  su  amada  Doxa.  Pero  esta  es  la  corteza  del  drama;  en 
el  fondo  hay  una  idea  simbólica,  á  la  cual  responden  exactamente  los  nombres  de  los 
personajes.  Filodoxo^  el  amante  de  la  gloria  (Doxa)^  llega  á  desposarse  con  ella.  For- 
tunio^  el  favorecido  por  la  fortuna,  cree  conquistar  la  Gloria  y  se  queda  con  la  Fama 
[Feíniá]^  que  es  cosa  no  despreciable,  pero  de  calidad  inferior.  Chronos  es  una  perso- 
nificación del  tiempo,  y  á  este  tenor  todos  los  personajes.  La  moralidad  es  fácil  de  in- 
ferir: sólo  la  sabiduría  y  la  prudencia  pueden  conquistar  la  verdadera  gloria;  la  fortuna 
y  la  riqueza  tienen  que  contentarse  con  la  fama.  La  comedia  de  Alberti  está  en  prosa 
y  consta  de  doce  escenas.  En  la  larga  serie  de  las  Celestinas  sólo  encontramos  una  y 
muy  tardía,  la  Dolería  del  Sueño  del  mundo^  que  tenga  el  carácter  alegórico  de  la  obra 
de  Alberti.  una  y  otra  son  lánguidas  y  fastidiosas,  aunque  de  intachable  honestidad. 
Las  comedias  humanísticas  que  verdaderamente  pudieron  influir  en  la  Celestina 
se  reducen  á  tres:  la  Philogenia^  de  Ugolino  Pisani;  Ja  Polisceyía^  atribuida  á  Leonardo 
de  Arezzo,  y  la  Chrysis^  de  Eneas  Silvio  Piccolomini.  Daré  á  conocer  rápidamente 
estas  obras  en  lo  que  tienen  relación  con  la  nuestra.  Son  tres  historias  de  amor,  pero 
tratadas  de  muy  diversa  manera.  He  aquí  cómo  expresa  Sanesi  el  argumento  de  las 
primeras  escenas  de  la  Phi'ogenia,  únicas  que  á  nuestro  asunto  interesan:  «Epifebo, 
»  que  ama  á  Filogenia  y  desea  violentamente  poseerla,  va  de  noche  bajo  sus  ventanas 
»y  tiene  con  la  doncella  un  largo  y  apasionado  coloquio.  La  joven,  en  quien  luchan  el 
»amor  y  el  deseo  con  el  freno  del  pudor  y  de  la  educación,  se  muestra  al  principio  indi- 
»ferente  é  incrédula.  Pero  Epifebo  habla  con  tanta  dulzura,  suplica  con  tauto  calor, 
» invoca  la  muerte  con  tanta  angustia,  manifiesta  los  propios  tormentos  con  tanta  viveza 
»y  sinceridad  de  palabra  y  emplea  tanto  arte  en  disipar  sus  temores  y  sus  dudas,  que 

civis  insolens  adolescens,  d^'natis  suasu  lianc  ipaam  Doxiam  ciipere  occipiens  lepiJissima  Pluoinsia 
astutia  (lepiilsus  est:  qiio  aclamans  non  niliil  sese  verhis  conunenilutum  fecit  nuilieriba--.  Deniqíie 
irristis  Fortunius  adolescens  per  viui  e.Ks  ingreditur,  Siiniara  soiorem  Doxie  rapit.  Tándem  Muin^ia 
ancilla,  cuín  virunisuum  Phronisim  conipeiisset  atqne  Ticliia  Fortunii  mater  precibns  exorarunt  ut 
Cronos  excnbiaruin  inagister  oninia  componeiet.  Ex  qiio  liic  raptaiu  tenuit,  is  vero  amataní  d.ixit. 
Esplicit  argiinientum». 

Personaje!  de  la  comedia: 

Ph/lodoxus,  adolescens.  Phymia,  sóror  Doxae. 

Phronisis,  amicus  Pliilodoxeos.  Mnimia,  ancllla. 

DttonuSj  libertus.  AUthya,  ancilla. 

Dynastes,  senex,  libertus.  Cronos,  excubiarum  magister. 

i^oí'íunñís,  adolescens,  T%cA¿a,  niater  Fortunii. 

Dora,  pnella. 

— lo.  Francisci  Poggii  Florentini  ad  Alexandrum  VL  Pont.  Maxim,  in  expeditione  contra 
Turcas   Euisto'a. 

— In  Turcos  Porcia  Declamatio  (precedida  de  una  dedicatoria  á  Alejandro  VI). 

(Colofón):  (cHieronymi  Porcü  Patricii  Romani  Bas.  Prin.  Ap,  Ounonici  Rote  prim.irii  Audiiori.*». 
Hundrcnsis  Episcopi  in  Turcos  Cluisti;ini  Federis  O 'mpilatio  liibente  Alexandro  Borgia  Sexto  Pon- 
tifica Máximo:  totius  sacri  Senatun  Renerendissimis  Cardinalibus  ac  Regum  et  Principum  Oratoribiis 
adstantibus  universis  Ínter  divina  publícate  foeliciter. 

ytlinpressum  Salmanticae per  lomnem  Gysser  Alemanum  de  S'lgenstat  Anno  domhii  M.CCCCCI, 
dle  vero  XX  decemhrisy> 

Todos  estos  opúsculos  forman  u  >  .solo  volumen  con  signaturas  seguida-!  (a  d  iv)  La  come  lii 
llega  hasta  la  c  vii. 


INTRODrCCION  Lxxiii 

» finalmente  la  doncella  cede  al  destino  y  abandona  ocultamente  la  casa  paterna.  El 
»joven,  acogiéndola  entre  sas  brazos,  la  conduce  sin  dilación  á  su  propia  casa,  donde 
»(como  61  dice)  pasarán  todos  los  días  al  modo  de  los  epicúreos»  ('). 

Los  sucesivos  lances  de  la  comedia,  que  ya  pueden  inferirse  por  tal  principio,  per- 
tenecen enteramente  al  género  de  Boccaccio  y  recuerdan  la  historia  de  la  hija  del  Rey 
del  Algarbe,  tan  traída  y  llevada  por  diversos  amadores.  Epifebo,  perseguido  por  los 
parientes  de  Filogenia,  acaba  por  casarla  con  un  rústico,  tan  codicioso  como  crédulo  y 
necio. 

Sólo  en  el  coloquio  de  la  ventana,  en  la  intervención  episódica  de  las  dos  cortesa- 
nas Servia  ó  Irzia,  y  en  el  noble  carácter  de  los  padres  de  Filogenia  (Cliofa  y  Calisto), 
que  un  tanto  recuerdan  á  Pleberio  y  Alisa,  cuando  se  despiertan  sobresaltados  al  sentir 
ruido  en  la  cámara  de  su  hija,  puede  verse  algo  que  se  parezca  á  la  Celesima.  Tengo' 
por  muy  dudosa  esta  fuente. 

No  así  la  Poliscena^  atribuida  generalmente  (acaso  con  error)  al  célebre  humanista 
Leonardo  de  Arezzo,  á  quien,  por  no  confundirle  con  su  infame  homónimo  del  siglo  xvi, 
no  llamaremos  Aretino.  Esta  comedia,  que  se  conoce  también  con  los  nombres  de  Cal- 
phurnia  y  Gargulio^  corrió  impresa  desde  1478  y  tuvo  la  honra  de  ser  explicada  en 
cursos  universitarios,  hasta  en  la  remota  Polonia  {^).  Es  de  suponer  que  llegase  á  España 
autes  que  el  Phüodoxus^  y  todo  el  que  atentamente  la  lea  notará  sus  semejanzas  y  dife- 
rencias con  la  Celestina.  Oreizenach  advirtió  ya  que  el  contenido  de  la  Poliscena  se 

(')  «Della  Philogenia  del  Pisani  ricoida  dne  antlche  ed'zioni  il  Balilmann  in  Centralhlatt  für 
)>Bihl/oíhekswesen,  a.  XI,  fase.  4,  pag.  175.  Ma  a  me  liinasero  inaccosibill;  e  ¡o  mi  vaisi,  per  Tésame 
wdella  comraedia,  del  cod,  Laurenziano  Ashb.  188.»  (Nota  que  me  lia  c  jumuicado  el  Sr.  Sinesi.) 

(*)  Tanta  boga  tuvieron  en  su  tiempo  algunas  comedias  liumaiií.sticaá,  que  se  insertaron  frag- 
mentos de  ellas,  al  lado  de  los  de  Plauto  y  Tcrencio,  en  una  célebre  compilación  retórica,  formada 
en  Aleminiaj  la  Margariki  Poética^  de  Alberto  de  Eyb  (Niiremberg,  1472),  de  la  cual  hemos  mane- 
jiido  en  nuestra  Biblioteca  Nacional  las  siguientes  edicione-;: 

a)  Margarita  poética  de  arte  dictandi  ac  practi candi  eputolarum  opus  clarissimum  hicipit. 

Incunable,  sin  año  ni  lugar.  4." 

h)  Oratorum  omnium  Puetarum:  Hystoricoriim:  ac  Ph¡loso})horum  eleganter  dicta:  per  clarissi- 
muin  virum  Alhertum  de  Eiib  in  unuin  coUecla  faeliciter  incipiunt. 

(Colofón):  Suiíima  Oratorum  omnium:  Poetarum:  Historicorum:  ac  Phihsophorum  Autoritaíes 
in  unum  coHeclae  per  clarissimum  virum  Alhertum  de  Eijh  Vtriusque  doctorum  eximum:  quae  Marga- 
rita poética  dicitur :  faeliciter  finem  adepta  est.  M.CCCC.LXXXXTII.  Kalen.  íanuarii. 

Fol. 

c)  Margarita  Poética. 

(Colofón):  Explicit  opus  excellentisaimum  in  se  continens  omnium  fere  Oratorum  Poetarum  Histo- 
ricorum. ac  Philosophorum  Autíritates:  collectum  p.  Clarissimum  vir.  Alhertum  de  Eyb  utriusque  luris 
doctorem,  quod  Margarltam  poeticam.-  inscripsit:  Impressum  Basileae  per  magistrum  loannem  de 
Amerhach.  Anno  domini.  M.CCCC  XCV. 

d)  Margarita  poe  ica  de  arte  dictandi  ac  practica ndi  epistolarum  opus  clarissimum  feliciter  incipit. 
Incunable,  en  4.°.  sin  año  ni  lugar 

e)  Edición  en  folio  do  1503. 

(Colofón):  Expficit  opni  excellentissimum  in  se  continens  omniun  fere  Oratorum:  Poetarum:  ITis- 
toricorum  ac  Philosophorum  Auctoritutes:  collectum  p.  Clarissimum  virum  Alhertum  de  Eyb  utriusque 
luris  doclorem,  quod  Margarltam  poeticam  inscripsit:  Impressum  Basileae  p.  magistrum  loannem  de 
Amorhuch  loannem  petri  et  Ioiinne:u  fro¡>ei),  consocios    Anno  do'uini.  M.CCCCC.HI. 

Secundae  Partis:  tractatus  I.  Cap.  X\T. 

Nimc  vero  aliquas  extraordinarias  item  Comoedias;  et  quidrm   numero  tres  proscquendas  ex 


Lxxiv  orígenes  de  la  NOVELA 

parecía  mucho  al  del  Pamphihis.  En  pocas  líneas,  pero  muy  exactas,  da  idea  Gaspary, 
en  su  excelente  Hisioria  de  la  lifcratura  italiana  ('),  del  argumento  de  esta  comedia: 
«Un  joven,  llamado  Graco,  encuentra  á  la  joven  Poliscena  que  volvía  con  su  madre 
>>Calfurnia  de  oir  un  sermón  en  la  iglesia  de  los  frailes  menores.  Enamórase  súbitamente 
»  de  la  doncella,  y  ésta  de  ól.  Graco  se  vale  de  la  mediación  de  su  esclavo  Gurgulio 
» (nombre  tomado  de  una  comedia  de  Planto)  y  Poliscena  acude  á  su  esclava  Tharatán- 
»tara,  hábil  en  todo  género  de  tercerías.  El  parásito,  después  de  haber  tentado  inútil- 
» mente  á  la  madre  con  promesas  y  ofrecimientos,  va  una  mañana  a  ver  á  Poliscena, 
» mientras  Oalfurnia  está  en  la  iglesia,  y  con  bellas  palabras,  y  pintando  muy  al  vivo 
»los  tormentos  de  su  amador,  induce  á  la  joven  á  concederle  una  entrevista.  Graco  se 
»vale  de  la  ocasión  sin  ningún  escrúpulo;  sobreviene  la  madre,  enfurecida,  y  amenaza 
»con  citarle  á  juicio;  pero  el  padre  de  Graco,  Macario,  pone  remedio  á  todo  permi- 
» tiendo  que  su  hijo  se  case  con  Poliscena» , 

Tal  es  el  asunto  de  esta  pieza,  brutal  y  refinada  á  un  tiempo,  pues,  aunque  escrita 
en  prosa,  remeda  con  suma  habilidad  la  lengua  de  los  poetas  cómicos  latinos.  Si  en  la 
comedia  humanística  hay  algún  prototipo  innegable  de  la  fábula  de  Rojas,  éste  es  sin 
duda  alguna.  La  semejanza  consiste,  no  sólo  en  la  acción,  sino  en  los  tipos  del  siervo 
Gurgulio  y  de  la  vieja  Tharatáutam.  Esta  última,  sobre  todo,  parece  abuela  de  Celes- 
tina. Como  ella  se  lamenta  do  los  males  de  la  vejez  y  recuerda  los  perdidos  goces  juve- 
niles: 'iMcinini  ego  mu  quondam  a  multis  amaii.,  memini  etianí  me  mullís  egregie 
saepius  illudere  ac  june  quasi  lígalos  trahere.  Verum  heii!  me  jam  effaelam  manent 
fala  ullncía,  non  íta  ut  prídein  ambior^  nec  ullís  artibus  pristinum  vígoreni  possuní 
reparare».  Como  ella  tiene  fama  de  hechicera:  «Non  verentur  eliam  me  veneficfim 
nuncupare  ac  hlajiditíis  fallacíbus  me  palpare  ipsos  i?icusant^  ac  ma^jico  carmine 
vitam  auferre  conati» .  Y  el  mismo  Graco,  después  de  hacer  un  horrible  retrato  de  la 
vieja,  añade  como  último  improperio:  ^Suspecta  etiam  admodam  es  veneficíí  7iomine». 

El  diálogo  de  Tharatántara  con  Poliscena  tiene  también  rasgos  celestinescos,  especial- 
mente en  lo  que  toca  á  la  recomendación  de  las  prendas  del  amante  y  al  encarecimiento 
de  los  extremos  de  su  pasión:  «lia  me  javet  Jesús.,  posteaquam  te  amare  coepit.,  nun- 
quam  vidí  ipsum  hilarem,  placidum  nemíni.,satago  obsonía  ac  pulpamenta  qiiae  scio 
omnia^  demidceo  verbís  quantum  possum.,  ai  neqttit  esse.^  inquít,  ñeque  polare^  noeles 
ducit  insomnes,  ingemiscit  perpetuo...»  La  semejanza  continúa  en  el  acto  ó  escena  en 
que  Tharatántara  da  cuenta  á  Graco  del  desempeño  de  su  comisión  (-).  Pero  en  la  Polis- 

ordinc  diixi.  Et  inipiimia  Pliüodoxios:  quae  est  Caroli  Aretini:  scse  fert  Comoedia  adinodiim  iucun- 
dissiina. 

De  auctoriiutihus  ac  sentendis  ex  Comoedia  philodoxios  Caroli  Aretini  collectis.  Cap    XV. 

De  auctoritatibus  ac  sententiis  sumptis  ex  Comoedia  de  falso  Hypocrita  et  tristi:  Mercurü  Roncii 
Vercellensis.  Cap.  XVL 

De  auctoritatibus  ac  sen'enliis  rereptis  ex  Comoedia  Pliilorjenia  Ugnlini   Parmensis.  Ci\p.  X.VII. 

(<)  Sioria  della  letleratura  italiana  di  Adolfo  Gaspar;/,  tradotta  dul  tedesco  da  Viltúrin  Eossi. 
Tiiiín,  Loesolipi-,  1891,  lomo  TI,  pág.  106. 

(2)  «.Gracchus.—'Nk'i  me  fallit  .^pes  bítna,  botuim  refeit  molo  niinciuiu  Tliaiatiiitaia,'  nam  aede« 
))pol  venit  hilarior,  seque  ocius  movet  ac  solet...  Triumpho  lierciile  si  quid  jussi  iuipelravit,  eo 
»übviam,  lieus,  lieiis,  Tharatántara,  qiiac  nova,  quae  nova? 

ytThni'atantara  — Bona,  bona. 

nGracchi-^'Son  snm  apud  me,  Hncoeeslt  oportune? 


IXTRODUCCION  lxxv 

cena  todo  marcha  por  la  posta,  siu  rastro  de  estudio  psicológico  y  sin  recato  ni  come- 
dimiento alguno.  Poliscena  otorga  una  cita  á  las  primeras  de  cambio,  aprovechando  la 
ausencia  de  su  madre,  que  está  en  la  iglesia,  j  el  nudo  se  desata  por  los  procedimientos 
más  brutales  y  menos  complicados.  Si  de  esa  comedia,  así  como  del  Pumphilus^  pudo 
aprovechar  algo  Fernando  de  Eojas,  nunca  con  tan  humildes  materiales  se  levantó  edi- 
ficio tan  grandioso  y  espléndido  ('), 

Si  la  Poliscena  fué  la  primera  imitación  consciente  y  deliberada  de  la  dramatur- 
gia plautina,  la  Chrijsis^  compuesta  en  1444  por  el  futuro  Pío  II  (Eneas  Silvio  Picco- 
lomini)  cuando  asistía  á  la  dieta  de  Nuremberg,  es  la  primera  tentativa  formal  de  repro- 
ducir el  metro  propio  de  la  comedia,  el  senario  yámbico  de  los  latinos,  abandonando  la 
prosa  en  que  habían  escrito  todos  sus  predecesores,  con  la  única  excepción  de  Verge- 
rio.  En  la  Chrysis  uo  hay  verdadera  acción,  sino  una  serie  de  escenas  que  pintan  muy 
al  vivo  las  costumbres  de  las  meretrices  y  de  los  jóvenes  disolutos.  Hay  coincidencias 
con  la  Celestina^  pero  todas  ellas  se  refieren  á  pasajes. que  están  antes  en  Plauto:  «Nin- 
»gún  amante  (dice  Casina  á  Crisis)  me  agrada  por  más  de  un  mes;  siempre  las  nuevas 
» calendas  me  traen  amores  nuevos->.  Y  Crisis  la  replica:  «Tu  constancia  es  excesiva, 
aporque  conviene  celebrar  también  con  nuevos  amores  las  nonas  y  las  idus,  ó,  como 
»hago  yo,  procurarme  á  cada  nuevo  sol  nuevos  amantes».  La  misma  doctrina  inculca 
Celestina  á  Areusa  en  el  acto  VII:  «Nunca  uno  me  agradó,  nunca  en  uno  puse  toda  mi 
»afficion.  No  hay  cosa  más  perdida,  hoy,  que  el  mur  que  no  sabe  sino  un  horado;  si 

y>Tharat. — Laetare,  laetare  inqiiaiii  Graclje,  nninis  res  in  vado  cst,  nihil  me  fefellit,  quod  in 
))raentem  venerat. 

y>Grucch.—'Si\  deEessa  es,  mea  raater,  sede  modo,  atqiie  enana  sedulo  proiit  sese  res  habiiere, 
»priimim  cave  ne  me  in  gar.dium  conjicias  frustra. 

y>Tharat. — Sede  propiíis  ne  qiiis  audiat  nos. 

y)G7'acch. — Sedeo. 

y)Tharat. — Principio  ubi  pulso  foros  aperiUir  ¡luco,  postea  qnae  poscit  oniriMim  rogat  Poliscena 
i'qiiid  rei  est  seciun. 

))  G  racch . — T  i  m  e  o . 

))Tharat. — Dico  illam  vorbis  tiiis  alloqui  si  bibet,  stiipe",  squalor  nascitiir  faciei,  primuin  ntor 
))c¡rcuitione,  Iaudibu.s  extollo  virginis  formam,  siibridet  ubi  te  nomino,  rubet  faciem...)i 

O  Hay  de  la  Poliscene  varias  ediciones,  todas  de  suma  nreza.  La  más  antiüiia,  con  el  título 
de  Calphurnia  et  Gurgulio,  es  de  1478,  y  probablemente  sería  la  que  leyese  el  bachiller  Rojas, 
puesto  que  las  demás  que  Brunet  y  otros  bibliógrafos  citan  son  posteriores  á  la  impresión  de  la 
Celestina  (Leipzig,  lóOO,  y  otras  cinco  tiradas  más  hasta  1515;  Krakaa,  1509;  Viena,  1516;  todas 
con  el  título  de  Comedia  Poliscene  per  Leonardum  Aretinuin  congesta).  No  habiendo  podido  encon- 
trar en  España  ninguna  de  ellas,  he  tenido  que  valerme  de  la  reproducción  incompleta  que  por 
casualidad  hallé  en  im  curioso  librillo  cuya  portada  dice  así: 

((E(¡u¡t¡s  Franci  et  Adulescentulae  Mulieris  Italue  Practica  Artis  Amandi,  insigni  et  jucundis- 
iiina  historia  ostc/isa.  Cai  praet<rea,  quae  ex  variis  autoribus  antehac  annexi  sunt,  alia  quaedain  huic 
maleriae  non  inconvenientia  jam  primum  accesserunt,  eaque  singularia;  et  ad  Praxim  hujiis  saeculi 
putissimuin  accommodata.  Auctore  Hilario  Drudone  Po'éseos  studioso.  Ainstelodaini,  apud  Georgium 
Trigg.  1651». 

Comienza  con  la  novela  de  Eneas  Silvio,  pero  contiene  otias  muchas  piezas,  en  prosa  y  verso, 
de  varios  autores,  algunas  de  ellas  muy  singulares  y  difíciles  de  hiUar. 

Laa  escenas  de  la  comedia  Poliscene  no  llevan  nombre  de  autor  y  sólo  este  caprichoso  título: 
Idea  clandestinaruní  desponpationum,  quaefiunt  mediantibus  midierihus  vetulis  (pág*.  147  á  158)» 


Lxxvi  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

»  aquel  le  tapan,  no  avrá  dónde  se  esconda  del  ^ato;  quien  no  tiene  sino  un  ojo,  mira  a 
»quánto  peligro  anda...  ¿Qué  quieres,  hija,  deste  número  de  uno?  más  inconvenientes 
»te  diré  del  que  años  tengo  acuestas;  ten  siquiera  dos,  que  es  compañia  loable...  E  si 
»más  quisieres,  mejor  te  yrá,  que  mientra  más  moros  más  ganancia». 

En  uno  j  otro  pasaje  se  ve  la  imitación  de  los  consejos  que  Scapha  dirige  á  Pliile- 
matium  en  la  Mostellaria  de  Plauto  (v.  188-90): 

Tu  ecastor  erras,  quae  quidem  expectes  tinum  atqxie  illi 

Morem  praecipue  sic  geras  atque  alios  aspernere. 
Ilatronae,  non  meretrieiiimst^  umim  inservire  amantem. 

Hay  también  en  1p  Chrysis  una  lena  llamada  con  toda  propiedad  Canthara  por  su 
insaciable  amor  á  la  bebida.  Eneas  Silvio,  que  lleva  muchas  veces  la  imitación  hasta  el 
plagio,  pono  literalmente  en  su  boca  el  mismo  ditirambo  que  pronuncia  la  vieja  del 
Curculio. 

Puede  tenerse  por  cierto  que  Rojas  desconocía  la  existencia  de  la  Chrysis,  obra  que 
todavía  está  inédita  á  estas  horas,  y  que  su  sabio  autor,  cuando  llegó  á  las  altas  digni- 
dades eclesiásticas,  y  por  fin  á  la  cátedra  de  San  Pedro,  procuró  destruir  con  suma 
eficacia,  lo  mismo  que  otros  escritos  suyos,  no  enteramente  juveniles  ('),  pero  compues- 
tos cuando  hacía  vida  secular  y  profana.  Ei-a  el  principal  entre  ellos  la  célebre  Historia 
diiorum  amantiiim^  de  la  cual  ya  hemos  dicho  algo  en  el  primer  tomo  de  estos  Oríge- 
nes (-),  por  haber  sido  muy  bien  traducida  á  nuestra  lengua  en  el  siglo  xv  y  haber  influido 
grandemente  en  la  Cárcel  de  Amor  y  en  otras  ficciones  sentimentales. 

Traducida  ú  original,  la  había  leído  de  seguro  Fernando  de  Rojas,  y  no  fué  de  los 
libros  que  menos  huella  dejaron  en  su  espíritu  y  en  su  estilo.  La  novela  del  futuro 
pontífice  es,  como  la  tragicomedia  española,  una  historia  de  amor  y  muerte  de  dos 
jóvenes  amantes.  Jün  una  y  otra  se  mezcla  el  placer  con  las  lágrimas,  y  una  siniestra 

('j  No  se  oonoce  más  que  nn  manuscrito  de  esta  comediii,  el  cóilice  462  de  la  biblioteca  del 
Príncipe  Lobkmvitz,  de  Prag-a.  Tanto  la  Chnjais  como  l.i  Historia  de  Eurialo  y  Lucrecia  fueron 
escritos  en  1444,  cuando  Eneas  Silvio  contaba  treinta  y  echo  años.  Había  nacido  en  140c.  En  1447 
fué  Obispo  de  Trie.íe;  en  1450,  de  Siena;  en  1456  entró  en  el  Colegio  de  Cardenales,  y  fué  electo 
Papa  en  el  Cóncl.ive  de  1458.  Tuvo  corto  pontificado  puesto  que  falleció  en  1464;  La  obra,  muy 
extensa  y  erudita,  pero  no  siempre  imparcial,  de  Voigt  (Enea  Silvio  de'Piccolomini  ais  Papa  Pius 
der  Zweite  und  sein  Zeitulter,  Berlin,  1856-1858)  da  cuantas  noticias  puedan  desearse  acerca  de  este 
Papa,  una  de  las  más  dulces  y  simpáticas  figuras  del  Renacimiento  (Cf.  Pastor,  Historia  de  los 
Papas,  tomo  III  de  la  traducción  francesa,  1892). 

(*)  (Pág.  COCUI).  A  lo  que  allí  se  dice  sobre  la  bibliografía  de  esta  novela  debe  añadirse  que 
la  edición  segunda,  mencionada  por  Nicolás  Antonio  y  Gallardo  como  de  Sevilla,  1533,  acaso  sea  la 
de  1530,  de  que  he  visto  un  ejemplar  en  la  biblioteca  del  Duqr.e  de  T'SercIaes: 

Hystoria  muy  verdadera  de  dos  amantes  Eurialo  Franco  y  Lucrecia  Senesa  que  acaeció  en  la 
ciudad  de  Sena  en  el  año  de  Mil  y  CCCCy  XXXiij  años  en  presencia  del  emperador  Fadrique.  Fecha 
por  Eneas  Silvio,  que  después  fue  elegido  papa  llamado  Pió  Segundo. 

i^Al  fin):  Fin  del  presente  tractado  de  los  dos  Amantes  Eurialo  Fraileo  y  Lucrecia  Senesa.  Fué 
impreso  en  la  muy  noble  y  mvy  leal  ciudad  de  Sevilla  por  Juan  Cromberger.  Año  de  Mil  y  quinientos 
y  treynta. 

El  Sr.  Foulché  Delbosc  ha  hecho  una  lindísima  reimpresión  de  este  librito,  tomando  por  texto 
la  edición  de  Sevilla,  1512,  de  la  cual  existen  dos  ejemplares,  uno  en  la  Biblioteca  Nacional  de 
Madrid,  otro  en  el  Museo  Británico. 


INTRODUCCIÓN  lxxvii 

fatalidad  surgo  en  el  seno  mismo  del  deleite.  Poro  es  diversa  la  condición  de  las  perso- 
na?, puesto  que  Eurialo  y  Lucrecia  son  amantes  adúlteros,  y  diversa  también  la  catás- 
trofe, que  en  la  obra  de  Eneas  Silvio  pertenece  al  orden  moral,  y  se  cumple,  no  por 
ningún  medio  exterior,  sino  por  el  fuego  de  la  pasión,  que  consume  y  aniquila  á  la 
mísera  enamorada.  «Esta  nuestra,  como  vido  a  Eurialo  partir  de  su  vista,  cayda  en 
atierra,  la  licuaron  a  la  cama  sus  sieruas  hasta  que  tornasse  el  espíritu.  La  qual  como 
»en  sí  tornó,  las  vestiduras  de  brocado,  de  púrpura  y  todos  los  atavíos  de  fiesta  y 
•alegría  encerró  y  de  su  vista  apartó,  y  de  camarsos  y  otras  vestiduras  viles  se  vistió. 

Y  de  alli  adelante  nunca  fue  vista  reyr  ni  cantar  como  solia.  Con  ningunos  plazeres, 
•>donayres  ni  juegos  jamas  pudo  ser  en  alegría  toi-nada,  e  algunos  dias  en  esto  perse- 
j>  verando,  en  gran  enfermedad  cayó,  de  la  qual  por  ningún  beneficio  de  medicina  pudo 

ser  curada.  Y  porque  su  corai.on  cstaua  de  su  cuerpo  ausente  y  ninguna  consolación 
»se  podía  dar  a  su  ánima,  entre  los  bracos  de  £u  llorosa  madre  y  de  los  parientes  que 
»en  balde  la  consolaban,  la  indignante  ánima  del  anxioso  y  ti-abaxoso  cuerpo  salió 
» fuera»  (•). 

En  lo  que  la  historia  de  Eurialo  y  Lucrecia  pudo  servir  de  modelo  á  la  Celestina 
fué  en  la  elocuencia  patética  de  algunos  trozos  y  en  aquella  especie  de  psicología 
afectiva  y  profunda  que  el  culto,  gentil  y  delicado  espíritu  de  Eneas  Silvio  adivinó 
quizá  el  primero  entre  los  modernos.  Porque  aquí  no  se  trata  del  amor  místico,  dantesco 
ó  petrarquista,  que  toma  las  perfecciones  de  la  criatura  como  medio  para  ascender  á 
otra  perfección  más  alta;  ni  tampoco  del  amor  coi'tesano,  que  es  mero  devaneo  en  la 
lírica  de  Provenza  y  en  sus  imitadores;  ni  tampoco  de  la  pasión  desenfrenada  y  furiosa, 
pero  declamatoria,  que  se  exhala  en  las  quejas  delirantes  de  Fiammetta,  sino  de  un 
genero  de  pasión  más  apacible  y  humano,  ni  enteramente  sensual,  ni  reducido  á  lán- 
guidas contemplaciones.  Este  amor,  finamente  estudiado  con  una  penetración  que  hon- 
raría al  más  experto  y  sagaz  moralista  de  cu  ilquier  tiempo,  constituye  el  mérito  pi'in- 
cipal  de  las  epístolas  que  contiene  el  ti-atado  de  Eneas  Silvio,  que,  al  revés  de  tantas 
otras  composiciones  artificiales,  no  es  más  que  la  interpretación  estética  de  un  suceso 
real  acaecido  en  Siena  cuando  entró  en  ella  triunñinte  el  emperador  Segismundo. 

Hay  pasajes  de  la  Celestina  que  inmediatamente  traen  á  la  memoria  otros  del 
Eurialo.  La  descripción  de  la  hermosura  de  ambas  heroínas  se  parece  mucho  (-). 

(')  rP.  57  y  58  (le  la  e<lic¡ó:i  de  Foii'.el.é. 

En  las  últimas  palabras  se  habrá  notado  la  iiuitaciún  ilel  úlli-no  verso  de  la  Eneida: 

Vituquc  cum  gcinilu  fn>j¡t  ¡niliguata  aub  uiithras.  ' 

[')  oEra  la  estatura  de  Lucrecia  algo  más  que  do  sus  compañeras;  su  cabelladura  roxa  e;i 
»abiindancia;  la  frente  alta  y  espaciosa,  sin  ruga  alguna;  lus  cejas  en  arco  tendidas,  delgadas,  con 
sespacio  conueniente  en  medio;  sus  ojos  tanto  resplandec'entes  que,  a  la  manera  del  sol,  la  vista  de 
»q;i¡en  los  mirasse  embotaiian,  con  aque'los  a  su  pla/.er  p&dia  prender,  herir,  matar  y  dar  la  vida; 
))la  nariz,  en  proporción  afilada;  las  coloradas  mexilla-,  con  ygual  medida  della  apartadas;  nin- 
»;4una  cosa  más  de  dessear  ni  más  deleytable  a  la  vista  podía  ser,  la  qual  como  re\'a,  en  cada 
»vna  de  aquellas  vn  hoyo  hendia,  muy  desseoso  de  besar  de  quien  lo  viesse;  su  boca,  peciuoña  en 
ílo  conucnible;  los  be90s  como  corales  asaz  coiiiciosos  para  morder;  los  diente?,  pequeños  y  en 
íorden  puestos,  semejauan  de  cristal,  entre  los  qnales  la  lengua  discurriendo,  no  palabras  mas 
)>suaue  armonía  parecía  mouer.  Qué  díre  de  la  blancura  de  la  garganta?  Ninguna  cosa  era  en  aquel 
Dcuerpo  que  no  fuese  mucho  de  loar..».  (I'ág.  4). 

Cf.  la  descripción  que  Calisto  hace  de  su  au)ada  en  e¡  aucto  primero:  «Los  ojos  verdes,  rasgados; 


Lxxvili  orígenes  de  la  novela 

Eurialo  envía  á  Lucrecia  su  primera  carta  por  medio  de  una  vieja  tercera,  j  las  pala- 
bras con  que  la  recibe  son  tan  ásperas  como  las  de  Melibea  en  el  principio  de  sus 
amores: 

«Como  la  alcahueta  recibió  la  carta  de  Eurialo,  luego  a  mas  andar  se  fue  para 
» Lucrecia,  y  fallándola  sola  le  dixo:  «El  más  noble  j  principal  de  toda  la  corte  del 
»  César  te  cnvia  esta  carta,  y  que  ayas  del  compasión  te  suplica» , 

»Era  esta  mujer  conocida  por  muy  pública  alcahueta:  Lucrecia  bien  lo  sabía; 
» mucho  pesar  ovo  que  muger  tan  infame  con  mensaje  le  fuesse  embiada,  y  con  cara 
» turbada  le  dixo:  «Qué  osadía,  muy  malvada  henbra,  te  traxo  a  mi  casa?  Qué  locura 
»en  mi  presencia  te  aconsejó  venii-?  Tú  en  ¡las  casas  de  los  nobles  osas  entrar  y  á  las 
»  castas  dueñas  tentar,  y  los  legitimos  matrimonios  turbar?  Apenas  me  puedo  refrenar 
»  de  te  arrastrar  por  essos  cabellos  y  la  cara  despedazar.  Tú  tienes  atrevimiento  de  me 
atraer  carta?  Tú  me  fablas?  Tú  me  miras?  Si  no  oviesse  de  considerarlo  que  a  mi  estado 
» cumple  más  que  lo  que  a  ti  conviene,  yo  te  facía  tal  juego,  que  nunca  de  cartas  de 
» amores  fueses  mensajera;... 

» Mucho  temor  oviera  otra  qualquiera;  mas  ésta  que  sabía  las  costumbres  de  las 
» dueñas,  como  aquella  que  en  semejantes  afrentas  muchas  vezes  se  avia  visto,  dezia 
» consigo:  «Agoras  quieres  que  muestras  no  querer» ,  y  allegando  más  a  ella  dixo: 
«Perdóname,  señora;  yo  pensaba  no  errar  y  tú  aver  desto  plazer.  Si  otra  cosa  es,  da 
» perdón  a  mi  ynocencia.  Si  no  quieres  que  buelva,  hecho  he  el  principio,  en  lo  ál  yo 
»te  obedeceré.  Mas  mira  qué  amante  menosprecias». 

No  prolongaré  este  cotejo  haciendo  notar  otras  semejanzas  de  detalle  que  en  las 
entrevistas  de  los  amantes  pueden  encontrarse.  Lo  principal  es  el  ambiente  novelesco 
análogo,  la  suave  y  callada  influencia  que  en  la  concepción  de  Rojas  ejerció  un  escri- 
tor digno  de  inspirarle. 

Yolviendo  sobre  nuestros  pasos,  creemos  inútil  mencionar  otras  comedias  hiüna- 
idsticas^  ya  por  ser  de  fecha  algo  posterior  á  la  Celestina^  ya  por  no  tener  con  ella  más 
que  conexiones  remotas.  Por  lo  tocante  á  la  comedia  italiana  del  Renacimiento,  las 


3)la3  pestañas  luenga?,  las  cejas  delgadas  e  aleadas.  la  nariz  mediana;  la  boca  pequeña,  los  dientes 
j>menvdos  e  blancos,  los  labios  colorados  e  grossezuelos;  el  torno  del  rostió  poco  más  luengo  que 
^redondo;  el  peclio  alto  .  » 

Pero  una  y  otra  descripción  quedan  eclipsadas  por  la  pintura  que  se  hace  de  la  reina  Iseo  en  el 
último  capítulo  de  Don  Tristan  de  Leonis,  justamente  elogiada  por  el  señor  Bonilla  {Libros  de 
Caballerías,  tomo  I,  pág.  456).  No  dudo  que  también  la  tuvo  presente  el  autor  de  la  Celestina, 
porque  coinciden  en  algunas  frases:  «Otrosí  tenia  mu\'  amorosa  e  graciosa  y  muy  pequeñita  boca, 
Dcuyos  labrios,  delgados  quan'.o  cumplían,  era.ü  colorados,  que  parescian  de  color  de  la  resplandea- 
»ciente  maiíana  quando  el  sol  encomienda  a  salir.  Los  quales  labrios,  segund  su  apostura,  bien 
»paregc¡a  no  rehusar  los  dulces  besos...  La  guarda  e  cobertura  de  los  cuales  tenían  los  muy  menudos 
yydicntes,  que  parescian  ser  de  fino  marñl,  puestos  en  orden  no  más  uno  que  otro,  puestos  affirmados 
))'en  las  muy  coloradas  enzias,  que  parescian  ser  de  color  de  rosa.  .» 

El  gracioso  rasgo  de  Rodrigo  de  Reinosa  ó  quien  quiera  que  sea  el  autor  del  romance  de  «La 
gentil  dama  y  el  rústico  pastor»; 

Las  teticas  agudicas— que  el  brial  quieren  romper, 

está  tomado  de  este  lindísimo  retrato  de  Iseo:  «Tenia  otrosí  muy  espacioso  e  blanco  pecho,  en  que 
verán  dos  tetillas  a  manera  de  dos  man9ana3,  eran  agudas  que  parescian  romper  svs  vestidurasD. 


INTRODUCCIÓN  lxxix 

fechas  dicen  bien  claro  que  no  pudo  influir  en  la  Celestina^  la  cual  es  anterior  á  todas 
las  obras  de  Maquiavelo,  Ariosto  j  Bibbienua  ('). 

Nació  la  Celestina  en  pleno  clasicismo,  cuando  el  teatro  de  Planto,  que  no  cons- 
taba ya  de  ocho  comedias,  sino  de  veinte,  había  surgido  del  vetusto  códice  descubierto 
en  Alemania  por  el  cardenal  de  Cusa,  y  embelesaba  y  regocijaba  la  fantasía  de  los 
humanistas,  que  no  se  limitaban  á  transcribirle  y  comentarle  y  á  añadirlo  escenas  y 
suplementos,  sino  que  le  hacían  objeto  de  públicas  representaciones  en  su  lengua 
original.  Los  actores  solían  ser  escolares,  pero  estas  fiestas  del  arte  antiguo  no  eran 
meramente  universitarias.  Se  celebraban  con  gi-an  pompa  y  magnificencia  en  los  pala- 
cios de  príncipes  y  cardenales,  ante  el  auditorio  más  aristocrático  y  selecto.  Así  en 
Roma  aquel  Fomponio  Leto,  tan  sospechoso  de  paganismo,  hizo  representar  en  fecha 
ignorada  la  Aulukiria  bajo  los  auspicios  del  cardenal  Riario,  sobrino  de  Sixto  IV; 
en  1499,  algunos  actos  de  la  Mostellaria^  en  casa  del  cardenal  Colonna;  en  1502,  los 
Menechmi^  en  presencia  de  Alejandro  YI,  para  festejar  las  bodas  de  su  hija  Lucrecia 
con  Alfonso  de  Este. 

Otras  representaciones,  algunas  muy  anteriores,  hubo  en  Florencia,  en  Mantua,  en 
Ferrara,  en  Pavía,  en  todos  los  grandes  centros  de  la  vida  intelectual  y  cortesana  del 
Renacimiento.  Si  alguna  noticia  de  éstas  llegó  á  oídos  de  Fernando  de  Rojas,  ¡cómo 
debió  agrandarse  en  su  mente  la  visión  del  teatro  y  soñar  con  otro  igual  para  su 
patria,  y  encenderse  en  el  anhelo  de  superar,  no  ya  los  pobres  remedos  de  la  comedia 
latina  que  tenía  delante,  sino  al  mismo  Terencio  y  al  mismo  Planto,  que  habían  sabido 
menos  que  61  de  la  vida  y  del  corazón  humano! 

¿Se  compusieron  ó  representaron  en  España  comedias  hunianísUcas  durante  el 
siglo  XV?  No  podemos  afirmarlo  ni  negarlo.  Hasta  ahora  el  género  parece  exclusiva- 
mente italiano.  Sólo  en  tiempo  de  Carlos  T,  cuando  la  comedia  latina  empezaba  á 
decaer  en  Italia,  cediendo  su  puesto  al  teatro  vulgar,  la  vemos  apaiecer  en  nuestras 
escuelas  con  los  mismos  caracteres  y  á  veces  con  la  misma  pompa  de  representación 
que  en  su  patria  (-).  Y  durante  todo  el  curso  del  siglo  xvi  la  encontramos  más  ó  menos 
ingeniosamente  cultivada:  en  Alcalá  por  Juan  Petreyo  (Pérez),  que  puso  en  latín  tres 
comedias  del  Ariosto;   en  Salamanca  y  Burgos  por  Juan  Maldonado,  cuya  Hispa- 


(*)  La  Cassaria  y  Gli  Supposiíi,  primeras  cotnedias  dtl  Ariosto,  son  do  1508  y  1509.  La 
Amicigia,  del  Nardi,  fué  escrita  entre  1509  y  1512.  La  Calandria,  del  cardenal  Bibbiena,  fué  repre- 
sentada por  primera  vez  en  la  Corte  de  Urbino  en  6  de  febrero  <le  1513.  No  se  sabe  la  fecha  precisa 
de  la  Mandragola,  pero  sí  que  no  pudo  ser  anterior  á  1512;  fechas  todas  muy  tardías  comparadas 
con  la  de  la  Celestina,  que  ya  estaba  traducida  al  italiano  en  1505.  No  hay  para  qué  hablar  del  Orfco^ 
de  Poliziano  (1471),  ni  del  Timón,  de  Boyardo  (¿1480?;,  porque  no  tienen  la  menor  relación  con  el 
género  de  la  Celestina  ni  son  tampoco  verdaderas  comedias. 

Vid.  Arturo  Graf,  Studi  draminatid  (Turin,  ed.  Loesclier,  1878),  pp.  281  282. 

(*)  En  los  Estatutos  de  la  Universidad  de  Salamanca  (1538),  título  61,  «de  los  Colegios  de 
Gramática»,  se  dispone  que  «en  cada  Colegio  cada  año  se  representará  una  comedia  de  Plauto  ó 
»T«rencio  ó  tragicomedia,  la  primera  el  primero  domingo  de  las  octavas  de  Corpus  Christi,  y  las 
jDotras  en  los  domingos  siguientes;  y  el  regente  que  mejor  hiziere  y  representare  las  dichas  comedias 
DÓ  tragedias  se  le  den  seis  ducados  del  arca  del  estudio,  y  sean  juczjs  para  dar  este  premio  el  rector 
»y  maestre  escuela». 

{Memoria  histórica  de  la  Universidad  de  Salamanca...  .  por  D.  Alejandro  Vidal  y  Díaz.  Sala- 
manca, 1869,  pág.  94  ) 


Lxxx  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

niola  no  figuraría  mal  eu  la  serie  de  las  Celestinas  (');  eu  Sevilla  por  Juan  de  Mal- 
Lara;  eu  Yaloncia  por  Lorenzo  Palmireno:  en  Barceloua  por  Juan  Cassador  y  Jaime 
Cassá,  y  hasta  en  la  isla  de  Mallorca  por  Jaime  Romauyá,  autor  del  Oastrimargiis^ 
que  se  representó  en  la  plaza  pública  ante  un  concurso  de  más  de  ocho  mil  espectado- 
res (^).  Por  fin,  este  género,  cada  vez  más  abatido  y  escuálido,  cayó  en  manos  de  los 
jesuítas,  que  le  morigerarou,  convirtióndole  en  comedia  de  colegio.  Así  nació  y  murió 
el  teatro  humanístico  en  España,  con  poco  brillo  siempre  y  con  poca  influencia  en  el 
drama  nacional. 

¿Pudo  encontrar  Rojas  en  la  dramaturgia  vulgar  de  su  tiempo,  en  el  infantil  teatro 
de  la  Edad  Media,  algún  punto  de  apoyo  para  su  creación?  Difícil  es  responder  cate- 
góricamente á  esta  piegunta.  De  los  juegos  de  escarnio^  que  llegaron  á  penetrar  en  la 
iglesia  y  á  ser  representados  por  clérigos,  apenas  sabemos  más  que  lo  que  dice  una 
ley  de  Partida.  De  la  Corona  de  Aragón  tenemos  un  documento  aislado,  pero  muy 
curioso,  sobre  el  cual  llamó  la  atención  D.  José  María  Quadrado  {=^).  Es  la  queja  pre- 
sentada en  1442  á  los  Jurados  de  Mallorca  contra  los  abusos  introducidos  en  las 
representacioues  que  solían  hacerse  en  las  fiestas  del  primer  domingo  después  de 
Pascua  y  el  lunes  inmediato,  las  cuales  no  versaban  ya,  como  al  principio,  sobre  ma- 
terias devotas  y  honestas,  sino  sobre  amores  y  alcahueterías. 

«E  en  qual  manera  per  solemnitat  e  honorificentia  de  la  dita  festa  se  acostumavan 
» en  temps  passat  fer  en  semblant  dia  diverses  entremeses  e  representacions  per  las 
aparroquias,  devotas  e  honestas,  e  tais  que  trahien  lo  poblé  a  devoció;  mes  empero 

(')  loannis  Maldonati  Ilhfan'iola  {Comedia)  niuic  denhiue  per  ipsum  aulor"rn  rcstiiuta  utque  de- 
tersa]  scholUaque  locis  uliquol  ¡llusirata,  1535.  (AI  tin):  Burgis  in  nf/icinu  loannis  Tuntan  wense  octohri 
anno  J/.D.ZA'AF  (Bil.Iioteca  Nacioriíil). 

Esta  edición,  única  que  lie  vi.ito,  es  probablemente  la  últinui.  El  autor,  según  nos  informa  en  el 
prólogo,  había  e  crito  e-ta  comedia  en  1519.  Corrieron  copias  de  ella,  se  representó  en  Portugal  ante 
la  reina  de  Francia  D/  Leonor,  y  fué  impresa  dos  veces  (una  de  ellas  en  Valladolid)  sin  anuencia 
suya.  También  habla  de  una  representación  en  Burgos  in  aula  Principis.  La  comedia  tiene  cinco  actos 
en  prosa,  y  eslá  dedicada  al  Corregidor  de  Córdoba  D  Diego  de  Üsorio.  La  fábula  es  original  y  poco 
ingeniosa,  pero  en  el  estilo  quiere  remedar  á  Planto:  «Rapnit  me  time  feriatum  a  bonis  studiis.  Plan- 
)>tus  suis  deliciis  acjocis;  et  extra  vitae  institutum  longe  prolusit.  Commentus  sum  novum  argumen- 
Btum;  sed  nostris  annis  magis  accoinmodum;  nauj  in  hoc  niliil  mihi  juvavit  Plautus;  coeterum  inter 
»medilandum,  sales  it  joci  Plautini  circumsonabant  anres  meas». 

Maldoua  lo  da  á  entender  que  ya  iba  pasando  en  Italia  la  moda  de  las  comedias  humanísticas: 
))Videbantur  atulitoros  et  spectatores  admirari;  et  frontem  corrugare  quod  esset  in  Hispania  qui  Co- 
y>moedias  componeret,  cvni  Italia  jaradudum  Cómicos  non  producat)'>. 

Sobre  la  Ilispaniola  vid.  Gallardo,  tomo  3.°,  núm.  2.878,  y  Bonilla,  en  una  nota  á  su  traducción 
castellana  del  Manual  de  Literatura  Española  de  Fitz-Maurice  Kelly  fp.  230). 

(')  «En  1562  se  representó  en  la  plaza  pública  una  comedia  latina  sobre  el  rico  epulón,  titulada 
y)Gastriinargiis,  miserable  parodia  de  las  de  Terencio,  con  sus  criados  locuaces,  sus  desvergonzadas 
brameras  y  sus  máximas  morales,  pero  sin  numen,  sin  agudeza  y  casi  sin  versificación.  Asistían  á 
»ella  dos  Obispos,  el  virrey,  multitud  de  autoridades,  teólogos  y  caballeros,  y  un  concurso  de  ocho    ji 
))mil  personas...»  | 

(Articulo  de  D.  J  >sé  María  Quadrado  en  La  Palma  (1840\  pág.  232.  Ignoro  el  paradero  actual   I  i 
del  manuscrito  del  Gastrimargus  que  poseía  Bover  y  leyó  Quadrado  ) 

(3)  Allí  u'o  publicado  en  La  Unidad  Odúlici,  periódico  de  Palma  de  Mallorca,  1871,  y  reim 
preso  en  el  tonio  VI  de  las  Obras  Completas  de  D.  Manuel  Milá  ¡/  Fontanah  (Barcelona,  1895),  pá-  ¡^ 
ffina  323 


INTRODUCCIÓN  lxxxi 

.•>d'a1o;uii  temps  ensá  qiiasi  tots  auvs  se  fcu  per  los  caritaters  (eucargados  de  las  fiestas 
-  de  la  Caridad)  de  las  parroquias,  qui  los  demés  son  jovens,  entremeses  de  enamora- 
^ments^  alcarotarias  e  altres  actes  desonests  e  reprobnts^  raajormeiit  en  tal  dia  en  lo 
»qual  va  lo  clero  ab  processons  e  crea  levada  portaus  diverses  reliquies  de  sauts,  de 
i  que  lo  poblé  pren  mal  exempli  e  román  scandalizat» . 

Yo  no  me  atreveré  á  decir,  con  mi  inolvidable  amigo  Qiiadrado,  que  íaquí  tene- 
smos ya  el  drama  secularizado  en  Mallorca  medio  siglo  antes  de  la  aparición  de  la 
»  Celestina-,  los  temas  devotos  sustituidos  por  los  profanos;  el  anto  suplantado  por  la 
>cüinedta>.  Sería  preciso  que  la  casualidad  nos  descubriese  algún  fragmento  ó  mues- 
tra de  tales  representaciones  para  que  pudiéramos  inducir  su  carácter.  De  todos  modos, 
el  documento  es  singular,  pero  en  Castilla  tenemos  otro  muy  análogo:  los  decretos  del 
Concilio  de  Ai-anda,  que  en  1473  mandó  celebrar  el  arzobispo  de  Toledo  D.  Alfonso 
Carrillo.  Uno  de  ellos  da  testimonio  del  escandaloso  abuso  de  las  representaciones  pro- 
fanas dentro  del  templo  en  las  fiestas  de  la  Xavidail,  de  San  Esteban,  de  San  Juan  y 
de  los  Inocentes,  y  en  las  solemnidades  de  misas  nuevas:  <sLnd¿  theatrales^  larvae, 
■■>  mojistra^  spectaculn,  necnon  quam  plurim  i  inhonesta  ei  diversa  fty menta  in  ecclesiis 
>Í7itro  lucuntar,  tumnltiiatones  qnoqiie  et  ^<t/¿rpia  carnninay^  et  i-derisorii  sermones^ 
■^  dicunttir» .  Pero  dudamos  mucho  que  esta  inculta  y  bárbara  manifestación  dramática 
hubiera  podido  influir  en  un  espíritu  tan  culto  como  el  de  Fernando  de  Rojas. 

Los  orígenes  de  la  Celestina  no  son  populares,  sino  literarios,  y  de  la  más  selecta 
literatura  de  su  tiempo.  Aún  no  hemos  apurado  el  catálogo  de  sus  reminiscencias.  Leía 
mucho  su  autor,  como  todos  los  hombres  estudiosos  de  su  generación,  á  los  dos  grandes 
maestros  del  primer  Renacimiento  italiano,  Francisco  Petrarca  y  Juan  Boccaccio.  Las 
obras  latinas  del  primero  le  eran  tan  familiares,  que  desde  las  primeras  líneas  del 
prólogo  encuentra  ocasión  de  citarle,  para  probar  que  «todas  las  cosas  son  creadas  á 
amanera  de  contienda  y  batalla».  «Hallé  (dice)  esta  sentencia  corroborada  por  aquel 
^gran  oralor  c  poeta  laureado,  Francisco  Petrarca,  d¡\iendo:  Sine  lite  atqne  offensio- 
»ne  nihií  g'inuit  natura  parcns:  sin  lid  e  offension  ninguna  cosa  engendra  la  natura, 
» madre  de  todo.  Dize  más  adelante:  Sic  est  eniíu,  et  sie  propemodwn  universa  iestan- 
r>tur:  rápido  stellac  obviaut  firmamento;  contraria  invicem  elementa  con flif//(nt,  terrae 
•¡>tremunt;  maria  fUicltiant;  aer  quatitur;  crepant  jlanunae;  bellum  immortale  venti 
¡>()erunt\  témpora  temporibus  concertant;  spcum  singrda,  nobiscnm  omnia,  que  quiere 
»dezir:  «En  verdad  assi  os,  é  assi  todas  las  cosas  desto  dan  testimonio;  las  estrellas  se 
> encuentran  en  el  arrebatado  firmamento  del  cielo;  los  adversos  elementos  unos  con 
:^ otros  rompen  pelea;  tremen  las  tierras;  ondean  los  mares;  el  ayre  se  sacude;  suenan 
»las  llamas;  los  vientos  entre  sí  traen  perpetua  guerra;  los  tiempos  contienden  6  ligan 
;>entre  sí,  uno  a  uno  é  todos  contra  nosotros ^  ('). 

VA  pasaje  que  Rojas  alega  está  en  el  prefacio  del  libro  2."  De  Remediis  utriusquc 
fortunae;  pero  lo  que  nadie  ha  advertido  hasta  ahora,  que  yo  sepa,  es  que  continúa 

(')  Vid.  Franciscí  Petrarchae  Florentini,  Phihunphi,  Oraforis  et  Poetue  clarisnimi...  Opera 
quae  extant  omnia...  Basileae  exculebut  Ilenrichus  Petri  (1554),  tomo  I,  pág.  121. 

«Ex  oiniiibiH  qii;ie  tiiilii  lecta  placuerint  vel  amiita,  n'liil  pene  vel  insedit  altins,  vel  tenac'us 
^mliaesit,  vel  crebrius  ad  mf-nioriuin  redit,  qiiam  illiid  Hcracliti:  Omnia  secundum  litem  fieri,  et 
asic  esse  propeinodnm  universa  testantur.  Kapido  Stellae  obuianí  firinatneuto,  etc.'> 

Sigue  el  pasaje  copiado  pnr  K  )jaü. 

oníOIíVES    DE    r,A    NOVELA. —  IIF. — f 


Lxxxii  orígenes  de  la  NOVELA 

traduciendo  sin  decirlo;  de  suerte  que  todo  el  segundo  prólo,2:o  es  un  puro  plagio,  como  ' 
puede  verse  por  el  texto  latino  que  pongo  al  pie,  subrayando  las  frases  que  más  lite-  ! 
raímente  copió  Rojas  (').  ¿Qué  explicación  puede  tener  un  procedimiento  tan  extraño,  j 
mucho  más  si  se  recuerda  que  el  De  Remediis  andaba  en  manos  de  todas  las  perso-  • 
ñas  letradas,  y  existía  ya  una  traducción  castellana  anterior  á  la  de  Francisco  de  Ma- : 
drid,  taiitas  veces  impresa  desde  1510?  ¿A  quién  podía  engañar  Rojas,  apropiándose  : 
con  tanta  frescura  la  doctrina  y  las  palabras  ajenas,  que  además  venían  traídas  por  , 
los  cabellos  al  propósito  de  su  libro?  ¿Para  qué  necesitaba  un  escritor  de  su  talla  ; 
ajeno  auxilio  en  la  redacción  de  un  sencillo  prólogo?  Quizá  poroso  mismo.  Recuérdese  '\ 
el  caso  bastante  análogo,  aunque  en  menores  proporciones,  de  la  dedicatoria  de  la  pri-  ; 
mera  parte  del  Quijote,  tejida  en  parte  con  frases  de  otra  dedicatoria  de  Herrera  en  sus 
Anotacio7ies  á  Garcilaso^  y  del  maestro  Francisco  de  Medina,  en  el  hermoso  prólogo  ] 
que  llevan.  A  los  grandes  escritores  suele  resistírseles  más  la  correspondencia  familiar  \ 
6  la  redacción  de  un  documento  de  oficio  que  la  composición  de  un  libro  entero.  Uno  , 
de  esos  apuros  debió  de  pasar  el  bachiller  Feíuando  de  Rojas,  y  para  salir  de  él  apeló 

(*)  uVer  huinidum,  aestas  árida,  moUis  autumnus,  hyems  hispida,  et  quae  vicissitudo  dicitur  ; 
opugna  est,  Haec  ipst  igitur  quibus  iiisistimus,  quihus  clrumfouemur  et  vivimus,  quae  fot  illecebris  ' 
"nhlandiunínr,  quamque  si  irasci  ceperint  sint  horrenda,  iinlicant  terraeniotus  et  concitatissimi  tarbines,  ¡ 
)>indicant  naufragia  atque  incendia  seu  coelo  seu  tcrris  saevicntia,  qnis  insultas  grandinis,  quaennm  '. 
y>ilU  vis  imbrium,  qui/remitus  tonitruum,  quifulminis  impetas,  qnae  rabies  procellarum,  qiii  fenior,  : 
li^qni  miigitiís  pelagi,.qni  torrentiiim  fragor,  qiii  flinninuin  excursus,  qui  nubiuní  cursus  et  recursus  i 
í)et  concursus.''  Mare  ipsuiii  praeter  apertam  ac  rapidam  vim  ventorum,  atque  abditos  fluctuiinitumo-  < 
«res,  ¡ncertis  vicibua  alternantes,  certos  statntosque  fliixiis  ac  reflusus  liabet...  quae  res  dum  maní-  j 
y>festi  motas  lutens  causa  quaeritur,  non  minorem  Philosophorum  in  scholis,  quam  flacluum  ipso  in  | 
y>pelago  Utem  movit.  Qaid  quod  nullum  animal  bello  uacat?  pisces,  ferae,  vobicres,  serpentea,  homines,  \ 
ymna  species  aliam  exagitat,  milli  omnium  quies  data,  leo  lupum,  lupus  canem,  canis  leporem  insequi-  i 
Mur...  Basiliscus  angues  reliquos  sibilo,  advenlu,  visu  perimit. .  Qui  et  littoreae  volucres,  aquaticaeque  \: 
■  »quadrupedeí=i,  aeqnor,  stagna,  lacus  et  flumina  rimantur,  exliauriunt,  et  infcstant,  ut  mihi  oinnitim  \ 
»inquiotissiina  pars  reruui  aqua  videatur,  et  suis  inotibus  et  incolaruiu  perpetuis  acta  tumultibns,  j 
»quippe  quae  nouorum  animaniium  ac  monstrorum  Eeracissima  esse  non  ainbigitur,  upque  ndeü,  uta 
))vulg¡  opinionem,  ne  docti  quidcín  respuant,  oiunes  prope  (/tías  térra  vel  a'ér  animaniium  formaiK 
«habet,  esse  in  aquis,  cum  imnumerabiles  ibi  sint,  quas  et  arr  et  térra  non  liabef...  >, 

y)Maris  caput  sua  quadam  naturali  sed  effrenata  dulcedine,  tu  os  viperae  insertum,  illa  praecipUi  - 
y)feruore  libidinii  amputnt,  inde  iam  praegnans  vidua,  cum  pariendi  tempus  advenerit,  fcetu  muWpliai  - 
»p/raegrucante,  et  velut  in  ultionem  2^'-it>'is  uno  quoque  quamprimuin  erumpere  festinante,  discerpiiur, 
y)Ita  dúo  animantium  prima  vola,  proles  et  coifus,  huic  generi  infausta  penitusque  mortífera  deprehen-  i 
y>duntur,  dura  marem  coitus,  matrein  partus  interimit.  | 

y>Echineis  semipedalis  pisciculüs  navim  quamvis  immensam,  ventis,  undis,  remis,  velis  actam^  \ 
y>retinet.y>  (Aquí  Rojas  añade  de  su  cjseclia  ó  de  la  del  Comendador  Griego  las  citas  de  Aristóteles,  Ij 
Plinio  y  Lucano.)  I- 

dEsse  circa  mare  Imlicum  inauditae  nuignitudinis  auem  quandam,  quam  (íRochum^  nostri  voctnt  ¡i 
Dquae  non  modo  síngalos  homines,  sed  tota  insuper  rostro  praehensa  navigia  secun  tollat  in  nubila,  et 
y>pendentes  in  aere  miseros  navigantes,  advolatu  ipso  terribilem  mortem  ferat 

y)Homo  ipse  terrestrium  dux  et  rector  animantium,  qui  rationis  gubernaculo  solus  iioc  iter  vitae,  i 
»et  lioc  mare  tuniidum  turbidninqiic  tranquillé  agere  possi  videretur,  quam  continua  lite  agitur,! 
»non  modo  cum  alus  sed  eecum...  Quid  de  comvnini  vita  deque  aciibus  mortalium  loquar?  vix  düosl 
»in  magna  urbe  eoncordep,  cum  multa  tum  máxima  aedificiorum  habittiumque  uarietas  arguit...  /«mi 
Ttquae  infantiitm  bella  cum  lapsibvs,  quae  jmerorum  rixae  cum  literis...  quaenam  insuper  adolescen-l 
yitium  lis   cwn  voluptatibus  dicam  verius„  immo  quanta  serum  lis  affectuumque  coUisio.y> 

F.  Petrarchae  Operum,  ed,  de  Basilea,  pp.  r21-r24. 


INTRODUCCIÓN  lxx.mii 

al  extravagante  recurso  de  echar  mano  del  primer  libro  que  sobre  la  mesa  tenía  y  tra- 
ducir do  61  unas  cuantas  páginas,  que  lo  mismo  podían  servir  de  introducción  á  cual- 
quier otro  libro  que  á  la  Celestinn.  Cervantes  todavía  necesitó  menos  para  zurcir  cua- 
tro frases  de  cortesía. 

Más  intere's  tiene  este  plagio  directo  que  las  vagas  reflexiones  morales  sobre  la 
próspera  ó  adversa  fortuna  que  hay  en  varios  pasos  de  la  Tragicomedia^  registrados  ya 
por  Arturo  Farinelli:  «O  fortuna  (exclama  Caliste  en  el  aucto  XIII)  quáuto  e  por  quún- 
^>tas  partes  me  has  combatido!  Pues  por  más  que  siguas  mi  morada,  c  seas  contraria  a 
»mi  persona,  las  adversidades  con  ygual  ánimo  se  han  de  sufrir,  e  en  ellas  se  prueua 
»el  coraron  rezio  o  flaco».  Y  antes  había  dicho  Celestina  (aucto  XI)  convirtiéndose  en 
eco  de  las  palabras  del  Petrarca:  «Siempre  lo  oí  dezir,  que  es  más  difhcil  de  suffrir  la 
» próspera  fortuna  (jue  la  adversa;  que  la  vna  no  tiene  sossiego,  e  la  otra  tiene  consue- 
^>lo» .  Aunque  hoy  nos  parezca  tan  vulgar  el  contraste  entre  una  y  otra  fortuna,  su  filia- 
ción petrarquista  no  puede  ocultarse  á  quien  esté  versado  en  la  literatura  de  nuestro 
siglo  XV,  que  había  convertido  en  una  especie  de  breviario  moral  la  obra  De  Remediis^ 
y  aplicaba  á  todos  los  momentos  de  la  vida  sus  poco  originales  sentencias  diluidas  en 
un  mar  de  palabrería  ociosa  ('). 

Pero  no  es  sólo  en  el  libro  de  los  Remedios^  sino  en  otros  varios  del  Petrarca, 
donde  hay  que  buscar  el  origen  y  la  explicación  de  algunos  lugares  de  la  Celestina. 
Dice  Calisto  á  la  vieja  en  el  aucto  VI:  «Qué  más  hazia  aquella  tusca  Adeleta,  cuya 
-i>fama,  siendo  tú  viva,  se  perdiera?  la  qual  tres  dias  ante  su  tiu  prenunció  la  muerte  de 
»sii  viejo  marido  e  de  dos  hijos  que  tenia».  Esta  alusión,  á  primera  vista  oscura,  se 
descifra  con  una  advertencia  de  la  edición  de  Salamanca  del  año  1570,  hecha  por  Ma- 
tías Gast,  en  la  cual  sospecho  que  anduvo  la  mano  del  Brócense  por  el  género  de  las 
enmiendas:  «Atrevíme  con  consejo  de  algunos  doctos  a  mudar  algunas  palabras  que 
» algunos  indoctos  correctores  pervirtieron...  En  el  acto  sexto  corregí  Adelecta.  Fue  esta 
» Adelecta  (como  cuenta  Petrarca)  una  noble  mujer  toscana, 'grandísima  astróloga  y 
» mágica.  Dixo  muchas  cosas  á  su  marido  e  hijos,  Eternio  y  Albricio.  Pero  principal- 
;> mente  estando  á  la  muerte,  en  tres  versículos,  anunció  a  sus  hijos  lo  que  les  habia  de 
»  acaecer,  especialmente  a  Eternio,  que  se  guardase  de  Cassano,  lugar  de  Padua.  Siendo 
»al  fin  de  sesenta  años  vino  a  Milán,  adonde  por  sus  obras  era  muy  aborrecido  de  los 
»longobardos:  fué  át  ellos  cercado,  y  pasando  un  puente  con  gran  fatiga,  supo  que  aquel 
>  lugar  se  nombraba  Cassano.  Luego  da  espuelas  al  caballo,  y  lánzase  en  el  rio  diciendo 
>a  grandes  voces:  Oh  hado  inevitable!  Oh  maternales  presagios!  Oh  secreto  Cassano! 
1  Al  fin  salió  a  tierra;  mas  los  enemigos,  que  la  puente  y  entrambas  riberas  tenían  toma- 
» das,  alli  le  acabaron» . 

Lo  que  se  le  olvidó  advertir  al  corrector  salmantino  fué  el  lugar  de  las  obras  del 
Petrarca  en  que  se  encontraba  la  mención  de  Adelecía^  y  como  en  el  índice  de  la  edi- 
ción de  Basilea  no  se  consigna  tal  nombre,  tuve  que  internarme  con  verdadero  empe- 
ño en  la  lectura  del  primer  tomo,  hasta  que  di  en  el  libro  4.",  Reriim  Meuiorandanim, 
cap.  V,  De  Vatici/úis^  con  la  historia  de  Adelheida  ó  Adelaida  de  Romano,  madre  del 
célebre  tirano  Ezzelino  (no  Eternio)  y  de  Albricio,  que  es  la  tasca  Adeleta  de  nuestro 

(^)  Viil.  A.  Farinelli,  Sulla  fortuna  del  Petrarca  ia  Ispagna  nel  Quattrocento,  Turin.  Loesclier, 
1904  (Extracto  del  Giornale  storico  della  Mterafura  ifalinna,  tomo  44,  pp.  297-350). 


Lxxxiv  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  ■; 

poeta,  la  fatídica  de  Hetruria^  que  no  pudo  explicar  su  comentador  G-aspar  Barth  (').  : 
Y  allí  muy  cerca  encontramos  otra  anécdota  de  Alcíbiades,  que  también  está  repetida  i 
fielmente  por  Caliste  en  el  mismo  acto  de  la  Celestina:  «Entre  sueños  la  veo  tantas  j 
»  noches,  que  temo  que  me  acontezca  como  a  Alcíbiades,  que  soñó  que  se  veya  embuel-  i 
»to  en  el  manto  de  su  amiga,  e  otro  dia  matáronlo,  e  no  ouo  quien  lo  alease  de  la  calle;,  ; 
;>  siao  ella  cou  su  manto»  (-).  | 

Fuente  indudable,  aunque  secundaria,  de  la  Celestina  son  también  las  Epístolas  \ 
familiares  del  Petrarca.  Hay  dos,  sobre  todo,  que  por  cierto  están  inmediatas,  tanto  en  i 
las  ediciones  antiguas  como  en  la  moderna  de  Fracasseti  (la  1.*  y  2.^  del  libro  2.°),  de  ¡ 
donde  está  tomada  punto  por  punto  toda  aquella  impertinente  erudición  que  estropea  el  | 
desconsolado  razonamiento  de  Pleberio.  También  aquí  puede  hacerse  la  comparación  : 
cou  el  texto  latino  que  pongo  en  nota:  «Qne  si  aquella  seueridad  e  paciencia  de  Paulo  • 
>  Emilio  me  viniere  a  consolai  con  pérdida  de  dos  hijos  muertos  en  siete  dias,  diziendo  : 
»que  su  animosidad  obró  que  consolasse  él  al  pueblo  romano,  e  no  el  pueblo  a  él  no  ; 
»me  satisfaze,  que  otros  dos  le  quedauan  dados  en  adopción.  ¿Qué  compañía  me  ter- 
»nán  en  mi  dolor  aquel  Pericles,  capitán  atheniense,  ni  el  fuerte  Xenofon,  pues  sus  pér- 
»didas  fueron  de  hijos  absentes  de  sus  tierras?  Ni  fue  mucho  no  mudar  su  frente  e  '\ 
atenerla  serena,  y  el  otro  responder  al  mensajero  que  las  tristes  albricias  de  la,  muerte  i 
»de  su  hijo  le  venia  a  pedir,  que  no  rescibiesse  él  pona,  que  él  no  sentia  pesar...  Pues  i 
»  menos  podrás  decir,  mundo  lleno  de  males,  que  fuimos  semejantes  en  pérdida  aquel  ; 
»Anaxágoras  e  yo,  que  seamos  yguales  en  sentir,  e  que  responda  yo,  muerta  mi  ama-  i 
»da  hija,  lo  que  él  a  su  único  hijo  que  dixo:  como  yo  fuesse  mortal,  sabía  que  avia  de  i 
;  morir  el  que  yo  engendraua... 

»  Ninguno  perdió  lo  que  yo  el  dia  de  oy,  aunque  algo  conforme  páresela  la  fuerte  ! 
» animosidad  de  Lambas  de  Auria,  duque  de  los  athenienses  {ijinoveses  corrigió  la  edi-  I 

s 

i." 

(')  AdeJheklis  de  Romano.  ^\ 

«Faina  est  et  quiilara  scriptores  asseriint  Ezzelimiiii  ile  Romano,  et  Alinicmn  fratres,  cruentos   ■ 
»ct  iiniiianes  liouiinea,  nialreiii  liahiiisse  Adellieiilaní  ex  nolñli  Tiiscoiuní  san<>iiirie  fonininam,  alti 
»ingen¡¡   consilüqne  et  tain  astroruní  cneliqíie  studio,  qiianí  niagicis  anibiis  siipra  fidem  ventnri    ; 
))praesciain.  Hace  ciini  saepe  nmha  tam  viro  qiiam  natis,  tiim  praecipue  euidens  nnuin,  circa  diem 
»su  le  inortis,  oíacnli   more  trii)ii8   versiculis   pioniinciasse  dicitnr.   In   qnibiis  qiiideni   et  filioriim  | 
»potentiain,  et  éxiliiin,  et  utrique  snae  m  irtis  lociiin  ita  cecinit,  ut  ipsis  euentilms  niliil  et  vaticinio  (i 
»dernereiur,  quia  etiain  iit  Albricum  sileam,  cura  Ez/ceiinus  ipí<e  monitus  Oassamim  caiiere,  igiiobilis 
»v¡ci  iiesciiis,  Cassanum  castrum  ¡n  Paduannrnm  ac  Uetruscorum  situm  finibus  fatalo  rafuí^...  omniji 
ssemper  studio  vitasset,  tandera  pnst  septuageaiinuiii  aetatia  annum,  dura  surania  vi  Mediolannm 
))petit,  ab  ómnibus  ft-rme  Longobardis,  quibus  trux  et  insolens  spiíitus,  o  üosum   iílum  fecerat,  jí 
rcircumveiitus  est,  iam  pontem   adhuc  fluraiiiis  transiverat,  illic  in  extremis  sese  casibus  videns, 
»loci    noineu    tciscitatus ,    ubi   Cassanuin    aiidivit,    confusioiienj    nominuin    recognoscens,  adacto 
i.calcaribus  equo,  in  oppositura  seso  lluuien  injecit.  Ileu  fatum  inevitabile,  heii   raaterna  prae^-agiaJiJ 
»iieu  arcanum  Cassanum  liorrendo  murmure  vocit'erans,  ac  vix  terrae  redditiis  adversae,  ab  innu-jr.'j 
>rnera!)¡ii  hostium  exercitu,  qui  iara  pontem  et  utrauque  ripam  occupaverat  oppriraitur». 

F.  Petrarchae  Opera,  ed.de  Basilea,  tomo  I,  pág  536. 

Sibido  es  que  Ezzelino  y  su  madre  son  personajes  capitales  en  nno  de  los  más  antiguos  en sayOí, 
trágicos  de  Europa,  la  Eccerinis  del  padnano  Albertino  Mussato,  contemporáneo  del  Petrarca, 

(-)  Alciliiades  paulo  prius  quam  e  ri-bus  Inimanis  repelleretur,  se  aniicae  suae  veste  contectun¡ 
».-omniaverat,  alias  fortassis  aperare  licuit  ¡ilécebras  amanti,  sed  enim  bre.  i  post  occisu?,  et  nuil 
>iiniserante  insepuUus  iacens,  amicae  obvolutus  amiculo  est». 
J^.  Petrarchae  Opera,  I,  p.  .Ó82. 


INTRODUCCIÓN  Lxxxr 

»ción  de  Zaragoza  de  1507,  j  está  bien),  que  a  su  hijo  herido  con  sus  bracos  desde  la 
»nao  echó  eu  la  mar...»  ('). 

Por  los  trozos  transcritos  se  ve  claro  que  la  lectura  del  Petrarca  no  sirvió  al  bi- 
ciiiller  Rojas  para  nada  bueno,  sino  para  alardear  de  un  saber  pedantesco;  pero  va'ga 
lo  que  valiere  esta  influencia,  es  de  las  que  pueden  documentarse  de  un  modo  más 
auténtico  ó  irrefragable. 

Boccaccio,  lo  mismo  que  el  Petrarca,  iníluve  en  Rujas,  como  en  todos  los  españoles 
del  siglo  XV,  más  como  humanista  y  erudito  que  como  poeta  y  novelista,  más  por  sus 
obras  latinas  que  por  las  vulgares.  Contra  todo  lo  que  pudiera  esperarse,  no  es  el  Deca- 
meron.  ni  siquiera  el  Corbaccio^  sino  el  libro  De  casibus  Principum  (lectura  favorita 
de  nuestros  moralistas,  desde  el  tiempo  del  Canciller  Ayala)  la  obra  de  Boccaccio  que 
ha  dejado  positiva  é  innegable  huella  en  la  Celestina.  Alusión  muy  clara  á  ella  son 
estas  palabras  de  Serapronio  en  el  aucto  I:  «Lee  los  historiales,  estudia  los  phi- 
»losophos,  mira  los  poetas;  llenos  están  los  libros  de  sus  viles  y  malos  excmplos 
»e  de  las  caijdas  que  levaron  los  que  en  algo,  como  tú,  las  reputaron).  Las  Caydas 
de  Príncipes  y  el  Valerio  Máximo  estaban  sin  duda  entre  aquellos  «antiguos  libros» 
que  «por  más  aclarar  su  ingenio^>  mandaba  su  padre  leer  á  ^lelibea,  y  que  ojalá  no 
hubiesen  leído  nunca  ni  ella  ni  el  poeta  que  la  inventó. 

Nada  he  encontrado  en  la  Celrslina  que  indique  conocimiento  de  las  Cien  nnrelas. 

(')  Dice  el  Pfltarcii  coiisolatido  á  un  amigo  suyo  en  la  imurte  de  su  hermano: 

«lit  tainen,  ut  intelligas  quorum  e'^o  te  numeris  adscribo,  tantoque  fretus  comitatu  liaereas  in 
))incopto,  quanfnin  memoria  complecti  potnero...  aliquot  nobiliora  exempla  et  oinni  copia  vetustati-i 
»intcr8eram.  yE'nilius  Puulus,  vir  amplissimus  et  suae  aetat's  ac  patriae  summum  decus,  ex  quatuor 
i>filiis  prat'clarissimae  indolin,  dúos,  extra  farniliam  in  adoptianem  aliis  dundo^  ipae  sihi  ubstuUl: 
»duos  Tfliquos  iiitra  septem  dierum  spadum  mors  rapuit^).  (Aqni  Rojas  ir.istrocó  el  sei.tido,  pues  lo 
que  el  Petrarca  dice  no  et-  que  ú  Paulo  Emilio  le  q-  cdasen  dos  liijos  dados  en  adopciiin,  sino  al 
contrario,  que  los  perdió  para  su  familia  por  iiabérs-olos  dado  en  adopción  á  extraños)  «Ipse  tamcn 
íi(ul)Í!alem  suam  tam  excelso  animo  pertulit,  ut  prodiret  in  publicum,  ubi,  audiente  populo  Rumano, 
Masum  suum  tum  mngnifire  consohttus  est,  ut  mugís  metuere  ne  quem  dolor  ¡líe  fregisaef.  quain  ¡pac 
y>fractus  esac,  videretur...  Perirles,  AtheivenüiH  du.r,  inter  qiuituor  tiies  duobus  filiis  orbitus  non  soUnn 
»non  ingemuil,  sed  nec  priorem  frontis  luibitum  mutavit...  Xenophon,  filii  mnrte  nuntiata,  sacriü- 
Dcium  ciii  tuno  ¡ntererat,  non  omisit...  Anaiugoraa  mortem  filii  nuncianti:  Ni'il.  inquit,  novum  nut 
f>ina:rpectatum  audio:  cgo  enim,  cum  «im  moríalis,  nciebam  ex  me  genilum  esse  mortule:».y) 

(Libcr  secundus.  E/>ist'ila  I.  Philippo  Episcopn  CaralUcensi.) 

El  caso  de  Lainl)as  do  Auria  está  referido  en  la  carta  siguiente  á  persona  desconocida  sobre  el 
teuii  aFacilem  sap'enti  iactnram  esse  sepulchri»: 

«Unuin  de  inultis  exemplum  illustrc  non  sileo.  Lambas  de  Auria,  vir  acérrimos  atqie  fortissi- 
smns,  dut  Jamiensium  fuisse  narratur  eo  maritimo  praelio  quod  primum  cum  Venetis  liabuorunt, 
«oiiiniuui  m-morabili,  quae  patrum  no-trorum  tempi-ribus  gesta  sunt...  Oumque  in  eo  con.ressu 
sfilius  illi  nnicus,  Horentissimus  adolescens,  qui  paternae  navis  proriu  w  ibtinebat,  sagitta  tniictu--, 
íprimus  oniuium  curniisset,  ac  circa  iacentem  luctiis  liorreudus  sublaius  esset,  accurrit  pater,  et 
ytKon  gemendi.  inquit,  sed  pugnandi  tempus  eat.  Deinde  vert,us  ad  filiuin,  postquam  in  eo  nullam 
»v¡tae  spem  videi:  Tu  vero,  inquit,  ^/í,  nunquam  tam  pnlchras  haluisses  sepulluram,  si  defunctus 
y>e9ses  in  patri't.  Ilaec  d  cens,  armatus  armaium  topentemque  cumplesus,  proiecit  in  medios  fluctus, 
J»íp  a,  ut  milii  qMÍdem  vidftur,  ca'amitate  felicissimus.« 

^Libro  ir,  epist.  H,  Ad  ignotum.) 

Francisci  Petrarcae,  Epistolae  de  reJma  faiiiiliaril'Hs  et  rariae...  atud'O  et  cura  Josephi  Frocasseti . 
|FZoreii<fag,  typis  Le  Monnier,  1S59. 

(Tomo  I,  págs.  81,  82  y  8ó.) 


Lxxxvi  orígenes  de  LA  NOVELA  j 

En  realidad,  Boccaccio  y  Rojas  no  sou  ingenios  del  mismo  temple,  aun  cuando  parece  que  ; 
describen  escenas  análogas.  Hay  en  Boccaccio  una  alegría  sensual,  un  pagano  contenta-  ' 
miento  de  la  vida  que  contrasta  con  el  arte  profundo,  y  doloroso  á  veces,  de  Rojas.  El  ¡ 
Surgit  amari  aliquid  de  Lucrecio  nos  asalta  involuntariamente  en  muchas  de  sus  -j 
páginas.  Todas  las  catástrofes  trágicas,  que  no  faltan  en  el  Decameron^  no  sou  suficien-  i 
tes  para  quitar  al  libro  su  carácter  risueño  y  jovial.  Las  visiones  lúgubres  pasan  tan  \ 
rápidas,  que  no  pueden  entristecer  á  nadie,  y  la  sátira  misma  es  más  amena  que  san-  i 
grienta:  circum  praecordia  hidit.  '\ 

Tampoco  discierno  imitaciones  del  Corba'ccio  italiano.  Si  alguna  hay,  habrá  pasado  i 
por  intermedio  del  Arcipreste  de  Talavera  (').  Pero  es  imposible  dejar  de  reconocer  en  J 
la  retórica  sentimental  de  la  obra,  en  los  apostrofes  y  exclamaciones  patéticas,  al  lector  ■ 
asiduo  de  la  Fiammetta,  que  fué  el  tipo  de  todas  las  novelas  amatorias  de  nuestro  \ 
siglo  XV.  La  Fiammetta  es  un  tejido  de  declamaciones  y  pedanterías;  pero  aquel  inter-  ■[ 
minable  monólogo  trajo  al  arte  moderno  una  novedad  psicológica,  la  revelación  de  un  ; 
alma  de  mujer  furiosamente  enamorada.  La  lección  no  fué  perdida  para  Rojas,  y  aun-  \ 
que  en  general  prefirió  el  arte  de  suaves  matices  y  el  fino  proceso  psicológico  de  Eneas  i 
Silvio,  se  inclinó  más  bien  en  las  líltimas  escenas  á  la  manera  vehemente  y  ampulosa  | 
de  la  Fiafnmetta  (-).  '. 

Deudas  tiene  también  el  autor  de  Melibea  con  la  literatura  castellana  anterior  á  su  i 
tiempo.  Ya  hemos  hecho  mención  de  la  más  importante  de  todas,  la  del  Arcipreste  de  \ 
Hita,  que  se  completa  y  refuerza  con  la  del  Arcipreste  de  Talavera,  Alfonso  Martínez.  ' 
Hay  entre  estos  tres  ingenios,  nacidos  en  el  antiguo  reino  de  Toledo,  un  hilo  misterioso, 
pero  innegable,  mediante  el  cual  se  transmite  del  siglo  xiv  al  xvi  la  corriente  natura-  \ 
lista.  El  Arcipreste  de  Hita  la  recoge  en  un  poema  multiforme,  que  es  á  la  vez  sátira, 
descripción  de  costumbres,  autobiografía,  novela  picaresca  y  expansión  libre  y  capri-  ' 
chosa  del  numen  lírico.  El  de  Talavera  la  deja  correr  por  las  páginas^  en  apariencias  i 
graves,  de  un  tratado  didáctico;  le  sazona  de  picante  humorismo,  como  quien  se  entre-  ■ 
tiene  en  sus  propios  escarceos  y  lozanías  más  que  en  la  enseñanza  moral  que  pretende  \ 
difundir;  transcribe  por  primera  vez  en  forma  literaria  la  lengua  pintoresca  y  cruda  del  j 
pueblo;  sorprende  la  vida  con  enérgica  inspiración;  siembra  un  tesoro  de  modismos  y  ] 
proverbios;  forja  el  gran  instrumento  de  la  prosa  familiar  y  satírica.  \ 

Esta  fué  su  verdadera  creación,  y  por  esto  más  que  por  nada  es  el  más  inmediato  ] 

(1)  Viil.  A.  Farinelli,  Note  sulla  fortuna  del  aCorbaccio»  nella  Spagna  Medievale,   en  la  Misce- 
llanea  Mussafia,  Halle,  1905,  pág.  43.  «Non  dipende   invece,  a  niio  giiidizio,  del  Corhaccio  la  tirata 
«contro  le  donne  che  Sempronio  regala  a  Calisto  nella  Celestina  {1.°  atto)  per  guariré  la  sua  striig-   ) 
«gente  passione  d'aiuore.  E  siiggeriti  dalla  Reprobación  dell  Arciprete,  come  iiitendo  diinostrare  j 
naltrove  traitando  delle  fonti  dulla  Celestina.-»  !Si  esta  promesa  se  hubicíe  cumplido,  me  hubiera 
ahorrado  mucho  trabajo. 

En  otro  eruditísimo  estudio  suyo  (Xote  siil  Boccaccio  in  hpagna  neW  Etá  media,  publicado  en 
el  Archiv  fiir  das  Sludium  der  neueren  Sprachen  und  Literafuren,  de  L.  Herrigs,   Braunscliweig, 
190G)  recuerda  Farinelli  que  «la  povera  Melibea...  negli  estremi  frangenti  apre  il  libro  delle  Caydas  \\ 
))per  leggervi  i  fatti  di  Nerabrot,  del  «magno  Alexandre»,  di  Pasifae,  di  Minerva,  di  Mirra,  di  Semi-  ij 
»ramide  e  d"altri  illustri»  (Fág.  33).  i 

(*)  Léase,  sobre  todo,  el  capítulo  A'III:  «Xul  quale  ma^lonna  Fiammetta  le  pene  sue  con  quelle  j¡ 
)jdi  molte  antiche  donne  commensurando.  le  sue  maggiori  che  alcune  altre  es-ere  dimostra,  e  poip 
>finalmente  a  suoi  lamenti  conchiude»  (Opere  Volgari  di  Giovanni  Boccaccio...  Florencia,  ed.  Mou-  ii 
tier,  1829,  tomo  VI,  pág.  181  y  siguientes).  \'\ 

Mi 


INTRODUCCIÓN  lxxxvii 

precursor  de  Rojas,  á  quien  estaba  reservada  la  gloria  do  fijar  esa  prosa  en  su  momento 
clásico,  de  dramatizarla,  de  reducirla  á  un  cauce  más  estrecho  y  profundo,  represando 
aquella  abundancia  generosa,  pero  despilfarrada,  en  que  la  ardiente  imaginación  del 
arcipreste  talaverano  se  complace  sin  freno  ni  medida. 

Pero  además  de  esta  relación  general  entre  la  Reprobación  del  amor  mundano  y  la 
Celestina^  que  fácilmente  percibirá  quien  pase  de  un  libro  á  otro  y  se  fije  en  la  copia 
de  refranes  y  de  modos  de  decir  sentenciosos  y  castizos  que  en  ambos  libros  reaparecen, 
hay  imitaciones  de  pormenor,  que  la  crítica  ha  señalado  varias  veces  y  que  comienzan 
desde  el  acto  primero  (').  Los  ejemplos  y  doctrinas  de  que  Sempronio  se  vale  para  pre- 
venir á  su  amo  están  sacados  del  arsenal  del  Corbacho^  nombre  con  que  generalmente 
es  conocida  la  Reprobación.  «E  non  pienses  en  este  paso  fallarás  tú  más  fermeza  que 
»los  sabios  antyguos  fallaron,  expertos  en  tal  SQiencia  o  locura  mejor  dicho.  Lee  bien 
»cómo  fuó  Adán,  Sansón,  Davyd,  Golyas,  Salamon,  Virgilio,  Aristotiles  e  otros  dignos 
»de  memoria  en  saber  e  natural  ju'yzio»  (Cap.  V).  Compárese  también  el  capítulo  XVII, 
«cómo  los  letrados  pierden  el  saber  por  amar» ,  donde  están  las  donosas  historias  de  los 
amores  de  Aristóteles  y  de  Virgilio  {^). 

Aquellas  _euiimeracione.s  sonoras  y  pintorescas  del  CorbacJio,  tan  intemperantes 
como  las  de  Kabeiais,  sólo  una  que  otra  vez  se  encuentran  en  ia  Celestina.  Recuérdese  la 
descripción  que  Pármeno  hace  del  laboratorio  en  que  la  vieja  prepara  los  untos  y  dro- 
gas para  sus  parroquianas:  «En  su  casa  hazía  perfumes,  falsaua  estoraques,  menjuy, 
■i- animes,  ámbar,  algalia,  polvillos,  almizcles,  mosquetes.  Tenía  vna  cámara  llena  de 
» alambiques,  de  redomillas,  de  barrilejos  de  vidrio,  de  corambre,  de  estaño,  hechos  de 
;>mil  faciones;  hazía  solimán,  afeyte  cozido,  argentadas,  bujelladas,  cerillas,  lanillas, 
>  unturillas,  lustres,  lucentores,  clariraientes,  alualinos:  e  otras  aguas  de  rostro,  de 
^rasuras,  de  gamones,  de  corteza  de  espantalobos,  de  teraguncia,  de  hieles,  de  agraz,  de 
amodo  destillados  e  azucarados.  Adelgazaua  los  cueros  con  9amos  de  limones,  con  tur- 
;>  uino,  con  tuétano  de  corzo  e  de  gar^a,  e  otras  coufaciones.  Sacaua  agua  para  oler,  de 
» rosas,  de  azahar,  de  jazmin,  de  trébol,  de  madreselua  e  clauellinas  mosquatadas  e 
» almizcladas,  poluorizadascon  vino:  hazía  lexias  para  enruuiar,  de  sarmientos,  de  carras- 
pea, de  centeno,  de  marruuios,  con  salitres,  con  alumbre  e  millifolia.  e  otras  diversas 
» cosas.  E  los  vntos  e  mantecas  que  tenía,  es  hastio  de  dezir:  de  yaca,  de  osso,  de 
^cauallos  e  de  camellos,  de  culebra  e  de  conejo,  de  vallena,  de  gar^a,  de  alcarauan  e  do 

(*)  Virl.,  entre  otros,  el  elegante  libro  del  Conde  de  Puyrnaigre,  uno  de  los  más  simpáticos  cnl- 
tiviidores  que  han  tenido  en  Fi ancla  los  estudios  hispánicos,  La  Cour  Littéraire  de  Don  Juan  II, 
ruris,  1873,  tomo  I,  pág.  16G.  ■ 

(*)  «Verá-í  quién  fue  Virgilio  e  qué  tanto  supo;  mas  ya  avrás  oydo  cómo  estuvo  en  un  cesto 
^colgado  de  unatorre,  mirándolo  todo  Roma;  pero  por  esso  no  dexó  de  ser  honrado,  ni  perdió  el 
Knombre  de  Virgilio».  [Celestina,  aucto  VII.) 

«¿Quién  vido  Vergilio,  un  homl)re  de  tanta  acuciH  e  ciencia,  cual  nunca  de  mágica  artt-  nin 
íciencia  otro  cualquier  o  tal  se  sopo  nin  se  viilo  nin  falló,  «e^wnr/  por  sus  fechon  podrás  leer,  oyr  e 
Wer,  que  estuvo  en  R>ma  coluado  de  una  torre  a  una  ventana,  a  vista  de  todo  el  pueblo  remano:- 
ísólo  por  dezir  e  ( orfiar  que  su  saber  era  tan  grande  que  niujer  eu  el  mundo  no  le  podia  engañar». 
(Arcipreste  de  Talatera,  ed.  de  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Españoles,  1901,  pág.  49.) 

(Me  parece  que  el  Arcipreste  en  las  palabras  subrayadas  alude  al  libro  popular  Les  faits  mervei- 
lleux  de  Virgile,  del  cual  existen  traducciones  en  inglés,  en  alemán,  en  holandés  y  hastaen  isla  i- 
dé-;,  y  es  muy  verisíuiil  que  la  hubiera  en  castellano  (Viil.  Comparetti,  Virgilio  nel  Medio  Ero, 
Liorna,  1872,  tomo  II,  pág.  151  y  ss.).  -.^■.  ':.   ...       ..  : 


li 


i.xxxviii  ORLGENES  DE  LA  NOVELA 

»gamo,  e  de  gato  montes,  e  de  texon,  de  harda,  de  herizo,  de  nutria.  Aparejos  para 
» baños,  esto  es,  una  maravilla;  de  las  yervas  e  rajces  que  tenía  en  el  techo  de  su  casa 
»  colgadas:  manganilla  e  romero,  maluaviscos,  culantrillo,  coronillas,  flor  de  sanco  v  de 
:>  mostaza,  spliego  e  laurel  blanco,  tortarosa  e  gramonilla,  flor  salvaje  e  higueruela,  pico 
-^de  oro  e  hoja  tinta.  Los  azeytes  que  sacaua  para  el  rostro,  no  es  cosa  de  creer:  de  sto- 
>  raque  e  de  jazmin,  de  limón,  de  pepitas,  de  violetas,  de  raenjuy,  de  alfócigos,  de  piño- 
í  nes,  de  granillo,  de  acof^ytos,  do  neguilUa,  de  altramuces,  de  aruejas  y  de  carillas,  e 
»de  3'erva  paxarera...»  (Aucto  I). 

Esta  curiosa  página  de  perfumei-ía  y  farmacia  cosmética  está  evidentemente  calca- 
da sobre  otra  que  hay  en  el  libro  del  Arcipreste  (Parte  2.'*,  cap.  III):  «Pero  después 
;>de  todo  esto  comien(;an  a  entrar  por  los  ungüentos,  ampolletas,  potecillos,  salseruelas, 
»  donde  tienen  las  aguas  para  afeytar;  unas  para  estirar  el  cuero,  otras  destiladas  para 
» relumbrar,  tuétanos  de  ciervo  e  de  vaca  e  de  carnero,  e  non  son  peores  estas  que  dia- 
»blos,  que  con  las  reñonadas  del  ciervo  fazen  ellas  xabon?...  Mesclau  en  ello  almisque  e 
»  algalia  e  clavos  de  girofre  remojados  dos  dias  en  agua  de  azahar,  o  flor  de  azahar,  con 
»ella  mezclado,  para  untar  las  manos,  que  se  tornaa  blancas  como  seda.  Aguas  tienen 
.destiladas  para  estirar  el  cuero  de  los  pechos  e  manos,  a  las  que  se  les  fazen  rugas... 
:^ Fazen  más  agua  de  blanco  de  huevos  cochos  estilada,  con  mirra,  canfora,  angelores, 
,> trementina,  con  tres  aguas  purificada  e  bien  lanada,  que  torna  como  la  nieue  blanca. 
»Kayzes  de  lirios  blancos,  bórax  fino;  de  todo  esto  fazen  agua  destilada  con  que  relu- 
»zen  como  espada,  e  de  las  yemas  cochas  de  los  huevos  azeyte  para  las  manos  e  la 
»cara  ablandar  e  purificar...»  ('). 

El  tipo  celestinesco  está  muy  secamente  delineado  en  el  Corbacho  (2."  parte,  capí- 
tulo XIII):  «Desto  son  causa  unas  viejas  matronas,  malditas  de  Dios  e  de  sus  santos, 
;>  enemigas  de  la  Virgen  Santa  Maria,  que  desque  ellas  non  son  para  el  mundo...  e  ya 
» ninguno  non  las  desea  nin  las  quiere,  entonce  toman  ofi(;iode  alcagüetas,  fechiceras  e 
»adevinadoras,  por  fazer  perder  las  otras  como  ellas.  ...  Empero,  dime:  estas  viejas  falsas 
»  paviotas,  ¡quántos  matan  e  enloquecen  con  sus  nialdades  de  bij  en  querencias!  ¡Quántas 
»divysiones  ponen  entre  maridos  e  mugercs,  e  quántas  cosas  fazen  e  desfazen  con  sus 
»fechizos  e  maldiciones!  Fazen  a  los  casados  dexar  sus  mugeres  e  yr  a  las  extrañas; 
»esso  mcsmo  la  muger,  dexado  su  marido,  yrse  con  otro;  las  fijas  do  los  buenos  fazen 
» malas;  non  se  les  escapa  mo^a,  nin  biuda,  nin  casada  que  non  enloquecen.  Asy  van 
»las  bestias  de  ombres  e  mugeres  a  estas  viejas  por  estos  fechizos  como  a  pendón 
»ferido»  (-). 

Sin  exagerar  la  influencia  que  un  libro  doctrinal  y  satírico,  en  que  no  hay  acción 
dramática  ni  desarrollo  novelesco,  pudo  ejercer  en  una  obra  de  arte  puro  como  la  Celes- 
tina^ es  imposible  desconocer  el  parentesco  estrecho  que  liga  al  Arcipreste  y  á  Rojas 
en  la  historia  de  la  lengua  y  en  la  pintura  de  costumbres. 

De  otros  tres  autores  del  siglo  xv  se  advierten  i-emiuiscencias,  puramente  formales, 
en  la  inmortal  tragicomedia.  Juan  de  Mena,  cuyo  temperamento  artístico  se  asemeja 
tan  poco  al  del  bachiller  Rojas,  era  sin  embargo  uno  de  sus  poetas  predilectos.  Son 
varios  los  pasajes  en  que  le  imita.  El  muy  docto  filólogo  americano  D.  Rufino  J.  Cuervo 

(»)  Pásinas  130-13L 
(«)  Pá-iuaa  181-182. 


INTRÜDUCCIOX  i.xxxix 

ha  advertido  que  la  idea  y  aun  la  forma  de  estas  palabras:  «Xo  quiero  marido,  no 
» quiero  ensuciar  los  ñudos  de  matrimonio,  ni  las  maiitales  pisadas  de  ageuo  hombre 
-■> repisar»,  se  encuentran  en  el  poema  de  Los  siete  pecados  uiorfales: 

Tú  te  bruñes  y  te  alnzias, 
Tú  fazes  con  los  tus  males 
Que  las  manos  mucho  suzias 
Traten  limpios  corporales. 
Muchos  lechos  viarilales 
De  ajenas  pisadas  huellas^ 
Y  sienbras  grandes  querellas 
En  deudos  tan  principales. 

El  Sr.  Foulchc-Delbosc,  por  su  parte,  ha  hecho  notar  la  semejanza  del  conjuro  de 
Celestina  con  el  de  la  hechicera  de  Valladolid,  en  un  célebre  episodio  del  Laberinto^ 
que  está  imitado  principalmente  de  Lucano.  Hay  coincidencias  verbales:  <Heriré  con 
»luz  tus  carceres  tristes  y  escuras»  {Celestincí). 

E  con  mis  palabras  tus  fondas  cavernas 
De  luz  sempiterna  te  las  feriré. 

(Juan  <!'"  .Mena!. 

En  las  octavas  acrósticas  del  principio  hay  versos  copiados  del  Laberinto^  v.  gr.: 
A  otro  que  amores  dad  vuestros  cuidados  ('), 

Puede  añadirse  otra  reminiscencia  evidente  del  aucto  I:  «Mucho  seguro  es  la 
mansa  pobreza». 

No  ha  sido  reparada  hasta  hoy,  aunque  me  parece  obvia  ó  innegable,  la  imitación 
de  cierto  tratadillo  del  nmor  que  compuso,  siendo  estudiante,  el  famoso  Alfonso  Tos- 
tado de  Madrigal,  bien  conocido  después  como  fecundo  autor  de  obras  de  muy  diverso 
linaje  (-).  Ni  aun  en  ésta  que  parece  tan  liviana  prescinde  enteramente  el  método  es- 
colástico. Dos  son  las  conclusiones  que  propugna  el  Tostado:  Pi'imera,  «ser  necesario 
;>los  omes  amar  a  las  mujeres».  Segunda,  «que  es  necesario  al  que  ama  que  alguna  vez 
»se  turbe»,  es  decir,  se  trastorne  y  salga  de  seso.  El  autor  hablu  por  propia  experiencia 
y  dirigiéndose  á  un  condi^cípulo:  «Hermano,  reprehendiste  me  porque  amor  de  muger 
»me  turbó  ó  poco  menos  desterró  de  los  términos  de  la  razón,  de  que  te  maravillas 
>>como  de  nueva  cosa...  E  por  cierto  non  me  pesa  porque  amé,  aunque  donde  non  me 
»vino  bien,  si  non  que  me  certifiqué  de  cosa  que  me  era  dubdosa,  é  acrecentó  en  saber 
■■>  por  verdadera  espirencia.  E  por  esto  me  pena  en  mayor  grado  el  amor,  que  es  á  mí 
»nueva  disciplina,  como  acaesce  á  los  que  son  criados  líbrese  delicadamente,  é  después 
» vienen  a  servidumbre».  Los   argumentos  son  vulgarísimos,  y  están  confirmados  con 

(M  Jievxie  riispnniqufí,  IX,  p.  297. 

1^^)  H:i  sido  piibl¡ca<i(>  por  D.  Antoiái  Paz  y  ]\[(.iiii  en  un  tomo  de  Opúsculos  Literaiiog  de  los 
siglos  XIV  ü  XVI,  que  forma  pir.e  de  la  cak-ccióii  de  los  B.bliófi'os  Españoles  (Madrid,  18'J2). 

Pgs.  219-2-44:  «Tractado  que  fizo  el  muy  excele  ite  é  elevado  Maestro  en  Santa  Teolo<,fía  e  en 
íArtee,  D.  Alfonso,  Obispo  que  fué  de  Avila,  que  llamaban  el  Tosiado,  estando  en  el  Estudio,  por 
íel  qual  se  prueba  por  la  Santa  Escriptura  cómo  al  orne  es  nescetario  amar». 


xc  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

muchas  historias:  Sansón,  David,  Salomón,  Tereo,  Tiestos,  Píramo  j  Tisbe,  Scila,  Medea, 
Tamar,  Fedra,  Dejanira  y  otras  varias;  erudición  muj  semejante  á  la  que  gastan  los 
personajes  de  la  Celestina.  Toda  la  doctrina  del  Tractado  puede  decirse  que  está  com- 
pendiada en  estas  palabras  del  acto  primero:  «Has  de  saber,  Pármeuo,  que  Caliste  anda 
»de  amor  quexoso;  e  no  le  juzgues  por  esso  por  flaco,  que  ol  amor  impervio  todas  las 
» cosas  vence;  e  sabe,  si  no  sabes,  que  dos  co)icliisio?ies  son  verdaderas.  La  primera.^ 
)ique  es  forgoso  el  hombre  amar  a  la  mitger.^  e  ¡a  miiger  al  hombre.  La  segunda.,  que 
»el  que  verdaderamente  ama.,  es  necessario  qne  se  turbe  con  la  dulrura  del  soberano 
y>deleyte  que  por  el  haxedor  de  las  cosas  fue  puesto  ¡morque  el  linaje  de  los  hombres  se 
>^ perpetuase.,  sin  lo  qual  pei-esceria^> . 

Aquí  están  literalmente  transcritas  las  dos  conclusiones  del  Tostado  j  uno  de  sus 
principales  argumentos:  «E  ciertamente,  para  sustentación  del  humanal  linaje.,  este 
»amor  es  nescesario  por  esto  que  diré.  Cierto  es  que  el  mundo  peiesceria  si  ayun- 
»tamiento  entre  el  ome  y  la  muger  non  oviese,  e  pues  este  ayuntamiento  non  puede 
»aver  efecto  sin  amor  de  amos,  siguesse  que  necesario  es  que  amen».  Se  ve  que  la 
madre  Celestina  era  tan  puntual  en  sus  citas  como  un  erudito  profesional:  nunca  pen- 
saría el  Abulense  en  tener  tan  rara  casta  de  discípulos  y  lectores. 

Fernando  de  Kojas,  como  otros  grandes  ingenios,  se  asimilaba  rápida  y  fácilmente 
todo  lo  que  leía.  La  lamentación  de  Pleberio  después  de  la  muerte  de  Melibea  tiene 
su  indudable  modelo  en  el  llanto  de  la  madre  de  Leriano  con  que  termina  la  Cárcel 
de  Amor.  La  situación  es  casi  idéntica,  pero  no  era  menester  que  lo  fuesen  tanto  las 
palabras.  En  la  novela  de  Diego  de  San  Pedro  leemos:  <:jO  muerte,  cruel  enemiga,  que 
»ni  perdonas  los  culpados  ni  asuelves  los  inocentes...  Más  raxon  avia  para  que  conser- 
y>vases  los  vegnie  años  del  hijo  mogo.,  que  para  que  dexascs  los  sesenta  de  la  vieja 
>  madre.  Por  qué  volviste  el  derecho  al  revés?  Yo  estava  harta  de  estar  viua  y  él  en 
»edad  de  beuir...»  (^).  Y  en  la  Celestina:  «O  mi  hija  e  mi  bien  todo!  Crueldad  sería 
;>que  bina  yo  sobre  ti.  3Ids  dignos  eran  mis  seseMa  años  de  la  sepultura  que  tus  vegnte. 
>Turbóse  la  orden  del  morir  con  la  tristeza  que  te  aquexava.  O  mis  canas,  salidas  para 
>aver  pesar!  Mejor  gozara  de  vosotras  la  tierra  que  de  aquellos  ruvios  cabellos  que 
presentes  veo>^ .  Apresurémonos  á  advertir  que  cada  una  de  los  dos  lamentaciones 
tiene  sus  bellezas  propias:  la  de  la  madre  de  Leriano  es  más  sobria,  más  concentrada, 
más  clásica,  y  emplea  con  fortuna  el  elemento  sobrenatural  de  los  agüeros  y  presagios. 
La  de  Pleberio,  cercenadas  las  pedanterías  que  la  deslucen  por  culpa  del  Petrarca, 
tiene  todavía  más  fuerza  patética  y  llega  á  lo  sublime  del  sentimiento  en  dos  ó  tres 
rasgos. 

No  faltará  quien  tache  de  vano  alarde  de  investigación  todo  lo  que  voy  escribiendo 
sobre  los  orígenes  de  la  Celestina.  El  método  histórico  comparativo,  lento  y  minucioso 
de  suyo,  tiene  pocos  prosélitos  en  España.  Por  no  someterse  á  su  rígida  disciplina,  que 
requiere  como  auxiliares  otras  muchas  si  ha  de  convertirse  en  hábito  constante  del 
espíritu,  suelen  perderse  los  esfuerzos  de  nuestra  crítica  en  vagas  consideraciones  de 
estética  superficial  ó  de  psicología  recreativa.  Y  sin  embargo,  ¿puede  haber  cosa 'más 
interesante  que  seguir  paso  á  paso  la  elaboración  de  una  obra  de  geni©  en  la  meilte  de 
su  autor;  asistir  si  es  posible  á  la  creación  de  sus  figuras;  deslindar  los  eleiüentos  que 

(';   Vid.  la  Cárcel  de  Amor,  en  el  tomo  II  de  estos  Orígenes, >pág.  28.-  •         .  ■■-        ,     ■    -   ,      •• 


INTRODUCCIÓN  xci 

por  sabia  combinación  ó  por  genial  y  súbita  reminiscencia  se  concertaron  para  formar 
un  nuevo  tipo  estético?  Y  si  se  trata  de  un  personaje  como  el  bachiller  Fernando  do 
Rojas,  que  no  ha  dejado  detrás  de  sí  más  que  su  nombre  y  el  eco  de  su  voz,  todos  los 
medios  de  indagación  parecen  pocos  para  descifrar  el  enigma  de  su  genio.  Bien  lejos 
estoy  yo  ni  de  intentarlo  siquiera,  pero  abriré  camino  á  los  que  vengan  después,  sin 
temor  á  las  detr.icciones  de  los  críticos  amenos,  ni  de  loí  impresionistas,  ni  de  los  trans- 
cendentales. 

Ni  la  naturaleza  ni  el  arte  proceden  por  saltos.  Todo  se  une,  todo  se  encadena  en 
hi  historia  literaria;  no  hay  antecedente  pequeño  ni  despreciable;  no  hay  obra  maestra 
<iue  no  esté  precedida  por  informes  ensayos,  y  no  sugiera,  á  quien  sabe  leer,  un  mundo 
de  relaciones  cada  vez  más  complejas  y  sutiles.  Los  más  grandes  ingenios  son  los  que 
han  imitado  á  todo  el  mundo:  Shakespeare,  Lope  de  Vega,  Moliere,  deben  á  sus  pre- 
decesores la  primera  materia  de  sus  obras,  y  algo  más  que  la  primera  materia.  No  hay 
producción  humana  sobresaliente  y  dominadora  que  no  sea  la  resultante  de  fuerzas  que 
han  trabajado  en  la  oscuridad  durante  siglos.  Ni  Dante,  ni  el  Ariosto,  ni  Cervantes,  ni 
Goethe,  se  eximen  de  esta  ley.  Su  grandeza  procede  de  la  misma  amplitud,  vasta  y  lu- 
minosa, de  su  genio,  que  da  hospitalaria  acogida  á  todas  las  manifestaciones  prece- 
dentes en  su  raza,  en  su  pueblo,  en  su  siglo,  en  la  humanidad  entera. 

No  podríamos,  sin  nota  de  exageración,  aplicar  tales  conceptos  al  bachiller  Fer- 
nando de  Hojas,  que  ni  por  la  elevación  ni  por  la  fecundidad  de  su  obra  está  á  la  altura 
de  los  colosos  citados.  Pero  en  su  obra  solitaria,  concebida  y  escrita  antes  de  la  madu- 
rez del  arte,  demostró  tales  condiciones,  que  nadie  en  el  siglo  xv  mereció  en  tanto 
grado  como  él  la  calificación  de  grande  artista  literario.  La  Celestina  no  es  un  libro 
peculiarmente  español:  es  un  libro  europeo,  cuya  honda  eficacia  se  siente  aún,  porque 
transformó  la  pintura  de  costumbres  y  trajo  una  nueva  concepción  de  la  vida  y  del  amor. 
Bellamente  lo  dijo  Gerviuus  en  su  Historia  de  la  poesía  alemana:  «Esta  obra  marca 
» propiamente  la  hora  natal  del  drama  en  los  pueblos  modernos.  No  es.  en  verdad,  un 
/>  drama  perfecto  en  la  forma,  sino  una  novela  dramática  en  veintiún  diálogos;  pero  si 
»  prescindimos  de  la  forma  exterior,  es  una  acción  dramática  admirablemente  trazada  y 
desenvuelta,  con  reflexiva  conciencia  de  la  verdad  poética,  y  con  tal  maestría  para 
caracterizar  á  todos  los  personajes,  que  en  vano  se  buscará  nada  que  se  le  parezca 
antes  de  Shakespeare.  Mucho  del  contenido  de  Romeo  y  Julieta  se  halla  en  esta  obra, 
y  el  espíritu  según  el  cual  está  concebida  y  expresada  la  pasión  es  el  mismo»  ('). 
Profunda  verdad  encierran  las  palabras  de  Gervinus.  Calisto  ij  Melibea  es  el  drama 
del  amor  juvenil,  casi  infantil,  menos  casto  que  el  de  Romeo  y  Julieta  en  palabras  y 
situaciones,  pero  no  menos  apasionado  y  candoroso  que  el  de  los  inmortales  amantes 
de  Verona  (^j.  No  es  la  Celestina  obra  picaresca,  ni  quién  tal  pensó,  sino  tragicomedia, 

(')  Geschichte  der  deutscJien  Dichtung,  4.''  edición,  Leipzig,  1853.  Reproduzco  la  elegante  tra- 
ducción que  ocasionalmente  hizo  de  este  pasaje  D.  Juan  Vaiera  (Dieertacioncs  y  juicios  literarios, 
1878,  pá-.  :i20). 

(^)  La  comparación  con  Shakespeare  ha  llegado  á  ser  un  lugar  común  en  la  crítica  alemana 
sobre  la  CelesliiKi.  Ya  Olurus  había  escrito  en  1846:  «Der  Contrast,  zwitíchen  Liebesglück  tind  Liebes- 
»léid  ist  au£  eine  so  bebewundernswürdige  Art  benutzt,  dass  man  iu  der  Gallerie  der  Tragüdieu  der 
»Liebe  die  Melibea  dreist  in  der  Náne  von  R  meo  und  Juiia  autVtelien  darf  Diese  Tragodie  álinelt 
»in  vielen  Zügen  dem  150  Jahre  áltern  Werke  des  Spaniers,  in  welchem  sicli  üljerhaupt,  wie  ich  na  er 
ebelegen  werde,  viclfacli  eine  Anlage  zu  einem  pyrenáisclien  Shak^peare  hervorthut,an  dessen  Kraft- 


xoii  ORÍGENES  UE  LA  NOVELA 

como  su  título  definitivo  lo  dice  con  entera  verdad;  poema  de  amor  j  de  exaltación  y 
desesperación;  mezcla  eminentemente  trágica  de  afectos  ingenuos  j  poco  más  que  ins- 
tintivos, y  de  casos  fatales  que  vienen  á  torcer  ó  á  interrumpir  el  desatado  curso  de  la 
pasión  humana  y  envuelven  á  los  dos  amantes  en  una  catástrofe  que  no  se  sabe  si  es 
expiación  moral  ó  triunfunte  apoteosis. 

¡Poder  inmenso  el  de  la  sinceridad  artística!  Las  bellezas  de  esta  obra  soberbia  son 
de  las  que  parecen  más  nuevas  y  frescas  á  medida  que  pasan  los  años.  El  don  supremo 
de  crear  caracteres,  triunfo  el  más  alto  á  que  puede  aspirar  un  poeta  dramático,  íuó 
concedido  á  su  autor  en  grado  tal,  que  no  parece  irreverente  la  comparación  con  el 
arte  de  Shakespeare.  Figuras  de  toda  especie,  aunque  en  coi-to  número,  trágicas  y  cómi- 
cas, nobles  y  plebeyas,  elevadas  y  ruines;  pero  todas  ellas  sabia  y  enérgicamente  dibu- 
jadas, con  tal  plenitud  de  vida  que  nos  parece  tenerlas  presentes.  El  autor,  aunque  pre- 
tenda en  sus  prólogos  y  afecte  en  su  desenlace  cumplir  un  propósito  de  justicia  moral,  pro- 
cede en  la  ejecución  con  absoluta  objetividad  artística,  se  mantiene  fuera  de  su  obra;  y 
así  como  no  hay  tipo  vicioso  que  le  arredre,  tampoco  hay  ninguno  que  en  sus  manos  no 
adquiera  cierto  grado  de  idealismo  y  de  nobleza  estética.  Escrita  en  aquella  prosa  de 
oro,  hasta  las  escenas  de  lupanar  resultan  tolerables.  El  arte  de  la  ejecución  vela  la 
impureza,  ó  más  bien  impide  fijarse  en  ella. 

La  misma  profusión  de  sentencias,  afoj-ismos  y  citas  clásicas;  aquella  especie  de  filo- 
sofía práctica  difundida  por  todo  el  diálogo;  aquella  buena  salud  intelectual  que  el 
autor  seguramente  disfrutaba,  y  de  la  cual,  en  mayor  ó  menor  grado,  hace  disfrutar  á 
sus  personajes  más  abyectos,  salvan  los  escollos  de  las  situaciones  más  difíciles,  y  no 
consienten  que  ni  por  un  solo  momento  se  confunda  esta  joya  con  otros  libros  torpes  y 
licenciosos,  que  son  pestilencia  del  alma  y  del  cuerpo.  Digno  será  de  lástima  el  espíritu 
hipócrita  ó  depravado  que  no  comprenda  esta  distinción. 

«nianier  so  mancher  Witz,  so  maiiclies  Bild  iind  eo  manclie  Einpfindingsforin  erinnert.  Ich  glaiibe 
»\volil,  da-s  der  ¡iii  obe  i  aiigeü'irten  Titel  ausg-edrückte  didaktisclie  Zweck  dcra  Verfasser  raehr 
»gegolten  liat,  alf^die  iiiivergleicliliche  Darslellung  voii  der  Licbe  Lnst  und  Le  d,  welclie  sich  selbst 
»als  den  Kern  des  Stüi  kes  Ijioidend  gehend  zii  machen  gcwuszt  hat». 

(Darstelhung  der  Spdnischen  Liferatur  im  MiftelaJter  von  Ludw'ig  Clurust.  Mit  e'iner  Vorrrde  von 
Joseph  V.  Garres.  Zweiter  Band,  Mainz  (Maguncia),  1846,  tomo  II,  pág.  358.) 

Con  este  magnífico  elogio  concuerda!)  el  de  Lenicke  ( Haiidbuch,  I,  152)  y  el  de  Fernando 
Wolf  (Studien,  p.  28"),  que  no  se  fija  sólo  en  Romeo  y  Julieta,  sino  que  declara  shakespirianos 
otros  r^isgos,  como  el  de  Melibea,  cuando  oye  á  sus  padies  ponderar  su  inocencia,  ó  la  esc  na  en  que 
el  rutián  Centurio,  cuyo  humor  compara  con  el  de  Falstaff,  promete  á  Elicia  y  Areusa  darles 
cumplida  venganza  de  la  muerte  de  su  madre. 

Finalmente  Klein,  de  cuyo  enorme  trabajo,  tan  intere  ante,  aunque  tan  desordenado  y  de  tan 
raro  estilo,  no  ^e  Iia''e  el  debido  aprecio,  desarrolla  más  extensamente  que  nadie  el  paralelo  entre 
Romeo  y  JuHela  y  Odisto  y  Mtlihea.  y  se  inclina  á  admitir  que  Shakespeare  conoció  ia  Celestina  de 
cualquier  manera  que  fuese,  original  ó  traducida: 

(•.Wenn  Sliakcspeare  deirj  Italíenisclicn  Drama  Motive  fur  die  áissere  Slructur  seines  Fabel 
»abiali,  wenn  er  ein/.dge  Züge  italienischer  Cliaractertypen  in  seine  Figuren  anfuahm:  so  war  die 
ecOelestina»  von  der  wir  nun  künhlicli  annehmen  dürfen,  dass  er  sie  gekannt,  für  ihn  eine  t^tudie 
:v)psycliologisclier  CliMraktervertiefung  und  Leidenschaf-ientwickelung,  eine  Siudie  des  tragikomis- 
»chen  Kunstj'ls,  und  er  imisste  eine  iiinere  Verwandtschaft  seiner  Compositionsvveise,  seiner 
oAusdrurksfiirbung  und  seines  Kunstiuimors...  » 

(Geschisnkte  der  Drama'»  von  J.  L.  KIoin,  VflT.  Dan  Spanisiche  Drama,  Erster  Band.  Leipzig. 
T   O.  Weigel,  1871.  p.  í)27.) 


INTRODUCCIÓN  xciii 

Y  en  la  parte  seria  de  la  obra,  poco  estudiada  y  considerada  hasta  nuestro  tiempo, 
¡con  qué  poesía  trató  el  autor  lo  ((uo  de  suvo  es  puro  y  delicado!  Para  oucontrar  algo 
semejante  á  la  tibia  atmósfera  de  noche  de  estío  que  se  respira  en  la  segunda  escena 
del  jardín  hay  que  recordar  el  canto  de  la  alon-lra  de  Shakespeare  ó  las  escenas  de  la 
seducción  de  Margarita  en  el  primer  Fausto.  Hasta  los  versos  que  en  ese  acto  de  la 
Celestina  se  intercalan: 

¡Uh,  quién  l'uera  la  hortelana 
De  aquestas  viciosas  flores!... 

tienen  un  encanto  y  un  misterio  líricos,  muy  raros  en  la  poesía  de  los  cancioneros  del 
siglo  XV. 

Tres  cosas  hay  que  considerar  principalmente  en  la  Celestina:  los  caracteres,  la 
invención  y  composición  de  la  fábula  y,  finalmente,  el  estilo  y  lenguaje.  Algo  diremos 
'sobre  cada  uno  de  estos  puntos,  sin  someternos  á  un  orden  rigurosamente  escolástico. 

Sobre  todos  los  personajes  descuella  la  vieja  Celestina.,  hasta  el  punto  de  haber  im- 
puesto nuevo  título  á  la  tragicomedia,  contra  la  voluntad  de  su  autor,  y  haber  conver- 
tido su  nombre  de  propio  en  apelativo,  dando  una  nueva  palabra  á  nuestro  idioma.  La 
excelencia  del  tipo  fué  reconocida  ya  por  el  autor  del  Dillogo  de  la  lengua: 

<¿~Martio. — ¿Quáles  personas  os  parecen  que  stan  mejor  exprimidas? 

;>  Valdés. — La  de  Celestina,  sta,  á  mi  ver,  perfetísima  en  todo  quanto  pertenece  a  una 
»fina  alcahueta»  ('). 

Este  juicio  de  la  crítica  antigua  es  atinado,  pero  insuficiente.  Celestina  no  es  una 
alcahueta  vulgar  como  la  Acanthis  de  Propercio  ó  la  Dipsas  de  Ovidio.  Tipos  de  lenas 
finamente  representados  hay  en  la  comedia  latina  y  en  muchas  obras  cómicas  y  nove- 
lescas del  siglo  XVI  italiano.  En  Francia  es  célebre  la  Macette  de  una  de  las  sá'iras  de 
Kegnier.  Y  de  nuestra  casa  uo  hablemos,  porque  las  hijas,  sobrinas  y  herederas  de  Ce- 
lestina fueron  tantas  que  por  sí  solas  forman  una  literatura,  en  que  hay  cosas  muy  dig- 
nas de  alabanza  bajo  el  aspecto  formal.  Todas  esas  copias  son  muy  fieles  al  modelo,  y, 
sin  embargo,  ninguna  de  ellas  es  Celestina,  ninguna  tiene  su  diabólico  poder  ni  su  satá- 
nica grandeza.  Porque  Celestina  es  el  genio  del  mal  encarnado  en  una  criatura  baja  y 
plebeya,  pero  inteligentísima  y  astuta,  que  muestra,  en  una  inti-iga  vulgar,  tan  redo- 
mada y  sutil  filatería,  tanto  caudal  de  experiencia  mundana,  tan  perversa  y  ejecutiva 
y  dominante  voluntad,  que  parece  nacida  para  corromper  el  mundo  y  arrastrarle,  enca- 
denado y  sumiso,  por  la  senda  lúbrica  y  tortuosa  del  placer.  «A  las  duras  peñas  pro- 
:> moverá  e  provocará  a  luxuria  si  quiere>,  dice  Sempronio. 

En  lo  que  pudiéramos  llamar  infierno  estético.,  entre  los  tipos  de  absoluta  perver- 
sidad que  el  arte  ha  creado,  no  hay  ninguno  que  iguale  al  de  Celestina,  ni  siquiera  el  de 
Yago.  Ambos  profesan  y  practican  la  ciencia  del  mal  por  el  mal;  ambos  dominan  con 
su  siniestro  prestigio  á  cuantos  les  rodean,  y  los  convierten  en  instrumentos  dóciles  de  sus 
abominables  tramas.  Pero  hay  demasiado  artificio  teatral  en  los  crímenes  que  acumula 
Yago,  y  ni  siquiera  su  odio  al  género  humano  está  suficientemente  explicado  por  los 
leves  motivos  que  él  supone  para  su  venganza.  En  Celestina  todo  es  sólido,  racional  y 

(')  E'liciún  de  EiliiarJo  Bjehmer  en  los  üomanigehe  Studlea  (Hfft  XXII,  sechstai  bande* 
viertes  hefi).  Bonn,  189n,  p.  41.'». 


xciv  orígenes  de  la  NOVELA 

consistente.  Nació  en  el  más  bajo  fondo  social,  se  crió  á  los  pechos  de  la  dura  pobre- 
za, conoció  la  infamia  y  la  deshonra  antes  qne  el  amor,  estragó  torpemente  su  juven- 
tud j  las  ajenas,  gozó  del  mundo  como  quien  se  venga  de  él,  v  al  verse  vieja  y  aban- 
donada de  sus  galanes  vendió  su  alma  al  diablo,  cerrándose  las  puertas  del  arrepen- 
timiento. 

T  no  se  tengan  por  pura  metáfora  estas  últimas  expresiones.  Hay  en  Celestina  nn 
positivo  satanismo,  que  también  apunta  en  el  Yago  de  Shakespeare  (').  Xo  importa  que 
el  bachiller  Rojas  creyese  ó  no  en  él.  Basta  que  lo  haya  expresado  con  eficacia  poética. 
Es  cierto  que  por  boca  de  Pármeno  se  burla  del  ajuar  y  laboratorio  de  la  hechicera: 
«Tenía  huessos  de  corat^on  de  cierno,  lengua  de  bíuora,  cabei.'as  de  codornizes,  sesos 
>de  asno,  tela  de  cauallo,  mantillo  de  niño,  haua  morisca,  guija  marina,  soga  de  ahor- 
»cado,  flor  de  yedra,  spina  de  erizo,  pie  de  texon,  granos  de  helécho,  la  piedra  del 
»nido  del  águila,  e  otras  mili  cosas.  Venian  a  ella  muchos  hombres  e  mugeres;  e  a 
»unos  demandaua  el  pan  do  mordían;  a  otros  de  su  ropa;  a  otros  de  sus  cabellos;  a 
» otros  pintaua  en  la  palma  letras  con  azafrán;  a  otros,  con  bermellón;  a  otros  daua 
.>unos  corazones  de  cera  llenos  de  agujas  quebradas,  e  otras  cosas  en  barro  o  en  plomo 
» fechas,  muy  espantables  al  ver.  Pintaua  figuras,  dezia  palabras  en  tierra;  ¿quién  te 
;> podra  dezir  lo  que  esta  vieja  hazia?  e  todo  era  burla  e  mentira». 

Puede  creerse  también  que  la  misma  Celestina  habla  en  burlas  cuando  hace  aquél 
donoso  panegírico  de  las  virtudes  de  la  madre  de  Pármeno:  «O  qué  graciosa  era!  o 
•>qué  desembuelta,  limpia,  varonil!  tan  sin  pena  ni  temor  se  andana  a  media  noche  de 
í- cimenterio  en  cimenterio,  buscando  aparejos  para  nuestro  officio,  como  de  dia;  ni 
■>dexaua  cristianos,  ni  moros,  ni  judios,  cuyos  enterramientos  no  visitaua;  de  dia  los 
>acechaua,  de  noche  los  deseuterraua.  Assi  se  holgaua  con  la  noche  escura,  como  con 
»el  dia  claro;  dezia  que  aquella  era  capa  de  pecadores...  Pues  entra?-  en  iin  cerco  mejor 
»que  yo  e  con  mas  esfuerzo?  aunque  yo  tenia  harta  buena  fama,  más  que  agora,  que 
;>por  mis  pecados  todo  se  oluidó  con  su  muerte;  ¿qué  más  quieres,  sino  que  los  mesmos 
:>  diablos  le  auian  miedo?  atemorizados  y  espantados  los  tenía  con  las  crudas  bozes  que 
»les  daua;  assi  era  dellos  conocida  como  tú  en  tu  casa;  tumbando  venian  unos  sobre 
» otros  a  su  llamado;  no  le  osauau  dezir  mentiras,  según  la  fuerza  con  que  los  apre- 
»miaua;  después  que  la  perdí,  jamás  les  oy  verdad»  (Aucto  VII). 

Podía  Celestina,  para*  deslumhrar  á  los  imbéciles  y  acrecentar  los  medros  y  ganan- 
cias de  su  oficio,  fingir  un  poder  sobrenatural  que  no  poseía,  Pero  hay  pasajes  en  que 
no  cabe  esta  interpretación,  porque  son  monólogos  y  apartes  de  la  misma  Celestina, 
que  revelan  con  sinceridad  sus  más  escondidos  pensamientos:  «Todos  los  agüeros  se 
»adere(,'an  favorables,  o  yo  no  sé  nada  desta  arte  (va  diciendo  al  acercarse  á  casa  de 
» Melibea)...  La  primera  palabra  que  oy  por  la  calle  fue  de  achaque  de  amores;  nunca 
.;>he  tropeyado  como  otras  vezes.  Las  piedras  parece  que  se  apartan  e  me  fazen  lugai* 
»  que  passe;  ni  me  estoruan  las  faldas,  ni  siento  cansancio  en  andar;  todos  me  saludan; 


O 


I  loolí  dowri  tuwards  Msfect—iut  that'  s  afahle — 
If  that  thou  he'st  a  devil,  I  eannot  MU  thee 

Will  you,  I  pray,  demand  that  demidevil, 

Why  he  hath  thus  ensnaer'd  my  sonl  and  body? 

„  (Ac.  V.  - 


INTRODUCCIÓN  XGv 

»ni  perro  me  ha  ladrado,  ni  aue  negra  he  visto,  tordo  ni  cuerno,  ni  otras  noturnas» 

>  (A  neto  lY). 

Y  aún  es  más  singular  lo  que  pasa  en  la  conversación  con  la  pobre  doncella.  De 
vez  en  cuando,  Celestina,  para  cobrar  ánimos,  invoca  por  lo  bajo  la  asistencia  del  demo- 
nio: «Por  aqui  anda  el  diablo,  aparejando  oportunidad,  arreziando  el  mal  a  la  otra. 
»Ea,  buen  amigo,  ^ener  rezio;  agora  es  mi  tien^po  o  nunca;  no  la  dexes,  llénamela  de 
;>aqai  a  quien  digo-i>...  «En  hora  mala  acá  vine,  si  me  falta  mi  conjuro;  ea,  pues,  bien 
;>só  a  quien  digo;  ce,  hermano,  que  se  va  todo  a  perder.»  ¿Y  puede  darse  más  efusiva 
acción  de  gracias  al  enemigo  malo  que  el  soliloquio  con  que  principia  el  aucto  Y?  «O 
/>  diablo  a  quien  yo  conjuró!  cómo  cumpliste  tu  palabra  en  todo  lo  que  te  pedí!  en  cargo 
>te  soy;  assi  amansaste  la  cruel  hembra  con  tu  poder,  e  diste  tan  oportuno  lugar  a  mi 

>  habla  quanto  quise,   con  la  abseucia  de  su  madre...  O  serpentino  azeyte!  o  blanco 

>  hilado!  cómo  os  aparejastes  todos  en  mi  fauor!  o  yo  rompiera  todos  mis  atamientos 

>  hechos  e  por  hazer,  ni  creyera  en  yernas,  ni  piedras,  ni  en  palabras» . 

Estos  pasajes  son  terminantes:  el  autor  quiso  que  Celestina,  fuese  una  hechicera 
de  verdad  y  no  una  embaucadora.  Ciertos  rasgos  que  en  la  Tragicotnedta  sorprenden 
y  pueden  parecer  falta  de  arte,  sobro  todo  la  i-ápida  y  súbita  conversión  del  ánimo  de 
Melibea,  que  hasta  entonces  no  ha  manifestado  la  menor  inclinación  á  Caliste  y  que 
tanto  se  enfurece  cuando  la  vieja  pronuncia  por  primera  vez  su  nombre,  sólo  pueden 
legitimarse  admitiendo  que  Melibea,  al  caer  en  las  redes  de  la  pasión  como  fascinado 
pajarillo,  obedece  á  una  sugestión  diabólica.  Ciertamente  que  nada  de  esto  era  necesa- 
rio: todo  lo  que  pasa  en  la  Tragicoiiwlia  pudo  llegar  á  término  sin  más  agente  que  el 
amor  mismo,  y  quizá  hubiera  ganado  este  gran  drama  realista  con  enlazarse  y  desen- 
lazarse en  plena  realidad.  Pero  el  bachiller  Rojas,  aunque  tan  libre  y  desenfadado  en 
otras  cosas,  ora  un  hombre  del  siglo  xv  y  escribía  para  sus  coetáneos.  Y  en  aquella 
edad  todo  el  mundo  creía  en  agüeros,  sortilegios  y  todo  género  de  supersticiones,  lo 
mismo  los  cristianos  viejos  que  los  antiguos  correligionarios  de  Kojas,  como  en  el  mons- 
truoso proceso  del  Santo  Niño  de  la  Guardia  puede  verse.  La  parte  sobrenatural  de  la 
Celestina  es  grave  y  trágica:  nada  tiene  de  comedia  de  magia.  Prepara  el  horror  som- 
brío de  la  catástrofe  ó  ilumina  el  negro  fondo  de  una  conciencia  depravada,  que  pone 
á  su  servicio  hasta  las  potestades  del  Averno.   «La  figura  demoníaca  y  gigantesca  de 

>  Celestina,  verdadera  y  propia  heroína  del  libro  (ha  dicho  el  traductor  alemán  E.  de 
»Bülow)  no  tiene,  á  lo  que  recuerdo,  término  de  comparación  en  toda  la  moderna  lite- 
»ratura,  y  bastaría  por  sí  solapara  marcar  á  su  creador  con  el  sello  de  los  grandes 

>  poetas»  (M. 

Estas  representaciones  del  mal  llevado  al  último  límite,  que  llaman  los  estéticos 
^sublime  de  mala  voluntad^) ,  ofrecen  para  el  artista  no  menores  escollos  que  la  repre- 
sentación de  la  pura  santidad,  aunque  por  opuesto  estilo.  Xadie  los  ha  vencido  tan 
gallardamente  como  Rojas,  en  cuya  obra  Celestina  es  constantemente  odiosa,  sin  que 
llegue  á  ser  nunca  repugnante.  Es  un  abismo  de  perversidad,  pero  algo  humano  queda 
en  el  fondo,  y  en  esto  á  lo  menos  lleva  gran  ventaja  á  Yago.  La  lucidez  de  su  inteli- 
gencia es  pasmosa,  y  la  convierte  á  veces  en  el  más  singular  de  los  diablos  predicado- 

(')  Ci  ado  por  Wolf  en  sus  Studien,  pp.  287-288.  Traducción  de  D.  Miguel  de  IJiiainiino  con  el 
impropio  titulo  (debido  meramente  al  eiiitor)  do  Hi-ttoria  de  las  lileraturas  castellana  y  portuguesa, 
tomo  I,  pág.  318. 


scvi  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  : 

res.  Si  sus  intenciones  son  abominables,  sus  palabras  suelen  ser  sabias,  y  no  siempre     i 

miente  su  leuííua  al  proferirlas.  De  sus  dañadas  entrañas  nacen  los  pórfídos  consejos,     i 

las  insinuaciones  libidinosas,  la  torpe  doctrina  que  Ovidio  quiso  reducir  á  arte  y  que     | 

ella  predica  á  Pármenu  y  á  Areusa  con  cínicas  paliibras  (').  Pero  no  es  esa  la  noción     ¡ 

del  amor,  que  con  suavidad  y  gota  á  gota  va  infiltrando  en  el  tierno  corazón  de  Melibea:     i 

^Melibea. — Cómo  dizes  que  llaman  este  mi  dolor,  que  assi  se  ha  enseñoreado  en  lo     i 

» mejor  de  mi  cuerpo?  j 

»  Celestina. — Amor  dulce.  ^ 

•»  Melih. — Eso  me  declara  qué  es,  que  en  solo  oyrlo  me  alegro.  I 

»( elest. — Es  un  fuego  escondido,  una  agradable  llaga,  un  sabroso  veneno,  una     ¡ 

»  dulce  amargura,  una  delectable  dolencia,  un  alegre  tormento,  una  dulce  e  fiera  heri-     i 

»da,  una  blanda  muerte-^.  1 

De  un  modo  habla  á  las  nobles  y  castas  y  reti-aídas  doncellas;  de  otro  á  las  corte-     I 

sanas  atentas  al  cobo  de  la  ganancia.  Su  ingenio,  despierto  y  sagaz  como  ninguno,  la     ¡ 

iiace  adaptarse  á  las  más  varias  condiciones  sociales  y  penetrar  en  los  recintos  más     i 

vigilados  y  traspasar  los  muros  más  espesos.  El  sinnúmero  de  oficios  menudos  que     [ 

ejerce,  no  ilícitos  todos,  la  dan  entrada  franca  hasta  en  hogares  tan  severos  como  el  de     ' 

Pleberio,  á  ella,   vieja  maestra  de  tercerías  y  lenocinios,  encorozada  y  puesta  en  la 

picota  por  hechicera. 

El  poder  de  Celestina  sobre  cuantos  la  rodean  consiste  en  que  es  un  espíritu  refle-     | 
xivo  y  horriblemente  sereno,  en  quien  ninguna  pasión  hace  mella,  salvo  la  codicia     ; 
sórdida,  que  es  precisamente  la  causa  de  su  ruina.  Es  la  inteligencia  sin  corazón  apli-     ; 
cada  al  mal  con  tan  insistente  brío  que  resultaría  peligrosa  su  representación,  si  no     | 
apareciese  templada  por  la  propia  indignidad  de  la  persona  (que  la  aleja  de  todo  contacto     ! 
con  el  lector  honrado)  y  por  los  aspectos  cómicos  de  su  figura,  que  son  fuente  de  inofen- 
sivo placer  estético.  No  sabemos  si  el  público  la  resistiría  en  escena:  nos  inclinamos  á 
creer  que  no;  pero  en  el  libro  es  tan  deseada  su  presencia  como  lo  eran  sus  visitas  por 
Caliste,  y  casi  nos  indignamos  con  la  barbarie  do  Sempronio  y  su  compañero,  que  ataja-     ; 
ron  en  tan  mala  hora  aquel  raudal  de  castizos  donaires  y  de  elegantes  y  pulidas  razones.     , 
Los  discursos  de  Celestina  contienen  en  sentenciosa  forma  una  filosofía  agridulce  de     ; 
la  vida,  en  que  no  todo  es   falso  y  pecaminoso.  Porque  no  sólo  de  amores  es  maes- 
tra Celestina,  sino  que  con  gran  ingenio  discurre  sobre  los  males  de  la  vejez,  sobre  los     I 

(')  «Por  Dios,  peculio  ganas  en  no  dar  parte  destüs  gracias  a  todos  los  que  l)¡en  te  quieren;  que 

j)no  te  las  dio  Dios  parí  que  passa-en  en  balde  por  td  frescor  de  tu  juventud,  debaso  de  seys  doblezes  i 

»de  paño  e  lien^.o.  Gata  que  no  seas  auaricnta  de  lo  que  poco  te  costó;  no  atesores  tu  gentileza,  pue«  \ 

j)es  de  su  natura  tan  coinnriicablc  como  el  dinero;  no  seas  como  el  perro  d  1  ortolano...  Mira  que  es  . 

Dpecado  fatigar  e  dar  pena  a  los  hombres,  pudiéndolos  remediar»,.,  (Aucto  VII),  ^ 

Cf.  Artln  Amatoriae,  1  ib,  III:  S 

Venturae  memores  jam  nnnc  estofe  senectae:  / 

Sic  nullum  vobis  tempus  abibit  iners. 
Dum  licet,  et  veros  etiam  nunc  editis  aiinos, 

Liidite:  euut  anui  more  üuentis  ¡iqnae. 


Nostra  sine  auxilio  íiigiuut  bona:  carpite  ñurem; 
Qtti,  nisi  carptus  erit,  turpiter  ipse  caJet. 


(V.  5í)-'Jtí,  T.)-SOV 


INTRODUCCIÓN  xcvn 

inconvenientes  de  la  riqueza,  sobre  el  ganar  amigos  y  conservarlos,  sobre  las  vanas 
promesas  de  los  señores,  sobre  la  tranquilidad  del  ánimo,  sobre  la  inconstancia  de  la 
fortuna,  y  otros  temas  de  buena  lección  y  aprovechamiento,  que  no  por  salir  de  tales 
labios  pueden  menospreciarse.  Claro  es  que  la  socarronería  de  la  perversa  vieja  quita 
mucho  de  su  gravedad  y  magisterio  á  estos  aforismos;  pero  de  aquí  se  engendra  un 
humorístico  contraste,  y  no  es  éste  el  menor  de  los  méritos  en  la  creación  de  este  sin- 
gular Séneca  ó  Plutarco  con  haldas  luengas,  que  parece  una  caricatura  de  los  moralistas 
profesionales. 

Eiicia  y  Areusa  son  figuras  perfectamente  dibujadas,  aunque  episódicas  en  la  Tra- 
(jicoinedia.  Sirven  para  completar  el  estupendo  retrato  de  Celestina,  mostrando  los 
frutos  de  su  enseñanza.  Ni  ellas  ni  su  maestra  pertenecen  al  mundo  triste  y  feo  de  la 
prostitución  oficial  y  reglamentada,  de  las  .públicas  mancebías,  sobre  las  cuales  guar- 
dan nuestros  archivos  concejiles  tan  peregrina  cuanto  lamentable  documentación,  Eiicia 
y  Areusa  no  son  mozas  del  partido,  sino  ^-mujeres  enamoradas;,  como  por  eufemismo 
se  decía;  que  viven  en  su  casa  y  guardan  relativa  constancia  á  sus  dos  amigos  y  los 
lloran  con  sincero  duelo  y  procuran  vengar  su  muerte.  No  tienen  el  sentimentalismo 
de  las  rameras  de  Tereucio  ni  el  ansia  y  la  sed  de  ganancia  que  distingue  á  las  de 
Planto.  Más  verisímiles  que  las  primeras,  son  menos  abyectas  que  las  segundas.  No 
han  pasado  por  la  dura  esclavitud,  y  en  el  arranque  y  la  fiereza  con  que  tratan  á  sus 
rufianes  y  en  los  rasgos  de  generosidad  instintiva  bien  se  muestran  mujeres  libres  y 
españolas.  Pero  el  autor  no  ha  querido  idealizarlas  por  ningún  concepto.  Son  menos 
perversas  que  Celestina,  porque  son  más  jóvenes  y  están  haciendo  el  aprendizaje  del 
vicio.  No  llegarán  nunca  á  su  grandeza  satánica,  pero  cuando  la  flor  de  su  juventud  se 
marchite,  ellas  heredarán  los  trebejos  de  la  hechicera  y  conservarán  la  casilla  de  la 
cuesta  del  río,  que  «jamás  perderá  el  nombre  de  Celestina) .  Porque  Celestina  es  un 
símbolo,  y  Eiicia  y  Areusa  y  Claudina  nunca  serán  más  que  reflejos  suyos,  aunque 
alguna  se  atreva  á  usurpar  su  nombre. 

Los  dos  criados  de  Caliste  tienen  particular  importancia  en  la  historia  de  la  cume- 
dia  moderna,  porque  en  ellos  acaba  la  tradición  de  los  Davos  y  los  Siros,  y  penetra  en 
el  arte  el  tipo  del  fámulo  libre,  consejero  y  confidente  de  su  señor,  no  sólo  para  estafar 
á  un  padre  avaro  dinero  con  que  adquirir  una  hermosa  esclava,  sino  para  acompañar  á 
su  dueño  en  todos  los  actos  y  situaciones  de  la  vida,  alternando  con  él  como  camarada, 
regocijándole  con  sus  ocurrencias,  entremetiéndose  á  cada  momento  en  sus  negocios,  adu- 
lando ó  contrariando  sus  vicios  y  locuras,  haciendo,  en  suma,  todo  lo  que  hacen  nuestros 
(jrnciosos  y  sus  similares  italianos  y  franceses,  derivados  á  veces  de  los  nuestros  ('). 

(')  Dice  Stíiupronio  á  Culi-to  en  el  aucto  II:  «.0  tle  muerto  o  loco  no  podrás  escapar,  s¡  siempre 
»no  te  acompañd  quien  te  allegue  plazeres,  diga  donayres,  tanga  canciones  alegres,  cante  romances, 
Dcuente  hystorias,  pinte  motes,  finja  cuentos,  juege  a  naypes,  arme  motes;  finalmente,  que  sepa 
«buscar  todo  género  de  dulce  passatiempo  para  no  dexar  trasponer  tu  pensamiento  en  aquellos  crue- 
»les  desvies  que  recebiste  de  aquella  señora  en  el  primer  trance  de  tus  amoresjí. 

Ea  sus  amoríos  con  Eiicia  quiere  remedar  chistosamente  la  gentileza  y  gala  de  pu  señor,  y 
habla  on  su  mismo  lenguaje,  jactándose  de  haber  hecho  proezíis  y  festejos  caballerescos, seguramente 
imaginarios:  «Señora,  en  todo  concedo  con  tu  razón;  que  aqui  está  quien  me  causó  algún  tiempo 
')>andar  fecho  otro  Caliste,  perdido  el  sentido,  cansado  el  cuerpo,  la  cabe9a  vana,  los  días  mal  dor- 
»miendo,  los  noches  todas  velamlo,  dando  aluoradas.jiaziendo  «iomos,  saltando  paiedes,  poniendo 
»cada  dia  la  vida  al  tablero,  esperando  toros,  corriendo  cauallos,  tirando  barra,  echando  lanca, 
ORÍGENES    DE    LA    NOVELA.— Hl.  —  ,'/ 


xcviii  orígenes  de  la  novela 

Pero  esta  representación,  que  con  el  tiempo  llegó  á  ser  tan  convencional,  es  en  Rojas 
tan  verídica  como  todo  lo  demás,  si  se  tienen  en  cuenta  las  costumbres  de  su  siglo  y  la 
intimidad  en  que  vivian  los  grandes  señores,  no  sólo  con  sus  criados  (palabra  que  tenía 
entonces  más  noble  significación  que  ahora),  sino  con  truhanes,  juglares  y  hombres  de 
pasatiempo. 

Rojas,  gran  adivinador  de  las  combinaciones  escénicas,  ha  presentado  por  primera 
vez  el  paralelismo  entre  los  amores  de  amos  y  criados,  repetido  luego  hasta  la  saciedad 
en  nuestras  comedias  de  capa  y  espada.  El  apetito  groseramente  carnal  de  Pármeno  y 
Areusa  hace  resaltar  por  el  contraste  la  pasión,  no  ciertamente  inmaculada  ni  casta, 
pero  sí  vehemente  y  tienia,  de  los  protagonistas,  que  no  sólo  es  impura  llama  de  los 
sentidos,  sino  también  amor  de  las  almas  y  frenesí  y  delirio  romántico,  en  que  cai'ue  y 
espíritu  padecen  y  gozan  juntamente. 

No  hay  personaje  alguno  de  la  Celestiyia,  aunque  rara  vez  aparezca,  que  no 
muestre  propia  é  inconfundible  fisonomía.  La  tienen  hasta  Sosia  y  Tristanico,  los  pajes 
que  acompañan  á  Calisto  en  su  última  é  infausta  visita  al  jardín  de  Melibea,  muertos 
Pármeno  y  Sempronio.  Nada  digamos  del  rufián  Centurio,  que  es  el  personaje  más 
plautino  de  la  pieza.  Compárese  con  Pyrgopoliuices,  que  le  ha  servido  de  original,  y  el 
personaje  más  antiguo  parecerá  una  débil  caricatura  del  más  moderno.  Y  no  porque  le 
falte  gracejo  de  muy  buena  ley.  Las  sales  de  Planto  no   se  reducen,  como  algunos 

«cansando  amigos,  quebrando  chipadas,  haziendo  escalas,  vistiendo  armas  e  otros  mili  autos  de  ena- 
)>morado,  haziendo  coplas,  pintando  motes,  sacando  inuenciones»  (Aucto  IX). 

A  pesar  de  lan  fanfarrón  lenguaje,  la  cobardía  es  una  de  sus  notas  características,  y  no  la  disi- 
mulan ni  él  ni  Pármeno  cuando  acompañan,  á  razonable  distancia,  á  su  amo  en  el  aucto  XII.  Allí 
está  la  célebre  frase:  ((Apercíbete,  a  la  primera  boz  que  oyeres,  tomar  calcis  de  Villadiegoy>.  Hasta 
en  esto  son  precursores  de  los  lacayos  y  graciosos  de  las  comedias  del  siglo  xvn. 

El  profesor  de  la  Snrbona,  E.  Martinenche.  en  su  tesis  latina,  que  es  uno  de  los  juicios  más 
razonados  que  se  han  escrito  solire  la  tragicomedia  de  Rojas,  ve  también  ea  los  mozos  de  Calisto  el 
primer  tipo  de  criados  del  teatro  moderno: 

«lili  famuli  indnstriosi  simul  et  solertes  et  qnibiis  niliil  .sancti  erat,  cum  in  Itaüam  devecti  f  iiis- 
))  ent,  solertiores  dolorum  et  comicarum  machinarum  artífices  paulo  post  facti  sunt,  saporenique 
))ruHticum  quem  apud  Hispanos  habuerant  exuere.  M'ix  in  Galliam  penetravere,  ibioue  sub  variis  seu 
»Scapini  seu  Mascarilli  nominibus  praecla-as  vel  potius  in  primas  partes,  in  hiscomoediis  quas  exera- 
))plaria  Italurum  secuti  nostri  poetae  ediderunt.  Attamen  vera  eorum  proles  intra  fines  Hispaniae 
))permansit  non  solum  in  fabulis  ad  scenam  accommodatis,  sed  etiam  in  his  ubi  legentibus  seu 
))ignobil¡um,  seu  nequam  liominum  fa'ita  narrantur...  Ex  illa  prosapia  evadunt  illi  apud  populum 
);notissinii  quibus  iníilytiim  nomen  Gil  Blas  et  Figuro  indictura  est.  Ad  Celestinam  igitur,  si  quis 
))verum  originem  iliorum  recentiornm  famulornm...  respieere  necesse  e>t)). 

(Quatenus  Tragieomoedia  de  Colisto  y  Melibea  vulgo  CelestirM  dicta  ad  informandum  Hispa' 
iliense  Theatrum  valuerit.  Thesini  Facidtati  Litterarum  in  Parisiensi  Universitate  proponebut.  Nimes, 
1900,  pp.  55  56). 

En  las  últimas  pahibras  del  distinguido  crítico  hay  algo  de  exageración.  Tanto  los  héroes  de 
nuestras  novelas  picarescas  como  Gil  Blas  y  Fígaro  tienen  una  psicología  mucho  más  complicada 
que  la  de  los  sirvientes  de  Calisto,  Tampoco  encuentro  en  éstos  ninguna  clase  de  sabor  rústico,  lo 
cual  más  bien  cuadra  al  bobo,  que  es  figura  casi  obligada  en  nuestro  teatro  popular  del  siglo  xvi. 
Sempronio  y  Pármeno  son  evidentemente  criados  de  ciudad. 

Cronológicamente  preceden  á  l'>s  de  la  comedia  italiana  del  siglo  xvi;  pero  ésta  se  formó  sobre 
la  imitación  de  Planto  y  Terencio,  sin  intervención  de  la  Celestina.  Se  ha  de  tener  en  cuenta, 
además,  que  ya  en  algunas  comedias  humanísticis,  por  ejemplo  el  Paulns,  aparece  el  fámulo  ó 
doméstico  moderno  emancipado  déla  condición  servil. 


INTRODUCCIÓN  xcix 

piensan,  á  amontonar  palabras  sexquipedales  y  rimbombantes,  que  sólo  pueden  hacer 
reir  á  la  inculta  plebe: 

Quemne  ego  serva  vi  ¿u  camj)is  Gurgusüdonüs, 
Lihi  Bombomachides  Cluninstaridysarchides 
Erat  imperator  siunmus,  Kcptuni  nepoís? 

(V.  15- 15). 

Es  de  buen  efecto  cómico  que  el  vanaglorioso  capitán  se  haga  referir  sus  soñadas 
proezas  por  su  taimado  siervo  Artotrogo;  pero  en  el  desarrollo  de  esta  idoa  se  traspasan 
todos  los  límites  de  la  verisimilitud.  Citaré  algo  de  la  primera  escena,  aprovechando  la 
ocasión  para  dar  una  breve  muestra  de  la  elegante  traducción  castellana  de  esta  come- 
dia, publicada  en  Amberes  por  autor  anónimo  en  1555: 

^PijrgopoUuices. — Mo(,'OS,  poned  diligencia  en  que  mi  coselete  esté  más  claro  y 
» limpio  que  suelen  estar  los  rayos  del  sol,  quando  es  muy  sereno,  porque  siendo  nece- 
»  sario  entrar  en  el  campo,  la  mucha  claridad  y  resplandor  del  acero  quite  la  vista  al 
» enemigo,  porque  yo  harto  temé  que  hazer  en  consolar  esta  mi  espada,  que  no  se 
» quexe  y  desespere,  porque  ha  tantos  dias  que  la  hago  holgar,  y  (jue  no  saqué  fruto  de 
»mis  enemigos;  pero  ¿dónde  está  Artotrogo? 

•»  Artotrogo. — Aquí  estoy,  señor,  cerca  de  vn  varón  fuerte  y  bien  afortunado,  y  de 
» una  disposición  real,  con  el  qual  Marte,  dios  de  las  batallas,  no  osara  competir  ni 
»  comparar  sus  virtudes. 

»Fijrg. — ¿Cómo  fue  aquello  del  que  salvé  la  vida  en  los  campos  Cutincalidonios, 
adonde  era  capitán  general  el  gran  nieto  de  Neptuno? 

»  Art. — Muy  bien  me  acuerdo;  dizes  lo,  señor,  por  aquel  de  las  armas  de  oro,  cuyas 
» batallas  tú  desbarataste  con  solo  tu  soplo,  como  vn  gran  viento  desbarata  las  ojas 
»  secas. 

yP/jrg. — Pues  todo  eso  no  es  nada. 

>Art.  (aparte). — No  por  cierto  en  comparación  de  otras  cosas  que  yo  podria  dezir 
»que  tú  nunca  heziste.  Si  uviere  en  el  mundo  quien  aya  visto  otro  más  perjuro  ni  más 
» lleno  de  vanaglorias  que  este  hombre,  téngame  por  esclavo  perpetuo  suyo. 

^Pijrg.     Oyes,  ¿dónde  estás? 

■»Art. — Aqui  estoy,  señor,  acordándome  cómo  en  la  India  de  una  puñada  quebi-aste 
»un  bra90  a  vn  elefante. 

»Py?'g.—¿Qi\é  dizes  braco? 

yyArt. — No  sé  qué  dezir,  señor,  sino  la  espalda,  y  avn  osarla  jurar  que  si  pusieras 
»vna  poca  de  más  fuerza  pasaras  el  bravo  al  elefante  por  el  cuero  y  por  las  entrañas,  y 
»se  lo  sacaras  por  la  boca. 

T>Pyrg. — ¿Tienes  ay  libro  de  memoria? 

!>Art. — ¿Quieres  me  preguntar  algo?  Sí  tengo,  y  la  punta  para  escrevir  en  él. 
»Pijrg. — ¡Qué  graciosamente  sabes  aplicar  tu  ánimo  á  mi  voluntad! 
y>Art. — Conviene  me  tener  muy  conocidas  todas  tus  costumbres,  y  que  no  ayas 
»  bien  pensado  la  cosa  quando  ya  yo  esté  contigo. 
^Pijrg. — Pues  dime,  ¿no  te  acuerdas? 
>-4.;'^ — Muy  bien,  señor,  tengo  en  la  memoria  que  en  vn  solo  dia  mataste  en  Cili- 


c  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

cia  cieüt  salteadores,  y  ciento  j  cincuenta  en  Sicilia,  y  treynta  en  Cerdeña  y  sessenta 

»en  Macedonia.  ; 

»Pijrg. — r.Quó  número  de  hombi-es  será  ese?  - 

»A?'t. — Siete  mil.  • 

»Pyrg. — Tantos  han  de  ser,  muy  buen  cuenta  tienes.  i 
»Art. — Pues  no  los  escreví,  pero  acuerdo  me  muy  bien  dcllc». 

>yPyrg.—VoY  los  dioses,  que  tienes  excelente  memoria.  ■ 

»  Art. — El  mantenimiento  me  la  haze  tener.  \ 

i>Pyrg. — Mientras  hizieres  lo  que  hasta  aqui,  nunca  te  faltaiá  de  comer  ni  yo  te  ne- 

»garé  mi  mesa.  i 

•»Art. — Pues  quán  mejor  fue,  señor,  aquello  de  Capadocia,  donde  si  no   tuvieras  i 

»bota  la  espada,  de  un  solo  golpe  mataras  quinientos,  y  la  gente  de  pie  si  viniera  fuera  j 

»para  ti  poca  presa.  Pero  para  qué  tengo  de  gastar  tiempo  en  contar  aquello  que  es  tan  i 

/■notorio  en  el  mundo,  y  que  saben  todos,  que  viue  Pyrgopolinice  en  la  tierra,  varón  j 

»  excelentísimo  en  virtud,  y  gesto  y  hazañas.  Todas  las  mugeres  te  aman,  y  con  mucha  ; 

»  razón,  pues  te  ven  tan  fermoso.  ¡O  qué  dezian  aquellas  que  ayer  me  tirauan  de  la  capai  j 

:>Pyrg. — ¿Qué  te  dixeron  ayer,  por  mi  vida?  ' 

y>Art. — Preguntauan  me:  ¿es  este  Achilles?  Respondía  yo:  no,  sino  su  hermano.  - 

»  Entonces  la  una  dellas  dixo:  Por  cierto  muy  fermoso  me  parece  y  muy  bien  dispuesto;  \ 

» mirad  cómo  le  asientan  bien  los  cabellos  y  la  barba.  ¡O  quán  venturosas  son  las  que  i 

»alcau9aren  su  amor!  • 

»Pyrg. — ¿Mas  de  veras  que  assí  lo  dezian?  ' 

>  A7-t. — Antes  entrambas  me  rogaron  que  tuviesse  forma  cómo  passases  oy  por  j 

^>su  calle.  ; 

y>Pyrg. — También  es  gran  pesadumbre  ser  vno  demasiadamente  gentil  hombre»  (').  i 

Enfrente  de  este  figurón  graciosamente  descrito,  pero  imposible,  pongamos  algunas  \ 

bravatas  de  nuestro  Centurio,  auténtico  temerón  y  jayán  del  siglo  xv,  rebosando  de  i 

aquella  vida  y  fuerza  cómica  que  al  capitán  del  rey  Selouco  lo  falta:  * 

I-Cent. — Mándame,  tú,  señora,  cosa  que  yo  sepa  hazer,  cosa  que  sea  de  mi  officio;  \ 

/>vn  desafio  con  tres  juntos,  e  si  más  vinieren,  que  no  huya  por  tu  amor;  matar  vn  1 

»  hombre,  cortar  una  pierna  o  braro:  harparel  gesto  de  alguna  que  se  aya  ygualado  con-  \ 

»tigo,  estas  tales  cosas  antes  serán  hechas  que  encomendadas.  No  me  pidas  que  ande  j 

» camino,  ni  que  te  dé  dinero,  que  bien  sabes  que  no  dura  conmigo,  que  ti^es  saltos  ' 

:^daró  sin  que  me  se  cayga  blanca...  Las  alhajas  que  tengo  es  el  axuar  de  la  frontera:  vn 

»jarro  desbocado,  vn  assador  sin  punta;  la  cama  en  que  me  acuesto  está  armada  sobre 

»aros  de  broqueles;  un  rimero  de  malla  rota  por  colchones;  una  talega  de  dados  por 

» almohada;  que  avnque  quiero  dar  collación,  no  tengo  qué  empeñar,  sino  esta  capa 

»  harpada  que  traygo  a  cuestas 

í  Si  mi  espada  dixesse  lo  que  haze,  tiempo  le  faltarla  para  hablar.  ¿Q,uién  sino  ella 
» puebla  los  más  cimenterios?  ¿quién  haze  ricos  los  cirujanos  desta  tierra?  ¿quién  da 
»  contino  que  hazer  a  los  armeros?  ¿quién  destrona  la  malla  muy  fina?  ¿quién  haze  ri^a 
»de  los  broqueles  do  Barcelona?  ¿quién  rciiana  los  capacetes  de  Calatayud  sino  ella? 

(')  La  Comediii.  de  Planto,  intitulada  Milite  rjlorioao,  traducida  en  lengua  Castellana.  Ea  Anvcrs. 
En  cusa  de  Martin  Nació.  il/.D.LF.  (En  el  mismo  tomito,  y  con  paginación  seguida,  aunque  coa 
(lisciiit:!  purta  la,  está  lu  versión  de  los  Menenclirnos) .  Ful.  5  vto.  á  8. 


i 


I 


IXTRODÜCCION  ci 

»que  los  caxqiietes  de  Almazan  assi  los  corta  como  si  fiiesseu  fechos  de  melón... 
»Yeynte  años  ha  que  me  da  de  comer:  por  ella  soy  temido  de  hombres  o  querido  de 
»mugeres,  sino  de  ti;  por  ella  le  dieron  Centurio  por  nombre  a  mi  abuelo,  c  Ceiiturio 
»se  llamó  mi  padre,  e  Centurio  me  llamo  yo. 

» Elida. — Pues  ;,qué  hizo  el  espada  por  que  ,2:anó  tu  abuelo  ese  nombre?  Dimo, 
-;.por  ventura  fue  por  ella  capitán  de  cient  hombres? 
»  Cetit. — No,  pei'O  fue  rufián  de  cient  mugeres. 

y>Ai'eusa. — No  curemos  de  lina,u-o  ni  hazañas  viejas;  si  has  de  hazer  lo  que  te  digo^ 
sin  dilación  determina,  porque  nos  queremos  yr. 

!•  Cent. — Más  desseo  yo  la  noche,  por  tenerte  contenta,  que  tú  por  verte  vengada, 
»e  porque  más  se  haga  todo  a  tu  voluntad,  escoge  qué  muerte  quieres  que  le  dé;  allí  te 
> mostraré  un  reportorio  en  que  ay  sietecientas  e  setenta  species  de  muertes,  verás  quál 
>más  te  agradare. 

y>  Elida. — Areusa,  por  mi  amor,  que  no  se  ponga  este  fecho  en  manos  de  tan  fiero 
-hombre;  más  vale  que  se  quede  por  hazer,  que  no  escandalizar  la  ciudad,  por  donde 
nos  venga  más  daño  de  lo  passado. 

■^Areum. — Calla,  hermana;  díganos  alguna  quo  no  sea  de  mucho  bullicio. 
»  Cent. — Las  que  agora  estos  dias  yo  vso  e  más  traygo  entre  manos  son  espaldara- 
»zos  sin  sangre,  o  porradas  de  pomo  de  espada,  o  revés  mañoso;  a  otros  agujero  como 
-^ harnero  a  puñaladas,  tajo  largo,  estocada  temerosa,  tiro  mortal.  Algún  dia  doy  palos 
por  dexar  holgar  mi  espada.^  (Aucto  XVIII). 

Este  solo  ejemplo  mostrará  cómo  transforma  Rojas  sus  originales  hasta  cuando  más 
de  cerca  imita. 

Si  admirables  son  los  personajes  secundarios  y  cómicos  de  la  Celestina.^  ¿qué  dire- 
mos de  la  pareja  enamorada,  que  en  la  historia  de  la  poesía  humana  precede  y  anun- 
cia á  la  de  Verona?  Nunca  el  lenguaje  del  amor  salió  tan  férvido  y  sincero  de  pluma 
española  como  no  fuese  la  de  Lope  de  Vega  en  sus  más  felices  momentos.  Nunca  antes 
de  la  época  romántica  fueron  adivinadas  de  un  modo  tan  hondo  las  crisis  de  la  pasión 
impetuosa  y  aguda,  los  súbitos  encendimientos  y  desmayos,  la  lucha  del  pudor  con  el 
deseo,  la  misteriosa  llama  que  prende  en  el  pecho  de  la  incauta  virgen,  el  lánguido 
abandono  de  las  caricias  matadoras,  la  brava  arrogancia  con  que  el  alma  enamorada 
se  pone  sola  en  medio  del  t\imulto  de  la  vida  y  reduce  á  su  amor  el  universo,  y  sucumbe 
gozosa,  herida  por  las  flechas  del  omnipotente  Eros.  Toda  la  psicología  del  más  univer- 
sal de  los  sentimientos  humanos  puede  extraerse  de  la  tragicomedia  de  Rojas  si  se  la 
lee  con  la  atención  que  tal  monumento  merece.  Por  mucho  que  apreciemos  el  idealismo 
cortesano  y  caballeresco  de  D.  Pedro  Calderón,  ¡qué  fríos  y  qué  artificiosos  y  amanera- 
dos parecen  los  galanes  y  damas  de  sus  comedias,  al  lado  del  sencillo  Caliste  y  de  la 
ingenua  Melibea,  que  tienen  el  vicio  de  la  pedantería  escolar,  pero  que  nunca  falsifican 
el  sentimiento!  También  Shakespeare  pagó  tributo  al  eufuismo,  y  en  Romeo  and  Jnliri 
muy  particularmente;  versos  hay  allí  de  innegable  mal  gusto,  y  alguno  habremos  de 
citar,  pero  ¿quién  se  acuerda  de  ellos,  cuando  la  tormenta  de  la  pasión  estalla? 

Retórica  hay  también  en  los  personajes  de  Rojas;  pero  no  toda  retórica  debe  pros- 
cribirse en  estos  casos,  porque  el  amor  es  retórico  de  suyo  y  se  complace  en  devanear 
largamente  sobre  nonadas.  No  seré  yo  quien  tache  de  afectación  los  candidos  extremos 
que  hace  Caliste  cuando  recibe  el  cordón  de  Melibea  (aucto  VI):  «¡O  mi  gloria  e.  ceñi- 


cu  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

»dero  de  aquella  angélica  cintura;  yo  te  veo  e  no  lo  creo!  ¡O  cordón,  cordón!  ¿fuésteme 
»tú  enemigo?  Dilo  cierto...  Conjuróte  me  respondas,  por  la  virtud  del  gran  poder  que 
»  aquella  señora  sobre  mí  tiene...  ¡O  mezquino  de  mí!  que  assaz  bien  me  fuera  del  cielo 
»  otorgado,  que  de  mis  bracos  fueras  hecho  e  toxido,  e  no  de  seda  como  eres,  porque 
» ellos  gozaran  cada  día  de  rodear  e  ceñir  con  deuida  reuerencia  aquellos  miembros 
»que  tú,  sin  sentir  ni  gozar  de  la  gloria,  siempre  tienes  abracados...» 

Involuntariamente  se  recuerda  que  también  Romeo,  en  la  escena  del  jardín,  envi- 
diaba el  guante  de  su  amada,  porque  podía  tocar  su  mejilla  (').  Otras  expresiones  de 
ambos  mancebos  se  parecen  de  un  modo  extraordinario: 

«Semproiiio. — ¿Tú  no  eres  christiano? 

»  Calisto. — ¿Yo?  Melibeo  so,  y  a  Melibea  adoro,  y  en  Melibea  creo,  e  a  Melibea 
»  amo» . 

^Borneo. — ¡Que  me  bauticen  de  nuevo;  desde  ahora  no  quiero  ser  Romeo!»  ('^). 

Romeo,  como  envuelto  en  una  intriga  más  complicada,  es  carácter  más  rico  de  mati- 
ces, es  también  más  lírico,  romántico  y  soñador.  Su  lenguaje,  constantemente  figurado 
y  poético,  eleva  el  pensamiento  á  una  esfera  superior  á  la  del  puro  realismo.  Pero  su 
amor  carece  de  la  virginidad  del  de  Calisto,  para  el  cual  ni  antes  ni  después  de  la  pose- 
sión existe  otra  mujer  que  Melibea.  Las  primicias  del  alma  de  Romeo  no  pertenecen  á 
Julieta,  porque  antes  de  ella  ha  amado  á  Rosalina  con  los  mismos  extremos  y  prodi- 
gando en  honor  suyo  las  mismas  hipérboles.  «'¿Puede  haber  alguna  más  hermosa  que 
»mi  amor?  M  aun  el  sol  que  lo  ve  todo  ha  visto  otra  igual  desde  que  alumbra  al 
» mundo»  {^).  Pero  un  momento  después,  en  la  escena  del  baile,  Julieta  borra  instantá- 
neamente el  recuerdo  de  Rosalina:  «Esta  sí  que  puede  enseñar  á  las  antorchas  á  arder. 
»  Resplandece  sobre  el  oscuro  rostro  de  la  noche  como  rica  joya  en  la  oreja  de  un  etiope. 
» ¡Belleza  demasiado  rica  para  ser  poseída,  demasiado  excelente  para  la  tierra!  Parece 
» entre  las  otras  damas  como  nivea  paloma  entre  grajos.  ¿Por  ventura  mi  corazón  ha 
» amado  hasta  ahora?  Negadlo  con  juramento,  ojos  míos,  porque  no  he  contemplado 
»  belleza  verdadera  hasta  esta  noche»  (^). 

/M  O,  tliat  I werc  a  (jlji-o  iipon  tliat  hand, 

That  I  mifjht  toiicJi  that  cheeA... 

(Act.  H.  8.-.  II). 

í*\  Cali  me  bvt  love,  and  I  'II  be  neir  haptized: 

fícnccforth  I  nerer  luill  le  Romeo. 

(1(1.  íil). 

{h\  Onefairer  than  my  lovel  the  all-seeing  suri 

iW  er  saio  her  match,  since  first  the  world  hegun. 

(Arl.  I.,  so.  II). 

M\  O,  shc  doth  teach  the  torches  to  lurn 

Jt  seems  she  hangs  upoii  the  chccli  of  night 
Lihe  a  richjewel  in  an  ^ÍEthiop's  ear: 
Beauty  too  richfor  usc,fur  earth  too  dear! 
So  .shoiv.t  a  snowy  dore  trooping  irith  croirs, 
An  yonder  lady  o'  er  her  felloics  shows. 


Did  my  heart  love  tul  noic?  forswear  it,  niglit.' 
For  7  n'  er  saw  trnc  beauty  tul  this  night. 


\\n.  I.  se.  VI 


INTRODUCCIÓN  ciii 

En  el  alma  de  Romeo,  ardientemente  apasionada  como  es,  hay  un  germen  de  lige- 
reza é  inconstancia.  Sin  las  nupcias  sepulcrales  sabe  Dios  cuál  hubiera  sido  su  fideli- 
dad á  Julieta,  mientras  de  Caliste  no  podemos  dudar  que  nació  para  servir  á  Melibea  y 
ser  suj'o  en  vida  y  en  muerte.  Caliste  no  hubiera  merecido  nunca  que  Fr.  Lorenzo  le  lla- 
mase, como  llama  á  Romeo,  «débil  mujer  con  aspecto  varonil,  irracional  furia  de  bes- 
tia^  (').  En  cambio  Melibea  y  Julieta  parecen  de  la  misma  familia:  audaces,  impulsivas 
las  dos,  Cándidas  en  el  desbordamiento  de  su  pasión  y  marcadas  por  el  sello  de  la  fata- 
lidad trágica  desde  el  primer  instante.  En  Julieta,  el  enamoramiento  es  todavía  más 
súbito  que  en  3Ielibea,  y  no  necesita  intervención  de  Celestinas,  puesto  que  no  puedo 
calificarse  de  tal  á  su  nodriza,  que  honradamente  la  presta  lícitos  aunque  poco  pruden- 
tes servicios.  Basta  que  por  primera  vez  se  encuentren  sus  ojos  con  los  de  Romeo,  á 
quien  todavía  no  conoce  ni  de  nombre,  para  que  exclame:  «Si  es  casado,  el  sepulcro  será 
mi  lecho  de  bodas?  (-).  Y  cuando  sabe  que  es  un  vastago  dol  linaje  de  los  Mónteseos, 
tan  odiado  por  los  suyos,  parece  que  con  terrible  imprecación  quiere  atraer  sobre  sí  los 
manes  de  la  venganza:  «¡Mi  sólo  amor,  nacido  de  mi  único  odio!  ¡Harto  tarde  te  he 
^^  conocido!  Quiere  mi  negra  suerte  que  consagre  mi  amor  al  único  hombre  á  quien  debo 
;^  aborrecer  >  (^). 

Tanto  en  Romeo  y  Julieta  como  en  la  Celestina  son  dos  las  entrevistas  amorosas, 
y  hasta  en  el  pormenor  de  la  escala  aplicada  al  muro  se  mantiene  el  paralelismo  de  las 
situaciones,  en  medio  de  la  profunda  diversidad  moral  con  que  Shakespeare  y  Rojas 
las  interpretan  (*).  La  doncella  italiana  pone  su  amor  de  acuerdo  con  la  ley  moral  y 

(')  Art  thnu  a  vían?  tlnj  form  cries  out,  tltou  art: 

Thy  tears  are  warnanüJi!  tlnj  ivild  acts  denote 
The  unreasonabh;  fury  vf  a  beast. 

(Act.  ni. «c.  ni). 

(-)  Go,  ash  Iiis  ñame:— i/ he  be  married. 

Mil  grave  is  like  to  be  un/  n'edding-bed. 

ÍAc.  I,  se.  V). 

(<•)  My,  only  love  sprung  from  iinj  only  hate! 

Tuo  early  scen  vnJinoio,  and  hnoir  too  late! 
Prodigiou»  birth  oflove  isto  me, 

That  I  muít  love  a  loathed  enemy. 

(Aci.  I.  sr.  V). 

(*)  El  origen  del  segundo  y  bellísimo  dúo  shakespiriano  (Act.  III,  se.  V): 

Wilt  thou  be  go7ie?  it  is  not  yct  near  day... 

se  encuentra,  según  recientes  investigadores,  en  el  poema  de  |01iaucer  Troylus  and  Cnjseide  {\\(\. 
E.  Koeppel,  Juliet  Capulet  and  Chaucers  Troylus,  en  el  Jahrhuch  der  ShaJcesii.  Gesellschaft,  1002, 
pp.  238  y  ss.).  Pero  este  poema,  á  su  vez,  está  imitado  del  t  ¡lostrato  de  Boccaccio  y  de  la  Crónica 
Troyana  (Vid.  G.  C.  llamilton,  The  indehtedness  of  Chaticer'  uTroilus  and  Crisp.ydeJ>  to  Guido 
delle  Colonnes  (^Historia  TroyanaT>,  New  York,  1903).  Amlias  obras  eran  seguramente  familiares 
á  Rojas,  y  pueden  explicar  algunas  semejanzas  entre  él  y  Shakespeare. 

En  el  Bursario,  traducción  de  las  Heroidas  de  Ovidio,  atribuida,  creo  que  con  fundamento,  á 
Juan  Rodríguez  del  Padrón,  se  encuentran  algunas  epístolas  añadidas  por  el  traductor,  y  entre  el'as 
dos  muy  notables  de  Troylo  y  Bresayda  (sic,  por  Criseyda).  En  la  primera  se  lee  este  pasaje,  ver- 
daderamente poético,  que  coincide  en  gran  manera  con  los  de  Cliaucer  y  Sliake^peare:  «Miém- 
obrate  agora  de  la  postrimera  noche  que  tú  e  3-0  manimos  en  uno,  é  entravan  los  rayos  de  la 
5>claridat  de  la  luna  por  la  finieat'a  de  la  nuestra  cámara,  y  quexávaste  tú  pensando  que  era  la 
iMnañana,  y  decias  con  falsa  lengua,  como  en  manera  de  querella:  «Oh  fuegos  de  la  claridat  del 


civ  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

oaDÓnica;  la  tempestuosa  enamorada  castellana  procede_como  si  ignorase  tales  ley;es  ó  sg^ 
hubiese  olvidado  de  su  existencia.  La  primera  es  sin  duda  más  ejemplar,  y  la  emoción 
trágica  que  su  fin  produce  no  va  mezclada  con  ningún  pensamiento  de  torpeza  ó  rebel- 
día, pues  hasta  del  suicidio  es  casi  ii-responsable  (').  Melibea,  por  el  contrario,  muere 
desesperada  é  impenitente:  «¿Oyes  lo  que  aquellos  mogos  van  hablando?  ¿Oyes  sus  tris- 
»tes  cantares?  rezando  Ueuan  con  responso  mi  bien  todo;  muerta  llenan  mi  alegría. 
» Xo  es  tiempo  de  yo  biuir»  (Aucto  XLS).  «De  todos  soy  dexada;  bien  se  ha  aderegado 
»la  manera  de  mi  morir;  algún  aliuio  siento  en  ver  que  tan  presto  seremos  juntos  yo  e 
» aquel  mi  querido  e  amado  Calisto.  Quiero  cerrar  la  puerta,  porque  ninguno  suba  a 
;>mo  estoruar  mi  muerte:  no  me  impidan  la  partida;  no  me  atajen  el  camino,  por  el  qual 
»en  breue  tiempo  podré  visitar  en  este  dia  al  que  me  visitó  la  passada  noche.  Todo  se 
»ha  hecho  a  mi  voluntad;  buen  tiempo  terne  para  contar  a  Pleberio,  mi  señor,  la  causa 
»de  mi  ya  acordado  fin.  Gran  sinrazón  hago  a  sus  canas,  gran  offensa  a  su  vejez;  gran 
;>  fatiga  le  acarreo  con  mi  falta;  en  gran  soledad  le  dexo,  pero  no  es  más  en  mi  mano. 

»ra  liante  divino,  los  quales  liaziendo  vuestro  ordenado  curso,  vos  mostrades  y  venides  en  pos  de  la 
))C.)iiturbal  hora  de  las  tinieblas!  Muevan  vos  agora  a  piedut  los  grandes  gemidos  }•  dolorosos 
»sospiros  de  la  mezquina  Brecaida,  y  cesat  de  mostrar  tan  ayna  la  fuerza  del  vuestro  gran  poder, 
)).iando  logar  a  Bresayda  que  repose  algún  tanto  con  Troylos,  su  leal  amigo!»  Edezias  tú,  Bresayda: 
«Olí  quánto  me  ternia  por  bienaventurada  si  agora  yo  supiese  la  arte  mágica,  que  es  la  alta  sciencia 
»de  los  mágicos,  por  la  qual  han  poder  de  hazer  del  dia  noche  y  de  la  noche  dia  por  sus  sabias 
«palabras  y  maravillosos  sacrificios!..  ¿E  por  qué  no  es  a  mí  posible  de  tirar-  la  fuerza  al  dia?»  E  yo, 
»uiovido  a  piedat  por  las  quexas  que  tú  mostr.iba^,  levánteme  y  salli  de  la  cámara,  y  vi  que  era  la 
»hora  de  la  media  noche,  quando  el  mayor  sueño  tenía  amansadas  todas  las  criaturas,  y  vi  el  ayre 
«acallantado,  y  vi  ruciadas  las  fojas  de  los  arboles  de  la  huerta  del  alcázar  del  rey  mi  padre,  Ilama- 
»do  Ilion,  y  quedas,  que  no  se  movían,  de  guisa  que  cosa  alguna  no  obraban  de  su  virtut.  E  torné  a 
»ti,  y  dixete-  «Brecaida,  no  te  quexes,  que  no  es  el  dia  como  tú  piensas».  E  f  ueste  tú  muy  alegre 
»con  las  nuevas  que  te  yo  dixe...»  (Obrcn^  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  publicadas  por  la  Socie- 
dad de  Bibliófilos  Españoles,  Madrid,  1884,  pp.  303-304). 

Palabra  por  palabra  se  encuentran  repetidas  algunas  frases  de  este  trozo  en  el  Tirant  lo  Blandí 
(ed,  de  Aguiló,  tomo  II,  p.  365,  Resposta  feta  per  lo  Conestable  a  la  letra  de  Stephania...  «Recnr- 
»dam  aquella  darrera  nit  que  tu  e  yo  orem  en  lo  Hit,  e  tu  psnsant  fos  lo  dia,  deyes  en  manera  de 
«querella...  E  mes  de\'es:  O  qiiant  me  tendría  yo  per  benaventurada  si  yo  sabes  lart  mágica  que  es 
»l.dta  sciencia  deis  magichs  en  la  qual  han  poder  de  fer  tornar  del  día  nit». 

¿Existirían  también  en  catalán  estas  epístolas  ó  las  traduciría  del  castellano  Juan  Martorell?  De 
todos  modos,  resulta  oscuro  para  mí  el  origen  de  estas  cartas,  que  no  se  explican  sólo  con  el  canto 
ó  parte  quinta  del  Filostrato.  Mucho  más  se  parece  el  segundo  capítulo  de  la  Fiammeita,  pero  las 
principales  bellezas  tampoco  están  allí.  Otro,  con  más  datos  que  yo,  resolverá  este  punto,  que  aquí 
es  incidental. 

(*)  Se  ha  de  advertir,  aunque  la  Celestina  pasa  por  obra  impara  y  Romeo  y  Julietx  por  un  poema 
de  amor  casto  é  ¡nocente,  que  en  las  escenas  culminantes  de  pasión  el  lenguaje  de  las  dos  heroínas 
se  parece  mucho.  Recuérdese  el  ardiente  soliloquio  de  Julieta  en  el  acto  tercero: 

Spread  thy  clo.se  curtain,  love-performing  night, 
That  runaways'  eyes  may  wink.  and  Romeo 
Leap  to  these  arms,  untalk'd  of  and  unseen. 
Lovers  can  see  to  do  their  amorous  rites 
By  their  own  beanties;  or,  if  love  be  blind, 
It  best  agrees  with  night.  Come,  civil  night, 
Thou  sober-suited  matrcn,  all  in  black, 
And  learn  me  hoto  to  lose  a  vinning  match, 
Play'dfor  apair  of  stainless  inaidenhoods. 

(Xct.  III.  se.  11). 


INTRODUCCIÓN  cv 

>>Tcí,  Señor,  que  de  mi  íabla  eres  testigo,  voes  mi  poco  poder;  vees  qiiáu  cativa  tengo 
»mi  libertad;  quán  presos  mis  scutidos  de  tan  poderoso  amor  del  muerto  cauallero,  que 
ipriua  al  amor  con  los  biuos  padres...»  (Aucto  XX). 

Melibea  no  intenta  justificar  con  sofismas  su  pasión  culpable  y  desordenada;  al 
contrario,  acumula  sobre  su  cabeza  todos  los  males  que  resultaron  de  la  muerte  de 
Caliste  V  se  ofrece  como  víctima  expiatoria  de  todos  ellos:  Bien  vees  e  oyes  este  triste 
»e  doloroso  sentimiento  que  toda  la  ciudad  liaze;  bien  oyes  este  clamor  de  campanas, 
»este  alando  de  gentes,  este  aullido  de  canes,  este  strépito  de  armas;  de  todo  esto  fuy 
»yo  causa.  Yo  cobrí  de  luto  e  xergas  en  este  dia  quasi  la  mayor  parte  de  la  ciudadana 
»caualleria;  yo  dexé  muchos  simientes  descubiertos  de  señor;  yo  quité  muchas  racio- 
»nes  e  limosnas  a  pobres  e  enuergon^antes;  yo  fuy  ocasión  en  que  los  muertos  tovies- 
>sen  compañía  del  más  acabado  hombre  que  en  gracias  nascio;  yo  quité  a  los  biuos  el 
:>  dechado  de  gentileza,  de  inuenciones  galanas,  de  atauios  e  bordad uras,  de  habla,  de 
:>  andar,  de  cortesia,  de  virtud;  yo  fuy  causa  que  la  tierra  goze  sin  tiempo  el  más  noble 
» cuerpo  e  más  fresca  juuentud  que  al  mundo  ora  en  nuestra  edad  criada.» 

El  desenlace,  pues,  aunque  éticamente'  condenable,  es  el  único  que  podía  tener  el 
drama,  so  pena  de  degenerar  en  una  aventura  ridicula,  ¿Quién  concibe  á  Melibea  sobre- 
viviendo á  Caliste?  Estas  grandes  enamoradas  no  tienen  más  razón  de  existir  que  el 
amor  mismo;  llevan  enclavado  el  dardo  ponzoñoso  de  la  venganza  de  Afrodita:  «Su 
» muerte  conbida  a  la  mia;  conbidame  e  fuen;a  que  sea  presto,  sin  dilación...  E  assi 
»  contentarte  he  en  la  muerte,  pues  no  toue  tiempo  en  la  vida...  ¡O  padre  mió  muy  amado! 
» Ruégete,  si  amor  en  esta  pasada  e  penosa  vida  me  has  tenido,  que  sean  juntas  nues- 
^>tras  sepulturas,  juntas  nos  fagan  nuestras  obsequias.^  (Aucto  XX). 

Grave  reparo  puso  al  carácter  de  Melibea  Juan  de  Valdés,  y  por  ser  suyo  no  debe 
pasarse  en  silencio.  Dice  que  la  persona  de  Melibea  pudiera  estar  mejor,  porque  «se 
¿dexa  muy  presto  vencer,  no  solamente  a  amar  pero  a  gozar  del  deshonesto  fruto  del 
»amor;  (').  Y  ciertamente  que  es  así,  pero  no  sin  circunstancias,  unas  muy  humanas  y 
otras  diabólicas,  que  aceleren  su  caída  y  la  expliquen  dentro  de  la  verisimilitud  dramá- 
tica. La  misma  Melibea  ha  contestado  anticipadamente  á  su  crítico:  «Mi  amor  fue  con 
»justa  causa:  requerida  e  rogada,  cativada  de  su  merescimiento,  aquejada  portan  astuta 
»  maestra  como  Celestina,  seruida  de  muy  peligrosas  visitaciones,  antes  que  concediesse 
»por  entero  en  su  amor» .  Mucho  más  rápido  procede  el  enamoramiento  de  Julieta,  aun- 
que no  sea  deshonesto  el  fruto  de  su  amor  ni  trabajen  por  61  los  espíritus  del  Averno. 

El  Sr.  Foulché-Delbosc,  que  niega  la  autenticidad  de  las  adiciones  de  1502,  opina 
que  en  manos  del  adicionador  «han  perdido  los  tipos  algo  de  su  valor  y  pureza  primi- 
tivos» é  insiste  principalmente  en  el  de  Melibea.  En  la  primitiva  forma  son  recatados 
é  irreprensibles  sus  discursos  á  Caliste;  en  toda  la  escena  del  jardín  (acto  XIV)  no  se 
I  encuentra  ni  una  palabra  equívoca.  Compárese  con  la  Melibea  del  acto  XIX:  ¡qué  me- 
I  tamorfosis  en  un  mes! 

I  Podían  ser,  con  efecto,  más  honestas  algunas  expresiones  de  este  acto,  y  nada  hu- 
¡bierau  perdido  el  arte  y  la  moral  con  ello;  pero  la  segunda  Melibea,  que  tan  (lesaforada 
parece  al  erudito  francés,  no  es  una  falsificación,  sino  un  desarrollo  naturalísimo  de  la 
jprimera.  Basta  con  un  mes,  y  bastaría  con  menos  tiempo  para  producir  este  cambio  psi- 


I 


(')  Diálogo  de  la  lengua,  ed.  Boeluner,  pág.  41; 


I  1 

cvi  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  - 

cológico,  porque  entre  el  acto  XIV  j  el  XIX  median  nada  menos  qae  la  desenvoltura  { 
de  Caliste  y  el  goce  reiterado  de  varias  noches.  Melibea  no  puede  hablar  lo  mismo  en  la  I 
segunda  escena  del  jardín  que  en  la  primera.  Antes  era  la  virgen  tímida  j  enamorada  ■ 
que  cede  á  la  brutal  sorpresa  de  los  sentidos;  después  la  mujer  ebria  de  amor  j  enajena-  i 
da  de  su  albedrío.  La  madre  Colestina,  muy  ducha  en  la  materia,  nos  explicará  esta  j 
metamorfosis:  «No  te  sabré  dezir  lo  mucho  que  obra  en  ellas  aquel  dulgor  que  les  queda  ! 
»de  los  primeros  besos  de  quien  aman;  son  enemigas  del  medio;  contino  están  posadas  i 
»  en  los  extremos» .  \ 

¿Cómo  negar  que  en  la  primera  Melibea  está  el  germen  de  la  segunda,  cuando  la  | 
oímos  exclamar  en  un  monólogo  del  aucto  X:  «¡O  género  femenino,  encogido  y  frágile!  \ 
»¿Por  qué  no  fue  también  a  las  hembras  concedido  poder  descobrir  su  congoxoso  e  ' 
» ardiente  amor,  como  a  los  varones?»  O  cuando  dice  tan  enérgicamente  á  Celestina:  i 
«Madre  mia,  que  comen  este  coragon  serpientes  dentro  de  mi  cuerpo!...  ¡O  mi  madre  ''< 
»e  mi  señora!  haz  de  manera  como  luego  le  pueda  ver,  si  mi  vida  quieres»  ¿Son  por 
ventura  muy  ajustadas  á  la  modestia  virginal  estas  palabras  del  aucto  XII?:  «Las  puer-  i 
»tas  impiden  nuestro  gozo,  las  quales  yo  maldigo,  e  sus  fuertes  cerrojos  e  mis  flacas 
afuergas,  que  ni  tú  estarlas  quexoso  ni  yo  descontenta».  ¿Y  no  es  formal  entrega  \ 
de  cuerpo  y  alma  la  que  termina  el  aucto  XIV  en  su  forma  primitiva?  «Señor,  por  i 
»Dios,  pues  ya  todo  queda  por  ti,  pues  ya  soy  tu  dueña,  pues  ya  no  puedes  negar  mi  : 
»amor,  no  me  niegues  tu  vista,  de  dia  passando  por  mi  puerta,  de  noche  donde  tú  orde-  ; 
»  nares.»  Pero  basta  ya  sobre  este  punto,  que  en  realidad  es  secundario.  ¡ 

Si  por  la  perfección  de  los  caracteres  está  la  Celestina  á  la  altura  de  las  obras  más  ¡ 
clásicas  de  cualquier  tiempo,  no  puede  decirse  lo  mismo  respecto  del  arte  de  composi^  \ 
ción,  en  que  el  poeta  no  pudo  menos  de  pagar  tributo  á  la  época  primitiva  en  que  escribía,  j 
No  era  posible  á  fines  del  siglo  xv  construir  una  fábula  tan  ingeniosa  y  hábilmente  com-  | 
binada  como  la  de  Romeo  y  Julieta;  pero  Shakespeare  no  era  sólo  un  genio  dramático,  ] 
sino  un  hombre  de  teatro,  un  profesional  de  la  escena,  y  además  iba  siguiendo  paso  á  i 
paso  las  peripecias  del  cuento  italiano,  que  le  daba  la  armazón  de  su  drama  (').  En  tiem-  ' 
po  de  Eojas  no  había  escenario  ni  apenas  materia  dramática  preexistente,  fuera  de  la  que  ] 
podían  suministrarle  algunos  libros  de  la  antigüedad  y  algunas  novelas  de  la  Edad  Media.  I 

No  se  crea  por  eso  que  Eojas,  en  medio  de  su  inexperiencia  y  de  la  soledad  en  que 
escribía,  dejase  de  adivinar  con  pasmosa  intuición  las  grandes  leyes  de  la  composición 
dramática  y  se  sujetara  á  ellas  en  todo  lo  esencial.  El  plan  sencillo^  claro  y  elegante  de 
la  Celestina  merecería  todo  elogio  si  el  autor  no  hubiese  escrito  su  obra  en  dos  veces,  lo 
cual  le  llevó  á  intercalar  un  episodio  parásito.  Aparte  de  este  lunar,  la  Tragicomedia\\ 
castellana  corrobora  la  profunda  doctrina  de  Lessing  en  su  Dramaturgia-.    «El  genio  i 
»gusta  de  la  sencillez,  el  ingenio  gusta  de  las  complicaciones...  El  genio  no  puede  inte-lí 
» resarse  más  que  por  aventuras  que  tienen  su  fundamento  unas  en  otras,  que  se  enca-|  r 
•»  denau  como  causas  y  efectos.  La  obra  del  genio  consiste  en  referir  los  efectos  á  lasj  % 

;  i 
(')  Asi  y  todo,  no  le  falta  razón  á  Klein  cniíndo  escribe  (Geschichte  des  Drama's,  VIII.  Dai\  \ 
SpnniscJie  drama,  erster  band,  pág.  914):  «Wir  wareii  zu  glanhen  geneigt,  dass  die,  einige  Decenllí 
»nien  naeh  der  «Celestina»  von  Lnigi  da  Porto  ziierst  (15"24)  und  dann  ven  Bandello  verfassti  ít 
»Jnlia — und  Romeo— Xovelle,  eincn  Widerstrich  deni  analogen  Motive  in  der  Celestina  bieten  i 
»dasselbe  zu  dem  Zwecke  veredeln  solite,  um  das  gescbick  der  baiden  Liebenden  für  christlichj  •  i 
))Herzen  mitleidwürdiger  ais  absclireckend  erscheinen  zu  lassen». 


n 


lNTRODrCCI(^X  cvii 

»  causas,  en  proporcionar  las  causas  á  los  efectos,  en  ordenar  los  acontecimientos  de  tal 
amanera  que  no  puedan  haber  sucedido  de  otra».  Toda  la  enmarañada  selva  de  las 
comedias  de  capa  y  espada  de  Caldorón  y  sus  secuaces  (')  no  v^ale  tanto  como  esta 
única  pieza,  que  es  también  una  intriga  de  amor,  con  criados  confidentes,  con  escenas 
nocturnas  y  coloquios  á  la  puerta  ó  á  la  reja,  pero  sin  disfraces,  ni  empeños  del  acaso, 
ni  damas  duendes,  ni  galanes  fantasmas,  ni  confusiones  en  la  oscuridad  de  un  jardín 
y  hasta  sin  la  duplicación  forzosa  del  galán  y  la  dama,  y  el  no  menos  indispensable 
arbitrio  del  rival  celoso  y  del  padre  ó  hermano  guardador  de  la  honra  de  su  casa,  que 
por  diversos  caminos  so  oponen  al  logro  de  la  felicidad  de  los  dos  amantes.  Todo  esto 
es  sumamente  entretenido  y  demuestra  gran  poder  de  invención  en  los  que  crearon 
este  género  de  ftibulas  j  las  impusieron  á  Europa;  pero  es  sin  duda  arte  inferior  al  que, 
ahondando  en  las  entrañas  de  la  vida  y  en  la  conciencia  de  los  hombres,  logra  sin  nin- 
guna complicación  escénica  darnos  la  ilusión  de  la  existencia  actual  y  hacer  de  cada 
personaje  un  tipo  imperecedero.  Todas  esas  lindas  comedias  llegan  á  confundirse  entre 
sí:  la  Celestina  no  se  confunde  con  nada  de  lo  que  se  ha  escrito  en  el  mundo.  «Hay  en 
»la  Celestina  (dice  D.  Juan  Yalera)  cierto  misterioso  encanto  que  se  apodera  del  alma 
»de  quien  la  lee,  embelesándola  y  moviéndola  á  la  admiración  más  involuntaria; . 

El  gran  maestro  cuyas  son  estas  palabras  suscitó  una  importante  cuestión  que 
atañe  al  fondo  de  la  Celestina^  y  es  .ética  y  estética  á  un  tiempo.  Á  primera  vista 
encuentra  inverisímiles,  hasta  rayar  en  lo  absurdo,  algunos  casos  de  la  tragicomedia: 
«Melibea  y  Caliste  son  ambos  de  igual  condición  elevada,  así  por  el  nacimiento  como 
»por  los  bienes  de  fortuna.  Entre  la  familia  de  ambos  no  se  sabe  que  haya  enemistad, 
»como  la  hubo,  pongamos  por  caso,  entre  las  familias  do  Julieta  y  de  Romeo.  Xi  diferen- 
»cia  de  clase,  ni  de  religión,  ni  de  patria  les  divide.  ¿Por  qué,  pues,  no  buscó  Caliste  á 
una  persona  iionrada  que  intercediese  por  él  y  venciese  el  desvío  de  Melibea,  y  por 
»qué  no  la  pidió  luego  á  sus  padres  y  se  casó  con  ella  en  paz  y  en  gracia  de  Dios?  Bus- 
»car  Caliste  para  tercera  de  sus  amores  á  una  empecatada  bruja  zurcidora  de  volun- 
»tades  y  maestra  de  mujeres  de  mal  vivir,  tiene  algo  de  jnpnstruoso,  que  ni  en  el 
» siglo  XV  ni  en  ningún  siglo  se  comprende,  no  siendo  Caliste  vicioso  y  perverso  y  sin- 
» tiéndese  muy  tierna  y  poéticamente  enamorado»  (-). 

(')  Claro  es  que  aquí  no  pretendo  caracterizar  el  riquísimo  y  variado  teatro  cómico  de  Lope, 
Tirso  y  Alarcón,  ni  tampoco  el  de  Rojas  y  Moreto,  sino  únicamente  el  de  Calderón,  y  en  una  parte 
sola,  que  uo  es  !a  más  importante.  Hay  que  guardarse  de  la  exageración  realista,  ya  que  hemos 
pasado  de  la  exageración  romántica.  Algo  lejos  va  en  este  camino  de  reacción  el  señor  Martinenclic 
en  su  tesis  latina  ya  citada:  «Quod  exemplum  {el  de  Rojas)  si  Lope  de  Vega  ejusque  di.scipuii 
«assecuti  essent,  multum  fortasse  profecissent.  Sexto  enim  dociino  iu  sa-íciilo  iiescio  quem  sicerum 
spoetae  saporem  fuiídiintquo  multo  magis  delectamur  qnam  fucatis  horiim  odoribus  qni  al)  illis 
»profecti  sunt.  Secimdum  naturam  sermonem  tum  scriptores  ennntiant  qui,  velut  Rojas  noster, 
Dsimplicem  atque  in  proinptti  positura  dicendi  modum  ad  vividissimas  res  ingenue  exprimendas 
íadliibent.  Qui  contra  séptimo  décimo  in  saeculo  ingenium  jactant,  dum  fictis  pt  veritatem 
Bexcedentibiis  fabulis  inserviunt,  arcessitis  utuntiir  sententiis  et  jam  detlorescentem  et  deminu- 
ítam  hispaniensis  tlieatri  speciem  ante  oculos  nostros  obversant»  (pág.  111). 

(*)  El  Superhombre  y  otras  novedades,  artículos  críticos  sohre  producciones  literarias  de  /í«es- 
del  siglo  XIX  y  princijños  del  ::x.  Madrid,  1893,  pág.  2"28  (artículo  escrito  con  ocasión  de  la  Celestina 
de  Vigo). 

Algo  semejante  liabía  indicado  D.  Alberto  Lista  en  sus  Lecciones  de  Literatura  Española, 
orno  I,  pág.  53. 


Pl 


cviii  ORIGENES  DR  LA  NOVELA 

Admirablemente  dicho  está  esto,  y  á  primera  vista  convence.  Alguien  dirá  quo 
si  Calisto  hubiese  tomado  ol  camino   recto  y  seguro  en  casos  tales,  no  habría  co- 
media ni  menos  tragedia,  sino  uno  de  los  lances  más  frecuentes  de  la  vida  cuoti- 
diana entre  personas  honestas  y  morigeradas.  Así  es  la  verdad;  pero  esta  res]3uesta^ 
cuo  absuelve  al  artista,  que  pudo  trazar  su  plan  de  otra  manera  ó  escoger  medios  más 
adecuados  á  sus  fines.  Los  que  crean  en  la  sinceridad  del  fin  moral   que  afecta  Rojas 
podrán  añadir  que  le  extravió  su   propósito  docente,  llevándolo  á  poner  en  contacto 
dos  distintas  esferas  de  la  vida.  Pero  el   talento  agudísimo  de  D.  Juan  busca  una 
^^,,^'<,^,  explicación  más  honda,' y  resuelve  la  antinomia  que  en  la  Celestina  existe,  conside- 
vrK"  '^  rándola  como  una  obra  altamente  idealista,  en  que  «Fernando  de  Eoias  hace  abs- 
u,n4uv»w/'f  ^^^cción  de  todo  menos  del  amor,  á  fin  de  que  el  amor  se  manifieste  con  toda  su 
w»*^'^-^^" ^ fuerza  y  resplandezca  en  toda  su  gloria.  Y  no  es  el  amor  de  las  almas,  ni  tampoco 
'"'    »el  amor  de  los  sentidos,  cautivo  de  la  material  hermosura,  sino  tan  apretada  é  ínti- 
»ma  combinación  de  ambos  amores,  que  no  hay  análisis  que  separe  sus  elementos, 
»  apareciendo  tan  complicado  amor  con  la  ii-reductible  sencillez  del  oro  más  acendrado 
»  y  puro» . 

El  espíritu  helénico  y  serenamente  optimista  de  mi  glorioso  maestro  llega  á  cali- 
ficar de  triunfante  apoteosis  la  muerte  trágica  de  los  dos  amantes  y  á  no  ver  en 
ella  nada  de  tétrico  y  sombrío.  El  razonamiento  del  insigne  literato  no  me  ha  con- 
vencido del  todo,  á  pesar  de  mi  natural  tendencia  á  adherirme  á  los  dictámenes  de  quien 
tanto  me  quiso  y  tanto  me  enseñó.  No  es  la  Celestina  libro  tan  alegre  como  podría 
inferirse  por  las  palabras  de  D.  Juan  Yalera.  A  pesar  del  gracejo  crudo  y  vigoroso  de 
la  parte  cómica,  la  impresión  final  que  la  obra  deja,  á  lo  menos  en  mi  ánimo,  es  más 
bien  de  tristeza  y  pesimismo.  La  suerte  de  los  dos  amantes  no  puede  ser  más  infausta, 
ni  más  espantosa  la  soledad  en  que  Pleberio  y  Alisa  quedan:  «¡O  duro  cora(,"on  de 
» padre!  ¿Cómo  no  te  quiebras  de  dolor,  que  ya  quedas  sin  tu  amada  heredera?  ¿Para 
;'>  quién  edifiqué  torres?  ¿Para  quién  adquirí  honrras?  ¿Para  quién  planté  árboles?  ¿Para 
» quién  fabriqué  navios?  ¡O  tierra  dura!  ¿Cómo  me  sostienes?  ¿Adonde  hallará  abrigo 
»mi  desconsolada  vejez?...  ¿Qué  faro  quando  entre  en  tu  cámara  e  retraymiento  e  la 
» halle  sola?  ¿Qué  haré  de  que  no  me  respondas  si  te  llamo?  ¿Quién  me  podrá  cobrir  la 
»gran  falta  que  tú  me  hazes?» . 

Si  la  tragedia  terminase  con  las  últimas  palabras  de  Melibea  y  con  arrojarse  de  la 
torre,  podi-ía  creerse  que  el  poeta  había  querido  envolver  en  luz  de  gloria  á  los  dos 
infortunados  amantes,  haciendo  lo  que  hoy  diríase  la  apoteosis  del  amor  libre.  Xi  puede 
rechazarse  tal  idea  por  impropia  de  la  literatura  de  aquel  tiempo,  puesto  que,  mezclada 
con  impulsos  de  dudoso  misticismo,  late  en  el  fondo  de  los  poemas  del  ciclo  bretón 
cuya  materia  épica,  transformada  en  prosa,  era  tan  familiar  á  Rojas  como  á  todos  sus 
contemporáneos.  Verdadera  y  triunfante  apoteosis  del  amor  adúltero  son  la  muerte  y 
las  exequias  de  Tristán  ó  Iseo,  y  es  imposible  evitar  aquí  su  recuerdo:  «E  desque  vuo 
» dicho  estas  palabras  (D.  Tristan),  luego  besó  a  la  reyna,  y  estando  abracados  boca  con 
»boca,  le  salió  el  ánima  del  cuerpo,  e  la  reyna,  quando  lo  vio  assí  muerto  en  sus  bi'a- 
»(;os,  de  gran  dolor  que  vuo  le  rebentó  el  coraron  en  el  cuerpo,  y  murió  alli  en  los 
sbragos  de  Don  Tristan;  y  assi  murieron  los  dos  amados,  e  aquellos  que  los  veyan 
»assi  estar,  creyan  que  estañan  amortescidos,  y  como  los  cataron,  falláronlos  muertos 
»  ambos  a  dos.  i 


IXTRODÜCCIÓN  cix 

yE  qiuuido  el  rey  Mares  (')  vio  muertos  a  Don  Tristau  y  a  la  reyíia,  en  poco 
»esíuuo  que  no  murió  por  el  gran  dolor  que  ouo  de  su  muerte,  y  comenyo  a  dezir:  «¡Ay 
» mezquino,  y  qué  gran  pérdida  he  yo  auido,  que  lio  perdido  aquellas  cosas  que  masen 
»el  mundo  amaua,  y  nunca  fue  rey  que  tan  gran  pérdida  oviesse  en  vn  dia  como  yo 
»he  ávido,  e  mucho  más  valdría  que  yo  fuesse  muerto  (¡ue  no  ellos!;>  Luego  se  comento 
.>a  t'azer  gran  llanto  a  marauilla  por  todo  el  castillo,  y  tan  grande  fue,  que  ninguno 
» lo  ])odria  creer,  y  luego  vinieron  todos  los  grandes  hombres  y  los  cauullcros  do 
»Cornualhi  y  de  todo  el  reunió,  e  todos  comenvarón  a  fazer  mucho  duelo  a  marauilla, 
»e  a  dezir  entre  sí  mesmos:  «¡Ay  rey  Mares!  fueras  tú  muerto  autos  que  no  Don 
»Tristan,  el  mejor  cauallero  del  mundo..  »  Y  quando  en  toda  Cornualla  se  supo  que  Don 
»Tristan  y  la  reyna  Yseo  eran  muertos,  fueron  muy  tristes,  e  mai-auillauanse  mucho  y 
»dezian:  «Todo  el  mundo  fablará  de  su  amor  tan  siil)limado;>.  Y  quando  todos  los  caua- 
»lleros  fueron  allegados,  o  muchos  perlados  e  clérigos,  e  frayles,  alli  donde  estaña  Don 
íTristan  e  la  reyna  muertos,  el  rey  ñzo  poner  sus  cuerpos.  (|ue  estañan  abracados,  am- 
ibos en  unas  andas  muy  ricamente,  con  paños  de  oro,  e  tizólos  llenar  muy  honrrada- 
.!>  mente,  rezando  toda  la  clerezia  con  muchas  cruces  y  hachas  encendidas,  a  Tintoyl.  E 
»quaudo  entraron  por  la  ciudad,  los  llantos  fueron  muy  grandes  a  marauilla  de  grandes 
»e  de  pequeños,  e  pusiéronlos  en  vna  cama  que  las  dueñas  auian  hecho,  y  fueron  sepul- 
» tados  en  vna  rica  sepultura,  en  la  qual  escriuieron  letras  que  dezian:  «Este  el  premio 
;M¡ue  el  amor  da  a  sus  seruidores»  {^). 

Así  acaba  el  libro  do  Tridán  de  Leoms,  y  es  muy  poético  y  gentil  acabamiento, 
salvo  la  triste  figura  que  hace  el  pobre  rey  Mares  de  Cornualla  á  los  ojos  de  todo  el 
mundo  y  á  los  suyos  propios,  que  es  lo  más  lamentable.  Pero  no  acaba  así  la  Celestina, 
porque  el  concepto  del  amor  es  radicalmente  diverso  en  ambos  libros,  sin  que  por  eso 
soa  más'ortodoxo  en  uno  que  en  otro.  Para  Eojas  el  amor  es  una  deidad  misteriosa  y 
terrible,  cuyo  maléfico  influjo  emponzoña  y  corrompe  la  vida  humana  y  venga  en  los 
hijos  los  pecados  de  los  padres.  Se  alimenta  del  llanto  y  de  la  sangre  de  cien  genera- 
ciones, trituradas  entre  las  ruedas  de  su  carro.  No  es  sólo  el  exceso  de  la  desesperación. 
ni  el  flujo  retórico,  sino  una  convicción  arraigada  la  que  dicta  las  últimas  palabras  del 
venerable  Pleberio,  que  contienen,  á  mi  juicio,  la  filosofía  del  drama:  ¡O  amor,  amor! 
»¡Que  no  pensé  que  tenias  fuerza  ni  poder  de  matar  á  tus  subjectos!  Herida  fue  de  ti 
»mi  juueutud;  por  medio  de  tus  brasas  pasé:  ¿cómo  me  soltaste,  para  me  dar  la  paga 
»de  la  huj^da  en  mi  vejez":'  Bien  pensé  que  de  tus  layos  me  avia  librado,  quando  los  qua- 
:>  renta  años  toqué;  quando  fuy  contento  con  mi  conyugal  compañera;  quando  me  vi  con 
»cl  fruto  que  me  cortaste  el  dia  de  hoy.  Xo  pensé  que  tomauas  en  los  hijos  la  venganza 
»de  los  padres...  ¿Quién  te  dio  tanto  poder?  ¿Quién  te  puso  nombre  (|ue  no  te  conuiene? 
sSi  amor  fuesses,  amarlas  a  tus  simientes;  si  los  amasses,  no  les  darlas  pena;  si  alegres 
:>biuiessen,  no  se  matarían,  como  agora  mi  amada  hija.  ¿En  qué  pararon  tus  simientes 
»e  tus  ministros?  La  falsa  alcahueta  Celestina  murió  a  manos  de  los  más  fieles  compa- 
» ñeros  que  ella  para  su  seruicio  emponvoñado  jamás  halló.  Ellos  murieron  "degollados; 
» Caliste  despeñado;  mi  triste  hija  quiso  matar  la  misma  muerte  por  seguirle;  esto  todo 
» causas;  dulce  nombre  te  dieron;  amargos  hechos  liazes.  Xo  das  yguales  galardones; 

{')   El  inuiiilo  lie  la  reina  Lseo. 

[^j   Libros  de   Cahallericts   (primera    parte\  piiliiicados  por    D.  Adolfo    Bonilla  (tome  VI  de  la 
presente  Biblioteca),  pág    455, 


ex  orígenes  de  la  novela 

^>  iniqua  es  la  ley  que  a  todos  ygual  no  es.  Alegra  tu  sonido,  entristece  tu  trato.  Bien- 
»aueuturados  los  que  no  conociste,  o  de  los  que  no  te  curaste.  Dios  te  llamaron  otros, 
»no  sé  con  qué  error  de  su  sentido  traydos.  Cata  que  Dios  mata  los  que  crió:  tú  matas 
»los  que  te  siguen.  Enemigo  de  toda  razón,  a  los  que  menos  te  sirueu  das  mayores 
» dones,  hasta  tenerlos  metidos  en  tu  congoxosa  danga.  Enemigo  de  amigos,  amigo  de 
» enemigos,  ¿por  qué  te  riges  sin  orden  ni  concierto?  Ciego  te  pintan,  pobre  e  mo(;o; 

>  ponente  un  arco  en  la  mano,  con  que  tires  a  tiento;  más  ciegos  son  tus  ministros, 

>  que  jamás  sienten  ni  veen  el  desabrido  galardón  que  se  saca  de  tu  seruicio.  Tu  fuego 
»es  de  ardiente  rayo,  que  jamás  haze  señal  do  llega.  La  leña  que  gasta  tu  llama  son 
» almas  e  vidas  de  humanas  criaturas*  (Aucto  XXI). 

Y  no  es  sólo  el  anciano  Pleberio  quien  prorrumpe  en  tan  doloridos  acentos.  Es  el 
mismo  Calisto,  en  quien  las  primeras  caricias  de  Melibea  no  llegan  á  borrar  el  senti- 
miento de  la  muerte  afrentosa  de  sus  criados  y  de  su  propia  deshonra  y  vilipendio.  ¡Qué 
triste  lenguaje  en  quien  acaba  de  salir  de  los  brazos  de  su  amada!:  «¡O  mezquino  yo! 
»quánto  me  es  agradable  de  mi  natural  la  solitud  e  silencio  e  oscuridad.  No  sé  si  lo 
«causa  que  me  vino  a  la  memoria  la  traycion  que  fize  en  me  despartir  de  aquella  señora 
»que  tanto  amo,  hasta  que  más  fuera  de  dia,  o  el  dolor  de  mi  deshonrra.  ¡Ay,  ay!  que 
»esto  es;  esta  herida  es  la  que  siento  agora  que  se  ha  resfriado;  agora  que  está  elada  la 
» sangre  que  ayer  hernia,  agora  que  veo  la  mengua  de  mi  easa,  la  perdición  de  mi 
;> 'patrimonio^  la  infamia  que  a  mi  persona  de  la  muerte  de  mis  criados  se  ha  seguido... 
»¡o  mísera  suauidad  desta  breuissima  vida!  ¿quién  es  de  ti  tan  cobdicioso,  que  no 
» quiera  más  morir  luego  que  gozar  un  año  de  vida  denostado  e  prorrogarle  con  des- 
>honrra  corrompiendo  la  buena  fama  de  los  passados?  mayormente  que  no  ay  hora 
» cierta  ni  limitada,  ni  avn  un  solo  momento.  Deudores  somos  sin  tiempo,  contino  esta- 
:>mos  obligados  a  pagar  luego»  (Aucto  XIV), 

El  sentido  de  las  últimas  frases  no  puede  ser  más  cristiano;  pero  en  las  primeras, 
¿cómo  no  ver  un  reflejo  de  la  amarga  y  terrible  doctrina  del  libro  IV  de  Lucrecio? 
(v.  1113  y  ss.): 

Adde  quod  absumunt  vires  pereuntque  labore; 
Adde  quod  alterius  sub  nntu  degitur  aetas, 
Labitur  inierea  res,  et  vadimonia  fiunt; 
Languent  officia,  atque  aegrotat  fama  vaoillans. 


Nequidquam;  quoniam  medio  de  fonte  leporum 
Surgit  amari  aliquid,  quod  in  ipsis  floribus  angat; 
Aut  cuín  conscius  ipse  aninius  se  forte  remordet, 
Desidiose  agere  aeíatem,  lustrisque  perire. 

No  sólo  en  el  concepto  general  sino  en  las  palabras  encuentro  analogía.  Y  que 
Kojas  conociese  el  poema  de  Lucrecio  parece  seguro,  puesto  que  en  los  versos  acrós- 
ticos imita  aquella  famosa  comparación  de!  principio  del  libro  IV  (v,  11  y  ss.): 

Nam  veluti  pueris  absinthia  tetra  medentes 
Cum  daré  conantur,  prius  oras,  pocula  eircum, 
Contingunt  mellis  dulci  flavoque  liquore. 


INTRODUCCIÓN  cxi 

Como  el  doliente  que  pildora  amarga 
O  la  recela,  6  no  ]niede  tragar 
Métela  dentro  de  dulce  manjar: 
Engáñase  el  gusto,  la  salud  se  alarga... 

Claro  es  que  en  la  juvenil  inexperiencia  de  Caliste  y  en  la  pasión  que  absorbe  todo 
su  ser  no  pueden  ser  muy  continuas  las  reflexiones  melancólicas  á  que  se  entrega  el  gran 
poeta  epicúreo.  Acaso  sin  la  catástrofe  de  sus  criados  no  se  le  hubiera  ocurrido  excla- 
mar: «¡Olí,  mi  gozo,  cómo  te  vas  dism¡nuyendo!>  (Aucto  XIII).  Pero  este  desfalleci- 
miento es  pasajero,  y  acaso  de  los  sentidos  más  que  de  la  voluntad.  El  grito  de  la  pasión 
vuelve  á  levantarse  cada  vez  más  impetuoso  y  enérgico:  «Xo  quiero  otra  honrra  ni  otra 
» gloria;  no  otras  riquezas,  no  otro  padre  ni  madre,  no  otros  deudos  ni  parientes;  de 
»dia  estaré  en  mi  cámara,  de  noche  en  aquel  parayso  dulce,  en  aquel  alegre  vergel, 
» entre  aquellas  suaues  plantas  e  fresca  verdura».  (Aucto  XIV).  Pero  basta  que  tales 
ráfagas  pasen  por  su  cabeza,  para  convencernos  do  que  la  Celestina  no  es  libro  de 
alegre  frivolidad,  sino  de  profunda  y  triste  filosofía,  y  que  su  autor  tuvo  ciertamente 
un  propósito  moral  al  escribirle.  Singular  parecerá  esto  á  quien  sólo  de  oídas  ó  por 
algún  fragmento  conozca  la  renombrada  trcKjicomedin^  pero  no  lo  parecerá  tanto  á  quien 
la  haya  estudiado  con  sosiego  crítico.  No  han  sido  hombres  de  laxa  moral  sus  más  fer- 
vientes panegiristas,  aun  sin  acudir  al  místico  Clarus  (Guillermo  Yolk),  amigo  y  prosé- 
lito del  gran  José  de  Górres  (').  Fernando  Wolf,  que  no  era  sólo  eminente  erudito,  sino 
varón  muy  respetable  y  de  severas  costumbres,  se  indignaba  contra  los  que  achacan  á  la 
Celestina  tendencias  inmorales  y  sentido  vulgar.  Aun  las  escenas  que  hoy  nos  pai'eccn 
libres  y  desenvueltas  tenían  á  su  juicio  menos  peligro  que  la  ambigüedad  y  la  velada 
concupiscencia  de  los  modernos.  No  dejaba  por  eso  de  convenir  en  que  no  es  obra  muy 
adecuada  para  los  colegios  de  señoritas  (-). 

Puede  haber  algo  de  candor  germánico  en  esto,  y  las  consecuencias  nos  llevarían 
demasiado  lejos.  Pero  en  el  fondo  tiene  razón  Wolf.  Dada  la  libertad  (él  la  llama  inge- 
nuidad) con  que  la  literatura  de  la  Edad  Media  representaba  las  relaciones  sexuales,  la 
Celestina  parece  menos  escandalosa  que  otras  muchas  obras.  No  llega  á  los  torpes  leno- 
cinios 7  á  la  impura  sugestión  de  los  cuentos  de  Boccaccio,  Las  escenas  libidinosas  no 
son  el  objeto  principal  ni  están  detalladas  con  morosa  delectación,  sino  que  nacen  del 
argumento  y  eran  inevitables  dentro  de  él.  Las  conveniencias  sociales  y  el  decoro  de 

(')  Fué  de  los  primeros  que  en  A'emania  liiciero  i  plena  justicia  ¿  la  Celeslina,  dedicándola  un 
extenso  análisis  con  triducción  de  varias  escenas,  y  una  característica  muy  interesante,  en  su 
Manual,  que  traducido  á  tiempo  hubiera  evitado  mucho.s  tropiezos  á  los  iiistoriadores  de  nuestras 
letras. 

Darstellung  der  Spanischen  Literatur  iin  Mittelalter  von  Liulwig  Clarus.  Mit  einer  Vorrede  ron 
Joseph  V.  Garres.  Mainz  (Maguncia),  1846.  PP.  357-40(3, 

(,')  «Es  ist  walir,  dass  eine  werk,  worin  eine  Knpplerin  die  Ilauptrollc  spielt,  wnrin  melirere 

Msoenen    iliren  Ve-kehr  mit  liederliche   Dirnen  scliildern  ,  sicii  niclit  für  ein   MádchenpenHionat 

»sclnckt.  Wenn  man  aber  bedenkt,  mit  \velct)er  Naivetát  das  Mittelalter  überliaupt  íí'í"''cldeciitliclie 

!  pVerliáltnisse  darstellt,  wie  bei  den   Südlándern   insbesondere  nocli   jetzt  neibst  elirbare  Fraucn 

!  p>keinen  Anstoss  nelimt-n,  in  dieser  Beziehung  pan,  pan  und  vino  vino  zu  neimen,  so  wird  selbst 

'  j>>durch  ein/.elne  stelien  und  scenen,  die  darin  nacli  utiseren  jetzigeu  Ansicbten  allzu  freí  und  allzu 

pnackt  varen,  ein  wahrliaft  settliches  gefühl  sich  luindcr  beleidigt  fühlen,  ais  durcli  die  sanc'io- 

pnierten  Zweideutigkeiten  und  die  verhüllte  Lüslternheit  der  Modernení,  (Studien,  p.  288). 


cxii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  '■ 

las  palabras  cambian  según  los  tiempos,  y  no  hay  que  hacer  un  capítulo  de  culpas  al  ■ 
bachiller  Rojas  por  haber  estampado  en  su  libro  frases  y  conceptos  que  hoy  nos  pare- 
cen indecorosos  ó  do  baja  ralea,  pero  que  entonces  usaba  sin  escrúpulo  todo  el  mundo.  A  j 
un  hombre  tan  severo  como  Zurita  le  parecía  la  Celestina  libro  escrito  con  honestidad.  ', 

Pero,  aun  concedido  todo  esto,  la  Celestina  puede  tener  sus  peligros  para  quien  no  ' 
esté  muy  seguro  de  contemplar  las  obras  de  arte  con  amor  desinteresado.  Cuanto  más 
vigorosa  y  animada  sea  la  representación  de  la  vida,  más  participará  de  los  peligros  \ 
inherentes  á  la  vida  misma.  Rojas,  observador  vigoroso,  grave  y  lúcido  ('),  no  pensó  ; 
ni  podía  pensar  en  la  emoción  personal  de  cada  lector;  pero  esta  emoción  no  en  todos  1 
puede  ser  sana,  por  razones  de  edad,  sexo  y  temperamento.  Es  claro  que  los  tales  no  ! 
deben  abrir  la  Celestina^  y  tengo  por  un  grave  error  hacer  ediciones  populares  de  ella.  ' 
La  Celestina  no  puede  ser  nuncí  un  libro  popular,  porque  la  misma  perfección  y  her-  \ 
mesura  de  su  forma,  los  largos  discursos  y  la  sintaxis  arcaica  ahuyentan  á  los  lectores  '] 
vulgares  y  á  los  mozalbetes  distraídos.  Por  otra  parte,  á  tal  grado  de  desenfreno  ha  ; 
llegado  la  novela  moderna,  y  de  tal  modo  han  viciado  el  gusto  y  el  corazón  sus  abomi-  ; 
nables  producciones,  que  obras  como  la  Celestina  parecen  ya  sosas,  candidas  y  pri-  ¡ 
mitivas  á  los  que  se  regodean  con  la  pintura  de  las  más  innobles  aberraciones  de  la  ; 
carne.  ; 

Pero,  en  suma,  la  Celestina  no  es  irreprensible  ni  mucho  menos  en  sus  detalles. 
No  lo  es  siquiera  en  su  concepto  general,  por  lo  mismo  que  se  presta  á  varias  interpre-  i 
taciones.  Aun  admitida  la  que  yo  propongo,  es  cierto  que  se  cumple,  exteriormente  al  ; 
menos,  la  ley  de  expiación;  pero  lo  que  se  halla  en  el  fondo  es  un  pesimismo  epi-  : 
cúreo  ("^)  poco  velado,  una  ironía  transcendental  y  amarga.  La  inconsciencia  moral  de  i 
los  protagonistas  es  sorprendente.  Viven  dentro  de  una  sociedad  cristiana,  practican  la  j 
devoción  exterior,  pero  hablan  y  proceden  como  gentiles,  sin  noción  del  pecado  ni  del 
remordimiento.  Caliste  y  Melibea  van  atraídos  el  uno  al  otro  por  irresistible  impulso.  Ni  j¡ 
una  sola  vez  hablan  del  matrimonio  en  sus  coloquios.  Para  ellos  no  existe,  ó  le  conside-  -^ 
rau,  según  la  errada  casuística  provenzal  y  bretona,  como  una  institución  por  todo  extremo  - 
inferior  á  la  libre  y  delirante  unión  de  sus  almas  y  de  sus  cuerpos.  Pero  al  mismo 
tiempo  hacen  una  monstruosa  confusión  de  lo  humano  y  lo  divino.  Véase,  por  ejemplo, 
lo  que  dice  Caliste  en  el  aucto  XIL  «¡O  mi  señora  e  mi  bien  todo!  ¿Por  qué  llamas  yerro  i 
»  a  aquello  que  por  los  santos  de  Dios  me  fue  concedido?  Rezando  oy  ante  el  altar  de  í 
»la  Magdalena  me  vino  con  tu  mensaje  alegre  aquella  solícita  muger».  No  son  menos  í 

(')  Palabra-'  con  que  perfectamente  le  caracteriza  el  señor  Fitz-inaiirice  Kelly  en  su  bello  \\ 
prólogo  á  la  Celestina  inglesa  de  Mabbe:  uTiie  work  is  llie  product  oí  ainind  vigorous,  grave,  lucid,  \\ 
Bshackled  by  few  prejudices  or  opinions,  alert  to  impres^ionf!,  stored  with  a  large  experience  of  j  i 
))l¡fe  and  inen,  their  occassions,  foibles,  and  pittfalls.  ...Richly  dowered  with  the  sense  of  tlie  ,' I 
í)roraance,  ihe  inystery,  and  the  passions  of  existence,  Rojas  stands  apart  from  the  biioyant  hope  of  t  j 
»youth  and  from  the  ecstasy  of  love:  he  describes  and  analyses  from  Avithout»  (PP.  25-26).  En  loji 
que  va  un  poco  lejos  es  en  suponer  que  Rojas  era  un  artista  puro,  que  no  se  proponía  ningún  finí  i 
moral:  «he  is  an  ariist,  not  a  inoralist»,  comparándole  con  algunos  modernos  como  Flaubert  y  Guyi  ) 
de  Maupassant.  No  es  fácil  concebir  un  artista  de  este  género  á  6nes  del  siglo  xv,  ni  siquiera  enj  jj 
Italia.  Bueno  ó  malo,  tiene  su  fin  moral  la  Celestina,  y  el  autor  no  pierde  ocasión  de  inculcarlo.        ;   ; 

(*)  Junto  de  intento  esas  dos  palabras,  porque  la  filosofía  de  Epicuro,  de  la  cual  suele  hoblarKel  !{ 
de  oídas,  es  profundamente  triste,  sobre  todo  en  los  versos  de  su  gran  intérprete  romano,  que  eí|  ¡j 
uno  de  los  precuráores  más  legítimos  de  la  melancolía  romántica. 


\L\ 


INTRODLCCION  cxiii 

sorprendentes  estas  palabi-as  del  mismo  Calisto  cuando  Semprouio  va  á  llamar  por  pri- 
mera vez  á  Celestina:  «¡O  todo  poderoso,  perdurable  Dios!  tú  que  guias  los  perdidos  e 
»los  reyes  orientales  por  el  estrella  precedente  a  Belén  truxiste  y  en  su  patria  los  redu- 
»xiste,  humildemente  te  ruego  que  guies  a  mi  Sempronio  en  manera  que  convierta  mi 
»  pena  e  tristeza  en  gozo,  e  yo  indigno  merezca  venir  en  el  desseado  fin  >  (Aucto  1). 

Xo  sabemos  si  este  trastorno  de  ideas  puede  atribuirse  al  escepticismo  religioso  y 
moral  en  que  solían  parar  las  conversiones  forzadas  ó  interesadas  de  los  judíos;  pero 
tales  profanaciones  y  blasfemias  se  explican,  aun  sin  eso,  por  la  espantosa  anarquía  do 
ideas  y  costumbres  en  que  vivió  Castilla  durante  el  reinado  de  Enrique  IV,  que  el 
bachiller  Kojas  reíleja  fielmente  en  su  obra. 

Su  condición  de  converso  debía  hacerle  más  cauto  que  á  otros  en  la  pintura  de  tal 
libertinaje  cuando  recaía  en  gentes  de  iglesia,  y,  sin  embargo,  la  sátira  anticlerical  es 
frecuente  y  muy  cáustica  en  la  Celestina.  Sólo  Gil  Vicente  y  Torres  Xaharro,  cristianos 
viejos  los  dos,  dicho  sea  de  pasada,  le  superan  en  esto.  Xo  quiero  insistir  en  citas  poco 
edificantes,  aunque  necesarias  para  mostrar  este  aspecto  importante  de  la  tragicomedia, 
y  me  limito  á  poner  en  notu  un  pasaje,  quo  es  por  cierto  de  los  mejor  escritos  que  salie- 
ron de  la  pluma  de  Kojas  (•).  El  (|ue  haya  leído  los  cánones  del  Concilio  do  Aranda 
(para  citar  un  documento  solo)  no  se  escandalizará  de  la  libertad  do  la  pintura,  ni  la 
tendrá   por  calumniosa,  dentro  do  los  ensanches  hiperbólicos  de  la  poesía   satírica. 

(')  (íLucreciu. — Trabajo  tcrnias,  madre,  con  tantas  nio<;a?,  que  es  ganado  muy  penoso  de 
«'guardar. 

y>Celest. — ¿Trabajo,  mi  amor?  Antes  descanso  e  aliuio;  todas  me  obedescian,  todas  me  lioiur.i- 
»iian,  de  todas  era  acatada,  ninguna  salia  de  noi  querer;  lo  que  j'o  dezia  era  lo  bueno,  a  cada  (|n;il 
»dana  cobro...  Mió  era  el  prouecbo,  suyo  el  afán.  Pues  seruidores,  ¿no  tenia  por  su  causa  delbi>/ 
»canalleros  viejos  e  010903,  abades,  de  todas  dignidacies,  desde  obispos  basta  sacristanes.  Eu 
centrando  por  la  Iglesia  via  derrocar  bonetes  en  mi  bonor,  como  si  yo  fuera  vna  duquesa:  el  que 
«menos  auia  de  negociar  conmigo,  por  mas  niyn  se  tenia.  De  media  legua  que  me  viessen,  dexauan 
5)la8  Horas;  vno  a  vno,  dos  á  dos.  venian  a  donde  yo  estaña,  a  ver  si  mandaua  algo,  a  preguntarme 
»cada  vno  por  la  suya.  En  viéndome  entrar  se  lurbanan,  que  no  bazian  ni  dezian  cosas  a  derechas. 
wVnoá  me  liamauan  señora,  otros  tia,  otros  enamorada,  otros  vieja  bonrraiia... 

yiSempronio  — Espantados  nrs  tienes  con  tales  cosas  como  nos  cuentas  de  essa  religiosa  gente 
»e  benditas  coronas.  Si  que  no  serían  todos. 

»Celest. — No,  hijo;  ni  Dios  1  >  mande  que  yo  tal  cosa  leñante:  que  muchos  viejos  deuotos  auia 
»con  quien  yo  pnco  medrana,  e  avn  que  no  me  podían  ver;  pero  creo  que  de  embidia  de  los  otros 
)íque  me  fablauan.  Como  la  clerezia  era  grande,  hauia  de  todos,  vnos  muy  castos,  otros  que  tenian 
"Cargo  de  mantener  a  las  de  mi  officio;  e  avn  todavia  creo  que  no  fallan.  Y  cmbiauan  sus  esciide- 
«ros  e  me  (,'üs  a  que  me  acompañassen,  e  apenas  ora  llegada  a  mi  casa,  qnando  entraban  por  mi 
«puerta  muchos  pollos  e  gallinas,  au'arones,  anadones,  perdizes,  tórto'as,  pemiles  de  tocino,  tortas 
>Mle  trigo,  lechones;  cada  qnal  como  recebia  de  aquellos  diezmos  de  Dios,  ansi  le  venia  luego  a 
«registrar,  para  que  comiesse  yo  e  aquellas  sus  denotas.  Pues  vino,  ¿no  me  sobraua  de  lo  mejor 
))que  se  beuia  cu  la  ciudad,  venido  de  diuersas  partes:  de  ¡Vlurniedro,  de  Lnque,  de  Toro,  de  Madri- 
»)gal,  de  Sant  Martin,  e  de  otros  muchos  lugares?  e  tanto,  que  avnque  tengo  la  differencia  de  los 
«gustos  e  sabor  en  la  boca,  no  tengo  la  dinersidad  de  sus  tierras  en  la  memoria,  que  harto  es  que 
»vna  vieja  como  yo,  en  oliendo  qualquiera  vino,  diga  de  donde  es.  Pues  otros  curas  sin  renta;  no 
«era  ofrecido  el  bodigo,  quando  en  besando  el  feligrés  la  estola,  era  del  primer  boleo  en  mi  casa. 
»Espes80s  como  piedras  a  tablado  entrañan  muchachos  cargados  de  prnuisiones  por  mi  puerta«. 
(Aucto  IX). 

La  Inquisición  dejó  intacto  este  trozo  aun  en  las  ediciones  expurgadas  del  siglo  xvii,  por  lo 
menos  eu  lu  de  Madrid,  IGIO,  que  es  1.a  penúltima  de  las  antiguas  hechas  en  España. 
CRÍPtEN-iíS    de    la    NOVELA.  — III. — //. 


cxiv  orígenes  de  la  NOVELA 

Téngase  en  cuenta,  además,  que  es  una  corrompida  y  abominable  mujer  la  que  habla, 
j  que  so  refiere  á  sus  años  juveniles,  cuando  el  Santo  Oficio  no  había  comenzado  toda- 
vía su  obra  de  depuración  por  el  hierro  y  el  fuego,  ni  Cisneros  había  acometido  la 
reforma  de  los  claustrales,  ni  el  espíritu  profundamente  religioso  de  la  Reina  Católica 
había  impuesto  sli  sello  al  gran  siglo  que  alboreaba. 

Éticamente  considerada  la  Celestina^  se  comprende  muy  bien  que  fuese  mirada 
como  libro  de  mal  ejemplo  por  los  graves  moralistas  de  aquella  centuria,  que  no  eran  por 
cierto  frailes  oscuros  muchos  de  ellos.  Sabido  es  el  anatema  de  nuestro  gran  pensador 
JjUÍs  Vives  en  el  cap.  V,  lib.  I,  de  su  tratado  De  instltutione  christianae  feminae^  que 
contiene  una  especie  de  catálogo  de  las  novicias  más  leídas  en  su  tiempo  (1520).  Allí 
juntamente  con  el  Amadís^  el  Esplandián^  el  Don  Florisando,  el  Tirante^  el  Tristán, 
el  Lanzarote,  Páris  y  Viana^  Fierres  y  Maguelona^  Melusina^  Flores  y  Blanca  Flor, 
Curial  y  Floreta,  Leonela  y  Cananior,  y  en  general  toda  la  literatura  caballeresca,  figu- 
ran como  en  tabla  censoria  las  Cien  novelas  de  Boccaccio,  el  Eurialo  y  Lucrecia^  las 
Facecias^  realmente  indecentísimas,  de  Poggio,  la  Cárcel  de  Amor  y  la  Celestina, 
«Celestina  lena,  ncqiiitiarum  parens» .  Todos  estos  libros  quiere  que  sean  cuidadosa- 
mente apartados  de  manos  de  la  mujer  cristiana,  y  á  nadie  parecerá  excesivo  rigor  res- 
pecto de  algunos,  aunque  otros  hay  bien  inocentes.  Lo  que  resulta  injusto  y  durísimo 
es  calificar,  en  montón,  de  hombres  ociosos,  mal  ocupados,  ignorantes  y  encenagados 
en  los  vicios  {honiines  otiosi,  male  feriati^  imperiti,  vitiis  ac  spurciciae  dediti)  á 
los  que  tales  libros  compusieron,  como  si  no  figurasen  entre  ellos  los  insignes  huma- 
nistas Boccaccio  y  Eneas  Silvio  ('). 

Pero  ¡cosa  singular  y  poco  advertida!  El  filósofo  valenciano,  que  en  1529  incluía  la 
Celestina  en  su  edicto  de  proscripción,  la  celebraba  en  1531  como  obra  más  sabiamen- 
te compuesta  que  las  fábulas  de  los  poetas  cómicos  de  la  antigüedad,  sobre  todo  por  lo 
ejemplar  del  desenlace  que  pone  al  goce  de  los  amantes  acerbo  y  trágico  fin,  y  no  fes- 
tivo y  alegre  como  en  el  teatro  greco-latino  {^).  En  esta  observación,  que  no  es  sólo  de 

(')  Joanis  Ludovici  Vivís  Valentini  Opera  Omnla,  tomo  IV  de  la  edición  de  Valencia,  1783, 
pág-.  87.  He  transcrito  el  pasaje  en  el  primer  tomo  de  estos  Orígenes,  pp.  151  y  182. 

(*)  (cVenit  in  scenam  poesis,  populo  ad  spectandum  congrégate,  et  ibi  8Ícut  pictor  tabulam 
))proponit  multitndini  spectandain,  ila  poeta  imaginera  qnandam  vitae;  ut  mérito  Phitarclius  de 
))his  dixerit,  «Poema  esse  picturain  loqnentem,  et  picturam  poema  taceos»,  ita  magister  est  pnpuli, 
))et  pictor,  et  poeta:  corrupta  est  enim  haec  ars,  qiiód  ab  insectatione  flagitiorum  et  scelerum  transiit 
))ad  oliscqiiium  pravae  affectionis,  ut  quaecunque  odisset  poeta,  in  eum  linguae  ac  stili  intempe- 
))rantia  abnteretur:  ciii  injnriae  atque  insolentiae  itum  est  obviara,  primum  a  divitibus  potentia  sua, 
»et  opibua,  liinc  iegibus,  quibus  cavebatur  ne  quis  in  alium  noxium  carmen  pangeret:  tum  involii- 
»cris  coepit  tegi  fábula;  paullatim  res  tota  ad  ludiera  et  in  vulgiim  plausibilia,  est  traducta,  ad 
«amores,  ad  fraudes  meretricum,  ad  perjuria  lenonis,  ad  militis  ferociam  et  glorias;  quae  quum 
»ilicerentur  cunéis  referlis  puerorum,  puellarum,  mulierum,  turba  opificum  hominum  et  rudium, 
»mirum  quam  vitiabantur  mores  civitatis  admnnitione  illa,  et  quasi  incitatione  ad  ñagitia,  praeser- 
»tira  quum  comici  semper  catastroplien  laetam  adderent  amoribiis,  et  impudicitiae;  nam  si  quando 
»addidÍ8sent  tristes  exitus,  deterruií-sent  ab  iis  actibus  spectatores,  quibus  eventua  esset  paratas 
))acerbÍ8simu8.  In  quo  sapíe^itior  fuit  qui  nostra  lingua  scripsit  Celestinam  tragicomoediam;  nam  pro- 
"sgressui  amoriim,  et  illis  gaudüs  vohiptutis,  exitum  annexnit  amarissimum.  nenipe  amatorum,  lenat, 
«lenonum  casus  et  neces  violentas:  ñeque  vero  ignorarunt  olim  fahulurum  scriptores  tiirpia  esse  quat 
y>scriberent,  et  moribus  juventutis  damnosurb. 

(De  Causis  Corruptarunt  Artium  líber  secundas). 

J.  L.  Vivís  Opera,  ed.  de  Valencia,  99. 


INTRODUCCIÓN  oxv 

literato,  sino  de  moralista,  ¿hemos  de  ver  uua  retractación  del  juicio  auterior?  De  nin- 
guna manera.  Luis  Vives  pudo  seguir  creyendo,  como  toda  persona  sensata,  que  la 
Celestina,  con  su  fin  moral  y  todo,  no  es  libro  para  andar  en  manos  de  doncellas.  En 
el  Be  instituliüiie  feminae  consignó  su  criterio  pedagógico.  En  el  JJc  causis  corntpta- 
riiju  artiiim  habló  como  crítico,  puesta  la  atención  en  la  Tragicomedia  y  no  en  la 
clase  de  lectores  que  podía  tener.  No  veo  incompatibilidad  alguna  entre  ambos  textos. 

Inútil  es  citar  otros  de  autores  menos  famosos  que  reprueban  las  livianas  escenas 
de  la  Celestina  ó  Scelestina^  como  la  llamaba  el  maestro  Alejo  de  Vcnegas,  para  dar  á 
entender  que  todo  género  de  perversidad  se  encerraba  en  ella  (').  Pero  el  gusto  nacio- 
nal triunfó  de  todo,  y  la  Celestina^  considerada  desde  su  aparición  como  una  obra  clá- 
sica, disfrutó  de  aquella  especie  de  franquicia  que  á  los  clásicos  de  Grecia  y  Koma 
otorgan  los  más  severos  censores  ^ro^/er  elerjantiam  sermón  is.  En  el  notabilísimo  dic- 
tamen sobre  prohibición  de  libros  que  redactó  como  consultor  del  Santo  Oficio  el  sabio 
y  austero  historiador  Jerónimo  Zurita,  después  de  dejar  á  salvo  toda  la  literatura  anti- 
gua y  las  mismas  novelas  de  Boccaccio  en  su  original  italiano,  aplica  la  misma  indul- 
gencia á  la  Celestina^  distinguiéndola  cuidadosamente  de  sus  imitaciones:  «Ay  también 
»  algunos  tratados  que,  aunque  escritos  con  honestidail^  el  subjecto  son  cosas  de  amores, 
»como  Celestina^  Cárcel  de  Amor^  Question  de  Amor  j  algunos  desta  forma,  hechos 
»por  hombres  sabios;  algunos,  quiriendo  imitar  éstos,  han  escrito  semejantes  obras  con 
»  menos  recato  y  honestidad,  como  la  Comedia  Florinea^  La  Thebayda^  La  Nesnrrection 
y>de  Celestina  y  Tercera  y  Quarta^  que  la  continuaron;  estos  segundos  todos  se  deben 
» vedar,  porque  dizen  las  cosas  sin  arte  y  con  tantos  gazafatones,  que  ningunas  orejas 
>  honestas  los  deben  sufrir.  De  los  ¡primeros  destos  digo  lo  mismo  que  de  los  de  latin» . 
Y  lo  que  había  diiho  de  los  latinos  pocos  renglones  antes  era  lo  siguiente:  «Paréceles 
3  a  algunos  hombres  pios  que  estos  autores  se  veden,  lo  qual  hasta  aora  ningún  hombre 
docto  ha  dicho,  a  lo  menos  para  quitarlos  de  las  manos  de  todos,  pues  aun  a  los  niños 
»se  puede  hoy  muy  bien  leer  Planto  y  las  más  co?nedias  de  Terencio;  para  los  prouec- 
■»tos  no  puede  aver  cosa  más  consideradamente  escrita...  Y  pues  estas  materias  no  las 
»han  de  dexar  los  mo^os,  mejor  es  que  tengan  estos  buenos  auctores,  donde  cenándose 
»en  la  elegancia  y  virtudes  de  la  poesia  dellos  se  resfrien  para  otras...  Resoluiendome, 
»digo^  que  ninguno  de  los  sobredichos  autores  latinos  se  debe  redara  (-). 

Antes  y  después  de  este  prudente  consejo  del  príncipe  de  nuestros  analistas,  la 
Inquisición  dejó  correr  libremente  la  Tragicomedia,  que  se  imprimió  en  España  treinta 
7  cuatro  veces  por  lo  menos  en  todo  el  curso  del  siglo  xvi  y  primer  tercio  del  siguien- 
te, sin  contar  con  las  numerosas  ediciones  hechas  fuera  {^).  Sólo  en  la  centuria  siguien- 

(')  Por  ser  de  los  más  antiguos  no  debe  omitirse  el  de  Fr.  Antonio  de  Guevara  en  el  argumento 
de  80  Aviso  de  Privados  y  Doctrina  de  Cortesanos  (Valladolid,  [  or  Juan  Villaquirán,  1539),  hoja  7  " 
sitt  foliar. 

«Vemos  que  ya  no  se  ocupan  los  iiombres  sino  en  leer  libros,  t^ue  es  afrenta  nombrarlos,  como 
B300  (lAmadis  de  Gaula»,  «Tristánde  Leonis»,  aPrimaleon»,  «Cárcel  de  amor»  y  Celestina,  á  los 
»qnales  y  a  otros  muchos  con  ellos  se  debria  mandar  por  justicia  que  no  se  imprimiesen  ni  menos  se 
•vendiesen,  porque  su  doctrina  incita  la  sensualidad  a  pecar  y  relaxa  el  cpiritii  a  bien  vivir.» 

C'^)  R'-vista  de  Archivos.  Bihliotecas  y  Museos,  tercera  época,  tomo  VIII,  190::?,  págs.  219-220. 

{^)  La  Celestina  no  figura  ni  en  el  índice  de  Váldés  (1559),  ni  en  el  de  Quiroga  (1583).  Soto 
1*  laquisición  de  j^jrtügal^  que  procedía  cou  más  rigor  que  la  nuestra  en  estas  materias,  puso  en  su 
índice  de  lóSl  todas  las  Celestinas,  «assi  a  de  Calisto  c  Melibea,  como  a  Resurrei^áo  ou  Segunda 


cxvi  0EIGENE8  DE  LA  NOVELA 

te  se  decidió  á  expurgarla,  castigando  con  cierto  rigor  las  alusiones  satíricas  á  las  cos- 
tumbres de  los  eclesiásticos  j  las  hipérboles  amorosas  que  frisaban  con  la  blasfemia. 
Todo  lo  demás  quedó  intacto.  La  Celestina  fué  respetada  como  texto  de  lengua,  j 
nuestra  censura  se  hubo  mucho  más  benignamente  con  ella  que  la  italiana  con  el  Deca- 
merón.  En  realidad,  no  hay  más  edición  expurgada  que  la  de  Madrid  de  1632.  Sus 
variantes  son  de  poquísimo  momento,  y  no  afectan  á  nada  sustancial;  después  se  hicie- 
ron algunas  más,  especialmente  en  el  Expurgatorio  de  1747.  Sólo  á  fines  del  siglo  xviii 
y  á  principios  del  xix,  cuando  se  iban  perdiendo  todas  las  tradiciones  castizas,  los  jan- 
senistas hazañeros  y  mojigatos,  que  eran  entonces  dueños  del  moribundo  Santo  Oficio^ 
prohibieron  totalmente  el  libro,  por  edicto  de  1."  de  febrero  de  1793,  reproducido  en  el 
último  índice  de  1805  (').  Por  lo  visto,  los  Arces,  Llorentes  y  Villanuevas  eran  más 
fáciles  de  escandalizar  y  tenían  los  oídos  mis  pudibundos  que  los  Valdeses,  los  Quiro- 
gas,  los  Sandovales,  los  Pachecos  y  demás  famosos  inquisidores  de  la  época  clásica. 

De  la  excelencia  de  la  Celestina  como  obra  de  arte  y  tipo  y  modelo  de  prosa  caste- 
llana, toda  alabanza  parece  pequeña  C^).  El  moralista  no  puede  menos  de  hacer  muchas 
salvedades;  el  crítico  apenas  tiene  que  hacer  ninguna: 

Libro  en  mi  entender  divi- 
Si  encubriera  más  lo  hiima- 

dijo  Cervantes  por  boca  del  donoso  'poeta  entreverado  {^).  Y  el  mismo  severísimo  Mora- 

Oomedia».  .^in  duda  por  eso  no  se  conoce  más  edición  hecha  en   aquel  reino  que  la  de  Lisboa,  1540. 

Vid.  lu  reimpresión  de  los  antiguos  índices,  con  que  ha  prestMdo  gran  servicio  á  la  bibliografía 
la  Sociedad  Literaria  de  Sttugart  (tomo  176),  Die  índices  Lihrorum  Prohibitorum  des  sechzehnten 
Jahrh'inderts  (¡esammelt  und  herauxgegeben  von  Fr   Heiiirich  líeitsch    Tübiiigen,  1886,  pág.  358. 

Cj  Suplemento  ul'lndice  Expurgatorio  del  uño  de  1790,  que  contiene  los  libros  prohibidos  y  man- 
dados expurgar  en  todos  los  Rey  nos  y  Señoríos  del  Católico  Rey  de  España  el  Sr,  D.  Carlos  I V^  desde  el 
edicto  de  13  de  Diciembre  del  aun  17S9  hasta  el  25  de  Agosto  de  1S05  Madrid,  en  la  Imprenta  Real, 
año  de  1805. 

P.  9.  ((Giilisto  y  .Melibea  (tragicomedia),  impresa  en  Madrid  un  1601,  sin  nombre  de  autor.» 

Adelantados  estaban  los  inquisidores  en  la  bibliografía  de  la  Celestina.  No  se  equivocaban  más 
(jue  un  siglo  justo  en  cuanto  á  la  fecha  de  su  aparición. 

(^)  Es  sabida,  aunque  poco  segura,  la  anécdota  de  D.  Diego  Hurtado  de  Mendoza,  que  cuando 
fué  de  embajador  á  Roma  no  llevaba  en  su  portamanteo  más  libros  que  el  Amadis  y  la  Celestina. 
Vid.  tomo  I  de  estos  Orígenes  de  la  Novela,  pág.  237, 

(*)  Sobre  la  inmoralidad  de  la  Celestina  se  lian  escrito  verdaderos  desatinos,  aun  en  libros  de 
crítica  literaria  que  li.ui  gozado  de  cierta  Hombradía.  Adolfo  de  P  libusque,  en  su  Histoire  comparée 
des  Littératures  Esjuignole  et  Francaise  (París,  1843),  premiada  por  la  Academia  Francesa,  y  que  fué 
en  su  tiempo  el  Manual  del  liispanista  ala  violeta,  llega  á  decir  que  la  obra  de  Rojas  «es  una  ;imal- 
))gama  de  comedias  y  tragedias  de  un  cinismo  repugnante»,  que  «ninguna  pluma,  por  hábil  que 
»fuese,  podría  honestamente  analizar  las  escenas  subalternas»,  y,  en  suma,  que  el  libro  es  «una 
^¡enciclopedia  del  libertinaje'».  Cualquiera  creería  que  se  trataba  de  las  obras  del  Marqué-i  de  Sade  ó 
de  la  Aloisia  de  Nicolás  Chorier  Asegura  Puibusque,  muy  formal,  que,  á  pesar  de  eso,  hay  dos  mil 
sentcnciis  morales  sepultadas  en  este  monstruoso  drama,  y  que  el  autor  mismo  las  había  contado, 
por  lo  cual  no  puede  dudarse  de  sus  buenas  intenciones.  «Pero  el  escándalo  fué  tan  espantoso  que 
los  rayos  de  la  Iglesia  estallaron  en  seguida.  Algunas  impresiones  clandestinas  (!)  burlaron  la 
vigilancia  de  la  censura  religiosa,  pero  por  mucho  tiempo  no  pudo  verificarse  ninguna  representación 
enpúblico».  No  dice  claro  si  de  la  Celestina  ó  de  cualquier  otra  pieza  (Tomo  I,  págs.  195  y  '201). 

De  este  modo  se  escribía  en  Francia  sobie  nuestras  cofas  hace  medio  siglo.  ¡Cuánto  camino  se 
ha  andado  desde  entonces  y  cuántos  hispanistas  de  verdad  han  surgido! 


IXTRODUCCIÓN  CNvii 

tín,  á  pesar  de  su  criterio  rígido  y  estrictamente  clásico,  ó  quizá  por  la  fuerza  de  este 
criterio  mismo,  habló  de  la  famosa  Trarjiconiedia  en  términos  de  entusiasmo  que  muy 
rara  vez  se  escapan  de  su  pluma:  «Como  la  tragicomedia  griega  se  compuso  de  los 
•» relieves  de  la  mesa  de  Homero,  la  comedia  española  debió  sus  primeras  foimas  á  la 
»  Celestina.  Esta  novela  dramática,  escrita  en  excelente  prosa  castellana,  con  una  fábu- 
»la  regular,  variada  por  medio  de  situaciones  verosímiles  6  interesantes,  animada  con  la 
»  expresión  de  caracteres  v  afectos,  la  fiel  pintura  de  costumbres  nacionales  y  un  diálo- 
»go  abundante  en  donaires  cómicos  fué  objeto  del  estudio  de  cuantos  en  el  siglo  xvi 
»  compusieron  para  el  teatro.  Tiene  defectos  que  un  hombre  inteligente  haría  desapare- 
»cer,  sin  añadir  por  su  parte  una  sílaba  al  texto,  y  entonces,  conservando  todas  sus 
>bellezas,  pudiéramos  considerarla  como  una  de  las  obras  más  clásicas  de  la  literatura 
» española»  ('). 

Y  aun  sin  eso  ¿(|uiéii  ha  de  negarle  semejante  título?  ¿Xi  qut-  obra  de  la  literatura 
española  habrá  que  le  merezca,  si  de  buen  grado  no  se  otorga  á  la  Tragicomedia  del 
bachiller  Fernando  de  Rojas?  La  meticulosidad  académica  del  gusto  de  Moratín  lo 
hizo  dar  excesiva  importancia  á  esos  defectos  de  la  Celestina^  que,  por  lo  mismo  que 
son  tan  obvios  y  puedeu  borrarse  de  una  plumada,  poco  significan  para  la  apreciación 
del  libro.  Aun  las  pedanterías  y  citas  absurdas  sembradas  en  el  diálogo,  lejos  de  des- 
agradarnos hoy,  contribuyen  al  efecto  cómico  de  ciertas  escenas  y  al  delicioso  carácter 
de  época  que  tiene  todo  el  cuadro,  mostrándonos  cuáles  podían  ser  los  estudios  y  pre- 
ocupaciones habituales  de  un  bachiller  aventajadísimo  de  las  aulas  salmantinas  á  fines 
del  siglo  XV,  y  cómo  se  fundían  armoniosamente  en  su  ingenio  la  observación  directa 
de  la  vida  contemporánea  y  el  prestigio  de  la  antigüedad  clásica,  que  entonces  parecía 
resurgir  con  segunda  vida.  Tales  defectos  son  de  los  que,  andando  el  tiempo,  llegan 
á  convertirse  en  excelencias,  á  lo  menos  para  el  curioso  historiador  de  las  vicisitudes 
de  la  cultura. 

Si  Cervantes  no  hubiera  existido,  la  Celestina,  ocuparía  el  primer  lugar  entre  las 
obras  de  imaginación  compuestas  en  España.  El  juez  más  abonado  del  siglo  xvi,  el 
primer  maestro  de  la  prosa  castellana  en  tiempo  de  Carlos  Y,  declaró  con  fallo  inape- 
lable que  ^ningún  libro  hay  escrito  en  castellano  adonde  la  lengua  esté  más  natural, 
»más  propia  ni  más  elegante»  (-). 

El  estilo  y  la  lengua  de  la  Celestitia  no  son  para  tratados  incidentalmente.  Hoy  la 
Estilística  no  es  una  dependencia  de  la  Retórica,  sino  parte  integrante  y  la  más  ardua 
y  superior  de  la  Filología.  Para  estudiar  formalmente  el  estilo  de  un  autor  es  preciso 
conocer  á  fondo  el  material  lingüístico  que  emplea  y  haber  agotado  previamente  todas 
las  cuestiones  de  fonética,  morfología  y  sintaxis  que  su  obra  sugiere.  Nada  de  esto  ó 
casi  nada  se  ha  intentado  respecto  de  la  Celestina^  cuya  gramática  y  vocabulario  exi- 
gen un  libro  especial.  Sólo  cuando  la  historia  de  nuestra  lengua  esté  hecha  por  el  único 
que  puede  y  debe  hacerla,  por  el  que  nos  ha  dado,  con  aplauso  de  propios  y  extraños, 
el  primer  manual  de  Cramática  histórica,  tendremos  base  firme  para  un  estudio  de  tal 
naturaleza.  Ni  mi  vocación  ni  mis  particulares  circunstancias  me  permiten  empren- 
derlo, y  así  tendrá  que  ser  vago  y  sucinto  lo  que  en  esta  parte  diga. 

(')  Obras  dp  D.  Leamlro  Fernández  de  Murafin.  edición  do  la  Academi.-i  de  la  Historia,  If^SO, 
tomo  I   pág.  88. 

(')  .Tiian  de  Valdés,  Diálogo  de  la  Lfvgtia,  ed.  Boelimer,  páíj.  415. 


cxviii  orígenes  de  la  xovela 

La  prosa  no  tiene  oríe^enes  populares  como  la  poesía,  á  lo  menos  en  las  literaturas 
derivadas.  Nace  á  veces  de  la  poesía  épica,  y  es  su  transcripción  degenerada  (nuestros 
cantares  de  gesta  convertidos  en  fragmentos  de  crónicas).  Pero  con  más  frecuencia  se 
amolda  á  un  tipo  literario  preexistente  en  la  lengua  madre  ó  en  alguna  otra  que  sos- 
tenga sus  primeros  y  vacilantes  pasos.  Así  nació  la  prosa  castellana,  con  un  visible  dua- 
lismo entre  el  elemento  oriental,  muy  influyente  al  principio,  casi  nulo  después,  y  el 
elemento  ktino-eclesiástico,  educador  común  de  todos  los  pueblos  de  Occidente.  En  la 
gran  labor  de  traducciones  y  compilaciones  que  nos  legó  la  corte  literaria  de  Alfonso 
el  Sabio,  no  importan  menos  los  libros  del  saber  de  Astronomía,  el  Calila  y  Dina  y  los 
Engannos  de  mugeres^  los  libros  de  proverbios  y  consejos,  traducidos  del  árabe,  que  las 
Partidas  y  las  dos  Estorias^  cuyas  principales  fuentes  son  latinas,  sin  duda  alguna.  Y 
como  las  versiones  solían  hacerse  muy  literales,  y  el  organismo  gramatical  del  árabe  y 
del  latín  difieren  tanto,  no  es  maravilla  que  el  tránsito  del  uno  al  otro,  que  á  veces 
puede  estudiarse  en  una  obra  misma,  resulte  violento  y  desmañado.  Con  todo  eso  se 
percibe  ya  en  esta  variadísima  literatura  alfonsina  cierto  conato  de  unidad,  la  aspira- 
ción á  un  tipo  de  lengua  culta  y  cortesana.  No  en  vano  se  preciaba  el  mismo  rey  de 
«endereszar  él  por  sí»  el  estilo  de  sus  colaboradores. 

Este  tipo  persistió  en  sus  rasgos  fundamentales  durante  los  siglos  xiii  y  xiv,  no  sin 
recibir  también  notable  influjo  de  la  lengua  francesa,  mediante  la  cual  se  nos  comuni. 
carón  obras  de  tanta  importancia  como  la  Oran  Conquista  de  Uliranmr^  el  Tesoro  de 
Brunetto  Latini  y  la  Crónica  Troyana.  En  medio  de  este  período  de  tanteo  y  apren- 
dizaje surge  como  por  encanto  la  figura  del  primer  prosista  español  digno  de  este 
nombre,  del  primero  que  estampó  su  individualidad  en  la  prosa.  No  fué  verdadero 
innovador  D.  Juan  Manuel:  la  lengua  que  habla  es  la  de  su  tiempo,  pero  la  habla  mejor 
que  nadie,  con  cierto  gusto  personal  é  inconfundible,  con  talento  de  narrador  ameno  y 
íácil,  con  elegante  y  candida  malicia.  La  construcción  lenta  y  embarazosa  de  sus  antece- 
sores parece  que  se  aligera  en  él  y  que  va  á  romper  las  trabas  conjuntivas.  Faltó  á  don 
Juan  Manuel  la  educación  de  humanista  que  tuvo  su  contemporáneo  Boccaccio,  y  no 
pudo  dar  ambiente  á  su  estilo  ni  amplitud  á  su  dicción,  ni  mucho  menos  adivinar  el 
ritmo  del  período  prosaico,  tal  como  le  habían  forjado  los  latinos  y  comenzaba  á  imitarse 
en  Italia.  Pero  esta  imitación  teuía  mucho  de  viciosa  y  pedantesca,  y  por  haberse  librado 
de  ella  D.  Juan  Manuel  conservan  sus  escritos  una  sabrosa  llaneza  y  dulce  naturalidad, 
que  suelen  echarse  de  menos  en  las  redundantes  cláusulas  del  novelista  de  Certaldo. 

La  orientación  propiamente  clásica  tuvo  un  precursor  en  el  canciller  Ayala,  no  sólo 
en  lo  que  toca  á  la  materia  y  forma  de  la  historia,  sino  en  el  estilo  mismo,  que  denun- 
cia á  veces  al  asiduo  lector  de  las  Décadas  de  Tito  Livio,  aunque  no  pudiese  disfru- 
tarlas en  su  lengua  original.  Las  traducciones  hechas  bajo  los  auspicios  de  aquel  mag- 
nate abren  una  larguísima  serie  de  ellas,  que  se  dilata  durante  todo  el  siglo  xv,  deri- 
vadas unas  del  latín,  otras  del  toscauo  y  aun  del  catalán,  útiles  todas  como  instrumento 
de  vulgarización,  pero  ninguna  como  ejemplar  de  estilo.  Con  ellas  cambia  la  faz  de 
nuestra  prosa,  invadida  y  perturbada  por  el  hipérbaton  latino,  de  que  hacen  grosero  y 
servil  calco  los  alumnos  de  la  detestable  escuela  de  D.  Enrique  de  Villena,  al  mismo 
paso  que  inundan  sus  escritos  de  pedantescos  neologismos,  so  pretexto  «de  non  fallar 
»  equivalentes  vocablos  en  la  romancial  texedura,  en  el  rudo  y  desierto  romance,  para 
» esprimir  los  angélicos  concebimientos  virgilianos» .  Sigue  tan  extraviada  dirección 


IXTRODUCCrOX  ex  IX 

Juan  de  Mena^  que  cousiderado  como  prosista  es  de  lo  peor  do  su  tiempo,  pero  que 
por  el  prestigio  de  sus  obras  poéticas  contribuyó  cá  autorizar  la  obra  de  los  latinizantes. 
Y  no  se  puede  negar  que  ésta  trasciende  más  ó  menos  á  todos  los  escritores  de  entonces, 
pero  con  diferencias  muy  esenciales,  nacidas  del  ingenio  de  cada  cual  y  de  las  diversas 
materias  en  que  ejercitaron  su  pluma.  D.  Alonso  de  Cartagena,  que  con  el  trato  de  los 
humanistas  de  Italia  se  había  acercado  más  que  ninguno  de  sus  compatriotas  á  la  recta 
comprensión  del  ideal  clásico,  muestra  un  latinismo  inteligente  y  mitigado,  sobre  todo 
en  sus  versiones  de  Séneca,  de  quien  supo  decir  con  mucha  lindeza  que,  «puso  tan 
» menudas  y  juntas  las  reglas  de  la  virtud,  en  estilo  elocuente,  como  si  bordara  una 
»ropa  de  argentería,  bien  obrada  de  ciencia,  en  el  muy  lindo  paño  de  la  elocuencia». 
Noblemente  se  inspiró  en  la  literatura  filosófica  de  la  antigüedad  el  bachiller  Alfonso 
de  la  Torre  en  su  Visión  Delectable^  donde  hay  facundia  y  armonía  y  número  más  que 
en  ninguna  prosa  de  su  tiempo.  Juan  de  Lueeua,  en  la  Viia  Beata,,  imitando,  ó  más 
bien  traduciendo  á  Bartolomé  Fazio,  pero  con  entera  libertad  de  estilo,  ensayó  una 
nueva  manera,  muy  viva,  rápida  y  animada,  desmenuzando  la  oración  en  frases  conci- 
sas y  agudas. 

Pasada  la  crudeza  del  primer  momento,  no  fué  estéril,  sino  muy  fecundo,  el  impulso 
latinista.  La  vía  era  larga  y  fragosa  pero  segura,  y  la  torpeza  de  los  operarios  que 
comenzaron  á  abrirla  no  podía  comprometer  el  éxito  de  la  empresa.  Si  en  los  mora- 
listas y  didácticos,  que  suelen  ser  meros  repetidores  de  lugares  comunes,  prevalecía 
la  construcción  afectada  é  hiperbática,  en  los  historiadores,  que  trabajaban  sobre 
materia  viva  y  presente,  la  realidad  actual  penetraba  dentro  del  molde  antiguo  y 
creaba  páginas  imperecederas,  como  algunas  de  la  Crónica  de  D.  Alvaro  de  Luna,  y 
sobre  todo  las  estupendas  Semblanuis  de  Fernán  Pérez  de  Guzmán,  llenas  de  pasión  y 
de  brío. 

Pero  toda  nuestra  prosa  anterior  al  Arcipreste  de  Talavera,  sean  cuales  fueren  los 
orígenes  y  fuentes  de  cada  libro,  es  prosa  .erudita.  La  lengua  popular  no  había  sido 
escrita  hasta  entonces  más  que  en  versos  de  gesta  y  en  la  epupeya  cómica  del  Arci- 
preste de  Hita.  Era  necesario  transfundir  esta  sangre  fresca  y  juvenil  en  las  venas  de 
la  prosa,  para  que  adquiriese  definitivamente  carácter  nacional  y  reflejase  el  tumulto 
de  la  vida.  Tal  fué  la  empresa  del  autor  del  Corbacho,  y  no  insistiremos  en  ella,  puesto 
que  ya  en  páginas  anteriores  procuramos  caracterizar  su  estilo,  cuya  influencia  sobre  el  de 
Rojas  es  tan  notoria.  Pero  como  antecedente  necesario  de  la  evolución  lingüística  que 
Alfonso  Martínez  de  Toledo  realizó  con  instinto  genial,  es  imposible  omitir  aquella 
compilación  que  el  3Iarqués  de  Santillana  formó  de  los  Befranes  que  dicen  las  viejas 
tras  el  huego.  Si  ese  libro  no  hubiese  existido,  acaso  ni  el  Corbacho  ni  la  Celestina 
tendrían  el  carácter  paremiológico  que  de  tan  singular  modo  los  avalora.  Aquellas  reli- 
quias del  saber  vulgar,  aquellos  aforismos  de  ignorados  y  prácticos  filósofos,  que  por 
raro  capricho  recogió  el  poeta  más  aristocrático  y  culto  del  siglo  xv,  el  más  desdeñoso 
con  la  poesía  del  pueblo,  vinieron  á  incrustarse  en  las  más  egregias  obras  del  ingenio 
castellano,  desde  la  Comedia  de  Calisto  hasta  el  Quijote  y  la  Dorotea.  Pero  no  se 
niegue  al  Marqués  de  Santillana  la  gloria  de  haberse  fijado  antes  que  nadie  en  estas 
silvestres  florecillas,  ni  al  Arcipreste  talaverano  la  adivinación  del  valor  artístico  que 
podían  tener  enti*etejidas  en  la  maraña  gentil  de  su  prosa. 

Lo  que  había  sido  eu  la  corte  de  D,  Juan  II  preparación  y  ensayo,  llegó  en  tiempo 


cxx  orígenes  de  la  NOVELA 

de  los  Reyes  Católicos  á  adquirir  la  clásica  firmeza  de  un  verdadero  Renacimiento,  pre- 
parado por  la  disciplina  gramatical  de  los  humanistas  italianos  y  españoles  y  engran- 
decido por  la  maravillosa  expansión  de  la  vida  nacional.  No  es  definitiva  casi  nunca  la 
lengua  de  los  escritores  de  entonces,  pero  contiene  en  germen  todas  las  buenas  cuali- 
dades que  han  de  llegar  á  su  punto  más  alto  en  la  edad  que,  por  excelencia,  llamamos 
de  oro.  Y  lo  que  la  falta  acaso  de  perfección  técnica  lo  compensa  con  cierta  gracia 
primaveral,  que  no  suele  darse  más  que  una  vez  en  las  literaturas.  Rojas  es  el  mayor 
escritor  de  su  siglo,  y  la  Celestina  tiene  algo  de  grandioso  y  aislado;  pero  al  mismo 
período  corresponden  otros  monumentos  de  nuestra  prosa:  los  Claros  Varones  y  las 
Letras  de  Hernando  del  Pulgar,  la  Cárcel  de  Amor  de  Diego  de  San  Pedro,  en  que  á 
veces  la  expresión  sentimental  raya  muy  alto,  y  el  Amadís  de  OauJa^  que  para  la  pos- 
teridad sólo  existe  en  la  forma  que  le  dio  el  regidor  Montalvo. 

No  se  escribía  ya  por  mero  instinto  ó  por  imitación  servil  como  en  épocas  anterio- 
res. La  lengua  castellana,  al  fenecer  el  siglo  xv,  contaba  ya  con  un  código  gramatical 
que  no  poseía  ninguna  otra  de  las  vulgares,  incluso  el  italiano.  Claro  es  que  los  escri- 
tores de  genio  se  crean  su  propia  gramática,  y  la  Celestina  estaba  escrita  muy  proba- 
blemente antes  de  1492,  en  que  apareció  el  Arte  de  la  lengua  castellana  del  Maestro 
Nebrija;  pero  la  enseñanza  oral  de  aquel  gran  varón,  á  quien  Rojas  conocería  de  seguro 
en  el  estudio  salmantino,  había  empezado  en  1474,  y  su  método  filológico,  aplicado  al 
latín,  al  griego  y  al  castellano,  no  podía  ser  indiferente  á  persona  tan  culta  como  nues- 
tro poeta.  En  todo  el  libro  se  percibe  el  deliberado  propósito  de  escribir  bien  y  con  la 
mayor  corrección  posible.  Pero  esta  corrección  no  es  la  de  los  tiquismiquis  retóricos 
que  pueden  aprenderse  por  receta,  sino  la  corrección  fuerte  y  viril  de  quien  es  dueño 
de  su  estilo,  porque  domina  la  materia  en  que  le  emplea,  no  deformándola  arbitraria- 
mente, sino  ajustándole  á  ella  como  se  ajusta  el  vestido  á  los  contornos  de  una  estatua. 
Porque  el  estilo  de  la  Celestina^  con  ser  tan  trabajado,  no  tiene  trazas  de  afectación 
más  que  en  los  discursos  y  razonamientos;  en  el  diálogo  fluye  natural  y  espontáneo,  y 
aunque  nos  parezca  un  asombro  que  todos  los  personajes  hablen, tan  bien,  no  por  eso 
somos  tentados  á  creer  que  pudiesen  hablar  de  otro  modo.  No  diremos  que  hablan  como 
el  autor,  porque  el  autor  es  para  nosotros  un  enigma.  Hablan  cada  cual  según  su  carácter, 
con  la  expresión  exacta,  precisa,  impecable;  pero  todos  propenden  á  la  amplificación,  que 
era  el  gusto  de  aquel  tiempo  y  quizá  el  tono  habitual  de  las  conversaciones.  El  Renaci- 
miento no  fué  un  período  de  sobriedad  académica,  sino  una  fermentación  tumultuosa,  una 
fiesta  pródiga  y  despilfarrada  de  la  inteligencia  y  de  los  sentidos.  Ninguno  de  los  grandes 
escritores  de  aquella  edad  es  sobrio  ni  podía  serlo.  Rojas  lo  parece  por  la  prudente  parsi- 
monia con  que  enfrena  y  rige  el  corcel  de  su  fantasía,  por  el  tejido  compacto  de  su  dic- 
ción, por  lo  cortante  de  las  réplicas  y  el  hábil  tiroteo  de  sentencias  y  donaires,  por  el 
uso  continuo  de  frases  cortas  y  desligadas  que  dan  la  ilusión  del  estilo  conciso.  Pero  en 
realidad  amplifica  y  repite  á  cada  momento:  toda  idea  recibe  en  él  cuatro,  cinco  ó  más 
formas,  que  no  siempre  mejoran  la  primera.  Esta  superabundancia  verbal  se  agrava  con- 
siderablemente en  la  segunda  forma  de  la  tragicomedia,  pero  existía  ya  en  la  primitiva. 
Pondré  un  ejemplo  tomado  del  aucto  X:  «Más  presto  se  curan  las  tiernas  enfermeda- 
»  des  en  sus  principios,  que  quando  han  hecho  curso  en  la  perseueracion  de  su  officio; 
» mejor  se  doman  los  animales  en  su  primera  edad,  que  cuando  es  su  cuero  endurecido 
»para  venir  mansos  a  la  melena;  mejor  crecen  las  plantas  que  tiernas  e  nueuas  se  tras- 


IXTRODUCCIOX  cxM 

»poueQ,  que  las  que  fructiticaudo  ya  se  raudau;  muy  mejor  se  despide  el  uueuo  pecado, 
»  que  aquel  que  por  costumbre  antigua  cometemos  cada  día» . 

Los  símiles  sou  elegautes  y  apropiados,  pero  tanta  repetición  de  una  misma  idea 
enerva  el  diálogo  dramático.  Juan  de  Valdós,  que  cifraba  gran  parte  de  su  estilística 
en  esta  máxima:  «que  digáis  lo  que  queráis  con  las  menos  palabras  que  pudieredes,  de 
»tal  manera  que  splicando  bien  el  conecto  de  vuestro  ánimo  y  dando  a  entender  lo  que 
» queréis  dezir,  de  las  palabras  que  pusieredes  en  una  clausula  o  razón,  no  se  pueda 
>  quitar  ninguna  sin  ofender  o  a  la  sentencia  della  o  al  encarecimiento  o  a  la  elegan- 
»cia»  (•),  conoció  que  este  era  el  punto  vulnerable  de  la  Celestina^  «el  amontonar  de 
vocablos  algunas  veces  fuera  de  proposito  > .  El  otro  defecto  que  señala  no  es  tan  fre- 
cuente: «Pone  algunos  vocablos  tan  latinos  que  no  se  entienden  en  el  castellano,  y  en 
partes  adonde  podria  poner  propios  castellanos  que  los  hay» .  Estas  eran  las  dos  cosas 
que  él  hubiera  querido  corregir  en  la  Celestina  para  dejarla  perfecta,  y  uno  de  los 
interlocutores  del  diálogo  aconsejaba  que  lo  hiciese  (-),  idea  que  tuvo  también  Moratín, 
como  queda  dicho.  Pero,  con  perdón  de  tan  severos  jueces,  los  latinismos  no  son  tantos 
que  empalaguen.  Cualquier  autor  de  aquel  tiempo  tiene  más  que  Rojas.  Los  que  éste 
usa  están  generalmente  puestos  en  trozos  y  discursos  de  aparato,  cuando  los  personajes 
quieren  levantar  el  estilo,  como  el  conjuro  de  Celestina  y  los  últimos  razonamientos  de 
Melibea  y  de  su  padre.  Entonces  es  cuando  aparecen  el  pungido  Calisto^  la  cliénhda^ 
el  incogitado  dolor,  la  menstrua  hina^  copiada  de  Juan  de  Mena,  la  fortuna  fliituosa^ 
el  verbo  incusar  varias  veces  repetido,  la  castimonia  de  Fenélope^  las  palabras  fictas^ 
la  asiieta  casa  y  otras  pedanterías,  si  bien  las  tres  últimas  no  deben  achacarse  al  autor, 
sino  al  que  redactó  las  rúbricas  ó  sumarios  que  van  al  principio  de  cada  aucto. 

Otros  leves  defectos  tiene  también  esta  prosa,  nacidos,  no  de  incuria,  sino  de  inex- 
periencia, y  acaso  de  un  error  técnico.  El  oído  del  bachiller  Rojas  estaba  tan  avezado  á 
la  cadencia  de  los  versos  de  arte  mayor  de  su  predilecto  poeta  Juan  de  Mena  y  al 
octonario  doble  de  los  romances  viejos,  que  á  cada  paso  reaparecen  estas  dos  medidas  en 
su  prosa.  De  ambas  daremos  algunos  ejemplos: 

(■  Pone  su  estudio — con  odio  cruel... 

Pasos  oigo;  acá  desciende  —  haz,  Sempronio,  que  no  lo  oj^es... 
-'  '      Tener  con  quien  puedan  —  sus  cuy  tas  Durar... 
O'-    Ensañada  está  mi  madre  —  duda  tengo  en  su  consejo... 

La  dádiva  pobre... 
De  aquel  que  con  ella  —la  vida  te  ofrece... 
E  arrepentirse  del  don  prometido... 

Todo  esto  sin  salir  del  acto  primero.  En  cualquiera  de  los  otros  puede  hacerse  la 
misma  experiencia.  En  cambio  son  rarísimos  los  endecasílabos,  y  éstos  no  á  la  manera 
italiana,  sino  con  la  acentuación  que  tienen  los  del  Laberinto^  que  tanto  han  hecho 
cavilar  á  la  crítica: 

Todo  se  rige  con  un  freno  ygnal, 

Todo  se  prucva  con  igual  espuela. 

(Aucln  XIV) 

(')  Diálogo  de  la  lengua,  ed.  Bcjelimt-r,  pág-.  40.5. 

(-)  (íMartio  — ¿Por  qué  vos  no  tomáis  un  pofo  de  trabajo  y  liazeis  esan? 

>>V(ihlt^s  — Deinas  pstava. 


cxxii  orígenes  de  la  NOVELA 

I 
Estos  versos  ocasionales  pueden  ser  involuntarios,  porque  no'  están  libres  de  ellos  i 

los  prosistas  más  atildados  y  académicos.  Pero  lo  que  seguramente  es  intencionado  en  ' 

Rojas,  y  lo  afecta  como  gala,  es  el  acojisonantar  la  prosa  en  algunos  trozos: 

«Melibea. — Por  Dios,  sin  más  dilatar,  me  digas  quien  es  esse  doliente.,  que  de  j 
»mal  tan  perplexo  se  siente.,  que —  su  passion  e  remedio  —  salen  de  una  misma /wewíe»  j 
(Aucto  IV).  j 

«Areusa. — Assi  que  esperan  galardón^  sacan  baldón;  esperan  salir  casadas.,  salen  \ 
•» amenguadas;  esperan  vestidos  e  joyas  de  boda,  salen  desnudas  e  denostadas. ..  Obli-  ■ 
ganse  a  darles  marido.,  quítanles  el  vestido»  (Aucto  IX).  i 

La  influencia  de  los  refranes,  y  sobre  todo  la  del  Arcipreste  de  Talavera,  que  se  i 
perecía  por  la  prosa  rimada,  explican  la  afición  de  Rojas  á  este  ornamento,  que  en  el  ; 
primer  ejemplo  es  de  mal  gusto  y  en  el  segundo  se  tolera  y  aun  hace  gracia  por  estar  \ 
en  un  diálogo  cómico.  ■ 

A  despecho  de  esos  leves  lunares,  que  sólo  por  curiosidad  notamos,  la  Celestina,  '. 
en  su  estilo  y  lenguaje,  tiene  un  valor  no  relativo  é  histórico,  sino  clásico  y  permanente.  : 
Bastantes  trozos  de  todos  géneros  hemos  tenido  ocasión  de  citar  para  que  se  forme  idea  ' 
de  sus  innumerables  bellezas.  Es  el  dechado  eterno  de  la  comedia  española  en  prosa,  y  ; 
ni  Lope  de  Rueda  en  el  siglo  xvi,  ni  el  gran  poeta  que  compuso  la  Dorotea  en  el  xvii,  \ 
ni  Moratín  en  el  xviíi,  ni  mucho  menos  los  dramaturgos  modernos  (incluyendo  al  ce-  ; 
lebrado  autor  del  Drama  Nüevo)^  han  llegado  á  mejorarle.  Para  todos  guarda  aún 
ejemplos  y  enseñanzas,  que  hoy  más  que  nunca  son  necesarias  si  queremos  impedir  ; 
que  bárbaras  traducciones  y  adaptaciones  perviertan  el  gusto  de  los  autores  originales  \ 
y  den  al  traste  con  nuestra  prosa  dramática,  que,  por  raro  privilegio,  fué  perfecta  desde  \ 
su  cuna.  ; 

Si  el  autor  de  la  Celestina  pagó  tributo  alguna  vez  al  gusto  de  su  tiempo,  enamo-  ! 
rado  todavía  de  lo  crespo  y  ampuloso,  esto  es  accidental  y  exterior  en  él:  no  imprime 
carácter.  El  mismo  se  burla  donosamente  de  tales  retóricas  á  renglón  seguido  de  incu-  ¡ 
rir  en  ellas.  El  buen  sentido  del  criado  corrige  las  estravagancias  del  amo.  , 

«Calis.to. — Ni  comeré  hasta  entonces,  avnque  primero  sean  los  cauallos  de  Febo  !i 
»apascentados  en  aquellos  verdes  prados  que  suelen,  quando  han  dado  fin  a  su  jornada-  ? 

»  Sem.pronio. — Dexa,  señor,  essos  rodeos,  dexa  essas  poesías,  que  no  es  habla  con-  j 
»  veniente  la  que  a  todos  no  es  común,  la  que  todos  no  participan,  la  que  pocos  entien- 
»den.  Di:  «aunque  se  ponga  el  sol» ,  e  sabrán  todos  lo  que  dizes;  e  come  alguna  conser- 
»va,  con  que  tanto  espacio  de  tiempo  te  sostengas».  (Aucto  VII). 

Cuando  se  leen  tales  palabras  y  se  recuerdan  otras  del  Diálogo  de  la  lengua,  se  j 
comprende  que  Juan  de  Valdés,  á  pesar  de  su  ascetismo,  fuese  tan  amigo  de  Celestina. 
Allí  está  adivinada  y  practicada  en  parte,  aunque  con  una  exuberancia  que  él  condena,  ¡ 
su  propia  teoría  del  estilo.  «El  que  tengo  me  es  natural,  y  sin  afetazion  ninguna  escrivo  ^ 
»  como  hablo;  solamente  tengo  cuidado  de  usar  de  vocablos  que  sinifiquen  bien  lo  que  {( 
»  quiero  dezir,  y  dígolo  quanto  mas  llanamente  me  es  possible,  porque  a  mi  parecer  en  < 
» ninguna  lengua  sta  bien  el  afetacion»  (').  Afectación  hay  en  los  personajes  de  Rojas  I  ] 
cuando  declaman  ó  moralizan,  como  la  hay  en  los  episodios  sentimentales  del  Quijote,  \ 
y  en  muchos  alambicados  conceptos  de  Shakespeare;  pero  en  todo  lo  demás  es  sinceroj  • 

(')  Diálogo  de  la  lengua,  ei.  Boehraer,  pág.  402, 


INTRODUCCIÓN  cxxiu 

y  verídico  intérprete  de  la  naturaleza  y  sabe  encontrar  muchas  veces  la  expresión  ade- 
cuada y  única. 

Parte  interesante  en  el  estudio  de  toda  obra  maestra  es  su  bibliografía,  poi-quo  nos 
da  á  conocer  el  grado  de  su  difusión  é  influjo  en  el  mundo.  Pero  la  de  la  Celestina  es 
tan  vasta  y  compleja,  que  por  sí  sola  reclama  un  libro,  como  el  que  prepara  el  señor 
Foulché-Delbosc  iiace  años.  Entretanto  sólo  muy  imperfectamente  pueden  suplir  su  falta 
el  Catálogo  de  Salva  y  el  del  malogrado  Krapf,  que  es  más  completo  y  noticioso  y 
comprende  las  traducciones  extranjeras,  omitidas  por  su  predecesor.  Aquí  me  limitaré 
á  recordar  algunos  textos,  que  no  sólo  por  su  rareza  sino  por  alguna  curiosidad  litera- 
ria ó  tipográfica  son  dignos  de  especial  mención. 

Hasta  ochenta  ediciones  en  lengua  castellana  ha  catalogado  el  Sr.  Krapf,  á  cuya  lista 
habría  que  añadir  algunas  de  que  no  tuvo  noticia  y  cercenar  otras  que  no  existen  ó  son 
muy  dudosas,  pero  no  creo  que  la  cifra  total  pueda  cambiar  mucho.  De  estas  ediciones 
62  corresponden  al  siglo  xvi:  número  enorme  y  muy  superior  á  las  que  tuvo  el  Quijote 
en  la  centuria  de  su  aparición,  pues  sólo  llegan  á  27  las  catalogadas  por  Rius. 

Largamente  hemos  tratado,  en  el  presente  estudio,  de  las  primitivas  ediciones  de 
1499,  1501  y  1502,  que  son  las  que  tienen  verdadero  interés  para  fijar  las  dos  formas 
del  texto.  No  hemos  conseguido  ver  la  de  Zaragoza,  1507,  de  la  cual  se  dice  copia  (y 
no  dudamos  que  lo  sea,  aunque  descuidada  y  modernizada  en  la  ortografía)  la  reimpre- 
sión barcelonesa  de  Gorchs  (1842).  La  más  antigua  de  las  que  nuestra  Biblioteca  Na- 
cional posee  es  la  de  Valencia,  1514,  por  Juan  Joffre:  ejemplar  único,  procedente  de 
la  librería  de  Salva,  y  que  reproduce,  como  es  sabido,  el  colofón  del  hipotético  volumen 
de  Salamanca  de  1500. 

Grupo  muy  curioso  forman  las  tres  ediciones  de  Toledo,  1526;  Medina  del  Campo, 
sin  año,  y  Toledo,  1538,  porque  en  ellas  la  Celestina  tiene  veintidós  actos,  según  se 
anuncia  desde  la  portada:  «con  el  tratado  de  Centurio  y  Auto  de  Traso» .  Este  auto, 
aunque  no  mal  escrito,  es  cosa  pegadiza  é  impertinente,  en  que  para  nada  intervino 
Fernando  de  Rojas.  El  nombre  de  su  verdadero  autor  se  declara  en  el  argumento  de 
dicho  auto^  que  en  esas  ediciones  tiene  el  número  XIX:  «Entre  Centurio  e  Traso,  pu- 
>bUcos  rufianes,  se  concierta  una  leuada  por  satisfacer  a  Areusa  e  a  Elicia,  yendo  Cen- 
»turio  a  ver  a  su  amiga  Elicia.  Traso  pasa  palabras  con  Tiburcia,  su  amiga,  y  entrevi- 
»niendo  Terencia,  tia  de  Tiburcia,  mala  e  sagaz  muger,  entrellos  trayciones  e  falsedades 
»de  una  parte  e  otra  se  inuentan,  como  parece  en  el  proceso  de  este  auto:  El  qual  fue 
■» sacado  de  la  comedia  que  ordenó  Sa)/ahria> .  No  sabemos  quién  fuese  este  Sanabria, 
ni  se  ha  descubierto  hasta  ahoia  su  comedia,  que  á  juzgar  por  este  auto  debía  de  ser 
una  imitación  bastante  servil  de  la  Celestina^  escrita  en  prosa  como  su  modelo. 

Hasta  1531  no  encontramos  fuera  de  España  ediciones  de  la  Celestiiia^  á  no  ser 
que  fuese  estampada  en  Venecia,  como  por  todo  género  de  indicios  tipográficos  parece, 
la  que  lleva  el  colofón  de  Sevilla,  1523,  notable,  entre  otras  cosas,  por  haberse  suprimi- 
do, ignoramos  con  qué  fin,  la  quinta  octava  de  Alonso  de  Proaza  que  indica  el  modo  de 
encontrar  el  nombre  del  autor.  Las  ediciones  incuestionablemente  venecianas,  que  fue- 
ron cuatro  por  lo  menos,  empiezan  con  la  de  1531,  en  que  hizo  oficio  de  corrector  el 
clérigo  Francisco  Delicado,  famoso  autor  de  la  Lo\ana  Andaluxa.  Él  mismo  nos  declara 
Isu  patria,  aunque  no  su  nombre,  en  el  colofón,  sobremanera  curioso,  de  la  citada  Celes- 
tina: «El  libro  presente,  agradable  a  todas  las  estrañas  naciones,  fue  en  esta  ínclita. 


CKxiv  -  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  1 

i 
» ciudad  de  Yenecia  reimpreso  por  miscer  Jaaii  Batista  Pedrezauo,  mercader  de  libros,  '■ 

»que  tiene  por  enseña  la  Tore  (sicj:  iauto  al  puente  de  Kialto,  donde  está  su  tienda  o  \ 
»  botica  de  diversas  obras  y  libros,  a  petición  y  ruego  de  muy  muchos  magníficos  seño- 
»res  desta  pradentissima  señoría.  Y  de  otros  munchos  forasteros,  los  quales  como  el  i 
»su  muy  delicado  y  polido  estilo  les  agrade  y  munchos  mucho  la  tal  comedia  amen,  | 
» máxime  en  la  nuestra  lengua  Romance  Castellana  que  ellos  llaman  española,  que  i 
»cassi  pocos  la  ygnoran;  y  porque  en  latin  (')  ni  en  lengua  Italiana  no  tiene  ni  puede  te-  i 
»ner  aquel  impresso  sentido  que  le  dio  su  sapientissimo  autor;  y  también  por  gozar  de  ] 
»su  encubierta  doctrina  encerada  (síc)  debaxo  de  su  grande  y  marauilloso  ingenio;  assi  i 
»que  auiendo  le  hecho  coregir  (sic)  de  munchas  letras  que  trastrocadas  estañan  (ya  de  ■' 
» otros  estampadores),  lo  acabó  este  año  del  Señor  de  1581,  a  dias  14  de  Otobre.  Rei-  ' 
»nando  el  Ínclito  y  serenissimo  Principe  miscer  Andrea  Griti  Duque  clarissimo.  El  i 
»  corrector,  que  es  de  la  Peña  de  Martes,  solamente  corrigio  las  letras  que  malestauan» .  ; 
Parece  que  tomó  por  texto  la  edición  de  Sevilla,  1502,  cuyo  colofón  métrico  conserva.  ¡ 
No  es  cierto  que  introdujese  variantes  caprichosas  ni  en  esta  edición  ni  en  la  de  1534,  ! 
«reimpresa  por  maestro  Estephano  da  Sabio  imprressor  d'  libros  griegos,  latinos  y  es-  : 
»  pañoles  muy  corregidos».  Lo  que  hizo  en  la  segunda  fué  añadir,  dando  ya  su  nombre,  \ 
unos  rudimentos  de  ortología  para  uso  de  los  italianos:  «Introducción  que  muestra  el  \ 
»  Delicado  a  pronunciar  la  lengua  española» . 

Las  ediciones  de  Delicado  son  todavía  de  letra  de  tortis,  y  llevan  grabados  en  ma-  ; 
dera  tan  toscos  y  sin  expresión  como  los  españoles  que  les  sirvieron  de  modelo.  Las  dos 
de  Giolito  de  Ferraris  (1553  y   1556)  carecen  de  ellos  y  están  impresas  en  lindo  ca- 
rácter cursivo,  con  la  novedad  de  haber  sacado  al  margen  los  nombres  de  los  interlo-  ; 
cutores  y  poner  en  versalitas  algunos  de  los  refranes.  Cuidó  de  ambas  ediciones,  que  en  i 
rigor  son  una  misma,  el  español  Alfonso  de  UUoa,  traductor  ambidextro  y  fecundo  edi-  \ 
tor  de  libros  castellanos  ó  italianos.  Es  singular  que  en  el  prólogo  hable  únicamente  de  i 
Juan  de  Mena  y  Rodrigo  Cota  y  no  mencione  para  nada  á  Rojas,  á  pesa^  de  reimpri-  \ 
mir  el  acróstico  y  las  octavas  de  Proaza.  Pondera  demasiado  su  propio  trabajo,  que  no  i 
pasó  de  enmendar  algunas  erratas  {^).  En  el  prólogo  anuncia  pomposamente  «una  Gra- 
»  mática  y  un  Yocabulario  en  Hespañol,  y  en  Italiano,  para  más  introduction  de  los  que  \ 

{})  De  este  pacaje  puede  inferirse  que  ecistió  una  versión  latina  anterior  en  un  siglo  á  la  de  , 
Gaspur  Barth,  pero  no  encuentro  ningún  otro  dato  que  compruebe  el  dicho  de  Francisco  Delicado. 

(^)  «Y  al  cabo  Je  hauerla  visto  y  notado  bien,  hallé  que  ni  en  Hespaña,  ni  en  Fiandes,  ni  en  ; 
Dotras  partes  no  la  hauian  dado  al  mundo  como  conuenia.  Porque  la  vi  oppressa  de  dos  faltas  muy  1 
»principales:  la  una  mal  corregida,  y  sin  ninguna  ortographia  (que  es  por  cierto  falta  muy  grande  j 
»en  un  libro),  y  la  otra,  siendo  comedia  como  lo  es,  que  la  hayan  impreso,  no  como  comedia,  sino  i 
»como  historia,  o  otra  cosa  semejante;  prosiguiendo  siempre  desde  el  principio  del  Aucto  hasta  el  i, 
»fin,  sin  poner  en  la  margen  los  interlocutores,  que  de  passo  en  pas-o  uan  hablando:  que  a  mi  uer  ¡^ 
»es  un  importante  error  en  el  tal  libro,  y  se  le  ha  hecho  gran  sin  razón;  pues  veemos  que  las'! 
•  comedias  de  Terencio  y  de  Planto  y  d'otros  han  sido  y  están  imprcssas  con  muy  gentil  orden,  es  ai| 
¡«saber,  que  cada  persona  que  en  la  comedia  va  hablando,  tiene  su  nombre  puesto  en  la  margen,  y\\ 
»donde  acaba  el  uno,  no  prosigue  alli  luego  el  otro,  sino  que  coraicn9a  nueuo  renglón  con  elj 
»norabre  a  fuera  (dado  que  aquellas  sean  Latinas  y  que  por  sus  auctores  hayan  sido  escripias  en' I 
»verso),  y  esto  mesmo  lian  usado  y  usan  los  Italianos  en  las  suyas  ..  Por  lo  qiial,  ya,  que  nadie  no' f 
»ha  mirado  en  esto,  o  si  lo  ha,  no  ha  puesto  remedio,  me  atrevi  yo  a  tomar  la  mano,  y  ser  e  fi 
yiprimiero  (sic)  que  en  tal  guissa  la  hiziesse  imprimir,  creyendo  (como  creo)  hazer  grato  seruicio  ¡j  jíj 
Dini  nación,  y  assi  liallindome  en  Venocia  la  corregí  en  todo  lo  que  convenía  (no  digo   que  le  havíj    i 


INTUOJJUCCIOX  cxxv 

^>studiau  la  lengua».  Pero  lo  que  Ikimn  g7-aii/ ática  son  las  reglas  de  pronunciación  de 
Delicado,  á  quien  plagia  sin  nombrarle.  Lo  que  sí  le  pertenece,  y  es  trabajo  curioso  que 
da  realce  á  esta  edición,  es  .un  vocabulario,  o  exposition  Thoscana  de  muchos  vocablos 
'^  Castellanos  contenidos  casi  todos  en  la  Tragicomedia  de  Caliste  y  Melibeai-,  de  la  cual 
dice  que  «es  en  nuestro  idioma  lo  que  las  novellas  de  Juan  Boccacio  en  el  Thoscano  . 

Así  como  el  mercado  de  Venecia  surtía  á  Italia  de  Celestinas,  el  de  Amberes  las 
difundía  por  el  centro  de  Europa.  Se  conocen,  por  lo  menos,  ocho  de  aquella  ciudad 
flamenca,  siendo  la  más  antigua  la  de  1339,  que  sigue  el  texto  de  las  de  Delicado.  Las 
restantes,  impresas  en  casa  de  Xucio  ó  de  Plantino,  forman  una  familia  distinta,  que  se 
prolonga  hasta  1599  por  lo  menos,  y  que  tuvo  el  mérito  de  conservar  el  texto  íntegro 
cuando  ya  en  E^jpaña  comenzaba  á  expurgarse.  Son  de  elegante  aspecto,  pero  tienen 
bastantes  erratas. 

Sevilla  y  Salamanca  son  las  ciudades  españolas  donde  más  veces  se  imprimió  la 
Celestina;  once  por  lo  menos  en  la  primera,  ocho  en  la  segunda.  Siguen  Barcelona  y 
Alcalá  de  Henares  con  cinco  respectivamente.  Valencia,  Toledo  y  Zaragoza  con  cuatro, 
Burgos  con  tres,  Medina  del  Campo  con  dos,  Cuenca,  Tarragona  y  Lisboa  con  únasela. 

Todas,  sin  excepción,  son  raras  y  deben  guardarse  con  aprecio.  Las  posteriores  á 
15(33  se  dicen  «corregidas  y  emendadas  de  muchos  errores»,  pero  es  muy  poco  lo  que 
enmiendan,  salvo  la  de  Matías  Gast  (Salamanca,  1570),  que  parece  hecha  con  algún 
cuidado  ('). 

Esta  profusión  de  ediciones  en  el  siglo  xvi  contrasta  con  la  pobreza  del  siguiente, 
que  sólo  nos  ofrece  siete,  tres  de  ellas  extranjeras:  una  de  Ambere^^,  una  de  Milán  (^}  y 
otra  bilingüe  de  Ruáu,  acompañada  de  traducción  francesa  (1633).  La  que  se  dice  de 
Pamplona,  por  Carlos  Labayen,  es  esta  misma  con  falso  pie  de  imprenta  para  introdu- 
cirla en  España.  Quedan  como  únicas  ediciones  positivamente  españolas,  la  de  Zara- 
goza, 1607,  y  tres  de  Madrid,  en  1601,  1619  y  1632.  Esta  última  tiene  dos  circuns- 
tancias dignas  de  repararse:   la  do  haber  sido  formalmente  expurgada  conforme  al 

Bininlatio  ningiiii  uocibio  antiguo,  que  t^iIos  se  los  he  ile\  ulo  como  los  compuso  el  auctor,  juzganilo 
•ser  temeiidad  habiendo  al  contrari  ',  sino  que  la  he  emenda  lo  de  los  errores  de  la  etuinpa,  y  con 
íoumiMa  diligencia  hecho  impiimir  a  manera  de  comedia,  a  fin  que  de  toilos  fuesse  bien  lehida  y 
íentendida  como  couuiene». 

(')  Algunas  enmiendas  de  nombres  clásicos  eon  felices,  porque  el  corrector  tomó  el  buen 
camino  de  recurrir  á  las  fuentes.  Así,  en  el  acto  primero,  pn  vez  de  Eras  e  Cruto,  médicos,  que 
dicen  las  primeras  ediciones,  ó  de  Grato//  Galieno,  como  se  enmendó  cap -ichosamente  en  algunas 
de  las  sucesivas,  puso  Eraaistrato,  y  en  vez  de  piedad  de  Sileiido,  piednd  de  Seleuco,  «porque  allí 
»toca  la  historia  del  Rey  Seleuco,  que  por  industria  del  médico  Erasistrato  concedió  por  paternal 
ípiedad  8U  propia  mujer  al  único  hijo  qu"  por  amores  deila  casi  al  punto  de  la  muerte  hal)ia  llegado. 
«Cuéntalo  largamente  Liici.no  en  su  Dea  S;/ria,  y  lócalo  Valerio  Má.NÍmr>,  lili.  V,  cap.  Vil". 
Amarita  hizo  mucho  uso  de  esta  edición  para  la  suya. 

(')  Es  lie  l(!2'2,i(á  costa  de  Juan  Baptista  líidelo».  Tiene  una  curiosa  dedicatoria  del  editor 
Italiano  en  que  se  nota  la  influencia  de  la  Celestina  en  la  nove'a  picaresca:  «Aunque  muchas  vezes 
T)oy  alabar  de  grandes  y  letrados  varones  a  la  Tragicomedia  de  Calisto  y  Melilieu,  y  por  taso  yo 
»tiiiiesse  inclinación  muy  de  veras  a  la  imprimir,  con  todo  esso  estoruauame  miíclio  ser  ella  escrita 
»en  habla  extrangera,  que  acarreana  algunas  dificultades...  y  verdaderamente  es  este  libro  el  abun- 
sdanle  fuente  de  que  ne  derramaron  aquellos  limpios  arroyos  de  la  vida  del  l'icaro  Guzman,  la 
I  «Picara  Montañesa  y  la  Hija  de  Celestina;  luego  si  ellos  tanto  aL;r.idan  a  to  los  los  que  entienden 
j  «essa  lengua,  y  tienen  doctrina,  cómo  no  mucho  más  agradará  esse  tan  lleno  de  moral  filosofia  y 
"dichos  tan  sentenciosos  v  sabios?» 


cxxvi  orígenes  de  LA  NOVELA  1 

Expurgatorio  nueuo  de  1632^  j  la  de  consignar  en  la  portada  el  nombre  del  bachiller  ' 

Fernando  de  Rojas,  ejemplo  que  siguió  inmediatamente  el  editor  de  Ruán,  I 

En  todo  lo  restante  de  aquel  siglo  no  volvió  á  imprimirse  la  Celestina^  fenómeno  j 

que  puede  atribuirse  á  varias  causas.  Algo  pudo  influir  en  ello  la  Inquisición,  pues  \ 

aunque  dejaba  correr  con  leve  expurgo  las  ediciones  del  siglo  xvi,  quizá  se  hubiera  i 
opuesto  á  que  siguieran  multiplicándose.  Pero  la  principal  razón  hubo  de  ser  el  cambio 

del  gusto,  la  exuberancia  de  la  producción  dramática  j  novelesca,  que  había  llevado  al  j 

ingenio  español  por  otros  rumbos  y  ofrecía  á  los  hombres  del  siglo  xvii  alimento  más  j 

adecuado  á  sus  inclinaciones.  La  Celestina  era  todavía  compatible  con  el  arte  de  Cer-  \ 

vuntes,  de  Quevedo,  de  Lope,  de  Tirso,  puesto  que  le  contenía  en  germen,  pero  no  era  \ 

compatible  con  los  Gongo  ras,  Calderones  y  Gracianes.  Cuando  triunfaron  los  cultos,  los  ¡ 

discretos  y  sutiles,  y  se  prefirió  el  estilo  almidonado  á  la  ejecución  franca  y  vigorosa,  ■ 
pocos  paladares  pudieron  gustar  con  deleite  aquel  fruto  sabrosamente  agrio  del  árbol 

nacional  (').  . 

Y  menos  todavía  en  el  siglo  xviii,  cuya  labor  científica  es  tan  respetable,  pero  que  ; 

en  literatura  produjo  poco  bueno,  y  eso  en  sus  postrimerías.   Los  eruditos  preceptis-  ; 

tas  y  críticos  que  más  nombre  tuvieron  en  aquella  centuria,  Luzán  ("^),  Nasarre  {^)  ; 

(')  Pobremente  apreció  la  Celestina  Baltasar  Gracián,  aunque  no  deja  de  colocarla  en  el  Museo  ' 

del  Di  creto  (crisis  ÍV,  parte  2.'^  de  El  Criticón):  (iDe  la  Celestina  y  otros  tales,  aunque  -ingeniosos,  ■ 

«comparó  sus  hojas  á  las  del  perejil,  para  poder  pas'ar  sin  asco  la  carnal  grosería».  En  el  discurso  56  ^ 

de  la  Agudeza  y  Arte  de  ingenio  vuelve  á  citar  «la  ingeniosísima  Tragicomedia  de  Caüsto  y  Meli-  ] 

bea»,  llamando  á  su  autor  con  evidente  despropósito  «el  encubierto  aragonés»,  ¿Le  confundiría  acaso  ■ 

con  su  primer  imitador  D.  Pedro  Manuel  de  Urrea,  cuya  Égloga  pudo  leer  en  su  Cancionero,  imagi-  j 

nando  que  era  uno  mismo  el  autor  de  los  dos  textos  en  verso  y  en  prosa?  De  todos  modos,  Gracián  i, 

demuestra  muy  poca  familiaridad  con  la  Celestina,  cuando  la  menciona  en  compañía  de  libros  tan  J 

heterogéneos  como  los  Raguallos  del  Parnaso^  de  Boccalini,  y  las  Carrozas  de  las  Heroidas,  de  don  ¿ 

Alvaro  de  Luna,  que  supongo  que  será  el  Libro  de  las  claras  y  virtuosas  mujeres,  confundido  en  la  i 

memoria  del  jesuíta  aragonés  con  el  Carro  de  las  donas,  de  Eximeniz.  i 

Aunque  en  términos  tan  extravagantes,  Gracián  es  aca-<o  el  último  crítico  del  siglo  XVII  que 
habla  de  la  Celestina,  olvidada  por  completo  en  la  República  Literaria  de  Saavedra  Fajardo  (donde 

también  so  hace  caso  omiso  del  Quijote),  y  lo  que  es  más  singular,  en  el  Hospital  das  leltras  de  don  , 

Francisco  Manuel  de  Meló,  la  más  copiosa  revista  bil)liogrática  que  de  aquella  época  conocemos.  I 

(^)  Manifiesta  conocer,  además  de  la  primitiva,  la  Segunda  Celestina,  de  Feliciano  de  Suva,  la 
Tragicomedia  de  Lisandro  y  Roselia,  la  Policiana,  la  ílorinea  y  la  Selvagia.  «.La  Celestina  (añade) 
))se  imprimió  muchas  veces  dentro  y  fuera  del  Keynn,  y  sin  embargo  es  rara;  las  demás,  que  se  han 
»iinpreso  menos  veces  ó  una  sola,  rarísimas:  y  conviene  lo  sean  todas,  porque  su  misma  pureza  de 
y)esiilo,  facilidad  del  diálogo  y  expresión  demasiado  viva  de  las  pasiones  de  los  enamorados,  y  de  las 
martes  de  rufianes  y  alcahuetxs,  hacen  sumamente  peligrosa  su  lectura». 

(La  Poética  ó  Reglas  de  la  Poesía  en  general  y  de  sus  principales  especies...  2."  edición,  impren- 
ta de  Sancha,  1789,  tomo  I[,  pág.  43), 

(^j  En  la  extraña  Disertación  que  antecede  á  las  Comedias  de  Cervantes,  reimpresas  en  Madrid, 
1749,  por  Antonio  Marín,  escribió  Nasarre  lo  siguiente:  «Los  hombres  de  juicio,  que  leían  y  obser- 
«vaban  la  naturaleza  y  lo-»  primores  de  los  autores  Griegos  y  K'^raanos,  conocieron   quán  apartados  jf 
Destaban  del  buen  gusto  y  de  la  cordura,  y  detestaron  del  abuso  que  se  hacia  del   Diálogo  para» 
Dcorromper  el  corazón  y  el  juicio.  Por  esso  escribieron  Diálogos  que  llamaron  Come  las,  pero  muy|/'i 

»largos  é  incapaces  de  representarse    Los  Portugui  ses  se  aplicaron  mucho  á  esta  composición  \''),  I  u 

»pero   no   nos  faltan   Comedias  de   este   jaez,  de  las  cuales  se  pueden  sacar  pinturas  y  retratos  al  i 

(»)  No  sé  que  nadie  la  cultivase  más  que  Jorge  Ferreira  de  Vasconcellos,  puesto  que  las  comedias  en-  i 
prosa  de  Sá  de  Miranda  y  Antonio  Ferreira  son  meras  imitaciones  de  las  italianas. 


INTRODUCCIÓN  cxxvii 

Majans  ('),  Velázquez  (*),  el  mismo  Jovellanos  (3),  tuvieron  palabras  de  justo  apre- 
cio para  la  Tragicomedia^  aunque  deplorando  el  daño  que  podía  producir  su  lectura. 
Las  ideas  que  entonces  generalmente  dominaban  sobre  preceptiva  dramática  eran  más 
conciliables  con  la  Celestina  que  con  la  comedia  llamada  por  excelencia  española; 
pero  nadie  antes  de  Moratín  tijó  con  precisión  el  carácter  de  aquella  fábula  inmor- 
tal ni  su  puesto  único  en  la  historia  del  teatro.  Prescindiendo  de  estas  simpatías  lite- 
rarias {♦),  no  haj^  duda  que  la  Celestina  había  dejado  de  ser  un  libro  popular.  Los 
ejemplares  de  las  antiguas  ediciones,  con  haber  sido  tan  numerosas,  escaseaban  mu- 
cho, y  sabemos  por  algún  testimonio  contemporáneo  que  no  faltaban  beatos  imbéci- 
les que  se  dedicasen  á  destruirlos  (^).  La  libertad  de  su  lenguaje  contrastaba  con  la 
blanda  mojiíratería  reinante  que,  sin  fuerza  para  impedir  la  invasión  de  las  malas 

»;iatural:  caracteres  y  pinturas  puestas  á  toJas  luces  para  repreheniler  agradabieiiiente  lo  vicioso  y 
Dri'iículo  de  los  hombres,  y  apartarlos  assi  del  mal  camino,  enseñando  la  moral  buena  é  iutroduciéii- 
»dola  suavemente;  avergonzando  al  vicio,  que  se  pinta  en  otros,  y  tal  vez  es  el  mismo  retrato  de 
))quien  lo  rie.  Las  com'ídias  Floriaea,  La  Sdvagia,  La  Celestina,  La  Eufrosina,  con  admirables  en 
«esta  clase,  y  pudieran  tener  buen  uso  si  se  enmeudassen  algunos  passages  de  ellas  demasiadamente 
»iascivo8  y  malignos,  c  los  quales  se  muestra  la  deshonestidad  del  todo  desnuda,  con  el  protexto 
»de  azotarla», 

(')  «Las  mejores  comedias  que  tenemos  en  español,  que  son  La  Celesttim  i  Eufrosina,  están 
«escritas  en  prosa  {Vida  de  Miguel  Cervantes  Saavedra,  5."  impresión.  Madrid,  1750,  pág.  185). 

Es  singular  que  en  «n  Retórica  no  cite  Mayans  la  Celestina,  aunque  sí  la  Eufrosina  y  la  ülisipo 
de  Jorge  Ferreira,  y  El  Celoso^  de  Velázquez  de  Velasco,  á  quien  llama  D,  Alonso  de  Uz  (!). 

('-)  «Til  es  la  faino  a  Celestinti  ó  tragicomedia  de  Oah'sto  y  Melibea,  en  que  hay  de.scripcior.es 
»tan  vivas,  imágenes  y  pinturas  tan  al  natural  y  caracteres  tan  propios,  que  por  eso  mismo  serían 
»de  malísimo  exemplo  si  se  sacasen  al  teatro», 

(Orígenes  de  la  Poesía  Castellana,  por  D,  Luis  Josef  Velázquez...  Segunda  edición,  Málaga. 
Por  los  Herederos  de  D.  Francisco  Martínez  de  Aguilar.  Año  de  1797,  p.  83). 

Sabido  e«  que  el  insigniücaute  librillo  de  Velázquez  fué  enteramente  refundido  por  su  traduc- 
tor alemán  Juan  Andrés  Dieze,  profesor  y  bibliotecario  de  la  Universidad  de  Gottinga,  que  hizo  en 
sus  notas  la  mejor  historia  de  la  literatura  española  que  entonces  podía  escribirse.  Sobre  la  Celestina 
tiene  una  nota  muy  interesante  (fué,  segiin  creo,  el  primero  que  citó  la  edición  de  1501).  Da  razón 
también  de  las  priim-ras  continuaciones,  por  lo  cual  tendremos  que  volver  á  mencionarle. 

(Don  Luis  Joseph  Velázquez  Geschiclite  der  Spanischen  Dichtkunst.  Aus  deni  Spanischen  übersetzt. 
Von  Johann  Andreas  Dieze  ..  Gbtíivgen,  1169,  pp.  306-312). 

(^)  «Bástenos  decir  que  á  los  lines  de  aquel  siglo  [el  xv)  teníamos  ya  en  la  Celestina  un  drama, 
•aunque  incompleto,  que  presenta  no  pocas  bellezas  de  invención  y  de  estilo,  dignas  del  aprecio, 
>si  no  de  la  imitación  de  nuestra  edad»  {Memoria  sobre  los  espectáculos  y  diversiones  públicas  de 
España,  en  el  tomo  I  de  las  Obras  de  Jovellanos,  ed.  Rivadeneyra,  p,  488). 

(*)  No  las  encontramos  sólo  en  Moratín,  sino  en  algunos  escritores  de  la  escnela  sevillana  que 
representaban  á  principí  >8  del  siglo  xix  la  más  sensata  y  adelantada  critica  espcñola.  Además  del 
artículo  de  Blanco  (Wliite),  impreso  en  1823,  aunque  pensado  seguramente  mucho  antes,  merece 
algún  i-ecuerdo  la  4  *  de  las  Lecciones  de  Literatura  Española  de  D.  Alberto  Lista  (Madrid,  1830, 
tomo  I,  pp.  49-62).  Estas  primeras  tentativas  de  la  cnílica  indígena  no  son  para  desdeñadas  com  * 
algunos  suponen,  llenos  disculpa  tienen  los  eruditos  posteriores,  que  cuando  ya  existían  los 
brillantes  juicios  de  Glarus,  de  Wolf,  de  Schack,  de  Lemcke,  se  limitaban  á  decir  por  todo  elogio  de 
la  Cehftimí,  que  «estaba  bien  haldada»  ó  que  «tenia  virtudes  nada  vulgares  de  estilo  y  lenguaje», 
1 1  cual  puede  decirse  de  tantos  libros  adocenados. 

{')   En  una  carta  del  poeta  salmantino  Iglesias  á  Forner,  publicada  por  D.  Leopoldo  Augusto 
,de  Oueto  (Poetas  líricos  del  siglo  XVIIL  tomo  I.  pág    CXV),  leemos  el  siguiente  ra^go  de   un  poe- 
tastro llamado  D.  Ramón   Casjeda,  hombre  fanático  y  estrafalario:  «Prestó   un   tal   Villafranca   un 
«libro  á  Caseda,  éste  á  Meléndez,  y  M«léndez  hizose  prenda  de  él,  porque  Caseda  le  destruyó  una 


I 


cxxviu  orígenes   de  LA  NOVELA 

ideas,  tenía  la  suficiente  para  llenar  la  vida  de  molestias  pueriles.  El  Expurgatorio  de 
1747  acrecentó  el  rigor  de  los  anteriores,  y  así  paso  á  paso  se  llegó  á  la  absoluta  pro- 
hibición del  edicto  de  1793,  reproducida  en  el  índice  de  1805. 

Pero  á  la  Inquisición  le  quedaban  pocos  días  de  vida,  j  sus  edictos,  cada  día  menos 
acatados,  sólo  servían  para  despertar  la  codicia  del  truto  prohibido.  Así  fué  que  en  el 
segundo  período  constitucional,  á  la  sombra  de  la  omnímoda  libertad  de  imprenta,  resurgió 
la  madre  Celestina  después  de  un  enterramiento  de  siglo  y  medio.  La  edición  de  1822, 
impresa  por  D.  León  Amarita,  fué  meritoria  para  entonces,  y  algún  tacto  crítico  revela  en 
la  elección  de  las  variantes,  pero  son  pocos  los  textos  antiguos  que  se  tuvieron  presentes 
y  no  ios  mejores,  siguiendo  por  lo  general  el  de  Salamanca,  1570,  por  Matías  Gast,  Fué 
autor  del  prólogo,  y  dirigió  la  parte  literaria  de  la  publicación,  no  el  impresor  Amarita, 
como  generalmente  se  cree,  sino  el  famoso  traductor  de  Horacio  D.  Francisco  Javier  de 
Burgos,  según  me  aseguró  D.  Aureliano  Fernández- Guerra  habérselo  oído  al  mismo 
Burgos  en  Granada. 

Esta  edición,  que  con  más  ó  menos  precauciones  siguió  vendiéndose  durante  el  rei- 
nado de  Fernando  Vil,  fué  reimpresa  por  el  mismo  Amarita  en  1835  y  copiada  servil- 
mente en  el  tomo  tercero  de  la  Biblioteca  de  Rivadeueyra,  1846,  de  la  cual  se  derivan 
otras  varias  que  es  inútil  citar.  Más  apreciable  que  este  texto  ecléctico  es  el  de  Barce- 
lona, 1841,  por  D.  Tomás  Gorchs  ('),  que  al  parecer  nos  da,  aunque  con  ortografía 
modernizada,  la  lección  de  uno  de  los  ejemplares  más  antiguos,  el  de  Zaragoza,  1507, 
que  poseyó  D.  Manuel  BofaruU.  El  prólogo  y  las  notas  fueron  escritos  por  el  literato 
tortosino  D.  Jaime  Tió  {^).  En  1899,  para  festejar  el  centenario  de  la  aparición  de  la 
Celestina^  reimprimió  lujosamente  en  Vigo  el  malogrado  editor  suizo  D,  Eugenio  Krapf 
la  edición  valenciana  de  1514,  con  aparato  de  variantes,  copiosa  bibliografía  y  apéndi- 
ces útiles.  En  1900  exhumó  el  señor  Foulché-Delbosc  la  edición  de  1501,  y  en  1902 
la  de  1499.  Cuando  esté  reimpreso  con  la  misma  exactitud  el  texto  de  1502,  tendrá 
base  enteramente  sólida  la  reconstrucción  de  la  Celestina,  y  podrá  hacerse  de  ella  una 
edición  crítica  y  filológica. 

Las  traducciones  que  en  varias  lenguas  se  hicieron  de  este  drama  inmortal,  ya  en 
los  siglos  XVI  y  XVII,  jsi  en  tiempos  modernos,  tienen  grande  interés,  no  sólo  como 
testimonio  del  universal  aprecio  del  libro,  sino  por  ser  algunas  de  ellas  insignes  monu- 

^Celestina^  que  tampoco  era  de  Afeléndez,  sino  del  Maestro  Alba.  Caseda  desafió  á  Meléndez  porque  no 
»le  duba  el  libro,  y  Meléndez  por  fin  se  lo  dio  á  Caseda», 

El  Maestro  Alba,  dueño  de  la  Celestina  destruida  por  Caseda,  era  nn  religioso  agustino  «muy 
>apreciado  por  su  grande  instruccióu,  su  gusto  delicado  y  su  ática  urbanidad»,  según  dice  Quintana 
en  la  biografía  de  Meléndez. 

(')  Hay  ejemplares  que  llevan  la  t'eciía  de  184"J  y  la  indicación  de  la  librería  de  Manuel  Sauri,  ! 
pero  «8  una  mera  variante  comercial.  ■ 

(')   El  prólogo  contiene  algunas  ideas  críticas  que  tenían  novedad  entonces,  como  la  compam-  i   , 
ción  de  Celestina  con  Yago:  «En  la  Celestina,  que  no  es  más  que  un  pensamiento,  un  boceto  deli-  ;  ui 
«neado  en  quince  días  por  una  mano  inexperta,  y  el  primer  crepúsculo  de  un  sol  que  se  deja  morir  j  d 
))en  su  oriento,  vemos  un  carácter  como  el  de  lago  en  la  perversa  tercera  que  se  presenta  á  Melibea, 
«virgen   que  pierde  su  pureza  por  Celestina,  como  Ótelo   pierde  por  lago   á   Desdémona.  Ambos  ¡ 
»ca  acteres  pertenecen  aun   mismo  género,  y  ambos  eslán   sosteridos  con   tanto  acierto,   que  no| 
Dsabríamos  á  quién  dar  la  preferencia  si  la  composición  de  Rojas  no  llevase  más  de  dos  siglos  yj 
íniedio  de  aotigiiedad  sobre  la  del  poeta  inglés»  (Pág.  VIH). 


INTRODUCCIÓN  cxxix 

meutos  de  sus  respectivas  literaturas.  La  Celestina  ejerció,  por  medio  de  ellas,  positiva 
influencia  en  los  orígenes  del  teatro  y  de  la  novela,  y  convirtió  en  clásicos  k  algunos  de 
sus  intérpretes,  como  Wirsung  y  Mabbe. 

La  más  antigua  de  estas  traducciones,  y  fuente  de  varias  otras,  es  la  italiana  del 
español  Alfonso  Ordóñez,  familiar  del  papa  Julio  II,  hecha  por  invitación  de  la  Illus- 
¿rissima  Mad:mna  Gentile  Feltria  de  Campo  Fm/oso.  Fué  acabada  de  imprimir  en 
Koma,  á  29  de  enero  de  1506,  y  compite  en  rareza  con  las  más  peregrinas  ediciones 
españolas  (').  Aunque  su  título  diga  «de  lingua  castellana  in  italiana  ñoñamente  tra- 
dacta»,  uo  basta  para  que  podamos  inferir  que  hubiese  otra  traducción  ó  edición  ante- 
rior, porque  el  nuratnente  puede  tener  aquí,  como  en  otros  casos,  el  sentido  de  nuper 
(poco  ha,  recientemente).  Tampoco  es  argumento  para  probar  que  hubiese  una  edición 
(le  1505  la  última  octava  del  traductor,  con  que  termina  la  de  1506: 

Ncl  mille  cinqitecetito  cinque  appunio 
Uespagnolo  in  idioman  italiano 
E  stato  questo  opuscul  trasunto 
Dame  Alphonso  de  Hordognex  nato  hispano. 
Aistanzia  di  eolei  cha  in  se  rasunto 
Ogni  bel  modo  et  ornamento  humano 
Grentil  feltria  fregosa  honesta  e  degna 
In  cui  vera  virtu  triumpha  e  regna. 

Estos  versos  sólo  dicen  que  Alfonso  Ordóñez  hizo  la  traducción  en  1505,  y  segura- 
mente en  aquel  mismo  año  comenzaría  á  imprimirse,  aunque  se  acabara  en  los  prime- 
ros días  del  siguiente.  La  versión  de  Ordóñez,  notable  por  su  fidelidad,  se  ajusta,  con 
leves  diferencias,  al  texto  de  las  ediciones  de  1502,  en  veintiún  actos,  sin  que  por  nin- 
gún motivo  pueda  afirmarse  que  el  intérprete  conociera  la  forma  primitiva  de  la  tra- 
gicomedia, ni  mucho  menos  aprovechase  sus  variantes. 

El  haber  aparecido  esta  traducción  bajo  los  auspicios  de  una  ilustre  señora,  que 
expresamente  encargó  de  ella  á  un  familiar  del  Papa  (-),  indica  que  la  Celestina  no 
había  de  encontrar  obstáculos  para  su  difusión  en  la  Italia  del  Renacimiento,  que  mal 
podía  escandalizarse  de  nada.  Hasta  once  veces  fué  reproducida  en  aquel  siglo  por  las 
prensas  de  Venecia  y  Milán  {^).  Su  estudio  hubiera  podido  ser  muy  útil  á  los  drama- 

('l  Poseo  un  ejemplar  falto  de  la  portada  y  de  la  cuarta   hoja.  El   del   Museo  Británico   está 

I  completo. 
(*)  Asi  be  consigna  en  la  dedicatoria:  «W  S.  quale  mossa  da  virtuoso  desiderio  non  per  luiei 
»naer¡ti  ma  per  siia  vista  se  degnata  uolernie  pregare  douesse  io  tradure  la  presente  tragicocomedia 
KÍDtitulata  di  Calisto  «fe  Melil>ea  de  lingua  castigliaiía  in  italiano  idioma  acio  che  V.  S.  insiemc  con 
aquesta  degna  patria  doue  queeta  opera  non  e  diulgata  se  possa  allegrarc  di  tanto  e  cosí  degne  sen- 
J)tentie  &  auisi  clie  eotto  colore  di  piaceuolezze  u¡  sonno.  lo  adunque,  uedendo  che  legitima  obli- 
))gazione  di  ubidirs  suoi  preglii  mi  constringe:  quaü  a  me  sonno  stati  acceptabili  commandamenti:  e 
«per  satisfaré  in  parte  al  desiderio  che  di  seruir  quella  continonamente  mi  sprora:  meritamente  me 
!>hanno  obiigato  a  la  executione  di  questa  impresa:  qiiantunque  sia  tenuto  manifestare  ogni  opera 
ívirtuosa  maggionnente  che  per  il  presente  tractato  a  quelli  che  lo  leggeranno  retenendo  per  se  le 
»9ententie  necessarie  &  le  lascine  lassando  grande  utile  ne  ñenga:  e  como  gia  sia  considerata  mia 
«nsufficientia  e  le  curiali  e  familiari  occupationi.)^ 

(*)  La  de  Milán,  1514,  se  dice:  fínouainente  revista]  e  correcta  e  a  piu  lucida  venustate  reduela 

I'per  Hyeronymo  Clarlc'to,  ImmoJesey.  La  de   lóló.  también  de  Milán,  que  por  cierto  fué  hecha  á 


cxxx  orígenes  de  LA  NOVELA  ; 

i 
tnrgó^  del  Ginqueceitio^  pero  los  italianos  de  aquel  siglo  desdeñaban  las  literaturas  vul-  ' 

gares  y  iió  reconocían  más  modelos  que  Teroucio  y  Plauto,  á  los  cuales  sacrificaron  su  ' 

originalidad,  que  sólo  conservan  en  los  detalles  de  costumbres  (').  Ni  siquiera  puede  ' 

sostenerse   con   probabilidad    que   el  admirable  rufícán  Ceuturio  y  las  innumerables 

copias  que  hay  de  él  en  todas  las  imitaciones  de  la  Celestina  influyesen  directamente  i 

en  la  creación  del  tipo  grotesco  del  capitán  fanfarrón  y  matamoros  que  invadió  la  i 

escena  italiana,  si  bien  tengan  algunas  semejanzas,  derivadas  de  su  común  origen,  que  \ 

ha  de  buscarse  en  los  Pyrgopolinices  y  Tragones  de  la  antigüedad.  Además,  ni  Ceutu-  i 

rio,  ni  Galterio,  ni  Pandulfo,  ni  Brumandilón,  ni  Escalión  son  capitanes,  ni  sus  brave-  j 

zas,  fieros  y  rebatos  tienen  que  ver  con  la  honrada  profesión  militar,  sino  con  la  torpe  ¡ 

vida  lupanaria.  La  verdadera  pintura  de  las  costumbres  del  campamento  está  en  la  i 

Comedia  Soldadesca^  de  Torres  Naharro,  que  precisamente  fué  escrita  y  representada  i 

en  Italia.  El  tipo  italiano,  que  degeneró  muy  pronto  en  caricatura  grotesca  del  soldado  ! 

español,  el  más  temido  y  más  odiado  en  aquella  península,  se  explica  por  sí  mismo  y  ' 

por  las  circunstancias  históricas  en  que  nació.  Generalmente  habla  en  castellano,  y  , 

lleva  nombres  archirretumbantes,  como  «el  capitán  Cardona  Matamoros,  Rajabroqueles,  \ 

Sangre  y  Fuego».  Era,  en  suma,  un  género  equivalente  á  las  Rodomontadas  españolas,  \ 

tan  gratas  á  los  franceses  (-).  Algunos  de  los  que  componían  estas  farsas  habían  leído  ; 

la  C(s/eó-^¿wa  y  plagian  frases  de  Centurio.  Así,  por  ejemplo,  el  cómico  napolitano  Fabri-  : 

cío  de  FornariS;  en  su  Angélica^  representada  en  París  el  año  1584,  hace  hablar  así  al 

capitán  Cocodrilo,  ponderando   las   virtudes  de  su  espada:   cQuién   puebla  más  los  \ 

»cimiterios  d'  esta  tierra  sino  ella?   Quién  ha  hecho  ricos  los  cyrugianos  del  mundo?  1 

expensas  de  un  eclesiástico  «impensis  venerabilis  presbyteri  Nicolai  de  Gorgonzola»  nos  declara  q\\ 
nombre  de  otro  correcL'or.  «nouameute  reuista  e  correcta  per  Vicentio  M'inuüano,  con  quanta  magiore^ 
«diligentia  se  la  metterai  a  parangone  con  1'  altre  editieni  senza  dubio  el  conoscerai».  No  he  cote'  i 
jado  ni  ésta  ni  las  demás  que  llevan  anuncios  no  menos  pomposos,  peio  dados  los  hábitos  de  loa'^; 
editores  de  aquellos  ticmp)s,  puede  sospecharse  que  esas  correcciones  tendrán  tan  poca  importancia 
como  las  de  Delicado  y  Ullua.  La  última  Celestina  italiana  ea  de  1543. 

Cj  Son  muy  raras  las  alusiones  á  la  Celestina  en  los  eruditos  y  humanistas  de  Italia,  pero  un  I 
curioso  pasaje  de  Giraldi  Cintio  parece  indicar  que  tuvo  imitadores:  «In  questo  errore  mi  pare  che  ! 
))tiascorresse  1'  autore  della  Celestina  spaguuola,  mentre  volle  ella  imitare  la  comedia  archea,  giá 
«sbaudita  C(ime  biasimevole  da  tutti  i  teatri;  ne  puré  incorse  in  questo  errore,  ma  in  molti  altri,  non 
Bsolo  neir  arte  ma  nel  decoro  ancora,  degni  da  essere  fuggiti  da  chi  lodevolmente  scrive,  ancora 
Dche  non  vi  siano  mancati  di  qiielU  che  la  si  hanno  proposta  jier  esenipio,  intendendo  piíl  a  quei  giuochi 
»spagnoIi,  che  alia  convene volezza  della  favola».  i ! 

El  error  que  achacaba  Giraldi  Omthio  al  autor  de  la  Celestina  era  que  dejaba  demasiado;^ 
patente  el  artificio  dramático:  «portando  negli  occhi  e  nelle  orecchie  degli  ascoltanti  1'  artificio,  il  >  < 
»quaie  vuole  ossere  celato  sotto  il  naturale,  che  altrimenti  di  viene  egii  tedioso  e  spiacevole».  I 

Scritti  Estetici  di  Giamhuttista  Giraldi  Cintio  (Milán,   18G4,  en  \&  Biblioteca  Rara  dé  Daélli)  i 'i 

tomo  II,  Discorso  ovvero  Lettera intorno  al  comporre  delle  Comedie  e  delle  Tragedle  (escrito  en¡  e 

1543),  pág  99.  :' 

En  otro  lugar  de  la  misma  disertación,  desgraciadamente  mutilado  por  la  cuchilla  del  encua-l  i 
dernador  en  el  ejemplar  de  la  Biblioteca  de  Ferrara  que  ha  servido  de  texto  para  ésta  (pág.  31). |  ; 
vuelve  á  insistir  Giraldi  Cintio  en  la  peregrina  idea  de  considerar  como  imitador  de  la  antiguti  j 
comedia  ateniense  (que  es  la  que  llama  comedia  archea)  á  Fernando  de  Hojas,  que  seguramente  nc  i 
conocía  á  Aristófanes  ni  tiene  con  él  ningún  punto  de  contacto:  «delle  quali  convenienze  é  statd  ( 
»iraitatoiesovia  tutti  gli  altri  1' autore  della  Celestina...» 

(2)  Orígenes  de  la  novela,  tomo  II,  pp,  LXXXV  y  LXXXVI.  ;     ; 


INTRODUCCIÓN  cxxxi 

>  Quién  da  de  contino  que  hazer  á  los  armeros?  Quién  destroza  la  mala  y  fina?»  (sic^  por 
malla  fiua),  etc.,  etc.  ('). 

De  la  traducci»3n  italiana  procede  la  muy  famosa  alemana  de  Máximo  "Wirsiing, 
publicada  en  Ausburgo  en  1520  y  reimpresa  con  algunos  cambios  en  1538;  ediciones 
rarísimas  entrambas  y  cuyo  precio  se  acrecienta  por  los  artísticos  grabados  en  madera 
do  Hans  Burgmair,  célebre  colaborador  de  Alberto  Durero  {}).  Es  bajo  todos  aspectos  un 
hermoso  libro  del  Kenacimiento,  del  cual  España  carecería,  probablemente,  si  algún  anti- 
guo jesuíta  alemán  no  hubiese  traído  el  ejemplar  que  se  conserva  en  la  Biblioteca  de  los 
Estudios  de  San  Isidro  {^).  Tenía  Max  Wirsung  veintiún  aiíos  cuando  publicó  su  traduc- 
ción, que  dice  hecha  del  «lombardo»  (Innibardisch  welseh),  lo  cual  indica  que  trabajó 
sobre  una  de  las  dos  ediciones  de  Milán,  1514  ó  1515,  á  no  ser  que  considerase  como 
parte  de  Lombardía  á  Venecia,  donde  declara  haber  pasado  algunos  años  y  adquirido  el 
conocimiento  de  la  lengua.  En  la  dedicatoria  á  su  primo  Ernesto  Mateo  Langen  de 
Wellenburg,  que  termina  recomendándose  á  la  benevolencia  del  Cardenal  arzobispo  de 
Salzburgo,  repite  con  otras  palabras  las  prevenciones  de  Rojas  sobre  el  fin  moral  del 
libro  y  sobre  su  carácter  mixto  de  trágico  y  cómico:  «Tragedia,  como  tú  sabes,  es  un 
» género  que  tiene  alegre  comienzo  y  término  triste.  Tal  es  el  presente  libro.  También  se 
»le  puede  llamar  comedia,  poj-que  nos  muestra,  entre  burlas  y  veras,  unos  amores  de  dos 
^jóvenes  que  se  valen  do  sus  criados  y  doncellas;  y  describe,  en  especial,  la  perversa 
» seducción  de  rufianes  y  alcahuetas,  y  otros  diferentes  lances  y  negocios  de  los  hom- 
»bres...  Te  envío  esta  tragedia,  querido  primo,  como  un  presente  muy  adecuado  á  tu 
»  florida  edad  y  á  la  mía,  pues  aquí  podemos  aprender  lo  que  por  experiencia  no  sabe- 
»mos  todavía,  y  librarnos  del  peligroso  mar  de  las  sirenas  y  desconfiar  de  las  malas 
» mañas  de  los  falsos  servidores  y  de  las  engañosas  palabras  de  las  viejas  hechiceras, 
>que  quieren  arrastrarnos  á  la  relajación  y  hacernos  perder  la  flor  de  la  juventud,  que 
» nunca  se  recobra,  y  enajenarnos  de  la  voluntad  propia  y  convertirnos  en  siervos  de 
»la  ajena»  (*). 

La  traducción  está  hecha  con  el  mismo  candor  del  prólogo,  y  con  gran  viveza  y 
frescura,  según  declaran  los  críticos  alemanes.  No  podía  ser  enteramente  fiel  no 
siendo  directa,  pero  la  versión  italiana  que  le  sirvió  de  norma  es  poco  más  que 
un  calco.  Wirsung  procede  con  libertad  de  artista,  y  según  el  genio  de  la  lengua 
en  que  escribe,  añade  ó  modifica  algunos  pasajes,  pero  ninguno  es  de  verdadera  im- 

(')  Angélica,  Comedia  di  Fahritio  de  Fornaris  napoletuno,  delto  II  Capiíano  Coccodrillo,  Cómico 
confidente,  In  Parigi^  appreaxo  Abel  V  Angelier,  1585. 

Sobre  el  tipo  del  capitán  español  en  la  comedia  italiana,  y  sobre  la  Celestina  en  Italia,  deben 
leerse  las  dos  memorias  presentadas  á  la  Academia  Pontaniana  por  el  ilustre  napolitano  B.  Croce 
{Ricerche  Tspano-Iluliune,  I  y  II.  Ñápeles,  1890)  y  el  erudito  artículo  de  A.  Farinelli,  Sidle  Ricerche 
di  Benedetto  Croce  (en  la  Rassegna  Bibliográfica  della  Letterutura  Italiana.  Pisa,  año  7.",  1899). 

(*)  Kstas  ilustraciones,  apenas  conocidas  en  España,  y  que  son  realmente  de  Ilans  Burgniayr, 
Sénior  (1473-1532),  y  no  de  su  hijo,  artista  muy  inferior  á  él,  pueden  verse  en  la  obra  de  Jorge 
Hortli,  Les  Grands  Illastrateurs  (I,  N.os  8-25),  y  en  la  Zeitschrift  fiir  Bildende  Kunst,  de  Lützkow, 
1881,  vol.  XIX,  pág.  .302. 

(_')  Eitá  perfectamente  descrito  y  estudiado  á  fondo  en  un  artículo  de  D.  Lorenzo  González 
Agejas  publicado  en  La  España  Moderna,  julio  de  1894,  pp.  78-103. 

(*)  Abrevio  este  prólogo,  que  puede  leerse  íntegro  en  los  Studien  de  Wolf  (pág.  300)  ó  en  la 
traducción  que  de  ellos  ha  hecho  el  Sr.  Unamuno  (tomo  I,  pág.  330). 


íi 


cxxxn  orígenes  DE  LA  NOVELA 

portancia,  más  que  las  pocas  palabras  puestas  como  conclusión  del  acto  XXI  j  de  toda 
la  obra.  Sabido  es  que  en  el  orif^inal  se  cierra  con  la  lamentación  de  Pleberio  y  el  in 
hac  lachrimarum  valle^  que  falta,  por  cierto,  en  las  ediciones  de  1499  y  1501.  A¥ir- 
sung  da  más  animación  dramática  al  ñual  y  hace  intervenir  en  el  diálogo  á  la  madre 
de  Melibea  ('). 

A  pesar  de  su  excelencia  literaria,  esta  traducción  cayó  muy  pronto  en  olvido, 
puesto  que  sólo  una  vez  fuó  reimpresa  ('^).  Es  enteramente  inverisímil  que  Goethe  la 
conociera.  Si  Marta  hace  pensar  en  Celestina,  y  las  escenas  de  la  seducción  de  Marga- 
rita evocan  las  del  jardín  de  Melibea,  es  por  una  coincidencia  remota  y  casual.  El 
romanticismo  alemán  fué  el  que  desenterró  la  obra  de  Wirsung,  diciendo  de  ella,  por 
boca  de  Clemente  Brentano,  en  una  de  sus  cartas  á  Tieck:  «Es  tan  original,  tan  llena 
»de  vida,  tan  propia  en  el  lenguaje,  que  jamás  he  visto  cosa  igual;  hacer  una  traduc- 
»ción  mejor,  es  completamente  imposible»  {^). 

i^o  debió  de  pensarlo  así  Eduardo  de  Bulow,  quien  en  1843  publicó  una  nueva  Ce- 
lestina traducida  del  original,  que  Wolf  declara  estar  hecha  con  la  mayor  precisión  y 
elegancia  posibles,  aunque  el  mismo  traductor  reconoce  que,  por  acomodarse  al  gusto 
de  su  nación,  tuvo  que  hacer  una  «seca  atenuación  germánica»  do  ciertos  discursos  y 
expresiones  demasiado  libres. 

No  puedo  asegurar,  por  no  haber  tenido  ocasión  de  verla  nunca,  si  la  primera  y 
rarísima  traducción  fi;ancesa  de  1527,  reimpresa  en  1529  y  1532,  procede  del  original 
ó  de  la  italiana  de  Ordóñez,  pero  no  cabe  duda  que  á  ésta  se  atiene  el  segundo  traduc- 
tor Jacques  de  Lavardin,  Señor  de  Plessis  Bourrot,  en  Turena,  á  quien  su  padre  confió 
el  encargo  de  ponerla  en  su  lengua  para  «beneficio  singular»  de  sus  hermanos,  por  ser 

(')  Véase  este  trozo,  traducido  por  el  Sr.  Agejas,  remedando  el  liipérbaton  antiguo: 

«Plebei'io. — Corre,  oh  Lucrecia,  corre  y  trae  presto  agua  con  que  reviva  el  aletargado  espíritu 
i>de  esta  mujer  mía!  ¡oh  Alisa,  da  á  ti  algún  consuelo  á  ün  de  q'ie  mi  lastimada  vida  conserve; 
»causa  no  des  á  que  mi  alma  tan  infeliz  prontamente  de  mí  salga! 

•»Alisa. — ¡Ay,  ay,  desconsolada  mujer!  ¡Ah!  ¿qué  mi  muerte  desvia  ó  qué  mi  espíritu  retiene  en 
»este  cuerpo  lleno  de  todo  dolor?  ¡Oh,  tú  ha  poco  eras  mi  hija!  ¡Mísera  yo,  que  para  tan  gran  pesar 
«nuestro  la  vida  te  diera,  para  ver  agora  esta  tu  lamentable  muerte! 

j)P/e&er¿o.— Levántamela,  Lucrecia,  y  ayúdame,  que  de  aquí  la  aparte  y  la  Heve  á  nuestra 
ucámara,  donde  ambos  angustiado  el  corazón  esperemos  nuestro  tin  contemplando  á  nuestra  hija, 
pmientras  consideramos  lo  que  hacerse  haya  de  su  noble  cuerpo». 

(*)  Tantc  la  primera  edición,  de  1520,  como  la  segunda,  de  1533,  también  de  Ausburgo  (únicas 
que  hasta  ahora  se  conocen),  eran  ya  rarísimas  en  el  siglo  xviii.  No  quiere  esto  decir  que  las  ignora- 
sen algunos  curiosos  eruditos.  En  una  obra  reciente,  de  gran  trabajo  y  erudición,  donde  es  lástima 
que  investigaciones  nuevas  y  sólidas  estén  mezcladas  con  acerbas  notas  de  agresión  personal  contra 
hispanistas  muy  beneméritos  (Contrlhuüons  ¿i  V  étude  de  I'  Hispanisine  de  G.  E.  Lessinr/,  p.  Camilo 
Pitollet,  Paris,  Alean,  1909,  pp.  22 1-224),  se  menciona  un  artículo  sobre  la  Celestina  de  Wirsung, 
incluido  por  el  famoso  preceptista  clásico  Gottsched  en  su  NotJihjer  Vorraih  zur  Geschichte  der 
deutschen  dramatischen  dichtkunst  (Leipzig,  1757,  pp.  52  y  ss.),  y  citas  de  menos  importancia  en  otros 
compiladores,  como  Loven. 

(^j  Briefe  an  Ludwig  Tieck,  ausgewdhlt  und  herausgegehen  von  Karl  von  Holtei,  Breslau,  1864, 
tomo  I,  pág.  106-107,  sexta  carta  de  Brentano  á  Tieck,  sin  fecha. 

Sobre  la  traducción  de  Wirsung  véanse  especialmente  la  tesis  de  Guillermo  Fehse:  CrisiofUi 
Wh-sung  deutsche  Celestinaühersetz ungen  (^Hallische  Inaug.  Dissertation.  Halle,  1902),  y  la  recensión 
de  Arturo  Farinelli  en  la  Deutsche  Literaturr.eitiivg  de  1.°  de  noviembre  del  mi>mo  affo,  sin  olvidar!  ■> 
otra  del  mismo  Farinelli  sobre  el  libro  de  Adam  Schneider  Spumens  Anteil  an  der  Deutschen  Litera- 


IXTRODUCCIÓX  cxxxiii 

«uu  claro  espejo  y  virtuosa  doctrina  que  enseña  á  gobernarse  bien  en  los  casos  de  la 
vida»  (').  Como  se  ve,  la  ejemplaridad  de  la  tragicomedia  tenía  muchos  partidarios 
y  las  declaraciones  de  Rojas  se  tomaban  al  pie  de  la  letra.  Wirsuug,  Gaspar  Barth  y  Salas 
Barbadillo  dicen  en  sustancia  lo  mismo,  pero  ninguno  de  ellos  era  padre  de  familia 
como  el  viejo  caballero  do  Turena,  lo  cual  da  más  peso  á  su  testimonio,  que  hoy  nos 
parece  tan  extraordinario  (-). 

Esta  versión  hecha  en  la  sabrosa  lengua  del  siglo  xvi  tuvo  tres  ediciones,  la  pri- 
mera de  París  en  1578  y  las  dos  siguientes  de  Ruán  en  1598  y  1599.  La  interpreta- 
ción francesa  que  acompaña  al  texto  castellano  en  la  edición,  también  de  Ruán, 
de  1633,  está  hecha  directamente  del  castellano,  pero  vale  poco.  A  todas  las  antiguas 
supera,  y  es  sin  duda  una  de  las  mejores  traducciones  de  la  Celestina^  la  que  Germond 
de  Lavignc  publicó  en  1841  y  reimprimió  con  algunas  enmiendas  en  1873  (3).  El  en- 
saf/o  histórico  qac  \c\  precede  contiene  graves  errores,  lo  mismo  que  las  notas;  pero 
tiene  Germond  de  Lavigne  el  mérito  de  haber  sido  uno  de  los  primeros  que  reconocie- 
ron la  unidad  de  la  obra  y  la  atribuyeron  totalmente  á  Fernando  de  Rojas.  Sus  conoci- 
mientos en  historia  literaria  eran  superficiales  y  confusos,  pero  entendió  y  tradujo  bien 
ciertas  obras,  sobre  todo  la  Celestina^  que  admiraba  con  franqueza. 

No  ha  tenido  la  Celestina  acción  directa  sobro  la  literatura  de  nuestros  veci- 
nos, pero  se  encuentra  mencionada  en  varios  autores  del  siglo  xvi,  el  más  an- 
tisruo  Clemente  Marot: 


tur  des  16  iinrl  17  Jahrhunderts  (Strasbnrgo,  189^),  publicuda  en  !u  Zeitschrift  f'dr  v^rgleicTiende  Li- 
teraturgeschichte  de  Kocli  (forero  de  1900). 

Sclineider  habla  poco  y  mal  de  la  Celestina  (p.  277)  y  da  por  desconocido  el  noi.ibre  del  traduc- 
tor alemán. 

(*)  «Depuis  qiielques  mois  que  ie  me  suis  trouué  1'  esprit  libre,  et  de  repos,  aprés  1'  heureuse 
»fin  des  tronbles  et  miserea  coiümunes  de  ce  Royanme  (escribía  en  lí78)  qui  durant  le  conrs  de 
»tant  de  tristes  années  m'  avoyent  ;i  mon  tres  grand  regret  desrobbé  l'esperance  de  plus  frequenter 
»ces  bonnes  lettros:  ie  m'estoia  vn  jour  mis  en  opinión  de  visitar  encoré  les  muses  de  mon  cabinet, 
»comme  y  estans  de  retour  apres  un  si  long  et  ennnyeux  exil.  Et  íi  cet  effet  remuant  mes  livres 
«encoré  toiis  noiriz,  de  bonne  rencontre  m'en  tomba  un  entre  mains,  intitulé  Tragicoinedie  de 
:»Celest¡ne,  traduicte  iñcce  de  langue  caatillane  en  Italien.  Lequel  soudain  par  moy  recognen,  ponr 
íautrefois  m'auoir  esté  donné  par  deffnnct  monsieur  nostre  pere  (que  Dieu  absolue)  a  mon  premier 
íretour  d'  Itaiie,  note  de  sa  main,  és  endroits  plus  memorables  (comme  il  estait  I'un  des  plus 
»practics  gentiis  homnies  de  son  temps  esdictes  langues,  et  de  non  moindre  iugement,  ponr  le 
DCOntinuel  raaniement  des  grands  affaires,  ou  il  a  esté  einployé  jusques  á  son  extren)e  vieiilesse) 
»me  reniist  en  memoire  la  recommandation  que  ce  bon  et  prudent  pere  m'en  avait  faicto;  m'enjo- 
•gnant  par  exprés  de  la  communiquer  en  nostre  langue  iV  vous  tous  aussi  ses  enfans,  pour  uotre 
»b¡en  singulier.  Car  c'est  á  la  verité,  un  clair  mirouer  et  vertueuse  doctrine  ü  se  bien  gouuerner  .... 
»oü  ie  recontray  en  son  gentil  subiect,  tel  conten temeiit,  qnoy  que  fort  mal  correct,  faute  de  la 
«impression,  que  ie  ne  me  peu  contenir  de  le  relire  plusieurs  fois » 

El  libro  está  dedicado  á  Juan  de  Lavardin,  Abad  de  L'  E-toile,  y  Antonio  de  Lavardin,  Señor 
<\('  Rennay  y  Boessoy,  hermano  del  traductor. 

(-)  Lavardin  dice  en  e¡  prefacio  de  su  versión  aqu'  ¡I  l'a  repurgée  de  plusieurs  endroits  sean- 
■daleux  qui  pouvaient  offenaer  les  religieuses  oreilies».  Pero  ninguno  de  los  trozos  realmente 
t-^candalosos  de  lá  Celestina  ha  sido  expurgado  por  el  traductor.  Todo  se  "aduce  á  haber  pne.-to 
<  fficier  en  vez  de  (ífraile»,  gros  officier  en  vez  de  fccanóiiigo»  y  otras  cosas  por  el  estilo. 

(')  Sobre  eata  segunda  edición  véase  un  artículo  del  conde  de  Puyinaigre  en  la  lievve  Critique 
d'His^oire  et  de  Littérature  fn.o  19,  9  de  ma^o  de  1874). 


cxxxiv  ORÍGENES  DE  LA  NOVELxV 

Or  ^.a,  le  livre  de  Flammete, 
Formosum  Pastor^  «Celestine», 
Tout  cela  est  bonne  doctrine 
Et  n'y  a  rien  de  deffendu  (') 

Buenaventura  Desperiers,  en  el  cuento  dócimosexto  de  sus  Noiivelles  Récrécttions 
et  Joyeux  Devis,  la  cuenta  entre  las  lecturas  favoritas  de  los  elegantes  dé  París:  «Et 
avec  cela  il  avoit  leu  Bocace  et  Celestine»  (^). 

Cuando  se  lee  la  famosa  Macette  de  Maturino  Regnier,  que  Sainte  Beuve  llamaba 
«-nieta  de  Patelin  j  abuela  de  Tartuffe» ,  nos  sentimos  inclinados  á  emparentaría  con 
la  madre  Celestina.  En  el  fondo,  la  sátira  del  poeta  francés  no  es  más  que  una  imita- 
ción de  la  elegía  de  Ovidio  sobre  Dipsas^  cuyos  principales  rasgos  conserva  y  traduce 
libremente.  Pero  suprime  uno,  el  de  la  magia,  y  añade  otro,  el  de  la  hipocresía.  Creo 
que  éste  ha  sido  tomado  de  las  costumbres  de  su  tiempo,  sin  ningún  intermedio  litera- 
rio. Celestina  conviene  con  Macette  en  lo  que  una  y  otra  tienen  de  Dipsas  y  de  Acan- 
this^  pero  Macette  es  muy  poca  persona  al  lado  de  Celestina.  Macette  es  gazmoña  y 
beata,  afecta  una  devoción  fingida  para  encubrir  sus  malas  artes.  También  Celestina 
tiene  sus  devociones,  y  de  ellas  se  vale  para  sus  añagazas;  pero  escarbando  en  el  fondo 
de  su  alma  se  encuentra,  no  una  ruin  y  apocada  mojigatería  ó  tartufísmo^  sino  una 
cínica  Y  monstruosa  confusión  de  lo  religioso  y  lo  diabólico.  La  hipocresía  de  Macette 
es  epidérmica;  á  la  de  Celestina  ni  aun  el  nombre  de  hipocresía  le  cuadra,  porque  se 
trata  de  algo  mucho  más  tenebroso  y  espantable. 

De  todos  modos,  la  sátira  de  Regnier  prueba,  aunque  por  otro  camino,  la  influencia 
española  en  Francia: 

Elle  lit  Saint  Bernard,  la  Guide  des  Pecheurs, 
Les  Meditations  de  la  Mere  Therese...  (^). 

Fué  la  Celestina  el  primer  libro  español  traducido  al  inglés,  aunque  en  detestables 
condiciones.  Se  trata  de  una  adaptación  en  pésimos  versos,  publicada  por  los  años  de 
1530,  y  atribuida  por  algunos  á  Juan  Rastell,  del  cual  sólo  consta  que  la  hizo  impri- 
mir. Comprende  únicamente  los  cuatro  primeros  actos  y  está  hecha  sobre  la  versión 
italiana  de  Ordóñez   (^).  Consta  también  que  en   5  de  octubre  de  1598,   un  cierto 

(')   En  la  poesía  titulada  Du  coq  a  V  asne.  A  Lyon  Jamet  (1535). 

Vid.  Oeuvres  completes  de  Clément  Murot  (ed.  Jannet),  tomo  I,  pág.  224. 

(^)  Nouvelles  Récreathm  et  Joyeux  Dev'ts  de  B.  des  Periers,  ed.  Jouaust.  Paris,  1874,  pág.  85. 
«Et  puÍ8  il  avoit  roduict  en  nieinoire  et  par  escript  les  nises  plu8  singnlieres  que  les  femmes  inven- 
Dtent  pour  avoir  leiir  plaisir   II  s9avoit  coniine  les  femmes  font  lea  nialadea,  comme  elles  venteo 
))vendanges,  comine  parlent  íi  leiirs  arais  qui  viennent  en  mas  ]up,  comme  elles  s'  entrefont  faveur     i 
»soubz  onibre  de  parentage.  Et  avec  cela  ii  avoit  leu  Bocace  et  Celestine».  '  ' 

(3)  Oeuvres  de  Math.  Regnier,  ed.  Delarue,  pág.  121. 

(*)  A  new  comedy  in  English  in  manner  of  an  interlude  riglit  ehgant  and  full  of  craft  ofrhetoric: 
wherein  ts  shewed  and  described  as  well  the  heauly  and  guod  properties  of  ivoinen^  as  their  vices  ánd 
evil  conditions  with  a  moral  conclusión  and  exhortatiou  to  virlue.  John  Rastell  me  imprimi  fecit.  Cum 
privilegio  regali  (Folio,  let.  got.). 

El  único  ejemplar  conocido  di-  esta  obra  pertenece  á  la  Biblioteca  Bodleyana  de  la  Universidad 
de  Oxford.  Está  reimpresa  en  <íA  Select  Collection  of  Oíd  English  Plays,  originully  puhlished  hy     >-^ 
Rohert  Dod»ley  in  ihe  year  1744,  reimpresa  por  cuarta  vez  en  Londres,  1872,  tomo  T,  pp.  63-92,        I    ^ 


INTRODUCCIÓN  cxxxv 

William  Aspley  solicitó  y  obtuvo  privilegio  para  imprimir  luia  obra  titulada  The  Tra- 
gicke  Comedije  of  Celestina,  pero  no  queda  de  ella  más  noticia  ('). 

Apareció,  por  fiu,  en  1631,  The  Spanish  Baicd,  de  Jamos  Mabbe,  «el  mejor  tra- 
» ductor  que  ha  tenido  la  lengua  inglesa,  á  excepción  de  Eduardo  Fitz-Gerald» ,  según 
el  parecer  de  Fitzmaurice-Kolly.  Mabbe,  que  no  sólo  tradujo  la  Celestina^  sino  El  Picaro 
Qiixmán  de  Mfarache^  algunas  de  las  novelas  de  Cervantes  y  un  tomo  de  sermones  del 
padre  Cristóbal  Fonseca;,  era  un  conocedor  eminente  do  nuestra  lengua  y  un  prosista 
clásico  en  la  suya.  Desde  1611  á  1613  había  vivido  en  Madrid,  como  secretario  del 
embajador  Sir  John  Digby,  después  Conde  de  Bristol,  y  á  su  vuelta  á  Inglaterra  prosi- 
guió cultivando  sus  aficiones  hispánicas,  en  que  le  estimulaba  y  acompañaba  su  amigo 
el  profesor  de  Oxford,  Leonardo  Digges,  excelente  'traductor  de  El  Español  Gerardo. 

La  versión  de  la  Celestina  se  publicó  anónima,  pero  la  dedicatoria  va  firmada  por 
Don  Diego  Puede-ser^  juego  de  palabras  con  que  Mabbe  quiso  disimular  su  nombre  li- 
geramente alterado:  James  Maij-be.  A  diferencia  de  otros  traductores  confiesa  ingenua- 
mente que  la  Celestina  es  un  libro  nonsine  scelere^  pero  que  puede  tener  utilidad:  no)i 
sine  utilitate.  «La  heroína  es  mala,  pero  sus  preceptos  son  hermosos;  sus  ejemplos  son 
»  perversos,  poro  su  doctrina  es  buena;  su  traje  es  roto  y  andrajoso,  pero  su  mente  está 
»  enriquecida  con  muchas  sentencias  de  oro»  (-).  Y  prosigue  haciendo  en  estilo  ligera- 
mente etifaistico  una  gran  ponderación  de  los  méritos  de  la  obra:  «Aquí  encontraréis 
»  sentencias  dignas  de  ser  escritas,  no  en  frágil  papel,  sino  en  cedro  ó  en  perenne  ciprés; 
»no  con  pluma  de  ánsar,  sino  con  la  del  Fénix;  no  con  tinta,  sino  con  bálsamo;  no  con 
» letras  negras,  sino  con  caracteres  de  oro  y  azul;  sentencias  dignas  de  ser  leídas,  no 
;>sólo  por  el  lascivo  Clodio  ó  el  afeminado  Sardanápalo,  sino  por  los  más  graves  Cato- 
»nes  ó  severos  estoicos».  «No  se  me  oculta  (añade)  que  este  libro  tendrá  algunos  de- 
» tractores,  que  como  perros  que  ladran  por  costumbre,  condenarán  toda  la  obra,  sola- 
»  mente  porque  alguna  frase  de  ella  es  más  obscena  que  lo  que  tolera  el  estilo  culto  y 
»  urbano;  lo  cual  yo  no  he  de  negar,  aunque  esos  pasajes  están  escritos  para  reprender 
»el  vicio,  no  para  insinuarle.  No  veo  razón  para  que  se  abstengan  de  leer  una  gran 
» cantidad  de  cosas  buenas  porque  tengan  que  entresacarlas  de  las  malas.  Que  no  se 
»ha  de  desdeñar  la  perla,  aunque  se  pesque  en  agua  turbia,  niel  oro,  aunque  se  arran- 
»que  de  una  mina  infecta...» 

Después  de  haber  comparado  á  los  tales  detractores  con  el  escarabajo  de  la  fábula, 
dice  que  cuantos  sabios  han  podido  leer  la  Celestina  en  su  lengua  la  han  estimado  como 
«el  oro  entre  los  metales,  como  el  carbunclo  entre  las  piedras  preciosas,  como  la  palma 
» entre  los  árboles,  como  el  águila  entre  los  pájaros  y  como  el  Sol  entre  las  luminarias  in- 
»feriores;  en  suma,  como  lo  más  escogido  y  lo  más  excelente.  Pero  así  como  la  luz  del 
»gran  Planeta  ofende  á  los  ojos  enfermos  y  conforta  á  los  sanos,  así  la  Celestina  puede  ser 
»un  veneno  para  los  que  tienen  el  corazón  dañado  y  profano,  pero  para  los  ánimos  castos 
»y  honestos  es  un  preservativo  contra  tantos  escándalos  como  ocurren  en  el  mundo»  (3). 

(•)  Garrett  Underhill  (John),  Spanish  Literaiure  in  tlie  England  of  the  Tudovs,  New  York,  1899, 
página  402. 

(')  «Her  li£e  is  foule,  but  her  Precepts  faire;  lier  example  naught,  but  Iier  Doctrine  good;  her 
íOOite  ragsfed,  but  her  mind  inriclied  with  many  a  golden  aentence»  (P.  3  de  la  reimpreHÍón). 

(*)  ííYét  tiiey  tliat  are  learned  in  lier  language,  have  esteeiued  it  (in  comparisoa  o£  others)  as 
»Gold  ainongst  naetalle,  as  tliy  Carbuncle  anaongst  etonee;  as  the  Roee  anriongst  flowerd;  as    the 


cxxxvi  orígenes  de  LA  NOVELA 

Mabbe,  que  nunca  fué  puritano,  defiende  en  este  notable  prólogo  la  legitimidad  de 
las  representaciones  del  mal,  así  en  Pintura  como  en  Poesía:  <i~Non  laudare  rem  sed 
Aartem:  no  se  aplaude  la  materia  de  la  imitación,  sino  la  pericia  j  destreza  del  artista 
>>que  ha  representado  tan  al  vivo  el  objeto  que  se  proponía.  De  parecido  modo,  cuando 
» leemos  las  viles  acciones  de  rameras  y  rufianes  j  su  bestial  modo  de  vivir,  no  las 
> aprobamos  por  buenas  ni  las  aceptamos  por  honestas,  pero  admiramos  el  juicio  de 
»los  autores  que  han  desarrollado  su  ai-gumento  de  un  modo  tan  propio  y  adecuado  á 
>kis  caracteres    (*). 

Recuerda  el  ejemplo  de  los  lacodemonios,  (jue  emborrachaban  á  sus  esclavos  para 
hacer  aborrecible  la  embriaguez,  y  aconseja  al  lector  de  la  Celestina  que  imite   «al 

>  generoso  corcel  que  se  solaza  donde  haj  dulce  y  saludable  pasto,  y  no  al  perro  ham- 

>  briento,  que  agarra  y  despedaza  sin  elección  todo  lo  que  encuentra  en  su  camino»  • 
En  suma,  recomienda  la  Celestina^  pero  no  sin  distinción  á  toda  clase  de  personas. 

Su  traducción  es  clásica  y  maestral,  á  juicio  de  los  críticos  ingleses,  y  en  nada 
adolece  del  conceptismo  y  culteranismo  que  campean  en  sus  prólogos.  El  docto  hispa- 
nista Fitz-Maurice  Kelly,  que  ha  hecho  de  ella  una  lindísima  reimpresión  (-),  dice  en 
su  prólogo  que  «mucho  del  vigor,  de  la  pasión  y  del  fuego  de  Rojas,  y  mucho  tam- 
bién de  aquella  gravitas  et  probitas  que  en  él  reconocía  Barth,  han  pasado  á  la  copia,  y 
si  sus  colores  no  son  siempre  los  mismos  del  original,  ostentan  sin  embargo  no  común 
brillantez  y  belleza» .  «La  fina  sencillez,  el  ritmo  y  la  música  de  esta  versión,  la  am- 
plitud y  la  urbanidad  del  estilo,  llevan  el  sello  de  la  edad  heroica  de  la  prosa  inglesa. 
Ningún  escritor  de  su  tiempo  le  aventajó  en  la  descripción  directa,  ninguno  tuvo  mejor 
oído  para  la  cadencia  de  la  frase» . 

))Pahne  amongst  trees;  as  the  Eagle  amongst  Birda;  and  as  tlie  Sunne  amongst  Liglits;  In  a  word, 
»as  the  choicest  and  cliiefest.  Btit  as  the  light  of  tlie  great  Planete  doth  hurt  sore  eies,  and  comfort 
))tho8e  that  are  sound  of  sight:  So  the  reading  of  Celestina,  to  those  that  are  prophane,  is  a  poyson 
))to  their  hearts;  but  to  tlie  chaste,  and  honeste  minde,  a  preservative  against  such  inconveniences 
»a8  occurre  in  the  world»  (P.  7). 

O  «And  for  mine  owne  part,  I  am  of  opinión  that  Writers  luay  as  well  be  borne  withall,  as 
)>Painters,  who  now  and  then  paint  thoae  actions  that  are  absurd.  As  Timomachus  painted  Medea 
»k¡ll¡ng  her  children;  Orestes,  murthering  his  moiher  Theo,  and  Parrasius;  Ulj'ses  counterfeited 
«madnes,  and  Cherephanes,  the  immodest  imbracements  of  woinen  wit  men  wliich  the  spectators 
)>behoUling,  doe  not  laucljire  rem,  sed  artem;  not  commend  tiía  matter  which  is  e.xprest  in  imitation» 
))but  the  Arl  and  skill  of  the  workeman,  wich  hath  so  lively  represented  wat  is  proposed.  In  like 
Dsort,  when  \ve  reade  the  filliiy  actions  of  wliores,  tlieir  wicked  conditions,  and  beastly  behaviour, 
»we  are  neither  to  approve  them  as  good,  ñor  to  imbrace  them  as  honest,  but  to  commend  the 
))Autlior8  judgement  in  expressing  his  Argument  so  fit  and  pat  to  their  dispositions»  (Pág.  7). 

(*)  En  la  colección  de  Henley  The  Tudor  Translations  (t.  VI). 

Celestina  or  the  tragiche-cornedy  of  CaUsto  and  Melibea  englished  from  the  spanis  of  Fernando 
de  Rojas  hy  James  Mahbe  anno  1631  with  an  Introduetion  hy  lames  Fitzmaurice-Kelly .  London, 
published  hy  David  ISluit 1894. 

El  prólogo  (en  36  páginas)  es  una  de  las  mejores  'apreciaciones  críticas  que  conocemos  de  la 
Celestina.  El  Sr.  Fitmaurice  Kelly  ha  tratado  con  predilección  de  esta  obra  maestra,  no  sólo  en  estas 
páginas,  escritas  con  mente  artística  y  fino  gusto,  sino  en  las  varias  ediciones  de  su  Manual  de  Lite- 
raiura  Espartóla  {}.^  ed.  inglesa  en  1898,  traducción  castellana  de  Bonilla  en  1902,  traducción  fran- 
cesa 'le  Davray  en  1904),  y  en  un  interesante  artículo  bibliográfico  en  la  Revista  Critica  de  Historia 
y  Literatura  Españolas  (febrero  de  1896),  con  ocasión  del  insignificante  libro  de  don  J.  de  Sora- 
villa  (Rodrigo  Cota  y  Fernando  Rojas,  La  Celestina Juicio  crítico  de  la  obra.  Madrid,  1895). 


INTRODUCCIÓN  .xxxvii 

Solameute  de  la  fidelidad  podemos  juzgarlos  espafioles,  y  liay  que  reconocérsela  en 
el  conjunto,  aunque  no  tanto  como  á  Ordóñez  y  á  Wiráung,  precisamente  porque 
Mabbe  hizo  una  traducción  más  literaria.  Su  propio  gusto  y  el  de  su  tiempo  le  llevaba 
á  la  amplificación,  y  parecióndole  sobria  la  Celestina^  aunque  sólo  en  apariencia  lo 
sea  O,  la  llenó  de  redundancias  y  pleonasmos.  Pero  sus  adiciones  son  meramente  ver- 
hales,  y  en  cambio  no  suprime  nada  ó  casi  nada,  cumpliendo  lealmente  sus  obligaciones 
(le  traductor,  salvo  en  un  punto  muy  curioso.  Por  escrúpulos  protestantes  evita  todas  las 
alusiones  al  culto  católico,  sustiluy^ndolas  con  disparatadas  reminiscencias  clásicas.  Así 
en  vez  de  «estaciones,  procesiones  de  noche,  misas  del  gallo,  misas  del  alma  y  otras 
» secretas  devociones»,  habla  intrépidamente  de  «los  misterios  de  Vesta  y  de  la  Buena 
» Diosa».  En  lugar  de  la  iglesia  de  Santa  María  Magdalena  cita  la  «arboleda  de  los 
mirtos»...  Un  abad  se  convierte  en  un  flamen^  las  monjas  en  Vestales  y  todo  lo  demás 
á  este  tenor.  Pere  estos  son  ligeros  ó  imperceptibles  lunares  en  una  obra  maestra  que 
honra  por  igual  á  las  literaturas  inglesa  y  española. 

Shakespeare  había  muerto  catorce  años  antes  de  publicarse  esta  versión,  j  ningún 
provecho  hubiera  podido  sacar  de  la  antigua  en  verso,  que  sólo  comprende  cuatro  actos. 
Pero  aun  admitiendo,  lo  cual  dista  mucho  de  estar  probado,  que  no  supiese  el  castellano, 
pudo  leer  la  Celestma.,  y  es  muy  verisímil  que  la  leyera,  en  la  versión  italiana,  tan 
difundida,  de  Ordóñez,  ó  en  alguna  de  las  francesas.  De  este  modo  tendrían  fácil  ex- 
plicación las  semejanzas  con  Borneo  y  Julieta^  notadas  desde  antiguo  por  la  crítica 
alemana  y  admitidas  á  lo  menos  como  posibles  por  los  hispanistas  ingleses  (-). 

Sólo  por  mera  referencia  bibliográfica  nos  es  dado  citar  las  cuatro  ediciones  en  ho- 
landés ó  flamenco  que  salieron  de  las  prensas  de  Amberes  en  155Ü,  1574,  1580  y  IGUi, 
y  pertenecen,  al  parecer,  á  dos  distintas  traducciones,  cuyo  origen  no  podemos  fijai-. 
Acaso  haya  otras  en  lenguas  vulgares,  que  no  han  llegado  á  nuestra  noticia. 

Faltaba  á  la  Celestina  la  consagración  suprema  que  un  libro  del  Renacimiento 
podía  tener:  el  ser  traducido  á  la  lengua  sabia,  y  comentado  y  puesto  en  manos  de  los 
doctos  como  un  autor  de  la  clásica  antigüedad.  Tal  fué  la  empresa  que  acometió  y 
llevó  á  término  el  célebre  humanista  de  Brandeburgo  Gaspar  Barth  (Bartlmcs),  tan  fa- 
moso por  su  ciencia  como  por  sus  extravagancias^  aunque  no  fuese  ni  con  mucho  el  pro- 
totipo del  Licenciado  Vidriera,  como  han  supuesto  ineptamente  algunos  cervantistas. 
Gaspar  Barth,  que  había  viajado  por  España  después  de  161.S,  era  el  más  ferviente  admi- 

(')  ííOur  Atiilinr  is  Imt  short,  yet  pitliy:  not  so  fnll  of  words  as  ser.se;  eacli  oíhcr  lirie,  l)ping  a 

i)^entence;nnlike  to  inany  of  your  other  Writers,who  either  witli  the  luxurynf  tlieir  plirases  or  snper- 

i      »fluity  of  figures,  or  superabundance  of  ornaments,  or  other  affected  giiildings  of  Rlietorick,  like  in- 

Bdiscreet  Cookes,  make  tlieir  nieats  eitlier  too  fcwect,  ortoo  tarte,  loo  salt,  or  too  f  iill  of  pepper»  (P.  4). 

(-)  «In  any  case  it  is  scarce  an  exagi^eration  to  say  tliat,  after  the  creation  of  Calisto  and 
))Mel¡bea,  the  appeaiancc  of  Komeoand  Jiiliet  was  but  a  question  of  time.  Wiiere  in  the  Phuitine 
"and  Terent'an  coinedy  tliere  was  appetite,  wliere  in  tlieir  late  derivatives  there  was  rank  lubricity, 
Avliere  in  the  writers  wlio  immediately  preceded  Rojas  there  were  eymbolism  and  mystica! 
^itransport,  the  CeZes^ na  strikes  the  note  of  raptare,  passion,  the  love  of  love...  .»  (Fitz-Manrice 
Kelly,  en  el  prólogo  ya  citado,  p.  XVIII). 

«If  we  did  not  know  of  the  Iialian  origin  of  Romeo  and  Julieta.,  we  niight  tliiiik  that  Sliakes- 
))peare  had  been  inspired  by  Celestina;  and,  indeed.it  ¡h  likely  tliat  he  knew  of  Mabbe's  tran>laiion 
)>of  it  in  manuscript  from  Mabbe's  friend  Brn  Jonson».  (Martin  Hume,  Spunish  ivfluence  on  Englinh 
Literature Londres,  1905,  pág.  126;. 


cxxxviii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

rador  de  nuestra  lengua  y  de  nuestra  literatura  que  puede  darse.  No  sólo  tradujo  y  pu- 
blicó en  latín  la  Celestina,  la  Diana  Enamorada  de  Gil  Polo  y  la  refundición  española 
que  Fernán  Xuarez  había  hecho  de  uno  de  los  Coloquios  del  Aretino,  sino  que  dejó 
inéditas  otras  novelas  latinizadas,  una  de  ellas  la  Diana  de  Montemayor  y  raás  de 
treinta  volúmenes  de  fábulas  milesias,  tomadas  de  varios  idiomas  ('),  entre  las  cuales 
sabemos  que  figuraban  los  Caentos  de  la  Reina  de  Navarra  y  las  Noches  de  Invierno 
de  Antonio  de  Eslava  (-).  Todo  ello  estaba  traducido  antes  de  162-i,  en  que  salió  de 
las  prensas  de  Francfort  el  PornoboscodidasdaUís  Latinas,  pedantesco  título  que  dio 
Barth  á  su  traducción  de  la  Celestina,  calificándola  desde  el  frontispicio  de  Líber 
plañe  diviniis  {^]. 

Son  tantas  y  tan  curiosas  las  especies  que  en  los  prolegómenos  y  en  las  animadver' 
siones  ó  notas  de  Gaspar  Barth  se  consignan,  y  tan  singular  la  versión  en  sí  misma, 
que  no  puedo  menos  de  detenerme  algo  en  ella,  aunque  todavía  merecen  más  amplio 
estudio  esta  y  las  demás  traducciones  latinas  que  en  el  siglo  xvii  hicieron  de  nuestras 
novelas  y  libros  de  pasatiempos  algunos  humanistas  germánicos.  Ellos  fueron  á  su 
modo  los  primeros  hispanizantes  de  su  nación. 

Precede  al  libro  una  larga  Dissertatio^  que  contiene  uno  de  los  más  interesantes  jui- 
cios que  se  han  escrito  sobre  la  Celestina.  Después  de  tratar  en  general  de  la  utilidad 
de  las  fábulas  dramáticas  y  novelescas,  que  considera  más  instructivas  y  verdaderas 
que  la  Historia  misma,  y  de  la  razón  que  el  mismo  Barth  tuvo  para  dedicarse  al  mo- 
derno hispanismo  {ad  Hispajiismum  hodíernitm),  buscando  en  ól  novedades  que  no 

(*)  «Non  .alia  itidem  rationo  parís  geriii  opus,  Geors^ü  de  Morite-Maiore,  Pastoralia,  translata 
»8iint  proximis  liis  diebiie.  Eádem  inductiia  insignia  Milenidrum  plus  qiiac  Triginta  Volumina  ex 
yiomnium.  Idioinatum  selectis  fahulis  et  Bistoriíg,  summa,  qiia  fieri  potuit  sermonís  aequahllitate  et 
y>hiluritate,  composuij)  (En  la  Dissertatio  que  precede  á  la  Celestina,  pliego  5,  hoja  4  sin  foliar). 

En  su  furor  de  traducirlo  todo  al  latín,  pensaba  hacer  la  misma  operación  con  la  Segunda 
Celestina  de  Feliciano  de  Silva,  aun  sin  iiaberla  visto  más  que  de  paso,  según  dice  en  sus  Animad- 
versiones (p.  321):  «Indicare  liic  lectori  voló  secundam  interea  dum  lianc  universi  litterati  orbis 
wplausibus  excipitiir,  Celesfinae  partem  in  Ilispania  fal>ricatam  esse,  quam  exinde  delatara  tum 
»recen8  vidi  in  munibns  egregií  viri  Sebustiani  Mederi  Brisgovii,  Illu.strisimo  tum  Principi  Badensi 
))á  Consiliis,  nunc  vero  non  iiabeo  in  potestate;  ubi  indeptus  fuero  non  dubitabo  et  illam  Latino 
»Orbi  proponere». 

(*)  «Hujus  antera  generis  fabulae  sunt  apud  Antnnium  Eslavam  in  libro  Hispánico  qui  Noches 
y)de  Invierno  inscribitur,  quaruui  nos  quasdam  etiam  indidem  in  Milesiarum  nostrarum  Narrationes 
»retulimus»  (P.  317). 

(3)  aPornoboscodidascalus  Lat'inus.  De  lenoimm,  lenarum,  conciliatricum,  servUiorum,  dolis, 
y)venejiciis,  inachinis  plusquam  diabolicis,  de  miseriis  iuvenum  incautorum  quiflorem  aetatis  Amoribus 
Mnconcessis  addicunt;  de  miserabili  singulorum  pericido  et  omnium  interitu.  Líber  ¡úane  dívinus,  Ungua 
"^Hispánica  ab  incerlo  avctore  instar  ludi  conscriptas  Celestinae  titulo.  Tot  vitae  instruendae  seníentiii, 
Mot  exemplis,figuris,  moni  lis  plenas,  ut  par  aliquid  nulli  fere  Ungua  habeat,  Gaspar  Barthius  inier 
y>exercitia  linguae  Castellanae^  cujas  fere  princeps  stilo  et  sapientia  hic  Ludas  habetur.  Latió  transcri- 
y>bebat.  Accedunt  Dissertatio  eiusdern  ad  Lectorem  cuní  Animadversionum  Commeutariolo  ítem, 
DLeandris  ejasdeiu,  et  Mas  leus  recensiti.  Francofvrti,  apad  Danielem  et  Davidem  Aubrios  et  Clemen- 
j>tem  SchUiclúum.  Anuo  M.DC.XXIV)), 

Una  interesante  noticia  bibliográfica  de  este  libro  puede  verse  en  los  Anales  de  la  literatura 
Española  del  Sr.  Bonilla  'p    167  172). 

El  Pornoboscodidascalas  es  muy  raro,  á  lo  menos  en  España.  La  Biblioteca  Nacional  no  le 
poseía  hasta  que  adquirió  los  libros  de  Gaya  igos.  Mi  ejemplar  procede  de  la  colección  de  D.  Valen- 
tín Garderera. 


JNTRODUCCION  cxxxix 

podían  ofrecer  ya  las  obras  de  grieí^os  y  latinos,  tan  familiares  á  todos  lus  eruditos, 
trata  en  particular  del  libro  que  quiso  precediese  á  todos,  porque  la  juventud  puede 
encontrar  en  él  los  documentos  más  necesarios  para  la  cautela  y  prudencia  de  la  vida- 
«Son  tantas  (prosigue)  y  tan  oportunas  y  capitales  las  sentencias  sacadas  del  misnid 
fondo  de  las  cosas,  que  quien  las  fije  en  su  ánimo  como  reglas  para  dirigir  la  vida  y 
asiduamente  las  practique,  tendrá  bastante  con  ellas  solas  para  merecer  no  vulgar  opi- 
nión de  sabiduría  entre  todos  los  buenos  jueces.  Añádase  la  excelencia  del  estilo,  que 
en  su  lengua  original  es  tan  elegante,  pulido,  exacto,  numeroso,  grave  y  venerable^  que 
según  confesión  unánime  de  los  españoles,  pocos  pueden  encontrarse  iguales  en  todo  el 
campo  de  la  literatura.  Nada  diré  de  aquel  genio  particular  que  tuvo  este  escritor  para 
caracterizar  las  personas  y  hacerlas  hablar  adecuadamente,  en  lo  cual  es  cierto  que 
supera  á  todos  los  monumentos  que  nos  han  quedado  de  la  antigüedad  griega  y  latina. 
Sus  sentencias,  que  hieren  y  penetran  con  admirable  energía  en  los  espíritus  más  vul- 
gares, como  si  para  ellos  solos  fuesen  escritos,  son  materia  de  meditación  para  los 
sabios  de  más  profunda  doctrina»  ('). 

El  humanista  alemán  reconoce  finamente,  aunque  en  los  términos  de  la  crítica  de 
su  tiempo,  aquella  especie  de  objetividad  serena,  que  es  uno  de  los  encantos  de  la  Ce- 
lestina: «Su  autor  tiene  conciencia  de  la  verdadera  filosofía,  pero  no  afecta  indignación 
alguna  contra  los  vicios,  conserva  en  todas  las  situaciones  la  tranquilidad  de  su  alma, 
va  al  fondo  de  las  cosas,  y  con  cierta  suavidad  divina  cumple  entre  tanto  su  papel  de 
castigador»  (-). 

(íaspar  Barth,  á  pesar  de  ser  humanista  de  profesión  y  haber  comentado  á  innu- 
merables autores  clásicos,  estaba  por  los  modernos  contra  los  antiguos.  El  siglo  en 
que  había  nacido  le  parecía  mucho  más  fecundo  en  ingenios  que  todos  los  anteriores, 
y  las  lenguas  modernas  mucho  más  ricas  en  obras  de  amenidad.  Pero  entre  todas  des- 
collaba á  sus  ojos  la  lengua  española,  cuya  «gravedad  y  propiedad»  se  habían  mani- 
festado en  numerosas  ficciones,  tan  útiles  como  deleitables,  que  cada  día  salían  á  luz. 
Y  si  en  otras  lenguas,  principalmente  en  la  francesa,  se  encontraba  este  género  de 
libros,  eran  trasunto  en  gran  parte  de  las  invenciones  ó  ilustraciones  de  los  españo- 

(')  ((MaUíim-js  autein  primo  islam,  qiiem  aüiim  quomlibet  interpretari,  quoriiam  et  materia  el 
j)talÍ3  est,  ut  luventus  nostra,  praecipue  in  iianc  voluptatum  partem  peccans  hinc  vel  máxime 
nnecessaria  documenta  hauriro,  vitae  caute  instituendae,  possit,  et  tot  interspersae  liuic  brevi  scripto, 
»tam  ex  medüs  rebns  petitae,  tainque  capitales,  insint  sentcntiae,  ut  qui  vel  solas  lias  animo  lixerit, 
j)et  velut  regulas  dirigendae  (praecipue  peregre  vivens)  vitae,  edidicerit,  usnque  adliibuerit,  non 
))vulgarem  sapientiae  opinionem  apud  omues  boni  iudicii  adeptiirus  certó  videatur.  Accedit,  quod 
»et  dicen  li  genus  tain  comtum,  politiini,  exactum,  nnmcrosum,  grave  atque  venerabile  est  in  sun, 
»huic  libello,  idiomate,  ut  pares  per  univerra  ejus  spatia  paucos  inveniri  consensuH  ipsorum  Hispano- 
»rum  fateatur.  Taceo  nunc  peculiarem  quemdam  Geninm,afiingendis  Personis,  quibuslibet  moribus, 
>>et  ex  his  8ermon¡l)Lis,  liuic  scriptori  datum;  a  quo  cerlé  longo  abest  quicquid  Graecornm  ant 
DLatinoruin  monumentorum  ad  nos  pervenit..  ..  Et  sententiaruui  qiiidem  ea  es",  cemitas  et  eruditio, 
íut  vu'garinm  liominum  ánimos  non  minus,  atque  si  ipsis  solis  scriptae  forent,  mirifice  penetrent, 

»et  opinione  melioris  doctrinas,  ipso  quasi  ictu   percellant Eruditorum  autem   vel  principes 

Dpenitissimie  Sapientiae  et  Antiquitatis  profundae   hic  mónita  percipient »  (Pliego  5,  hoja  2, 

sin  foliar). 

(*)  «Hoc  vult  verae  doctrinae  eibi  conscium  pectus,  nil  indignationis  in  ipsa  etiam  vitíia  sibi 
»permittere  sed  tranquillitate  animi  per  omnia  stabili  servatá,  iré  in  medias  res,  et  suavitate  illa 
ídivina,  undique  relácente,  parteis  tamen  interim  castigatoris  agerex». 


oxL  orígenes  de  la  novela 

les  (').  Entre  todas  estas  iüveuciones  el  autor  da  la  palma  á  la  Celestina^  sin  hacer 
ninguna  alusión  al  Quijote^  lo  cual  es  verdaderamente  extraordinario,  porque  desde 
1615  había  podido  leerle  completo  él  que  andaba  siempre  á  caza  de  novelas  españolas. 
Es  muy  curioso,  aunque  demasiado  largo  para  transcribirse  aquí,  lo  que  Barth 
observa  sobre  cada  uno  de  los  personajes  de  la  Celestina^  «tan  divinamente  inventados 
»(dice),  que  parece  que  el  autor  los  conoció  vivos  y  los  llamó  á  su  tribunal').  Analiza 
muy  bien  el  coloquio  de  Celestina  con  Melibea,  haciendo  notar  que  eran  superfluos 
los  encantamientos^  pues  apenas  ninguna  doncella  hubiera  podido  resistir  á  tales  asal- 
tos {^).  Toda  esta  página  es  de  una  crítica  enteramente  moderna,  á  pesar  de  la  exótica 
vestidura  que  á  su  autor  plugo  darle.  Barth  había  estudiado  profundamente  la  Celes- 
Una^  y  este  análisis  psicológico  de  los  caracteres  lo  prueba.  Su  entusiasmo  era  grande, 
pero  se  fundaba  en  razones  técnicas  que  arguyen  rara  penetración  para  un  crítico  del 

siglo  XVII. 

Barth,  como  otras  muchos,  supone  que  la  Cele.'itina  es  un  libro  de  utilidad  moral, 
pero  entiende  esta  utilidad  de  un  modo  asaz  extravagante.  No  se  trata  de  los  puros 
preceptos  de  la  Ética,  sino  de  cierta  sabiduría  práctica  y  mundana,  llevada  á  tan  alto 
punto,  que  quien  posea  afondo  este  libro  no  podrá  ser  engañado  por  nadie,  triunfará  de 
todos  sus  adversarios,  ganará  amigos  y  los  conservará;  todo  el  mundo  le  será  adicto 
por  amor  ó  por  temor,  y  tendrá  siempre  próspera  fortuna  en  sus  negocios.  En  suma, 
una  verdadera  ganga,  lograda  sin  más  trabajo  que  la  frecuente  lectura  de  un  libro  tan 
chico  y  tan  ameno.  Y  todo  esto  no  lo  dice  de  oídas  el  grave  humanista,  sino  que  pro- 
cura corroborarlo  con  el  caso  de  un  amigo  suyo,  muy  astuto  y  sagaz,  que  labró  su  for- 
tuna en  el  mundo  aplicando^  con  oportunidad,  á  todos  los  lances  de  la  vida,  ya  nna  ya 
otra  de  las  sentencias  de  la  tragicomedia  que  tenía  recogidas  y  clasificadas  en  su 
memoria  {^).  Cuando  se  lee  tan  extraño  pasaje,  no  puede  menos  de  darse  algún  crédito 
á  la  antigua  leyenda  de  la  locura  que  temporalmente  afligió  á  Gaspar  Barth. 

(')  ((Qiioqnü  regionnm  aut  locorum  te  vertes  ómnibus  hodicrnis  Idiomatis  linguarum  hoc 
»genus  scriptonim  excellere  videbis.  Ut  autem  Hispanirae  sen  Castellanae  Linguae  gravitas  et 
»proprietas,  liodie  caeteris  feíéamplior  cst,  ita  et  in  bac  licet  plures  aiictores  id  gemís  observare, 
»qu¡  iiincia  iitilitati  venustate,  ficlionuin  in  piiblicum  prodesse  connitantur;  adeo  quidein  nt  si  qiia 
»in  caeteris,  Galb'ca  praecipue,  delectal)ih"a  simiil  et  utilia  talia  scripta  prodeant,  pleraqne  vel 
»invent¡Gnibus  Hispanorum  vel  illustrationibus  debeanms». 

(^)  «Ipsa  vero,  artifex  Lena,  quainquam  tote  opere  niininrn  quarri  pulcbré  personae  stiae  indo- 
»leni  efferat,  nuHo  taiuen  loco  omnia  sua  artificia  melius  exercet,  qiiam  ubi  ciim  Melibaea  collo- 
»quium  habet.  Illic  videas,  mulierem  malarum  artium  doctissimain,  omnis  experientiae  suae  technas 
))accersere,  ut  miseram  nobilitati,  opibus,  Ainori  Parentuin,  suo  denique  ipsius  lionore,  et  existiina- 
»tione,  in  foednm  Amorem  excutiat.  Minimum  sané  hic  incantationes  egerunt,  quamquam  et  li  'ins 
»scelerÍ8  crimini  aniim  veneficam  illigarunt;  quibus  etiain  deintis,  vix  qiiaeqiiam  pnella  caeteris 
«talibuH  assultibus  restiterit.  Norat  nimirum,  tot  annoruní  Lena,  ex  tempore  omnia  consilia,  atquo 
))ad  animum  cuiusvis  puellae  expugnandum,  ex  re  ipsa  verteré » 

(^)  «Quod  si  exemplo  res  et  clarior  facienda  erit,  dicam  novisse  me  homitiem  astutissimuiu, 
»capita1em  emoluinentoruin  snorum  artificem,  nequáquam  ullis  simulationibus  decipi  valenteni, 
Dipsum  astuta  quadam  urbanitate  et  comitate,  cum  patientia  et  pertinacia  coniuncta,  niliil  non  feré 
»a  qnovis  irapetrantem.  Huius  ego,  etiamnum  adolescentibus  annis,  cuín  vitam  impense  sernper 
»mirarer,  observarem  negotia,  dissimulareni  noticiam,  ad  extremum,  multoruin  mensium  usu  et 
))Conver.satione,  eú  inductus  sum,  ut  cnm  priniis  hominem  perspicacem  atque  astutum,  prudentem- 
»que  arbitnirer  tum,  et  nuncquoque  putem.  Non  iam  disputo  utrum  béne  ille  seinper  suo  ingenio, 
:t)et  acumine  pensuum,  et  spirituum  vivacitato,  usus  fuerit,  boc  potius  affirnuire  velim,  tam  accu- 


INTRODUCCIÓN  cxli 

Pero  su  traducción  liízoUi  sin  duda  en  un  intervalo  de  pleua  lucidez,  y  no  de  la  ma- 
nera extemporánea  ó  improvisada  que  él  da  á  entender,  queriendo  imitar  aun  en  esto 
al  autor  piimitivo.  Dos  semanas  de  trabajo  dice  que  le  costó:  afirmaciim  poco  menos 
increíble  que  la  de  Rojas  (').  Gaspar  Barth  tenía  una  asombrosa  facilidad  de  trabajo, 
y  sus  particulares  aficiones  le  habían  familiarizado  con  la  lengua  de  los  poetas  cómi- 
cos Terencio  y  Planto  y  de  los  novelistas  Petronio  y  Apuleyo,  lo  cual  le  proporcionó 
grandes  recursos  para  interpretar  la  Ccleslina  con  el  sabor  clásico  que  en  su  original 
tiene,  restituyendo  de  este  modo  á  la  lengua  madre  lo  que  remotamente  procedía  de 
ella.  Pero  aunque  la  obra  de  Rojas  tenga  mucho  de  comedia  humanística,  tiene  todavía 
más  de  indígena  y  castizo,  lo  cual  dificulta  su  versión,  sobre  todo  en  una  lengua 
muerta.  El  latinista  alemán,  que  tenía  pleua  conciencia  de  sus  deberes  tie  traductor, 
hizo  cuanto  humanamente  era  dable  para  vencer  esta  dificultad,  ciñéndose  al  texto  lo 
más  cerca  pasible,  sin  permitirse  apiñas  amplificación  alguna,  pues  no  llegan  á  diez, 
según  su  cálculo,  los  lugares  eu  que  añadió  algo  sticlw  delectatio/iis  ó  por  amor  á  la 
claridad  de  la  locución,  que  quiso  que  fuese  tanto  ó  más  perspicua  que  en  el  original. 
La  mayor  dificultad  consistía  en  los  proverbios,  y  ústa  la  sorteó  como  pudo,  dejándo- 
los sin  traducir  unas  veces  y  dando  otras  el  sentido,  aunque  no  en  forma  pareraiohigica. 
Trasladarlos  palabra  por  palabra  hubiera  sido  absurdo,  pero  no  era  tan  difícil  encontrar 
equivalentes  de  muchos  de  ellos,  aun  sin  salir  de  los  Adagios  de  Erasmo,  ya  que  no 
existía  entonces  la  socorrida  colección  hispánica  del  Dr.  Caro  y  Cejudo  (-). 

No  esquivó  la  traducción  de  los  versos,  honrándose  con  ser  el  primero  que  había 
adaptado  á  los  metros  antiguos  la  poética  de  nuestra  lengua.  Véase  alguna  muestra  de 
estos  peregrinos  ensayos,  en  que  predomina  la  estrofa  sáfica.  Canta  Lucrecia  en  la 
escena  del  jardín: 

Laetus  est  foutis  lepor,  anda  vivens: 
Grrata  torrenti  site  macérate: 
Gratior  vultus  taraen  est  Callisti, 
Mi  Melibaee. 


»ratá  ciuitione,  oinnes  u'ivcrsarios  el  auiicos  «uos  vicisse.  iit  et  «liligeretiir,  et  caveretiir  ab  ómnibus: 
»neino  vero  anderet  feíó  illi  quippianí  secus  atque  res  erat,  credendum  proponere.  Diu  multumque 
))more8  liominis  observans,  nihil  non  illiina  huic  libro  tribuere,  multa  licet  cura,  tándem  percepi. 
»Nulius  in  lioc  aspcxoiat,  milla  sententiae  vesligia  quae  non  in  nuuierato  haberet,  et  iitilitati  suao 
«accomodare  nosset,  qnin-  cum  niirificam  homini  sagacitatom  et  prudentiain  conciliassent,  iioc  unum 
»ill¡  non  cesserant,  ut  a  corainodis,  seu  lucris  potius,  siiis,  aliorum  incommoda  desecare  posBet, 
»qnin  etiam,  cuín  detiirnentis  nonnunquam  amicoruin,  rem  suain  augere  velle  viderctnr.  IIoc 
»demto  cetora  ingcniosissinium  nemo  non  dixisset.  Ñeque  diffitebatur  saní'  ¡pse,  cum  alioquin  milii 
»innotuÍ8-!e  vidcret,  maxiuiam  partem  sese  iiuic  libro  prudeuliae  deb-jre;  certf  c-jm  vellet,  nulli  non 
»rei,  nulli  non  loco  scntcntianí  iiinc  accoiuniodatain  rcipsa  ostcndebat,  vel  cavendi  vel  aggrediendi 
))ncgotii  consiliutn  utile  praebere. — » 

(')  «Atl  liujus  antem  Celestinae  meae  interpretationem  nescio  quo  fato  meo  raptus  fui,  tanta 
Dcerié  celeritate  totum  descripsi,  ut  nec  integris  duahus  dierum  hebdomadis  integram  ahsolverim » 

(')  «.Refranes  y  Modos  de  hab'ar  Cast-llanos  con  Latinos,  que  les  corresponden,  juntamente  con  la 

ytglosa  y  ex/dicacion  de  los  rjue  tienen  necesidad  ■  e  ella Compuesfo  por  el  Licenciado  Gerónimo 

"bMirtin  Caro  y  Cejudo,  Maestro  de  Laliniíad  y  Eloquencia  en  la  vdla  de  Valdepeñas  de  Culatrava 

tsu  Patria,  con  titulo  del  i'onsejo  Supremo  de  Castilla »  En  Madrid,  por  Inlian  Izquierdo,  año 

de  1G75  (Hay  una  reimpresión  de  1792). 


cxLii  orígenes  de  la  novela 

Graudio  exultant  tenerae  capellae, 
Matris  aclvisae  grávidas  papillas, 
Sponsi  in  adventum  Melibaea  toto 
Pectore  laeta  est. 
Nemo  tara  charae  fuit  umquam.  amicae 
Grratus  adventor;  ñeque  visitata  est 
Ulla  nox  umquam  simile  lejiore 
ínter  amantes  (^). 

El  contraste  del  metro  horaciano  con  el  ritmo  corto  y  gracioso  de  los  versos  ori- 
ginales no  puede  menos  de  parecer  violento,  tanto  en  esta  canción  como  en  la  de 
Melibea,  excepto  en  los  eptasílabos  finales,  que  remedan  bastante  bien  el  rápido  giro  de 
la  copla  de  pie  quebrado: 

lam  uoctis  it  meridies, 
Differt  adesse  Adoneus! 
An  i  lie  vinctus  alteríl 
Amasiain  lianc  fastidiet. 

Aunque  Barth  no  pasaba  de  mediocre  poeta,  tenía  tal  flujo  de  versificar,  que  des- 
pués de  haber  traducido  en  prosa  el  razonamiento  de  Melibea  antes  de  suicidarse,  volvió 
á  ponerle  en  versos  hexámetros,  que  se  leen  por  apéndice  en  su  libro  (^). 

Su  prosa  es  abundante  y  ecléctica,  no  muy  limada,  pero  exenta  de  las  fastidiosas 
afectaciones  ciceronianas  del  siglo  anterior,  no  menos  que  de  aquel  refinado  cultera- 
nismo que  en  el  siglo  xvii  tuvo  por  principal  representante  a  Juan  Barclay,  célebre 
autor  de  las  dos  novelas  Argenis  y  Euphonnio.  La  gravedad  y  probidad  del  estilo  de  la 
Celestina^  que  Barth  tanto  encomia,  le  ha  salvado  de  los  dulces  vicios  y  vana  frondosi- 
dad del  humanismo  decadente,  á  los  cuales  no  deja  de  propender  en  otras  obras. 

En  cuanto  á  fidelidad  tiene  pocas  tachas.  Karas  veces  equivoca  el  sentido,  y  sólo 
en  dos  ó  tres  casos  se  permite  expurgar  levemente  un  texto  que  miraba  con  veneración 
supersticiosa.  Estas  supresiones  no  recaen,  ni  en  lo  que  se  dice  de  las  gentes  de  iglesia, 
puesto  que  Barth  era  protestante;  ni  en  las  blasfemias  amatorias  de  Caliste,  que  la  In- 
quisición mandó  tachar  en  el  Ponwboscodidascalus^  lo  mismo  que  en  el  original;  ni 
mucho  menos  en  las  escenas  de  amores,  sino  en  la  enumeración  de  algunas  de  las  dro- 
gas, ungüentos  y  confecciones  de  que  se  valía  Celestina  para  sus  dañadas  artes,  y  que 
al  traductor  no  le  parecían  materia  propia  para  ser  divulgada,  aun  siendo  vanas  en  sí 
mismas. 

Como  ligera  muestra  del  brío. y  la  elegante  soltura  con  que  en  general  está  hecha 
esta  versión,  copio  en  nota  un  breve  pasaje  del  acto  XIX  (segunda  escena  del  jardín), 
que  el  lector  puede  cotejar  fácilmente  con  el  texto  castellano  citado  pocas  páginas  más 
atrás  (3). 

(*)  PP.  2CÜ  y  267. 

(*)  P.  295.  «Vltima  verba  Melibaeae  ad  parentem  Pleberium  priusquam,  post  casu  mortuura 
))arnasium  suum  Ciillistoneni,  se  turri  praecipitaret.  Ex  Hispánico  Ludo,  Celestina.» 

(^)  «Superávit  me  dulcedo  suavissiini  cantus:  non  est  niilii  ultra  tolerabilis  amantis  animi  tui 
»e.Kpectat¡o.  O  Domina  mea  única,  o  omnis  spes  et  omnis  felicitas  mea!  Quae  mulicr  nata  talibua 
»sit  Gratiis,  ut  tua  merita  non  omnes  illas  ultro  confutet?  O  improvisa  auribus  meis  cantionis 
»snavitas!  O  tempua  deliciis  uberans!  O  anima  mea,  o  pectus,  o  corculum  meum!  Et  quomodo  non 


INTRODUCCIÓN  cxliii 

Acompañan  al  Pornoboscodidascalits^  con  el  título  de  Aniviadversiones  tralatiae^ 
cerca  de  doscientas  páginas  de  notas,  que  son  hasta  la  hora  presente  ¡el  único  comenta- 
rio de  la  Celestina^  ya  que  no  puedo  calificarse  de  tal  un  centón  inédito  de  reflexiones 
morales,  escrito  en  España  hacia  mediados  del  siglo  xvi,  y  que  no  conceptuamos  digno 
de  salir  del  olvido  en  que  yace,  puesto  que  ninguna  luz  proporciona  para  la  intoligon- 
cia  de  la  tragicomedia,  á  lo  menos  en  la  parto  hasta  donde  ha  alcanzado  nuestra  pa- 
ciencia {*).  Cosa  muy  distinta  son  las  notas  de  J3arth,  doctas  y  prolijas  al  modo  do  las 
•lue  solían  ponerse  á  los  clásicos  de  la  antigüedad.  No  puede  negarse  que  hay  en  ellas 
mucha  erudición  impertinente  y  falta  á  veces  la  necesaria.  Basta  que  en  el  prólogo  de 
Kojas  se  nombre  á  Heráclito  para  que  el  traductor  se  crea  obligado  á  darnos  un  extenso 
artículo  sobre  la  vida  y  opiniones  de  dicho  filósofo.  Sobre  el  basilisco,  sobro  la  víbora, 
sobre  el  pez  equino  y  el  ave  Riich  6  Roe  nos  regala  sendas  disertaciones,  llenas  de  citas 
y  testimonios  que  prueban  su  enorme  6  indigesta  lectura.  Pero  de  este  fárrago  pueden 
entresacarse  curiosos  rasgos  críticos  que  completan  el  juicio  expresado  en  el  preámbu- 
lo; observaciones  sobre  algunos  lugares  difíciles  del  texto  y  sobre  su  propia  traducción; 
curiosas  noticias  literarias,  incluso  algunos  versos  castellanos  de  autor  desconocido.  En 
cambio  confiesa  su  ignorancia  en  cosas  tan  sabidas  como  la  historia  de  Macías,  y  muy 
rara  vez  indica  la  fuente  de  alguna  sentencia  ó  expresión.  Ue  todos  modos,  no  perderá 
el  tiempo  quien  repase  con  algún  cuidado  estas  notas,  olvidadas  en  un  libro  rarísimo. 
¡Tiene  tan  pocos  aficionados  la  latinidad  moderna! 

Tal  fué  el  triunfal  camino  que  por  Europa  recorrió  la  Celestina^  dejando  en  todas 
partes  alguna  huella  de  su  paso.  Pero  su  influencia  más  directa  y  profunda  se  ejerció, 
desde  el  momento  de  su  aparición,  en  nuestras  letras  nacionales.  Ora  se  la  califique  de 
novela,  ora  de  drama,  ora  se  diga  con  Wolf,  y  es  acaso  el  parecer  más  cierto,  que  la 
cuestión  de  nombre  es  ociosa,  puesto  que  la  obra  de  Rojas  nació  en  un  tiempo  en  que 

«potuisti  ulterius  aliquid  teinpoiis  insninere  isti  suavissimae  vocis  tuae  suavitati,  cur  non  poiro 
'•etiaiii  amborum  desideriis  canendo  satisfacere. 

t)Melib,  —  0  exoptatissima  depreliensio,  o  insidiae  spectatissimae,  o  suavissima  siiperventio!  Es 
>jín  liíc  inei  aniíui  Domine,  anima  ipsa  et  corculiun  nieiim?  Ka  tu  ipsemel?  non  possiim  credere. 
»Ub¡  absconsus  eras,  lucidissime  S.ú?  Quo  recondideras  claritatem  illatn  immensam  tiiam?  tjuamdiii 
ífactum  est  quod  ausculstasii  nos?  Cur  me  raucam  et  absurdam  mea  instar  Cyí^ni  voce  frustra  aerem 
Dverberare  passus  es?  ciir  exsensis  verUis  instrepentem  audire  sustiniiisti?  Totiis  Lie  liortus  noster 
sadventu  tuo  nova  laetitiá  inducitur.  Viiie  Lunam  ir.ter  iiinumerabib'a  sidera  proluci'ntem;  etiam 
»8uaviorem  snam  hicem  coelo  exserere  videtur.  Vide  nube^  illae  qiiam  per  coeli  ¡spatium  difriigere 
»properanl;  audi  decurrenteía  lianc  aquam  de  fontis  linjus  medituUio,  quam  lonyc  suaviori  nunc 
Dinurmure  per  viridarium  lioc  Horescentiiim  lierbarum  properat?  Attende  celsas  istaa  cyparissos 
»quo  pacto  rami  invicem  sibi  abblandiiintiir,  alias  aliiim  arridet  et  alloquitiir  velnt  interprete 
»compositissimo  illo  vento,  qui  summa  temperie  omnia  permulcens  voces  mutuas  foliorum  perferre 
))hinc  inde  occupatus  est.  Vide  omnium  arborum  placidissimas  istas  urabras,  quam  obscuritates  siias 
«condensare  laborant,  ut  fnrtivis  nosíris  voluptatibus  gratissimum  tegmen  iuducant»  (pp.  2(j8-2t¡'J)- 

(')  N."  674.  Celestina  Comentada. 

«Comentario  á  la  Tragicomedia  de  Calisto  y  Melibea^  por  un  escritor  anónimo  de  mediados  del 

DSiglo  XVI. 

«Comienza  por  el  folio  14,  está  falto  de  los  folios  18  á  21  é  incompleta  por  el  fin,  terminando 
5>en  el  fol.  221.» 

(Vid.  Catálogo  de  los  Manuscritos  que  pertenecieron  á  D.  Pascual  Gayangos,  existentes  hoy  en  la 
Biblioteca  Xacional,  redactado  por  D.  Pedro  Roca.  Madrid,  lítÜ4.  Publicado  por  la  «Revista  de 
Archivos»,  pág.  231.) 


cxLiv  0RLGENE8  DE  LA  NOVELA 

los  géneros  literarios  apenas  comenzaban  á  deslindarse  y  la  dramática  moderna  no 
existía  más  que  en  germen  ('),  es  tan  rica  la  materia  estética  de  la  Celestina^  tan 
amplia  su  objetividad,  tan  humano  su  argumento,  tan  viva  y  minuciosa  la  pintura  de 
costumbres,  tan  espléndida  la  lengua  y  tan  vigoroso  el  diálogo,  que  no  pudo  menos  de 
acelerar  el  desarrollo  de  las  dos  grandes  formas  representativas  de  la  vida  nacional,  y 
aun  puede  decirse  que  en  el  teatro  obró  antes  y  con  más  eficacia  que  en  la  novela  (-). 
Cuando  apareció  la  inmortal  tragicomedia,  apenas  comenzaba  á  secularizarse  nues- 
tra poesía  dramática  en  algunas  sencillas  églogas  de  Juan  del  Euzina,  impresas  en  su 
Cancionero  de  1496  y  que  apenas  pasan  de  diálogos  sin  acción.  Pero  esta  su  primera 
manera  aparece  profundamente  modificada  en  las  piezas  que  compuso  durante  su  larga 
residencia  en  Eoma,  no  precisamente  por  la  influencia  de  modelos  italianos,  que  hasta 
ahora  no  podemos  afirmar  ni  negar,  sino  por  el  estudio  asiduo  de  dos  libros  castellanos 
en  prosa:  la  Cárcel  de  Amor  y  la  Celestina.  De  uno  y  otro  se  asimiló  algunos  elemen- 
tos y  los  incorporó  bien  ó  mal  en  su  naciente  dramaturgia.  La  pasión  de  Melibea  le 
sirvió  de  modelo  para  las  ardientes  imprecaciones  que  pone  en  labios  de  la  celosa  y 
desesperada  Plácida.  Tanto  la  Égloga  que  lleva  su  nombre  unido  con  el  de  Vitoriano, 
como  la  de  Fileno  ¡j  Zambardo^  terminan  con  un  suicidio  que  tiene  visos  de  apoteosis 
gentílica  en  la  primera  y  de  canonización  cristiana  en  la  segunda:  tal  era  entonces  la 
licencia  y  relajación  de  las  ideas  {^).  Pero  en  general  el  vate  salmantino  no  acertó  á 
remedar  sino  la  parte  ínfima  de  la  tragicomedia,  las  escenas  lupanarias  de  bajo  cómico, 
que  por  su  grosería  misma  habían  de  ser  las  que  tentasen  más  á  los  lectores  vulgares  y 
á  los  imitadores  de  corto  vuelo.  Los  chistes  más  que  deshonestos  de  Eritea  y  Fulgencia 

(1)  «Dalier  scheint  der  streit  müssig,  ob  man  sie  zur  Gattung  der  Novelle  oder  des  Drama>< 
))rechnen  solí;  sie  entstand  ja  ebeti  in  einer  Zeit,  wlio  sich  die  Diclitiingsgattungen  erst  schárfer  zu 
))sondern  begannen,  who  eben  aus  den  übrigen  das  Drama  sich  entwickeltcí).  (Studien,  p.  281). 

(*)  La  influencia  de  la  Celestina  en  el  drama  español  es  el  principal  asunto  de  la  excelente 
y  pico  conocida  tesis  latina  del  Sr.  E.  Martinenche,  Quatenus  Tragicomedia  de  Calisto  y  Melibea, 
vulgo  «Celestina»,  dicta  ad  informandum  lúspanensc  theafrum  valuerit,  que  ya  en  o:ra  ocasión  hemos 
recomendado. 

(3)  ZAMBARDO 

No  rueguen  por  é!,  Cardonio,  que  es  sancto, 
Y  asi  lo  debemos  nos  de  tener. 
Pues  vamos  llamar  los  dos  sin  carcoma 
Ai  muy  santo  crego  que  lo  canonice; 
Aquel  que  en  vulgar  romance  se  dice 
Allá  entre  groseros  el  Papa  de  Roma. 


Olí. 
¿Qué  es  lo  que  queréis,  oh  nobres  pastores.' 

ZAMBARDO 

Queremos  rogar  queráis  entonar 

Un  triste  réquiem  que  diga  de  amores. 


Así  se  encuentran  estos  versos  en  la  rarísima  edición  suelta  en  letra  de  Tortis  Fueron  suprimi- 
dos en  el  Cancionero  de  .Juan  del  Enzina.  ed.  de  1509,  única  que  incluye  esta  égloga. 

(Vid.  Teatro  completo  de  Juan  del  Encina  {ed.  de  la  Academia  Española),  Madrid,  1903,  pági- 
na 226.) 


IXTRODUCCIOX 


CXLV 


en  la  ya  citada  Ejloga  de  Plácida  ij  Viioriano  (')  bastan  para  caracterizar  esta  triste 
manera  de  imitación,  que  alcanza  monstruoso  desarrollo  en  el  curso  del  siglo  xvi. 
Prescindiendo  de  este  falso  rumbo  que  llenó  de  torpezas  nuestra  literatura,  lo  que 
Enzina  hubiera  debido  aprender  principalmente  de  Rojas  era  el  artificio  de  una  fábula 
más  complicada,  el  estadio  de  los  caracteres,  la  viveza  y  nervio  de  la  expresión,  Pero 
en  todo  esto  adelantó  muy  poco  el  patriarca  de  nuestro  drama,  porque  sus  fuerzas  no 
eran  para  tanto,  aun  asistidas  por  tal  modelo. 

3Iucho  más  lo  hubieran  sido  las  del  gran  poeta  portugués,  que  es  la  mayor  figura 
de  nuestro  primitivo  teatro.  También  Gil  Vicente  debe  á  la  Celestina  escenas  de  las  más 
picantes,  y  sobre  todo  el  tipo  de  la  alcahueta  Brígida  Yaz,  que  tan  desvergonzadamente 
pregona  sus  baratijas  en  la  Barca  do  Inferno^  pieza  que  (dicho  sea  entre  paréntesis)  fué 
representada  en  la  cámara  regia  «para  consolación  de  la  muy  católica  y  sancta  reina 
»Doña  María,  estando  enferma  del  mal  de  que  falleció»  (-).  Sin  llegar  á  la  imitación 
directa,  como  en  este  caso,  hay  en  el  teatro  de  Gril  Vicente,  sobre  todo  en  las  farsas,  mu- 
chos elementos  celestinescos,  y  aun  verdaderas  celestinas;  verbigracia.  Branca  Gil  en 
O  Velho  da  Rorta  y^)^  la  bruja  Ginebra  Pereira  en  el  Auto  das  Fadas  ('),  la  Ana  Dias 

(')  Teatro  de  Juan  del  Encina^  pp.  236-292.  Esta  desvergonzada  escena  sólo  tiene  par  en 
algunas  de  La  Lozana  Andaluza. 

(-)  Obras  de  Gil  Vicente,  correctas  e  emendadas  pelo  cuidado  e  diligencia  de  J.  V.  Bárrelo 
Feio  e  J.  G    Monteiro.  Hainburgo,  na  ojficina  tupographica  de  Langlwf,  1S34,  tomo  I,  p.  232. 


Ka  80U  Brizida  a  precio=a, 
Qae  dava  as  moyas  ós  mólhos; 
A  que  criava  as  meninas 
Pera  os  conegos  da  Sé. 
Passae-me  por  vossa  £é, 


Meu  amor,  minhas  boninas, 
Olhos  de  perlinhas  finas: 
Que  eu  son  apostolada, 
Angelada,  e  martelada, 
E  fiz  obras  mui  divinas. 


Sancta  Úrsula  nüo  converteo 
Tantas  cachopas,  como  eu; 
Todas  salvas  polo  meu, 
Qae  nenhüa  se  perdeo  .. 


Tanto  este  pasaje  como  otros  muchos  aparecen  mejorados  en  la  refundición  castellana  de  este 
auto,  que  lleva  el  título  de  Tragicomedia  alegórica  d'el  Paraiso  y  del  Infierno.  Moral  representación 
del  diverso  camino  que  hazen  las  animas  partiendo  de  eaía  presente  vida,  figurada  en  los  dos  navios  que 
aquí  paresren:  el  uno  d'el  Cielo  y  el  otro  del  Infierno.  Cuya  subtil  invención  y  materia  en  el  argu- 
mento de  la  obra  se  puede  ver.  (Al  fin)  Fue  impresa  en  Burgos  en  casa  de  Juan  de  Junta,  a  25  dias 
del  mes  de  Enero,  año  de  1539.  (Ejemplar  de  la  Biblioteca  Nacional,  procedente  de  la  de  Campo- 
Alanje).  El  de  la  Biblioteca  de  Munich,  descrito  por  Wolf,  es  de  otra  edición  sin  año  ni  lugar.  Hay 
extractos  de  esta  refundición  en  el  Ensayo  de  Gallardo  (tomo  I,  n.°  1012)  y  en  las  notas  de  Aribau 
á  los  Orígenes  de  Moratín  (p.  194). 

(^)  «A  seguinte  farca  he  o  seu  argumento,  que  hum  homem  honrado  e  muito  rico,  ja  velho, 
Dtinha  hua  horta;  e  andand  >  liua  manhan  por  ella  espairecendo,  sendo  o  seu  hortelüo  fóra,  velo 
»hira  mofa  de  muito  bom  parecer  buscar  hortaliya,  e  o  vellio  era  tanta  maneira  se  naraorou  della, 
»que  por  via  de  híTa  alcoviteiía  gastou  toda  sua  fazenda.  A  alcoviteira  foi  acotada,  e  a  moga  casou 
«honradamente».  (Obras  de  Gil  Vicente tomo  III,  pp.  63-90). 

(*)  Obras  de  Gil  Vicente tomo  III,  pp.  91-120. 


Eu  sam  Genebra  Pereira, 
Que  moro  alli  á  Pedreira, 
Vezinha  de  .loáo  de  Tara, 
Solteira,  ja  velha  amara, 
Sem  marido,  e  sem  nobreza; 
Fui  criada  en  gentileza 
Dentro  ñas  tripas  do  Payo, 

ORÍGENES   DE    LA    NOVELA.— 111. 


E  por  feitiyos  qu"  eu  faf;o, 
Dizem  que  sam  feiticeira. 
Poróm  Genebra  Pereira 
Nunca  fez  mal  a  ninguem; 
Mas  antes  por  querer  bem 
Ando  ñas  encruzilhadas 


As  horas  que  as  bem  fadadas 
Dormen  somno  repousado; 
E  estou  com  hum  enforcado 
Papeando-lhe  aorelia: 
Esto  provará  esta  velha 
Moito  melhor  do  que  os  diz. 


cxLví  orígenes  de  la  NOVELA 

en  O  Jiiix  da  Beira  (•).  Pero  la  genialidad  lírica  del  autor  le  lleva  á  la  creación  de  un 
arte  diverso,  en  que  la  observación  realista  no  es  lo  esencial,  sino  lo  secundario.  En  la 
riqueza  de  lenguaje  popular,  en  la  curiosidad  con  que  recoge  lo  que  hoy  llamaríamos 
material  folldórico^  j  especialmente  las  creencias  supersticiosas,  los  ensalmos  y  conju- 
ros, las  prácticas  misteriosas  y  vitandas,  el  autor  de  la  Comedia  Rutena  y  del  Auio  das 
íadas  es  un  continuador  de  la  Celestina^  pero  en  todo  ello  se  mezcla  un  elemento 
poético  fantástico  que  nos  recuerda  á  veces  la  comedia  aristofánica. 

Inferior  á  Gil  Yicente  como  poeta,  pero  superior  en  la  técnica  dramática,  el  extre- 
meño Bartolomé  de  Torres  Naharro  faé  el  primero  que  llevó  al  teatro  la  parte  senti- 
mental y  amorosa  de  la  Celestina.  D.  Alberto  Lista,  cuyos  trabajos  sobre  el  antiguo 
teatro  español;  aunque  pobres  de  erudición  no  son  tan  anticuados  é  inútiles  como  creen 
algunos,  advirtió,  á  mi  juicio  con  razón  (-),  que  Naharro  había  tenido  muy  presente  la 
Celestina^  con  la  cual  coincide,  tanto  en  la  pasión  do  la  enamorada  Febea  como  en  las 
astucias  de  que  se  valen  los  criados  de  Himeneo  para  ocultar  su  cobardía,  cuando 
acompañan  a  su  señor  á  la  calle  de  su  dama.  Basta,  en  efecto,  cotejar  estos  pasajes 
para  advertir  la  semejanza.  Y  limitándonos  á  las  quejas  que  pronuncia  Febea  en  la 
quinta  jornada,  cuando  su  hermano  la  persigue  con  la  espada  desnuda  y  va  á  ejecutar 
en  ella  la  venganza  de  su  honor,  que  supone  mancillado,  no  hay  sino  leer  las  dolorosas 
razones  que  profiere  Melibea  antes  de  arrojarse  de  la  torre,  para  ver  que  Torres  Naha- 
rro, como  todos  nuestros  dramáticos  del  siglo  xvi  sin  excepción,  bebió  en  aquella 
fuente  de  verdad  humana,  y  se  aprovechó  de  sus  aguas,  más  saludables  que  turbias. 
Dice  Febea: 


Hablemos  cómo  mi  suerte 
Me  ha  traido  en  este  punto 
Do  yo  y  mi  bien  todo  junto 
Moriremos  d'  una  muerte. 

Mas  primero 
Quiero  contar  cómo  muero. 
Yo  muero  por  un  amor 
Que  por  su  mucho  querer 
Ene  mi  querido  y  amado, 
Gentil  y  noble  señor, 
Tal  que  por  su  merescer 
E^  mi  mal  bien  empleado. 

No  me  queda  otro  pesar 
De  la  triste  vida  mia, 
Sino  que  cuando  podia, 
Nunca  fui  para  gozar, 


Ni  gocé 
Lo  que  tanto  deseé; 
Muero  con  este  deseo, 
Y  el  corazón  me  revienta 
Con  el  dolor  amoroso; 
Mas  si  creyera  a  Himeneo, 
No  moriera  descontenta 
Ni  le  dejara  quejoso... 

¡Guay  de  mí, 
Que  muero  ansi  como  ansi! 

No  me  quejo  de  que  muero, 
Mas  de  la  muerte  traidora; 
Que  si  viniera  primero 
Que  conosciera  á  Himeneo, 
Yiniera  mucho  en  buen  hora. 


(')  06r«s  de  Gil  Vicente tomo  III,  p.  172. 

Vase  la  vieja  al  molino, 
Entra  muy  disimulada, 
Muy  honesta  cobijada, 
Como  quien  sabe  el  camino. 

i")  Lecciones  de  Literatura  Española tomo  I,  pág,  51. 


Tanto  escavva,  tanto  atiza 
Por  tal  arte  y  por  tal  modo. 
Que  hace  un  cielo  ceniza 
Hasta  ponella  de  lodo. 


U 


INTRODUCCIÓN  cxlmi 

Mas  Teniendo  d'  esta  suerte,  Cuanto  más  que  las  doncellas, 

Ya  sin  razón  á  mi  ver,  Mientras  que  tiempo  tuvieren, 

¿Cuál  será  el  hombre  o  mujer  Harán  mal  si  uo  murieren 

Que  no  le  doldrá  mi  muerte?...  Por  los  que  mueren  por  ellas... 

Yo  uunca  hice  traición:  Pues,  muerte,  veu  cuando  quiera, 

Si  maté,  yo  no  sé  á  quién;  Que  yo  te  quiero  atender 

Si  robé,  no  lo  he  sabido;  Con  rostro  alegre  y  jocundo; 

Mi  querer  fue  con  razón;  Qu'el  morir  de  esta  manera 

Y  si  quise,  hice  bien  A  mí  me  debe  plazer 

En  querer  a  mi  marido.  Y  pesar  a  todo  el  mundo...  (') 

No  pondré  estos  apasionados  versos  al  lado  de  la  prosa  de  Melibea.  Diversa  es  la 
situación  de  ambas  heroínas:  culpable  la  una  y  arrastrada  por  la  fatalidad  de  su  ciega 
pasión  al  suicidio;  víctima  inocente  la  otra  del  furor  de  su  hermano,  pero  tan  enamo- 
rada, que  con  menos  vigilancia,  y  á  no  intervenir  tan  oportunamente  el  sacro  vínculo, 
hubiera  podido  decir,  como  su  antecesora:  «Su  muerte  convida  a  la  mía;  convídame,  y 
»es  fuerza  que  sea  presto  sin  dilación...  Y  así  contentarte  he  en  la  muerte,  pues  no  tuve 
» tiempo  en  la  vida.> 

Nadie  puede  negar  la  evidente  semejanza  entre  los  principales  pasos  de  la  Comedia 
Himeiiea  y  los  de  la  comedia  de  amor  6  intriga  del  siglo  xvii,  que  adquirió  bajo  la 
pluma  de  Calderón  su  última  y  más  convencional  forma.  Un  caballero  que  ronda  la 
casa  de  su  amada  con  acompañamiento  de  criados  ó  instrumentos;  una  noble  doncella 
ingenuamente  apasionada,  no  menos  que  briosa  y  decidida,  que  á  pocos  lances  fran- 
quea con  honesto  fin  la  puerta  de  su  casa;  un  hermano,  celoso  guardador  de  la  honra 
de  su  casa,  algo  colérico  y  repentino,  pero  que  acaba  por  perdonar  á  los  novios;  dos 
criados  habladores  y  cobardes;  músicas  y  escondites,  pendencias  nocturnas  y  diálogos 
por  la  ventana.  Pero  todo  esto,  ó  casi  todo,  si  bien  se  repara,  estaba  en  la  Celestina^ 
salvo  el  tipo  del  hermano,  que  parece  creación  de  Torres  Xaharro.  Pármeno  y  Eliso 
son  Caliste  y  Sempronio,  la  criada  Doresta  es  Lucrecia,  todos  un  poco  adecentados. 
Porque  es  muy  singular  que  autor  tan  liviano  y  despreocupado  como  suele  ser  en  su 
estilo  el  autor  de  la  Propalladia^  se  ha^^i  creído  obligado  á  tanta  circunspección  en  esta 
obra  excepcional,  y  haya  tenido  la  habilidad  de  transportar  al  teatro  la  parte  de  la  Celes- 
tina que  en  su  género  podemos  llamar  ideal  y  romixntica,  prescindiendo  de  la  picaresca 
y  lupanaria.  De  este  modo  consiguió  borrar  las  huellas  de  origen,  y  ha  podido  pasar 
por  inventor  de  un  género  de  que  no  fué  realmente  más  que  continuador  feliz,  con 
gran  inteligencia  de  las  condiciones  del  teatro  y  del  arte  del  diálogo,  que  llega  á  la  per- 
fección en  varios  pasajes  de  esta  comedia. 

En  mi  monografía  sobra  aquel  poeta,  de  la  cual  he  transcrito  las  reflexiones  ante- 
riores,  hago  constar  que  durante  la  primera  mitad  del  siglo  xvr  coexistieron  dos  escue- 
las dramáticas.  Una,  la  más  comúnmente  seguida,  la  más  fecunda,  aunque  no  por  cierto 
la  más  original  é  interesante,  se  deriva  de  Juan  del  Enzina,  considerado  no  sólo  como 
dramaturgo  religioso,  sino  también  como  dramaturgo  profano,  y  está  representada  por 
los  autores  de  églogas,  farsas,  representaciones  y  autos,  q^ue  debieroa  de  ser  muy 

(')  Propaladla  de  Bartolomé  de  Torres  Naharro  (edición  de  los  Libros  de  Antaño),  tomo  II, 
pp.  60  63. 


cxLvíii  orígenes  de  la  novela 

numerosos,  á  juzgar  por  las  reliquias  que  todavía  nos  quedan  y  por  las  noticias  que 
cada  día  se  van  allegando.  La  otra  dirección  dramática,  que  produjo  menos  número  de 
obras,  pero  todas  muy  diguas  de  consideración,  porque  se  aproximan  más  á  la  forma 
definitiv^a  que  entre  nosotros  logró  el  drama  profano,  nace  del  estudio  combinado  de  la 
Celestina  j  de  las  comedias  de  Torres  Naharro,  sin  que  por  eso  se  niegue  el  influjo 
secundario  del  teatro  latino,  ya  en  su  original,  ya  en  las  traducciones  que  comenzaban 
á  hacer  los  humanistas,  y  el  de  las  comedias  italianas,  cada  vez  más  conocidas  en 
España,  particularmente  las  del  AriostO;,  que  llegaron  á  ser  representadas  en  su  propia 
lengua  con  ocasión  de  fiestas  regias. 

Si  el  título  no  nos  engaña,  la  más  antigua  imitación  dramática  de  la  Celestina  fué 
la  Comedia  llamada  Claria/ia,  nuevamente  compuesta,  en  que  se  refieren  por  heroico 
estilo  los  amores  de  un  cavallero  moro  Ikunado  Clareo  con  una  dama  noble  de  Valen- 
cia^ dicha  Clariana.  El  autor  anónimo,  que  era  «un  vecino  de  Toledo» ,  dedicó  al  duque 
de  Gandía  su  obra,  impresa  en  Valencia  por  Juan  Jofre^  en  1522.  Los  traductores  de 
Ticknor,  que  la  mencionan,  nada  dicen  acerca  de  su  actual  paradero,  ni  dan  más  noti- 
cia de  ella  sino  que  está  escrita  en  prosa,  mezclada  de  versos.  Juan  Pastor,  natural  de 
la  villa  de  Morata,  declara  al  fin  de  su  Farsa  6  Tragedia  de  la  castidad  de  Lucrecia 
haber  compuesto  otras  dos  llamadas  Orimaltina  y  Clariana^  pero  no  nos  atrevemos  á 
afirmar  que  la  última  sea  esta  misma. 

De  Naharro  y  la  Celestina  combinados  proceden  las  dos  desaliñadas  comedias  del 
aragonés  Jaime  de  Huete,  Tesorina  y  Vidriana^  impresas  hacia  1525  (■).  La  división  en 
cinco  jornadas  y  la  versificación  en  coplas  de  pie  quebrado  las  entroncan  con  la  Pro- 
paladla^ de  la  cual  imita  Huete  otras  cosas,  entre  ellas  el  tipo  grotesco  de  Fr.  Vejecio^ 
que  dio  motivo,  sin  duda,  á  la  prohibición  de  la  Tesorina  en  el  índice  de  1559.  La 
intriga  de  amor,  en  ambas  farsas,  especialmente  en  la  Vidriana^  es  celestinesca,  pero 
sin  intervención  de  ninguna  Celestina:  todo  pasa  por  manos  de  criados,  y  las  dos  ter- 
minan en  boda.  Vidriano  y  Tesorino,  Leridana  y  Lucina  son  pálidas  copias  de  Caliste 
y  Melibea;  los  criados  Pinedo,  Secreto  y  Carmento  cumplen  el  mismo  oficio  que  los 
mozos  de  Caliste;  la  doncella  Lucrecia  está  repetida  en  la  Oripesta  de  la  Vidriana; 
Citoria  en  la  Tesorina  tiene  algún  rasgo  de  Areusa;  los  padres  de  Melibea  resucitan  en 
Lepidano  y  Modesta,  padres  de  Leridana,  y  tienen  las  mismas  pláticas  sobre  su  casa- 
miento. Todo  ello  calco  servil  y  sin  ingenio  de  ninguna  clase.  El  lenguaje  es  tosco  y 
abunda  en  curiosos  provincialismos.  Al  mismo  género  pertenece  la  Comedia  Radiana, 
de  Agustín  Ortiz  (-),  otra  pequeña  Celestina  sin  Celestina  y  con  casamiento  en  el  jar- 

('}  Comedia  intitulada  Thesorina,  la  materia  de  la  qual  es  unos  amores  de  vn  penado  por  una 
señora^  y  otras  personas  adherentes.  Hecha  nueuamente  por  Jayme  de  Giiete.  Pyro  si  jior  ser  su 
natural  lengua  Aragonesa  no  fuere  por  muy  cendrados  términos  quanto  a  esto  merece  perdón . 

Comedia  llamada  Uidriana,  compuesta  por  Jarime  de  Gueta  (sic)  agora  nueuamente;  en  la  qual 
se  recitan  los  amores  de  vn  cauallero  y  de  vna,  señora  de  Aragón  a  cuya  petición  por  serles  muy  sieruo 
se  ocupó  en  la  obra  presente:  el  sucesso  y  fin  de  cuyos  amores  va  metophoricamente  tocado  justa  el  pro-  ■, 
cesso  y  execucion  de  aquellos.  i 

Los  ejemplares  que  la  Biblioteca  Nacional  posee  de  estas  dos  rarísimas  farsas  proceden  de  la  '■ 
biblioteca  de  Salva  y  están  descritos  en  su  Catálogo  (torao  I,  núm?.  1279  y  1280).  I 

(^)  Comedia  intitulada  Radiana:  compuesta  por  Agustín  Ortiz;  en  la  qual  se  introdvzen  las\ 
personas  siguientes.  Primeramente  un  cauallero  anciano  llameado  Lireo  z  su  criado  Ricreto,  z  una  hija  i 
deste  cauallero  llamada  Ridiana  z  su  criada  Marpina  z  vn  cauallero  llamado  Cleriano  z  su  criado. 


INTRODUCCIÓN  cxlix 

din.  Nada  puedo  decir  de  la  Comedia  EosabelUí^  de  Martía  de  Santander,  impresa  en 
1550,  porque  no  he  llegado  á  verla,  pero  su  portada  indica  que  tenía  un  argumento 
muj  análogo  ('). 

Del  mismo  año  (si  es  que  no  hay  edición  anterior,  como  puede  sospecharse)  es  la 
Gome  lia  llamada  Tidea,  compuesta  por  Francisco  de  las  Natas:  beneficiado  en  la 
¡iglesia  perrochial  (sic)  de  la  villa  Cuevas  rubias^  ij  en  la  yglesia  de  Santa  Cruz  de 
Rebilla  cabriada.  En  la  qiial  se  iniroduxe  un  gentil  hombre  cavallero  llamado  don 
Tideo  tj  dos  criados  su/jos,  el  vno  Prudente^  el  otro  Fileno^  y  una  vieja  alcahueta 
llamada  Beroe,  y  una  doncella  noble  llamada  Faustituí,  con  vna  su  criada  Justina. 
Dos  pastores^  el  vno  llamado  Damon.,  el  otro  Menalcas.  Vn  alguaxil  con  sus  criados. 
El  padre  y  madre  de  la  donxella^  el  padre  Eiffco.^  la  madre  Trecia.  Traíanse  los 
amores  de  don  Tideo  con  la  donxella^  y  cómo  la  alcanró  por  interposición  de  aquella 
vieja  alcagueta;  y  en  fin  por  bien  de  pax,  fueron  en  uno  casados.  Es  obra  muy  gracio- 
sa y  apacible.^  1550  (-).  Salvo  la  inoportuna  aparición  de  los  pastores,  que  pertenecen 
al  repertorio  de  Juan  del  Enzina,  el  beneficiado  de  Covarrubias  no  hizo  más  que  poner  en 
malas  coplas  el  argumento  de  la  Celestina^  á  la  cual  dio  placentero  desenlace,  según 
era  costumbre  en  estas  farsas  representables,  que  rara  vez  son  trágicas.  En  la  versifi- 
cación y  número  de  jornadas  sigue  á  Naharro. 

^0  en  cinco,  sino  en  tres  jornadas  (novedad  que  á  fines  del  siglo  xvi  se  atribuyeron 
Virués  y  Cervantes),  está  compuesto  el  Auto  llamado  de  Clarindo^  sacado  de  las  obras 
del  Captivo  {?)por  Antonio  Diex^  librero  sordo,  y  en  partes  añadido  y  eme?idado;  es  obra 
muy  sentida  y  graciosa  para  se  representar.,  pieza  rarísima,  que  por  meros  indicios  se 
supone  impresa  en  Toledo  hacia  1535  [^).  Clarindo  y  Clarisa  son  una  nueva  repetición 
de  Calisto  y  Melibea,  pero  esta  intriga  de  amor  está  cruzada  por  otra  entre  Pelecín  y 
Florinda.  Los  padres  de  las  dos  doncellas  las  encierran  en  un  monasterio  de  que  era 
abadesa  una  tía  suya,  pero  logran  fugarse  de  él  gracias  á  la  diabólica  intervención  de 
una  bruja  que  hechizándolas  á  entrambas  las  hace  cautivas  de  la  voluntad  de  sus  ena- 
morados. 

llamado  Turpmo,  z  tres  pastores  Lirado  z  Pinto  z  Juanillo,  z  un  Sacerdote.  Reparte  se  en  cinco 
jornadas  breues  e  graciosas  e  de  muchos  exemplos. 

El  ejemplar,  al  parecer  único,  de  Salva  (Cf.  Catátogo,  I,  1337)  pasó  también  á  la  Biblioteca 
Nacional. 

Cj  Comedia  llamada  Rosahella.  Nueuamente  compuesta  por  martin  de  Santander.  En  la  qual 
se  introduzen  un  cauallero  llamado  Jasminio,  y  dos  criados:  es  vno  un  VizcaÍ7io,  y  es  otro  vn  Negro,  y 
vna  dama  llamada  RosabeVa  y  su  padre  de  la  dama  llamado  Libeo,  vn  hijo  suyo  y  vn  alguacil  con 
sus  criados,  y  vn  pastor  llamado  Pubro.  En  la  qual  tracta  de  como  el  cauallero  por  amores  se  desposo 
con  ella,  y  la  saco  de  casa  de  su  padre.  Es  muy  graciosa  y  apazible.  1550. 

(N'.°  4495  del  Ensayo  de  Gallardo,  nota  comunicada  por  D.  Pascual  de  Gayangos).  Un  ejemplar 
de  esta  obra  salió  á  la  venta  en  Roma  en  enero  de  1884.  Ignoro  quién  le  adquirió. 

{^)  El  único  ejemplar  cinocido  de  esta  farsa  pertenece  á  la  Biblioteca  de  Munich,  y  fué  dado  á 
conocer  por  Fernando  Wolf  en  1852,  en  los  Sitzungberichte  de  la  Academia  de  Viena  (clase  filosófi- 
ca histórica,  tomo  VIII).  De  esta  memoria  sobre  varias  piezas  dramáticas,  á  cuál  más  peregrinas, 
hay  traducción  heciía  por  D.  Julián  Sanz  del  Río,  en  el  tomo  XXII  de  la  colección  de  Documentos 
Inéditos  para  la  Historia  de  España,  1853. 

Tanto  la  Tidea  como  la  Thesorina  figuran  en  los  índices  del  Santo  Oficio  desde  1559. 

(^)  Dieron  la  primera  noticia  de  él  los  traductores  de  Ticknor  en  1851  (tomo  III  de  la  Historia 
de  la  Literatura  Española,  pp.  525  á  527),  Tengo  copia  entre  los  manuscritos  de  Cañete. 


CL  orígenes  de  la  novela 

Más  interesante  como  pintura  de  costumbres  es  la  Farsa  llamada  Salamaniina^ 
compuesta  por  Bartolomé  Palau,  estudiante  de  Burbáguena  (1552),  de  la  cual  debemos 
una  excelente  reimpresión  al  señor  Morel-Fatio  (^).  Este  largo  entremés  es  «obra  que 
passa  entre  los  estudiautes  en  Salamanca» ,  como  se  anuncia  desde  el  frontis;  y  el 
introyto  tampoco  nos  deja  duda  de  que  fué  representada  por  estudiantes  y  ante  un 
auditorio  universitario.  El  escolar  perdido  j  buscón,  que  es  héroe  de  la  pieza,  atesti- 
gua la  popularidad  de  la  Celestina^  único  libro  que  afirma  poseer,  juntamente  coirun^ 

tratadito  de  derecho: 

"  "'  Libros?  pues  vos  lo  veed: 

Una  Celestina  vigja 

y  un  Pheli'jjo  de  ayer  (¿de  alquiler'?]. 

Las  escenas  bajamente  cómicas  del  bachiller  Palau  están  tomadas  de  la  realidad 
misma,  con  franco  y  brutal  naturalismo,  sin  ningún  género  de  selección  artística. 
Sería  injusto  considerarlas  como  imitación  de  la  obra  de  R\:»jas,  pero  todavía  son  prole 
suya,  aunque  bastarda  y  degenerada. 

La  influencia  del  gran  modelo  no  se  manifiesta  sólo  en  estos  adocenados  y  torpes 
ensayos,  sino  en  obras  de  más  elevado  fin,  de  intención  moral  y  de  asunto  que  á 
primitiva  vista  nada  tiene  de  celestinesco  (^).  Tal  es  el  de  la  excelente  Coynedia  Pró- 
diga del  extremeño  Luis  de  Miranda,  impresa  en  Sevilla  en  1554  {^).  Esta  obra  es  una 
dramatizacióu,  á  la  verdad  bastante  profana,  de  la  parábola  evangélica  del  Hijo  Pró- 
digo (San  Lucas,  cap.  XV,  v.  11-32),  pero  la  portada  misma  es  un  plagio  intencionado 
de  la  Celestina^  sin  duda  para  atraer  lectores  á  la  obra  nueva: 

»  Comedia  Pródiga...  compuesta  y  moralizada  por  Luis  de  Mira7ida,  placenlino., 
■}>en  la  qiial  se  contiene  (demás  de  su  agradable  g  dulce  estilo)  muchas  sentencias  y 
^avisos  mug  necesarios  para  mancebos  que  van  por  el  mundo.,  mostrando  los  engaños 
»y  burlas  que  están  encubiertos  en  fingidos  amigos.,  malas  mujeres  y  traidores  sir- 
■»  vientes» . 

D.  Leandro  Fernández  de  Moratín,  que  en  sus  Orígoies  fué  el  primero  en  llamar 
la  atención  sobre  esta  rara  pieza,  hace  de  ella  extraordinario  encarecimiento,  mucho 
más  digno  de  notarse  dada  la  habitual  acrimonia  de  sus  juicios:  «Está  muy  bien  des- 
»  empeñado  el  fin  moral  de  esta  fábula,  que  es,  sin  duda,  una  de  las  mejores  del  anti- 
»  guo  teatro  español:  bien  pintados  los  caracteres,  bien  escritas  algunas  de  sus  escenas; 
» las  situaciones  se  suceden  unas  á  otras,  aunque  no  con  particular  artificio  dramático, 
» siempre  con  verisimilitud  y  rapidez». 

(*)  Bulletin  Eispanique,  octubre  á  diciembre  de  1900, 

(^)  Aun  en  la  notabilísima  Tragedia  Josefina,  de  Miguel  de  Carvajal,  con  sor  bíblico  el  argu- 
mento, la  verdad  humana,  la  expresión  viva  y  enérgica  de  los  afectos,  hacen  pensar  en  la  Celestina 
más  que  en  ningún  otro  modelo.  El  monólogo  de  Zenobia,  la  mujer  de  Putifar,  en  el  acto  II,  bastaría 
para  comprobarlo.  Es  curiosa  la  advertencia  que  hace  el  Faraute  sobre  estas  escenas:  «El  auctor, 
Dcomo  es  tosco  y  grosero  y  sabe  poco  de  amor,  en  esta  segunda  parte,  á  algunas  personas  socorridas, 
«quiero  decir  hábiles  en  estos  acaecidos  y  venéreos  caeos,  se  encomendó:  vuestras  mercedes  lo 
»tomen  como  cosa  de  prestado». 

Tragedia  llamada  Josefina,  sacada  de  la  profundidad  de  la  Sagrada.  Esci'itura  y  trohada  por 
Micael  de  Carvajal,  de  la  ciudad  de  Placencia  (ed.  de  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Españoles,  con  una 
erudita  y  brillante  introducción  de  D.  Manuel  Cañete  (Madrid,  1870),  pág.  71. 

(')  Reimpreso  en  Sevilla,  por  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Españoles,  18G8. 


INTRODUCCIÓN  cli 

Lástima  que  á  todos  estos  méritos  y  al  grandísimo  de  la  verdad  humaua  eu  los 
diálogos  j  en  las  situaciones  no  pueda  añadirse  el  de  la  cabal  originalidad,  puesto  qite 
la  comedia  de  Luis  de  Iliranda  es  sobre  todo  una  imitación  libre  j  muy  bien  hecha  de 
la  Commedia  d'il  figlíuol  prodigo  del  florentino  Juan  María  Cecchi,  transportada  de  las 
costumbres  italianas  á  las  españolas;  y  hábilmente  combinada  con  los  datos  de  la 
Cel&stimi.  A  estas  dos  fuentes  hay  que  referir  las  andanzas  del  Pródigo,  que  sigue 
como  soldado  aventurero  al  capitán  que  pasa  por  su  pueblo  levantando  bandera,  y  corre 
por  ferias  y  mesones  malbaratando  su  dinero  entre  rufianes  y  mozas  del  partido.  Oli- 
venza,  el  baladróii  cobarde,  las  dos  ramei'as  Alfenisa  y  Grimana,  la  criada  Florina  y 
sobre  todo  la  vieja  alcahueta  Briaua,  son  tipos  que  no  desmienten  su  origen. 

Cambió  el  gusto  en  la  segunda  mitad  del  siglo  xvi:  triunfó  la  comedia  italiana, 
nacionalizada  por  Lope  de  Rueda,  Timoneda,  Sepúlveda  y  Alonso  de  la  A'ega;  triunfó 
la  prosa  en  el  teatro,  y  con  olla  la  imitación  formal  de  la  Celestina^  que  hasta  entonces 
sólo  por  su  materia  y  argumento,  personajes  y  situaciones,  había  influido  en  las  obras 
representables. 

Lope  de  Rueda,  eu  quien  esta  imitación  tomó  propio  y  adecuado  carácter,  no  era, 
á  pesar  de  su  humilde  condición  y  errante  vida,  un  poeta  primitivo,  como  el  vulgo 
imagina,  ni  era  posible  que  lo  fuese  después  de  una  elaboración  dramática  tan  larga. 
Hábil  imitador  de  los  italianos,  á  quienes  saqueó  sin  escrúpulo  para  los  argumentos  y 
trazas  de  sus  comedias  y  coloquios  ( ' ),  fué  maestro  de  la  lengua  y  del  diálogo  cómico, 
no  por  ruda  espontaneidad,  sino  por  arte  refinado.  La  fábula  en  sus  obras  es  lo  de 
menos,  ni  tiene  una  sola  que  pueda  llamarse  propia.  Pero  triunfa  en  la  representación 
de  costumbres  populares  y  eu  el  manejo  siempre  hábil  de  ciertas  figuras  escénicas,  que 
repite  con  fruición,  ya  en  sus  pasos  ó  entremeses,  ya  episódicamente  en  sus  obras  de 
más  empeño.  Entre  estos  tipos  hay  uno  conocidamente  tomado  de  la  Celestina  y  de  sus 
imitaciones,  el  rufián  Centurio,  que  es  el  lacayo  Vallejo  de  la  comedia  Eufemia^  el  Gar- 
gullo  de  la  comedia  Medora^  el  Madrigalejo  y  el  Sigüenza  de  dos  de  los  pasos  del  Regis- 
tro de  Representantes.  Era  uno  de  los  papeles  en  que  como  actor  sobresalía  Lope  de 
Rueda,  segim  atestigua  Cervantes  en  el  prólogo  de  sus  comedias:  «Aderezábaulas  y  dila- 
»tábanlas  con  dos  ó  tres  entremeses,  ya  de  negro,  ya  de  rufián^  ya  de  bobo  y  ya  de 
»  vizcaíno;  que  todas  estas  cuatro  figuras  y  otras  muchas  hacía  el  tal  Lope  con  la  mayor 
» excelencia  y  propiedad  que  pudiera  imaginarse...  Sucedió  á  Lope  de  Rueda,  Navarro, 
» natural  de  Toledo,  el  cual  fué  famoso  en  hacer  la  figura  de  un  nifuín  cobarde.'-) 

Pero  no  es  esta  imitación  parcial  y  directa  lo  que  hace  de  Lope  de  Rueda  un  discí- 
pulo del  autor  de  la  Celestina.  Lo  es  también  por  su  sentido  realista  de  la  comedia, 
que  se  abre  paso  á  través  de  los  argumentos  más  inverisímiles  y  extravagantes,  por 
sus  dotes  de  observador  de  costumbres,  aunque  aplicadas  en  pequeña  escala  y  sin 
aquel  aspecto  de  grandeza  que  á  la  obra  de  Rojas  caracteriza.  Lo  es  por  la  viva  y  natu- 
ral expresión  de  los  afectos,  cuando  obedece  á  su  buen  instinto  y  no  se  pierde  en  en- 
fáticos discursos  y  afectaciones  de  falsa  poesía  pastoril,  como  eu  los  Coloquios.  Lo  es 
sobre  todo  por  el  jugo  sabrosísimo  de  su  prosa,  que  es  un  venero  de  sales  castizas  ini- 
mitables. La  lengua  de  Lope  de  Rueda,  á  quien  tanto  admiraba  Cervantes,  no  es  más 

C)  Vid.  especiahnente  el  trtibajo  de  A.  L.  Stiefel,  Lope  de  Rueda  und  da.'i  italianische  LalS' 
piel  en  la  Zeitschrift für  Romanische  Philologie,  tomo  XV,  1891,  pp.  Ifi2  y  318. 


cLii  orígenes  de  la  novela 

que  la  lengua  de  la  Celestina  descargada  de  su'  exuberante  j  viciosa  frondosidad  y 
transportada  á  las  tablas  por  un  hombre  de  verdadero  talento  dramático,  que  la  hizo 
más  rápida,  animada  y  ligera,  no  sin  que  perdiese  algo,  quizá  mucho,  de  su  fuerza 
poética  j  honda  energía. 

¿Fué  Lope  de  Rueda  el  primero  que  escribió  e:i  prosa  comedias  representables  j 
representadas?  Hay  algún  motivo  para  dudarlo  y  aun  para  negarlo.  Juan  de  Timo- 
neda,  en  el  prólogo  de  las  tres  comedias  que  hizo  imprimir  en  1559,  se  atribuye 
categóricamente  la  ianovación:  «Quán  aplazible  sea  el  estilo  cómico  para  leer  puesto 
»en  prosa,  y  quán  propio  para  pintar  los  vicios  y  las  virtudes...  bien  lo  supo  el  que 
» compuso  los  amores  d'  Calisto  ¡j  Melibea  y  el  otro  que  hizo  la  Tebaida.  Pero  fal- 
»tauales  a  estas  obras  para  ser  consumadas  poderse  representar  como  las  que  hizo 
»  Baltasar  d' Torres  y  otros  en  metro.  Considerando  yo  esto  quise  haxer  Comedias  en 
»p7'0sa,  de  tal  manera  que  fuessen  breues  y  representables;  y  hechas.^  como  pareseie- 
■»sse)i  muy  bien  assi  a  los  representantes  como  a  los  auditores .^  rogáronme  muy  encare- 
■>-> cidamente  que  las  imprimiesse,  porque  todos  gozassen  de  obras  tan  sentenciosas, 
adulces  y  regocijadas ■>  ('). 

Sólo  la  extraordinaria  rareza  del  libro  de  las  Tres  Comedias  ha  podido  hacer  que 
no  se  fijase  la  atención  en  este  pasaje,  que,  si  Timoneda  dice  verdad,  como  creemos, 
algo  cambia  de  la  relación  que  generalmente  se  establece  entre  el  librero  de  Valencia 
y  el  batihoja  de  Sevilla,  considerando  al  primero  como  simple  discípulo  y  editor  del 
segundo.  Pero  con  ser  excelente  la  prosa  en  las  comedias  de  Timoneda,  y  mucho  más 
racional  y  bien  urdida  la  fábula,  nunca  fueron  tan  populares  como  las  de  su  amigo? 
sin  duda  porque  hay  en  ellas  menos  sabor  indígena.  Dos  son  imitaciones  de  Planto 
y  otra  del  Ariosto,  y  siguen  la  corriente  del  teatro  italiano  más  bien  que  la  de  la  Celes- 
tina  y  la  Tebaida,  aunque  él  mismo  las  cita  y  confiesa  su  influjo. 

Pero  aquella  escuela  dramática  tuvo  muy  corta  vida.  La  comedia  en  verso  volvió 
á  imponerse  y  fué  en  adelante  la  única  forma  del  drama  nacional.  Virués,  Juan  de  la 
Cueva,  Rey  de  Artieda  y  otros  ingenios  de  menos  cuenta  hicieron  triunfar  en  el  últi- 
mQ  tercio  de  aquel  siglo  una  especie  de  tragicomedia  lírica,  medio  clásica,  medio 
romántica,  en  la  cual  se  incorporaron  elementos  históricos  y  tradicionales,  cuya  vitalidad 
fué  tanta  que,  unida  al  genio  de  un  inmenso  poeta,  hizo  surgir  del  caos  fecundo  de  la 
antigua  dramaturgia  la  forma  definitiva  de  la  comedia  española.  Pero  aun  en  las  obras 
novelescas  y  extravagantes  del  período  de  transición  se  nota  de  vez  en  cuando  la 
influencia  siempre  provechosa  de  la  Celestina,  contrastando  con  las  aberraciones  de  los 
nuevos  autores.  Sirva  de  ejemplo  la  Comedia  de  El  Infamador,  una  de  las  más  intere- 
santes de  Juan  de  la  Cueva,  hasta  por  la  supuesta  semejanza  que  algunos  han  querido 
encontrar  entre  su  protagonista  Leucino  y  D.  Juan  Tenorio.  En  esta  pieza  monstruosa, 
conjunto  de  escenas  mitológicas  y  de  lances  familiares,  el  tipo  de  la  alcahueta  Teodora, 
que  es  el  único  medianamente  trazado,  pertenece  al  género  celestinesco,  y  la  relación 
que  hace  del  mal  recibimiento  que  tuvo  en  casa  de  la  doncella  Eliodora  está  calcada 

(')  Las  tres  Comedias  del  facundissimo  Poeta  Juan  Timoneda,  dedicadas  al  Illustre  Señor  don 
Xim,en  Pérez  de  Calatayü  y  Vdlaragut.  Año  1559  (En  la  epístola  de  El  autor  a  los  lectores). 

Los  do3  únicos  ejemplares  conocidos  de  este  rarísimo  libro  pertenecen  á  la  Biblioteca  Nacional. 
Tengo  reimpreso,  y  publicaré  en  breve,  todo  el  teatro  profano  de  Timoneda  como  primer  tomo  de 
sus  Obras,  que  eaca  á  luz  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Valencianos. 


INTRODUCCIÓN 


CLIII 


punto  por  punto  en  el  acto  IV  de  la  tríigicomedia.  Pero  en  Juan  de  la  Cueva  la  heroína 
es  de  una  virtud  inexpugnable.  Teodora,  como  todas  sus  congéneres  en  materia  de  ter- 
cerías, practica  la  magia  y  evoca  á  los  espíritus  del  Erebo  en  elegantes  versos  clásicos 
imitados  de  Virgilio  é  indirectamente  de  Teócrito  ( ' ). 

Lope  dü  Vega  tributó  á  la  Celestina  el  más  alto  homenaje,  imitándola  con  magis- 
tral pericia  en  aquella  «acción  en  prosa» ,  que  era  una  de  sus  obras  predilectas  (por 
ventura  de  mí  la  más  querida).  Su  fecha  (1632)  saca  de  nuestro  cuadro  actual  esta  con- 
fesión autobiográfica  de  juveniles  extravíos,  hoy  descifrada  por  la  crítica  sagaz  é  inge* 
niosa  de  un  malogrado  erudito,  que  vino  á  confirmar  en  parte  las  adivinaciones  de 
Fauriel  (-).  Hay  mucho  de  personal  en  la  Dorotea.^  y  por  eso  interesa  profundamente 
y  se  aparta  del  trillado  camino  de  las  Celestinas,  pero  intencionalmente  las  recuerda, 
sobre  todo  á  la  de  Rojas,  no  solo  por  el  cuño  de  su  admirable  prosa,  sino  por  la  crea- 
ción del  tipo  de  «Gerarda» ,  único  que  puede  medirse  sin  gran  desventaja  con  la  primi- 
tiva Celestina,  aunque  la  intriga  de  amor  en  que  interviene  tenga  distinto  proceso.  Los 


(')  Es  rarísima  lu  Primera  (y  única)  Parte  de  las  Comedias  de  loan  de  la  Cueua  dirigidas  a 
Momo  (Sevilla,  en  casa  de  loan  de  León,  15S0),  y  urgente  la  necesidad  de  su  reimpresión,  honor 
que  han  logrado  tantos  libros  baiadíes,  cuando  éste  do  tanta  curiosidad  en  la  historia  de  nuestra 
literatura  dramática  es  de  tan  difícil  adquisición.  Sólo  he  manejailo  dos  ó  tres  ejemplares,  incluso  el 
de  la  Biblioteca  Nacional. 

La  Comedia  del  Infamador  puede  leerse  en  el  tomo  I  del  Tesoro  del  Teatro  Español,  de  Oclica 
(Baudry,  1838),  pp.  265-285. 

En  la  jornada  primera  leemos: 

Bien  negoció  la  nuera  Celestina 

En  la  jornada  tercera  encontramos  una  alusión  á  la  madre  de  Pármeno: 

¿No  estuviste  agora  aquí 

Con  las  dos  viejas  Claudinas? 

Hay  también  un  curioso  pasaje  sobre  el  Arcipreste  de  Talavera  y  Cristóbal  del  Castillejo: 


¿En  qué  te  has  entretenido 
En  su  ausencia  et^tos  tres  días? 

ELIODORA 

En  cien  mil  melancolías, 
Con  dos  libros  que  he  leído. 

PORCERO 
¿Tan  gran  le  letora  eres? 

ELIODORA 
Si,  mas  éstos  me  han  cansado, 
Porque  todo  su  cuidaio 
Fué  decir  mal  de  mujeres. 


PORCERO 

Suplicóte  que  me  nombres 
Los  nombres  de  esos  autores 
Que  ofenden  vuestros  loores. 


ELIODORA 
Son  dos  celebrados  hombres 

PORCERO 
¿Qué  hay  que  celebrar  en  ellos 
Sí  ofenden  vnestra  bondad? 
Mas,  dime,  con  brevedad, 
¿Quién  son?  para  conocellos. 

ELIODORA 
El  uno  es  el  arcipreste 
Que  dicen  de  Talavera. 


Nunca  tal  preste  naciera, 
Si  no  dio  más  fruto  que  éste. 


Hombre  es  de  sano  consejo, 
Aunque  á  mujeres  contrario. 

PORCERO 

Cuánto  mejor  le  estuviera 
A!  reverendo  arcipreste, 
Que  componer  esta  peste, 
Doctrinar  á  Talavera; 

Y  al  secretario  hacer 

Su  oficio,  pues  d'I  se  precia. 
Que  con  libertad  tan  necia 
Las  mujeres  ofender. 

ELIODORA 
Cierto  que  tienes  razón, 

Y  en  eso  muestras  quién  eres; 
Que  decir  mal  de  mugeres 
Ni  es  saber,  ni  es  discreción. 


ELIODORA 
El  otro  es  el  secretario 
Cristóbal  del  Castillejo; 

(2)  Aludo  al  interesante  libro  de  D.  Cristo' )al  Pérez  Pastor,  Proceso  de  Lope  de  Vega  por  libelos 
contra  unos  cótnicos. 'Madrid,  IdOl.  Allí  está  la  clave  de  la  Dorotea,  pero   todavía  quedan  puntos 
j  oscuros  y  difíciles,  que  aca.so  con  el  hallazgo  de  nuevos  documentos  puedan  resolverse. 


cMv  orígenes  de  la  novela 

rencores  personales  del  poeta,  vivos  todavía  á  pesar  de  los  años^  se  combinaron  aquí 
con  la  imitación  literaria  j  dieron  á  la  figura  una  pujanza  y  un  relieve  que  no  habían 
logrado  ni  Feliciano  de  Silva,  ni  Sancho  Muñón,  ni  el  autor  de  la  Sclvagia^  ni  otro 
alguno  de  los  imitadores  que  examinaremos  en  el  capítulo  siguiente. 

Lope  adopta  todos  los  procedimientos  de  la  Celestina^  incluso  la  afluencia  de  sen- 
tencias y  proverbios,  los  largos  j  á  veces  impertinentes  discursos,  la  afectación  de  citas 
pedantescas,  que  llega  al  colmo;  pero  su  Gerarda  no  es  ja  el  tipo  convencional  de  la 
alcahueta  que  mecánicamente  repiten  los  otros.  Es  Celestina,  que  vuelve  al  mundo  con 
su  antigua  j  persuasiva  elocuencia  y  su  caudal  de  tercerías  y  malas  artes:  es  una  genial 
resurrección^  bien  distinta  de  aquella  otra  que  toscamente  inventó  el  autor  de  la  historia 
dé  Felides  y  Polandria.  Los  demás  personajes  de  la  pieza  no  están  sacados  de  la  tragi- 
comedia antigua:  son  el  mismo  Lope,  sus  amigos,  sus  rivales,  sus  dos  enamoradas 
Dorotea  y  Marfisa  (preciosos  retratos  entrambas);  todo  un  mundo  de  pasión  loca,  de 
mundana  alegría  y  de  acerbo,  aunque  mal  aprovechado,  desengaño. 

No  se  escribió  la  Dorotea  para  ser  representada,  ni  en  su  integridad  podía  serlo, 
aunque  no  ha  faltado  algún  curioso  ensayo  para  llevarla  á  las  tablas,  muy  en  compen- 
dio ( • ).  Pero  es  poema  intensamente  dramático,  que  en  la  historia  del  teatro,  más  bien 
que  en  la  de  la  novela,  debe  ser  considerado.  No  es  la  única  muestra  tampoco  del  profun- 
do estudio  que  Lope  había  hecho  de  la  obra  del  más  grande  de  sus  precursores.  Muchas 
son  las  comedias  de  su  inmenso  repertorio  que  presentan  caracteres,  situaciones  y  diálo- 
gos celestinescos.  Basta  recordar  El  Anxuelo  de  Fenisd  (aunque  el  argumento  esté  toma- 
do de  un  cuento  de  Boccaccio),  El  Arenal  de  Sevilla^  El  Rufián  Castrucho^  cuadro  na- 
turalista de  los  más  entonados  y  vigorosos;  El  Caballero  de  Olmedo^  que  su  autor  llamó 
tragicomedia^  y  es,  con  efecto,  deliciosa  comedia  de  costumbres  del  siglo  x\  en  los 
dos  primeros  actos,  admirable  tragedia,  llena  de  terror  j  sublime  prestigio,  en  el  tercero. 
Hay  en  esta  pieza,  una  de  las  mejores  del  teatro  de  Lope,  muchas  imitaciones  felices  y 
deliberadas  de  la  Celestina^  y  lo  es,  sobre  todo,  en  sus  obras  y  palabras,  la  hechicera 
Fabia,  gran  maestra  en  tercerías  {^). 

(')  La  Dorotea,  comedia  oritjinul  en  tres  actos,  por  D.  F.  E.  Castrillon,  representada  en  el  Teatro 
de  ¡os  Caños  del  Peral  el  día  13  de  Junio  de  1S04.  Madrid,  en  la  imprenta  de  Repullés.  Año  1804. 

Aunque  la  pieza  se  titula  «.original»,  y  en  cierto  sentido  no  puede  negarae  que  lo  es,  el  autor  pone 
al  reverso  de  la  portada  la  siguiente  advertencia:  «El  argumento  de  esta  Comedia  está  tomado  de  la 
y)D3rotea  de  Lope  de  Vega;  pues  como  el  fin  de  su  autor  era  imitar  la  versificación  de  aquel  excelente 
«ingenio,  quiso  seguir  sus  huellas  en  cuanto  al  plan  de  la  obra».  Esta  imitación  es  á  veces  feliz. 
(■')         La  frnta  fresca,  hijas  mías,  Pues  ¿qué  seda  no  arrastiaba? 

Es  gran  cosa,  y  no  aguardar  ¡Qué  gíisto,  qué  plato  el  mió! 

A  que  la  venga  á  arrugar  Andaba  en  palmas,  en  andas, 

La  brevedad  de  los  días  ....    '  Pues  ¡ay  Dios!  si  yo  quería, 

¡Qné  regalos  no  tenía 

¿^'^eisme  aquí.'  Pues  yo  os  prometo  Desta  genfe  de  hopalandas! 

Que  fué  tiempo  en  que  tenía  Pasó  aquella  primavera, 

Mi  hermosura  y  bizarría  No  entra  un  hombre  por  mi  casa; 

-   Más  de  algún  galán  sujeto.  Que  como  el  tiempo  se  pasa, 

¿Quién  no  alababa  mi  brío?  Pasa  también  la  hermosura. 

¡Dichoso  á  quien  yo  miraba!  (Jornada  iirimera.) 

C£.  Celestina,  aucto  IX. 

Véase  mi  estudio  sobre  El  Caballero  de  Olmedo  en  el  tomo  X  de  las  Obras  de  Lope  de  Vega,\ 
publicadas  por  la  Academia  Española,  pp.  LXXV-XCVIII. 


iJ 


INTRODUCCIÓN  clv 

El  arte  de  Lope  j  de  Tirso  (')  se  complace  todavía  en  la  imitación  de  la  Celestina^ 
aunque  beba  en  otras  innumerables  fuentes  que  no  le  hacen  perder  su  sabor  realista.  Pero 
conforme  avanza  el  siglo  xvn  j  surge  otra  generación  de  dramaturgos,  menos  popula- 
res que  cortesanos,  los  fulgores  de  aquel  astro  van  apagándose,  v  la  estrella  de  Calderón, 
«el  más  grande  de  los  postas  amanerados»,  se  levanta  triunfante  sobre  el  horizonte 
Consta,  sin  embargo,  que  aquel  preclaro  ingenio  había  compuesto  una  comedia  con  el  tí- 
tulo de  la  Celestina,  que  se  ha  perdido  como  algunas  otras  (^).  ¿Quién  sabe  si  algún  ves- 
tigio de  ella  habrá  quedado  en  la  ingeniosa  y  amena  pieza  de  un  discípulo  suyo,  el  doctor 
D.  Agustín  de  Salazar  y  Torres,  terminada  y  sacada  á  luz  por  otio  discípulo,  biógrafo  y 
editor  de  Calderón,  D.  Juan  de  Vera  Tassis,  con  el  rótulo  de  El  encanto  es  la  hermo- 
sura y  el  hechizo  sin  hechi.xo,  pero  mucho  más  conocida  por  La  segunda  Celestina'^  {^). 
Hay,  prescindiendo  de  esta  hipotética  relación,  otras  dos  piezas  de  nuestro  antiguo  tea- 
tro, El  Astrólogo  fingido  del  mismo  Calderón  y  El  familiar  sin  demo?iio  de  Gaspar 
de  Avila,  cuyo  pensamiento,  aunque  muy  diversamente  tratado,  tiene  alguna  analogía 
con  el  de  esta  comedia,  que  es  una  discreta  y  sazonada  burla  de  la  supersticiosa 
creencia  en  brujas  y  hechiceras: 

Y  no  que  tengan  te  asombres 
Con  los  necios  opinión; 
Porque  los  brujos  lo  son 
Porque  son  tontos  los  hombres. 

El  enredo  hábil  y  entretenido  de  esta  comedia  honra  á  su  autor,  no  menos  que  la 
sal  y  agudeza  de  los  diálogos  y  la  limpieza  general  del  estilo,  salvo  al^úu  resabio  cul- 
terano, de  que  nadie  podía  librarse  entonces.  Pero  lo  más  curioso  es  el  tipo  de  la  nue- 
va Celestina,  que  conserva  muchos  rasgos  de  la  antigua,  y  es  una  especie  de  adaptación 
morigerada,  para  los  cosquillosos  oídos  del  tiempo  de  Carlos  II: 

Hay  en  Triana  una  mujer,  Y  heredera  de  sus  obras; 

Que  puede  ser  que  ahora  viva  Esta,  no  hay  dama  en  Sevilla 

Donde  yo  la  conocí,  Que  no  conozca,  porque, 

Que  es  hija  de  Ceslestina  Con  las  más  introducida, 

(*)  Este  gran  poeta  es  el  que,  no  sólo  por  el  picante  desenfado  de  su  lenguaje,  sino  por  la  franca 
I  objetividad,  por  el  nervio  dramático,  por  el  poder  característico,  sugiere  más  el  recuerdo  de  la 
j  Celestina,  y  alguna  vez  parece  que  la  imita.  En  Por  el  sótano  y  el  torno,  comedia  de  corte  bastante 
I  clásico,  donde  está  refundida  una  parte  de  la  intriga  del  Miles  Gloriosus  de  Piauío,  el  gracioso  San- 
I  taren,  para  servir  las  intrigas  amorosas  de  su  amo,  se  introduce  en  casa  de  doña  Bernarda  y  doña 
I  Jusepa  fingiéndose  buhonero,  y  pregonando  su  mercancía  en  términos  análogos  á  los  de  Celestina 
(  coaado  se  vale  del  mismo  recurso  para  penetrar  en  casa  de  ios  padres  de  Melibea. 
;  (*)  La  cita  él  mismo  en  la  lista  de  sus  comedias  qae  envió  al  Duque  de  Veragua,  y  pablicó 

I  don  Gaspar  Agustín  de  Lara  en  si  prólogo  de  su  Obelisco  Fúnelrre.  Pinimide  funesta  á  la  inmortal 
memoria  de  D.  Pedro  Calderón  de  la  Barca  (Madrid,  ltJ84). 

0  Con  el  primer  titulo  está  en  la  Segunda  Parte  de  la  Cythara  de  Apolo,  colección  general  de 
las  obras  dramáticas  y  líricas  de  Salazar  y  Torres,  publicada  por  su  amigo  Vera  Tassis  (Madrid, 
1694).  Con  el  de  La  Segunda  Celestina  corre  en  ediciones  suqltas,  en  que  la  segunda  mitad  de. 
1  tercer  acto  difiere  por  completo.  Creemos  que  ni  una  ni  otra  conclusión  pertenecen  á  Salazar,  que 
I  dejó  incrmpleta  su  comedia,  escrita  pa:a  festejar  los  días  de  doña  Mariana  de  Austria,  terminándola, 
I  cada  cual  por  su  parte,  D.  Juan  de  Vera  y  un  poeta  anónimo.  En  la  colección  de  Dramáticos  poste- 
nores á  Lope  de  Vega  de  la  Biblioteca  de  Rivadeneyra,  tomo  II,  p.  240  y  as..,  se  ba  aeguido  el  texto  de 
\  era  Tassis.  Pero  el  mérito  de  la  comedia  justificaría  una  nueva  edición  con  las  variantes  de  ambos. 


orígenes  de  la  novela 


Está,  por  su  liabilidad; 
Pues  vendiendo  bujerías, 
Como  abanicos,  color, 
Alfileres,  barcos,  cintas, 
Guantes  y  valonas  y  otras 
Semejantes  baratijas, 
Se  introduce,  y  con  aquesto 
Por  el  ojo  de  una  tía 
Meterá  un  papel,  y  hará 
Con  tan  rara  y  peregrina 
Maña  un  embuste,  que  muchos. 
Siendo  así  que  eso  es  mentira. 
La  tienen  por  hechicera. 

Celestina,  entre  las  raras 
Mañas  con  que  se  introduce. 
Es  la  que  más  se  le  luce 
Ser  remendona  de  caras. .. 

Pule  cejas  y  pestañas, 

Y  ella  introdujo  el  estilo 
De  pegar  la  tez  ccn  hilo 

Y  del  hacer  sus  marañas. 
Friega  un  rostro  de  manera. 

Con  una  y  otra  invención. 
Que  una  cara  de  Alcorcen 


La  vuelve  de  Talavera... 

Hace  tan  raro  jabón 
Con  el  sebo  y  con  la  hiél. 
Que  hará  mano  de  papel 
Una  mano  de  tejón. 

Es  del  amor  mandadera, 
Mas  su  mayor  interés 
Sólo  se  funda  en  que  es 
Tan  grandísima  hechicera 

Que  á  un  hombre,  desde  Carmena 
Le  puso  en  el  Preste  Juan, 
Y  otro  trajo  de  Tetuán 
Como  pudiera  una  mona. 

Pero  entre  una  y  otra  tacha 
Tiene,  hablando  la  verdad. 
Una  buena  liabilidad, 
Que  es  grandísima  borracha; 

Pues  en  esta  historia  breve 
Que  mi  ingenio  te  describe, 
Si  es  asombro  como  vive. 
Es  un  pasmo  como  bebe. 

Y  en  fin,  aquesta  embustera 
Tiene  en  amor  tal  poder, 
Que  si  quiere,  ha  de  querer 
Uno,  que  quiera  ó  no  quiera... 


Esta  comedia  conservó  su  popularidad  hasta  tiempos  relativamente  modernos,  y 
todavía  en  los  últimos  años  de  Fernando  Vil  se  representaba  con  aplauso,  según  testi- 
fica algún  viajero  (').  De  ella  procede  aquel  dicho  tantas  veces  citado,  y  atribuido  capri- 
chosamente á  otros  autores: 

Es  esto  de  las  estrellas 
El  más  seguro  mentir, 
Pues  ninguno  puede  ir 
A  preguntárselo  á  ellas. 

Total  fué  el  eclipse  de  la  Celestina  durante  el  siglo  xviii.  Ni  siquiera  en  los  sai- 
neteS;  que  son  la  única  forma  viva  del  teatro  de  entonces,  es  apreciable  sn  influjo.  El 
que  la  había  estudiado  profundamente,  como  espejo  de  la  vida  humana  y  como  dechado  i 
de  lengua,  era  aquel  reflexivo  y  terenciano  ingenio,  maestro  intachable  de  la  técnica  se- 
vera, que  restauró  á  fines  de  aquella  centuria  la  olvidada  comedia  de  costumbres,  vis-1 
tiendo  (según  su  dicho)  á  la  Musa  de  Moliere  de  «basquina  y  mantilla^> .  Ya  hemos  visto 
cómo  juzgó  la  obra  de  Eojas  en  sus  Orígenes  del  teatro.  Pero  además  alude  á  ella  enj 
aquel  esbozo  de  poética  dramática  que  encabeza  como  prólogo  la  edición  definitiva  de  susí 
obras:  «La  comedia  pinta  á  los  hombres  como  son,  imita  las  costumbres  nacionales  y 

» existentes,  los  vicios  y  errores  comunes,  los  incidentes  de  la  vida  doméstica Imi- 

»tando,  pues,  tan  de  cerca  á  la  naturaleza,  no  es  de  admirar  que  hablen  en  prosa  1oí| 

(!)  L'Espagne  sous  Ferdinand  VII,  par  le  Marquis  de   Custine.   Bnixelles,    1838.  Tomo   li 
página  232.  La  carta  á  que  coi  responde  este  trozo  lleva  la  fec'ia  de  25  de  abril  de  1831. 


INTRODUCCIÓN  clvii 

» personajes  cómicos;  pero  no  se  crea  que  esto  puede  añadir  facilidades  á  la  coniposi- 
:>  ción.  Diffictle  est  proprie  couimunia  dicere.  No  es  fácil  hablar  en  prosa  como  habla- 
»ron  Melibea  y  Areusa^  el  Lazarillo,  el  picaro  Guzmán,  Monipodio,  Dorotea,  la  Trifaldi, 
» Teresa  y  Sancho.  No  es  fácil  embellecer  sin  exageración  el  diálogo  familiar,  cuando  se 
»han  de  expresar  en  ól  ideas  y  pasiones  comunes;  ni  variarle,  acomodándole  á  las 
»  diferentes  personas  que  se  introducen;  ni  evitar  que  degenere  en  trivial  6  insípido,  por 
»  acercarle  demasiado  á  la  verdad  que  imita»  (').  La  prosa  dramática  de  Moratín,  cuyo 
primor  es  incontestable,  aun  para  los  que  no  hacen  la  debida  justicia  á  su  iugciiio 
cómico,  se  fprmó  con  el  estudio  de  los  castizos  modelos  que  indica,  á  los  cuales  hu- 
biera podido  añadir  los  personajes  de  Lope  de  Rueda,  que  también  le  eran  familiares. 
Todo  esto  debió  á  la  Celestina  el  teatro  español,  aun  en  sus  postreras  evolucio- 
nes (-).  y  no  es  menor  la  deuda  que  con  el  numen  de  Fernando  de  Rojas  contrajo  nues- 
tra novela.  Aparte  de  las  imitaciones  directas,  en  cuyo  estudio  vamos  á  entrar  y  que 
por  su  número  y  su  valor  son  una  de  las  más  curiosas  y  ricas  manifestaciones  de  la  lite- 
ratura del  siglo  XVI,  no  hay  obra  alguna  fundada  en  el  estudio  del  natural  que  no  tinga 
en  Rojas  su  ascendencia,  aunque  sea  remota  é  invisible.  Pero  no  conviene  exagerar 
esta  tesis,  porque  nunca  es  uno  solo,  son  muchos  los  hilos  de  que  se  teje  la  historia 
literaria,  muchas  las  acciones  y  reacciones  que  toda  obra  de  arte  implica,  muy  profunda, 
á  veces  la  diferencia  entre  cosas  que  á  primera  vista  parecen  análogas.  Sólo  en  el  sen- 
tido vago  y  general  que  hemos  indicado  puede  admitirse  el  parentesco  entre  la  Celes- 
tina y  las  novelas  picarescas.  Puede  haber,  y  hay,  analogía  entre  ciertos  tipos  cómicos; 
la  hay  más  segura  en  la  crudeza  franca  y  brutal  del  procedimiento,  en  la  objetividad 
impasible,  en  la  falta  de  misericordia  con  que  está  presentado  el  espectáculo  de  la  vida, 
en  aquella  especie  de  pesimismo  desengañado  y  sereno  que  se  cierne  sobro  la  miseria 
social  y  en  cierto  modo  la  idealiza.  Pero  aquí  paran  las  semejanzas,  porque  el  mundo 
de  la  novela  picaresca,  aunque  confina  con  el  del  drama  lupanario,  no  se  confunde 
jamás  con  él.  La  novela  picaresca  nunca  fué  novela  de  amor,  ni  siquiera  de  lujuria;  al 
contrario,  uno  de  sus  caracteres  es  la  poca  importancia  que  concede  á  las  relaciones 
sexuales.  Es  un  género  esencialmente  misógino,  en  que  la  expresión  es  á  veces  cínica, 
pero  el  pensamiento  rara  vez  puede  tacharse  de  licencioso.  Hubo  en  el  siglo  xvii  nove- 
las picarescas  de  mujeres  como  La  Pícara  Justina  (3),  Teresa  de  Manzanares^  La  dar. 

(')  Obras  dramáticas  y  Úricas  de  D.  Leandro  Fernández  de  Moratin,  entre  los  Arcades  de  Roma, 
Inarco  Celenio.  París,  imprenta  de  Augusto  Bobeé,  1825,  tomo  I,  pág.  XXIÍI. 

O  No  han  faltado  en  estos  últimos  años  algunas  curiosas  tentativas  para  refundir  la  Celestina 
en  forma  representable.  Impreso  corre  el  libreto  de  una  ópera  del  maestro  catalán  D.  Felipe  Pedrell 
no  cantada  hasta  ahora:  La  Celestina,  tragicomedia  lírica  de  Calisto  y  Melibea  (Barcelona,  190r?,  tipo- 
grafía de  Salvat).  Y  al  tiempo  mismo  de  corregir  estas  pruebas  ha  sido  representado  en  el  Teatro 
Español  de  Madrid  nn  arreglo  dramático  de  la  Celestina,  debido  á  la  pluma  del  juicioso  y  elegante 
critico  D.  F.  Fernández  de  Villegas.  Enemigo,  como  soy,  de  toda  clase  de  refundiciones,  no  puedo 
aprobar  estos  ensayos,  pero  sí  el  loable  entusiasmo  y  la  buena  conciencia  artística  de  sus  autores. 

(^)  Fr,  Andrés  Pérez,  ó  quienquiera  que  sea  el  autor  de  este  curiosísimo  libro  publicado 
bajo  el  nombre  del  licenciado  Francisco  López  de  Ubeda,  marca  perfectamente  su  carácter  en  el 
Prólogo  al  Zecíor:  «No  es  mi  intención,  ni  halla:  ás  que  he  pretendido  contar  amores  al  tono  del 
Mibro  de  Celestina;  antea,  si  bien  lo  miras,  he  huydo  de  esso  totalmente,  porque  siempre  que  de 
Desso  trato,  voy  á  la  ligera,  no  contando  lo  que  pertenece  á  la  materia  de  deshonestidad,  sino  lo 
íque  pertenece  a  los  hurtos  ardidosos  de  Justina;  porque  en  esto  he  querido  persuadir  y  amonestar 


cLviii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

duna  de  Sevilla^  pero  más  bien  que  rameras  y  alcahuetas  son  estafadoras  j  ladronas;  lo 
que  importa  al  autor  j  lo  que  con  fruición  describe  son  sus  hurtos,  no  sus  deshonestida- 
des, que  sólo  sirven  de  anzuelo  ó  cebo  para  pescar  incautos.  La  novela  picaresca,  no  ya 
en  estos  productos  degenerados  de  arte  compuesto,  sino  en  sus  primeras  y  enérgicas  per- 
sonificaciones, en  Lazarillo,  en  Guzmán  de  Alfarache,  en  el  Buscón  D.  Pablos,  es  la  epo- 
peya cómica  de  la  astucia  y  del  hambre,  la  expresión  de  un  feroz  individualismo  que  no 
carece  de  cierta  grandeza  humorística.  Para  tales  héroes,  estoicos  de  nuevo  cuño,  los  de- 
leites carnales  no  pasan  de  un  apetito  grosero,  tan  pronto  satisfecho  como  olvidado;  en 
su  vida  holgazana  y  errante,  cuajada  de  aventuras  que  siempre  tienen  una  base  econó- 
mica^ la  áspera  y  viril  pobreza  los  hace  relativamente  castos,  no  por  virtud,  sino  por  falta 
de  sensualidad.  Los  livianos  y  fugitivos  lances  de  amor  nada  pesan  en  su  destino  ni  en 
su  carácter.  Si  la  mancebía  se  columbra,  es  bajo  su  aspecto  más  odioso  y  nada  festivo. 

Pero  dejando  aparte  este  género,  del  cual  trataremos  ampliamente  en  su  día,  basta 
para  la  gloria  del  autor  de  la  Celestina  haber  inspirado  más  de  una  vez  á  Cervantes. 
No  me  reñero  á  La  Tía  Fingida^  pues  cada  vez  me  persuado  más  de  que  esta  exce- ' 
lente  novela  no  salió  de  su  pluma,  á  pesar  de  los  eruditos  alegatos  que  hemos  leído  en 
estos  últimos  años.  Doña  Clara  de  Astudillo  y  Quiñones  es  una  copia  fiel  de  la  madre 
Celestina,  pero  tan  fiel  que  resulta  servil,  y  no  es  este  el  menor  de  los  indicios  contraía 
supuesta  paternidad  de  la  obra.  Cervantes  no  imitaba  de  esa  manera  que  se  confunde 
con  el  calco.  Un  autor  de  talento,  pero  de  segundo  orden,  bastaba  para  hacerlo.  Quizá 
el  tiempo  nos  revele  su  nombre,  acaso  oscuro  y  modesto,  cuando  no  desconocido  del 
todo;  que  estas  sorpresas  suele  proporcionar  la  historia  literaria,  y  no  hay  para  qué  vin- 
cular en  unos  pocos  nombres  famosos  los  frutos  de  una  generación  literaria  tan  fecunda 
como  la  de  principios  del  siglo  xvii. 

Pero  hay  en  las  novelas  auténticas  de  Cervantes,  y  más  todavía  en  sus  entremeses, 
tantos  vestigios  del  libro  que  él  llamaba  divino^  que  sin  recelo  de  contradicción  podemos 
afirmar  que  de  todas  las  obras  compuestas  en  nuestra  lengua,  ninguna  influyó  tanto  en  el 
arte  y  estilo  de  Miguel  Cervantes  como  ésta.  Rinconete  y  Cortadillo^  El  Celoso  Extremeño^ 
El  Casamiento  Engañoso  y  el  Coloquio  de  los  Perros  acreditan  por  varios  modos  esta  in- 
fluencia, que  no  es  necesario  puntualizar,  puesto  que  está  á  la  vista  de  cualquier  persona 

))que  ya  en  estos  tiempos  laa  mugares  perdidas  no  cesan  sus  gustos  para  satisfacer  a  su  sensualidad, 
*que  esto  fuera  menos  mal,  sino  que  hacen  desto  trato,  ordenándolo  a  una  insaciable  codicia  de 
»dinero.  De  modo  que  máa  parecen  mercaderas,  tratantes  de  sus  desventurados  apetitos,  que  enga- 
))ñadas  de  sus  sensuales  gustos,  Y  no  solo  lo  parece  assi,  pero  lo  es;  demás  que  a  un  hombre  cuerdo  y 
»honesto,  aunque  no  le  entretuvieran  lecturas  de  amores  deshonestos,  pero  enredos  de  luirtillos  gra- 
»ciosos  le  dan  gusto,  sin  dispendio  de  su  gravedad,  en  especial  cen  el  aditamento  de  la  resumption  y 

»moralidad Y  deste  naodo  de  escriuir  no  soy  yo  el  primer  Autor,  pues  la  lengua  latina,  entre  aque- 

»lla8  a  quien  era  materna,  tiene  estampado  mucho  do  esto,  como  se  verá  en  Terencio,  Marcial  y  otros, 
Da  quien  han  dado  benebalo  oido  muchos  hombres  cuerdos,  sabios  y  honestos».  (Libro  de  Entreleni- 
miento  de  la  Picara  lustlna,  en  el  qaal  dehaxo  de  gradónos  discursos  se  encierran  prouechosos  auisos.. 
Impreso  en  Medina  del  Campo,  por  Chritoual  Lasso  Vaca.  Año  M.DO.V.  Hoja  2  del  prólogo, 

A  pesar  de  eso,  en  otro  prólogo  sumario,  cuenta  la  Celestina  entre  sus  modelos:  «no  hay 
«enredo  ea  Celestimt,  chistes  en  Mom'O,  siniplejas  en  Lázaro,  elegancia  en  Guevara,  chistes  ea 
jyEufrosina,  enredos  en  Patrañuelo,  cuentos  en  Asno  de  oro,  y  generalmente  no  hay  cosa  buena  ea 
))romancero,  comedia  ni  poeta  español,  cuya  nata  aqui  no  t^nga,  cuya  quinta  esencia  no  saque». 

En  la  lámina  alegórica  que  va  al  frente  de  esta  primera  y  rara  edición,  la  madre  Celestina  j 
navega  en  el  mismo  barco  que  el  Picaro  Guzmán  de  Alfarache;  Lazarillo,  en  un  barquichuelo. 


INrROüUCCIüN  oLix 

mediauamente  versada  en  nuestras  letras.  Todavía  percibo  más  sabor  celestinesco  en  al- 
gunos entremeses,  tales  como  El  Viejo  Celoso^  La  Cueva  de  Salamanca^  EL  Ual'uui  Viu- 
do^ La  Qíiarda  Cuidosa  j  El  Vixcaiuo  Fingido^  obrillas  de  picante  y  sabroso  donaire 
que  por  la  alegre  desenvoltura  con  que  se  escribieron  recuerdan  la  manera  libre  j 
desenfadada  de  principios  del  siglo  xvi  más  bien  que  el  estilo  habitual  de  Cervantes, 
Contra  lo  que  pudiera  esperarse,  no  abundan  en  D.  Francisco  de  Quevedo  las  refe- 
rencias á  la  Celestina.  Sólo  recuerdo  ésta  en  el  prólogo  que  puso  á  la  Eufrosina  caste- 
llana, traducida  por  su  amigo  D.  Fernaudo  de  Ballesteros  y  Saavedra,  que  va  reimpresa 
en  este  tomo:  «Focas  comedias  hay  en  prosa  de  nuestra  lengua,  si  bien  lo  fueron  todas 
» las  de  Lope  de  Kueda;  mas  para  leídas  tenemos  la  Selvagia^  y  coa  superior  estimación 
» la  Celestina^  que  tanto  aplauso  ha  tenido  en  todas  las  naciones» .  La  manera  profun- 
damente original,  pero  artificiosa  y  violenta,  del  gran  satírico,  contrasta  con  el  apacible 
y  llano  decir  de  la  antigua  tragicomedia;  pero  hay  una  obra  de  su  juventud,  escrita  en 
diverso  estilo,  donde  se  encuentran  palpables  reminiscencias  de  fondo  y  forma.  Casi 
todo  lo  que  el  Buscón  D.  Fablos  nos  cuenta  de  su  madre  en  el  capítulo  primero  de  su 
historia,  y  lo  que  se  contiene  en  la  estupenda  carta  de  su  tío  el  verdugo  de  Segovia, 
Alonso  Ramplón,  trae  á  las  mientes  algunas  páginas  de  la  Comedia  de  Calisto: 

«Hijo  (dice  Celestina  á  Pármeno)...  prendieron  quatro  veces  a  tu  madre,  que  Dios 
»aya...  e  avn  la  vna  le  levantaron  que  era  bruxa,  porque  la  hallaron  de  noche  con  vnas 
» candelillas  cojiendo  tierra  de  una  encruzijada,  ela  tovieron  medio  dia  en  vna  escalera 
» en  la  pla9a  puesta,  vno  como  rocadero  pintado  en  la  cabera;  pero  no  fue  nada:  algo 
»han  de  suffrir  los  hombres  en  este  triste  mundo  para  sustentar  sus  vidas  e  hourras...  Eu 
y>todo  tenia  gracia:  que  en  Dios  //  en  ¡ni  conscie?icia^  avn  en  aquella  escalera  eslava  e 
•»parescia  que  a  todos  los  debaxo  no  tenia  en  vrm  blanca^  según  su  meneo  e  jpresencia... 
»Todo  lo  tuvo  en  nada;  que  mil  vezes  le  oya  dezir:  si  me  quebró  el  pie,  fue  por  mi  bien, 
» porque  soy  más  conocida  que  antes»  (Aucto  YII).  Quevedo  retoca  el  cuadro  con  feroz 
humorismo,  pero  no  hace  olvidar  la  intensa  socarronería  del  bachiller  toledano. 

Entre  los  autores  del  siglo  xvii  ninguno  admiraba  tanto  la  Celestina.^  y  nadie,  salvo 
Lope  de  Vega,  llegó  á  imitarla  con  tanta  perfección  como  Alonso  Jerónimo  de  Salas 
Barbadillo.  Pero  este  peregrino  ingenio  y  agudo  moralista,  cuyo  nombre  renace  en 
nuestros  días  más  por  codicia  bibliománica  que  por  afición  sincera,  merece  atento 
y  particular  estudio,  que  pensamos  dedicarle  cuando  el  orden  cronológico  le  traiga  á 
esta  galería  de  novelistas.  Ahora  sólo  le  citamos  para  recordar  el  notable  elogio  que  en 
la  dedicatoria  de  El  Sagax  Estado  (1620)  hizo  de  la  Celestina,  mostrando  por  cierto 
singular  ignorancia  respecto  de  sus  continuaciones:  «En  Castilla  no  tenemos  mas  que 
»una  (comedia  en  prosa),  que  es  la  Celestina.^  bien  que  esta,  aunque  vnica,  es  de  tanto 
>  valor,  que  entre  todos  los  hombres,  doctos  y  granes^  aunque  sean  los  de  mas  recatada 
» virtud,  se  ha  hecho  lugar,  adquiriendo  cada  dia  venerable  estimación,  porque  entre 
» aquellas  burlas,  al  parecer  livianas,  enseña  vna  doctrina  moral  y  católica,  amenazando 
>con  el  mal  fin  de  los  interlocutores  a  los  que  les  imitaren  en  los  vicios»  (*). 
[  De  las  imitaciones  directas  de  la  Celestina  trataremos  ampliamente  en  el  capítulo 
%ue  sigue. 

O  El  Scifjiz  Estado  marido  examinado Autor  Alonso  Gerónimo  de  Salas  Barbadillo.  Año 

¡S20 En  Madrid,  por  Juan  de  la  Cuesta,  hoja  11  de  los  preliminarea,  sin  foliar. 


orígenes  de  la  novela 


XI 


Primeras  imitaciones  dk  la  «(CELESTiyA». —  ^(Égloga»,  de  D.  Pedro  Manuel  db 
Urrea,— Su  «Penitencia  de  Amor)>.  —  Farsa' de  Ortiz  de  Stúñiga.  —  Romance 
ANÓNIMO. — Rodrigo  de  Reinosa  v  otros  autores  de  pliegos  sueltos. — kCelestina» 
versificada,  de  Juan  Sedeño. — Comedias  «Hipólita»,  «Seraphina»  y  «Thebayda», 
de  autor  anónimo. — Francisco  Delicado  y  su  «Retrato  de  la  Lozana  Andaluza». 
— Escasa  influencia  del  Aretino  en  España:  refundición  del  «Coloquio  de  las 
Damas»,  por  Fernán  Xuárez. — Continuaciones  legítimas  de  la  obra  de  Fernando 
DE  Rojas. —  «Segunda  Celestina»  ó  «Resurrección  de  Celestina»,  de  Feliciano 
DE  Silva. — «Tercera  Celestina»,  de  Gaspar  Gómez  de  Toledo.  —  «Tragicomedia 
DE  Lisandro  y  Roselia»,  de  Sancho  Mcñón. — La  «Celestina»  en  Portugal; 
imitaciones  de  Jorge  Ferreira  de  Vasconcellos:  la  comedia  «Euphrosina». — Su 

TRADUCCIÓN,    POR    BALLESTEROS    Y    SaAVEDRA. —  OtRAS    IMITACIONES   CASTELLANAS    DE    LA 

«Celestina», — «Tragedia  Policiana»,  de  Sebastián  Fernández. — «Comedia  Flo- 
RiNEA»,  DE  Juan  Rodríguez  Florián.— «Comedia  Selvagia»,  de  Alonso  de  Ville- 
gas.— «Comedia  Selvaje»,  de  Joaquín  Romero  de  Cepeda. — «La  Dolería  del  sueño 

DEL  mundo»,  comedia  ALEGÓRICA  DE  PeDRO  HuRTADO  DE  LA  VeRA.  — «  La  LeNA»  Ó 

«El  Celoso»,  del  capitán  D.  Alonso  Velázquez  de  Velasco. 


El  más  antiguo  de  los  imitadores  de  La  Celestina  fué  el  procer  aragonés  D.  Pedro 
Manuel  de  Urrea,  hijo  segundo  de  los  condes  de  Aranda  y  autor  de  un  notabilísimo 
Cancionero  impreso  en  Logroño  en  1513  (')^  que  sale  mucho  de  la  monotonía  de  los 
libros  de  su  clase,  y  anuncia,  á  lo  menos  en  esperanza,  un  poeta  sincero  y  humano.  Ya 
en  otra  ocasión  {^)  hemos  procurado  trazar  los  rasgos  característicos  de  su  simpática 
fisonomía,  que  dan  tanto  precio  á  algunos  de  sus  villancicos  y  á  sus  composiciones  de 
índole  personal  y  doméstica,  Aquí  sólo  nos  incumbe  tratar  de  las  dos  obras  (descono- 
cida una  de  ellas  hasta  nuestros  días)  en  que  ensayó  la  imitación  de  la  famosa  Tragi- 
comedia^ catorce  ó  quince  años  después  de  publicada, 

(')   Cancionero  de  las  obras  de  D.  Pedro  Manuel  de  Urrea. 

Fol.  Let   got.  de  XLIX  hojas  foliadas  y  dos  más  sin  foTutura,  una  al  principio  con  la  Tabla  j  Ij 
y  otra  al  fin  con  el  colofón:  «Fue  la  presente  obra  emprentada  en  la  mny  noble  y  muy  leal  ciudad 
»de  Logroño  a  costa  y  espensas  de  Arnao  Guillen  de  Brocar,  maestro  de  la  emprenta  en  la  dicha 
»ciudad.  E  se  acabo  en  alabanca  de  la  Santisima  trinidad  a  siete  di-as  del  mes  de  Julio.  Año  del 
»na?cim¡en*o  de  nuestro  Señor  Jesucristo  mil  y  quinientos  y  trece  años.»  El  texto  está  impreso  á  j  -j 
dos  y  tres  columnas. 

Es  una  de  las  impresiones  más  elegantes  y  primorosas  de  aquel  tiempo,  como  cuadraba  á  la  con- 
dición aristocrática  del  poeta.  La  Égloga  empieza  al  dorso  del  folio  XLIV  y  llega  hasta  el  XLÍX. 

Hay  una  reimpresión  moderna  en  la  Biblioteca  de  escritores  aragoneses  costeada  por  la  Diputa- 
ción Provincial  de  Zaragoza.  (Cancionero  de  D.  Pedro  Manuel  Ximenez  de  Urrea...  Zaragoza,  im- 
prenta del  Hospicio  Provincial,  1878).  Escribió  el  prólogo  D,  Martín  Villar,  aniiguo  profesor  de  la] 
Univereidad  cesaraugustana.  PP,  4Ó3-479  está  la  égloga. 

(-)  Antología  de  poetas  líricos  castellaas,  tomo  Vil,  pp.  CCLIV-CCLXXX.  ^ 


INTRODUCCIÓN  ótí\ 

La  primera  de  estas  imitaciones  se  halla  al  fiu  de  su  Caneionero  con  el  éncaberft- 
miento  siguiente: 

Égloga  de  la  Tragicomedia  de  Calisto  y  Melibea^  de  prosa  trotada  en  metro,  por 
Don  Pedi'o  de  Urrea,  dirigida  á  la  condesa  de  Aranda,  su  madi'e. 

Es  muy  probable  que  este  fragmento  se  representase  en  alguna  fiesta  de  familia;  á 
lo  menos  el  autor  le  tenía  por  representable,  según  las  prevenciones  que  hace  en  el 
Argumejito: 

«Esta  égloga  ha  de  ser  hecha  en  dos  vezes:  primeramente  entra  Melibea,  y  luego 
^>  después  Calisto,  y  pasan  ally  las  ra9ones  que  aquí  parescen,  y  al  cabo  despide  Melibea 
»a  Calisto  con  enojo  y  sálese  el  primero;  y  después  luego  se  va  Melibea,  y  torna  presto 
» Calisto  muy  desesperado  a  buscar  a  Semprouio,  su  criado,  y  los  dos  quedan  hablan- 
»do,  hasta  que  Sempronio  va  a  buscar  a  Celestina  para  dar  remedio  a  su  amo  Calisto. 
»Está  trovado  esto  hasta  que  queda  solo  Calisto,  y  ally  acaua;  y  por  no  quedar  mal 
^>  vanse  cantando  el  villancico  que  está  al  cabo.» 

El  título  de  égloga  y  la  forma  metrificada  han  sido  sugeridas,  á  no  dudarlo,  por  el 
ejemplo  de  Juan  del  Enzina.  Urrea  mismo  indica  la  división  en  dos  escenas  cortas  que 
contienen  menos  de  una  cuarta  parte  del  texto  original  del  primer  acto  (').  No  puede 
creerse  de  ningún  modo  que  este  solo  le  fuese  conocido,  ni  que  trabajase  sobre  un 
manuscrito,  puesto  que  en  1513  existían  ya  siete  ú  ocho  ediciones  castellanas  de  la 
Celestina,  unas  con  el  texto  en  diez  y  seis  actos  y  otras  con  el  definitivo  de  veintiuno. 
Si  levantó  Urrea  la  mano  del  trabajo,  bien  excusado,  de  versificarla,  sería  por  cansancio 
ó  por  haber  encontrado  más  dificultades  que  al  principio,  ó  sencillamente  porque  creyó 
que  bastaba  con  aquella  pequeñísima  parte  para  construir  una  sencilla  fábula  ó  más 
bien  un  diálogo  semidramático,  sin  acción,  nudo  ni  desenlace,  como  los  que  entonces 
se  estilaban. 

Entendemos  que  á  Urrea  alude,  y  no  á  otro,  el  P.  Baltasar  Gracián  cuando  atribu- 
ye toda  la  Celestina  á  un  encubierto  aragonés:  desatino  de  marca,  pero  que  puede  tener 
explicación.  Gracián,  que  era  hombre  de  mucha  y  varia  lectura,  pero  no  erudito  de 
profesión,  conocía  probablemente  el  Cancionero  de  Urrea,  y  al  encontrarse  allí  con  un 
fragmento  de  la  Celestina  en  verso,  en  que  nada  se  dice  del  autor  primitivo,  pudo  pen- 
sar que  el  hijo  de  la  condesa  de  Aranda  había  versificado  su  propia  prosa.  En  los 
versos  acrósticos  no  se  fijó,  ó  no  les  dio  valor,  y  acaso  su  ejemplar  careciese  de  ellos, 
como  carecen  algunas  Celestinas  tardías.  Por  lo  demás,  con  decir  que  Urrea,  nacido 
probablemente  en  1486,  tendría  á  lo  sumo  doce  ó  trece  años  cuando  se  publicó  por 
primera  vez  la  Celestina,  queda  demostrada  la  imposibilidad  física  de  tan  extravagante 
atribución  (*). 

Lo  que  prueba  su  Égloga,  que  no  creemos  muy  anterior  á  la  fecha  del  Cancio- 
nero O,  es  la  inmensa  popularidad  de  que  ya  gozaba  la  obra  original  de  Fernando  de 

(')  En  la  primera  reproducción  hecha  por  Foulché-Delbosc  de  la  Comedia  de  Calisto  y  Melibea 
(1900)  este  acto  ocupa  desde  la  pág.  6  á  la  37.  El  trabajo  veraificatorio  de  Urrea  no  alcanza  más  que 
hasta  la  pág.  17. 

(^)  Consta  por  sus  propios  versos  que  Urrea  se  casó  á  los  diez  y  nueve  años.  Sus  capitulacio- 
nes matrimoniales  llevan  la  fecha  de  1505. 

(^)  La  Tabla  lleva  este  encabezamiento:  «Tabla  de  las  obras  que  hay  en  este  Cancionero,  troba- 
fdaB  por  D.  Pedro  Manuel  de  Urrea,  acabado  todo  lo  que  en  él  se  contiene  hasta  XXV  años.'» 

OEÍQBNES   DE    LA   NOVELA.— 111. — k 


Q%X|l 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Kpjas  y  el  carácter  dramático  que  todos  la  atribuían.  Y  prueba  también  la  facilidad  y 
soltura  de  rimador  que  tenía  Urrea,  puesto  que  en  sus  coplas  octosilábicas  se  ciñe  de 
tal  suerte  í»1  texto  de  Eojas,  que  más  bien  le  calca  que  le  traduce,  con  cierto  desaliño 
sin  duda,  pero  mostrando  verdadero  instinto  del  diálogo  escénico.  Yéase  la  primera 
escena  de  la  Égloga^  y  cotéjese  con  el  texto  de  la  Celestina  que  va  al  pie  (^): 


CALISTO 


Yeo  en  esto,  Melibea, 
La  gran  grandeza  de  Dios. 

MELIBEA 

¿En  qué,  Caliste,  veys  vos 
Cosa  que  tan  alta  sea? 

CALISTO 

En  dar  poder  á  natura 
Que  de  perfeta  hermosura, 
Acabada,  te  dotase, 
Y  a  mí  que  verte  alcanoasse 
Sin  merecer  tal  ventura. 

Y  en  lugar  donde  me  viese 
Grozar  de  tanto  fauor, 
Que  mi  secreto  dolor 
Manifestar  te  pudiesse. 
Sin  duda  tal  galardón 
Es  mayor  en  deuocion 
Que  obras  de  sacrificio. 
Aunque  por  tal  exercicio 
Espero  yo  saluacion. 


¿Quién  vio  nunca  en  esta  vida 
Un  cuerpo  glorificado 
Como  el  myo,  que  ka  mirado 
Yna  cosa  tan  sentida? 
Por  cierto,  todos  los  santos, 
Donde  gozan  de  sus  cantos 
Mirando  a  nuestro  señor, 
No  tienen  gloria  mayor 
Que  yo  en  ver  plazeres  tantos. 

Somos  en  esto  apartados: 
Que  la  gloria  que  poseen 
Por  muy  perpetua  la  veen, 
Sin  ser  de  alli  derribados: 
Mas  yo  me  veo  alegrar 
Con  recelo  de  dexar 
Tu  vista  y  acatamiento, 
Recelando  el  gran  tormento 
Que  en  absentia  he  de  pasar. 

MELIBEA 

¿Por  gran  premio,  por  tu  fe, 
Tienes  aqueste.  Caliste? 


(*)  Calisto. — En  esto  veo,  Melibea,  la  grandeza  de  Dios. 

Melibea. — En  qué,  Calisto? 

Calisto. — En  dar  poder  a  natura  que  de  tan  perfecta  hermosura  te  dotasse,  y  fazer  a  mí  inmé- 
rito tanta  merced  que  verte  alcan9ase,  y  en  tan  conueniente  lugar,  que  mi  secreto  dolor  manifes- 
tarte pudiesse.  Sin  duda  incomparablemente  es  maj'or  tal  galardón  que  el  seruicio,  sacrificio,  deuo- 
cion y  obras  pias  que  por  este  lugar  alcan9ar  tengo  yo  a  Dios  offrecido,  ni  otro  poder  mi  voluntad 
humana  puede  complir.  Quién  vido  en  esta  vida  cuerpo  glorificado  de  ningún  hombre  como  agora 
el  mió?  Por  cierto  los  gloriosos  santos  que  se  deleitan  en  la  visión  diuina,  no  gozan  más  que  yo 
agora  en  el  acatamiento  tuyo.  Mas,  o  triste!  que  en  esto  diferimos:  que  ellos  puramente  se  glorifican 
sin  temor  de  caer  de  tal  bienauenturanza,  y  yo  mixto  (a)  me  alegro  con  recelo  del  esquino  tormento 
que  su  absencia  me  ha  de  causar. 

Melibea. — Por  gran  premio  tienes  esto,  Calisto? 

Calisto. — Téngolo  por  tauto  en  verdad,  que  si  me  diesse  en  el  cielo  la  silla  sobre  sus  santos, 
no  lo  ternia  por  tanta  felicidad. 

Melibea, — Pues  aun  más  ygual  galardón  te  daré  yo,  si  perseueras. 

Calisto.  — O  bienauentüradas  orejas  mias  que  indignamente  tan  gran  palabra  aueis  oydo! 

Melibea. — ...  A'^ete,  vete  de  ay,  torpe,  que  no  puede  mi  paciencia  tolerar  que  aya  subido  en  cora- 
9on  hutpano  comigo  el  ylicito  amor  comunicar  su  deleyte... 

(a)  Misero  leen  desatinadamente  muchas  ediciones.  Las  primitivas  dicen  mixto  ó  misto,  j  así  debe  de  ser, 
puestp.  que  Calisto  compara  sacrilegamente  sa  estado,  en  que  se  mezclan  la  bienaventaranza  y  el  recelo,  con 
el  puro  estado  beatífico. 


y 


INTRODUCCIÓN 


CLXIII 


CAUSTO 

Por  tanto,  en  esto  que  he  visto, 
Como  agora  te  diré: 
Que  si  Dios  me  diesse  arriba 
A  esta  mi  alma  catiua 
La  gloria  del  alto  cielo, 
No  tendría  más  consuelo 
Que  con  esto  que  me  aviua. 

MELIBEA 

Pues  avn  más  galardón 
Te  daré  si  perseueras. 

CALISTO 

Mis  orejas  placenteras 
Bien  aventuradas  son, 


Que  indignamente  an  oydo 
Palabra  de  gran  sonido. 

Mas  serán  desventuradas 
Tus  orejas  bien  aosadas, 
Después  de  averme  entendido... 

Yete  ya,  torpe,  de  ahí 
Cual  onbre  mucho  liuiano, 
Que  en  un  cora9on  humano 
No  cabe  servir  a  my. 
Que  no  tomo  con  paciencia 
Que,  en  absencia  ni  en  presencia, 
Un  muy  ylícito  amor 
Piense  ningún  amador 
Comigo  alcanzar  de  e9encia... 

Agora  se  va  Calis to,  y  sálese  Melibea^  y 
luego  vuelve  buscando  sus  criados. 


No  faltan  en  esta  versión  métrica  ripios  é  incorrecciones  graves,  palabras  impro- 
pias y  algunos  barbarismos,  ó  si  se  quiere  formas  dialectales,  en  la  conjugación: 

Y  las  caydas  que  daron 
Los  que  como  tú  amaron... 
Pusiéndome  inconvenientes. 

ürrea  era  un  improvisador  y  no  se  paraba  en  barras,  pero  el  efecto  general  de  sus 
versos  es  agradable  (*). 

Mucho  menos  vale  su  prosa  en  la  única  muestra  que  conocemos  de  ella,  y  que  tam- 
bién se  enlaza  con  la  Celestina  por  derivación  muy  inmediata.  Esta  pieza  rarísima,  indi- 
cada por  Brunet,  que  por  cierto  equivoca  dos  veces  el  apellido  de  su  autor  f),  es  la 
Penitencia  de  Anior^  estampada  en  Burgos  por  Fadrique  Alemán  de  Basilea,  en  1514  i^). 

(')  El  villancico  coa  que  termina  la  Égloga  es  de  los  más  endebles  de  su  autor,  que  los  compuso 
I  primorosos,  pero  se  inserta  aquí  por  ser  lo  único  original  que  ürrea  puso  en  su  imitación: 


Téngase  siempre  alegría 
iJo  puede  auer  esperanza, 
Que  todo  hace  mudanza. 

La  rueda  do  la  ventura 
Siempre  anda  en  su  mouer, 
En  vna  mano  el  plazer 
Y  en  la  otra  la  tristura. 
No  desmaye  la  cordura 
Do  puede  auer  esperanza, 
Que  todo  haze  mudanza. 

Do  el  de'scanso  haze  asiento 
El  pesar  hace  morada, 
Que  ventura  está  fundada, 


En  sus  hechos,  sobre  viento. 
Muy  poco  dura  el  tormento 
Do  puede  auer  confianga, 
Qae  tudo  haze  mudanza. 

Fin. 

Y  así  que  nanea  el  consuelo 
Se  tarda  ni  durará. 
Que  lo  que  en  ventura  está 
Todo  se  pasa  de  vuelo. 
Pues  no  tengamos  recelo 
Do  puede  auer  esperanza, 
Qae  todo  haze  mudan9a. 


(*)  En  el  tomo  IV  del  Manuel  du  libraire,  p.  478,  le  llama  Vebra;  en  el  V,  p.  1146,  Verrea. 
(*)  Penitencia  de  amor  compuesta  por  don  pedro  manuel  de  Vrrea. 

iColofon):  «Fue  la  presente  obra  emprentada  en  la  muy  noble  y  muy  leal  ciudad  de  Burgos 
»a  cosías  y  espensas  de  Fadrique,  alemán  de  Basilea,  maestro  de  la  emprenta  en  la  dicha  ciudad.  £ 


cLMv  orígenes  de  la  novela 

El  antiguo  impresor  de  la  Comedia  de  Calisto  conservó  en  el  frontispicio  de  la  Peniten- 
cia^ cambiando  los  nombres  de  los  personajes,  uno  de  los  grabados  de  la  obra  que 
Ürrea  imitaba,  fácil,  en  efecto,  de  transportar  de  una  composición  á  otra,  puesto  que 
Finoya  y'Darino,  en  la  novelita  del  ingenio  aragonés,  corresponden  á  Melibea  y  Calis-  ' 
to,  y  los  criados  Renedo  y  Angis  á  Sempronio  y  Pármeno.  Faltan  Areusa,  Elicia,  Lu-  i 
crecia  y  sobre  todo  Celestina,  es  decir,  la  salsa  del  pescado  de  la  tragicomedia,  que  sin  | 
intervención  de  la  vieja  barbuda  será  insípida  siempre.  La  parte  cómica  se  reduce  á  i 
unas  octavas  de  arte  menor  que  el  poeta  llama   «pullas  honestas»,  y  son  un  pugilato  ! 
de  groseras  desvergüenzas  cambiadas  entre  dos  lacayos.  Todo  lo  restante  está  en  prosa. 
El  fin  de  la  obra  quiere  ser  ejemplar,  aunque  por  distinto  rumbo  que  el  de  la  Celestina^  i 
para  lo  cual  se  altera  el  desenlace  de  la  manera  que  veremos;  pero  hay,  no  sólo  detalles  . 
licenciosos,  sino  una  escena  de  brutalidad  sin  ejemplo,  esmaltada  con  sentencias  como  i 
ésta:  «El  mayor  plazer  es  pecar  mortalmente;  los  que  no  gozan  desto  no  tienen  desean - 
»so».  Ninguna  de  las  blasfemias  de  Calisto  llega  á  ésta  (').  \ 

¡Extraños  tiempos  aquellos  en  que  un  caballero  tan  distinguido  como  Urrea,  que  en  i 
varias  poesías  de  su  Cancionero  muestra  haber  sido  capaz  de  las  más  sanas  inspiracio- 
nes y  de  los  más  delicados  sentimientos,  osaba  hacer  presente  de  tal  farsa  como  la  . 
Penitencia  á  su  madre  la  condesa  de  Aranda,  con  la  leve  salvedad  de  decir  en  el  pro-  j 
logo:  «Esta  obrezilla,  por  ser  toda  su  calidad  cosa  de  amores,  parece  que  se  aparta  de  | 
■»  la  condición  y  virtud  de  vuestra  señoría;  pero  porque  todo  lo  que  yo  hiziere  no  puede  | 
»ni  deve  yr  dirigido  a  otri,  embio  también  esto  como  lo  otro  que  de  mí  tiene  vuestra  ' 
■»  señoría.»  j 

Esta  dedicatoria  ofrece  otros  puntos  curiosos.  El  autor  no  hace  profesión  de  origi-i 
nalidad,  sino  todo  lo  contrario.  «Ya  no  va  nadie  a  infierno  syno  por  lo  que  otros  an  | 
»ydo;  ninguno  puede  hazer  ni  dezir  cosa  que  no  paresca  a  lo  dicho  y  hecho;  nadie 
» puede  trobar  sino  por  el  estilo  de  otros,  porque  ya  todo  lo  que  es  a  sido.»  Se  remon-  ! 
ta  á  Terencio  como  padre  del  género  en  que  ejercita  su  pluma.  «Esta  arte  de  amores  i 

»8e  acabo  en  alabanza  de  la  sanctissima  trinidad  a  V'üj  dias  del  mes  de  Junio.  Año  del  nascimiento 
»de  nuestro  Señor  jesucliristo  de  Mil  y  quinientos  y  quatorze  años». 

A  la  Penitencia  siguen  poesías  de  Urrea,  que  ninguna  relación  tienen  con  ella,  y  pueden  consi 
dorarse  como  un  pequeño  suplemento  de  su  Cancionero. 

No  conozco  este  rarísimo  opúsculo  más  que  en  la  reproducción  de  la  Biblioteca  Hispánica 
(tomo  X).  Penitencia  de  Amor  (Burgos,  1514).  Reimpresión  publicada  por  R.  Foulché-Delbosc  (Bar 
celona,  tipografía  «L'Aven^»,  1902). 

Vid.  además  Revue  Hispanique,  1902,  pp.  200-215.  ' 

(*)  Su  efecto  no  se  destruye  ni  con  el  inmediato  castigo  de  los  amantes,  ni  mucho  menos  con  j 
una  piadosa  oración  que  pronuncia  Darino,  porque  ésta  se  halla  al  principio  de  la  obra  (pág.  8)  y  lij  ' 
escena  de  la  violación  de  Fiuoya  al  fin  (pág.  66),  después  de  los  chistes  de  cuerpo  de  guardia  cor  ¡ 
que  se  obsequian  Renedo  y  Santoyo. 

Por  lo  demás,  no  puede  dudarse  de  la  ortodoxia  de  Urrea,  y  aun  del  recelo  que  le  inspiraba|  ^ 
las  especulaciones  filosóficas.  Así  lo  indica  este  curioso  pasaje:  j    ■ 

(íDarino. — Dexa  de  hablaren  la  filosofia  natural:  todos  los  filósofos  se  perdieron;  Dios  es  sobi 
»natura.  Como  harás  tú  creer  a  un  filosofo,  que  cree  las  cosas  naturales,  que  Dios  esté  en  la  osti 
»que  es  carne  suya  y  el  vino  sangre?  No  creen  lo  que  Dios  manda,  syno  lo  que  ellos  pueden  coni 
Dpronder.  Saben  la  física  y  no  saben  en  lo  de  Dios;  el  mayor  filosofo  dixo  que  el  mundo  nunca  tu 
joprincipio  ni  tendría  fin:  mira  qué  grande  eregia!  No  hables  de  filósofos  falsos,  que  materia  tea 
»m09  entre  manos  de  qué  hablar»  (pág    .'í8). 


INTRODÜCCIOlí  CLTV 

>estáyamuy  vsada  en  esta  manera  por  cartas  y  por  (jenas  (escenas)  que  dize  el  Teren- 
»GÍo,  y  naturalmente  es  estylo  del  Terencio  lo  que  hablan  en  ayuntamiento;  mas  esta  es 
v>cosa  quel  estylo  no  se  puede  quitar  ni  vedar,  pues  que  las  mismas  razones  no  sean.» 
Pero  en  verdad  no  fué  Terencio  su  modelo,  ni  era  posible  que  lo  fuese,  ürrea, 
aristocrático  aficionado,  que  á  ratos  aparentaba  desdeñar  la  «trabajosa  vanagloria  do  la 
» pluma,  pues  ay  otras  cosas  en  que  mas  cavallerosamente  se  puede  exercitar  el  enten- 
» dimiento  con  otros  passatiempos  seguros  de  reprensiones»,  no  tenía  más  que  leve  tintu- 
ra de  estudios  clásicos,  á  pesar  del  alarde  que  hace  de  sembrar  por  su  diálogo  senten- 
cias de  Séneca  tomadas  de  alguno  de  los  florilegios  morales  que  entonces  se  manejaban 
tanto  (^).  En  lo  que  estaba  positivamente  versado  era  en  la  poesía  italiana,  sobre 
todo  en  la  del  Petrarca  (■)]y  en  la  literatura  española  de  su  tiempo.  Dos  libros  se  halla- 
ban entonces  en  el  momento  culminante  de  su  éxito:  la  Celestina  y  la  Cárcel  de  Amor. 
ürrea,  sin  hacerse  cargo  de  la  radical  oposición  del  sentido  artístico  de  ambos 
libros,  ni  de  la  profunda  desemejanza  de  su  plan  y  estilo,  intentó  fundirlos  en  uno  solo, 
no  olvidando  tampoco  sus  hábitos  de  poeta  cortesano.  Resultó  de  aquí  una  producción 
híbrida,  de  la  cual  puede  formarse  idea  por  el  argumento  con  que  el  mismo  autor  la 
encabeza: 

«Hubo  vn  cauallero  llamado  Darino,  hijo  de  Galmaux  y  de  Volisa,  el  qual  andan- 
» do  vn  dia  solo  a  cauallo,  paseando,  llegó  a  vn  castillo  y  casa  fuerte  en  muy  gentil 
» acatamiento  puesto."  Vio  a  la  ventana  a  Finoya,  muy  gentil  dama,  hija  de  Nertano  y 
»de  Solona,  donde  con  mucho  contentamiento  y  turbación  llegó  a  hablar  con  ella,  y 
» acabadas  sus  razones  partióse  della  muy  cativado  de  su  amor,  y  sin  reposo  voluiendo 
»á  su  posada  procuró  con  dos  criados  de  los  suyos  de  quien  él  mas  fiaua  (al  vno  llamauan 
»  Renedo  y  al  otro  Angis)  para  que  con  todas  sus  fuer9as  y  mañas  hiziesen  que  Finoya 
» recebiese  vna  carta  de  Darino.  Fue  tal  la  diligencia  y  astucia  de  sus  criados,  que 
áalcan9Ó  Darino  al  principio  re9ebir  cartas  de  Finoya  y  al  cabo  g09ar  de  su  persona; 
» y  aunque  las  cosas  que  algún  tiempo  duran  de  continuo  son  sabidas  y  descubiertas, 
;>esto  en  breue  tiempo  fue  sabido;  por  donde  Nertano,  padre  de  Finoya,  sabiendo  esto, 
» aguardó  a  Darino  y  tomóle.  La  segunda  vez  que  entró  en  su  casa  halló  a  los  dos 
»juntos  tomando  sus  retraydos  deleytes,  el  cual  metió  en  vna  torre  a  Finoya  con  sus 
» doncellas,  y  en  otra  a  Darino  con  sus  criados,  y  todos  hicieron  penitencia  allí  en 
2>  aquellas  torres  hasta  el  cabo  de  sus  dias.» 

(')  Hasta  siete  veces,  salvo  error,  está  alegado  Séneca.  De  Ovidio  hay  una  cita  (Art.  Amat,, 
I,  3-£):  «Que,  como  dice  Ouidio;  por  arte  de  los  remos  y  velas  van  las  fustas  por  la  mar,  por  arte  son 
íligeros  los  carros  y  carretas  y  por  arte  se  a  de  regir  el  amor.»  De  Ju venal  otra  que  parece  corres- 
ponder á  la  sátira  décima  (328-329):  «Y  Ju  venal  dize:  las  mugeres  o  aman  ardiendo  o  aborrecen  mor- 
i'talniente.» 

(')  No  sólo  le  imita  á  menudo  en  sus  versos,  sino  que  le  cita  en  la  Penitencia  (pág.  9):  «Bien 
»dize  Petrarclia  quel  morir  es  un  salir  de  presión,  y  que  no  es  triste  syno  para  los  que  tienen  pues- 
»to8  los  vanos  cuydados  en  el  lodo  deste  mundo.» 

También  alude  á_,Serapliino  Aquilano  (pág.  58):  «No  eabes  lo  que  dize  Serafino,  poeta  aqnilano? 
»qne  aunque  sean  dos  ombres  de  vna  condición  no  son  de  vna  ventura,  syno  que  pueden  ser 
•^muy  diferentes.  De  vn  mismo  árbol,  de  la  vna  rama  hazen  un  crucifixo  que  todo  el  mundo  lo  adora, 
i)y  del  otro  hazen  vna  horca  o  lo  hechan  en  el  tajo;  y  en  un  mismo  campo  sembrada  vna  misma 
Bsiiui.ate,  la  metad  della  comen  los  ganados  y  del  otro  se  haze  una  ostia  y  viene  Dios  a  estar  en 
sella.» 


I 


cLxvi  OEÍGENES  DE  LA  NOVELA 

La  obrita  de  Urrea  no  es  enteramente  dramática,  ni  tampoco  novelesca.  Ninguna 
parte  de  ella  está  en  narración,  sino  toda  en  razonamientos  y  cartas.  En  los  primeros 
imita  algunas  veces  á  Fernando  de  Eojas  (^);  pero  el  tipo  de  Diego  de  San  Pedro  es  el 
que  predomina,  no  sólo  en  la  parte  epistolar,  sino  en  la  retórica  culta  y  alambicada  del 
estilo.  La  acción,  que  es  de  suma  pobreza,  está  desarrollada  con  simétrica  monotonía, 
A  cada  una  de  las  cartas  de  Darino  á  Finoya  y  viceversa  se  agrega  un  presente  sim- 
bólico, que  por  lo  común  es  una  joya  de  oro  labrado,  acompañada  de  un  mote  en  verso. 
Algunos  son  ingeniosos,  y  del  mismo  gusto  galante  y  amanerado  que  otros  que  se 
leen  en  el  Cancionero  general.  Envía  Finoya  á  Darino  una  vihuela  sin  cuerdas,  y  dice 
la  letra: 

No  tienes  más  esperanza 
De  alcaüQar  lo  que  concuerdas, 
Que  esa  de  tañer  syn  cuerdas. 

Envía  Darino  á  Finoya  unos  ruiseñores  y  dice  la  letra: 

Cantarán  éstos  de  amores; 
Yo,  avnque  callo, 
Lloro  por  los  desamores 
Que  en  ty  hallo. 

En  el  desenlace,  sugerido  indudablemente  por  la  Cárcel  de  Amor.,  se  nota  la  misma 
falta  de  originalidad  y  brío.  «En  la  torre  de  mano  derecha  (dice  Nertano)  estareys  vos, 
» Finoya,  con  vuestras  doncellas...  y  vos,  Darino,  estareys  en  la  torre  de  mano  iz- 
» quierda,  y  vosotros  tendreys  cargo  de  la  manera  que  se  a  de  regir.  No  he  querido 
» daros  muerte  a  vos,  hija,  porque  el  cora9on  no  lo  ha  sufrido;  y  a  vos,  Darino,  no  he 
»  querido  mataros,  porque  peneys  mas.  La  fama  que  se  pondrá  a  de  ser  qae  Finoya  mi 
»  hija  es  muerta,  y  assi  le  haremos  las  onrras;  y  de  Darino  se  dirá  que  se  a  ydo  al  cabo 
»  del  mundo:  vnos  creerán  que  por  veer  tierras,  otros  que  de  desesperado  se  a  ydo  por 
»la  muerte  de  mi  hija,  que  ya  sabian  que  la  quería.  Vamos,  que  ello  será  tan  secreto 
»quanto  él  fue  traidor.»  Aquí  vemos  apuntar  ya  la  máxima  de  A  secreto  agravio... 

Algunos  trozos  de  la  Penitencia  están  bien  escritos  en  su  género  sentimental  y 
retórico  f),  pero  otros  son  mortalmente  fastidiosos  y  el  conjunto  revela  una  pluma 

(*)  Esta  imitación  es  á  veces  casi  literal  en  el  concepto  y  en  la  frase:  «Salamon,  que  fue  tan 
Dsabio,  no  se  enamoró  de  vna  de  las  gentiles,  y  ella  le  hizo  ydolatrar?  y  Virgilio  no  estuuo  colgado    jl 
»en  vn  cesto  que  lo  puso  su  amiga  vn  dia  que  passó  por  allí  \\n&  procéssion'i  Todos  los  papas,  empe- 
dradores y  reyes,  gente  de  yglesia  y  del  mundo,  an  peccado  en  esto  más  que  en  otro»  (pág.  55). 

(^)  Véanse  dos  ejemplos  breves:  j  ' 

dDarino. — Yo  te  beso,  carta,  que  traes  razones  pensadas  del  gentil  entendimiento  de  aquella  j  ] 
»que  no  tiene  comparación,  o  palabras  escripias  por  aquella  mano  blanca  y  delicada,  o  papel  guar-  i 
))dado  en  aquella  arquilla  donde  tiene  aquella  dama  el  espejo  y  atauios  sin  los  quales  ella  puede  < 
«parecer  donde  quiere  y  ninguna  delante  della...»  (pág.  23).  I 

(íAngis. — O,  quánto  me  pare9en  mejor  las  trompetas  en  el  campo  que  las  músicas  en  la  calle!  i  ( 
»muclio  mejor  las  armas  que  los  brocados,  los  quales  se  gastan  más  cauallcrosamente  en  los  campos  ;  j 
^batallando  que  en  los  destrados  diziendo  donayres.  No  han  de  ser  los  ombres  todos  en  burlas,  que  i  , 
»se  avezan  a  9ufr¡r  injurias,  mas  las  más  veces  vestidos  de  fieltro  y  de  cuero,  y  morir  en  el  campo  ( 
»y  no  en  la  cama,  llenar  la  barba  cre9Ída,  porque  en  todas  las  cosas  que  el  ombre  se  puede  apartar  j  i 
»de  parecer  muger  es  razón  que  lo  haga...»  (pág.  37).  j 


INTRODUCCIÓN  cLxvn 

inexperta  en  el  difícil  arto  de  la  prosa,  á  pesar  del  gran  modelo  que  tenía  á  la  vista.  La 
locución  claudica  á  veces  por  el  sentido  incierto  de  las  palabras  ('),  y  el  vocabulario 
no  es  ni  muy  selecto  ni  muy  rico  ("). 

A  pesar  de  su  medianía,  la  Penitencia  de  Amo7\  que  en  España  fué  completamente 
olvidada  hasta  que  en  nuestros  días  la  exhumó  el  Sr.  Foulchó-Delbosc  de  una  biblio- 
teca particular  que  uo  expresa,  tuvo  en  el  siglo  xvi  los  honores  de  una  traducción 
francesa  ó  más  bien  de  un  verdadero  plagio. 

El  supuesto  autor  original  de  La  Penitence  Damour,  Eenato  Bertaud,  señor  de  Ja 
Grise,  secretario  del  cardenal  arzobispo  de  Tolosa  Gabriel  de  Gramond  Navarre,  cam- 
bia los  nombres  de  los  personajes,  llamando  Lanxarote  al  caballero,  Lucrecia  á  la 
dama  y  Themot  y  Michellet  á  los  criados.  Traslada  íntegro  el  texto  de  Urrea,  pero  le 
añade  un  final  de  su  cosecha,  en  el  cual,  pasados  siete  años  del  cautiverio  de  los  aman- 
tes, consiente  el  padre  de  Lucrecia  en  darles  libertad  y  celebrar  sus  bodas.  Todo  es  al 
principio  regocijo  y  fiestas,  justas  y  torneos,  pero  la  dama  muere  al  poco  tiempo  y  su 
marido  determina  hacer  penitencia  durante  el  resto  de  su  vida  junto  al  sepulcro  de  la 
mujer  á  quien  se  lamenta  de  haber  seducido  y  en  cuya  temprana  muerte  ve  un  castigo 
de  la  justicia  divina  f ). 

No  fué  Urrea  el  único  poeta  que  intentó  llevar  al  naciente  teatro  español  una  parte 
del  argumento  de  la  Celestina.  Poco  posterior  á  su  Égloga  hubo  de  ser  otra  de  Lope 
Ortiz  de  Stúñiga,  de  la  cual  no  conocemos  hasta  ahora  más  que  su  título  y  encabeza- 
miento en  el  núm.  15,139  del  Registrum  de  D.  Fernando  Colón:  ^Farsa  en  coplas 
sobre  la  comedia  de  Calisto  y  Melibea.  Bic. 

O  «Ya  trayo  aconuerto  de  muerte:  en  la  hora  que  acordé  venir  aqui,  dexé  todo  quanio  tenia 
j)8in  esperanga»  (pág.  14). 

aMi  aconuerto  va  luchando  con  mi  peligro:  no  me  puede  venir  cosa  que  ya  no  la  tenga  enso- 
Dñada»  (pág.  40). 

«Suele  venir  el  aconuerto  de  cosa  que  no  hay  alegría»  (pág.  66).  .      - 

«Todas  tus  palabras  son  para  aconfortarme,  mas  no  me  dan  aconuerto  quandp  pienso  el  des- 
))araor  de  Finoya  y  mi  poca  ventura»  (pág.  55).  "    .,..    ' 

«Ya  trayo  mis  aconuertos  hechos.  Dios  nos  guie:  a  él  encomiendo  esto,  y  venga  lo  que  viniere» 
(pág.  51). 

Sólo  en  el  cuarto  de  estos  ejemplos  está  usada  1^  palabra  aconuerto  en  el  sentido  decíconsüelo» 
ó  calivio»,  que  es  el  que  cuadra  á  su  derivación  del  verbo  aconhortar.  - 

(*)  No  faltan  insulsos  juegos  de  palabras  que  anuncian  á  Feliciano  de  Silva,  v.  gr.  «Porque  vea 
ímás  de  cerca  tu  gentil  figura  que  me  tiene  desfigurado-»  (pág.  48).  «Yo  contra  ti  nopnedo  ganar, 
íporque  no  rae  queda  con  qué  aventurar,  y  no  aprouecharia  ser  auenturero,  pues  que  soy  desuentu^ 
»roíío»  (pág.  35).  ..'i^ 

La  lengua  no  ofrece  particularidad  notable.  Los  aragonesismos  son  raros.  Sólo  he  notado  un 
por  tú  sola  (pág.  52), 

(3)  La  Penitece  Damour,  en  laquelle  sont  plusieurs  Permasiós  et  respoces  tresutiUes  et  prouffita- 

'iles,  Pour  la  recreatio  des  Esperitz  qui  veullét  tascher  a  honeste  conuersation  auec  lesDames.  Et  les  occas- 

sions  que  les  Dames  doibuetfuyr  de  coplaire  par  trop  aux  pourchatz  des  líommes,  et  importuniíez  qui 

^  leur  sont  faictes  souhz  couleur  de  Seruice,  dont  elles  se  trouuent  ou  trompees,  ou  infames  de  leu¿r  Hoii: 

I  wur,  R.  B. 

'         (Al  fin):  Cy  tine  la  Penitence  Damour  nouuellement  Imprime*.  Mil.  D.  XXXVII.  En  16." 

El  único  ejemplar  conocido  de  este  libro  pertenece  hoy  á  la  Biblioteea  nacional  de  París,  y 
procede  de  la  de  Mr.  Méon,  conocido  colector  de  los  Fahliaux  de  la  Edad  Media, 

(Vid.  Foulché-Delbosc,  iíevMe //iíjjonigue,  1902,  pp.  203-205). 


cLxviii  orígenes  de  la  novela 

Hi  de  san  y  qué  floresta 
y  qué  floridos  pradales, 
Qué  compaña... 

En  el  mismo  Registrum  (núm.  4.083)  se  citan  otras  producciones  poéticas  de  Lope 
Ortiz  (suponemos  que  sea  la  misma  persona),  adquiridas  por  el  hijo  de  Cristóbal  Colón 
en  Medina  del  Campo,  á  25  de  noviembre  de  1524  ('),  lo  cual  puede  servir  para  conje- 
turar aproximadamente  la  fecha  de  la  Farsa,  sobre  cuya  procedencia  y  coste  nada  se 
indica. 

En  un  pliego  gótico,  de  dos  hojas  en  folio,  á  cuatro  columnas,  que  acaso  es  ejem- 
plar único,  encuadernado  con  otros  igualmente  rarísimos  del  primer  tercio  del  siglo  xvi, 
poseo  un  compendio  en  verso  de  la  Celestina,  cuyo  título  dice  de  esta  suerte:  Romance 
nueuamente  hecho  de  Calisto  y  Melibea  que  trata  de  todos  sus  amores  y  de  las  desas- 
tradas muertes  suyas  y  de  la  muerte  de  sus  criados  Sempronio  y  Parmeno  y  de  la 
muerte  de  aquella  desastrada  mujer  Celestina  intercesora  en  sus  amores  (^).  Habiendo 
reproducido  esta  curiosa  pieza  en  mis  adiciones  á  la  Primavera  de  Wolí  f),  no  creo 
necesario  insistir  sobre  su  carácter  juglaresco  y  sobre  la  habilidad  con  que  su  incógnito 
autor  va  fundiendo  en  el  molde  narrativo  las  principales  situaciones  de  la  tragicome- 
dia, conservando  en  todo  lo  que  puede  las  mismas  palabras  del  original: 

Un  caso  muy  señalado — quiero,  señores,  contar, 
Como  se  iba  Calisto— para  la  caza  cazar. 
En  huertas  de  Melibea — una  garza  vido  estar, 
Echado  le  habia  el  falcon — que  la  oviese  de  tomar, 
El  falcon  con  gran  codicia— no  se  cura  de  tornar: 
Saltó  dentro  el  buen  Calisto — para  habellode  buscar, 
Yido  estar  a  Melibea— en  el  medio  de  un  rosal, 
Ella  está  cogiendo  rosas — y  su  donzella  arrayan... 

En  el  mismo  apacible  estilo  prosigue  todo  el  romance,  que  demuestra  en  el  poeta 
que  le  compuso  verdadero  sentido  de  las  bellezas  de  la  obra  que  imitaba. 

Urrea  había  metrificado,  aunque  no  íntegramente,  el  primer  acto  de  la  Celestina: 

(*)  Coplas  sobre  la  toma  de  Fuenterrabía,  hechas  por  Lope  Ortiz,  It.  «Hágase  mucha  alegría.  D 
D.  <rA.  la  contina  os  va  mal.»  It.  un  villancico.  It.  «Pues  no  queréis  tener  paz.»  It.  se  siguen  unas 
coplas  del  mismo  á  una  señora,  porque  trovó  una  glosa  sobre  Maldito  sea  Mahoma.  It  «Señora  muy 
noblecida.»  D.  «tan  ligera  me  vencí.»  It.  un  Godicillo  de  amores  del  mismo.  It.  «Sepan  los  enamo- 
rados.» D.  «Y  por  amansar  su  pena.»  Es  en  4."  Costó  en  Medina  del  Campo  3  blancas,  á  23  de  No- 
viembre  de  1524. 

(*)  A  este  romance  sigue  un  villancico: 

Amor,  quien  de  tus  plazeres 
Y  deleites  se  enamora, 
A  la  fin  cnytado  llora... 

y  un  Romance  que  fizo  un  galán  alabando  a  su  amiga,  del  cual  se  conoce  otra  lección  publicada  por  ,i| 
Wolf  (Sammlung,  276),  tomada  de  un  pliego  suelto  de  la  Biblioteca  de  Praga. 

O  Tomo  IX  de  la  Antalogia  de  poetas  líricos  castellanos,  pp.  339-350. 

El  ejemplar  que  Salva  (Catálogo,  t.  I,  p.  394)  ocasionalmente  describe,  es,  según  toda  probabi-j  i 
lidad,  el  mismo  que  hoy  pertenece  á  mi  colección,  y  que  el  bibliófilo  vq,lenciano  vería  en  Inglate  ( 
rra,  en  la  de  Mr.  Samuel  Turner,  cuyo  ex  Ubrii  conserva. 


i 


INTRODUCCIÓN  cLxix 

^  romancerista  abarcó  todo  el  cuadro,  reduciéndole  á  mínima  escala.  Tarea  mucho  m4s 
ardua,  j  tan  prolija  como  impertinente,  emprendió  Juan  Sedeño,  natural  y  vecino  de  la 
villa  de  Aróvalo,  trasladando  toda  la  Celestina  en  desaliñadas  coplas  de  arte  menor, 
que  sólo  sirven  para  enaltecer  por  el  contraste  la  divina  prosa  de  Rojas.  Este  esfuerzo 
de  paciencia  y  de  mal  gusto  cayó  muy  pronto  en  el  justo  olvido  que  merecía,  y  no  ha 
vuelto  á  ser  impreso  después  de  la  rarísima  edición  de  Salamanca,  1540  (').  Juan  Sedeño 

(')  Sigúese  la  tragicomedia  de  Calisto  y  Melibea,  nuetíamente  trohada  y  sacada  de  prosa  en  metro 
castellano,  por  Juan  Sedeño,  vezino  y  natural  de  Arénalo...  4."  let,  gót    114  pp. 

(Colofón):  «Acabóse  la  tragicomedia  de  Calisto  y  Melibea:  impressa  en  Salamanca,  a  quinze  dias 
»del  mes  de  deciembre,  por  Pedro  de  Castro  impresor  de  libros.  Año  de  mil  y  quinientos  y  quaren> 
uta  aBOs.D 

El  ejemplar  de  la  Biblioteca  nacional,  que  no  es  por  cierto  el  bellísimo  que  perteneció  á  D.  Agus- 
tín Duran,  carece  de  portada  y  está  expurgado  por  Fr.  Alonso  Cano,  calificador  del  Santo  Oficio,  en 
Madrid  28  de  julio  de  1639. 

En  (i\  prólogo  al  lector  st  leen  algunas  especies  curiosas,  de  las  cuales  pudiera  inferirse  que  algo 
había  descendido  la  popularidad  de  la  Celestina  en  1540,  si  no  tuviésemos  tantas  pruebas  de  lo  con- 
trario. Es  probable  que  Sedeño  exagerase  las  cosas  para  justificar  de  algún  modo  su  inútil  trabajo 
de  refundición. 

«Escudriñando  y  buscando  en  qué  mi  grosera  pluma  exercitar  pudiese,  ocurrióme  a  la  memoria 
»la  no  menos  sutil  y  artificiosa  que  útil  y  provechosa  tragicomedia  de  Calisto  y  Melibea.  La  cual 
Kcomo  algunas  veces  fuese  por  mí  leida,  siempre  me  hallaba  nuevo  en  ella,  hallando  cada  vez  cosas 
^dignas  de  ser  vistas  y  notadas;  consideraba  el  gran  provecho  que  a  los  que  (no  parando  en  la 
«corteza)  sacan  y  toman  el  meollo  de  ella  se  sigue.  Vi  asi  mismo  que  siendo  un  compendio  tan 
«fructuoso,  como  todas  las  novedades  aplazen  más;  a  causa  de  algunas  nuevas  cosas  que  en  deprava' 
y>cion  de  las  antiguas.,  de  poco  tiempo  acá  son  salidas;  de  esta  ya  como  raída  y  apartada  de  la  memo- 
nria  por  olvido  de  la  gente,  están  las  públicas  tiendas  de  los  mercaderes  y  libreros  tan  solas  como 
nías  secretas  librerías  de  los  sabios  desamparadas;  y  que  nadie  cura  de  leerla  para  sacar  de  ella 
»la  utilidad  que  lícitamente  podía  conseguir...  Muchos  toman  gusto  en  las  cosas  nuevas,  y  pocos 
»(aunque  algunos)  toman  babor  en  las  cosas  antiguas;  y  al  fin  cada  uno  de  diverso  modo,  y  por 
sesto,  viend»  que  este  breve  libro  por  su  antigüedad  que  entre  las  modernas  cosas  tenía,  a  muchos 
y>era  odioso  y  cuasi  a  ningún  favor  acepto,  quise  dalle  favor  con  alguna  novedad  en  que  los  lectores 
'■(.se  deleitasen^  y  esto  no  quise  que  fuese  adición  de  algún  auto  como  algunos  han  hecho  ..  (a).  Y  como 
«esta  obra  estuviese  del  todo  cumplida,  y  de  ninguna  cosa  falta,  no  me  pareció  justo  añadir  en 
Bella  cosa  a'guna.  Mudar  la  orden  de  su  proceder,  era  en  agravio  de  sus  primeros  autores,  a 
«quien  tanta  reverencia  se  debe.  Pues  considerando  que  todas  las  cosas  que  en  metro  son  puestas 
atraen  a  sus  autores  dos  grandes  provechos.  Lo  uno  ser  así  a  los  oyentes  como  a  los  lectores  más 
«aceptas,  y  lo  otro  que  más  fácilmente  a  la  memoria  de  las  gentes  son  encomendadas:  aunque  con 
«trabajo  de  mucho  tiempo  me  dispuse  a  lo  hacer  con  determinada  voluntad  de  no  adicionar  ni  dis- 
»minuir  las  sentencias  y  famosos  dichos.  I  por  tanto  al  discreto  lector  (a  cuya  corrección  me  sorae- 
Bto)  suplico  si  coplas  o  versos  de  esta  mi  obrilla  el  debido  sonido  no  tuvieren,  no  por  eso  me  culpe, 
«pues  no  se  sufría  menos,  para  que  la  sentencia  del  verso  de  la  prosa  no  discrepase;  principalmente 
»en  obra  de  tanta  fatiga  y  trabajo;  antes  su  elocuencia  emiende  aquello  que  emienda  requiere,  y  lo 
«demás  ampare  con  las  alas  de  su  prudencia  y  discreción.» 

Como  muestra  del  trabajo  de  Sedeño,  copio  los  primeros  versos  del  acto  primero,  para  que  se 
comparen  con  los  de  Urrea: 

Cal.     En  esto  veo,  Melibea,  Cal.     En  dar  poder  á  natura 
la  grandeza  de  mi  Dios  que  tan  linda  te  hiciese 

cnán  sablinie  y  grande  sea.  y  dotasse  tu  figura 

Mel.     Decid,  porque  yo  lo  vea,  de  tan  alta  hermosura 

Caliste,  en  qaé  lo  veis  tos.  qne  ninguna  ignal  te  fnese. 

a)  Alade  sin  dnda  al  de  Trato. 


CLXX 


orígenes  de  la  novela 


es  principalmente  conocido  por  autor  ó  compilador  de  nn  diccionario  biográfico"  qué 
tituló  Summa  de  varones  ilustres  (^),  obra  de  corto  mérito  j  ninguna  originalidad;  pero 
merece  serlo  con  más  razón  por  sus  elegantes  Coloquios  de  amores  y  bienaventuranxa  (2), 
los  cuales,  dicho  sea  de  pasada,  nada  tienen  que  ver  con  la  historia  del  teatro,  como  da 
á  entender  un  moderno  académico  (^),  ni  pueden  calificarse  de  desconocidos,  puesto 
que  en  libro  tan  corriente  como  el  Manual  de  Ticknor  se  da  exacta  idea  de  ellos,  colo- 
cándolos, en  el  grupo  á  que  realmente  pertenecen,  es  decir  entre  los  diálogos  filosóficos 
j  morales  de  Hernán  Pérez  de  Oliva,  Francisco  Cervantes  de  Salazar  j  otros  prosistas 
didácticos  de  la  centuria  décimasexta  (*).  Tampoco  se  ha  de  confundir  á  Juan  Sedeño, 
como  hizo  Nicolás  Antonio,  con  un  homónimo,  y  probablemente  deudo  suyo,  que  fué 
alcaide  ó  castellano  de  Alessandria  della  Paglia,  y  publicó  en  1587  la  primera  traduc- 
ción española  de  la  Jerusalem  del  Tasso. 

Antes  de  llegar  á  las  imitaciones  propiamente  dichas  de  la  Celestina,  no  podemos 
menos  de  hacer  notar  el  influjo  que  la  parte  picaresca  de  la  tragicomedia  ejerció  en  los 
poetas  semipopulares  de  la  primera  mitad  del  siglo  xvi,  cuyas  composiciones  se  regis- 
tran en  pliegos  sueltos  góticos  de  extraordinaria  rareza.   El  principal  representante 


Y  a  mí  quisiese  hacer, 
indigno,  merced  tamaña, 
que  te  alcanzase  yo  a  ver 
en  lugar  do  mi  querer 
descubra  mi  pena  estraña. 

Y  para  mi  gran  pasión 
juzgo  yo,  señora  mia, 
ser  mayor  tal  galardón 
que  toda  mi  devoción 

ni  cualquiera  otra  obra  pia. 
Dime,  si  en  ello  has  mirado, 
señora  de  mi  alvedrio, 
quién  ovo  jamás  hallado 
nn  cuerpo  glorificado 
de  la  suerte  que  está  el  mió. 
Por  cierto  los  muy  gloriosos 
ante  la  viva  existencia 
no  se  hallan  tan  graciosos, 
tan  contentos  ni  gozosos 
como  yo  con  tu  presencia. 


Mbl. 


Cal, 


Mas  hay  esta  diferencia 

de  su  gloria  a  mi  placer: 

que  ellos  gozan  la  apariencia 

de  la  divina  excelencia 

sin  temor  de  la  perder; 

yo  me  alegro  con  recelo 

del  tormento  tan  esquivo 

que  tu  ausencia  y  mi  gran  duelo 

dan  a  mi  gran  desconsuelo 

en  grado  muy  escesivo. 

Tienes  este  galardón 

por  muy  grande  y  muy  crecido? 

Júzgale  mi  corazón 

por  tan  alto  y  claro  don 

cual  otro  jamás  ha  sido. 

Si  en  la  gloria  Dios  me  diese, 

y  esto  te  digo  en  verdad, 

una  silla  en  que  estuviese, 

no  pienso  que  lo  tuviese 

por  tanta  felicidad. 


(1)  Svmma  de  varones  ilustres:  en  la  qual  se  contienen  muchos  dichos,  sentencias  y  grandes  haza- 
fías  y  cosas  memorables,  de  Docientos  y  veynte  y  quatro  famosos,  ansi  Emperadores,  como  Reyes  y  Ca- 
pitanes, que  ha  auido  de  todas  las  naciones  desde  el  principio  del  mundo  hasta  quasi  en  nuestros  tiem- 
pos por  el  orden  de  A.  B.  C,  y  las  fundaciones  de  muchos  Reynos  y  Prouincias...  La  qual  recopiló 
Johan  Sedeño,  vezino  de  la  villa  de  Areualo.  Año  de  1551  ..  En  Medina  del  Campo,  por  Diego  Fer- 
nandez de  Córdoba.  Hay  otra  edición  de  Toledo,  1590. 

{')  Siguense  dos  coloquios  de  amores  y  otro  de  hienauenturanqa  en  el  qual  se  trata  en  qué  consiste 
la  bienauenturanga  de  esta  vida,  nueuamente  compuestos  por  Juan  de  Sedeño,  vezino  de  Areualo. 
M.  D.  XXXVI.  Sin  lugar  de  impresión.  16  páginas  en  4." 

(')  Catálogo  de  obras  dramáticas  impresas  pero  no  conocidas  hasta  el  presente...  Por  Don  Emilio 
Cotareln  y  Mori,  1902,  pág.  30. 

(*)  «Juan  de  Sedeño  published,  in  1536,  two  prose  dialogues  on  Leve  andone  on  Ilapiness.  The 
»former  an  a  more  philosophical  spirit  and  with  more  terseness  of  manner,  than  belonged  to  the 
sage»  (t,  II  de  la  ed.  de  1863,  pág.  10;.  '    "  ' '' 


INTRODUCCIÓN  CLxxr 

de  este  género,  qae  llegó  á  los  últimos  límites  del  cinismo,  es  Kodrigo  de  Reinosa,  émn- 
lo  de  los  más  licenciosos  poetas  del  Cancionero  de  Burlas  (').  A  propósito  de  sus  Coplas 
de  las  comadres  escribió  Gallardo:  «Es  una  pintura  al  fresco,  viva  y  colorada,  de  las 
»  costumbres  de  aquel  tiempo.  Pocas  poesías  se  leerán  impresas  en  España  más  libres  y 
» licenciosas  que  estas  coplas.  Son  además  graciosísimas.»  En  lo  primero  no  hay  duda, 
porque  las  Coplas  son  verdaderamente  desaforadas;  pero  lo  segundo  dista  mucho  de 
ser  cierto,  porque  son  groseras,  toscas  y  llenas  de  incorrecciones  métricas.  Citaremos 
algunos  versos  de  los  menos  malos,  en  que  saltan  á  la  vista  las  reminiscencias  de  la 
Celestina: 


Allá  cerca  de  los  muros, 
Casi  en  cabo  de  la  villa, 
Cosas  haz  de  marauilla 
Vna  vieja  con  conjuros, 
Porque  tengamos  seguros 
Los  plazeres  cadal  dia, 
Llámase  Mari  Garcia, 
Sabe  encantaderos  duros. 

Una  casa  pobre  tiene, 
Yende  hueuos  en  cestilla, 
No  ay  quien  tenga  amor  en  villa 
Que  luego  a  ella  no  viene... 

Está  en  missa  y  processiones, 
Nunca  las  pierde  con  tino, 


Missas  dalva  yo  esmagino 
Son  las  más  sus  deuociones; 
Jamas  pierde  los  sermones, 
Bisperas,  nona,  completas, 
Sabe  cosas  muy  secretas 
Para  mudar  cora(?ones... 

Ciertas  agujas  quebradas 
Lan9a  en  ciertos  cora9ones. 
Con  muchas  encantaciones 
De  palabras  endiabladas, 
Rayces  de  cardo  sacadas; 
Y  a  todas  las  que  a  ella  van 
Escriue  con  azafrán 
En  las  palmas  ciertas  fadas  {^) 


A  Rodrigo  de  Reinosa  atribuye,  con  bastante  probabilidad,  Gallardo  otra  compo- 
sición mucho  más  escandalosa  que  ésta,  pero  mejor  escrita  y  de  carácter  netamente 
dramático,  pues  salvo  algunas  palabras  de  introducción  narrativa,  puede  considerarse 
como  una  pequeña  farsa  lupanaria  ó  rufianesca,  en  coplas  de  arte  mayor  f).  Tanto  en 


(*)  No  existe  ningún  estudio  especial  acerca  de  este  fecundo  y  desvergonzado  versificador. 
En  Usoz  (Cancionero  de  obras  de  Burlas,  pp.  237-241),  en  el  Romancero  General  de  Duran  (ns.  285, 
1252,  1845),  en  el  Catálogo  de  Salva  (tomo  I,  pp.  14  y  15)  y  sobre  todo  en  el  tomo  IV  del  Ensayo 
de  Gallardo  (pp.  42  á  59,  1406  á  1422),  se  encuentran  varias  piezas  poéticas  suyas  y  noticias  hiblio. 
gráficas  de  otras.  Dos  de  sus  pliegos  góticos  fueron  reproducidos  en  facsímile  por  D,  José  Sancho 
Rayón. 

(')  Aqui  comienqan  vnas  coplas  de  las  comadres.  Fechas  a  ciertas  comadres  no  tocando  en  las  bue- 
nas: saluo  de  las  malas  y  d'  sus  lenguas  y  hablas  malas,  y  de  sus  ajeytes  y  sus  azeytes  y  blanduras;  z 
de  sus  trajes  z  otros  sus  tratos,  Fechas  por  Rodrigo  de  Reynosa  (Facsímile  de  Sancho  Rayón).  El  ori- 
ginal que  sirvió  para  ella  pertenece  á  la  inestimable  colección  de  pliegos  góticos  que  posee  la  Biblio- 
teca Nacional,  procedentes  de  la  de  Campo  Alanje. 

(')  Gracioso  razonamiento,  en  que  se  introducen  dos  ruñanes,  el  vno  preguntando,  el  otro  respon- 
diendo en  germania,  de  sus  vidas  z  arte  de  vivir:  quando  viene  vn  alguacil;  los  guales  como  le  vieron, 
fueron  huyendo,  z  no  pararon  fasta  el  hurdel  a  casa  de  sus  amigas:  la  vna  de  las  quales  e^taua  riñen- 
do  con  vn  pastor,  sobre  quel  se  quexaua  que  le  auia  hurtado  los  dineros  de  la  bolsa.  Y  viendo  ella  su 
rujian  hazese  muerta,  y  el  se  haze  fieros,  y  dize  al  pastor  que  se  confiese,  el  qual  haziendo  asi,  acaua. 
Reproduje  este  Razonamiento  en  el  Ensayo  de  Gallardo  (t.  IV,  cois.  1418-1422),  excepto  las  seis 
últimas  estrofas  (confesión  del  pastor)^  que  no  me  atreví  á  incluir  por  estar  llena  de  . horribles- obs- 
cenidades. 


cLxxii  orígenes  de  la  novela 

ftlla  como  en  el  Coloquio  entre  la  Torres-Altas  y  el  rufián  Corta- Viento  {%  hizo 
♦larde  Rodrigo  de  Reinosa  de  emplear  la  jerigonza  llamada  ger)nanía,  nombre  que 
por  primera  vez  aparece  en  sus  obras,  y  es  por  tanto  más  antiguo  de  lo  que  generalmen- 
te se  cree  (^). 

El  desenfreno  que  tales  composiciones  arguyen  es  un  signo  de  los  tiempos,  que 
importa  al  historiador  registrar  y  considerar  maduramente.  La  disolución  social  de  las 
postrimerías  de  la  Edad  Media,  contenida  por  la  férrea  mano  y  el  alto  pensamiento  de 
los  Reyes  Católicos,  fermentó  tumultuosa  durante  el  efímero  reinado  de  Felipe  el  Her- 
moso y  el  nominal  de  su  infeliz  consorte;  y  no  llegó  á  ser  vencida  y  domada  hasta  que 
el  César  Carlos  V,  que  no  era  ya  el  inexperto  y  mal  aconsejado  joven  de  su  primer 
viaje  á  España,  entró  en  la  plenitud  de  su  misión  histórica.  Anarquía  fué  ésta  de  la 
cual  participaron  nobles  y  plebeyos,  eclesiásticos  y  legos,  seculares  y  regulares;  anar- 
quía de  palabras,  de  ideas  y  de  costumbres,  que  si  no  hizo  vacilar  los  fundamentos  de 
la  creencia  tradicional,  dio  calor  á  la  secta  indígena  de  los  iluminados  místicos,  favo- 
reció los  progresos  del  libre  pensar  erasmista,  que  llegó  á  nacionalizarse  en  alto  grado, 
y  abrió  en  parte  los  caminos  de  la  Reforma,  aunque  por  otro  lado  fuese  su  antítesis.  Y 
de  la  misma  suerte,  en  el  orden  político  produjo  á  un  tiempo  tardías  reivindicaciones 
aristocráticas;  generosos  aunque  mal  concertados  esfuerzos  por  la  libertad  municipal, 
corona  de  las  ciudades  castellanas;  insurrecciones  que,  sin  perder  el  carácter  dé  los 
antiguos  bandos  y  hermandades,  parecían  agitadas  por  un  soplo  revolucionario  más 
ardiente  é  impetuoso;  y  hasta  en  algunos  espíritus  turbulentos,  sueños  de  repúblicas 
al  modo  de  Genova  y  Yenecia,  y  en  la  masa  popular  de  aquellas  tierras  donde  la  indus- 
tria y  el  comercio  habían  madrugado  más,  una  agitación  hondamente  socialista,  de  que 
los  agermanados  de  Yalencia  y  Mallorca  fueron  terribles  definidores  ó  intérpretes. 

La  libertad  ó  más  bien  la  licencia  de  la  imprenta  no  tuvo  cortapisa  en  aquellos 
años.  La  Inquisición,  atenta  sólo  á  la  persecución  de  los  judaizantes,  que  había  sido 
el  primordial  objeto  de  su  introducción  en  Castilla,  no  se  cuidó  hasta  mucho  más  tarde 
de  intervenir  en  la  censura  de  libros,  y  aun  el  primer  índice  no  se  hizo  en  España, 

O  Comienga  vn  razonamiento  por  coplas^  en  que  se  coirakace  la  germania  z  fieros  de  los  rufianes 
z  las  mugeres  del  partido,  z  de  vn  rujian  llamado  Cortauiento  y  ella  Catalina  torres  altas,  con  otras 
dos  maneras  de  romance  y  la  Chinigala.  Fechas  por  Rodrigo  de  Reinosa  (n,°  4487  de  Gallardo). 

Otraá  composiciones  de  muy  diverso  estilo  tiene  Rodrigo  de  Reinosa,  feliz  imitador  de  Juan 
del  Enzina  en  la  poesía  pastoril  y  aun  en  la  lírica  popular  de  asunto  religioso.  Pero  no  me  incumbe 
tratar  de  ellas  aquí,  reservando  para  otro  lugar  el  estudio  de  este  peregrino  poeta,  que  acaso  fué 
oriundo  de  la  villa  montañesa  de  su  apellido,  pues  no  hay  otro  pueblo  homónimo  en  España. 

(*)  Incidentalraente  fué  imitada  la  Celestina  en  otros  pliegos  sueltos  que  relatan  fierezas  y 
desgarros  de  jaques  y  rufianes,  pero  tienen  menos  curiosidad  que  los  de  Rodrigo  de  Reinosa.  Un 
solo  rasgo  de  la  tragicomedia,  el  ditirambo  que  pronuncia  Celestina  en  el  acto  IX,  escandecida  por 
el  mosto  de  Luque  ó  de  Munviedro,  fué  origen  de  una  serie  de  Villancicos  muy  graciosos  de  unas 
comadres  muy  amigas  del  vino.  Tienen  verdadera  gracia,  y  en  Gallardo  (t.  I,  n  .*  1  ^72)  pueden  leerse. 
Uno  de  ellos  tiene  por  tema  inicial  una  frase  de  la  vieja  dipsómana: 

La  letra  dice  que  beban 
Tres  veces  a  la  comida; 
Mas  debe  estar  corrompida... 

«íPármeno. — Madre,  pues  tres  vezes  dizen  que  es  bueno  e  honesto  todos  los  que  eecriuieron. 
aCeleti. — Hijos,  estará  corrupta  la  letra,  por  treze  tres.s 


INTRODÜCCIOK  ei-xxm 

sino  en  la  Facultad  teológica  de  Lovaina,  como  es  notorio.  Bajo  este  aspecto  puede 
decirse,  habida  consideración  á  los  tiempos,  que  la  literatura  del  reinado  de  Carlos  V 
(es  decir,  de  casi  toda  la  primera  mitad  del  siglo  xvi)  se  desarrolló  con  pocas  trabas,  lo 
cual  explica  su  libertad  y  audacia,  su  desordenada  y  juvenil  lozanía  que  tanto  contrasta 
con  el  tono  grave,  reflexivo  y  maduro  que  todas  las  cosas  fueron  tomando  en  tiempo  de 
Felipe  II. 

Dejando  aparte  lo  que  toca  al  desarrollo  general  de  las  ideas  y  al  fondo  de  la  lite- 
ratura didáctica  y  polémica  del  Renacimiento,  materia  no  bien  tratada  aún  y  en  que 
conviene  hacer  muchas  distinciones,  el  genio  poético  de  aquel  principio  de  siglo  habló 
mordaz  y  cáustico  por  boca  de  los  grandes  satíricos  Torres  Naharro,  Gil  Vicente,  Cris- 
tóbal de  Castillejo,  en  quienes  la  valentía  del  pensamiento  se  junta  con  la  gracia  de  la 
dicción.  La  sátira  lo  invadió  todo,  desde  las  farsas  teatrales  hasta  la  acicalada  prosa  de 
los  hermanos  Valdeses  y  la  pintoresca  y  sabrosísima  del  médico  Villalobos.  La  corrien- 
te naturalista  derivada  de  la  Celestina  fué  engrosando  sus  aguas,  cada  vez  más  tur- 
bias, al  pasar  por  el  bajo  fondo  social,  y  paró  en  representaciones  monstruosas,  con  que 
ingenios  mediocres  halagaban  una  profunda  depravación  social. 

Esta  depravación,  que  en  el  centro  de  España  era  más  bárbara  que  refinada  hasta 
que  por  los  puertos  secos  se  comunicó  á  Castilla  el  contagio,  tenía  su  principal  asiento 
en  las  ciudades  marítimas  y  populosas,  enriquecidas  por  la  navegación  y  el  tráfico, 
especialmente  en  las  del  Mediterráneo,  abiertas  de  antiguo  á  la  influencia  italiana,  que 
juntamente  con  los  primores  de  sus  artes  les  comunicaba  aquel  género  de  viciosa  elegan- 
cia que  suele  ser  fatal  é  inevitable  cortejo  de  la  opulencia  y  del  lujo.  En  esta  parte  nin- 
guna ciudad  tuvo  tan  extraña  reputación  como  Valencia,  por  lo  mismo  que  ninguna 
del  litoral  la  aventajaba  en  el  arreo  y  gala  de  sus  moradores,  en  la  belleza  de  sus  mu- 
jeres, en  las  comodidades  y  deleites  de  la  vida  y  en  la  alegría  y  pompa  de  sus  fiestas  y 
regocijos  populares.  Del  estado  de  las  costumbres  en  el  siglo  xv  tenemos  peregrinos 
datos  en  los  sermones  todavía  inéditos  que  en  su  nativa  lengua  predicaba  San  Vicente 
Ferrer  (').  Si  se  comparan  con  las  pinturas  que  en  su  famoso  libro  satírico  trazó  Jayme 
Roig  ('^),  el  orador  sagrado  y  el  poeta  se  completan  mutuamente,  y  el  testimonio  del 
uno  y  del  otro  puede  corroborarse  con  documentos  legales  y  notariales,  libres  de  toda 
sospecha  de  hipérbole. 

A  principios  del  siglo  xvi  Valencia  estaba  considerada  como  la  ciudad  de  la  galan- 
tería, la  metrópoli  del  placer: 

Os  jardins  de  Valenpa  de  Aragáo 
Em  que  o  amor  vive  e  reina,  onde  florece, 
Por  onde  tantas  rebugadas  váo. 

C')  Véase  el  interesante  estudio,  con  extractos  copiosos,  que  de  estos  sermones,  los  cuales  se 
conservan  manuscritos  en  la  Biblioteca  de  la  Catedral  de  Valencia,  ha  publicado  su  digno  archivero 
D.  Roque  Chabás  en  la  Revista  de  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos,  tercera  serie,  tomos  VI,  VII,  VIII 
y  IX  (1902  y  1903).  Conviene  advertir  que  muclias  de  las  cosas  que  San  Vicente  dice  8obr&  los 
vicios  y  escándalo)»  que  afligieron  á  la  cristiandad  durante  el  largo  cisma  de  Occidente  son  de  apli- 
cación general  y  no  circunscrita  á  Valencia,  pero  otras  tienen  un  carácter  local  muy  marcado. 

(*)  Spill  o  Libre  de  les  Dones.  Per  Mestre  Jacnie  Roig.  Edición  critica  con  las  variantes  de  toda» 
las  publicadas  y  las  del  Ms.  de  la  Vaticana,  prólogo,  estudios  y  comentarios  por  D.  Roque  Ckabá», 
Barcelona  y  Madrid,  1905  (Forma  parte  Hp  la  Biblioteca  Hispánica). 


CLxxiY  orígenes  de  la  NOVELA 

decía  el  poeta  portugués  Sá  de  Miranda  (*).  Jardín  de  placeres  la  llamaba  en  1505 
Alfonso  de  Proaza. 

De  damas  liadas  hermosas 

En  el  mundo  muy  loada... 

Rico  templo,  donde  Amor 

Siempre  haze  su  morada  (*). 

Esta  equívoca  nombradla  traspasaba  los  aledaños  hispánicos,  y  en  verdad  que  pas- 
ma encontrar  acusaciones  de  afeminada  molicie  bajo  la  pluma  de  escritores  italianos 
que  no  tenían  grande  autoridad  para  mostrarse  muy  severos.  Plerique  Valentini  cives 
tum  senes  tum  iuvenes,  amoribus  dediti  ae  delüiis,  dice  el  gran  humanista  Pontano, 
gloria  de  la  honestísima  Ñapóles  (3),  con  ocasión  de  mencionar  á  un  Rodrigo  Carrasco 
(¿Carroz?)  que  á  los  ochenta  años  había  caído  en  la  inofensiva  chochez  de  tocar  la  nauta 
ó  el  pífano  y  de  ir  cantando  su  amor  por  las  calles:  «e  media  scilicet  Valentía  delatum 
>hoc  est»  {^).  Pontano  tenía  el  buen  gusto  de  no  alborotar  la  calle  con  músicas  y  cán- 
ticos, pero  en  cambio  confiesa  que  daba  malos  ratos  á  su  mujer  con  los  amores  de  cier- 
ta puella  gaditanula  {^).  De  los  conventos  de  monjas  de  Valencia  escribió  horrores;  la 
relajación  era  evidente  {%  pero  no  mayor  que  la  que  podía  ver  en  su  tierra. 

(•)  Poesías  de  francisco  de  Sá  de  Miranda  (ed.  de  D.*  Carolina  Michaélis),  Halle,  Niemeyer, 
1885,  pág.  250. 

(*)  En  el  romance  heroico  que  acompaña  á  su  Oratio  luculenta  de  laudibus  Valentiae,  recogido 
luego  en  el  Cancionero  General. 

O  De  Sermone,  lib.  III,  pág.  1651  de  las  obras  de  Pontano  en  la  edición  de  Basilea. 

(*)  «.Senex  praeterit,  octogenarius,  cantitans  amore  insaniens...'i>  (En  el  diálogo  Antonius,  fol.  36 
vto.  del  tercer  tomo  de  la  edición  de  Florencia  por  los  herederos  de  Felipe  lunta,  1520).  Sospecha- 
mos que  se  trata  de  la  misma  persona  que  en  el  pasaje  anterior. 

(^)  En  el  mismo  diálogo  Antonius  (fol.  65  vto.)  hace  decir  Pontano  á  su  mujer:  aMaritus  meus 
amat  ancillulas  si  quasfacie  liberali  vidit,  sectatur  ingenuas  puellas.  Anno  superiore  Tarenti  cum  esset, 
congnovit  non  unam,  anno  ante  in  Hetruria  cum  Gaditanula  deprehensus  fuit.  locatur  etiam  domi  eum 
jEthiopissis,  nec  pati  possum  eius  intemperantiam.» . 

Tales  costumbres  no  autorizan  á  nadie  para  convertirse  en  censor  de  las  ajenas,  pero  Pontano, 
aunque  fiel  servidor  de  la  dinastía  aragonesa,  había  dado  en  la  manía  de  atribuir  todos  los  males  del 
reino  á  su  trato  con  los  catalanes  y  demás  españoles:  el  uso  del  puñal,  las  blasfemias  y  juramentos, 
la  prostitución  y  todo  género  de  horrores.  Así  lo  dice  en  el  mismo  diálogo  Antonius  (p.  33):  cíldeoque 
y>innocent¿ssimus  olim  populus  dum  a  Catalonia  reliquaque  Hispania  comportandis  gaudet  mercibuSy  dum 
»gentis  eius  mores  admiratur  ac  probat,  factus  est  inquinatissimus .y> 

{')  Valentine  in  Hispania  citeriore  aedes  quaedam  sacrae,  Vestaliamque  monasteria  ita  quiden 
patent  amatoribus,  ut  instar  lupanariorum  sint.  (En  el  tratado  De  immanitate,  tomo  II  de  la  referida 
edición  florentiua,  fol.  217  vto.) 

Esta  escandalosa  noticia  puede  ponerse  en  cuarentena  respecto  de  la  época  en  que  escribía  Pon- 
tano, pero  de  tiempos  anteriores  hay  documentos  que,  desgraciadamente,  la  confirman.  Véase  una 
carta  de  los  Jurados  de  Valencia  á  5  de  septiembre  de  1414  sobre  el  monasterio  de  San  Julián  extra- 
muros, que  estaba  fet  spluga  e  niu  de  vicis  e  peccuts  (Garboneres,  La  Mancebía  en  Valencia,  1876, 
pág.  57).  Cf.  Danvila  (D.  Francisco).  El  robo  de  la  judería  de  Valencia  en  1391,  tomo  VIII  del  BolC' 
tin  de  la  Academia  de  la  Historia,  pp.  370  y  387. 

En  una  visita  eclesiástica  del  monasterio  de  Bernardas  de  la  Zaidia  de  Valencia  del  año  1440 
(Archivo  Histórico  Nacional)  se  manda  por  el  Visitador  que  ninguna  religiosa  lleve  <imanteta,  man- 
tonet,  paternostres  daur  ni  de  coral...  que  no  e'pelen  las  celles,  los  polsos,  ni  rajen  pintades,  go  est,  de 
blanquet,  argent  e  color  e  diferse  luors  en  la  cara  (Revista  de  Archivos,  3."  época,  tomo  VIII,  pági- 
na 293). 


INTRODUCCIÓN  clxxv  ' 

Dos  veces  aparece  en  el  Orlando  íurioso  el  nombre  de  nuestra  ciudad  levantina,  y 

siempre  con  el  mismo  concepto  tradicional  y  en  gran  parte  injusto  que  de  ella  se  tenía. 

Pinta  el  Ariosto  á  Rugero  encantado  y  sumergido  en  las  delicias  del  jardín  de  Alcina: 

Umide  avea  rinanellate  chiome 
De'  piú  soavi  odor  clie  sieno  in  prezzo: 
Tutto  ne'  gesti  era  amoroso,  come 
Fosse  in  Valenza  a  servir  donne  avvezzo. 

(Canto  Vn,  eit.  55). 

La  heroína  del  picaro  cuento  de  Giocondo  y  del  rey  Astolfo  era  también  valencia- 
na, según  el  maligno  poeta  de  Ferrara: 

Una  figliuola  d'  uno  ostiero  ispano, 
Che  tenea  albergo  al  porto  di  Yalenza, 
Bella  di  modi  e  bella  di  presenza. 

(Canto  XXVIII,  est.  52). 

Lo  de  los  soavi  odori  requiere  alguna  explicación.  Ya  en  el  siglo  xv  eran  buscados 
en  Italia  con  predilección  los  objetos  de  perfumería  procedentes  de  Valencia.  De  ello 
da  testimonio  uno  de  los  cantos  de  Carnaval  del  tiempo  de  Lorenzo  el  Magnífico,  titu- 
lado en  algunas  colecciones  La  canxone  dei  galanti  y  en  otras  Canto  dei  profumieri: 

Siam  galanti  di  Valenza 
Qui  per  paggi  capitati, 
D'amor  giá  presi  e  legati 
Delle  dame  di  Fiorenza... 
Secondo  i  nostri  costumi 
Useremo  anchor  con  voi; 
Usseletti,  olii  e  profumi, 
Donne  belle,  abbiam  con  noi...  (*) 

Los  guantes  de  España,  pero  muy  especialmente  de  Valencia,  eran  los  más  estima- 
dos, y  en  agosto  de  1506  hacía  especial  encargo  de  ellos  la  elegante  y  sabia  princesa 
Isabel  df^  Este,  recomendando  que  los  viese  antes  algún  español,  «porque  son  los  que 
» mejor  entienden  de  la  bondad  de  estas  cosas»  {^), 

Tales  industrias,  sin  ser  pecaminosas  en  sí  mismas  {%  requieren  para  desarrollarse 

(*)  Trionfi,  carri,  mascherate  o  canti  carnacialeschi.  Florencia.  1559.  En  esta  rarísima  colección 
formada  por  Lasca  se  atribuye  el  Canto  de  los  perfumistas  á  Messer  Jacopo  da  Bientina  Cf.  Canti 
carnacialeschi,  ed.  Guerrini,  Milán,  1883,  pp.  116-17. 

O  (íMa  il  vorressimo  in  tutta  bontá,  e  di  quelli  de  Valenza,  che  sonó  ben  zaldi  de  dentro  e  se 
vedono  pigati  col  reverso  de  fori.  Pregamovi  ad  valere  ben  examinarli  et  farli  vedere  a  qualche  altra 
persona,  et  maximae  a  spagnoli  che  se  ne  intendono  et  cognoscono  la  bontá  loro  et  come  voleno  estere  per 
uso  de  donna.y)  (Luzio  Renier,  II  lusso  d"  Isabella  d'  Este,  en  la  Nuova  Antología  de  1896). 

(')  «El  traer  olores  y  el  preciarse  de  ungüentos  preciosos,  aunque  no  es  gran  pecado,  es  a  lo 
;»meno8  sobrado  regalo,  y  aun  vicio  bien  excusado;  porque  el  caballero  mancebo  y  generoso  como  vos» 
Í»más  honesto  le  es  preciarse  de  la  sangre  que  derramó  en  la  guerra  de  África,  que  no  de  la  algalia 
j»y  almizcle  que  compró  en  Medina.»  Así  escribía  fr.  Antonio  de  Guevara  en  1529  ásu  amigo  Micer 
jPerepqllastre  (Epístolas  familiares,  2.»  parte,  XX).  Esta  donosa  letra,  en  la  cual  se  toca  cuan  infame 
posa  es  andar  los  hombres  cargados  de  olores  y  pomas  ricas,  confirma  el  exceso  que  en  esto  haliíu- 
Los  guantes  adobados  se  vendían  á  seis  y  á  diez  ducados. 


OLXxvi  orígenes  be  la  líOVELA 

un  ambiente  epicúreo  f  sibarítico,  como  era  el  de  Yalencia  al  decir  de  los  viajeros  de 
aquel  tiempo,  que  la  pintan  como  una  nueva  Capiia,  aunque  no  hayan  de  tomarse  al 
pie  de  la  letra  todos  sus  dichos,  que  pueden  nacer  de  observación  superficial  ó  son  mani- 
fiestas calumnias.  Desde  el  tudesco  Nicolás  de  Popplau,  que  viajó  por  España  en  1484 
y  85,  y  el  flamenco  Antonio  de  Lalaing,  señor  de  Montigny,  que  acompañó  á  Felipe  el 
Hermoso  en  1501,  hasta  el  libro  tan  grave  y  estimado  de  las  Relaciojies  universales 
del  mundo^  de  Juan  Botero  (1596),  para  no  hablar  de  otros  posteriores,  persiste  esta 
mala  nota  de  la  gentilísima  ciudad  que  fué  en  todos  tiempos  emporio  de  riqueza  y  de 
cultura  {^).  En  los  italianos  llega  á  ser  un  tipo  convencional  il  signor  Lindezxa  de 
Valenxa^  aludido  en  La  Cortigiana  del  Aretino  ^).  «No  hay  más  lasciva  y  amorosa 
;> ciudad  en  toda  Cataluña»,  dice  Bandello  al  comenzar  una  de  sus  más  trágicas  é  inte- 
resantes novelas  (^).  Y  á  este  tenor  pudieran  acumularse  otras  citas,  si  ya  no  nos  hubie- 

(')  Viajes  de  ex  rangeros  por  España  y  Portugal  en  los  siglos  XV,  XVI  y  XVII,  colección  de 
Javier  Liske  (año  de  1878),  traducida  y  anotada  por  F.  R.  (Félix  Rozanslíi).  Viaje  de  Nicolás  de 
Popielovo,  pp.  54-57.  La  costumbre,  sin  duda  de  origen  francés,  de  besar  á  las  damas,  que  llamó  la 
atención  del  viajero  alemán,  es  una  de  las  que  San  Vicente  Ferrer  reprueba  en  uno  de  sus  sermones 
inéditos:  «Si  aliqua  est  mulier  juvenis  quae  osculetur  juvenes,  dicent  et  laudabunt  eam  tanquam  bo- 
nam,  et  ídico  ego  quod  est  putaña  talis»  (Ms.  del  colegio  del  Patriarca,  fol.  209,  sermón  predicado 
en  Villarreal.  Apud.  Cliabás,  Revista  de  Archivos,  VIII,  293). 

«Aq  regard  des  dames,  elles  sont  les  plus  bellas  et  plus  gorgiases  et  mignongnes  que  on  e5ace, 
»car  le  drap  d'or  et  le  satin  brochié  et  le  velour  craraoisy  leur  est  aussy  coramun  que  velour  noir 
))et  satin  en  nostre  pays»  (Voyage  de  Philippe  le  Beau  en  Espagne  en  1501,  por  Antoine  de  Lalaing, 
Sr.  de  Montigny,  en  el  tomo  I  de  la  Collection  des  voyages  des  souverains  des  Pays-Bas,  publicada 
por  Gachard  (Bruselas,  1876,  p.  211).  El  mismo  Lalaing  liace  una  detallada  descripción  ade  1'  admi- 
»rable  bourdeau  dudit  Valence»  (pp.  213-214). 

Al  año  1571  pertenece  el  viaje  de  Venturino  da  Fabriano,  que  acompañó  al  Cardenal  Alejandrino 
legado  de  San  Pío  V  en  España.  De  este  viaje,  todavía  inédito  en  la  Biblioteca  de  Dresde,  publicó 
algunos  extractos  E.  Nunziante,  Un  viaggio  in  Europa  nel  secólo  XVI,  y  de  ellos  copia  E.  Melé  (Re- 
vista critica,  III,  p.  288)  un  pasaje  muy  curioso  relativo  á  Valencia:  «Le  donne  di  Valenza  sonó  piú 
»belle  deír  altre  sinora  viste  in  Spagna,  e  piü  invemisate  o  lisciate  e  liberissime  nella  vita  loro.  Vanno 
»a  spasso  con  cavalieri  a  piedi,  in  groppa  alie  mulé,  in  cocchio,  con  troppa  licenza...  Li  cavalieri 
«símilmente...  vestono  con  ogni  sorta  di  lindezza  e  ornamento,  ben  spesso  piuttosto  muliebre  che 
))virile,  e  le  donne  con  tutta  la  lascivia,  con  abito  como  quello  di  Barcellona,  e  de  piii  si  coprono  ¡1 
))volto,  forse  per  andar  piú  libere,  col  mantello  o  con  la  ventarola,  che  tutte  portano;  usano  pianelle 
))dette  chiappines,  altissime,  nella  foggia  di  zoccoli  d'Italia;  sonó  variamente  dórate  e  dipinte.» 

Omito  otras  citas  de  viajeros,  que  nada  añaden,  como  no  sea  alguna  insolencia,  y  termino  con 
la  frase,  seguramente  hiperbólica,  de  Juan  Botero,  que  por  lo  menos  debiera  haberse  acordado  de 
Venecia  antes  de  escribirla:  «Non  é  cittá  in  Europa,  oue  le  donne  di  mal'  affare  siano  piü  stimate; 
))COsa  ueramente  indegna,  conciosia  che  quiui  e  d'  habitazione,  e  di  uestito,  e  di  servitü  la  libídine 
»avanza  V  onestá»  (Lr.  Relazioni  Vniversali  di  Oiovanni  Botero,  Venecia,  1599,  pág.  6). 

(*)  Act.  I,  se.  X.  «Ho  letto  il  cartello,  che  manda  Don  Cirimonia  di  Moneada  al  Signor  Lín- 
»dezza  de  Valenza.» 

(*)  Novela  42  de  la  Primera  Parte.  II  signor  Didaco  Centiglia  sposa  una  giovane,  e  poi  non  la 
vuole  e  da  lei  é  ammazzato. 

«Valenza,  quella  dico  di  Spagna,  é  tenuta  una  gentile  e  nobilissima  cittá,  dove,  siccome  piü 
»volte  io  ho  da  mercadantí  Genovesi  udito  diré,  sonó  bellisime  e  vaghe  donne;  le  qualí  si  leggiadra- 
flmente  sanno  invescar  gli  uomini,  che  in  tutta  Catalogna  non  é  la  piíl  lasciva  ed  amorosa  ciitá:  e 
»8e  per  avventura  ci  capita  qualche  giovine  non  troppo  esperto,  elle  di  modo  lo  radoao,  che  le  Siei- ; 
iliane  non  sonó  di  loro  migliori  ne  piü  scaltrite  barbíere...» 

(Novelle  di  Matteo  Bandello,  Milán,  1813,  tomo  III,  pág.  124). 


TNTRODüCCION  olxxxu 

raü  precedido  en  recogerlas  los  eruditos  Crece,  Farinelli  y  Melé  (').  Las  alusiones  á  la 
mancebía  de  Valencia  abundan  en  todas  las  Celestinas  secundarias,  sin  excluir  La 
Lozana  Andaluza,  compuesta  en  Italia  {^). 

La  corrupción  había  llegado  á  su  punto  máximo  en  los  años  que  precedieron  á 
las  Germanías  (^)  v  en  los  inmediatamente  posteriores  á  aquellos  tumultos.  No  es  mera 
coincidencia  que  en  1519  y  en  1521  saliesen  de  las  prensas  valencianas  los  dos  libros 
más  deshonestos  de  la  literatura  española:  el  Cancionero  de  obras  de  burlas  prococan- 
tes  á  risa,  que  estampó  Juan  Viñao  (^),  y  las  tres  comedias  Thebayda^  Hipólita  y 
Seraphina,  impresas  por  Jorge  Costilla  {^'). 

{* )  Croce  (B.),  Ricerche  hpuno-ltaliune,  II.  Xoterelle  lette  aW  Accadeíaia  Pontaniaim.  (Ñapó- 
les, 1898,  pp.  1-4). 

Farinelli  (Arturo").  Salle  Ricerche  Ispano-Italiane  di  Benedetto  Croce  (En  la  Rassegna  Biblio' 
gráfica  della  Letteratura  Italiana^  Pisa,  tomo  VII,  1899,  pág.  284). 

Melé  (Eugenio).  Sobre  las  Ricerche  de  Croce,  en  la  Revista  Critica  de  Historia  y  Literatura  de 
Altamira,  tomo  III,  1898,  pp.  280  292, 

(')  «Más  ganaba  yo  (dice  Divicia)  que  p...  que  fuese  en  aquel  tiempo,  que  por  excellencia  me 
«llevaron  al  publique  de  Valencia,  y  allí  combatieron  por  mí  cuatro  rufianes»  (pág.  2G0). 

(3)  «Desde  el  fallecimiento  de  la  Reina  Católica  había  ido  agravándose  la  dolencia  moral  que 
afligía  al  pueblo  valenciano.  Los  asesinatos,  impunes  muchas  veces;  las  violencias,  los  cohechos 
(le  los  jueces  y  oficiales  de  justicia,  las  infidencias  de  los  depositarios  de  la  fe  pública,  los  raptos  de 
mujeres,  los  amancebamientos  de  los  clérigos,  la  creciente  apertura  de  tabernas,  el  próspero  estado 
de  la  mancebía;  la  multitud  de  enamorados,  rufianes,  vagamundos,  paseantes  (picatons),  pendencie- 
ros y  mendigos  que  inundaba  la  ciudad;  la  infame  y  repugnante  asociación  de  libertinos,  cuyo 
título  y  objeto  no  permite  el  decoro  que  se  recuerden,  y  otros  muchos  justificados  hechos  que  es 
innecesario  consignar,  trazan  gráficamente  el  sombrío  cuadro  de  aquella  sociedad  desquiciada  y 
revuelta.  Las  crónicas,  manuscritos  coetáneos,  disposiciones  de  los  Jurados  y  Consejo  General,  regis- 
tros de  los  establecimientos  piadosos,  procesos  de  la  Inquisición  y  de  los  Justiciazgos  civil  y  crimi- 
nal, las  homilias  y  otros  muchos  documentos  públicos  y  privados,  lo  atestiguan  de  una  manera 
irrefutable». 

Danvila  y  Collado  (D.  Manuel',  La  Gemianía  de  Valencia,  pág.  31. 

E?,co]a.nQ  ■(Hiistoria  de  Valencia,  tomo  II,  lib.  X,  col.  1449)  atribuye  el  desbordamiento  de  las 
malas  costumbres  á  «personas  estrangeras  de  allende,  que  a  ocasión  de  mercadear,  la  moravan». 

(*)  Sabido  es  que  este  libro  inmundo  y  soez,  cuyo  único  ejemplar  conocido  existe  en  el  Museo 
Británico,  fué  reimpreso  en  Londres,  1841,  por  D.  Luis  de  üsoz  y  Rio,  con  el  extravagante  propó- 
sito de  mostrar  la  educación  que  el  clero  había  dado  á  la  sociedad  española.  Para  Ueoz,  fanático 
protestante,  era  cosa  fuera  de  duda  que  todas  las  indecencias  del  Cancionero  habían  sido  escritas  por 
clérigos  y  frailes.  Tesis  igualmente  disparatada  que  la  de  los  que  suponen  á  tontas  y  á  locas  que 
toda  nuestra  literatura  de  los  siglos  xvi  y  xvii  está  informada  por  el  espíritu  católico  y  es  una 
'  escuela  práctica  de  virtudes  cristianas. 

La  composición  más  extensa  y  brutal  del  Cancionero  de  burlas,  es  decir,  la  parodia  de  las  Tres- 
cientas de  Juan  de  Mena  con  bu  glosa,  tiene  algún  interés  para  ilustrar  las  Celestinas  secundarias  y 
la  historia  anecdótica  de  la  prostitución  á  principios  del  siglo  xvi.  Todos  los  nombres  que  en  ella  se 
;.  i  citan  tienen  traza  de  ser  reales.  Fué  escrita,  ó  á  lo  menos  terminada  en  Valencia,  á  la  cual  se  refie- 
t  I  ren  las  últimas  glosas;  pero  el  autor  debía  de  ser  castellano  por  la  soltura  y  desenfado  con  que 
maneja  nuestra  prosa  y  por  las  muchas  noticias  que  trae  de  Salamanca,  Valladolid,  Guadalajira  y 
otros  pueblos  del  interior  de  España. 

(")  Esta  rarísima  edición  existe  en  el  Museo  Británico,  procedente  de  la  Biblioteca  Grenvi- 
liana.  Salva  (Catálogo^  I,  517)  la  describe  en  estos  términos: 

«El  frontis  tiene  una  ancha  orla  por  sus  cuatro  lados,  y  dentro  hay  un  grande  escudo  de  armas 
del  Duque  de  Gandía.  En  la  parte  superior  de  la  portada  so  lee:  Con preuilegio,  y  debajo  del  escudo: 
k,|  Sigúese  la  Comedia  llamada  Thebayda,  nueuaméte  compuesta,  dirigida  al  iUustre  y  muy  magnifico 

I,  I  CRIgeNKS    de   la    novela.— III. — I 


cLxxyiii  ORIGEÍTES  DE  LA  líOVELA 

Esta  publicación  no  se  hizo  á  sombra  de  tejado,  sino  con  todas  las  circunstancias 
de  la  ley,  consignando  el  impresor  su  nombre  y  el  día  en  que  terminó  su  trabajo  y  el 
privilegio  de  la  Cesárea  Majestad,  que  por  diez  años  le  aseguraba  la  propiedad  de  la 
obra  en  los  reinos  de  Castilla  y  Aragón.  Y  un  magnate  de  tan  elevada  alcurnia  como 
el  duque  de  Gandía,  D.  Juan  de  Borja  y  Llansol,  padre  del  tercer  general  de  la  Com- 
pañía de  Jesús,  que  hoy  veneramos  en  los  altares  con  el  nombre  de  San  Francisco  de 
Borja,  fué  la  persona  escogida  por  el  desvergonzado  autor  de  la  Thehayda  para  Mece- 
nas de  su  obra,  en  que  como  él  dice  «había  sacado  de  madre  la  cómica  prosa» . 

En  ninguna  parte  del  libro  se  dice  claramente  que  las  tres  comedias  sean  de  la 
misma  mano,  pero  la  hermandad  de  la  Thebayda  y  de  la  Sei'aphina  parece  innegable, 
aunque  la  segunda  tenga  más  chiste  y  mejores  proporciones  que  la  primera. 

De  la  Comedia  llamada  Hipólita  nuevamente  compuesta  en  metro  fácilmente 
podemos  descartarnos,  pues  aunque  plagia  servilmente  la  fábula  de  la  Celestiíia^  salvo 
el  personaje  principal  y  el  desenlace,  que  no  es  trágico  sino  festivo  y  placentero  y  por 
consiguiente  inmoralísimo,  su  corta  extensión,  que  no  es  mayor  que  la  de  las  farsas  de 
Jaime  de  Huete  y  Agustín  Ortiz,  su  versificación  en  coplas  de  pie  quebrado  á  estilo  de 


señor  el  Señor  Duque  de  Gandía...  Al  dorso  se  halla  la  dedicatoria  titulada  Prejaction,  y  en  el  fol.  11 
otra  dedicatoria  en  verso,  después  de  la  cual  viene  el  argumento  de  La  Thebayda.  Esta  comedia  en 
prosa  principia  en  el  folio  III  y  concluye  al  fin  del  XLV.  En  el  blanco  del  XLVI  se  lee: 

Sigúese  la  comedia  llamada  Ypolita  nueuamenie  compuesta  en  vietro, 

E;ta  termina  en  el  fol.  LII  vto.  Siguen  después  foliación  y  signaturas  nuevas  para  la 

Comedia  niieuamente  compuesta  llamada  SerapJiina,  en  que  se  introducen  nueue  personas.  Las  qua- 
les  en  estilo  comiengo  (sic.  por  cómico)  y  á  vezes  en  metro  van  razonando  hasta  dar  fin  a  la  comedia. 

Finaliza  ésta  en  el  reverso  del  fol.  XIII,  marcado  por  errata  como  si  fuera  el  XII.  Después  lee- 
mos: Aunque  (¿Nunquef)  compuesto  por  el  mismo  autor.  Sigue  á  esta  especie  de  epígrafe  una  colec- 
ción de  sentencias  en  pareados  de  ocho  sílabas,  las  que  principian  á  la  vuelta  de  la  penúltima  hoja 
y  ocupan  casi  todo  el  blanco  de  la  última,  dejando  solamente  lugar  para  lo  que  copio  á  continuación: 

Fue  impresa  la  presente  obra  en  la  insigne  Cibdad  de  Valencia  por  matre  (sic)  George  Costilla, 
impresor  de  libros;  acabóse  a  XV  del  mes  d'  febrero  del  año  mil  y  D.  XXj  (1521). 

Otorgo  su  cesárea  magestad  al  présete  libro  gracia  y  Priuilegio  que  ninguno  lo  pueda  imprimir  en 
todos  los  reynos  de  Castilla  ni  aragon  ni  traer  de  otra  imprimido  por  tiempo  de  diez  años  so  las  penas 
en  él  contenidas.  Fol  y  vo.  4."  como  dice  el  Catálogo  de  la  Biblioteca  Grenv.  Letra  gótica  con  unas 
figuritas  al  principio  de  cada  escena  de  los  interlocutores  de  ella.  Tiene  foliación  que  se  renueva  al 
principio  de  la  Seraphina,  y  las  signs.  A-Iiiij.  Viene  luego  Aj  hasta  Cij.  Cada  cuaderno  es  de  seis 
hojas.» 

Hasta  aquí  el  bibliógrafo  valenciano.  Ignoro  si  este  ejemplar,  único  de  que  tengo  noticia,  es  el 
m'smo  que  poseyó  Moratín,  y  al  cual  se  refiere  varias  veces  en  sus  cartas  familiares.  En  9  de  junio 
de  1817  escribía  desde  Barcelona  á  D.  José  Antonio  Conde:  «Ha  parecido  en  Lutecia  un  libróte  que 
»me  enviarán  sin  falta,  y  cuando  venga  no  trueco  mi  opulencia  por  la  de  Midas  el  de  las  aures  asininas. 
i^Es  nada  menos  que  las  tres  citadas,  y  vueltas  á  citar  y  nunca  vistas,  comedias  La  Thebayda,  la  To- 
))lomea  y  la  Serafina,  impresos  en  Valencia  en  el  año  de  1521,  esto  es,  cuando  Lope  de  Rueda  jugaba 
))á  la  rayuela  y  al  salta  tú  con  otros  chicos  como  él  en  el  arenal  de  Sevilla.  Con  esta  nueva  adqui- 
Dsición  tengo  ya  material  para  unos  ocho  tomos  de  piezas  dramáticas  del  primer  siglo  del  teatro  es- 
))pañol,  comenzando  en  Juan  de  la  Enzina  y  acabando  por  Juau  de  la  Cueva»  (Obras  Postumas  de 
don  Leandro  Fernández  de  Moratín,  tomo  II,  1867,  pp.  ■284-285). 

Moratín,  por  distracción  sin  duda,  puso  en  vez  de  la  Hipólita  la  Tolomea,  que  es  una  dejas 
tres  comedias  de  Alonso  de  la  Vega,  impresas  en  1566.  Las  otras  dos  son  la  Serafina  y  la  Duquesa" 
de  la  Rosa. 

En  carta  al  miemo  Oonde  (9  de  agosto  de  1817)  añade:  «Hoy  mismo  tendré  en  mis  mano«  peca- 


INTRODUCCIÓN  clxxix 

Torres  Xaliarro  y  todas  sus  condiciones  externas,  en  suma,  hacen  de  ella  una  pieza 
dramática  y  de  ningún  modo  novelesca.  Para  darla  á  conocer  basta  copiar  su  argu- 
mento: 

<' Hipólito,  caballero  mancebo  de  ilustre  y  antie^ua  generación  de  la  Celtiberia  (que 
>al  presente  se  llama  Aragón),  se  enamoró  en  demasiada  manera  de  una  douce- 
>lla  llamada  Florinda,  huérfana  de  padre,  natural  de  la  provincia  antiguamente  nom- 
»brada  Bética  (que  al  presente  llaman  Andalucía);  y  poniendo  Hipólito  por  intercesor 
»á  un  paje  suyo  llamado  Solento,  estorbaba  cuanto  podía  porque  Florinda  no  cum- 
»pliese  la  voluntad  de  Hipólito;  pero  ella,  compelida  de  la  gran  fuerza  de  amor  que  á  la 
>  continua  le  atormentaba,  concedió  en  lo  que  Hipólito  con  tanto  ahinco  la  importuna- 
3>ba,  y  así  ovieron  cumplido  efecto  sus  enamorados  deseos,  intercediendo  ansimesmo  en 
•!>el  proceso  Solisico,  paje  de  Florinda  y  discreto  más  que  su  tierna  edad  requería,  y 
:>  Jacinto,  criado  de  Hipólito,  malino  de  condición,  repunó  siempre;  y  Carpeuto,  criado 
» ansimesmo  de  Hipólito  (hombre  arrofianado),  por  complacer  á  Hipólito,  no  solamente 
»le  parecían  bien  los  amores,  pero  devoto  que  el  negocio  se  pusiese  á  las  manos;  é  así 
» todas  las  cosas  ovieron  alegres  fines,  vistiendo  Hipólito  á  todos  sus  criados  de  broca- 


ídoras  el  libro  que  contiene  aquellas  comedias  antiguas  de  que  hablé  á  Vd.,  y  él  me  consolará  por 
Dilgunos  días  de  los  desabrimientos  que  continuamente  me  molestan»  (pág,  288). 

La  compra  se  hizo  por  medio  del  abate  D.  Juan  Antonio  Melón,  á  quien  escribía  Moratín  desde 
Montpellier,  en  10  de  septiembre  de  1817:  «Me  han  acompañado  en  mi  viaj?  aquellas  tres  rancias 
Dcomedias  que  me  adquiriste,  de  las  cuales  aún  no  he  podido  leer  más  que  la  mitad  de  la  primera. 
dEs  una  novela  en  diálogo,  imitación  de  la  Celestina  y  muy  inferior  á  aquel  excelente  original» 
(pág.  960). 

Antes  que  Moratín  diese  breve  cuenta  de  estas  piezas  en  sus  Orígenes  del  teatro  español,  sólo  se 
ericontral>a  la  escueta  noticia  de  sus  títulos  y  del  año  y  lugar  de  impresión  en  Nicolás  Antonio 
(Biblioteca  Hispana  Nova,  tomo  II,  pág.  338),  que  duda  por  cierto  si  el  autor  es  uno  solo:  «sive 
»unum  sive  plures».  Velázquez,  en  sus  Orígenes  de  la  poesía  castellana  (traducción  alemana  de  Dieze, 
p.  31C),  copió  la  indicación  bibliográfica  de  Nicolás  Antonio,  que  repitieron  luego  García  de  Villa 
(Origen,  épocas  y  progresos  del  teatro  español,  p.  251),  Pellicer  (Tratado  Histórico  de  la  Comedia  y 
del  Hislrionismo,  I,  pág.  16)  y  otros  autores,  ninguno  de  los  cuales  da  el  menor  indicio  de  haber 
visto  tales  comedias. 

Es  muy  dudosa  la  existencia  de  las  dos  ediciones  que  algunos  bibliógrafos  suponen  hechas  en 
ijValencia  por  el  mismo  Jorge  Costilla  en  1524  y  1532.  Nadie  las  ha  descrito,  y  puede  haber  error 
en  los  guarismos. 

La  única  reimpresión  positiva  y  auténtica  es  de  la  de  Revilla,  1546,  de  la  cual  se  conocen  tres 
ejemplares  más  ó  menos  completos.  Ninguno  de  ellos  contiene  la  Hipólita,  úao  solas  la  Thebaida  y  la 
Seraphina.  Nuestra  Biblioteca  Nacional  posee  el  magnífico  ejemplar  que  fué  de  Salva  y  le  sirvió 
para  el  cínico  análisis  inserto  en  el  tomo  L  de  su  Catálogo.  Brunet  describe  el  de  la  Biblioteca  Nacio- 
lal  de  París,  que  está  falto  de  las  últimas  hojas,  y  Wolf  (Studien,  pág.  290)  cita  el  de  la  Biblioteca 
iiiperial  de  Viena. 

Esta  edición  de  Sevilla  no  es  en  folio,  sino  en  4.»  Lleva  en  la  portada  y  al  principio  de  las  esce- 
jas  figuritas  que  supongo  que  serán  las  mismas  de  la  edición  príncipe.  Carece  de  foliatura  y  tiene 
|i8  signaturas  ar,  todas  de  ocho  hojas.  Al  fin  dice: 

I      Fue  impressa  la  presente  obra,  llamada  Ttiehayda,  en  Seuilla  en  casa  de  Andrés  de  Burgos.  Aca- 
'5se  a  diez  de  Mayo.  Año  de  mil  y  quinientos  y  quarenta  y  seys  años. 

La  extremada  rareza  de  estas  comedias  hizo  que  algunos  eruditos  sacasen  copias  de  ellas  para 
1  estudio.  En  el  departamento  de  Manuscritos  de  li  Biblioteca  Nacional  existen  la  Thebayda  y  la 
'laphina  copiadas  del  ejemplar  de  Viena  pir  Bohl  de  Faber,  y  la  Hipólita,  transcrita  de  la  edición 
-  1521  por  D.  Agustín  Duran. 


CLxxx  orígenes  de  LA  NOVELA 

»do  y  sedas,  por  el  placer  que  tenía  en  así  haber  Floriuda  (doncella  nacida  de  ilustre 
» familia)  concedido  en  su  voluntad,  seyendo  la  más  discreta  y  hermosa  y  dotada  en 
»todo  género  de  virtud  que  ninguna  doncella  de  su  tiempo.» 

Tanto  esta  comedia  como  las  otras  dos  no  está  dividida  en  actos,  sino  en  escenas, 
que  aquí  son  cinco.  Es  pieza  muy  endeble,  y  sobre  ella  hay  que  estar  al  juicio  de 
Moratín,  casi  siempre  inapelable  en  las  cosas  que  estudió  por  sí  mismo.  «La  acción  es 
» lánguida  y  la  entorpecen  impertinentes  discursos,  tendencias  pedantescas  y  rasgos  de 
» erudición  histórica  puestos  en  boca  de  los  criados  de  Hipólito  y  en  la  de  Florinda, 
»que,  estimulada  de  indomable  apetito,  habla  de  Popilia,  Medea,  Penélope,  Sansón, 
»Electra,  David,  Clodio,  Salomón,  Lamec,  Masinisa  y  el  rey  D.  Rodrigo,  todo  para  venir 
»á  parar  en  abrir  aquella  noche  la  puerta  á  su  amante.  Esta  indecente  farsa  está  escri- 
»ta  con  muy  mal  lenguaje  y  muchos  defectos  de  consonancia  y  medida  en  los  ver- 
»sos»  (').  ¡ 

La  Seraphina  (que  no  ha  de  confundirse  con  las  piezas  del  mismo  título,  pero  de  - 
muy  diverso  asunto,  compuestas  por  Torres  Naharro  y  Alonso  de  la  Yega)  es  ferozmen-  i 
te  obscena,  pero  mucho  más  ingeniosa  que  la  Hipólita  y  la  Thebayda.  Ni  siquiera  ' 
puede  considerarse  como  imitación  de  la  Celestina^  con  la  cual  no  tiene  más  parentesco  , 
que  el  de  su  prosa,  que  sería  excelente  si  no  la  deslustrasen  tantas  afectaciones  y  i 
pedanterías  en  la  parte  seria,  tantas  citas  impertinentes  de  filósofos  y  Santos  Padres,  : 
Aristóteles,  Platón,  Séneca,  San  Jerónimo,  San  Bernardo...  puestas  indistintamente  en  , 
boca  de  todas  personas,  y  que  contrastan  de  un  modo  grotesco  con  los  lances  y  sitúa-  \ 
cienes  de  la  comedia.  Moratín  incluyó  su  título  en  el  catálogo  que  acompaña  á  sus  ^ 
Orígenes  del  teatro^  fundándose  en  las  palabras  con  que  termina:  «Quedad  y  holgaos  ' 
»  entre  esta  gente  de  palacio,  é  regocijaos  bien,  que  jo^  Pinardo,  acabo  de  7'epresentar  ^. 
»la  comedia  Seraphina  llamada».  Pero  basta  leer  la  comedia  para  convencerse  de  que 
se  trata  de  una  pura  fórmula  y  que  el  autor  no  pudo  pensar  seriamente  en  que  tal 
monstruosidad  se  representase. 

Su  tema,  que  lo  ha  sido  de  innumerables  cuentos  verdes,  desde  las  colecciones 
orientales  hasta  la  novela  afrentosamente  célebre  del  convencional  Louvet  de  Couvray, 
es  el  mismo  que  en  la  antigüedad  sugirió  la  fábula  de  Aquiles  y  Deidamia  y  en  los 
tiempos  modernos  un  episodio  del  canto  6.°  del  Don  Juan  de  lord  Byron:  las  aventuras 
amorosas  de  un  hombre  disfrazado  de  mujer  (-).  La  Gomoedia  Alda  de  los  tiempos  |] 
medios,  que  ya  hemos  tenido  ocasión  de  mencionar,  nos  ofrece  una  variante  semidra-  { 
mática  del  mismo  argumento,  y  no  es  inverisímil  que  el  autor  le  tomase  de  fuente]  \ 
italiana,  aunque  eran  pocos  los  novellieri  impresos  (Boccaccio,  Sabadino  degli  Arienti,j  >\ 
Massuccio  y  pocos  más)  [^) 

(*)  Obra,  de  Moratín,  ed.  de  la  Academia  de  la  Historia,  I,  pág.  152. 

(^)  En  la  introducción  que  Du  Méril  puso  á  su  edición  de  la  comedia  Alda  ( Poésies  inéditel  ,j 
du  Moyen  Age,  3  "  sección,  París,  1854,  pág.  423)  dice  que  este  asunto  se  encuentra  con  alguna  Á 
diferencias  en  el  Mischle  Sandabar,  colección  de  cuentos  hebreos,  traducida  por  Oarmoly,  y  co  j 
identidad  completa  en  un  poema  francés  inédito  del  siglo  xiii,  Floris  y  Lyriope,  y  en  el  fahliau  di  j 
Trubert,  colección  de  Méon,  tomo  I,  pág.  192. 

(^)  En  dos  de  las  Settanta  Nouvelh  Porretane  del  bolones  Sabadino  (fols.  XII  y  Liiii  de  la  ed 
ción  de   1510)   intervienen   hombres  disfrazados  de  mujeres.  Ambas  novelas  son  muy  licenciosi 
pero  nada  tienen  que  ver  con  el  argumento  de  la  Seraphina.  Más  se  parece  el  de  la  novela  XII 
Masuccio  Salernitano  (II  NorpUino,  ed.  Setembrini,  Ñapóles,  1874,  pp.  150  á  162).  ^ 


INTRODUCCiÓN  clxxxi 

El  enredo  de  la  Seraphina  apenas  puede  exponerse  en  términos  honestos.  Un 
caballero  portugués,  Evandro,  se  enamora  en  Castilla  de  una  dama  principal  llamada 
Serafina,  mujer  de  Filipo,  «el  qual  era  de  natura  frío* .  Y  como  el  mucho  recogimiento 
de  la  dama  y  la  guarda  cuidadosa  de  su  suegra  hacían  muy  difícil  toda  conversación 
con  ella,  un  paje  llamado  Pinardo,  disfrazado  en  hábito  de  mujer,  se  ofrece  á  penetrar 
en  casa  de  Filipo;  logra  la  mayor  intimidad  y  favor  con  la  vieja  Artemia,  dueña  de 
malas  costumbres,  y  con  la  desenvuelta  Violante,  doncella  de  Serafina,  y  persuade  á 
ósta  á  condescender  con  la  voluntad  de  Evandro,  interviniendo  en  tan  abominable  ter- 
cería todos  los  personajes  de  la  pieza,  y  muy  señaladamente  la  perversa  Artemia,  que 
arrastrada  por  su  senil  lascivia  se  presta  sin  reparo  á  la  deshonra  de  su  hijo. 

Si  por  un  momento  pudiera  vencerse  el  disgusto  y  repugnancia  que  tales  escenas 
infunden,  si  realmente  pertenecieran  á  la  literatura  obras  como  ósta,  en  que  el  autor 
convierte  el  noble  arte  de  la  palabra  en  instrumento  de  vil  sugestión,  la  Seraphina 
seiía  una  de  las  rarísimas  producciones  de  su  género  que  pudiera  salvarse  del  despre- 
cio que  todas  ellas  merecen.  Pero  el  innegable  talento  de  escritor  que  muei^tra  quien 
la  compuso  agrava  el  crimen  social  que  cometió  y  el  daño  que  todavía  puede  causar 
su  lectura,  porque  la  Seraphina  está,  no  sólo  perfectamente  escrita,  salvo  en  aquellos 
pasajes  en  que  los  interlocutores  declaman  ó  profieren  sentencias,  sino  conducida  con 
más  arte  y  habilidad  que  la  mayor  parte  de  nuestras  comedias  primitivas.  Y  aun 
siendo  tan  inmoral  y  lúbrica  como  es,  nunca  apela  su  autor  al  grosero  recurso  de 
estampar  los  verba  erótica^  como  hicieron  Francisco  Delicado  y  los  poetas  tabernarios 
del  Cancionero  de  Burlas. 

Una  riqueza  grande  de  proverbios  y  de  idiotismos  familiares;  una  locución  cons- 
tantemente pura,  aunque  no  muy  aliñada;  un  sabroso  y  natural  gracejo,  que  se  mani- 
fiesta en  mil  expresiones  rápidas  y  felices,  son  prendas  que  nadie  puede  negar  á  la  Sera- 
phi?m.^  y  que  duele  ver  tan  torpemente  empleadas.  Algunos  versos  contiene  sobrema- 
nera inferiores  á  la  prosa,  todos  de  la  antigua  escuela  trovadoresca  y  llenos  de  tiquis- 
miquis amatorios: 

El  qual  siente  lo  que  sieuto, 

Y  siente  qu'el  mi  sentir 
Ya  no  siente, 

Y  siente  qu'el  sentimiento 
Del  sentido  y  consentir 
Bien  consiente... 

(Pág.  316). 

El  poeta  estaba  tan  satisfecho  de  esta  ridicula  jerigonza,  que  no  se  cansa  de  admi- 
rarse á  sí  mismo  por  boca  de  sus  personajes:  «Oh  alto  y  maravilloso  fabricador  de  las 
acosas  criadas,  y  qué  gran  manera  de  metrificar:  por  cierto  los  (')  Sonetos  del  Serafino 
» Toscano  no  se  igualaron,  con  harta  parte,  en  la  sentencia  ni  en  la  gentileza;  menos 
»se  pueden  equiparar  los  metros  del  galano  Petrarca». 

Engañado  vivía  el  anónimo  de  Valencia  en  cuanto  á  los  quilates  de  su  ingenio,  que 

(*)  Trátase  de  Serafino  Aquilano,  célebre  músico  y  poeta  napolitano  (1466-1500),  muy  da'io  á 
sutilezas  y  conceptos,  por  lo  cual  se  le  considera  como  uno  de  los  precursores  del  seicentismo.  En 
España  debía  de  alcanzar  mucho  crédito  á  principios  del  siglo  xvi,  pues  ya  hemos  visto  que  también 
Urrea  le  cita  con  elogio. 


ctxxxn  orígenes  DE  LA  NOVELA 

nada  tenía  de  lírico.  Su  verdadera  fuerza  estaba  en  la  observación  realista,  en  la  pin- 
tura de  costumbres,  aunque  fuesen  malas  y  abominables.  Cuando  quiere  levantar  el 
tono  y  «trastornar  con  circunloquios  las  filosóficas  cartas»,  no  dice  más  que  desatinos 
y  se  pierde  en  un  galimatías  ampuloso.  Todos  los  defectos  de  impertinente  erudición 
que  la  Celestina  tiene  están  subidos  de  punto  en  esta  comedia,  donde  Evandro  se  pone 
muy  de  propósito  á  relatar  á  sus  criados  la  historia  del  ateniense  Foción  [cena  2!^].  Pero 
cuando  la  vena  abundante  y  fácil  del  estilo  va  empujada  por  la  corriente  del  diálogo  ó 
se  explaya  en  largas  enumeraciones,  que  son  como  alarde  y  muestra  de  un  pintoresco 
vocabulario,  muchas  de  las  excelentes  cualidades  de  la  prosa  de  Fernando  de  Rojas 
reaparecen  en  su  imitador.  Véase  un  corto  pasaje,  que  algo  interesa  á  la  historia  del 
arte  culinario  en  la  España  de  Carlos  V,  y  es  de  los  pocos  que  pueden  citarse  sin  repa- 
ro. Trátase  de  los  regalos  que  hacía  el  vejestorio  de  Artemia  («estantigua  y  fantasma 
de  la  noche»)  á  sus  interesados  galanes:  «Pues  los  presentes  que  envía  por  año  ¿quién 
» los  podría  contar?  Las  cargas  de  ansarones  enteros,  de  pollos,  de  anadones,  de  lechones, 
» de  capones,  de  palominos,  de  gallinas,  las  cestas  de  huevos  frescos,  la  docena  de  las 
» perdices,  el  par  de  los  carneros,  la  media  docena  de  los  cabritos,  la  ternera  entera, 
»las  ubres  de  puerca  en  adobo,  las  piernas  de  venado  en  cecina,  los  jamones  de  dos  y 
»de  tres  años,  las  cargas  de  vino  tinto,  blanco,  aloque,  clareas,  vin  grec,  otros  qu'ella 
3>  hace  hacer  adobados  en  casa  con  mil  aromatizados  olores.  Pues  las  frutas  que  les 
» envía,  á  cada  uno  en  su  estado,  ya  es  cosa  de  locura:  codoñate,  calabazate,  citronate, 
» costras  de  poncil,  nueces  moscadas,  limones  en  conserva,  pastas  de  coufaciones  de  cien 
»  mil  maneras,  priscos,  peras,  membrillos  de  diversas  maneras  confacionados  y  cocidos 
»en  el  azúcar,  y  á  las  vueltas  muchas  frutas  de  sartén  de  mil  cuentos  de  maneras,  tra- 
»  yendo  las  mujeres  de  en  cabo  la  ciudad  diestras  en  aquellos  menesteres»  ('). 

Muy  inferior  á  la  Seraphina^  aunque  parece  del  mismo  autor  (2),  es  la  Comedia 
llamada  Thebaijda^  libro  de  prolija  y  fastidiosa  lectura,  que  en  la  reimpresión  moderna 
ocupa  la  friolera  de  544  páginas  de  letra  bastante  menuda.  Muy  tentados  de  la  risa 
debían  de  ser  nuestros  progenitores  cuando  no  les  encocoraban  tales  libros,  por  muy 
licenciosos  que  fuesen.  La  acción,  aunque  diluida  en  largos  razonamientos  y  alargada 
con  episodios  parásitos,  se  reduce  en  el  fondo  á  muy  poca  cosa.  Véase  el  argumento 
que  el  mismo  autor  antepuso  á  su  fábula: 

«Don  Berintho,  caballero  mancebo  y  dotado  de  toda  disciplina,  así  militar  como 
» literaria,  fué  hijo  del  duque  de  Thebas,  y  conmovido  de  exercitar  la  fuerza  de 
»sus  varoniles  miembros  y  la  fortaleza  de  su  ánimo  y  la  prudencia  de  que  estaba  asaz 
»instruto,  así  de  su  natural  como  adquisita  mediante  la  doctrina  de  preceptores,  vino 
»  en  las  Españas  con  propósito  de  servir  al  rey  que  al  presente  la  monarquía  del  mun- 
»do  gobierna,  después  de  haber  andado  peregrinando  por  otros  reinos  de  diversas  nacio- 
» nes;  y  en  el  reino  de  Castilla  fué  tocado  y  encendido  más  de  lo  que  á  su  grandeza  de 
» ánimo  convenía  del  amor  de  una  doncella,  huérfana  de  padres,  llamada  Cantaflua, 

(')  Pág.  379»380.  Cito  por  la  reimpresión  que  los  señores  Marqués  de  la  Fuensanta  del  Valle  y 
D.  José  Sancho  Rayón  hicieron  en  el  tomo  V  de  su  Colección  de  libros  españoles  raros  ó  curiosos 
(Madrid,  1873)  que  comienza  con  la  Comedia  Selvagia.  De  la  Seraphina  se  tiraron  también  algunos 
ejemplares  aparte. 

(')  «Estilo,  frases,  traza,  todo  es  idéntico»,  dice  Gallardo  (Ensayo,  I,  col.  1184).  Algo  habría 
que  objetar  á  esto,  pero  en  realidad  prevalecen  las  semejanzas. 


INTRODUCCIÓN  clxxxiii 

»  dotada  de  extremada  hermosura  y  de  incomparable  honestidad  y  virtud,  muy  rica  de 
»  posesiones,  nacida  de  ilustre  generación  y  acompañada  de  muchos  parientes  y  nobles. 
»  La  cual,  asimismo  presa  en  el  amor  de  Berintho,  sufrió  grandes  trabajos,  compelida 
» de  las  fuerzas  de  su  honestidad,  á  cuya  causa  el  proceso  de  sus  amores  se  prorrogó 
»más  de  tres  años.  Y  al  fin,  sin  consejo  de  sus  parientes,  intercediendo  Franquila, 
»  mujer  de  un  mercader  y  persona  discreta,  concedió  en  la  voluntad  de  Berintho,  otor- 
»gándole  su  amor,  y  se  desposaron  secretamente,  estando  Cantaflua  en  una  ermita 
ateniendo  novenas.  Lo  cual  sabido  por  los  parientes  se  aprobó,  y  así  todas  las  cosas 
»  de  su  historia  y  lo  á  ella  concerniente  tuvieron  prósperos  y  alegres  fines,  como  de  la 
»  escritura  parece.» 

Este  plan  se  desarrolla  en  quince  interminables  escenas.  Las  ridiculas  lamentacio- 
nes de  Berintho,  interpoladas  con  medianos  versos  que  los  demás  interlocutores  ponen 
en  las  nubes  (');  el  desenfrenado  apetito  de  Cantaflua,  que  se  manifiesta  en  los  térmi- 
nos más  indecorosos  y  grotescos;  las  proezas  eróticas  del  pajecillo  Aminthas  con  Fran- 
quila, la  esposa  del  mercader,  con  la  muchacha  Sergia,  con  Claudia,  la  doncella  de  Can- 
taflua, y  con  cuanta  mujer  encuentra  en  su  camino;  los  fieros,  baladronadas,  embelecos 
y  fingidas  pendencias  del  rufián  Galterio  y  de  su  amigóte  «el  padre  de  la  mancebía* , 
son  los  principales  ingredientes  de  esta  bárbara  composición.  Como  libro  obsceno  no 
es  sinónimo  de  libro  ameno,  la  Thebaijda^  que  es  en  alto  grado  lo  primero,  poco  ó  nada 
tiene  de  lo  segundo.  A  no  ser  por  el  interés  filológico  que  realmente  ofrece,  sería  impo- 
sible acabar  la  lectura  de  su  pesadísimo  texto.  La  procacidad  de  las  palabras  corre 
parejas  con  la  inverecundia  de  las  acciones,  y  el  desatino  llega  á  veces  hasta  la  blasfe- 
mia y  el  sacrilegio.  Las  vinosas  y  desvergonzadas  lenguas  de  los  rufianes  profanan  á 
cada  paso  las  advocaciones  más  santas,  jurando  por  «Nuestra  Señora  del  Pilar  de  Zara- 
goza» ,  por  «la  Verónica  de  Jaen.> ,  por  «los  Corporales  de  Daroca» ,  por  «las  reliquias 
de  San  Juan  de  Letrán» ,  por  «la  Vera  Cruz  de  Caravaca;> ,  por  «el  cuerpo  de  San  Ilde- 
fonso que  está  en  Zamora»,  por  «el  Crucifijo  de  Burgos»,  por  «la  Casa  Santa  de  Jeru- 

(')  «Menedemo. — En  verdad  te  digo,  si  hubieses  visto  las  cosas  que  en  prosa  y  en  metro  tiene 
Dconipuestas,  te  pondría  espanto»  (pág-.  41). 

(í Franquila. — ¿A  quién  en  el  mundo  visteis  vosotros  iiablar  ni  trobar  por  tan  alto  y  limado 
«estilo?  ¿E  adonde  se  hallará  su  abundancia  de  vocablos,  e  la  facundia  que  tiene  en  la  lengua?» 
(pág   104). 

((^ Franquila.— ¿Y  en  el  arte  de  la  oratoria,  parécete  que  se  queda  atrás? 

y>Menedenio — Muy  mejor  escribe  en  prosa  que  en  metro»  (pág.  108). 

«Galterio. — Oh  canción  digna  de  estar  escrita  con  letras  de  oro!  y  cierto  aquel  Florentino  Pe- 
Btrarca,  en  su  galana  toscana  lengua,  no  declaró  su  pasión  con  sentencia  ni  metros  tan  altos,  ni 
Dpudo  por  tal  estilo,  aunque  mucho  se  trabajaba,  representar  en  público  lo  que  en  el  alma  sentía, 
»en  el  tiempo  que  él,  como  muchas  veces  afirma,  más  fuego  tuvo  encerrado  en  el  peciio;  ¡oh  quién 
»!a  tornase  á  oír  otra  vez!  ¿Qué  me  dices,  Menedemo,  que  te  veo  helado? 

i^Menedemo. — Por  la  Sagrada  Escritura  te  juro  que  daría  mi  caballo  con  el  jaez  por  tener  la 
«canción  escrita,  porque  pienso  que  cosa  semejante  á  ésta  nadie  hasta  hoy  la  compuso»  (pág.  137). 

«Menedemo. — ¡O  santo  Dios!  qué  maravillosa  manera  de  metrificar,  e  qué  medida  en  los  pies,  y 
íqué  sentencia  tan  compreliensible  en  su  propósito»  (pág.  258). 

Como  no  es  de  suponer  que  el  autor  de  los  versos  sea  uno  y  el  de  la  prosa  otro,  habrá  que  con- 
venir en  que  ningún  poeta  ha  llegado  á  la  frescura  de  este  anónimo  en  lo  de  elogiarse  á  sí  mismo. 
Todas  sus  composiciones  son  á  estilo  de  los  cancioneros  del  siglo  xv.  Las  más  curiosas  son  dos  glo- 
H  aas  de  romances,  Rosa  Fresca,  y  Por  el  mes  era  de  Mayo. 


CLxxxiv  orígenes  de  LA  NOVELA 

salen»,  etc.,  ejemplo  que  luego  siguieron  Feliciano  de  Silva  y  otros,  no  por  verdadera 
impiedad,  según  creo,  sino  por  una  absurda  mezcolanza  de  lo  más  profano  con  lo  que 
sólo  debe  inspirar  acatamiento  y  reverencia.  Cuando  Galterio  sugiere  á  Berintho  la 
idea  de  valerse  de  Franquila  como  tercera  en  sus  amores,  exclama  asombrado  el  pro- 
tagonista de  la  obra:  «Este  consejo  no  ha  procedido  de  Galterio,  pero  sin  duda  de  la 
» inmensa  Trinidad  fué  guiado,  y  espíritu  de  profecía  inspiró  en  él,  y  alumbrado  de  la 
»  Divina  Justicia,  con  la  primera  flecha  que  dio  en  el  blanco»  (pág.  54).  «Que  el  Señor 
;>  que  guió  en  Belén  los  tres  Beyes  de  Oriente  te  guíe»  dice  Claudia  á  Aminthas  después 
de  una  noche  de  amores  (pág.  464).  A  este  tenor  hay  otros  pasajes  increíbles,  que  me 
guardaré  muy  bien  de  indicar,  porque  causarían  más  escándalo  que  provecho. 

La  deshonestidad  y  la  pedantería  son  las  notas  características  de  la  Thebayda,  sin 
que  se  pueda  decir  cuál  predomina.  En  la  primera  no  hay  que  insistir,  pues  tanto  á 
esta  comedia  como  á  la  Serapkina  (y  aun  más  á  la  Thebayda^  por  ser  cinco  ó  seis  veces 
más  larga)  les  cuadra  lo  que  desgarradamente  escribió  Gallardo  en  una  de  sus  notas 
bibliográficas:  «Es  toda  ella  un  continuo  fornicio  á  ciencia  y  paciencia  del  público 
espectador».  El  autor  creyó  componerlo  todo  con  un  matrimonio  final,  que,  lejos  de 
destruir,  agranda,  dejándolos  impunes,  el  mal  ejemplo  de  tantas  situaciones  y  discur- 
sos indecentes.  ¡Qué  lejos  estamos  de  la  lección  grave  y  pesimista  que  en  el  fondo  en- 
traña la  Celestina^  donde  la  ley  moral,  violada  un  momento,  se  restablece  vengadora 
por  el  conflicto  trágico! 

El  éxito  de  la  Thehayda^  que  en  las  escenas  bajamente  cómicas  tiene  fuerza  y  natu- 
ralidad, es  ridiculamente  enfático  en  la  parte  que  quiere  ser  oratoria  y  sentimental.  A 
cada  paso  se  tropieza  con  párrafos  de  este  jaez,  puestos  sin  distinción  en  boca  de  todo 
género  de  personas: 

«Oalterio. — ¿No  miras  que  la  corona  del  hijo  de  Latona  ya  no  resplandece,  y  tam- 
»bién  en  la  octava  esfera,  en  el  sublunar  mundo  está  dividiendo  la  luz  de  las  tinie- 
»blas,  y  Vulturno  con  el  aliento  de  la  húmeda  noche  anda  corrusco?...»  (pág.  50). 

«Aminthas. — Ya  el  arrebatado  Bóreas  con  el  poco  temor  por  el  ocaso  de  los  aten- 
»tos  (?)  del  basis  procedentes,  y  con  las  fuerzas  nuevamente  en  él  infusas,  a  causa  de 
»la  lumbre  del  primer  planeta  está  predominante,  anda  despojando  los  árboles  de  sus 
»  frondas,  y  á  los  dulces  campos  de  la  apostura  de  sus  hermosos  cabellos»  (pág.  451). 

«Claudia. — No  pienses,  mi  verdadero  amigo  Aminthas,  que  descanso  hallándome 
»  falta  de  ti,  que  eres  mi  verdadero  bien;  ni  pienses...  que  los  rayos  piramidales  proce- 
» dentes  del  lucido  Febo  resplandecen  más  en  el  sublunar  mundo,  ni  pienses  que  la 
»  hermosa  cara  de  Apolo  es  tan  grata  á  toda  potencia  vejetativa,  cuanto  más  agradable. 
»a  mí  la  vista  de  tu  graciosa  persona;  ni  la  festividad  de  las  mieses  es  tan  delectable  al 
»  ministro  de  la  agricultura;  ni  la  sombra  del  frondoso  árbol  en  el  estío  es  más  conve- 
»niente  al  que  viene  cansado;  ni  fuente  ni  arroyo  del  agua  que  va  saltando  es  más 
*  apacible  al  que  quiere  matar  la  sed,  que  á  mí  es  dulce  tu  conversa  y  los  razonamien- 
» tos  de  tan  gentiles  y  graciosas  sentencias,  que  de  la  elegancia  de  tu  lengua  y  claro  y 
» maravilloso  entendimiento  proceden...»  (pág.  408). 

Berintho  y  Cantaflua  se  enamoran  en  párrafos  astrológicos  y  metafísicos,  de  dos  ó 
tres  páginas  de  andadura,  que  darían  envidia  á  cualquiera  de  los  más  gárrulos  orado- 
res modernos: 

«Ber. — ¡Oh  mi  señora!  ¡Oh  mi  verdadera  felicidad!  Ni  la  luciente  cara  de  Apolo 


INTRODUCCIÓN  clxxxv 

» resplandece  tanto  en  el  hemisferio,  cuando  con  los  rutilantes  y  encendidos  rayos  fuga 
/'la  congregación  de  los  globos  (¿lóbregos?)  vapores;  ni  el  rostro  de  la  fermosa  Dia- 
'>na  se  muestra  más  claro  en  el  signo  de  Libra  ó  Acuario,  cuando  su  vista  y  clarí- 
:>fico  rostro  resplandece  en  mi  entendimiento,  enseñándole  las  verdaderas  líneas  de  tu 
»tan  inmensa  excelencia  y  de  tu  tan  incomparable  poderío,  con  el  cual,  acompañándole 
»la  beldad  sin  comparación  que  tanto  florece  en  tu  persona,  pusieron  en  prisión  mi  cau- 
»tiva  libertad,  dándole  leyes  de  perpetua  servidumbre,  de  la  cual,  más  áspera  que  la 
» causada  por  la  culpa  del  postrimero  rey  de  los  israelitas,  fuera  imposible  tener 
»  esperanza  de  libertad,  si  no  fuera  con  el  mando  de  la  misma  primera  causa,  de  donde 
^procedió  la  privación  de  los  sentidos  corporales  juntamente  con  el  del  libre  albedrío; 
» pero  este  tan  primario  y  supremo  poder,  acompañado  de  su  demasiada  clemencia, 
» usaron  de  tanta  benevolencia,  de  tanta  mesura,  de  tanta  piedad,  que  certificadas  las 
» potencias  de  la  razón,  ya  tan  privadas  de  las  sus  obras,  y  certificado  el  ya  tan  apasio- 
»nado  entendimiento  del  remedio  que  de  la  su  alta  bondad  les  venía,  en  un  instante, 
i>en  un  improviso  se  verificaron  y  unieron  de  tal  manera,  que  la  mucha  y  grande  espe- 
/>  ranza  y  tan  entera  noticia  y  notoria  cerleriorizacion  que  venían  á  obtemperar  y  á 
'> gozar  en  especulación  de  su  clarífica  vista,  dieron  ocasión  que  cobraran  de  nuevo 
» aliento,  para  que  las  partes  y  potencias  de  menor  dignidad,  ejerciendo  el  fin  de  su 
V composición,  trujesen  en  su  presencia  á  este  tu  verdadero  subdito,  tu  fiel  servidor,  tu 
->tan  aherrojado  cautivo;  pero  gran  mudanza,  gran  novedad  se  les  representa,  en  haber 
>tan  de  súbito  perdido  la  vista,  con  la  tan  demasiada  lumbre  que  sienten  proceder  de 
»los  clarores  de  tu  seráfica  y  alta  mesuran  (pp.  354  y  355). 

Además  de  este  detestable  gusto,  entre  retórico  y  escolástico,  que  hace  al  incógnito 
comediógrafo  un  precursor  de  las  peores  extravagancias  del  siglo  xvii,  como  el  Aretino 
lo  es  de  muchos  de  los  vicios  del  secentismo  italiano,  hay  que  notar  en  la  Thebayda 
un  gran  número  de  latinismos  inútiles,  de  los  cuales  ya  hemos  visto  algunos;  á  los  cua- 
les pueden  añadirse  permisa  por  «permitida» ,  vaco  por  «vacío»  ,  blandicias  por 
«halagos  ó  caricias»,  proditor  por  «traidor»,  demulcir  por  «ablandar»,  solercia  por 
«discreción  ó  prudencia»,  curriculo  por  «curso  de  estudios»  y  otros  que  es  inútil 
citar.  De  mitología  é  historia  no  se  hable.  Todos  los  personajes  han  leído  á  Quinto 
Curcio  y  á  Valerio  Máximo  y  saben  al  dedillo  las  Oejiealogias  de  los  Dioses  de  Bo- 
ccaccio. Menedemo  dice  á  su  señor  que  oirá  el  cuento  de  sus  amores  «con  más  atención 
»que  el  Tarquino  Prisco  los  tres  libros  de  la  prudente  sibila»  (pág.  29).  Franquila,  que 
es  una  Celestina  de  corto  vuelo,  dice  á  su  rufián:  «Siéntate,  Galterio,  y  tu  venida  sea 
»con  tanta  prosperidad  y  tan  en  buen  hora  como  fué  la  de  Furio  Camilo  á  los  romanos, 
» cuando,  elegido  dictador,  alzado  su  destierro,  vino  á  remediar  el  Capitolio»  (pág.  71). 
Nada  tenía  de  ingenio  lego  el  que  compuso  la  Thebayda;  más  bien  pecaba  de  eru- 
dición farraginosa  é  impertinente.  No  sólo  abusa  de  las  citas  de  autores  clásicos,  espe- 
cialmente de  Séneca,  Cicerón,  Virgilio,  Ovidio,  Persio  y  Juvenal,  sino  que  se  complace 
todavía  más  en  las  de  los  Santos  Padres  y  doctores  de  la  Iglesia,  cuya  doctrina  aplica 
al  redropelo,  formando  extraño  contraste  con  la  profunda  inmoralidad  de  la  obra.  Hay 
verdaderas  disertaciones  teológicas  sobre  el  sumo  bien,  sobre  las  excelencias  de  la  vir- 
tud y  el  corto  número  de  los  elegidos,  sobre  el  pecado  original,  sobre  el  sacramento  de 
la  penitencia.  Menedemo,  criado  grave  y  sentencioso  de  Berintho,  cierra  la  última 
escena  con  un  largo  y  edificante  sermón,  en  que  recopila  toda  la  historia  sagrada  desde 


cLxxxvi  ORÍGENES   DE   LA  NOVELA  I 

la  creación  del  mundo  hasta  la  venida  del  Antecristo  j  el  Juicio  Final.  Y  adviértase  ! 
que  en  todo  esto  hay  propiedad  de  lengua.] e  y  suma  ortodoxia  en  los  conceptos.  Sólo  á 

la  pluma  de  algún  estudiante  de  Teología  puede  atribuirse  tan  híbrido  y  escandaloso  ¡ 

maridaje  de  lo  más  profano  con  lo  más  sagrado.  • 

Los  personajes  de  la  Thebai/da^  sin  ser  verdaderos  caracteres  literarios,  viven  con  i 
cierta  vida  brutal  y  fisiológica.  El  mejor  trazado  es,  sin  duda,  el  rufián  Galterio,  que 

conserva  todos  los  rasgos  esenciales  del  admirable  Centurio  de  la  Celestina^  pero  abul-  i 

tados  monstruosamente  hasta  la  caricatura,  y  añade  otros  nuevos,  muy  curiosos  para  ,  ■ 

la  historia  de  las  costumbres.  En  la  Thebayda  se  aprende  la  intimidad  en  que  este  i 

género  de  facinerosos  vivía  con  los  ministros  de  justicia,  alguaciles  y  porquerones,  \ 
que  entraban  á  la  parte  en  sus  robos,  denuncias  y  estafas  (•);  la  especie  de  barato  que 

cobraban  en  los  hostales  y  tablajerías;   la  protección  vergonzosa  que  les   daban  los  , 

grandes  señores,  asalariándolos  como  bravos  de  profesión  ó  como  activos  corredores  de  j 

sus  vicios.  El  repugnante  tipo  del  «padre  de  la  mancebía» ,  el  rey  Arlot  de  los  tiempos  i 

medios  (-),  viene  á  dar  los  últimos  toques  á  este  horrible  cuadro.  ] 

La  Thebayda^  como  todos  los  libros  de  su  género,  es  un  rico  depósito  de  lenguaje  ; 

popular,  y  abunda  en  proverbios  é  idiotismos,  especialmente  cuando  habla  Galterio.  Allí  : 

se  repite  el  célebre  refrán  «topado  lia  Sancho  con  su  rocín»  (pág.  247),  que  ya  había  | 

recogido  el  marqués  de  Santillaua  en  esta  forma:  «tallado  ha  Sancho  el  su  rocín»  {^).  ! 

Reminiscencia  probablemente  de  algún  cuento  y  germen  de  una  creación  inmortal.  í 

Las  tres  comedias  que  acabamos  de  analizar  fueron  no  sólo  impresas  sino  compues-  j 

tas  en  Valencia,  de  cuyo  lenguaje  conservan  algún  rastro  en  ciertas  palabras,  tales  '] 

como  gañivetes  por  cuchillos,  tastar  la  fruta  nueva  por  catarla  ó  probarla,  codoñate  \ 

por  carne  de  membrillo  ó  mermelada,  citronate  por  cidra  confitada,  rojidaUas  por  cuen-  í 

tos,  hostal  en  el  sentido  de  mancebía,  y  en  algunas  alusiones  locales,  v.  gr.  «ir  al  tálamo  i 
virgen  «como  el  portal  de  Cuartea  (*).   Pero  no  puede  admitirse  sin  otra  prueba  que 

(•)  (^Galterio. — Mi  principal  intención  es,  como  ya  sabes,  ser  amigo  de  todos  los  ministros  de  la  i 
«justicia,  porque  éstos  contentos,  puede  hombre  desollar  caras  en  medio  de  la  ciudad  como  cada  ji 
»día  ves  que  se  hace;  y  esto  con  poco  trabajo  t-e  alcanza,  porque  con  dar...  algunos  avisos  de  honi-  I-, 
sbres  facinerosos,  }•  de  algunos  que  juegan  juegos  devedados,  y  de  algunas  mancebas  de  casados,  : 
»ó  frailes  ó  clérigos  pobres,  que  de  los  demás  otro  norte  se  sigue,  como  luego  y  también  acostum-  i  i 
))bro  acompañar  algunas  noches  al  corregidor  ó  teniente,  ¡y  con  llevalle  alguna  vez  un  presentilio  I 
«liviano  de  cualquier  par  de  perdices,  y  con  otros  servicios  de  pelillo  semejantes  á  éstos  puedes  á  '  i 
«banderas  desplegadas  matar  moros.  .» 

«Esto  dfejado,  también  procuro  de  tener  contentos  los  caballeros  de  la  ciudad,  en  algunas  cosas  d 
«como  en  acompañallos  de  que  hombre  los  encuentra  en  la  calle,  que  es  cosa  de  que  ellos  mucho  se  '{ 
«honran;  y  también  loar  sus  cosas  á  persona  que  se  lo  hayan  de  decir  el  mismo  día,  como  á  criados  ^ 
«y  familiares  de  su  casa...  Otra  forma  no  pensada  tengo  también  para  con  los  señores  de  la  Iglesia,  < 
«etcétera»  (pp.  180-183). 

C-*)  D.  Pedro  IV  de  Aragón  mandó  extinguir  este  oficio,  por  carta  real  dada  en  Valencia  á  6  de  jj 
marzo  de  1337  (vid.  Aureum  Opus  regalium  privilegioruvi,  p.  CIII.  De  revocatione  officii  regís  Arlo-  'y 
ti^  VIII,  citado  por  Oarboneres  en  sus  curiosos  apuntes  históricos  sobre  La  mancebía  en  Valencia, 
Valencia,  1876). 

(')  Obras  del  marqués  de  Santillana,  ed.  de  Amador  de  loa  Ríos,  pág.  513. 

(*;  Vid.  sobre  estos  valencianismos  de  la  Seraphina  {qwo  son  mucho  más  raros  en  la  Thebayda) 
una  indicación  de  D.  Cayetano  Vidal  de  Valenciano  en  Lo  Gay  Saber,  segunda  época,  año  TV,  15 
de  mayo  de  1881. 


INTRODUCCIÓN  clxxxvh 

el  autor  fuese  valenciano,  porque  no  había  en  Valencia  á  principios  del  siglo  xvi  nin- 
gún escritor  indígena  que  dominase  la  lengua  castellana  hasta  el  punto  de  poder  escri- 
bir la  prosa  abundante  y  lozanísima  de  la  Seraphina  y  la  Thebayda.  Aunque  el  inüujo 
del  castellano  hubiese  ido  penetrando  en  los  géneros  poéticos  desde  fines  del  siglo  x\ , 
en  la  prosa,  que  es  un  instrumento  mucho  más  difícil  do  manejar,  apenas  se  mostraba 
todavía.  Los  más  insignes  escritores  valencianos  del  tiempo  de  Carlos  V  escribieron  en 
latín;  algunos  continuaron  escribiendo  en  catalán.  Hasta  fines  de  aquella  centuria  no 
hubo  en  Valencia  prosistas  castellanos  dignos  de  competir  con  los  de  la  España  central 
y  Andalucía,  aunque  hubiese  ya  muchos  excelentes  poetas  líricos  y  dramáticos.  Algu- 
nos cronistas,  como  Viciana  y  Beuter,  se  habían  traducido  á  sí  mismos,  pero  lo  hi(;ie- 
ron  con  suma  tosquedad  y  rudeza.  Un  vocabulario  tan  rico,  una  sintaxis  tan  gallarda  y 
libre  como  la  de  la  Thebaijda  presuponen  un  autor  que  había  mamado  con  la  leche  la 
pureza  de  la  lengua  castellana. 

Avanzando  más,  puede  tenerse  por  seguro  que  el  tal  autor  era  andaluz.  A  cada 
paso  habla  de  cosas  propias  de  aquella  región.  En  la  Seraphina  (pág.  379)  se  mencio- 
na «el  lienzo  sevillano  y  el  lino  de  Guadalcanal,  que  cuesta  á  moneda  de  oro  la  vara:> . 
En  tierra  andaluza  había  hecho  su  aprendizaje  el  Galterio  de  la  Thebayda:  «Yo  he 
»sido  prioste  de  juego  de  esgrima,  y  en  San  Lúcar  de  Barrameda  serví  un  hostal  por 
»el  mismo  señor  de  la  casa,  y  en  Carmona  tuve  casa  de  trato,  y  en  algunas  partes, 
>como  ya  te  es  notorio,  he  sido  padre»  (pág.  64).  Una  de  estas  partes  había  sido 
Lucena  (pág.  48):  «Seyendo  mancebo  y  hijo  de  vecino  en  Ecija,  me  afrentó  la  justi- 
»cia»  (pág.  81).  Afrentar  está  tomado  aquí  en  el  sentido  de  azotar.  «Estábamos  en 
» Cabra,  en  la  posada  de  Pedro  Agujetero»  (pág.  92).  El  mismo  Galterio  hace  el  pane- 
gírico de  su  invencible  espada  en  estos  términos:  «Ue  treinta  años  á  esta  parte  no  se 
» ha  hecho  desafío  en  toda  la  Andalucía  donde  ella  no  se  haya  hallado,  porque  de  Cór- 
»doba,  de  Cádiz,  de  Jerez,  de  Málaga  y  de  otras  muchas  y  diversas  partes,  donde  suce- 
»den  algunos  desafíos  entre  los  amigos,  luego  me  envían  por  ella,  y  con  ésta  fué  con  la 
»que  mataron  al  tablajero  de  Sant  Lúcar,  y  con  ésta  cortaron  entrambos  los  muslos  á 
»Navarrico,  el  soldado  del  duque,  y  con  ésta  Rabanal  hizo  las  grandes  cosas  en  Tele- 
ndo, y  al  tiempo  que  Solisico  mató  el  vizcaíno  en  Alcázar  de  Consuegra,  no  fué  otra 
/>cosa  la  causa  salvo  tener  esta  espada»  (págs.  132-133).  El  Potro  de  Córdoba  había 
sido  teatro  de  sus  proezas:  «Por  cierto  fué  gran  osadía  la  mía,  que  estando  en  el  Potro, 
'> Francisco  Guantero  hizo  muestra  que  iba  á  hacer  mano  contra  mí,  y  no  se  hubo  aca- 
'>bado  de  desenvolver,  cuando  ya  le  tenía  con  su  mismo  puñal  cortada  la  mano  dere- 
>cha  clavada  encima  del  bodegón  de  Gaytanejo;  pero  ni  por  eso  perdí  la  tierra  ni  dejé 
>de  pasearme»  (pág.  176).  El  vino  que  los  protagonistas  beben  no  es  el  de  Murviedro, 
tan  grato  á  Celestina,  y  que  debía  de  ser  el  que  principalmente  se  consumiese  en  Valen- 
cia, sino  de  la  vega  de  Martos,  de  Luque  ó  de  Lucena  (págs.  326-27).  La  «tabernilla 
del  Alcázar,  el  Caño  quebrado»  y  otros  sitios  que  en  el  libro  se  mencionan,  pertenecen 
á  la  topografía  de  Córdoba,  según  el  decir  de  los  expertos  en  ella;  pero  no  creemos  que 
eso  sea  suficiente  motivo  para  tener  á  su  autor  por  cordobés.  Lo  mismo  podría  supo- 
nérsele hijo  del  reino  de  Jaén  ó  de  los  Puertos,  puesto  que  de  todas  partes  tiene  recuer- 
dos picarescos:  «¿No  me  has  oído  decir  de  cuándo  fui  al  desafío,  que  maté  á  Francisco 
p  Cordonero  en  Arjona?...  Pues  ese  fué  mi  padrino,  y  el  tiempo  que  en  Moguer  nos  qui- 
psimos  embarcar,  cuando  doce  por  doce  tuvimos  la  cuestión,  de  cuatro  que  quedamos 


CI.XXXVIII  orígenes  de  LA  NOVELA 

» vivos  ese  es  el  uno,  y  el  otro  el  ventero  de  la  Guarda  Cabrilla  j  el  otro  el  que  agora 
ves  Padre  en  Estepa»  (págs.  424-425),  Pudieran  añadirse  otros  pasajes,  pero  no  hacen 
falta  para  comprobar  lo  que  salta  á  la  vista  de  cualquier  lector  un  poco  atento. 

El  mejor  de  los  prosistas  castellanos  que  por  aquellos  años  escribía  en  Valencia  es 
el  bachiller  Juan  de  Molina,  aunque  no  nos  haya  dejado  más  que  traducciones,  tan 
notables  algunas  como  la  de  los  Triumphos  de  Apiano^  encabezada  con  una  narración 
de  la  guerra  de  las  Germanías  (1522);  la  Crónica  de  Aragón  de  Marineo  Sículo  (1523)  y 
la  muy  excelente  de  las  Epístolas  de  San  Jerónimo^  cuya  primera  edición  es  de  1520, 
dedicada  á  doña  María  Enríquez  de  Borja,  duquesa  de  Gandía,  un  año  antes  de  que  su 
marido  recibiese  la  dedicatoria  de  las  tres  empecatadas  comedias.  Pero  Juan  de  Molina 
no  era  andaluz,  sino  manchego,  de  Ciudad  Real,  según  dice  Nicolás  Antonio;  y  además 
el  género  de  literatura  en  que  principalmente  se  ejercitó,  interpretando,  además  de  las 
obras  citadas,  el  HomiLia'rio  de  Alcuino,  el  Confesonario  de  Gerson,  el  Gamalicl 
catalán  atribuido  á  San  Pedro  Pascual  y  otros  textos  análogos,  parecen  excluir  )a 
sospecha  de  que  manchase  nunca  su  pluma  en  composiciones  tales  como  la  Thebayda 
y  la  Seraphina,  que  sería  temerario  atribuir  por  livianas  conjeturas  á  un  hombre 
honrado. 

En  su  tiempo  y  aun  algo  después  no  debieron  de  escandalizar  tanto  como  ahora. 
No  sólo  fueron  reimpresas  en  1546,  sino  que  Juan  de  Timoneda,  en  el  prólogo  de  sus 
Comedias^  que  son  de  1559,  citaba  sin  ambajes  la  Thebayda^  poniéndola  al  nivel  de  la 
Celestina^  como  obra  de  «muy  apacible  estilo  cómico,  propio  para  pintar  les  vicios  y 
» las  virtudes».  La  Inquisición,  que  tratándose  de  este  género  de  libros  solía  padecer 
extraños  olvidos,  no  la  prohibió  nunca,  á  pesar  del  dictamen  de  Zurita,  que  opinaba  lo 
contrario  ('). 

Pero  aún  cabía  descender  más  en  pendiente  tan  resbaladiza  y  escandalosa.  La  corrup- 
ción española,  agravada  y  complicada  con  la  italiana,  produjo  un  singular  documento 
que  lleva  la  siniestra  y  trágica  fecha  del  saco  de  Roma.  Uno  de  los  fugitivos  de  aque- 
lla catástrofe,  refugiado  en  Venecia,  hizo  estampar  allí  en  1528  un  libro,  con  todas  las 
trazas  de  clandestino,  cuyo  rótulo,  á  la  letra,  dice  así:  «Retrato  de  la  lozana  Andalu- 
xa:  en  lengua  española  muy  clarissima.  Compuesto  en  Boma.  El  qual  Retrato  demues- 
tra lo  que  en  Romapassaua  y  contiene  manchas  (sic)  mas  cosas  que  la  Celestina,  ün 
solo  ejemplar  de  la  Biblioteca  Imperial  de  Viena  nos  ha  conservado  esta  obra  (^),  y 
Fernando  Wolf  dio  la  primera  noticia  de  él  en  1845  {^). 

(')  La  Thebayda  fué  reimpresa  por  el  marqués  de  la  Fuensanta  del  Valle  en  el  tomo  XXII  de 
la  Colección  de  libros  españoles  raros  ó  curiosos  (Madrid,  1894).  Esta  edición  es  incorrectísima;  se 
hizo  por  una  mala  copia  del  ejemplar  de  la  Biblioteca  Nacional,  y  se  ve  que  no  fué  cotejada  ni  co- 
rregida por  nadie.  Hay  erratas  monstruosas,  que  hacen  á  veces  impenetrable  el  sentido.  A  ella  nos 
referimos,  sin  embargo,  por  ser  la  única  accesible  á  la  mayor  parte  de  los  lectores. 

(^)  Es  un  tomo  en  4.°,  sin  lugar  ni  año,  54  folios,  signaturas  Aij-Niij,  con  grabados  en  madera. 

Hay  tres  reimpresiones  modernas  de  la  Lozana^  una  en  el  tomo  primero  de  la  Colección  de  li' 
bros  españoles  raros  ó  curiosos,  de  Sancho  Rayón  y  Fuensanta  del  Valle  (Madrid,  1871);  otra  de  Pa-  ¡ 
rU,  1888,  en  que  acompaña  al  texto  castellano  una  traducción  francesa  de  Alcides  Bonneau,  y  la 
última  de  Madrid,  en  la  Colección  de  libros  picarescos  del  difunto  editor  Rodríguez  Serra  (1899).  To- 
das estas  ediciones,  que  en  rigor  se  reducen  á  una  sola,  proceden  de  una  c:ípia  que  Gayangos  hizo 
sacar  del  libro  de  Viena,  y  que  nadie  se  ha  tomado  el  trabajo  de  cotejar. 

(')  En  su  artículo  sobre  la  Celestina  reimpreso  en  sus  Studien  (pág.  290). 


IXTROPUCOIÓN  CLxxxix 

La  Lüxana  estaba  escrita  desde  1524  ('),  según  al  folio  tercero  se  declara:  «Co- 
»mien9a  la  historia  o  Eetrato  sacado  del  Jure  cevil  natural,  de  la  Señora  Lozana:  com- 
^  puesto  el  año  mili  y  quinientos  y  veinte  e  quatro;  a  treynta  dias  del  raes  de  junio;  en 
Roma,  alma  cibdad,  y  como  auia  de  ser  partido  en  capítulos  va  por  mamotretos,  por- 
que en  semejante  obra  mejor  conviene».  Mamotreto  quiere  decir,  según  el  autor, 
«libro  que  contieno  diversas  nizones  ó  copilaciones  ayuntadas;^ ,  y  el  número  de  estos 
mamotretos  llega  á  sesenta  y  seis. 

Aunque  por  todo  el  libro  dejó  sembradas  bastantes  noticias  de  su  persona,  en  nin- 
guna parte  declara  su  nombre,  para  lo  cual  no  le  faltaban  buenas  razones:  «Si  me  decís 
»por  qué  en  todo  este  Retrato  no  puse  mi  nombre,  digo  que  mi  oficio  me  hizo  noble 
» siendo  de  los  mínimos  de  mis  conterráneos,  y  por  esto  callé  mi  nombre,  por  no  vitu- 
^  perar  el  oficio  escribiendo  vanidades  con  menos  culpa  que  otros  que  compusieron  y 
»no  vieron  como  yo;  por  tanto  ruego  al  prudente  lector,  juntamente  con  quien  este 
» retrato  viere,  no  me  culpe,  máxime  que  sin  venir  á  Roma  verá  lo  que  el  vicio  della 
■•causa;  ausimismo  por  este  Retrato  sabrán  muchas  cosas  que  deseaban  ver  y  oir, 
estándose  cada  uno  en  su  patria,  que  cierto  es  una  grande  felicidad  no  estimada > 
(página  334). 

Pero  algunos  años  después  no  tuvo  reparo  en  descifrar  el  enigma  en  la  introduc- 
ción que  puso  al  tercer  libro  del  Primaleón,  corregido  por  él  para  la  edición  de  Venecia 
de  1534:  «Como  lo  fui  yo  quaudo  compuse  la  Lorana  en  el  común  hablar  de  la  polida 
» Andalucía».  Al  fin  del  volumen  se  expresa  que  los  tres  libros  de  Primaleón  «fueron 
'^  corregidos  y  emendados  de  las  letras  que  trastrocadas  eran  por  el  vicario  del  valle  de 
> Cabezuela  Francisco  Delicado^  natural  de  la  Peña  do  Martes». 

A  D.  Pascual  de  Gayangos  se  debe  este  descubrimiento,  con  el  cual  se  aclaran  y 
fijan  todas  las  noticias  sueltas  que  hay  en  la  Lozayia  y  en  otras  publicaciones  de  Deli- 
cado, aunque  no  sea  hacedero  trazar  de  él  una  completa  biografía. 

No  había  nacido  en  la  villa  de  Martes,  aunque  la  consideraba  como  su  patria  por 
las  razones  que  alega  en  el  mamotreto  47. 

(')  El  autor  indudablemente  la  retocó  antes  de  imprimirla,  añadiendo  algunas  posaa  de  fecha 
posterior,  porque  no  liemos  de  atribuirle  don  de  profecía. 

\íRampin. —  hos  cardenales  son  aquí  como  loa  mamelucos, 

))Lozana. — Aquellos  se  hacen  adorar. 

»Ramp  — Y  éstos  también. 

oLoz. — Gran  soberbia  llevan. 

»Rump. — El  año  de  veinte  y  siete  me  lo  dirán. 

)^Loz  — Por  ellos  padeceremos  todos»  (pág.  45  de  la  ed.  de  Libros  raros). 

<(  Lozana  — ¿Qué  predica  aquél?  Vamos  alia. 

»/?(fm/).— Predica  cómo  se  tiene  de  perder  Roma,  destruirse  el  año  dil  XX\'II,ma8  dícelo  bnr- 
)>lanilo-rt  (pág.  73). 

((Atictar. — Pues  año  de  veinte  é  siete  dexa  á  Roma  y  vete. 

»Com^.  — ¿Por  qué? 

nAnct. — Porque  será  confusión  y  castigo  de  lo  pasado. 

"Comp. — A  iiuir  quien  más  pudiere. 

»^ncí. —  Pensá  que  llorarán  los  barbudos,  y  mendicarán  los  ricos,  y  padescerán  los  susurrones,  y 
>jqueraarán  los  públicos  y  aprobados  ó  canonizados  ladrones. 

»Comp. — ¿Cuáles  son? 

^)Anct.— Los  registros  del  Jure  Cevil «  (pp.  131-132). 


cxc  orígenes  de  la  NOVELA 

«Loz. — Señor  Silvano,  ¿qué  quiere  decir  que  el  Auctor  de  mi  retrato  no  se  llama 
»  Cordovés,  pues  su  padre  lo  fué  y  él  nació  en  la  diócesis?» 

«■Silv. — Porque  su  castísima  madre  j  su  cuna  fué  en  Martos,  y  como  dicen,  no 
» donde  naces,  sino  con  quien  paces»  (pág.  239). 

Cordobesa  hizo  á  su  heroína:  «La  señora  Lozana  fué  natural  compatriota  de  Séne- 
»ca»  (pág.  5).  Y  del  mercado  de  aquella  ciudad  se  acuerda  ella  misma  con  cierta 
melancolía,  repitiendo  el  viejo  cantar  de  los  Comendadores: 

«En  Córdoba  se  hace  los  jueves,  si  bien  me  recuerdo: 

Jueves  era,  jueves, 
Dia  de  mercado. 
Convidó  Hernando 
Los  Comendadores. 

»¡0h,  si  me  muriera  cuando  esta  endecha  oí*  (pág.  72). 

De  la  Peña  de  Martos,  que  nunca  pei'teneció  á  la  diócesis  de  Córdoba,  sino  á  la  de 
Jaén,  hace  una  curiosísima  disertación,  consignando  algunas  leyendas  locales:  «Los 
»atautes  de  plomo  y  marmóreos  escritos  de  letras  gódicas  é  de  egipciacas»;  «la  fuente 
»con  cinco  pilares  á  la  puerta  de  la  villa,  edificada  por  arte  mágica  en  tanto  espacio 
»  cuanto  cantó  un  gallo» ;  la  fuente,  todavía  más  salutífera,  de  Santa  Marta,  donde  «la 
»  noche  de  San  Juan  sale  la  cabelluda,  que  quiere  decir  que  allí  muchas  veces  apareció 
»la  Madaleua,  y  más  arriba  está  la  peña  de  la  Sierpe,  donde  se  ha  visto  Santa  Marta 
»  defensora,  la  cual  allí  miraculosamente  mató  un  ferocísimo  serpiente,  el  cual  devora- 
>  ba  los  habitantes  de  la  cibdad  de  Marte,  y  ésta  tuó  la  principal  causa  de  su  despobla- 
»ción»  (pág.  237). 

Todo  este  capítulo,  perdido  entre  los  horrores  de  la  Loxana,  hace  el  efecto  de  un 
idilio  que  sosiega  apaciblemente  el  ánimo,  y  algo  dice  en  pro  de  su  autor.  No  debía  de 
ser  enteramente  malo  y  corrompido  el  hombre  que  en  medio  de  su  vida  loca  y  desen- 
frenada sentía  la  nostalgia  del  «alamillo  que  está  delante  de  la  iglesia  de  Martos» ,  y  á 
quien  el  espectáculo  de  la  perversión  de  Roma  y  Venecia  traía  á  la  memoria  por  con- 
traste la  honestidad  y  devoción  de  las  mujeres  de  su  tierra.  «Y  si  en  aquel  lugar,  de 
»poco  acá,  reina  alguna  envidia  ó  malicia,  es  por  causa  de  tantos  forasteros  que  corren 
»allí  por  dos  cosas:  la  una  porque  abundan  los  torculares  (lagares)  y  los  copiosos  gra- 
» ñeros,  juntamente  con  todos  los  otros  géneros  de  vituallas,  porque  tiene  cuarenta 
»  millas  de  términos,  que  no  le  falta,  salvo  tener  el  mar  á  torno;  la  segunda,  que  en  todo 
»el  mundo  no  hay  tanta  caridad,  hospitalidad  y  amor  proximal  cuanto  en  aquel 
» lugar,  y  caúsalo  la  caritativa  huéspeda  de  Christo  (Santa  Marta)».  Indudablemente 
algún  jugo  de  alma  conservaba  el  que  escribió  estas  cosas:  válganle  en  atenuación  de 
tantas  otras. 

En  el  prólogo  de  su  edición  del  Amadis  se  precia  de  haber  sido  discípulo  de  Anto- 
nio de  Nebrija,  á  quien  también  menciona  en  la  Loxana:  «Eso  que  está  escrito,  no 
»creo  que  lo  leyese  ningún  poeta,  sino  vos,  que  sabéis  lo  que  está  en  las  hondu- 
»ras,  y  Lehrixa  lo  que  en  las  alturas,  excepto  lo  que  estaba  escrito  en  la  fuerte 
» peña  de  Martos,  y  no  alcanzó  á  saber  el  nombre  de  la  cibdad,  sacrificando  el  dios 
» Marte,  y  de  allí  le  quedó  el  nombre  Martos  á  Marte  tortísimo»  (pág.  264). 

Pero  no  creo  que  se  aprovechase  mucho  de  la  doctrina  de  tan  excelente  maestro, 


m 


INTRODUCCIÓN  cxci 

ni  que  llegase  á  ser  nimca  un  verdadero  humanista.  Su  arqueología  es  popular  y  del 
gusto  de  la  Edad  Media  (');  su  estilo,  el  de  la  conversación,  no  el  de  los  libros:  rara  vez 
cita  autores  clásicos.  Quizá  su  relativa  incultura  le  libró  de  pedanterías  y  afectacio- 
nes, que  en  su  tiempo  eran  frecuentes,  pero  en  cambio  rebajó  su  ideal  artístico  hasta 
un  punto  que  apenas  pertenece  á  la  literatura. 

Durante  el  pontificado  de  Julio  II  ("2),  probablemente  siendo  ya  clérigo,  pasó  como 
tantos  otros  á  Roma  en  busca  de  algún  beneficio,  y  allí  debió  de  obtener  ese  vicariato 
del  valle  de  Cabezuela,  que  según  la  relajada  disciplina  de  aquel  tiempo  sería  nominal 
y  no  le  privaría  de  la  residencia  «m  curiay> .  De  sus  ocupaciones  en  Roma,  del  género 
de  sociedad  que  frecuentaba  y  de  los  achaques  que  su  vida  pecadora  le  produjo,  hay 
largos  y  nada  edificantes  detalles  en  la  Loxana^  donde  el  autor  interviene  á  cada  mo- 
mento como  grande  amigo  y  confidente  de  la  heroína.  El  vicio  tenía  entonces  su  casti- 
go inmediato  y  terrible  en  aquella  nueva  peste  que  apareció  con  horrendo  estrago  á 
fines  del  siglo  xv,  cebándose  en  los  ejércitos  franceses  y  españoles  que  lidiaban  en  el 
reino  de  Ñápeles.  Sobre  esta  dolencia  hay  en  la  Lozana  algunos  detalles  que  pueden 


(1)  Véase  una  muestra: 

«.Lozana. — Mira,  no  te  ahogues,  que  este  Tiber  es  carnicero  como  Tormes,  y  paréceme  que 
))tiene  este  más  razón  que  no  el  otro. 

y>Sagüeso — ¿Por  qué  éste  más  que  los  otrosV 

y)Loz. — Has  de  saber  que  esta  agua  que  viene  por  aquí  era  partida  en  inunclias  partes,  y  el  eni- 

))perador  Temperio  quiso  juntarla  y  que]  viniese  toda  junta,  y  por  más  excelencia  quiso  hacer  que 

«jamás  no  se  perdiese  ni  faltase  tan  excelente  agua  á  tan  magnífica  cibdad,  y  hizo  hacer  un  canal 

)>de  piedras  y  plomo  debaxo  á  modo  de  artesa,  y  hizo  que  de  milla  á  milla  pusiesen  una  piedra  y 

Descrito  de  letras  de  oro  su  nombre,  Temperio,  y  andaban  dos  mil  hombres  en  la  labor  cada  día;  y 

«como  los  arquimaestros  fueron  á  la  fin  que  llegaban  á  Ostia  Tiberiana,  antes  que  acabasen  vinieron 

«que  querían  ser  pagados.  El  Emperador  mandó  que  trabajasen  sin  entrar  en  la  mar;  ellos  no  que- 

»rian,  porque  si  acababan,  dubitaban  lo  que  les  vino,  y  demandaron  que  les  diese  su  hijo  primogé- 

1  «nito,  llamado  Tiberio,  de  edad  de  diez  y  ocho  años,  porque  de  otra  manera  no  les  parecía  estar 

¡   «seguros;  el  Emperador  se  lo  dio,  y  por  otra  parte  mandó  saltar  las  aguas,  y  ansí  el  agua  con  su  ím- 

l  »petu  los  ahogó  á  maestros  y  laborantes  y  al  hijo,  y  poi  eso  dicen  que  es  y  tiene  razón  de  ser  carni- 

ícero  Tiber  á  Tiberio»  (pp.  262-263). 

Ignoro  el  origen  de  esta  leyenda,  que  no  encuentro  en  el  precioso  libro  de  Graf,  Roma  nella 
meinoria  e  nelle  inmaginazioni  del  Medio  Evo. 

Otros  rasgos  de  esta  arqueología  infantil  hay  en  la  Lozana:  ^cOs  puedo  mostrar  al  Rodriguillo 
Mspañol  de  bronce;  hecha  fué  estatua  en  Campidolio,  que  se  saca  una  espina  del  pie  y  está  desnu- 
»do))  (pág.  48). 

uLozana. — ¿Por  dó  heVnos  de  ir? 

»Rampin. — Por  aquí,  por  plaza  Redonda,  y  veréis  el  templo  de  Panteón,  y  la  sepultura  de  Lu- 
BCrecia  Romana,  y  el  aguja  de  piedra  que  tiene  la  ceniza  de  Róiiiulo  y  Kémiilo,  y  la  coluna  la- 
sbrada,  cosa  maravillosa»  (pág.  69). 

(')  «Auctor. — Y  á  vos  no  conocí  yo  en  tiempo  de  Julio  segundo  en  plaza  Nagona,  quando  sir- 
sviedes  al  señor  canónigo?»  (pág   84). 

La  acción  de  la  Lozana  pasa  en  1513,  puesto  que  se  menciona  la  coronación  de  León  X: 

»Los. — Yo  venía  cansada,  que  me  dixeron  que  el  Santo  Padre  iba  á  encoronarse.  Yo,  por  verlo, 
¡«no  me  curé  de  comer. 

»La  Sevillana. — ¿Y  vístelo  por  mi  vida? 

»Loz. — Tan  lindo  es,  y  bien  se  llama  León  décimo,  que  así  tiene  hi  cara»  {^■^d'¿.  23). 

De  las  cosas  del  tiempo  de  Alejandro  VI  se  habla  en  la  Lozaua  como  de  oídas:  «Ya  es  muerto 
í)el  duque  Valentín,  que  mantenía  los  haraganes  y  vagamtmdos»  (pág.  254). 


cxeii  orígenes  DE  LA  NOVELA 

interesar  á  la  historia  médica  (').  Su  autor  adoleció,  como  tantos  otros,  de  las  "pestíferas 
bubas  (ni  eran  para  otra  cosa  los  pasos  en  que  andaba"^,  j  para  entretener  ó  consolar  la 
pasión  melancólica  que  su  enfermedad  le  produjo,  compuso  un  tratado  de  consolatione 
infirinorum^  que  al  parecer  fué  impreso,  pero  del  cual  sólo  conocemos  el  título  {'^). 
Y  habiendo  logrado  cierto  alivio  con  el  cocimiento  del  guayaco  ó  palo  santo  de 
las  Indias,  que,  introducido  en  España  en  1508  y  en  Italia  en  1517,  había  suplan- 
tado en  la  terapéutica  al  mercurio,  desacreditado  por  el  brutal  empirismo  con  que 
se  administró  en  los  primeros  momentos,  determinó  convertir  en  beneficio  de  sus 
prójimos  y  juntamente  de  su  bolsa  aquella  preparación  farmacéutica;,  y  compuso  un 
cierto  electuario,  que  vendía  como  un  específico,  aunque  la  Lozana  no  tenía  mucha 
fe  en  su  eficacia.  «Di  que  sanarás  el  mal  francés,  y  te  judicarán  por  loco  del  todo, 
»que  esta  es  la  mejor  locura  que  uno  puede  decir,  salvo  que  el  legno  es  salutífero» 
(página  280). 

El  rarísimo  opúsculo,  escrito  en  italiano,  en  que  Delicado  expuso  su  plan  curati- 
vo, reservándose  el  secreto  de  su  composición,  se  ocultó  á  la  diligencia  de  Nicolás 
Antonio,  pero  no  á  la  del  erudito  médico  de  Montpellier  Astruc,  famoso  especialista  en 
esta  materia,  ni  á  los  historiadores  de  nuestra  Medicina,  Morejón  y  Chinchilla  (^),  que 
paiecen  haber  tomado  de  él  sus  noticias.  Uno  y  otro  llaman  al  autor  Francisco  Delga- 
do^ y  así  le  denomina  también  el  privilegio  que  le  concedió  Clemente  VII  para  la 
impresión  de  su  libro  en  4  de  diciembre  de  1526.  Acaso  fuese  éste  su  verdadero  ape- 

('}  (íLoz. — Dime   Divicia,  ¿dónde  comenzó  ó  fué  el  principio  del  mal  francés? 
y>Divicia. — En  Rapólo,  una  villa  de  Genova,  y  es  puerto  de  mar;  porque  allí  mataron  los  pobres    ] 
))de  San  Lázaro,  y  dieron  á  saco  los  soldados  del  rey  Cario  Cristianísimo  de  Francia  aquella  tierra  y  '\ 
))las  casas  de  San  Lázaro  .,  y  luego  incontinenti  se  sentían  los  dolores  acerbísimos  y  lunáticos,  que  j 
))yo  me  hallé  allí  y  lo  vi,  que  por  eso  dicen  el  Señor  te  guarde  su  ira,  que  es  esta  pla^a  que  el  sexto 
»ángel  derramó  sobre  casi  la  metad  de  la  tierra.  j 

»Lo3. — ¿Y  las  plagas?  ] 

y>Div. — En  Ñapóles  comenzaron,  porque  también  me  hallé  allí  cuando  dicían  que  habían  enfe-  ' 
»cionado  los  vinos  y  las  aguas;  los  qae  las  bebían  luego  se  aplagaban,  porque  habían  echado  la 
«sangre  de  los  perros  y  de  los  leprosos  en  las  cisternas  y  en  las  cubas,  y  fueron  tan  comunes  y  tan  i 
«invisibles,  que  nadie  puilo  pensar  de  dónde  procedían.  Munchos  murieron,  y  como  allí  se  declaró  y 
»se  pegó,  la  gente  que  después  vino  de  España  llamábanlo  mal  de  Ñapóles,  y  éste  fué  su  principio, 
))y  este  año  de  veinte  y  muitro  son  treinta  é  seis  años  que  comenzó.  Ya  comienza  á  aplacarse  con  el 
»legno  de  las  Indias  Occidentales,  cuando  sean  sesenta  años  que  comenzó,  al  hora  cesará»  (pp.  273 
y  274). 

(*)  «Y  si  por  ventura  os  veniere  por  las  manos  un  otro  tratado  de  Consolatione  in/irmorum ,  po- 
»deÍ8  ver  en  él  mis  pasiones,  para  consolar  á  los  que  la  fortuna  hizo  apasionados  como  á  mí;  y  en 
))el  tratado  que  hice  del  leño  del  India,  sabréis  el  remedio  mediante  el  cual  me  fué  contribuida  la 
'  «sanidad,  y  conoceréis  el  Auctor  no  haber  perdido  todo  el  tiempo,  porque  como  vi  coger  los  ramos 
))del  árbor  de  la  vanidad  á  tantos,  yo,  que  soy  de  chica  estatura,  no  alcancé  más  alto,  ásenteme  el  1 1 
«píe  hasta  pasar,  como  pasé,  mi  enfermedad»  (pág.  334). 

(^)  Historia  bibliográfica  de  la  Medicina  Española,  obra  x>óstuma  de  D.  Antonio  Hernández  Mo 
rejón,  tomo  II,  Madrid,  1843,  pág.  219. 

Anales  Históricos  de  la  Medicina  en  general,  y  biográfico'bibliográficos  de  la  española  en  parti-\  c 
cular,por  D.  Anastasio  Chinchilla.  Historia  de  la  Medicina  Española,  tomo  I,  Valencia,  1841,  pá  '  ; 
gina  186. 

Las  donosísimas  coplas  de  Cristóbal  de  Castillejo  «cea  alabanza  del  palo  de  las  Indias,  estandíj    i 
«en  la  cura  del»,  cuya  fecha  es  lástima  no  conocer,  prueban  el  entusiasmo  y  avidez  con  que  fué  re 
cibido  el  nuevo  remedio 


INTRODUCCIÓN  cxoiu 

llido,  ligeramente  alterado  por  él  para  acomodarle  á  los  oídos  italianos;  pero  es  lo  cier- 
to que  en  todas  sus  publicaciones  usó  constantemente  el  de  Delicado. 

Graves  y  tremendos  sucesos  impidieron  que  el  tratadillo  sobre  il  mal  franceso 
fuese  publicado  por  entonces.  No  se  imprimió  hasta  1529,  en  Venecia,  un  año  después  de 
la  Loxana,  sin  duda  para  que  el  segundo  libro  sirviese  como  de  preservativo  ó  antí- 
doto del  primero  (').  La  entrada  del  ejército  imperial  en  Roma,  con  todas  las  atrocidades 
que  acompañaron  á  su  estancia  de  diez  meses,  le  pareció  providencial  castigo  de  ante- 
riores abominaciones,  y  repitió,  como  Alfonso  de  Valdós  y  tantos  otros,  el  vae  tibí 
ctvitas  meretrix.  «¿Quién  jamás  pudo  pensar,  oh  Roma,  oh  Babilonia,  que  tanta  confu- 
»sión  pusiesen  en  ti  estos  tramontanos  occidentales  y  de  Aijuilon,  castigadores  de 
»tu  error?...  ¿Pensólo  nadie  jamás  tan  alto  y  secreto  juicio  como  nos  vino  este 
^año  á  los  habitatores  que  ofendíamos  á  su  majestad?...  ¡Oh  cuánta  pena  mereció 
»tu  libertad,  y  el  no  templarte,  Roma,  moderando  tu  ingratitud  á  tantos  beneficios 
» recibidos,  pues  eres  cabeza  de  santidad  y  llave  del  cielo,  y  colegio  de  doctrina,  y 
» cámara  de  sacerdotes  y  patria  común!...  ¡Oh  vosotros  que  vernés  tras  los  castiga- 
»dos,  mira  este  retrato  de  Roma,  y  nadie  ó  ninguno  sea  causa  que  se  haga  otro!...» 
(páginas  337-338). 

Las  últimas  páginas  que  sirven  de  apéndice  á  la  Loxana  están  escritas  bajo  la  im- 
presión de  aquella  catástrofe  y  tienen  un  vigor  que  recuerda  á  veces  el  Diálogo  de 
Lactancia:  «Sucedió  en  Roma  que  entraron  y  nos  castigaron  y  atormentaron  y  saquea- 
»ron  catorce  mili  teutónicos  bárbaros,  siete  mili  españoles  sin  armas,  sin  zapatos,  con 
» hambre  y  sed,  italianos  mili  y  quinientos,  napolitanos  rmm¿sto.§  dos  mili,  todos  estos 
» infantes:  hombres  darmas  seiscientos,  estandartes  de  jinetes  treinta  y  cinco,  y  más  los 
» gastadores,  que  casi  lo  fueron  todos,  que  si  del  todo  no  es  destruida  Roma,  es  por  el 
♦  devoto  femenino  sexo,  y  por  las  limosnas  y  el  refugio  que  á  los  peregrinos  se  hacía: 
»íigora  á  todo  se  ha  puesto  entredicho,  porque  entraron  lunes  a  dias  seis  de  mayo  de 
» mili  e  quinientos  e  veinte  e  siete,  que  fué  el  escuro  dia  y  la  tenebrosa  noche  para 
»  quien  se  halló  dentro,  de  cualquier  nación  ó  condición  que  fuesen,  por  el  poco  respe- 
»to  que  á  ninguno  tuvieron,  máxime  á  los  perlados,  sacerdotes,  religiosos...  Profanaron 
»sin  duda  cuanto  pudiera  profanar  el  gran  Sofí  sise  hallara  presente...»  (págs.  344-45). 
«¡Oh  gran  juicio  de  Dios!  venir  un  tanto  ejército  sab  nube  y  sin  temor  de  las  makli- 
»  clones  sacerdotales,  porque  Dios  les  hacía  lumbre  la  noche  y  sombra  el  día  para  casti- 
»gar  los  habitatores  romanos,  y  por  probar  sus  siervos,  los  cuales  somos  muncho  con- 
■■tentísimos  de  su  castigo,  corrigiendo  nuestro  malo  y  vicioso  vivir,  que  si  el  Señor  no 
>nos  amara  no  nos  castigara  por  nuestro  bien;  ¡mas  guay  por  quien  viene  el  escánda- 
nlo!» (pág.  346). 

Con  esta  inesperada  lección  acaba  un  libro  de  tan  frivolas  apariencias  y  vergonzoso 

contenido.  Las  ideas  que  en  estos  párrafos  se  apuntan  no  eran  peculiares  del  grupo 

¡llamado  erasniista^  aunque  lograsen  bajo  la  pluma  del  elegante  secretario  de  Carlos  V 

su  expresión  más  atrevida.  Otros  españoles  de  no  sospechosa  ortodoxia  abundaban  on 


(')  //  modo  de  adoperure  el  legno  de  India  occidentale,  sulutifero  remedio  a  ogni  plaga  et  mal 
(iicurahle,  et  si  guarisca  il  mal  Franceso;  operina  de  niisser  j^reie  Francisco  Delicado.  (AlHu):  Tni- 
fpressum  Venetiia  sumptlJms  vener.  presbiteri  Francisci  Delicaii  Hixpani  de  Qppido  Marios,  die  W  Fe- 
^rxiarii  1529.  4.",  ocho  folios  de  letra  gótica. 

I  ORÍGENES    DE    LA    NOVELA.  — TU. — TU 


cxciv  orígenes  de  LA  NOVELA 

ei  mismo  sentir.  «Es  la  cosa  más  misteriosa  que  jamás  se  rió...  (decía  el  abad  de  Naje-; 
»ra,  comisario  del  ejército  del  duque  de  Borbóu).  Es  sentencia  de  Dios:  plega  á  él; 
»que  no  se  desdeñe  (italianismo  por  indigne)  contra  los  que  lo  hacen».  En  otra  relación] 
anónima  y  dirigida  también  al  Emperador  leemos:  «Esta  cosa  podemos  bien  creer  que  i 
»no  es  venida  por  acaecimiento,  sino  por  divino  juicio,  que  muchas  señales  ha  habido... : 
» En  Roma  se  usaban  todos  los  géneros  de  pecados  muy  descubiertamente,  y  hales' 
» tomado  Dios  la  cuenta  toda  junta»  (*).  \ 

Delicado  salió  de  Roma  con  el  ejército  español  á  diez  días  de  febrero  de  1528,; 
«por  no  esperar  las  crueldades  vindicativas  de  los  naturales» ,  y  desde  entonces  parece ' 
haber  fijado  su  domicilio  en  Venecia.  Los  rnamotretos  que  había  llevado  consigo  fue-  j 
ron  su  tabla  de  salvación  en  aquel  naufragio.  Entonces  publicó  la  Lozana  y  el  tratado ' 
del  leño  de  la  Lidia.  «Esta  necesidad  me  compelió  á  dar  este  retrato  á  un  estampado* 
» por  remediar  mi  no  tener  ni  poder,  el  cual  retrato  me  valió  más  que  otros  cartapacios 
»  que  yo  tenía  por  mis  legítimas  obras,  y  éste,  que  no  era  legítimo,  por  ser  cosas  ridi- 
■>•>  enlosas,  me  valió  á  tiempo,  que  de  otra  manera  no  lo  publicara  hasta  después  de  mis 
»dias,  y  hasta  que  otrie  que  más  supiera  lo  enmendara»  (pág.  347). 

En  Venecia  vivió  dedicado  principalmente  á  la  corrección  de  libros  españoles,  que 
entonces  tenían  muchos  aficionados  en  Italia.  Son  conocidas  y  gozan  de  grande  esti- 
mación bibliográfica  sus  ediciones  del  Amadís  de  Gaula  (1533)  y  del  Pritnaleón  y 
Polendos  (1534).  Hizo  también  dos  de  la  Celestina  en  1531  y  1534,  y  creo  por  varios 
indicios  que  se  le  puede  atribuir  también  una  rarísima  de  la  Cárcel  de  Amor  (-).  Acaso 
con  el  tiempo  se  descubran  otras.  ¡ 

Previas  estas  noticias,  muy  incompletas  sin  duda,  pero  que  nos  permiten  colum- 1 
brar  la  extraña  psicología  de  Francisco  Delicado,  digamos  algo  de  la  Loxmía  Andalu-  \ 
%a,  sin  entrar,  por  supuesto^  en  su  análisis,  que  no  es  tarea  para  ningún  crítico  decen-  ^ 
te.  La  Lozana,  en  la  mayor  parte  de  sus  capítulos,  es  un  libro  inmundo  y  feo,  aunque  ; 
menos  peligroso  que  otros,  por  lo  mismo  que  el  vicio  se  presenta  allí  sin  disfraz  que  le  i 
haga  parecer  amable.  Es  un  caso  fulminante  de  naturalismo  fotográfico,  con  todas  las  : 
consecuencias  inherentes   á  este  modo  de  representación  elemental  y  grosero,  en 
que  la  realidad  se  exhibe  sin  ningún  género  de  selección  artística  y  hasta  sin  plan 
de  composición  ni  enlace  orgánico.  Con  saber  que  llegan  á  ciento  veinticinco  los  per- 
sonajes de  esta  fábula,  si  tal  nombre  merece,  puede  formarse  idea  del  barullo  y  con- 
fusión que  en  ella  reina.  No  es  comedia,  ni  novela  tampoco,  sino  un  retablo  ó  más| 
bien  un  cinematógrafo  de  figurillas  obscenas,  que  pasan  haciendo  muecas  y  cabriolas,! 
en  diálogos  incoherentes.  En  rigor  puede  decirse  que  la  Lozana  no  está  escrita,  sinoj 


(')  Vid    el  tomo  II  de  mi  Historia  de  los  Heterodoxos  Españoles,  pág.  113. 

^)  Está  descrita  con  el  número  4.568  en  las  adiciones  al  Ensayo  de  Gallardo  (t.  IV,  cois.  1563-| 
64).  Las  palabras  con  que  termina  este  volumen  son  exactamente  las  mismas  que  Delicado  solí? 
usar,  aunque  no  se  expresa  su  nombre.  «Estampado  en  la  ynclita  ciudad  de  Venecia;  hizo  lo  estamj  ^ 
))par  miser  Juan  Batista  Pedrezano,  mercader  de  libros:  por  importunación  de  muy  munchos  señoreij   { 
j)a  quien  la  obra  y  estilo  y  lengua  Romance  Castellana  muy  muncho  plaze.  Correcto  de  las  letra' 
))que  trastrocadas  estavan:  se  acabo  año  del  Señor  1531.  A  dias  20  Novembris.  Reinando  el  Ínclito  ; 
))8erenÍ8s¡mo  príncipe  miser  Andrea  Griti,  Duque  clarissimo.  Onm  gracia  y  privilegio  del  ínclito  t 
»prudentÍ8SÍmo  Senado;  a  la  librería  o  botecha  que  tiene   por  enseña  la  Torre  junta  al  puente  d( 
))Rialto  »  I 


INTRODUCCIÓN     '  cxgv 

hablada,  y  esto  es  lo  que  da  tau  singular  color  á  su  estilo  y  constituye  su  verdadera 
originalidad. 

Aunque  muy  admirador  de  la  Celestina^  que  cita  desde  la  portada  y  vuelve  cá 
mencionar  en  otras  partes  ('),  Delicado  no  pertenece  á  la  escuela  de  Fernando  de 
Rojas,  ni  era  capaz  de  comprender  siquiera  el  arte  tan  profundo  y  humano  de  la  tragi- 
comedia de  Caliste  y  Melibea.  Sólo  podía  asimilarse  los  elementos  picarescos  de  aque- 
lla creación,  y  ni  aun  esto  hizo,  porque  las  costumbres  que  describe  son  más  italianas 
([ue  españolas,  y  él  mismo  era  un  español  italianizado.  El  tipo  de  la  protagonista 
Aldonza  carece  de  la  grandeza  y  de  la  perversidad  transcendental  del  de  Celestina. 
Una  sola  seducción  y  tercería  de  ésta  significa  más  que  todas  las  acciones  indignas  y 
vituperables  que  comete  la  Lozana  y  todos  los  disparates  que  pronuncia  su  cínica  len- 
gua. La  «parienta  del  Ropero,  conterránea  de  Séneca,  Lucauo,  Marcial  y  Averroes» 
(página  184),  no  pasa  de  ser  una  moza  desenvuelta  y  atolondrada,  de  mala  vida  y  buen 
humor,  de  natural  despejo  y  fácil  labia,  que  ti'abaja  por  cuenta  propia  y  ajena  eu  aven- 
turas escandalosas,  pero  que  se  guarda  mucho  de  corromper  la  virtud  de  las  doncellas 
ni  de  inquietar  con  mensajes  y  tercerías  á  las  mujeres  honradas.  Su  conciencia  moral 
está  atrofiada  por  la  vileza  de  su  oficio,  pero  su  índole  nativa  no  parece  tan  abomina- 
ble como  sus  costumbres. 

Se  ha  supuesto  que  Delicado  pudo  tener  otros  modelos,  ya  en  la  literatura  clásica, 
ya  en  la  italiana  de  su  tiempo,  para  la  forma  de  coloquios  desligados  que  dio  á  su  obra. 
Los  diálogos  ¡neretri'jios  (l-catpt  .ot  §12X0701)  de  Luciano  ofrecen  una  serie  de  escenas  que, 
salvo  dos  ó  tres  verdaderamente  monstruosas,  tienen  una  gracia  ática  digna  del  elegan- 
tísimo sofista  de  Samosata.  Pero  dudamos  mucho  que  hubiesen  llegado  á  noticia  del 
autor  de  la  Loxana.  Francisco  Delicado,  lo  mismo  que  Pedro  Aretino,  con  quien  algu- 
nos le  han  comparado,  pertenece  al  Renacimiento,  no  por  su  cultura,  sino  por  sus  vicios. 
El  Aretino  escasamente  sabía  latín,  cosa  que  apenas  se  concibe  en  un  literato  italiano 
del  siglo  XVI.  Y  aunque  de  nuestro  Delicado,  que  se  preciaba  de  discípulo  del  Nebri- 
sense,  no  pueda  decirse  otro  tanto,  su  libro  no  indica  familiaridad  alguna  con  las  letras 
clásicas,  salvo  con  el  Asno  de  Oro  de  Apuleyo,  que  parece  haber  manejado  mucho,  ya 

O  En  el  prólogo  habla  del  (.uirle  de  aquella  mujer  que  fué  en  láalamanca  en  tiempo  de  Oelee- 
tino  segundo».  Claro  que  es  broma  lo  de  la  época  de  Celestino  II,  cuyo  breve  pontificado  pertenece 
:il  siglo  XII  (1143-1144),  pero  la  indicación  de  Salamanca  es  uno  de  los  más  antiguos  testimonios 
que  pueden  encontrarse  en  favor  de  la  tradición  que  pone  allí  el  teatro  de  la  tragicomedia  de  Rojas. 
Vil  que  me  olvidé  de  citarlo  en  su  lugar  propio,  subsano  aquí  la  falta. 

Pág.  187:  «Monseñor,  esta  es  Cárcel  de  Amor,  aquí  idolatró  Calisto,  aquí  no  se  estima  Melibea, 
"iiquí  poco  vale  Celestina». 

Pág.  255:  «Dicen  que  no  es  nacida  ni  nacerá  quien  se  la  pueda  comparar  á  la  Celidonia,  porque 
'^Celestina  la  sacó  de  pila». 

La  Lozana  se  hacía  leer  por  los  amigos,  entre  otras  composiciones  literarias,  la  Celestina: 
ijuiero  que  me  leáis,  vos  que  tenéis  gracia,  las  coplas  de  Fajardo  y  la  comedia  Tinalaria  y  á  CeloF- 
"tina,  que  huelgo  de  oir  leer  estas  cosas  mucho. 

y>Silvano. — ¿Tiénela  vuestra  merced  en  6asa? 

y^Loz, — Señor,  vedla  aquí,  mas  no  me  la  leen  á  mi  modo,  como  haréis  vos»  (pág.  239). 

La  Comedia  Tinelaria  es  de  Bartolomé  de  Torres  Xaharro.  Las  coplas  de  Fajardo  no  deben  de 
For  ctra  cosa  que  la  bestial  C...  comedia  del  Cancionero  de  Burlas,  dedicada,  como  en  ella  se  dice,  al 
inoble  caballero  Diego  Faxardo,  que  en  nuestros  tiempos  en  gran  hixuria  floreció  en  la  ciudad  de 
i'Guadalaxara», 


cxfivi  orígenes  T)E  la  NOVELA 

en  el  original,  ya  en  la  elegante  versión  del  arcediano  de  Sevilla,  Diego  López  de  Cor-  i 
tegana  ('). 

Otros  han  supuesto  que  la  Lozana  era  una  imitación  de  los  Ragionamenti  del  Are-  ' 
tino,  á  los  cuales  se  parece,  en  efecto,  de  una  manera  extraordinaria  (-).  Pero  hay  una  ! 
razón  cronológica  que  impide  admitir  esta  imitación.  La  Loxana  estaba  escrita  desde  ' 
1524  y  fué  impresa  en  1528.  Todas  las  obras  del  Aretino  análogas  á  la  novela  española  i 
son  posteriores  á  esa  fecha.  El  Ragionamento  della  Nanna  e  della  Anto?i¿a  es  de  1533-, 
el  Dialogo  della  Nanna  e  della  Pippa  sua  figliola  es  de  1536;  el  Ragionamento  del  \ 
Zoppino  falto  frate...  dove  contiensi  la  vita  e  genealogía  di  tutte  le  cortegiane  di 
Roma^  que  algunos  han  señalado  como  modelo  de  la  Loxana  (3),  no  se  publicó  hasta  i 
1539.  Si  imitación  hubo,  sería,  pues,  del  Aretino  y  no  á  la  inversa,  y  así  lo  han  conje-  ; 
turado  algunos  críticos  italianos  tan  competentes  como  Arturo  Graf  ('').  Pero  no  creo  \ 
en.  semejante  imitación,  que  por  otra  parte  ningún  honor  haría  á  nuestra  literatura.  El  1 
Aretino  no  necesitaba  recibir  lecciones  de  nadie  en  semejante  materia,  y  menos  del  \ 
autor  oscurísimo  de  la  Lozana^  á  quien  nadie  cita  ni  en  Italia  ni  en  España  durante  • 
aquella  centuria  (S).  Las  semejanzas  que  entre  los  dos  autores  existen  nacen  de  la  j 
materia  misma  y  de  los  procedimientos  de  vulgar  realismo  que  uno  y  otro  emplean. 

En  rigor,  la  Loxana  no  tiene  antecedentes  literarios.  Nació  de  la  vida  y  no  de  los  i 

i 

(')  (iLozana. — Ándate  alií,  p...  de  Tesalia,  con  tu3  palabras  y  hechizos,  que  más  sé  yo  que  no  , 
»tú  ni  cuantas  nacieren,  porque  he  visto  moras,  judías,  zíngaras,  griegas  y  cecilianas,  que  éstas  son  1 
))la8  que  más  se  perdieron  en  estas  cosas,  y  vi  yo  hacer  munchas  cosas  de  palabras  y  liechizos,  y  \ 
»nnnca  vi  cosa  ninguna  salir  verdad,  y  todas  mentiras^fingidas,  y  yo  he  querido  saber  y  ver  y  pro-  '^i 
»bar  como  Apuleyo,  y  en  fin  hallé  que  todo  era  vanidad,  y  cogí  poco  fruto,  y  ansí  hacen  todas  las  j 
»que  ee  pierden  en  semejantes  fantasías»  (pág.  267).  ;' 

(lLoz. — Como  dixo  Apuleyo,  bestias  letrados»  (pág.  303).  i 

(íPorfirio.  —  ¡Oh  Dios  mío  y  mi  Señor!  como  Balan  hizo  hablar  á  su  asna  ¿no  haría  Porfirio  leer  ' 
»á  su  Robusto,  que  solamente  la  paciencia  que  tuve  cuando  le  corté  las  orejas  me  hace  tenelle  , 
»amor?  pues  vestida  la  veste  talar,  y  asentado  y  bello,  como  tiene  las  patas  crao  el  asno  de  oro  de  I 
y>Apuleyo,  es  ;)ara  que  le  diesen  beneficios,  cuanto  más  graduallo  bacalario»  (pág.  324). 

El  mismo  Porfirio  dice  de  su  asno  que  «no  sabe  leer,  no  porque  le  falte  ingenio,  mas  porque  no 
»lo  puede  expremir  por  los  mismos  impedimentos  que  Lucio  Apuleyo^  cuando,  siendo  asno,  retutio 
-^siempre  el  intelecto  de  hombre  racional v  (pág.  324). 

(*)  Esta  semejanza  fué  advertida  primeramente  por  los  señores  Fuensanta  del  Valle  }'  Sancl  o 
Rayón  en  la  advertencia  preliminar  de  su  edición  de  la  Lozana^  pág.  7. 

(')  Th.  Braga,  en  un  artículo  mu^'  interesante  de  la  Bihliographia  Critica,  de  F.  Adolpho 
Ooelho,  tomo  I  (y  único).  Porto,  1875,  pág,  99, 

Es  cierto  que  en  la  Lozana  se  cita  más  de  una  vez  á  Zopin,  pero  no  como  personaje  literario,  i  ¡ 
sino  como  tipo  popular,  como  uno  de  los  rufianes  más  conocidos  en  Roma  (pág,  203).  Li,  Lozana  se|f 
indigna  de  que  la  comparen  con  él, 

(*)  Giornale  Storico  della  letteratura  italiana.  Turín,  1880,  tomo  XIII,  pág.  317.  Ya  el  traduc 
tor  francés  Alcides  Bonneau  había  notado  la  prioridad  cronológica  de  la  obra  de  Delicado  sobre  los 
Ragionamenti  del  Aretino. 

(")  «E  discutibile  e  discutibilissimo  che  l'Aretino  abbia  foggiati  i  Ragionamenti  e  la  Puttana\  "i] 
•^errante  sul  tipo  della  sfrontata  ed  accorta  Lozana  Andaluza  di  Francesco  Delgado,  come  pare  in-i 
»clini  ad  ammetere  il  Graf.  Nella  vita  licenciosa  delle  cortigiane  e  femmine  di  postribolo  l'AretinoJ 
«esperto  di  tutto,  ne  sapeva  un  punto  di  piú  del  Delgado...  né  a  me  consta  che  la  Lozana,  bencha 
»c<wnposta  a  Roma,  godesse  grande  diffusione  a'tempi  dell'Aretino.»  | 

(A.  Farinclii.  En  la  Rassegmi  Bihliograjica  della  letteratura  Italiana.^  tomo  VII,  pág.  281.' 
Pisa,  1900).  I 


INTRODUCCIÓN  cxcvu 

libros:  fué  un  producto  mórbido  de  la  corrupción  romana.  Su  valor  es  nulo,  pero  su 
importancia  como  documento  histórico  os  grande,  con  ser  tantos  los  que  existen  sobre 
la  prostitución  en  el  siglo  del  Renacimiento.  Extraño  y  singular  mundo  aquel  en  que 
nos  hace  penetrar  la  Loxana.  No  es  el  de  aquellas  cortesanas  cultas  7  literatas  como 
Tulia  de  Aragón  y  Verónica  Franco,  en  quienes  renació  hasta  cierto  punto  el  tipo  de 
las  hieras  griegas  (•),  sino  el  mundo  abigarrado  j  confuso,  en  gran  parte  de  importa- 
ción extranjera,  que  llenaba  los  prostíbulos  de  Roma  y  que  ya  en  1490  alcanzaba,  según 
el  Diario  de  Esteban  Tnfessura,  la  formidable  cifra  de  6.800  mujeres,  «exceptis  illis 
:¿>quae  in  concubinatu  sunt  et  illis  quae  non  sunt  publico  sed  secreto»  (^);  cifra  infe- 
rior, sin  embargo,  á  la  de  Venecia,  donde  al  comenzar  el  siglo  eran,  según  Marino 
Sañudo,  11.654  en  una  población  de  oOO.OOO  habitantes  {^).  Toda  casta  de  gentes  y 
naciones  se  mezclaba  en  este  ejército  del  pecado,  y  el  autor  de  la  Loxana  hace  una 
curiosa^numeración  geográfica  de  ellas  (''),  aparte  de  otras  clasificaciones  y  distincio- 
nes en  que  no  hay  para  qué  entrar.  A  veces  nombra  á  meretrices  opulentas  y  pompo- 
sas, como  la  célebre  Imperia  la  aviñonesa  (^')  y  madona  Clarina^  la  favorida\  pero 
principalmente  habla  de  sus  paisanaS;  que  parece  haber  tratado  más  de  cerca  y  de  cuyas 
andanzas  estaba  mejor  informado:  «la  de  los  Ríos,  que  fué  aquí  en  Roma  peor  que 
>> Celestina  y  manaba  en  oro»  (pág.  160);  «la  Xerezana,  la  Garza  Montesina,  la  galán 
:>  portuguesa,  que  mandaba  en  la  mar  y  la  tierra,  y  señoreó  á  Ñápeles,  tiempo  del  gran 
» Capitán,  y  tuvo  dineros  más  que  no  quiso,  y  verla  allí  asentada  demandando  limosna 
»á  los  que  pasan!»  (pág.  248). 


(')  Viil.  el  precioso  estudio  de  A.  Graf,  Una  cortlgiana  fra  mille:  Verónica  Franco,  en  su  libro 
Attraverso  il  Cinquecento  (Tuiín,  1888,  pp  217-355). 

(-)  Apud  Eccíird,  Corpus  Iiistoricorum  medü  aevi,  tomo  II,  pág.  1997.  Apud  Graf,  pág.  284. 

(3)  Diarii,  tomo  VIII,  col.  414.  Apud  Graf,  pág.  286. 

{*)  «Hay  de  todas  naciones;  hay  españolas  castellanas,  vizcaínas,  montañesas,  galicianas,  astu- 
"riaiuis,  toledanas,  andaluzas,  granadinas,  portuguesas,  navarras,  catalanas  y  valencianas,  aragone- 
^>.sas,  mullorquinas,  sardas,  corgas,  sicilianas,  napolitanas,  brucesas,  pullesas,  calabresas,  romanescas, 
>  inilanas,  eenesas,  florentinas,  pisanas,  luquesas,  boloñesas,  venecianas,  milancsas,  lombardas,  fe- 
:iaresas,  modonesas,  brecianas,  mantuanas,  raveñanas,  pesauranas,  urbinesas,  paduanas,  veronesas, 
Dvicentinas,  perusinas,  novaresas,  cremonesas,  alexandrinas,  vercelesas,  bergamascas,  trevijanas, 
«piedemontesas,  sabo^-ai.as,  provenzanas,  bretonas,  gasconas,  francesas,  borgoñonas,  inglesas,  fla- 
Dinencas,  tudescas,  esclavonas  y  albanesas,  candiotas,  bohemias,  húngaras,  polacas,  tramontanas  y 
Dgriegas. 

yyLozana, — Qinovesas  os  olvidáis. 

y)Boltjero. — Esas,  señora,  sonlo  en  su  tierra,  que  aquí  son  esclavas  ó  vestidas  á  la  ginovesa  por 
Dcualque  respeto»  (pp.  107  108). 

-  i*")  La  Imperia  Romana,  manceba  del  célelire  banquero  Agustín  Cliigi,  murió  en  1511,  según 
lo  publicaba  su  insolente  epitafio  en  la  capilla  de  Santa  Gregoria.  «luiporia  Oortisana  Romana  (juae 
»digna  tanto  nomine,  rarae  inter  mortales  formae  specimen  dedit,  Vixit  a,  XXVII,  d.  XII.  Obiit 
MDXI,  die  XV  Augusti.)) 

La  Imperia  Aviñonesa  que  aparece  on  el  Retrato  de  la  Lozana  (mamotretos  60-62)  debe  de  ser 
una  cortesana  posterior,  que  tomó  el  nombre  de  la  primera,  según  acostumbraban  las  de  su  oficio: 
«Y  como  vienen,  luego  se  mudan  los  nombres  con  cognombres  altivos  y  de  gran  sonido,  como  son: 
íla  Esquívela,  la  Cesarina,  la  Imperia,  la  Delfina,  la  Flaminia,  la  Borbona,  la  Lutreca,  la  Franqui- 
»lana,  la  Pantasilca,  la  Mayorana,  la  Tabordana,  la  Pandolfa,  la  Do'-otea,  la  Oropesa,  la  Semi-dama, 
íy  doña  tal,  y  doña  Adriana,  y  así  discurren,  m  istrando  por  sus  apellidos  el  precio  de  su  labor» 
(pág.  109). 


cxoviii  orígenes  de  LA  NOVELA 

Todos  estos  nombres  tienen  traza  de  ser  históricos:  acaso  lo  es  también  la  heroína 
Aldonza;  á  lo  menos  su  carácter  tiene  grandísimo  parecido  con  aquella  Isabel  de  Luna 
de  quien  en  las  ingeniosas  j  desenvueltas  novelas  del  obispo  dominico  Bandello  queda 
tanta  memoria  (^).  Así  como  la  Lozana  había  peregrinado  no  solamente  por  España, 
Francia  ó  Italia,  sino  por  todas  las  escalas  de  Levante,  haciendo  estancia  con  su  amigo 
Diomedes  «en  Alexandría,  en  Damasco^  en  Damieta,  en  Barut,  en  parte  de  la  Siria, 
»eü  Chipre,  en  el  Cairo,  en  Constantinopoli,  en  Corinto,  en  Tesalia,  en  Boxia,  en  Can- 
»día»  (pág.  15),  también  Isabel  de  Luna  había  corrido  medio  mundo,  había  estado  en 
Túnez  y  la  Goleta,  había  seguido  la  corte  del  Emperador  en  Alemania  y  Flandes,  y 
pasaba  en  Roma  por  la  más  astuta  é  ingeniosa  mujer  que  podía  encontrarse,  la  de  más 
entretenida  conversación  y  dichos  agudos,  prontísima  en  las  réplicas  mordaces  y  en 
tomar  desquite  de  quien  la  ofendía,  Pero  tanto  Isabel  de  Luna  como  otras  cortesanas 
españolas  de  que  la  literatura  italiana  guarda  memoria^  la  Beatriz,  que  cuando  tuvo 
que  cortarse  la  hermosa  cabellera  fué  consolada  en  elegantes  versos  latinos  por  el 
Molza,  su  amante  y  su  víctima;  otra  Beatricica,  de  quien  habla  el  Aretino;  la  Ortega 
predilecta  de  abogados  y  procuradores,  parecen  haber  florecido  en  años  posteriores  á 
la  composición  de  la  Lozana. 

No  es  sólo  el  mundo  lupanario  el  que  Delicado  retrata  ó  retrae  (como  él  dice), 
aunque  sea  el  centro  de  su  obra.  Otros  bajos  fondos  de  la  sociedad  romana  tenía  igual- 
mente conocidos  y  explorados:  las  «camiseras  castellanas»  que  moraban  en  Pozoblau- 
co,  las  napolitanas  que  tenían  por  oficio  «hacer  solimán,  y  blanduras,  y  afeites,  y  ceri- 
» lias,  y  quitar  cejas,  afeitar  novias,  y  hacer  mudas  de  azúcar  candi  y  agua  de  azofei- 
»fas»  (pág.  21),  aunque  todavía  las  aventajaban  en  el  arte  cosmética  sus  maestras  las 
judías,  como  Mira  la  de  Murcia,  Engracia,  Perla,  Jámila,  Rosa,  Cufra,  Ciutia  y  Alfa- 
rutia:  un  tropel  de  ensalmadores  y  curanderos,  charlatanes  y  sacamuelas  y  de  otros 
mil  extravagantes  oficios  que  invadían  el  Cainpo  de  Fiore.  Sobre  la  situación  de  los 
judíos  en  Roma  tiene  algunos  pasajes  interesantes:  «Esta  es  sinoga  de  catalanes,  y  allí 
» son  tudescos,  y  la  otra  franceses,  y  ésta  de  romanos  é  italianos,  que  son  los  más 
»  necios  judíos  que  todas  las  otras  naciones,  que  tiran  al  gentílico  y  no  saben  su  ley; 

(')  Vid.  especialmente  la  novela  51  de  la  2.*  parte:  Isahella  da  Luna,  spagnuola,fa  una  solenne 
burla  a  cM  pensava  di  burlar  lei. 

ccFra  l'altre  che  a  Roma  seno,  ce  n'e  una;  detta  Isabela  da  Luna,  Spagnuola,  la  quale  ha  cércate 
)>mezzo  il  mondo.  Ella  ando  alia  Goletta  e  a  Tunisi;  per  dar  soccorso  ai  bisognosi  soldati,  e  non  gli 
ftlasciar  morir  di  fame.  Ha  anco  un  templo  seguitata  la  Corte  -dell'  Iraperadore  per  la  Lamagna  e  la 
))F¡andra  e  in  diversi  altri  luoglii  ..  Se  n'  é  últimamente  ritornata  a  Roma,  dov'  é  tenuta,  da  chi  la 
))conosce,  per  la  piü  avveduta  e  scaltrita  femmina  clie  stata  ci  sia  giá  mai.  Ella  é  di  grandissimoj  i 
•ointertenimento  in  una  compagnia,  siano  gli  uomini  di  che  grado  si  vogliano,   perciocché  con  tutti  j, 
»si  8a  accoraodare  e  dar  la  sua  a  ciascuno.  E'  piacevolissima,  affabile,  arguta,  e  in  daré  á  tempi  suoi  -j 
i>le  risposte  a  ció  che  si  ragiona-  prontissima.  Parla  molto  bene  Italiano;  e  se  é  punta,  non  crediatfj  j 
»che  si  sgomonti,  e  che  le  manchino  parole  a  punger  chi  la  tocca;  perché  é  mordace  di  lingua,  e  norj  * 
«guarda  in  viso  a  nessuno,  ma  dá  con  la  sue  pungenti  parole  mazzate  da  orbo.  E'  poi  tanto  sfacciatfj    , 
»e  presuntuosa,  che  fa  professione  di  far  arrossire  tutti  quelli  che  vuele,  senza  che  ella  si  cangi  di    ^ 
«colore.»  (Novelle  di  Mutteo  Bandello,  Milán,  1814,  tomo  VI,  pp.  518  519) 

Todas  las  señas  de  este  retrato  convendrían  perfectamente  á  la  Lozana,  si  la  cronología  lo  perj     > 
mitiese.  Pero  no  siempre  fueron  afortunadas  las  andanzas  de  Isabel  de  Luna  en  Italia.  Véase  la  no 
vela  17  de  la  parte  IV  del  mismo  Bandello,  Castigo  dato  a  Isahella  Luna  meretrice,  per  la  innohediertz 
ai  comandamenti  del  Governalore  di  Roma,  (tomo  IX,  pp.  283-290). 


INTRODUCCIÓN  cxcix 

»más  saben  los  nuestros  españoles  que  todos,  porque  hay  entre  ellos  letrados  y  ricos, 
»y  son  muy  resabidos»  (pág.  7()). 

Gran  parte  del  interés  de  este  libro  consiste  en  los  elementos  folklóricos  que  encie- 
n-a,  y  los  hay  de  todas  especies.  Abundan  los  relativos  á  abusiones  y  supersticiones, 
que  el  autor  reprueba  severamente,  pero  que  la  Lozana  practicaba  sin  escrúpulos, 
comerciando  con  la  necedad  ajena:  «Yosó  ensalmar,  y  encomendar  y  santiguar,  cuan- 
»do  alguno  está  aojado,  que  vieja  me  vezó,  que  era  saludadora  y  buena  como  yo;  sé 
->  quitar  ahitos,  sé  para  las  lombrices,  sé  encantar  la  terciana...  8ó  sanar  la  sordera  y 
»sé  ensolver  sueños,  sé  conocer  en  la  frente  la  phisionomía,  y  la  chiromancia  en  la 
»mano,  y  prenosticar»  (pág,  216).  El  oísalmo  del  mal  francorum^  puesto  en  boca  de 
Kampin  «el  pretérito  criado  de  la  Lozana»,  es  una  parodia  de  los  supersticiosos  conju- 
ros populares: 

Eran  tres  cortesanas, 
Y  tenian  tres  amigos 
Pajes  de  Franquilano... 

(Pág.  88). 

La  relativa  antigüedad  de  la  Loxana  da  importancia  á  las  menciones  que  en  ella  se 
hacen  de  varios  tipos  tradicionales,  como  Pedro  de  Urdenialas^  Juan  de  Espera  en  Dios 
(nombre  español  del  judío  errante)  y  principalmente  Lazarillo  (pág.  180),  que  según 
se  deduce  de  este  texto  era  ya  protagonista  de  algún  cuento  oral  antes  que  un  grande 
ingenio  anónimo  le  hiciese  inmortal  en  nuestra  literatura. 

La  lengua  de  la  Loxa)ia  es  tan  singular  como  su  argumento  y  estilo.  Aunque  ridi- 
culamente haya  sido  calificada  en  nuestros  días  de  «joya  de  la  literatura  española»  y 
su  autor  del  «mejor  hablista  de  su  tiempo» ,  no  hay  libro  del  siglo  xvi  cuya  prosa  sea 
más  impura  ni  más  llena  de  solecismos  y  barbarismos.  Pero  su  misma  incorrección  la 
hace  muy  curiosa.  Lejos  de  estar  escrita  en  «lengua  castellana  muy  clarísima»,  como 
anuncia  el  frontis,  lo  está  en  aquella  lengua  franca  ó  jerigonza  italo-hispana  usada  en 
Roma  por  los  españoles  de  baja  estofa  que  llevaban  mucho  tiempo  de  residir  allí,  y  que, 
sin  haber  aprendido  verdaderamente  la  lengua  ajena,  enturbiaban  con  todo  género  de 
italianismos  la  propia:  picaros  y  galopines  de  cocina,  rufianes,  alcahuetas  y  rameras, 
valentones  de  la  hampa,  soldados  mercenarios  y  otra  chusma  por  el  estilo.  Ya  Bartolo- 
mé de  Torres  Naharro,  ingenio  más  decoroso  y  de  otro  fuste  que  Delicado,  había  pla- 
gado intencionadamente  de  voces  exóticas  algunas  escenas  de  sus  comedias  Soldadesca 
y  Tinelaria.  Pero  en  él  fué  capricho  pasajero,  nacido  de  la  ocasión  y  lugar  en  que  se 
representaron  sus  comedias  para  un  auditorio  principalmente  italiano  (').  Por  el  con- 

(')  Vid.  el  estudio  crítico  sobre  aquel  poeta,  que  publiqué  al  principio  del  segundo  tomo  de  la 
Propaladia  (Madrid,  1900,  en  la  colección  de  los  Libros  de  antaño). 

Torres  Naharro  tiene  algunas  afinidades  con  Delicado,  especialmente  en  una  composición  bas- 
tante licenciosa  que  no  se  atrevió  á  incluir  en  la  Propaladia:  Concilio  de  los  Galanes  y  cortesanas  de 
Roma  invocado  por  Cupido  (pliego  suelto  de  la  Biblioteca  de  Oporto).  De  su  contexto  parece  infe- 
rirse que  fué  compuesto  en  1515. 

En  e\  prohemio  úe  \ii  Prop(tladia  dice  Torres  Naharro:  «Ansí  mesmo  iiallarán  en  parte  de  lu 
»obra  algunos  vocablos  italianos,  especialmente  en  las  comedias,  de  los  cuales  convino  usar, 
í)habiendo  respecto  al  lugar  y  á  las  personas  á  quien  se  recitaron.  Algunos  dellos  he  quitado,  otros 
3)he  dejado  andar,  que  no  son  para  menoscabar  nuestra  lengua  castellana,  antes  la  hacen  más  co- 
Bpiosa»  (pp.  10-11  de  la  edición  moderna). 


ce  orígenes  de  la  novela 

trario,  la  jerga  mestiza  y  tabernaria  en  que  está  escrito  el  Retrato  de  la  Lozana  es 
constante  j  sistemática,  como  trasunto  de  lo  que  el  autor  oía  por  las  calles.  El  mismo 
Delicado  lo  confiesa:  «y  si  quisieren  reprender  que  por  qué  no  van  munchas  pala- 
»bras  en  perfeta  lengua  castellana,  digo  que  siendo  andaluz  y  no  letrado,  y  escribien- 
»  do  para  darme  solacio  y  pasar  mi  fortuna,  que  en  este  tiempo  el  Señor  me  había  dado, 
» conformaba  mi  hablar  al  sonido  de  mis  orejas,  que  es  la  lengua  materna  y  el  común 
» hablar  entre  mujeres,  y  si  dicen  por  qué  puse  algunas  palabras  en  italiano,  púdelo 
» hacer  escribiendo  en  Italia,  pues  Tulio  escribió  en  latín  y  diso  muchos  vocablos  grie- 
»gos  y  con  letras  griegas;  si  me  dicen  que  por  qué  no  fui  más  elegante,  digo  que  soy 
»iñüi'ante»  (pág.  333).  Pero  las  innovaciones  de  Delicado  no  eran  del  género  de  las  de 
Marco  Tulio.  No  sólo  algunas  palabras,  sino  más  de  un  centenar  de  ellas  jamás  oídas 
en  Castilla,  y  lo  que  es  peor  formas  estropeadas  de  la  conjugación,  y  una  sintaxis  flo- 
tante y  anárquica,  que  no  es  ni  española  ni  italiana,  impiden  que  tal  libro  pueda  ser 
considerado  como  texto  de  lengua.  No  me  refiero,  claro  es,  a  las  frases  correctamente 
italianas  que  Delicado  pone  en  boca  de  personajes  de  aquella  nación  para  mejor  carac- 
terizarlos: recurso  permitido  á  todos  los  dramaturgos  y  novelistas.  Trato  sólo  del  len- 
guaje que  usan  todos  los  interlocutores  de  la  pieza,  comenzando  por  el  autor  mismo. 
A  cada  paso  se  tropieza  con  locuciones  como  éstas:  «parentado»  (por  parentela),  «es 
estada  inundaría» ,  «sois  estada  en  Levante» ,  «quizá  que  trae  guadaño»  (por  ganan- 
cia), «canavario  ó  bostiller  de  un  señor»,  «cuando  comen  parece  que  mamillan»^ 
chamhelas  por  pasteles,  mancha  por  aguinaldo  ó  propina,  fámulos  por  criados, 
patrones  por  señores  ó  dueños,  fantescas  por  criadas,  forcel  (de  forxiere)  por  arca  ó 
cofre,  butiü'o  por  manteca,  romeaje  por  romería,  contenteza  por  contento,  no  os  ama- 
léis por  no  os  enferméis,  locanda  por  casa  de  posada,  travestidos  por  disfrazados,  judi- 
car  por  juzgar,  tal  vuelta  (tal  volta)  por  á  veces,  refala  por  remendada,  escátula  por 
caja,  grávida  por  preñada  y  á  mayor  abundamiento  el  verbo  engravidarse^  estaferos 
por  palafreneros  y  otras  innumerables  que  sería  prolijo  relatar,  algunas  de  las  cuales 
sólo  se  encuentran  en  este  libro  y  allí  pueden  quedarse. 

A  pesar  de  este  vocabulario  de  acarreo  tiene  la  Loxajia  un  fondo  castizo,  por  las 
reminiscencias  que  el  autor  conservaba  del  «común  hablar  de  la  polida  Andalucía). 
Véase,  por  ejemplo,  el  trozo  siguiente,  en  que  Aldonza  enumera  los  primores  de  cocina 
y  repostería  en  que  era  maestra  conforme  al  gusto  de  su  tierra,  que  no  era  precisamen- 
te el  de  Ruperto  de  Ñola  y  otros  tratadistas  clásicos.  Es  materia  en  que  Delicado  insis- 
te con  gran  riqueza  de  palabras  y  cierta  sensual  delectación:  «Por  amor  de  mi  agüela 
»me  llamaron  á  mí  Aldonza,  y  si  esta  mi  agüela  viviera,  sabría  yo  más  que  no  sé,  que 
» ella  me  mostró  guisar,  que  en  su  poder  deprendí  hacer  fideos,  empanadillas,  alcuscu- 
»zu  con  garbanzos,  arroz  entero,  seco,  graso,  albondiguillas  redondas  y  apretadas  con 
»  culantro  verde,  que  se  conocían  las  que  yo  hacía  entre  ciento...  ¡Y  qué  miel!  pensá, 
» señora,  que  la  teníamos  de  Adamuz  y  zafrán  de  Peñafiel,  y  lo  mejor  de  la  Andalucía 
» venía  en  casa  de  esta  mi  agüela.  Sabía  hacer  hojuelas,  pestiños,  rosquillas  de  alfaxor, 
»textones  de  cañamones  y  de  ajonjolí,  nuégados,  xopaipas,  hojaldres,  hormigos  torci- 
»dos  con  aceite,  talvinas,  zahinas  y  nabos  sin  tocino  y  con  comino,  col  murciana  con 
»alcarabea,  y  olla  resposada  no  la  comía  tal  ninguna  barba.  Pues  boronía  ¿no  sabía 
» hacer?  por  maravilla,  y  cazuela  de  bereugenas  moxies  en  perficion;  cazuela  con  su 
»ajico  y  cominico,  y  saborcico  de  vinagre,  ésta  hacía  yo  sin  que  me  la  vezasen.  Relie- 


INTRODUCCIÓN  cci 

»uos,  cuajarejos  de  cabritos,  pepitorias  y  cabrito  apedreado  con  limón  ceuti,  y  cazuelas 
»de  pescado  cecial  con  oruga,  y  cazuelas  moriscas  por  maravilla,  y  de  otros  pescados 
»  que  sería  luengo  de  contar.  Letuarios  de  arrope  para  en  casa,  y  con  miel  para  pre- 
» sentar,  como  eran  de  membrillos,  de  cantueso,  de  uvas,  de  berengeuas,  de  nueces  y 
»de  la  flor  del  nogal,  para  tiempo  de  peste;  de  orégano  y  hierba  buena,  para  quien 
» pierde  el  apetito;  pues  ¿ollas  en  tiempo  de  ayuno?  éstas  y  las  otras  ponía  yo  tanta 
»hemencia  en  ellas,  que  sobrepujaba  á  Platina,  Be  volnptatihns^  y  Apicio  Romano,  De 
»re  coqumaria»  (págs.  8-9). 

Además  de  las  curiosidades  de  lengua  y  extraños  detalles  de  costumbres  que  un 
lector  serio  puede  entresacar  de  la  Lozana^  tiene  para  la  historia  de  la  novelística  el 
interés  de  algunos  cuentos,  en  general  muy  conocidos,  como  el  del  tributo  pagado  por 
los  médicos  á  Gonella,  famoso  truhán  del  duque  de  Ferrara  ('),  y  el  del  asno  de  Micer 
Porfirio,  á  quien  la  Lozana  enseñó  á  lee?'  poniéndole  cebada  entre  las  hojas  de  un 
libro,  con  lo  cual  pudo  sin  obstáculo  graduarse  de  bachiller  ó  bacalario.  Esta  vieja 
fncecia  se  encuentra  en  el  Esopo  de  Waldis,  en  el  libro  alemán  Til  Entenspiegel,  en 
las  Noiivelles  Eecreatiotis  et  joijeux  devis  de  Buena\^entura  des  Periers,  en  el  Falni- 
lario  de  nuestro  Sebastiám  Mey  y  en  otras  colecciones  (^).  Pero  en  la  Lozana  tiene 
más  gracia,  porque  está  puesto,  no  en  narración,  sino  en  acción  (3). 

Quizá  nos  hemos  detenido  más  de  lo  justo  en  dar  razón  de  este  libro,  por  lo  mismo 
que  su  lectura  no  puede  recomendarse  á  nadie.  Es  de  los  que,  como  decía  D.  Manuel 
Müá,  «no  deben  salir  nunca  de  lo  más  recóndito  de  la  necrópolis  científica» .  Las  tres 
reimpresiones  modernamente  hechas  hubieran  podido  excusarse,  y  el  ejemplar  de  Vie- 
na  bastaba  para  satisfacer  la  curiosidad  de  los  filólogos,  que  ya  hubieran  sabido  encon- 
trarlo y  á  quienes  su  misma  profesión  acoraza  contra  el  contenido  bueno  ó  malo  de  las 
obras  cuyo  v^ocabulario  y  gramática  examinan. 

(*)  ((Demandó  Gonela  al  Duque  que  los  médicos  de  su  tierra  le  diesen  dos  carlines  al  año.  El 
»Duque,  como  vido  que  no  avia  en  toda  la  tierra  arriba  de  diez,  fué  contento.  E!  Gonela  ¿qué  hizo? 
»atóse  un  paño  al  pie  y  otro  al  brazo,  y  fuese  por  la  tierra.  Cada  uno  le  decía  ¿qué  tienes?  y  él  le 
«respondía:  tengo  hinchado  esto,  e  luogo  le  decían:  va,  toma  la  tal  hierba  y  tal  cosa  y  póntela  y 
«sanarás;  después  escrevía  el  nombre  de  cuantos  le  decían  el  remedio,  y  fuese  al  Duque,  y  mostróle 
«cuantos  médicos  habia  hallado  en  su  tierra,  y  el  Duque  decía:  ¿Has  tú  dicho  la  tal  medicina  á 
))Gonela?  El  otro  respondía:  señor,  sí;  pues  paga  dos  carlines,  porque  sois  médico  nuevo  en  Ferrara); 
I      (pág.272). 

j  Esta  anécdota,  ú  otra  muy  análoga,  se  repite  en  varias  colecciones  úcfacecias  italianas  y  espa- 

,      ñolas.  Es  el  primero  de  los  Doce  cuentos  de  Juan  Aragonés,  que  acompañan  al  Alivio  de  caminantes, 
\     de  Juan  de  Timoneda,  en  algunas  ediciones. 
i  {^)  Vid.  el  tomo  11  de  estos  Orígenes  de  la  novela,  pág    110. 

t  (^)  «.Lozana. — Micer  Porfirio,  estad  de  buena  gana,  que  yo  os  lo  vezaré  á  leer,  y  os  daré  orden 

i     '»que  despaches  presto  para  que  os  volváis  á  vuestra  tierra;  id  mañana,  y  haced  un  libro  grande  de 
¡     «pergamino,  y  traédmelo,  y  lo  vezaré  á  leer,  é  yo  hablaré  á  uno  que  si  le  untáis  las  manos  será  no- 
j     «torio,  y  08  dará  la  carta  del  grado,  y  hace  vos  con  vuestros  amigos  que  os  busquen  un  caballerizo 
!     «que  sea  pobre  y  joven...  y  desta  manera  venceremos  el  pleito,  y  no  diibdeis  que  de  este  modo  se 
1     «hacen  bus  pares  bacalarios.  Mira,  no  le  deis  á  comer  al  Robusto  dos  dias,  y  cuando  quisiere  comer, 
I     «metelde  la  cebada  entre  las  hojas,  y  ansí  lo  enseñaremos  á  buscar  los  granos  y  á  boltar  las  hojas, 
»que  bastará,  y  diremos  que  está  turbado,  y  ansí  el  notario  dará  fe  de  lo  que  viere,  y  de  lo  que  can- 
illando oyere.  Y  así  omnia  per  pecuniam  facta  sunt,  porque  creo  que  basta  harto  que  llevéis  la  fe, 
"que  no  os  demandarán  si  lee  en  letras  escritas  con  tinta  ó  con  olio  ó  iluminadas  con  oro..  «  (pági- 
nas 324-325). 


ccii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Por  lo  demás,  el  Retrato  de  la  Loxana  es  una  producción  aislada,  que  ninguna 
influencia  ejerció  en  nuestra  literatura  ni  en  la  italiana,  aunque  se  haya  pretendido  lo 
contrario.  Nadie  la  cita  en  el  siglo  xvi.  Ni  siquiera  consta  su  título  en  el  Begistrmii 
de  D.  Fernando  Colón,  que  con  amplio  eclecticismo  bibliográfico  recogió  toda  la  litera- 
tura de  su  tiempo,  desde  la  más  mística  á  la  más  licenciosa. 

Por  otra  parte,  el  género  á  que  pertenecía,  y  que  de  ningún  modo  ha  de  confun- 
dirse con  las  Celestinas^  era  exótico  para  nosotros,  y  se  comprende  que  no  tuviera  imi- 
tadores. La  Thebayda  y  la  Seraphina  son  obras  desenfrenadas,  pero  no  contienen  un 
doctrinal  teórico  y  práctico  del  libertinaje  como  la  Loxana.  Por  la  misma  razón  nunca 
fueron  populares  aquí  el  nombre  ni  los  escritos  de  Pedro  Aretino.  Sus  mismas  come- 
dias, que  valen  más  que  su  fama,  no  fueron  imitadas  por  nadie,  y  es  caso  muy  raro 
verlas  mencionadas  con  elogio.  Sólo  recuerdo  este  pasaje  del  prólogo  de  la  Comedia  de 
Sepúlvcda.^  fechada  en  1547:  «¿Y  qué  diremos  de  Pietro  Aretino,  á  quien  por  la  exce- 
» lencia  de  su  juicio  tienen  por  epíteto  en  su  nombre  el  Divino?  Pues  notorio  es  que 
» lo  principal  de  sus  obras  son  las  comedias  que  hizo»  ('). 

De  los  Ragionamenti  sólo  se  tradujo  uno,  el  que  forma  la  tercera  giornata  de  la 
primera  parte  (^)  y  aun  este  sumamente  expurgado.  Hizo  la  ^'ersión  ó  arreglo  el  bene- 
ficiado Fernán  Xuarez^  vecino  y  natural  de  Sevilla,  dándole  el  título  celestinesco  de 
«Coloquio  de  las  damas,  en  el  qiial  se  deseubren  las  falsedades.,  tratos.,  engaños  ij 
»  hechixerlas  de  que  usan  las  mujeres  e?iamoradas  para  engañar  á  los  simples.,  y  aun  á 
» los  )nuij  avisados  hombres  que  de  ellas  se  enamoran-»  .  La  primera  edición,  sin  nota  de 
lugar,  es  de  1548;  la  segunda  lleva  el  pie  de  imprenta  de  Medina  del  Campo  y  la  fecha 
de  1549  (^).  El  traductor  tomó  todo  género  de  precauciones  para  hacer  pasar  aquel 
diálogo,  que  él  mismo  empieza  por  calificar  de  «abominable  cieno  corrompedor  de  toda 
» salud  de  la  casta  limpieza».  Pero  la  misma  insistencia  y  extravagancia  de  sus  excu- 

(•)  Comedia  de  Sepídveda  (edición  de  D.  Emilio  Cotarelo),  Madrid,  1901,  pág.  15. 

(-;  La  Prima'Parte  de  Ragionamenti  di  M.  Pietro  Aretino,  cognominato  il  Flagello  de  Prencij'i, 
il  vei'itiero,  e'l  divino,  divisa  in  tre  giornate,  MDLXXXIIII  (1584), 

PP.  141-219:  «Gomincia  la  terza  et  ultima  giornata  de  capricciosi  ragionamenti  de  l'Aretino,  ne 
»la  quale  la  Nanna  racconta  a  l'Antonia  la  vita  de  le  Pattane». 

(•^)  Coloquio  de  las  Damas,  ügora  nueuamete  corregido  y  emendado  M.  D.  XL.  VIII, 

S.",  letra  itálica,  94  lis.  foliadas,  inclusas  las  preliminares,  y  ui  a  sin  foliar  y  otra  blanca.  El 
bello  ejemplar  que  tengo  á  la  vista  perteneció  á  la  biblioteca  de  Ternaux  Compans. 

Edición  seguramente  clandestina,  que  algunos  suponen  hecha  en  Salamanca,  por  Juan  de  Jun- 
ta. Pero  el  género  de  las  erratas,  y  hasta  el  tipo  de  letra,  muy  parecido  al  de  los  Diálogos  de  Lucia- 
no, estampados  en  Lyon,  1550,  por  la  imprenta  del  Grypho,  hacen  sospechar  que  salió  de  esta  ú 
otra  oficina  extranjera. 

La  edición  de  1549,  descrita  por  Brunet,  tiene  la  portada  de  rojo  y  negro:  Coloquio  de  las  da- 
mas. Nueuamenie  imjjreso  año  de  1547.  Es  de  letra  gótica,  y  lleva  el  siguiente  colofón:  Fue  impreso 
el  presente  tratado  intitulado:  Coloquio  de  las  damas,  en  la  noble  villa  de  Medina  del  Campo,  por  Pe- 
dro de  Castro,  impresor.  Acabóse  á  qfo  dias  del  mes  de  Enero.  Aíio  d'  mil  y  quinientos  y  quarenta  y 
nueue  años. 

La  omite  D.  Cristóbal  Pérez  Pastor  en  su  excelente  monografía  sobre  La  Imprenta  en  Medina 
del  Campo,  acaso  por  considerar  apócrifa  la  subscripción  final,  aunque  no  lo  parece. 

— Coloquio  de  las  Damas,  Agora  nueuamente  corregido  y  emendado.  1607.  S.°,  141  pp.  de  letiu 
redonda. 

Una  nueva  y  bien  excusada  reimpresión   hizo   en  Madrid,  1900,  el  difunto  editor  Rodríguez  i 
Scira  en  el  segundo  tomo  de  la  que  llamó  Colección  de  libros  picarescos,  j 


INTRODUCCIÓN  cciii 

sas  hace  dudar  de  la  pureza  de  su  intención,  porque  los  libros  de  historias  profanas, 
como  las  de  Amadis  y  Tristán,  de  que  habla  en  uno  de  sus  prefticios,  nada  tienen  que 
ver  con  la  literatura  á  que  pertenece  el  Coloquio.  Lo  que  no  puede  negarse  es  que  le 
adecentó  bastante  ('),  quitándole  algunas  obscenidades,  aunque  todavía  quedaron  las 
suficientes  para  que  fuese  con  mucha  razón  prohibido  en  los  índices  del  Santo  Ofi- 
cio (-).  Otras  cosas  alteró,  procurando  españolizar  el  libro.  La  traducción  no  es  de  las 
peores  que  por  entonces  se  hacían  del  toscano,  pero  os  apelmazada  y  carece  do  la  vi- 
veza y  gracia  del  original.  Sin  embargo,  de  ella  se  valió,  con  preferencia  al  texto  italia- 
no, el  erudito  y  extravagante  humanista  Gaspar  Barthio,  cuando  tradujo  al  latín  este 
Coloquio  con  el  nombre  de  Poniodidascalus  {^). 

Todas  las  obras  citadas  hasta  aquí,  excepto  las  paráfrasis  en  verso,  tienen  con  la 
Celestina  una  relación  indirecta  y  genérica.  Las  tres  que,  por  orden  cronológico,  se 
ofrecen  ahora  á  nuestra  consideración,  no  sólo  imitan  deliberadamente  la  tragicomedia 
de  Rojas,  sino  que  continúan  su  argumento  y  vuelven  á  sacar  á  la  escena  á  algunos  de 
sus  personajes.  Hubo,  pues,  segunda,  tercera  y  cuarta  parte  de  la  Celestina.  Sus 
autores,  de  muy  desigual  mérito,  son  Feliciano  de  Silva,  Gaspar  Gómez  de  Toledo  y 
Sancho  de  Muñón. 

Feliciano  de  Silva  es  aquel  caballero  de  Ciudad  Rodrigo,  fecundísimo  productor  de 
libros  caballerescos,  que  la  sátira  de  Cervantes  ha  inmortalizado.  La  segunda  comedia 
de  Celestina.^  en  la  qual  se  trata  de  los  amores  de  mi  caballero  llamado  Felides  y  de 
lina  doncella  de  clara  sangre  llamada  Pola?idria^  impresa  en  1534  (*),  es  la  única  de 


(')  «Si  por  ventura  alguno,  más  furioso  de  lo  que  conviene,  murmurando  acusase  al  tradutor 
);deste  Coloquio,  diziendo  no  averio  romaneado  al  pie  de  la  letra  de  como  está  en  Toscano,  quitando 
))en  algunos  cabos  partes,  y  en  otros  renglones,  e  assi  mesmo  mudando  nombres  y  alguna  sentencia 
))y  en  algún  otro  lugar  diziendo  lo  mesmo  que  el  autor,  aunque  por  otros  modos:  A  esto  respondo, 
»que  en  diversos  lugares  deste  Coloquio  fallé  muchos  vocablos,  que  con  la  libertad  que  hay  en  el 
»hablar  y  en  el  escrivir  donde  él  se  imprimió  se  sufren,  que  en  nuestra  España  no  se  perraitirian  en 
»ninguna  impresión,  por  la  desonestidad  dellos.  De  cuya  causa  en  su  lugar  acordé  de  poner  otros 
sraás  honestos,  procurando  en  todo  no  desviarme  de  la  sentencia,  aunque  por  diferentes  vocablos, 
))excepto  en  algunas  partes  donde  totalmente  convino  huyr  della:  por  ser  de  poco  fructo,  y  de  mu- 
»clio  escándalo  y  murmuración.»  (Fol.  XI  de  la  primera  edición). 

(')  Consta  ya  la  prohibición  en  el  índice  de  Valdés,  1559.  (Vid.  la  reimpresión  de  Reusch,  Dk 
índices  lihrorum  proMbitorum  des  Sechzehnten  Jahrhundertes...  Tubinga,  1886,  tomo  176  de  la  So- 
c'edad  Literaria  de  Stuttgart,  pág.  233  ) 

\^)  Pornodid'iscalus,  sev  Colloquium  Muliebre  Petri  Aretini  ingeniosissimi  etferé  incomparahilis 
virtutuní  et  vitiorum  demonstratoris:  De  astu  nefario  horrendisque  dolis,  quibus  impudicae  mulleres 
juventufi  incautae  insidiantur,  Dialogus.  Ex  itálico  in  hispanicum  sermonem  versus  á  Ferdinando 
Xuaresio  Seviliensi.  De  Hispánico  in  laiinum  traducebat,  ut  juventus  Gerinana  pestes  illas  diabólicas 
apud  exteros,  titinam  non  et  intra  limites,  obvias  cavere  possit  cautius,  Gaspar  Barthius..  Francofurti. 
Tiipis  WecJielíanis ,  sumplibus  Danielis  ac  Davidis  Aubriorum  ,  et  Clementis  Schleichü.  Anno 
M.  DC.  XXIII. 

8.°,  124  pp.  y  tres  de  erratas  sin  foliar.  Fué  reimpreso  una  ó  dos  veces. 

(*)  Hay  quien  cita  una  edición  de  1530,  pero  hasta  ahora  no  se  conoce  ejemplar  alguno  ni  es 
verisímil  su  existencia. 

— Segunda  comedia  de  Celestina:  en  lo  (sic)  que  se  trata  de  los  amores  de  vn  cauallero  llamado  Fe- 
lides,  y  de  vna  donzella  de  clara  sangre  llamada  Polandria.  Donde  pueden  salir  para  los  que  Vieren 
muchos  y  grandes  auisos  que  della  se  pueden  tomar.  Dirigida  y  endrecada  al  muy  excelente  e  ilustrissi- 
mo  señor  don  Francisco  de  Cuniga  Guzman,  y  de  Soto  mayor:  Duque  de  Bejar:  Marques  d^Ayamonte, 


cciv  ORÍGENES  DK   LA  XÜVELA 

sus  obras  que  merece  sobrevivirle,  aunque  no  sea  uua  obra  maestra.  Tal  como  es, 
sería  grande  injusticia  medirla  con  la  misma  vara  censoria  que  al  D.  Florisel  de  Ni- 
quca  ó  al  1).  Ro(jel  de  Grecin. 

Singular  parece  á  primera  vista  la  idea  de  continuar  la  Celestina  donde  casi  todos 
lus  iiorsonajcs  sucumben  al  final:  Celestina  á  manos  de  los  criados  de  Caliste,  éstos  de- 
gollados en  la  plaza  pública,  Calisto  rodando  de  la  escala  y  Melibea  arrojándose  de  la 
torre.  Pei'o  tal  obstáculo  no  era  para  detener  á  Feliciano  de  Silva,  que  tenía  una  bra- 
va imaginación  de  novelista  de  folletín.  Si  Celestina  estaba  muerta,  ¿había  más  que  re- 

y  de  Gihrakon.  Conde  de  Belulcarar,  y  de  Bailares.  Señor  de  la  puebla  de  Alcocer  con  todo  su  vhcon- 
dadoy  d'  las  villas  de  Lepe:  Burguillos,  y  Capilla,  y  justicia  mayor  d' Castilla.  La  qual  comedia 
fue  corregida  y  emendada:  por  el  muy  noble  cauallero  Pedro  cV  Mercado:  vezino  y  morador  en  la  no- 
bla  (sic)  uilla  de  Medina  del  Campo.  M.  D.  xxxiiij. 

(AI  fin):  aAciibose  l.i  prebente  obra  en  la  muy  noble  villa  de  Medina  del  Campo.  En  casa  de 
wPfdro  touans  (Tovans),  en  el  coral  (sic  por  corral)  de  boeys.  Año  de  M.  D.  xxxiii  (1534)  a  XXX  de 
DÜctobre». 

4.",  iet.  gút.  Sin  fiiliiiliira,  sigDutiiras  a  q.  Cada  una  de  ocho  hojas.  La  orla  de  la  portada  es  la 
misma  que  llevan  las  Coplas  de  las  comadres,  de  Rodrigo  de  Reinosa. 

Esta  primera  edición  era  enteramente  desconocida  liasta  que  la  describió  Salva  (n.°  1.414  de  su 
Catálogo). 

Podro  de  Mercado  declara  al  principio  el  nombre  del  autor  en  la  penúltima  de  las  coplas  de 
arle  mayor  que  escribe  en  loor  de  la  obra: 

Aqueste  excelente  tan  buen  Caballero 
A  quien  de  su  casta  «'esmalta  el  saber, 
La  sciencia  es  esmalte  de  tal  rosicler, 
La  casta  el  fino  oro  ques  el  verdadero: 
De  casa  y  linaje  de  Silva  heredero, 
Felice  en  sus  obras,  pues  es  Feliciano, 
Al  cual  yo  suplico  que  mi  torpe  mano 
Perdone  guiada  por  seso  grosero. 

— Segunda  comedia  de  Celestina.  (Al  fin):  «Salamanca,  por  Pedro  de  Castro...  Año  de  M.  D.  XXXVI 
»a  doze  dias  del  mes  de  Junio».  4.**,  Iet.  gótica,  signaturas  a-o,  con  grabados  en  madera.  Citada  por 
Bruiiel.  No  la  he  visto. 

— Segunda  comedia  de  la  famosa  Celestina,  en  la  qual  se  trata  de  la  Resurrection  de  la  dicha  Celes- 
tina, y  de  los  amores  de  Felides  y  Polandria,  corregida  y  emendada  por  Domingo  de  Gaztelu,  Secre- 
tario del  J llusírissime  (ele)  Señor  don  Lope  de  Soria,  embuxador  Cesáreo  acerca  la  Illustrissima  Se- 
ñoria  de  Venecia-  Año  1536  en  el  mes  de  Junio. 

(Al  fin):  «El  libro  presente,  agradable  a  todas  las  extrañas  naciones,  fue  en  esta  indita 
«ciudad  de  Venecia  reimpreso  por  maestro  Estephano  de  Savio,  impresor  de  libros  griegos,  lati- 
»no8  y  españoles,  muy  corregidos  con  otras  diversas  obras  y  libros.  Lo  acabó  este  año  del  Señor 
)'del  1536,  a  dias  diez  de  Zunio  (sic).»  Hace  juego  con  las  dos  ediciones  de  la  primera  Celestina 
corregidas  por  Delicado.  Let.  gót.  Viñetas  en  madera,  sin  foliatura  y  con  las  signaturas  A-X,  de 
ocho  hojas  cada  una. 

—  Segunda  comedia  de  Celestina.  .  Agora  nueuamente  impresa  y  corregida...  Véndese  la  presente 
obra  en  la  ciudad  de  Anvers,  a  la  enseña  de  la  polla  grassa,  y  en  parís  a  la  enseña  cabe  sant  benito. 
Sin  año  (¿hacia  1550?)  En  16  ",  228  lis.  sin  foliar.  Esta  edición,  de  muy  lindo  aspecto,  es  la  menos 
rara  do  las  antiguas,  pero  la  más  incorrecta. 

—  Segunda  Comedia  de  Celestina,  por  Feliciano  de  Silva,  Madrid,  inip.  de  Gines'a,  1874.  Es  el 
tomo  noveno  de  la  Colección  de  libros  españoles  raros  ó  curiosos.  Cuidó  de  esta  edición,  que  está 
bastante  limpia,  D.  José  Antonio  de  Balenchana,  tomando  por  texto  la  de  Venecia,  pero  sin  hacer 
uso  de  la  primitiva  de  Medina  del  Campo,  que  no  llegó  á  ver  hasta  después  de  impreso  el  volumen. 


INTRODUCCIÓN  ccv 

sucitarla?  Bastante  le  había  importado  á  él  que  el  bachiller  Juan  Díaz,  en  su  segundo 
Limarte  (1526),  diese  por  muerto  á  Amadis  de  Gaula  y  celebrase  sus  exequias. 

La  farsa  de  la  resurrección  do  Celestina  está  presentada  con  bastante  habilidad  é 
interés  y  tiene  el  mérito  de  que  no  se  descifra  hasta  la  última  escena  con  estas  palabras 
de  Pelides:  «Pues  sabed,  que  una  persona  honrada  y  quien  á  Celestina  es  en  gran  car- 
ago la  tuvo  escondida  todo  el  tiempo  que  se  dijo  que  era  muerta:  y  ella  con  sus  hechi- 
»zos  hizo  parescer  todo  lo  pasado  para  se  vengar  de  los  criados  de  Calisto,  porque  le 
»  querían  tomar  lo  que  su  amo  le  había  dado;  y  hizo  con  sus  encantamientos  parescer 
»que  era  muerta,  y  agora  fingió  haber  resucitado  ..  Y  sea  en  gran  secreto,  porque  el 
»  Arcediano  viejo  me  lo  dijo,  que  con  esto  le  quiso  pagar  muchas  deudas  de  cuando  era 
»mozo  que  desta  buena  mujer  había  rescibido»  (pág.  514). 

El  arte  de  excitar  la  curiosidad  con  situaciones  sorprendentes  no  podía  faltar  á  un 
novelista  tan  ducho  como  Feliciano.  La  reaparición  de  Celestina  en  la  séptima  rrna  6 
escena  de  la  obra;  el  tumulto  y  algazara  con  que  la  acompaña  el  pueblo,  formando  un 
verdadero  coro;  el  asombro  y  pasmo  con  que  la  reciben  sus  discípulas  Elicia  y  Areu- 
sa,  están  presentados  con  mucha  amenidad  y  chiste: 

«Ce/esí.— Tálame  Dios,  y  ¡qué  de  gente  paresce  y  viene  á  mí,  como  si  fuese  Ic- 
»  chuza  ó  buho  que  camina  de  día!  Quiéreme  meter  presto  en  mi  casa,  si  no  aquí  me  sa- 
»carán  los  ojos. 

>->  Pueblo. — Y aXídi  el  diablo!  á  aquella  Celestina,  la  que  mataron  los  criados  de  Calis- 
»to  paresce,  ¿ó  es  alguna  visión?  por  cierto  non  es  otra;  y  qué  priesa  que  lleva  que  pa- 
»resce  que  va  á  ganar  beneficio.  ¡Oh,  gran  misterio,  que  ella  es! 

»  Cel. — ¡Yálalos  el  diablo,  y  qué  mirar  que  tienen!  Hora,  sus,  yo  digo  que  la  puer- 
»ta  de  mi  casa  está  abierta;  bien  paresce  á  osadas  el  poco  cuidado  que  con  mi  absencia 
»hay.  Acá  están  Elicia  y  Areusa,  espántanse  de  verme,  santiguándose  están;  quiéreles 
3>  hablar,  que  dan  gritos  y  se  abrazan  la  una  con  la  otra,  pensando  que  soy  fantasma. 
>0h,  las  mis  hijas  y  los  mis  amores,  no  hayáis  miedo,  que  yo  soy  vuestra  madre,  que 
>^ha  placido  á  Venus  tornarme  al  siglo... 

>y  Elicia. — ¡Ay  hermana  mía,  que  mi  madre  Celestina  paresce!  ¡Ay  válamo  la  Virgen 
» María,  y  no  sea  alguna  fantasma  que  nos  quiera  matar!...»  (pág.  75). 

La  peregrina  intervención  del  coro,  única,  á  lo  que  creo,  en  libros  de  esta  clase,  da 
carácter  muy  dramático  á  algunos  pasos  de  la  segunda  Celestina.,  y  es  profundamente 
cómico,  aunque  toca  en  irreverencia,  lo  que  la  vieja  cuenta  de  su  estancia  en  el  otro 
mundo  y  el  alarde  de  fingida  devoción  y  arrepentimiento  con  que  logra  embaucar  al 
mismo  pueblo  que  había  sido  testigo  de  su  licenciosa  y  diabólica  vida  (').  Este  matiz 


(*)  «.Pueblo. — Olí  niiidre  Celestina,  ¿qué  maravilla  tan  grande  lia  sido  esta  de  tu  resurrección? 

y>Celest. — Hijos,  los  secretos  de  Dios  no  es  lícito  sabellos  á  todoa,  sino  á  quien  él  los  quiere  re- 
»velar,  porque  ya  sabéis  que  lo  que  encubre  á  los  sabios  descubre  á  los  pequeñuelos  como  yo,  S.i- 
))l>ed,  hijos  míos,  que  no  vengo  á  descubrir  los  sucesos  de  allá,  sino  á  enmcnd;ir  la  vida  de  acá, 
«para  con  las  obras  dar  el  ejemplo,  con  aviso  de  lo  que  allí  pasa;  pues  la  misericordia  de  Dios  fué 
))de  volverme  al  siglo  á  hacer  penitencia.  Y  esto  baste,  hijos^  para  que  todos  os  enmendéis,  como 
»en  la  predicación  de  Joucás,  porque  no  perescais;  que  las  cosas  de  la  oira  vida  no  bastan  lenguas  á 
»decillas,  y  por  tanto  todos  vivamos  bien,  para  que  no  acabemos  mal... 

y>Puehlo. — Madre  Celestina,  tú  seas  muy  bien  venida,  y  Dios  quede  contigo.  Parécenos  que  la 
))vieja  viene  escarmentada.  Trato  le  deben  haber  dado  por  donde  quiere  mudar  el  natural,  que  no  te 


ccvi  orígenes  de  la  NOVELA 

de  la  hipocresía  en  ella  y  de  la  credulidad  y  ligereza  en  los  otros  está  muy  bien  mar- 
cado al  principio,  pero  luego  el  autor  se  contradice,  no  saca  partido  de  un  dato  tan  in- 
genioso y  estropea  su  más  feliz  creación  á  fuerza  de  chafarrinazos.  Feliciano  de  Silva 
era  un  improvisador  con  relámpagos  de  talento^  pero  le  faltaban  cultura  y  gusto  y  le 
sobraba  una  facilidad  superficial,  que  es  el  mayor  obstáculo  para  la  perfección  en 
nada. 

Dos  finos  estimadores  de  los  antiguos  libros  españoles  han  dado  á  la  Segunda  Ce- 
lestÍ7ia  más  encomios  que  los  que  merece.  Uno  fuó  D.  Bartolomé  José  Gallardo,  que  en 
los  apuntamientos  bibliográficos  que  hacía  al  correr  de  la  pluma  exclama  entusiasma- 
do: «En  esta  comedia,  ó  llamémosla  novela  dramática,  brilla  un  profundo  conocimiento 
»del  corazón  humano  y  de  las  costumbres  del  siglo.  Contiene  escenas  y  caracteres  tra- 
»zados  de  mano  maestra.  Celestina  es  un  personaje  sublime,  que  no  desmiente  en  nada 
»el  carácter  creado  por  Rodrigo  Cota  (?)  y  sostenido  por  el  bachiller  Rojas,  de  Montal- 
»bán»  (').  El  voto  de  Gallardo  puede  ser  sospechoso,  porque  sabido  es  que  para  aquel 
insaciable  catador  de  literatura  añeja  no  había  libro  malo  en  siendo  raro  ni  libro 
bueno  en  siendo  moderno.  Pero  su  opinión  se  refuerza  aquí  con  la  de  D.  Serafín  Estó- 
banez  Calderón,  que  no  era  sólo  erudito,  sino  hombre  de  gusto  y  artista  de  estilo.  El 
Solitario^  pues,  en  un  delicioso  artículo,  que  viene  á  ser  una  Celestina  en  miniatura, 
imitación  feliz  del  lenguaje  de  las  antiguas,  comienza  aseverando  que  «Feliciano  de 
»  Silva,  para  llevar  á  buen  cabo  los  amores  del  caballero  Felides  y  de  la  hermosa  Po- 
»landria,  supo  resucitar  y  tornar  al  mundo,  con  más  caudal  de  astucias,  con  mayor 
» raudal  de  razones  dulces  y  con  número  más  crecido  de  trazas  y  ardides,  á  la  famosa 
»  Celestina»  {^). 

Nada  de  esto  puede  admitirse.  No  hay  más  Celestina  sublime  que  la  primera,  cuya 
negra  profundidad  no  acierta  á  comprender  ni  por  asomos  el  imitador.  Así  y  todo,  es 
la  figura  mejor  trazada  del  libro,  y  á  veces  el  remedo  es  tan  fiel  y  ajustado  al  modelo 
de  Rojas,  que  puede  producir  la  pasajera  ilusión  de  que  Celestina  ha  resucitado.  Pero 
pronto  se  ve  que  es  inconsistente  toda  esta  tramoya.  Celestina  no  vive  más  que  con 
vida  ficticia  y  prestada.  Ni  siquiera  es  el  centro  de  la  comedia.  Sin  ella  hubieran  podi- 
do llegar  á  feliz  término  los  lícitos  amores  de  Felides  y  Polandria,  que  nada  tienen  de 
la  impetuosa  pasión  de  Calisto  y  Melibea,  y  acaban  desposándose  en  secreto  por  una 
razón  de  conveniencia  que  expone  así  la  discreta  doncella  Poncia:  «aunque  él  es  tan 
»  rico  y  de  muy  buen  linaje,  ya  sabes  que  tu  mayorazgo  no  puedes  heredallo  casándote 
» fuera  de  tu  linaje»  (pág.  303). 

La  obra  de  Feliciano  de  Silva  es,  pues,  una  Celestina  muy  morigerada  en  lo  que 
toca  á  su  fábula  principal,  aunque  muy  desenfrenada  en  los  episodios.  No  faltan  en  ella 
afectos  nobles,  pero  expresados  casi  siempre  de  un  modo  enfático  y  ampuloso  por  los 

))dirá  agora  que  inudú  la  piel  la  raposa,  mas  8U  natural  no  despoja;  pues  con  mudar  la  piel,  viene 
«mudadas  las  obras.  No  de  valde  se  dice  que  el  loco  por  la  pena  es  cuerdo.  Aquí  podremos  con 
))razon  decir,  que  de  los  escarmentados  se  hacen  los  arteros.  Por  cierto,  caso  de  predestinación  pa- 
»resce,  pues  la  quiso  Dios  sacar  de  los  infiernos  para  tornalla  á  hacer  penitencia  de  sus  pecados» 
(pp.  89-91  de  la  ed.  de  Libros  raros  y  curiosos). 

(')  Ensayo,  tomo  IV,  col.  614. 

(^)  Escenas  Andaluzas  por  El  Solitario.  Madrid,  Imp.  de  D.  V>.  González,  1847,  pp.  131-149. 
La  Celestina.  Este  artículo  se  había  publicado  antes  en  Los  Españoles  pintados  iwr  si  mismos. 


INTRODUCCIÓN  ccvii 

dos  amantes.  Hay  verdadera  delicadeza  moral  cu  el  tipo  de  la  criada  y  confidente  Pou- 
cia,  alegre  y  chancera,  honestamente  jovial,  virtuosa  sin  afectación,  llena  de  buen  sen- 
tido no  exento  de  cálculo.  Ella  salva  á  su  ama  de  muchos  peligros,  la  precave  contra 
las  imprudencias  de  su  propio  corazón,  la  alecciona  en  las  situaciones  difíciles,  se 
defiende  ella  misma  contra  los  arrebatos  amorosos  del  paje  Sigeril  y  ella  es,  y  no 
Celestina,  quien  verdaderamente  prepara  el  desenlace,  en  que  la  moral  queda  á  salvo, 
y  todavía  más  íntegramente  respetada  por  la  doncella  que  por  la  señora.  Esta  ligera  y 
graciosa  creación  recuerda  algunas  heroínas  shakespiriauas,  como  la  Porcia  de  El  mer- 
cader de  Venecia^  pero  no  conviene  abusar  de  los  grandes  nombres  ti-atándose  de 
obras  medianas  ('). 

La  parte  cómica  de  la  Segunda  Celestina  está  monstruosamente  recargada.  Lo  acce- 
sorio ahoga  á  lo  principal  y  la  cizaña  no  deja  medrar  el  trigo.  Las  escenas  de  la  ger- 
manía  (-)  y  de  la  hampa,  en  que  Feliciano  parece  más  experto  y  curtido  que  lo  que 

O  Es  curioso,  sin  embargo,  notar  ciertas  coincidencias. 

En  la  escena  del  jardín,  con  que  la  obra  termina,  liallamos  este  diálogo  entre  Polandria  y  sn 
criada: 

dPol. — Hermosa  noche  liace,  y  gloria  es  estar  debajo  de  las  sombras  de  estos  cipreses,  á  los 
«frescos  aires  que  vienen  regocijando  las  aguas  marinas  por  encima  de  los  poderosos  mares. 

y>Poncia, — Señora,  ¿cuál  te  paresce  mejor,  esta  música  que  dizes  destos  airezicos  en  las  hojas  de 
»lo8  árboles  ó  la  de  la  voz  y  cantar  de  Felides? 

y>Pol. — Ay,  Poncia,  la  de  Felides;  tanto  cuanto  va  y  no  menos  de  la  mezcla  de  la  razón  que  con 
»las  (;onsonancias  viene  mezclada,  al  regocijo  que  estos  aires  naturalmente  hacen,  sin  ornamento  de 
»más  razón  de  aquella  que  ellos  guardan  en  su  naturaleza;  porque  esta  música  pone  descanso  al 
)>cuerpo  y  la  otra  al  ánima,  porque  goza  el  entendimiento  en  las  palal)ras  que  en  los  oídos  suenan» 
(pp.  498-99). 

Involuntariamente  se  recuerdan  las  palabras  de  Lorenzo  á  Jéssica  sobre  el  prestigio  de  la  mú- 
sica en  el  acto  V  de  El  Mercader  de  Venecia: 

How  sweet  the  mooiilight  sleeps  upen  this  bank! 
Here  will  we  sit,  and  let  the  sounds  of  musió 
Creep  in  onr  ears  :  soft  stillnes,  and  the  night, 
Become  the  touches  of  sweet  harmony. 
Sit,  Jessica  :  look,  how  the  Hoor  o£  heaven 
Is  thic  inlaid  with  patines  of  bright  gold: 
There's  not  the  smallest  orb  wich  thou  behold'at, 
But  in  his  motion  like  an  ángel  sings, 
Still  quiring  to  the  young-ey"d  cherubims: 
Such  harmony  is  in  immortal  souls; 
But  vhilet  the  muddy  vesture  of  decay 
Doth  grossly  olese  it  in,  we  canuot  hear  it. 

(■-)  Feliciano  de  Silva  es,  después  de  Rodrigo  de  Reinosa,  el  primer  autor  en  quien  encuentro 
esta  palabra  en  el  sentido  de  lengua  rufianesca. 

«Calla  ya,  mal  aventurado)  con  tus  girmaníasy  (pág.  41). 

«Yo  querría,  par  Dios,  antes  topar  á  Pandulfo  para  reir...  y  irnos  mano  á  mano  á  un  bodegón 
)Mlon(le  bebiésemos  el  alboroque  y  hablásemos  algaraliía  como  aquel  que  bien  la  sabe,  grermanía  digo» 
(pág.  270). 

«Así  que,  hermano  Albazin,  aun  agora  bisoñe  eres  en  este  colegio,  y  poco  experimentado  en 
fiesta  guerra;  y  pues  no  la  sabes,  aprende  de  tal  doctor  como  yo  los  misterios  de  la  santa  germaniuy> 
(pag.  446).  En  el  mismo  lugar  habla  de  las  leyes  de  la  santa  gualteria,  con  proi)able  alusión  al  Gal- 
íerio  ó  Gualterio  de  la  Comedia  Thehayda. 

El  rufián  Centurio,  que  sólo  en  el  nombre  recuerda  al  de  Rojas,  nos  da  algún  sperimen  de  esta 


ccviii  orígenes  de  la  NOVELA 

pudiera  esperarse  de  uu  cronista  de  caballeros  andantes,  que  «vivió  encantado  diez  y  ' 
»ocho  años  en  la  torre  del  Universo»  (según  la  zumbona  frase  de  D.  Diego  de  Mendo-  | 
za),  son  de  una  prolijidad  espantable  y  de  un  verismo  tosco  y  brutal.  El  rufián  Pan-  i 
dulfo  es  un  plagio  servil  del  Galterio  de  la  Thebayáa^  con  la  misma  mezcla  de  cobar-  ¡ 
día  y  tiiiifarronada,  con  las  mismas  bravezas  y  desgarros,  con  las  mismas  interjeccio-  ; 
nes  y  juramentos:  «por  las  reliquias  de  Roma»,  «por  el  Corpus  damnh  (corruptela  de  '• 
Corpus  Domini)\  «por  nuestra  dueña  del  Antigua»  (aludiendo  á  la  iglesia  de  esto  nom-  \ 
bre  en  Yalladolid),  y  á  este  tenor  otros  infinitos  disparates.  Este  figurón  insoportable,  i 
que  tanto  se  precia  de  haber  «corrido  á  ceca  y  á  meca  y  á  los  olivares  de  Santan-  j 
»der»  (')  (pág.  174),  y  de  poseer  á  fondo  la  «retórica  del  burdel»  (pág.  125),  sólo  tiene  un  i 
momento  original  y  curioso,  el  de  su  fingida  conversión  por  excusarse  del  peligro  de  ; 
acompañar  á  su  amo  Félidos  en  una  ronda  nocturna.  La  escena  en  que  aparece  trocado  ; 
en  ermitaño,  rezando  con  cuentas  de  agallones,  es  una  fina  sátira  de  la  liipocresía  (-),  : 

jerigonza:  «Desto  no  me  quejo,  que  no  sé  tan  poco  de  las  tramas  destas  tales,  que  no  sepa  yo  enchi-   \ 
y)lar  las  canillas  y  aun  tiramar  los  liñuelos  sin  quebrar  los  hilos,  y  hacerme  bobo,  y  pasar  en  el  alarde 
»el  gayón  por  primo ^  y  haciendo  que  creo  del  cielo  cebolla  y  que  no  hay  otro  sino  j'O.  Que  viejas  J 
))3on  para  mí  todas  roncerías,  que  bien  sé  aguardar  los  tiempos  de  la  iza  y  cuáles  son,  como  sé  los   , 
«de  la  guadra  y  del  rodanchoy>  (pág.  445).  i 

(*)  Estos  olivares  están  citados  otra  vez  en  la  Segunda  Celestina,  cuando  la  vieja  pro\-ecta  el  i 
casamiento  de  su  sobrina  Elicia: 

aPandulfo. — Ha,  ha,  ha.  ¿Agora  la  quiere  casar,  después  de  haber  corrido  á  ceca  y  á  meca  y  á  : 
dIos  olivares  de  Santander?))  (pág.  192), 

También  en  la  Tragicomedia  de  Lisandro  y  Roselia  (pág.  55)  se  encuentra  la  misma  frase: 
íccüescreo  de  tal...  que  haya  yo  corrido  la  casa  de  ceca  y  meca,  y  los  cañaverales  y  los  olivares  \ 
yide  Santander,  y  pasan  ya  de  cien  mujeres  las  que  me  han  sustentado  en  mi  estado  y  honra  ! 
»en  públicos  burdeles,  y  todas  me  han  tenido  acatamiento  con  obediencia,  y  que  esta  hechicera  [ 
))al  cabo  de  mi  vejez,  después  de  traídos  treinta  años  los  atabales  acuestas,  burle  de  mí  con  menos-  : 
precio!»  i 

Trátase  casi  seguramente  de  la  mancebía  de  la  villa,  que,  á  pesar  de  su  esca«o  vecindario  en  I 
tiempo  de  Carlos  V,  es  muy  probable  que  la  tuviera  como  puerto  muy  frecuentado  por  marineros  i 
gascones,  ingleses,  flamencos  y  de  todo  el  Norte  de  Europa.  Pero  á  fines  del  siglo  xvi  había  des-  " 
aparecido  del  mapa  picaresco  de  España.  Cervantes  no  la  cuenta  entre  las  diversas  partes  del  i 
mundo  por  donde  había  buscado  aventuras  el  ventero.  También  debió  de  haberla  en  Bilbao,  y  de  ella  ■ 
guardaba  recuerdo  el  rufián  Palermo  de  la  Tragedia  Policiana:  «Medio  ojo  me  arrebataron  en  Bil-  i 
bao,  y  este  rascuño  me  dieron  en  Jerez  de  k  Frontera»  (pág.  44). 

(^)  «iSigeril. — Pues  si  lo  vieses,  señor,  cuál  anda  con  unos  agallones,  qne  no  parece  sino  errai-  ; 
J)taño  rezando  toda  esta  mañana...  J. 

T)PanduJfo, — Señor,  ¿qué  es  lo  que  demandas? 

:»Felides. — ¿Qué  santidad  es  esta  tan  súpita,  Pandulfo? 

))Pand. — Señor,  el  espíritu  donde  quiere  espira.  Quien  convirtió  a  Sant  Pablo  y  a  Sant 
))AgUhtin  y  a  María  Magdalena,  es  mucho  que  dé  gracia  á  un  hombre  pecador  como  yo  lie 
sido? 

)) í  éZifZ.— Por  cierto  que  la  gracia  no  sé  si  te  la  dio,  mas  es  gracia  la  que  veo  en  verte  con  esas 
«cuentas. 

y>Pand. — Señor,  las  cuentas  como  á  sólo  Dios  se  han  de  dar,  no  me  pena  qne  te  parezcan  gracia; 
aporque  á  solo  Dios  te  ha  de  satisfacer,  que  los  hombres  de  nada  se  satisfacen;  y  ándeme  yo  ca 
»liente  en  su  servicio  y  ríase  It  gente  cuanto  quisiere,  pues  sabes  que  bienaventurados  seréis  cuan- 
j^do  los  hombres  dijeren  mal  de  vosotros  mintiendo  por  mí. 

»Felid. — En  fin,  que  ya  no  son  tus  misas  cosas  de  armas  ni  de  afrentas  como  hasta  aqni? 

y>Pand. — Señor,  no  soy  tan  necio  que  no  entiendo  algaravía,  como  aquel  que  bien  la  sabe;  mas    ^ 


INTRODUCCIÓN  ccix 

contra  la  cual  hay  punzantes  dardos  en  todo  el  libro  ( ' ).  También  Moliere  prestó  velei- 
dades de  hipócrita  á  su  D.  Juan;  pero  lo  que  es  natural  y  hace  reir  en  un  baladrón 
cobarde  como  Pandulfo,  es  indigno  del  burlador  de  Sevilla  y  contradice  radicalmente 
su  carácter. 

Dignos  compañeros  de  Pandulfo  en  bellaquerías  y  truhanadas,  y  en  vil  y  descocado 
lenguaje,  son  los  despajes  de  Felidcs;  Corniel,  el  mozo  de  espuelas;  Barañón,  el  mozo 
de  caballos;  el  rufián  Grito,  amante  de  Elicia;  su  rival  Barradas,  el  despensero  Graja- 
les,  Albacín  el  paje  del  infante  (D.  Fernando  de  Austria,  hermano  de  Carlos  V),  man- 
cebo de  rubios  cabellos  y  poquísima  vergüenza;  y  descendiendo  todavía  más,  el  taber- 
nero Montón  de  oro^  los  rufianes  Tripa  oi  braxo  y  Traso  el  cojo,  el  viejo  primo  de 
Celestina  Barbanteso,  y  la  inmunda  ramera  Palana,  daifa  de  Pandulfo.  Toda  esta  cana- 
lla está  tomada  visiblemente  del  natural:  no  son  tipos  convencionales  como  el  de  Pan- 
dulfo. Tienen  en  sus  hechos  y  dichos  una  animación  endiablada.  Constituyen,  por 
decirlo  así,  el  bloque  informe  y  tosco  del  cual  por  magia  del  arte  surgirá  en  su  día  el 
grupo  clásico  del  patio  de  Monipodio. 

Atento  Feliciano  de  Silva,  como  novelista  de  oficio  que  era,  á  dar  variedad  á  su 
libro  con  todo  género  de  salsas  ó  ingredientes,  introdujo  el  ridículo  episodio  pastoril 
de  Acays  y  Filinides,  que  es  una  de  las  primeras  apariciones  del  bucolismo  en  la  nove- 
la castellana  (-),  y  remedó  la  media  lengua  de  los  negros  de  Guinea  en  los  coloquios  de 
dos  esclavos,  Zambrán  y  Boruca.  Esta  segunda  novedad  tuvo  más  éxito  que  la  primera 
y  fué  imitada  por  muchos.  Xo  faltan,  por  supuesto,  en  este  centón  (que  de  tal  puede 
calificarse  la  Segunda  Celestina)  bastantes  versos  menos  que  medianos,  y  varios  cuen- 
tos, de  los  que  sólo  merece  recordarse  por  su  interés  folldórico  la  siguiente  versión  de 
una  de  las  parábolas  más  conocidas  del  Barlaam  y  Jusafat  (^):  «Pues  has  de  saber 

»sabé  que  en  cosas  justas  que  ninguno  me  echará  el  pié  adelante,  ni  en  cosas  injustas  quedará  más 
))itrá8  que  yo. 

DFeUd. — Bendito  sea  Dios  que  tan  presto  te  mudó.  ¿Mas  qué  llamas  co^as  justas,  para  que  se- 
»panios  lo  que  te  hemos  de  encomendar? 

y>Pand  — Gueria  contra  infieles;  tomar  armas  en  defensión  de  tu  persona. 

y>Felid. — ¿Pues  cómo  anoche  no  las  quisiste  tomar  para  ir  en  defensión  de  mi  persona? 

y>Pand. — Porque  ibas  en  ofení<a  de  tu  persona  y  ánima,  y  no  tenemos  los  servidores  de  Dios 
*tanla  licencia!  que  si  á  ti  te  viniesen  á  matar,  estonces  yo  tomaría  las  armas. 

y>Felid. — Mas  estonces  no  las  llevarías  para  estar  más  suelto;  que  el  peso  de  las  armas  cmpide 
ímucho»  (pp.  384-386). 

{})  ^Celestina. — Más  me  precio,  liija,  de  dar  consejos  que  de  tales  vencejos;  de  un  rosario,  digo, 
»h¡ja,  y  sus  misterios,  de  una  oración  del  Conde  ó  de  la  Emparedada:  esto  te  podré  yo  amostrar, 
»mi  amor,  si  lo  quieres  aprender»  (pág.  '218). 

Estas  dos  oraciones  supersticiosas  del  Conde  y  de  la  Emparedada,  en  romance,  fueron  proliibi- 
das  en  el  índice  del  inquisidor  general  Valdés  (pág.  237  de  la  reimpresión  de  Reuscii)  y  en  el  de 
Quiroga  de  1583  (pág.  438). 

De  las  irreverencias  y  profanaciones  que  en  el  templo  se  cometían  da  idea  lo  que  Polandria 
cuenta  de  Felides:  «Al  tiempo  que  llegué  á  tomar  el  agua  bendita,  hizo  él  que  tomaba  la  agua,  y 
«apretóme  un  dedo;  y  después  en  la  misa  toda  ponía  las  manos  hacia  mí  como  que  pedía  piedad, 
«cuando  vía  que  no  miraba  naide;  estando  alzando  el  fraile,  hacía  él  señas  que  no  adoraba  la 
«hostia,  sino  á  mí;y  desto  no  pude  estar  que  no  me  sonriese  de  su  necedad  y  herejía»  (pp.  1Ó1-152), 

(')  Vid.  el  tomo  primero  de  estos  Orígenes  de  la  novela,  pp.  431-432. 

O  De  algunas  versiones  de  este  cuento   hemos  trátalo  tamljién  en  los  OrUjenes,  pág.  XXXII, 

ORÍGENES    DE   LA   NOVELA.— ;il.—íl 


ccx  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  ; 

»  que  un  rej  mandó  á  un  sabio  que  enseñara  á  un  hijo  suyo  dende  que  nasció  adonde  ! 

»no  viese  más  que  al  sabio,  v  después  que  ya  hombre  llevólo  adonde  pasaban  muchas  ! 

5  cosas,  y  pasando  unos  y  otros  y  el  hijo  del  rey  preguntando  cada  cosa  qué  era  y  el  sabio  ■ 

»diciéndoselo,  pasaron  unas  mujeres  muy  hermosas,  y  preguntó  el  hijo  del  rey  qué  ! 

»cosa  era  aquello,  y  el  sabio  dijo  que  diablos,  (pues  tales  hacían  á  los  hombres;  y  res-  . 

»pondió  el  hijo  del  rey:  si  éstos  son  diablos,  yo  quiero  que  me  lleven  á  mí.  Y  así,  seño-  i 

»ra,  me  lleva  tú  á  mí  si  eres  diablo,  que  yo  por  ángel  te  tengo»  (pág.  373).  i 

El  estilo  de  esta  comedia  es  muy  desigual,  como  en  todas  las  obras  de  Eeliciano  ¡ 
de  Silva.  Excelente  á  veces,  sobre  todo  en  las  reposadas  pláticas  de  Celestina  con  el 

arcediano  viejo  y  con  su  ama  Zenarra;  pintoresco  y  expresivo^  pero  arrufianado  y  soez,  ; 

en  las  escenas  de  mancebía  y  taberna,  es  alambicado,  sutil,  ridiculamente  hinchado  y  i 
á  ratos  ininteligible  cuando  el  autor  quiere  remontar  su  rastrera  pluma  á  las  etéreas 

regiones,  para  él  vedadas,  de  la  poesía  y  del  sentimiento.  Ya  desde  el  primer  folio  nos  ! 

encontramos  con  aquellas  entrincadas  razones,  que  parecían  de  perlas  á  D.  Quijote,  i 
Dice  así  el  enamorado  Felides:    «Oh  amor,  que  no  hay  razón  en  que  tu  sinrazón  no 
» tenga  mayor  razón  en  sus  contrarios!  Y  pues  tú  me  niegas,  con  tus  sinrazones,  lo  que 

» en  razón  de  tus  leyes  prometes,  con  la  razón  que  yo  tengo  para  amar  á  mi  señora  ', 
»Polandria,  para  ponerte  á  ti  y  casarte  con  la  razón  que  en  ti  contino  falta,  el  consejo 
»que  tú  niegas  en  mi  mal  quiero  pedir  á  mi  sabio  y  fiel  criado  Sigeril»    (pág.  8).  De 

este  modo  suelen  espresar  el  amor  los  personajes  de  la  pieza  cuando  quieren  hablar  i 

por  lo  fino.  j 

Dice  Gallardo  (')  que  «leyendo  esta  obra  salta  continuamente  á  la  memoria  el  nom-  | 
» bre  de  Cervantes,  unas  veces  por  expresiones  que  él  usa  mucho  y  aquí  estaban  ya 

» usadas  á  menudo:  para  mi  santiguada^  andaos  á  decir  donaires^  entendérsele  á  algu-  \ 
»7io  de  alguna  cosa  ó  de  achaque  de  alguna  cosa^  ya  por  tal  cual  peloteo  de  palabras 

»al  símil  de  la  raxóji  de  la  sinrazón» .  Esto  último  no  se  puede  negar,  pero  burlarse  del  ) 

estilo  de  un  autor  es  precisamente  lo  contrario  de  imitarle.  En  cuanto  á  las  demás  ) 

expresiones  que  se  citan,  pertenecen  al  vocabulario  común  del  siglo  xvi  y  no  al  parti-  ¡ 

cular  de  nadie.  Tenemos,  pues,  por  quimérica  esta  influencia  lingüística  de  Feliciano  ^ 

de  Silva  en  Cervantes,  escarmentados  como  estamos  por  la  facilidad  con  que  Gallardo  ' 

y  otros  eruditos  de  su  escuela  descubrían  á  tiro  de  ballesta  cervantismos  en  todos  los  ■ 
libros  que  topaban  (-), 

(')  Ensayo,  tomo  IV,  col.  614. 

(^)  Más  fundamento  tiene  esta  otra  observación  del  insigne  erudito: 

«Aquel  donoso  pasaje  de  El  Celoso  Extremeño,  en  que  antes  de  llegar  Loaisa  á  veise  con  la 
incauta  Leonora  le  exigen  tan  solemnes  juramentos,  está  sin  duda  imitado  de  la  escena  XXVI,  al 
fin,  donde  entre  las  prevenciones  que  hace  Polandria  á  Celestina  como  requisitos  para  haber  de  reci- 
bir á  8U  amante  al  concierto  á  que  se  presta,  la  dice: 

yiPolandria. — Madre,  mira  que  le  tomes  muchos  juramentos,  y  que  mire  de  quién  se  fía;  porque 
si  mi  señora  (madre)  algo  barrunta,  todo  irá  borrado. 

y>CeIestina. — ¡Ay  hija!  ¡angelito,  angelito!  En  Dios  y  en  mi  ánima  ¿qué,  no  te  queda  más  en  el  j  ( 
estómago?  ¿Y  á  Celestina  avisas  tu  de  secreto?  ¡Dolor  de  mí,  que  este  es  el  primer  secreto  que  en 
este  mundo  yo  he  sabido  encubrir!  Calla,  señora,  que  eres  boba;  ¡ñora  mala!  que  así  te  lo  quiero  ! 
decir,  y  perdóname.  I 

)>Ante3  ya  hay  otros  juramentos  graciosos  sobre  que  no  cuenten  á  Felides  cómo  Polandria  liaj 
leído  un  billete  suyo. 

y)Quincia. — ¡Guárdeme  Dios,  señora!  ¿y  de  decirlo  había? 

ií 


INTRODUCCIÓN  ócxi 

Tampoco  creemos  que  tuviese  razón  el  insigne  erudito  en  suponer  que  la  escena  de 
la  Segunda  Celestina  pasa  en  Salamanca.  Cuando  él,  tan  conocedor  de  aquella  ciudad, 
donde  había  hecho  sus  estudios,  no  acertó  á  encontrar  más  alusión  local  que  la  Horca 
del  Teso^  que  según  él  corresponde  «á  un  altillo  que  en  el  día  llaman  el  Teso  de  la 
»  Feria»  (como  si  la  voz  teso^  en  el  sentido  de  cima  de  un  cerro  ó  collado,  no  fuese  gené- 
rica y  usada  en  todas  partes),  poca  fuerza  podemos  dar  á  esta  conjetura,  que  se  aviene 
muy  mal  con  los  varios  pasajes  en  que  se  hace  referencia  al  mar  como  presente  ó  muy 
vecino.  Dice  Celestina  á  Felides  en  la  vigósimaoctava  cena:  «Que  tú  vayas  esta  noche 
»allá  á  la  una,  y  por  una  escala  puedes  entrar  d  la  parte  que  la  mar  bate  en  el  jardín^ 
»y  él  está  tan  apartado,  que  sin  que  se  pueda  oir,  puedes  cabe  las  rojas  de  dentro  hacer 
»las  señas  tañendo  y  cantando  para  hacer  parar  las  aguas  y  venir  las  piedras  con  las 
»aves,  junto  con  el  corazón  de  Polaudria,  á  te  oir.>  (pág.  328).  Va  en  efecto  Felides  á 
la  cita  amorosa,  y  dice  á  uno  de  sus  criados:  «Llega,  Corniel,  y  pon  aquí  el  escala 
•>'>cabe  la  mar»  (pág.  355).  Luego  canta  un  romance  que  principia  así: 

La  luna  resplandecía, 
El  cielo  estaba  estrellado, 
Los  árboles  se  bullían 
Con  el  aire  delicado, 
Co}i  golpes  de  los  riberas 
Del  sordo  mar  conecr lado... 

«Polandria. — Oh  válame  Dios,  qué  suavidad  de  voz  y  qué  garganta;  y  con  el  son 
^del  ruido  de  las  ondas  del  mar  y  el  regocijo  delicado  de  los  aires  en  los  cipreses, 
»como  él  dice,  no  parece  sino  cosa  divina»,  (págs.  356-357). 

^Polandria. — Hermosa  noche  hace,  y  gloria  es  estar  debajo  de  la  sombra  de  estos 
» cipreses,  á  los  frescos  aires  que  vienen  i'egocijando  las  aguas  marinas  por  encima  de 
^  los  poderosos  mares»  (pág.  498). 

Parece  que  nada  de  esto  puede  aplicarse  al  Tormos.  Sin  duda  Feliciano  de  Silva, 
aunque  nacido  tan  cerca  de  sus  riberas,  se  acordaba  más  bien  de  Sevilla  y  de  Sanlúcar, 
donde  pasó  su  juventud  como  paje  de  los  condes  de  Niebla.  Ciertos  personajes  picares- 
cos, y  aun  la  especie  de  gemianía  que  usan,  pueden  ser  indicio  de  esto. 

La  Segunda  Celestina  debió  de  ser  bastante  leída  en  su  tiempo,  puesto  que  tuvo 
dos  ediciones  en  España  (1533  y  1536);  otra  en  Venecia,  corregida  por  Domingo  de 
Gaztelu,  secretario  de  D.  Lope  de  Soria,  embajador  de  Carlos  V,  y  otra  en  Amberes, 
sin  nota  de  año,  pero  que  no  parece  posterior  á  1550.  La  tendencia  anticlerical,  que 
ya  apunta  en  algunos  lugares  de  la  Tragicomedia  de  Calisto  ij  Melibea.,  llega  á  ser 

y>Polanclria. — Pues  pone  aquí  la  mano  en  la  cruz,  y  tú  también,  Poncia.  Y  a¿jora  oiii:  señora 
inia,  tu  merecer  y  mi  atrevimiento  te  darán  á  conocer...» 

El  pasaje  á  que  Gallardo  alude  es  aquel  en  que  Loaisa  jura  por  (da  intemerata  eficacia  donde 
Dmás  santa  y  largamente  se  contiene,  y  por  las  entradas  y  salidas  del  Santo  Líbano  monte,  y  por 
Btodo  aquello  que  en  su  proemio  encierra  la  verdadera  iiistoria  de  Carlomagno,  con  la  muerte  del 
agigante  Fierabrá»,  de  no  salir  ni  pasar  del  juramento  hecho  y  del  mandamiento  de  la  más  mínima 
»de  vuesas  mercedes...» 

En  el  primitivo  borrador  de  la  novela  juraba  además  por  «el  espejo  de  la  Magdalena»  y  por  alas 
barbas  de  Pikto»  (ed.  crítica  de  Rodríguez  Marín,  pp.  72  y  78).  Estos  juramentos  son  análogos  álos 
que  usan  los  rufianes  en  la  obra  de  Feliciano  de  Silva,  y  generalmente  en  todas  las  CelesÜnaa. 


ccxn  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

insolente  y  agresiva  en  el  libro  de  Feliciano,  en  que  no  faltan  proposiciones  que  frisan 
con  la  heterodoxia  y  que  pueden  ofender  al  lector  menos  timorato.  Y  aunque  en  libros 
de  pasatiempo  se  disimulaba  todo,  no  es  maravilla  que  el  Santo  Oficio,  cumpliendo 
por  esta  vez  con  su  obligación,  tomase  cartas  en  el  asunto  prohibiendo  la  Reswrection 
de  Celestina  en  el  índice  de  1559,  de  donde  pasó  la  prohibición  al  de  1583  y  á  todos 
los  posteriores  (*). 

Aunque  la  Segunda  Celestiva  no  deja  ningún  cabo  suelto,  no  debió  de  parecérselo 
así  á  un  oscuro  escritor  toledano,  llamado  Gaspar  Gómez,  que  escudándose  con  el  nombre 
de  Feliciano  de  Silva,  y  dedicándole  su  obra,  aunque  dudamos  que  fuese  con  su  anuen. 
cia,  estampó  en  1536  una  Tercera  Parte  de  la  tragicomedia  de  Celestina  (-),  que  es  la 
más  rara  de  esta  serie  de  libros,  aunque  á  esta  rareza  se  reduce  todo  su  mérito.  Como 
los  pocos  bibliógrafos  que  han  llegado  á  verla  se  han  limitado  á  copiar  su  portada,  me 
ha  parecido  curioso  dar  algunas  noticias  más,  poniendo  íntegras  en  nota  la  dedicatoria 
y  la  tabla  de  los  cincuenta  actos  en  que  se  divide  (^),  con  lo  cual  puede  excusarse  la  lec- 

(•)  Vid.  los  índices  de  Valdés  y  Quiroga  en  la  edición  de  Reusch  (pp.  238  y  439). 

(2)  No  he  visto  la  primera  edición  que  cita  Bruuet  copiando  á  Panzer: 

Tercera  izarte  de  la  tragicomedia  de  Celestina  ..  agora  nueuamente  compuesta  por  Gaspar  Gómez. 
(Al  fin):  «Acabóse  la  presente  obra  en  la  muy  noble  villa  de  Medina  del  Campo.  A  seys  dias  del  mes 
»de  Julio.  Año  de  mil  y  quinientos  y  treinta  y  geis».  4."  letra  gótica. 

Sólo  conozco  la  de  1539,  cuyos  ejemplares  son  rarísimos.  El  que  tuvo  Salva  (n."  12(59  de  su 
Catálogo)  pertenece  hoy  á  nuestra  Biblioteca  Nacional.  Existe  también  en  el  Museo  Británico  y  en 
la  Universidad  de  Leyden. 

Tercera  ¡jarte  de  la  tragicomedia  de  Celestina:  ua  ¡prosiguiendo  en  los  amores  de  Felides  y  Poladria: 
concluyense  sus  desseados  desposorios  y  la  muerte  y  desdichado  fin  que  ella  uro:  es  obra  de  la  qual  se 
¡meden  sacar  dichos  sutilissimos  (sic)  sentencias  admirables:  p>or  muy  elegante  estilo  dichas:  agora  nue- 
uamente compuesta  por  Gaspar  Gómez  natural  de  la  muy  insigne  cibdad  de  Toledo:  dirigida  al  mag- 
nifico cauallero  Feliciano  de  Silva.  Impreso.  Año  de  M.  D.  XXXIX. 

(Ai  fin):  Acabóse  la  presente  obra  en  la  muy  noble  e  Imperial  ciubdad  d' Toledo.  A  veynte  dias 
del  mes  de  Nouiembre.  En  casa  de  Hernando  de  Santa  Catalina.  Año  de  nuestro  Señor  Jesu  christo:  de 
mil  quinientos  y  treynta  nueve  años. 

4."  let.  gót.  Sin  foliación.  Signaturas  A-2,  todas  de  ocho  hojas,  menos  la  última  que  tiene  seis, 

(^)  Prologo  del  autor.  Al  noble  cauallero  Feliciano  de  Silua  al  qual  va  dirigida  la  obra. 

«Noble  y  muy  magnifico  señor:  Como  en  los  tiempos  antiguos  no  era  digno  de  memoria:  sino 
el  que  exercitando  su  vida  en  algnn  notable  exercicio  después  de  sus  dias  la  [dexaua:  quise  forgar  a 
mis  fuercas:  a  que  siendo  fauorecidas  con  el  fauor  que  de  v?a.  merced  espero:  tomassen  ocupación 
en  se  ocupar  algunos  ratos  en  poner  en  obra  a  hacer  esta  obrezilla:  laqual  va  tan  tosca  en  sus  dichos 
quan  sutil  es  en  sus  sentencias  subtilissimas  la  pasada  que  es  la  de  donde  ésta  depende.  E  presupo- 
niendo que  la  mar  provee  a  los  ríos  que  della  salen:  acordé  esta  como  mínimo  arroyo  pedir  socorro  a 
quien  socorrer  la  puede:  e  yo  como  su  administrador  y  muy  cierto  sieruo  de  vra.  merced  en  su  nom- 
bre pido  ayuda  a  vuestra  merced  como  a  persona  que  tiene  poder  de  poder  la  dar,  e  si  se  marauillare 
del  sobrado  atreuimiento  que  me  conmovió  atrever  pidiendo  mercedes  a  quien  jamas  hize  seruicios: 
Ala  verdad  no  sera  tanta  la  admiración  quanta  la  causa  que  tuve  y  tengo  parase  lo  suplicar:  porque 
como  yo  fue  informado  de  la  veniuolencia  que  vra.  merced  tiene  con  los  que  esf fuerzan  a  pedir  es- 
f fuerzo  a  vuestra  merced,  parecióme  que  no  dexaria  de  ser  comigo  veniuolo:  como  lo  es  con  los 
demás.  E  si  acaso  algunas  partezicas  en  esta  obra  se  hallaren  que  de  notar  sean:  las  quales  sin  auer 
conuersado  con  vra.  merced  tengan  los  lectores  por  imposible  auerlas  notado:  siendo  el  autor  tan 
friuolo  e  inhauil,  puede  se  responder  que  assi  como  el  que  está  de  hito  mirando  al  sol  su  gran  res- 
plandor le  ciega:  por  el  consiguiente  si  mi  torpe  lengua  con  la  subtil  y  elegante  de  vra.  merced  vuie- 
ra  conuersado:  hallo  por  muy  cierto  que  vuiera  enmudecido  de  arte:  que  no  digo  escriuir  lo  escrito, 
mas  pensar  de  pensarlo  no  osara.  Pues  qué  medio  an  tenido  mis  sentidos  para  poder  sentir  cosa  que 


IXTRODUCCIÓN  ccxiii 

tura,  euterameute  inútil,  de  tan  necia  y  soporífera  composición,  que  termina  con  las 
bodas  de  Félidos  y  Polandria  y  con  la  muerte  de  Celestina,  la  cual  corriendo  á  lograr 
las  albricias  que  esperaba  de  los  novios,  tropieza  y  se  cae  de  los  corredores  de  su  casa, 
haciéndose  pedazos  en  la  caída.  La  fábula  es  insulsa  y  deslavazada,  el  estilo  coüfuso, 
incorrecto  y  á  veces  bárbaro.  Todos  los  personajes  é  incidentes  de  la  obra  de  Feliciano 
de  Silva  reaparecen  en  la  de  su  imitador,  que  apenas  pone  nada  de  su  cosecha.  Apun- 
taré sólo  algunas  curiosidades. 

tanto  sentimiento  de  necesario  se  requería  para  effectuarlo?  Creerá  vuestra  merced  que  sus  calidísi- 
mos rayos  dieron  vigor  a  mi  tibia  inteligencia  porque  entendiesse  en  se  ocupar  al  presente  con  la 
esperanfa  futura  de  vuestra  merced  a  se  oponer  a  lo  oiro  mas  abil  era  licito.  E  ansi  vuestra  merced 
puede  iuzgar  que  ni  las  razones  que  entre  Felides  y  Polandria  por  razón  avian  de  ser  primas  no  van 
con  el  primor  que  se  requiere:  ni  el  fundamento  de  los  diclios  de  los  demás  tan  fundados:  ni  las 
sentencias  de  Celestina  tan  sentidas.  En  conclusión,  que  no  lleua  otra  cosa  vtil  sino  la  vtiiidad  que 
de  vuestra  merced  como  de  señor  a  quien  va  dirigida  cobrare.  E  como  no  aya  quien  conociendo 
mejor  los  hierros  (sic)  los  ponga  con  buen  concierto  más  concertados:  quise  suplicar  al  querer  de 
vuestra  merced  lo  acepte,  y  no  mirando  la  osadía  af  firme  la  voluntad  muy  recta  que  de  seruirle  tiene 
este  su  verda  lero  criado:  la  qual  se  empleará  en  lo  que  vuestra  merced  le  mandare:  agora  no  me  falta 
después  de  tener  la  merced  concedida  de  vuestra  merced,  sino  rogar  al  lector  que  esto  leyere  lea 
primero  la  segunda  que  es  antes  desta:  porque  avn  que  yo  me  condeno  en  esto,  que  cotejar  la  vna 
con  la  otra  se  verá  la  diferencia  que  ay,  gano  mas  fama  con  ser  trobada  de  historia  tan  subtil  que 
infamia  can  hallar  en  ella  las  palabras  toscas  e  inusitables  que  hallarán.  E  ansí  porque  el  vulgo 
note  la  historia  de  donde  procede,  Suplico  a  v?a.  merced  se  lo  encargue», 

((Primer  auto.  Felides  recuerda  y  empie9a  a  razonar  como  que  halla  ser  impossible  auer  estado 
la  noche  passada  con  su  señora  Polandria  y  afirmándolo  por  sueño  llama  a  Sigeril  para  que  le  diga 
la  certenidad  de  aquella  duda  que  tiene.  En  lo  qual  passan  muchas  razones.  E  Sigeril  declara  por 
muy  ciertas  señales  como  auia  estado  con  ella,  Y  Felides  por  mas  se  satisfacer  determina  de  emviar 
le  a  la  posada  de  Polandria.  E  introduzense. 

»Auto  segundo.  Sigeril  como  sale  de  con  Felides  para  yr  a  casa  de  Polandria:  va  consigo  razo- 
nando: y  en  e!  camino  topa  a  Pandiilfo  con  el  qual  pasa  diversas  platicas:  y  como  se  despida  del 
acuerda  no  yr  a  casado  Polandria:  }•  con  esta  determinación  se  buelue  a  su  posada  a  do  dexó  a 
su  amo... 

»Acto  III.  El  hortelano  de  Paltrana  llamado  Penuncio  anda  por  el  vergel  escardando  la  horti- 
liza:  y  platicando  consigo  de  ver  por  allí  pisadas  halla  entre  las  yeruas  un  tocado  de  Polandria:  y 
pareciendo  le  mal  determina  mostrarle  a  Paltrana.  Y  él  estando  en  este  acuerdo  entra  Poncia  a  cojer 
unas  rosas:  y  pasan  entre  los  dos  diuersas  razones  sobre  el  mismo  caso,  en  que  al  fin  da  el  tocado  a 
PoDcia  e  pierde  el  enojo... 

»Aucto  quarto.  Sigeril  como  se  despidió  de  Pandulfo,  viene  consigo  razonando:  y  vee  a  la  puer- 
ta de  su  posada  a  Corniel  paje  de  Felides:  y  como  an  hablado  entrambos,  entra  a  dezir  a  su  amo 
que  viene  de  casa  de  Polandria:  y  que  habló  con  Poncia,  en  que  acuerdaa  que  vayan  a  dar  una  música 
en  la  noche:  y  por  este  plazer  Felides  le  manda  para  quando  se  casare  trezientos  ducados... 

))Aucto  quinto.  Polandria  llama  a  Poncia  para  que  le  dé  las  rosas  que  trae  del  vergel:  y  ella  le 
cuenta  todo  lo  que  con  el  Hortelano  allá  passó,  y  estando  en  estas  pláticas  las  dos  entra  Borruga  la 
negra  que  las  a  estado  escachando:  y  amenaza  a  Polandria  con  su  señora:  en  conclusión  que  Pon- 
cia la  acalla  con  dalle  una  cofia... 

»Aucto  sexto.  Sigeril  viendo  que  es  hora  de  yr  a  dar  la  música  habla  con  Felides:  y  luego  van 
al  concierto  llenando  consigo  a  Canarin:  y  dicha  vna  canción,  como  quieren  poner  la  escala,  Polan- 
dria se  pone  a  la  ventana  y  escucha  (sic)  la  subida  donde  causa  para  ello  inconvenientes:  y  ansí  se 
despide  Felides  della  y  Sigeril  de  Poncia  muy  tristes... 

íAucto  VII.  Quincia  se  quexa  de  su  ventura  por  se  auer  salido  con  Pandulfo:  y  estando  en  esto 
entra  él  y  dize  la  que  se  apareje  para  se  partir:  porque  ha  comprado  una  azemila:  y  para  pagarle  le 
pide  una  faldila,  en  que  sobre  este  caso  allegan  a  reñir:  y  passa  por  allí  Rodancho  rufián,  el  qual 
es  compañero  de  Pandulfo:  y  los  pone  en  paz,  con  que  haze  de  arte  que  ella  le  da  vn  manto,  y 


ccxiv  orígenes  de  la  NOVELA  i 

El  acto  tercero,  en  que  interviene  un  hortelano,  es  el  precedente  seguro  de  las  esce-   ' 

ñas  del  mismo  género  que  luego  hemos  de  encontrar  en  la  Tragedia  Policiana.  \ 

€Pem(ncio. — A  fe  que  hallo  muy  garridas  estas  albahequeras,  v  estos  claveles  con   j 

>el  roció  desta  madrugada:  que  no  parescen  estas  góticas  de  agua  sino  perlas:  loado   • 

>sea  el  que  lo  riega  con  tan  buen  orden...»  j 

Aunque  los  detalles  de  costumbres  no  son  muchos  ni  de  gran  novedad,  merece  ' 
recordarse  la  descripción  que  el  paje  Corniel  hace  de  los  trajes  y  atavíos  preparados 

otras  cosas:  todos  tres  comen  en  plazer:  y  queda  acordado  entre  Pandiilfo  y  Rodancho  de  castigar  a    ' 
Celestina  por  los  diez  ducados  que  no  le  prestó...  j 

j)Aucto  VIII.  Felides  estando  solo,  entra  Sigeril  adezirle:  que  ponga  medio  en  hablar  a  Polan- 
dria:  el  qual  le  manda  que  Hume  a  Celestina  para  que  lo  negocie:  y  Sigeril  le  aconseja  que  embie    j 
vna  carta  primero:  y  que  la  dará  a  Poncia,  y  según   Polandria  respondiere  ansí  hará:   y  con  este 
acuerdo  lleva  Sigeril  la  carta.  .  i 

»Aucto  nueue.  Como  Polandria  viene  a  reposar  ála  noche,  halla  en  su  aposento  a  Poncia,  la  qual 

la  da  la  carta  de  Felides:  y  como  la  ha  leydo,  pasan  las  dos  algunas  pláticas  sobre  ello:  en  conclu-    ' 

8Íon  que  queda  acordado  de  le  responder...  i 

»Aucto  X.  Sigeril  buelue  a  dezir  a  su  amo  lo  que  negoció  con  Poncia,  y  Felides  le  torna  a  em-   ! 

biar  por  !a  respuesta  de  la  carta:  el  qual  va,  y  Polandria  misma  se  la  da.  .  I 

»Aucto  XI.  Felides  manda  a  Corniel  que  salga  a  ver  si  viene  Sigeril:  y  estando  en  esto  Sigeril   j 

entra  y  cuenta  a  su  amo  lo  que  con  Polandria  passó:  y  como  los  dos  leen  la  carta  quedan  con  acuer-  j 

do  que  Celestina  provea  en  ello.  Y  Sigeril  determina  que  la  llame...  ¡ 

íAucto  XII.  Pandulfo  dice  a  Rodancho  que  pongan  en  effecto  su  determinación:  que  es  casti-  ' 

gar  a  Celestina,  y  él  dice  que  es  contento.  Y  como  lo  van  a  cumplir  topanla  con  un  jarro  de  vino:  y 

en  la  misma  calle  se  vengan  muy  bien  della.  E  ansí  la  dexan  llorando  y  se  van...  ■ 

»Aucto  XIII.  Areusa  viene  a  ver  a  Elicia:  y  después  que  an  passado  algunas  pláticas:  Areusa  , 

la  pregunta  por  Celestina.  E  como  Elicia  la  dize  que  es  yda  por  vino:  viendo  cómo  tarda  la  van  las  j 

dos  a  buscar:  a  la  cual  hallan  tendida  del  arte  que  la  dexaron  Pandulfo  y  Rodancho:  y  lleuanla  con  í 

grandes  lastimas  á  su  casa...  1 

nAucto  XIIII.  Sigeril  como  va  a  casa  de  Celestina  oye  a  la  puerta  a  Elicia  y  Areusa  platicar  i 

con  Celestina  sobre  su  desuentura:  y  marauillado  se  de  tal  caso  entra  por  se  informar  d'llo:  e  dize  i 

la  embaxada  que  de  Felides  trae.  Y  avnque  Celestina  se  escusa  de  yr  concluyen  en  que  le  trayaa  en  i 

que  vaya  y  que  ira...  ; 

»Aucto  XV.  Felides  espantándose  de  Sigeril  como  tarda  tanto  llama  a  Caluerino  su  mo90  d'es-  : 

puelas,  el  qual  finge  de  rufián  algunas  vezes:  y  los  dos  salen  a  passear:  y  en  el  camino  topan  con  : 

Sigeril:  y  como  él  cuenta  a  Felides  lo  que  dexa  acordado,  despídese  con   yr  a  llenar  lo  necessario  ; 

para  traer  a  Celestina... 

))Aucto  XVI.  Perucho  vizcayno,  que  es  vaoq.o  de  cauallos  de  Felides  está  alimpiando  un  cuar-  i 
tago  d'  su  amo:  y  quexasse  de  la  vida  que  tiene.  Y  como  empiefa  a  cantar  por  despedir  su  eno-  ^ 
jo,  entra  Sigeril  y  los  dos  van  por  Celestina.  Y  después  de  auer  reydo  con  ellos  Areusa  y  Elicia  la 
traen... 

íAucto  XVII.  Castaño  alguazil  va  platicando  con  Falerdo  su  porqueron  que  andan  a  rondar:  y  i 
topan  con  Celestina  como  la  Ueuan  Sigeril  y  Perucho:  y  por  ser  la  hora  vedada  y  por  verla  yr  en  j 
muía  la  quisieran  llenar  a  la  cárcel.  Perucho   como  lo  vee  huye:  y  estando  en  esto  passa  Martínez 
racionero:  y  después  de  dar  ciertos   auisos  del  guardar  de  la  justicia  a  Castaño  la  dexa  yr  por  su 
intercession... 

»Aucto  XVIII.  Felides  dize  a  Eruion  su  escudero  que  le  dé  un  libro  de  leales  amadores  para  I  i 
Bobrelleuar  la  pena  entre  tanto  que  Sigeril  trae  a  Celestina:  estando  los  dos  en  di uersas  platicas  jl 
tocantes  al  mismo  caso  llega  Sigeril  con  la  vieja:  y  Felides  le  dize  lo  que  ha  de  hazer:  aunque  áj 
los  principios  se  escusa  ella  despídese  con  yr  a  negociarlo  con  Paltrana  el  dia  siguiente.,. 

))Aucto  XIX.  Albazin  que  es  amigo  de  Elicia  dize  que  la  quiere  yr  a  ver:  a  la  qual  halla  sola:; 
estando  los  dos  holgando  viene  Areusa:  y  passan  entre  todos  díuersas  platicas:  en  que  Elicia  le  dize  { 

1 


INTRODUCCIÓN  ccxv 

para  la  boda  de  Felides:  «Las  colores  de  nuestra  librea  son  sayetes  hechos  a  la  tudesca 
»de  grana  colorada,  que  dello  a  carmesí  uo  av  differeucia:  con  vnas  faxas  de  terciopelo 
»  verde  de  tres  pelos  tan  anchos  como  cuatro  dedos,  con  vnas  pestañas  angostas  de  da- 
»  masco  blanco  y  las  mangas  izquierdas  son  de  terciopelo  verde  con  dos  subtiles  corar 
»9ones  en  cada  manga  de  carmesí,  que  casi  están  juntos  con  vna  saeta  que  entra  por 
»el  vno  y  sale  por  el  otro.  Las  cal9as  son  de  grana  con  vna  luzida  guarnición  en  los 
»  muslos,  del  mismo  terciopelo  verde  y  con  sus  taffetaues  de  la  misma  color,  que  salen 

cómo  Celestina  la  mandó  que  no  entre  en  su  casa:  y  él  como  lo  oye  se  despide  dellas  jurando  que  la 
vieja  se  lo  ha  de  pagar... 

íAucto  XX.  Perucho  vizcayno  entra  muy  de  priessa  en  casa  de  su  amo  Felides;  y  pregunta  a 
Sigeril  por  Celestina:  y  después  de  contarle  él  lo  que  les  passó  entra  a  dezir  a  su  señor  como  aya 
(sic  por  «avía»)  venido.  Y  Felides  le  manda  entrar:  y  como  ha  reydo  con  él  sobre  la  deligencia  que 
puso  en  defender  la  vida  del  Alguazil  le  embia  a  la  posada  de  Celestina  a  que  le  acuerde  que 
vaya  a  do  está  concertado... 

«Aucto  XXI.  Celestina  dize  a  Eiicia  que  miro  quién  llama  a  la  puerta.  Y  ella  como  ve  que  es 
Perucho  le  baxa  abrir:  con  el  qual  rien  escarneciendo  le  sobre  el  caso  paseado:  y  Areusa  de  sus  amo- 
res:  en  que  se  detiene  vn  rato:  y  él  por  se  d'spedir  dize  a  la  vieja  a  lo  que  fue  su  venida.  Y  luego 
,  ella  como  él  se  va  dexa  la  casa  encargada  a  Areusa  y  a  Elida:  y  pone  por  obra  d'yr  a  hablar  a  Pal- 
Itrana... 

»Aucto  XXII.  Poncia  estando  a  la  ventana  vea  a  Celestina  venir  coxeando:  la  qual  le  pregunta 

^por  Paltrana:  y  la  ruega  que  le  haga  saber  como  está  allí,  que  viene  a  pedir  unos  vntos  para  curar  su 

Ipierna:  y  Ponzia  lo  dize  a  Paltrana:  y  la  manda  entrar:  en  conclusión,  que  después  que  la  buena  vie- 

ja"la  cuenta  sus  duelos:  declara  la  por  cifras  loque  Felides  le  encomendó  acerca  de  los  casamientos 

de  Polandria:  y  oye  la  respuesta  muy  fuera  de  su  proposito:  y  ansí  se  despide.  Y  Poncia  se  entra  a 

dezir  a  su  señora  lo  que  ha  oydo... 

»Aucto  XXIII.  Polandria  llama  a  Poncia  y  la  pregunta  si  ha  oydo  las  platicas  que  passaroa 
entre  Celestina  y  su  señora  Polandria:  la  qual  como  dize  la  sarama  de  todo,  Polandria  la  manda  que 
dé  una  carta  a  la  vieja  para  Felides,  sino  es  yda,  Y  ella  la  hace  entrar  en  el  aposRento  de  su  señora:  y 
dassela  Polandria  mesma... 

í  Aiicto  XXIIII.  Celestina  viene  hablando  consigo  del  despacho  que  trae  a  Félidos:  y  tópale  en 
camino  ya  Sigeril  con  él:  al  qual  después  de  contarle  lo  que  passó  con  Paltrana  le  da  la  carta  de 
Polandria:  y  es  (¿el?)  con  sobrada  alegría,  aunque  con  la  primer  nueua  tuvo  tristeza,  da  a  la  vieja 
honrrada  cincuenta  ducados... 

»Aucto  XXV,  Eiicia  estando  a  la  ventana  ve  a  Albacin  que  passa  por  su  puerta:  y  ella  le  habla 
de  arte  que  él  sube:  y  como  están  reto9ando,  Barrada  llama  y  dize  que  viene  a  hal)'ar  a  Celestina:  y 
Eiicia  responde  que  no  está  en  casa:  y  oyendo  que  Albacin  está  con  ella  se  va  jurando  de  hazer  vn 
buen  castigo  a  la  vieja  y  cobrar  sus  quatro  ducados:  Albacin  riñe  con  Eiicia  por  celos  de  Barrada  y 
entroduzense. 

»Ancto  XXVI.  Celestina  sale  de  con  Felides  muy  contenta  razonando  de  los  cincuenta  ducados 
que  le  (lió:  y  topa  con  Barrada:  el  qual  la  hace  vn  estremado  castigo:  y  queriendo  la  sacar  de  la 
bolsa  sus  quatro  ducados  la  halla  los  cincuenta,  y  se  los  toma:  y  ella  queda  llorando  y  pidiendo 
justicia... 

))Aucto  XXVII.  Grajales  yendo  a  ver  a  su  amiga  Areusa  topa  a  un  rufián  llamado  Brauonel 
que  es  compañero  suyo.  Y  como  van  los  dos  hablando  veen  a  Celestina  de  la  manera  que  la  dexó 
Barrada.  A  la  qual  llenan  a  su  casa  iurando  que  la  an  de  vengar:  y  hallan  a  Eiicia  y  Areusa  allá.  Y 
despidiendo  se  Brauonel,  Grajales  queda  a  holgar  con  Areusa... 

))Aiicto  XXVIII,  Felides  llama  a  Sigeril  para  que  seapareje  que  quiere  yr  a  hablar  a  Polandria, 
Y  ansi  van  los  dos:  hallando  un  postigo  abierto  entran  en  el  vergel  a  do  está  Polandria  esperando 
sola,  Y  Felides  haze  venir  allí  a  Poncia  que  con  eu  señora  no  auia  salido:  y  la  da  cien  ducados  para 
ropas.  Y  de  esta  manera  acaba  con  ella  que  Sigeril  cumpla  su  voluntad.  Y  después  de  auer  holgado 
arao  y  criado  con  sus  señoras  se  despiden  muy  alegres,.. 


ccxvi  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

i 

» por  las  cuchilladas.  Los  jubones  sou  de  raso  carmesí:  los  capatos  de  vn  enuessado  \ 
» blanco  asaz  picados.  Las  gorras  de  terciopelo  verde  con  sus  plumas  coloradas  j  j 
» con  alguna  argentería.  Las  capas  de  grana  con  las  faxas  j  guarnición  de  los  sayetes.  ; 
»  Los  pages  de  la  misma  arte:  excepto  que  los  sayos  son  cumplidos  y  no  llenan  cosa  de  | 
»paño  mas  de  las  capas».  (Aucto  IV.) 

Son  varias  las  jerigonzas  usadas  en  esta  pieza.  Además  de  la  negra  Boruga,  que  ya  ; 
estaba  en  Feliciano  de  Silva,  hay  un  vizcaíno,  Perucho,  mozo  de  caballos  de  Felídes,    , 

»Aiicto  XXIX.  Brauonel  como  se  enamoró  de  Areusa  qiiando  fue  con  Grajales  a  llenar  a  Celes-  | 
tina  propone  de  la  yr  a  hablar:  y  con  esta  determinación  va  a  la  posada  de  Celestina  a  do  la  halla:  y  ¡ 
hablando  sobre  el  caso  a  la  vieja:  dala  ciertos  dineros:  por  los  quales  concierta  con  Areusa  que  le  dé  j 
la  palabra  de  lo  hazer:  y  ella  avnque  se  escusa  le  promete  que  lo  hará...  , 

DÁucto  XXX.  Poncia  dice  a  Polandria  que  se  prouea  en  como  se  negociarán  los  casamientos:  y 
su  señora  responde  que  no  ay  otra  sufticiente   que  lo  haga  sino  Celestina.  Y  con  este  acuerdo  Pon-      ■ 
cia  dize  que  dirá  a  Sigeril  que  la  diga  que  buelua  a  hablar  a  Paltrana.  ; 

)>Aucto  XXXL  Sigeril  passando  por  la  puerta  de  Paltrana  vee  a  Poncia  que  está  en  una  venta-     [ 
na.  Y  después  de  aver  passado  entre  los  dos  diuersas  platicas  ella  le  declaró  que  tenían  acordado 
que  Celestina  tornase  a  entender  en  los  casamientos.  Y  el  dice  que  lo  dirá  a  Felides  para  que  lo  pon-     ', 
gSL  por  la  obra... 

»Aucto  XXXII.  Felides  pregunta  a  Canarin  su  paje  por  Sigeril.  El  qual  le  responde  que  no  ' 
sabe  del:  y  que  le  vee  andar  pensatiuo.  Y  sobre  esto  como  están  riendo  entra  Sigeril:  y  después  (que)  ] 
ha  reñido  con  Canarin,  dice  a  su  amo  lo  que  Poncia  le  dixo.  Y  Felides  le  embia  luego  a  casa  de  Ce-  \ 
lestina  con  vn  buen  presente... 

«Aucto  XXXIII.  Elicia  dize  a  Celestina  que  trayga  de  comer:  y  ella  le  responde  que  no  tiene  - 
blanca.  Y  estando  en  estas  platicas  llega  Sigeril  con  el  presente  que  Felides  embia  a  la  vieja:  y  dize  i 
la  que  luego  vaya  allá,  y  ella  se  lo  promete:  y  haze  con  él  que  coma  con  ellas  antes  que  se  va3'a...  j 

»Aucto  XXXIIII.  Celestina  pregunta  a  Poncia  por  Paltrana,  la  qual  después  de  rogar  la  que  I 
negocie  bien  los  casamientos  la  dize  que  entre,  que  desocupada  esiá.  Y  la  vieja  entra  con  son  de  ; 
pedir  la  vnos  paños  para  su  herida:  y  trasmuda  la  voluntad  a  Paltrana  que  antes  tenia  con  sus  razo-  | 
nes,  para  que  {sic)  diziendo  la  lo  que  toca  a  Felides  en  los  casamientos,  y  oye  la  respuesta  y  de  1 
confianza  (sic)...  i 

»Aucto  XXXV.  Brauonel  j'endo  a  cumplir  su  concierto  con  Areusa  topa  con  Celestina  que  ; 
viene  d'hablar  a  Paltrana:  y  vasse  con  ella  platicando  hasta  su  casa,  do  halla  a  Areusa  con  Elicia.  i 
Y  como  Brauonel  está  con  él  holgando,  allega  Recaxo  a  buscar  a  Grajales  que  es  su  amigo:  y  , 
oyendo  a  Brauonel  allá  dentro  buelue  sin  llamar,  iurando  que  él  podra  poco  o  serán  castigados  los  ^ 
amores. 

))Aucto  XXXVI.  Sigeril  va  a  saber  de  Celestina  lo  que  negoció  con  Paltrana:  la  qual  no  se  lo 
quiere  dezir  por  ganar  de  su  amo  las  albricias,  y  los  dos  van  juntos,  y  como  lo  cuenta  a  Felides  él  se       \ 
las  da  de  gran  valor... 

» Aucto  XXXVII.  Albacin  yendo  a  vengar  se  de  Celestina  la  vee  estar  llamando  a  su  puerta, 
y  allí  la  da  una  cuchillada  por  el  rcstro:  la  qual  da  tales  bozes  que  se  llegan  las  vezinas.    Y  él  con        ! 
el  ruydo  buelue  disfrazado:  y  saca  a  Elicia  d'entre  la  gente:  y  ansi  se  la  lleua... 

))Auto  XXXVII.  Paltrana  embia  a  llamar  a  Dardano  con  Guzmanico  su  page:  el  qual  venido  ella 
le  ruega  que  vaj'a  a  estar  con  Felides:  y  le  hable  en  lo  de  los  casamientos;  de  manera  que  no  te 
desconcierte:  y  Dardano  se  despide  para  yr  a  negociarlo... 

»Aucto  XXXIX.  Felides  dize  a  Sigeril  que  saque  unas  piezas  de  brocado  y  de  seda  de  las  armas 
para  cortar  ropas,  y  ellos  estando  las  mirando  entra  Canarin  a  dezir  cómo  está  alli  vn  cauallero:  y 
sabiendo  Felides  que  es  Dardano  tio  de  Polandria,  sale  abazerle  entrar:  y  después  de  se  auer  hecho 
los  recebimientos  pertenecientes  a  quien  son,  Dardano  le  declara  su  intento;  y  Felides  avn  que  al 
presente  le  rehusa  diziendo  como  le  traen  a  la  otra,  concluye  con  que  antes  que  diga  el  sí  quiere 
saber  la  voluntad  de  Polandria... 

»Aucto  XL.  Recuajo  yendo  consigo  razonando  en  la  vellaquuria  de  Areusa  en  tener  a  Brauonel 


INTRODUCCIÓN  ccxrii 

que  habla  siempre  en  castellano  chapurrado  y  entona  una  canción  que  al  parecer  está 
en  vascuence,  j  cuyo  estribillo  recuerda  el  del  famoso  Canio  de  Lelo^  que  antes  de  la  fal- 
sificación erudita  del  escribano  Ibargüen  fué  acaso  un  cauto  de  cuna.  Entregamos  á  la 
sagacidad  de  los  expertos  en  aquella  lengua  la  canción  de  Juancho,  que  quizá  no  ofrezca 
ningún  sentido,  y  de  seguro  estará  mal  transcrita  por  el  escritor  toledano  que  la  reco- 
gió á  oído. 

«O  Perucho,  Perucho,  quan  mala  vida  hallada  te  tienes:  linage  hidalgo  tu  cauallo 

topa  con  Grajales,  al  qiial  se  lo  cuenta  todo.  E  los  dos  van  a  casa  de  Celestina  a  vengar  aquel  hecho: 
y  hallan  allá  a  Brauonel  con  Areuf^a:  y  allí  dan  el  fin  a  ella,  y  él  se  escapa  muy  mal  herido  .. 

)»Aucto  XLI.  El  corregidor  passando  por  casa  de  Celestina  oye  la  baraliiinda  que  ay  con  la 
muerte  de  Areusa:  y  como  entra  y  h;ize  la  pesquisa  manda  luego  a  Galantes  alguazil  que  viene  con 
él  que  llame  al  Pregonero  para  hazcr  justicia  de  la  vieja  encubridora:  y  ansi  desde  su  posada  la  sacan 
acotar  jimtamente  com  emplumarla,  adonde  burlan  delia  los  Tnochachos  hasta  que  la  quitan  de  la 
escalera. 

»Aucto  XLII.  Paltrana  estando  sola  entra  Dardano  y  cuenta  !e  lo  que  negoció  con  Felides:  y 
como  quedó  la  cosa  en  que  diga  Polandria  de  sí:  con  las  quales  nueuas  Paltrana  huelga  mucho.  Y 
embia  a  llamar  a  su  hija  con  í'runces  page  al  iardin  para  "concertarlo... 

sAucto  XLin.  Polandria  estando  en  el  jardín  platicando  con  Poncia  sobre  los  casamientos: 
allega  Frunces  a  llamar  la  de  partes  de  su  madre  y  de  su  tio  Dardano.  Y  ella  va:  y  como  la  hablan 
para  que  conceda  en  recebir  a  Felides  rehusa  mucho  de  lo  hazer:  dando  causas  sufficientes  para  sus 
dissimulaciones:  en  conclusión,  que  viendo  cómo  Paltrana  y  Dardano  la  dizenque  en  todo  ca-o  lo  ha 
de  hazer  otorga  en  ello. 

))Aucto  XLIIir.  Brauonel  va  a  casa  de  vna  muger  que  tiene  a  ganar,  con  el  bra^o  cortado  de 
la  manera  que  huyó  de  casa  de  Celestina;  y  después  d'  la  auer  pedido  cueta  la  da  de  coces:  porque 
ella  no  le  da  ima  perdiz.  Y  estando  riñendo  entra  Solarcia,  compañera  de  Ancona:  que  es  del  mismo 
officio:  y  pone  los  en  paz. 

»Aucto  XLV.  Antenor  arcidiano  que  es  sobrino  de  Paltrana,  yendo  a  saber  de  su  tia  lo  que  se 
hace  en  los  casamiento.^,  topa  a  Dardano  que  va  a  casa  de  Felides  a  lleuarle  la  respuesta  de  lo  que 
negoció,  y  como  lo  cuenta  a  su  sobrino  vanelos  dos  a  estar  con  Felides:  y  después  de  se  lo  auer  dicho 
él  da  las  manos  a  Dardano  por  cosa  heclia:  y  Antenor  las  da  por  Polandria:  y  ansí  se  despiden  dexan- 
dole  con  Sigeril  platicando... 

»Aucto  XLVI.  Sigeril  como  va  a  casa  de  Polandria  vee  a  Poncia  a  la  ventana:  y  después  de  la 
contar  las  nueuas  con  sobrada  alegría  llama  ella  a  su  señora  Polandria:  la  qual  le  da  muy  buenas 
albricias.  Y  Sigeril  se  despide  d'ellas  lieuando  a  cargo  que  rogará  a  Felides  declare  sus  desposorios 
secretos... 

))Aucto  XLVII.  Felides  pregunta  a  Sigeril  si  están  las  libreas  apareiadas,  y  como  le  dize  sí,  va 
con  doze  pajes  y  otros  tantos  mogos  de  espuelas  a  besar  las  manos  de  Paltrana  y  a  recebir  a  su  señora 
Polandria:  a  donde  después  passar  diuersas  platicas  con  ellas  declara  él  los  conciertos  d'  Sigeril  y 
'  Poncia  a  la  que  como  es  llamada  da  Felides  dozientos  ducados  para  su  dote... 

»Aucto  XLVIIl.  Antenor  arcediano  dize  a  su  tia  Paltrana  que  ora  es  de  hazer  los  desposorios:  y 
.los  dos  entran  en  la  sala  a  do  hallan  a  B'elides  con  Dardano,  y  a  Poncia  con  Polandria,  y  luego  lleuan 
ja  Sigeril,  y  como  los  desposa  Antenor,  entran  los  menistriles  y  tocando  los  instrumentos  canta 
•  Ganar;  n... 

íAucto  XLIX.  Celestina  como  sabe  que  los  desposorios  son  hechos,  dize  que  no  perderá  las 
lalbricias  E  yendo  muy  apriessa  a  las  pedir  con  el  sobrado  i,'ozo  no  mirando  cómo  va  cae  de  los  corre» 
dores  de  su  casa  abaxo  y  allí  fenecen  sus  tristes  dias.  Y  entrando  los  vezinos  a  socorrerla  por  los 
'gritos  que  dio  la  hallan  hecha  pedazos.  Y  ansí  se  van  a  contar  a  Felides  aquella  muerte  de  la  des- 
'lichada... 

»Aucto  L.  Felides  como  le  an  informado  de  la  muerte  de  Celestina  llama  a  Sigeril:  y  con  gran 
)ena  le  ouenta  lo  que  passó:  y  le  da  veynte  ducados  para  que  honradamente  la  entierren  y  hagan 
Hus  obsequias:  y  Sigeril  lo  lleua  a  cargo  y  lo  va  a  hazer:  y  con  este  ultimo  aucto  se  acaba  la  obra...»- 


ocxvin  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA  ' 

j 

>  limpias:  no  falta  d'comer  un  pedago  oguia  sin  que  trabajo  tanto  le  tengas,  iuras  á  mi  : 

>  siempre  cauallo  a  suzio  mi  amo  le  haze:  y  Perucho  almohazando,  él  nada  le  pena  por  ^ 

>  carreras  hazer  en  amores  que  tienes:  entre  tanto  busco  otro,  aderezar  le  tengo  si  pide, 
»y  cantarle  empiezo  biscuenga.» 

Lelo  lirelo  (,-arayleroba  i 

YaQoe  guia  ningan  \ 
Aurten  erua 

Ay  joat  ganiraya  ; 

Astor  vsua  ¡ 

Lelo  lirelo  garayleroba.  j 

Ayt  joat  ganiraya  j 

Aztobicarra  i 

Esso  amorari  ¡ 

Gajona  chala  ; 

Y  penas  nar-ala  \ 

Fator  que  dala,  J 

Lelo  lirelo  garayleroba.  .j 

<t.Sig.  — Precioso  borrico  es  este ,  que  se  quexa  de  la  vida  que  passa  y  dize  estai'i 
»  desesperado  y  pone  se  a  cantar:  y  tal  le  dé  Dios  la  salud  como  yo  le  entiendo:  aunque: 
»no  dexaró  de  responder  a  algunos  vocablos  comunes  que  en  bizcueuge  dice...»  (Aucto; 
decimosexto.)  i 

El  tedio  que  la  insípida  rapsodia  de  Gaspar  Gómez  infunde  se  disipa  como  pori 
encanto  con  la  sabrosa  lectura  de  la  Tragicomedia  de  Lysandro  y  Boselia  ('),  que  e& 
la  mejor  hablada  de  to'das  las  Celestinas  después  de  la  primitiva,  de  cuyo  aliento  genial) 
carece,  pero  á  la  cual  sapera  en  elegancia  y  atildamiento  de  dicción,  como  nacida  en^ 
un  período  más  clásico  de  la  prosa  castellana.  ' 

El  autor  de  esta  joya  literaria  procuró  ocultar  su  nombre  con  más  complicado  arti- 
ficio que  sus  predecesores^  y  aun  afectó  ó  simuló  que  el  libro  se  imprimía  sin  su  con- 
sentimiento, lo  cual  se  explica  bien  por  las  particulares  circunstancias  de  su  persona. 
Al  fin  del  colofón  van  tres  cartas  y  unas  octavas  de  arte  mayor  que  contienen  su  nom- 
bre como  en  cifra. 

La  primera  carta  es  de  un  amigo  del  autor,  que  le  pide  perdón  porque  hizo  impri- 
mir la  obra  sin  su  licencia.  «No  fué  pequeña  merced  para  mí  la  que  recebí  de   su  li- 

(*)  Tragicomedia  de  Lisandro  y  Roselia  llamada  Elida  y  por  otro  nombre  quarta  ohra  y  tercera 
Celestina.  1542  (Al  reverso  de  la  portada  el  escudo  del  impresor  Junta,  y  una  fig-iirilla  de  la  Muerte 
con  la  hoz  al  cuello  y  un  ataúd  debajo  del  brazo.  La  dedicatoria,  el  prólogo  al  lector  y  el  texto  de  la 
tragicomedia  ocupan  los  89  primeros  folios.  En  el  que  debía  ser  90,  numerado  por  equivocación  lOOj 
se  halla  el  colofón: 

«Aquí  se  acaba  la  tragicomedia  de  Lysandro  y  Eoselia...  nueuamente  impressa.  Acabóse  f 
))veynte  dias  d'l  mes  de  dezieinbre.  Año  del  nascimiento  de  nuestro  8aIuador  Jesu  christo  de  rail  .] 
Dquinientos  y  quarenta  y  dos  años». 

Los  folios  siguientes  hasta  el  CVI  contienen  las  dos  cartas  y  las  octavas  de  arte  mayor. 

4.°  let.  gót.  con  viñetas.  Es  libro  de  la  más  extraordinaria  rareza. 

Por  una  esmerada  copia  que  había  pertenecido  á  D.  Serafín  Estébanez  Calderón  le  reimpr¡raic|< 
ron  los  señores  Fuensanta  del  Valle  y  Sancho  Rayón,  y  es  el  tercer  tomo  de  la  linda  Colección  o\ 
libros  raros  y  curiosos  (Madrid,  Eivadeneyra,  1872). 


INTRODUCCIÓN  ccxix 

¿beralidad  con  inviarme  aquella  obra  que  llama  Elida  y  cuarta  parte  de  Celestina^ 
»que  con  sutil  juicio  compuso,  porque  por  ella  veo  ser  verdadera  la  estimación  que  de 
»su  entendimiento  siempre  tuve,  parecióndome  que  pues  en  una  materia  tan  fuera  de 
i>su  experiencia  tanto  se  aventajó  sobre  todos  los  que  han  escripto,  no  es  de  maravillar 
»  que  en  las  cosas  de  peso  todos  se  queden  muy  atrás  de  su  saber.  Gran  consuelo  recibí 
» leyéndola,' y  gran  edificación  para  el  ánimo  notando  la  manera  de  su  proceder,  y  con 

>  cuánto  ingenio  y  sotil  elocuencia  pinta  las  cosas  que  más  á  pecar  nos  atraen,  y  los  enga- 

>  ños  de  las  vanas  gentes,  y  las  adulaciones  de  los  servidores,  y  la  hipocresía  de  los 
»  esforzados...  Pero  como  mi  voluntad  sea  de  la  condición  del  fuego,  que  nunca  dice  bás- 
>tame,  no  me  contento  con  la  merced  recebida  sin  pedir  otra  mayor,  la  cual  será  tan 

>  provechosa  a  todos  los  hombres  cuanto  señalada  para  mí.  Esto  es  pedirle  perdón  del 
»  atrevimiento  tan  osado  que  tuve  en  hacer  imprimir  sin  su  licencia  esta  obra,  parecién- 
>dome  que  con  su  gravedad  no  podria  acabar  que  con  su  licencia  se  hiciera,  y  también 
que  emprimiéudola,  todos  quedarían  muy  aprovechados,  y  yo  glorioso  con  haber  alcan- 
>zado  que  esta  merced,  por  mi  atrevida  diligencia,  á  todos  se  les  comunicase,  y  para 
>esto  le  suplico  mire  ser  dicho  de  la  Suma  Verdad,  que  ninguno  encienda  la  candela  y 
»la  ponga  debaxo  del  celemín,  pero  sobre  el  candelero,  para  que  todos  vean  la  luz...» 
Esta  carta  anónima  está  fechada  en  Madrid  á  22  de  Noviembre  de  1542. 

De  la  respuesta  del  autor  a  su  amigo  se  deduce  que  habían  sido  condiscípulos  desde 
los  primeros  estudios  hasta  los  de  Teología,  cursándola  juntos  bajo  el  magisterio  de  un 
insigne  varón,  que  por  el  tiempo  y  la  nombradla  pudo  muy  bien  ser  Francisco  de  Vito- 
ria, el  más  célebre  de  los  teólogos  de  la  época  de  Carlos  V.  «Si  la  estrecha  y  antigua 
» amistad  que  entre  vuestra  merced  y  mí  hay  desde  los  primeros  principios  de  graraa- 
>tica,  donde  con  gran  exercicio  de  las  artes  liberales  aprendidas  de  unos  mesmos  maes- 
>tros  y  preceptores,  venimos  después  juntos  a  estudiar  aquella  tan  alta  sabiduria  ¡j 

>  tan  escondida  a  los  entendimiento  humanos^  cuan  biett  enseñada  de  un  tan  famoso 

>  varon^  lux  de  las  Españas^  no  terciara  entre  nosotros,  bien  creo  que  vuestra  merced 
-habia  dado  no  pequeña  ocasión  de  enemistad,  pues  quiso  que  los  varios  juicios  de  los 
> hombres,  de  hoy  mas,  discanten  en  mí  al  son  de  la  liviandad  que  hace  imprimir 
>mucho  a  mi  pesar.   Xadie  mirará  que  cuando  me  ocupé  en  esa  niñeria  estaba  yo 

>  ocupado  de  una  muy  trabajosa  terciana,  la  cual  no  me  dejaba  emplear  en  mis  princi- 
> pales  estudios;  y  asi  fue  necesario  tomar  alguna  recreación  en  cosas  de  pasatiempo  y 
» no  fatigar  mi  ingenio,  pues  mi  cuerpo  estaba  tan  cansado  de  frío  y  de  calentura.» 

Para  vengarse  de  algún  modo  determinó  entregar  al  impresor  de  Salamanca  Juan 
de  Junta  un  poema  que  su  amigo  le  había  confiado,  y  del  cual  hace  los  más  pomposos 
encomios.  «Yo  leí  el  libro  de  las  espantosas  hazañas  que  el  esforzado  Héctor  hizo  camino 
*  lie  Panonia,  que  vuestra  merced  con  tan  sobrada  elocuencia  compuso,  y  me  hizo  mer- 
ced de  inviar  con  el  mesmo  mensajero  que  recibió  mis  borradores...  Y  mientras  más 
» lo  leia,  más  necesidad  me  ponia  de  lo  tornar  a  pasar;  la  majestad  de  las  palabras,  la 
"grandeza  de  los  hechos  de  un  tan  animoso  varón,  las  sotiles  imaginaciones,  la  artifi- 
ciosa invención,  las  sentidas  canciones  derramadas  por  esos  cuatro  libros  con  tan 
> subida  trova  y  alto  estilo,  me  ponian  admiración,  aunque,  a  la  verdad,  siempre  espe- 
^  raba  de  su  más  divino  que  humano  entendimiento  que  saldrían  obras  tan  primas  como 
'esa,  pues  tal  era  la  forma  y  el  dechado  de  donde  salían  las  labores.  Así  que,  por  ven- 
»garme  del  atrevimiento  que  vuestra  merced  tuvo  en  sacar  a  luz  esos  borradores  sin  mi 


ccxx  orígenes  de  LA  NOVELA 

» licencia,  he  entregado  a  Juan  de  Junta  los  libros  de  Héctor,  en  lugar  de  inviallos  a  ! 
»  vuestra  merced,  para  que  los  impriman,  que  bien  creo  que  como  el  sol  con  su  luz  escu-  i 
»rece  la  claridad  de  la  luna,  asi  estas  obras  de  vuestra  lumbre  oscurecerán  esa  enojosa  \ 
» recua  de  libros  de  caballerías^  j  no  lo  tenga  vuestra  merced  a  mal,  pues  la  mesma  i 
»  razón  me  guia  á  mí  para  vengarme  que  a  él  para  atreverse.»  i 

En  una  segunda  carta,  pedantesca  por  extremo,  donde  en  pocas  líneas  se  trae  á  cola-  • 
ción  á  Aristóteles,  á  San  Agustín,  á  San  Pedro,  á  Lactancio  Fimiano,  á  Plinio  el  Natu- 
ralista, á  Salustio,  á  San  Jerónimo,  á  Yalerio  Máximo,  á  Tito  Livio,  á  Dionisio  Areo-  i 
pagita,  el  amigo  se  resigna  con  su  suerte,  y  da  por  bien  empleado  que  sus  libros  de  las  ¡ 
hazañas  de  Héctor  se  divulguen  á  trueque  de  que  salga  á  ver  la  luz  del  mundo  la  tra-  i 
gicomedia  de  Lisandro.  \ 

Nadie  ha  visto  los  tales  libros  de  Héctor^  j  toda  la  correspondencia  tiene  visos  de  \ 
amañada.  Las  cartas  del  amigo  están  fechadas  en  Madrid,  j  como  la  Tragicomedia  no  ! 
consigna  punto  de  impresión,  han  supuesto  algunos  que  allí  pudo  cometer  su  inocente  i 
abuso  de  confianza.  Pero  tal  suposición  es  inadmisible,  porque  está  probado  que  en  , 
Madrid  no  hubo  imprenta  hasta  1566  (').  Además  el  libro  tiene  todas  las  trazas  de  estar  j 
impreso  en  Salamanca  por  Juan  de  Junta,  cuya  cifra  ó  monograma,  compuesto  de  las  j 
letras  J,  A.  primorosamente  enlazadas,  campea  á  la  vuelta  de  la  portada,  y  es  idénti-  | 
co  al  que  usó  en  otros  libros  como  el  Tractatus  perutilis  Martini  de  Frías  (Salaman-  ' 
ca  1550)  y  el  Remedio  de  jugadores  de  Fr.  Pedro  de  Cobarrubias  (1543). 

En  la  última  de  las  octavas  de  arte  mayor  se  da  la  clave  para  descubrir  al  enmas-  • 
carado  poeta:  '  j 

Si  el  nombre  glorioso  quisierdes  saber 
Del  que  esto  compuso,  tomad  el  trabajo  j 

Cual  suele  tomar  el  escarabajo  \ 

Cuando  su  casa  quiere  proveer.  ; 

Del  quinto  renglón  debéis  proceder,  ^ 

Donde  notamos  los  hechos  ufanos  ) 

De  aquel  que  por  nombre  entre  los  humanos  :i 

Vengador  de  la  tierra  pudo  tener-  I 

A  la  sagacidad  de  D.  Juan  Eugenio  Hartzenbusch  estaba  reservada  la  solución  de  [ 
este  acertijo.  El  texto  dice  claramente  que  se  ha  de  partir  del  quinto  renglón  de  una  i 
copla  donde  se  alude  á  las  hazañas  de  un  héroe,  que  por  ellas  mereció  que  se  le  lia-  j 
mase  vengador  de  la  tierra.  Son  varios  los  textos  de  Ovidio  y  Séneca  el  trágico  en  que 
Hércules,  por  otro  nombre  Alcides,  es  calificado  de  vindex  terrae.  Hércules  está  men-  , 
clonado  en  el  verso  7.°  de  la  -i.^  octava: 

Alcides  al  mundo  con  hechos  gloriosos...  I 

Contando,  pues,  desde  el  verso  quinto  de  dicha  copla  hacia  atrás,  ó  cuesta  arrib  a  á  | 
semejanza  del  escarabajo,  y  tomando  las  primeras  letras  de  cada  verso  (una,  dos  ó  tres), 
resulta  la  siguiente  cláusula:  «Esta  obra  conpuso  Sancho  de  Muni?io,  natural  de  Sala- 
manca» (-). 

(1)  Vid.  Pérez  Pastor  (D.  Cristúbil),  BibUo(jrafia  madrileña  del  siglo  XVI  (Madrid,  1891),  pág.  1.    j 

(2)  Carta  á  los  editores  de  la  Colección  de  libros  Eqxiñoles  raros  ó  curiosos  en  los  preliminares  !| 
del  tomo  cuarto  que  contiene  el  Cancionero  de  S'úiiiga  (pp.  XXXIII  á  XLII).  | 

¡ 

iJ 


INTRODUCCIÓN  ccxxi 

Pero  siendo  tan  exótico  el  apellido  de  Mu7tino,  y  no  encontrándose  noticia  de  nin- 
gún sujeto  que  por  aquellos  tiempos  le  llevara,  ocurrió  á  los  modernos  editores  de  la 
Tragicomedia  (Fuensanta  del  Valle  v  Sancho  Rayón)  que  sin  violentar  el  acróstico 
pudiera  leerse  el  nombre  de  otro  modo,  y  en  efecto  también  se  lee  J/^ívw/?,  juntando  las 
primeras  letras  de  los  tres  versos  en  que  está  el  apellido,  de  la  manera  siguiente:  Mu-n- 
non  dando  á  la  n  doble  el  valor  de  ñ. 

Completado  de  esta  manera  el  descubrimiento,  pudo  comprobarse  la  personalidad 
de  un  Maestro  Sancho  de  Miiñón^  teólogo^  del  cual  hay  noticias  en  la  colección  de 
Estatutos  de  la  Universidad  Salmantina  impresos  en  1549  por  Andrés  de  Portonariis. 
Allí  consta  que  Sancho  de  Muñón  asistió  en  31  de  agosto  de  1549  á  un  solemne  claus- 
tro pleno,  presidido  por  el  rector  D.  Diego  Ramírez  de  Fuenleal,  con  objeto  de  formar 
ciertas  constituciones  relativas  al  entierro  de  los  señores  Rector,  Maestreescuela,  Doc- 
tores y  Maestros  de  dicha  Universidad.  En  9  de  octubre  del  mismo  año  concurrió  á 
otro  para  resolver  que  no  se  diesen  trabados  in  scriptis  bajo  ciertas  penas,  y  finalmente, 
en  9  de  noviembre  se  le  cita  nada  menos  que  en  compañía  de  Melchor  Cano  como  uno 
de  los  asistentes  al  claustro  en  que  se  formaron  nuevos  estatutos  sobre  el  examen  de 
los  estudiantes  artistas  antes  que  pasasen  á  cursar  Medicina  y  Teología  ('). 

Después  de  esta  fecha  no  se  ha  encontrado  en  España  dato  alguno  de  Sancho  de 
Muñón,  pero  todo  induce  á  creer  que  es  la  misma  persona  que  un  Di-.  D.  Sancho 
Sánchez  de  Muñón  que  en  26  do  abril  de  1560  tomó  posesión  de  la  plaza  de  Maestres- 
cuela de  la  Catedral  de  México,  ejerciendo  en  tal  concepto  el  cargo  de  Cancelario  de 
aquella  naciente  Universidad',  donde  recibió  ó  incorporó  el  grado  de  Doctor  en  Teolo- 
gía en  28  de  julio  de  dicho  año.  En  1570  hizo  un  viaje  á  la  Península  como  solicita- 
dor de  las  iglesias  de  Nueva  España.  En  1579  visitó  por  comisión  del  Arzobispo  de 
México,  D.  Pedro  Moya  de  Contreras,  las  escuelas  de  niños,  y  notando  algún  descuido 
en  la  enseñanza  religiosa,  compuso  é  hizo  imprimir  una  Doctrina  Cristiana^  de  la 
cual  se  coiioce  un  solo  ejemplar  falto  de  portada  (-).  Las  noticias  de  su  vida  alcanzan 
i  hasta  1601.  El  último  cabildo  eclesiástico  á  que  asistió  fué  el  de   31   de  octubre  de 
I  1600.  La  identidad  de  este  personaje  con  el  Sancho  Muñón  de  Salamanca  parece  se- 
¡  gura,  aunque  nada  dice  de  ella  el  eruditísimo  García  Icazbalceta,  á  quien  debemos 
estos  peregrinos  datos. 

Natural  es  que  un  eclesiástico  de  respetable  carácter  y  autoridad  como  el  Maestro 
Sancho  de  Muñón  tuviese  algún  reparo  en  confesarse  autor  de  una  obra  de  tan  liviana 
apariencia  y  desenfadado  lenguaje  como  la  Elida.  Pero  no  se  arrepentía  de  haberla 
compuesto,  por  estar  «llena  de  avisos  y  buenas  enseñanzas  de  virtud  sacadas  de  mu- 
2>chos  autores  santos  y  profanos,  con  celo  de  la  utilidad  pública»  (pág.  XYI).  «Dicen 

(*)  Carta  de   Sandio  Rayón  y  Fuensanta  del   Valle  á  Hartzenbuacli,  ^n  los   preliminares  del 
tomo  quinto  de  Libros  raros  ó  curiosos,  que  contiene  la  Comedia  Selvagia  (pp.  XIII  á  XVI). 

i')  Bibliograjia   Mexicana  del  siglo  A'F/,  por  D.  JoaquÍD  García  Icazbalceta.  México,  1886, 
Aginas  23-2-233. 

En  la  dedicatoria  al  arzobispo  dice  el  Dr.  Muñón  que  esta  doctrina  «se  lia  cogido  de  las  fuentes 

«le  algunos  escritores  graves,  que  á  mi  parecer  ea  esta  materia  liablaron  bien,  en  especial  de  una 

Doctrina  Cristiana  que  se  trató  de  liacer  por  la  memoria  y  papeles  de  Pió  V  de  gloriosa  memoria;^. 

■tiay  también  un  prólogo  «A  los  muy  reverendos  Padres  Curas  del  Arzobispado  de  México»,  en  que 

les  recomienda  la  enseñanza  de  la  doctrina. 


ccxxii  orígenes  de  la  ííOVELA 

»que  la  mandragora  tiene  tal  virtud^  que  si  nasce  cerca  de  las  vides  hace  que  se  ablande  j 
» la  fuerza  que  el  vino  habia  de  tener  para  embriagar;  asi  la  poesía  toma  de  la  philoso-  j 
»phia  la  doctrina,  y  juntándola  con  la  mandragora  del  cuento  fabuloso,  hácela  más  i 
ablanda  y  fácil  para  ser  percibida»  (pág.  XI).  En  su  prólogo  esboza  una  teoría  del' 
arte  docente,  y  en  la  dedicatoria  á  D.  Diego  de  Acevedo  y  Fonseca  justifica  la  ma-  : 
teria  misma  de  su  libro,  aunque  vuelve  á  declarar  que  le  escribió  á  manera  de  pasa-  ■ 
tiempo:  «Y  como  ya  los  años  pasados  tuviese  vacación  de  graves  y  penosos  estudios,.' 
»en  que  he  gastado  los  tiempos  de  mi  mocedad...  compuse  esta  obrecilla  que  trata  de  i 
í> amores,  propia  materia  de  mancebos.  Cuando  digo  de  amores  no  digo  cosa  torpe  ni  i 
» vergonzosa,  sino  la  más  excelente  y  divina  que  hay  en  la  naturaleza.  Dejo  los  loores  i 
»que  del  amor  dice  Platón  en  su  Simposio^  dejo  lo  que  en  la  Theogo?iia  escribe  Hesio-  > 
»do,  que  el  amor  es  el  más  antiguo  Dios  entre  todos  los  dioses;  dejo  lo  de  Ovidio,  que  ; 
»el  amor  tiene  dominio  universal  y  reina  sobre  los  dioses  y  sobre  los  hombres,  y  dejo  i 
» otras  infinitas  auctoridades  que  hablan  en  esta  materia,  porque  sería  nunca  acabar.  \ 
»Sólo  quiero  decir  que  si  alguno  pareciere  no  ser  la  obra  digna  de  mi  profesión  y  : 
>  estudios,  se  acuerde  que  casi  no  hubo  illustre  escriptor  que  no  comenzase  por  obras  ] 
» bajas,  y  de  burlas  y  chufas,  tomadas  de  en  medio  de  la  hez  popular»  (pág.  1).  I 

Para  evitar  todo  peligro  de  mala  inteligencia,  la  Tragicomedia  está  sembrada  de  ' 
reflexiones  morales,  y  aun  de  verdaderos  sermones,  muy  bien  escritos,  como  todo  lo  : 
demás,  pero  prolijos  é  impertinentes.  El  papel  de  personaje  predicador  le  desempeña  á  ! 
maravilla  Eubulo,  «hombre  de  honestas  costumbres» ,  criado  de  Lisandro,  que  constan-  i 
temente  está  dando  consejos  á  su  amo  y  procura  apartarle  de  su  perdición.  La  segunda  ; 
cena  del  cuarto  acto  es  una  disputa  entre  ambos,  defendiendo  Eubulo  contra  su  señor  •' 
que  el  sumo  bien  no  consiste  en  el  deleite.  En  la  cuarta  del  mismo  acto  le  da  diez  reme-  ; 
dios  contra  el  amor,  tomados  en  parte  de  Ovidio,  pero  mucho  más  de  la  filosofía  cris-  : 
tiana.  Cuando  se  consuma  la  catástrofe  del  malogrado  mancebo,  el  piadoso  ayo  cierra 
la  pieza  con  una  declamación  contra  el  amor,  atestada  de  lugares  comunes  y  de  una  | 
pedantería  escolástica  que  supera  á  la  de  Pleberio,  á  la  de  Melibea  y  á  todo  lo  creíble: 
apenas  hay  nombre  de  la  antigüedad  que  no  figure  en  aquella  enumeración  descabe- 
llada. Pero  hay,  en  medio  de  este  fárrago,  trozos  que  tienen  verdadera  elocuencia  sen- 
timental: «Oh  mi  señor  y  mi  bien!  ¿eres  tú  aquel  que  yo  lleve  recien  nacido  a  la  ama 
» que  te  criase?  ¿Eres  tú  al  que  volví  niño  destetado  a  casa  de  tu  padre?  ¿Eres  tú  el  que 
»  empuse  en  buenas  doctrinas  y  crianza,  que  parecías  un  ángel  cuando  chico?  ¿Eres  tú 
»el  que  enseñé  a  los  doce  años  a  correr  caballos  y  otros  muchos  exercicios,  asi  de  letras 
»  como  de  armas?  ¿Eres  tú  el  que  hasta  los  veinte  y  un  años  fue  muy  dado  á  la  virtud, 
»  amigo  de  religión,  enemigo  del  vicio,  amador  del  culto  divino?  ¡Ay,  ay,  que  nuestros 
»  pecados  quisieron  que  te  juntases  con  caballeros  viciosos  y  distraídos  y  te  acompaña- i 
» ses  con  ellos,  y  de  esta  manera  se  te  pegasen  sus  malas  y  perversas  costumbres!» 
(pág.  269). 

Eubulo  no  es  sólo  un  moralista  profesional  que  alecciona  á  la  juventud  contra  losi 
peligros  del  loco  amor.  Sancho  de  Muñón  le  hace  intérprete  de  su  propio  pensamiento  en  ( 
materias  mucho  más  graves  y  pone  en  su  boca  las  más  audaces  ideas  del  grupo  llamado  i 
erasmista^  al  cual  indudablemente  pertenecía  como  casi  todos  los  humanistas  españoles  j 
y  no  pocos  teólogos  del  tiempo  de  Carlos  Y.  Véase,  por  ejemplo,  esta  valiente  invecti-i' 
va^  que  parece  un  compendio  del  terrible  Diálogo  de  Mercurio  y  Carón:  «¡Cuan  mu-i 


INTRODUCCIÓIT  ccxxiu 

»  chos  se  condenan,  y  cuan  pocos  se  salvan,  y  cuan  abierta  está  de  día  y  de  noche  aque- 
»lla  puerta  del  triste  Pluton;  cuan  ancho,  cuan  pasajero  y  cuan  real  camino  es  el  que 
»guia  a  la  muerte  eterna!  Por  61  se  van  espaciando  los  reyes,  los  duques,  los  condes, 
»los  caballeros,  los  hidalgos,  los  oficiales  y  pastores.  Por  ahí  se  pasean  los  pontífices, 
»los  cardenales,  los  arzobispos  y  obispos,  los  beneficiados  y  sacristanes,  con  un  des- 
»  cuido,  como  si  nunca  hubiesen  de  llegar  allí  donde  los  halagos  de  la  vida,  los  regalos 
>del  cuerpo,  las  honras,  las  riquezas,  los  favores  y  todos  sus  pasatiempos  se  volvieran 
»en  lamentaciones  y  lloros  perpetuos.  Ahi  serán  atormentados  muy  cruelmente  los 
» papas  que  dieron  largas  indulgencias  y  dispensaciones  sin  causa,  y  proveyeron  las 
» dignidades  de  la  Iglesia  a  personas  que  no  las  mereciau,  permitiendo  mil  pensiones  y 
>■  simonías.  Ahi  los  obispos  y  arcedianos  que  proveen  mal  los  beneficios,  teniendo  res- 
»pecto  a  sus  parientes  y  criados,  y  no  a  los  doctos  y  suficientes.  Ahi  los  eclesiásticos 
»  profanos  y  amancebados.  Ahi  los  reyes  que  tiránicamente  gobernaron  sus  reinos,  y  los 
»que  no  dieron  los  oficios  y  cargos,  que  suelen  proveer,  a  personas  de  merecimiento. 
»Ahi  los  duques  y  condes,  y  los  grandes  señores  que  a  sus  tierras  y  vasallos  con  mu- 
»chos  tributos  molestaban.  Ahi  los  caballeros  enamorados.  Ahi  los  letrados  que  nojuz- 
»garon  conforme  a  derecho  y  verdad,  y  no  obraron  según  sus  letras  les  enseñan.  Ahi 
» los  logreros  y  usureros,  los  oficiales ,  los  mercaderes  y  tratantes  que  llevan  más  del 
» justo  precio  por  la  cosa  que  venden,  y  con  juramentos  falsos  cambian  sus  haciendas. 
»Ahi  los  criados  lisonjeros  que  con  lisonjas  quieren  ganar  las  voluntades  de  sus  amos, 
» conformándose  con  ellos  en  bueno  y  en  malo.  ¡Oh  terrible  descuido  en  los  hombres! 
»¡0h  desvario  loco!  como  si  no  hubiese  otro  mundo,  y  no  hubiesen  de  fenecer  todas  las 
» cosas  del,  asi  hacemos  hincapié  en  lo  que  presto  habrá  fin»  (pp.  245-247). 

Esta  libertad  y  energía  de  lenguaje  iba  á  perderse  muy  pronto  en  España,  pero 
todavía  el  gran  Quevedo  supo  conservarla  dentro  del  siglo  xvii.  La  sátira  clerical  es 
tan  libre  y  desnuda  en  la  Tragicomedia  de  Lisandro  como  en  las  Celestinas  anteriores, 
pero  de  seguro  mejor  intencionada.  Hay  rasgos  que  sacan  sangre,  como  lo  que  dice 
Elicia  de  la  amiga  del  cura  Bermejo  (pág.  42).  Pero  en  el  fondo  Sancho  de  Muñón  es 
un  teólogo  severo,  que  tiene  la  conciencia,  y  aun  pudiéramos  decir  el  orgullo  de  su 
profesión,  y  mira  con  sumo  desdén  á  los  canonistas  que  «saben  poco  en  casos  de  con- 
ciencia» (pág.  141)  y  «andan  atados  a  las  glosas  como  asno  a  estaca»  (pág.  139).  Según 
él,  todo  obispo  debe  ser  teólogo,  porque  «a  su  oficio  compete  predicar  la  doctrina  evan- 
igélica  al  pueblo;  que  el  pulpito  agora  está  usurpado  de  frailes...  Y  para  esto  les  es 
>  necesario  saber  la  Sagrada  Escriptura  y  Santa  Teología,  donde  se  aprenden  también 
»los  textos  de  cánones  que  tocan  a  la  salud  de  las  ánimas,  cuanto  más  que  los  cánones 
» fueron  fundados  de  varones  teólogos  como  conclusiones  sacadas  del  manantial  de  las 
» letras  divinas»  (pág.  141).  A  lo  cual  le  objeta  maliciosamente  el  Provisor:  «Dexaos,  por 
*mi  vida,  de  eso,  señor  doctor,  que  nunca  haréis  mayorazgo  si  os  atenéis  mucho  a  los 
» teólogos».  Lo  cierto  es  que  no  obispó  nunca,  y  tuvo  que  ir  a  morir  de  Maestrescuelas 
I    en  México.  Todo  el  donosísimo  episodio  del  pleito  en  que  el  Provisor  absuelve  al  estu- 
I   diante  Sancías  de  la  demanda  que  por  Angelina  le  fué  puesta  sobre  caso  de  ser  su 
esposo  y  marido  (cena  quinta  del  segundo  acto)  es  una  parodia  desembozada  del  estilo 
y  modo  de  razonar  de  los  letrados,  en  la  curia  eclesiástica. 
I         La  acción  de  esta  tragicomedia  pasa  indisputablemente  en  Salamanca,  y  por  cierto 
I  que  Sancho  de  Muñón  no  anda  muy  galante  con  sus  paisanas:  «Ya  sabes  que  en  Sala- 


ccxxiv  orígenes  de  LA  NOVELA 

»  manca  pocas  hermosas  hay,  j  esas  se  pueden  señalar  con  el  dedo»  (pág.  92),  Calventa, 
emula  de  Elicia,  tenía  su  principal  clientela  entre  los  cursantes  de  la  Universidad,  que 
en  su  casa  empeñaban  los  libros:  «Si  no  traen  dineros,  que  dexen  prendas...  ¿No 
» miraste  la  rima  que  tenia  llena  de  Decretos  y  Baldos,  y  de  Scotos  y  Avicenas  y 
» otros  libros?»  (pág.  41).  Hay  también  alusiones  á  costumbres  estudiantiles,  algunas 
de  ellas  tan  peregrinas  como  la  fiesta  de  Panza,  que  acaso  no  fué  ajena  al  nombre  que 
dio  Cervantes  á  su  escudero,  como  tampoco  lo  fué  el  antiguo  proverbio  de  Sancho  y  su 
rocino.  Sobre  esta  fiesta  platican  así  dos  mozos  de  espuelas,  Siró  y  Geta: 

«Geta. — Panza  es  un  sancto  que  celebran  los  estudiantes  en  la  fiesta  de  Santan- 
»truejo,  que  le  llaman  sancto  de  hartura. 
■»  Sir. — ¿Dónde  aprendiste  tanto? 

»  Oet. — En  el  general  de  Phisica,  cuando  llevaba  el  libro  a  un  popilo ,  oí  al  bedel 
»  de  las  escuelas  echar  la  fiesta  de  Panza»  (pág.  24). 

El  gusto  que  domina  en  la  obra  es  el  de  las  antiguas  comedias  humanísticas,  y  de 
él  proceden  sus  principales  defectos,  que  se  reducen  á  uno  solo,  el  alarde  de  erudición 
fácil  y  extemporáneo.  No  necesitaba  alegar  á  cada  momento  aforismos  y  centones  de 
poetas  y  filósofos  antiguos  quien  se  mostraba  tan  de. veras  clásico,  no  sólo  en  el  estilo 
jugoso  y  en  la  locución  pulquérrima,  sino  en  la  composición  sencilla,  lógica  y  perfecta- 
mente graduada.  El  buen  gusto  con  que  borra  ó  aminora  muchos  defectos  de  las  Celesti- 
nas precedentes,  y  el  manso  y  regalado  son  que  sus  palabras  hacen  como  gotas  cristalinas 
cayendo  en  copa  de  oro,  bastarían  para  indicar  la  fuente  nada  escondida  donde  él  y  los 
hombres  do  su  generación  habían  encontrado  el  secreto  de  la  belleza.  Tal  libro,  por  el 
primor  con  que  está  compuesto,  es  digno  del  más  glorioso  período  de  la  escuela  sal- 
mantina, en  que  salió  á  luz.  Pero  algo  le  perjudica  el  haber  sido  concebido  y  madurado 
en  un  ambiente  erudito  y  universitario  y  no  en  la  libre  atmósfera  en  que  andando  el 
tiempo  había  de  desarrollars*^  el  genio  de  Cervantes.  La  prosa  de  la  Tragicomedia  de 
Lisandro  y  Roselia^  perfecta  á  veces,  revela  demasiado  el  artificio  retórico,  y  no  está 
inmune  de  afectación.  Su  autor  escribía  demasiado  bien,  en  el  sentido  de  que  era  un 
prosista  de  los  que  se  escuchan  y  se  complacen  ellos  mismos  con  la  suavidad  y  gala- 
nura de  sus  palabras  y  con  la  pompa  y  armonía  de  sus  cláusulas.  Dice  Lisandro  en  la 
primera  escena  del  cuarto  acto:  «¿No  me  pusistes  las  escalas  de  arriba  para  descender 
»al  jardin  do  mi  señora  baxó?  ¿No  la  besé  ahi  con  mil  retozos  entre  unos  ñoridos  jaz- 
» mines  y  unas  hermosas  clavellinas?  Los  lirios,  las  alegrías,  los  tréboles  y  alegres  alhe- 
» lises,  las  frescas  azucenas,  las  olorosas  albahacas,  los  toronjiles  y  artemisas,  las  rosas 
»y  violetas,  ¿no  fueron  testigos  de  aquel  azucarado  rato?  ¿No  nos  paseamos  después 
casidas  las  manos  junto  a  una  fontecica  con  una  dulcísima  plática?  ¿Y  cabe  unos 
»  camuesos  no  nos  despedimos  con  dos  reverencias  y  sendos  besos ,  cuando  los  paxa- 
»  ritos  mensajeros  de  la  alborada  comenzaban  a  cantar  con  un  suavísimo  ruido,  cuando 
» la  mañanica  con  sus  arreboles  lo  sombrío  de  los  cipreses  ilustraba  y  esclarecía  y  las 
»hierbecicas  de  rocío  bordaba?»  (pág.  206).  Cuando  se  abusa  de  este  estilo  es  fácil  empa- 
lagar á  los  que  no  gustan  de  tanta  dulcedumbre. 

Hay  lujo  y  alarde  de  palabras  en  todo  el  libro.  Para  hacer  una  sola  comparación,  |  ] 
apura  Celestina  todos  los  términos  de  cetrería:  «¿Qué  girifaltes,  qué  sacres,  qué  neblíes,  |  3 
»  qué  esmerejones,  qué  primas,  qué  tagarotes,  qué  bahai'íes,  qué  alfaneques,  qué  azo-  /  i 
»res,  qué  alcotanes,  qué  gavilanes,  qué  águilas  tan  subidas  en  alto  vuelo  bastarán  á 


INTRODUCCIÓN  ccxxv 

»  abatir  eu  tierra  con  sus  uñas  la  páxara  escondida  en  las  nubes,  como  yo,  sabia  Celes- 
»tina,  con  mis  palabras  cautelosas  abati  a  mi  petición  al  muy  encerrado  proposito  de 
»Koselia?»  (pág.  103).  Poco  después  hace  una  larga  enumeración  de  los  pájaros  canto- 
res, y  otra  de  los  instrumentos  músicos,  «sacabuches,  chirimías,  atamborcs,  trompetas, 
» rabeles,  flautas,  dúlcemeles,  guitarras,  vihuelas,  arpas,  laudes,  clarines,  dulzainas, 
»añafiles,  órganos,  monacordias,  clavecinbanos,  clavicordios  y  salterios»  (pág.  104).  Esta 
intemperancia  de  vocabulario  divierte  á  veces,  como  divierte  en  Rabelais,  pero  es  un 
procedimiento  vicioso  y  eu  suma  bastante  fácil. 

En  las  situaciones  culminantes,  en  los  monólogos  de  la  hechicera,  en  los  coloquios 
de  Celestina  y  Roselia,  hay  cosas  dignas  de  ponerse  al  lado  de  lo  mejor  de  la  Celes- 
tina antigua,  aunque  con  la  desventaja  de  haber  sido  escritas  medio  siglo  después.  Lás- 
tima que  el  talento  del  maestro  salmantino  no  se  hubiese  ejercitado  en  un  argumento 
de  pura  invención  suya,  que  siempre  le  hubiese  dado  más  gloria  que  una  labor  de  imi- 
tación, por  primorosa  que  sea.  Pero  le  fascinó  el  prestigio  de  un  gran  modelo,  y  renun- 
ció á  su  originalidad  ó  por  excesiva  modestia  ó  por  la  presunción  de  igualarle. 

Aunque  en  la  primera  carta  del  amigo  se  da  á  la  tragicomedia  el  título  de  Elida  y 
cuarta  parte  de  Celestina.,  que  es  el  número  que  realmente  la  corresponde  en  esta  serie 
de  libros,  en  la  portada  se  califica  de  quarta  obra  y  tercera  Celestina.,  sin  duda  porque 
Sancho  de  Muñón  desdeñaba  profundamente  la  obra  de  Gaspar  Gómez  de  Toledo,  á  la 
cual  no  hace  ninguna  alusión.  Tampoco  se  propuso  continuar  á  Feliciano  de  Silva, 
pero  tomó  algunos  rasgos  felices  de  su  Pandulfo  para  acomodarlos  al  rufián  Brumandi- 
lón.  La  idea  de  resucitar  á  Celestina,  el  embuste  de  su  muerto  supuesta,  le  parecían 
invenciones  ridiculas,  que  condena  por  boca  de  sus  personajes,  especialmente  de  Eu- 
bulo,  á  quien  «no  parecía  esta  segunda  Celestina  tan  sabia  como  la  primera» .  Celestina 
había  muerto  verdaderamente  á  manos  de  los  criados  de  Caliste,  y  la  que  intervino  en 
los  amores  de  Felides  y  Polandria  «no  era  la  barbuda,  sino  una  muy  amiga  y  compañera 
»desta,  que  tomó  el  apellido  de  su  comadre»  (pág.  37).  Otro  tanto  había  hecho  su  sobrina 
Elicia,  á  quien  generalmente  se  llama  Celestina  en  el  libro  de  Sancho  de  Muñón.  Pero 
Elicia  pica  más  alto  que  la  vulgar  comadre  de  la  resurrección.,  y  no  quiere  que  nadie 
la  confunda  con  ella: 

Wrionea. — ¿Quó  respuesta  daré  á  Sigiril,  escudero  de  Felides,  si  te  buscare,  que 

ayer  vino  acá  y  no  te  halló? 

I      »  Celest. — Dile  que  vaya  con  Dios  ó  con  el  diablo,  que  no  soy  yo  casamentera,  ni 

» menos  es  ese  mi  oficio;  allá  a  la  amiga  de  mi  tia  vaya  él  con  esas  embaxadas,  o  a  los 

¡»  parientes  de  Polandria,  que  concierten  el  casamiento,  que  para  ese  caso  no  es  menes- 

ͻter  el  estudio  de  mis  artes,  ni  mucho  menos  que  mi  tia  resucitara  o  apareciese  como 
[* holgaron  de  mentir»  (pág.  80). 

Al  revés  de  la  Segimda  Celestina.,  tan  informe  y  mal  compaginada,  tiene  la  Tragi- 
■oniedia  de  Lisandro  y  Roselia  un  plan  sencillo  y  claro,  imitado  en  parte  del  de  Fer- 
nando de  Rojas,  pero  con  un  desenlace  nuevo,  que  basta  para  dar  alta  idea  del  talento 
jlramático  de  quien  le  concibió. 

I     Ija  fábula  de  los  amores  de  Lisandro  y  Roselia,  que  son  los  de  Caliste  y  Melibea 

jroeados  los  nombres,  podía  recibir  tres  soluciones.  Es  la  primera  la  que  dio  el  ba- 

hiller  Rojas,  con  sentido  hondamente  pesimista,  envolviendo  á  todos  los  personajes 

'1  una  catástrofe  trágica,  determinada  principalmente  por  el  caso  fortuito  de  haber 

CRÍGENJÜS   DE   LA   NOVELA.— III.  — /I 


ccxxvi  orígenes  de  LA  KOVELA 

caído  de  la  escala  Calisto  al  salir  de  las  delicias  del  jardín  de  Melibea.  Es  el  segundo 
la  pedestre  solución  matrimonial,  que  parece  casi  una  burla  sacrilega  en  la  Comedia 
Thebaijda^  j  que  presentaron  con  más  decoro,  aunque  no  con  mucha  eficacia  artística 
ni  gran  esciúpulo  en  los  medios,  Feliciano  de  Silva,  el  autor  de  la  comedia  Florinea  y 
otros  varios.  Quedaba  todavía  otro  desenlace  eminentemente  teatral,  que  Bartolomé  de 
Torres  Naharro  había  apuntado  ligeramente  en  su  comedia  Himenea^  donde  aparece  el 
tipo  de  un  hermano  vengador  de  la  honra  de  su  casa,  aunque  tal  venganza  no  llega  á 
consumarse  en  la  desvalida  Febea,  que  logra  el  honesto  fin  de  sus  amores,  parando  todo 
en  regocijo  y  boda. 

En  esta  solución  se  fijó  el  Maestro  Sancho  de  Muñón^  pero  dándola  su  verdadero 
carácter  trágico  y  vindicativo.  No  es  un  accidente  casual  el  que  lleva  á  la  muerte,  desde 
el  seno  del  placer  que  apenas  comenzaban  á  gustar,  á  Lisandro  y  Roselia,  sino  la  fiera 
ley  del  pundonor  familiar,  que  ordena  contra  secreto  agravio  secreta  venganza,  y  arma 
las  ballestas  de  Beliseno  y  sus  escuderos  para  asaetear  á  los  dos  amantes  y  a  cuantos 
habían  sido  cómplices  en  la  deshonra  de  su  hermana.  La  escena  es  verdaderamente 
terrible,  y  su  efecto  se  acrecienta  con  las  supersticiosas  invocaciones  de  los  asesinos 
pagados. 

^Rebollo. — Yo  tengo  aqui  en  el  seno  una  nomina  que  me  dio  mi  abuela  la  habace- 
»ra,  que  quien  la  traxere  consigo,  no  podra  morir  a  cuchillo. 

T>Di-oino. — También  mi  tia,  la  Luminaria,  me  rezó  unas  palabras,  que  en  cualquier 
1  tiempo  que  las  dixere  les  caerán  luego  de  las  manos  las  espadas  de  los  que  se  estuvie- 
»ren  acuchillando. 

>  Rebollo. — Es  verdad.  Otra  oración  muy  aprobada  me  enseñó  la  hortelana  amiga  de 
>mi  madre,  para  que  donde  hobiere  ruido,  si  se  rezare,  no  se  saque  sangre...:?'  (pág.  252). 

Nadie  antes  de  Sancho  de  Muñón  había  empuñado  con  tanto  brío  el  puñal  de  Mel- 
pómeue,  y  no  puede  negarse  que  en  su  obra  está  adivinada  y  practicada  por  primera 
vez  la  que  fué  luego  solución  casi  única  de  los  conflictos  de  honra  y  amor  en  nuestro 
drama  romántico  del  siglo  xvii;  singularidad  en  que  no  se  ha  parado  hasta  ahora  la 
atención  de  la  crítica. 

Menos  original  que  en  el  desenlace  se  mostró  el  autor  de  la  tragicomedia  en  la  pin- 
tura de  los  caracteres,  donde  parece  que  su  único  empeño  fué  beber  los  alientos  al 
autor  de  la  Celestina.^  hasta  confundirse  con  él.  Roselia  es  una  linda  repetición  de  Me- 
libea, pero  sin  la  llama  del  genio  que  hace  inmortales  los  ardores  de  aquélla: 

Viountque  commissi  calores 
^^oliae  fidibus  puellae. 

Lisandro  es  una  figura  más  apagada.  Sus  criados  tienen  carácter  y  fisonomía  propia, 
que  impide  confundirlos  con  Sempronio  y  Pármeno.  Eubulo,  el  hombre  de  buena 
voluntad  ó  de  buen  consejo,  es  una  verdadera  creación,  que  no  se  desmiente  en  obras 
ni  en  palabras,  y  que  encarnando  el  sentido  moral  y  aun  ascético  de  la  pieza,  es  el 
único  que  se  salva  de  la  universal  desolación,  y  cumple  probablemente  la  resolución 
de  hacerse  fraile,  que  más  de  una  vez  insinúa. 

Las  mejores  figuras  del  libro  son  sin  disputa  Elicia  y  su  protector  el  rufián  Bru- 
mandilón.  Elicia  no  es  Celestina,  aunque  haya  usurpado  su  nombre,  pero  es  una  so- 
brina digna  de  su  tía  y  la  más  legítima  heredera  de  todo  el  caudal  de  sus  malas  artes. 


.  i 


INTRODUCCIÓN  coxxvn 

<Y  muchos  extrangeros  que  no  conocieron  á  Celestina,  la  vieja,  sino  de  oídas,  pien- 
» san  que  esta  es  aquella  antigua  madre,  porque  vive  en  la  mesraa  vecindad,  y  tienen 

>  razón  de  creello,  ca  ninguna  remedó  tan  bien  las  pisadas  y  exemplos,  la  vida  y  cos- 

>  tumbres  de  la  vieja,  como  ésta,  que  en  la  cuna  se  mostraba  á  parlar  las  palabras  de 
» que  ella  usaba  para  sus  oficios;  de  manera  que  con  la  leche  mamó  lo  que  sabe»  (pá- 
gina 34).  El  reposado  y  sentencioso  hablar  de  Celestina,  su  ciencia  diabólica  y  secre- 
ta ('),  su  astucia  refinada  y  cautelosa,  su  aparejo  de  trapacerías  y  maldades  no  se  des- 
mienten en  su  alumna,  cuya  psicología  está  seriamente  estudiada. 

Brumandilón  es  un  tipo  más  en  la  galería  inaugurada  por  la  efigie  clásica  de  Centu- 
rio,  á  la  cual  no  llega  ciertamente,  pero  supera  en  mucho  á  las  bárbaras  copias  de  Gal- 
terio  y  Pandulfo.  Sancho  de  Muñón,  como  delicado  humanista  que  era,  le  ha  conservado 
el  sabor  plautino  del  original,  y  pone  en  su  boca  chistes  de  muy  buena  ley.  Se  habla  de 
las  hazañas  de  Diego  García  de  Paredes,  y  replica  muy  satisfecho:  «Aqui  está  Bru- 
» mandilón,  que  siendo  maestro  de  esgrima  en  Milán,  le  enseñó  a  jugar  de  todas  armas, 
» de  espada  sola,  espada  y  capa,  de  espada  y  broquel,  de  dos  espadas,  de  espada  y  rode- 
»la,  de  daga  y  broquel  grande,  de  daga  sola  con  guante  aferrador,  de  puñal  contra 
» puñal,  de  montante,  de  espada  de  mano  y  media,  de  lanzon,  de  pica,  de  partesana,  de 
» bastón,  de  floreo  y  de  otros  muchos  exercicios  de  armas;  y  él  viendo  mi  esfuerzo  en 
>los  golpes,  mi  osado  atrevimiento  para  acometer  seis  armados,  rebanar  brazos,  cortar 
apiernas,  harpar  gestos,  hender  cabezas  y  otros  miembros,  con  mi  exemplo  salió  tan 
adiestro  y  animoso  como  veis»  (pág.  102).  En  otra  parte  exclama:  «La  diversidad  y 
>gran  variedad  de  las  hazañas  que  por  mí  han  pasado  por  diversos  reinos  y  ciudades, 
»me  privan  de  memoria  a  que  no  me  acuerde  de  los  casos  particulares  que  tengo  he- 
»chos  por  todo  el  mundo»  (pág.  163). 

Pero  demos  paz  á  la  pluma,  porque  para  copiar  todo  lo  bueno  que  hay  en  la  tragi- 
comedia de  Lisandro  y  Boselia  necesitaríamos  de  mucho  espacio.  D.  Juan  Eugenio 
Hartzenbusch  la  calificó  perfectamente  en  estos  términos:  «El  libro  es  de  lo  mejor  que 
»en  su  tiempo  se  escribió  en  castellano.  El  autor  se  muestra  doctísimo  en  todo  género 
» de  letras,  conocedor  profundo  del  corazón  humano,  hábil  pintor  de  costumbres  y  per- 
»sonaje  por  muchos  títulos  distinguido». 

La  caprichosa  injusticia  de  la  suerte  sepultó  en  olvido  su  obra  apenas  nacida. 

(*)  A  la  infernal  botica  de  Celestina  había  añadido  Elicia  «otras  cosas  muchas  que  con  mi  buen 
X)trabajo  y  propio  sudor  y  mayor  esperiencia  he  yo  adquirido,  conviene  a  saber:  hieles  de  perro 
ínegro  macho  y  de  cuervo,  tripas  de  alacrán  y  cangrejo,  testículos  de  comadreja,  meollos  de  raposa 
»del  pie  izquierdo,  pelos  priapicos  del  cabrón,  sangre  de  murciélago,  estiércol  de  lagartijas,  huevoa 
))de  hormigas,  pellejos  de  culebras,  pestañas  de  lobo,  tuétanos  de  garza,  entraüuelas  de  torcecuello, 
«rasuras  de  ara,  ciertas  gotas  de  olio  y  crisma  que  me  dio  el  cura,  zumos  de  peonía,  de  celidonia,  de 
vsarcocola,  de  tryaca,  de  hipericon,  de  recimillos  y  una  poca  de  hierba  del  pito  que  hobe  por  mi 
»buen  lance;  tengo  también  la  oración  del  cerco  que  no  tenía  mi  tia  que  Dios  haya,  que  es  esta: 
-»avis,  gravis,  seps,  dipa,  unus,  infans,  virgo,  coronat-  y  si  todo  lo  de  mi  tienda  acabase  de  contar, 
))sería  cosa  para  nunca  acabar  ..  Este  oficio  me  bastaba,  éste  mantiene  mi  casa,  sustenta  mi  honra,  y 
»me  hace  ser  temida  y  acatada  de  todos,  y  afama  mi  nombre  por  la  ciudad,  que  nadie  hay  que  me 
Bvea  que  no  me  llame:  madre  acá,  madre  acullá,  el  uno  me  dexa,  el  otro  me  toma,  el  vicario  me  con- 
Dvida,  el  arcediano  me  llama,  que  ningún  señor  de  la  iglesia  me  ve  que  no  quiera  ganar  por  la  mano 
»cuál  me  llevará  primero  á  su  casa»  (pp.  74-75). 

Ciertamente  que  los  que  fuesen  entonces  vicario  y  arcediano  de  Salamanca  quedarían  muy 
agradecidos  al  Maestro  Muñón  por  el  modo  de  señalar. 


ccxxviii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Un  solo  contemporáneo  alude  á  ella:  Alonso  de  Yillegas  en  su  Comedia  Selvagia. 
Y  ya  en  el  siglo  xvii  debía  de  ser  rara,  puesto  que  D.  Nicolás  Antonio  sólo  cita  un  ejem- 
plar que  guardaba  entre  sus  libros  D.  Lorenzo  Ramírez  de  Prado,  sin  duda  como  cosa 
peregrina.  Hartzenbusch  supone  que  Maximiliano  Calvi  tuvo  muy  presente  esta  tragico- 
media cuando  escribió  su  Tractado  de  la  hermosui'a  y  el  amor  (1576).  «Trozos  hay  en 
Ȏl  (dice)  con  los  mismos  pensamientos,  con  el  propio  lenguaje  casi  que  otros  de  la  tragi- 
comedia» .  Así  será  cuando  tal  maestro  lo  afirma;  pero  aunque  tengo  muy  manejado  el 
curiosísimo  infolio  de  Calvi,  que  es  la  más  completa  enciclopedia  de  cuanto  especularon 
sobre  la  filosofía  del  amor  y  de  la  belleza  los  neoplatónicos  del  Renacimiento,  no  he 
podido  encontrar  esas  coincidencias  verbales,  aunque  sí  algunas  ideas  comunes,  que 
por  serlo  tanto  en  las  escuelas  de  entonces  no  necesitaba  Calvi  tomar  directamente  de 
la  tragicomedia  ('). 

Mientras  estas  €Celcsiinas»  se  publicaban  en  Castilla,  un  ingenio  portugués  digno 
de  mayor  nombradla  que  la  que  logra  en  su  patria  y  fuera  de  ella,  componía  tres 
largas  comedias  en  su  lengua  nativa,  tomando  por  modelo  en  todas  ellas,  y  especial- 
mente en  la  primera,  el  libro  incomparable  de  Fernando  de  Rojas,  pero  sin  calcarle 
tan  servilmente  como  otros.  Las  comedias  Euphrosina^  JJlijssipo  y  Aulegraphia^  de 
Jorge  Ferreira  de  Vascoucellos,  atestiguan,  á  la  vez  que  el  talento  original  de  su  autor, 
la  influencia  profunda  que  ejerció  en  Portugal  la  tragicomedia  castellana  desde  el  mo- 
mento de  su  aparición.  Ya  hemos  visto  hasta  qué  punto  penetró  en  el  teatro  de  Gil  Vicen- 
te. Es  inútil  hablar  de  poetas  menores.  «Raras  son  las  comedias  portuguesas  (dice  Teó- 
» filo  Braga)  que  no  aluden  á  esta  comedia,  que  se  tornó  proverbial  en  la  lengua  de 
» nuestro  pueblo.  Aun  en  las  islas  Azores  se  habla  de  las  artes  de  la  madre  Celestina 
•!>  encantadora^  sin  saber  á  qué  gran  fenómeno  literario  sq  refieren»  (-).  En  vano  fué 
que  severos  moralistas  como  Juan  de  Barros  protestasen  contra  ella  y  hasta  conside- 
rasen como  un  timbre  de  la  lengua  portuguesa  el  ser  tan  honesta  y  casta  que  «parece 
»no  consentir  en  sí  una  tal  obra  como  Celestina-»  (^).  Ya  Gil  Vicente  había  demostrado, 
contra  monjiles  escrúpulos,  que  la  lengua  portuguesa  lo  toleraba  todo,  como  las  demás 
lenguas  del  mundo,  cuando  diestramente  se  las  maneja. 

Dos  testimonios  muy  singulares,  cada  cual  en  su  línea,  tenemos  de  la  enorme  popu- 
laridad, no  ya  literaria,  sino  social,  que  alcanzaba  la  Celestina  entre  los  portugueses  á 
principios  del  siglo  xvr.  El  primero,  cuya  indicación  debemos  á  nuestra  sabia  y  gene- 
rosa amiga  doña  Carolina  Michaelis  de  Vasconcellos,  prueba  que  antes  de  1521  el 
drama  de  Rojas  había  dado  asunto  para  trabajos  de  orfebrería.  En  el  ajuar  de  la  infan- 
ta doña  Beatriz,  que  en  dicho  año  se  casó  con  el  duque  de  Saboya,  había  una  taza  de 
plata  con  la  historia  de  Celestina  (*), 

Precisamente  en  el  mismo  año  Francisco  de  Moraes,  futuro  autor  del  Palmerín  de 

(•)  Tractado  de  la  Hermosura  y  del  Amor  compvesto  por  Maximiliano  Calvi  ..  En  Milán.  Per 
Paulo  Gotardo  Pondo,  el  Año  MDLXXVI. 

Cada  uno  de  los  tres  libros  en  qne  la  obra  se  divide  forma  un  volumen  con  paginación  diversa. 

í^)  üistoria  do  Tlieatro  Portuguez,  II,  A  comedia  classica  e  as  tragicomedias  (Porto,  1870), 
!  p  29-30. 

(3)  Grammatica  (1536),  pág.  73  de  la  edición  de  1785.  «Verdade  lie  ser  (a  lingua  portugueza)  era 
»si  taü  honesta  e  casta  que  parece  ná  consentir  em  sy  liúa  tal  obra  como  Celestina>. 

{^)  Historia  Genealógica  da  Casa  Rexl  portugueza,  por  D.  Antonio  Caetano  de  Sonsa...  Lisboa 
Occidental,  1738.  Provas.  II,  pág   448. 


INTRODUCCIÓN  coxxix 

Inglaterra^  fué  testigo  en  Bragauza,  su  patria,  de  la  inaudita  profanación  de  un  Diego 
López,  herrero,  que  en  viernes  de  Dolores  estaba  en  la  iglesia  de  San  Francisco,  ante  el 
Sagrario,  leyendo  á  un  corro  de  mujeres  la  Celestina^  «j  paréceme  que  era  en  el  auto 
»que  habla  de  Centurio»  ('). 

A  tiempos  poco  menos  remotos  que  éstos  han  querido  referir  algunos  la  composi- 
ción de  la  primera  comedia  de  Jorge  Ferreira,  sin  razón  á  mi  juicio,  y  hasta  con  evi- 
dente imposibilidad  cronológica.  Hubo  un  Jorge  de  Vasconcellos  (á  quien  también  se 
llama  Jorge  de  Yasco  Gon^elos),  insignificante  trovador  del  Cancionero  de  Resende  (2), 
el  cual  frecuentaba  ya  la  corte  de  D.  Manuel  en  1498,  y  está  citado  en  1519  por  Gil 
Vicente  {^).  Para  admitir  que  este  poeta  cortesano  fuese  la  misma  persona  que  el  autor 
de  la  Eufrosina^  como  pretende  Teófilo  Braga,  habría  que  rechazar  la  fecha  hasta  hoy 
tenida  por  cierta  de  la  muerte  de  Jorge  Ferreira  de  Vasconcellos  en  1585  ó  suponer 
que  vivió  más  de  cien  años,  pues  hemos  de  creer  que  tendría  por  lo  menos  diez  y  seis 
cuando  poetizaba  en  los  saraos  de  palacio. 

Aun  prescindiendo  de  esta  confusión  de  dos  personas,  que  pueden  ser  fácilmente 
deslindadas,  quedan  grandes  oscuridades  en  la  biografía  de  nuestro  autor.  Ni  siquiera 
consta  con  seguridad  la  tierra  en  que  nació,  que  unos  quieren  que  fuese  Coimbra,  otros 
Montemor  o  Velho,  sin  que  falte  quien  le  suponga  hijo  de  Lisboa  ('*).  Ninguno  de  los 
antiguos  biógrafos  se  fijó  en  el  dato  capital  de  haber  sido  Jorge  Ferreira  de  Vasconce- 
llos mozo  de  cámara  del  infante  D.  Duarte,  hijo  de  D.  Manuel,  á  cuyo  servicio  estaba 
en  1540,  fecha  de  la  muerte  de  aquel  príncipe,  nacido  en  1515.  De  aquí  dedujo  con 
excelente  crítica  doña  Carolina  Michaelis  que  debía  de  ser  joven  entonces,  no  de  mayor 
edad  que  Francisco  de  Moraes,  el  cual  también  figura  en  la  lista  de  los  servidores  del 
infante  ('').  No  se  sabe  á  punto  fijo  si  Ferreira  siguió  formando  parte  de  la  casa  de  la 
viuda  y  del  hijo  postumo  de  D.  Duarte,  ó  pasó  á  la  de  D.  Juan  III,  como  indica  su 
yerno  en  el  prólogo  de  la  Ulyssipo  (*'').  En  este  caso  sería  destinado  al  servicio  del  prín- 
cipe D.  Juan,  heredero  de  la  corona,  puesto  que  á  él  dedicó  las  primicias  de  su  inge- 

(')  «Em  sexta  Beira  de  Endoencas  do  anno  de  1521  vi  no  mosteiro  de  Sam  Francisco  en  bra- 
K^ancí  lili  Dii-.go  Lopes,  ferrf'iro,  vestido  em  manto  bérneo  e  tonca  foteada,  estar  ante  o  Sacra- 
"iiiento  en  roda  de  muiheres  lendo  por  Celestina,  e  parece-me  que  era  no  auto  que  falla  do  Cen- 
uturio».  (Ms  ,  tal  vez  autógrafo,  que  poseía  el  conde  de  Azevedo,  y  hoy  debe  de  estar  en  la  Biblio- 
teca de  Oporto  ) 

Vid.  C.  Oastello  Branco,  Narcóticos,  I,  Porto,  1882,  pág.  66.. 

{")  Tomo  III  de  la  ed.de  Stuttgart,pp.  114,  120,  129,  215  y  222  En  la  pág.  632  hay  unos  versos 
de  García  de  Resende  á  Jorge  de  Vasconcellos  «porque  nam  querya  escreuer  humas  trovas  siias». 

(^)  En  la  tragicomedia  de  Las  Cortes  de  Júpiter  (Obras  de  Gil  Vicente,  tomo  II  de  la  ed.  de 
Haraburgo,  pág.  404). 

(*)  José  Joaquim  da  Costa  e  Sá,  editor  de  la  traducción  de  Terencio  de  Leonel  da  Costa  en  1788, 
dice  haber  visto  un  ejemplar  de  la  Eufrosina  de  1561,  que  tenía  en  el  reverso  del  pergamino  la-* 
siguientes  palabras  de  letra  antigua:  «O  Autor  d'este  livro  foi  Jorge  Ferreira  de  Vasconcellos,  natural 
»de  Lisboa,  tamben  Author  da  Tavola  Redonda  e  d'outras  obras  (Tomo  I,  pág.  XXI,  nota  9). 

(^)  En  la  Vida  de  D.  Duarte,  escrita  en  1565  por  Andrés  Resende,  que  había  sido  su  maestro  de 
latinidad,  se  hace  mención  de  Francisco  de  Moraes,  pero  no  de  Jjrge  Feíreira  de  Vasconcellos.  Tam- 
poco en  el  testamento  del  Infante,  publicado  en  las  Pravas  de  la  Historia  Genealógica.  Pero  está 
citado  en  el  Rol  dos  Moradores  do  Infante,  redactado  poco  después  de  su  fallecimiento.  (Vid.  Caetano 
de    ousa,  Hist.  Geneal.  Provas,  II,  615.) 

(')  «Das  comedias  que  Jorge  Ferreira  de  Vasconcellos  corapos,  foy  esta  Vlysippo  a  segunda 
»estando  ja  no  serui^o  del  Rey  nesta  cidade». 


coxxx  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

nio:  la  comedia  Eufrosina  j  el  Sagramor,  entre  1550  y  1554  probablemente.  Muerto 
el  infante  en  1564,  siguió  al  servicio  del  que  fué  luego  rey  D.  Sebastián.  El  único 
puesto  oficial  que  consta  de  un  modo  positivo  haber  logrado  es  el  de  «escribano  del 
Tesoro»,  con  quince  mil  reis  de  sueldo  al  año  (!!).  Tal  destino  no  era  ciertamente  para 
enriquecer  á  nadie,  y  es  posible  que  espontáneamente  le  renunciase,  puesto  que  por  un 
albalá  de  10  de  julio  de  1563  tomó  posesión  de  él  un  Luis  Vicente  (hijo  acaso  del  gran 
poeta),  mozo  de  cámara  del  rey  D.  Sebastián,  en  los  mismos  términos  en  que  le  había 
tenido  Jorge  Ferreira,  que  debía  de  estar  vivo,  puesto  que  no  se  usa  respecto  de  él  la 
frase  sacramental  ^qiie  Deus  perdoe»  C).  Además,  el  prólogo  con  que  en  1567  apareció 
el  Sagramor  tiene  todas  las  trazas  de  estar  escrito  en  aquel  mismo  año.  Tampoco  debe 
negarse  crédito  á  Barbosa  Machado,  cuando  afirma  que  Ferreira  falleció  en  1585  y  fué 
enterrado  con  su  consorte  doña  Ana  de  Sonsa  en  el  crucero  del  convento  de  la  Santí- 
sima Trinidad  de  Lisboa.  Escribiendo  Barbosa  en  1747  es  muy  probable  que  tomase 
esta  fecha  del  epitafio  que  existiría  en  dicho  convento,  destruido,  como  tantos  otros,  por 
el  terremoto  de  1755  f). 

Otras  noticias  que  el  mismo  Barbosa  da  tienen  igualmente  sello  de  verisimilitud  y 
no  han  sido  hasta  ahora  contradichas  por  ningún  documento,  aunque  tampoco  hay  nin- 
guno que  las  confirme.  Le  llama  caballero  profeso  de  la  orden  de  Cristo  y  uno  de  los  i 
más  distinguidos  criados  de  la  casa  de  Aveyro  {^)  y  afirma  que  fué  «tesorero  de  la  casa  j 
de  la  India» .  De  su  matrimonio  con  la  ya  referida  doña  Ana  de  Sousa  tuvo  dos  hijos,  j 
Pablo  Ferreira,  que  en  edad  juvenil  perdió  la  vida  en  la  jornada  de  África  con  el  rey  j 
D.  Sebastián,  y  doña  Briolanja  de  Vasconcellos,  que  se  c;»só  con  Antonio  de  Noronha.  i 
No  sólo  fué  hombre  de  ingenio  agudo  y  gracia  nativa,  dotes  que  en  sus  composicio-  j 
nes  resplandecen,  sino  verdadero  y  culto  humanista.  La  Eufrosina  parece  documento  i 
irrecusable  de  haber  hecho  sus  estudios  en  Coimbra,  lo  cual  no  pudo  ser  antes  de  1537,  | 
fecha  de  la  traslación  de  la  Universidad  desde  las  orillas  del  Tajo  á  las  del  Mondego  (*).  | 
Parece  singular  que  con  tales  condiciones  y  con  el  positivo  mérito  de  sus  escritos,  un  i 
solo  contemporáneo  suyo  le  mencione,  Diego  de  Teive  en  un.  elegante  epigrama  latino  f),  i 

O  Vid.  Brito  Rebello,  Ementas  Históricas,  II,  Gil  Vicente,  pág.  114.  ¡ 
El  título  exacto  del  cargo  era  «escrivao  da  receita  e  despesa  do  tesoureiro  da  casa  real». 

(')  Barbosa  Machado,  Bibliotheca  Lusitana...  Lisboa,  1747,  Tomo  II,  pp.  805-807.  i 

(*)  Acaso  en  este  punto  haya  confusión  con  el  Dr.  Antonio  Ferreira,  autor  de  la  Castro.  El  j 

ducado  de  Aveiro  fué  creado  en  1547  para  D.  Juan  de  Lencastre,  nieto  de  D.  Juan  II, 

(')  Vid.  Teophilo  Braga,  Historia  da  universidade  de  Coimbra...  Tomo  I,  Lisboa,  1892,  cap.  V,  ¡ 

pp.  449  y  83.  ! 

C)  Estos  dísticos  se  encuentran  en  la  comedia  Aulegrafia,  pero  no  al  fin,  como  dice  Barbosa,  ' 

sino  al  principio,  antes  del  folio  primero  é  inmediatamente  después  de  la  dedicatoria:  i 

Inscribunt  alii  morituris  nomina  chartis  i 

Cumque  illis  cernnnt  nomina  obire  sna,  i 


Tu,  bone  Ferreri,  victaris  nomina  chartis. 

Non  tua  subscribís,  sed  latitare  cupis. 
Est  tibí  sat  saeclis  prodesse  aliquando  f  uturis 

Quatnvis  nulla  tui  nominis  aura  eonet. 
Nil  agís,  insequitur  fugientem  fama,  sequentem 

Auf  ugit,  ad  saperos  et  volat  alta  polos. 

Siendo  tan  raros  los  elogios  antiguos  de  Jorge  Ferreira,  no  debemos  omitir  el  de  Juan  Soares 
de  Brito  (Theatr.  Lusit.  Lit.,  let.  G.),  citado  por  Barbosa:  «Vir  ingenio  proraptissimo  et  lepidiasirao». 


INTRODUCCIÓN 


CCXXXI 


que  en  parte  nos  da  la  clave  del  enigma,  pues  hace  notar  que  Ferreira  jamás  ponía  su 
nombre  en  las  obras  que  compuso : 

Non  iua  subscribís,  sed  latitare  cupis. 

Este  amor  á  la  oscuridad  j  al  anónimo,  y  quizá  todavía  más  la  circunstancia  de 
no  haberse  prestado  al  cambio  de  elogios  mutuos,  puesto  que  ni  se  encuentran  versos 
suyos  en  loor  de  ningún  ingenio  de  su  tiempo,  ni  sus  libros  llevan  panegíricos  de  mano 
ajena,  explican  su  aislamiento  respecto  de  la  literatura  de  su  época  y  el  olvido  en  que 
cayó  muy  pronto  su  nombre,  hasta  el  punto  de  ser  atribuida  á  otros  autores  su  mejor 
obra. 

Además,  sus  gustos  parecen  haber  estado  en  discordancia  con  esa  misma  literatura. 
Era,  como  Cristóbal  de  Castillejo,  uq  rezagado  de  la  escuela  del  siglo  xv.  A  ella  perte- 
necen todos  los  poetas  que  elogia:  Macías,  Juan  Rodríguez  del  Padrón,  Garci  Sánchez 
de  Badajoz,  el  Bachiller  de  la  Torre,  Juan  de  Mena,  el  Ropero,  Jorge  Manrique,  Juan 
del  Encina,  entre  los  castellanos;  D.  Juan  de  Meneses,  Gil  Vicente,  Bernaldim  Ribei- 
ro,  entre  los  portugueses  (').  De  los  poetas  de  la  escuela  nueva  menciona  á  Boscáu, 
Garcilaso  y  Sá  de  Miranda. 

Hasta  aquí  las  noticias  biográficas  de  Jorge  Ferreira,  que  no  he  tenido  ni  siquiera 
el  trabajo  de  recoger,  puesto  que  juntas  y  depuradas  las  ha  puesto  á  mi  disposición  la 
doctísima  escritora  doña  Carolina  Michaelis,  ornamento  al  par  de  la  erudición  germá- 
nica y  de  las  letras  peninsulares,  á  quien  me  complazco  en  dar  este  público  testimonio 
de  gratitud  por  su  admirable  compañerismo  literario. 

No  todas  las  producciones  del  ingenio  de  Jorge  Ferreira  hau  llegado  á  nuestros  días. 
El  conde  da  Ericeira,  al  dar  cuenta  en  1724  á  la  Academia  Real  Portuguesa  de  los 
manuscritos  que  contenía  la  biblioteca  del  Conde  de  Vimieiro,  cita  con  el  núm.  79  unas 
Obras  Maraes  de  Jorge  Ferreira  de  Vasconcellos  compuestas  en  1550  para  la  educa- 
ción del  rey  D.  Sebastián.  La  primera  de  ellas  era  un  Diálogo  das  grandepas  de  Sa- 
lomao,  y  la  otra  un  coloquio  sobre  el  psalmo  50  La  librería  de  Vimieiro  fué  de  las 
que  perecieron  en  el  terremoto.  Barbosa  Machado,  que  escribió  antes  de  aquella  catás- 
trofe, menciona,  no  sólo  el  Diálogo  de  las  graridexas  de  Salomón,  dedicado  al  rey 
D.  Sebastián  en  su  infancia,  sino  también  el  Peregrino,  «libro  curioso  escrito  en  el 

(')  Las  coplas  de  Jorge  Manrique  le  eran  tan  familiares  que  desde  la  primera  escena  de  la  Eufro- 
sina  intercala  varios  versos  en  el  diálogo:  aDexemos  a  los  troyanos  que  sus  males  no  los  vimos». 
«Recuerde  el  alma  dormida.»  Y  á  continuación  dos  pedazos  de  romances  que  él  mismo  califica  de 
antiguallas:  «Por  aquel  postigo  viejo»,  «Buen  Conde  Fernán  González».  Dos  veces  está  citado 
Macías  en  la  misma  escena,  y  poco  antes  el  «Huid  que  rabio»  de  Juan  Rodríguez  del  Padrón  pági- 
nas 63,  64  y  65  de  la  pretente  edición).  Nueva  reminiscencia  de  Jorge  Manrique  en  la  escena  2.*: 
«Todo  tiempo  pasado  fué  mejor»  (pág.  71).  De  los  elevamientos  de  Garci  Sánchez  se  habla  en  el 
acto  3.°,  escena  2.*  (pág.  105). 

De  la  popularidad  de  los  pliegos  sueltos  que  cont.nían  romances  es  buena  prueba  lo  que  dice 
Cariofilo  á  Zelotipo  en  la  segunda  jornada  del  acto  tercero:  «Partios  a  Castilla  y  dexad  a  Portugal  a 
»lo8  castellanos,  pues  les  va  tan  bien  en  ella.  Poned  tienda  en  Medina  del  Campo  y  ganaréis  de 
»comer  con  glosar  romances  viejos,  que  son  apacibles,  j'  poneldes  [  or  título  «obra  nueva  sobre  mal 
"ftliuvistes  los  franceses  la  caza  de  Roncesvalles»;  mas  temo  que  ande  ya  allá  el  trato  tan  dañado 
»como  acá,  donde  lo  censuran  todo  estos  críticos,  que  no  medran  ya  cbocarreros»  (pág.  106). 

En  el  mismo  acto  hay  tres  canciones  castellanas,  puestas  en  boca  de  Zelotipo.  El  traductor  sólo 
ha  conservado  la  tercera:  «Aora  quiero  os  dezir  unas  coplas  que  hize  poco  ha  en  castellano,  por  ser 


ccxxxii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

estilo  de  la  Eufrosina{\o  cual  hace  creer  que  se  trataba  de  una  nueva  comedia  en  prosa), 
y  los  Colloqidos  sobre  Parvos  (coloquios  sobre  los  tontos),  en  respuesta  á  una  pregunta 
que  le  hizo  una  prima  suya  religiosa,  «que  cosa  era  j^ci^'t'oisse» .  De  ninguno  de  estos 
manuscritos  queda,  al  parecer,  rastro. 

Como  obras  impresas  tenemos  las  tres  comedias,  y  un  libro  de  caballerías,  del  cual 
existen  dos  redacciones,  al  parecer  distintas.  La  primera,  que  con  el  título  de  Triunfos 

))más  receb'do  y  menos  glosado».  Las  otras  dos  tienen  los  siguientes  principio?,  que  bastarán  para 
mostrar  su  directa  filiación  de  la  poesía  de  los  Cancioneros: 

De  grado  en  grado  ha  sobido 
La  pena  a  la  fortaleza, 
Del  ansia  y  mayor  tristeza 
Que  ay  en  el  mundo. 

Cayó  se  me  basta  el  profundo 
Con  dolor  el  pensamiento, 
Del  más  subido  cimiento 
De  la  esperanza... 

En  mal  punto  fue  nacido 
Un  corazón  desdichado, 
Qual  el  mió  {'^],  que  ha  querido 
Ser  más  vuestro  desdeñado 
Que  de  otra  favorescido... 

Tiene  en  portugués  otras  composiciones  del  mismo  gusto.  La  mejor  es  un  villancico  que  canta 
Silvia  de  Sonsa  en  la  escena  1.''  del  ac  o  4.°: 

Aquelle  cavaleiro, 
Que  d'  amores  me  falla, 
Querolhe  bem  na  alma... 

(Pág.  229  (le  la  ed.  de  1786). 

El  capitán  Ballesteros  traduce  estos  versos,  pero  omite  ó  mutila  arbitrariamente  otros,  así  cas- 
tellanos como  portugueses,  en  todo  el  curso  de  la  obra.  No  tiene  disculpa,  por  ejemplo,  la  supresión 
de  esta  linda  cantiga  que  entona  EuErosina  en  el  acto  4.°,  escena  5.*: 


Castigado  me  ha  mi  madre 
Por  vos,  gentil  caualleio. 
Mándame  que  no  os  hable: 
No  lo  haré,  que  much  >  os  quiero. 

Fuerza  me  por  vos  a  uor, 
Vénceme  vuestro  deseo: 
Cuanto  me  riñen,  si  os  veo, 
Se  me  olvida,  y  el  temor. 

Defiende  me  lo  mi  madre, 
Que  no  os  vea,  cavallero, 


Mándame  que  no  os  hable, 
Y  yo  por  hablar  os  muero. 

¿Qué  valen  consejos  sanos, 
Quando  está  mal  sana  el  alma? 
Si  el  amor  lleua  la  palma, 
Vencen  los  cuidados  vanos. 

Que  me  mate  la  mi  madre 
Por  vos,  gentil  cavallero, 
No  quitará  que  no  os  hable. 
Pues  sin  vos  vida  no  quiero. 

(Pág.  248  de  la  misma  edición). 


El  nombre  de  Jorge  Ferreira  debe  añadirse  al  Catálogo  de  los  autores  portugueses  que  escribieron 
en  castellano  formado  con  tanta  erudición  y  diligencia  por  mi  difunto  é  inolvidable  amigo  el  Dr.  Gar- 
cía Peres,  no  sólo  por  estas  y  otras  piezas  poéticas,  sino  por  una  parte  del  diálogo  de  la  comedia 
Aulegrajia. 

No  encuentro  citadas  en  la  Eufrosina  más  obras  en  prosa  que  el  Clarimundo,  libro  de  caballeías 
de  Juan  de  Barros  (pág.  110  del  presente  volumen),  la  novela  de  Diego  de  San  Pedro  y  el  Marco 
Aurelio  del  obispo  Guevara:  «En  esta  materia  pocos  aciertan  y  todos  reprehenden  y  no  dexan  de 
»aferrarse  con  Cárcel  de  Amor  en  lugar  solitario,  y  tienen  por  tanto  corivertiilo  en  portugués  como 


(*)  M  niño  dice  la  incorrectísima  edición  de  Sousa  Parinha,  1786,  pág.  172. 


INTRODUCCIÓN  coxxxin 

de  Sagramor^  fué  impresa  en  1554  ('),  se  enlaza  artificialmente  con  el  ciclo  del  rey 
Artús  y  de  la  Tabla  Redonda,  pero  su  principal  objeto  fué  describir  las  tiestas  ó  torneo 
de  Xabregas  con  ocasión  de  haber  sido  ai-niado  caballero  el  príncipe  D.  Juan,  á  quien 
servía,  mozo  estudioso  j  protector  de  las  Musas,  ensalzado  como  tal  por  todos  los  poetas 
de  su  tiempo,  incluso  Luis  de  Camoens  (en  la  égloga  1.").  Más  ó  menos  refundida  esta 
obra  con  el  título  de  Memorial  das  proezas  da  segunda  Tavola  redonda^  j  dedicada  al 
rey  D.  Sebastián,  volvió  á  imprimirse  en  1567  (").  El  editor  de  la  Aulegraphia  en  1619 

»si  fuese  Homero;  mas  pues  llegainos  a  tratar  de  antigüedades,  qué  malo  sería  hablar  por  Marco 
y> Aurelio,  que  tiene  gran  copia  en  el  dezir?»  (pág.  111). 

De  Petrarca  y  aun  de  Dante  liay  indudables  reminiscencias:  «De  la  señora  Eufrosina  no  se  pue- 
))de  liablar  como  de  cosa  deste  mundo,  sino  como  de  una  muestra  que  Dios  nos  quiso  dar  de  su  poder» 
(p.  137).  «.La  mayor  congoja  en  estas  adversidades  es  acordarme  que  ful  algún  tiempo  venturoso»  (p.  140). 

En  la  Vlysippo  (fol.  149  vuelto  de  la  ed.  de  1618)  se  encuentra  un  soneto,  único  tributo  que 
pagó  á  la  métrica  italiana  No  sabemos  si  puede  tomarse  por  expresión  de  su  propio  pensamiento  ó 
meramente  de  la  persona  que  habla,  el  siguiente  pasaje  de  la  Aulegraña  (act.  11,  se.  10,  fol.  78 
vuelto).  En  el  primer  caso  habría  que  creer  que  cambió  de  rumbo  en  sus  últimos  años,  como  lo  hizo 
también  Gregorio  Silvestre:  «Eu,  senlior,  tenho  niinha  poesía  nova  e  fa^o  minlia  viagem  por  fora 
!)da  rota  de  Joáo  de  Lenzina,  e  terzo  -  me  da  vitola  dos  antigos  como  de  espirro:  porque  sao  músicas 
»  le  fantasía  sem  arte,  e  nao  alcan^am  o  bem  d'  agora,  que  tem  furtado  o  corpo  a  idolatrías  contem- 
»p]ativas  quando  Ihe  dizia:  En  tus  manos  la  my  vida  encomiendo  condenado,  etc.,  e  entáo  logo  mo« 
Drrem  e  vinlian  os  Testamentos,  os  Infernos  do  amor,  e  tudo  era  ayre». 

Poco  antes  se  había  quejado  del  abandono  de  la  lengua  portuguesa  y  del  predominio  de  la 
nuestra:  «Somos  tao  incrinados  á  lingua  castelhana,  que  nos  descontenta  a  nossa,  sendo  dina  de 
»maíor  estima,  e  nao  ha  antre  nos  quem  perdoe  a  hua  trova  portugueza,  que  muytas  vezes  é  de 
»vantagem  das  Oastelhanas,  que  se  tem  aforado  conmosco,  e  tomado  posse  do  nosso  ouvido,  que 
Dnenhumas  Ihe  soan  mellior:  emtanto  que  fica  em  tacha  anichilarmos  sempre  o  nosso,  por  estimar- 
)jmos  o  allieyo»  (fol.  66  vuelto). 

(')  Inocencio  da  Silva  no  llegó  á  ver  los  Triunfos  de  Sagramor,  y  se  limita  á  copiar  la  escueta 
noticia  de  Barbosa: 

Triunfos  de  Sagvamor^  em  que  se  tratáo  os  feitos  dos  Cavalleiros  da  segunda  Tavola  Redonda. 
Dirigido  al  Principe  D.  Juan.  Coimbra,  por  Juan  Aligares,  impresor  del  Rey.  1554.  fol. 

D.*  Carolina  Michaéiis  me  escribe:  «Infelizmente  nunca  vi  o  Sagramor.  Nem  vive  quem  o 
»visse!  Apenas  ha  boatos  vagos  sobre  un  exemplar  guardado  na  Torre  do  Tombo.  Creio  que  o  Me- 
y)morial  é  2.^  ed.  do  Sagramor,  apenas  com  o  titulo  mudado  por  improprio.  O  melhor  teria  sido 
y> Memorial  das  Proezas  dos  Cavaleyros  da  (Segunda)  Tavola  Redonda  do  Rei  Sagramor.  No  prologo 
»ha  no  fim  a  ora9ao  seguinte:  «nao  me  disculpo  dos  erros  e  atrevimentos  de  que  nesta  treslada97á) 
Ddo  Triumpho  del  Rey  Sagramor  posso  ser  reprendido,  ñera  os  negó».  No  cap.  26  diz  que  «Foro- 
J>neus,..  nao  foy  sua  ten^áió  tratar  de  hum  soo  cavaleyro.,,  antes  pretende  fazer  huma  viva  memoria 
»de  tudo  o  que  alcan90u  saber  dos  da  Tavola  Redonda  del  Rey  Sagramor». 

(')  Memorial  das  proezas  da  segunda  Tauola  redonda.  A  o  muyto  alto  e  muyto  poderoso  Rey 
do  Sebastiüb  primeyro  deste  nome  em  Portugal,  nosso  senhor.  Con  licenra.  Em  Coimbra.  Em  casa  de 
Joáo  de  Barreyra,  1567.  4.°  240  hs.  dobles. 

Barbosa  cita  otra  del  mÍ8mo  año  en  folio,  pero  debe  de  ser  la  misma. 

De  esta  edición  rarísima  sólo  se  conocen  dos  ejemplares  en  Portugal  (según  Inocencio):  el  de  la 
Biblioteca  Nacional  de  Lisboa,  procedente  de  la  librería  de  D.  Francisco  de  Mello  Manuel,  y  el  de  la 
biblioteca  de  Braga.  En  el  Suplemento  de  Brito  Aranlia  se  cita  otro  que  perteneció  al  conde  de  Azevedo. 

Hay  una  edición  moder  a  del  Memorial,  dirigid  i  por  Manuel  Bernardes  Branco  (Lisboa,  na 
tip.  do  (íPanorama»,  8."  grande). 

Vid.  Diccionario  bibliographico  portuguez,  estudos  de  Innocencia  Francisco  da  Silva  applicaveis  a 
Portugal  e  ao  Brasil.  Tomo  IV  Lisl)oa,  na  Iinprensa  Nacional.  1860,  pp,  167-171.  Y  el  Suplemento 
de  Brito  Aranha  (tomo  XII  del  Diccionario,  1^ 


coxxxiv  orígenes  DE  LA  NOVELA 

habla  de  una  segunda  parte  inédita,  que  al  parecer  se  ha  perdido.  Los  versos  que  el 
Memorial  contiene  no  desmienten  las  aficiones  arcaicas  y  enteramente  hispanistas  de 
Jorge  Ferreira.  Son  casi  todos  romances,  algunos  de  ellos  de  asunto  clásico,  como 
la  guerra  de  Troya,  los  amores  de  Sofonisba  y  la  batalla  de  Farsalia;  otros  enlazados 
con  la  acción  de  la  novela,  y  algunos  de  tema  histórico  portugués,  como  la  muerte  del 
príncipe  D,  Alfonso,  hijo  de  D.  Juan  II,  y  la  del  mismo  príncipe  D.  Juan,  mecenas  del 
autor  O- 

No  puede  negarse  que  Jorge  Ferreira,  sin  dejar  de  ser  ingenio  genuinamente  portu- 
gués, y  el  que  después  de  Gil  Vicente  nos  ha  dejado  más  fieles  pinturas  de  la  sociedad 
de  su  tiempo,  tenía  puestos  los  ojos  en  nuestra  literatura  del  siglo  anterior,  y  especial- 
mente en  la  obra  insigne  que  glorificó  las  postrimerías  de  aquella  centuria.  Sus  come- 
dias lo  comprueban,  sin  que  el  autor  trate  de  ocultarlo,  y  no  pueden  confundirse  de 
ningún  modo  con  Os  Estrangeiros  y  Os  Vilhalpandos  de  Sá  de  Miranda,  con  Bristo 
y  O  Cioso  de  Antonio  Ferreira,  que  son  también  comedias  en  prosa,  pero  de  pura  imi- 
tación latino-itálica,  de  moderada  extensión  y  de  forma  representable.  Ferreira  de 
Vasconcellos,  por  el  contrario,  es  un  imitador  deliberado  de  la  Celestina^  y  sus  come- 
dias son  extensos  libros,  destinados  á  la  lectura  únicamente  (■). 

La  más  antigua  de  estas  obras,  y  la  que  principalmente  nos  interesa,  es  la  Enfro- 
sina.  En  el  proemio  al  príncipe  D,  Juan,  el  autor  la  llama  'primicias  de  meu  rustico 
engenho^  primeiro  friicto^  que  delle  colhi  inda  ben  tenro.  Y  en  el  prólogo,  puesto  en 
boca  de  Joao  de  Espera  em  Deus^  la  anuncia  como  cousa  nova^  invengño  fiova  fiesta 
térra.  Tenemos,  pues,  en  ella,  no  sólo  las  primicias  del  ingenio  de  su  autor,  sino  las 
primicias  de  un  género:  «o  novo  autor  em  nova  iuuen^ao» . 

La  acción  pasa  en  Coimbra,  y  hay  continuas  alusiones  á  las  costumbres  de  los  estu- 
diantes, aunque  no  lo  son  los  dos  principales  personajes  (^).  En  el  prólogo  de  Juan 
espera  en  Dios  se  declara  expresamente  que  allí  fué  compuesta:  «Na  antiga  Coimbra, 
»  coroa  destes  Reynos,  á  sombra  dos  verdes  sinceráis  de  Mondego,  nasceo  a  portugueza 
»Eufrosina».  ¿Pero  en  qué  tiempo?  No  es  posible  admitir  la  fecha  de  1527,  propuesta 
por  Teófilo  Braga.  Su  único  apoyo  está  en  una  carta  fechada  en  Goa  á  28  de  diciembre 
de  1526,  que  se  lee  en  la  escena  quinta  del  acto  segundo  de  la  obra.  Pero  en  esta  fecha 
tiene  que  haber  error  tipográfico,  puesto  que  en  la  misma  carta  se  alude  á  la  fortaleza 


(1)  Vid.  Th.  Braga,  Floresta  de  varios  romances,  Porto,  1868,  pp.  36-53. 

(*)  Basta  leer  la  Eufrosina  para  convencerse  de  que  no  pudo  ser  representada  á  lo  menos  en  su 
forma  actual;  pero  algunas  frases  del  prólogo  de  Juan  de  Espera  en  Dios  parecen  indicar  que  su 
autor  la  destinó  á  alguna  recitación  ó  lectura  pública,  como  creemos  que  lo  fué  también  la  Celestina. 
En  este  caso  los  oyentes  serían  estudiantes  ó  profesores  de  Coimbra,  y  á  ellos  aludirá  la  frase  neste 
anfitrioneo  convento. 

(^)  Por  cierto  que  Jorge  Ferreira  no  se  muestra  nada  blando  con  ellos,  especialmente  con  los 
legistas:  «Estos  son  gente  sin  ley  ni  Rey,  todo  su  cuydado  es  buscar  recreación;  la  ciencia  está  en 
j)los  libros;  el  estudiar,  ir  y  venir  á  su  tierra,  y  después  de  largo  tiempo  mal  gastado:  bachiller 
»soy,  bien  votado  ó  mal  votado,  y  dan  sentencias  de  golpe,  como  palo  de  ciego,  que  Ueua  el  pelo  y 
»el  pellejo,  y  el  mal  es  para  quien  les  cae  en  las  manos»  (pág.  88). 

«El  enfado  del  estudio  no  se  puede  sufrir  si  no  es  a  fuerza  de  necesidad....  Rico  es  mi  padre, 
»lograrme  quiero  con  su  trabajo....  quanto  má-  que  yo  podré  graduarme  por  suficiencia,  y  con  estar 
»do8  dids  en  Sena  ó  en  Bolonia,  espantaré  toda  esta  tierra,  y  con  dos  sentencias  que  traiga  de  la  Rota 
«pensará  mi  padre  que  vengo  hecho  un  oráculo»  (pág  89). 


INTRODUCCIÓN  ooxxxv 

de  Diu,  lio  construida  hasta  1535.  La  verdadera  fecha  de  la  comedia  debe  rebajarse,  por 
consiguiente,  en  diez  años,  j  esta  fecha  cuadra  perfectamente  con  todo  lo  que  sabemos 
de  la  vida  del  autor. 

La  Eufrosina  corrió  mucho  tiempo  manuscrita,  estragándose  en  las  copias,  hasta 
que  el  autor,  doliéndose  de  verla  andar  poi'  militas  mabs  denassa  é  falsa,  determinó 
colocarla  bajo  el  real  amparo  del  Príncipe  D.  Juan,  heredero  de  la  corona.  Si  se  la  de- 
dicó impresa,  como  parece  muy  creíble,  esta  primera  edición  es  desconocida  hasta 
ahora.  Pero  existen  otras  dos  del  siglo  xvi,  ambas  sin  nombre  de  autor,  únicas  que  nos 
dan  el  primitivo  j  auténtico  texto  de  la  comedia.  Una  es  de  Coimbra,  1560;  otra  de 
Évora,  de  1561  (*).  Sus  ejemplares  son  de  extraordinaria  rareza.  A  ello  contribuiría 
sin  duda  la  prohibición  inquisitorial,  que  aparece  por  primera  vez  en  el  índice  portu- 
gués de  1581    (-),  pero  que  no  pasó  al  castellano  de  1583. 

Como  á  pesar  de  la  censura,  ó  quizá  por  virtud  de  ella,  seguía  leyéndose  con  apre- 
cio la  Eufrosina,  un  buen  ingenio  de  principios  del  siglo  xvil,  poeta  y  novelista,  Fran- 
cisco Rodríguez  Lobo,  determinó  obsequiar  con  una  reimpresión  de  ella  á  su  mecenas 
D.  Gastón  Coutinho,  que  había  mostrado  deseo  de  leerla,  entre  otras  razones  porque 

(')  Debajo  de  una  viñeta  con  tres  figuras  que  representan  á  Zelolipo,  Eufrosina  y  Silvia  de 
Sonsa,  se  lee  este  título: 

Comedia  Eufrosina.  De  nouo  reuista  &  em  partes  acrecetuda.  Impressa  em  Coimbra.  Por  loiíb 
de  Barreyra,  Impresor  da  Universidade;  Aos  dez  de  mayo  M.  D.  LX 

(Colofón):  «Foy  impressa  a  presente  obra,  em  a  mny  noble  &  sempre  Real  cidade  de  Coimbra, 
))por  loaó  de  Barreyra  empressor  da  Universidade.  Corn  privilegio  Real  que  nenliüa  pessoa  a  possa 
«imprimir,  uem  vender,  nem  trayer  doutra  parte  impressa,  sob  as  penas  conteudas  no  Privilegio, 
))Acabonse  aos  dez  dias  do  mes  de  mayo.  De  M.  D.  LX», 

8.°,  347  pp.  Láminas  en  madera.  Letra  redonda,  excepto  la  lista  de  las  figuras  de  la  Comedia, 
que  va  en  letra  gótica. 

Las  palabras  «revista  e  em  partes  acrecentada»  apenas  dejan  duda  de  la  existencia  de  una  edi- 
ción anterior. 

Esta  de  1560  es  rarísima.  El  ejemplar  que  poseyó  Salva  y  describe  en  su  Catálogo  (núm.  1254) 
pertenece  hoy  al  Museo  Británico.  Allí  mismo  liay  un  ejemplar  incompleto  de  otra  edición,  que 
parece  ser  la  siguiente: 

Comedia  Eufrosina.  De  nouo  reuista^  z  em  partes  acrecentada.  Agora  nanamente  impressa,  Diri- 
gida  ao  muito  alto  z  poderoso  principe  dom  Joam  de  Portugal. 

(Colofón):  «Foy  impssa  em  Euora  en  casa  de  Andree  de  Burgos,  impssor  e  cavaleiroda  casa  do 
»Oardeal  Iffante.  No  fin  dabril  de  1561».  8.<*  let.  gót. 

«Había  un  ejemplar  excelentemente  conservado  en  la  librería  del  hospicio  de  la  Tierra  Santa, 
el  cual  pasó  después  al  Archivo  Nacional  de  la  Torre  do  Tombo»  (Inocencio  da  Silva).  Otro  existe 
en  la  librería  que  fué  de  D.  Feriando  Palha  (núm.  1.206  de  su  Catálogo). 

D.  Blas  Nasarre,  que  reimprimió  en  1735  la  Eufrosina  castellana,  dice  en  la  advertencia  «al  que 
leyere»,  tratando  del  original  portugués:  «Imprimióse  esie  libro  la  primera  vez  en  Kvora  el  año 
»1566  por  Andrés  de  Burgos,  impresor  y  cavallero  de  la  Casa  del  Oirdenal  Infante».  Pero  como  esta 
edición  no  parece  por  ninguna  parte,  puede  sospecharse  que  el  1566  sea  errata  por  1561. 

— Comedia  Evfrosina.  Ñoñamente  impressa  e  emendada.  Por  Francisco  Roiz  Lobo.  Em  Lisboa, 
Antonio  Aluares,  1616.  8."  4  hs.  prla.  y  223  fols. 

— Comedia  Eufrosina.  De  lorge  Ferreira  de  Vasconcellos,  ñoñamente  impressa,  e  emendada  por 
Francisco  Roiz  Lobo.  Terceira  edicam  fielmente  copiada  por  Bento  loze  de  Sovsa  Farinha,  professor 
regio  de  Filozofia,  e  Socio  da  Academia  Real  das  Sciencias  de  Lisboa.  Lisboa,  na  off.  da  Academia 
Real  das  Sciencias,  anno  AIDCCLXXXVI.  Con  liceuqa  da  Real  Mesa  Censoria 

Es  pésima  edición,  lo  mismo  literaria  que  tipográficamente  considerada. 

C)  Pág.  359  de  la  reimpresión  de  Reuscli. 


ccxxxvi  orígenes  DE  LA  NOVELA 

«todas  las  cosas  prohibidas  obligan  á  la  voluntad  á  procurarlas,  más  que  otras  á  que 
»no  pone  precio  la  dificultad,  y  siempre  nuestro  deseo  se  esfuerza  á  lo  que  le  prohiben» . 
T  doliéndose  61,  por  su  parte,  de  que  una  obra  tan  digna  de  loor  por  la  excelencia  de 
sus  palabras,  la  galantería  de  sus  conceptos,  la  verdad  de  sus  sentencias,  la  agudeza  y 
sal  de  sus  gracias,  estuviese  fuera  del  uso  común  y  no  pudiese  ser  leída  libremente,  se 
determinó  á  quitar  <''algunos  descuidos  y  yerros  que  en  ella  había» ,  y  es  de  creer  que 
fuesen  alusiones  satíricas  sobre  las  costumbres  de  clérigos  y  frailes,  que  nunca  faltan 
en  esta  casta  de  libros. 

Corregida  de  esta  manera  por  Kodríguez  Lobo,  la  Eufrosina  volvió  á  ser  impresa 
en  1616  con  permiso  del  Santo  Oficio,  que  autorizó  esta  edición  sola  en  el  índice  de 
1624,  continuando  la  prohibición  de  las  anteriores:  Enphrosina  impressa  antes  de  1616; 
Author  Jorje  íerreira  de  Vasconcellos.  Los  inquisidores  sabían  el  nombre  del  autor, 
pero  Lobo  no  le  consigna,  y  la  tradición  fué  perdiéndose,  hasta  el  punto  de  decir 
Faria  y  Sonsa  en  su  Ewopa  Portuguesa  ('):  «El  primer  libro  que  se  escrivio  con  la 
»  mira  de  ensartar  refranes  y  dichos  graciosos  fue  (con  admirable  acierto)  el  que  llaman 
» Eufrosina^  malissimamente  traducido  en  castellano:  no  se  le  sabe  autor;  diole  ulti- 
» mámente  a  luz  Francisco  Kodriguez  Lobo,  muy  diminuto».  Por  su  parte,  D.  Francisco 
Manuel  de  Mello,  en  el  Hospital  das  Lettras  (2),  habla  dubitativamente  de  la  paterni- 
dad de  la  Eufrosina,  aunque  no  de  las  otras  dos  comedias:  «O  illustre  Jorje  Ferreira, 
»auctor  da  Uiysipo,  Aulegraphia  e  di'xem  que  Eufrosina^-> .  ííuestro  D.  Nicolás  Anto- 
nio escribió  con  mejores  informes,  catalogando  la  Eufrosina  á  nombre  de  Jorge  Fe- 
rreira y  dando  á  Lobo  por  mero  editor  ('). 

Como  anónima  se  había  presentado  en  la  traducción  castellana  del  capitán  D.  Fer- 
nando de  Ballesteros  y  Saavedra,  regidor  de  Villanueva  de  los*  Infantes  (1631),  que  en 
la  dedicatoria  al  infante  D,  Carlos,  hermano  de  Felipe  IV,  dice  textualmente:  «Bien 
» pudo  la  modestia  del  autor  desta  comedia  ser  hazañosa  en  quitarse  la  gloria  que  de 
» averia  escrito  le  resultará  en  los  siglos».  D.  Francisco  de  Quevedo,  que  apadrinó  esta 
traducción  con  una  curiosa  advertencia,  conocía,  no  sólo  la  edición  de  1616,  sino  las 
antiguas,  pues  hace  notar  que  «su  original  no  cercenado  por  Lobo  es  difícil  por  los 
» idiotismos  de  la  lengua  y  los  Proverbios  antiguos  y  que  ya  son  remotos  a  la  habla 
» moderna».  Pero  ignoraba  por  completo  quién  fuese  el  autor  primitivo.  «Esta  comedia 
»  Eufrosina,  que  escrita  en  Portugués  se  lee  sin  nombre  de  autor,  es  tan  elegante,  tan 
»  docta,  tan  exemplar,  que  haze  lisonja  la  duda  que  la  atribuye  a  cualquier  de  los  más 
» doctos  escritores  de  aquella  nación.  Muestra  igualmente  el  talento  y  la  modestia  del 
»que  la  compuso,  pues  se  calló  tanta  gloria  que  oy  apenas  la  conjetura  halla  sujeto 
s>  capaz  a  quien  poder  atribuirla» . 

El  juicio  que  aquel  grande  escritor  formó  de  la  Eufrosina  no  puede  ser  más  hon- 

(')  Tomo  III,  part.  4  %  cap.  VIII,  núm.  67,  pá<?.  372  (2.''  ed  ,  Lisboa,  1680). 

(")  Pág.  30  de  la  edición  de  Mandes  dos  Remedios.  El  H',spital  fué  escrito  en  1657. 

(^)  «Georgias  Ferreira  de  Vasconzelos,  Lusitanus,  Oonimbriceasis,  urbanitate  vir  ao  disertis 
D^alibus  suo  tempore  in  pretio  liabitus,  scripsit  coinoedias  tres  prosaicas,  quae  magni  aestimantur  a 
»c¡vibns  ejus,  et  ómnibus  his  qui  lusitanae  linguae  suavitate  ac  delitiis  delectantur,  nempe:  Comedia 
ji) Euphrosina]  quae  ut  prima  exiit  ab  au(;toris  ingenio,  ita  alus  quae  sequutae  sunt,  excellentiae  pal- 
»mam  praeripuit.  Edita  est  saepius  in  Portugallia,  et  tándem  recognita  a  F  ancisco  Rodríguez 
»Lobo  &»  {Bihl/oth.  Eisp.  Nova,  I,  pág.  538). 


INTRODUCCIÓN  ccxxxvii 

roso  para  las  intenciones  morales  de  su  autor:  «Mañosamente  debaxo  el  nombre  de 
»  comedia  enseña  a  vivir  bien,  moral  y  políticamente,  acreditando  las  virtudes  y  disfa- 
» mando  los  vicios  con  tanto  deley te  como  vtilidad,  entreteniendo  igualmente  al  que 
» reprehende  y  al  que  alienta;  extraña  habilidad  de  pluma,  que  sabe  sin  escándalo  ser 
» apacible,  y  provechosa  condición  que  deuen  tener  estas  composiciones».  Iguales  elo- 
gios repiten  los  aprobantes.  Así  el  maestro  José  de  Valdivielso;  «La  fábula  es  senten- 
»ciosa  y  exemplar:  despierta  avisos  y  avisa  escarmientos;  deberá  al  traductor  Castilla 
» estos  divertimientos  y  Portugal  estos  honores».  Y  Bartolomé  Ximénez  Patón:  «Aun- 
»que  fábula,  es  de  mu}^  delicada  corteza,  con  substancia  y  copia  de  sentencias  y  conse- 
»jos».  En  efecto,  el  carácter  doctrinal  y  sentencioso  está  marcado  en  la  Eufrosina 
más  que  en  ningún  otro  libro  de  su  clase,  y  no  es  el  menor  de  los  defectos  que  hacen 
cansada  su  lectura,  no  obst>,ute  la  agudeza  de  muchas  de  sus  reflexiones  morales. 

La  traducción  de  Ballesteros,  que  va  reimpresa  en  el  presente  volumen  á  título  de 
curiosidad  literaria,  difícil  de  hallar,  no  sólo  en  la  edición  príncipe  de  1631,  á  cuyo 
texto  nos  ajustamos  (*),  sino  en  la  reimpresión  de  1735,  que  dirigió  D.  Blas  Nasarre, 
oculto  con  el  seudónimo  de  D.  Domingo  Terruño  Quexilloso  (-),  dista  mucho  de  ser 
tan  mala  como  Faria  y  Sonsa  da  á  entender.  Está,  sí,  algo  abreviada,  y  en  algunos 
puntos  el  traductor  no  penetra  bien  el  sentido  de  los  proverbios  portugueses,  pero 
generalmente  es  fiel,  está  escrita  con  soltura  y  da  idea  bastante  aproximada  de  los  méri- 
tos y  defectos  del  original.  Hacer  la  comparación  de  ambos  textos  es  tarea  que  peculia- 
riamente  incumbe  á  los  eruditos  portugueses,  así  como  otra  más  importante,  la  de  reim- 
primir críticamente  la  primitiva  Eufrosina  de  las  ediciones  del  siglo  xvi,  para  que 
sepamos  á  ciencia  cierta  cuáles  son  las  variantes  que  en  ella  introdujo  Lobo. 

Mucho  antes  de  salir  á  luz  la  edición  expurgada  de  1616  era  conocida  y  celebrada 
entre  nosotros  la  obra  de  Jorge  Ferreira,  que  en  Castilla  no  estuvo  prohibida  nunca. 
Prueba  irrecusable  de  su  popularidad  nos  ofrece  La  Pícara  Justina^  novela  impresa, 
como  es  notorio,  en  1605.  Su  autor  enumera  en  el  prólogo  las  principales  obras  de 
entretenimiento,  y  allí  están  citados  los  chistes  de  la  Eufrosina.,  al  lado  de  El  Asno  de 
Oro.,  la  Celestina  y  el  Laxarillo  de  Tormes.  Tratando  Justina  en  el  primer  libro,  capí- 
tulo tercero,  «de  la  vida  del  mesón» ,  empieza  por  decir  que  nadie  había  escrito  sobre 
ella,  pero  luego  se  retracta:  «üígolo  por  un  librillo  intitulado  La  Eufrosina^  que  leí 
» siendo  doncella,  que  se  refiere  de  un  discrépito  poeta,  que  para  alabar  el  mesón  dijo 

O  Comedia  de  Eufrosina  traducida  de  lengua  portvgvesa  en  castellana.  Por  el  Capitán  D.  Fer- 
ntndo  de  Ballesteros  y  Saavedra.  Al  serenissiino  Señor  Infante  don  Carlos.  Con  Privilegio.  En  Madrid 
en  la  Imprenta  del  Reyno.  Año  de  1631.  A  costa  de  Domingo  Goncalez.  8.°  De  la  forma  que  Gallardo 
llamaba  de  Astetes  viejos.  12  lis.  prls.  sin  foliar  y  251  pp.  dobles. 

(*)  Comedia  Eufrosina.  Traducida  de  lengua  portuguesa  en  castellana  por  el  C"pitán  D  Fernando 
de  Ballesteros  y  Siavedra.  Con  licencia.  En  Madrid,  en  li  oficina  de  Antonio  Mirin  año  de  1735. 
8.»  12  ha.  prls.  y  422. 

Dedicatoria  «á  la  Señora  Doña  Sophrosina  Pacheco,  mi  señora»,  firmada  porZ).  Domingo  Terruño 
Quexilloso.  «Dedico  una  comedia  eu  prosa;  pero  poética,  y  con  sus  primorea  y  harmonia;  libro  raro, 
»y  de  exquisito  gusto,  de  invención  dichosa,  de  composición  elegante,  y  que  pinta  con  vivos  colo- 
Dres  las  personas  que  representa,  poniéndolas  sobre  el  Theatro  al  natural,  y  con  decencia,  y  ense- 
Büando  con  ellas  los  principios  y  progresBOS  de  la  galantería,  que  no  son  fáciles  de  conocer  ni  por 
»los  mismos  que  se  hallan  presos  de  sus  lazos.  Enseña  las  señales  y  symptomas  del  suave  veneno, 
icasi  incurable  después  de  aver  ganado  el  corazón». 


ccxxxviii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

»  que  Abraham  se  preció  en  vida  de  ventero  de  ángeles,  j  en  muerte  de  mesonero  de 
»los  peregrinos  y  pasajeros  del  limbo,  los  cuales  tuvieron  posada  en  su  seno.  Pero  este 
»  escritor  monobiblio  no  advirtió  dos  cosas:  lo  uno,  que  es  necedad  traer  tales  personas 
»  en  materias  tales,  y  lo  otro,  porque  Abraham  dio  de  comer  á  su  costa  en  su  casa  á 
»los  vivos  y  á  los  del  limbo  no  llevó  blanca  de  posada,  lo  cual  no  habla  con  los  meso- 
» ñeros  de  este  mundo,  ni  tal  milagro  acaeció  en  casa  de  mi  padre.  Demás  que  yo  no 
» me  quiero  meter  en  historias  divinas,  no  porque  las  ignoro,  sino  porque  las  adoro» . 
El  pasaje  á  que  se  alude  debió  de  ser  por  lo  irreverente  uno  de  los  cercenados  en  la 
refundición  de  Lobo. 

Un  género  de  interés,  para  nosotros  secundario,  tiene  la  Eufrosina,  y  es  su  gran 
valor  paremiológico.  En  todas  las  Celestinas^  desde  la  de  Rojas  hasta  la  Dorotea  de 
Lope,  abundan  los  proverbios  y  los  idiotismos  familiares;  pero  en  la  Eufrosina  se  en- 
cuentran en  tal  copia,  que  muchos  trozos  y  aun  escenas  enteras  son  un  tejido  de  refra- 
nes y  de  frases  hechas.  En  este  sentido  fué  el  modelo  primero,  aunque  indirecto  (por- 
que no  creo  que  nadie  la  imitase  de  propósito)  de  las  Caiias  en  refranes  de  Blasco  de 
Garay,  del  Entremés  de  refranes  de  autor  anónimo,  de  El  Perro  y  \la  Calentura  de 
Pedro  de  Espinosa,  del  Cuento  de  Cuentos  de  Quevedo,  de  la  Historia  de  Historias  de 
D.  Diego  de  Torres,  y  de  las  dos  Rondallas  valenciana  y  mallorquina  de  Fr.  Luis 
Galiana  y  de  D.  Tomás  Aguiló;  obras  de  ingeniosa  taracea  en  que  puede  aplaudirse  el 
mérito  de  la  dificultad  vencida,  pero  que  principalmente  valen  como  repertorios  de 
frases,  no  como  diálogos  ó  cuentos. 

Sería  injusto  decir  lo  mismo  de  la  Eufrosina^  á  pesar  délo  artificial  del  procedi- 
miento, que  por  otra  parte  no  es  tan  sistemático  como  en  las  obras  citadas.  En 
la  comedia  portuguesa  lo  esencial  es  el  argumento  de  la  comedia,  aunque  importen 
mucho  los  proverbios  y  sentencias  de  que  el  diálogo  está  materialmente  tejido,  con 
menoscabo  de  la  naturalidad,  primera  condición  de  toda  obra  que  afecta  formas  dra- 
máticas. Los  interlocutores  casi  nunca  usan  la  expresión  directa  y  sencilla;  todos 
ellos  presumen  de  ingeniosos,  agudos  y  sutiles:  mezclan  la  pedantería  de  las  escuelas 
con  el  tono  galante  y  amanerado  de  las  conversaciones  de  palacio;  son  cultos  y  concep- 
tistas en  profecía,  y  hasta  cuando  remedan  el  habla  popular  lo  hacen  con  dejos  y  resa- 
bios cortesanos.  Hay  una  continua  afectación  en  el  estilo,  afectación  que  no  siempre 
desagrada,  porque  se  ve  que  es  trasunto  del  buen  tono  de  una  época  gloriosa  y  de  una 
sociedad  elegante,  como  lo  fué  la  portuguesa  de  los  reinados  de  D.  Manuel  y  don 
Juan  III.  Pero  tanta  metáfora  rebuscada,  tanta  alusión  fría  é  impertinente,  tanta  mito- 
logía pueril,  tantas  reminiscencias  de  los  poetas  clásicos,  especialmente  de  Ovidio, 
tanto  doctrinaje  insípido,  vicios  que  más  ó  menos  afean  todas  estas  comedias  y  tragico- 
medias, no  van  compensados  aquí,  como  en  otros  casos  hemos  visto,  con  la  verdad 
plástica  del  detalle,  con  la  representación  franca  y  enérgica,  aunque  á  veces  brutal,  de 
la  realidad.  Todo  es  pálido  y  atenuado  en  la  Eufrosina:  los  tipos  tienen  algo  de  abstrac- 
to, y  la  obra  entera  se  resiente  de  cierta  frialdad  seudoclásica. 

Pero  en  esto  mismo  consiste  su  relativa  originalidad.  Un  vago  sentimentalismo, 
que  no  hemos  visto  hasta  ahora,  penetra  calladamente  en  algunas  escenas,  y  modifica 
el  concepto  del  amor,  llevándole  por  rumbos  idealistas  y  en  cierto  modo  platónicos. 
La  psicología  del  autor  no  es  profunda,  genial  y  avasalladora  como  la  de  Fernando  de 
Rojas:  no  llega  á  producir  criaturas  inmortales.  Pero  es  ingeniosa,  delicada  y  de  suaves 


INTRODUCCIÓN  ooxxxix 

matices,  como  cuadra  á  una  acción  familiar  y  honesta,  en  que  no  hay  grandes  conflic- 
tos de  pasión  y  llegan  todas  las  cosas  á  un  término  sereno  y  apacible.  El  seso  y  la  gra- 
vedad campean  en  esta  producción  juvenil,  con  cierto  elevado  y  noble  sentido  de  la 
vida,  que  hace  simpático  al  hombre  y  al  moralista. 

El  mérito  principal  de  la  Enfrosina  estriba  en  el  contraste  entre  los  dos  jóvenes  Ze- 
lotipo  y  Cariofilo^  representante  el  primero  del  amor  exclusivo,  caballeresco  y  respetuo- 
so, que  hace  un  ídolo  de  la  persona  amada,  y  el  segundo  del  apetito  sensual,  frivolo, 
ligero  y  veleidoso.  Uno  y  otro  logran  su  condigna  recompensa,  obteniendo  Zelotipo  por 
premio  de  la  pureza  y  constancia  de  su  afecto  la  mano  de  la  noble  y  rica  Eufrosina, 
única  hija  y  heredera  de  D.  Carlos,  señor  de  las  Povoas,  y  viéndose  Cariofilo,  de  resul- 
tas de  una  de  sus  vulgares  aventuras,  obligado  á  casarse  por  fuerza  con  la  hija  de  un 
platero,  á  quien  había  dado,  como  á  otras  varias,  promesa  de  matrimonio.  Los  contra- 
puestos caracteres  de  los  dos  amigos  se  reflejan  fielmente  en  sus  palabras:  «Quando 
■■>  seguí  amores  que  no  estimó  dexar  (dice  Zelotipo),  a  todo  me  aventuraua;  aora  que 
» tengo  hecho  empleo  del  alma,  no  ay  cosa  que  no  tema,  y  esto  juzgo  por  lo  mejor,  por- 
» que  me  lo  enseña  vn  puro  y  verdadero  amor,  que  es  propio  maestro  de  virtudes,  y 
»  quien  muda  la  mala  condición  en  buena,  el  escaso  en  liberal,  el  ignorante  en  discreto, 
»el  inconsiderado  en  prudente,  el  cobarde  en  osado»  (pág.  69  de  la  presente  edición). 
«Las  almas  contemplativas  tienen  los  gustos  muy  diferentes  de  la  otra  gente...  No  ay 
acontento  general  que  valga  la  sombra  de  una  tristeza  particular.  De  mí  os  sé  dezir 
»  que  no  trocaría  el  estar  triste  dos  horas  por  quantos  placeres  ay  en  la  vida,  porque 
» estas  viuo  para  mí  y  las  otras  para  el  mundo.  De  donde  se  sigue  que  me  enfadan  las 
» fiestas  públicas  y  es  a  mi  propósito  el  pasatiempo  solitario,  y  no  me  conformo, 
»  antes  aborrezco  los  amigos  de  regocijos  públicos  y  que  son  comunes  con  todos  en  hol- 
»garse»  (pág.  92). 

Antítesis  de  este  contemplativo  personaje  es  Cariofilo,  que,  sin  la  grandeza  trágica 
del  burlador  de  Sevilla,  profesa  una  filosofía  del  amor  muy  parecida  á  la  suya,  y  res- 
ponde á  los  sanos  consejos  de  su  amigo  con  frases  análogas  al  Tan  largo  me  lo  fiáis: 
«Atengome  á  sacudillas  y  dexallas,  que  assi  hazian  los  dioses  de  la  gentilidad;  lo  de- 
2>mas  es  burla,  porque  es  tan  mala  ralea  la  de  mugeres,  que  ya  ninguna  quiere  bien 
» si  no  es  por  el  interés,  y  en  quanto  ay  que  darles;  yo  conózcolas  por  el  diente,  y  en 
» tanto,  lo  que  la  loba  haze  al  lobo  le  place,  y  a  vn  ruin  ruin  y  medio.  Amor  enseña  mil 
» caminos  de  engañar;  prometiendo  con  franqueza,  de  promessas  las  hago  ricas;  al  tiempo 
»de  la  paga  no  faltan  escapatorias...»  (pág.  98).  «Quando  alcanzo  fauor  de  una  muger 
^de  calidad,  que  me  es  de  gusto  y  provecho,  en  teniéndola  rendida  y  señalada  de  mi 
» señal,  por  no  aficionarme  mucho  y  venir  a  ser  esclauo  de  mi  gusto,  procuro  diuertir- 
»lo,  por  no  criar  cuerbo  que  me  saque  el  ojo,  y  ocupóme  en  hazer  empleo  en  otra  y  en 
*  otras.  Desta  manera  juego  con  cartas  dobladas,  y  no  puedo  perder,  y  aseguro  mi  mer- 
» caduri'a  por  no  estar  pendiente  de  la  cortesía  de  la  fortuna,  y  en  esto  me  escuso  gran- 
>des  disgustos»  (pág.  99). 

Pero  todavía  es  más  donjuanesco  el  diálogo  siguiente,  que  no  quiero  abreviar  por 
su  importancia,  desatendida  hasta  ahora: 

f-Cariofilo. — Sabéis  lo  que  os  digo,  amigo  mió?  O  tuerto  ó  derecho,  mi  casa  hasta 
>el  techo;  aun  no  estoy  aporta  Í7iferi\  allá  vendrán  los  aborrecidos  ochenta  años;  de- 
»xadme  aora  lograr  mis  años  floridos,  en  quanto  tengo  tiempo;  después  no  faltará  la 


ccxL  orígenes  de  la  NOVELA 

»  merced  de  Dios  j  la  misericordia,  de  que  la  tierra  está  llena.  En  poco  espacio  sesaluó 
»el  buen  ladrón. 

■>->Zelotipo. — Essa  es  una  gentil  cuenta.  Por  qué  cédula  tenéis  vos  assegurado  esse 
» momento  j  esa  condición  que  basta  para  merecer  en  él?  Pues  cómo  os  acogéis  á 
»la  misericordia,  considerando  que  anda  de  compañía  con  la  justicia,  la  cual  no  se  dobla 
»Cümo  la  del  mundo? 

» Cariofilo. — Aunque  dezis  verdad  y  os  lo  concedo,  yo  vine  al  mundo  para  lograr 
»mi  vida,  pues  tengo  tan  cierta  la  muerte,  que  no  es  pequeña  pena  y  descuento  éste; 
»y  si  aora  no  la  logro,  quando  la  edad  lo  pide  y  permite,  el  tiempo  se  me  va  huyendo, 
»y  yo  no  querria  que  me  dexasse  a  buenas  noches,  sin  dexar  fruto  ni  señal  de  la  jor- 
»nada  con  la  congoxa  de  quién  tal  pensara.  Si  yo  tuuiera  vida  de  nouecientos  años, 
»como  los  antiguos,  anduvierame  regalando?  Todo  era  dos  dias  más  o  menos,  porque 
» avia  paño  para  cortar  y  desperdiciar;  mas  vida  de  quatro  negros  dias,  y  estos  incier- 
» tos  y  alternados  en  mal  y  bien,  y  que  los  passe  llorando,  mala  Pascua  a  quien  tal 
»hiziere,  y  no  fuere  mo^o  quando  mo90  para  ser  viejo  cuando  viejo. 

-s/Zelotipo. — Essa  es  vna  mala  conclusión.  Essos  esfuerzos  juveniles  y  essas  quen- 
»tas  vanas  tienen  muy  cierto  el  castigo;  guárdeos  Dios  de  pecador  obstinado;  las  más 
»vezes  se  ven  desdichados  fines  á  tales  distraymientos.  El  hombre  discreto  ninguna 
»cosa  ha  de  temer  tanto  como  á  su  gusto;  nunca  os  preciéis  de  culpas,  porque  desme- 
»recereis  el  perdón;  hazed  siempre  la  cuenta  de  cerca,  y  no  perderéis  de  vista  el  arie- 
»pentimiento...  Mirad  por  vos,  que  quien  se  guardó  no  erró,  y  el  Señor  mandó  velar 
»a  los  suyos  por  la  incertidumbre  de  la  hora;  y  yo  tengo  sin  duda  que  a  excesos  sen- 
»  suales  no  dilata  Dios  la  paga  para  el  otro  mundo,  y  assi  se  han  visto  muy  grandes 
»  castigos. 

»  Cariof.—'Ño  me  canséis  aora;  mirad  vos  vuestra  alma  y  no  tengays  cuidado  de  la 
»mia;  yo  daré  cuenta  de  mí  quando  llamen  a  mi  puerta,  y  no  me  faltará  vn  texto 
» para  hazerle  a  vna  ley  que  venga  a  mi  proposito  y  me  ponga  en  salvo.  Y  Monseñor 
»Ouidio  dize  que  serie  Júpiter  de  los  amantes  perjuros... 

»Zelot. — ...Ninguno  presuma  que  engaña,  porque  siempre  él  queda  engañado;  y  por 
»amor  de  mi,  que  nunca  hagáis  essos  juramentos,  porque  son  según  la  intención  de 
»  quien  los  oye.  En  quanto  Dios,  estáis  obligado  á  essa  moya  en  todo  lo  que  le  prome- 
» tistes;  mirad  lo  que  aueis  hecho,  no  engañéis  vuestra  alma... 

»  Cariof. — ...  Yo  os  digo  que  las  enredo  y  las  sé  burlar;  ellas  tratan  siempre  enga- 
Ȗos,  yo  nunca  les  digo  verdad  ni  tengo  ley  con  ellas;  ellas  iiiteressadas,  yo  escaso; 
»  ellas  mudables  en  el  amor,  yo  desamorado;  ellas  libres,  yo  raposo;  assi  nos  damos  en 
»los  broqueles,  mas  yo  quedo  siempre  en  pie  como  gato»  (pp.  100-101). 

Este  tipo  del  libertino,  que  lo  es  más  por  atolondramiento  y  ligereza  que  por  per- 
versidad, es  uno  de  los  mejores  aciertos  de  la  Eufrosina.  El  autor  le  castiga  blanda- 
mente y  con  catástrofe  que  tiene  más  de  cómica  que  de  trágica,  porque  en  el  fondo  se 
trata  de  un  tonto,  cuyas  ridiculas  empresas  sirven  de  diversión  á  las  mozas  de  cántaro 
y  á  todas  las  raparigas  del  Mondego.  Pero  si  se  prescinde  de  sus  actos  y  se  atiende 
sólo  á  su  cínica  profesión  de  inmoralidad  amatoria,  ningún  personaje  se  hallará  en 
nuestra  primitiva  literatura  dramática  y  novelesca  que  en  este  punto  coucuerde  tanto 
ccn  las  máximas  y  palabras  de  D.  Juan.  i 

En  los  amorios  de  Cariofilo  interviene,  como  era  natural,  una  Celestina  de  bajo   ; 


INTRODUCCIÓN  ccxli 

vuelo,  Filtria,  mucho  menos  chistosa  que  sus  comadres  castellanas.  Pero  en  los  de 
Zelotipo  prescinde  el  autor  cuerdamente  de  tan  vil  sujeto,  y  quien  sirve  de  medianera 
es  una  prima  del  mismo  enamorado,  Silvia  de  Sosa,  amiga  y  confidente  de  Eufrosiua, 
aunque  constituida  en  cierto  género  de  dependencia  familiar  respecto  de  ella.  La  figura 
de  Silvia  tiene  finos  toques  y  recuerda  algo  la  doncella  Poncia  de  la  Segunda  Celes- 
tina^ aunque  es  menos  razonadora  que  ella.  Por  su  intervención  se  efectúan  los  secre- 
tos desposorios  de  Zelotipo  y  Eufrosina,  aprovechando  una  ausencia  del  señor  de  las 
Povoas,  que  tiene  que  resignarse  al  fin  con  los  hechos  consumados,  á  pesar  de  la  indig- 
nación que  manifiesta  en  los  primeros  momentos  y  de  su  graciosa  consulta  con  el  doc- 
tor Carrasco. 

Aunque  Jorge  Ferreira  brilla  más  en  lo  serio  que  en  lo  cómico,  es  de  gran  mérito 
esta  escena  como  pintura  do  costumbres  universitarias,  y  recuerda  el  pleito  del  estu- 
diante en  la  Tragicomedia  de  Lisandro  y  Roselia.  Así  como  Sancho  de  Muñón,  que 
era  teólogo,  tenía  entre  ojos  á  los  canonistas  y  se  burlaba  de  ellos  á  su  sabor,  Jorge 
Ferreira,  que  era  humanista  y  hombre  de  mundo  y  de  corte,  profesaba  especial  aver- 
sión á  los  letrados  y  profesores  de  Derecho  civil,  á  su  erudición  farragosa,  á  su  prag- 
matismo huero.  «Si  no  son  prudentes  (dice),  las  letras  en  ellos  son  peores  que  lepra, 
»  porque  quieren  medir  por  las  leyes  de  lustiniano^  que  ha  mil  y  tantos  afios  que  se 
^hixieroyi^  las  costumbres  de  aora^  y  no  consideran  que  el  tiempo  lo  hace  todo  de  su  co- 
/o;-»(pág.  143).  Palabras  verdaderamente  notables  para  escritas  á  principios  del  siglo  xvi 
por  un  poeta  que  no  hacía  profesión  de  reformador  de  los  estudios  jurídicos. 

Otras  dos  comedias  en  prosa  compuso  Jorge  Ferreira,  que  generalmente  pasan  por 
inferiores  á  la  Eufrosina^  aunque  la  verdad  es  que  apenas  han  sido  estudiadas  hasta 
ahora.  La  comedia  ülyssipo  fué  escrita  en  1547  ó  poco  después,  según  las  alusiones 
que  en  ella  se  contienen  á  la  campaña  de  Mazagán,  atacada  en  aquel  año  por  los  mo- 
ros. Rápidamente,  pero  con  acierto,  caracteriza  esta  obra  Teófilo  Braga:  «La  Ülyssipo 
»es  un  cuadro  de  las   costumbres  portuguesas  en  el  siglo  xvi:  locuciones  familiares, 
»más  de   386  refranes  que  todavía  andan  en  la  tradición  oral,  juramentos,  juegos, 
» diversiones,  todo  se  encuentra  reproducido  allí.  Es  un  tesoro  de  lenguaje.  La  acción 
» no  tiene  condiciones  escénicas,  por  las  grandes  é  infinitas  mutaciones  y  la  falta  de 
» rapidez  de  los  diálogos,  que  están  diluidos  en  consideraciones  morales  atestadas  de 
» proverbios.  Actos  extensos  que  tardarían  dos  días  en  representarse,  flaca  intriga  bajo 
» grandes  y  poco  interesantes  accesorios,  hacen  de  la   Ülyssipo  una  obra  secundaria. 
»  Crece  su  mérito,  no  obstante,  si  tenemos  en  cuenta  que  es  una  de  aquellas  comedias 
»que  se  escriben  solamente  para  ser  leídas.  En  los  saraos  de  palacio  la  leería  Jorge  de 
»  Vasconcellos  delante  de  D.  Juan  III  á  su  hijo  y  heredero  el  príncipe  D.  Juan,  apasio- 
»nado  por  el  arte  dramático,  como  lo  fueron  todos  sus  tíos  y  su  abuelo.  Mirada  de 
»esta  suerte,  no  carece  de  vida  la  Ülyssipo.  Los  caracteres  acentuadamente  delineados, 
I  » las  situaciones  bastante  cómicas  y  la  filosofía  del  sentido  común,  son  cualidades  que 
revelan  un  grande  artista,   que  si  hizo  una  comedia  defectuosa  fué  por  no  haberla 
escrito  intencionadamente  para  la  escena» . 
j       Ni  Barbosa  Machado,  ni  Inocencio  de  Silva,  ni  ningún  otro  de  los  bibliógrafos  por- 
1  tugueses  que  he  visto,  indican  el  año  ni  el  lugar  en  que  fué  impresa  por  primera  vez  la 
Ülyssipo.  Pero  consta  la  existencia  de  una  edición  del  siglo  xvi,  no  sólo  por  el  índice 
inquisitorial  de  1581,  donde  aparece  prohibida,  sino  por  los  preliminares  de  la  edición 

ORÍGENES   DE    LA    NOVELA. — III. — O 


ccxLii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

corregida  y  expurgada  de  1618  (*).  La  principal  enmienda  que  mandó  hacer  el  Santo 
Oficio  fué  quitar  el  hábito  de  beata  á  la  viuda  Constanza  d'Ornelhas,  personaje  celes- 
tinesco. 

La  última  comedia  de  Jorge  Ferreira,  titulada  Aulegrafia^  no  fué  impresa  en  vida 
suya,  ni  siquiera  dentro  del  siglo  xvi,  «por  un  disgusto  general  de  este  reino» ,  según 
indica  su  yerno  D.  Antonio  de  Noronha  {%  Algunos  suponen  que  este  disgusto  fué  la 
muerte  del  príncipe  D.  Juan,  pero  más  natural  parece  que  se  aluda  al  desastre  de  Alca- 
zarquivir  en  1578,  en  que  pereció  el  único  hijo  varón  de  Jorge  Ferreira,  si  son  exac- 
tas las  noticias  de  Barbosa.  La  pérdida  del  príncipe  en  1554  no  pudo  influir  para  nada 
en  las  publicaciones  de  Ferreira,  puesto  que  de  1560  y  1561  hay  ediciones  de  la 
Eufrosina^  y  en  1567  dedicó  á  D.  Sebastián  el  Memorial  de  la  Tabla  Redonda. 

No  existe  de  la  Aulegrafia  más  que  la  edición  postuma  publicada  por  D.  Antonio 
de  Noronha,  yerno  del  autor,  en  1619,  treinta  y  tres  años  después  de  su  fallecimiento  (3). 
De  las  tres  comedias  de  Ferreira  es  la  más  rara  y  la  que  más  precio  ha  tenido  siempre 
en  el  mercado  bibliográfico.  A  pesar  de  eso,  nadie  se  ha  decidido  á  reimprimirla,  ni 
siquiera  en  la  forma  ruin  y  mezquina  con  que  lo  fueron  la  Eufrosina  y  la  Vlijssippo 
en  el  siglo  xviii.  Tan  ingratos  y  olvidadizos  han  sido  los  portugueses  con  un  escritor 
de  tanto  ingenio  y  cultura,  de  tan  rica  y  sabrosa  locución  y  tan  útil  para  la  historia  de 
las  costumbres  peninsulares. 

La  Aulegrafia,  que  consta  de  cinco  actos  como  las  otras  dos  comedias,  y  no  de 
cuatro  como  dice  Barbosa,  es,  según  indica  su  título,  una  pintura  de  la  vida  de  la  corte 


(')  Comedia  Yhjs'ippo  de  lorge  Ferreira  de  Vaseoncellos.  Agesta  segunda  impressáo  apurada  e 
Correcta  de  algas  erros  da  primeira,  con  todas  as  Ucencas  necessarias.  Lisboa,  Pedro  CraesbecJc,  1618, 
con  Privilegio  Real.  8.°  4  hs.  pris.  278  foliadas  y  dos  blancas  al  fin. 

Hay  una  reimpresión  de  Lisboa,  1787,  hecha  por  Benito  de  Sousa  Farinha,  tan  poco  apreciablc 
como  la  de  la  Eufrosina, 

Q)  En  la  advertencia  ao  Leitor  que  precede  á  la  comedia  Vlysipo,  y  que  seguramente  salió  de 
su  pluma,  auaque  no  lleva  su  nombre: 

«Das  Comedias  que  Jorje  Ferreira  de  Vaseoncellos  compos  foy  esta  Vlysipo  a  segunda,  estando 
»ja  no  8ervÍ9o  del  Rey  nesta  cidade..,. 

j>E  a  derradeira  a  sua  Aulegrafia  cortesam  em  que  cantando  cygnea  voce,  como  dizem,  raelhor 
))que  nunca,  a  nao  imprimió  por  hum  desgasto  geral  d?ste  Reyno,  que  nella  se  contará  ("),  se  no  bom 
«trato  que  a  esta  se  fizer,  quizerdes  mostrar  o  gosto  que  tereis  destoutra  sair,  que  está  da  pena  do 
)).seu  autor,  e  assi  aprovado  ja  e  com  todas  as  licen9as  pera  logo  se  poder  imprimir....  A  outra  come- 
j)dia  (es  decir  la  Aulegrafia)  nao  tratando  da  Eufrosina,  como  a  j)rimeira  parte  da  Tavola  Redonda 
y>que  pera  a  á.*  impresáo  emendou  o  autor  em  sua  vida,  de  soríe  que  do  meyo  em  diante  em  tudo  ficou 
y>diff érente .  E  assi  mais  a  5."  Parte  da  mesma,  historia  p>odeis  comecar  a  esperar  multo  em  breve,  que 
«quiza  ordenou  o  Ceo  differirselhe  a  impressáo  para  este  tempo,  pera  com  ella  se  tornar  a  ouvir  neller 
Da  boa  memoria  deste  Portuguez.,.,» 

Nada  de  lo  que  aquí  se  promete,  excepto  la  Aulegraphia,  llegó  á  publicarse. 

O  Comedia  Aulegrafia,  feita  por  Jorje  Ferreira  de  Vaseoncellos.  Agora  novamente  impressa  a 
costa  de  D.  Antonio  de  Noronha.  Dirigida  ao  Márquez  de  Alemqtier,  Duque  de  Francavilla,  do  Con- 
selho  de  Estado.  Lisboa,  por  Pedro  Craesbeck,  1619.  A."  IV  186  hs. 

Desde  la  179  hasta  el  fin  del  volumen  se  inserta  una  carta  que  se  achou  entre  os  papéis  de  Jorje 
Ferreira  de  Vaseoncellos,  composición  de  344  versos  en  redondillas  octosilábicas. 

('^)  Claro  es  que  no  en  el  texto  de  k  comedia,  sino  en  el  prólogo  ó  advertencia  de  ella,  Pero  al  imprimir 
la  Aulegrafia  nada  se  dijo  de  esto. 


INTKODUCCION  ccxliii 

y  especialmente  de  los  amores  de  palacio.  Ea  este  sentido  puede  ofrecer  curioso  tema 
de  comparación  con  el  Cortesano  de  Castiglione,  con  el  de  Luis  Milán,  con  el  Arte  de 
galantería  de  D.  Francisco  de  Portugal  y  otros  libros  análogos.  Uno  de  los  personajes 
de  la  Aulegrafia^  el  aventurero  Agrimonte,  habla  siempre  en  castellano. 

Pero  tanto  la  Vlijssipo  como  la  Aulegrafia^  sobre  todo  esta  última,  tienen  con  la 
Celestina  una  relación  no  directa  j  específica,  sino  genérica.  Atendiendo  á  esto,  y  tam- 
bién á  la  circunstancia  de  no  haber  ejercido  influencia  alguna  en  nuestra  literatura, 
dejemos  intacto  su  estudio  para  los  críticos  del  reino  vecino.  Hora  es  ya  de  volver  á  las 
Celestinas  castellanas,  aunque  tengamos  que  acelerar  el  paso  para  poner  fin  á  este  lar- 
guísimo tratado. 

En  1547  salió  de  las  prensas  de  Toledo  la  Tragedia  Policiana  ('),  cuyo  autor 
declara  su  nombre  en  cuatro  estancias  de  arte  mayor  dirigidas  «a  los  enamorados» . 
Las  iniciales  de  los  versos,  leídos  de  arriba  abajo,  dicen:  «El  bachicher  Sebastián  Fer- 
nández». Es  cierto  que  en  una  segunda  edición^  también  toledana,  de  1548,  descubierta 
por  Fernando  "VVolf  en  la  Biblioteca  Imperial  de  Yiena  (2),  hay  otras  estancias  de  «Luis 
Hurtado  al  Lector» ,  de  las  cuales  dedujo  aquel  insigne  erudito  que  este  era  el  verda- 
dero autor  de  la  Tragedia: 

Lector  desseoso  de  claras  sentencias. 
Aquí  debuxa  la  madre  Claudina 
Debaxo  de  gracias  sabrosa  dotrina, 
Para  guardar  del  mal  las  conciencias: 
Yerás  los  anises  de  mil  excelencias 
Que  a  los  virtuosos  son  claro  dechado; 
Y  si  su  autor  se  haze  callado, 
Es  por  el  vulgo,  tan  falto  de  ciencias. 


Y  si  algún  error  hallares  mirando. 
Supla  mi  falta  tu  gran  discreción, 
Pues  yerra  la  mano  y  no  el  coraron. 
Que  aqueste  lo  bueno  va  siempre  buscando. 

(})  (Portada  en  rojo  y  negro,  con  un  grabadito  que  representa  á  un  caballero  ofreciendo  una 
flor  á  una  dama). 

Tragedia  Policiana.  En  Ja  qual  se  tractan  los  muy  desdichados  amores  de  Policiano  z  Philomena 
Executados  por  industria  de  la  diabólica  vieja  Claudina  Madre  de  Parmeno,  z  maestra  de  Celestina, 

(Al  fin):  Acahose  esta  Tragedia  Policiana  a  XX  dias  del  mes  de  Nouiebre  a  cesta  de  Diego  Lojiez 
librero,  vezino  de  Toledo.  Ailo  de  nra.  Redépcion  de  mil  z  quinientos  z  quarentay  siete.  Nihil  in  huma- 
nis  rehus  perfectum. 

4."  let.  got.,  89  hojas  foliadas. 

A  cada  uno  de  los  29  actos  precede  una  viñeta  con  las  figuras  de  los  interlocutores. 

El  ejemplar  de  la  Biblioteca  Nacional  (fondo  antiguo)  es  el  que  nos  ha  servido  para  esta  reim- 
presión. 

Los  traductores  castellanos  de  Ticknor  (Madrid,  1851,  tomo  I,  págs.  525-528)  dieron  un  resu- 
men del  argumento  de  la  Policiana. 

(^)  E-íta  edición  es  de  Toledo  «en  casa  de  Fernando  de  Santa  Cathalina»  y  se  acabó  «al  primero 
día  del  mes  de  Mar9o,  año  de  1548». 

Véase  lo  que  de  ella  drjo  Wolf  en  su  opúsculo  sobre  La  Danza  de  la  Muerte  (Viena,  1852),  tra- 
«tetcido  al  castellano  por  D.  Julián  Sanz  del  Río  en  el  tomo  XXII  de  la  Colección  de  documentos  inedi- 
as para  la  Historia  de  España  (Madrid,  1853),  págs.  522-524. 


ccxLiv  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

A  mi  ver,  Luis  Hurtado  no  habla  aquí  como  autor,  sino  como  mero  corrector  de 
imprenta,  que  era  al  parecer  su  oficio  en  lósanos  juveniles.  En  la  primera  octava  elogia 
al  autor  como  persona  distinta,  j  dice  de  él  que  <sse  haze  callado»,  es  decir,  que  oculta 
ó  disimula  su  nombre;  lo  cual  no  puede  entenderse  de  Hurtado,  que  estampa  el  suyo  con 
todas  sus  letras  al  principio  de  los  versos.  Los  errores  ó  faltas  por  las  cuales  pide  per- 
dón son  sin  duda  las  erratas  tipográficas.  En  el  mismo  sentido  deben  entenderse  las 
octavas  acrósticas  que  puso  en  el  Palmer ín  de  Inglaterra  impreso  en  el  mismo  año  y 
en  la  misma  oficina,  pues  ni  le  pertenece  la  obra  original,  que  es  del  portugués  Fran- 
cisco de  Moraes,  ni  la  traducción  castellana,  que  reclama  por  suya  el  mercader  de  libros 
Miguel  Ferrer  (').  No  faltó  entre  sus  contemporáneos  quien  formulara  contra  Luis  Hur- 
tado acusaciones  de  plagio.  Pedro  de  Cáceres  y  Espinosa,  en  su  biografía  de  Gregorio 
Silvestre,  acusa  al  poeta  toledano  de  haberse  apropiado  el  Hospital  de  Amor  del  licen- 
ciado Jiménez  \^).  En  todas  sus  obras  anda  mezclado  lo  ajeno  con  lo  propio,  y  no  siem- 
pre pueden  discernirse  bien.  Dotado  de  más  estilo  que  inventiva,  gustaba  mucho  de 
continuar  y  remendar  obras  ajenas,  como  hizo  con  las  Cortes  de  la  Muerte  de  Miguel 
de  Carvajal  y  con  la  Comedia  Tibalda^  de  Perálvarez  de  Ayllón.  Pero  ni  siquiera  esta 
parte  de  refundidor  pudo  tener  en  la  Policiana,  puesto  que  el  texto  de  la  segunda  edi- 
ción es  idéntico  al  de  la  primera,  que  la  antecedió  en  un  año,  cuando  Luis  Hurtado 
sólo  contaba  diez  y  ocho  (^j. 

Creemos,  por  las  razones  expuestas,  que  el  bachiller  Sebastián  Fernández  fué  único 
autor  de  la  Tragedia  Policiana^  pero  ninguna  noticia  podemos  dar  de  su  persona.  El 
famoso  libro  de  caballeros  B.  Belianis  de  Grecia,  impreso  precisamente  en  1547,  el 
mismo  año  que  la  Policiami,  se  dice  «sacado  de  la  lengua  griega,  en  la  cual  le  escribió 
» el  famoso  sabio  Friston,  por  un  hijo  del  virtuoso  varón  Toribio  Fernándex>^ ;  pero 
siendo  tan  vulgar  el  patronímico,  ninguna  relación  nos  atrevemos  á  establecer  entre 
ambas  obras. 

El  autor  de  la  Tragedia  Policiana  no  aspiraba  ciertamente  al  lauro  de  la  originali- 
dad. Desde  el  título  mismo  declara  la  estrecha  dependencia  en  que  su  obra  se  halla 
respecto  de  la  tragicomedia  de  Rojas,  mediante  la  introducción  de  un  personaje  episó- 
dico en  aquélla,  que  pasa  á  ser  capital  en  la  obra  del  bachiller  Sebastián  Fernández: 
«la  diabólica  vieja  Claudina,  madre  de  Pármeno  y  maestra  de  Celestina» .  La  Policiana 
no  se  presenta,  pues,  como  continuación,  sino  más  bien  como  preámbulo  de  la  Celesti- 
na-, pero  es  lo  cierto  que  la  sigue  al  pie  de  la  letra,  con  personajes  idénticos,  con  la 
misma  intriga  y  á  veces  con  los  mismos  razonamientos  y  sentencias.  Policiano  y  Phi- 
lomena  corresponden  exactamente  á  Caliste  y  Melibea;  Theophilon  y  Florinarda  á  Ple- 
berio  y  Alisa;  Solino  y  Silvanico  á  Sempronio  y  Pármeno;  Parmenia  á  Areusa;  Doro- 
tea á  Lucrecia,  y  á  este  tenor  casi  todos  los  restantes.  Los  rufianes  son  dos,  Palermo  y 

(*)  Vid.  Orígenes  de  la  Novela,  tomo  I,  piig.  280. 

(-)  «El  licenciado  Jiménez  hizo  el  Hospital  de  Amor,  que  imprimió  por  su^-o  Luis  Hurtado  » 
(Discurso  sobre  la  vida  de  Gregorio  Silvestre.) 

Se  refiere  sin  duda  á  «El  hospital  de  galanes  enamorados,  con  el  remedio  y  cura  para  nueve  if( 
«enfermos  que  en  él  están»,  y  á  «El  hospital  de  damas  de  amor  heridas,  donde  son  curadas  otras  i 
»nueve  enfermas  de  amorosa  pasión»,  insertos  en  las  Cortas  de  casto  amor  de  Luis  Hurtado.  , 

(3)  Se  deduce  esta  fecha  de  su  poema  de  las  Trecientas,  acabado  en  1582,  donde  declara  haber  i 
cumplido  cincuenta  años.  ^\ 


IXTRODUCCIÓN  ccxLv 

Pizarj-o,  uno  y  otro  copias  de  Centurio,  recargadas  con  presencia  de  la  Segunda  Celes- 
tina^ de  Feliciano  de  Silva,  donde  también  se  encuentra  el  germen  do  las  escenas  de 
hortelanos,  que  son  una  de  las  partes  más  curiosas  de  la  Tragedla  Policiana. 

Según  costumbre  de  los  autores  de  este  género  de  libros,  el  bachiller  Fernández  hace 
grandes  protestas  de  la  pureza  de  sus  intenciones  y  de  su  «voluntad  virtuosa». 

«En  el  processo  de  mi  escriptura  no  solamente  he  huydo  toda  palabra  torpe,  pero 
»aTn  he  cuitado  las  razones  que  puedan  engendrar  desouesta  ymaginacion,  porque  ni 
»mi  condición  jamas  se  agrado  de  colloquios  suzios  ni  avn  mi  profession  de  tratos 
» dissolutos...  E  si  algo  paresciere  que  a  los  oydos  del  honesto  e  casto  Lector  haga 
»  offensa,  crea  de  mí  que  no  lo  digo  con  ánimo  desonesto,  sino  porque  el  phrasis  y  decor 
»  de  la  obra  no  se  pervierta» . 

Xo  puede  negarse  que  el  ijhrasis  y  decor  de  la  obra,  entendidos  por  el  autor  con 
aquella  especie  de  bárbaro  realismo  que  entonces  predominaba,  le  han  llevado  muchas 
veces,  especialmente  en  los  coloquios  de  rufianes  y  rameras,  á  una  licencia  de  expre- 
sión desapacible  para  oídos  modernos.  Pero  esta  licencia  es  relativa,  y  de  seguro  menor 
que  la  que  se  encuentra  en  ninguna  de  las  Celestinas  anteriores.  Las  escenas  de  amor 
están  tratadas  con  cierto  recato  y  miramiento.  Y  aun  en  la  parte  Jupanaria  y  bajamen- 
te cómica  hay  más  grosería  de  palabras  que  deshonestidad  de  conceptos.  La  blasfemia 
y  el  sacrilegio  ó  desaparecen  del  todo  ó  están  muy  velados.  Los  reniegos  y  porvidas  de 
Palermo  y  Pizarro  son  extravagancias  inofensivas  si  se  los  compara  con  los  de  Galte- 
rio,  Fandulfo  y  Brumandilón:  «¡Por  los  huesos  de  Aphrodisia  madre!» ,  « Yoto  al  pinar 
de  Segovia»,  «Descreo  del  puerto  de  Jafa»,  «Keniego  de  las  barbas  de  Barrabás», 
«Despecho  del  galeón  del  Rey  de  Francia» ,  «Descreo  del  memorable  Golías» ,  «Jura- 
mento hago  á  las  calendas  de  Grecia» ,  «Pese  á  las  barbas  de  Júpiter» ,  «Descreo  de 
Placida  e  Vitoriano» ,  y  otros  no  menos  estrafalarios. 

Fuera  de  algunas  leves  variantes  que  apuntaré  después,  la  Policiana  es  la  primi- 
tiva Celestina  vuelta  á  escribir.  Este  servilismo  de  imitación  la  reduce  á  un  lugar  muy 
secundario,  pero  no  la  quita  sus  positivos  méritos  de  rico  lenguaje  y  fácil  y  elegante 
composición.  Es  la  obra  de  un  estudiante  muy  aprovechado,  aunque  incapaz  de  volar 
con  alas  propias.  La  contemplación  de  un  gran  modelo  embarga  su  ánimo  y  no  le  deja 
libre  para  ningún  género  de  invención  personal.  Se  limita  á  calcar,  pero  no  desfigura 
los  tipos,  y  si  la  tragicomedia  de  Caliste  se  hubiese  perdido,  ésta  sería  de  todas  sus 
imitaciones  la  que  nos  diese  una  idea  más  fiel  y  aproximada  de  ella,  aunque  nunca 
pudiese  sustituirla.  Las  obras  de  genio  no  se  escriben  dos  veces,  y  su  pesadumbre  ano- 
nada las  frágiles  construcciones  que  quieren  levantarse  á  su  sombra  y  remedan  en  pe- 
queño su  traza  exterior. 

Pero  aun  este  género  de  reproducción  tiene  su  mérito  cuando  es  inteligente  y  no 
mecánica  tan  sólo.  £1  autor  de  la  Policiana  comprendía  lo  que  imitaba  y  se  esfuerza 
por  conseguir  algo  de  la  rica  plasticidad,  del  franco  y  sabroso  diálogo  y  aun  de  la  inten- 
sa virtud  poética  del  drama  de  Rojas.  Un  eco  de  la  apasionada  elocuencia  y  del  rendi- 
miento amoroso  de  Melibea  resuena,  aunque  muy  atenuado,  en  las  palabras  de  Philo- 
mena:  <.Cauallero,  ya  no  es  razón  que  se  dissimule  y  passe  en  secreto  lo  que  mis  apa- 
»ssionados  desseos  tan  á  la  clara  publican;  porque  si  las  tinieblas  de  la  noche  no  impi- 
»  dieran  tu  vista,  en  mis  señales  públicas  conoscieras  mis  congoxas  secretas.  Algunos; 
»dias  han  passado  después  que  tus  cartas  e  amorosos  mensages  recibí,  en  que  mis  cap- 


ccxLví  orígenes  pe  LA  NOVELA 

» ti  vas  fuer9as  han  rescebido  muy  rezios  golpes  e  yo  varonilmente  contra  ellos 
»  he  peleado.  Pero  al  fin,  si  como  tengo  el  coraron  de  carne  le  tuuiera  de  un  rezio  dia- 
■»  mante,  no  dexara  de  caer  de  mi  voluntad  en  la  tuya:  tal  ha  seydo  el  combate  que  en 
»mi  cora9on  he  sentido.  Finalmente,  estoy  rendida  a  tu  querer,  porque  eres  quien  en 
»mis  ojos  más  meresces  de  los  nascidos.  Ordena,  Señor  mió,  como  nuestros  apassiona- 
»dos  desseos  ayan  aquel  effecto  que  dessean,  porque  hasta  esto  ningún  momento  passa- 
->rá  que  para  mí  no  sean  mil  años  de  infernal  tormento.  Las  fuertes  rexas  de  estas  ven- 
» tanas  impiden  el  remate  de  nuestros  sabrosos  amores.  La  mañana  paresce  que  comien- 
»(;ía  a  embiar  sus  candidos  resplandores  por  despidientes  mensajeros  de  nuestro  gozo. 
»Toma,  señor  mió,  la  possession  de  mi  voluntad,  e  della  e  de  mí  ordena  de  manera  que 
»mi  passion  se  afloxe  y  la  tuya  se  acabe,  e  si  te  paresciere,  para  la  noche  venidera  se 
» quede  el  concierto  por  las  cercas  de  esta  nuestra  huerta,  por  la  parte  donde  el  rio 
»  bate  en  ellas  ('),  que  es  lugar  más  sin  sospecha  e  donde  yo  estaré  esperando  tu  venida 
»  no  menos  que  mi  desseada  libertad»  (Acto  XX). 

En  las  escenas  del  jardín,  la  musa  lírica  contribuye,  como  en  Rojas,  á  idealizar  el 
cuadro  misterioso  y  poético  de  la  entrevista  nocturna.  Es  muy  feliz,  sobre  todo, 
la  evocación  del  romance  viejo  de  Foiüefrida.,  que  canta  el  paje  Silvanico,  y  al  cual  se 
alude  en  otro  pasaje  de  la  tragedia:  «Veemos  que  entre  los  animales  que  de  entendi- 
» miento  carescen,  este  amor  matrimonial  está  esculpido,  pues  las  tortolicas  passan  su 
»vida  contentas  con  una  sola  compañía.  E  si  aquélla  muere,  la  que  queda  no  beue 
»  más  agua  clara,  ni  se  pone  en  ramo  verde,  ni  canta  ni  haze  señal  de  alegría,  señalan- 
»  do  la  cuitadica  quán  dura  cosa  es  perder  su  dulce  compañía»  (Acto  XI). 

Poco  hay  que  advertir  en  cuanto  á  los  caracteres.  Claudina  no  merece  el  título  de 
maestra,  sino  de  humilde  discípula  de  Celestina.  Tiene  un  grado  más  de  perversidad, 
puesto  que  hace  infame  tráfico  con  su  propia  hija  Parmenia,  y  parece  más  rica,  puesto 
que  alardea  de  sus  «sábanas  randadas» ,  de  sus  «manteles  de  Alemania» ,  de  sus  «tapi- 
ces de  Flandes» .  En  las  artes  diabólicas  es  fiel  trasunto  de  su  amiga.  Tiene  como  ella 
un  demonio  familiar  á  quien  invoca  con  horrendos  conjuros  y  pavorosos  sacrificios: 
»Ora,  hijo  Siluano,  es  menester  que  me  traygas,  para  hazer  vn  conjuro,  una  gallina 
»  prieta  de  color  de  cuerno,  e  vn  pedazo  de  la  pierna  de  un  puerco  blanco,  e  tres  cabe- 
»llos  suyos  cortados  martes  de  mañana  antes  que  el  sol  salga;  e  la  primera  vez  que 
»cabe  ella  te  veas,  después  que  los  cabellos  la  ayas  quitado,  pondrás  tu  pie  derecho 
» sobre  su  pie  izquierdo,  e  con  tu  mano  derecha  la  toca  la  parte  del  coraron,  e  miran- 
»la  en  hito  sin  menear  las  pestañas  la  dirás  muy  passo  estas  palabras:  Con  dos  que  te 
»miro  con  cinco  te  escanto,  la  sangre  te  beuo  y  el  cora9on  te  parto  (%  E  echo  esto,  pier- 
»de  cuydado,  que  luego  verás  marauillas  (Acto  XYI). 

(1)  La  acción  de  la  Policiana  pasa  en  Toledo,  según  todos  los  indicios. 

(^)  Sobre  esta  invocación  de  la  perversa  bruja  me  comunica  mi  querido  amigo  el  admirable  e8-¡  ; 
critor  D.  Francisco  Rodrigues:  Marín  las  curiosísimas  noticias  que  van  á  leerse,  y  que  son  pequeñal  < 
muestra  de  lo  mucho  que  ha  descubierto  su  tenaz  investigación  en  el  campo  de  las  supersticione;  ■ 
populares. 

«La  fórmula  de  conjuro: 

Con  dofl  que  te  miro... 

que  Sebastián  Fernández  insertó  en  el  acto  XVI  de  la  Tragedia  Policiana,  parece  tomada,  más  brc, 
que  de  la  tradición  oral  inmediatamente,  de  una  de  las  Epístolas  familiares  de  Fr.  Antonio   de  fím     ( 


INTRODUCCIÓN-  ccxLvii 

Hay  un  personaje  de  la  traji^icomedia  antigua  que  está  presentado  con  cierta  nove- 
dad en  la  Policiana.  Es  Theophilón,  el  padre  de  Philomena.  No  se  duerme  en  la  ciega 
confianza  de  Pleberio,  sino  que  se  muestra  desde  el  principio  receloso  guardador  de  la 
honra  de  su  casa,  y  muy  sobre  aviso  de  los  peligros  que  puede  correr  la  virtud  de  su 
hija:  «Hija  mía,  lumbre  de  mis  ojos,  báculo  de  mi  cansada  vejez,  más  noble  es  preser- 
»var  al  hombre  pura  que  no  cayga  que  ayudarle  a  levantar  después  de  caydo.  No  per- 
>mita  Dios,  hija  de  mi  coraron,  que  en  tus  costumbres  yo  aya  conoscido  alguna  falta 
;>que  de  castigo  sea  digna,  pero  no  te  deue  dar  pena  si  yo  como  padre  y  viejo  y  exporto 
»en  los  trabajos  que  el  tiempo  cada  día  descubre,  te  dó  aniso  como  sepas  defenderte 
»de  ellos,  sin  lesión  del  ánima  y  de  la  fama  que  tus  pasados  cohraro7i*  (Acto  X). 

El  sentimiento  del  honor,  que  es  el  alma  de  tantas  creaciones  de  nuestros  poetas 
dramáticos  del  siglo  xvii,  tiene  en  Theophilón  uno  de  sus  primeros  intérpretes.  Senten- 
cia suya  es  que  «la  mácula  de  las  illustres  doncellas  todo  un  reino  deja  manchado  de 
» infamia»  (Acto  X). 

vara,  de  la  IV  de  la  segunda  parte  de  su  colección,  único  lugar  en  donde  encuentro  tal  fórmula  con 
el  que  del  verso  primero  y  con  el  verbo  escaniar  del  segundo.  Este  conjuro  era  comunísimo  entre 
las  hechiceras,  y  así,  aparece  citado  con  frecuencia  en  los  procesos  inquisitoriales,  unas  veces  como 
fórmula  completa  y  otras  como  fragmento  de  otras  de  mayor  extensión. 

»En  la  causa  seguida  en  1600  contra  Alonso  Berlanga  (Archivo  Histórico  Nacional,  Inquibición 
de  Valencia,  legajo  28,  núm.  1),  figura  entre  los  papeles  que  se  iiallaron  en  la  casa  de  su  manceba, 
uno  en  que  los  versillos  en  cuestión  se  dirigen  á  la  valeriana,  como  remate  de  un  conjuro  hecho  á 
esta  hierba: 

Valeriana  hermana, 

Yo  te  conjuro  con  Dios  y  con  Santa  María; 

Valeriana, 

Yo  te  conjuro  con  la  luz  del  alba; 

Valeriana, 

Yo  te  conjuro  con  la  chiridat  del  día; 

Con  el  libro  misal 

Y  con  el  cirio  pascual... 

»Y  termina  de  esta  manera: 

Con  tres  te  miro  (sic), 

Con  cinco  te  ato, 

Con  sangre  de  león  tu  vertut  te  pido, 

Que  seas  en  mi  favor  de  contino. 

7>Esta  última  parte  de  la  fórmula  se  empleaba  no  sólo  para  hacerse  querer,  sino  también,  y 
cerca  andaba  lo  uno  de  lo  otro,  para  hacer  mansos  y  sufridos  á  los  hombres.  Así,  entre  los  cargos 
que  se  enumeran  en  la  sentencia  contra  Isabel  Bautista,  año  de  1638  (Inquisición  de  Toledo,  legajo  82, 
núm.  28),  figura  el  siguiente:  «Y  enseñó  esta  oración  á  dichas  personas,  que  quando  viniese  bu  ma- 
rido ó  su  galán,  dixesen: 

Con  dos  te  miro. 
Con  tres  te  tiro, 
Con  cinco  te  arrebato, 
Calla,  bobo,  que  te  ato. 

i'V  dándose  una  puñada  en  la  rodilla,  dixesen: 


Tan  humilde  vengas  á  mí 
Como  la  suela  de  mi  <;apato. 


ccxLviii  orígenes  de  la  NOVELA 

Eu  el  notable  diálogo  que  tiene  con  su  mujer  (acto  XXIII)  habla  como  un  perso- 
naje calderoniano:  «El  crimen  de  liuiandad  en  la  mujer  no  se  ha  de  castigar  sino  con 
» la  muerte^  e  qualquier  castigo  que  éste  no  sea  no  es  sino  una  licencia  para  que  sea 
»  mala  con  la  facilidad  de  la  pena» . 

Los  sobresaltos  de  su  honra  tienen  á  veces  muy  enérgica  expresión:  «Oh  canas  ya 
» caducas!  Oh  años  desdichados!  Oh  pobre  viejo,  para  que  veniste  al  mundo?...  Qué 
»haré?  Si  descubro  lo  que  siento  y  lo  quiero  castigar,  poco  castigo  es  que  esta  ciudad 
»se  abrase.  Pero  silo  dissimulo  por  quitar  los  paresceres  del  vulgo,  vendrá  en  térmi- 
»nos  mi  honrra  que  se  acabe  con  mi  vida.  Oh  mis  fieles  criados,  dezid  me  qué  haga  o 
» tomad  este  puñal  e  dad  con  él  fin  a  mis  dias!»  (Acto  XXVI). 

D.  Gutierre  Alfonso  de  Solís  y  D.  Lope  de  Almeida  se  encierran  en  impenetrable 
monólogo  y  no  dan  parte  de  tales  cuitas  á  sus  criados,  pero  el  fondo  de  su  alma  es  idén- 
tico, salvo  la  diferencia  que  va  del  padre  al  marido.  «Qué  bien  tiene  quien  de  honrra 
»caresce?  pues  qué  honrra  tiene  quien  liuiana  hija  ha  criado?  pues  un  hombre  des- 
»honrrado  como  biuirá  sossegado?» . 

y  que  con  esto  quedarían  desenojados  y  como  un  borrego».  Y  en  otra  causa,  seguida  en  1645  contra 
Francisca  Rodríguez,  por  el  «nismo  tribunal  toledano  del  Santo  Oficio  (legajo  94,  núm.  230),  dice 
acusando  el  Fiscal:  «En  otra  ocasión  dixo  á  cierta  muger  que  si  quería  que  un  conjunto  suyo  callase 
aunque  la  viese  hacer  qualquier  cosa,  que  lo  haría;y  quiriendo  la  dicha  rnuger  ir  á  consultar  á  otras 
liechizeras,  esta  rea  (sicj  la  advirtió  dello  y  la  eusenó  el  conjuro  siguiente: 

Con  dos  te  miro, 

Con  una  te  hablo. 

Con  las  pares  de  tu  madre 

La  boca  te  tapo. 

Señor  San  Silvestre,  encántalo, 

con  que  el  conjunto  se  amansaba»,  A  idéntico  fin,  Bautista  Hernández,  procesada  en  172.3  por  la  In- 
quisición de  Valencia  (legajo  25,  núm.  14),  hacía  tres  nudos  en  una  cinta,  diciendo: 

Con  dos  te  miro, 

Con  tres  te  sigo, 

Con  cuatro  te  ato, 

De  tu  sangre  bebo, 

El  corazón  te  parto, 

Con  las  parias  {sic)  de  tu  madre 

La  boca  te  tapo. 

»Más  interesante  que  todas  las  lecciones  transcritas  es  otra  para  ligar  á  las  personas,  conser- 
vada asimismo  en  un  proceso  seguido  en  la  Inquisición  de  Valencia  por  los  años  de  1639  (legajo  28, 
núm,  3).  Entre  los  papeles  que  se  recogieron  en  la  casa  de  la  procesada  Juana  Ana  Pérez  y  que  están 
unidos  á  los  autos,  hay  uno  que  dice  así: 

Con  dos  te  miro,  Ki  en  campo  verde  estar, 

Con  cinco  te  ato.  Ni  en  campo  seco  pasear, 

Tu  sangre  bebo.  Ni  en  casa  de  nenguna  mujer  entrar, 

Tu  corazón  te  arrebato.  Ni  con  ella  holgar, 

Con  las  pares  de  tu  madre  y  mía  Ni  en  viuda  ni  en  casada 

La  boca  te  tapo.  Ni  en  doncella  ni  en  soltera  á  efeto  llegar, 

La  garfia  del  fiero  león  De  aquí  delante  de  mis  ojos  vengas  atado. 

Que  te  ligue  y  te  ate  el  corazón.  Hechizado,  conjurado, 

Asno,  mira  que  te  ligo  A  quererme,  [á]  amarme; 

Y  te  ato  y  te  reato  y  te  vuelvo  á  reatar,  Todos  tus  dmeros  vengas  á  darme. 

Que  no  puedas  comer  ni  beber,  Que  vengas,  que  vengas,  que  vengas; 

Ni  armar  ni  desarmar.  Que  hombre  ni  mujer  te  me  detenga. 


INTRODUCCIÓN  ccxlix 

Theophilón  interesa  en  su  calidad  de  padre  vengador,  pero  la  catástrofe  es  dispara- 
tadísima. El  buen  viejo  tenía  enjaulado  un  león,  como  pudiera  tener  un  perro,  y  sus 
hortelanos  le  sueltan  por  la  noche  «para  que  espante  las  zorras  que  andan  entre  los 
árboles» .  Acude  Policiano  á  la  segunda  cita  con  su  amada,  y  el  león  le  hace  pedazos. 
Cuando  Philomena  encuentra  muerto  á  su  amante,  hace  una  prolija  lamentación  sobro 
su  cadáver  y  se  mata  con  la  propia  espada  de  Policiano. 

Todo  este  pasaje  es  una  mala  imitación  de  la  fábula  de  Píramo  y  Tisbe,  tal  como 
se  lee  en  el  libro  lY  de  las  Metamorphoses  de  Ovidio  (v.  55-165).  El  bachiller  Fer- 
nández, que  debía  de  estar  recién  salido  de  las  aulas  con  la  leche  de  la  retórica  en  los 
labios,  creyó  que  esta  historia  trágica  cuadraba  á  maravilla  para  tinal  de  la  suya,  y  sin 
vacilar  transportó  á  Toledo  la  leona  de  los  campos  de  Babilonia,  cuyas  huellas  cerca 
de  la  tumba  de  Xiuo  indujeron  á  fatal  error  á  los  dos  enamorados  jóvenes  prez  do 
Oriente: 

Yenit  ecce  recenti 
Caede  leaena  boum  spumantes  oblita  rictus, 
Depositura  sitim  vicini  fontis  in  unda, 

(\'.  96-09). 

La  imitación  es  visible,  sobre  todo  en  las  últimas  palabras  de  Philomena  compara- 
das con  las  de  Tisbe: 

Pyrame,  clamavit,  quis  te  mihi  casus  ademit? 
Pyrame,  responde:  tua  te  carissima  Thisbe 
Nominat:  exaudí,  vultusque  attolle  iaeentes. 


Quae  postquam  vestemque  suam  cognovit,  et  ense 

Yidit  ebur  vacuura;  Tua  te  manus,  inquit  amorque 

Perdidit  infelix.  Est  et  mihi  fortis  in  nnum 

Hoc  manus:  est  et  amor,  dabit  hic  in  vulnera  vires. 

Persequar  extinctum:  letique  misérrima  dicar 

Causa  comesque  tui:  quique  a  me  morte  revelli 

Heu  sola  peteras,  poteris  nec  morte  revelli. 

Hoctamen  amborum  verbis  estote  rogati, 

O  multum  miserique  mei  illiusque  parentes, 

Ut  quos  certus  amor,  quos  hora  novissima  iunxit, 

Componi  túmulo  non  invideatis  eodem. 

(V.  142-157). 

Los  versos  de  Ovidio  son  bellísimos  y  tienen  una  concisión  rara  en  él.  A  su  lado 
ace  pobre  figura  la  prosa  del  imitador,  pero  su  filiación  no  puede  negarse  ('). 

Otra  de  las  curiosidades  de  la  Tragedia  Policiana  es  la  introducción  de  dos  horte- 
Sauos,  Machorro  y  Polidoro,  que  hablan  en  lenguaje  rústico,  con  extraños  modismos  y 

(•)  También -el  autor  de  la  primitiva  Celestina  se  había  acordado  de  este  pasaje,  aunque  se  me 
Mvidó  notarlo  en  su  lugar  oportuno  (pág.  105):  «E  assi  contentarte  he  en  la  muerte  (dice  Melibea), 

Ípues  no  tone  tiempo  en  la  vida.,.  ¡O  padre  mió  muy  amado!  Ruégote,  si  amor  en  esta  pasada 
e  penosa  vida  me  has  tenido,  que  sean  juntas  nuestras  sepulturas,  jimtas  nuestras  obsequias» 
¡Acto  XX).  Es  el  mismo  sentido  de  los  últimos  versos  de  Ovidio.  Véase  cuan  antiguo  y  clasico 
oolengo  tiene  el  grito  que  los  entierren  juntos  de  nuestros  días. 


ocj.  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

formas  villanescas,  que  creemos  dignas  de  la  atención  del  filólogo^  como  también  el 
vocabulario  agrícola  que  ellos  j  su  amo  Theophilón  usan,  y  que  habrá  de  confrontarse 
con  el  de  Gabriel  Alfonso  de  Herrera  j  demás  autores  clásicos  en  esta  materia.  Reim- 
presa en  el  presente  volumen  la  Policiana^  que  era  punto  menos  que  inaccesible,  po- 
drán hacerse  sobre  ella  los  estudios  analíticos  que  cada  uno  de  estos  libros  requiere,  y 
que  de  ningún  modo  caben  en  el  estrecho  marco  de  una  introducción. 

Un  solo  año,  el  de  1554,  yió  aparecer  dos  nuevas  Celestinas^  una  en  Medina  del 
Campo,  otra  en  Toledo.  Titúlase  la  primera  Comedia  Florinea^  y  fué  su  autor  el  Bachi- 
ller Joan  Rodriguex  Florian ,  segúu  declara  la  portada  de  algunos  ejemplares,  y  la 
dedicatoria  de  todos,  aunque  suprimido  el  Florián:  «El  Bachiller  loan  Rodríguez  ende- 
»  reyando  la  comedia  llamada  Florinea  a  vu  especial  amigo  suyo,  confamiliar  en  el  estu- 
» dio,  absenté»  (*).  Tarea  predilecta  de  bachilleres  parecía  la  de  componer  Celestinas^ 
sin  duda  por  asemejarse  á  Fernando  de  Rojas  en  el  empleo  de  sus  vacaciones.  Pero  no 
bastaba  el  grado  universitario  para  comunicarles  la  virtud  poética  de  aquel  bachiller 
primero  y  único,  y  fué  Rodríguez  Florián  de  los  que  menos  se  acercaron  al  insuperable 
modelo.  Su  labor,  toda  de  imitación  y  taracea,  revela  un  talento  muy  adocenado  y  es  de 

(^)  Comedia  llamada  Florinea:  que  tracta  de  los  amores  del  buen  duque  Floriano,  con  la  li.ida  y 
muy  casta  y  generosa  Belisea,  nueuamente  hecha:  muy  graciosa  y  sentida,  y  muy  prouechosa  para  atiiso 
de  muchos  necios.  Vista  y  examinada,  y  con  licencia  impressa.  (Escudo  del  impresor.)  Véndese  en 
Medina  del  Campo  en  casa  de  Adrián  Ghemart,  1554.  (Título  en  rojo  y  negro.) 

(Al  fin):  Acaha  la  comedia  no  menos  útil  que  graciosa  y  compendiosa:  llamada  Ilorinea  nueua- 
mente compuesta.  Impressa  en  Medina  del  Campo  en  casa  de  Guillermo  de  Millis,  tras  la  iglesia  mayor. 
Año  de  1554. 

4.0,  4  hs.  pr3s  sin  foliar,  y  CLVI  folios,  let.  gót. 

El  escudo  del  impresor  Adrián  Ghemart  tiene  la  conocida  divisa  del  halcón,  con  el  moíQ  post 
ienehras  spero  Iticem,  que  algunos  estrambóticos  comentadores  del  Quijote  han  creído  inventada  por 
Cervantes  para  la  primera  edición  de  El  Ingenioso  Hidalgo,  en  1605. 

Hay  algunos  ejemplares  que  difieren  de  los  restantes  en  llevar  impresas  con  tinta  negra,  después 
de  la  palabra  necios,  estas  otras:  Compuesta  por  el  bachiller  loan  Rodríguez  Florian.  Uno  con  esta 
portada  tuvo  D.  José  Sancho  Rayón,  y  para  hoy,  según  creo,  en  la  biblioteca  de  la  Hispanic  Society, 
de  Nueva  York.  También  uno  de  los  dos  ejemplares  que  posee  nuestra  Biblioteca  Nacional,  y  nos  ha 
servido  para  la  presente  reimpresión,  pertenece  á  esta  clase. 

En  el  que  describen  los  adicionadores  de  Gallardo  {Ensayo,  IV,  núm.  3656)  estaba  manuscrito,  al 
final,  de  letra  antigua,  el  siguiente  soneto,  que  sólo  á  título  de  curiosidad  bibliográfica  reproducimos: 

Hermanos,  Floriano  i  Belisea, 
Grandes  burros  os  hiyo  la  natura, 
Al  vno  en  no  g09ar  la  coniuntura 
I  al  otro  en  dilatar  lo  que  dessea. 

Ausente,  la  beata  cacarea, 
Rabia,  muere,  apetece  i  se  apresura, 
I  quando  amor  le  muestra  su  uentura 
Se  engroña,  se  desdeña  i  lo  arrodea. 

Polites  i  Justina  me  contentan. 
Que  á  la  segunda  cuenta  remataron, 
I  de  durables  poco  se  atormentan; 

Estotros,  matracones,  no  gustaron. 
A  Lucendo  por  arbitro  presentan: 
Dios  sabe  si  después  se  concertaron. 

Déla  Florinea  habla  breve  pero  atinadamente  Ticknor,  que  también  la  poseía  (tomo  I  de  1.' 
traducción  castellana,  pág.  220).  Antes  de  él  había  fijado  su  atención  en  esta  pieza  el  malograd* 


INTRODUCCIÓN  coli 

una  prolijidad  insoportable.  Nada  monos  que  cuarenta  y  tres  actos  ó  escenas  larguísi- 
mas tiene,  7  todavía  promete  una  segunda  parte,  que  afortunadamente  no  llegó  á 
escribir  ó  á  publicar. 

Las  bodas  del  bucu  Floriano  esperando 
Para  otro  año  de  más  vacación, 
Adonde  la  historia  tendrá  conclusión, 
A  Dios  dando  gracias,  allá  nos  llegando. 

De  la  primitiva  Celestina  aprovechó  menos  (|ue  otros,  salvo  los  datos  capitales  de 
la  fábula  y  algunos  rasgos  en  el  carácter  de  la  alcahueta  ^larcelia  (').  Todo  lo  demás 
procede  ó  de  la  Comedia  Thebayda  ó  de  la  Segunda  Celestina  de  Feliciano  de  Silva, 
aunque  sin  la  brutalidad  de  la  primera  ni  el  interés  novelesco  de  la  segunda.  El  don 
Berintho,  duque  de  Tliebas,  se  encuentra  puntualmente  reproducido  en  el  caballero 
Floriano,  duque  también  y  poderoso  señor  de  vasallos,  venido  de  lejanas  tierras, 
que  tiene  á  su  servicio  «catorce  mozos  de  espuelas  y  quince  escuderos,  y  otros  tres 
» tantos  continos  y  otros  tres  tantos  oficiales  y  una  chusma  de  pajes/>  (2),  personaje, 
como  se  ve,  de  más  categoría  que  Calisto.  Enamorado  románticamente  de  la  doncella 
Belisea  por  la  fama  de  su  hermosura  y  por  un  retrato  que  en  secreto  manda  sacar 
de  ella,  cae  en  una  extraña  pasión  de  ánimo,  busca  en  la  soledad  y  en  la  música 
alivio  á  sus  melancolías,  y  retraído  continuamente  en  su  aposento,  cierra  los  oídos  á 
las  advertencias  y  consejos  de  su  viejo  criado  Lydorio,  que  es  el  personaje  predica- 
dor de  la  pieza,  como  el  insoportable  Menedemo  de  la  Thehaijda^  puesto  que  sería 
demasiado  favor  compararle  con  el  sabio  y  prudente  Eubulo  de  la  Tragicomedia  de 
Lisamlro.  Floriano  tiene  á  sueldo,  por  de  contado,  varios  rufianes  de  lengua  soez, 
manos  cortas  y  pies  de  liebre,  entre  los  cuales  sobresalen  dos,  llamados  Felisino  y  Ful- 
minato, copias  serviles  de  Gfalterio  y  Pandulfo,  sin  más  originalidad  que  algunos  jura- 
mentos y  bravatas  nuevas  (^).  Manceba  de  Fortunato  es  cierta  viuda  depravada  ó  hipó- 
erudito  sevillano  D.  Juan  Colom  y  Colora  en  sus  Noticias  del  teatro  español  anterior  á  Lope  de 
Vega  (Semanario  Pintoresco  Español,  Madrid,  segunda  serie,  tomo  II,  año  1840,  pp.  163-166). 

En  el  inventario  de  los  libros  que  á  su  fallecimiento  dejó  en  su  tienda  Juan  de  Timoneda 
(Valencia,  26  de  octubre  de  1583)  figura  la  siguiente  partida: 

«ítem  cinquanta  comedies  intitulados  Floranteas  a  cinch  plech  teñen  una  ma». 
(Vid.  Serrano  Morales,  La  Imprenta  en  Valencia,  1899,  pág.  553.) 

Estas  Floranteas,  que  sólo  tenían  cinco  pliegos,  no  pueden  confundirse  en  modo  alguno  con  la 
Florinea,  que  es  muy  voluminosa.  Trátase,  pues,  de  otra  comedia  desconocida  hasta  ahora, 

(*)  A  veces,  sin  embargo,  cae  en  el  plagio  literal,  por  ejemplo  (escena  quinta),  cuando  Lydorio 
habla  mal  de  las  mujeres,  repitiendo  los  mismos  conceptos  y  ejemplos  de  Sempronio:  «Y  porque  no 
»me  digas  que  hablo  de  coro  y  que  las  infamo  por  mi  cabera,  no  acotando  qué  digan  los  que  las 
Dconoscieron  y  qué  vieron  de  ellas  los  que  las  trataron,  mira  en  lo  primero  al  sabio  Salomón,  que  tanto 
Días  amó  y  tanto  daño  le  vino  por  ellas,  lo  que  de  ellas  dize  en  sus  escrituras,  quando  se  le 
5)offresce  iiablar  de  mugeres.  Lee  al  Mantuano  en  una  égloga,  mira  al  Petrarcha,  escucha  al 
»Ouidio  y  atiende  al  Juuenal,  e  finalmente  quantos  sabios  Gentiles,  Judies,  Obristianos,  Moros, 
«Paganos,  off reciendoseles  en  sus  escritos  materia  en  que  hablar  de  mugeres,  afanan  y  se  desvelan 
«en  como  avisar  á  los  leyentes  que  se  guarden  en  sus  conuersaciones»  (pág.  175). 
{^)  Pág.  306  de  la  presente  edición. 

(')  En  todos  ellos,  lo  mismo  que  en  los  de  la  Policiana,  se  nota  menos  irreverencia  que  en  las 
Celestinas  más  antiguas,  ó  está  velada  con  eufemismos,  porque  los  tiempos  eran  otros  y  la  censura 
comenzaba  á  mostrarse  más  rigurosa.  Véase  alguna  maestra  de  los  disparatados  fieros  y  bravatas  de 


ccLii  orígenes  de  la  novela 

crita  (*),  la  cual  viene  á  representar  en  la  nueva  fábula  un  papel  más  semejante  al  de  la 
Franquila  imaginada  por  el  anónimo  de  Valencia  que  al  de  Celestina,  harto  machucha 
para  ser  heroína  de  amorosos  tratos  y  no  solamente  medianera  en  ellos  (2).  Marcelia, 
que  tal  es  el  nombre  de  la  equívoca  tercera,  con  visos  de  primera  en  ocasiones,  toma 
por  su  cuenta  los  amores  do  Ploriano  j  encamina  la  intriga  por  los  mismos  pasos  que 

Fulminato:  «Descreo  del  agareno  y  de  toda  la  ley  del  Alcorán»,  «Descreo  de  los  adoradores  del  bece- 
)MT0)),  «De  Saturno  ayiiso  reniego»,  «Descreo  de  los  adoradores  de  Mars»,  «Descreo  del  inventor  de  la 
^idolatría»,  «De  todos  los  Talmudistas  reniego»,  «Descreo  de  quantos  adoran  el  sol»,  «Reniego  de 
»los  Jebuseos»,  «Por  el  santo  cerrojo  de  Burgos»,  «O,  pesar  de  los  Moabitas»,  «O,  descreo  de  Jason 
»y  aun  de  Medea»,  «O,  pesar  de  la  casa  santa  de  Mecha»,  «Descreo  de  los  quiciales  de  la  puerta 
»del  cielo»,  «Reniego  del  sepulcro  de  Absalon  y  del  sceptro  de  Roboan»,  «Reniego  del  hijo  de 
»Latona»,  «Voto  al  santo  Calendario  Romano».  Una  sola  vez  jura  «por  las  reliquias  de  San  Salvador 
»de  Oviedo»,  otra  por  «la  espada  de  Sant  George  y  aun  por  la  escriuania  de  Sant  Lucas»,  y  ufe  la 
expresión  malsonante  «descreo  de  la  vida  do  los  condenados»  (pág.  166). 

(*)  «Tú  sabrás  cómo  la  fortuna,  que  favorece  á  los  osados,  me  dio  ventura  en  ganar  trauacuenta 
»con  una  viuda  de  hasta  treynta  y  quatro,  que  en  aspecto  está  como  de  diez  y  ocho.  Esta  no  tiene 
»en  casa  padre  ni  madre,  ni  can  que  la  ladre,  más  de  sola  vna  hija  bonita  y  harto  muchacha,  de 
»diez  y  siete  para  menos:  ésta  le  sirue  en  casa  de  mo^a,  y  fuera  de  hija  y  authorizada  doncella» 
(pág.  169). 

(^)  El  rasgo  de  la  hipocresía  está  finamente  acentuado  en  Marcelia  más  que  en  ninguna  otra  de 
las  Celestinas  secundarias,  incluso  la  de  Feliciano  de  Silva.  Véase  singularmente  la  escena  nona: 
«G^rac27¿a.— Pues  dónde  con  manto  y  sombrero  tan  de  mañana? 

yy  Mar  celia.— Á.  Nuestra  Señora  de  los  Remedios;  luego  en  oyendo  la  missa  primera  soy  de 
buelta... 

y)Liberia. — Gran  cosa  es  ésta,  que  no  ha  de  faltar  mi  madre  esta  missa.  Pero  haze  bien,  que 
»siempre  trae  su  par  de  panecillos,  y  algo  para  ayuda  de  costa. 

»G?-ac.— Ya  ves,  prima,  por  tal  señora  lo  haze.  Pero  no  en  balde  dize  ella  tanto  bien  del  sacris- 
»tan,  y  agora  veo  que  tiene  razón...» 

En  el  camino  se  encuentra  con  el  paje  Polytes,  que  no  quiere  creer  que  ella  vaya  á  la  misa 
del  alba: 

(íPoli/tes.—l^i  aun  soy  tan  bouo  como  esso,  que  agora  passé  por  junto  á  la  Trinidad,  y  no  ay 
»sueño  de  abrir  puerta. 

yyMarc. — Y  aun  esto  quiero. 

yyPolyt. — Peor  es  de  entender  una  rauger  que  un  Concejo.  Pero  atento  que  vas  a  missa  donde 
>no  ay  puerta  abierta,  las  que  como  tú  he  topado  disfra9adas,  cruzando  callejuelas,  dirae,  van  con- 
»tigo  a  representar  autos  de  comedias  en  cas  de  los  abades  o  van  por  las  llaues  para  abrirte  la  puerta 
))donde  tú  vas?... 

»i/arc.— Calla  ya,  no  apures  tanto  las  cosas,  que  con  algo  se  han  de  mantener  en  iionra  las  que 
»se  defienden  de  la  pobreza,  de  lo  que  a  mí  cabe  gran  parte  por  mis  pecados. 

yyPolyt. — Y  aun  creo  yo  que  tú  y  las  otras  andays  estos  paseos  en  busca  de  los  tales  pecados. 
»  Marc. — Ay,  qué  dizes?  alguna  malicia,  asuadas. 

yyPolyt.—lia.  mesma.  Pero  digo  que  me  agradas  en  darme  a  entender  que  andays  estas  andolen- 
Bcias  a  partir  con  los  encerrados  las  quentas  del  rezar,  y  las  obladas  con  los  sacristanes,  y  las  racio- 
»nes  y  capellanías  y  los  beneficios  con  los  clérigos»  (pág.  192). 

En  la  escena  XV  se  vale  de  su  fingida  devoción  para  hacer  llegar  á  manos  de  Belisea  una  carta 
de  Floriano:  «Por  mi  vida,  pues  que  no  hay  una  criatura  en  la  yglesia,  que  quiero  auenturarme  a 
»poner  esta  carta  en  la  grada  del  altar  de  la  Madre  de  Dios;  porque  si  ellas  son,  no  dexará  Belisea 
»de  llegar  la  primera  a  hazer  su  oración»  (pág.  208). 

En  cambio,  la  parte  de  hechicerías  es  insignificante  en  esta  pieza.  «Quiero  echar  unos  polvillos 
»del  cabrón  en  esta  carta,  que  ya  los  he  hallado  aprobados»,  dice  Marcelia  poco  antes.  No  hay  rastro 
de  evocaciones  ni  de  conjuros  ni  de  fórmulas  supersticiosas. 


INTRODUCCIÓN  ocluí 

hemos  visto  hasta  la  saciedad  en  este  género  de  comedias  novelescas.  La  romería  de 
Nuestra  Señora  de  Prado  recuerda  inmediatamente  una  situación  análoga  de  la  The- 
bayda.  Pero  el  bachiller  Florián  procede  con  mucho  más  decoro  y  pulcritud.  La  noble 
Belisea,  cauta  y  reflexiva,  se  defiende  bien  en  las  dos  entrevistas  del  jardín,  mostrando 
menos  pasión  que  deseo  de  un  casamiento  ventajoso  (').  Su  doncella  Justina,  pizpireta 
y  desenvueha,  procede  con  menos  recato  en  sus  coloquios  con  el  paje  Polites,  pero 
todo  tiene  feliz  y  apacible  término  con  los  matrimonios  clandestinos  de  ama  y  criada, 
por  lo  cual  la  pieza  se  intitula  comedia  y  no  tragicomedia^  al  revés  de  los  libros  de 
Rojas,  Sancho  Muñón  y  Sebastián  Fernández. 

El  carácter  mejor  trazado  de  la  obra  es  sin  disputa  el  de  Lucendo,  padre  de  Belisea. 
Así  como  el  Theophilón  de  la  Policiana  representa  la  desconfianza,  el  punto  de  honra 
vindicativo  y  celoso  del  honor  doméstico,  así  Lucendo,  no  menos  honrado  y  respetable 
que  él,  fía  ciegamente  en  la  virtud  de  su  hija,  y  el  amor  paternal  se  sobrepone  en  él,  de 
un  modo  tierno  y  simpático,  á  todo  interés,  á  toda  sospecha,  á  todo  recelo  (escenas 
XXII  y  XXVI). 

Los  aciertos  en  la  parte  seria  de  la  Florinea  no  son  raroj,  aunque  tengan  poco  de 
originales.  Como  todas  estas  comedias  de  estudiantes  y  bachilleres,  abunda  en  temas  retó- 
ricos, desarrollados  con  pueril  alarde,  pero  no  llega  á  las  horribles  pedanterías  do  la 
Tliebaijda.  Ya  en  la  escena  quinta  encontramos  «grandes  pláticas»  sobre  la  fuerza  del 
amor  y  sobre  los  vicios  y  virtudes  de  las  mujeres.  En  la  escena  XXVIII  hay  uu  largo 
razonamiento  sobre  la  amicicia  en  estilo  que  recuerda  mucho  el  de  Fr.  Antonio  de 
Guevara  (-).  Entre  Belisea,  Justina  y  Marcelia  pasan  largos  razonamientos  «sobre  los 
bienes  y  males  que  ay  entre  los  casados»  (escena  XLII).  Y  á  este  tenor  otras  digresio- 

(*)  «Pero  mira,  Floriano,  que  si  tú  como  hombre  biiscaa  tu  desatinado  descanso,  yo  como 
)jiloazeIla  mamparo  mi  delicada  honra.  Y  si  tú  buscas  la  consecución  de  tu  infectionada  volun- 
»tad,  yo  defiendo  mi  libertad.  E  si  tú  quieres  guiar  tras  tus  venenosos  y  no  limpios  desseos, 
))con  tu  amor  desamador  de  mi  honestidad,  yo  tengo  de  cerrar  la  puerta  a  todo  lo  que  ni 
))a  mi  ánimo  trayga  limpieza  ni  a  mi  spiritu  reposada  castidad.  Por  tanto  como  a  hermano  en 
)^tal  amor  te  ruego  me  ames,  y  me  quieras  bien  para  mi  bien,  y  no  de  suerte  que  queriendo 
ame,  quieras  mal  para  ti  y  peor  para  mí.  E  con  ha/.er  tú  esto,  poilras  ganar  en  mí  un  amor  que 
))Como  a  bien  queriente  de  mi  honra  te  tendré.  De  otra  guisa,  desamarte  he  como  a  enemigo  de 
Dvirtud,  y  perseguidor  de  mi  honra,  y  menoscabador  de  mi  limpieza,  y  matador  de  mi  innocen- 
»cia,  y  derramador  de  mi  fama,  y  destruydor  de  mi  reposo,  y  aselador  de  la  casa  de  mi  padre,  y 
«ensuciador  de  mi  alta  sangre.  E  si  te  han  mentido  de  mí  otra  cosa,  desapega  la  de  tu  imaginación» 
(pág.  2-24). 

«Agora  que  te  hallo  buen  obediente,  determino,  para  hazer  más  por  ti,  mandar  te  lo  segundo,  y 
Des  que  en  este  cenadero,  al  sonido  destas  f  uentezitas,  te  sientes  en  este  poyo,  y  luego,  porque  vaya 
»cumpliendo  mi  palabra  de  hacer  algo  por  ti,  me  quiero  3'0  sentar  en  el  mesmo  poyo  par  de  ti.  Pero 
»niira  que  al  ver  me  sentar  tan  cerca  de  ti  pienses  que  es  más  para  mejor  oyr  te  y  responder  te  sin 
^)sonido  de  voz,  que  para  despertar  en  ti  algún  atrevimiento  de  los  que  soleys  tener  los  hombres  en 
«semejantes  trances  puestos  que  agora  tú»  (pág.  269). 

Belisea,  aunque  inferior  en  prosapia  al  duque  Floriano,  era  de  muy  noble  linaje:  «Y  quiero  que 
X'sepas  que  Lucendo,  el  padre  della,  con  ser  caualiero  de  tanta  estima  y  casta  y  poder  en  el  reyno, 
»y  con  ser  uno  de  los  más  sabios  que  oy  tienen  ditado  en  España,  quiere  y  tiene  en  tanto  a  la  hija, 
»que  no  pensará  que  errará  en  cosa  que  haga;  y  hecho,  qualqnier  cosa  la  perdonará  ligeramente» 
(pág.  289). 

(*)  En  la  escena  2.*  alude  expresamente  á  un  célebre  capítulo  del  Marco  Aurelio:  «Mira  lo  que 
»Faustina  hizo  por  la  llave...»  (pág.  163). 


couv  orígenes  de  LA  NOVELA 

nes,  que  se  leen  sin  fastidio  por  el  buen  sabor  de  la  lengua,  pero  qae  son  una  sarta  de 
lugares  comunes.  Algunos  pasajes,  como  aquel  en  que  Lydorio  se  queja  de  la  triste 
condición  de  los  servidores  de  los  grandes  j  del  mal  pago  que  sus  amos  les  dan  (esce- 
na XXXVII),  pueden  tener,  sin  embargo,  algún  interés  histórico  ('). 

Las  cartas  de  amor  que  la  Florinea  contiene  son  afectadas  y  declamatorias,  como 
casi  todas  las  que  se  hallan  en  nuestras  novelas  antiguas.  Quizá  el  gusto  de  la  Cárcel 
de  Amor  influía  en  esto.  El  diálogo  es  mejor,  pero  comienzan  á  notarse  síntomas  de 
flojedad  j  cansancio,  sobre  todo  en  la  parte  cómica,  que  es  pesada,  insípida  y  fría- 
mente indecorosa.  Los  chistes  son  forzados,  las  situaciones  vulgarísimas,  y  el  ánimo 
menos  severo  acaba  por  empalagarse  de  tanta  prostitución  y  bajeza.  Si  la  ílorinea  no 
contuviese  más  que  las  repugnantes  aventuras  de  Marcelia,  de  su  hija  Liberia  y  su 
sobrina  Gracilia,  de  los  dos  rufianes,  del  despensero  de  Fioriano,  de  los  pajes  Grisindo 
y  Pinel  y  del  estudiante  escondido  en  la  nasa,  por  ningún  concepto  podría  disculparse 
su  exhumación.  Pero  no  todo  es  de  tan  depravado  gusto.  La  fábula  principal,  aunque 
de  endeble  contextura,  está  presentada  con  cierto  arte,  y  las  escenas  entre  los  dos  aman- 
tes respiran  cortesía  y  gentileza.  Easgos  hay  en  la  salida  matinal  de  Belisea  al  campo 
que  recuerdan  El  Acero  de  Madrid  y  otras  comedias  análogas  de  Lope  {^),  de  cuyo 
teatro  es  digna  también  la  bizarra  escena  en  que  Fioriano  mata  un  toro  á  vista  de  su 
amada  (^). 

Hay  en  la  ílorinea  algunos  versos  líricos,  bastante  mejores  que  los  de  la  Thehay^ 
da^  pero  del  mismo  género  y  estilo,  que  es  el  de  las  antiguas  coplas  castellanas,  sin 
mezcla  de  endecasílabos.  Figuran  entre  ellos  romances^  letras  y  motes  con  sus  glosas, 
una  lamentación  en  coplas  de  pie  quebrado  á  manera  de  las  de  Garci  Sánchez  de  Ba- 
dajoz (,pág.  203)  y  una  contemplación  de  Fioriano  en  absencia  de  su  señora  trovada  en 
quintillas  dobles  con  mucha  soltura: 

O  (cDe  Fioriano,  pues,  yo  tengo  lástima  a  su  honra  y  gravedad  y  hazienda  y  alma.  Lo  pri- 
»mero,  porque  le  comienzan  a  cobrar  ea  opinión  de  poco  assentado  y  mal  concertado  en  sí  y  en  su 
)>casa.  Lo  segundo,  porque  da  parte  de  las  flaquezas  y  tracta  y  comunica  un  duque  Fioriano,  y  en 
»ojos  de  corte  imperial,  coa  vn  paje  y  unos  mofos  de  espuelas.  Lo  tercero,  he  lástima  a  su  hacienda, 
))qae  la  veo  andar  baylando  en  manos  de  amigos  públicos  de  ella  y  enemigos  secretos  del.  Y  veo  le  yr 
».tras  chismosos,  tras  rufianes,  tras  p...,  tras  alcahuetas,  y  con  gente  que  con  sus  dones  se  honran,  y 
»de  la  honra  del  despedacen  camino  de  los  burdeles.  do  se  gaste  mal  la  hacienda  del  que  la  heredó 
»bieQ,  y  la  posee  bien,  y  la  dispensa  y  gouierna  mal...  Y  vereys  que  no  dará  audiencia  ni  crédito  a 
))vtt  criado  antiguo,  leal,  seruicial,  amador  de  su  honra,  defensor  de  su  persona,  augmentador  de  la 
^gloria  de  su  estado,  y  aun  lo  que  peor  y  más  peligroso  es,  que  os  cobrará  enemiga  porque  le  retraeys 
»der  los  vicios,  le  desseays  la  salud,  y  le  procurays  por  la  hacienda,  y  le  tractays  de  ensalmar  su 
»ordeni.  Y  esto- es  el  porqué  ay  oy  en  dia  pocos  criados  antiguos  fieles  bien  medrados  en  las  casas  de 
i>los  serióles...  Y  aquellos  por  fieles  van  se  con  quitarles  la  ración  porque  no  asisten,  y  darles  a  más 
»librar  (máa  por  verguen9a  que  compelle  al  señor  que  por  voluntad  que  le  combide)  el  medio  acoa- 
»tamiento,  porque  se  van  como  buenos,  y  lleuanle  doblado  los  livianos  que  asisten,  porque  se  pican 
»de  andar  más  galanes  que  graues...  y  ansi  se  han  tornado  los  palacios  acorro  de  viciosos,  porque  se 
«despueblan  de  viejos  y  se  acompañan  de  mo90s,  y  porque  ay  poca  audiencia  de  verdades  y  gran 
))gula  de  mentiras...  Y  por  esto  con  poca  autoridad  de  los  palacios,  los  semientes  de  pelillo,  los  men- 
Dtirosos,  chismosos,  malsines,  truhanes,  decidores  maliciosos,  chocarreros,  como  hallan  audiencia  en 
Del  Señor,  ansí  los  tornan  de  su  talle,  si  Dios  y  la  buena  condición  no  loa  defiende  de  enviciarse»' 
(pág.  211). 

(»)  Vid.  escena  XV  (pág.  211). 

(3)  Vid.  escena  XVIII  (pp.  223  y  224). 


INTRODUCCIÓN 


QCLV 


Vos,  dama,  soys  mi  esperan(;a, 
Vos  mi  muerte,  vida  y  gloria. 
Vos  mi  bienauenturaiKja, 
Vos  de  mis  males  bonanc/a. 
Vos  pinzel  de  mi  memoria. 
Yo  sin  vos  soy  el  perdido, 
Yo  sin  vos  el  que  más  muero, 
Yo  sin  vos  el  mesmo  olvido, 
Y'o  sin  vos  el  mal  nascido, 
Y''o  sin  vos  quien  mal  me  quiero. 


Vos  sin  mí  de  más  valer, 
Vos  sin  mí  más  sublimada. 
Vos  sin  mí  soys  de  querer. 
Vos  sin  mí  soys  de  temer. 
Vos  sin  mí  soys  adorada. 
Yo  por  vos  soy  muy  dichoso. 
Yo  por  vos  quien  resuscita, 
Yo  por  vos  vanaglorioso, 
Yo  por  vos  el  más  gozoso 
Que  en  casa  de  amor  habita.. 


Pero  ]a  más  notable  de  estas  poesías,  bajo  el  aspecto  métrico  y  musical,  es  una 
danza  ó  pavana  que  Floriano  compone  y  tañe  á  la  vihuela  en  celebridad  de  sus  bodas. 
La  estrofa,  que  suponemos  inventada  por  el  bachiller  Rodríguez,  es  anterior  en  diez  años 
á  las  tentativas  de  rimas  provenzales  y  francesas  de  Gil  Polo.  Consta  de  cuatro  versos 
de  doce  sílabas,  dos  de  seis  j  uno  de  nueve.  Véase  este  curioso  specimen  de  ritmo 
modernista: 

Vos  soys,  Belisea,  mi  gloria  cumplida, 
Mi  bien  todo  entero,  mi  nueva  esperanza; 
Por  veros  ya  muero  con  tanta  tardanza, 
Por  ver  que  la  hora  aun  no  es  ya  venida; 
Al  tiempo  maldigo. 
Pues  vsa  conmigo 
Con  su  tardanr-a  de  enemigo. 

Ay,  quándo  podré  yo  verme  en  la  gloria 
De  aquel  parayso  de  vuestro  vergel! 
Dichosas  las  plantas  que  vos  veys  en  él, 
Mas  yo  más  que  todos  en  vuestra  memoria, 
Mas  ay,  que  hora  veo 
Que  muy  poco  creo 
Del  bien  que  en  vos  halla  mi  desseo. 

Vos  sola  soys  gloria  por  vos  merescida. 
Pues  otro  ninguno  no  ay  que  os  merezca; 
Vos  soys  de  las  damas  la  más  escogida, 
Dichoso  el  amante  que  por  vos  padezca; 
Mas  ay,  si  yo  fuese 
Quien  solo  os  siruiesse 
Y  solo  quien  por  vos  muriesse. 

Vos  soys  el  retracto  del  summo  poder. 
Que  Dios  ha  mostrado  en  las  criaturas; 
Angélica  imagen  que  acá  en  las  baxuras 
Eusal(,'ais  a  Dios  en  tal  os  hazer; 
Soys  solo  una 
A  quien  fortuna 
Obedece  desde  la  cuna. 


ccLví  orígenes  de  la  NOVELA 

Yos  soys  mi  prisión  y  mi  libertad; 
Yo  vuestro  captiuo,  y  tan  venturoso. 
Que  es  tanta  mi  gloria,  que  hablarla  no  oso 
Porque  es  offendida  vuestra  majestad; 
Ansí  yo  callo 
El  bien  que  hallo 
En  ser  vuestro  libre  vasallo. 

Yos  soys  paradero  de  mis  pensamientos; 
Yos  soys  el  pinzel  con  que  mi  memoria 
Esculpe  en  mi  alma  tal  contentamiento, 
Que  en  vos  halle  objecto  de  su  mayor  gloria, 
Pues  con  gran  razón 
El  mi  cora9on 
Descansa  en  tal  contemplación. 

(Pág.  307). 

El  autor  de  la  Florinea  era  valisoletano,  ó  por  lo  menos  en  Yalladolid  residía 
cuando  compuso  esta  obra  dramático-novelesca,  cuya  acción  se  desarrolla  en  aquella 
ciudad,  con  gran  copia  de  alusiones  locales:  á  la  Puerta  del  Campo,  á  la  Cal  Nueva,  á 
San  Benito,  San  Pablo,  Nuestra  Señora  del  Prado,  San  Julián,  la  Trinidad  y  otras  igle- 
sias. También  se  habla  de  «la  estatua  de  Don  Pero  Añiago  (ó  Miago),  del  hospitalejo  de 
Sanct  Esteuan»  (pág.  261),  curiosa  antigualla  folklórica  que  sirvió  de  tema  á  una 
comedia  de  Luis  Yélez  de  Guevara,  atribuida  por  error  á  D.  Francisco  de  Eojas.  Aun 
en  el  lenguaje  se  nota  algún  modismo  propio  del  habla  familiar  de  aquella  parte  de 
Castilla  la  Yieja,  como  el  uso  transitivo  del  verbo  quedar  (*). 

El  estilo  de  la  Florinea  es  terso  y  puro,  pero  carece  de  vigor  y  animación,  no  sólo 
comparado  con  la  Celestina  primitiva,  como  ya  observó  Ticknor,  sino  con  la  mayor  parte 
de  las  secundarias.  No  iguala  á  la  Selvagia^  ni  siquiera  á  la  Policiana.  La  prosa  del 
bachiller  Florián  es  demasiado  fácil,  redundante  y  desaliñada.  Pero  la  riqueza  de 
su  lenguaje  familiar  y  el  desenfado  de  su  sintaxis  la  hacen  digna  de  salir  del  olvido, 
y  en  tal  concepto  la  hemos  reimpreso,  no  como  libro  de  amena  recreación  (que  cier- 
tamente no  lo  es),  sino  como  pieza  de  estudio  para  gramáticos  y  lexicógrafos,  que  encon- 
trarán en  ella  un  caudal  no  despreciable  de  idiotismos. 

Mucho  más  vale  la  Selvagia  (2),  y  de  seguro  la  hubiéramos  preferido  á  no  existir  ya 
una  reimpresión  moderna,  bastante  correcta  y  fácil  de  adquirir  (3).  El  estudiante  tole- 

(')  Abundan  los  ejemplos  de  esto:  «.Y  en  lugar  del  anillo   te  quedo  mi  corucon  en  este  abraco»  Ij 
(pág.  182).  «Bien  dices;  ve  luego  y  buelve,  que  me  quedas  solay>  (pág.  201).  «Ay  mezquina  yo,  ¿quién 
quedó  abierta  la  puerta? S)  (ibid.)  «Y  como  Fulminato  os  quedó  solos»  (pág.  277).  I 

(^)  Comedia  llamada  Seluagia.  En  que  se  introduze  los  amores  d'un  cauallero  llamado  Seluago,  con  j  . 
vna  ylustre  dama  dicha  Isabela:  efetuados  jjor  Dolosina,  alcahueta  famosa.  Copuesta  por  Aloso  de\  i 
Villegas  Seluago,  Estudiante. 

(Al  fin):  Fue  impressa  la  presente  obra  en  la  Imperial  Ciudad  de  Toledo:  en  casa  de  Joan  Ferrer,\  i 
Acabóse  a  diez  y  seys  dias  del  mes  de  Mayo.  Afio  de  mili  y  D.L.iiij.  \ 

(Esta  portada  tiene  un  grabado  en  madera,  que  representa  una  de  las  escenas  de  la  tragicomedia),  j   { 

4.°  let.  gót.  76  hojas  foliadas. 

(.^)  Está  en  el  tomo  quinto  de  la  colección  de  Libros  raros  ó  curiosos  (Madrid,  Rivadeneyra,  l873),j  ^ 
el  mismo  que  contiene  la  Seraphina. 


INTRODUCCIÓN  cclvii 

dauo  que  á  los  veinte  años  la  compuso  era  escritor  de  raza,  y  ya  en  este  ensayo  juvenil 
y  algo  liviano  manifiesta  las  excelentes  dotes  que  habían  de  darle  muy  señalado  lugar 
entre  los  prosistas  del  mejor  tiempo  de  nuestra  lengua.  Llamábase  el  tal  Alonso  de  Vi- 
llegas Selvago,  siendo  quizá  el  Selvago  un  sobrenombre  meramente  poético,  pues  no 
volvió  á  usarle  en  las  obras  de  su  edad  madura,  y  coincide  además  con  el  del  protago- 
nista de  su  comedia,  en  quien  manifiestamente  quiso  representarse  á  sí  propio,  ¡como  á 
su  amada  en  la  heroína,  á  la  cual  ni  siquiera  cambió  el  nombre.  Ya  en  la  portada  estampa 
el  suyo,  acompañado  de  la  calificación  de  «estudiante» .  Seríalo  probablemente  en  la  mo- 
desta Universidad  de  Toledo,  algo  oscurecida  por  el  radiante  foco  de  la  vecina  Alcalá, 
aunque  tuvo  sus  días  de  esplendor  con  preceptores  tan  doctos  como  losCedillos  y  Vene- 
gas,  y  más  adelante  con  los  Scotos  y  Narbonas.  En  unos  versos  acrósticos  puestos  al 
principio  del  libro,  según  la  costumbre  de  sus  predecesores,  constan  la  edad,  la  patria  y 
otras  circunstancias  de  nuestro  autor:  «Alonso  de  Villegas  Salvago  compuso  la  Come- 
»dia  Selvagia  en  servicio  de  su  señora  Isabel  de  Barrionuevo,  siendo  de  edad  de  veinte 
»años,  en  Toledo,  su  patria».  Habría  nacido,  por  consiguiente,  en  1534,  y  al  mismo 
resultado  nos  conducen  otras  fechas  que  fué  consignando  en  sus  obras  posteriores,  como 
luego  veremos. 

Aunque  el  autor  de  la  Selvagia  imita  muy  de  propósito  á  Fernando  de  Rojas  (*), 
también  paga  largo  tributo  al  «magnífico  caballero  Feliciano  de  Silva,  radiante  luz  y 
» maravilloso  exemplar  de  la  española  policía»,  cuya  influencia  se  siente  ya  en  las  dis- 
paratadas coplas  preliminares: 

Gozando  sus  gozos  te  muestra  gozoso , 
y  goza  los  gozos  que  goza  su  parte, 
Adonde  gozando  por  gozo  tal  arte, 
En  gozo  te  goza  con  gozo  sabroso. 

Cuanto  hay  de  malo  en  el  estilo  de  la  Selvagia  puede  atribuirse  al  contagio  de  la 
prosa  de  Feliciano,  candidamente  admirado  por  el  joven  escolar.  Pero  le  sirvió  de  salu- 
dable antídoto  la  lectura  reflexiva  del  admirable  original  primero,  y  el  ejemplo  más  re- 
ciente de  la  Tragicomedia  de  Lisandro  y  Eoselia,  en  la  cual  ól  solo  parece  haber  fijado  la 
atención  (-).  El  rufián  Escalión  de  la  Selvagia  se  declara  hijo  de  Brumandilóu  (pág.  237) 
y  lo  parece  tanto  en  sus  hechos  como  en  sus  palabras.  También  se  alude  á  la  muerte 
de  Elicia  (pág.  236). 

Titúlase  la  Selvagia  comedia,  y  no  tragicomedia,  lo  cual  tratándose  de  este  género 
de  obras,  quiere  decir  tan  sólo  que  tiene  el  final  no  trágico  ni  lastimero,  sino  matrimo- 

(M  Osado  se  puede  sin  duda  llamar, 

Miradas  sus  faltas  y  pocos  primores, 
Pues  quiere  sin  fuerzas  con  otros  mejores 
Valer,  siendo  pobre  de  baxo  lugar: 
Sabemos  de  Cota  que  pudo  erape9ar 
Obrando  su  ciencia  la  gran  Celestina; 
Labróse  por  Rojas  su  fin  con  muy  fina 
Ambrosia,  que  nunca  se  pudo  estimar. 

Sin  duda  por  haber  puntuado  mal  estos  versos,  creyó  Ticknor  que  la  frase  «pobre  de  baxo 
lngar>  aludía  á  Gota,  cuando  por  el  contexto  63  visible  que  se  refiere  al  autor  mismo. 

(')  Gran  parte  de  lo  que  en  la  primera  cena  dicen  Flerinardo  y  Selvago  en  loor  y  en  vituperio  del 
Amor  está  servilmente  copiado  de  la  obra  de  Sancho  de  Muñón,  con  los  mismos  ejemplos  históricos. 

ORÍGENES   DE   LA   NOVELA.— 111.-/3 


ocLvm  orígenes  DE  LA  NOVELA 

nial  y  festivo.  Pero  con  más  razón  que  otras  pudo  llamarse  comedia^  porque  es  más 
dramática  que  ninguna  de  las  Celestmas^  á  excepción  de  la  primitiva,  y  precisamente 
en  serlo  se  cifra  su  mayor  mérito  y  sa  relativa  novedad,  Alonso  de  Villegas  imaginó 
una  fábula  propia  del  teatro,  la  dio  ingenioso  principio  ó  inopinado  desenlace,  la  exor- 
nó con  agradables  peripecias  y  en  desarrollar  su  plan  se  mostró  más  hábil  que  sus  con- 
temporáneos Sepúlveda,  Lope  de  Kiieda,  Timoneda  y  los  demás  autores  de  comedias 
en  prosa  influidas  por  el  arte  italiano.  Puede  decirse  que  adivinó  mejor  que  ninguno 
de  ellos  lo  que  había  de  ser  la  futura  comedia  de  capa  y  espada.  La  Selvagia,  que  es 
una  de  las  CelestÍ7ias  más  breves,  pues  consta  sólo  de  cinco  actos,  divididos  en  corto 
número  de  escenas,  hubiera  podido  sin  gran  esfuerzo  reducirse  al  marco  teatral,  y  su 
autor  la  creía  representable,  como  se  infiere  de  las  últimas  palabras  que  pronuncia  el 
enano  Risdeño:  «Yo,  Risdeño,  hombre  de  bien  aunque  chiquillo  de  cuerpo,  amigo  de 
» todos  aquellos  que  mi  bien  desean  y  mi  provecho  procuran,  pidiendo  por  las  faltas 
» cometidas  el  debido  peí  don,  acabo  de  representar  la  comedia  llamada  Selvagia» 
(página  291). 

El  argmnento  de  la  comedia  dice  de  esta  suerte: 

«Un  caballero  llamado  Flerinardo,  generoso  y  de  abundante  patrimonio,  vino  de  la 
» Nueva  España  en  esta  ciudad,  donde  un  dia  por  ella  ruando,  como  acaso  pasase  por 
»  casa  de  un  caballero  anciano  llamado  Polibio,  de  una  fenestra  della  vido  una  fermosa 
» doncella,  de  la  qual  excesivamente  fué  enamorado.  Pues  como  le  fue  dicho  el  tal 
»  Polibio  tener  una  muy  apuesta  hija,  cuyo  nombre  era  Isabela,  y  la  tal  fenestra  fuese 
»  de  su  aposento,  creyendo  ser  la  mesma  Isabela  la  que  visto  habia,  por  caballero  de  su 
»amor  se  intitulaba.  Donde,  dando  parte  a  un  gran  amigo  suyo,  caballero  de  ilustre 
»  prosapia,  llamado  Sel  vago,  de  su  crescida  pena,  sucedió  que  el  mesmo  Selvago,  tenien- 
»do  deseo  de  ver  quién  á  su  amigo  tan  subjeto  y  captivo  le  tenia,  cumpliendo  un  dia 
»su  propósito  y  viéndola,  no  pudiendo  su  libertad  someter  á  lo  que  á  la  verdadera 
» amistad  de  Flerinardo  debia,  grandes  culpas  y  mortales  deseos  á  su  causa  padesce, 
» tanto  que  fue  puesto  en  grave  enfermedad.  Pues  veniendo  su  gran  amigo  Flerinardo 
»en  presencia  de  su  hermana  Rosiana  llamada,  á  visitarle,  conoció  que  la  tal  Rosiana 
»era  la  que  en  la  fenestra  de  Polibio  habia  visto,  y  no  Isabela,  como  se  pensaba,  por- 
»que  acaso,  como  hubiese  amistad  entre  las  dos  doncellas,  aquel  dia  se  hablan  juntas 
» recreado;  lo  cual  como  á  Selvago  fuese  dicho,  con  excesivo  placer,  porque  abierta- 
» mente  osaria  amar  á  Isabela,  de  su  tan  grave  enfermedad  fue  sano,  donde  poniendo 
» en  el  negocio  una  vieja  astuta,  cuyo  nombre  era  Dolosina,  cumplieron  enteramente 
»  sus  deseos,  siendo  primero  desposados  por  palabras  de  futuro,  lo  que  de  á  poco,  con 
» licencia  de  sus  padres,  se  puso  por  obra,  pasando  lo  mesmo  de  Flerinardo  con  Rosia-  ; 
»na.  Pues  estando  el  dia  que  las  bodas  se  solenizaban  con  gran  regocijo,  vino  un  i 
amaestro  de  la  Nueva  España,  que  habia  sido  de  Flerinardo,  el  cual  declaró  cómo  el 
»  mesmo  Flerinardo  era  hijo  único  de  Polibio,  padre  también  de  Isabela,  que  de  chico,  | 
»con  un  tio  suyo,  en  aquellas  tierras  se  habia  partido;  con  las  quales  nuevas  todos  I 
»muy  gozosos,  quedando  dos  hermanos  con  dos  hermanas  juntos  en  matrimonio;  sei 
»  dará  fin  á  la  comedia» . 

Tenemos  aquí,  como  se  ve,  los  principales  incidentes  de  una  comedia  de  amor  ó 
intriga  del  siglo  xvii,  que  si  por  la  crudeza  de  algún  detalle  no  cuadraría  bien  á  Ja} 
severa  musa  de  Calderón,  pudiera  figurar  sin  violencia  en  el  repertorio  de  Tirso  de 


INTRODUCCIÓN  cclix 

Molina,  donde  abundan  los  desposorios  clandestinos  y  los  matrimonios  consumados 
entre  bastidores.  Dos  parejas  enamoradas,  confusión  do  una  dama  con  otras,  galantes 
coloquios  por  la  ventana,  historias  novelescas  de  hijos  perdidos  y  encontrados,  inter- 
vención de  personas  que  han  estado  en  el  Nuevo  Mundo.  La  combinación  de  estos  re- 
cursos con  los  que  ofrecía  la  tradición  celestinesca  remoza  un  tanto  el  viejo  y  ya  gas- 
tado tema.  El  reconocimiento  ó  anagnorisi.s  final  procede  del  teatro  de  Planto  ó  de  las 
comedias  italianas  del  Kenacimieuto. 

No  puede  negarse,  sin  embargo,  que  la  mayor  parte  de  las  escenas  de  la  Selvagia 
son  copia  diestra  y  bien  entendida,  pero  copia  al  fin,  de  la  tragicomedia  de  Caliste.  En 
los  caracteres  es  poco  lo  que  se  añade  ó  modifica,  salvo  la  duplicación  del  caballero  y 
de  la  dama  y  la  aparición  de  dos  figuras  secundarias  trazadas  con  bastante  acierto, 
Valera,  el  ama  de  leche  de  Isabela,  y  el  enano  Risdeño. 

El  ama  Yalera,  que  se  parece  poco  á  la  nodriza  de  Julieta,  salvo  en  su  locuacidad 
impertinente,  es  una  embaucadora  que  explota  á  la  enamorada  doncella,  sacándola 
muchas  y  ricas  joyas  so  pretexto  de  un  fingido  conjuro.  Pero  su  papel  es  muy  secun- 
dario al  lado  de  la  famosa  hechicera  Dolosina,  hija  de  Parmeiiia  y  nieta  de  Claudina, 
por  donde  esta  pieza  viene  á  enlazarse  con  la  Policiana.  Para  dar  alguna  novedad  á 
este  tipo  obligado,  el  autor,  que  relata  su  historia  por  boca  del  rufián  Escalión,  la  hace 
viajar  por  diversas  partes  y  regiones  «hasta  que  teniendo  su  asiento  en  íililán,  la  buena 
»  vieja  (Parmenia)  dio  fin  á  sus  días,  quedando  la  hija  huérfana  y  en  extraña  tierra. 
» aunque  no  por  eso  perdió  la  realeza  de  su  ánimo,  que  con  lo  que  al  presente  de  ha- 
» cienda  tenía,  dio  consigo  en  París,  abriendo  su  tienda  y  mostrando  sus  mercaderías 
»á  la  Corte  francesa.  Tomando,  pues,  allí  conocimiento  con  cierto  nigromántico,  su  arte 
»muy  por  entero  la  enseñó,  saliendo  en  él  tan  famosa  maestra  quanto  el  delicado  en- 
»tendimiento  de  una  mujer  es  bastante.  No  contenta  mucho  con  tal  nación,  en  España 
» pretende  tornar,  y  visitando  las  principales  ciudades  della,  aquí  en  su  propia  tierra 
»fué  tornada;  donde  habiendo  salido  muy  niña  y  fermosa,  vieja  y  disforme  volvió.  Fué, 
»pues,  desde  poco  aquí  casada  con  un  fanfarrón  llamado  Hetorino,  mi  amigo  especial, 
»con  quien  agora  bien  contenta  y  gozosa  vive.  Tienen  allí  cerca  el  rio  una  casa  con  dos 
» puertas  y  dos  moradas,  donde  él  enseña  á  esgrimir  algunos  gentiles-hombres  en  la 
»  una,  y  ella  á  labrar  mozas  en  la  otra,  ordenándose,  entre  las  dos  casas  de  discípulos, 
»no  pocos  (antes  muchos  y  muy  grandes)  malos  recaudos  entre  dia.  Es  asimesmo  la 
» vieja  la  más  subtil  y  taimada  alcahueta  hechicera  que  en  nuestros  tiempos,  ni  aun 
»creo  que  en  los  pasados,  se  hallará;  pero  no  sólo  con  sus  palabras  y  conjuros  ablanda 
» los  muy  duros  corazones,  mas  aun  con  su  meneo  y  visaje  os  hace  venir  las  manos 
catadas  á  conceder  en  su  propósito  y  voluntad.  Muchas  veces,  como  su  marido  me  ha 
» dicho,  con  el  arte  de  nigromancia  que  aprendió,  delante  dellos  se  torna  invisible,   y 
» desde  algún  tiempo  da  señas  verdaderas  de  lo  que  pasa  en  muy  diversas  tierras;  tiene 
» también  poder  de  convertirse  en  animales  y  aves,  con  que  no  sólo  hace  sus  hechos, 
» mas  aun  se  defiende  de  quien  su  mal  procura,  porque,  como  dicen,  ó  demo  á  los  su- 
»yos  quiere.  Es  fama  que  tiene  muy  gran  tesoro,   aunque  el   lugar  está  celado,    mas 
»por  ello  la  insaciable  hambre  de  la  codicia  nunca  olvida,  antes  siempre,  confesándose 
por  pobre,  por  una  moneda  de  plata  hará,  como  dicen,  ciribones  (?).  Tiene  á  la  conti- 
»nua  en  su  casa  dos  mozas  de  buen  parecer  para  alivio  de  cuitados  que  sus  aventuras 
» buscan,  que  tan  bien  amaestradas  la  dueña  honrada  las  tiene,  aunque  de  pocos  dias, 


ooLx  orígenes  de  la  NOVELA 

2>  que  al  triste  que  en  sus  manos  cae,  no  solo  cou  sus  fingidos  halagos  lo  que  encima  tiene 
»le  da,  mas  aun  la  palabra  por  prenda  de  más  les  dexa  empeñada.  Esta,  pues,  de  quien, 
»  señores,  habéis  oido,  es  la  dueña  por  quien  me  habéis  preguntado,  de  quien  con  razón 
»se  podría  decir  que  lo  que  en  la  leche  mamó,  en  la  mortaja  mostrará»  (pp.  115-116). 

El  tipo,  como  se  ve,  está  gallardamente  trazado,  mezclando  reminiscencias  del 
Asno  de  oro  con  otras  de  la  Celestina.  Pero  en  el  desarrollo  de  la  intriga  para  nada  se 
aprovecha  la  idea  de  las  transmutaciones  mágicas.  El  conjuro  es  tan  pedantesco  y  tan 
remoto  de  las  auténticas  supersticiones  populares,  como  todos  los  que  hemos  visto  en 
obras  anteriores,  exceptuando  la  Lozana.^  que  en  este  punto,  como  en  todos,  tiene  la 
exactitud  material  de  la  fotografía.  La  Dolosina  de  Alonso  de  Villegas  se  atiene  á  la  far- 
macopea tradicional  en  las  de  su  oficio,  desde  la  maga  Erichto  de  Lucano:  «el  olio  infer- 
2>nal,  las  candelas  del  cerco,  el  ídolo  de  arambre  juntamente  con  la  bujeta  del  ungüento 
»  serpentino,  la  lengua  del  ahorcado,  los  ojos  del  lobo  cerval,  la  espina  del  pez  remora, 
» los  testículos  del  animal  castor,  el  pedazo  de  carne  momia,  y  las  taleguillas  de  las 
»hierbas  del  monte  Olimpo  que  truxiste  el  dia  de  Mayo»  (pág,  151).  ¡Buen  aparato 
para  una  bruja  toledana  del  siglo  xvi!  Fernando  de  Rojas  había  pecado  en  esto,  y  sus 
discípulos  se  creyeron  obligados  á  seguirle  al  pie  de  la  letra,  aunque  padeciese  la  veri- 
similitud material  y  moral  que  casi  siempre  observan  en  la  pintura  de  costumbres. 

El  enano  Risdeño  es  creación  bastante  donosa,  que  parece  sugerida  por  análogos 
personajes  del  Amadls  de  Qcmla  y  otros  libros  de  caballerías,  aunque  á  veces  no  ten- 
gan más  carácter  cómico  que  el  que  nace  de  la  pequenez  de  su  estatura  en  contrapo- 
sición con  los  gigantes,  endriagos  y  vestiglos  que  en  tales  narraciones  pululan.  La 
figura  poética  y  aérea  de  Risdeño;  su  jovialidad  fresca  y  viva;  su  infantil  afectación  de 
valor  ('),  más  positivo,  sin  embargo,  que  el  del  rufián  Escalión;  la  sutileza  de  ingenio 
con  que  hace  la  apología  de  los  de  su  talla  y  enumera  metódicamente  sus  excelen- 
cias f),  prestan  cierto  encanto  humorístico  á  las  escenas  donde  intei viene,  que  son  las 
mejores  de  la  obra. 

D.  Bartolomé  Gallardo,  demasiado  severo  en  esta  ocasión,  tacha  de  afectada  y  rela- 
mida la  prosa  de  la  Selvagia,  y  Ticknor  dice  que  el  diálogo  abunda  en  ridiculas  pedan- 
terías. Esto  último  es  innegable,  y  se  explica  bien  por  los  pocos  años  del  autor,  por  su 
condición  de  estudiante  ávido  de  ostentar  su  corta  ciencia  y  por  el  ejemplo  de  las  Ce- 
lestinas anteriores,  todas  más  ó  meno's  contaminadas  de  pedantismo.  Desde  la  primera 

(')  ^Risdeño. — Sabed  que  con  vos  tengo  de  ir,  y  lo  que  de  v.s  fuere  será  de  mí;  ni  quiero  que 
»penseÍ8  que  aunque  el  cuerpo  no  es  muy  aventajado,  que  me  faltará  corazón  para  cualquier  caso  de 
»afrenta,  especialmente  en  vuestro  servicio...  i 

y)Flerinardo . — Por  mi  fe,  Risdeño,  si  fueras  del  tamaño  de  San  Cristóbal  y  tuvieras  esfuerzo  i 
«conforme  al  que  con  ese  pequeño  cuerpo  dijuiuestras,  que  tú  solo  tuvieras  más  aventajada  fortaleza  | 
»que  todo  el  mundo. 

-s>Risd. — ¿Cómo,  señor,  y  tan  á  pocas  liablas  en  mi  gran  valí  ntía?  Pues  yo  os  aseguro  que  sin 
Bque  San  Cristóbal  me  prestase  su  cuerpo,  osase  entrar  en  campo  sobre  un  caso  de  honra  con  quatro 
átales  como  vuestro  criado  Escalión,  y  aun  pensaria  de  les  llevar  los  despojos. 

DFlerin. — Por  mi  vida,  Risdeño,  que  si  fueras  en  tiempo  de  los  epimeos,  á  quien  tú  pareces, 
»que  dellos  fueras  en  rey  elegido,  porque  los  defendieras  de  las  grullas,  que  con  ellos  tienen  batallaí 
(pp.  210  á  211). 

(")  Este  elogio  de  los  enanos  (pp.  261  á  263),  que  al  parecer  se  funda  en  otro  más  antiguo  com- 
puesto en  verso  («En  metro  os  las  podria  decir,  porque  así  me  las  enseñaron  á  mí»),  recuerda  ente- 
ramente el  gracejo  de  las  Ejnstolas /ami liares  del  obinpo  Guevara. 


lNTROr>UCCIÓN  coLxi 

cena  encontramos  citadas  la  Ulixea^  la  Eneida  j  los  Metamor fóseos,  y  además  á  Pla- 
tón, á  Valerio  Máximo,  al  Petrarca  y  á  Boccaccio.  Pero  el  autor  predilecto  es  Ovidio,  de 
CUYOS  Remedia  Amoris  se  presenta  un  extracto  {'),  añadiendo  uq  remedio  más,  tomado 
de  la  Silva  de  Pero  Mexia.  El  rufián  Escalión  jura  «por  la  metafísica  de  Aristóteles» 
(pág.  31)  y  se  jacta  de  haber  dado  muerte  á  dos  contrarios  suyos  «con  dos  heridas  terri- 
i>  bles,  que  Héctor,  ni  aun  su  hijo  Astianax,  el  que  üiixes  despeñó  de  una  torre,  no  las 
» hicieran»  (pág.  50).  Apéase  Selvago  en  el  zaguán  de  la  casa  de  su  amigo  Plerinardo, 
y  éste  exclama:  «Tan  saludable  sea  para  mí  su  venida  como  la  de  Cincinato  al  afligido 
»  pueblo»  (pág.  56).  La  doncella  Isabela  discurre  sobre  los  cuatro  elementos  y  sobre  la 
creación  del  soma  ó  cuerpo  humano  (pág.  66). 

En  esto  no  cabe  excusa,  pero  puede  haberla  en  cuanto  á  la  prosa,  que  si  es  enfática 
y  amanerada  en  los  trozos  de  aparato,  como  razonamientos  y  cartas,  es  viva,  natural 
y  sabrosa  en  la  mayor  parte  del  diálogo,  sobre  todo  en  boca  de  los  personajes  secunda- 
rios. Es  cierto  que  hay  páginas  enteras  donde  un  hipérbaton  violento  y  risible,  acom- 
pañado de  estúpidos  juegos  de  palabras  y  metáforas  incoherentes,  enmaraña  la  sintaxis 
de  Alonso  de  Villegas  y  le  hace  en  sus  declamaciones  digno  émulo  de  Feliciano  de 
Silva.  ¿Quién  esperaría  nada  bueno  de  un  libro  que  comienza  así?: 

«Resuenen  ya  mis  enorm'es  y  rabiosas  querellas,  rompiendo  el  velo  del  sufrimiento 
»con  que  hasta  hoy  han  sido  detenidas.  Penetren  los  encumbrados  cielos  mis  fuertes  y 
» congojosos  clamores,  forzando  su  fuerza  sin  ella  por  haber  sido  forzada  con  acaesci- 
» miento  tan  desastrado  y  fuerte.  Maticen  los  delicados  aires  mis  muchas  y  dolorosas 
» lágrimas,  de  miserables  y  profundos  suspiros  esmaltadas.  Descúbranse  los  furibundos 
^alaridos,  quebrantando  los  claustros  y  encerramientos  que  tanto  tiempo  han  tenido; 
» esparzan  con  su  ligero  ímpetu  las  delicadas  exhalaciones  de  que  el  no  domable  cora- 
^zón  solie  ser  cercado....  Dolor,  angustia  y  pena  procuren  de  hoy  más  mi  compañía; 
» quieran  con  querer  lo  que  mi  contraria  ventura  no  queriendo  quiso.  Apercíbase  mi 
» pequeña  fortaleza  para  tan  horrenda  batalla  como  comenzar  quiere;  descubra  sus 
» insignias  y  estandartes  de  clemencia,  poniéndose  los  soldados  de  servicios  en  alarde 
^de  rompimiento.  Resuenen  los  roncos  atambores  con  querellosos  zumbidos;  los  tiros 
» mensajeros  penetren  con  fuertes  dislates  los  túrbidos  vientos  y  municiones  de  majes- 
»tad  contraria;  los  ligeros  dardos  y  tajantes  espadas  con  desvíos  consuman  los  míseros 
» combatientes;  inquira  el  fuerte  caudillo  del  ingenio  nuevas  y  exquisitas  maneras  de 

>  combates,  para  que  pueda  venir  en  algún  pi'óspero  suceso  su  fluctuoso  partido» 
(pp.  1  á  3). 

La  primera  carta  de  amor  de  Selvago  á  Isabela  consta  sólo  de  dos  cláusulas:  la 
primera  tiene  treinta  líneas.  «Así  como  los  pequeños  hijos  de  la  caudalosa  real  ave, 

>  puestos  á  los  radiantes  rayos  del  lúcido  Pebo,  para  que  verdaderamente  sean  tenidos 
*por  legítimos  y  propios  hijos  de  la  tal  madre,  con  grande  admiración  ocupan  la  vista 
»en  aquella  prefulgente  luminaria,  sin  tener  parte  para  de  allí  ser  apartados  por  el  cre- 
»cido  amor  mezclado  de  grande  admiración,  que  tan  fijo  en  ella  pusieron,  de  la  mesma 

(')  PF.  16  á  Ut.  Expuesta  la  doctrina  de  Nasón,  continúa:  «Otro  remedio  cuenta  para  el  amor 
»el  magnifico  caballero  Pero  Mexia  eu  su  Silva,  con  el  cual  sanó  Faustina,  mujer  de  Marco  Aurelio; 
i»la  cual  como  excesivamente  amase  á  un  esgrimidor  de  los  que  hacían  los  regocijos  públicos,  y 
^viéndose  en  peligro  de  muerte,  por  esta  causa  los  médicos  mandaron  matar  y  quemar  al  esgrimi- 
ídor,  y  los  polvos  bebidos  por  Faustina  fué  libre  de  su  amor  inhonesto». 


ccLxii  orígenes  de  la  NOVELA 

amanera,  excelente  señora,  mi  flaco  y  débil  entendimiento  puesto  delante  tu  claro  y 
» lúcido  aspecto,  para  que  su  ser  claramente  demostrase  que  parte  de  humano  en  sí 
» tenía,  de  temeroso  y  crecido  temor  ocupado,  los  líquidos  y  delicados  aires  con  profun- 
» dos  alaridos  esmalta,  sin  que  las  continuas  suasiones  de  su  madre,  la  Kazón,  de  tal 
»  espectáculo  apartarlo  puedan,  no  dexo  de  sentir,  como  humano,  seráfica  dea,  la  cruda  y 
» muy  temerosa  contienda  que  dentro  de  mí  siento  encrudelecerse,  después  que  mis 
»ojos  fueron  con  tu  divina  vista  clarificados,  etc.,  etc.» 

Si  toda  la  Selvagia  estuviese  escrita  en  semejante  estilo,  sería  por  cierto  una  rap- 
sodia abominable,  aunque  curiosa  para  demostrar  que  las  peores  aberraciones  del  cul- 
teranismo tenían  antecedentes  en  la  literatura  del  siglo  anterior.  Afortunadamente,  no 
todo  es  de  este  gusto.  A  renglón  seguido  de  la  lectura  de  la  carta  entra  en  escena  el 
ama  Yalera,  hablando  en  el  puro  y  castizo  romance  de  Toledo: 

«Enhorabuena  vea  yo  la  cara  de  oro  y  perlas  preciosas,  fresca  como  las  flores  de 
»  Mayo,  Hija  Isabela,  en  Dios  y  en  mi  conciencia,  que  de  cada  dia  más  te  vas  tornando 
»una  emperatriz  en  fermosura.  Santa  Pascua  fué  en  domingo  si  no  me  pareces  una 
» Verónica  y  retrato  de  San  Miguel,  el  ángel  que  está  en  mi  perrochia  en  unas  andas 
»de  oro»  (pág,  75). 

¡Con  qué  suave  maña  sonsaca  á  la  enamorada  Isabela  lo  que  necesita  para  el  supues- 
to conjuro!:  «Lo  primero  son  necesarias  dos  palomas  de  color  de  ñeve  para  sacarles  la 
»hiel,  que  es  cosa  en  esto  muy  aprobada;  ansimesmo  un  cabrito  tierno  y  de  buen 
» tamaño;  dos  gallinas  prietas  cresticoloradas;  dos  quesos  de  Mallorca  ó  de  los  de  Pinto; 
»  dos  docenas  de  huevos  de  ánsar  con  algunas  madrecillas;  dos  cangiloncillos  de  hasta 
» cuatro  ó  seis  azumbres  de  lo  de  San  Martin  ó  Monviedre,  y  ansí  finalmente,  dos 
»monedillas  de  oro  bermejo;  que  si  tú  desto  me  provees,  verás  maravillas»  (pág.  87). 

Los  personajes  nobles,  como  Polibio  y  Senesta,  padres  de  Isabela,  y  la  madre  y  la 
hermana  de  Selvago,  expresan  sus  afectos  con  la  grave  dignidad  propia  de  la  antigua 
famiHa  castellana: 

«Funebr-a. — Hijo  mío,  descanso  de  mi  atribulada  vejez,  ¿qué  sentis?  ¿qué  mal  es 
»el  vuestro,  que  mi  ánima,  después  de  lo  saber,  ningún  descanso  ha  tenido?  Por  vues- 
s>  tra  vida,  mi  amor,  que  me  lo  digáis,  que  si  vos  en  el  cuerpo  lo  sentís,  yo  en  el  ánima 
»lo  padezco,  por  causa  de  ser  vos  en  quien  mi  vida,  después  de  la  muerte  de  vuestro 
»  padre,  está  pendiente... 

»Ros. — Señor  hermano,  si  por  ser  yo  la  persona  que  más  en  esta  vida  con  razón 
»os  ama,  la  causa  de  vuestra  poca  salud  me  descubriésedes,  no  sería  pequeña  la  mer- 
»  ced  que  de  vos  recebiría,  porque  no  sólo  tendríades  en  mí  quien  en  igual  grado  que 
»vos  vuestro  mal  sintiese,  mas  en  ello  hasta  la  muerte  trabajaría,  buscando  la  medici- 
»na  en  vuestra  pena  más  conveniente^»  (pág.  103). 

Tal  es  el  estilo  habitual  de  la  Selvagia^  y  por  él  debe  juzgársela.  Todo  lo  demás  son 
arias  de  bravura  que  se  repiten  mecánicamente.  A  tales  altibajos  hay  que  acostum- 
brarse en  nuestros  libros  antiguos,  y  quien  no  vea  el  anverso  y  el  reverso  de  la  meda- 
lla no  llegará  á  estimarlos  rectamente.  Alonso  de  Villegas,  sazonado  y  picante  en  las 
burlas,  discreto  y  á  veces  afectuoso  y  tierno  en  las  veras,  muestra  una  madurez  de 
juicio  muy  superior  á  su  corta  edad,  pero  no  podía  tener  formado  su  gusto.  Lo  que  hay 
de  bueno  en  la  Selvagia  honra  su  ingenio;  lo  demás  es  culpa  del  artificio  retóiico  estu- 
diado en  pésimas  fuentes. 


INTRODUCCIÓN  ocLxiii 

Los  versos  que  intercala  en  su  comedia  son  pocos  j  malos.  En  esto  tiene  razón 
Gallardo.  Sólo  merece  indulto  de  la  condenación  general  un  romance  alegórico- 
amatorio  á  estilo  de  trovadores,  con  algunas  reminiscencias  de  los  viejos  y  populares 

A  los  montes  de  Parnaso  Porque  con  sola  su  vista 

A  caza  va  mi  cuidado,  Los  ha  muy  mal  espantado. 

Vestido  de  ropas  verdes  Ellos  estando  en  aquesto, 

Que  la  esperanza  le  ha  dado.  Un  caballero  ha  llegado, 

De  canes,  que  son  servicios.  Armado  de  ricas  armas. 

Viene  todo  rodeado;  Con  señales  de  morado; 

Los  monteros  pensamientos  En  la  mano  trae  blandiendo 

Vienen  cerca  de  su  lado;  Un  dardo  bien  afilado, 

En  una  cueva  metida,  Que,  como  al  cuidado  vido. 

Lugar  solo  y  apartado.  Con  soberbia  le  ha  hablado: 

Descubierto  han  una  cierva;  «Por  tu  muy  gran  osadía 

Tras  ella  todos  han  dado;  De  mí  serás  maltratado». 

Las  cornetas  de  gemidos  Diciendo  estas  palabras 

Fuertemente  han  resonado;  El  venablo  le  ha  tirado. 

El  cuidado  y  un  montero  Por  medio  del  corazón 

Los  primeros  han  llegado;  De  parte  á  parte  ha  pasado; 

La  cierva,  sin  tener  miedo^  No  contando  con  aquesto, 

Muy  contenta  se  ha  mostrado;  A  la  cueva  le  ha  llevado. 

Los  perros  se  parten  della  Échale  fuertes  prisiones 

Que  tocalla  no  han  osado.  Do  le  dexa  encarcelado. 

(Pág.  159). 

Desde  1554,  fecha  déla  Selvagia,  hasta  1578  hay  una  gran  laguna  en  las  noticias 
biográficas  de  Alonso  de  Villegas.  Es  probable  que  los  amores  del  joven  estudiante  con 
«su  señora  Isabel  de  Barrionuevo»  no  tuviesen  tan  dichoso  fin  como  él  en  su  poética 
fantasía  imaginaba,  adelantándose  á  los  acontecimientos  en  el  desenlace  de  su  comedia. 
Lo  cierto  es  que  veintidós  años  después  le  encontramos  convertido  en  respetable  ecle- 
siástico y  capellán  de  los  mozárabes  de  Toledo.  Acaso  para  boiTar  lecuerdos  profanos 
prescindía  del  apellido  Selvago^  si  es  que  en  realidad  le  tuvo,  y  añadía  á  su  nombre  el 
calificativo  de  licenciado^  probablemente  en  Sagrada  Teología.  Su  persona  había  expe- 
rimentado la  misma  transfoí-mación  que  su  siglo,  pasando  desde  la  bulliciosa  y  franca 
alegi-ía  de  los  tiempos  del  Emperador  á  la  austera  disciplina  del  reinado  de  Felipe  II. 
Un  nuevo  período  se  abría  á  su  actividad  literaria,  y  durante  el  resto  de  su  vida,  que 
fué  bastante  larga,  ejercitó  sin  cesar  su  fácil  y  castiza  pluma  en  argumentos  religiosos 
y  propios  de  la  gravedad  de  su  estado.  Por  este  camino  llegó  á  ser  uno  de  los  escrito- 
res más  populares,  especialmente  en  materia  hagiográfica.  Los  cinco  abultados  volúme- 
nes de  su  Flos  Sanctoriim^  compilados  de  las  obras  de  Lipomano  y  Surio,  con  muchas 
adiciones  de  santos  españoles,  vinieron  muy  oportunamente  á  sustituir  á  las  viejas  y  rudas 
traducciones  de  la  Legenda  Áurea.  Y  aunque  nuestro  Villegas,  como  casi  todos  los  que 
trataron  de  vidas  de  Santos  antes  de  la  grande  obra  de  los  Bolandistas,  adolece  de  nimia 
credulidad  y  falta  de  crítica,  es  tan  fervorosa  la  piedad  con  que  escribe,  tan  patente  su 
celo  por  el  provecho  de  las  almas  y  tan  notoria  su  buena  fe,  que  se  le  pueden  perdonar 
sus  defectos,  casi  inevitables,  en  gracia  de  la  pureza  y  sencillez  de  su  estilo,  que  parece 
reflejo  de  la  ingenuidad  de  su  corazón.  El  crédito  persistente  de  sus  libros,  muchas  veces 


ccLxiv  ORTGETíES  DE  LA  NOVELA 

reimpresos  y  traducidos  al  italiano  j  á  otras  lenguas,  no  cesó  del  todo  aun  después  de 
la  aparición  del  Flos  Sanctorum  del  P.  Rivadeneyra,  escritor  toledano  como  Villegas, 
pero  muy  superior  á  él  en  corrección  y  gusto.  Ambas  obras  compartieron  durante  el  si- 
glo xvir  el  favor  de  las  gentes  inclinadas  á  la  piedad,  y  fué  gran  lástima  que  en  el  xviil, 
en  que  todas  las  cosas,  hasta  la  devoción,  se  afrancesaron  en  España,  fuesen  arrincona- 
das tan  elegantes  páginas,  usurpando  su  puesto  el  Año  Cristiano  del  P.  Croisset,  que 
llegó  á  ser  lectura  predilecta  de  las  familias.  En  la  prolija  tarea  de  traducirle  invirtió  el 
P.  Isla  mucho  tiempo  y  trabajo,  que  hubieran  estado  mejor  empleados  en  composicio- 
nes originales,  y  aunque  la  versión  resultó  menos  galicana  que  otras,  el  mérito  del 
texto  no  compensaba  ni  con  mucho  el  sacrificio  que  voluntariamente  se  impuso  uno  de 
los  últimos  ingenios  que  con  entera  propiedad  merecieron  el  nombre  de  españoles.  En 
vano  quiso  hacer  la  competencia  á  la  obra  del  jesuíta  extranjero  el  erudito  valenciano 
D.  Joaquín  Lorenzo  Villanueva  con  su  Año  Cristiano  Español^  digno  de  aprecio  por  su 
crítica  en  general  sana  y  aun  por  el  estilo,  que  es  bastante  limado,  pero  seco  y  pobre.  Las 
sospechas  de  jansenismo  que  pesaban  sobre  el  canónigo  Villanueva  perjudicaron,  bien 
injustamente,  a  la  difusión  de  su  obra,  y  resultó  casi  estéril  su  tentativa  hagiográfica,  que 
apenas  ha  tenido  continuadores. 

Pero  de  la  saludable  reacción  en  favor  de  las  lecturas  castizas  dan  testimonio  las 
varias  reimpresiones  totales  ó  parciales  del  Flos  Sanctorum  del  P.  Rivadeneyra  hechas 
durante  la  centuria  pasada.  Alonso  de  Villegas  no  ha  tenido  tanta  fortuna.  Sus  infolios 
son  de  difícil  adquisición  y  rara  vez  se  encuentran  juntos. 

Apareció  el  primero  en  1580,  y  en  él,  como  en  varios  de  los  siguientes,  hizo  constar 
el  autor  la  fecha  en  que  los  iba  terminando.  «En  el  qual  puse  postrera  mano  Domingo 
»seys  dias  de  Enero,  en  que  la  Iglesia  Católica  celebra  fiesta  de  los  Reyes,  del  año  del 
» nascimiento  de  Christo  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  siete:  teniendo  la  silla  de  Sant 
»  Pedro  Gregorio  decimotercio,  y  reynando  en  España  el  catholico  Rey  don  Phelippe, 
»  segundo  deste  nombre»  (M. 

De  la  segunda  parte^  que  comienza  con  la  Vida  de  la  Virgen,  no  conozco  edición 
anterior  a  la  de  1588,  que  se  presenta  ya  adicionada  y  corregida.  Villegas  se  titula  en  la 
portada,  además  de  capellán  de  mozárabes,  beneficiado  de  San  Marcos  (^). 

Del  mismo  año  es  la  tercera  parte^  que  contiene  las  vidas  de  «santos  extravagantes» 
(es  decir,  que  están  fuera  del  rezo  común)  ó  de  personas  virtuosas  no  canonizadas.  Vi- 
llegas, que  ningún  tropiezo  había  tenido  con  el  Santo  Oficio  cuando  imprimió  la  Selva- 
gia^  le  encontró  mucho  más  riguroso  con  sus  historias  de  Santos.  La  adición  relativa 

(')  Prnnera  parte  de  Flos  Sanctorum  nueuo:  hecho  por  el  Licenciado  Alonso  de  Villegas,  capellán 
en  la  Capilla  de  los  Mogaraues  de  la  Sancta  Iglesia  de  Toledo.  Toledo,  por  Diego  de  Ayala,  en  treze 
dias  de  Mayo,  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  ocho  años. 

(^)  Flos  Sanctorum,  segunda  parte  y  Historia  general  en  que  se  escriue  la  vida  de  la  Virgen  Sacra- 
tissima  madre  de  Dios,  y  señora  nuestra;  y  las  de  los  Santos  antiguos  que  fueron  antes  de  la  venida  de 
nuestro  Saluador  al  mundo:  collegidas  assi  de  la  diuina  escrip'tiira,  como  de  lo  que  escriuen  acerca  desto 
los  sagrados  doctores,  y  otros  autores  qraues  y  fidedignos.  Ponese  al  fin  de  cada  vida  alguna  doctrina 
moral,  al  proposito  de  lo  contenido  en  ella  con  diuersos  exemplos.  Tratase  de  las  seys  edades  del  mundo, , 
y  en  ellas  los  hechos  más  dignos  de  memoria  que  en  él  sucedieron.  Puesto  en  estilo  graue  y  compeu' 
dioso...  Por  el  Maestro  Alonso  Villegas,  Capellán  en  la  Capilla  Mogarahe  de  la  Santa  yglesia  de 
loledo,  beneficiado  de  San  Mareos,  y  puesto  otra  vez  en  mejor  estilo  por  el  mismo  Autor...  Toledo, por 
Juan  Rodríguez,  1588, 


IIÍTRODUCCIÓN  cci.xv 

á  los  varones  ilustres  en  virtud  se  mandó  quitar  del  libro,  conforme  á  las  sabias  pres- 
cripciones de  la  Iglesia,  que  prohiben  calificar  de  beatos  por  mera  creencia  pía  á  los 
que  ella  no  ha  declarado  tales  ('). 

También  en  las  dos  primeras  partes  se  mandaron  borrar  «algunas  cosas  apócrifas  é 
inciertas»,  según  se  advierte  en  la  edición  toledana  de  1591,  obligando  al  autor  á  hacer 
una  especie  de  refundición  de  su  obra,  en  la  cual  salió  muy  mejorada.  Puso  la  última 
mano  á  este  trabajo  á  treinta  días  de  mayo  de  1595  {^]. 

(•)  Flos  Sancto7-um.  Tercera  parte.  Y  Historia  general  en  que  ic  escriuen  las  vidas  de  Sanctos 
estrauagantes  y  de  varones  ilustres  en  virtud:  de  los  quales,  los  unos  por  hauer  padecido  martirio  por  lesu 
Christo  ó  auer  viuido  vida  Sanclisslma,  los  tiene  ya  la  Iglesia  Catholica  puestos  en  el  Catalogo  de  los 
Sanctos.  Los  otros  que  aun  no  están  canonizados,  porque  fueron  sus  obras  de  grande  exejnplo,  piadosa^ 
¡nente  se  cree  que  están  gozando  de  Dios  en  comp)ania  de  sus  bicnatienturados...  Toledo,  por  Juan  y 
Pedro  Rodríguez,  hermanos,  impressores  y  mercaderes  de  libros,  158S. 

Ejemplar  de  la  Biblioteca  Provincial  de  Toledo,  descrito  por  Pérez  Pastor,  núm.  386.  Este  emi- 
nente investigador  publicó  en  otro  libro  suyo  (Bibliografía  Madrileña,  parte  tercera,  1907,  pp.  .516 
y  517)  el  curioso  documento  que  sigue: 

«Recibimos  la  de  V.  S  de  xiii  del  pasado  á  los  27  del  mismo,  en  que  V.  S.  manda  se  recoja  la 
■>tercera  parte  del  Flos  Sanctorum ,  ordenado  por  el  maestro  Villegas,  impreso  en  Toledo  año  de  1588, 
»y  en  cumplimiento  della  se  leyó  aquí  ayer  domingo  edicto  para  recoserla,  y  han  comenzado  hoy 
»a  traer  algunos  libros  destos,  ansi  de  los  impresos  en  el  dicho  año  de  1588  y  en  los  desto  año 
>de  1589,  y  porque  en  entrambas  impresiones  está  el  principio  y  fin  de  las  razones  que  V.  S.  manda 
«borrar,  y  en  los  deste  año  de  89  falta  lo  de  la  monja  de  Portugal,  dudamos  si  faltando  esto  en 
"Otra  impresión,  se  ha  de  quitar  lo  demás  de  las  llagas  de  San  Francisco  y  otras  cosas  a  este  propósito, 
»y  hasta  tener  respuesta  de  V.  S.  de  lo  que  en  esto  se  haga,  habemos  suspendido  el  enviar  por  el 
'districto.  Suplicamos  a  V.  S.  nos  mande  avisar  de  su  voluntad,  porque  habiéndose  de  quitar  lo  uno 
»y  lo  otro,  es  necesario  poner  otros  edictos  que  exiban  los  de  entrambas  impresiones...  En  Tolc- 
ftdo,  XII  de  Junio  de  1589. >  (Archivo  Histórico  Nacional.  Inquisición  de  Toledo.  Cartas  para  el  Con- 
sejo, fol.  211.) 

Como  se  ve,  uno  délos  motivos  que  tuvo  la  Suprema  para  recoger  este  tomo  tercero  fué  lo  que 
en  él  había  estampado  el  candido  Villegas  sobre  las  llagas  y  demás  embelecos  de  la  célebre  monja 
portuguesa  Sor  María  de  la  Visitación.  Si  los  falsos  milagros  de  aquella  embaucadora  llegaron  á  sor- 
prender por  un  momento  la  mente  angelical  de  Fr.  Luis  de  Granada,  ¿qué  mucho  que  también  tro- 
pezase el  hagiógrafo  toledano?  Pero  la  Inquisición,  en  este  caso  como  en  oíros  análogos,  desempeñó 
un  papel  contrario  al  que  vulgarmente  se  le  atribuye,  castigando  con  rígida  mano  la  impostura  y 
oponiéndose  á  su  divulgación. 

(^*)  i*  los  Sanctorum  y  Historia  general  de  la  vida  y  hechos  de  lesu  Christo,  Dios  y  Señor  Núes  • 
tro,  y  de  todos  los  Santos  de  que  reza  y  haze fiesta  la  Iglesia  Católica,  conforme  al  Breuiario  Romano, 
reformado  por  el  decreto  del  Santo  Concilio  Tridentino;  junto  con  las  vidas  de  los  Santos  proprios  de 
España  y  de  otros  e.xtrauagantes .  Quitadas  algunas  cosas  apócrifas  e  inciertas.  Y  añadidas  muchas 
figuras  y  autoridades  de  la  Sagrada  Escritura,  traydas  a  proposito  de  las  historias  de  los  Santos.  Y 
muchas  anotaciones  curiosas,  y  consideraciones  prouechosas.  Colegido  todo  de  autores  graues  y  apro- 
uados.  .  En  esta  vltima  impression  van  añadidas  algunas  cosaj,  y  puestas  otras  en  mejor  estilo,  por  el 
mismo  autor...  Toledo,  por  la  viuda  de  Juan  Rodríguez,  1 591. 

— Flos  Sanctorum  Segunda  parte.  Toledo,  por  luán  laure,  a  costa  de  los  herederos  del  dotor  Fran- 
cisco Vázquez.  Año  de  1594. 

(Al  fin);  «Yo  el  Maestro  Alonso  de  Villegas,  emende  esta  segunda  parte  del  Flos  Sanctorwn  de 
•ranchas  erratas  y  palabras  trocidas  que  tenia:  especialmente  en  las  cotas  marginales  que  estañan 
»muy  deprauadas.  Y  assi  seruira  de  original  para  que^por  él  se  hagan  otras  impressíones.  Y  en  testi- 
•  monio  de  verdad  la  firmé  de  mi  nombre.» 

En  18  de  julio  del  mismo  año  de  1594  puso  Alonso^de  Villegas  una  nota  marginal  en  el  códice 
[que  poseyó  de  la  Coronyca  de  las  antigüedades  de  España  de  Fr.  Juan  de  Rihuerga,  y  existe  hoy  en 
la  Bibhoteca  Nacional.  Villegas  declara  que  le  acabó  de  leer  siendo  de  edad  de  sesenta  años. 


ccLxvi  orígenes  de  la  novela 

En  el  intervalo  sg  había  publicado  en  Madrid,  1589,  la  cuarta  parte,  que  contiene 
discursos  y  sermones  sobre  los  Evangelios  de  todas  las  Dominicas  del  año,  ferias  de 
Cuaresma  j  Santos  principales  (*). 

Cuéntase  como  quinta  parte  del  Flos  Sajictorwn,  aunque  en  rigor  no  lo  sea,  el  Fruc- 
tus  Sanctorum,  del  cual  sólo  conocemos  la  edición  de  Cuenca,  1594  (^).  Es,  sin  disputa, 
la  más  rara  de  todas  las  obras  de  Alonso  de  Villegas,  y  la  más  útil  para  el  estudio  de 
las  leyendas  y  tradiciones  piadosas.  Contiene  una  selva  numerosa  de  ejemplos  morales, 
á  la  manera  del  Prado  Espiritual  de  Santero  y  otras  colecciones  análogas  para  uso 
de  los  predicadores  y  edificación  de  los  fieles. 

El  tomo  sexto  de  las  obras  de  nuestro  autor  es  la  Vitoria  y  Triunfo  de  lesu  Christo, 
terminado  en  1."  de  marzo  de  1600,  «siendo  de  edad  de  sesenta  y  seis  años»,  é  im- 
preso en  Madrid  en  1603  (3). 

En  varios  tiempos  publicó  otros  escritos  más  breves,  todos  de  análoga  materia, 
Ed  1592  dedicó  á  la  villa  de  Madrid  una  Vida  de  San  Isidro  labrador  (*),  que  viene  á 
ser  la  misma  incluida  en  el  Flos  Sanctorum.  En  1595  publicó  en  Toledo  la  Vida  de  Saii 
Tirso,  acompañada  de  una  carta  al  corregidor  D.  Alonso  de  Cárcamo  sobre  ciertas 
antiguallas  descubiertas  en  la  imperial  ciudad,  á  las  cuales  presta  ciega  fe,  lo  mismo 
que  á  la  supuesta  carta  del  rey  Silo,  cayendo  incautamente,  como  tantos  otros,  en  las 
redes  del  gran  falsario  Román  de  la  Higuera  (^).  En  1600  tradujo  un  libro  ascético  de 

(1)  Flos  Sanctorum.  Quarta  y  ultima  Parte.  Y  Discursos,  Sermones  sobre  los  Evangelios  de  todas 
las  Dominicas  del  año,  ferias  de  Quaresma  y  de  santos  principales:  en  que  se  contienen  exposiciones 
literales^  doctrinas  morales^  documentos  espirituales,  auisos  y  exemplos  prouechosos  para  todos  estados. 
Dirigida  al  Principe  de  España  don  Felipe  segundo  deste  nombre.  Por  el  Maestro  Alonso  de  Villegas, 
sacerdote  Teólogo  y  predicador ,  capellán  en  la  capilla  mogarabe  de  la  Santa  Iglesia  de  Toledo  y  bene- 
ficiado de  San  Marcos,  natural  de  la  misma  ciudad  de  Toledo...  Madrid,  en  casa  de  Pedro  Madri- 
gal: MDLXXXIX. 

Lleva  un  retrato  del  autor  con  esta  inscripción,  que  naturalmente  no  se  refiere  á  la  edad  que 
tenía  Villegas  al  tiempo  de  hacerse  esa  edición,  sino  que  está  tomada  de  otra  anterior:  «Alfonsus  de 
Villegas  Tolet.  Theol.  Vitarum  Sanctarum  Scriptor.  Annos  agens  49». 

(*)  No  la  menciona  D.  Fermín  Caballero  en  su  o^pú^ciúo  La  Imprenta  en  Cuenca  (Cuenca,  1869), 
pero  sí  la  Cuarta  parte  impresa  allí  mismo,  en  casa  de  Juan  Maaselin,  á  costa  de  Cristiano  Bernabé, 
mercader  de  libros,  en  1592.  Así  en  el  colofón;  pero  en  el  frontis  se  puso,  por  una  superchería  ó 
convenio  editorial,  la  indicaeión  de  Madrid,  en  casa  de  Pedro  Madrigal,  1593. 

Sería  impertinente  aquí  apurar  la  extensa  y  algo  complicada  bibliografía  del  Flos  Sanctorum 
de  Alonso  de  Villegas.  La  última  edición  de  las  muchas  que  la  Biblioteca  Nacional  posee  es  la  de 
Madrid,  1721  á  1724. 

(')  «.Vitoria  y  trivnfo  de  lesv  Christo,  y  libro  en  que  se  escriven  los  Hechos  y  milagros  que  hizo  en 
»el  mundo  este  Señor  y  Dios  nuestro,  doctrina  que  predicó,  preceptos  y  consejos  que  dio:  conform.e  a 
*como  lo  refieren  sus  Evangelistas  y  declaran  diversos  Doctores.  Pénense  conceptos  y  pensamientos 
»graues,  exemplos  y  sucessos  marauillosos,  consideraciones  y  contemplaciones  piadosas:  de  lo  qual  con  el 
»diuinofauor  los  Letores  pueden  sacar  importante  prouecho.  De  modo  que,  a  imitación  del  mismo  lesu 
» Christo,  alcancen  vitoria  de  los  demonios  y  vicios  que  les  hazen  continua  guerra;  y  assi  adornados  de 
» virtudes  y  obras  meritorias,  subirán  triunfando  al  gozo  de  los  bienes  eternos  de  la  Gloria...  Por  el 
y  Maestro  Alonso  de  Villegas...  Es  sexta  parte  de  sus  obras.  En  Madrid,  por  Luis  Sánchez,  1603.» 

{*)  Vida  de  Isidro  Labrador,  cuyo  cuerpo  está  en  la  Iglesia  Parroquial  de  San  Andrés  de  Ma- 
drid; escrita  por  el  Maestro  Alonso  de  Villegas,  toledano.  Dirigida  a  la  muy  insigne  villa  de  Madrid. 
Madrid,  por  Luis  Sánchez,  1592.  27  hs. 

(")  Traslado  de  la  caria  y  relación  que  embió  a  su  Magestad  el  señor  don  Alonso  de  Cárcamo,  co- 
rregidor de  la  imperial  ciudad  de  Toledo.  Relación  que  hizo  a  su  magestad  Esteban  de  Garibay  su 


1 


INTRODUCCIÓN  fCLxvii 

D.  Florencio  Harleman,  monje  cartujo  de  Lovaina;  pero  este  trabajo,  que  dedicó  á  doña 
María  de  Zúñiga,  monja  en  San  Clemente  de  Toledo,  permanece  manuscrito  (').  Entre 
los  <!^ser/non€S  predicados  en  la  beatificación  de  la  B.  M.  Teresa  de  Jesús  Virgen.. .t 
(Madrid,  1615)  hay  uno  que  Alonso  de  Villegas  pronunció  en  la  catedral  de  Toledo.  Es 
la  última  noticia  que  tenemos  de  su  persona. 

D.  Xicolás  Antonio  le  atribuye  equivocadamente  dos  libros  más:  el  tratado  de  los 
Favores  que  hace  á  sus  devotos  la  Virgen  nuestra  Señora  (Valencia,  l(i35)  y  Solilo- 
quios Divinos  (Madrid,  1637).  uno  y  otro  pertenecen  al  ilustre  ascético  jesuíta  Bemar- 
dino  de  Villegas,  natural  de  Oropesa. 

En  un  cuadro  del  toledano  Blas  de  Prado,  existente  en  nuestro  gran  Museo  Xacio- 
nal,  que  representa  á  la  Virgen  con  el  niño  Jesús  y  varios  santos,  está  representado 
Alonso  de  Villegas  (^),  cuya  efigie  nos  han  conservado,  por  otra  parte,  varias  ediciones 
del  Flos  Sanctorum. 

Es  tradición  consignada  por  D.  Tomás  Tamayo  de  Vargas  en  su  Junta  de  libros  (3),  y 
repetida  por  D.  Nicolás  Antonio  (*).  que  Alonso  de  Villegas,  arrepentido  de  haber  com- 
puesto la  Selvagia ,  hizo  los  mayores  esfuerzos  para  recogerla  y  destruirla.  Nada  de 
particular  tiene  que  un  eclesiástico  tan  grave,  entregado  á  ejercicios  de  piedad  y  á  la 
composición  de  obras  espirituales,  mirase  con  ceño  aquella  producción  algo  liviana  de  su 
primera  juventud.  Pero  no  hemos  de  extremar  las  cosas  hasta  el  punto  de  creer  que  se 
horrorizase  de  ella,  como  dice  el  erudito  librero  D.  Pedro  Salva,  movido  en  parte  por 
sus  prejuicios  anticlericales,  y  todavía  más  por  el  deseo  de  acrecentar  el  valor  de  su 
mercancía,  exagerando  la  rareza  de  la  Selvagia  (^).  El  caso  no  merece  tantas  alharacas. 

coronista.  Dificultades  i  obiecciones  cerca  ds  la  opinión  que  el  hienauenturado  martyr  San  Thyrso  fue 
natural  de  Toledo.  Apología  en  que  se  responde  a  algunas  obiecciones  y  dubdas  puestas  asi  contra  la 
carta  del  Rey  Silo,  como  contra  la  verdadera  declaración  del  hymno  gothico  de  San  Thyrso,  embiada. 
al  rey  nuestro  seíwr,  por  don  Alonso  de  Cárcamo,  su  corregidor  en  Toledo.  Planta  y  alzados  de  las 
ruinas  descubiertas.  A  don  Alonso  de  Cárcamo^  corregidor  de  Toledo,  el  maestro  Ahnso  de  Villegas. 
Vida  íÍ€  San  Thyrso  mártir,  colegida  de  diversos  autores  por  el  maestro  Alonso  de  Villegas.  En  To- 
ledo, por  Pedro  Rodríguez,  1596.  Fol.  38  lis. 

(•)  Via  Vitae.  Libro  que  contiene  instituciones  y  exercitaciones  espirituales  para  el  christiano,  en 
que  se  enseña  de  qué  manera  ha  de  comenzar  y  proseguir  el  camino  de  las  virtudes  hasta  llegar  a  ser 
perfecto,  hecho  por  Don  Florencio  Harlemano,  monje  cartuxo  en  Lovaina.  Traduxole  de  la  lengua 
teutónica  en  latin  Tácito  Nicolao  Zegero,  del  orden  de  los  menores,  y  en  español  el  maestro  AIotiso  de 
Villegas,  toledano.  Ms.  al  parecer  autógrafo,  que  poseyó  D.  José  Sancho  Rayón. 

Esta  versión  es  un  nuevo  dato  para  apreciar  la  influencia  que  pudieron  tener  los  místicos  alema- 
nes en  los  nuestros. 

(*)  Catálogo  Descriptivo  é  Histórico  de  los  Cuadros  del  Museo  del  Prado  de  Madrid,  por  D.  Pe- 
dro de  Madrazo,  Parte  primera,  pág.  519. 

(')  *Selvagia,  comedia  al  modo  de  Celestina,  para  remedio  de  los  estudiantes  mundanos,  que 
•después,  y  aplicado  ¿  cosas  sagradas  solamente,  procuró  recoger  con  gran  diligencia.  He  leído  de  su 
»mano  un  libro  de  cuentos  varios.* 

(*)  *  Selvagia  Comedia:  ad  Celestinae  imitationera  olim  confecerat,  quam  tamen  suppriniere 
•máxime  voluit  curavitque  jam  maior  annis  totusque  studio  pietatis  deditus.  Prodiit  haec  Toleti. 

»Libros  (sic)  de  qüentos  va)-ios,  quem  Ms.  se  TÍdisse  refert  D.  Thomas  Tamajus  in  magna  Callee- 
*tione  librorum  Eispanorumj>  {Bibliotheca  Hispana  Nova,  tomo  I,  pág.  55). 

(')  Catálogo  de  la  Biblioteca  de  Salva,  I,  núra.  1497.  «Horrorizado  sin  duda  Alonso  de  Villegas 
»de  su  primera  producción,  procuró  recoger  y  desiruir  cuantos  ejemplares  le  vinieron  á  las  manos,  y 
»a  esto  se  debe  indudablemente  el  que  sea  una  de  las  comedias  más  raras  de  nuestro  antiguo  teatro.> 


ccLxvin  ORÍGENES  DE   LA  NOVELA 

La  Selvagia  es  una  de  las  Celestinas  menos  desenvueltas  en  su  lenguaje  y  menos  escan- 
dalosas en  sus  lances.  Y  aun  siendo  rarísima,  no  es  de  las  más  raras,  puesto  que  hemos 
visto  de  ella  cinco  ejemplares  (•)  sin  salir  de  España.  De  todos  modos,  á  los  escrúpulos 
quizá  nimios  de  Alonso  de  Villegas  se  debió  que  quedase  inédito,  j  probablemente  se 
perdiera,  un  libro  suyo  de  cimitos  varios^  que  serían  apreciables  de  fijo,  dadas  las  con- 
diciones narrativas  que  el  autor  mostró  en  bien  diversa  materia. 

No  debe  confundirse  con  la  Selvagia  otra  obra  de  parecido  título,  impresa  treinta 
años  después,  y  que  también  pertenece  á  la  galería  celestinesca,  la  Comedia  Salvaje  de 
Joaquín  Romero  de  Cepeda,  vecino  de  Badajoz,  inserta  en  el  rarísimo  tomo  de  sus  Obras 
(Sevilla,  1582)  ('^).  Fué  Romero  de  Cepeda  mediano  poeta,  más  feliz  en  los  metros 
cortos  que  en  los  de  importación  italiana;  imitador  a  veces  hábil  de  Castillejo  y  Grre- 
gorio  Silvestre,  pero  no  un  ingenio  de  relevante  personalidad  ni  mucho  menos.  Así  lo 
testifican  su  poema  El  iiifelice  robo  de  Helena^  su  colección  de  romances  sobre  La  an- 
tigua^ memorable  y  sangrienta  destruyción  de  Troya  (Toledo,  1583),  su  Conserva  Es- 
piritual (Medina  del  Campo,  1588),  su  traducción  de  las  Fábulas  de  Esopo  y  otros  (Se- 
villa, 1590)  y  un  libro  de  caballerías,  que  fué  de  los  últimos  de  su  género,  no  descrito 
aún  por  los  bibliógrafos. 

La  comedia  Salvaje  (no  Selvaje,  como  han  escrito  algunos)  no  pertenece  al  género 
novelesco,  sino  al  dramático.  Es  perfectamente  representable,  y  puede  darse  por  seguro 
que  fué  representada.  Consta  de  cuatro  jornadas  muy  breves,  escritas  en  redondillas 
dobles,  y  se  asemeja  del  todo  en  su  sencilla  traza  y  artificio  á  las  imitaciones  de  Torres 
Naharro  que  hicieron  Jaime  de  Huete,  Agustín  Ortiz  y  otros,  más  bien  que  á  las  fábu- 
las complicadas  y  aparatosas  de  Juan  de  la  Cueva,  que  debían  de  estar  en  su  mayor 
auge  cuando  Joaquín  Romero  de  Cepeda  ofreció  al  público  sevillano  las  suyas. 

La  relación  muy  estrecha  en  que  la  Salvaje  está  respecto  de  la  Celestina  puede 

(*)  El  que  poseyó  el  mismo  Salva,  el  que  fué  de  D.  Pascual  Gayangos  y  iioy  pertenece  á  la 
Biblioteca  Nacionul,  el  del  Marqués  de  Pidal,  el  de  D.  Isidoro  Urzaiz  y  algún  otro. 

(^J  Obras  de  loachim  Romero  de  Cepeda,  vezino  de  Badajoz.  Dirigidas  al  muy  ilustre  señor  don 
Luys  de  Molina  Barrientos,  del  Consejo  de  su  Magestad  en  la  Real  Audiencia  de  Seuilla.  Com  (sic) 
preuilegio.  En  Seuilla.  Por  Andrea  Pescioni.  Afio  de  1582.  A  costa  de  Francisco  Rodrigues,  mercader 
de  Libros. 

4.°,  140  hojas,  contando  las  tres  primeras  de  preliminares. 

La  Comedia  Salvaje  ocupa  los  folios  118  á  138.  Al  fin  de  cada  jornada  se  pone  la  lista  de  las 
personas  de  ella. 

Va  en  el  miemo  tomo  otra  pieza  dramática  de  Romero  de  Cepeda,  la  Comedia  Metamorfosea 
(folios  130  á  137).  Pertenece  al  género  pastoril,  y  consta  de  tres  jornadas  muy  breves.  Moratín,  que 
capri<^hosamente  la  asigna  la  fecha  de  1578,  la  da  como  anónima  en  sus  Orígenes  del  Teatro  (núme- 
ro 131),  refiriéndose  á  un  ejemplar  que  existía  en  la  biblioteca  del  Convento  de  dominicos  de  ¿anta 
Catalina  de  Barcelona.  Acaso  sería  una  edición  suelta  ó  la  comedia  estaría  desglosada  del  tomo  de 
las  Obras.  El  mismo  autor  (núm.  156)  cita  una  edición  de  la  Salvaje  (Selvaje  dice)  de  Sevilla,  1582f 
que  alcanzó  á  ver  en  la  misma  biblioteca  barcelonesa  y  sobre  la  cual  nos  cabe  la  misma  duda. 

El  tomo  completo  de  las  Obras  de  Joaquín  Romero  de  Cepeda  es  muy  raro.  Nuestra  Biblioteca 
Nacional  posee  el  ejemplar  que  fué  de  D.  Agustín  Duran.  Existe  también  en  la  Escurialense  y  en 
la  Nacional  de  París. 

Tanto  la  Salvaje  como  la  Metamorfosea  fueron  reimpresas  con  bastante  desaliño  por  D.  Euge- 
nio de  Ochoa  en  el  tomo  primero  del  Tesoro  del  Teatro  Español  que  publicó  el  editor  Bandry  (Pa- 
rís, 1838],  págs.  286-308.  Y  muy  recientemente  lo  han  sido  en  el  Archivo  Extremeño,  erudita  revista 
que  se  publica  en  Badajoz. 


y 


INTRODUCCIí^N 


OOLXIX 


colegirse  por  su  mismo  título,  que  es  casi  un  plagio,  cometido  también  por  Luis  de 
Miranda:  «Comedia  Salvaje,  m  la  qual,  por  muy  delicado  estilo  y  artificio^  se  descubre 
•!>lo  que  de  las  alcahuetas  a  las  honestas  doncellas  se  les  sigue ^  en  el  'proceso  de  lo  qual 
»se  fallarán  muchos  procesos  y  sentenciase. 

Todavía  es  más  explícito  el  argumento:  «Auacreo  ('),  caballero  mancebo  de  mediano 
»  estado,  enamórase  de  Lucrecia,  hija  de  Arnaldo  y  Albina,  única  heredera  de  sus  pa- 
.i>dres,  muy  rica  y  hermosa,  la  qual  por  medio  de  Gabrina,  famosa  alcahueta,  viene  a 
»  condescender  a  los  ruegos  de  Anacreo;  descúbrese  el  hecho,  prenden  a  Gabrina,  ahor- 
» can  a  Rosio,  criado  de  Anacreo.  Huye  Lucrecia;  van  sus  padres  en  su  busca;  a  Arnaldo 
» matan  salteadores,  y  a  ellos  Anacreo,  que  va  en  busca  de  Lucrecia.  Roban  a  Albina 
>  dos  salvajes,  defiéndela  Anacreo,  sale  Lucrecia  al  ruido  en  hábito  de  pastora,  mata  los 
» salvajes,  dase  a  conocer,  perdónalos  Albina,  despósanse  Anacreo  y  Lucrecia» . 

Dos  partes  hay  que  distinguir  en  esta  composición.  La  primera,  que  comprende  las 
dos  primeras  jornadas  y  parte  de  la  tercera,  es  una  imitación  ó  más  bien  una  versifica- 
ción de  la  Celestina^  tan  servil  que  puede  ponerse  al  lado  de  las  traducciones  literales 
de  Urrea  y  Sedeño.  Pero  los  versos  son  fáciles  y  no  desnudos  de  elegancia,  como  ya 
advirtió  Moratín.  Juzgúese  por  este  soliloquio  de  Gabrina,  cuando  va  á  casa  de  Lucrecia 
(jornada  segunda): 


La  madre  que  me  parió 
Haya  mal  fin  y  quebranto, 
Que  á  hija  que  quiso  tanto 
Tan  mal  oficio  mostró. 
De  contino  el  manto  á  cuestas, 
Con  las  haldas  arrastrando, 
Por  callejas  rodeando 

Y  otras  partes  deshonestas . 
Contino  por  monesterios, 

Por  ermitas,  por  cantones; 
De  noche  como  ladrones 
Cercando  los  cimenterios. 
Por  sepulcros  de  finados. 

Y  por  lugares  desiertos, 
Buscando  huesos  de  muertos 

Y  narices  de  ahorcados. 

Y  á  la  fin  muy  bien  pagado 
Al  cabo  de  mis  afanes! 
Por  servir  á  estos  galanes 
Dos  veces  me  han  emplumado: 
Pues  agora  una  coroza 
O  algún  jubón  sin  costura. 
Triste  de  tu  hermosura, 
Uabrina,  cuando  eras  moza! 

Ora  en  fin  yo  quiero  ir. 


Por  demás  es  este  lloro. 
Que  esta  cadena  de  oro 
Me  hará  a  veces  reir. 
Llevo  perfumes  y  olores, 
Tocas  de  lienzo  delgado. 
Seis  madejas  de  hilado 

Y  otras  yerbas  para  amores. 
La  carta  quiero  guardar, 

Porque  el  ir  no  me  sea  en  vano, 
Que  en  tomándola  en  su  mano 
Le  haré  a  Anacreo  amar. 
Quiero  ir,  que  ya  me  espera 
De  Lucrecia  el  hermosura. 
¡Que  buen  principio  y  ventura 
Que  sus  padres  salen  fuera! 
Conjuróte,  gran  Pluton, 
Emperador  de  dañados, 
Rey  de  los  atormentados 

Y  de  la  infernal  región; 
Señor  del  sulfúreo  fuego. 
Capitán  del  rio  Leteo, 
Molestador  de  Fineo 

Y  veedor  del  reino  ciego. 
De  las  infernales  furias, 

Hidras,  harpías  volantes, 


(')  El  poeta  escribe  unas  veces  Anacreo  y  olraa  Anacreon,  según  cuadra  á  la  nierlida  de  sus 
.' eraos. 


cchxx  orígenes  de  LA  NOVELA 

De  las  ánimas  penantes,  Que  tanto  tu  nombre  precia, 

Señor  de  las  tristes  curias;  Hagas  que  muera  Lucrecia 

Yo,  Grabrina,  antes  que  parta,  Por  amores  de  Anacreo; 

Te  conjuro,  pido  y  ruego  Y  siempre  te  serviré 

Que  con  tu  sulfúreo  fuego  Con  fe  muy  firme  y  constante, 

Te  encierres  en  esta  carta.  Y  sino  con  luz  radiante 

Y  cumpliendo  mi  deseo,  Tus  cárceres  heriré. 

El  resto  de  la  pieza  es  un  purísimo  desatino,  eu  que  se  amalgaman  confusamente 
incidentes  del  drama  novelesco  y  del  pastoril.  Moratín  hizo  de  mano  maestra  su  análi- 
sis, con  aquella  especial  habilidad  que  él  tenía  para  contar  los  argumentos  de  las  come- 
dias ridiculas. 

«Lucrecia,  acompañada  de  la  vieja  alcahueta  Gabrina,  abandona  la  casa  de  sus  padres 
y  se  va  á  la  de  Anacreo  su  amante:  los  padres  de  Lucrecia,  echándola  menos,  van  á 
casa  de  Gabrina  con  la  justicia,  y  de  allí  á  la  de  Anacreo;  pero  éste  y  Lúcrela  han  huido 
descolgándose  por  una  ventana.  Presos  Gabrina  y  el  criado  Rosio,  los  llevan  á  la  plaza: 
allí  aparece  la  horca  á  vista  del  auditorio;  suben  al  reo  y  le  cuelgan;  á  Gabrina  la  em- 
pluman, le  ponen  una  coroza,  y  sentándola  en  la  escalera  del  suplicio  queda  abandonada 
á  merced  de  los  muchachos,  que  á  porfía  le  tiran  brevas,  berenjenas  y  tomates,  le  reme- 
san los  pelos  y  le  dan  puñadas;  hecho  esto  dice  el  juez: 

Quiten  luego  á  esa  muger, 
Y  en  ti  erren  al  ahorcado. 

»En  la  cuarta  jornada  sale  por  un  monte  Lucrecia  con  arco  y  saetas  y  llora  la 
mala  ventura  de  sus  amores;  luego  que  se  retira,  sale  por  otro  lado  Anacreo  lamentán- 
dose igualmente  de  la  desdicha  en  que  se  ve.  Salen  después  Albina  y  Arnaldo,  padres 
de  Lucrecia,  vestidos  de  peregrinos,  en  busca  de  su  hija;  descansan  un  rato  de  la  fatiga 
del  camino,  y  al  querer  proseguirle  los  sorprenden  dos  ladrones  llamados  Tarisio  y 
Troco;  el  viejo  Arnaldo  quiere  defenderse  y  muere  á  sus  manos;  sobreviene  al  ruido 
Anacreo  y  mata  á  Tarisio;  su  compañero  Troco  se  va  huyendo;  sigue  el  reconocimiento 
de  Anacreo  y  Albina,  y  cuando  tratan  de  enterrar  el  cadáver  de  Arnaldo,  vienen  dos 
salvajes,  entre  los  cuales  se  ve  Anacreo  en  mucho  peligro  de  perder  la  vida;  pero  Lu- 
crecia, que  se  aparece  muy  oportunamente,  dispara  una  flecha  y  cae  muerto  uno  de  los 
salvajes.  Anacreo  en  tanto  consigue  matar  al  segundo;  la  madre  y  el  amante,  sin  reco- 
nocer á  Lucrecia,  le  agradecen  el  socorro  que  les  ha  dado;  ella  al  fin  se  descubre,  y  con  ^ 
el  regocijo  de  los  tres  acaba  la  fábula.» 

Sólo  por  tener  forma  de  comedia  en  prosa  é  intervenir  en  ella  una  hechicera  puede |  ij 
contarse  entre  las  Celestinas  la  Dolería  del  Sueño  del  Mundo ^  que  pertenece  en  reali-i 
dad  al  género  alegórico-fantástico,  más  cultivado  en  el  siglo  xvii  que  en  el  xvi,  á  cuyasj 
postrimerías  corresponde  esta  obra,  tan  singular  por  su  título  como  por  su  desarrollo.! 
Fué  su  autor  Pedro  Hurtado  de  la  Vera,  cuyo  apellido  indica  origen  extremeño,  al 
paso  que  ciertas  rarezas  de  su  lenguaje  puedan  hacer  sospechar  que  fuera  nacido  c 
criado  en  Portugal.  ¿Sería  por  ventura  algún  judío  portugués  cuyos  ascendientes  hubie-i 
ran  pasado  de  Extremadura  al  reino  vecino?  De  su  persona  nada  más  podemos  decii 
sino  que  en  1573  publicó,  traducida  del  italiano,  una  de  las  más  tardías  versiones  de 


INTRODUCCIÓN  colxxi 

Sendebar^  conocida  con  el  nombre  de  Erasto  (').  Algo  de  influjo  italiano  se  columbra 
también  en  la  BohHa  (*),  que  recuerda,  hasta  cierto  punto,  la  Circe  de  Juan  Bautista 
Gelli  7  otros  diálogos  satíricos,  sin  ser  positiva  imitación  de  ninguno  de  ellos.  El  autor 
se  muestra  versado  en  todo  género  de  literatura,  especialmente  en  los  libros  de  caba- 

(*)  Historia  lastimera  cV  el  Principe  Erasto,  hijo  del  Emperador  Diocletiano,  en  la  qual  se  con- 
tienen muchos  ejemplos  notables  y  discursos  no  menos  recreativos  que  provechosos  y  necessurios,  trudu- 
zida  de  Italiano  en  Español^  por  Pedro  Hurtado  de  la  V&ra.  En  Anvers,  en  casa  de  la  Biuda  y  herede- 
ros de  luán  Stelsio,  1573. 

8.0  113  pp.  dobles. 

El  original  italiano  se  titula,  en  la  edición  que  tengo  á  la  vista:  Erasto  dopo  molti  secoli  ritornato 
al  fine  in  luce.  Et  con  somma  diligenza  dal  Greco  fedelmente  tradotto  in  italiano.  In  Vinegia  apressu 
Agostino  Bindoni  V  anno  M.  D.  LI  (1551).  La  1."  edición  es  también  de  Venecia:  Li  compassio' 
nevoU  auuenimenti  rf'  Erasto^  opera  dotta  et  morale  di  greco  tradotta  in  volgare  (1542) 

O  Comedia  intitulada  Dolería  d'  el  SueTio  d'  el  Mundo,  cuyo  Argumento  va  tratado  por  vía  de 
Philosophia  Moi  al:  aora  nuevamente  compuesta  por  Pedro  Hurtado  de  la  Vera  (Escudo  del  Mecenas). 
En  Anvers.  En  casa  de  la  Biuda  y  herederos  de  luán  Stelsio.  Año  de  M.  D.  LXXII.  Con  gracia  y 
jyriuilegio. 

(Al  fin):  En  casa  de  Daniel  Veruliet,  año  1572. 

12."  2  hojas  sin  foliar,  de  portada  y  principios,  y  142  páginas  dobles. 

—  En  Ambéres,  en  casa  de  Guslenio  lansens,  al  Gallo  vigilante,  1595.  Con  gracia  y  privilegio. 
Edición  idéntica  en  todo  á  la  anterior. 

—  La  Dolería  del  sueño  del  Mundo.  Comedia  tratada  por  via  de  Philosophia  Moral.  luntamente 
van  aquí:  Los  Proverbios  morales.  Hechos  por  Alonso  Guajardo  Fajardo.  Paris^  Ivan  Foüet, 
M  D.  C.  XIIII. 

12.*  6  hs.  prle.  y  193  folios  para  la  comedia.  Los  proverbios  tienen  paginación  diversa,  que  llega 
liasta  el  folio  47,  numerado  46  por  errata. 

Estos  Proverbios  son  doscientos  ochenta.  César  Oudin  reprodujo  en  su  colección  49  acompaña* 
dos  de  versión  francesa. 

No  podemos  adivinar  por  qué  motivo  se  suprimió  en  esta  edición  de  la  Dolería  el  noml)re  de 
Hurtado  de  la  Vera,  y  se  añadió  un  escrito  ajeno  y  muy  anterior  á  él,  como  son  los  Proverbios.  La 
primera  edición  de  esta  obrita  moral  se  había  publicado  en  Córdoba. 

Proverbios  morales.  Hechos  por  vn  cauallero  de  Cordoua,  llamado  Alonso  Guajardo  íajardo. 
Dirigido  al  excellentísimo  Señor  don  Gongulo  Fernandez  de  Cordoua,  Duque  de  Sessa  y  de  Vaena, 
Conde  de  Cabra,  Governador  y  Capitán  General  de  Alilan  y  estados  de  Lombardia.  Con  Priuilegio. 
En  Cordoua.  Por  Gabriel  Ramos  Bejarano,  1586  (al  fin,  1587). 

8."  51  hs.  y  una  blanca  al  fin  Precede  al  texto  una  «Carta  de  Sebastian  de  León,  vecino  de 
»Cordoua,  clérigo,  al  Sr.  Pedro  Guajardo  de  Aguijar,  hijo  mayor  del  autor,  y  uno  de  los  veinticiia- 

ÍBtros  del  Piegimiento  de  Cordoua». 
«Illustre  Señor.  De  muchas  cosas  que  el  señor  Alonso  Guajardo,  padre  de  V.  merced  y  señor 
Bmio,  escriuio,  así  en  lengua  Latina  y  Griega  como  en  la  Toscana  y  Española  y  aun  trancesa,  porque 
1    »cn  todas  tuuo  general  erudición,  los  Proverbios  Morales  son  los  que  mas  se  frequentan  y  andan  en 
I   Del  vso,  y  se  estiman  de  todo  género  de  gente  por  la  doctrina  y  christianos  auisos  de  que  tratan.  Y 
>  »como  por  los  traslados  de  diversas  manos  que  dellos  ay,  se  ha  perdido  y  venido  en  corrubcion  la 
j  «primera  verdad  en  que  fueron  escritos,  que  ha  mas  tiempo  de  sesenta  años,  pues  el  de  mil  y  quinten^ 
\  i>to8  y  veynte  y  quatro,  en  la  ciudad  de  Palermo  en  Sicilia,  siendo  el  Señor  Alonso  Guajardo  Capitán 
I  »y  Alguacil  mayor  de  la  sancta  inquisición  de  todo  aquel  reyno  y  yslas  adjacentes,  parece  por  el  borra- 
\  »dor  antiguo  que  los  escrivió,  hize  muchas  veces  con  su  merced,  para  preuenir  los  yerros  venideros, 
I  5>la  instancia  que  bastaron  mis  fuergas,  suplicándole  los  mandase  o  consintiese  imprimir,  y  no  lo 
I  ípudiendo  acabar,  ni  otras  personas  muy  graues  que  como  yo  deseauan  su  seruicio,  lo  bol  vi  a  inten- 
I  ítar  en  la  ausencia  que  hizo  desta  ciudad  siendo  Corregidor  en  la  de  Huesear,  pareciéndome  menor 
I  Ddaño  que  el  de  mi  castigo  quando  se  supiesse,  aunque  fuesse  grande,  el  que  se  seguiría  de  oscu- 
recer y  perderse  obra  tan   universalmente   buena,  y  tan   dina  de   memoria  larga;  pero  esto  no 


ooLxxii  orígenes  de  LA  NOVELA 

Herías  y  eu  los  poemas  de  Boyardo  y  del  Ariosto  (').  Cita  con  frecuencia  y  oportunidad 
trozos  de  romances  viejos  (2),  como  antes  de  él  lo  había  hecho  Jorge  Ferreira,  á  quien 
se  parece  también  en  lo  cortado  y  sentencioso  del  estilo.  En  el  pensamiento  de  su  obra 

»pudo  ser  tan  secreto  que  no  llegase  antes  a  su  noticia,  y  con  correo  a  diligencia  agradeciendo  mi 
nvoluntad,  me  mandó  que  en  contradicion  de  la  suya  no  prosiguiese  mi  intento,  fundando  esta 
))defensa  en  que  el  excellentisimo  Duque  de  Sessa  don  Gongalo  Fernandez  de  Cordoua,  a  quien  hs 
y>dedicó,  no  pudo  acabar  con  él  que  sacase  a  pla9a  con  titulo  de  su  nombre  obra  tan  corta,  y  de  tan 
»pocos  renglones,  y  asi  paró  mi  denuedo,  hasta  que  con  su  ñn  y  muerte  le  he  cobrado  de  nuevo,  y  a 
Bmis  solas  he  ganado  licencia  para  hazer  imprimir  un  traslado  que  vino  a  mi  poder,  que  más  que 
Dtodos  los  otros  parece  fiel.  Suplico  a  vuestra  merced  no  se  desirva  de  ello,  y  tenga  por  bien  que  a 
sesta  ciudad  de  Cordoua,  a  quien  t\nta  parte  toca  de  la  honra  de  tal  hijo,  se  comuniquen  impresos 
»precetos  tan  dinos  de  ser  sabidos,  y  hechos  de  un  tan  christiano  y  discreto  cauallero  que  siempre 
»pu80  por  obra  la  virtud  que  aconsejó...» 

Vid.  Valdenebro  y  Oisneros  (D    José  María),  La  Imprenta  en  Córdoba,  obra  premiada  por  la 
Biblioteca  Nacional.  Madrid,  1900,  pp.  19  á  21. 

En  1623  D.  Carlos  Guajardo  Fajardo  obtuvo  licencia  del  Consejo  para  reimprimir  estos  Prover 
bies  por  tiempo  de  cuatros  años,  pero  esta  reimpresión  no  llegó  á  efectuarse. 

Hay  una  moderna  lindísima,  de  cien  ejemplares,  publicada  en  Sevilla,  1888,  por  el  bibliófilo 
D.  Agustín  Guajardo  Fajardo  de  Torres,  descendiente  del  autor. 

He  aquí  el  primero  y  el  último  de  los  Proverbios  de  Guajardo,  manifiestamente  imitados  de 
Gómez  Manrique  y  otros  poetas  del  siglo  xv: 

Por  el  agosto  la  nieue 
l'arece  contra  razón, 
Viene  el  agua  sin  razón 
Quando  en  el  estío  Ilueue. 


(juarnezcala  de  alto  muro 
Virtudes  en  derredor, 
Y  morará  el  fundador 
De  toda  virtud  signro. 


En  este  género  de  poesía  paremiológica,  Alonso  Guajardo  aupera  á  Alonso  de  Barros  y  á  Cris- 
tóbal Pérez  de  Herrera,  más  conocidos  que  él,  pero  es  inferior  al  catalán  Setantí,  autor  de  los  Avisos 
de  amigo. 

Las  dos  ediciones  que  poseemos  de  la  Dolería  (Amberes,  1572,  y  París,  1614)  son  incorreciísi- 
inas,  como  impresas  en  país  extranjero;  pero  como  no  tienen  exactamente  las  mismas  erratas,  sirven 
á  \  eces  para  corregirse  la  una  á  la  otra.  Con  ambas  va  cotejado  el  testo  de  la  presente  reimpresión. 

(')  «Por  tener  compañía  al  gran  Kugiero»  (pág.  318).  «Mejor  sería  hallar  las  fuentes  de  Merlin 
T)de  amor  y  desamor  para  poner  la  vna  al  opposito  de  la  otra  y  hazer  morir  Angélica  por  Reynaldos, 
))y  él  que  huyese  de  ella  como  del  diablo)  (pág.  345).  «No  sea  ella  la  de  Ferraguto  viuo,  que  Ue- 
))vaua  a  Ferraguto  muerto»  (pág.  379).  «Esto  es  lo  bueno  para  entrar  y  salir,  como  hazia  Malgessi 
»ayudando  sus  doze  pares»  (pág.  379).  «Deues  hauer  soñado  con  Cárcel  de  Amor  ó  Guarino  Mezqui- 
y>noí>  (pág.  331).  «Estava  en  la  gloria  de  Niquea,  con  los  amores  de  Amadis»  (pág.  332,  alusión  á 
Feliciano  de  Silva).  «Y  encantar  más  tierras  que  el  sabio  Alquife»  (pág.  354),  «Y  no  podrías  darme 
»mejor  fiesta  por  discantar  a  mi  plazer  los  ademanes  de  Zirfea,  Reina  de  Cartas,  esclava  de  Argenes); 
(pág.  361).  «Mal  año  para  don  Galaor  o  cualquiera  de  los  doze  Pares»  (pág.  363).  «Nuestro  primo 
»Heraclio,..  nos  mete  en  trabajo  aora  de  buscar  Astolpho  de  Inglaterra  con  su  hypogrifo,  que  le  vaya 
»por  el  meollo  al  cielo  como  hizo  al  de  Orlando»  (pág.  369).  «Quise  tanto  a  vna  que  passara  el  arco   i 
))de  los  leales  amadores,  pensando  ser  no  menos  querido  della;  mas  a  la  postre,  porque  no  me  reyesse   '■ 
ude  los  otros,  uve  de  descender  al  infierno  de  Anastarax*  (pág.  372).  Todavía  hay  otras  alusiones  á   \ 
la  literatura  caballeresca  italiana  y  española,  común  recreo  de  entonces. 

(*)  Pág.  331.  «Por  la  calzada  va  el  moro, — por  la  calzada  adelante»  (pág.  356).  «Y  tu  merced  J 
y)no  sabe  quándo  es  de  dia,  ni  quando  las  noches  soné,  como  dezia  el  prisionero»  (pág.  364).  «Y  dile  j 
wecibi  curtas  que  Al/ama  era  tomaday>  (pág.  372).  «Madre  y  hija  son;;  entrambas,  — y  esta  noche  se  ' 


INTRODUCCIÓN  cor.xxiii 

y  en  algunas  de  las  alegorías  de  que  se  vale  percíbese  la  acción  eficaz  de  los  moralistas 
y  satíricos  antiguos,  sobre  todo  do  Luciano,  tan  imitado  en  España  durante  nuestro 
siglo  de  oro  ('). 

La  Dolería  del  sueño  del  Mimdo  es  una  invención  francamente  alegórica.  Todos  los 
personajes  tienen  una  doble  representación  real  y  simbólica;  pero  la  primera  es  muy 
tenue  y  borrosa  y  queda  casi  enteramente  anulada  por  la  segunda,  lo  cual  comunica 
extraordinaria  frialdad  al  diálogo  y  reduce  á  mínimo  valor  la  intriga,  tan  confusa  y 
enmaraííada  que  á  duras  penas  se  entiende  en  la  primera  lectura.  Todos  representan 
alguna  virtud  ó  vicio,  pero  no  siempre  los  actos  que  en  la  tragicomedia  se  les  asignan 
van  de  acuerdo  con  lo  que  sus  nombres  griegos  anuncian.  Hay  en  esta  parte  notables 
incongruencias  y  falta  do  solidez  en  los  caracteres,  si  tal  nombre  merecen. 

))no3  vone:  palabras  que  yban  diziendo  —  monedas  de  oro  soné,  qne  se  mataron  por  dos,  —  que  no 
»v!ilen  medio  nonei)  (pág,  339,  parece  contrahecho  de  burlas  á  imitación  de  los  antiguos).  «Yerros 
»liechos  por  amures— dii^nos  son  de  perdonare»  (id.).  «Parildo,  infanta,  parildo,  —que  assi  iiizo  mi 
»Miadre  a  ni}-»  (pá^.  351).  «Vuelta,  vuelta,  los  franceses  —  coa  corazón  a  la  lid.»  Cita  también  las 
coplas  de  Jorge  Manrique  (pá^j.  345),  y  algún  cantarcillo  popular:  Vuélvete  á  tu  majada,  pastor, — 
toma  tu  zurrón,  --  que  no  hay  mas  dongolondron  (pag.  3G4). 

Los  pocos  versos  que  hay  en  la  Dolería  son  casi  todos  de  la  antigua  escuela,  salvo  algtln  pésimo 
«oneto.  En  los  versos  cortos  tiene  más  soltura  y  gracia: 

Damas,  si  soys  tristes,  Como  vos  los  sueños. 

Vos  lo  merescistes.  .  Damas,  mal  dormistes, 

De  ser  muy  risueños  Pues  tan  mal  soñastes, 

Lloran  vuestros  ojos,  Si  assi  recordastes, 

Tengan  sus  enojos  Bien  Id  merecistes  (pág.  386). 

('^  Ya  en  la  dedicatoria  al  Duque  de  MedinaceH  alega  Pedro  Hurtado  ciertas  palabras  de  Alcí- 
bíades  en  el  Sin'posio  platónico:  «V.  ExceTencia  la  defienda  (esta  comedia),  y  tome,  no  por  liuiana 
DO  sensual  como  paresce,  sino  por  los  S'ylenos  que  dizen  de  Alcibiades  (eran  estos  Sylenos  ciertas 
»caxuelas  pintadas  por  de  fuera,  con  figuras  de  Satyros  y  otros  animales  desprezibles  (sic)  y  ridicu- 
»los,  mas  lo  de  dentro  no  tenía  precio)»  fpág.  312). 

Del  Eiichiridion  de  Epicteto  procede  este  pasaje: 

«Astasia. — Conviene  representar  tu  parte  d'  esta  comedia  con  los  hábitos  que  el  maestro  lo  orde- 
»nare. 

Síldona. — No  lo  entiendo. 

DAstasia. — Yo  te  lo  declararé;  este  mundo  es  el  Thcatro,  nosotros  las  figuras,  Dios  el  que  ordena 
íla  comedia;  en  ser  Rey  en  ella,  Monarclia,  o  cipitan,  no  está  la  gloria,  sino  en  reprcsentur  bien  su 
íRgiira  cada  vno,  o  sea  de  loco,  de  Cv)zinero,  labrador,  pastor  o  mofo  de  caiuillos.  Es  menester  obe- 
.    ídescer  al  hado  y  no  extr.iñar  lance  ninguno,  porque  viene  de  alta  mano»  (pág,  3'2G). 

Las  escenas  en  q':e  intervienen  Morpheo  y  Ohuron  parecen  sugeridas  por  los  diálogos  de  Lucia- 
no, que  es'a  nominalmente  citado  más  de  una  vez:  «I  Jamaríamos  a  Luciano  en  nuestra  ayuda  o  a 
í>Charonj  que  es  el  verdugo  d'  estas  burleriis»  (uág. 320). 

Hiiy  también  algunas  reminiscencias  del  Asno  de  Oro,  leído  en  la  traducción  de  Cortegana, 
como  lo  prueba  la  sustitución  del  nombre  de  la  criada  de  la  hechicera  (Photis  en  el  original  latino) 
por  el  de  Andrii. 

dAgosio, — Hablas  como  reyna;  esa  es  la  más  cierta  experiencia.  Pero  no  sea  éste  el  de  Apuleyo,  y 
ítú  Avdria  para  mi?  Xoianialu  acá,  vernia  a  ser  asno  toda  mi  vida. 

y>Dí)leria.  —  Xo  ves  que  estamos  en  el  mes  de  mayo,  y  que  terniamos  a  la  ora  rosas? 

í/l-sosío. — O  pese  al  mundo,  en  mayo  fue  lo  otro;  pero  el  asno  primero  huvo  ciertos  palos,  y 
'  Meruió  mil  amos  con  cien  mil  lazerias. 

*D.ileria. — Sí,  mas  ya  estamos  adnertldns,  y  esso  fue  en  Thesalia. 

y>Asosio. —  Doyle  al  diablo,  que  en  cualquiera  parte  so  hallan  ya  Milones  y  ladrones»  (pág.  352). 

CnÍQKNjiS   DE   LA   NOVELA.  — UI.  — 2 


ccLxxiv  ORIGEITES  DE  LA  NOVELA 

El  autor  amonesta  que  se  lea  su  Comedia  «como  cosa  moral  y  traslado  de  la  vida 
■•»  humana.  Amor  es  el  argumento  d'  ella,  por  ser  en  el  mundo  Amor  la  causa  de  todo 
»mal  y  bien.  Duerme  el  Mundo  j  sueña  ser  Heraclio  amor  de  virtud  y  fama,  con  el 
:>  contrapeso  de  vanagloria,  que  es  Honorio  su  criado.  Logistico^  la  Razón  que  manda 
» sobre  ella,  la  cual  cae  alguna  vez  para  levantarse  con  más  fuerca  como  Antheo  y 
»reconoscer  la  fuer9a  soberana.  Astasia  es  la  sensualidad  y  hipocresía  en  hábitos  de 
»  virtud.  El  deleyte,  Idona,  hermosa  de  cara,  de  obras  fea.  Melania,  la  malicia,  cuyo 
» fruto  es  el  trabajo,  que  la  color  d'  el  negro  significa,  y  a  la  postre  queda  subjecta  á 
» Mario,  que  es  la  ignorancia,  y  con  él  casada.  Asosio,  la  carne  vagabunda,  pero  al 
»  spirito  reduzida  con  el  castigo  y  experiencia.  Las  Egypcianas  son  las  tentaciones,  que 
» procuran  de  ajuntar  los  buenos  a  los  malos.  A?/dronio,  la  ciuil  costumbre  que  declina 
»  de  la  malicia  a  Aplotis,  la  simplicidad.  Apio,  Metió,  Amercia,  Mania  son  los  vicios. 
y>I)oleria,  la  casamentera  d'  ellos,  engaño  y  castigo  juntamente.  El  bosque  de  las  som- 
» bras,  la  vanidad  de  las  cosas  d'  esta  vida.  Aglaia,  Thalia,  Caliope,  Melpomene,  las 
»  sciencias  y  virtudes  que  voluntariamente  se  presentan  a  sus  amadores.  Los  Salvages, 
»  penitencia  y  contino  remordimiento  de  la  conciencia.  Nemesis,  la  justicia  que  yguala 
»todo  y  manifiesta  lo  que  hizo  dissimuladamente  y  disfrazada  con  Asosio,  tomando 
»  después  por  instrumento  de  castigar  los  malos  a  los  malos,  de  remunerar  los  buenos 
»a  los  buenos.  Es  Charon  la  Muerte,  que  despierta  al  Mundo  y  da  principio  de  vida  a 
»unos,  de  muerte  a  otros.  Si  el  argumento  o  estilo  no  te  contenta,  hágalo  el  desseo,  que 
»es  de  contentar  los  anisados;  si  no,  cásate  con  la  hermana  de  Melania,  mujer  de  Morio, 
»y  sereys  cuñados»  (*). 

Estas  últimas  palabras  de  Hurtado  de  la  Vera,  que  con  tanta  llaneza  declara  tonto 
de  solemnidad  al  que  no  guste  del  artificio  de  la  Dolería,  indican  lo  satisfecho  que  hubo 
de  quedar  de  este  alarde  de  su  ingenio.  Pero  algo  había  de  temerario  en  su  presunción, 
no  justificada  por  las  medianas  dotes  de  su  inventiva  y  estilo.  El  pensamiento  de  la  obra 
era  ingenioso,  aunque  no  muy  original,  y,  desarrollado  con  eficacia  artística^  hubiera 
podido  ser  el  germen  de  una  gran  concepción  fantástica.  Hacer  dormir  al  Mundo 
durante  seis  mil  años  y  desarrollar  en  las  visiones  de  un  sueño  el  espectáculo  de  la  vida 
humana,  con  sus  ilusiones  y  sus  desengaños,  para  destruir  luego  esta  aérea  fábrica  al 
son  de  los  remos  de  la  barca  de  Carón,  era  empresa  digna  de  un  gran  poeta,  y  debe 
contarse  entre  los  precedentes  de  obras  análogas,  como  las  de  Grillparzer  y  el  Duque 
de  Rivas.  No  puede  negarse  tampoco  á  Hurtado  de  la  Vera  cierto  talento  agudo  y  sutil, 
que  de  puro  sutil  se  quiebra,  en  algunas  de  sus  alegorías,  como  el  banquete  en  casa  de 
Astasia  y  el  diálogo  de  las  fingidas  gitanas  (escena  5."  del  tercer  acto);  la  transfigura- 
ción de  Asosio  por  las  mágicas  artes  de  Dolería  en  la  persona  de  un  cortesano  llamado  ' 
Andronio,  y  las  equivocaciones  y  lannes  cómicos  (un  tanto  análogos  á  los  del  Anfitrión  \ 
de  Planto)  que  esta  transformación  ocasiona  (escenas  7."  y  8.*  del  mismo  acto;  l.'\  2.*, ' 
4.*  y  9.''  del  acto  cuarto);  los  engaños  del  bosque  encantado,  donde  las  sombras  se  hacen 
cuerpos  y  los  cuerpos  sombras,  y  toda  persona  se  duplica  y  llega  a  perder  la  conciencia 
de  sí  misma  (escenas  6.''  y  7.'''  del  acto  quinto);  la  aparición  de  las  Gracias,  de  las  Musas 
y  de  la  justiciera  Nómesis,  que  ahuyentan  con  serena  luz  clásica  las  visiones  de  aquella 
noche  de  Walpurgis  (escena  8.'  del  quinto  acto). 

(')  Pág.  313  del  tomo  presente. 


INTRODUCCIÓN  otfLXXv 

No  era  ciertamente  pensador  vulgar  el  que  interpretaba  el  mundo  diciendo  que  <rde 
» lo  bueno  no  hay  en  él  más  que  la  sombra,  y  de  lo  malo  todos  son  cuerpos»  (pág.  383). 
Pero  le  faltó  aquel  extraño  poder  de  dar  vida  á  las  abstracciones  de  la  mente,  que  por 
tan  diversos  caminos  mostraron,  casi  á  un  tiempo,  en  España  el  autor  del  Criticón  y 
en  Inglaterra  el  autor  del  Viaje  del  Peregrino.  Eu  la  Doleria  del  sueño  del  Mundo  se 
ve  una  imaginación  pobre  y  apocada,  que  lucha  con  un  argumento  muy  superior  á  sus 
fuerzas;  que  no  llega,  ni  por  asomo,  á  convertir  eu  personaje  real  ninguno  de  sus  fan- 
tasmas alegóricos,  y  se  pierde  con  ellos  en  un  laberinto  de  disfraces  y  embrollos  pue- 
riles. Obra,  en  suma,  que  sólo  por  curiosidad  puede  leerse  y  que  no  deja  en  el  espíritu 
ninguna  impresión  duradera. 

El  estilo  es  tan  artificioso  y  revesado  como  el  argumento.  Todos  los  interlocutores 
hablan  por  sentencias  y  alusiones;  todos  aguzan  el  pensamiento  en  forma  de  epigrama. 
Xo  faltan  rasgos  felices,  que  el  fino  amador  de  nuestra  lengua  debe  estimar  y  reco- 
ger; pero  el  conjunto  es  de  gran  monotonía.  Hurtado  de  la  Vera,  que  carecía  del 
genio  brillante  y  á  veces  hondo  de  Baltasar  Gracián,  había  adivinado,  y  aplicaba  en  su 
parte  peor,  medio  siglo  antes  que  él,  aquella  doctrina  del  estilo  que  el  jesuíta  aragonés 
teorizó  en  su  libro  de  la  Agudexa^  y  llevó  al  último  extremo  en  El  Héroe,  el  Oráculo 
Manual  y  El  Discreto.  Hay  conceptos  en  la  Doleria  que  son  verdaderos  enigmas,  y 
cuando  se  llega  á  descifrarlos  rara  vez  compensan  el  trabajo  que  cuestan. 

Pero  obra  curiosa  lo  es,  sin  duda,  hasta  por  sus  particularidades  de  lenguaje, 
como  el  empleo  de  ciertas  formas  de  la  conjugación,  ya  arcaicas  y  desusadas  á  fines 
del  siglo  XVI,  á  no  ser  que  se  estimen  como  netamente  portuguesas  (').  Acaso  Hurtado 
de  la  Yera  saldría  de  la  Península  muy  joven,  lo  cual  puede  explicar  la  persistencia  de 
estas  locuciones,  aprendidas  en  la  infancia,  al  paso  que  su  residencia  en  Flandes  pudo 
dar  ocasión  á  un  corto  número  de  galicismos  y  írases  exóticas  que  de  vez  en  cuando 
salpican  su  texto  (-).  Todo  el  libro  revela  una  cultura  algo  pedantesca.  «¿Qué  mal  hago 
»yo  en  obseruar  las  letras  de  la  entrada  de  la  escuela  de  Platón,  no  entrando  sin  Geo- 
»metria?...  Hize  prouision,  en  casa,  de  un  guante  lleno  de  artes  liberales»  (pág.  331). 
Eu  la  escena  3.*  del  segundo  acto  se  intercala  extemporáneamente  una  disertación 
sobre  los  nueve  cielos,  con  todos  los  errores  de  la  antigua  cosmografía. 

Dudo  mucho  que  D.  Pedro  Calderón  conociese  la  Doleria.,  nunca  impresa  en  España; 
pero  el  título  y  el  pensamiento  general  de  la  comedia  alegórica  de  Hurtado  traen  á  la 
memoria  el  título  y  la  idea  moral  de  La  vida  es  sueño,  si  bien  no  hay  en  la  ejecución 

(')  Pá|;;.  33():  «Todavía  quiero  que  me  prometas  trabajar  de  contentarte  y  creresme».  Pág.  339: 
«Hasta  la  teneres  en  la  mano».  Pág.  353:  «Para  acabares  a  las  dos».  Pág.  357:  «.Dexareste  engañari». 
Pág.  363:  «En  qué  te  offendí  para  me  offenderes?  en  qué  te  burlé  para  me  hurlares^»  Pág.  369: 
«Es  una  salsa  para  comereste  los  dedos  de  sabrosa».  Pág.  370:  « Burlareste  de  mí  y  kazeresme  morir 
Mcon  tus  descuydos?» 

(')  «Bandiiki  de  sí  la  carne»  por  «desterrada»  (pág.  328).  «Pero  no  hazes  que  irme  a  la  mano  rús- 
»ticamentt»  (pág.  357).  «Los  ofüciales  haziendo  el  reporte  de  lo  que  por  las  manos  passa»  (p.  382). 
«No  hay  en  él  que  la  sombra»  (pág.  383). 

También  se  nota  algún  ¡taiianismo,  como  escabello  (pág.  350),  estriega  por  bruja  (pág.  375),  y 
bastantes  latinismos,  entre  ellos  colligantia .{]pág.  371)  y  párenles  en  vez  de  parientes  (pág.  336). 
Algunas  voces,  como  tristoño  (pág.  360)  y  amadiosa  (pág.  361),  que  tienen  visos  de  portuguesas, 
pueden  ser  extremeñísmos  ó  leonesismos.  La  primera  se  encuentra  en  las  farsas  pastoriles  compues- 
tas en  tierra  de  Salamanca  á  principios  del  siglo  xvi. 


ccLxxvi  orígenes  de  LA  NOVELA 

ningÚQ  punto  de  contacto.  No  hemos  de  entrar  en  la  cuestión,  bastante  compleja,  do 
los  orígenes  del  drama  calderoniano,  que  muy  pronto  ha  de  ser  tratada  exprofeso  por 
un  erudito  norteamericano;  pero  no  pelemos  menos  de  llamar  la  atención  sobro  frases 
tan  significativas  como  óstas  de  la  Dolería:  «¿Y  a  la  postre  no  para  todo  en  sueño?  no 
» hablamos  d'  ello,  o  no  recordamos  d'  ello  como  de  sueño?»  (pág.  315). 

Muy  distinto  género  de  interés  nos  olrece  L%  Lena  ó  El  Celoso,  obra  lindísima  del 
valisoletano  D.  Alfonso  Velázquez  de  Yelasco  y  última  de  las  que  so  ofrecen  á  la  conside- 
ración del  lector  en  el  presente  tomo.  Impresa  en  1602,  tres  años  antes  que  el  Quijote, 
marca  el  punto  extremo  de  nuestro  trabajo,  no  porque  el  siglo  xvii  dejara  de  producir 
otras  Celestinas,  sino  porque  la  de  Velasco  pertenece  enteramente  al  gusto  del  siglo  an- 
terior, dentro  del  cual  la  suponemos  compuesta,  aunque  fuese  algo  tardía  la  impresión. 
Los  pocos  datos  que  tenemos  del  capitán  pincitno  (como  entonces  solían  llamarse  por 
error  geográfico  los  hijos  de  Valladolid)  nos  inducen  á  creer  que  era  hombre  de  madura 
edad  cuando  dio  á  luz  esta  producción  suya  tan  sabrosa  y  picante.  Y  debía  de  ser  perso- 
na de  cousidnración  en  la  milicia,  puesto  que  le  honraron  con  su  íntima  confianza  dos 
de  los  grandes  soldados  españoles  del  tiempo  de  Felipe  II:  el  coronel  Francisco  Verdugo, 
hijo  ilustre  de  Talavera  de  la  Keina,  primer  sargento  mayor  de  los  tercios  de  Flandcs  y 
heroico  gobernador  de  Frisia,  donde  resistió  catorce  años  á  los  rebeldes  holandeses,  y  el 
perínclito  D.  Bernardino  de  Mendoza,  capitán  de  caballos  ligeros  en  el  ejército  del  Duque 
de  Alba,  imperioso  embajador  del  Rey  Católico  en  Inglaterra  y  en  Francia  y  arbitro 
de  París  durante  los  tumultos  de  la  Liga,  á  la  cual  apoyó  con  su  brazo  y  su  consejo  ('). 
Fué  nuestro  D.  Alfonso  editor,  y  quizá  algo  más,  del  Commentario  ó  Memorias  mili- 
tares del  coronel  Verdugo,  impresas  en  Ñápeles  (1610),  si  bien  cinco  años  antes  corría  ya 
de  molde  una  versión  italiana  de  Jerónimo  Frachetta  (-).  Preceden  y  siguen  á  la  edición 
castellana  [^)  varios  elogios  poéticos  de  Verdugo,  que  había  fallecido  en  1597,  gober- 
nando las  armas  de  España  en  el  Estado  de  I,uxemburgo,  después  de  haber  hecho 
victoriosa  entrada  en  Francia,  llegando  hasta  las  puertas  de  Sedán.  En  un  prólogo  muy 
bien  escrito,  como  suyo,  recopila  D.  Alfonso  una  parte  de  las  hazañas  de  su  amigo,  y 

(')  La  vida  militar  y  política  de  Mendoza  merece  un  libro  qne  no  ha  sido  escrito  aún,  y  cuya 
base  debe  ser  su  riquísima  correspondencia  diploiiiáiica,  aprovecliada  ya,  aun^^ue  no  completamente, 
por  los  liistoriadoies  franceses.  Dos  preciosos  artículos  del  Sr.  Morel-Fatio,  publicados  eti  el  Bulle- 
iin  nispaniqne  de  1906  (Don  Bernardino  de  Mendoza.  I,  La  Tie.II,  Les  (Euvres),  Pon,  hasta  ahora, 
la  más  cabal  liiígrafía  del  autor  de  los  primeros  Comen'arios  de  las  guerrjs  de  los  Piases  Buxos. 

(^)  Li  Commentari  di  Francesco  Verdugo  delle  cote  swese  in  Frisia  nel  tempo  che  eglifa  Goher- 
natore  e  Capitán  Genérale  in  quella  proviucia.  Non  muí  prima  mesai  in  luce  et  trudotti  (Ulln  lingua 
Spagnuola  neW  Italiana,  Con  la  vita  del  medesimo  Verdugo.  Dedicali  da  Girolamo  Frachetta  all 
Illustris.  et  Eccellentis.  Sig.  Don  Giovnn  Alfonso  Piínentelo  d'  Herrera.  Conté  di  Benevento, 
Vicere  &  Capitán  Genérale  del  Regno  di  Napoli.  In  Napoli,  nella  Stamperia^  di  Felice  Stigliola^  á 
Porta  Reale.  M.  DCV {I60ó). 

(^)  Comentario  del  coronel  Francisco  Verdugo,  De  la  guerra  de  Frisa:  en  XIIII  Aüos  que  fue 
Goiiernador  y  Capitán  gmerul  de  aquel  Edudo,  y  Exércilo.  por  el  Rey  D  Phelippe  II.  N.  S.  Sacado 
a  luz  por  D.  Alfonao  Velázquez  de  Velasco.  Dedicada  a  D.    Francisco  lean  de   Torres,  Comeiid  idor 
de  Maseras,  de  la  Orden  de  Santiago;  A  Icayde  perpetuo  de  la  Casa.  Real  de  Valencia,  del  Consejo  Cola-      ! 
teral  de  S.  M.  &.  En  Ñapóles.  Por  luán  Domingo  Ro7icullolo,  1610.  Con  licencia  de  los  superiores. 

8.0  18  hs.  ' 

Reimpreso  por  los  Síes.  Fueni^anta  del  Valle  y  Sancho  Rayón  en  su  Colección  de  libros  espnñoleí 
raros  ó  curiosos,  tomo  II  (Madrid,  1872).  ¡ 


IU"TRODUCCION  ocLxxrii 

se  queja  de  la  envidia  que  oscureció  sus  proezas  y  dejó  siu  el  debido  premio  tan 
extraordinarios  servicios.  Y  en  la  dedicatoria  nos  da  estas  noticias  del  libro  que  publica: 
«CouGeso  haberme  pesado  do  ver  este  Commentarío  traducido  e  impreso  en  lengua 
» italiana  antes  que  en  la  natural  que  lo  escribió  su  autor,  el  cual,  como  á  su  familiar 
»  servidor,  me  le  dio  de  su  mano  en  Bruselas,  y  asi,  estimándole  por  do  no  menos  sus- 
.>tancia,  en  su  tanto,  que  cualquiera  de  los  de  Julio  César,  le  he  traido  como  un  bre- 
»viar¡o  después  acá  siempre  conmigo...  No  he  querido  dexar  de  sacarle  de  la  tiuiebla 
¿>en  que  le  he  tenido,  y  asi  le  comunico  ahora  a  mi  patria  y  nación  en  su  idioma,  sin 
» alterar  cosa  ninguna  d'  61,  ni  añadir  las  postilas  o  glosas  que  suelen  notarse  en  seme- 
»jantes  obras,  por  saber  do  cierto  que  la  intención  del  coronel  no  fue  señalarse  en  la 
> pluma  (aunque  podia)  como  en  las  armas,  antes  decir  sr.cintamente  los  sucesos  de 

>  Frisa,  sin  más  afectación  de  la  que  trae  la  pura  verdad  consigo,  manifestando  su  inte- 
'>gridad  y  proceder  para  confusión  de  sus  émulos»  ('). 

Con  ser  tan  explícitas  estas  palabras,  no  faltó  en  su  tiempo  persona  bien  informada 
de  las  cosas  de  Verdugo  que  ati'ibayese  al  capitán  Yelasco  la  redacción  de  sus  Comen- 
tarios. Así,  el  autor  de  la  biografía  anónima  descubierta  y  publicada  por  D.  Antonio 
Rodríguez  Vilia:  «Lo  sucedido  en  ella  (la  guerra  de  Frisia)  desde  el  año  de  1581  hasta 
'>el  de  1593  o  94,  anda  ya  escrito  en  tantas  relaciones  y  en  diferentes  lenguas,  y  últi- 
» mámente  en  libro  particular  que  desto  ha  sacado  a  luz  de  poco  tiempo  a  esta  parte 
¿>don  Alonso  Yelazquez  de  Yelasco,  que  lo  imprimió  en  Ñapóles...  Remito  a  quien  fuere 
» curioso  o  afortunado  al  libro  referido  y  a  los  domas  que,  aunque  cortos,  dan  luz  de  lo 

>  que  pasó  en  los  catorce  años  que  el  Coronel  gobernó  la  dicha  provincia,  y  quede  a 
» cargo  de  quien  ahora  hace  esta  relación  sacar  a  vista  de  todos,  con  mucha  brevedad, 
s>  todos  los  sucesos  de  Frisia,  dando  razón  dellos  muy  particularmente  y  comproban- 
*  dolos  con  papeles  y  ordenes  de  que  no  se  puede  recibir  duda;  porque  aunque  es  cierto 
i>  que  el  dicho  don  Alonso  Velaxqiiex.  de  Velasco  escribió  el  dicho  libi'o  imitando  a 
» Julio  Céscu\  fue  tan  solamente  lo  que  el  propio  Coronel  le  comunicó»  (-). 

Páginas  hay  en  el  Comentario  de  Yerdugo  que,  como  otras  muchas  de  nuestros 
clásicos  militares  del  siglo  xvi,  recuerdan  la  manera  de  Julio  César  (3);  pero  el  Coronel 
era  muy  capaz  de  escribirlas,  puesto  que,  como  dice  su  compañero  de  armas  D.  Carlos 

(')  PP.  1-2  de  la  reimpresión. 

(*j  Curiosidades  de  la  Histeria  de  España.  Tomo  III.  El  Coronel  Francisco  Verdugo  (1537- 
1505).  Nuevos  datos  bior/rújiros  (Mmlrid,  Rivadeneyra,  18II0),  pp.  o9  y  40, 

(^1  Véase,  como  muestra,  el  principio  de  una  de  las  narraciones  más  felices:  «El  invierno  entraba 
Bá-ipi  ro,  y  nuestra  gente,  por  lo  que  Iiabia  padecido  en  el  sitio  y  la  extrema  necesidad  que  pasaba, 
Desiaba  muy  descontenta,  por  lo  cual  invié  ú  Humar  á  Tassia  para  que  recogiendo  el  trigo  que  se 
ípüdie.-e  iiuilar  en  In  Tuvetit,  lo  llevase  dentro  do  la  vilia.  Y  considerando  que  Iiabia  mucho  tiempo 
Bque  no  llovia,  y  que  onlinaiiamer.te  liáciu  la  fin  del  otoño,  como  no  llueva,  el  Rin  está  más  baxo  que 
Den  todo  el  año,  y  por  coubiguiente  los  demás  brazos  del,  }•  más  con  los  vientos  orientales;  venido,  le 
«irilené  que  buscase  vado,  no  dudando  de  que  le  liallaria  (por  tener  alguna  experiencia  de  aquel  rio, 
«Ic'I  tiempo  del  Duque  de  Alba,  el  cual  me  invióde  guarnición  á  Deveiiler  con  el  coronel  Slondragon), 
i>y  halláiiiiole,  que  pasase  y  tentase  si  por  detrás  podria  ganar  los  fuertes  que  el  enemigo  babia  dexado, 
'■y  en  caso  que  nn,  se  entrase  por  la  Velluva  adelante  a  exccutar  las  contril>uciones  que  habían  prome- 
«lidoy  no  pigado  y  para  este  efecto  le  proveí  de  más  gente  de  la  que  él  tenia.  Avisóme  que  habia 
»h:illado  el  vado,  y  que  piaba  y  seguía  la  orden  que  yo  le  habia  dado.  Hubo  dificultad  en  el  pasar, 
»porque  por  el  rio  venian  ysí  los  hielos  granoes,  por  los  cuales  se  perdieron  algunos  de  nuestra  caba- 
olleria;  la  infantería  pasaba  en  barcas  y  a  ancas  de  caballos,  muy  poco  a  poco  y  con  mucho  trabajo. 


ccLxxTiii  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Coloma,  «tuvo  este  insigne  caballero  elocuencia  natural  grajidísinia^  y  todas  las  partes 
»que  para  ser  gran  soldado  j  gran  gobernador  convenían»  f).  Fuera  de  estos  pasajes, 
que  fácilmente  se  destacan  del  resto,  el  estilo  del  Comentario^  que  más  bien  debería 
llamarse  memorial  ó  alegato  en  causa  propia ,  tiene  poco  de  literario,  y  á  veces  es  tan 
desaliñado  y  confuso,  que  por  ningún  concepto  puede  atribuirse  á  la  elegante  pluma 
del  autor  de  la  Lena.  Cuando  prestó  á  su  antiguo  jefe  el  gran  servicio  postumo  de  divul- 
gar su  triunfante  vindicación,  respetó,  sin  duda,  el  manuscrito  que  tenía  entre  manos, 
creyendo  muy  bien  que  cualquier  enmienda  ó  retoque  alteraría  el  carácter  personalísimo 
de  aquellas  Memorias  y  haría  sospechosa  su  veracidad. 

También  D.  Bernardino  de  Mendoza  confió  á  Diego  Alfonso  Velázquez  de  Velasco 
un  ensayo  poético  suyo,  que  Yelázquez  publicó  juntamente  con  sus  propios  versos. 
Trátase  de  una  oda  sobre  la  conversión  del  pecador^  compuesta  con  fervorosa  unción 
en  liras  bastante  fáciles,  aunque  poco  limadas.  Velasco  encabezó  con  ella  otras  que  él 
tenía  escritas  á  imitación  de  los  siete  salmos  penitenciales,  y  formó  con  todo  ello  un 
breve  y  elegante  volumen,  estampado  por  las  famosas  prensas  Plantinianas,  en  1593, 
bajo  los  auspicios  del  gran  Conde  de  Fuentes,  D.  Pedro  Enríquez  (-).  En  la  dedicatoria 
dice  Velasco:  «El  Señor  don  Bernardino  de  Mendoza,  siendo  Embajador  en  Francia, 
»me  envió  de  Paris  a  Ñapóles  las  Odas  que  al  principio  de  las  mias  he  puesto;  por 
» haberme  incitado,  como  todas  las  demás  cosas  de  su  divino  ingenio,  a  seguirle  en  la 
» imitación  de  estos  Salmos,  a  los  cuales  me  incliné,  por  continuar  la  materia  de  con- 
»  versión,  y  tener  en  particular  tantos  devotos  de  nuestra  nación  que  ordinariamente 
:>  los  dicen.  Y  puestos  ya  en  la  forma  de  más  fácil  inteligencia  que  con  humilde  enten- 
»dimieüto  he  podido  alcanzar,  con  poco  más  de  mi  caudal  que  decirlo  en  mi  lengua; 
»  sin  apartarme  de  la  luz  de  algunos  recibidos  Interpretes,  confiriéndolos  con  personas 
»  doctas,  persuadido,  o  cuasi  forzado  de  los  mismos,  he  resuelto  imprimirlos.» 

Las  imitaciones  de  Velasco  van  tan  ceñidas  al  sagrado  texto,  que  casi  pueden  cali- 

))Hacía  una  niebla  lan  espesa,  que  impedía  que  los  de  los  fuertes  del  enemigo  no  los  viesen,  mas 
«oyendo  algún  ruido,  inviaron  cuarenta  o  cincuenta  soldados  a  reconocer,  y  hallaron  que  los  prime- 
»ro8  de  nuestra  infantería  habian  pasado,  y  que,  hecho  fuego,  se  estaban  calentando  alrededor  de  él, 
»y  por  la  escuridad  de  la  niebla  estuvieron  muy  cerca  unos  de  otros  antes  de  verse.  Nuestros  solda- 
))dos  desesperadamente  cerraron  con  ellos,  sin  capitanes,  porque  todos  estaban  de  la  otra  parte  del 
«rio  ocupados  con  Tassis  en  hacer  pasar  la  gente,  fuéionlos  siguiendo  hasta  hacerlos  meter  en  su 
))f  uerté,  y  con  el  mesmo  ánimo  cerraron  con  él,  y  ayudándose  los  unos  a  los  otros  con  las  picas  y 
«alabardas  lo  mejor  que  pudieron,  le  entraron  y  degollaron  más  de  cien  hombres»  (pág.  83). 
O  Pág.  106  de  la  ed.  de  Rivadeneyra  (Historiadores  de  sucesos  particulares,  tomo  II). 
(^)  Odas  a  imitación  de  los  siete  salmos  penitenciales  del  Real  Propheta  David,  por  Diego 
Alfonso  Velázquez  de  Velasco.  Al  limo,  y  Excmo.  Señor  D.  Pedro  Enriquez,  Conde  de  Fuentes,  d'  el 
Consejo  d'  Estado  d'  el  Rey  Católico  nuestro  Señor,  En  Amveres.  En  la  Emprenta  Plantiniana, 
Año  M.  D.  XCIII. 

8.°  67  pp.  inclusos  los  pre^  minares,  un  soneto  con  que  termina  y  dos  hojas  más  con  un  Preui- 
legio  y  tres  aprobaciones.  Lleva  dos  escudos  de  armas,  el  del  impresor  Plantino  y  el  del  Mecenas,  y 
una  lámina  del  rey  David,  todo  ello  grabado  en  cobre. 

Fueron  reimpresas  estas  odas  por  D.  Francisco  Cerda  y  Rico,  en  el  curioso  volumen  titulado: 
Poesías  Espirituales  escritas  por  el  P.  M.  Fr.  Luis  de  León,  del  Orden  de  S.  Agustín;  Diego  Al- 
fonso Velázquez  de  Velasco;  Fr.  Paulino  de  la  Estrella,  del  Orden  de  S.  Francisco ;  Fr.  Pedro  de 
Padilla^  del  de  N.  S.  del  Carmen,  y  Frey  Lope  Félix  de  Vega  Carpió...  En  Madrid:  en  la  Imprenta 
de  Andrés  de  Sotos.  Año  de  M.  DCC.  LXXIX  (1779). 
8.°  pp.  61-120. 


INTRODUCCIÓÍí'  coLxxix 

ficarse  de  traduccioues  parafrásticas,  aunque  desmayadas  y  sin  brío.  Tanto  él  como 
Meudoza  procuran  imitar  á  Fray  Luis  de  León,  no  sólo  en  el  metro,  sino  en  el  estilo; 
pero  lo  que  es  sabrosa  y  poética  llaneza  en  el  primero,  es  indigencia,  falta  de  color  y 
prosaísmo  en  las  odas  de  los  dos  capitanes,  que  parecen  haber  atendido  únicamente  á 
la  edificación  de  los  devotos. 

Pasar  desde  estos  ejercicios  espirituales  á  la  composición  de  una  comedia  tan  des-- 
envuelta  y  libre  como  la  Lena^  parecería  extraño  en  nuestros  días;  pero  en  el  siglo  xvn 
á  nadie  podía  sorprender  ni  escandalizar.  Nuestros  grandes  ingenios  ofrecen  á  cada 
paso  estos  contrastes,  siendo  igualmente  sinceros  en  las  veras  y  en  las  burlas,  sin  rastro 
de  los  hipócritas  melindres  y  afectada  gravedad  que  hoy  se  estilan.  El  caso  de  D.  Fran- 
cisco de  Quevedo  se  ha  repetido  con  mucha  frecuencia,  y  puede  tomarse  como  típico  y 
normal  de  la  sociedad  en  que  vivía.  Xo  sabemos  cuándo  escribió  su  comedia  ü,  Alfonso 
Velázquez;  pero  es  tan  literaria  y  pulida,  demuestra  un  gusto  tan  formado  ó  indica 
tanta  experiencia  y  conocimiento  de  la  vida,  que  de  ningún  modo  podemos  creer  que 
fuese  una  improvisación  juvenil,  sino  el  fruto  muy  maduro  de  los  viajes,  campañas, 
devaneos  y  aventuras  de  su  autor.  Impresos  los  Salmos  en  1593  y  la  Lena  en  1G02, 
parece  seguro  que  la  obra  devota  antecedió  á  la  picaresca,  al  revés  del  caso  de  Alonso 
(le  Villegas  y  de  lo  que  parece  más  natural  y  lógico  en  el  proceso  de  la  vida  humana. 

Tuvieron  ambas  obras  el  mismo  Mecenas  en  el  insigne  capitán  D.  Pedro  Enríquez 
de  Acevedo,  conde  de  Fuentes,  gobernador  de  Lombardía,  á  cuyas  órdenes  estaba 
Velázquez  cuando  publicó  en  Milán  su  comedia  (').  Pero  algo  singular  debió  de  ocu- 
rrir, puesto  que  del  mismo  año  y  del  mismo  impresor  encontramos  otra  edición,  con  el 
título  cambiado,  que  aquí  no  es  La  Lena,,  sino  El  Celoso,  con  dedicatoria  á  distinta 
persona  y  con  algunas  variantes  de  palabras  que  en  general  mejoran  el  texto  (-).  La 
modificación  del  título  pudo  tener  por  objeto  alejar  la  infundada  sospecha  de  que  la 

(')  La  identidad  entre  el  autor  de  las  Odas  y  el  de  la  Lena,  admitida  por  Barrera,  Salva  y  otros 
bibliógrafos,  no  creo  que  esté  sujeta  á  contradicción  alguna,  aunque  nunca  falta  quien  arme  cara- 
millos sobre  fútiles  temas.  En  la  dedicatoria  de  la  segunda  obra  parece  que  se  alude  con  bastante 
claridad  á  la  piimera:  aCon  fin  de  aliviar  a  V.  S.  algún  rato  en  la  vacación  de  sus  granes  ocupa- 

»ciones,  renouamlo  el  reconocimiento  de  su  seruicio» «sus  heroicas  virtudes...  llaman  a  cele- 

)>brarlas  al  humilde  talento  que  antes  de  ahora  he  dedicado  a  V.  E.y»  Y,  en  efecto,  la  Lena  era  la 
segunda  obra  que  Velázquez  dedicaba  al  conde  de  Fuentes. 

Las  iniciales  D.  A.  V.  D.  V.  que  campean  en  la  portada  lo  mismo  pueden  interpretarse  Diego 
Alfonso  Velázquez  de  Velasco  (forma  usada  en  las  Odas)  que  Don  Alfonso  Velázquez  de  Velasco. 
La  dedicatoria  nos  deja  en  la  misma  perplejidad,  pues  aunque  está  firmada  con  los  apellidos  enteros, 
los  hace  preceder  de  la  inicial  D.  ■  . 

Son  verdaderamente  extrañas  las  transformaciones  que  ha  sufrido  el  nombre  de  este  autor.  Don 
Ltiis  José  Velázquez,  en  sus  Orígenes  de  la  poesía  castellana  (2."  edición,  pág.  99),  le  convierte  en 
n.  Alfonso  Uz  de  Velasco,  y  lo  mismo  Mayans  en  su  Rhetnrica.  Otros  le  han  llamado  eclécticamente 
l.'z,  Vaz  ó  Velázquez  de  Velasco.  ¡Tanta  confusión  puede  nacer  de  una  sencillísima  abreviatura! 

(')  La  Lena  por  D.  A.  V.  D.  V.  Finciano.  Ilustriss.  y  Excellentiss.  S.  D.  Pedro  Enríquez  de 
Azebedo,  Conde  de  Fuentes,  d'  el  Consejo  d'  Estado,  Gouernador  del  de  Milán  y  Capitán  General  en 
Italia,  por  el  Rey  Católico  N.  S.  (Escudo  del  impresor).  En  Milán.  Por  los  herederos  del  quon 
(quondam]  Pacifico  Pondo  et  luán  Bautista  Picalia,  compañerof;,  1602.  Con  licencia  de  los  Superiores» 

16."  5  hs.  prls.  y  276  páginas. 

La  dedicatoria  está  firmada  en  Milán  á  1  de  abril  de  1602. 

—  El  Celoso,  por  D.  Alfonso  Vz.  de  Velasco.  A  D.  luán  Fernandez  de  Velasco,  condestable  de 
Castilla  y  León,  duque  de  Frias  &,,  del  Consejo  d'  Estado,  y  presidente  d'  el  de  Italia  por  eireynuextrd 


coLxxx  orígenes  de  LA  NOVELA 

comedia  española  fuese  una  imitación  de  la  Lena  del  Ariosto,  con  la  cual  nada  tijne 
de  común  más  que  el  nombre  y  la  remota  analogía  de  encerrarse  un  amante  en  un 
arca,  así  como  en  la  pieza  del  poeta  ferraros  le  ocultan  en  una  cuba  ó  tonel  (').  Tampoco 
es  inverisímil  que  Velázquez  cayese  en  la  flaqueza  de  lisonjear  simultáneamente  á  dos 
magnates,  dedicándoles  una  misma  obra  con  dos  títulos,  aunque  el  procedimiento  no 
dejaba  de  ser  peligroso  tratándose  de  persona  tan  culta  y  literata  como  el  Condestable 
de  Castilla,  bien  conocido  por  la  controversia  que  sostuvo  con  Hernando  de  Herrera 
titulándose  el  Prete  Jacopin  y  por  otros  papeles  satíricos,  de  uno  de  los  cuales  hay 
reminiscencias  en  la  Lena  ("^).  Acaso  buscó  su  sombra  nuestro  autor  por  no  haber 
encontrado  en  el  conde  de  Fuentes  el  galardón  que  esperaba. 

Sea  de  esto  lo  que  fuere,  y  quizá  el  tiempo  lo  aclare,  la  Le?ia  no  tiene  trazas  de 
ser  fábula  de  pura  invención,  sino  pintura  de  algún  caso  de  la  vida  real,  poco  edificante 
por  cierto.  La  misma  Lena  dice  en  el  Prólogo,  contando  sus  andanzas:  «De  lance  en 
> lance  fui  a  dar  comigo  en  Ñapóles...  y  al  cabo  de  pocos  dias  me  resolui  de  tomar 
'>casa  de  por  mí,  y  puse  tienda  abierta  de  cortesana...  El  que  estuvo  allí  en  tiempo 
» del  buen  Duque  de  Osuna  se  acordará  de  la  Buixa,  que  asi  me  llamauan  entonces* 
(pág.  391). ' 

La  figura  del  marido  celoso,  en  la  cual  se  encarniza  nuestro  D.  Alfonso  con  viudi- 

señor.  En  Milán,  por  los  heredaros  del  q.  (quondam)  Pacifico  Pondo  y  I.  Baptista  Piccalia,  compa- 
ñeros, año  1602.  Con  licencia  de  los  Superiores, 

8."  278  páginas.  La  nueva  dedicatoria  al  Condestable  está  firmada  á  15  de  septiembre  de  1602, 
en  Milán. 

—  El  Celoso,  por  D.  Alfonso  Vz.  de  Ve'as^o.  Barcelona,  por  Sebastian  Cormellas,  1613. 

12."  14  lis.  prU,  y  134  foliabas. 

La  aprobación  de  Fr.  Tomás  Roca  es  del  20  de  noviembre  del  mismo  año. 

El  Celoso  fué  reimpreso  por  D.  Kugenio  de  Oclioa,  siguiendo,  al  parecr-r,  la  edición  de  Barce- 
lona, en  el  tomo  I  del  Tesoro  del  Teatro  Español  de  la  colección  de  Bandr}-  (Parí.-',  1838). 

Al  reproducir  nuevamente  la  Lena  con  ku  primitivo  título  hemos  tomado  como  texto  el  de  la 
primera  eJición  de  Milán,  anotando  las  variantes  de  El  Celoso. 

(')  Pacífico  Tanto  che  qnesti  che  verran  con  Fazio, 

ür  mi  torna  in  memoria  Cercato  a  lor  beiragio  ogni  cosa  abbiano. 

C'ho  in  casa  una  gran  botte,  che  prestatami  „ 

rv     ..,  1  i.  c    j  n        ^        •  Coreólo 

Quest  anno  al  tempo  fu  della  vendemmia 

Da  un  mió  párente,  acciocché  adoperandola  Vi  capirá  egli  dentro? 

Per  tino,  le  facessi  Todor  perderé 

Ch'  avea  di  seccu:  egli  di  poi  lasciata  me  i  ACIFICO 

L'  ha  fin  adesso.  lo  v6  lo  vo  nascondere  EJ  a  sao  cómodo. 

(Xa  Lena,  a.  HI,  se.  VII). 

Opere  Minori  iji  verso  e  in  prosa  di  Lodovico  Ariosto^  ordinate  e  annotate  per  cura  di  F.  L.  Poli- 
dori.  Tomo  11.  Florencia,  ed.  Le  Monnier,  1857.  (Pág.  320). 

('}  d Ramiro,— 'Y ea,  yo  á  Vs.  ms.  señores  de  dos  grandes  ciudades. 

TfMacias. — Qué  tan  grande»,  por  vida  mía? 

y>Ramiro. — Por  lo  menos,  como  la  de  Sumtien  de  la  China,  que  (si  no  miente  el  que  lo  escrine) 
í>ha  menester  un  hombre,  para  atrauessarla  de  puerta  a  puerta,  caminar  con  buen  cauallo  tod  >  vn  dia 
»3Ín  pararse  (esto  sin  los  arrabales,  que  son  otro  tanto),  y  es  de  tanta  gente,  que  en  media  hora  puc- 
Dden  juntar  doscientos  mil  combatientes,  los  cien  mil  a  caualloo  (pág.  42D). 

Parece  clara  la  alusión  satírica  á  la  Historia  de  la  China  del  P.  Mendoza,  y  á  la  carta  del  Sol- 
fiado  de  Cáceres,  que  contra  ella  escribió  el  Condestable. 


lífTRODüCCIÓN  ccLicxxi 

cativo  ensaücamiento,  también  parece  tomada  del  natural,  y  61  mismo  lo  indica  hablando 
con  el  conde  de  Fuentes  y  con  los  lectores:  «El  jocoso  concepto  que  en  mi  ocio  he  for- 
'>mado,  rompiendo  lanxas  en  un  frenético  y  desesperado  celoso...»  «Hallando  en  mi 
» ociosidad  empeñada  la  melancolía  en  diuersos  pensamientos  de  los  graciosos  tiros  que 
^muchas  mujeres  del  tiempo  viejo  hixieron^  y  en  la  consideración  d'  el  ardiente  furor 
»de  aquel  triste  que  siente  el  mortal  veneno  do  una  celosa  desconfianza  {de  ciiijos 
^rauiosos  desconciertos  me  ha  tocado  gran  parte)^  me  puso  por  mi  pasatiempo,  como 
í>  en  vengan!^  t  del  daño  resebido^  a  componer  esta  ridiculosa  comedia,  en  que  algunos 
'>  ratos  ho  refrescado  los  espíritus  de  cierta  seca  tristeza  mia»  (pág.  389). 

Este  pasaje  es  importante  para  mostrar  la  verdadera  filiación  de  El  Celoso^  que, 
siendo  una  de  las  más  perfectas  imitaciones  de  la  prosa  dramática  de  la  Celestina^  es 
al  mismo  tiempo  una  de  las  más  originales  6  independientes  en  su  traza,  argumento, 
caracteres  y  estilo.  No  hay  que  tomar  al  pie  de  la  letra  lo  que  el  autor  dice:  «conside- 
»reu  que  hablo  en  el  papel  como  al  primero  que  encuentro  en  la  calle».  Esto  era  lo 
que  había  hecho  Francisco  Delicado,  pero  un  ingenio  tan  culto  y  fino  como  el  de 
Velasco  no  podía  satisfacerse  con  tan  vulgar  procedimiento.  Fué  realista,  pues,  de  la 
grande  escuela  española,  como  lo  había  sido  el  autor  de  la  Celestina^  como  iba  á  serlo 
Cervantes,  de  quien  parece,  no  inmediato  predecesor,  sino  imitador  y  discípulo  á  veces: 
tan  grande  es  la  fuerza  do  la  semejanza. 

Pero  con  ser  la  Lena  tan  castiza  en  el  fondo,  tiene  mucho  de  comedia  italiana  en 
su  técnica.  Aunque  escrita  para  la  lectura  y  no  para  la  representación,  está  concebida 
en  forma  de  comedia  y  no  de  novela:  es  un  poema  esencialmente  activo^  en  que  cono- 
cemos á  los  personajes,  no  sólo  por  sus  palabras,  sino  por  sus  hechos.  Hasta  cuatro  intri- 
gas se  cruzan  en  él,  ingeniosamente  combinadas,  sin  daño  de  la  claridad  ni  perjuicio 
del  desenlace.  En  el  artificio  dramático,  en  la  solidez  de  la  construcción,  en  el  vigor  de 
los  caracteres,  vence  con  mucho  á  todas  las  comedias,  bastante  informes,  que  habían 
compuesto  Timoncda,  Lope  de  Rueda,  Sepúlveda,  Alonso  do  la  Vega;  y  en  las  gracias 
del  diálogo  no  cede  á  ninguna,  con  la  ventaja  de  ser  su  humorismo  de  calidad  más 
honda.  Es  pieza  larga,  pero  no  de  tales  dimensiones  que  la  hagan  irrepresentable,  pues 
apenas  llega  á  la  tercera  parte  de  la  Celestina  primitiva  y  no  excede  á  la  de  varias  fá- 
,  bulas  que  positivamente  fueron  representadas  en  Italia.  En  suma,  la  Lena  es  la  mejor 
'  comedia  en  prosa  que  autor  español  compuso  á  fines  del  siglo  xvi. 
1        Pero  ¿será  enteramente  original?  Hasta  ahora  no  he  encontrado  motivo  para  du- 
darlo. Pertenece  á  una  escuela  conocida:  los  medios  y  recursos  que  emplea  recuerdan 
de  un  modo  genérico  los  procedimientos  del  teatro  italiano,  y  quizá  más  las  astucias  y 
1  estratagemas  de  amor  que  tanto  repiten  los  novellieri  6  cuentistas.  El  mismo  Velasco 
•nos  llama  la  atención  sobro  esto:  «No  puede  dexar  de  ser  ésta  de  las  más  solones  bur- 
.»las  que  se  hallan  escritas  en  el  Bocados  (pág.  418).  Pero  entre  las  historias  de  man- 
idos burlados,  que  abundan  en  el  Decameron^  ninguna  concuerda  exactamente  con  el 
principal  enredo  de  la  Lena^  es  decir,  el  entenderse  los  amantes  por  medio  del  canto  ó 
i'ecitación  de  ciertos  versos,  ardid  que  vemos  repetido  con  alguna  frecuencia  en  núes- 
pos  dramaturgos  del  siglo  xvii,  especialmente  en  Tirso,  Calderón  y  Morete.  Del  lance 
peí  arca  ya  hemos  indicado  que  trae  á  la  memoria  otro  del  Ariosto,  y  algo  semejante 
aay  cu  la  Calandra  del  cardenal  Bibbienna;  pero  so  trata  de  un  tópico  vulgarísimo, 
lue  lo  es  también  de  varias  novelas  italianas  y  españolas,  como  la  del  médico  de  Cádix 


ooLxxxii  orígenes  DE  LA  NOVELA 

que  insertó  en  su.  Teatí'o  Papular  D.  Francisco  de  Lugo  y  Dávila  (').  El  tipo  del  dómine 
Inocencio,  si  bien  tratado  con  deliciosa  novedad,  pertenece  á  la  familia  de  los  pedantes 
de  la  comedia  italiana  (recuérdese,  por  ejemplo,  //  Candelajo  de  Giordano  Bruno). 
Otras  semejanzas  podrá  reconocer,  sin  duda,  la  erudición  de  algún  especialista,  como  el 
doctísimo  Stiefel.  Natural  parece  que  un  hombre  tan  leído  como  D.  Alfonso  Velázquez, 
que  no  hacía  alarde  de  originalidad,  puesto  que  adoptó  por  divisa  aquella  sentencia  de 
Terencio:  Nulliim  est  iam  dietiim^  quod  dictum  non  sit  prius\  que  se  complace  en 
citas  textuales  de  los  autores  clásicos,  especialmente  de  Propercio  y  Ovidio  (^);  que 
repite  fábulas  y  cuentos  de  origen  conocido  (^),  aprovechara  en  la  rica  mies  del  arte 
toscano  lo  que  le  pareciese  útil,  con  el  mismo  desenfado  que  tenía  en  explotar  á  sus 
propios  contemporáneos  españoles,  hasta  el  punto  de  haber  prosificado  parte  de  una 
escena  y  un  coro  de  la  Nise  lastimosa  de  Fr.  Jerónimo  Bermúdez,  traducción  libre, 
como  es  sabido,  de  la  Castro^  tragedia  portuguesa  de  Antonio  Ferreira  {^).  Por  tan 
extraños  y  tortuosos  senderos  camina  á  veces  la  imitación  literaria,  y  tan  raras  sorpre- 
sas suele  proporcionar  la  comparación  de  libros  de  materia  y  estilo  muy  diversos.  Pero 
estas  imitaciones  ocasionales,  aunque  fuesen  más,  poco  importarían  en  el  conjunto  de 
una  obra  escrita  con  tanto  ingenio  y  tanta  bizarría  como  la  Lena. 

Lo  que  en  ella  parece  más  italiano  es  el  espíritu.  No  pudo  menos  Velasco  de  conta- 
giarse del  ambiente  que  por  tantos  años  había  respirado  en  Milán  y  en  Ñapóles.  Si  la 
Lena  no  fuese  obra  de  puro  pasatiempo  y  burla,  comedia  ridiculosa^  como  su  autor  la 
llama,  habría  que  calificarla  de  inmoral  en  alto  grado,  puesto  que  en  ella  queda  triun- 

(')  Teatro  popular.  Novelas  Morales  j^ara  mostrar  los  géneros  de  vidas  del  pueblo  y  afectos,  cos- 
tumbres y  passiones  del  animo  co  aproueehamiento  para  todas  personas...  Por  D.  Francisco  de  Lugo  y 
Dcivila.  En  Madrid.  Por  la  viuda  de  Fernando  Correa  Montenegro .  Año  M.  D.  C.  XXII.  A  costa 
de  Alonso  Pérez. 

(Reimpreso  por  D.  Emilio  Cotarelo  en  su  Colección  Selecta  de  Antiguas  novelas  españolas,  Ma- 
drid, 1906,  t.  I.) 

La  novela  del  médico  de  Cádiz  es  la  sexta  de  las  incluidas  en  el  tomo. 

(^)  Vid.  pp.  392,  396  y  407:  «No  soñaua  el  que  pintó  niño  á  Cupido,  porque  propiamente  el 
mamares  de  los  mogos..  » 

Quicumque  ille  fuit,  puerum  qui  pinxit  Amoreni, 
Nonne  putas  miras  hunchabuisse  manus... 

(Propert.,  Lili.  II.  eleg.  IX). 

{^)  Como  la  siguiente,  que  es  de  origen  esópico  y  también  está  en  los  Cento  Novelle  Antiche: 

«Acuerdóme  ahora  de  qu'estando  un  malhechor  en  la  escalera,  le  presentaron  vna  moza  perdida 
»coxa,  para  librarle  si  se  quisiesse  casar  con  ella;  y  al  punto  que  la  vio,  boluiendo  al  verdugo,  dixo: 
»Hazé  presto,  hermano,  vuestro  oficio,  que  renquea»  (pág.  408). 

(*)  Compárese  el  monólogo  de  Maclas  (pág.  393)  con  el  tinal  del  primer  acto  de  la  Nise  las-  j  i 
timosa:  í  i 

«Con  quánta  fuerga,  o  Amor,  arrojas  las  inuisibles  fleclias,  cuyas  heridas  se  sienten  en  medio  !  j 
)>del  coraron,  donde  con  ser  ciego  tan  incierto  aciertas,  derramando  por  las  venas  el  oculto  veneno,  I  i 
))con  que  enciendes  la  pureza  de  los  más  elados.  Qué  cetro  ay  que  te  pueda  hazer  resistencia,  tenien-i  ' 
»dolos  todos  a  tu  dominio  sujetos?  Quién  puso  a  Troya  en  tanta  ruina  y  desuentura,  que  d'ella  no¡  i 
»dexó  casi  cenizas?  Quién  afeminó  el  robusto  y  fuerte  brago  de  Hercules,  y  puso  en  sus  vengadoras/  { 
))manos,  en  lugar  de  la  pesada  maga,  vna  ligera  rueca?  Si  no  tú,  que  escudriñando  los  más  escondidoai  ' 
))SPnos  del  mar,  en  su  profundo  abismo  a  los  mudos  peces  enciendes,  a  las  aues  en  la  región  del  airol  f 
»no  perdonas;  ni  menos  a  los  brutos  animales,  a  quien  traes  en  continua  guerra.  Qué  hraueza  mue8-\  -i 
y>iran  los  feroces  leones,  los  crueles  tigres,  losfuertes  toros  y  los  ligeros  cieruos,  quando  se  sienten  heriA    ■{ 


INTRODUCClÓíí 


CCLXlXÍII 


faate  el  adulterio  y  vilipendiado  y  escarnecido  el  honor  conyugal.  ISrrngitno  de  los  auto- 
res de  Celestinas  se  había  atrevido  á  tanto,  salvo  el  anónimo  de  la  SeraphinM^  que" 
escribía  en  época  de  desenfrenada  licencia.  Su  comedia  es  monstruosa  en  las  situacio- 
nes y  en  el  lenguaje,  y  de  ningún  modo  puede  compararse  su  grosera  lubricidad  con  el 
arte  refinado  y  la  intensa  malicia  de  la  Lena^  donde  es  mucho  más  lo  que  se  sobren- 
tiende que  lo  que  realmente  se  expresa:  obra,  en  suma,  más  bien  picante  que  lasciva, 
pero  de  un  cinismo  cómico,  que  convierte  en  materia  de  risa  las  más  aflictivas  flaquezas 
y  desventuras  matrimoniales.  Hasta  los  nombres  de  los  interlocutores  corresponden, 
casi  todos,  á  la  maldita  y  descomulgada  región  de  Cornualla  (pág.  422).  Uno  se  llama 
Aries,  otro  Morueco,  el  de  más  allá  Cornelio,  el  protagonista  Cervino,  una  dama  doña 
Violante  de  Cabrera,  un  paje  Bezerrica,  un  barbero  Ramiro  Cornato.  Y  en  el  curso  de 


í>dos  de  su  flecha!  Al  fin,  todo  este  inundo^  ¡i  el  que  no  vemos,  no  es  otra  cosa  sino  una  vnioii  y  suaue 
y)liga  con  que  todas  están  trauadas;  tic  las  crias,  conserwis  y  entretienex;  por  ti  respiran  y  no  se  acaban; 
y)serian  los  homhres  peores  que  las  fieras  si  tú  no  fuesses  el  cebo  y  alimento  de  sus  coraqonesi)  (pág.  393). 

¡Oh  con  cuánta  crueza  y  osadía  O  Troya,  Troya,  ¿quióii  te  puso  fuego, 

Sus  flechas  contra  todo  el  mundo  arroja!  Y  no  dejó  de  ti  ni  aun  las  cenizas.' 

En  el  medio  del  alma  siempre  acierta,  Y  tú,  de  Alchimena  hijo  valeroso, 

E»te  joven  cruel,  cruel  y  ciego,  ¿Por  qué  la  piel  dejaste  leonina? 
De  alli  derrama  por  las  altas  venas,                          '    ¿Por  qué  la  fuerte  maza,  las  saetas? 

Su  tósigo  mortal,  su  fuego  vivo  ..  

...Todos  á  su  yugo  ¿Por  qué  aviltaste  con  mujeril  traje 

Están  sujetos,  sabios,  altos,  fuertes,  Aquel  robusto  cuerpo,  y  ocupaste 

Del  poderoso  rey  el  ceptro  lico  ..  con  huso  y  rueca  aquellas  crudas  manos? 

C  o  K  o 

También  el  mar  sagrado  Que  del  amor  se  libre.' 

Se  abrasa  en  este  fuego...  Antes  el  mundo  todo, 

También  las  ninfas  suelen,  Visible,  y  que  no  vemos, 

En  el  húmido  abismo  No  es  otra  cosa  en  suma. 

De  sus  cristales  frió.'-,  Si  bien  se  considera, 

Arder  en  estas  llamas;  Que  un  spirito  inmenso, 

También  las  voladoras  Una  armonía  dulce, 

Y  las  músicas  aves,  Un  fuerte  y  ciego  nudo, 

Y  aquella  sobre  todas  Una  suave  liga 

De  Júpiter  amiga...  De  amor,  con  que  las  co.sas 

¡Qué  guerras,  qué  batalli)>  Están  trabadas  todas. 

Por  sus  amores  hacen  Amor  puro  las  cría. 

Los  toros;  qué  braveza  Amor  puro  las  guarda, 

Los  mansos  ciervos  muestran  I  En  puro  amor  respiran, 

Pues  los  leones  bravos  En  puro  amor  acaban!... 

Y  los  craeles  tigres,  Seriamos  peores 
Heridos  detta  flecha,  L  )s  hombres  que  las  fieras 
¡Cuan  mansos  que  parecen!  Si  Amor  no  fuese  el  cebo 
("Qué  cosa  hay  en  el  mundo  De  nuestros  corazones... 

El  ori^^en  remoto  de  este  pasaje  está  en  Virgilio  (Georg.,  III,  v.  242  y  ss.): 
I 
I  ümne  adeo  genus  in  terris  hominumque,  ferarumque 

Et  genus  aequoreum,  pecudes,  pictaeque  volucres, 

In  furias,  ignemque  ruunt.  Amor  ómnibus  ídem.... 

Pero  el  desarrollo  pertenece  á  Antonio  Ferreira,  y  de  su  imitador  Bermúdez  le  tomó  Velázquez 
de  Velasco,  como  lo  prueban  las  frasea  que  he  subrayada.  •  ■  •  ..^ .....;.  i-.-..  • 


coLxxxiv  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

la  pieza  se  habla  del  médico  doctor  Cornejo;  del  licenciado  Cervera,  letrado;  del  licen- 
ciado Bicornis,  jaez;  del  trompeta  Juan  Cornier,  y  del  auditor  Monseñor  Cornaro,  á 
quien  piensa  acudir  el  Sr.  Aries  en  el  pleito  de  divorcio  de  su  impotente  yerno.  La 
astuta  y  redomada  Lena  da  las  señas  de  su  casa  al  simple  de  Inocencio  dicióndole  que 
vive  «pared  en  medio  de  un  oficial  de  tinteros,  peines,  calzadores,  mangos,  lanternas, 
»  peonzas  y  macetas  de  sellos»  (pág.  404).  Ni  Qucvedo  apuró  tanto  la  letra  en  esta 
materia.  La  lira  de  MedelUn,  pulsada  por  la  diestra  mano  de  Volasco,  sonaba  siempre 
á  cuerno^  como  en  su  tiempo  la  del  festivo  Iglesias. 

Claro  es  que  no  faltan  en  el  libro  protestas  de  moral,  aunque  ligeras  y  poco  senti- 
das. El  autor  quiere  que  su  comedia  sirva  «no  sólo  de  entretenimiento,  sino  también 
»de  útil  consejo  y  exemplo,  para  excusar  la  terrible  pasión  de  los  celos,  que  consume 
»en  su  propio  fuego  al  insensato  a  quien  toca»  (pág.  398).  Y  ciertamente  que  alguna 
moralidad  puede  sacarse  de  ella,  aunque  no  sea  muy  sublime,  sino  practica  y  mundana, 
mostrando  en  acción  el  viejo  aforismo  «no  puede  ser  guardar  una  mujer»,  tema  que 
desde  Lope  y  Morete  hasta  Moliere,  Beaumarchais  y  Moratín  ha  sido  fuente  inextingui- 
ble de  donaires  cómicos,  no  siempre  bien  avenidos  con  la  autoridad  familiar  y  el  sosiego 
doméstico.  Los  celos,  por  detestables  y  ridículos  que  sean,  nacen  de  un  sentimiento 
extraviado  de  amor  ó  de  honor,  y  suelen  ser  menos  peligrosos  en  sus  consecuencias 
sociales  que  la  indiferencia  ó  laxitud  contraria.  Pero  ya  hemos  visto  que  nuestro  don 
Alfonso  no  escribía  para  moralizar  en  ningún  sentido,  sino  para  burlarse  á  sus  anchas 
de  un  celoso  con  quien  tenía  particulares  motivos  de  resentimiento:  «Ahora  acabo 
!>d'entender  ser  los  celos  de  las  más  violentas  y  bestiales  passiones  que  pueden  tocar  a 
>un  hombre,  porque  si  una  vez  so  assientan  en  la  cabe9a  d'el  que  se  consume  y  seca 
>  intentando  vna  tan  escura  verificación,  le  hazo  cometer  tan  ridiculossos  desatinos. 
>Bien  dixo  aquel  qu'el  celoso  es  loco  de  arte  mayor,  pues  como  tal,  tiene  miedo  hasta 
.>de  su  mesma  sombra,  y  de  cosas  nunca  vistas,  oydas  ni  pensadas;  mirándolas  como 
>en  espejo  de  alinde,  que  se  las  representa  muy  mayores  de  lo  que  son»  (pág.  434). 

Toda  la  comedia  es  irónica  en  grado  superlativo;  pero  donde  el  autor  remacha  el 
clavo  es  en  el  pregón  del  faraute  Cornelio  con  que  el  último  acto  termina:  «De  parte 
»del  señor  Ceruino,  guarda  mayor  de  los  montes,  se  hace  saber  a  todo  el  insigne  audi- 
*  torio  que  los  que  no  se  fiaren  de  sus  consortes  estarán  tan  seguros  como  de  no  caer 
-í  las  ojas  d'  el  árbol  en  fin  de  otoño.  Porque  los  celos  son  contra  el  natural  ingenio  de 
'i>  las  mugercs:  cosoíete  de  araña  para  los  arcabuzazos;  la  curiosidad  en  todas  partes 
» viciosa,  y  en  esta  más  perniciosa.  Y  assi  (movido  de  piedad  y  celo  fraterno)  amonesta 
»que  ninguno  (de  qualquiera  calidad  que  sea)  los  tenga,  dentro  ni  fuera  de  casa,  so  pena 
»de  que  no  le  podrá  faltar  mala  ventura.  Antes,  que  todo  el  mundo  se  arme  de  la  quieta 
»y  mansa  paciencia.  Porque  la  esperiencia  le  ha  hecho  tocar  con  la  mano  que  todas  las 
-sutilezas  y  vigilancia  de  los  espantados  Lépidos  (que  no  quieren  dexar  hacer  su  curso 
»a  la  Natura)  son  a9adones  con  que  los  cuitados  sacan  de  los  centros  do  sus  sospechas 
»las  inuisibles  cornetas  de  la  Fama.  Y  aduierte  que  se  burlan  mas  d'  el  que  se  fatiga  eu 
» poner  remedio  que  d'  el  pacífico  que  lo  dissimul  i  o  ignora,  y  qu'  es  menester  gran  inge- 
^>nio  para  evitar  tan  inútil  y  enojosso  conocimiento.  Por  lo  qual  aconseja  (sobre  su  con- 
» ciencia)  que  cada  vno  renueue  eu  su  casa  la  costumbre  de  los  prudentissimos  Komauos 
>(a  quien  deue  imitar),  que  quando  bolvian  a  las  suyas  lo  embiaban  delante  a  auissar  a 
»  sus  mugeres  para  no  cogerlas  de  sobresalto,  descuidadas  y  mal  compuestas*  (pág.  435).    ; 


TNTUODUCCIÓN  cclxxxv 

Claro  que  no  ha  de  tomarse  al  pie  de  la  letra  tan  desvergonzada  exhortación  á  la 
mansedumbre  conyugal,  sino  entenderse  del  revés  y  como  legítima  sátira;  pero  el  tono 
escóptico  y  maleante  de  Velasco  es  un  síntoma  de  ligereza  moral,  que  no  encontramos, 
por  ejemplo,  en  la  primera  Celestina^  cwjo  fondo  es  grave  y  amargo. 

Todo  es,  por  el  contrario,  vivo,  jovial  y  risueño  en  la  Lena^  aunque  no  sea  fruto 
primaveral  siuo  muy  tardío  del  Renacimiento  italiano.  Un  buen  humor  constante;  una 
profunda  socarronería,  que  se  divierte  en  la  invención  de  lances  grotescos  y  de  perso- 
najes estrafalarios;  un  chiste  no  verbal  ni  epidérmico,  sino  nacido  de  los  caracteres  y  de 
las  costumbres;  una  frescura  excesiva  y  desahogada,  poro  que  no  llega  á  los  límites  de 
lo  torpe,  prestan  singular  encanto  á  este  ameno  librillo.  El  diálogo,  aunque  muy  recar- 
gado de  picantes  especias  y  frases  de  doblo  sentido,  es  tan  pintoresco  como  dramático, 
lleno  do  brío  y  fuerza  cómica  y  de  ocurrencias  felices.  La  locución  es  purísima  y  correc- 
ta, á  pesar  do  haber  residido  el  autor  tantos  años  en  extranjeras  tierras.  Entre  los  exce- 
lentes prosistas  que  dio  VaUadolid  en  nuestro  siglo  de  oro  ninguno  aventaja  á  D.  Alfonso 
V\4ázquez  en  la  propiedad  de  las  palabras  y  en  la  elegancia  de  la  construcción.  El  doc- 
tor Suárez  de  Figueroa,  comparado  con  él,  parece  redicho  y  almidonado,  á  pesar  de  sus 
admii-ables  dotes.  Velasco  tiene  la  espontaneidad  do  los  grandes  escritores,  sin  que  le 
falte  el  aliño  de  las  letras  humanas,  que  comunica  al  estilo  cierta  distinción  aristocrá- 
tica. El  inconfundible  matiz  de  su  ironía,  si  por  una  parte  nos  hace  pensar  en  Italia, 
por  otra  nos  recuerda  el  gracejo  fuerte  y  sabroso  de  León  y  Castilla  la  Vieja;  modalidad 
muy  digna  de  tenerse  en  cuenta  en  el  rico  museo  del  humorismo  peninsular,  aunque 
sea  distinta  de  la  gracia  andaluza. 

Españoles  son  ó  parecen  todos  los  personajes.  La  acción  pasa  en  VaUadolid,  y  no 
faltan  toques  de  color  local  muy  oportunamente  dados.  Se  habla  de  los  abogados  do  la 
Chancillcría.  Liocencio  va  á  decir  sus  devociones  al  Cementerio  de  la  Magdalena 
(pág.  399).  Lena  lava  por  su  devoción  paños  del  hospital  de  Esgiieva  (pág.  403).  El 
barbero  Ramiro  anda  por  la  acera  de  San  Francisco,  buscando  nuevas  que  contar  á 
sus  clientes  (pág.  404).  Vigaraón  compara  la  dureza  y  estrechez  de  su  cama  con  la  del 
guardián  del  Abroxo  (pág.  412).  Marcia  y  Casandra  fingen  ir  á  vísperas  en  las  Huelgas 
(pág.  419).  También  se  mencionan  la  romería  de  Nuestra  Señora  de  Prado  y  la  de  Cer- 
vcros,  la  renta  de  Toro  y  la  de  Boezillo  (pág.  421),  la  plazuela  de  San  Llórente,  la  casa 
de  Orates  y  el  paseo  del  Espolón.  Cervino,  «acompañado  de  diez  ó  doce  escapados  de  la 
ahorca»,  asalta  á  los  hijos  de  doña  Violante  «en  aquel  passo  estrecho  que  va  de  la  Bohe- 
»riza  al  Rio,  entre  las  casas  del  duque  de  Bexar  y  la  Rondilla»  (pág.  427).  Hay  alusio- 
nes nominales,  como  en  el  teatro  aristofánico,  á  personas  conocidas  de  aquella  ciudad: 
«¿Era  por  ventura  vuestro  pariente  Corcuera,  Maestresala  del  Conde  de  la  Gomera,  que 
♦  vino  á  ser  Tesorero  del  do  Oñate  y  murió  Contador  del  Marqués  de  Falces?*  (pág.  400). 

Todas  las  Celestinas  abundan  en  datos  de  folk-lore^  y  no  hace  la  Lena  excepción 
en  est^  punto.  Algunos  son  por  extremo  peregrinos.  Allí  encontramos  á  los  de  la  tierra 
de  Babia,  «que  siegan  el  trigo  con  escaleras»  (')  (pág.  394);  á  «los  soldados  de  Troncha, 

(')  Vid,  Milá  y  Fontaniils,  Ohras  Completas,  temo  V,  pág-.  .^22: 

«Se  ve  que  los  habitantes  de  Babia  (en  Astnria-)  pasal)an  por  liombrcs  de  pocos  alcances  y  que 
Bse  les  atribulan  costniíibiea  ^idícllla^,  como  de  los  de  otros  pueblo»  í-q  cuenta  que  quisieron  pecar 
Dve'as  al  horno  ó  pescar  la  1  ina  refle_,a(la  en  un  charco,  eto.  La  circ. instancia  de  Ker  Babia  p.í-t  en 
ílodo  ó  en  parte  montuoso  conviene  con  tan  extraña  siega  y  con  la  errada  opinión  de  los  habitantes 


<jCLXx-xvi  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

»qwe  eran  treinta  y  seis  a  arrancar  un  nabo»  (pág.  415),  y  á  los  habitantes  de  «la  gran 
» ciudad  de  Cestiérnega,  fundada  al  pie  d'  el  alto  monte  de  San  Cristoual,  media  legue- 
»cita  de  aqui  (Valladolid),  que  no  tiene  alcalde,  alguazil,  porqueron,  escriuano,  medico,  \ 
:> boticario,  cura  ni  sacristán  (falta  para  biuir  en  paz  y  con  salud  mil  años),  abundan-  | 
»tissima  de  quixoues  y  turmas  de  tierras,  que  son  bonissimas  para  los  avogados  y  me-  ■ 
»jores  para  los  novios»  (pág.  429).  Frisa  en  lo  rabelesiano  esta  última  fábula,  y  bien  \ 
pudiera  ser  invención  de  nuestro  desenfadado  autor. 

Aunque  tenga  la  Lena  tanto  detalle  español  y  aun  regional;  aunque  la  Valladolid  \ 

alegre,  pródiga  y  viciosa  que  nos  presenta  sea  la  misma  que  nos  dan  á  conocer  los  poetas,  < 

novelistas,  viajeros  y  autores  de  relaciones  que  la  describieron  durante  el  breve  período  ; 

en  que  llegó  á  ser  transitoria  corte  de  la  monarquía  española  ('),  la  Lena  es  comedia  de  I 

interés  humano  y  sus  caracteres  tienen  algo  de  universal.  Quizá  el  mayor  mérito  del  i 

autor  estriba  en  eso.  Gracias  á  él  desaparecieron  los  tipos  parásitos  y  convencionales,  j 

que  habían  llegado  á  ser  el  caput  mortuum  de  las  Celestinas  secundarias:  el  insopor-  \ 

table  rufián  baladrón  y  perdonavidas,  y  las  palomas  torcaces  de  la  casa  llana.  Desem- ' 

barazado  el  teatro  de  tales  figuras,  sólo  quedaba  del  cuadro  antiguo  Celestina,  es  decir, 

la  Lena,  tratada  con  la  posible  novedad,  sin  el  intento  temerario  de  competir  con  el 

inaccesible  modelo,  sin  el  plagio  inocente  que  tantos  cometieron  queriendo  arrancar  á  j 

Hércules  su  clava.  Todo  el  maleficio  sobrenatural  que  envuelve  la  creación  de  Rojas  ha  | 

desaparecido.  La  corredora  Lena  Corcuera  de  Cienfuegos  no  es  más  que  una  vieja! 

hipócrita  y  taimada,  que  á  costa  de  la  simplicidad  del  bachiller  Inocencio,  y  sin  tener ' 

que  zurcir  voluntades  ajenas,  puesto  que  cuenta  desde  el  principio  con  la  complicidad' 

de  Marcia  y  de  su  hijastra,  conduce  á  su  fin  dos  intrigas  escandalosas,  y  acaba  por  \ 

contraer  grotesco  matrimonio  con  el  barbero  Ramiro:  última  bufonada  de  la  obra.  No  i 

hay  seducción  de  ningún  género,  ni  podía  haberla,  porque  las  dos  damas  rinden  desde, i 

el  primer  momento  la  fortaleza  de  su  honor,  y  sólo  se  trata  de  burlar  la  vigilancia  del' 

celoso.  «-Ya  murió  Caliste,  y  nuestra  Melibea  se  da  tanta  priessa  a  sacarnos  de  pena,> 

»que  la  mercancía  vendrá  a  salir  poco  más  que  de  balde»,  dice  Cornelio  (pág.  411), J 

marcando  con  esto  sólo  la  diferencia  entre  ambas  obras.  1 

Pero  aun  siendo  tan  subalterno  el  papel  de  la  Lena,  que  aquí  no  ejerce  ninguna 

sugestión  psicológica,  son  tantos  los  donaires  que  el  autor  pone  en  sus  labios,  especial- ! 

mente  cuando  habla  con  el  Bachiller,  y  tanta  la  viveza  y  gracia  de  sus  réplicas,  que| 

bien  mereció  dar  su  nombre  á  esta  comedia,  con  más  justicia  que  el  Celoso,  cuya  sem-' 

blanza,  trazada  por  la  mano  del  rencor,  tiene  mucho  de  caricatura.  Cervino  es  unaj 

especie  de  bestia,  sin  ningún  rastro  de  sentimientos  generosos,  y  aunque  las  neciasl 

precauciones  de  que  se  vale  recuerdan  algo  las  del  Celoso  Extremefío  (^),  no  hay  en  la 

))de  tierras  llanas  que  miran  como  lerdos  á  los  montañeses...  La  Crónica  ó  Estoria  general  atribuida 
ȇ  D.  Alfonso  el  Sabio,  al  explicar  el  origen  del  nombre  del  famoso  caballo  Babieca,  habla,  como  d(j  j 
»cosa  sabida,  de  la  significación  despectiva  que  j^a  se  daba  á  la  misma  palabra».  |  i 

O  Véase  el  precioso  folleto  de  D.  Narciso  Alonso  Cortés,  Noticias  de  una-corte  lito-aria  (Yalhi  \ 
dolid,  1906),  que  en  breve  espacio  contiene  gran  suma  de  datos  nuevos,  expuestos  con  notable  dis-  i 
creción  y  amenidad.  ,  | 

(^)  «Le?ía.— Este  es  el  más  sospechoso  animal  que  sabemos,  y  al  presente  está  tocado  de  tai.  ; 
Draüiosos  celos,  que  se  le  comen  biuo.  Ha  sido  casado  dos  vezes,  y  de  primera  muger  tiene  vna  hijj  ' 
jiUamada  Casandra,  de  diez  y  seis  a  diez  y  siete  años,  encerrada  en  vn  aposento  como  vna  muda!  \ 


INTRODUCCIÓN  oclxxxvií 

ncenciosa  farsa  del  poeta  pinciaiio  nada  que  remotamente  pueda  compararse  con  la 
honda  y  severa  tristeza  que  infunden  las  últimas  páginas  de  la  historia  de  Felipe 
de  Carrizales.  Esto  ejemplo  bastaría  para  probar  cuánto  va  del  genio  al  ingenio,  por 
muy  despierto  y  hál)il  que  ésto  sea.  Ijas  sales  úq  Ui  Lena  son  de  las  que  no  sólo  en  la 
mesa  de  Planto  sino  en  la  de  Miguel  de  Cervantes  pudieran  servirse.  ¡Si  el  portentoso 
novelador  tuvo  conocimiento,  como  es  muy  probable,  de  una  obra  que  en  Valladolid 
debía  de  ser  muy  leída  cuando  él  residió  allí,  pudo  aprovecharla  ciertamente  para  el 
estilo,  porque  aquella  prosa  está  muy  vecina  á  la  suya,  pero  nada  hallaría  que  aprender 
(le  lo  que  es  más  humano  y  profundo  en  su  arte. 

Todos  los  caracteres  secundarios  de  la  Lena  están  presentados  con  mucho  garbo  y 
viveza.  El  viejo  enamorado  Aries,  la  honesta  dueña  doña  Violante,  que  con  toda  su 
severidad  esconde  bajo  las  tocas  y  el  monjil  una  juventud  todavía  fresca  y  la  codicia 
de  nuevos  amores;  los  dos  hermanos  üamasio  y  Macías,  enamoradizos,  pendencieros  y 
díscolos,  como  hijos  de  viuda  rica,  criados  con  toda  libertad  y  regalo;  el  barbero  Ramiro, 
charlatán  entremetido,  con  sus  puntas  y  collares  de  alcahuete;  su  hija  Policena,  tipo 
de  precoz  y  salaz  desenvoltura,  que  recuerda  un  poco  ciertas  heroínas  de  los  Entremeses 
de  Cervantes...  todos  son  lo  que  deben  ser  en  el  conjunto  de  la  fábula,  y  todos  hablan 
en  el  estilo  más  adecuado  á  sus  respectivas  condiciones. 

Pero  entre  tantos  personajes  felices,  ninguno  llega  al  bachiller  Inocencio,  que  es  la 
gran  creación  cómica  de  Velasco  y  uno  de  los  más  graciosos  pedantes  que  en  el  teatro 
ó  en  la  novela  pueden  encontrarse.  Lo  de  menos  es  la  copia  de  latines  que  ensarta  y 
la  disparatada  aplicación  que  les  da.  Lo  fundamental  es  su  carácter  bonachón  y  simple, 
que  no  ve  mal  en  nada,  que  se  resiste  á  la  evidencia  más  palmaria,  que  cree  á  pies 
iuntillas  cuanto  embuste  le  dicen,  y  colabora  candidamente  en  la  deshonra  de  la  casa 
de  Cervino,  que  tal  vigilante  había  buscado  para  su  mujer.  Chistosísima  es,  bajo  este 
aspecto,  la  escena  en  que  se  descubre  el  engaño  del  arca  por  una  infantil  travesura  del 
paje  Bezerrica: 

«Inocencio. — ¿Qué  maldad  puede  cometer  un  hombre  encerrado  en  un  arca?  tuvies- 
»  sernos  assi  todos  los  malos  y  podríamos  dormir  a  sueño  suelto,  sin  temor  de  ladrones. 

ítan  oscuro  que  a  medio  dia  se  la  pueden  dar  buenas  noches,  sin  consentir  que  trate  con  nadie; 
»diziendo  que  la  donzella  es  como  flor  cubierta  de  roció,  que  por  poco  que  la  toquen  se  marcliita... 
»No  quiere  que  coma  bocado  de  carne  fresca,  porque  halla  que  solicita  y  despierta  el  apetito  de  la 
Dsalada;  y  de  la  miseria  que  la  embia  para  sustentarse  iiaze  antes  anotomia,  temiendo  no  aya  dentro 
w.i'guna  contraseña.  Si  meten  al^j^una  cesta  de  paños  o  de  otra  cosa,  lo  rebuelue  de  abaxo  arriba; 
"porque  vna  Reyna  de  Escocia  (dize)  s'enamoró  de  su  ienano,  y  que  dentro  de  vna  canasta  so  le 
«metieron  en  su  cámara.  Quiere  que  los  criados  hablen  como  por  señas,  porque  no  los  oyan  las 
"uuigeres,  guardándolas  como  si  fuesen  yeguas  del  relincho  y  salto  del  cauallo»  (pág.  391). 

<íCornelio. — Crea  V.  M.  que  perdemos  tiempo,  porque  estoy  informado  de  vno  que  ha  seruido 
))en  su  casa  más  de  vn  año,  que  no  la  dexa  ver  ventana  sino  por  Jubileos,  y  si  sale  de  casa,  de  manera 
»que  a  penas  se  le  pueden  ver  los  ojos»  (pág.  402). 

«Cervino. — Quiero  que  mi  suegro  se  ria  de  mí,  si  puede  otro  dia  tanto  comigo  que  las  dexe  oyr 
íotras  vísperas  este  año;  es  verdad  que  me  quitará  que  no  enclave  la  ventana,  que  por  amor  d'él 
»dexé  abierta»  (pág.  420). 

Hay  también  una  remota  analogía  con  El  Celoso  Extremeño,  en  lo  que  cuenta  Vigamón,  criado 
del  avaro  Aries:  «De  manera,  hermano,  que  soy  medio  biuo,  sin  más  conversación  que  la  de  vn  negro 
y>bogal  que  cura  el  cauallo,  con  quien  passo  mis  ratos,  hartándonos  ambos  de  zinguerrear  en  una  gui- 
y>iarra  más  destemplada  que  discante  de  ramera»  (pág.  413). 


ccLxxxvm  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

3>  Quanto  más  que  son  cosas  do  mozos,  j  aiiran  querido  hazer  alguna  burla  al  barbero 
»y  a  su  hija... 

»  Cervmo. — ¡Mira  a  quién  he  70  encomendado  mi  honra! 

»  Inocencio. — No  está  mal  guardada  quando  el  que  la  podría  quitar  viene  debaxo 
»de  llaue. 

»  Cervino. — Quitáosme  de  delante,  insensato,  no  me  hagáis... 

•»  Inocencio. — Mire  Y.  md.  que  se  deue  tener  respeto  a  un  hombre  graduado  como 
» yo,,  porque  d'  este  palo  nascen  los  Ojdores  y  Presidentes  que  mandan  el  mundo.  Si, 
»que  yo  no  soy  zahori  para  ver  lo  que  está  en  las  arcas  cerradas;  por  qué  no  lo  ade- 
:>  vino  V.  md.  quando  la  hizo  descargar  en  casa?  Ando?-  horum  maJorum  yraeter  te 
»nemo  fuit»  (pp.  424-425). 

Las  candidas  distracciones  del  Bachiller  Inocencio  sugieren  a  Ticknor  el  recuerdo 
de  aquel  incomparable  dómine  Sátnsom  que  pinta  Walter-Scott  en  su  novela  Ouy  Man- 
nering  ó  El  Astrólogo;  pero  la  semejanza  es  aparente  y  exterior,  porque  Inocencio  es 
tonto  de  capirote,  aunque  simpático  por  su  misma  boboría,  y  el  dómine  Sámsom,  rico 
de  otra  bondad  más  alta,  sólo  hace  reir  por  lo  torpe  y  desmañado. 

Tal  es  esta  comedia  magistral,  aunque  frivola  y  liviana,  que,  si  no  faó  la  última  de 
las  Celestinas.^  por  haberse  publicado  todavía  durante  el  siglo  xvii  algunas  muy  nota- 
bles, señala  el  término  de  la  primera  serie  y  anuncia  la  transformación  del  género, 
libertándole'de  la  servidumbre  de  los  lugares  comunes  en  que  había  caído,  restituyén- 
dole el  nervio  dramático  y  trayendo  nuevos  elementos  á  la  pintura  de  costumbres.  Por 
esta  senda  caminaron  otros  ingenios,  especialmente  Salas  Barbadillo  en  La  Sabia 
Flora  y  en  El  Sagax  Estado.^  obras  en  que  me  parece  evidente  el  influjo  de  la  Lena 
juntamente  con  el  de  la  comedia  italiana.  Pero  de  esto  se  hablará  en  otro  lugar. 

Por  ahora  aquí  termina  el  estudio  analítico  y  minucicso  que  nos  hemos  impuesto 
de  una  de  las  más  singulares  manifestaciones  de  nuestro  arte  dramático  y  novelesco, 
pues  á  los  dos  se  extiende  su  influjo  y  sirve  de  puente  entre  los  dos  géneros.  La  espe- 
cial índole  de  estos  libros  exige  todo  género  de  precauciones  en  su  exposición,  pero  creo 
haberla  realizado  con  decoro  literario  y  sin  hipocresía,  persuadido  como  estoy  de  que 
la  ciencia  purifica  todo  lo  que  toca  y  tiene  derecho  á  invocar  todo  género  de  testimo- 
nios, interpretándolos  con  desinterés  absoluto.  Consecuencias  muy  importantes,  no  sólo 
de  historia  literaria,  sino  de  historia  social,  se  deducen  de  estos  libros,  que  son  además 
un  tesoro  de  lengua  castellana;  y  no  me  arrepiento,  por  tanto,  de  la  tarea  nada  leve  que 
esto  volumen  me  ha  costado,  ni  juzgo  que  desdiga  de  mis  años  y  de  la  severidad  de  los 
estudios  que  profeso. 

A  continuación  de  este  prólogo  van  reimpresas  cinco  obras  del  género  celestinesco: 
la  Tragedia  Policiana.,  la  Comedia  Floiinea,  la  Eufrosina.,  la  Doleria  del  Sueño  del 
Mando  y  la  Lena.  Las  dos  primeras  son  de  la  más  extraordinaria  rareza;  la  Doleria  lo 
es  mucho  menos,  pero  sólo  podía  leerse  en  las  ediciones  primitivas.  La  Eufrosina  cas- 
tellana escasea  bastante,  aun  en  la  reimpresión  del  siglo  xviii.  De  la  Lena  hay  edición 
relativamente  moderna,  pero  poco  satisfactoria,  y  el  valor  literario  de  la  obra  es  tal, 
que  por  ningún  concepto  puede  faltar  en  una  Biblioteca  de  Autores  Españoles. 

No  he  reproducido  la  Tragicomedia  de  Lisayidro  y  Roselia  y  la  Comedia  Selvngia 
(aunque  lo  merecían)  por  estar  ya  incluidas  en  la  colección  de  Libros  Raros  y  Curio- 
sos.¡  donde  figura  también  la  Segunda  Celestina  de  Feliciano  de  Silva.  En  la  misma  1 


INTRODUCCIÓN 


CCLXXXIX 


colección  se  hallan  la  Thebat/da^  la  Seraphina  y  la  Lozana,  que  bajo  ningún  pretexto 
hubieran  debido  exhumarse. 

Con  esta  colecci(3n  y  la  nuestra  queda  casi  completa  la  serie  de  las  Celestinas, 
pues  apeuas  falta  otra  que  la  de  Gaspar  Gómez  de  Toledo,  tan  absurda  y  mal  escrita 
que  nadie  ha  de  pensar  en  sacarla  del  olvido. 

En  todos  los  textos  seguimos  fielmente  las  ediciones  originales  (salvo  la  puntua- 
ción) y  conservamos  la  antigua  ortografía,  no  sólo  por  razones  filológicas,  sino  por  la 
conveniencia  de  cercar  con  una  especie  de  vallado  ó  seto  espinoso  estas  producciones, 
alejando  do  ellas  al  profano  vulgo.  Las  obras  que  esto  tomo  encierra  son  ciertamente 
do  las  menos  libres  y  más  morigeradas  de  su  clase:  lo  son  hasta  en  cotejo  con  la  tragi- 
comedia primitiva;  pero  así  y  todo  no  deben  correr  indistintamente  en  todas  manos. 
El  precio  lelativamente  elevado  de  esta  colección,  el  aspecto  arcaico  del  texto,  el  apa- 
rato crítico  y  bibliográfico  que  le  acompaiía,  bastarán,  según  creemos,  para  conjurar 
todo  peligro. 

Una  deuda  de  gratitud  me  resta  cumplir  con  mi  sabio  y  cariñoso  amigo  el  emi- 
nente literato  D.  Francisco  Rodríguez  Marín,  que  con  su  bondad  acostumbrada  y  su 
pasmoso  conocimiento  de  la  lengua  del  siglo  xvi  me  ha  ayudado  en  la  corrección  de 
pruebas  de  estas  comedias,  cuya  recta  lección  ofrece  no  pocas  dificultades.  Aun  con  tal 
auxilio  no  me  lisonjeo  de  haberlas  vencido  todas,  pero  seguramente  habré  disminuido 
el  número  de  las  erratas,  y  las  que  queden  sólo  á  mi  descuido  deben  achacarse. 

En  el  cuarto  y  último  tomo  de  estos  Orígenes  de  la  novela  trataré  especialmente 
del  género  picaresco,  y  también  de  otras  formas  novelísticas  ó  análogas  á  la  novela,  como 
los  coloquios  y  diálogos  satíricos  ('). 

(')  Aunque  en  la  págiii;i  LVII  digo  que  no  he  visto  en  E-paña  ningún  córJicje  de  comedias  ele- 
giacas, existe  por  lo  meno9  uno  que  contiene  la  de  Vétala.  Es  el  CCLXXXVIII  de  la  biblioteca  del 
Cabildo  de  Toledo,  inanuscrito  en  vitela,  del  siglo  xiii,  procedente  de  la  librería  del  Cardenal 
Zelada.  Empieza  con  lo^  libros  de  Ponto  y  de  Remedio  Amoris,  de  Ovidio,  y  prosigue  desde  el  folio 
63  al  73  con  el  Pamphilus  de  Amare. 

Vid,  Catálogo  de  la  librería  del  Cabildo  Toledano,  por  D.  José  María  Octavio  de  Toledo,  1."  Parte. 
Manuscritos,  pág.  141.  (Publicado  por  la  Reoista  di  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos.) 

Advertiré  finalmente,  ya  que  esta  sola  nota  me  queda  para  hacerlo,  que  la  cuestión  relativa  á 
la  parte  que  pudo  tener  D.  Alfonso  Velá/.quez  de  Volasco  en  la  redacción  de  los  Comentarios  del 
Oorouel  Verdugo  parece  resuelta,  después  de  la  excelente  edición  yrítica  que  de  este  libro  ha  publi- 
cado el  profesor  Enrique  Lonchay,  bajo  los  auspicios  de  la  Comisión  Real  de  Historia  de  Bélgica 
(Comentario  del  Coronel  Francisco  Verdugo...  publié  par  Ilenry  Lonchay ,  Bruselas,  1899).  El  inteli- 
ijente  editor  restaura  el  verdadero  texto  de  la  obra,  tomando  por  base  la  edición  de  1610,  cotejada 
con  un  manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional  de  París,  que  contiene  importantes  pasajes  suprimidos 
en  el  texto  impreso,  como  ya  hizo  notar  el  Sr.  Morel-Fatio  (Catalogue  des  manuscrits  espagnoh  de 
\la  Bibliothéque  Nationale  de  París,  pág.  79,  núm.  187,  París,  1892).  Además  de  estas  supresiones, 
que  recaen  principalmente  sobre  los  lugares  en  que  Verdugo  se  queja  de  Alejandro  Farnesio,  pue- 
'íen  atribuirse  á  Velázquez  muchas  correcciones  de  estilo,  si  es  que  el  mismo  coronel  no  las  había 
iiiecho  ya  en  el  original  que  le  entregó  en  Bruselas,  y  que  debemos  suponer  mejor  que  ninguna  de 
los  copiafi.  T.a  de  París,  única  que  hoy  se  conoce,  es  mala  é  incompleta. 


M.  Mknéndez  y  Pelayo. 


OmOENEB   DE   LA    NOVELA. -111.— r 


TRAGEDIA  POLICIANA 


EN    LA    QUAL    SE    TKACTAN 

LOS     MUY     DESGRACIADOS     AMORES     DE     POLICIANO     E     THILOMENA, 

EXECÜTADOS     POR    INDUSTRIA    DE    LA    DIABÓLICA    VIEJA    CLAUDINA  , 

MADRE    DK    PARMENO    E    MAESTRA    DE    CELESTINA 


EL    AOCTOR  (')    A    VN    AMKJO    SUYO 

Si  la  soledad  de  mi  vida,  muy  noble  señor, 
no  ouiera  faborescido  a  vuestro  desseo,  dándo- 
me tanta  copia  de  ociosidad  en  este  desierto, 
íii  yo  cumpliera  con  esta  obra  aunque  comen- 
rada,  ni  vos  señor  gozarades  desto  que  con 
tanta  insticia  C'^)  (aic )  tantas  vezcs  me  aueys 
pedido.  Porque  después  que  los  dias  passados 
puse  en  ella  la  primera  }>luma  he  tenido  tantos 
desaguaderos  para  no  acabarla,  que  solamente 
el  desseo  de  satisfazeros  me  hizo  tornar  a  la 
primera  ymaginacion,  la  qual  infinitas  vezes 
tune  condenada  al  fuego.  Pero,  ocasión  de 
gastar  el  tiempo,  de  quitarme  de  guardar  los 
cantones,  e  de  hazer  mi  persona  vagabunda, 
junto  con  daros  a  vos  este  plazer,  ha  seydo 
parte  para  que  ella  se  acabe:  rescebirla  heys 
con  mi  voluntad,  quitando  de  las  sobras  de  vna 
para  cumplir  las  faltas  de  la  otra. 

A    LOS    ENAMORADOS    ('') 

Ei  falso  Cupido,  por  quien  padescemos 
Litigios  y  enojos  que  no  sé  dezillos, 
Burlando,  burhíndo  nos  echa  (})  sus  grillos. 
Adonde  metidos  salir  no  podemos. 
Captiuos,  sul)jectos,  sus  granes  extremos 
Humillan,  e  baten  el  seso  e  razón, 
E  quando  amor  finge  soltar  la  prisión, 
La  pena  es  tan  dulce,  que  más  la  queremos. 

Los  casos  fal]ü(;e8  que  amor  vrde  e  trama 
Estando  el  amante  ya  puesto  en  cadena, 
Rebueltas  que  causa,  passiones  que  ordena. 
Sospechas,  recelos  que  pone  en  la  dama, 
Eclipsan  la  vida  y  enturbian  la  fama. 
Borrando  lo  illustre  con  vicios  muy  feos. 

I       (')  Alctor,  eu  el  original. 
I       (-)  Sic,  por  iitsliciu. 

(")  Las  inioiales  do  estos  versos  dan  el  nombre  del 
autor,  El  Bachiller  Sebastián  Fernández 
(*)  En  el  original,  no  echa. 

OiiíUKNüs    DE    LA    NOVELA.  — UJ. —  1 


Abaten  y  allanan  los  altos  desseos. 

Si  amor  da  vn  descanso,  mil  cuentos  derrama. 

Tan  gran  negligencia,  tan  cierta  locura, 
Juzgad  si  meresce  castigo  menor. 
Andando  el  mundano  siguiendo  al  amor, 
Ni  espera  sossiego  ni  avn  hora  segura. 
Fallesce  en  la  casa  de  amor  la  cordura. 
Está  transformada  memoria  en  oluido. 
Razón  no  paresce  y  ausenta  el  sentido. 
Notad,  amadores,  qué  es  vuestra  holgura. 

Andays  tras  vn  viento  de  amor  acíjssados. 
Ni  el  alma  descanssa  ni  el  cuerpo  reposa, 
Dezís  que  es  amor  y  es  muerte  rauiosa. 
Estays  ya  mortales  con  gustos  dañados. 
Zelcsos  del  cielo,  dexad  los  pecados 
Y  en  solo  buscarle  poned  la  memoria. 
Porque  si  aueys  del  mundo  victoria, 
De  gloria  e  honor  sereys  coronados. 

Amen. 

EL     ACTOR    AL    LECTOR 

Doctrina  es  del  apóstol  sant  I'ablo,  y  escri- 
uelo  a  Timoteo,  que  vendrá  vn  tiempo  en  que 
no  se  esperará  el  consejo  sano,  e  será  estimado 
el  maestro  que  halagare  a  las  orejas  de  los  ma- 
los, e  que  apartados  los  oydos  de  la  doctrina 
do  verdad  se  conuertiran  los  hombres  a  03  r  las 
fábulas  e  fictiones.  Considerando  yo  que  esta 
prophecia  apostólica  del  todo  en  nuestros  tiem- 
pos con  nuestras  maldades  se  va  cumpliendo, 
e  que  a  causa  de  la  malicia  tan  encastilhida  en 
el  mundo,  la  caridad  está  muy  resfriada,  acordé, 
no  tanto  por  faborescer  la  opinión  (')  de  los  ma- 
los quanto  por  seguir  el  exercicio  de  algunos 
escriptores  buenos,  ocuparme  en  componer  esta 
escriptura:  con  la  qual,  aunque  debaxo  de  al- 
gún color  ridiculo,  tomen  auiso  los  malos  man- 
cebos de  los  desastres  que  el  amor  encubre  con 
el  ceno  del  deleyte  mundano.  Verdad  es  que 
todo  lo  que  en  este  caso  yo  puedo  dezir,  está 

(')  Suplida  la  i  primera  de  esta  voz. 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


tan  dicho  e  por  tan  granes  varones  tan  repe- 
tido, que  paresce  demasiado  y  aun  malgastado 
el  tiempo  en  que  yo  me  he  desuelado  buscando 
nueuas  inuenciones  de  auisar.  Pero  si  mi  prin- 
cipal intento  caresciesse  de  buen  fructo,  a  lo 
menos  conseguiré  lo  segundo,  que  será  gozar 
de  algún  tiempo  recogido  e  libertarme  del  nom- 
bre de  ocioso.  Agradóme  esta  manera  de  escre- 
\iir,  ansi  porque  conozco  estar  acepta  en  el  vul- 
go, como  por  estar  alabada  por  antiguos  Poetas 
e  oradores,  e  por  Horatio  en  su  arte  de  poesia 
no  menos  autorizada  por  estas  palabras:  Omne 
tullit  punctum  qui  jniscuit  vtíle  dulcí.  Lectorem 
ílelectamlü  pariterque  muñendo.  Las  quales  pa- 
labras tienen  esta  sentencia:  aquel  dio  en  el 
blanco  e  llenó  el  nombre  de  bien  escreuir  e  de 
tal  manera  mezcló  lo  prouechoso  con  lo  dulce 
que  juntamente  dio  aniso  e  deleytó  las  orejas 
del  oyente.  Pues  aunque  en  esta  mi  obra  no 
falten  palabras  graciosas,  e  apazibles  donayres, 
tampoco  la  hallarán  tan  desnuda  de  erudición 
que  si  para  mientes  el  anisado  Lector  no  halle 
tocados  en  ella  los  sobresaltos,  las  angustias, 
las  affrentas,  los  sinsabores,  las  poquedades, 
los  abatimientos,  los  gastos  e  prodigalidades,  e 
tinalraente  el  total  perdimiento  délos  professo- 
res  del  amor.  Los  quales  con  su  caliginosa  en- 
fermedad binen  tan  ciegos,  que  todo  el  mundo 
los  escarnesce,  e  los  murmura,  e  los  engaña  e 
tinalmente  anda  con  ellos  en  assechancas,  e 
nunca  los  malauenturados  llegan  a  ver  su  aba- 
timiento hasta  que  como  fiegos  sin  guia  dan  de 
ojos  en  el  hoyo  de  vergon90sa  pobreza  (})  en 
esta  vida  y  en  el  lago  de  eterna  condenación  en 
la  otra.  Quál  de  los  hombres  si  no  está  desani- 
mado, no  teme  aquel  Diabólico  embeuesci- 
miento,  e  aquel  no  comer  de  dia,  e  velar  de  no- 
che, e  aquel  esperar  de  ventana  con  aquel  si 
sale,  no  sale,  cata  que  assoma,  escóndete  que 
viene  su  padre,  o  su  marido,  daca  el  manto 
para  la  alcahueta  y  el  dote  para  su  hija,  aquel 
poco  concierto  en  la  casa,  e  menos  cuenta  con 
la  conciencia;  aquel  no  poderse  arrepentir  de 
su  afficion,  e  aquel  continuo  mentir  en  con- 
fession.  De  lo  qual  se  viene  a  hazer  en  el  hom- 
bre vn  habito  tan  endurescido,  que  viene  el 
tiempo  de  la  vejez,  y  avn  el  dia  de  la  no  espe- 
rada muerte,  e  ansi  como  acá  fueron  marty- 
res  del  diablo,  por  justa  sentencia  serán  coro- 
nados de  eterno  fuego  en  el  infiei'uo.  Pues  si 
en  alguna  manera  para  alumbrar  a  los  amado- 
res del  mundo  de  vna  ceguedad  tan  notable 
esta  mi  obra  fuesse  prouechosa,  paresce  me 
que  antes  se  deue  tener  por  saludable  pildora 
embuelta  y  engastada  en  oro  apazible,  qne  por 
yarará  mortifera  con  pan  blanco  dissimulada. 
E  si  alguno  con  su  parescer,  mi  obra  quisiesse 

(*)  Fopreza.  en  el  original. 


condenar  por  sospechosa,  a  lo  menos  no  me 
puede  negar  ser  mi  voluntad  virtuosa.  Pues 
en  el  processo  de  mi  escriptura  no  solamente  he 
huydo  toda  palabra  torpe,  pero  avn  he  cuitado 
las  razones  que  puedan  engendrar  desonesta 
ymaginacion,  porque  ni  mi  condición  jamas 
se  agradó  de  coUoquios  suzios  ni  avn  mi  pro- 
fession  de  tractos  dissolutos.  Si  alguna  cosa 
aqui  se  hallare  digna  de  algún  mundano  loor, 
suplico  al  discreto  Lector  no  lo  atribuya  a  mi, 
que  soy  tal  que  de  mi  cosecha  no  tengo  sino 
todo  mal,  saino  aquel  que  es  la  fuente  manan- 
tial de  todo  el  bien.  E  si  algo  paresciere  que  a 
los  oydos  del  honesto  e  casto  Lector  haga 
offensa,  crea  de  mí  que  no  lo  digo  con  animo 
desonesto,  sino  porque  el  phrasis  e  decor  de  la 
obra  no  se  peruierta.  Vale. 


ARGUMENTO  DEL  PRIMERO  ACTO 

Policiano,  rauallero  de  ¡Ilustre  sangre,  auiendo  visto  a  Philo- 
inena,  liija  de  Theophilon  e  de  Flonnai\la,  en  vna  luierta,  e 
Iiieso  de  la  yerua  enamorada  de  Cupido,  viene  a  su  casa  dan- 
do gemidos  por  el  dolor  que  la  vista  de  Philoniena  le  ha 
causado.  Llama  a  Solino  su  criado,  con  el  qual  toma  conse- 
jo jjara  coniencaí'  el  seguimiento  de  sus  amores.  Solino  le 
aconseja  que  escriui  a  Philoniena  vna  carta:  lo  qual  ansi 
acordado,  se  acaba  este  iirimero  acto, 

1NTR0DUZEN8E  EN  ESTA  TRAGEDIA  (') 

Policiano,  Solino  e  Salücio  sus  criados 
e  81LDANICO  s?í  jfjíy'e.  Cornelia  e  Orosia,  i-a- 
meras. Palermo  e  PicARRO,  rufianes.  Claü- 
DJNA,  alcahueta,  e  Parmenia  su  hija,  e  Li- 
bertina su  criada.  Theophilon  e  Florinar- 
DA,  e  Philomena,  e  Dorotea  su  criada.  Ma- 
chorro e  PoLiDORO,  hortalnios.  Pamphilo 
e  SiLOERio,  criados  de  Theophilon,  y  Celes- 
tina 

Policiano.   Solino  {^). 

\_Pol.~\ — Después  que  mis  ojos  tenieraria- 
inente  miraron  aquella  diana  figura,  ante  quien 
no  eran  dignos  de  parescer,  ay  de  mí,  que  siento 
en  lo  secreto  de  mis  entrañas  continua  guerra, 
sin  rostro  de  ninguna  paz.  O  desdichado  de  ti 
Policiano;  ¿qué  es  de  ti,  adonde  pusiste  tu  liber- 
tad? Es  possible  (•')  mitigarse  con  los  diluuios 
de  mis  lagrimas  el  fuego  que  mi  corazón  abra- 

(')  Esta  lista  de  personajes  va  en  el  original  según 
aqui  se  copia,  ó  sea  después  del  argumento  del  1.»  acto, 
orden  de  colocación  no  el  más  lógico,  pero  que  respeta- 
mos para  que  el  lector  disfrute  del  texto  en  su  primi- 
tiva forma. 

(-)  En  el  impreso  original  que  nos  sirve  para  esta 
reimpresión,  hállase  á  la  cabeza  de  cada  uno  de  sus 
actos  un  grabado  que  representa  las  figuras  que  en  él 
entran . 

(3)  Posshle,  en  el  original. 


TRAGEDIA  POLICIANA 


sa.  O  amor,  insanable  enfermedad,  o  señero  e 
cruel  cupido,  pues  con  tanta  crueza  hieres  a 
quien  te  sirue,  que'  será  de  aquel  que  te  eno- 
jare? O  int'elix  nocturno  dia  en  que  mis  ojos  te 
miraron,  Philomena,  pues  me  succedio  junto 
mirarte  y  el  penliniiento  de  mi  libertad.  O 
eclipsado  de  mí,  a  quien  boluere  mis  ojos  en 
absencia  de  Pliiloniena  que  es  la  lumbre  dellos? 
Con  quién  me  consolan',  pues  me  mata  todo 
género  de  consuelo?  Quién  dará  rastro  de  vida 
á  quien  biue  con  tan  dulce  muerte?  ü  Philo- 
mena, Philomena,  si  supiesses  mi  dolor  imposi- 
ble es  que  mouida  con  piedad  no  dixesses:  cuy- 
tado  de  ti  Policiano.  Pues  si  de  mí  tienes 
compassion  en  la  muerte,  para  qué  quiero  yo 
de  oy  más  (')  la  vida?  pues  cuytado  yo,  si 
muero,  que  sé  yo  si  tú  mi  señora  te  sirues  o  te 
desplace?  por  fe  tengo  que  el  subjecto  e  fuer- 
cas  que  me  ha  dado  naturaleza,  no  son  para 
más  que  padescer  por  ti  mi  señora.  Pues  bien- 
auenturada  passion  que  tan  alto  tiene  el  ob- 
jscto.  Mo^os,  moyos. 

Sol. — Señor. 

Fol. — Ven  acá,  amigo  Solino,  ayúdame  a 
sentir  mi  mai. 

Sol. — Y  qué  mal  tan  grande  tienes  que  a 
solas  no  le  puedas  passar? 

Pol. — O  loco  insensible,  pues  en  las  piedras 
baria  sentimiento  lo  que  mi  solo  cora9on  pa- 
desce. 

Sol. — Mas  de  veras,  señor,  qué  mal  es  el  que 
tanto  te  duele?  dimelo,  que  si  es  dolor  affable, 
no  puede  faltarle  remedio.  Ha  te  mirado  algún 
basilisco?  o  aojóte  alguna  hechizera? 

Fol. — Quien   tiene  poder   en  la  vi-í^ta  para 

sanar  la  enfermedad  de  la  muerte  púsolos  ojos 

I    en  mí  y  ha  puesto  en  cuentos  mi  vida, 

'        Sol.  —  Pues  al  hombre  diclioso  la   puerca  le 

pare  perros.  Yo  juro  al  sancto  martiloj'j  que  has 

topado  con  alguna  putilla. 

Fol. — Qué  es  esso  que  dizes? 

Sol. — Ya  es  dicho,  señor.  Por  la  fe  en  que 
creo,  que  estás  dessemejado.  Dime  tu  mal,  si  a 
ti  te  paresce  que  tiene  remedio  y  no  me  tengas 
suspenso  con  tu  callar. 

Fol. — Qué  remedio  puede  tener  dolencia  que 
sana  con  la  muerte? 

Sol. — Arriedro  vaya  tan  mala  cura,  pues  si 
con  morir  se  sana,  que  será  el  fin  peor  de  tu 
i  enfermedad. 

I     Fol. —ho  más  malo  que  ay  en  mi  mal  es 
quedar  con  la  vida  que  yo  bino. 

Sol  — Y  lo  mejor? 

Pü/.  — Morir  en  seruiciodel  amor. 

Sol. — Y  esse  amor  qué  premio  da  a  quien 
por  seruirle  pone  la  vida? 


(')  En  el  original  se  lee  un  las  después  del  mas,  que 
suprimimos  por  creer  sea  yerro  de  la  impresión. 


Fol. — Satisfaze  la  voluntad  del  amante, 
que  de  penar  toma  sabor,  y  al  fin  corona  sub 
mártires  de  aquella  gloria  suaue  que  para  ellos 
tiene  aparejada,  cuyos  fructos  son  dignos  de 
todo  precio. 

Sol. — Ora  p'jes  a  tu  sabor;  finalmente  quie 
res  dezir,  señor,  que  eres  enamorado? 

Fol. — Sí,  y  con  la  más  alta  afficion  que  en 
coraron  humano  pudo  caber. 

Sol. —  Saino  el  guante. 

Fol  — Cómo  es  esso? 

Sol.  —  Digo,  señor,  que  dichoso  tan  buen 
amante;  y  tiene  nombre  la  señora? 

Po/.  — Nombre  de  tanto  merescimiento,  que 
no  ay  hombre  digno  de  traerle  en  su  boca. 

No/. --Ora  pues,  señor,  hai^lando  con  honor 
de  nombre  tan  reuerendo,  me  di  quién  es  essa 
dama,  y  entendamos  en  tu  remedio,  que  por 
los  euangelios  es  lástima  uer  tu  gesto  después 
que  andas  en  esso  enbeuido. 

Fol. — O  mi  Solino:  quánto  es  mayor  mi  sen- 
timiento que  las  señales  que  en  mí  paresceii; 
dime,  Solino,  dueleste  de  mi  mal? 

Sol. — O,  pese  a  la  fe  de  los  moros,  si  me 
duele  me  preguntas?  más  me  pesa  tu  pena  que 
si  fuesse  propia  mia. 

Fol. — O  pue  ('),  y  cómo  es  poco  el  senti- 
miento que  en  ti  paresce! 

Sol. — De  puro  discreto  no  te  dcy  a  entender 
la  pena  que  rescibo,  porque  mi  sentimiento  no 
enternezca  tu  dolor.  Cuenta  me,  señor,  qué  fue 
el  principio  de  tu  mal  e  mira  lo  que  yo  puedo 
y  dexarás  todos  temores. 

Fol.  —  O  Solino.  mi  fiel  criado,  pues  ya  me 
determino  de  poner  en  tu  pecho  mi  tan  pro- 
fundo e  secreto  dolor,  ruego  te  por  la  fidelidad 
que  me  deues,  no  como  temeroso  criado,  sino 
como  muy  fiel  amigo,  que  siempre  en  ti  sea  tan 
secreto  quanto  en  mi  pecho  hasta  agora  secre- 
tamente me  ha  dado  tormento.  E  mira  que  oy 
siendo  señor  me  hago  tu  esclauo,  pues  en  dar  te 
mi  secreto  no  te  doy  menos  que  mi  libertad;  y 
debaxo  desta  confian(;'a  has  de  saber,  mi  Solino, 
que  ha  pocos  dias  que  passando  yo  a  la  huerta 
de  los  cipresses  por  mirar  la  ribera  que  muy 
a])azible  estaña,  entre  los  naranjos  y  limones, 
vi  acompañada  de  ciertas  donzellas  vna  que  a 
mi  parescer  priuaua  al  Sol  de  su  resplandor 
phebeo:  de  cuyo  ojos  y  asiiccto  inuisiblemente 
salió  vna  saeta  que  trauessó  e  rompió  lo  secre- 
to de  mis  entrañas,  e  dexó  tal  mi  coraron, 
qual  mi  debilitado  aspecto  con  enfermos  indi- 
cios publica.  He  tolerado  mi  pena  con  el  silen- 
cio posible,  pero  quién  tendrá  el  fuego  en  su 
seno  sin  que  se  abrase  e  le  duela,  y  el  dolor 
no  le  consuma?  vn  rezio  diamante  se  ouiera 
quebrantado  con  los  golpes  que  este  mi  triste 

(1)   Sic. 


orígenes  de   la  N(3VELA 


cora9on  ha  paciese  ido,  e  nu  sé  si  mi  mal  tiene 
termino  en  que  se  acabe. 

Sol. — Ora,  señor,  todo  amor  es  vn  pleyto 
ordinario  que  al  tín  tiene  sentencia:  e  como 
sea  muger  en  cuyas  manos  tu  justicia  se  aya 
de  sentenciar,  o  viento,  o  ventura,  o  dineros,  o 
ruegos,  sé  cierto  la  harán  torcer  la  vara,  por 
muy  derecha  que  la  tenga. 

Pol. — O  mi  Solino,  que  tan  firme  la  hallo  en 
aborrescer,  quanto  yo  me  siento  en  amar. 

Sol. — Esfuerza,  señor,  no  desconfies  por 
semejantes  disfabores,  que  no  ay  cosa  tan  fácil 
que  de  su  grado  se  caya  ni  tan  difficil  que  con 
la  perseuerancia  no  descubra  alguna  facilidad. 
Mayormente  que  los  fauores  del  amor  están  cu- 
biertos con  essos  sin  sauores,  para  que  los  ena- 
m  'rados  estimen  las  dulzuras  quando  vengan. 
Do  manera  que  nunca  amor  dio  plazer  sin  9090- 
bra,  ni  descanso  sin  trabajo,  ni  avn  fauor  sin 
azedia.  Dime  por  mi  vida,  señor,  el  nombre  de 
la  dama,  no  temas  de  mi  fidelidad. 

Pol. — O  cora9on  mió! 

íS'o/.  —  Grande  es  la  pena  que  muestras  en 
nombrar  a  quien  tienes  por  señora.  En  opinión 
contraria  bines  de  todos  los  que  bien  aman. 

Fol. — Ansí  mi  dolor  enamorado  es  contra- 
rio del  que  mata  a  todos. 

Sol.     Cómo  ansi? 

Po/.— Quanto  es  contrario  el  fuego  que  me 
abrasa  del  agua  que  a  los  otros  enfria,  porque 
no  ay  amor  sin  refrigerios,  ni  avn  trabajo  sin 
esperan9a  de  premio,  sino  este  que  a  mi  triste 
cora9on  atormenta. 

Sol. — Señor,  pues  no  me  dizes  cómo  ha  nom- 
bre tu  señora,  dime  cómo  se  llama  tu  pena? 

Pol. — Philomena. 

Sol. — Sancto  dios,  con  buenos  ojos  la  mi- 
raste, pues  tan  bien  (')  te  parescio. 

Pol. — Qué  dizes,  asno?  paresce  que  mi  affi- 
cion  cubra  algún  defecto  que  en  ella  aya. 

Sol.-  No  digo  yo  tal.  Pero  más  fuerte  era 
Troya,  y  fue  pisada  de  los  Griegos:  agora  con- 
fiesso  que  tengas  razón  de  tener  passion,  pero 
no  de  estar  desconfiado. 

Pol. —  Si  ay  algún  rastro  de  confian9a  en  mi 
salud,  conozco  ser  yo  pusillanimo;  di,  nescio 
nial  mirado,  qué  proporción  hallas  de  mí  a 
Philomena  sino  la  misma  que  ay  de  lo  finito  a 
lo  infinito  e  de  lo  soñado  a  lo  verdadero,  e  de 
lo  bino  a  lo  que  está  pintado? 

Sol. — No  dará  vna  sin  otra. 

Pol.  — Qné  dices? 

Sol.  —  Digo,  señor,  que  a  vna  muger  derri- 
barla con  otra. 

Pol.  -  Cómo  es  esso?  quién  ay  tan  fuerte 
como  Philomena,  para  que  en  sus  ojos  offen- 
siuos  pueda  poner  resistencia? 

(*)  En  el  original,  tatnhien. 


Sol. — Mira,  señor,  la  fortaleza  feminil.  Por- 
que muchas  hembras  vimos,  conoscimos  (')  cu- 
yas honestidades  de  grandes  muros  e  contra- 
muros fueron  gnarnescidas  y  torreadas,  y  del 
primero  o  segundo  tropel  batidas  y  aportati- 
lladas:  lee  las  escripturas  antiguas  y  hallarás 
notables  cuentos  de  liembras  por  amores  infa- 
madas cuya  honrra  ('^)  dende  la  cuna  comen9a- 
ron  a  estar  guardadas.  Mira  a  la  hermosa  He- 
lena con  Paris,  a  Dalida  con  Sansón,  a  Bersabe 
con  Dauid.  Estas  todas  matronas  illustres  fue- 
ron o  tan  recatadas  y  miradas  como  Philomena, 
pero  heridas  de  la  saeta  enerbolada  de  Cupido 
mostraron  bien  su  femenil  flaqueza.  Comien9a, 
señor,  a  poner  artillería  contra  el  muro  que 
tan  fuerte  te  paresce,  y  bate  con  destreza  e 
confian9a  la  torre  que  más  se  te  deff  en  diere, 
que  ansi  se  batió  y  assolo  la  fuerte  ciudad  de  los 
cartaginenses  y  la  famosa  Roma  fue  abrasada, 
cuyos  contrarios  y  enemigos  con  sola  tu  pusi- 
lanimidad boluieran  las  manos  en  la  cabeya. 

Pol. — Mira,  nescio,  esse  Paris,  y  esse  San- 
son,  y  esse  Salomón  que  dizes,  acometieron 
con  armas  yguales,  e  sin  que  de  la  vna  parte 
ouiesse  (^)  conoscida  ventaja;  no  auia  entre  ellos 
la  disparidad  tan  grande  como  entre  mí  e  mi 
señora,  pero  cuytado  yo,  qué  castigo  ay  en  el 
mundo  con  que  yo  pagasse  la  temeridad  de  solo 
mi  loco  pensamiento? 

Sol.  -  O  sancto  dios,  y  cuánto  tienes  abati- 
das las  inclinaciones,  después  que  el  amor  te 
hirió!  8i  Philomena  es  ilhistre,  tú  no  eres  Ca- 
uallero?  si  ella  hermosa,  a  ti  falto  te  naturaleza? 
si  copiosa  en  patrimonio,  andas  tú  de  puerta  en 
puerta?  o,  por  Dios,  señor:  no  te  confundas  con 
la  ymaginacion  muy  alta,  ponía  en  vna  me- 
dida razonable  para  que  como  varón  tengas 
osadía  de  acometer,  e  acometiendo  sepamos  a 
quántos  estados  ay  agua. 

Po/.— Dios  te  consuele,  Solino,  que  tanto 
me  has  consolado.  Pues  dime  tu  parescer,  tú 
que  hablas  con  libertad.  Dame  consejo,  pues 
vale  mas  errar  {})  por  el  tuyo  libre,  que  acertar 
por  mi  parescer  apassionado. 

Sol. — Señor, el  primero  acometimiento  desta 
batalla  deues  hazer  con  una  carta  en  la  qual 
procura  de  pintar  alguna  parte  de  tu   dolor, 
aunque  no  tan  al  natural  quanto  en  el  ánima  1 
le  sientes.   Haziendo  lo  que  es  possible  para  i 
que  sepa  Philomena  ser  la  causa  de  tu  mal.  E 
daremos  vn  sano  remedio,  como  esta  venga  a 
tus  manos;  y  no  se  diga  por  ti  que  eres  ena-| 
morado  y  que  no  lo  sabe  ella.  ( 

Pol. —  O  difficultnso  remedio.   Qué  sé  yo  si 

(')  Así  en  el  original.  Quizás  deba  leerse  vimos  e  co-, 
iwscinios. 

(-)  Hanrra,  en  el  original:  ¿cuyas  honrras? 

(3)  Oídsse,  en  el  original.  ! 

(1)  En  el  original,  herrar. 


TRAGEDIA   POLICIANA 


mi  carta  que  es  la  snnia  de  mi  secreta  passion, 
andará  en  manos  de  quien  me  cause  mayor 
dolor  con  infamia  que  el  primero  que  hizo  el 
amor? 

Sol. — Cómo  ansi? 

Pol. — Alterada  mi  sonora  con  carta  mia, 
vendrá  mi  secreto  en  el  vulgo. 

Sol.  -No  temas,  señor,  de  caer  en  semejante 
peligro.  Porque  las  damas  illustres  son  de 
naturaleza  recatadas,  e  si  Pliilomena  no  lo 
fuesse,  por  el  mismo  caso  deue  ser  aborrescida. 
E  siendo  ella  tal,  tendrá  más  aniso  de  callar, 
quando  más  alte'ada,  que  tú  de  no  gemir 
quando  te  sientas  ])enado.  Escriue.  señor,  que 
aunque  aprouechasse  poco  hacerlo,  menos 
aprouecharia  dexarlo. 

Pol. — Oraj'o  rae  determino  de  te  dar  aucto- 
.  ridad.  viendo  que  compasión  te  ha  mouido  a  re- 
mediarme. Yo  me  entro  a  escnniir,  y  tú  vete  a 
reposar,  pues  para  mí  solo  se  ha  quedado  el 
tormento. 


ARGUMENTO  DEL  SEGUNDO  ACTO 

Confuso  Solino  lie  se  auer  offrescido  a  resrebir  la  carta  de  Po- 
liciano para  Philomena,  está  hablando  consigo  quando  viene 
S  ilucio  su  coini)añero:  van  se  a  dormir  en  casa  de  sus  ami- 
ga-i. ('  por  el  camino  cuenta  Solino  a  Salucio  lo  que  con  Po- 
liciano ha  passado.  e  llegados  a  la  puerta  de  sus  amigas,  hs 
liallan  en  cierto  requiel)ro  con  vnos  rufianes,  e  pas-^ada  la 
renzilla  de  los  celos  se  acaba  este  acto. 

SoLixo.  Salccio.  Palermo.  Cornelia. 

OroRIA.    Pi(,'ARR0. 

[.SoZ.] — Agora  que  mi  amo  está  reposando, 
e  yo  en  mi  libertad  para  considerar  este  nego- 
cio, paresce  me  será  disertación  mirar  bien  si  de 
las  palabras  que  le  offresci  y  de  las  poner  en 
effecto,  se  me  puede  recreseer  alguna  pelazga 
nueua;  porque  quien  de   prissa  se  determina, 
muy  despacio  se  arrepiente.  Las  cosas  no  con- 
sideradas, e  con  discreción  no  preuistas,  jamas 
tuuieron  ordenados  et'fectos.  Qué  sé  yo  si  a  esta 
Señora  le  cayra  en  tanta  desgracia  el  mensage 
de  Policiano,  que  antes  que  de  allá  saque  el 
I    pie   rae  hagan  dexar  la  cabera?  no  quiero  por 
}   falta  de  prouidencia  hazer  algún  desconcierto 
I   que  por  lo  menos  me  cueste  la  vida.  Aqui  vie- 
I   ne  mi   compañero   Salucio,   bien   será  que  lo 
j  sepa,  y  en  todo  rescebir  su  consejo,  que  mas 
j  veen  dos  ojos  que  vno;  todos  somos  de  casa  e 
I  de  fuerga  lo  entiende  todo. 
I       Sal. — Vamos,  Solino  hermano,  a  dar  por  ay 
j  vna  gatada,  veremos  aquellas    mogas  y  quiga 
:  dormiremos  en  buena  cama. 
j       Sol. — Comigo  estás  a  fe  de  hidalgo;  molido 
I  estoy  de  dormir  en  essos  poyos;  vamos,  e  por 
I  el  camino   sabrás  vn  secreto  que  de   nuestro 
amo  he  sabido. 

Sal. — Di  lo  que  quisieres,  que  ya  viejo  es 


Pedro  para  cabrero;  más  sé  de  essos  secretos 
que  pueda  contar  en  diez  años;  no  hay  en  la 
ciudad  quien  no  sepa  de  Policiano  hasta  el 
mencr  de  sus  pensamientos,  y  a  todos  dize  que 
lo  cuenta  en  confession. 

Sol. — Pues  a  mí,  pese  a  tal,  no  en  confession 
mas  en  confusión  suya  y  mia  me  ha  dado  par- 
te de  su  pena,  y  de  la  causa  della,  confiando 
que  yo  tengo  de  ser  medianero  de  sus  amores. 
Teniendo  respecto  al  pan  que  en  su  casa  he 
comido,  plega  a  l^ios  no  se  pague  con  setenas, 
no  le  pude  perder  vergüenza,  y  rae  determiné 
a  llenar  vna  carta  suya  a  Philomena.  Después 
que  en  mi  libertad  me  he  hallado,  he  conside- 
rado quién  es  Philomena;  no  piense  el  pobre 
Solino  yr  por  lana  y  boluer  tresquilado,  o 
apaleado. 

Sal. — Mira,  Solino,  mi  amigo  eres  y  soy 
obligado  a  serte  fiel  y  verdadero.  Porque  es 
flaca  la  fe  del  amigo,  que  ningún  accident;  la 
torna  en  lisonja  ni  falsedad.  Quando  te  deter- 
minaste a  oyrle,  auias  de  yr  aparejado  para  no 
caer  en  algún  hoyo  o  barranco  de  negligencia. 
Porque  viendo  primero  la  piedra  no  hiere  tan- 
to como  la  que  viene  de  improuiso. 

Sol. — Pues  para  eso  te  lo  he  contado,  para 
que  errado  (')  me  corrijas. 

Sal.  -  El  rapaz  de  Siluanico  me  paresce  que 
tiene  platica  con  vna  moga  de  Philomena,  por 
donde  creo  tendrá  esse  negocio  mejor  corte. 

*S'o/.  — Descreo  de  la  ley  del  quaderno  si  no 
apunctas  como  letrado.  Dexa  me  hazer.  que  yo 
le  hecharé  a  Siluanico  el  gato  a  las  barbas,  y 
avn  sacaré  desta  hecha  el  ascua  con  mano 
agena.  Oye  oye,  Salucio,  no  creo  en  la  fe  de 
Mahoma,  si  no  ay  requiebro  con  las  damas. 

Sal. — A  la  sombra  desta  pared  oygamos  lo 
(juo  passa;  conosces  a  los  galanes? 

Sol. — Descreo  de  tal  si  no  es  Palerrao  el 
padre  de  las  putas  y  Picarro  su  compañero. 

Sal. — Ora  escucha  vn  poco  la  plática. 

Pal. — Ola  ola,  damas,  no  cesse  el  fabor  al 
pobre  gentil  hombre,  que  descreo  de  el  hijo  de 
la  Magdalena,  si  aya  en  el  Reyno  dama  más 
bien  seriiida  que  la  que  por  seruidor  me  toma- 
re; dos  estays,  y  dos  estaraos,  cada  vna  oscoja 
a  sabor  de  paladar. 

Cor. — Mira,  señor  Palermo,  note  engalle  la 
sombra,  cata  que  somos  viejas,  y  no  valemos 
nada  para  tu  servicio. 

Pal. — Vieja  te  rae  hazes,  traydora?  por  el 
cuerpo  sancto  de  la  rehoyada,  si  acá  abaxo  te 
apañasse,  yo  te  embiasse  que  la  madre  Here- 
ginta  no  te  conosciesse. 

P¿<:. — No  es  justo,  hermosas,  que  tengays  en 


(I)  Kn  el  original,  herrado,  consecuentemente  con 
llamar  hierros  á  los  yerros  siempre  que  sale  esta  pa- 
labra. 


6 


orígenes  de  la  noa^ela 


poco  nuestras  personas,  que  despecho  del  mar 
e  las  arenas  si  no  ay  damas  en  la  ciuiad  qne 
so,  hallassen  dichosas  de  nos  tener  por  amparo, 
porque  si  al  seruicio  de  qualquiera  cumpliesse 
hazer  campo  con  diez  ó  quinze  aunque  fuessen 
Diablos,  descreo  de  tal  si  ay  aqui  quien  les 
huya  la  cara. 

Oros. — Gentiles  hombres,  ya  es  muy  noche 
y  paresce  deshonesto  estar  a  tal  ora  a  la  ven- 
tana; mañana  de  clia  a  la  ora  que  raandaredes, 
mi  prima  e  yo  holgaremos  que  deys  por  acá  la 
bnelta. 

Pal. — O  linda  gracia  de  muger,  voto  a  tal. 
Qué  te  paresce,  señor  Picarro?  quién  no  per- 
derá mil  vidas  por  ganar  tan  graciosa  joya? 

Pi<:. — Hola,  señora  Cornelia,  mi  compañero 
va  perdido  por  tus  amores,  e  yo  no  menos  por 
los  de  la  compañera;  suplico  te,  señora,  que 
pues  nos  vamos  me  seas  buena  tercera. 

Cor. — Ve,  señor,  en  buena  ora,  que  mañana 
ay  tiempo  para  todo. 

Sol. — O  vellacos  rufianes,  e  esta  es  hora  de 
andar  rondando? 

Pal. — Huye,  huye,  Picarro. 

tSal. — Dales,  mueran  los  ladrones,  unie- 
ran. 

Pie. — Aliuia,  aliuia,  que  vienen  cerca,  sancta 
Maria  val  me. 

Sol. — Dexalos,  dexalos  yr  a  los  couardes  e 
tórnense  por  acá  de  mañana.  Qué  te  paresce, 
Salucio  hermano,  del  tracto  que  se  traen  con 
nosotros  estas  damas? 

Sal. — Ansi  binen  todas;  no  ay  quien  más 
tenga  fe  con  hombre  de  quanto  buelue  las  es- 
paldas. 

Sol. — Dexa  hazer  agora:  llegaremos  a  la 
posada,  que  tú  veras  en  qué  para. 

Sal. — Ora  vamos  callando,  que  ya  estamos 
a  la  puerta.  Tha,  tha,  tha. 

Sol. — Ya  dormirán  las  dueñas.  Llama  con  el 
pomo  del  espada.  Descreo  de  tal  con  las  putas. 
Tha,  tlia,  tha. 

Cor. — Qué  porradas  da  el  asno,  sea  se  quien 
se  fuere,  quién  llama? 

Sol.—Ábri,  dueña. 

Cor. — Donosa  es  la  venida  a  la  ora  de  los 
borrachos. 

Sal. — O,  descreo  de  la  curatica  (')  piscina; 
e  hazes  del  ventero?  toma  porque  os  echeys 
con  tiempo. 

Cor. — Justicia,  justicia,  que  me  mata  este 
vellaco. 

Sal. — Hablas,  mala  muger? 

Sol. — Dala,  acabala,  despecho  de  la  condi- 
ción; pues  cómo  es  esto,  hermosa?  tan  cansada 
os  dexó  el  requiebro  que  tan  presto  caystes 
dormida? 

(')  Sic. 


Oros. — Requiebro  o  qué?  donoso  vienes  (^) 
por  mi  salud:  oxala,  que  he  estado  todo  oy  de 
esta  negra  madre  que  he  pensado  espirar. 

Sol. — Leuantad,  leuautad,  señora;  tiradme 
de  aqui  estas  botas,  que  en  todo  se  entenderá. 

Oros  — Quita  te  allá,  Solino,  descálcate  tú  o 
acuéstate  calcado,  essos  duelos  me  faltauan! 

Sol. — Ea,  dueña,  por  vida  de  la  vellaca! 

Oros. — Si  por  tu  vida,  el  azemilero  de  tu 
padre  lo  soñó,  mala  pasqua  le  dt  Dios  a  quien 
tal  nescedad  hiziere  ('•^). 

Sol.  (•^) — Haz  lo  ya,  señora,  no  des  lugar  a 
más  enojo,  que  boto  a  los  corporales  de  Da  roca 
que  basta  vna  muger  a  perder  vu  reyno  entero. 

Sol. — Que  no  os  quereys  leuantar?  o,  descreo 
de  tal  con  la  vellaca. 

Sal. — Da  la,  da  la,  acaba  ya  con  ella. 

Oros. — Justicia,  justicia,  señores,  justicia, 
que  me  matan. 

Sal. — Salta  presto,  vamonos  antes  qne  se 
llegue  gente. 

Sol. — Corre,  toma  la  puerta,  si  no  aqui  so- 
mos todos  muertos. 

Cor. — Ansi,  vellacos,  rascamulas,  azemile- 
ros,  que  ansi  se  tratan  las  mugeres  honrradas? 

0?^os. — Justicia  de  Dios  descienda  sobre  mí 
si  yo  no  me  vengare  de  ti. 

Cor. — Que  te  paresce,  prima?  por  los  huessos 
de  Aphrodisia  madre  y  de  la  leche  que  mamé 
reniego,  si  no  les  vrdo  vna  trama  que  en  ella 
dexen  la  vida;  andar,  pago  es  de  mundo,  yo  me 
lo  merezco;  pero  quien  no  cae  no  se  leuanta. 


ARGUMENTO  DEL   TERCERO  ACTO 

Salidos  Solino  y  Salucio  ile  casa  deslas  imigeros  toman  a  la  po- 
sada de  Policiano.  Van  por  el  camino  hablando  de  la  ivnzi- 
11a  pascada,  c  llegados  a  casa.  Policiano  da  a  Sihianico  una 
carta  para  Philomena. 

SoLiNo.  Salucio.  Policiano.  Silüanico. 

[^S'oí.] — Qué  te  paresce,  hermano  Salucio,  en 
quántas  trapacas  nos  meten  estas  señoras? 

Sal. — Hermano  Solino,  jamás  me  paresció 
bien,  por  grande  que  fuesse  la  ocasión,  que  nin- 
gún hombre  en  la  muger  pussiese  manos.  No 
quiero  dezir  que  agora  yo  no  fui  demasiado, 
pero  al  fin  conozco  que  fue  grande  nuestro 
yerro  (''). 

Sol. — Donoso  estás  para  sermonador.  Dime 
por  qué  las  tales  no  merezcan  peor  tracta- 
miento? 

Sal. — Yo  te  lo  diré;  porque  si  a  la  muger  le 


O  En  el  original,  bienes. 
(^)  Hieciere,  en  el  original. 
(3)  Debe  ser  Saludo. 
(■<)  En  el  original,  hierro. 


TRAGEDIA  POLTCTANA 


das  materia  de  aborrescimiento,  aunque  muy 
poquita  sea,  tiene  qué  gastar  toda  la  vida. 
Quieren  ser  tractadas  como  animales  forozes, 
más  con  roncos  e  halagos  que  con  vituperios  e 
palos.  Es  muy  flaco  género,  e  las  cosas  frágiles 
muy  fácilmente  te  quiebran. 

Sol. — Cree  me,  hermano  Salucio,  que  todas 
las  cosas  naturales  tienen  su  contrario,  y  el 
hombre  no  tiene  otro  sino  a  la  mala  niui;er. 

tSal. —  Nunca  oyste  dezir  a  los  sabios  de 
nuestro  tiempo  que  es  más  segura  la  habitación 
con  los  dragones  que  con  la  mala  hembra?  Sabe, 
Solino,  si  no  lo  sabes,  que  la  muger  en  todas  las 
cosas  tiene  extremo.  Quiero  dezir,  que  si  es 
buena,  es  corona  de  su  género,  e  la  que  es  mala 
no  tiene  cosa  buena. 

Sol.  -  Ora  yo  mal  suffrido  soy  para  tolerar 
vna  muger  e  no  sé  cómo  binen  los  hombres  que 
largos  años  las  tractan. 

Sal. — Maldito  seas,  asno,  e  no  sabes  que  el 
amor  todas  las  faltas  encubre?  e  las  cosas  aze- 
das  haze  suaues  e  dulces?  En  el  estado  del  ma- 
trimonio da  Dios  amor  tan  abundante  que  haze 
de  dos  corazones  vna  voluntad,  y  como  aya  vni- 
dad  entre  I  los  cessa  todo  género  de  discordia. 
Estas  malas  mu  ?eres,  como  de  amor  verdadero 
tengan  carestía,  si  el  interesse  falta  no  son  para 
bien  ninguno. 

Sol. — Ya  ya,  hecho  ha  Orosia  comigo  para 
quanto  bina,  puesta  lleuo  ya  la  sal  en  la  mo- 
llera. 

Sal. — No  más  en  esta  plática,  que  llegamos 
a  la  posada. 

Sil. — Es  buena  hora  esta  de  venir  a  casa? 

Sol.  -  Qué  te  toma  el  diablo,  rapaz  vellaco? 
qué  haze  nuestro  amo?  Ha  pedido  de  vestir? 

Sil.  — Ay  está  en  esta  cama  que  no  hazeaiás 
rnydo  que  vn  muerto. 

Sal. — Xo  has  entrado  a  ver  qué  haze? 

Sil. — Casa  es  de  locos  esta  por  la  fe  en  que 
creo.  El  amo  troba,  los  mo9os  van  a  rondar, 
pues  algún  dia  no  ha  poder  que  no  sea  la  mia. 

Sal. — Troba  por  auentura  el  triste  de  Poli- 
ciano? 

Sü. — Doy  al  diablo  otra  cosa  haze  sino  dezir 
disparates;  llora  como  niño, da  bozes  como  loco, 
no  sé  qué  se  tiene. 

Pal. — Oyes,  paje. 

>SV/. — Señor. 

Pol. — Es  de  dia? 

''^il- — E  muy  gran  parte  passada. 

Pol.  — O  desdichado  de  mi,  que  después  que 
mi  Coraron  se  escurescio,  no  sé  qué  cosa  es  ver 
claridad.  Yo  no  entiendo  quáiido  amanesce,  si 
a  caso  no  es  por  oydas.  Están  ay  es^os  moyos? 

Sil. — Sí,  señor. 

■^o/. — Pues  aderescen  me  vn  cauallo  con  vn 
]aez  negro.  Entretanto  que  en  mi  pena  busco 
algún  rastro  de  reposo. 


Sol.  —  Qué  dize  nuestro  amo,  paje? 

Sil.  -  Que  se  aderesce  presto  vn  cauallo. 

Sal. — Y  él  pienssa  leuantarse  oy? 

Sil.     No  que  pienssa  para  trobar. 

Sol.  —  Por  tu  vida,  .Siluanico,  que  escuches 
si  dclianea. 

,9/7. — Avn  me  paresce  que  está  trobando. 

Pol.  Bienauenturada  pena, 

e  alegre  tal  padescer, 
pues  de  todo  quiso  ser 
principio  mi  l'hilomena. 

Sil. — Corre,  corre,  Solino,  e  oyras  las  locu- 
ras de  Policiano. 

Sol  (*).  -  Passo,  passo,  rapaz;  no  le  cortes 
la  vena. 

Sil.  — Aqui  detras  de  esta  antepuerta  le  oye, 
que  aun  no  lo  ha  dexado. 

J^ol.  Aunque  piensse  mi  passion 

combatir  mi  sufrimiento, 
de  mi  más  graue  tormento 
nasce  mi  consolación: 
ser  tan  sabrosa  mi  pena, 
tan  dul(;e  mi  padescer 
es  la  causa  el  merescer 
de  la  linda  Philomena. 

Sal. — Juro  por  los  euangelios  que  disparata 
concertadamente  el  desdichado;  cata,  cata,  So- 
lino,  no  has  oydo  al  asno  como  blasona  del  me- 
tro? o  hideputa,  qué  Virgilio,  o  qué  Homero, 
para  metrificar  de  improuiso. 

Sol. — Calla,  dexale  con  su  dolor  al  desdi- 
chado, que  yo  te  digo,  Salucio,  que  tiene  harto 
mal. 

Sal.  —  Cómol  e  qué  tanto  mal  pienssas  que 
tiene?  Tan  mal  estómago  haze  el  amor? 

Sol. — No  le  tuno  tan  estragado  Apuleyo  con 
el  veneno.  Poco  has  estudiado  en  las  escuelas 
de  Cupido,  porque  si  de  amor  verdaderamente 
supiesses,  verías  muy  a  la  clara  el  desorden  de 
sus  accidentes.  No  ay  entre  los  animales  algu- 
no tan  insensible  como  el  hombre  que  está  he- 
rido de  la  amorosa  ñecha  de  Cupido,  porque 
adormescido  con  el  sueño  de  aquella  sabrosa 
yerba  que  en  el  coragon  ('■^)  del  amante  se  pega, 
ni  siente  gusto  en  lo  que  come,  ni  avn  sabe  res- 
ponder a  quien  algo  le  pregunta.  No  quiere 
compañía  con  el  plaz^r,  e  quéxase  que  se  mue- 
re de  tristeza:  e  por  esta  variedad  que  el  amor 
trae  de  passiones,  le  llaman  los  doctores  de  esta 
facultad  muerte  sabrosa,  porque  de  la  misma 
passion  nasi'e  siempre  vn  no  sé  qué  sin  nombre, 
V  avn  sin  sul)jecto,  que  da  mayor  dolor  e  causa 
mayor  pena  al  enamorado,  quando  en  el  dolor 
se  siente  más  resfriado. 

Pol. — M0(?08. 

O  Sil.  en  el  orisinal;  pero  sin  duda  debe  leerse  Soli- 
no, como  nosotros  corregimos. 
(-)  Coroí07i,  en  el  original. 


8 


orígenes  de  la  novela 


Sol. — Señor. 

Pul.  —  Entra  acá,  descansso  mió.  No  me  pre- 
guntas por  mí?  No  me  dizes  cómo  me  ha  succe- 
dido  en  esta  noche  con  mi  alegre  tristeza? 

Sol. — Señor,  avn  no  he  tenido  lugar  de  sa- 
ber dónde  estás?  No  te  raarauilles  si  no  te  pre- 
gunto cómo  estás. 

Pol. — O,  mal  fuego  te  consuma,  vellaco  in- 
sensible, estoy  me  yo  abrassando  y  estás  tú 
philosophando?  Vete  de  ay  al  amalauentura  y 
plega  a  Dios  que  vna  de  mis  ardientes  centellas 
te  abrase  para  que  sientas  parte  de  mi  triste 
sentimiento:  anda,  vete  con  el  diablo. 

Sol. — Harto  tiene  agora  que  hazer  contigo. 

Pol.  —  O  desconsolado  de  mí.  O  dia  aziago 
en  que  tuuo  principio  mi  mal.  O  atreuidos  y 
desatinados  ojos,  qué  hezistes?  De  vosotros  me 
quexaré  todos  mis  dias  y  años,  pues  otros  mi- 
ran para  ver,  y  vosotros  vistes  para  cegar  me. 
Solino,  oyes. 

Sol. — Señor. 

Pol. — Entra  acá;  para  qué  me  dexas? 

Sol.  —  Pensé  que  te  dexaua  bien  acompaña- 
do. Aqui  estoy. 

Pol.  —  Dónde  está  Salucio? 

Sol. — Señor,  aqui  en  esta  sala. 

Pol. — Ha  sentido  algo  de  mi  mal? 

Sol. — Y  avn  la  causa  del  mucho  mejor 
que  yo. 

Pol. — Cómo  es  esso,  Solino?  quién  dize  que 
se  lo  dixo? 

Sol. — Quién,  señor?  tú,  que  se  lo  has  con- 
tado y  avn  le  has  llenado  mil  vezes  por  la  calle 
de  Philomena,  sino  que  ya  no  tienes  dello  me- 
moria. 

Pol. — No  me  pidas,  Solino,  memoria  ni  en- 
tendimiento, que  ya  con  mi  dolor  todo  se  con- 
uertió  en  voluntad:  llégate  aqui,  Solino.  Cata 
aqui  vna  carta  mia  que  por  tu  parescer  escreui 
para  aquella  Reyna  de  mi  vida,  en  la  qual  va 
alguna  e  la  más  pequeña  parte  de  mi  pena  re- 
latada. Pido  te  por  el  amor  que  te  tengo,  que 
en  ella  me  pongas  aquel  recaudo  con  aquella 
discreción  e  secreto  que  sientes  que  ha  menes- 
ter mi  passion. 

Sol. — O,  señor,  descreo  de  la  bruta  de  Hér- 
cules, que  soy  más  conoscido  ya  por  aquel  ba- 
rrio que  tauernero  en  aldea.  No  quieras,  pese 
a  mi  pecado,  que  por  falta  de  prouidencia  cava- 
mos en  algún  yerro  (^).  Siluanico  me  dizen  que 
tiene  cierta  trabacuenta  con  vna  mo^uela  de 
essa  dama;  mándale,  señor,  llamar,  que  en  ser 
mochacho  es  libre  de  sospecha,  y  puede  con  la 
rapaza  negociar  quanto  quisiere. 

Pol. — Anisado  eres:  la  vida  me  has  dado  con 
tu  buen  seso.  Llama  me  acá  a  Siluanico. 

Sol. —  O^es,  paje? 

O  En  el  original,  como  antes  j'  siempre,  hierro. 


Sil. — Quién  llama? 

Sol. — Entra  acá. 

Pol. — Ven  acá,  hijo  Siluano,  tú  sabes  la  casa 
de  Philomena  mi  señora? 

Sil. — Mucho  bien,  señor. 

Pol. — Y  conosces  por  auentura  alguna  de 
sus  criadas? 

Sil.  —  Señor,  una  criada  suya  me  habla  por 
ser  de  mi  tierra,  e  me  dize  que  hará  lo  que  yo 
la  encomendare. 

Pol.-  O  negocio  bien  acertado.  Pues  mira, 
hijo  mió,  no  menos  me  va  que  la  vida  en  que 
tengas  manera  con  essa  mo9a  que  dé  esta  carta 
mia  a  mi  señora  Philomena.  E  si  mi  voluntad 
tan  alto  premio  meresciesse,  tuuiesse  yo  con 
breuedad  de  aquella  angélica  mano  respuesta, 
que  si  en  esto,  mi  Siluano,  tú  me  pones  dili- 
gencia, yo  gratificaré  tus  pasos  y  essa  doncella 
será  muy  bien  pagada. 

Sil. — Pues,  señor,  pierde  cuydado. 

Pol. — Esso  no,  sin  que  se  pierda  la  vida. 
Pero  tengo  confianza  que  por  tus  manos  tengo 
de  auer  el  remedio  de  mis  penas.  Confio  que 
donde  tú  vas  voy  yo,  y  que  en  procurar  (*)  mi 
salud  no  hará  falta  mi  presencia.  Ve  luego,  y 
los  ángeles  te  acompañen.  Oyes,  Salucio? 

Sal.  —  Señor. 

Pol. — Saca  me  vn  cauallo  á  la  puerta,  e 
dexa  me  yr  solo,  pues  tan  bien  (^)  me  hallo 
con  la  soledad. 


ARGUMENTO    DEL    QUARTO    ACTO 


Salido  Policiano  de  casa,  conciertan  Solino  y  Salucio  de  dar 
buelta  por  la  calle  de  sus  amigas:  encuentran  con  Parmenia, 
hija  de  la  Claudina,  e  van  con  ella  hasta  su  posada,  donde 
liallan  á  la  vieja,  a  la  qual  dan  cuen'a  de  los  amores  de  Po- 
liciano, etc. 


SoLiNO.  Salücio.  Parmen'ia.  Claudina. 

[ííoí.] — Nuestro  amo  es  ydo,  y  a  nosotros 
nos  sobra  el  tiempo.  Paresce  me,  Salucio  (^) 
hermano,  que  demos  vna  buelta  por  la  calle  de 
aquellas  damas  e  tomaremos  viento  para  saber 
qué  mundo  corre. 

Sal. — Vamos  donde  quisieres,  que  nuestro 
amo  a  missa  va,  e  no  llena  pensamiento  de  tor- 
nar con  sol  a  casa,  pero  antes  que  de  aqui  sal- 
gamos demos  vn  golpe  en  la  despenssa;  pon- 
gamos algo  en  cobro  de  lo  que  Policiano  pier- 
de; endure  él,  que  nosotros  gastaremos,  e  avn 
juro  a  la  casa  sancta  no  ayune  él  tanto  en  vn 
año  quanio  yo  desgarre  en  vn  dia. 

Sol. —  De  aquel  tocino  magro,  que  digo  hao. 


(•)  En  el  original,  eniproctirar. 
{-)  En  el  original,  también. 
(3)   Silíceo,  en  el  original. 


TRAGEDIA  POLICIANA 


Sal. — Ya  te  entiendo,  y  avn  el  mosto  que 
no  dize  mal  de  nadie. 

Sol. — Contigo  me  entierren,  hola  que  digo? 
ándese  Policiano  en  gar^onia,  que  nosotros  ro- 
baremos de  goderia. 

Sal. — ()  lii  de  puta  nescio,  qué  bocadillo  se 
}iierde  en  este  jamoncete.  Desto  que  toca  al 
ro9o,  en  casa  ay  buen  recaudo,  y  en  nuestro 
amo  maldicta  la  cuenta;  pésame  que  aquellas 
pellejas  no  están  agora  en  gracia  para  que  lle- 
naran su  parte  del  despojo. 

Sol. — l)igo  algo,  Salucio?  el  buen  vino  haze 
buena  sangre. 

Sal. — E  la  buena  sangre  buena  condición. 

Sol.  —  K  la  buena  condición  haze  al  hou)bre 
virtuoso,  y  por  las  virtudes  se  gana  el  rey  no 
de  Dios. 

Sal.  —  Ora,  hermano  Solino,  esto  basta  para 
vn  buen  rato;  demos  por  essa  ciudad  vna  gatada, 
e  boluanios  con  tiempo  al  rancho.  Dame  de  essa 
cuerda  mi  capa  y  essa  espada.  E  toma  U\  vereda 
que  sea  más  apazible.  Por  aquí  por  la  posada 
del  duque,  y  saldremos  por  la  puerta  falsa. 

Sol.— (J']o,  ojo.  No  ves  la  y 9a? 

Sal. — Bien  se  huella  la  traydora.  Descreo 
de  tal  si  no  tiene  buena  gracia.  Vaya  en  buen 
ora  la  fresca. 

Par. — Norabuena  vayan  los  galanes. 

Sol. — Ho,  por  los  euangelios,  señora  Par- 
menia,  que  no  te  conoscia.  Dónde  bueno  vas 
que  tanta  prissa  llenas? 

Par. — Voy  por  aqui  adelaite  a  buscar  quien 
bien  me  haga. 

Sal. — O  perla  de  oro,  cómo  eres  graciosa. 
Voto  a  la  Verónica  de  Olmedo,  más  te  precia- 
ra poco  ha  en  la  posada  que  a  todo  quanto  me 
dexó  mi  padre.  A  te  que  gozaras  de  vna  tajada 
de  tocino  de  la  lunada,  e  beuieras  vna  ta^a  que 
los  angeles-  cantaran  con  ello. 

Par.  — Esse  me  paresce  el  combite  del  Tole- 
dano: si  obierades  comido,  beuierades  comigo. 

Sal. — O  traydora,  cómo  dizes  tus  malicias. 
Pues  por  la  Cruz  de  Carauaca  que  si  tú  eres 
seruida  no  falten  dos  reales  para  gastar  en  tu 
seruicio. 

Par. — Gran  merced  ('):  que  ya  sé  yo  que 
de  tales  galanos  no  se  esperan  menores  fabo- 
res.  A  mi  puerta  llegamos,  e  mi  madre  nos 
mira,  bien  será  que  deys  la  buelta,  que  yo  agra- 
dezco la  compañia. 
I  Sol. — No,  no,  señora,  voto  al  pinar  de  Se- 
I  gouia  que  anemos  de  hablar  a  la  madre  vieja, 
que  avn  nosotros  no  le  sonuis  poco  afficiona- 
do8.  Saine  y  guarde,  vieja  honrrada. 

Claudina. — Jesu,  Jesu,  Jesu,  hijo  de  mis 
entrañas,  mejor  aya  buen  fin  que  yo  te  conos- 
cía.  Entra  y  abraca  me,  Solinico.  Yesu,  e  qué 

O  Meced,  por  en-ata,  en  el  original. 


aproado  estás,  e  qué  hombre  hecho  e  derecho; 
llégate  más  á  mí,  mallogradillo  vayas,  que  no 
solías  tu  huyr  de  mí  quando  Dios  queria. 

Sal.  —  Paresce,  madre  señora,  que  ha  dias 
que  le  conosces. 

Clan. — Si  le  conozco  me  dices,  hijo?  Aqui 
está  la  Claudina  que  le  vido  nascer,  y  en  es- 
tas manos  pecadoras  dio  los  primeros  gritos. 
Ay,  qué  padre  tuno  tan  honrrado,  no  paresce 
sino  que  agora  le  veo.  Jesu,  Solino,  más  nal- 
gadas te  di  en  este  mundo  que  tengo  canas  en 
la  mollera 

Sal.  Por  cierto,  madre,  yo  me  hallo  dicho- 
so en  auer  te  conoscido,  porque  el  conoscimien- 
to  de  agf.ra  será  para  que  muchos  dias  nos 
tratemos.  E  dexado  aparte  lo  que  tu  lionorable 
vejez  representa,  el  merescimiento  de  la  señora 
Parnienia  es  digno  de  toda  gentileza. 

Clan. — Bien  te  ha  parescido  la  rapaza,  lan- 
dre que  te  dé,  traydor  enamoradizo.  No  me 
toques  en  ella,  nn'ra  que  es  mi  hija. 

Sal.  (')— E  aun  por  esso,  madre  mia,  se  le 
deue  todo  seruicio.  E  descreo  de  la  leche  de  ca- 
bras, si  no  tocara  tanto  a  Solino  mi  compañero, 
si  yo  no  la  siruiera  a  pesar  de  todo  el  resto. 

Par. — No  se  vende  la  mo^a,  por  vida  de 
quien  sossegare  el  rostro.  Mira  por  vida  mía 
cómo  hablan  en  raí  como  en  cosa  que  anda  en 
venta. 

Sol. — Esso  voto  yo  a  tal  que  si  vale  mi 
puja,  no  dé  la  parte  mia  por  menos  que  to- 
da tú. 

Clau.  —Calla,  hijo  Solino,  que  ya  que  todo  el 
mundo  pujasse,  como  cosa  mia  se  te  dará  por 
el  tanto.  Dexala  dezir,  que  es  mochacha  e 
boua. 

Por.  -  Sí,  sancto  Dios,  bonilla  es  la  mo(;a, 
metedle  el  dedo  en  la  boca  para  ver  si  pa- 
ladea. 

Clati. — Mira,  hijo  Solino,  esta  casa  es  tuya, 
y  el  mismo  dereclio  tienes  a  quien  en  ella 
mora.  Calla  y  no  te  fatigues,  que  todas  las  co- 
sas tienen  su  tiempo.  Agora,  hijo  mío,  no  en- 
tendamos en  más  que  en  saber  de  tu  vida.  Con 
quién  bines?  cómo  te  va?  qué  ay  agora  nneuo 
en  que  yo  aprovechar  te  pueda? 

aS'o/.  — Madre  mía,  yo  soy  criado  de  vn  gen- 
til cauallerf)  que  tú  bien  conosces,  que  ha  nom- 
bre Policiano. 

Clau  — Sancta  Catalina  sagrada,  que  con 
esse  señor  moras?  mira  si  le  conozco,  landre 
me  dexe  si  no  le  conozco,  y  avn  sé  de  qué  pie 
coxquea.  O  hi  de  puta,  y  cómo  es  bienenamo- 
rado;  no  sé  yo  si  la  dama  le  ha  seydo  fauora- 
l>le,  que  dias  ha  grandes  que  le  tengo  en  mi 
registro,  e  avn  estoy  espantada  cómo  no  ha 
venido  a  mis  manos.  Que,  mal  pecado,  como 

(*)  En  el  original,  sin  duda  por  yerro,  Soli.  (Solino). 


10 


orígenes  de  la  novela 


este  sea  mi  principal  officio,  ansi  me  pesa  del 
galán  que  de  mis  artes  no  se  aprouecha  como 
al  pobre  pescador  quando  a  su  red  no  acude  el 
pescado.  Porque  estas  damas  caliareñas  y  estos 
galanes  porfiados  liazen  a  las  de  mi  arte  casas 
nueuas  con  sobrados. 

Sol. — Señora  Claudina,  pues  se  ha  mouido 
esta  plática,  no  dexaré  de  dezirte  lo  que  ay  en 
este  caso,  con  protestación  del  secreto  neces- 
sario.  Tú  sabrás,  madre,  que  Policiano  mi  señor 
miiere  de  amores  de  Philomena,  y  el  mayor  mal 
de  su  enamorada  passion  es  la  difficultad  que 
ay  en  la  entrada  de  su  casa,  ansi  por  el  reca- 
tamiento  de  Tlieophilon  su  padre,  como  por  la 
clausura  (^)  y  encerramiento  de  la  dama,  e  de 
semejantes  inconuenientes  lia  nascido  tanta 
dabda  en  el  buen  fin  de  estos  amores,  que  Po- 
liciano ha  venido  a  desconfiar  de  qualquier  gé- 
nero de  remedio.  Si  tú,  señora  Claudina,  tanto 
confias  de  tus  astucias,  que  pienssas  poniendo 
en  este  negocio  la  mano  salir  a  buen  puerto 
con  esta  peligrosa  dolencia,  demos  parte  a  Po- 
liciano de  tu  voluntad,  que  yo  sé  no  ai>er  en  su 
casa  mejor  dia  que  quando  se  ofrezca  camino 
para  entrar  en  el  remedio  de  su  mal. 

Clau. — Paresce,  hijo  mío.  que  tienes  más 
confianca  en  la  cerradura  de  Philomena  que  en 
la  ganzúa  de  la  vieja  Claudina?  Donoso  eres; 
pues  esto  digo  para  en  mi  casa,  e  no  quiero 
que  salga  de  entre  nosotros,  que  si  Policiano 
abre  bien  la  bolsa,  yo  haga  a  Philomena  que 
le  abra  la  puerta  por  bien  qne  la  tenga  cerrada. 
Cata,  cata,  mal  conosces  a  la  Claudina.  Quién 
sino  yo  en  el  mundo  ablanda  los  duros  coraeo- 
nes  de  las  hembras  y  avn  quebranta  las  cerra- 
duras de  las  más  honestas  moradas?  para  qué 
piensas,  bonillo,  que  aprouecha  en  casa  del 
herrero  la  lima,  y  el  azeyte  serpentino  en  casa 
de  la  Claudina?  sino  para  limar  los  candados 
de  hierro  y  enternescer  las  entrañas  desamora- 
das. Anda  ve,  Solino  hijo,  y  a  tu  señor  darás 
noticia  de  mi  abilidad,  y  avn  le  dirás  lo  qu3 
sientes  de  mi  voluntad,  que  aunque  sea  Philo- 
mena quien  es,  yo  batiré  su  muro  con  tan 
bastante  artillería  que  a  pocos  recuentros  ven- 
ga rendida  en  mis  manos.  E  porque  en  este 
caso  las  obras  darán  testimonio  de  lo  que  yo 
puedo,  ve,  hijo  mió,  con  Dios,  que  yo  quedo 
esperando  tu  venida  con  tan  buena  respuesta, 
que  no  me  valga  menos  que  diez  pares  de  doblas. 

Sol.— Fnes,  madre  señora,  nosotros  nos  va- 
mos, e  con  lo  que  nuestro  amo  acordare  yo  soy 
muy  presto  de  buelta.  Señora  Parmenia,  ten 
me  por  tuyo,  que  yo  a  fe  de  hidalgo  soy  tu 
cierto  seruidor. 

Par. —Tú,  señor,  puedes  mandar,  e  yo  te 
tengo  de  seruir. 

(1)  Clausara,  por  errata,  en  el  original. 


Sal. — Gentil  dama,  los  angeles  te  acompa- 
ñen a  ti  y  a  la  madre  vieja. 

Clau. — Amen,  e  con  vosotros  vaya. 

ARGUMENTO  DEL  QUINTO  ACTO 


Cornelia  e  Orosia  conciertan  de  yr  a  la  poiíada  tle  l'alermo  e  P¡- 
\arro,  piiljlicos  rulianc';.  e  yendo  por  el  camino  encuentran 
con  Siliianico.  paje  do  Policiano,  con  el  qiial  passan  «us  acos- 
lunibradas  puterías.  Siluanico  va  adelante  e  habla  con  Doro- 
ti'a.  criada  de  IMiilomena,  e  le  da  la  carta  i[ue  llena  do  Poli- 
ciano, etc. 


Cornelia.  Orosia.  Siluanico.  Dorotea. 

[Cor.] — Qné  te  paresce,  Orosia  hermana, 
del  buen  pago  que  el  mundo  da  a  las  que  en 
vellacos  ponen  su  voluntad?  Pnes  para  ésta 
que  en  la  cara  tengo,  don  vellaco  azemilero, 
que  yo  te  dé  a  beuer  vn  xarope  tan  amargo 
que  no  se  te  quite  el  azedia  en  quantos  dias 
biuieres. 

Oros. — Vayan  para  vellacos,  pues  no  saben 
conoscer  lo  bueno;  que  para  la  muerte  que  deuo 
a  Dios  más  me  cuesta  aquel  suzio  de  Solino  que 
valen  las  diez  mejores  alhajas  que  tengo.  Cada 
dia  daca  la  calca,  daca  dineros  para  juegos, 
daca  el  9apato  picado  y  las  camisas  vnas  mejo- 
res (')  que  otras.  Todo  lo  passaua  como  loca, 
e  al  fin  tengo  mi  Sant  Martin  como  nescia:  no 
ay  en  el  mundo  mayor  mal  que  captiuar  la  vo- 
luntad en  poder  de  hombre  (nascido;  sino  con 
vn  poco  de  cautela  hazer  a  todos  buen  rostro, 
e  que  cada  vno  piense  que  él  es  e  otro  no,  e  a 
buelta  de  cabeca  que  aqnél  sea  más  amigo  que 
mejor  nos  lo  pagare. 

Co7'.  -  Hablas,  amiga,  como  sabia;  que  si  yo, 
prima,  ouiera  tomado  tu  consejo,  no  estuuiera 
yo  toda  mi  vida  atada  a  las  mercedes  de  Salucio, 
e  qué  me  puede  él  a  mí  dar  sino  el  poluo  del 
almohaca?  e  sobre  todo,  que  vea  yo  mi  rostro  se- 
ñalado de  mano  de  un  mo^o  de  cauallos?  Comi- 
da me  vea  yo  de  mala  rabia  si  no  le  hago  que 
le  cueste  la  vida:  toma  hora  tu  manto  e  vamos 
a  Ja  posada  del  aquel  rufianazo  de  Palermo, 
que  ya  viste  quánto  fue  obligado  a  hazer  lo  que 
yo  le  mandasse  y  pongamos  ("■^)  en  sus  manos  el  ' 
castigo  destos  vellacos,  que  no  auemos  menes-  i 
ter  otro  más  cruel  verdugo. 

Oros. — Vamos  donde  mandares,  que  otra  i 
hallarás  más  perezosa;  reboca  te  bien  el  rostro  i 
porque  no  seamos  conoscidas. 

Cor. — A  punto  estoy,  guia  por  donde  qui- 
sieres. 

Oros. — Por  aquí,  por  la  placa  del  Conde, | 
que  es  el  camino  más  corto.  i 

Cor.—  Ce,  ce,  hora,  Orosia:  como  nasci  para; 

(')  Mejoras,  dice  el  original.  | 

(2)  En  el  original,  por  errata,  pagamos.  ¡ 


TRAGEDIA  POLICIANA 


11 


la  muerte,  este  paje  es  de  Policiano,  del  pode- 
mos saber  dónde  quedan  Soliuo  e  Salucio. 
ííorabnena  vaya  el  galán. 

Sil. — Salve  Dios  a  las  hermosas. 

Cor. — Dónde  bueno  tan  de  prissa,  Siluano? 
paresce  que  vas  a  ganar  beneficio. 

St'l. — Señora,  ya  que  el  beneficio  no  se  gane, 
alómenos  merescer  le  ha  el  criado  que  con  di- 
ligencia siruiere.  Yo  voy  a  entender  en  vn  re- 
caudo que  de  Policiano  mi  señor  lleuo,  ved, 
señoras,  en  qué  os  puedo  seruir  porque  no  lue 
puedo  detener. 

Cor. — Passito,  no  te  apressures  por  mi  vida, 
señor  Siluano,  que  ansi  goze  de  mí  como  no 
tienes  tú  en  esta  ciudad  quien  te  sea  tan  afficio- 
nada  como  yo.  Di  me,  señorito,  por  vida  mia, 
Solino  e  Salucio  dónde  quedan?  qué  hazen?  no 
sabes  tú,  mi  amor,  que  somos  sus  amigas? 

»S'//. — Señora,  en  la  posada  quedaron  con 
Policiano  mi  señor,  e  no  tengo  yo  a  mucho  que 
ya  anden  por  acá  fuera. 

Oros. — Dime,  amor  niio,  son  enamorados? 
salen  de  casa  de  noche?  a  qué  hora  buelven  a 
dormir.' 

Sil. — Por  mi  fe,  señora,  lo  que  puedo  dezir 
cierto  es  que  ninguna  noche  duermen  en  la  po- 
sada; de  la  hora  a  que  tornan  no  te  sabn'  dar 
razón. 

Cor.  —  Pues  por  mi  vida.  Sihiano,  me  digas 
la  verdad  de  vna  cosa  en  que  tengo  dubda.  La 
noche  passada  salieron  a  la  hora  acostumbrada? 
Porque  me  dixeron  que  antes  que  anocheciesse 
los  auian  visto  en  cierta  parte  donde  sus  per- 
sonas pueden  rescebir  peligro,  e  si  ansi  es,  mi 
amor,  será  bien  anisarlos  que  miren  dónde  en- 
tran, no  les  succeda  algún  daño  de  que  todos 
tengamos  que  llorar. 

Sil. — Por  cierto,  señora,  no  estás  bien  infor- 
mada, porque  ellos  no  pueden  salir  de  casa  has- 
ta que  mi  señor  sea  acostado;  mira  cómo  pue- 
de alguno  dezir  con  verdad  semejantes  pala- 
bras. 

Cor. — Pues,  señor  Siluano,  yo  creo  lo  que 
de  tu  boca  he  oydo  más  que  lo  que  me  puede 
dezir  ninguno  que  venga  con  malicia;  por  vida 
mia  que  no  les  digas  que  nos  viste,  porque  va- 
I  mes  mi  prima  e  yo  a  un  negocio  de  secreto. 
I  Sil. — Bien  pueden,  señoras,  yr  seguras,  que 
yo  no  les  diré  cosa  que  os  cause  enojo. 

Oros. —  I*ue8,  amor  mió.  Dios  te  guie,  por- 
i  que  vamos  de  prissa. 

I  Sil. — Y  a  vosotras  acompañe,  que  yo  no  voy 
muy  de  espacio:  estos  nescios  de  mis  compañe- 
¡ros,  con  estas  cantoneras  deuen  estar  hechiza- 
jdos.  E  piensan  dellas  que  no  tuvo  tanta  casti- 
|inonia  la  casta  Penelope  como  ellas  les  mues- 
jtran  quando  les  tienen  delante.  O  malauentu- 
jrada  confianca  la  que  de  las  tales  se  tiene,  y 
'más  malauenturado  el  hombre  que  de  semejan- 


tes confia.  A  buen  puncto  soy  llegado  ('):  a 
Dorotea  veo  a  la  puerta  de  su  casa,  plcga  a  Dios 
que  me  espere  y  no  se  me  entre  huyendo.  .Salue 
,  Dios  a  la  hermosa. 

Dor.  —  El  galán  sea  bien  venido.  Cómo  es 
esto,  señor  Siluano?  Dime  la  causa  de  absencia 
tan  larga. 

Sil. —  Señora,  mia,  ya  sabes  que  quien  sirue 
a  otro  no  tiene  para  sí  libertad.  Mi  señor  Po- 
liciano está  muy  apassionado,  e  tanto  que  por 
huyr  el  plazer  no  quiere  salir  donde  rescebirle 
pueda;  pues  estando  él  en  casa  mira  tú,  mi  rey- 
na,  cómo  puedo  yo  visitarte.  Suplico  te  no  me 
culpes  (2)  ni  me  trates  conio  ausente,  pues 
siempre  e  donde  quiera  te  tengo  delante  de 
mis  ojos. 

/)or. — Di  me  agora,  señor,  qnr  milagro  fue 
este  que  veniste  por  estos  barrios? 

Sil. — Señora  Dorotea,  tú  sabrás  que  Poli- 
ciano ha  tenido  noticia  de  cómo  yo  soy  tanto 
tuyo,  e  me  mandó  que  de  su  parte  y  mia  te  pi- 
diesse  que  con  todo  el  secreto  e  discreción  que 
es  menester  diesses  a  Philomena  tu  señora  esta 
carta,  de  la  qual  si  fauorable  respuesta  se  ouies- 
se  ('*),  todos  seríamos  bien  gratificados ;  yo 
por  cumplir  con  la  obediencia  que  como  a  señor 
le  deuo,  e  teniendo  confianza  (')  de  rescebir  de 
tí  estas  mercedes,  tomé  atreuimiento  para  se- 
mejante petición.  SuplicQ  te,  mi  señora,  en  esto 
pongas  la  diligencia  que  yo  pienso  poner  en  lo 
que  á  tu  seruicio  tocare,  porque  yo  cumpla  con 
la  deuda  que  deuo  de  criado,  e  tú  con  la  que 
me  deues  de  hazerme  mercedes  como  se- 
ñora. 

Dor. — Ay  cuytada  de  mí,  señor  de  mi  cora- 
9on,  e  quánta  dificultad  ay  en  lo  que  me  man- 
das hazer,  porque  la  honestidad  de  Piíilomena 
mi  señora,  su  grane  y  estraña  condición,  no 
consienten  que  yo  tenga  semejante  atreuimien- 
to. Como  nasci  para  morir,  si  yo  llegasse  con 
tal  embaxada  creo  que  mis  palaluas  y  mi  vida 
fenesciessen  en  vn  punto.  Solo  vn  remedio  pue- 
do dar  para  (jue  tu  venida  tenga  algún  fructo, 
que  haré  hechadiza  essa  carta  donde  í'or9ado 
venga  a  sus  manos,  sin  que  pueda  saber  para 
siempre  quién  aya  sido  el  mensagero. 

Sil. — Peligroso  me  paresce  esse  remedio,  e 
si  la  carta  se  pierde  ante  que  a  sus  manos 
venga? 

Dor. — En  esso  seré  yo  cuydosa  e  tú  puedes 
yr  descuydado. 

Sil. — Ora  pues,  señora  mia,  esta  es  la  carta 
de  mi  señor;  en  tus  manos  la  encomiendo,  que 
yo   voy  tan   confiado    quanto    á    mi    voluntad 


(1)  Lledo,  en  el  original. 

(2)  Culpas,  en  el  oriffinal. 
(■h  OuÍ3se,  en  el  original. 
(*)  Con/f»ifa.  en  el  original. 


12 


orígenes  de  la  novela 


se  deue.  Yo  me  voy;  los  angeles  queden  con- 
tigo. 

Dor. — Y  contigo  vayan,  e  mira,  señor,  que 
no  me  olvides  tiento. 

ARGUMENTO  DEL  SEXTO  ACTO 


Salidos  Solino  e  Salucio  de  casa  de  la  Claudiin  vanne  a  la  posa- 
da, donde  siendo  llegados  viene  Policiano,  al  qual  dan  rela- 
ción de  lo  que  con  la  vieja  passaron;  viene  Siluanico  e  dize  lo 
ijue  de  la  carta  ha  succedido,  etc. 


SoLiNo.  Salücio.  Policiano.  Siluanico. 

[íS'o/.]  —  El  passo  tendido,  hermano  Salu- 
cio, porque  lleguemos  antes  que  nuestro  amo  a 
la  posada. 

Sal. — Bien  dizes,  hermano,  por  vida  de  mi 
amiga;  que  si  sabe  nuestra  tardan9a,  ni  con  él 
acabaremos  renzillas  ni  avn  faltarán  en  casa 
dolores. 

Sol. — Qué  te  paresce  que  se  haga  en  lo  que 
con  la  buena  vieja  dexamos  concertado? 

Sal. — Venido  Policiano,  lo  primero  que  ha- 
remos sera  hazer  le  entender  lo  que  a  nuestro 
prouecho  haze:  dezirle  que  estos  .negocios  de 
amores  más  seguros  andan  en  manos  de  vna 
muger  marcada  que  en  poder  de  hombres  no 
experimentados;  que  tenemos  noticia  de  vna 
vieja  astuta,  y  en  esta  arte  de  alcahueta  exa- 
minada maestra;  que  procure  hablarla  y  pro- 
meterla el  premio  de  su  trabajo,  y  ella  pondrá 
la  diligencia  que  nosotros  no  podemos  por  mu- 
cha que  pongamos. 

Sol. — Ello  está  bien  acordado.  A  nuestro 
amo  veo  venir  por  aquella  calle,  alarguemos  el 
passo,  no  nos  halle  fuera  de  casa. 

Sal. — Ya  no  puede,  que  dentro  estamos. 

Pol. — M09.0S,  mo90s.  Dónde  están  estos 
diablos? 

Sal. — Qué  prissa  trae  el  diablo,  rabiando 
viene  por  saber  nueuas!  Pues  mandóte  yo,  que 
no  basta  el  amo  diligente  para  que  el  ni090 
pierda  su  natural  negligencia. 

Pol. — Que  dizes  entre  dientes? 

Sol. — Digo,  señor,  que  si  supiesses  el  buen 
recaudo  que  tengo  en  tus  amores  me  darias  el 
jubón  que  traes  vestido. 

Pol. — Buen  recaudo  dizes?  hablas  según  tu 
opinión,  e  no  sientes  dónde  llega  mi  desseo. 
Contentas  te  con  poca  agua  como  no  te  abrasas 
en  el  fuego  que  yo,  porque  si  sintiesses  mi 
dolor,  no  Ihimarias  buen  recaudo  sino  a  ser  me 
mi  señora  fauorable,  y  esto  es  impossible  según 
es  baxa  mi  ventura  y  alta  la  causa  de  mi  mal, 
pero  diuie  algo  con  que  mi  dolor  amansse,  y 
después  comience  como  de  primero. 

Sal. — O  hi  de  puta  nefio,  qué  hechizado 
esta  con  aquella  putilla  de  Philomena,  e  juro 


a   los   euaugelios   no   ay   mayor  rabosa   en  el 
reyno. 

Pol. — Quién  habla  alli  fuera?  estoy  yo  ha- 
blando en  mi  pena,  y  no  falta  quien  me  impida 
la  medicina? 

Sol. — Señor,  Salucio  es,  que  está  muy  an- 
gustiado de  verte  tal. 

Pol. — Pues  por  qué  no  entra?  qué  haze  alia 
apartado?  Salucio? 

Sal. — Señor. 

.Pol. — Entra  acá,  dime  qué  sientes  de  mi 
mal. 

*?«/.— Señor,  siento  que  eres  enamorado  y 
que  tienes  razón  de  ser  constante  en  amor. 

Pol. — Pues  no  me  dices  qué  haré  para  ha- 
llar camino  en  mi  lemedio? 

Sal. — Par  Dios,  señor,  lo  que  yo  con  mi 
poco  saber  te  puedo  consejar  es  que  pongas 
este  negocio  en  manos  de  vna  mujer  sagaz  e 
anisada  en  toda  ruindad,  porque  con  las  tales, 
si  estas  damas  del  amor  están  tocadas,  muy  fá- 
cilmente descosen  su  secreto-?  y  pues  por  éstas 
se  suele  dezir  que  quien  las  sabe  las  tañe,  a 
éstas  encomienda  tus  amores  e  no  hagas  cuen- 
ta de  la  diligencia  que  nosotros  podemos  po- 
ner aunque  desseosos  de  seruirte,  si  no  te  dis- 
pones a  esperar  con  vn  barril  de  lenguados, 
ciento  e  veinte  de  azedias.  Por  vna  uez  que  la 
fortuna  nos  fauorezca  como  a  osados,  nos  alan- 
9ará  cinco  mil  por  no  experimentados.  El 
principio  de  todas  las  cosas  se  requiere  cauto, 
para  que  lo  dependiente  succeda  firme  y  esta- 
ble. E  quando  el  fundamento  falta,  mal  se 
deue  esperar  la  duración  del  hedificio.  Todo 
esto  e  más  que  te  puedo  dezir  si  el  dolor  que 
tanto  te  aquexa  te  prestase  atención  es  justo 
que  mires  en  los  principios  de  vna  cosa  tan 
ardua  como  esta,  para  que  en  la  prosecución 
della  no  vengan  a  nascer  desuariados  effectos. 

Pol. — Pues  qué  te  paresce  a  ti  que  haga  yo, 
amigo  Solino?  á  quién  me  encomendaré  que  no 
sé  dónde  ay  fidelidad? 

Sol. — Señor,  ymaginando  con  cuydado  los 
instrumentos  con  que  esta  tu  llaga  pudiesse 
cauterizar,  entre  muchas  que  el  cora9on  des- 
seoso  de  agradarte  me  ha  ofrescido,  me  truxo 
a  la  memoria  vna  vieja  mi  conoscida,  maestra 
de  hazer  perfumes,  que  vn  tiempo  fue  partera 
en  esta  ciudad,  que  tiene  por  nombre  Claudina, 
sagacissima  en  quantas  maldades  el  entendi- 
miento del  hombre  puede  ymaginar  y  en  ellas 
criada,  y  no  menos  encanescida;  la  mayor  he 
chicera  que  se  ha  hallado  dende  el  principio 
del  mundo  hasta  oy.  Tiene  tanta  abilidad  en 
casos  que  requieran  artificio  sobre  natural,  que  ' 
a  todo  el  infierno  junto  trae  consigo  con  sola 
su  boz.  E  aunque  para  este  negocio  no  sea 
menester  tanta  herramienta,  no  empece  al  arti- 
ficio la  demasiada  astucia  del  artífice.  Procu- 


TRAGEDIA  POLÍCTANA 


13 


ra,  señor,  de  hablarla  e  poner  este  negocio  en 
sus  manos,  e  si  se  las  vntas  con  algún  into- 
resse,  aunque  no  muy  calificado,  puedes  con- 
fiar en  ella,  que  aunque  Pliilomena  fuesse  tan 
dura  como  vn  reziu  diamante,  con  solas  sus  pa- 
labras la  prouocará  a  qu»^'  su  desseo  y  el  tuyo 
se  executen  con  la  breuedad  que  verás. 

Pol.  —  O  prestantissimo  remedio:  cómo?  que 
ay  tal  muger  nascida  e  no  la  conozca  yo?  ve 
Solino  e  llámala,  e  dende  aqui  te  doy  auctori- 
dad  para  que  la  ofrezcas  no  solamente  los  bie- 
nes que  ay  en  mi  casa,  pero  avn  todo  mi  patri- 
monio pon  en  su  mano,  del  qnal  y  de  mí  lior- 
dene  a  su  voluntad.  Pues  dime  la  verdad,  So- 
lino,  que  de  ueras  te   paresce  a  ti  ser  necessa- 
rio  dar  parte  a  esta  muger? 
Sol. — Señor,  no  cosa  más. 
Pol. — Pues  en  vuestras  manos  encomiendo 
este  mi  spiritu  atribulado,  tractadle  como  soys 
obligados    según    verdaderos    misericordiosos, 
que    yo    quedo    tan    acompañado    de    tristeza 
quanto  solo  de  vuestra  compañía,  yd  e  llamad- 
me a  essa  dueña  honnada  e  no  tardeys  si  biuo 
me  querevs  hallar. 
Sal.—  Pues  vamos. 
Pol.  -   E  yo  quedo. 

Sol. — Allá  quedaras  con  todos  los  diablos 
cargado  de  locuras  e  vazio  de  entendiiuifuto; 
qué  te  paresce,  Salucio,  de  la  perdición  deste 
perdido? 

.Stt/. —Enfermedad  coumn  es  la  suya,  e  si  el 
dolor  le  ha  llegado  a  lo  secreto  del  cora^fju, 
más  te  deues  marauillar  de  su  paciencia  que  de 
su  sentimiento. 

Sol. — O  feminil  flaqueza,  que  eres  bastante 
a  robar  de  vn  hombre  robusto  la  joya  más  esti- 
mada, que  es  la  libertad.  Bien  dizen  los  sabios 
que   deste   adamantino   dolor   escriuieron   que 
I    tiene  la  propriedad  del  azero  en  la  dureza  e 
I    crueldad.    Porque    consideradas    sus    robustas 
I    fuerzas,  e  los  pechos  tan  esfor(;'ados  que  amor 
i    con  sus  crudas  flechas  ha  rompido,  no  amor 
j   sino  tirano  enemigo,  mortal  offenssor  deue  ser 
I   llamado.  Lee  las  historias  Romanas  e  hallarás 
i   estar  llenas  de  los  desatinos  que  este  amor  ha 
j  causado.  Aquel  emperador  africano  que  hauien- 
i  do  seydo  en  el  senado  tenido  por  el  más  victo- 
.  rioso  monarca  que  en  el  mundo  se  hauia  halla- 
I  do,  el  amor  de  vna  pobre  labradora  de  tal  ma- 
nera le  puso  en  baxeza,  que  no  sólo  de  la  gen- 
j  te  noble  de  senadores,  pero  de  la  república  y 
I  gente  plebeya  fue  tenido  en  tan  baxa  estima- 
ción quanto  su  hystoria  testifica.   Pues  en  la 
escriptura  sagrada,  quién   fue   causa  de  aquel 
notable  pecado  que  el  Rey  üauid  cometió  en  la 
muerte  de  Urias  su  capitán,  sino  ser  el  mismo 
Rey  tocado  del  amoi-  de  Bersalieu?  Pues  si  con- 
tarte quisiesse  los  desastrados   acaescimientos 
de  muchos  reyes  e  varones  illustres  apassiona- 


dos  desta  dulce  ponyoña,  seria  comen9ar  vn 
cuento  que  no  tuuiesse  fin.  Solamente  resta 
que  la  libertad  con  ningún  thesoro  se  compra, 
e  si  nuestro  amo  halla  sabor  en  esto  en  que  to- 
dos los  que  algo  entienden  tanta  azedia  e 
amargura  an  hallado,  con  su  pan  se  lo  coma  e 
mal  prouccho  le  haga.  Tengamos  aniso  sus 
criados  de  dezir  dende  afuera:  a  saluo  está  el 
que  repica,  e  si  porfiare  diziendo:  ve  acá,  torna 
acullá,  dezirle  que  bien  se  está  sant  Pedro  en 
Roma.  Ya  me  entiendes,  no  aya  alguna  tram- 
pa donde  no  penssamos.  Y  pues  él  comió  los 
agrazes,  no  padezcamos  nosotros  la  dentera. 
Esto  que  toca  a  llamar  la  vieja,  cosa  es  que 
cumple,  en  lo  demás  tengase  auiso  qué  mande 
y  haga,  qué  digo? 

*S'a/.  —  Hao,  comigo  estás,  anisado  eres. 

Sol. — Cata,  cata,  juro  al  cuerpo  de  tal,  Sil- 
uanico  viene:  regocijado  llega.  Ño  sé  cómo  ha 
negociado. 

Sil.  -  Ansi,  Solino  hermano,  vnos  hazia  vn 
cabo  e  otros  hazia  otro,  porque  no  se  acueste 
el  mundo. 

Sol. — Cómo  vienes,  Siluanico?  qué  nueuas 
tenemos? 

»SV/.  -Alia  dexo  la  carta  en  poder  de  üoro- 
tea,  tómela  el  diablo  e  oxala  la  quemasse. 

Sal. — Ora,  Siluanico,  ve  presto  a  la  posada, 
que  queda  solo  nuestro  amo,  e  no  digas  que 
nos  topaste,  porque  ha  gran  rato  que  salinKíS 
a  llamar  a  vna  vieja  hechizera  a  que  nos  embió; 
en  siendo  venida  ella  tomará  a  cargo  estos 
mensages,  e  quitar  nos  ha  Dios  de  peligro. 

Sil.  —  Dios  lo  haga  como  no  paguemos  los 
que  no  auemos  comido  el  escote.  A  casa  voy, 
la  Magdalena  os  guie. 

Sol.     E  a  ti  acompañe  hasta  la  buelta. 

ARGUMENTO    DEL    SÉPTIMO   ACTO 

Conidia  e  Orosia  llegan  fii  casa  de  Palenno,  ilnnilc  liallaii  a  I'i- 
^arro  su  compañero,  a  los  qualcs  seiiiiexan  ile  la  injuria  que 
cíe  Solino  e  Salucio  rescibieron,  e  les  |)¡(len  que  entiendan  en 
la  venganza,  etc. 

COUXKI.IA.     OuOSIA       PaI,K10!0.    PkaKUO. 

[_Cor.'\ — Están  en  casa  los  galanes? 

Pal. — Ce,  ce,  hermano  PÍ9arro,  despecho  de 
la  media  nata  si  no  ay  garulla  en  la  posada; 
quién  anda  ay?  Ya,  ya,  señoras,  no  es  menes- 
ter tanta  dissimulacion. 

Pir.  -  Desciibrete,  dama,  pese  a  la  ley  del 
quaderno,  que  para  quien  bien  conosce  la  nariz 
le  basta. 

Cor. —  Y  avn  a  quien  tanto  vee,  la  mitad  de 
la  vista  le  sobra. 

I^al. —  O  galana,  cómo  eres  graciosa,  quita 
te  el  rebo90  por  mi  vida.  Muchacho,  corre,  toma 
aquel  jarro. 


14 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Cor. — No,  no,  st'ñor  Palerruo,  no  venimos 
de  tanto  espacio. 

Piq. — O,  descreo  de  la  peña  de  Martos,  qué 
tan  pressurosa  vienes?  Pues  no  lias  de  salir  de 
la  estancia  sin  que  rescibas  colación. 

Oros. —  Ay,  ))rima,  por  mi  amor  no  nos  de- 
tengamos, que  ya  sabes  lo  que  tenemos  deliazer. 
PaZ.— Digo,  señora  Cornelia,   paresce  que 
quiero  conoscer  a  esta  dama. 

Cor. — En  cargo  de  mi  ánima  que  tú  estás 
donoso,  pues  agora  sabes  que  es  Orosia  mi 
prima? 

Pal. — O,  perdona,  hermosa,  que  por  mi  vida 
con  el  rebo(?o  te  desconoscia.  Que  avn  por  vida 
del  resto,  que  tienes  en  casa  quien  te  dessea 
seruir,  sino  que  no  te  lo  osa  dezir  por  no  darte 
enojo.  Hola,  señor  Pi^arro,  por  qué  no  hablas  a 
esta  dama?  Pues  que  no  le  eres  tú  poco  af  ficio- 
nado. 

Pir. — Es  la  señora  Orosia?  O  descreo  del 
puerto  de  Jafa;  perdóname,  señora,  que  voto  a 
tal  agora  te  acabo  de  conoscer. 

Oros. — Señor  Pi^arro,  agrauio  me  hazes  con 
tan  poco  conoscimiento,  siendo  yo  tanto  tu 
seruidora. 

Pie. —  O  perla  de  oro,  no  me  culpes  que  des- 
creo de  la  leche  de  Olofernes  si  con  el  reboco 
que  traes  el  mismo  diablo  no  te  desconozca; 
descúbrete  por  vida  mia,  corre  muchacho,  eres 
venido? 

Oros. — Señor  Pirarro,  no  te  pongas  en  tra- 
bajo, que  por  mi  vida  venimos  muy  de  priessa, 
e  necessidad  de  hablar  al  señor  Palermo  truxo 
por  acá  a  Cornelia  mi  prima,  e  yo  por  tenerla 
compañia  acordé  venir  con  ella. 

Pal. — Pues  qué  es  esto,  cora9on  mió?  Ay 
algún  embara9o  en  que  yo  pueda  poner  la  vida 
en  tu  seruicio? 

Cor. — Pues  qué  pensauas,  señor?  que  era 
mi  venida  a  lumbre  de  pajas?  Enojadas  venimos 
mi  prima  e  yo,  e  con  mucha  razón,  porque  de 
vnos  vellacos  mo90s  de  espuelas  auemos  seydo 
afrentadas,  e  quien  bien  nos  quisiere  nuestra 
injuria  ha  de  tomar  por  suya,  porque  mi  amigo 
es  otro  yo,  e  ansí  deue  sentir  mis  enojos. 

Pal. — O  reniego  de  las  barbas  de  ÍBarrabas, 
e  tal  cosa  me  dizes?  Oyes,  mochacho,  arroja  me 
acá  essa  cota,  dime  quién  son  los  que  te  enoja- 
ron, e  desame  tomar  mi  hatillo,  que  no  creo  en 
la  fe  de  los  Tártaros  si  handrajos  no  te  los  llene 
hechos  y  la  sangre  me  beua  por  dexarte  más 
vengada. 

-^'V- — Y  este  embarace,  señora  Orosia,  es 
cosa  que  a  ti  toca? 

Oros. — Común  ha  sido  la  injuria  e  tal  ha  de 
ser  el  castigo.  Descreo  de  la  leche  que  mamé 
si  la  fe  no  renegasse  por  verme  vengada.  Dos 
criados  de  Policiano  entraron  la  otra  noche  en 
nuestra  posada,  e  porque  con  vosotros  estaña- 


mos hablando  nos  dieron  tantos  bofetones  en 
nuestro  rostro  que  los  dientes  nos  dexaron  ba- 
ñados en  sangre,  y  esta  afrenta  tan  grande  no 
f^e  nos  hiziera  a  nosotras  si  tuuieramos  fabor  de 
hombre;  triste  es  la  casa  donde  falta  la  compa- 
ñia del  varón.  Yo  me  lo  merezco,  yo  tengo  mi 
pago,  porque  como  nescia  no  tomo  yo  consejo 
de  quien  bien  me  quiere. 

Pie. — Señora  Orosia,  no  llores  ni  te  acuytes 
por  vna  cosa  que  passada  no  puede  dexar  de 
ser  passada;  pero  da  gracias  a  Dios  que  tienes 
por  amparo  al  señor  Palermo  e  a  mí,  que  sere- 
mos verdugos  de  quien  tu  capato  offendiere,  y 
no  digo  yo  con  dos  que  en  fia  es  meaja  en  ca- 
pilla de  frayle  para  lo  que  mi  espada  corta;  pero 
si  quinze  fueran  los  contrarios,  hombre  ay  en  el 
estancia  que  no  mudara  el  color  para  acome- 
terles, y  avn  reniego  de  los  montes  claros  si  no 
tengo  vna  hojuela  en  la  mano  que  no  liaze  más 
de  los  hombres  hechos  malla  que  si  fuessen  he- 
chos de  manteca. 

Pal. — Orosia  señora,  poca  noticia  tienes  del 
señor  Picarro,  mal  informada  estás  del  nombre 
que  su  espada  tiene  en  el  rey  no,  pues  quiero, 
dama,  que  sepas  que  quien  más  agora  floresce 
en  las  armas  ninguna  ventaja  le  haze,  y  el  dia 
que  no  se  embuelue  en  negocios  de  poner  la 
vida  en  condición,  no  piensa  auer  hecho  hazien- 
da;  su  tracto  es  cincuenta  mugeres  repartidas 
por  las  mancebías  del  reyno,  y  la  que  más  fama 
tiene  huelga  de  le  tener  por  amparo.  Mas  yo 
te  juro  al  Sepulchro  Sancto  de  la  rehoyada,  e 
ansi  aya  yo  uentura  con  damas,  como  le  vi  oy 
hazer  vn  hecho  que  Rebeca  en  su  tiempo  no  le 
hiziera. 

Oíos. — Ora,  señor  Palermo,  dexemos  las 
alabancas  deste  gentil  hombre  para  otro  (')  dia; 
nosotras  venimos  de  priessa,  e  no  a  más  que 
daros  parte  de  nuestra  injuria;  si  pensays  poner 
en  ello  la  mano,  yremos  mi  prima  e  yo  descuy- 
dadas,  e  si  no  tan  bien  nos  anisad,  que  como 
nasci  para  la  muerte  que  ay  gentiles  hombres 
en  la  ciudad  que  no  verán  otro  Dios  sino  que 
nosotras  les  mandemos. 

Pal. — Mirad,  damas,  reniego  de  tal  si  no  me 
corro  de  la  dubda  que  en  mi  voluntad  se  pone, 
y  si  no  estoy  ya  desseando  el  tiempo  para  que 
sepays  lo  que  desseo  liazer  por  seruiros.  Dexad- 
me  el  cargo  e  dormid  sin  pena,  e  no  me  teugays 
por  Palermo,  hijo  del  merino  de  ronda,  si  jun- 
tos no  los  embio  a  renar  con  Lucifer.  Mira,  se- 
ñora Cornelia,  qué  tanto  desseo  su  servicio,  que 
juro  a  los  sanctos  quatro  elementos  entre  sue- 
ños piensso  cómo  tenerte  contenta.  Ellos  salen 
de  noche? 

Cor. — Cada  noche  salen  después  de  acostado 
su  amo. 

(O  Eu  el  original,  otra. 


TRAGEDIA  POLICIANA 


15 


Pal. — Pues  bien,  puedes  ruaüaiia  dezir:  per- 
done los  Dios. 

Pir. — Ora  descuydad,  hermosas,  que  yo  re- 
niego de  las  que  en  la  cara  tengo,  si  no  os  de- 
xaremos  tan  bien  satisfechas  quanto  jamás 
afrenta  se  satisfizo. 

Cor. — ¡Señor  Picarro,  con  tal  confian9a  nos 
vamos  a  la  posada. 

Pir. — No  y  ras,  por  vida  de  mi  amiga,  que 
no  puede  tardar  el  mo^o  con  la  colación. 

Oros.  -  Señor,  aqui  lo  damos  per  rescebido, 
porque  no  nos  podemos  más  detener. 

Pal.  ■  Pues^  damas,  rescibid  la  voluntad  del 
pobre  gentil  liombre,  que  otro  dia  se  abrá  la 
obra. 

Oros.— A  Dios,  galanes. 

Pir. — Vayan  de  Dios  las  pellejas.  O  pese  te 
tal  con  las  curraticas  adobadas,  y  esta  pelazga 
nos  tienen  agora  guardada?  Escapónos  Dios  e 
nuestra  diligencia  la  noche  passada,  e  quieren 
nos  tornar  a  meter  en  el  garlito?  Mira,  hermano 
Palermo,  el  remedio  más  sano  para  que  destas 
pellejas  nos  defendamos,  porque  de  mí  te  hago 
saber  que  no  saldré  de  casa  a  negocio  (')  de 
tanto  peligro,  e  aniso  te  que  si  a  sacar  me  por- 
fiares, al  primer  repiquete  de  broquel  no  me 
haUarás  en  toda  la  ciudad. 

Pal. — O,  pese  a  la  fe  de  los  moros,  Picarro 
hermano.  Que  el  diablo  nos  topó  con  putas  tan 
reboltosas!  Dios  sabe  quánto  estoj  fuera  de  asir 
quistiou  con  nadie;  sino  que  mis  pecados  me 
quieren  ya  Henar  arrastrando  al  cimenterio.  Vn 
braQo  tengo  más  yerto  que  si  fuesse  de  madera. 
Yo  no  traygo  espada  tanto  para  reñir,  quanto 
para  hazer  mamparos  mientras  me  pongo  ('^) 
en  huyda. 

Pir.  — Pues  de  mí  no  hagas  cuenta,  que  des- 
pecho de  la  puta  que  me  parió  si  las  carnes  no 
me  están  ya  temblando  con  sólo  el  pensamien- 
to; mañana  quiero  fingir  vn  cammo  y  estarme 
encerrado  doze  o  quinze  días,  y  entre  tanto  estas 
borrachas  abaxarán  vn  poco  la  colera. 

Pal,  Bien  has  acordado;  amanescerá  y  me- 
draremos. Pero  no  me  paresce  mal  que  ande- 
mos sobre  el  aniso,  y  si  viéremos  tiempo  en  que 
a  nuestro  saluo  podamos  hazer  una  leuada,  que 
no  monte  más  de  vn  cumplimiento,  bastará  para 
salir  de  cargo,  e  si  mal  nos  suscediere,  a  los 
pies  nos  encomendemos,  que  son  aliuio  de  pe- 
cadores, 

Pi<;. — Ora  Dios  lo  encamine  por  camino 
más  seguro,  que  a  mí  no  rae  paresce  que  deue- 
raos  ponernos  en  tal  peligro.  Vayan  para  ve- 
llacas. 

Pal.  -  Ora  reposemos  e  tomemos  consejo 
con  el  tiempo, 

I,')  En  el  original,  negado. 
(?)  Puogo,  en  el  original. 


ARGUMENTO    DEL    OCTAUO    ACTO 


Siluaiiii-11,  \¡ii¡eii(ln  a  la  po>a(la.  viiMie  liablaiido  consigo,  «londc 
halla  a  Policiano,  al  i(iial  da  relación  de  lo  que  con  la  carta 
succi'ilio.  Vii'iii!  la  Claudina,  e  aiiiendn  oydo  a  Policiano,  le 
jiionicte  la  victoria,  etc. 


SiLUANico.  Policiano.  Claodina.  Solino. 
Salücio, 

[<sV7.] — Quien  no  se  auentura  no  alcauQa 
ventura,  e  quien  no  acomete  meresce  nombre 
de  couarde.  Yo  con  la  necessidad  atieuime  á 
Dorotea,  y  con  mi  atrevimiento  descubrí  rastro 
de  victoria.  Bueno  ua:  con  vn  camino  he  hecho 
dos  mensajes,  puse  a  recaudo  la  carta  de  Poli- 
ciano, conosci  en  la  mo^a  que  no  me  tiene  ol- 
uidado.  Por  esto  dizen  que  barba  a  barba  ver- 
gueu9a  (')  se  cata,  e  que  quien  no  paresce  pades- 
ce.  A  lo  menos  si  a  Dorotea  yo  la  digo  mi  pena 
sin  tercero,  ni  me  engañará  la  vieja  Claudina 
con  sus  conjuros,  ni  Solino  e  Salucio  con  sus 
meniiras.  Buen  enamorado  hago,  bien  me  va 
con  los  primeros  amores;  andarme  quiero  en 
estos  passos,  pues  todos  en  mi  casa  andan  ena- 
moradizos. A  la  posada  llego;  aquellos  vellacos 
dexaron  la  puerta  juntada  y  el  perdido  de  mi 
amo  yo  juraré  que  troba, 

Pol.  —  Mucho  tarda  mi  remedio,  no  soy  dig- 
no de  ningún  bien,  todas  las  cosas  me  son 
contrarias,  muy  cerctt  está  mi  desesperación, 
ya  mi  mal  me  tiene  consumido,  no  tengo  fuer- 
cas  ni  subjecto  para  padescer,  no  sé  qué  haga 
de  mí,  toda  tristeza  me  es  agradable  y  toda 
alegria  enoj'  sa,  toda  soledad  apazible  y  toda 
compañía  tan  odiosa  como  la  misma  sepultura. 
A  mal  va  mi  partido.  Si  ay  algún  mo90  en 
esta  casa?  Mocos,  mozos! 

^?7.— Señor. 

Pal. — Entra  acá,  liijo  Siluano,  cómo  me 
dexas  solo?  por  qué  no  me  dizes  cómo  te  fue 
con  mi  carta?  Creo  que  mi  desventura  te  lo  ha 
impedido,  porque  yo  no  goze  de  aquel  plazcr 
que  tu  venida  me  trae. 

*S'//. — Señor  mió,  esfuerza  e  ten  confianza  en 
el  amor,  que  si  el  buen  fin  de  lu  desseo  con- 
siste en  aquella  carta  yo  te  certifico.que  esta  es 
la  hora  que  Philomena  la  tiene  en  sus  manos, 

Pol.—  tSancto  Dios,  mira  lo  que  dizes,  cata 
que  yo  no  soy  digno  de  tan  gran  merced. 

Sil. —  La  muy  alta  consideración  que  tienes 
de  Philomena  te  causa  el  menosprecio  con  que 
tu  merescimiento  has  abatido. 

Pol. — Cómo  es  esso?  paresce  que  mi  afficion 
aya  enturbiado  en  mí  algún  quilate  de  mi 
razón? 

O  En  el  original,  venganza,  evidentemente  por  yerro 
de  la  imprenta. 


16 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Sil. — Hi,  hi,  lii. 

Pol. — De  qué  te  ries,  vellaco  rapaz? 

Sil. — De  cómo  eres  enamorado,  e  no  sabes 
los  accidentes  del  amor,  Dizen  los  que  dello 
saben  que  el  amor  no  es  otra  cosa  sino  vn  ol- 
uido  de  la  razón  e  vna  especie  de  locura  que 
turba  el  entendimiento  e  aparta  el  ingenio, 
priua  de  la  memoria,  destruye  las  fuer9a8,  con- 
sume la  hazienda,  estraga  la  hermosura,  que- 
branta los  altos  e  generosos  desseos,  y  los  re- 
montados hace  abatir  a  cosas  rastreras  e  viles; 
encierra  en  un  subjecto  mil  contrarios  acciden- 
tes, ansi  como  plazer  y  enojo,  tristeza  e  ale- 
gria,  guerra  continua  e  tregua  enojosa,  acci- 
dental claridad  e  cssenciales  tinieblas,  descon- 
tento e  contentamiento. 

Fol. — Pues,  desdichado  de  mí,  el  triste  cora- 
ron que  tantos  e  tan  discordes  huespedes  tiene, 
cómo  puede  medir  con  libertad  de  jnyzio? 

Sil. — Tú  te  lo  dirás  todo. 

Pol.  —  Qué  dizes? 

Sil. —  Digo,  señor,  que,  a  mi  parescer,  entre 
los  amantes  e  los  locos  sola  ay  esta  diferencia, 
que  los  vnos  son  locos  quando  aman  e  los 
otros  quando  hazen  locuras. 

Fol. — Aunque  priuado  de  seso,  bien  conoz- 
co que  dizes  más  de  lo  que  tu  hedad  te  enseña, 
pero  esta  es  vna  dolencia  que  se  rescibe  de 
grado  e  con  trabajo  mortal  se  despide.  Pues 
entretanto  que  con  el  accidente  peleo,  me  di 
cómo  te  succedio  con  aquella  breue  relación  de 
mi  mal. 

Sil. — Señor,  yo  di  tu  carta  a  vna  criada 
suya  que  a  causa  de  ser  de  mi  tierra  me  tiene 
alguna  afficion,  e  a  ésta  encargué  que  con  se- 
creto e  discreción  la  pusiese  en  manos  de  Phi- 
lomena.  Dexada  aparte  la  dit'ficultad  con  que 
me  lo  otorgó,  queda  obligada  a  poner  recaudo 
en  que  tu  carta  venga  a  manos  de  tu  señora,  e 
si  respondiere,  darme  a  mí  la  respuesta. 

Fol. — Dios  te  consuele  que  ansi  me  has 
consolado;  llama  luego  vn  sastre  y  corta  de 
aquella  grana  que  para  mí  se  sacó  vnas  calcas 
e  capa. 

Sil. — Beso  te  las  manos  por  esta  merced,  e 
más  que  de  tu  magnificencia  espero. 

Fol.  —  Corre,  da  me  aquella  harpa  e  tañeré 
vna  canción  con  que  mi  dolor  se  encienda. 

Sil. — Señor,  si  ansi  es,  para  qué  quieres 
tañer? 

Fol. — Para  acabar  la  vida  como  el  cisne  con 
música  lamentable. 

Sil.  —  Señor,  líela  aqui. 

Fol. — Cierra  me  essa  puerta,  que  quiero 
magnifestar  cantando  lo  que  mi  ánima  siente 
penando. 

Venid,  gemidos  mortales, 
con  las  ansias  del  morir, 
pues  allí  está  mi  bibir. 


Venid,  ansiosos  sospiros, 

fenesced  mi  triste  suerte 

e  hasta  vlarme  la  muerte 

no  penseys  en  despediros; 

red  que  salgo  a  rescebiros 

sediento  por  el  morir, 

pues  alli  está  mi  biuir. 

Ven  ya  muerte,  qué  es  de  tí? 

que  esperando  desespero, 

e  porque  tanto  te  quiero 

te  apartas  tanto  de  mí. 

Ven  ya,  que  te  espero  aquí, 

ansioso  por  el  morir, 

pues  alli  está  mi  biuir  (^). 
Sil.  —  Qué  es  aquello  que  veo?  mal  año  me 
dé  Dios  si  Solino  e  Salucio  no  vienen  con  la 
vieja,  que  paresce  que  la  traen  presa  por  he- 
chizera.  Señor,  señor. 

Fol.  Qué  es  esso,  loco  mal  criado?  No  te 
mandé  que  me  dexasses? 

Sil.  —  Solino  e  Salucio  vienen  por  aqui,  e 
traen  en  medio  a  vna  puta  vieja. 

Fol. — Soberano  Dios.  Corre,  perezoso  mal- 
diziente,  abre  la  puerta,  que  yo  quiero  yr  a 
besar  la  tierra  que  essa  depositarla  de  mi  vida 
pisare.  Coi  re,  no  te  tardes. 

Clau. — Es  esta  la  posada,  hijos  mios? 
Sil. — Entra,  señora,  que,  según  eres  dessea- 
da,  a  saber  cierto  tu  venida  saliera  mi  amo  en 
procession  a  rescebirte. 

Clau.  Paz  sea  en  esta  casa. 
Fol.  —  O  canas  bienauenturadas,  o  vejez  bien 
fortunada,  o  thesorera  de  mi  remedio,  o  mi  re- 
uerenda  e  digna  de  todo  acatamiento  Claudina, 
sólo  tu  aspecto  ha  dado  vida  a  mi  desseo,  tu 
rostro  de  misericordia  ha  enternescido  las  du- 
ras cadenas  que  mi  triste  corazón  sobre  sí  tie- 
ne; rompe,  madre  mia,  mis  carnes  para  conoscer 
el  dolor  que  secretamente  padezco,  porque  con 
la  lengua  es  impossible  manifestarle. 

Clau.  O,  señor  Policiano,  qué  poco  esfuer- 
90  es  este?  qué  quexas  tan  debilitadas  e  tan 
sin  confianca  son  las  tuyas?  en  semejantes  ad- 
versidades se  conoscen  los  ánimos  valerosos. 
Torna,  señor,  en  ti,  qué  es  esto?  pues  aunque 
de  todo  punto  a  tu  mal  faltara  medicina,  tu 
sola  discreción,  tus  varoniles  fuerzas  e  tus 
acostumbradas  astucias  auian  de  bastar  a  res- 
cebir  cualquier  infortunio  por  graue  que  fuesse, 
mayormente  estando  yo  en  medio,  que  soy 
maestra  vieja  e  me  obligo  a  darte  salud  si  tú, 
señor,  no  te  dexas  vencer  de  la  sombra.  Mira, 
señor,  que  es  cosa  vergon90sa  que  vn  cauallero 
como  tú  se  confunda  con  la  ymaginacion  de 
vna  muger. 

(')  Eu  el  orik'itial,  estos  versos,  coiuo  los  otros  de  pá- 
ginas atrás,  están  impresos  á  renglón  tirado,  cual  si  fue- 
sen prosa. 


TKAGEDIA 

Sol — Assomate,  liermano  Salncio,  e  verás 
a  nuestro  amo  de  rodillas  delante  de  la  mayor 
puta  vieja  que  nascio  de  las  mugares.  O  mal- 
auenturado  de  ti,  quánta  lionrra  das  a  tus  pas- 
sados  ydolatrando  y  dando  obediencia  a  las  más 
maldictas  canas  que  jamás  salieron  al  mundo! 

Pol. — Madre  mia,  esperanza  mia,  la  causa 
de  mi  mal  bien  creo  te  abrá  sido  relatada  por 
alguno  de  mis  criados  que  como  yo  la  saben,  e 
ansí  confio  que  la  sienten.  No  pienso  será  me- 
nester que  de  nueuo  sepas  en  este  caso  otra 
cosa,  pues  no  la  ay  más  de  lo  que  ellos  de  mí 
han  sabido.  Por  tanto,  madre  mia,  pido  ií,  por 
reuerencia  de  la  tremenda  passion  que  me  ator- 
menta, des  a  mi  coraoon  la  medicina  que  vie- 
res ser  conueniente  para  que  algún  poco  des- 
canse del  continuo  fuego  que  me  abrassa. 

Clau. — Por  cierto,  hijo  Policiano,  muchos 
dias  ha  que  el  passado  conoscimiento  de  tus 
padres  y  tuyo  ha  sembrado  en  mi  cora9on  vn 
desseo  muy  grande  de  gozar  de  tu  noble  e  gra- 
ciosa conucrsacion,  e  vn  dia  por  otro  lo  he  di- 
latado esperando  se  ofresciesse  causa  para  mos- 
trar me  en  tu  seruicio.  Ha  sido  mala  mi  dicha, 
que  ya  que  se  cumplió  mi  deseo,  fuesse  en 
tiempo  de  enfermedad  tan  penosa,  que  ni  mis 
palabras  se  entiendan,  ni  la  voluntad  con  que 
se  dizen  por  ellas  se  pueda  conoscer.  Porque  a 
¡a  verdad  este  dolorcillo  que  agora,  hijo  mió, 
sientes  no  deja  potencia  que  no  ocupa,  y  avn 
lo  primero  que  arrebata  es  la  atención  del  pa- 
ciente. En  conclusión,  señor  Policiano,  yo  ten- 
go muy  entera  noticia  de  tu  enfermedad  y  aquí 
soy  venida  a  ponerle  medicina.  Lo  que  al  pre- 
sente es  necessario  te  diré.  Tú,  señor,  reseibe 
vn  poco  de  aliuio  entretanto  que  yo  en  mi  casa 
aparejo  algunos  instrumentos  que  para  enten- 
der en  esta  cura  son  necessarios,  lo  qual  pues 
yo  he  rescibido  a  mi  cargo  te  prometo  no  apar- 
tar della  la  mano  hasta  ver  el  fin,  con  la  victo- 
ria que  yo  e  todos  tus  criados  para  tu  remedio 
desseamos. 

Pol. — Aquel  soberano  dador  de  mercedes  te 
dé,  madre  mia,  lo  que  en  este  caso  yo.  no  pue- 
do, por  ser  insufficiente  para  gratificar  tan 
grande  beneficio. 

¿i'oí.  —  Essas  come  la  otra,  a  osadas  cierra  la 
boca  e  abre  la  bolsa. 

Sal.  —  Escucha,  que  ya  se  desembuelue. 

Pol. — E  porque  conozcas  la  voluntad  que 
tengo  de  satisfazer  tus  passos,  toma  diez  do- 
blas con  que  al  presente  me  hallo,  e  confia  de 
mí  que  seras  bien  pagada. 

Clau. — En  ynfinitos  quilates,  señor  Policia- 
no, excede  tu  magnificencia  la  poquedad  de  mi 
merescimiento,  pero  tú  heziste  como  cauallero, 
e  yo  quedo  obligada  a  perpetuo  seruicio. 

Pol. — Ora,  pues,  madre  mia,  contigo  llenas 
mi  cora9on. 

ORÍGENES    DE    LA    NOVELA.  —  III. — 2 


POLICIACA  17 

Sal. — E  avn  las  entrañas  a  bueltas  del  di- 
nero. 

Pol. — Mira  que  mi  ánima  va  tras  ti  e  yo 
quedo  en  el  número  de  los  nniertos  esperando 
resuscitar  con  tu  jocunda  venida. 

Clau. — Hijo  mió,  dexa  hazer  a  la  ("laudina, 
que  mal  me  andarán  las  manos  ó  tú  saldrás  a 
luz  con  tus  amores. 

Pol.  —  Con  tal  confianza  biuire  si  bino  me 
hallares  a  la  buelta. 

Clau.  —A  Dios,  hijo  mió,  que  es  ya  no- 
che. 

Pol. — M090S,  sacad  ay  vua  hacha,  yd  con 
mi  madre  a  su  posada,  e  dexad  me  aqui  solo, 
pues  soy  amador  de  soledad. 


ARGUMENTO  DEL  NONO  ACTO 


(lüuiliiia  sale  de  casa  Je  Policiano  acompañada  de  Solino  e  Sa- 
lucio,  con  los  quales  va  hablando  en  los  amores  c'e  su  amo 
liasta  llegar  a  la  posada  de  la  vieja,  etc. 


SoLiNo.  Salücio.   Claddina.   Parmenia. 
Libertina. 

\_Sol.'\ — Qué  sientes,  madre  mia,  de  este  do- 
lor que  á  Policiano  da  pena?  Paresce  me  aver  te 
obligado  a  dificultoso  remedio,  cuyo  fin  yo  no 
osara  esperar  sin  notable  peligro  de  mi  per- 
sona, 

Clau. — A  la  he,  bouo^  a  la  he,  poco  sabes 
de  leyenda,  mal  conosces  a  la  Claudina;  poco 
has  tractado  mi  casa,  pues  en  los  negocios  al- 
tos, donde  todos  pierden  confian9a,  quiero  yo 
mostrar  quánto  puedo,  que  en  las  cosas  de  poco 
subjecto  poca  abilidad  se  requiere.  Mis  redes, 
bouillo,  sábete  que  no  prenden  lagartijas,  quau- 
to  la  cosa  es  más  alta,  tanto  con  mejor  ánimo 
la  intento,  y  jamás  acometi  donde  no  ouiesse 
victoria. 

Sal. — A  semejante  género  de  acometer  lo- 
cura la  llaman  en  mi  tierra,  e  no  por  virtud, 
sino  por  vicio  la  tienen  canonizada. 

Clau. —  Bo9alejo  eres,  hijo  mió,  más  pense 
que  sabias  del  mundo.  Donde  el  premio  se  es- 
pera grande,  alli  se  deue  el  mayor  trabajo,  e  el 
esperan9a  del  galardón  diminuye  qualquier 
pena,  mayormente  que  como  sea  con  mugeres 
mocas  la  mayor  parte  de  mi  contienda,  no  creas, 
hijo  Salucio,  que  pueden  dar  herida  que  de  la 
ropa  adentro  passe:  bien  pudiera  Policiano  po- 
ner sus  amores  en  otras  manos  que  o  con  temor 
o  con  poca  astucia  al  primero  golpe  dieran  con 
todo  a  mal  cabo;  porque  ay  tan  pocas  que  algo 
sepan  deste  mi  oficio,  que  a  quien  más  pensays 
que  entiende,  la  falta  más  para  discipula  que 
tiene  de  sobra  para  buena  maestra.  Sola  ay  vna 
deste  tracto  en  la  ciudad  que  en  mi  arte  tiene 
nombre,   y  es  mi  comadre  Celestina  la  de  la 


18 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


cuchillada,  e  lo  qne  sabe  poco  o  mucho  aquí 
está  con  vosotros  quien  se  lu  enseñó.  E  ansi 
goz'i  yo  (leBta  ánima  que  ha  oy  menos  de  seys 
años  que  no  sabia  hazcr  vn  conuiro,  y  ago- 
ra aureys  sal)ido  la  buena  fama  que  alcaii9a, 
que  si  yo  agora  cerrase  el  ojo,  no  quedaua  en  el 
reyno  otra  que  fuesse  su  ygual.  Acuerde  me 
Dios  a  bien  liazer,  qne  no  lo  dexaré  de  contar, 
pues  ha  venido  agora  en  habla,  que  vna  noche 
escura  tuue  yo  necessidad  de  quitar  a  vn  ahor- 
cado los  dientes,  y  ella  no  menos  de  quitarle 
los  9apatos,  porque  tal  menester  se  ot'resce  que 
tal  material  demanda,  e  ansi  como  llegamos  le 
dio  vn  temblor  de  muerte,  e  se  me  cayó  en  el 
suelo  cubierta  de  vn  sudor  más  frió  que  la  nie- 
ve, que  ansi  goze  yo  de  Parmenico  mi  hijo 
como  pensé  que  entre  manos  se  me  finara.  Fi- 
nalmente, tornada  en  sí,  entretanto  que  con 
vnas  tenazicas  de  pelar  fejas  le  quité  yo  siete 
dientes,  avn  ella  no  tuuo  espacio  de  quitarle  los 
rápalos. 

Sol. — Grandes  cosas  me  cuentas  de  tu  po- 
der; pero  suelen  dezir  que  la  feminil  astucia  en 
el  mal  se  manifiesta. 

Clau. — Si  el  mundo  no  fuesse  tan  grande, 
me  enojaría  de  cómo  no  entiendo  sino  en  doc- 
trinar modorros,  e  cada  dia  ay  quien  diga  nece- 
dades. Cómo,  hijo  Si)lino,  por  tan  grande  male- 
ficio tienes  remediar  a  vn  cauallero  en  vna  neces- 
sidad como  esta,  que  si  le  dexamos  a  benefii  io 
de  natura  no  fenezca  su  mal  sino  con  la  muerte? 
Diuie,  bonillo,  tan  grande  hierro  (')  te  pa- 
resce  remediar  vna  donzella  que  por  vn  desastre 
dexó  de  serlo,  e  hazer  de  manera  que  quando  se 
case  su  marido  no  lo  sienta  y  acortar  enojos 
durante  el  matrimonio?  Y  esto  no  es  obra  pia, 
ne^uelo?  Poquito  sabes  del  mundo.  Pu  s  yo  te 
hago  cierto  que  lo  mucho  que  valgo  con  este 
mi  oficio,  aunque  vieja  e  pobre,  e  no  de  la  mer- 
ced de  Dios,  no  se  me  sabe  á  mí  pagar,  que  si 
el  Señor  quisiera  de  otra  suerte  auia  yo  de 
ser  tractada. 

Sal. — Ya  auias  de  estar  emplumada. 

Clau. — Cómo,  hijo? 

Sal. —  Digo,  señora,  que  persona  tan  sancta 
mereace  ser  canonizada. 

Sol,  ~  Esso  estaua  agora  por  proueer.  Acuer- 
do me,  madre,  del  dia  que  te  canonizaron  C'^) 
como  de  lo  que  oy  he  hecho,  que  aquel  dia  yua  yo 
con  el  despensero  de  las  monjas,  siendo  nioeha- 
cho,  a  comprar  hueuos  al  iner  ado,  y  te  vi  pues- 
ta en  la  picota  con  más  majestad  que  vn  papa, 
assentada  en  el  postrero  passo  de  vna  muy  larga 
escalera  con  alta  e  autorizada  mitra  en  la  cabera, 
quo  representauas  vna  cosa  muy  venerable.  Y 
acuerdo  me  que  inquiriendo  yo  la  causa  de  aque- 

(')  aic,  por  «yerro», 

^)  En  el  original,  m^ettímron. 


lia  solemnidad,  que  para  mí  era  cosa  nueua,  vi 
vnas  letras  que  a  la  redonda  de  aquel  como  ro- 
cadero tenias  en  la  cabera  que  dezian  por  alca- 
hueta e  hccliizera.  Mochadlos  te  fatigauan, 
vnos  con  pepinos,  otros  con  verengenas,  otros 
con  troncos  de  vercas,  que.  no  te  dexauan  re- 
posar. 

Clau. — Cosas  son  que  acontescen,  hijos,  por 
mi  vida.  Cada  dia  lo  verás  si  sales  al  mercado, 
pero  no  me  aprouecharán  tanto  los  amores  de 
Policiano  quanto  aquella  afrenta  me  ha  dado  de 
prouecho,  porque  hasta  entonces,  aunque  algu- 
nos por  secreta  noticia  que  de  mí  tenían  encar- 
gauan  algún  negocio,  después  de  passado  aquel 
tranquillo  ansi  venían  a  raí  casa  personas  ne- 
cpssitadas,  como  quien  va  a  ganar  indulgencia. 
Vino  la  cosa  en  tal  estado,  qne  no  pudíendo 
sola  dar  recaudo  a  los  muchos  negocios  que  se 
me  ofrescian,  aunque  conoscí  ser  ocasión  de 
desaperrochar  mi  casa  para  adelante,  pro  uré 
de  imponer  en  el  oficio  a  uii  comadre  Celestina, 
con  tal  condición  que  durante  la  prissa  par- 
tif'ssemos  la  ganancia.  Y  para  la  muerte  que  a 
Dios  deno,  que  ay  está  bina  e  sana  que  no  me 
dcxará  mentir,  que  en  vna  temporada  qne  es- 
tuno en  esta  ciudad  el  embaxador  de  Francia 
ella  por  su  parte  vendiendo  la  sangre  de  vna 
bonica  mo(;a  que  auia  criado  tres  o  quatro  ve- 
zes,  e  cada  vez  por  fresca,  e  yo  aprouechandome 
del  mueble  de  aquella  rapaza  que  oy  viste  en  la 
posada,  aunque  entonces  no  auia  eumplidodoze 
años,  más  ahorramos  de  cada  veinte  doblas,  y 
el  papo  he  ho,  como  a  mesa  de  alemanes.  Ansi 
que,  hijos  mios,  no  es  malo  el  oficio  qne  da  de 
comer  á  su  dueño,  que  por  essos  fuegos  de 
afrentas  auemos  de  passar  para  venir  después 
a  gozar  del  refrigerio.  En  el  tiempo  de  la  mo- 
C"dad  se  deue  ganar  c<m  diligencia  el  estado  e 
las  riquezas,  con  que  a  las  vezes  tenga  liombre 
vida  descanssada.  Éntrelos  animales,  la  hormi- 
ga es  más  pequeña  de  cuerpo,  e  mayor  en  la 
j)roaidencia,  y  el  hombre  que  no  quiere  ser  vi- 
tuperiido  por  negligente  en  la  muerte,  a  ésta 
deue  imitar  en  el  discurso  de  la  vida.  Alheso- 
rando  los  granos  del  mantenimiento  en  el  vera- 
no de  la  juventud  para  el  tiempo  steril  de  la 
cansada  vejez  quando  crescen  las  necessidades 
e  mengua  la  bolsa  del  perezoso. 

Sol. — Madre  señora,  a  tu  posada  llegamos; 
si  nos  das  licencia  entraremos  a  ver  a  la  señora 
Parmenia. 

Clau. — Entrad,  hijos,  en  buen  hora,  vosotros 
e  años  buenos,  que  no  es  nueuo  mi  casa  estar 
acompañada  de  galanes  Hija  Parmenia,  alum- 
bra vn  candil  para  subir  es-ta  esealtra. 

Par. — Por  mi  vida,  madre,  que  tú  vienes  a 
buena  hora.  Mejor  fuera  quedarte  allá  esta  no- 
che, e  tuuieras  andado  el  camino  para  ma- 
ñana. 


TRAGEDIA  POLICIANA 


19 


Sal. — Saine  Dios  a  la  hermosa. 
Par. — Bien  sea  venido  el  gentil  hombre. 
Sal. — Cómo  es  esto,  señora  Parnienia,  vn 
dia  que  a  tu  casa  venimos  estás  tan  mal  acon- 
dicionada? 

Par. — Ten^fo  razón,  señor  Salucio,  que  ha 
más  de  seys  horas  que  está  aqui  vna  doncella 
esperando  e  quando  mi  madre  sale  no  pienssa 
tornar  a  casa. 

Clau. — E  quién  es,  hija,  la  que  me  espera? 
Par. —Libertina,   la  que  llenaste   al  racio- 
nero. 

Clau. — Llámala  e  conoscer  la  he,  que  por  mi 
vejez  no  caygo  por  quién  dizes. 

Lib. — Vengas  eii  buen  hora,  madre  de  mis 
entrañas,  por  cierto  que  ha  gran  rato  que  estoy 
esperando  tu  venida. 

Clau. — Hija  mia,  perdóname  por  mi  amor, 
que  son  tantos  mis  negocios  que  no  sé  dónde 
tengo  el  sentido.  Pu''S.  hija  Libertina,  cómo  te 
fue  con  aquel  señor?  Hizolo  l)ien  contigo? 

Lih. — Madre  mia,  después  sabrás  mi  venida, 
pues  agora  ay  embarazo  en  la  posada.  Yo  me 
quiero  yr  e  boluer  me  he  en  la  mañana. 

Clau.  — Qné  miras,  putico?  parescete  bien  la 
moca?  Dilo,  no  ayas  verguenca,  que  al  mofo 
vergoncoso  el  diablo  le  trae  a  Palacio. 

Sal — Señora,  voto  al  pinar  de  Segouia  que 
si  la  dama  fuesse  contenta,  yo  no  fuesse  pere- 
zoso en  su  seruicio 

Sol. — Mira,  señora  Claudina:  descreo  de  tal 
si  no  tengo  las  mañas  del  lobo,  que  donde  la 
noche  me  toma,  alli  hago  manida.  Si  en  casa  ay 
aparejo,  manda  a  estas  damas  que  nos  acompa- 
ñen, y  no  consientas  que  tornemos  a  casa  a  tal 
hora.  Somos  hombres  enemistados,  e  no  es  cor- 
dura andar  de  noche. 

Clan. — O  traydorcito,  cómo  te  lo  dizes:  mal- 
loíradillo   vayas.    Hija    Parmenia,    Solino   te 
quiere   bien   e   viene  porque  le  conozcas  para 
delante.  Libertina  está  sola  e  Salucio  ha  pues- 
to los  ojos  en  ella:  todo  viene  medido  mejor 
I  que  lo  queremos:  por  mi  amor  que  tú  le  quieras 
•  e  tractes  bien,  pues  sabes  que  es  persona  con 
<  que  no  se  perderá  nada;  tú,  Libertina. hija,  trac- 
í  ta  me  bien  a  este  mochacho;  mira  que  le  quiero 
yo  mucho  y  con  él  no  biuiras  engañada. 

Par. — Por  Dios,  madre,  que  tú  vienes  agora 
coa  donosos  mercados. 

Clan. —  Pues  qué  te  pensauas,  loca?  que  auia 
de  venir  sola  a  tal  hora  de  la  no^he? 

Par. — Vinieras  tú  con  tiempo,  e  no  siempre 
cun  los  mur9Íelag08. 

!      C/oH. -—Calla,   boua,   que   no  es  tan   noche 
como  pienssas:   avn  agora  dio  ks  diez  el  re- 
|lox. 

Lib. — No  sé,  señora,  por  qué:  que  toda  mi 
vida  te  conozco  comigo  de  andar  con  la  esen- 
ridad. 


Clau.—  C-dWa,  loquilla,  que  como  agora  bines 
descuydada  de  la  mocedad,  no  luis  tomado  sa- 
bor en  los  trabajos  de  la  vejez.  Tú  llegarás  a 
mis  dias,  e  sabrás  qné  cosa  es  mantener  casa  e 
honrra,  e  no  desscarás  tanto  la  noche  para  dor- 
mir quanto  el  dia  {)ara  trabajar,  que  mal  peca- 
do, hijas,  la  cama  que  vosotras  desseays  de  vi- 
ciosas cobdicia  la  tr.ste  vieja  de  canssada,  que 
quando  a  casa  vengo  los  huessos  me  suenan 
como  saco  de  nuezes,  y  avn  con  todo  esto  me 
pesa  quando  Phebo  acaua  su  curso  diurno. 
Anda,  ve  presto,  aparéjame  aquel  aro  do  cuba, 
e  las  candelas  que  sobraron  de  la  otra  noche,  c 
saca  me  aquella  soga  de  ahorcado  que  te  mandé 
guardar  quando  estaña  aqui  el  despensero  del 
Conde;  saca  de  aquel  caxon  del  arca  el  cora(;'on 
de  y.era  que  tiene  las  más  agujas,  e  dexalo  t'ido 
a  punto,  e  andad  tod"S  lueiío  a  dormir.  Tú, 
lujo  Soliu",  yrás  con  cssa  rapaza,  étú.  Salucio, 
con  la  siñora  Libcitina,  e  parad  mientes,  mo- 
pas,  que  no  m»"  hagays  milagritos,  uo  mo  ha- 
gays  yr  allá  con  vn  a9ote. 

Sol. — Ora  sus,  hermosas,  no  ocupemos  a  la 
madre;  toma  la  mano,  señora  Parmenia,  y  va- 
monos a  reposar,  que  es  muy  noche. 

Sal. — Hola,  Solino  hermano,  que  en  la  ma- 
ñana todo  el  nmndo  haga  pino. 

Sol.  -  Ora  durmamos,  que  todo  tiene  su 
tiempo. 

Clau.  —  A  ti,  tenebroso  y  astuto  Satán,  prin- 
cipe de  la  monarchia  de  los  spiritus  condenados, 
eterno  sustentador  de  las  tinieblas  continuas 
que  en  los  caliginosos  e  sombiios  chaos  infer- 
nales abundan;  Señor  de  las  tarthareas  e  daña- 
das cat  rúas,  morador  en  las  horrililes  grutas 
donde  los  sul[)hureos  vapores  incessablemeute 
manan:  Regidor  e  goueriiador  de  las  lagunas  e 
hcdificios  mortales,  assistente  de  la  profundidad 
e  obscura  resíion  de  la  muerte:  Yo,  tu  más  fa- 
miliar e  compañera  Cb'udina,  te  c<jnjuro  por  la 
grauedad  de  la  palabra  que  de  ti  tengo  rescebi- 
da,  e  por  los  resplendecientes  fulgores  que  estas 
antorchas  candidas  entre  las  tinieblas  noctur- 
nas produzen,  e  por  la  fortaleza  con  que  estas 
ereas  agujas  este  fingido  cora9on  penetran, 
vengas  con  repentino  soniílo  a  obedecer  mi 
mandado,  e  venido,  de  tal  manera  te  occultes 
debaxo  de  los  áureos  accidentes  deste  anillo 
que  en  mi  dedo  anular  tengo  puesto,  que  del  no 
te  apartes  hasta  que  Philomena  le  ponga  en  su 
dedo,  dende  el  qual  por  las  secretas  venas  que 
del  van  al  coratjon,  se  le  dexes  tan  llagado  de 
la  cruda  saeta  de  amor,  que  todo  su  remedio 
sea  el  que  esta  tu  familiar  le  quisiere  dar,  y 
ansi  se  someta  a  mi  lev  e  ordi^iacion  que  otra 
cosa  no  dessee  saino  el  cumplimiento  de  mi  vo- 
luntad. Segunda  e  tercera  vez  te  conjuro  e  con- 
fiando quedar  con  migo,  me  voy  a  dormir  a  mi 
oam». 


20 


ORÍGENES   UE  LA  NOVELA 


ARGUMENTO  DEL  DÉCIMO  ACTO 

Kstando  l'hilomeiia  bordamlo  en  >u  bastidor,  pide  .i  Dorotea  su 
criada  un  libro  para  leer,  donde  halla  metida  la  carta  de  Po- 
liciano, e  dize  alterada  muchas  palabras  en  demostración  de 
su  honestidad,  etc. 

PniLOMBNA.  Dorotea.  Theophilon  (^). 

[P/í/7.] — Dorotea,  dónde  estás? 

Dor. — Aquí  estny,  señora. 

/•/í//,— Mejor  estarías  en  mi  compañía  que 
metida  por  los  rincones  de  casa;  toma  allá  este 
bastidor,  que  ya  rescibo  pena  con  este  contino 
bordar. 

Dor. — Señora,  es  verdad  que  en  la  vida  no 
ay  cosa  tan  agradable  que  tomada  por  officio 
no  canse,  ni  avn  obra  tan  dessabrida  que  no 
tenga  algún  sabor  quando  por  exercicio  se  res- 
cibe. 

Phil. — En  esto  conozco  la  variedad  de  las 
cosas  temporales,  que  aquello  que  algún  tiem- 
po tomaua  por  deleyte  e  recreación  ya  me  da 
sobrada  pesadumbre.  Dame  un  libro  y  leeré  vn 
poco  basta  que  sea  hora  de  reposar. 

Dor. — Señora,  helo  aqui. 

Phil.  — Jesn,  e  qué  carta  es  esta? 

Dor. — Carta,  señora? 

Phil. — Sí  por  cierto;  quién  la  metió  aqui, 
Dorotea? 

Dor. — Por  mi  salud,  señora,  yo  no  lo  sé. 

Phil. — No  saberlo  es  impossible,  quién  tie- 
ne la  llave  de  mi  aposento  sino  tú?  quién  en- 
tra e  sale  en  mi  cámara  sino  tú,  Dorotea? 

Dor. —  Señora,  ya  puede  ser  alguna  carta 
vieja  que  por  señal  ayas  tú  metido  en  esse 
libro.  Antes  que  sepas  lo  que  contiene  no  res- 
cibas  alteración. 

Phil. — Abre  la  e  mira  lo  que  dize,  que  yo 
sospechosa  estoy  de  esta  carta. 

Dor.  —  Señora,  no  tiene  firma. 

P/iz7.— Creólo,  que  en  todo  viene  llena  de 
sospecha.  Ora  mira  lo  que  dize. 

Dorotea. 

CARTA 

Si  el  dolor  que  tus  ojos  me  causaron  dentro 
de  lo  secreto  de  mi  ánima  de  todo  punto  fuera 
mortal  no  me  quedara  tan  poca  vida  e  tan  mar- 
tyrizada  con  tan  mortales  desseos  de  los  qua- 
les  si  la  muerte  me  hiziesse  libre,  no  me  puede 
librar  de  querer  te.  O  angélica  Philomena,  si 
boluiesses  tus  ojos  de  misericordia  sobre  este  tu 
captiuo  Policiano,  bienauenturado  tormento  dig- 
no de  tan  ineft'able  remedio.  Solamente  te  piden 
mis  letras  e  mis  sospiros  que  tengas  memoria 
que  dende  la  hora  que  te  miré  y  aleaste  tus 
ojos  a  mirar  me,  de  tal  manera  me  tienes  con- 


tigo, que  aunque  te  quiera  olnidar  no  puedo  (') 
ni  con  la  muerte,  la  qual  estoy  esperando  si  tu 
natural  misericordia  no  determina  que  yo  biua. 
Mas  biuiendo  o  muriendo  soy  tuyo  sin  esperar 
que  jamas  seré  mió. 

Phil. — Ya,  ya.  Dorotea,  que  me  maten  si 
essa  carta  no  es  de  aquel  loco  desuariado  que 
el  otro  dia  viendo  me  en  la  huerta  de  los  cipre- 
ses  se  arrimó  a  vn  laurel,  e  comento  a  mostrar 
señales  de  muy  apassionado,  boluiendo  los  ojos 
a  mí  quando  mi  padre  se  descuydaua.  Pues 
dime,  Dorotea,  quién  puso  aqui  esta  carta  sin 
que  tú  lo  viesses?  Este  libro  no  está  en  tu  po- 
der? Cómo  pudo  ser  esto? 

Dor. — Señora,  mocos  ay  en  casa  que  ay  la 
pueden  auer  metido,  porque  mil  vezes  descuy- 
dadamente  me  dexo  este  retray miento  sin  llaue, 
y  algún  criado  de  casa  la  puso  en  este  libro. 

Phil.-— Yaya  se  el  desatinado,  qué  atreui- 
miento  es  tan  vano  penssar  alguno  que  en 
amor  deshonnesto  yo  ocupe  mi  entendimiento? 
si  yo  agora  no  temiera  el  escándalo  de  la  casa 
de  mi  padre,  yo  le  hiziera  al  liuiano  que  no  pa- 
gara esta  locura  con  menos  que  la  vida. 

Dor. — Passito,  señora,  que  viene  Theophilon 
mi  señor. 

Theo. — Qué  hazes,  hija  mia? 

P/í¿7.^Señor,  enojada  con  este  bastidor  co- 
men9aua  a  leer  un  poco,  pero  fessará  agora  con 
tu  venida. 

Theo. — Siempre,  hija  mia,  trabaja  de  estar 
noblemente  ocupada  porque  el  demonio,  ene- 
migo de  naturaleza,  no  halle  entrada  en  tu  co- 
ra9on.  A  todos  géneros  de  estados  es  defendi- 
da la  ociosidad,  e  más  al  flaco  linaje  de  las  mu- 
geres,  por  ser  más  dispuestas  a  cayda.  Pues  si 
todas  deste  vicio  deuen  biuir  recatadas,  mayor- 
mente las  illustres  donzellas,  cuya  macula  de 
infamia  todo  vn  reyno  dexa  manchado. 

Phil. —  Padre  mió,  grane  reprehensión  es  la 
tuya;  paresce  que  hablas  sobre  penssado. 

Theo. — Hija  mia,  lumbre  de  mis  ojos,  báculo 
de  mi  cansada  vejez,  más  noble  cosa  es  pre- 
seraar  al  hombre  para  que  no  cayga  que  ayu- 
darle a  leuantar  después  de  caydo.  No  permita 
Dios,  hija  de  mi  coracon,  que  en  tus  costum- 
bres yo  aya  conoscido  alguna  falta  que  de  cas- 
tigo sea  digna,  pero  no  te  deue  dar  pena  si  yo 
como  padre  y  viejo  y  experto  en  los  trabajos 
que  el  tiempo  cada  dia  descubre  te  dé  auií^o 
como  sepas  defenderte  de  ellos,  sin  lesión  del 
ánima  y  de  la  fama  que  tus  passados  cobraron. 

Phil. — No  piensses,  padre  mío,  que  con  la 
falta  de  la  hedad  me  aya  faltado  el  conosci- 
miento  para  ver  clara  e  abiertamente  a  quánto 
peligro  se  pone  quien  sin  remos  de  discreción 
se   mete  en  el  vareo  de  esta  vida  miserable,! 


Cí  Thephikm,  dice  erradamente  el  libro  original. 


(')  En  el  original,  ^oede. 


\.¡ 


TRAGEDIA  FOLICIAXA 


'21 


porque  o  viento  de  liuiauos  penssaniicntos  o 
rrocas  de  mala  conuersacion  siempre  nos  pro- 
curan naufragio.  Pero  también  conozco  que 
no  ay  temptacion  tan  poderosa  á  quien  la  mu- 
nición del  hombre  racional  con  discreción  no 
destruya,  mediante  el  fabor  del  Cielo;  mayor- 
mente quando  el  hombre  viene  a  sentir  que 
tiene  los  enemigos  de  sus  puertas  adentro,  e 
que  la  más  cruda  palea  (^)  tiene  consigo 
mismo,  deue  aprouecharse  de  las  armas  deft'en- 
siuas  que  en  el  alcacar  de  la  razón  tiene  para 
esto  guardadas.  Estos  e  otros  muy  sanetos 
auisos,  señor  mió,  he  leydo  en  los  libros  que 
dende  mi  niñez  por  la  nobleza  del  exercicio  lite- 
ral me  has  mandado  leer,  con  los  quales  e  mi  na- 
tural condición  piensso  dar  a  tu  senectud  aquel 
descanso  que  con  mi  juuentud  has  desseado. 

Dor. — Doy  al  diablo  tan  largo  sermón. 

Theo. — Qué  dizes  tú,  Dorotea? 

Dor.—  Digo,  señor,  que  he  holgado  de  tu 
noble  reprehensión. 

Theo. — Hija  Philomena,  anda  acá,  que  ya 
tu  madre  querrá  comer,  no  la  hagamos  estar 
esperando. 

Phil. — Vamos,  señor.  Dorotea,  pon  en  co- 
bro esse  libro:  entiendesme? 

Z)or.— Mucho  bien.  Ay  te  duele?  Yalale  el 
diablo  al  viejo  e  a  qué  tiempo  entró  predicando. 
Por  mi  salud,  el  ánima  le  daua  el  negocio  en 
que  entendíamos.  Bien  predica  la  raposa  a  las 
gallinas.  En  mi  ánima  estos  viejos  no  son  sino 
vn  terrón  de  molestia;  como  veen  que  se  les 
acaba  la  candela,  acuerdan  de  dar  a  Dios  las 
heces  de  su  vida  loca,  haziendo  del  perro  del 
hortelano.  Pues  ándate  hay  con  tus  sermones, 
que  Dios  no  come  palabras,  e  si  piensas  hazer 
sancta  a  tu  hija  Philomena,  más  vale  vna  tras- 
puesta que  dos  assomadas. 


ARGUMENTO  DEL  ONZENO  ACTO 

Venida  la  mañana,  Claudina  se  leuanta  e  determina  de  yr  a  fa-^a 
de  Philomena,  sobre  lo  qual  se  tracta  con  Parmenia  de  los 
peligros  que  se  pueden  ofrescer;  finalmente  haze  su  camino, 
e  habla  con  Philomena  dándola  parte  de  los  amores  de  Po- 
liciano, etc. 

Claudina.  Parmenia.  Libertina.  Dorotea. 
Florinarda.  Philomexa.  Theofoilon. 

\_Clau.']  —  Son  los  rayos  del  sol  los  que  en- 
tran por  esta  ventana?  sancto  Dios  e  cómo  he 
dormido  a  sabor,  después  que  tomé  la  palabra 
á  aquel  demonio  mi  familiar,  pero  con  mucha 
razón,  pues  en  este  negocio  no  es  menor  la 
honrra  que  el  prouecho.  Hija  Parmenia. 

Par. — Qué  mandas,  señora? 

(')  Asi  en  el  original,  quizás  por  pelea,  ó  quizás,  abre- 
viado, por  palestra. 


C'lau. — Qué  hora  es?  fueron  se  aquellos  locos? 

Far. — Agora  estañan  ay. 

Clau. — Y  Libertina,  es  leuantada? 

Li'b. — De  mañana  en  buena  fe,  tia.  Agora 
tengo  por  dormir  el  sueño  de  la  salud. 

Clau. — Bien  hazes,  gózate,  pues  agora  tie- 
nes tiempo,  que  venida  a  la  senectud,  y  todf» 
es  vna  hedad  de  trabajos.  Ya  aquellos  pica  can- 
tones, no  dexarian  algo  para  la  costa? 

Par. — Mejor  landre  se  los  lleue,  que  estos 
tales,  madre,  no  quieren  sino  llámate  raif)  c 
busca  quien  te  mantenga. 

Clau.  —Anda,  hija,  que  de  golpe  o  de  recu- 
dida, yo  les  sacaré  el  escote.  Yo  me  voy  a  casa  de 
Philomena,  a  dar  la  primera  puntada  en  vna 
labor  trabajosa.  Mocli:ichas,  rogad  á  Dios  que 
yo  salga  con  ella  a  luz,  que  no  me  acuerdo  auer 
intentado  cosa  de  que  tanto  aya    desconfiado. 

Par.  —  Madre  señora,  ya  conosceras  si  des- 
seo  tu  prouecho  como  el  mió,  assi  por  la  ley 
natural  como  por  mandamiento  de  Dios;  pero 
tú  andas  en  tales  tractos  que  en  ellos  no  pue- 
des ahorrar  sino  de  las  narizes,  y  aun  plega  a 
Dios  no  dexes  alguna  vez  la  vida,  porque  es 
ley  de  Dios  que  quien  ama  el  peligro  peligro- 
samente muera.  Mira,  madre,  quién  es  Philo- 
mena, e  no  pienses  ganar  saya  de  londres  e 
barates  vn  jubón  de  acotes.  Mira  que  donde 
agora  vas  lleuas  el  cuchillo  a  la  garganta,  y 
avn  como  suelen  dezir,  la  soga  arrastrando, 
porque  te  hago  saber  que  los  viejos  padres  de 
essa  dama  son  tan  zelosos  de  su  honrra  y  avn 
tan  cautelosos  en  guardarla,  que  si  vna  vez  te 
sienten,  sin  que  lo  entiendas  e  estando  segura 
te  pondrán  en  cuentos  la  vida.  Mira  lo  que  ha- 
zes, e  ordena  tus  passos  de  manera  que  tu  vida 
e  honrra  esté  segui-a. 

Clau. — Confusa  estoy.  No  sé  en  qué  me 
determine:  difornies  inconuenientes  se  me 
ofrescen  de  tu  aniso,  e  no  puedo  boluer  atrás 
en  este  camino,  porque  tengo  prometido  el 
acometimiento,  e  avn  dada  mi  palabra  de  la 
victoria.  Notable  deffecto  es  la  inconstancia,  e 
tanto  que  se  tiene  por  indicio  de  locura. 

Li'b.  —  Tia  señora,  no  biuas  engañada  con  vna 
mala  opinión,  que  tanto  es  más  mala  quanto 
más  vsada  e  guardada.  Digo  te  de  verdad  que 
oyendo  el  otro  dia  al  padre  presentado,  le  oy 
affirmar  que  la  perseuerancia  en  el  vicio  no 
meresce  nombre  ni  galardón  de  constancia,  e 
que  quien  del  vicioso  camino  se  buelue,  no  in- 
constante, sino  firme  en  virtud  deue  ser  llama- 
do. No  tengas  la  condición  del  arroyo,  que  ja- 
mas supo  tornar  atrás. 

Clau. — Quedaos  a  Dios,  hijas  mias,  que  yo 
voy  determinada  de  morir  en  esta  demanda,  e 
nunca  a  la  osadia  vi  que  fallesciesse  fortuna. 
Yo  me  voy;  si  a  hora  de  comer  no  ouiere  dado 
la  buelta  a  casa,  no  tengays  dubda  que  me  la 


22 


abran  dado  por  el  mercado.  Acudireys  a  la  cár- 
cel, que  alli  será  el  paradero.  Agora  que  voy 
sola  quiero  mirar  con  aaiso  este  discreto  temor 
que  a  mi  Parmeina  le  queda,  porque  a  la  bue- 
na spe-u  ai;ion  jamas  vi  carescer  de  buen  fruc- 
to.  Qué  haré?  si  voy  allá,  a  pelijíro  pongo  mi 
vida;  si  dexo  de  cumplir  lo  prometido,  no  pue- 
do escapar  de  muerta  ó  apaleada,  e  lo  que  es 
más  de  estimar,  el  mal  nombre  que  de  falsaria 
puedo  cobrar.  Pues  si  el  crédito  pierdo  acabada 
es  la  grangeria.  Ora  venga  lo  que  viniere,  que 
aparejado  está  donde  cayga.  A  casa  de  Tlieo- 
philon  llego,  aqui  travgo  en  la  faltriquera  no 
sé  qnántas  fraii judas  e  cabujones;  en  achaque 
de  trama,  vamn??  a  liablar  a  nuestra  ama.  A 
Uorotca  veo  a  la  ventana,  buen  agüero  hallo 
P'ira  mi  venida.  E.>fuer9a,  esfuerza,  Claudiua, 
que  en  otros  peligros  te  has  visto. 

Dor.' — Valala  el  diablo  a  esta  vieja  espanta 
perros,  e  qué  rezar  trae  consigo.  Qnál  arroyo 
la  echó  por  estos  barrios?  no  me  medre  Dios  si 
tú  Tienes  en  buenos  passos. 

Clau, — En  hora  buena  y  en  buen  punto  vea 
yo  tu  cara  de  oro:  qué  hazes,  bijita  mia?  des- 
ciende acá  e  abrácame,  que  me  gozo  de  ver  te; 
ansi  goze  yo  la  vejez  descansada. 

£>or.— No  os  digo  yo?  las  palabras  de  beata 
e  las  vñas  como  gata.  Vengas  en  buena  hora, 
tia  de  mi  coraron.  Qaánto  ha  que  no  vienes 
por  estos  nuestros  barrios?  Por  cierto  tü\  se- 
ñora Florinarda  ha  tenido  memoria  de  ti.  e  aun 
me  ha  preguntado  si  te  he  visto. 

CZuíí.— Acuerde  se  Dios  de  su  merced  y  él 
le  pague  la  que  yo  rescibo  en  que  me  conozcan 
por  criada  vieja  de  esta  casa,  porque  este  es  el 
principal  título  con  que  yo  rae  lionrro  después 
de  ser  nuiger  de  Alberto,  que  Dios  aya.  Pues 
por  mi  salud  que  aunque  yna  a  otro  negocio  en 
que  no  me  yua  a  mí  poco  no  tengo  de  passar 
sin  ver  a  mis  señoias  vieja  e  mopa.  Dilas,  hija, 
que  está  aqui  la  Claudiua,  que  si  mandan  sus 
mercedes  que  suba. 

Dor.  —  Espera  vn  poquito,  madre,  que  yo 
boluere  corriendo.  Señora,  la  vieja  Claudiua 
está  aqui,  si  mandas  que  suba,  que  te  quie- 
re ver. 

Fio.— WiXa  que  suba;  con  qué  viene  agora  el 
diablo? 

Dor. — Sube,  tia,  si  mandas. 

Cliu.^ — Con  el  pie  dercdio  delante,  porque 
no  tropicze  a  la  entrada.  Paz  sea  en  esta  casa. 
Señora  Florinarda,  saine  Dios  tu  venerable 
presencia. 

i^/o.— Vengas  en  ora  buena,  madre,  qué  no- 
uedal  es  esta  que  te  acordaste  desta  casa? 

C/aií.— Affi''ion  grande,  desseo  de  seruir  te, 
apetito  de  olfrcscer  me  por  tu  muy  fiel  criada, 
para  que  como  a  tal  me  mandes  lo  que  a  tu 
seraicio  cumpliere. 


orígenes  de  la  novela 

Dor. — Debaxo  de  la  buena  palabra  está  el 


engaño. 

Fio. — Pues,  comadre  mia,  cómo  te  va?  Vie- 
ja te  vas  haziendo;  muy  desffigurada  estás 
después  que  no  te  he  visto. 

Clau. — E  cómo,  señora  mia,  luirlando  lo 
dizes?  Tal  ha  passado  por  mí  después  que  deste 
barrio  me  passé;  trabajos  he  padescido  que  el 
menor  dellos  bastara  a  acabar  tan  poca  vida 
como  la  mia,  pues  si  el  principal  se  considera, 
la  misma  muerte  no  es  tan  penosa. 

Fio. — Qué  mal  es  el  que  tanto  te  duele, 
madre? 

Clau. — No  será  mal  de  amores,  mal  pecado, 
que  con  las  muelas  le  he  dexado,  sino  biudez, 
señora  de  mi  alma,  que  no  ay  dolor  que  se  le 
yguale:  Dios  te  guarde  a  aquel  Señor,  e  nunca 
te  veas  sin  él,  amen,  que  por  mi  vejez  la  que 
buen  marido  pierde  no  sé  yo  por  qué  no  le 
acompaña  so  la  tierra. 

Fio.—  No  lo  digas  burlando,  comadre,  nun- 
ca oyste  lo  que  dicen  de  los  getas?  que  vn  tiem- 
po las  nmgeres  biudas  no  dubdauan  de  hazer  se 
matar  sobre  los  cuerpos  nuiertos  de  sus  mari- 
dos? y  avn  porque  entre  ellos  alguno  tenia  mu- 
chas mugeres,  aquella  era  más  estimada  que 
con  su  marido  se  sepultaua. 

Clau. — Sancto  vínculo  es  el  del  matrimo- 
nio, e  como  sea  vnion  intrínseca  e  espiritual, 
con  lo  más  biuo  del  ánima  se  deue  sentir  la 
diuision. 

Fio. — Veemos  que  entre  los  animales  que 
de  entendimiento  carescen,  este  amor  matrimo- 
nial está  esculpido,  pues  las  tortol  icas  passan 
8U  vida  contentas  con  v  a  sola  compañia.  E  si 
aquélla  muere,  la  que  queda  no  beue  más  agua 
clara,  ni  se  pone  en  ramo  verde,  ni  canta  ni 
haze  señal  de  alegría,  señalando  la  cuytadica 
quán  dura  cosa  es  perder  su  dulce  compañia 

Clau. — Ay,  ay,  quántos  daños  acarrea  la 
falta  del  varón  en  casa;  no  los  sabe  sentir  8ÍnO| 
la  triste  que  passa  por  ellos. 

Fio. — Trabajoso  dolor  deue  ser,  pero  quandoj 
el  Señor  da  semejante  llaga,  también  proaec 
de  remedio  para  ella.  Trabaje  la  honrrada  bin-| 
da  de  ser  honesta  de  costumbres,  e  guarde  Isj 
limpieza  que  las  tales  son  obligadas,  que  jiaríj 
sus  necessidades  Dios  es  el  verdadero  marido j 

Clau. — No  lo  niego  yo,  mi  alma,  pero  guarí 
déte  Dios  de  pobreza  con  soledad,  que  esta  cj 
nuiyruyn  tramojo  deroer.  Deallinascen  loscnji 
dosos  pensamientos,  e  avn  a  vezes  no  muy  sane; 
tos;  alli  se  toma  licencia  ])ara  las  dissoliitas  paj 
labras,  e  avn  para  ios  desonestos  tratos,  e  avi 
se  deprenden  los  officios  deshonrrados.  Ay  d( 
solo,  que  quando  en  tales  hoyos  cayere  no  titj 
ne  quien  le  dé  la  mano.  I 

Fio. — Verdad  es,  madre,  que  mejor  se  pafl 
san  las  penas  quando  para  llenarlas  ay  compfl 


TRAGEDIA  POLTCIANA 


28 


ñero.  E  quedaron  te  hijos  de  Alberto  tu  ma- 
rido? 

CLau. — Sí,  mi  rejnia;  e  vn  varón  que  ha  siete 
años  que  salió  desta  ciudad  e  no  l\e  sabido  del 
ni  bino  ni  muerto,  e  otra  duiízella  que  en  casa 
tengo. 

/)')/•. — Donzellita  es  el  diablo. 
Fio. — Qué  dizes? 

Dor. — Uigo  que  es  vna  muy  bonita  moja. 
Clan. —  Dizes,  hija,  tu  virtud,  aunque  en  ella 
no  lo  aya,  pero  en  fin  como  luiérfanos  sin  cas- 
tigo de  padre,  faltos  de  doctrina  e  cargados  de 
pobreza.  Y  a  todo  esto  se  obliga  la  niuger 
aquel  triste  dia  que  cobra  notnbrc  de  viuda. 
O  Señora  de  mi  vida,  quán  pesada  carga  es  de 
llenar  el  hijo  crescidt»  <le  cuerpo  e  menguado 
de  castigo,  que  en  cabo  del  año  pienssa  la 
pobre  madre  tener  bixena  vejez,  e  ha  criado 
vn  cuerno  que  le  saque  el  o  o.  Pues  todo  esto 
es  nada  en  respecto  de  lo  que  con  hijas  se  pas- 
sa,  que  como,  mal  pecado  sea  vn  ganadillo 
tan  malo  de  guardar,  a  buelta  de  cabe9a,  y  a 
vn  encierra  ojo  e  al)re,  hallays  la  casa  a  mal  re- 
caudii,  e  la  lionrra  de  las  mo9a8  beuida  en  gos- 
tadiu'as.  No  hay  cosa  oy  en  el  mundo  tan  frá- 
gil e  delicada  como  la  honrra  de  la  donzella, 
que  no  paresce  sino  que  de  vn  cabello  está  col- 
gada. Nunca  por  buena  que  sea  le  faltan  oca- 
siones para  ser  mala,  ni  avn  por  bien  que  se 
guarde  caresce  de  murmuradores.  Si  hal)la  poco 
es  tenida  por  grossera;  si  mucho  por  liuiana; 
a  los  que  no  saben  Ls  paresce  nescia,  e  a  los 
ressabidos,  maliciosa;  si  lue^a)  no  responde,  tie- 
nen la  fantastiga.  e  si  a  todos  da  respuesta,  a 
peligro  de  caer;  si  está  assentada  con  reposo, 
nunca  le  falta  un  noml)re  de  traydora  (iis-imu- 
lada;  si  alca  los  ojos  e  mira,  lu<go  dizen  que 
allá  miran  ojos,  etc  O  señora  Florinarda,  e 
quien  solo  vn  juyzio  tiene,  cómo  hará  gui.-ados 
que  a  tant  is  haya  de  contentar? 

Fio.  -  Poca  necessidad  tiene  la  donzella  de 
poner  su  lionrra  en  tal  discrimen;  mi  hija  re- 
trayda  ha  de  estar  hasta  que  quien  la  merezca 
se  precie  de  yr  delante  della. 

Clan. — Jesús,  Jesús   e  pienssas,  mi  señora, 
qnc  con   nuestra   platica  no  auia  oluidado  de 
i  preguntar  por  Philomena?  No  yre  de  aqui  sin 
I  ver  a  su  merced,  ansi  goze  yo  de  nn'. 

Fio.  —  En  Ituena  fe,  comadre,  que  esta  noche 
I  passada  se  sintió  mal  dispuesta  e  no  he  con- 
'  sentido  que  se  leñante  de  la  cama. 
j  Clau.  —  Pu''S,  señora  de  mis  entrañas,  da  me 
I  licencia  para  que  la  vea.  que  avn  a  nú  algo  se 
me  entenderá  de  estos  dolorcillos. 
I  Fio. — De  muy  buena  voluii'ad.  por  cierto, 
Imadre  mia.  Corre,  Don  tea:  entia  con  la  ma- 
•  dre  vieja  al  aposento  de  mi  hija,  e  perdona  me 
'  por  mi  amor  que  no  voy  contigo,  que  tengo 
por  acá  en  que  entender. 


Clnu.  -Huelga  con  salud,  señora  mia,  que 
yo  bien  sé  ya  esta  casa  más  ha  de  mil  diae. 
Dónde  está  mi  señora? 

Dor. —  Entra  .madre,  en  este  retraymiento. 

Ciiu. — Gozo  bueno  vea  yo  de  essa  cara  de 
alegría. 

Fhi'l. — Bien  seas  venida  madre. 

Clau. — Jesu,  cora9on  mió,  e  gesto  es  esse  de 
enferma?  Tal  sea  mi  salud  e  se  me  torne  mi 
vejez;  qué  es  esto,  hija  de  mi  alma?  qué  sien- 
tes? yo  juraré  que  deue  ser  regalo. 

Fhil. — No,  madre,  que  no  soy  tan  regalada, 
sino  que  dende  anoche  he  sentido  vn  dolor  en 
este  lado  izquierdo,  que,  ansi  goze  de  mí,  no  me 
dexa  re[»osar. 

Clnu. — Pues,  señora  mia.  manda  salir  allá  a 
[)orotea  porque  quiero  tentar  el  lugar  donde  te 
duele, y  plazeraal  Señ"rque  quedes  con  mejoria. 

Fluí.      Dorotea,  sal  allá  fuera. 

Dor. —  Todo  va  bueno;  plcga  a  Dios  qtie  yo 
mienta,  e  que  esto  sea  agua  limpia. 

Clan.  —  Descúbrete,  entrañas,  veamos  la 
paite  del  dolor 

Fhil. — Mas  arriba  lo  siento, sobre  el  coraron. 

Clan.  —  Ya,,  hija  nu'a.  lo  he  visto,  y  avn  co- 
noscido  la  causa' de  donde  nasce  el  dolor:  que 
por  mis  pecados  maestra  vieja  soy  de  curar  ( s- 
tas  passiones.  Quiero  saber,  cora9on  mió,  ai 
antes  que  este  dolor  sintiesses  resciuiste  por 
aueiifu'a  alguna  alteración.  E  mira,  señoia,  que 
al  médico  y  al  confessor  se  deue  dezir  la  verdad. 

Fhil  — l'or  cierto,  madre,  es  verdad  que  con 
essa  mo9a  yo  rescebi  ''assion,  de  donde  pienso 
aver  se  causado  mi  indisposición. 

Clau. — Verás  por  mi  vida  si  conosci  yo  lue- 
go ser  tu  mal  de  turliacion.  No  será  nada,  bija, 
yo  tengo  la  niedigina  para  sanar  estos  dolores. 
Aunque  por  mucho  que  la  passion  te  aquexe  no 
es  de  marauillar.  hija  mia,  porque  es  ley  de 
Dios  que  quien  a  hierro  mata  con  hierro  pierda 
la  vida. 

Fluí.  —  Burlas,  madre,  como  me  ves  con 
dolor? 

Cldu. — O  angélica  ymagen,  y  qué  graciosa 
eres.  Mas  dime  por  mi  vida,  entrañas,  a  quán- 
tos  en  esta  vida  abrás  tu  sido  causa  de  dolor 
de  cora9on?  Pues  justicia  es  que  padezias  al- 
guna de  las  penas  que  a  otros  has  tú  cansado; 
toma,  señora,  este  anillo,  que  tiene  virtud  con- 
tra todo  ilolor  cordial,  e  mira,  hija  mia,  que  nO 
tne  le  pierdas,  que  no  es  más  mi  vida  de  quan- 
tn  comido  le  tengo. 

Fhil  — En  gran  cantío  me  pone  tu  tan  buena 
voluntad,  aqui  estoy  para  hazer  todo  lo  que  te 
cumpliere. 

Clau  —Tal  confian9a  tengo  yo  de  tu  gra- 
ciosa cara,  que  siempre  me  lias  de  hazer  muy 
señalados  fauores,  e  para  principio  dellos  te  su-' 
plico,  mi   alma,   tengas  atención  a  mi  breüe 


24 


ORÍGENES  ÜE  LA  NOVELA 


mensage,  el  qual,  aunque  te  parezca  culpable,  te 
ruego  no  me  hagas  cargo  de  culpa,  pues  no  ay 
en  mí  otra  sino  ser  yo  la  naensagera,  y  esta  ya 
sabes  que  es  digna  de  indulgencia.  Un  caualle- 
ro  gentilhombre,  doctado  de  toda  disciplina,  no 
menos  militar  que  literaria,  cuyo  nombre  sabrás 
a  su  tiempo,  me  mandó  llamar  con  vno  de  sus 
simientes,  e  como  yo  cumpliesse  con  la  obliga- 
ción que  a  los  semejantes  deuo,  fui  a  su  casa, 
donde  le  hallé  en  vna  cama,  e  tan  en  el  estre- 
mo de  vna  enfermedad  del  coracon  que  a  tu 
causa  dize  que  padesce,  que  sin  dubda  yo  pen- 
ssé  que  hablandome  la  vida  se  le  acabara.  Fi- 
nalmente, con  la  mayor  fuei'9a  que  fingir  pudo 
me  dio  parte  del  principio  de  su  mal,  e  me  pi- 
dió que  le  pussiese  remedio.  Pues  como  sea 
mayor  virtud  consolar  al  atribulado  que  subs- 
tentar  al  hombre  próspero,  acordé  de  tomar  a 
mi  cargo  su  medicina,  poniendo  me  en  este  pe- 
ligro, porque  tengo  por  mejor  perder  obrando 
virtud  que  ganar  dexandola  de  hazer. 

Phil. — E  quién  es  esse  cauallero  que  dizes? 

Glau. — Ya  te  sientes? 

Phil. — Qué  rezas  entre  dientes?  qué  tengo 
yo  que  hazer  con  las  enfermedades  agenas? 
Dime  ya  quién  es  el  enfermo,  que  me  tienes 
suspensa,  o  vete  con  Dios,  que  harto  tengo  que 
ver  en  mi  mal. 

Clnu.  O  perla  mia,  dasme  licencia  por  mi 
vida? 

Phil.-  Di  lo  ya,  no  seas  pesada,  sea  quien 
fuere. 

Clau. — Pues  tu  rostro  de  paz  me  da  atreui- 
miento,  no  quiero  ser  couarde  en  obra  tan  pia- 
dosa. Bien  conosceras,  mi  coracon,  vn  caualle- 
ro de  illustrissima  sangre  que  bine  en  esta  ciu- 
dad que  se  llama  Policiano. 

Phil. — Anda,  anda,  vieja  maldicta,  con  la 
malauentura,  y  agradesce  a  Dios  el  suffrimien- 
to  que  el  zelo  de  mi  honestidad  me  pone,  que 
yo  te  hiziera  yr  al  infierno  a  pedir  las  albricias 
de  tu  menssage, 

Do7'. — Passo,  passo,  señora,  no  alborotes  la 
casa,  qué  cosa  es  esta?  qué  has  hecho,  madre 
señora? 

Clau. — No  hize  nada,  hija  mia,  sino  que  mi 
mala  dicha  quiere  que  por  buen  seruicio  resciba 
mal  galardón. 

Phil. — Avn  lloras,  vieja  i'uyn?  mala  fin  ayas 
tú  e  tus  maldictos  passos.  Échame  de  ay  a  <  ssa 
vieja,  si  no  quieres  que  ay  la  mande  matar  a 
palos. 

Fio. —  Qué  es  esto,  comadre?  qué  dizes  del 
mal  de  Philomena? 

Clau.— 'No  rescibas  pena,  señora,  que  vn 
dolorcillo  es  causado  de  tristeza  del  cora9on. 
Ay  la  dexo  vn  anillo  con  que  vera  mejoría  muy 
presto:  no  consientas,  señora,  que  se  le  quite 
del  dedo;  yo  me  voy,  porque  me  he  mucho  de- 


tenido. Señora  Philomena,  si  para  tu  salud  yo 
fuere  menester  algún  dia,  bien  sabe  esta  don- 
zella  mi  posada,  no  dexes  de  embiarme  a  man- 
dar, que  yo  vendré  de  voluntad. 

Fio. — Essa  se  te  agradesce  por  cierto,  co- 
madre. 

Clav.  —A  Dios,  a  Dios,  mis  señoras. 

Phil. — Ve  en  buen  hora,  madre  mia. 


ARGUMENTO  DEL  DOZENO  ACTO 


P;ilermo  [y]  Pinarro  van  a  cas  i  de  Cornelia  y  Orosia  jiara  traer- 
las a  su  estancia,  van  por  el  camino  temiendo  topar  con  los 
criados  de  Policiano;  llegados  a  casa  de  estas  niugeres,  las 
traen  consigo,  etc. 


Palkrmo.  Pk'arro.   Cornelia.  Orosia. 

[Pa^.] — Hola,  Picarro  hermano,  salgamos 
ya  de  casa  pesar  de  Lucifer,  y  vamos  a  traer 
aquella  gentezilla  a  la  estancia. 

Pir. — A  boca  de  sorna  me  paresce  más  se- 
guro, porque  si  escándalo  ouiere  podamos  to- 
mar cal9as,  ya  me  entiendes?  que  despecho  del 
galeón  (^)  de  Francia  si  me  querría  asir  con  na- 
die. El  espada  tengo  hecha  vn  assador,  vn  bro- 
quel traygo  sin  aro,  el  guante  paresce  arañuelo; 
pues  el  caxquete  sirve  agora  de  orinal.  Blanca 
para  comprar  armas,  rape  el  diablo  la  que  yo 
mando,  que  por  vn  real  me  pueden  agora 
ahorcar. 

Pal. — No  me  cuentes  plagas,  descreo  de  la 
vida  en  que  biuo  sino  vamos  a  casa  de  aquellas 
putas,  e  veamos  si  por  allá  ay  algún  cayro.  Se- 
pamos sí  quiera  qué  moneda  corre.  Pese  a  tal 
con  dayfas  tan  sin  prouecho,  e  tan  amigas  de 
poner  a  hombre  en  ruydo.  Yo,  descreo  de  la 
torre  mocha,  toda  mi  vida  fui  más  amigo  de  to- 
mar cuenta  a  la  y9a  a  tercera  noche,  e  abrir  el 
ojo  que  no  eche  dado  falso,  que  de  buscar  pen- 
dencias donde  se  ponga  el  pellejo  en  condi- 
c[i]on.  Mira  bien  dónile  vamos,  que  sí  estos 
rao90s  de  Policiano  allá  nos  apañan  nos  quita- 
ran el  puto  del  cañón  sin  que  aya  quien  se  lo 
estorue. 

Pi(¡. — Ora  las  pelosas  vayan  a  punto,  por- 
que si  por  caso  valiere  Ituyda  no  se  queden 
[en]  poder  de  vellacos. 

Pal. — Nunca  otra  prenda  me  arrebaten,  que 
por  el  peligroso  passo  en  que  vamos,  en  toda 
mi  capa  no  se  ate  vn  quartillo  de  trigo. 

Pi(^. — Pues  que  la  mia,  por  el  cuerpo  de  la 
tramuUa,  no  vale  quatro  sueldos.  , 

Pal.  —  Ora  la  Magdalena  nos  guie.   Mira,  j 
Picarro,  el  passo  más  sin  peligro.  1 

Pi<^. — Cerca  llegamos,  e  mira,  Palermo  her-  | 
mano,  que  suelen  dezir  que  los  hombres  de  hon-  j 

(')  En  el  original,  gaLeon.  I 


TRAGEDIA  POLICIANA 


25 


rra  precian  más  la  muerte  dichosa  que  la  vida 
deshonrrada.  No  te  engañe  a  ti  esta  opinión  de 
locos,  sino  da  al  diablo  la  honrra  e  pongamos 
en  cobro  la  vida. 

Pal. — Pospuesto  que  auemos  de  ser  más 
ligeros  en  los  pies  que  en  las  manos,  también 
es  menester  que  para  que  estas  piltrafas  no  nos 
tengan  en  poco,  hagas,  hermano,  del  feroz,  e  ha- 
bles de  la  herniania  el  espada  en  la  mano,  el 
passo  en  primera,  los  ojos  en  arco,  la  boca  me- 
dio torcida  e  hablemos  los  acostumbrados  des- 
garros, pues  aqui  somos  tenidos  por  hombres 
de  seguida.  E  mira  que  no  me  dexes  de  contar 
algún  contezuelo.  Ya  me  entiendes. 

Fii\ — Biendizes,  marcadamente  hablas;  pues 
ya  que  llegamos,  lo  que  se  hablare  sea  cosa  de 
tomo. 

Pal. — Hola,  Picarro,  marcha  delante,  mira 
si  ay  dentro  quien  nos  defienda  la  entrada. 

Pie. — Deffender  o  qué?  O  despecho  del  ani- 
ma de  Berzebuy,  escucha,  veamos  quién  suena 
dentro,  e  si  hombre  es  bino  mándale  confes- 
sar. 

Pal. — Quién  está  en  su  casa? 

Cor. — Quién  es  el  que  llama?  Sube,  señor 
Palermo.  Tú  seas  bien  venido  con  la  buena 
compañía. 

Oros. — Jesu,  señor  Picarro,  y  acertaste  a 
venir  por  esta  calle? 

P/c. — Descreo  de  tal,  señora  Orosia,  si  el  se- 
ñor Palermo  que  está  presente  no  me  hiciera 
fuerza,  si  yo  escampara  por  acá  por  toda  esta 
semana.  Harto  tiene  hombre  que  hazer  agora  en 
buscar  armas  e  andar  a  punto  para  castigar 
aquellos  gar9ones,  sin  embara9ar  nos  en  visita- 
ciones de  damas.  Pero  por  agradar  al  compa- 
ñero se  ha  de  hazer  toda  gentileza. 

Pal. — Señora  Cornelia,  ya  sabes  quántas  ve- 
zes  te  he  rogado  que  tú  e  la  compañera  passeys 
el  hato  a  la  estancia,  porque  en  nuestra  compa- 
ñia  no  se  puede  perder  nada;  no  te  has  deter- 
minado hasta  saber  la  voluntad  de  la  señora 
Orosia  tu  prima:  porque  ella  agora  está  presen- 
te, será  bien,  dama,  que  sepas  que  es  mi  volun- 
tad que  luego  te  determines  a  venir  coniigo  a 
mi  estancia,  e  ayudar  me  a  passar  mis  trabajos, 
pues  no  me  dexas  solo  en  mis  mayf)res  passa- 
tiempos;  e  si  en  esto  pensares  no  contentar  me, 
haz  cuenta  que  me  pei-diste  para  todos  los  días 
que  biuieres. 

Oros.  —  Señor  Palermo,  aunque  mi  prima  me 
perdone  en  tomar  la  mano  a  responder  en  su 
presencia,  después  que  ella  se  ha  determinado 
a  hazer  contigo  esta  jornada,  yo  la  he  dicho 
como  a  amiga  e  parienta  lo  que  de  su  yda  siento. 
Pero  como  ella  está  penada,  ni  rescibe  mis  pa- 
labras, ni  conosce  la  voluntad  con  que  se  las 
digo,  porque  ni  los  ojos  enfermos  pueden  mirar 
la  luz,   ni  los  ánimos  apassionados  la  razón. 


Pei'o  como  lo  poco  que  yo  sé  del  uumdo  me  dé 
a  conoscer  que  mi  prima  no  lo  acierta,  no  pue- 
do dexar  importunamente  de  dezirle  lo  que 
siento,  porqu»^  a  ti,  señor  Palermo,  conozco,  e 
avn  tu  voluntad  entiendo  mejor  que  a  mí  me  sé 
entender;  nosotras,  como  tú  sabes,  somos  vnas 
nuigeres  de  seguida  que  substentamos  honrra 
haziendo  seruicio  a  los  buenos.  De  nuestros 
passados  no  heredamos  otra  hazienda,  c  si  esta 
nos  falta,  la  vida  nos  sobra.  Pues  metidas  con 
vn  hombre  en  vn  rincón  de  la  Ciudad,  perdemos 
los  amigos  e  no  ganamos  dineros.  Lo  que  por 
ti,  señor,  digo  a  mi  prima  que  haga  es  tenerte 
por  amigo  para  reñir  sus  quistiones,  e  quando 
menester  la  ouieres  que  te  ayude  con  dos  doblas, 
acuda  a  tu  estancia,  prouea  lo  que  cum[da,  peio 
no  soy  de  parescer  que  se  desaperroche  nuestra 
casa. 

Cor. — Prima,  bien  conozco  tus  razones  en- 
deregadas  en  mi  prouecho,  e  ansi  las  rescibo 
como  Dios  resciba  esta  ánima  quando  deste 
mundo  vaya.  Mas  pf)r  ver  me  vengada  de  aquel 
mogo  de  espuelas,  me  yre  con  vn  negro  donde 
llevar  me  quisiere. 

Pal. — Señora  Orosia,  de  la  voluntad  que  yo 
tengo  a  Cornelia  tu  prima  Dios  y  el  señor  Pi- 
carro son  buenos  testigos;  y  en  lo  que  toca  a 
sus  quistiones,  quexando  se  ella  a  mi,  e  dando 
me  parte  de  ellas,  no  seria  yo  Palermo,  hijo  del 
merino  de  Ronda,  si  no  pusiesse  por  ella  la  vida 
e  todo  el  resto,  porque  sin  lo  que  a  su  persona 
se  deue  es  ley  de  gentiles  hombres  hazer  por 
las  mugeres  quando  rescibieren  agrauios  e  de- 
masías. Yo  la  pienso  poner  donde  sea  conosci- 
da  e  tenida  por  quien  es. 

Oros.—  En  la  putería. 

Pal. —  No  hables  entre  dientes,  señora,  que 
yo  lo  haré  no  menos  que  lo  digo:  e  de  vn  pan 
que  hombre  aya,  la  mitad  no  puede  mancar; 
pero  si  a  ti,  señora,  paresce  que  cumple  otra 
cosa,  hágase  como  ordenares,  que  como  aya  pro- 
vecho passará  hombre  su  soledad. 

P/',;.  — Señora  Cornelia,  bien  abrás  sentido 
que  yo  del  tiempo  viejo  te  solia  ser  amigo,  y 
agora  poi-  causa  del  parentesco  qu(!  con  esta 
dama  tienes,  y  el  amistad  que  ay  entre  mí  y  el 
señor  Palermo,  estoy  determinado  a  morir  por 
lo  que  a  tu  honrra  tocare;  y  en  esto,  señor,  al 
tiempo  hago  testigo.  Pero  si  a  tu  honor  e  pro- 
uecho impide  hazer  mudanca,  ordena  como  vie- 
res que  cumple  á  los  amigos.  En  casa  dexamos 
la  olla  hirviendo,  e  solo  al  mochacho  soplando 
los  tizones;  por  mi  vida,  damas,  que  allá  nos 
vamos  a  comer. 

Oros. — Essas  cosas,  amigo,  antes  serán  he- 
chas que  mandadas.  Prima,  toma  tu  manto,  e 
vamos  donde  quisieren. 

Cor. — Vamos  si  quisieres,  que  yo  estoy  a 
punto. 


2Q 


orígenes  de  la  novela 


Pal. — Échate  vnos  manteles  en  la  nian,2;a, 
que  boto  a  tal  no  ya  (')  en  qué  nos  limpiemos 
sino  es  a  las  harlias. 

Oros.— Ora  g.ilanes,  andad  delante,  que  nos- 
otras muy  presto  llegamos. 

ARGUMENTO  DEL  XIII  ACTO 

Policiano,  niuv  penado  del  dolor  que  siempre  le  aquexa.  habla 
consigo  solo  e  i]uexasíe  de  la  dilación  que  la  vieja  pone  en  su 
reiiieaio.  La  Cl  udina  v¡^ne.  e  le  cuenta  lo  que  con  Plüloine- 
n.í  ha  pascado,  etc. 

Policiano.    Solivo.    Salucio.    Silüanico. 
Glaudina. 

[_Po}.^ — o  ánima  mistan  desierta  de  plazer 
quanto  acompañada  de  cuydosos  pensamientos, 
qué  será  de  ti?  En  qué  lia  de  fenescer  este  tris- 
te auiso  qtie  has  comendado?  Cada  momento 
estoy  esperando  qnáudo  mi  carne,  canssada  de 
suffrir  tantos  dolores,  ha  de  apartar  la  vnion 
que  contigo  tiene;  mas  ay  de  mí,  que  biuo,  e 
hiñiendo  muero,  e  muriendo  no  satisfago  a 
aquella  cruel  e  sangrienta  lamia,  que  con  su 
ft'eridad  despedaca  sus  hijos,  con  cuya  muerte 
queda  contenta,  e  Philomena  no  con  la  mia.  O 
vieja  Claudina,  qué  hazes?  En  qué  te  detienes? 
No  te  dueie  a  ti  donde  a  mí,  si  no  tú  apressura- 
rias  los  passos.  Maldigo  tu  perezosa  solicitud, 
que  para  todos  tienes  obras,  e  a  mí  me  cenas 
con  tus  palal)ras.  O  mi  angélica  Philomena,  si 
te  acui'ivlas  algún  tiempo  del  día  deste  tu  cap- 
tiuo  Policiano?  Dónde  estás,  mi  alma?  En  qué 
estás  agora  ocupada?  P<tr  qué  no  al9as  tus  ojos 
para  embiar  algún  rayo  de  claridad  sobre  este 
caliginoso  coracon?  Mocos,  mocos. 

Sal. — -Señor. 

Pol. — Entra  acá,  qué  se  suena  de  mi  reme- 
dio? En  qué  estiido  está  el  processo  que  amor 
contra  mi  Vida  liaze?  Si  ha  dado  ya  sentencia 
cf)ntra  mí  el  coraron  de  aquella  qn»^  puede  ma- 
tar rae  con  quererlo,  e  dar  me  la  vida  con  que- 
rer me? 

Sal. — No  temas  señor,  ser  condenado,  que 
quien  padre  tiene  alcalde,  seguro  va  a  juicio, 

Pol. — Qué  a  nií  con  quien  me  juzga? 

Sal. —  Basta  que  seas  nascido  de  muger 
para  que  confies  no  morir  por  feminil  consen- 
timiento, mayormente  que  Philomena  es  mise- 
ricordiosa, e  la  C  andina  solícita,  e  no  ay  piedra 
tan  dura  a  quien  la  instante  gotera  no  penetre. 

Pul. — -O  Claudina,  qué  hnzes?  No  sé  si  ten- 
ga tanta  quexa  de  tu  tardanca  quanta  de  mi 
poco  suffriniieiito.  pues  no  rescibo  menor  agra- 
mo de  tardarte  tú  que  de  penar  me  yo.  No  osaré 
sospechar  que  te  descuydas  por  no  acabar  la  vida 

(<)  Así  en  el  original,  probablemente  por  7iia  forma 
contracta  de  hahia. 


con  ymaginacion  dubdosa,  pero  mal  sabor  tiene 
tu  tardanza  o  yo  tengo  dañado  el  apetito. 

Sal. —  Señor  no  sé  si  lo  causa  que  delicada- 
mente siento  tu  pena,  pero  mayor  dolor  siento 
porque  padesres  que  en  poner  mi  vida  porque 
descansses.  Qué  liare  yo,  señor,  para  que  tu  mal 
tenga  algún  refrigerio? 

Pol. — Mira,  Salucio,  tengo  tan  abatidos  mis 
cuydosos  pensamientos,  que  sólo  mi  abatimien- 
to bastarla  para  causar  en  vn  coragon  libre  ver- 
goncosa  confusión;  pero  siento  me  tan  vencido, 
que  aquello  que  a  la  voluntad  sana  suele  apocar 
la  fe,  a  mi  corncon  apassionado  acrescieiita  el 
amor.  O  Claudina,  grauissima  prouisora  de 
mis  ansiosos  cuydados,  como  creo  que  tendrás 
más  tiempo  para  arrepentir  te  por  tu  negligen- 
cia que  para  remediar  me  con  tu  solicitud,  |ior- 
que  me  siento  tal,  que  si  algún  fabor  Cupido 
piensa  darme,  sola  mi  fe  que  le  meresce  tengo 
biua  para  sentirle,  pero  grande  quexa  llenaré 
del  amor  si  se  me  acaba  la  vida  sin  algunas 
arras  de  mi  g  oria. 

S/'l. — Señor,  la  vieja  Claudina  viene  por  esta 
calle  del  Conde  muy  passo  a  passo,  e  la  cabeca 
baxa  sanctiguandose  algunas  vezes  como  quien 
de  poder  del  diablo  se  ha  escapado. 

Pol. — Viene  sola? 

Sil. — Sí,  señor,  que  ninguno  viene  con  ella. 

Pol. —  Corre,  espera  la  a  la  puerta,  e  rescibe 
la  con  mucha  alejarla,  porque  no  enturbie  la 
que  yo  estoy  esperando  con  ninguna  accidental 
tristeza.  Qué  haze?  No  llega? 

Sil  — Señor,  no,  que  está  hablando  con  un 
des[)ensero. 

Pol. — Ay  del  triste  que  la  espera,  mal  fuego 
semejante  al  mió  los  abrase,  para  que  con  mi 
sentimiento  no  pongan  dilación  en  mi  remedio. 
Corre,  llámala,  e  dila  que  aqui  la  espera  vn  ta- 
uallero,  que  no  se  detonga. 

Sil.  Señor,  esta  vieja  es  sospechosa,  e  yo 
soy  algo  couoscido,  temo  no  aya  sospecha  de 
ver  me  haolar  con  ella. 

Pol.  —  Bien  has  dicho,  pues  no  fuera  más  mi 
vida  que  derramar  mi  cn\doso  secreto  con  des- 
cuydada  negligf^ncia  Dexala  venir,  e  plega  a 
Dios  que  antes  fenezcan  mis  dias  si  su  respues- 
ta viene  vazia  de  remedio.  O  negligentes  canas, 
o  años  caduros,  acalia  ya,  que  se  me  consumen 
las  fuei9as  con  tu  espaciosa  venida.  Assomate, 
mira  si  viene. 

Sil.  -  Señor,  el  despenssero  se  va  y  agora  lle- 
ga vn  paje  del  Duque,  e  según  la  tit  ne  asida  de 
la  halda  creo  que  se  la  llenará  antes  que  de 
la  mano  la  dexe.  Siñor,  señor,  que  se  va. 

Pol. — Corre,  neg  igente,  perezoso  y  llámala; 
finge  estar  aqui  viia  dueña  que  la  espera,  dila 
que  llegue  aqui,  que  luego  puede  dar  la  buelta. 
Mira  no  seas  seiit  do  de  aquel  paje. 

Sil. —  Señora  Claudina,  vna  dueña  me  inan-' 


TRAGEDIA  POLICIANA 


27 


dó  que  te  llamasse  porque  a  la  puorta  de  mi 
possada  ha  s^raii  rato  que  te  espera. 

Clan. — Ya  sé,  hijo,  por  quién  dizes.  Düa  a 
essa  señora  que  kiego  voy,  quaiito  dé  recaudo 
a  este  paje,  que  no  con  menor  necessidad  me 
ha  buscado. 

Sil. — Madre  mia,  no  yre  sin  ti,  por  esso 
mira  que  te  espero. 

Clau.—  Pues,  hijo  mió,  vete  tú  en  ora  buena, 
o  a  tu  señor  dirás  que  su  negocio  está  en  buen 
estado  e  que  aquella  dama  uie  dio  esse  tor9al 
que  ponga  en  oí  bonete,  e  que  lo  domas  le  diré 
quaiido  dosta  dueña  me  aya  apartado.  Vamos, 
hijo  Siluano,  que  aquel  Roy  de  lo  alto  sabe  la 
pona  que  me  ha  'lado  auer  me  detenido:  tengo 
muchos  negocios,  e  a^ora  sobre  todo  aquel  paje 
del  Duque  me  liouaua  por  fuerza.  Sancta  Maria 
del  cielo,  con  tantos  trabajos  como  este  mi  offi- 
cio  me  acarrea;  Jesu.  Jesu,  señor  Policiano, 
sino  paresce  auer  passado  por  ti  vn  año  de  en- 
fermedad. Jesús,  e  qué  poco  osfuoroo  el  tuyo! 
Mala  dicha  fue  la  mia. 

Pol. — Madre  mia,  má.s  me  consumen  tus 
tibios  e  descuydados  ohiidos  que  las  memorias 
ardientes  de  mis  continuos  dolores.  Toma,  ma- 
dre mia,  este  puñal,  o  on  lugar  de  la  vida  dulce 
qu>;  con  tu  venida  esperaua.  dame  la  más  cruda 
muerte  en  que  tu  ymagiuacion  pueda  caber,  por- 
que pues  en  tu  nombre  e  fama  e  solicitud  faltó 
para  mi  ventura,  no  quiero  esperar  la  en  más 
que  en  la  sepultura.  Pero  antes  que  yo  muera 
te  sup  ico  ovan  mis  orejas  sola  vna  palabra  de 
aquella  8era|ihica  lioca  salida,  con  cuyo  dulce 
sabor  mi  spiritu  fatigado  se  esfuerzo  para  el  ri- 
guroso tránsito  que  tan  vezino  espera. 

Clau. — Señor  Policiano,  aunque  tu  passion 
sea  muy  biua,  no  deuee  descuydarte  en  mortifi- 
car algún  rato  la  ymaginacion  que  della  tienes, 
si  no  quieres  que  mi  venida  sea  más  para  llorar 
tu  muerte  que  para  remediar  tu  vida.  Yo  tena^o 
tan  presentes  tus  penas,  que  por  sentir  las  no 
tengo  cuydado  de  las  mias.  que  son,  aunque  me- 
nores en  qualidad.  no  menos  en  quatitidad,  que 
ansi  gozo  yo  do  mi  vejez  y  a  ti  bea  yo  en  bra- 
cos de  quien  yo  agora  digo,  como  si  mi  venida 
he  dilatado  no  ha  sido  otra  la  cansa  sino  auer- 
me  llenado  el  manto  por  el  tercio  de  la  casa, 
donde  por  falta  do  dinero  se  abrá  de  quedar  por 
el  tanto. 

Pt»/.— Pues  cómo,  madre  mia,  tan  poca  (') 
confianga  tienes  de  mi  voluntad  e  fner9as,  que 
essa  necessidad  e  otra  mayor  no  pnnieyera  yo 
con  hazer  meló  saber?  Oyes,  Salucio. 
<Sa/.— ¡Señor. 

Po/.— Ve  lueuo  a  casa  del  mercader  e  trae 
para  mi  madre  quatro  varas  de  {laño  tino,  e  lla- 
ma vn  sastre  y  córtenla  presto  un  manto. 

(')  En  el  original.  tampOCá 


Clau. — Por  la  liberalidad  del  don  beso,  señor, 
tus  manos,  que  la  qnantidad  e  otra  mayor  se 
deue  a  mi  voluntad  y  avn  a  la  obra  que  no  ha 
laltado  en  tu  servicio,  aunque  penssé  que  me 
costara  la  poca  vida  que  tenjío.  l't'ro  ya  soy  de 
prueua,  no  me  espantan  golpes  semejantes. 
Uijf)  Policiano,  viniendo  agora  a  loque  a  nues- 
tro caso  haze,  el  cuydado  que  en  mi  [)echo  llené 
de  la  pena  en  que  te  dexé,  de  tal  manera  pene- 
tró mis  entrañas,  que  negara  yo  el  natural  de 
muger  si  no  pusiera  mi  vida  por  tu  remedio,  e 
ansi  por  compasión  como  por  hazer  mi  officio 
contiando  sor  fíratificado,  fuy  a  casa  de  aquella 
perla  de  Pliilomena.  donde  si  con  temor  entré, 
no  shIí  muy  esfor9ada  a  causa  de  los  peligros 
que  allá  estuuieron  en  las  manos.  Alireuiando 
razones,  yo  bu.sqné  oportuno  tiempo  qual  con- 
uenia,  e  puse  en  su  pecho  (')  mi  mensage  y  tu 
coniíoxa,  do  la  qual,  o  yo  no  seria  la  Claudina 
muger  del  que  Dios  aya,  o  ella  tiene  tanta  par- 
te de  sentimiento  como  tú. 

Pol.  -  Sancto  Dios   estoy  yo  aqui? 

Sol. — Mira,  Salucio,  cómo  tiend)la  el  desdi- 
chado de  nuestro  amo,  e  quán  atento  está  oj'en- 
de  las  mentiras  de  aquella  truetaconuentos! 

Cluic. — No  interrumpas,  señor  mi  platica, 
e  manda  a  estos  nio9os  que  se  aparten  adá  fue- 
ra, si  breuemente  deseas  sal>er  lo  que  tenemos. 

Pol.  —  M090S  ,  apartaos  allá,  ma!  criados; 
dexad  me  solo  gozar  deste  remedio,  pues  a  solas 
siento  el  dolor. 

Sal. — Mandóte  yo  que  ella  te  dirá  más  fal- 
sedades que  tienes  cal»ellos  en  la  calieca. 

Pol.  —  Señora  mia.  cora9on  mió.  reposo  mió. 

Sil.  —  Corre,  corre,  Sulino,  que  las  manos 
está  besando  a  la  vieja. 

Pol.  -  Aliuio  mió,  si  no  quieres  que  tu  men- 
saje e  mi  vida  fenezcan  en  un  momento,  dame 
licencia  para  que  por  nieimdo  te  pregunte  los 
passos  de  mi  vida  o  muerte,  porque  no  tiene 
menos  fuerca  para  matar  el  suitito  plazer  de  mi 
gloria  que  la  repentina  pena  de  mi  nueuo  daño: 
qué  le  dixiste?  con  qué  comen9aste?  con  qué 
rostro  te  oyó?  e  finalmente  lo  que  te  respon- 
dió, e  yo  propongo  de  estar  a  tu  razonamiento 
no  menos  atento  que  denoto,  pues  sin  sobera- 
na reuerencia  no  es  virtud  oyr  tuembaxada. 

Clau.  -  Para  la  entrada  de  su  casa  no  fue 
menester  ocasión  sopliistica,  a  causa  de  la  anti- 
gua amistad  que  yo  en  semejantes  casas  he  pro- 
curado, porque  si  tal  necessidad  se  offresce,  no 
sea  yo  tractada  como  extraña.  Mi  aspecto,  mis 
canas,  mi  autoridad,  mis  doradas  palabras,  qui- 
tan todo  género  de  sospecha,  mayormente  en 
tales  casas  donde  si  me  conoscen,  no  por  el  trac- 
to que  traygo,  sino  por  la  grauedad  de  mis  lar- 
gas tocas  e  de  mi  faz  arrugada,  siempre  me 

(')  En  el  original  en  suapecho. 


28 


orígenes  i)E  LA  :^OVELA 


hazen  venerable  tractamiento.  Do  manera  que 
Florinarda  su  madre,  libre  de  mi  fingida  neces- 
sidad  de  visitarla  (*),  me  rescibiocon  alegre  sem- 
blante porque  por  mi  larga  ausencia  mi  visita- 
ción auia  seydo  desseada.  Passado  el  deuido 
preámbulo,  yo  tomé  licencia  de  Florinarda  para 
entrar  al  aposento  de  Philomena,  donde  la 
hallé  indispuesta  de  vn  dolorcillo  del  eorag-on. 
Yo  fingi  saber  medicinar  su  dolor,  e  dixe  ser 
necessario  estar  á  solas,  donde  tune  lugar  para 
darle  muy  entera  parte  de  tu  continua  congo - 
xa,  causada  de  auerla  mirado  con  ojos  afficio- 
nados.  Las  cosas  que  durante  mis  razones  alli 
passaron  ni  entonces  las  acerté  a  entender,  ni 
agora  te  las  sabré  dezir,  porque  si  mil  vezes  sus 
ojos  me  mostraron  tu  salud,  otras  tantas  en  su 
rostro  vi  aparejada  mi  muerte  y  tu  sepultura; 
vi  sus  aparencias  de  muger  no  libre,  e  dixome 
palabras  de  hembra  desamorada.  Oyó  mis  razo- 
nes con  indifferente  semblante,  e  respondió  me 
con  muy  crudas  amenazas  de  muerte. 

Pol.  —  O  desuenturados  o  y  dos  que  tal 
oyen. 

C/rtíí.  — No  me  marauillo  que  te  assombres, 
porque  si  con  ella  en  tal  articulo  me  consideras, 
antes  te  faltarán  ymaginaciones  para  pensar  lo 
que  ocasiones  para  no  esperar  salud  en  coraron 
tan  crudo  como  el  de  Philomena;  pero  si  mis 
reglas  no  son  fallibles,  no  es  mala  señal  su  tan 
delicado  sentimiento.  E  de  aqui  resulta,  señor 
Policiano,  que  no  te  congoxes  ni  desconfies  por 
lo  que  con  tu  señora  he  passado,  porque  a  la 
segunda  monición  o  ella  vendrá  a  obediencia  o 
yo  fulminaré  ('■^)  contra  ella  mis  censuras.  E 
rescibe  mi  palabra  en  prendas  desta  victoria. 
Pero  si  entretanto  tus  acidentales  dolores  te 
acudieren,  grande  nombre  ganarás  si  quando 
más  te  aquexaren  mostrares  mayor  suffri- 
miento. 

Pol. — O  dilatada  muerte,  o  prolixo  tránsito, 
o  negligente  fin,  qué  es  de  ti?  Por  no  dar  me 
este  descanso  te  tardas?  Pues  vn  plazer  entre 
tantos  enojos  breuemente  es  anegado.  Ve, 
Claudina,  con  Dios,  e  yo  me  quedaré  con  mi 
mal  e  sin  esperanca  de  salud,  pues  para  mí  no 
la  ha  guardado  el  amor. 

Clau.  —Señor,  suplicóte  con  tu  seso  esfiier- 
Qes  lo  que  tu  dolor  enflaquesciere,  e  no  te  apre- 
sures tanto  a  padescer,  que  dexes  tus  huessos 
para  gozar  de  lo  que  desseas.  Yo  me  voy.  con 
esperanca  de  boluer  con  tan  buenas  nueuas  que 
merezcan  soberanas  albricias. 

Pol.  -Vete  ya,  madre,  que  ni  yo  espero 
bien,  ni  soy  capaz  del. 

(1)  En  el  original,  libre  mi  de  fingida  necessidad.  Así 
no  hace  sentido,  ni  aun  lo  hace  bueno  y  claro  como  lo 
enmendamos  en  el  texto. 

(2)  Fielminare,  en  el  original. 


ARGUMENTO  DEL  XIIII  ACTO 


Salida  la  Claudina  de  casa  de  Policiano  va  hablando  consigo  sola 
e  passa  por  la  estancia  de  Palenno  e  Picarro,  donde  están 
i'iñendo  con  Orosia  e  Cornelia  sobre  que  las  quieren  poner 
en  el  lugar  de  las  inugeres  públicas.  La  Claudina  los  pone  en 
jiaz,  etc. 


Claudina.  Cornelia.  Orosia.  Palermo. 

PliARRO. 

[C7a?í.] — O  Soberano  Di<is  y  n  quáiitos  tra 
bajos  se  pone  quien  con  torpe  vida  quiere  ga- 
nar de  comer,  qnánto  deue  biuir  recatado  quien 
mala  vida  biue.  Mirad  agora  quántos  desdenes, 
quántas  desgracias  e  sinsabores  he  rescebido  en 
esta  vida  de  personas  a  quien  con  este  mi  offi- 
cio  he  seruido,  e  a  quántas  afrentas  publicas  e 
secretas  estoy  cada  dia  aparejada,  y  en  vna  me 
vi  que  jamas  se  me  cayra  el  nombre  de  encoro- 
cada,  e  agora  Policiano  pienssa  que  a  la  pri- 
mera vista  le  tengo  de  traer  a  su  enamorada. 
O  mundo  mentiroso  y  en  quán  baxa  moneda 
pagas  a  quien  mejor  te  sirue;  pero  andar,  que 
por  snbstentar  esta  negra  honrra  e  por  no  ve- 
nir en  tiempo  de  pedir  a  los  amigos  prestado, 
a  más  que  esto  me  tengo  de  poner,  e  si  mal 
hago,  para  mí  es  el  daño,  e  si  a  otros  dañare 
con  mi  interessal  doctrina,  cada  vno  mire  por 
sí.  que  por  esso  da  Dios  libre  el  aluedrio  para 
reprobar  o  aprobar.  Yo  hago  mi  officio,  mire 
cada  qual  lo  que  haze.  Conoscida  soy,  no  se 
quexará  nadie  de  mí  que  con  fingida  sanctidad 
le  engañé;  también  me  conoscen  como  yo  me 
conozco;  a  quien  con  mi  consejo  venciere  no 
deuo  nada,  pues  mi  público  tracto  me  relieua 
de  todo  cargo.  Qué  bozear  es  este  que  estos  lo- 
cos tienen?  Si  no  me  engaño,  muger  es  la  que 
da  gritos;  oyr  quiero  para  entender  la  ma- 
teria. 

Cor. — Ansi.  don  ceuil  apocado,  y  en  tan 
baxa  estimación  tienes  tú  mi  persona  que  por 
ti  me  auia  yo  de  poner  en  tal  biuienda?  Qué  te 
paresce,  prima?  A  esto  nos  truxo  nuestra 
ventura? 

Orog.— Pues  qué  pensauas,  Cornelia?  Quien 
a  los  tales  se  llega,  tal  galardón  espera.  Pues 
cómo,  Picarro,  tal  pensamiento  tenias  quando 
de  casa  me  sacaste?  Yo  en  el  burdel  con  las 
mugeres  publicas?  Que  \  o  auia  de  vender  para 
ti  mi  persona?  Ay  de  mi  mocedad  passada  en 
tanto  regalo  e  de  otros  a  quien  tú  no  meresces 
descalcar. 

Cor. — Mira,  Palermo,  no  me  hables  en  tal 
cosa,  que  por  los  huessos  de  aquel  padre  que  so 
tierra  pudre,  antes  me  echasse  en  vn  pozo  que 
tal  por  mí  passasse. 

Pal. —  Pues  pese  a  tal  con  la  curratica  pis- 
cina, soñólo  el  vellaco  de  vuestro  agüelo  que  os 


TRAGEDIA  POLICIANA 


29 


auia  yo  de  tener  estrado?  Descreo  de  las  barbas 
de  Barrabas  si  no  aueys  de  hazer  lo  que  hom- 
bre os  mandare  o  aueys  de  pitar  el  rogo  e  tomar 
luego  la  puerta. 

Pi<;. — Dezid,  pellejas,  pese  al  burdel  de  Pam- 
plona, quando  al  estancia  venistes  qué  penssa- 
mienti)  era  el  vuestro?  Pensauadcs  porauentu- 
ra  que  auiades  de  ensartar  aljófar?  Aqni  no 
queremos  sino  nuiger  que  ruede  por  donde  la 
mandaren  e  gane  el  gouierno,  e  tenga  la  casa 
abasto. 

Oros. — Ay  desdichada,  que  en  mi  seso  esta- 
ua  yo  en  no  salir  de  mi  casa!  Yo  en  la  mance- 
bía? Yo?  Cata  que  pierdo  el  seso,  cata  que  me 
finí)  en  pensarlo.  E  cómo,  Picarro,  faltauan  me 
a  mí  dos  pares  de  vestidos  e  dos  pie9as  de  oro 
en  mi  arca?  En  tanta  lazeria  nos  hallastes? 
Tantas  necessidades  nos  cubristes?  No  lo  haré, 
para  el  dia  sancto  que  nos  cubre. 

Cíaw.- Quién  está  en  su  casa? 

Pal. — Tenga  se  alia  quien  viene. 

(7/aií.  — Gente  de  paz  es,  no  te  alteres,  hijo 
Palermo.  Jesu  de  la  cruz,  hijos  mios,  e  qué 
gritos  son  éstos,  que  teneys  alborotada  la  ve- 
zindad? 

Piq. — O,  pese  a  la  fe  de  Tremescen,  madre, 
que  estas  damas  no  se  criaron  sino  para  biuir 
en  los  palacios  de  Galilea.  Pues  descreo  del 
memorable  Golias  si  no  an  de  ganar  el  gouier- 
no, e  an  de  dar  cuenta  del  resto  o  tomar  las 
haldas  en  la  cabe9a,  y  avn  primero  an  de  esco- 
tar lo  que  an  ro9ado  en  el  e-tancia. 

Cor. — Pai-escete,  ay  señora  Claudina?  Pa- 
rescete  qué  pago  del  mundo?  Ay  justicia  del 
cielo,  pues  de  la  tierra  no  me  vale!  Dame  mi 
manto,  Palermo,  que  no  comeré  más  bocado 
en  esta  casa,  si  no  de  mal  cáncer  sea  yo  co- 
mida. 

Oros. — Justicia  de  Dios  venga  sobre  estos 
vellacos. 

Clau. — Hijos  mios,  mal  me  pai'esce  por  mi 
vejez  lo  que  agora  en  vosotros  conozco  tan  con- 
trario de  lo  que  yo  pensaua,  y  entre  mis  vgua- 
les  auia  publicado.  Las  mugeres  han  de  ser  de 
los  hombres  amparadas  e  no  mal  tractadas.  De- 
ueys  os,  hijos,  acordar  que  de  ellas  nacistes, 
para  que  ninguna  por  baxa  de  ley  de  vosotros 
sea  deshonrrada. 

Pal.  —  O  pese  a  las  barbas  de  Júpiter  con 
quien  tal  oye  y  no  haze  vn  hecho  de  los  que 
suele!  Pues  descreo  de  la  ley  del  quaderno,  si 
no  me  pensara  aprouechar  del  mueble,  si  ant  s 
no  las  despernara  que  ellas  supieran  mi  estan- 
cia. Ellas  han  de  hazer  lo  que  hombre  les  man- 
dare trompicando,  e  vengan  Solino  e  Salucio 
en  la  demanda  si  dessean  ser  mo^os  de  espuelas 
de  Barrabas. 

Clau. — Que  no,  hijos,  por  mi  vida,  sino  pues 
son  mugeres  de  honrra,  y  en  ella  han  biuido 


hasta  agora,  que  vosotros  ayudeys  a  substen- 
tarlas  en  ella,  y  aun  que  siempre  vayan  ade- 
lante, pues  se  llegaron  a  los  buenos. 

Oros. — Toma,  prima,  tu  hato,  e  daca  mi 
manto  e  vamonos  con  la  madre,  que  no  aosadas 
para  en  quanto  viua,  nunca  más  perro  a  mo- 
lino. 

I'al. — O  pese  al  gorjal  d(;  Nenibroth,  yr  o 
qué?  Juramento  hago  a  las  calendas  de  Grecia, 
si  poi-  las  nubes  no  se  me  salen,  si  el  mismo  (^) 
Satanás  las  saque  de  mi  poder  hasta  que  pa- 
guen lo  comido. 

Cor. — Cómo,  que  est(j  ha  de  passar?  Daca 
mi  manto. 

Pul. — Descreo  de  tal,  doña  buena  mugcr, 
sino  os  doy  guantazo  que  dientes  e  malla  escu- 
pays  todo  junto. 

O/'os.  — Justicia,  señores,  que  nos  roban  es- 
tos rufianes  en  tierra  del  rey. 

Clau. — Por  mi  bida,  hijos,  que  les  deys  su 
hato,  e  las  dexeys  yr  a  su  posada,  que  si  alguna 
costa  han  hecho,  mugeres  son  para  pagarla  (■•*). 
e  quando  no  lo  hizieren,  yo  me  obligo  por 
todo. 

Pií;. — Que  no  estamos  en  la  paga,  despecho 
de  la  vida  mala,  sino  porque  estas  dueñas  quie- 
ren hazer  de  las  marquesas,  después  de  auer 
trotado  los  bancos  de  Flandes,  y  el  potro  de 
Cordoua  y  d  aduana  de  Seuilla.  Pues  descreo 
de  Placida  e  Vitoriano  si  no  os  hago  conoscer 
quién  son  Palermo  e  su  compañero.  Tomad, 
damas,  los  mantos  e  agradesceldo  ("*)  a  la  ma- 
dre vieja,  que  de  otra  arte  se  gouernará  este 
embarazo. 

Cor. — Ansi  Palermo?  Que  tal  cosa  se  sufre 
en  la  Ciudad?  Pues  dexa  tú  hazer  a  Cornelia, 
que  para  la  que  tengo  en  la  cara  yo  te  la  dé  a 
beuer  si  bibo. 

Clau. — No  las  escucheys,  hijos,  que  van 
agora  enojadas,  e  ansi  me  quiera  Dios  como 
ellas  a  vosotros.  Quedaos  a  Dios,  locos. 

Pal. — Vayan  de  Dios  las  mohosas. 

Clau. — Sancta  Maria  del  cielo,  hijas  mias, 
quál  pecado  os  engañó  a  tomar  contienda  con 
estos  rufianejos?  Siendo  moQas,  e  no  tan  feas 
que  qualquier  hombre  no  huelgue  de  vuestra 
compañía,  ton)ays  amistad  con  hombres  de  tal 
arte? 

Cor. — Ora,  madre  mia,  quien  no  cae  no  se 
leuanta.  A  mi  {¡osada  llegamos,  si  tú  eres  ser- 
uida  entra  e  rescebiras  colación. 

Clau. — A  Dios,  hijas  mias,  que  voy  de  passo 
a  mi  casa. 


(')  Mismos,  en  el  original. 

(-)  Pactarla,  en  el  original,  á  causa  de  haberse  trastro- 
cado algunas  letras  del  molde  al  principio  del  folio  '¿9 
vuelto. 

(^)  Agradescedo,  en  el  original. 


30 


AEGUMENTO  DEL  XV  ACTO 


l'liilomena,  presa  de  la  yei'ba  diabólica  de  Ciipido,  dize  ¡«alaln-as 
conipas-iibles  inaiiifestando  su  pena,  de  la  >|ual  damlo  parle 
a  Dorotea  su  rriada,  iiiaiida  que  vaya  a  llamar  a  la  Cl  lu.liiia, 
la  qual  siendo  llamada  e  prometida  su  venida  se  acaba  este 
acto. 


Philomena.  Dorotea.  Claüdina.  Paembnia 

[PA¿7.]  — Amiga  Dorotea,  después  de  aquel 
traufe  riguroso  que  coa  aquella  buena  vieja 
passé  ningún  momento  ha  dejado  mi  mal  de 
me  poner  en  el  vltiíao  término  de  la  vida,  e 
cada  ora  me  siento  más  alcancada  de  fueryas 
para  resistir  vna  muy  grande  que  de  mi  pro- 
pria  guerra  rescil»o.  La  discordia  que  interior- 
mente contra  mí"  se  leuanta,  la  hueste  de  ene- 
migos que  uueuamente  siento  en  mi  c(nitrario, 
no  soy  JO  parte  para  desecharlas  de  mí,  por- 
que las  t'uergas  de  mi  discreción  con  qne  antes 
me  defendía  hallo  robadas,  e  las  nieiuorins  de 
mis  paí^sailos  recatamientos  me  han  Faltado.  El 
entendimiento  con  qtte  los  males  ahórresela  e  las 
virtudes  abraoaua  {}),  hallo  deslruydo.  Tan 
debilitada  me  siento  en  la  parte  sensitiua  de 
mi  coracon,  que  ya  no  puedo  resistir  al  hués- 
ped que  en  él  quisiere  tomar  aposento.  Estas 
entrañas  (■^)se  me  abrassan,  sin  esperan9a  de  su 
primera  salud  Ay  de  mil  Ay  corazón  mió, 
que  te  despedazan  hambrientas  I  «inoras !  Ay 
entrañas  mias!  Ay  ánima  mia,  quién  te  puso 
en  poder  ageno?  Ay  mi  libertad,  qué  es  de  ti? 
Ay  mis  fitertes  muros  e  torres  de  mi  castidad, 
quién  os  ha  batido  e  puesto  en  la  baxeza  de 
sensual  ynclinacion?  quién  fabricó  las  escalas 
que  para  emprender  tan  alta  empresa  ftieron 
bastantes?  Ay  mi  Dorotea!  Ay  mi  Hel  tliesore- 
ra  de  mis  secretosl  qué  será  de  mi?  que  me 
siento  tal,  qtie  m.e  es  foryado  oluidar  mi  san- 
gre tan  ¡Ilustre,  mi  copioso  patrimonio,  la  no- 
bleza de  mis  tan  altas  costumlires,  el  temor  del 
cruel  castigo  de  mi  padre,  y  el  amor  que  hallo 
auer  tenido  a  mi  tan  amada  madre  sin  auer 
rescebido  ningún  momento  de  engaño.  Ay  mi 
coraron,  ay  que  se  me  acaba  la  vida  sin  espe- 
ranza de  remedio! 

Doi- — Señora  mia,  la  ora  en  que  Policiano 
te  miró  maldigo. 

Fhil. — No  consiento  tal. 

Dor. — Por  qué? 
,  PA27.— Porque  no  sufre  mi  delicado  dolor 
tan  áspera  medicina.  Si  mi  salud  desseas,  no 
reprueues  la  triaca  de  mi  ponzoña,  pues  conos- 
ees  nascer  de  vn  principio  mi  mal  e  su  medi- 
cina. 


(I)  abrrqaua,  eu  el  original. 
(-)  En  ol  original,  cntraaUs. 


orígenes  de  la  novela 

Do7\  —  Pues  si  ansí  es,  mira  tú  mi  señora  el 


borden  más  conueniente  para  la  consc-ucion  de 
tu  salud,  sin  detrimento  de  tu  fama,  e  puesto 
en  mi  secreto  pecho  yo  daré  tal  corte  en  tu 
pena,  con  que  se  alcance  tu  libertad. 

Fhil.  —  Libertad  dizes?.  ni  la  quiero  ni  la 
espero. 

Dor. — Por  qué,  mi  señora?  la  captiuidad  no 
se  remedia  con  su  contrario? 

Phil. — Todas  si,  e  la  mía  no,  porque  en  mi 
prisión  consiste  mi  libertad,  en  mi  pena  mi 
descanso  y  en  mi  tormento  está  encerrado  mi 
remedio.  Finalmente,  en  mi  muerte  está  mi 
vida  dissiniulada. 

Dor.  —  O  varia  enfermedad,  que  tanta  varie- 
dad incluye  de  acidentes.  Y  a  semejante  hie- 
bre,  cómo- la  llaman  los  médicos  en  esta  tie- 
rra? 

Phil.—  Diuersos  diuersamente  la  nombraron, 
pero  lo  que  yo  diré  por  ex[)eriencia  es  que  mi 
mal  es  vn  dolor  apazible  e  vna  triste  alegría, 
vna  passion  amorosa  e  vna  sabrosa  muerte 

Dor.—  De  manera  que  esta  tu  dolencia  agra- 
dtilce  es  como  granada?  Si  tan  diftícu  tosa  es 
de  remediar  como  de  entender,  Erato  (')  ni  Ga- 
leno no  se  obligaran  a  la  cura. 

Phil. — Mi  Dorotea,  en  la  mano  de  vn  solo 
médico  está  mi  salud  depositada. 

Dor. — Está  muy  bien.  Y  esse  tal  bine  en  la 
tierra? 

Phil. —  En  la  tierra  biue  y  yo  muero  en  ella. 

Dor. — Pues  dexa  methaphoras  aparte,  e 
dime  claramente  en  cuyo  poder  está  el  remedio 
dcste  tu  mal,  e  mándame  como  señora,  yo  obe- 
descere  como  criada. 

Phil.  —  Ay  mi  honestidad. 

Dor. — Essa  deffenderas  en  su  tiempo,  e  de 
mí  que  no  te  la  puedo  quitar  no  te  recates, 
porque  lo  que  desseas  nu  resciba  dilación. 

Phil.  -  Lo  que  al  presente  conuiene  para 
que  yo  recolire  mi  vida  es  que  con  el  secreto 
necessario  vayas  a  casa  de  la  Claüdina,  e  la 
digas  que  no  dilate  su  venida,  sino  que  en  aca- 
bando de  comer,  al  tieuipo  que  mis  padres  es- 
tén reposando,  venga  por  la  puerta  falsa,  e  que 
tú  estarás  espei-ando  para  entrar  con  ella  de 
manera  que  en  casa  no  sea  sentida,  e  haz  esto 
con  brevedad,  qtie  entretanto  yo  proueere  lo 
que  resta  para  la  consecución  deste  mi  apassio- 
nado  desseo. 

Dor.~  Pues  yo  voy. 

Phil.—  E  yo  quedo  tan  triste  quanto  basta 
para  morir  de  tristeza. 

Dar.  —O  juyzios  secretos  de  Dios.  Yo  creo 
que  la  diuina  misericordia  permite  que  bttenos 

(•)  Asi  está  en  el  original;  pero  parece  que  debe  decir 
ErasUtrato,  nombre  de  un  médico  famoso  de  la  anti- 
ffüedad. 


TRAGEDIA  POLICIANA 


31 


e  malos  anden  asjora  juntos  en  esta  vida  los 
liDuibres,  e  no  quiere  que  la  zizaña  se  arranque 
porque  el  trij^o  se  coiiserue.  PtTo  a  mi  pares- 
cer  esta  vieja  hecliizera  tan  dañosa  entre  las 
donzellas  nobles  como  el  lazo  del  paxarero  en- 
tre las  aves,  ni  el  cielo  la  hauia  de  alumbrar  ni 
la  tierra  Kubstentar.  Purque  de  quantos  males 
en  esta  ciudad  se  liazen  esta  sola  es  la  inuen- 
tora,  e  aun  la  que  incita  a  que  se  execnten  e 
faburesce  los  malliechores;  quantos  stupros  se 
lian  couietiilo,  quantos  incestos  se  lian  intenta- 
do quantos  sacrilegios  e  adulterios  se  han  exe- 
cutado,  de  tolos  esta  vieja  mala  ha  sido  el  fun- 
damento. A  su  puerta  llego,  e  por  mi  salud  que 
temo  de  entrar  en  su  casa,  jiorque  toda  deue 
ser  vn  abismo  de  pecados.  Dios  sea  comigo, 
tha,  tha. 

Clau. — Corre,  Parnienia,  mira  que  llaman  á 
la  puerta. 

P(ir.  —  Ay,  desdichada  fuy  yo,  que  estoy  des- 
tocada. 

Clau. —  Échate  algo  sobre  la  cabera,  e  tú, 
señor  JusquiTio,  mete  te  presto  detras  de  essa 
cauía. 

Par. — Quien  anda  ay? 

Dor. — Si  anda,  madre  mia.  Tú  eres,  hermo- 
sa? mándame  abrir  por  mi  vida. 

Par. — Madie.  la  criada  de  Phüomena  viene, 
quieres  que  abra? 

Clau.  —Corre  y  entre,  que  no  vale  tanto  mi 
saya  como  su  venida. 

P'ir.  —  Nora  buena  venga  la  galana,  y  que' 
buena  venida  es  ésta,  s.^ñora  Dorot '¡i? 

Dor. — Bueno  es  esso,  hermosa.  Es  nueuo  ser 
yo  affirionada  a  esta  casa?  Está  en  la  posada 
la  madre  Claudiua? 

Par. — Sí.  mi  rosa,  sabe  que  arriba  está. 

Claii — Jesús,  Parmenia,  qnie'n  sube  que 
tanto  plazer  tengo  sin  saber  de  qué? 

Dor, — Quien  no  te  quiere  mal,  señora  madre. 

C/«ít.  —  En  ora  buena  y  en  buen  punto,  e 
en  mil  oras  liuenas  vea  yo  tu  cara  de  angelito. 
Jesús,  hija  Dorotea,  si'  no  ha  más  d»'  media 
hora  que  sin  penssar  tan  buena  causa  estaña 
regocijada,  y  en  bien  se  me  ha  vuelto  con  tu 
venida.  Pues,  hijita  mia,  cómo  están  tus  seño- 
ras vieja  e  mo^a? 

Dor. — Buenas  están,  madre,  e  a  lo  que  man- 
dares. 

Clau. — Tu  señora  Philomena,  cómo  está  de 
aquel  dolorfillo  del  otro  dia? 

Dor. — Mal  dolor  te  dé,  puta  vieja. 

Clau. — Cómo  dizes,  hija? 

Dor.  —  Digo,  madre,  que  deben  ser  dolores 
de  vieja. 

Clau.— -A  osadas  mal  ora.  Tal  se  me  tor- 
nasse  mi  caduca  vejez  qual  es  la  suya.  En  mi 
verdad,  hija  Dorotea,  que  yo  truxe  el  otro  dia 
tanta  pena  de  ver  aquella  cara  de  alegría  con 


dolor,  que  nunca  la  he  oluidado  en  mis  ymagi- 
naciones,  y  avn  en  mis  oraciones. 

Dor. —  Dios  te  lo  pague,  madre,  que  todo  le 
lia  hecho  prouecho.  Más  aliuiada  se  siente,  e 
nuindó  me  que  te  dixesse  que  tiene  de  ti  neces- 
sidad,  e  te  ruega  vayas  allá  í>y  en  acallando  de 
comer,  y  entres  por  la  puerta  de  abaxo,  que  yo 
estaré  alli  esperando  que  vayas. 

Clau. — Pues  por  qué  después  de  comer,  hi- 
jita? a  osadas  por  mi  vejez  que  deue  ser  mi  se- 
ñora Pliiloniena  escassita  de  coraron;  por  no 
dar  me  vna  comida,  guay  de  mi  casa. 

Dor. — Todo  está  a  tu  seruicio.  mas  ya  sabes 
que  eres  sospechosa,  e  has  menester  guardar 
t¡eni])o  descnydado. 

Clan.  —  Bnrlando  lu  digo,  boua,  que  ya  co- 
nozco essa  casa  más  ha  de  ci  .qneiita  nauida- 
des.  A  mí  me  plaze,  hija,  de  grado  e  de  vo- 
luntad de  hacer  lo  que  su  merced  me  manda,  e 
mira  si  mandas  otra  cosa,  porque  está  Parme- 
nia destocada  e  quiere  labarse  la  cabera. 

Dor. — Pues  no  quiero  estoruar  tan  buena 
obra;  quédate,  madre,  con  Dios. 

Clau. — E  contigo  vaya. 

Dor. — O  hi  de  puta  e  qué  casa  de  contrac- 
tacion  aquélla!  Aosadas  qual  la  madre  tal  la 
hija.  Lañarse  quirie  la  donzella!  Con  quién 
lialilauan  para  arrojar  dado  Falso?  Los  ojos  me- 
ti  hechos  candiles,  y  entrando  vi  vna  espada,  e 
detras  de  la  sarga  a  su  dueño.  No  me  mara- 
uillo,  que  de  esto  binen  y  dello  se  mantienen, 
pero  maldicto  sea  el  ol'fi-io  que  trae  el  cuerpo 
canssado  y  la  hacienda  eiM[>eñ.ida  por  los  bode- 
gones, y  el  ánima  metida  en  los  infiernos.  Mi 
señor  Theopilon  está  a  la  puerta  e  temo  no  sea 
conoscida.  Al  aposento  de  mi  señora  la  vieja 
paresce  que  se  entra;  antes  que  dé  la  buelta 
me  quiero  entrar  en  casa;  vala  me  Dios,  dónde 
esta  mi  señora  Phihnnena? 

[Ph/l.l — Eres  tú,  mi  Dorotea? 

Dor.  —  Yo  soy,  señora.  Esfuerza,  no  te  con- 
goxes,  que  presto  viene  la  Claudina. 

Pliil. — Ay  mi  corafjon. 

Dor. — Señora  de  mi  alma,  esta  vieja  es  más 
diabólica  que  humana,  e  quisiera  (')  yo  más 
que  tn  salud  tuuiera  otro  remedio  que  el  desta 
liechizera.  Pero  pues  tu  ent'eruiedad  tal  instru- 
mento requiere,  no  te  descuydes  con  ella  en  el 
recatamiento  de  tu  bondad,  y  el  mayor  luiso 
qne  tendrás  será  en  dissininlar  la  pena  quepa- 
desees,  ¡lorque  en  saco  tan  descosido  no  pongas 
tu  delicado  secreto. 

Phil. — Ay  coraron  mió.  qnándo  serás  con- 
tento? Dorotea,  amiga  mia,  auisadaniente  ha- 
blas, ansi  lo  haré  como  tú  lo  has  acordado,  de 
xa  me  agora  reposar  si  mi  pasaiou  lo  consin- 
tiere. 

(')  que  sern,  «n  ol  original. 


ORÍGENES   DE  LA  NOVELA 


ARGUMENTO  DEL  XVI   ACTO 

IXv-pedida  Dorotea  lie  la  Claudina,  queda  la  vieja  hablando  con 
Pannenia  su  hija,  y  en  esto  llega  Siluanico.  paje  de  Policia- 
no, a  llamar  la,  ella  le  promete  su  yda  con  breuedad,  etc. 

Claudina.  Parmenia.  Sildanico.  Policiano. 

[C7aí<.] — Pares  cerne,  hija  Parmenia,  que 
con  buen  yeuo  cierta  está  la  caca  en  el  palo- 
mar. Aunque  tú  burlas  e  escarnesces  de  mi 
officio,  e  siempre  le  has  tenido  enemistad,  no  te 
hiziera  daño  para  el  tiempo  de  la  uejez.  No 
pienses,  Parmenia  hija,  que  siempre  has  detener 
la  tez  del  rostro  tan  lisa  para  ca9ar  modorros 
ni  aun  te  ha  de  biuir  la  vieja  que  te  los  trayga 
a  la  cama,  que,  mal  pecado,  corren  los  dias 
como  cauallo  de  [)osta,  e  quando  la  senectud  se 
llega  qualquier  hermosura  de  cuerpo  queda  es- 
tragada e  sin  prouecho;  no  me  paresciera  mala 
prouidencia  que  después  de  mis  dias  en  esta  arte 
quedaras  enseñada,  de  donde  sacaras  mejor  dos 
doblas  que  de  vn  guijarro,  porque  a  buena  fe, 
hija,  si  bien  lo  sé  contar,  más  me  valen  los 
amores  de  Policiano  de  veinte  doblas,  e  están 
por  caer  las  albricias  de  la  victoria. 

Par. — Mira,  madre,  buen  prouecho  te  hagan 
tus  ganancias,  que  yo  no  las  quiero  con  tus 
continuos  sobresaltos;  toda  mi  vida  fui  enemi- 
ga de  este  officio,  e  jamas  me  supieron  bien  sus 
sabores.  Moca  soy,  e  cuando  envejezca  Dios  me 
hará  merced  como  a  todo  el  mundo  haze. 

Clau. — Ora  pues,  anda  a  tu  placer.  Ce  ce, 
Parmenia,  corre,  mira  si  es  este  que  aquí  viene 
el  paje  de  Policiano. 

Par. — El  mismo  es,  sancto  Dios,  e  qué  ay 
de  nueuo? 

Clau. — Rauia  e  qué  putico  peynadico  viene 
el  paxarito.  Biuora  que  te  lo  pique,  Siluano,  e 
qué  bonito  vienes.  Ño  miras,  Parmenia,  qué 
cabello  cria  este  rapaz? 

Par. — Madre,  paresce  que  se  te  van  los  ojos 
a  la  carne  nueua. 

Clau. — Hija,  nasci  para  crescer  e  cresci  para 
enuejecer,  y  enuejesci  para  morir,  e  moriré  para 
renouarme,  de  manera  que  por  ser  ley  natural 
aborrescer  hombre  su  fin,  de  ay  nos  nasce  a  los 
viejos  contentarnos  con  toda  nouedad. 

Par. — Los  hijos  deste  siglo,  los  amadores 
del  mundo,  éstos  dessean  biuir  por  no  dar  fin  a 
su  vida  mala;  pero  tú  vieja  eres^,  madre,  y  el 
mundo  te  va  dexando,  dexa  el  amor  del  niño 
para  quien  tiene  la  sangre  moja. 

(Jíau. — Vieja  te  parezco,  hija?  y  avn  mala 
pasqua  me  dé  Dios  si  debaxo  de  la  ceniza  no 
tengo  escondida  la  brasa.  No  me  deshonrres, 
Parmenia,  que  no  soy  tan  vieja  como  me  hazes. 
Duelos  me  tienen  traspassada,  trabajos  en  criar- 


te y  en  ponerte  en  honrra,  que  no  los  muchos 
años.  Ay  dolor  de  mí. 

Par. — Madre,  no  aya  más,  que  sube  acá  este 
paje. 

Sil. — Beso  te  las  manos,  madre  señora. 

Clau. — La  gracia  de  Dios  venga  contigo, 
Siluano;  ven  aca.  hijito,  abrácame  por  mi  A'ida. 
Jesu,  Jesu,  e  cómo  me  gozo  contigo. 

Sil. — Passo,  madre,  no  te  me  llegues  tanto, 
que  eres  ya  muy  vieja  para  nada  de  esso. 

Clau. — Ay,  pollito  encaramado,  landrezilia 
que  te  dé,  e  tan  vieja  te  parezco?  pues  por  mi 
salud  que  vienes  elado.  Jesu  e  qué  frió  estás, 
atienta  me  a  mí,  verás  si  soy  vieja;  más  abajo, 
hijo. 

Sil. — A  la  mi  fe,  madre,  no  sé  de  qué  te 
precias,  que  más  pliegues  tienes  que  reclamo  de 
codornizes. 

Clau. — En  fin,  Siluanico,  que  no  te  agradan 
los  viejos? 

Sil. — Por  cierto  sí,  mas  no  las  viejas. 

Clau. — Dolorcillo  que  te  dé,  mal  logradillo 
vayas.  Quién  cree  que  no  andas  tú  requebradi- 
to  como  tu  amo,  ey?  dimelo,  no  ayas  verguen- 
ea.  Rieste,  traydorcito?  algo  es  lo  que  yo  digo. 

Par. — Donosa  es  la  dubda,  quál  es  el  hom- 
bre que  la  mocedad  no  passa  en  amor  e  la  vejez 
con  dolor? 

Sil. — En  buena  fe,  madre,  que  no  ha  mu- 
chos dias  que  yo  burlaua  de  ver  a  mi  amo  ena- 
morado, e  que  esta  es  la  hora  que  pueden  bur- 
lar de  mí. 

Clau. — Ay,  angelito,  que  de  verdad  lo  dizes? 
pues  a  quién  puedes  tú  contar  tus  males  que 
ansi  les  ponga  remedio,  bouito? 

Sil. — Si  pudiesse  procurar  mi  salud  sin  me- 
dico, ya  sabes,  madre,  que  se  haze  a  menos 
costa  y  más  prouecho. 

Clau. — Escassito  eres?  en  menudencias  mi- 
ras? no  morirás  de  estocada.  Qué  me  darás  por 
que  te  haga  yo  aver  vna  mochacha  de  tu  ha- 
dad, bonita  como  vna  clauellina.  que  me  ben- 
digas cada  vez  que  con  ella  te  veas? 

Sil. — Sola  vna  desseo,  pero  no  ay  precio 
para  comprarla. 

Par. —  Tan  altos  pones  tus  pensamientos, 
Siluano? 

Sil. — Si  tan  alta  tuuiese  la  ventura,  no 
ay  hombre  tan  dichoso  que  donde  yo  llegass '. 

Clau. — Saucta  Trinidad  complida,  liijo  de 
mi  alma,  y  redes  son  las  mias  que  no  pescarán  á 
essa  serena?  pues  yo  te  juro,  mi  coracou,  que  si 
me  la  pones  delante  no  la  pierda  de  vista  sin 
que  la  trayga  presa  o  muerta,  y  al  tiempo  de  la 
paga  veremos  en  quánto  la  estimas. 

Sil. — Cumple,  madre,  tu  palabra,  que  yo 
haré  más  de  lo  que  pienssas. 

Par. — Di  nos  ya  quién  es  la  dama  que  tan 
soberuio  renombre  tiene. 


TRAGEDIA  POLICIACA 


33 


<S¿7. — Bien  conosceras^  madre  mia,  á  viia 
donzella  de  Philomeua. 

Clan. — Yuy,  landre  me  dexe  si  no  está  gra- 
cioso el  pajezito,  que  essa  es  ciorto? 

Sil. —  I'ues  ay  otra  en  la  ciudad  que  se  le 
Vi;uale? 

Clau. — l'ues  dexa  hazer  a  la  Claudina,  para 
que  veas  cuánto  con  las  tales  puedo. 

/^ar,  — Sabes  que  veo,  madre,  que  a  quien  no 
te  quiere  para  herradura  porfías  de  seruir  para 
clauo? 

Clau. — Harre  acá,  mi  bestia.  Tan  buena  soy 
para  silla  como  para  en  cerro;  vieja  en  el  conse- 
jo, mas  no  en  el  aparejo. 

Sil. — Dexeuios,  señora,  estas  competencias, 
é  dinie  qué  haremos  para  ver  esta  donzella. 

Clau. —  Ora,  hijo  .Siluano,  es  menester  que 
me  traygas  para  hazer  vn  conjuro  vna  gallina 
prieta  de  color  de  cuerno,  e  vn  pedaoo  de  la 
pierna  de  un  puerco  blanco,  e  tres  cabellos 
suyos  cortados  martes  de  mañana  antes  que  el 
sol  salga,  e  la .  primera  vez  que  cabe  ella  te 
veas,  después  que  los  cabellos  la  ayas  quitado, 
pendras  tu  pie  derecho  sobre  su  pie  yzquierdo, 
e  con  tu  mano  derecha  la  toca  la  parte  del  co- 
raeon,  e  mirándola  en  hito  sin  menear  las  pes- 
tañas la  dirás  muy  passo  estas  palabras:  Con 
dos  que  te  miro  con  cinco  te  escanto,  la  sangre 
te  beuo  y  el  coracon  te  parto.  E  hecho  esto,  pier- 
de cuydado  que  luego  verás  marauillas. 

Sil. — Esso  se  queda  a  mi  cargo,  e  al  tuyo 
lo  que  resta.  Cada  qual  haga  lo  que  en  sí  fuere, 
e  entendamos  en  nii#mensage,  no  hagamos  lo 
principal  acessorio.Mi  señor  Policiano  me  man- 
dó que  te  hiciesse  saber  su  vida  desesperada  e 
aparejada  para  súbita  muerte,  y  te  pide  le  pon- 
gas tal  remedio  con  que  o  su  passion  se  miti- 
gue o  su  vida  se  acaue. 

Clau. — Uijo  Siluanico,  este  nuestro  enamo- 
rado al  moco  del  escudero  me  paresce,  o  el 
pienssa  que  yo  tengo  a  Philomena  en  el  arre- 
mango o  que  ella  es  alguna  muger  del  partido. 
Ni  Philomena  está  tan  pressa,  ni  yo  tan  paga- 
da, para  que  Policiano  pida  lo  que  por  dere- 
cho no  meresce.  Solamente  le  dirás  que  yo  he 
seydo  oy  llamada  con  vna  criada  de  Philomena, 
e  creo  que  su  pleyto  deue  estar  ya  concluso,  e 
yo  tengo  acuestas  el  manto  para  yr  luego  a  su 
casa.  Que  sabido  lo  que  se  negocia,  yre  a  visi- 
tarle oy  en  todo  el  dia. 

Sil. — Pues,  madre,  de  camino,  ya  me  en- 
tiendes. 

Clau. — Yaya,  hijo,  meyer  el  ojo  sobra.  Acu- 
de te  hazia  acá  e  mira,  que  lo  que  en  la  faltri- 
quera cupiere  haga  mal  prouecho  a  tu  amo. 

*S'/7. — Lo  dicho  basta  por  agora.  Yo  me  voy, 
los  angeles  te  acompañan. 
Clau. — E  contigo  vayan. 
'^íl- — O  hi  de  puta,  qué  Sodoma  abreuiada, 

ORÍGENES    DE    LA    NOVELA. — III. — 3 


qué  Gomorra  está  aquí  en  dos  renglones,  qué 
burdel  tan  dissimulado.  Por  los  sanctos  de 
Dios  que  me  paresce  ympossible  salir  de  seme- 
jante conuersacion  el  hombre  libre  sino  captiuo, 
el  sabio  muy  nescio  y  el  casto  muy  vicioso.  Y 
avn  creo  que  a  las  piedras  duras  penetra  su  abo- 
minable consejo;  pero  andar,  aliuio  es  de  apas- 
sionados,  desemlioltura  de  vergon«;iisos,  len- 
gua de  enamorados  boeales  y  capa  de  pecado- 
res. De  su  officio  biue,  como  otros  de  amores 
mueren;  con  mi  amo  e  otros  tales  mantiene  la 
vieja  (')  el  jarro  e  la  moca  el  eamarro.  Gallina 
me  pidió,  mas  gallinaza  comerá,  o  mala  vieja 
llena  de  falsedades  y  engaños.  Mirad  agora 
quién  son  hechizeras,  considerad  sus  liuianda- 
des,  notad  sus  supersticiones  heréticas,  e  guar- 
daos desta  los  que  estays  apassionados.  Sancto 
Dios,  si  abrá  mi  amo  acabado  de  roer  los  alta- 
res? Entrar  me  quiero  por  sant  Martin,  que 
aqui  me  dixo  que  me  esperaua.  Vala  me  Dios 
e  qué  devoto  publicano,  los  ojos  i-n  el  retablo 
y  el  corayon  en  casa  del  diablo. 

Pol. — O  mi  Siluanico,  qué  grande  tiempo 
has  tardado.  Cómo  te  ha  ydo?  Qué  dize  aque- 
lla medicina  de  mi  enamorada  dolencia? 

Sil. — Señor,  yo  creo  para  mí  que  este  tu 
negocio  anda  en  buenos  términos,  porque  si  la 
vieja  no  miente  o  dilata  la  cura,  Philomena  la 
ha  mandado  oy  llamar,  y  ella  estaña  de  cami- 
no para  yr  a  su  posada,  y  esto  me  dio  |)or  res- 
puesta, e  que  crn  lo  que  negociare  vendrá  lue- 
go por  la  posada.  Esfuerca,  señor,  no  desma- 
yes, qué  poco  animo  C'^)  es  el  tuyo;  torna  en  ti, 
señor,  que  para  gran  bien  tuyo  e  descansso  de 
tus  criados  será  este  camino.  Mira  me  acá, 
señor. 

Pol. — O  mi  coracon,  cómo  me  dexaste.  O 
ánima  mia  no  te  me  ausentes  hasta  que  oygan 
mis  orejas  esta  tan  cruda  sentencia,  e  me  dexes 
condenado  ])ara  la  sepultura.  Vamos  a  casa, 
Siluanico,  que  no  tengo  esfuereo  para  biuir,  ni 
quiero  con  pública  muerte  descubrir  tan  secreta 
ocasión. 


ARGUMENTO  DEL  XVII  ACTO 

r.l.Tudina  e  Parnienia  hablan  en  los  anioi-e<  de  Siluanico,  e  des- 
pués la  >ieia  sale  para  yr  a  casa  de  l'liiloinena,  entra  por  la 
posada  de  CorneUa  e  Orosia  para  las  traer  al  iiiíniero  de  las 
otras;  va  en  casa  de  Pliilomena,  etc. 

Claudina.    Parmknia.   Cornelia.    Orosia. 
Dorotea.  Philomena.  Tkophilon. 

\_(.'lau.'\ — Paresce  te, In'ja  Parmenia,  si  el  pa- 
jezito se  deja  engañar  de  nadie?  no  euibalde 
dizen  que  ni  de  potro  sarnoso,  etc. 


O   viejo,  en  el  original. 
'■-;  ánimos,  en  el  original. 


34 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Par. — O  amor  que  hazes  hermoso  lo  feo,  e 
lo  nescio  anisado,  lo  torpe  que  de  agudo  se  des- 
punte, e  finalmente  todas  las  faltas  encubres. 
Con  quánta  afficion  dezia  Siluanico  ser  su  ami- 
ga Dorotea  vnica  en  todo  el  mundo.  Ojos  hay 
que  de  las  tales  se  pagan,  y  a  quien  ama  feo 
hermoso  le  paresc<s  porque  amor  e  fealdad  no 
caben  en  subjecto. 

C/íTií.— Calla  tú,  embidiosioa,  que  otras  ay 
más  dignas  de  desechar  y  a  quien  muchos  no 
pueden  alcancar.  Dorotea  es  muy  mochacha, 
es  polida,  está  bien  tractada ,  e  bástale  ser 
rao^a  para  que  no  sea  fea. 

Par. — Calla  ya,  madre,  en  mi  ánima  ver- 
guenca  es  oyrte:  si  de  los  atauios  haces  cuenta, 
tan  hermosa  es  la  tienda  de  la  Valenciana,  No 
me  medre  Dios  si  no  soy  más  hermosa  que  ella, 
mirad  qué  negros  duelos. 

Clau. — Ea  ea,  ne^uela  de  banear  {})  agora 
procura  tú  de  ser  virtuosa,  que  sobrada  tienes 
la  hermosura.  El  ánima  esté  adornada  de  vir- 
tudes, e  no  hace  al  caso  que  al  rostro  le  falten 
los  colores. 

Par. — No  lo  digo,  madre,  sino  porque  dizes 
que  es  polida.  Estoy  me  yo  todo  el  año  que  no 
salgo  donde  pueda  ser  vista  por  no  tener  vna 
saya  que  me  echar  encima,  hauiendo  tú  gana- 
do más  gallofas  comigo  que  con  cabeca  de 
lobo,  e  tengo  yo  de  ser  polida  con  vu  verduga- 
dillo  que  aqui  tengo  en  que  estoy  metida  como 
en  arañuelo? 

C/««.  —  Pues  quién  tiene  de  esso  la  culpa? 
he  te  yo  comido  lo  que  tú  has  ganado,  Parme- 
nia?  por  qué  no  te  vistes  e  te  aderescas?  lo  que 
yo  tengo  tú  no  lo  mandas?  no  deshonrres  mis 
canas,  que  me  yre  por  esas  calles  dando  gritos 
como  una  loca. 

Par. — Buelue,  buelue  acá,  madre,  no  des 
bozes  en  la  calle,  casa  tienes  donde  te  metas; 
vaste?  pues  anda  en  buena  ora,  que  algún  dia 
haré  yo  de  veras  lo  que  tu  finges  cada  rato. 

Clau. — Ansi  es  menester  tractar  a  estas  ra- 
pazas, porque  no  se  atreuan  a  desacatar  a  sus 
mayores.  Yo  la  haré  morder  en  el  freno,  y  avn 
abaxar  la  colera  si  biuo. 

Cor. — Ce  ce,  prima,  assomate  y  verás  a  la 
Claudina  qué  baldear  trae  por  esta  calle  ade- 
lante; según  el  passo  lleva,  paresce  que  va  a 
dar  quexa. 

Oros. — O  por  mi  vida,  metámosla  acá  dentro 
que  ha  dias  que  la  desseo.  Dale  una  voz  antes 
que  se  passe. 

Cor. — Espera,  que  hablar  la  quiero.  Ha,  se- 
ñora Claudina. 

Clau. —  Salue  y  guarde  a  la  hermosa,  pien- 
sas que  te  auia  visto?  mejor  me  vea  Dios  con 
su  piedad. 

O  Quena  decir  vunear  ó  devanear. 


Cor.—  Sube,  tia,  si  mandas,  e  no  lleues  mu- 
cha prissa,  que  ha  mil  años  que  no  te  vemos. 

Clau. — Esso  haré  yo  de  mil  amores  en  bue- 
na fe,  hijas.  Dios  bendiga  esta  casa,  la  bendi-- 
cion  de  Jacob  descienda  sobre  ella.  Jesu  y  qué 
atavio.  Jesu  y  qué  blancura.  Jesús  e  qué  asseo. 
Bien  paresce  la  mocedad  dónde  haze  su  mora- 
da. Sancta  Maria  del  cielo  e  quántos  años  ha 
que  no  entré  por  estas  puertas. 

Oros.  —  A\\i\  este  dia  passado  que  en  aquel 
embara90  nos  hallaste  no  fuimos  dichosas  que 
entrasses  en  esta  casa,  e  no  sé  yo,  tia,  por  qué 
lo  hazes  ansi,  que  de  mí  te  hago  cierta  que  me 
paresces  tan  bien  que  donde  oygo  tu  nombre 
se  consuela  mi  ánima. 

Clau. — Por  mi  vejez,  mis  hijas,  que  no  res- 
cibis  engaño,  antes  es  dar  vuestra  voluntad 
a  logro.  Pero  yo  soy  vieja,  e  mal  pecado  no 
muy  entremetida.  Pensando  que  os  daria  eno- 
jo no  os  he  tractado  hasta  agora ,  aunque 
siempre  he  procurado  de  saber  de  vosotras, 
e  holgar  me  de  vuestro  prouecho,  e  aun  no  sé 
qué  me  dixeron  vn  dia  destos  de  cierta  des- 
gracia que  con  unos  criados  de  Policiano  tu- 
uistes,  de  cuya  causa  os  pusistes  en  poder  de 
Palermo  e  su  compañero;  y  pesó  me  por  mi 
vejez,  porque  el  tracto  e  biuienda  de  vosotras 
no  es  para  con  los  tales,  que  son  vnos  rufia- 
nes pelados.  Bien  está  hecha  la  buelta,  porque 
al  fin  fin,  Solino  y  Salucio  son  hombres  de 
honra  e  simen  a  un  señor  que  siempre  los  ten- 
drá en  ella.  Reposad,  mis  hijas,  e  no  andeys 
como  dizen  de  aquel  en  «quel,  si  quereys  te- 
ner vida  descansada. 

Cor. — Madre  señora,  cada  pie9a  tiene  su  ja- 
rrete, e  aun  cada  peso  su  contrapeso. 

Clau. — Ansi  es,  ansi  es,  mis  hijas,  donde 
quiera  ay  trabajo.  En  esta  vida  no  busquemos 
descanso;  de  nuestro  primero  padre  heredamos 
el  sudor  e  cansancio,  e  de  nuestra  madre  Eua 
el  dolor  y  el  angustia.  E  pues  son  tan  natura- 
les las  penas  que  por  natural  herencia  nos  vie- 
nen, hagamos  les  buen  rostro,  pues  donde  fuerza 
viene,  etc.  ]V[ala  dentadura  tienes,  acudete  hazia 
casa  e  dar  te  he  vnos  poluos  de  encarnar  que  no 
me  oluides. 

C0/.---Y0  te  beso  las  manos,  señora,  e  res- 
cibo  la  merced  e  la  voluntad  con  que  se  me 
haze. 

Oro?.— Madre,  pues  a  mí  no  me  ves  qué  sin 
color  estoy? 

Clau. — Ya  lo  he  mirado,  hija,  y  avn  sé  la 
causa  dello,  alguna  faltilla  de  purgación  deuf 
ser.  El  torouisco,  hija,  el  marrubio,  la  yerba 
buena,  la  doradilla,  algún  sahumerio  de  rome- 
ro, e  avn  los  tallos  dello  cozidos  en  buen  vino, 
todo  esto  es  muy  sancta  cosa.  Pero  vete  a  casa, 
que  yo  te  daré  vna  medicina  que  es  mejor  que 
todo. 


TRAGEDIA  POLICIANA 


35 


Oros. — En  buena  fe,  tia,  ansi  lo  haga. 

Clau. — Pues,  hijas,  a  Dios  que  me  he  dete- 
nido. 

Cor.  —  El  te  guie  e  te  acompañe. 

Clau. — Aun  no  se  ha  echado  mal  lan9e  en 
coger  estas  mo^as  debaxo  de  mi  vandera,  por- 
que mientras  más  de'stas,  más  caudal  en  mi 
tienda,  e  mientras  más  moros  más  ganancia. 
Dexaldas  vna  vez  saber  la  posada  e  tomar  amor 
con  ella,  que  no  daré  mis  mangas  por  doze  pie- 
zas de  oro.  Dorotea  está  a  la  puerta,  yo  juraré 
que  ha  rato  que  me  espera;  bino  anda  el  fuego, 
obra  haze  el  anillo. 

Dor. — Ce,  madre,  por  aquí. 

Clau. — Jesu,  hija,  no  te  via  en  mi  ánima, 
qué  hazen  en  casa?  puedo  entrar  segura? 

Z)o?-.  — Todos  están  repesando,  pero  quita- 
te  los  chapines  e  al9a  un  poco  las  faldas  por 
que  no  seas  sentida, 

Clau. — Ansi  sea  como  dizes.  A  dónde  está 
mi  señora  Philomena? 

Fhil. — Passito,  madre,  llégate  aqui,  que  aqui 
estoy. 

Clau. — O  mi  señora  é  mi  descansso.  O  mi 
rostro  de  alegria.  Cómo  te  va,  mis  entrañas? 
qué  tal  te  sientes,  coraron  mió? 

Phil. — Madre  de  mi  alma,  muy  angustiada, 
muy  afligida,  muy  alcancada  de  fuerzas  y  muy 
abundante  de  tristezas. 

Clau. — Qué  sientes,  mi  señora?  qué  dolor 
es  el  tuyo?  adonde  sientes  la  pena?  di  me  lo 
a  mí  en  secreto,  que  yo  le  pondré  luego  re- 
medio. 

Phil. — Madre  mia,  este  lado  yzquierdo  pa- 
lesce  que  tigres  hambrientas  me  le  despedacan. 
Angustias  mortales  siento,  que  cada  vna  me 
acaba  la  vida;  mis  ojos  están  cansados  de  ve- 
lar y  ciegos  del  continuo  llorar;  todas  mis  fuer- 
zas tengo  enflaquescidas  y  mis  sentidos  ocupa- 
dos. Qué  haré,  que  me  fino,  madre  de  mi  co- 
raron? 

Clau. — Hija  mia,  primero  que  nada  te  diga 
te  suplico  rescibas  en  descargo  de  la  pena  que 
con  mi  menssaje  rescebiste  la  muy  grande  que 
yo  Ueué  de  ver  te  tan  penada,  e  mi  ynocente  in- 
tención de  donde  nascio  tu  sentimiento,  porque 
es  mi  natural  condición  de  hazer  seruicios  an- 
tes que  de  causar  enojos.  Pues  quando  aquel 
cauallero  tuvo  noticia  de  tu  acelerada  respues- 
ta causada  de  passion  repentina,  más  sintió  tu 
sentimiento  que  su  enamorada  congoxa,  y  avn 
me  dize  que  el  mayor  dolor  que  ay  en  su  mal 
es  aver  te  alcan9ado  parte  de  su  acídente,  é 
que  dessea  suffrir  por  no  enojarte,  e  por  no 
padescer  no  puede  dexar  de  quexarse.  Pido  te, 
señora,  por  reuerencia  del  cu^;liillo  que  a  ambos 
cora^oü^s  atormenta,  que  si  Puliciano  meresce 
algún  fabor  con  su  fe,  no  sea  tanta  mi  desdicha 
que  por  loi  causa  lo  pierda. 


Phil.  —  Madre  mia,  asi  como  tus  razones 
fueron  atreuidas  e  sin  razón,  asi  no  fueron  dio^- 
nas  ni  capazes  de  perdón,  y  si  como  eres  vieja 
e  criada  de  mis  passados  fueras  estraña  e  no 
tan  caduca,  tu  embaxada  e  tu  vida  se  acabaran 
en  vn  tiempo;  pero  tuue  miramiento  que  si  tu 
osadía  merescio  cruel  castigo,  el  zelo  de  mi  ho- 
nestidad me  deuia  poner  suffriiniento,  porque 
si  a  noticia  de  mis  padies  viniera  tu  demanda, 
no  creyeran  que  te  moviste  por  la  pena  que  en 
esse  cauallero  conosciste,  sino  por  la  liuiandad 
que  en  mí  hallaste.  Justo  es  que  se  piensse,  e 
digna  soy  de  castigo  por  el  tiempo  que  en  esta 
platica  me  detengo  contigo,  pero  mi  passion 
ha  sido  tan  importuna,  e  la  causa  della  tan  se- 
creta, que  más  te  embié  a  llamar  para  prouar 
si  con  tu  consejo  tengo  algún  aliuio  que  por 
darle  a  esse  que  dizes  que  está  tan  desconsola- 
do. Mi  padre  ha  gran  rato  que  duerme,  e  mi 
madre  creo  que  está  leuantada.  Toma  esta 
carta  para  esse  tu  cauallero,  que  en  ella  sa- 
brá las  causas  que  para  esereuir  le  he  teni- 
do, e  la  voluntad  que  agora  tengo  para  su  re- 
medio. 

Dor. — Señora,  presto  te  ve  o  te  esconde  por 
ay,  que  viene  acá  Theophilon  mi  señor. 

Phil.—  Ay  desdichada  de  mi,  toma  presto, 
madre,  esta  carta,  y  vete  porque  mi  padre  no  te 
halle  comigo  en  secreto. 

Theo. — Qué  venida  es  esta,  buena  vieja? 

Clau. — A  enssalmar  a  mi  señora  Philomena 
que  se  siente  mala  de  la  cabera. 

Theo. — Peor  siento  yo  de  estos  secretos  en 
tiempos  e  lugares  sospechosos.  Mira,  vieja  hon- 
rrada,  no  me  vengas  más  a  mi  casa  si  no  quie- 
res que  te  mande  matar  a  palos. 

Clau. — Pidote  perdón,  señor  mió,  que  yo  me 
voy. 

Theo. — Anda,  vete  en  buen  ora.  Hija  mia, 
no  creo  que  deues  conoscer  a  esta  vieja,  pues 
tan  sin  cautela  te  pones  a  hablar  con  ella. 

Phil.—  Señor,  essa  mo9a  la  vido  passar  por 
la  puerta,  e  pusiéronse  en  platicas  e  entró- 
se nos  en  casa.  Comen9ome  a  dezir  cómo  haria 
vna  lexia  para  los  cabellos,  c  no  pensse  que  oy 
acabara. 

Theo.— "No  la  des  audiencia  si  otra  vez  aqui 
viniere. 

Phil. — No  haré,  señor,  pues  no  hay  para 
qué. 

Clau. — Hija  Dorotea,  de  prissa  voy.  E  lo 
mejor  se  me  oluidaua.  Contigo  tengo  un  po- 
quito de  negocio,  que  vn  tu  requebrado  me  en- 
cargó; ansi  goze  yo  de  ti.  que  te  llegues  a  mi 
casa  porque  es  cosa  que  te  cumple. 

Dor. — A  mí  plaze,  madre,  vete  presto,  que 
viene  mi  señor. 


orígenes  de  la  novela 


ARGUMENTO  DEL  XVI II  ACTO 


Salida  la  Claudina  de  casa  de  Philoniena,  va  por  el  camino 
liablaiulo  coiiisigo  hasta  llegar  a  casa  de  Policiano,  al  i|ual 
sieiido  llegada,  da  parte  de  lo  acaescido  con  Pliiloiiiena  c  h- 
da  su  carta. 


Claudina.  Policiano.   Siluanico. 
Salucio. 


SOLINO- 


[67aíí.] — O  liberal  trabajo,  o  vtil  e  prouecho- 
sa  affrenta.  O  turbación  necessaria,  o  discreta 
paciencia.  Si  en  trance  tan  yracundo  y  en  salto 
tan  peligroso  se  afloxaran  los  ñudos  de  mi  su- 
frimiento e  mi  discreta  respuesta  no  templara 
la  furia  de  Theophilon,  yo  quedaua  sin  vida, 
mis  hijos  sin  madre,  Policiano  sin  amiga,  los 
garcones  desta  ciudad  sin  amparo,  las  mo9as 
todas  sin  abrigo,  e  mi  honra  por  placas  y  ayun- 
tamientos destruyda.  Aunque  Theophilon  es- 
tuuo  corto  en  las  palabras,  mostrosse  compen- 
dioso en  el  enojo,  e  aun  colérico  en  sus  amena- 
zas. Ladreme  el  perro  y  no  me  muerda.  Plega 
al  señor  que  la  sentencia  desta  carta  sea  diffi- 
nitiva  e  por  nosotros,  que  de  otra  manera,  auien- 
do  lugar  [a]  apelación,  seguir  tengo  el  pleyto 
hasta  auer  la  victoria.  Bien  pensará  la  golosita 
de  Philomena  gozar  de  la  possession  de  mi  ani- 
llo, pues  dexeme  Dios  sacar  de  harón  a  Poli- 
ciano, que  yo  saldré  de  quexa  y  ella  de  pecado. 
O  carta  carta  que  en  ti  está  oculta  la  voluntad 
de  aquella  princesa,  la  vida  o  muerte  de  Poli- 
ciano, y  el  salario  de  la  vieja  Claudina  y  el 
descanso  de  Solino  e  Salucio.  Plega  a  Dios, 
carta,  que  si  bazia  vas  de  mi  prouecho,  mal 
fuego  te  queme  y  a  Philomena  consuma.  A 
casa  llego  de  Policiano,  muy  cerradas  están  las 
ventanas:  o  es  por  plazer  de  la  siesta  o  por  luto 
de  la  pena.  Llamar  quiero,  sea  lo  que  fuere. 
Tlia,  tha. 

Fol. — Oyes,  paje? 

^S^e7.  — Señor. 

Pol. — O,  mal  fuego  de  muerte  te  acabe,  mal 
sueño  mortal  durmiesses  o  de  arrebatado  dolor 
mueras  rauiando.  Corre,  vellaco  perezoso,  mira 
quién  llama  a  essa  puerta. 

Sil. — Señor,  la  Claudina  viene. 

Pol. — O  torpe  negligente,  abre  las  puertas 
de  par  en  par.  M090S,  mo9os. 

Sol. —  Señor. 

Fol. — Qué  hazeys,  dormilones?  ven  acá,  So- 
lino,  mete  aqui  una  silla. 

Sol. — Mejor  pidieras  vna  albarda. 

Fol.—  O  rostro  de  paz  bienauenturada.  O 
aspecto  de  alegre  misericordia.  O  veneiable  for- 
ma de  fortaleza.  Abraca  me,  vieja  tan  desseada. 

Clau. — Passito,  señor  Policiano,  que  estoy 
vieja  e  flaca,  no  me  aprietes  ni  uialtractes,  si 
para  tu  seruicio  soy  de  algún  prouecho.  Cómo 


te  va,  señor  mió?  Bonito  estás  e  alegre,  Dios 
te  bendiga.  Amarillito  vn  poco,  mas  gentil 
homlire  por  mi  vejez.  Ay  si  tan  cerca  tuuieras 
a  aquel  ángel  de  Philomena  como  a  este  es- 
pantajo de  vieja,  qué  tal  la  pararas? 

Fol. — Madre  mia,  no  enternezcas  mi  dolor, 
si  bienes  desierta  de  mi  remedio?  Mi  señora 
Philomena  merece  ser  tractada  con  venerable 
acatamiento,  e  quan(_[o  más  communicable  se 
me  diesse,  con  mayor  reuerencia  e  temor  la 
tractaria-.  Yo  estoy  con  tu  venida  indiff érente, 
con  tu  aspecto  e  señales  regozijado.  Dime  ya 
con  breuedad  tu  embaxada,  en  quien  mi  vida  o 
mi  fin  consiste,  pnes  no  con  menor  desseo  he 
desseado  tu  presencia  que  el  mundo  su  dichosa 
reparación. 

Clau. — Hijo  mio^  porque  de  culpa  c  pena  es 
releuado  quien  sin  juyzio  libre  a  otro  haze  offen- 
sa,  no  quiero  reprehender  tus  aceleradas  pries- 
sas,  tus  pocas  confian9as,  tus  violentas  presump- 
ciones,  y  avn  tus  molestas  importunaciones, 
porque  el  amor  te  haze  dessear,  y  el  desseo  U'. 
causa  spcran^a,  y  el  esperan9a  te  haze  dubdar, 
y  la  dubda  te  causa  temor,  y  el  temor  sospecha, 
y  ésta  siendo  continua  te  puede  traer  en  deses- 
peración. 

Fol. — O  madre  mia,  pues  si  el  esperan9a 
que  en  ti  he  tenido  me  falta,  en  quién  mandas 
que  confie  para  que  mi  desastrado  principio 
tenga  fin  venturoso? 

Clau. — En  quién,  hijo  Policiano?  en  mis 
años,  en  mis  cautelas,  en  mi  sagacidad,  en  mis 
astucias  y  en  mi  V(:»luntad.  Esfuer9a,  esfuer9a, 
cauallero.  Dame  albricias  e  dar  te  he  la  senten- 
cia de  tus  amores  escripta  de  aquella  mano  e 
sellada  con  aquel  sello  de  quien  tiene  la  llaue 
de  tu  secreto  cuydado. 

Fol.—  Sancto  Dios.  Si  tal  cosa  es  verdad, 
pide,  madre  Claudina,  que  no  ay  precio  en  el 
mundo  para  comprar  joya  tan  bien(')  auentura- 
da.  (.-ata  aqui  las  llaues  de  mi  casa;  cata  aqui  el 
cofre  de  mi  thesoro,  toma,  madre  mia,  la  posses 
sion  de  lo  que  yo  tengo^  e  dámela  tú  de  aque- 
llo sin  lo  qual  mi  vida  e  mis  riquezas  son  escO' 
rias  de  la  fragua. 

Clau. — No  tan  largo,  hijo,  que  es  indicio  de; 
quedar  corto  al  tiempo  de  la  obra.  Bástame. 
9amarro  e  saya,  e  de  lo  demás  te  hago  gracia 

Fol. —  Saya  e  9amarro  dizes?  y  todo  lo  quej 
ay  en  mi  casa  está,  madre,  a  tu  seruicio,  e  con-| 
fia  en  mí  que  lo  gratificaré  como  cauallero 
aunque  tú  pediste  como  bien  comedida. 

Clau. — Con  tal  confian9a,  hijo  Policiano, 
cata  aqui  vna  carta  que  tu  señora  Philomeii:j 
escribió  con  sus  manos  ebúrneas.  Y  no  quien 
encarescerte  lo  mucho  que  de  afrentas  e  peli) 
gro  de  muerte  me  ha  costado,  porque  yo  y,' 

(O  En  el  original,  también. 


TRAGEDIA  POLICIANA 


87 


estoy  pagada.  Lo  que  rosta  es  qiu'  para  que  yo 
goze  del  t'nictd  do  mi  trabajo  seas  servido  do 
loer  ossa  cai'ta  en  mi  prosoncia  para  que  yo  sepa 
si  esta  sonteiicia  es  inlorlocntoria  o  diffinitiua, 
que  en  lo  que  toca  al  socroto,  más  guai-dadn 
estará  dobaxo  de  mis  tocas  viejas  que  entro  las 
cuchilladas  de  tu  jnbon  do  brocado. 

Pol. — O  monsagera  do  mi  roniodio,  o  medi- 
cina dt!  mis  cnydosos  dolores.  O  papel  bion- 
uvonturado.  O  letras  escritas  poi-  aquella  sei-a- 
phica  mano.  Plugiora  a  üios  que  con  la  san- 
gre de  mi  coraron  fuorados  esculpidas,  para  que 
al  tiempo  d(í  cerrar  el  procosso  de  mi  vida  o 
muei'to  nio  fuerades  fauorablos. 

Clau. — Baste  ya,  señor  Policiano,  mira  que 
con  tus  lagi-imas  (\o  plazor  i-ompes  y  estragas 
la  carta,  o  después  sentiías  más  trabajo  en  leer 
la  que  plazer  rescibes  on  besar  la.  Loe  ya,  señor, 
ipio  me  tienes  colgada  de  la  lengua. 

I'oJ. — Ora  sea  como  tú  mandaros. 


La  noticia  de  tu  passion  atreuida  llegó  a  tal 
tiempo  a  las  puertas  de  mi  coraron  desamorado, 
que  si  no  se  junctaran  on  tu  fabor  tu  dicha  e 
mi  piadosa  condición,  más  justo  fuera  ocupai- 
mi  saña  en  tu  castigo  que  mis  manos  o  pluma 
on  tu  remedio.  Pero  con  tan  histimada  moles- 
tia se  me  notificó  tu  passion,  causada  de  tu 
presumpcion  enamorada,  que  he  seydo  toreada 
a  auer  piedad  de  tus  dolores,  o  a  negarla  mise- 
ricordia de  illustre  doncella;  e  para  que  conoz- 
cas que  te  escribo  no  tanto  porque  con  esto  fa- 
bor estés  vfano  quanto  purque  tu  pona  tonga 
algún  refrigerio,  quiero  que  esta  noche  desjiuos 
do  la  media  passada,  vengas  muy  secreto  a  las 
ventanas  que  desta  mi  huerta  salen  a  la  ribera, 
e  alli  daré  orden  contigo  para  que  o  tu  passion 
afloxe  o  tu  vida  enamorada  de  todo  punto  se 
acabe.  No  digo  más  porque  me  he  mucho  alar- 
gado. 

Clau. —  Que' te  paresce,  hijo  Policiano,  de  lo 

¡  que  deues  a  la  Claudina,  cuya  vida  en  tu  ser- 

I  iiicio  mil  voces  se  ha  puesto  al  tablerf)?  y  todo 

1  por  librar  te  del  desamor  que  Philoniona  on  su 

|iocho  tenia  escondido.  El  qual  no  templado  con 

mi  discreta  diligencia  bastaua  para  quitarte  de 

•  la  compañia  do  los  biuos,  e  ponerte  como  a  dos- 

''lichado  amador  on  la  región  e  sombra  de  los 

jiuuortos.   Xo  estimo  en  tanto  la  satisfacion  do 

¡mi  trabajo  quanto  la  estimación  do  mi  persona 

j''  nombre.  Porque  quiero,  hijo,  que  8(!pan  tus 

jyguales   que  yo    sola  nasci  en   esta  vida   para 

Jiacer  tiernos  los  corazones  diamantinos,  o  que 

fio  mis  manos  nunca  sallen )n  sino  semejantes 

jiibores.   'i'ú,  hijo  mió,  quedas  alegro  e  yo  voy 

¡ie  tu  contentamiento  muy  contenta.  Mira,  se- 

'or,  qué  me  mandas,  porque  es  hora  de  acudir 

mi  posada. 


l'ol. — Madre  mia,  lo  nuicho  do  que  tus  obras 
te  han  hecho  uiereseedora  morescon  mucho  más 
de  lo  que  yo  puedo  gratificarte;  poro  si  tus  obras 
Son  de  tanto  merescimiento  que  excedan  mis 
flacas  fuer(;'as,  haziendo  yo  lo  que  puedo  salgo 
de  toda  deuda.  Yo  estaba  triste,  e  con  tu  jocun- 
da venida  me  has  alegrado,  e  me  dexas  con  se- 
guridad de  no  conoscor  jamás  tristeza.  Estaña 
eaptiuo  e  quasi  muerto,  y  en  todo  has  ]>rouey- 
do  como  fiel  administradora,  ("ata  ay  quinien- 
tas monedas  de  oro  en  señal  de  lo  muclio  que. 
te  dono,  y  lo  que  demás  desto  te  he  mandado 
embiaré  luego  con  mi  paje.  Perdona,  madre,  la 
poquedad  de  la  obra,  que  si  rescibes  en  pago 
mi  deseo  me  quedarás  siempre  deudora. 

Clau. — Señor  Policiano,  yo  voy  nuiy  grati- 
ficada con  el  copioso  galardón  presente  e  qued(j 
obligada  para  seruirte  quando  en  esta  arto  o  en 
otra  do  mi  tongas  necessidad.  E  porque  antes 
que  sea  t:trdo  es  bien  recoger  me  a  casa,  yo  rao 
voy,  e  suplico  te,  señor,  que  te  guardes  c  mires 
cómo  vas  e  por  dónde,  e  te  proueas  de  muy  fiel 
compañía  o  me  informes  si  fueres  seruido  de  lo 
que  en  esto  viajo  so  te  ofroscioro. 

Pol. — Todo  se  hará  como  dizos,  madre;  veto, 
e  los  angeles  te  acompañen. 

Clau. — E  contigo  queden. 

Pol. — M090S,  acompañad  a  mi  madre. 

Sol. — Señor,  yo  voy  con  ella. 


ARGUMENTO   DEL  XIX  ACTO 

Claudina  <ati'  di-  ca-^a  tifi  Policiano  c  Soliiio  \a  con  ella  hasta  «11 
l)0'<a(la,  (londo  seyendo  llngados  hallan  a  Dorotea,  criada  de 
IMiiloineiia,  a  la  cual  la  Claudina  encarga  los  amores  de  Sil- 
uanico.  Yda  Dorotea,  quedan  Parmeniae  Libertina,  las  qua- 
k's  íC  van  con  Solino  a  casa  de  Policiano,  etc. 

Claudina.    Solino.    Parmenia.    Dorotea. 
Libertina.  Saldcio. 

[C/aíi.]  —  Solino  hijo,  holgado  he  por  mi 
vejez  que  este  negocio  de  Policiano  tu  señor 
aya  anido  tan  dichosa  conclusión,  no  tanto  por 
mi  interesse,  porque  no  ha  seydo  tan  grande, 
quanto  por  el  bien  de  vuestro  amo  y  el  reposo 
de  vosotros.  Mira,  Solino  hijo,  Policiano  es 
caualloro  noble,  mancebo,  liberal,  enamorado, 
sabe  le  seruir,  sabe  le  agradar,  que  no  está  en 
más  la  liberalidad  del  señor  que  en  la  diligen- 
cia del  criado.  Entro  todas  las  cosas  que  como 
varón  virtuoso  dones  tener,  el  secreto  te  reco- 
miendo, que  es  virtud  suprema  en  dignidad. 
Cata,  hijo  Solino,  que  la  vida  e  la  muerte  puso 
naturaleza  en  las  manos  de  la  l(>ngua,  e  que  no 
ay  es])ada  que  tanto  corte  como  la  lengua  desen- 
frenada. Quiero  dozir,  hijo  Solino,  que  este 
caso  que  Policiano  tu  señor  ha  intentado  e  yo 
acabado,  es  de  su  natural  tan  peligroso,  que  la 
vida  de  muchos  e  la  honra  de  todos  nosotros 


38 


orígenes  de  la  novela 


consiste  en  estar  secreto,  y  éste  te  encomiendo  I 
como  ves  (')  que  es  necessario.  En  lo  demás,  yo 
he  sabido  cierto  enojuelo  que  entre  vosotros  e  | 
vuestras  amigas  ha  passado  por  alguna  palabri- 
Ila  azeda  que  ellas  hablaron  como  mo^as ;  a 
ellas  les  ha  pesado  por  mi  vejez,  e  yo  lo  sé  muy 
de  veras.  Rcsciba  yo  de  vosotros  tanta  gracia 
que  lo  passado  sea  passado  sin  que  dello  se 
tenga  más  memoria,  e  que  tú,  hijo  Solino,  huel- 
gues de  tener  a  Orosia  por  amiga,  e  Salucio 
tenga  amistad  con  Cornelia,  e  todos  a  la  vieja 
Claudina  por  madre,  pues  los  enojos  de  los  que 
bien  se  aman  suelen  ser  mayor  vinculo  de 
amistad.  Esto  aueys  de  hazer  ansi  por  lo  que  a 
mi  amor  deueys  como  por  lo  que  aquellas  mo9as 
merescen,  que  ansi  goze  yo  de  mí  que  he  sen- 
tido dellas  que  por  bien  que  las  ameys  nunca 
salgays  de  su  deuda. 

Sol. — Madre  señora,  después  de  tener  en 
mucho  tu  consejo  e  la  voluntad  de  donde  nasce, 
huelgo  que  hayas  sabido  la  renzilla  de  nosotros 
e  de  esas  mujeres,  para  que  veas  a  quánto  tra- 
bajo se  dispone  el  hombre  que  a  estas  tales  haze 
rostro  amigable.  Estas  son  vnas  malas  mugeres 
escandalosas  e  sin  vergüen9a  y  a  quien  ningún 
hombre  de  honrra  deue  tener  amistad,  pero  con 
todas  sus  faltas  las  auemos  sufrido  porque 
somos  estranjeros  y  en  esta  ciudad  no  conosci- 
dos.  Ya  que  con  ellas  auemos  desbaratado,  no 
mandes,  señora,  qiae  tornemos  a  su  amistad, 
porque  tan  dañoso  es  el  amigo  reconciliado 
como  el  manjar  dos  veces  guisado.  Lo  que  por 
nosotros  harás  en  pago  de  lo  que  en  tu  honrra 
desseamos,  es  que  nos  busques  un  par  de  mo9as 
de  prouecho  e  cpn  quien  no  tengamos  rebueltas 
a  cada  passo,  que  Orosia  e  Cornelia  no  son  pa- 
ra nosotros  que  no  queremos  quistion  con  nadie. 
Clau. — Pues  si  esso  desseas,  hijo,  por  qué 
no  te  declaras  comigo?  dexa  hazer  a  la  Claudi- 
na, que  yo  daré  buelta  a  mis  registros  y  os 
daré  dos  mochachas  tan  a  vuestra  condición, 
que  por  peso  y  medida  vengan  como  las  qui- 
siéremos. A  mi  puerta  llegamos,  sube,  hijo  So- 
lino,  veras  a  mi  Parmenia,  descansarás  vn  rato 
y  boluer  te  has  a  dormir.  Vala  me  la  cruz,  e 
cómo  está  abierta  mi  puerta  a  tal  hora?  quién 
está  en  esta  casa? 

Par. — Sube  ya,   madre,  que  desesperar  es 
esperar  tus  venidas  cada  noche. 

Clau. — Nunca  Dios  te  dexe  callar,  qué  te- 
nemos de  nueuo? 

Sol. — Paz  sea  en  esta  casa.  Qué  es  esto,  se- 
ñora Parmenia?  nunca  dexas  de  reñir? 

Pai\ — Está   aqui  Dorotea  esperando  a  mi 
madre  más  ha  de  dos  horas.  Jesús  y  qué  fastio. 
Clau. — Ay  mi  doncellita  de  oro,  y  acá  estás, 
mi  cora9on? 

'.*j  e  vees,  en  el  original, 


Dor. — Sí,  madre,  grande  rato  ha  que  te 
estoy  esperando.  Mandaste  me  venir  de  prissa 
y  has  me  hecho  esperar  de  espacio. 

Clau. — No  te  marauilles,  hija,  que  tengo 
muchos  negocios,  y  el  que  contigo  agora  se  me 
offresce  te  quiero  dezir  en  secreto.  Desciende  te, 
hija,  aqui  abaxo,  porque  te  vayas  corriendo, 
que  es  noche.  Hija  de  mi  alma,  para  conti- 
go no  he  menester  prolixo  preámbulo,  sino  que 
sepas  que  te  quiero  como  a  la  luz  de  mis  fijos. 
Mochacha  eres,  hermosa  estás,  sin  cuydado 
bines.  Ea  loquitas,  tengo  de  subir  allá?  A  quan- 
tos  te  miran  dexas  perdidos  de  amores. 

Dor. — Aosadas,  madre,  mejor  me  ayude 
Dios  que  ay  quien  de  mí  se  acuerde. 

Clau.  —  Calla  en  mal  ora,  que  eres  muy 
niña,  e  sabes  poco  del  mundo.  Pues  hago  te 
saber  que  un  gentilhombre,  no  menos  que  tú 
para  muger,  muere  por  tus  amores.  E  me  ha 
rogado  que  te  hable  no  para  más  que  si  te  ha- 
blare le  respondas,  e  si  te  mirare  le  mires,  e  si 
te  siguiere  le  espci-es.  Yo  le  prometí  de  te  lo 
rogar,  e  aun  ansi,  hija,  te  lo  aconsejo.  Tu  seño- 
ra Philomena  quiere  a  Policiano;  por  mi  amor, 
hija  Dorotea,  quieras  a  Siluanico,  su  paje,  que 
es  como  hecho  de  oro,  pues  sabes  que  tal  para 
qual,  que  ansi  casan  en  Dueñas. 

Dor. — Madre,  por  mi  vida  que  de  esse  paje 
he  sido  algunas  vezes  requestada  y  aun  impor- 
tunamente seguida. 

Claii.—A,  locos,  aueys  me  de  echar  la  cáma- 
ra encima? 

i9or.— Pero  como  la  hedad  no  me  aya  dado 
a  conoscer  qué  cosa  es  amar  de  corafon,  ha- 
blar me  en  amores  es  para  mí  nmy  escura  alga- 
rabia.  Bien  me  ha  parescido  Siluano,  pero  no 
me  da  pena  la  demasia  del  amor. 

Clau. — Pues,  hijita  mia,  preciate  de  mujer, 
atauiate,  enrrubiate,  ponte  un  poquito  de  color 
en  esse  rostro  y  adelgaza  un  poco  essa  f.eja. 
Arreate  (')  de  ser  seruida  de  galanes  e  requesta- 
da de  gentiles  hombres,  e  si  mal  te  fuere  con 
mi  consejo,  no  me  tengas  por  buena  maestra. 
Esse  pajezito  te  quiere  agora,  aprouechate  dél 
en  lo  que  pudieres,  y  entretanto  dexame  el 
cargo,  que  yo  te  daré  tu  ygual  o  mal  me  anda- 
rán las  manos.  Mira,  hija,  que  si  Siluanico  te 
hablare  le  tractps  bien  y  le  digas  que  yo  te  le 
encomendé,  y  le  muestres  fauor,  pues  a  mí  me 
puso  en  este  ruego. 

Dor, — Yo  te  lo  prometo,  madre,  e  porque  es 
noche  da  me  licencia,  que  me  esperará  mi  señora 
e  no  sabe  que  estoy  fuera  de  casa.  Un  poco  de 
lexia  me  mandaste;  mira,  madre,  que  no  te  lo 
perdono. 

Clau. — Esso  tengo  yo  muy  bueno,  quando 
quisieres  puedes  venir  por  ello. 

I 
o;  ¿Alégrate?  I 


TRAGEDIA  POLICIACA 


39 


Dor. — Yo  lo  seruire  ti  ido,  los  angeles  que- 
den en  esta  casa. 

Clau. — E  contigo  vayan.  Sancta  Maria  del 
cielo,  e  qué  diablo  trauessito  eres,  hijo  «Soliiio. 
Jesu,  Jesu,  e  qué  tropel  aueys  traydo,  dial)los 
loquitos. 

,S'o/.  — No  sal)es,  madre,  qué  auemos  concer- 
tado? que  Parmenia  e  Libertina  se  vayan  esta 
noche  comigo  a  la  posada. 

Clan. — A  osadas,  yo  lo  creo  que  essos  con- 
ciertos e  otros  tales  hareys  vosotros.  Landre 
que  te  dé,  Parmenica,  e  has  me  de  dexar  aqui 
sola? 

/'rt/-.— Por  cierto,  madre,  que  os  gramle  ma- 
rauilla  a  cabo  de  cient  años  salir  vna  noche  de 
casa. 

Lib. — Anda,  madre,  dexanos  yr,  que  ansi 
gozo  de  mí,  antes  que  amanezca  estemos  a  la 
puerta. 

Clau. — Dime  agora,  loquito,  si  tu  amo  sale 
fuera  esta  noche,  no  has  de  yr  con  (>]  a  tenerle 
compañía  ? 

Sol. — Ansi  biua  el  pulo  de  mi  jtadre,  por 
vida  del  resto  que  le  hagamos  entender  que 
para  estos  negocios  es  dañosa  la  mucha  gente, 
y  que  se  ha  de  yr  solo  si  algo  quisiere  hazer. 
Ay  está  Siluanico,  que  yrá  con  él,  e  uvn  sobra. 

Clau. — Ora  pues  alto,  mo9as,  aderc9aos  o 
t()mad  la  puei'ta  ante  que  más  noche  sea  ,  e 
en  la  mañana  no  venga  nadie  las  manos  en  el 
seno. 

Lib. — Suso,  Parmenia,  que  yo  a  punto  estoy. 

Par. — Anda  delante,  Solino. 

Sol. — Madre,  quédate  a  buenas  noches. 

Clau. —  Dios  os  guie,  puticos. 

Sol. — Boto  a  tal,  señoras,  que  he  seydo  ven- 
turoso en  atornar  a  mi  casa  tan  bien  acompa- 
ñado. Qué  digo,  damas?  mientras  Policiano  an- 
duuiere  guardando  los  cantones  descreo  de  la 
vida  mala  si  no  auemos  en  casa  de  guardar 
l)ien  los  colchones. 

Par. — Bao.  contigo  me  entierren,  esto  ha 
que  entra  en  sabor  e  haze  buen  prouecho,  y  no 
andar  de  noche  en  garconerias  como  gatos  en 
H obrero. 

Lib. — En  cargo  de  mi  alma  caros  amores 
son  los  amores  que  passan  estos  escudcrotes,  e 
al  ñn  e  al  cabo  por  vna  haldraposa  que  tiene 
más  celestres  en  la  cara  que  el  arco  del  cielo, 
que  ansi  goze  de  mí  de  asco  no  hay  quien  al 
rostro  las  ose  mirar. 

Sol.  —A  la  posada  llegamos.  Es])erad  vn 
poco,  yre  delante  a  llamar  a  la  jiuerta.  Tha,  tha. 

Sal. — Quién  llama  ay? 

Sol. — Abre,  hermano  Salucio,  qué  haze 
nuestro  amo? 

Sal. — Gran  rato  ha  que  reposa. 

Sol.  —  Podemos  entrar  seguros,  que  traygo 
comigo  vnas  mojas? 


Sal. — Entren  passito,  pese  al  mundo  malo, 
que  no  hay  agora  emliara9o  en  casa. 

Sol. — Ce,  ola,  damas. 

Par. — Saine  Dios  al  gentil  hombre. 

Sal. — Vengan  en  buen  ora  las  frescas.  En- 
trad muy  quedo  porque  estas  inoras  de  casa  no 
08  sientan. 

Lib. — Adonde  mandays,  que  no  seamos  sen- 
tidas? 

Sal. — Hola,  hermano  Solino,  arriba  en  la 
camarilla  de  las  escobas  entretanto  que  nuestro 
amo  recuerda. 

Sol. — Bien  dize  este  nescio,  vamos,  que  le- 
uantado  Policiano  descreo  de  tal  si  no  auemos 
de  entrar  en  su  lugar,  porque  no  aya  nada  ba/.io 
en  las  cosas  naturales. 

Par. — Jesús,  Salucio,  qué  es  esto,  adonde 
entramos? 

Sol. — No  pidas  agora  essa  cuenta,  que  en 
la  mañana  lo  sabrás. 

/^/¿.  — Calla,  hermana,  assienta  te  donde  ha- 
llares, que  no  se  dize  embaído  qual  el  tiempo 
tal  el  tiento. 


AEG  ('MENTÓ    DEL    XX  ACTO  (') 

Venida  la  ini'dia  noche,  Policiano  llama  a  sus  criados,  e  pide  de 
íosfir,  e  por  consejo  de  Solino  va  solo  al  concierto  que  tiene 
lieclio  con  l'liiloniena;  Ueua  consi^^o  a  Siluanico;  Solino  e  Sa- 
lucio (-)  se  (piedan  en  casa  con  Libertina  e  Parmenia,  etc. 

Policiano.    Soliko.    Salucio.    Liuertina. 

Parmenia.    Sildanico.    Philomen*. 

Dorotea. 

\_Pol.^ — No  sé  si  mi  importuno  desseo  tiene 
mi  ymaginacion  temerosa,  pero  o  yo  estoy  des- 
atinado o  más  de  la  media  noche  es  passada. 
Quiero  llamar  a  mis  criados,  e  sabré  si  es  tiem- 
po para  aderecar  este  bienauenturado  camino; 
pero  si  es  avn  temprano  para  acostar,  no  es  mu- 
cho que  me  incuseu  de  am[a]dor  molesto. 
Ansi  lo  acostumbro  hazer  con  la  pena  que  me 
acucia,  que  siempn;  hago  mis  cosas  quándo 
tarde  quándo  muy  de  prissa.  Llamaré?  Sancto 
Dios,  no  sé  qué  haga.  M090S,  paje. 

■V//.— Señor. 

/^ul. — Qué  hora  es? 

.SV/.  — Señor,  las  doze  ha  dado  el  relox. 

Pol. — O  qué  ora  tan  a  mi  voluntad.  Llama 
presto  a  essos  rao90s,  diles  que  me  don  de  ves- 
tir. Aderescen  armas  y  lo  necessario  para  este 
mi  concertado  viaje. 

Sil.  -  Oyes,  Solino? 

Sol. — Qué,  te  toma  ya  el  diablo  tan  tem- 
prano? 

O  En  el  original  se  nuinura  equivocadamente  XXII 
acto. 

('■';  Satd'-io,  en  el  original. 


40  ORÍGEI^ES 

Sil. — Alto  de  ay,  que  llama  Policiano  mi 
señor. 

Sol. — Aun  onoraraala  madrugaren  ios  a  mo- 
rir mala  muerte  martes  de  mañana.  Hola,  Sa- 
ludo. 

Sal. — Qné  nueuas  ay? 

Sol.  —Nuestro  amo  pide  de  vestir  y  manda 
que  nos  armemos.  Según  Dios  le  hizo  de  asno, 
penssará  que  auemos  de  yr  con  él. 

Sol. — Donoso  recaudo  tiene,  en  tus  manos 
lo  encomiendo,  Solino,  que  por  la  Trinidad  de 
Gaeta  allá  no  vaya. 

Sol.  —  Ora  dexamo  tú  con  él,  que  yo  le  em- 
biare  solo  yavn  penssará  que  va  más  a  rrecaudo. 

Fol. — M090S,  toneys  aderecado? 

Sol, — Todo  está  a  punto,  señor;  quién  man- 
das que  te  acompañe?  porque  a  mi  pareseer  an- 
tes deues  yr  solo  que  muy  acompañado.  Mira, 
señor,  que  en  tales  casos  como  este  suele  dañar 
la  demasiada  compañía,  porque  ay  vezinos  que 
miran  por  las  ventanas  e  viendo  gente  de  no- 
che a  la  puerta  de  vna  dama,  no  dexarán  de 
sospechar  algo  con  que  se  den-ame  nuestro  se- 
creto. 

Pol. — Creo  que  no  es  malo  tu  aniso.  Di  a 
esse  paje  que  tome  un  montante,  y  dame  a  mí 
mi  espada  e  rodela,  e  quedaos  vosotros  en  casa 
para  aguardar  me  a  la  madrugada. 

Sol. — De  muy  buena  voluntad.  Allá  yrás 
con  el  diablo  a  hazer  conjuros  por  las  encruzi- 
jadas.  Si  amores  tienes,  buen  prouecho  te  ha- 
gan, y  malo,  porque  sepas  de  todo.  Qué  te  pa- 
resce,  Salucio?  Qué  buena  maña  me  he  dado 
para  que  no  le  estorue  el  requiebro  la  sobra  de 
la  compañia. 

Sal. — Descreo  de  la  playa  de  Valencia  si  no 
lo  has  hecho  de  capitán;  qué  digo,  mocas?  Co- 
mentad a  dexar  las  faldetas,  que  la  cama  no  es- 
tará mal  moUida. 

Sol. —Digo,  hermano  Salucio,  en  la  cama 
de  nuestro  amo  no  me  hablas?  que  descreo  del 
diablo  si  no  la  he  ganado  por  mi  lauca. 

Sal. — Nunca  por  esso  reñiremos,  hermano, 
que  en  casa  llena  presto  se  guisa  la  cena;  todo 
lo  haze  sacar  quatro  colchones,  y  esta  noche 
que  nos  cabe  hazer  cama  de  canónigos,  pese  a 
tal.  Prissa,  damas,  que  se  passa  el  tiempo,  e  lo 
que  S3  pierde  tarde  se  cobra. 

Par. — Digo,  señor  Solino,  o  hi  de  puta, 
traydor  de  Policiano,  cómo  tiene  garrida  cama; 
ansi  goze  de  mí,  cada  noche  quiero  ser  tu  con- 
uidada. 

Sal. —  Ora,  damas,  mientras  que  nuestro 
amo  vela  trabajemos  en  dormir,  porque  creo 
estaraos  nmy  cerca  del  dia. 

Pol. — Siluanico  hijo,  muy  cerca  llegamos 
de  la  huerta  de  mi  señora,  y  el  silencio  grande 
me  haze  tener  sospecha  de  ser  nuestra  venida 
muy  temprana.  Llégate  a  las  ventanas,   y  es- 


DE   LA  NOVELA 

ye> 


1    dt 


nina    señal    ae   nii    re 


taras  atento 
medio. 

Dor.  —  Señora,  bullicio  oygo  de  esta  parte 
de  la  huerta.  Mira  si  mandas  que  me  assonie 
para  ver  qué  es  lo  que  passa. 

Phil. — Muy  passo  por  entre  las  puertas, 
mira  si  es  mi  señor  Policiano,  e  no  hables  si 
no  te  certificas  de  su  venida. 

Sil. —  Ce  ce,  señora,  es  mi  señora  Dorotea? 

D01 . — Soy  tu  muy  cierta  seruidora.  Soy  la 
que  por  ser  tuya  no  tengo  memoria  de  ser  mia. 

Sil. — O  mi  luzero  del  alba,  no  penssé  que 
tan  presto  amanesciera,  siendo  el  punto  de  la 
media  noche.  Mi  señor  Policiano  está  aquí. 
Manda,  señora  miaj  dezir  a  Philomena  que  vea 
lo  que  quiere  que  se  haga,  y  entretanto  que 
ellos  estuuieren  en  su  plática,  daremos  conclu- 
sión a  la  nuestra. 

Dor. —  Sea  como  tú  mandares,  pues  yo  voy. 

Sil. — E  yo  contigo. 

Dor. —  Señora,  aquel  cauallero  está  esperan- 
do, e  con  vn  su  paje  mandó  que  supiesses  su 
venida. 

Phil. — Llégate  aquí  comigo,  no  me  dexcs 
hasta  que  del  sea  despedida. 

Pol. — Es  ángel  dissimulado  el  que  ante  mis 
ojos  veo?  O  es  sueño  el  que  padezco  para  que- 
dar más  burlado?  Estoy  despierto?  O  no  soy 
yo  Policiano?  Pues  si  soy  yo,  impossible  es  ca- 
ber en  tan  immerito  subjecto  tantos  quilates  de 
gloria. 

Phil. —  Passito,  señor,  no  hables  tan  alto, 
porque  duermen  aqui  los  ortolanos  desta  huer- 
ta, e  sería  grande  mal  si  a  tal  hora  fuesse  ha- 
llada en  tan  sospechoso  lugar. 

Pol. — O  mi  señora  e  mi  bien  todo,  qué  llen- 
gua  puede  callar  lo  qiie  mi  ánima  siente  de  glo- 
ria delante  de  tu  bienauenturada  presencia? 
Por  cierto  yo  creo  que  Paris  con  la  hermosa 
Elena,  ni  el  desconoscido  Jasson  con  Medea, 
ni  el  cruel  Tarquino  con  la  castissima  Lucres- 
cia,  ni  Eneas  con  Elisa  Dido,  no  gozaron  del 
bien  que  yo  en  tu  acatamiento  posseo.  Agora 
que  mis  ojos  vieron  lo  que  jamás  penssaron 
merescer,  a  cualquier  tiempo  que  mi  fin  viniere 
no  rescibo  agrauio  con  su  venida, 

Phil.  —  Señor  Policiano,  si  creyesses  la  pena 
que  tus  males  me  han  causado  quánto  ha  seydo 
excessiua  a  mis  fuercas  feminiles,  esta  sola 
deue  ser  recompensa  de  tus  trabajos,  sin  que 
otra  jamás  me  pidiesses.  Y  si  mayor  la  quieres 
porque  otra  mayor  meresce  tu  firmeza,  pide  a 
tu  voluntad  de  mi  patrimonio  e  riquezas  sin 
que  pongas  lesión  en  mi  honrra  tan  delicada. 
Ninguna  cosa  de  la  vida  me  hiziera  consentir 
en  tu  mal,  sino  mi  bondad  sola,  a  quien  más 
que  a  tu  vida  soy  obligada.  E  ansi  la  natural 
compassion  mia  de  que  te  pienssas  aprouechar, 
porque  es  enemiga  de  mi  fama  te  aniso  que  te 


TRAGEDIA  POLKIAXA 


41 


lia  sido  muy  contraria.  Por  tu  carta  c  mensa- 
gcra  iiic  certificas  de  la  afficion  grande  que  me 
tienes;  pues  si  esto  es  verdad,  antes  deues  des- 
sear  tu  pena  con  mi  honrra  que  to  remedio  con 
mi  culpa.  No  me  juzgues  (')  ser  inconstante 
porque  comencé  a  fahorescer  te  y  agora  te  uiegn 
el  fabor,  pues  te  anise  por  mi  carta  del  respeeto 
que  tube  a  tu  salud,  sin  acordar  me  de  cosa  qur 
fea  paresciesse. 

Pol. — Señora  de  mi  vida,  si  como  Fui  dicho- 
so en  mirarte  lo  fuei'a  en  no  auer  te  mirado, 
aunque  perdiera  el  mayor  bien  <le  esta  vida,  que 
es  auer  te  visto,  fuera  bienauenturado  en  no  vci- 
a  quien  con  dura  sentencia  me  condena  a  muer- 
te, sin  merescerla  más  que  con  mi  atreuimiento 
en  amar.  Acostumbrado  estaña  ya  a  biuir  tris- 
te, tanto  que  con  las  tristezas  tomaua  recrea- 
ción, por  ser  tú  la  causa  dellas;  pero  agora  que 
de  mí  las  auia  desterrado  con  el  descanso  que 
de  esta  nieryed  esperaua.  agora  que  en  mis  de- 
bilitadas fuereas  auia  conuales?ido  con  la  yma- 
ginacion  de  esta  diurna  noche,  ni  mi  mal  resci- 
be  consuelo,  ni  mi  pena  admite  el  reposo,  ni  mi 
coraron  apassionado  consiente  ningún  sossiego. 
Ph/'l. — ^íira,  señor,  que  me  matas  con  tus 
quexas  apassiouadas ,  e  no  soy  parte  para 
amanssarlas,  sin  que  mi  infamia  comience  quan- 
do  tu  quexa  se  acabe.  No  pongas,  señor,  con 
este  acídente  en  peligro  tu  vida,  y  en  disputa 
mi  honrra,  porque  si  a  noticia  de  mis  padres 
viniesse,  no  que  te  hablo,  sino  que  de  ti  ni  de 
otro  tengo  memoria,  solamente  mi  fin  te  que- 
daria  por  aliuio  de  tus  trabajos. 

Dor. — Nunca  yo  medre  si  más  aquí  espero; 
poco  a  poco  se  va  todo  a  perder. 

Fol.  —  No  consiento  que  se  piense  que  el  te- 
mor entibie  lo  que  amor  encendió  con  su  fue- 
go. Manda  tú,  señora,  que  yo  resista  e  allane 
qualquier  fuerca,  que  yo  acabaré  la  vida  con 
quedar  en  el  mundo  mi  nombre  por  espejo  de 
fortaleza.  Mira,  reyna  mia,  que  el  valor  de  tu 
persona  haze  osado  mi  atreuimiento,  porque 
ningún  seruicio  puedes  rescebir  que  en  quila- 
tes snba  a  la  alteza  di^  1<^  que  meresces. 
Dor. — Ce,  señor  Siluano. 
Sil. — O  mi  señora  Dorotea,  no  sé  si  meres- 
ce  perdón  el  agrauio  que  esta  noche  he  resce- 
bido,  pues  creo  que  de  voluntad  me  has  dexado 
esperar  hasta  agora.  Pero  dexadas  aparte  mis 

I  quexas,  qué  sientes  de  mi  dolor  causado  de  mi 

j  afficion? 

1      Dor. — Señor  mió,  lo  mismo  que  de  mí  sien- 

1  to  deuo  sentir  de  tu  pena,  pues  con  una  misma 
saeta  están   heridas  dos  corazones.  Como  me 

I  amas  te  amo,  como  me  quieres  te  quiero.  Des- 
I  pues  que  aquella  buena  madre  Claudina  me 
j  nombró  tu  apazible  nombre,  huyó  de  mí  mi  li- 

')  En  el  original,  síííyius. 


bertad,  e  no  soy  parte  para  querer  más  de  a(pie- 
11o  que  de  mí  quisieres  ordtmar. 

Sil. — O  mi  señora,  que  nunca  me  burló  mi 
confian9a.  E  pues  estas  redes  duras  impiden 
agora  nuestro  gozo,  nuestro  final  requiebro  se 
dilate  hasta  que  Policiano  mi  señor  acabe  con 
Philomena  estos  sus  prolixos  amores.  E  por- 
que me  parece  qu(>  se  despiden,  yo  me  aparto 
a  esperar  a  Policiano  e  los  angeles  queden  en 
tu  guarda. 

Dor. — Y  a  ti  acompañen  conm  yo  desseo. 

/V/¿7. — Cauallero,  ya  no  es  razón  se  dissi- 
mule y  passe  en  secreto  lo  que  mis  apassiona- 
dos  desstíos  tan  a  la  clara  publican,  porque  si 
las  tinieblas  de  la  noche  no  impidieran  tu  vis- 
ta, en  mis  señales  públicas  conoscieras  mis  con- 
goxas  secretas.  Algunos  dias  han  passado  des- 
pués que  tus  cartas  e  amorosos  mensages  res- 
cebi,  en  que  mis  captiuas  fuereas  han  rescebido 
muy  rezios  golpes,  e  yo  varonilmente  contra 
ellos  he  peleado.  Pero  al  fin,  si  como  tengo  el 
coraron  de  carne  le  tuniera  de  un  rezio  dia- 
mante, no  dexara  de  caer  de  mi  voluntad  en  la 
tuya:  tal  ha  seydo  el  combate  que  en  mi  cora- 
eon  he  sentido.  Finalmente  estoy  rendida  a  tu 
querer,  porque  eres  quien  en  mis  ojos  másmeres- 
ce  délos  nascidos.  Ordena,  señor  mió  como  nues- 
tros apassionados  desseos  ayan  aquel  effecto 
que  dessean,  porque  hasta  esto  ningún  momen- 
to passará  que  para  mí  no  sean  mil  años  de  in- 
fernal tormento.  Las  fuertes  rexas  de  estas 
ventanas  impiden  el  remate  de  nuestros  sabro- 
sos amores.  La  mañana  paresce  que  comienca 
a  embiar  sus  candidos  resplandores  por  despi- 
dientes mensageros  de  nuestro  gozo.  Toma,  se- 
ñor mió,  la  possession  de  mi  voluntad,  e  della 
e  de  mí  ordena  de  manera  que  mi  passion  se 
afloxe  y  la  tuya  se  acabe,  e  si  te  paresciere,  para 
la  noche  venidera  se  quede  el  concierto  por  las 
cercas  de  esta  nuestra  huerta,  por  la  parte  don- 
de el  rio  bate  en  ellas,  que  es  lugar  más  sin 
sospecha  e  donde  yo  estaré  esperando  tu  veni- 
da, no  menos  que  mi  desseada  libertad. 

PoL — Pues,  señora  mia,  ángel  mió,  descan- 
so mió,  la  claridad  del  dia  causa  el  eclipsi  de 
mi  coraron,  con  la  forzosa  partida  de  tu  pre- 
sencia: yo  acepto  la  merced  a  la  hora  e  por  el 
lugar  por  ti  determinado.  Yo  me  voy,  e  la  gra- 
cia de  l)i(js  te  acompañe. 

Fhil. — E  contigo  vaya,  e  te  me  dexe  ver 
con  la  breuedad  que  yo  desseo.  Muy  passito, 
Dorotea,  al  passar  del  retraymiento,  ponjuc  no 
seamos  sentidas  de  mi  señor  Theophilon,  pues 
Dios  me  ha  lil irado  de  las  manos  destos  caua- 
dores;  qué  te  paresce  que  hagamos.' 

Dor.—  Que  aunque  no  sea  para  más  de  dis- 
simular, nos  tornemos  a  la  cama  hasta  que  sea 
la  ora  en  que  acostumbras  leuantarte. 

Fhil. — Bien  has  dicho,  pero  cómo  reposará 


42 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


quien  su  reposo  tiene  en  poder  ageno?  Cómo 
dormirá  quien  tiene  el  cora9on  captiuo?  Ydo  mi 
señor  Policiano,  mi  ánima  lleuó  consigo.  O  mi 
ángel,  o  mi  señor,  por  qué  te  consenti  apartar 
de  mí?  Por  qué  te  dexé  de  la  mano  al  tiempo 
que  te  posseya?  O  rexas,  rexas,  mal  fuego  os 
consuma,  que  solas  vosotras  defendistes  mi  re- 
frigerio e  toda  mi  gloria.  Pero  si  en  otra  tal 
me  veo,  no  lloraré  mi  daño  que  causare  mi  ne- 
gligencia. 

ARGUMENTO   DEL  XX]  ACTO 

Polidoro  ('  Machorro,  hm-lolaiios  de  Theonhilon,  e<tan  cauamlo 
en  la  huerta;  llega  Tlieophilon  y  encárgales  la  labor,  e  donde 
a  poco  vienen  Philomena  e  Dorotea  a  la  huerta,  denile  Pliilo- 
meiía  dizi;  a  Dorotea  el  coiicierlo  que  tiene  con  Policiano.  et<'. 

PoLiDORO.  Machorro.  Theophilon. 
Philomena.    Dorotea. 

[jPo/¿V/.] — -Hola  hola,  Machorro,  alto,  ade- 
reca  las  abadas  e  almocafre,  porque  antes  que 
nuestro  amo  venga  el  acequia  esté  limpia,  los 
naranjos  descubiertos,  e  cogeremos  el  azahar 
de  lo8  9Ídros^  e  aun  escanaremos  vn  buen  ran- 
cho de  limones. 

Mach. — Yo  tomo  de  coto  aporcar  el  cardo, 
regar  la  verengena,  e.scaixlar  la  j^ei'ua  buena  e 
torongil,  trasponer  vn  tablar  de  col  murciana. 
Esto  hata  que  sea  hora  de  la  beuedilla,  que 
soncas  en  ayunas  mal  se  puede  her  ha/.ienda 
de  mas  al  jobo, 

PoJid. — Dom'a  Dios  sino  me  leuanto  esta 
mañana  mas  lacio  que  col  trasnochada,  no  se 
me  yergue  ell  aliento  para  her  hazienda.  Para 
calonigo  esto  aora  bueno. 

Mach. — Prissa  prissa,  que  no  engorrará  el 
zagal  con  ell  aparato,  y  entretanto  ell  acada 
ande  dei'echa,  que  acabada  mi  tarea  te  ayudaré 
a  rregar  el  lechuguino,  que  ay  en  ello  bien  que 
afanar. 

Policl. — Antañazo  trabajé  con  Teodosio  su 
hermano  de  nuestro  amo,  mas  algo  que  de  me- 
jor jornal  sacaba  hombre  que  no  agora. 

Mach. — Ansi  me  dizen;  que  da  buena  solda- 
da a  los  que  andan  en  su  hazienda,  e  aun  par 
Dios  ques  m'antojado  de  coger  me  con  él  vna 
temporada,  son  por  no  enojar  a  Theophilon  qne 
es  hombi'e  de  bien. 

Polid.  —No  era  Dios  alboreado  quando  mos 
embiaua  la  bota  hata  las  empulgueras,  la  cedra 
llena  de  hogaza,  que  auie  bien  que  desbastar; 
ortaliza  no  marrana,  a  la  noche  olla  e  quarenta 
de  jornal  pagados  en  somo  la  tabla. 

\_Mach.'\  ('). — Prissa,  diziendo  e  haziendo, 

(')  Del  contexto  se  dedtice  fácilmente  que  este  trozo, 
á  guisa  de  réplica,  corresponde  á  Machorro,  nombre  que 
suplimos  por  faltar  en  el  original. 


como  la  borracha  al  jarro,  pues  aun  nuestro 
amo  no  paga  mal  por  buena  fe:  a  rreal  e  olla  a 
luedio  dia,  e  pan  abasto  e  ortaliza  quanto  hom- 
bi-e  puede  desgarrar,  e  ver  a  nuestra  ama  la 
mo9a  sobre  comida,  que  vale  más  que  todo. 

Polid. — Esso  ha,  boto  yo  al  ciego.  O  hi  de 
puta,  e  cómo  se  despeluzan  los  pelos  (')  des- 
que ensoras  la  veo. 

Mac.Ii. — Cata  cata,  que  también  presumes  tú 
de  garyonia  como  ell  otro  canquiuano  que  la 
festejea? 

Polid. — Par  Dios,  ainorio  la  tengo  que  enso- 
rasme  medio  fino  desque  la  estoy desmaginando. 

Mach. — Bueno  va,  e  avn  para  ti  como  dizen 
se  peyna  la  otra.  Par  Dios,  vn  zagalón  anda 
por  alderredor  de  casa  todo  este  verano  que 
cuydo  que  deue  ser  su  requebrado,  según  que 
las  bueltas  da  por  estas  entre9ercas. 

Polid. — Ora  nuestro  amo  viene,  no  hable- 
mos mas  en  este  causo. 

Theoph. — Cómo  anda  la  labor.  Machorro? 
Cómo  están  los  9Ídrales  después  de  aquel  nu- 
blo de  antenoche? 

Mach. — Por  Dios,  nuestro  amo,  que  se  han 
agastado  mucho,  y  el  malhojo  que  les  cae  rae 
da  mala  espina  dellos.  Están  [ilantados  en  tie- 
rra arenisca,  avn  donde  no  ay  acogidas  de  las 
luuias,  mal  caletre  tienen,  dame  en  qué  pararan. 

Polid.  —  Vale  que  están  como  en  ladera,  e 
los  vnos  defienden  a  dellelisco  a  los  otros,  que 
de  otra  manera  no  vuiera  quedado  brusco. 

Theoph. — La  ortaliza  se  cure,  que  esté  bien 
escardada  de  yerua  y  espina  e  cardo,  y  esto  se 
haga  a  tiempo  que  la  tierra  tenga  humedad  e 
esté  bien  temporizada. 

Mach. — Bien  deue  de  entender  nuestro  amo 
de  hancio  de  agrecoltura,  ptxes  a  mosotros  el 
cargo,  que  la  huerta  estará  qual  cumple. 

I'heoph.  —  Paresce  me  que  estos  laureles  es- 
tan  estragados  de  sauandijas;  soltad  los  perros 
algún  rato  para  que  un  rato  con  otro  las  es- 
panten. 

Polid. — Do  yo  al  diabro  el  barzino  si  en 
toda  esta  noche  paró  su  ladrido,  e  asmo  que  se 
deuen  recelar  de  zorras  que  en  esta  huerta  se 
entran  por  los  albollones  y  estragan  lo  que 
hombre  afana,  mas  yos  boto  a  Lucifer  que  yos 
les  arme  alguna  noche  qualque  trampa  que  ten- 
gamos ca9a  maguer  que  se  engorra. 

Theoph. — Pues,  Machorro,  donde  tú  andas 
yo  estoy  cierto  que  abrá  buen  recaudo. 

Mach. — A  buena  huzia,  nuestro  amo,  ell  al- 
muerzo venga,  que  en  lo  al  pierde  cudado.  Qué 
digo,  Polidoro  hermano,  comol  suenan  acos 
chamelotes  a  nuestramo,  alientos  me  toman  de  j 
emplear  el  jornal  de  dos  sem.'inas  en  otra  ga- 
uardina  como  aquélla. 

(';  En  el  original,  iXíioA-. 


TRAGEDIA  POLTCIANA 


43 


Polid. — Mir.i,  Macliorro;  par  Dios  quo  es- 
toy por  dezir  que  es  mejor  hato  el  ganan  que 
aquellos  pellejos  de  gato,  al  menos  si  haze  ven- 
tisco mejor  abriga  las  coradas.  Si  el  sol  res- 
prendea  en  demasia,  debaxo  del  ganan  se  es- 
capa homlire.  Pues  si  se  desmanda  el  pedrisco, 
mi  capote  hará  lo  que  no  haze  su  chamelote. 

Mach. — Mia  t'e.  Polidoro  hermano,  no  les 
tengo  embidia  [á]  sus  mangotes.  Quantis  que 
aquestos  que  enfingen  de  escoderia  no  tienen 
son  mucha  veleza  e  poca  salud.  Yo  ha  que 
bino  del  alan  de  estas  manos  y  a  la  ley  de  Dios. 
Estoy  contento  con  mi  trabajo,  e  no  hago  mal 
a  mi  vezino. 

Polid. — O  Machorro  liermano,  no  hay  tal 
como  ganar  hombre  el  gouierno  con  el  sudor 
de  la  cara,  la  olla  podrida,  y  el  gauan  no  muy 
roto,  y  el  testamento  en  la  vña.  Todo  lo  al  es 
echar  ell  alma  a  los  perros. 

J/ar/?.  — Aquestos  escoderotes,  mal  pecado, 
comen  de  lo  que  hombre  suda,  e  visten  de  lo 
que  hombre  afana.  Están  llenos  de  dineros,  y 
avn  no  menguados  de  cordojos. 

Polid.—  Dalo  a  huego,  Machorro,  binamos 
como  Dios  manda,  que  esto  mi  fe  es  lo  que 
vale.  Coman  se  ellos  sus  perdigones  e  dexen  me 
a  mi  con  mi  hoga9a  e  macho,  que  me  sabe 
como  Dios  hizo  la  nieue. 

^T/ao/í.  — Prissa,  que  te  oluidas  el  golpe  dell 
ajada,  y  allego  yo  al  cabo  del  tablar  viejo,  e  a 
ti  no  te  luze  la  labor  que  a  cargo  tomaste. 

Polid. — Basta  que  me  crezca  la  gana  de 
bener,  aunque  se  me  acabe  la  que  tengo  de  ca- 
ñar. Dios  me  liembre  a  bien  hazer.  Di,  Macho- 
rro, liembrase  te  de  Collado,  el  capataz  de  Cal- 
dorio  el  viejo? 

Mach. — Y  avn  de  Lambería  su  zagala,  que 
más  de  quatro  noches  me  ha  dado  malas. 

Polid. — Pues  ahonda  que  el  sacristán  la  fes- 
tejea,  y  a  ella  que  nol  pesa  mucho  por  auer 
nascido. 

Mach. —  Uola  ya  al  diabro,  que  a  la  contina 
fue  ganosa  de  manteles.  También  antañazo  an- 
duuo  aqui  medio  de  puntillas  con  Frontino  el 
cogedor  de  la  humazga:  no  hará  ya  aquella 
mo9a  cosa  que  buena  sea.  Prissa,  prissa,  que 
sube  el  sol  por  el  ventanaje,  e  no  está  llena  ell 
alberca  de  los  adoquines. 

Polid. — O  hi  de  puta,  qué  a9ada  esta  para 
rebolner  vassura  entre  estos  mányanos  nueuos! 
Tal  sea  mi  uejez  qual  ella  es,  si  la  bota  cum- 
pliesse  las  marras. 

Mach. —  Ox,  ox,  ojo  a  la  puerta,  verás  a 
nuestrama  la  mo9a  qué  resplendiente  viene  de 
mañana.  O  hi  de  puta,  y  chen  la  sobase  acá 
pechadura,  e  le  assentase  media  docena  de  nal- 
gadas en  acas  llunadas  muertas. 

Polid. — Calla,  que  viene  cerca.  Do  te  al  de- 
moño  enalbardado. 


Phil. — Dorotea  amiga,  después  de  la  passada 
noche  y  de  aquel  azucarado  rato  con  aquel  ca- 
uallero  passado,  no  he  anido  oportunidad  para 
te  dezir  lo  que  con  él  tengo  concertüdo. 

Mach. — Allegúese  acá,  señora  nuestrama, 
tome  de  la  verdura. 

Polid. — En  secieticos  andas?  Cabal  anda  la 
cuenta;  en  tres  pies  deue  de  estar  la  domenica. 

Dor. — Señora,  habla  passo,  que  estos  villa- 
nos son  maliciosos, 

Phil.—  Amiga  mia,  mi  sola  secretaria,  aquel 
cauallero  se  fue,  v.  consigo  llenó  mi  coraron  e 
mi  alma,  y  si  alguna  parte  dexó  en  mi,  más 
fue  para  amar  que  para  animar.  Su  fidelidad 
de  amor  es  tanta  e  tan  fiel,  que  no  bondad  sino 
ingratitud  fuera  dexarla  de  conoscer,  e  con  el 
conoseimiento  no  gratificarla.  Pues  como  mis 
fner9as  lian  seydo  antes  de  agora  combatidas, 
e  con  tan  rezios  golpes  de  amor  mis  entrañas 
quedassen  aportilladas,  fue  el  Ímpetu  amorosíj 
que  de  su  vista  rescebi  tan  bastante,  que  des- 
truyó mi  verguen9a,  robó  mi  honestidad,  e  final- 
mente tomó  la  verbal  possession  de  mi  captiuo 
consentimiento.  Dile  mi  sí  de  le  aguardar  la 
noche  que  viene  en  esta  huerta  de  mi  padre,  y 
aunque  el  temor  después  acá  me  ha  hecho  al- 
gún tanto  de  i-esistencia,  es  el  amor  tan  pode- 
roso, y  está  tan  encastillado  en  mis  tan  pocas 
e  flacas  fuer9as,  que  ningún  inconueniente  bas- 
ta para  estoruar  mi  enamorado  concepto.  Dime, 
amiga  mia,  lo  que  te  paresce,  con  condición 
que  en  caso  de  impedir  mi  determinación  no 
gasto  tiempo  porque  será  mal  gastado. 

Mach. — Ha,  señora  nuestra  ama,  de  guis  que 
no  chere  de  la  fructa?  De  a  rania  su  mece  tan- 
ta filosomia  con  la  mo9a  y  tome  dell  albahaca. 

Phil. — Luego,  Machorro. 

Polid. — Ea,  pues,  ata  me  si  ha  gana,  que 
está  hombre  parado  por  atendella. 

Mach. — Prissa,  prissa,  que  ella  se  llegará  si 
le  pluguiere. 

Dor. — Señora  mia,  en  el  cora9on  determi- 
nado dizen  los  que  algo  entienden  que  nuil  se 
rescibe  el  consejo;  pero  ya  que  este  mal  ha  de 
venir  en  effecto,  bien  será  que  miremos  cómo 
se  haga  menos  mal,  e  que  de  dos  daños  el  me- 
nos rescibamos  por  bien.  Estos  villanos  duer- 
men en  esta  huerta,  e  tienen  el  dormitorio  en 
los  poyos  de  aquel  jardín,  e  pues  se  cree  que  el 
cansan9Ío  del  dia  e  la  9ena  de  la  noche  los  de- 
xará  presos  del  sueño,  el  tiempo  de  esta  visi- 
tación sea  al  punto  de  la  media  noche  y  por  la 
parte  más  secreta  de  esta  huerta.  Plegó  a  Dios 
que  los  perros  no  uenteen  y  acometan  a  hazer 
su  officio,  porque  si  tal  cosa  fuesse,  todo  tu 
gozo  en  el  pozo,  e  tu  concierto  seria  descon- 
cierto, e  muerte  de  muchos  e  infamia  de  la  casa 
de  tu  padre. 

Phil. — En  mi  cora90u  estás,  e  como  yo  lo 


44 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


siento  lo  siente^;,  pues  lo  que  yo  temo  lias 
apuntado  que  temes.  El  concierto  está  lieclio 
ni  punto  de  las  doze  por  la  parte  de  la  cerca 
donde  bate  el  rio  en  la  huerta.  En  manos  de  la 
fortuna  encomendemos  nuestros  apassionados 
desseos,  que  donde  ésta  no  fauoresce  nunca  ay 
succession  venturosa.  E  porque  estos  cauado- 
res  no  sospechen  mal  de  nuestro  largo  secreto, 
no  se  hable  más  en  esta  materia. 

Macli. — O  gozo  liueno  vea  della  la  que  la 
}tario,  quan  rocagante  fegura  trae  su  mece. 

Dor. — Di,  Machorro,  por  tu  vida,  paresce  te 
bien  mi  señora? 

Macli. — O,  pese  a  quien  me  hizo  el  sayo  con 
la  parescida,  si  el  rato  que  la  está  hombre 
oteando  no  me  semeja  son  que  los  memoriales 
ostan  en  passamiento. 

P7¿í7.  — Miras  me  con  buenos  ojos,  Machorro, 
e  parezco  te  más  de  lo  que  soy. 

Mach. — Cou  buenos  ojos  dizes,  señora?  Boto 
a  la  coronica  de  Olmedo  que  me  escantas  la 
condición  con  sola  tu  catadura. 

Polid. — O,  vala  te  la  maldición,  e  qué  euse- 
nito  enamorado  enfinges. 

Macli.—  Tome,  señora,  este  ramo  de  limón 
con  que  se  espacie,  e  perdone  que  se  le  do  con 
la  mano. 

Dor. — Deuias  con  el  pie. 

Phil. — Yo  te  lo  agradezco.  Machorro,  e  que- 
da te  a  Dios,  que  nos  vamos. 

Mach.—  Yda  buena  vaya  con  ella. 

ARGUMENTO  DEL  XXII  ACTO 

Palermo  e  Pi^arro,  hallando  se  solos,  acuerdan  de  yra  rasa  de  la 
Claudina  para  pedirle  compañía,  donde  siendo  llegados  la 
Claudina  vende  su  hija  a  Palermo  e  a  Libertina  para  Pi^'arro, 
e  hecho  el  concierto  se  acaba  este  acto. 

Palermo.  Pi^arro.  Claudina. 
Parmenia.  Libertina. 

[PrtZ.]  —Descreo  de  la  playa  de  Valencia  y 
avn  de  la  vida  de  Barrabas  torno  a  descreer, 
con  tanta  soledad  como  aqui  passamos.  Vida  es 
esta?  no  creo  en  la  ley  del  quaderno,  si  no  me 
determino  de  perder  la  vida  que  tengo  por  auer 
vna  yca  que  me  ayude  a  ganar  el  roco.  Esto  ya 
el  diablo  se  lo  quiere,  no  tengo  la  vida  en  tres 
sueldos,  harto  estoy  ya  de  comer  pan  con  cor- 
teza. 

Piq. — Descreo  del  tabernáculo  viejo  si  tú  no 
andas  tramando  algo  con  que  demos  di  alma 
al  diablo  y  el  cuerpo  á  los  alanos;  demos  vna 
gatada  en  casa  de  aquella  puta  vieja  de  la  Clau- 
dina, e  hadamos  la  que  nos  muestre  su  martilojo 
de  putas,  e  si  alguna  vuiere  no  muy  marcada 
que  tenga  razonable  gesto  e  mejor  adereco  de 
mueble,  echalle  hemos  la  gaiTa  y  daremos  con 
ella  en  el  estancia,  donde  descreo  de  la  vida  en 


que  biuo  si  la  misma  muerte  me  la  desengarrafe 
de  mi  poder . 

Pal.  — O,  renegó  de  la  ribera  de  Tajo,  pues 
no  es  afrenta  grande  uer  vn  hombre  de  honrra 
yr  cada  dia  con  su  jarro  al  bodegón?  sino  que 
cueste  lo  que  costare,  e  vna  daifa  en  casa  que 
sima  de  ama  e  moca  y  avn  passe  por  dueña. 

Pií;. —  Bien  lo  has  acordado,  pues  alto;  pon 
los  pies  en  el  camino.  Oyes,  mochacho,  mira 
por  la  casa,  por  las  paredes  digo,  que.  Dios  sea 
loado,  no  tropecará  nadie  en  el  axuar. 

Pal. — O  ventura.  Boto  a  tal  no  sé  en  qué 
se  va:  treynte  años  ha  que  toco  los  atambores  e 
hago  el  Son  en  la  putería,  e  mas  ha  de  quinze 
que  ando  hecho  (*)  estantigua  por  los  cimente- 
rios e  a  sombra  de  tejados,  y  encomiendo  al 
diablo  otra  cosa  he  ahorrado  sino  desta  mano 
derecha.  Medio  ojo  me  arrebataron  en  Bilbao,  y 
este  rascuño  me  dieron  en  Xerez  de  la  Fronte- 
ra. Blanca,  si  no  es  en  la  cabera,  do  yo  a  Luci- 
fer la  que  yo  mando.  El  vn  lado  me  hiede  a  ci- 
menterio, y  el  otro  a  espital  pobre:  no  es  vida 
esta  passadera. 

P¿'\ — A  casa  de  esta  vieja  llegamos,  procu- 
remos de  metella  el  diablo  en  el  cuerpo,  que  de 
grado  o  de  fuere  a  nos  dará  qualque  putaña. 

Pal. — Quién  está  en  su  casa? 

Par. — Quien  llama  ya  de  mañana?  No  jni- 
dieramos  agora  passar  la  siesta  sin  huespedes? 

Pal. — Ho  salue  y  guarde  a  la  madre  vieja  y 
la  compaña. 

P¿V;. — Descreo  de  tal  si  no  venimos  a  tiempo 
que  aunque  esté  comida  la  pulpa  no  mancarán 
vn  par  de  huessos. 

Clau. — Jesu,  desu,  hijos  de  mi  alma,  quál 
nublado  os  aportó  por  estos  barrios?  Llégate, 
hijo  Palermo  ('^),  ay  par  de  essa  mochacha,  e  tú, 
PÍ9arro,  siéntate  ay  con  Libertina,  e  alcancad 
sendos  bocados. 

Par. — Qué  has  anido,  señor  Palermo,  vienes 
con  algún  embaraco? 

Pal. — O  descreo  del  cuerpo  de  mi  amiga  con 
quien  tal  pregunta,  e  quándo  suelo  yo  biuir  sin 
quatro  dezenas  de  tramas,  que  la  menor  me 
cueste  la  vida?  No  creo  en  la  fe  del  soldán  si 
hallasse  con  quien  matarme,  si  pudiesse  auer  en 
casa  mejor  pasqua. 

Lib. — Jesu,  defiende  me. tú.  Señor,  de  hom- 
bre tan  arrebatado. 

Clau. —  Qué  aueys  anido,  hijos,  que  tan  ga- 
noso viene  Palermo  de  morir  ?  Jesu  me  libre  y 
me  defienda;  ten  paz,  hijo,  con  todo  el  mundo 
e  biuiras  alegre  y  morirás  bien  logrado. 

P¿'\ — O,  pese  a  tal  con  la  puta  vieja,  después 
de  bien  puta  haze  se  nos  candelera.  Danos,  des- 
creo de  la  vida  en  que  biuo,  sendas  putas  que 

i'i  Eu  el  original,  heccho. 
(-)  Eu  el  original,  Parlermo- 


TRAGEDIA  POLICIAKA 


45 


nos  siman,  e  nos  socorran  en  nuestra  pobreza, 
y  el  consejo  dale  por  allá  a  quien  más  le  ha  me- 
nester. 

Clau. — Anda  noramala,  hijos,  no  seays  ve- 
llacdS.No  podeys  de/.irme  vuestras  necessidades 
sin  amenguar  mis  tristes  canas?  C'omn  he  dado 
recaudi>  a  otros  a  quien  menos  soy  obligada,  no 
(ts  daré  a  vosotros  dos  e  tres  mogas,  y  más 
qnantas  por  derecho  deua? 

Par. — Ce,  madre,  ya  me  entiendes,  a  tiempo 
vienen. 

Clmi. — Ya  ya,  no  mas. 

Pal. — No  hables  en  secreto,  madre;  si  no  re- 
niego del  pilar  de  Victoria  sino  lo  encomiendo 
todo  al  diablo. 

Clau. — Hijo  Palernio,  ten  seso  e  paciencia  e 
ganarás  comigo  dineros.  Descendid  acá  abaxo, 
locos,  que  os  quiero  hablar  un  poco  en  secreto. 

Pi'-. — Vamos,  pese  a  tal,  siquiera  sea  en  casa 
dt'  Barrabas. 

Clau.—  Sentaos,  hijos,  en  essa  escalera,  e  ha- 
l)lad  passo,  no  nos  entiendan  estas  rapazas.  Mi- 
rad, hijos  mios,  ya  sabeys  que  es  mi  officio  ga- 
nar de  comer  entre  los  buenos,  e  que  quien  fuere 
mi  amigo  me  ha  de  acarrear  mi  prouecho.  Yo 
tengo  an  (')  casa  estas  dos  mogas  frescas  como 
vnas  rosas  e  mochachas  para  todo,  e  ansi  goze 
yo  mi  vejez  como  a  mi  Parmenica  me  pid[i]o 
oy  vn  cauallero  con  quien  no  se  perdiei-a  nada 
si  yo  dar  sela  quisiera,  y  a  essotra  rapaza  me 
lian  pedido  muchos,  sino  que  por  no  ver  me  sola 
no  me  he  determinado;  pero  porque  conoscays 
la  voluntad  y  amor  que  os  tengo,  yo  os  las  quie- 
ro dar  por  vn  cierto  tiempo  hasta  que  veamos 
cómo  lo  hazeys  con  ellas,  e  ha  de  ser  con  esta 
condición :  que  mireys  por  ellas  e  os  tengan  por 
amparo,  os  siman  la  casa,  e  las  tengays  por 
amigas,  mas  si  algún  lange  se  les  offreciere  con 
que  ganen  dos  doblas,  de  la  parte  que  os  cu- 
piere tengo  yo  de  aver  la  mia,  pues  que,  mal 
pecado,  para  esso  he  criado  a  la  vna  y  a  la  otra 
he  aluergado  en  este  rincón  para  que  me  ayu- 
den a  passar  esta  vida.  Y  esto  que  aqui  queda 
entre  nosotros  concertado  ha  de  ser  tan  secreto 
que  la  tierra  iio  lo  sienta. 

Pal. — Ora,  madre  señora,  gran  merced  res- 
cebimos  con  lo  que  por  nosotros  hazes.  E  si 
ellas  van  a  la  estancia,  descreo  de  la  tierra  de 
Fez  si  no  les  valga  más  vn  dia  que  ciento  de 
quien  más  haga  por  ellas.  Ellas  procuren  de  ser 
las  que  deuen  e  no  nos  rebueluan  cada  dia  iiue- 
nas  trapazas,  e  en  lo  demás  en  caso  de  buscar 
quien  les  de'  diez  doblas,  hagan  lo  que  quisieren, 
que  aqui  las  ayudaremos. 

Pie. — Yo  las  faborescere  con  mi  persona  y  lo 
qne  tuuiere,  y  aqui  el  señor  Palermo,  que  es 
amigo  del  tiempo  viejo,  todos  las  auemos  de 

(')  Asi  en  el  original. 


seruir  e  poner  la  vida  por  lo  que  a  su  chapin 
tocare. 

Clau. — Pues,  hijos  de  mi  alma,  en  esto  no 
se  entienda  más  por  agora.  Vosotros  os  podeys 
yr  con  la  bendición  de  Dios,  porque  yo  quiero 
tocar  el  pulso  a  las  mogas,  e  no  que  vosotros 
esteys  delante:  mañana  en  la  noche  dad  por  acá 
la  buelta,  que  ellas  estaran  a  punto  y  llena i-  las 
heys  en  buen  hora. 

Pi'l. — Ora,  pues,  madre  Claudina,  lo  dicho 
dicho. 

Clau. — Yd,  hijos,  con  Dios,  que  yo  liare'  lo 
que  digo.  Que  hazeys,  loquitas?  Aora  aueys  mi- 
rado, qué  feroces  venian  aquellos  diablos.'  Qué 
es  esso,  Parmenia?  Qué  ojos  son  essos  que 
tienes?  Qué  has  anido  después  que  yo  drs- 
cendi? 

Lib. — Madre,  ella  ha  entendido  lo  que  dexas 
concertado,  y  después  que  de  aqui  fuiste  no 
haze  sino  llorar. 

Clau. — Ea,  ea,  bonita,  lagrimitas  agora,  qué 
me  agradan!  pues  qué  te  pensauas?  que  toda 
tu  vida  te  auia  de  tener  a  un  lado?  No  me 
faltauan  otros  duelos.  Muger  eres  ya  hecha  y 
derecha,  e  bien  sabes  ya  el  pan  con  que  te  has 
de  hartar.  Ya  he  trabajado  con  mi  vejez  e  po- 
breza hasta  ponerte  en  hedad  y  en  estado  que 
sepas  ganar  de  comer,  lüue,  hija,  por  tu  pico, 
e  no  seas  niña  toda  tu  vida.  Cata  aqui  a  tu 
compañera  Libei'tina,  que  no  ha  seydo  toda  su 
vida  sino  como  una  mártir,  donde  quiera  que 
la  he  licuado,  siempre  muy  conforme  con  lo 
que  yo  la  mando;  tuerto  o  giego,  el  amigo  que 
la  doy  esse  tiene  ella  por  perlas  orientales. 

Lib. — Qué  quieres,  madre,  que  haga?  Quan- 
do  a  tu  casa  rae  llegué  yo  vine  pobre  e  desnu- 
da, que  en  mi  camisa  no  ataran  blanca  de  co- 
minos; agora,  Dios  loado,  cayendo  e  leuantan- 
do,  no  faltan  dos  reales  e  vn  razonable  vestido. 
Veo  que  si  quiero  comer  no  ay  quien  rae  lo  es- 
torne,  e  que  duermo  descuydada  con  no  faltar 
la  comida;  mientras  esto  durare,  ahorquen  a 
todo  el  mundo. 

Par. — Qué  quieres,  madre,  que  sienta?  Pues 
que  me  veo  moga  y  afligida  e  con  desseo  de  go- 
zar mi  alegre  mogedad,  e  toda  mi  vida  encerra- 
da hecha  mesonera  de  vellacos,  y  agora  que  en 
tu  vejez  esperaua  algún  buen  pagf»,  has  me  ven- 
dido a  un  rufián,  que  no  sé  lo  que  de  mí  que- 
rrá hazer.  Veome  sola,  e  huérfana  de  padre,  e 
desamparada  de  ti,  que  en  fin  eres  mi  madre, 
en  quien  he  puesto  mi  amor  toda  mi  vida.  Si 
mayor  mal  quieres,  si  a  muger  tan  temprano 
persiguió  la  fortuna  como  a  mí,  tú,  madre  mia, 
lo  mira,  e  ansi  me  pon  el  remedio. 

Clau. — Mira,  Parmenica,  haz  lo  que  yo  te 
mando,  toma  mi  consejo,  e  no  te  pongas  co- 
migo en  dis^juta  si  hago  liien  o  mal.  Más  vieja 
soy  que  tú,  má.s  sé  del  mundo  que  tú,  e  más  se 


46 


orígenes  de  la  novela 


me  entiende  que  a  ti.  Si  vas  en  compañia  de 
Palermo,  no  vas  a  tierra  de  Moros,  muestra  te 
a  dexar  la  teta,  que  ya  duro  es  el  alca9el  para 
campoñas. 

ARGUMENTO   DEL  XXIII  ACTO 


Theophilon,  padre  de  Philomena.  conosciendo  en  su  hija  algún 
nueuo  desasosiego,  habla  palabras  muy  graues  a  I'lorinarda 
su  niuger  sobre  el  descuydo  que  tiene  en  el  castigo  de  Philo- 
mena, e  llama  a  Siluerio  e  Phaiiphilo  sus  criados  en  secreto, 
a  los  quales  encarga  que  maten  a  palos  a  la  vieja  Clauílina.  etc. 


Theophilon.  Florinarda.  Siluerio. 
Panphilo. 

\_Theoph.'\ — Florinarda  amiga,  muchas  ue- 
zes  he  desseado  anisarte  que  como  honrrada 
matrona  enmiendes  algunos  descuydos  en  la 
gouernacion  de  nuestra  casa  y  en  la  guarda  de 
nuestra  honrra,  porque  con  muchas  e  muy  bi- 
nas ocasiones  a  esto  soy  compelido;  pero  con- 
siderando que  la  flaqueza  feminil  no  deue  ser 
molestamente  tractada,  e  que  las  negligencias 
que  no  nascen  de  malicia  con  facilidad  son  co- 
rregidas, he  acordado  de  callar  hasta  que  veo 
nuestra  honrra  dando  baybenes  y  a  punto  de 
caer  en  algún  hoyo  de  immortal  infamia.  Muy 
escusado  me  fuera  a  mí,  que  soy  padre,  desue- 
larmeen  el  castigo  de  Philomena  mi  hija,  si  como 
tú  eres  dueña  noble  fueras  madre  cautelosa. 
Pero  semejante  (')  exercicio  de  corregir  don- 
zellas,  al  varón  es  vergoncoso  quanto  a  la  mu- 
ger  más  honesto.  En  confusión  tuya,  y  en  de- 
masiada pena  mia,  te  doy  auiso  que  de  algunos 
dias  a  esta  parte  conozco  eií  Philomena  nues- 
tra hija  alguna  nueaa  desemboltura  causada  de 
tu  muy  notable  descuydo.  He  conoscido  en  ella 
ser  amiga  de  la  ventana,  e  avn  no  muy  enemi- 
ga de  ser  vista,  que  es  en  la  donzella  vn  gusa- 
no para  su  nombre  tan  delicado.  También  me 
dizen  que  vna  mala  vieja  que  dizeu  la  Claudi- 
na  frequenta  nuicho  nuestra  calle,  y  avn  nues- 
tra criada  Dorotea  no  dexa  de  visitar  su  casa; 
en  el  tiempo  que  Philomena  nuestra  hija  fue 
templada  en  sus  palabras,  honesta  en  el  aspec- 
to, recatada  en  su  persona,  e  retrayda  en  su 
exercicio  noble,  ninguna  nouedad  que  yo  en 
ella  conosciera  causara  en  mí  deshonesta  sos- 
pecha, porque  la  muger  virtuosa  donde  quiera 
es  buena  hasta  que  viene  a  dar  señales  de  ma- 
la. No  piensses,  mi  Florinarda,  que  por  lo  que 
en  nuestra  hija  siento  de  nueuo  se  me  aya  enti- 
biado el  amor  paternal,  sino  que  la  experiencia 
que  tengo  del  mundo  me  causa  cautela,  e  la 
cautela  temor,  y  el  temor  me  da  pena,  e  la  pena 
produze  en  mí  semejantes  effectos;  solamente 
quiero  que  sepas,  si  no  lo  sabes,  que  ay  en  las 

('j  En  el  orjglual,  íjor  smuijante. 


mugeres  tanta  fragilidad,  que  con  muchas  guar- 
das apenas  se  guarda  vna,  e  con  vn  pequeño 
descuydo  pueden  venir  todas  en  perdimiento. 
Nuestra  hija  es  noble,  pero  es  muger;  es  illus- 
tre  en  sangre,  pero  muy  moca  en  los  dias,  y 
aunque  el  natural  y  la  nobleza  la  hagan  buena, 
puede  se  peruertir  con  el  aparexo  de  ser  mala. 
Mira,  Florinarda,  por  nuestra  hija,  e  castigala 
con  amor  en  secreto,  porque  no  venga  a  tiempo 
que  se  digan  en  público  sus  maldades. 

Flor.  —  Theopilon,  señor  mió,  admiración 
grande  me  causa  tu  plática  sospechosa,  e  la  ma- 
teria della  me  acaba  las  fuergas  de  pena,  por- 
que en  nuestra  vnica  e  tan  amada  hija  no  sola- 
mente no  he  conoscido  maldad,  pero  jamas  sen- 
tí en  ella  indicio  ni  aparencia  de  liuiandad.  Si 
ama  estar  a  la  ventana,  e  yo  no  se  lo  defiendo 
siendo  madre,  no  procede  de  mi  descuydo,  sino 
de  la  confian9a  que  tengo  en  su  honesta  condi- 
ción. Bien  veo  que  se  alegra  con  mirar  como 
moca,  pero  también  piensso  que  es  tal  su  ho- 
nesto recatamiento,  que  alancara  qualqiiier  pen- 
samiento liuiano;  ni  nuestra  hija  es  tan  as- 
tuta, ni  yo  tan  descuydada,  que  ella  pueda  mi- 
rar sin  que  yo  la  vea  ni  hablar  sin  que  yo  lo 
sienta.  En  todos  los  actos  y  exercicios  suyos 
hasta  oy  no  me  acuerdo  auer  visto  alguno  que 
merezca  algún  género  de  castigo;  pero  si  yo 
como  muger,  aunque  vieja,  no  tengo  astucia 
bastante  para  velar  semejante  castillo,  e  tú 
como  uaron  e  padre  conosces  que  algún  des- 
cuydo notable  he  cometido  que  deba  emmen- 
dar,  manda  me  con  auiso,  que  yo  obedescere 
con  el  amor  que  a  ti  deuo  é  a  nuestra  hija  soy 
obligada. 

Theoph. — Mira,  Florinarda,  si  como  eres 
incauta  hembra  fueras  varón  cauteloso,  ni  me 
pidieras  la  causa  de  mi  reprehensión  ni  quisie- 
ras otra  más  para  guardar  tu  hija  de  conoscer  la 
muger  e  moca,  por  lo  qual  es  inclinada  a  todo 
linage  de  vanidad.  No  te  pido  q\ie  dexas  a  tu 
hija  que  sea  mala,  sino  que  puedes  con  tu  des- 
cuydo dar  la  ocasión  que  no  sea  buena,  porque 
de  ser  la  madre  descuydada  viene  la  hija  á  ser 
desvergon9ada,  e  quando  tal  la  conoscieres,  o 
tú  deues  procurar  de  perder  la  con  darla  la 
muerte  o  aparejarte  al  perdimiento  de  vida  e' 
honrra  tan  delicada.  Qué  más  ni  mayores  seña- 
les quieres  de  la  nueua  liuiandad  de  Philomena 
sino  verla  sin  reposo  en  el  bastidor  e  en  su  ros- 
tro postizo  color,  amiga  de  andar  en  secretos 
con  la  moca  e  muy  fácil  de  visitar  la  puerta? 
Grandes  señales  veo  en  ella  de  su  perdición,  e 
ningún  remedio  para  remediarla  sino  con  la 
sepultura.  A  mi  parecer  deuemos  tomar  por  vl- 
timo  remedio,  porque  es  el  mejor,  que  tú,  pues 
eres  su  madre  y  mas  continua  coaipañera,  bi- 
nas en  anisada  cautela  de  aqui  en  adelante  con 
ella,  sin  darla  a   sentir  que   de  su  mudan9a  de 


TRAGEDIA  POLICIAXA 


47 


costumbres  auemos  tenido  nueno  sentimiento; 
y  esto  porque  el  crimen  de  liuiandad  en  la  mu- 
ger  no  se  ha  de  castigar  sino  con  la  muerte,  e 
qualquier  castigo  que  este  no  sea  no  es  sino  una 
licencia  para  que  sea  mala  con  la  facilidad  (') 
de  la  pena.  En  esto,  amiga  mia,  te  encomiendo 
seas  tan  cuydosa  quanto  hasta  agora  has  sido 
descuydada,  porque  no  menos  se  puede  adoliar 
nuestra  hija  e  mitigar  nuestra  pena  con  el 
auiso  futuro  que  agora  está  dañada  con  el  des- 
cuydo  passado,  e  jiorque  este  negocio  e  lo  que 
del  tengo  secreto,  por  su  grauissima  qualidad 
no  requiere  tantas  palabras  quanto  poner  las 
manos  en  el  remedio  e  venir  a  las  obra.j,  tú, 
amiga,  harás  de  tu  parte  lo  que  con  tanta  pena 
te  tengo  encargado,  que  yo  de  la  mia  haré 
como  padre  lo  que  a  mi  honor  soy  obligado. 
Ve,  señora,  a  entender  en  tu  luizienda,  que  yo 
me  quiero  quedar  solo  a  rezar  mis  acostumbra- 
das deuociones.  Solo  estoy  yapassionado  porque 
la  honrra  de  mi  hija,  en  quien  la  mia  consiste, 
veo  puesta  en  el  postrero  remate.  Que'  haré? 
con  quién  me  aconsejaré?  El  coraron  apassio- 
nado  para  ningún  negocio  arduo  tiene  saluda- 
ble consejo.  Llamar  quiero  a  Panphilo  e  Sil- 
uerio  mis  criados  para  que  con  su  libre  enten- 
dimiento reparen  el  mió  que  está  con  la  pena 
dañado.  Oyes,  Siluerio.  Pamphilo,  dónde  es- 
tás? 

Sil. — Aqui  estamos,  señor. 

Theoph. — Entrad  acá,  e  9errad  essa  puerta 
del  retraymiento,  porque  quiero  que  mi  plática 
sea  secreta.  Dezidme,  vosotros  no  comeys  mi 
pan?  vosotros  no  estays  en  mi  casa?  no  mi- 
rays  mi  honrra  como  criados,  pu"S  yo  procuro 
vuestro  prouecho  como  señor?  Cómo,  no  parays 
mientes  que  mi  honrra  e  fama  anda  destruyda? 
quién  entra  en  mi  casa?  quién  habla  con  mi 
hija?  quién  le  da  ocasión  para  ser  liuiana? 
dime,  Siluerio,  qué  sientes  de  su  liuiandad? 

Sil. —  Señor,  la  grauedad  de  tus  palabras  e 
la  nouedad   de  tus  re9elos  me   tienen  atónito  e 
sin  sentido,  y  la  sospecha  que  pones  en  mi  fide- 
l  lidad  me  tiene  de  todo   punto   corrido.  Nunca 
Dios  quiera  que   en    Philomena  mi  señora  yo 
haya  conoscido  liuiandad,   e  si  la  conosciesse, 
1  en  mí  no  auria  falsedad  para  encubrir  secreto 
i  tan  delicado.  Porque  tú  eres  mi  señor,  e  como 
i  tienes    obligación   de   gratificar  mis  seruicios, 
tienes  poder  para  castigar   mis  deffcctos.  Ver- 
dad es  que  mi  señora  Philomena  se  alegra  como 
¡(lonzella  mo^a,  poro  conozco  que  se  recata  como 
jpersona  illustre. 

I     Theoph. — Dime,  Pamphilo,  tú  no  has  visto 
¡entrar  en  casa  una  vieja   falsa   que  llaman  la 
jClaudina? 
1    Pamph. — Señor,  sí  algunas  vezes. 

'i  En  el  original: /aciidad. 


Theoph. — E  ha  hablado  en  secreto  con  mi 
hija  Philomena? 

Pamph. —  üe  esto  no  tongo  noticia.  Porque 
siem|)re  que  essa  vieja  lia  venido  aqui,  mi  seño- 
ra F'lorinarda  ha  estado  en  la  posada. 

Theoph. —  l'ues  la  conclusión  de  mi  platica 
sea  ¡que  yo  estoy  sentido  de  la  nueua  conuer- 
sacion  de  aquella  vieja  con  mi  muger  e  hija,  e 
la  he  mandado  que  no  entre  en  mi  casa  so  pena 
de  pordei  la  vida.  Cumple  a  la  mia  y  a  mi  hon- 
rra que  vosotros  como  fieles  criados  y  en  quien 
tengo  dende  vuestra  niñez  puesto  mi  amor, 
mireys  cautelosamente  los  passos  de  mi  hija  i- 
andeys  en  assechan^a  con  esta  vieja  falsificada, 
e  donde  quiera  que  la  pudieredes  auer,  vinien- 
do a  mi  casa  pública  o  secretamente,  le  aca- 
beys  la  vida  a  palos,  que  yo  gastaré  mi  patri- 
monio e  pondré  mi  vida  por  lo  que  sobre  ello 
se  os  offresciere. 

Sil. —  Señor,  hacer  lo  hemos  como  a  tu  ser- 
uicio  se  deue,  aunque  yo  no  quisiera  que  la  pri- 
mera cosa  de  afrenta  que  me  mandas  fuera  po- 
ner las  manos  en  una  muger  e  vieja,  pero  no 
quiero  poner  escusa  porque  no  pienses  que  nie- 
go tu  mandamiento. 

Pamph.— Ova,  señor,  a  nosotros  el  cargo, 
que  la  embiaremos  a  9enar  al  infierno  antes 
que  tenga  remedio  de  buscar  quien  de  nuestras 
manos  la  defienda. 

Theoph.  —  Pues,  mi  I*amphilo,  en  lo  dicho 
no  aya  más. 

Sil. — Señor,  pierde  cuydado,  que  no  lo  lin- 
dicho  ¡1  sordos  ni  descuydados. 


ARGUMENTO  DEL  XXIIII  ACTO 


\'i>iiiJo  el  tiempo  con  Pliiloiucna  concertado,  Policiano  llama  i 
<ii<  criados  para  yr  a  la  liuerta  de  su  señora;  embia  delante 
a  Siluanico,  e  llena  consigo  a  Solino  e  Salucio;  llegados  a  l.i 
huerta  ponen  el  escala  e  Policiano  entra,  donde  lia  lia  a  Pliil.i- 
niena  esperando  con  Dorotea  su  criada.  Los  ¡lerros  de  l.i 
huerta  sienten  la  gente  (jue  anda  por  ella:  finalmi-nle,  enlr.i- 
do  Policiano  e  rescebido  de  Philomena,  gozan  de  los  nUíhim^ 
dones  del  amor,  y  entretanto  Dorotea  passa  con  Siluanico  sn 
requiebro  dende  las  \entanas  de  la  huerta,  e  despedido  Poli- 
ciano de  Philomena,  Policiano  se  torna  a  su  posaila  e  Philu- 
meiía  a  su  rama,  e  se  acaba  este  acto. 


Policiano.    Solino.    Salucio.    Siluanico. 

Philomena.  Dorotka.  Poliuoro. 

]Machorro. 

[Po/.] — Mocos,  moros. 

Sol. — Señor. 

Pal.  -  Dame  mi  espada  e  rodela,  e  aderezad 
vuestras  personas,  si  os  paresce  que  es  hora  de 
yr  este  bíenauenturado  camino.  Toma,  Silua- 
nico, essa  escala  de  cuerda  debaxo  de  tu  capa  c 
vete  delante  a  dar  nos  aniso  de  la  gente  qui' 
anda  por  la  calle. 

Sol. — Señor,  todo  está  a  punto,  vamos  quau 
do  fueres  seruido. 


48 


0EIGENE8  DE 


Pol. — Vamos,  y  los  angeles  sean  en  nuestra 
guarda. 

Sal. — Oyes,  Siluanico,  anda  delante  dissi- 
DQuladamente  hazia  la  huerta  de  Theopbilon,  (! 
si  alguna  persona  vieres  de  quien  podamos  ser 
sentidos  harás  vna  seña  para  que  nos  ponga- 
mos en  cobro;  e  mira  que  lo  hagas  a  tiempo, 
ya  me  entiendes. 

Sil. — Muy  bien.  O  dichosa  venida.  O  plazer 
incogitado.  O  camino  deleytoso.  O  cómo  se  me 
haza  mejor  que  a  Dios  lo  pido.  O  mi  señora 
Dorotea,  si  como  yo  te  desseo  me  esperas,  ben- 
dicto  pensamiento  tan  bi&n  gratificado.  Cantar 
quiero  vn  cantar9Íllo  para  recordar  á  quien 
duerme: 

Páreste  á  la  ventana, 

niña  en  cabello, 
que  otro  parayso 
yo  no  le  tengo. 
Sol.  — Oye,  oye,  señor,  cómo  canta  Siluani- 
co. Por  los  euangelios  que  es  deleyte  de  oyrle 
con  el  silencio  de  la  noche. 
Pol. — Oye  te  que  canta. 
Sil.  Fonte  frida,  fonte  frida, 

fonte  frida  e  con  frescor, 
do  todas  las  auezicas 
tomauan  recreación, 
sino  es  la  tortolica, 
que  está  sola  e  sin  amor, 
que  ni  posa  en  rama  verde 
ni  en  árbol  que  tenga  flor, 
ansi  biuo  yo  cuytado 
por  amar  vn  nueuo  amor  ('). 
Phil. — No  oyes,  Dorotea,  qué  voz  tan  apa- 
zible  es  la  que  suena?  Conosces  algo  en  aquel 
cantar? 

Dor. —  Sí,  señora,  mucho  conozco:  aquel  es 
el  paje  de  Policiano,  seña  deue  ser  de  su 
venida. 

Phil. — Los  angeles  todos  le  acompañen  e 
libren  de  mal.  Mira,  Dorotea,  después  que  mi 
señor  Policiano  aya  entrado,  dexa  me  sola  go- 
zar del,  no  impidas  mi  gozo  tan  desseado:  no 
quiero  testigos  de  mi  vergon9oso  deleyte.  Es- 
taras atenta  e  mira  si  en  el  retraymiento  de  mi 
padre  suena  alguna  sospecha  de  mi  secreto 
yerro,  e  no  te  descuydes  si  algo  sintieres  en 
dar  me  auiso  con  breuedad  antes  que  seamos 
sentidas. 

Do?\ — -Está  segura,  señora,  que  no  ay  ago- 
ra en  casa  semejante  sospecha. 

Pol. — Poned,  mo90s,  essa  escala  por  esta 
parte  que  dize  mi  señora  que  es  el  lugar  más 
sin  peligro,  y  esperad  me  en  vna  parte  don- 
de no  seays  conoscidos  e  auidos  por  sospe- 
chosos. 


(')  Como  loK  de  páginas  atrás,  estos  cantares  están 
impresos  ú  renglón  tirado,  cual  si  fuesen  prosa. 


LA  NOVELA 

Do7\ — Señora,  ya  sube  Policiano,  yo  me 
aparto  a  esta  ventana. 

Phil. — Ve,  que  yo  bien  acompañada  quedo. 

Pol. — Es  mi  señora  Philomena?  es  la  theso- 

rera  de  mis  plazeres?  soy  yo  Policiano?  O  mi 

gloria  e  mi  descansso,  quanto  me  hallaria  bien- 

auenturado  si  creyesse  que  esto  no  es  sueño. 

Mach. — Huera  aqui.  Manchado,  que  te  toma 
el  diabro  a  media  noche. 

Polid. — Maginado  tengo  que  andan  zorras 
entre  estas  arboledas  según  que  esta  noche  se 
despepitan  estos  perros. 

]\[ach.  (')— Huera  aqui,  Bardino,  avn  el  dia- 
bro ero  que  ha  de  auer  parte  en  él  esta  noche. 
Phil. — Passito,  señor  mió,  que  duermen 
cerca  estos  hortolanos,  e  temo  que  estos  perros 
nos  han  de  impedir  este  gozo  tan  desseado.  O 
mi  señor  e  mi  solo  descansso,  o  mi  bien  e  mi 
soberana  alegría,  toda  esta  noche  me  he  des- 
udado con  la  ymaginacion  plazentera  desto  que 
contigo  posseo,  e  agora  que  en  mis  bra90s  te 
tengo,  dos  terribles  cuydados  enturbian  mi 
mezclado  gozo:  temor  que  auemos  de  ser  senti- 
dos e  que  el  alba  ha  de  partir  esta  vnion  ena- 
morada. Tu  presencia  da  luz  a  mi  coracon,  e  si 
de  mí  te  apartas,  no  menos  ecclipsada  que  la 
luna,  absenté  de  Phebo,  quedará  esta  tu  cai)tiua 
con  tu  ausencia, 

üfac^. —Huera  day,  Bardino:  si  arrebato  vn 
garrote. 

Polid. — La  rabia  tienen  esta  noche,  que  no 
para  su  ladrido.  Si  las  paredes  fueran  baxas  no 
dexara  hombre  de  penssar  qualque  ruyndá. 
Torna  aqui.  Manchado. 

Sol. — Por  tu  fe,  Siluanico,  que  cantes  vn 
poquito  al  falsete,  que  huelgo  mucho  de  oyrte 
cantar. 

Sil.       Lagrimas  de  mi  consuelo 
que  aueys  hecho  marauillas 

6  hazeys, 
salid,  salid  sin  recelo 
a  regar  estas  mexillas 
que  soleys. 
Sal. — Par  Dios,  Siluano,  graciosamente  lo 
cantas.  Di  por  tu  vida  otro  poco,  que  me  espa- 
cia el  alma  tu  suaue  melodia. 

*S7/.       Mis  ojos  pues  que  miraron 
a  quien  más  que  a  ssí  quisieron, 
paguen  pues  lo  merescieron  (■■^). 
Sol.  —  Oye,  oye,  Siluanico,  ojo  a  la  ventana,  i 
Sil. — Qué  te  toma  el  diablo?  Antojasete? 
Sal. — Juro  a  los  Euangelios,  cata  la  moya 
assomada. 

Sil. — Es  mi  señora  Dorotea? 

(')  En  el  original,  Polid.;  pero  como  acaba  de  hablar, 
el  que  habla  ahora  debe  de  ser  Machorro.  | 

(■•')  Estáu  impresos  estos  cantares  como  si  luesfii. 
prosa. 


J 


TEATtEPTA  poltoiana 


49 


Dor. — Soy  tu  muy  cierta  seruidora. 

Sil. — Con  esso  haze  tan  lustrosa  noche.  Con 
esso  no  puede  entrar  en  mis  ojos  ningún  qui- 
late de  tiniebla. 

Sol. — O,  descreo  de  la  puta  que  le  parió  al 
rapaz.  Juro  a  la  casa  Sancta,  otro  9eloso  ay  en 
la  posada. 

Sal. — Ora  oygamos  el  requiebro  hasta  el  cabo. 

Sil. — O  mi  señora,  cómo  me  has  dexado  dezir 
devaneos  con  mi  boz  desatinada?  por  qué  no  ata- 
jauas  mi  canto  con  tu  bienauenturada  presencia? 

Sol. — Qué  te  paresce,  Salucio,  de  la  plática 
del  mochaeho? 

Sal. — Qué  diablos  (^)  quieres  que  no  sepa  de- 
zir; estando  todo  el  dia  e  la  noche  en  la  cáma- 
ra de  essotro  madre  de  la  luxuria,  algo  aula  de 
deprender. 

Sol. —  Ora  oye. 

Sil. — Cómo  estas,  mi  reyna?  En  qué  lugar 
tienes  aposentado  mi  corayon,  señora  mia? 

Dor. — Señor  mió,  la  suauidad  de  tu  música 
no  tuuo  menor  virtud  atractiua  que  la  harpa  de 
Ort'eo,  pues  en  mi  cora9on  insensible  hizo  tan- 
to sentimiento  que  me  truxo  for9ada  para  go- 
zar de  tu  presencia. 

Sol. — O  descreo  de  la  putilla  e  avn  de  la 
madre  que  la  parió,  e  cómo  acierta  a  dezir  phi- 
losophia  de  amor. 

aSo/.  —  Sí,  sí.  en  las  escuelas  de  Ouidio  deue 
de  auer  estudiado  la  rapaza.  El  arte  de  bien 
parlar  la  deuen  auer  leydo.  No  me  medre  Dios 
si  ella  sabe  tan  bien  (■'^)  el  Credo. 

Z)o?-.  — Señor  mió,  la  indisposición  del  lugar, 
junta  con  la  breuedad  del  tiempo,  no  me  dexan 
gozar  de  tu  graciosa  conuersacion.  Creo  que  tu 
señor  Policiano  se  va,  e  mi  señora  me  haze  se- 
ñas que  nos  vamos.  Para  la  primera  noche  que 
Policiano  venga  a  esta  tan  dichosa  visitación, 
yo  daré  orden  cómo  con  más  espacio  e  no  me- 
nos descanso  nos  veamos. 

Sol. —  "No  la  oyes,  hermano?  En  buenos  tér- 
minos queda  el  negocio. 

Sal. — Ya  lo   veo.  De  rruyn  a  ruyn  quien 
acomete  ven^e.  Descreo  de  la  madre  que  me 
'  parió  si   aunque  la  mo9uela  me  ha  parescido 
bien,  yo  he  osado  dezirla  nada.  Llegó  Siluani- 
[eo,  y  ya  ues  cómo  anda.  O  ventura! 
I     Dor. — Señor  niio,  yo  me  voy.  El  ángel  de 
¡la  paz  te  acompañe. 
1     Sil. — Reyna  mia,  e  contigo  vaya. 
t     Phil. — Mi  señor  e  lumbre  de  mis  ojos,  pues 
jhas  tenido  por  bien  de  me  pribar  del  don  más 
¡estimado  que  rescebi   de  naturaleza,  pues  ya 
jdel  todo  has  tomado  la  passion  (^)  de  esta  tu 
sierua,  pues  te  vas  e  me  dexas  a  mí  sin  mí  por 

(')  En  el  original,  diábles. 
O  En  el  original,  también. 
(  )  Asi  en  el  original,  quizás  por  posession. 
ORÍÜKNES    DE    LA    NOVELA. — 111. — 4 


lleuar  mi  ánima  en  tu  compañía,  suplicóte,  mi 
corapon,  que  no  dexes  de  acordarte,  que  si  en 
tu  ausencia  puedo  biuir,  será  en  confianza  de 
gozarte  con  muy  continuas  visitaciones.  Quan- 
do  ordenares  que  yo  resciba  esta  merced  tan 
copiosa,  por  este  lugar,  aunque  peligroso,  hallo 
yo  el  aparejo  más  conueniente,  atenta  la  clau- 
sura de  esta  casa. 

Pol. — Reyna  mia  e  mi  verdadero  descanso. 

Polid. — Ora  yos  boto  a  sant  Alberto,  que 
el  diabro  deue  de  andar  esta  noche  entre  estos 
naranjos.  Huera  aqui.  Manchado. 

Po/.  — CoraQon  mió,  estos  hortolanos  están 
sospechosos,  y  el  temor  de  este  peligro  que 
está  muy  en  las  manos  acorta  por  el  presente 
el  hilo  de  mi  alegría,  y  pienso  que  ha  de  ser 
parte  para  que  mi  vida  se  acorte  a  causa  de  los 
males  que  pienso  padescer  en  tu  ausencia.  La 
noche  que  viene,  por  este  mismo  lugar,  si  tú, 
mi  señora,  fueres  seruida,  será  mi  venida  muy 
cierta.  Yo  me  voy  e  me  quedo  verdaderamente 
contigo.  Angustiado  voy  con  la  breuedad  de 
mi  gloria,  e  con  mortal  angustia  estaré  hasta 
tornar  me  a  poner  en  esta  verdadera  possession 
de  plazer.  Los  Angeles  sean  en  tu  guarda  e  te 
me  dexen  ver  con  el  descansso  que  yo  desseo. 

Phil. — E  a  ti,  mi  señor,  acompañen  e  te 
tornen  a  mis  bra90S  para  que  descanse  mi  co- 
raron. Dorotea  amiga,  qué  ha  seydo  de  ti?  en 
qué  has  entendido  este  tan  a9ucarado  rato  de 
mi  gloria?  has  dormido? 

Dor. — Si  cierto,  dormilona  es  la  mo9a.  A  la 
puerta  del  retraymiento  de  mi  señor  Theophi- 
lon  me  he  estado  assentada. 

Phil. — Pues  muy  passo  nos  entremos  a  la 
cámara,  e  dormiremos  lo  que  resta  hasta  que 
sea  de  dia;  pero  cómo  dormirá  quien  tan  triste 
queda?  qué  sueño  no  quebrantara  mi  soledad? 
qué  cora9on  no  inquietara  mi  tan  atreuido 
yerro?  O  padre  mió,  si  sintiesses  mis  tan  des- 
onestas  pisadas,  cómo  acabarías  mi  vida,  por  no 
gustar  de  tu  de.sonrra.  O  hembras  hembras, 
nunca  deuiades  de  nascer,  pues  soys  tan  mal 
inclinadas  e  tan  potentes  para  effectuar  vues- 
tros apassionados  desseos. 

ARGUMENTO  DEL  XXV  ACTO 

Claudina,  cobdiciosa  del  logro  quotidiano,  sale  de  su  casa  a  visi- 
tar suí  deuoias.  Passa  por  casa  de  Cornelia  e  Orosia,  a  las 
quales  promote  de  dar  sendos  amigos,  y  en  el  camino,  tor- 
nando a  su  cisa.  topa  con  Libertina  su  criada,  con  la  qual  va 
por  la  calle  de  Theophilon  e  halla  a  la  puerta  aSiluerio,  con 
el  qual  se  cmbia  a  encomendar  en  Philomena,  etc. 

Claudina.  Cornelia.    Orosia.   Libertina. 

SlLUERIO. 

[C/aw.]. — Agora  que  voy  sola  quiero  mirar 
el  prouecho  que  con  mi  Parmenia  tengo,  e 
parar  mientes  el  daño  que  puedo  auer  con  su 


50 


orígenes  de  la  novela 


ausencia  Lo  primero  tengo  con  ella  ganancia 
que  monta  más  moneda  que  media  calongia. 
Ella  lo  gana  con  su  persona  e  yo  lo  gasto  como 
señora;  mi  casa  está  aperrochada  de  man9ebos 
a  su  causa,  y  avn  por  su  buena  conuersacion 
siempre  acuden  mo9as  de  buen  fregado  con  que 
al  cabo  del  año  siempre  caen  modorros.  Con  su 
ausencia,  mal  pecado,  la  pérdida  es  muy  cierta 
y  la  ganancia  dubdosa.  Poniendo  mi  hija  en 
poder  de  Palermo,  en  lugar  de  ganancia  puede 
ser  que  escotemos  lo  ganado:  no  dizsn  embalde 
que  la  cobdicia  mala  el  saco  rompe.  Si  a  mi 
bija  saco  de  mi  compañia,  para  quién  quiero 
mis  alhajas?  para  quién  guardo  mis  sananas 
randadas,  mis  manteles  de  Alemania,  mis  ta- 
pices de  Flandes  e  mi  tinaja  de  harina?  pues 
de  ningún  bien  la  possession  es  agradable  sin 
compañia.  Vmi  ánima  sola  ni  canta  ni  llora. 
Qué  tengo  yo  de  hazer  entre  quatro  paredes 
sola?  si  me  duele  la  cabe9a,  quién  me  pondrá  me- 
dicina? si  mi  dolencia  me  acude,  a^quién  boluere 
mi  cara?  mal  consejo  ouiera  tomado  si  de  casa 
la  ouiera  embiado.  Este  se,  huelgue  se,  goze 
de  su  mocedad,  que  ansi  hize  yo  de  la  mia.  En 
mi  casa  no  le  faltarán  media  dozena  de  amigos 
_,ni  vna  de  reales  que  coma.  Mala  vejez  yo  aya 
si  Palermo  me  la  llenare.  A  casa  de  Cornelia 
llego,  quiero  entrar  a  visitarla  a  ella  y  a  Orosia, 
que  el  cañal  que  no  se  requiere  no  da  de  comer 
a  su  dueño.  Quiero  llamar,  si  quiera  por  la  crian- 
9a.  Tha,  tha. 

Cor. — Quién  llama  de  mañana? 

Clau. — Abre,  hijita,  que  la  Claudina  es. 

Cor. — Vengas  en  ora  buena  tú  y  los  buenos 
años. 

Oros. — Jesús,  madre  de  mi  alma,  e  qué  mi- 
lagro fué  éste  que  nos  tuuiste  en  memoria? 

Clau. — Andad,  loquillas,  que  agora  que  he 
comen9ado  a  conosceros  e  visitaros,  cada  dia 
me  tendreys  en  esta  casa.  Cómo  estays,  mis 
hijas?  Mo9as  e  hermosas,  ansi  sea  buena  mi 
vejez. 

Cor. — Aosadas,  madre,  no  sé  pues  la  cansa, 
ansi  goze  de  mí,  que  nunca  me  vi  tan  triste  ni 
tan  afligida  después  qiie  me  conozco. 

Clau. — Mirad,  hijas  mias,  pues  estays  en 
hedad  alegre,  no  busqueys  ocasiones  de  tristeza. 
Mirad  que  el  ánimo  triste  es  vn  fuego  que  con- 
sume e  acaba  la  vida. 

Oros. — En  buena  fe,  madre,  que  auiamos  pcn- 
ssado  yo  e  Cornelia  mi  prima  de  yrnos  vn  dia 
a  tu  casa  y  holgamos  contigo  e  con  la  señora 
Parmenia.  Darte  parte  de  nuestras  penas,  pues 
te  tenemos  por  madre  e  amiga  verdadera. 

Clau.  —  Sancta  Catalina  del  ciclo,  hijas  de 
mi  alma,  e  qué  passiones  son  las  vuestras  que 
tanto  las  ayays  sentido?  Aosadas,  por  mi  vejez 
que  sea  buena,  que  barrunto  yo  algo  de  lo  que 
a  vosotras  duele.  Digo  alg<j?  Qué  dizes,  bonita? 


a  perro  viejo  no  cuz  cuz.  E  a  quien  cueza  y 
amassa  no  le  hurtes  (^)  hoga9a. 

Cor. — Madre  de  mis  entrañas,  bien  seque 
lo  entiendes  todo  e  por  esto  te  quiero  dar  parte 
de  lo  que  nos  da  tanta  pena.  Ya  ves,  madre, 
que  nuestra  hedad  ni  nuestro  estado  ni  condi- 
ción ni  coxas  (-)  que,  ninguno  por  gentil  que 
sea,  nos  venga  a  escupir  en  la  cara,  e  si  aquellos 
vellacos  rufianes  supieran  tractarnos  como  quien 
somos,  a  fe  de  muger  de  bien  que  otro  gallo 
les  cantara.  Pero  no  es  la  miel  para  la  boca  del 
asno,  ni  el  anillo  de  oro  para  la  nariz  del  puer- 
co. Finalmente,  madre  Claudina,  que  a  ti  toda 
la  verdad  se  te  deue  dezir,  aunque  tengamos 
en  nuestra  arca  dos  pares  de  doblas  e  tres  de 
vestidos,  bien  vemos  que  n6  han  de  durar  para 
siempre:  que  el  tiempo  y  el  dinero  corre  ("*)  como 
el  viento.  Nuestro  alcohol,  nuestras  camisas 
labradas,  nuestros  aromáticos  olores,  ya  sabes, 
madre,  quántos  dias  ha  que  se  pagan  de  vazio. 
No  queremos  por  necessidad  yr  a  morir  al  espi- 
tal.  Queremos,  madre  mia,  pagar  te  muy  bien  tu 
trabajo,  e  que  nos  pongas  en  poder  de  hom- 
bres (^)  que  no  solamente  sustenten  nuestro 
fausto  y  honrra,  pero  que  nos  saquen  de  qualquier 
trabajo  que  se  nos  offresciere,  porque  aunque, 
loado  Dios,  no  nos  faltan  modorros  que  acuden 
con  este  pie  de  altar  quotidiano,  auemos  me- 
nester quien  tome  a  cargo  la  costa  ordinaria, 
porque  lo  demás  son  nuestras  adahalas  e  lo  que 
nos  ahorramos.  Esta  heredad  sola  nos  dexaron 
nuestros  padres,  y  desta,  como  sabes,  nos  aue- 
mos de  mantener. 

Clau. — Mirad,  hijas  mias,  no  os  quiero  con- 
sejar como  a  mugeres  honrradas,  pues  honrra 
e  prouecho  no  caben  en  vn  saco.  Pero  bien  qui- 
siera yo,  ansi  goze  de  mí,  que  con  Solino  e  Sa- 
ludo se  hiciera  algún  cumplimiento,  aunque 
fuera  como  dizen  dar  a  tor9er  vuestro  bra90. 
Son  man9ebos  gentiles  hombres  e  que  os  tu- 
uieron  en  honrra  el  tiempo  que  os  conoscistes,  c 
ya  puede  ser  que  tornando  a  su  amistad  aya 
otra  nueua  vida. 

Oros. — Dalos  al  diablo,  madre,  no  me  los 
mientes  ni  oyga  yo  su  nombre,  que  ellos  salie- 
ron de  aqui  para  cuanto  ellos  biuieren. 

Clau.—  Pues,  hijas  de  mi  alma,  yo  lleuo  a 
mi  cargo  buscaros  lo  que  os  cumple.  Pero  mi- 
rad que  si  tal  cosa  hallare,  que  quiero  que  me 
lo  agradezcays ;  ya  me  entiendes  Cornelia? 

Cor. — Ya  ya,  madre,  a  fe  [he]  de  darte  un 
9amarro  que  condessa  no  le  tenga  tal. 

Claii. — Pues  a  Dios,  a  Dios,  mis  hijas. 

Oros. — El  vaya  contigo. 


(')  En  el  original,  huertes. 

(2)  Asi  en  el  original.  ¿Querrá  decir  son  cosas? 

(3)  En  el  original,  corro. 
('}  En  el  original,  homhre. 


TRAGEDIA  POLICIACA 


51 


Clau. — Andar,  v:mios  adelante.  Con  este 
viaje  no  se  ha  perdido  mucho ;  para  estas  dos 
moyas  (^)  yo  buscaré  dos  100908  de  espuelas  de 
vn  canónigo  que  acudan  con  el  mollete  hurta- 
do, el  peda90  del  to9¡no  en  la  manya  e  avn  la 
ristra  de  cebollas  en  la  capilla,  que  estos  tales 
son  los  que  a  e'stas  han  menester,  e  al  cabo 
ellos  yran  sin  pluma  e  la  vieja  Claudina  sin 
quexa.  Vala  me  Dios  del  cielo,  es  Libertina  la 
que  viene  por  esta  calle?  Ella  es  si  los  ojos  no 
me  mienten.  Jesús,  hija  Libertina,  e  no  te  dexé 
yo  en  casa  quando  de  allá  sali? 

Lib, — Pues,  madre,  ansi  es  el  mundo,  ya 
sabes  qué  no  ay  quien  en  vn  estado  perma- 
nezca, 

Clau. — E  de  dónde  vienes,  hija? 

Lib. — De  casa  del  despensero  del  Conde, 

Clau. — Acabaste  ya  con  él  tus  cuentas,  hi- 
jita? 

Lib. —  Sí,  madre,  que  por  esso  dizen  que  el 
deudor  no  se  muera, 

Clau. — Huelgo  me,  hija  mia,  ansi  por  tu  pro- 
uechu  como  porque  mios  o  ágenos  aya  en  casa 
dineros;  vamos  por  esta  calle,  y  passaremos 
por  la  puerta  de  Philumena,  e  si  paresciesse  su 
criada  Dorotea  cobrarla  el  anillo  de  la  concor- 
dia. No  piense  aquella  señora  que  me  ha  de 
heredar  en  vida, 

Lib.— A. y  desdichada,  Siluerio  está  a  la 
puerta. 

Clau. — Cubre,  hija,  la  cabe9a,  que  no  puedo 
dexar  de  hablarlo  vna  palabra.  Siquiera  porque 
si  en  su  casa  alguna  vez  me  hallare  me  haga 
buen  tratamiento.  Esté  en  ora  buena  el  galán. 

Sil.  —O  madre  mia,  perdona  que  no  te  co- 
noscia, 

Clau:  —  El  señor  Theophilon,  hijo  mió,  como 
está?  e  señora  la  vieja  e  toda  su  casa? 

*SV/.  -Todos  están  buenos  para  lo  que  a  tu 
honrra  cumpliere. 

•  Clau. — Guarde  Dios  a  sus  mercedes,  que  en 
mi  verdad  a  toda  esta  casa  por  su  nobleza  soy 
muy  afficionada.  Señora  la  donzella,  hijo?  her- 
mosa como  siempre? 

Sil. — Sí,  njadre  mia,  no  es  cosa  nueua  ser 
m¡  señora  linda  dama. 

Clau. — Tal  sea  mi  vejez.  Ay  qué  honestidad. 
¡  Ay  qué  mesura.  Ay  qué  cara  de  oro.  No  en 
I  balde  la  dotó  Dios  de  tales  señales  de  Fuera, 
i  sino  para  manifestar  las  virtudes  de  que  el 
\  anima  está  adornada  de  dentro,  Resciba  yo 
I  tanta  gracia,  que  cuando  con  ella  te  veas  sea  de 
•  mi  parte  saludada,  e  la  digas  en  secreto  que 
I  aquella  sortijuela  que  a  su  merced  dexé  quan- 
1  do  se  sintió  mal  dispuesta  que  me  haga  gracia 
I  de  ella,  porque  es  de  un  gentil  hombre  que 
I  cada  dia  rae  la  pide,  E  perdóname,  hijo,  el  atre- 

' '  Wicifos,  en  el  original. 


uimiento,  que  el  amor  que  te  tengo  me  haza 
atreuer  a  tal  demanda.  Mas  aqui  estoy  yo,  hijo 
mi(.i,  para  lo  que  cumpliere,  ya  me  entiendes? 
paresce  te  algo  de  la  mo(;a?  cuando  algo  quisie- 
res, no  has  menester  más  de  me9er  el  ojo. 

Sil. — Nora  buena,  madre,  yo  lo  diré  a  mi  se- 
ñora Philomena,  e  bueluete  por  aqui  esta  noche 
en  anocheciendo  si  quieres  saber  la  respuesta. 
Essotro  que  dices  no  es  vianda  para  mi  es- 
tomago. 

Clau. — A,  noramala,  hijo,  qué  santito  te  me 
hazes.  Pues  avn  yo  sé  algo  que  te  diré  algún 
dia,  y  a  Dios,  que  nos  vamos. 

Sil. — Ansi  aya  el  diablo  parte  en  la  puta 
vieja  como  yo  estoy  bien  con  sus  tramas,  pues 
yo  te  juro,  doña  hechizera,  que  si  esta  noche 
tornas,  e  por  acá  te  apañamos,  que  tú  salgas 
si  ajertares  la  puerta.  O  mala  vieja,  quién  cree 
que  ella  no  trae  sus  tractos  ciertos  y  avn  se- 
cretos conciertos  con  Philomena  mi  señora? 
pues  calla,  qt»e  yo  te  armaré  vna  trampa  donde 
des  el  pellejo  a  los  perros  y  el  alma  a  los  dia- 
blos, Dexame  hablar  a  Pamphilo  mi  compa- 
ñero, que  yo  te  pescaré  o  malo  andará  mi  an- 
zuelo. 

ARGUMENTO  DEL  XXVI  ACTO 


TheophUon  e  Florínarda  hablan  en  secreto  sobre  la  guarda  de 
Philomena  su  hija,  y  acabada  su  plática,  Theophilon  va  a  la 
Huerta  e  manda  a  los  hortolauos  que  suelten  vn  I.eoii  que  allí 
está  en  vna  jaula  para  que  espante  las  zorras  que  andan  en- 
tre los  arboles.  Despídese  de  los  hortolanos  y  va«e  a  cenar,  y 
entretanto  Pampliilo  e  Siluerio  aguardan  a  la  Claudina  que 
viene  pov  la  sortija  e  la  dan  tantos  palos  hasta  que  piensan 
dexarla  muerta,  etc. 


Florínarda.  Theophilon.  Machorro.  Poli- 
doro.  Siluerio.   Pamphilo.  Claudina. 

[_Flor.'\ — Theophilon  señor  mío,  después  de 
nuestro  passado  razonamiento,  en  lo  que  á  la 
honrra  e  guarda  de  nuestra  hija  toca,  yo  como 
madre,  y  a  quien  a  lo  biuo  de  las  entrañas  llega 
qualquier  macula  de  su  desonor,  he  inuestiga- 
do  por  diuersas  vias  si  nuestra  tan  amada  hija 
aya  intentado  algún  delicto  de  liuiandad  como 
mo9a;  y  ávida  toda  la  possible  relación  de  los 
criados  e  donzellas  de  casa  no  he  hallado  indi- 
cio por  donde  deua  con  razón  castigar  la  como 
culpada,  porque  pública  e  secretamente  sus 
exercicios  son  de  donzella  illustre  e  honesta  e 
bien  mirada,  sin  qne  aya  alguno  que  en  ella 
aya  visto  señales  de  hembra  apassionada. 

Tlieoph. — Amiga,  Florínarda,  yo  doy  crédi- 
to a  tus  palabras  y  assi  confio  ser  verdad,  pues 
nuestra  generación  tan  noble  jamas  admitió 
macula  ni  discoloi'  de  infamia,  pero  siempre  te 
encomiendo  no  te  descuydes  en  su  guarda  e 
zeloso  miramiento.  Porque  si  dizes  que  no  la 
has  visto  hablar  con  alguno,  e  con  esto  tomas 


52 


ORTGEITES  DE  LA  NOVELA 


alguna  confianza,  hago  te  saber  que  los  que  de 
ueras  se  aman,  cosidas  las  bocas,  se  hablan  con 
los  cora9ones.  Yo  no  te  he  dichoque  nuestra  hija 
es  mala,  sino  que  mires  por  ella,  porque  con  el 
aparejo  puede  dexar  de  ser  buena.  Oyes,  Sil- 
uerio,  di  a  Pamphilo  que  me  traiga  mi  libro,  y 
entretanto  que  es  hora  de  penar  visitaré  mis 
hortelanos  y  allí  rezaré  mis  acostumbradas  de- 
uociones. 

Pamph. — Señor,  vamos,  que  a  punto  está 
todo. 

Theoph.  —  Venid  vosotros  comigo,  que  os 
quiero  hablar  aquí  en  esta  huerta. 

Mach. —  Hola  hola,  Polidoro.  Cara  acá  viene 
nuestramo  cargado  de  mas  cordojos  que  tiene 
hojas  vn  mangano. 

Polid. — O  cuerpo  de  la  casa  sancta,  qué  des- 
maginatiuo  viene. 

Mach. — Prissa  prissa,  porque  si  viene  sañu- 
do no  quiebre  en  mosotros  ell  enconia.  Echa  por 
esse  tablar  del  colino  e  yo  desmoUire  las  gode- 
nes,  que  es  fructa  apazible  para  viejos. 

Theoph. —  Aun  me  parece,  Machorro,  que 
estos  arboles  quieren  más  labor. 

Mach. — Agora,  mi  padre  señor  nuestramo, 
dom'a  Dios  que  en  todo  el  dia  dexa  hombre 
ell  a9ada  de  la  mano.  Ellos  mi  fe  son  de  mal 
vidueño;  que  no  les  cunde  cosa  que  hombre  les 
haga,  que  en  lo  al  no  a  que  her. 

Polid. — Si  su  mece  otease  acos  fructales 
que  alean 9an  mejor  terruño,  e  avn  son  vn  ca- 
cho más  castizos,  cuydo  que  viesse  bien  lo  que 
hombre  afana. 

Theoph.  —  Estos  gidrales  están  roídos,  e 
siempre  he  temido  que  andan  animales  que  de 
noche  los  estragan.  Vosotros  dormís  a  sueño 
suelto.  Si  no  les  poneys  remedio  camino  van  de 
perderse. 

Mach. — Los  canes  abondaríen  sí  algo  de 
esso  anduuiesse  en  la  huerta,  que  en  toda  la 
sancta  noche  con  su  ladrido  no  escampan :  yo 
desmagino  que  algunos  holgazanes  dende  afue- 
ra tiran  piedras  a  las  man9anas,  según  que  los 
alanos  ventean. 

Theoph. —  La  jaula  de ste  león  me  paresce 
que  está  desclauada ;  en  vn  rato  que  ande  fuera 
tened  cuydado  de  echarle  vn  buen  clauo. 

Polid. — De  las  mientes  me  ha  salido  que 
no  haria  daño  soltar  de  noche  esta  alimaña  ]ior 
la  huerta,  que  al  menos  no  andarían  raposas  ni 
sabandijas  donde  él  anduuiesse. 

Theoph. — Si  no  fuesse  dañoso  para  la  ortalí- 
za,  no  me  paresce  mal  tu  consejo,  porque  en 
estas  cercas  parescen  señales  de  auer  entrado 
por  ellas. 

Mach.- — A  todo  hará  prouecho  si  el  león 
anda  de  noche  suelto,  que  aunque  mosotros  an- 
demos con  él  no  ayas  miedo  que  él  resciba 
pabura. 


Theoph. — Ora,  pues  ansí  os  paresce,  tened 
cuydado  de  soltarle  en  siendo  de  noche,  e  dexad 
abierta  la  caxa  para  que  entre  y  salga  quando 
quisiere,  que  al  león  no  hará  daño  e  la  huerta 
rescebira  prouecho. 

Mach  — A  buena  huzia,  nuestramo,  que 
ello  se  haga  a  plazer. 

Theoph. — Prissa  prissa,  que  yo  por  aquí  me 
quiero  apartar  a  rezar  vn  poco. 
Polid. — Vaya  a  salud  su  megé. 
Theoph.—  Pamphilo  é  Siluerio  hijos,  después 
de  aquel  penoso  razonamiento  entre  nosotros 
passado,  ni  yo  he  tenido  lugar  ni  vosotros  cuy- 
dado  para  anisar  me  si  en  aquel  negocio  aueys 
sentido  algún  indicio  o  señal  de  lo  que  yo  temo. 
Tengo  el  cora9on  tan  leuantado  y  el  entendi- 
miento tan  sin  libertad  para  gouernar  me,  que 
algunas  vezes  consiento  con  la  voluntad  en  co- 
sas muy  escandalosas  e  con  la  pena  las  pondría 
en  effecto,  si  el  zelo  de  mi  fama  no  tuuiesse  la 
rienda  a  mi  desseo.  O  canas  ya  caducas.  O 
años  desdichados.  O  pobre  viejo,  para  qué  ve- 
niste  al  mundo,  pues  toda  la  vida  mia  no  es 
sino  vn  curso  de  miseria,  e  vna  hedad  de  cuy- 
dados  y  vn  tiempo  semejante  al  tránsito  de  la 
muerte!  qué  haré?  Si  descubro  lo  que  siento  y 
lo  quiero  castigar,  poco  castigo  es  que  esta  ciu- 
dad se  abrase.  Pues  si  lo  dissimulo  por  quitar 
1(  s  paresceres  del  vulgo,  vendrá  en  términos 
mi  honrra  que  se  acabe  con  mi  vida .  O  mis  fie- 
les criados,  dezid  me  qué  haga  o  tomad  este 
puñal  e  dad  con  él  fin  a  mis  dias. 

Pamph. — Señor,  muy  delicadamente  siento 
tu  pena,  porque  con  agudo  sentimiento  traspas- 
sas  mi  coragon.  E  según  lo  que  de  tu  plática 
se  puede  collegir,  deues  auer  rescebido  alguna 
penosa  relación,  pues  tales  effectos  produzes. 
Con  astucia  auemos  mirado  lo  que  como  a  cria- 
dos nos  mandaste,  e  hasta  agora  no  auemos 
hallado  en  Philomena  tu  hija  indicio  que  malo 
sea.  Aunque  estas  contractaciones  que  esta 
vieja  nueuamente  ha  trabado  en  esta  casa  bas- 
tan a  engendrar  todo  género  de  sospecha.  Este 
dia  passado  passó  por  la  puerta  de  casa,  e  dio 
a  Siluerio  encomiendas  para  todos .  No  ay 
otra  cosa  de  que  se  pueda  formar  malicia. 

Theoph  —  O  padres,  no  deuiades  de  nascer 
los  que  hijas  mal  inclinadas  aueys  de  engen- 
drar. Qué  bien  tiene  quien  de  honrra  caresce? 
pues  qué  honrra  tiene  quien  liuiana  hija  ha 
criado?  pues  Vn  hombre  deshonrrado,  cómo  bi- 
uira  sossegado?  Ora,  mis  fieles  criados,  el  prin- 
cipio de  mi  remedio  consiste  en  que  esta  vieja  I 
muera  para  que  por  la  rayz  se  comience  a  cu-  ( 
rar  mi  dolor,  e  después  como  esto  succediere,  j 
tomaremos  nueuo  consejo. 

Siluerio. —  Señor,  veo  te  tan  penado,  que  en 
qualquier  peligro  pondré  mi  vida  por  ver  la  tuyaj 
libre  de  tristeza,  e  si  en  solo  esto  que  mandas  j 


TRAGEDIA  POLICIANA 


53 


que  hagamos  consiste  tu  contentauíiento,  y 
eres  seruido  que  a  su  casa  vamos  e  la  saquemos 
el  alma,  alli  la  daremos  tal  muerte  con  que  tú, 
señor,  quedes  satisfecho. 

Theoph. — Todas  las  cosas  arduas  quieren 
maduro  consejo.  Mejor  es  que  aguardeys  a 
acometer  en  vuestra  casa,  que  no  yr  a  la  agena 
de  donde  vengays  offendidos  y  no  satisfechos. 

Pamph. — Señor,  pues  en  este  caso  puedes 
perder  cuydado,  que  nos  sabremos  dar  a  buen 
recaudo. 

Theoph. — Ansi  confio  de  vuestra  fidelidad. 
Vamos,  que  me  paresce  ya  hora  de  9euar. 

Siluerio. — Vamos,  señor,  que  ya  estará  apa- 
rejado. 

Theoph.  —  Florinarda  amiga,  no  se  haze  ora 
para  que  genemos? 

Flor.— Si,  mi  señor,  todo  está  adere9ado. 

Theoph. — Pues  yo  voy.  Vosotros,  hijos,  te- 
ned cuydado  de  mirar  entretanto  por  lo  que  os 
tengo  encomendado. 

Pamph. — De  nmy  buena  voluntad.  Qué 
sientes,  hermano  Siluerio?  quán  lleno  está  nues- 
tro amo  de  cuydosos  pensamientos! 

Siluerio.  — El  cora9on  tan  triste  como  está 
agora  el  suyo,  es  impossible  no  dar  señales  de 
passion. 

Pamph. — O  qué  lastima  tan  grande  es  ver- 
le sus  lagrimas  derramadas  por  su  faz  tan  ve- 
nerable. Y  cómo  procura  soledad  por  no  des- 
cubrir su  pena. 

Siluerio. — O  hembras  hembras,  que  de  tan- 
tos enojos  soys  causadoras.  O  vieja  Claudina, 
Dius  te  trayga  a  nuestras  manos  para  que  res- 
cibas  el  pago  de  tus  pisadas.  Mira,  Pamphilo 
hermano,  esta  vieja  es  cobdiciosa,  e  ha  de  ve- 
nir agora  a  cobrar  de  Philomena  vn  anillo  que 
acá  tiene,  porque  ansi  está  entre  mí  y  ella  con- 
certado. Estemos  sobre  el  aniso,  e  aparejemos 
tales  leños  que  al  primer  leñazo  no  haya  me- 
nester segundo.  Por  aqui  por  la  puerta  de  aba- 
xo  suelen  ser  sus  venidas  secretas.  Yo  te  digo. 
Pamphilo,  que  no  tarda  mucho  en  venir. 

Pamph. — Por  las  reliquias  de  Roa  que  o  yo 
me  engaño  o  es  ésta  que  por  aqui  abaxo  des- 
ciende baldeando. 
i  Siluerio. — Ella  es,  cierto.  Mira,  hermano 
I  Pamphilo,  que  todos  la  demos  a  vna,  e  no 
I  arrojemos  golpe  sino  fuere  sobre  las  tocas. 
I  Pamph. — Ora  dexala  llegar.  Oye  qué  rallo 
I  trae. 

Clau. — Es  possiijle?  es  mi  Siluerio?  es  el  que 
I  yo  quiero  como  a  hijo?  Jesu,  Jesu,  aosadas, 
¡putico,  que  no  digo  yo  en  balde  que  eres  tu 
lenamorado.  A  qué  hora  de  la  noche  está  a  la 
jpuerta  el  gallito! 

Siluerio. — Y  tú  mira  ('),  madre   vieja,   en 

,';  £n  el  original,  mirad. 


qué  andas  a  tal  hora  con  tus  haldas  luengas 
que  paresces  estantigua? 

Clau. — Hijos,  mal  pecóado,  la  necessidad  es 
carrera  de  perdición.  Cómo  están  tus  señoras 
vieja  e  mo9a?  yo  te  asseguro,  hijo  (•)  Siluerio, 
que  no  tuuiste  memoria  de  lo  que  te  dexé  este 
dia  encomendado? 

Siluerio. — Por  cierto,  madre,  sí  tuue,  y  a 
mi  señora  Philomena  hablé  en  secreto  de  tu 
parte  e  holgó  mucho  en  saber  de  ti. 

Clau. — Huelgue  se  Dios  con  su  merced.  E 
di  mi',  hijo  Siluerio,  no  rescibiria  yo  de  ti  tanta 
gracia  que  ella  supiesse  como  está  aqui  la  Clau- 
dina? 

Pamph. —  O  mala  vieja,  e  qué  cuentas  tienes 
tú  de  aueriguar  con  ella  a  tal  hora? 
Siluerio. — Dala,  Pamphilo  hermano. 
Clau. — Jesús  sea  comigo. 
Pamph. — Y  avn  rebullís? 
Clau.  —  Confession. 

Siluerio.  —  Confesión  oque?  O  puta  vieja. 
Pamph. — Dala  dala,  que  avn  todauia  rebu- 
lle. Siete  almas  tiene  como  gato. 
Clau. — Confession. 

Siluerio.  —Aun  rebulles,  puta  vieja,  canas 
de  infierno?  pues  espera  que  con  este  leñazo  yo 
asseguraré  la  honrra  de  muchos  con  acabar  tu 
mala  vida. 

Pamph. — Mira,  Siluerio,  si  rebulle. 
Siluerio. — A    mí  me    paresce  que  ya    está 
muerta,  pero  dala  otro  leñazo  para  que  pierdas 
la  dubda. 

Pamph. — Ora,  hermano  Siluerio,  este  negó- 
ció  es  concluso.  Las  tinieblas  de  la  noche  en- 
cubren esta  obra  pia  que  auemos  hecho,  porque 
Dios  ha  tenido  por  bien  que  tan  maldictos  años 
sean  acabados.  No  es  razón  que  a  la  puerta  de 
Theophilon  aya  rastro  de  tan  mala  muerte. 
Arrastrando  o  como  quiera  la  licuemos  hasta  la 
puerta  de  su  posada  para  que  putas  e  rufianes 
la  den  honrrada  sepultura. 

Siluerio. — Ten  de  esos  pies,  Pamphilo  her- 
mano. 

Pamph. — O  puta  vieja,  e  cómo  pesas,  qué 
cargada  deues  yr  de  pecados! 

Siluerio. — Mejor  dixeras  que  los  pecados 
van  cargados  con  ella. 

Pamph.  —  i\c\m  junto  a  su  puerta  la  ponga- 
mos para  que  quien  primero  entrare  pueda  lic- 
uar las  nueuas. 

Siluerio. — Allá  quedarás,  vieja  falsificada, 
que  no  es  mucho  que  coman  el  cuerpo  los  pe- 
rros, cuya  ánima  se  licuaron  los  diablos.  Mi- 
ra, Pamphilo  hermano,  aunque  nuestras  ma- 
nos se  hayan  mostrado  sangrientas,  e  con  cru- 
dos cora9ones  este  caso  ayamos  acabado,  mayor 
es  el  bien  que  la  república  rescibe  con  la  muer- 


I        (>)  Hijos,  en  el  origLnal. 


54 


orígenes  de  la  novela 


te  desta  hechizera  que  el  inal  que  nosotros  he- 
zimos  en  darla  tan  mala  muerte:  ya  sabes,  her- 
mano, quánto  es  necessario  que  vna  puta  vieja 
muera,  porque  las  famas  e  honrras  de  tantos 
buenos  no  perezcan. 

Pamph. — Ora  a  nosotros  perdone  Dios,  pues 
a  la  Claudina  se  llevó  el  diablo. 


AKGUMENTO  DEL  XXVII  ACTO 

Palermo  e  Pigarro  van  a  casa  de  la  Claudina  para  traer  a  su  es- 
tancia a  Pannenia  e  Libertina,  e  llegados  a  la  puerta  de  la 
vieja,  la  liallan  en  la  calle,  que  avn  pide  confession:  metenla 
dentro  en  su  casa,  donde  manda  que  llamen  a  Celestina  e  la 
dexa  por  tutriz  de  sus  hijos  e  tenedora  de  sus  bienes,  lo  cual 
hordenado  e  por  la  vieja  Celestina  aceptado,  da  el  ánima  al 
diablo  e  dexa  el  cuerpo  á  los  gusanos. 

Palermo.   PigARRo.  Claddina.  Parmenia. 
Libertina.  Celestina. 

\_Pal.'\ — Hermano  PÍ9arro,  ya  uos  que  nues- 
tra pobreza  no  quiere  tanta  dilación  en  lo  que 
cumple  al  ro90  quotidiano.  Si  te  paresce  que 
demos  vna  buelta  por  casa  de  aquella  puta  vieja 
e  traygamos  aquellas  piel  de  ouejas  al  rancho, 
ya  sabes  que  no  podemos  hazer  viaje  que  más 
sano  sea. 

Piq, — O  hermano,  hermano,  "cómo  te  hiede 
la  vida.  Despecho  de  la  casa  de  Pilatos  si  tú 
no  me  hiedes  a  muerto.  Estas  son  vnas  marca- 
das rameras,  que  cada  qual  tiene  vna  dozena 
de  amigos,  e  sobre  todo:  estos  mo9os  de  Poli- 
ciano son  mucho  de  aquella  casa,  y  aun  por  mi- 
lagro es  quando  de  allá  salen;  no  pensemos  yr 
por  las  pellejas  e  dexemos  allá  los  pellejos. 

Pal. — O  pese  a  la  fe  de  Treme9en  con  hom- 
bre diuino,  vamos,  despecho  de  la  condición,  y 
siquiera  lo  lleue  todo  el  diablo. 

Piq. — Veo  te  tan  enojado  que  no  cumple 
dar  te  consejo,  mas  descreo  del  puerto  del  Mu- 
ladar si  no  estoy  temblando  como  vn  azogado. 
Qué  armas  te  paresce  que  llenemos  para  que  no 
caygamos  en  falta? 

Pal. — Espadas  e  capas  y  aun  no  muy  costo- 
sas, pues  no  estamos  ciertos  de  lo  que  nos  ha 
de  acaescer. 

Piq. — Lo  que  yo  te  sabré  dezir,  no  es  más 
de  que  si  en  la  posada  ay  varón  no  entraré  allá 
más  que  en  el  Infierno.  E  avn  que  si  tomo  las 
viñas  vn  cauallo  no  me  alcance.  Mira,  hermano 
Palermo,  por  sí  o  por  no,  haz  como  yo  hiziere 
e  yo  pagaré  por  ti  si  murieres  mal  logrado. 

Pal. — O,  despecho  de  la  peña  camasia  con 
tan  pocas  fuer9:is  como  tenemos.  Pues  si  para 
este  embara90  es  menester  algún  desgarro,  o 
hazer  vn  repiquete  de  broquel,  o  algún  golpe 
de  pomo,  no  llegaremos  a  un  amigo  que  vaya 
con  nosotros? 

Piq. — Donoso  estás,  leydo  has  donde  yo. 
Maldito  seas,  hermano;  si  hauemos  de  huyr,  no 


vale  más  solos  que  con  testigos?  Más  honrra- 
damente  haremos  el  salto  peligroso  yendo  solos 
que  muy  acompañados.  Toma,  hermano,  tu  fo- 
llosa  e  ata  te  la  bien  al  cinto,  porque  al  huyr  no 
se  te  cayga,  e  si  mal  te  succediere,  assientalo  a 
mi  cuenta. 

Pal. — Ora  vamos,  e  Dios  nos  libre  de  tray- 
dores,  que  yo  temeroso  voy  deste  camino. 

P¿V;.  — Mira,  hermano  Palermo,  cuerdo  eres. 
No  te  pongas  en  aueiitura,  sino  en  viendo  me 
huyr  aliuiatras  mí,  que  sé  muy  bien  los  atajos. 

Pal.  —  Por  aqui  por  esta  callejuela  es  más 
cerca  e  sin  peligro. 

Piq. — Cerca  llegamos.  Mas  dime,  hermano 
Palermo,  no  te  paresce  que  vees  vn  bulto  ne- 
gro hazia  la  puerta  de  la  vieja? 

Pal. — Por  el  passo  en  que  vamos  que  creo 
que  dizes  verdad.  Lleguemos  vn  poco  más  ade- 
lante. 

Piq. — A  vn  en  ora  mala  acá  venimos  si  aue- 
mos  de  quedar  esta  noche  por  estos  cantones. 
Ora  está  atento,  veamos  si  se  menea. 

Clan. — Ay,  ay,  que  me  fino. 

Pal.  —Escucha,  que  boto  a  tal  que  habla  no 
sé  qué  ay. 

Clau. — Confession . 

Piq. — Hu3^e,  huye,  Palermo.  Huye,  que  vie- 
nen tras  nosotros. 

Pal. — Detente,  PÍ9arro,  detente  que  no  es 
nada.  Ha,  PÍ9arro,  buelue  acá  que  no  viene  na- 
die, pese  a  la  peña  de  Francia . 

Piq.  —  O  hermano  mió,  e  cómo  se  me  auia 
elado  la  sangre.  Viste  bien  lo  que  era?  certifi- 
caste te  no  fuesse  alguna  traycion? 

Pal. — Calla,  cuerpo  de  la  vida  mala,  que  lo 
que  alli  está  ni  se  menea  ni  puede. 

Piq. — Ora  lleguemos  allá,  Dios  e  nuestra 
Señora  nos  guien.  Quién  va  ay? 

Clau.  —Confession. 

Pal. —  Despecho  de  tal  si  no  es  la  madre 
Claudina.  Ha,  madre  señora,  eres  tú? 

Clan,. — Que  me  fino.  Confession. 

Piq — Ella  es,  e  descreo  de  tal  si  de  su  casa 
la  han  visto.  Hola,  damas. 

Par. —  Quién  llama? 

Pal.—  Abri,  descreo  de  la  media  nata  que 
está  aqui  la  madre  vieja  cuasi  a  punto  des- 
pirar. 

Par.-  Jesús,  e  qué  es  esto  que  veo?  Eres  tú 
mi  madre?  Justicia  de  Dios,  señores,  que  me 
han  muerto  a  mi  madre.  Madre  mia,  madre  de 
mi  alma.  Mírame  acá,  señora. 

Clau. —  Que  me  fino. 

iv2¿.—  Madre,  mira  me  acá.  Buelue  a  mí  los 
ojos.  Quieres  algo,  madre  de  mis  entrañas? 

ClaiL. — A  mi  comadre  Celestina.  Que  me 
fino. 

Par. — Libertina,  amiga  mia,  por  la  passion 
del  que  se  puso  en  Cruz,  que  tú  vayas  corrien- 


TRAGEDIA  POLICIANA 


55 


do  hasta  casa  de  Celestina,  y  I;i  digas  lo  que 
passa,  que  tome  luego  su  manto,  porque  mi  ma- 
dre la  quiere  ver  para  siempre. 

Lib. —  Gentiles  hombres,  uno  de  vosotros  se 
vaya  en  mi  compañia. 

Pir. — Vamos,  señora,  donde  tú  seas  seruida. 

Par.  —  Madre  de  mi  cora9on,  por  qué  no  me 
quieres  mirar?  Di  me  lo  que  te  ha  acontescido. 
Cuenta  me  tan  gran  desuentura.  Qué  dizcs, 
madre? 

Clau. — Que  me  fino.  A  Celestina. 

Pal. — Ya,  ya,  madre  vieja,  ya  viene  la  ma- 
dre Celestina.  Quieres  algo  que  se  haga  en  tu 
seruicio? 

Clau. — A  Celestina. 

Par. — Ya  viene,  madre  mia. 

Cel. — Paz  sea  en  esta  casa. 

Par. — Ay,  tia  de  mi  coraron,  mira  mi  des- 
dioiía  grande,  mira  mi  madre  y  mi  bien  todo; 
mira  su  cabeca  hecha  peda9os.  Justicia,  se- 
ñores. 

Cel. — Paciencia,  hija  mia,  paciencia.  Qué  es 
esto,  comadre  de  mi  alma?  qué  mal  tan  grande 
fue  el  tuyo?  al^a  los  ojos,  señora  Claudina, 
mira  que  soy  venida  a  ver  lo  que  mandas. 

Clau. — Comadre,  yo  me  voy  a  dar  cuenta  a 
Dios  de  la  vida  passada.  Llegado  es  el  remate  de 
nuestra  tan  larga  amistad.  E  como  en  la  vida  te 
aya  sido  leal  amiga,  maestra  e  compañera,  quie- 
ro en  este  tránsito  que  sepas  el  amor  que  te  ten- 
go: lo  primero  para  que  fuiste  llamada  será  en- 
cargar te  esta  casa  con  los  muebles  y  aparatos  de- 
11a,  donde  hallarás  muchos  instrumentos  e  ma- 
teriales a  nuestro  arte  necessarios,  de  los  qua^.es 
en  esta  mi  vltima  voluntad  te  hago  libre  e  per- 
fecta donación.  Especialmente  te  pongo  en  la 
possession  devn  arca  mia, donde  hallarás  las  co- 
sas siguientes:  quatro  botes  grandes  de  olio  ser- 
pentino, e  otros  dos  pequeños  de  sangre  de  abu- 
billa, vna  caxuela  llena  de  dientes  de  ahorcado 
y  otra  caxa  grande  de  tierra  de  vna  encruzijada; 
redomas  para  azeytes,  porque  son  en  quantidad 
no  tengo  memoria  de  las  differencias  dellas, 
pero  de  todas,  con  lo  que  dentro  está,  te  hago 
libre  donación.  En  vn  pellejo  de  gato  hallarás 
enibuelto  seys  dozenas  de  agujas  para  costuras 
de  virgos,  y  en  vna  caxa  pintada  todo  el  apa- 
rejo junto.  De  todo  esto,  comadre,  tomarás  la 
i    possession  en  el  punto  e  hora  que  mi  ánima  sal- 
I   ga  desta  cárcel.  Otra  cosa  que  deues  estimar 
j   en  más  que  todo  te  quiero  agora  dar  de  mi  ma- 
[  no  á  la  tuya.   Cata  aqui ,  comadre,  rna  matri- 
I  cula  e  memorial  en  que  hallarás  ciento  e  qua- 
j  renta  e  dos  mo^as  que  a  mí  estavan  encomen- 
dadas, e  setenta  e  ocho  despenseros  a  quien 
I  estaua  obligada  a  proueer,  e  veinte  e  cinco  vir- 
i  gos  que  tengo  de  remediar.  Todo  esto  e  a  to- 
I  dos  éstos  te  encomiendo,  comadre  mia,  que  les 
¡  hagas   tal    tractamiento    que    ninguno   dellos 


sienta  mi  falta.  Mi  hijo  Parmenico,  ya  sabes, 
comadre,  quánto  ha  que  está  absenté.  En  qual- 
quier  tiempo  que  venga  le  tendrás  por  hijo  (^  ) 
adoptiuo,  e  hasta  que  sea  de  hedad  será[8]  tu- 
triz de  sn  hazienda.  E.sta  mochadla  ya  queda 
en  hedad  para  ganar  de  comer,  pero  si  como 
moíja  anduuiere  errada,  en  tu  consejo  e  aniso  la 
encomiendo.  Muchas  cosas  se  me  offrescen  a  la 
fantasía  para  dezirte,  pero  ya  mi  turbada  len- 
gua no  me  da  lugar.  Hija  Parmenia,  ven  acá, 
abra9ame. 

Cel. — Comadre,  ha  comadre  señora  Claudi- 
na. Jesús,  Jesús.  Sancta  Pascua  fue  en  do- 
mingo. 

Par. — Madre  mia,  madre  de  mis  entrañas. 

Cel. — A  esotra  puerta,  hija  Parmenia;  ya 
puedes  dczir  que  no  tienes  madre. 

Par. — A  y,  madre  mia.  Ay,  entrañas  mias. 
Cómo  me  dexays  tan  sola?  Cómo  quedo  desam- 
parada? Ay  la  desdichada.  O  pérdida  grande. 
O  mal  sin  medicina.  O  arrebatada  muerte.  O 
salteado  tránsito.  O  jnadre,  mi  solo  remedio. 

Lib.— Ay,  mi  agradable  compañia.  Ay,  tia 
de  mis  entrañas,  qué  será  de  nosotras?  Adonde 
yreinos  en  tu  absencia?  Quién  cubrirá  nuestras 
ínltas?  Con  qué  lionrra  sabremos  entre  nuestras 
y  guales? 

Par. — Ay,  señora  Celestina,  ayúdame  a  11o- 
i'ar  mi  angustia  grande.  Siente  coniigo  mi  per- 
dimiento. 

Cel. — Hijas  de  mi  alma,  no  desmayeys,  tor- 
nad en  vosotras,  aparejad  de  dar  sepultura  al 
cuerpo  de  mi  madre,  que  aunque  la  pérdida  fue 
grande,  biuiendo  os  Celestina  no  biuireys  des- 
amparadas. Y  aunque  los  cora9ones  lastimados 
pocas  vezes  admiten  consejo,  especialmente 
quando  la  pena  está  rCfiente,  como  agora  la 
imestra.  las  personas  cuerdas  y  experimenta- 
das en  trabajos  a  toda  aduersidad  hallan  medi- 
cina. Para  esto  iiascimos,  para  tornar  a  la  tie- 
rra lo  que  della  rescebimos.  La  dilación  de  la 
muerte,  el  deFfecto  quotidiano  de  nuestra  co- 
rrupción que  de  dia  en  dia  se  dilata,  no  es  otra 
cosa  sino  vna  muerte  prolixa  e  vn  continuo  es- 
tar boqueando.  El  termino  de  nuestros  dias  por 
el  soberano  acto  ('^)  del  uniuerso  está  determina- 
do, y  éste  no  puede  passar  el  más  fuerte  de  los 
que  binen.  Esta  ventaja  nos  llenan  los  que  en 
morir  nos  preceden,  porque  al  fin,  hijas  mias, 
todos  a  este  rigoroso  tránsito  estamos  obliga- 
dos, y  a  pagar  a  la  muerte  este  tributo,  qual- 
quier  hidalgo  es  tan  pechero  como  quien  mayor 
pecho  paga.  Poned,  hijas,  vuestra  voluntad  con 
la  de  aquel  que  a  mi  comadre  crió  para  llenarla, 
que  aunque  hagays,  como  dizen,  de  la  necessi- 
dad  virtud,  con  esta  conformidad  no  perdeys 

(1)  Hijo»,  en  el  original. 

(2;  Sic,  probablemente  aotor  ó  auctor- 


56 


ORÍGENES  DE  LA  JN^OVELA 


vuestro  galardón ;  e  ya,  pues  esta  desdicha  es 
acaescida,  no  podemos  los  que  biuimos  tener  la 
rueda  a  la  fortuna  que  no  ruede  como  e  quando 
quisiere.  E  tú,  hija  Parmenia,  no  fiegues  ni 
atormentes  tus  ojos  llorando,  ni  te  aflijas  por 
lo  que  perdido  es  e  yrrecuperable.  Pon,  hija  mia, 
essas  alhajuelas  en  recaudo,  e  tomad  ambas 
vuestros  mantos  e  vamonos  a  mi  posada,  que 
mientra  yo  biuiere  y  tú  de  mi  compañia  holga- 
res, no  te  faltaré  ni  echarás  menos  a  tu  madre. 

Pal. — Damas,  muy  pesantes  somos  dosta 
desgracia  aconcescida;  por  lo  que  a  vuestra  gen- 
tileza se  deue  os  somos  muy  obligados  si  algo 
a  vuestro  seruicio  tocare,  ya  sabeys  el  estancia, 
e  nos  podeys  embiar  a  mandar.  E  pues  la  ma- 
dre vieja  os  lleua  a  su  posada,  allá  acudiremos 
para  ver  lo  que  os  cumpliere . 

Piq.  A  Dios,  a  Dios,  hermosas,  y  él  con- 
suele vuestra  tristeza. 

Cel. — El  os  guie,  hijos;  andad  acá,  mo9as; 
cubrid  bien  las  cabezas,  que  muy  presto  somos 
en  casa, 

ARGUMENTO  DEL  XXVTII  ACTO 


Policiano  con  sus  criados  va  a  gozar  de  los  amores  de  Philoiiie- 
na.  V  entrado  en  la  huerta  sale  el  león  de  entre  los  arboles, 
e  sin  que  del  se  pueda  defender,  le  haze  pedamos.  Y  luego  vie- 
ne Philomena  al  lugar  determinado,  donde  llalla  a  Policiano 
muerto.  E  después  de  hazer  su  llorosa  lamentación,  con  la 
espada  de  Policiano  da  fin  a  sus  dias. 


Policiano.    Solino.    Salucio.    Machorro. 
PoLiDORO.  Philomena.  Dorotea. 

[PoL] — O  noche  bienauenturada.  O  noc- 
turno curso  de  mí  tan  desseado.  O  nocturnas 
tinieblas,  lustrosas  e  llenas  de  claridad.  O  es- 
curidad  apazible,  quánta  alegriadas  a  mi  cora- 
ron tan  vfano.  Los  dias  me  son  tan  aborresci- 
bles  quanto  las  noches  agradables,  porque  es- 
toy ya  tornado  aue  nocturna  que  con  la  clari- 
dad pierdo  la  vista,  y  en  tinieblas  estoy  muy 
claro.  Oyes,  mo9o. 

Sal. — Señor. 

[Po¿.]  (^). — Aderepad  mis  armas,  para  que 
vamos  a  ver  a  aquella  hermosa  diana  con  quien 
mi  vida  tiene  luz  de  bienauenturada  alegría. 

Sal. — Señor,  todo  está  aparejado,  vamos 
quando  fueres  seruido. 

Pol. — Oyes,  Siluanico,  ve  delante,  mira  no 
hallemos  alguno  en  el  camino  de  quien  seamos 
conoscidos. 

Sol. — Señor,  dónde  mandas  poner  el  escala? 

Pol. — Por  esta  parte  más  secreta,  e  aguar- 
dadme con  el  silencio  possible,  pues  no  está  en 
más  mi  perdimiento  que  en  auer  señales  públi- 
cas de  mis  amores  secretos. 

O  Falto  aqoi  en  el  origiaal  el  nombre  de  Policiano. 


Sal. — Puesta  está  el  escala,  sube  y  los  an- 
geles vayan  contigo. 

Sol. — Buen  pelo  trae  nuestro  amo.  Encara- 
mada anda  la  Luua  sobre  el  horno. 

Sal. — Todas  las  cosas  puede  el  oro.  Todos 
los  hedificios  soberuios  allana,  e  avn  los  cora- 
pones  remontados  abate.  Dadiuas  en  fin,  her- 
mano, dizen  que  quebrantan  peñas. 

Sol.  -Es  verdad.  Pero  el  coraron  de  Philo- 
mena crey  yo  ser  de  vn  diamante.  Vn  inex- 
punable  castillo  e  vn  rio  caudal  sin  puente, 
todo  lo  ha  batido,  todo  lo  tiene  aportillado, 
todo  lo  ha  destruydo  Policiano  con  dineros,  e 
la  Claudina  con  conjuros. 

Sal. — Pulilla  es  que  consume,  canter  que 
carcome,  ladrón  que  en  poblado  saltea,  la  vezi- 
na  mala  junto  a  la  casa  virtuosa. 

Pol. — Mi  señora  no  deue  ser  venida,  muy 
temprano  fue  mi  camino.  Pero  entre  estos  ar- 
boles deleytosos  esperaré  a  la  reyna  de  mi  vida. 
Jesús  sancto.  Dios  sea  comigo.  O,  qué  animal 
tan  feroz. 

Mach. — N'os  digo  yo?  Huera  aqui,  Bardino. 
To,  to,  to. 

Pol. — Jesús,  muerto  soy. 

Polid. — Huera  aquí,  Manchado.  Qualque 
raposa  deue  de  andar  retobando  con  el  león 
de  nuestramo,  según  que  se  assombran  estos 
canes. 

Pol.  (^). —  O  cómo  soy  burlado.  O  mi  seño- 
ra, cómo  muero  sin  ver  te.  Confession.  Confes- 
sion. 

Mach. — El  diabro  veo  que  tienen  esta  noche 
estos  alíanos. 

Polid. — Están  despauoridos  con  acotra  (2) 
alimañaza;  no  escamparán  de  ladrar  en  toda 
esta  mesada.  Mas  no  has,  Machorro,  emagina- 
do  qué  diabros  de  cudados  le  toman  a  nuestra- 
mo con  esta  su  huerta?  Que  dende  estotra  se- 
mana no  sel  cueze  el  pan  mirando  cada  dia  las 
almenas  de  la  cerca.  Creo  que  sospecha  que  le 
hurtan  la  ortaliza. 

Mach. — Ande  se  pues  a  essas,  que  yo  te  juro, 
Polidoro,  que  vale  más  vna  traspuesta  que  dos 
assomadas.  No  busca  él  quien  le  hurta  las  ber- 
9as,  son  que  sospecha  que  ésta  su  hija  anda  en 
qualque  peí  damor,  e  régela  se  no  se  entren  los 
enamorados  por  estas  paredes. 

Polid. — Valate  el  diablo  cara  de  asno.  Pues 
por  aquella  paredaza  tan  grande  se  auie  de  en- 
trar nenguno,  aunque  huesse  el  Gigante  de 
cuerpo  criste? 

Mach.  — Voco  sabes  de  garponia.  Pues  para 


(*)  Poliáioro,  en  el  original. 

(2)  Forma  villanesca  del  compuesto  aqueaotra.  Ya 
anteriormente  hemos  visto,  bablanao  estos  mismos 
rústicos,  acó,  acá,  acos  y  aco^,  por  aquello,  aquella,  aque- 
llos y  aquellas. 


TRAGEDIA 

alli  tienen  estos  escoderotes  vnos  diablos  de  es- 
calones de  soga,  con  vnos  garauatos  que  suben 
con  ellos  bata  la  torre  de  sancta  Maria. 

PoUd. — El  diablo  me  lo  daua.  Quiera  ella, 
la  zagala,  que  no  ha  menester  nada  de  essos 
armandijos. 

Mach. — Ora,  durmamos  vn  cachuelo,  pues 
que  los  peí  ros  han  parado. 

Phil.  —  Qe,  (je,  Dorotea,  muy  quedo  porque 
no  seamos  sentidas,  te  leuanta  y  escucha  si  en 
A  aposento  de  mi  señora  ay  algún  rumor  o  al- 
guno está  por  dormir. 

Dor. —  Señora,  todo  está  sossegado.  Leuan- 
tate,  que  no  tienes  de  que'  temer. 

Phil. — O  cómo  creo  que  nos  auemos  tarda- 
do. Pues  si  Policiano  mi  señor  es  venido  e  can- 
sado de  esperar  se  me  ha  tornado,  no  será  más 
mi  vida. 

Do?; — Passito,  señora,  no  sientan  estos  hor- 
tolanos  nuestra  venida.  Tú  mi  señora  te  ve  sola, 
e  yo  daré  vna  buelta  por  estas  ventanas,  e  mi- 
raré si  paresce  alguno  de  sus  criados. 

Phil. — Ve,  amiga,  e  si  yo  no  te  llamare  no 
vengas  donde  yo  estuuiere,  que  no  quiero  que 
impidas  mi  gozo  tan  desseado.  O  mal  grande. 
O  desastre  sin  segundo,  qué  es  esto  que  veo? 
que'  puede  ser  tan  desastrado  caso?  Eres  tú, 
mis  amores?  Eres  tú,  mi  Policiano?  Eres  tú  el 
que  dauas  luz  a  mi  cora9on?  luipossible  es  que 
la  hermosura  de  tu  cara  aya  afeado  algún  gé- 
nero de  nmerte.  Quierome  certificar,  e  si  tú 
eres  Policiano  mi  señor,  no  ay  razón  para  que 
yo  biua  angustiada  muriendo  tú  despeda9ado. 
O  desdicha  sin  comparación.  Mi  plazer  es  con- 
sumido. Mi  gloria  es  acabada.  Mi  vida  desuaiies- 
cio  como  humo.  O  la  más  triste  (^)  de  las  tris- 
tes. O  mi  Policiano  e  mi  descanso:  dónde  está 
la  lindeza  de  tu  hermoso  rostro?  dónde  está 
tu  esfuer90  e  gentileza?  O  dolores  que  este  mi 
cora9on  atormentays,  porqué  no  le  rasgayspor 
medio?  para  que  mi  alma  acompañe  en  la  muer- 
te a  aquel  que  tanto  quise  en  la  vida.  Mas  bien 
acertada  fuera  la  furia  deste  animal  sangriento 
en  mí,  que  quedo  para  morir  con  dolor,  que  en 
ti,  mi  vida,  que  comen9auas  a  gozar  de  los  pre- 
mios del  amor.  O  animal  (2)  sin  conoscimiento. 
O  sanguino  furor,  cómo  pudiste  executar  tu  saña 
en  el  origen  de  la  mansedumbiv?  Gran  sinra- 
zón haria  yo,  cora9on  mió,  a  tus  angustias,  \)0v 
mi  padescidas,  a  tus  sospiros  con  tanta  fideli- 
dad continuados,  a  tus  encerramientos  de  dia 
e  a  tus  vigilias  de  noche,  e  finalmente  a  morir 
tú  por  mí,  si  en  la  misma  moneda  no  te  pagas- 
se,  muriendo  yo  por  ti;  e  pues  hiñiendo  con 
tanta  voluntad  te  seguí,  justo  es  que  en  la 
muerte  te  siga,  sin  tener  compassion  de  mí.  O 

t      (*)  En  el  original,  treste. 
(.')  En  el  original,  amimal. 


POLICIANA 


57 


mi  Policiano,  espera  me  que  quiero  morir  con- 
solada con  derramar  las  possibles  lagrimas,  e 
dar  los  postreros  gemidos  con  que  se  hagan 
tus  lastimosas  obsequias.  E  no  me  incuses  de 
hembra  desconoscida,  diziendo  que  me  llamas 
para  la  sepultura,  e  me  quiero  yo  al9ar  con  la 
vida,  porque  bien  conozco  que  sin  ti  el  biuir  es 
muerte  prolixa,  mar  de  tempestades  que  fortu- 
na reiuueue,  e  que  tu  sepultura  e  mia  son  el 
puerto  de  nuestro  reposo,  y  que  a  quien  fortu- 
na quiere  ser  fauorable,  junta  en  la  sepultura  a 
quien  juntó  en  las  afficiones.  O  nuierte  dicho- 
sa, que  tú  sola  me  pondrás  en  la  jiossession  de 
aquel  que  en  la  vida  me  negó  ventura.  Tú  das 
morada  perdurable  e  amorosa  a  los  que  hiñien- 
do no  gozaron  de  Ids  premios  del  amor.  En  ti 
no  moran  cuydados,  tú  ya  no  me  darás  vanas 
esperan9as.  Crueldad  grande  es  la  que  hago 
con  mi  viejo  padre,  e  mayor  la  que  executo  con 
mi  querida  e  amada  madre.  Pero  mayor  la  ha- 
ria coniigo,  si  con  la  vida  de  acá  me  priuas- 
se  de  seguir  a  quien  me  está  allá  esperando. 
Mucho  quisiera  dar  cuenta  desta  mi  repen- 
tina muerte,  a  lo  menos  a  esta  mi  fiel  secreta- 
ria; pero  porque  no  impida  (!ste  mi  for9oso 
camino,  me  será  for9ado  el  silencio.  Ella  dará 
cuenta  de  mi  nmerte  a  mis  viejos  padres,  pues 
sola  ella  queda  por  coronista  de  mis  amores. 
O  espada  de  aquel  cuyo  esfuer90  ponía  a  los 
mortales  ánimo  y  osadia,  que  tú  serás  oy  ver- 
dugo de  mi  tardan9a  en  morir,  e  salario  de  lo 
que  yo  meresci  con  amar.  Padres  míos,  que- 
dad con  Dios.  Madre  mia,  perdona  me  si  con- 
tigo soy  cruel.  Dorotea,  mi  fiel  criada,  la  bro- 
uedad  de  mis  dias  no  me  da  lugar  para  gra- 
tificar tus  seruicios:  perdona  me  por  amor  de 
aquel  que  a  todos  perdonó  en  la  Cruz,  y  a  él 
encomiendo  mi  ánima,  y  el  cuerpo  acompañe 
en  la  muerte  a  aquel  que  no  pudo  gozar  en  la 
vida. 

Sil. — Mucho  se  detiene  esta  noche  Policia- 
no. No  sé  qué  me  sienta  de  su  tardan9a. 

Sol. — Yo  juraré  que  está  él  agora  tan  em- 
beuido  en  la  señora,  que  ni  se  acuerda  que  tie- 
ne mo9os  que  le  esperan,  ni  avn  de  sí  creo  que 
no  tiene  memoria. 

Sal. — Canta,  Siluano,  vn  poquito,  e  acudirá 
la  mo9a  al  chillido,  sabremos  della  qué  mundo 
corre. 

Sil.       Hio  verde,  rio  verde, 

más  negro  vas  que  la  tinta ; 
entre  ti  e  sierra  bermeja 
murió  gran  caualleria  (}). 

/)(,,•_ — Jío  puede  ya  mi  suffrimiento  darme 
espacio  para  dexar  de  gozar  de  tu  angélica  con- 
uersacion,  E  pues  el  tiempo  perdido  me  causa 

(')  También  impresa  como  prosa  esta  cabeza  de  ro- 
mancea. 


58 


ORÍGENES   DE    LA   NOVELA 


congoxa,  sin  razón  seria  perder  la  resta  si  ga- 
nar se  puede. 

Sil. — O  ángel  mió,  cómo  has  salteado  mi 
turbada  melodia,  nascida  de  mi  desseo,  e  con- 
tinuada con  el  esperanca  que  de  mayor  gloria 
me  queda.  Plega  a  Dios,  Dorotea,  si  en  mi  re- 
medio pusieres  dilación,  que  presto  se  acabe 
mi  vida. 

Dor. — Passo,  passo,  Siluano,  que  no  meres- 
ce  tu  fe  ser  pagada  con  el  oluido.  Plega  a  Dios 
Policiano  e  mi  señora  por  el  presente,  no  im- 
pidan nuestro  gozo,  que  lo  que  de  mi  parte  se 
te  deue  tienes  de  mí  muy  ganado.  Dexa  me  dar 
vna  buelta  por  este  jardin  e  veré  si  estos  nues- 
tros enamorados  están  en  lugar  donde  puedas 
entrar  por  el  escala  sin  ser  visto,  que  yo  te  ani- 
saré de  lo  que  liazer  se  pueda. 

Sil. — Pues  mi  señora,  en  tus  jtiadosas  ma- 
nos encomiendo  las  penas  mias. 

Dor. — Valame  Dios,  tan  grande  es  el  silen- 
cio destos  enamorados  que  en  toda  la  huerta 
no  rebulle  criatura?  A  dónde  estarán?  Sancto 
Dios,  qué  es  esto  que  veo?  Señora  mia,  seño- 
ra, oye  me.  Mira  que  soy  Dorotea.  O  grande 
mal.  O  incomparable  desdicha.  O  caso  más  que 
desdichado.  O  casa  desuenturada  llena  de  tan 
crudas  muertes.  O  Philomena,  Philomena,  de- 
chado de  hermosura.  Cómo  pudo  la  muerte 
destruyr  la  cosa  más  estimada  de  la  vida?  O 
espada  sangrienta,  que  de  vn  golpe  tantos  co- 
ra9ones  trauessaste.  Heriste  el  de  aquel  viejo 
triste  cuya  luz  oy  es  oscurecida.  Ensangrien- 
taste  las  entrañas  de  la  desdichana  madre,  que 
en  esta  hija  como  en  espejo  se  miraua.  Lasti- 
maste a  esta  sin  ventura  que  a  todos  excede 
en  sentimiento.  Mejor  emplearas,  muerte  rauio- 
sa,  tus  mortales  sañas  en  mí,  que  a  pocos  diera 
dolor  con  mi  acabamiento,  que  en  aquella  que 
tantos  ojos  alumbraua  con  su  acatamiento.  O 
Policiano,  Policiano,  quán  desastrado  fin  tuuie- 
ron  tus  amores.  Sola  la  muerte  pudo  darte  lo 
que  tan  diFficultoso  hallaste  en  la  vida.  O  am^r 
•  mundano.  O  loco  mundo.  O  variable  mundo, 
lleno  de  tantos  desatinos.  Loco  es  quien  en  ti 
confia.  Vario  el  que  te  cree.  Sin  seso  quien  tus 
pisadas  sigue.  No  das  vn  momento  de  plazer 
sin  mil  años  de  sobresaltos.  Muchos  en  ti  con- 
fiaron y  a  todos  dexaste  burlados.  A  todos  pro- 
metes descanso  e  nadie  lleua  de  ti  sino  triste- 
za. Plega  a  Dios,  amor,  que  a  quien  te  creyere 
lo  mejor  de  la  vida  le  falte.  Tú  eres  ciego:  pues 
a  quien  puedes  guiar  en  camino  que  se  salue? 
Vete  amor,  vete  mundo,  vete  Siluano,  que 
quien  vanamente  ama,  vanidad  es  su  salario. 
Yo  quiero  agora  dissimular  este  desastre  e  tor- 
nar me  al  aposento,  que  al  fin  el  tiempo  descu- 
bre sus  obras. 


AKGUMEÍsTO  DEL  XXIX  ACTO 

Tlieophilon,  muy  cuydoso  de  la  liuiandad  de  Philomena,  habla 
con  Paniphilo  e  Siluerio,  los  quales  le  cuentan  la  muerte  de 
la  Claudina,  y  estando  en  el  regozijo  de  ver  acabada  su  mala 
■vida,  entra  Machorro  el  hortolano  a  dezirle  que  Philomena 
su  hija  está  bañada  en  su  sangre  en  la  huerta,  e  con  el  llanto 
de  Xiieopilon  se  acaba  esta  tragedia. 

Theophilon.  Silüerio.Pamphilo. Dorotea, 
Machorro.  Florinarda. 

\_Theo2ih.'] —  Oyes,  Siluerio,  al9a  vn  poco  essa 
antepuerta,  veamos  si  es  de  dia,  que  todo  esta 
noche  he  tenido  el  coraron  tan  desassosegado, 
que  en  mi  pena  no  he  hallado  vn  momento  de 
reposo;  qué  sientes  de  mi  honrra,  Pamphilo? 

Pamph. —  Señor,  más  deue  ser  al  presente 
lo  que  ymaginas  con  el  recelo,  que  lo  que  a  tu 
hija  passa  por  el  pensamiento.  No  te  fatigues, 
señor,  ni  con  la  ymaginacion  penosa  des  fin  a 
tos  pocos  dias,  que  no  ay  cosa  que  tanto  duela 
que  el  tiempo  no  le  dé  su  remedio,  y  para  prin- 
cipio del  tuyo,  te  hago  saber  que  Sihierio  e  yo 
nos  hallamos  la  noche  passada  a  la  puerta  fal- 
sa con  la  vieja  Claudina,  e  la  hezimos  tan  buen 
trac'tamiento,  que  la  embiamos  a  cenar  al  otro 
mundo,  Y  esto  se  hizo  no  tanto  por  la  culpa 
que  en  ella  hallamos  quanto  por  cumplir  lo  que 
tú  como  señor  nos  mandaste. 

Theoph. — Agora  mis  penas  son  acabadas.  Ya 
mi  congoxa  tendrá  sossiego.  Ya  no  temeré  que 
con. ocasiones  malas  mi  hija  tan  querida  será 
liuiana.  O  mis  fieles  criados,  yo  os  prometo  de 
gratificar  vuestro  seruicio  como  vosotros  me- 
resceys,  e  con  él  me  aueys  obligado. 

Mach. — Hola,  señor  nuestramo,  yergue  te 
dende  malora  para  todos  nosotros  acá  donde 
esta  madrugada  nasciraos. 

Sil. — Qué  es  esso,  Machorro?  qué  mal  es  el 
que  te  ha  acontescido? 

Mach. — Qué,  señor?  que  nuestrama  la  mo^a 
Dios  prega  es  finada  e  alli  esta  patitendida  en 
medio  de  acos  tablares,  que  es  mal  dolor  de 
otealla. 

Theoph. — Vienes  por  ventura  loco  o  hablas 
entre  sueños?  qué  dizes?  mi  hija  no  está  en 
su  retraymiento? 

Mach. — Aora  de  cas  de  mi  madre  la  ga- 
rrida. Yergue  te  day  priado,  que  ni  caté  si  está 
comida  dell  alimaña  ni  si  murió  de  qualque 
dolencia;  que  alli  vide  tanto  del  sangradero, 
que  vengo  medio  pasmado. 

Theoph. — Oyes,  Dorotea,  Dorotea,  no  me 
oyes? 

Dor. — Señor. 

Theoph. — Ven  acá,  dónde  está  mi  hija? 

Dor. — Señor,  no  sé  si  ha  madrugado  a  coger 
el  frescor  de  la  huerta,  que  no  está  a  mi  pares- 
cer  en  su  cama. 


TRAGEDIA  POLICIACA 


5? 


Theoph. — O  día  triste.  O  dia  aziago.  O  día 
de  mi  fin  desucnturado.  Vamos,  Siluerio,  a  ver 
este  desastrado  caso  para  mi. 

Dor. — Yo  voy  a  la  huerta  e  veré  si  a  lo 
fresco  de  algún  limón  mi  señora  está  dormi- 
da. Ay  dolor  grande.  Ay  nial  sin  remedio.  Ay 
lástima  sin  segunda.  Ay  desdioliada  sola.  Ya 
no  tengo  quien  me  mire,  ya  no  tengo  quien  me 
halagure,  ya  fenesoieron  mis  fabíjres.  Ay  casa 
desdichada.  Corre,  señor,  verás  las  arras  de  tus 
caducos  años.  Anda,  verás  la  lumbre  de  tas 
ojos  eclipsada,  verás  a  la  hija  que  engendraste 
bañada  en  arroyos  de  sangre  que  de  su  cora9on 
salieron.  Corre,  señor,  rescibe  el  dote  que  la 
muerte  te  embia  en  el  fin  de  tus  antiguos  dias. 

Theoph. — O  lastimada  vejez.  O  canas  mal 
fortunadas.  O  mi  hija,  lumbre  de  mis  ojos,  bá- 
culo de  mi  vejez  cansada.  Qué  caso  tan  inopi- 
nado fue,  hija  niia,  el  que  a  ti  trauessó  el  cora- 
9on  y  a  mi  cortó  el  hilo  de  la  vida? 

Flor. — Qué  es  esto,  señor  mió?  qué  gemidos 
tan  sin  consuelo  son  los  tuyos?  Dime  la  causa 
do  tus  penas  e  sentirlas  he  como  mias. 

Theoph. — Ay  dolor  grande.  Ay  muger  tan 
amada.  Cata  aqui  mis  recelos,  para  mientes  [en] 
mis  temores.  Cata  aqui  mis  castigos  no  acos- 
tumbrados. Cata  aqui  la  hija  que  tú  pariste,  su 
coraron  hecho  peda9os.  Cata  aqui  nuestra  casa 
deshonrrada,  y  sola  de  la  compañia  para  mi 
vejez  mas  agradable.  O  gentes  que  lastimas  ex- 
cessiuas  aueys  gustado,  mirad  si  ay  a  mi  dolor 
otra  pena  que  se  le  yguale.  O  amor,  amor,  pues 
me  priuaste  oy  de  la  cosa  que  en  esta  vida  más 
amana,  pues  te  llamas  amor  a  tuerto  o  a  dere- 
cho, a  quién  has  cometido  que  mitigue  mis  an- 
siosos cuydados?  qué  remedio  pones  a  mi  do- 
lor tan  estraño?  quién  aliniará  la  cuydosa  car- 
ga de  mi  vejez  trabajada,  pues  me  llenaste  oy 
en  flor  la  fructa  que  para  mi  enferma  senectud 
Dios  e  naturaleza  me  auian  prestado.  Pero 
aunque  me  la  dieron  prestada,  no  para  tan 
poco  tiempo:  dexarr.s  amor  desamorado  que  mi 
hija  comen9ara  a  conoscer  se  para  que  te  conos- 
ciera,  e  como  de  cossario  ladrón  se  apartara  de 
ti.  Armaste  le  el  lazo  de  tus  amargos  dul9ores 
en  la  hedad  más  sin  cautela  para  que  menos  te 
resistieese,  e  más  presto  en  tus  escondidas 
trampas  cayesse.  Dime,  amor  tramposo,  mal 


pagador  de  seruicios,  quándo  te  offendi  yo 
tanto  que  meresciesse  tan  crudo  castigo?  pues 
si  por  deméritos  mios,  amor  falso,  iiio  casti- 
gaste, executaras  tus  sangrientas  rauias  en  mis 
caducos  años  y  en  mi  faz  arrugada,  e  no  me 
lastimaras  en  esta  juuentud  hermosa  y  en  esta 
mo9edad  tan  delicada.  Si  comigo  tuuiste  el 
enojo,  por  qué  diste  tan  cruel  a9ote  a  la  yiio- 
cente?  O  amor  L  co.  O  amor  desatinado.  Mal- 
digo tus  pensamientos  vanos,  maldigo  tus  pa- 
labras fingidas,  maldigo  tus  passaticm[ios  li- 
songeros,  maldigo  tus  enojosos  plazeres,  mal- 
dictas  sean  tus  a9ucarailas  9ar:icas,  e  tus  deley- 
tosos  enojos,  tus  apassionados  deleytes  e  los 
instrumentos  de  tus  prisiones;  que  otros  pren- 
den para  soltar,  y  tú  captiuas  el  cora9on  para 
matar.  Mataste  oy  a  la  joya  más  acendrada  que 
entre  los  mortales  fue  nascida.  Lastimaste  con 
mortal  dolor  a  este  triste  viejo,  cuyo  fin  á  mi 
puerta  está  dando  aldabadas.  Pusiste  en  tér- 
minos la  vida  de  aquella  madre  desconsolada 
que  alli  veo  entre  aquellas  yerbas  medio  uuier- 
ta.  Pues  si  a  todos  matas,  e  matarlos  houilires 
tienes,  amor,  siempre  por  officio,  muerte  ra- 
uiosa  te  llamen  de  aqui  adelante  y  no  amor 
halagüeño.  Porque  si  halagas  es  para  mejor 
lastimar,  e  si  lastimas,  no  más  de  para  matar. 
Pues,  mortal  amor,  no  me  puedes  hazer  ya 
mayor  mal  del  passado,  seguro  estoy  ya  de 
tus  ondas  reboltosas,  e  de  tus  amargos  descon- 
ciertos. En  lo  vltimo  de  potencia  has  executa- 
do  comigo  tu  rigor;  lastimado  me  dexas  los 
pocos  dias  que  en  el  mundo  biuiere.  Pues  quien 
mi  lástima  tan  grande  supiere,  no  es  possible 
sino  que  de  ti  se  guarde.  Si  con  tiento  me  hi- 
rieras, e  tan  adentro  no  me  tocaras,  mi  pérdida 
no  fuera  tan  grande,  e  siendo  mi  mal  tolera- 
ble, mi  quexa  fuera  templada,  pues  si  yo  d(í  ti 
no  me  quexara,  muchos  en  tus  trampales  caye- 
ran. Ya,  amor  falso,  de  aqui  adelante,  ])nrque  a 
ninguno  como  a  mi  maltrates,  todos  huyran  de 
tus  sabores  (^),  con  nadie  tendrás  cn'dito,  ni 
abrá  quien  de  ti  se  fie.  Amor  falso  malauentu- 
rado,  tus  fabores  son  humo,  tus  plazeres  no 
son  durables,  e  al  fin  fin  amor.  Omnia  prete- 
reunt  preter  amare  Deum. 

(<)  Aca,so  fabores ■ 


ACABÓSE    K8TA    TRAGEDIA    POLICIANA    A    .    XX     .    DIA8    DEL    MES    DE    NOVIEBRE, 

A    COSTA     DE     DIEGO     LÓPEZ,     LIBRERO,     VEZINO     DE     TOLEDO. 

AÑO    DE    NRA.  REDEMPCION    DE   MIL    E    QUINIENTOS 

E    QUARENTA    Y    BIETE.  / 


Nikil  in  humanis  rebus  perjectum. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 

TRADVCIDA  DE  LENGVA  PüRTVGVESA   Ei\   CASTELLANA 


POU    EL    CAPITÁN 


DON  FERNANDO  DE  BALLESTEROS  Y  SAABEDRA 


AL   SERENÍSSIMO   SEÑOR    INFANTE   DON    CARLOS 


Con  privilegio.  En  Madrid,  en  la  Imprenta  del  Reyno.  Ano  de  1631.  A  costa  de  Domingo  Gongalez. 


8VMA    DEL    PRIUILEGIO 

Tiene  Priuilegio  de  su  Magestad,  Don  Fer- 
nando de  Ballesteros  Saabedra,  para  imprimir 
por  diez  años  este  libro,  intitulado  la  Eufrosi- 
na,  como  parece  por  su  original.  Despachado 
en  el  Oficio  de  Francisco  de  Arrieta,  Escriua- 
no  de  Cámara,  y  firmado  de  Inan  Lnsso  de  la 
Vega.  Dado  en  Madrid  a  diez  y  seis  dias  del 
mes  de  Diziembre  de  mil  y  seiscientos  y  treinta. 

SUMA    DE     LA    TA88A 

Los  Señores  del  Consejo  tassaron  este  libro, 
intitulado  la  Eufrosina,  a  quatro  marauedis 
cada  pliego  en  papel,  el  qual  tiene  veinte  y  dos 
pliegos,  que  a  los  dichos  quatro  marauedis 
monta  ochenta  y  ocho  marauedis.  Dada  en  Ma- 
drid a  onze  dias  del  mes  de  Agosto  de  mil  y 
seiscientos  y  treinta  y  vno. 

FE    DE    ERRATAS 

Este  libro  intitulado  la  Eufrosina  está  bien 
y  fielmente  impresso  con  su  original.  Dada  en 
Madrid  a  veinte  y  quatro  dias  del  mes  de  lulio 
de  1631  años. —  El  Lie.  Murcia  de  la  Llana, 

APKOVACION  DEL  M.  I08EPH  DE  VALDIUIEL80. 
CAPELLÁN  DE  HONOR  DEL  SERENÍSSIMO  SE- 
ÑOR   INFANTE    Y    CARDENAL    DE    ESPAÑA. 

M.  P.  S. 

En  la  comedia  llamada  Eufrosina,  que  me 
mandó  ver  V.  A.,  que  traduxo  de  la  lengua 


Portuguesa  a  la  Castellana  Don  Fernando  de 
Ballesteros  y  Saabedra,  no  hallo  cosa  no  con- 
forme a  la  verdad  Católica  de  nuestra  Sagrada 
Religión,  ni  contraria  a  las  buenas  costumbres. 
Está  traducida  con  acierto  y  con  dicha,  por  la 
dificultad  de  las  frases  de  ageno  Idioma.  La 
Fábula  es  sentenciosa  y  exemplar,  despierta 
auisos  y  auisa  escarmientos:  deuerá  al  traduc- 
tor Castilla  estos  diuertimientos  y  Portugal 
estos  honores.  Este  es  mi  parecer.  Saluo,  etcé- 
tera. En  Madrid  en  veinte  y  nueue  de  Otubre 
de  1630. — El  Maestro  loseph  de  Valdiuielso. 

APROVACIÓN  DE  D.  LORENgO  VANDER  HAM- 
MEN,  DE  LAS  OBRAS  DE  FRANCISCO  DE  LA 
TORRE  (}). 

Las  obras  que  escriuio  en  verso  castellano 
Francisco  de  la  Torre,  y  pretende  dar  a  la  es- 
tampa D.  Francisco  de  Queuedo  (raro  ingenio 
deste  siglo)  he  visto  atentamente,  y  no  sólo  las 
juzgo  por  merecedoras  de  comunicarse  a  la  luz 
común,  sino  por  dignas  de  ladearse  con  las  de 
aquellos  celebres  varones  que  veneramos  por 
Principes  de  la  Poesia  castellana.  Están  escri- 
tas coa  la  verdad,  propiedad  y  pureza  que  pide 
nuestra  lengua,  cosa  singular  en  estos  tiempos, 
mas  escriuieronse  en  aquellos  en  que  se  sabía 

(1)  Ksta  Aprobación  de  las  obras  de  Francisco  de  la 
Torre  nada  tiene  que  ver  con  la  Evfrosina,  pero  se  en- 
cuentra en  todos  los  ejemplares  que  hemos  visto,  y  no 
hemos  querido  defraudar  de  ella  á  los  lectores,  en  obse- 
quio á  la  integridad  del  libro,  aunque  seguramente  Be 
introdujo  en  él  por  descuido. 


COMEDIA  DE  EVFROSTNA 


Rl 


más  bien  y  se  liablana  mejor,  y  assi  no  iiay 
mucho  que  admirar.  Esta  verdad  no  la  confes- 
sarán  los  que  aora  la  ignoran,  poro  importa 
poco  su  juyzio,  sientan  lo  que  quisieren.  Pade- 
cieron esta  misma  desiliclia  que  oy  aflige  a  Es- 
paña casi  todas  las  nacione-',  y  en  especial  la 
Hebrea.  Hablo  della  primero  que  de  otra  algu- 
na por  ser  su  lengua  madre  y  principio  de  to- 
dos los  lenguages,  y  la  postrera  y  vnica  en  el 
mundo,  rntroduxeronse  pues  en  ella  por  la 
larga  antigüedad,  por  los  cautiuerios,  por  el 
descuido  de  dexar  oluidar  las  vozes  propias,  y 
por  la  permisión  en  el  vsar  de  vocablos  estra- 
ños,  algunos  tan  ojiscuros,  que  los  mismos 
maestros  y  naturales  de  las  sinagogas  después 
los  desconocian.  Esto  que  vemos  en  el  Idioma 
Hebreo  y  que  confiessa  S.  Gerónimo,  hallamos 
en  la  lengua  Latina,  con  ser  tanto  más  nueua 
y  más  continuamente  cultiuada  y  sin  estas  cai- 
das.  Y  assi  se  quexa  Tulio  de  que  a  vezes  en- 
cuentra con  muchas  vozes  en  ella  que  no  cono- 
ce, aunque  las  vsaron  Marco  Varron,  Catón  y 
otrus.  Lo  mismo  pudiera  dezir  de  la  imestra, 
porque  casi  hemos  hecho  de  los  vocablos  tantas 
mudan9as  como  de  la  ropa,  y  podríamos  hazer 
dos  lenguajes  tan  diferentes,  que  el  vno  al 
otro  no  se  entendiessen,  porque  nos  damos  tan- 
ta priessa  a  invientar  vocablos  (o  por  dezirlo 
como  ello  es^  a  tomarlos  prestados  de  otras  len- 
guas, que  por  enriquezerla  hemos  de  venir  a 
desconocerla.  Esto  nace  de  parecerles  a  algu- 
nos ignorantes  deste  tiempo  que  es  humilde  el 
lenguaje  Castellano,  si  no  le  ponen  estos  afey- 
tes  de  vozes  nueuas  y  le  pintan  con  este  colori- 
do, y  no  aduierten  que  el  bueno  y  casto,  como 
dize  Cicerón,  ha  de  ser  el  que  nos  enseñaron 
nuestras  madres  y  el  que  hablan  en  sus  casas 
las  castas  matronas  y  mugeres  bien  criadas. 

En  esto,  pues,  está  escrito  este  libro,  aunque 
exornado  con  todo  lo  que  permite  el  arte.  Tra- 
bajo desigual  a  menor  ingenio,  y  en  que  no 
hallo  cossa  dissonante  a  nuestra  Santa  Fee,  o 
a  las  buenas  costumbres.  Tiene  muchas  imita- 
ciones Italianas  y  Latinas,  hermosas  figuras  y 
sentencias,  y  muy  delgados  con-eptos,  y  assi 
puede  vuessa  merced,  siendo  seruido,  mandar 
se  dé  la  licencia  que  se  suplica.  Este  es  mi  pa- 
recer. Madrid  y  Setiembre  diez  y  siete  de  1629 
años. — D.  Loj-enqo   Vander  Hammen  y  León. 

APUOVACION    DEL    MAESTRO    BARTOLOMÉ 
XIMENEZ    PATÓN 

El  libro  intitulado  Enfrosina,  traducido  en 
lengua  Castellana  de  Portuguesa,  por  el  Capi- 
tán Don  Fernando  Ballesteros  y  Saabedra,  Re- 
gidor desta  Villa-Nueua  de  los  Infantes,  que 
me  cometió  el  señor  Don  Florencio  de  Vera  y 
"Chacón,  del  abito  de  San  Tiago,  Fuez  ordinario, 


Vicario  y  Visitador  general  deste  partido,  he 
leydo  con  toda  atención  y  cuydado  vna  y  más 
vezes,  no  he  hallado  en  él  cosa  que  contradiga 
a  las  de  nuestra  Santa  Fee  Católica  y  buenas 
costumbres:  antes  con  apacible  estilo  se  notan 
y  censuran  muclu^s  vicios,  porque  aunque  Fá- 
bula, es  de  muy  delicada  corteza,  con  sustancia 
y  copia  de  sentencias  y  consejos,  de  que  me 
parece  es  justo  todos  participen,  y  el  ingenio  y 
trabajo  de  su  segundo  autor  quede  premiado  im- 
primiéndose. En  este  Estudio  de  Villa-Nueua 
de  los  Infantes  a  veinte  y  quatro  de  lulio  de  mil 
y  seiscientos  y  treinta  años.  —  El  M.  Bartolo- 
mé Ximenez  Patón. 

DEDICATORIA    AL    BERENIS8IM0    SEÑOR 
INFANTE    DON    CARLOS 

Bien  pudo  la  modestia  del  autor  desta  Co- 
media ser  hazañosa  en  quitarse  la  gloria  que  de 
auerla  escrito  le  resultará  en  los  siglos.  Mas  si 
su  noticia  se  adelantara  a  entender  merecerla 
venir  a  las  mamis  de  V.  A.,  tengo  por  cierto 
que  por  tan  esclarecida  ambición  dexara  tan 
rigurosa  templan9a.  De  mi  caudal  solas  ofrezco 
á  V.  A.  la  habla  (Jastellana  y  la  elección  del 
amparo;  deuerame  en  esto  mas  que  a  si  propio 
qualquiera  que  fue  inuentor  desta  obra;  pues  si 
fue  su  alabanya  el  hazerla  buena,  es  su  felici- 
dad el  emplearla  tan  altamente.  Guarde  Dios 
la  serenissima  persona  de  V.  A.,  etc. —  D.  Fer- 
nando de  Ballesteros  y  Saabedra. 

DON  FRANCISCO  DE  QVEVEDO  VILLEGAS,  CA VA- 
LLERO DE  LA  ORDEN  DE  SAN  TIAGO,  A  LOH 
QOE  LEYEREN  ESTA  COMEDIA. 

Esta  Comedia  Eufrosina,  que  escrita  en 
Portugués  se  lee  sin  nombre  de  autor,  es  tan 
elegante,  tan  docta,  tan  exemplar,  que  haze  li- 
sonja la  duda  que  la  atribuye  a  qualquier  de  los 
mas  doctos  escritores  de  aquella  nación.  Mues- 
tra igualmente  el  talento  y  la  modestia  del  que 
la  compuso,  pues  se  calló  tanta  gloria  que  oy 
apenas  la  conjetura  halla  sujeto  capaz  a  quien 
poder  atribuirla. 

Mañosamente  debaxo  el  nombre  de  Comedia 
enseña  a  viuir  bien,  moral  y  politicamente, 
acreditando  las  virtudes  y  disfamando  los  vi- 
cios con  tanto  deleyte  como  vtilidad,  entreti- 
niendo  igualmente  al  que  reprehende  y  al  que 
alienta;  estrafia  habilidad  de  pluma,  que  sabe 
isn  escándalo  ser  ajiacible,  y  prouechosa  condi- 
ción que  deuen  tener  estas  composiciones.  Assi 
lo  juzgó  Séneca,  Epístola  115.  Refiere  que  en 
vna'  Tragedia  de  Euripides,  Beleforonte,  que 
era  la  persona  que  hablaua,  dixo  tales  palabras: 
Dexa  que  me  llamen  maldito,  como  me  llamen 
rico;  pues  todos  preguntamos  si  vno  es  rico,  no 


62 


ORÍGENES  DE  LA  l^OVELA 


si  es  bueno,  lío  preguntan  porqué  y  de  dónde, 
sino  quánta  hazienda  posee.  En  toda  parte  es 
cada  vno  tanto  como  tiene.  Preguntas  qué  cosa 
nos  está  mal  tener;  respondo  que  nada,  y  quie- 
ro viuir  rico,  y  si  soy  pobre,  morirme;  bien 
muere  quien  muriendo  gana  algo.  Si  en  la  cara 
de  Venus  resplandece  cosa  como  la  riqueza  y 
el  oro,  con  racon  enamora  a  los  hombres  y  a  los 
Dioses. 

En  acabando  de  pronunciar  estas  palabras 
postreras,  todo  el  pueblo  se  leuantó  con  Ímpetu 
a  apedrear  al  representante  y  a  los  versos, 
hasta  que  Eurípides  mismo  se  leuantó  entre 
todos,  pidiendo  que  aguardasen  a  ver  qué  fin 
tenia  en  la  Tragedia  este  Idolatra  del  oro. 
Oyéronle,  y  Beleforonte  en  la  Fábula  tenia  el 
castigo  que  merecía  su  insolencia. 

Hasta  aquí  son  palabras  de  Séneca,  que 
aprouando  la  buena  composición  y  exemplar  de 
Eurípides,  preuíno  desde  entonces  aplauso  y 
alaban9a  á  nuestra  Eufrosina,  donde  están  dis- 
tribuidas las  ruynas  y  las  afrentas  sobre  los  vi- 
cios, y  los  premios  sobre  las  virtudes  y  méritos. 
No  quede  sin  alabanga  aquel  vulgo  que  se  amo- 
tinó en  el  teatro  contra  la  insolencia  de  las  pa- 
labras quando  no  se  lee  de  los  lueces  y  Magis- 
trados algún  enojo. 

Con  grande  gloria  de  la  virtud  y  buen  exem- 
plo  se  han  escrito  en  España  con  nombre  de  Co- 
medías, fuera  de  las  Fábulas,  historias  y  vidas 
que  a  la  virtud  y  a  el  valor  enseñan  y  mueuen 
con  mas  fuerya  que  otra  alguna  cosa.  Como  se 
ve  con  admiración  en  las  de  Lope  de  Vega 
Carpió,  tan  dignas  de  alaban9a  en  el  estilo  y 
dulzura,  afectos  y  sentencia,  como  de  espanto 
por  el  numero,  demasiado  para  vn  siglo  de  in- 
genios, quanto  más  para  vno  solo,  a  quien  en 
esto  siguen  dichosamente  muchos  que  oy  es- 
criuen  este  entretenimiento  decente  a  soberanas 
ocupaciones;  que  el  ocio  de  los  Reyes  tiene  es- 
tatutos de  magestad,  y  no  deue  admitir  alibio 
que  no  sea  calificado.  Por  esto  tiene  lugar  en 
los  oydos  de  los  Principes  este  de  ias  Come- 
dias, a  quien  han  dado  su  atención  contra  la 
proligidad  de  los  cuydados  los  más  y  mejores 
Monarcas  del  mundo,  sin  que  a  esto  ofenda  lo 
que  algunos  malician,  para  reprouar  los  inge- 
nios que  dichosamente  se  ocupan  en  esta  com- 
posición, ni  el  entretenimiento,  que  es  gustoso, 
y  docto,  y  exemplar,  y  limosnero  por  el  socorro 
frecuente  con  que  alimenta  los  espítales.  Pocas 
Comedias  ay  en  prossa.de  nuestra  lengua,  sí 
bien  lo  fueron  todas  las  de  Lope  de  Rueda. 
Mas  para  leydas  tenemos  la  Sebiaga,  y  c'on 
superior  estimación  la  Celestina ,  que  tanto 
aplauso  ha  tenido  en  todas  las  naciones.  En 
portugués  ay  vna  de  Camoes,  dos  del  doctis- 
simo  Corte  Real  y  esta  Evfrosina,  de  que  ca- 
recíamos, porque  su  original  no  cerzenado  por 


Lobo  es  dificíl  por  los  idiotismos  de  la  lengua 
y  los  Proueruíos  antiguos,  y  que  ya  son  remo- 
tos a  la  habla  moderna. 

Don  Fernando  de  Ballesteros  y  Saabedra 
con  suma  diligencia  le  ha  traducido,  de  suerte 
que  hablando  Castellano  no  dexa  de  ser  Portu- 
gués, ni  deseó  de  verse  cómo  nació,  donde  em- 
pieza aora  a  viuir.  Merece  D.  Fernando  gran- 
de alaban9a  en  auer  hecho  que  tenga  Castilla 
parte  en  obra  tan  grande  y  digna  de  encarecida 
estimación.— i)on  Francisco  de  Queuedo  y  Vi- 
llegas. 

COMEDIA  DE  EUFROSINA 

Cariofilo,  cortesano. 
Zelotipo,  cortesano. 
FiLTRiA,  tercera. 
Andrade,  criado. 
Vitoria,  moi¡a  de  cántaro. 

ESTDDIANTE. 
DüARTE,  oficial. 

SiLUiA  DE  Sosa,  donzella. 
Andresa,  'mo<;a  de  cántaro, 
EüFROsiKA,  dama. 
Galindo,  cortesano. 
Polonia,  moqa  de  cántaro. 
Don  Carlos,  cauallero. 
Doctor  Carrasco,  legista. 
CoTRiN,  criado. 
FiLOTiMO,  ciudadano, 

ACTO  PRIMERO 
SCENA  PRIMERA 

Cariopilo,  Zelotipo,  Cortesanos. 

Car. — Beso  os  las  manos,  Zelotipo,  qué  se 
haze? 

Zel. —  Poi  mi  fe,  Cariofilo,  otro  hombre 
aureis  visto  más  contento  que  yo  estoy  aora. 

Car. — Vos  siempre  fuistes  amigo  de  andar 
con  el  tiempo,  y  de  seguir  el  camino  de  los  me- 
lancólicos; porque  dizen  que  es  nueua  discreción 
andar  triste  y  ceñudo,  y  a  mi  entender  es  gua- 
rida de  la  poca  habilidad,  j  assi  empecad  a 
publicaros  por  achacoso,  guardaos  del  sereno, 
liuid  de  los  lugares  húmedos,  abrigaos  la  cabe9a 
con  virrete  de  seda,  preciaos  de  mal  regido,  que 
es  vna  gran  cosa. 

Zel, —  De  todo  esso  estoy  lexos;  lo  que  no  es 
natural  mal  se  finge  nuuho  tiempo;  pues  qué 
cosa  para  mi  condición  viuir  con  arte,  ni  seguir 
ninguna,  por  más  caliticada  que  sea?  Sabed  de 
mí,  que  si  alcan9ara  el  tiempo  que  se  vsaua  el 
cabello  rizado,  no  me  pusiera  cabellera,  aunque 
fuera  muy  calbo. 


COMKDTA  DE  EVFROSINA 


63 


Car. —  O  qué  enfadosa  gala  fue  cssa,  pero  ya 
passó;  aduertid.  Por  dos  cosas  doy  de  ordina- 
rio gracias  a  Dios.  lia  primera  por  hazernie 
Purtugucs,  y  no  alguno  de  aquellos  uiás  barl)a- 
ros  de  juyzio  que  ellos  juzgan  a  nuestra  lengua; 
y  la  segunda  por  auenne  librado  dessa  gala  de 
eabeya,  que  fue  otro  Alcorán  por  sí,  y  vna  de 
las  señales  del  Diluuio. 

Zel. — Tenéis  razón;  pero  yo  aora  estoy  poco 
ocioso,  y  no  para  ocuparme  en  essos  discursos 
vanos. 

Car.  — Dias  ha  que  os  esperó  vn  Catón  Cen- 
sorino, si  os  fauoreciesse  la  fortuna;  mas  por  no 
hurtar  el  viento  á  la  saeta,  sepamos,  en  qué  os 
ocupáis?  ó  qué  hazeis? 

Zel. — Deshago  la  vida  con  nouedades  del 
alma. 

Car. — Vos  estáis  más  bemolado  que  vna 
dul9ayna:  yo  no  estoy  para  tanto,  porque  des- 
pués que  venimos  de  la  Corte,  ando  más  zafio 
que  vn  aldeano,  y  en  quanto  no  boluieremos  a 
ella,  no  esperéis  de  mí  cosa  buena,  ni  discurráis 
conmigo  en  sutilezas.  Aora  que  no  es  tiempo 
de  muda,  ayudadme  a  cacar  estos  perdigonci- 
llos,  digo  estas  mo9as  de  cántaro,  que  son  ale- 
gres, y  con  facilidad  se  acomodan,  y  al  primer 
reclamo  caen  en  las  perchas:  después  ya  sabéis 
que  tengo  buen  natural,  y  soy  a  pro]>osito  para 
piloto  de  alta  mar. 

Zel. — Assi  presumía  yo  de  mí,  mas  toda  sú- 
bita nmdan9a  causa  turbación.  El  ánimo  con- 
fuso no  admite  contento;  mi  desventura  parece 
que  esta  conjurada  contra  mi  descanso,  y  me 
tiene  con  tal  suspensión,  que  ageno  de  mí  pien- 
so que  no  hago  poco  en  resistir  mis  pensamien- 
tos para  no  enloquecer. 

Car. —  Esso  fuera  malo?  Dos  estados  me 
agradan  por  estremo,  el  de  el  loco  y  del  Pre- 
dicador osado,  porque  desengañan  a  su  saluo  a 
quien  quieren  vengarse  sin  palo  ni  piedra,  viuen 
sin  sujeción  de  la  ley  del  mundo,  no  guardan  fue- 
ro, que  es  la  bienauenturan9a  humana,  que  los 
Filósofos  Gentiles  desearon,  y  no  alcanzaron  a 
conocer,  y  aora  está  llano  ser  esta  la  mayor. 

Zel. — Otra  sé  yo  que  lo  es  más. 

Car.  -  También  yo.  Vencer  vna  batalla  cam- 
pal, traer  a  puerto  con  bonanza  vna  ñaue  car- 
gada de  plata  y  oro,  aqui  no  ay  duda. 

Zel. — Essa  es  mayor  ceguedad;  erráis  de 
proa  a  popa. 

Car, — Seré  inocente,  pero  vos  ni  otros  más 
discretos  (de  quien  yo  me  burlo)  no  me  aueis 
de  dar  fondo  esta  vez  por  más  versados  que 
seáis  en  la  bruxula,  porque  no  ay  palmo  en  mí 
en  que  no  perdáis  el  ííorte. 

Zel. — Parece  que  me  juzgáis  en  tiempo  que 
podéis  hazerme  anotomia,  y  yo  tengo  ciertas 
redes  para  coger  hombres  o  conocellos,  que  ex- 
ceden a  las  de  Vulcano. 


Car. — Queréis  mostrármelas  por  me  hazer 
merced?  Veré  cómo  estáis  de  estimativa  (^) 
para  astrólogo. 

Zel. —  Si  en  esso  os  siruo,  harelo.  Homl)re 
que  se  alegra  de  abatir  a  quien  no  tiene  por  ene- 
migo, que  burla  de  los  que  del  confian,  que  tiene 
animo  no  compassiuo  de  la  miseria  agena,  y 
con  cortesías  disimula  su  mala  intención,  creed 
que  es  naturaleza  de  Satanás,  y  profunda  ba- 
xeza  de  espíritu. 

Car. — Poned  punto,  que  no  os  puedo  sufrir 
tanta  confianca,  y  de  ahí  a  querer  hazer  pro- 
uerbios  no  ay  mucho,  y  hablar  bien  es  el  más 
discreto  proceder,  porque  ocasionado,  el  más 
humilde  suele  dar  congoxas  y  el  perro  a  su  amo 
con  rabia  muerde.  Dexemos  a  los  Troyanos, 
que  sus  males  no  los  vimos.  Vengamos  a  nues- 
tra intención:  Perdistes  algunos  nauios?  En- 
traistes  en  alguna  renta?  o  de  qué  os  lastimáis 
tanto  de  los  temporales? 

Zel. — En  quanto  anduuieredes  por  las  ra- 
mas, no  tocareis  en  el  tronco  de  mi  dolor:  en 
el  qual  los  sentidos  uk;  fallecen  para  sentir  su 
grandeza,  el  coraron  para  sufrir,  el  alma  para 
padecer;  en  el  sufrimiento  espero  el  remedio, 
este  me  falta.y  quanto  más  merezco  pena  tanto 
más  lloro  la  culpa. 

Car. — Bueno  estauades  aora  para  glosar 

recuerde  el  alma  dormida, 

o,  quán  antiguo  es  traer  vos  pendencia  con  altos 
pensamientos,  y  suspiráis?  Aqui  topa  el  nego- 
cio, amores  son  de  alguna  monja.  Quisiera  más 
algún  buen  empleo  para  la  India.  Que  aueis  ve- 
nido á  caer  en  essa  vejez!  Pues  aduertid,  señ<u- 
mió,  que  esto  ya  passó,  con  la  soberbia  de  los 
fanfarrones,  y  todas  essotras  antiguallas  de 

por  aquel  postigo  viejo, 

buen  Conde  Fernán  Gonealez  (^).    * 

Seguid  otro  rumbo,  si  caistes  en  vaxio  tan  pe- 
ligroso, que  no  perecer  en  él  es  destreza  y  nri- 
mor  de  buen  galán;  demás  que  es  contra  el  li- 
mite del  Psalmista:  Nolite  tangere  Christos 
meos. 

Zel. — A^os  diréis  oy  más  latines  que  vn  Be- 
del, y  perderéis  nmcho  conmigo  si  os  parece 
que  he  caydo  en  essa  enfermedad.  Tan  ham- 
briento de  amores  os  he  parecido  después  que 
me  tratáis?  Conocedme  mejor,  y  sabed  más  de 
mis  cosas,  si  no  queréis  perder  el  crédito  en 
que  os  tengo,  porque  de  otra  manera  os  desen- 
trañaré. 


O   Kn  el  original,  exlimatiinatiua. 

(-)  En  el  original,  asi  estos  dos  versos  como  el  ante- 
rior, de  Jorge  Manrique,  están  impresos  á  renglón  co- 
rrido, como  si  fuesen  prosa. 


64 


ORTGEN"ES  PE  LA  NOVELA 


Car. — Todo  desengaño  es  odioso:  no  qiie- 
rais  competir  con  Minerua;  tengamos  paz  y 
moriremos  viejos;  y  no  se  diga  por  vos:  Habló 
Roldan  y  habló  por  su  mal;  que  yo  soy  tan 
buen  lagarto,  que  si  me  pican,  saco  poluo  de- 
baxo  del  agua. 

Zel. — Brauo  venis,  picado  de  gracioso,  pero 
tinto  en  desabrido. 

Car. — Si  os  pareciera  otra  cosa,  me  murie- 
ra. Tenéis  vos  los  espíritus  muy  groseros;  los 
mios  leuantan  las  pajas  de  finos. 

Zel. — Ha  mucho  que  aprendistes  esso? 

Car. — A  seruicio  de  V.  ni.  dias  ha  que  sé 
quáa  mal  estomago  os  hará,  porque  mirad,  mi 
Rey,  esto  para  vos  es  Griego;  yo  no  os  niego 
que  sabéis  muy  bien  de  vigüela  y  de  canto, 
poner  los  pies  en  vna  sala  con  brio  y  donayre, 
atrauesar  el  antecámara  seguro  y  descuydado 
sin  leuantar  el  cuello  ni  concertar  la  pretina, 
salir  del  retrete  bulando  priaan9a,  fingir  gran 
negocio  en  cosas  de  poca  importancia,  mostrar 
diligencia  adonde  no  es  necessario,  traer  com- 
paraciones a  proposito,  tener  puntual  noticia 
de  la  casa  de  la  Reyna,  conocer  todos  los  gala- 
nes de  Palacio,  entender  dónde  se  ha  de  dar  el 
golpe  para  hazer  la  seña,  buscar  ocasiones  de 
ostentar  kizimientos  y  gastos;  pues  seruidor  de 
damas,  no  ay  que  hablar  en  esso,  que  estas  y 
otras  semejantes  acciones  son  primores  de 
vuestra  proFession,  y  de  aqui  no  snbis  por  más 
que  el  mar  se  leñante. 

Zel.         Perderme  fuera  gloria 
Si  tuuiera 
Esperanca  en  que  viniera. 

Car. — Burláis  de  todo?  y  respondéis  ad 
Ephesios?  Pues  sabed  que  me  cogéis  en  tiem- 
po que  estoy  para  chocar  con  un  toro. 

Zel. — Aora  bien,  dexemos  esso,  qué  pajaro 
nueuo  es  éste? 

Car. — Mucho  hay  que  dezir. 

Zel. — Contaldo  luego. 

Car. — Aueisme  de  alabar,  porque  soy  hom- 
bre para  vn  hecho  portugués,  con  que  lo  he 
encarecido  más  que  si  dixera  vn  hecho  romano. 

Zel. — Guarde  Dios  a  los  que  allá  no  fueron; 
pero  quántos  quedan  muertos? 

Car. — Siete,  y  ocho  heridos.  El  caso  es  éste. 
Passando  aora  por  la  puerta  de  mi  mo^a  halle- 
la  hablando  con  vna  vezina  al  pie  de  la  escale- 
ra de  adentro;  y  como  en  estos  casos  de  repen- 
te yo  muestro  mi  suficiencia,  y  tengo  preueni- 
das  cautelas  para  tales  sucessos  (porque  la  oca- 
sión de  hazer  bien  nunca  se  ha  de  perder),  ter- 
cié el  ferreruelo  como  soldado,  y  llegándome  al 
umbral  de  la  puerta  pregúntela  si  estaua  allí  el 
señor  su  padre.  La  rapacilla  estaua  bonita  como 
vn  oro,  con  vna  basquina  amarilla,  ropa  negra, 
en  mangas  de  camissa,  los  cabellos  tren9ados 
con  vn   listón   encarnado,  que  parecía  Sirena 


pintada;  y  para  encender  más  el  fuego,  en 
viéndome,  se  puso  como  vnas  brasas.  Díxome: 
Fuera  de  la  ciudad  está,  vendrá  mañana  en  la 
noche.  Y  al  despedirme  hizo  vna  reuerencía  con 
tal  donayre,  que  me  eleuó,  y  vengo  suspirando, 
lan9ando  más  centellas  de  amor  que  ay  estre- 
llas en  noche  serena. 

Zel.  —  Toda  essa  era  la  historia  de  la  Cabra 
Amaltea,  essos  son  vuestros  huertos  de  Adonis? 

Car. — Esperad;,  que  aora  empieco.  Qué  pen- 
sáis que  hize  entonces?  Partí  como  vn  rayo  a 
casa  de  mi  amiga  Fíltria,  escudriñé,  miré  los 
rincones;  asegúreme  de  que  no  auia  nadie,  y 
díxela:  Ea,  apercebíos,  que  aora  es  tiempo;  y 
poniéndole  la  boca  dulce  con  grandes  prome- 
sas, sin  reparar  en  que  me  citasse  luego  de  re- 
mate por  ser  passadas  las  ferias,  y  estar  en 
tiempo  de  execucíon  de  mis  esperan9as,  fue  al 
punto  a  tratar  la  conclusión  deste  negocio,  y 
aora  viene;  y  si  'a  trae  y  me  veo  con  la  rapacilla 
en  conuersacion,  desde  aora  bago  voto  (porque 
no  se  me  oluíde)  que  me  ha  de  pagar  lo  nueuo 
y  lo  viejo  y  el  tiempo  que  roe  ha  entretenido  con 
largas,  muerto  de  amores. 

Zel. — Quién  no  lo  estuuíera  más! 

Car. — Cierto  será  no  ser  vos. 

Zel.  —  Pues  por  mí  lo  digo,  que  me  veo  en- 
tre el  yunque  y  el  martillo  (como  dizen)  co- 
giendo pensamientos  en  los  huertos  de  Tántalo, 
para  morir  de  deseo.  Mordióme  la  serpiente 
áspid,  herida  incurable,  y  se  puede  dezir  por 
mí:  Atlante  se  puso  a  sustentar  el  cielo,  pues 
nací  para  gritar  por  Hilas,  sin  poder  valerme. 
Metióme  amor  en  vn  laberinto  de  dolores,  de 
donde  desespero  salir,  por  castigar  en  vn  día 
mil  ofensas  que  le  he  hecho  en  muchos. 

Car. — Otro  Maclas  tenemos;  pero  qué  lexos 
estáis  de  passar  cada  noche  el  Mondego  a  nado, 
como  Leandro  el  Helesponto,  por  más  apassío- 
nado  que  os  mostréis! 

Zel. — El  alto  estanque  Cocíto,  la  laguna 
madre  de  la  vítoria  temida  "de  los  Dioses  pas- 
sara  sin  la  barca  de  Aqueronte,  y  mouíera  a 
piedad  con  la  razón  de  mis  sentimientos  a  Di- 
tis  y  Hecate,  como  otro  Orfeo,  mas  esto  no 
puede  remediarme. 

Car. — Sabéis  la  causa?  Porque  sin  ramo  de 
oro  ninguno  entró  allá,  y  en  estos  tiempos  en 
ninguna  parte,  y  tenerle  vos,  lo  veo  dificulto- 
so, según  las  minas  de  España  se  han  agota- 
do; mas  no  me  diera  Dios  mayor  venganza 
que  veros  muy  rendido  de  amor. 

Zel. — Si  lo  deseáis,  dalde  gracias,  que  yo  os 
doy  por  muy  vengado  en  esta  parte,  pues  me 
veo  tan  estraño,  que  me  desconozco  como  el 
Sosia  de  Planto. 

Car. —  Si  esso  es  cierto,  no  puedo  yo  estar 
triste;  mas  sepamos  quién  es  essa  señora  para 
ir  a  besarle  las  manos  por  tantas  mercedes. 


COMEDIA  DE  EVFROSTNA 


65 


ZeL — Dexenios  donayres,  que  no  estoy  para 
ellos;  que  a  los  desdichados  hasta  la  risa  les 
ofende,  y  acordaos  de  las  desgracias  agenas 
para  compadeceros  dolías,  y  que  sois  liouibre 
uacido  en  la  misma  suerte  y  sujeto  a  tenerlas, 
y  ninguno  sabe  lo  por  venir,  ni  se  deue  reir  de 
los  infelices;  que  la  Fortuna  quando  halaga, 
entonces  azecha,  y  la  próspera  es  más  de  vi- 
drio, y  sospechosa.  Quien  de  los  mezquinos  se 
compadece,  de  sí  se  acuerda.  Las  furias  de  las 
ncuedades  que  en  el  alma  siento  y  los  tormen- 
tos que  la  opinión  de  mis  deseos  causa,  exce- 
den a  los  que  dan  los  golpes  de  la[s]  Eume- 
nides  y  Gorgonas.  En  este  dolor  desesperado 
sólo  me  esfuer9a  contemplar  en  la  ventura,  que 
es  padecer  por  quien  tiene  en  la  menor  de  sus 
perfeciones  el  premio  de  mis  trabajos,  aunque 
fueran  mayores  que  los  de  Hercules,  y  lo  peor 
de  todo  es  viuir  sin  esperanza  condenado  á  la 
pena  que  dize  la  letra  de  la  puerta  del  infierno. 

Car. — Mucho  os  engañáis  conmigo  si  pen- 
sáis cogerme  con  reclamo,  porque  naci  del  vien- 
tre de  vn  fingimiento  dessos,  y  sé  tanto  como 
vos,  y  dos  puntos  más  cumplir  dessa  materia. 
Para  mí  escusadas  son  inuenciones  y  dezir 
«huid,  que  rabio».  Todos  sabemos  quántas  son 
tres.  Las  Iliades  de  males  que  fingís,  aunque  me 
las  dixeran  cien  Predicadores,  no  las  creyera. 

Zel. — En  que  las  creáis  ó  dexeis  de  creer 
no  está  mi  saluacion;  porque  este  mal  desespe- 
rado me  tiene  tan  sin  sentido,  que  no  sé  resis- 
tir estas  venganzas  de  Netolemo,  que  el  ven- 
gativo amor  de  mí  toma,  indignado  de  las  bur- 
las que  le  tengo  hechas,  y  puedo  dezir:  «Donde 
me  quisieron  no  quise,  y  quiero  a  quien  no  me 
quiere».  Heme  transformado  en  vn  eco  de  vozes 
vanas,  mis  quexas  son  mas  sentidas  que  las  de 
Cigno  por  cu  amigo  Faetón;  los  suspiros  son 
de  Pülifemo  por  Galatea,  y  las  lagrimas,  de  las 
hijas  de  Belo  sobre  su  hermano. 

Car.  —  Según  esso  diremos: 

O  Maclas,  o  Maclas, 
no  llores  pasiones  tuyas  (^). 

Zel. — No  me  enfadéis  con  essa  risa  traidora, 
pues  sabéis  quán  pesadas  son  las  gracias  sin 
tiempo.  Estoy  hablando  cosas  del  alma,  por 
darle  algún  descanso,  y  queréis  fundar  burlas 
sobre  mi  dolor.  Pareceme  que  sois  como  los  que 
por  dezir  vn  dicho  agudo  pierden  vn  amigo, 
j    Tratemos  de   lo  que  conuiene,  y  no  sea  todo 

flores,  si  no  me  queréis  matar. 
I        Car. — Si  va  de  veras,  hablareos  a  lo  cuerdo, 
I    y  como  experimentado,  para  que  veáis  quién 
i    soy,  y  porque,  según  voy  conjeturando,  vuestra 

(')  En  el   original  estos  dos  versos  están   impresos 
como  si  fuesen  prosa. 

OKÍQENKS   DK   LA   NOVELA. — 111. — 5 


enfermedad  más  está  en  tiempo  de  medicina 
blanda  quede  reprehensiones  ásperas,  y  el  más 
fuerte  se  lenanta  mejor  dándole  la  mano.  Ma- 
nifestad al  Médico  vuestra  llaga,  si  queréis  re- 
medio, que  el  mal  descubierto  halla  la  salud. 
Declaraos  conmigo,  veré  de  dónde  proceden 
e^sos  humores  coléricos,  miraré  las  casas  del 
Zodiaco,  en  que  los  doze  animales  tienen  su 
assiento,  y  si  en  aquella  ocasión  estaua  en  ascen- 
dente el  Planeta  benévolo,  y  reuolvere  toda  el 
arte  judiciaria,  con  tal  primor,  que  os  espanta- 
reis; porque  yo  en  esta  ciencia  de  amores  puedo 
escriuir  mejor  que  Tolomeo  en  la  Astrologia,  y 
con  las  reglas  que  yo  os  diere,  reios  de  los  afo- 
rismos de  Hipócrates  y  Galeno  para  vuestra 
cura. 

Zel. — Si  yo  la  tuuiera,  no  fueran  mis  dolo- 
res impacientes;  los  demás  que  se  padecen  la 
medicina  los  sana,  sino  es  el  del  verdadero 
Amor,  que  es  como  la  herida  de  la  lan^a  Pellas. 
Car. — Esso  es  por  lo  moral;  mas  por  mi 
arte,  que  es  de  experiencia,  os  curaré  como  en- 
salmador con  tres  palabras,  que  traigáis  por 
nomina  en  vn  bolsillo:  porfía,  mata,  caqa;  que 
tanto  da  la  agua  en  la  piedra,  etc.,  y  aquella  es 
casta  que  no  fue  rogada;  guardad  mi  regimiento 
y  yo  pondré  mi  cabera  en  vuestra  salud. 

Zel. — Esta  llaga  es  Chironiana,  mayor  que 
la  que  curó  el  hijo  de  Febo  á  Hipólito  despe- 
da9ado,  y  no  tuno  tan  gran  tormento  como  el 
mió  Filatetes,  herido  de  la  saeta  de  Hercules. 
Car. — Esso  es  al  primer  Ímpetu  como  Fran- 
cés, el  tiempo  lo  gasta  todo;  y  assi  lo  pedia  Dido 
a  Eneas  por  remedio  de  su  pasión.  Este  amor  es 
accidental,  vuestra  condición  no  es  melancólica 
para  estoruar  el  salir  de  vos  essa  passion;  con- 
fiad que  sanareis  presto. 

Zel. — Con  essa  esperan9a  me  consolara  como 
Penelope,  mas  desconfio  desse  y  otro  cualquier 
remedio. 

Car. — Qué  coraron  de  mancebo!  nunca  vos 
matareis  Moro  Ali;  deseo  saber  si  os  enamoras- 
tes  de  vuestra  figura  como  Narciso?  ó  de  alguna 
estatua  como  Pigmaleon?  o  si  está  essa  dama 
tarn  guardada  como  Danae?  Qué  hombre  vos 
para  la  guerra!  qué  Peritoo  o  Teseo,  que  roba- 
ron á  Proserpina  y  Elena;  renegad  de  amante 
que  no  se  atreue  a  todo,  por  dificultoso  que  sea. 
Nunca  os  rindáis  a  la  fortuna,  si  queréis  ven- 
cer, que  para  todo  ay  remedio.  El  buen  enamo- 
rado ha  de  acometer  más  de  lo  que  le  parece 
possible,  y  vencer  el  temor  de  las  dificultades 
que  la  razón  le  ofrece,  de  manera  que  responda 
siempre  la  esperanza  a  los  pensamientos. 

Zel.  -  Si  me  valiesse  auenturar  la  vida,  Pi- 
ramo  por  Tisbe  no  se  ofreció  a  la  muerte  con 
tanta  voluntad  como  yo  lo  hiziera.  Los  Decios 
no  se  arriesgaron  por  su  patria,  ni  Paulo  Emi- 
lio no  acetó  el  morir  con  el  ánimo  que  yo  ten- 


66 


orígenes  de  la  novela 


go  pronto  al  sacrificio,  de  quien  me  arrastra 
asido  al  carro  de  sus  perfeciones,  como  Achiles 
arrastró  á  Etor,  Pero  mi  mal  es  de  calidad, 
que  en  la  osadía  tiene  condenación  desesperada, 
en  la  couardia  tormento  inmenso.  Qualquiera 
destos  estreiuos  niega  medio  á  mis  cuydados: 
veome  entre  ellos  con  el  trabajo  que  se  vio  Fi- 
nco entre  las  Harpias. 

Car. — Pues  ahorcaos  como  Ifis  por  Ana- 
xarte.  Pesar  de  mi  padre,  essa  Diosa  come 
niños?  o  es  de  naturaleza  de  demonios?  a  Lu- 
crecia la  Romana  solicitara  yo  de  amores,  y  a 
Penelope  confiara  alcan9ar. 

Zel. — No  come  niños,  mas  encántalos  con  su 
persona  y  belleza,  nacida  para  retrato  de  her- 
mosura humana;  porque  la  suya  no  admite 
comparación,  sino  es  con  el  Sol  ó  las  Estrellas; 
y  a  ser  possible  alguna  dar  luz  a  las  tinieblas, 
sola  esta  pudiera  darla. 

Car. — Parirán  los  montes  y  nacerá  vn  ratón. 
Dezid  quién  es?  que  yo  no  os  he  de  creer,  por- 
que la  passion  hasta  los  inocentes  haze  mentir, 
y  quien  feo  ama,  hermoso  le  parece;  y  no  te- 
máis, que  os  sacaré  de  estar  satisfecho,  que  ya 
sé  que  vn  engaño  de  afición  es  mas  blando 
que  belludo,  y  vale  vn  tesoro  para  la  recreación 
de  vn  enamorado.  No  rezeleis  que  os  la  despre- 
ciare; dezid  su  nombre  sin  temor,  que  yo  soy 
poco  escrupuloso. 

Zel. — Cómo  me  atreueré  a  poner  lengua  en 
quien  mis  espíritus  contemplan  indignamente 
como  el  pastor  Indimion  en  la  casta  Luna?  Su 
amor  me  tiene  sujeto,  sus  gracias  me  vencen, 
su  valor  me  cautiua.  Reconuencido  por  tantas 
y  tan  superiores  razones,  no  me  atreuo  a  de- 
zirlo,  y  lo  quisiera  encubrir,  porque  me  parece 
ofendo  la  causa  en  tener  tal  pensamiento,  quanto 
más  publicalle. 

Car.— No  seáis  necio,  y  perdonadme,  que 
quando  aueis  de  ser  sabio  entonces  dexais  de 
saber.  No  hagáis  caso  de  hombre  que  no  apren- 
de de  la  experiencia,  y  del  discreto  que  con  pro- 
uidencia  no  vence  los  malos  sucessos^  porque 
discreción  sin  entereza  no  vale  nada.  Yo  no.  os 
he  de  consentir,  ni  sufrir  flaquezas  de  voluntad, 
que  son  defetos  de  culpa;  y  como  los  Principes 
muchas  vezes  pecan  más  por  lo  que  disimulan 
a  otros  que  por  lo  que  cometen,  assi  son  los  ami- 
gos que  no  dizen  lo  que  sienten  a  los  que  tienen 
por  tales.  Sufrirles  los  vizios  es  hazellos;  en 
el  buen  ánimo  está  la  principal  parte  del  prós- 
pero sucesso:  tenedlo  en  esta  ocasión,  y  no  sen- 
timiento tan  costoso  que  os  lo  disminuya,  y  es- 
torue  los  medios  que  os  han  de  redimir.  La 
ventura  viene  a  quien  la  procura,  y  más  ven 
dos  ojos  que  vno;  aqui  estoy  yo  que  hago  som- 
bra como  qualquier  hombre,  con  la  de  luanes 
me  fecit  a  la  cinta,  para  ponerme  por  vos  a 
riesgo  de  la  muerte;  y  la  buena  Filtria  nuestra 


comadre,  que  nunca  se  negó,  ni  negará,  y  por 
vnas  chinelas  que  le  deis,  subirá  al  cielo  en  dra- 
gones, como  Medea  quando  fue  a  buscar  las 
yernas  para  boluer  mo^o  al  viejo  Eson. 

Zel. — Poco  puede  ella  aprouechar  en  esta 
parte;  vos  habláis  con  quietud  de  ánimo,  y  no 
consideráis  que  tanta  culpa  es  ser  furioso  como 
flaco.  La  prouidencia  ha  de  ser  desconfiada  y 
medrosa.  Es  de  soberuios  parecerles  todo  pos- 
sible. Los  prudentes  alaban  los  fundamentos 
de  las  acciones;  los  ignorantes,  los  sucessos 
que  da  la  ventura  y  ocasión.  Destos  nunca  es 
alabado  el  Capitán  vencido,  aunque  pusiesse  los 
medios  necessarios  para  vencer.  Fiarme  de  atre- 
uimientos  que  traen  consigo  pena,  no  lo  tengo 
por  cordura;  vos  dezid  lo  que  quisieredes. 

Car. — Todo  se  estima  según  dello  se  juzga; 
assi  les  sucede  a  mis  consejos.  No  ay  cosa  que 
tanto  daño  haga  a  los  buenos  ingenios  y  leales 
ánimos  como  la  ingratitud.  Para  aconsejar  y 
ser  aconsejado  es  muy  necessario  tener  el. juy- 
zio  desnudo  de  propia  afición,  y  libre  de  sus 
passiones,  porque  es  muy  falso  el  parecer  rece- 
bido  primero  de  la  voluntad  que  del  entendi- 
miento. Si  queréis  tratar  de  lo  que  os  conuiene, 
guardad  esta  regla:  En  las  desuenturas  y  ad- 
uersidades,  o  tened  ánimo  para  sufrirlas  o  ami- 
go con  quien  passarlas;  los  sucessos  preuenidlos, 
pero  no  afligiendo  el  ánimo,  considerando  que 
no  aprouecha  saber  el  que  ha  de  ser  malo,  si  no 
se  puede  cuitar,  y  si  es  incierto,  de  nada  apro- 
uecha temer  lo  que  está  en  duda,  y  es  tormento 
rezelarlo,  si  no  se  puede  huir;  lo  que  a  otro  no 
osáis  comunicar,  no  lo  hagáis  solo,  que  el  áni- 
mo noble  es  testigo  de  sí  mismo. 

Zel. — Pareceme  bien  lo  que  dezis;  mas  quien 
sabe  temer,  sabe  acometer  sobre  seguro:  por- 
que de  conocer  el  peligro,  nace  saber  vencerlo. 
Quien  no  teme,  acomete  temerariamente,  y  no 
es  valentía,  pues  no  venció  conocimientos  de 
riesgo,  sino  viciosa  osadía. 

Car. — El  amante  sabe  lo  que  desea,  mas  no 
lo  que  le  conuiene.  Al  coraron  apassionado  en 
nada  se  le  ha  de  dar  crédito.  Prudencia  es  co- 
nocer en  el  mal  ageno  lo  que  se  ha  de  huir,  que 
es  lo  que  dizen  escarmentar  en  cabera  agena. 
En  mí  tenéis  exemplo  de  amores;  como  acu- 
chillado, me  podéis  dar  más  crédito  que  a  los 
Oráculos  de  Delfos;  descubridme  el  fuego  dcsse 
rapaz  Cupido  antes  que  me  enfade,  que  el  en- 
fermo impaciente  haze  el  médico  cruel. 

Zel. — Quiero  concluir  en  este  punto,  por  sa- 
tisfazeros,  pues  entre  amigos  no  se  consiente 
cora9on  doblado;  descubrireos  lo  que  os  supli-  ! 
co  que   no  salga  de   vos  en   ningún  modo,  si  j 
me  estimáis:  porque  me  va  la  vida  y  fin  de  mi 
esperan9a  en  el  secreto  desto  que  os  digo,  con-  j 
fiado  en  vuestra  amistad,  lo  que  de  otro  no  fia-  j 
ra  por  ninguna  cosa  del  mundo. 


COMEDIA  DE  EYEROSIITA 


dT 


Car.  —Para  qué  son  historias  y  conjuros? 
Quándo  hallastes  por  mí  vuestras  cosas  en  la 
pla(?a?  Seguro  os  doy  que  seré  por  ellas  vn 
Harpocrates,  si  importare,  y  entre  nosotros 
escusadas  son  palabras  de  cumplimiento;  fiad 
de  mí,  y  que  el  tiempo  testificará  con  obras  lo 
que  callo,  que  a  él  me  remito. 

Zel. — Yo  os  lo  merezco,  y  creed  lo  misiucj 
de  mí,  porque  en  buenos  deseos  a  ninguno  doy 
ventaja;  assi  que  passemos  aora  desto  y  varaos 
a  lo  que  es  el  caso.  Bien  conocéis  a  ü.  Carlos, 
Señor  de  las  Paboas,  en  sangre  noble  y  rico  en 
renta. 

Car.  —  En  reputación  está  de  hombre  de 
gran  linage  y  hazienda;  pienso  que  ha  poco  que 
enviudó,  y  tiene  vna  hija,  preciosa  joya,  prenda 
de  gran  marca  en  toda  hermosura  y  virtud. 

Zel. — Y  se  llama  Eufrosina,  a  quien  las  tres 
del  monte  Ida  concedieran  la  man9ana  de  la 
discordia  de  conformidad,  si  la  vieran,  y  sus 
conocidas  ventajas  la  libraran  de  inuidia. 

Car. — Pues  qué  ay? 

Zel. — Esta  dama  es  de  quien  os  dezia,  des- 
cubriéndoos lo  que  de  mí  encubro. 

Car. — Y  essa  es  la  Reyna  de  Chipre  por 
quien  tenéis  desesperación  anticipada?  los  mis- 
terios que  él  me  hizo,  de  que  yo  esperana  quán- 
do menos  alguna  Mora  encantada  o  Ninfa  de 
la  fuente  de  los  amores!  Qué  coraron  éste  para 
librar  a  Andrómeda  o  a  Esiona  de  los  mons- 
truos marinos!  De  tales  espíritus  flacos  como 
el  vuestro  vino  la  idolatría,  y  de  entendimien- 
tos que  se  admiran  de  qualquiera  cosa,  como  si 
no  hubiessen  visto  gente.  Pero  dónde  la  vistes? 
que  me  dizen  está  muy  encerrada. 

Zel. —  Silua  de  Sosa  mi  prima  es  muy  pa- 
rienta  suya,  crióse  con  ella  y  está  en  su  casa, 
hasta  que  Troilos  de  Sosa,  mi  primo  y  su  her- 
mano, venga  de  la  India    Hame  embiado  mil 
recados  con  quexas  de  que  no  la  he  visto  des- 
pués que  vine  de  la   Corte,  y  me  ha  regalado 
mucho,  y  ])or  acudir  a  su  gusto   fui  antede- 
ayer  a  visitarla,  para  verme  qual  me  veo:  por- 
que vi  a  la  bella  Eufrosina  en  hora  que  no  de- 
uiera,  tan  hermosa,  que  triunfa  como  vencedo- 
ra de  toda  la  hermosura  del  mundo,  con  vna 
I  frente  serena  como  la  d».  Diana  entre  sus  Nin- 
''  fas,  compuesta  de  vnos  cabellos  de  Febo,  que 
i  si   los  viera  Nerón,  los   antepusiera   a  los  de 
Popea. 

Car. — Heregias  de  enamorados;  essa  talen 
¡despoblado  pareciera  figura  de  las  transforma- 
ciones de  Ouidio. 

I  Zel. — Vnos  arcos  del  cielo  por  cejas  con 
imás  primor  que  las  lineas  de  Apeles. 
I  Car. — Ay  disparate  como  este?  qué  tiene 
que  ver  lo  vno  con  lo  otro?  lo  mejor  es  dexar- 
do  bañar  en  sus  pinturas,  y  veremos  un  Meta- 
paorfoseos  dando  mas  bueltas  que  vn  bolatin. 


Zel. — Vna  boca  de  Venus  vertiendo  sangre 
de  los  labios  llenos  de  néctar  y  ambrosia,  cu- 
yas palabras,  que  son  las  llores  de  la  hermo- 
sura, eran  de  Caliope. 

Car. — Bueno  va,  bien  tuuiera  Zeusis  que 
pintar  aqui  despacio;  quiero  dexarlo  cebarse  en 
esta  imaginación  y  dar  rienda  a  su  furia  basta 
su  tiempo. 

Zel. — La  proporción  y  alegre  forma  de  ros- 
tro sobre  honesto  no  diferencia  á  la  Luna  lle- 
na, o  a  la  estrella  de  Venus,  quando  salen  so- 
bre nuestro  OrÍ9onte,  que  es  el  amor  que  se 
apoderó  desta  alma  luego  que  vi  tanta  perfe- 
cion. 

Car. —  Por  esso  tenia  razón  Teof rastro  en 
llamar  a  la  hermosura  engaño  mudo,  y  Xeno- 
fonte,  peor  que  el  fuego,  el  qual  quema  al  que 
lo  toca,  y  la  hermosura  inflama  de  lexos;  y 
Aristóteles  respondió  a  quien  le  preguntó  por 
qué  eran  amadas  las  cosas  hermosas,  que  era 
pregunta  de  ciego. 

Zel. — Pues  qué  hará  quien  vio  vn  pecho  y 
miembros  de  Palas,  vna  grauedad  de  Temis, 
labrando  con  vnas  manos  de  Minerua  y  los  de- 
dos de  marfil,  más  dignos  de  seruir  a  lupiter 
que  Heues  y  Ganimedes? 

Car. — Mejor  fuera  dezir  de  carne,  y  hablar 
sin  mentir;  pero  no  quiero  ser  como  algunos 
que  estrañan  los  estremos  que  hizieron  Hercu- 
les y  otros  por  mujeres,  siendo  lo  menos  que 
por  ellas  hazemos,  no  solo  por  afición,  pero  por 
apetito. 

Zel. — Y  estando  assi,  leuantaua  de  quando 
en  quando  vnos  ojos  de  Juno  verdes,  claros^ 
tiernos,  bañados  de  alegria,  tan  grandes  y  gra- 
ciosos, que  mostrauan  todo  el  primor  de  las 
tres  Gracias,  y  con  razón  se  le  puede  llamar  la 
quarta  y  primera  dellas.  Poníalos  en  mí  a  tiem- 
pos hurtados  con  vn  mirar  tan  disimulado  y 
blando,  que  me  atrauesaua  el  cora9on,  como 
Filomena  a  Tereo. 

'  Car. — Ahi  fuera  yo  hombre  para  obrar  y  no 
contemplar;  más  que  presto  la  ablandara  como 
vna  cera. 

Zel. — Pareciasele  vn  pie  de  Tetis  con  vna 
zapatilla  amarilla,  para  entristecer  del  todo  el 
cora9on  desesperado  del  bien  que  veia. 

Car. — Bonissimo  sois  para  espia,  vn  lince 
no  vee  tanto,  passando  siete  paredes  con  la 
vista. 

Zel. —  Estañamos  mi  prima  y  yo  sentados  en 
la  antecámara,  y  Eufrosina  estaua  en  vn  val- 
con  que  cae  sobre  el  rio,  de  manera  que  yo  la 
veia  por  entre  vna  antepuerta  de  traues,  y  como 
puse  los  ojos  en  ella,  nunca  los  pude  apartar,  y 
con  trabajo  encubría  mi  eleuacion. 

Car. — Por  esso  se  dize,  las  manos  en  la  rue- 
ca y  los  ojos  en  la  puerta;  y  vuestra  prima, 
qué  os  dezia? 


68 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Zel. — Alábesela  lo  mejor  que  supe,  y  ella 
alabóla  de  muy  discreta  y  hermosa,  y  de  sin- 
gular condiciou,  y  que  se  hallaua  en  su  com- 
pañía como  si  fuera  su  hermana,  y  con  quien 
se  huuiera  criado  toda  su  vida. 

Ca7-. — Todo  esso  es  bueno  y  haze  a  nuestro 
proposito,  porque  quanto  me  la  dieredes  más 
Merlin,  tanto  os  la  doy  más  muger  para  vn  he- 
cho, (ruardeos  Dios  de  muger  boba,  que  no  ay 
quien  la  entre  en  camino.  Como  ella  sea  de  vnas 
que  leen  y  más  leen,  muertas  por  discreciones, 
melancólicas,  malas  de  contentar,  eleuadas  de 
pensamientos,  tenemos  el  medio  camino  anda- 
do, porque  con  estas  tales  querria  yo  tener  mis 
pendencias.  Estuuistes  allá  mucho  tiempo? 

Zel. — Estuuiera  mil  años  sin  acordarme  de 
venir:  tan  embelesado  me  tenia  aquel  retrato 
del  amor,  y  tan  diuertido,  como  quien  oye  el 
canto  de  la  sirena,  y  más  quando  a  tiempos  la 
cogia  mirándome,  si  bien  hazia  luego  mas  mu- 
dan9as  que  Proteo. 

Car. — Ni  essa  es  mala  señal,  que  el  amor 
nace  de  la  vista  y  los  ojos  lo  parlan.  Pues 
cómo  os  venistes? 

Zel. — Aunque  estaña  transformado  en  Eu- 
frosina,  y  eleuado  como  Argos  con  la  música 
de  Mercurio,  el  temor  de  parecer  importuno  y 
prolixo,  y  enfadar  donde  deseaua  agradar  me 
acordó  el  despedirme;  pedile  que  de  mi  parte 
le  hiziesse  grandes  ofrecimientos  para  que  me 
tuuiesse  por  muy  suyo,  porque  no  ay  más  bien 
que  pretender  ni  desear  en  esta  vida  que  ser 
admitido  por  tal. 

Caí-. — Bueno  está  esso  en  essa  forma. 

Zel.  — Si,  mas  quién  lo  esperará? 

Car. — Quien  no  desesperare,  y  para  guiar 
bien  este  negocio  hazeos  amigo  con  vuestra 
prima  para  tener  entrada. 

Zel. — En  quanto  a  esso  mucho  lo  quedamos, 
y  me  pidió  que  la  fuera  a  ver  muchas  vezes,  y 
dixo  que  no  auia  tenido  tan  buen  dia  en  su 
vida,  y  en  palabras  no  quedé  inferior.  * 

Car. — Tanto  mejor;  desso  mucho,  que  no 
cuesta  dinero,  y  las  de  cumplimiento  no  obli- 
gan; y  muy  escaso  es  quien  dellas  tiene  dolor. 

Zel.  — Antes  conforme  a  razón  deuian  obli- 
gar mucho,  pues  son  el  gouierno  del  mundo; 
mas  ya  el  vsar  mal  dellas  se  ha  hecho  costumbre 
y  en  qxie  algunos  ponen  el  cnudal  de  su  trato. 

Car. — Passo,  que  os  desembolueis  mucho; 
dexemos  estas  melancolías  para  los  pretendien- 
tes. Andemos  con  el  tiempo  aora  que  nos  con- 
uiene;  que  por  esso  dizen  ama  el  Rey  la  trai- 
ción, pero  7\o  al  traydor,  y  querer  ser  bueno 
entre  malos  es  gran  trabajo.  Los  hombres  pue- 
den reprehender  el  mundo,  mas  a  enmendarlo 
solo  Dios  es  poderoso,  y  de  aquí  procede  mal 
lograrse  los  trabajos  desta  calidad;  hazedme 
merced  de  iros  con  el  corriente  de  la  gente,  y   I 


como  dizen:  Errar  antes  con  los  muchos  que 
acertar  con  los  pocos,  porque  no  ay  atajo  sin 
trabajo,  y  dexad  essos  sutiles  seguir  sus  inten- 
tos, con  seguro  que  os  doy  que  terneis  poca 
embidia  del  fruto  que  dellos  alcangan.  Assi  que 
siguiendo  nuestro  camino  carretero,  ya  que  de- 
xastes  hecho  el  fundamento  del  buen  lenguaje, 
y  quedastes  corrientes  en  la  conuersacion,  tor- 
nad allá  mañana,  que  este  negocio  quiere  ser 
solicitado.  Porque  no  seas  perecoso,  y  no  serás 
deseoso;  la  diligencia  es  madre  de  la  buenauen- 
tura,  y  quando  os  vieredes  con  vuestra  prima 
poned  la  verguenca  a  vna  parte,  y  dezidla  el 
sueño  y  la  soltura,  contándola  vuestras  congo- 
xas,  manifestadas  con  algunas  lagrimas  que 
haréis  venir  con  disimulo  y  cera  de  los  oidos; 
que  vn  repique  destos  es  de  mucha  eficacia  para 
con  ellas,  aunque  pudieran  no  darles  crédito 
por  lo  prontas  que  las  tienen  quando  las  han 
menester. 

Zel.— 1^0  tengo  necessidad  de  fingir,  sino 
tratar  de  mis  dolores  delante  de  quien  más 
sienta  y  conozca  los  que  son  verdaderos.  Pues 
con  solo  contarlos  excederé  a  los  sentimientos 
de  Priamo  en  presencia  de  Aquiles. 

Car. — Dessa  manera  no  hay  cosa  que  os  de- 
tenga; y  si  la  veis  piadosa,  pedilde  que  os  sea 
abogada  delante  de  vuestra  deidad,  y  si  os  fa- 
uorece,  no  dudéis  del  sucesso  a  vuestro  gusto. 

Zel. — Y  si  no  quiere  fauorecerme  seré  del 
todo  perdido,  porque  no  me  siento  con  ánimo 
para  sufrir  vn  desengaño. 

Car. — Gracioso  sois.  En  esta  causa  nada  os 
ha  de  dar  escándalo;  creed  siempre  lo  que  hi- 
ziere  a  vuestro  proposito,  y  de  lo  demás  no  se 
os  acuerde,  que  la  tierra  cria  buenas  y  malas 
plantas,  y  junto  a  la  ortiga  nace  la  rosa.  Mil 
yernas  ay  que  hazen  mal,  y  mil  que  dan  salud. 
Echad  el  remo  por  donde  fueren  las  ondas,  que 
no  ay  quien  no  tenga  causas  de  dolor;  hazeos 
a  las  armas  del  sufrimiento,  que  pocos  passaii 
la  mar  sin  contar  tormenta;  no  temáis  antes 
de  oir  la  trompeta,  reforjaos  de  paciencia  paral 
sufrir  injurias,  guardaos  de  lugares  solitarios 
c  ue  dañan  mucho  a  los  tocados  desta  enferme-j 
dad.  Acudid  siempre  a  mí  con  vuestras  congo-¡ 
xas  y  tendréis  vn  Pilades  para  Orestes;  no  adi- 
uineis  el  mal  anticipado,  aferraos  con  la  espe- 
ran9a,  que  quien  no  se  auenturó  ni  perdió  n 
ganó.  En  las  cosas  dudosas  vale  mucho  la  osa- 
día; y  pues  todo  sucesso  es  incierto,  no  se  h:) 
de  temer  ni  presumir  el  peor.  Si  queréis  acerj 
tar,  gouernaos  por  estos  documentos.  O,  qut 
mo90  yo  para  estas  cosas,  cómo  llenara  de  paj 
rola  a  vuestra  prima  y  le  hiziera  del  cielo  cei 
bolla! 

Zel. — No  está  en  esso  la  dificultad,  que  y^ 
también  tengo  lenguage. 

Car. — Pues  en  qué? 


COMEDÍA    DE  EVFROSIÍÍA 


69 


Zel. — Córreme  de  pedirle  copa  tan  fuera  de 
razón. 

Car. — No  aueis  oído  que  mejor  es  vergüen- 
za en  cara  que  mancilla  en  corafon?  y  al  pobre 
necessitado  no  lo  está  bien  tenerla,  porqxie  haze 
malauenturados ,  como  el  atreuimiento  ventu- 
rosos. La  necessidad  no  guarda  ley,  y  esta  nos 
manda  esperimentar  muchas  cosas,  y  es  maes- 
tra de  las  artes  y  quien  las  conserua.  Tener 
ánimo  en  las  aduersidades  es  conuertir  la  for- 
tuna en  vuestra  ayuda,  corrida  de  verse  venci- 
da. En  esta  opinión  os  he  hallado  siempre,  y 
en  muchas  ocasiones  atreuido;  aora  no  sé  que 
mudanca  es  esta. 

Zel. — Amar  y  saber  sólo  á  Dios  se  concede; 
y  quien  sabe  temer,  sabe  acometer.  Los  nego- 
cios que  me  vistis  tratar  sin  temor,  no  eran 
desta  calidad.  En  este  soy  como  el  Espartano 
coxo,  que  preguntándole  que  para  qué  iba  a  la 
guerra,  respondió  que  llenaba  proposito  de  no 
huir,  y  assi  voy  temeroso,  porque  sé  que  ha  de 
cargar  sobre  mí  todo  error  que  cometiere,  sin 
ser  possible  retirarme ;  y  ya  aureis  oido  dezir  del 
soldado  de  Antigono,  que  estando  enfermo  era 
arriscado  en  acometer  a  los  enemigos  en  las  ba- 
tallas, y  no  estimaaa  el  viuir.  Hizieronle  curar  y 
fue  couarde,  porque  con  la  salud  temia  perder 
la  vida  que  ya  amana.  Quando  segui  amores 
que  no  estimé  dexar,  a  todo  me  auenturaua; 
aora  que  tengo  hecho  empleo  del  alma,  no  ay 
cosa  que  no  tema,  y  esto  juzgo  por  lo  mejor, 
porque  me  lo  enseña  vn  puro  y  verdadero  amor, 
que  es  propio  maestro  de  virtudes :  y  quien 
muda  la  mala  condición  en  buena,  el  escaso  en 
liberal,  el  ignorante  en  discreto,  el  inconside- 
rado en  prudente,  el  cobarde  en  osado. 

Car. — Dessa  tina  os  ha  caido  en  la  cabeja, 
que  el  cruel  amor  os  ha  enseñado  a  sufrir  las 
amenazas  que  el  pensamiento  os  pone  dessa  se- 
ñora, y  os  ha  dispuesto  a  consentir  en  mentiras; 
pues  creed  por  verdad  que  los  más  duros  pe- 
chos se  vencen  con  blandos  ruegos ;  después  de 
las  tempestades  viene  el  dia  sereno.  En  las 
cosas  arduas  crece  la  gloria  de  los  hombres.  La 
¡  osadia  ha  de  ser  al  principio  de  la  obra,  después 
la  fortuna  disponga  los  sucessos. 

Zel. — Arquidamas,  Espartano,  viendo  a  va 
¡  hijo  suyo  pelear  con  los  Atenienses  atreuido  y 
j  temerario,  le  dixo:  «acrecienta  las  fuerzas  o  dexa 
j  el  ánimo»,  dando  a  entender  ser  peligro  cono- 
i  oído  atreuerse  ninguno  a  más  de  lo  que  puede, 
j  y  vos  queréis  que  me  atreua  yo  a  declarar  con 
I  persona  tan  encastillada  como  Eufrosina,  que 
hallará  tan  altos  casamientos  y  prósperos?  Re- 
conozcome  indigno. 

Car. — Y  vos  no  os  casareis  con  ella? 
Zel. — Para  qué  es  hablar  en  esso?  no  naci 
yo  para  tanto  bien. 

Car. — Ha,  qué  raofo  para  vn  pan  y  dos  hue- 


uos.  Ruin  sea  quien  por  ruin  se  tiene;  por  ven- 
tura nunca  vimos  otros  mayores  milagros? 

Zel.  —No  veis  que  se  passó  ya  el  tiempo 
dellos? 

Car. — La  necessidad  los  causa,  nada  se  pier- 
de en  intentar,  y  se  puede  ganar  mucho;  más 
vale  vn  buen  consejo  que  fortuna;  en  los  prin- 
cipios de  las  acciones  no  ay  que  reparar  en  la 
razón,  y  en  las  de  amor,  menos.  En  vuestra 
prima  tenéis  vn  buen  medio,  que  es  el  todo. 
Dexad  essa  nueua  vergüenza  y  abrafad  esta 
buena  ventura,  y  agradecedla  a  Dios,  y  enco- 
mendaos a  él,  y  asios  a  los  cabellos  de  la  oca- 
sión, que  si  no  tenéis  los  tesoros  de  Creso,  que 
en  este  tiempo  dan  los  quilates  del  valor  a  la 
persona,  según  la  suma  de  sus  toques,  sin  ellos 
enamoró  el  pastor  Paris  a  la  ninfa  Enone;  y 
más  vale  a  quien  Dios  ayuda  que  quien  mucho 
madruga;  y  si  él  os  la  tiene  prometida,  todos 
los  del  mundo  no  os  la  quitarán.  Prouad  vues- 
tra estrella,  que  tentando  rindieron  los  Griegos 
a  Troya.  Todo  lo  vence  el  continuo  trabajo.  No 
ay  cosa  en  el  mundo  que  no  se  pueda  esperar, 
y  a  Dios  nada  es  dificultoso. 

Zel. — O  quánto  gusto  de  oiros! 

Car. — Assi  le  sucede  a  quien  habla  a  sabor 
del  paladar.  Vos  imaginastes  que  auia  de  es- 
trañar  vuestros  deseos;  allá  lo  haga  vuestro 
confessor,  que  yo,  amigo  mió,  sé  muy  bien  quán 
poca  impresión  hazen  reprehensiones  cuerdas 
en  voluntades  aficionadas.  No  soy  cura  de  vues- 
tra alma,  de  lo  que  entiendo  os  trato.  Quando 
fueres  a  Roma,  habla  Romano:  comunicaisme 
amores,  no  esperéis  que  os  los  resista.  Todo 
tiene  su  ocasión,  y  por  no  guardarla,  he  visto 
que  muchos  cuerdos  por  atajar  rodearon.  El 
amor  en  el  viejo  es  culpa,  en  el  mancebo  fruto 
de  la  edad.  Ay  tanto  trabajo  en  esta  breue  vida, 
que  no  se  puede  passar  sin  alguna  recreación: 
esta  toman  algunos  en  jugar,  que  está  cerca  de 
hurtar,  yes  ocasión  de  renegar;  otros  en  ca(;ar, 
y  según  dan  a  entender  las  fábulas  antiguas,  es 
exercicio,  si  bien  noble,  que  haze  a  los  hombres 
brutos  y  montaraces,  y  gusto  de  mucho  trabajo 
y  peligro;  pero  en  esto  no  doy  por  ley  mi  opi- 
nión, que  todas  las  cosas  tienen  la  estimación 
según  la  voluntad  de  cada  vno.  Para  mí  no  me 
den  otra  cosa  sino  amores;  sin  ellos  no  sabré 
viuir,  y  assi  estoy  tan  platico,  que  en  mi  con- 
cepto todo  negocio  desta  calidad  me  parece 
possible,  y  más  si  me  dais  ocasiones,  aora  se 
hallan  con  facilidad,  si  se  saben  buscar  los  me- 
dios que  la  buena  diligencia  siempre  descubrió; 
y  si  vos  no  os  atreueis  a  recauar  con  vuestra 
prima  que  os  sea  intercesora,  hazedme  su  co- 
nocido, que  yo  os  la  traeré  a  la  mano,  y  podria 
estar  de  caudal  de  manera  que  no  nos  descon- 
eertasscmos  en  el  partido,  que  yo  soy  de  á  más 
Moros,  más  ganancia. 


70 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Zel. — Pues  os  certifico  que  no  es  de  des- 
echar, y  el  dote  que  tiene  no  es  poco. 

Car. — Miraldo  bien,  que  yo  no  me  he  de  ne- 
gar, y  como  sea  cosa  que  os  importe,  cortaré 
por  lo  sano. 

Zel. — Nunca  entendi  que  erades  para  tanto, 
mas  ya  veo  que  licuareis  por  rabones  las  armas 
a  Vlises. 

Car. — Y  no  me  alabais  más?  pues  dexadme 
hazer,  que  yo  os  pondré  del  lodo. 

Zel. — A  Dios  y  a  ventura  he  de  hazer  lo  que 
me  dezis,  y  donde  va  lo  más  vaya  lo  menos.  Yo 
tengo  vna  carta  de  mi  primo  y  su  hermano,  que 
embió  en  un  {})  pliego  de  la  India;  auiasela  de 
embiar,  mas  aora  me  determino  a  ser  el  por- 
tador. 

Car. — Ya  os  veo  con  viento  en  popa,  porque 
de  ahi  vendréis  a  echar  cadenas,  como  dizen. 
Vamos  a  hablar  á  Filtria,  veamos  lo  que  dize, 
y  desta  manera  haremos  primero  mi  negocio  y 
después  el  vuestro,  que  todo  tiene  su  tiempo. 

Zel. — Vamos  donde  quisieredes,  que  ya  me 
siento  más  alentado  con  la  esperanza  que  me 
dais. 

Car, — Persuadios  que  soy  grande  alquimista 
destas  materias:  verdad  es  que  nunca  me  doy  a 
negocios  que  piden  la  cura  a  lo  largo,  porque 
soy  más  amigo  de  estar  a  sabor  que  a  olor;  mas 
para  saberles  los  puestos  y  guaridas  y  hazerles 
venir  á  los  lajos,  no  ay  perdigón  que  en  llamar- 
los me  gane,  porque  la  experiencia  me  ha  hecho 
maestro. 

Zel. — Sabéis  de  tomar  el  Sol? 

Car. — Por  estremo.  Allá  veo  assomar  a  Fil- 
tria; ya  se  ríe,  sin  duda  ay  conclusión,  vamos 
tras  della  a  hablarle. 

SCENA    SEGUNDA 

Filtria  sola. 

FU. — En  fin,  en  fin,  la  verdad  es  seruir  a 
quien  os  saque  la  barba  de  vergüenza;  todos  sa- 
ben el  refrán:  Sanpitar  haze  buen  jantar;  San- 
rrogar  no  ha  lugar;  dadiuas  quebrantan  peñas. 
Con  dar  se  cafan  los  hombres,  quanto  mejor 
las  mugeres,  menos  fuertes.  No  ay  cosa  más 
dulce  que  recebir,  y  assi  acertó  el  que  arrojó  las 
man9anas  de  oro  en  la  carrera  de  Atalanta.  Sá- 
bese ya  muy  bien  que  el  Abad  de  donde  canta 
de  ahi  yanta.  Quien  conmigo  huuiere  de  nego- 
ciar ha  de  ser,  hazme  la  barba,  harete  el  copete. 
Gente  rica  y  poderosa  saca  el  pie  del  lodo,  y 
no  estos  mancebitos  de  cabello  blanco  con  gue- 
dejas y  copete,  que  los  pecadores  no  tienen  vn 
quarto;  todo  es  por  acá  fue,  por  acullá  entró. 
Vístete  de  tuyo  y  llámate  mió;  su  crédito  fun- 

(<)  En  el  original  dice  mi. 


dan  en  jurar  con  ademanes  a  lo  brauo,  prome- 
ter montes  de  oro  a  pla^o  largo;  quando  llega 
os  pagan  con  haré  haré;  y  mal  auiendo  y  bien 
esperando,  vaseme  el  tiempo  y  no  sé  quándo. 
Aquel  te  dio,  estotro  te  dará:  mal  aya  quien  de 
suyo  no  ha.  Por  esso  no  erró  quien  dize:  Antes 
el  mar  por  vezino  que  cauallero  mezquino.  Es- 
tos tales,  ni  pintados  en  pared;  antes  los  querría 
perder  que  hallar.  Depáreme  Dios  siempre 
hombres  sesudos,  que  traen  los  apetitos  frena- 
dos, y  quando  les  sueltan  la  rienda  y  se  incli- 
nan a  vna  muger,  nada  estiman:  porque  les 
grangeis  vn  favor,  sin  regatear  dan  la  saya,  las 
9apatillas  y  quanto  pedis  por  la  boca.  Con  ellos 
no  hay  pariente  pobre,  sufren  mentiras,  con- 
tentanse  con  esperan9as.  Tienen  paciencia  en 
las  dilaciones,  y  siempre  parece  que  os  quedan 
deuiendo,  aunque  mas  os  den.  Con  estos  me 
hallo  yo  mejor,  con  ellos  me  entierren,  y  nunca 
me  conozcan  embelecadores  llenos  de  cautelas 
y  desconfian9as,  que  todo  su  caudal  se  cifra  en 
lo  que  traen  sobre  sí,  blasonear  y  fingir;  con 
esto  viuen,  aunque  les  cuesta  su  trabajo,  por- 
que los  tales  son  esclauos  de  su  engaño.  Qué  es 
el  mundo,  cómo  lo  ha  trastornado  todo  a  peor! 
Solia  ser  que  los  hombres  galanes  y  nobles  te- 
nían su  pundonor  en  ser  liberales.  Con  esto  solo 
y  un  anillo  sencillo  enamorauan  las  Princesas. 
Ya  tienen  por  el  mas  discreto  a  quien  mejor 
guarda  vn  real.  Qué  es  verlos  escatimar;  pare- 
ce que  en  dar  vn  marauedi  le  llenan  los  ojos  de 
la  cara,  y  os  dizen  luego:  Comprar  hombre  ba- 
rato es  gran  riqueza,  comprar  caro  no  es  fran- 
queza. Con  esto  ved  qué  merced  puedo  recebir 
de  tal  gente,  que  ni  con  espinas  buen  bocado, 
ni  de  escaso  buen  dado.  Dizen  los  antiguos: 
^Guárdeos  Dios  de  ira  de  señor,  de  alboroto  de 
pueblo,  de  loco  en  lugar  estrecho,  de  mofa  adi- 
uina  y  de  muger  Latina,  de  tres  vezes  casada, 
de  hombre  porfiado  y  de  persona  señalada,  de 
lodos  en  camino,  de  larga  enfermedad^  de  me- 
dico experimentador  y  de  asno  orejeador,  de 
oficial  nueuo  y  de  barbero  viejo,  de  amigo  re- 
conciliado y  de  viento  que  entra  por  agujero, 
de  hora  menguada  y  de  gente  que  no  tiene 
nada.  Este  vltimo  tengo  yo  por  el  mayor  peli- 
gro, porque  no  se  tiene  dellos  otro  fruto  sino 
importunaciones,  y  más  aora  que  cada  vno  viue 
para  sí  y  solo  Dios  para  todos.  Los  señores 
símense  de  los  criados  a  bien  te  haré,  y  nunca 
le  hazen;  y  como  todos  van  por  este  camino, 
negra  medra  puedo  yo  tener  con  ellos,  que  no  ' 
de  valde  se  dize:  Ni  siruas  a  quien  sirue  ni  pi- 
das a  quien  pide.  Si  fuera  en  otro  tiempo,  quan-  j 
do  en  los  méritos  de  la  persona  estaua  el  apre- 1 
cío,  y  no  en  el  dinero!  Tuuiera  yo  las  paredes  i 
de  oro,  según  este  mi  oficio  es  corriente  yyoj 
soy  solicita:  entonces  amanecian  buenos  días 
para  todos;  lo  bueno  se  va  perdiendo,  la  espe 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


71 


ran^a  se  compra  con  trabajo  y  el  bnen  siicesso 
con  la  vida.  Todo  tiempo  passado  fue  mejor. 
En  éste  todo  es  interés  particular,  afición  pro- 
pia, fingir  verdades  y  hazer  guerra  con  menti- 
ras. Como  so'dados  saqueamos  el  mundo,  que 
al  fin  acá  se  ha  de  quedar;  peor  lo  dexamos  de 
lo  que  noslodexaron.  Perdido  es  quien  tras  per- 
dido anda,  y  assi  se  consuela  quien  sus  medidas 
quema.  El  diablo  fue  henchirse  la  tierra  de  ba- 
chilleres, que  son  l.i  misma  miseria,  y  con  sus 
trampas  tienen  hecho  el  mundo  cobarde  e  inte- 
resado; y  tan  amigo  cada  vno  de  su  prouecho, 
que  hasta  de  la  habla  es  escaso,  donde  no  pre- 
tende sacar  alguno.  Pero  en  los  que  más  nibe- 
lan  la  conuersacion ,  si  les  hazeis  señas  con 
qualquiera  sombra  de  grangeria  halláis  afabili- 
dad; y  si  no,  a  essotra  puerta,  que  esta  no  se 
abre,  por  más  obligaciones  que  aleguéis.  Esta 
es  vna  tina  muy  general,  y  no  hay  donde  no  se 
halle  un  pedazo  de  mal  camino.  Yo  soy  aora  la 
ludia  de  Zaragoza,  que  murió  llorando  duelos 
ágenos;  y  a  la  verdad,  quien  va  mal  contando, 
no  puede  ir  bien  obrando,  y  con  estos  galanes 
de  voto  a  Christo  mal  puedo  yo  salir  de  laceria 
ni  de  mal  amo;  pero  de  aqui  adelante  no  sore' 
yo  mas  boba,  que  rompa  los  capatos  por  quien 
no  me  los  diere:  qual  el  tiempo,  tal  el  tiento. 
Vieja  experimentada,  aregazada  va  por  el  agua. 
No  quiero  ser  sastre  de  la  encrucixada,  que  no 
le  pagan  la  hechura  y  pone  el  hilo  de  su  casa; 
y  que  me  digan:  pues  Maria  bayló,  tome  lo  que 
ganó.  Que  l>endito  es  el  varón  que  por  sí  se 
castiga  y  por  otro  no;  dexenme  el  cargo,  que 
mejor  es  tarde  que  nunca,  y  más  vale  bien  de 
lexos  que  mal  de  cerca,  y  vn  sí  tardio  que  vn 
no  vazio;  y  mejor  es  deseo  que  fastidio.  Yo  bol- 
ueré  sobre  mí,  y  a  pan  duro  diente  agudo;  quo^ 
en  el  estado  que  la  persona  se  pone,  en  esse  le 
tienen.  No  consiste  en  más  el  hazer  cada  vno  lo 
que  quiere  de  en  tener  poca  vergüenza  para 
empegar.  De  prudente  es  mudar  consejo,  y  de 
los  escarmentados  se  hazen  los  arteros;  yo  haré 
caminos  nueuos  por  atajos  viejos.  Hallanme 
alma  de  cántaro,  y  en  tanto  arde  lo  verde  por 
lo  seco,  paga  el  justo  por  el  pecador;  alerta,  que 
ya  es  tiempo;  que  quien  con  muchos  ha  de  en- 
tender, muchos  juyzios  ha  menester;  mas  el 
diablo,  y  no  otro,  me  reboluio  con  este  Cariofilo, 
que  no  me  puedo  librar  del  y  de  sus  importu- 
naciones; todo  el  dia  rae  ocupa  en  sus  mensa- 
ges,  que  no  me  dexa  a  sol  ni  a  sombra,  y  pri- 
mero que  le  saco  vn  quarto  de  las  vñas  me  suda 
el  copete.  Muy  fanfarrón  promete  villas  y  cas- 
tillos, y  quando  viene  el  pla^o,  todo  es  vna 
mala  ventura  de  vn  real;  y  por  esso  dizen  bien, 
que  el  hazer  y  dezir  no  es  para  todos;  que  ni  es 
oro  todo  lo  que  reluze,  ni  harina  lo  que  blan- 
quea; por  lo  qual  maldito  es  el  varón  que  de 
1  otro  fia,  y  más  en  este  tiempo,  en  que  el  mun- 


do tiene  puesta  la  buena  ventura  en  tener. 
Quando  la  embidia  y  cobdicia  era  del  buen  nom- 
bre, tenían  las  artes  valor  y  la  virtud  estima- 
ción. Entonces  florecían  los  amores,  y  si  aora 
fuera  assi,  recado  lleuo  yo  á  Cariofilo  que  me 
diera  hasta  la  camisa;  pero  quando  mucho  me 
pagará  con  decir:  Sirue  a  señor  noble,  aunque 
sea  pobre.  Pues  desengañarme  quiero  con  él  y 
quedar  ó  bien  dentro  ó  bien  fuera;  no  me  con- 
uiene  trabajo  sin  beneficio,  ni  ir  a  ca9a  con 
hurón  muerto.  Y  a  señor  artero,  seruidor  re- 
9onglero;  lo  mejor  será  desconcertarme  del  todo 
con  él;  mas  es  tan  importuno  que  no  hay  quien 
del  se  despegue;  y  lo  que  le  falta  de  dineros,  le 
sobra  de  palabras:  y  tantas  vezes  va  el  cántaro 
a  la  fuente,  que  vna  o  otra  se  quiebra,  y  en  vna 
hora  se  cae  la  casa.  Allá  viene  con  otro  tal 
como  él ;  ya  me  empieca  a  pagar  con  su  risa, 
que  estas  son  siempre  sus  pagas:  renegad  de 
hombre  de  muchas  cortesias. 

SCENA  TERCERA 

Cariofilo,  Filtria,  Zelotipo. 

Car.  —Besóte  las  manos,  amiga  mía. 

FU. — Sí,  besóte,  cabrito,  porque  has  de  ser 
bota. 

Car. — Zelotipo,  qué  dezis  a  esta  discreción? 

FU. — Cortad  con  tiento,  que  ay  poco  paño. 

Car. — No  os  parece  que  tiene  arte  y  gracia 
para  viuir  con  ella  el  mundo? 

FU. — Apelo  desse  mandato,  señor  juez,  que 
si  le  he  de  dar  de  comer,  he  menester  pan  y 
caldo,  y  mal  pecado,  que  aun  la  cena  tengo  mal 
acomodada. 

•  Zel. — A  ti  digo,  hijuela,  entiéndelo  tú  mi 
nuera. 

FU. — Piensa  él  que  ando  yo  cal9ada,  y  mis 
9apatillas  andan  rotas;  lo  que  importa  es  dar- 
me vnas,  pues  las  tengo  merecidas. 

Zel. — Y  las  tiene  sanas;  pareceme  que  no 
quiere  perder  ocasión. 

Car. — Daré  yo  toda  la  zapatería.  Hombre 
soy  yo  que  sé  negar  nada? 

FU. — Yo  me  contentaré  con  vnas,  y  mas  sí 
fuessen  achineladas. 

Zel. — Y  también  con  ningunas,  sí  Cariofilo 
es  el  que  yo  imagino. 

Car. — Hablemos  primero  en  lo  que  es  de 
gusto,  después  tiempo  aura  para  todo. 

FU.  -  As^i  lo  pienso  yo;  como  no  es  al  vues- 
tro lo  que  se  trata,  mudáis  la  conuersacion. 
Pues  vna  mano  laba  otra,  y  ambas  la  cara:  há- 
gase lo  que  os  importa,  primero,  y  dcs¡iues  de 
Maria  casada,  tengan  las  otras  malas  hadas. 
Lo  que  os  digo  es  que  no  dan  morcilla  a  quien 
no  mata  puerco.  Ño  diga  barba  lo  que  no 
haga. 


72 


orígenes  de  la  novela 


Zel. — Esta  toda  es  un  refrán:  quiero  ver  si 
le  valen  sus  tra9as,  que  ya  caro  le  cuesta  lo  que 
ha  de  Ueuar,  pues  lo  porfía. 

Car. — Amiga  mia,  entendamos  cómo  ha  de 
ser  esto?  Le  hemos  de  poner  nombre  a  este 
hijo,  si  lo  es? 

FU. —  Y  aun  sobrenombre,  si  os  atreueis. 

Car. — Atreuer?  daré  en  essa  batalla  vna 
langa  de  ventaja  a  Hercules. 

Fil. — Pues  sus,  que  hecho  le  tengo  el  oficio. 

Car. — Por  vida  tuya? 

Fil. — Assi  muera  yo  Condesa. 

Car. — O  gran  muger!  aora  acabo  de  cono- 
cer que  no  se  puede  tratar  negocio  si  no  es 
contigo  ,  amiga  de  mi  alma  ,  doyte  quanto 
tengo. 

Fil. — Siempre  vuestras  dadiuas  son  como  el 
que  las  da.  Sea  en  buen  hora,  pues  mirad  no 
vengáis  a  ser  quien  solo  come  su  gallo  solo  en- 
silla su  cauallo.  Que  si  sabéis  mucho,  también 
yo  sé  mi  psalmo,  y  mal  aya  el  vientre  que  del 
bien  que  recibió  no  se  acuerda . 

Car. — Si  ésta  no  fuera  colérica,  no  tenia 
precio. 

Zel. — No  ay  oro  sin  escoria. 

Car. — Essa  quenta  hago,  y  soy  con  ella  vn 
cordero ,  si  bien  cada  hora  me  quiebra  la  ca- 
bepa. 

Fil. — Todo  esso  es  paja,  no  sea  todo  burlar 
á  mi  costa.  El  hombre  de  muchas  gracias  es  in- 
diciado de  muchas  culpas.  Allá  dizen  que  de- 
uemos  dar  como  queremos  recebir,  que  ingrato 
es  el  que  no  paga  lo  que  deue,  ingrato  el  que 
dilata  la  paga  y  mucho  más  ingrato  el  que 
dissimula  y  niega  la  deuda;  y  éste  sois  vos,  que 
acabado  de  seruiros,  os  oluidais,  y  no  se  os 
acuerda  más  que  de  lo  que  nunca  fue;  pues 
creedme,  que  quien  paga  bien  es  señor  de  lo  age- 
no,  y  en  el  dar  lo  que  más  se  estima  y  alaba 
es  la  presteza,  porque  reniego  de  tejo  de  oro 
en  que  he  de  escupir  sangre,  y  antes  querría 
comprar  que  rogar. 

Car. — Pareceme  que  venis  de  mano  arma- 
da; pues  yo  precióme  de  sufrido,  porque  quien 
calló  venció  y  hizo  lo  que  quiso,  y  al  mal  ha- 
blador, discreto  escuchador,  que  quando  vno  no 
quiere  dos  no  barajan;  y  mirad  que  soy  más 
amigo  vuestro  de  lo  que  vos  queréis  pensar,  y 
si  no  sabéis,  sabed,  pues  os  tenéis  por  muy  sa- 
bia, que  quien  se  da  prisa  a  pagar  lo  que  deue 
más  es  pagador  que  agradecido,  y  a  su  tiempo 
vienen  las  vbas  quando  son  maduras;  ni  con 
toda  hambre  al  arca,  ni  con  toda  sed  al  cánta- 
ro. El  discreto  ha  de  notar  y  ver  muchas  co- 
sas, y  no  dezir  todo  lo  que  siente;  assi,  mi  se- 
ñora, yo  08  digo  lo  que  importa;  dexad  hazer  a 
Dios,  que  muchos  dias  ay,  y  quien  pierde  un 
mes,  no  pierde  vn  año;  más  vale  amigos  en  la 
pla9a  que  dinero  en  el  arca,  porque  con  tener- 


los ay  riqueza;  aunque  el  tiempo  corre  de 
manera  que  se  puede  dezir  lo  contrario,  que 
donde  ay  riquezas  ay  amigos,  porque  el  vulgo 
pone  la  amistad  en  el  prouecho  y  se  cumple 
lo  que  dezia  Ouidio:  Aquel  santo  y  venerable 
nombre  de  amistad  está_^  puesto  a  ganar  como 
ramera.  Contraria  era  la  opinión  de  los  Scitas, 
que  tenian  por  más  ricos  a  los  que  tenian  más 
amigos. 

Zel. — O,  cómo  es  discreta  la  necesidad,  quán 
lexos  está  vn  poderoso  de  tener  tales  palabras 
para  persuadir  su  intención,  como  éste  vsa  con 
tanta  confianza  de  que  harán  efeto!  Con  razón 
se  dize  que  la  sabiduria  cayó  en  suerte  a  la  po- 
bre9a,  descubridora  de  las  artes,  y  por  esta  cau- 
sa apartó  lupiter  en  la  edad  dorada  la  abun- 
dancia de  las  cosas:  porque  la  falta  dellas  nos 
diesse  industria  para  buscarlas;  y  están  sagaz 
la  necesidad,  que  de  la  raposa  dizen  que  con  la 
hambre  se  haze  mortecina  para  ca9ar  las  aues. 
Tales  son  estos  aora,  el  vno  con  el  otro,  que  la 
pobreza  de  ambos  les  despierta  los  ingenios 
para  engañarse  en  lo  que  pretenden. 

Car. —  Mas  vos,  mi  señora,  no  veis  más  de 
lo  presente,  y  no  sabéis  lo  que  va  de  Pedro  a 
Pedro,  y  cómo  yo  soy  para  las  mortales. 

Fil, —  Señor  mió,  palabras  sin  obras,  vihuela 
sin  cuerdas:  siempre  me  prometéis  esso,  y  yo 
nunca  veo  esse  dia;  y  aunque  soy  tosca,  bien 
veo  la  mosca.  La  estimación  de  los  estados  es 
según  en  quien  están,  y  discreción  sin  condi- 
ción dadla  al  demonio.  Vos  pensáis  tenerme 
atada  de  vuestras  esperangas,  y  soy  ya  vieja 
para  gaytera,  y  sé  muy  bien  quántas  son  tres, 
y  quán  mal  estado  tiene  quien  se  sustenta  de 
promessas;  yo  no  he  de  comer  dessa  vizarria  y 
lenguaje,  sino  de  mi  trabajo;  y  si  no  me  que- 
réis pagar,  no  me  ocupéis,  que  yo  no  os  voy  a 
rogar,  y  vuestros  cumplimientos  no  me  satisfa- 
zen,  porque  muías  y  amigos  faltan  en  los  pe- 
ligros, y  el  harto  del  ayuno  no  tiene  duelo  nin- 
guno. Sabéis  lo  que  me  sucederá  con  vos?  lo 
que  dicen:  A  mal  Capellán,  mal  sacristán;  amal 
amo,  mal  mo9o;  a  mala  llaga,  mala  yerua;  que 
auariento  rico  no  tiene  pariente  ni  amigo.  El 
consejo  que  tengo  por  saludable,  y  os  le  doy,  es 
que  en  buen  dia  buenas  obras,  y  más  quiero 
pajaro  en  mano  que  buytre  bolando. 

Zel. — Para  qué  se  ha  de  procurar  oir  otra 
Lógica  ni  Retorica?  aora  creo  lo  que  dize  Per- 
sio,  que  el  vientre  halló  el  ingenio  y  que  la  ne- 
cessidad  es  maestra;  pero  qué  matrera  es  esta? 
mas  de  cosario,  a  cosario  los  barriles. 

Fil. — Al  prometer,  poco  es  vn  mundo;  en  el 
cumplir  está  la  dificultad;  pues  yo  os  digo  que 
negra  y  mal  agradecida  es  la  merced  que  tar- 
da, y  más  parece  cuydado  que  voluntad;  y  si 
cuesta  verguenga  a  quien  pide,  ya  se  compra,  j 
que  quien   rogó  no  recibió  de  gracia;   el  buen  j 


COMEDIA  DE  EVFROSTNA 


dar  es  preuenir  el  deseo,  mas  esto  por  vna  oreja 
entra  y  por  otra  se  os  sale;  sea  en  buen  hora, 
que  quien  no  da  lo  que  estima,  no  alcan9a  lo 
que  quiere. 

Car.— Aueis  dicho  ya,  señora?  pues  oidme, 
que  yo  os  responderé  por  los  propios  términos: 
no  aueis  oido,  tras  la  niebla  viene  el  sol,  y  tras 
vn  tiempo  otro,  y  llégate  a  los  buenos,  serás  vrio 
dellos?  mas  tú,  hermana,  deues  de  venir  melan- 
' cólica  de  otra  cosa,  y  buelveste  contra  mí,  por- 
que soy  más  paciente;  pero  con  todo  esso,  mu- 
cho se  alegra  el  lobo  con  la  voz  de  la  oueja,  y 
assi  tengo  sufrimiento,  porque  al  toro  y  al  loco 
dalle  corro. 

FU. — Vistis  tal  gracia?  aueis  me  dado  algu- 
na saya?  nada  os  deuo,  que  más  ay  quien  en- 
sucie la  casa  que  quien  la  barra;  y  por  mí  se 
dize,  por  hazerme  miel,  me  comieron  moscas; 
porque  nunca  laué  cabera  que  no  se  me  tornas- 
se  tinosa,  y  soy  siempre  con  los  que  más  pre- 
tendo seruir,  como  la  sardina,  que  huyendo  de 
la  sartén  da  en  las  brasas;  y  la  verdad  es,  que 
en  confianza  de  parientes  nunca  dexes  de  guar- 
dar que  meriendes,  que  cada  carnero  en  sus 
pies  se  sustenta. 

Zel.  -Yo  me  determino  a  no  poneros  en 
paz  hasta  veros  llegar  a  las  manos,  porque 
tengo  mucho  gusto  de  oir  essos  amores;  y  bien 
Stí  ve  que  comadres  y  vezinas  a  vezes  tienen 
riñas. 

Car. — Si  a  esso  llegamos,  malo  ha  de  ser 
para  mí,  según  oy  está  picada;  pero  ladreme  el 
perro  y  no  me  muerda. 

Fil.Si,  bien  se'  yo  que  muchos  ladridos 
caben  en  el  oido  del  lobo;  mas  no  os  burléis 
mucho,  que  si  bien  assi  me  veis,  ya  he  castiga- 
do alguno  por  mis  manos. 

Car. — No  os  digo  yo,  señor?  tened  por  cieno 
que  le  tengo  miedo  según  es  determinada;  por 
esso  mirad  por  mí,  si  no  me  queréis  ver  vn 
Orfeo. 

Zel. — Desengañaos  desde  luego,  que  he  de 
ser  contra  vos  por  esta  señora,  porque  a  mí  me 
negaré  por  seruirla. 

FU.—M.\  voluntad  lo  merece,  y  podréis  dis- 
poner de  aquella  casa;  pero  no  querría  fuesse 
echarlo  todo  a  burlas,  y  dexando  barajas  nueuas 
sobre  quentas  viejas,  porque  quien  espera  dos- 
espera,  si  no  alcanca  lo  que  desea,  no  sea  lo  que 
digo  martillar  en  hierro  frío. 

Zel. — Esso  es  vna  en  el  clauo  y  ciento  en  la 
herradura. 

FU. — Pues  da  ñudo  y  no  perderás  punto. 
I  Mas  todo  esto  me  aprouecha  poco;  y  por  demás 
es  citóla  en  el  molino  si  el  molinero  es  sordo,  y 
es  peor  el  que  no  quiere  oir,  pues  lo  cierto  es  que 
el  desprecio  disminuye  el  amor,  la  buena  co- 
rrespondencia y  obras  le  aumentan:  y  assi  me 
¡ilcance  la  bendición  de  la  que  come  tierra  fría, 


que  no  sé  cómo  tengo  coraron  y  cómo  no  se  me 
quiebran  los  pies  en  los  negocios  de  su  honra  y 
gusto,  viendo  tan  claro  que  es  todo  cacar  con 
hurón  muerto;  pues  con  quanto  le  siruo,  como 
todo  el  mundo  sabe,  nunca  me  he  visto  con  vn 
manto  mejorado. 

Car.  —Manto,  vna  horca. 

Zel.—  En  mal  monte  hazeis  leña. 

Car.  ~  Aora  vayasse  el  diablo  y  venga  Maria 
para  casa;  pues  sabéis  que  dix.on,  mal  amo  has 
de  agradar  por  miedo  de  empeorar;  y  yf),  mi  se- 
ñora, soy  bueno  para  amigo. 

FU. —  Sí,  buen  amigo  es  el  gato,  sino  que 
araña. 

Car. — Mal  Cariofilo,  buen  Canófilo,  al  fin 
ninguno  es  mejor  feligrés  que  yo:  y  no  se  puede 
negar  que  más  vale  vn  ruin  asno  que  ser  asno, 
y  asno  es  quien  asno  tiene,  pero  más  asno  quien 
no  le  tiene. 

FU. — En  buena  fe,  si  esso  falta,  mal  me 
fuera  a  mí,  si  yo  no  tuuiera  otros  de  más  cau- 
dal; que  con  vos  ya  sé  quán  pocos  ajuares  he 
de  hazer,  atengome  a  vuestro  vezino  el  Chan- 
tre. 

Car. — Diferencia  ay  de  vno  a  otro;  espos 
tales,  amiga  mia,  no  siruen  más  que  para  vn 
oficio,  y  assi  es  bien  que  den  lo  que  tienen,  y 
que  no  los  veias  {})  sino  es  por  su  justo  pre- 
cio; pero  en  mí  aueis  de  mirar  la  calidad  desta 
persona,  que  os  autoriza  en  comunicaros,  y  que 
soy  vn  reclamo  de  crédito  para  este  oficio,  y  esta 
honra  es  sobre  todo. 

FU. — Más  es  el  ruydo  que  las  nuezes,  honra 
sin  prouecho. 

Car. — Ya  sabéis  que  no  caben  ambas  cosas 
en  vn  saco.  Dezidme,  Reyna  mía,  pues  queréis 
que  hable:  Quien  os  ha  de  librar  de  vn  caso 
fortuito  delante  del  Rey  o  del  Papa?  quien  de- 
fender vuestra  casa  de  vn  hurto  y  de  vna  bate- 
ría? quién  cruzar  la  cara  al  que  os  enojare  o  to- 
care al  hilo  de  la  saya?  y  para  estas  tales  fine- 
zas se  ha  de  sustentar  y  sufrir  a  vn  hombre 
como  yo,  y  no  hazer  caso  de  poquedades. 

FU. —  Lo  que  os  sé  dezir  es  que  mal  de  cada 
dia  me  llega  a  negros  dias.  Essos  sucessos  vie- 
nen tarde  o  nunca,  y  entonces  seréis  peor  que 
todos. 

Car. — Mirad  lo  que  os  digo:  Veis  aqui  esta 
capa,  y  jurad  que  no  tenéis  otra  confianza  de  mí; 
porque  holgaré  saber  en  qué  ley  viuo,  y  ya  sé 
que  no  ay  cosa  más  barata  que  la  que  se  compra. 

Zel. — Ni  más  cara  que  lo  que  se  pide  o  rue- 
ga, y  assi  están  ambos  en  juego.  Aora  veamos 
quién  llenará  la  palma,  que  la  contienda  por 
sus  puntos  va. 

FU.  —  Pagóme  yo  de  mi  amigo,  que  come  su 
pan  consigo  y  el  mío  conmigo:  el  escarabajo 

O  íiic.  Acftso  quiere  decir  sirvas. 


74 


orígenes  de  la  novela 


llama  a  sus  hijos  granos  de  oro.  No  ay  Romero 
que  diga  mal  de  su  bordón.  Bien  os  alabais, 
mas  jurado  tienen  las  aguas,  que  de  las  negras 
no  harán  blancas.  Yo  sé  muy  cierto  que  perdi- 
do es  quien  tras  perdido  se  anda;  ya  pudiera 
ser  yo  experimentada,  que  dos  pájaros  en  vna 
espiga  nunca  se  ligan,  y  dos  amigos  de  vna 
bolsa,  vno  canta  y  otro  llora. 

Caj\ — Tened  atención,  y  notad  q'ié  tiene  que 
ver  vno  con  otro. 

FU. — Digo  verdad,  ois?  por  esso  te  siruo, 
por  que  me  siruas.  Puerco  de  a  medias  no  es 
nuestro,  y  yo  no  me  mantengo  de  humo  de  pa- 
jas. Queréis  que  me  tengan  por  alcagueta  por 
vos,  y  que  no  tenga  que  comer,  y  ponga  las 
manos  por  las  paredes,  y  de'  diente  con  diente? 
Pues,  amigo  mió,  cuando  el  bien  del  señor  tar- 
da, el  seruicio  del  criado  se  enfada;  yo  no 
viuo  de  bene  esse,  y  para  el  mal  de  costado 
es  bueno  el  abrojo.  Sabéis  qué  haré?  tomaré  el 
consejo  que  dize:  Lo  que  haze  el  ignorante 
al  fin,  haze  el  sabio  al  principio.  Todo  lo  que 
me  sucediere  merezco,  por  ser  tan  confiada  y 
auerme  fiado  de  palabras.  Miren  con  qué  quiere 
pagarme  él  aora.  Al  asna  vieja,  cincha  amarilla; 
como  si  naciera  yo  ayer;  quien  malas  mañas 
ha,  tarde  o  nunca  las  perderá.  Yo  me  entiendo: 
perro  ladrador,  nunca  buen  calador.  Todo  es 
en  fin  pregonar  vino  y  vender  vinagre,  y  alaba- 
ros vos  y  más  alabaros. 

Zel. — Quánto  sufrimiento  da  la  pobreza  y 
cómo  abate  los  ánimos  y  cierra  todos  los  puer- 
tos! Quán  lexos  estuuiera  Canófilo  de  sufrir,  si 
tuuiera  qué  le  dar!  Lo  cierto  es  que  el  dinero  es 
segura  aguja  de  los  que  nauegan  en  el  mundo; 
y  quando  falta,  haze  se  vsen  otras  tra9as, 
echando  remiendos  a  la  vida;  y  si  bien  la  dis- 
creción es  grande  atajo  para  escusar  desgracias 
y  afrentas,  pero  es  nadar  contra  las  olas  del 
agua  y  a  fuerca  de  bracos  salir  del  peligro,  y 
con  la  riqueza  se  haze  todo  a  pie  enjuto,  y  no 
en  balde  se  dio  por  maldición:  en  el  sudor  de  tu 
rostro  comerás.  Esto  se  verifica  en  los  cuyda- 
dos  de  Canófilo. 

(7ar.  — Bien  digo  yo  que  esso  es  melancolía. 
Aora  bien,  iranse  los  huespedes  y  comeremos 
el  gallo. 

FU. — No  ep  sino  el  punte  de  la  verdad,  y 
assi  amarga;  pues  aun  no  me  aueis  tenido  el 
pie  al  herrar,  y  adonde  las  dan,  las  toman. 
Siempre  oi  dezir  que  es  mejor  dar  a  enemigos 
que  pedir  a  amigos;  ya  los  muertos  no  son 
nuestros,  ni  los  viuos  buenos  amigos.  Rabia 
me  viene  a  las  vezes  de  tomar  el  cielo  con  las 
manos.  Ver  el  cuydado  y  diligencia  que  tengo 
en  vuestras  cosas,  y  a  vos  nunca  os  dize  el  co- 
ra9on  que  digáis:  Veis  ahi  vn  escudo  para  pan. 
Assi  que  quanto  más  ay,  más  mal  veo;  pero 
este  desengaño  me  pondrá  la  sal  en  la  mollera, 


pues  pensé  en  esta  ocasión  ensalmarme,  y  me 
quebré  el  pie. 

Car  — Aora  holgaos  con  esto  que  os  diré,  y 
tened  paciencia,  que  no  ser  agradecida  no  se 
puede  sufrir;  y  si  el  hombre  es  animal  ingrato, 
más  lo  es  la  muger;  y  aora  confirmareis,  Ze- 
lotipo,  lo  que  muchas  vezes  aueis  oido,  que  de 
tres  cosas  nace  la  ingratitud.  La  vna  de  embidia 
de  uer  hazer  bien  a  otro,  no  reparando  en  el  que 
se  recibe,  aunque  sea  grande,  ni  acordándose 
del.  La  segunda  de  soberuia  presumiendo  ser 
digno  de  más,  o  no  sufriendo  que  otro  sea  pre- 
ferido. La  tercera  de  codicia,  la  qual  no  se 
apaga  por  más  que  le  den,  antes  se  enciende;  y 
con  la  hambre  de  lo  que  apetece  y  pretende  se 
oluida  de  lo  que  recibió;  y  esto  sucede  aora,  pues 
desde  ayer  no  os  acordáis  que  os  regalé  en 
vuestra  casa. 

Fü. — Mirad  lo  que  me  dio,  y  esso  más  dever- 
guenoa  que  de  cora9on,  que  assi  lo  entiendo  por 
el  ánima  de  quien  más  no  puede,  y  yo  no  re- 
paro en  la  cantidad,  que  bien  se  sabe  que  no  im- 
porta que  lo  que  se  da  sea  mucho  o  poco,  sino 
la  voluntad  con  que  se  da;  que  el  valor  del  be- 
neficio más  consiste  en  el  ánimo  con  que  se  haze 
que  en  la  cantidad.  Yo  me  corriera  de  acordar- 
me desso:  porque  quien  da  en  cara  lo  que  dio, 
parece  que  lo  pide. 

Car. — Gentil  manera  de  desagradecer,  pues 
peor  es  ser  desagradecido  que  escaso,  y  yo  no 
reparo  en  essa  poquedad,  ni  lo  digo  por  acor- 
darme della,  sino  porque  me  quita  el  juyzio  oir 
sinrazones. 

FU. — Digo  muy  bien,  señor;  lo  que  me  dais, 
primero  os  lo  tengo  remerecido  con  sudor  de 
mi  cara.  A  otro  huuiera  yo  seruido  como  a  vos 
que  tenéis  dinero  como  el  mar. 

Zel. — Como  está  perdida  la  verguen9a,  poco 
ay  que  sudar. 

Car. — Assi  vina  el  diablo. 

FU. — Tienelo  vuestro  padre,  que  os  lo  ate- 
sora, mas  si  él  me  pidiera  consejo,  yo  le  des- 
engañara. Que  bien  ignorante  es  quien  no  lo- 
gra lo  que  es  suyo,  si  puede;  que  después  de 
muerto,  ni  viña  ni  huerto,  y  negro  gusto  ten- 
drá el  alma  del  que  está  en  el  infierno  por 
dexar  a  su  hijo  rico. 

Car. — Dexemos  las  vidas  agenas,  que  bien 
tiene  cada  vno  que  entender  con  la  propia. 
Aguardad  que  entre  a  posseer,  y  tenga  vn  quen- 
to  de  renta,  y  veréis  marauillas,  que  yo  lo  quie- 
ro para  quien  lo  mereciere,  y  por  nacer  está 
otro  mayor  Alexandro;  situación  tendréis,  ami- 
ga mia,  so';;e  mí,  y  vuestras  libran9as  se  cum- 
plirán a  Istra  vista. 

FU. — Siempre  son  essos  vuestros  remedios, 
y  en  el  entretanto  comeré  de  estar  queda. 

Car. — No  me  canséis,  que  me  pesa  me  deis 
ocasión  para  estarlo,  y  ninguna  cosa  me  enfa- 


COMEDIA  DE  EVFROSTNA 


75 


da  tanto  como  personas  interesadas,  y  si  bien 
soy  blando  de  condición  y  gusto  de  ser  enga- 
ñado, en  conociéndoles  essa  falta,  soy  duro  de 
muelles. 

FU. — La  madre  y  la  hija,  por  dar  se  hazen 
amigas,  quanto  más  que  bien  sabéis  que  si  no 
fuera  por  necessidad,  de  verguen9a  no  os  pi- 
diera vn  marauedi. 

Car. — Mejor  tú  medres  que  te  creo. 

FU. — Y  vos  lo  que  me  dais,  malo  y  por  mal 
cabo,  y  parece  que  el  diablo  os  lleua,  dcuiendo- 
me  quanto  tenéis,  y  no  os  lo  he  de  dezir  más 
lexos,  que  no  sé  tener  dos  caras,  ni  soplar  la 
lumbre  con  agua  en  la  boca;  y  para  quien  he 
de  ser  clara,  soy  agua  del  rio,  y  si  no  sea  este 
Cauallero  juez.  Oyga  v.  m.  por  me  la  hazer 
señalada,  veis  aqui  vn  hombre  a  quien  yo  siruo 
de  noche  y  de  dia  en  quantas  cosas  ay  en  el 
mundo. 

Car. — Paso,  hermana,  no  digan  que  trata- 
mos alguna  mala  conuersacion  los  dos. 

FU. — Y  quando  esso  fuera  verdad,  era  ha- 
zer moneda  falsa?  cayeran  vuestros  parientes 
en  deshonra?  Mas  passe  por  burla,  que  bien 
sabe  su  merced  que  lo  que  trato  son  cosas  de 
vuestra  honra,  mas  vos  sois  aqui  pega,  alli 
pega,  y  todo  embeleco,  y  yo  apenas  me  dais  a 
entender  vuestro  gusto,  quando  parto  luego  en 
vn  pie.  Veisme  aqui,  veisme  alli,  veisme  acá, 
veisme  acullá,  lleuo  villetes,  bueluo  respuestas, 
traygole  moQas  a  casa,  auenturonie  a  todo  pe- 
ligro por  ir  con  sus  recados ,  y  hago  de  mí 
mangas  al  diablo 

Car. — Miradme  acá,  ojos  de  besugo. 

FU. — Si,  a  cabera  quebrada,  vntalle  el  casco; 
no  lo  hagáis,  no,  y  no  os  lo  dirán,  que  cada 
vno  cuenta  de  la  feria  como  le  va  en  ella;  vos 
queréis  comer  cardos  con  dientes  prestados,  y 
cuesta  poco  a  Pedro  beuer  sobre  la  capa  de 
Payo;  buen  Rey,  si  queréis  que  os  sirua  dadme 
de  comer,  que  bestia  sin  cebada  nunca  hizo 
buena  jornada.  No  soy  Camaleón,  que  me  sus- 
tento del  ayre,  ni  de  la  tierra  como  topo.  El 
Abad  de  donde  canta,  de  ahi  yanta.  Paga  lo 
que  deues,  sanarás  del  mal  que  tienes.  Si  que- 
réis ser  bien  seruido,  no  escuseis  el  galardón, 
que  no  ay  cosa  que  tanto  esfuerce  en  los  tra- 
bajos como  ver  delante  el  premio,  y  el  dolor  de 
que  se  sigue  algún  prouecho,  si  se  siente,  se 
sufre. 

Car. — No  gastemos  el  tiempo  en  porfias, 
que  vna  hora  es  mejor  que  otra;  yo  ando  estos 
dias  algo  alcan9ado  por  el  juego,  y  quando  no 
lo  dan  los  campos,  no  lo  han  los  Santos,  y 
como  se  ha  de  negociar,  amiga  mia,  es  sabien- 
do guardar  los  tiempos,  como  buen  esgrimidor. 
Con  esto  me  desnudareis;  y  bien  sabéis  que  no 
soy  mezquino,  antes  a  ningún  género  de  hom- 
bres estimo   en  menos  que  a  los  miserables, 


porque  no  pueden  hazer  hecho  bueno,  y  están 
dispuestos  para  todo  mal:  y  porque  te  quiero 
bien,  te  he  de  dar  vna  regla  de  mucho  proue- 
cho, aunque  no  sé  si  eres  capaz  de  agradecér- 
mela y  sentilla,  mas  si  pegare,  pegue,  como  ba- 
rre en  pared,  y  sea  el  presupuesto,  que  quien 
pone  toda  la  esperanza  en  el  dinero,  tiene  el 
ánimo  may  remoto  de  la  prudencia,  y  se  prue- 
ua  con  lo  que  dixo  Platón,  que  no  nacimos 
para  nosotros  solos,  sino  parte  para  la  patria, 
parte  para  los  amigos,  y  assi  dizen  los  Estoy- 
eos,  que  todo  lo  que  se  engendra  en  la  tierra 
es  para  el  vso  de  los  hombres,  para  que  se 
aprouechen  vnos  a  otros;  no  sé  si  me  enten- 
déis? Pienso  que  vso  términos  impropios  para 
vos. 

FU. —  Si  no  alcan9a  la  vieja,  alcanza  la  pie- 
dra. Aunque  no  leamos  libros,  también  somos 
gente;  lo  que  vos  dezis  digo  yo;  hazeldo  con- 
migo como  os  lo  merezco,  y  cúlpame  si  me 
quexare,  y  no  os  seruiré. 

Car. — Pueá  no,  que  esto  ha  de  ser  propor- 
cionado con  los  tiempos,  y  considerada  la  ne- 
cessidad Y  la  possibilidad,  hazer  cada  vno  de  su 
parte  lo  que  puede  y  esperar  ocasión,  que  vsar 
daca  y  toma  es  baxo  estilo. 

FU. — Peor  es  prometer  y  no  dar,  cosa  indig- 
na de  sangre  noble. 

Car. — Antes  aora  lo  vsa  quien  la  tiene,  hi- 
dalgo francés  no  guarda  palabra,  sino  (')  en 
quanto  le  está  bien,  y  nosotros  acá,  a  todas  las 
nouedades  tenemos  hecha  ley  por  mayor;  pero 
yo  para  seruiros  quebraré  cien  leyes. 

FU. —  Bien  estoy  en  esso,  si  no  se  me  moja- 
re la  ropa:  de  manera  que  ha  de  ser  el  hidalgo 
de  Guadalaxara,  lo  que  pone  a  la  noche  no 
cumple  a  la  mañana.  Pues  los  pusilanimos  se 
precian  de  lo  que  tienen,  y  el  magnánimo  de  lo 
que  haze. 

Car. — Pareceme  que  sólo  andamos  a  buenos 
dichos. 

FU. — Mal  me  quieren  mis  comadres  porque 
les  digo  las  verdades. 

Zel. — Razón  es  que  siruais  a  esta  señora  y 
le  deis  quanto  tenéis,  que  el  Rey  de  España 
no  tiene  tal  mina. 

FU. — Esso  no  quiere  creer  él,  como  si  lo 
que  hago  se  lo  deuiera  de  derecho;  mas  siem- 
pre se  dize:  a  buen  puerco,  buena  bellota. 

Car. — Yo  no  os  niego  que  os  deuo  la  vida; 
mas  tengola  para  perderla  por  vos,  si  os  im- 
portare. 

i^iV.  — Nunca  me  fié  de  haré,  haré;  más  quie- 
ro vn  toma  que  dos  te  daré. 

Car. — No  es  el  diablo  tan  feo  como  le  pintan. 

FU, — Aun  más  es,  señor  Zelotipo;  tengole 
solicitadas  y  vendidas  moijas  como  vnos  Ange- 

(';  En  el  original,  si  en  quanto- 


76 


orígenes  de  la  novela 


les  en  poco  tiempo,  j  acreditado  én  partes  que 
os  admirarades  si  lo  supierades. 

Ca?'. — Esso  es  por  mi  buena  dicha,  que  todas 
me  codician,  que  pocos  tales  como  este  mo90 
■  en  la  dozena. 

Fil. — Esso  predican  los  Predicadores.  Man- 
tenga Dios  muchos  años  y  buenos  a  quien 
aqui  está,  que  passa  essas  afrentas,  que  si  por 
mí  no  fuesse,  malos  perros  os  comerian,  y  vos 
mal  agradecido. 

Zel. — Gentiles  alabanzas  da  de  sí;  a  qué  es- 
tremo ha  llegado  la  malicia  humana,  que  los 
malos  se  alaban  de  sus  vicios,  como  los  buenos 
se  pueden  preciar  de  la  virtud! 

Fil. — Pues  sólo  por  solicitaros  a  la  señora 
Polonia.., 

Car. — Ea,  pues,  acaba  de  desempreñar,  sepa- 
mos qué  tenemos. 

Fil. — Primero  pitareis,  que  ya  sé  vuestras 
mañas;  gato  escaldado  del  agua  fria  ha  miedo, 
y  lo  digo  assi  porque  a  Clérigo  mudo  todo  bien 
le  huye. 

Zel. —'No  pierde  lance:  todo  va  por  su  justo 
precio.  El  merecimiento  ni  el  seruicio  de  las 
personas  no  lo  tiene;  todo  se  compra  y  vende; 
en  ser  caro  o  varato  está  el  engaño. 

Car. — Qué  queréis  que  os  dé?  veisme  aqui, 
mandadme  poner  en  pregón,  y  vendedme. 

Fil. — Y  yo  para  qué  os  quiero?  a,  hi  de  puta 
y  qué  negro  empleo  y  qué  ajuar? 

Car.  ~  Despreciaisme,  señora!  en  buena  hora, 
alegróme  desso. 

Fil. — Paga,  paga,  parlero,  y  se  hará  todo 
bien. 

Car. — Por  estas  barbas,  de  daros  vna  joya 
de  valor  si  la  nueua  fuere  tal. 

Fil. — Yo  lo  quiero  assi,  mirad  lo  que  pro- 
metéis delante  deste  Cauallero,  que  yo  fióme 
de  vos. 

Car. — Mas  hazedme  merced  que  no  os  fiéis, 
que  con  ser  desconfiada  leuantareis  muchas 
casas  de  tres  altos. 

Fil.  — Y  yo  fui  y  ella  estaña  con  su  madre  y 
no  pudimos  hablar. 

Car. — Y  pues  todo  esso  era? 

Fil. — No  os  enfadéis,  que  aun  yo  no  me 
enfado;  ella  es  atreuida,  y  como  presumió  a  lo 
que  iba,  mandóme  que  le  comprasse  agujas 
para  que  huuiesse  achaque  de  boluer  a  verla, 

Zel. — Ha,  mugeres;  a  quien  nunca  faltaron 
cautelas  y  ardides  para  executar  su  gusto. 

Fil.— Y  yo,  Maria  de  buenos  pies,  fui  muy 
corriendo. 

Zel.— Toá.0  mentiras  y  enredos,  por  encare- 
cerme mas  la  atención  con  que  la  escucha  Ca- 
nófilo, aunque  no  le  da  crédito. 

i^¿7,  — Bueluo  antes  con  antes,  y  como  boba 
llámela  a  la  escalera;  dixe  que  iba  de  prisa,  que 
no  podía  subir:  ella  vio  el  cielo  abierto,  y  vino 


como  vn  rayo.  Relátele  mi  embajada  lo  mejor 
que  supe;  respondióme  que  la  metiades  en  la 
mayor  afrenta  del  mundo,  y  quexose  de  mí 
porque  le  dixesse  tal  cosa. 

Zel. — Muchos  daños  se  escusaran  si  las  ma- 
dres no  fueran  bobas  con  sus  hijas,  y  suceden 
los  más  porque  suelen  algunas  muy  confiadas 
dexarles  hazer  lo  que  quieren,  y  después  quan- 
do  aduierten  el  peligro  es  sin  remedio,  y  nin- 
guna cosa  importa  tanto  como  la  madre  tener 
cautela  y  ser  sospechosa,  para  hazer  la  hija  se- 
gura en  la  virtud. 

Fil. — Yo  la  satisñze  y  asseguré  de  manera 
que  se  puso  más  blanda  y  me  contó  que  estuuo 
en  punto  de  reuentar  de  risa  de  vuestra  dis8Í- 
mulacion. 

Car. — Ha,  qué  gracia!  yo  lo  conocí  luego,  y 
de  lo  mismo  no  me  podia  defender  de  reir. 

Fil. — Aqui  le  repliqué  que  me  contastes 
quán  hermosa  estaua  con  los  mayores  suspiros 
del  mundo,  y  que  venistes  embelesado  de  su 
gala  y  discreción ,  que  os  pareció  mayor  que 
otras  vezes  por  no  auerla  visto  tan  de  cerca 
hasta  entonces. 

Zel  — Qué  capa  de  huérfanas,  la  culpa  está 
en  la  muger  moca  que  oye  sus  alaban9as  y  pre- 
sume que  se  las  deuen  de  derecho,  y  assi  las 
cree  con  facilidad,  y  sin  sentir  beue  en  ellas  el 
veneno;  y  la  ignorante  madre  que  la  consiente 
tales  conuersaciones,  qué  disculpa  tendrá?  pues 
es  cierto  que  si  no  huuiera  malos  medios,  de 
que  se  aprouechan  hombres  ociosos,  que  no  se 
viera  muger  rendida,  que  engañada  ninguna  lo 
es  quando  ellas  no  quieren  serlo, 

Fil. — Y  por  aqui  le  dixe  las  mis  benditas, 
como  mejor  entendía;  pero  qué  ay  que  hablar 
en  esso?  con  mis  buenas  razones  acabé  con  ella 
me  prometiesse  que  os  hablarla  esta  noche,  mas 
que  auia  de  ser  a  puerta  cerrada,  como  otras 
vezes. 

Car. — Doyla  quatro  higas.  Pesar  de  mi  pa- 
dre con  la  hija  de  puta!  que  tal  se  sufra  en  el 
mundo?  Y  vos,  buena  Dona,  venis  muy  con- 
tenta con  esso,  y  hazeis  marauillas?  pues  idos 
a  pasear. 

Fil. — Escuchad,  si  queréis,  y  no  me  atageis 
y  veréis  para  quánto  soy. 

Zel. — Entre  punto  y  punto  encaxa  la  saya, 
y  al  fin  todo  ha  de  ser  nada:  lo  cierto  es  que  no 
ay  gusto  que  no  se  compre  a  peso  de  paciencia; 
y  assi  tengo  por  la  principal  parte  de  la  discre- 
ción el  sufrimiento. 

i^¿7.  — Entonces  quando  me  dixo  esto,  puse- 
me  muy  enojada  y  la  dixe  que  no  metería  más 
los  pies  en  su  casa,  y  me  lauaria  las  manos  de 
todas  sus  cosas,  porque  no  erades  vos  hombre 
con  quien  tal  se  hauia  de  hazer,  y  más  mirando 
tanto  por  su  honra. 

Zel, — Con  tal  fiador  segura  la  tiene. 


COMEDIA  DE  EVFROSTNA 


77 


FU. — Dixo  luego  ella:  esso  no  sé  yo,  que  al 
fin  es  hombre,  y  todos  están  llenos  de  engaños, 
y  sólo  andan  por  cumplir  su  voluntad. 

Car. — Todas  predican  lo  mismo,  y  al  fin  caen 
en  la  trampa. 

FU. — Muchos  mueren  en  la  guerra,  y  por 
esso  no  falta  quien  vaya  a  ella,  porque  ninguno 
piensa  ha  de  ser  el  desgraciado. 

Car. — Mas  a  la  verdad,  yo  imagino  que  su- 
mos con  vosotras  algunos.  Pide  el  goloso  para 
el  vergonzoso.  Si  los  hombres  fuessen  tan  dis- 
cretos que  tuuiessen  sufrimiento,  es  sin  duda 
que  fueran  muy  rogados;  y  esto  bien  lo  conozco 
yo,  pero  no  sufre  mi  coraron  tener  paciencia  de 
codicioso,  porque  no  me  gane  otro  por  la  mano, 
y  porque  sé  que  este  negocio  no  consiste  en 
más  de  saber  gozar  las  ocasiones,  y  perderlas 
es  gran  desdicha.  Pues  en  qué  quedamos? 

FU. — Entonces  repliqué:  más  os  quiero  yo 
a  vos  que  a  él,  y  si  no  le  conociera  tan  enamo- 
rado a  ojos  vistos,  no  os  lo  nombrara. 

Car. — Conclusión,  abreuiemos,  que  ya  sé  que 
no  ay  cosa  rogada  que  no  salga  cara. 

FU. — Al  fin  porfiando  acabé  quanto  quise. 

Zel.  —  Bien  corresponde  aquel  espacio  de  ré- 
plicas con  la  prisa  de  llamarla  a  la  escalera. 
Por  cierto  tengo  que  miente  ésta  en  quanto 
dize,  y  que  son  merecedores  de  gran  pena  los 
padres  que  presumen  de  sus  hijas  que  se  han 
de  casar  mejor  de  secreto,  y  con  estas  esperan- 
zas les  consienten  quanto  quieren,  y  ordinaria- 
mente sucede  que  por  donde  pensaron  ganar 
pierden. 

Car. — Esso  me  declarad,  porque  nos  enten- 
damos: ha  de  abrir? 

FU.  —Y  recebiros  con  los  bracos  abiertos,  y 
con  esto  me  vine  (')  a  la  mayor  prissa  del  mun- 
do, que  me  sudaua  ya  el  copete;  mas  en  estas 
hazañas  esmero  yo  mi  saber,  porque  estas  mo- 
9uelas  que  les  hierue  la  sangre,  vozales  en  el 
trato,  eleuadas  en  amores,  ha/con  a  dos  manos  y 
quieren  abrapar  mucho  en  poco  tiempo,  y  yo 
como  las  siento  golosas,  pongoles  luego  el  cebo, 
y  créenme  como  si  todo  fuera  verdad;  y  quan- 
do  se  me  estrañan,  si  me  pongo  melancólica, 
luego  se  rinden  a  obediencia. 

Car.  —  De  manera  que  el  negocio  queda 
assentado  como  conuiene. 

FU. — Y  no  como  deue.  dizen  ellos  allá;  jun- 
to y  apuntado;  cortad  por  do  quisieredes,  esta 
noche  de  las  onze  adelante  os  espera,  y  abrirá 
la  puerta  al  primer  siluo  que  dieredes. 

Car. — Esso  es  cierto? 

FU. — Cierto  y  reciertj. 

Car. — Esse  es  grande  punto;  pues  qué  me 
dezis  aora,  amiga  mia,  llegaré  a  uer  qué  tiene 
la  fiebre? 

(';  En  el  original,  viene. 


FU  — Yo  descargo  mi  conciencia  sobre  vos, 
nunca  en  esso  me  meti.  Con  donzellas  ni  tiro 
ni  pago:  alma  tengo;  poro  seos  dezir  que  por 
alagos  se  quiere  llenar  la  moza  y  no  por  fuerza, 
y  d(  lia  y  de  la  naranja  tomar  lo  que  diere. 
Nuera  rogada  y  olla  reposada  no  la  come  toda 
barba,  y  si  os  veis  en  la  ocasión,  aduertid  que 
quien  a  sus  enemigos  popa,  a  sus  manos  muere, 
y  estas  tales  se  escandalizan  mucho  si  les  ha- 
blan buenas  dotrinas,  y  lo  tienen  a  poquedad: 
hazed  como  fuerte  varen ;  pero  en  todo  lauo 
mis  manos  y  os  aconsejo  que  miréis  por  su 
honra  y  tengáis  cortesia. 

Zel. —  Buen  pacificador  de  ruidos  es  ésta. 

Car. — No  ay  tal  muger  en  el  mundo;  digo- 
te,  amiga,  que  eres  para  consejera  de  vn  impe- 
rio, y  por  éstas,  y  si  no  que  nunca  me  las  quite, 
que  te  he  de  sacar  de  vergüenza,  y  te  prometo 
que  no  te  llames  desamparada  en  lo  que  yo 
pudiere,  y  que  otra  puede  ir  mejor  afeitada, 
etcétera. 

FU. — Hazedlo  assi  y  tendréis  la  bendición 
de  vuestra  madre  y  la  mia;  y  pues  el  negocio 
está  concluso,  cuenta  de  cerca,  amigo  de  lexos. 

Car. — Yo  cumpliré  mi  palabra;  aora,  de  po- 
bre Obispo,  pobre  seruicio;  veis  ahi  vn  escudo, 
otro  dia  Dios  hará  merced. 

FU. — Una  mala  dadiua  dos  manos  ensuzia; 
mal  parto,  hija  al  cabo.  Pusistisme  la  boca 
dulce  con  que  me  dariades  vna  joya,  y  mirad 
lo  que  me  dais. 

Car. — Aora  no  nos  oiga  alguno:  quien  te 
da  vn  huesso  no  te  querría  ver  muerto. 

FU. — Si,  cazador  que  mal  tira,  presto  tiene 
la  mentira. 

Car. — Mejor  es  deuda  vieja  que  pecado  nue- 
uo.  Valga  esso  por  señal,  y  lo  demás  vendrá 
sobre  la  buena  pro  le  haga,  que  aun  tenemos 
mucha  costura. 

FU. — Por  esso  lo  tomo,  y  mirad  que  el  buey 
por  el  cuerno  y  el  hombre  por  la  palabra;  y  si 
me  engañáis  vna  vez,  no  me  engañareis  otra; 
pues  moza  tengo  yo  aora  a  mi  mandar  gordi- 
11a,  y  mal  vestida  (como  dizen),  redonda  como 
vna  bola:  mas  quien  huuiere  de  prouar  el  vino, 
halo  de  hazer  bien  con  ella,  que  la  muchacha 
vale  todo  el  oro  del  mundo. 

Car. — Dime,  amiga,  es  de  aquí  del  varrio? 
o  ha  venido  de  fuera  descaminada? 

FU. — De  aqui  es,  bonita  como  vna  plata, 
algo  bobilla,  y  tiene  vna  voz  que  os  enamora  si 
le  oís  vn  Romance  de  sol  la. 

Car. — Dessas  es?  yo  asseguro  que  ha  corri- 
do más  ferias  que  vn  buhonero. 

FU.—  Luego  sabéis  vos  lo  que  ay  y  no  ay. 
Pues  no  os  matéis,  que  no  os  ruegan  con  ella. 

Car. — No  tengáis  pesadumbre  {})  de  que  se 

O  En  el  original,  por  errB.teL,  pensadumbre. 


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ORÍGENES  T)E  LA  NOVELA 


diga  la  verdí^d;  con  todo  esso,  aunque  tenga 
carne  de  toro,  assentadme  allá  en  la  Cofadria. 

FU. — Si  pagáis  la  entrada,  y  si  no,  no  ten- 
dréis cirio,  que  por  dinero  bayla  el  perro. 

Car. — Porque  sois  boba,  que  siempre  he  de 
enseñar  yo  de  valde;  no  será  mejor  que  lo  que 
se  diere  sea  para  vos,  y  tenella  como  cabe9a  de 
lobo?  y  luego  pensareis  que  todo  lo  sabéis;  no 
tenemos  ya  concertado  que  de  todas  las  que  vi- 
nieren a  vuestros  puertos  me  deis  la  salua,  y 
que  yo  haga  con  vos  mi  cortesia?  No  he  de  go- 
zar de  algún  priuilegio  por  ser  tributario  con- 
tinuo? Pareceme  que  queréis  que  quiebre  van- 
eo ;  yo  no  quiero  más  que  verla  en  vuestra  casa 
vna  hora. 

FU. — Esso  poco?  No  se  os  entiende  más.  Es 
el  mal  que  no  os  la...  no  quiero  dezillo;  pero 
ahora  tengo  mala  ocasión  con  mis  vezinas,  que 
se  ponen  a  hilar  a  las  puertas  y  notan  quanto 
ven,  y  ya  ellas  estaran  murmurando  el  veros 
conmigo. 

Car. — Pues  ahorqúense  las  borrachas,  y  si 
hablaren,  sépalo  yo,  y  veréis  si  las  pongo  freno. 

-F«7.^Quando  yo  viuia  en  la  placa  era  el  tra- 
to franco,  porque  alli  todas  tienen  que  nego- 
ciar, y  entran  y  salen  al  tiempo  que  quieren, 
sin  ser  notadas  de  ninguno. 

Car. — No  tratemos  de  rodeos;  yo  estoy  aper- 
cebido  para  todas  horas,  y  soy  hombre  para  pa- 
gar las  costas. 

FU. — Quien  muchas  piedras  mueue  y  mu- 
chas estacas  prende,  vnas  vezes  gana  y  otras 
pierde;  vos  queréis  vna  en  la  mano  y  otra  en  el 
saco. 

Car. — Soy  Cesar,  varón  de  todas  las  muge- 
res,  y  donde  yo  estuuiere  no  venga  Proculo. 

FU. — Pues  qué  os  contaré  a  esse  proposito? 
oy  tuue  dos  estudiantes  por  huespedes  con  dos 
mo9as  aldeanas. 

Car. — Ha,  ladrones,  essa  es  la  institnta  en 
que  ellos  estudian,  y  después  suplen  con  gra- 
uedad  la  falta  de  las  letras  desimuladas  con 
malicia,  y  son  los  que  nos  escalan  la  tierra;  y 
dime,  amiga,  tuuieron  sala  franca? 

FU.—Ay\  ay,  y  cómo  si  tuuieron,  y  más  que 
ellos  eran  hombres  de  hecho  y  beuian  los  años. 

Car. —Qué  a9ote  de  vei'dugo!  y  las  señoras 
qué  tales  eran? 

FU. — Bonitas  como  vn  oro.  Estas  aldeanas 
son  amorosas,  limpias,  frescas,  vienen  aliñadas 
con  sus  cofias  de  puntas,  camisas  'abradas,  toa- 
lla con  rapacejos,  zapatillas  de  dos  suelas,  las 
caras  sin  artificio,  el  cabello  negro,  que  no  ay 
más  que  desear. 

Car.  —Y  esas  tales  entregastis  a  essos  lobos 
hambrientos? 

FU. — Ellos  hizieron  el  concierto  allá  fuera,  y 
vinieron  sobre  cosa  hecha;  y  buena  obra  es  hos- 
pedar a  los  peregrinos,  y  del  mal  que  el  lobo 


haze  al  cuerbo  le  place;  ellas  vienen  de  las  al- 
deas al  mercado;  entonces  ellos  con  achaque  de 
comprar  lo  que  traen,  les  dizen  sus  Latines, 
con  que  ninguna  se  les  escapa. 

Car. — O,  nunca  ellos  acá  vinieran  para  ser 
picaros;  pues  vn  bien  tienen  ellas  dessos  seño- 
res: que  guardarán  mucho  secreto.  Tened  por 
cierto  que  dizen  más  de  lo  que  hazen,  todo  por 
mostrar  que  son  como  la  otra  gente.  Lo  que 
importa  es  que  essas  queden  ya  por  perroqu la- 
nas, para  que  qnando  bueluan  sean  conocidas 
de  los  dos;  y  de  aquí  adelante  yo  visitaré  el 
mercado,  que  no  de  valde  se  dize  que  rio  buel- 
to  (sic),  ganancia  de  pescadores.  Cada  dia  se 
sabe  más. 

Zel  — Señor,  vamonos. 

FU. — Mas  mudaos,  que  los  muertos  se  van. 

Car. — Amiga  mia,  essa  mo9a  te  encomien- 
do, y  tal  puede  ser,  que  me  contente  y  lo  haga 
bien  con  ella. 

FU. — No  se  da  a  cata  como  melón. 

Car. — No  nos  hemos  de  desconcertar  quan- 
do  esso  fuera. 

FU. — Todo  se  hará  bien;  acordaos  desta 
vuestra  cantina,  que  todo  es  migaja  de  pan  en 
capilla  de  fraile. 

Car. — No  es  más  necessario,  yo  tendré  cuy- 
dado  y  no  has  menester  a  otro, 

FU. — Pues  al  pobre  no  prometas  y  al  rico  no 
deuas.  Yo  voyme  por  lo  que  dizen.  Quien  bien 
sirue  y  no  pide,  quanto  sime  tanto  pierde. 

Car. — Quédate  a  Dios,  hermana. 

FU. — Vete  en  buen  hora,  escudero;  la  mise- 
ria del  escudo  con  que  vino!  esta  vez  me  podrá 
engañar,  mas  otra  no. 

SCENA  QUARTA 
Zelotipo,     Cariofilo. 


-Demonio  es  ésta. 

-No  ay  que  buscar  mejor  oficial  de  su 


Zel. 

Car. 
oficio. 

Zel. — Y  vos  en  el  vuestro  no  le  daréis  ven- 
taja. 

Car. — Esso  yo  os  lo  juro,  que  ley  con  ley  se 
entiende. 

Zel. — Lindamente  se  las  tuuistes  tiessas,  y 
os  distes  en  los  liroqueles. 

Car. — Ella  se  desuela  por  cogerme,  y  lleua 
sin  paciencia  hallarme  con  poco  dinero.  Mas 
muchas  cosas  sabe  la  9orra  y  el  erizo  vna  sola, 
por  donde  nunca  me  coge  descubierto;  y  como 
la  tengo  empeñada  en  lo  que  ha  hecho  por  mí 
sobre  mi  palabra,  pretende  mejorarse,  y  súfre- 
me, que  el  sufrimiento  no  lo  hallareis  sino  en 
quien  tiene  necessidad;  y  de  aqui  viene  que  con 
los  Principes,  quanto  más  los  seruimos,  esta-  j 
mos  menos  libres  y  más  prendados,  y  su  obli- 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


79 


gacion  es  sujeción  nuestra.  Para  con  éstas, 
si  queréis  que  buelen,  comed  siempre  con  ellas 
adelantado.  Ardides  son  de  pobreza,  que  todo 
lo  alcanza  a  t'nería  de  bracj-os  y  maña;  por  auer- 
la  yo  vsado  con  ella,  hablaré  esta  noche  a  mi 
dama  a  pesar  de  quien  le  pesare. 

Zel. — Quíteseos  tal  cosa  del  pensamiento,  y 
persuadios  que  os  miente  esta  borracha  de  Pil- 
tria. 

Car. — Mentir,  cómo?  Hallado  aueis  el  nio^o 
sufrido,  pues  con  quién  lo  ha  para  no  ir  a  sa- 
carle vn  ojo  y  mostrárselo  al  otro? 

Zel. — Yo  nada  creo  de  los  que  tengo  por 
mentirosos,  y  es  regla  que  guardo  con  los  tales. 

Car. —  Pues  vos  sois  todo  dudas.  Estás  tu 
aqui,  Culebrina,  pues  por  éstas  que  la  ahor- 
casse  de  vn  pie  o  le  cortasse  las  orejas  si  me  en- 
gafiasse;  y  si  tuuiesse  culpa  la  gentil  señora,  le 
daria  desde  vno  hasta  mil  acotes. 

Zel. — Mayor  castigo  merece  la  mentira,  au- 
tor de  toda  maldad,  jiorque  en  la  primera  se 
abrió  la  puerta  de  los  vicios;  y  para  mí  los  men- 
tirosos son  el  más  baxo  género  de  gente  que 
ay,  como  el  tiempo  lo  baraxa  todo  y  conuierte 
las  buenas  opiniones  en  malas  costumbres. 
Acuerdóme  que  lei  de  los  Lacedemonios,  que 
pareciendo  delante  dellos  vn  Embaxador  con 
cabellera,  Arquidamo  no  le  consintió  dar  su 
embajada,  diziendo:  Cómo  puede  hablar  verdad 
quien  no  sólo  trae  la  mentira  en  el  alma  encu- 
bierta, mas  publica  en  la  cabeca?  Tanto  se  es- 
trañaua  todo  fingimiento  en  aquella  República, 
y  aora  se  viue  con  él,  y  se  tiene  el  mentir  por 
buen  arte. 

Car. — En  esso  reparáis?  poco  viuireis,  por- 
que ya  el  logro  de  la  vida  está  en  ser  fingido  y 
falso.  Intención  sencilla  y  pura  no  es  moneda 
que  corre  en  trato  del  mundo.  En  el  que  alcan- 
9amos  quiere  hombre  que  sepa  acomodarse  a  la 
necessidad  y  sazón,  y  tantear  el  retorno  de  sus 
ocupaciones;  essotras  finezas  y  primores  son 
inútiles.  Si  queréis  ser  tenido  por  inhábil,  te- 
ned palabra  y  dezid  verdad.  A  quien  oyeredes 
llamar  buen  hombre,  dalde  limosna  y  doleos 
del.  Seguid  las  pisadas  do  los  que  llaman  La- 
dinos, y  triunfareis,  que  éstos  tienen  habilidad 
})ara  franquear  el  camino  sin  correrse  de  que  los 
conozcan.  De  Marco  Catón  el  primero  cuentan 
que  si  vestía  armas,  parecía  nacido  en  ellas;  si 
trataua  de  letras,  que  se  auia  criado  estudian- 
do; quando  fue  labrador,  ninguno  entendió  me- 
jor la  agricultura;  quantas  vezes  le  acusaron, 
tantas  se  defendió  por  sus  razones,  y  que  en 
todo  fue  eminente  con  marauillosa  industria, 
teniéndola  ochenta  y  seis  años  que  viuio  en  sus 
acciones,  opinión  que  ganó  por  saber  dar  a  cada 
^'osa  su  propio  ser.  Pues  si  viniera  aora  a  tra- 
trar  con  estos  que  tienen  por  discretos,  no  vie- 
ra palmo  de  tierra  y  pareciera  rezien  nacido;   ¡ 


porque  para  ellos  es  cosa  de  ayre  el  contraha- 
zer  del  Momo,  las  colores  del  pulpo,  las  lagri- 
mas del  cocodrilo;  y  quantas  figuras  la  natura- 
leza haze  respeto  de  los  personages  que  repre- 
sentan si  les  conuiene,  y  traen  la  astucia  tan 
por  sus  puntos,  que  si  dizen  de  lulio  Cesar  que 
era  autor  de  adulterios,  no  tanto  por  el  vicio, 
como  por  saber  de  las  mugeres  las  determina- 
ciones de  sus  maridos  contra  él,  por  donde  ata- 
jó algunas  conjuraciones:  assi  este  género  de 
gentes  el  fin  a  que  mira  su  saber  es  a  la  codi- 
cia que  los  guia,  y  enseña  a  contraminar  inte- 
resses;  y  las  cautelas  de  Vlises  y  de  Bruto,  que 
se  hizieron  locos,  no  son  comparables  a  lasque 
vsan,  porque  fingirse  vn  hombre  sin  jui/.io,  es 
luego  entendido;  mas  hazerse  inocente  para 
venderos,  mostrarse  liberal  para  robaros,  amigo 
quando  pretende  algo  de  vos,  sufrido  para  lo 
que  le  conuiene;  y  quando  no  os  ha  menester 
descubrir  su  malicia  y  ser  ingrato  y  desconoci- 
do, esta  discreción  es  fruta  nueua  y  dificultosa 
de  conocer,  y  se  halla  mucha  en  esta  tierra. 
Aconsejauan  los  Sabios  de  Grecia  que  no  se 
procurassen  muchas  amistades  para  escusar 
sentimientos  de  trabajos  y  enojos  ágenos,  pues 
sobran  los  propios.  Aora  triunfa  el  que  tiene 
muchos  amigos,  porque  se  ayuda  de  todos,  y 
no  haze  sino  por  el  que  pretende  retorno  en 
prouecho  propio,  ni  dize  verdad  más  de  en 
quanto  le  está  bien. 

Zel. — Pues  si  se  averiguó  delante  de  Darío 
que  la  verdad  era  superior  al  poder  del  Rey,  de 
la  miiger  y  el  vino,  cómo  la  vemos  tan  despre- 
ciada y  abatida? 

Car. — Porque  los  ojos  de  la  vanidad  huma- 
na^ deslumhrados  con  el  interés  propio,  son 
ciegos  para  participar  de  su  luz,  y  muy  de  an- 
tiguo se  dize  que  engendra  odios  y  la  lisonja 
amigos,  y  por  no  conocer  el  precio  que  tiene  no 
la  estimamos. 

Zel. — Lo  contrario  dezia  Pitagoras,  que  pre- 
guntándole si  hazian  los  hombres  alguna  cosa 
semejante  a  Dios,  respondió:  quando  hablan  y 
tratan  verdad. 

Car. — Ellos  dizen  muy  bien  a  esso  que  quien 
no  miente,  no  viene  de  buena  gente,  y  presumo 
que  imitan  a  los  caladores,  exercicio  que  da 
mucha  materia  de  mentir,  y  entre  ellos  los  de 
más  presa  son  vnos  que  escondidos  en  vna  cho- 
za cayan  con  redes,  y  por  ser  a  pie  enjuto  y  de 
prouecho,  es  gustoso,  como  a  los  que  no  dizen 
verdad  el  vso  de  no  trataila,  y  assi  buscan  mo- 
dos extraordinarios  de  hablar  y  dilaciones  para 
que  dure  su  tra^a,  y  la  costumbre  les  haze  cada 
día  más  diestra  su  naturaleza,  porque  quien 
entre  miel  anda,  vntarse  tiene.  Entendéis  este 
Latin? 

Zel. — Ya  os  entiendo;  no  ay  tal  cosa  como 
hablar  con  el  estilo  de  los  oráculos  antiguos. 


80 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Car. — Esso  es  lo  que  digo;  queréis  crédito 
para  hazer  leyes  de  errores  a  vuestro  saluo,  que 
lo  tengan  mayor  que  las  de  Minos  y  Licurgo, 
sin  que  las  atribuyan  a  los  Dioses?  pues  hablad 
lo  que  no  os  entiendan,  vsad  términos  estra- 
ños,  palabras  breues  y  equiuocas,  con  vn  dezir 
assi,  assi,  ya  me  entendéis;  mostrad  que  estáis 
adelante  en  lo  que  se  dize.  Dad  a  entender  que 
reseruais  más  en  el  entendimiento  de  lo  que 
dezis,  con  lo  qual  tendréis  suspensa  la  gente 
del  vulgo,  que  se  eleua  con  qualquiera  nouedad; 
y  de  aqui  resultó  el  hazerse  los  Indigetes,  que 
desapareciendo,  se  conuertian  en  estrellas;  y 
esta  es  la  causa  porque  lus  Filósofos  hablauan 
por  símbolos,  por  eternizar  sus  escritos  y  hazer- 
los  más  célebres  y  de  estimación,  que  se  lo  da 
el  no  ser  claros  y  ocasión  a  que  los  interpreten 
por  más  agudos  que  ellos  los  escriuieron,  y  de 
ser  assi  ha  resultado  su  duración:  porque  a  los 
que  por  virtud  dixeron  verdades  si  se  enten- 
dieran, huuieran  quemado  sus  libros:  porque  ya 
llaman  truhán  á  quien  desengaña;  y  si  alguna 
buena  dotrina  se  recibe,  es  por  venir  cubierta 
con  regalo  y  blandura,  que  ya  en  el  mundo  se 
trata  tanto  del,  que  hasta  los  preceptos  que 
son  de  nuestro  prouecho  y  que  enseñan  lo  que 
nos  couuiene,  queremos  cubiertos  a  manera  de 
pildoras  acucaradas  para  poderlos  passar. 

Zel. — De  manera  que  llamáis  saber  filosófico 
a  la  simulación;  nunca  vos  vseis  della,  porque 
los  Filósofos  que  tratauan  de  virtud  no  vsaron 
essos  rodeos,  sino  hablaron  verdad  con  claridad, 
y  padecieron  persecuciones  por  ella,  y  éstos  que 
su  trato  es  fingir,  vsan  mentiras  y  viuen  dellas. 

Car. — Enseñadme  vno  dellos,  por  ver  qué 
conocimiento  tenéis. 

Zel.— Qué  gracioso  sois!  entre  tantos  que- 
réis que  haga  vna  golondrina  verano.  Esta  es 
vna  tina  general,  que  muy  valida  anda  siempre 
de  máscara  en  vanquetes,  de  que  se  sigue  no 
poco  trabajo,  por  serlo  comunicar  con  hom- 
bres fingidos,  conuersacion  que  es  acertado  re- 
catarla: porque  demás  de  ser  enfadosa,  tiene 
peligro,  y  en  lugar  de  amor  engendra  odios;  y 
si  con  éstos  se  tiene  coracon  sencillo,  vais  per- 
dido; es  necessario  ir  con  el  fuero  de  la  tierra, 
porque  lo  que  se  vsa  no  se  escasa,  y  de  otra 
manera  es  ser  fábula  del  pueblo,  que  se  deue 
cuitar,  y  si  bien  esta  es  enfermedad  de  nuestros 
tiempos,  las  rayces  las  tiene  muy  hondas,  y  su 
daño  es  muy  antiguo:  porque  lubenal  dezia: 
qué  haré  en  Roma,  que  no  sé  mentir? 

Car. — Mas  qué  gran  tratado  se  podia  hazer 
de  cosas  desta  calidad  de  más  prouecho  que 
otros  que  salen! 

Zel. — Por  esso  pocas  vezes  me  satisfazen  los 
Predicadores,  que  no  saben  tomar  vna  materia 
alta  y  profunda  como  ésta,  en  que  metan  la  es- 
pada hasta  los  vltimos  tercios. 


Car.  —  Pareceme  que  os  picáis,  que  es  mal 
caso  y  término  de  negociante,  que  enfadado  del 
mal  despacho  y  poco  efeto  de  su  diligencia, 
quiere  hazer  Corretor  al  Confessor  del  Rey. 

Zel. — Dezid  lo  que  quisieredes,  que  quando 
sea  assi  y  passe  a  murmurar,  no  ee  para  escu- 
sarlo  a  tiempos,  por  espantar  congoxas,  aunque 
la  mordedura  sea  satirica  y  llegue  al  coragon;  y 
no  ay  gusto  ni  medio  para  aliuiar  cuydados 
como  censurar  y  reprehender  el  mundo,  a  quien 
del  anda  sentido,  y  más  de  alguna  gente  que 
ay  en  él,  que  se  pudiera  escusar  mejor  que 
moscas. 

Car. — Triste  condición  es  essa  y  diferente 
de  la  mia:  porque  veo  que  los  reprehendidos 
que  dan  grande  ocasión  para  serlo,  triunfan  de 
los  reprehensores;  atengome  con  el  mundo  ena- 
morado, en  que  se  va  siempre  nauegando  á 
costa  con  viento  próspero  y  haze  todo  el  año  vn 
eterno  Abril,  la  noche  escura  y  tempestuosa, 
flores  de  Mayo.  En  este  viaje  corre  todo  franco, 
el  interés  y  la  codicia  no  vogan.  Finalmente  la 
vida  enamorada  es  la  de  los  campos  Elíseos,  y 
no  tengo  paciencia  con  que  aya  algunos  que  por 
calificarse  de  modestos,  la  anden  con  estremos 
publicando  por  vana,  y  passen  a  desacreditar  y 
auichilar  las  mugeres. 

Zel. — Essos  tales  son  como  aquel  de  quien 
se  cuenta  que  siguiendo  vn  león  vna  cierna,  ella 
huyendo  se  escondió  en  vn  bosque  a  la  vista  de 
vn  pastor,  al  qual  el  león  preguntó  por  la  cierna, 
y  él  con  voz  alta  le  dixo:  no  la  he  visto,  mos- 
trándole con  el  dedo  dónde  estaña,  de  manera 
que  con  el  miedo  del  león  fue  falso  a  la  cierua. 
Assi  los  que  blasfeman  del  amor  y  burlan  de 
las  mugeres,  muestranse  esforgados  en  resistirse 
en  público,  y  con  el  alma  le  reconocen;  quexan- 
se  dellas  y  son  los  culpados,  conti'aminando  su 
inocencia  con  malicia,  de  donde  se  sigue  querer 
introduzir  por  mala  la  mejor  cosa  que  tenemos, 
y  quien  es  tan  poderosa  con  nosotros,  que  no 
ay  flaqueza  ni  mal  que  por  su  respeto  no  come- 
tamos, ni  peligro  a  que  [no]  nos  dispongamos 
por  su  gusto. 

Car. — Todo  se  deue  a  las  mugeres  como  a  lo 
mejor  del  mundo. 

Zel. — Ellas  se  emplean  mal  en  tan  mala  cosa 
como  el  hombre;  pues  porque  nos  creen,  las  en- 
gañamos; si  nos  aman,  las  destruimos;  si  se 
defienden,  las  deshonramos;  si  se  rinden,  no  las 
estimamos;  y  para  verificar  lo  que  se  dize  contra 
ellas  ser  blasfemias  en  apocar  su  saber,  su  cons- 
tancia, su  verdad  y  perfecion,  y  que  son  más 
fuertes  y  constantes  que  los  hombres  y  quán 
rendidos  les  estamos;  vimos  a  Salomón  idola- 
trar por  complacer  vna  muger,  y  adorar  los 
Dioses  que  ella  engañada  tenia  por  deidades;  y 
no  vimos  a  Salomón  conuencella  que  creyesse 
en  el  verdadero  Dios,  que  él  claramente  conocía 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


81 


y  creía,  y  ofendía  por  ella.  Qué  saber  es  éste 
del  hombre?  qué  constancia?  qué  verdad?  qué 
fe?  Si  esta  muger  fuera  ludia  y  Salomón  Gen- 
til, ella  le  hiziera  ludio.  La  muger  sustentó  lo 
que  creía,  y  el  hombre  lo  negó:  ella  venció  con 
la  sinrazón,  y  él  con  la  razón  fue  'vencido;  de 
raás  que  nos  tienen  tan  rendidos,  y  sus  Vitorias 
contra  nosotros  son  tantas,  que  pretender  resu- 
mirlas sería  imposible;  y  siendo  esto  assi,  toda 
alabanpa  y  estimación  se  les  deue,  confessando 
que  la  virtud  que  en  ellas  florece  es  natural,  y 
sí  cometen  errores,  son  culpas  nuestras,  que  las 
solicitamos  y  nos  desvelamos  por  engañarlas; 
por  lo  qual  justamente  somos  merecedores  de 
gran  pena,  y  que  sea  condenada  por  baxeza,  y 
caso  indigno  de  discreción  y  nobleza  murmurar 
de  mugeres  y  no  reconocerlas  por  la  mejor  cosa 
del  mundo;  y  es  lo  mismo  que  los  maldizientes, 
que  murmuran  de  Religiosos,  siendo  tan  cierto 
que  viuen  con  ordinario  exercicio  de  virtudes; 
y  si  acaso  alguno  por  los  continuos  combates 
del  enemigo  común  cae  y  (})  leuantase  luego  a 
continua  penitencia;  y  no  reparan  en  sí  mismos, 
que  como  mundanos,  libres,  sin  temor  ni  ver- 
guenca  cometen  todas  las  horas  mil  pecados  que 
tienen  por  veniales,  y  sin  ningún  arrepenti- 
miento, atreuidos  alaban  en  sí  lo  que  estrañan 
en  los  buenos. 

Car. — Ha  llegado  a  tal  punto  el  estilo  cor- 
tesano y  de  los  que  lo  siguen,  que  llaman  dis- 
creto y  gracioso  al  murmurador,  y  al  que  lo  es 
más  desenfrenado  le  hallan  más  sal,  y  lo  admi- 
ten en  su  conuersacion,  celebrando  por  agude- 
zas lo  que  dize  destas  materias. 

Zel. — A  ningún  género  de  gentes  tengo 
tanta  lástima,  ni  estimo  menos,  que  a  los  mur- 
muradores de  Religiosos  y  mugeres,  porque  por 
sus  sacrificios  y  virtudes  me  persuado  que  nos 
sufre  Dios,  y  por  ellas  tengo  por  cierto  que  se 
sustenta  el  mundo,  y  a  mí  parecer  sería  sin 
juyzio  y  demasiado  malicioso  quien  esto  ne- 


Car. — Pues  hemos  llegado  a  censurar,  sabéis 
quién  me  enfada?  vnos  hombres  que  de  su  mala 
opinión  quieven  hazer  ley  y  se  piecian  de  sus- 
tentar vando  por  su  autoridad  sola  contra  lo 
que  está  muy  recebido  y  la  verdad  aprueua. 

Zel, — Dessos  y  de  sus  conuersaciones  se  ha 
de  huir  {'^),  y  yo  tengo  vna  regla  para  apartar- 
las y  conocellos. 

Car. — Dezidla,  veremos  qué  tal  es. 

Zel.— "El  que  no  teme  a  Dios,  burla  de  su 
discreción;  el  que  por  mostrarse  muy  hombre 
pone  atreuida  lengua  en  jurar,  tenedle  por  ne- 
cio; y  si  es  assi  que  no  puede  ser  amigo  de  su 
diüina  Magestad  quien  no  le  obedece  y  a  su 

(')  Parece  que  sobra  aquí  la  conjunción  y. 
(-)  En  el  original  dice  luzit: 

OKÍUENES   DE   LA    NOVELA. —  IIJ.— 6 


nombre  tiene  deuída  reuerencía,  culpa  será  gra- 
ue  el  comunicarle  y  sufrirle. 

Car.  -Amigo  mío,  no  os  pongáis  en  hazer 
el  mundo  obseruante;  dexad  esse  cuidado  ¡'a 
quien  le  pertenece  por  obligación;  conformóme 
con  que  sólo  acetéis  conuersaciones  que  se  aco- 
moden a  vuestra  condición,  porque  éstas  son  de 
gusto  y  sin  achaques,  y  las  demás  son  vn  per- 
petuo enfado;  y  si  las  comunicaciones  se  buscan 
para  entretener  la  vida  en  contento  y  amistad, 
tenerlas  para  llenar  pesadumbres,  de  donde  na- 
cen odios,  es  locura  y  necedad. 

Zel. — No  condeno  yo  tener  muchos  conoci- 
dos, lo  que  reprueuo  es  que  la  amistad  no  sea 
particular  con  algunos. 

Car.—  Muchos  tienen  por  discreción  tenerla 
y  comunicar  con  toda  suerte  de  hombres  para 
ayudarse  dellos  en  sus  necessidades. 

Zel. — Essos  no  tienen  amor  ni  verdad;  el 
interés  es  su  Dios. 

Car. — Hora  es  de  cenar:  vamos  a  cumplir 
con  nuestra  naturaleza.  Passadas  las  de  nues- 
tras venturas,  yo  iré  a  buscaros. 

Zel. — Sea  assi,  que  ya  quisiera  que  amane- 
ciera, para  tener  passada  noche  tan  larga  para 
mí,  pues  no  puedo  contentar  estos  ojos  con  la 
vis*a  de  otros.  Para  vos  será  breue,  ocupándola 
en  vuestros  gustos. 

Car. — Essas  ponderaciones  son  viejas;  voy- 
me  antes  que  os  alarguéis  más. 

SCENA  QUINTA 

Andradk. 

And. — Mi  amo  Zelotipo  anda  muy  lastima- 
do pocos  dias  ha;  muero  por  saber  la  causa,  y 
no  la  puedo  entender;  solia  no  encubrirme  pen- 
samiento suyo,  y  aora  no  sé  qué  demonio  tiene 
o  qué  no,  que  no  está  para  pedirle  mercedes. 
La  noche  passada  no  cerró  los  ojos;  vino  de 
fuera  quando  quería  amanecer,  y  el  cuydado  de 
Andrade  velar  como  grulla  para  abrirle  la  puer- 
ta, porque  no  le  sintiessen  en  casa,  que,  mal 
pecado,  esta  es  siempre  la  vida  que  yo  tengo 
con  él,  y  por  esso  se  dize:  negra  es  la  cena  en 
la  casa  agena,  y  mas  negra  a  quien  la  cena;  y 
viuir  siruiendo  es  más  tristeza  que  morir,  por- 
que no  ay  señor  que  no  tenga  por  razón  su 
voluntad,  y  no  sólo  la  aueis  de  sufrir,  mas  ala- 
bársela, si  no  queréis  seruirde  valde;  y  yo  tan 
necio,  que  perseuero  con  éste  y  no  me  voy 
aprender  oficio,  sabiendo  muy  bien  que  quien 
en  Palacio  cnuejece,  en  hospital  muere;  pero  en 
fin,  quierole  bien,  que  parece  que  me  cortó  el 
ombligo.  Mas  si  por  desgracia  le  huuiessen  acu- 
chillado en  alguna  encrucijada?  que  son  los  ga- 
ges  que  llenan  los  que  rondan  toda  la  noche, 
porque  estos  estudiantes  son   desesperados  y 


82 


orígenes  de  la  novela 


andan  en  quadrilla  armados  como  relogcs,  no 
sé  qué  juzgue  ni  qué  haga;  él  entró  sin  hablar- 
me palabra  fuera  de  su  costumbre;  paseóse  por 
la  sala,  suspiraua,  daua  golpes  con  las  manos, 
y  tirauase  los  dedos;  yo  me  afligía  de  verle  con 
tales  estremos,  imaginando  que  estaua  loco;  en 
fin,  después  que  se  mitigó  algo  la  furia,  rendi- 
do se  acostó  por  buscar  algún  consuelo.  Quando 
empe90  a  ser  de  dia,  durmió  sin  despertar  hasta 
que  le  llamaron  para  la  mesa,  y  no  comió  dos 
vocados;  alguna  cosa  le  sucí  dio  que  le  quema 
la  sangre,  y  no  puede  ser  menos;  yo  de  muy 
agudo  córteme,  pregúnteselo,  respondióme  con 
darme  dos  golpes;  y  tuue  por  buena  suerte  no 
me  diesse  más,  porque  por  vna  paja  se  pega 
fuego  al  molino  y  poca  hiél  haze  amarga  mu- 
cha miel.  Retíreme  luego  sacando  pies,  que  a 
quien  has  de  rogar  no  deues  enojar,  y  al  criado 
lo  que  le  toca  es  obedecer  a  su  señor  y  no  darle 
consejos,  que  ellos  sufren  mal  y  lo  reciben  peor; 
lo  que  importa  es  mirar  cada  vno  lo  que  le  con- 
uiene,  y  del  mal  ageno  no  tener  cuydado.  Ex- 
periencia tengo  desto,  aprovécheme  della,  apár- 
teme como  pude  de  la  primera  furia,  porque  de 
pequeña  herida  se  haze  grande  llaga;  hizeme 
mudo,  consideré  que  quando  el  martillo  (*)  da 
la  yunque  sufre  y  no  hay  bien  ni  mal  que  cien 
años  dure;   de  colera  de  señor  j  de  justicia 
guardar   el  primer  Ímpetu ,   que    después    en 
quanto  la  piedra  va  y  viene,  Dios  dará  de  sus 
bienes.  Embiame  aora  con  vn  recado  a  Cario- 
filo,  otra  tal  cabera  como  la  suja;  fue  su  com- 
pañero en  la  Corte;  es  hijo  de  vezino  desta  ciu- 
dad; aura  quinze  dias  que  vinieron  a  holgarse 
a  su  tierra,  porque  les  faltó  la  moneda  que  ellos 
gastan  sin  dolor,  a  costa  de  barba  larga  y  sudor 
ageno;  conuieneme  bolar  con  Jos  pies,  porque 
no  cobre  lo  que  ayer  perdí;  que  e'stos  gustan  de 
quebrar  sus  pesadumbres  en  nosotros,  y  assi 
arde  lo  verde  por  lo  seco,  paga  el  justo  por  el 
pecador,  seruis  de  noche  y  de  dia,  y  más  aueis 
de  pagar  su  disgusto,  sentir  sus  dolores  como 
propios.  Yo  no  siruiera  a  mi  amo,  mas  como  ha 
dias  que  estoy  en  su  casa,  no  querría  perder  lo 
seruido,  porque  a  piedra  mouediza   nunca  la 
cobre  moho;  y  como  allá  dizen,  mal  amo  has 
de  guardar  por  miedo  de  no  empeorar,  yo  lo  he 
de  sufrir  hasta  ver  dónde  llega  su  ruindad;  por- 
que por  otra  parte  passo  vida  de  Rey,  y  si  está 
contento,  es  todo  buena  ventura,  su  caudal  ten- 
go en  mi  poder  y  gasto  sin  cuenta;  assi  passo, 
fiandome  de  sus  esperan9a8;  no  es  segura  ga- 
nancia, pero  voyme  por  el  hilo  de  las  gentes; 
entendido  he,  por  mis  pecados,  que  no  ay  para 
ellos  buen  proceder  ni  vida  tan  ajustada  que 
baste  a  que  nos  hagan  merced,  que  assi  llaman 
todos  al  pagar  el  seruicio,  porque  las  concien- 

{')  En  el  original,  marítio. 


cias  son  largas  y  las  manos  cortas;  quanto  ma- 
yor obligación  nos  tienen,  tanto  más  nos  abo- 
rrecen. Si  nos  nacen  canas  siruiendo,  dizen 
ellos  que  nos  criaron  y  que  entonces  empe9a- 
mos  a  seruir;  con  cualquier  achaque  nos  despi- 
den, y  si  nos  bueluen  a  recebir,  publican  que  es 
por  misericordia,  y  se  ha  de  merecer  de  nueuo. 
Los  muy  justificados  ponen  el  juyzio  de  nues- 
tro seruicio,  que  ellos  vieron  y  saben  quál  es,  en 
el  Confessor,  que  nunca  supo  el  trabajo  que  es 
seruir;  luego  vienen  Letrados  liberales  del  su- 
dor ageno  y  Harpías  de  su  interés,  y  rebueluen 
Bártulos  y  Baldos,  y  hallan  vna  ley  que  les 
desobliga  hasta  de  los  mandamientos  de  Dios, 
que  no  sufren  entendimientos  nuevos .  Assi 
que  venga  el  diablo  y  escoja;  y  con  razón  se 
dize  que  el  bien  del  amo  no  es  heredad  cierta; 
lo  mejor  era  no  seruir  a  ninguno,  mas  todos  lo 
dizen  y  lo  desean,  y  la  codicia  vence  al  conoci- 
miento que  tenemos  de  lo  que  nos  conuiene  ver. 
Los  pensamientos  de  mi  amo,  el  mundo  es  poco 
para  él,  dize  que  ha  de  traer  de  la  India  mon- 
tes de  oro;  pues  no  será  tan  ruin  que  llenándo- 
me consigo,  no  me  haga  bien,  diziendo,  como 
me  ha  dicho  muchas  vezes,  que  hará  y  aconte- 
cera;  si  no  lo  cumpliere,  no  me  faltará  conque 
pasar  la  vida.  Dios  me  ayudará  y  con  su  fauor 
confio  venir  con  mucho  dinero  y  comprar  en  mi 
tierra  vn  par  de  buenas  casas,  y  ser  más  hon- 
rado que  todos ,  y  comer  gallinas  y  perdizes. 
Esta  es  la  casa  de  su  padre  de  Canófilo:  quiero 
llamar. 

SCENA   SEXTA 

Andrade,  Cariofilo. 

Car.—  Ola,  ola,  quién  está  ahi? 

And. — Yo  soy,  señor. 

Car. — Quién  sois? 

And. — Andrade. 

Car.— O  señor,  V.  m.  es?  suba  su  bellaque- 
ría, llamáis  como  loco,  digo  como  priuado. 

And. — Yo  reniego  de  tantas  honras. 

Car. — Cubrios,  señor. 

And. — Bueno  estoy  assi. 

Car. — Dónde  andas,  picaro,  que  no  pareces, 
ni  me  has  venido  a  ver  desde  que  venimos  de  la 
Corte? 

And. — Con  más  razón  me  puedo  yo  quexar, 
pues  V.  m.  no  da  lugar  que  le  hable  después 
que  está  en  su  tierra;  en  tiempo  de  higos  no  ay 
amigos,  sea  en  buen  hora;  bolueremos  á  la 
Corte  y  mi  peral  tendrá  peras,  y  alguno  me  aura  ' 
menester  y  querrá  le  lleue  recaudos. 

Car. — Pareceme,  señor,  que  me  amenazáis; 
pues  doyte  mi  palabra,  Andrade,  que  tengo  ne- 
cesidad de  tu  fauor  aora  para  cierto  negocio  de 
nuestro  oficio. 


1 

1 


COMEDIA  T)E  EVFROSINA 


83 


And. — Ojala,  mas  V.  m.  tiene  á  su  Cotrin. 

Car. — Esse  villano  para  nada  es  bueno;  yo 
no  confio  mis  secretos  sino  de  ti,  que  fuiste 
siempre  mi  priuado,  y  somos  amigos  antÍL,'-uos; 
demás  que  ayer  se  partió  para  su  tierra. 

And. — El  me  lo  dixo  y  lo  bien  que  V.  m.  lo 
vistió;  no  lo  haze  dessa  manera  mi  amo  con  mi- 
go, y  no  porque  me  falta  amor  y  fidelidad,  que 
en  esso  bien  sé  que  le  lleno  ventaja;  son  ventu- 
ras: en  dos  dias  alcanía  vno  lo  que  se  deue  a 
otro  por  muchos  años;  también  yo  querria  que 
V.  m.  le  pidiesse  de  mi  parte  licencia  á  mi  señor 
para  ir  a  holgarme  a  mi  tierra  quinze  dias,  v 
traeré  churizos  para  llenar  a  la  Corte,  quando 
en  buen  hora  boluanios. 

Ca?-. — Y  a  qué  quieres  ir? 

And. — A  qué,  señor?  a  comerme  una  galli- 
na solo. 

Car. — Ha  picaro,  y  cómo  eres  castizo. 

And. — Pues,  señor,  también  somos  gente, 
y  cada  gallo  canta  en  su  gallinero. 

Car. — Y  con  essa  cara  de  Zigarra,  y  esse 
niostachillo  determináis  vos  de  ir  allá,  sin  más 
prouision  y  passaporte? 

And.  — Qne  no  sea  possible  que  V.  m.  dexe 
essas  burlas? 

Car. — Bien  será  que  te  engrademcs  otras 
barbas  y  te  rapemos  essas  a  rapazadas. 

And.  —  Estas  crecerán,  y  a  fe  que  tengo  para 
mí  que  no  me  han  de  conocer  allá. 

Car. — Podra  ser,  mas  vos  estáis  muy  mal 
azepillado  y  más  ancho  que  largo. 

And. — Aun  he  de  crecer. 

Car. — No  creo  yo  tal,  porque  ya  estáis  añu- 
dado; ha  te  nacido  el  diente  cordal? 

And. — No  sé,  pienso  que  sí. 

Car. — Veis,  no  os  digo  yo?  guárdate  si  allá 
fueres  de  casarte,  porque  espero  en  ti  vn  gran 
cornudillo. 

And. — Esso  está  muy  lexos,  porque  yo  he 
de  ir  con  mi  señor  á  la  India. 

Car. — Resolución  me  parece  de  hombre  de 
ánimo;  pues  yo  sé  de  tu  amo  que  te  quiere  bien, 
y  lo  ha  de  mostrar  con  obras. 

And. — Confianza  tengo  de  su  voluntad  y  yo 
I  se  la  merezco. 

Car.  —  Y  pues,  qué  te  parece  desta  tierra? 
(huelgaste  en  ella? 

And. — Bien,  pero  mejor  me  hallo  en  Lisboa, 
que  es  madre  de  todos,  y  en  el  mar  ancho  se 
jcria  el  pez  grande. 

Car.  — Ya  sé  que  tienes  allá  vna  hermosa 
í^endedera. 

And. — Esso  nunca  falta,  mas  en  la  Corte 
nue  hombre  a  su  plazer,  y  no  siruo  más  que  a 
31  señor,  que  le  sé  su  condición,  y  aqui  su  pa- 
llre  manda,  la  madre  manda,  la  hermana  man- 
ía, y  no  me  dexan  sossegar  vn  instante,  y  aun- 
ue  aya  cien  mo^os  en  casa,  a  mí  solo  han  de 


mandar,  y  muchos  componedores  echan  a  per- 
der la  nouia,  y  asno  de  muchos,  lobos  se  lo  co- 
men; demás  que  en  la  Corte  nunca  me  faltan 
dineros,  y  aquí  no  ay  sino  el  comer  hasta  no 
poder  más,  y  no  puedo  allegar  vn  quarto;  y 
como  dizen,  la  tierra  que  sé  por  madre  la  he. 
Tal  es  Lisboa,  en  quien  nunca  falta  el  trato  y 
la  buena  ventura  para  todos. 

Car. —  Lo  que  yo  sé  es  que  no  tenéis  aora 
qué  comprar,  porque  ya  me  entendéis;  qne 
quien  trae  las  manos  en  la  massa,  siempre  se  le 
pega  della. 

And. — Esso  no  se  puede  negar,  la  verdad 
Dios  la  amó  de  ordinario;  se  sisa  poco  o  mu- 
cho, ay  pie9as  viejas  que  vender,  baratos  de 
juego  y  otros  percances  que  nunca  faltan. 

Car. — Qué  te  parece,  Andrade,  de  nuestras 
damas  de  Palacio,  estaran  aora  muy  cuydado- 
sas  o  tendrán  otros  galanes? 

Atid. — Es  el  mal  que  no:  todas  son  muy 
prouidas  en  no  estar  fiadas  en  vn  ancora,  por 
no  ser  como  el  ratón,  que  no  sabe  más  de  vn 
agujero. 

Car. — En  esso  te  afirmas? 

And. — Y  se  lo  daría  yo  por  consejo,  porque 
quando  vna  puerta  se  cierra,  otra  se  abre,  y  vn 
ruin  ido,  otro  venido,  y  no  están  obligadas  a 
guardar  lealtad  hasta  el  dia  del  juyzio  final,  y 
ni  Sábado  sin  Sol,  ni  mo(;a  sin  amor. 

Car. — Según  esso,  diremosles  luego,  que  a 
quien  Dios  se  la  diere,  San  Pedro  se  la  vendi- 
ga;  y  tu  amiga  Eluira  de  Alraeida,  tendrá  ya 
amigo? 

And. — Menos  rae  fiaré  dessa,  por  mas  jura- 
mentos que  ella  hizo,  porque  costumbre  pongas 
que  no  quites,  y  vezerrillo  que  suele  mamar, 
proueelle  el  paladar,  y  sea  tuya  la  higuera  y 
cómame  yo  los  higos.  Lloraua  quando  yo  fui 
allá  por  las  camisas  de  V.  m.  y  estaña  con  vna 
toalla  rezia  y  negra  por  toca,  y  juróme  y  tres- 
juróme  que  no  se  auia  de  poner  otra  hasta  que 
le  viesse  delante  de  sus  ojos,  ni  auia  de  salir  de 
aquella  casa  sino  los  Viernes,  quando  fuesse  a 
nuestra  Señora  del  Monte  a  pedirla  que  durasse 
poco  esta  ausencia;  mas  si  ella  es  la  que  yo 
imagino,  hará  como  viere  hazer  a  sus  amigas; 
y  no  dudo  que  tendrá  amparo  para  no  morir  de 
frió;  pero  yo  asseguro  que  assi  como  vamos, 
que  ay  campo  franco,  porque  le  es  muy  aficio- 
nada, y  negará  por  V.  m.  a  todo  el  mundo. 

Car. — Y  la  madre  reñirá  aora? 

And. — Essa  tuerta  par  diez  que  es  la  más 
falsa  y  interessada  vieja  que  vi  jamas.  Siempre 
me  dezia:  No  dan  morcilla  a  quien  no  mata 
puerco,  y  no  estaña  contenta  sino  quando  la 
llenana  alguna  cosa.  Llamauale  a  V.  m.  esse 
vñas  de  hambre,  y  a  mí  ladrón  bellaco  menti- 
roso; ella  no  tenia  verguen9a  para  dezir  lo  que 
queria,  y  yo  relame.    O,   lo  que  beue,  valame 


84 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Dios;  y  yo  asseguro  que  no  fuera  la  hija  tan 
ruin  si  la  madre  no  la  hiziera  a  sus  costum- 
bres. Predicauala  siempre  que  no  se  fiasse  de 
mí,  y  mucho  menos  de  V.  m.,  y  a  la  fe  no  sé 
si  eran  ellas  el  lobo  y  la  bulpeja  todos  son  en  la 
conseja;  ton  todo  ambas  muy  llorosas  mostra- 
ron sentimiento  de  su  partida  de  V.  m.,pero 
yo  voyme  por  lo  que  dizen:  No  cries  gallina 
donde  la  raposa  mora,  ni  creas  lagrimas  de  mu- 
ger  que  llora;  y  para  mí  es  cierto  que  nunca 
nació  ni  nacerá  peor  cosa  que  la  mala  muger. 

Car. — De  mí  te  sé  dezir,  Andrade,  que  no 
las  trato  más  que  para  mis  horas  de  plazer; 
doyles  poco,  y  nunca  pago  adelantado. 

And. —  Esso  es  lo  que  importa  y  no  ser 
como  su  amigo  Galindo,  que  las  da  lo  que 
tiene  y  lo  que  no  tiene,  y  ellas  se  burlan  dé¡. 

Car.  -  Qué  me  dirás  de  nuestras  vezinas  las 
botoneras? 

And, — O  señor,  qué  inquieta  traía  a  la  her- 
mana más  mo9a;  si  no  nos  viniéramos,  antes 
de  muchos  dias  se  la  echara  en  las  manos  a  mi 
señor,  y  en  buena  fe  yo  soy  muy  gran  necio  en 
no  recauar  para  mí,  que  ellas  todas  me  quieren, 
y  él  nada  me  agradece,  y  todo  lo  atribuye  a  sif 
bizarria;  pero  yo  me  atreuia  a  negociar  mejor 
por  mi  buena  platica. 

Car.— Y  lo  alcan9aras  sin  duda,  porque  tú 
lo  entiendes  con  ventaja,  mas  nunca  fuiste  para 
hablar  para  mí  la  otra  hermana. 

And. — Essa  tenia  cuyo,  y  era  más  zahareña, 
y  zelaua  tanto  a  estotra,  que  no  la  dexaua  a 
sol  ni  a  sombra,  y  conmigo  dissimulaua  por  ser 
mi  amiga. 

Car  — Y  de  la  tendera  qué  me  dizes? 

And.  —  Qne  es  bonita  y  astuta;  ninguna  vi 
taii  entremetida  y  i'esabida,  y  es  la  más  segura 
y  disimulada  muger  que  pensé  ver,  y  el  cornu- 
dillo  de  su  marido  me  quiso  matar,  porque  me 
halló  vn  día  hablando  con  ella  dentro  en  su 
casa:  escápeme  con  dezirle  la  señora  que  rae 
enseñaua  vnas  camisas  que  le  auia  ido  a  com- 
prar. 

Car. — Y  si  te  cortara  las  orejas? 

And. — Si  he  de  hablar  la  verdad,  yo  no  es- 
taña en  cielo  ni  en  tierra,  pero  tuue  siempre 
la  mano  en  mi  daguilla  y  él  temióme;  mas  yo 
imaginé  que  ania  hecho  la  ida  sin  venida  como 
potros  a  la  feria,  y  mi  señor  me  ha  diího  que 
si  pudiera  en  mí  las  manos  que  lo  hiziera  taja- 
das. Bueno  está  lo  hecho,  que  la  vengan9a  es 
tarda  y  es  mala  de  tomar  de  quien  se  guarda, 
y  el  gusto  que  da  es  breue;  y  más  vale  salto  de 
mata  que  ruego  de  buenos;  porque  quando  sir- 
uas  al  Conde,  no  mates  al  hombre,  que  morirá 
el  Conde  y  pagarás  el  hombre,  y  el  preso  y  el 
cautiuo  no  tiene  amigo.  Lo  cierto  es  que  quan- 
do me  vi  fuera,  di  gracias  a  Dios  y  me  acordé 
que  muchos  perros  lamen  en  el  molino,  y  todo 


el  mal  es  para  el  que  cogen ;  ella  me  tenia  ad- 
uertido  de  lo  que  auia  de  hazer,  y  como  la  cosa 
bien  negada  nunca  es  bien  creyda,  valióme  la 
dissimulacion  que  tuue. 

Car. — Y  tu  señor  qué  haze  aora? 

And. —  Durmiendo  quedaua  en  el  regazo  de 
su  hermana,  que  le  traia  la  mano  por  la  cabe9a. 

Car. — Es  hermosa? 

And. — Al  diablo!  como  mil  angeles. 

Car. — Por  tu  vida  que  le  des  vn  recaudo  de 
mi  parte  y  me  hagas  su  conocido. 

And, — Guarda,  nunca  Dios  tal  mande;  auia 
yo  de  ser  traidor  á  mi  señor?  ni  V.  m.  lo  querrá. 

Car. — Hate  hablado  en  mí  en  alguna  oca- 
sión? 

A7id. — Muchas  vezes  ha  tratado  de  V.  m.  y 
dize  que  le  parece  muy  galán  y  de  buen  talle. 

Car. — Y  tú  que  le  dizes? 

And. — Qué  le  he  de  dezir,  sino  lo  que  en 
V.  m.  ay,  y  luego  me  pregunta  si  tenian 
Y,  ms  amores  en  la  Corte  y  lo  que  hazian,  y 
assi  esto  como  lo  demás  que  trata  es  con  mu- 
cha discreción:  porque  en  todo  tiene  mil  gra- 
cias, y  lee  y  escriue  estremadamente,  y  lo  que 
a  mí  más  me  importa  es  que  tiene  muy  buenas 
entrañas  y  me  da  regalos  para  comer. 

Car. — Es  enamorada? 

And.  —  No  sé,  ella  anda  muy  vizarra,  y  la 
muger  muy  lozana  dar  se  quiere  a  vida  vana,  y 
más  ésta  que  está  tan  regalada  de  su  padre, 
que  la  madre  no  se  atreue  a  hablarla;  pero  para 
aqui  y  para  delante  de  Dios,  que  me  parece 
mo9a  cuerda  y  de  estimación  y  altiua  de  pen- 
samientos. 

Car. — Pues  guárdala  destos  estudiantes,  que 
son  sanguijiielas  de  conuersaciones,  y  con  sus 
armas  darán  combate  al  Cayro. 

And. — Dize  V.  m.  verdad,  y  a  fe  que  los 
temo,  porque  son  tantos  y  tan  ociosos,  que  no 
ay  cosa  que  se  les  escape,  si  bien  todo  su  deseo 
es  comer  a  lo  seguro,  y  nunca  salen  de  malco- 
cinado; mas  ella  está  mejor  con  los  Cortesanos,  i 

Car.  —  Es  muy  amiga  de  tu  señor?  I 

And. — Con  es  tremo;  su  mayor  deseo  es  acer- 
tar a  regalar  a  su  hermano. 

Car.  —  Y  pues  él  qué  dize  aora? 

And. —  Ya  se  rae  oluidaua,  pues  bien  de 
prissa  me  lo  mandó. 

Car.  —  No  perderás  tus  mañas. 

A7id. — Dize  que  no  salga   V.    m.   de  casa 
hasta  que  sea  nmy  tarde  que  vendrá  a  verle;  yj 
si  ha  de  salir  V.  m.  que  le  embie  a  dezir  dónde  | 
le  hallará  para  darle  á  V.  m.  cuenta  de  lo  que, 
sabe.  Ayer  por  la  noche  fue  V.  m.  con  él? 

Car.-  No. 

And. — Yo  no  puedo  entender  lo  que  haze, 
o  en  lo  que  anda  estos  dias,  porque  todas  lasj 
noches  va  fuera  de  casa  y  viene  a  dormir  a  la| 
mañana,  y  con  esto  anda  sin  gusto  ni  juyzio. 


j 


COMEDIA  DE  EVFROSTNA 


85 


Car. — Mira  no  le  ayan  hecho  alguna  snper- 
cheria  entre  muchos. 

And. — Aunque  más  fueran,  no  se  la  harian, 
que  es  muy  valiente,  y  no  dexa  la  capa  en  el 
terrero;  mas  el  diablo  que  sepa  esso,  por  nin- 
guno se  puede  jurar;  deseo  saber  lo  que  es,  y  lo 
he  de  alcanyar  si  no  me  muero.  Su  lieriuana 
anda  más  curiosa, y  le  pregunta  la  causa  muchas 
vezcs;  él  desimula;  ella  piensa  que  es  cuydado 
de  la  Corte,  y  si  lo  es  no  espero  remedio  tan 
presto,  porque  su  padre  no  tiene  ordeu  para 
embiarlo  hasta  co^er  los  frutos,  ni  puedo. 

(7«?".  -Vete  y  dile  que  yo  me  echo  a  dormir 
la  siesta,  y  le  aguardaré  hasta  que  venga;  y, 
amio^o  uiio,  veamonos  más  vezes,  que  tenemos 
mucho  que  hablaren  cosas  de  importancia. 

Anc/.  — Dios  delante,  todo  se  hará  bien. 

ACTO    SEGVNDO 

SCENA    PRIMERA 

Zelütipo. 

Zd.~-  O,  quán  poco  reposo  permite  ni  con- 
siente el  amor  en  el  alma  de  que  tomó  posses- 
sion  con  tirania,  pues  sólo  espera  el  descanso 
de  sus  trabajos  en  la  dura  muerte:  la  qual  si 
bien  se  considera,  se  ha  de  llamar  blanda,  pues 
para  los  desdichados  no  es  tormento,  sino  fin 
de  desuenturas;  y  assi  dezia  muy  bien  Epini- 
reo  {})  que  no  era  mal  el  padecella,  el  camino 
para  te.ierla  sí;  y  no  hallo  otro  más  breue  para 
alcan9arla  que  este  por  donde  voy,  según  lo  que 
de  mí  siento,  y  la  dilación  me  aflixe  y  atormen- 
ta, dando  bueltas  sin  cesar  en  esta  rueda  de 
mis  varios  pensamientos,  como  el  cuytado  Ixion 
en  la  infernal  por  sus  amores,  huyendo  de  mí 
propio,  como  la  hija  de  Inaco  de  su  nueua 
figura,  y  assi  estoy  estraño  de  lo  que  solía  ser, 
siguiendo  la  esjieraníja  que  huye  de  mí,  como 
Inaco  de  Esperies.  O  ciego  niño!  con  razón  te 
dan  este  nombre,  pues  tus  a])etitos  y  mouiraien- 
tos  carecen  della  y  de  todo  juyzio  claro.  Triste 
del  que  te  está  tan  sujeto,  que  conociendo  y 
padeciendo  tus  daños,  los  busca  con  incessables 
deseos,  y  atro)>ellando  quantos  inconuenientes 
se  me  ponen  delante,  sigo  la  materia  de  mis 
culpas,  de  las  quales  mis  propios  sentidos  me 
dan  la  pena,  como  sus  perros  a  Acteon.  ISo  te 
llamen  amor,  sino  común  desuentura,  como  de- 
zia Sófocles,  porque  tú  eres  Pluton,  tú  la  mo- 
lesta y  forzosa  necessidad,  la  furiosa  rabia,  el 
mismo  luto;  en  ti  se  encierran  la  verdad  y  la 
mentira,  la  inquietud  y  el  sossiego,  la  flaqueza 
y  la  iortaleza.  Tú  reynas  en  todo  género  de 
animales,  en  la  tierra  y  en  el  mar,  y  ninguno  de 

(')  Sic.,  por  Epicuro- 


los  Dioses  se  escapó  de  tu  tirania,  y  quien  por 
tal   no  te   conoce  carece  de  sentido.  El   gran 
lupiter  te   obedece;   tionente  los  hombres  por 
maestro;  tú  haces  la  vida  gustosa,  enseñas  los 
ignorantes,  sustentas  el  sufrimiento,  esfuen;a8 
en  las  aduersidades,  venzes  la  pobreza,  y  por  el 
contrario,  conuiertes  los  racionales  en  brutos,  a 
los  sabios   hazes   idolatrar,  corrompes   lo  más 
puro,   entristeces  la  alegría;   tu  esperanza  es 
desesperada,    paraíso    triste,   pensamiento    sin 
cuydado,  ojos  sin  vista,  paz  con  discordia,  hon- 
ra con  verguen9a,  destruydor  de  fuerzas,  engen- 
dradiir  de  vicios,  conquistador  de  ociosas,  roba- 
dor de  libertades,  sin  razón,  sin  orden  y  bin  con- 
fianza.   En  tanta  confusión,  qué  í^entirá  quien 
ha   de    seguir   tu    vandera?   O   desventura  de 
enamorados!  a  quien   no  llegan   los   males  de 
Nioue,  ni  el  peligro  que  mostró  a  su  amigo  el 
tirano   Dionisio   en  el  combite.   O  triste  alma 
apassionada  de  sus  furias,  como  Atamanta  que 
está  ahogada   en  dolores  en  la  playa  de  mis 
desesperaciones,  como  Ceicis,  sin  hallar  quien 
me  ampare  y  aliente.  En  mis  determinaciones 
me  saltean  desesperados  rezelos,  intento  acome- 
ter y  a  nada  me  atreuo,  quisiera  ir  a  verme  con 
mi  prima  Silua  de  Sosa,  por  consejo  de  Cario- 
filo,   y  no  rae  resueluo:  porque  pedirla  que  me 
ayude  en  esta  empressa  tan  ardua  y  dificultosa 
es  cosa  fuerte  y  demasiado  atreuimiento,  y  me 
pongo  a  riesgo  de  perder  su  conuersacion;  si  no 
intento  este  medio  perderé  la  vida;  no  sé  qué 
me  haga.  O  qué  poco  ánimo  para  enamorado! 
Atreuiose  Paris  a  enamorar  y  robara  Elena  en 
su  Reino,  Pluton  a  la  hija  de  Ceres,  Bulrano 
acometer  a   Palas,   Neso   huir  con  Deyanira, 
Bóreas  hurtar  a  Oritia;  pues  es  menor  el  amor 
que  yo  tengo  a  Eufrosina  para  no  atreuerme? 
Detieneme  considerar  que   aun  para  quererla 
desmerezco   tanto,  quanto   sus    merecimientos 
exceden  a  todos  los  destas,  consideración  que 
me  rinde  a  que  no  me  atreua  a  esperar,  quanto 
más  acometer;  no  solia  yo  ser  desta  condición, 
ya  no  sé  qué  soy.  La  noche  passada  que  estuue 
con  Cariofilo  fui  acongojado  de  la  embidia  que 
tuue  de  sus  amores,  por  la  poca  esperan9a  que 
de  los   mios   tenia,  passela  en  vn  suspiro  des- 
pierto en  mi  dolor,  y  aunque  desuelado  no  me 
consintieron   mis  pensamientos  vn  breue  sue- 
ño; y  si  algún  reposo  tuue,  se  passó  en  visio- 
nes causadas   de  mis   temores.  Aora  en  fin  el 
cuerbo  no  puede  ser  más  negro  que  las  alas;  yo 
me  he  de  arriesgar  a  tentar  fortuna,  pues  dizen 
que  vn   palmo  de    pereza    acrecienta  diez  de 
daño    y  la  negligencia  corrompe  el  ánimo,  y  ser 
diligente  lo   conserua  y  aumenta;    no  quiero 
quede  por  mí,  que  no  ay  quien  caue  como  el 
dueño  del  hurón;  haré  de  mi  parte  lo  que  pu- 
diere,  sin   mirar  inconuenientes;  lo  que  fuere 
mió,  a  la  mano  se  me  vendrá;  querer  medir  las 


86 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


cosas  de  ventura  por  razón  es  demasiada  pru- 
dencia, y  hombre  muy  comedido  nunca  subió 
mucho.  En  el  mundo,  que  no  tiene  orden,  valen 
los  pensamientos  desordenados.  César  triunfó 
por  entregarse  temerariamente  a  la  fortuna,  y 
Pompeyo  fue  vencido  por  fiarse  de  su  juyzio: 
medirlo  todo  por  él  es  querer  limitar  el  poder 
de  Dios,  que  tiene  por  costumbre  vencer  cosas 
fuertes  con  débiles  instrumentos;  en  él  me  en- 
comiendo, como  todo  poderoso,  y  como  Dauid 
en  su  nombre  con  vna  onda  y  cayado  mató  a 
Golias,  a  quien  temia  todo  vn  exército  armado, 
assi  puedo  y  espero  alcanzar  lo  que  pretendo 
Con  sana  intención,  y  para  seruicio  suyo;  yo  me 
resueluo  a  ir  a  ver  a  mi  })rima;  no  sé  si  será  ya 
hora.  Ola  mo^o,  Andrade. 

SCENA    SEGUNDA 

Andradk,  Zelotipo,  Vitoria 

And. — Señor. 

Zel. —  Qué  labios  traéis,  villano,  y  qué  mon- 
tón sois  de  sueño!  Ola,  con  quién  hablo? 

And. —  Señor. 

Zel. — En  pie  os  dormis,  sabéis  qué  hora  es? 

And. — Poco  ha  que  vine  de  casa  de  Cariofi- 
lo,  y  dieron  las  dos. 

Zel. — Mi  vestido  está  limpio? 

And. — Aora  lo  limpiaré. 

Zel. — Yo  no  sé  qué  ocupaciones  y  negocios 
son  los  vuestros,  que  no  tenéis  cuydado  de  mí 
después  que  estamos  en  esta  tierra. 

And. — No  me  dan  a  mí  esse  lugar. 

Zel. — Sea  en  buen  hora,  que  no  todos  los 
tiempos  son  vnos;  pero  yo  os  prometo  que  os 
he  de  poner  en  orden  de  oy  adelante,  y  daros 
leyes  de  viuir  antes  que  del  todo  os  hagáis  sal- 
uage.  Vn  picaro  como  éste,  que  nunca  se  ha 
de  ver  harto  de  dormir! 

And.  —  Si  yo  no  velasse  toda  la  noche,  no 
dormiría  de  dia;  mas  de  traer  quebrado  el  sue- 
ño a  sus  horas,  nace  tomarlo  a  todas  las  que 
puedo. 

Zel. — Velas  tú?  mucha  pereza  y  bellaqueria 
que  tienes  en  esse  cuerpo;  pues  miren  el  asseo 
de  su  persona,  y  aquella  pretina  cómo  la  trae 
atada.  Pues  yo  os  asseguro  que  estáis  lexos  de 
ser  lulio  Cesar. 

And. — Mucho  tiene  Dios  que  dar  y  aun  está 
donde  solia. 

Zel. —  No  sé  si  sabéis  que  sois  muy  feo,  y 
nada  bien  hecho. 

And. — Muy  poco  se  me  da  a  mí  desso;  que- 
rría más  mucho  dinero. 

Zel. — Gran  socarrón  me  parecéis. 

And.  —  Bueno  está  aora  mi  amo;  no  deue 
correr  buen  humor;  mejor  seria  darme  vnos  9a- 
patos  antes  que  me  dexen  éstos. 


Zel. — Por  qué  engordáis  tanto?  pareceme 
que  se  os  echa  de  ver  el  buen  pasto. 

And. — Yo  me  soy  de  buena  complision,  mas 
esto  que  digo:  Estos  pies  no  andan  ya  para  ir 
con  V.  m. 

Zel. — Qué  ha  de  ser,  si  los  tenéis  tan  mal 
hechos  que  no  ay  herradura  que  os  arme?  yo 
me  determino  a  mandar  que  os  azepillen  las 
piernas,  y  amoldaros  essa  cara,  que  me  corro  de 
dar  de  comer  a  vna  bestia  tan  desaliñada.  Cal- 
9aos  aquellos  9apatos  mios  y  lauaos  esse  rostro 
con  alguna  legia;  iremos  a  hablar  a  mi  prima 
Silua  de  Sosa. 

And.-  Quando  V.  m.  me  embió  a  casa  de 
Cariofilo.  fui  a  llenarle  vn  recado  y  vn  poco  de 
fruta  de  parte  de  mi  señora,  y  me  preguntó 
por  V.  m.  y  dixo  que  le  besana  las  manos,  y 
que  le  embiasse  aquella  carta  de  la  India,  y  que 
no  se  oluidasse  V.  m.  de  ir  a  verla. 

Zel.  —  Cómo  no  me  lo  has  dicho? 

And. — Si  V.  m.  dormia  y  me  mandó  que  no 
lo  dispertasse  quando  viniesse,  cómo  lo  auia  de 
dezir?  Pues  qué  contaré  á  V.  m.?  Vi  a  la  se- 
ñora Eufrosina  tan  hermosa,  que  nunca  pense 
ver  cosa  tal. 

Zel.  —  Inuencion  de  mis  hados,  que  a  los 
brutos  dará  entendimiento.  Dime  qué  hazia?  o 
cómo  la  viste? 

And.—h\egó  la  señora  su  prima  a  recebir 
el  recado  a  la  puerta  de  la  antecámara,  y  venia 
abra9ada  con  ella,  con  los  cabellos  tren9ados, 
con  tanto  donayre,  que  mal  año  para  quantas 
ay  en  Palacio. 

Zel. — Todos  estos  son  soplos  del  fingido 
Ascanio  para  encender  mi  fuego.  Y  Cariofilo 
qué  te  dixo? 

And, —  Que  esperaua  en  su  casa. 

Zel. — Limpiame  estos  9apatos  y  vente  con- 
migo. O  Venus,  que  tantas  vezes  consumiste 
el  furor  deste  que  desprecia  las  armas  de  Ti- 
feo;  tú  que  lo  libraste  de  la  prisión  en  que  lo 
atormentauan  los  heroycos  Varones,  pues  voy 
en  su  dia  y  hora,  guiame  como  guiaste  en  Car- 
tago  a  tu  hijo  Eneas. 

And.  —  Qué  suspiros  y  murmuraciones  son 
estas  que  mi  amo  tiene  consigo?  Que  me  maten 
si  él  no  emprehende  alguna  quimera;  mas  si  se 
le  ha  metido  en  la  cabe9a  enamorar  a  Eufrosi- 
na? No  será  mucha  marauilla,  según  es  loco,  y 
en  su  opinión  presume  que  por  discreto  y  ga- 
lán ha  de  rendillo  todo,  y  yo  quisiera  más  di- 
nero que  todos  sus  versos,  porque  este  fran- 
quea el  campo  y  lo  demás  es  martillar  en  hie- 
rro frió. 

Zel.  —  Qué  agradable  sombra  tiene  esta  calle 
con  el  ayre,  que  ya  siento  más  blando  que  el 
de  Aurora  a  Zefalo  en  sólo  llegar  a  esta  puer- 
ta. O  escalones  de  mi  ventura,  quién  osará 
subir,  entendiendo  que  me  ¡pongo  en  ocasión 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


87 


de  mayor  cayda!  líbreme  Dios  del  agüero  de 
la  subida  de  los  Franceses,  que  descubrieron 
los  gansos.  Sube  tú,  Andrade,  y  auisa  a  mi 
prima  que  estoy  aqui.  Dexa,  dexa,  que  esta 
señora  lo  hará.  Señora  Bitoria,  adonde  lleua 
su  viaje? 

Bit. — Señor,  a  su  seruicio,  al  rio. 

Zel. — Antes  que  baxeis,  por  me  hazer  mer- 
ced, dezid  como  estoy  aqui,  y  perdonad  este 
atreuimiento. 

Bit. — Buen  orden  es  esse,  a  buena  dicha 
tengo  que  se  ofrezca  ocasión  de  hazer  á  V.  ni. 
este  pequeño  seruicio. 

Zé/.— Es  mucha  merced,  y  yo  os  lo  seruire, 
y  dessa  buena  persona  no  se  podia  esperar 
menos 

And. — Ladina  es  la  fregona  y  á  proposito 
para  vn  par  de  toques. 

Zel. — Pues  qué  se  perderá  en  trabar  con  ella 
estrecha  amistad? 

And. — Veremos,  que  aun  aora  yo  soy  nue- 
uo  en  esta  tierra. 

Zel. — O  coraron  vandolero,  ya  siento  que 
me  dexas  por  irte  con  quien  me  tiene  el  alma  y 
los  sentidos.  Todo  el  cuerpo  se  me  estremece  en 
pensar  que  he  de  entrar  en  tan  gran  batalla, 
sin  voluntad  libre,  con  que  todo  lo  solia  acome- 
ter atreuido. 

And. — Malo  va  el  negocio  o  yo  soy  inocen- 
te. Mi  amo  está  más  pálido  que  si  entrara  en 
desafio;  de  quándo  acá  es  tan  vergonzoso  y  con- 
fuso? Mucho  me  da  que  pensar;  sin  duda  él 
viene  con  alguna  mala  determinación  ;  pues 
mátenme  si  yo  no  lo  supiere,  por  más  que  de 
mí  lo  encubra. 

Bit. — Señor,  suba,  que  ya  le  espera. 

Zel.  —  Besóos,  señora,  las  manos  mil  vezes; 
quédate  tú  aqui,  Andrade. 

Bit. — Yo  las  de  su  merced, 

And.  —  Señora,  quiere  que  la  acompañe? 

Bit. — No  es  necessario,  ni  por  acá  lo  acos- 
tumbramos. 

And. — Pues  a  fe  que  no  es  muy  seguro  ir 
sola  vna  cara  como  la  vuestra. 

Bit. — Hazeis  burla  ó  cortáis? 

And. — No  burlo,  por  este  cielo  que  nos 
cubre. 

Bit. — Esso  os  deuo,  y  aqui  me  tiene  a  su 
seruicio. 

And. — Y  yo,  señora,  estoy  como  muy  su 
cautiuo  con  hierros.  Contenta  va  la  rapacilla  y 
vfana  porque  la  alabé;  no  es  mal  principio  éste, 
pero  yo  muero  por  saber  el  intento  de  mi  amo 
Zelotipo;  y  en  quanto  está  con  su  prima,  me 
parece  que  no  será  malo  seguir  el  camino  desta 
mo5a,  y  trabajar  por  hazerla  a  mi  mano  y  de 
nuestro  vando;  podra  ser  que  aproueche,  pues 
no  ay  tan  mala  yerua  que  no  tenga  alguna 
virtud. 


SCENA  TERCERA 
Bitoria,  Estudiante,  Andrade. 

Bit. — Estos  cortesanos  son  buena  gente,  tan 
comedidos,  que  os  perderéis  por  ellos;  en  fin,  en 
fin  tienen  cortesía;  estotros  de  la  villa  son  mal 
dotrinados,  hablan  siempre  de  tú  por  tú,  por 
daca  las  pajas  os  deshonran.  Todo  es  dixete 
y  dixisteme,  y  andar  azechando  por  ver  lo  que 
passa;  si  ven  alguno  destos  de  Palacio,  se  es- 
pantan, y  en  su  ausencia  lo  mormuran  y  dizen 
del  las  tres  leyes,  y  en  su  presencia  no  aciertan 
a  hablar  palabra  de  corridos;  por  esso  se  dize 
que  la  peor  gente  para  tratar  es  la  de  poco  sa- 
ber, y  más  si  son  aldeanos.  Estos  estudiantes 
buenos  mancebos  son,  si  no  fueran  tan  locos, 
tan  parleros  y  alabanciosos  de  hecho  y  por  ha- 
zer. Ay,  acá  está  mi  enamorado;  alguna  cosa 
me  dirá. 

^sí.— Señora  Bitoria,  por  qué  llenáis  tan 
mala  vida?  y  no  os  cansáis  de  ir  tantas  vezes 
al  río?  hazer  de  vos  azacán,  no  es  de  derecho. 

Bit. — De  derecho  o  de  tuerto,  quien  más  no 
puede,  morir  se  dexa.  Va  el  Rey  donde  puede 
y  no  donde  quiere. 

Est. — Es  verdad:  Non  omnes  possumtis  om- 
nia;  pero  no  responde  al  caso  ni  es  veresimile, 
porque  vuestra  ímpossibilidad  procede  de  esen- 
cia de  propia  culpa.  De  donde  podemos  inferir 
vn  predicamento,  que  si  quisieredes,  sin  daño 
ni  injuria  de  otro  podéis  embiar  por  essa  agua 
a  mi  costa,  y  con  esto  escusar  el  mal  tratamiento 
de  vuestra  persona,  que  yo  querría  muy  descan- 
sada y  regalada,  y  segundariamente  es  contra 
la  mía,  que  de  agente  hazeis  paciente  por  lo  que 
08  quiero,  y  quedo  yo  con  dos  contrarios  en  vn 
sujeto  que  no  se  compadecen. 

Bit, — Sí,  mandaré  a  mi  negrilla  de  los  pies 
quemados. 

Est. — Per  Deum  verum,  que  me  tuesta  esso 
la  sangre;  parece  que  hazeis  poca  cuenta  de  los 
vuestros,  que  es  caso  de  injuria  en  su  género, 
porque  el  dinero  ha  de  seruir  a  la  persona  y  la 
persona  no  al  dinero;  y  vos  estáis  remota  desta 
consideración. 

Bit. — Bien  sé  que  me  puede  enseñar,  y  que 
lee  y  entiende. 

Est.  —  Pues  por  tanto. 

And. — Muy  mansa  veo  esta  señora;  no  sé  si 
soy  malicioso,  ella  escucha  y  espera;  conoci- 
miento es  de  muchos  días,  no  estoy  bien  con 
tanta  conuersacion  en  achaque  de  vezina,  que 
estopas  junto  al  fuego  no  están  seguras;  quiero 
esconderme  en  aquel  rincón,  estare  cerca,  y  sin 
que  me  vean  los  oiré,  que  aqui  ha  de  tomar 
fundamento  mi  negocio. 

j&sí.— Tenemos  vn  poeta  que  nos  da  grandes 


orígenes  de  la  novela 


reglas  para  esta  negociación,  que  los  vulgares 
no  alcan§an  ni  saben  poner  en  términos. 

Bit.  —  Por  esso  ellos,  mal  hora,  saben  tanto. 

Est. — Es  de  congruo,  pues  estudiamos. 

And. — Qué  diablos  tiene  que  ver  el  congrio 
con  los  amores?  alli  entra  la  malicia. 

Est. — Yo  os  diré,  para  que  veáis  cómo  habla 
a  proposito  acerca  de  que  no  se  ha  de  perder  vn 
momento  de  gusto  quien  puede  tenerlo,  y  em- 
piefa:  Credité,  eunt  anni  more  fluentis  aqtiae, 
y  va  assi  diziendo:  agua  que  passa  no  se  puede 
recuperar,  y  claro  lo  veis  en  el  río,  por  lo  qual 
dize:  Vtendum  est  aetate:  lógrese  cada  vno  en 
la  edad  que  se  escurre  como  vnto,  y  nunca  sigue 
hora  tan  buena  como  la  passada. 

And. — Buen  Consejero  está  éste,  y  aquella 
es  la  verdad;  no  ay  que  negar  que  son  diablos 
éstos  y  que  todo  lo  saben. 

Est. — Por  esso  os  digo  yo,  señora  Bitoria, 
que  tenéis  la  culpa  de  perder  las  ocasiones,  y 
yo  no  quiero  ser  poderoso  en  otra  cosa  sino  en 
quitaros  dessos  trabajos. 

Bit. — No  merecí  tanto  con  Dios,  mas  en  fin 
sana  y  sin  lision  estoy,  y  en  quanto  tuuiere  sa- 
lud, no  quiero  que  otra  me  sirua. 

Est. — O,  o,  que  no;  assi  Dios  me  haga  bien 
que  muchas  vezes  siento  en  el  alma  que  seáis 
tan  poco  amiga  de  vos  misma,  que  pudiendo  ser 
seruida  queráis  seruir,  y  la  costa  no  importa, 
pues  por  mi  cuenta  podéis  estar  riyendo  y  hol- 
gando en  casa  con  nuestra  ama,  sin  que  lo 
sientan  ni  entiendan  las  aues  del  cielo. 

And. — Vizcayno  es  el  estudiante,  sí  por  sí  y 
no  por  no;  con  pies  de  lana  quiere  cogerla;  mu- 
cha raposeria  saben  éstos,  fiaos  por  amor  de  mí 
en  perro  que  coxquea. 

Bit.  —  Ay,  señor,  que  soy  tan  desdichada  que 
lo  que  no  pienso  se  sabe,  quanto  más  lo  que 
hago;  pues  qué  corajon  el  mió  para  no  creer 
que  luego  se  publicará  todo? 

And. — La  muchacha  es  medrosa  en  dia  cla- 
ro, a  escuras  más  segura  estará  al  herrar.  Ay, 
amiga  mia,  y  qué  aprissa  os  veo  caer. 

Est. —  Cómo  sois  graciosa!  nada  es  imposi- 
ble al  hombre.  Omnia  vincit. 

And. — No  vi  amores  delibro  como  éstos;  qué 
gritos  diera  aqui  Cariofilo  si  los  oyera!  los  que 
vsan  este  lenguaje  andan  a  qual  más  necedades 
dixere;  atengome  al  mió,  que  es  canto  llano,  y 
con  él  córtenme  las  orejas  si  no  les  enseñare  a 
todos;  sólo  reconozco  a  vn  amigo  mió,  que  no 
sé  qué  les  dize  a  las  mugeres,  que  ninguna  se 
le  escapa. 

Est. — Vos  os  ponéis  conmigo?  liareos  inuis- 
sible  cada  vez  que  quisiere;  dareos  palabras  es- 
critas que  traigáis  con  vos  para  que  no  os 
muerda  perro,  otras  para  que  os  quiera  bien 
todo  el  mundo  y  enmudezcan  todos  aquellos 
que  quisieren  hablar  mal  de  vos. 


And. — Sopla,  essas  mafias  tenéis?  juro  a  tal, 
que  no  sé  si  lo  acierto  en  estar  aqui. 

Bit. — Quiero  darme  por  vencida,  porque  sé 
que  con  essas  artes,  mal  pecado,  liazen  ellos  lo 
que  quieren;  y  en  buena  t'e  que  no  le  niego  que 
holgaría  hazernie  inuisible  para  prouar;  mas 
guárdeme  Dios,  parecerame  a  mí  que  me  lleuan 
por  essos  aires. 

Est. —  Aora  callad,  que  yo  os  he  de  dar  vna 
nomina  muy  aprouada  para  que  tengáis  ventura 
con  todo  el  mundo,  hecha  el  dia  de  San  luán  a 
vista  del  Sol,  quando  bayla,  y  con  ciertas  yer- 
nas cogidas  antes  que  nazca;  y  no  la  tengáis 
en  poco,  que  yo  sé  que  os  acordareis  de  mí,  que 
este  vuestro  amo  parece  muy  celoso,  y  con  esto 
le  haréis  del  cielo  cebolla. 

Bit.  —  1L\  diablo  se  lo  ha  dicho;  enfadase  que 
no  halla  remedio  contra  sus  músicas,  y  dize, 
nunca  estos  guitarreros  callan. 

Est.  — 'En  verdad?  pues  ahorqúese,  que  yo 
soy  de  Viuere  ad  lib/tum,  y  no  tengo  que  fare 
con  Rey  de  Aragone. 

And  — Estos  son  gente  sin  ley  ni  Rey,  todo 
su  cuydado  es  buscar  recreación;  la  ciencia  está 
en  los  libros,  el  estudiar,  ir  y  venir  a  su  tierra, 
y  después  de  largo  tiempo  malgastado:  Bachi- 
ller soy,  bien  votado  o  mal  votado,  y  dan  sen- 
tencias de  golpe,  como  palo  de  ciego,  que  lleua 
el  pelo  y  el  pellejo,  y  el  mal  es  para  quien  les 
cae  en  las  manos. 

Est. — Aora  bien,  señora  Bitoria,  pues  la  al- 
canzáis de  mí,  siquiera  por  la  honra  no  traeréis 
vnas  yapatillas  en  essos  pedeciilos  porque  no  os 
los  hieran  las  piedras? 

Bit. — En  buena  fe  que  no  es  por  falta  de  te- 
nerlas, sino  por  pereza  de  calcarlas  y  descalcar- 
las en  el  río. 

Est. — Yo  sospecho  que  las  guardáis  por  te- 
ner paz  con  la  escaseza  de  vuestro  amo. 

Bit.  —  'Ei&so  es  de  lo  que  aora  él  se  acuerda. 

Est. — Yo  me  corro  de  que  andéis  assi  por  lo 
que  me  toca;  hazedme  merced  en  recebir  de  mí 
las  que  pudieredes  romper;  porque,  señora,  no 
querría  que  otros  ojos  gozassen  de  lo  que  yo 
tomarla  ver  por  fauor  y  gusto. 

Bit. — Poco  desso,  que  me  corro. 

Est. — Queréis  darme  la  medida  y  las  man- 
daré hazer? 

Bit. — Yo  las  doy  por  recebidas,  no  se  ponga 
en  es  se  trabajo. 

Est.  —  Hasta  en  essa  poquedad  no  queréis 
fauorecerme?  hazeis  mal,  que  tengo  padre  rico, 
y  soy  muy  regalado  de  mi  madre. 

Bit. — Pues  quién  mejor  que  él?  busque  quien 
se  lo  agradezca. 

Est. — Y  me  cubren  regalos  de  la  tierra. 

And. — Vos,  amigo,  no  dais  en  el  punto,  que 
éstas  con  lo  que  se  cacan  es  con  pasteles  y  bu- 
ñuelos. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


89 


Est.—Y  más  aora  que  espero  muchas  cola- 
ciones. 

Bit. — Háganle  buen  prouecho. 

Est.  —  Ass'i  harán  a  vos,  si  quisieredes. 

Bit. — Fuera  va  de  pulla,  esso  es  hablar  con 
muchos  entenderes. 

Est. — Sabed  de  mí  que  no  tengo  cosa  propia 
que  no  sea  vuestra. 

Bit. — Dios  08  lo  agradezca,  que  yo  no  soy 
parte,  y  otra  hallareis  en  quien  mejor  se  em- 
plee. 

Est. — No  tan  a  mi  gusto  para  quien  nacis- 
tis  hecha  y  cortada,  y  voluntad  es  vida,  y  deseo 
mucho  saber  qué  desdicha  es  e'sta  que  tengo  con 
vos,  pues  pienso  que  no  soy  de  mal  talle. 

Bit. — No  es  sino  muy  gentilhombre,  bendí- 
gale Dios. 

Est. —  Yo  por  tal  rae  tengo  y  holgaría  pare- 
cerlo  a  vos,  y  que  me  veáis  con  estos  hábitos 
cumplidos  propter  honestatem,  en  tiempos  es- 
cusados,  quando  aliter  non  licet.  También  sé 
vestir  los  cortos  y  traer  espada  y  daga,  para  si 
fuere  necessario,  que  los  estudiantes  también 
somos  hombres. 

Bit. — Pense  en  buena  fe  que  eran  bestias. 

Est,  — Bien  me  honráis  por  buenas  palabras; 
el  sufrimiento  omnia  sustinet;  si  es  possible, 
señora  Bitoria,  alcance  yo  algo  de  lo  que  pre- 
tendo de  vos,  y  cuesteme  la  vida. 

J.nrf.  —  Detienese  tanto,  que  tengo  miedo  de 
perder  a  mi  amo,  y  él  anda  aora  muy  poco  cor- 
tesano; no  quiero  que  su  ignorancia  me  dé  ex- 
periencia, no  sé  si  será  bien  irme;  esperar  quie- 
ro vn  poco,  mas  porque  deseo  tentarla  por  ver 
si  es  ceti'era,  y  más  por  la  necesidad  que  sos- 
pecho ha  de  tener  mi  dueño. 

Bit. — Dexesse  desso,  señor,  y  déme  licencia, 
que  me  detengo  mucho,  no  me  vea  alguno  de 
mi  casa. 

Est. — Esperad,  no  seáis  de  mala  condición, 
no  despreciéis  a  quien  os  estima;  sabedme  en- 
gañar, veréis  marauillas. 

And.  —  Bueno  va  el  negocio.  Estos  son  la 
misma  porfía.  Réplicas  van,  réplicas  vienen,  y 
con  dilaciones  consumirán  cien  vidas  de  quien 
espera,  y  ella  es  más  mansa  qite  el  sueño,  no 
dudó  el  salir  con  su  intento;  el  agujero  llama 
al  ladrón,  y  si  espera  como  paloma  zurana,  no 
seré  yo  fiador  de  su  abono. 

Est. — Queréis  recebir  de  mí  vna  merienda? 
Quándo  labais? 

-Cíí.  — Mañana. 

Est. — Aora  le  vinieron  a  mi  compañero  re- 
galos, que  él  quiere  partir  con  vuestra  amiga; 
juntaos  ambas  en  el  tendedero  y  mi  ama  os  los 
I  llenará;  iremos  yo  y  mi  compatriota  y  entrare- 
!  mes  por  entre  estos  vallados  para  veros,  si  nos 
quisieredes  ver  y  hablar. 

Bit. — Señor,  dexeme  ir,  que  tardo  mucho; 


en  lo  demás  haga  lo  que  quisiere,  que  yo  haré 
lo  que  concertare  mi  amiga. 

And. —  La  merienda  acetó,  y  quien  toma, 
da;  la  amiga  será  otra  tal  como  ella;  ya  se  va, 
parece  cosa  de  compadrería,  no  se  me  escapará 
la  empresa:  porque  quanto  a  lo  primero  seré 
compañero  en  la  merienda,  si  llegare  a  tiempo, 
porque  yo  me  sabré  entremeter  de  manera  que 
con  voluntad  o  sin  ella  me  combiden,  y  tam- 
bién estoruaré  que  no  lleguen  a  conclusión  los 
seruidores  de  bonete. 

Est. — Uo  en  valde  llamaua  Diogenes  a  las 
riquezas  Vomitum  fortuna';  maranillosamente 
dicho,  por  aqui  la  he  de  cagar.  Regla  es  de 
Ouidio:  Muñera^  crede  mihi,  capiunt  Iwmines- 
que  Deosque,  Placatur  donis  lupiter  ipse  datis. 
Donde  dezia  bien  Horacio,  Auriim  per  médium 
iré  satelitis;  y  puede  ser  que  paguen  las  mis 
amigas  luego  el  escote,  para  lo  qual  haremos 
vna  instrm  cion'  a  nuestra  ama  in  genere  sua- 
sorio, para  que  la  cosa  esté  preparada  quando 
vamos;  si  no  bastare,  caminaremos  assi  pian 
pian,  intrat  amor  mentes  vsu,  didicitur  vsu. 
Ella  no  se  me  escapará,  si  yo  puedo:  porque  es 
vna  de  las  frescas  rapacillas  que  pensé  ver,  y 
aunque  venda  los  libros,  lie  de  saber  lo  que  es, 
y  señalarla  de  mi  hierro,  y  si  mi  padre  lo  su- 
piere, consuélese  con  Cipion,  que  se  enamoró 
de  vna  criada  de  su  muger  Emilia;  y  él  no  hizo 
milagros,  que  muchas  vezes  le  oi  alabarse  de 
semejantes  cosas,  demás  que  mi  madre  lo  alla- 
nará todo:  porque  el  enfado  del  estudio  no  se 
puede  sufrir  si  no  es  a  fuerga  de  necessidad. 
Esta  dio  letras  a  mi  padre,  y  no  he  de  ir  yo 
por  sus  pisadas  o  fortiori,  que  no  todos  tienen 
vna  inclinación,  tot  nomines,  tot  sententice.  Rico 
es,  lograrme  quiero  con  su  trabajo;  pues  es  ve- 
resimile  que  él  allegó  y  guarda  para  que  yo 
desperdicie;  y  no  ha  de  ser  todo  preueiiir  lo  fu- 
turo y  guardar  reglas  de  viuir,  como  él  haze; 
quanto  más  que  yo  podré  graduarme  por  sufi- 
ciencia, y  con  estar  dos  dias  en  Sena  o  en  Bo- 
lonia, espantaré  toda  esta  tierra,  y  con  dos  sen- 
tencias que  traiga  de  la  Rota,  pensará  mi  padre 
que  vengo  hecho  vn  <I^ ráculo,  porque  él  menos 
letras  sabe  que  no  yo;  vino  en  tiempo  acomo- 
dado y  valióle  su  buena  traga,  y  porque  le  dixo 
bien,  quiere  que  no  aya  otro  modo  seguro  de 
viuir.  El  hijo  raras  veces  imita  al  padre,  y 
pocos  saben  encaminarlos,  porque  quieren  ajus- 
tar  las  inclinaciones  de  la  mocedad  con  las  fla- 
quezas de  la  vejez;  conformidad  impossible, 
porque  cada  cosa  sigue  a  su  natural,  y  en  el 
descanso  y  lo  violento  no  permanece.  Con  Bito- 
ria querria  concertarme;  podra  ser  que  la  llene 
conmigo  a  Italia,  que  si  yo  hallo  dinero  pres- 
tado, con  breuedad  haré  almoneda  y  me  partiré: 
Homo  nascitur  ad  laborem,  y  más:  Per  varios 
casas,  per   tot   discrimina  rerum   tendimus  in 


90 


orígenes  de  la  novela 


Latium,  sedes  vhi  Jata  quietas  ostendunt.  Mu- 
cho vale  la  experiencia,  el  hombre  ha  de  ver  el 
mundo.  Por  peregrinar  fue  Vlises  tan  celebra- 
do, Platón  por  discurrir  por  diuersas  naciones 
supo  tanto.  En  fin,  yo  no  me  he  de  dexar  morir 
en  la  cascara.  Dii  ceptis  aspírate  meis,  que  no 
espero  más  que  tener  dinero. 

And. — Quiero  ir  dándola  caca,  y  allá  delan- 
te trabaré  conuersacion,  que  ella  es  muger  que 
a»  nadie  desechará,  y  haze  bien,  que  las  perso- 
nas generales  son  bien  quistas  y  hazen  su  ne- 
gocio, sin  obligarse  a  lo  que  no  quieren  y  con 
facilidad  se  apartan  de  lo  que  no  les  agrada. 
Yo  no  sé  qué  dexa  por  contraminar  este  estu- 
diante, y  tiene  talle  de  seguilla  a  sol  y  a  som- 
bra; porque  el  rendilla  tendrá  por  la  mayor  di- 
cha del  mundo,  y  estas  sus  amas,  que  son 
como  caberas  de  lobos,  con  que  piden,  no  tie- 
nen verguenca,  y  son  el  propio  señuelo  para 
esta  ralea;  assi  que  no  tengo  p6r  segura  mi  di- 
ligencia, mas  como  nada  pierdo,  veré  lo  que 
puedo,  por  cumplir  con  mi  amo. 

SCENA  QUARTA 

Ddarte,  Andrade,  Bitoria. 

Duarte.  —  Ha,  señora,  hablad  a  los  vuestros 
y  guardad  lo  que  es  vuestro. 

Bit. — Yo  no  hablo  a  hombres  que  se  atu- 
fan como  niños. 

And. — Vengáis  muy  en  hora  mala,  bueno 
ando  yo  oy;  bien  dizen  que  quien  por  agugero 
escucha  sus  duelos  oye;  pensé  que  me  valiera 
seguirla  a  lo  largo  por  asegurar  sospechas  de 
su  casa,  y  ella  vno  dexa  y  otro  toma.  Vana  ha 
de  ser  mi  diligencia,  según  tiene  conocidos; 
cómanme  perros,  pues  assi  es.  Mal  le  va  a  la 
raposa  quando  anda  a  grillos,  j  al  juez  quando 
va  para  la  horca;  pues  ver  tengo  en  qué  para 
esto. 

Bit. — Pues  qué  cosa  para  mi  condición  su- 
frir vidrios! 

Duarte. — Y  quien  tiene  razón,  qué  hará? 

Bit. — Esso  es,  dilo  antes  que  te  lo  digan; 
pues  si  la  tienes,  por  qué  me  hablas?  Ay, 
Duarte,  Duarte,  a  ti  se  te  entraron  los  sessos 
del  asno  prieto  en  la  cabeca  después  que  apren- 
diste oficio,  y  yo  rióme  de  todo.  No  he  de  ser 
cautiua  de  ninguno  antes  de  tiempo,  que  quien 
puede  ser  toda  suya,  está  loca  en  sujetarse  a 
otro,  y  más  quieres  aora  que  te  diga:  quien  pa- 
labras en  sí  no  detiene,  siempre  le  dizen  que 
mal  sesso  tiene,  y  no  puede  ser  amado  quien 
siempre  quiere  ser  enojado.  Todo  ha  de  ser 
achaques:  aora  me  veáis,  aora  no  me  veáis,  y  la 
verdad  es  en  fin  que,  sea  en  juego,  sea  en  saña, 
siempre  el  gato  araña;  y  como  allá  dizen,  quien 
no  te  ama  en  la  plaza  te  difama,  y  por  esso 


abrir  el  ojo  y  ahorqúese  todo  el  mundo,  que  yo 
no  he  de  consentir  me  pisen  la  boca. 

Duarte. — Pues  yo  también  tengo  mi  fanta- 
sía como  mis  vezinos,  y  aun  aura  más  de  dos 
que  me  rueguen  y  lo  tengan  a  buena  dicha 

Bit.—  Hágales  buen  prouecho,  que  yo  no  se 
lo  estoriio. 

And. — Las  colores  que  haze  el  mecánico! 
cómo  se  pone  sobre  las  puntillas  de  los  pies 
con  sus  borceguíes  de  carnero!  yo  os  digo  que 
aueis  de  ser  Antecuco,  si  yo  puedo,  porque  me 
enfadáis;  que  la  señora  Bitoria,  si  no  la  co- 
nozco mal,  es  de  las  que  quieren  vno  en  la 
mano  y  otro  en  el  saco,  por  no  ser  como  el  ra- 
tón que  no  sabe  más  de  vn  agugero,  y  aora  no 
mira  muy  derecho,  porque  el  villano  es  atesta- 
do y  tiene  cara  de  darle  pesadumbres  y  pedirle 
perpetuos  zelos,  que  es  lo  mismo  que  recordar 
el  perro  que  duerme,  y  Alcalde,  búscame  aqui 
alguno:  y  con  esto  caen  siempre  en. el  la90. 

Bit, — Para  qué  es  andar  á  ca^a  con  hurón 
muerto? 

Duarte. — Porque  el  diablo  lo  quiere,  y  no 
podia  ser  otro  el  que  a  mí  me  reboluio  contigo. 

Bit. — Qué  tamaña  gracia!  quierome  reir  y  no 
puedo. 

Duarte. — Esse  es  siempre  tu  juyzio,  toda 
burlar.  Pues  donde  hay  mucha  risa  ay  poco 
seso. 

Bit.  —Pues  no  es  para  reir  mucho  de  loque 
dizes?  mira,  si  andas  endemoniado,  ó  tienes  el 
nial  de  ojo,  vete  a  buscar  vna  santiguadora. 

Duarte. — Bien  lo  auia  menester. 

And. — La  muchacha  es  alegre  y  risueña,  ra- 
pacillaes  de  tra^a  para  vn  hecho;  que  me  ma- 
ten si  ella  no  burla  del  mancebo;  mas  yo  me 
puedo  despedir  oy,  que  éste  no  la  ha  de  dexar 
tan  presto,  y  mi  amo  no  sé  cómo  admitirá  la 
disculpa. 

Duarte.—  Bitoria,  tiempo  ay  detener  juyzio, 
tiempo  para  holgar,  y  ya  pudieras  cansarte  de 
ser  loca. 

Bit.  —  Poco  desso,  que  me  corro;  vistes  qué 
negros  amores?  siempre  tune  yo  de  ti  essas 
honras,  y  cada  dia  olla,  amarga  el  caldo.  Como 
si  yo  estuuiera  para  sufrir  mucho! 

Duarte. — No  te  enojes  con  el  castigo,  que  no 
te  le  da  tu  enemigo,  que  por  quererte  como  te 
quiero  me  queman  la  sangre  tus  cosas. 

Bit. — Vistes  aquello?  y  yo  que  hago?  No  me 
hablen  dessa  manera,  que  no,  lo  sufriré,  pues 
dessas    soy;   bien  dizen,  hijo  ageno,  brasa  en 
seno;  déme  Dios  contienda  con  quien  me  en-  I 
tienda.  ' 

And. — Pareceme  que  riñen,  propio  término  ( 
destos  andar  siempre  en  pendencias;  tornarme  ' 
quiero  a  donde  está  mi  amo,  que  más  dias  ay  - 
que  longanizas,  y  sentaré  á  esta  señoi'a  en  mi  j 
catálogo,  y  a  su  tiempo  la  buscaré,  que  ella  me ' 


COMEDIA  DE  EVFROSTNA 


91 


parece  de  buena  condición,  y  en  quanto  la  pie- 
dra va  y  viene,  Dios  dará  de  sus  bienes. 

Bit. — Por  otra  parte  me  alegro  mucho  con 
estos  achaques,  porque  qual  te  dizen  tal  cora- 
ron te  hazen;  como  si  él  me  hallara  haziendo 
moneda  i'alsa  o  me  sacara  de  la  mancebía,  assi 
me  trata:  yo  soy  muy  buena  liija,  aunque  pese 
a  ruiues,  ninguno  me  hallo  por  casas  age- 
nas,  como  otras  que  yo  sé,  que  presumen  de 
muy  honradas.  Si  yo  rio  y  me  alegro,  es  de  mi 
condición,  que  para  todo  el  mundo  tengo  bue- 
nas entrañas,  y  el  coraron  sencillo  no  piensa 
maldades. 

Duarte. — De  qué  sirue  trabar  conuersaoion 
con  todos?  pues  quien  mucho  habla  a  sí  se  daña, 
y  en  boca  cerrada  no  entró  mosca,  y  assi  dizen : 
ama  a  quien  te  ama  y  responde  á  quien  te  llama, 
andarás  carrera  llana.  Tú,  Bitoria,  no  miras  sino 
tu  gusto,  y  el  mundo  está  malo  y  a  nadie  per- 
dona, y  quien  adelante  no  mira  atrás  se  queda, 
y  por  no  reparar  el  daño  pequeño,  se  haze 
grande. 

Bit. — Pues  qué  he  de  hazer,  llorar?  de  aquí 
adelante  andaré  siempre  derramando  lagrimas 
por  la  muerte  de  mi  abuela. 

Duarte. — Burlaste?  sea  en  buen  hora,  que  yo 
siempre  oi  dezir  que  del  ruge,  ruge  se  hazen  los 
cascabeles;  y  si  tuuieras  cuenta  con  lo  que  te 
conuiene  repararas  en  lo  que  hazes,  pues  sa- 
bes que  de  los  muertos  dicen,  cuanto  más  de 
los  vinos;  y  quien  se  precia  de  buena  muger, 
todo  lo  ha  de  mirar,  y  que  es  menester  para 
serlo  más  que  ser  casta. 

Bit. — Ahi  topa  todo,  y  nunca  acaba  con  su 
buena  muger.  Si  yo  soy  mala,  voyte  a  rogar? 
pues  a  quien  no  te  ruega,  ni  voga,  no  lo  llenes 
á  la  boda.  Pidote  que  me  dexes  y  no  me  persi- 
gas, y  tú  porfiar;  yo  sé  muy  bien  lo  que  me  con- 
uiene, y  que  el  reir  y  holgar  no  me  quita  el  ser 
buena,  y  a  vezes  las  dissimuladas  son  las  que 
Dios  sabe;  yo  no  he  de  mudar  condición;  quien 
assi  no  me  quisiere,  ahorqúese  en  buen  dia 
claro. 

Duarte. — Ahora,  pues  quieres  que  hable,  qué 
ganas  en  ser  amiga  de  Filtria? 

Bit. — Ya  me  espantaua  yo,  essa  es  toda  tu 
rabia. 

Duarte. — Pues  digo  verdad,  porque  es  vna 

alcagueta,  y  todo  el  mundo  la  conoce  por  tal,  y 

I  de  ruin  cabera  no  puede  salir  buen  consejo,  y  no 

i  se  mira  con  quién  naces  sino  con  quién  paces; 

1y  lo  cierto  es  que  si  no  fuera  por  las  tales,  no 
huuiera  tantas  mugeres  malas. 
Bit.  —  Qué  dizes,  boca  de  maldades?  triste  de 
'  quien  cobra  mala  fama,  cuytada  de  la  inocente 
i  juzgada  de  maldiciente,  que  no  tienen  temor  á 
j  Dios;  pues  mire  cada  vno  por  sí,  que  también 
I  se  dice:  perdi  mi  honor  diziendo  mal  y  oyendo 
'  peor;  y  si  quieres  que  digan  bien  de  ti,  no  digas 


mal  de  nadie;  mas  el  ladrón  todos  piensa  que 
son  de  su  condición. 

Duarte. — Estas  tales  compañías  nunca  die- 
ron buena  paga,  y  quien  haze  un  cesto  hará 
ciento,  y  en  el  aldei  más  mal  ay  que  se  sue- 
na; y  6Í  no  eres  casta,  see  cauta,  que  quitadas 
las  ocasiones  se  quitan  los  pecados;  demás, 
pues  hemos  llegado  a  tratar  de  todo,  bien  sé  yo, 
señora,  que  os  habla  vn  estudiante,  quando  pas- 
sais  por  su  puerta,  y  le  respondéis  y  os  detenéis 
en  conuersacion. 

Bit. — Jesús,  qué  grande  testimonio!  homlire, 
hombre,  tienes  temor  á  Dios?  lo  que  digo  es  que 
se  ahorque  todo  el  mundo,  que  yo  aun  viuo 
conmigo  y  viuiré  quanto  Dios  quiere;  quando 
vos  me  dieredes  de  comer,  entonces  tápame  la 
boca;  nunca  el  diablo  acaba  con  sus  zelos ;  dexad- 
me,  dexadme  viuir,  que  aun  mo9a  soy  ;  haga 
cada  vno  lo  que  quisiere  y  lo  peor  ó  mejor  que 
supiere,  que  a  mí  no  se  me  da  nada  de  nadie,  y 
lo  que  me  huuieredes  de  dar  assado,  dádmelo 
cozido,  que  Dios  á  nadie  desampara:  miren  a  lo 
que  aora  se  arrimó,  diz  que  no  he  de  hablar  a 
un  vezino  si  me  habla. 

Duarte. — La  verdad  amarga;  pues  alguna 
pierde  más  que  yo,  y  quien  bien  tiene  y  mal 
escoge,  por  mal  que  le  venga  no  se  enoje,  y  si 
assi  vos  lo  queréis,  assi  sea,  que  por  ventura 
algún  dia  daréis  dos  vueltas  á  la  oreja  y  no 
echará  sangre;  pero  por  demás  es  zitola  en  el 
molino  si  el  molinero  es  sordo,  y  perdido  es 
quien  tras  perdido  anda;  y  en  tales  como  tú  el 
buen  consejo  es  legia  en  cabepa  de  asno,  y  a  la 
muger  y  a  la  gallina,  si  es  mala  y  la  quieres  ha- 
zer buena,  torcelle  el  cuello. 

Bit  — Muchos  amenazados  comen  pan;  que 
quien  amenaza,  vna  dize  y  otra  espera;  él  se  va 
enojado,  doite  quatro  higas;  siempre  me  he  de 
encontrar  yo  esto,  pues  no  me  he  de  matar  ni 
llorar:  tanto  me  doy  por  vno  como  por  otro;  el 
Sol  me  alumbre,  que  de  otra  luz  no  tengo  cuy- 
dado:  el  buey  suelto  bien  se  lame;  yo  le  tostaré 
la  sangre  y  él  me  rogará  más  de  dos  días,  si  ya 
no  es  ésta  la  postrera. 

SCENA    QUINTA 

Zelotipo,   Silüia   de   Sosa. 

Zel. — Ayer  me  estoruó  en  negocio  venir  a 
besaros  las  manos,  y  por  no  parecer  inobedien- 
te, vengo  aora  a  recebir  la  pena  que  me  die- 
res (')  por  estas  culpas,  si  no  admitís  mi  des- 
cargo. 

Sil. — Pues  estad  cierto  que  si  con  esta  dili- 
gencia no  vinierades,  que  os  culpara,  como 
quien  estaña  con  ojos  deseosos  de  tornaros  a  ver. 

(';  ¿Diéreia? 


92 


orígenes  de  la  novela 


Zel. — Si  por  mí  solo  fuera,  tuuiera  por  oticio 
el  visitaros,  mas  temo  que  podria  enfadar  de 
manera  que  os  fuesse  doblado  trabajo  el  desem- 
bara9aros  de  mí,  y  me  acuerdo  de  lo  que  dizen: 
adonde  te  quieren  bien,  acude  pocas  vezes,  por- 
que con  esto  estare  libre  de  zeño  y  de  que  digan: 
quién  traxo  acá  este  cansado,  que  nunca  acaba 
de  irse?  de  que  aora  no  estoy  muy  seguro. 

Sil.  —  Aj  Jesús!  guárdeme  Dios,  corrorae  de 
que  me  digáis  esso,  mas  bueluo  en  mí,  porque 
me  persuado  que  os  burláis.  Assi  me  salue  Dios 
y  a  las  cosas  que  bien  quiero,  que  me  alegro 
tanto  de  hablar  con  vos  como  con  mi  hermano, 
que  Dios  trayga  con  bien. 

Zel. — En  esse  lugar  me  tengo  yo,  y  e'l  me 
dexó  en  tal  possession,  y  por  traeros  su  carta  y 
pediros  perdón  de  la  tardan9a  vine  aora. 

/S//.  —  Buen  perdón  es  esse,  y  según  esso  a 
la  carta,  y  no  a  vos,  deuo  esta  visita. 

Zel. — Señora,  no  os  libréis  por  ahi  que  yo  sé 
quién  se  holgó  tenerla  por  ocasión. 

Sil. — Por  cortesía  lo  quiero  creer,  mas  si  me 
queréis  hazer  merced,  no  tenéis  necessidad  de 
buscar  ocasiones,  porque  siempre  me  hallareis 
con  los  bracos  abiertos  para  recebiros  y  estima- 
ros; y  no  es  poco  en  este  tiempo  hallar  quien 
sepa  o  quiera  agradecer  las  buenas  obras. 

Zel.  —  Tenéis  razón,  mas  á  vos  qué  bien  os 
puede  faltar?  y  creed  de  raí  que  os  lo  merezco  y 
que  estimo  en  mucho  lo  que  hazeis. 

Sil.  -Pues  pmpe9ais  a  hazerme  merced,  dad- 
me licencia  que  lea  la  carta,  aunque  soy  mala 
letora  de  letra  tirada. 

Zel. — Como  fuercdes  seruida. 

Sil. — Dize  que  passó  grandes  tormentas,  y 
que  perecieron  tantos,  que  ya  él  se  contaua  en- 
tre los  muertos,  y  sólo  tenia  por  consuelo  mi- 
rar liazia  Portugal;  y  qual  otro  Arion  en  el 
Delfín  con  su  vihuela  tenia  aliento,  recreándose 
en  los  cuydadosde  ausencia.  Mi  hermano  siem- 
pre tuuo  este  humor,  pareceme  que  le  estoy 
viendo. 

Zel. — Las  almas  contemplatiuas  tienen  los 
gustos  muy  diferentes  de  la  otra  gente.  Desti- 
lase vn  cuerpo  en  la  contemplación  de  su  gusto; 
y  no  ay  contento  general  que  valga  la  sombra 
de  vna  tristeza  particular.  De  mí  os  sé  dezir 
que  no  trocaría  el  estar  triste  dos  horas  por 
quantos  placeres  ay  en  la  vida,  porque  estas 
viuo  para  mí  y  las  otras  para  el  mundo.  De 
donde  se  sigue,  que  me  enfadan  las  fiestas  pú- 
blicas y  es  a  mi  proposito  el  passatiempo  soli- 
tario, y  no  me  conformo,  antes  aborrezco  los 
amigos  de  regozijos  públicos  y  que  son  comu- 
nes con  todos  en  holgarse. 

Sil. — Esso,  señor  primo,  es  de  personas  dis- 
cretas como  vos. 

Zel.  —  'No  la  llaméis  discreción,  porque  es 
condición  natural,  aunque  no  se  niega  que  nace 


de  sentir  bien;  pero  suele  auer  algunos  que  lo 
vsan  con  arte  impropia,  mas  mi  primo  tiene 
muy  vinos  los  espíritus,  y  buela  alto  con  la 
imaginación.  Lee  adelante. 

Sil.  —  Después  de  grandes  trabajos  dize  que 
llegó  a  la  India,  que  está  muy  adelante  en  su 
aumento,  y  que  no  quiere  pretender  por  la  gue- 
rra^ porque  es  de  poco  prouecho,  sino  por  la 
mercamia,  que  es  la  más  cierta  y  principal  ne- 
gociación de  la  India,  y  a  mi  parecer  también 
lo  es  ya  en  Portugal. 

.  Zel. — A  tales  hombres  no  se  permite  en  es- 
tos Reynos  lo  que  allá  está  en  costumbre,  aun- 
que ya  muchos  dan  en  vsarla,  pareciéndoles  lo 
más  seguro. 

Sil. — Mi  hermano  pudiera  seruir  al  Bey,  y 
si  no  se  cansara  de  ser  su  criado,  con  este  nom- 
bre hallara  vn  buen  casamiento,  con  que  viniera 
muy  descansado  y  honrado,  y  se  escusara  de 
tantos  trabajos. 

Zel. — Esso,  señora,  acaso  pudiera  ser  en 
otro  tiempo,  mas  en  este  no  ay  cosa  que  tan 
poco  valga,  ni  menos  estime  la  más  triste  mu- 
ger  para  casamiento,  porque  son  tantos  y  tan 
de  diferentes  calidades,  que  no  hazen  caso  de- 
líos,  aunque  den  buena  cuenta  en  lo  que  se  les 
encarga;  porque  la  experiencia  ha  enseñado  que 
no  sacan  otro  prouecho  sino  gastar  lo  mejor  de 
su  edad,  tras  larga>í  esperan9as,  a  la  sombra  de 
otros  que  la  fortuna  premió  para  hazerlos  re- 
clamo de  los  demás;  y  si  es  contraria,  como 
suele  serlo  siempre  a  los  merecimientos  justos, 
por  remate  desta  peregrinación,  y  en  satisfa- 
cion  de  la  vida  que  han  ocupado,  embarcanse 
para  las  Indias,  donde  a  costa  de  su  salud  pur- 
gan su  engaño,  y  los  que  alcan9an  algún  oficio 
se  tienen  por  dichosos,  y  como  tales  son  embi- 
diados,  y  van  muy  contentos  por  pensar  que 
merecerán  por  sus  seruicios  entrar  en  nueuos 
trabajos  al  tiempo  del  descanso,  y  lo  conside- 
ran tan  mal,  que  se  venden  por  el  precio  por 
que  deuian  ser  comprados.  El  Emperador  Ota- 
uio  Augusto  ordenó  lugar  de  reposo  a  los  sol- 
dados que  peleauan  diez  años,  y  aora  a  quien 
sirue  veinte  lo  aposentan  en  guerras  y  peligros; 
y  desto  procede  valer  los  hombres  tan  varatos, 
que  ruegan  en  las  armadas  que  los  reciban,  y 
quedan  por  assentar  placa  la  mitad,  y  se  van  la 
mayor  parte  dellos  sin  más  fundamento  que 
huir  la  crueldad  destos  tiempos,  en  que  se  vsa 
premiar  a  los  que  menos  lo  merecen. 

Sil. — No  sé  quál  es  lo  peor;  vemos  ir  tantos 
y  venir  tan  pocos ! 

Zel. — Assi  es,  pero  más  vale  muerte  con 
honra  que  vida  deshonrada,  y  el  camino  de  la 
guerra  es  profession  de  hombres  de  bien  para  • 
prouar  ventura,  si  bien  se  conoce  que  en  todas 
las  ocasiones  que  los  hombres  emprenden,  el 
trabajo  es  de  los  muchos;  y  el  fruto  de  los  po- 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


9S 


eos;  pero  cada  vno  piensa  llegar  primero  y  ser 
de  los  escogidos;  mas  la  fortuna  responde  muy 
mal  a  las  opiniones,  y  el  mundo  premia  a  los 
que  menos  aprueua,  por  desengañarnos,  y  no  le 
basta. 

Sil. — Lo  demás  lo  leeré  después,  porque  os 
detendré  mucho,  y  este  rato  que  puedo  emplear- 
lo tan  bien,  no  quiero  diuertirme  en  otra  cosa. 

Zel. — Yo,  señora,  os  quiero  aduertir  que  no 
me  se'  despedir  de  donde  tengo  gusto;  y  si  os 
enfadare,  despedidme  antes  que  os  llamen  como 
ante  de  ayer. 

S/'l. — Pareceme  essa  escusa  de  mal  entrete- 
nido, para  iros  a  vuestros  pasbatiempos  de  gusto. 

Zel. — Antes  hallo  esta  tierra  de  manera  que 
todo  es  para  mí  enfados. 

^¿7.  —  Será  assi  para  quien  viene  enseñado  a 
los  entretenimientos  de  la  Corte. 

Zel.— 'No  por  esso,  mas  yo  vine  sin  tiempo, 
por  hazer  la  voluntad  de  mi  madre,  y  ha  de 
costarme  caro,  según  me  va  de  mal  pocos 
dias  ha. 

Sil. — Pues  como?  tenéis  alguna  enfermedad? 

Zel. — Del  cuerpo  no,  del  alma  sí,  y  muy 
peligrosa. 

Sil. — Esso  es:  yo  ya  me  acongoxaua;  de 
amores  será  el  mal,  no  tengo  lástima  de  vos, 
porque  sé  que  sabéis  remediaros. 

Z(l. — Antes  no  podia  tener  dolor  que  assi 
pidiesse  tenerla,  porque  esta  ponzoña  obra  por 
dentro  y  es  incurable,  y  según  me  siento  opi- 
lado, me  voy  a  hético,  si  no  lo  estoy  ya. 

Sil.  —  Callad,  primo,  que  hombre  galán  y 
moíjo  sois,  y  Dios  os  hará  merced,  y  en  este 
mal  más  son  las  vozes  que  el  dolor. 

Zel. — Pocas  son  las  vozes  para  lo  que  sien- 
to, porque  yo  tengo  natural  de  morir  callando. 

Sil. — Mucho  me  espanto,  que  os  atormen- 
ten tanto  essas  ansias  de  ver  a  vuestra  dama, 
pues  la  esperan9a  aliuia  trabajos,  y  os  puede 
consolar  y  la  podéis  tener  de  verla  quando  qni- 
sieredes . 

Zel. — No  es  cortesana  como  imagináis;  que 
si  lo  fuera,  no  soy  tan  enemigo  de  mí  que  me 
pusiera  en  destierro  de  mi  alma.  La  causa  de 
mis  nueuos  y  estraños  accidentes  es  criada  en 
los  dulces  aires  de  Coimbra;  y  mal  dixe,  es  ia 
Keina  de  las  Ninfas  de  Mondego  y  la  Deidad 
desta  tierra. 

Sil. — Con  esso  me  alegro  yo  mucho,  porque 
j  me  puede  ser  ocasión  de  teneros  más  en  ella,  y 
I  sabe  Dios  que  me  ponia  ya  triste  de  rezelar 
I  vuestra  pa:tida  apresurada. 
i  Zel. — Cómo  auia  yo  de  tener  atreuimiento 
i  para  apartarme  de  los  ojos  que  me  dan  vida? 
1    mas  ay,  que  muero,  y  quiero  lo  que  no  puedo  ni 

oso  acoujeter. 
j       Sil. — Tan  fuerte  cosa  es,  que  vn  hombre  de 
I   Tuestro  entendimiento  y  partes,  y  con  essa  ga- 


llardia,  no  se  atreue  a  intentar?  pues  yo  soy  viiá 
flaca  muger  y  no  temiera  tanto. 

Zel. — Qué  cierto  será,  si  os  la  nombrasse, 
temblar  como  el  león  al  canto  del  gallo! 

Sil. — No  sé,  puede  ser;  y  desde  quándo  te- 
neis  essa  passion? 

Zel. — Desde  ante  de  ayer,  y  creedme,  prima, 
que  como  os  tengo  por  discreta,  os  digo  esto 
con  gusto,  porque  sé  que  lo  sabréis  entender  y 
encubrir,  como  de  quien  os  estima  por  herma- 
na de  su  alma. 

Sil. — Mi  voluntad  lo  merece,  y  me  obliga  la 
razón  a  hazerlo. 

Zel. — Con  esso  escuso  las  que  pudiera  dar 
por  mi  parte,  y  por  lo  mucho  que  os  quiero  y 
la  grande  confian9a  que  de  vuestro  secreto  ten- 
go, gusto  deziros  mi  mal.  Será  possible,  como 
muger  que  conoce  las  voluntades  de  las  otras, 
podáis  valerme  con  vna  Diosa  desta  vida,  a 
quien  no  supe  ni  pude  negar  el  alma,  que  se  la 
denia  desde  la  primera  vista. 

Sil. — Primo,  a  gran  ventura  tendria  poder 
seros  de  prouecho  en  alguna  cosa,  y  más  en 
essa  que  tanto  mostráis  sentir. 

Zel. — Pues  no  muestro  tanto  como  siento, 
ni  me  es  possible  manifestar  la  menor  parte  de 
mi  dolor,  y  assi  tengo  por  mejor  encubrirlo  y 
mostrar  su  grandeza,  como  lo  hizo  el  pintor  en 
el  que  tuuo  Agamenón  en  la  muerte  de  Ifige- 
nia  su  hija. 

Sil. — Quién  fuera  tan  dichosa  que  os  pu- 
diera remediar  esse  mal,  que  me  duele  como  a 
vos  mismo? 

Zel. — ü  señora,  a  vos  esse  dolor  no  os  qui- 
ta el  aliento,  mas  este  que  yo  padezco  enfla- 
queze  mis  espiritus  de  tal  manera,  que  parece 
tengo  sobre  ellos  el  monte  Etna,  como  el  Ence- 
lado Ciclope;  anegóme  el  alma  en  tan  profundo 
mar  de  rezelos  y  temores,  que  perdi  de  vista 
todo  el  esfuerzo;  y  assi  es  sin  duda  que  forze- 
jaré  en  estas  flaquezas  basta  que  entregue  la 
vida  a  la  desesperación:  lo  qual  será  presto,  se- 
gún el  coraron  se  me  aprieta. 

Sil. — lesus,  no  digáis  esso,  que  no  lo  puedo 
oir;  mejor  lo  hará  Dios,  y  si  yo  os  soy  de  pro- 
uecho, desde  aora  me  ofrezco  para  todo  lo  que 
yo  valiere. 

Zel.  -  Besóos  las  manos  por  esse  fauor;  pro- 
uieteislo  con  veras? 

Sil. —  Prometo. 

Zel. — M'.rad  lo  que  dezis,  no  faltéis  después 
a  la  palabra, 

>SV/. — Ay  Dios  mió,  y  cómo  me  tenéis  con- 
fusa y  muerta  por  saber  lo  que  es,  qué  cosa 
puede  auer  que  yo  no  haga  por  vos?;  pues  a 
Hipólita  Amazona,  si  os  importasse,  iria  a  qui- 
tar el  cinto  más  atreuida  que  Hercules. 

Zel. — Assi  lo  creo  yo,  y  que  sois  para  mayo- 
res empresas  que  él. 


94 

SU. — Acabad  ya;  dezidme  quién  es  vuestra 
dama,  que  pienso  que  estáis  burlando  conmigo. 
Zel. — Bueno  estoy  para  burlas,  voime  con- 
sumiendo en  mi  sentimiento;  y  de  ser  leal  a  mi 
muerte,  no  me  atreuo  a  nombrar  la  señora  de 
mi  vida,  y  vos  dezisme  que  burlo,  como  si  no  se 
viera  claro  en  mí  el  bien  o  mal  que  tengo. 

Sil. — Ay  gracia  cómo  esta?  nunca  tal  se  vio. 
conozcola  yo? 

Zel. — Muy  bien,  y  la  queréis  y  comunicáis, 
y  valéis  mucho  con  ella. 

Sil. — lesus.  Dios  mió,  quién  puede  ser?  es 
Cremonia  mi  amiga? 
Zel.— No. 

Sil. — Que  me  maten  si  no  es  mi  prima 
Francisca,  que  es  muy  vizarra  y  muy  a  propo- 
sito para  vuestra  condición,  y  pienso  que  ayer 
visitó  a  vuestra  hermana. 

Zel. — Essa  mucho  menos.  Mis  pensamien- 
tos, señora,  siempre  pidieron  grande  alteza  y 
algunas  vezes  me  valió,  pero  todo  fue  sueño  y 
burlas  de  amor,  que  me  dexaua  los  deseos  a 
mi  elecion;  mas  aora  hurtó  el  viento  a  mi  li- 
bertad y  púsola  presa  de  pies  y  manos,  como 
culpada,  delante  de  quien  la  condenó  luego  a 
cárcel  perpetua  con  vna  señal  en  el  pecho  que 
muestra  la  razón  de  mi  fuerza,  y  como  donde 
la  ay,  derecho  se  pierde,  assi  me  perdi  sin  cul- 
pa, y  quedé  con  tal  pena,  que  no  me  desa  de- 
zilla. 

Sil. — Yo  me  rindo,  no  puedo  pensar  quién 
sea,  y  no  estoy  poco  deseosa  de  saberlo,  por 
ver  cómo  os  empleaistes. 

Zel. — Qué  haze   aora  la   señora  Eufrosina? 
Sil. — En  la  sala  está   haziendo  deshilados 
por  su  passatiempo.   Mas   por  qué  lo  pregun- 
táis? 

Zel.  —  Por  vna  parte  desatino  y  muero, 
por  otra  no  sé  qué  diga  ni  qué  haga.  Ay  pri- 
ma mia!  Aora  sé  qué  cosa  es  amor,  y  pienso 
que  se  me  acabó  la  fortuna  con  él,  y  me  ame- 
na9a  en  su  venganza  larga  desventura,  y  no 
puede  ser  mayor  que  auer  de  ser  enemigo  de 
mí.  Conozco  que  da  dolor  alegre,  razón  loca, 
temor  animoso,  plazer  triste,  luz  escura,  gloria 
con  pena,  salud  enferma,  vida  que  es  muerte. 
Todo  esto  lo  siento  ahora  por  experiencia,  y 
huuo  tiempo  en  que  nada  sentia;  y  assi  creo 
que  estaréis  lexos  de  compadeceros  de  mí,  por- 
que no  me  conoceréis  ni  daréis  crédito  a  lo  que 
digo,  y  queréis  enfrenar  vn  juyzio  particular 
con  la  razón  común,  y  obligarlo  a  que  la  siga; 
mas  triste  del  triste  que  muere. 

Sil.  —No  os  consumáis,  primr»,  y  si  yo  os 
puedo  aprouechar,  os  juro  por  vida  de  quanto 
bien  quiero,  y  assi  Dios  trayga  a  mi  hermano 
delante  de  mis  ojos,  que  es  lo  que  más  deseo 
en  esta  vida,  que  haré  por  vos  lo  que  por  mí 
misma. 


OETGENES  DE  LA  NOVELA 

?  Zel  — No  de  valde  se  dize  que  la  sangre  no 
aguarda  a  ser  rogada;  yo,  señora,  en  vuestra 
confianza  saco  fuer9as  de  flaqueza,  entregán- 
doos la  vida  con  quantas  razones  os  obligan  a 
defendérmela;  y  si  consideráis  por  vanos  mis 
pensamientos,  dissimulad  con  mi  intento,  pues 
lo  que  tuuiere  de  malo  ya  es  passado,  y  no  tie- 
ne remedio  el  desistir  del,  y  í^erá  cruel  la  re- 
prehensión en  la  aduersidad;  dadme  consejo 
para  lo  poruenir,  pues  lo  entendéis  y  sois  tan 
poderosa  con  la  señora  Eufrosina. 

Sil. — Yo,  señor,  no  os  entiendo. 

Zel. — Ni  yo  sé  declararme  más;  sólo  sé  pa- 
decer y  sentir  lo  que  se  deue  a  una  perfecion 
tan  grande  como  la  suya. 

Sil. — Mucho  me  espanto  de  vos,  señor  pri- 
mo, siendo  tan  discreto,  ponérseos  esso  en  la 
fantasía,  y  no  puedo  creer  sino  que  os  burláis; 
porque  lo  demás  desdize  de  vuestro  entendi- 
miento. 

Zel.—  Pluguiera  a  Dios  que  estuuiera  en  mi 
mano  hazer  lo  que  entiendo,  que  ninguno  es  tan 
enemigo  de  sí  propio,  que  consienta  en  su  daño 
si  puede  esciasarle;  conozco  que  hablo  heregias, 
no  me  puedo  resistir,  ni  será  possible  limitar 
mis  deseos,  sino  es  la  muerte,  y  dichosa  suerte 
la  mia  si  me  viniesse  por  tal  causa. 

Sil. —  Los  hombres  mo90s,  como  todo  les 
parece  fácil  y  siempre  juzgan  mal  de  las  muge- 
res,  buscan  essos  entretenimientos,  que  siem- 
pre paran  en  mal,  y  más  en  partes  tan  peligro- 
sas como  ésta,  de  que  no  se  puede  esperar 
otro  fruto  sino  grandes  escándalos  y  tiempo 
perdido.  Y  si  fue  esta  vuestra  intención,  pésa- 
me mucho  por  vuestra  parte  y  por  la  mia.  Por 
la  vuestra,  porque  no  correspondéis  a  quien 
sois  y  a  lo  que  entendéis.  Por  la  mia,  porque 
parece  que  me  tenéis  en  poco  y  no  estimáis  mi 
honra. 

Zel.  —  Ay  prima  mia,  no  me  afrentéis, 
que  no  estoy  para  esso;  matadme  si  erré,  y  no 
juzguéis  por  mis  palabras  ni  disputeis  sobre 
ellas. 

Sil. — Yo  no  quiero  hazer  caso  desso,  aun- 
que tengo  bien  de  qué  sentirme,  mas  conside- 
rad esto.  Vos,  primo,  no  veis  quién  es  Eufrosi- 
na, tan  noble,  que  no  se  le  auentajan  los  Prin- 
cipes, tan  rica,  que  le  sobra  todo,  y  que  su  pa- 
dre trata  de  casarla  muy  aprisa;  pues  qué  fun- 
damento es  el  vuestro,  o  a  qué  proposito  em- 
prendéis ocupación  tan  disparada? 

Zel. — Yo  no  niego  la  razón  de  lo  que  dezis, 
mas  amor  no  me  consiente  seguirla,  si  bien 
todos  essos  inconuenientes  me  dan  continuos 
combates,  porque  quien  ama  sabe  lo  que  desea, 
pero  no  ve  lo  que  le  está  bien,  y  yo  passo  más 
adelante,  que  veo  lo  que  me  conuiene  para  v¡- 
uir,  y  que  me  importa  morir  por  lo  que  deseo, 
pues  he  conocido  que  no  ay  más  vida.  Una  cosa 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


95 


podéis  creer  de  mí,  que  quando  llegué  a  deziros 
lui  pensamiento,  ya  fue  tan  vencido  de  mi  do- 
lor, que  no  fue  possible  escusarlo;  aora  culpad- 
me como  quisieredes,  que  yo  no  he  de  huir  de 
los  castigos  a  que  me  condonaredes,  pues  el 
más  riguroso  me  abreuiará  la  vida  y  el  tor- 
mento. 

Sil.—  Qué  bien  me  estuuiera  a  mí  hablar  en 
essü  con  la  presunción  de  Eufrosina,  qué  cosa 
para  su   vanidad!  piensa  la  otra   que  está  por 
nacer  quien  la  merezca,  y  es  de  condición  tan 
vidriosa,  después  de  tenerla  buena,  que  en  no 
hablandole   a   su  gusto  quiere  tomar  el  cielo 
con  las  manos;  y  bien  veis  que  es  fuerte  caso 
poner  yo  mi  vida  y  honra  en  el  filo  de  su  vo- 
luntad; escusad  esso  lo  que  más  pudieredes,  y 
podréis  si  quisieredes,  y  estoes  lo  más  seguro; 
que  todo  lo  demás  es   peligroso.   No   ay  furia 
que  al  principio  no  se  pueda  resistir  con  buena 
prouidencia:  el  daño  pequeño  si  toma  fuerzas, 
impossibilita  el  remedio;  frenar  apetitos  es  vir- 
tud animosa,  y  seguirlos  peligrosa  ignorancia. 
Zel.  —  Prima,  no  me  matéis,  que  no  he  hecho 
por  qué;  esso  es  a  mala  llaga  mala  yerua;  bien 
conozco  que  tengo  perdida  la  esperanza,  y  sin 
ella  os  descubri  lo  que  vuestras  promesas  qui- 
sieron; gusté  de  comunicarlo  con  vos  solo,  por 
lo  que  os  quiero,  y  también  por  dezirlo  en  es- 
tas casas  donde  enterré  la  libertad,  quedándo- 
me por  herencia  della  los  cuydados  de  mi  en- 
gaño, que   no  me  queréis  dexar  lograr.  Mas 
pues  la   desuentura  assi   lo  quiso,   sea   ella  la 
condenada  y  padezca  yo,  que  a  mí  me  disculpa 
quien  por  fama  y  experiencia  es   conocido  de 
todos  por  sin  razón,  ciego,  y  fuerte.  Desdichado 
el  dia  en  que  pensé  venir   a  esta  tierra,  pues 
hasta  el  contento  que  tenia  con  vuestra  conuer- 
fiacion  me  pone  aora  más  triste,  pronosticando 
mis  males  en  la  cueua  de  Trofonio  (^),  con  que 
i   me  falta  el  gusto  de  viuir.  Perdonadme,  señora, 
I  qualquier  enojo  que  os  dé,  considerando  la  cau- 
(  saque  me  obliga;  dexadme  morir  en  las  ma- 
¡  nos  de  mis  deseos,  que  son  más  crueles  que  las 
l  Arpias  y  que  las  furias  Eunienides;  y  sabe  Dios 
I  quánto  más  querría  seruiros  que  enojaros,  mas 
1  parece  que  naci  para  daros  disgustos. 

Sil. — Veo  os  tan  añixido  y   siento  vuestras 
'Ongoxas  tanto,  que  no  sé  qué   hazerme;  por 
I  vuestro  respeto  qualquiora  cosa  intentara,  es- 
t  torualo  el  temor  de  Eufrosina. 

I  Zel. — Yo,  señora  prima,  no  puedo  obliga- 
ros a  más  de  a  lo  que  os  obligare  vuestra  vo- 
luntad, pero  entiendo  lo  que  podéis,  y  nunca 
j pensé  que  faltarades  de  sustentar  el  esfuerzo 
|que  me  pusistis;  mas  bien  adiuinaua  mi  mal 
iquando  no  lo  osaua  descubrir,  y  vos,  señora, 
lue  sacastis  de  juyzio  y  me   hizistis  mudar  la 

i    (')  Trifonio  dice  el  original. 


resolución  que  tenia  de  morir  antes  que  con- 
fessar. 

Sil.—  Quién  auia  de  pensar  cosa  tan  impro- 
pia? y  sabe  Dios  quánto  me  pesa  aora  de  saber- 
la, por  no  poderos  valer  en  essa  passion,  que 
yo  la  tengo  muy  grande,  por  tenerla  vos. 

Zcl. — Pues  ya  que  assi  es,  yo  me  determino 
(esto  solo  para  vos)  irme  a  la  sierra  de  la  Ossa, 
donde  el  cuerpo  pene  junto  con  el  alma,  y  assi 
ganaré  la  gloria  eterna,  ya  que  me  desesperáis 
dcsta,  en  que  pende  mi  vida. 

Sil. — No  hagáis  ta',  que  es  gran  flaqueza 
poner  en  efeto  tales  determinaciones  y  no  per- 
seuerar  en  ellas  hasta  la  muerte,  como  les  su- 
cede [a]  algunos,  que  Fe  entran  en  Religión, 
más  por  los  afanes  del  mundo,  que  los  oprime, 
que  por  espíritu  que  los  mueue. 

Zel.  "  El  Espíritu  Santo  inspira  donde  quie- 
re, y  siempre  acude  con  la  gracia  a  quien  se 
prepara  para  recebilla. 

Sil. — Esso  es  para  otros,  mas  vos  sois  muy 
delicado,  y  criado  en  regalo,  y  llenareis  mal 
essos  trabajos. 

Zel. — Es  tan  benigna  y  fauorable  la  madre 
naturaleza,  que  en  todo  nos  concede  y  da  se- 
gún nos  disponemos,  y  aora  conmigo  no  querrá 
ser  madrastra. 

Sil. — Para  qué  es  hablar  en  cosas  escusa- 
das,  y  menos  en  essa,  que  os  la  juzgarán  a  fla- 
queza de  cora9on? 

Zel.  -  ^ssos  son  los  juyzios  que  Satanás 
siembra,  mas  la  verdad  está  al  contrario,  y  que 
la  mayor  vitoria  es  vencerse  el  hombre  a  sí 
mismo. 

Sil.~  Antes  que  os  vais,  he  de  poder  yo  con 
vos  que  no  os  acordéis  de  tal  determinación, 
por  que  tendré  por  gran  culpa  ser  yo  la  oca- 
sión. 

Zel.  —  Qué  queréis  que  haga,  desengañado 
de  que  por  todas  partes  me  falta  el  amparo  que 
me  podia  assegurar  de  qualquier  peligro?  Edi- 
po  halló  vn  ])astor  que  lo  saino  de  la  muerte  en 
la  edad  de  su  inocencia.  A  Ciro  le  sustentó  vna 
perra.  A  los  fundadores  de  Roma  crió  vna  loba; 
sólo  yo,  desdichiido.  no  hallaré  agua  en  el  mar, 
pues  me  ha  faltado  vuestra  piedad. 

Sil.—  Primo,  cosas  dezis,  que  me  sacáis  de 
juyzio,  y  os  quiero  tanto,  que  me  duele  el  co- 
raron ;  pero  yo  no  o.'í  he  de  prometer  que  haré 
más  de  lo  que  pudiere,  que  será  poco  y  trabajo 
en  vano;  yo  le  tentaré  a  Eufrosina  la  voluntad 
por  el  mejor  modo  que  supiere,  y  según  lo  que 
sintiere  en  ella,  assi  me  atreuere;  pero  desde 
luego  os  digo  que  me  parece  cosa  impossible; 
pero  ninguno  es  obligado  a  más  de  lo  que 
puede. 

Zel. — Ay,  prima  mia,  con  menos  que  esso 
me  sustentareis  cien  vidas,  quánto  más  que 
con  vuestra   buena  dicha  no  me  puede  faltar 


96 


ORÍGENES  DE  LA  ITOYELA 


esperanza,  y  con  ella  me  quieiu  ir  luego,  por  no  I 
enfadaros;  dezidme  quándo  me  mandáis  que  os  | 
torne  a  ver,  porque  como  dexo  acá  los   senti- 
dos, viniendo  allá  sin  ellos,  pueden  traerme  sin 
tiempo. 

Sil.  —  Porque  desso  estoy  bien  segura,  podéis 
venir  cuando  quisieredes;  pero  para  tan  ardua 
empresa  es  necessario  que  me  deis  tiempo. 

Zel.  —  Os  doy  el  que  mi  sufrimiento  diere;  y 
si  yo  tardare,  lo  que  no  creo  de  mí,  mandad  de 
parte  del  amor  a  las  aues  enamoradas  de  vues- 
tro jardin  que  me  llamen,  que  yo  las  entenderé. 

Sil.  —  Qué  cosas  tenéis,  quién  vio  que  enten- 
diessen  las  aues? 

Zel.  -Aueis  de  saber,  señora,  que  todo  ani- 
mal tiene  sentido,  memoria  interior  y  exterior; 
y  ya  se  vieron  personas  a  quien  la  naturaleza, 
liberal  de  sus  dones,  concedió  entender  las  aues, 
como  Fue  Teresias  (').  Y  de  Apolonio  Tianeo  se 
dize  que  estando  con  amigos  suyos,  vino  vna 
golondrina  a  dezir  a  otras  que  fuessen  a  la  otra 
parte  del  muro,  donde  auia  caydo  vn  asno  con 
trigo,  y  éi  entendió  lo  que  dixo;  llenólos  allá, 
y  hallaron  ser  assi. 

Sil. — Mas  si  quisieredes  aora  hazerme  creer 
essos  disparates!  y  si  tenéis  esa  virtud,  enco- 
mendadas que  tengan  cuydado  de  ver  lo  que 
acá  passa,  y  os  lo  digan. 

Zel. — Sabed  que  tengo  tal  opinión  del  estre- 
mo de  mi  amor,  que  no  tendré  esso  por  mila- 
gro, que  por  la  fe  los  montes  se  mudan  y  por 
amor  todo  se  acaba,  quando  los  hados  no  son 
enemigos,  y  ninguno  me  puede  assegurar  dellos 
como  vos;  assi  que  tened  memoria  de  mí,  si  no 
queréis  que  se  os  muera  quien  tiene  la  vida  para 
seruiros  en  lo  mismo,  de  que  os  doy  el  tiempo 
por  testigo. 

Sil.  -  Idos  en  buen  hora,  que  trabajo  me  ha 
de  costar. 

SCENA  SEXTA 

Zelotipo,  Andrade,  Andresa. 

Zrl. — Algún  tanto  voy  más  alentado  con  la 
esperan9a  que  lleno,  mas  es  tan  incierta,  que 
me  pone  en  mil  temores.  Bien  dezia  el  filosofo 
Secundo  que  era  refrigerio  de  trabajo  y  dudoso 
sucesso.  Mas  el  otro  Poeta  llamo'e  largo  dolor: 
porque  esperar  las  promessas  del  amor  es  tra- 
bajo y  carga  de  gran  peso:  y  como  dize  Ouidio, 
muchas  vezes  se  engaña  la  buena  esperanza  con 
presunciones  de  la  fantasía  y  cae  vencida  del 
solicito  temor;  yo  le  tengo  de  la  grandeza  de 
Eufrosina  y  de  su  opinión;  porque  estas  hermo- 
sas con  estremo  siempre  lo  tienen  de  locura,  y 
no  ay  quien  les  satisfaga;  y  siendo  tan  altiua 
como  todas  son,  no  hará  caso  de  mí.  Por  otra 

(O  Sic,  por  Tiresias. 


parte  c>jii.>idero  que  la  fortuna  suele  armarse 
para  las  tales  y  la  naturaleza  ninguna  cosa  puso 
tan  alta,  que  el  animoso  trabajo  no  la  pueda 
alcan9ar,  esperimentando  lo  que  otros  desespe- 
raran, y  más  si  la  voluntad  es  esforcada  de  su 
apetito:  porque  como  la  necessidad  en  las  ad- 
uersidades  es  más  eficaz  que  la  razón,  siempre 
descubre  remedio  con  su  diligencia,  atropellan- 
do  inconuenientes;  mas  éstos  son  consuelos  de 
condenado,  y  como  no  ay  esperan9a  sin  temor, 
temo  lo  que  espero  y  espero  lo  que  temo.  Estos 
dos  accidentes  tan  desconformes  causan  diuer- 
sos  mouimientos,  caberas  de  la  Idra  con  quien 
mi  alma  pelea;  por  esso  Uamaua  Menandro  y 
dezia:  O  lupiter,  qué  grane  mal  es  la  esperan9a! 
a  la  sombra  della  se  crió  el  amor,  y  éste  todo  es 
temores,  mas  sin  él  nada  es  gustoso,  y  me  da 
ser,  de  que  careceria  no  teniéndole;  y  quando 
muera,  como  Maclas,  la  gloria  de  ser  por  Eufro- 
sina me  satisfaze,  quando  no  alcance  otro  pre- 
mio. En  fin,  en  todo  se  ha  de  esperar.  A  L)ios 
todo  le  es  fácil,  y  nada  impossible.  Los  discre- 
tos con  la  esperan9a  han  de  conseruar  la  vida, 
y  el  hombre  afortunado  con  ella  se  sustenta; 
quiero  ir  a  verme  con  Cariofilo,  con  tárele  lo 
que  he  hecho  y  enseñaráme  lo  que  deuo  hazer, 
pues  a  todos  sobra  el  consejo  en  las  causas 
agenas,  que  en  las  propias  falta.  Quinto  Cúr- 
elo lo  dize  bien:  que  nuestra  naturaleza  se 
puede  llamar  corta  y  menguada,  pues  cada  vno 
en  su  negocio  naturalmente  es  más  ignorante 
que  en  el  ageno.  De  otro  error  vsamos  muy 
grande,  que  se  junta  a  éste,  que  siempre  tene- 
mos más  cuenta  con  lo  passado,  que  prouiden- 
cia  en  lo  por  venir.  Andrade. 

And.  —  Señor. 

Zel.  —  Qué  ay?  concertaste  alguna  cosa  con 
Vitoria? 

And.  —  Doyla  a  trecientos  cuerbos. 

Zel. — Por  qué? 

Aiid. — Fuila  siguiendo,  por  si  tenia  ocasión 
de  hablarla,  y  luego  aqui  a  la  buelta  desta  calle 
dio  audiencia  a  vn  estudiante,  con  achaque  de 
vezino;  mas  pareceme  que  será  como  el  otro, 
que  por  via  de  compadre  quiere  hazer  la  hija 
madre.  Y  acabada  esta  estación,  adelante  en 
otra  calle  sale  de  trauiesa  vn  zapatero  muy  ga- 
lancete, y  éste  le  fue  dando  ca9a  hasta  junto  al 
lio,  y  de  lo  que  pude  entender  le  pedia  zelos. 

Zel. — Qué  propia  condición  de  picaros!  y  de 
ahi  viene  a  hazer  cierto  su  rezelo,  porque  des- 
piertan al  perro  que  duerme. 

And.  -  Con  todo,  él  no  daua  lexos  del  blanco 
con  la  saeta,  porque  la  señora  es  de  las  de  vina  | 
quien  vence;  y  quando  vi  que  la  conuersacion i 
iba  tan  despacio,  desesperé  de  tener  ocasión,  y 
vineme  por  no  perder  a  V.  m. 

Zel. — Pues  mira  que  te  encargo  que  la  co-i 
muniques,  y  veremos  de  qué  pie  coxea. 


COMEDIA  DE  EVFRüSINA 


97 


And. — Yo  la  buscaré,  y  aora  que  sé  que  es 
golosa,  la  hablaré  roas  atreuido. 

Ze/.— Diste  mi  recado  a  Cariofilo? 

And. — Ya  dixe  a  V.  m.  que  respondió  que 
le  esperaua. 

Zel. — Vamos  a  hablarle,  que  sospecho  dor- 
mirá, porque  veló  la  noche  passada,  y  más  con 
el  descanso  que  tiene,  que  trae  sueño  sin  cuy- 
dados  que  lo  despierten;  llama. 

And. — Ta,  ta. 

Andresa. — Quién  está  ahi? 

And. — Sí  está,  gente  de  paz.  Está  en  casa 
el  señor  Cariofilo? 

Andresa. — Quién  lo  busca?  O,  señor,  V.  m. 
es?  suba,  que  arriba  está  durmiendo  en  su  apo- 
sento desde  que  comió. 

Zel. — Qué  vida  ésta!  tanto  regalo  no  se  su- 
fre; vete  a  casa,  que  luego  voy. 

And. — Mas  que  nunca  vayas;  que  yo  taiu- 
bieu  he  de  ir  a  holgarme  y  ahorqúese  todo  el 
mundo,  que  no  tengo  vida  de  juro;  y  al  fin, 
quien  mejor  sirue  tiene  peor  paga. 

SCENA    SÉPTIMA 

Zelotipo,  Cariofilo. 

Zel.  -Ola,  cauallero,  es  de  dia?  Vos  sois  vii 
lirón,  no  haze  aqui  falta  el  sueño  de  Epamini- 
des  (')  y  Endimion;  la  vida  es  breue,  y  para 
ayudar  a  serlo  más,  queréis  pasarla  en  la  ima- 
gen de  la  muerte. 

Car. —  Qué  filosofo  es,  bendígalo  Dios;  fue 
gran  pérdida  que  no  fuessedes  físico;  cómo  dis- 
putarades  sobre  vn  plenilunio,  y  qué  misterios 
hizierades  sobre  los  Eclipses! 

Zel. — No  perdierades  en  esso  mucho ;  al 
menos  leuantara  figura  sobre  vuestro  nacimien- 
to y  supiera  qué  fortuna  os  espera. 

Car.  —  Qué  grande  engaño  es  esse  y  quántos 
I  nobles  sé  yo  que  se  han  perdido  por  dar  crédito 
j  a  essos  prodigios;  y  si  hablaran  conmigo,  a  ojos 
j  ciegos  les  contara  su  historia  sin  errar  punto, 
I  por  la  experiencia  de  sus  condiciones,  que  son 
j  los  más  ciertos  Planetas  errantes  que  los  hom- 
I    bres  tienen.  Mas  dezidme,  qué  hora  es? 

Zel. — Dará  las  cinco,  si  ya  no  las  ha  dado. 
Car. — No  puede  ser. 
Zel. — Sí  puede,  pues  es. 
Car. — Mucho  he  dormido;  aora   bien,  qué 
;    cuenta  de  sí  el  Monsiur  de  la  capa  roja?  Vos, 
I   don  traydor,  contento  venis,  que  yo  os  lo  co- 
nozco en  los  ojos. 

Zel.  —  Qualquiera  flaca  esperan9a  con  sufri- 
1    miento  es  poderosa  para  resucitar  vn  enamo- 
rado muerto  de  muchos  dias,  y  la  calidad  del 

I  dolor  humano  es  tener  esfuer9o  en  el  vso  del. 
I 

O  Sie,  por  Epimenides. 

OEÍGKNES    DE    LA    NOVELA. — 111. —  7 


Car. — Sentencioso  es  el  mancebo;  pareceme 
que  sois  como  cierto  género  de  gente  que  andan 
siempre  pensando  deriuaciones  para  sus  propó- 
sitos, y  hallándose  perdidos  les  ponen  puntales 
de  grandes  risadas  para  tenerlas  en  pie. 

Zel. — De  prudentes  es  pensar;  de  necios  de- 
zir  no  pensé. 

Car. — Vos,  amigo,  estudiáis  más  por  Catón 
que  por  los  Meteoros.  Sabéis  cómo  se  entiende 
esso?  ay  pensar  y  acertar,  y  no  pensarlo  bien  y 
hazerlo  nial.  Hazedme  merced  de  no  fiaros  de 
pensatiuos  solitarios,  que  con  especulaciones  se 
venden  al  mundo.  luzgad  siempre  al  discreto  y 
prudente  por  su  vida  y  obras,  y  por  el  proceder 
que  tiene  en  los  casos  que  se  le  ofrecen,  y  no  os 
engañe  la  compostura  del  rostro  y  vestido,  ni 
la  abundancia  de  palabras ;  antes  quando  le  vie- 
redes  que  se  florea  con  ellas  para  acreditar  su 
opinión,  espera  del  menos  fundamento,  porque 
todo  se  le  va  en  flores,  y  menos  si  se  precia  de 
dezir  donayres  por  parecer  discreto.  El  hombre 
prudente  y  cuerdo  ni  ha  de  ser  triste  ni  gracio- 
so, sino  apacible  y  bien  acondicionado,  y  de 
quien  no  tiene  agradable  condición  no  esperes 
nada  bueno. 

Zel. — Vos  haréis  mil  reglas  de  viuir  en  paz, 

pero  aueis  menester  registrallas,  y  por  lo  menos 

no  dexar  nada  de  la  mano  sin  que  yo  lo  vea. 

Car.  —  Dexemos  esso,  y  dezidme  de  vuestro 

negocio:  qué  tenemos,  hijo  o' hija? 

Zel. — Creedme  que  soy  para  mucho,  pues 
entré  en  tal  laberinto. 

Car. — Bien  digo  yo  que  no  venis  vos  Por- 
tugués. 

Zel. — Antes  vengo  tanto,  que  pues  esto  aco- 
nieti,  no  hallo  impossible  que  no  me  atreua  a 
intentar. 

Car. — Pues  más  es  esso  por  lo  moral  que 
baxar  al  profundo  Reyno  de  los  Heroycos  sin 
ramo  de  oro. 

Zel. — Escogi  vuestro  consejo,  como  lupiter 
la  águila,  y  persuadios  que  me  fuistes  la  codor- 
niz para  Hercules. 

Car. — Ahi  veréis  que  quien  me  parió  no  pa- 
rió bestia,  y  que  mi  cabera  no  la  hizo  platero; 
en  lo  demás  me  podéis  enseñar,  mas  en  esta 
materia  muy  pintado  ha  de  ser  el  que  me  echare 
el  pie  delante.  Dad  crédito  a  lo  que  os  dixere 
en  esta  ciencia,  porque  a  éstas  les  entiendo  los 
pensamientos. 

Zel. — Plegué  a  Dios  que  me  aproueche, 
que  yo  por  más  cierto  tengo  que  fui  a  buscar 
la  muerte  que  la  esperanza. 

Car. — Que  será  si  el  cielo  se  cayesse?  lo  que 
os  aconsejo  es  que  no  embieis  ñaue  a  Flandes 
ni  paguéis  renta  adelantada,  pues  tenéis  tan 
flaco  ánimo. 

Zel. —  Cómo  habláis  sobre  seguro!  si  passara 
í   por  vos  lo  que  nos  passa  a  los  enamorados,  no 


98 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


hallarades  esta  qnexa  antes  de  tiempo.  Poco 
nos  daña  mucho  y  nadie  viue  con  más  trabajo, 
principalmente  el  amante  pobre  es  Principe  del 
amor,  venciendo  con  sus  fortunas  a  las  de  Her- 
cules: porque  pelear  con  el  león  Ñemeo,  que 
ninguna  arma  le  dañaua,  coger  el  cierno  de  los 
cuernos  de  oro,  traer  el  puerco  cuya  vista  dio  tal 
temor  a  Eristeo  (J)  que  se  metió  en  el  vaso  de 
metal,  atar  el  Canceruero  que  escupía  veneno, 
vencer  al  transfigurado  Acheloo,  derribar  a  An- 
teo, quitar  al  pastor  Español,  que  tenia  tres  ca- 
bp9as  y  seis  bra90s,  las  vacas,  y  después  matar  a 
Caco,  que  se  las  hurtó,  todo  esto  es  nada  en 
comparación  de  los  rezelos,  sospechas,  zelos,  te- 
mores, cuydados,  passiones,  desuelos,  desdichas, 
locuras,  deseos,  injurias,  gastos  y  otros  mil  ma- 
les que  se  sienten  y  no  se  dizen  por  los  enamo- 
rados; y  si  no,  considerad  al  mismo  Hercules 
después  de  tantas  Vitorias  y  ser  tan  animoso  y 
sabio,  cómo  le  hizo  el  Amor  parecer  otro  Sar- 
danapalo,  y  le  quemó  viuo, 

Ca7\ — Con  esso  me  mecieron  y  cantaua  mi 
ama: 

por  amor  que  no  conuiene 

se  pierde  el  bien  y  el  mal  viene. 

Zel. — Esso  es  lo  que  temo;  veome  delante 
del  sin  merecimientos,  oygo  dezir  que  prendió 
a  Marte  y  que  sujetó  a  los  demás  Dioses,  y 
desde  entonces  quedó  tan  encarnizado,  que  a 
los  altos  y  generosos  ánimos  afrenta  mucho 
más,  como  hizo  al  esfor9ado  Sansón,  al  diuino 
músico  Dauid  y  al  sabio  Salomón. 

Car. — Ahi  os  esperaua,  que  propio  es  de  los 
enamorados  traer  estos  exeraplos  por  disculpa 
de  sus  culpas  y  no  para  imitación  de  sus  vir- 
tudes. 

Ze/.  — Bien  parla  Marta  después  de  harta; 
vos  porque  os  veis  en  los  cuernos  de  la  Luna  a 
vuestro  saluo,  habláis  de  gorja;  pues  en  las  ad- 
uersidades  se  conocen  los  hombres. 

Ca?-. — Cómo,  os  engañáis  conmigo,  que  sé 
más  que  siete,  y  si  empiezo  os  daré  quinze  y 
falta?  porque,  mal  pecado,  todos  sabemos  vu 
poco  de  albeyteria,  y  más  quien  la  trae  tanto 
entre  las  manos  como  yo;  ya  no  hay  inocentes; 
bien  sé  que  es  el  amor  vn  cuydado  lleno  de  te- 
mores, composición  de  males  para  el  coraron, 
fueroa  que  la  haze  a  las  potencias  del  juyzio, 
quitándole  la  libertad,  oluido  de  la  razón,  vezi- 
no  de  la  locura,  suaue  deleyte  para  los  ojos, 
demasiada  fatiga  del  entendimiento,  llaga  agra- 
dable, sabrosa  pon9oña,  dulce  amargura,  deley- 
tosa  enfermedad,  blanda  muerte,  mal  de  males 
infinitos.  Qué  os  parece,  queréis  más?  vos  no 
sabéis  otro  tanto,  con  quanto  os  preciáis  de 
contemplatiuo ;  pues  aun  os  diré  adelante,  por- 

(' )  Sic,  por  Euristeo. 


que  os  espantéis  y  veáis  que  tengo  teórica  y 
prática  deste  negocio.  Todo  enamorado  milita 
en  los  Reales  deste  rapaz  Cupido,  donde  yo 
tengo  autoridad  de  cabo  de  ciento,  en  saber 
como  diestro  africano  embestir  con  estas  rapa- 
cillas  y  ponelles  el  hierro,  y  no  ando  en  escara- 
muzas y  puntos  con  ellas,  que  son  matreras  y 
saben  mucho,  y  por  puntillos  no  hay  quien  las 
lleue,  porque  en  sintiéndoos  aficionado,  os  po- 
nen los  pies  en  la  boca,  y  os  hazen  mil  mue- 
cas; yo.  no  las  sufro  sino  hasta  cierto  tiempo, 
y  en  teniéndolas  sujetas,  tomo  venganza  y  nun- 
ca me  las  doy  a  conocer  tanto,  que  no  las  dexe 
de  manera  que  imaginen  que  si  no  me  conten- 
tan, que  me  perderán;  y  si  vos  lo  hizieredes 
assi,  haréis  vuestro  negocio,  y  os  reiréis  dellas 
como  yo. 

Zel. — Dize  el  sano  al  doliente:  Dios  te  dé 
salud.  Si  vos  os  vierades  como  me  veo,  de  otra 
manera  lo  sintierades,  que  no  es  perfeto  el 
amor  donde  el  juyzio  no  se  pierde.  Transfor- 
marse lupiter  en  toro,  Neptuno  en  cauallo, 
Febo  en  pastor,  qué  es  sino  perder  el  sentido 
racional  con  el  bruto  apetito,  según  nos  ense- 
ña Apuleyo  en  su  asno  de  oro? 

Ca?-. — Los  pusilanimos  sienten  esso,  pero  lo 
contrario  hizo  Alexandro  con  la  mujer  y  hijas 
del  Rey  Dario  y  con  la  amiga  de  Antipater. 

Zel. — Y  después  cómo  le  fue  con  Rojanes? 
tratar  de  la  virtud  fácil  es,  vsalla  obra  de  San- 
son,  y  de  lo  que  no  se  tiene  experiencia  es  ig- 
norancia hablar,  y  assi  lo  sintió  Anibal  quando 
derribó  a  Glisco  de  la  cátedra. 

Caí-. — Muy   poco    ganareis    vos    con    esso; 
atengome  a  sacudillas  y  dexallas,  que  assi  ha- 
zian  los  dioses  de  la  Gentilidad;  lo  demás  es 
burla,  porque  es  tan  mala  ralea  la  de  mugeres,- 
que  ya  ninguna  quiere  bien,  si  no  es  por  el  in- 
terés, y  en  quanto  ay  que  darles;  yo  conozco- 
las  por  el  diente,  y  en  tanto,  lo  que  la  loba 
haze  al  lobo  le  place,  y  a  vn  ruin  ruin  y  medio. 
Amor  enseña  mil  caminos  de  engañar;  prome- 
tiendo con  franqueza,  de  promessas  las  hago 
ricas;  al  tiempo  de  la  paga  no  faltan  escapato- 
rias; destos  soliades  vos  ser^  mas  ya  no  os  pa- 
rece bien,  porque  os  traxo  Dios  a  estado  de 
gracia,  con  que  renunciastes  al  hábito  destas 
artes  del  mundo,  que  las  soliades  vsar.  Aora 
os  diré,  como  suelen  ellas  dezir:  perdónele  Dios, 
que  buen  pecador  era.  Vos  de  aqui  adelante 
hablad  con  voz  baxa  y  traed  el  rostro  modesto, 
como  quien  pretende  obispar,  que  el  buen  ena- 
morado refinado  como  acucar  ha  de  ser,  amari- 
llo, flaco,  honesto,  asseado,  curioso  en  galas,  no  ' 
afectado,  en  el  andar  graue,  los  ojos  eleuados,  I 
y  tan  ventores,  que  entre  las  nubes  descubran  I 
la  ca9a,  la  persona  segura,  pronta  para  qual-  j 
quier  caso  de  repente,  poca  risa,  mucha  corte-  ] 
sia,  afable,  presuntuoso,  constante,  solitario,  j 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


99 


paciente,  mortal  enemigo  de  su  competidor,  si 
lo  tmiiere,  zeloso  de  los  vientos,  sin  darlo  a 
entender,  grane,  compassino,  liberal,  osado,  en 
ocasiones  temeroso,  mañoso,  músico,  contem- 
platiuo,  eleuado,  inquisidor  de  los  secretos  de 
los  galanes,  prático  entre  damas.  De  todas 
estas  calidades  os  conuiene  hazer  profession 
para  merecer  la  palma  y  corona  de  los  mártires 
de  Cupido,  y  ser  escrito  en  el  catálogo  de  los 
escogidos. 

Zel.  —  Poco  se  le  da  al  harto  del  hambrien- 
to; como  me  aueis  sobrecogido,  habláis  dessa 
manera;  guardad  la  biielta  del  toro,  que  a  cada 
puerco  le  viene  su  S.  Martin,  y  ninguno  diga 
desta  agua  no  beuere;  y  siempre  se  ha  visto 
que  los  muy  resabidos  caen  en  el  la^o:  porque 
el  amor  azecha  a  los  más  recatados  y  toma 
dellos  venganza,  como  hizo  Baco  de  Penteo  y 
Palas  de  Aragnes. 

Car. — La  mona  no  se  caza  con  lazo,  y  quan- 
do  esso  sea,  lo  que  os  digo  es  que  no  puede  ser 
más  que  llouer  sobre  mojado;  yo  no  niego  que 
soy  de  los  suyos,  mas  doile  del  pan  y  del  palo. 
Pero  dexadas  porfías,  pues  más  sabe  el  loco  en 
su  casa  que  el  cuerdo  en  la  agena;  tratemos  de 
nuestro  negocio,  qué  es  lo  que  tenéis  hecho?  que 
quiero  ver  cómo  os  ayudastes  de  mis  consejos. 

Zel.—  Sucedióme  mejor  de  lo  que  pensé, 
porque  al  descubrir  mi  passion,  como  yo  esta- 
ña más  medroso  que  Pisandro,  acudió  la  san- 
gre al  cora9on,  como  a  parte  principal,  por  so- 
correr su  necessidad,  y  quedé  descolorido  como 
muerto:  mi  prima,  a  lo  que  yo  entendí,  imagi- 
nó que  era  el  negocio  con  ella. 

Car. — Esso  será  possible  que  dañe  y  sea 
ocasión  de  mostrarse  después  contraria,  porque 
ellas  a  nadie  quieren  como  a  sí  mismas,  y  quan- 
to  ven  apetecen ;  y  destas  cosas  son  golosas  en 
extremo. 

Z¿/.  —  Quando  yo  acabé  de  descubrir  mi  pen- 
samiento, después  de  passados  grandes  colo- 
quios, flaquezas  y  desmayos,  me  lo  contradixo 
fortissimamente;  y  quando  vio  que  por  mal  ni 
bien  no  desistia  de  mi  intento,  protestando  (no 
sin  lagrimas)  morir  en  él,  al  fin  compadecióse 
de  mí. 

Car.— Pues  quién  lo  duda?  soy  vn  inocente, 
no  las  conozco?  y  qué  os  dixo? 

Zel. — Que  baria  lo  que  pudiesse,  tentando 
el  vado  de  la  voluntad  de  Eufrosina;  ahora 
juzgad  qué  bien  se  puede  esperar  desto. 

Car. — El  mayor  del  mundo;  tenéis  subido  el 
segundo  escalón,  porque  luego  como  la  señora 
jEufrosina,  que  aora  está  apartada  dessos  gus- 
itos,  sepa  que  la  queréis  bien,  lo  primero  dará 
gracias  al  amor,  porque  se  acordó  della,  y  co- 
brará nueuos  pensamientos,  y  hallareis  en  las 
i-onstituciones  deste  rapaz  que  nadie  sabe  que 
le  quieren  que  no  quiera  poco  o  mucho,  y  lo 


poco  el  vso  y  tiempo  lo  haze  mucho:  porque 
todos  las  cosas  nacen,  crecen  y  se  enuejezen,  y 
si  queréis  triunfar  desta  guerra,  como  Capitán 
Romano,  aueis  de  ser  tan  sagaz  como  Fabio 
contra  Aníbal:  guardarle  el  tiempo  y  esperarlo, 
que  el  buen  Romano,  estándose  quedo,  vence, 
y  el  buen  enamorado  disinmlando  engaña;  y  en 
viendo  la  vuestra,  seréis  atreuido  en  acometer; 
y  para  serlo,  presumid  de  vos,  que  venceréis 
quanto  intentaredes,  aunque  sean  brauas  más 
que  luno,  más  fuertes  que  Palas,  más  castas 
que  Diana.  A  nosotros  nos  toca  acariciarlas,  á 
ellas  obedecernos;  y  quanto  al  piincipio  se 
muestran  rigurosas,  son  después  mansas.  Los 
soldados  praticos  como  yo,  aora  que  sé  quan- 
do aIcan9o  fauor  de  vna  muger  de  calidad,  que 
me  es  de  gusto  y  prouecho,  en  teniéndola  ren- 
dida y  señalada  de  mi  señal,  por  no  aficionar- 
me miicho  y  venir  a  ser  esclauo  de  mi  gusto, 
procuro  diuertirlo,  por  no  criar  cuerbo  que  me 
saque  el  ojo,  y  ocupóme  en  hazer  empleo  en 
otra  y  en  c  tras.  Desta  manera  juego  con  car- 
tas dobladas,  y  no  puedo  perder,  y  aseguro  mi 
mercaduría,  por  no  eotar  pendiente  de  la  corte- 
sía de  la  fortuna,  y  con  esto  me  escuso  gran- 
des disgustos.  Las  mujeres,  por  lo  que  deuen  a 
sí  mismas,  quando  menos,  son  obligadas  a 
guardar  castidad;  sí  tienen  amor,  guardan  fe,  o 
con  el  coraron  o  por  la  verguen9a,  por  la  esti- 
mación que  de  las  tales  hazemos,  y  assí  son 
mejores  amantes  que  nosotros.  Los  hombres 
no  es  necessario  ser  castos  como  Amadis,  por- 
que luego  les  achacan  impotencia;  y  quien  tal 
fama  cobra  entre  las  mugeres,  dadlo  por  per- 
dido, y  sí  no  preguntad  a  Orfeo  cómo  le  fue 
con  las  de  Tracia,  Conuiene  al  que  las  ha  de 
tratar  tener  fama  de  valiente  en  las  ocasiones, 
de  afable  y  muy  secreto;  y  sí  tiene  esto  no  le 
tengáis  lástima,  que  yo  fiador  que  no  se  pierda 
por  lo  que  a  él  toca,  y  no  ha  menester  mejor 
gayta  para  pedir  por  las  puertas.  Y  tomad  de 
mí  vna  lición,  que  os  aprouechará:  nunca  de- 
sistáis de  proseguir  lo  que  vna  vez  empezare- 
des,  por  más  desdenes  que  os  hagan,  que  son 
como  gestos  de  monos;  y  si  no  os  cansáis,  can- 
tareis al  fin:  ya  os  tengo,  peces,  en  las  redes, 
que  se  dixo  a  este  proposito;  y  vuestra  prima 
por  mi  cuenta  que  fue  a  pedir  albricias  a  la  se- 
ñora Eufrosina,  y  essas  carantoñas  que  hizo 
son  como  las  de  la  otra  esta  noche  passada. 

Zel. — Pues  contadme  lo  que  passó. 

Car. — Esta  suerte  es  de  las  mías,  y  para  es- 
criuirse  en  la  Coroníca  del  nmndo  con  letras  de 
oro;  aun  aora  me  rio  de  cómo  fui  más  determi- 
nado que  Tarquíno  y  más  temeroso  (*)  que 
Apio  Claudio. 

Zel. — Cómo  es  esso? 

(v  Sic,  por  timtiario. 


100 


OHTGENES  DE  LA  líOVELA 


Car. — Yo  os  lo  diré;  en  entrando  hallé  a  la 
rapaza  ea  armas  ligeras,  sólo  vn  manteo  y  ju- 
bón a9al,  los  cabellos  trenzados,  y  con  vna  co- 
fia carmesí  y  oro,  toda  temblando  y  no  de  frió, 
con  vna  apacibilidad  que  amansara  vn  león; 
empe9o  a  querer  hazerme  arengas,  pensando 
obligarme,  mas  yo  no  tuue  jjaciencia,  y  llénela 
en  los  bracos,  sin  dexarla  tomar  tierra,  y  hize- 
me  sordo  y  mudo;  vierades  las  lagrimas  coco- 
drilas,  como  si  yo  no  huuiera  oido  la  facilidad 
con  que  las  fingen  las  mugeres;  los  ayes  eran 
exprimidos,  como  siluo  de  culebra,  los  requeri- 
mientos y  conjuros  humeauan,  las  culpas  y 
amenazas  echauan  fuego,  y  yo  callar;  las  braue- 
zas  y  fuer9as  hazian  una  bateria;  no  quiero,  no 
quiero,  mas  échamelo  en  esta  capilla.  Lo  que  os 
digo  es  que  no  fue  tan  cruel  la  contienda  del 
juego  de  los  cestos  de  Hercules;  huuo  enojos  y 
temas  de  parte  a  parte,  y  fue  de  manera  que 
desesperé  y  pensé  quedarme  burlado;  ella  mos- 
trando que  se  rezelaua  de  que  la  sintiessen,  y  yo 
fingiendo  desuios  y  enojos,  sin  desaferrar.  Fi- 
nalmente, fuimos  al  monte,  auenturé  el  resto. 

Ze¡. — Qué,  llegastis  tan  adelante? 

Car.  —Ño  sino  de  burlas,  ténganlas  conmigo; 
toda  la  gracia  fue,  después  de  las  escaramuzas, 
oir  sus  quexas  y  malas  venturas,  el  culparse  y 
fingirse  muerta. 

Zel.—  Y  vos  que  le  deziades? 

Car. — Yo  reiame,  y  echándolo  todo  a  burla, 
tómela  en  los  bra90s,  beuiendole  dos  rios  de  la- 
grimas, y  por  consolarla,  enipezé  a  hazerle  mil 
juramentos,  que  con  el  cora9on  desdezia. 

Zel. — Y  esso  es  bueno?  creed  que  me  enfa- 
dan essos  modos  de  jurar. 

Car.  —  Más  me  enfada  a  mí  essa  vuestra 
obseruancia.  Hipocresías  aora,  mi  padre?  yo  re- 
niego dellas;  muy  recoletos  en  las  cosas  que  no 
son  de  su  gusto  y  muy  desreglados  en  sus  ape- 
titos. El  codicioso  no  sufre  el  diuertimiento  es- 
tragado del  sensual,  el  soberuio  aborrece  al  la- 
drón, el  homicida  estraña  que  aya  auarientos. 
Toda  culpa  agena  es  muy  graue,  por  diminuir 
la  propia,  que  no  se  ve  o  la  dan  disculpa.  To- 
dos enmiendan  y  murmuran  vidas  vezinas,  y 
las  suyas  las  abonan.  Sabéis  lo  que  os  digo, 
amigo  mió?  o  tuerto  o  derecho,  mi  casa  hasta 
el  techo;  aun  no  estoy  a  porta  inferí,  allá  ven- 
drán los  aborrecidos  ochenta  años;  dexadme 
aora  lograr  mis  años  floridos,  en  quanto  tengo 
tiempo;  después  no  faltará  la  merced  de  Dios  y 
su  misericordia,  de  que  la  tierra  está  llena.  En 
poco  espacio  se  salud  el  buen  ladrón. 

Zel. — Essa  es  vna  gentil  cuenta;  por  qué 
cédula  tenéis  vos  assegurado  esse  momento  y 
essa  contribución,  que  baste  para  merecer  en  él? 
Pues  como  os  acogéis  a  la  misericordia,  consi- 
derad que  anda  de  compañía  con  la  justicia,  la 
qual  no  se  dobla  como  la  del  mundo. 


Car. — Esso  que  vos  aora  contestáis  es  la 
misma  flaqueza  de  espíritu,  y  no  fuera  yo  tan 
prouido  por  ningún  precio;  y  aunque  dezis  ver- 
dad y  os  lo  concedo,  yo  vine  al  mundo  para  lo- 
grar mi  vida,  pues  tengo  tan  cierta  la  muerte, 
que  no  es  pequeña  pena  y  descuento  éste;  y  si 
aora  no  la  logro,  quando  la  edad  lo  pide  y  per- 
mite, el  tiempo  se  me  va  huyendo,  y  yo  no  que- 
rría que  me  dexasse  a  buenas  noches,  sin  dexar 
fruto  ni  señal  de  la  jornada  con  la  congoxa  de 
quién  tal  pensara.  Si  yo  tuuiera  vida  de  noue- 
cientos  años,  como  los  antiguos,  anduuierame  re- 
galando? Todo  era  dos  dias  más  o  menos,  porque 
auia  paño  para  cortar  y  desperdiciar;  mas  vida 
de  quatro  negros  dias,  y  estos  inciertos  y  alter- 
nados en  mal  y  bien,  y  que  los  passe  llorando, 
mala  Pascua  a  quien  tal  hiziere,  y  no  fuere 
mo90  quando  moco  para  ser  viejo  quando  viejo. 

Zel. — Essa  es  vna  mala  conclusión.  Essos 
esfuer90s  juveniles  y  essas  quentas  vanas  tienen 
muy  cierto  el  castigo;  guárdeos  Dios  de  peca- 
dor obstinado;  las  más  vezes  se  ven  desdichados 
fines  a  tales  distraymientos.  El  hombre  discreto 
ninguna  cosa  ha  de  temer  tanto  como  a  su 
gusto;  nunca  os  preciéis  de  culpas,  porque  des- 
mereceréis el  perdón;  hazed  siempre  la  cuenta 
de  cerca,  y  no  perderéis  de  vista  el  arrepenti- 
miento; y  aureis  oido  dezir:  tantos  mueren  de 
corderos  como  de  carneros:  pues  mirad  por  vos, 
que  quien  se  guardó  no  erró,  y  el  Señor  mandó 
velar  a  los  suyos  por  la  incertidumbre  de  la 
hora;  y  yo  tengo  por  sin  duda  que  a  excessos 
sensuales  no  dilata  Dios  la  paga  para  el  otro 
mundo,  y  assi  se  han  visto  muy  grandes  cas- 
tigos. 

Car. —  No  me  canséis  aora;  mirad  vos  vues- 
tra alma  y  no  tengáis  cuydado  de  la  mia;  yo 
daré  cuenta  de  mí  quando  llamen  a  mi  puerta, 
y  no  me  faltará  vn  texto  para  hazerle  a  vna  ley 
que  venga  a  mi  proposito  y  me  ponga  en  saino. 
Y  Monseñor  Ouidio  diza  que  se  rie  lupiter  de 
los  amantes  perjuros. 

Zel. — Al  dar  la  cuenta  lo  veréis;  y  también 
ay  otro  párrafo:  No  siempre  lupiter  se  rie  de 
los  perjuros  amantes,  mas  a  las  vezes  los  oye 
con  orejas  sordas.  Por  esso  ninguno  presuma 
que  engaña,  porque  siempre  él  queda  engañado; 
y  por  amor  de  mí,  que  nunca  hagáis  essos  jura- 
mentos, porque  son  según  la  intención  de  quien 
los  oye.  En  quanto  Dios,  estáis  obligado  a  essa 
moja  en  todo  lo  que  le  prometistes;  mirad  lOj 
que  aueis  hecho,  no  engañéis  vuestra  alma. 

Car. — No  me  canséis  con  amonestaciones;) 
no  sabéis  que  toda  la  ciencia  que  aora  se  vsa  esí 
cautelas  sobre  propio  interés?  pues  queréis  quej 
condene  el  saber  ser  vn  hombre  discreto?  Esta-i 
mos  en  tiempo  de  aprender  ad  panem  lucran-i 
dum,  como  dizen  los  trampistas,  que  nos  siem 
bran  la  tierra  de  mentiras,  y  hallase  aora  derC' 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


101 


cho  para  poder  robar  y  hazer  todo  lo  qxie  pide 
la  voluntad  a  los  poderosos;  pues  yo  soy  hijo 
de  peor  madre?  o  por  ventura  padeció  Dios  más 
por  ellos  que  por  mí?  Lo  que  veo  hazer  hago, 
iré  donde  los  otros  fueren.  A  la  rapacilla  puse 
de  manera  con  lo  que  le  dixe,  que  me  quedó  tan 
obediente,  que  tuue  dolor  de  la  cuytada,  vién- 
dola tan  eleuada  y  aficionada  de  mí;  y  pare- 
ciendola  que  lo  tenia  todo  seguro  con  mis  pala- 
bras, entretuuome  con  mil  donayres,  y  qaando 
oyó  el  pito,  que  me  despedí  della,  no  auia  re- 
medio para  apartarla  de  raí,  y  con  grandes  an- 
sias se  queria  venir  conmigo:  porque  éstas  son 
como  los  músicos,  malas  de  entrar  y  peores  de 
salir. 

Zel. — Assi  se  destruyen  las  inocentes,  que 
se  fian  de  nuestros  engaños;  mas  esse  negocio 
es  para  tener  miedo  del  castigo  de  Dios,  y  vna 
obligación  muy  para  huir  el  no  cumplilla:  vos 
guardaos  no  os  la  hagan  pagar  y  os  halléis  con 
el  mal  en  casa. 

Car. — Cómo  sois  gracioso!  Soy  yo  inocente, 
que  me  ha  de  engañar  vna  mo^uela  que  no  tiene 
mas  que  la  arnia9on  de  los  huesos  y  aquella  ca- 
rilla? pues  aunque  fuera  vna  Policena,  me  ri- 
vera della.  El  mancebo  es  de  los  que  se  aficio- 
nan de  manera  que  dexan  que  lo  engañen! 

Zel. — No  murmuréis  della,  porque  podría 
ser  que  os  deis  los  golpes  en  vuestra  cabe9a;  no 
os  fiéis  de  vos  en  estos  casos,  que  a  las  vezes 
corre  mas  el  diablo  que  la  piedra:  yo  quitárame 
desse  trato  por  escusar  inconuinientes;  lo  que 
importa  es  callar,  que  yo  no  daré  culpa  a  ninguna 
muger  que  se  engaña  de  promessas  de  lo  que 
desea  y  pretende,  porque  juzga  por  su  cora9on 
el  ageno;  y  si  no  huuiesse  hombres  malos  y  fal- 
sos, no  auria  mujer  errada. 

Car. — Y  ellas  qué  hazen?  Vino  jamas  al 
mundo  mal  sino  por  mugeres,  aroaas  del  diablo, 
cabe9a  del  pecado?  preguntadlo  a  Salomón  y 
veréis  lo  que  os  dize. 

Zel  — Mas  preguntadle  vos  cómo  le  fue  con 
ellas,  y  veréis  cómo  les  sale  siempre  al  rostro  a 
quien  las  murmura;  y  parece  permission  diuina 
que  paguen  por  donde  pecaron,  y  también  por 
la  sinrazón  que  ''sa  quien  dellas  dize  mal,  sien- 
do dignas  de  toda  alaban9a;  porque  la  natura- 
leza no  tiene  cosa  tan  necessaria  como  la  mu- 
ger, y  por  tal  la  formó  Dios  del  hombre.  Y 
quánta  sea  su  bondad,  dexando  las  de  nuestra 
ley,  que  son  infinitas  las  que  en  virtud  y  cons- 
tancia en  los  martirios  no  darán  ventaja  a  los 
hombres,  mirad  entre  las  gentiles.  Porcia  comió 
brasas  por  el  amor  de  Bruto,  Hisicratea  quán 
fiel  compañía  fue  de  Mitridates  en  todas  sus 
aduersidades,Iulía  de  grande  afición  murió  vien- 
do ensangrentada  la  toga  de  su  marido  Pompe- 
yo.  Artemisa  beuió  los  poínos  de  los  huessos  de 
Mausolo.  Ebandre  tanto  amó  a  su  marido  Ca- 


pareo, que  se  lan9Ó  con  él  muerto  en  el  fuego, 
Hípone,  cantina  por  sus  enemigos  en  el  mar,  se 
arrojó  (')  a  él  por  sainar  su  castidad,  y  lo  mis- 
mo hizo  Bretona  (-)  por  huir  del  Rey  Minos; 
y  otras  muchas  que  huno  admirables  en  esta 
virtud,  y  en  las  demás  que  los  hombres  tuuíe- 
ron  en  paz  y  en  guerra,  de  que  ay  muchos 
exemplos,  que  testifican  sus  merecimientos. 

Car.'-  Aunque  más  las  alabéis,  no  las  podéis 
sainar  de  que  por  ellas  nos  vienen  y  vinieron 
todos  los  males,  como  lo  muestra  la  fábula  de 
Pandora,  y  por  esso  se  dize:  Quien  con  damas 
anda  siempre  llora  y  nunca  canta.  Bolued  la 
hoja,  veréis  Medea  matar  hermano  y  hijos,  Cü- 
tínestra  al  marido,  la  muger  de  Anfitreon  (^) 
vendello  por  vn  collar  de  oro,  y  las  de  aora  la 
imitan  y  son  otras  tales;  Tarpca  entregar  la 
fortaleza  a  los  enemigos;  y  todo  lo  dize  el  re- 
frán: Por  mugeres  van  al  infierno,  etc. 

Zel. — Quántos  mayores  males  hallareis  en  los 
hombres,  sí  los  miráis  con  cuydado!  y  como  son 
maliciosos,  embidian  la  virtud  dellas,  \  con  esta 
rabia  murmuran  y  procuran  disfamarlas  y  con 
ocasionar  escándalos;  y  aunque  reciben  de  nos- 
otros tantos  daños,  nos  sufren  por  su  buena 
condición;  mas  ya  muchas  dicen  mal  y  se  que- 
xan  con  razón. 

Car. — Qué  aprouecha,  pues  les  falta  la  au- 
toridad? yo  os  digo  que  las  enredo  y  las  sé  bur- 
lar; ellas  tratan  siempre  engaños,  yo  nunca  les 
digo  verdad  ni  tengo  ley  con  ellas;  ellas  interes- 
sadas,  yo  escaso;  ellas  mudables  en  el  amur,  yo 
desamorado;  ellas  libres,  yo  raposo;  assi  nos 
damos  en  los  broqueles ,  mas  yo  quedo  siempre 
en  pie  como  gato. 

Zel. — Vos  sois  venturoso,  que  alcan9ais  lo 
que  queréis  y  quedáis  libre;  plegué  a  Dios  que 
sea  siempre  assi. 

Car. — Yo  sé  echar  el  arpón  donde  aferré,  y 
esto  es  lo  cierto,  y  no  eleuaciones  y  castillos  de 
viento. 

Zel. — Essa  ley  tenéis  los  actiuos  de  amor, 
que  no  tenemos  los  contemplatiuos,  verdaderos 
mártires  de  Cupido,  que  pretendemos  antes  el 
prouecho  de  quien  amamos  que  nuestro  interés. 

Car. — Essos  tales  ganan  lo  que  ganó  París 
Troyano,  que  despreció  dos  damas  hermosas 
que  le  daña  Poltis  ('')  por  la  gentil  Elena,  y  yo 
dierala  con  mil  gustos  por  cualquiera  otra  de 
menos  peligro  con  algún  contrapeso  prouecho- 
so,  porque  no  soy  de  los  que  dizen  que  sabe 
mejor  lo  que  más  cuesta. 

Zel. — Esso  nace  de  ser  muy  sensual.  Paris, 
como  perfecto  enamorado,  amana  más  la  amo- 

(<)  En  el  original,  arrogó  por  errata. 

(*)  En  el  texto  portugués  de  Ferreira,  Britonia. 

(3;  Sic,  por  ^n/ííríón. 

{*)  En  el  original,  Foti». 


102 


orígenes  de  la  novela 


rosa  conuersacion  de  Elena  que  todo  otro  de- 
leite dessotras;  y  así  deuenios  antes  amar  la 
hermosura  del  ánimo  que  la  del  cuerpo,  por- 
que más  durable  gusto  es  contemplarlos  bienes 
racionales  sin  el  det'eto  que  la  edad  causa  en  la 
más  hermosa  cara;  los  que  aman  el  cuerpo  más 
parecen  codiciosos  médicos  que  verdaderos  ena- 
morados, y  assi  leeréis  que  por  caricias  de  blan- 
da conuersacion  veiício  Cleopatra  a  lulio  Cesar 
y  a  Marco  Antonio. 

Car. — Para  essas  tales  soy  yo  Otauiano,  y  me 
rio  mucho  dessotras  filosofías;  lo  que  importa  es 
saber  a  cada  vna  de  qué  pie  coxea,  y  en  esto  re- 
reis quánto  más  vale  el  buen  natural  que  la  cien- 
cia. Mas  quedesse  assi  laquestion.  pues  cadavno 
tiene  su  costumbre,  y  quautos  hombres,  tantas 
opiniones.  Varaos  a  dar  vna  buelta  a  los  pues- 
tos, que  sobre  tarde  suele  caer  capa.  Passaré 
por  la  calle  de  la  descalabrada,  veré  si  está  ama- 
rilla del  sobresalto  de  la  noche  passada,  que 
creo  deue  de  estar  algún  tanto  asolanada;  no 
me  tenga  por  desconocido  y  desamorado,  quÍ9a 
querrá  que  tornemos  esta  noche  otra  vez  a  ver- 
nos, y  no  quiero  desacreditarme  en  los  princi- 
pios, que  no  dexo  de  tenerle  alguna  afición  a  la 
rapaza. 

Zel.  —  Vamos,  y  entre  dos  luzes  daremos 
buelta  por  mi  puesto;  quica  contentaré  mis  ojos, 
dando  sustento  a  mi  alma  con  ver  a  la  bella 
Eufrosina. 

ACTO  TERCERO 

SCENA    PRIMERA 
Eufrosina,   Silüia    de    Sosa, 

^¿7. — Qvé  soberuias  son  éstas,  señora?  quién 
será  poderosa  con  vos?  ya  no  queréis  ver  a  na- 
die, todo  vuestro  entretenimiento  es  con  aquel 
primo;  pues  tiempo  vendrá  que  tendremos  por 
acá  algún  pariente. 

Sil. — Pues,  señora,  hago  muy  bien,  cada  vno 
ama  los  suyos. 

Euf. — Es  assi,  pero  estáis  tan  vana,  que  no 
se  atreue  nadie  a  hablaros. 

Sil. — Ay  tal  cosa?  algo  me  ha  visto?  si  me 
tuuiesse  embidia,  qué  ventura  seria,  mas  bien  sé 
que  burla  siempre  de  todo.  Truxome  vna  carta 
de  mi  hermano,  con  que  me  alegró  en  estremo. 

EuJ. — Y  qué  os  dize  en  ella? 

Sil. — Que  espera  venir  muy  rico  de  allá,  y 
que  no  me  case  en  su  ausencia,  porque  todo  lo 
quiere  para  mí. 

Euf. — Traygaoslo  Dios  con  mucho  bien;  mas 
para  esso  confío  que  no  será  necessario,  que  si 
yo  tuuiere  amparo,  no  faltará  para  vos,  según 
sé  de  mi  padre,  que  no  es  el  que  menos  bien 
desea. 


Sil. — Assi  confío  yo,  y  con  essa  esperan9a 
viuo,  y  la  tengo  de  veros  Condesa;  pero,  seño- 
ra, quanto  más,  tanto  mejor. 

Euf. — Queréis  mostrarme  la  carta? 

Sil. — De  mil  amores,  y  en  ella  veréis  que  os 
besa  la  manos. 

Eiif. — Escriue  muy  bien ;  mostrásela  á  mi 
padre,  que  se  alegrará  de  verla;  vuestro  primo 
y  él  serían  errandes  amigos. 

Sil. — Como  vña  y  carne,  y  camaradas  en  la 
Corte  con  otro  mancebo  natural  desta  ciudad, 
criados  todos  del  Rey,  y  vinieron  ambos  aqui  a 
holgarse  este  verano.  Mi  primo,  señora,  es  hom- 
bre de  importancia,  muy  discreto,  Poea,  músi- 
co y  muy  galán;  en  la  conuersacion  tan  afable 
y  entretenido,  que  os  perderéis  por  él  si  lo  co- 
municassedes.  Ayer  os  vio  y  os  alabó  de  muy 
hermosa;  juró  que  no  auia  en  Palacio  dama  que 
os  igualasse,  y  que  si  allá  fueredes,  que  los  em- 
belesarades  a  todos,  mas  que  le  parecía  que  se- 
réis fria  de  condición. 

Euf. — Ay  mal  hora,  tan  presto  me  conoció? 
contadme  más  desso.  por  vuestra  vida. 

Sil.  —Assi  me  salve  Dios,  que  me  dixo  que 
no  creyera  que  huuieraen  el  mundo  tal  hermo- 
sura; y  que  si  la  copiaran  al  natural,  sólo  el  re- 
trato bastaua  para  matar  de  repente,  como  la 
imagen  de  la  fortuna  al  mancebo  ateniense. 

Euf. — Libreme  Dios  en  buena  fe,  con  vues- 
tra licencia,  y  no  o  digo  porque  lo  quiero  mal, 
él  me  parece  vn  grande  bobo. 

Sil.  —  Ay,  ay,  en  qué?  Esso  tiene,  señora 
mia?  desechaldo,  buen  galardón  es  esse:  bobo? 
O  qué  gracia,  sí,  desse  pie  se  calíja  él!  piensa  el 
otro  que  las  mata  en  el  ayre  y  que  no  hay  más 
bizarría  en  el  mundo  que  la  suya! 

Euf. — Por  pensarlo  él  no  ha  de  ser  luego, 
pues  se  ve  lo  contrario. 

Sil. — Aora  no  más,  no  más;  entendida  sois, 
señora;  lo  cierto  es  que  nos  azechastis  quando 
hablamos. 

Euf.  —  Pues  sí,  vistis  vos  esto?  No  tenia  yo 
aora  otro  cuydado. 

Sil. — Cómo  se  haze  de  uueuas! 

Euf.  —  Qué,  me  vistes?  lesus,  líbreme  Dios; 
ya  oy  no  lo  passaré  sin  falso  testimonio. 

Sil. — Assi  me  vea  yo  Reyna  como  la  vi  con 
estos  ojos,  y  aun  la  oi  reirse,  quando  él  se  quedó 
como  muerto  con  la  passion  de  vna  cierta  cosa. 

Euf. — Y  él  qué  diablos  os  contaua  para  ta;;- 
to  sentimiento? 

Sil.  —  Como  ella  lo  vio  también  lo  oiria. 

Euf. — Mejor  me  oyga  Dios  en  su  Reino; 
acerté  a  passar  y  no  sé  cómo  miré  por  vna  raja 
de  la  puerta,  y  entonces  lo  vi  sin  sentido. 

Sil. — Ha,  confessar  sin  tormento;  cómo  la 
cogi luego! 

Euf.—  Quéconfiesso  yo?  he  dicho  queazeché? 

Sil. — No  a  mí,  que  las  vendo  y  las  reuendo. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


103 


Euf. — Mirad,  pues,  qué  cosa  para  azechar 
ni  hazer  caso  del. 

íS"//!  —  Pues  bien,  bien,  de  aquellas  cosas  tales 
tiene  ella  muchas. 

Euf.  —Qué  buena  ventura  para  desear  tene- 
11o,  antes  lo  querría  perder  que  hallar;  pero  ha- 
blando verdad,  qué  os  contaua  que  le  hazia  es- 
tar tan  lastimado?  Eran  algunas  necedades? 

Sil. — Sí,  necio  es  el  mü9o!  pues  a  fe  que  si 
se  lo  dixesse,  que  seria  cierto  el  holgarse. 

^i//.  — Ea,  pues,  dezid. 

SU. — En  buena  fe  no  lo  diré,  ni  me  saldrá 
por  li  boca. 

Enj. — Por  vida  mía,  Siluia  (•)  de  Sosa,  que 
lo  digáis. 

Sil.  —Señora  Eufrosina,  ver9as  que  no  aueis 
de  comer,  no  las  procuréis  cozer. 

Enj. — Si  yo  lo  adiuinare,  me  lo  diréis? 

Sil. — Podra  ser. 

Euj. — El  más  ordinario  entretenimiento  des- 
tos  galanes  es  en  amores;  contariaos  algunos 
cuydados  con  ansias  de  ausencia  de  la  Corte  y 
algunas  alabancas  vanas. 

Sil. — Esso  es,  mas  son  de  aqui  desta  ciudad. 

Euj. — Y  el  cuytadu  tan  desfauorecido  anda 
o  es  de  muv  enamorado? 

Sil. — A  vos  qué  os  va?  dexadme  os  ruego, 
señora;  muy  bien  dizen  que  las  mugeres  son 
muy  inclinadas  á  saberlo  todo.  Vos  qué  tenéis 
que  ver  con  los  amores  del  otro? 

Euj.—  Cómo  sois  ¡nocente,  amiga!  qué  va  en 
esso  aora  o  qué  pesadumbre  os  da  que  lo  sepa 
yo?  si  por  saberlo  le  huuiesse  yo  de  hazer  algún 
mal  tercio! 

Sil. — QuÍ9a  sí. 

Euj. — Mas  á  mí  por  vn  oído  entra  y  por  otro 
sale. 

Sil. — Pues,  señora,  descanse  y  repose,  que 
no  lo  he  de  dezir;  qué  queria  ella?  burlar  de  mi 
primo  y  dezirlo  a  quien  lo  quisiesse  oir? 

Euj. — Bien  casaré  yo  con  essa  fama;  qué  me 
vistes  vos  descubrir?  ahora  quiero  tener  enojo 
por  la  opinión  en  que  me  tenéis. 

Sil. — Cómo  se  haze  de  la  enojada!  quiere 
que  lo  diga? 

Euj.  —Quiero. 

íSiV.  — Hame  de  jurar  que  a  viua  criatura  no 
lo  dirá. 

Euj. — luro  por  vida  de  mi  señor  padre. 

Sil. — Assi  lo  promete  como  quien  es? 

Euj.  —  Prometo 

Sil. — Mire,  señora,  lo  que  promete. 
I  Euj. — Acabad  ya;  lesus,  cómo  sois  descon- 
■  confiada;  yo  no  sé  qué  os  diga;  por  lo  que  a  mí 
!  toca,  juro  a  estas  letras  con  que  se  escriuen  las 
apalabras  de  Dios,  pues  me  hazeis  poner  la  boca 
en  él. 

(')  En  el  original,  por  errata,  Süua. 


Sil. — Que  no  lo  diréis? 

Euj. — Que  no  lo  diré.  Ay  cosa  como  ésta? 
aunque  yo  fuera  la  mayor  parlera  del  mundo. 

S'l. — Aueis  de  saber,  señora,  la  mayor  gra- 
cia que  aureis  oido;  él  me  quiso  dar  a  entender 
que  era  perdido  de  amores  de  la  señora  Eufro- 
sina desde  la  primera  hora  que  la  vio;  esto  con 
grandes  conjuros,  que  no  saliesse  de  n)í. 

Euf.  -Callad,  no  me  lo  digáis;  mas  dezid, 
es  verdad,  por  su  negra  vida  negrecida? 

Sil. — Assi  yo  viua,  que  estos  eran  sus  senti- 
mientos. 

Euj. — Aora  lo  aueis  mejorado.  El  diablo  me 
dio  adiuinar  que  él  era  algún  gran  loco.  Pen- 
sará que  por  ser  cortesano  le  he  de  estimar? 
qué  de  engaños  que  ay  en  el  mundo!  f'areceos 
qué  cosa  son  hombies  desuanecidos,  que  pien- 
san que  todo  lo  que  les  viene  a  la  imaginación 
es  lo  cierto,  y  que  en  mirando  sus  ojos,  luego 
les  queda  el  campo  por  suyo?  Mirad,  pues,  quién 
para  poner  en  mí  el  pensamiento;  no  puedo  es- 
cusar  de  tener  vn  grande  pesar  de  semejante 
locura.  Vistes  aquella  fantasía  de  insensato? 
querría  mucho  saber  si  tiene  noticia  de  quién 
«!oy  o  qué  vio  en  mí  para  presumir  esso;  y  vos, 
señora,  muy  desapassionada  lo  estauades  oyen- 
do hablar  alto  ya  buen  son,  y  fuera  bien  le 
dixerade''  que  no  os  dixera  tales  locuras. 

Sil. — Qué  le  aula  de  hazer,  o  qué  sabe  ella 
lo  que  yo  le  dixe?  podíale  tapar  la  boca  ó  darle 
con  vn  palo?  En  lo  que  yo  tengo  culpa  y  fui 
vna  gran  boba,  fue  en  dezirselo.  No  de  valde 
me  rezelaua  yo  y  queria  callar;  dixelo  por  aca- 
bar con  sus  persecuciones,  que  quando  empie9a 
nunca  acaba,  no  para  otra  cosa  sino  para  reír- 
nos; bien  adiuinaua  yo  esse  enojo  quando  me 
escusaua. 

Euj. — Y  no  es  para  tenerlo?  qué  gracio- 
sa es! 

Sil. —  Estas  cosas,  señora,  quanto  menos 
caso  se  haze  dellas  más  se  doshazen.  Los  hom- 
bres tienen  ojos  y  nadie  se  los  puede  tapar,  ni 
estoruar  los  pensamientos.  Y  las  estrañezas  de 
las  mugeres  en  estos  casos  no  se  alaban,  por- 
que ninguno  las  obliga  ni  fuer9a  a  lo  que  no 
quieren,  y  quanto  más  se  descuydan  destas  me- 
morias, más  esfrian  el  fundamento  dellas. 

Euj. — No  rae  aconsejéis  en  esto,  que  yo  sé 
muy  bien  lo  que  me  conulene;  y  de  tener  por 
ligeras  las  cosas  en  los  principios  vienen  des- 
pués los  fines  a  ser  muy  pesados;  y  porque  yo 
entiendo  quanto  importa  atajar  malas  opinio- 
nes, desde  aqui  os  lo  digo,  que  si  vuestro  primo 
bolulere  acá,  que  lo  desengañéis  muy  bien,  y  le 
digáis  que  no  os  hable  más  en  esso,  o  no  venga 
aqui,  que  no  os  lo  consentiré,  ya  que  estáis  en 
esta  casa  conmigo. 

Sil. — Yo  merezco  todo  esto  y  mucho  más; 
el  diablo  me  mandó  a  mí  hablar.  Siempre  el 


104 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


callar  fue  bueno;  no  ay  cosa  más  prouechosa 
que  el  silencio.  Bien  me  temia  yo  lo  que  aula 
de  ser,  y  pues  assi  lo  quise,  assi  lo  tengo;  mas 
de  los  escarmentados  se  hazen  los  arteros;  por 
esso  si  yo  puedo,  no  me  sucederá  otra  tal. 

Eiif. — Y  pues  qué  queréis  vos,  señora,  que 
él  se  alabe  por  la  ciudad  que  trata  amores  con- 
migo? pareceos  que  será  bien? 

Sil. — Para  qué  es  hablar  en  esso?  tan  igno- 
rante soy  yo,  que  no  entiendo  lo  que  va  en  este 
caso?  y  bien,  señora,  qué  cuenta  diera  yo  de 
mí  dessa  manera,  si  no  supiera  yo  muy  cierto 
que  todo  es  en  él  piedra  en  pofo?  con  mis  ma- 
nos me  matara;  quanto  más  que  yo  no  alabo  ni 
alabé  el  hecho,  mas  échelo  a  burla  y  passé  lige- 
ramente por  ello,  como  quien  no  quiere  la  cosa, 
ni  me  acordaua,  ni  me  passaua  por  el  pensa- 
miento pensar  en  lo  que  me  trató,  si  no  me  ha- 
blarades  en  ello;  mas  por  bien  hazer,  mal  rece- 
bir,  sacóme  los  ojos  porque  lo  dixesse,  y  yo  sen- 
cillamente no  lo  supe  negar,  y  aora  quiéreme 
quitar  que  no  hable  con  vn  primo  que  tengo 
por  hermano;  pues  qué  parecerá  esso,  hazer 
caso  donde  no  hay  de  qué?  mejor  sería  echarlo  a 
las  espaldas,  que  yo  segura  estoy  de  hablar  más 
en  esta  materia. 

Etif. — El  loco,  si  viene  a  mano,  andaralo  di- 
ziendo  a  todo  el  mundo,  y  a  mi  fama  le  estara 
muy  mal;  que  la  de  las  mugeres  más  consiste 
en  lo  que  dizen  que  en  lo  que  es,  pues  qiié  cosa 
para  llegar  a  los  oidos  de  mi  padre,  qué  braue- 
zas  hiziera!  quedáramos  bienauenturadas  vos 
y  yo!  ^ 

Sil. — El  cómo  lo  ha  de  saber?  estáis  muy 
engañada,  señora ;  bien  podéis  descausar  en 
essa  parte,  porque  él  es  el  más  callado  hombre 
del  mundo,  y  tiene  gran  pundonor  en  serlo; 
sabéis  quánto,  que  quando  me  dixo  que  andana 
aflixido,  que  yo  le  importuné  que  me  dixesse 
la  causa;  dixomela  por  cumplir  conmigo  por  lo 
que  me  quiere,  y  en  ninguna  manera  me  quiso 
dezir  el  nombre,  diziendome  que  su  mal  no  lo 
tenia;  mas  como  nosotras  somos  siempre  incli- 
nadas a  saber,  hize  con  él  lo  que  vos  aora  con- 
migo, y  tanto  lo  conjuré,  que  sobre  mi  fe  me 
lo  dixo. 

Euf. — Dessa  manera  se  descubren  todos  los 
secretos,  y  de  vno  en  otro  dichos  secretamente 
quedan  más  públicos  que  la  placa.  Todos  essos 
son  disimulos  y  engaños  y  más  engaños,  par- 
ticularmente estos  Cortesanos,  que  tienen  por 
gala  ser  parleros  y  deslenguados. 

Sil. — Essos  serán  vnos  que  se  precian  de 
despejados,  por  lo  que  dizen:  hombre  vergon- 
90SO,  el  diablo  lo  llenó  a  Palacio,  y  todo  su  saber 
lo  tienen  en  la  lengua;  mas  mi  primo  es  muy 
diferente  y  tiene  otra  capacidad. 

EuJ. — Venga  el  diablo  y  escoxa:  tales  son 
vnos  como   otros;   del   rio  manso  me  guarde 


Dios,  que  del  brauo  yo  me  guardaré.  Estos  ta- 
les muestran  el  pan  y  asconden  la  piedra.  Qué 
mayor  locura  y  necedad  puede  auer  que  ponér- 
sele en  la  cabera  quererme  bien? 

Sil. —  Aora,  señora,  no  hablemos  más  en 
esso,  y  se  quitarán  quistiones. 

Euf.—  Sea  assi;  mas  hablando  verdad,  qué 
razón  le  halláis  o  qué  disculpa? 

Sil. — Antes,  mirándolo  sin  passion,  pues 
quiere  que  le  responda,  es  muy  grande  discre- 
ción; porque  vos,  señora,  sois  muy  noble,  y  los 
grandes  espíritus  siempre  se  inclinan  a  cosas 
altas;  vos  muy  hermosa,  don  de  naturaleza  que 
tiene  juridicion  sobre  los  más  claros  entendi- 
mientos; vos  muy  discreta,  singular  excelencia 
y  por  lo  que  más  se  estima  qualquiera  persona 
humana;  y  finalmente,  en  vos,  señora,  están 
todas  las  gracias.  Pues  siendo  esto  assi,  como 
es,  yo  diria  que  quien  no  se  rinde  a  tantas 
causas  juntas,  que  le  falta  entendimiento  para 
conocellas.  Y  como  mi  primo  tiene  tan  viua 
discreción,  tuno  este  conocimiento  por  su  mal, 
como  él  repetia.  Dezia  muy  bien  quando  yo 
burlaua  del  y  le  reprehendía  su  poca  razón: 
menos  la  tenéis  vos,  prima;  a  vn  simple  que 
no  alcanza  lo  que  yo  entiendo,  no  fuera  de  ad- 
miración enamorarse  de  la  señora  Eufrosina; 
pues  la  hermosura  tiene  tanta  fuer9a,  que  Ciro, 
careciendo  del  sentido  natural,  con  ver  vna  mu- 
ger  hermosa  lo  cobró,  y  mucho  menos  será  per- 
derlo como  Orestes  por  su  Hermione,  y  la  vida 
como  el  hijo  de  Demetrio;  quanto  más  yo,  que 
en  viéndola  me  eleué,  deslumhrado  de  su  vista, 
porque  nunca  vi  tal  resplandor,  y  contemplan- 
do su  interior  \e  consideraua  vna  alma  de  mil 
perfeciones  que  daua  lustre  a  lo  de  fuera,  pu- 
blicando mavauillas  de  la  diuina  naturaleza,  de 
manera  que  sus  excelentes  partes  traen  consi- 
go la  disculpa  y  la  razón  de  lo  que  causan.  Si 
yo  no  tuuiera  ojos  ni  entendimiento,  me  pudie- 
ra disculpar,  y  otras  muchas  razones  que  ale- 
gaua  en  su  fauor,  que  no  sé  dónde  hallaua  tan- 
to que  dezir.  Concluyóme  y  no  supe  qué  res- 
ponderle; sólo  le  dixe  que  se  despidiesse  desso 
como  de  vn  impossible;  y  como  he  dicho,  por 
vn  oido  entró  y  por  otro  salió,  para  en  quanto 
deziroslo  {}')  sino  me  atormentarades,  aunque 
tune  dolor  de  sus  ansias,  que  parecían  de  gran- 
de amor. 

Euj. — No  hablemos  más  en  essas  neceda- 
des, que  me  corro  de  gastar  tan  mal  el  tiempo; 
y  os  aniso  que  os  guardéis  como  del  fuego  de 
dezirle  que  yo  lo  sé,  ni  cosa  alguna  otra  de  mí. 

Sil. — lesas,  señora,  guárdeme  Dios,  esso  le  I 
auia  yo  de  dezir?   mejor  juyzio  me  dio  el  Se-  | 

(O  Aquí  debe  de  haber  errata  ó  está  confusamente 
traducido  el  texto  portugués:  quanto  para  respeito  de 
voló,  aenhora,  dizer. 


COMEDIA   DE  EVFROSINA 


105 


ñor;  hallastis  la  mo^a  parlera?  antes  me  mostré 
con  él  tan  airada,  que  desesperado  de  hallar  en 
mí  remedio,  con  rabia  hizo  voto  solemne  de 
quereros  siempre  bien  y  morir  por  esso. 

Enf. — Enterraránlo,  y  no  se  perderá  en  él 
Venecia,  y  haránle  lo  que  no  hazen  al  caballo 
del  Rey. 

Sil. — Callemos,  señora,  que  viene  vuestro 
padre. 

SCENA   SEGUNDA 

Cariofilo,  Andrade,  Zelütipo. 

Car. —  Qué  ay  por  acá?  Andrade,  qué  haze 
tu  amo? 

And.  —  No  sé,  señor;  después  que  venimos 
a  esta  tierra  no  le  entiendo,  pareceme  que  anda 
muy  enamorado. 

Car. — Por  tu  vida,  en  qué  lo  conoces? 

And. — Yo  soy  demonio  y  nada  se  me  en- 
cubre. 

Car.  —  Dime ,  aquí  nueuamente  en  esta 
tierra? 

And.  —  Bien  lo  sabe  V.  m.,  no  disimule.  Ellos 
encubrense  de  mí,  y  al  fin  lo  he  de  saber,  que 
todo  se  sabe.  Piensan  los  enamorados  que  los 
otros  tienen  los  ojos  quebrados,  y  nada  es  tan 
secreto  que  tarde  o  presiono  se  descubra. 

Car. — Tú,  picaro,  te  tienes  por  gran  Profe- 
ta; mas  yo  atendriame  a  Merlin;  dónde  está 
aora  tu  señor? 

And. — En  su  aposento  tañendo  vna  vihue- 
la; mandóme  que  me  fuesse  a  pasear,  por  que- 
darse solo  en  sus  contemplaciones.  Todo  su  en- 
tretenimiento aora  es  trobar  o  estoruar. 

Car. — Voy  a  ver  cómo  passa  esso. 

And. — Vete,  que  tal  cabe9a  es  la  tuya  como 
la  suya;  doylos  al  diablo  a  todos  juntos  y  a 
quanto  poder  en  ellos  tengo.  No  me  sacará 
Dios  de  seruir  escuderos?  mas  qué  digo?  éstos 
aun  son  peores  que  zapateros,  su  exercicio 
murmurar  en  su  aposento  de  vnos  y  de  otros.  A 
vnos  dizen  que  son  desalentados;  a  otros  fal- 
tos de  vista,  por  dezirles  inocentes;  al  otro  des- 
luzido,  y  yo  no  sé  quál  es  lo  mejor  o  lo  peor. 
A  los  honrados  llaman  pobres,  á  los  rices  vi- 
llanos ruynes .  Concertáme  esta  gerigonza: 
todo  es  locura  y  blasonar  de  hijos  de  sus  pa- 
dres, y  que  a  ninguno  han  de  sufrir  nada;  des- 
precianlo  todo  y  son  poco  conuersables;  su  va- 
nidad ponen  en  visitar  grandes  señores;  no  di- 
simulan ni  sufren  nada  a  los  criados,  y  burlan- 
se  dellos.  Atengome  a  los  que  traen  las  bolsas 
de  sus  amos,  que  no  ay  oficio  en  la  tierra  que 
no  alcancen.  Estos  pelones  nunca  leuantan  ca- 
be(;a,  y  todo  su  fin  es  ir  a  morir  a  la  India  y 
peregrinar  en  armadas.  Fuerte  género  de  gente 
son  estos  cortesanos;  todos  se  roen  vnos  a  otros 


como  carcoma;  a  quien  hazen  más  cortesías  y 
dan  más  gorradas,  desean  mayor  mal ;  aora  yo 
he  de  azechar  y  escuchar  lo  que  éstos  dizen. 

Car — Las  de  su  merced  beso;  vos  estáis  vn 
Apolo  sobre  los  muros  de  Troya,  dczid  alguna 
cosa. 

Zel. — Ha,  señor,  que  me  muero  poco  a  poco 
y  no  sé  qué  ha  de  ser  de  mí;  siento  que  se  me 
destila  el  alma  y  se  me  gastan  los  espíritus. 

And. — Ya  mi  amo  empie9a  a  eleuarse;  bue- 
no va  el  negocio,  alguna  grande  historia  es 
ésta,  yo  no  sé  qué  diablos  tiene,  ni  qué  no;  so- 
lia  burlarse  de  quien  queria  bien,  sino  por  pas- 
satiempo,  y  pregonauase  por  más  entero  y  li- 
bre que  guárdenos  Dios;  yo  he  de  procurar  en- 
tender dónde  va  esto;  mas  si  quisiesse  bien  a 
Silua  de  Sosa  su  prima?  y  lo  presumo,  porque 
quando  la  va  a  visitar  se  limpia  y  adereza,  y 
persuade  a  su  hermana  que  le  embie  presentes; 
quiero  escuchallos. 

Car. — No  sabéis  qué  ha  de  ser  de  vos?  Yo 
os  lo  diré:  llenad  delante  las  buenas  obras,  no 
esperéis  que  después  de  muerto  os  las  hagan 
acá,  que  hecha  la  preuencion,  yo  fiador  que 
seréis  bien  recebido  en  la  diuina  posada;  y  no 
os  fiéis  de  herederos  que  hagan  lo  que  vos  no 
hizistes,  que  les  sobra  escusas  para  no  ha- 
zerlo. 

And. — Es  diablo  este  Cariofilo,  todo  de  bue- 
na ventura  y  de  darse  al  tiempo  y  holgar. 

Zel. — No  habláis  a  proposito,  que  aun  yo  no 
voy  allá  tan  de  prisa. 

Car. — Buena  señal,  según  esso  no  os  que- 
réis morir. 

Zel.  Que  pene  y  viniendo  muera 

Por  tan  honrada  ocasión, 
Basta  por  satisjacion. 

Car. — Bueno  está,  mas  essa  vihuela  tiene 
las  vozes  sordas. 

Zel. — Tales  son  los  oídos  de  alguna  para  las 
mías. 

And. — Mal  pecado;  esso  te  entrará  a  ti  por 
casa,  antes  que  la  buena  ventura;  creed  que  al 
hombre  pobre  nada  le  sucede  bien. 

Car. — Vos  tocastis  en  su  tiempo  el  Conde 
Claros,  y  conozco  de  vos  que  lo  hariades  bien. 

Zel. — Esso  dexolo  yo  para  vos,  que  sois  todo 
vna  pandorga,  y  más  si  es  descantada  con  aga- 
llas y  pitos  de  varro.  Esto  sí  que  os  sonará 
bien. 

Car. — Arte  tuuistes  aora,  aunque  poca;  aun 
tenéis  necessidad  de  ser  más  dias  mi  platican- 
te, porque  mi  galantería  es  superior. 

And. — Ya  ellos  empie9an  a  burlarse  y  de  ahí 
vendrán  a  murmurar,  que  es  más  sabroso,  y  por 
no  ])erder  costumbre. 

Zel. — Tenemos  vos  y  yo  muy  diferentes  es- 
tados: a  vos  todo  os  corre  viento  en  popa,  y  yo 
canto  siempre  el  cantar  de  Telamonio, 


106 


orígenes  de  la  novela 


Car.— Dezid  algunos  versos,  y  veré  adonde 
llega  vuestra  lan^a,  y  mirad  si  os  podéis  hazer 
de  rogar. 

Zel.  Contento  con  mi  cuydado. 

Dado  en  mi  pecha  de  assiento, 
Siento  yo  que  me  es  prestado 
Estado  en  que  estoy  contento. 

Oar. — Essos  ecos  y  diriuaciones  pienso  que 
llamáis  flores  de  componer  y  grande  habilidad. 
A  mí  no  me  agradan  tantas  rebueltas,  al  me- 
nos vsadas  mucho:  porque  yo  querria  que  mis 
versos  tuuiessen  sentencias;  y  no  me  peno  mu- 
cho que  sean  con  harmonía  ni  desharmonia, 
porque  parece  mucha  obseruancia  de  Poeta,  y 
sólo  el  nombre  me  calma. 

Zel. — No  sé  si  os  diga  que  essa  opinión  es 
vulgar,  porque  el  verso  ha  de  sea:uir  arte;  y 
este  es  el  fundamento  de  su  artificio,  y  si  no, 
hablad  y  escribid  prosa. 

Car. — Si  he  de  dezir  verdad,  essa  es  la  que 
me  satisfaze,  sino  que  el  lenguage  Portugués 
ay  pocos  que  lo  vsen. 

Zel.  —  Menus  ay  que  lo  entiendan,  y  nace  de 
que  todos  se  esmeran  en  inuentar  nueuas  vozes 
y  poner  tassa  a  los  bocablos,  y  no  saben  ni 
guardan  la  compostura  y  orden  de  las  clausu- 
las, y  son  tan  demasiados  en  cercenar,  que  no 
le  queda  vestido.  Mas  dexado  esto,  al  verso  no 
se  le  puede  negar  el  primer  lugar,  por  muchas 
razones,  y  tened  vos  la  opinión  que  quisieres. 
Aora  quiero  os  dezir  vnas  coplas  que  hize  poco 
ha  en  Castellano,  por  ser  más  recebido  y  me- 
nos glossado. 

Car. —  Dezid,  que  ya  sabéis  que  tengo  buen 
oido. 

Zel.      En  la  falta  de  no  veros 
Sobra  a  los  muertos  dolor. 
Los  vinos  en  conoceros 
Reciben  mortal  temor. 

Los  vnos  porque  no  os  vieron , 

Y  los  otros  en  miraros, 
Tguales  penas  sintieron, 
Primeros,  porque  os  perdiei'on. 
Segundos,  por  no  esperaros. 

Que  quiso  Dios  tal  hateros, 
Que  a  los  muertos  sois  dolor, 

Y  a  los  que  viuen  temor. 
Por  no  veros  y  por  veros. 

Car. — Están  buenas,  mas  parece  que  van 
muy  embueltas,  y  esse  veros  y  no  veros  es  más 
viejo  que  Sarra. 

Zel. — Pues  qué  queréis,  lenguage  nueuo? 

Car. — Sí,  si  pudiesse  ser,  porque  estos  di- 
riuados  son  ya  muy  ordinarios  y  enfadanme 
mucho  estos  términos,  honrarme  por  deshon- 
rarme, y  son  vnas  guaridas  más  trilladas  que 
el  camino  de  la  Corte. 

Zel. — Sabéis  de  qué  nacen  essos  fastidios? 
de  estomago  dañado,  y  leer  sin  gusto  a  fin  de 


censurar,  por  mostrar  discreción,  es  vna  purga 
que  haze  que  no  se  logre  nada  en  el  pecho. 

Car. — Con  todo,  no  me  negareis  que  noto 
bien;  pero  os  daré  vn  remedio  para  assegurar 
vuestra  mercaduria:  partios  a  Castilla  y  dexad 
a  Portugal  a  los  Castellanos,  pues  les  va  tan 
bien  en  ella.  Poned  tienda  en  Medina  del  Cam- 
po y  ganareis  de  comer  con  glosar  Romances 
viejos,  que  son  apacibles,  y  poneldes  por  título 
obra  nueua  sobre  mal  huuistes  los  Franceses  la 
caza  (*)  de  Roncesvalles;  mas  temo  que  ande  ya 
allá  el  trato  dañado  como  acá,  donde  lo  censu- 
ran todo  estos  críticos  que  no  medran  ya  cho- 
carreros. 

Zel. — Bien  me  honráis  por  buenas  palabras; 
pero  essos  glossadores  deuen  de  saber  poco  de 
los  muchos  y  grandes  Principes  que  vsaron  el 
verso,  no  para  cosas  de  burlas,  sino  para  cosas 
de  tanto  tomo,  que  quando  los  primeros  hom- 
bres quisieron  hazer  peticiones  a  Dios,  orde- 
naron el  verso  por  mejor,  más  discreto  y  breue 
modo  de  orar;  y  los  que  más  fauorecieren  la 
prosa,  que  vos  autorizáis,  trabajarán  por  aca- 
bar las  clausulas  en  consonantes. 

Car. — Digo  que  tenéis  razón,  mas  yo  no  sé 
que  aya  cosa  que  tanto  enfade  como  estos  Poe- 
tas vulgares,  ni  que  se  puedan  sufrir  malos 
versos. 

Zel. — En  esso  veréis  quán  fina  es  la  poesia, 
que  no  sufre  vn  átomo  de  descuydo;  y  assi  lo 
dize  Horacio  en  el  Arte  Poética,  que  no  se  ad- 
mite mediano  Poeta. 

Car. — Y  pues  vos,  en  qué  rumbo  os  ponéis? 
de  Poeta  o  de  Porreta? 

Zel. — No  08  burléis  tanto  conmigo,  que  me 
correré. 

Car. — Esto  es  para  vos  agua  rosada  y  f año- 
res que  os  doy. 

Zel. — Qué  poca  caricia  hago  yo  a  estos  gus- 
tos, como  quien  lo  tiene  perdido  en  la  vida  y 
cosas  della,  sin  poderlo  emplear  donde  todo  es 
bien  empleado! 

And. — Otra  vez  buelue  mi  amo  a  sus  senti- 
mientos, y  Cariofilo  tiene  razón,  que  por  todas 
sus  coplas  no  daré  medio  real.  Atenérmela  yo 
antes  a  saber  notar  peticiones,  y  quando  no,  a 
escriuir  cartas  missiuas,  como  aquellos  que  es- 
tan  en  las  pla9as,  que  es  dinero  de  cada  dia. 

Car. — Y  pues,  fuisteis  a  casa  de  vuestra  pri- 
ma o  qué  tenéis  sabido? 

Zel. — Querria  saber  y  temo. 

Car. — Quien  mucho  mira  los  fines,  nunca 
hizo  buen  hecho.  Si  Anibal  considerara  la  difi- 
cultad de  passar  los  Alpes,  no  embiara  tantos 
anillos  a  Cartago.  Alexandro  inconsiderada- 
mente passó  el  río;  echa  el  dado  como  Cesar, 
que  la  necessidad  haze  la  razón;  id  a  veros  con 

(I)  En  el  original  casa,  pero  es  errata  evidente. 


COMEDIA  DE 

vnestra  prima,  que  ya  tardáis:  porque  Alexan- 
dro  ninguna  cosa  sufria  menos  que  la  tar- 
dan9a. 

And. — Esso  esperaua  yo;  con  la  prima  es  el 
negocio,  como  yo  sospechaua;  todo  al  fin  se 
sabe,  por  más  que  se  encubra. 

Ze/.  — Temo  hallar  peores  nueuas  que  las 
que  rezelo. 

Car.  — Estaos  ahi,  que  yo  os  pagare'  lo  que 
es  vuestro.  No  aueis  oido  dezir  que  huye  la 
muerte  de  quien  la  desprecia,  porque  ella  sigue 
a  quien  más  la  teme? 

Zel. — No  enojé  a  mi  prima  con  serle  im- 
portuno. 

Car. — Luego  dezis  que  sois  enamorado;  qué 
cabera  para  gouernar  a  Venecia! 

And. — Dize  la  caldera  al  sartén. 

Car. — No  ay  cosa  para  acreditaros  con  ella 
como  que  os  vea  con  poco  descanso,  y  que  an- 
dáis i'on  dessasossiego  y  le  dais  prisa,  porque  a 
las  mjageres  lo  que  más  obliga  es  locuras. 

And. — Luego  vos  no  podéis  errar  en  valer 
con  ellas,  porque  otro  tendrá  menos  desso  y  más 
de  moneda. 

Car. — El  principio  y  medio  dizen  que  es  más 
que  el  todo;  quebrastis  la  lan9a  del  primer  en- 
cuentro; deste  segundo  la  llenareis  a  tierra  con 
el  argón  trasero,  como  Florestan  el  buen  jus- 
tador. 

And. — Con  la  paciencia  que  está  mi  amo 
Cariofilo,  creed  que  es  determinado,  y  sabe  de 
memoria  estos  negocios.  Mi  amo  buen  piloto 
solia  ser,  no  sé  qué  es  esto  aora,  sin  duda  que 
le  ha  dado  algún  mal  ayre. 

Car. — Queréis  vn  buen  consejo  de  mala  ca- 
be9a?  escreui  vna  carta  y  lleuasela  a  vuestra  pri- 
ma, para  que  se  la  dé  a  la  señora  Eufrosina; 
porque  destas  dize  el  Castellano,  la  letra  con 
sangre  entra. 

¿el. — No  la  ha  de  querer  dar. 

Car. — Qué  desesperado  sois!  quiero  enseña- 
ros, pues  os  tornáis  a  los  dias  en  que  nacistes  y 
aueis  menester  maestro.  Aueis  de  saber  que  las 
mugeres  son  mentiras  y  trampas  en  estos  nego- 
cios; no  creáis  a  vuestra  prima,  que  por  muy 
amiga  vuestra  que  sea,  siempre  hazen  vnas  por 
otras,  y  fingen  essos  miedos  y  encarecimientos 
T  hazer  mejor  su  partido;  mas  en  todo  tiempo 
-tan  dispuestas  a  otorgar  aun  más  de  lo  que 
les  pedis.  El  estar  algunas  escarmentadas  de 
nuestra  poca  verdad  las  haze  cauteladas  y  que- 
rer medirlo  todo  con  el  tiempo;  mas  quanta  ex- 
periencia pueden  tener  de  nuestros  engaños,  no 
basta  para  que  se  guarden  dellos,  antes  gustan 
I  de  ser  engañadas  para  su  disculpa.  Porque  a  la 
verdad,  nosotros  nunca  las  acometemos  a  que 
jse  echen  al  amor,  siempre  nos  vamos  costeando 
¡con  su  voluntad;  y  si  bien  suele  suceder,  pedir 
el  goloso  para  el  vergoD90so. 


EVFROSINA  107 

And. — Yo  os  prometo  que  es  Canófilo  ma- 
trero. 

Car. — Lleuad  vos  la  carta,  qUe  nada  se  pief- 
de,  y  si  no  la  quisiere  tomar,  echadla  en  su  re- 
gazo y  venios  como  quien  arroja  barro  a  pared; 
s¡  pegare,  pegue,  y  sobre  mí  que  olla  tendrá 
onydado. 

And. — Otra  historia  es  aquélla;  no  entiende* 
esto  bien,  mas  si  a  mi  amo  se  le  ha  puesto  en 
la  cabera  enamorar  a  Eufrosina?  si  asi  es,  man- 
dóle yo  mala  ventura,  no  le  arriendo  la  ganan- 
cia. Estos  ni  temen  ni  deuen;  no  ay  cosa  que 
no  intenten;  mas  miren  ellos  allá,  no  busquen 
tres  pies  al  gato.  Yo  estoy  contento  de  verme 
fuera  destos  negocios,  no  quiero  sus  gustos  por 
sus  pesares.  Dios  me  ha  hecho  merced. 

Car. — Este  es  el  mes  de  los  gatos;  estamos 
en  Abril,  quando  rebientan  los  arboles  y  crece 
la  sangre,  ya  me  entendéis,  que  quando  la  hoja 
de  la  higuera  haze  pie  de  gallina,  etc.  Estas 
todas  se  tienen  por  los  pies  como  cerezas,  y 
vuestra  prima  luego  como  os  veni¿tis  dio  con  la 
lengua  en  los  dientes,  y  la  señora  Eufrosina 
lloró  de  placer  de  auerse  acordado  el  amor  della; 
llaman  ellas  a  esto  passatiempo;  hará  cuenta  de 
passarlo  con  vos  como  quien  viue  en  ociosidad, 
que  es  la  yesca  deste  fuego,  y  las  armas  de  Cu- 
pido ;  que  a  Egisto  sola  esta  causa  de  viuir 
ocioso  da  Ouidio  para  ser  adultero,  y  la  misma 
haze  por  vos;  querrá  desenfadarse  con  ver  qua- 
tro  papeles  de  amores,  pareciendole  que  todo 
será  gracia,  y  nunca  os  pese  destas  gracias,  que 
de  las  burlas  vienen  las  veras,  y  mas  éstas  muy 
nobles,  que  quaiito  son  más  altas,  están  más 
cerca  de  los  estremos.  y  les  puede  llegar  mejor 
el  viento  para  mouerlas,  y  empeñanse  poco  a 
poco,  y  viene  a  ser  mucho,  porque  no  pueden 
limitarse  en  lo  que  hazen,  por  ser  en  ellas  todo 
en  los  estremos,  y  el  amor  como  es  sutil  se  im- 
prime mejor  en  los  espíritus  delicados. 

And. — Ya  lo  he  entendido  todo,  no  he  me- 
nester saber  más;  hazeis  vos  la  cuenta  sin  la 
gucspeda,  guardad  no  os  ealga  al  rebes,  y  bien 
sé  yo  quien  llenará  lo  peor,  porque  Cariofilo  no 
haze  más  que  meter  los  perros  en  la  mata  y  sa- 
lirse afuera;  tales  son  los  consejeros  en  los  ma- 
los sucessos:  todos  quieren  sacarla  castaña  del 
fuego  con  mano  agena;  mas  si  mi  amo  sale  con 
esta  pretensión,  nunca  hombre  tal  hizo;  yo  no 
soy  amigo  de  esperanzas  tan  dudosas;  con  su 
pan  se  lo  coma,  no  le  tengo  embidia.  Negocio 
es  este  de  mucho  secreto,  y  yo  muero  ya  por 
tener  a  quién  dezirlo,  no  me  detendré  sin  par- 
larlo siquiera  a  su  hermana;  por  esso  mire  cada 
vno  dónde  y  con  quién  habla. 

Car. — Sola  una  duda  ay  en  esto  y  no  tiene 
otra. 

Ze/.— Quál? 

Car. — Tener  ella  otro  enamorado,  porque  es 


108 


orígenes  de  la  novela 


muy  dificultoso  desarraygar  voluntades;  pero 
el  Propercio,  que  fue  hombre  de  experiencia, 
afirma  que  se  muda  y  rebuelue  el  amor  como  lo 
deoaas,  y  que  la  letra  de  si;  rueda  es  vencerás  o 
serás  vencido.  Vn  clauo  con  otro  se  saca,  y  vn 
amor  con  otro,  y  con  porfías  pudiera  ser  venci- 
da Penelope;  si  me  eréis,  no  tenéis  que  temer. 
La  fortuna  ayuda  a  los  atreuidos,  y  en  esto  no 
pueden  escusarse  todos  los  inconuenientes,  que 
amor  trae  continuas  discordias,  mas  el  tiempo 
haze  obedecer  a  los  leones,  y  con  él  se  ablandan. 
El  agua  caba  la  dura  piedra,  y  con  agrado  y 
buen  seruicio  todo  lo  vence  el  amor.  Y  si  esto 
no  os  parece  bien,  amigo  mió,  quien  consigo  se 
aconseja,  consigo  se  despene. 

And.-  — Assi  digo  yo;  hombre  de  chapa  y  de- 
terminado es  el  Cariofilo;  estotro  no  parece  que 
es  él,  porque  solia  aconsejar  a  todos:  no  es  pos- 
sible  sino  que  le  han  dado  algunos  hechizos  de 
los  que  quitan  a  los  hombres  sus  inclinaciones. 

Zel. — Vuestros  consejos  me  dan  la  vida,  que 
sin  ellos  no  la  tuuiera;  y  pues  siempre  me  hallo 
bien  con  executallos,  quiero  escriuir  el  papel. 

Car. — Dios  delante,  y  mirad  lo  que  hazeis; 
empegad  con  palabras  blandas,  granes  y  de  cré- 
dito, pocas  y  ciertas,  que  digan  lo  vuestro  y  lo 
ageno;  y  si  os  parece  bien,  no  seria  muy  malo 
poner  copla  al  fin  con  alguna  cifra  que  declare 
vuestro  intento,  como  vn  coraron  asaeteado  ó  en 
vñas  de  león,  y  otras  semejantes,  con  vna  letra 
que  diga: 

Por  amor  de  vos,  señora, 
passé  yo  la  mar  salada. 

Zel, — Picastes  os  ya  en  alguna  Ilaguilla  que 
tuuiessedes,  vos  heristes  en  el  dedo  para  escri- 
uir con  sangre,  que  es  caso  de  gran  piedad,  y 
seria  buena  letra: 

Cora9on  de  carne  cruda, 
veslo  tu  amor  aqui  ('),  etc. 

Caj-. — Mas  si  quisiessedes  competir  conmigo 
sobre  esta  materia  en  que  yo  pienso  que  soy 
águila! 

And. — No  hay  cosa  que  ellos  no  glossen; 
todo  lo  que  hazen  los  otros  no  les  está  bien,  y 
no  faltará  quien  haga  con  ellos  lo  mismo  y  des- 
cante en  sus  cosas  por  más  resabidos  que  sean. 
Todo  hombre  eré  de  sí  vna  cosa  y  piensa  de  los 
otros  otra. 

Ca?\ — Sabéis  quánta  destreza  tengo  en  car- 
tas de  amores,  que  me  atreuo  a  dezir  que  leeré 
de  cátedra  a  quantos  hay  en  París. 

Zel. — Pues  leedme  a  mi  alguna  cosa  que 
pueda  injerir  en  ésta. 

(<)  Así  este  segundo  verso  ni  consta  ni  hace  buen  sen- 
tido; quizás  veslo  es  errata,  por  véalo. 


Car. —  Soy  contento,  aora  oid  notar. 

And. — El  roer  de  vñas  que  mi  amo  trae,  el 
tirarse  los  dedos,  el  escriuir  y  borrar!  Acierta 
luán,  piénsalo  bien  y  hazelo  mal. 

Car.  —A  esta  alta  y  practica  filosofía  no  le 
penetra  la  entrañas  sino  hombre  tan  experi- 
mentado como  yo:  porque  Bartulo  ni  Baldo 
nunca  passaron  de  saber  hazer  vna  petición  y 
vnos  articules  acomulativos,  y  de  aqui  viene 
que  a  sus  sequazes,  si  les  hurtáis  el  viento  al 
estilo  ordinario  de  la  facultad  que  tratan,  desli- 
zan luego  con  frialdades  y  no  dexarán  el  discu- 
rrir por  vn  verosimile  et  in  rei  iieritate,  aun- 
que los  a9ameis  como  a  lebreles.  Pues  essotros 
peones  de  Aberrois,  carniceros  de  naturaleza 
humana,  si  pierden  el  norte  a  hablar  por  fim- 
bria intonsa,  apoplexia  y  recetar  por  cifras, 
luego  se  despeñan  por  vnas  gracias  hambrien- 
tas que  a  legua  muestran  el  interés  y  la  co- 
dicia, y  traen  muy  mala  burla:  porque  es  con 
la  vida,  que  no  tiene  apelación.  De  todos  éstos 
ay  entre  vosotros  grandes  remolinos  de  mali- 
ciosa necedad,  in  vtroqiie  ture,  como  ellos  dizen, 
más  peligrosos  que  los  baxios  de  Padua.  Por 
esso  como  hunieredes  vista  dellos,  id  siempre 
con  el  timón  en  la  mano,  y  desviaos  de  su  con- 
uersacion  y  trato,  por  escusar  anotomias  en  la 
hazienda. 

Zel. — Mucho  os  diuertis  de  nuestro  propo- 
sito. 

Car. — Ya  soy  con  vos;  assi  que  digo  que  son 
muy  raros  los  que  saben  tratar  esta  materia, 
muchos  los  confiados  y  pocos  los  bien  sabidos; 
porque  los  sufribles  son  músicos  de  sentido  y 
dan  mil  consonancias  falsas. 

And. — Vos  solo  sois  el  que  acierta;  tal  sea 
vuestra  vida,  y  para  mí  éstos  que  más  enmien- 
dan son  los  que  yerran. 

Zel. — En  qué  tono  os  ponéis  vos? 

Car. — 'No  me  atajéis,  que  no  me  amarro  a 
Diapante  ni  a  Diapasón,  porque  soy  más  mul- 
tiplicado en  los  puntos  que  la  misma  música. 

And. — Confian9a  como  la  mar,  mas  el  juyzio 
buscaldo. 

Car. — Mas  el  fundamento  desta  arte  corre 
assi:  tenemos  ciertos  puntos  fixos  o  propósitos 
confirmados;  declaróme:  al  principio  aueis  de 
hazer  vna  entrada  con  vna  preparación  come- 
dida, vn  respi3to  obediente,  vna  sumission  segu- 
ra, vna  fuerca  sujeta,  y  todo  se  remate  en  cum- 
plimientos más  prolijos  y  más  sueltos  que  los 
de  vn  Castellano.  Exemplo:  Pues  mi  ventura 
quiso  y  tal  assi,  no  fue  más  en  mi  mano,  cien 
muertes  es  poco  para,  etc.  De  manera  que  to- 
mada la  rienda  por  estos  términos,  que  son  los  ; 
elementos  desta  ciencia  más  incierta  que  la  As-  i 
trologia,  podéis  escaramuzar  por  la  vega  de 
Granada,  con  todas  vuestras  obligaciones  a 
modo  de  petición,  hasta  llegar  a  poner  el  cuento 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


109 


de  la  lanza  en  P.  Sigúese  luego  de  aquí  boluer 
sobre  lo  que  pretende  pedir,  merecer  o  tener 
merecido,  porque  quien  bien  sime  premio  al- 
cancju;  para  lo  cual  son  necessarias  eficacissinias 
y  obligatorias  razones  deriuadas  y  que  tengan 
energía,  codiciosas,  mas  desinteressadas,  que 
son  dos  contrarios  en  vn  sujeto,  y  tan  blandas 
como  lima  sorda,  porque  amor  toda  su  guerra 
la  ha/.e  por  contraminas;  assi  aueis  de  procu- 
rar que  por  lo  que  dezis  no  seáis  sentido  basta 
que  le  leuanteis  la  valide ra  en  el  muro,  porque 
si  os  entienden  antes,  escandalizanse  como  pá- 
jaros de  las  redes,  donde  ojos  que  las  vieron  ir 
no  les  darán  más  alcanse.  Y  si  les  parece  que 
sois  buey,  y  que  no  pretendéis  más  que  apastar 
en  el  prado  de  la  obediencia,  y  que  estaréis  su- 
jeto a  su  gusto  y  haréis  lo  que  quisieren,  sin 
otro  fundamento  que  el  de  su  voluntad,  fianse  de 
vos  y  las  llenareis  hasta  el  Cayro.  Ay  algunas 
ariscas  y  zahareñas  que  quando  pensáis  que  las 
tenéis  asidas  se  os  escapan  de  toda  obligación; 
y  si  bien  confiessan  y  acetan  la  voluntad,  nie- 
gan la  satisfacion.  Esta  es  ocasión  de  grandes 
quexas  al  mundo,  y  se  permite  que  lleguéis  a 
inuocar  y  pedir  venganca  al  amor,  brauear  y  en- 
fureceros como  endemoniado,  con  tal  que  con 
rabia  no  lleguéis  a  murmurar  ni  amenazar,  que 
es  estilo  baxissimo,  y  nunca  os  desamarréis  de 
la  e8peran9a,  porque  todo  lo  alcanya  el  comedi- 
do sufrimiento.  En  alabarla  seréis  tan  continuo, 
que  sea  la  salsa  de  quanto  le  escriuieredes,  por- 
que les  haze  grande  apetite,  y  con  la  presunción 
que  de  si  tienen  no  desprecian  alabanza  ningu- 
na, antes  están  satisfechas  que  la  merecen, 
aunque  más  leuantada  sea  de  punto,  tanto  que 
las  más  feas  quieren  ser  más  alabadas. 

And. — Dize  verdad;  doylo  al  diablo,  y  cómo 
las  conoce! 

Car. — Como  son  compuestas  de  vanidad, 
naturalmente  desean  ser  alabadas,  y  más  de 
hermosas,  que  sobre  todo  procuran  y  estiman; 
sucede  también  que  se  enojan  y  por  daca  aque- 
lla paja  hazen  pendencia  a  fuego  y  a  sangre. 
Aqui  aueis  de  acudir  luego  a'  pedir  perdón, 
aunque  sea  de  sus  culpas,  y  ofrecer  obediencia 
y  sujetaros  a  recebir  mil  penas,  culparos  quando 
no  tengáis  culpa,  negar  a  pies  juntos  toda  sos- 
pecha que  os  condena;  si  sois  culpado,  dalle  es- 
cusa; en  caso  de  zelos,  ni  confesseis  ni  neguéis; 
porque  dexallas  sospechosas  quanto  a  vos  y 
confiadas  quanto  a  sí  haze  mucho  en  vuestro 
fauor;  quitalles  la  ira  es  importante,  porque 
no  dexeis,  como  dizen,  criar  la  yerba  en  el  tri- 
go, y  en  teniéndola  mansa  con  las  blandas  dis- 
culpas, es  conjunción  de  mejoraros  y  acrecen- 
tar el  premio  de  los  fauores,  porque  la  recon- 
ciliación de  los  enamorados  es  con  doblados 
gustos. 
And. — luro  a  tal  que  les  sabe  los  intrínsecos; 


mas  cómo  no  ha  de  saber,  que  éstos  de  dia  y  de 
noche  no  sueñan  en  otra  cosa?  y  assi  contrami- 
nan a  las  inocentes,  que  les  parece  que  no  ay 
más  en  el  mundo  que  dezilles  que  las  adoran, 
y  no  saben  que  ningún  hombre  les  habla  ver- 
dad, por  más  bien  que  las  quiera.  Antes  quanto 
mayor  amor  les  tienen,  más  les  mienten,  por  lo 
que  les  conuiene;  ellas  como  naturalmente  son 
aficionadas  y  locamente  creen  que  todo  se  les 
deue,  creen  más  de  lo  que  se  les  dizen  (sic),  y 
assi  llenan  siempre  lo  peor. 

Car. — Sucede  también  que  se  os  amotinan  y 
hazen  rabiar  con  echar  brauatas,  por  prouar  y 
tentaros  de  paciencia;  a  lo  qual  os  aueis  de 
mostrar  cordero  y  muy  deseoso  de  acertar  en  su 
seraicio:  sufrid  afrentas,  dissimulad  injurias,  y 
razonad  largo,  que  ellas  siempre  se  rinden  a 
porfias.  Veis  aqui  toda  la  teórica,  pero  quiere 
prática  y  continuación:  porque  tomada  assi  en 
términos,  queda  cruda,  y  con  el  vso  tiene  gran- 
de espidiente.  Aueis  también  de  liazer  aqui 
vna  larga  digression  sobre  las  calidades  de 
las  personas,  que  es  el  sinderisis  del  alma.  Dis- 
tingo: si  escriuieredes  en  ausencia  a  mo9a  de 
cántaro,  habladla  de  tú  y  de  vos  entreuerado, 
que  llaman  honra  y  media ;  y  para  ser  apacible, 
porque  no  son  capazes  de  los  eleuamientos  de 
Garci  Sánchez  ('),  aueis  de  llamar  mona,  gata 
de  tripera,  paloma  sin  hiél,  rapacilla  de  mi  alma, 
pidiéndola  zelos  de  algún  zurrador,  porque 
piense  que  la  queréis  bien,  los  quales  nunca  pe- 
diréis a  muger  principal,  a  quien  tuuieredes 
umcho  amor,  porque  lo  que  es  malo  para  el  vien- 
tre es  bueno  para  el  diente;  porque  en  estas 
recordáis  al  perro  que  duerme,  daislas  municio- 
nes con  que  os  hagan  guerra,  mostráis  descon- 
fian9a,  con  abatimiento  de  ambos;  en  las  otras 
humildes  poneyslas  en  cuydado  de  cumplir  con 
vos,  por  quitaros  la  sospecha  y  que  creáis  que 
os  quieren  solo,  y  Dios  sabe  la  verdad;  y  si  la 
dais  esperan9a  de  boluer  presto  a  la  tierra,  os 
preuiene  regalos,  pela  las  sobrecejas  y  se  aper- 
cibe {)ara  recibiros  con  trompetas,  viendo  que 
tuuistes  memoria  della  y  no  fnistes  como  otros 
que  dizen:  a  muertos  y  a  idos  no  ay  amigos;  y 
si  este  estilo  os  parece  de  lacayos,  conuiene  assi 
por  hablar  en  su  lenguaje,  ya  que  estamos  tan 
sujetos  a  vsar  la  lengua  agena  donde  quiera  que 
vamos  y  despreciarnos  de  la  nuestra. 

And. — Cosas  dize  este  Cariofilo  del  diablo! 
mas  quánta  raposeria  sabe!  Alómenos  ganan 
los  hombres  de  Palacio  aprender  estilos  varios, 
aunque  ya  passó  el  tiempo  en  que  dezian:  mejor 
es  saber  que  auer;  aora  es  por  lo  contrario,  mas 
yo  atendriame  al  saber  de  nuestro  Vicario,  que 
lee  y  entiende,  que  estos  Cortesanos  todo  lo 
traen  en  el  pico  de  la  lengua. 

(.',1  Alude  al  poeta  García  Sánchez  de  Badajoz. 


lio 


ORÍGENES  DE  LA  líOVELA 


Car.— Si  cscriiiieredos  a  costurera,  que  ha- 
bla flautado,  se  muerde  los  labios,  laua  sus  ma- 
nos con  jaboncillos,  canta  de  sol  t'a,  inuenta 
cantares,  es  perdida  por  tomar  de  memoria  co- 
plas, da  qri artos  a  vn  muchacho  de  escuela  por- 
que le  lea  comedias,  si  queréis  recabar  della  a 
pocos  lances  lo  que  pretendéis,  escreuidla  que  se 
estime  en  mucho,  porque  lo  merece,  aconseján- 
dola que  sea  honesta  y  no  trate  conuersaciones 
odiosas,  dándole  sospechas  de  grandes  funda- 
mentos. Esta  tal  es  como  el  villano,  toma  es- 
peran9as  de  lo  que  quiere,  haze  castillos  sobre 
lo  que  desea,  pretende  rendiros  y  por  no  perde- 
ros auentura  su  persona  a  quedarse  burlada;  y 
para  efeto  deste  intento  conuiene  darle  a  comer 
el  negocio  por  blandos  y  apacibles  términos, 
publicando  sus  gracias  y  hablandole  en  ellas, 
como  Heliogabalo  al  esquadron  de  sus  amigas, 
representándole  más  géneros  de  deleytes  que 
los  de  Cirena,  porque  ellas  son  naturalmente 
vergonfosas;  si  no  las  desembolueis,  es  alargar 
el  tiempo;  con  buen  despejo  y  gracia  desem- 
bueltas,  os  tienen  por  de  buena  conuersacion  y 
desean  saber  que'  yerua  es  el  ajo,  y  nunca  les 
atajéis  sus  discursos  y  la  cuenta  que  hazen; 
mas  disimulad,  que  ellas  todo  lo  esperan,  y 
quando  nada  alcanzan,  satisfazense  con  que- 
xarse  de  su  confian9a  y  de  vuestra  poca  fe; 
con  esto  cumplen  consigo  y  con  el  mundo;  y 
quando  queden  quexosas,  quedan  habilitadas. 
Esto  en  quanto  aquellas  que  no  alcan9an  cómo 
sabe  la  pimienta  y  rezelan  la  carga,  si  no  las 
arman  con  mañas  y  sutilezas,  con  que  se  dis- 
culpen de  lo  que  desean.  Mas  para  con  las 
maestras  experimentadas  en  escándalos  son 
necessarias  grandes  cautelas  y  fingir  de  lo  bobo, 
porque  no  se  azoren ,  prouarla  que  no  sois 
como  los  otros  hombres,  mostraros  inocente  de 
lo  que  sabéis  y  dispuesto  para  passar  por  qual- 
quier  fingimiento;  aunque  lo  más  cierto  es  con 
estas  tales  no  andar  en  estas  escaramu9as; 
mas  ojos  por  ojos  y  barba  por  barba,  v  ayuda- 
ros del  lugar  y  tiempo,  que  dize  el  Italiano  que 
perduto  non  retorna  may.  Estotras  rapacillas, 
por  mostrar  vna  carta  y  dar  embidia  a  vna 
amiga  suya,  darán  quanto  tienen. 

Zel. —  Si  alguno  os  oyera  de  los  que  yo  co- 
nozco, cómo  se  riyera  de  vuestros  preceptos  y 
arte  graciosa;  muy  poco  contestáis  para  satis- 
fazer  a  los  entendimientos  de  primor,  que  no 
sufren  sino  los  escritos  de  dos  palabras,  y  essas 
preñadas. 

Car. — Ya  conozco  essos  que  tienen  estilo 
forjado  en  breues  sentencias  y  nunca  salen  fue. 
ra  de  la  villa  y  su  te'rmino,  ni  se  apartan  de 
losi  primeros  trastes,  donde  lo  puntean  todo  so- 
bre Conde  Claros;  y  tened  por  cierto  que  aun- 
que quieran,  no  passarán  de  alli  vna  tilde,  y 
por  su  poco  discurso  fauorecen  el  vando  de  la 


breuedad  sin  entenderla,  y  no  llegan  a  conocer 
la  copia  de  hablar  y  escriuir. 

Zel. — Pues  aun  yo  conozco  otros  de  ralea 
más  plebeya,  que  se  darán  en  los  broqueles  con 
las  vírgenes  Vestales  por  modos  comtemplati- 
uos,  y  piensan  que  ponen  la  suya  sobre  el 
hito,  si  arremangan  los  pulsos  a  ruego  de  algún 
nouel  que  entra  de  nueuo  en  la  estacada,  y  sus 
frases  tienen  más  orin  que  aquel  Romance: 

Para  qué  paristes,  madre, 
vn  hijo  tan  desdichado  (^). 

Car. — Pues  ay  otros  mesurados  que  presu- 
men viuir  con  tratos  secretos  y  hazer  contra- 
minas a  las  sospechas  del  mundo,  que  propo- 
nen sus  argumentos  Lógicos  con  autoridades 
de  sentencias  en  Latin,  y  luego  lo  declaran  en 
Romance,  y  andan  muy  a  lo  traidor  con  los 
mancebos  que  tratan  de  gala,  que  no  aspiran  a 
faldas  de  olanda.  Estos  escriuen  amores  muy 
a  lo  discreto;  pero  vengóme  dellos  con  saber 
que  son  esclauos  de  su  gusto,  y  que  otros  lo- 
gran sus  tributos  y  burlan  de  sus  donaires,  por- 
que siempre  los  vi  burlados  del  amor,  que  es 
niño  traidor  y  apartado  de  los  que  con  libertad 
lo  tratan  y  no  le  esperan  a  tiro,  y  a  los  que  afi- 
cionados se  le  rinden,  les  haze  mil  pesares. 

Zel. — Vos  con  quanto  aueis  dicho  no  llegáis 
a  mi  puesto,  y  no  os  culpo,  porque  aqui  no 
llegó  Rui  de  Sandi. 

Car. — Vna  impresa  como  la  vuestra,  como 
es  rara,  assi  tiene  dificultosa  la  batería;  mas  en 
tales  casos  muestro  yo  mi  suficiencia:  porque 
sabed  que  el  amor  que  no  es  fingido  mucho 
mejor  se  sabe  declarar,  y  en  las  materias  más 
arduas  acuden  razones  más  viuas;  y  por  menos 
trabajo  tengo  escriuir  a  quien  os  entiende  que 
a  quien  os  aueis  de  dar  a  entender,  y  assi  para 
essa  tal  que  examina  pensamientos  y  responde 
por  Clarimundo  ('^),  conuiene  ir  muy  por  sus 
puntos  con  introducion  y  argumento,  tomar  la 
tema  de  alaban9asy  misericordia, que  éstas  quie- 
ren ser  muy  alabadas  y  piensan  que  consiste  en 
la  hermosura  el  sumo  bien.  De  donde  se  infiere 
que  es  muy  de  las  hermosas  la  piedad  que  es- 
peráis y  pretendéis;  y  al  descuydo  entremeted 
alaban9as  vuestras,  porque  os  estime. 

Zel. — Todo  esto  es  tan  común  que  en  cada 
rincón  se  halla,  y  no  es  al  tiempo  ni  lo  que 
se  vsa. 

Car. — Ninguna  cosa  podemos  dezir  que  ya 
no  sea  dicha,  mas  el  amigo  se  ha  de  sufrir  con 
su  falta,  y  con  ésta  se  deue  fauorecer  lo  que  se 


(')  En  el  original  estos  versos  están  impresos  como 
prosa. 

(2)  Alude  al  libro  de  este  título  compuesto  por  Juan 
de  Sarros. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 

díze  o  haze  con  buena  intención.  En  esta  ma- 


111 


teria  pocos  aciertan  y  todos  reprehenden,  y  no 
dexan  de  aferrarse  con  Cárcel  de  Amor  (*)  en 
lugar  solitario,  y  tienen  por  tanto  connertillo  en 
Portugués  como  si  fnesse  Homero;  mas  pues 
llegamos  a  tratar  de  antigüedades,  qué  malo 
sería  hablar  por  Marco  Aurelio  ('^),  que  tiene 
gran  copia  en  dezir? 

Zel. — Esso  es  lo  que  no  quieren  aora,  sino 
breuedad,  saluo  en  tratar  cada  vno  su  negocio; 
y  con  todo  creed  que  tienen  en  ella  grande 
guarida,  pero  de  qualquiera  manera  tened  por 
cierto  que  no  se  puede  escriuir  carta  de  amores 
sin  estar  obligada  y  sujeta  a  censura  y  burla. 

Car. —  Si  la  materia  es  de  locos,  cómo  que- 
réis que  carezca  el  argumento  de  poco  juyzio? 
Mas  en  esto  ay  vn  bien,  que  se  trata  la  causa 
con  mugeres,  que  la  más  cuerda  es  muy  loca  y 
nunca  les  pareció  mal  carta  de  amores,  por 
más  necia  que  vaya. 

And. — Bien  os  podéis  también  meter  en  la 
cuenta  de  los  locos,  pues  todos  los  enamorados 
lo  son,  ninguno  se  conoce;  y  mi  amo  todo  es 
aora  hazer  principios  a  su  carta  y  ninguna 
acaba. 

Zel. —  Aora  ved  lo  que  tengo  escrito,  en 
quanto  aueis  hecho  la  corrección. 

Car. — Dessa  manera  poca  dotrina  lleua  mia, 
y  me  parece  que  no  sois  de  vnos  que  se  encie- 
rran solos  a  escriuir,  porque  alguna  mosca  no 
los  diuierta  de  su  imaginación. 

Zel. — Yo  estoy  más  diestro  de  lo  que  vos 
pensáis. 

Car. — Dezid,  pues,  que  yo  la  he  de  glossar 
con  vuestra  licencia. 

Zel.— Tara  esso  estamos  aquí. 

And. — La  vida  que  estos  traen,  y  quieren  ir 
al  cielo!  no  creo  yo  en  tal  santo. 


Zel. — Si  para  librarme  de  la  condenación 
que  temo,  la  disculpa  de  mi  atreuimiento  valies- 
se,  la  razón  de  la  tuerca  que  me  hazeis  da  vo- 
zes  por  mí  contra  vos;  mas  por  no  incurrir  en 
I  más  culpas,  escuso  darla  a  quien  sin  ellas  na- 
I  cío,  y  para  confirmación  de  mi  inocencia  yo 
me  la  doy  a  mí  con  la  pena  de  las  penas  que 
por  ella  mereciere.  Y  si  este  conocimiento  con 
tal  contrición  es  merecedor  de  alguna  reuiicsion 
dellas,  sea  en  descuento  de  las  quentas,  que  yo 
de  mí  le  cometo. 

Car. — Nada  dezis,  y  perdonadme,  porque 
aquellas  penas  y  aquellas  culpas  parece  estilo 
de  Bula,  que  absuelue  de  culpa  y  pena,  y  es 
insufrible,  y  essotros  quentos  y  desquentos  es 

I  )  Alude  al  libro  de  Diego  de  San  Pedro. 

l.^)  Alusión  al  libro  de  Fr.  Antonio  de  Guevara. 


vn  guarismo  de  viiidud  y  decena,  y  assi  lo 
erráis  todo  de  proa  a  popa. 

Zel. — No  juzgáis  bien;  no  veis  cómo  van 
enga9adas  estas  razones? 

Car. —  Sí,  mas  hazeis  ahi  vn[a']  lista  de  tres 
partes  de  la  penitencia,  contrición,  confession 
y  satisfacion,  y  son  vna  letania. 

Zel. — En  este  negocio  no  se  puede  escusar 
hablar  por  pena,  dolor  y  passion,  que  son  los 
términos  desta  ciencia,  como  cada  vna  tiene  los 
suyos ,  si  vos  no  queix'is  ponerle  aora  otros 
nombres  y  renouar  el  estilo. 

Car. — No  seria  malo,  si  pudie.sse  ser,  por 
satisfazer  a  los  discretos  escrupulosos. 

Zel. — Aora  veis  aqui  otro  principio.  Y  con- 
uatiendo  amor  a  mi  entendimiento  especulati- 
uo,  en  la  contemplación  de  vn  primor  tan  pri- 
mo, por  la  fantasía  ofrecido  a  lo  prátieo  ele- 
uado,  for9Ó  la  voluntad  vencida  forzosa,  y  vo- 
luntariamente obedeció  a  la  sensualidad,  a  lo 
que  la  razón  no  resistió,  porque  la  tengo  en  ser 
vencido,  y  sobre  esso  perder  la  vida. 

Car. — Todo  esso  no  está  bueno  ni  haze  a 
nuestro  proposito;  essos  términos  son  más  es- 
cures que  los  de  los  pescadores  de  Homero,  y 
no  los  entenderá  Delio  nadador;  de  mí  os  digo 
que  lio  entendí  palabra. 

Zel. — No  es  for90So  que  lo  aueis  de  saber 
vos  todo;  y  no  me  maiauillo,  porque  sólo  Dios 
es  perfeto.  El  saber  está  repartido  y  cada  vno 
sabe  lo  que  aprendió. 

Car. — Pues  yo,  mal  pecado,  qué  aprendí? 
Reios  de  pensar  que  aya  otro  soldado  más 
prátieo  que  yo. 

Zel. —  Sí,  mas  no  lo  sois  con  las  desta  cali- 
dad: porque  sabed  que  para  con  estas  que  ma- 
tan en  el  ayre,  importa  mucho  y  es  el  todo  ha- 
blar en  la  carta  escuro,  porque  la  tienen  por 
más  discreta  quanto  menos  la  entienden;  y  va 
mucho  en  esto,  y  más  en  la  primera,  a  que  no 
dan  respuesta,  porque  acostumbran  responder 
á  la  segunda. 

Car. — Con  todo,  si  queréis  que  vaya  por 
ambos,  mudad  el  estilo,  y  si  no  vaya  todo  por 
vos,  que  yo  lauo  mis  manos  deste  hecho;  y 
quando  os  importare  embiar  vna  carta  muy  re- 
finada, hablad  conmigo  y  pagádmelo. 

Zel. —  Dexadme  aora  errar  por  mi  cabera. 

J.n(¿.— Si  el  mal  es  que  mi  amo  se  auia  de 
sujetar  a  la  reprehensión  que  ninguno  sufre  ni 
por  ella  se  enmienda;  todos  piensan  que  lo 
saben  todo  por  sí  solos,  y  por  más  amigos  que 
sean,  menosprecian  el  saber  de  los  otros  ellos, 
y  vnos  a  otros  se  llaman  ignorantes;  yo  no  sé 
quál  es  el  discreto. 

Zel. — Mirad  si  os  agrada  otra. 

Car. — Dezid. 

Zel.-  Con  justa  disculpa  pudiera  la  grande- 
za de   mi   dolor    negarme   el   sufrimiento  que 


112 


orígenes  de  la  novela 


tengo  para  viiiir  en  la  gloria  del,  si  yo  preten- 
diesse  otra  vida;  mas  como  no  la  siento  de 
mayor  gusto,  por  razón  del  estremo  de  mis 
pensamientos... 

Car. — Essa  me  suena  aora  en  la  oreja;  cómo 
lo  bueno  luego  haza  consonancia!  dadme  essa 
pluma,  dexadme  empieze  otra. 

Zel. — Essa  va  más  a  proposito,  mas  no  sé  si 
está  cumplida. 

Car. — Está  marauillosa,  todo  esto  se  me 
ofrece  aqui: 

Por  lo  que  auenturo  querer,  antes  castigo  en 
secreto  de  vuestra  mano  que  culpas  de  mi  fla- 
queza en  público  por  escusar  ofenderos. 

Esta  gentil  clausula  no  hay  más  que  pedir; 
yo  me  inclino  mucho  a  estas  razones,  que  afie 
rran  como  ancoras,  y  acaba  muy  bien  en  ésta: 

Porque  en  saber  vos  sentir  me  sois  deudor 
de  lo  que  siento  y  pido  consintáis  que  sienta. 

Porque  esto,  señor,  remata;  ella  no  perdiera 
en  ir  más  breue,  respeto  de  la  común  opinión, 
mas  la  mia  es  que  se  ha  de  escriuir  largo  a  las 
mugeres. 

And. — Alabado  sea  Dios  que  acabaron,  qué 
contentos  quedan !  y  yo  juraré  que  es  tal  la  vna 
como  la  otra,  y  aun  me  inclinara  a  la  primera. 

(7a/'.— Vamos,  os  acompañaré  hasta  su  varrio. 

Zel.  —Y  después  qué  aueis  de  hazer? 

Car.  -Iré  a  ponerme  en  la  puente  sobre  el 
rio  a  ver  las  moífas  que  vienen  por  agua,  y  si 
encontrare  vna  que  ando  por  su  rastro,  darele 
mis  toques;  por  ventura  sacaré  fuego,  que  yo 
no  doy  passo  de  valde.  Andrade? 

And.  —Señor. 

Car. — Limpiadme  estos  9apatos  y  por  lo 
que  deueis  a  virtud  componadme  el  vestido;  ya 
sabéis  que  tenéis  en  mí  vn  buen  amigo. 

Zel.  —No  veis  cómo  engorda  este  picaro?  no 
cabe  en  el  pellejo. 

Ca?'.— Trae  conmigo  vna  cierta  pretensión, 
y  hemos  de  ponerlo  muy  galán  y  embiallo  a  su 
tierra  a  enamorar  todas  las  mogas,  y  yo  daré 
mi  parte. 

Zel. — Todo  se  hará  bien  quando  sea  tiempo, 
mas  temo  que  se  nos  casse  allá. 

And.  —  La  mayor  prisa  que  tengo  es  essa. 
Car.-— Este  mo90  es  de  importancia. 

Zel. — Cierra  essa  puerta  y  vete  por  ahi. 

And. — Id  en  buen  hora,  y  mirad  no  vais  por 
lana  y  vengáis  tresquilado. 

Zel. — Ya  entramos  en  esta  calle;  no  hagáis 
mudanza,  ni  miréis  arriba,  por  si  acaso  estuuie- 
re  Eufrosina  en  la  ventana,  no  entienda  lo  que 
sabéis.  O  gran  ventura!  Yo  la  veo  ya,  ella  se 
fue,  como  vio  que  yo  la  veia. 

Car.  Buena  señal;  desde  aqui  hago  jura- 
mento que  lo  sabe  ya. 

Zel. — Esse  es  otro  nueuo  adiuinar  por  lo  P¡- 
taoforico. 


Car. — Apuesto. 

Zel. — Apuesto. 

Car. — Ea,  qué  apostáis? 

Zel. — Idos,  que  es  burla,  ojalá  fuessedes  ver- 
dadero. 

Car. — Vos  lo  veréis,  que  yo  soy  buen  lagar- 
to; a  la  buelta  idos  á  ver  conmigo. 

SCENA  TERCERA 

EüFllOSINA,    SiLUIA    DE    SoSA. 

Euf. — Siluia  de  Sosa,  allá  viene  aquella  bue- 
na cabega  de  vuestro  primo,  muy  eleuado;  yo 
estaua  en  la  ventana,  y  como  lo  vi,  quíteme 
luego. 

Sil. — Pues  cómo,  señora,  huis  assi  de  un  tan 
gran  seruidor  vuestro? 

Euf. — Sealo  vuestro,  que  sois  otro  tal  juyzio 
como  él. 

Sil. — Para  qué  es  tanto  menosprecio  y  dezir 
tanto  mal? 

Euf. — No  puede  dezir  lo  que  en  él  no  haya. 

Sil. — Pues  qué  remedio? 

Enf — Quien  le  viere  andar  con  el  cuello 
como  de  grulla,  la  cabe9a  de  gabilan,  que  pare- 
ce que  no  pone  los  pies  en  el  suelo  de  afectado, 
luego  dirá  que  muestra  el  viento  que  trae,  como 
el  Tritón  de  Vitrubio. 

Sil. — Aora  me  quiero  reir:  donde  tiene  la 
gallina  los  hueuos,  allí  se  le  van  los  ojuelos. 

Euf. — Assi  viua  él  poco  y  malo... 

Sil. — Como  ella  querría  vista  en  sus  ojos. 

Euf. — Quién  no  ha  de  echar  de  ver  sus  hu- 
mos? No  me  guarde  Dios  si  no  parece  que  está 
embelesado  quando  mira,  como  quien  nunca  vio 
gente. 

Sil. — Cómo  te  conozco,  besugo!  quierote 
bien  y  digo  de  ti  mal,  por  dissimular.  Busca 
siempre  ocasión  para  hablar  del  y  luego  dize  que 
lo  dirá  al  juez. 

Euf. — Pues  vistoso  es  el  mancebo  para  per- 
derse por  él. 

Sil. — Ni  es  para  despreciallo. 

Euf. —  Antes  lo  querría  perder  que  hallar; 
parece  milano  hambriento. 

Sil.  —  Poco  desso,  3[ue  me  corro :  graciosa 
está  la  señora. 

Euf. — Bueno  era  para  picota  de  villa,  según 
es.  largo. 

Sil. — Dexadme,  señora,  os  lo  ruego,  que  me 
consumo  con  essas  cosas. 

Euf. —  lesus,  pues  no  es  para  consumirse  de- 
cirla mal  de  aquel  Principe,  de  la  alta  Alema- 
nia, como  si  ninguna  tuuiera  primo  sino  ella. 

Sil. — Pues  cada  vna  estima  los  suyos. 

Euf. — Bendígalo  Dios,   que  no  le  lama  el  j 
gato;  no  le  toquen  en  su  primo,  ay  lesus! 

Sil. — Aora  a  fe  que  tantas  vezes  me  ha  del 


COMEDIA  DE  EVFROSmA 


113 


dezir  de  proposito  njal  del,  que  he  de  venir  a  de- 
zirle  que  os  aborrezca  y  dexe  de  quereros  bien. 

Euf.  —  Quaiito  á  esso,  nunca  diré  yo  otra 
cosa;  pero  sabéis  vos,  señora,  lo  que  aueis  de 
hazer?  ya  que  despertastes  el  perro,  que  estaua 
durmiendo,  y  me  lo  acordastes,  desengañarlo  de 
manera  que  no  sepa  yo  que  él  habla  en  nü. 

Sil. — Nadie  diga  desta  agua  no  beuere ;  como 
entiendo  yo  estas  brauatas! 

^w/.  — Pues  si  mi  desnentura  a  tal  Uegasse, 
y  ella  estase  riyendo! 

Sil. — Pues  qué  quiere,  que  llore? 

Euf. — No,  mas  reid  y  tened  placer;  de  tal 
cabera  tal  seso,  y  todauia  os  reis? 

*SV/. — Voyle  aora  a  dezir  como  vos,  señora, 
beueis  los  vientos  por  él. 

Euf. — Hazedlo  assi,  y  mira  no  hagáis  alguna 
cosa  que  luzga  y  parezca;  despachaos,  no  estéis 
allá  cien  lioras,  que  nunca  acabáis  quando  os 
ponéis  á  parlar  con  essa  buena  joya;  no  venga 
mi  padre,  que  bien  sabéis  como  es  sospechoso. 

Sil. — Bueno  va  el  negocio,  pues  ya  le  duele 
para  encubrirlo. 

SCENA  QUARTA 

SiLuiA  DK  Sosa,  Zelotipo. 

Sil.  —No  diréis,  señor,  que  no  salgo  á  rece- 
biros  á  la  puerta. 

Zel. — Ño  es  pequeña  merced  para  mí. 
Sil. — Yo  estaua  reboluiendo  vn  cofre,  y  Eu- 
frosina  me  dixo  que  os  vio  venir. 

Zel. — Yo  la  vi,  y  fue  muy  gran  ventura  para 
quien  anda  tan  ciego,  y  mayor  el  fauor  de  su 
memoria. 

Sil. — Ay  lesus,  qué  cosas  tenéis;  yo  pense 
que  se  os  auia  oluidado  esso. 

Zel. — Poco  cuydado  tenéis  del  mió,  según  lo 
que  dezis,  pues  por  vuestro  descuydo  juzgáis  de 
mí  tan  mal;  bien  parece  que  pena  agena  de  pelo 
cuelga. 

Sil. — No  hablemos  en  essas  ociosidades, 
pues  el  más  cierto  fruto  que  dan  es  disgustos, 
y  gastar  en  ellas  la  vida  nunca  dio  buen  nom- 
1  bre,  ni  el  crédito  que  de  vos  tengo  me  da  lugar  a 
creer  sino  que  os  burláis  conmigo  por  prouarme. 
Zel. — Más  cierta  burla  es  dezirme  vos  esso; 
y  si  creyesse  que  lo  decis  con  verdad,  lo  senti- 
na mucho,  porque  me  precio  de  tratarla  con 
todo  el  mundo,  quanto  más  con  quien  me  obli- 
ga tanto. 

Sil. — Todo  lo  creo  de  vos,  señor  primo;  mas 

orno  he  oido  que  el  amor  ea  ocupación  de  ocio- 

jSos,  y  sé  que  lo  estáis  aora,  he  sospechado  que 

1  puede  nacer  de  aqui  vuestro  fundamento,  y  os 

pido  que  me  hagáis  merced  en  dezirme  quál  es. 

Zel. —  Querer  un  grande  bien  sin  ninguna 

esperanja,  de  donde  nacen  los  deseos  homicidas 

ORÍGENES    DE    LA    NOVELA. — III. — 8 


del  descanso,  que  yo  solia  tener,  como  se  vea  en 
mí:  porque  no  ay  saber  que  baste  para  acreditar 
mucho  tiempo  mentiras,  y  ser  fingido  no  es  de 
hombres  de  estimación,  antes  de  baxo  espíritu 
e]  tener  la  malicia  y  engaño  por  industria.  Y 
como  yo  sin  ella,  forjado  de  mi  suerte,  me  en- 
tregué á  mi  pensamiento,  padezco  lo  que  vos 
no  creéis;  sin  tener  atención  a  lo  poco  que  sentis 
mi  dolor,  en  él  me  deshago:  porque  la  triste9a 
con  esperan9a  esfuerja  el  entendimiento,  quan- 
to con  desesperación  lo  consume. 

Sil. — Y  en  todo  vuestro  juyzio  tratáis  esso? 

Zel. — Antes  con  ninguna  parte  del:  porque 
donde  ay  voluntad  no  gouierna  la  razón,  y  en 
grande  determinación  no  hay  memoria  de  incon- 
uenientes.  En  lobo  como  Licaon  me  transfor- 
mé: en  mí  se  renueuen  las  crueldades  de  Bu- 
siris  y  Diomedes:  rayo  de  Palas  rae  haga  pol- 
vo como  á  Aiax  Oileo  (*). 

Sil. — lesus,  guárdeos  Dios  de  mal;  mejor 
estrella  tengáis,  no  digáis  esso. 

Zel. — Si  os  lo  dixe  y  os  lo  digo  es  por  no 
poderlo  encubrir,  y  tened  por  cierto,  que  mu- 
riendo con  el  alma  en  los  dientes,  confessando 
esta,  fe,  he  de  ir  suspirando  al  otro  mundo  por 
la  señora  Eufrosina,  ministro  de  mi  desnen- 
tura. Tened  dolor  de  mí  y  acuérdeseos  que  quien 
no  siente  el  mal  ageno  es  castigado  con  no  sen- 
tir ninguno  el  suyo. 

Sil. — Más  os  deuiades  de  acordar  vos  que 
es  grande  error  y  vicio  el  apetitf),  y  que  es  muy 
falso  el  parecer  que  se  aceta  de  la  voluntad  y  no 
del  entendimiento,  y  me  espanto  mucho  que 
pueda  en  vn  hombre  discreto  más  su  gusto  par- 
ticular que  la  razón.  No  hagáis  caso  dessas  to- 
rres vanas,  que  cualquier  viento  las  deshaze. 

Zel. — Por  esso  tengo  yo  vn  buen  remedio, 
que  a  todo  repique  de  mi  dolor  los  leuanto  con 
dobladas  fuerzas  de  mi  intención,  y  quanto  más 
desesperado,  tanto  más  sufrido  y  sujeto,  como 
quien  anticipó  tanto  el  amor  a  la  esperanza,  que 
no  repara  en  ella,  y  como  se  liizo  fuerte  en  mi 
voluntad,  que  lo  recogió  sencillamente,  cerróse 
por  de  dentro  con  la  gloria  de  ini  tormento,  y 
dize  a  los  demás  esfuerzos:  Afuera  se  abre,  que 
en  saino  está  quien  repica.  Para  qué  sois  tan 
cruel  y  inhumana  que  no  os  apiadáis  de  vn  es- 
tado tan  miserable  como  el  mió,  estando  en 
vuestra  mano  el  remedio? 

,SV/. — Mejor  me  dé  Dios  el  cielo,  que  en  esso 
puedo  nada,  y  si  pudiera,  hiziera  quanto  en  mí 
fuera  possible  por  no  veros  assi.  Tan  engañada 
me  tenéis,  aunque  conozco  que  es  mal  hecho. 

Zel.  —  1¿\  mal  para  mí  solo  nació,  y  en  ser 
por  quien  es  soy  tan  auariento  del,  que  lo  zelo 
de  qualquier  otro  bien  que  sea  de  otra  natura- 
leza estraña  de   mi   intención.  Con  todo,   me 

(';  En  el  original,  por  errata,  Alix  OUleleo. 


114 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


persuado  (siquiera  por  viuir)  que  no  sois  tan 
poco  mi  señora  que  se  os  oluidasse  quando  me- 
nos de  nombrarme  delante  del  idolo  de  mi  alma. 
Uezidme  la  verdad,  no  me  la  neguéis,  si  eréis 
que  Consiste  en  esso  mi  vida,  que  quiero  para 
seruiros.  Dadoje  algunas  nueuas,  que  con  qual- 
quiera  de  mi  fauor  me  pondréis  tan  contento 
quanto  aora  estoy  triste.  Y  acordaos,  señora, 
que  la  tristeza  es  causa  de  muchos  males,  y  que 
della  procede  enloquezer  y  muchas  otras  enfer- 
medades, de  tal  manera  que  llea;a  a  darse  muer- 
te el  que  la  tiene.  Imaginad  que  soy  humano, 
sujeto  a  desuenturas  humanas;  y  sncediendome 
qualquiera  destas  desgracias ,  como  aora  las 
temo  todas,  ved  qué  sentiréis;  pues  yo  os 
digo  que  estoy  muy  cerca  de  enloquecer,  y  que 
no  duermo  con  esta  imaginación,  y  no  siento 
enfermedad  que  no  trocasse  por  la  tristeza  en 
que  me  consumo:  porque  más  ligero  es  padecer 
qualquier  tormento  que  esperallo. 

aSíV.  — No  sé  qué  os  diga  ni  qué  haga;  en  las 
cosas  de  peligro  toda  determinación  es  ventu- 
ra; vos  queréis  que  yo  me  pierda  sin  aprouecha- 
ros,  no  sé  en  qué  ley  de  amistad  halláis  que 
busque  con  mi  daño  vuestro  gusto  y  que  lo 
queráis  más  que  mi  razón:  matadme  antes  y 
descansaré. 

Zel. — Ha,  señora  prima,  que  vos  me  matáis 
con  essos  temores.  AÍ  houibre  medroso  todo  le 
espanta  y  nunca  le  ayuda  la  fortuna.  No  os 
quiero  yo  ni  estimo  tan  poco  que  no  perdiera 
con  facilidad  cien  vidas  por  escusar  vn  disgusto 
vuestro;  y  si  por  esta  ocasión  presumiera  yo 
que  os  auia  de  suceder  disgusto,  no  os  metiera 
en  ella. 

Sil. —  Está  mal  visto,  y  me  espanto  mucho 
de  vos,  que  me  pongáis  en  tan  cierto  peligro, 
pues  sabéis  tanto,  y  el  atreuerse  mucho  nace 
del  poco  saber. 

Zel, — Antes  el  mucho  saber  haze  que  no  se 
tema  nada,  conociendo  lo  poco  que  se  pierde 
en  todo;  mas  como  no  me  queréis  hazer  merced, 
halláis  dificultad,  porque  no  ay  cosa  tan  fácil 
que  hecha  sin  voluntad  no  parezca  muy  dificul- 
tosa. Muy  mal  cumplís  conmigo  lo  que  me  pro- 
metí stes. 

Sil. — Vos  no  queréis  mirar  más  que  vues- 
tro gusto;  ruego  a  Dios  que  no  sea  cierta  mi 
profecía.  Primo,  antes  me  mataré  con  mis  ma- 
nos que  hablar  en  ( sso  determinadamente:  por- 
que las  cosas  sin  razón  no  las  intenta  sino  de- 
masiado despejo,  y  yo  tengo  muy  poco,  ni  cabe 
el  hazerlo  sino  en  baxos  pensamientos  o  en 
poco  discretos.  Assi  que  no  es  justo  queráis  de 
mí  lo  que  no  soy  para  hazer.  Verdad  es  que  el 
dia  que  me  descubristis  vuestro  pensamiento 
hablamos  en  vos,  assi  como  os  fuistes,  y  la 
dixe  que  la  vistes  y  alabastes  mucho:  porque 
sé  que  se  alegra  de  ser  alabada,  como  todas;  y 


passando  adelante  la  plática,  entre  juego  y 
burla,  toqué  en  que  me  quisistes  dar  a  enten- 
der que  os  enamorastes  de  su  hermosura;  mas 
esto  dixelo  assi  ligeramente. 

Zel. — O  bienauenturado  cuydado  el  mío,  que 
por  más  áspero  que  sea,  pues  me  subió  a  tal  es- 
tado, no  sentiré  la  cayda  de  Faetón  ni  de  Ica- 
ro,  pues  basta  por  dicha  auer  subido;  y  si  mu- 
riere, ¡re  satisfecho  en  saber  que  la  causa  sabe 
de  que  muero,  que  lo  que  más  sentía  de  mí  an- 
ticipada muerte  era  perder  la  gloria  que  se  al- 
canza de  ofrecer  la  vida.  Dadme  essa  mano,  os 
la  besaré  por  tanta  merced,  que  con  razón 
estaua  yo  satisfecho  que  no  me  auiades  de  des- 
amparar. 

Sil.  —  Mirad  cómo  habláis,  no  os  oiga,  que 
he  miedo  que  nos  azeche,  como  el  otro  dia  lo 
hizo. 

Zel.—  Por  vuestra  vida?  O,  qué  cosa  seria 
para  mí  presumir  essol  Vos  me  veréis  aora 
turbado,  que  no  acertaré  a  dezir  palabra  Gran- 
des cosas  me  contais,  y  como  quien  no  dize 
nada  os  las  dexais  dezir,  sin  hazer  caso  dellas, 
siendo  tales  que  me  hallo  incapaz  de  merecer- 
las. Sin  duda  deueis  de  ser  de  ánimo  muy  libe- 
ral, pues  de  lo  que  es  mucho  hazeis  tan  poco 
aprecio. 

Sil. — Bien  presumo  tener  essa  condición,  si 
me  aproueehasse. 

Zel. — Pues  yo  en  agradecido  no  me  quedo 
atrás,  y  mirad  cómo  todo  viene  a  proposito.  Vos 
inclinada  a  hazer  mercedes  y  yo  a  saberlas  esti- 
mar, parece  que  no  ay  más  que  pedir.  Mas  qué 
me  dezis,que  me  azechó?  Aora  atended  acá,  esto 
no  se  puede  ponderar.  Vos  me  certificáis  que 
yo  le  di  essa  ocupación?  Ay,  ay,  no,  no  lo  puedo 
creer;  mas  no  os  desdigáis,  porque  ya  aureis 
oido  dezir:  íngañasme  y  huelgome.  No  me  veis 
ya  otro  color?  El  cora9on  me  quiere  saltar  del 
cuerpo:  no  de  valde  se  dize  que  son  raros  los 
que  tienen  juyzio  en  la  prosperidad. 

Sil. — Primo,  no  quisiera  que  en  cosa  de 
tanto  peso  tengáis  tan  poco  recato.  No  tener 
secreto  es  de  ánimos  vanagloriosos.  Mostráis 
tanto  alboro9o,  que  he  miedo  que  lo  oya  o  lo  • 
note,  porque  nada  se  le  enciibre;  y  si  ella  en- 
tendiesse  que  os  descubrí  que  lo  sabe  no  ten- 
drá sufrimiento,  y  si  me  consintió  que  se  lo 
dixesse  fue  hazíendola  juramentos  que  no  os 
diría  que  lo  sabia. 

Zel. — O  prima  mía,  sí  yo  os  tuuiera  de  mi  i 
parte,  quánto  más  atreuido  que  Vlises  con  Dio-  i 
medes  lo  acometiera  todol  yo,  señora,  no  os  pido  j 
ya  que  me  sustentéis  la  vida,  que  si  me  la  abo-  i 
rrece  quien  me  la  da,  no  la  quiero.  Pido  os  que  i 
no  me  quitéis  la  vanagloria  (que  assi  la  quiero  | 
llamar,  pues  assi  lo  queréis)  desta  muerte,  y  ' 
haga  la  señora  Eufrosina  lo  que  su  condición  y  ; 
mis  hados  quisieren. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


llf) 


Sil. — Y  yo  en  qué  soy  contra  vos?  qué  cierto 
es  todo  buen  consejo,  si  no  conforma  con  la  vo- 
luntad del  que  lo  ha  de  acetar,  ser  mal  recebido 
y  peor  interpretado!  no  veis  quán  peligroso  es 
todo  lo  que  intentáis? 

Zel. — Ya  os  entiendo;  dadme  aora  dineros 
y  no  consejo;  fiaos  de  mí  que  sé  guardar  mucho 
secreto  y  que  soy  muy  atentado,  y  que  os  sa- 
caré en  saluo  en  qualquiera  ocasión. 

Sil. — Quien  bien  sentado  está  no  se  leñante; 
y  quien  bien  tiene  y  mal  escoge,  por  mal  que  le 
venga  no  se  enoge;  no  me  quiero  ver  en  esse 
peligro,  ni  vos  me  lo  aconsejareis. 

Zel. — No  me  queréis  entender;  sobre  mi  ca- 
be9a  que  no  lo  ha  de  saber  persona  viua;  yo  no 
quiero  más  de  que  me  deis  entrada,  y  luego  sa- 
lios a  fuera  y  dexadme  que  me  libre  por  mi  jus- 
ticia; y  si  me  quisieredes  hazer  vna  muy  gran- 
de merced... 

Sil. — Suplico  os  no  me  metáis  en  estas  cosas, 
a  que  no  rae  acomodo  ni  tengo  cora9on  para  ellas. 

Zel. — -Esta  vez  no  más,  por  mi  vida,  y  si  no 
que  mala  muerte  me  lleue. 

Sil. — Mejor  suerte  os  dé  Dios. 

Zel. — Dadle  vna  carta  mia,  por  vida  de 
quanto  más  queréis. 

Sil. — lesus,  guárdeme  Dios  que  tal  me  atre- 

uiesse,  ni  vos,  señor,  me  lo  mandéis,  que  en 

ninguna  manera  lo  he  de  hazer.  Buen  gouierno 

es  esse,  bien  me  gouernara  yo  si  hiziera  esso. 

I         Zel. — Ha.  señora  prima,  aqui  del  Rey,  que 

j    me  matáis.  No  podre  yo  al9anzar  de  vos  que 

t    me  deis  este  soplo  para  poder  bolar,  y  subir  a 

j    esta  fortaleza,  y  hazeros  señora  de  arabos,  como 

I  lo  seréis,  si  la  tuuiere  por  mia?  por  qué  no  que- 
(  reís  reparar  que  me  va  en  esto  el  alma  y  honra, 
¡  dos  cosas  inmortales  a  que  todas  las  vidas  se 
I   deuen,  y  muchos  por  ellas  las  perdieron,  y  que 

mi  honra  es  vuestra? 

*S'//.— No  sé  en  qué  podéis  fundar  al9anzar 

I I  cosa  tan  impossible. 

*  [  Zel. — En  mis  pensamientos,  que  no  sin  cau- 
sa me  subieron  tan  alto,  y  su  naturaleza  es  na- 
uegar  sin  velas  de  la  razón:  porque  la  fortuna 

,  que  los  habilita  no  tiene  en  sus  obras  más  res- 
1  peto  que  obligarse  a  fauorecer  a  quien  se  le  en- 
I  trega,  y  la  opinión  de  los  espíritus  es  como  la 
i  fee,  que  no  pende  de  razón  ni  carece  della,  por- 
que la  tiene  en  lo  que  pretende  tanto  que  lo 
ipretende.  Dios  haze  de  los  humildes  gi'andes, 
lia  orden  de  sus  obras  se  nos  encubre  a  nuestro 
jjoyzio:  porque  solo  assi  se  entiende,  y  ninguno 
jes  su  consejero. 

I  Sil,— "Esso  es  edificar  sobro  arena.  No  es  ya 
pempo  dessas  cosas.  Bien  sabéis  quán  poco  va- 
?en  aora  merecimientos;  sólo  en  la  ventura  con- 
siste todo,  y  ésta  vemos  que  pocas  vezes  o  nin- 
-nna  ayuda  a  quien  lo  merece,  y  de  los  que  el 
iiuüdo  más    espera    vemos    más    aniquilados, 


qu3  parece  que  Dios  desliaze  la  rueda  de  nues- 
tra opinión. 

Zel. — Lo  mismo  digo  yo.  Quanto  más  sin 
razón  os  parece  esta  empresa,  tanto  más  cierto 
está  el  conseguilla,  porque  Uios  con  las  cosas 
pequeñas  confunde  las  grandes. 

Sil. — Señor  primo,  emplead  vuestros  cuyda- 
dos  en  tierra  firme,  que  quien  corre  por  el  muro 
no  da  passo  seguro.  No  perdáis  el  tiempo  en 
cosa  tan  fuera  de  razón. 

Zel. — Vos,  señora,  dezid  lo  que  quisieredes; 
mas  vn  desengaño  os  doy,  que  soy  tan  satisfe- 
cho y  vano  de  mis  pensamientos,  porque  bola- 
ron  tan  alto,  que  si  alguno  de  col)arde  se  me 
abatiesse,  como  a  vastardo  lo  echaria  fuera  de 
raí,  como  la  águila  arroja  del  nido  al  hijo  que 
no  mira  derecho  al  Sol. 

Sil. — Quiero  tener  enojo  y  no  puedo,  porque 
soy  vna  alma  de  cántaro;  mas  qué  os  parece:  si 
se  lo  dixesse  a  su  padre,  daría  yo  buena  cuen- 
ta de  mí? 

Zel. — No  es  tan  necia  ni  tan  poco  amiga 
vuestra  que  lo  dirá;  no  quiero  raás  de  vos  de 
que  dexeis  caer  esta  carta  donde  la  pueda  ver. 

Sil. — Libreme  Dios  de  vuestras  demasías; 
dexaos  de  tales  presunciones,  que  siempre  su- 
ceden mal. 

Zel. — Cómo  habláis  sin  pena  y  fuera  de  sen- 
tir mi  mal!  vos  me  aueis  de  hazer  esta  merced. 
En  todo  caso  veis  ahi  la  carta,  hazed  della  lo 
que  quisieredes. 

/?//.— No,  no,  no;  tomad,  tomad. 

Zel. — Eclialda  en  esse  suelo,  porque  en  nin- 
guna manera  la  he  de  boluer  a  tomar,  aunque 
sepa  que  he  de  perderos. 

Sil. — Ay  triste  de  mí,  si  Eufrosina  la  ha 
visto!  en  qué  pendencia  me  aueis  metido!  yo  he 
de  ir  luego  a  quemalla. 

Zel. — Quemadme  a  mí  también  y  acabareis 
conmigo  y  yo  con  todo. 

Sil. — Ya  no  quiero  oirosmás,  idos,  idos  muy 
en  buen  hora,  que  ya  he  conocido  que  me  que- 
réis mal. 

Zel.—  Más  mal  me  queréis  vos,  señora.  Voy- 
me,  pues  assi  lo  mandáis,  tan  fuera  de  irme, 
como  de  esperanca  de  viuir,  pues  assi  lo  quiere 
la  fortuna;  y  sabed  que  quedo  aqui  como  Ar- 
chimeiiides  en  Sicilia  a  la  sombra  que  soy  de 
mí.  Esta  se  va  a  la  compañía  de  los  mnertos 
sin  sepultura,  y  quien  aora  me  mata  sois  vos. 

Sil.  Todo  vais  consumido;  nunca  vi  muer- 
tos hablar  sino  aora. 

Zel. —  La  muerte  no  es  más  que  el  aparta- 
miento que  el  alma  haze  del  cuerpo. 

Sil.  — Por  esso  digo  que  no  estáis  vos  avn 
muerto,  pues  tenéis  alma. 

Zel.  —  No  tengo,  que  el  alma  claro  está  que 
reside  donde  ama  y  no  donde  anima,  y  la  mia 
más  que  todas,  ]  orque  tiene  más  razón. 


116 


orígenes  de  la  novela 


Sil. — Ay,  primo,  primo,  dessas  filosofías  sa- 
béis vosotros  muchas  para  engañar  a  las  ino- 
centes que  os  creen.  Pues  cómo  andáis  y  hazeis 
las  demás  acciones  como  viuo? 

^éZ.  — Quedóme  vn  aliento  del  alma  que  me 
sustenta  assi  los  miembros,  que  por  ella  mueue 
este  cuerpo  mortal.  Assi  como  en  vuestro  cofre, 
en  que  tenéis  almizcle,  si  lo  quitáis,  queda  el  olor 
de  manera  que  parece  estar  presente  el  almizcle. 

Sil. — O,  mala  cosa,  y  quánto  sabéis ;  no  quie- 
ro hablaros  más,  que  estoy  muy  mal  con  vos. 

Zel.  —  Sea  para  hazerme  bien,  que  de  los  bue- 
nos es  no  pagar  mal  con  mal.  No  me  dexeis  del 
todo  a  la  fortuna. 

Sil. — Idos,  que  todo  se  hará  bien;  el  diablo 
me  hizo  tan  aficionada  vuestra. 

Zel. — Acordaos  que  viuo  no  más  de  en  quán- 
to vos  queréis  que  viua. 

Sil. — Dexadme,  parlero,  que  nunca  acabáis. 

SCENA    QUINTA 

Andrbsa,  Vitoria. 

And. — Comadre,  espérame,  comadre,  sorda 
Vitoria. 

Vit. — Quie'n  llama? 

And. — O,  mal  pesar  veáis  de  los  Moros,  todo 
oy  te  vengo  llamando. 

Vtt. — Pues  yo  no  te  oia. 

And. — Irás  pensando  en  la  picaba. 

Vit. — Has  visto  oy  aquella  persona? 

And. — Menos  ha  de  vn  año  que  estuue  con  él. 

Vit. — Y  qué  te  dixo,  por  su  vida  negra? 

And.  — Mira,  hermana,  contarete  muchas 
cosas  que  passamos. 

Vit. — Estamos  aora  muy  reñidos? 

And. — Pues  de  ahi  le  viene  la  tos  al  gato. 

Vit. — Ha,  no  me  lo  digas,  ya  te  lo  fue  a 
dezir? 

And. — A  y,  hermana,  si  tú  lo  vieras  huuieras 
dolor  del  cuytado,  cómo  se  desbautizaua,  po- 
nía las  manos  en  la  hijada,  leuantaua  el  cuello 
y  decia:  Uexalda  vos  a  ella,  que  adelante  lo  ha- 
llará. 

Vit. — O  mal  pesar,  quién  quiere  tener  vida? 
y  dónde  te  halló,  hermana? 

And. — Venia  yo  del  horno,  y  porque  passa- 
ua  sin  verlo,  dixo  él:  ni  yo  a  vos. 

Vit. — Poco  ha  que  me  passeó  la  puerta,  y  yo 
entraña;  dixome  a  las  espaldas:  Ya  no  queréis 
hablar  como  sollados;  mas  yo  lerespondi:  Quien 
os  deuiere  que  os  pague. 

And. — Essos  son  siempre  sus  dichos.  Mas 
qué  te  dixo  (^),  preguntóme  si  te  auia  visto. 

Vit. — Y  tú  que  le  dixiste? 

And. — Fui  yo  en  mala  hora  y  acerté  a  dezir- 

(')  En  el  original  digo,  pero  parece  errata. 


le,  pensando  que  lo  contentaua:  poco  ha  que  nos 
reimos  sobre  vuestra  persona,  y  en  tan  mala 
hora  y  negra  yo  se  lo  dixe. 

F2'í. -Porqué? 

And.  -  Torna  él  luego  como  abispa  muy  eno- 
jado: assi  lo  pienso  yo,  por  esso  soy  vn  necio, 
que  si  tengo  alguna  pesadumbre  con  ella,  no 
como  ni  duermo. 

Vit. — A  y,  mal  hura,  assi  es,  cortado  está  el 
niño  de  frió;  no  comerá  con  el  enojo,  bien  se  le 
echa  de  ver  en  la  cara. 

And. — Aora  escucha,  hermana;  dixo  él  he- 
cho vn  odre:  Aora  andar. 

Vit.  —  Dixerale  yo:  quien  pudiere. 

And. — Pues  assi  se  lo  dixe  yo.  El  mirando 
al  traues,  muy  ceñudo,  los  ojos  en  el  suelo:  No 
he  de  ser  yo  siempre  bobo;  sobre  cuernos  cinco 
sueldos.  Algún  dia  me  echará  menos;  entonces 
me  creerá,  que  el  bien  no  es  conocido  hasta  que 
es  perdido:  porque  yo  le  digo  la  verdad  de  lo 
que  le  conuiene.  Está  ella  mal  conmigo  y  no 
dexa  de  hablar  con  quantos  van  y  vienen,  sin 
tener  recato  vna  hora  más  que  otra,  aunque  le 
estoy  predicando  siempre. 

Vit. — Hermana,  yo  me  rio  desso.  No  sabe 
el  asno  qué  cosa  son  alfeloas  (^).  El  piensa  que 
soy  su  esclaua  y  que  me  ha  de  tener  sujeta:  qué 
placer,  pues,  de  marido,  la  cera  gastada  y  él  viuo! 
Mejor  juizio  me  dio  a  mí  Dios  que  esse.  Vieja 
escarmentada  arrejazada  va  por  el  agua.  Yo  co- 
nozco a  éstos  muy  bien;  todos  son  aora  me  veis, 
aora  no  me  veis;  y  quien  a  su  enemigo  popa,  a 
sus  manos  muere.  He  de  hablar  y  reir  con  quien 
a  mí  me  diere  mucho  gusto,  y  él  ni  otro  más 
pintado  que  él  no  me  ha  de  quitar  el  poder  que 
tengo.  De  aqui  adelante  no  seré  yo  boba,  que 
quien  con  mal  vezino  ha  de  auezindar,  con  un 
ojo  ha  de  dormir  y  con  otro  velar. 

And. — Pues  escucha  lo  que  me  dixo:  si  yo 
caso  con  ella,  sepa  por  cierto  que  yo  no  me  fio 
de  mi  padre;  y  cornudo  sea  yo  luego  si  no  la 
hiziere  tener  juyzio  a  su  costa,  y  andar  derecha. 

Vit. — Esso  te  dixo?  Huelgome  mucho,  que 
qual  te  dizen,  tal  coragon  te  ponen.  Por  la  boca 
muere  el  pez,  y  la  liebre  cogen  a  diente;  pues 
[por]  sólo  esso  no  me  alcance  la  bendición  de  mi 
madre,  que  come  tierra  fria,  si  más  le  hablare;  j 
que  en  fin  y  no  de  valde  dizen:  Sea  en  juego, 
sea  en  saña,  siempre  el  gato  araña.  ' 

And. — Y  mañana  morirás  por  hablarle,  que 
quien  el  diablo  conoció  vna  vez,  siempre  le  que- 
da memoria  del. 

Vit. —  Pues  qué  amargura  y  qué  mercado  de 
ver9as!  En  buena  fe,  hermana,  yo  te  digo:  tu 
ruin  se  nos  va  de  la  puerta  y  otro  llega  que  nos 
consuela. 

; 

I 

{')  Eu  la  traducción  castellana,  alfeolas;  en  el  texto| 

portugués,  alfeloaa.  I 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


117 


And. — Da  al  diablo  tales  cuentas ;  que  quien 
se  enoja  en  la  boda  la  pierde  toda,  que  a  e'l  no 
le  ha  de  faltar,  y  quien  boca  besa,  boca  no  desea. 
Peor  será  que  él  se  enamore  de  otra;  y  sardina 
qne  el  ^ato  llena,  perdida  va,  y  si  él  no  te  qui- 
siera bien,  no  te  dixera  esso. 

Vit  — Andar  en  buen  hora.  Pues  qué  bien  el 
suyo,  yo  qué  le  hago?  nunca  el  demonio  acaba 
con  rabio  acá,  rabio  acullá.  Dexeme,  dexeme 
aora  hablar,  que  boca  tengo  de  niio  y  no  la  voy 
a  pedir  prestada,  ni  le  quito  la  suya.  El  se  po- 
drá escusar  de  tratar  siempre  de  mí,  que  por 
esso  dicen:  quien  no  te  ama  en  juego,  te  disfa- 
ma. Sea  en  buen  hora,  qne  quien  muchas  pie- 
dras mneue,  en  alguna  se  hiere.  Toda  su  rabia 
es  que  porqué  yo  hablo  con  Fütria  y  soy  su  ami- 
ga; pues  he  de  serlo  y  hablarle,  aunque  más  le 
pese  y  amargue,  y  digan  lo  que  quisieren,  que 
donde  no  hay  fuego  no  se  leuanta  humo. 

Anfl. — Y  si  el  amigo  (^)  se  enoja  y  se  casa  y 
te  dexa  a  buenas  noches? 

Vi't. — Esso  querría  ver;  sí,  en  buena  fe;  qué 
pérdida!  venga  buen  año  de  pan  y  vino,  que 
tanto  se  me  da  que  me  quiera  como  que  me 
dexe  de  querer;  no  he  de  perder  por  esso  el  dor- 
mir a  pierna  tendida;  hermana,  no  me  quiero 
cautiuar  antes  de  tiempo;  en  quanto  soy  mo9a 
quiero  lograr  la  vida,  que  después  no  sé  qué 
será  de  mí;  lo  que  fuere  mió,  a  la  mano  me  ven- 
drá, que,  en  fin,  quien  con  saluados  se  mezcla, 
malos  perros  lo  comen,  y  quien  en  ruin  sitio 
pone  viña,  en  las  espaldas  trae  la  vendimia.  Si 
aora  anda  él  con  este  run  nin,  después  raatará- 
me  a  palos,  que  quien  casa  por  amores  viue  con 
dolores.  Algún  ángel  bueno  habló  ahora  por  ti 
en  decirme  esso.  y  quÍ9a  será  él.  Quien  todo  lo 
quiere  todo  lo  pierde,  quien  escupe  al  cielo  en  la 
cara  le  cae;  y  tanto  haze  el  lobo  enti-e  semana, 
que  el  Domingo  no  va  a  Missa,  y  si  le  topo,  yo  le 
desengañaré  de  nueuo,  le  haré  rabiar,  que  quien 
dize  lo  que  quiere  oye  lo  que  no  quiere,  y  quien 
mal  habla,  peor  oye.  El  con  aquella  negra  fan- 
tasía de  ser  ya  oficial,  piensa  que  el  Rey  es  su 
porquerÍ90.  No  aya  miedo,  yo  se  lo  aseguro, 
que  yo  le  vaya  a  rogar,  qne  sí  éste  no  me  quie- 
re, estotro  me  ruega.  Muger  soy  yo  para  casar- 
me en  camíssa,  sana  y  sin  lision,  ni  suzia,  ni 
desaliñada  como  otras  que  veo,  y  para  ayudar 
I  á  mi  marido;  no  me  he  de  perder  por  apocada, 
y  como  dizen:  antes  quiero  vn  page  holga- 
1    do,  etc. 

And.  —  'En  buena  fe,  hermana,  dizes  verdad. 
En  fin  éstos  de  Palacio  nunca  salen  de  casa 
sino  aliñados  y  luzidos,  que  es  contento  verlos; 
son  tan  corteses,  que  siempre  tienen  la  boca 
llena  de  señoría. 

^^i't- — Aquellos  nuestros  todo  el  día  no  en- 

(';  En  el  original,  por  eiTata,  amiga-  \ 


tienden  en  otra  cosa  sino  en  limpiarse  y  pey- 
narse;  todas  las  noches  dan  músicas  y  no  entra 
en  ellos  pesar.  Mas  sabes  tú  qué  dizen?  que  an- 
dan siempre  sobre  su  prouecho  donde  preten- 
den, y  quieren  mucho  la  conclusión. 

And. — Conocellos  y  andar  sobre  seguro. 

Vit. — Lo  que  yo  te  digo,  que  esso  es  lo  me- 
jor; su  ventura  les  valga,  pues  nos  dexan  en- 
teras . 

And.  — O,  los  enemigos  te  Ueuen,  desvergon- 
9ada. 

Vit.-—  Pues  digote  verdad;  al  fin  éssas  vemos 
mejor  casadas,  estimadas  y  queridas,  y  más 
vale  vn  dia  de  placer  que  ciento  de  pesar. 

And. — Con  esso  ellos  oy  buscan  vna  y  ma- 
ñana otra,  y  andan  prouando  vinos. 

Vit. — Yo  sé  vno  que  no  me  dexa  a  sol  ni  a 
sombra,  y  se  casará  conmigo  de  bueno  a  bueno, 
y  lo  tendrá  por  gran  ventura,  mas  no  lo  puedo 
ver  ni  pintado. 

And. — Quál,  aquella  cosa  que  nos  dio  la 
fruta  quando  lauamos,  que  traia  los  guantes 
muy  picados? 

Vit. — Esse  también  se  rae  oluidaua.  Anda 
beuiendo  los  vientos,  mas  empero  estotro,  yo  sé 
persona  a  quien  le  dixo  con  trecientos  jura- 
mentos que  estaña  perdido  por  mí,  y  que  si  yo 
quisiera,  que  liiziera  y  aconteciera. 

And. — Sí,  mas  ellos  no  tienen  sino  dia  y 
vito,  y  en  fin,  son  pajes,  que  oy  están  aquí  y 
mañana  en  Francia,  y  en  cada  tierra  reciben  vna. 

Vit. — No.  que  estotro  es  camarero  y  manda 
toda  la  casa,  y  es  toda  la  prinanja  de  su  señor. 
Bien  me  conoces:  assi  es  la  mo9a  boba,  que 
auia  de  mirar  mo90S  de  espuelas? 

And. —  Luego  por  esso  desprecias  estotro, 
nuestro  conocido,  y  lo  traes  assi  por  los  aires? 
Pues  assegurote  que  todos  hablan  de  gorja. 

Vit. — Bien  sé  yo  cierto  que  si  yo  quisiesse, 
que  daria  él  gracias  a  Uins.  Pues  vno  destos  de 
cabello  rizado,  recien  venido  a  esta  tierra,  que  se 
derrite  como  alfeñique,  te  digo  que  me  sigue 
sin  perderme  de  vista,  y  es  muy  gentil  hombre. 

^nd.  — Quál  es  esse? 

Vit. — Vno  que  anda  aquí  pocos  dias  ha,  y 
según  me  dizen  vino  de  la  Corte:  de  muy  brauo 
se  hace  corcouado;  anda  medio  embozado,  echa 
la  capa  a  izquierdas,  habla  con  la  cabe9a,  yo 
hago  burla  del,  él  me  dize:  luto  a  tal  que  os  he 
de  hurtar  (^),  porque  essos  ojos  me  matan. 
Veslo,  acullá  viene:  al  ruin,  como  lo  mientan, 
luego  lo  encuentran. 

And. — No  digo  yo  assi,  que  éste  es  nuestro 
Canófilo. 

Vit. — Este  es  el  hijo  de  tu  señora? 

And. — Este  es. 

Vit. — Bien  parecido  es  a  su  hermana,  como 

O  Hiiartar,  por  errata. 


118 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


si  lo  pintaran;  dauame  el  aire  y  no  caia  en  esso. 
Poco  ha  que  lo  veo  aqui. 

And.  —Poco  ha  que  vino,  aura  vn  mes,  con 
vn  primo  de  vuestra  Siluia  de  Sosa. 

Vit. — También  esse  es  galán  mancebo,  mas 
tan  graue  y,  sesudo,  que  no  habla  palabra. 

And. — No  hables  tú  en  estotro  nuestro,  que 
es  la  mejor  persona  que  pensé  ver  en  mi  vida, 
tan  afable,  tan  chocarrero;  todo  es  el  mismo 
entretenimiento,  y  en  casa  muy  gracioso. 

Vit. — Luego  sera  tabanillo  hablador. 

And. — Verlo  con  su  hermana  hará  morir  de 
risa  con  las  cosas  que  le  dize,  las  burlas  que 
con  ella  haze,  y  luego  vase  con  nosotras  y  nunca 
nos  dexa. 

Fíí.— Ella  lo  querrá  mucho  con  esso? 

And. — Piérdese  por  él,  no  le  den  otra  cosa 
sino  a  su  hermano;  él  también  se  mira  en  ella 
como  en  vn  espejo,  ruégale  que  le  diga  si  es 
enamorada.  Entonces  dizeme  él  a  mi:  Veni 
acá,  mi  señora  Andresa,  vos  deueis  de  ser  la 
Secretaria;  si  me  mostráis  el  galán,  tenéis  de 
mí  vnas  chinelas,  que  lo  deseo  conocer  para 
darle  la  obediencia  y  hazerle  la  cortesia  cuando 
lo  topare. 

Vit. — Será  grande  amigo  tuyo? 

And. — El  mayor  del  mundo;  ver  los  conse- 
jos que  me  da,  dizeme:  Mira  acá,  mo9a,  fíate 
de  mí.  Quieres  vn  consejo  de  amigo?  no  cures 
de  enredarte  con  amores  mecánicos,  que  hieden 
a  zerotes,  ni  los  vayas  a  buscar  mas  lexos,  ya 
que  hallaste  los  mios  en  casa;  lo  que  has  de  ha- 
zer  por  vn  villano  ruin  que  te  quiebre  las  cos- 
tillas a  palos  hazlo  conmigo,  que  te  lo  sabré 
agradecer, y  más  que  yo  contribuyo  largamente, 
doy  9apatiílas,  tocas,  jubones  y  cintas;  y  luego 
dize  cosas  qne  no  tienen  fin. 

Vit.  —  Ay,  ay,  algnn  gran  desvergongado  es; 
pues  aun  a  mi  no  me  ha  dicho  tantas  cosas. 

And. — Callemos,  que  llega  junto  a  nosotras. 

SCENA  SEXTA 

Cariofilo.  Vitoria.  Andrksa. 

Car.  -  Beso  las  manos  dessa  persona  mil 
quentos  de  vezes. 

Vit. — Diz  que  sí,  líbrenos  Dios;  a  ti  va, 
suegra. 

.ánfi?.  — Mas  a  ti,  nuera. 

Car. —  Huelgo  mucho  con  esse  parentesco, 
con  tal  que  sea  yo  el  esposo. 

Fz'í.  — Lexos  va  su  agüero,  con  sol  passe  él 
por  nuestra  puerta. 

Car. — Por  qué  sois  tan  libre,  señora?  quién 
os  dize  que  por  ser  tan  hermosa  estáis  obligada 
a  poner  los  pies  sobre  todo? 

Vit. — Pues  bien,  son  desgracias. 

Car. — Por  estas  que  me  nacen,  que  os  he  de 


hurtar,  porque  estáis  mal  empleada  en  esta  tie- 
rra, y  yo  sé  otra  en  que  podéis  triunfar. 

Vit  — Queréis  vos?  daldo  por  hecho.  Pensáis 
que  aquello  es  poco?  comed  naianja  y  cortareis 
la  colera. 

Car. — Burláis  de  mí,  señora?  sea  en  buen 
hora,  no  es  pequeña  ventura  essa.  Pues  sabed 
que  no  ay  cosa  que  assi  me  rinda  como  estos 
requiebros  con  desdenes:  porque  soy  tan  sujeto 
a  vna  gracia  robadora,  y  a  vn  rostro  triguero, 
que  por  toda  la  vida  no  boluere  el  pie  atrás. 
Andresa,  hija,  vos  me  aueis  de  valer  con  esta 
moga,  si  queréis  que  seamos  amigos,  o  al  me- 
nos porque  no  veáis  mal  pesar  de  mí,  pues  veis 
cómo  me  trae  atropellado,  y  con  quanto  mal 
me  haze,  no  le  puedo  querer  mal,  ni  me  lo  pa- 
rece. 

Vit. — Echase  muy  bien  de  ver.  No  se  habla 
en  otra  cosa  en  la  pla9a. 

Car. — Oisme  vos,  amiga  mia? 

Vit. — Ay,  lesus,  pues  no? 

And. — Si  ella  quiere,  no  ha  de  quedarpor  mí. 

Car. — A  proposito.  No  me  paguéis  con  es- 
cusas, que  no  me  está  bien,  y  yo  no  quiero  que 
haga  ella  por  mí  sino  lo  que  mereciere. 

Vit. — Sí,  paja  y  cebada  lo  que  basta,  assen- 
talde  la  paga. 

Car.  —  Ha  de  vna  traydora,  por  qué  tenéis 
essos  ojos  tan  trauiessos? 

Vit. — Mal  hora  y  negra,  vistes  en  lo  que  ha 
dado?  pues  qué  le  haremos? 

Car.  -  Si  vos  me  dierades  poder  sobre  ellos, 
yo  me  atreuiera  a  hazellos  muy  mansos. 

Vit. — San  Manso  que  los  amanse.  He  miedo 
que  los  haréis  muy  mala  compañía,  y  yo  quie- 
rolos  como  la  vista  con  que  veo. 

Car.  -  Tenéis  mucha  razón,  y  a  vos  os  pa- 
rece esso  por  la  mala  que  me  hazeis;  pero  yo  no 
soy  vengativo  con  mugeres  hermosas,  y  por^n 
lunar  en  la  cara,  como  esse  que  tenéis,  no  ay 
cosa  que  yo  no  dexe;  y  si  vos  quisiessedes  to- 
mar experiencia  de  mí... 

Vit.  Por  lo  que  a  mí  toca,  en  esso  estoy; 
qué  me  aconsejas  tú,  suegra? 

And.—  Eres  vna  boba,  yo  hizieralo:  niega  el 
sí,  para  ver  lo  que  haze,  señora. 

Vit.—  Bueno  seria  pnra  él  esso. 

Car. — Señora  mia,  fuera  de  toda  burla,  por- 
que soy  de  pocas  palabras  y  cierto  en  las  obras; 
por  e.  tas  barbas,  que  me  parecéis  muy  bien  y 
que  os  lo  deseo;  y  más  os  digo  otra  cosa,  que 
para  más  cautiuarme  no  he  visto  en  esta  tierra 
otra  que  tenga  talle  de  muger  cortesana  sino 
a  vos. 

Vit.  —  Suegra,  holgaos  con  mi  bien. 

And.  —  Quién  se  aueriguará  contigo?  No 
tienes  más  que  dessear,  y  aún  mal  contenta. 

Car. —  Por  este  rostro  que  os  hablo  verdad, 
y  que  tenéis  vn  donayre  cortesano  que  me  mata. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


119 


V.it. — Aun  nosotras  por  acá  no  hemos  visto 
essos  muertos. 

Car. — Pesar  de  los  Moros,  aun  más  muerto 
que  yo? 

Vit. — Señor,  os  mentirán  los  ojos,  que  no 
seria  yo. 

Car.— No  pueden  ellos  mentir  en  cosa  tan 
clara. 

F/í.  — Busque  V.  m.  las  de  su  calidad,  que 
nosotras  somos  gente  humilde.  Andamos  en 
este  río  al  frió  y  al  sol;  otras  damas  tendrá 
por  allá  que  lo  merezcan. 

Car. — Aora  me  agrauias?  Esso  no  entró  en 
el  concierto;  demás  que  os  engañáis  mucho 
conmigo:  porque  soy  muy  enemigo  de  paredes 
enjaluegadas,  y  más  codicioso  de  vna  mo9a  sin 
arte  que  el  milano  de  pollos,  lo  que  aora  es  fuer- 
9a  que  veamos  en  el  rio. 

Vit. — Esso  será  donde  ay  que  ver. 

And,—  Y  cómo  que  ay! 

Car.  —Es  el  mal  que  no  soy  muy  ignorante; 
tengo  mal  ojo,  no  puede  auer  en  essa  persona 
cosa  mala. 

Vit. —  Buenas  son  ellas,  pues  me  traen  y  me 
sacan  del  atascadero  y  no  las  he  de  buscar  pres- 
tadas? 

Car. —  A  tiempo  estamos  que  lo  veremos. 

Vit. — Mejor  placer  vea  mi  madre  de  mí,  que 
meta  el  pie  aora  en  el  agua. 

J.nr/,  — Mejor  será  tu  alma. 

Vit. — Mejor  será  ella,  que  lo  haré  como  lo  digo. 

And. — Irase  el  diablo  para  el  diablo,  y  pa- 
sarásse  esse  enojo. 

Vit. — Yo  soy  assi  antojadiza  y  estoy  aora 
como  he  de  estar. 

Car. — Yo  os  diré  cómo  será,  Andresa,  no  le 
hincháis  vos  el  cántaro. 

Vit. — Quando  ella  no  quisiere,  no  faltará 
otra  ruin. 

And. — Habláis  vos  vuestras  virtudes. 

Car. — Aqui  estoy  yo  que  sin  serlo,  si  en 
esso  os  siruo,  assi  como  estoy  os  lo  hinchire 
en  medio  de  la  corriente  del  rio. 

Vit. — A,  señor,  cubrios,  que  Ilueue.  Essas 
palabras  tienen  más  sentido. 

Car. — Y  vos  para  qué  sois  tan  maliciosa? 
Qué  modo  tenéis  para  traer  essas  cejas  tan  bien 
hechas,  que  parecen  pintadas? 

F/í.— Para  qué  es  tan  grande  honra  a  tan 
pequeño  santo? 

Car. — No  sois  sino  muy  grande  para  mí, 
que  no  ay  cosa  de  que  haga  tanto  aprecio  como 
del  valor  de  la  persona;  y  los  ruines  que  lo  pu- 
sieron en  tener  dinero  y  cosas  desta  calidad,  les 
vino  de  tener  baxos  ánimos,  y  disfrazan  la  na- 
itoraleza,  mas  la  verdad  es  mi  opinión,  y  la  fuñ- 
ido en  lo  que  veo  y  entiendo;  y  si  quisieredes 
laora  que  yo  os  hinchiesse  el  cántaro  en  la  vo- 
luntad, ya  estoy  de  la  otra  parte  del  rio. 


Vit. — Besóle  las  manos  por  lo  que  ha  diiho, 
mas  antes  lo  quebraré  que  le  daré  esse  trabajo. 

Car.  -  Quién  pudiera  saber  con  qué  intento 
se  dize  esso!  Quál  es  vuestra  calle,  señora? 

Vit. — Por  discreción  lo  sacareis:  de  frente 
de  la  nariz,  no  la  primera  puerta,  sino  la  otra. 

Car. — Aunque  sea  burlaros  de  mí,  me  ale- 
gro, pues  os  holgáis,  que  no  quiero  gusto  sin 
compañia;  yo  lo  sabré  por  otras  señales  más 
ciertas,  que  es  por  el  rastro,  que  por  todo  este 
camino  y  en  mí  dexa  essa  gracia. 
Vit.  —  Para  qué  es  tanto  cortar? 

Car. — Mirad  el  ladronicio  de  aquellos  ojos, 
aquella  risa  y  aquellos  dientes  como  perlas! 

Vit  — Vistes  aquello?  qué  gran  bien.  En 
fin,  señor,  no  se  me  da  nada  que  haga  s  burla 
de  mí  quanto  quisieiedes.  Aunque  somos  gen- 
te del  campo,  no  nos  echan  fuera  de  la  Iglesia. 

Car. — Andressa,  amiga  niia,  ya  veo  auán 
poco  valgo  por  mí  con  esta  mo9a;  en  vuestras 
manos  me  pongo  y  vos  ponedme  en  su  gracia. 

Vit. — Mirad,  señor,  que  nunca  los  encomen- 
dados hallaron  bien. 

Car. — Ha!  que  no  pretendo  más  que  tengáis 
dolor  de  mí,  pues  sois  tan  compasiua;  no  quie- 
ro para  con  vos  más  fauor  que  a  vos  misma. 

Vit. — Está  muy  bien  assi. 

Car. — Señora,  aqui  os  espero,  porque  no  sé  si 
dais  licencia  que  vaya  adelante;  y  tú,  mo9a,  por 
esse  arenal  da  señal  de  ti  como  endemoniada. 

Vit. — Aparejada  está  la  fiesta,  que  ya  la 
procession  sale. 

Car. —  Oyes  tú,  mo9a,  o  no? 

And. — Oygo,  y  más  que  oygo;  perro  ladra- 
dor nunca  buen  ca9ador. 

Car. —  Pláceme,  porque  yo  tengo  essa  opi- 
nión, y  a  buen  entendedor  pocas  palabras. 

Vit. — Hasta  esso  es  todo  nada. 

Car. — Aora  quiero  ver  lo  que  hazeis  por  mí, 
que  yo  doy  poder  bastante  para  dar  y  donar. 

Vit. — Esso  basta  con  la  fe  de  escriuano. 

SCENA    SÉPTIMA 

Cariofilo,  Zelotipo. 

Car. — Voto  a  tal,  que  es  valiente  la  mo9a  y 
bien  dispuesta,  y  deue  de  tener  buenas  carnes, 
y  es  rubia  para  mejor  señal.  Córtenme  las  ore- 
jas si  no  es  golosa;  podra  ser  que  la  cace  antes 
de  muchos  dias,  que  si  Andresa  es  la  que  yo 
pienso,  ella  me  la  traerá  a  las  manos;  y  si  no, 
todo  será  tornarme  al  camino  seíjuro,  y  al  vlti- 
mo  remedio,  que  es  mi  amiga  Filtria;  echaréla 
que  me  la  pesque.  Bueno  ando  yo  aora  con  es- 
tas muchachas.  Este  juego  quiere  que  se  den  a 
él  y  luego  acude.  La  buena  diligencia  todo  lo 
alcan9a;  con  esto  ellas  mismas  se  entráñenlos 
peligros,  como  lo  hará  ésta,  que  ya  lleua  en  la 


120 


orígenes  de  la  novela 


cabera  la  negra  vanidad  de  hermosa,  como  s¡ 
no  lo  fuera  mucho  más  la  virtud.  Es  vn  trato 
muy  gruesso  e'ste  de  las  rapacillas  y  muy  so- 
bre seguro;  hazense  de  rogar  al  principio,  y 
quien  las  conoce  y  perseuera  en  seguirlas  nun- 
ca perdió  el  caudal.  Yo  ando  ocinso,  que  es  la 
yesca  deste  fuego,  como  dize  mi  amigo  Ouidio, 
que  quitar  la  ociosidad  es  matar  la  hambre  al 
amor  y  quitarle  las  armas,  y  quando  me  des- 
autorice aora  vnos  dias,  que  no  puede  ser  me- 
nos, porque  este  rapaz  de  Cupido  es  la  misma 
desautoridad,  y  no  ay  oro  sin  escoria,  y  por  sus 
términos  se  ha  de  conseguir  todo,  tiempo  me 
queda  para  recogerme  y  llorar;  no  quiero  ca- 
sarme tan  presto.  Quanto  más  que  por  tachas, 
y  más  como  ésta_,  ninguno  perdió  casamiento; 
dinero  allana  los  montes  y  passa  el  mar.  Assi 
que  no  ay  que  reparar  en  quentas,  ni  inconue- 
nientes;  quiero  lograrme,  si  puedo;  que  para 
priuar  con  toda  muger  se  ha  de  perder  la  gra- 
uedad,  y  hazer  locuras  es  el  mejor  empleo  des- 
te  trato.  El  juyzio  estese  a  vn  lado  para  los 
quarenta;  el  arrepentimiento,  para  los  cinquen- 
ta;  la  contrición,  llanto  y  dolor,  para  la  mise- 
ria de  los  cansados  sesenta,  hasta  cerrar  la  se-. 
pultura.  El  año  da  los  frutos  sazonados  según 
las  mudan9as  de  sus  tiempos.  Assi  va  nuestra 
vida  por  sus  edades,  y  yo  también,  por  no  errar 
la  senda,  voime  con  ellos;  quiero  ir  al  paraiso 
por  el  camino  general  y  contentarme  con  tener 
allá  vn  rincón,  porque  no  soy  embidioso.  Esso- 
tros  mis  señores,  que  lo  procuran  con  muchos 
ayes  y  eleuaciones  de  ojos,  y  sólo  es  por  pare- 
cer bien  al  mundo,  si  no  es  otro  su  intento,  no 
les  he  embidia  a  lo  que  fingen  ya  sus  enga- 
ños. Ya  viene  acá  Zelotipo;  la  prissa  que  trae 
por  contarme  lo  que  le  ha  passado  con  su  pri- 
ma! qué  cosa  tan  natural  es  no  poder  encubrir 
el  contento  o  pesar  que  sentimos!  Por  este  res- 
peto, demás  de  otros,  es  la  amistad  vn  bien  di- 
uino,  que  se  comunica  con  nosotros,  sino  que 
anda  aora  muy  desvalida  por  malas  inclinacio- 
nes, porque  se  baraja  el  mundo  en  interés.  Y 
toda  la  conuersacion  se  resuelue  en  tener  ojo  al 
prouecho  particular,  no  comunicar  ni  sufrir  a 
ninguno  sino  es  con  este  fin:  ya  no  se  hallará 
otro  Damon,  ni  Pithias,  ni  vn  Rey  Dionisio, 
que  desease  su  familiaridad.  Gran  desventura 
es  la  desta  nuestra  edad;  en  ella  vemos  muchos 
exemplos  de  males  no  vistos  hasta  aora,  ni  oí- 
dos, y  ninguno  de  virtudes;  y  damos  por  escu- 
sa nuestra  el  defeto  del  tiempo,  siéndolo  el  de 
nuestro  natural,  que  lo  ponemos  en  esta  opi- 
nión con  nuestras  obras.  Ha,  señor,  vais  a  pe- 
dir algún  oficio? 

Zel. — O,  amigo,  no  entendí  hallaros  aquí; 
parecióme  que  os  huuierades  alejado  más. 

Car. — Tengo  aqui  puestos  la^os  a  cierta  ca9a. 

Zel.— Y  qué  tal? 


Car. — Aora  lo  sabréis.  Veis  aquella  rapaci- 
11a  de  lo  verde,  que  viene  acá  del  rio  con  otra 
de  mi  casa? 

Zel. — Es  criada  de  la  señora  Eufrosina. 

Car. — Por  vuestra  vida?  Pues  págamelo  y  os 
la  traeré  a  lo  que  quisieredes. 

Zel. — Esso  cómo? 

Car. — Por  que  la  mando  con  el  pie.  Esta  es 
la  que  os  dixe,  y  quando  os  dexé  tópela  y  ha- 
bléla  vnos  brauos  amores:  tengola  encomenda- 
da a  Andresa,  que  es  diablo,  y  me  la  ha  de 
rendir.  Esta  es  vna  gran  mina  para  tratar  vues- 
tro negocio,  y  llenar  y  traer,  que  estos  casos 
quieren  ser  assi  trabados.  Y  todas  estas  ayudas 
son  necessarias  para  poner  en  efeto  la  obra; 
iremos  assi  juntando  nuestras  municiones,  y 
quando  fuere  tiempo  de  poner  fuego,  no  seáis 
necio,  que  ya  sabéis  que  quantos  más  Moros, 
más  ganancia. 

Zel. — Está  bien,  pareceme  que  tenéis  razón; 
hazed  lo  que  quisieredes,  en  vuestras  manos  me 
pongo. 

Car. — Son  estos  vnos  remedios  acomulati- 
uos  a  manera  de  corredores  de  campo,  poco 
costosos  y  muy  importantes.  La  regla  de  Oui- 
dio es  picallas,  porque  sean  diligentes.  Aora  le 
hablaré  yo  en  mi  particular;  en  el  vuestro  lue- 
go, que  es  más  seguro.  Dexadme  aora  con  ella 
y  veréis  milagros. 

SCENA  OCTAUA 

Andresa,  Vitoria,   Cariofilo,   Zelotipo. 

And. — Veslo  alli,  que  está  esperando  donde 
lo  dexamos. 

Vit. — Ay  triste  de  mí,  y  aquél  que  llega 
aora  a  él  es  el  primo  de  nuestra  Silua  de  Sosa. 

And. — El  mismo  es. 

Vit. — Ay  mal  hora  y  negra,  y  él  contáraselo 
todo,  y  el  otro  irá  luego  a  ponerlo  en  pico  a  su 
prima,  que  burlará  de  mí  sin  cesar. 

And.  —  No,  que  yo  le  diré  que  le  anise  que  calle. 

Vit.~  Tan  grandes  amigos  son  los  dos? 

And. —  Guárdenos  Dios,  los  mayores  del 
mundo. 

Vit. —  Será  tan  ruin  como  él. 

Car. — Veis  aqui,  señor,  vna  señora  que  en 
aquella  señal  negra  veréis  luego  si  la  pueden 
hazer  por  mí,  y  quiero  que  juzguéis  si  tengo 
razón  en  perderme. 

Vit. —  Jesús,  líbreme  Dios!  aun  no  está  harto 
de  burlarse?  Señor  Zelotipo,  vengúeme  V.  m., 
pues  yo  no  puedo. 

ZeL — Ojala  pudiera  yo  lo  que  vos  podéis: 
que  el  seruiros  está  en  mi  tan  cierto  como  en 
él  el  obedeceros. 

Car. — Veis  aqui  esta  espada,  y  yo  delante 
dalla  como  vn  cordero. 


COMEDIA  DE 

Vit. — Guárdeme  Dios  de  mala  visión. 

Zel. — Señora  Vitoria,  donde  vos  estáis  no 
puede  auella. 

Vit. — También  me  parece  que  se  burla;  no 
esperaua  vo  de  V.  m.  esso;  prometole  que  yo  le 
dé  mis  quexas  a  la  seniora  su  prima. 

Zel. — Holgaré  muclio,  con  tal  que  le  digáis 
mi  razón. 

Fií.  — Esso  es  lo  que  más  me  importuna 
para  darle  que  reir;  demás  que  quiero  tanto  a 
V.  m.  que  no  me  atreuere  a  culpalle  delante 
della,  porque  seria  ir  con  vna  quexa  y  venir 
con  dos. 

Zel. — Pues  yo  soy  todo  de  V.  m  y  de  toda 
essa  casa,  y  tan  de  su  vando,  que  seré  antes 
contra  mí  y  contra  todo  el  mundo. 

Ca?-.  —  Andresa,  amiga  mía,  qué  tenemos 
hecho? 

J.??(/.-^Mucha  cosa. 

Car.  —  Y  pues,  quiere? 

J.«r/.  — Quiere,  en  casa  se  lo  contaré  todo. 

Car. — Está  bien,  señor  Zelotipo,  no  me  gas- 
téis mi  tiempo,  dexad  los  cumplimientos  para 
otro  di a. 

Vit. — No  le  quisiera  yo  tan  pegajoso. 

Car. — Con  vos  puedo  yo  dexar  de  serlo? 

Vit.  — "No  ay  prisa  a  quien  Dios  no  acuda. 

Car.  —  Queréis  hazerme  merced  de  vn  poco 
de  agua? 

Vit. — Toda  la  del  cántaro  os  daré. 

Car. — Cómo  no  he  de  estar  perdido  con  es- 
tas franquezas,  señora?  aora  para  entre  los  dos 
os  aueis  de  acordar  de  mí  en  ausencia? 

Vit. — Ay  Jesús,  pues  no? 

Car. — Esto  fuera  de  burla. 

Vit. — Yo  no  sé  hazer  burla  sino  de  quien  la 
hiziere  de  mí. 

Car. — Beso  a  V.  m.  las  manos  por  la  que 
me  haze,  que  es  para  mí  muy  grande;  y  mirad 
que  de  oy  adelante  viuo  como  vuestro,  porque 
os  quiero  y  estimo  mucho. 

Vit. — Ño  se  espera  menos  de  tal  persona. 

And.  -  Señores,  no  passen  adelante,  porque 
estamos  ya  en  la  boca  de  la  calle. 

Zel. — Dize  l)ien,  vamonos  por  acá,  besamos 
las  de  Vs.  ms. 

Vit. — Señor,  si  viere  que  dize  mal  de  mí, 
no  lo  consienta. 

Zel. — No  le  conuiene  a  él  esso  conmigo. 

Car. — Dexaldo  vos,  id  en  buen  hora,  que  yo 
le  cantaré  por  Mayo: 

Acá  os  hallo  en  mi  Rol, 
garrido  amor; 

y  si  mandáis,  vamos  a  la  puente,  y  contareis 
vuestras  aueuturas,  que  yo  os  veo  muerto  por 
dezirlas. 
Zel. — Vamos  en  buen  hora. 


EVFROSINA 


121 


ACTO    QUARTO 
SCENA    PRIMERA 

SiLDiA  DE  Sosa. 

Sil. — En  grandes  cuydados  me  veo  con  es- 
tos amores  de  mi  primo,  porque  no  les  hallo 
camino  ni  fundamento.  Por  una  parte  me  pare- 
ce que  es  en  donayre  todo  lo  que  dize,  y  creo 
que  su  intento  es  ennoblecerse  más  con  esto: 
porque  ya  ninguno  se  contenta  con  su  suerte, 
ni  se  quiere  preciar  delia,  y  su  fin  es  procurar 
más  altura.  Que  aqui  estoy  yo  que  no  deuo 
nada  a  la  hermosura  y  talle  de  Eufrosina,  y 
que  no  le  despreciara  ni  le  fuera  tan  costosa, 
antes  lo  tuuiera  en  buena  dicha,  por  sus  bue- 
nas partes.  Mas  no  tienen  por  bueno  sino  lo 
que  más  cuesta;  y  deste  gusto  dañado  nacen 
los  trabajos:  que  para  quien  se  quiere  acomo- 
dar con  la  naturaleza,  poco  basta,  y  el  gusto  y 
el  descanso  consiste  en  el  estado  humilde, 
como  el  dessasossiego  y  cuydado  en  estado  so- 
beruio.  Por  otra  parte  pienso  que  no  puede  más 
y,  tengo  dolor  del:  porque  le  veo  tan  consumido 
y  tan  diferente  de  lo  que  era,  que  no  ay  duda 
sino  que  muere  por  Eufrosina:  porque  lo  fingi- 
do no  dura  mucho  y  ello  mismo  se  descubre. 
Yo  temo  su  muerte,  si  se  ve  desesperado  de 
mí,  según  lo  mucho  que  muestra  sentir,  y  me 
duele  el  cora9on  de  verlo  tal.  Bien  entiendo  que 
le  puedo  remediar,  por  lo  que  he  conocido  de 
Eufrosina,  que  no  la  pesa  de  saber  que  la  quie- 
re bien,  y  las  mujeres  nunca  tunimos  juyzio  ni 
le  tendremos.  Ella  no  ha  menester  más  que  oír- 
se alabar  de  hermosa,  como  quien  piensa  que 
mata  a  quantos  la  ven;  y  assi  no  dudo  creer 
que  le  tenia  amor,  y  la  siento  eleuada,  porque 
siempre  busca  cómo  hablar  en  él;  y  toma  por 
traza  hazer  burla  de  su  persona,  como  si  yo 
fuesse  inocente  y  no  la  entendiesse;  y  de  poco 
acá  se  ha  hecho  más  ventanera  que  solia  ser, 
con  el  dessasossiego  que  consigo  trae.  Algunas 
horas  la  hallo  pensatiua,  agena  de  la  libertad  y 
descuydo  con  que  antes  se  reiay  holgaua,  como 
quien  no  tenia  cuydados  ni  cuenta  con  nada. 
Quaiido  haze  labor,  canta  uersos  sentidos.  En 
los  libros  que  lee,  todo  su  fin  es  Iniscar  passos 
de  amores,  y  gusta  mucho  dellos.  Repara  en 
los  versos  tristes  y  en  las  sentencias  de  enten- 
dimientos sutiles.  De  noche  no  puede  dormir 
y  habla  en  cosas  que  dan  a  entender  lo  que  trae 
en  el  pensamiento.  Todo  esto  es  nueuo  en  ella, 
y  pareceme  tan  mal  como  pareciera  bien  a  mi 
primo  si  lo  viera.  Qué  flaco  sufrimiento  es  el 
nuestro,  que  si  no  tiene  particular  gusto  a  que 
se  amarre  y  haga  fuerte,  no  ay  inconueniente 
que  lo  enfrene.   Hermosm-a,   sangre  delicada, 


122 


ORiaENES  DE  LA  NOVELA 


ociosidad  y  regalo  son  los  medios  de  todos  los 
estreñios  que  estas  mny  señoras  suelen  tener; 
si  quieren  bien,  no  miran  sino  a  lo  que  desean. 
Todo  lo  que  les  dizen  creen,  por  lo  que  de  sí 
presumen;  y  en  fin  todo  es  viento.  Viene  la  ve- 
jez y  seca  aquella  flor,  y  como  rosa,  que  en  vn 
dia  nace  y  se  marchita,  assi  passa  nuestra  her- 
mosura. Ved  aora  a  qué  proposito  viene  que  se 
snjetasse  mi  primo  al  amor  de  Eufrosina  la 
primera  vez  que  la  vio,  de  manera  que  la  volun- 
tad, entendimiento  y  razón  se  hizieron  luego  a 
la  vanda  del  apetito,  que  lo  tiene  tan  sin  liber- 
tad, que  confessando  el  peligro,  sin  e^peran^a 
jura  que  no  puede  escusarse  de  seguillo,  y  yo 
lo  creo  y  me  compadece.  Triste  de  mí!  y  quién 
supiera  el  fin  destos  tratos,  que  siempre  son 
peligrosos.  Si  él  se  cassase  con  ella,  no  me  es- 
taría a  mí  mal,  que  no  será  tan  ruin  que  no 
me  lo  agradezca;  mas  es  tan  incierto  y  está  tan 
lexos,  que  de  aqui  allá  no  nos  duela  la  cabera. 
Quién  me  mete  a  mí  aora  en  estas  rebueltas? 
allá  se  auengan;  si  se  quisieren  bien,  quiéranse; 
yo  no  lo  estoruaré  ni  lo  aprouaré,  al  menos  en 
quanto  más  no  viere;  quierome  entretener  en 
esta  mi  costura  y  cantar  por  apartarme  destos 
cuydados,  que  quien  canta  sus  males  espanta. 

Aquel  Cauallero 
Que  de  amor  me  habla. 
Quiérale  en  el  alma. 

Sé  que  es  mucho  mió. 
Creo  su  verdad. 
Dios  me  dio  en  empeño 
A  su  libertad. 
De  mi  voluntad 
A  su  dulce  habla, 
Quiérale  en  el  alma. 

Tieneme  fe  dada 
De  ser  mió  sin  fin; 
No  viuo  engañada. 
Ni  él  lo  está  de  mí. 
Dize  lo  venci 
Con  ojos  y  habla: 
Quiérale  en  el  alma. 


SCE:NA  SEGUNDA 
Eufrosina,  Sildia  de  Sosa. 

Euf. — Yo  quiero  oir  esta  música,  buena  está 
aora  vuestra  alma  para  pedirle  mercedes. 

Sil. — Pues,  señora,  no  hemos  de  estar  siem- 
pre de  vna  manera. 

Euf. — Tal  sea  mi  vida  como  me  parece  esso; 
quiero  ac(tmpañaros,  quando  no  sea  más  de  por 
oiros.  ¿Quién  me  ha  rebuelto  mi  azafate?  Don- 
de vos  estuuieredes  siempre  ha  de  auer  re- 
bueltas. 


Sil.  -Mejor  me  ayude  Dios  que  yo  he  pues- 
to mis  manos  en  el. 

Eiif. — Ay,  si  os  dieran  tormento,  y  cómo 
dixerades  la  verdad! 

Sil.—  En  buena  fe  que  ya  estaua  assi  quan- 
do yo  vine. 

Euf. — Mirad  qué  mentira;  si  se  os  cayera 
vn  diente  cada  vez  que  la  decis,  ya  no  tuuiera- 
des  ninguno;  y  es  sin  duda  que  me  tomariades 
de  mis  agujas,  que  a  vos  nada  se  os  escapa. 

*S'¿7.  — Mejor  viua  yo  y  me  dé  Dios  salud. 

Euf  —  Según  esso  no  viuireis.  Aora  veis 
esto?  Quién  me  ha  quitado  de  aqui  el  alfiler 
grande? 

Sil. — Su  mulata  ó  alguna  de  essotras,  que 
todo  lo  rebueluen  y  barajan,  ó  lo  perdería  ella, 
que  nunca  lo  prende. 

Euf.  -  Esse  es  buen  dissimular;  mostrad, 
que  yo  lo  conoceré.  Ay,  esse  es. 

Sil. — Lo  que  yo  sé,  señora,  que  en  la  otra 
sala  lo  hallé. 

Euf.  —  No,  sino  que  vos  halláis  más  en  mi 
agugero  Veamos  qué  tenéis  hecho  en  vuestras 
labores.  Ay,  hermana,  y  cómo  sois  desaliñada, 
y  perdonadme;  mirad  cómo  tenéis  ahajada  esta 
costura,  que  no  está  para  ver. 

Sil. — Vistes  tan  grande  mal?  pues  sí,  desali- 
ñada es  la  niña!  ensucianmela  essas  criadas, 
que  me  la  andan  arrojando  por  cima  de  las  ar- 
cas: y  nunca  tiene  ventura  de  estar  queda  en 
vn  lugar,  por  más  que  lo  riña  y  vocee. 

-Em/.  —  Qué  cierto  es  que  no  veréis  assi  la 
mia! 

Sil.  —  Quién  alabará  la  nouia? 

Euf. — Mas  no  lo  podéis  negar.  Graciosa  es 
esta  labor. 

Sil. — Estos  ramos  le  dan  mucha  gracia. 

Euf. — Pues  quando  tengan  la  cenefa  que 
los  acompañe,  ha  de  parecer  muy  bien. 

Sil. — Bien  sé  yo  quién  ha  de  llorar  en  otra 
ocasión. 

Euf. — Mirad  lo  que  dize  esta  desuergon9ada. 

Sil. — Tal  me  sucediesse,  y  guardad,  señora, 
no  se  os  rebuelua  el  estomago;  mas  qué  cierto 
es  que  lo  quisierades  oy  antes  que  mañana,  y 
os  agrada  tanto,  que  no  lo  creéis. 

Enf. — En  buena  fe,  que  antes  querría  ser 
monja. 

Sil. — Ya  anda  por  aqui  el  amor;  y  quién  os 
lo  quita? 

Euf. — Mi  señor  padre,  que  no  querrá. 

Sil. — Ay,  quién  lo  creyessel 

Euf—  Por  qué  no?  pues  sé  muy  bien  quán 
poco  dura  esta  vida,  y  que  hoy  somos  y  maña- 
na no,  y  de  vna  hora  a  otra  nos  desconocemos. 
Passa  el  verdor  de  la  edad  en  dos  días;  y  quan- 
do no  pensamos  estamos  en  la  vejez,  y  toda 
nuestra  hermosura  se  acaba.  En  el  alma  con- 
siste la  verdadera  y  durable  belleza.  Todo  lo 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


123 


demás  que  tenemos  es  sombra,  que  passa  en  vn 
naomento.  Si  de  tanto  tiempo  como  ocupamos 
en  las  vanidades  del  mundo  considerassemos 
alguna  hora  quán  poco  dura  todo  y  con  quán- 
to  trabajo  se  goza,  y  conociessemos  este  engaño 
tan  claro,  no  es  possible  sino  que  tuuieranios 
más  cordura  en  nuestro  proceder,  aunque  pien- 
so que  no  aproucchan  consideraciones;  poique 
anda  la  común  inclinación  tan  habituada  a  ma- 
los exercicios,  que  los  que  más  conocimiento 
alcan9an  del  mal  lo  suelen  hazer  peor.  Hazemos 
siempre  las  cuentas  de  lexos,  sin  reparar  en  el 
cargo;  repartimos  la  vida  en  vanos  fundamen- 
tos, que  llorando  seguimos;  damos  poder  a  la 
costumbre,  fuerza  a  naturaleza,  disculpa  a 
nuestras  inclinaciones.  De  manera  que  hazemos 
nosotros  otra  ley  que  compite  con  la  de  Dios, 
todo  para  mayor  trabajo:  que  el  mundo  y  el  pe- 
cado nunca  dieron  descanso. 

*SV/. — Quién  haze  aora  a  Eufrosina  predica- 
dor? pero  qué  cierto  es  esto  de  ánimos  descon- 
tentos é  indeterminados  en  su  gusto,  que  como 
no  lo  tienen  en  lo  que  pretenden,  luego  tratan 
de  consuelos  espirituales.  Qué  lexos  están  des- 
tas  espiritualidades  los  ánimos  diuertidos  y  en- 
frascados en  sus  apetitos! 

£■»/.  — Esto  es  cosa  llana,  que  vna  monja 
buena  Religiosa  viue  fuera  de  toda  desuentura 
y  muy  contenta,  siruiendc  a  Dios  con  muy  cier- 
ta esperan9a  de  eterno  premio;  porque  quien 
más  cerca  está  del  fuego,  más  se  calienta,  y 
no  puede  tener  disgusto  a  que  luego  no  le 
socorra  el  fauor  diuino;  y  vale  más  un  momen- 
to de  consuelo  espiritual  que  quantos  tormen- 
tos falsos  el  mundo  puede  dar  y  tiene. 

Sil. —  Señora,  bien  parla  Marta  después  de 
harta;  vos  como  estáis  segura  desso,  tratáis 
bien  del  arnés.  Ser  penitente  es  el  trabajo,  que 
confessor  quienquiera  lo  será,  y  el  mayor  pa- 
rece ligero  a  quien  no  lo  passa. 

Euf. — Esso  es  verdad,  mas  no  contradize 
serlo  también  lo  que  yo  digo:  porque  todos  ve- 
nimos a  este  mundo  a  purgar  el  pecado  de 
nuestros  primeros  padres,  y  por  este  medio  ha- 
bilitarnos para  la  vida  eterna,  para  que  fuimos 
criados,  y  las  religiosas  caminan  por  el  atajo  y 
I  se  ven  más  cerca  de  conseguir  este  efeto,  y  no 
se  ocupan  en  otra  cosa  sino  en  exercicios  para 
j  conseguirlo.  Y  lo  que  á  los  del  siglo  parece  más 
'  áspero  en  el  hombre,  que  es  professar  pobreza, 
.castidad  y  obediencia,  viuir  como  encarceladas 
|SÍn  salir  del  monasterio,  ir  siete  veces  al  coro 
Icada  dia  a  alabar  a  su  Criador,  bien  conside- 
,rado  es  el  mayor  descanso  desta  vida:  porque 
'dadme  vos  miserias  como  las  que  padece  la  mu- 
iger  casada,  por  más  rica  que  sea,  en  criar  los 
jhijos,  casar  las  hijas,  sufrir  y  pagar  las  amas  y 
¡criadas.  Pues  sugeciou  no  puede  ser  mayor  que 
¡la  que  tiene  a  su  marido,  zelada  de  los  cuña- 


dos, reprehendida  de  sa>  hermanos,  notada  de 
los  parientes,  perseguida  de  la  suegra;  y  el  dia 
que  sale  de  casa,  le  questa  la  licencia  mil  enfa- 
dos y  de  donde  fue  trae  otros  tantos;  y  todo 
por  el  mundo  que  siguen,  de  que  esperan  por 
premio  doblado  tormento,  y  con  tanta  desuen- 
tura, quanta  en  este  purgatorio  ay  que  sentir. 
Pues  sólo  por  el  descanso  de  espíritu  de  la  mon- 
ja, en  buena  fee  que  tiene  tanta  ventaja  seguir 
la  Religión,  y  no  el  siglo,  como  la  verdad  a  la 
mentira. 

Sil.—  Lo  contrario  dirán  algunas,  que  las 
entran  contra  su  voluntad. 

Euf. — Esso  es  porque  ninguno  viue  conten- 
to con  su  suerte,  si  la  considera  con  las  espe- 
ranzas del  mundo.  Mas  quien  tantea  la  vida 
con  la  razón  de  espiritu  dirá  lo  que  yo  digo,  y 
ojala  me  la  dexaran  seguir  a  mí  aora. 

Sil.  —  Pecado  fuera  comer  la  tierra  essa  her- 
mosura y  mal  lograr  essa  gallardía. 

Euf. — En  esso  va  poco  y  se  auentura  a  per- 
der mucho. 

Sil. —  Qué  cosa  ha  de  ser  quando  la  veamos 
con  vn  hermoso  hijo  a  los  pechos?  que  de  tal 
árbol,  tal  fruto;  y  no  puede  ser  mayor  gusto  que 
ver  la  simiente  en  grano. 

Euf. — Y  qué  caro  que  les  cuesta  a  las  cuy- 
tadas  de  las  madres!  No  vais  más  lexos  de  la 
mia,  que  desde  que  me  parió  no  tuuo  vn  dia  de 
salud  y  le  resultó  la  muerte;  y  assi  sólo  por  no 
parir,  querría  ser  monja  cien  vezes. 

Sil.— Ya  otras  han  dicho  esso  y  se  casaron; 
si  yo  no  me  muero,  no  me  acostaré  antes  que 
os  azeche  y  vea  lo  que  passa. 

Euf. — Vos  lo  hauíades  de  hazer? 

Sil. — Y  como  que  espero  hazerlo  y  reirme 
mucho  quando  oyere  llorar,  pesándome  por  no 
ser  vos. 

Euf. — Vuestro  dia  os  vendrá. 

Sil. — Ya  fuesse  antes  oy  que  mañana. 

Euf.—  Qmen  assi  lo  dize  no  lo  niega. 

Sil.  -  Es  mal  hora  que  me  haga  de  rogar  con 
lo  que  yo  deseo. 

Euf.  —  Qué  carta  es  esta  que  tenéis  en  el 
pecho? 

,5/7. — Dadlo  acá,  señora,  dadlo  acá,  que  no 
os  importa. 

Euf. — Primero  veré  si  es  de  amores. 

Sil. — Por  vida  mia  no  verá,  si  yo  puedo. 

Euf. — Assi  yo  vina  como  la  veré. 

Sil. — Por  Dios  le  pido  que  me  dé  mi  carta; 
y  pues  yo  no  veo  las  suyas,  por  qué  ha  de  ver 
las  mias? 

Euf. — Quiero  yo  ver  ésta. 

Sil.  -  Parecele  bien  esto?  pues  déme  quantos 
golpes  quisiere,  que  no  he  dexar  que  la  vea  en 
ninguna  manera  del  mundo. 

Euf. — Pienso  que  queréis  jugar;  vos  ya  no 
me  la  habéis  de  quitar  por  fuer9a,  y  por  vida 


124 


ORIGEIÍÍES   DE  LA  líOVELA 


de  mi  señor  padre  que  si  porfiáis,  que  tne  eno- 
ge  de  veras. 

Sil.—  Hazed  vuestra  voluntad.  Yo  no  sé  qué 
desgracia  es  la  mia  o  qué  cautiuerio,  que  todo 
lo  ha  de  ver;  porque  yo  soy  vna  necia.  Algún 
dia  he  de  ser  señora  de  mí.  Y  si  yo  no  esperara 
esto,  con  mis  manos  me  matara;  yo  me  iré  en 
casa  de  mi  madre  por  escusar  estas  cosas. 

Euf. —  Señora,  no  se  deshaga  por  amor  de 
mí,  que  no  es  el  mal  tan  grande.  También  yo 
soy  para  guardar  secreto,  y  no  sabría  encubri- 
ros ninguno  mió.  Mas  no  todas  son  almas  de 
cántaro  como  yo  soy.  Veis  ahi  vuestra  carta 
tan  preciada. 

Sil.  —  Holgóse  mucho,  ríase  aora  y  haga 
burla  a  su  placer. 

Euf.  —  Mas,  fuera  de  enojo,  queréis  dezirme 
cuya  es? 

Sil. — Es  de  su  dueño. 

Euf. —  Qué  graciosa  sois!  Pensáis  vos  que  es 
bueno  mostraros  afrentada,  como  que  no  hizie- 
rades  conmigo  otro  tanto,  y  yo  lo  sufriera? 

Sil. — Pues  assi  es  la  mo9a  sufrida  para  bur- 
larse con  ella  quando  no  quiere. 

Euf. — Tenéis  bien  de  qué  quexaros;  pero  la 
carta  yo  os  prometo  que  es  muy  discreta.  Kes- 
pondistes  ya? 

Sil. —  Señora,  no  queráis  saber  lo  que  no  os 
importa,  ni  de  ninguno  más  de  lo  que  os 'qui- 
siere dezir. 

Euf. — Por  qué?  no  soy  muger  para  guardar 
secreto?  poca  confianca  hazeis  de  mí,  más  fiara 
yo  de  vos. 

Sil. — Amistad  y  secreto  no  se  guarda  entre 
desiguales,  sino  es  de  menor  a  mayor,  por  te- 
mor o  interés. 

Euf. — Fiad  de  mí,  que  soy  muger  de  mi  pa- 
labra. 

Sil. — Eela  aqui  con  sus  demasiadas  impor- 
tunaciones como  el  otro  dia. 

Euf. — Aora  no  más,  no  más;  que  me  maten 
si  no  es  de  aquel  loco;  y  vos,  señora,  daisle 
ocasión  para  estos  atreuimientos  y  recibís  pape- 
les? Bien  está,  ya  no  le  culpo  a  él;  holgaos  y 
tened  placer,  veréis  como  ando  vendida. 

Sil. — Por  cierto  que  no  sé  qué  me  haga  ni 
qué  le  diga;  tomóme  por  fuerza  la  carta  estan- 
do yo  sin  pensamiento  de  darla,  y  luego  buel- 
uese  contra  mí? 

Euf. — Essa  es  vna  gentil  escusa.  Recibió  la 
carta  del  otro  cabera  de  viento,  y  quexase  de  lo 
que  le  digo? 

Sil. — Digo  la  verdad,  que  si  la  tomé  fue  que 
me  la  arrojó  en  el  regazo. 

Euf. — Poresso  no  fuera  bien  quemalla? 

Sil. —  Para  hazello  la  traia,  mas  holgueme 
de  leerla  antes.  Este  fue  el  pecado  que  me  en- 
gañó, mas  prometo  de  irla  luego  a  quemar  con 
la  memoria  destas  cosas,  veremos  si  me  dexa. 


SCENA  TERCERA 

EüFKOSINA  SOLA. 

Euf.  -  O,  cómo  me  siento  perseguida  de  pen- 
samientos en  que  no  puedo  ni  sé  tomar  resolu- 
ción cierta.  Por  esso  se  dize  no  ay  vida  sin 
muerte,  placer  sin  pesar,  descanso  sin  trabajo,  luz 
sin  escuridad.  Triste  de  mí,  que  busqué  el  cuchi- 
llo con  que  me  degollé,  descubriéndome  yo  mis- 
ma a  las  espías  del  amor;  sin  sus  cuydados  estaua 
en  quanto  no  las  oí.  Hirió  mis  oídos,  alborota- 
ron sus  vientos  el  mar  de  mis  deseos;  y  yo,  ino- 
cente destos  nueuos  y  estraños  mouimientos,  no 
osé  tomar  puerto.  Trabaja  esta  tormenta  por 
dar  conmigo  de  Caribdis  en  Scila.  Desde  que 
supe  la  pretensión  de  Zelotipo  y  su  afición  con- 
formóse mi  voluntad  tanto  con  ella,  que  quanto 
más  trabajo  por  negallo  menos  puedo  encubrir 
quán  inclinada  estoy  a  su  intento.  Hurto  a  la 
memoria  los  pensamientos  que  del  me  ofrece, 
cuestame  mucho  y  váleme  poco;  y  aora  me 
tiene  tan  vencida  con  las  razones  desta  carta, 
que  le  rindo  por  fuer9a  las  armas  de  mi  resis- 
tencia; porque  como  el  amor  reyna  en  el  alma 
aficionada  a  la  discreción,  vencióse  la  mia  a  su 
modo  de  dezir  discreto,  y  yo  teniendo  los  sen- 
tidos eleuados  en  esta  imaginación,  negueme 
por  obedecerle,  y  no  soy  en  esto  la  primera,  ni 
seré  la  postrera.  Fedra  amó  su  entenado;  de 
Pasiphe  nació  el  Minotauro;  Europa  quiso  bien 
el  toro  Cretense;  Simiramis  a  su  propio  hijo; 
Canaze  y  Biblis  amaron  a  sus  hermanos.  Mirra 
a  su  propio  padre.  Mayores  monstruos  son  éstos 
que  amar  vu  hombre  galán  y  discreto  que  por 
su  persona  merece  lo  que  otro  por  sus  grandes 
rentas.  Y  que  no  sea  mi  igual,  también  Diana 
amó  a  Orion,  Aurora  a  Zefalo,  Venus  a  Adonis, 
pobres  ca9adores;  porque  conocieron  que  en  la 
persona  está  el  verdadero  nierecimiento:  pues 
por  qué  no  haré  yo  lo  mismo?  Demás  que  Ze- 
lotipo es  de  noble  linage,  y  si  no  es  rico,  basta 
la  hazienda  que  yo  tengo,,  y  no  pretendo  ni 
quiero  riquezas,  sino  contento,  y  vn  hombre  con 
vna  capa  y  espada,  de  condición  y  entendi- 
miento a  mi  gusto.  Todos  los  libros  que  leo  de 
antiguas  y  modernas  historias  están  llenos  de 
las  hazañas  deste  Rey  de  los  humanos.  Qui^a 
si  le  obedezco  me  dará  descanso,  y  si  le  niego 
el  vassallage  podria  mudar  la  voluntad  Zeloti- 
po, que  el  mucho  desden  resfria  el  amor; y  según 
siento  sujeta  la  mia,  no  podre  resistir  sus  ven-  i 
gan9as  y  será  peor.  Por  otra  parte,  si  entro  en  | 
esto,  no  see  que  será  de  mí:  daré  mala  vejez  a  mi  [ 
padre,  que  me  quiere  tanto;  si  me  quiero  escu-  i 
sar,  ya  no  soy  señora  de  mí  para  poderlo  hazer. 
El  ánimo  dudoso  a  muchas  partes  se  inclina.  ; 
No  sé  para  qué  somos  buenas  las  mugeres;  los  j 
hombres   pretenden  lo  que  apetecen,  todo  les 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


125 


está  bien.  Nosotras  encubrimos  los  deseos  y 
apetecemos  lo  que  más  nos  vedan.  En  fin,  he 
de  obedecer  a  quien  todos  obedecen;  si  me  cul- 
paren, compañeras  hallaré.  Siempre  oi  dezir  que 
voluntad  es  vida.  El  mirar  mucho  en  los  casa- 
mientos por  riquezas  haze  que  aya  en  el  mundo 
tantas  mal  casadas.  Puede  ser  que  esto  venga 
ordenado  de  Dios  para  más  descanso  mió,  que 
del  vijene  todo  el  bien.  Qué  haré,  en  fin?  quiero 
descubrirme  a  Siluia  de  Sosa,  que  es  mi  amiga; 
mas  qué  dirá  aora  de  mis  desdenes  y  desprecios? 
querráse  vengar  de  los  pesares  que  le  he  hecho. 
Triste  de  mí,  que  aun  en  esto  es  la  íortuna  mi 
contraria,  que  no  sé  si  me  hará  contradicion; 
mas  a  todo  me  he  de  poner,  pues  assi  lo  quiere 
el  amor. 

SCENA  QUARTA 

EUFROSINA,     SlLÜIA     DE     SoSA. 

EuJ. — Venis  ya  más  mansa,  señora?  Estáis 
muy  enojada? 

Sil. — No  mucho,  pero  yo  me  guardaré  de 
que  tengamos  más  estas  pendencias. 

Euf. — Bien  sabéis,  hermana,  como  después 
que  murió  mi  madre  no  he  tenido  otra  amiga 
ni  otra  conuersacion  sino  es  la  vuestra. 

Sil. — Y  yo,  señora. 

Euf. — Dexadme  dezir;  y  siendo  assi  bien 
creeréis  la  confianya  que  en  vos  deuo  tener,  y 
con  ella  os  confiesso  que  no  puedo  ya  encubrir 
lo  que  siento;  perdonadme  estos  desatinos  de 
amor,  castigadme  si  os  pareciere  mal ;  y  si  cor- 
tesía y  voluntad  os  obligan  a  hazer  por  mí  al- 
guna cosa,  sea  en  esto,  en  que  consiste  mi  vida 
y  el  contento  della,  que  yo  quiero  con  tanto  es- 
tremo a  vuestro  primo,  que  me  i'uerfa  a  hazer 
tan  grande  error  como  es  confesarlo.  En  vues- 
tras manos  me  pongo  para  que  ordenéis  de  mí 
lo  que  os  pareciere  con  juyzio  claro  y  libre,  pues 
yo  no  le  tengo  ya. 

*SV/. — Triste  de  mí,  qué  he  hecho?  aun  esto 
ha  de  venir  a  más  mal.  Mis  pecados  me  metie- 
ron en  este  laberinto. 

EuJ. — Mirad,  hermana,  bien  para  mi  discul- 
pa quán  natural  es  de  mugeres  delicadas  de  in- 
genio y  sangre  noble  ser  vencidas  deste  tirano 
amor.  Por  él  quebró  Hisifele  sus  leyes,  Medea 
mató  a  su  hermano,  Filis  se  mató  por  Demofon, 
por  Hercules  Dianira  (')  y  Dido  por  Eneas; 
entre  las  quales  bien  puedo  passar,  pero  no  me 
disculpo;  ofrezcome  a  la  pena  que  me  dieredes, 
que  será  más  piadosa  que  la  del  amor  que  siento. 

Sil.— Cómo  temi  yo  esto  y  cómo  lo  adiuiíie! 

Euf. — Luego  como  me  dixistes  que  vuestro 
primo  estaña  aficionado  de  mí,  pienso  que  bur- 
lando lo  hize  de  veras  dueño  desta  alma,  y  to- 

^')  Síc,  por  «Deyauira». 


das  vuestras  burlas  fueron  besos  del  fingido 
Ascanio.  Aora  ved  qué  haré. 

Sil. —  Mucho  me  pesa,  señora,  veros  tan 
adentro  en  essa  passion,  y  por  parecerme  que 
estauades  lexos  dessos  cuydados  y  assegui-ada 
de  vuestra  condición  tan  essenta,  os  hablaua 
burlando  como  vistes;  y  si  yo  considerara  la  su- 
tileza del  amor,  nunca  tal  dixera;  mas  quién 
auia  de  imaginar  que  cosas  de  tanta  burla  vi- 
nieran a  tantas  veras? 

Euf. —  Pues  qué,  no  es  verdad  que  él  me 
quiere  bien? 

aS/'/.  —  Esso  no  lo  negaré,  porque  no  os  he  de 
mentir;  antes  lo  que  yo  conozco  del  es  que  no 
puede  llegar  a  más  el  amor  del  que  os  tiene. 

Euf. — No  sé  si  os  engañáis,  que  los  hom- 
bres todos  son  engaños. 

Sil. — Essos  son  para  quien  se  han  de  vsar; 
mas  con  vos,  señora,  y  con  essa  hermosura  no 
se  pueden  tratar,  pues  sola  la  gracia  de  essos 
ojos  vencerá  a  los  brutos  animales.  Si  oyesse- 
des  a  mi  primo  dar  razones  sobre  esso  y  dezir 
que  ninguno  os  conoce  sino  él! 

Euf. — Quién  pudiera  saber  la  verdad! 

aS¿7.  — Mala  está  de  ver.  Con  mi  vida  asse- 
guraré  yo  que  os  adora,  y  lo  podéis  creer;  assi 
tuuiera  yo  lo  que  desseo.  Si  lo  oyerades  hablar 
en  esso  conmigo,  yo  asseguro  que  me  confes- 
sarades  lo  que  digo:  porque  sus  palabras  son 
diferentes  de  las  de  otros.  Ver  los  suspiros 
que  daña  salir  tan  claros  del  alma,  que  parece 
que  la  arrancaban,  el  poco  concierto  dellos, 
vnas  razones  tan  comedidas  y  sujetas,  que  ellas 
mismas  mostrauan  su  dolor,  vnos  deseos  co- 
uardes,  vnas  desconfian9a8  sentidas,  vnos  pen- 
samientos tan  puros,  que  como  os  digo,  seño- 
ra, si  lo  oyessedes,  yo  fiadora  que  confesseis 
que  le  sois  deudora.  Mas  con  todo  esto  no  que- 
rría que  os  metiessedes  en  cosas  de  que  des- 
pués no  podáis  salir. 

Euf. — Ya  aora  no  puedo,  y  si  queréis  que 
vina,  no  me  aconsejéis  esso,  antes  me  holgaria 
mucho  oirlo  y  que  no  me  sintiesse. 

Sil. — Fácilmente  se  puede  hazer. 

Euf. — Como  no  me  he  visto  en  otra  tal,  para 
nada  tengo  tra^a. 

Sil. — Mas  no  sea  dessa  manera,  pues  assi  lo 
queréis,  sino  habladle. 

Euf. — No  tengo  coraron  para  tanto. 

;SV/. — Yo  os  diré  cómo  será,  y  que  le  parez- 
ca que  lo  hazeis  acaso;  quaiido  él  venga  acá  y 
estemos  hablando,  entraos  conmigo,  como  que 
no  sabéis  que  está  él  allí,  y  lo  veréis  temblar  y 
no  acertar  a  dezir  })alabra,  porque  en  tratando 
de  vos  pierde  el  color,  y  tiene  los  ojos  que  pa- 
rece que  quiere  llorar,  y  se  oluida  de  todo. 

Euf. — Aduertid  que  si  le  hablo,  temo  que 
luego  no  ha  de  hazer  caso  de  mí:  porque  estas 
cosas  cuanto  más  cuestan  más  se  estiman. 


126 


orígenes  de  la  novela 


Sil.  —Donde  ay  verdadero  amor  no  cabe  des- 
precio, y  a  los  amores  las  dificultades  de  los 
principiof?  los  hazen  públicos:  porque  las  mu- 
geres  quieren  que  las  merezcan  con  pretensio- 
nes largas,  y  por  esto  los  hombres  hazen  fine- 
zas públicas,  que  dañan  adelante.  Yo,  señora, 
no  quisiera  hazer  cosa  que  vuestro  padre  vinie- 
ra a  saber,  antes  morirme.  Lo  mejor  es  que  de- 
xemos  esto  y  no  nus  empeñemos  más. 

Euf. — Habláis  como  libre  desta  passion  y 
como  quien  le  duele  poco  el  mal  ageno,  pues 
no  os  lo  merezco  tan  poco.  Quándo  esperáis 
que  vendrá  acá? 

Sil. — No  sé  en  buena  fee,  porque  yo  lo  es- 
candalicé tanto  sobre  la  carta,  que  será  possi- 
ble  no  se  atreua  a  venir  tan  presto. 

Euf. — No  sé  si  fuera  bueno  embiarlo  a  lla- 
mar, aunque  en  esto  hallo  inconuenientes. 

Sil. — Harelo  si  vos  queréis;  mas  ya  he  di- 
cho que  es  menester  gran  recato,  porque  no  nos 
entiendan. 

Euf.  -Yo  assi  querría. 

Sil.  —  Vitoria  va  al  rio,  quiero  embiarle  vn 
recaudo  con  ella. 

Euf. — Pues  conócele? 

Sil.  —Bonito  es  él  para  que  no  le  conozcan; 
inas  no  querria  que  sospechasse  alguna  mali- 
cia, que  son  estas  mo9as  parleras;  en  fin,  quie- 
ro dezirselo, 

SCENA  QUINTA 

SiLUiA  DE  Sosa,  Vitoria,  Eüfeosina. 

Sil. — Vitoria,  Vitoria. 

Vit. — Quién  me  llama?  qué  me  quieren  ya? 
nunca  me  han  de  dexar. 

Sil. — Amiga,  vas  al  rio? 

Vit. — Voy,  qué  me  queréis? 

Sil. — Hermana,  quieres  ir  a  casa  de  mi  tia? 

Vit. — No  puedo  ir  aora,  qué  camino  es  esse 
para  el  rio?  qué  dirá  quien  me  viere  con  el  can- 
taro  en  la  cabeya? 

Sil. — Todo  se  facilita  con  dexarlo  en  vna 
casa  de  camino,  y  no  es  mucho  el  trabajo,  de 
más  que  yo  te  daré  vna  cosa. 

Vit.  -  Qué  cosa? 

Sil. — Ve  tú,  que  no  nos  desconcertaremos, 

Vit. — Me  daréis  de  vuestro  jabón  francés 
para  labar  la  cabe9a? 

Sil. — Sí  daré,  y  del  estoraque  para  que  per- 
fumes. Irás? 

Vit. —  Prometeislo? 

Sil. — Prometo. 

Vit. — Sea  en  buen  hora,  yo  ¡re. 

Sil.  — Ruegote,  hermana,  mucho  que  no  ha- 
gas otra  cosa,  porque  me  importa. 

Vit.  —  Perded  cuy  dado. 

Sil. — Hermana,  dirasle  a  mí  primo  que  le 


beso  las  manos  mil  vezes  y  que  si  sabe  alguna 
cosa  del  negocio  que  le  encomendé,  que  le  su- 
plico me  haga  merced  de  verme,  porque  tengo 
que  hablar  con  él  sobre  esso  y  que  no  passe  de 
mañana.  Se  te  acordará? 

Vit. — Qué  gran  cosa  para  no  acordárseme; 
teneisme  por  niña? 

Sil. — Mira,  amiga,  que  en  ninguna  maneía 
hagas  otra  cosa. 

Vit. — Ved  si  rae  lo  podéis  dezir  otra  vez; 
qué  importuna  sois. 

Sil. — Ya  va  [a]  aquel  recaudo,  señora. 

Euf. — Estará  en  casa? 

Sil. — Dizeme  mi  tia  que  todo  el  dia  está  re- 
cogido en  su  aposento,  y  su  entretenimiento  es 
tomar  vna  vihuela,  que  la  tañe  y  canta  mara- 
uillosamente,  y  haze  muy  buenos  versos;  y  en 
esto  se  ocupa  lo  más  del  tiempo. 

Euf. — Tenéis  algunas  coplas  suyas? 

Sil. — El  otro  dia  cantauan  vna  quartilla  las 
mo9as  con  su  hermana,  y  él  le  añadió  otras  que 
me  embiaron,  y  dixo  que  las  boluiesf^^e  luego; 
mas  yo  no  lo  he  hecho,  y  pienso  que  las  traygo. 

Euf.  —  Por  qué  no  me  las  mostrastes?  Ensé- 
ñamelas. 

aS^V.  — Veislas  aquí.  Esta  es  la  copla  que  las 
mo9as  cantauan,  y  las  añadidas  éstas: 

Cauallero  que  sois  mío, 
Señora  no  quiso  Dios, 
Pues  yo  lloraré  por  vos. 

Dentro  en  mi  pecho  esculpida 
Vuestra  figura  poseeo: 
Acabar  puede  mi  vida 
Primero  que  mí  deseo; 
Con  los  ojos  de  alma  os  veo, 
Con  los  del  cuerpo  por  vos 
Lloraré,  pues  quiso  Dios. 

Sil.  —  Qué  os  parecen? 

jE"?//.  — Muy  buenas. 

Sil. — Pues  dizen  que  las  compuso  diziendo 
y  haziendo,  y  que  no  tiene  otro  descanso  ni 
sale  ie  casa  ni  trata  con  nadie;  y  es  con  tanto 
estrenio,  que  le  pesa  a  su  madre  verlo  tan  me- 
lancólico, y  piensa  que  lo  causa  deseos  de  ir  a 
la  Corte. 

Etif. — Y  se  ha  de  ir  tan  presto? 

Sil.  —  Cómo  es  esso?  dize  el  otro  que  no  ay 
para  él  otra  muerte  sino  verse  donde  no  os  vea. 
Pareceme  a  mí  que  no  tiene  pensamiento  de 
ausentarse. 

Euf — Sabéis  que  deseo  mucho  comunicar  a 
su  hermana?  hazed  que  venga  acá  vn  dia. 

Sil.  —  Todas  las  vezes  que  quisieredes,  y  más 
que  no  os  ha  de  desagradar  su  persona,  y  se 
parecen  mucho  ambos. 

Euf  —  Vamos  al  terrado ,  y  dexemos  la 
costura. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 

Sil. — Dios  me  ha  venido  a  ver  con  esso. 


127 


Euf. — No  veis  que'  gracioso  está  el  rio  aora 
sobre  tarde? 

Sil.  — Vor  estromo. 

Euf, — Y  aquellos  arenales  solitarios  y  con- 
templatiuos  a  la  orilla  del  agua,  quién  tuuiera 
libertad  para  ir  aora  a  ellos  a  coger  de  sus  blan- 
cas guijas! 

Sil. — Sabéis  lo  que  más  me  agrada?  la  har- 
monia  que  liazen  estos  paxarillos  de  vna  parte 
y  de  otra. 

Euf. — No  ay  más  que  desear,  yo  soy  per- 
dida por  oir  un  ruiseñor  que  canta  en  nuestra 
morera. 

Sil. — Queréis  que  vamos  el  Sábado  primero 
a  nuestra  Señora  de  Esperanza?  Pedid  licencia 
a  vuestro  padre. 

Euf. — Sabéis  adonde  yo  qnerria  que  fuesse- 
mos,  y  seria  mejor?  al  Espiritu  Santo,  y  orde- 
nariamos  que  fuesse  allá  vuestra  prima. 

Sil, — Queréis  liazer  esso? 

Euf. — Yo  os  diré  cómo  será:  diré  que  me 
duele  la  cabe9a  y  que  prometí  ir  a  rezar  vna 
deuocion,  y  pondremos  a  mi  ama  por  interce- 
sora,  y  vos  y  ella  ordenareis  el  armuercjo. 

Sil. — Esso  será  muy  bien,  y  mañana  embia- 
ré  a  combidar  a  mi  prima. 

Euf.—Aj. 

Castigado  me  ha  mi  madre 
Por  vos,  gentil  Cauallero. 
Mándame  que  no  os  hable, 
No  lo  haré,  que  mucho  os  quiero. 

Sil. —  Qué  cosas  hiziera  aora  vn  alma  que 
yo  sé,  si  os  oyera. 

Euf. — Yo  soy  muy  aficionada  a  esta  copla 
por  el  tono. 

Sil.— Y  también  por  la  letra;  en  la  harpa  la 
cantáis  lindamente. 

l^'Euf. — O  si  fuera  yo  aora  hombre,  para  me- 
terme esta  noche  en  vn  barco,  y  irme  por  esse 
rio  a  publicar  mis  ansias  con  mi  harpa.  Cauti- 
ua  suerte  fue  la  de  las  mugeres. 

Sil. — En  buena  fe,  señora,  no  puede  ser 
más,  pues  están  siempre  sujetas  y  encarceladas. 
No  hizieran  los  hombres  para  sí  esta  ley;  al 
diablo  que  los  ofrezco,  todos  en  vn  cordel. 

Euf. — Fuera  de  vno. 

Sil, — Ya  os  dolia,  señora. 

Euf.  —  Como  próximo.  Qué  estudiante  es 
aquel  que  allí  va,  conoceislo? 
^  Sil. — El  diablo  me  lo  dio  a  conocer;  pienso 
que  es  aqui  nuestro  vezino,  y  preciase  de  muy 
aficionado,  según  me  quiere  dar  a  entender  Vi- 
toria entre  juego  y  burlas,  y  viene  de  ordinario 
a  8u  casa  vna  manada  de  visiones  dellos.  Y  con 
las  fiestas  y  músicas  que  hazen,  tales  que  pa- 
recen diablos,  según  eila  dizo,  y  vuestro  padre 


algunas  veces  se  enfada  de  oírlos,  porque  con- 
fina el  aposento  en  que  viuen  con  el  suyo. 

Euf. — Bien  de  espacio  estuuiera  quien  se 
ocupara  en  amores  de  estudiante,  que  todos  son 
grasicntos.  Quién  es  el  otro  del  cauallo  y  bor- 
ceguíes amarillos? 

»SV/. — De  aquí  es  de  la  ciudad,  hijo  de  vn 
arrendador  vecino  de  mi  madre,  y  dizen  que  es 
muy  rico. 

Euf. — Qué  vano  que  va,  pensará  que  mata 
a  quantas  ve.  Miró  acá;  o  gran  ventura! 

Sil. — Tengolo  yo  muy  amartelado,  señor. 
Otro  anda  aqui  muy  erguido,  de  cabello  tan  ri- 
zado, que  es  contento  verlo,  muy  perdido  por 
mí;  quando  me  ve  da  de  los  pies  al  cauallo  y  lo 
corre  liazia  donde  estoy:  mas  yo  nunca  le  veo 
galán  sino  es  el  Domingo;  es  deudo  de  vnas 
parientas  niias,  y  dizenme  ellas  que  matará  por 
mí  su  perro. 

Euf, — Pues  mirad  acul'á,  quién  es  aquella 
de  los  escuderos  tan  aliñada? 

Sil.  —  Es  muger  de  vn  escriuano. 

Euf. — Grande  autoridad  Ueua,  pareceme  que 
viue  confiada  de  sí. 

Sil. — Es  muy  asseada  y  anda  siempre  tocada 
de  rodetes,  y  pienso  que  se  alegra  que  la  hablen, 
y  a  mí  me  han  dicho  que  es  vna  gran  parlera. 

Euf. — Alli  viene  otra  con  vnas  chinelas  bien 
airosa;  pareceme  muger  soltera. 

Sil. —  Es  la  de  nuestro  9apatero,  y  dizen  allá 
no  sé  qué  con  vn  estudiante  vezino  suyo;  po- 
dría ser  mentira,  que,  mal  pecado,  no  vienen 
ellos  a  otra  cosa  a  esta  tierra  sino  a  deshonrar 
a  muchas. 

Euf. — Siempre  es  menos  de  lo  que  dizen; 
que  ellos  precianse  de  acreditarse  a  costa  de  la 
fama  agena,  que  es  la  mayor  baxeza  que  vn 
hombre  puede  hazer. 

Sil. —  Señora,  queréis  ver  vn  simiente  de 
vuestra  Vitoria? 

Euf.  -  Quál  es? 

Sil. — Aquel  de  los  borceguíes  bueltos. 

jEJí//I  — Mal  apersonado  es  el  picaro:  talle  tie- 
ne de  darle  muchos  palos. 

aS'¿7. — El  otro  día  me  pedia  ella  consejo;  de- 
zia  que  era  oficial  y  que  se  quería  casar  con 
ella,  sin  que  lleuasse  más  que  su  persona;  mas 
pareceme  que  le  quiere  poco  o  nada. 

Euf. —  Son  mu9uelas  locas,  que  cada  día 
quieren  el  suyo.  Mirad  que  viene  mi  padre. 

,S'/7. — Retirémonos,  porque  no  tenga  que 
reñir. 

SCENA  SEXTA 

Cariofilo,     Zelotipo. 

Car. — Pidióme  aora  mi  mo9a  zelos,  y  yo  pu- 
seme  más  vano  que  vn  pabon.  Lleuela  con  tra- 


128 


orígenes  de  la  novela 


9a,  de  manera  que  quedamos  concertados.  En 
pago  desto  me  mandó  que  le  dé  a  Zelotipo  vn 
recaudo  de  su  prima,  deue  de  ser  sobre  su  pre- 
tensión. Quiero  ir  a  buscarlo,  que  quÍ9a  viene 
esto  por  Eufrosina;  mas  yo,  aunque  lo  esfuer- 
90,  no  tengo  mucha  esperan9a  del  hecho,  si  bien 
con  las  mugeres  nada  se  acaba  por  razón,  por- 
que nunca  se  inclinan  sino  a  lo  que  más  se 
aparta  della.  Demás  que  el  atreuimiento  nunca 
careció  de  buen  fruto ,  y  la  mayor  parte  de  las 
cosas  del  mundo  se  hazen  más  por  ventura  que 
por  orden  de  nuestro  juizio;  y  assi  es  risa  pen- 
sar ninguno  que  por  quentas  y  reglas  de  dis- 
creción ha  de  hazer  nada,  pues  siempre  vemos 
los  efetos  diferentes  de  lo  que  imaginamos. 
Lo  cierto  es  encomendarlo  a  Dios,  como  dizen, 
y  echarse  a  nadar,  preuenirse  para  lo  que  vi- 
niere y  seguir  la  derrota  de  los  hados,  que  es 
la  ordenación  diuina,  y  con  esto  dame  buena 
ventura  y  échame  en  la  calle.  A  la  ventana  está 
Zelotipo,  voy  a  hablarle;  qué  me  recomendó, 
señor? 

Zel. — Pues  qué  ay? 

Car. — Yo  vengo  a  [a]diuinar,  a  [ajdiuinar, 
pague  pena  quien  no  acertare. 

Zel.  —Queréis  que  esté  yo  siempre  de  hu- 
mor para  celebrar  vuestras  gracias? 

Car. — Sé  que  no  está  aora  la  luna  sobre  el 
horno.  Pues  no  va  por  ahi  el  gato  a  sus  hijos. 
Primero  veréis  los  libros  que  la  vieja  truxo  a 
Tarquino  Prisco  que  deis  en  el  blanco. 

Zel. — Mis  penas  me  bastan  para  tener  en 
qué  entender. 

Car. — Hablóle  yo  en  vno,  y  respóndeme  en 
otro;  qué  tiene  que  ver  lo  que  respondéis  a  lo 
que  yo  os  digo?  dadme  albricias,  y  nos  enten- 
deremos a  coplas. 

Zel. — Ya  os  digo  que  no  estoy  tan  ocioso 
que  pueda  tratar  negocios  ágenos;  en  los  mios 
tengo  bien  en  que  ocuparme. 

Car. — Y  si  os  truxesse  yo  para  ellos  y  su 
remedio  vna  yerna? 

Zel. — Apolo,  inuentor  de  la  medicina,  dize 
que  no  la  ay. 

Car. — jSIo  lo  alcan9aron  todo  los  antiguos, 
aunque  se  desuelassen  mucho  sobre  esso.  Prue- 
uolo  por  la  cosmografía,  que  dezian  que  las  dos 
Zonas  vezinas  a  los  polos  por  muy  frias,  y  la 
tórrida  de  entre  los- dos  trópicos  por  muy  cali- 
da, eran  inhabitables,  y  nosotros  hemos  visto 
lo  contrario;  y  como  cada  dia  se  descubre  vn 
Piru,  podria  yo  soñar,  como  Alexandro  para 
curar  a  Tolomeo,  y  hallar  vna  yerna  más  pro- 
uechosa  que  el  palo  de  la  China,  pues  los  Físi- 
cos dizen  que  ay  en  estos  barrios  Colúmbranos 
muchas  de  gran  virtud. 

Zel.  —Ninguna  la  tendrá  para  mí,  quanto 
más  que  si  es  para  oluidar  este  amor,  antes 
quiero  morir  con  él. 


(7a?-. —  Qué  dezis?  dessos  sois?  yo  os  dexaré 
a  que  obre  en  vos  naturaleza;  porque  mal  se 
cura  quien  desprecia  la  medicina  y  desconfia  del 
medico;  pero  con  todo  vos  me  haueis  de  pagar 
muy  bien  la  nueua  que  os  traigo,  porque  es  de 
gran  precio:  quedamos  aora  yo  y  la  gentil  A^i- 
toria  concertados. 

Zel. — Hágaos  buen  prouecho,  que  yo  no  os 
tengo  inuidia;  essa  era  la  gran  nueua  de  mu- 
cho prouecho?  cómo  sois  gracioso  sin  serlo  y 
fuera  de  sazón! 

Car. — Pues  queréis  saber  quánto  os  impor- 
ta? que  me  dixo  que  dezia  vuestra  prima  que 
fuesedes  alia,  que  le  conuiene  mucho  hablar 
con  vos,  y  sobre  mí,  que  no  es  sin  misterio. 

Zel. — Ya  os  he  dicho  que  no  os  burléis  con- 
migo, pues  sabéis  lo  rendido  que  estoy;  porque 
si  tal  creyesse  poco  era  perder  la  vida  con  el 
alboroco,  como  la  otra  Matrona  con  el  contento 
de  ver  el  hijo  que  tenia  por  muerto. 

Car. — Mirad  acá,  monseñor,  yo  no  puedo 
hazer  más  que  dezir  lo  que  me  dizen;  si  no  me 
creéis,  id  a  buscar  a  Vitoria. 

Zel. — Y  es  verdad? 

Car.  —  Passa  assi  lo  que  os  digo. 

Zel.— O  poderoso  enamorado  de  Psichis,  y 
tú,  piadosa  Venus,  no  me  niegues  la  cinta  que 
diste  a  luno,  para  que  me  saine  en  esta  tor- 
menta. 

Car  — A  quien  Dios  quiere  dar  bien,  a  casa 
se  le  viene;  de  mi  consejo,  quando  te  dan  la 
ocasión  ásela  del  copete;  la  tardan9a  en  todas 
las  cosas  es  dañosa,  si  bien  algunas  vezes  da 
opinión  de  prudentes,  y  muchas  se  pierde  por 
pereza  lo  que  se  ha  ganado  por  justicia;  dezid 
esta  noche  como  dizen  los  muchachos:  dormi- 
ré, dormiré,  y  buenas  nueuas  hallaré,  y  por  la 
mañana  idos  allá.  Dios  delante,  que  a  quien  él 
quiere  ayudar,  el  viento  le  compone  la  leña,  y 
quedaos  en  buen  hora,  que  tengo  que  hazer; 
mañana  nos  veremos. 

SCENA  SÉTIMA 

SiLUA  DE  Sosa,   Zelotipo,  Eufrosina. 

Sil. — Beso  las  manos  de  quien  viene  tan 
gentilhombre. 

Zel. — Yo  beso  las  de  quien  espero  recebir 
nueuas  de  mucho  contento,  que  no  se  puede 
esperar  menos  de  su  buena  persona,  si  no  me 
engaño. 

Sil. — En  qué  lo  conocéis? 

Zel,— Yin  essa  gracia  y  agrado  diferente  de 
otros  dias. 

Sil.-  Mucho  me  deueis,  primo. 

Zel. —  Conozco  que  os  deuo  la  vida,  y  creed, 
señora,  que  me  precio  de  muy  agradecido,  y  os 
doy  por  testigo  el  tiempo.  Contadme,  señora 


COME¿;TxV  DE  EVFROSINA 


129 


prima,  ruis  bienes,  s¡  los  tengo,  que  anii  no  sé 
qué  crea  ni  qué  espero,  antes  qvie  d  deseo  de 
saberlo  me  mate. 

Sil. — Qué  me  daréis  vos.' 
Zel. — No  sé  poner  precio  a  cosas  que  no  le 
tienen. 

Sil. — Ya  sé  qnc  sois  elegante  en  liablar; 
aora  en  fin  quiero  fiarme  de  vos.  Eiit'rosina  leyó 
la  carta;  sabientlo  que  era  vuestra  se  puso  bra- 
ua  como  Ecuba  quando  vio  sacrificar  a  Puliee- 
na,  y  a  Polidoro  muerto  en  la  playa. 
Zel. — Esse  es  el  lüen? 

S'l. — Escuchadme,  que  mayor  le  tenemos  de 
lu  que  penséis;  yo  también  hizeme  enojada,  y 
fui  luego  a  quemarla  por  escusar  el  peligro  que 
muebas  vezes  viene  por  estos  testigos. 

Zel. — O,  quién  se  viera  alli  juntamente  que- 
mado como  Plaucio  con  Ostilia!  matara  assi  vn 
fuego  con  otro. 

Sil.  —  Finalmente,  quando  bolui  me  confes- 
só  no  podia  resistir  el  amor  qy\e  os  tenia. 

Zel. — O,  bienauenturados  oidos  que  tal  oyen, 
dichosos  rúales  destinados  para  tantos  bienes! 
Jlejor  nueua  es  esta  que  las  tres  que  dieron 
juntas  a  Filipo  Rey  de  Macedonia.  O  fortuna, 
si  me  quitareis  que  no  llegue  a  lograrte,  sea 
con  la  muerte,  que  ya  recibiré  contento,  pues 
[he]  alcanzado  de  la  vida  lo  más  que  tenia  que 
darme.  Contadme,  señora  prima,  muy  menu- 
damente por  estenso  todo  lo  que  passastes  y  lo 
que  ordena  de  mí  esta  adorada  mia. 
Eiif. — Silua  de  Sosa? 
Sil. — Señora. 

Eiif. — ^Qué  hazeis?  O  estáis  ocupada?  per- 
donadme, que  no  lo  sabía. 

Zel. — Beso  las  manos  de  V.  m.  y  ya  que  mi 

buena  ventura  me  dio  este  dieho[so]  acierto  sea 

para  alcanzar  de  V.  m.  que  me  tenga  por  suyo. 

Euf.  -  O,  perdonadme  el  estoruaros,  que  en 

verdad  que  no  sabia  que  estauades  acjui. 

Zel. — El  perdón,  señora,  yo  lo  judo  de  mis 
atreuimientos,  obras  de  essa  perfecion  que 
veo  y  contemplo,  y  esta  tan  grande  deuda  de 
mi  ventura,  que  assi  lo  oso  dezir  a  V.  m.  la 
reconozco  para  que  sea  mayor,  con  que  me  doy 
por  obligado  de  nueuo,  después  de  auer  mucho 
que  lo  estoy  en  mis  pensamientos  a  perder  la 
vida  en  seruicio  de  V.  m.  y  no  la  memoria  des- 
ta  obligación. 

Euj. — Mirad  lo  que  })roineteis,  que  las  pa- 
labras son  fáciles  de  dezir  y  dificultosas  de 
cumplir. 

Zel. — Esso  es  a  quien  no  le  salen  del  alma, 
mas  bien  seguro  estoy  que  nunca  en  mí  falte 
esta  verdad,  quanto  más  que  cuando  en  algún 
tiempo  pudiesse  auer  defeto  en  mi  fe,  qué 
mayor  pena  se  me  puede  seguir  que  tener  de- 
'  lante  de  V.  m.  culpas?  y  más  yo,  que  me  pre- 
I    cío  tanto  de  buena  elección  y  juizio.  por  lo  que 

ORÍGENES    DE    LA    NOVELA.  — II).— 9 


con  él  he  alcan9ado  a  sentir  y  sabe  Dios  lo  que- 
me questa? 

Fjuf. — Son  estas  c».  sas  de  tanto  peligro,  que 
de  mi  consejo  deueis  escusarlas,  por  vuestro 
descanso  y  el  raio. 

Zel. — Voluntad  determinada  ningún  peligro 
teme;  demás,  señora,  que  en  esto  no  veo  otro 
sino  es  que  vuestra  condición  no  me  sea  fauora- 
ble,  y  si  yo  la  viesse  inclinada  a  hazerme  merced 
no  ay  temor  en  los  temores  que  para  mí  lo  sea. 
Euj. — Como  el  tiempo  descubre  y  aprueua 
lo  que  ay  en  la  voluntad,  sin  él  mal  puedo  juz- 
gar y  menos  conocer. 

Zel. — Aora  acabo  de  saber  quán  grande  bien 
fuera  que  la  naturaleza  pusiera  vna  puerta  en 
el  pecho  para  que  se  mostrara  la  pureza  del 
coraron  ,  para  que  viéndolo  no  mereciera  el 
tiempo  que  a  él  se  le  deue.  En  esta  turbación 
que  se  ve  en  mí  está  claro  el  sentimiento  del 
mío;  concedelde,  señora,  el  acetarlo  por  vues- 
tro, y  dexad  a  mí  el  cargo  de  su  lealtad,  que 
yo  os  hago  pleito  omenaje  de  defender  al  mun- 
do esta  fortaleza  de  mi  fe  por  vuestra. 

Evf. — Sí  haré,  con  tal  que  me  lo  agradez- 
cáis y  tengáis  memoria  de  lo  que  en  esto  hago 
por  vos,  assi  para  estimarlo  como  para  sepul- 
tarlo en  secreto. 

Zel. —  Es  tan  g-ande  mi  reconocimiento,  que 
aun  passando  desta  vida  (si  es  posible)  no  po- 
dré oluidar  esta  ventura,  y  si  por  mis  memo- 
rias y  agradecimiento  que  se  os  deue  lo  es 
mereceros,  ya  rae  sois  deudora,  porque  me  tie- 
ne tan  rendido  mi  afición,  que  el  mayor  trabajo 
que  siento  es  pensar  cómo  afinaré  con  demos- 
traciones euidentes  esta  verdad. 

Euf.  -  Quiera  Dios  que  sea  como  dezis,  y  no 
sean  vuestros  intentos  a  costa  de  mi  inocencia. 
De  mi  parte  os  prometo  hazer  lo  que  merecie- 
redes;  voyme,  no  parezca  mal  hablaros  tanto. 
Z.el. — Aora  veo  quánto  la  esperanoa  de  la 
gloria  alibia  todas  las  penas  presentes;  señora 
prima,  mirad  por  mí,  no  enloquezca. 

íSV/.  — Alegróme  mucho  de  veros  tan  conten- 
tos; idos  en  buen  hora,  que  ando  ocupada  en 
ordenar  la  repostería  a  su  padre  de  Eufrosina, 
que  va  a  cumplir  un  voto  a  Santiago,  y  a  hol- 
garse en  su  encomienda;  después  de  su  partida 
tendremos  lugar  para  todo. 

Zel.  —  Pues  no  se  os  oluide  hazer  recuerdo 
de  mí. 

Sil. — Yo  tengo  esse  cuidado, 

Zel. — Teniéndolo  me  daréis  la  vida, 

SCENA   OCTAUA 

Cariofilo  solo. 

Car.  —  Esta  borracha  de  Filtria  siempre  me 
da  (como  dizen)  por  vna  verdad  diez  mentiras; 


130 


ORIGENES  DE  LA  NOVELA 


quiere  aora  de  iiueiio  darme  liauíbre,  como  á 
gabilan,  de  mi  muchacha;  no  sé  cou  qué  fin  \o 
liaze,  ni  á  qué  mira;  pareceLí  que  me  siente 
aficionado  y  traeme  en  mil  quimeras,  y  al  tin 
toda  es  nada:  queda  tan  descansada  y  segura 
en  mentir,  como  quien  ni  teme  ni  deuc;  maldi- 
ta la  verguenca  que  tiene:  tened  por  cierto  que 
tratar  con  éstas  es  lo  propio  que  con  el  mismo 
embuste  y  maraña.  Escusado  es  pensar  nin- 
gún hombre  que  ha  de  saber  tanto  como  la 
más  ignorante  muger  del  mundo,  pues  la  pri- 
mera, en  naciendo  nos  vendió,  y  ellas  en  lo  que 
no  quieren  nunca  se  engañan.  Las  alcaguetas 
no  se  puede  dezir  quán  mala  ralea  es  y  la  difi- 
cultad que  tiene  conseruallas  en  amistad,  por- 
que tienen  por  ley  el  prouerbio:  quien  da  y  no 
da  siempre,  quanto  da,  tanto  pierde.  Aunqu(í 
les  ayais  dado  los  ojos  de  la  cara,  en  sintiendo 
la  bolsa  vacia,  muerto  es  el  ahijado  por  quien 
teníamos  el  compadrado  ;  por  esso  dize  Planto 
con  razón,  que  no  ha  de  auer  piedad  que  lo 
sea  para  las  tales.  Traen  vn  latin,  beati  que  tie- 
nen, y  de  otra  manera  aullan  y  os  dizen:  a 
essotra  puerta,  que  ésta  no  se  abre,  que  quien 
me  quiere,  dizeme  lo  que  sabe  y  dame  lo  que 
tiene,  y  si  no  ay  que  dar,  que  hará?  Ahorqúese 
en  buen  dia  claro  y  cómanle  lobos;  con  esto 
quién  suplirá  tanto  como  es  menester?  la  dama 
pela  por  vna  parte,  ellas  desuellan  por  la  otra, 
y  donde  quitan  y  no  ponen,  mira  qué  será?  Yo 
no  puedo  ya  viuir  con  Filtria,  porque  soy  vn 
Lázaro  y  ha  quinze  dias  que  me  dize  mal  el  jue- 
go, y  no  leuanto  cabera;  quiero  pagarle  con 
palabras,  y  ella  sabe  más  durmiendo  que  yo 
despierto,  j  no  me  vale  mi  engaño:  pideme  des- 
caradamente y  págame  con  mentiras.  O  pesar 
de  mi  quinto  abuelo!  sirue  vn  hombre  toda  su 
vida  á  un  Principe  trabajando,  porqiie  no  le 
eche  menos  vn  momento,  estirándose  delante 
del  como  melcocha,  echando  los  boíes  porque 
le  vea,  sufriendo  mil  afrentas  por  ponérsele 
delante,  mudando  los  pies  como  grulla,  dur- 
miendo con  los  ojos  abiertos  como  liebre,  y  le 
llena  lo  mejor  de  su  edad,  muchas  vezes  sin 
fruto,  y  si  le  paga,  después  de  dar  vozes  sobre 
su  largo  seruicio,  dize  que  le  haze  merced,  y 
es  sobre  su  sudor,  y  halla  razones  para  que 
aun  le  quede  deuiendo;  y  vna  perra  destas  os 
mete  en  peligros  del  alma  y  de  la  vida,  a  costa 
de  vuestra  diligencia  y  buena  dicha,  y  nunca 
se  tiene  por  pagada,  y  muchas  vezes  la  com- 
práis mentiras,  sin  valerme  andar  siempre  pre- 
uenido  de  cautelas.  Y  como  la  necessidad  haze 
a  los  hombres  sabios,  a  mí  nunca  me  faltan 
escusas;  sé  dilatar  promesas  por  estremo,  dar 
color  a  engaños  como  un  Vliscs;  soy  vn  labe- 
rinto de  colores  retóricos  y  términos  lógicos, 
y  un  abismo  de  las  ideas  de  Platón:  nada  me 
aprouecha,  y  tengo  por  cierto  que  todo  lo  que 


se  compra  es  más  barato;  pero  si  yo  no  supie- 
ra assi  granjear  en  mis  tratos  y  amainar  sus 
tempestades,  anduuiera  á  los  grillos,  como  rapo- 
sa. Bien  sé  que  es  cosa  más  real  dar  que  recebir, 
mas  naci  para  entender  y  desear,  como  otros  mu- 
chos para  tener  y  no  saber  lograrlo  ni  vsar  dello; 
desquentos  son  del  mundo,  congojas  generales, 
que  á  solo  Dios  pertenece  el  remedio:  voy  pas- 
sando  assi  mi  viage  como  mejor  puedo;  compro 
mis  gustos  con  mi  trabajo,  como  otros  con  su 
dinero.  En  estas  maculas  manuales  hallo  la 
ganancia  más  cierta  y  a  menos  costa,  porque 
son  bocales  en  mis  tracas:  loquillas,  elebadas  y 
golosas,  auenturan  sus  personas  á  qualquiera 
siete,  todo  lo  creen;  pagaisle  con  bien  te  quie- 
ro, y  quando  mucho,  en  señal  de  amor  y  reco- 
nocimiento con  vnas  memorias  de  plata,  sortija 
de  búfalo,  cuentas  para  el  cuello,  y  con  qual- 
quiera cosa  de  poca  costa  las  obligáis  mucho. 
Aora  estotra  mi  madama  Laura  Polinia  me 
embia  quanto  puede  hurtar  a  su  padre,  y  pien- 
sa ella  que  me  tiene  assido  para  casamiento; 
mas  yo  echariame  antes  en  la  mar,  sólo  por  no 
ver  al  villano  ruin  de  su  padre.  Pues  la  madre, 
también  es  de  las  lindas,  a  mí  me  maten  si  no 
beue  como  tata  (')  y  más  dinero  huno  en  la 
casa  de  los  Mediéis  de  lo  que  su  padre  deue  de 
tener  por  más  que  gane  en  su  oficio  de  platero, 
aunque  lo  tienen  por  muy  rico;  go9aréla  este 
verano,  a  la  entrada  del  invierno  ireme  a  la 
corte,  y  ojos  que  le  vieron  ir  no  lo  verán  más 
en  Francia.  Zelotipo  anda  muy  próspero  con 
Eufrosina;  fuesse  su  padre  en  romería  a  San- 
tiago aura  dos  meses;  habíale  todas  las  noches 
por  las  rejas  de  vna  ventana,  escriuele  cada  dia, 
y  según  me  dize,  ayer  mandó  hacer  una  llaue 
falsa  para  entrar  con  ella.  Si  el  rapagón  entra 
reboluerale  ochenta  hojas:  el  padre  está  cacan- 
do y  holgándose,  confiado  en  la  vigilancia  de 
vna  vieja  que  tiene  por  aya,  que  no  ve  ni  oye, 
y  a  quien  ella  y  Siluia  de  Sosa  hazen  del  cielo 
cebolla,  y  piensa  que  la  tiene  para  honra  y 
casamiento  muy  cerrada  y  guardada.  Estas,  por 
la  mayor  parte  matan  á  sus  padres  antes  de 
tiempo  y  son  unos  ministros  de  Dios  con  quien 
castiga  las  culpas  que  ellos  cometieron:  porque 
quien  con  hierro  mata  con  hierro  ha  de  morir, 
aunque  aora  ni  ay  padre  para  hijo  ni  hijo  para 
padre,  cada  vno  va  por  su  parte,  como  cangre- 
jos; en  los  padres  falta  el  amor  y  en  los  hijos 
la  obediencia,  -y  no  ay  cosa  que  tanto  me  canse 
como  vnos  perdidos  por  hazer  mayorazgos,  an- 
siados por  dexar  casa  fundada  nueuamente,  con 
grandes  clausulas  de  firmezas:  porque  dizen 
queda  alli  su  nombre  vino,  y  el  alma  jUÍ9á  está 
muerta  en  el  infierno,  padeciendo  los  gustos  del 
heredero,  que  queda  dándoles  pocas  gracias,  y 

(,')  Así  en  el  original;  quizás  cata,  canta. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


1;;! 


tal  ha  de  ser  la  señora  Eufrosina,  que  es  la 
niña  de  los  ojos  de  su  padre,  pnrque  nunca 
liijo  muv  regalado  dexo  de  ser  hiél  á  los  padres 
que  en  ellos  ponen  su  gusto  con  deinasia.  Aora 
quién  dirá  que  vna  dama  como  Euirosina,  dis- 
creta, noble,  virtuosa,  se  venciesse  por  un  hom- 
bre desigual  a  su  calidad,  sin  tener  respeto  más 
que  u  su  afición?  en  fin,  son  cosas  que  trae  el 
mundo,  venturas  con  que  nacen  las  personas, 
juego  de  passii  passa  de  la  fortuna  con  los  esta- 
dos humanos:  por  esso  iiiusjjuno  desespere  de 
la  merced  de  Dios,  liiste  es  vn  caso  de  que 
muchos  pueden  tomar  exemplo  para  muchas 
cosas;  de  ninguna  muger  ay  que  fiar,  y  de  todo 
hombre  ay  mucho  que  temer.  No  hay  ley  que 
assegure  tanto  como  quitar  las  ocasiones  del 
daño  El  saber  y  la  cuenta  y  ra/.on  humana 
nunca  aciertan  el  hecho,  si  no  es  teniendo  a 
Dios  por  padrino.  Mas  quién  es  este  que  veo 
venir  liazia  acá.'  dame  el  ayre  que  lo  conozco: 
pareceme  Galindo,  mayordomo  de  don  Tristan; 
quiero  irme  a  él,  qut^  sin  duda  me  traerá  cartas 
de  la  corte. 

ACTO  QVINTO 
S  C  E  N  A    PRIMERA 

Cariofilo,  Galindo. 

Car.—  Sed  preso. 

(ral. —O,  señor,  besóos  las  manos;  de  vues- 
tra posada  vengo  aora,  y  no  me  supieron  de- 
zir  dónde  estauades. 

Ca7\ —  Yo  soy  peor  de  hallar  que  aguja  en 
pajar. 

Gal. — Andaréis  en  las  páranlas? 

Car. — Busca  el  hombre  su  mantenimiento 
por  donde  mejor  puede;  cuándo  fue  la  buena 
venida? 

Gal. — Aura  quatro  horas. 

Car. — Y  adonde  posáis? 

Gal. — Con  un  estudiante  pariente  mío. 

Car. — Y  yo  no  estaua  en  esta  tierra? 

Gal. — .Si,  mas  no  tenéis  posada  propia,  y 
no  08  quise  poner  en  cuiílado:  veis  ai  una  carta 
de  Grisandor  vuestro  amigo. 

^'ar. — Si  me  dais  licencia  la  leeré  luego, 
por  cumplir  con  el  alboro90  y  obligación  de 
amistad. 

(ral. — lesus,  señor,  y  es  muy  justo;  yo 
aseguro  que  viene  echando  fuego,  según  el  se 
precia  de  saber  dar  dos  toques;  os  reis?  pare- 
cerne  que  gustáis;  aunque  sea  demasía,  sepa  yo 
lo  que  dice. 
I  Car. — Xo  se  puede  dexar  de  comunicar; 
!  oid. 

Gal. — Brabo  hombre  es  éste,  yo  no  he  po- 
dido calar  su  intención. 


Car.  -  -Acá  nos  entendemos,  que  vos  naue- 
gais  por  los  rumbos  vulgares. 

Gal. — Kstremadameiite  lia  dicho;  y  yo  no 
juzgara  que  era  deste  humor. 

Car.—  Quién  Grisandor?  es  grande  homlire, 
y  tiene  un  estilo  apacible  y  corriente:  uo  es  de 
vnos  retorcidos,  amarrados  a  sentencias  de  Tu- 
llo, que  inuentan  vocablos  de  conseiua. 

(ral. — Aora  tengo  en  grande  opinión  a  Gri- 
sandor; no  parece  lo  que  es. 

Car. — No  aueis  oido  decir,  debaxo  de  muía 
capa  ay  buen  bebedor?  a  quien  vos  vieredcs 
que  es  de  mi  quadrilla  no  ]o  estiméis  e  •  poco, 
porque  yo  no  me  entiendo  con  g'  nU'  vulgar. 

(ral. — Sabéis  quién  rae  dio  grandes  recau- 
dos para  vos,  y  os  quisii-ra  e^criuir?  Art.au 
Labares. 

Car.-  Soy  muy  suyo;  decidme,  cómo  le  va 
con  su  christiana  nueua? 

Gal  —  Partióse  el  Rey  para  Almerin,  y 
quedóse  todo  en  esperan9aR. 

Car. — Pues  assiguroos  que  le  acude  ella  a 
su  gusto;  y  yo  no  tema  por  sin  duda  que  estii- 
uan  casados:  contadme  más.  En  Alii.erin,  mu- 
cha gente? 

Gal.  En  pipa,  como  sardinas:  matónos  su 
Alteza  en  traernos  alli,  porque  es  la  más  mala 
tierra  que  pensé  ver. 

Car — No  digáis  mal  de  los  buenos  dias  de 
Almerin:  aquella  gracia  de  aquellos  campos, 
aquellas  salidas  a])acibles,  y  más  aora  quamlo 
viene  el  tiempo  de  cantar  las  aues;  no  ay  cosa 
que  le  llegue  en  el  mundo,  ni  se  jiuede  ])¡ntar 
mejor  casa  de  placer,  ni  recreación  Real. 

(ral.  —Esso  no  tiene  aora,  porque  en  Lisboa 
no  ay  tanta  gente,  ni  tanta  confusión. 

Car.-  Creedme,  que  nuestras  demasias  lo 
destruyen  todo;  pues  con  ser  naturalmente  to- 
dos diferentes  en  los  pareceres,  y  contriirios  en 
aprobar  el  ageno,  vemos  en  estos  casos,  que 
en  oyendo  una  opinión  luego  van  con  ella 
todos;  y  queremos  que  vn  Rey,  que  es  solo  vn 
hombre,  satisfaga  a  tantos  y  tan  diuersos  jui- 
cios en  todas  sus  acciones;  siendo  assi  que  no 
me  daréis  dos  hombres  que  los  tengan  confor- 
mes. Esto  se  ve  en  nosotros,  en  lo  diferente 
que  sentimos  de  ¡Almerin;  mas  quántas  sen- 
tencias darán  aora  jior  aquellas  posadas  los  es- 
cudi'ros? 

Gal. — Es  la  suma  de  los  gustos  verlos: 
essos  están  aposentados  en  el  mesón  de  Santa- 
ren,  entre  dos  tizones,  quemando  botas.  Vno 
cuenta  lo  que  dixo  al  Rey,  y  lo  que  él  le 
respondió;  otro  lo  que  le  ha  de  dezir;  «tro  se 
quexa  que  no  se  puede  hablar  y  de  aqui  vie- 
nen d  seurriendo  a  la  \\Ar  y  estínio  Heal.  y 
dan  resokiciones  di' par- cens  aprouados  en  me- 
dia hora,  que  el  Consejo  de  Estado  no  se  atrc- 
uiera   a   determinar  en   cien   años;  y  toda  su 


132 


orígenes  de  la  novela 


qupxa  es  del  Confcssor  del  Rey,  porque  no  le 
dice  la  verdad,  y  que  los  Predicadores  no  ha- 
blan con  libertad 

Car. —  Qii'  diferente  conuersacion  será  lude 
los  mofos  de  inontcria,  ocupados  en  dar  filos  {}) 
a  chuzos  y  cuchillas  y  todo  nada.  Dezidme, 
])or  vuestra  vidií:  pabreis  darme  razón  si  anda 
alli  un  ayuíla  de  cámara  que  llaman  Amador  de 
Frisa? 

Gal. — Y  le  vi  dos  dias  antes  de  mi  partida, 
camino  de  Santaren,  embo9ado  corriendo  la 
posta  con  otros  a  porfía. 

Car. — Sabéis  si  está  despachado? 
Gal. — Pienso  que  |_no],  porque  yo  le  vi 
poco  antes  desto  haziendo  granes  reuerencias 
delante  de  los  del  Consejo,  como  hombre  pre- 
tendiente, y  que  grangeaua  su  favor,  que  es  vn 
miserable  estado. 

Car. — Pues  aun  no  lo  sabéis  bien.  Quanto 
más  seguro  y  menos  costoso  sería  tratar  en 
sardinas?  Si  los  hombres  considerassen  lo  que 
cu  esso  passa,  antes  de  empeñarse  en  el  tiempo! 
Veis  ai  vil  hombre  que  tiene  muchos  seruicios, 
mas  nada  aprouecha  sin  fauor.  Esto  no  por 
culpa  de  quien  reyna,  sino  por  malicia  de  al- 
íganos, que  procuran  impedir  los  premios  a 
quien  los  merece;  y  creed  que  traer  pretensión 
es  la  suma  desuentura,  porque  no  ay  oficial 
ante  quien  passe  que  no  os  maltrate  y  ani- 
quile por  su  gusto;  y  aunque  al  principio  se 
muestre  afable,  en  sabiendo  que  sois  preten- 
diente, al  mismo  punto  se  os  pone  grane,  y  con 
presunción  de  arrastraros:  lo  que  importa  es, 
si  se  pudiesse,  tratar  con  la  persona  Real,  que 
esta  grangeria  nunca  mintió,  y  nunca  os  pone 
en  emprt'ssa  que  no  sea  muy  honrosa:  ya  passó 
el  tiempo  de  amigos,  fiaos  sólo  de  quien  Dios 
fió  su  pueblo. 

Gal.—  Sabéis  quie'n  está  muy  bien  despa- 
chado? Frison  Siliieira:  dieronle  un  nauio  de 
alto  borde,  y  viage  para  la  China,  y  va  este 
año. 

Car. — Alegróme  por  vida    mia,   que   él  lo 
merece  todo:  quién  lo  despachó? 
Gal.  —  AWk  tnuo  sus  minas. 
Car. — Buenas  le  fueron. 
Gal. — Saueis  otro  que    también   ha  tenido 
buen  sucesso?  conocéis  vn  criado  de   va    des- 
(  mhargador,  que  andaua   alli   asqueroso  y  des- 
lucido, perdido  por  traer  capatos  curiosos,    y 
tenia  de  sn  mano  tendera? 

Car.  Mu.  bien,  gran  valentón:  llamase 
Mateo  Rosado. 

Gal. — Esse  lleua  vn  gonierno  por  tres  años. 
Car. — Holgaos  con  esso:    yo  juraré  que  no 
siruio  dos  años  continuos.  No  ay  que  cansar- 
nos, sino  entender  que  el  hombre  honrado  que 

(')  FiZíos  en  el  original. 


por  sí  quiere  medrar,  es  lo  mejor  hazerse  ta- 
honero, gozará  vida  descansada;  porque  la  su- 
gecion  y  el  trabajo  no  se  hizo  sino  para  los 
que  tienen  nobles  pensamientos  y  presunción 
honrada,  y  el  mundo  no  leuanta  a  quien  lo  es- 
tima poco  y  espera  del  mucho.  Mas  dexemos 
estas  quexas  antiguas,  que  quando  Dios  no 
.quiere,  los  santos  no  ruegan,  y  la  fortuna  ya 
tuuo  otro  tiempo  más  juridicion  para  leuantar 
y  derribar  que  aora.  Dadme  nueuas  de  mis  se- 
ñoras mo^.as  do  cámara,  gente  de  nuestro  esta- 
do, aunque  ellas  no  quieren  serlo. 

Gal. — Daros  he  quantas  quisieredes:  vine 
todo  este  camino  con  ellas,  porque  truge  a  mi 
cargo  seruir  viia  cierta  dama  por  don  Tristan, 
y  acompañé  y  parlé  a  cien  mil;  en  mi  vida  he 
tenido  dias  como  aquellos:  anduue  en  estremo 
picado  toda  la  jornada  con  vna  de!  retrete.  Alli 
serui  también  a  vuestra  dama  un  dia  que  cayó 
en  vn  pantano,  y  en  vuestro  nombre  la  acudi, 
y  le  dixe  que  lo  pusies  e  a  vuestra  quenta,  hi- 
zele  mil  cumplimientos  por  vuestra  parte,  senti 
della  que  os  quisiera  ver  alli. 

Car. — Grandes  nueuas  me  dais:  o  pese  a 
mí,  que  huue  yo  de  perder  essa  ocasión. 

Gal.  Pues  yo  os  certifico,  que  según  tomé 
el  tiempo  del  peso  cuando  la  subi  al  sillón,  que 
es  valiente  mo9a. 

Car. — No  hay  más  que  desear:  es  fuerte  y 
rollica,  y  soy  muy  aficionado  a  las  tales. 

Gal. — Venimos  hablando  en  vos  dos  gran- 
dos  horas,  y  os  acredité  de  muy  rico;  hizome 
después  muchas  amistades  con  mi  dama. 

C'o/-.— Todas  son  amigas  de  cumplir  essas 
obras  de  misericordia.  No  la  hallariades  boba. 

Gal. — Qué  decís?  nunca  hablé  con  muger 
que  assi  me  contentasse. 

Car. — La  rapacilla  tiene  ingenio,  y  una  sua- 
uidad  en  mirar  que  mata.  Vistis  a  su  criada? 

Gal.  Mil  vezes,  y  tiene  pico;  y  no  sé  si 
me  afirme  que  la  vi  inclinada  a  Bicho  de  Mon- 
te ira. 

Car. — No  es  en  esso  necia;  siempre  le  dará 
algún  fruto.  Dezidme,  Etor  Tristan  cómo 
anda  con  la  suya? 

Gal. — Dizen  que  están  casados  de  secreto; 
lo  que  me  parece  es  que  está  muy  fauorecido, 
porque  lo  vi  muy  entremetido  con  ella. 

Car. — A  esso  auia  de  venir  esse  inocente; 
ninguna  embidia  le  tengo,  porque  la  señora  ya 
passó  por  los  bancos  de  Flandes,  y  no  muda 
aora  los  dientes. 

(¡al. — Todo  esso  no  importa;  ellos  se  quie- 
ren bien  mucho  tiempo  ha,  y  ya  sabéis  quán 
sesudas  y  mansas  salen   de  aquel  toril,  y  quej 
palacio  haze  milagros.  I 

Car. — Siempre  estuuistes  en  Almerin  desde) 
que  llegó  el  Rey?  ,' 

Gal. — Antes  poco  tiempo,  porque  luego  me 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


133 


bolui  a  Lisboa,  donde  estime  un  mes,  hasta  que 
partí  para  aqui. 

Car. — Contadnie,  pues,  cóuio  está  Floriana. 
Gal. — Muy  próspera:  cogió  entre  manos  vn 
Burgales;  diola  tantas  joyas,  que  no  sé  que  aya 
otra  más  rica;  después  robó  también  a  vn  In- 
diano. 

Car. — Fue  dichosa  siempre,  y  es  vna  picara 
fea,  y  no  tiene  más  de  los  liuesos:  sólo  tiene 
gracia  y  agrado,  y  canta  muy  bien. 

G^a/.— Saueis  quién  anda  aora  muy  perdida, 
y  dissoluta?  una,  que  posaua  en  la  Betesga,  y 
la  hablaba  Troylo  de  Flores. 

Car. — Y  él,  qué  se  ha  hecho? 

Gal.  —  Gastadissimo,  y  empeñado  con  estos 
males  y  otros,  se  va  este  año  a  la  India. 

Car. — Cómo  se  ha  perdido  esse  mancebo, 
que  tenia  mucha  hazienda  heredada  y  la  gastó 
toda  con  essa  muger,  y  en  el  juego!  Dezidnie 
señor,  vna  nuilata  muy  gallarda,  que  viuia  en 
la  calle  de  los  Cauides.  que  nos  festejó  mucho^ 
si  os  acordáis,  quando  fuimos  a  los  toros  de 
Almeida,  dónde  está?  Tercia  toda  via  por  sus 
amigos? 

Gal.  —Poco  antes  de  mi  partida  comí  en  su 
posada:  dixele  que  os  venia  a  ver;  quiso  escri- 
uiros,  diome  mil  recados  para  vos,  y  dixome 
que  no  auia  en  el  mundo  tal  hombre. 

Car.  —  Somos  grandes  compadres,  y  tiene 
ella  hechos  por  mí  algunos  buenos  negocios. 
Üs  acordáis  de  la  confitera?  qué  nueuas  me  dais 
del  la? 

Gal. — Está  muy  buena,  y  quexosa  de  vos. 

Car.  —  Ha,  que  no  ay  tierra  en  el  mundo 
como  Lisboa:  la  conuersacion  de  la  gente,  el 
donayre  de  las  mugeres,  la  liuertad  de  la  vida: 
no  creáis  que  se  puede  viuir  en  otra  parte. 
Aora  bien,  quién  os  echó  en  esta  región?  te- 
neis  aqui  algún  negocio  o  es  de  passo? 

Gal.     Queremos  casar  á  mi  amo. 

Car. — Quién,  al  señor  Uon  Tristan? 

Gal.~i>[. 

Car. — Y  con  quién? 

Gal.  —  K(\m  en  esta  ciudad,  con  la  hija  de 
[don  Carlos,  señor  de  las  Paboas. 

Car. — Santa  Maria,  contadme  cómo  es  esso. 
(Venís  ya  sobre  concierto  o  a  hazer  alguna  di- 
ligencia? 

'"«/. —  Yo  os  lo  diré,  que  hombre  soy  de 

-:  'cios.  Yo  llegué  diez  días  ha  aqui  de  noche; 
>iipe  que  don  Carlos  fue  a  Santiago  en  roine- 
■"la,  pero  que  se  estaña  en  su  encomienda;  par- 
inoe  por  la  mañana,  por  alcanzarlo  en  ella  antes 
ine  se  alongasse:  hállelo  en  'a  quinta  que  tiene 
le  su  mayorazgo,  cosa  estremada  y  lindo  sitio 
?ara  afsistir  en  ella  vn  Cauallero.  Dile  las  car- 
pa que  le  traía  de  sus  parientes;  ho  gueme  en 
J  montería,  y  otras  cazas  con  sus  caseros,  y 
;i  muy  contento  me  mostró  todas  sus  hereda-  I 


des  (*):  y  según  me  dio  cuenta,  lleno  el  negó- 
cío  concertado.  El  se  partió  a  su  romería  para 
boluer  luego. 

Car. — Qué  negro  despacho  este  para  Zelo- 
typo!  y  sabéis  lo  que  le  da? 

Gal.-  Quanto  possee  después  de  muert(\ 
{lorque  no  tiene  otro  heredero,  y  sin  la  enco- 
mienda, de  ordinario  el  mayorazgo  que  tiene 
llega  a  seis  mil  ducados  de  renta  vn  año  con 
otro,  y  dale  luego  treinta  mil  escudos  con  sus 
joyas  y  alhajas. 

Car.  —  A  quánto  llega  la  renta  de  don 
Tristan? 

Gal. — Está  aora  arrendada  por  tres  años  en 
nueue  mil  ducados  cada  año. 

Car — Honradamente  casa  la  señora. 
Gal  — Conoceisla  vos?  dizenme  que  es  muy 
hermosa. 

Car. — Tales  fuessen  las  pulgas  de  mi  cania; 
mas  es  tan  vraña,  que  luego  como  la  ven  huye. 
Gal. — Un  poco  es  esso  de  n)oca  de  villa; 
porque  la  dama  que  es  señora,  lo  mejor  que 
ha  de  tener  es  seguridad  y  confianza,  sin  lle- 
gar a  presumir  que  nada  le  pueda  ofender, 
y  guardando  los  términos  del  recato  y  honesti- 
dad, cumplir  con  ia  cortesía;  pero  tenga  dine- 
ros, y  sea  tuerta  o  manca. 

Car. — Pareceos  que  tardará  nnicho  el  efeto? 
Gal  — Sí  vob  queréis  baylar  en  la  boda,  no 
os  vais  de  aquí,  que  antes  de  dos  meses  vendre- 
mos a  efetuarla. 

Car. — Y  quándo  os  iréis? 
Gal. — Querría  en  la  mañana,  si  Dios  fuesse 
seruido;  mas  en  todo  caso  he  de  ver  a  hi  señora 
antes  que  me  vaya,  para  dar  nueuas  al  galán, 
que  está  muy  aficionado  por  la  fama. 

Car. — Aora,  señor,  yo  tengo  una  prosada, 
mala  ó  buena,  recibirá  V.  m.  la  voluntad. 

Gal  — Beso  las  manos  de  \ .  m.,  yo  la  doy 
por  recebida,  y  por  tan  poco  no  es  justo  dexar 
a  mí  pariente. 

Car. — No  fuera  bueno  qu^í  os  acordarades 
que  me  haziades  agrauio?  Aunque  sea  por  fu<  r- 
za,  aueis  de  ir  a  cenar  conmigo;  después  el  dor- 
mir será  como  quisierades. 

fial. — Aure  de  obedeceros  en  vuestra  tierra, 
como  en  vuestra  casa. 

Car. — Assi  os  conuíene,  sí  queréis  escapar 
de  mis  manos. 

Gal. —  Vos    seréis   hombre    para  darme  de 
quien  me  enamore  en  esta  tierra? 
Car. — No  faltará. 

Gal. — Dessa  manera  seréis   mi   padre.   En 
esta  ciudad  hay  buena  gente? 
Car. — No  es  mala. 

G'fl/.— Estas  que  topamos  aquí,  son  de  las 
que  se  vienen  a  la  mano? 

('    El  original,  por  errata  evidente,  heradex. 


lU 


ORÍGENES  PE 


Car, — Hablad  vos,  que  todo  lo  nnciio  aplace. 
G'il. — -Si  peü^are,  pi'giie,  luiré  presencia  por 
la  houra  de  los  Cortesanos. 


SCEXA    SEGUNDA 

Polonia,  Vitoria,  Galindo,  Cariofilo, 
Andresa. 

Fol. — Ya  vienes  del  rio,  andiga?  Pues  yo 
voy  aora. 

V/t. — Tú  eres  vna  perezosa:  si  fuera  yo, que 
sin  i'Sta  vez  he  ido  otras  tres. 

Fol.  -  Has  de  boluer  acá?  tengo  muchas 
cosas  que  contarte. 

Vit. —  De  qué,  por  tu  vida? 

Fo'. — Mira  tú  si  puedes  venir,  que  no  pue- 
do liiib  ar  tan  de  prissa.  Pues  a  fee  que  te  has 
de  holgar  mucho  de  saberlo. 

Vit — Yo  tenijo  ya  llenos  todos  mis  cántaros. 

Fol. — Qué  boba  eres,  haz  tú  como  yo:  cada 
vez  que  quiero  venir  a  holgarme,  trastorno  vn 
cántaro  que  no  lo  vea  mi  ama,  y  entonces  ven- 
go con  él. 

Vit. — Espérame  aqui,  que  no  haré  más  que 
tomar  vna  cántara  y  venir. 

Fol  — Quiero  ver  si  vienes  antes  que  se  se- 
que esta  saliba. 

Gal. — Dexadme  con  esta  que  canta,  veréis 
cómo  le  hincho  las  medidas. 

Ca  . — Id,  que  si  cayeredes.  yo  iré  por  vos. 

í?a/.  — Bendígaos  Dios,  mi  señora. 

Fdl. — Y  a  vos  el  diablo. 

Gal. —  Buena  ventura  le  venga  a  quien  pa- 
recisteis bien  cantando. 

Fol.  Pues  cada  vno  canta  como  tiene  la 
gracia,  y  casa  como  tiene  la  ventura. 

Gal.  —  Si  sois  tan  sentenciosa,  no  sé  cómo 
me  he  de  atrener  a  hablar. 

Fol.  —  No  ayais  miedo,  que  preso  va  por  el 
vendo. 

Gal. — Vos,  señora,  bulliréis  como  loca  y 
haréis  como  mo^a. 

Fol.     Tened  el  asno,  luana,  que  no  cayga. 

G'tl  — O,  pesar  de  los  Moros,  y  en  esta  tierra 
ay  tal  gracia? 

Fol.  Vistes  tan  gran  bien?  y  ésta  qué  tiene 
más  que  las  otras?  no  aueis  visto  corea  con 
cola? 

Gal. — Vi  os  ('),  señora,  a  vos  en  fuerte 
punto,  pues  assi  me  aueis  muerto  con  essa  gen- 
tileza y  gallardía,  sin  tener  remedio  para  li- 
brarme. 

Fol. — Sin  tener  remedio?  Vistes  aquello?  O, 
qué  gran  mal!  Pero  passará,  acabado  esso  es, 
noche  son  desastres. 

O  En  el  original,  Vio  oí. 


LA  NOVELA 

Gal. — No  serian  sino  astres  ('):  si  vos  qui-  [ 
sieredes  sauer  de  mí,  como  soy  seruidor  de  j 
damas.  i 

Fol. — Viste  aquel  consuelo,  mi  amor?  de  \ 
aora,  ogaño,  que  os  haré  este  año:  paguemos  \ 
el  vuestro,  y  partios.  ! 

Gal. — No  maltratéis  assi  a  los  forasteros, ' 
que  os  desean  seruir:  podréis  en  algún  tiempo  j 
ir  por  allá,  y  nos  vengaremos.  | 

Fol  — Hazeldo  assi,  si  allá  me  halláredes. 

Gal. —  Mejor  compañía  os  haré  yo,  si  quisie-  ; 
redes  ir  conmigo.  , 

Fol. — Assi  os  tome  a  vos  aquel  que  passa  | 
el  agua  y  no  se  moja.  j 

Gal. — Bien  parece  que  no  me  paristes. 

Fol.  —  Después  que  lo  di  a  criar,  nunca  más , 
me  he  acordado  del. 

G'a?.  — Cariofilo,  llegaos  acá,  me  ayudareis  i 
a  entender  a  esta  señora,  que  yo  no  la  en- i 
tiendo.  | 

Fol — Ayudadle,  que  no  puede:  qué  azafe-' 
ma  de  tripas  de  cabrón! 

Co!-.  —  Ellas  cuando  quieren  hablan  ger-; 
maula.  \ 

Gal. — También  yo  la  sé,  si  nos  viessemos! 
tal  á  tal.  '■ 

Fol. — Súpolo  dezir,  y  no  se  le  cayeron  los; 
dientes;  cómo  es  bonito  y  ¡dorado!  miren  no  leí 
den  quebranto.  i 

Gal. — Para  esta  cara,  que  he  de  viuir  con 
vos,  para  que  me  enseñéis  essa  algarauia.  j 

Fol. — Assentalde  la  paga. 
.  Car. — Señora,  no  aya  más,  sed  piadosa  para 
con  los  vuestros. 

Fol. — Pues  hablad  vos  desde  allá,  y  oíros 
han.  Sois  vos  su  tutor? 

Car. — Sí  soy,  porque  me  pesa  veros  con  ta 
poca  razón  con  quien  os  desea  seruir. 

Fol. — La  razón  mata  a  razón,  y  el  cayad( 
la  liebre. 

Car. — Para   qué   es  ser  tan   zahareña  coi 
quien  está  hecho  vn  cordero  delante  de  vos? 

Fol. — Yo  soy  de  esta  hechura,  y  luego  él  ¡j 
parece  vn  inocente  sin  mal:  mas  quien  no  tien 
que  hazer,  compre  un  ganso. 

Gnl. — La  añade  de  Mondego  que  comprar 
yo  fuerades  vos,  si  tuuierades  precio. 

Fol. — Ahogóse  en  una  alcuza  de  medio  rea 
de  noche  y  sin  candela. 

Gal, — Digo  os  que  no  me  atreno  a  entrar  ( 
juego  con  esta  moca. 

Car. —  Pegad  con   estotra  que  viene  aqi 
quica  será  más  apacible. 

Fol.  —  Dios  le  ayude,  no  cayga  en  el  atollj 
dero. 

Gal  — No  quiero  sino  a  esta  gentil  persoí 
porque  le  soy  aficionado. 

<:')  si€. 


rUMEDlA  DE  EVFUÜ.^IXA 


135 


Pol. — Si  veren^ijcnas  ay  en  la  villa,  alcal- 
dadas ar  en  la  pla9a. 

Vit. — Madre,  tarde'  mucho?' 

Gal. — Antes  venistes  que  yn  quisiera,  hija. 

Vit. — Aun  no  os  llaman  a  vus  acá:  lial>ló 
el  huey  y  dixo  mu. 

Pol.-  Desatóse  ])0r  la  boca  como  odre;  con 
su  madre  fue  a  los  ramos. 

(Jal. —  Pareceme  que  se  han  , comunicado. 
Qué  par  de  palomas  para  un  casal!  Essas  pie- 
dras no  tienen  dolor  di  herir  aquellos  pies  tan 
bien  hechos;  que  se  sufre  esto! 

Pol. — Si  no  fuera  por  la  bota,  cortárale  la 
pierna. 

Vit. — Veis  alli  dónde  viene  mi  suegra  An- 
dresa! 

Gnl. — Estas  vuestras  muchachas  son  todas 
tan  diabólicas? 

Car. — Pues  aún  no  vistes  nada,  que  halla- 
reis otras  que  no  hablan  sino  latin:  queréis  que 
nos  Tamos? 

Gal. —  Despedireme  de  estas  damas. 

Car.—  Hazeldo  assi. 

Gal.  —  Pues  no  me  queréis,  voy  a  Iniscar 
quien  me  quiera;  y  con  todo,  soy  vuestro. 

Pol.  —  Tengolo  en  merced;  plegué  a  Dios 
que  os  suceda  como  lo  deseáis. 

Car. — Andresa,  decid  allá  en  casa  que  ha  de 
ir  este  señor  a  cenar  conmigo. 

And. — Muy  grande  merced  es.  * 

17/. — Y  de  dónde  vino  aora  aquella  buena 
pieya? 

And.  —  Qué  sé  yo? 

Pol. — Comadre,  lauas  tú  mañana? 

And. — Si  Dios  quiere. 

Vit. —  Y  nosotras  también;  ya  vendrás  de 
liazer  grande  fiesta. 

Pol. — Pues  ya  me  han  prometido  a  mí  la 
merienda,  y  espero  que  no  ha  de  ser  mala. 

And.  —  Oy  hurté  a  mi  ama  de  la  masa,  con 
que  hizo  una  torta:  tened  vosotras  cuydado. 

SCENA    TERCERA 

Cariofilo. 

Car. — Tengo  para  mí  por  cierto  que  ser  de 
los  fauorecidos  de  la  fortuna  es  el  mayor  enga- 
ño del  mundo:  vna  vanidad  que  nos  cuesta  el 
alma  y  vida,  porque  nunca  preñen imos  lo  que 
nos  conuiene  contra  sus  halagos.  Y  quien  bien 
considerare  lo  que  de  serlo  se  saca,  hallará 
que  es  trabajo  y  dolor,  juego  de  Pompuñete  y 
vn  doytelo  viuo,  que  la  fortuna  con  nosotros 
trae.  Demás,  que  no  ay  quien  niegue  ser  estas 
grandes  glorias  de  mundo  las  más  vezes  bene- 
ficio de  la  ventura,  antes  que  de  la  virtud:  por- 
que es  muy  raro  corresponder  el  premio  al  me- 
recimiento; y  por  esta  razón  ay  poco  que  embi- 


diar  y  mucho  que  aborrecer.  Dizenme  los  que 
se  precian  de  grandes  pensamientos  y  se  jactan 
de  hombres  de  alto  espíritu,  que  Hercules  en 
él  principio  de  su  vida,  por  seguir  la  virtud  (que 
era  vna  de  lar  damas  que  se  le  apareció,  y  le 
prometió  eterna  fama)  passó  muchas  afrentas, 
y  aquellos  tan  celebrados  dozc  trabajos.  Todo 
lo  (onfiesso,  y  por  lo  mismo  me  afirmo  en  lo 
que  digo:  porque  el  cuytado  passó  la  vida  en 
continuas  fatigas  y  trabajos,  y  al  fin  murió  en 
ellos,  todo  por  dexar  memoria  de  sí;  pues  de- 
/idme,  qué  le  aprouechó  tanto  peregrinar?  Es 
como  el  anhelar  de  los  Indianos,  que  van  a  ga- 
nar para  suí?"  herederos.  Que  Hercules  al  fin 
murió,  y  está  en  el  inrierno,  y  querria  mucho 
saber  qué  gusto  tendrá  allá  en  dezir  yo  acá: 
gran  cauallero  fue  Heicules!  Lo  mismo  digo 
de  otros  muchos  con  quienes  la  fortuna  andu- 
uo  inquieta.  Como  Alexandro^  que  por  esta 
negra  fama  nunca  gozó  de  vn  dia  de  descanso, 
pudiendo  reynar  con  gusto  y  placer;  y  essotro 
Julio  Cesar.  No  os  parece  que  viuia  más  des- 
cansado el  barquero  Amidas,  a  quien  él  fue  a 
rogar?  pues  bien  se  ve  quedó  tan  en  la  memo- 
ria el  vno  como  el  otro:  y  ser  Cesar  o  ser  Ami- 
das viene  a  ser  todo  vno;  y  qui^a  en  el  otro 
mundo  tendrá  menos  tormento  el  barquero. 
Preguntad  a  Aquiles  qué  le  aprouechó  su  so- 
beruia,  a  Tántalo  su  avaricia,  a  Creso  sus  ri- 
quezas, a  Artagerges  su  numeroso  exército,  y 
a  todas  las  vanas  ocupaciones  de  los  homitres 
el  premio  que  les  dieron?  Hablad  con  el  sabi- 
dor  de  todo,  que  él  os  lo  dirá:  lo  seguro  y  lo 
cierto  es  seguir  la  ra^ou  y  estar  por  ella;  cono- 
cerse cada  vno  lo  que  es,  y  no  pensar  volar  sin 
alas.  Abracarse  con  el  sossiego  quien  lo  puede 
tener,  y  contentarse  con  su  suerte;  porque  nin- 
guno subió  a  estado  alto  ni  h¡90  cosa  insigne 
que  no  fuesse  a  costa  de  su  cuerpo  y  alma;  y 
al  fin,  todos  nacimos  desnudos,  y  assi  nos  come 
la  tierra,  donde  quedamos  iguales;  y  quien  se 
cansó  por  el  mundo  y  quien  descansó  en  él, 
ambos  están  de  vna  manera  en  la  muerte;  y  en 
quanto  a  quedar  memoria  dellos,  qué  les  im- 
porta este  premio  si  no  lo  pueden  gozar?  Veis- 
me  aqui,  por  venir  a  nuestro  proposito,  que  no 
soy  de  los  que  tienen  altos  pensamientos,  ni 
amores  encerrados  en  torres:  contentóme  con 
lo  que  puedo  alcancar  buenamente  y  sin  peli- 
gro ni  cuydado;  viuo  a  mi  gusto,  y  como  el  ca- 
minante sin  dinero  canta  seguro  sin  temer  al 
ladrón,  assi  yo  no  temo  a  la  fortuna,  porque  no 
tiene  de  donde  derribarme  sin  que  yo  quede  en 
pie,  riyendome  della;  juego  a  hurta  cordel  con 
las  muchachas  que  se  ofrecen;  hago  mi  gusto 
y  quedo  triunfando.  En  este  modo  de  entrete- 
nerme tentro  hechas  algunas  suertes  que  exce- 
den a  las  del  mejor  toreador,  como  fue  la  de 
Polinea,  que  beue  los  vientos  por  mí,  y  yo  rio- 


136 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


me  de  ella.  Mi  amigo  Zelotipo  es  todo  eleua- 
ciones  y  hazer  torres  de  viento;  mirad  aora  en 
qué  vienen  a  parar  todos  sus  fundamentos;  sir- 
ue  a  Eufrosina  con  alma  y  vida,  solicita  sus  ne- 
bros amores,  no  durmiendo  de  noche,  no  des- 
cansando de  dia,sutil¡cando  maneras  de  conten- 
tarla, gastando  lo  que  no  tiene  en  presentes, 
y  preguntad  qué  le  aprouechótodo  esto?  Aora 
que  le  hablaua  ya,  y  le  iba  bien,  y  estaua  en  es- 
tado que  le  tenia  embidia,  viene  la  fortuna  de 
improuiso,  haze  el  contrato  de  don  Tristan, 
que  está  cien  leguas  de  aqui,  para  que  se  en- 
tienda quán  mal  sabe  el  hombre  de  dónde  le 
puede  venir  el  bien  o  el  mal ;  y  las  quentas  que 
a  nuestro  parecer  hazeraos  con  todo  acuerdo  y 
discreción,  quán  fundadas  son  en  incertidum- 
bre.  Mirad  qué  .ajirouecha  a  Zelotipo  sus  con- 
tinuos cuydados  y  suspiros  ardientes,  con  pen- 
samientos altiuos,  sino  de  tener  congoxas  que 
llorar;  y  temo,  se^un  en  él  está  arraygado  el 
amor,  que  en  sabiendo  lo  que  passa,  viéndose 
desesperado,  ha  de  hazer  algún  desatino:  fui 
esta  noche  con  él;  habíanse  por  vna  ventana, 
donde  gocarán  lo  que  diere  lugar  la  ocasión,  y 
después  le  veo  con  mayores  ansias  y  más  feruo- 
roso  que  andana  antes  que  alcanyasse  tanto: 
porque  en  los  amores  sucede  lo  que  en  el  dinero, 
que  cr3ce  el  deseo  de  tenerle  quanto  más  el  di- 
nero crece.  No  me  atreui  a  dezirle  lo  que  sabia: 
mas  es  necessario  dezirselo,  por  ver  si  se  puede 
remediar  con  tiempo;  pero  yo  no  sé  c[ué  camino 
elija  que  bueno  sea.  Si  lo  pudiesse  apartar  de 
esta  afición  era  lo  más  seguro,  mas  será  impos- 
sible;  con  todo,  lo  he  de  intentar  primero,  y 
quando  no  pueda  diuertirle,  no  he  de  desampa- 
rarle, que  esta  es  la  ocasión  de  mostrarse  los 
que  son  amigos.  Animarele  y  eligiremos  el  me- 
jor consejo  en  quanto  huuiere  lugar  del:  des- 
pués el  tiempo  dirá  lo  que  huuieremos  de  hazer, 
que  es  siempre  el  más  cierto  consejero.  Por 
estas  cosas  digo  yo  que  no  quiero  ser  de  los 
que  la  fortuna  trae  leuantados.  Mejor  es  andar, 
como  dizen,  por  donde  anda  la  raposa:  que 
quien  es  bueno  de  contentar,  menos  tiene  que 
llorar.  Alli  viene  Zelotipo  hablando  consigo: 
quiero  oir  lo  que  dize  sin  que  me  vea. 

SCENA  QUARTA 

Zelotipo,    Cariofilo. 

Zel.  —Si  es  verdad  que  mata  el  contento  más 
que  el  pesar,  no  sé  cómo  soy  vivo,  ni  tengo 
mi  vida- por  segura. 

Car. — Pues  qué  si  bienio  supiessedes!  presto 
desl)areis  la  rueda. 

Zel. — Porque  mi  contento,  assi  como  no 
huno  otro  su  igual,  assi  deue  hazer  diferentes 
muestras  y  efetos  de  los  que  se  han  visto.  Ni 


creo  que  quando  Hercules  alcancó  a  su  amada 
lole,  Demofonte  a  Phili,  Paris  a  Elena,  Hores- 
tes  {})  a  Hermione,  y  Marte  a  la  hermosa 
Venus,  alguno  dellos  tuuo  la  gloria  que  yo  he 
gozado. 

C'a/-.  — Grande  bien  tenemos  con  csso,  todo 
está  remediado.  Pareceme  que  seréis,  vno 
piensa  el  vayo,  otro  el  que  lo  ensilla.  Pero 
qué  cierto  es  a  los  contentos  humanos  azecha- 
llos  el  pesar;  y  en  llegando  su  ocasión,  echar 
por  tierra  todos  aquellos  alborozos  de  alegría. 
Piensa  aora  Zelotipo  que  nunca  huuo  hombre 
tan  dichoso  como  él,  eleuado  en  el  gusto  pre- 
sente, y  de  aqui  a  poco,  que  sepa  cómo  la  for- 
tuna le  ha  mudado  la  hoja,  vereislo  llorar  y 
llamarse  el  más  desdichado  de  los  nacidos:  tan 
ingratos  somos  a  todo  bien  passado.  Aora  ha- 
zed  fundamento  en  cosas  de  mundo,  y  veréis  lo 
que  halláis. 

Zel. — Quando  contemplo  conmigo  que  es- 
tune  en  conuersacion  cara  a  cara  con  la  señora 
Eufrosina,  dueño  de  mi  alma,  que  le  oi  aque- 
llas dulces  palabras,  delicada  pronunciación, 
aquellas  razones  blandas  y  discretas,  aquella 
risa  de  l.i  misma  gracia,  aquellos  temores  ho- 
nestos, los  fauores  escas?os  de  voluntad  liberal 
y  los  ojos  que  hazian  clara  la  noche  escura,  los 
cabellos  trencados  con  donayre,  aquel  rostro  del 
mismo  Sol,  aquella  presencia  de  Palas,  y  aque- 
llos ayes  tan  sentidos,  quando  la  tocaua  en 
alguna  arracada  y  la  lastimaua!... 

Car. — Veis  alli  en  suma  toda  la  necedad  de 
los  enamorados.  Piensa  él  aora  que  no  hay 
más  bien  en  el  mundo  que  auer  estado  con  su 
dama,  y  la  tiene  por  cosa  diuina,  y  no  ve  más 
de  lo  que  la  fantasía  le  representa,  y  está  tan 
cerca  ele  idolatrar  como  Salomón,  y  aun  estoy 
por  dezir  que  lo  hará  si  ella  lo  consiente,  por- 
que le  parece  que  no  hay  más  campos  Elíseos 
que  estos  amores.  Por  buen  discurso  hallo,  y  es 
cierto,  que  en  quanto  esto  son  las  mujeres  más 
discretas  que  nosotros,  y  tienen  más  claro  el 
juicio,  y  mejor  consejo;  porque  pocas  ó  nin- 
guna dieran  contra  su  voluntad  y  gusto;  y  si 
no  le  tienen  y  con  él  se  vencen,  es  por  demás 
persuadirlas;  los  hombres  luego  se  entorpecen 
en  embriagándose  con  su  apetito  y  deleyte, 
como  aora  Zelotipo,  a  quien  parece  que  no 
ay  más  bienauenturan9a  que  la  que  goza,  tanto 
que  por  ella  perderá  el  parayso.  Tan  embe- 
lesado tiene  el  entendimiento  vn  enamorado 
destos. 

Zel.  — Yo  me  espanto  cómo  en  tanta  gloria 
no  me  ahogué  y  perdi  los  espíritus. 

Car. — Basta  perder  el  sesso. 

Zel.—X  por  otra  parte,  quando  imagino  que 
tune  coracon  para  apartarme  della,  me  queao 

O  Sic,  por  Orestes. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


137 


elado,  y  nunca  hombre  acometió  tal  atreui- 
miento. 

Car. — Assi  es,  o  vos,  o  Mucio  Sceuola. 

Zel  — Quién  pudiera  imaginar  que  yo  auia 
de  alcanyar  el  estado  que  tensío!  Es  sin  duda 
que  todo  se  alcanza  con  el  buen  esfuerzo  y 
todo  se  pierde  por  flaqueza  de  ánimo. 

Car, — Ya  empieza  a  obrar  la  presunción  de 
coraron;  no  ay  Francés  vitorioso  tan  sobcruio, 
y  lo  causa  la  prosperidad,  que  siempre  se  luize 
digna  y  capaz  de  los  sucessos  y  se  atribuye  a 
sí  misma  toda  vitnria.  Y  estos  regalados  de  la 
fortuna,  con  qualquiera  aduersidad  pierden  el 
timón  y  a  ningún  buen  consejo  dan  lugar,  y 
hasta  verlos  en  esto  no  hay  sino  dexarles  ha- 
blar del  arnés. 

Zel. — Por  ser  los  hombres  pusilánimes  vie- 
nen a  llorar  miserias  y  viuir  en  ellas.  El  honi- 
iire  noble  y  que  tiene  honra  no  ha  de  estimar 
la  vida  por  llegar  a  efeto  sus  deseos. 

Ca?".  —  De  tal  cabeca  tal  sentencia  Veis  alli 
lo  que  trae  la  próspera  fortuna,  juizios  ciegos 
y  voluntades  desordenadas. 

Zel. — Ha  de  acometer  atreuido  y  reirsc  de 
los  consejos  cuerdos,  que  son  armas  de  couar- 
des,  cerrar  los  ojos  a  inconueuientes  y  passar 
adelante,  que  esto  le  hizo  a  Cipion  vencer  a 
C'artago. 

Car. — En  quanto  corriere  este  viento  no 
venga  acá  Ector  el  Troyano,  porque  boluera 
vencido;  quitareis  la  claue  (')  a  Hercules,  ven- 
ceréis a  Medusa  sin  el  escudo  de  Palas,  seréis 
otro  Perseo  en  el  cauallo  Pegaso;  mas  ruego  a 
Dios  no  se  rebuelua  el  tiempo. 

Zel.  — Mucho  le  deuo  a  Canófilo,  que  me  ha 
sido  otro  Diomedes  para  Vlises  y  Teseo  para 
Piritoo. 

Car. — Qué  agradecido  está  aora  en  quanto 
liazen  su  voluntad  y  le  fauorecen:  assi  somos 
todos;  mas  si  le  aconsejara  lo  contrario  de  )o 
que  desea,  se  acabara  la  amistad. 

Zel.—X  por  esso  todas  las  personas  del 
mundo  deuen  trabajar  mucho  por  alcanzar  vn 
buen  amigo,  sino  que  son  difíciles  de  hallar  y 
peores  de  conocer.  Voime  a  ver  con  él. 

Car. — Quiero  salirle  al  encuentro. 

SCENA  QUINTA 

Cariofilo,     Zelotipo. 

Car. — Beso  os  las  manos,  señor. 

Zei. — Yo  las  vuestras  mil  veces.  A  buscaros 
venia,  como  el  cierno  sediento  a  las  fuentes  de 
las  agvas,  y  aora  conoceréis  que  soy  hombre 
de  hecho  para  negocios  de  importancia. 

Car. — Guarde  Dios  mis  manos. 

(')  Asi  está  en  el  original,  por  clava. 


Z^¿.  — Es  verdad  que  yo  no  soy  ingrato; 
confiesso  que  me  fuistes.  como  dizen,  Codorniz 
para  Hercules;  pero  también  yo  merezco  parte 
de  premio,  como  buen  luchador. 

Car. — Si  vos  lo  fuerades,  yo  os  lo  conce- 
diera. 

Zel. — No  quedó  por  mí,  y  bien  vistes  que  el 
lugar  no  era  para  más;  dexar  que  me  hable 
di.nde  me  prometió  y  entonces  veréis  c^uién  soy. 

Car. — No  se  puede  negar  que  sois  hombre 
que  hazeis  sombra  como  vuestros  vezinos;  pero 
no  os  quisiera  tan  aficionado,  porque  lo  tengo 
por  grande  flaqueza  de  ánimo  y  de  entendimien- 
to; y  a  mi  gusto,  el  hombre  en  estos  negocios 
ha  de  ser  infatigable,  astuto  y  diestro,  y  poco 
sujeto,  y  vos,  amigo,  sois  muy  tierno,  y  es  ne- 
cedad; perdonadme. 

Zel. — Vos  sois  vn  alarue.  En  qué  razón 
cabe  tratar  vn  hombre  que  tenga  juyzio  con  vn 
Serafín  y  no  serle  muy  afícionado?  que  cierto 
fuera,  si  os  vierades  en  esta  ocasión,  estar  más 
perdido. 

Car. — Pues  assi  es  el  mo^o  bouo!  Hizierale 
más  burlas  y  estuniera  más  traydor  sobre  el 
amor  que  Sinon  con  los  Troyanos;  poco  sabéis 
de  condiciim.  La  mayor  poquedad  que  en  vn 
hombre  bailo  es  amar  en  juizio  a  ninguna  mu- 
ger,  y  ellas  mismas  lo  estiman  en  poco,  porque 
siempre  tratan  peor  a  quien  les  es  más  aficio- 
nado; qué  se  puede  fiar  del  talento  del  que  se 
sugeta  a  vna  niuger  fla;a  y  que  tiene  tantas  im- 
perfeciones? 

Zel — No  seáis  herege,  que  no  os  lo  he  de 
sufrir;  qué  mayor  perfecion  ay  en  el  mundo 
que  la  de  vna  muger  hermosa?  En  qué  mostró 
naturaleza  todo  su  artificio  sino  en  la  muger,  y 
en  particular  de  la  señora  Eufrosina,  de  quien 
no  se  puede  hablar  como  cosa  deste  mundo, 
sino  como  de  vna  muestra  que  Dios  nos  quiso 
dar  de  su  poder? 

Car. ^Reios  de  esso,  que  es  burla;  otro 
tanto  diré  yo  de  mi  dama  Polinia,  que  no  es  de 
descebar,  si  quisiera  hablar  heregias;  pero  por 
dezirlo  no  será  assi;  creed  siempre  a  quien 
mira  de  fuera;  de  mi  consejo,  tratad  este  nego- 
cio con  más  libertad,  porque  es  gran  cuita 
perderla,  siendo  vna  joya  que  Dios  nos  dio 
para  merecer  con  ella,  y  darla  al  apetito  será 
para  condenación.  Estimad  de  vos  lo  mejor 
que  tenéis,  no  os  hagáis  esclauo  de  vna  muger, 
que  quanto  os  sintiere  más  sugeto,  si  es  dis- 
creta, tanto  querrá  ser  más  superior;  mirad  que 
no  ay  mayor  riqueza  que  ser  libre,  y  por  esso 
dixo  Diogenes  a  Alexandro:  Tú  eres  Rey  y  yo 
soy  Diogenes,  no  menos  soberuio  con  mi  liber- 
tad que  tú  con  tus  Riynos. 

Zel.- Cónw  habláis  descansado  y  pensáis 
que  dais  en  todo  lo  que  ay  en  la  Filosofía!  Sa- 
béis quién  se  puede  llamar  libre?  quien  no  tie- 


138 


orígenes  de  la  novela 


ne  pecado:  dadme  vos  acá  acra  vno  destos. 
Vos  pensáis  que  la  libertad  consiste  en  no  obe- 
decer a  otro;  pues  no  es  assi,  porque  todos 
nacimos  con  sus^ecion  por  el  pecado,  que  se 
hizo  señor  del  alma,  y  ser  ella  la  sujeta  es  lo 
que  se  ha  de  sentir,  que,  como  dize  el  mismo 
Uiogenes,  los  leones  no  siruen  a  quien  les  trae 
de  comer,  antes  son  de  ellos  seruidos:  porque 
en  todas  partes  tiene  el  león  su  ser  propio,  y 
assi  lo  tiene  todo  hombre,  aunque  sirua  a  otro, 
y  donde  quiera  que  estuuiere  será  libre  si  no 
tiene  pecado;  assi  yo  en  seruir  a  la  señora  Eu- 
l'rosina,  aunque  sea  cautiuo  de  su  hermosura, 
estoy  libre  de  muchos  pecados,  en  que  vos  que 
habláis  de  libertad  estáis  enfras'ado,  gozando 
vna  cada  dia  y  pretendiendo  otra.  El  amor  con- 
templatiuo  como  el  mió  reduce  a  los  hombres 
a  grandes  perfeciones ,  que  bien  sabéis  vos 
como  yo  era  distraído,  y  aora  no  me  acuerdo 
de  cosa  desta  vida  sino  contemplar  en  la  seño- 
ra EuFrosina,  que  me  trajo  a  tal  estado. 

Car. — Y  aun  por  esso  reniego  yo  de  essa 
opinión:  porque  el  tiempo  que  os  dio  Dios  para 
seruirle  y  alabarle  ocupáis  en  obedecer  la  vo- 
luntad de  vna  muger,  en  que  lo  perdéis  muy  al 
cierto,  y  es  la  mayor  pérdida  humana,  y  des- 
pués se  sigue  el  arrepentimiento,  pena  natural 
de  nuestras  culpas,  y  luego  la  saluacion  está 
incierta. 

Zel. — En  todo  estado  se  puede  sainar  qual- 
quiera  persona,  y  tengo  yo  el  mío  por  menos 
embaracoso  que  el  vuestro,  que  nunca  os  can- 
sareis de  vrdir  nueuas  marañas. 

Car. — Vos  no  veis  que  si  yo  peco  quedo 
amarrado  en  el  pecado,  y  vos  os  enredáis  en  él 
(como  el  nudo  de  Hercules,  según  dice  el  pro- 
uerbio),  y  luego  queréis  hazer  de  esso  virtud, 
como  los  Gentiles,  que  hazian  sus  dioses  peca- 
dores, para  su  propia  disculpa;  sin  duda  injagi- 
nais,  y  es  engaño,  que  con  dezir  amor,  amor, 
aueis  de  alcanyar  la  corona. 

Zel. — Bueno  estáis,  pues  me  queréis  persua- 
dir ser  buen  estado  el  que  tenéis  con  vuestro 
diuertimiento  y  demasias  de  vicios,  y  juzgáis 
por  obra  de  misericordia  tener  deshonrada  a 
Polinia,  sin  otra  satisfacion. 

Car.  —  Qué  galante  sois;  pues  qué,  queréis 
que  vina  toda  mi  vida  amancebado? 

Zel. — No,  sino  casado. 

Car. — Essa  es  otra!  pues  yo  auia  de  casar- 
me con  aquella  y  sufrir  las  burlas  y  trampas 
de  su  padre  y  el  son  de  los  fuelles?  no  soy  tan 
inocente. 

Zel.  -Pues  cómo  pensáis  satisfacer  la  deu- 
da que  la  deueis? 

Car. — Con  vn  paternóster  por  su  alma  y  la 
de  su  abuelo.  No  fuera  ella  golosa,  que  yo  más 
obligado  estoy  a  mí  que  a  otrio. 

Zel.  —  Quiera  Dios  no  venga  a  ser  señora  de 


vuestra  casa;  que  yo  no  os  tengo  embidia  de 
essas  suertes  que  hazeis. 

Car. — Ni  yo  os  las  alabo,  mas  digo  que  ten- 
go por  mejor  estado  el  de  quien  passó  por  el 
pecado  que  el  del  que  está  en  él  enredado  y  con 
.gusto. 

Zel. — Vos  estáis  oy  el  más  escrupuloso  fray- 
le  que  yo  vi;  quebradme  vn  ojo  con  vn  milagro 
vuestro. 

Car.  —  Hazed  vos  lo  bueno  que  yo  digo,  y 
dexad  lo  malo  que  hago;  mas  creedmeque  vues- 
tro estomago  no  digiere  la  verdad,  y  esto  os 
digo  porque  os  veo  ir  desamarrado  tras  vues- 
tra voluntad,  y  temo  que  deis  al  trabes,  porque 
no  reparáis  en  inconueniente  alguno,  auiendo 
tantos  en  este  negocio. 

ZeJ. — Bien  sé  que  subo  asperísima  cuesta  y 
que  es  querer  sustentar  el  cielo  como  Atlante, 
pero  no  puedo  conmigo  desistir  de  mi  in- 
tento. 

Car.  —  Porque  vos  no  queréis;  mas  si  hazeis 
lo  que  hizo  Cipion  y  Josef ,  venceréis  esse  ape- 
tito que  os  ciega;  los  afectos  se  vencen  con 
facilidad  antes  que  habituados  se  arraiguen  en 
el  alma,  después  cobra  fuercas  la  sensualidad; 
por  esso  Hercules  cortó  las  siete  cabecas  de  la 
iiidra,  porque  donde  la  razón  reyna,  sugeta  al 
hijo  de  Venus,  que  no  es  otra  cosa  sino  flaque- 
za de  ánimo  poco  prouido  y  común  inclinación 
de  nuestro  natural:  assi  que  vos  mismo  os  su- 
getais  y  padecéis. 

Zel. — Todos  los  hombres  tienen  algún  peli- 
gro que  pa=sai':  parece  que  naci  yo  para  éste. 

Car.  —  Essa  escusa  es  herética,  y  veis  ai 
vuestro  amor  virtuoso  los  bienes  que  trae;  la 
libertad  que  tuuistes  para  tomar  esse  pensa- 
miento, essa  tenéis  para  dexarlo,  que  Dios  ni  el 
pecado  no  fuercan  de  necesario,  y  resualar  y  no 
caer,  como  yo  hago,  tratando  con  libertad  los 
amores,  disposición  es  para  con  más  facilidad 
apartarme  dellos. 

Zel. — Cada  vno  tiene  por  ligera  su  culpa  y 
aprueua  su  inclinación. 

Car. — Mas  estar  atascado  como  vos,  de  tales 
estremos  no  vemos  sino  estremados  males. 
Assi  se  destruyó  la  antigua  y  soberuia  Troya 
con  la  flor  de  Grecia  indinada.  Con  essa  razón 
paliada  de  virtud  se  ensangrentaron  los  Roma- 
nos con  los  Sabinos  Por  desordenado  amor  se  i 
perdió  España,  Achiles  murió  por  Policena,  ! 
Demetrio  por  Arsinoe. 

Zel. — Yo  no  lo  niego,  mas  con  essos  me  dis- 
culpo, que  donde  fuerca  ay,  derecho  se  pierde; 
Alcides.  Sócrates,  Dante  y  Petrarca,  pareceos 
que  fueron  discretos  y  sabios?  pues  yo  no  sé  ni 
hago  más  que  ellos. 

Car. — Sabéis  lo  que  passa,  como  dize  el  Ga- 
llego, de  longas  vias^  longas  mentiras;  yo  no    : 
creo  lo  que  dizen  de  essos,  y  quando  sea  verdad, 


COMEDIA  DE 

fue  vna  necedad  que  entonces  estaña  ¡ntn'da 
cida;  aora  son  los  hombres  más  cuerdos  y  dis- 
cretos: pretende  ya  cada  vno  más  sn  pronecho 
propio  que  essas  vanidades  de  amores  que  pas- 
saron;  que  en  tiempn  tan  8a<íaz  como  éste  más 
se  sufren  hipocresias  que  opiniones  vanas,  y 
assi  uv)  veréis  aora  de  aquellos  enamorados  que 
andauan  desueladog.  pálidos  y  ciet^os. 

Zel.  —  Grande  y  común  engíiño  es  dozir  los 
modernos;  ya  no  ay  caualleros  como  Troilo  y 
Tideo,  Quinto  Curcio  y  Coroliano  ('),  filósofos 
como  Tales  y  Bias,  pintores  como  Apeles,  ena- 
TOcrados  como  Etrusco  y  Berona,  y  assi  todos 
los  otros  estremos  que  de  los  antiguos  se  escri- 
uen,  como  si  no  fuera  aora  la  naturaleza  la 
misma  que  fue,  y  los  Planetas  y  elementos  nos 
negassen  sus  efetos;  yo  me  rio  de  esse  enga- 
ño. El  satírico  en  su  tiempo  se  qnexaua  que  por 
falta  de  Mecenas  no  ania  Flacos  y  Marones  ('-): 
lo  mismo  es  en  el  nuestro,  porque  el  fauor  auiua 
oí  animo  y  ingenio,  y  ctmio  aora  la  virtud  no 
tiene  premio  ni  la  maldad  castigo,  el  canallero 
no  quiere  auenturar  la  vida  por  sólo  que  digan 
bien  lo  hizo,  pues  luego  lo  tienen  por  loco; 
ninguno  quiere  ya  la  corona  de  yedra,  por  ser 
mostrado  con  el  dedo,  porque  conocen  que  de 
sus  obras  no  se  saca  otro  pronecho  sino  niur- 
jnuraciones  de  necios  inuidiosos.  Mudóse  la 
letra  en  buscar  leyes  sobre  estos  pronombres 
mió  y  tuyo,  de  que  vienen  las  contiendas,  y 
quien  mejor  ladrón  es  del  derecho  a^eno  mete 
honra  y  pronecho  en  su  casa.  A  estos  llaman 
ellos  los  discretos:  mas  también  ay  aora  como 
siempre  ánimos  fiara  qnalquiera  cosa,  pero  la 
sed  de  dinero  el  dia  de  oy  lo  peri)ierte  todo  y  no 
consiente  vsar  otro  derecho  sino  el  suyo,  y  assi 
re  ios  de  los  muy  enamorados,  si  bien  es  la  prin- 
cipal inclinación  Portuijuesa,  y  de  tenerla  y  es- 
timar a  las  mugeres  más  que  todos  le  vino  la 
cauallerosa  opinión  en  que  se  auentaja  a  las 
demás  naciones:  porque  el  ingenioso  Italiano 
disimula  el  amor,  alalia  su  dama  con  versos;  si 
la  alcatica, luego  la  incierra  ( ^ic )  y  la  tiene  como 
cantina;  si  desespera  de  alcancarla,  dize  mal 
dellay  la  aborrece.  El  alegre  Francés  trabaja  por 
contentarla  y  procura  agradarla  con  seruicios, 
músicas  y  fiestas;  si  se  ve  sugeto,  llora;  si  alcan- 
ea,  desprecia  y  busca  otra;  si  no  la  puede  rendir, 
la  amenaza;  se  venga  si  halla  ocasión.  El  frió 
Alemán  ama  templadamente,  pretende  con  en- 
gaños y  dadiuas,  y  si  desea,  no  sosiega;  en  con- 
siguiendo su  intento,  se  enfria;  si  halla  resisten- 
cia prolija,  se  ohiida  y  desestima.  Solo  el  Por- 
tugués, timbre  de  los  Españoles  y  arbitrio  de 
todas  la  naciones,  como  discreto,  galán  y  noble, 
incluye  en  sí  todos  los  efetos  del  amor  puro^ 

('^  Sic,  por  Coriolano. 

O  En  el  original.  Marrones. 


EVFROSINA  139 

estima  a  su  dan)a,  no  sufre  el  verse  ausente 
della,  solicita  de  noche  y  de  dia  ocasiones  don- 
de y  como  la  pueda  ver,  querria  estar  siempre 
en  su  presencia,  los  cuidados  y  fatigas  lo  enfla- 
quecen, nuula  toda  mala  condición  en  Imena, 
abrasase  interiormente  en  pensamientos,  que 
representa  humilde  con  lagrimas  y  suspiros. 
Señales  de  verdadero  dolor;  tiene  su  voluntad 
rcirresiida  en  la  de  quien  bien  quiere;  es  cons- 
tante en  su  fe;  defiende  á  su  dama  de  quien  la 
pretende  ofender;  si  la  alcanza,  no  se  aparta 
della  hasta  la  muerte,  y  assi  la  haze  señora  de 
sí  mismo;  no  pietende  otro  prouecho  sino  el 
della,  y  assi  acomete  atreuido  todos  los  peli- 
gros, no  pierde  su  memoria  aun  durmiendo, 
antes  en  esso  se  deleita,  determinado  de  viuir  o 
morir  con  ella;  si  desespera  de  alcanzarla,  má- 
tase o  haze  estremos  mortales.  Todo  esto  y 
rancho  más  se  halla  por  natural  constelación 
en  el  Portugués  verdadero  enamorado,  como  lo 
fue  el  Rey  Don  Pedro,  que  aun  después  de 
muerta  su  amada  doña  Inés  quiso  confirmar  su 
afición  con  efetos  públicos  della. 

Caí. — Presto  diréis  que  quando  los  Portu- 
gueses se  preciauan  de  buenos  enamorados  va- 
lia el  pan  varato  en  el  Reyno  y  se  ganauan  los 
lugares  a  los  Moros  de  allende. 

Zel. — Pues  creedlo  assi. 

Car. — Ai  os  esperaua,  y  dizen  los  que  tienen 
essa  opinión  entonces  auia  verdad  y  mercedes 
en  los  señores,  lealtad  y  seruicio  en  los  criados, 
y  hazen  vna  letanía  de  culpas  presentes  con 
más  ruido  que  los  truenos,  y  yo  juraré  que  las 
pasadas  fueron  mayores;  por  más  que  nos  digan 
del  tiempo  passado  y  por  más  que  dissimule- 
mos estaremos  iguales. 

Zel. — Yo  no  me  inclino  a  vna  ni  a  otra  par- 
te, mas  sé  prir  cosa  cierta  que  hombre  muy 
enamorado  jamas  hizo  baxezas. 

Car. — Luego  queréis  sustentar  que  sin  amor 
todo  es  nada?  Vos  iiiuentais  vna  nueva  y  gra- 
c'osa  seta  (}),  que  se  diferencia  poco  de  la 
común  que  se  leuantó  en  Olaiida.  No  hay  quien 
no  vina  engañado  con  su  opinión,  y  vos  tenéis 
tanta  elegancia  y  hazeis  argumentos  tan  apa- 
rentes, que  no  me  atronó  a  intentar  deshazer 
vuestras  razones,  si  bien  se  fundan  sobre  falso, 
(lemas  que  será  quebrarme  la  cabera  en  las 
piedras;  mas  sabe  Dios  que  procuro  vuestro 
descanso:  y  pues  no  queréis  dexar  de  proseguir 
vuestra  derrota,  apercinios  para  sufrir  los  con- 
trastes que  os  sucedieren,  y  quiero  ver  si  tenéis 
tan  buen  ánimo  en  ellos  como  lo  mostráis  en  la 
prosperidad. 

Ze¡. — Ya  no  puede  venir  mal  que  no  le  ten- 
ga por  bien,  ni  desi^racia  que  no  reciba  con 
sufrimiento,  pues  tengo  por  mia  a  la  bellissima 

!')  Sera  ^n  el  orifñnal. 


140 


orígenes  de  la  novela 


Eufrosina,  que  será  esfuer9o  y  consuelo  en  mis 
aduersidades  j  me  ayudará  a  tolerarlas. 

Ca?-. — Esso  quiero  yo  ver,  y  mirad  lo  que 
dezis,  que  a  mí  muy  bien  me  está  esse  ánimo, 
si  dura;  porque  aueis  de  saber  que  ha  venido  a 
esta  tierra  Galindo.  mayordomo  de  don  Tris- 
tan,  que  conocéis  bien,  a  tratar  de  casarle  con 
Eufrosina,  y  lleua  efetnados  los  contratos  con 
su  padre  sin  saberlo  ella. 

Zel. — Burlaisos,  Cariofilo,  o  qné  me  dezis? 

Ca?\  -  Passa  lo  que  os  digo  puntualmente,  y 
ayer  lo  supe  de  el  mismo  Galindo,  que  me  dio 
esta  relación. 

Zel.  —  Cómo  no  me  lo  dixistes  luego? 

Caí-, — Por  no  perturbaros  el  gusto  de  la 
noche  passada. 

Zel.  — Yo  estoy  bien  despachado,  desuentu- 
rado  de  mí;  nunca  he  visto  el  fin  de  algan 
mal  que  no  me  sea  principio  de  otro.  Soy  vn 
piélago  de  desuenturas  Qué  en  breue  se  me 
abatieron  ujís  esperanzas  vanas!  mostróme  la 
fortuna  lo  falso  por  cierto:  pensé  que  tenia  te- 
soro, y  eran  carbones. 

Cat\ — Veis  aqni  quien  ha  poco  que  no  esti- 
maua  a  todo  el  mundo,  con  esFuei90s  de  poca 
esperiencia!  qué  cierto  es  que  todos  los  que  fes- 
tejan mucho  a  la  prosperidad  desmayan  en  las 
aduersidades.  No  hay  que  fiar  de  espíritus  re- 
galados. 

Zel.—  O  infelizes  dias  de  mi  vida!  cómo  es 
cierto  lo  que  se  dize,  que  aquella  parte  della  es 
más  peligrosa  que  con  descuido  tenemos  por 
más  segura.  Qué  fuera  estaña  yo  de  temer 
daño  de  tan  lexos;  gran  necedad  mia,  pues  no 
es  propio  lo  que  se  puede  mudar.  O  muerte, 
socorro  de  los  afligidos,  no  tardes  ya;  ven  que 
yo  te  recibiré  con  mayor  ánimo  que  Catón 
Vticense,  Aníbal  y  Mitridates. 

Car. — Morir  assi  no  es  fortaleza  como  ima- 
gináis. Seralo  acometer  peligro  de  que  tenemos 
noticia,  y  no  la  tenéis  de  la  muerte  para  saber 
si  es  de  temer,  y  es  cobardía  desearla  para  cui- 
tar otro  mal,  porque  temiendo  el  menor,  forfo- 
samente  temeréis  el  mayor.  Pues  Dios  para 
vengar  la  primera  ofensa  que  le  hizo  nuestro 
primero  padre  no  halló  más. áspero  castigo.  No 
se  puede  negar  ser  más  trabajosa  que  quanto  se 
puede  sentir  en  la  rila. 

Zel. — Buena  es  la  muerte  que  mata  los  ma- 
les de  la  vida;  y  desta  dizen  los  sabios  que  es 
vna  bieue  ora,  y  mucho  menos  en  compara- 
ción de  la  que  esperamos,  que  entendimiento 
discreto  tiene  mucho:  las  cosas  de  poco  valor, 
lo  que  sucede  fuera  de  naturaleza  se  puede 
temer,  mas  la  muerte  no,  pues  es  natural,  y  el 
que  fuere  libre  de  culpa  tendrá  el  deseo  de  ¡San 
Pablo  por  este  conocimiento.  Platón  dize  ser 
la  muerte  el  menor  de  todos  los  males.  Licurgo 
y  Sócrates  la  eligieron  voluntariamente. 


Car.  Pues  sabed  que  mayor  esfuerpo  es 
sufrir  el  esperarla  que  recibirla.  Yo  me  confor- 
mo con  los  que  dizen:  vina  la  gallina  con  su 
pepita.  Mejor  ánimo  era  el  del  mancebo  de 
Rodas,  que  con  las  narices  cortadas,  la  cara 
acuchillada,  en  vna  cueba  donde  le  sustenta- 
uan  como  a  vna  bestia  para  ajusticiallo  muy 
presto,  le  dezian  sus  amigos  que  se  dexasse 
morir  de  hambre  y  acabaría  con  tantos  traba- 
jos. Respondió:  en  quanto  el  hombre  viue  no 
deue  desesperar;  no  como  vos,  que  os  ahogáis 
en  poca  agua. 

Zel. — Pues  qué  puedo  hazer,  me  dezíd? 

Car. — Que  no  deis  espaldas  a  la  fortuna 
temblando  antes  de  oír  la  trompeta.  Sois  otro 
Pisandro,  que  temía  no  se  passasse  su  propia 
alma  en  otro  y  lo  dexasse  viuo. 

Zel.     Confiesso  que  temo  esso. 

Car. — Luego  tenéis  triste  vida? 

Zel. — Quien  poco  sabe,  poco  teme:  todo  lo 
que  pende  de  la  fortuna  no  es  estable.  Para  crear 
desuenturas  qualquier  rumor  basta,  quanto  más 
la  certeza,  y  la  ventura  más  fácilmente  se  ad- 
quiere que  se  conserue.  La  mayor  congoja  en 
estas  aduersidades  es  acordarme  que  fui  algún 
tiempo  venturoso,  y  A^r  que  me  quitan  de  entre 
las  manos  lo  que  yo  pensaua  tener  ganado  con 
auer  visto  en  el  Oriente  la  Cabra  Celeste.  Mas 
ya  veo  que  a  quien  la  fortuna  pintó  negro  nin- 
gún tiempo  lo  hará  blanco.  Pero  qué  ay  que 
tratar  desto?  nací  en  la  quarta  luna,  traigo 
siempre  el  anillo  de  Gergis  '),  y  assi  es  trabajo 
vano  pensar  que  nada  me  puede  suceder  bien. 
Yo  quiero  secar  la  ídra  y  hazer  cuerdas  de 
arena  en  lo  que  pretendo.  Mas  qué  hará  quien 
más  no  puede?  que  el  imperio  de  la  costumbre 
es  otra  naturaleza. 

Car — Sí,  mas  se  puede  resistir  mejor-.  Pero 
dexado  esto,  porque  la  reprehensión  en  la 
aduersidad  aflige  y  no  aprouecha,  lo  que  me 
parece  es  que  no  os  consumáis,  que  no  ay  cosa 
tan  dificultosa  que  el  biien  ánimo  no  la  alcan- 
ce, y  ninííuno  viene  a  tener  honra  sin  trabajo, 
gloria  sin  tribulación,  alteza  sin  varios  suces- 
sos,  dulce  felicidad  humana  sin  amargura.  Mi- 
rad a  Vlises  cómo  peregrinó  antes  de  llegar  al 
puerto  de  su  tierra,  Eneas  quántos  pieligros 
passó  antes  de  alcanzar  a  Lauinía;  Roma,  los 
Camilos,  Patricios  ('''),  Fabios,  Mételos,  Decios 
y  Cipiones  que  perdió,  primero  que  consiguiesse 
la  Monarquía.  No  se  vence  peligro  sin  peligio; 
qué  coracon  el  vuestro  para  ofrecerse  a  defen- 
der a  Italia,  estando  Aníbal  soberuio  con  la 
Vitoria  de  Canas,  pues  al  primer  acometimiento 
desmayáis  assi! 

Zel. — No  sé  qué  haga,  inconstante  es  la  for- 

(')  Sic,  por  Qiges. 

{})  Probablemente  es  errata  por  Fahricios. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


141 


tuna,  y  presto  pide  lo  que  dio;  quaiido  la  vida 
está  eu  ocasión  de  perderse,  en  la  tardaiiQa  de 
su  fin  consiste  el  sentimiento:  todo  pelit^ro  des- 
preciado viene  más  presto.  Para  qué  he  de 
viuir  si  casan  a  Eut'rosina?  Para  suírir  que  otro 
logre  por  riqueza  lo  que  yo  merezco  por  amor? 

Caí-. — Dizen  que  del  rico  es  dar  remedio  y 
del  sabio  consejo,  y  que  la  discreción  es  pro- 
pia en  la  pobreza,  lo  qual  obliga  a  los  hombres 
a  inuentar  muchas  cosas;  y  aunque  os  digan 
que  el  pobre  no  puede  hazer  nada  bien,  fiaos  de 
mí  y  veréis  para  quánto  más  soy  que  vos.  No 
desmayéis,  que  yo  os  pondré  en  puerto  seguro 
si  tomáis  mi  consejo. 

Zel.—  Bien  sé  que  las  letras  Efesias  no  fue- 
ron también  afortunadas  como  vuestros  conse- 
jos lo  son  para  mí  en  todas  ocasiones,  y  pues 
assi  es,  guiadme  en  ésta:  que  resistir  a  los 
Etruscos  mientras  se  cortó  la  pílente,  hazer 
como  los  Decios  por  la  patria,  y  Zopiro  por 
Dario,  todo  es  nada  para  lo  que  yo  haré  contra 
todo  el  mundo  en  defensa  de  mi  Eufrosina. 

Ccir. — Estad,  pues,  conmigo,  y  consultemos 
esto  bien,  que  las  cosas  bien  pensadas,  si  no 
suceden  bien,  no  perecen.  Dios  ayuda  á  lot 
diligentes;  el  conmnicar  lo  que  conviene  sea 
despacio,  mas  la  esecucion  de  lo  resuelto  pres- 
ta, y  más  vale  el  buen  consejo  que  foituna,  y 
la  mayor  priessa  a  los  deseos  es  tardanca,  por 
lo  qual  es  necessario  miremos  primero  lo  que 
importa  hazer  y  abreuiemos  el  executarlo.  El 
padre  de  Eufrosina  está  concertado  con  don 
Tristan,  como  os  dixe;  su  buelta  será  breue, 
acabada  su  rnmeria,  para  aperciuirsey  dar  quen- 
ta  a  su  hija.  Ella,  aunque  os  quiera  bien,  en 
viendo  essotro  partido  tan  fanorable,  es  muger 
moja,  y  como  las  mugeres  todas  tienen  mucha 
atención  al  interés  propio  y  al  gusto  más  sigu- 
ro,  la  obediencia  y  el  temor  del  padre  de  vna 
parte,  la  razón  del  prouecho  de  otra,  luego  la 
veréis  en  otro  bordo,  que  las  mujeres  son  hojas 
de  álamo,  y  con  qualquiera  contraste  se  pier- 
den y  niegan  toda  fee  que  tengan  dada,  tan 
libres  y  siguras  que  os  espantareis:  por  lo  qual 
se  puede  tener  por  cierto  que  luego  os  ha  de 
oluidar  y  no  os  ha  de  querer  ver,  ni  aun  nom- 
braros, porque  con  nueuo  sucessor  todo  amor  se 
quita. 

Zel. — Ha,  que  esso  me  mata,  esso  me  tras- 
passa  y  me  desespera.  O  embidiosa  fortuna, 
liberal  al  prometer  y  escasa  al  cumplir:  assi 
quier.  s  triunfar  de  mí?  que  es  possible,  mi  seño- 
ra, que  vos  me  neguéis  quantas  palabras  me 
distes?  será  por  mi  desuentura  y  no  por  vuestra 
culpa,  que  nu  nacistes  vos,  señora,  para  tener- 
las, yo  para  tormentos  sí.  Pero  pues  assi  es, 
qué  me  aconsejáis  que  haga? 

Car. — Yo  os  pondré  en  el  camino  del  reme- 
dio, si  le  supieredes  seguir  con  la  guia  de  mi 


regimiento,  que  es  lo  que  me  toca;  porque  el 
consejo  no  assegura  el  buen  fin,  mas  dize  lo 
que  conuiene  hazer  para  llegar  al  efeto  del 
negocio;  y  assi  como  los  principios  de  la.5  cosas 
no  tienen  razón,  assi  los  fines  no  tienen  i'iás 
que  ventura;  y  pues  todo  es  incierto,  para  qné 
se  ha  de  temer  el  mal  anticipadamente,  pues 
l)asta  sentirlo  qnando  venga  si  no  se  puede 
escusar?  El  dolor  de  que  viene  algún  proneciio 
no  se  siente.  Alentaos  y  tened  ánimo  para  exe- 
cutar  lo  que  yo  os  dixere;  tener  el  premio  de- 
lante es  el  mayor  esfuerzo  en  los  trabajos.  Vos 
tenéis  en  los  ojos  del  alma  a  Eufrosina,  la  qual 
avn  no  sabe  nada  desto,  y  como  aorael  afecto  ( ') 
juuenil  la  predorainay  dessasossiega,conel  gus- 
to que  tiene  presente,  no  ve  cosa  que  le  dañe. 
Traeisla  embelesada  vos,  esperáis  entrar  esta 
noche  con  ella;  procurad  que  sea  cierto,  y  estan- 
do en  su  presencia  afilad  la  lengua  para  hablarla 
con  terneza  y  halago,  que  laconuersacion  suaue 
y  blanda  tiene  ponzoña;  ayudaos  del  lugar  y 
tiempo,  y  si  pudieredes  casaos  con  ella,  y  en  con- 
firmación de  las  palabras  matrimoniales,  como 
buen  hijo,  dexadinela  c^n  siete  crianzas  ('^l, 
que  essas  pienso  puede  concel)ir:  y  hecho  esto, 
quando  su  padre  venga  le  podis  dezir:  quien 
primero  anda,  primero  yanta,  y  yo  os  sacaré  su 
ligitima,  por  más  leyes  que  os  la  quiten. 

Zel. —  Dizen  que  es  tan  terrible,  que  tengo 
miedo  que  le  dé  pon9oña. 

Car. — Gracioso  estáis;  su  hija  es,  y  le  dole- 
rá más  que  a  otro.  La  humanidad  también  tie- 
ne su  fuerza,  y  no  ay  mayor  amor  que  el  del 
padre,  y  aora  ninguno  quiere  matar,  todos  se 
acogen  al  consejo  de  la  quietud,  porque  dizen: 
Tengamos  paz,  moriremos  viejos.  Ya  passaron 
Decio,  Bruto,  Casio  y  Birginio,  que  mataron 
sus  hijos  por  vanidad,  ó  li>  más  cierto  por  ser 
brutos.  Echaremosle  por  intercessor  algún  ami- 
go suyo  que  sea  el  lebrel  que  lo  caze  y  amanse. 
El  amor  de  padre  lo  conformará  con  el  tiempo; 
la  vegez  procura  descanso,  porque  tiene  las  fuer- 
zas corporales  perdidas  y  las  del  ánimo  con  más 
vigor,  y  como  está  experimentado  y  sabio,  no 
se  quiere  afligir  y  consumir  en  lo  poco  que  le 
resta  de  la  vida;  assi  que  en  quanto  a  esta  par- 
te no  ay  que  temer.  Assegurad  vos  lo  principal, 
que  yo  os  hago  bueno  la  amistad  del  padrB, 
quando  no  luego,  con  el  tiempo. 

Zel.  -Dezis  bien,  mas  quién  sabe  si  querrá 
casarse  conmigo  Eufrosina? 

Car. — Ay  razón  cómo  esta?  Y  que  yo  hable 
en  juizio  con  tal  hombre?  buenos  estañamos  si 
no  se  nos  mojara  la  ropa.  Queréis  que  os  niegue 
ella  lo  que  tanto  os  importa  á  vos?  Bien  digo 
yo  que  ¡os  precetos  que  os  doy  es  como  quien 

(M  En  el  originad  por  errata,  es  afecto. 
('-')  Portaguesismo:  crianfas  por  criaturait. 


142 


orígenes  de  la  novela 


predica  en  desierto.  No  aueis  oido  dezir  que  se 
ha  de  tomar  exeiuplo  eu  cabe9a  ageiía?  Touial- 
do  en  mí  y  pues  os  he  referido  cómo  me  go- 
uerné  con  Polinia,  haced  h)  mismo  y  acrecen- 
tad vn  punto,  y  dad  el  ñudo  de  Bulcano,  que 
el  buen  dicipulo  ha  de  passar  al  maestro.  Ha, 
cómo  tocara  yo  essa  tecla  si  me  cayera  en  las 
manos,  y  lo  que  hiziera  della  a  los  primeros 
toques!  Hago  yo  las  finezas  que  sabéis,  que- 
dando libre,  y  vos,  con  casaros,  no  os  atreueis, 
sabiendo  que  es  el  mayor  cebo  para  ellas  y  que 
ninguna  escapa  desta  tranijia.  porque  no  quie- 
ren más  que  vn  color  de  d:scul{ia;  que  los  de- 
seos, vinos  y  proutos,  están  como  los  nuestros. 

Zel. — Bien  me  va  pareciendo  lo  que  dezis 

Car. — Cómo  os  auia  de  parecer  mal  hablan- 
do os  a  vuestro  gusto?  lo  que  yo  os  digo  es  con- 
ueniente,  y  habas  contadas;  si  acabassedes  de 
conocerme,  hallareis  que  tengo  nuicbo  fondo; 
grande  cabera  es  la  mia.  Si  el  Rey  tuuiera  no- 
ticia de  mí,  sin  duda  me  hiziera  su  Consejero, 
y  no  le  errara  jamas  vn  dedo  de  la  verdad. 

Zd. — Poco  medrareis  vos  con  ella. 

Car. — Por  esso  bien.  Por  donde  fueres  haz 
como  uieres.  Que  nial  le  va  al  ratón  que  no 
sabe  más  que  vn  agugei'o.  De  prudentes  es  mu- 
dar consejo;  hizierame  luego  a  la  buelta  de 
Mozanbique  y  siguiera  la  derrota  según  corrie- 
ran los  vientos,  qué" de  otra  manera,  por  demás 
es  nauegar:  ¡orque  querer  ser  bueno  entre  ruy- 
nes  es  nadar  contra  la  corriente  del  agua. 

Zel.  —  Dessa  manera  no  os  embarquéis,  que 
mejor  es  vn  pan  con  Dios  que  diez  con  el  de- 
monio. 

Car.  —  No  dize  assi  el  Castellano,  sino  que  a 
tuerto  y  a  derecho,  mi  casa  hasta  el  techo:  pero 
no  dexemos  aora  lo  que  importa  por  filosofar. 

Zel. — No  tratemos  quexas  del  mundo,  que 
todos  somos  de  perdónenos  Dios.  Metamos  la 
mano  en  nuestro  seno  y  todos  hallaremos  qué 
enmendar:  vamos  a  tratar  lo  que  conuiene,  por- 
que se  va  llegando  la  noche. 

Car. — Vamos,  que  ya  me  parece  os  veo  en 
el  tálamo,  y  el  dia  de  la  boda  veréis  qué  hom- 
bre soy  de  fiesta. 

Zel. — Ya  nos  viessemos  en  esso,  mas  mi 
ánimo  metido  entre  temor  y  esperan9a,  no  se 
ássegura. 

Car. — Encomendadlo  a  Dios, que  sin  el  nada 
somos,  y  luego  manos  a  la  labor;  y  no  seáis 
como  el  que  consultó  con  Minerua  si  saldría 
vencedor  de  la  lucha  y  respondióle  que  sí.  El 
se  puso  en  la  ocasión  sin  mouersc  ni  defenderse, 
y  fue  vencido;  y  por  esso  se  dize:  con  Minerua 
miieue  también  las  manos,  y  no  quiere  Dios 
que  seamos  como  el  que  se  le  cayó  su  eauallo 
en  vn  pantano  y  no  le  ayudaua  a  leuaiitar, 
sólo  clamaua  por  Hercules.  Con  vuestro  Marte 
aueis  de  vencer,  que  quien  para   sí   no  sabe, 


nada  sabe;  quien  fue^o  quiere,  y  Ilueue,  con  las 
vñas  lo  descubre;  a  quien  trabaja,  Dios  le 
ayuda. 

Zel. — El  sea  conmigo. 

SCKNA    SEXTA 

Don    Carlos. 

D.  Car. — O  fortuna,  ya  deues  estar  satisfe- 
cha, pues  me  mostraste  tu  cara  fea  y  triste. 
Siempre  tus  subidas  tienen  el  fin  que  lacinto 
tuno  en  las  de  F(  bo.  Tus  tratos  conozco,  que 
son  el  trueco  de  Glauco  con  Diomedes  O  mi- 
serable vida,  sujeta  a  tantas  miserias  y  tribula- 
ciones que  uosotios  mismos  causamos.  O  inúti- 
les trabajos  bumanos  O,  desdichados  padres, 
qué  desventura  tan  grande  es  la  nucf^tra!  Gas- 
tamos los  dias  en  adquirir;  apocamos  la  vida 
con  cuidados  vanos;  cansamos  el  ánimo  con 
pensamientos  vigilantes ;  dessasossegamos  el 
alma  de  noche  y  de  dia  con  Codicia,  avaricia  y 
embidia  y  otras  ocupaciones  mundanas,  por 
juntar  hacienda  y  adelantar  honra  para  los  hi- 
jos, y  al  fin,  este  es  el  galardón  que  os  dan: 
trabajan  por  enterraros  más  presto,  con  daros 
disgustos,  para  poder  con  más  breuedad  des- 
truir vanamente  lo  que  vos  le  ganastes  como 
Dios  sabe.  A,  quantas  veces  cria  el  padre  en  el 
hijo  vn  enemigo  cruel  y  se  alegra  el  inocente 
con  su  patricido:  Qual  fue  Absalon  para  Da- 
vid, Dario  para  Artaxerxes,  y  Nerón,  que 
mandó  abrir  el  vientre  de  su  madre,  para  ver 
dónde  estuuo.  Júpiter  desterró  a  su  padre  por 
posseer  el  Reyno.  O,  desventurido  de  aquel  a 
quien  Dios  le  dio  vna  sola  hija,  que  esta  es  la 
mayor  desgiacia  que  puede  suceder  en  el  mun- 
do, y  más  si  es  atreuida,  como  por  la  mayor 
parte  son  todas.  Scila  cortó  el  fatal  cabello  a 
Niso  su  padre,  por  complaceraquien  tenia  amor. 
De  Madiana  nació  el  que  destruyó  Astiages. 
Tulia,  no  contenta  de  mandar  matar  a  su  padre, 
passó  en  una  carroza  por  encima  del  cuerpo 
muerto.  La  hija  más  agradecida,  por  agradar  á 
su  amigo,  negará  cien  padres,  y  es  grande  enga- 
ño hazer  ningún  padre  fundamento  en  hija,  y 
más  si  tiene  hijos,  que  éstos  todavía  os  tienen 
resjieto,  aunque  su  particular  gusto  los  incline 
a  lo  contrario,  y  si  yerran,  tienen  enmienda;  y 
en  los  errores  de  la  hija  no  ay  remedio,  ni  en 
ella  arrepentimiento;  con  sus  regalos  y  blan- 
duras embelesan  el  juyzio  del  padre  viejo,  fla- 
camente aficionado,  y  en  ausencia  lo  venden 
con  sus  astucias  demasiadamente  atreuidas. 
Mirad  aora  si  es  bien  atesorar  para  las  hijas  y 
desheredar  los  hijos  por  ellas.  En  viniendo  las 
canas  pregoneras  y  los  dolores  de  la  vejez  abo- 
rrecida, luego  nos  aborrecen  los  hijos  que  ,.ma- 
mos;  y  los  que  más  queremos  y  obligamos  con 


COMEDIA    ÜE  EVFROSINA 


143 


mejorarlos  en  nuestras  herencias,  nos  desean 
más  la  muerte,  oluidados  de  sus  ob'igacionps. 
De  manera  que  los  nuestros  por  lo  nuestro  nos 
hazen  guerra.  Fiaos  con  esto,  por  mi  vida,  de 
liercderos  y  no  tengáis  cuenta  con  vuestra 
alma,  como  lo  hazen  algunos,  que  no  se  aeiier- 
dan  della  por  enriquecer  los  estraños.  Mas,  por 
qué  me  quexo  yo,  si  lo  qui"  padecemos  lo  mere- 
cemos por  nuestros  pecados?  y  según  amamos 
a  nuestros  padres,  assi  no<  aman  nuestros  hi- 
jos, que  por  esso  se  dize:  hijo  eres,  padre  serás; 
como  hizieres,  assi  harán.  O  vida  larga,  que'  caro 
cuestas!  Tus  muchos  dias  son  grande  monte 
de  males  y  la  mucha  edad  es  cárcel  de  nmclio 
tiempo.  En  naciendo  cutíamos  en  este  laberin- 
to. Salimos  del  con  el  hilo  de  la  vida,  por  las 
puertas  de  la  muerte.  Aquí  se  terminan  los 
tundamentus  de  los  hombres,  metidos  por  vn 
engaño  común.  Haze  vn  pecador  sus  cuentas  y 
discursos  como  si  esta  frágil  vida  t'uesse  per- 
petua, y  no  ve  que  tiene  el  un  pie  sobre  la  proa 
de  la  barca  de  Aqueronte,  para  passar  a  la  éter 
na,  donde  caminamos  tan  descuidados  y  poco 
prouidos.  Veis  me  aqui,  que  por  mí  lo  digo: 
luego  como  tuve  esta  hija,  sólo  puse  mi  deseo 
en  buscar  modo  cómo  leuantarle  a  grande  hon- 
ra, y  su  triste  madre  con  el  alma  en  los  dien- 
tes no  sabia  hablar  en  otra  cosa,  sí  en  enco- 
mendármela. Quántas  vezes  he  perdido  el  sue- 
ño de  noche,  pensando  en  lo  que  le  estaria  bien, 
y  de  dia  haciendo  oficio  de  hormiga,  no  he  sos- 
segado  vna  hora;  aoia  que  imaginaua  descan- 
sar de  tan  grande  carga  y  honrarme  con  el 
casamiento  que  le  tenia  concertado,  la  señora 
acomodóse  con  su  gusto  y  mi  deshonra.  Qué 
cosa  ésta  para  su  madre  si  t'uei-a  viva!  Parece- 
nie  que  sin  tener  paciencia  la  ahogara;  mas 
pues  mi  desventura  ha  querido  mostrarme  la 
vanidad  y  ceguera  en  que  viui  hasta  aora,  yo 
haré  con  ella  lo  que  merece.  Mi^terela  monja  y 
desheredarela;  y  para  consultar  lo  que  conuie- 
ne  quiero  hablar  con  el  Dotor  Carrasco,  que 
es  hombre  de  grandes  letras,  según  dizen;  él 
me  dirá  lo  que  deuo  hazer.  Pareceme  que  es 
aquel  que  se  va  a  pasear  de  la  otra  parte  del 
rio:  voy  me  a  él. 

SCENA    SÉTIMA 

CARlOriLO. 

Car. — Mvy  alborotado  me  dizen  que  está  el 

negocio  de  mi  amigo  Zelotipo:  el  padre  de  Eu- 

frosina  ha  venido.    Tuuimos   modo   como   vn 

amigo  suyo  le  diesse  cuenta  de  lo  que  ha  pas- 

1   sado  estos  dias  de  ausencia  de  su  casa    Reci- 

)   biolo  muy  mal,  y  deuia  considerar  que  es  bien 

j  empleado  castigo  de  su  confianza  y  descuido. 


como  lo  merecen  todos  los  padres  que  quieren 
passar  su  vida  en  vicios  y  deleytes,  y  con  el 
mal  exemplo  que  dan  a  sus  hijos  quieren  quo 
hagan  milagros.  Don  Carlos  quiere  andar  por 
entre  Douro  y  Miño  comprando  virginidades, 
y  la  amiga  a  su  lado  en  la  enromicnda,  y  que 
la  hija  esté  ara  siempre  en  macion,  con  espe- 
ranza de  su  venida,  y  que  vea  passar  su  vida 
martirizada  de  deseos,  amarrada  a  la  voluntad 
de  su  padre,  para  no  casarse  sino  quando  él 
quisiere;  como  si  la  edad  estnuiesse  queda  y  la 
ociosidad  inquieta.  Digo  que  l'ue  muy  di>creta 
en  elegir  marido  a  su  gusto  y  no  perder  tiem- 
po, y  a  su  padre  aora  amargúele  lo  comido  y 
sea  exem[)lo  para  otros.  Voy  de  la  otra  parte 
del  rio  a  verme  con  Vitoria  que  laua  oy,  para 
saber  della  lo  que  passa  en  casa;  porque  dizen 
que  Eut'rosina  está  encerrada  en  vn  aposento  y 
que  no  habla  con  ella  persona,  y  la  prima  de 
Zelotipo  se  fue  en  casa  de  su  madre,  y  el  már- 
tir anda  para  caerse  nauerto;  quiero  ver  si  le 
puedo  Henar  alguna  nueua  que  lo  esfuerce  y 
daré  esta  carta  a  Vitoria  {Jara  Eufrosina.  Mas 
quién  son  éstos  que  veo  pasear  por  entre  estos 
arboles.'  Don  Carlos  es  y  el  Dotor  Carrasco; 
que  me  maten  si  no  es  consulta  sobre  este  ne- 
gocio, que  estos  señores  no  tienen  otro  refugio 
más  cierto  que  habar  con  Letrailos;  y  assi  les 
entregan  el  reparo  de  su  alma  como  si  fuera 
a  S.  Pab^o,  y  se  persuaden  que  los  otros  no 
saben,  aunque  lo  que  se  comunica  no  toque  en 
leyes;  y  de  aqui  vienen  muchos  errores,  porque 
si  no  son  prudentes,  las  letras  en  ellos  son  peo- 
res que  lepra,  porque  quieren  medir  por  las 
leyes  de  lustiniano,  que  ha  mil  y  tantos  años 
que  se  hizieron,  las  costumbres  de  aora,  y  no 
consideran  que  el  tiempo  lo  hace  todo  de  su 
co'or.  Qui(;a  fue  dicha  venir  aora:  quiero  poner- 
me detrás  de  aquella  balsa,  escucharé  lo  que 
dizen  y  sabremos  lo  que  hemos  de  hazer,  sabi- 
da su  determinación. 


SCENA   OCTAUA 
Don  Carlos,  Dotor  Cakrasco,  Cariofilo. 

J).  Car. — Beso  las  manos  del  señor  Dotor. 

Dot.  —Bene  i^alens  domine  mi. 

D.  Car.     Qué  se  híize  por  acá? 

Dot. — Viueme  assi  propter  r-ecreationem,  ad 
expellendas  curas,  por  estos  campos  verdes. 
Trahit  sua  quemque  voluptas.  A  mí  dame  la 
vida  ver  esta  verdura  y  estos  vuestros  sauces, 
que  acá  dezis  que  son  unos  prados  Eliseos,  et 
campos  rbi  Trui/a  Juit, 

IJ.  Car.  -  Tales  los  vistes  lograr  y  vsurpar 
a  los  naturales  por  los  extraños. 

Dot, — Ita  est  profecto;  bien  pueden  de/ir  con 


144 


orígenes  de  la  novela 


nuestro  Virgilio:  Impius  haec  tam  culta  noua- 
lia  miles  habebit,  en  queis  conseuimus  agros. 
Son  bueltas  del  mundo,  que  no  sabe  estar  per- 
manente. Amant  alterna  camenae;  de  donde  se 
dice:  Qaaiido  vna  puerta  se  cierra,  otra  se  abre, 
y  el  bien  de  vnos  es  por  mal  de  otros. 

D.  Car. — Esso  es  muy  cierto  en  lo  que  yo 
veo  por  mi  casa. 

Dot. — Y  V.  m.  adonde  venia? 

D.  Car. — A  consultar  con  vos,  señor  Dotor, 
vn  negocio  de  mucha  importancia. 

Dot.  —  Audi am  te  lihenter. 

D.  Car. — Apartémonos  destos  criados  hazia 
aquellos  setos,  porque  no  nos  oigan. 

Dot. — Placet  quasi  dicat,  que  son  perdidos 
por  escuchar  y  saber  todo  lo  que  sus  amos  dizen 
y  hazen:  son  espias  y  trompetas  de  nuestra 
vida. 

D.  Car. — Assi  es,  y  no  sabe  hombre  de 
quién  se  fie. 

Dot. — Sic  res  se  habet:  rem  acu  tetigisti,  ellos 
son  enemigos  declarados.  De  donde  inferimos 
que  quantos  más  criados  tenemos  tantos  más 
contrarios  nos  cercan,  y  por  esso  Faucis,  mini- 
misque,  contenta  est  natura.  Sed  veniamus 
ad  rem. 

D.  Car. — A  mí  se  me  ha  hecho  la  mayor 
afrenta  que  se  hizo  jamas  a  hombre. 

Doi. — Diga,  si  licet. 

D.  Car. — Anda  en  esta  ciudad  de  vn  año  a 
esta  parte  vn  perdulario,  dizen  que  es  criado 
del  Rey,  y  será  algún  zangaño  de  los  que  no 
llegan  a  saber  el  nombre,  hijo  de  Etor  de 
Ebreu,  que  bien  conocéis. 

Dot. — Muy  bien. 

D.  Car. — Este,  por  medio  de  vna  prima 
suya  que  yo  tenia  en  casa  con  mi  hija,  trató 
amores  con  ella  y  se  casaron  de  secreto  estos 
dias  que  yo  fui  en  romería  a  Santiago, 

Dot.  —  Prodigiosam  rem  narras,  y  no  sé  si 
estoy  en  el  caso. 

Car. — Aquí  me  parece  que  esto}^  bien  para 
que  no  me  vean,  y  podré  oírlos  a  placer.  En  el 
negocio  hablan,  quisiera  aora  tener  cien  orejas; 
pareceos  que  buscaron  buen  sitio  para  no  ser 
oidos?  Oluidose  el  Dotor  de  las  cautelas  de  su 
ciencia,  porque  no  se  las  da  sino  para  mal. 

Dot. — Dizeme  V.  m.  que  se  casó  el  dicho 
mancebo  con  su  misma  prima. 

Car.  — Cómo  entendió  el  bueno  del  Dotor! 
consiiltad  por  amor  de  mí  cosas  de  vuestra 
honra  con  semejantes  Letrados,  más  cortos  de 
la  vista  del  entendimiento  que  de  los  ojos;  y  en 
aquellos  antojos  que  trae  está  todo  el  crédito 
de  sus  letras,  y  el  buen  juyzio  que  ellas  requie- 
ren, a  essotra  puerta.  No  niego  que  a  los  doc- 
tos es  justo  que  se  honren  y  estimen,  porque 
son  la  luz  de  la  República,  y  quien  nos  gobier- 
na, para  que  tengamos  honra,  hazienda  y  vida 


segura,  y  los  tales  merecen  toda  veneración; 
pero  a  los  que  son  ignorantes  deuian  ser  casti- 
gados como  adúlteros. 

D.  Car — No,  señor,  sino  con  mi  hija, 

Dot.  —  Dij  restram  Jidem]  y  fue  possible  tal 
cosa?  que  ella  misma,  scilicet,  vuestra  hija  se 
casó  con  la  parte  clandestini... 

D.  Car. —  Por  mis  pecados,  y  para  ser  peor, 
fue  a  tiemjio  que  yo  tenia  tratado  casarla  y  he- 
chas las  escrituras  con  don  Tristan,  vno  de  los 
buenos  mayorazgos  de  Portugal. 

Dot. — Esse  es  punto  de  derecho,  et  valet 
consequentia,  porque  dize  nuestro  .Baldo:  ludex 
debet  speculari  j)er  coniecturas  in  indicando, 
sicut  medie  US  per  vrinam  injirmitatem  discernit. 
Sequitur  ergo,  que  tenemos  en  esso  mucho  que 
investigar,  porque,  señor,  a  esta  nuestra  cien- 
cia nada  le  quedó  por  escudriñar,  et  lex  est  im- 
ponenda  rebus,  y  el  derecho  todo  está  fundado 
en  buena  razón;  y  assi,  lex  est  sandio  sancta, 
jubens  honesta,  prohibens  contraria. 

Car.-^Ya  el  Dotor  empieza  a  desenfardelar 
Latin,  y  D.  Carlos  pensará  que  le  dize  alguna 
cosa;  mas  mejor  viua  yo  de  lo  que  el  Uotor  en- 
tiende lo  que  habla,  ni  si  es  a  proposito;  desta 
manera  sustenta  su  malicia  y  vanidad  a  costa 
de  nuestra  inocencia  y  ignorancia. 

Dot. — Y  pienso,  si  memini,  que  tengo  aco- 
tada vna  glossa  en  el  Código  que  trata  largo 
sobre  esso,  alegando  vna  sentencia  de  la  Rota, 
y  en  el  Decreto  lo  da  de  iure.  Aora  note,  señor, 
por  me  hazer  merced,  y  verá  cómo  fue  delicado 
el  lustiniano  definiendo  la  justicia,  dize:  lusti- 
tia  est  constans,  etc.:  quiere  dezir:  La  justicia 
es  vna  constante  y  perpetua  voluntad  que  da  a 
cada  vno  lo  que  es  suyo,  de  manera  que  no 
basta  tener  oy  voluntad  y  mañana  no,  mas  ha 
de  ser  todas  las  horas  in  motu,  firme  como 
vil  peñasco:  no  digo  bien,  como  todo  vn  monte: 
porque  el  peñasco  se  puede  mudar;  para  lo 
cual  es  necessario  iurisprudentia,  que  es  el  co- 
nocimiento de  cosas  humanas  y  vna  ciencia  de 
justicia  e  injusticia.  Toma  aora,  domine,  como 
corre  esta  cosa,  y  por  esso  ni  vn  cabello  ni  vna 
mosca  nos  passa  sin  reboluer  ochenta  hojas;  y 
assi  iuris  precepta  sunt  haec,  viuir  honesta- 
mente, no  hacer  daño  a  otro,  dar  a  cada  vno  lo 
que  es  suyo. 

Car. — Pareceos  que  responden  bien  aquellas 
razones  a  la  necessidad  del  otro?  Todo  es  por 
mostrar  que  es  docto;  y  yo  asseguro  que  quanto 
le  dize  es  paja  y  principios  de  donde  el  señor 
Dotor  nunca  passó,  como  el  médico  que  trae 
hecha  la  gracia  que  dezir  de  dos  verbos  Grie- 
gos, y  quatro  vocablos  Arauigos,  y  (tros  poco 
vsados,  de  que  a  los  primeros  toques  hazc  vn 
preparatiuo  y  ostentación,  con  que  piensa  apo-  | 
yar  su  crédito  entre  simples.  Aora  veamos  en  ¡ 
qué  para  esta  consulta. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


]  15 


D.  Car. — Señor  Dotor,  si  hazeis  bien  este 
negocio,  toda  mi  hazienda  podéis  tener  porvnes- 
tra:  porque  no  ay  cosa  que  aora  no  diera  por 
deshazer  esta  maraña. 

Car. — Yo  le  veo  mal  remedio  y  d  Dotor  lo 
hará  llano  en  la  promessa,  quo  estos  tales  abo- 
gados son  como  los  encantadores  o  hechizcros 
antiguos,  de  qiTÍen  cuentan  que  hazian  parar  el 
Sol  y  baxar  la  Luna  y  otras  supersticiones,  y 
es  lo  cierto  que  no  podian  nada;  con  esto  nos 
dexau  como  Alquimistas  gastado  el  caudal  y 
sin  sacar  prouechos;  y  su  reparo  es  dezir  que  a 
vuestra  reuista  que  apelen,  giossa  va  y  glossa 
viene,  y  el  texto  no  ay  quien  lo  entienda,  ni 
quien  quiera  estar  por  el  verdadero  entendi- 
miento. 

Dot. — En  buena  mano  está;  yo  os  reboluere 
todo  el  Derecho,  que  no  quede  letra  sin  verla, 
y  a  pesar  de  Dotores  haré  que  vengan  los 
textos  a  plomo  de  nuestra  intención;  ademas 
que  en  esse  particular  son  las  leyes  muy  faun- 
rables,  visto  como  praesumptio  inolenta  habe- 
iur  pro  lege,  y  haze  mucho  en  nuestro  favor  lex 
lulia  de  adulteriis,  cum  quis  sine  vi,  vel  virgi- 
nem  vel  vidiiam,  Jioneste  viuentem,  strupauerit, 
y  por  aqui  lo  guiaremos  hasta  conuencello. 

Car. — No  os  digo  yo  hará  el  Dotor  juntar  el 
cielo  con  la  tierral  y  en  quanto  no  huuiere 
quien  le  contradiga,  esgrimirá  con  quantos 
Bártulos  ay.  Yo  no  entiendo  Latines,  mas  ju- 
raré que  son  todos  sin  pies  ni  cabe9a,  y  fuera 
de  proposito:  porque  conozco  yo  a  estos  mejor 
que  quien  los  parió,  y  en  vn  mismo  caso  hazen 
treinta  derechos  y  otros  tantos  tuertos.  Quien 
tiene  la  culpa  son  hombres  como  don  Carlos, 
que  pudiendú  consultar  sus  negocios  con  Juris- 
consultos prudentes  y  doctos,  los  tratan  con 
idiotas. 

Dot. — Y  es  assi  ni  más  ni   menos,  porque 

fauores  sunt  aihpliandi  odia  vero  restringenda; 

y  dizen  los  Dotores  que  es  cosa  ardua  la  ques- 

tion  de   la  honra,  per  textum  in   ratione  sui 

in  I.  si  inimicitae  in  fine,  //.  de  his  qnibvs  vt 

indignis,  tanto  que  por  defensa  de  la  honra  se 

permite  desafio  de  iure,  prout  tenet  Bald.  in 

cap.  /,  circa  princip.  5  col.   de  pace  tuendn, 

de  vsibiis  feudorum,  donde  dize  el    texto  in 

1.  miles,  §  socer,ff.  de  adult.  ser  muy  vergon- 

90SO    dexar   ninguno    de    tomar    venganza  de 

su  honra:  porque  cruel  es  consigo  mismo  quien 

su    fama    desprecia,  y  la  honra  y    honestidad 

deuen  tenerse   en   tanto   precio   rt  pari  j)assu 

cum  vita   ambulent,  1.   insta,  Jj.  de  mannmis. 

vindicta. 

Cfl'". — Todo  aquello  es  por   indignar  a  don 

Carlos  para  que  prosiga  su  odi:)  y  dé  querella, 

porque  quantos  mas  Moros  más  ganancia,  y 

!  estos  tales  letrados  son  enemigos  de  concordia 

i  y  paz,  y  más  sangrientos  que  cirujanos  o  car- 

CUIGEXES    DE    LA    NOYKI.A.— III. — 10 


niceros,  y  nunca  aconsejan  que  los  negotrios  se 
concierten. 

Dot. — Y  dice  Baldo  /.  absentare. ,  §.  ante- 
quam,  ff.  de  offic.  Froconsid.  quae  pro  honore 
siistinendo,  etiam  agenduvi  est  iuiuriarum,  y 
sobre  este  punto  fundaremos  vn  libelo,  porque 
tenemos  textos  a  la  lotia,  in  1.  singuli,  in 
1.  sciant,  C.  de  offic.  diuersorum  iudicinn,  que 
manda  expressamente  sin  ninguna  controuersia, 
7ion  administrans  honorem,  cui  dcbeiur,  pu- 
niendus  est;  y  aqui  tenemos  acción  contra  él;  y 
quando  alegue  que  los  yerros  por  amores  son 
dignos  de  perdonar,  niJiil  sequitiir  in  re,  por- 
que si  a  vn  medico  se  deue  guardar  cortesia, 
quanto  mayor  deuda  será,  imo  est,  a  vn  fidalgo, 
con  cuyo  amparo  se  sustentan  las  fronteras  de 
África? 

D.  Car. — Yo  os  diré,  señor  Dotor,  lo  que 
querría. 

Dot. — Ya  estoy  en  el  caso  muy  adelante: 
queréis  descasarla? 

D.  Car. —  Si  fuessepossible,  no  deseo  por  aora 
otra  cosa,  que  lo  demás  s'i  tiempo  tiene:  por- 
que si  lo  mando  matar,  él  no  tiene  que  perder 
y  yo  sí,  y  que  me  costará  el  hazerlo  los  ojos  de 
la  cara. 

Dot. — Domine,  esse  es  el  juizio,  sacar  las 
castañas  con  la  mano  agena.  No  hay  tal  ven- 
gan9a  como  la  de  la  justicia,  que  se  compra  con 
dineros  en  sossiego. 

Car. — Ley  es  de  cobardía,  y  ya  que  assi  es, 
mejor  seria  remitirla  a  Dios,  que  satisfaze  todo 
lo  que  toma  a  su  cuenta.  Esto  es  lo  que  veo  en 
el  mundo,  aprouar  cada  vno  la  opinión  de  su 
inclinación  por  mejor;  y  assi  tengo  por  lo  más 
cierto  que  no  se  puede  aprouar,  ni  reprouar, 
ninguna  acción,  sino  es  sabiendo  la  ocasión  o 
necessidad. 

D.  Car.  —  Pues  esso  querria  que  consultas- 
senios,  porque  me  dizen  que  entraña  él  a  mi 
casa  a  hablarle  a  ella. 

Dot. — Non  obstat ,  aunque  tuuiessen  co- 
pula, si  ella  niega,  porque  nemo  praesuinitur 
carnem  siiam  odio  habere. 

Car. — Oid  aquel  disparate;  tienda  /elotipo 
poco  menos  de  preñada,  y  él  todo  es  Latines; 
para  estos  auia  de  auer  un  palo  de  ciego,  que 
es  el  más  cierto  remedio  para  sus  patrañas,  y 
ellos  mismos  lo  dizen,  que  donde  fuerza  hay, 
derecho  se  pierde. 

Dot. — Y  podémosle  argüir  en  esta  parte  de 
vi  et  fraude:  Xulliis  enim  debet  ex  dolo  suo 
lucrum  reportare,  cui  poena  debetur ,  y  en 
quanto  a  ella,  que  es  persona  patiens,  llamarse 
a  menor,  y  está  prouado.  Baldo  lo  dize  a  la  le- 
tra a  pedir  de  boca,  quem  esse  stultum,  si  eligat 
malum^  cum  possit  eligere  bonum;  porque  los 
Legistas  no  argüimos  como  Lógicos,  ni  cono- 
cemos por  causas,  sino  en  autoridad  de  la  ley 


146 


orígenes  de  la  novela 


hacemos  la  fuerza  y  todo  se  remata  en  ita  lex 
dicit,  y  a  este  proposito  dice  Baldo,  cap.  At 
haec,  col.  6.  de  ]}ace  iura  Jitint,  quod  leges  non 
alleyantur  in  curiis  Regum  pro  auctoritate,  sed 
pro  ratione,  y  de  esta  Dianera  queda  todo  ba- 
rajado y  cont'usso,  que  no  se  sabrá  por  donde 
entra  ni  sale,  ni  el  mismo  Bartulo,  ni  lason; 
porque  el  juez  no  ha  de  juzgar  según  su  con- 
ciencia, sino  conforme  a  lo  alegado  y  prouado 
ha  de  pronunciar  la  sentencia  ^'í  JJ.  de  ojfic. 
Praesid.  1.  illicitas  §.  veritas. 

Car. — Aora  holgaos  allá  con  tal  justicia, 
que  he  de  juzgar  lo  que  no  entiendo  ser  assi,  y 
también  las  más  vezes  no  entender  lo  que  juzgo. 

Dot. — Y  assi' siempre  vsamos  pro  ratione  vo- 
luntas, que  es  lo  que  menos  cuesta,  y  más  co- 
mún; y  assi  los  juezes  son  como  rios,  que  dan 
y  quitan  a  la  juridicion,  según  a  la  parte  que 
se  inclinan,  rí  habetur,  et  ff.  eod.  1.  ergo,  §  a 
luido  de  acq  No  está  en  más  la  ventura  de  se- 
gún es  la  condición  del  juez,  porque  prodigus 
dat  datidüj  et  non  dunda,  avarus  tenet  tenen- 
da,  et  non  tenenda:  largas  médium  tenet  inter 
vtrumque. 

Car. — El  lo  dize  y  él  lo  desdize,  y  todo  es 
variar  de  acá  para  allá;  y  aquella  paciencia  de 
don  Carlos  basta  para  su  proligidad,  y  piensa 
que  está  remediado  con  las  muchas  alegaciones. 
Cuytados  de  los  que  llegan  a  sus  manos,  y  por 
el  parecer  destos  tales,  que  es  más  incierto  que 
el  de  los  oráculos  de  los  Dioses,  se  auentura  y 
se  pierde  casi  siempre  haziendá,  honra  y  vida! 
Renegad  de  negocio  que  tiene  el  remedio  en 
mejor  porfiar,  y  de  ciencia  que  consiste  en  me- 
jor saber  mentir,  y  luego  todos  se  quexan  y  se 
acusan  vnos  a  otros  de  que  no  entienden  los 
textos,  y  con  las  glossas  hazen  la  guerra  y  pa- 
lian todo  el  Derecho,  siendo  prohibido  por  ex- 
pressa  constitución  de  su  lustiniano  que  nin- 
guno fuesse  ossado  a  glossar  ley. 

Dot. — De  manera  que  por  esta  cuenta  que- 
da excluydo  de  las  contradiciones,  y  nosotros 
con  larga  acción  contra  él;  mas  otro  punto  se 
me  ofrece  muy  sutil  cerca  de  la  prima  media- 
nera: imo  a  causa  agens;  porque  no  nos  pueda 
dañar  en  nuestra  prouanca  iutimaremosle  vn 
escrito  con  indicios  de  participante,  porque  de 
todo  se  ha  de  ayudar  el  hombre,  y  a  la  primera 
audiencia  será  declarada  por  sospechosa,  y  de 
los  enemigos  los  menos;  y  no  es  de  poca  im- 
portancia, porque  queda  luego  el  negocio  se- 
guro, no  auiendo  quien  testifique  de  vista:  por- 
que mngis  creditur  duohus  af/timantibus ,  quam 
mille  negantibus,  y  como  la  parte  no  tenga  pro- 
uanca, está  illico  el  derecho  por  nuestro,  por- 
que ambigua  siint  semper  in  meliorem  et  huma- 
niorein  purtetn  interpretanda. 

Car. — Estoy  por  ir  y  quebrarle  aquella  ca- 
befa.  Bachillerad  vos  quanto  quisieredes,  Do' 


mine  Doctor,  que  yo  acá  por  mi  lenguaje  estoy 
descansado,  si  Zelotipo  no  miente;  lo  que  me 
contenta  es  que  no  tratan  de  deseredar,  que 
esto  sólo  temo. 

Dot. — Iremos  protestando  por  las  costas,  y 
yo  os  las  asseguro. 

Car. — Assi  asseguro  Zelotipo  la  mo?a. 

Dot. — Y  por  la  injuria  que  halle  será  muy 
mala  de  pagar,  \)0\'  ser  de  minore  ad  maiorem; 
porque  vuestra  hija  goza  de  las  libertades  de 
vuestra  hidalguía,  <¡ida  Augusta  debet  gaudere 
pn'dilegio  Principis,  y  prouado  como  es  vuestra 
hija,  que  se  hará  con  dos  testigos,  que  no  pue- 
den faltar,  lo  haremos  cierto:  porque  quando 
aliqtud  dubitatur  recurrendum  est  ad  commu- 
nem  opinionem  et  vox  popiili  plenanque  rcpeti- 
tur.  Y  assi  el  reo  será  condenado  conforme  a 
derecho,  y  desterrado  perpetuamente  fuera  de 
la  ciudad  y  su  término,  de  iure,  respeto  que  in- 
iuria  stimatur  tanto  acrior,  quanto  dignior  est 
res  cui  irrogatur.  Y  por  la  ley  Aquilia,  patitiir 
autem  quis  iniuriam  non  solum  per  semetipsvm, 
sed  etiam  per  liberas  siios,  quos  in  potestate 
Jiahet.  Vides  Domine,  como  lo  recita  puntual- 
mente? 

Cfr. — Pensáis  que  le  entiende  don  Carlos 
palabra?  mejor  viua  yo;  y  de  aquella  manera 
son  todos  los  litigantes,  y  con  esto  su  fin  es 
decirles  textos  mal  aplicados  para  que  no  den 
satisfacion  ni  paguen  lo  que  deuen  y  para  echar- 
los en  el  infierno,  que  merece  quien  entriega  la 
obligación  de  su  conciencia  a  leyes  sin  ella, 
como  si  ay  mejor  juez  de  sí  propio  que  el  jui- 
zio  de  cada  vno,  mediante  la  ayuda  del  Ángel 
de  su  guarda,  que  está  siempre  inspirando. 
Aora  veamos  en  qué  viene  a  parar  el  remate  de 
sus  despropósitos,  si  ?,s  possible  que  concluya 
este  oy. 

Dot.  —  Y  como  la  acción,  nihil  rtliud  est  quam 
ius  persequendi  in  indicio,  qtiod  sibi  debetur, 
podemos  también  querellarnos  de  hurto  notur- 
no,  que  es  capital,  et  tenetur  ad  mortem.,  y  por 
afear  más  el  caso  importa  mucho  hazello  ple- 
ueyo,  para  lo  qual  es  menester  dos  testigos  fal- 
sos, que  no  faltarán. 

Car. — Pareceos  que  está  espiritual  el  Doc- 
tor? De  essa  manera,  también  yo  sé  leyes;  y  el 
otro  buen  hombre,  con  la  atención  que  lo  es- 
cucha! 

Dot. — Y  aqui  bate  el  negocio  poderlo  ani- 
quilar, que  es  punto  de  impedimentis  matrimonij 
cum  quilibet  praesumatur  bonus.,  nisi  probetur 
contrarium,  de  donde  se  infiere,  y  fue  en  esto 
el  derecho  muy  prouido,  qnc probationes  in  cri-  ' 
nu  na  I  i  bus,  esse  debeant  clariores  luce  meridia- 
na., y  dexadme  hazer  a  mí,  que  yo  asseguraré  i 
buena  sentencia  en  nuestro  fauor.  j 

Car. — Nunca  tú  medres  más;  atengome  con  j 
Zelotipo,  que  la  selló  con  bu  sello,  y  esto  al 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


147 


menos  le  quedará.  Y  yo  pregunto,  el  padre  con 
descasarla  qué  remedia?  Aunque  el  mundo  está 
tan  perdido,  que  por  interés  la  tomarán  por 
plata  quebrada. 

Dot. — Yo  o6  liaré  vn  escrito,  si  el  negocio 
fuere  a  la  Corte,  que  presentado  en  el  Triini- 
ual  de  los  padres  conscriptos  se  queden  admi- 
rados; y  esto  importa  mucho  al  caso,  porque 
Nuncio  sine  literis  non  creclitur,  et  in  dnbiJH 
semper  dehemvs  fauorabiliorem  jjartem  occipere. 

Y  aueis,  señor,  de  sabt-r  y  tener  por  cierto,  como 
aqui  estamos,  que  por  la  simpleza  de  los  procu- 
radores se  pierde  todo  el  derecho  de  las  partes, 
donde  la  glossa  sobre  el  título  de  his,  j)er  quos 
agere  posumus,  in  Instit.  §.  Procuratoi\  lo  nota 
marauillosamente,  diciendo:  Cuicumqne.  Es  a 
saber,  que  el  procurador  ha  de  ser  hábil  y  no 
soldado,  ni  muger,  ni  menor  de  veinte  y  cinco 
años,  ni  loco;  donde  se  ve  bien  como  el  dere- 
cho fue  en  todo  prouido,  por  lo  cual  dice  Tu- 
lio:  A  maioribuf  nostris  india  alia  de  causa 
leges  sunt  inuentae  nisi  vt  suos  cines  incólumes 
seruarent.  Y  de  andar  baraxada  la  orden  se 
])eruierte  el  vso  y  padece  quien  Dios  tiene  por 
¡Men:  porque  cualquier  Baciiiller  con  dos  letras 
(|uiere  le  estimen  por  vn  Cicerón,  y  no  saben 
hazer  vna  querella  ni  seguirla  hasta  dar  alcan- 
ce, y  a  costa  de  las  partes  dan  grandes  cabeca- 
das  e  inoran,  Domine  mi,  que  ha  de  ser,  rtcon- 
tineat  nomen  accusantis  el  accusati,  et  annum 
et  tnensem.  quo  commissum  juit  crimen,  et  lociim 
vbi  commissum  fuit  et  cónsules  sub  quibus  ext 
admissum,  item  dies  dati  libelli  debet  inseri. 

Y  entonces  no  es  necessario  el  dia  ni  la  hora 
del  delito  cometido;  y  si  va  assi  apretado,  lo 
que  falta  es  dalle  batería,  y  perded  cuidado. 

Car. — Don  Carlos  tiene  necessidad  de  essoa 
precetos,  que  yo  asseguru  que  son  los  princi- 
pios de  que  el  mi  señor  Doctor  nunca  passó.  Tú 
lo  pondríis  de  lodo,  y  si  no  que  me  arrastren; 
y  este  no  tiene  culpa,  ()ues  en  lo  que  dize  de 
los  otros  leauisa  de  lo  que  le  deue  creer;  mas  es 
estrella  de  señores  consumir  la  hazienda  con 
Letrados  y  la  vida  con  Médicos. 

Dut. — Y  como  la  causa  vaya  de  aquí  sus- 
tanciada, ninguna  duda  tengo  del  sucesso  fa- 
uorable,  quia  iudex  damnatur  cum  nocens  ab- 
solvitur:  porque  justitia  iñrtus  oinnium  est  do- 
mina, ait  noster  Cicero,  et  regina  viríutum,  y 
8Í  no  sucediere  bien  todo  es  apelar  para  Roma, 
señalar   testigos  de   la   India,  pedir  remita  y 
otras  trecientas  cosas  que  inuontaremos  cada 
hora  para  dilatarlo;  finallter,  haremos  vn  pro- 
cesso  que  dure  hasta  el  dia  del  juizio,  con   que 
I     él  se  cansará  consumido  con  los  gastos,  que  no 
podrá  suplir,  y  quedará  la  apelación  desierta,  y 
i     en  su  rebeldía  lo  echaremos  en  baraja.  Yo  os 
I    daré  escriuano  que  dé  su  fe  según  la  pinta re- 
1    mes  y  ponga  los  términos  conforme  a  nuestra 


intención:  y  como  tengáis  esto,  lo  restante  del 
mundo  no  será  poderoso  para  venceros,  y  dure 
loque  durare,  pues  estamos  en  posaession,  que 
es  el  todo. 

Car. — A  mi  entender  la  possession  es  de 
Zeiotipo,  que  la  supo  tomar  con  toda  su  sole- 
nidad.  Mas  si  la  cosa  va  tan  bien  trayada,  esta 
ca[)a  no  tengo  yo  segura.  Desta  manera  triun- 
fan éstos  de  nosotros,  y  tienen  los  escriuanos 
debaxo  de  su  juridicion,  como  los  Médicos  a 
los  Boticarios.  Fiaos  de  un  mal  Letrado,  que 
(■1  os  liará  gastar  la  hazienda  en  vna  injusticia 
y  para  herencia  de  hijos  dexarán  puesta  una 
demanda  infinita,  y  rara  vez  se  hallará  alguno 
tan  bien  inclinado  que  os  desengañe.  Al  prin- 
cipio todos  asseguran  el  derecho  de  sus  partes, 
y  quando  sale  la  sentencia  al  contrario,  discul- 
panse  con  la  inorancia  dcil  juez,  y  que  se  incli- 
nó a  la  otra  parte,  de  quien  nos  libre  Dios,  que 
si  le  amagan  con  interés  quiebran  con  todo. 
Cada  vno  mire  por  sí,  que  ellos  dan  golpes  sin 
que  a  elkis  les  duela.  Prometo  que  por  el  ca- 
mino que  toman,  que  ha  de  tener  Zelotipo  lar- 
go trabajo.  Rezelo  alguna  trampa,  porque  quien 
más  tiene  más  puede,  y  don  Carlos  comprará 
la  justicia,  y  no  faltará  quien  la  venda. 

Dot. — Mas  os  digo,  señor,  que  no  os  daré 
por  vuestro  derecho  aquella  paja. 

Car. — Aora  dize  verdad. 

Dot. — Por  lo  qual  auemos  de  lleuar  otra  or- 
den muy  diferente  de  la  que  pensáis,  vista 
vuestra  nobleza,  a  que  las  leyes  conceden  gran- 
des y  extraordinarios  preuilegios:  porque  los 
nobles  hasta  en  el  castigo  son  honrados,  quia 
mitins  puniítntur.  Y  en  las  promesas  tienen 
más  crédito,  qtiia  promissa  nobilium  pro  Jactis 
hahentur. 

Car. — No  sé  que  esso  sea  ya  cierto. 

Dot. — Por  lo  qual  todo  juez  que  tuuiere  res- 
peto a  la  dicha  nobleza  y  discerniere  las  calida- 
des del  actor  y  del  reo,  si  fuBre  medianamente 
Letrado,  estará  por  vuestra  parte,  Quia  prop- 
ier  e.jxellentiam  personae  licitum  est  iura  trans- 
gredi,  imi)  propter  libertalem  trauMiredimur  re- 
gulas iuris;  por  donde  su  prouaiKja  queda  nula, 
porque  quoties  dubia  est  interpretado,  setnper 
pro  libértate  respondendum  est,  y  Bartulo  habla 
en  esto  altamente  in  1.  L  Jf.  de  ptibli.  iud. 
donde  dize  iniustum  est  aliquem  cum  alterius 
detrimento  Jieri  locupletem:  alteri  enimperalte- 
rum  praeiudici  um  inferri  no7i  debet;  conforma  con 
él  Baldo,  diziendo:  rnum  altare  non  debet  denv- 
dari  rt  aliud  rooperiatur.  nec  aliorum  honores 
debent  alijs  nocere,  nec  debet  aliquis,  vt  com- 
modum  alicui  faciat  alteri  praeiudicari,  nec 
ali]s  debet  aliqnid  appetere,  quod  honor  alio- 
rum minuatur.  Krgo  sequitur  per  allégala,  que 
fue  muy  mal  hecho  lo  que  nuestro  reo  cometió 
en   perjuizio   del  actor.  Y  assi,   la   prima  que 


148 


orígenes  de  la  novela 


ayudó  en  el  delito  está  coniiencida  por  cómpli- 
ce, y  toda  la  justicia  por  nuestra  parte.  V.  m. 
no  se  acongoje,  que  cosas  son  de  mundo  y  han 
de  correr  su  curso:  forme  su  petición  querellan- 
te del  dicho  fulano,  nombre  procurador  y  pa- 
gúele bien. 

Car. — Ay  está  el  punto:  ya  sufro  la  malicia 
del  Doctor,  mas  no  me  compadezco  de  la  bo- 
ueria  del  cauallero  que  lo  escucha  y  lo  cree; 
amarrado  en  su  tema  y  enojo,  no  entiende  cómo 
es  nada  quanto  le  dize  el  Doctor,  y  que  la  ver- 
dad es  conformarse  con  la  voluntad  de  Dios, 
pues  del  viene  todo  el  bien  y  nuestra  elecion  es 
ciega. 

D.  Car.  —  Sabéis  que  quisiera  yo,  por  vengar- 
me della?  desheredarla,  si  ay  ley  para  hacerlo. 

Z)oí.— Para  esso  trecientas  leyes:  porque  es 
materia  muy  corriente  entre  los  Doctores,  y  es 
bien  aduertido,  porque  facilitas  veniae  incen- 
dium  praebet  (lelinquenti,  y  por  ay  le  podemos 
dar  también  vna  buena  buelta,  que  no  ay  tal 
cosa  como  quitalle  los  mineros.  Quia  sine  Ce- 
rere  et  Baco  Jriget  Venus. 

Car. —  Aquello  no  me  suena  bien,  porque 
bolsa  sin  dinero,etc.  (').  YEufrosina  en  casa,  sin 
moneda,  digole  desuentura,  por  más  hermosa 
que  ella  sea,  que  por  éstas  se  dize:  Quien  casa 
por  amores  viue  con  dolores.  Yo  voy  teniendo 
muy  poca  embidia  a  la  dicha  de  Zelotipo,  y 
nunca  vi  otra  cosa  sino  que  toda  muger  que 
piensa  ataxar  con  amores  para  alcancar  más 
presto  su  gusto,  rodea,  y  es  verdad  que  no  ay 
atajo  sin  trabajo.  Yo  les  asseguro  que  han  de 
vomitar  lo  comido,  y  eUa  pudiera  no  ser  tan 
golosa;  mas  todas  coxean  deste  pie  desde  la 
primera,  que  cierto  es  los  gustos  humanos  no 
ser  cumplidos. 

Dot. —  Aora  mire,  por  me  hazer  merced, 
cómo  está  fundado  en  derecho,  qiudxjiúd  enim 
ligatur  solubile  est;  por  tanto,  hijo  que  está  sub 
poteslaie  patris,  muerto  el  padre  queda  libre 
de  su  sugecion. 

Car. — Esso  vn  asno  lo  dixera. 

Dot.  —  De  donde  inferimos  ser  el  hijo  cau- 
tiuo  en  quanto  el  padre  viniere. 

Car. — Tal  puede  ser  el  padre,  que  sea  peor 
que  cautiuo. 

Dot. — Ergo  sequitur  que  es  cantina  vuestra 
hija.  Hizo  el  matrimonio  contra  vuestra  volun- 
tad, podéis  quitarle  lo  que  es  vuestro  contra  la 
suya,  et  sic,  ¡jar  parí  rejeram,  et  valet  conse- 
quentia:  porque  tal  de  mí,  tal  de  ti,  es  dereclio 
natural.  Assi,  que  podéis  hazer  vuestro  testa- 
mento, que  se  interpreta  testificación  de  vues- 
tra voluntad,  quia  testamentum  est  voluntatis 

(')  El  refrán  completo  es:  «Bolsa  sin  dinero,  digole 
cuero».  Sabido  esto,  se  explica  bien  la  expresión  si- 
guiente. 


nostrae  tusta  sententia  de  eo  quod  quis  post 
mortein  suam  fieri  roluit  vt,ff.  eod.  1.  I.  Y  no 
importa  que  lo  hagáis  en  tablas,  papel  o  perga- 
mino, o  en  otra  qnalqniera  cosa. 

Car.-— De  grande  duda  me  quitáis,  y  si  lo 
escriuiesse  en  las  ondas  del  agua,  qué  remedio 
entonces? 

Dot. — Y  queda  claro  ser  desheredado  aquel 
por  quien  digo  desta  manera.  Titius  filius  meus 
est  haeres,  esto  por  quanto  cessante  causa  cessat 
ejfectus.  Y  porque  en  lo  que  toca  a  testar  qua- 
si  la  mayor  parte  de  los  hombres  yerran,  hazer- 
lo  hemos  V.  m.  y  yo  con  las  soleiiidades  que  se 
requieren  para  [que]  (*)  quede  de  cal  y  canto  (^) 
y  el  reo  se  vaya  a  holgarse  y  cantar  al  sol. 

Car. — De  quanto  dize  el  Doctor  en  fin 
nada  ata,  porque  el  engaño  está  en  dilatar 
la  cura  al  paciente. 

D.  Car. — Aora,  señor  Doctor,  yo  estoy  de 
vuestro  parecer;  mañana  os  uere  y  resoluere- 
mos  cómo  se  ha  de  poner  en  execucion:  por- 
que no  he  de  sufrir  que  triunfe  este  rapaz  de 
mí,  y  os  confiesso  que  estuue  inclinado  a  man- 
darlo matar,  y  aun  no  estoy  muy  lexos  de  esso. 

Dot. — No,  no,  para  qué  es  más  vengan9a 
que  la  que  podéis  tomar  por  justicia  y  el  dere- 
cho os  permite?  lo  demás  seria  tirania  y  contra 
todas  las  leyes,  no  ay  cosa  que  [no]  llegue  a 
uengarse  sin  palo  ni  piedra. 

Car. — Es  nuestro  padre  y  madre  el  Doctor, 
buen  padrino  tenemos  aquí;  mas  quán  propio 
es  destos  vengarse  con  los  oficios!  Natural- 
mente las  letras  son  cobardes,  y  tal  hizieran  a 
la  tierra:  porque  la  locura  es  parte  de  valentia 
y  el  mucho  juizio  se  acouarda  con  pensar  y 
tantear  mucho  los  inconuinientes.  Ellos  se 
van,  y  don  Carlos  muy  firme  en  seguir  la  opi- 
nión del  Doctor,  que  es  dar  querella  que  dure 
sin  fin.  Quiero  ir  a  verme  con  Zelotipo,  tratare- 
mos de  hablar  a  Philotimo  mi  pariente,  que  es 
muy  amigo  de  don  Carlos  y  cauallero  muy 
honrado,  de  bnena  intención,  discreto  y  platico 
en  los  sucessos  del  mundo,  hombre  de  mucho 
seso  y  desengaño  de  toda  apariencia,  sabio  para 
bien  y  libre  de  fingimientos  para  mal.  Quica 
le  templará  aquella  furia,  que  no  es  de  los  que 
dizen  vna  cosa  y  hazen  otra,  y  en  vez  de  con- 
firmar amistades  siembran  cicaña  y  tienen  por 
gran  discreción  vsar  estas  virtuosas  mañas. 

Dot. — Domine,  V.  merced  me  crea,  y  per- 
suada con  toda  solicitud  a  su  hija  que  niegue  a 
pies  juntos,  y  luego  échese  a  dormir,  y  sobre  mí 
el  sucesso:  porque  ella  en  esta  parte  queda  rea 
a/ortiori,  y  es  regla  infalible  ctim  ixira  partium 

('j  Suplimos  este  que,(i\xe  parece  necesario  para  el 
buen  sentido  de  la  frase.  Suplido  se  halla  también  en  la 
edición  de  1735. 

('•¡J  En  el  original  como  un  solo  vocablo:  calicanto. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


149 


sunt  obscura  reo  potius  est  fauendum  qiiam 
actori.  Y  tenemos  para  esto  los  juezes  dos 
textos  que  nos  dan  o:randcs  mangas  para  lo 
que  queremos,  que  es  Índices  promtiores  debent 
esse  ad  absoluendum  quam  ad  condemnandum, 
et  melius  est  redargüí  de  nimia  misericordia 
quam  de  nimio  rigore.  Finaliter,  yo  estudiare 
el  caso  de  raiz  y  daré  vna  buelta  a  los  Docto- 
res, y  de  mañana  vayase  a  mi  casa,  que  todo  se 
liara  como  conuiene,  Deo  voléate,  y  no  ha  de 
perder  de  su  derecho  vna  migaja  de  lo  que  yo 
entendiere.  Pues  el  í'auor,  que  es  el  sello  desta 
causa,  no  nos  ha  de  faltar,  y  en  el  Ínterin  en- 
sanche esse  coraron. 

8CENA  NONA 

Andrade,     Cotrin, 

And. —  Siempre  temi  el  succsso  de  los  amo- 
res de  mi  amo.  Bien  despachado  está:  su  prima 
hiera  de  casa  de  don  Carlos;  Eufrosina  ence- 
rrada como  emparedada;  él  temeroso  que  lo 
mande  matar  el  padre,  según  está  indinado 
desde  que  lo  supo.  Y  yo  no  sé  que  tan  seguro 
estoy,  que  muchas  vezes  paga  el  justo  por  el 
pecador  y  la  soga  siempre  quiebra  por  lo  más 
delgado.  Aora  tomara  yo  de  buena  gana  ir  a 
mi  tierra,  en  quanto  anda  la  cosa  assi  baraxa- 
da,  que  quien  se  guardó,  no  erró.  Podia  el  dia- 
blo hazer  más  que  meterme  en  esta  rebuelta, 
en  que  no  soy  parte  para  gusto  ni  prouecho?  y 
querrá  mi  pecado,  según  soy  desgraciado,  que 
lo  sea  en  llenar  lo  peor.  Mejor  lo  hizo  Cotrin 
t'l  de  Cariofilo,  que  se  fue  con  tiempo  a  su  tie- 
rra, y  estará  aora  repleto  de  chur¡9os,  en  tan- 
to que  yo  ando  en  este  enredo.  Mas  qué  (ístoy 
diziendo?  Si  es  aquel  que  allí  viene?  No  es 
otro,  quiero  ir  [á]  abracallo,  sabré  algunas  nue- 
uas  de  mi  gente,  con  que  me  consuele  en  este 
peligro.  Sea  bien  venido,  señor  Cotrin. 

Cot.  —  O  señor  Andrade,  estéis  en  hora 
buena. 

And, — Quándo  fue  la  venida? 

Cot. — Aun  aora  vengo  de  camino. 

And. — Pues  cómo  queda  toda  la  gente? 

Cot. — Con  salud;  vnas  cartas  pienso  que 
traigo  para  vos,  con  no  sé  qué  lien i -o  para  ca- 
misas, y  viene  con  el  harriero. 

And. — Alegróme  con  essa  nueua.  Aora  bien, 
contadme  si  os  holgastes  mucho? 

Cot. — Diablo  eres,  yo  te  prometo  que  tuue 
días  de  mucho  contento:  porque  no  auia  alli 
sino  buena  ventura,  comer  hasta  no  poder  más, 
y  tan  bien  hallado  estaua,  que  no  podia  arran- 
car de  allá. 

And. — Trataste  de  amores? 

Cot. — Con  treinta,  y  si  estuuiera  más  dias 
hiziera  de  mi  señal  la  entenada  del  Prioste. 


And. — No  es  muy  pequeña? 

Cot. — Mal  hora  para  ella,  creció  como  mala 
yerua  y  se  ha  hecho  muy  discreta.  Sabes  tam- 
bién a  quien  no  conocerás?  a  Marica  la  dd  lu 
rado. 

And.  —  Essa  no  es  niña  aunque  lo  parece,  y 
siempre  tuuo  buen  pico.  J)e  manera  que  dexa- 
rás  allá  grandes  ansias  y  cuidados  de  ausencia? 

Cot. — Las  que  no  puedo  dezir;  contarete  des- 
pacio cosas  que  admirarás.  Mas  qué  ay  por  acá? 
Cómo  están  nuestros  amos? 

And.  — \)o\o  al  diablo,  ay  grandes  rebvu'ltas. 

Cot. — Quenta  por  tu  vida. 

Aiid. — A  tu  amo  hallaron  una  destas  noches 
passadas  con  vna  hija  de  vn  platero,  que  dizen 
que  es  rico,  mas  ya  creo  en  Dios;  la  iíkhjsl  en  co- 
giéndolos dixo  que  estaua  con  su  marido,  y  tu 
señor  no  lo  negó,  o  con  miedo  o  con  voluntad,  o 
con  todo,  que  en  estos  casos  es  muy  cierto  ha- 
blar a  lo  cuei"do.  En  fin,  dexaronlos  juntos  por 
entonces,  y  otro  dia  como  se  vio  en  saluo  deter- 
minóse a  negar.  Apartóse  de  laconucrsacion  de 
su  dama,  y  entendido  por  el  padre  de  la  señora 
no  curó  de  más  historias  sino  de  lleuallos  de- 
lante del  Vicario,  y  a  la  primera  audiencia  le 
mandó  recibilla  por  numer.  El  padre  de  tu  amo 
está  para  tomar  el  cielo  con  las  manos  y  no  lo 
quiere  ver,  y  assi  anda  retirado  fuera  de  casa 
y  se  recoge  con  mi  amo;  dizen  que  lo  deshereda 
y  le  da  toda  la  hazienda  a  la  hermana,  y  yo  assi 
lo  creo,  porque  ay  padres  que  empobrecerán 
cien  hijos  por  enriquecer  vna  hija. 

Cot. — Bien  remediado  está  mi  amo,  y  en 
esso  vino  a  parar  el  pensar  que  las  mataua  en 
el  aire!  Mas  fuer9a  era  caer  en  alguna  quien 
hazia  tantas  trampas:  por  esso  dizen,  quien  con 
hierro  mata,  etc. 

And. —  Pues  si  tú  lo  vieras  antes  burlarse 
della  y  desdeñarla,  apodar  la  suegra  y  despre- 
ciar el  suegro! 

Cot, — Nunca  vimos  otra  cosa. 

And.  —  Y  sobre  todo  me  parece  á  mí  que  no 
quiere  mal  a  la  mo9a,  aunque  dize  della  las  tres 
leyes. 

Cot. — Y  ella  qué  tal  es? 

And. — Vna  feguela,  que  no  tiene  más  que  los 
huessos,  y  no  se  quita  de  la  ventana:  lo  que  te 
asseguro  es  que  tienes  en  ella  ama  y  zanfonia. 

Cot, — Y  esso  vino  acá  a  hacer  de  la  Corte? 
toda  su  vida  se  burló  de  todo  el  mundo,  y  aora 
dio  en  su  cabeza.  Y  tu  amo  qué  dize  a  esso? 

And, — A  él  sus  duelos  le  bastan. 

Cot. — Por  qué?  también  cayó? 

And. — No  sé  quál  fue  peor,  y  siempre  oi  de- 
zir  que  quien  quiere  subir  de  priessa,  de  priessa 
cae.  Casóse  de  secreto  con  vna  hija  de  vn  gran 
cauallero,  rica  y  hermosa,  que  lo  es  tanto,  que 
no  av  más  que  pedir.  El  ])adre  de  la  señora 
dize  que  la  matará  antes  que  dársela.  Ha  dado 


150 


orígenes  de  la  novela 


aora  querella  y  jura  que  le  ha  de  hazer  ir  a 
Roma.  Tiene  la  hija  encerrada,  que  no  ve  a  per- 
sona viua,  y  afírmase  que  ha  de  entrarla  mon- 
ja, si  no  halla  por  otro  camino  mejor  salida; 
mas  sospéchase  que  lo  detiene  el  rezelarse  que 
tendrá  ella  en  el  monasterio  más  ocasión  de  te- 
ner correspondencia  con  mi  amo,  y  lo  peor  es 
que  dizen  que  pretende  mandarle  matar  quando 
no  tenga  otro  remedio. 

Cot. — ^Muy  malo  es  esso;  grandes  cosas  me 
quentas,  pero  di  tú  lo  que  quisieres.  Yo  estoy  de 
parecer  que  tu  amo  lo  hizo  galantemente,  si  as- 
seguió  el  negocio,  y  todo  essotro  es  brauear  del 
cauallero  y  vn  poco  de  viento.  Después  que  el 
mal  recado  es  hecho  en  vano  es  porfiar,  que  si 
ella  es  suya  el  Vicario  se  la  dará.  Assi  sucedió 
aora  en  nuestro  lugar  al  hijo  de  Pedro  Alfonso 
carpintero  con  la  hija  del  escriuano;  anduuo  y 
anduuo,  y  por  más  que  hizieron,  al  fin  se  la  en- 
tregaron. 

And. — Y  si  el  cauallero  lo  manda  matar? 

Cot. — No  ayas  miedo. 

And. — No  he  miedo;,  mas  rezelo,  y  no  tanto 
por  su  cabeca  como  por  la  mia,  porque  me  temo 
que  lo  cojan  a  tiempo  que  yo  vaya  con  él;  y  en 
estas  pendencias  a  las  vezes  padecen  los  que 
tienen  menos  culpa,  porque  el  culpado  se  pre- 
uiene  con  tiempo. 

Cot. — Anda  tú  siempre  apercebido. 

And — Bien  dizes  si  ellos  acometiessen  por 
delante,  mas  de  recuentros  de  trabiessa  me  li- 
bre Dios,  V  assi  ando  asombrado. 

Cot. — Búrlate  de  esso,  que  yo  te  doy  seguro. 
Ya  no  se  acostumbra  matar,  y  estos  más  ricos 
lo  escusan  más  por  lo  mucho  que  pueden  per- 
der; y  también  has  de  saber  que  es  inmenso 
trabajo  tomar  venganca,  y  hazesse  muy  pocas 
veces,  sino  es  en  aquel  instante  que  se  recibe  el 
agrauio. 

And. — No  sé;  yo  de  mi  te  confiesso  que  me 
quisiera  alexar  de  aqui;  y  si  veo  que  el  negocio 
no  se  encamina  bien,  por  sí  ó  por  no  he  de  irme 
á  mi  tierra  con  algún  achaque,  y  no  venir  de 
allá  hasta  ver  en  qué  para. 

Cot  — Y  pues  aora  qué  medio  se  trata? 

And. — Antes  de  anoche,  delante  de  la  puer- 
ta, anduuo  nuestro  viejo  largas  tres  horas  con 
Filotimo  su  amigo,  y  también  lo  es  grande  del 
cauallero,  y  yo  escuché  y  oy  (^)  que  concertaron 
que  hablasse  al  padre  de  la  dama,  porque  ha 
"estado  todos  estos  dias  fuera  de  la  ciudad  y  vino 
antes  de  ayer.  Con  esto  me  animo  yo  aora,  aun- 
que flacamente;  y  porque  oy  se  auia  de  ver  con 
el  cauallero  para  saber  su  determinación,  voy 
a  acordárselo  y  saber  si  está  el  negocio  en  tiem- 
po de  verse  él  y  mi  amo  el  viejo,  que  no  des- 
cansa por  assegurar  el  hijo. 

(')  Sic  por  «oí». 


Cot. — Notables  historias  me  quentas;  por  esso 
dezia  bien  luán  de  Espera  en  Dios,  que  ca9a, 
guerra  y  amores,  etc.  Ahora  vete  en  buen  hora, 
y  veamonos  oy,  que  tengo  que  contarte  de  la 
tierra  mil  cosas  con  que  te  has  de  holgar. 

And. — Yo  te  buscare. 

Cot. — Digote  de  verdad  que  si  yo  allá  su- 
piera lo  que  passaua  de  mi  amo,  que  no  huuiera 
Atenido,  y  no  sé  con  qué  cara  seruire  yo  aora  a 
quien  hizo  tal  necedad. 

And.  —  Siempre  sucede  que  estos  que  burlan 
de  todo  el  mundo  son  los  burlados. 

Coi.— En  fin  iremos  a  essa  India. 

And. — Yo  essa  quenta  hago,  después  habla- 
remos. 

SCENA  DECIMA 

Don    C! arlos,    Filotimo. 

D.  Car. — Seáis  bien  venido,  y  sabe  Dios 
quánto  os  deseaua  ver. 

FU. — Señor,  yo  quise  venir  luego  tras  de 
V.  m.,  mas  aquel  diá  que  partió  de  su  quinta 
llegó  a  la  mia  vn  pariente  mió  que  va  a  ganar 
el  jubileo  de  Santiago,  en  compañía  de  otros 
cortesanos;  festéjelos  alli  con  cacas  y  pesque- 
ría, y  esta  fue  la  causa  de  dilatar  mi  venida 
más  que  yo  pensé  y  dixe  quando  nos  apar- 
tamos. 

D.  Car. — Señor  y  amigo,  si  bien  nos  hol- 
gamos los  dias  que  alli  estnue,  acá  lo  he  des- 
contado bastantemente  con  mayores  disgustos. 

Fil. — Orden  es  del  mundo  no  dar  buena  co- 
mida sin  mala  cena.  Pues  qué  ay  aora? 

D.  Car.  —  Desdichas  que  siguen  a  los  hom- 
bres, según  nuestros  pecados,  que  nos  dan  el 
fruto  conforme  sembramos. 

Fil.-^-Con  essa  consideración  las  deuemos 
sufrir,  pues  para  todo  dolor  el  remedio  más 
cierto  es  la  paciencia,  con  la  qual  deuemos  siem- 
pre dar  gracias  a  Dios,  que  escoge  los  suyos  en 
las  batallas  de  los  contrastes  y  fatigas  huma- 
nas, experimentando  assi  si  son  capaces  y  há- 
biles para  subir  a  los  muros  de  la  alta  fortaleza 
de  su  gloria.  Y  si  vemos  a  los  malos  próspe- 
ros y  a  los  buenos  abatidos,  es  porque  reciben 
aqui  su  premio;  mas  después  se  hallarán,  como 
lizen,  de  la  otra  parte  del  agua:  porque  las  mer- 
cedes de  la  fortuna  sin  merecimiento  son  tales 
espías,  que  guian  y  echan  en  la  emboscada  de 
su  perdición  quien  va  tras  dellas  ciego  y  enga- 
ñado con  vanas  esperancas.  Haze  a  los  hombres 
ignorantes,  porque  la  prosperidad  entorpece  el 
ingenio,  y  los  males  y  la  aduersidad  lo  auiuan; 
y  quien  quisiere  viuir  más  seguro  y  con  meno» 
sobresaltos,  euite  y  desprecie  los  vanos  benefi- 
cios con  que  ceba  y  caca  nuestra  vanidad  a  los 
inocentes  humanos,  y  trae  por  juego  dar  a  quien 
quita  y  quitar  a  quien  da.  Los  virtuosos  acri- 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


'  151 


solanse  en  las  miserias  y  desuenturas,  y  con  la 
esperiencia  de  ios  trabajos.  Hazcnse  sabios  co- 
nociendo la  facilidad  humana;  assi.  que  los  bue- 
nos son  los  que  por  !a  mayor  parte  pelean  con 
los  infortunios  de  la  vida. 

1),  Car.  —  Muchos  malos  vemos  también  pa- 
decer aduersidades  dignas  y  deuidas  a  sus  cul- 
pas, y  muchos  buenos  descansados  y  libres  ib' 
desassosiegos,  que  a  la  prosperidad  no  le  está 
negado  ser  premio  de  la  virtud.  Assi.  que  por 
esse  discurso  mal  se  puede  hazer  la  diferencia 
de  malos  y  buenos.  Yo  hallo,  cotegeando  los 
sucessos  de  las  cosas,  que  todo  consiste  en  ven- 
tura o  desgracia. 

Fil. — No  digáis  tal,  señor,  que  es  opinión 
gentilica,  de  los  buenos  que  están  prc  speros. 
I'resumvse  que  siente  la  prouidencia  diuina  en 
ellos  tal  ñaqueza,  que  caerán  con  las  persecu- 
ciones; y  sobre  esto  dize  el  Apóstol:  Fiel  es  el 
Señor,  y  no  permite  seamos  tentados  por  su 
gran  bondad  más  de  en  lo  que  podemos,  y  los 
males  nos  siguen  con  tal  orden,  que  los  poda- 
mos vencer  con  sufrimiento  y  evitar  con  pru- 
dencia, y  a  los  que  vemos  muy  perseguidos  son 
más  fuertes:  porque  es  projiio  del  grande  áni- 
mo despreciar  las  injurias  y  ofensas  de  sober- 
uios  y  gouernarse  por  la  razón  del  espíritu  y  no 
por  las  leyes  que  el  demonio  puso  en  el  mundo, 
como  fortalezas  desde  donde  nos  haze  guerra; 
y  es  cierto  que  teniendo  nosotros  claras  seña- 
les de  la  fee  que  professamos  y  creemos  para 
passar  este  cañal  d(>  la  ley  de  Dios  seguros, 
puede  tanto  vna  maia  opinión  del  mundo  con- 
tra nuestra  flaqueza,  que  tiene  leyes  contrarias 
a  la  nuestra,  mucho  más  costosas  y  más  guar- 
dadas. Y  si  nos  sucede  bien  lo  que  pretende- 
mos por  la  liberal  voluntad  diuina.  atribuírnos- 
lo a  cuenta  de  nuestra  dicha;  y  si  erramos  los 
medios  para  conseguiílo,  acusamos  a  la  fortu- 
na de  loque  nosotros  las  más  vezes  somos  cau- 
sa por  nuestro  mal  gouierno.  . 

D.  Car. — Entended  que  todo  se  rige  por  los 
hados,  que  es  vna  disposición  de  la  inclinación 
de  los  cuerpos  celestes,  dirigida  a  causas  infe- 
riores, que  por  su  influencia  se  mueuen  en  tan- 
tos efectos  varios;  por  lo  qual  el  hombre  no 
puede  alcancar  a  saber  los  sucesscs,  y  destos 
dizen  que  guian  a  quien  los  sigue  y  arrastran 
a  quien  los  resiste. 

Fü .  —  Guárdenos  Dios  de  tal  proposición. 
Cómo,  señor,  dezis  tal  cosa?  También  a  vos 
puede  la  passion  hazeros  gentil?  Dexad  esso 
para  las  condiciones  flacas  y  legaladas.  Si  tal 
fuesse  verdad,  todo  lo  que  acontece  seria  de  ne- 
'  cessidad  y  no  auria  merecer  y  desmerecer,  y 
deesa  opinión  a  la  que  afirma  que  no  ay  sino  na- 
cer y  morir  ay  muy  poco.  Y  si  el  bien  no  tiene 
premio  ni  el  mal  castigo,  peor  es  la  suerte  de 
los  buenos  que  la  de  los  malos. 


D.  Car. — Pues  qué  dezis  de  tanta  desorden 
como  aemos  en  las  cosas  humanas? 

Fil. — Assi  lo  juzga  nuestro  flaco  juizio  por 
su  natural  defeto,  y  es  vana  o;npacion  la  de  la 
criatura  en  querer  conq)rehender  los  juizios  y 
obras  del  Criador,  sino  es  en  lo  que  él  quiere 
dar  a  entender.  Si  vn  hombre  comunicándose 
en  continua  conuersacion  cien  años,  nunca  se 
acaba  de  conocer,  qué  osadia  puede  ser  mas 
ciega  que  conjeturar  por  términos  humanos  los 
secretos  diuinos?  y  lo  peor  es  que  siendu  sier- 
uos  inútiles  y  ilignos  de  mucha  pena,  queremos 
ser  muy  regalados  del  Señor,  a  quien  ofendemos 
cada  hora.  Con  el  fauor  y  la  ¡)rosperidad  todos 
somos  justos,  en  quanto  la  justicia  no  viene  por 
nuestra  casa;  mas  en  visitándonos,  con  cual- 
quier indicio  que  muestre  de  ser  casiigo  de 
nuestra  vida  passada,  luego  es  todo  perdido,  y 
tenemos  a  Dios  por  escaso  y  que  se  oluida  de 
nosotros,  borramos  la  obligación  del  bien  pas- 
eado con  la  quexa  del  mal  presente.  Atribui- 
mos nuestras  culpas  a  desgracia  y  no  la  tiene. 
Saléis  qué  llamamos  hado?  que  de  fuerca  ha 
de  ser  la  orden  del  mundf)  correr  el  Sol  por 
los  doze  signos  del  Zodiaco,  haziendo  los  seis 
dellos  dia  y  los  otros  noche,  y  los  aspectos  del 
cielo  soluuKinte  son  vnas  señales  y  auisos  de 
poder  ser  lo  que  umestran,  ])ero  no  es  de  fuer- 
za que  nos  ponga  en  obligación:  porque  la  di- 
uina prouidencia  nos  dio  arbitrio  propio  para 
vsar  del  según  nuestra  voluntad  y  distinto,  y 
tenemos  natural  elección  del  mal  o  del  bien; 
por  lo  qual  dize  lubenal:  No  tiene  la  fortuna 
ni  los  hados  deidad  si  nos  gouernamos  con  pru- 
dencia. Nuestras  quexas  la  hizieron  diosa.  Nos- 
otros la  ponemos  y  colocamos  en  el  cielo  con 
el  bruto  sentido  de  nuestras  aficiones.  Mas  si 
nos  conformamos  con  el  claro  entendimiento, 
que  es  en  nosotros  Presidente  diuino,  por  él 
seremos  semejantes  a  Dios.  El  sabio  y  pru- 
dente sabe  sufrir  lo  que  le  sucede  siempre,  cons- 
tante en  qualquier  lugar,  y  la  que  llamamos  co 
munmente  foi  tuna  es  buena  para  quien  la  sufre 
para  enmienda  de  sus  errores  y  mala  para  quien 
ia  toma  por  pena  y  desespera.  Mas  boluiendo 
a  vuestra  passion,  señor,  qué  causa  es  esta 
que  assi  desassossiega  vuestro  sufrimiento? 

D.  Car. — Estoy  el  más  triste  hombre  del 
mundo,  y  el  caso  no  es  para  que  ninguno  que 
le  suceda  dexe  de  estarlo. 

Fil. — De  qué?  Si  se  puede  dezir. 

D.  Car. — Ya  os  comuniqué  allá  (^)  en  la  quin- 
ta el  casamiento  que  tenia  concertado  para 
Eufrosina. 

Fil. — Sí,  y  a  mi  parecer  es  muy  bueno  para 
vuestra  honra  y  descanso,  y  para  el  suyo. 

O  En  el  original  «halla»,  como  en  algunos  otros  lu- 
gares. 


152 


orígenes  de  la  novela 


D.  Car. — Por  esso  me  quexo  de  la  fortuna 
o  de  mis  pecados,  que  me  guardaron  para  esta 
vegez  deshonrada.  No  siu  causa  dizen  que 
quien  más  viue  más  causas  de  pesar  le  ¡suce- 
den, como  al  viejo  Rey  Priamo  de  Troya.  Velé 
el  quarto  de  mi  vida  como  mejor  pude;  gouer- 
né  el  timón  de  mi  proceder  y  el  remo  que  me 
tocó  con  mucho  sudor.  A  ninguno  di  ventaja 
en  los  exercicios  de  virtud  y  caualleria;  gané 
por  mi  lanoa  lo  qtu;  tengo,  a  fiierca  de  mi  tra- 
bajo y  cuvdado.  Passé  hasta  aqui  mi  derrota 
de  vna  onda  en  otra.  Aora  que  me  parecia  que 
iba  assegurando  el  puerto,  entrando  por  esta 
barra  a  vista  del,  con  que  pensé  acabar  el  via- 
je contento,  se  me  anegaron  todas  mis  espe- 
ran9as  y  fundamentos  de  tan  lexos  tanteados, 
como  uaue  que  toca  en  las  rocas. 

Fil. — Bien,  cómo  es  esso? 

D.  Car.  — Ya  vistes  cómo  dexé  nuestras  re- 
creaciones por  venir  a  hazer  apercebimientos 
para  este  negocio.  Sabed,  pues,  que  llegando  a 
mi  casa,  al  segundo  dia,  que  no  aguardaron 
mas,  fui  informado  que  en  este  tiempo  que  yo 
he  andado  ausente  se  me  casó  Eufrosina  de 
secreto  con  vn  hijo  de  Hetor  de  Abreu  vuestro 
vezino. 

Fil. — No  puede  ser  esso. 

D.  Car. — Parece  que  puede,  pues  es. 

FU. — Santa  María  valme!  Esse  es  el  más 
raro  caso  que  yo  vi  en  mis  dias,  ni  pensé  ver, 
ni  lo  puedo  acabar  de  creer:  porque  esse  man- 
cebo ha  poco  tiempo  que  reside  en  esta  ciudad, 
y  ha  estado  muchos  años  en  la  Corte,  y  ella  es 
muy  retirada,  y  en  sus  costumbres  y  vida  no 
parece  moca. 

D.  Car.  —  Pues  por  esso  digo  yo  que  quan- 
do  han  de  suceder  desgracias,  nunca  falta 
modo.  Las  ocasiones  todo  lo  facilitan:  tuuie- 
ronla  grande,  y  parece  se  enamoraron  con  los 
medios  que  él  puso  de  su  parte,  siguiendo  el  en- 
tretenimiento que  tienen  todos  los  hombres  mo- 
90S  y  ociosos,  que  no  hay  cosa  que  no  intenten. 
Y  si  las  mugeres  no  se  guardan  a  sí  mismas,  no 
ay  quien  las  pueda  guardar:  si  bien  a  mi  pare- 
cer pocas  yerran,  sino  es  por  persecuciones  de 
insolentes  atreuidos,  y  luego  las  malas  conse- 
jeras, que  no  ay  peste  más  eficaz  para  dañar 
que  el  familiar  amigo  engañoso;  y  el  mayor 
enemigo  que  el  hombre  tiene  es  otro  hombre, 
y  por  el  consiguiente  la  muger,  cuya  lengua  es 
poucoña.  Siluia  de  Sosa,  prima  deste  man- 
cebo, con  su  comunicación  tracó  estos  enredos 
y  vino  a  efetuar  la  maldad.  Y  para  que  sepáis 
que  Dios  es  justo  luez,  y  no  dexa  triunfar  a 
los  malos,  parece  que  por  pagarle  la  buena  obra 
tenia  concertado  casarla  con  vn  Cariofilo  su 
compañero. 

Fil.  —  Yo  lo  conozco,  criado  también  del  Rey 
y  hijo  de  vn  ciudadano  muy  honrado. 


D.  Car.  -Será  assi;  vna  destas  noches  pas- 
sadas  amaneció  casado  con  vna  hija  de  vn  pla- 
tero, que  lo  cogió  en  su  casa. 

Fil. — Grandes  cosas  me  dezis;  aora  acabo 
de  creer  que  todos  los  tratos  de  amor  se  efe- 
tuan  según  ay  los  medios,  y  que  al  grande 
amor  todo,  le  es  fácil  y  nunca  respeta  inconui- 
nientes.  Mirad  essa  lu'storia:  Cariofilo  pensó 
engañar  y  quedó  engañado,  y  siempre  lo  vi  en 
estos  negocios,  y  Zelotipo  juraré  que  no  empe- 
cé su  pretensión  con  esperanca  de  lo  que  suce- 
dió. Mas  son  tan  solicites  los  hombres  en  sus 
engaños,  que  parece  que  ninguna  muger  tiene 
culpa  de  dexarse  vencer,  si  bien  dellas  en 
estos  casos  no  ay  que  fiar,  y  vnas  que  se  pre- 
cian de  parecer  hermosas  y  agradar  a  todos,  di- 
ficultosamente se  guardan,  j  las  más  confiadas 
de  sí  y  que  libremente  pueden  hablar,  caen  pri- 
mero. Muger  desconfiada  y  que  teme  el  peligro 
nunca  erro  mucho,  mas  quántos  exemplos  de 
desengaños  nos  da  el  mundo  en  sus  obras  si 
supiessemos  aprouecharnos  dellos!  Aora  dezid, 
cómo  lo  venistes  a  saber? 

D.  Car.  —  Por  Galaor  Falcon  mi  compadre, 
que  sospecho  que  tiene  con  el  galán  alguna  co- 
municación, y  según  entendí  vino  por  su  orden 
a  dezirmelo  porque  parece  que  alcanfó  a  sa- 
ber que  yo  queria  casar  esta  desdichada.  Entró 
a  Contarme  el  caso  con  grandes  preámbulos  y 
razones;  diome  consejos,  diziendo  que  pues  ya 
era  sucedido  hiziesse  mis  cosas  con  pruden- 
cia y  cordura,  porque  los  medios  ajustados  a 
equidad  siempre  eran  loables. 

i^¿7.— Jesús,  esso  me  dezis  de  Eufrosina? 
Absorto  me  he  quedado,  ya  'en  ninguna  creeré. 
Desconfiado  estoy  de  las  mugeres ,  porque 
son  flacas,  y  más  perseguidas;  pero  sobre  mi 
conciencia  jurara  por  Eufrosina,  porque  siem- 
pre me  pareció  cuerda  y  de  juizio  assentado, 
aunque  pienso  que  en  éstas  se  imprime  más 
eficazmente  el  amor  que  en  las  despejadas  y 
parleras. 

D.  Car. —  Si  hizo  mal,  para  sí  lo  hizo  más 
que  [lara  otro.  Yo  aun  no  me  he  declarado  con 
ella,  esperando  vuestra  venida,  por  no  hazer 
nada  sin  vuestro  consejo;  lo  más  que  hize  fue 
embiar  a  Siluia  (')  de  Sosa  a  casa  de  su  madre  y 
encerrar  a  Eufrosina  en  vn  aposento  donde  no 
hable  con  ella  sino  su  tia:  a  la  qual  le  confessó 
todo  el  caso,  y  por  mucho  que  la  importunó, 
no  la  pudo  conuencer  a  que  lo  negasse.  Dize 
que  nunca  Dios  quiera  que  ella  niegue  la  ver- 
dad, y  estoy  resuelto  de  ponerla  vna  daga  en 
los  pechos  y  hazerla  negar  por  fuerf.a,  sino  que 
me  hallo  tan  indignado  y  conozco  de  mi  con- 
dición que  la  mataré  si  me  pierde  el  respeto;  y 
negando  ella  me  haze  cierto  el  Doctor  Carras- 

(')  En  el  original,  Silua. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


153 


co,  con  quien  lo  he  comunicado,  el  descasarla 
por  pleito,  y  quando  no  la  pueda  conucncer  por 
temor,  determino  de  llenarla  secretamente  a 
Jesús  de  Aueiro  a  que  sea  monja,  y  hazerla 
professar,  y  dexar  mi  hazienda  a  mis  parientes, 
pues  quiso  ella  desmerecerla;  y  a  ninguna  dos- 
tas  cosas  me  determiné  sin  vos.  Ved  aora  lo 
que  os  parece  mejor,  y  esso  hagamos  luego, 
que  bien  sabéis  que  de  vos  solo  confio  mis  re- 
soluciones. 

FU. — Yo,  señor  don  Cfarlos,  como  me  ten- 
go por  el  mayor  amigo  y  servidor  que  tenéis, 
y  esta  voluntad  pienso  tendréis  por  muy  cier- 
ta, tendría  por  mala  corres[)ondencMa  y  yo  mis- 
mo juzgaría  mal  de  mí  si  en  caso  que  tanto  os 
importa  no  díxi'sse  sencillamente  lo  que  en- 
tiendo, no  procurando  comj)laccros,  como  ha- 
zen  los  falsos  amigos  deste  tiempo,  hablandoos 
a  gusto,  sino  proponiéndoos  la  verdad  desnuda 
de  lo  que  siento,  la  qual  aunque  sea  áspera  a 
los  oídos  es  saludable  para  el  alma.  Vos,  señor, 
podéis  hazer  lo  que  quisieredes,  mas  aueis  de 
hazerme  vna  merced,  que  os  resoluais  sin  pas- 
sion;  porque  toda  cosa  hecha  con  ella  pocas 
vezes  dexa  do  tener  fines  do  mayor  daño  y  do- 
blados errores.  Señal  de  ser  sabio  es  poder  en- 
señar y  regir  y  no  ser  regido.  En  vos  ha  luci- 
do esto  siempre,  sobrándoos  buen  gobierno  en 
vuestras  acciones  y  sano  consejo  para  vuestros 
amigos  Lo  que  en  mí  sembrastes  quando  fut' 
tiempo  que  lo  huue  menester  y  me  conuíno, 
esso  cogeréis  aora,  que  os  importa.  No  os  falte 
para  vos  lo  que  para  otros  tenéis;  haced  ageno 
este  negocio  y  trataldo  como  si  no  fuessedes 
parte.  Acuérdeseos  que  la  aflicción  entorpece  la 
naturaleza,  el  amor  y  el  odio  peruierten  el  jui- 
zio;  y  como  los  quatro  vientos  de  las  quatro 
partes  del  mundo  demás  de  sus  colaterales  al- 
borotan la  mar,  assi  son  nuestras  almas  con- 
niouidas  y  perturbadas  de  quatro  furias  o  pas- 
siones,  que  son  esperanca,  miedo,  dolor  y  te- 
mor; y  como  los  aires  ocasionan  truenos  y  llu- 
uias,  escondiendo  el  sol,  assi  las  passiones  ce- 
gando la  razón  con  nubes  y  turbaciones  del 
ánimo,  no  derraman  los  rayos  del  entendimiento 
\  para  poder  gouernar  las  velas  de  la  sensuali- 
I  dad,  y  quien  no  está  libre  destas  Sirtes  y  Ci- 
clados, peligros  del  mundo,  y  se  halla  en  el 
eterno  descanso,  no  puede  librarse  de  sus  mo- 
uimientos  ni  viuir  en  reposo;  y  assi  no  me  ad- 
i  miro  que  estéis  aora  ciego  con  esse  dolor:  por- 
I  que  siempre  al  primor  rebato  rinde  el  sufri- 
I  miento,  por  no  estar  preuenidos  en  la  bonanza 
i  para  los  peligros  de  la  tempestad;  y  para  no 
caer  en  tal  desorden  conuiene  no  perder  el  norte 
'regimiento  superior:  porque  la  vida  humana 
idene  gouernarse  por  la  semejanza  de  la  orden 
(de  arriba,  y  como  las  esferas  inferiores,  obede- 
ciendo a  la  superior,   son   gouernadas   por  su 


mouimíento,  assi  deuen  ser  regidos  nuestros 
sentidos  por  la  virtud  racional;  y  pues  aora  re- 
pugna la  sensitiba,  según  la  carne  al  espíritu, 
mirad  que  vencida  la  racional  queda  vil  y  bru- 
ta, por  lo  qual  donemos  sobre  todo  procurar  no 
tenga  imperio  la  fuerza  de  nuestros  deseos  y 
pasiones,  porque  ocupada  el  alma  en  cuidados 
de  cosas  temporales,  carece  del  conocimiento 
de  la  verdad,  y  por  este  camino  de  engaños  se 
va  al  infierno,  donde  no  ay  redención,  y  nues- 
tra ciencia  es  tan  limitada,  que  sal)emos  en 
qué  lugar  nacemos  e  inoramos  dónde  auemos 
de  ir;  y  la  vida  es  sombra  que  passa:  fue  Ilion 
v  los  Troyanos,  fueron  otro  tiempo  los  Mile- 
síos  grandiosos.  Toilo  es  assi;  lo  futuro  es  lo 
que  donemos  preuenir.  Si  de  quaiito  tiempo 
ocupamos  en  vanidades,  en  alguna  hora  consi- 
derassemos  lo  poco  qu(í  dura  y  ranclio  trabajo 
que  cuesta  todo,  y  conocíessemos  el  engaño  en 
que  estamos,  quÍ9a  viniéramos  con  más  aduer- 
tencia.  Mas  ay,  que  ni  consíderallo  pienso  apro- 
uecha:  porque  anda  la  común  inclinación  tan 
abituada  a  malos  exercicios,  que  lo  suelen  hazer 
peor  los  que  más  noticia  alcanzan  del  mal.  II a- 
zemos  las  quentas  siempre  de  lexos,  estando 
tan  cerca  de  dar  las  finales.  Repartimos  la  vida 
en  vanos  fundamentos,  que  llorando  seguimos. 
Damos  poder  a  la  costa  Jibre,  fuerza  a  natura- 
leza, disculpa  a  las  inclinaciones,  de  manera 
que  hazemos  nosotros  otra  ley  que  quiere  com- 
petir con  la  de  Dios,  todo  para  mayor  fatiga 
nuestra,  que  el  mundo  y  el  pecado  nunca  die- 
ron descanso,  y  digámoslo  claro.  Vos,  señor, 
sois  de  la  edad  que  sabéis  (Dios  os  la  aumen- 
to); lo  que  más  os  conuiene  es  estar  bien  con 
Dios,  que  os  espera  de  dia  en  dia,  no  con  el 
mundo:  porque  oy  somos  y  mañana  no  somos. 
Viene  la  muerte  siempre  de  prisa,  y  conuiene 
estar  apercebido  para  acudir  a  su  llamamiento. 
Tomad  exemfjlo  en  el  Rico  Auariento,  que  nos 
enseña  que  importa  no  estar  descuidado.  Quau- 
to  a  Dios,  viuir  como  si  huuiessemos  de  morir 
luego,-  quanto  al  mundo,  como  si  la  vida  fues- 
se  pcpetua;  en  las  cosas  del  alnuí  muy  escru- 
pulosos, en  las  del  mundo  muy  prouidos,  que 
aquel  se  llamará  sabio  que  se  sabe  sainar.  Pen- 
sad aora  en  esto  por  mi  amor:  vuestra  hija  es 
ya  esposa  de  esse  mancebo,  y  libróos  Dios  de 
lo  que  llaman  hecho  es.  No  se  la  podéis  quitar 
sin  hazer  pecado  mortal  y  (})  estar  en  el  es  el 
mayor  peligro:  porque  perder  hazienda,  honra 
y  vida  es  nada,  pues  al  fin  se  ha  de  perder.  El 
peligro  del  alma  es  el  que  se  deue  temer,  por- 
que es  como  la  piedra,  que  si  la  echamos  de 
las  manos  no  la  podemos  recoger.  Somos 
Christianos,  ninguna  cosa  donemos  de  traer 
tanto  delante  de  los  ojos  como  guardar  los  es- 

(')  En  el  original,  ó,  pero  el  sentido  de  la  frase  pide  y. 


154 


orígenes  de  la  novela 


tatutos  de  nuestra  profession.  Esta  es  la  eaiia- 
lleria,  esta  es  la  honra,  esta  es  la  nobleza  ver- 
dadera, y  si  no,  idos  al  infierno  por  falsas  hon- 
ras del  mundo,  que  es  vna  niñería. 

D.  Car. — Vos  me  ponéis  en  vna  gran  confu- 
sión, porque  no  os  puedo  negar  que  no  es  suma 
inorancia  tener  más  respeto  á  las  leyes  que  Sa- 
tanás puso  al  mundo  que  con  la  clara  y  pura 
que  nos  dio  el  Hijo  de  Dios,  y  tenemos  recibi- 
da. Pero  respondiéndoos  a  lo  que  dezis,  que  es 
su  muger,  digo  que  lo  sea  muy  en  hora  buena, 
no  se  la  quiero  quitar;  por  lo  que  conuiene  a 
mi  conciencia,  llénesela  con  la  bendición  de 
Dios  donde  quisiere,  mas  de  mi  hazienda  no 
espere  vn  real.  Esto  me  lo  podéis  quitar,  ó  ay 
ley  que  me  obligue  a  dar  lo  que  es  mió  a  quien 
me  lo  desmerece? 

FU. — Bueno  va:  pues  se  ha  rendido  en  lo 
más  dificultoso,  presto  vendrá  a  la  razón.  Aora 
venid  acá,  señor;  muy  bien  me  parece  esso  de 
vos,  obra  es  en  que  no  solo  mostráis  ser  buen 
Christiano,  mas  aprouais  la  noble  sangre  de  que 
os  preciáis,  que  los  tales  parece  que  tienen  más 
obligación  que  los  demás  a  guardar  essa  lealtad 
a  su  Criador.  Y  les  está  bien  por  el  exemplo 
que  dan  al  pueblo;  y  como  a  la  nobleza  le  es 
propio  tener  liberalidad,  y  más  en  las  obras  de 
Dios,  en  que  se  deue  vsar  della  siempre  con 
presteza,  ya  que  lo  es  e'sta,  y  por  su  respeto  la 
hazeis,  no  la  disminuyáis  en  nada:  pcn-que  no 
darle  vuestra  hazienda  es  más  tema  que  gusto, 
y  se  puede  juzgar  a  poco  saber  y  a  menos  vir- 
tud, pues  está  fuera  de  tenerla  el  ánimo  furioso, 
Y  todas  las  cosas  guiadas  por  buena  orden  lle- 
gan a  perfección.  El  hombre  abariento  de  la 
hazienda  es  pródigo  de  la  honra,  y  quien  tiene 
su  pundonor  en  macho,  deue  tener  su  dinero  en 
poco.  Rico  es  el  que  nada  desea,  y  pobre  el 
abariento  por  mucho  que  tenga,  y  mayor  virtud 
es  obrar  bien  que  dexar  de  hazer  mal,  porque 
del  bueno  es  hazer  bien;  siendo  assí,  y  qu.í  la 
buena  opinión  se  ha  de  preterir  al  dinero,  no  es 
justo  la  perdáis  y  dexeis  de  obrar  bien  por  él: 
lo  que  no  se  puede  euitar  hase  de  sufrir  y  no 
culpar,  y  el  mal  no  se  ha  de  vencer  con  mal.  Ya 
esso  sucedió  a  vuestra  hija  como  a  otras  mu- 
chas ha  sucedido,  que  no  fue  ella  la  primera: 
qué  le  aueis  de  hazer,  sino  remediarla  con  toda 
cordura?  Obra  de  prudencia  es  poder  hazer  daño 
y  no  hazer  lo,  y  de  loco  no  poder  vengarse  y  de- 
searlo. De  saliios  esforzados  es  hazer  con  gusto 
lo  que  es  fuerca,  [)orque  los  trabajos  tomados  de 
voluntad,  no  lo  son;  y  assi  a  solo  a  el  prudente  le 
sucede  no  hazer  nada  forcado,  porque  se  confor- 
ma en  todos  los  casos  con  el  corriente  del  tiem- 
po, y  como  dicen:  mejor  es  llorar  con  los  sabios 
que  reir  con  los  necios.  Al  ánimo  generoso  nada 
le  haze  injuria:  si  essa  ino9a  erró,  al  fin  es  hija, 
y  aunque  el  pecado  sea  grande,  el  padre  ha  de 


dar  ligero  castigo.  Fuluio  absoluió  de  culpa  a 
su  hijo,  que  lo  quería  matar  después  de  come- 
ter adulterio  con  su  madrastra.  Qué  hizo  vues- 
tra hija?  Vencióse  de  amores  de  vn  mancebo 
galán  y  discreto;  cada  día  vemos  esso  por  otros 
de  menos  partes.  No  os  falte  aora  el  juizio  y 
cordura  de  Alexandro,  que  fanoreció  a  su  herma- 
na enamorada;  cosas  tan  naturales  y  vsadas  no 
se  deuen  estrañar.  Segisniunda  Tarentina  fue 
perdonada  de  su  pa^re  hallándola  delinquiendo. 
Mal  hizierades  vos,  como  Seleuco,  que  dio  su 
propia  muger  Estratonica  (')  a  Antioco  su  hijo, 
porque  supo  que  estaua  enemorado  della  siendo 
su  madrastra.  Pisistrato,  tirano,  perdonó  a  vn 
mancebo  que  publicamente  le  besó  su  hija,  di- 
ciendo: Si  matamos  a  los  que  nos  aman,  qué 
haremos  á  los  que  nos  quieren  mal? 

D.  Car. — Bien  habláis  si  no  h uniera  de  cum- 
plir sino  conmigo;  mas  qué  dirán  mis  ]  arientes 
de  mí,  viendo  que  no  sólo  sufro  mas  fauorezco 
tan  grande  deshonra? 

FU.  —  Buena  conclusión  es  essa;  hermosura 
agena,  sin  la  propia;  a  ninguno  hizo  hermoso; 
aquel  es  de  clara  sangre  que  sus  obras  lo  hazen 
claro,  y  como  dizen:  Hasta  vn  cabello  haze  su 
sombra;  todo  hombre  tiene  su  ser;  la  virtud  da 
n<íbleza,  y  no  la  opinión  que  cada  vno  tiene  de 
sí;  de  honrado  soy  yo,  y  mi  abuelo,  tal,  y  mi 
primo,  fulano.  Todo  esto  concedo  que  incita  y 
ayuda  para  la  virtud,  pero  si  vos  no  la  vsais, 
teuiío  yo  por  mí  que  deshonra  más.  Sabéis  qué 
son  los  parientes?  si  sois  rico  van  a  vuestra  casa, 
por  lo  que  de  vos  pretenden;  si  pobre,  os  des- 
precian. Pocos  o  ninguno  dan  ya  de  su  hazien- 
da; consejos,  quantos  quisiéredes,  mas  de  ma- 
nera que  si  huuiera  peligro  queden  ellos  fuera 
del:  y  es  engaño  conocido  sugetarse  al  parecer 
de  los  parientes  y  en  todas  las  cosas  seguir  su 
opinión,  sin  reparar  en  lo  conueniente,  porque 
de  ordinario  se  inclinan  a  la  parte  próspera.  No 
niego  ser  muy  bueno  tenerlos,  y  cumplir  con 
ellos  las  obligaciones  r atúrales  y  las  de  buena 
correspondencia,  y  en  todo  lo  possible  conseruar 
buena  amistad,  auenturando  por  ellos  la  hazien- 
da y  vida  conforme  a  lo  que  se  pratica  en  este 
mundo;  pero  en  el  Reyno  eterno  también  te- 
neis  diuinos  parientes,  con  quien  es  más  neces- 
sario  cumplir,  y  éstos  son  de  parecer  que  ha- 
gáis siempre  lo  que  os  obliga  la  ley  en  que  vi- 
nis,  y  es  justo  la  sigáis,  y  que  no  dexeis  de  ha- 
zerlo  por  la  honra  del  mundo,  que  quien  pone 
en  Dios  su  esperanca  y  su  fundamento,  y  no  en 
los  hombres,  tiene  a  Dios  y  a  los  hombres.  Y  j 
mucho  mayor  deshonra  y  afrenta  hazeis  a  vues-  '< 
tra  alma  no  cumpliendo  con  ella,  pues  por  su 
respeto  os  dieron  esse  cuerpo,  que  podéis  hazer  j 
incorrupto  que  passe  las  nubes  y  los  cielos  y  I 

( 
(')  En  el  original,  stEratonica. 


COMEDIA  DE  EVFROSINA 


155 


resplaiide/ica  más  qivi  el  sol  (').  Este  es  el  ver- 
dadero jiunto  de  la  honra,  y  considerad  esto.  Si 
se  honra  vn  cauallero  de  mostrarlas  heridas  que 
recibió  en  la  batalla,  qnánto  mayor  honra  será 
mostrar  vn  cuerpo  sin  las  corniciones  ('-)  huma- 
nas el  dia  del  jnizio?  Casóse  vuestra  hija  pobre- 
mente, para  sí  lo  hizo;  si  le  viniere  mal,  ella  lo 
sienta,  y  vos  no  os  condenéis.  Aueis  de  hazer 
bien  a  los  estraños,  hazeldo  a  los  vuestros;  por- 
que desheredar  los  hijos  y  heredar  los  parientes 
es  gusto  culpable. 

D.  Car. — Pues  cómo  se  ha  de  sufrir  en  el 
mundo  casarse  mi  hija  sin  mi  licencia  con  hom- 
bre tan  interior  suyo,  teniendo  yo  tratado  para 
ella  vn  casamiento  tan  noble  y  rico? 

Ftl. — Pareceme  que  no  era  suyo,  pues  Dios 
quiso  estotro,  aunque  este  y  todos  los  demás 
sueessos  que  tienen  los  hombres  mal  se  pueden 
juzgar;  porque  la  inorancia  es  en  dos  maneras: 
natural  como  en  los  mancebos  por  falta  de  es- 
periencia,  que  no  se  puetle  alcanzar  sin  tiempo, 
y  es  madre  de  las  cosas  y  vn  conocimiento  de 
particularidades,  que  la  poca  edad  no  compre- 
hende,  porque  no  juzga  sino  lo  presente.  Puede 
también  auer  inorancia  en  los  muy  viejos  por 
fallecimiento  de  los  sentidos.  La  otra  procede 
de  la  negligencia  de  los  hombres  quando  nos 
entristecemos  de  las  cosas  humanas.  Sin  razón 
ni  entendimiento,  dos  asquas  que  sustentan 
nuestra  luz,  !os  mortales  atreuense  a  pedir  lo 
que  desean,  que  assi  nos  lo  dixo  Christo  quan- 
do orando  en  el  huerto  representó  la  flaqueza 
de  nuestra  humanidad:  Dios  lo  oye  todo,  y  da 
lo  que  ve  que  es  mejor.  Dexad  a  los  vientos 
mouer  las  velas,  tomad  el  puerto  que  os  dieren, 
que  por  ventura  os  aconseja  mejor  el  viento  que 
os  guia.  Dexad  essa  ira  que  tenéis,  no  os  ocu- 
pe y  rinda  el  dolor  las  torres  de  vuestro  ánimo. 
Dize  lubenal  muy  bien;  si  quieres  consejo  da 
lugar  a  los  Dioses  que  te  le  den,  pues  que  sa- 
ben lo  que  nos  conuiene  y  es  más  prouechoso,  y 
por  cosas  gustosas  te  darán  otras  más  necessa- 
rias,  que  mucho  más  aman  ellos  al  hombre  que 
se  ama  él  a  sí  mismo.  Xosotros  mouidos  por 
ciego  deseo  pedimos  casamiento,  parto  de  la 
muger  y  otras  cosas  que  nos  parecen  de  gusto 
y  prouecho,  pero  ellos  saben  quál  ha  de  ser  la 
mujer  y  el  hijo  y  lo  demás:  pues  si  este  gentil 
conocía  esto,  quien  se  precia  deste  tan  grande 
apellido  de  Christiano  mucho  más  le  conuienen 
las  obras  que  lo  confirmen  en  este  grado.  Por 
esso  el  que  lo  es  deue  conformarse  en  todo  con 
la  voluntad  de  Dios.  Assi  lo  hizo  Dauid,  lloran- 
do el  hijo  en  quanto  estuuo  enfermo;  muerto, 

(*)  Son  en  el  original. 

i-)  En  el  original,  por  errata,  cnnuciones.  En  la  edi- 
ción de  1735  se  lee  conexiones,  pero  es  enmienda  des- 
acertadísima. 


vistióse  de  gala.  Contentaos,  señor,  con  el  ma- 
rido que  vuestra  hija  escogió,  pues  ella  está  con- 
tenta, que  nada  se  haze  sin  jterraission  diuina. 
Mirad  la  faltula  del  mar  de  Galilea,  que  viendo 
las  nubes  cargadas  de  agua,  mouidas  de  los 
vientos,  pensando  serian  montes  que  podian 
caer  sol)re  él  y  secarle,  fuese  retirando  lo  más 
que  pudo,  pero  deshaziendose  las  nubes  sobre 
él  convertidas  en  agua  creció  con  doblada  co- 
rriente. Así  que  de  donde  temia  el  daño  le  vino 
mayor  prouecho,  porque  la  diligencia  de  los 
homl)res  siempre  se  engaña  en  las  cosas  dudo- 
sas. Mal  pueden  los  corazones  adiuiuar  lo  que 
les  puede  suceder,  aunque  se  diga  que  no  hay 
cosa  más  leal  que  el  coraron,  a  quien  muchas 
vezes  hieren  rezelos  de  lo  que  sucede,  j)ero  esto 
es  incierto;  de  manera  que  vos,  señor,  os  deueis 
consolar  con  ranchos  que  gustaron  esse  acibar. 
El  fin  de  las  cosas  se  ha  de  medir  con  pruden- 
cia; no  08  falte  ésta  para  agradecer  a  Dios  el 
cuidado  que  tuno  de  vos,  que  yo  espero  que  ha 
de  ser  para  más  descanso  vuestro,  porque  yo 
conozco  el  mancebo,  y  es  discreto,  muy  cuerdo 
y  de  gentiles  partes,  y  os  ha  de  saber  grangcar 
¡a  voluntad  y  consí  rbar  la  vida,  que  essotro 
quÍ9a  deseara  quitárosla  mas  aprisa;  y  podri;i 
ser  de  algunos  locos  vanos  que  acabado  de  gas- 
tar el  dinero  que  les  dan  en  dote,  con  juegos  y 
otros  diuirtimientos  (para  los  quales  no  ay  te- 
soro que  baste)  desprecian  el  suegro  y  dan  tris- 
te vida  a  la  muger.  Estotro  tiene  en  vos  toda 
su  honra  y  continuamente  os  ha  de  tener  obe- 
diencia. Mirad  si  es  mejor  tener  yerno  a  quien 
mandéis  o  que  presuma  mandaros.  Vuestra 
hija  ha  de  ser  muy  estimada,  y  señora  del;  quie- 
rense  bien  y  serán  bien  casados;  conforme  a  la 
ley  de  Dios  y  del  mundo  es  suya  por  derecho; 
si  dexais  vuestra  hazienda  a  otro  agradeceraos- 
lo  poco  y  no  dará  vna  limosna  por  vuestra  alma. 
Hazeis  mal  a  vuestra  hija  y  encargáis  vuestra 
conciencia.  Según  esto,  ved  lo  que  os  conuiene: 
a  mí  me  parecía  mucho  mejor  recoger  vuestro 
yerno,  pues  lo  es  ya  foryosamente,  y  con  vn  be- 
neficio for9ado  sugetais  dos  voluntades.  Echad 
de  vos  el  odio  y  la  opinión  del  mundo,  y  consi- 
derad que  no  puede  ser  mayor  desuentura  que 
negar  el  merecimiento  a  la  persona  por  darlo  al 
dinero,  y  que  sea  la  pobre  virtud  tan  aniquilada. 
Este  es,  señor,  mi  parecer,  y  esse  Doctor  Ca- 
rrasco que  os  aconseja  essotras  marañas  y  que- 
rellas quiere  triunfar  con  vuestro  dinero  a  cos- 
ta de  vuestro  trabajo,  y  tales  consejos  son  para 
destruir  hazienda,  vida  y  alma;  y  de  aqui  pro- 
cede auer  tan  poco  sossiego.  tanto  odio,  tanta 
cudicia.  Quántas  letras  de  mal  zelo  están  sem- 
bradas en  esta  tierra?  Las  armas  que  la  gana- 
ron y  honraron  conuirtieronse  en  leyes  que  la 
destruyen;  las  demandas  son  tantas,  que  nin- 
guno trae  la  capa  segura:  porque  de  vn  ladrón 


156 


orígenes  de  la  novela 


os  podéis  defender  y  de  vn  mal  legista  no,  que 
tiene  hechos  dos  testos  que  son  contraminas 
para  assegurar  robos  y  destruir  la  verdad.  Assi 
lo  entiendo;  hazed,  señor,  lo  que  deueis  a  vir- 
tud, que  es  la  propia  nobleza,  sin  tener  atención 
a  los  injustos  fueros  del  mundo,  que  las  leyes  se 
hizieron  para  castigar  malos  y  no  para  destruir 
buenos.  Ño  os  desassossieguen  malos  conseje- 
ros; segui  antes  el  consejo  malo  de  buen  zelo 
que  el  consejo  bueno  de  mal  zelo,  pues  sabe 
raos  la  quenta  que  Dios  tiene  con  las  buenas 
intenciones:  la  mia  es  de  ueros  descansado  los 
dias  que  os  restan  de  vida;  conformaos  con 
la  voluntad  Diuina  y  lo  demás  passe  por  donde 
pudiere. 

D.  Car. — Señor  amigo,  concluisme  tanto  con 
la  razón,  que  yo  seria  de  mal  juizio  si  hizies- 
se  (')  della,  y  con  esto  os  confiesso  que  el  amor 
de  padre  me  llena  quanto  puedo  a  vuestro  pa- 
recer: porque  a  la  verdad,  mi  hija  es  para  mí 
tan  obediente,  que  no  tengo  de  qué  quexarme 
della.  Si  erró,  como  vos  dezis,  es  muger  como 
las  otras.  El  consejo  del  Doctor  Carrasco  ya 
veo  que  es  para  mucho  desassossiego,  y  que  el 
vuestro  es  lo  cierto  y  qnal  yo  de  vos  esperaua. 
Aora  conozco  quánta  razón  tenia  Alexandro 
en  dezir  que  era  bien  empleado  gastar  vn  Prin- 
cipe sus  tesoros  por  conquistar  vn  Reyno,  por 


(')  Parece  errata,  ¿acaso  huyese?  Eu  la  edicióu  de  1735 
dice  lo  mismo. 


comunicar  vn  hombre  discreto,  si  en  e'l  lo  hu- 
uiesse.  Esto  no  se  entenderá  si  el  sabio  es  mal 
inclinado,  porque  en  la  mala  inclinación  no  pue- 
de auer  sabiduría;  y  es  sin  duda  que  en  esta 
vida  no  ay  cosa  tan  preciosa  como  el  verdadero 
amigo.  O,  quánto  vale  el  buen  consejo,  a  quien 
del  tiene  necessidad;  tal  beneficio  puédese  agra- 
decer, mas  la  paga  a  solo  Dios  compete.  O,  gran 
fuerza  la  de  la  verdad,  que  contra  todos  los  in- 
genios, sagacidades,  malicias  y  espias  del  mun- 
do fácilmente  passa  venciendo;  y  assi  !o  que 
más  nos  conuiene  es  tratar  con  amigos  fieles,  y 
quando  nos  engañamos  en  la  elección  dellos, 
basta  por  vengan9a  dexar  la  conuersacion  de 
los  falsos  y  sustentar  la  de  los  buenos.  Mi  hon- 
ra, alma  y  vida  os  deuo,  pues  me  quitastes  de 
mil  ceguedades  con  que  me  destruía,  y  assi  nun- 
ca Dios  quiera  que  yo  salga  de  vuestro  parecer. 
Venid  conmigo,  vamos  a  buscar  a  mi  yerno  Ze- 
lotipo  y  lo  traeré  a  mi  casa  con  la  bendición  de 
Dios,  y  pues  le  fuiste*  tan  buen  padrino,  quie- 
ro que  os  deua  el  consejo  y  a  mí  agradezca  el 
execntarlo  liueralmente,  y  mis  parientes  digan 
lo  que  quisieren,  que  grande  engaño  es  no  usar 
de  virtud  por  lo  que  puede  dezir  el  mundo.  Se- 
ñores, no  esperéis  lo  que  resta  paca  la  conclu- 
sión de  las  bodas,  que  dentro  se  harán. 

A  la  censura  de  nuestra  Santa  Madre  Iglesia. 

FIN 


En    Madrid,    En    la    Imprenta    det,    Reyno. 
Año  M.DC.XXXI. 


UMm  mmu 


C¿UE    THACTA    DE    LOS    A.MOIÍES 
DEL  BUEN  DUQUE  FLOIilANO  CON  LA  LINDA  Y  MUY  CASTA  Y  GENEROSA  BKLÍSEA, 

^UKUAME^•TK  hecha:  muy  graciosa  y  sentida,  y  muy  prouechosa 

PARA    AUISO    DE    MUCHOS    NECIOS  * 

CoMrDESTA    POR 

EL  BACHILLER  ÍOAX  RODRÍGUEZ  FLORIAX 

vista  y  examinada,  y  con  licencia  impressa. 

(lüscudo  del  librero  coq  sus  iniciales  A.  G.  en  la  base.  Representa  al  halcón  sujetado  pur  una 
mano  de  persona,  y  debajo  la  leyenda:  post.  tenebras.  spero.  Ivcem.) 

Véndese  en  Medina  del  Campo  en  casa  de  Adrián  Ghemart. 

1554 


KL  BACHILLER  lOAX  RODRIGDIJZ  KNDERE- 
(.ANDO  LA  COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA  A 
VN  ESPECIAL  AMIGO  SUYO,  CONFAMILIAR  EN 
EL     ESTUDIO,    ABSENTÉ, 

Como  tea  ansi  que  el  amor  no  compadezca 
ocio,  para  del  que  ama  al  que  es  amado,  ansi 
en  mí  esta  tal  tuerca  ha  hecho  a  mi  mano  sacar 
osadia  de  temor,  y  fuereras  de  flaque/a;  para  que 
en  aquello  que  el  coracon  desseoso  de  vuestro 
seruicio,  y  hambriento  de  vuestra  buena  presen- 
cial connnunicacion  de  amigo  no  puede  exer- 
citarse  estando  tan  distantes  en  las  muradas:  a 
lo  menos  desde  acá  os  signifique  la  memoria 
que  tengo  de  vos.  Y  pues  las  oiiras  son  prego- 
nero de  la  voluntad  (según  atestigua  la  senten- 
cia del  diuino  Gregorio)  quise  con  esta  pequeña 
obra  (vista  por  los  leyentes  la  pequeñeza  de  mi 
pussibilidad  para  os  seruir)  veays  vos  la  inte- 
gridad de  mi  amorosa  voluntad,  en  representa- 
ros como  mejor  mi  pluma  me  permitiere  aquello 
que,  aunque  aqui  por  comedia  leerán  los  leyen- 
tes, vos  vistes  parte  de  ello,  antes  que  vuestra 
partida  me  experimentasse  en  soledad  de  vues- 
j  tra  buena  familiaridad,  y  mi  descontento  me 
j  acompañasse  de  ociosidad,  y  la  ociosidad  me 
;  diesse  nombre  de  historiador  cómico,  si  a  los 
leyentes  les  paresciere,  que  por  sola  vuestra 
causa  le  merezco. —  Vale  Jelix. 


COMIENZA  VN  PROEMIO  DEL  AUTOR  DE  LA 
COMEDIA  FLORINEA:  DANDO  EN  ELLA  AUI- 
80S  POR  EL  PROEMIO  AL  LECTOR. 

^[uy  gran  daño  pare  la  mala  compañía  {}). 

O  sabio  lector,  recoge  tu  mente 
aquesta  comedia  queriendo  leer, 
do  flores  de  dichos  podras  escoger 
y  auisos  de  males  que  ay  en  la  gente. 
Aqui  podras  ver  el  inconueniente 
que  suelen  causar  malas  compañías 
y  las  vanidades  de  las  mocerias: 
recoge  lo  bueno  con  seso  prudente. 

El  amor  todo  lo  postpone  y  nada  vee  síjio 
como  ame  >/  goze  del  amor. 

Del  buen  Floriano  ilhistre  y  amante 
tendrás  buen  aniso,  si  fueres  señor, 
(¡ue  mires  que*  daños  le  traxo  el  amor, 
qué  bascas  y  gastos  y  mal  tan  pujante: 
Ni  honra  ni  estado  ya  pone  delante, 
en  todo  pretende  cumplir  su  cobdicia, 
ni  oye  a  Lydorio  fundado  en  justicia, 
escucha  a  malsines  creyendo  los  ante. 

i ')  Esta  reflexión,  como  las  demás  que  se  ven  al  frente 
de  cada  estrofa,  hállanse  «n  el  impreso  original  coloca- 
das á  los  márgenes,  en  letra  redondilla. 


158 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Muy  poco  se  deue  la  hembra  fiar  de  sí  mientras 
fuere  moí^a,  y  ansí  ha  de  ser  recatada  de  todo 
■  lo  que  oye  y  vee. 

Pues  miren  las  damas  en  la  Belisea, 
tan  sancta  y  honesta  y  tan  recogida, 
que  puesto  que  en  todo  no  dio  de  caida, 
amor  tal  la  puso  que  ya  vacilea: 
Ya  tiene  por  bueno  amar  lo  que  afea; 
Marcela  y  lustina  con  su  mal  consejo 
la  hazen  que  niegije  al  buen  padre  viejo, 
no  dando  le  el  sí  en  lo  que  el  dessea. 

Mucho  afán  y  peligro  ahorra  el  padre  que,  en 
siendo  para  ello  la  hija,  la  da  a  su  marido 
o  dispone  de  su  estado. 

Anisen  los  padres  tener  más  cuidado 
de  dar  a  sus  hijas  de  presto  marido, 
que  pierden  congoxa  y  ganan  oluido 
de  algún  gran  desmancho  que  den  a  su  estado: 
No  duerman  diziendo  que  Dios  les  a  dado 
las  hijas  muy  castas,  honestas,  santeras, 
que  al  fin  ya  se  viendo  que  son  casaderas, 
si  anda  Marcelia,  tendrán  mal  recado. 

Lajioxedad  en  los  seTiores  haze  de  fieles  sieruos, 
malos,  y  de  leale><  ladrones,  donde  no  ay  buen 
conoscimiento. 

Entienda  cualquiera  en  bien  gouernar 
a  sí  y  a  su  casa  que  Dios  le  aya  dado; 
no  pierda  con  ocio  lo  que  ee  allegado 
con  grandes  congoxas  y  grande  afanar: 
Que  vn  floxo  señor  más  suele  dañar 
con  ser  descuidado  a  los  ísus  siruientes, 
pues  mala  cobdicia  despierta  las  gentes 
de  entrar  en  lo  ageuo  que  no  veen  guardar. 

La  nobleza  de  la  casta  mucho  ayuda  a  la  vi?-- 
tud.  Del  vicio  de  la  carne,  huyr  es  lo  más 
seguro,  las  occasiones. 

Los  vicios  y  embustes  de  gente  ociosa 
a  quien  noble  casta  no  da  soffrenadas 
aqui  descubiertas  verás  bien  asnadas 
si  notas  muy  bien,  lector,  cada  cosa: 
Verás  la  luxuria  de  carne  cenosa 
que  oy  tiene  en  el  orbe  muy  grande  poder, 
verás  el  peligro  de  pobre  muger 
a  do  no  la  guardan  si  es  moca  y  hermosa. 

Las  muger  es  naturalmente  son  escasas 
y  pedigüeñas. 

Verás  los  embustes  que  saben  vrdir 
por  guardar  su  honra  y  cumplir  apetito 
del  vicio  en  que  puestas  es  muy  infinito 
ansi  en  luxuria  como  en  el  pedir: 
Ni  a  todas  las  taches  por  mí  tal  dezir, 
mas  todas  las  teme  y  estaras  guardado, 


que  para  en  los  vicios  no  andar  cenagado 
orar  bien  por  todas,  y  de  ellas  huyr. 

Tendrás  gran  auiso  quando  esto  leyeres 
guardar  la  manera  que  cada  qual  quiere 
o  que  grane  o  triste,  o  alegre,  o  qual  fuere 
hablar  alto,  o  baxo,  según  que  entendieres: 
Y  entre  las  malicias,  risadas,  plazeres 
verás  las  verdades  de  lo  que  ora  passa 
de  amos  y  mocos  y  gentes  de  casa, 
segund  al  estado  de  cada  qual  vieres. 

Y  quando  encontrares  en  co^as  lasciuas 
no  tomes  lecion  de  malos  desseos, 
mas  piensa  que  en  baxo  de  sus  casos  feos 
ay  grandes  auisos  por  donde  bien  viuas: 

Comparación. 

Que  estando  en  las  eras  el  pan  si  lo  acribas, 
la  paja  va  fuera  que  el  grano  cubria; 

Comparación. 
también  so  las  hojas,  la  fruta  se  cria; 

Applicacion. 
reprocha  tú  el  mal,  y  el  bien  bien  recibas. 

Concluye  con  el  lector.  Promete  para  otro  año 
continuar  la  comedia. 

Con  tanto  concluyo,  lector,  te  rogando 
que  des  por  lo  bueno  a  Dios  los  loores 
y  suplas  las  faltas  de  los  escriptores, 
de  lo  que  te  escriuen  te  aprouechando: 
Las  bodas  del  buen  Floriano  esperando 
para  otro  año  de  más  vacación, 
adonde  la  historia  tendrá  conclusión 
a  Dios  dando  gracias,  allá  nos  llegando. 
Amen. 

INTRODUZENSE      BN      LA      PRESENTE     COMEDIA 
I>A8     PERSONAS    SIGUIENTES 

Floriano,  cauallero. 

LvDORio,  su  camarero, 

PoLYTES,  paje. 

Felisino,      i 

Fulminato,  /  criados  de  Floriano. 

Pin EL,  ) 

LüCENDO,  cauallero,  })adre  de  Belisea 

Belisea,  doncella. 

lüsTiNA,  domella. 

DeSI'ENSEKO   de  LüCENDO. 

Grisindo,  pa]e  de  Lucendo. 
Marcelia,  alcahueta. 
LiBEuiA,  donzella. 
Gracilia,  donzella. 
Vn  estudiante. 

Diuidese  la  presente  obra  en  quarenta  y  trcsj 
scenas  o  actos. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


159 


ARGUMENTO    DE  LA  PRIMERA 

8  CE  NA 

QUE  ES  COMO  PROEMIO  DE  TCDA  LA  OBRA. 

Floriano  dospups  de  alsunos  dia«  srr  passados.  que  ouo  Uogadi'» 
al  pueblo  donde  residía  Helisea,  descubre  a  I.ydorio  Su  cama- 
rcio  y  ant¡i;uo  eriailo  en  su  cisa;  la  causa  por  <iué.  dexanilo 
íu  señoiio  y  naturaleza,  se  vino  a  tan  extrañas  y  lexos  tie- 
rras, y  por  qué  hhn  parada  en  el  pueblo  donde  a  la  sazón 
residía.  V  después  de  certílirarli-  de  estar  herido  de  amores 
de  Bi'lisra.  y  pedirle  lauor  para  su  enfermedad,  passadas  lu- 
gas ra/oues  entre  los  dps.  y  mas  terciando  Fulmínalo,  embía 
por  su  consejo  vna  carta  con  l'olytes  a  Belisea. 


Floriano,  Lydorio,  Fei.isino,   Fulminato, 

Pül.YTES. 

[y-7o/-.] — Ahora  que  el  fin  del  caminar  a 
dado  principio  a  nui'stra  quietud,  te  quiero, 
Lydorio,  declarar  el  intento  de  mi  venida:  por- 
que sabida  la  causa,  sepas  ayudarme  a  buscar 
los  más  sufficientes  medios  para  que  mi  enfer- 
medad halle  remedio  y  mis  altos  pensamientos 
el  complimiento  de  mis  difficiles  y  arduos  des- 
seos. Pero  quiero  que  soas  anisado  do  dos  cosas, 
para  conseguir  este  fin  muy  menesterosas  y  vti- 
les.  La  vna  es,  que  acompañando  el  silencio  de 
tu  lengua  a  tus  oydos  para  me  oyr,  y  atención 
para  me  entender,  y  voluntad  para  me  fauores- 
cer,  y  amor  para  la  diligencia  en  el  obrar,  tus 
zclosos  y  castos  desseos  no  contradigan  a  lo 
(jue  sintieren  inclinada  mi  voluntad.  La  si'gun- 
da  será,  (pie  a  tu  libre  y  sagaz  prouidencia  la 
acompañe  diligente  presteza  y  anisada  solicitud 
para  buscar  mi  remedio. 

Lt/(l.  —  Señor,  para  hombre  tan  sin  pliegue  a 
tu  voluntad  y  tan  obligado  a  tu  seruicio  seria 
escusado  tan  obscuro  y  largo  proemio:  sino 
luego  al  descubierto  me  di  como  yo  te  entienda 
lo  que  quiere  tu  voluntad,  pues  que  sabes  que 
a  de  ser  en  tu  seruicio  el  niuel  de  mis  obras. 

Flor. — Siempre  tu  buen  seruicio  me  lia  sido 
testigo  del  desseo  que  a  mis  cosas  tengas.  Por 
i  tanto  sin  más  rodeos  te  quiero  aclarar  mi  vo- 
j  luntad,  porque  la  claridad  de  mi  hablar  ponga 
}  obligación  en  tu  fidelidad,  para  que  ponga  cui- 
;  dado  tu  libre  juyzio  en  buscar  aliuio  a  mi  snb- 
1  jecion.  Y  pues  mi  pena  exterior  publica  bien  el 
)  ay  del  captino  coruoon,  no  será  menester  des- 
'ubrirte  más  mi  mal. 

Li/d.  -Antes  te  veo  tan  nueuo  en  la  manera 
de  viuir,  que  ni  de  antes  te  entiendo,  ni  agora 
(  sé  lo  que  me  quieras  mandar. 

Flor.  —No  sin  causa  es  dicho  ser  mal  ani- 
mal de  conoscer  el  hombre  y  difticil  de  enten- 
I  der  su  cora  con,  a  Dios  tan  solo  manifestado. 
¡  Y  pnes  tus  palabras  protestan  no  saber  tú  la 
1  causa  de  mi  mal,  sabrás  que  el  salir  yo  de  mi 
I  casa  y  de  mi  naturaleza,  y  el  venir  adonde  agora 
t  estamos,  todo  ha  sido  por  la  fuer9a  y  poder  de 


aquella  que  par  no  tiene  oy  en  el  mundo  en  her- 
mosura y  todo  buen  atributo. 

Lyd. — Y  quién  tal  podra  ser  que  baste  a  mu- 
darte muy  en  otro  del  que  solías? 

Flor. —  Aquella  cuyo  merescimiento  me  da 
gran  hjor  en  solo  nombrarme  y  ser  su  captiuo. 

L>/(i  — Mucho  derogas  a  tu  nobleza  en  te 
rendir  sin  auer  quien  baste  a  prenderte. 

Flor. — No  me  atajes  en  la  sentencia  y  no 
errarás  en  el  juzgar.  Porque  allá  antes  que  la 
viesse,  como  su  fama  de  bondad  y  hermosura 
hinchiendo  el  mundo  viniesse  a  mi  noticia,  du- 
doso de  tanto  valor  y  incrédulo  de  lengua  vul- 
gar, embie  por  un  criado  de  mi  casa  en  secreto 
a  verla  y  sacar  su  retracto.  Por  el  qual,  visto  por 
mí,  conosci  ser  nada  lo  que  nadie  me  podia  allá 
contar.  Porque  no  menos  ventaja  iiaze  la  gran- 
deza de  mi  señora  a  la  fama  que  las  no  amantes 
lenguas  me  lleuauan,  quanto  excede  lo  vino  a  lo 
pintado,  y  lo  existente  a  lo  por  formar.  Visto, 
pues,  el  retracto  de  su  incomparable  hermosura, 
me  rendio  alia  por  tan  ouyo,  que  ya  como  a  pcr- 
i'ection  de  mi  ser  no  platicaua  mi  desseo  sino  de 
dessealla,  y  mis  ojos  sino  de  vella,  y  mi  coraron 
sino  de  amalla,  y  mi  entendimiento  sino  de  con- 
templalla.  Y  como  por  la  muerte  de  mi  padre 
me  halló  el  amor  más  libre,  luego  me  mandó 
dexar  el  gouierno  del  estado  a  mi  madre  y  que 
viniesse  a  darle  las  llaues  de  mi  dichosa  pri- 
sión. Vine,  vila,  y  conosci  ser  nada  lo  que  de 
ella  se  me  podia  dezir  en  absencia.  Y  final- 
mente, tengo  hecho  pleytesia  a  su  vassallaje,  y 
tengo  tan  inclinada  mi  memoria  a  pensar  en 
ella,  y  mi  entendimiento  por  tan  suyo,  que  no 
puedo  saber  otro  bien  ni  otra  gloria  sino  de  Be- 
lisea. a  la  qual  de  libre  voluntad  amo,  con  firme 
fe  la  adoro,  y  como  gloria  de  mi  coraron,  no  es 
possible  apartar  de  ella  mi  memoria  ni  despren- 
der mi  voluntad.  Y  pues  sabes  lo  que  querías, 
prouea  tu  libre  prudencia  en  lo  que  mi  captiua 
voluntad  no  puede  sino  amar  la  mueite  y  des- 
cansar con  el  tormento.  Cata,  pues,  suelto  el 
enigma:  mira  cómo  estamos  ya,  como  dizen,  las 
manos  en  la  masa. 

Li/(l. — Aunque  vea  tu  querer  muy  afixado 
en  tu  perdición,  el  mió,  que  muy  firme  está  en 
tu  seruicio,  no  me  consiente  callar  donde  tu  se- 
ñorioy  mi  poco  atreuiíuiento  no  me  dan  suelta 
al  dezir. 

Flor. — Pues  sé  que  no  bastaras  a  sacarme 
de  mi  acertado  parcscer  en  aiuar,  yo  quiero  li- 
bertarte a  que  me  digas  el  tuyo.  Y  sé  bien  que 
tú  mismo  aprobarás  por  mí  contra  ti,  si  contra 
mi  desseo  piensas  proceder. 

Li/(l. — De  tu  nueua  licencia  me  nasce  para 
te  hablar  nueua  osadia,  acom[)añada  con  el  de- 
uido  acatamiento  que  mi  persona  a  la  tuya 
deue :  empero  porque  aniendo  testigos  tus 
cosas  irán  en  pla9a  antes  que  el  tiempo  (que 


160 


orígenes  de  la  novela 


aclara  todas  las  cosas)  lo  pida,  y  también  por- 
que a  tus  criados  no  se  le?  dé  motiuo  de  atre- 
uimiento  para  con  tu  persona,  porque  viendo 
me  hablar  contigo  tan  de  asiento,  sin  saber  la 
licencia  que  para  ello  me  tienes  dada,  vendrán 
a  perder  algo  del  reuerencial  temor  que  inferio- 
res deuen  a  su  señor,  porque  la  mucha  familia- 
ridad pare  menosprecio,  por  tanto,  será  bien 
que  mandes  (si  te  paresce)  aquellos  mofos  sa- 
lir de  la  sala. 

Fel.  —  l^o  ves,  Fulminato,  en  qué  precio  de 
almoneda  nos  trae  Lydorio? 

Ful. — Yo  lo  he  ojdo:  que  descreo  del  aga- 
reno  y  de  toda  la  ley  del  Alcorán  si  no  estoy 
por  yr  a  él,  y  en  presencia  de  mi  amo  eehalle 
la  lengua  a  los  pies,  para  que  sepa  cómo  se 
habla  de  Fulminato.  Y  aun  si,  lo  que  yo  que- 
rría, se  me  pone  en  defensa,  dexarsela  por  pie- 
9a  mayor  de  todo  su  cuerpo.  Y  aun  espera  y 
verás  la  obra  comer  a  vn  plato  con  mi  dezir. 

Fel. — Y  calla,  está  quedo,  no  te  oya  Flo- 
riano,  e  oyamos  en  qué  se  determina. 

Flo}-. — Ya  me  paresce,  Lydorio,  que  buscas 
de  corrido  de  lo  que  as  pensado  cómo  te  esca- 
bullir sin  ser  conoscido  tu  yerro.  Y  por  tanto 
quiero  que  aya  testigos  de  tu  confusión  y  mi 
mucho  acertamiento,  los  quales  atribuyan  la 
victoria  a  quien  la  mereciere.  Oyslo,  Fulmi- 
nato y  Felisino?  llegaos  acá.  Agora  tú,  Lydo- 
rio, procede,  y  vosotros  oyd  quán  armado  está 
contra  mí  de  argumentos. 

L?/d. — Aunque  de  ser  contra  ti  me  guarde 
Dios,  y  pues  hazes  juezes  de  tu  causa  los  que 
de  ti  an  de  ser  juzgados,  digo  que  me  pares- 
ees  muy  aborrecedor  de  tu  descanso:  pues  sin 
muy  manifiesto  por  qué,  te  matas  con  tus 
manos. 

Flo?\ — Y  cómo  i;o  causa  hallas  tú  el  mo- 
rir yo  por  quien  tan  justa,  deuida  y  necessa- 
riamente  muero?  Agora  te  digo  que  sobre  tal 
fundamento  podras  leuantar  muy  falso  edificio. 

Li/d. — Veo,  señor,  tan  firmado  tu  parescer 
en  tu  daño,  que  hallo  menos  inconueniente  el 
seguirte  que  prouecho  en  el  contrariarte.  Y 
aunque  el  consejo  no  se  deue  donde  no  ay  vo- 
luntad al  recebirle,  ni  se  espera  fructo  en  el 
effectuarle,  no  empero  callaré  a  que  mi  sana 
voluntad  te  auisa  pongas  delante  en  lo  que  tu 
alto  merescimiento  se  deua  estimar,  y  la  noble- 
za de  tus  antepassados,  y  la  limpieza  de  tu 
sangre,  y  la  qualidad  de  tu  estado,  y  el  cuento 
de  tu  persona.  Y  mira,  señor,  que  no  te  dexes 
gouernar  por  la  libertada  y  fauorescida  juuen- 
tud,  sin  que  con  el  freno  del  preiienir  "de  las 
cosas  le  des  tales  sofrenadas,  que  puedas  llenar- 
la subjecta  a  la  razón;  en  especial  no  te  deues 
fiar  como  mancebo  de  ti  mesnio  en  este  caso 
de  cobdicia  sensual  de  la  lasciuia  y  ardor  libi- 
dinoso de  la  cenagosa  y  limosa  carne,  enemigo 


tan  pujante  y  tan  notorio  y  continuo  nuestro: 
porque  en  la  pelea  de  este  vi^no  de  la  luxuria. 
muy  pocos  acometedores  vimos  gozosos  del 
triunpho  de  victoria,  ni  aun  pocos  acometidos 
escapar  de  muerte,  o  cayda,  o  herida.  Y  si  en 
lo  dicho  te  soy  molesto,  mándame  callar  en  lo 
por  dezir. 

Flor.  —  Cómo  que  tan  presto  piensas  derro- 
car mi  firmeza  de  que  no  busque  mi  desseo  la 
consecución  de  su  gloria?  Cata  que  el  amar  es 
al  hombre  natural,  porque  el  amor  es  obra  de 
la  virtud  concupiscible. 

Li/d. — Amor  virtuoso. 

Fio?:  —  Bien  dize:  porque  por  fuerpa  y  atray- 
do  de  la  virtud,  ama  hombre  lo  bueno.  Y  ansi 
por  esto  quiere  Dios  por  solo  amor  ser  seruido, 
y  como  bien  nuestro  ser  amado:  esto  no  es 
ansi? 

Li/d. — La  luesma  verdad. 

Flor. — Pues  ansi  a  mí  me  es  necessario  en- 
derecar  mis  desseos,  como  a  vltimo  fin,  en  la 
gloria  de  mi  señora  Belisea. 

Fel. — Átame  essa  christiandad. 

Flor.  — Y  es  me  no  menos  necessario  con- 
fessar  su  poder,  y  en  mí  la  nobleza,  y  todo  lo 
demás  que  tú  pones  por  estoruo  para  no  la 
amar  y  querer  y  adorar:  pues  en  ella  está  mi 
vida  y  en  su  mano  las  llaues  de  mi  muerte. 
Esso  niesmo  me  demuestra  que  hago  aleuosia 
gastar  algún  momento  de  mi  triste  vida  sino 
en  pensar  en  ella:  porque  si  con  sólo  auer  oydo 
en  absencia  la  fama  de  su  valor  no  fuera  su 
captiuo,  fijiera  nmy  de  vituperar,  quánto  más, 
auiendo  merescido  mis  ojos  verla,  no  se  rendi- 
rá mi  coracon  en  amarla  y  morir  por  ella?  Y 
si  todo  hombre  naturalmente  busca  la  gloria 
como  a  vltimo  fin  y  descanso,  pues  por  qué  yo 
menos  y  no  más  que  todos  amaré  y  querré 
aquella  gloria,  a  cuyo  desseo  soy  tan  Ueuado  y 
tan  justamente  for9ado? 

Ful. — O  hi  de  puta,  y  qué  diuinidad  para 
dar  gloria!  no  basta  loco,  sino  herege? 

Flor. — Dizes  algo,  Fulminato?  calla,  calla, 
dexa  hablar  a  Lydorio.  Di,  di,  no  enmudezcas: 
que  yo  sé,  Lydorio,  que  mi  mucha  justicia  ha 
puesto  freno  a  tus  demasías  y  silencio  a  tus 
reproches,  y  enmudesciiniento  á  tus  argumen- 
taciones. Confiessa,  confiessa  conmigo  la  po- 
tencia de  mi  señora.  Y  pues  con  tus  consejos 
sabes  que  no  as  de  ganar  tierra  en  lo  que,  yo 
acertando,  tienes  tú  por  error,  prudencia  será 
hazer  de  la  necessidad  virtud  y  de  los  morales 
consejos  venir  a  los  actuales  hechos. 

Li/d.  — Qué  es,  señor,  lo  que  me  mandas, 
que  lo  haré,  pues  que  ansi  quieres? 

Flor. — Quiero  que,  como  libre  tú  de  tal 
passion,  busques  algún  vado  por  donde  a  mi 
tormento  pueda  venir  aliuio. 

Ful. — Cómo,  señor,  que  vna  sola  muger  ha 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


161 


de  bastar  a  darte  pena?  calla  por  Dios,  que 
afrentas  a  los  que  tu  pan  mantiene.  Descreo 
de  quantos  en  Dios  no  creen  y  a  ti  no  an  te- 
mor, si  no  me  as  dado  más  pena  que  en  man- 
darme hazer  piezas.  Auisen  me  quién  ella  es  y 
giiienme  a  su  casa,  que  aunque  pese  a  todo  el 
mundo,  te  la  traygo  a  la  cama;  y  dame  licen- 
cia yre  a  tomar  algunas  armas;  y  si  aun  en 
esto  ay  tardanza,  muéstrenme  su  casa,  y  co- 
mienza me  a  esperar  con  ella  de  la  mano,  y 
veamos  si  abrá  quien  diga  a  Fulminato  blanco 
as  el  ojo,  sino  tú,  que  huyes  de  conoscer  a 
quien  tengas  en  tu  casa. 

Flor. — O,  cómo  es  otra  cosa  el  hablar  a  sai- 
no de  la  experiencia  en  los  peligros! 
Ful. — Y  pones  duda  en  mi  palabra? 
Flor. — Quiero  que  no  hables  lo  que  deroga 
al  poder  de  mi  señora  Belisea. 

Fel. — No  te  marauilles,  señor:  porque  su  es- 
fuerzo le  haze  a  Fulminato  sobresalido  en  al- 
gunas cosas.  Y  el  camino  más  sin  rodeos  para 
que  de  tu  descanso  le  ganemos  todos,  es  que  tú, 
señor,  escriuas  de  tu  mano,  declarando  a  tu  se- 
ñora tu  pena:  porque  por  ventura  tú  penas  por 
ella,  y  ella  o  no  lo  sabe  o  no  te  conosce:  que 
yo  te  juro,  a  pena  de  mentiroso,  que  si  ella  sabe 
quien  tú  eres  y  sabe  tu  mal,  y  sabe  ser  ella  la 
causadora,  que  ella  venga  muy  presto  a  lo  bue- 
no. Porque  la  muger  es  yesca  muy  dispuesta 
adonde  el  tal  fuego  prenda,  y  preso  no  se  apaga 
tan  ayna,  porque  no  saben  tener  medio  en  el 
amar,  como  tan  poco  en  el  aliorrescer.  Y  pues 
I  tú  estas  determinado  de  seguir  tu  voluntad,  y 
¡  tu  voluntad  es  de  amar  a  essa  señora,  ni  los 
i    consejos  de  Lydorio  virtuosos  aqui  quadran,  ni 

¡e.  arriscado  parescer  de  Fulminato  es  cumpli- 
dero. Porque  en  aquello  se  deue  poner  el  hom- 
bre de  honra,  con  que  presuma  no  descaer  de  su 
estima,  no  saliendo  con  su  intento.  Y  aunque 
el  camino  de  mensajerias  que  yo  digo  parezca 
en  sí  más  largo,  pero  si  Dios  pone  la  mano, 
snele  ser  muy  breue,  porque  a  quien  Dios  quie- 
re ayudar,  la  casa  le  sane. 

Flor. — O,  cómo  as   acertado!  bien  paresce 
que  tú  ayas  visto  el  inspirante  rostro  de  mi  se- 
fl  ñora,  pues  de  ella  te  fue  infundido  tal  consejo. 
Y       Fel. — Infundí  por   ay:    qué   spiritu   sancto 
t  i  para  embiar  inspiraciones!  nunca  el  diablo  le 
i  sacará  de  dezir  heregias  y  de  adorar  por  Dios 
vna  muger. 
ti      Flor. — Qué  dices  de  merescer? 
pl     Fel. — Trastroca  me  essas  razones.  Digo,  se- 
1  ñor,  que  el  merescer  de  tu  señora  no  se  deue 
I  ansi  tratar. 

Flor. — De  su  merescer  hablas,  y  tan  a  so- 
brepeyne?  Y  cómo  no  miras  que  hai)lando  de 
jini  señora  se  an  de  premeditar  las  palabras  y  ser 
muy  de  peso  las  razones?  Y  quien  osará  mirar 
jSu  rostro  sin  quedar  conuertido  en  nueuo  ser? 

ORÍGENES   DE   L.\   NOVELA. —  III.— II 


Fel. — En  ser  de  asno. 

Flor. — Quién  pensará  merescer  el  menor  de 
sus  fauores?  quién  sabrá  estimar  su  gracia?  su 
compostura,  su  gentileza,  su  donayre,  su  sem- 
blante ayrado,  su  alegría,  su  grauedad,  su  ho- 
nestidad, su  poder,  su  proeza  de  sangre? 

Lyd. — Tú,  Felisino,  le  has  metido  en  cosa 
que  no  tendrá  fin. 

Ful.  —  Por  mucho  hablar  mucho  errar.  El 
diablo  te  hizo  tan  reagudo,  pues  por  tu  causa 
no  cesssara  oy  de  loar  vna  muger:  que  solo  con 
el  buen  vestido  le  ha  visto  buen  parescer,  que 
también  le  tiene  vn  palo  atauiado,  pues  dizen 
dame  vestido  y  darte  he  vellido.  Pues  lóela 
quanto  se  pagare:  que  al  fin  es  muger,  y  por 
menos  perfecta  fue  hecha  para  el  hombre,  como 
la  silla  para  el  cauallo. 

Fel. — Calla  calla,  que  yo  lo  soldaré:  que  él 
ni  oye  ni  entiende,  y  tengo  por  mí  que  ya  no 
sabe  si  estamos  aqui.  A,  señor,  cata  que  en  la 
tardanza  suele  auer  peligro  en  cosas  que  están 
en  fauor  de  fortuna,  y  que  quien  pas?a  punto 
que  passa  mundo;  escriue  luego  y  no  dilates  tu 
salud. 

Flor. — Bien  dizes,  den  me  aparejo  y  queda- 
te  tú  que  la  llenes. 

Ful. — Como  esso  cierto  es  lo  que  yo  busca- 
ua:  v  di  te  el  consejo  y  aun  quieres  me  el  pe- 
llejo? 

Flor. — Qué  dizes?  que  hablays  muy  baxo  o 
yo  estoy  sordo. 

Fel. — Digo  que  a  no  ser  yo  allá  tan  conosci- 
do,  que  holgaria  de  lleualla.  Pero  si  como  co- 
noscido  en  aquella  casa,  y  sospechoso  con  mis 
entradas  y  salidas,  me  piden  qué  quiero?  a  no 
dar  tal  respuesta,  tus  hechos  van  en  plaza:  y 
será  la  primera  en  piedra,  y  lo  segundo,  va  mi 
vida  jugada. 

Lyd. — Ay  te  esperaua;  y  aun  tienes  rason  de 
querer  viuir. 

Flor. — Qué  dizes,  Lydorio,  qué  te  paresce 
a  ti? 

Lyd.  —  Que  Felisino  da  bastante  razón  en  su 
escusa. 

Flor. —  Pues  vaya  Fulminato,  porque  no 
diga  que  no  me  siruo  de  su  persona. 

Ful. — Esso  seria  yr  yo  por  carne  al  ham- 
briento león. 

Flor. — Qué  dizes  de  león? 

Ful.  —  Que  me  voy  a  armar  mientras  escri- 
ues  y  sea  presto;  porque  yo  á  los  de  Lucendo 
no  les  huyre  mas  el  rostro  que  a  los  cazadores 
el  animoso  y  real  león.  Y  aun  sepas  que  si  allá 
me  tuercen  ojo,  que  aure  de  hazer  de  las  niias: 
porque  no  me  sufre  el  corazón,  ni  es  en  mi  ma- 
no desenuaynar  sobre  colera  despierta,  sin  man- 
char la  espada  en  sangre. 

Lyd.  —  Señor,  no  hagas  mensajero  sino  de 
quien  no  aya  sospecha,  y  a  quien  no  le  sea  inju- 


162 


orígenes  de  la  novela 


ria  una  mala  respuesta.  Polytes,  como  sabes, 
es  paje  callado  j  cuerdo  y  hombrezito  para 
todo  cobro,  y  también  ya  él  tiene  noticia  de 
aquella  casa. 

Fel.  —Y  aun  cómo  ansi?  que  pocas  vezes 
que  falte  en  casa  le  hallarán  sino  por  allá. 

Flor. — Poes  salios  fuera,  y  embiadme  le  a 
mi  recamara  luego;  y  no  me  entre  negocio  nin- 
guno. 

Ful. — Allá  quedaras.  Oy,  Felisino,  conte- 
mos este  dia  con  piedra  blanca;  y  digamos  que 
oy  nascimos,  y  con  dicha. 

Fel. —  Qué,  también  guardas  el  stylo  de  los 
antiguos,  que  los  dias  prósperos  contauan  con 
piedras  blancas,  y  aquellos  solos  dezian  que 
auian  viuido;  y  los  de  mal  successo,  con  piedras 
negras,  y  aquellos  hallauan  auer  muerto? 

Ful. — A  la  fe  no  en  balde  he  estado  yo  en 
Córdoba,  y  hallé  madre  en  Carmona,  y  me  lla- 
man Fulminato.  Oy  en  día  seruir  de  pelillo, 
buena  parola,  facto  ninguno. 

Fel. — Tú  eres  el  que  yo  buscaua,  que  oy 
mis  buenas  cautelas  me  hizieron  nascer. 

Ful. — Buena  cosa  es  la  conformidad  de  las 
voluntades  en  los  que  conforman  en  la  librea: 
porque  la  paz  entre  nosotros,  y  la  guerra  con  la 
hazienda  de  nuestramo,  y  al  señor  oy  en  dia 
pelo  y  pelón,  y  vnguento  en  los  caxcos. 

Fel. — Y  aun  esso  es  lo  más  seguro  para  pe- 
lechar, en  especial  que  oy  la  justicia  con  quien 
no  tiene  pluma  juega  a  luego  pagar. 

Li/cl. — Ea,  concluyd  las  consejas  y  buscad  a 
Polytes. 

Ful, — Vamos,  Felisino,  abaxo,  que  he  alli 
al  paje.  A,  hermano  Polytes,  Floriano  te  llama 
de  priessa. 

Pol. — Alguna  parlería  de  mastresala  ten- 
dremos: allá  voy,  que  si  no  hay  testigos,  ne- 
gar y  anisar  para  otro  dia,  y  entro  en  nombre 
de  Dios. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  II 


Salidas  al  jardín  Belisea  y  .lustina  su  donzella,  solazando  Jus- 
tina a  Belisea,  entra  Polytes  con  la  carta  de  Floriano.  La 
qual  por  fauor  de  la  Juslina  dexando,  se  \a  con  buena  espe- 
ranza que  le  pone  .Justina.  Y  Justina  lee  la  carta  a  Belisea. 
aunque  contra  su  voluntad. 


Belisea,  Justina,  Polytes. 

[Bel.]. — Descendamos,  Justina,  vn  rato  al 
cenadero,  ya  pues  va  cayendo  la  siesta;  pues 
agora  es  el  proprio  tiempo  de  gozar  de  su  fres- 
cura, y  del  armonía  de  las  auezitas,  que  en  su 
possibilidad  alaban  al  Criador. 

Just. — Por  mi  vida  que  huelgo  en  extremo 
de  verte  de  tal  parescer;  porque  me  paresce  que 
ha  mili  años  que  allá  no  baxé,  y  gozanlo  los  pa- 
jes a  su  proposito.  Y  aun  para  mi  santiguada, 


que  si  en  mi  mano  estuuiesse,  que  más  me 
hallarían  entre  los  claueles  y  frutales  del  que 
no  como  tú  estás  tras  treynta  puertas  pudiendo 
gozarlo. 

Bel. —  Donosa,  guarda  barias  tú  de  la  fruta. 

Just. —  Cómo  no  nos  hemos  de  ver  en  esso, 
passando  por  ello?  Torno  a  dezir  que  me  es- 
panto de  tu  poco  salir  a  te  solazar,  en  especial 
pues  tienes  padre  que  todo  lo  haurá  en  dicha. 
No  sé  cómo  ansi  eres  tan  differente  en  condi- 
ción a  todas  las  mugeres,  mayormente  señoras 
y  donzellas:  no  lo  haurian  conmigo  ansi,  que 
más  amiga  me  hizo  Dios  de  soltura  y  libertad. 

Bel. — Y  aun  ay  verás  qué  pocas  vezes  ay 
dos  coracones  humanos  en  todo  concordes: 
porque  si  essa  es  tu  condición  y  de  todas  las 
mugeres,  la  mia  es  muy  contraria.  Porque  no 
me  da  plazer  sino  el  recogimiento.  Y  en  tanto 
me  aplaze  esto,  que  no  sólo  la  mala  conuersa- 
cion  me  es  aborrescible,  pero  aun  la  buena  me 
es  molesta,  por  sólo  no  quadrar  con  mi  volun- 
tad. Y  también  más  ayua  se  pierde  Dios  entre 
las  gentes,  y  se  halla  en  la  fuga  y  apartamiento 
del  jnuudo.  Y  por  esso  haze  ventaja  la  vida 
contemplatiua,  que  lo  ha  con  Dios,  a  la  actiua, 
que  lo  ha  con  las  gentes,  aunque  por  Dios. 

Just. —  Bien  estoy  en  esso,  pero  todavía 
tengo  por  mí  que  si  en  esso  que  tú  quieres,  que 
es  la  soledad,  f  uesses  contradicha  y  te  mandas- 
sen  no  salir,  que  lo  desseasses;  empero  porque 
está  en  tu  querer,  por  tanto  no  te  da  pena  el 
no  te  solazar;  y  si  te  priuassen  dello,  lo  busca- 
rlas de  rincón  en  rincón.  Porque  la  priuacion 
de  vna  cosa  incita  el  apetito  a  ella,  mayormen- 
te en  las  hembras,  y  muy  más  en  las  encerra- 
das doncellas.  Porque  ansi  como  se  les  vieda 
más,  ansi  dessean  más.  Y  por  lo  contrario 
aquello  que  de  fácil  se  nos  concede,  de  fácil  lo 
dexamos  perder,  y  auido,  lo  tenemos  tan  en 
menos,  quanto  menos  nos  cueí>ta.  Y  que  sea 
esto  ansi,  mira  lo  en  el  baxar  deste  jardin;  que 
tú  que  puedes  cada  rato,  nunca  baxas  a  él,  e 
yo  que  no  se  me  concede,  siempre  querría  hallar- 
me en  él. 

Bel. — Por  manera  que  según  tu  sentencia 
la  falta  de  la  libertad  abre  camino  al  peccado  y 
es  occasion  al  mal.  Por  donde,  a  ser  lo  que 
dizes  ansi  como  aprueuas,  hierran  los  zelosos 
padres  en  priuar  de  muchas  libertades  a  las  , 
recogidas  doncellas,  las  quales,  libertadas  on 
aquello,  podrían  perder  la  honra  y  la  honesti- 
dad con  lo  demás.  Pues  la  donzella,  sin  estas 
dos  cosas,  deuiera  ser  antes  enterrada  que  nas- 
cida.  Y  la  quiebra  de  la  hembra  no  es  como  la 
del  varón,  porque  ella  cayendo  en  este  desliza- 
dero, o  se  leuanta  tarde,  o  pocas  vezes,  o  nunca. 
E  dado  que  se  leuanta,  jamas  le  falta  vn  sino 
en  la  honra  y  vna  promptitud  al  i-etorno  del  i 
vicio;  lo  que  al  varón,  por  ser  más  libre  de  su 


condición  natural,  no  le  queda  señal  de  auer 
caydo.  Y  aun  lo  que  más  es,  que  muchas  vezes 
a  ellos  les  da  honra  el  mundo  en  hazcr  cosas 
en  que  la  triste  de  la  nuii,'iT  jamas  dexa  de  jior- 
derla.  Por  manera  que,  pu<'S  tanto  inconuenien- 
te  y  tan  abierto  ]ieligro  y  tan  notorio  y  gran 
daño  se  le  siga  a  la  muger  de  la  libertad,  mira 
(|uán  sin  razón  va  fundada  tu  líizon. 

Just. — Lo  dicho  por  muy  bien  dicho  loando; 
digo,  como  de  primero,  que  el  vedarnos  vna 
cosa  nos  jione  a  la  auer  más  cobdicia;  porque 
muchas  cosas,  a  no  se  nos  vedar,  no  las  trae- 
ríamos a  la  memoria,  y,  vedadas,  nos  perde- 
mos j>or  ellas.  La  causa  dest<">  denla  los  letra- 
dos, que  yo  antes  lo  probaré  con  exemplos  que 
con  razones. 

BeL — Dame  vna. 

Just. — ]\rira  lo  que  Faustina  hizo  por  la 
llaue,  y  aun  lo  que  más  es,  lo  que  hizo  Eua 
con  solo  vn  árbol  que  Dios  le  prohibió,  pos- 
puestos todos  los  del  parayso  que  Dios  les  con- 
cedió comer;  y  ansi  concluyo  mi  intento. 

Bel. —  Bien  me  huelgo  que  sepas  tales  exem- 
plos, y  determino  de  no  tratar  contigo  más  en 
esta  materia,  pues  te  veo  tan  del  vando  de  los 
hombres  contra  las  mugeres.  Y  pues  baxamos 
a  nos  sola/.ar,  holguémonos. 

Jnst.  —  Sea  como  mandares;  ]iero  no  pode- 
mos hablando  la  verdad)  negar  que  los  extre- 
mos más  vanderizan  en  las  mugeres  que  no  en 
los  hombres,  y  aun  que  a  ellos  les  hemos  de 
afirmar  y  defender  lo  contrario  ]tor  nuestro 
abono.  Y  en  lo  demás,  mira  si  mandas  que  lla- 
me las  donzellas  para  que  te  den  plazer. 

Bel. — No  quiero  sino  que  me  cantes  alguna 
cosa,  porque  me  cae  muy  en  gracia  tu  voz,  y 
para  mí  no  ay  otro  semejante  solaz  mundano 
que  oyr  música. 

Just. — Auia  de  ser  de  buena  garganta. 

Bel. — Con  la  tuya  me  contento  ]ior  el  pre- 
sente, y  no  lo  vendas  más  caro,  pues  hazien- 
do  lo  que  te  ruego   libcralmente  ganas  gra- 
I  cías. 

I      Just. — Aunque  en  ello  no  }iienso  sacar  va- 
'  nagloria,  quiero   dezir  vno  que  me  viene  a  la 
•  memoria,  pues  que  i)idiendo  la  cosa  de  presto 
"1 'ligas  te  a  suplir  todas  las  quiebras. 

Bel.  — Di,  que  a  todo  me  offrezco. 

CASCIOK    DIRIGIDA   A  BELISEA,  MUY   CONFIADA 
EX    80    BONDAD 

Just.         En  la  l.icha  del  amor 
nadie  viua  descuidado, 
pues  al  muy  más  confiado 
suele  tratar  muy  peor. 
Bel. — O,  cómo  es  cosa  sentida,  y  buena,  y 
iiueua,  y  bien  sonada;  di,  di  más  si  sabes, 
i    Just. — Ya  pensé  que  con  esto  te  enhadaras; 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA  163 

pero  pues  ansí  mandas  diré  la  buelta  de  la  can- 
ción: 

Sólo  sale  victorioso 
quien  con  él  no  se  ha  tomado 
y  el  que  es  del  más  oluidado 
se  llame  vanaglorioso; 

Mas  al  cabo  es  muy  mejor 
nadie  viuir  descuidado, 
pues  al  muy  más  esfon/ado 
suele  llagar  muy  peor. 
Pol. — O,  qué   buena  oportunidad!    abierto 
está,  y  no  ay  quien  me  impida  el  paso.  En  nom- 
bre de  Dios  entro  con  el  pie  derecho. 


Bel. — O,  cómo  me  pesa  que  acabaste,  que  la 
buelta  fue  aun  mejor.  Acuérdate  que  me  des 
essa  letra,  que  la  quiero  aprender.  Pero  mira 
que  viene  no  sé  quién:  ve,  mándalo  salir,  y  ha- 
rás al  jardinero  poner  mejor  cobro  en  la  puerta. 

Just. — Señora,  vn  paje  es;  ya  pues  nos  a 
visto,  y  el  vee  que  le  hemos  visto,  sepamos  qué 
quiere.  Porque  o  yo  naal  conozco,  o  él  es  de 
Floriano,  aquel  cauallero  de  gran  estima  que 
por  tu  seruicio  ha  hecho  grandes  gastos  y  fiestas 
y  cursa  mucho  la  calle. 

Bel. — Ay  ay,  no  quiero  saber  qué  busca,  sa- 
bido oviyo  es,  y  tú  sepas  que  recibo  pena  en 
verle. 

Jiist. — No  seas  agora  tan  estraña  de  condi- 
ción, ])ues  la  tienes  tan  buena.  Porqué  quieres 
ansi  asconderte  del  mundo?  mira  que  te  dio 
Dios  muchas  causas  para  te  mostrar,  e  ya  que 
te  recates,  no  de  vn  paje,  con  quien  no  quadra 
en  ti  la  sospecha. 

Bel. — Buena  estaria  la  honra  de  la  mujer  si 
sólo  guardasse  su  honra  de  las  manifiestas  sos- 
}iechas  y  los  notorios  daños  de  su  bondad. 

Just. — En  cosa  de  bondad  no  alterco  conti- 
go, pues  tengo  clara  tu  victoria. 

Pol. — Por  Dios,  bien  me  ha  succedido,  que 
he  alli  a  Belisea  y  a  Justina.  Esta  negra  carta 
no  sé  cómo  la  de:  pues  hazer  del  no  conoseido, 
es  por  de  más,  pues  aun  de  los  perros  desta 
calle  lo  soy.  Ya  quiero  a  Dios  y  a  ventura  lle- 
gar, pues  a  los  osados  fauoresce  la  fortuna.  Y 
quien  no  se  auentura,  no  nauega.  Allá  llego, 
que  como  viere  que  me  hablan  yre  respon- 
diendo. 

Just.  —  A,  el  galán,  qué  buscays  por  la 
huerta? 

/-•o/.— -Quiero  hazer  del  bobo  sobre  sello,  y 
hablar  como  quien  no  conosce.  Señora  hermo- 
sa, entré  con  sólo  intento  de  ver  esta  frescura; 
pero  los  ojos  occupados  en  la  vuestra,  se  olvi- 
dan de  mirar  otra  cosa. 

Just. — Qué  te  paresce,  mi  señora? 

Bel. — Todas  las  cosas  nueuas  aplazen:  pero 
(Icxale  dar  más  de  si,  y  veremos  qué  tal  sea; 
[lorque  al  primer  razonar  no  es  conoseido  vn 
hombre. 


164 


orígenes  de  la  novela 


Just. — Pues  alégrate,  que  el  solaz  tenemos 
eu  las  manos,  y  verás  cómo  por  te  dar  alegría 
uie  tengo  de  requebrar  con  él.  Dezidme,  pues, 
con  cuya  licencia  eutrays  en  lo  ajeno? 

Pol. — Señora  hermosa,  al  principio  tomé  la 
licencia  de  la  puerta,  que  hallé  abierta;  pero 
agora  tomándola  de  vos,  pido  la  enmienda  de 
mi  excesso,  aunque  a  la  verdad  tal  no  acertar 
como  el  mió  presente,  notorio  acertamiento  es, 
y  tal  pérdida  mia  sera  contada  por  auentajada 
ganancia,  y  muy  venturosa  fortuna. 

Just. — Luego  ganancia  y  acertamiento  lla- 
mas el  venir  por  yerro  tuyo  y  ventura  nuestra 
a  ponerte  en  manos  de  quien  te  tome  la  prenda? 
Pol. — En  ser  prendado  tuyo  me  contaré  por 
bienandante,  mayormente  si  con  verme  tú  tal 
mirasses  en  tratar  bien  la  prenda  que  ya  tienes 
en  tu  poder. 

Bel. — Y  qué  prenda  es?  que  yo  te  la  haré 
tornar. 

Pol. — Por  tu  piadosa  bondad  te  beso  pies  y 
manos,  que  gran  confianza  a  puesto  essa  res- 
puesta a  mi  desconfiada  venida. 

Just, — Bien  me  paresce,  señora,  que  por  sola 
su  confession  se  le  puede  pedir  el  daño  que  otras 
veces  haurá  hecho  en  lo  ajeno. 

Pol. — Antes  de  agora  he  sido  yo  prendado 
y  aun  por  entero  preso  de  vuestra  hermosura; 
pero  nunca  tune  ventura  de  ponerme  en  vues- 
tras manos  hasta  este  punto,  adonde  vuestra 
lindeza  puede  como  en  cosa  propria  aproue- 
charse  del  despojo  del  sentenciado  de  vuestro 
poder. 

Bel. — Ándate,  Justina,  a  essas,  y  ganarte 
as  ser  motejada  de  fea;  valierate  más  no  auer 
hablado,  para  no  auer  errado,  y  tras  el  yerro 
llenar  el  pago  que  merescio  tu  locura.  Baste, 
pues,  ya  lo  hablado,  y  tú,  hermano,  vete  con 
Dios. 

Pol.  —  La  majestad  de  vuestra  presencia 
pone  pasmo  en  mi  torpe  lengua  y  temor  en  mi 
atreuimiento  a  os  pedir  vna  merced. 

Just. — Di  lo  que  querrás,  que  pues  tanto 
eres  mió,  soy  obligada  a  te  fauorescer  ante  mi 
señora. 

Pol. — Con  tal  esfuerco  tomando  osadia,  te 
suplico  tomes  essa  carta. 

Bel.  —  Bien  creo  que  ni  tu  mensaje  me  sei'á 
vtil  ni  tus  passos  te  dexarán  de  acarrear  algún 
castigo  a  ti  y  a  otros  exemplo.  Quítamelo  de- 
lante, Justina,  que  ya  yo  me  adeuinaua  lo  que 
podria  ser,  y  harás  poner  mejor  cobro  en  la 
puerta,  que  el  jardinero  no  quedará  sin  su  me- 
rescido.  Anda,  heraiano,  vete  de  mi  presencia, 
que  en  saber  cuyo  eres  adeuino  tus  costumbres, 
y  en  saber  cuyo  eres  sospecho  quien  te  embia, 
y  en  saber  cuyo  eres  entiendo  cuya  sera  la  car- 
ta, y  en  saber  cuya  ella  sea,  sé  que  busca  de  mi 
enojo  su  daño  y  tu  perdición  por  mensajero; 


dado  que  diz  que  los  mensajeros  no  merescen 
culpa,  pero  en  tales  casos  no  ay  quien  les  es- 
cuse. Cata  que  no  seas  tú  el  Vrias  Hetheo.  Y 
dirasle  por  respuesta  del  mensaje,  que  no  ojre 
a  esse  atreuido  de  cauallero;  que  se  precie  de 
traer  con  otras  tales  tratos,  y  que  conmigo 
procure  todo  desuio,  porque  ni  mi  honra  con  él 
gana  ni  mi  honestidad  se  satisfaze  con  sus 
embaxadas, 

Pol. — Por  qué  tu  magnifica  nobleza  condena 
mi  innocencia  antes  de  oyr  mi  justicia? 

Bel. — Sea  el  oyrte  que  no  parezcas  más  de- 
lante mí. 

Just. — Ay,  mi  señora,  no  te  muestres  furio- 
sa hasta  saber  el  por  qué.  Cata  que  como  la 
honestidad  de  la  donzella  padesce  detrimento 
y  peligra  entre  los  hombres,  ansi  la  nobleza 
corre  riesgo  y  aun  se  pierde  con  la  furia.  Y  aun 
el  demasiado  sentimiento  tuyo  pone  sospecha 
de  tu  bondad  y  limpieza  y  casto  sentimiento 
delante  de  quien  no  te  conozca  muy  bien.  Y 
nunca  condenes  sin  oyr  las  partes,  para  no  te- 
ner de  qué  presto  te  arrepentir  con  el  tan  de 
improuiso  te  determinar.  Veamos  la  carta,  y 
vista,  verás  qué  tanto  ayas  de  soltar  la  rienda 
al  enojo:  aunque  a  tu  nobleza  y  estado  de  per- 
sona en  pocos  tiempos  y  en  ninguna  sazón  pa- 
resce bien  el  tan  apitonado  y  furioso  Ímpetu. 
Cuya  es  la  carta,  gentil  hombre?  y  perded  todo 
temor. 

Pol. — Qué  atauio  para  perdelle!  quiero  em- 
pero soldarlo  como  pudiere.  Hermosa,  he  visto 
la  ira  de  essa  señora  contra  mi  innocencia,  la 
qual  con  la  culpa  que  en  mí  publica  su  pena 
me  añade  temor  de  offender  a  ouien  se  deue 
todo  seruicio.  La  carta  es  ésta,  y  es  de  vn 
preso. 

Bel. — Ni  sé  qué  pueda  preso  (cosa  no  dne- 
cha)  pedirme,  ni  puedo  no  recatarme  del  anzue- 
lo encubierto  en  tus  reposadas  razones.  Y  por- 
que no  tengo  por  oro  todo  lo  que  en  tu  muestra 
reluze,  ve  con  Dios. 

Just. — Pues  yo  tomo,  señora,  la  carta  a  todo 
mi  risgo,  y  tú  ve  con  Dios,  que  a  la  primera 
vista  te  daré  respuesta:   en  que  descargaré  la  i 
tempestad,  que  quÍ9a  se  resoluera  toda  en  solos  j 
truenos.  i 

Pol. — Con  vuestro  fauor  yendome  lleno  bue-i 
na  nueua  a  Floriano,  y  triste  para  este  njij 
vuestro  coraron.  ' 

.Just. — Anda,  harás  lo  que  digo,  y  tú  perse- 
uera,  pues  la  perseuerancia  gana  la  corona  del 
vencimiento  en  la  pelea. 

Pol. — Los  angeles  qneden  en  tu  compañiaj 
pues  yo  no  puedo  yr  sin  la  tuya  en  mi  memo-I 
ria.  Esto  queda  aun  razonable  para  primera  au- 
diencia. Agora,  loando  a  Dios  por  mi  ganan  j 
cia,  me  voy,  pensando  cómo  satisfazer  a  Flol 
riano  para  ganar  albricias:  aunque  a  la  verdac; 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


165 


más  las  dcuo  yo  que  no  él  de  lo  que  queda  tra- 
mado. 

Bel.  -  Qué  hablauas  con  aquel  al  despedirlo? 

i/msí.  — Hinchele  de  '-iento  por  cumplimiento 
de  buena  crianza. 

Bel. — De  tales  comedimientos  es  libre  la 
donzella,  sin  caer  en  caso  de  malacrianza:  por- 
que burlando  ni  de  veras  la  donzella  con  nin- 
gún hombre  en  tales  coloquios  gana  honra  si  no 
f.'S  su  marido,  y  aun  ha  de  ser  puesta  en  su  po- 
der. Porque  el  hilo  de  la  honra  es  más  delgado 
que  el  de  Portugal  con  que  tú  labras,  y  guarda- 
te  de  todo  hombre  te  torno  a  dezir. 

Just. — De  hombre  bien  dizes;  pero  este  es 
muchacho. 

Bel. — De  essa  manera,  hombre  llamarás  tú 
a  mi  señor,  que  está  ya  en  lo  más  alto  de  la 
edad,  quando  a  vn  mancebo  tan  grande  como 
su  padre,  y  tan  astuto  como  mercader,  y  más 
hablado  que  relator  llamas  muchacho.  Pues  án- 
date, Justina,  a  esso  con  tus  buenas  entrañas, 
y  hallarte  as  burlada.  Cata  que  dize  el  vulgar 
dicho:  que  de  los  necios,  los  infiernos;  y  de  los 
perezosos,  los  hospitales:  y  de  las  mugeres  mal 
anisadas  y  menos  remiradas,  se  pueblan  los 
públicos  burdeles. 

.7i/sí.~Mas  vao;  y  si  supiera  la  verdad,  cómo 
le  mande  perseuerar? 

Bel. — Qué  dizes  de  perseuerar?  y  mira  que 
con  persona  particular  hablar  entre  dientes  es 
especie  y  señal  de  traycion. 

Just. — De  tal  me  guarde  Dios;  sólo  dixe 
que  el  perseuerar  en  los  malos  propuestos  aca- 
rrea los  daños  contados:  que  agora,  loado  Dios, 
a  saluo  está  quien  repica.  Y  dexando  esto,  lea- 
mos la  carta,  y  no  te  me  encojas,  que  por  vida 
de  mi  señor  y  tu  padre  Lucendo,  que  ya  que 
yo  la  lea,  que  la  tienes  tú  de  oyr,  porque  quioa 
fturá  en  ella  con  qué  riamos. 

Bel. — Malas  coxquillas  de  burla  son  las  que 
lo  han  con  la  honra  y  honestidad,  pero  haz 
como  quisieres,  que  dos  oydos  tengo:  vno  para 
abrirle  al  oyrla,  y  otro  para  cerrarle  al  consen- 
timiento en  no  aceptarla, 

Jufit. — Pues  oye  qué  dize  el  sobrescrito. 

CAUTA   DE    FLORIANO    A   BELISKA 

A  la  muy  suprema  en  todo  merescimiento. 
tan  libre  señora  de  su  querer  quanto  yo  captiuo 
de  su  beldad,  mi  señora  Belisea. 

Si  el  affligido  coracon  que  me  dio  osadia  para 
os  publicar  mi  intolerable  tormento,  causado 
por  vuestro  libre  poderir,  me  diera  fuercas  para 
poder  llenar  con  sufrimiento  mi  tan  grane 
pena,  nunca  con  la  presente  osara  molestaros, 
no  meresciendo  de  vos  aun  audiencia  para  mi 
libertad.  Pero  a  vuestra  clemencia  pido  que  se 
apiade  y  fuerce  a  vos  mesma   a  leer  ésta,  en 


parte  declaratiua  de  la  graue  pena  que  por  vos 
este  vuestro  Floriano  siente.  Y  aunque  mucho 
pido,  pero  suplico  os  por  la  respuesta;  y  sea  si 
mandítys,  que  vuestra  mano  me  dé,  en  castigo 
de  mi  loco  atreuimiento,  la  accelerada  muerte  o 
algún  aliuio  a  mi  padescer.  Y  si  deliberays,  seño- 
ra mia,  que  yo  pene  y  viua  ))ara  que  en  mí  exe- 
cuteys  con  saña  vuestra  justicia,  mostrando  en 
mí  vuestro  poder,  con  el  mesmo  poder  me  dad 
el  ])oderlo  ya  sufrir:  que  soy  contento  de  os 
contentar,  pues  por  vuestra  voluntad  vino, 
vuestro  querer  me  sustenta  y  mi  vida  pende 
de  vuestras  manos.  Las  quales  humildemente 
besando,  quedo  por  vuestro  cautiuo,  Floriano. 

Bel. — Bien  era  yo  adeuina  de  lo  que  podria 
dezir  carta  tan  loca. 

./i<sí.— Antes  me  paresce  que  es  para  tornar 
a  leer,  pues  aqui  poco  menos  que  por  diosa  te 
confiessa. 

Bel.  —  Ay,  dexame  de  essas  vaziedades,  que 
me  llamas  la  ira,  que  aun  no  querría  tomar  por 
cosa  tan  sin  ningún  tino  ni  ser,  ni  entidad,  ni 
concierto.  Vamos,  vamos  arriba,  que  ya  el  sol 
nos  ha  priuado  por  oy  de  sus  rayos,  demostrán- 
donos las  estrellas. 

Just.  —  Dexadas  essas  metaphoras,  vamos 
donde  mandares. 

Bel. — Cierra  essa  puerta,  y  dad  me  la  mano 
a  esta  escalera,  y  subamos. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA   II  í 

Kn  (|uo  Lydorio  liaze  gran  sentimiento  por  la  perdición  de  Flo- 
riano. Fulminato  y  Felisino  se  liazen  a  vna  para  poder  me- 
drar. '1  racta  de  Ueuar  Fulminato  a  Felisino  en  casa  de  Mar- 
celia,  l'olytes  (la  a  Floriano  respuesta  de  su  carta,  y  dale  vti 
collar  de  oro  para  Justina  y  un  jubón  de  brocado  con  sus  cal- 
chas al  Polyte.s,  y  tórnale  a  dar  otra  carta  para  su  señora  Be- 
lisea. 

LvDORio,    Felisino,   Fulminato,   Polvteb, 
Floriaxo. 

[Z/;/r/.] — O  alto  y  sapientissimo  Dios,  qu(' 
profundos  son  tus  secretos  juyzios!  O  quánta 
lastima  es  ver  perder  tan  a  vela  suelta  vn  tal 
cauallero,  mancebo  y  dotado  de  tantas  gracias 
y  poder  mundano!  Grande  daño  es  este,  si  el 
saber  diuino  no  saca  algún  mayor  bien  deste 
grande  mal:  pues  que  a  Dios  es  ligera  cosa  sa- 
car buenos  fines  de  malos  principios  y  peores 
medios.  Pero  en  tanto  que  Dios  lo  remedia,  diie- 
lome  con  lo  que  veo,  pues  no  le  basta  dexar  su 
estado  y  su  naturaleza,  pero  que  a  bueltas  de 
todo  oluide  a  sí  mesmo  por  sola  vna  mu- 
ger.  No  en  vano  dixo  Adán,  vista  la  muger: 
que  por  ella  dexaria  el  hombre  el  padre  y  la 
madre.  Pues  i)or  otra  parte  veo  el  desassossiego 
de  toda  la  casa,  y  la  perdición  de  la  hazienda, 
y  con  esto  ardo  entre  dos  fuegos.  Porque  acon- 
sejar a  Floriano  es  pensar  de  poner  luzio   el 


u 


166 


orígenes  de  la  novela 


adobe  lañándole.  Pnes  segnir  tras  sn  qnerer, 
no  hago  lo  que  deno  a  la  lealtad  que  a  sus  pa- 
dres di.  Los  de  casa  a  todos  les  paresce  que  la 
hazienda  de  Floriano  les  es  común:  lo  vno  malo 
y  lo  otro  peor;  de  manera  que  con  lo  quo  Pedro 
sana,  Maria  enferma.  Porque  con  lo  que  Flo- 
riano ha  de  satisfazer  a  suappetito,  él  pierde  el 
alma  lo  principal,  pierde  la  honra,  la  vida  en 
condiciones,  el  patrimonio  se  disminuye,  la  ha- 
zienda anda  en  manos  de  enemigos  de  su  due- 
ño y  amigos  de  ella;  porque  quanto  menos 
guarda  ay  en  la  casa  y  en  la  hazienda,  tanto  los 
criados  oluidan  de  la  fidelidad  y  cobran  del  sa- 
ber de  lo  ajeno.  Porque  el  aguijero  llama  al 
ladrón,  y  la  occasion  corabida  al  pecado. 

Fel. — Ansi  que,  hermano  Fulminato,  ya  me 
haurás  bien  entendido  y  tendrás  bien  ojeado 
el  camino  para  nuestra  medra. 

Ful. — Calla  ya,  que  descreo  de  la  vida  de  los 
condenados  si  de  plazer  de  nuestra  conformi- 
dad para  el  descorchar  de  la  colmena  no  estoy 
como  fuera  de  mí,  pues  más  quatro  manos  que 
dos  lleuan  y  pueden. 

Lyd. — En  lo  que  estamos,  benedicamos.  Esto 
es  lo  que  yo  lloro:  porque  si  a  Floriano  lo  aui- 
80,  tendrá  me  más  por  enemigo  que  por  fiel. 

Fel.  —  Pues  aun  tú  no  pienses  que  lo  sabes 
todo:  porque  para  ruindades,  gran  prouecho  me 
hizo  ser  vn  año  estudiante  y  otro  mo90  de  cura. 

Ful. — Pues  calla,  que  creo  que  todo  nos  será 
menester  tu  sciencia  y  la  mia:  porque  Lydorio  es 
sabio  y  virtuoso  y  leal,  y  antiguo  criado  de  casa; 
y  con  saber  todos  los  rincones  della,  si  nos 
huele,  nos  tiene  de  hazer  daño  para  nuestro 
pellechar. 

Fel.  —  Para  esso  guardalle  los  passos,  y  el 
uno  sobarcado  y  el  otro  en  vela.  Porque  si  un 
hombre  apercebido  vale  más  que  dos  descuida- 
dos, sí  que  más  valdremos  y  más  podremos  y 
más  haremos  dos  recatados  que  vno  seguro. 

Lyd. — Pues  allá  os  espero  al  freir  de  los 
ajos. 

-f^w/.  — Pues  vamos  a  ver  a  nnestramo  y 
aseguremos  el  campo,  desmintiendo  espías.  Y 
aun  también,  si  Floriano  quiere,  le  daré  en  las 
manos  vna  muger  que,  pagándoselo,  le  trae- 
rá a  su  amiga  a  las  vñas,  por  más  encerra- 
da y  guardada  que  esté.  Y  aun  dello  me  cabria 
mi  ganancia,  si  la  fortuna  endere^asse  bien. 

Fel.  — Dime,  dime,  qué,  tienes  nido? 

Ful. — Mas  vao.  Y  cómo  ouiera  yo  escapado 
del  inuierno  sin  algún  hogar?  y  tú,  tan  bisoñe 
eres  que  te  mantiene  sola  vista? 

Fel. — Pues  qué  quieres?  que  harto  9anqueo 
y  ando  y  rodeo,  pero  no  hallo  cosa  de  asiento. 

Ful.—Ax\\\  no  tan  mal  si  hazes  como  el  cu- 
clillo en  ajeno  nido;  pero  encomiéndate  a  mí 
ai  quieres,  y  duerme  seguro.  Pero  ó  descreo  de 
los  recabitas  y  si  no  creo  que  nos  ha  oydo  todo 


quanto  hablamos  Lydorio,  que  veslo  está  en  el 
corredor. 

Fel. — No  haurá;  pero  si  ouiere,  hecho  es: 
haga  como  se  pagare. 

Ful. — ]Sío  eres  anisado  en  esso:  antes  agora 
le  halaguemos  a  sobrepeyne,  porque  la  pruden- 
cia muchos  males  y  daños  preuiene. 

Lyd. — A,  Fulminato. 

Ful. — Quién  me  llama? 

Lyd. — Busca  al  paje  Polytes  y  sube  acá. 

Ful. — El  que  llega  acaso,  que  aguardó  que  le 
mentasen. 

Pol. — Qué  se  trataua  de  mí? 

Lyd. — Sube  presto.  Adonde  andas  al  cabo 
de  vn  hora  que  pide  Floriano  por  ti,  que  no  ay 
quien  te  saque  de  rastro? 

Fel. — No  ay  ygual  trabajo,  sin  penar  y  mo- 
rir, que  es  esperar. 

Ful. — Y  aun  por  esso  dizen,  y  bien,  que 
quien  espera  desespera. 

Fel. — Señor  Lydorio,  lleguemos  á  la  puerta 
todos,  pues  no  es  traycion  escuchar,  sabiendo 
lo  que  se  ha  de  platicar  de  los  que  hablan. 

Lyd. — Escuchad,  pues  que  tañen. 

Ful. — Y  aun  qué  negro  de  bien.  Que  si  él 
tanto  sintiesse  de  mugeres  y  supiesse  tanto  de 
ser  enamorado  como  de  la  música  sabe,  él  se 
guardaría  más  dellas,  y  las  tendría  en  lo  que  se 
deuen  tener,  y  aun  acortaría  su  pena. 

Lyd.  —  Calla,  dexa  esso,  que  cada  vno  haze 
según  es  y  según  con  quien  lo  ha.  Y  escucha, 
que  comienza  a  cantar. 

GLOSA  DEL  MOTE  «QUIEN  ESPERA  DESESPERA» 

Flor.       Mi  pena  manda  que  muera; 
dame  aliuio  mi  esperanza; 
para  que  mi  querer  quiera 
esperar,  venga  de  fuera 
nueua  de  mi  buena  andanza. 
Y  ansi  con  tal  diuisíon 
mi  morir  se  suspendiera 
esperando  redempcion, 
por  do  con  justa  occasion 
quien  espera  desespera. 
Lyd.— Qué  te  paresce.  Fulminato,  qué  vida 
ha  dado  al  refrán  que  tú  alegaste  poco  ha,  que 
no  paresce  sino  que  adeuinó  auer  le  tú  dicho  a 
su  proposito? 

Fel. — La  capa  diera  por  la  glosa. 
Ful. — Calla,  que  en  disposición  está  que  no 
parará  en  sola  vna  copla,  pues  dizen  que  quien 
haze  vn  cesto,  hará  ciento. 

Pol. — A,  señor,  mira  que  te  aguardo  con 
la  respuesta  de  la  carta  que  llené  á  tu  señora 
Belisea. 

Flor. —  O  nombre  de  toda  suauídad,  que  en, 
lo  oyendo  viuificó  mis  ya  muertos  sentidoslj 
Dime,  dime,  mí  querido  y  secretario  de  mí  bien. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


167 


ha  mucho  que  eres  venido  y  rae  aguardas?  para 
que  yo  me  castigue  de  mi  tardanza  en  te  oyr 
tal  nombre. 

Pol.  —  Señor,  porque  tengo  pocas  palal)ras: 
aunque  passaron  y  precedieron  a  la  respuesta 
muy  duros  empellones  y  gran  peligro  de  mi 
vida;  pero  con  el  faiior  de  vna  su  donzella,  to- 
davía le  dexé  tu  carta.  Y  sabe  que  si  no  fuera 
por  aquella  donzella  no  ei-a  possible  ni  yo  pa- 
rar ante  su  furioso  y  honesto  sentimiento,  l'ero 
todavía  si  a  la  donzella  no  la  afloxu  taita  de 
gualardon,  me  mandó  tornar  por  respuesta. 

Flor. — Gualardon?  para  tan  gran  beneficio 
no  le  ay;  pero  llenar  le  as  mañana  de  la  picga 
de  altibaxo  azetnni,  que  saqué  paia  las  fiestas 
passadas,  diez  varas  para  vna  ropa,  rendiendo- 
le  de  mi  parte  las  gracias  por  lo  hecho,  y  co- 
noscimientos  grandes  para  gratificar  lo  por  ve- 
nir como  yo  pudiere. 

Lyd. — Ansi,  ansi,  que  por  esse  camino  ha- 
urá  de  yr  esso,  y  lo  al  todo  con  el  diablo,  pues 
se  gasta  en  su  sernicio. 

Pol. — Señor,  no  podre  llenar  le  tanto  bulto 
sin  ser  visto  y  aun  descubierto,  en  que  no  ay 
poco  peligro. 

Flor. — Muy  bien  dizes;  pues  llenar  le  as  el 
collar  de  los  esmaltes  morisco,  que  yo  algunas 
vezes  traygo. 

Ful. — O,  descreo  del  que  de  Dios  desconfia 
con  tal  desmallar;  no  se  hizo  él  con  cien  caste- 
llanos. Ya  ya  no  es  de  sufrir  esto,  que  por  ser 
yo  negligente,  me  he  perdido  este  lan^e,  que  me 
sacara  de  lazeria. 

Fel. — Calla,  no  gruñas  tanto,  que  te  oyran. 
Ful. — O,  pesar  de  quien  te  cosió  la  ropa,  y 
cosa  es  de  callar  ésta? 

Flor. — Agora  pues  me  di:  con  qué  sem- 
blante te  recibió  por  mió? 

Pol. — Con  vn  tan  gracioso  enojarse,  que  por 
ver  la  claridad  que  su  rostro  enojado  mostra- 
ua,  y  sus  ojos  resplandecientes  llenos  de  rayos 
de  amor,  holgaras  de  verla  enojada. 
Flor. — Pues  que  confianza  me  das? 
Pol, — Mandóme  que  no  paresciesse  ante 
ella. 

Flor. — O  sin  ventura  Floriano:  para  qué 
nasciste  en  esta  vida,  acompañado  de  tanto 
atreuimiento  y  desnudo  de  algún  merescer? 
Pero  qué  digo?  que  bástame  a  mi  que  sepa  ya 
mi  señora  sepultarse  mi  coracon  en  tormentos 
por  ella,  para  que  me  sea  muy  grande  precio 
de  mis  trabajos.  Pero  dime,  dime,  mi  Polytes, 
dónde  la  viste?  con  quién  estaña?  qué  hazia? 
qué  semblante  mostraua  oyendo  mi  nombre? 

Pol. — O,  pesar  de  la  vida  con  tal  interroga- 
torio: aun  creo  que  me  haurá  de  coger  en  pala- 
bras, 
i^/or.— Dime.  dime,  pues,  algo. 
Pol, — Digo  que  para  primera  entrada  que 


está  ganado  mucho,  si  no  perdemos  aquella 
donzella  suya.  Y  ansi  me  profiero  que  licuán- 
dole el  collar,  te  traeré  mañana  respuesta  de 
otra  carta,  si  luego  me  la  dieres,  aunque  es 
tarde. 

Flor. — A  mucho  te  offresces;  pero  al  fin  ha- 
zeslo  por  mí,  que  te  lo  he  de  agradescer,  Dios 
queriendo.  Y  luego  escribo:  ve  tú  y  llámame  al 
camarero,  y  tú  toma  cuidado  de  salir  con  tu 
promessa. 

Pol. — Quien  tiene  el  cuidado  andará  el  ca- 
mino. X,  señor  Lydorio,  ya  oyste  como  te  lla- 
ma Floriano, 

Lyd. — Agora  lo  oyó  y  entro. 
Ful. — Ola  vos,  don  muchacho,  maestro  ha- 
ureys  de  salir  desta  buelta.  Pues  guardaos  de 
tomar  los  grados  del  magisterio  sobre  el  scalo- 
ra  con  vn  a9umbre  de  miel  y  la  vestidura  de  vn 
paxaro  (^). 

Pol. — Essas  mercedes  se  dan  a  los  tales  co- 
mo tú,  que  yo  simo  a  mi  señor.  Y  si  más  me 
tratas  ansi,  sabralo  Floriano:  porque  más  es  la 
afrenta  suya  que  no  mia,  que  soy  mandado  y  le 
deud  sernicio. 

Ful. — Qué  qué?  Y  cacareays  en  el  caxcaron? 
de  Dios  no  descreo  si  no  os  despierno. 

Fel. — Buelue  acá,  hermano  Polytes,  no  des 
enojo  a  Floriano. 

Pol. — Que  él  ha  de   saber  si  se  me  ha  de 
atreuer  vn  rufián  por  yo  hazer  su  mandado. 
Ful.  —  Qué  vavs  gruñendo?  espera. 
Fel.^lPor  Dios,  llenas  talle  de  medrar  eno- 
jando al  que  adora  Floriano. 

Ful. — Pues  sólo  esso  me  haze  detener:  aun- 
que el  pesar  del  collar  yrá  conmigo  a  la  sepul- 
tura . 

Pol. — Brabear,  panfarron. 
Fel. — Qué  dizes  hermano?  sea  este  nublado 
agostizo,  y  calla,  que  todos  somos  compañeros. 
Pol. — Ño  lo  quiere  él  conseruar. 
Ful. — Y  creo,  hermano,  que  lo  tomuuas  de 
veras? 

Pol. — Pues  cómo  se  auia  de  tomar,  sino 
como  se  dezia? 

Ful. — Más  palacio  pense  que  auia  en  ti. 
Fel. — Baste  ya,  que  todo  fue  burla,  y  vamos 
abaxo. 

Pol. — Idos  vosotros,  que  yo  quiero  esperar 
al  camarero. 

Flor. — Estás  ay,  Lydorio? 
Li/d. — Señor,  sí,  rato  ha. 
Flor. — Pues   quiero   que   sepas  mi  alegría, 
porque  el  gozo  conmunicado  cresce. 
Lyd. — En  todo  recibo  merced. 
Flor. — Pues  sabrás  que  mi  señora,  por  fauor 
de  vna  su  donzella,  después  de  sus  enojos  está 


(O  En  el  original  paxo,  por  falta  de  la  tilde  propia  de 
la  abreviatura. 


Il 


168 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


aplacada,  y  le  quedó  mi  carta  allá  qne  me  acon- 
sejastes  que  le  escriuiesse.  E  porque  la  donze- 
11a  no  desmaye  en  me  ayudar,  con  otra  carta 
que  quiero  escreuir  a  mi  señora,  lleuará  Polytes 
a  la  donzella  el  collar  de  los  esmaltes  moriscos, 
y  a  él  darle  as  el  jubón  de  brocado  bordado  con 
las  cal9as  qne  saqué  para  estas  fiestas  E  aun- 
que no  sea  paga,  será  principio  de  lo  que  pien- 
so darles.  Porque  la  prueua  del  amor  son  las 
obras,  y  el  que  recibe,  cargase  de  obligación  o 
al  pagar,  o  al  seruir,  o  al  ser  desconocido. 

Pol. — Bueno  va  esto;  veamos  cómo  tercia  el 
camarero. 

Lyd. — Señor,  la  liberalidad  es  anumerada 
por  virtud;  pero  quiere  por  compañera  la  tem- 
perancia, para  no  ser  prodigalidad,  que  es  vicio. 
Flor. — Cata,  Lydorio,  que  para  tachar  vn 
acto  de  suyo  bueno  muchas  causas  ha  de  auer. 
Porque  ni  en  dar  yo  esta  miseria  allego  a  lo 
que  a  mí  mesmo  deuo,  sin  respecto  a  otro  al- 
guno, ni  tú  en  defender  esso  vas  fundado. 

Li/d. — Bien  sé  que  si  de  tu  parte  es  de  per- 
mitir el  magnifico  dar,  pues  contigo  han  de 
medrar  los  que  te  siruen.  Pero  bien  sabes  que 
el  copioso  dar  y  sobrado  recebir  no  merescido 
suele  acarrear  desconocimiento  e  ingratitud  a 
Dios,  y  a  las  gentes  vicio  intolerable.  E  satis- 
facion  ni  es  de  parte  de  la  donzella  el  dar  vna 
carta  por  vn  tal  collar,  ni  de  parte  del  paje 
(aunque  más  meresce)  el  hauella  llenado,  para 
lo  demás.  Porque  con  tales  portes  y  por  tan 
poco  camino  muchos  se  hallarían  por  dichosos 
mensajeros.  Y  también  el  premio  al  que  afana, 
suele  se  dar  al  fin  de  la  jornada;  porque  siem- 
pre vi:  a  dineros  pagados,  bra90S  cansados. 

Flor. — De   mayor  precio    es    mi   contenta- 
miento que  toda  la  hazienda. 
Lyd. — Ansí  es. 

Flor. — Pues  luego  dar  yo  quanto  tengo  es 
muy  poco  a  trueque  de  vn  contentamiento  tal: 
porque  la  hazienda  se  ha  de  tomar  como  por 
medio  para  ganar  la  holgan9a  del  spiritu.  Y  en 
tal  caso  antes  ouieras  de  aprobar  el  excesso  en 
el  dar  (aunque  agora  no  le  ay)  que  no  la  aua- 
ricia  en  el  retener;  porque  el  mucho  dar  es  vi- 
gilia del  mucho  recebir,  ya  que  a  esto  mires. 
Quanto  más  que  siempre  se  atiende  a  la  lar- 
gueza del  que  da  y  no  a  la  condición  del  que 
recibe. 

Lyd.  —  Ansi  dizen  del  franco  Alexandro, 
que  dando  vna  ciudad  a  vn  hombre  baxo  que 
le  pidió  merced,  y  él  quiso  dársela,  siendo  re- 
traydo  del  que  la  recibia  por  ser  tan  excessiuo 
a  él,  diz  que  dixo  el  monarcha:  Si  para  ti  que 
lo  recibes  es  mucho,  para  mí  que  lo  doy  es  muy 
poco. 

Flor. — Pues  luego  oye  y  aprueua  y  ponió 

por  obra,  y  haurás  gualardon  dequien  te  manda. 

Po/.  — Este  diablo  es  el  perro  del  ortolano. 


Quiero  atajar  la  plática  escusada  con  mi  pre- 
sencia a  mí  prouechosa:  porque  viéndome  de- 
lante juegue  a  luego  toma,  e  yo  a  luego  daca;  y 
pues  me  dan  la  vaca,  acudo  con  la  soga.  A,  se- 
ñor, el  maestresala  ha  llegado  dos  vezes  con 
el  manjar. 

Flor, — Y  es  ya  hora  de  comer? 
Lyd. — Dadas  eran  las  doze  quando  yo  entré; 
mira,  señor,  lo  que  haure  estado  contigo  y  ve- 
rás qué  hora  sera. 

Flor. — Pues  por  el  relox  que  gouierna  los 
compases  de  mi  vida,  aun  no  es  amanescido: 
porque  hasta  que  la  luz  de  mi  señora  despida 
las  tinieblas  de  mi  coraron,  acompañadas  de 
mortal  tristeza,  jamas  haurá  dia  para  mí. 

L^yd. — Cata,  señor,  que  con  esso  tal  matas  a 
ti,  desconciertas  tu  casa  y  desasosiegas  los  tu- 
yos; y  si  miras  en  ello,  ni  podras  conseruar  la 
vida  sin  comer,  y  perdida  la  vida,  pierdes  tú 
la  esperanza  del  gozo  de  tu  señora.  E  aun  tu 
señora  no  podra  ni  aliuiarte  ni  atormentarte, 
porque  si  se  ha  de  seruir  de  ti,  ha  de  ser  viuo, 
porque  muerto  seruiras  a  la  sepultura.  Ansi 
que  trátate  bien,  si  no  por  ti  como  tuyo,  sea 
por  tu  señora,  cuyo  te  dizes  ser.  Pues  que 
quanto  más  la  amares,  has  de  amar  y  tractar 
mejor  sus  cosas:  pues  dizen  que  quien  bien 
quiere  a  Beltran,  bien  quiere  a  su  can. 

Flor. — Por  te  ver  tan  del  vando  de  mi  se- 
ñora, quiero  hazer  lo  que  me  aconsejas,  por 
tratar  bien  las  cosas  de  mi  señora.  E  pues  yo 
suyo  soy,  por  ella  viuo,  su  amor  me  sustenta 
el  spiritu,  traygan  me  de  comer  para  el  cuer- 
po: y  tú  ve,  da  a  Polytes  lo  que  mandé,  y  en- 
tiende en  que  me  den  de  comer  luego. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  IIII 


Fulminato  lleua  a  Felisino  en  casa  de  Marceüa.  Felisino  les 
promete  vna  cena  por  amor  de  la  hija  de  Marcelia  llamada 
Liberia.  Felisino  no  puede  vencer  a  Liberia,  aunque  haie 
Fulminato  vn  entremés  para  ello.  Bueluense  los  dos  a  casa 
de  Floriano,  quedando  ellas  en  su  casa. 


Fulminato,  Felisino,  Marcelia,  Liberia. 

\_Ful.'] — Agora  que,  hermano,  nos  hallamos 
desembarazados  de  ruyn  compañia,  te  quiero 
dezir  algo  de  lo  que  me  apuntaste  en  la  sala, 
adonde  el  lugar  estoruó  a  tu  desseo.  E  pues  en 
casa  entienden  en  llenar  el  manjar,  demos  vn 
arremetida  y  bolueremos  a  la  ración  de  palacio. 

Fel. — Y  dónde  yremos? 

Ful. — A  la  cal  nueua,  adonde  si  algún  dia 
faltare  en  casa,  me  puedes  hallar  más  cierto  que 
por  las  estaciones  de  la  semana  sancta,  porque 
las  andan  todos. 

Fel. — Agora  confirmaste  el  amistad  que  me 
tenias  en  darme  parte  de  tus  cosas,  pues  que 
entre  los  amigos  el  plazer  y  el  pesar  ha  de  ser 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


169 


de  por  medio:  vn  sí  en  el  sí  y  vn  no  en  el  no. 
E  pues  voy  con  quien  me  entiende,  precede  v 
guia. 

Ful. — Tú  sabrás  como  la  fortuna,  que  fauo- 
resce  a  los  osados,  rae  dio  uentura  en  ganar 
trauacuenta  con  vna  viuda  de  hasta  treynta  y 
quatrn,  que  en  aspecto  está  como  de  diez  y 
ocho.  Esta  no  tiene  en  casa  padre  ni  madre  ni 
can  que  la  ladre,  más  de  sola  vna  hija  bonita  y 
harto  muchacha,  de  diez  y  siete  para  menos:  ésta 
le  sirue  en  casa  de  mo9a.  y  fuera  de  hija  y  au- 
thorizada  donzella.  Y  porque  en  todas  las  cosas 
la  esperiencia  saca  maestro,  encaminemos  (') 
allá  y  verás  mi  buena  posada,  loando  mi  felice 
ventura.  E  aun  si  yo  puedo  y  tú  te  das  maña, 
tú  hallarás  allá  presa  y  jugaremos  dos  á  dos 
mofando  de  los  desnudos. 

Fel.  -En  lo  que  de  mí  dizes  te  agradezco, 
pero  no  te  ofrezcas  a  más  de  lo  que  puedas  en 
casa  ajena. 

Ful.-  Calla  ya,  no  tengas  essos  escrúpulos: 
a  la  prueua,  buen  amor,  que  verás  que  en  su 
casa,  donde  yo  asomo  con  la  voluntad,  luego  lo 
acompaña  la  obra,  y  donde  yo  pongo  el  pie 
pone  ella  los  ojos  para  contentarme.  Que  no 
pienses  que  estoy  tan  de  emprestado,  que  voto 
a  la  casa  de  ]Mecha,  que  no  faltan  sino  las  pala- 
bras y  bendiciones  para  pacífico  matrimonio. 
Pero  de  esto,  guarda  fuera:  horro  Mahonia. 

Fel. — Cata,  Fulminato,  que  estos  amores 
tan  fundados  suelen  ser  muy  costosos. 

Ful. — Ya  te  entiendo.  A  la  fe,  vna  vez  en  la 
semana,  como  viernes,  y  aun  entonces  de  priesa, 
y  aun  que  lo  tenga  por  fiesta:  porque  si  andays 
a  su  contento,  son  insaciables. 

Fel. — Por  la  bendición  de  mi  padre  que  eres 
marcado:  mira  cómo  me  entendió!  que  no  digo 
que  son  costosos  sino  de  parte  del  dar. 

Ful. — Ya,  ya,  dar  o  qué?  Ansi  se  puede  se- 
car esperando  que  se  me  caya  blanca  de  la  bol- 
sa, que  tras  un  quarto  doy  quatro  ñudos.  An- 
tes sabrás  que  ha  de  pitar  con  ruegos  y  dineros 
si  quiere  tablaje. 

Fel. — Toda  via  te  digo  que  si  recibes  auras 
de  dar;  porque  dizen:  manos  que  no  dades,  qué 
esperades?  y  el  amor  quiere  liberalidad;  y  no 
me  hagas  entender  que  tú  solo  tengas  las  cu- 
bas llenas  y  las  suegras  beodas. 

Ful. —  Malo  eres  de  persuadir;  pues  vamos, 
que  a  la  vista  te  espero. 

Fel. — Bien  que  sea  como  dizes;  pero  yo  por 
mí  juzgo  que  las  mugeres  tienen  la  lengua  lar- 
ga en  el  pedir  y  las  manos  abiertas  al  recebir: 
que  a  todo  dizen  adieniat,  porque  pensemos 
que  rezan  el  Pater  noster  por  nosotros. 

Ful. —  Cómo!  y  porque  tú  seas  bo^al  lo  ha 
de  ser  Fulminato?  quieres  tú  ser  don  Ximeno, 

(')  En  el  original,  por  errata,  encaminenos. 


que  por  su  mal  juzga  el  ajeno?  pues  calla,  que 
estamos  a  la  puerta,  que  yo  te  enseñaré  a  vi- 
uir  a  vso  moderno. 

Fel.  —  Dentro  hablan:  huespedes  deue  de 
auer  en  tu  absencia. 

Ful. — No  me  digas  esso  si  quieres  mi  amis- 
tad. 

Fel.  —  Anda  ya,  que  no  serás  tú  solo:  que 
dolencia  es  muy  vsada,  y  que  oy  se  tiene  en 
menos  que  el  mal  de  las  bubas,  que  otro  tiem- 
po espantaua  las  gentes.  E  aun  también  mira 
que  tú  ni  tienes  título  de  prescripción  por  an- 
tigüedad, ni  te  han  dado  el  sí  de  matrimonio 
para  que  como  eres  vn  huésped  no  pueda  auer 
otro  y  otro  si  menester  fuere,  y  aun  tú  que  te 
has  de  hazer  a  la  malla. 

Ful. — No  te  piques  de  jurista  y  escucha  lo 
que  passa,  que  yo  ya  sé  lo  que  me  tengo. 

Mar. — Dime  por  qué  quieres  dar  alguna 
afrenta  de  ti  y  de  mí:  no  te  tengo  retraydo  el 
ser  tan  ventanera? 

Lib. — O  desuenturada  yo,  si  ha  de  auer  dia 
de  paz?  pues  tanto  me  hará  que  le  haga  sospe- 
char sobre  hecho  fue. 

Ful. — Y  aun  a  esso  te  espero. 

Fel. — Bien  dizen  que  no  hay  mejor  cirujano 
que  el  bien  acuchillado.  La  madre  como  deue 
de  bardar  su  vergel,  piensa  que  planta  la  hija. 

Ful. — Al  fin  es  madre;  y  aunque  le  dé  mal 
exemplo,  es  bien  que  le  dé  buen  castigo. 

Fel.  — A  la  fe  ansi  es,  y  fue,  y  será,  que  en  la 
enmienda  agena  todos  sabemos  mucho,  y  pode- 
mos mucho,  y  hablamos  mucho,  y  en  la  propria 
las  manos  atadas. 

Ful, — No  quiero  contigo  argumentos.  Lla- 
mo. Ta,  ta,  ta. 

Mar. — Ve,  mira,  hija,  quién  llama  a  tal  prisa. 

Z/¿.  — Ay,  madre,  que  es  Fulminato  y  otro 
que  viene  con  él. 

Mar. — Ve,  abre  la  puerta,  y  en  tanto  pondré 
en  cobro  este  par  de  perdizes  que  nos  embió  el 
despensero  de  Lucendo,  porque  en  mesa  de 
viuda  pobre  este  manjar  engendra  sospecha. 

Fib. — Ay,  Jesús,  y  quán  mala  es  de  abrir 
esta  aldaua;  como  se  abre  pocas  veces. 

Pul^ — ^^las  creo  que,  como  se  cierra  menos, 
abre  de  mala  gana  y  cierra  de  peor.  O,  qué  no- 
rabuena estés,  hermana  Liberia,  con  quién  eran 
las  questiones? 

Ijf)^ — Ií¡  sé  qué  te  diga,  ni  estoy  para  esso. 

Pnl^  —  Pnes  subo,  que  yo  haré  las  amistades. 
E  tú,  hermano  Felisino,  nrra  quépie^ade  paño 
para  el  inuierno  que  vendrá:  por  esso  no  quede 
por  ti. 

Lib. — A  la  he.  Dios  lo  guarde  al  gracioso; 
anda  ve,  sube  tu  escalera  y  calla. 

í^m/.— Ansi  lo  hago. 

Fel. — Señora  de  mi  vida,  quién   os  enojó? 
I   que  yo  os  daré  venganja. 


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ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Lib. —Anda,  gentilhombre,  tras  el  compa- 
ñero y  calla,  que  quiero  cerrar  esta  escalera, 
porque  quien  viniere  llame  antes  que  salude. 

Fel. — Todo  rae  paresce  de  oro:  subo  por  no 
te  enojar. 

Mar. — A,  Liberia,  en  qué  te  detienes? 

Fel. — Señora,  seguro  soy;  quedó  a  cerrar  la 
puerta. 

Ful. — Anda,  señora,  dexate  de  essos  enojos 
y  comamos. 

Ma?'.  —  Los  manteles  nos  quedaron  en  la  mesa 
como  ves,  que  acabamos  de  comer  essa  lazeria 
que  tenemos,  más  que  a  Dios  merescimos.  De 
manera  que  trayendo  qué,  siéntate.  Pero  dexan- 
do  una  razón  por  otra,  di,  cómo  hallaste  la 
huella  del  camino?  que  si  hierua  ouiesse  nunca 
la  quebrarlas  mucho  con  tus  pisadas. 

Ful. — Si  dizes  que  vengo  tarde,  pues  vengo, 
no  tardo.  Y  aun  agora  ten  en  mucho  cómo  me 
pudo  traer  acá  Felisino,  que  por  le  hazer  plazer, 
que  desseaua  verte  y  conoscerte  y  saber  tu  casa, 
vine. 

Mar. — Bástame  por  testigo  de  que  sea  ansi 
tu  desamor,  y  ansi  a  él  agradezco  la  visita. 

Fel.—  Por  Dios,  señora,  que  está  burlando, 
que  con  solo  desseo  de  verte,  y  con  gran  razón, 
viene,  y  a  mí  trae  por  testigo  de  su  buena  ven- 
tura en  tener  te  por  señora. 

3Iar. — Dios  lo  mejore  todo,  que  por  dezir  lo 
tú  passaré  por  ello. 

Lib. — A  la  fe,  madre,  él  viene  a  ver  si  le 
aguardauamos  a  la  mesa  con  el  pan  y  queso  que 
hemos  comido. 

Ful. — Ni  te  dan  tormento,  ni  lo  riñas  a  mí, 
que  yo  paz  quiero,  y  como  dizen,  a  la  boda 
vengo. 

Fel. — Mas  no  tuuiesses  paz  con  ella,  que  no 
faltaría  quien  te  lo  retraxesse. 

Mar. — Calla,  boua,  ya  que  viene  tarde,  no 
digan  que  con  mal. 

Lib. — Yo  con  Fulminato  lo  he,  que  a  esto- 
tro galán  desseo  seruirle. 

Fel. — E  aun  yo  me  preciaré  de  seruirte  por 
mi  señora. 

Mar. — Ea,  no  passe  más  adelante  la  plática. 

Ful. — Y  calla,  no  seas  tan  zelosa,  y  no  lo 
quieras  todo  para  ti,  ni  muestres  pesar  del  pla- 
zer ajeno.  A  la  fe  barias  mejor  en  darnos  con 
que  beuiessemos. 

3íar. — El  qué  trae  tú,  que  el  con  qué,  por 
mucha  pobreza  que  aya  en  casa,  no  faltarán  vn 
par  de  vidrios,  aunque  no  sean  de  Venecia. 

Fel. — A  la  fe,  s^mora,  para  tal  combidado 
sobran  de  Cadahalso,  y  aun  que  fue  la  respues- 
ta qual  la  pedia  la  petición.  Quién  jamas  vio 
venir  hombre  y  gala'i  a  comer  vianda  en  casa 
de  hermosa,  si  no  la  ouiesse  él  mandado?  y  aun 
entonces  auia  de  ser  combidado  y  rogado. 

Ful. — Si  te  bulle  la  bolsa,  haz  de  las  tuyas 


para  ganar  tierra,  que  yo  en  mi  possession  me 
estoy. 

Fel. — Ni  voluntad  ni  poder  faltará,  a  Dios 
merced,  mientras  ouiere  este  real  de  a  dos  en 
la  bolsa. 

Ful. — Cómo  hablas  en  derecho  de  tu  dedo! 
E  dime,  quién  de  todos  quatro  puede  yr  por 
nada  a  la  placa,  que  no  quede  el  tercero  solo? 
Mira  que  no  somos  más  de  dos  por  dos,  y 
guarda  tu  rucio  para  otro  alarde,  que  no  faltará 
su  san  Martin  si  antes  no  te  desmancha. 

3Iar.  —  Pues  por  mi  salud  que  me  hallo  muy 
sola,  sin  moca  para  semejantes  casos;  que  Libe- 
ria e  yo  en  nuestro  ordinario,  el  lunes  nos  pro- 
ueemos  para  toda  la  semana. 

Fel. — Mucho  es  no  se  corromper  las  viandas 
ansi  añejas. 

Lib. — Las  que  éstos  de  palacio  comen  deli- 
cadas corromper  se  han;  pero,  madre,  el  pan  y 
queso  de  nuestro  ordinario  no  se  corrompe 
ansi. 

Fel. — Esse  es  manjar  de  ratones. 

Ful.— O  Felisino,  cómo  te  engaña  Liberia: 
cata  que  más  anisado  pense  que  eras. 

Mar  — Miralde  el  saco  de  malicias,  que  siem- 
pre viene  con  alientos  de  pupilo  de  mesa  pobre. 

Lib.  — Tú,  madre,  tienes  la  culpa  en  tenerle 
mal  vezado  a  sufrirle  sus  malicias. 

Ful. — Agora,  Liberia,  no  ay  quien  pueda 
contigo.  Pero  dime,  eras  tan  braua  antaño? 

Lib. — Y  aun  tanto  más,  que  te  espantaras; 
y  guarte  de  furia  de  muger. 

Fel.  —  Qne  por  Dios,  señora,  que  tienes  jus- 
to, y  que  a  tales  palabras  peores  abrian  de  ser 
aun  las  respuestas. 

Ful. — Y  que  qué?  nascente  alas  con  el  calor 
de  la  dama?  pues  sey  mejor  comedido,  si  no, 
medirse  ha  la  amistad  con  los  filos  del  espada. 
No  pienses  que  será  por  ti  dicho:  de  fuera  ven- 
ga quien  de  casa  nos  eche. 

Fel. — A  lo  menos  será  esto;  que  si  a  estas 
señoras  das  penas  con  tus  parlas,  que  las  has  de 
cortar,  y  que  la  amistad  nuestra  ha  de  ser  en 
lo  honesto,  y  no  que  en  mi  presencia  enojes  a 
estas  hermosas. 

Ful. — Y  cómo,  no  sabes  que  soy  Fulmina- 
to? Descreo  de  los  adoradores  del  vezerro  y  des- 
tas  que  tengo  en  la  cara,  y  de  Dios  no  me 
aparto,  si  echo  mano,  si  no  te  hago  el  juego  que 
hize  a  Furnil  el  temeroso  en  Barcelona:  que  de 
Tin  reues  le  puse  la  cabeca  par  de  los  capatos, 
sin  perder  el  passeo  por  la  ciudad,  por  ser  Ful- 
minato. 

Fel. — Ya  tengo  decorado  essos  refranejos. 
E  sepas  que  a  esse  Furnil  que  tú  quitaste  la 
cabe9a  de  vn  reues  yo  se  la  auia  puesto  de  un 
tajo,  y  ansi  haré  a  ti  agora. 

3Iar. — Ay  Felisino,  por  vn  solo  Dios  que 
mires  la  honra  de  mi  casa. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


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Fel. —'Pnes  el  callar  yo  por  esse  respecto  da 
occasion  a  Fulminato  de  hazer  del  boto  a  tal. 
Y  suelta  me  si  mandas,  que  yo  veré  oy  quién 
sea  Fulminato. 

Ful. — Aun  creo  que  el  diablo  me  metió  oy 
aqui.  Y  qnán  de  veras  ha  tomado  el  necio  lo 
que  yo  hazia  por  solo  diuidir  mesa.  Pero  cúm- 
pleme hazer  del  fiero,  porque  me  teman  estas 
mugeres:  que  ellas  le  tienen  de  suerte  que  aun- 
que le  pese  estará  quedo. 

Mar. — Y  detente  agora,  Fulminato,  por  vn 
solo  Dios:  no  llamemos  testigos  donde  no  ay 
para  qué. 

Ful.—  E  suéltame,  que  de  Saturno  ayuso  re- 
niego si  no  le  hago. 

Mar. — Pues  por  mi  vida  que  no  te  suelte,  y 
que  as  de  venir  a  mi  cámara. 

Ful. — Y  aun  esso  quiere  el  mo90. 

Mar. — Qué  gruñes,  mal  acondicionado? 

Ful.  — Mira  que  me  as  rasgado  la  cuera  y 
quebrado  los  talabartes  y  eierrasme?  descreo  si 
tal passa. 

Ltb.  —  Quién  no  se  las  entendiesse  a  mi  ma- 
dre: aun,  aun  si  haure  yo  de  comencarlo  oy? 
que  acá  está  quien  no  se  rogará  mucho.  Cierra 
le,  cierra  le,  madre,  que  a  estotro  yo  le  tengo. 
Agora  a  mí  el  cargo  que  ellos  dos  se  auengan; 
y  estotro  algún  asno  deue  ser,  que  me  re  sola 
y  abracada  consigo  y  aguarda  a  que  yo  le  des- 
empañe y  le  combide:  lo  qual  aun  haría  si  más 
le  conosciesse  de  oy. 

Fel. — Por  Dios  que  se  han  quedado  los  dos 
a  hazer  las  pazes,  quantes  que  esto  de  Dios  ha 
uenido.  Quiero  dar  vn  tiento  a  la  muchacha, 
que  desembuelta  me  parece  y  de  buen  pegar. 

Li'b. — Agora  que,  señor,  te  falta  el  aduersa- 
rio,  me  quiero  tornar  vn  poco  a  mi  almohadilla, 
porque  en  esta  casa  si  no  lo  trabajamos  no  lo 
comemos. 

Fel. — Señora,  ansi  es  en  todas;  pero  si  al- 
gwna.  necessidad  al  presente  tienes,  auisamelo, 
como  a  quien  dessea  seruirte.  E  con  todo  esso  no 
me  dexes  solo,  porque  no  sabes  si  hurtaré  algo. 

Lib. — Por  nuestros  peccados,  aunque  fues- 
8es  ladrón,  mala  medra  tendría  tu  ol'ficio  en 
esta  casa.  Pero  con  todo,  porque  no  digas  que 
no  hago  por  ti  algo,  me  siento  en  esta  venta- 
nilla a  labrar. 

Fel. — O,  qué  gran  merced,  y  cómo  descubres 
al  manifiesto  no  estar  en  ti  la  perfecion  de  her- 
mosura sola. 

Lib.— Dios  enmiende  las  faltas.  E  sabe  te 
que,  aunque  más  mofes,  tal  me  quieren  en  mi 
casa. 

Fel. — E  aun  en  la  mia  si  me  valiesse. 

Lib. — Muy  de  cosplaz  (sic)  estás  por  mi 
salud.  Pero  mira  que  aprendas  en  esta  casa  a 
estar  quedo  con  las  manos.  Y  si  vienes  mal 

L rezado  de  con  mugercillas  de  al  pregón,  aqui 
I 


sólo  se  da  licencia. a  la  lengua  a  que  hable  lo 
que  sufre  buen  palacio.  Cata  que  mi  buen  co- 
medimiento y  mi  soledad  no  enciendan  fuego  a 
tu  cobdicia.  Aprende,  señor,  a  guardar  en  cada 
tierra  sus  vsan9as  y  leyes,  y  auisa  para  ade- 
lante, si  esta  casa  te  aplaze  para  más  de  vn  dia, 
que  acá  no  se  vsan  essas  desembolturas  ni  aun 
a  los  de  casa,  quanto  más  para  ti,  que  esta  es 
la  primera  entrada.  E  también  te  so  dezir  que 
ni  tú  as  visto  en  mí  soledad  por  que  te  me  atre- 
uas.  ni  mi  honestidad  t'^  sufrirá  para  otro  dia: 
excepto  si  no  quieres  esta  casa  para  tan  sola 
esta  entrada,  que  si  ansi  es,  luego  la  da  por 
concluyda  y  puedes  tomar  la  puerta. 

Fel. — Mi  señora,  no  te  enojes,  y  perdona, 
que  miraua  el  cabe9on  de  tu  camisa:  que  esso 
poco  que  descubren  las  tocas  se  muestra  gallar- 
da labor. 

Lib. — Bien  que  sí,  guárdele  sant  Antón  el 
inocente  como  zorra,  y  aun  essa  deue  ser  ella. 
El  hurtar  de  que  me  anisaste  deue  ser  éste,  que 
no  pequeño  despojo  de  la  casa  de  mi  madre  se- 
ria á  robarme  tú  mi  limpieza.  Pues  por  demás; 
es  la  citóla  al  molino:  que  para  responder  al 
llamado  de  tu  dañada  intención  as  aportado 
con  quien  no  oye,  y  ansi  puedes  reposar  y  auer 
plazer. 

Fel. — O,  cómo  me  condenas  por  malicioso 
sin  por  qué:  que  si  algo  hize  que  no  deuiera, 
según  me  condenas,  manda  rae  lo  tu  hermosura, 
que  como  fuera  de  mí,  en  tus  amores  traspor- 
tado, no  sé  lo  que  hago. 

Lib. — De  marauilla  eres  bonillo.  Pues  sábete 
que  si  quisiste  comer  con  mi  innocencia,  que  yo 
almorzaré  antes  con  tu  malicia  con  oyr  te  la 
It^ngua,  y  mirar  te  las  manos,  y  preuenirme  de 
guarda  a  tus  desseos. 

Fel.—Aj  vida  mia,  y  qué  robadora  de  cora- 
9ones  soys! 

Lib. — Ay,  Jesús,  y  qué  desuerguen^a,  y  no 
miras quál  me  tienes  parada?  si  mi  madre  salies- 
se  a  la  sazón!  y  valga  le  el  diablo,  y  otra  vez 
a  doze:  qué  portia  que  tiene!  Pues  yo  te  seguro 
por  oy  que  te  quedes  del  agalla. 

Fel. — O,  mi  señora,  y  qué  sacudida  soys  sin 
por  qué!  Pero  yo  te  juro  para  estas  que  en  la 
cara  tengo  que  o  yo  reuiente  por  los  yjares  o 
tú  me  cavas  al  sello  de  mi  marca  antes  de  seys 
dias;  y  aun  quiza  que  a  no  salir  ya  los  encama- 
rados, aun  aun. 

Mar. — A  señor  Felisino,  ya  bien  osaremos 
salir  sin  miedo  de  tu  espada.  Mas  qué  te  pa- 
resce  de  nuestra  tardan9a? 

Fel. — Que  tengo  por  más  venturoso  a  Ful- 
minato que  a  mí:  que  aun  la  señora  Liberia, 
que  está  más  hazendosa  que  desposada,  de  mal 
acondicionada  ae  ha  huydo  a  los  rincones,  de- 
xando  me  sólo  encomendado  al  sueño,  guar- 
dando os  los  cuerpos  como  en  monumento. 


172  orígenes  de 

Mar. — A  la  fe  hemos  menester  afanarlo  para 
tenerlo  en  esta  casa.  Por  esso  perdona:  que  con 
estas  condiciones  ha  de  hallar  mi  casa  el  que 
viniere  a  ella,  si  le  fuere  dada  entrada  como  a 
ti.  Y  en  lo  demás  que  dixiste,  aunque  hablaste 
con  malicia,  te  la  perdono  por  el  enojo  que  has 
auido  con  la  muchacha.  Pero  quiero  deshazer  tu 
sospecha,  que  no  caya  en  jujzio,  con  certificarte 
que  no  hiziraos  sino  eseriuir  vna  carta:  sino  que 
con  estar  tan  furioso  estotro  galán,  no  podia 
acabar  con  él, 

Fel. — Ansi  seria,  señora;  pero  al  goznear  de 
la  cama  lo  pregunten. 

Mar. — De  qué  te  ries?  que  me  afrentas  si 
no  me  crees. 

Fel. —  Que  sí  creo  el  Euangelio.  Pero  a,  Ful- 
minato, torna  por  tu  color  allá  dentro  y  mar- 
chemos, que  se  nos  passará  la  mesa,  y  perde- 
remos ración  y  hauremos  mal  grado.  Y  maña- 
na nos  ten,  señora  Marcelia,  por  combidados, 
quedando  a  raí  de  proueer  el  con  qué. 

Ftil. — Bien  digo  yo  que  te  bulle  el  argén; 
que  él,  ni  amores  y  diablos  y  locura,  mal  se  dis- 
simulan. 

Fel. — Anda,  que  ni  al  gastador  falta  que 
gastar,  ni  al  jugador  que  jugar,  ni  al  escaso 
que  endurar;  y  con  esto  te  queda  a  Dios,  seño- 
ra Marcelia,  y  tú,  mi  señora  Liberia,  pues  ya 
serán  deshechos  tus  nublados,  qué  me  mandas? 

Lib. — Que  vayas  con  Dios.  Alia  yrás  diablo, 
importuno  moledor.  Pero  cómo  me  queda  abra- 
sado el  cora9on  en  su  amor!  o,  cómo  fuy  mal 
anisada  y  descomedida  en  no  le  aplazer!  o,  có- 
mo si  él  me  oluida  yo  soy  muerta!  Bien  diré 
yo  cierto  que  no  conosci  el  bien  hasta  perderle. 

Mar. — Qué  hazes,  Liberia,  allá  baxo? 

Lib. — Heme  aquí;  que  por  cerrar  la  puerta 
me  detuue,  que  luego  se  fueron  y  de  priesa. 

Mar. — Pues  que  en  paz  quedamos,  loado 
Dios,  sin  embarazo,  entendamos  en  algo. 

Ful.  —  J^xen  será  sanearme  con  Felisino,  que 
aun  me  mira  de  concha.  Y  agora  ni  nunca  me 
agradó  el  tener  enemistad  de  veras  con  nadie. 
Porque  aun  no  rae  hallo  tan  eneraigo  del  biuir 
que  le  quiera  arriscar,  y  traer  el  cuerpo  cargado 
de  hierro  y  el  coraron  de  sobresaltos. 

Fel. — Qué  vienes  hablando  a  solas?  que  pa- 
resce  hagas  inuocaciones.  Si  tienes  algo  más 
de  lo  passado,  di  me  lo,  que  a  todo  me  hallarás. 

Ful. — Agora  me  sacaste  verdad  lo  que  ve- 
nia hablando  entre  mí. 

Fel. — Si  de  mí  es,  di  me  lo. 

Ful. —  De  quán  de  veras  lo  ouiste  en  de- 
nantes. 

Fel.—  Oj  pese  a  tal;  y  era  cosa  que  yo  pude 
menos,  so  pena  de  no  ser  hombre? 

Ful. — Luego  no  me  entendiste? 

Fel. — Entendite,  que  si  no  ouiera  partidores 
fuera  el  diablo. 


LA  NOVELA 

Ful. — Pues  toma  lecion  de  mí,  que  soy  Ful- 
minato: que  por  diuidir  los  partidores,  y  que  la 
diuision  la  ouiessemos  con  ellas  y  nos  cayessen 
debaxo,  como  ya  me  cayó  Marcelia,  lo  hize.  Y 
aun  tu  asnadas  (^),que  no  heziste  menos  con  la 
moíjuela,  según  que  os  oya  de  dentro  el  gruñir. 

Fel. — Ya,  ya,  mira  quién  te  auia  de  entender, 
por  esso  eres  tú  ya  marcado,  e  yo  por  bo^al 
aprenderé  de  ti  de  oy  más.  Pero  dexando  esto: 
cómo  te  fue?  que  gran  goznear  de  tablados  pas- 
saua. 

Ful. — Tú  me  di  a  mí  qué  heziste,  que  yo  no 
anduue  camino  que  ya  no  supiesse  de  otras  ve- 
zes  lo  auer  caminado. 

Fel. — No  sé  qué  te  diga  de  mo^a  tan  indo- 
mita. 

Ful. — Pero  con  todo  creo  que  te  podré  lla- 
mar yerno  y  tú  honrarme  por  suegro,  porque 
ella  mucho  gruñía  corao  primeriza.  Ansi  que 
sabe  agradescer  la  honra  a  quien  te  la  haze.  Y 
sufre  y  calla,  y  guiate  por  quien  sabe,  si  quie- 
res medrar. 

Fel. — Esso  te  agradesco  con  tu  buena  vo- 
luntad, Pero  tampoco  pienses  que  se  hizo  la 
copula,  aunque  o  yo  podré  poco  o  ello  se  con- 
cluyra  presto. 

Ful. — Pues  mira  que  al  sangrar  no  la  man- 
ques, y  tú  desmayes. 

i^é/.— Aunque  bouo,  no  pienses  que  lo  soy 
en  todo:  yo  sabré  qué  haga,  visto  en  el  caso,  E 
pues  estamos  en  casa,  callemos,  y  dexa  me  en- 
tender en  mi  jirouision. 

Ful. — Pues  mira  que  aunque  seas  anisado, 
jamas  hizo  mal  consejo  de  amigo.  Lo  qae  te 
aniso  es  que  salgan  del  cuero  las  correas,  y  a 
buen  entendedor  no  más. 

Fel. — Ansi  será:  porque  bastará  poner  yo 
vn  real  para  aloxa  si  fuere  menester;  y  en  todo 
lo  demás  que  rae  acorran  despensa  y  botillería, 
pues  yo  en  seruicio  de  mi  amo  rae  gasto. 

Ful. — Ya  te  podras  graduar  de  maestro  de 
baratar;  y  ansi  sea,  que  a  los  amos  y  a  los  ene- 
migos comellos  y  roellos,  y  después  sisar  para 
dos  reales  para  coraponernos.  E  con  todo  esso  en 
este  caso  raás  es  menester  hazer  que  no  dezir. 

Fel. — Entremos,  que  al  cabo  lo  verás,  Dios 
queriendo, 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  Y 

Floriano  y  J.ydorio  passan  grandes  platica?  sobre  la  fuerca  de 
amor.  Y  Polyles  llena  la  carta  a  Belisea. 

Floriano,  Lydorio,  Polytes,  Fulminato. 

[Flor.]  —  O  omnipotente  hazedor  de  todo 
compuesto,  y  cómo  sapientissimamente  gouier- 

(')  Manera  vulgar  de  decir,  por  aosadas  ó  ausadas, 
como  soUa  escribirlo  Santa  Teresa  de  Jesús. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


173 


ñas  todas  las  cosas,  a  la  consecución  del  fin  para 
que  fueron  criadas  las  inclinando.  E  con  saber 
\'o  esto  añado  a  mis  flacas  fuerras  couBancas  de 
esperar,  comprehender  y  alcanzar  cosa  de  tan  so- 
brado meresciniionto  para  mí,  como  es  mi  seño- 
ra Belisea;  y  en  mí  tal  perseuerancia  donde  tai- 
ta meresciuiiento.  Conozco  que  me  crió  Dios 
para  seruir  a  mi  señora  Belisea.  Porque  de  uer 
que  mi  desseo  y  mi  voluntad  y  mi  entendimiento 
y  memoria  van  dirigidas  a  ella,  ansi  })or  la  t'uer- 
ca  del  delicado  amor  con  que  la  amo  y  desseo, 
soy  violentado  por  mi  querer  a  querella,  pues 
para  tal  me  crió  Dios.  E  como  para  tal  bien 
mió  me  da  natural  inclinación  del  amor,  como 
por  objeto  de  mi  contentamiento.  Pero  ay  de 
mí,  que  como  esta  gloria  que  yo  sigo,  y  amo,  y 
procuro,  y  tengo  como  por  último  fin,  excede 
tanto  a  la  capacidad  del  supuesto  de  mi  flaque- 
za, temo,  como  no  capaz  de  tanta  gloria,  ser 
para  siempre  priuado  de  ella,  ü  amor  falso,  o 
balaguero,  o  engañador,  o  inconstante:  que  con 
saber  tus  amadores  y  los  que  son  de  tu  valia  y 
siguen  tu  estandarte  que  eres  largo  en  prome- 
sas y  muy  abreuiado  en  el  pagar,  tienes  tantos 
debaxo  tu  vandera  que  muy  sin  difficultud  se- 
rian contados  los  que  auiendote  conoscido  se  han 
escapado  de  tu  subjection.  O,  cómo  te  muestras 
en  tus  hechos  muy  villano,  que  a  los  que  te  si- 
guen mas  subjectoSf  a  essos  tratas  más  áspera- 
mente. E  como  vill¿ino  sue?  muestras  tus  fuer- 
9as  contra  los  más  abatidos  y  menos  resisti- 
dores. 

Lt/d.  —  T>i,  Polytes,  duerme  Floriano  o  qué 
haze? 

Pol. — Está  haziendo  consigo  tanta  variedad 
de  cosas  differentes  de  hombre  sin  ningún  sos- 
siego,  que  no  te  sabré  dezir  qué  es  lo  que  haze. 
Pero  oye  oye,  que  ya  torna  a  tocar  la  vihuela, 
y  escucha  e  oyras  marauillas  y  nouedades  como 
yo  he  oydo  en  poco  rato  que  ha  que  estoy  aguar- 
dando coyuntura  para  entrar. 

Lyd.  —  Pues  está  atento. 


ROMANCE    o 


DISC.VNTE    DE    LOS 
DE  FI.GRIAXO 


Flor.        Q liando  con  menos  cuidado 
mis  cuidados  yo  sentía, 
me  conosci  ser  llenado 
por  nueva  guia  guiado 
do  mi  desseo  quería; 
ajeno  de  compañía 
sino  solo  mi  querer, 
sin  atrás  passo  torcer, 
salí  tras  quien  me  giuaua: 
vime  puesto  donde  estaña 
un  sol  que  el  sol  obscuresce, 
d'una  dama  que  meresce 
de  nadie  ser  merescida, 


do,  mí  libertad  perdida, 

hice  punto  a  mi  jornada, 

de  mi  bien  siendo  mirada 

siempre  via  más  que  ver; 

propuesto  pues  de  saber 

nombre  de  tal  hermosura, 

en  pago  de  mi  locura 

y  sobrado  atreuimiento 

fui  lanpado  en  vn  momento 

en  cárcel  tenebregosa, 

do  con  gran  morir  reposa 

mi  cora9on  aftiígido, 

que  aunque  se  siente  perdido 

se  dessea  más  perder, 

pues  siente  no  merescer 

más  premio  del  conseguido. 
Lf/ri. — O,  quán  en  alto  stylo  a  discantado  en 
principio  de  •  sus  amores,   mostrando  bien  su 
pena  y  señalando  bien  la  causa! 

Pol. — Pues  oye,  oye,  que  ya  torna  a  la  des- 
hecha. 

DESHECHA   AL   ROMANCE 

Flor.  No  se  compara  mí  pena 

con  qualquier  mal  desta  vida, 
ni  hay  pena  más  merescida. 


Es  mi  pena  tan  sobrada 
quanto  en  mi  falta  poder 
del  poder  do  esta  encumbrada 
la  gloria  de  mi  querer: 
que  aunque  sobra  mi  perder 
a  qualquier  mal  desta  vida, 
no  hay  pena  más  merescida. 
Lyd. — Bien  dizen  los  philosophos  que  la  ve- 
xacion  onecessídad(')  (si  no  se  toma  con  sobra- 
das fuer9as)  que  abíua  el  entendimiento,  y  que 
los  amores  hazen  eloquentes  aun  a  los  mudos. 
Entrar  quiero,  que  no  es  razón  de  no  comuni- 
car contino  con  vn  hombre  de  tan  viuo  entendi- 
miento, y  tan  claro  juyzio,  y  tan  buen  razona- 
miento; y  tal,  que  aunque  enferma  y  daña  a  si, 
aprouecha  a  los  oyentes. 

Flor. — Está  alguno  ay  fuera? 
Lyd. — Señor,  agora  llego  yo  a  ver  si  man- 
dauas  alguna  cosa. 

Flor. — Quiero,  si  tú  me  quieres  bien,  que 
me  ayudes  a  dar  fin  a  mí  tan  penada  vida. 

Lyd. — Quitar  la  querría  yo  a  tus  enemigos  y 
dar  te  la  a  ti,  y  todo  descanso,  sí  en  mí  mano  es- 
tuuíesse. 

/'7o/'. — O,  qu('  bien  dizes  si  estuuiesse  en  tu 
mano:  pues  quiso  Dios  que  mi  viuir  pendíesse 
de  Belisea,  y  mi  niuerte  está  en  su  querer,  y  mi 
descanso  en  su  libertad,  y  mí  salud  en  su  deli- 

(')  En  el  original,  necescidad. 


174 


orígenes  de  la  novela 


beracion  y  aluedrio,  y  todo  mi  bien  en  su  dispo- 
sición. Pues  tiene  vniuersal  dominio  en  este  in- 
ferior mundo  que  da  habitación  a  los  mortales. 
Lyd. — Mira,  señor,  que  hablas  fuera  del  len- 
ííuaje  de  la  fe,  que  affirma  (como  es  ansi)  ser 
Dios  principio  y  causa  y  gouierno  de  todo  lo 
causado,  inferior  y  superior. 

Flor. — Dime,  Lydorio,  tú  no  sabes  que  en 
el  disponer  de  las  cosas  subjectas  al  criador,  que 
es  Dios,  y  a  las  celestes  influencias,  que  ay  cau- 
sa primaria  y  general,  que  es  Dios,  y  causas  se- 
gundarias? y  no  sabes  que  a  estas  que  llama- 
mos secundas  causas,  con  darles  Dios  poder  de 
influir  sus  qualidades  en  lo  elementado,  también 
a  las  veces  les  dexa  el  gouierno  de  algunos  par- 
ticulares effectos:  para  que  después  del  concur- 
so general  de  Dios  estas  segundas  causas  se 
puedan  llamar  principio  o  causa  en  algún  com- 
puesto? 

Li/d.~Sé  bien  que,  según  philosophia,  al- 
gunas vezes  causas  segundas  produzen  algún 
compuesto,  pero  con  tanto  que  el  tal  ser  depen- 
da del  de  la  primera  causa,  que  es  Dios,  como 
paresce  al  sentido  que  la  reuolucion  del  sol  y 
planetas  y  elementos  produze  la  alegría  de  los 
campos  en  la  seca  tierra,  trayendo  el  verano. 
Pero  todo  esto  y  otros  effectos  que  haze  la  in- 
fluencia del  sol  lo  dispone  aquel  primer  princi- 
pio que  todo  lo  crió  con  la  palabra.  Pero  esto  a 
que' fin:  para  prouar  tú,  señor,  que  vna  muger, 
que  en  género  de  criatura  es  menos  perfecta  que 
tú,  te  pueda  ser  causa  de  vida  ni  alegría,  ni  las 
demás  qualidades  o  accidentes  que  en  ti  pueden 
causar  las  celestes  influencias,  que  como  segun- 
das causas  te  disponen  a  lo  que  Dics  te  quiere 
inclinar  y  ordenar  de  ti?  Ansi  que  no  sé  cómo 
puedes  dar  a  tu  señora  poder  de  algún  effecto 
causal. 

Flor. — Aunqueauia  otras  cosas  que  resultan 
de  tu  departir,  a  que  te  podia  responder,  repro- 
uando  tu  hablar,  en  ser  (si  fuesse  como  dizes) 
menos  perfecta  mi  señora  o  no,  porque  sé  que  el 
tú  dezillo  fue  solo  yerro  de  lengua,  callando  en 
esto,  passo  a  lo  que  de  principal  dudas  cómo  sea 
mi  señora  la  que  después  de  Dios  disponga  en 
mí  su  querer.  Ya  sabes  que  en  quanto  mi  ser 
sea  deriuado  de  Dios,  del  qual  no  menos  ema- 
na mi  señora,  que  ansi  entramos  (aunque  en 
gran  desigualdad)  tenemos  respecto  a  Dios  como 
primera  causa  y  hazedor.  Pero  yo,  que  conozco 
que  todo  quanto  en  mí  puso  Dios  lo  puso  con 
obligación  y  debaxo  de  condición  que  fuesse 
gouernado  por  mi  señora,  ansi  por  no  faltar  de 
la  ley  natural  como  del  querer  de  Dios  que  en 
mí  quiso  esto,  quiero,  y  amo,  y  desseo,  y  adoro 
a  Belisea. 

Lijd. — Ay,  por  Dios,  señor,  que  te  moderes 
en  tal  desenfrenamiento  de  hablar:  pues  basta  ' 
ser  ella  muger  y  tú  ser  hombre. 


Flo)-. — E  aun  como  hombre  y  tan  buen  enten- 
dimiento y  \ej  como  tú  me  dizes,  conozco  bien 
lo  que  af firmo  ser  ansi.  Porque  ni  tú  en  ello 
para  me  incusar  tienes  razón,  ni  yo  excusable 
excusa,  sino  confiesso  que  consiste  mi  felicidad 
en  la  memoria  de  Belisea.  Ansi  es,  y  ansi  lo 
affirmo,  y  ansi  lo  confiesso.  Agora  di  contra  mí 
todo  lo  que  te  pluguiere,  pues  me  conosces  ya 
bien  firme  en  la  fe  de  mi  señora.  Y  aun  más  te 
digo,  que  si  el  ser  de  hombre  dize  perfectiou 
(como  tú  dixiste),  que  en  ninguno  la  ay  tal  ni 
tanta  como  en  mi  señora,  que  para  mayor  ma- 
nifestación del  poder  de  Dios,  que  puede  poner 
las  perfectiones  donde  quiere,  y  como  le  plaze, 
por  particular  priuilegio  fue  hecha  muger  y  en 
ella  asentó  el  criador  sus  perfectiones,  y  la  co- 
municación de  las  mias  y  el  i'etracto  de  las  del 
orbe. 

Lyd. — A  la  fe,  señor,  guíalo  como  te  plaze: 
pero  la  necessidad  haze  eonoscer  quién  sea  el  va- 
ron  para  tener  ánimo  generoso,  y  en  esto  muy 
al  descubierto  discrepa  el  varón  de  la  hembra. 
Porque  en  tener  buen  dezir,  buena  muestra, 
dorados  meneos,  en  presteza  de  lengua,  en  viue- 
za  de  juizio  para  de  repente,  mayormente  para 
mal;  en  pensar  insultos,  en  inuentar  trayciones, 
en  hablar  maldades,  en  descubrir  sotilezas  de 
engaños,  en  forjar  mentiras,  en  hazer  embau- 
camientos, en  querer  abominaciones,  en  come- 
ter insultos,  en  tractar  adulterios,  en  dessear 
homicidios,  en  amar  crueldades,  en  tener  sober- 
uias,  en  affection  de  glotonías,  en  sin  freno  en 
luxurias,  en  caminar  por  estremos,  en  querer 
siempre  la  suya  en  pie,  si  me  dizes  que  en  estas 
y  otras  tales  consiste  el  ánimo  y  fuer9a  o  per- 
fectiou del  ser  varón,  pocos  varones  ay  tanto 
como  ellas,  si  a  lo  menos  no  en  el  ser  natural, 
en  el  ser  vicioso. 

Flor. — Anda,  que  essas  vniuersales  siempre 
admiten  algún  excepto.  Y  aun  también  como  la 
perfectiou  de  que  tú  dizes  ser  dotado  el  varón 
ha  de  ser  de  género  de  virtudes.  Y  vemos  co- 
munmente auer  más  bondad  moral  en  las  mu- 
geres,  quanto  más  que  algunas  van  en  la  cum- 
bre en  esto;  y  ansi  lo  está  mi  señora  Belisea  en 
todo  atributo  de  bondad.- 

Lyd. — Bien  te  confiesso,  señor,  que  a  lo  co- 
mún las  mugeres  son  más  deuotas,  más  reza- 
doras, más  estacioueras,  más  molles  de  cora- 
9on  para  en  quien  se  imprima  la  piedad,  y  de 
entrañas  más  compassibles  y  tiernas  para  con 
los  affligidos,  y  más  sermoneras,  y  finalmente 
más  dúctiles  para  ser  persuadidas  a  deuo- 
cion  y  a  la  virtud  exterior.  Pero  esto  las  que 
no  lo  hazen  de  fingido  hazenlo  porque  Dios  y 
naturaleza  las  hizo  subjectas,  y  a  los  hombres 
más  libres.  Pero  ansi  como  son  blandas  para 
la  impression  del  bien,  ansi  son  también  más 
flexibles  al  mal.  E  la  que  cae  de  veras  y  al  des- 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


175 


cub¡e[r]to,  más  daño  haze  que  vn  hombre; 
por  la  inclinación  que  puso  Dios  y  naturaleza 
para  lu  amar,  y  amándola  seguilla,  y  siguién- 
dola imitarla.  E  tornando  a  mi  intento  sin  de- 
zir  de  ninguna  en  especial,  hallarás  muchas  ve- 
ces grandes  maldades  e  insultos  e  embustes  de- 
baxo  de  las  largas  y  honestas  tocas  y  faldas. 
E  ansi  dize  el  vulgar:  que  grandes  males  encu- 
bren faldas.  Porque  si  las  miran  a  defuera  yen- 
do parescen  vnas  senadoras,  con  gran  grauedad 
de  cuerpo  y  con  gran  terneza  de  pies,  y  des- 
caymiento  de  piernas:  que  parescc  que  han  me- 
nester cuentos  para  se  tener  como  casa  veja,  y 
ver  las  heys  con  vna  grauedad  y  serenidad  de 
rostro,  que  no  ay  que  pedir  más  ni  que  poder 
tachar.  Pero  tengan  lugar  y  tiempo  y  libertad 
y  occasion  (o  si  no,  ellas  la  buscan)  que  alli  os 
digo  yo  que  no  ay  (en  su  possibilidad)  gamo 
por  collados,  ni  hardica  por  montes,  ni  conejo 
hasta  el  vinar,  ni  pega  de  rama  en  rama,  ni  re- 
beyo  de  peña  en  peña,  que  ansi  se  desembuel- 
uan.  Y  aun  si  ay  arboleda  o  frutales,  que  no  ay 
mona  tan  trepadora,  ni  oruga  tan  destruydora. 
Pues  a  los  hombres  que  las  han  de  sustentar 
son  tan  costosas,  que  si  las  quieren  complazer, 
todo  el  tiempo  se  yrá  en  daca  el  verdugado,  la 
saboyana,  la  vasquiña,  la  mantillina,  el  volante, 
la  toca,  la  gorgnera,  la  crespina;  finalmente,  no 
ay  más  que  decir,  pues  no  se  acabará  de  escri- 
m&r(s¿cJ\o  que  ellas  jamas  acaban  de  imaginar  e 
inuentar  e  vsar  y  engañar.  Pues  si  miras  en  ello 
como  cur'.oso,  verás  que  con  los  verdugados  cu- 
bren quiebras  y  defectos  del  cuerpcj,  y  con  sus 
lagrimas  someras  dissimulan  y  encubren  males 
de  la  voluntad,  y  falsías  de  ánimo  deliberado: 
que  contra  los  que  más  muestran  amor  suelen 
tener  en  el  pecho.  Y  porque  no  me  digas  que 
hablo  de  coro  y  que  las  infamo  por  mi  cabe9a, 
no  acotando  qué  digan  los  que  las  conoscieron 
y  qué  vieron  de  ellas  los  que  las  trataron,  mira 
en  lo  primero  al  sabio  Salomón,  que  tanto  las 
amó  y  tanto  daño  le  vino  por  ellas,  lo  que  de 
ellas  dize  en  sus  escrituras,  quando  se  le  offres- 
ce  hablar  de  mugeres.  Lee  al  Mautuano  en  vna 
égloga;  mira  al  Petrarcha;  escucha  al  Ouidio, 
y  atiende  al  Juuenal,  y  finalmente  quantos  sa- 
bios Gentiles,  Judios,  Christianos,  Moros,  Pa- 
ganos, offresciendoseles  en  sus  escritos  materia 
en  que  hablar  de  mugeres,  afanan  y  se  desue- 
lan en  cómo  anisar  a  los  leyentes  que  se  guar- 
den de  sus  conuersacioues.  Porque  si  os  han 
menester,  se  os  muestran  muy  humildes,  muy 
halagueras,  muy  amorosas,  muy  dúctiles,  muy 
affables,  muy  conuersables,  muy  subiectas  y 
muy  temedoras  de  enojaros.  Pero  si  salen  con 
5U  facto  y  tienen  la  suya  en  hito,  viendo  la  vues- 
tra discayda,  luego  tornan  nmy  altiuas,  muy 
yubareñas,  muy  mandonas,  muy  mal  suffridas, 
muy  señoras,  muy  sacudidas,  muy  esquinas;  fi- 


nalmente, si  os  sienten  molleja,  luego  piensan 
comeros.  E  si  os  les  subjectays  vn  poco,  vos  les 
days  el  dedo,  y  ellas  toman  la  mano  en  todo  y 
por  todo,  porque  os  quieren  dar  a  entender  que 
las  ayays  menester.  Pues  hablando  de  lo  que 
refieren  de  ellas  los  eecriuientes,  qué  vieron  de 
hechos  nuiy  atroces  y  feos!  mira  quán  canina 
fue  a  todo  el  humano  linage  la  golosina  y  so- 
beruia  de  la  mujer  primera  del  mundo!  Pues 
quién  por  cobdicia  de  oro  hiziera  loque  Tarpeya, 
en  dar  el  Capitolio  Romano  a  los  enemigos?  en 
género  de  luxuria  torpe,  quién  hizicra  lo  que 
Pasiphae  ni  Minerua?  quién  perpetrara  lo  que 
Scylla,lujadeLizo(')en  matar  a  su  padre?  Pues 
quién  se  atreuiera  a  lo  que  Judit,  ni  a  lo  que 
Jael,  puesto  que  lo  aprueua  la  escritura  sa 
era?  y  si  no  fuese  fastio  reco{)ilar  males  age- 
nos,  seria  no  acabar  de  contar  cosas  atroces  y 
feos  hechos  de  audacissimas  mugeres.  Pero  con- 
cluyendo mi  plática  prolixa  a  su  breue  intento, 
digo  que  atiendas  que  en  te  affectionar  a  vna 
muger  has  de  mirar  que  tú  eres  hombre  y  cria- 
do para  mandar,  y  ella  es  muger  y  criada  para 
seruir. 

Flor. — Ya  no  puedo  suffrir  ni  oir  las  blas- 
phemias  que  tu  dañada  y  canina  intención  de- 
clara por  tu  lengua  contra  las  mugeres,  por  sólo 
dañar  a  la  que  yo  tengo  por  ángel  en  forma  de 
muger,  a  la  qual  amo,  y  adoro,  y  estimo,  y  temo 
reuerencialmente. 

Pol. — O  hi  de  puta  el  diablo,  y  cómo  ha  eii- 
tretexido  alta  y  compendiosamente  muchas  ce- 
sas Lydorio  a  un  fin!  pero  quiero  oir  qué  dirá 
Floriano,  que  está  hecho  vn  ciego  de  amor. 

Li/d. — Pues  que  por  aqui  empeora  y  se  pone 
más  obstinado  y  dize  más  errores,  quiero,  to- 
mando de  dos  males  el  menor,  hablalle  en  cosas 
de  amor. 

Flor. — Qué  dizes  del  amor? 

Lyd. — A  la  fe,  do  el  cora9on,  ay  las  mientes. 
Señor,  no  digo  sino  que  he  oído  hablar  a  nm- 
chos  y  escriuir  a  muchos  contra  las  mugeres; 
los  quales  dexando  sus  dichos  y  mirando  sus 
hechos,  veo  que  se  perdieron  vnos  y  otros  fue- 
ron puestos  del  lodo  por  su  amor.  Y  espantó- 
me cómo  anisando  sabiamente  a  otros,  ciegamen- 
te yuan  ellos  cayendo. 

Flor. — E  aun  yo  huelgo  que  tú  te  vayas  Ic- 
uantando  de  tu  tesonia,  y  mires  quán  grande 
sea  el  poder  del  amor. 

Li/d. — Dizen  los  que  le  discantan  que  tiene 
poder  sobre  todo  hombre,  y  aun  sobre  todo  el 
hombre. 

Flor. — Los  que  lo  dizen  ansi,  en  lo  primero 
hablaron  como  sabios  y  en  lo  segundo  escriuie- 
ron  como  experimentados.  Porque  el  que  es  to- 
cado del  tal  poderlo,  ninguna  potencia  tiene  que 

(')  sic.  por  «Jíiso». 


176 


orígenes  de  la  novela 


no  sea  más  del  amor  que  no  del  proprio  cuyas 
son  las  tales  potencias :  porque  está  de  sí  mes- 
mo  ajeno. 

Lyd. — Vna  cosa  tengo  por  aueriguada,  y  es, 
que  el  libre  aluedrio  del  hombre  no  admite  sub- 
jection  sino  á  Dios.  Y  ansi  tengo  por  difficil 
que  vna  buena  aparencia  de  vna  muger  baste 
a  priuar  a  vn  libre  hombre  de  su  propria  liber- 
tad, en  la  qual  Dios,  aun  de  ordinario  poderio, 
vemos  que  no  quiere  nieter  la  mano.  A  muchos 
lo  he  oydo  y  en  muchos  lo  he  leido,  y  en  ti,  se- 
ñor, veo  esto,  y  no  puedo  pei'suadirme  a  que  no 
aya  otra  cosa  que  al  hombre  fuerce  más  que  el 
amor,  en  quanto  solo  amor. 

Flor. — Bien  muestra  la  desemboltura  de  tu 
lengua  no  auer  sido  tocado  tu  coraron  de  su  fle- 
cha. Porque  si  supiesses  del  poder  del  amor, 
sabrías  que  contra  él  ni  ay  letras,  ni  astucias, 
ni  fuer9as,  ni  artes,  ni  cosa  que  estoruar  pueda 
su  querer. 

Lyd. —  Oydo  he  que  todas  las  cosas  vencja  y 
subjecte  a  su  poder  toda  viniente  criatura  ele- 
mental. Pero  como  los  dichos  remueuan  menos 
que  los  exemplos,  refierome  todavía  en  creer  lo 
que  veo.  Porque  si  vn  hombre  tiene  cuenta  de 
tornar  por  la  honra  de  su  nobleza  y  libertad  con 
que  fue  del  criador  adornado,  que  no  caerá  al 
primer  tras  píe,  si  no  quiere  enfermar  su  propria 
voluntad. 

Flor. — O,  Lydorio  y  quánta  suauidad  trae  el 
hablar  de  la  guerra  en  la  quietud  de  la  paz,  que 
donde  interuiene  el  amor  ni  ay  honra,  ni  fama, 
ni  libertad,  ni  antojo,  ni  parescer  proprio,  ni  ne- 
gar, ni  conceder,  ni  odio,  ni  amistad,  ni  muer- 
te, uí  pérdida  de  la  vida  que  se  le  anteponga 
para  que  no  haga  lo  que  quiere  y  nosotros  no 
le  obedezcamos.  De  manera  que  te  digo,  que  si 
f  uesses  sayo  como  eres  agora  tuyo,  verías  cómo 
del  tu  dezir  al  su  hazer  ay  mucho,  y  verías  que 
vno  es  dar  documentos  estando  sano  al  que  está 
doliente  para  que  sane,  y  otro  es  poder  y  saber 
se  aprovechar  de  ellos  mesmos  en  el  mesmo  me- 
nester puesto. 

Lyd. — Oydo  he,  señor,  discantar,  y  a  mu- 
chos discantar  del  poderio  del  amor,  pero  en 
nadie  le  he  haUado  con  tantas  fuerzas  como  con- 
tigo. 

Flor. — Bien  creo  yo,  Lydorio,  que  essos  que 
escriuiendo  lo  discantauan  y  díffinian  como 
maestros,  que  aun  no  deuieron  entrar  en  su  es- 
cuela del  amor  como  discípulos;  quiero  dezir, 
que  tractan  del  amor  como  letrados  e  ignoranle 
como  experimentados.  E  ansi  dizen  que  no  ay 
más  sabio  cirurjano  que  el  bien  acuchillado.  E 
ansí  digo  que  el  que  no  fuere  tocado  de  su  do- 
rada flecha  mal  sabrá  conoscer  la  fuerca  que  el 
amor  haga  en  las  voluntades,  y  cómo  enagen?. 
toda  libertad  y  mude  todo  humano  querer,  y 
ocupe  todo  el  entendimiento. 


Lyd. — Holgaría  saber  de  plática  algo  de  su 
poderío  para  ver  sí  me  podré  persuadir  a  tener- 
le pjor  tan  poderoso  y  brauo  como  le  pintan, 
aunque  deue  ser  la  pintura  del  león:  que  quan- 
to más  fiero  le  pintan  paresce  mejor  león. 

Flor. — Puesto  que  te  falten  principios  en 
esto,  que  quieres  saber  ya  como  maestro,  pues 
no  eres  tocado  de  su  rabia,  pero  lo  que  del  amor 
yo  te  puedo  declarar,  por  tu  contentamiento  y 
mí  deleyte  en  tractar  en  él,  es  que  aquesto  que 
en  nosotros  los  amantes  llamamos  amor  no  es 
otra  cosa  sino  vn  familiar  y  secreto  enemigo. 
Es  vna  rabia,  de  la  qual  todo  humano  entendi- 
miento tocado,  se  trastroca  y  desencasa  de  su 
proprio  ser  y  querer  y  libertad.  Por  cuya  razón, 
siendo  el  hombre  el  mesmo,  dexa  de  ser  el 
que  era  antes  de  ser  herido  de  tal  poder.  Es 
vna  commixtura  de  males  contrarios  que  para 
más  presto  fenescer  la  vida,  guían  contra  el  co- 
raron, y  allí  parando,  tiene  fin  la  tal  muerte. 
Es  vn  poder  que  fuerza  las  potencias  del  alma 
y  captíua  la  voluntad,  y  desarrayga  la  libertad 
del  libre  aluedrio.  Es  vn  sello  de  muerte  ím- 
presso  en  el  ánima;  vna  muerte  que,  sin  quitar- 
nos el  viuír,  haze  nuestra  vida  vn  contíno  des- 
fallescímíento;  vn  tan  entrícado  enredamiento, 
que  el  más  sabio  no  se  sabe  del  desenredar.  Es 
vn  cossario  robador  de  todo  plazer;  vn  amigo 
cuya  amistad  es  muy  desseada  y  muy  prejudi- 
cial; vn  confactíonado  veneno  de  cosas  delecta- 
bles;  vna  suaue  delectación  a  la  vista  y  vn  so- 
brado trabajo  al  entendimiento;  vn  embaydor 
que  nos  muestra  las  cosas  al  contrario  de  lo  que 
son;  vn  astuto  tahúr,  con  quien  mientras  más 
jugamos  más  desseamos  y  más  perdemos;  vn 
ladrón  casero;  vn  amado  enemigo;  vna  volun- 
tariosa subjection,  que  sin  quererle  nosotros  de- 
xarnos  subjecta;vn  flechero  acertado  que  tiene 
por  blanco  nuestro  cora9on  y  heríendole  lo  dexa 
hecho  ceniza;  vn  tan  poderoso,  que  quiere  y 
puede  juntamente,  por  cuya  causa  annumeran- 
dole  vno  de  los  sus  dioses,  le  dauan  poder  sobre 
todos  ellos. 

Lyd. — Y  aun  ansi  creo  yo  que  como  essos 
fingían  dioses  sin  lo  ser,  ansi  él  deue  tener  más 
ser  en  atributo  que  en  existencia,  ni  potencia, 
si  no  fuere  imaginada;  porque  al  fin  ni  él  es  tan 
artero  que  sí  no  queremos  nos  engañe,  ni  él  es 
cosa  actual  ni  corpórea. 

Flor. — O  Lydorio!  que  ni  ay  quien  se  le  abs- 
conda  ni  defienda,  porque  es  vn  sagaz  nego- 
ciante, que  se  sabe  a  su  saluo  hazer  tosco  con 
los  toscos,  con  los  encerrados  habita,  a  los  so- 
litarios no  oluída,  a  los  fuertes  se  muestra  po- 
deroso y  con  los  abatidos  se  acompaña.  Fi- 
nalmente, es  tan  vniuersal  para  todo  lo  que 
quiere,  que  se  sabe  hazer  todo  con  todos,  para 
todo  lo  tener.  A  nadie  desdeña,  desde  el  pastor 
en  su  aprisquero  y  cabana,  que  se  acompaña 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


177 


con  solo  su  hato  y  caramillo,  al  tal  ca(^a,  y  del 
passa  al  einperador.  Ansi  que  todo  lo  tiene,  y 
todo  lo  coiunnica,  y  todo  lo  prende,  y  a  nadie 
perdona,  y  a  ninguno  concede  ventaja.  Varía  la 
forma,  ansi  que  aun  a  los  irracionales  no  da  des- 
uio;  pero  con  toda  sensible  criatura  tracta  de  su 
poder,  sin  dexar  aun  las  moradas  de  los  peces 
en  las  profundas  aguas. 

Fol. — O,  qué  bien  discantado  ha  el  poderío 
del  amor;  quán  bien  gastado  es  el  tiempo  con 
tal  entendimiento  de  hombre. 

L>/(1. — Por  mucho  tengo  su  poder;  pero  por 
más  estimo  no  ser  conoscido  de  los  que  le  trac- 
tan,  porque  quien  obra  tan  en  contradiction, 
vna  vez  que  otra  no  puede  dexar  de  ser  conos- 
cido su  engaño. 

Flor.—  Para  esso,  quién  te  podra  contar  los 
dif  ferentes  estilos  que  tiene  en  hazer  sus  hechos? 
qué  ayrado  se  muestra  con  los  humildes?  quán 
balaguero,  quán  soportador  de  injurias  con 
quien  le  resiste?  qué  ligero  cuando  quiere?  qué 
graue  quando  es  menester?  qué  fuerte  quando 
siente  que  le  tenien?  qué  franco  prometedor 
hasta  auer  prendado  ,  y  qué  auariento  después 
quando  le  piden?  Vnos  le  hallan  piadoso,  otros 
cruel;  vnos  manso,  otros  seuero;  vnos  muy  co- 
municable, otros  muy  zahareño.  Qué  rhetorico, 
qué  sabio,  qué  enbaydor?  y  con  todo  esto,  es 
querido,  y  seguido,  y  reuerenciado,  y  estimado, 
y  loado  de  todos,  y  desseado  del  vniuerso? 

Li/d. —  Dessearle  han  hallar  los  que  a  sí  des- 
searen  perder;  buscarle  han  los  que  a  sí  no  se 
hallaren,  y  ganarle  ha  el  que  fuere  perdido. 

Flor.-  Qué  dizes  de  perdido? 

Lyd. — Digo  que  harto  es  perdido  el  que,  ha- 
llándole, con  conoscelle  no  le  pierde. 

Flor.—  O,  Lydorio,  cómo  hablas  de  talanque- 
ra! no  ay  medio  para  alcan9ar  sus  estremos. 
Porque  si  lo  desseays  hallar  ayrado  para  resis- 
tille  y  tomar  occasion  de  le  dexar,  entonces  le 
""reys  muy  subjecto  y  muy  balaguero  hasta  que 
-  pesca.  Pero  después  torna  tan  altiuo,  tan 
inojoso,tan  coxqui  lioso,  que  perdemos  de  nues- 
tra justicia,  por  no  perder  su  amistad.  Final- 
mente, es  tan  amigable  su  conuersacion,  que 
quando  más  pena  nos  da  a  los  que  le  seguimos, 
entonces  es  de  nos  más  amado  y  codiciado.  Y 
quando  vinimos  sin  la  continua  muerte  los  que 
le  siguimos,  entonces  nos  juzgamos  por  más 
muertos.  Y  quando  más  nos  hallamos  de  muer- 
te heridos,  nos  hallamos  con  vida  vana  gloriosa. 

Li/d. — De  manera  que  concluyes,  señor,  que 
no  tiene  el  amor  más  ser  de  quanto  le  da  el  que 
le  sustenta;  y  ansi  no  aura  que  temer  el  hom- 
jbre  de  ser  derrocado  de  su  libertad  de  libre  al- 
juedrio. 

i  Flor. — Mas  quiero  perdiendo  de  mi  justicia 
callar  que  respondiendo  no  te  acabar  de  satisfa- 
cer. Que  pues  tan  casto  estás  en  tu  firme  liber- 

ORÍGENES   DE    LA   NOVELA. —  III. — 1'2 


tad,  ruega  a  Dios  por  buenos  temporales,  y  no 
digas  desta  agua  no  beuere.  Porque  si  te  tocare 
tal  rabia,  al  cabo  de  tu  libre  vencimiento  te 
daré  la  corona  de  la  victoria,  y  el  pregón  públi- 
co de  alaban9a;  aunque  me  temo  que  si  te  vie- 
res como  yo,  que  harás  como  los  umchos. 

Fol. — Y  aun  quipa  entrará  tarde  y  prenderá 
ayna;  porque  si  el  amor  viene  a  bracos  con  él,  o 
él  caerá  como  otros  hombres  más  fuertes  que 
no  él,  o  él  será  ángel  entre  los  hombres. 

Lyd. —  Ni  quiero,  señor,  justificarme  en  lo 
que  dizes,  ni  condenarme:  porque  como  libre  de 
razón  sé  lo  que  deuria  hazer;  pero  no  sé  lo  qne 
haria  por  no  perder  mi  libertad,  aunque  más 
hiziesse  el  amor,  si  Dios  fuesse  de  mi  valia. 

Flor. — Al  fin  tú  hablas  de  la  feria  como  te 
ha  ydo  en  ella,  y  tractas  del  amor  como  hom- 
bre oluidado  del.  Y  pues  yo  no  le  puedo  negar 
subjecion,  llámame  a  Polytes:  darle  he  esta  car- 
ta, de  la  qual  no  te  doy  parte  por  ver  tu  poco 
gusto  en  lo  que  yo  me  como  las  manos  y  aun 
las  entrañas  de  goloso  tras  ello. 

L//d. — Del  no  me  dar  cuenta  más  me  bazcs 
merced:  pues  en  ello  no  te  sé  ni  puedo  seruir, 
y  voy  a  llamar  al  paje.  A,  Polytes!  entra  den- 
tro, y  ruegote  que  mires  los  pasos  que  andas, 
porque  se  traen  las  veneras  según  do  son  las 
romerías,  y  mira  que  por  nueuo  al  mundo,  aun 
no  sabes  quexar  donde  te  duele. 

Fol. — Señor,  todo  lo  entiendo  y  te  lo  agra- 
dezco: pero  al  fin  cada  qual  a  de  sainarse  por  su 
justicia,  y  salir  por  sus  cauales  como  las  ánimas 
del  purgatorio,  que  ni  ando  caminos  que  ya  no 
anduuieron,  por  quien  puedo  guiando  anisar,  y 
si  cayere,  quien  me  da  el  empellón  al  caer  me 
dará  la  mano  al  leuantar.  E  ya  que  no,  el  caer 
de  otros  muchos  consolará  mi  daño,  y  con  tan- 
to entro. 

Flor  — A,  Polytes,  qué  oluido  tii-nes  de  la 
piomessa! 

Fol. — Mas  aguardaua  a  entrar  llamado  a  sa- 
zón, que  no  por  oluido  de  lo  que  tengo  en  me- 
moria, y  muy  de  voluntad. 

Flor. — Pues  toma  esta  carta,  y  por  no  de- 
tenerte no  te  doy  auisos. 

Fot. — El  buen  desseo  de  seruirte  me  auisa- 
rá;  yo  traeré  respuesta, 

Flor. — Para  mucho  serías.  Pero  vete  luego 
y  Ueua  contigo  los  mo90S  que  quisieres. 

Fol. — Señor,  como  mi  buen  negociar  consis- 
ta más  en  buena  diligencia  y  dicha  que  en  fuer- 
zas, mejor  iré  solo  secreto  que  acompañado  pú- 
blico. 

Flor. —  Pues  no  te  detengas:  sigue  como  te 
plaze,  y  auisa  que  me  den  cenar. 

Pol.~  Señor,  esso  está  a  punto:  voy  me  de  tu 
mandado. 

Ful. — A,  hermano,  vas  perdido?  dónde  a  tal 
hora,  y  mudad' i  el  vestido? 


178 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Pol, — A  un  negocio. 

i^tí/.— Creo  que  yrás  a  los  parrales  del  moris- 
co; pues  guarte  del  mastiii. 

Pol. — Hallado  has  el  goloso  de  vuas  taa  ca- 
ras; y  aun  yo  bailé  el  adiuino. 

Ful. — Todavía  no  puedo  acabar  con  el  amor 
que  te  tengo  de  dexarte  yr  solo,  en  especial  si 
vas  a  la  puerta  del  campo;  que  en  tales  estacio- 
nes siempre  hallarás  algún  mal  encuentro  a  ta- 
les horas. 

Pol. — Agora  te  digo  que  lo  acabaste  de  ado- 
bar; como  si  me  viesses  yr  mucho  a  tales  pasos 
y  faltassen  por  acá  mugeres? 

FtU. — Aya  argén,  que  en  cada  calle  hallarás 
cobro;  pero  assegurame  dónde  vas,  porque  veas 
si  has  menester  mi  persona,  pues  te  quiero  para 
mas  de  vn  día. 

Pol. — Pues  yo  me  quiltro  para  más  de  diez; 
pero  voy  por  mandado  de  Floriano,  y  aun  man- 
dóme que  te  lleuasse  conmigo. 

Ful. — Pues  escusaste  te  de  ello  por  mostrar 
couardia  en  mi? 

Pol. — No  por  cierto,  pero  disele  que  iría  me- 
jor solo  que  sin  ruido. 

Ful,  —  E  aun  acertaste  en  no  rae  llenar,  si  no 
ha  de  auer  sangre,  como  yendo  yo  no  faltara,  y 
vete  con  Dios,  pues  que  ansi  cumple. 

Pol. — A  Dios  quedes  hasta  la  buelta. 

Ful. — Siquiera  bueluascomo  el  trigo  que  pas- 
%a  en  Asturias,  que  no  sabe  retorno;  pero  o,  hi 
de  puta  y  qué  necio  buen  comedimiento  el  mió, 
y  aun  él  si  lo  acceptara,  y  qué  neciamente  lo 
hiziera  él  en  pensar  que  yo  hablaua  de  veras,  e 
yo  mucho  más  en  hazerlo,  aunque  lo  mandaran 
siete  Florianos.  Aunque  al  fin  como  tuue  el  sí 
rtiígido,  si  le  viera  que  lo  acceptaua,  tuuiei'a  el 
no  dissimulado.  E  con  tanto  me  subo  arriba, 
que  ya  lleuan  el  manjar:  quifa  se  me  pegará 
algo  con  que  más  medre  que  cou  la  yda  con  es- 
totro. Que  dudo  yo  si  él  de  allá  buelue  sino  en 
lengua  de  quien  diga  que  queda  muerto.  Y  con- 
tento pues  que  yua  él,  quiero  afufar,  no  se  arre- 
pienta y  buelua  por  mí:  pero  serie  ya  escusado, 
y  tampoco  lo  hará:  porque  se  pica  de  gallillo 
loquillo,  qne  le  hierue  la  sangre,  que  aun  nunca 
espada  agena  le  ha  sacado:  Dios  le  guie,  allá  se 
auenga,  y  a  nos  no  oluide  acá. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  VI 

l'olylc»  llena  la  cai'la,  passa  grandes  platicas  con  Justina:  dale 
el  collar;  lloua  respuesta  de  Belisea  a  la  carta  de  Floriano. 
Polyles  da  cuenta  de  sus  passiones  jjroprias  a  Justina,  queda 
muy  en  su  gracia  y  danse  palabras  de  casamiento. 

P0LITE8,    JüSTIXA,    BeLiÍBEA. 

\_Pol.] — Agora  que  A'oy  en  mi  cabo  quiero 
preuenir  con  el  entendimiento  los  passos  desta 
jornada;  porque  según  el  delicado  sentimiento 


de  Belisea,  y  lo  que  de  ella  este  dia  pude  colle- 
gir  en  sus  palabras  sangrientas,  no  está  en  más 
mi  vida  de  antojar  se  le  a  ella  que  no  ando  en 
passos  de  su  seruicio,  ni  le  busco  su  honra,  ni 
tracto  de  su  ganancia.  Porque  estas  señoras  y 
donzellas  muy  recogidas,  la  honra  las  suele  tor- 
nar tan  tímidas  y  sospechosas,  que  en  lo  que  a 
ellas  se  les  assienta  vna  vez,  tarde  salen  de  tal 
scrupulo,  y  con  tal  alteración,  la  pulga  les  pa- 
resce  toro.  Pues  si  mis  passos  y  tramas  salen  en 
luz,  descreo  de  la  vida  si  al  mejor  librar  sobre 
justo  vel  injusto  mientras  saben  cuyo  soy,  y 
mientras  conoscen  que  soy  pariente  de  Floria- 
no, y  de  mientras  acude  Floriano  por  su  honra 
y  mi  fauor^  si  no  me  atacan  las  calyas  de  color 
con  algún  jubón  incarnado  bordado  de  la  tigne- 
ria  y  pespuntado  por  algún  gurrea,  pues  guár- 
deos Dios,  de  hecho  es,  que  no  me  lo  quitará 
FJoriano.  No  en  balde  dizen:  que  estando  con 
el  conde,  no  mates  al  hombre:  ni  en  huzia  del 
fauor,  no  seas  malhechor:  porque  quien  adelan- 
te no  mira,  atrás  se.  halla.  Pues  querer  yo  librar 
a  Floriano  tan  a  mi  costa,  es  boueria;  poique 
por  otro  tengo  yo  y  deuo  poner  lo  que  él  pon- 
drá por  mí:  y  por  Floriano  perder  yo  o  arriscar 
lo  que  perdido  me  podria  él  restaurar,  justo  era; 
pero  la  vida  ni  la  honra  mala  suelda  tienen: 
peor  es  que  vidrio:  que  al  fin  quedan  las  pega- 
duras a  mejor  librar.  Pues  pensar  que  me  hiede 
ya  el  viuir  quando  aun  apenas  comienjo,  no  es 
razón.  E  también  yo  sé  que  por  librarme  no 
dará  Floriano  muchos  passos,  aunque  yo  doy 
hartos  por  él  y  con  assaz  peligro  de  la  persona. 
E  oy  en  dia  siempre  en  los  palacios  quieren  los 
señores  los  criados  sanos,  bulliciosos,  atreuidos, 
traba jadoi-es,  callados  y  no  pedidores.  Pero  si 
tantico  afloxays  con  el  trabajo,  o  mostrays  can- 
sancio de  la  carga,  al  punto  no  vale  el  criado 
nada.  Y  junto  con  esto  paganle  los  seruicios 
atrasad;  s  con  vna  desgracia  presente,  y  aun  a 
las  veces  con  embiarle  {})  al  hospital,  si  no  tiene 
de  proprio  heredado  y  confia  en  lo  ganado.  E  si 
por  auentura  por  sus  buenos  y  muchos  seruicios 
passados  la  razón  les  calla  la  lengua  en  el  des- 
pedirle, también  la  ingratitud  les  ata  las  manos 
en  el  darle,  y  les  tulle  la  memoria  en  el  acor- 
darse del  para  acorrerle.  Por  manera  que  de  las 
ningunas  mercedes,  tome  él  causa  para  se  yr.  Y 
ansi  no  le  dizen  que  se  vaya,  mas  hazenle  obras 
con  que  él  se  commida:  y  ellos  huelgan  de  to-j 
mar  occasion  pnra  escusar  su  ingratitud,  dizien 
do  que  él  se  fue.  Ansi  que,  mancaos  en  su  ser 
uicio,  que  no  faltará  quien  echo  n)cnos  vuestrc 
trabajo,  aunque  no  aya  quien  mire  en  hazeroí^ 
algún  beu3Ílc¡o.  Pero  yo  qué  digo?  con  quién  1( 
he?  yo  no  voy  solo?  quién  me  liizo  a  raí  tan  ti-i 
mido  en  el  daño  que  o  será  o  no?  Yo  raesnií 

I 
(')  En  el  original,  por  errata,  embiale.  [ 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


179 


me  paresce  que  llamo  al  desastre,  pues  lo  lloro 
ya  por  preseute.  A  la  burla,  que  mientras  el 
hombre  hallare  donde  poner  los  \ñes,  siempre 
yr  adelante:  que  si  cayere,  buscar  el  remedio,  y 
en  tanto  holgar,  pues  Dios  sabe  lo  que  será: 
que  los  males  si  han  de  venir,  no  se  escusan: 
en  tanto  tomar  plazer,  que  el  pesar  el  verná  sin 
buscalle.  E  aun  quÍ9a  que  primero  que  venga, 
o  morirá  (dizen)  la  burra  o  quien  la  tañe.  E  la 
obligación  que  yo  más  que  ninguno  de  casa  ten- 
go a  Floriano  y  su  liberalidad  es  razón  que  quite 
mi  tibieza.  Y  lo  que  más  me  deue  animar  es  la 
buena  esperanza  que  tengo  de  auer  a  Justina,  y 
de  ambas  partes  me  viene  la  ganancia  al  ojo.  La 
muchacha  es  como  vn  oro,  y  su  señora  la  ama; 
ansí  que  si  cuajassen  estas  cosas,  todos  podría- 
mos ganar  y  gozar.  Porque  con  el  gozo  de  en- 
trambos, crescer  les  ya  la  franqueza  en  el  dar, 
y  a  nosotros  en  el  recebir  la  medra:  porque  a 
rio  buelto,  ganancia-de  pescadores.  A  la  puerta 
estoy,  y  no  se'  qué  camino  tome;  gran  te- 
mor me  rodea;  quán  cierto  es  acompañar  el  te- 
mor al  mal  hazer!  pero  si  ello  ha  de  ser  para  ser- 
uirse  Dios,  él  me  encaminará,  pues  muchas  ve- 
zes  de  malos  amores  saleu  sanctos  matrimonios. 
E  aun  agora  va  Dios  delante,  porque  ay  com- 
liidados  de  cena  en  casa  de  Lucendo,  que  gran 
tauahola  passa.  Entro,  encomendando  me  al 
nieto  de  santa  Anna,  que  entre  muchos  no  seré 
yo  echado  de  ver.  Ea,  Polytes,  si  quieres  honra 
y  prouecho,  cata  que  a  los  osados  ayuda  la  for- 
tuna, y  el  que  no  auentura  no  passa  mar^  ni 
aun  se  toman  truchas  a  bragas  enxutas.  Quie- 
ro buscar  algún  paje  que  me  llame  a  Justina; 
diré  me  ser  su  pariente:  que  basta  que  lo  sea- 
mos de  parte  de  Adam.  Pero,  o,  qué  buena  ven- 
tura la  mia,  que  allí  la  veo  por  so  el  corredor  a 
vua  reja  de  los  entresuelos  baxoi,  y  aun  creo 
que  me  ha  visto  y  conoscido  con  la  clara  luna 
que  reuerbera  del  patio  acá  en  lo  abscondido  de 
sombra.  Allá  voy,  que  me  llama. 

Just. — Hola  paje,  a,  gentil  hombre!  c<>n  per- 
don  del  atreuimiento,  dadme  vn  guante  que  se 
me  cayó  en  el  suelo, 

Pol. — Poco  es  daros  vuestro  guante  quien  os 
tiene  dado  su  cora9on. 

Jiíst. — Ay,  mala  landre  me  mate  si  no  es  el 
paje  de  Floriano;  quiero  escusar  me  con  ser  obs- 
curo, para  mejor  y  más  sueltamente  hablarle, 
pues  él  es  bien  razonado,  y  haré  que  no  le  co- 
nozco. Ay  Jesús,  y  quién  soys,  que  tan  suelto 
hablays,  sin  saber  con  quién? 

Pol. — Más  sin  medida  es  vuestra  crueldad 
contra  quien  por  conoscer  os  no  conosce  a  sí 
mesmo. 

Just. — No  siento  quién  soys,  ni  si  me  cum- 
ple sabello,  ni  sé  qué  responder  a  tales  plá- 
ticas. 

Fol, — Vuestra  hermosura  me  tiene  tal  para- 


do, que  no  es  mucho  no  sepa  yo  deziros  quién 
soy,  ni  vos  desconoscerme:  porque  por  vos  mil 
vezes  me  hallo  ser  muerto,  y  sin  jamas  despe- 
dir la  vida,  siempre  ando  a  los  brn9os  con  la 
muerte. 

Just. — Ay,  valas  me  Dios,  y  si  soys  algún 
cuerpo  fantástico? 

Bel. — Qué  hazes  ay,  di? 

Just. — O,  qué  buen  salteamiento!  oye,  oye 
marauillas  de  aquel  mi  requebrado,  que  a  caso 
llegó  aqui. 

J)el. — Mas  quién  es? 

Just. — El  paje  de  Floriano,  de  la  carta  de 
ayer  del  jardin. 

Bel. — Ay  ay,  quita  te  acá;  vamos  que  ya  ce- 
nan los  combidados. 

Just. — Por  tu  vida  que  oyas  si  buscas  plazer: 
y  oye,  que  llama,  no  sienta  que  estás  tú  aqui. 

Pal.  —A,  mi  señora,  no  quereys  el  guante? 

Just. — Ya  le  quisiera  en  la  mano,  y  aun  a 
vos  absenté,  pues  no  me  dezis  quién  soys. 

Pol. — Tomad,  señora,  vuestro  guante,  y  per- 
donad que  os  le  doy  en  la  punta  del  espada, 
pues  quedé  tan  baxo  de  cuerpo  quanto  en  mé- 
rito ante  vos. 

./«sí.  — E  cómo  puedo  saber  vuestro  mérito 
sin  conoscer  vuestra  persona? 

Pol.  —  Soy  el  que  tiene  puesta  su  vida  en 
vuestras  manos. 

Just. — Ay,  que  no  miraua  en  ello;  pues  deuo 
de  ser  medico,  o  sy  no,  cómo  dezis  que  estays 
enfermo  y  está  en  mis  manos  vuestra  vida? 

Pol. — Verdaderamente  con  solo  vuestro  que- 
rer me  podeys  quitar  del  todo  la  vida  y  tornar 
me  la  a  restituyr;  pues  vos  sola  bastays  a  hazer 
mouimiento  en  todas  mis  potencias  y  sola  po- 
deyá  dar  remedio  a  mi  mal. 

Just. — Qué  te  paresce,  mi  señora,  si  me  pue- 
do loar  de  tal  requebrado? 

Bel.  —  Digo  que  bien  sabe  encareecer  su 
pena. 

Just. — Pues  espera  te,  que  yo  le  haré  desbas- 
tar más.  Dezid,  galán,  conosceys  me  por  ven- 
tura? o  cómo  me  veys  con  las  tinieblas  de  la 
noche? 

Pol. — Porque  la  claridad  de  vos  precedien- 
te tiene  lumbroso  el  circunstante  ayre  donde 
yo  ando. 

Just. — Lo  que  entiendo  de  lo  que  dezis  es 
que  deueys  de  tener  ojos  de  mochuelo,  que  veen 
de  noche. 

Pol. — Como  yo  siempre  ande  en  la  noche 
del  penar,  y  en  la  obscuridad  de  mi  tormento; 
como  a  vos  os  contemplo  en  mi  memoria,  y  os 
hallo  en  mi  erraron,  por  la  passion  que  por  vos 
padesce,  viéndoos,  pues,  en  tal  manera  no  puedo 
vino  veros  en  la  noche;  porque  quanto  más  os 
Contemplo,  más  por  vuestro  amor  soy  puesto  en 
obscuro  tormento. 


180 


orígenes  de  la  novela 


Just. — Como  no  os  entiendo,  no  sé  qué  res- 
ponder a  esso,  mas  de  que,  pues  sin  más  me  co- 
noscer  os  mostrays  tan  penado  por  mí,  que  no 
me  marauillo  que  ansi  engañeys  a  las  no  auisa- 
das  y  recatadas  mugeres  con  vuestras  lástimas, 
que  los  hombres  decorays  para  las  dezir,  den- 
tro de  las  quales  va  como  anzuelo  en  ceuo  abs- 
condida  su  perdición. 

Pol. — Tanto  yo,  mi  señora  Justina,  os  co- 
nosco,  quanto  por  vos,  oluidando  a  mí,  no  sé 
cómo  llamarme,  sino  vuestro;  ni  quiero  sin 
vuestro  conoscimiento  conoscer  me  a  mí. 

Just. — Ya,  ya.  Jesiis,  .lesus,  y  qué  ciega  he 
estado  en  este  punto;  porque  en  la  desembol- 
tura  del  hablarme  te  vuiera  de  auer  conoscido. 
Pero  y  qué  mandas  a  tal  hora  donde  a  caso  te 
vi,  cosa  no  acostumbrada? 

Pol. — Quería  hablarte,  señora,  sin  pregón,  y 
también  traygo  vna  carta. 

Just.  —  Pues  no  te-ngo  de  quién  me  recele, 
bien  puedes  hablarme,  porque  el  que  anda  sin 
malicia  (dizen)  que  anda  sin  temor.  Ansi  que 
para  quién  o  cuya  es?  que  no  nos  oye  nadie. 

Pol  — Señora,  perdóname  el  declararme  más 
en  cosa  que  a  otro  toca,  y  si  no  me  has  enten- 
dido, entiende  que  las  paredes  suelen  oyr;  ma- 
yormente de  noche,  donde  la  vista  no  anteuie- 
ne  la  distancia  del  sonido  de  la  voz. 

Just. — Ea,  mi  señora,  damelicencia  para  que 
entre  por  esta  portezuela  del  entresuelo,  aqui 
tan  solo  en  esta  sala. 

Bel. — Anda,  dexame,  que  ni  ya  puedo  oyr 
las  vaziedades  de  aquel  sandio,  ni  a  ti  te  que- 
rria  tan  golosa  de  tal  habla.  Pero  porque  no 
acabaremos  oy  contigo,  y  también  porque  quie- 
ro anisar  a  esse  paje  que  no  aborrezca  su  juuen- 
tud  con  tales  venidas,  anda,  ábrele. 

Just,— A,  gentil  hombre,  tocad  a  essa  porte- 
zuela, que  la  dexó  vn  paje  en  denantes  sólo 
apretada,  que  salió  por  ay,  y  tornando  la,  pasito 
a  apretar,  subid.  E  tú,  mi  señora,  esfuercate  a 
for9arte  en  hablarle  y  responderle,  pues  ya  oys- 
te  que  te  trae  carta. 

Bel. — Mucho  deroga  a  su  bondad  la  honesta 
muger  en  admitir  mensajes  semejantes,  como 
quiera  que  vengan,  y  no  menos  abre  puerta  a 
su  perdición  en  pararse  a  dar  respuestas.  Por- 
que en  estas  cosas  lo  mejor  es  tapar  los  oydos, 
y  baxar  los  ojos,  y  tapiar  la  lengua,  y  huyr  el 
cuerpo.  Porque  ansi  como  el  fuego  de  vna  mor- 
ceña  en  otra  se  atisay  sube  llama,  ansi  no  me- 
nos de  vn  mirar  toman  occasion  de  hazeros  se- 
ñas, y  de  atendelles  las  señas  en  hablaros,  y  de 
oyrles  las  sus  hablas,  vienen  por  ventura  a  ser 
abrasada  la  hembra  y  él  enloquecido. 

Just. — Anda,  señora,  que  al  fin,  aunque  oya 
y  él  sea  atreu¡do,la  hembra  con  dura  respuesta 
despide  la  importuna  petición  y  el  duro  aduer- 
sario  amansa  las  furias. 


Bel, — Bien  dizes,  cierra  essa  ventana  y  des- 
cubre aquella  vela  porque  nos  veamos. 

Pol. — Dios  prospere  vuestra  magnifica  gen- 
tileza y  prosperidad  de  estado. 

Bel. — Vengas,  paje,  en  buen  hora:  y  porque 
de  ley  de  mensajero  no  meresces  pena,  aunque 
no  te  limpias  de  la  culpa,  quiero  acortar  razo- 
nes contigo.  Yo  sé  que  me  traes  carta,  y  aun- 
que me  vuiera  de  escarmentar  tu  mensaje  e  in- 
nocencia de  raposo  en  lo  passado,  pero  por  ver 
que  nunca  acabarás,  quiero  concluyr  tus  men- 
sajes no  buenos.  Da  la  carta  a  essa  donzella, 
que  yo  ni  la  tomaré,  ni  la  leeré,  y  espera  luego 
por  la  respuesta.  E  tú,  Justina,  alúmbrame  a 
este  retretillo:  y  darasme  alguna  huelga  con  ver 
que  hago  lo  que  tú  quieres.  Agora  por  conten- 
tarte, me  lee  essa  carta,  que  de  mi  prouecho  ni 
bien  yo  sé  que  vendrá  desnuda. 

Just. — E  calla  ya,  mi  señora^  que  ni  tú  eres 
ya  vieja  para  no  holgar  y  passar  semejantes  pa- 
lacios, quedando  entero  tu  señorio,  y  bondad 
sana,  y  honra  sin  quiebra,  y  honestidad  limpia. 
Cata  que  estos  y  otros  tales  suelen  ser  los  se- 
raos  de  las  damas,  que  ríen  y  mofan  de  los  ga- 
lanes de  corte;  pero  por  esso  son  tenidas  algo 
en  menos?  E  tú  mira  que  ni  has  de  ser  monja, 
pues  no  querrá  tu  padre  perder  su  heredera  de 
mayorazgo.  E  dado  que  lo  fuesses,  aun  no  te 
estrañarias  tanto  si  no  fuesse  a  más  no  poder, 
como  passa  entre  las  que  se  conoscen  para  ello. 
Y  dexando  estas  razones,  te  leo  la  carta,  que 
trae  buena  letra. 

CARTA  DE  FLORIAXO  A  Sü  SEÑORA 

Es  ya  tan  intolerable  mi  tormento,  que  con 
dolorosos  sospiros  que  el  mi  tan  penado  vues- 
tro cora9on  os  embia,  y  con  penosos  alaridos  y 
grandes  vertientes  de  lagrimas,  que  lan9an  de  sí 
los  ojos  por  mandado  del  triste  coracjotí,  las  du- 
ras y  secas  piedras  insensibles  tienen  ya  blan- 
das, y  las  indómitas  irracionales  fieras  tienen 
inclinadas  a  mansedumbre  y  llenas  de  piedad  y 
dolorosas  de  compassion  de  la  poca  que  yo  ten- 
go de  mí  mismo  por  vos  mi  señora.  Empero  con 
todo  esto,  como  el  gran  estado  de  vuestro  me- 
rescimiento  mora  tan  en  la  cumbre,  y  mi  baxe- 
za  y  poco  merescer  me  tiene  a  mí  tan  submer- 
gido  en  el  profundo,  no  alcancan  las  vozes  de 
mis  alaridos,  ni  las  muestras  de  mis  dolores  a 
subir  al  audiencia  de  vuestra  misericordia.  Por- 
que de  otra  suerte,  bien  sé  que  oyéndome  vues- 
tra nobleza,  en  oyrme  os  despertarla  a  benigni-  ^ 
dad:  y  sabiendo  vos  tan  gran  daño  no  sufrirla 
vuestra  generosidad  no  remediarme;  y  esto  solo 
alcan9aria  para  mí  en  vos  vuestra  bondad,  sin  j 
tener  atención  en  mis  atreuimientos,  viéndome  i 
tan  perseverante  en  pedir  os  fauorescon  la  gran 
fe  que  en  amar  os  tengo.  E  pues  las  passadas 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


181 


peticiones  no  tuuieron  audiencia,  merézcala  esta 
con  más  algún  fauor.  No  porque  agora  me  pien- 
se ser  más  ante  vos,  pero  porque  en  el  meritu 
de  la  tolerancia  de  la  pena  me  juzgará  el  amor 
por  martyr  vuestro.  E  porque  vuestra  misericor- 
dia se  vea  tan  al  claro  como  vuestra  hermosura, 
de  aqui  confio  en  vos  que,  respondiéndome,  me 
mandaroys  vn  sí  de  que  o  viua  para  más  penar, 
y  en  ello  más  os  seruir,  o  vn  no  al  mi  viuir,  para 
que  se  concluya  la  passion  de  este  qué  se  osa 
firmar  por  vuestro,  Floriano. 

Bel. — Paresce  te,  Justina,  que  a  vn  tan  pú- 
blico aduersador  de  mi  honra  y  honestidad,  que 
le  deuo  de  oyr  ya  más?  Dame,  dame  tinta  y  pa- 
pel, y  salte  fuera:  que  no  quiero  que  se  me  pas- 
se  la  ira,  para  con  ella  le  dar  su  mcroscida  res- 
puesta. 

JiLftt. — Aqui  todo  a  punto.  Y  mira,  mi  seño- 
ra, que  la  passion  es  vn  género  de  embriaguez 
que  ciega  las  potencias.  Y  el  ciego  aun  llenan- 
do guia,  no  va  bien  seguro  por  llano  que  sea  y 
trillado  el  camino.  E  no  te  digo  mas:  y  salgó- 
me hasta  que  llames  a  esta  sala. 

Bel. — Pon  cobro  allá  fuera,  y  mira  que  no 
vean  esse  paje,  y  no  entre  acá  nadie  hasta  que 
yo  salga. 

Just. — En  todo  tendré  cuydado.  Allá  que- 
daras: que  agora  de  Dios  me  ha  venido  este  rato 
que  lo  hauremos  Polytes  e  yo:  y  veré  qué  tiene 
tras  el  buen  razonar. 

Pol. — O,  qué  gran  merced  ha  sido  ésta  en  no 
me  dexar  sin  tu  presencia  en  estos  obscuros  pa- 
lacios. 

Just.  —  Pues  agora  que  ay  candela,  no  te  con- 
gojarás. Pero  dime,  en  mucho  tienes  esto  que 
hago  por  ti? 

Pol. — Por  gran  parte  de  mi  gloria. 

Just. — Anda,  que  plaziendo  a  Dios  y  andan- 
do el  tiempo,  más  haré  y  más  podré,  pues  mu- 
cho más  tú  meresces. 

Pol. — O,  qué  alegria  me  ha  puesto  tal  espe- 
ranza! porque  tu  valor  y  mi  baxeza  quebrauan 
las  alas  de  mis  altos  pensamientos,  para  esperar 
de  ti  algún  fauor. 

Just. — Anda,  señor,  como  sea  amor  no  ha  de 
estar  ocioso  en  que  no  obre  algo  el  que  ama  por 
el  que  es  amado.  E  pues  por  tu  bondad  yo  te 
amo  de  vn  amor  limpio  y  casto  y  seguro,  no 
puedo  no  te  seruir  y  hazer  todo  plazer:  con 
tanto  me  di  cómo  le  va  a  Floriano?  y  dime  si 
está  ya  con  más  esperanza  de  sus  deseos? 

Pol. — Toda  su  esperanza  tiene  él  en  ti,  e  yo 
toda  mi  gloria. 

Just.-  Pues  por  mi  salud  que  puedes  tú  de 
zir  lo  que  te  pagares;  pero  que  me  es  él  bien 
en  cargo,  aunque  más  lo  es  a  ti;  porque  por  ser 
tú  el  tercero,  soy  yo  acá  de  contino  su  abogada. 

Pol. — Pues  por  la  solicitud  tuya,  para  pri- 
mera vista  del  processo,  te  embia  mi  señor  este 


collar  de  oro,  no  de  poco  precio,  ni  menos  gala- 
no; y  embiate  a  dezir  por  mí  que  le  perdones, 
que  para  más  dias  le  tienes,  y  a  mi  para  siem- 
pre por  tuyo.  E  por  tal  te  pido  essas  manos,  y 
licencia  para  ponerte  le  por  mi  mano  al  cuello. 

Just. — Al  señor  Floriano  darás  mis  copiosas 
regracias  de  agradescimiento  por  tan  magnifica 
merced.  E  tú  tampoco  te  atreuas  con  mi  sole- 
dad y  buen  amor  a  ser  descomedido. 

Pol. — Perdóname,  que  miraua  cómo  pares- 
ees  vna  reyna. 

Just. — Sí  que  bien,  pues  que  te  encomiendas 
para  alcanzar  perdón? 

Pol. — Aqui  me  pongo  de  rodillas  hasta  que 
me  perdones,  y  me  des  essas  tus  manos  por  n)i 
señora. 

Jitst. — Algo  es  bouo  el  mozo;  estamos  a  so- 
las y  pone  se  en  cortesias? 

Pol. — Qué  dizes,  vida  raia? 

Just. — Que  no  hagas  essos  estremos  tan  so- 
brados y  te  sientes  luego  en  tu  silla. 

Pol. — No  quiero  desobedescerte. 

Just.  —  Pues  menos  me  deues  de  destocar. 
Cata,  amigo,  que  andas  por  quedarte  solo.  Mim 
quetequierobien,y  tuno  tienes  razón  nioccasion 
de  enojarme,  ni  lo  aciertas,  y  descubrirte  ansi 
tan  al  primer  golpe,  no  viendo  en  mí  por  qué. 

Pol. — De  enojarte  me  guarde  Dios.  Cata  nip 
aqui  hecho  vn  cordero. 

Just. — Mucho  necio  ha  comido  el  mancebo, 
que  luego  me  cree  que  digo  que  me  enojo.  Y  él 
creo  que  piensa  que  le  tengo  yo  de  dezir  que  se 
desembuelua! 

Pol. — Qué  dizes,  mi  vida?  que  temo  enojarte, 
y  tu  hermosura  me  engolosina  a  ello. 

Just. — Pues  está  quedo  ya,  y  baste,  que  aun- 
que mi  hermosura  dizes  que  te  dé  licencia,  mi 
honestidad  te  vieda  tales  atreuimientos,  quando 
no  ouiesse  muy  descubiertas  occasiones  en  mí. 

Pol. — Señora,  esta  ha  sido  la  fruta  de  pala- 
cio, y  las  señales  de  tenerte  yo  en  obligación 
por  señora,  y  en  amor  perpetuo  por  esposa; 
pues  que  en  tal  vinculo  o  a  ti  o  a  ninguna  daré 
el  sí. 

Just. — Pues  yo  a  ti  no  menos.  Y  pues  tal  ha 
querido  Dios,  de  aqui  adelante  te  llamo  de  ver- 
dad mi  señor,  pues  que  con  el  hazerte  yo  todo 
plazer  has  querido  que  mi  honra  no  tomasse 
quiebra,  tomando  me  por  muger. 

Pol — Digo  que  soy  el  dichoso  en  llamarte 
mi  muger.  y  por  tal  como  en  rehenes  te  pido  y 
tomo  este  abrazo. 

Just. — Ay,  por  Dios,  que  te  baste  ya:  pues 
agora  me  has  de  querer  para  más  de  vn  dia.  Y 
déxame  de  quebrantar  más,  que  sale  ya  mi  se- 
ñora. E  pues  no  ay  njás  tiempo  agora,  toma 
éste  en  señal  de  marido,  y  para  otro  dia  que  or- 
denares nos  veamos. 

Pol. — En  todo  me  hazes  merced. 


182 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Just. — Apártate,  que  pues  para  lo  hecho  no 
llamamos  testigos,  no  los  tomemos  en  mala  sos- 
pecha. 

Bel. — Toma,  paje,  darán  esta  carta  a  el  tan 
sobrado  de  tu  amo,  y  tú  no  veas  más  mi  cara 
con  tales  embaxadas.  Cata  que  la  furia  más  al- 
canca  a  los  cercanos;  digolo  porque  huyas  de 
darme  enojo,  y  ve  con  Dios.  E  tú,  .lustina,  cie- 
rra la  puerta  baxa,  y  vente  tras  mí  a  mi  reca- 
mara, que  te  aguardo. 

Just. — A, señor,  no  sé  qué  lionas  en  essa  car- 
ta allá,  que  las  muestras  de  lo  que  acá  queda  no 
son  de  bien. 

Pol.  —  ho  que  yo  sé  que  Ueuo  es  que  lleuo 
respuesta  a  Floriano,  y  voy  yo  amenazado  de  tu 
señora,  y  de  ti  muerto,  y  aunque  muy  favorido. 
E  ansi  me  tendrás  cada  dia  por  acá.  si  tu  vo- 
luntad no  rae  lo  vieda. 

Just. — -Yo  no  podré  quitar  tus  venidas,  pues 
serán  descanso  mió.  Pero  ruegote  que  como 
por  cosa  tuya  mires  ya  por  mi  honra.  Porque 
quÍ9a  el  amor  que  te  tengo  me  pondrá  a  mi  en 
esto  descuydada  alguna  vez.  E  pues  ya  de  mi 
bien  y  de  mi  mal  es  tuya  la  parte,  encargándote 
el  silencio  en  lo  hejho  y  el  miramiento  en  lo 
por  uenir,  te  digo  que  no  afloxes  en  tus  emba- 
xadas. Porque  con  el  curso  de  los  tiempos  se 
mudan  a  las  vezes  los  paresceres  a  las  perso- 
nas: y  con  mucho  se  tractar  vna  fruta  se  haze 
madurar  o  ablandar  antes  con  antes:  y  concluy- 
do  lo  principal,  aura  lugar  nuestra  ganancia,  y 
aun  la  publicación  de  lo  que  hemos  hecho  con 
nuestra  honra.  Y  pues  eres  cuerdo,  no  pidas 
más  para  entenderme.  Y  en  pago  del  collar,  y 
en  señal  que  doy  contigo  por  aprouado  todo  lo 
hecho,  te  doy  este  anillo  de  oro  con  este  jacin- 
to, el  qual  quito  agora  de  mi  mano  y  le  pongo 
en  tu  poder,  para  que  quando  tú  te  ouieres  en- 
tregado en  mí  de  todo  en  todo  de  lo  que  queda, 
me  le  tornes.  Y  en  tanto  sepas  que  este  te  sea 
memoria  de  que  traes  contigo  mi  cora9on,  y  acá 
quiero  me  quedes  el  tuyo;  y  ve  con  Dios,  que 
viene  lumbre  por  el  patio,  no  encamine  acá,  y  se 
borre  lo  bien  escrito,  por  ser  tan  al  fresco.  E  no 
des  en  mí  mal  cobro  de  aquello  que  para  te  ser- 
uir  yo  tanto  amo,  que  es  mi  honra. 

Pol. — Las  entrañas  se  me  arrancan  en  esta 
partida.  Pero  donde  fuerga  hay,  derecho  se  pier- 
de. Y  en  lugar  del  anillo  te  quedo  mi  cora9on 
en  este  abra90,  y  tracta  me  le  bien  como  cosa 
tuya. 

Just. — Ay,  señor  mió,  no  te  querría  tan  olui- 
dadizo  ni  tan  atreuido.  E  pues  en  el  despedir 
aure  yo  de  hazer  comiengo ,  me  perdona  que 
cierro  la  puerta.  E  quando  vinieres,  o  sea  por 
este  lugar,  o  por  la  puerta,  y  ve  con  Dios.  Pero 
agora  que  se  va  resfriando  la  herida,  veo,  cap- 
tiua  yo,  quán  desmandadamente  me  he  gouer- 
nado  como  mal  preuenida  donzella.  Pero  pues 


a  lo  hesho  no  ay  enmienda,  y  no  llena  más  de 
voluntad  y  palabra,  aun  no  es  de  llamar  yerro 
el  mió,  pues  el  matrimonio  Dios  le  manda  y  él 
lo  encamina.  Y  encomendándolo  a  su  magestad 
todo,  me  voy  a  mi  señora  bien  descuydada  de 
mis  cosas.  Y  ansi  veo  en  mí  que  de  pocas  mu- 
geres  es  de  fiar  su  honra  propria,  libertadas. 

Pol. — Desde  aqui  a  casa  en  mi  cabo  quiero 
retornar  sobre  las  palabras  tan  sangrientas  de 
Belisea;  porque  a  lo  que  ella  mostró  y  dixo  e 
yo  veo,  yo  ando  el  más  cercano  al  peligro.  E 
ansi  si  mal  sale,  luego  es  en  mi  casa,  y  el  mal 
que  a  otros  costana  hazienda,  a  mi  costará  la 
vida:  que  no  hallará  en  otra  cosa  donde  tope. 
Pues  ay  de  quien  muere  si  no  va  al  cielo,  y  el 
yr  al  cielo  no  es  de  todos  los  que  mueren,  aun- 
que el  cielo  se  hizo  para  todos  los  que  vinieren 
con  razón  de  hombres.  Pero  dexando  esto  al 
saber  diuino,  boueria  mia  es  querer  yo  cal9as  y 
jubón  si  los  tengo  de  atacar  con  la  vida.  Pues 
yo  muerto,  para  qué  quiero  huerto?  Pero  tam- 
bién que  dexe  yo  de  venir  a  gozar  de  mi  Jus- 
tina? y  que  huya  yo  la  cara  al  fauor  de  la  for- 
tuna? quiero  seguir  tras  mi  venturosa  dicha,  y 
buscarla,  y  amarla,  y  tenerla,  y  morir  por  ella, 
O,  mi  Justina,  no  creas  a  lo  que  este  tu  anillo 
te  dixere,  de  lo  que  agora  en  mí  haurá  sentido. 
Fuera  estaña  de  mí,  no  pensando  en  tu  gracia 
en  hablar,  y  donaire  en  el  meneo,  y  auentajada 
hermosura.  Nunca  pense  ganar  de  ti  lo  que  oy; 
nunca  pense  ser  recebido  a  tu  seruicio;  y  que 
agora  lleuo  el  sí  de  muger  al  estilo  de  nuestra 
Christiana  yglesia,  y  que  de  oy  más  pueda  verte, 
y  hablarte  aun  sin  offensa  de  Dios  ni  tuya,  ni 
del  mundo.  O,  qué  semblante  de  tristeza  de 
amor  me  mostró  al  despedirme!  Fuera,  fuera 
ingratitud :  que  pues  Dios  me  busca ,  quiero 
salirle  al  camino.  Y  con  esta  deliberación,  pues 
ya  estoy  en  casa,  me  acojo  a  buscar  de  cenar, 
que  la  respuesta  mañana  la  daré  a  Floriano: 
pues  duelo  ageno  del  pelo  cuelga,  Y  pues  ración 
de  palacio  quien  la  pierde  no  ha  grado,  entro 
al  hilo  y  bullicio  de  la  gente,  que  a  buen  tiem- 
po llego,  que  si  me  echaron  menos  a  la  mesa 
en  el  servicio,  no  me  echarán  menos  en  la  mesa 
agora  al  mi  prouecho. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  VII 

Feüsíno  lleua  a  Fulminato  y  a  Pinel  a  la  cena  aplazada,  y  que- 
tlanse  a  dormir  en  casa  de  Marcelia,  donde  Felisino  alcanza 
a  Liberia  y  Pinel  a  Gracilia.  prima  suya. 

Felisino,  Fulminato,  Pinel,  Marcklia, 
Liberia,  Gracilia. 

[Fel.^ — 'A,  hermano,  según  veo  que  tan  de  re 
mi  fa  sol  aparejas  el  sentarte  a  cenar  agora,  no 
deues  tener  memoria  que  será  tarde  para  lo  que 
tenemos  que  hazer? 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


188 


Ful. — Y  qné  es?  qae  juro  al  sancto  calenda- 
rio que  se  rae  ha  colado  de  la  memoria,  que 
traigo  diuidida  en  cosas  que  penden  de  mi.  Di, 
di,  que  oienso  que  es  el  tracto  que  se  h;i  de  dar 
al  bodegonero  de  la  plazuela  vieja  por  la  dema- 
sía de  su  lengua  en  lo  que  ayer  se  dexó  desco- 
ser. Pero  reposa,  que  todas  las  cosas  tienen 
tiempo.  Y  en  esto  está  seguro,  que  está  en  ma- 
nos el  pandero,  que  le  sabrá  tañer;  y  cata  que 
también  quien  no  assegura  no  prende.  Ni  pien- 
ses que  más  de  mi  espada  y  braco  solo  tengo 
de  embarazar  en  tan  poca  pesca,  como  él  y  toda 
sn  casa,  ni  aun  me  llenará  vanagloria  de  cuchi- 
llada, porque  espaldarazos,  o  palos,  o  coces,  o 
talegazos,  le  han  de  dar  castigo,  y  aun  quÍ9a 
que  muerte,  y  a  otros  escarmiento.  Que  ni  pien- 
ses que  ni  tú  con  aquel  borrachon  perderás 
snefio,  ni  mi  espada  la  vayna. 

Fel. — Agora  te  digo  que  no  vamos  por  vn 
camino  todos. 

Ful.  —  Y  cómo  agora  adeuinas:  que  vno 
piensa  el  vayo,  y  otro  el  que  lo  ensilla;  pero 
dime  qué  es,  antes  que  la  cholera  más  reyne  en 
mí,  sin  saber  el  de  qut\ 

Fel. — En  mí  auia  ella  de  reynar  contra  tu 
desacuerdo:  en  lo  que  sabes  que  se  ha  embiado 
a  donde  sabes. 

Ful. — Que  de  Dios  no  me  aparto  si  te  en- 
tiendo;  que  en  mi  lenguaje  no  ay  más  de  pan 
por  pan. 

Fel. — O,  qué  memoria  de  Aristotil!  anda  ya, 
que  es  tarde  para  yr  a  la  cal  nueua. 

Ful. — Ya, ya,  al  cabo  estoy,  no  nombres  más: 
que  es  noche  y  ay  muchos  oydos.  Vamos,  que 
tal  puesto  no  es  de  perder:  que  para  esso  lic- 
uarme has  por  vn  cabello  sin  quebrarle.  Peor 
dime,  qué  has  embiado? 

Fel. — Porque  no  vayas  con  temor  de  auer 
hambre,  te  lo  diré.  Allá  están  dos  pares  de  per- 
dizes,  y  tres  anes,  y  vna  pierna  redonda  de  car- 
nero, y  vn  solomo  de  vaca,  y  vna  gran  puesta 
de  pernil  para  hazer  la  olla. 

Ful. — Vianda  ay  para  diez  abbades.  Pero  si 
no  ay  más,  no  voy  allá. 

Fel. — Ya  te  entiendo.  Allá  tengo  de  lo  bueno 
de  Toro,  que  passa  de  dos  acumbres,  tintillo,  y 
de  Madrigal  blanco  poco  menos. 

Ful. — -Pues  marcheTuos:  que  la  fruta  de  ante 
y  pos  yo  la  perdono  con  tales  cumos. 

Fel. — Pues  aun  de  esso,  ay  prouision  de  dos 
dozenas  de  camuessas. 

Ful. — Fino  hombre  eres.  Perc  mira  que  con 
tales  embiones  presto  desmancharás  el  partido: 
aunque  mal  pagado  y  bien  seruido. 

Fel. — Anda,  vamos,  e  iré  te  leyendo  vna  le- 
cion  de  baratar,  porque  veas  que  no  lo  sabes  tú 
solo  todo. 

Ful. — Pues  dime,  tienes  de  acá  algún  ter- 
cero? 


Fel. — Porque  no  croo  que  tendrá  allá  compa- 
ñía de  plato  no  le  lleno. 

Ful. — A  la  fe,  no  creas,  hermano,  en  tal 
sancto.  Hi  de  puta,  pues  qué  cosa  niugcres,  para 
en  oliendo  vn  tal  ceno,  no  acudir  como  moscas  a 
la  miel!  y  nunca  faltará  vn  dezir  es  mi  vezina,  es 
mi  sobrina,  es  mi  prima,  que  nos  vino  [á]  ayudar 
a  el  aderezar  para  vosotros.  Porque  bien  sabes, 
y  si  no  lo  sabias  sabraslo,  que  ay  primas  que 
son  para  continuar  el  parentesco,  y  primas  para 
trauar  nueua  parentela:  y  estas  llamo  yo  en  mi 
lenguaje  primas  para  en  baxo  de  grado. 

FeL — Primas  de  solo  plato  y  cama,  deues  de 
dezir. 

Ful. — Tales  las  hallan,  pues,  estas  mugeres 
que  buscan  vida  gananciosa.  E  ya  que  no  pue- 
den vender  os  las  por  primas,  véndenlas  por  pa- 
rientas  o  (como  dixe)  por  vezina  llamada  para 
en  vuestro  seruicio.  En  manera  que  quieren  que 
les  agradezcays  lo  que  ellas  hazen  por  vuestra 
costa  y  su  prouecho.  En  especial  que  como  en 
aquella  casa  vean  que  entran  mancebos,  luego 
acudirán  como  buytres  al  ceno.  Pues  después 
que  las  veys  en  torno  de  la  mesa,  no  es  genti- 
leza no  dezirles  que  alcancen  del  plato,  y  aun 
del  hato. 

Fel. — Caladamente  hablas;  pero  sean  las  que 
fueren,  que  mientras  más  moros  más  ganancia. 
A  Pinel,  que  me  ayudó  a  leuallo  de  acá,  será 
bien  llamar,  que  es  mancebo  de  bien,  y  de  hecho. 

Ful. — Es  lo  cierto;  pero  ya  ellas  no  sabrán 
allá  que  para  él,  que  ha  de  auer  compañía?  pues 
allá  lo  veras  si  no  hay  tercera,  y  llámale  y  mo- 
uamos,  que  son  cerca  de  las  diez  y  tañeran  a 
queda. 

Fel. — Pues  qué  tienes  tú  con  las  campanas? 
temes  qui(?a  al  aguazil? 

Ful. — Hallado  has  quien  no  dcssea  hallalle. 

Fel. — Pues  de  mí  ve  seguro,  que  te  acom- 
pañaré. 

Ful. — E  aun  pues  por  saber  yo  de  ti  esso,  y 
porconoscer  me,  que  si  ¡o  topamos,  con  que  pre- 
suma estoruarnos  el  passo,  que  con  la  vara  le 
tengo  de  quitar  juntamente  la  vida,  por  tanto 
no  querría  necessitarme  a  que  se  dilatasse  la 
cena  vn  hora  por  mi  espada.  E  aun  esto,  si  bien 
sabes  no  es  couardia,  mas  antes  fortaleza:  por- 
que a  la  fortaleza  acompaña  la  prudencia. 

Fel. — Es  ansí:  que  no  es  de  sabios  y  fuertes 
todo  acometer,  ni  aun  de  necios  ni  couardes 
todo  huyr,  quando  el  esperar  no  espera  vic- 
toria. 

Ful. —  Pues  esso  sabes,  vamos,  que  cata  allí 
a  Pinel  a  solas. 

Pin. — Qué  se  ttactana  de  mi?  y  dónde  bueno? 

Ful. — Que  vamos  a  hazer  cierta  ric^a  en  vnos 
contrarios. 

Pin. — Pues  a  mí  me  teneys  a  todo,  con  per- 
sona, espada  y  capa,  y  buena  voluntad,  y  vamos. 


184 


orígenes  de  la  novela 


Fel. — Pues  ha  de  ser  adonde  ayer  me  ayu- 
daste a  desembarcar,  y  acá  a  hurtar. 

Ful. — Agora  que  vamos  fuera,  me  aclara 
esse  punto. 

Fel. — El  botiller  y  despensero  te  lo  dirán  al 
echar  de  su  cuenta. 

Ful. — Que  por  Dios,  que  escotaron! 

Pin. — Mas  pagar  dixeras  mexor:  porque  si 
en  todo  lo  que  allá  está  ellos  están  confiados 
para  el  gasto  de  acá,  saldrán  del  agalla  con  el 
sueño  del  perro,  buscando  tocinos  donde  no  tie- 
nen estacas.  Aunque  al  cabo  todo  lo  paga  Flo- 
riano,  y  del  cuero  salen  las  correas:  sólo  les 
costará  vn  ítem  más  de  otros  dos  renglones. 

Ful. — Descreo  de  los  adoradores  de  Mars  si 
no  soys  los  que  yo  buscaua.  Agora  te  digo, 
Felisino,  que  aura  tercera  y  aun  quinta  donde 
vamos:  porque  de  la  miel  del  modorro,  a  cucha- 
ronadas. 

Pin. — A  la  fe,  a  la  cuenta  de  sobre  mesa,  si 
ouiere  más  de  para  cada  sendas,  seremos  tres  a 
tres,  y  a  las  demás  dalles  señal  para  otro  dia 
vaco.  Pues  todos  los  dias  no  son  yguales,  ni  to- 
dos los  años  abundosos. 

Fel. — Hablas  al  punto. 

Pin. — A  la  fe,  hablo  a  vso  de  mi  tierra. 

Ful.— Y  aun  al  vso  de  cuerdos.  Porque  ne- 
cedad es  poner  cartel  quien  no  piensa  salir  con 
el  campo:  ni  con  mugeres  es  bouo  el  que  aun 
de  lo  que  puede  no  les  quita  algo  para  tener 
que  les  dar  otro  dia. 

Fel. —  Anda  ya,  que  dando  lo  que  puedo, 
cumplo:  pues  ley  humana  ni  diuina  no  obligan 
a  más  del  poder. 

Pin. — De  ley  ansi  es  y  de  razón,  pero  no  con 
las  mugeres:  que  en  tal  desseo  les  falta  ley  y 
razón,  porque  no  quanto  puedes,  sino  quanto 
quieren  te  pidiran.  Porque  después  de  ser  ami- 
gas de  todo  extremo,  aun  en  recebir  y  ganar  el 
tal  extremo,  ya  que  salen  con  lo  que  quieren, 
de  mal  contentadizas,  pocas  vezes  muestran  que 
liazeys  lo  que  y  como  lo  dessean,  por  quedar 
fuera  de  obligación  de  os  dar  gracias. 

Ful. — No  aguarda  Fulminato  a  que  me  den 
gracias,  sino  tomo  las  yo  en  cessar  a  la  obra: 
mayormente  en  esta  tecla:  porque  dizen  que  an- 
tes la  muerte  que  la  hartura  hallan  a  la  muger 
carnal. 

Pin. — Yo  no  jugaua  tan  al  descubierto:  pero 
pues  tú  guiaste,  baste  que  en  el  comer  y  en  el 
vestir  son  tan  altas  de  pensamientos  y  de  tan 
reales  estimaciones  de  su  merescer,  que  jamas 
hallan  causa  de  satisfazerse  de  lo  que  les  days, 
por  parescerles  todo  menos  de  lo  que  quieren  y 
merescen,  y  siempre  en  sus  cosas  querrían  ser 
solas:  solas  en  gouernar,  solas  señoras  de  todo 
passatiempo,  solas  no  ser  contradiclias,  solas  en 
su  parescer,  solas  en  mandarnos,  so'as  en  salir 
con  sus  temosas  porfías  donde  les  vale  el  por- 


fiar, solas  en  buscar  arreos,  aposturas,  inuen- 
ciones,  para  enbaucar  los  sandios  hombres;  y  en 
todo  lo  que  hazen  quieren  solas  el  loor,  solas  la 
estima,  solas  el  seniicio,  solas  el  dar  consejo; 
pero  en  vn  caso,  a  mi  ver,  nunca  se  querrían 
solas. 

Ftil. — En  la  cama. 

Pin. — Ay  sí  la  compañía,  y  no  de  muger,  por 
temor  de  las  fantasmas,  pero  de  varón:  y  tal  va- 
ron  que  no  las  dexe  dormir  toda  la  noche;  y  si 
él  se  descuyda,  ellas  como  son  tan  medrosas, 
de  puro  miedo  se  meten  en  él,  de  manera  que 
le  sacan  de  aron.  Pues  después  desque  os  ha- 
llan el  que  quieren,  luego  os  acuden  con:  O,  el 
diablo  y  qué  importuno;  Jesús  y  qué  moledor; 
ay.  Dios  me  libre  de  vos;  por  mi  vida  que  esta 
y  nunca  más.  De  manera  que  al  cabo  de  la  la- 
bor le  pagan  al  pobre  su  afán  con  vn  sobrecojo 
enojoso  e  ingrato. 

FeL  — Bien  dizen:  que  del  agua  mansa  me 
guarde  Dios.  Espantado  me  tienes,  Pinel.  con 
lo  que  sabes. 

Ful. — Ansi  han  de  ser  los  hombres  de  se- 
guida. 

Pin. — A  la  puerta  estamos. 

Ful  — Ya  te  paresce  que  querrías  verte  en  la 
colación  de  sobre  cena. 

Pin. — Oxala  ya  estuuiesemos  en  la  color  del 
paño,  que  todo  seria,  a  faltar  tiempo,  acompa- 
ñar parte  de  la  mañana  con  la  noche.  Pero  temo 
de  quedar  lañando  mis  manos  mientras  vosotros 
amolays  los  gañiuetes.  Porque  vosotros  ya 
traeys  ojeados  solos  dos  platos  de  vianda  que 
ay  en  esta  casa,  y  entonces  a  mí  paparme 
han  duelos,  y  vosotros  vestidos,  mofareys  de 
mí  desnudo,  diziendo:  pesa  me  de  vos  el  con- 
de O ). 

Fel. — Anda  que  no  hizo  Dios  a  quien  des- 
mampare: que  a  donde  ouiere  dos  camas  o  dos 
platos  para  nosotros,  no  faltará  algún  escaño  o 
salsereta  para  ti. 

Pin. — Ansi  te  honren  tus  hijos  desque  los 
tengas.  Pero  pues  que  no  me  embiaste  al  esta- 
blo a  despollinar  pesebreras,  me  heziste  honra. 
Pues  anisa,  que  carne  assan:  que  te  digo  que 
tengo  tanto  y  más  mullida  y  segura  la  cama 
que  tú,  y  no  de  peor  ropa. 

Ful. — Mas  vao:  que  venias  tan  a  lumbre  de 
pajas. 

Pin. — Anda  que  todos  sabemos  la  cal  nueua, 
y  escucha  si  ay  dentro  caca,  porque  de  tales  no 
ay  que  fiar  si  os  hazeys  del  bueno. 

ilfar. — No  es  possible,  hijas,  que  no  les  ha 
succedido  algún  embarazo,  que  ansi  tardan. 
Gra. — Ea,  mira,  prima,  por  essa  gelosia. 

Lib. — Ay,  a  la  puerta  están  tres:  pero  no 
serán  ellos,  que  no  auian  de  ser  tantos. 

(*)  Alusión  al  romance  del  Conde  Ciaros. 


COMEDIA  LLAMADA  FLO  RINEA 


185 


Gra. — Anda  ya,  que  también  sonaos  acá  tres: 
que  Pinel  el  vn  compañero  suyo  será,  que  es  un 
angelonazo. 

Lib.  —  Bien  me  daua  a  mí  el  coraron  que  als[o 
esperauan  tus  rodeos. 

<?ra.— Qué  dices  entre  dientes? 

Lib. — Digo,  prima,  que  todas  andamos  tras 
vna  pesca. 

Gra. — Pues  qué  quieres,  prima?  que,  guar- 
dando la  honra,  con  algo  ha  de  mantenerse  oy 
la  persona.  Y  aun  esto  haze  a  tu  madre  acoger 
a  estos  mo908.  que  más  ayna  desgajan  el  real 
que  el  hidalgute  peynado  que  os  paga  con  largo 
haré.  E  tú,  prima,  pues  me  entiendes  y  tienes 
tiempo,  no  aguardes  allá  a  la  vejez  al  caer  de 
la  hoja,  qnando  entra  el  arrugado  y  triste  y  en- 
cogido frió.  Y  mira  que  con  sola  essa  verdu- 
gada cada  dia  pocos  inuiernos  harás. 

Lib. — Pues  ansi  me  remedie  Dios,  esto  para 
contigo:  que  con  entenderlo  todo  y  ver  la  poca 
renta  que  nos  quedó  de  mi  padre,  h;igo  de  la 
boua  con  mi  madre.  Porque  bien  mantenernos 
oy,  no  pueden  sola  rueca  y  almoadilla.  Y  buen 
vestido  y  pobreza  ('),  no  compadescen  limpieza. 
Y  la  pública  necessidad  apregona  lo  que  haze  y 
no  haze  la  muger.  Por  tanto,  dessimulo,  por  ver 
que  qniere  mi  madre  que  reluzgamos  al  mundo, 
que  no  sabe  perdonar  cosa. 

Fel.  -  Miras  algo.  Fulminato? 

Ful.  —  Pense  que  venia  el  aguazil  y  quise 
me  yr  a  él. 

Fel. — Con  la  justicia,  que  tiene  horca  y  cu- 
chillo, no  te  burles;  porque  al  fin  buscan  cómo 
se  mantengan  de  hazienda  de  bonos. 

Ful. — Mala  la  tienen  con  migo,  que  no  rae 
para  blanca. 

Pin. — Mal  de  muchos  es  esse;  pero  si  no  con 
la  bolsa,  pagar  lo  yas  con  la  gorja,  y  al  fin  la 
soga  quiebra  por  lo  más  flaco. 

Ful. — Sea  lo  que  fuere:  llamo,  y  quitaremos 
achaques  de  calle.  Ta,  ta,  ta. 

Mar. — Anda,  anda,  Liberia;  abre  sin  llamar 
sospechosos  vezinos,  veladores  sobre  vidas  age- 
nas,  durmiendo  las  suyas. 

Gra.  —  Anda,  que  yo  voy  a  abrir;  apareja  tú 
la  mesa. 

Ful.  — Oye,  oye,  que  esta  voz  no  es  de  mis 
enejas. 

Pin. — Anda,  calla,  entra,  sea  quien  fuere, 
que  dentro  podras  tomar  tu  ración,  y  cada  qual 
al  tanto. 

Grt .—  Nora  buena  vengan  los  galanes,  aun- 
que tarde. 

Fvl. — Esso  me  dizes? 

Fel. — Pues  yo  te  sigo,  Pinel  acompañará  a 
esta  hermosa  y  cerrarán  la  puerta. 

'''■". — Ay,  señor,  que  me  hezisteoaer  la  can- 

' ')  En  el  original,  prohreza. 


déla  de  la  mano.  Ay,  por  tu  vida  que  me  dexes, 
que  daré  gritos. 

Pin.  —  Daré  yo  vozes.  Y  tú  gruñe,  que  al  fin 
eres  muger. 

Gra. — Asnadas,  que  otro  dia  que  yo  me 
guarde  de  ti,  y  qué  tan  atreuido  eres.  Sube  por 
amor  de  Dios;  no  des  cuenta  de  ti  y  de  mi  a 
quien  la  podemos  escusar. 

Pin.  —  Perdóname  y  sigúeme.  Buenas  no- 
ches, señores. 

Mar. —  En  buen  hora  vengas,  y  cómo  subis  a 
escuras? 

Ful.-  Calla,  entendamos  en  cenar,  que  se 
correrá  la  hermosa. 

Pin. —  Pésate?  o  que  te  va  a  ti  de  los 
otros? 

Ful. — Que  te  digo  que  eres  hombre  de  chapa; 
siéntate:  y  tú,  señora  Marcelia,  oy  sea  campo 
franco. 

Mar. — Por  amor  de  Florisino  yo  huelgo  de 
todo  lo  que  la  mesa  altar  permite.  Pero  pues 
la  mesa  es  grande  y  no  ay  quien  sima,  todo 
estará  en  la  mesa,  y  cada  vna  coma  con  el  suyo. 
E  cata  ay  los  plateles:  corte  cada  vno  lo  que 
más  le  agradare,  pues  que  saboys  que  donde  ay 
hombre,  siempre  ha  de  seruir  de  trinchar. 

Ful. — E  la  muger  ha  de  seruir  de  ])lato  de 
corte. 

Lib. — Ya  dizes  malicias  acostumbradas. 

Ful. — E  tú  que  no  la  entendiste. 

Pin. — A  la  fe,  la  señora  Marcelia  haze  bien, 
que  anda  tras  el  vino. 

Mar. — No  dizen  que  toda  buena  cena  del 
beuer  comienza? 

Ful. — Ansi  dizen.  Pero  el  vino,  más  tem- 
plado y  no  tan  empinado:  porque  ansi  pudrir 
te  ha  los  higados,  siendo  tan  rezio. 

il/a?-.  — Bien  sabes  de  médico.  E  tú  no  sabes 
que  la  muger  que  es  de  su  naturaleza  fria  y  que 
por  tanto  ha  menester  calor?  y  ansi  verás  que 
vsainos  chapines  todas,  y  los  hombres  si  traen 
corcho,  son  pocos  y  necessitados  de  calor. 

p/„ — Yo  de  mala  gana  traeria  corcho.  Pero 
menos  me  atreueria  a  ygualarte  en  essa  corrida. 
Porque  con  tres  bocados  de  assado  as  beuido 
ya  dos  reuentones:  no  sé  qué  harás  al  cabo  de 
tanta  cena. 

.1/ar.— Aunque  oueja  que  bala  bocado  pier- 
de, no  dexaré  de  te  satisfazer.  Y  sepas  que  el 
vino  más  cumple  a  la  muger  que  no  al  hombre, 
que  es  más  fuerte.  Porque  a  la  muger  confor- 
ta le  la  virtud  natural  flaca,  ayuda  a  la  diges- 
tión, cria  nueua  y  limpia  sangre,  alegra  el  co- 
raron, quita  mal  de  madre,  conforta  la  vista, 
sanea  la  memoria,  haze  buena  tez,  pone  color 
vina  al  rostro,  limpia  la  dentadura,  da  buen 
anhélito,  ayuda  al  calor  natural  para  el  parir, 
cria  leche  y  alegra  la  cria  de  las  que  dan  teta  a 
los  niños. 


orígenes  de 

deuea   de   andar  en  essas 


186 

Fel. — Luego  tú 
occupaciones. 

Pin. — Calla  ya,  que  la  virtud  sin  el  acto  no 
hazen  effecto. 

Fel. — Bien  dizes,  Pinel:  que  no  miré  que  era 
casada  la  señora  Marcelia,  para  el  parir  o  criar. 

Mar. — También  tú  eres  malicioso? 

Lib. — Anda,  madre,  que  algo  le  ha  de  pegar 
con  quien  tracta. 

Ful. — Haga  las  pazes  entre  mí  y  ti,  herma- 
na Liberia,  esta  ta^a  de  tinto,  que  beuas  por 
amor  de  mí:  porque  te  ayude  al  parir. 

Lib. — Si  no  por  la  mesa,  dixerate  que  pariré 
para  ti. 

Gra. —  Graciosamente  das  antes  que  ama- 
gues, Liberia  prima. 

Lib. — Más  gracia  tienes  tú  en  empinar. 

Pin. — Hazelo  por  cortar  bien  las  flemas  y 
dormir  mejor. 

Fel. — Veo  que  el  que  peor  lo  haze  no  ha 
menester  yr  a  Francia. 

Jl/a?-.— Anda,  que  el  buen  instrumento  saca 
maestro,  y  el  buen  vino  él  se  beue;  y  éste  que 
anda  por  la  mesa  es  tal,  porque  tiene  buen  olor, 
y  buen  color,  y  buen  gusto,  y  mal  dexo. 

Pin.  —  Antes  lo  que  mejor  ha  de  tener  es 
buen  dexo. 

Mar. — Pues  qué  no  me  entendeys  lo  que 
digo?  mal  dexo  quiero  dezir  mal  lo  dexo:  que 
de  mala  gana  se  dexe  por  ser  tal. 

Lib. — Y  aun  por  ser  él  tal  y  nosotros  guar- 
dalle  essa  condición,  nos  ha  dexado  antes  que 
le  dexemos. 

Mar. — Pues  yo  limpio  este  escamocho  por 
assentar  la  cena. 

Ful. — Siempre  buscays  achaque  para  lo  que 
os  cumple. 

Gra.  —  Dexemos  las  pláticas,  pues  ya  la 
vianda  está  parada. 

Ful. — Pues  aun  cuerpo  de  mí,  que  de  los  mal 
librados  tú  fuiste  ya  la  mejor,  y  aun  ya  se  te 
haze  tarde? 

Mar. — Ea,  digo,  todo  el  mundo  quedo.  E  tú, 
Felisino,  no  te  desmandes  con  Liberia,  y  tú. 
Pinel,  no  te  quiero  tan  retogon  de  mi  sobrina, 
que  soy  muy  zelosa,  mayormente  que  aun  esta- 
mos a  la  mesa. 

Pin. — Pues  si  la  mesa  le  estorua,  yo  acá  me 
aparto:  buena  pro  haga. 

Gra. — Ea,  prima,  guardemos  todo  esto,  cada 
cosa  en  su  lugar. 

Ful. — Pues  por  que  la  fiesta  sea  entera,  oye, 
señora  Marcelia,  vna  puridad  al  oydo. 

Mar.  —  Qué  dizes? 

Ful. — Que  como  al  plato,  seamos  tres  por 
tres  al  lecho. 

Mar. — Ay,  Dios  me  guarde:  no,  no,  tal  cosa 
no  en  mi  casa.  Basta  me  que  yo  peque  contigo, 
sin  que  dé  a  otros  causa,  en  especial  que  Libe- 


LA  NOVELA 

ria  seria  por  demás,  aunque  yo  quísiesse,  porque 
no  imagina  ella  cosa  de  varón  en  tal  manera. 

Ful. — Pues  mal  seria  yrse  a  la  calle,  y  yo 
con  ellos,  a  tal  hora. 

Mar. — A  Dios  gracias,  para  esso  camas  aura 
en  mi  casa:  que  aunque  pobre,  no  faltarán  vn 
par  de  camas. 

Fel. — A,  Pinel!  qué  secretos  de  sobrecena 
son  éstos  de  los  dos?  y  las  muchachns,  que  se 
nos  trasportaron? 

Pin. — Luego  no  as  entendido  como  Fulmi- 
nato gana  la  voluntad  a  la  huéspeda,  para  que 
nos  dé  las  muchachas? 

Fel. — Pues  terciemos  jugando  de  mala,  que 
por  Dios  que  es  marcado  compañero  Fulminato. 
A,  señora  Marcelia,  da  nos  licencia  al  compañe- 
ro y  a  nos,  que  es  tarde. 

Mar. — Esso  me  estaua  diziendo  Fulminato: 
que  na  se  quiere  yr;  ni  aun  seria  hora  de  abrir 
la  puerta  ya,  porque  tenemos  vezinos  sospecho- 
sos. Hija  Liberia,  aposentareys  a  essos  dos  ga- 
lanes en  la  cama  del  entresuelo,  y  tú  y  tu  pri- 
ma en  estotra  camaretra  de  arriba  par  de  la  mia. 

Ful.  —  Pues  qué  a  mí  me  dexas  solo?  ensé- 
ñame la  cama,  que  luego  marcho. 

Mar. — Y  espera,  que  sólo  eres  para  ti;  daré 
cobro  a  estotros. 

Lib. — Cuydados  ágenos  matan  a  mi  madre 
sobre  ten^r  ella  su  cobro,  pues  mando  te  yo... 

Mar.—  Qué  dizes,  hija? 

Lib. —  Que  pierdas  cuidado,  que  todo  se  hará 
bien. 

Mar. — Pues  tú,  sobrina,  mira  por  la  casa,  y 
[á]  acostar  todo  el  mundo:  no  oya  yo  más  a 
nadie. 

Gra. — Mira,  prima,  lo  que  ha  de  ser  conuie- 
ne  que  sea;  tú  alumbra  abaxo  a  Felisino,  que  yo 
lleno  a  Pinel  a  estotra  cama,  y  después  allá  cada 
vno  hará  como  viere. 

Lib. — Ay,  Jesús,  no  osaré  yr  sin  ti. 

Gra  — A,  señor  Felisino,  mi  prima  te  yrá 
[á]  alumbrar  y  enseñar  la  cama,  y  sea  luego,  y 
no  la  dexes  subir  sola,  que  es  medrosa,  y  tú,  se- 
ñor Pinel,  sigúeme. 

/"¿/.  —  Cómo  vas  ansi  tan  rostri  tuerta  y  de 
mala  gana  con  migo,  sabiendo  quánto  soy  tuyo, 
mi  señora? 

Lib. — Esta  es  la  cama,  ay  queda  essa  vela,  y 
quédate  a  buenas  noches. 

Fel.  —  W\  señora,  perdona  me,  que  me  anisó 
tu  prima  que  eras  medrosa. 

Lib. — Pues  ya  que  yo  soy  medrosa,  y  para 
qué  tú  cierras  la  puerta?  y  esso,  señor  Felisino? 
y  for9arme  quieres  en  mi  casa? 

Fel. — Perdone  tu  hermosura  mi  atreuimien- 
to,  pues  me  fuerya  tu  amor  a  te  forgar,  sin  poder 
hazer  menos. 

Lib. — Ay,  por  un  solo  Dios  que  me  dexes. 

Fel. — Perdona  me,  pues  aun  tú  üO  meló  ten- 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


187 


drias  a  bien  en  tal  tiempo  comedimientos,  pues 
bien  sé  qne  te  has  de  quesar. 

Lib. — Ay,  cuitada  de  mi,  o  deshonrada  de  mi 
madre,  y  qué  mala  hija  tienes  ya  en  mi.  y  qué 
mal  huésped  en  Felisino,  qué  mal  te  ha  pagado 
el  buen  hospedaje! 

Fel.  —  Pues  que  yo  estoy  desnudo,  y  tú,  vida 
mia,  no  te  lias  de  yr  esta  noche  desta  cámara, 
y  lo  hecho  ya  es  hecho,  para  en  lo  por  hazer  te 
ayudo  a  desnudar,  que  es  tarde. 

Lib. — Pues  mi  madre  dio  la  occasion,  y  tú, 
Felisino,  tienes  de  mí  lo  mejor,  e  yo  soy  forja- 
da, y  donde  fuer9a  ay  derecho  se  pierde,  no  te 
quiero  negar  lo  restante.  Y  cata  me  aparejada  a 
cumplir  toda  tu  voluntad,  en  todo  mi  daño  y 
perjuyzio. 

/•>/.  —  Pues  sobre  tan  soberana  merced,  mato 
la  vela;  a  buenas  noches. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  VI TI 


E<p>M'an(lo  Floriano  a  Polytes  con  la  respuesta  de  Beüsea  glosa 
el  Komam-e  que  atra>  por  él  cantado  auia.  Hale  la  carta  Po- 
Ijtes  de  su  señora  y  con  ella  él  se  desmaya.  Va  Polytes  por 
mandado  de  Lydorio  en  busca  de  Fulminato,  que  busque  al- 
guna alcahueta  o  hechizera. 


Floriano.  Polytks.  Lydorio. 

[Flor.]  —  O  el  más  triste  de  los  tristes,  y  el 
más  sin  ventura  de  los  caualleros!  dime,  muy 
confiado  Floriano,  qué  esperan9a  te  promete  tu 
atreuida  confian9a?  O  mi  fiel  mensajero,  cómo 
te  veo  en  gran  afán  para  complir  tu  palabra!  O, 
cómo  tu  buen  desseo  te  hizo  no  mirar  primero 
el  ningún  fauorque  para  tu  mensajeriatedaua(') 
mi  poco  merescimiento!  Bien  veo  que  vas  más 
acompañado  de  lealtad  para  seruirme  que  de 
justicia  para   librarme  con  buena  nueua.  Mira, 
mira  que  desconfio  de  la  vida  por  pensar  que 
no  auras  reuocacion  de  quien  me  condena  a  la 
muerte.  O,  cómo  pienso  y  temo  que  negociarás 
solícitamente!  pero  alcan9arás  lo  que  vn  desfa- 
uorido  puede  en  arduos  e  importantes  negocios. 
O,  mi  señora,  o  mi  vida,  o  más  que  humana  Be- 
hsea !  a  qué  has  de  mirar  para  el  librar  mis  nego- 
cios cometidos  a  solo  vn  fiel  paje?  qué  te  ha  de 
obligar,  al  responder  a  mi  petición,  algo  de  lo 
I  que  pide  tan  atreuidamente?  Porque  si  miras  a 
j  mí,  falta  me  merescer;  si  a  tu  alteza,  no  podras 
1  humillarla  tanto;  si  a  mi  justicia,  tengo  mala 
I  proban9a;  pues  mire  tu  poder  a  tu  sola  miseri- 
j  cordia,  y  a  la  innocencia  del  medianero  y  abo- 
j  gado.  Porque  aun  asi  hallará  entrada  tu  piedad 

I  delante  el  acatamiento  de  tu  majestad,  para  dar 
la  vida  a  este  muerto. 
.       Pol. — Agora  que  he  cenado  y  compli  con 
I  migo,  voy  a  cumplir  con  Floriano.  E  si  duer- 

(')  En  el  origí  nal,  por  elTata,  deua. 


me,  ay  está  el  dia  de  mañana;  porque  en  males 
ágenos,  poco  ay  del  lunes  al  martes. 

Lyd. — Qué  haze? 

Pol. — Aun  agora  llego  a  esta  puerta  de  la 
cámara,  y  según  me  paresce  está  tañendo. 

Lyd. — Pues  oye  si  cantasse  algo  de  bueno. 

GLOSA     AL      ROMANCE     DE     LA     8CKNA     QUINTA: 
«QÜAN'DO  CON  MENOS  OÜIDADO^J,  ETC. 

Flor.         La  gloria  quo  me  esperaua 
del  morir  por  quien  ya  muero, 
quando  en  mí  solo  miraua, 
porque  bien  no  me  empleaua, 
me  mudó  mi  ser  primero: 
y  ansi  me  vi  ser  robado 
del  poder  que  en  mí  tenia 
y  fuy  de  muerte  llagado 
Quando  con  menos  cuidado 
mis  exudados  yo  sentía 

Lyd. — Oye,  oye,  que  me  paresce  que  glosa  el 
Romance  que  compuso  este  dia. 

Pol. — E  aun  me  paresce. que  va  para  meres- 
cer atención. 

Flor.         Llagado,  pues,  de  tal  suerte, 
alegre  con  ser  herido, 
con  ser  el  golpe  muy  fuerte, 
holgaua  llamar  la  muerte, 
del  viuir  ya  despedido; 
y  ansi  puesto  en  tal  estado 
que  nada  de  mí  sabia, 
Me  conosci  ser  llenado 
por  nueua  guia  guiado 
do  mi  desseo  quería. 

Sin  punto  saber  do  fuesse, 
jamas  vn  passo  torci, 
y  aunque  mi  dolor  cresciesse 
y  mi  fuerya  fallesciesse, 
de  mi  fe  no  fallesci, 
pero  sin  perder  la  guia: 
con  verme  más  fallescer, 
proseguí  con  mi  porfía 
Ageno  de  compañía, 
sino  sólo  mi  querer. 

Y  aunque  senti  inconueniente 
caminar  sin  ver  do  fuesse, 
con  desseo  muy  feruiente, 
a  todo  mal  consenciente, 
quise  ver  lo  que  viniesse, 
por  do  con  tal  parescer, 
pues  de  mí  ya  me  oluidaua, 
puesto  a  todo  padescer, 
Sin  atrás  passo  torcer, 
salí  tras  quien  me  guiaua. 
De  las  penas  que  sentia, 
lo  que  más  pena  me  diera 
era  ver  que,  aunque  moria, 
ni  la  causa  bien  sabia 
ni  el  origen  do  saliera: 


188 


OEÍGENES  DE  LA  NOVELA 


yo,  que  en  tal  pena  penaua 
menos  que  mi  mal  merescc, 
para  ver  de  do  mañana 
Vime  puesto  donde  estaña 
vn  sol  que  el  sol  obscuresce . 

Cuyo  nueuo  resplandor 
alumbró  mi  entendimiento 
para  ver  claro  y  mejor 
que  fue  poco  mi  dolor 
para  tal  restauramiento: 
pues  si  el  coraron  padesce 
pena  tan  cruda  y  sabida, 
con  la  gracia  se  engrandesce 
De  vna  dama  que  meresce 
ser  de  nadie  merescida. 

Y  aunque  vi  la  que  buscaua, 
con  verla  me  vi  perder, 
porque  vi  quán  alta  estaua 
la  gloria  que  desseaua 
por  dar  fin  a  mi  arder: 
de  nueuo  perdi  la  vida, 
mi  muerte  ya  desterrada, 
pues  subiendo  di  caida 
Do,  mi  libertad  perdida, 
"  hize  punto  a  mi  jornada. 

Hize  punto  al  caminar, 
faltoso  de  atreuimiento 
de  poder  imaginar 
ni  me  osar  determinar 
ver  su  gran  merescimiento; 
la  fuer9a  de  amor  sobrada 
muriendo  me  dio  atreuer, 
aunque  con  vista  trrbada 
De  mí  más  siendo  mirada 
siempre  via  mm  que  ver. 

De  mí  con  vn  nueuo  oluido, 
oluidado  mi  tormento, 
me  mostré  ser  atreuido, 
subir  do  nadie  ha  subido 
los  ojos  solo  vn  momento: 
búfano  de  tal  me  ver 
en  tanta  gloria  y  altura, 
yo  que  lo  arrisqué  a  perder 
Propuse,  pues,  de  saber 
nombre  de  tal  hermosura. 

Mas  por  que  más  (')  mi  castigo 
dilatado  me  perdiesse, 
aquesta  dama  que  digo 
no  luego  se  vuo  conmigo 
según  que  yo  meresciesse: 
su  silencio  con  mesura 
pagó  mi  mal  miramiento, 
porque  calló  con  cordura, 
En  pago  de  mi  locura 
y  sobrado  atreuimiento. 

Mas  porque  yo  no  llamasse 

(*)  En  el  original,  Mas  qve  por  mas.  que  no  hace 
buen  sentido.  Tenérnoslo  por  errata. 


SU  tal  callar  consentir, 
sin  que  punto  más  tardasse, 
me  vi,  sin  que  tal  pensasse, 
condenado  a  no  viuir; 
y  por  más  saneamiento 
de  mi  muerte  tan  rabiosa, 
dando  yo  consentimiento, 
Fuy  lanqado  en  vn  momento 
en  cárcel  tenebregosa. 

Vime  puesto  en  compafiia 
de  otros  que  se  atreuieron 
a  seguir  do  yo  seguia, 
sin  más  fuer9a  ni  valia, 
y  ansi  también  perescieron: 
alli  mi  alma  gozosa, 
que  el  penar  siempre  ha  querido, 
huelga  en  muerte  tan  rabiosa, 
Do  con  gran  morir  reposa 
mi  coraron  .affligido. 

Pues  nasci  para  peiiar, 
siento  gozo  en  tal  muerte 
y  esso  llamo  descansar, 
con  que  siento  más  pesar 
de  pena  rabiosa  y  fuerte: 
pues  viue  tan  sin  sentido 
el  cora9on  a  mi  ver 
de  muy  penado  affligido. 
Que  aunque  se  siente  perdido, 
se  dessea  más  perder. 

CONCLUYB 

Que  mirando  la  alteza 
de  aquella  por  quien  padesce 
y  la  su  propria  baxeza, 
se  propone  con  presteza 
a  qualquier  mal  que  se  offresce: 
ansi  que  el  más  padescer 
mi  coraron  tan  herido 
llama  gloria  al  parescer, 
Pues  siente  no  merescer 
más  premio  del  conseguido. 

DESHECHA 

Que  yo  bien  me  lo  sé 
que  a  tus  manos  moriré. 

Soy  ambÍ3Íoso  de  gloria, 
y  ansi  busco  el  tal  tormento 
que  me  da  merescimiento 
de  ser  puesto  en  tu  memoria; 
esta  es  mi  mayor  victoria, 
por  cuya  ganancia  sé 
que  a  tus  manos  moriré. 


Lyd. — Por  Dios,  que  si  los  amores  no  dies- 

sen  tal  inquietud  en  este  hombre,  que  por  oyr-  \ 

le  tales  cosas  auriamos  de  dessear  que  siempre  j  ■( 

ansi  penasse.  Pero  pues  ya  calla,  quiero  entrar  !  \ 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


189 


a  despertarlo  de  su  desacuerdo,  que  passa  de 
las  dos.  Veamos  si  quiere  oy  dormir,  porque 
si  con  tanto  desconcierto,  y  cabiéndonos  tanta 
parte,  su  mal  turasse,  antes  que  él  sane  ent'er- 
marenius  todos. 

Pol — Entra, entra.  sefior,que  ya  todos  duer- 
men, e  yo  que  no  me  quedo  en  la  posada  pero 
guardo  la  puerta. 

/■Vo/-.— Quién  me  despertó  del  sueño  del  ol- 
uido  de  todo  el  mundo,  y  de  la  vela  del  acuerdo 
de  mi  señora.' 

L)id. — Dexate  ya,  señor,  de  esso  y  duerme 
ant  's  que  el  sol  amanezca  a  otro  dia. 

Flor. — No  busques  en  mí  otro  sueño  sino  el 
de  la  muerte.  Porque  como  mi  viuir  sea  vn  sue- 
ño de  muerte,  viniendo  en  mi  su  contrario,  que 
es  la  vida,  auria  de  deshazerse  la  vnion  deste 
compuesto  para  ser  de  nueuo  gouernadocon  go- 
uiernos  de  vida.  E  ansi  te  digo  que,  si  quieres 
que  no  muera,  no  me  apartes  del  gouierno  de 
muerte  con  que  agora  mi  viuir  se  sustenta,  E 
si  quieres  mi  descanso,  incita  y  despierta  y  aui- 
ua  mis  passiones  ya  cansadas  de  ai'fligirme. 
Poique  mientras  más  cedo  éstos  me  acabaren, 
más  ayna  hará  punto  en  mí  mi  presente  morir, 
y  comencará  la  vida  de  mi  gloria  en  morir  por 
Belisea. 

Lyd. — Mira,  señor,  lo  que  hablas. 

/•7o/-.  — Esto  que  oyes. 

Lyd.—  Pues  mira  que  esso  es  contra  la  ra- 
zón, porque  matarte  poco  a  poco,  o  matarte  en 
vn  punto,  causándote  tú  la  muerte,  todo  es  ho- 
micidio que  llaman  voluntario. 

F/y/-.  —  Pues  dime,  ya  que  esso,  según  sen- 
tencia de  la  razón ,  sea  matar  me ,  cómo  po- 
dría yo  executarla  sin  sentencia  o  licencia  de 
mi  señora?  Sí,  que  Belisea  me  sostiene,  Beli- 
sea me  da  el  ser  de  glorioso  penado  de  amor  que 
tengo;  por  Belisea  viuo;  por  Belisea  tengo  de 
morir. 

Pol.  —  Adóbame  essa  christiandad. 

Lyd. — A,  señor,  mira  que  lo  que  hablas  de- 
roga a  tu  catholica  nobleza. 

Flor. — Pero  no  contradize  a  la  voluntad  de 
Belisea.  Porque  yo,  que  tengo  el  viuir  de  su 
mano,  no  puedo  sin  su  expresso  consentimiento 
poner  mi  vida  en  las  manos  de  la  actual  muer- 
te; porque  esto  seria  hurtando  quitar  a  nadie 
lo  que  es  suyo.  Lo  qual  es  (como  sabes)  con- 
tra todo  derecho,  ciuil  y  canónico,  diuino  y  hu- 
mano. 

Lyd. — Scrupuloso  se  me  tornara  entre  ma- 
nos Este  es  el  pecado  de  la  lentejuela.  No  haze 
caudal  de  la  charidad  para  con  Dios  y  consigo, 
en  hazer  o  no  hazer  lo  que  Dio-<  manda  o  vieda, 
y  haze  hincapié  en  la  charidad,  o  (por  mejor  de- 
zir)  locura  para  con  el  primo,  en  lo  que  no  le 
toca  sino  por  sus  imaginaciones. 

Flor. — Estás  ay,  Lydorio? 


Zyo?.— Esso  sí,  esso  sí,  para  que  la  locura  te 
saine  en  las  heregias,  E  como?  estoy,  señor, 
persuadiendo  te  al  sueño,  de  que  tienes  y  tene- 
mos necessidad,  y  dizes  me  si  estoy  aqui? 

Hor. — O,  cómo  no  miras  más  de  lo  presente! 
Cómo  podré  para  dormir  despedir  los  ansiosos 
y  temerosos  cuidados  que  de  auer  acontescido  a 
Polytes  estoy  lleno?  })orque  yendo  él  a  lo  que 
me  cumplía,  si  le  auino  algún  desastre  por  don- 
de, peligrando  su  vida,  mi  honra  ande  a  la  ver- 
güenza por  las  plazas,  y  a  donde  de  mi  señora 
se  pudiesse  dezir  alguna  quiebra.  Esto  pensa- 
do, quieres  que  duerma? 

Po/.  — En  tal  coyuntura  entro,  porque  se- 
remos más  en  ayudalle  a  la  pena:  y  tomará 
aliuio,  porque  el  doior  quanto  en  más  partes 
es  repartido,  es  menos  en  cada  parte,  y  el 
gozo  comunicándole  cresce.  Cómo  está  tan  ca- 
llado? 

Lyd. — Está  tal  que  le  temo  y  he  compa- 
sión. 

Pol.  —A,  si'ñor,  toma  esta  carta  escrita  de 
mano  de  Belisea. 

/'7o/-.— Quién  me  nombró  a  Belisea?  o  mi 
mensajero,  y  tú  eres?  qué  carta  es  ésta?  es  la 
mia,  que  no  la  pudiste  dar?  desengáñame  lue- 
go. Mira  que  no  te  creo  sino  que  es  la  mia. 
(]ata ,  amigo ,  que  no  estoy  para  suffrir 
burlas. 

Lyd. — O  perdido  de  hombre!  Di  me,  señor, 
no  conosces  tú  la  tu  letra?  cata  que  esta  letra 
es  de  muger. 

Pol. — Es  de  Belisea. 

Flor.—  Y)Q  Belisea? 

Pol. — Sin  falta. 

Flor. — Mucho  dizes. 

Ijyd. — Ábrela  y  veraslo. 

Flor.  —  Bien  hablaste.  Pero  ya,  ya  en  el  tem- 
blor de  mis  carnes,  que  del  temor  reuerencial 
del  papel  que  deue  auer  estado  en  manos  de  mi 
señora  es.  Dime,  dime,  dichoso  papel,  quién  te 
hizo  de  tanto  mt^rito? 

Po/.  —  Por  mi  fe,  que  pienso  que  aunque  a 
solas  se  viesse  con  ella  que  no  hiziesse  sino  ado- 
ralla. 

Flor.—  (^\ié  dizes,  mi  Polytes?  mucho  te 
deuo  cierto;  pero  dezid,  por  qué  no  os  gozays 
con  mi  tal  huésped? 

Lyd. — No  sin  causa  dizen  ser  de  temer  la 
próspera  y  no  pensada  fortuna  tanto  y  más  que 
la  aduersa.  A,  señor,  mira,  por  Dios,  que  con 
tanto  llorar,  a  ti  consumes  y  la  carta  des- 
hazes. 

Flor. — Calla,  que  el  gozo  obra  en  mí  más  de 
lo  que  yo  siento.  Y  también  temo  que  sea  sue- 
ño esto  o  illusion  del  demonio,  que  muestra  vna 
cosa  por  otra,  por  engañarnos. 

Lyd.  —  Amuestra;  leer  te  la  he,  y  verás  y 
creerás. 


190 


OKIGENES  DE  LA  NOVELA 


Flor. — Ay,  que  el  nombre  de  mi  señora  no 
ha  de  andar  en  todas  manos.  E  aunque  yo  no 
lo  meresca,  la  leo;  alúmbrame  essa  vela. 

CARTA   DE  BELISEA  A   FLORIANÜ 

Es  ya  tanta  tu  demasía  en  ser  atreuido  per- 
seguidor importuno  de  mi  honra,  que  me  ha 
confirmado  del  todo  en  tu  aborrescimiento.  E 
ansi  con  tal  intención  forcé  a  mí  mesma  a  te  es- 
criuir  ésta  de  mi  mano.  Y  no  la  tomes  como 
fauorescido,  en  respuesta  de  tus  vanas  palabras 
y  locas  peticiones,  pero  como  aborrescido  la 
toma  por  despedida  a  tus  deuaneos.  Y  el  sí  que 
me  pides,  sea:  que  si  más  cosa  tuya  viene  de- 
lante mí,  que  con  darme  a  mí  pena,  tú  no 
ganarás  honra,  porque  te  tengo  por  manifiesto 
enemigo  de  mi  descanso  y  destruydor  de  mi 
honra,  y  en  esto  podras  saber  con  quánto  tu 
desamor  quedo  por  tu  mortal  enemiga. 

Pol. — O,  valas  me  Dios,  señor!  señor!  A  es- 
sotra  puerta:  tan  muerto  es  como  mi  abuelo. 

Lyd. — O,  gran  desastre  y  brauo  mal;  no  sin 
causa  temia  leerla;  bien  dizen  que  pocas  vezes 
el  coraron  se  engaña:  échale  dessa  agua  de 
azar,  que  desmayo  es.  O,  qué  sospiro  tan  de  las 
entrañas! 

Flor. — A,  mi  señora  Belisea,  o  ángel  mió, 
quién  te  indignó  contra  mí?  mucho  te  engañó 
quien  te  me  vendió  por  destruydor  de  tu  honra. 
Pero  pues  no  puedo  no  te  amar,  ni  tú  quieres 
sino  aborrescerme,  a  lo  menos  podré  seruirte 
vltimamente  con  matarme. 

Lyd. — A,  señor,  despide  essas  congoxas. 

Flor. — No  puedo,  porque  alegría  no  aura 
lugar  en  mí.  E  tú,  Polytes,  acabadas  son  tus 
leales  pisadas  en  molestas  mensajerías.  Salios 
fuera,  y  cerrad  puertas  y  ventanas,  y  no  me 
entre  luz  hasta  que  la  muerte  acabe  lo  comen- 
yado. 

Lyd. — Anda  acá,  Polytes,  cierra  essa  puerta: 
qué  gran  mal  es  este?  Llama,  llama  [á]  Fulmi- 
nato y  a  essos  continos  y  gente,  y  armados  aco- 
metasse  la  casa  de  Belisea,  y  traygase  a  Flo- 
riano,  que  mejor  se  deliberará  después  con  la 
justicia  que  agora  con  la  tan  determinada 
muerte. 

Pol. — Mas  yo  voy  en  busca  de  Fulminato, 
que  es  registro  viejo  de  males,  y  sabrá  de  algu- 
na alcahueta  hechizera  que  esto  negocie  con 
el  demonio,  pues  que  Dios  no  quiere  en  ello 
parte. 

T^yd. — Pues  a  tuerto  o  derecho  haz  como  ya 
se  remedie,  y  no  me  digas  más  en  ello  hasta 
ver  lo  que  allá  acordaredes,  pues  esta  cosa  es 
peor  encarainalla  por  via  de  buen  juyzio.  Y  en- 
tiende en  esso,  que  yo  me  voy  a  drscabe9ar  el 
sueño,  que  ya  amanesce ;  y  quando  fuere  menes- 
ter, me  llamarás. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  IX 


Desperlando  todos  en  casa  de  Marcelia.  yéndose  Marcelia  a  la 
missa  del  alúa  que  solía,  eiicuentrause  ella  y  Polytes  a  la 
puerta  de  su  casa  yendo  en  busca  de  Fulminato.  Passaudo  sus 
razones,  ella  se  va.  y  él  subiendo  llama  a  Fulminato  con  los 
demás,  que  se  van  a  Palacio. 


FüiiMiNATO,  Marcelia,  Fblisino,  Libebia, 

PxNEL,  GkACILIA,  PoLYTES. 

[Fid.] — O,  quán  intolerable  es  el  calor  des- 
tas  noches,  y  en  ser  largas,  no  creo  lo  fue  más 
la  en  que  Hercules  fue  engendrado. 

Mar. — Dime  essa  historia  por  mi  vida,  que 
hasta  hoy  no  la  sé  cómo  fue. 

Ful. — Tan  poco  soy  poeta;  pero  dizen  que 
Júpiter,  enamorado  de  Alcinena,  muger  de  Am- 
phytrion,  -estando  con  ella,  por  parescelle  pe- 
queña la  noche,  la  hizo  de  espacio  de  veynte  y 
quatro  horas.  Y  de  aquel  juego  salió  concebido 
el  Hercules. 

Mar. — Alómenos ,  si  esso  fue  ansi  o  no, 
poco  te  aprouechas  dello,  porque  a  media  noche 
andada  nos  acostamos,  y  agora  toda  la  noche 
es  de  siete  horas,  y  aun  con  apenas  alborescer 
ya  te  querrías  ver  mil  leguas  de  mí. 

Ful. — No  te  marauilles,  que  el  fuego  mucho 
gasta. 

il/ar.— Pues  qué  fuego  hallas  so  las  sa- 
uanas? 

Ful. — Que  qué?  hazeys  de  la  boua?  pues  oy 
cerradas  son  velaciones. 

Mar. — Que  aun  responder  no  me  quieres? 
pues  espera,  que  yo  te  quedare  a  solas. 

Ful. — Alia  yrás  diablo,  qué  caro  me  cuesta 
la  cena  de  anoche,  y  ella  mal  pagada;  quiero 
agora  dormir  vn  poco. 

Fel. — O,  cómo  es  ya  gran  mañana. 

Lib. — Por  mi  vida,  señor,  que  te  he  manzi- 
11a,  que  no  has  pegado  ojo.  Voyme  arriba  de 
presto,  que  ya  siento  pisadas  de  algún  leuanta- 
do:  no  nos  halle  aqui  mi  madre. 

Fel. — Pues,  mi  coraron,  aprieta  la  puerta,  y 
no  me  oluides. 

Lib. — Ya  por  demás  es,  pues  me  tienes  por 
tuya ;  pero  o,  cómo  me  hallo  muy  fuera  de  mí 
por  Felisino!  o,  qué  robado  ha  mi  coia9on!  o, 
cómo  me  hallo  agena  de  mí!  y  como  taino  puse 
más  guarda  en  mi  honra!  o,  cómo  he  mirado 
mal  lo  que  he  hecho!  pero  pues  yo  lo  desseaua, 
y  he  ganado  vn  tal  amigo,  perdiendo  mis  que- 
xas  por  demás,  voy  a  ver  a  Gracilia. 

Grac.  —  Ay,  señor,  y  dexame  ya,  que  entra- 
ña mi  prima,  y  creo  que  de  empacho  se  tornó, 

Pin. — Más  deue  de  andar  al  regosto  por  acá. 

Lib. — Duermes,  prima?  que  aun  audays  en 
esso?  donosa  boua  he  sido  yo  con  mi  madru- 
gada ! 


COMEDIA  LLAMADA  FLORIXEA 


191 


Grac. — Ay,  espera,  que  lue  despertaste. 

Lib. — Mejor  te  ahorquen  que  tú  dormius. 
Pero  de  presto  remedíese  como  lui  madre,  que 
ya  se  viste  rato  ha,  los  halle  a  los  dos  juntos. 

Pin. — Pues  espera,  que  como  vn  trueno  me 
voy  con  el  hato  a  cuestas  con  Felisino,  porque 
ayamos  el  dia  en  paz. 

L¿'¿.— Mas  no  viste  quán  liberalmente  nos 
desembarazó  con  todo  su  hato? 

Grac. — Ansi  han  de  ser  los  hombres. 

Fel. — Cata,  cata,  cómo  vienes  luiyendo? 

Pin. — Porque  no  nos  halle  juntos  Marcolia, 
que  ya  es  en  pie. 

Fel.—Wxeix  acordado  fue,  échate  presto  y 
durmamos  si  nos  dexaren,  que  creo  que  lo  aure- 
mos  menester. 

Mar. — Buenos  dias,  qué  hazeys,  hijas?  bien 
me  paresce  veros  desembarazar  la  casa;  y  aque- 
llos galanes? 

Lib. — E  tal  qué  sabemos,  más  do  que  deuen 
dormir?  que  abaxo  algo  está  aparejado  al  no 
madrugar,  y  ellos  que  no  lo  han  de  costumbre. 

Mar. — A  la  fe,  hija,  yerua  pasee  quien  lo 
paga,  dizen.  Ellos  siruen  buen  amo,  son  mu- 
chachos, al  mundo  tienen  en  nada.  Quien  les 
quitará  el  sueño  vua  noche  que  acá  se  quedan, 
sino  que  duerman  y  se  harten?  y  vosotras  dur- 
mistes  bien  juntas? 

Grac.  —Antes  muy  mal. 

Mar. — De  miedo. 

Grac. — Parte  de  esso,  pero  yo  de  dolor  de 
estomago,  que  me  ahogaua. 

Mar.  — Hi,  hi,  hi. 

Lib. — Cómo  se  rie  mi  madre  del  mal  ageno! 

Mar. — Anda,  boua,  que  fue  la  madre  que  se 
te  altei'ó  con  el  cenar  tarde,  y  acostaros  luego, 
y  salir  de  ordinario  en  el  estomago,  que  andan- 
do se  te  quitará,  y  no  te  desarropes. 

Grac. — Pues  dónde  con  manto  y  sombrero 
tan  de  mañana? 

Mar. — A  nuestra  señora  de  los  Remedios; 
luego  en  oyendo  la  uiissa  primera  soy  de  buel- 
ta.  No  te  vayas  oy,  quédate  con  tu  labor  hasta 
la  noche,  pues  sobró  vianda  en  abundo,  y  aun 
para  parte  de  la  semana. 

Grac. — Sea  como  mandares;  ruega  allá  por 
todos. 

Lib. — Gran  cosa  es  ésta,  que  no  ha  de  faltar 
mi  madre  e.sta  missa.  Pero  haze  bien,  que  siem- 
pre trae  su  par  de  panezillos,  y  algo  para  ayuda 
de  costa. 

Grac. — Ya  ves,  prima,  por  tal  señora  lo  haze. 
Pero  no  en  balde  dize  ella  tanto  bien  del  sacris- 
tán, y  agora  veo  que  tiene  razón.  Ay,  prima, 
prima,  qué  bo^al  eres;  pero  verás,  y  sabrás,  y 
harás;  que  las  que  no  tenemos  otra  renta  8Í|no] 
la  labor,  es  menester  que  lo  panqueemos  para 
sustentarnos.  Pero  dexaudo  esto,  entendamos 
en  algo. 


Pol. — Aun  quál  será,  si  pierdo  el  tino  a  la 
casa?  Pero  aquella  que  se  abre  es,  que  qui^-a 
madrugan  para  salir  sin  testigos.  Cata,  cata  por 
Dios,  que  la  ensombrerada  es  la  amiga  de  Ful- 
minato, y  aun  que  no  le  hiede  el  huelgo.  Pues 
que  ya  ella  me  conoscera,  allego.  Buenos  dias 
dé  Dios  a  tu  lo^ania,  señora  Marcelia. 

Mar. — O,  qué  buena  venida  la  tuya!  pues 
agora  no  dudaré  salir  de  casa,  pero  hazer  quie- 
ro vna  señal  de  tu  venida. 

J^ül. — Voluntad  no  falta  para  seruirte,  pero 
quien  sirue  a  otro  no  es  libre;  ni  aun  agora,  si 
no  viniera  en  busca  de  Fulminato,  no  tuuiera 
esta  libertad. 

Mar. — Pues  qué  ha  de  hazer  acá  y  a  tal 
hora? 

Pol. — El  qué  essotro  lo  sabe. 

Mar. — Gracioso  eres. 

Pol.-m,  hi,  h¡. 

Mar.  — Y  qué  es  lo  que  te  dio  occasion  de 
reyr?  por  mi  vida  que  me  lo  digas,  si  es  de  ver 
me  yr  ansi.  Voy  de  mañana  a  vn  poco,  por  no 
ser  de  todos  conoscida,  y  por  ser  de  ninguno 
juzgada;  y  aun  también  porque  voy  más  a  mi 
contentamiento  tan  endelgada. 

Pol. — Y  aun  al  mió,  que  aun  te  querría  más 
desnuda. 

Mar.— Y  tú  eras?  pense  que  eras  vn  sanc- 
tillo. 

Pol. — De  Pajares,  que  ardia  él  y  no  la  paja. 
Pero  aun  creo  que  lo  lleua  a  las  veras;  pues 
cómo  dexas  la  gran  prisa  y  te  entras  a  dentro? 

Mar. — Y  ven  acá,  que  no  te  comeré,  que  aun 
es  gran  mañana,  y  para  todo  tengo  tiempo. 

Pol. —  Vo  que  te  las  entiendo,  pues  espera. 

J/ar.  —  Ay  mezquina  de  mí,  que  están  dur- 
miendo en  este  entresuelejo.  Y  dexa  me  agora, 
que  asnadas  que  yo  mire  otro  dia  de  quien  me 
fio:  pues  yo  tengo  el  mal  que  merezco,  en  sen- 
tarme contigo  en  este  escaño  por  buena  crianza. 

PoL --Todas  teneys  esse  gruñir  y  dosagra- 
descimiento. 

^[ar.  —  Ay,  qué  dizes?  que  con  espanto  de  tu 
atreuimieiito  y  mi  daño  no  te  entendí. 

Pol. — Sí  no  me  entendiste  al  dezir,  baste  que 
me  esperaste  al  hazer,  Pero  díxe  que  me  perdo- 
nes y  vayas  con  Dios.  Pero  no  sé  dónde  vas  tú 
y  otras  muchas  que  he  topado,  vna  vez  que  he 
madrugado,  que  van  de  la  suerte  que  tú. 

Mar. — Esso  ellas  lo  saben,  yran  a  lo  que  yo. 

Pol. — Tan  poco  sé  esso,  y  tú  dónde  vas? 

Mar. — A  la  missa  de  nuestra  señora  de  los 
Remedios. 

Pol. — Ni  aun  soy  tan  bouo  como  esso,  que 
agora  passé  por  junto  a  la  Trinidad  y  no  ay 
sueño  de  abrir  puerta. 

Mar.— Y  aun  esso  quiero. 
Pol. — Peor  es  de  entender  vna  muger  que 
vn  concejo.  Pero  atento  que  vas  a  missa  donde 


192 


orígenes  de  la  novela 


no  ay  puerta  abierta,  las  que  como  tú  he  topado 
disfracadas,  cruzando  callejuelas,  dime,  van  con- 
tigo a  representar  autos  de  comedias  en  cas  de 
los  abbades  o  van  por  las  Uaues  para  abrirte  la 
puerta^donde  tú  vas? 

Mar. — Asnadas  que  no  eres  tú  todo  bueno, 
maguera  muy  mansito.  Ay,  ay,  ouejita  de  Dios, 
el  diablo  te  tresquile. 

Pol. — No  te  rias  tú  de  mi  malicia,  y  no  me 
confirmarás  en  el  desseo  de  lo  que  te  pregunto. 
Mar.  —  Algunas  yran  a  lo  que  yo,  y  otras  en 
estaciones. 

Fol. — Y  van  a  rezar  las  con  los  abbades  a  las 
camas? 

il/ar. — Y  calla  ya,  no  apures  tanto  las  cosas, 
que  con  algo  se  han  de  mantener  en  honra  las 
que  se  defienden  de  la  pobreza,  de  lo  que  a  mí 
cabe  gran  parte  por  mis  peccados, 

Fol. — Y  aun  creo  yo  que  tú  y  las  otras  an- 
days  eptos  passos  en  busca  de  los  tales  pec- 
cados. 

Mar. — Ay,  que  dizes?  alguna  malicia  asna- 
das. 

Fol. — La  mesma.  Pero  digo  que  me  agradas 
en  darme  a  entender  que  andays  estas  andolen- 
cias  a  partir  con  los  encerrados  las  quentas  del 
rezar,  y  las  obladas  con  los  sacristanes,  y  las 
raciones  y  capellanías  con  los  clérigos,  y  los  be- 
neficios con  los  clérigos. 

Mar. — Reyr  me  hazes  con  tus  malicias.  Pero 
y  dónde  dexas  los  canónigos  y  dignidades? 

Fol. — No,  que  essos  son  bienes  de  por  vida. 
Porque  aunque  las  de  essos,  aunque  gastan  más 
ropas  en  casa,  no  riesgan  tantos  chapines  en  yr 
y  venir,  pero  están  a  pan  y  mantel,  y  en  e'stos  se 
sufre  mejor  que  en  los  otros,  ansi  porque  la  fu- 
ria del  prouisor  y  justicia  no  alcanza  a  los  tales, 
como  también  porque  la  renta  suple  para  todo 
el  vicio  toda  la  costa;  que  en  los  desseos  pienso 
que  todos  corren  las  parejas,  quál  menos  quál 
más  a  ello  inclinado. 
3Iar. — Malicioso  eres. 

Fol. — Tu  madrugada  de  herrero  me  da  por 
qué:  como  si  tuuiesses  grandes  tractos  que  pro- 
ueer,  ni  las  otras  grandes  males  que  remediar, 
para  anteuenir  el  dia. 

Mar. — Y  di  agora,  .sabes  que  el  madrugar 
que  no  es  para  los  ricos  ni  los  viejos?  porque  los 
vnos  con  el  no  tener  necessidad  y  los  otros  con  no 
poder  más,  guardan  las  camas  hasta  medio  dia. 
Fol. — Antes  (')  hallo  yo  por  mi  cuenta  que  el 
madrugar  es  para  los  viejos,  porque  con  la  falta 
de  virtud,  no  durmiendo  quando  quieren,  toman 
el  sueño  quando  pueden.  E  ansi  leuantanse  de 
mañana  para  occasion  de  cansarse  para  después 
poder  dormir,  y  también  por  temor  de  no  tomar 
sepultura  en  la  cama.  E  aun  porque,  como  crezca 

(1)  En  el  original,  Ante. 


en  ellos  la  cobdicia,  y  falta  la  virtud  natural  para 
ganar  la  hazienda,  leuantanse  de  müñana  para 
no  perder  la  acaudalada.  Y  en  esto  son  como  el 
sapo,  que  piensan  que  les  faltará  la  tierra.  E 
aun  creo  que  lo  hazen  porque,  como  ya  viejos, 
han  conoscido  el  mundo  y  sus  engaños,  y  ansi 
temen  que  quando  ellos  le  han  más  menester 
que  rio  e'l  a  ellos,  los  dexará  en  vazio  la  hoja  de 
todo  lo  en  él  adquirido.  Pues  los  ricos,  el  temor 
de  ser  robados  les  quita  el  sossiego,  y  el  poco 
sossiego  no  les  da  holgura  en  la  cama,  y  el  no 
reposar  en  la  cama  los  desuela,  y  la  mucha  vi- 
gilia les  quita  el  sueño,  y  la  falta  de  sueño  les 
añade  congoxa  y  solicitud,  y  ansi  anteuienen  el 
dia  por  hazer  perder  el  sueño  sabroso  y  desseado, 
y  aun  necessario  a  los  de  su  familia  y  trabajado- 
res, para  que  su  trabajo  más  largo  de  ellos  y  su- 
dor les  dé  a  los  ricos  más  con  que  poder  regalar 
los  cuerpos  que  después  serán  saco  de  gusanos. 
Pues  los  malhechores  también  anteuienen  el  día 
por  perpetrar  los  males  e  insultos  que  las  rondas 
de  las  justicias  les  estoruan  de  noche,  como  tam- 
bién sabiendo  que  el  alguazil  se  pagará  del  sueño 
a  la  mañana  por  lo  que  quitó  el  rondar  de  ante 
noche,  y  ansi  los  malhechores  hurtan  les  el  cuer- 
po con  madrugar.  Y  por  tanto  creo  que  madru- 
gan las  arreboladas,  y  no  lo  digo  por  ti. 

J/ar.  — No  quiero  más  altercar  contigo;  mira 
si  acá  buscas  algo,  que  me  voy. 

Pol. — Que  me  saques  a  Fulminato  de  rastro 
de  so  el  cielo. 

Mar. — No  sé  qué  te  dizes. 
Fol. — Digo,  porque  me  entiendas,  que  me 
saques  de  so  el  cielo  de  tu  cama  a  Fulminato. 
Mar. — Muy  suelto  eres  en  todo. 
Fol. — Mal  me  quieren  mis  comadres  porque 
les  digo  las  verdades. 

Mar. — Que  ya  por  demás  es  andar  contigo 
sino  a  las  claras,  pues  todo  lo  entiendes,  y  en 
todo  soy  tuya:  sube  y  llama  primero,  y  hallar  le 
has.  Y  quédate  a  Dios  hasta  que  nos  veamos 
más  de  assiento,  que  me  tardo. 

Fol. — Bien  hazes  en  ser  apresurada  en  el 
seruir  a  Dios,  pero  al  diablo  la  doy,  qué  pega- 
diza es.  Ya,  ya  acá  está  la  vezina?  asnadas  que 
ouo  capirotada,  y  guay  de  la  despensa  de  Flo- 
riano  que  lo  suda  todo.  Buenos  dias,  hermosa. 
6-'rac.  — Vengas  en  buena  alborada. 
Fol. — Dónde  está  Fulminato  y  los  demás? 
Lib. — Asnadas  que  aun  duermen,  que  no  se 
les  pega  más  cuidado  a  estos  de  palacio  sino 
holgar  en  la  mocedad  y  poblar  los  hospitales  en 
la  vejez. 

Fol. — Por  muchos  acontece  esso,  pero  helo 
sale  quien  tiene  las  culpas. 

Ful. — Buenos  dias.  E  tú,  Polytes,  a  qué  tan 
de  mañana  por  acá? 

Fol.  -  A  ver  estas  hermosas,  y  en  busca  tuya 
que  eres  bien  menester. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 

Ful. — O,  descreo  del  inuentor  do  la  idolatría: 


198 


y  qué  me  dizes?  son  niiulios?  o  están  muy  ar- 
mad» is?  o  está  puesto  a  saco  el  palacio? 

Pol. — Será  de  ti  y  essutros,  según  yo  ba- 
rrunto 

Ful.— Gran  mal  deue  de  hauer,  pnes  no  me 
lo  osas  dezir,  y  bien  paresce  que  falto  yo  de 
casa.  Dinielo  ya,  porque  llame  la  ira,  para  dar 
a  conoscer  mi  espada  a  los  que  no  la  conosccn. 

Pol. —  Pan  forrear. 

Ful. — Qué  dizes?  liabla  claro,  que  me  pones 
perplt-xo.  Guitt  y  dime  por  qué  calle  comience  a 
descabezar. 

Pin. — No  oyes,  Felisino,  qué  obra  passa  Ful- 
minato con  Polytes? 

Fel — Vamonos,  que  no  tienen  cabo  las  cosas 
de  Fulminato,  y  d<siiidamonos  de  las  mucha- 
chas  y  dcxemos  a  este  hombre. 

Ful. —  Pnes  no  dizes  qué  calle  comenzaré? 

Pol. — Dexate  de  tanto  orgullo  delante  de 
mugeres,  y  vamonos,  que  ya  van  abaxo  los 
com|iañeros. 

Ful. — Pues  sepamos  si  llenas  las  armas  com- 
petentes al  caso,  para  que  no  nos  escape  nadie. 

Pol. — Anda  ya  que  basta  solicitud  y  cordu- 
ra para  que  vina  Kloriano,  y  tú  medres. 

Ful. — Eáso  me  aclara  agora  que  las  moyas 
se  baxaron. 

Pol. — Que  es  menester  que  busques  de  tu 
mano  alguna  muger  hechizera  o  alcahueta  que 
acorra  a  Floriano,  que  ya  sabes  quál  está,  y 
siempre  empeora. 

Ful. — Ya,  ya,  esso  es?  pues  dalo  por  hecho. 
Pero  mira  que  el  prouisor  anda  riguroso,  y  la 
ustijia  es  mucha,  y  cumple  que  esto  se  sienta, 
no  se  diga,  porque  en  Dios  val  afrentan  vna 
muger  de  bien. 

Pol. — Al  cabo  estoy.  Vamos,  y  verte  has  con 
Floriano,  que  te  embia  a  buscar-. 

Ful. — Alto,  hermanos,  manhar  para  casa, 
que  ay  bien  que  hazer.  Y  las  hermosas  perdonen 
por  ao:ora. 

Po/.— Señora  Liberia,  perdóname,  y  tú,  se- 
ñora Gracilia,  que  Pinel  e  yo  daremos  buelta 
en  concluyendo  estas  pris-as. 

Giac. —  Señor  Felisino,  y  todos,  vays  con 
Dios. 

Ful. —  Alto,  vamos  con  reposo,  porque  si  hay 
al<:uien  recatado,  no  le  anisemos. 

Grac. — Prima,  ellos  son  ydos,  y  bien  sé  que 
ti'  pesa  y  me  pesa;  pero  vn  dia  viene  tras  otro. 
N  amos  arriba  y  cierra  essa  escalera,  y  aderece- 
mos estas  camas  y  casa,  que  [laresce  mesón. 
Pero  dime.  cómo  le  fue  con  la  compnñia? 

Lib  — Y  qnál?  luego  no  rae  sentiste  tornar 
anoche  luego  a  la  alcobita  de  la  chimenea? 

Grac. — Yo  otra  cosa  pensaua.  Pero  si  ansi 
es  Como  dizes,  restituyóte  la  honra,  aunque  bien 
dizeu  que  se  toma  antes  el  mentiroso  que  el 

CBlGENES   DE   LA    NOVELA. — 111. — 13 


coxo.  Y  estas  sananas  qué  dizen,  prima?  agora 
te  digo  que  te  anias  guardado  mucho,  pues  has- 
ta esta  noclie  no  estmpifaste  donde  liiziesses 
sangre.  Y  dichoso  Felisino  que  tal  joya  se 
lleua. 

Lib. — Ay,  que  me  afrentas,  que  no  es  sino  lo 
que  suele  auenir  a  las  mugeres. 

Grac. — Mas  nnra  qué  duda,  y  no  mires  en 
esso  ni  te  corras  de  mí,  que  taml>ien  como  mu- 
ger passé  por  lo  que  tú  esta  noche.  Mas  ni  aun 
por  tanto  al  nombre  de  las  gentes  donzella  me 
llama,  y  ansi  me  dirán  mientras  la  persona  hi- 
ziiTe,  pero  guardare  la  honra.  E  mira,  prima, 
que  oy  en  dia  muchas  son  donzellas,  y  aun  de 
alta  guisa,  y  pocas  lo  son.  o  muiha«  no  son  vir- 
gines,  aunque  se  casan  por  ello.  Y  ansi  lo  seras 
tú,  y  |ior  tan  donzella  te  tendrá  tu  madre  como 
ayer.  Y  cata  que  mejor  es  esto  que  no  andarte 
desliaziendo  de  dentera  de  loque  hazen  tus  ve- 
zinas,  y  no  te  me  vayas,  que  quisiera  aqui  a  Fe- 
lisino, para  que  me  vengara  de  esse  tu  empa- 
cho. Guarda  bien  cssas  sananas,  que  dixeron  la 
verdad  que  tú  me  encubrías,  no  las  vea  tu  ma- 
dre, que  a  mí  el  cargo  que  presto  la  sigas  sus 
passos,  porque  bien  aya  el  que  a  los  sujos  pa- 
resce . 

Lib. — Calla  ya,  que  me  hallo  confusa. 

Grac. — Agora  te  digo  que  eres  boua:  sobre 
hecho  es  tomar  plazer  mientras  turare  esta  tris- 
te vida. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  X 


Lydorio  halla  a  Floriano  hablando  a  solas,  y  ijueriendo  entrar  le 
a  ver.  sobreuiene  Fulniniato.  y  tractan  los  dos  del  remedio  de 
Floriano.  Entran  a  él  v  hacen  le  leuantar. 


LvDORio,  Floriano,  Folminato,  Polvtes. 

[Li/(l.]  —  Quiero  yr  a  ver  a  Floriano,  porque 
no  seria  justo  desmamparalle  en  tal  coyuntura. 
El  es  mancebo,  dotado  de  biene?;  de  fortuna  y 
de  natura,  y  está  tocado  de  gran  rabia.  E  pnes 
en  las  afrentas  se  ha  de  ver  ¡a  buena  voluntad, 
vestida  de  buenas  obras,  porque  ol)ras  son  amo, 
res,  que  no  buenas  razones;  aunque,  por  Di(js- 
que  quisiera  uo  ser  le  tan  obligado  por  gozar 
de  sus  desatinos  que  haze,  y  de  ¡os  dichos  deli- 
cados que  dize.  Cata,  cata,  razonando  está:  oyr 
quiero  el  con  quién  antes  que  entre  no  llamado. 

Fhr. — Cómo  es  possible,  mi  señora,  que  con 
vuestras  tantas  y  tan  altas  virtudes  quepa  vna 
lanta  indignación?  Mira  que  en  lastimar  me  a 
mí  eres  a  ti  enemiga.  Mira  quo  pensar  tú  ma- 
tarme pierdes  tiempo,  porque  a  no  me  conoscer 
por  muerto  por  ti  desde  que  a  ti  conozco  para 
te  amar,  en  venganza  tuya  seria  verdugo  mió 
yo  mesmo. 

Lyd, — O,  qué  lástima  es  verle  tan  ciego,  que 


194 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


])ieiisa    él   agora    qae   está    delante  de   la   se- 
ñora. 

Flor.  —Y  aunque  a  mi  baxeza  deua  tu  me- 
rescimiento  silencio  en  respuesta,  a  ti  mesraa 
deues  de  satisfazerte.  respondiendo  a  esto  que 
digo.  Pero  yo  quiero  responder  sin  tu  licencia 
por  ti,  a  mi  poca  justicia,  como  no  merescedor 
de  oyrte.  E  digo  y  confiesso  que  justamente  es 
castigado  mi  atreuimiento.  Pero  sea  ansi  que 
me  libertes  para  vengarte  de  mí  en  mi  raesmo, 
porque  no  seas  tenida  por  cruel  en  poner  fuer- 
Vas  contra  tu  captiuo  y  en  matar  al  muerto  ya 
de  tu  hermosura.  Y  ansi  yo  ganaré  honra  y 
loor  de  los  que  supieren  que  yo  fuy  merescedor 
de  vengar  tus  injurias.  Pero  pidote  vna  sola 
condición  y  merced,  y  es  que  sepa  yo  que  tú 
sabes  mi  muerte  ser  por  ti,  para  que  yo  me 
apressure  al  morir  por  ganar  antes  la  gloria  para 
que  el  amor  me  tiene.  E  tú  firmarás  la  senten- 
cia que  yo  execute  para  más  certinidad  mia  de 
que  tú  sabes  el  por  qué  de  mi  morir,  porque 
ansi  el  clamor  del  verdugo  publicará  delante  tu 
raageif,tad  el  por  qué  de  tu  justicia  y  mi  pena,  y 
ansi  sabrás  ser  tú  el  tal  por  qué,  y  ansi  sabré  yo 
que  muero  para  descansar. 

J.ijd. — O,  qué  bien  trauado  razonamiento! 
pero  ya  toca  la  vihuela:  oyó. 

/7o?-.  Belisea,  di  me,  di 

si  en  saber  que  por  ti  muero 
si  te  acordarás  de  mí. 

LETRA 

Con  aquesto  soy  contento 
del  dolor  que  por  ti  passo: 
con  que  sepas  mi  tormento 
y  el  gran  fuego  en  que  me  abraso; 
pero  dime  si  en  tal  caso 
que  aquesto  pido  de  ti, 
si  en  saber  que  por  ti  muero 
si  te  acordarás  de  mi? 

Otro  gualardon  no  quiero 
en  pago  de  lo  seruido 
sino  que  sepas  que  muero 
y  el  dolor  con  que  he  viuido; 
mas  dime  lo  que  te  pido, 
que  es  vida  saber  de  ti 
si  viendo  que  por  ti  muero, 
si  te  acordarás  de  mi? 

Aunque  sé  que  mucho  pido, 
pues  que  pido  tu  memoria, 
dame  lo,  pues  me  despido 
con  este  bien  de  más  gloria; 
pues  muriendo  más  victoria 
no  espero  sacar  de  ti, 
lleue  cierto,  pues  que  muero, 
el  quedar  viniendo  en  ti. 

No  pido  que  no  me  mates, 
pues  no  puedes  no  lo  hazer. 


mas  pido  que  me  rescates 
de  tan  largo  padescer: 
questo  puedes  lo  creer, 
que  muero  solo  por  ti, 
y  ansi  pido,  Belisea, 
viua  Floriano  en  ti. 

LycL — O,  qué  lastima  es  ver  perder  vn  tal 
entendimiento!  Fulminato  viene,  quiero  dar  le 
espuelas  en  buscar  algo.  Porque  aunque  sea 
por  malos  medios,  si  Dios  de  ello  se  ha  de  ser- 
uir,  lo  endere9ará  en  bien. 

Ful. — He  tardado  con  mi  acorro? 

Lyd. — Anda  allá  por  essa  sala  vn  poco,  y 
luego  sabrás  esso. 

Fui. — Pues  de  presto,  y  concluye  con  que 
sea  por  via  de  espada. 

Lyd. — Pues  aun  no  estoy  muy  lexos  de 
ello. 

Ful. — Pues  estarlo  he  yo  si  puedo. 

Lyd. — Qué  dizes? 

Ful. — Digo  que  no  acabaremos  de  otra  gui- 
sa, porque  la  fortuna  es  de  los  osados. 

Lyd. — Y  aun  a  vezes  contra  ellos.  Pero  de- 
xando  esto:  ya  sabes  la  falta  de  sosiego  que  ay 
en  casa,  porque  faltando  la  salud  en  la  cabera 
no  pueden  estar  los  miembros  buenos. 

Ful. — Todo  lo  alcan90,  y  en  todo  te  entien- 
do: que  hartos  ratos  hurto  a  mis  oceupaciones 
para  pensar  qué  fin  ha  de  auer  esto  y  qué  re- 
medio se  podría  dar,  y  no  siento  sino  vno 
de  dos. 

Lyd. — Essos  me  di. 

Ful. — Lo  primero,  entrar  en  casa  de  Lucen- 
do,  porque  aura  para  Floriano  qué  goze  y  para 
nosotros  qué  robemos.  Y  para  esto,  si  a  mí  me 
encargan  el  facto  y  me  conceden  el  saco,  ni  la 
dama  me  quedaiá  por  traer,  ni  arca  por  mirar. 
Y  aun  si  fuessen  menester  dos  dozenas  de  es- 
padas como  éstas,  presto  las  hallará  para  tales 
hechos  Fulminato.  Ansi  que  boquéame  esto 
tenerlo  por  bueno,  y  presto  verás  hazañas,  pues 
éstas  son  mis  missas. 

jL_y(i.  —  Desuario  seria  pensar  tal  cosa,  pues 
en  esso  se  han  de  poner  los  hombres,  con  que 
piensen  poder  salir. 

Fid. — Mas  no,  sino  ponte  á  ello,  y  piensa  que 
me  tendrás!  que  en  balde  te  confiarás  en  mí. 

Lyd. — Dizes  algo? 

Ful. — Digo  que  para  qué  pides  mi  parescer, 
pues  me  conosces,  si  no  me  has  de  tomar  el 
consejo?  mas  no,  sino  espérate  a  ydas  y  venidas 
de  vn  muchacho  para  que  la  tempestad  venien- 
do  de  golpe,  nos  atrampe  a  todos. 

Lyd. —  Pues  qué  quieres?  va  se  Floriano  tras 
esto  sin  freno,  y  al  cabo  del  tiempo  y  aun  la 
hazienda  no  sé  qué  cogeremos  de  la  semen- 
tera. 

Ful. — Pues  a  peor  librar,  si  mi  primer  con- 
sejo de  ser  por  armas  no  se  toma,  algo  más 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


195 


haria  yo,  pues  con  el  argén  en  la  mano  hallare 
alcahueta  o  hechizera  que  se  la  ponga  en  las 
vñas. 

Lyd. — Si  esse  era  el  segundo  camino,  no  sé 
de  qué  me  asga.  Floriano  se  va  a  la  muerte,  su 
casa  se  desasosiega,  su  hazienda  se  dissipa;  mal 
aquí,  peor  allí;  sospecha  me  pone  todo.  Pero  al 
fin  dé  do  diere,  y  guialo  por  do  quisieres  tú, 
Floriano  ('),  que  si  de  Dios  es,  él  sacará  de 
malos  principios  buenos  fines. 

Ful. — No  sé  lo  que  Dios  querrá.  Pero  yo 
digo  que  vale  más  buena  espada  y  mala  posses- 
sion  que  sólo  buen  derecho. 

Pol. — Mucho  me  he  detenido  en  no  entrar 
a  Floriano.  Porque  si  ay  más  mensajes  con  tal 
porte  como  los  passados,  presto  caerá  el  pelo 
malo. 

Ful. — Pues,  señor  Lydorio,  si  no  te  deter- 
minas en  lo  que  yo  desseo,  entremos  a  esperar 
el  parescer  de  Floriano. 

Lyd. — Mal  dift'erencia  el  ciego  los  colores. 
Pero  ay  viene  Polytes;  entre  a  ver  qué  haze,  o 
si  acuerda  de  comer  oy. 

Flor. —  Pajes? 

PoL— Señor? 

Flor. — Di,  Polytes,  qué  buscas?  que  ya  con- 
cluyéronse tus  mensajerías? 

Pol. — Señor,  entro  a  ver  a  quién  llamas. 

Flor. — Yo?  a  Belisea  llamo,  a  Belisea  inuo- 
co,  a  Belisea  apellido,  por  Belisea  sospiro,  por 
Belisea  viuo,  por  Belisea  muero,  por  Belisea 
doy  voztís,  aunque  no  espero  ser  oydo.  Pero 
dime,  qué  hora  es? 

Pol. — Las  doze. 

Flor. — Del  dia  o  de  la  noche? 

Pol. — Señor,  medio  dia  es. 

Flor. — Ay !  que  aun  a  mí  no  me  ha  aiuanes- 
cido  por  la  claridad  de  mi  señora.  Pero  pues 
ansí  es,  di  al  cauallerizo  que  me  apareje  vn 
cauallo,  que  quiero  yr  a  Sant  Pablo  a  raissa,  y 
encomendaré  el  alma  tan  perdida  a  Dios,  pues 
el  cora9on  tan  ganado  tiene  mi  señora.  Y  ve,  di 
al  camarero  que  me  trayga  vna  ropa  que 
yista. 

Pol. — Donosa  será  la  madrugada;  a  la  mu- 
ger  del  pastor,  que  a  la  noche  se  compone,  me 
paresce  Floriano.  Y  mira  pues  a  qué  hora  y 
dónde  busca  missa!  que  no  salen  más  de  círcu- 
lo por  sus  compasses  los  frayles  que  relox  bien 
regido,  y  viuen  más  a  punto  en  su  recogimien- 
to y  cerimonias  que  gente  de  vela.  A,  señor 
Lydorio,  Floriano  pide  vestido  a  gran  priesa,  y 
I  manda  ensillar  vn  cauallo  para  yr  a  Sant  Pa- 
blo a  missa. 

Ful. — QuÍ9a  yrá  a  tener  nouenas  o  meterse 
frayle,  porque  a  missa,  si  no  es  para  con  víspe- 
ras, no  sé  a  qué  vaya  oy  a  Sant  Pablo. 

i')  ¿Tal  vez  yerro  por  Fulminato'í 


Lyd. — A,  señor,  ;iquí  traygo  el  vestido,  mira 
si  mandas  abrir  las  ventanas  de  la  quadra? 

Flor.  -  Al)re  las,  porque  más  claro  veas  mis 
tinieblas,  pues  no  es  essa  la  luz  que  a  mi  me 
alumbra. 

Lyd. — Mucho  te  eres,  señor,  enemigo. 

Flor. — Antes  lo  sería  si  no  conosciesse  esto, 
y  me  tractasse  mal,  pues  mi  señora  se  sirue  de 
mi  pena. 

Lyd. — Mi  fe,  si  ella  se  quiere  vengar  de  ti: 
si  tú  te  matas,  mal  podra  executar  en  ti  su  fu- 
ria. Y  ansi  te  digo  que  te  deues  buscar  la  vi- 
da, si  quieres  bien  a  tu  señora,  y  a  ti  por  ella, 
para  que  le  des  lugar  con  que  en  tu  paciencia 
con  su  persecución  se  siriia  de  ti,  executando 
en  ti  su  rigurosa  justicia. 

Flor.  —  W\Q\\  dizes.  Pero  cómo  sabré  yo  que 
ella,  como  cruel,  aun  se  acordará  de  mí  para 
matarme?  pero  ay,  que  me  hezistes  llamar 
cruel  á  la  misericordia!  Perdona,  perdona,  seño- 
ra, el  solo  yerro  de  lengua,  pues  tan  propriotuyo 
es  el  perdonar  como  mió  el  offender  tu  meresci- 
niiento,  pues  que  sola  tú  te  meresces,  y  sola  tú 
te  cpnosces,  y  sola  tú  puedes  hablar  de  ti  mes- 
ma  sin  que  se  te  haga  injuria  y  te  sea  gran  baxa 
andar  tu  nombre  en  lengua  agena ,  si  no 
fuere  tú  lo  queriendo,  que  darás,  en  tal  caso,  con 
la  occasion.  méritos,  y  tú  perdonarás  los  defec- 
tos, pues  obligas  a  ellos,  porque  no  ay  enten- 
dimiento humano  que  te  entendiendo  no  sea 
rudo,  ni  memoria  que  no  sea  faltosa,  ni  volun- 
tad que  baste,  ni  lengua  que  no  enmudezca,  ni 
manos  que  no  tiemblen,  ni  seruicio  que  no  te 
sea  poco. 

Lyd. — O,  qué  encarescimiento  tan  bien  tra- 
uado,  aunque  sin  razón,  porque  por  perfecta 
que- ella  sea,  al  fin  es  muger! 

Flor.—  Qué  dizes? no  te  parece,  Lydorio,  que 
occasionalmente  y  con  razón  me  culpo?  Di  lo, 
di  lo,  que  pues  yo  cayo  en  mi  yerro,  holgaré 
oyrte  la  verdad. 

Lyd. — Quiero  otorgar  con  él;  qui(;a  por 
aqui  le  guiaré  mejor.  Bien  veo,  señor,  que  tie- 
nes razón.  Pero  también  querria  que  mirasses 
que,  pues  eres  de  Belisea,  aunque  por  ser  tuyo 
te  obligauas  a  te  tractar  mal,  siendo,  como  te 
publicas,  suyo,  deues  te  tractar  bien  por  ella 
cuyo  te  conosces.  Pues  aun  dize  el  vulgar:  que 
quien  bien  quiere  a  Beltran,  bien  quiere  a 
su  can. 

Flor. — Bien  veo  que  aciertas  en  esso.  Por- 
que como  todo  yo  sea  suyo,  yo  me  deuo  auer 
bien  comigo,  porque  ella  no  reciba  agrauio  en 
mí.  Y  por  tanto  me  leuanto  y  quiero  yr  a  Sant 
Pablo. 

Lyd.—  Señor,  dexa  los  frayles  agora  en  su 
acostumbrado  y  loable  recogimiento,  y  concier- 
ta tu  casa  y  sustenta  la  vida  (que  dizes  tener 
por  tu  señora)  y  come,  que  es  aun  tarde  para 


196 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


ello,  quanto  niáa  para  yr  a  iiiissa  a  donde  trac- 
tan  ya  de  yr  a  vísperas. 

Flor. — Pues  anda  allá  fuera,  y  llénenme  al 
cenadero  de  comer,  para  gozar  de  la  música  de 
las  auezitas,  que  cantan  con  el  mal  que  yo  lloro. 

Ful. — En  el  notubre  de  señor  san  Julián,  y 
qué  risueño  sale  Floriano;  quiero  yr  por  parte 
de  su  risa,  porque  con  el  plazer  qui^a  se  embu- 
rujará algún  pedazo  de  medra.  O,  señor,  y  cómo 
el  corafon  no  me  cabe  de  plazer  de  verle  ya 
en  ti! 

Flor. — Yo  te  lo  agradezco.  Pero  por  qué  no 
me  vees? 

Ful. — Como  por  acá  ande  en  tu  seruicio,  la 
falta  de  merescimiento  me  quita  la  osadia  al 
entrar,  esperando  ser  llamado:  lo  que  no  baria 
en  el  acometer  diez  offensores  tuyos. 

Lyil. — Señor,  siempre  tiene  más  negocios 
que  buen  solicitador  de  cauf-as. 

Ful. — A  la  fe,  siempre  me  precié  ser  vno  en- 
tre los  buenos,  y  hazer  por  todos. 

Floi\ — E  dime,  tienes  ya  algún  conosci- 
miento  en  el  pueblo? 

Lyd. — Y  cómo  ansi,  que  en  faltando  un 
rato  de  casa,  le  buscan  más  gentes  de  espada 
y  broquel,  que  me  espanto. 

Flor. — Y  qué  gente  es  essa? 

Lyd. — Los  que  acompañan  los  alguaziles, 
que  llaman  acá  porquerunes. 

Ful. — Alguno  que  tiene  embidia  a  su  officio 
les  llama  tal  nombre.  Porque  por  él  les  hazen 
el  buz  más  de  diez  peynadetes.  Y  por  su  temor 
no  osan  andar  de  noche  hartos  valientes  de 
nombre.  Pero  Fulminato  y  aun  los  de  su  librea 
por  su  causa  no  les  molestarán  passo. 

Lyd. — Y  aun  ansi  les  desbarretas  tú  por  ti 
y  por  todos. 

Ful. — E  tacha  hallas  la  buena  crianza,  que  a 
tantos  haze  bien? 

Flor. — En  cargo  te  son  mis  criados,  y  ter- 
nan  por  qué  te  acatar, 

I^yd. — Y  aun  cómo,  y  con  razón,  como  a  pa- 
dre de  desconsolados,  y  a  remediador  de  huér- 
fanas, le  vienen  a  buscar  más  hijas  de  maldi- 
ción, que  es  vna  admiración.  Y  ansi  como  a 
las  tales  hijas  les  halla  tales  lüernos;  todos 
le  honran  como  tal  padre  de  su  consolación,  y 
aun  perdición. 

Ful. — A  la  fe,  por  más  que  digas  malicias, 
si  hijas  tensjo,  no  con  lo  que  tú  les  dotas. 

Flor. —  Pues  que  aueys  bastado  a  me  hazer 
reyr,  quédese  para  otro  dia  la  plática  ansi 
apuntada  y  den  me  de  comer.  Y  tú,  Fulmina- 
to, ve  que  me  a(lere9en  de  gineta  vn  cauallo. 

Ful.  —  Señor,  yo  voy  á  cumplir  tu  mandado, 
y  con  desseo  que  nos  mandes  presto  tornara  la 
plática  tranada. 

Lyd. — Ve,  que  en  casa  me  hallarás  para  cada 
y  quaudo. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XI 

Tractando  Polytes  de  yr  a  ver  a  Juslina,  Felisino  le  Ileua  a  casa 
de  Marcelia,  y  ansi  se  le  estorua  su  viaje. 

Polytes,  Felisino,  Maucelia,  Liberia. 

[Po/.] — Algún  buen  Pater  noster  se  habrá 
oy  rezado  por  mí,  pues  que  con  ya  no  yr  Flo- 
riano fuera  oy,  el  desseo  con  que  oy  me  leñante 
de  vi-itar  a  Justina,  creo  que  aura  sazón  y  effec- 
to.  Quiero  agora  dar  comigo  en  casa  de  Lu- 
cendo. 

Fel. — A  dónde  tan  cogitatiuo? 

Pol. — Si  ouiera  qué  te  comunicar,  créeme 
que  a  ti  antes  que  a  otro.  Pero  acá  pensaua  con 
migo  cómo  hazer  cierta  cosa. 

Fel. — Ya  sabes  que  essa  manera  de  no  te  me 
declarar  es  combidarme  a  más  querer  saber  lo 
que  sea.  Porque  si  es  de  las  puertas  adentro,  te 
seré  amigo,  y  si  de  las  puertas  afuera,  acompa- 
ñaré tu  persona  con  mis  armas  y  presta  vo- 
luntad. 

Pol. — Dios  te  lo  pague,  e  yo  lo  agradescere 
en  semejante  menester;  que  si  no  es  la  moneda, 
no  sé  quién  mal  me  quiera.  Pero  mira  si  tie- 
nes dónde  yr,  y  guia. 

Fel. — A  lo  que  dizes  de  la  moneda,  dolen- 
cia de  muchos  buenos  es,  agora  tan  vsada  como 
el  mal  francés;  y  a  lo  segundo,  no  tengo,  por 
mis  peccados,  dónde  me  aluergar.  Pero  querría 
yr  a  la  cal  nueua  por  vn  guante  que  oluidé  en 
la  posada  de  Fulminato  ayer. 

Pol. —  Anda,  vamos,  que  cal9ar  deues  de 
querer  el  guante.  Pero  guarda,  no  te  desuelles 
las  manos  con  el  menudear. 

Fel. — Pues  me  entendiste  sin  me  declarar: 
sabes  ya,  hermano,  que,  si  quiera  por  cobrar 
buen  crédito  á  los  principios,  es  menester  orgu- 
llo. Pero  después  de  bien  posseyda  la  heredad, 
vna  vez  en  la  semana,  como  pan  bendito. 

Pol. —  Para  contigo  hasta  y  aun  sobra.  Pero 
cómo  tomas  pleyto  con  quien  sobre  tal  Intzienda 
no  sabe  ten(  r  medio,  ni  j:erder  hambre  de  tal 
mantenimiento?  Piensa  que  tendrás  trabajo.  Y 
mira  que  entras  a  nadar  en  piélago  donde  otros 
más  expertos  nadadores  que  tú  no  liallüron 
vado.  Y  anisa  que  competidor  tienes  que  pocas 
vezes  le  hallarás  satisfecho;  no  sólo  con  lo  sityo, 
pero  aun  con  todo  tu  caudal,  y  tiempo,  y  fner- 
9as,  porque  aun  harás  todo  lo  que  puedes,  y 
si  descaes  del  ordinario,  y  que  sea  harto  ordi- 
nario, te  meterán  a  ojos  vistas  otro  en  la  here- 
dad, y  te  harán  que  láveles,  y  el  otro  desfrute, 
y  tú  no  lo  creas.  Cata  que  no  te  contentes  en 
esta  feria,  si  compras,  con  solo  marcar  la  mer- 
caduría, y  aun  esto  no  sé  si  auras  hecho. 

Fel. — Andando  hazia  allá,  te  diré  cómo  me  > 


COMEDIA  LLAMADA   FLORINEA 


197 


pienso  auer.  Abcznr  el  estomago  a  poca  vianda, 
y  ansi,  qnando  tuuiereii  extraordinario,  tomán- 
dolo loaran  a  Dios  por  poco  que  sea,  como  pu- 
pilos de  plato  tassado. 

Pnl. — Hi,  h¡,  hi,  qué  ordina-io  quieres  tú 
donde  quantos  escriuieron  desto  no  hallan  en 
nuigcros  medio,  sino  vno,  que  en  esto  las  pone 
en  extremos  de  contentamiento? 

Fel. — Pues  yo  no  lo  que  los  libros,  pero  lo 
que  mis  fuer9as  basten  les  daré;  y  aun  de  alli 
quitando  al<i[o,  y  si  más  quisieron,  que  musen. 

Pol.  —Si  ansi  lo  guias,  tú  serás  vezino  de 
Cornualla,  y  tendrás  possession  en  Ceruantes 
conosoida,  adonde  andes  a  ca9a  de  cuclillos. 

Fel. — Por  esso  bien  que  no  tienen  mi  pala- 
lira  por  más  de  quanto  turare  el  vso  y  fruto; 
que  por  temor  de  essas  aues  temo  el  perpetuo 
vinculo.  Y  ansi  más  quiero  andar  a  lo  fresco, 
oy  aqui,  mañana  alli,  que  perpetuar  casta. 

Pol. — Si  ansi  te  sabes  auer,  serás  sabio,  por- 
que gran  afán  es  buscar  carretas  y  requas  a  ca- 
da passo  andando  en  estos  palacios,  para  Ueuar 
hijos  qni^a  que  hechos  a  medias, 

Fel.— No  no,  horro  Malioma,  todo  mi  axuar 
a  cuestas  como  el  caracol,  porque  buey  suelto 
bien  se  lame.  E  ya  que  aya  de  tomar  estado, 
será  en  mi  naturaleza,  porque  cada  gallo  canta 
en  su  muradal,  y  en  la  tierra  agena  la  vaca 
acuerna  al  buey. 

P'i/ — Y  aun  ansi  es  lo  acertado.  Porque  el 
que  se  casa  en  tierra  agena,  toma  la  muger  ma- 
la y  hazensela  buena.  Y  aunque  vea  el  gayón, 
que  calle  el  cornudo  y  vaya  a  trabajar:  y  aun 
siempre  le  dirán  que  todo  lo  huelga  y  todo  lo 
gasta.  Y  aun,  hermano,  en  esta  tierra  vende  la 
tienda  la  hermosura  de  la  muger  que  te  dieren 
de  dia,  y  desunes  a  la  noche  desnudando  se 
quando  le  pidieres  virgo,  dar  te  ha  la  verdu- 
gada o  emprestada  o  alquilada,  y  a  la  mañana 
todo  lo  paga  la  sangre  de  un  palomino,  y  lo  ha 
de  llorar  el  triste  paciente. 

Fel. — No  creas  tal  cosa. 

Pol. — Si  estos  principios  no  sabes,  presto 
venderás  cestos,  y  aun  quemarás  en  tu  casa 
cuernos,  y  te  lo  harán  olor  de  ámbar  gris  ó 
menjuy.  Y  pues  estás  a  la  puerta,  mira  por  ti, 
y  queda  te  a  Dios,  y  mira  que  llamen  antes  que 
saludes,  si  no  quieres  ser  mal  rerebido  en  estas 
casas  de  tracto  secreto,  con  presumpcion  de 
buena  fama  y  humos  de  honra;  en  especial  que 
arriba  ay  gran  trastauillar  de  pies;  queteauran 
visto  y  aura  algún  trasparamento,  o  puerta  falsa 
(si  la  tiene  esta  casa)  y  voyme. 

Fel. — Perdona,  que  has  de  ser  testigo  de  lo 
que  ouicre;  y  llamo,  ta,  ta,  ta. 

Mar. — Presto  acaba,  hija,  pon  en  cobro  esse 
galán,  que  no  escusamos  abrir  a  Felisino  y  Po- 
lytes. 

Lib. — Anda,  abre  les  la  puerta,  madre,  y  de- 


tenlos  algo,  mientras  le  echo  por  la  puerta  del 
corralejo. 

Pal.  —  Cata  que,  aunque  rae  llamas  sospe- 
choso, la  tardan9a  en  abrir  y  el  bullir  del  sobra- 
do saca  mi  malicia  cierta  y  mi  sospecha  ver- 
dadera. 

Mar. — Quién  llama  a  la  escalera  tan  aprie- 
sa? O  qué  buen  encuentro  por  cierto! 

Fe/,  —  Bueno  le  es  para  nosotros  en  verte; 
pero  pensauas  auerlo  a  solas? 

Mar.  —  L)e  tal  compañía  huelgo  yo  en  mi  ca- 
sa, Pero  dónde  te  subes? 

Fel.  —  Señora,  quedo  se  me  vn  guante  este  dia, 
y  aunque  no  tiene  adobo,  pero  porque  no  apro- 
uechará  éste  a  mí  ni  el  otro  solo  a  nadie,  le 
voy  a  buscar,  y  con  achaque  del,  vine  a  te  ver. 

3/ar,  — Bien  parescen  vnos  guantes  a  vn  ga- 
lán. Pero  tú,  señor  Polytes,  buscas  guante? 

Pol. — Sí  buscaría,  si  me  aprouechasse. 

Mar.  -  Pues  cata  que  muchas  vezes  hallan 
vnos  lo  que  pierden  otros.  Pero  qué  priessa  es 
essa,  Felisino?  y  espera  que  todos  nos  subire- 
mos. 

Pol. — A  mí  me  perdona,  que-  me  voy  a  vn 
negocio  de  prisa. 

Jfar. — Pues  sabe  que  en  esta  casa  ni  comen 
los  hombres  ni  te  quieren  mal,  Y  tú,  Felisino, 
sube,  que  tras  ti  me  voy,  y  ten  en  mucho  fiar 
se  te  la  casa  ansi, 

Fel. — Ansi  lo  tengo  por  cierto;  pero  mejor 
te  ahorquen  que  no  te  las  entiendo.  Pues  anda, 
que  sendas  nos  tendremos,  que  si  a  ella  le  con- 
tenta el  muchacho  de  abaxo,  a  mí  la  muchacha 
de  arriba. 

Lib.—  O,  bendito  Dios  que  me  libró  de  hom- 
bre tan  moledor;  pero  buen  albalá  de  quatro 
reales  me  queda  en  las  vñas,  sin  lo  que  dio  a 
mi  madre.  Bonica,  pues,  me  cstuuiera  yo  ro- 
yendo con  hambre  de  mi  casta  honestidad,  mo- 
lestada de  mil  deseos  de  lo  que  agora  me  viene 
a  manos  llenas,  Y  pues  que  mi  madre  con  su  dis- 
simular aprueua  mi  hecho,  andémonos  a  ellas. 
En  cargo  soy  a  Felisino,  que  con  pensar  que 
me  robaua  me  libertó,  para  que  siendo  suya  de 
nombre  pueda  (')  vestirme  de  tales  ropas  como 
la  que  agora  desnudé.  Pero  o,  qué  dicha  la  mia, 
que  helo  venia  ya  tras  mí,  y  por  poco  no  me  to- 
pó viendo  su  possession  que  él  primero  labró. 
Pero  ha  se  de  hacer  a  la  carga,  y  aun  que  lo 
vea  y  no  lo  crea,  sino  que  piense  que  sueña. 
Pero  algún  embarazo  tiene  mi  madre  que  ansi 
le  dexó  subir,  aunque  no  se  me  da  nada;  que 
ésta,  que  es  la  primera  y  no  será  la  postrera,  no 
me  la  quitarán  ya. 

Fel — A,  mi  señora  Liberia;  vengo  a  verte 
porque  no  sossiego  sin  ti;  qué  hazlas  por  allá 
abaxo? 

(*)  En  el  original,  puedo. 


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ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Lib. — Norabuena  vengas;  no  sé  si  te  crea: 
essas  entradas  qué  decoradas  teneys  todos  para 
emibaucar  a  las  que  os  atienden  lealtad.  Y  vos- 
otros, ésta  os  mata,  y  la  otra  os  mata,  y  todas 
os  matan,  y  nunca  morys,  ni  aun  os  acordays 
sino  de  lo  que  gozays  por  el  momento  que 
tura. 

■Fel. — Anda,  que  no  me  acuerdo  de  mí  por 
tu  causa. 

Lib.  —  Pues  ya  que  digas  lo  que  quieres, 
dexa  estar  mis  tocados,  y  mira  que  estamos  so- 
los, y  subirá  mi  madre. 

Fel. — Y  que  esso  me  dizes,  y  entraste  a  la 
cámara?  pues  espera. 

PoJ.~  Señora  Marcelia,  sube  a  poner  cobro 
en  tu  casa,  y  perdona  mi  priessa. 

Mar. —  O,  valas  me  Dios,  qué  desamorado 
eres;  quitémonos  ya  de  la  puerta  y  subamos  a 
este  entresuelo,  que  te  quiero  preguntar  vn  po- 
co mientras  baxa  tu  compañero  con  el  guante. 

PoJ. — Al  fin  aura  de  salir  con  la  suya. 

Mar. — Mucho  te  agradezco  esto.  Pero  mira 
que  no  seas  tan  atreuido  como  este  dia,  y  toma 
de  mí  la  sana  intención  y  llana  conuersacion. 

Pol. — Ya  no  puedo  con  honra  dissimular 
más,  pues  que  harto  se  me  declara  en  dichos  y 
meneos.  Señora,  perdona  mi  pesadumbre,  por- 
que no  quiero  que  taches  mi  couardia. 

Lib. — Parescete  pues,  señor,  que  si  mi  ma- 
dre agora  subiera,  que  dauas  donosa  cuenta 
de  mi? 

Fel. — Anda,  mi  señora,  que  ya  me  querrías 
ver  fuera,  porque  tendrás  otro  que  más  ames 
que  a  mí. 

Lib. — Ay,  perdida  yo  por  quererte,  pues  ya 
me  juzgas  por  muger  común.  Vete,  vete  [de] 
delante  de  mí,  que  aunque  quede  escarnida  mi 
innocencia  en  te  amar,  anisará  mi  malicia  en  te- 
ner de  ti  el  crédito  que  devo. 

T^é/.— Anda,  vida  mia,  que  me  burlaua. 

Lib. — Y  aun  ansi  lo  veo  yo  que  te  burlas  de 
mí.  Desdichada,  que  me  robaste  mi  limpieza, 
y  por  ti  engaño  a  mi  madre,  que  piensa  que  soy 
la  que  ella  me  tenía.  Anda,  anda,  engañador, 
destruydor  de  mi  honra,  y  de  oy  más  no  te  fies 
en  mi  llaneza  y  fidehdad  que  te  he  tenido. 

Fel. — Agora  que  tu  sentimiento  me  prego- 
na tu  bondad,  te  tendré  y  querré  más.  E  ya  sa- 
bes que  los  amigos  ciertos  son  los  prouados. 

LAb. — Vete  luego  [de]  delante  de  mí. 

Fel. — Pues  di  que  me  perdonas  y  no  quedas 
enojada,  e  yreme. 

Lib. — Vete  y  no  quedo. 

Fel. — Pues  a  Dios  quedes. 

Mar, — Ay,  cómo  te  as  auido  mal  comigo; 
pero  yo  me  tengo  la  culpa,  que  conosciendo  te 
me  fié  de  ti  sola. 

Pol. — Donoso  tirar  de  alesna  es  esse. 

Fel. — A,  hermano,  baste  ya,  y  vamos;  y  tú, 


señora  Marcelia,  perdona  y  haz  las  pazes  de 
arriba. 

Mar. — Doy  al  diablo  el  majadero  derrama- 
solazes.  Ay,  señor  Felisino,  no  te  oscandalizes 
de  qiie  a  solas  estaua  preguntando  a  Polytes  vn 
poco;  pero  qué  son  las  enemistades? 

Fel. — A  dónde  le  acudió?  Digo  que  nos  ha- 
gas amigos  a  mí  y  a  Liberia,  que  le  pedi  vna 
aguja  por  tomar  mi  guante. 

Mar. — Traele  vna  dozena  y  hechas  serán  las 
pazes. 

Fel. — A  Dios  quedes,  que  yo  lo  haré. 

Mar. —  Dios  os  guie.  Y  tú,  señor  Polytes, 
no  oluides  esta  casa. 

Pol. — Pierde  cuy  dado.  Allá  quedarás,  diablo 
bagassa,  que  para  tu  hambre,  ésta  y  no  más,  si 
puedo. 

Fel. — Pues  para  yr  ya  tú  a  otra  parte  no 
tendrás  tiempo,  encaminemos  para  palacio.  Y 
dime  cómo  te  fue,  que  demudado  saliste  de 
color. 

Pol. — Que  quisiera  que  baxaras  antes;  pero 
creo  que  también  huyes  tú  la  compañía. 

Fel. — Y  aun  que  si  bien  lo  supieses,  arega- 
ñarias,  dixo  el  Bizcayno.  Pero  la  viuda  de  buen 
fregado  es,  y  en  ti  que  hallarla  buen  colade- 
ro para  su  comezón.  . 

Pol.—  No  sé  qué  se  hallo  en  mí,  pero  sé  que 
en  el  pueblo  no  la  aura  muger  tan  lasciua.  Y 
no  tengo  en  nada  ser  amiga  de  Fulminato,  sino 
como  no  es  ropa  común;  pues  no  serán  menes- 
ter rethoricas  para  halagarla,  ni  fuercas  para 
derrocarla. 

i^e/.  — Pues  no  piensa  el  otro  sino  que  tiene 
thesoro  en  caxa. 

Pol.  —Bien  mantendría  estotra  con  palabras 
huecas  del  otro  su  grauedad,  y  con  sólo  su  pas- 
to su  hambre. 

Fel. — Aun  creo  que  te  abrió  la  bolsa? 

Pol.  — Abrió  para  echarme  en  ella  este  real 
de  a  quatro  con  que  me  compró,  y  aun  barato,  y 
para  nunca  más. 

Fel. — Esso  no  diga  nadie,  que  no  caerá  otra 
y  otra  vez,  si  Dios  no  le  guarda.  Pero  esse  yo 
se  le  vi  a  Fulminato,  con  que  ayer  hazia  alarde. 
Y  según  veo,  págate  sus  cuernos  con  los  quatro 
sueldos. 

Pol. — Pues  no  tengas  esto  en  nada  que  me 
diessen  para  comprar  ropa  tan  basta  y  de  balde 
costosa.  Pero  miía  que  tú  no  los  pagarás  con 
los  quarenta,  si  el  otro  con  quatro.  Porque  el 
pato  ya  te  costó  vna  cena;  y  aun  apenas  entras- 
te en  la  con  f  radia  de  los  de  esta  casa,  porque  la 
hija  ha  de  aprender  de  la  madre. 

Fel. — Anda,  hermano,  que  si  me  costó  caro 
el  pato,  cómprele,  y  degoUéle,  y  comíle  fresco, 
y  trinchéle  de  mi  mano. 

Pol. — Dichoso  fuyste,  pues  con  essos  adhe-  | 
rentes  compraste  barato.  Y   aun  creo  que  te 


vendieron  lo  que  tenian  gana  de  echar  de  sí, 
y  que  aparaste  vianda  que  otros  to  coman  del 
mesrao  plato,  y  abriste  por  donde  te  entren  al 
melonar.  E  ruega  a  Dios  por  salud,  que  verás 
como  en  casa  del  herrero  todos  aprenden  a  ma- 
jar hierro,  y  en  casa  del  escriuano  a  escreuir,  y 
la  hija  aprenderá  el  officio  de  la  madre. 

Fel. —  Calla  ya,  que  no  entiende  ella  más 
las  algarauias  de  su  madre  que  si  nunca  la 
conosciera. 

Pol. — Ay,  peccadora  de  la  bouilla!  Tú  eras 
proprio  para  casado,  porque  en  tu  opinión  siem- 
pre fuera  buena  tu  muger,  y  vinieras  con  las 
hechas,  sin  las  sospechas. 

Fel. — Mal  me  conosces.  Antes  por  prouarla 
la  pedi  zelos  sin  por  qué,  y  ansi  saltó  como 
granizo  de  aluarda. 

Pol. — Y  aun  por  ay  me  confirmas  en  mis 
sospechas;  porque  quien  se  quema,  ajos  ha 
comido. 

Fel.  —Anda,  que  quando  ay  algo,  malo  es  de 
encubrir. 

Pol. — Tú  deues  llamar  algo  el  hallarle  en  la 
cama. 

Fel. — Di  tú  lo  que  quisieres,  que  yo  bien  sé 
lo  que  me  tengo  en  Liberia. 

Pol. — Vna  trabajosa  guarda,  si  ella  no  quie- 
re ser  guardada. 

Fel.  —  Y  aun  porque  conozco  yo  en  ella  mues- 
tras de  muy  buena,  no  dudo  de  su  seguridad. 

Pul.—  Pues  si  tú  crees  las  muestras  y  com- 
pras el  paño  por  la  lista,  yo  dudo  de  las  obras. 
E  si  tú  eres  cierto  de  su  seguridad,  yo  no  se- 
guro de  su  bondad;  porque  al  fin  es  hija  de 
madre,  y  de  vnas  puertas  adentro;  de  manera 
qne  con  quien  pasee  y  de  quien  nasce.  Pues 
mira  si  bastando  lo  rno  a  que  se  le  pegassen 
de  sus  maternas  costumbres,  qué  será  viéndola 
y  entendiéndola,  siendo  ya  para  lo  que  ella,  sin 
mancarse  ya  en  la  labor? 

Fel. — Anda  ya,  que  es  tan  buena  que  no  la 
derrocará  la  madre  aunque  sea  más  peor  que 
tú  la  pintas. 

Pol. — Pues  mira  que  si  buena  fuera  la  hija, 
que  no  se  diera  a  ti,  y  si  no  aprendiera  de  la 
madre,  no  supiera  ya  cumplir  contigo.  E  al 
cabo  dame  la  tu  muger,  y  dar  te  la  he  incons- 
tante; dámela  moca,  daretela  peligrosa;  dámela 
que  se  vea  algo  hermosa  y  no  sea  muy  guar- 
dada, qne  yo  te  la  doy  por  perdida;  dámela 
loquilla  y  golosa,  que  yo  te  la  doy  por  barata; 
dámela  nouicia  o  principiante  en  el  officio  o 
lauor  que  tu  la  enseñaste,  que  yo  te  digo  que 
para  ver  si  podra  cansar  y  por  ver  si  podra 
matar  su  desseo,  ella  busque  cómo  experimen- 
tar sus  fuercas,  y  obrar  sus  desseos,  y  aproue- 
char  sus  mañas,  y  cumplir  su  nueuo  apetito 
experimentado,  aunque  viejo  en  ser  desorde- 
nado. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


190 


Fel. — Aun  dirás  algo  que  me  pusiesse  te- 
mor, pero  os  muy  desapegacfa  y  zahareña  Lo 
qual  como  no  tenga  su  madre,  veo  que  cada 
vna  sigue  por  su  natural  inclinación:  la  vna  al 
vicio  y  la  otra  a  la  virtud. 

Pol. — Y  cómo  agora  sabes  quo  por  mucha- 
cha que  sea,  que  quando  les  cumple,  sacan  de 
las  del  saco?  y  ansi  se  saben  mostrar  buenas,  y 
honestas,  y  zahareñas,  y  halagueras,  y  amoro- 
sas, y  muy  pegajosas,  y  muy  sacudidas  y  desamo- 
radas. Y  quiero  que  sepas,  si  no  lo  sabes,  y  si  lo 
sabes  oye  mi  opinión,  y  es:  que  las  que  más 
sacuden  de  sí  los  hombres  y  hazen  de  las  ho- 
nestas y  turbadas,  de  vergonzosas,  essas  por  la 
mayor  parte  con  la  turbación  estropie^an  y 
caen,  no  de  manos  como  el  gato,  pero  de  lomo. 
Y  más  te  digo,  que  lo  querría  yo  auer  (tractan- 
do  en  lo  que  tractamos  agora  dellas)  con  las 
que  a  los  [irimeros  golpes  son  más  sacudidas, 
porque  todo  lo  que  tienen  de  furia  lo  muestran 
luego,  y  eonao  se  acceleran  en  el  combate  y  gas- 
tan la  munición  de  colera  que  tienen,  al  segun- 
do tiento,  si  vos  como  bo^al  no  desuíanchays  a 
los  primeros  golpes,  como  no  ay  que  hablar 
que  no  ayan  hablado,  ni  que  reñir  que  no  ayan 
desembolsado,  ni  colera  furiosa  que  no  ayan 
gastado,  quedan  vnas  flemáticas  turbadas  para 
caer,  y  sanguinas  de  bien  acondicionadas  para 
conceder;  y  aunque  la  melancolía  de  mala  in- 
clinación les  haga  huyr,  los  chapines  y  faldas 
las  hazen  estropezar  sin  que  aya  en  qué,  más 
de  las  duras  piedras  que  ollas  os  tiraron  a  los 
principios. 

Fel.  —  Mouerme  yan  tus  maliciosas  y  cala- 
das razones  vinas  si  no  supiease  yo  que  ella  no 
espera  aun  las  primeras  palabras.  Porque  aun 
conmigo,  que  tiene  por  qué  conoscerme  ya,  no 
quiere  sufrir  de  tres  palabras  arriba  estando 
solos;  que  luego  me  dize:  ay,  señor,  mi  honra; 
ay.  vete,  no  des  sospecha;  ay,  por  Dios,  que 
vendrá  mi  madre;  tanto  que  ya  me  da  pena 
verla  tan  sentible. 

Pol. — No  la  has  aun  entendido:  no  querrin 
tres  palabras,  sin  luego  obras.  Y  no  querría  que 
no  se  quebrasse  su  honra,  porque  si  con  el  ha- 
zer  no  pierde  el  buen  crédito,  haze  y  goza,  y 
mete  moros,  y  siempre  es  la  que  era,  y  descuyda 
los  otrus  de  que  miren  por  ella,  y  con  los  otros 
se  descuydar,  quedan  le  a  sus  apetitos  más 
lugar.  Y  sí  teme  el  venir  la  madre,  es  porque 
quiere  que  no  dilates  el  pleyto,  sino  que  luego 
concluyas,  y  pongas  los  tus  testigos  a  la  prueua; 
y  enséñate  que  el  que  ha  de  pleytear  no  ha  do 
temer  el  gasto,  y  ha  do  hablar  poco  y  obrar 
quanto  pudiere.  E  ansi  dizen  las  tales  allá  en- 
tre sí  en  sus  audiencias,  blasonando  y  mofando 
de  los  que  en  esta  causa  somos  pleyteantes; 
que  gato  muy  miador,  nunca  buen  murador.  E 
si  no  digo  la  verdad,  dime  tú  si  puesta  en  jue- 


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ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


go  si  se  pone  mal  al  jugo,  y  entonces  condé- 
name. 

Fel. — No  sé:  peligroso  eres.  Yo  te  prometo 
que,  aunque  no  por  antiguo,  pero  que  por  maes- 
tro podras  ya  bien  leer  en  esta  escuela,  y  ser 
abogado  en  estos  pleytos  que  dizes. 

Pol. — Pues  que  ya  estamos  en  casa  y  en 
esta  plática  recibes  pena,  entiende  en  buscar 
las  agujas,  y  ata  bien  la  bolsa,  y  mira  bien  per 
el  amigo;  y  perdona,  que  yo  marcha  para  arriba 
ver  qué  aya. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XII 


Passando  Marcelia  consigo  y  después  con  la  hiia  pláticas  de  la 
bondad  de  la  hija,  el  despensero  de  Luyendo  les  hnze  vn  ban- 
quete de  cena.  Y  sobreuenicndo  Fulminato  y  Pinul,  liaze 
Marcelia  á  Fulminato  guisar  lo  que  el  otro  auia  de  córner.  £ 
sobre  cierto  acliaque  Fulminato  sp  va  huyendo  y  viene  el 
despensero. 


Marcelia,  Liberia,    Despensero,   Fulmi- 
nato, PiNEL,  Gracilia. 

\_Mar.~\  —  0,  mezquina  yo  y  cómo  se  me  abra- 
san las  entrañas  y  me  acora paiia  gran  soledad 
en  la  absencia  de  Polytes!  O,  quán  sin  ventura 
soy,  pues  siento  que  no  me  ama,  e  yo  me  abo- 
rrezco a  mí,  y  mi  honra,  y  casa,  y  a  todos  por  él! 
O  amor,  qué  grande  es  tu  poder!  O,  cómo  si  la 
honra  no  contradixesse  a  la  voluntad  y  me 
atasse  los  pies,  tras  él  yria  desbalida  como  tras 
cosa  necessaria  a  mi  descanso!  Poio  o,  desacor- 
dada de  mí,  yo  qué  digo?  quiero  subir  a  ver  qué 
haze  esta  muchacha.  Porque  si  la  mano  de  Dios 
no  la  sostiene,  y  ella  no  es  muy  inclinada  a  vir- 
tud, con  mi  perdición,  o  ella  es  perdida  tras  mí, 
ó  no  escapa  de  serlo.  Porque  el  no  poderla  yo 
proueer  como  yo  querría  y  mi  honra  pide,  me 
haze  dissimular  con  ella  en  algunas  desembol- 
turas,  con  la  conuersacion  de  éstos  que  tractan 
en  casa.  Y  quiera  Dios  que  no  aya  tomado 
para  su  mal  las  libertades  que  yo  le  doy,  y  que 
mi  mal  hazer  no  la  aya  enseñado  a  perder  la  sim- 
plicidad y  a  abrir  puerta  a  la  deshonestidad. 
Porque  el  mi  no  hazer  con  qué  enmendarla  me 
ata  la  lengua  al  corregirla,  ni  puedo  castigarla; 
donde  mi  vida  me  muestra  a  mí  digna  del  casti- 
go, y  me  einbara9a  el  poderla  yo  a  ella  abonar. 
Porque  poco  monta  ser  madre  reprehensora  de 
lengua,  con  vida  y  obras  viciosas  y  occupacion 
reprehensible,  porque  el  enseñar  ha  de  ser  obran- 
do y  platicando  bien  yo. 

7y/¿.— Mi  madre  sube:  quiero  ganar  por  la 
mano  en  mi  abono,  para  que  de  quantas  ella 
haze,  que  haziendo  yo  alguna  errada,  o  no  la 
vea,  o  no  la  crea,  como  ella  piensa  que  no  la  en- 
tiendo yo  sus  vrdieinbres.  Ansi,  ansi.  y  no  vis- 
tes quán  de  reposo  se  anda  mi  madre  de  iglesia 
en  iglesia,  y  dexa  la  casa  franca  a  quautos  van 


y  vienen?  Dios  me  libre  de  tan  buen  crédito 
como  tiene  de  todos,  que  piensa  que  son  como 
ella  a  las  buenas.  Y  no  vistes  qué  descuydo? 
que  harto  tengo  que  sacudir  de  mí  importuni- 
dades de  locos,  que  con  la  buena  coutianja  de 
mi  madre  a  mí  querrian  robar  de  mi  limpieza,  y 
estragar  mi  innocencia,  y  deshonrar  su  casa,  y 
amenguar  la  a  ella. 

Mar. — Buenas  nueuas  de  mi  hija  son  éstas. 
Pero  quiero  halagarla,  pues  mi  vida  no  me  per- 
mite leprehender  su  innocente  vida  Calla,  hija, 
no  me  reñas  por  tu  vida,  que  vengo  de  encomen- 
darme a  nuestra  señora.  Pero  dime,  fuese  el  de 
endenantes? 

Lib. — Y  aun  después,  que  no  deuiera,  vino 
Felisino. 

Mar. — Esse  como  por  de  casa  le  dexé  subir, 
que  le  encontré  á  la  puerta.  Y  fuese  ya? 

Lib. — Tal  venia  él  para  parar  mucho  con  él 
yo  en  casa!  y  anda  ya,  madre,  dexame  allá  con 
tus  confian9as  quede  todos  tienes, que  éstos  son 
hombres  y  de  palacio,  y  oy  aqui  y  mañana  alli, 
Ansi  Como  no  paran  en  lugar,  ansi  no  dexan 
cosa  de  intentar,  ni  aun  mujer  por  burlar. 

Mar. — Y  qué  hizo? 

Lib. — Qué?  qué  hiziera  me  di,  si  yo  le  dexa- 
ra!  que  lo  que  hizo  fue  poco  en  rasgar  me  la  la- 
uor  y  perderme  vn  aguja,  que  según  lo  que  qui- 
siera fue  nada. 

l\lar.  —  Dexalo,  que  él  lo  pagará,  que  es  vn 
burlón;  pero  calla,  que  llaman:  suba  quien  es. 

Desp. — Dios  guarde  la  honra  y  gentileza  des- 
ta  casa. 

Mar. — E  tú  eras?  perdona  el  no  te  auer  res- 
pondido antes.  Pero  no  sé  por  qué  oluidas  tan- 
to esta  casa  do  no  te  dessean  mal? 

Desp. — Mis  occupaciones  impiden  mi  volun- 
tad en  te  seruir. 

Mar. — Y  aun  por  vna  on9a  de  libertad  que 
tengo  en  mi  casa  sut't'ro  vna  arroba  de  pobreza; 
porque  la  vida  arriscan  los  hombres  por  la  liber- 
tad. E  ansi  dizen,  que  mi  casa  y  mi  hogar  cien 
sueldos  val.  Pero  qué  es  lo  que  mandas  agora? 

Desp. — Tengo  vn  poco  de  Olanda  y  vengo  a 
saber  si  me  podras  vestir  de  tu  mano  de  vnas 
camisas  al  moderno. 

Mur.  —  Por  cierto  sí  para  otros;  pero  no  fal- 
tará tiempo  y  voluntad  para  lo  que  tú  quisieres. 

Desp. — Pues,  señora,  porque  e.»te  es  para  mí 
tiempo  n)uy  occupailo  en  mi  officio,  me  perdona 
que  luego  embio  el  liento,  y  mandaré  con  que 
cenes.  E  si  mandas  vendré,  sossegada  la  gente, 
a  te  ayudar  a  quitar  los  manteles,  para  que  so- 
bre mesa  me  cortes  la"?  camisas. 

Mar. —  Por  tu  seruicio  huelgo  de  ello,  con 
que  mires  que  ay  vezinos  que  velan  vidas  age- 
nas  en  e.'-te  varrio. 

Desp. — Yo  proueere  de  venir  en  quietud  de 
todos,  y  por  seña!  que  soy  yo,  tiraré  tres  piedre- 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


201 


zaelas  a  esta  ventanilla,  por  no  pararme  a  lla- 
mar. Y  con  tanto  me  da  licencia,  y  perdonando 
mi  pobrezn,  toma  Cfíse  real  de  a  qualro,  para  que 
se  aya  proneydo  de  Irnta. 

Mar. — No  le  tomara  a  no  incurrir  en  mala 
crian9a.  Ve  con  Dios,  que  en  todo  se  prouoera. 
Allá  yrás,  majadero,  que  acá  dexas  para  la  lam- 
para de  1<j8  necios,  y  después  darás  j'iua  la  vela 
de  los  cornudos.  Cata,  hija,  que  a  quien  Dios 
ama,  la  casa  le  sabe.  ]\lira  qué  haze  este  hom- 
bre de  hazernos  bien:  darnos  ninguna  molestia. 
Pon,  hija,  esse  hogar  a  punto,  que  yo  seguro 
que  no  tarde  en  embiar,  y  aun  que  sea  menester 
desemboluerte. 

Lib. — Yo  bien  tengo  para  mí  que  él  proueera 
de  suerte  que  aya  para  nos  y  aun  las  vezinas; 
pero  no  te  congoxes,  madre,  que  para  todo  aura 
tiempo.  Yo  voy  a  mi  prima  que  se  passe  acá;  y 
con  ayudarnos  al  trabajo,  ahorrará  ella  la  costa. 

Mar.  —Bien  dizes;  ve  luego  y  buelue, que  me 
quedas  sola.  O,  bendito  el  que  lo  gouierna  todo, 
y  quán  sin  resabio  de  malicia  anda  mi  hija  sobre 
tantos  estropie9os  como  yo  le  pongo  por  esta  ne- 
gra de  honrilla  y  ganancia,  que  pocas  veces  son 
de  vna  mesa  estas  dos  cosas.  Pero  cata,  cata,  y 
qué  presto  y  que  gimiendo  viene!  asnadas  que 
trae  cobro.  Qué  es  esso,  loquilia,  que  si  fueras 
casada  pensara  que  te  hazia  gimir  tanto  la 
preñez? 

Lib. — A  la  fe,  ya  que  nos  libró  Dios  de  essos 
afanes,  cátanos  aqui  en  otros  de  más  pronecho 
y  ganancia;  y  plega  a  Dios  que  tales  gemidos 
nos  visiten  cada  dia;  pero  no  veys  qué  prisa  se 
da  mi  madre  viendo  que  no  puedo  con  la  carga? 

Mar. — Anda,  boua,  que  de  alegría  no  m¡- 
raua  en  tanto;  pero  muéstrame  essa  bota  de 
buen  año.  O,  qué  cosa  de  ángeles!  por  tu  vida 
que  es  de  Madrigal,  y  aun  de  más  de  tres 
hojas. 

Lib  — Ansi,  ansi,  madre;  si  truxera  pongoña, 
del  lodo  estañas. 

Mar. — Bien  sé  yo  que  tan  buen  liquor  no 
podría  sulfrirla.  Pero  desembarázate  ya,  y  as- 
sese  vn  capón  de  essos,  y  essa  ternera  en9or(ja, 
que  harto  aura. 

Lib. — Anda,  madre,  que  el  día  de  mañana 
no  le  vimos,  y  no  diga  que  lo  hurtó  el  mo90, 
mayormente  que  ya  vertía  Gracilia,  y  aun  de 
aquí  a  la  noche  acudirá  alguien  más  al  buen 
iilur. 

Mar. — Dizes  bien;  pero  qué  fue  del  lien90? 

Lib — Como  que  no  entiendo  yo  que  sabe 
lui  rnadre  qué  corte  de  camisas  busca  el  otro! 

Mar.  —  Qué  dizes,  hija? 

Lib. —  Que  no  pudo  el  nio90  traello  todo. 

Mar. — Nunca  y  no  que  la  paga  acá  está. 
:  Ay  viene  tu  prima,  desembolue  esso;  yre  yo 
i  por  vna  ropa  limpia  de  mesa  a  mi  arca. 
1     Ful. — Tienes,  hermano  Pinel,  qué  hazer.' 


Pin. — No  lo  aura  para  no  occupar  la  persona 
y  las  anuiís  por  tí. 

Ful. — Pues  vanuis  a  vn  salto. 

Pin — Pues  espera  me  quanto  visto  vn  jaco 
de  malla  y  tomo  vna  rodela 

Ful. — Anda,  que  aqui  va  mi  Valenciana. 

Pin. — Pues  porque  no  temas  que  busco  escu- 
sas, guia. 

Ful. — O,  descreo  de  los  desconfiados  de  Dios, 
y  miedo  en  Fulminato?  Pues  sigúeme,  que  tú 
verás  esta  noche  quién  es  Fulminato,  y  cómo 
por  ser  tú  no  lo  tomo  por  injuria. 

Pin. — Al  diablo  encomiendo  tal  hombre  aun 
oy.  Pero  si  me  pusiere  en  más  de  lo  qiie  puedo, 
que  lo  haga  a  solas:  tomar  viñas,  porque  otro 
día  anise  en  lo  que  mete  a  los  amigos. 

Ful. — Ya  creo  que  te  arrepientes  de  venir. 

Pin. — No  quieras  de  mí  más  de  vn  sí. 

/*'«/.  — Pues  guio  por  tras  sant  Julián,  que 
me  salieron  esta  noche  vnos  tres  a  quitar  la 
capa;  pero  a  no  tener  buenos  pies,  pagauan  me 
el  pato. 

Pin. — Pues  por  essas  callejuelas  lugar  es 
para  esse  officio.  Pero  cómo  te  libraste? 

Ful. — No  quisiera  que  me  lo  acordaras  por 
el  enojo  que  de  mi  poco  correr  tengo. 

Pin.  —  Dizen  que  el  que  va  a  hazer  mal,  que 
ya  va  medio  herido. 

Ful. — Por  el  sancto  molde  de  la  Litania  que 
a  no  me  conoscer  en  el  denuedo  del  desenuay- 
nar,  que  auia  acometido  con  buen  semillante. 

Pin. — Si  ello  fue  ansi,  tenian  la  vida  en  los 
pies,  y  ansi  dizen  que  vale  más  salto  de  mata. 

Ful.  —  Mal  me  sallo  la  peroña,  pues  sin  presa 
estoy  ya  a  la  entrada  de  la  cal  nueua. 

Pin. — Y  aun  ay  serian  las  tus  bregas.  Pero 
en  esta  calle  quando  Dios  amanesce,  aun  hallo 
yo  dia. 

Ful. — Y  aun  yo  os  descubri  este  Perú,  y  vos- 
otros mal  agí  descidos. 

Pm.— De  Dios  auras  lo  bien  hecho.  Pero 
pues  ya  estamos  a  la  puerta  de  tu  manida,  cata 
que  ay  bullicio  arriba;  no  sea  que  los  que  te 
huyeron  acullá  se  te  acogieron  aqui. 

Ful. —  Pues  por  esso  solo  subo  sin  llamar,  a 
puerta  abierta. 

.!/("•. —Ay,  mezquina  yo,  quién  quedó  abierta 
la  puerta,  que  no  sé  quién  sube? 

Ful. — Sí  suben,  que  por  tanto  me  llaman  a 
mi  Fulminato.  Y  ésta  qué  burlería  es? 

Mar.—  Ay,  qué  fiero  viene  el  desuellacaras, 
tri  te  de  mi!  Pero  reniego  de  la  leche  que  mamé 
si  sobre  haze*  le  oy  cornudo  no  le  hago  que  gui- 
se la  cena  al  <tro. 

P/n.  — No  te  turbes,  señora,  con  los  de  casa. 

Lib. — Y  cómo  no  nos  hemos  de  turbar  de  la 
voz  de  hombre  de  súbito,  viniendo  tan  descuy- 
dadas  a  la  llana? 

Ful. —  Y  esta  qué  boda  es? 


202 


Mar. — No  tuya. 

Ful. — Pues  cuya  en  esta  casa? 

Mar. — Oyste,  necio,  y  no  veys  qué  señor  de 
la  posada? 

Ful. — Sácame  desta  duda  antes  que  liaga 
algo. 

Mar. — Y  qué  has  de  hazer?  a  la  fe  en  mi 
casa  no  deuo  si  [no]  a  Dios  y  al  rey  tributo; 
que  aunque  pobre,  de  todos  sino  de  ti  soy  hon- 
rada. 

Pin. — Ni  aun  pienses  que  Fulminato  te  haga 
desaguisado,  sino  que  viene  enojado  de  vnos 
que  se  le  fueron  por  pies. 

Mar. — Pues  nadie  se  deue  ensañar,  si  no 
tiene  buen  desensañadero.  Y  vayase  allá,  que 
aqui  no  le  deuen  centeno. 

Grac. — Y  calla,  señora  tia,  que  estos  de  pa- 
lacio son  ansí  maliciosos. 

Lib. — No  es  sino  el  diablo  que  reyna  en 
ellos  como  ociosos,  y  ansi  son  tan  absolutos  y 
aun  dissolutos. 

Grac. — Gaya  ya,  prima,  que  vendrá  el  señor 
tu  tio  y  no  hallará  la  cena  hecha. 

Mar. — O  astuta  mo9a! 

Lib. — En  cargo  me  eres,  prima,  llamarte  a 
tomar  enojos  escusados. 

Pin. — Anda,  señora,  que  no  hay  nublado  que 
ture  vn  año;  que  si  no  me  tuuiessedes  por  de 
casa,  nunca  acá  asomaria,  ni  seria  amigo  de 
quien  tal  no  fuesse,  aunque  Fulminato  e  yo 
seamos  de  vn  señor. 

Ful. — E  aun  por  tanto  paso  yo  por  tus 
desafios,  y  en  presencia  de  amiga. 

Grac. — Todas  le  queremos  bien,  no  digas  esso. 

Ftd. — Bien  paresce  que  hazes  la  salsa,  que 
te  quemas  con  ella. 

Pin. — Mas  con  todo,  no  seamos,  Fulmina- 
to, estoruo  donde  no  traemos  pro. 

Ful. — Baste  que  esta  confradia  nos  trayga  a 
nosotros  pro. 

Mar. — Mejor  te  ahorquen. 

Pin. — Dexemos  las,  que  será  alguna  apues- 
ta de  comadres. 

Ful. — Pues  seamos  nos  compadres. 

Grac. — Qué  por  demás  es  tener  la  boca  llena 
de  agua,  sino  dezirles  la  verdad;  que  esto  se 
adere9a  para  vn  hermano  de  mi  tia,  que  vino 
oy  de  fuera,  que  es  tutor  de  mi  prima  y  uen- 
dra  agora,  que  anda  a  visitas  de  parientes, 

3Iar. — O,  bendición  de  Dios  en  tan  sagaz 
mo9a. 

Ful. — Pues  para  hombre  tan  de  casa  yo 
quiero  asear  estos  capones;  y  si  viniere,  conos - 
cerme  ha  por  amigo. 

P/n. — Pues  yo  rodearé  las  perdizes,  y  quie- 
ra Dios  que  no  sea  afán  de  cajuela  que  dizen, 
guisarla  y  no  comella. 

Grac. — Pues  qué  te  paresce,  tia,  quál  están 
los  pacientes? 


orígenes  de  la  novela 

I 


Mar. — Que  eres  como  as  de  ser ,  y  ansi 
temo  que  Liberia  nunca  valdrá  nada.  Pero  mira 
que  a  Pinel  tengas  tú  cobro  del,  que  al  otro  yo 
le  mostraré  la  puerta,  y  aun  el  cuerno  al  ojo. 

Pin. — O,  pesar  de  la  vida  con  los  vellacos! 
dos  pedradas  han  dado  en  la  ventanilla. 

Ful. — Aun  si  han  de  tener  los  abbades  oy 
responsos,  si  son  los  que  te  dixe,  Pinel!  Baxa, 
baxa,  defiéndeles  la  escalera,  que  yo  salto  por 
la  puerta  del  corral  a  tomarles  el  passo,  antes 
que  sepan  que  yo  estoy  acá  y  se  acogen. 

Pin.  —  Pues  anda,  que  nuestros  son,  que  en 
el  portal  suenan. 

Ful. — Pues  calla,  no  me  sientan,  si  no,  yr  se 
me  han  como  la  otra  vez.  Pero  aun  el  diablo 
aura  parte  oy  en  estas  hagassas,  si  no  creo  que 
nos  han  vendido.  Pero  si  yo  llego  a  mañana, 
no  se  me  yran  sin  el  pago.  No  ay  nadie,  bien 
está;  yo  me  acojo  para  palacio,  que  después 
todo  será  dezir  mañana  a  Polytes,  si  no  muere 
de  bono  agora,  que  se  me  acogieron  por  pies. 

Mar. — Ya  se  fue  aquel  panfarron;  deten  so- 
brina, a  Pinel,  que  va  muy  denodado,  pues  ya 
sabes  quién  llama.  Y  tú,  Liberia,  ve,  cierra  el 
corrale  jo,  que  el  esfor9ado  no  le  esperemos  por 
agora. 

Pin. — Dónde  vas,  hermana  Liberia?  espera, 
yo  voy  contigo,  que  aun  por  Dios  no  entiendo 
esto  de  estos  entremeses,  aunque  con  todo  no 
sé  si  me  tienen  por  seguro. 

Grac. — Anda  ve,  que  la  bondad  de  mi  pri- 
ma assegura  las  partes. 

Lib. — 'Aun  pues  no  seria  mucho  que  te  bur- 
lasses  para  mi  sanctiguada;  porque  el  buen 
aparejo  abre  la  daiíada  voluntad  a  las  vezes. 

Pin. — Por  Dios,  que  agora  a  solas  me  pa- 
resce mejor  la  mo9uela.  Y  aun  que  si  no  fuesse 
por  la  parentela  suyay  de  Gracilia,  que  aun,  aun. 

Desp. —  Buenas  noches,  señora  Marcelia;  y 
perdona  que  no  esperé  que  me  alumbrassen, 
por  deslumhrar  sospechosos.  Pero  dime,  quién 
salió  de  la  puerta  del  con  al  de  tu  casa?  porque 
es  el  más  suelto  de  pies  que  jamas  vi;  porque 
pense  que  fuesse  algún  ladrón,  y  seguile  como 
le  vi  salir  de  corrida,  pero  como  alcan9ar  vn 
galgo,  ansi  le  pudiera  yo  alcan9ar  ogaño,  si 
ansi  corre  siempre. 

l\[ar. — Mal  peccado,  aunque  fuera  ladrón, 
no  tenia  qué  llenar,  si  no  nos  lleuasse  los  man- 
tos. Pero  dime,  viste  le  la  cara? 

Desp. — Por  Dios  que  aunque  reconoscio  que 
yo  solo  le  seguia,  que  no  parescio  sino  aue: 
hazia  sanct  Benito  me  desaparescio. 

Grac. — Asnadas  que  era  él  valiente.  qu(| 
mejor  se  amañaua  a  assar  que  a  defender  Ifj 
assado.  Pero  pues  no  soy  ya  menester,  me  díi 
licencia.  | 

Desp. — No  consiento  que  te  vayas  porqu 
yo  vengo. 


COMErUA  LLAMADA  FLORINEA 


208 


Grac. — Ya  sabe  mi  tia  que  tengo  Imespedes. 
Voyme  por  la  puerta  del  corralejo,  porque  la 
cierre  mi  prima,  y  perdona  rae. 

Mar.  —Ya,  ya,  agora  te  entiendo,  üizo  bien, 
que  tiene  eon  quien  cumplir. 

Desp. — Pues  porque  no  me  consentirán 
acompañarte,  no  porfió  a  ello;  pero  lleua  vu 
capón  de'stos  que  cenes,  y  perdona. 

Grac. — Muchas  mercedes,  y  a  buenas  noches. 

Ma»". — Mira,  sobrina,  al  oydo.  Tractame  bien 
al  galán.  Dirás  a  essa  muchacha  que  cierre  bien 
la  puerta  y  se  suba  luego,  y  anda  con  Dios. 

Lib.—  Dónde  te  vas,  prima,  por  aquí? 

Grac. — A  mi  casa.  Sube  presto,  que  está  tu 
tío  aguardando  para  cenar.  Y  tú,  Pinel,  pues  acá 
no  seras  menester,  te  allega  conmigo  a  mi  casa. 

Pin. —  De  muy  buena  voluntad. 

Lib. — Hasta  la  puerta  dize?  yo  seguro  que 
sea  hasta  la  cama.  Y  aunque  ésta  es  más  ven- 
turosa que  yo;  pero  algún  dia  vendrá  Dios  por 
mi  consuelo;  voy  me  arriba. 

Mar. — Ay,  señor,  que'  mal  lo  has  hecho  con- 
migo! siéntate  y  dissimulemos  con  comer,  que 
sube  mi  hija. 

Desp. — Por  mi  fe,  señora  hermosa,  que  con 
poco  más  no  os  aguardáramos  a  la  mesa, 

Lib.  —  Haga  buena  pro,  que  yo  ya  he  comi- 
do dos  bocados,  que  me  bastan  agora. 

Mar. — Ni  aun  yo  puedo  passar  bocado,  sino 
a  poder  de  beuer,  que  pensando  que  tardaras 
más  comimos  sendos  pocos. 

Desp. — Pues  yo  alia  cené;  por  mí  no  se  de- 
tenga la  vianda. 

Mar, — Sueltamente  lo  hazes;  pues  no  pien- 
ses yrte  assi.  Anda  acá,  que  te  quiero  dezir  vn 
poco  a  esta  mi  cámara.  Y  tú,  hija,  pon  en  cd- 
bro  esso  como  te  paresciere. 

Lib. — Asuadas  que  agora  se  corten  las  ca- 
misas; pero  allí  lo  aya  mi  madre,  que  yo  quie- 
ro cenar  de  mi  espacio  e  yrrae  a  dormir,  que  mi 
madre  ya  tiene  occupacion  hasta  el  dia.  Y  aun 
para  mi  santiguada,  que  si  yo  puedo  que  me  tengo 
de  entregar,  que  no  me  lieue  de  oy  mas  (pues 
ansi  juega)  carta  de  más  ni  embite  que  no  se 
le  rebide,  Dios  queriendo. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XIII  (') 

Fairainato  cuenta  a  Lydorio  el  destrocó  que  hlao  essa  noche,  y 
entran  a  Floriano.  Y  encargase  Fulminato  de  buscar  alca- 
hueta cjue  remedie  a  Floriano. 

Fulminato,  Lydorio,  Floriano. 

\_Ful.']  —  0,  reniego  de  Venus  y  aun  de  mí  si 
aquellas  bagassas  no  me  lo  pagan,  y  si  no  ten- 
go por  mí  que  me  tenían  entrampado,  que  por 
secreto  que  sali,  aun  vuo  gente  para  mí.  Pinel 

(*)  En  el  texto  original  se  numerft  XTI  indebidamente. 


como  visoño  haria  rostro  y  harianle  criba.  Per- 
dónele Dios,  que  era  buen  mancebo.  Y  aunque 
él  fue  por  mi  causa  allá,  no  tengo  yo  culpa  de 
su  muerte,  pues  no  deuiera  él  de  hazer  más 
que  el  compañero.  Ya,  ya,  no  más  de  noche,  que 
aunque  bien  sé  que  no  me  alcanzaron,  aun 
pienso  que  me  hirieron.  Muchos  me  parescie- 
ron;  nunca  en  tal  peligro  me  vi  de  veras.  Quie- 
ro oy  llamar  mi  dia  primero,  y  buscar  cómo  mi 
huyr  no  menoscabe  a  mi  estima,  pues  ya  bien 
me  atreuere  a  correr  el  palio.  He  alli  a  Lydo- 
rio y  muy  denodado.  Aun  el  diablo  seria  si  acá 
saben  ya  ile  la  muerte  del  triste  de  Pinel  y  de 
la  huyda  del  gozoso  Fulminato. 

Lyd. — O,  qué  malo  eres  de  descubrir.  Ful- 
minato! 

Ful. — Si  es  cosa  de  armas  dime  el  qué,  y 
por  dónde  comience,  que  verás  si  halla  defensa 
esta  Valenciana, 

T^ijd. — Anda,  que  pones  gran  dubda  eñ  tu 
ánimo  con  andar  tan  preuenido  en  acometi- 
mientos de  armas.  Porque  pocas  veces  vi  perro 
que  bien  apresasse  que  mucho  ladrasse. 

Fui. — Agora  lo  vieras  qué  passé. 

Lyd. — Qué  fue? 

Ful. — En  el  doblar  de  campanas  lo  sabrás, 
por  vnos  tres  que  no  conosciendo  mis  golpes, 
me  acometieron  solo. 

I^ijd. — Si  ansi  es  bien  te  fue,  pues  solo  y  sin 
armas  te  libraste;  pero  vamos  a  Floriano,  que 
ya  ouiera  de  auer  cenado  y  espera  a  ti  para 
encargarte  sus  negocios. 

Ful. — Vamos,  que  descreo  de  Mars  si  no  se 
concluyan  presto  estos  negocios,  y  a  aun  costa 
de  más  de  tres  caberas. 

Lyd. — De  aues  serán ;  pero  entra  passo  has- 
ta ver  si  duerme. 

Ful. — Agora  os  digo  que  estamos  todos  de 
vn  son;  y  cantando  está,  oye,  oye. 

LAMENTACI(')N     DE     SQ     PENA,     DIRIOIDA    k     SD 
SEÑORA,   LLAMANDO   FLORIANO   LA    MUERTE 

Salga  la  voz  hístimera 
publicando  mi  passion 
y  tormento; 

salgan  mis  sospiros  fuera, 
que  riesguen  mi  corar;on 
al  momento; 
ábranse  ya  mis  entrañas 
si  tú,  dama,  eres  seruida, 
y  verás 

las  mis  bascas  tan  estrañaa 
y  dolor  tan  sin  medida 
que  me  das. 

En  el  campo  del  amor 
yo  sin  armas  desafio 
al  que  dixere 
auer  tan  ygual  dolor 


204 


orígenes  de  la  novela 


ni  tormento  como  el  mió, 

ni  se  espere; 

porque  yo,  triste,  penando 

ni  espero  gnalarJon 

ni  soy  creydo, 

y  mi  pena  publicando 

siempre  cresce  la  occasiou 

de  ser  perdido. 

Toda  pena  desta  vida 
con  la  niia  comparada 
gloria  Qti. 

O.  muerte  no  fenescida, 
o,  vida  desesperada, 
qué  me  quiés? 

Di  me  en  qué  te  aya  offendido, 
muerte  buena  para  mí, 
pues  me  huyes; 
pide  licencia  a  Cupido 
que  a  él  vengas  y  a  mí 
si  concluyes. 

Ya  me  falta  sufrimiento, 
pues  tanto  cresce  mi  fuego 
tan  rabioso; 

ya  mis  dolores  no  siento, 
y  a  tino  voy  como  ciego 
sin  reposo; 

porque  do  quier  que  ya  fuere 
yre  la  muerte  buscando 
con  clamores, 

pues  mi  tan  querida  quiere  . 
estar  se  siempre  cenando 
en  mis  dolores. 

CONCLUYE 

No  sé  qué  remedio  halle 
para  de  mí  más  vengarte, 
mi  señora: 

si  el  remedio  es  que  yo  calle, 
callaré  por  no  enojarte 
desde  agora; 

que  aunque  yo  quiera  otra  cosa, 
pues  tú  mi  lengua  gouiernas, 
lio  podré; 

o  linda  más  que  la  rosa, 
con  que  mires  que  me  infiernas 
callaré. 

Ful. — Ya  calla;  y  mal  aya  hembra  que  a  vn 
tal  hombre  se  niega,  que  es  para  mouer  a  com- 
passion  a  las  fieras.  Que  de  las  que  en  la  cara 
tengo  y  de  todos  los  Talmudistas  reniego,  si 
Floriano  quiere,  si  no  le  traygo  la  dama  a  las 
vñas,  que  todo  es  ayre  andar  ruando,  y  troban- 
do,  y  sospirando,  sino  dezir  y  pegar.  Que  des- 
creo de  quantos  adoran  el  sol,  si  me  vuiera  yo 
puesto  en  amar  a  Belisea,  si  no  la  vuiera  yo  ha- 
uido,  y  aun  quÍ9a  aborrescido;  porque  al  fin  don- 
de las  otras  lo  tendrá,  y  de  carne. 


L>/d. — Calla,  que  si  te  oye  esso  no  cabremos 
en  casa;  porque  la  tiene  por  dechado  de  hermo- 
sura, aunque  a  la  verdad  ella  es  joya  tal. 

Ful. — Pues  si  con  la  hermosura  no  tiene  cor- 
dura, la  tal  cae  más  ajiia;  y  las  tales  caydas  son 
peores  de  leuaritar,  y  aun  de  hartar. 

Flo7\ — Pajes,  meted  me  vná  vela,  o  abrid  las 
ventanas  si  es  de  dia. 

Li/d.  —  A,  señor,  mira  que  arden  dos  velas  y 
es  media  noche.  Y  aqui  está  Fulminato,  que 
mandaste  llamar. 

Fhr.  —  Y  para  qué? 

Li/fL  — Para  que  te  buscase  remedio. 

Flor.  —  'No  le  hay,  sin  el  de  Dios,  fuera  de 
aquella  que  me  mata. 

Ful. — Si  no  quedassen  más  muertos  los  que 
me  acometieron,  bien  les  yrá. 

Flo7'.—  Muerte  corporal  para  mi  vida  es.  Pero 
qué  fue  esso? 

Ful.  —  Qae  haze  Fulminato  de  las  que  suele. 

L^U. — Holgarás  oyr  las  cosas  de  Fulminato 
de  su  boca. 

Ful. — A  la  fe  qualquiera  que  diga  verdad  te 
contará  quede  los  seys  que  me  salieron, los  cinco 
les  valieron  buenos  pies;  pero  el  vno,  que  por 
sus  pecados  alcancé,  aunque  por  no  afrentar  la 
espada  le  di  de  llano,  por  tener  la  mano  carga- 
dilla le  hize  a  seys  golpes  perder  la  habla.  Y 
aun  yo  seguro  que  ya  le  estén  llorando,  si  tiene 
quien  le  duela, 

Lyd. — Doy  a  la  muerte  este  lebrón,  que  ansi 
descose  mentiras. 

Flor. — Qué  dizes,  Lydorio? 

Lyd.  —  Q,ne  él  me  auia  dicho  poco  ha  que 
eran  solos  tres,  y  agora  ya  son  seys,  y  mañana 
serán  diez. 

Ful. — Y  qué,  los  bocados  me  cuentas?  pues 
no  sabes  que  no  trae  contradicion  de  antes  tres 
y  agora  seys,  pues  que  tres  es  la  mey  tad  de  seys? 
Y  a  ti  bastaua  dar  cuenta  de  lo  medio  que  yo 
hago,  pero  a  mi  señor  de  todo,  y  ron  esto  te 
quiero  tapar  la  boca  y  soldar  tus  malicias. 

Z_y(/.  —  Más  me  la  taparas  con  la  verdad;  por- 
que ya  sabes  que  el  que  en  mentira  es  asido, 
quando  dize  verdad  no  es  creydo. 

Flor. — Cata,  Fulminato,  que  no  quiero  los 
de  mi  casa  reboltosos;  basta  mi  desassosiego, 
sin  que  le  aya  en  mi  casa.  Y  tú  no  andes  solo 
hasta  que  esso  se  aplaque,  en  especial  que  estás 
en  tierra  estraña. 

Ful.  —A  la  fe,  señor,  mis  obras  me  la  hazen 
ser  tierra  propria.  Y  por  esso  te  suplico  no  en- 
comiendes ni  fies  tus  cosas  de  muchachos,  pues 
yo  pondré  la  vida  por  tu  sosiego,  y  piensa  que  ¡ 
lo  que  me  encargares,  que  saldré  coa  ello.  ! 

Flor. — Mira  lo  que  dizes.  | 

Ful. — A  la  prueua  buen  amor;  porque  al  fin  I 
ya  yo  sé  dónde  ay  la  puta,  y  la  buena,  y  la  alca- 
hueta, y  la  hechizera  en  el  pueblo;  y  aun  sé  por 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


205 


qué  canales  ha  Je  venir  el  agua  que  amate  tu 
fuego. 

Flor. — Di,  serás  para  traerme  retorno  de  vna 
carta? 

Ful. — Y  aun  a  la  dama  si  menester  tiiore. 
Pero  ha  de  ser  con  que  me  hagas  vna  merced. 
F/o/-.— Pide. 

Ful. — Que  luego  me  desembaraces,  y  tuque 
cenes,  que  es  media  noche,  y  duermas  a  sueño 
suelto. 

Flor. — Qué  te  paresce,  Lydorio? 
Lyd. — Que  te  aconseja  conio  leal,  y  que  cum- 
plirá lo  que  dize  como  animoso;  en  especial  si 
tú  le  aniujas  con  alegrarte. 

Flor.  —  Luego  me  traygan  de  cenar,  y  en 
tanto  escriuire.  Y  tú  vete  en  tanto  a  cenar,  y 
cenen  luego  los  que  tú  quisieres  que  vayan  con- 
tigo. Y  tú,  Lydorio,  darás  a  Fulminato  la  mi 
cuera  de  butano  con  la  guarnición  de  carmesi, 
pelo  y  passamanos  de  hilo  de  oro,  y  darás  le  para 
calcas  quatro  piezas  de  oro,  y  darás  le  de  mis 
espadas  la  que  él  quisiere,  con  que  me  dexes  la 
que  al  presente  anda  eu  los  talabartes,  que  agora 
yo  suelo  ceñir,  y  a  la  respuesta  le  haré  las  mer- 
cedes. 

Ful. — Pues  yo  espero  con  mi  buen  negociar 
recuperarte  el  alcgria  y  salud. 

Ljil. — Luego  voy  a  entender  en  que  te  den 
de  cenar  y  a  todo  lo  que  más  mandnstes. 

Flor  — Pues  yo  escriño  luego.  Tú,  Fulmina- 
to, buelue  luego  acá. 

Ful. — Señor,  ni  me  detengas  ni  escriuas, 
sino  sí  por  sí  lo  que  quieres  de  allá,  que  yo  me 
voy  a  poner  a  punto. 

Lyd. — Mira,  Fulminato,  que  salgas  con  lo 
que  te  has  encargado,  pues  las  mercedes  ya  an- 
teuienen  al  seruicio;  por  tanto,  huye  de  la  in- 
gratitud, y  vamos,  darete  lo  que  me  mandó.  Y 
sábete  que  no  me  pesara  que  fuera  más:  pero 
no  se  hizo  Roma  en  vn  hora. 

luí. — Pues  cree  me,  señor  Lydorio,  que  has 

de  pensar  que  labras  tu  heredad,  porque  en  mí 

no  perderás  tu  buena  vuiuntad  y  trabnjo.   Y 

piensa  (dexando  vno  por  otro)  y  que  bien  veo, 

que  si  no  fuesse  por  tu  cordura,  que  yua  de 

ca\da  la  casa  de  Floriano;  porque  la  cabegaen- 

ferma  no  les  puede  yr  bien  a  los  miembros.  Y 

aun  esto  veo  por  los  que  aiulamos  en  lo  snez 

del  mundo,  que  no  podemos  rehusar  algunas  no 

buenas  compañias  algunas  vezes,  y  de  ellas,  con 

1  la  ayuda  de  nuestra  peruersa  inclinación,  más 

i  nos  damos  a  lo  vicioso  que  a  lo  virtuoso.  Y 

ansi  proueyó  Dios  que  en  vna  casa  donde  ay 

.  tanta    juuentud    y   tan    suelta    a    los    malos 

j  apetitos  con  estar  la  mano  que  nos  auia  de  cas- 

'  tigar  enferma,  que  aya  en  ti  vn  seso  más  viejo 

en  saber  que  experimentado  por  los  dias.  para 

que  a  los  vnos  como  yguales  vayas  a  la  mano,  y 


a  otros  mandes  como  inferiores,  y  a  otros  rué-  |   leiraa,  así:  mc¡aMnaa 


gués  como  mayores,  y  a  otros  aconsejes  como 
sabios,  y  a  otros  loes  como  virtuosos,  y  a  otros 
reprehendas  como  viciosos. 

Lijil. — Dios  lo  remedie  todo  de  su  mano,  que 
Dios  sabe  el  temor  y  lástima  que  tengo  a  1' lo- 
riano:  vno  de  la  perdición  presente,  y  otro  del 
temer  que  aun  vaya  a  peor,  y  que  se  pierda  ro- 
cín y  manganas  {}),  Por  csso  me  di  qué  remedio 
piesisas  tú  poner? 

Ful. — Contenta  te  que  tienen  manos  el  pan- 
dero que  le  harán  sonar,  y  no  me  pidas  más 
hasta  que  veas  al  claro  quánto  puedo  yo  con 
ayuda  de  Dios. 

L¡lil.  —  Pues  no  quiero  sino  dexarlo  nadar 
como  corcho  en  agua.  Toma  lo  que  te  mandó 
dar  Floriano,  y  no  tengas  en  poco  la  merced, 
que  es  más  de  lo  que  piensas.  La  cuera  ella  dize 
su  valor,  pero  esta  espada  vale  vn  cauallo,  y 
toma  las  piezas  de  oro,  y  no  falte  tu  seruicio, 
porque  sobrara  tu  ingratitud. 

Ful. — En  esso  dexa  hazer.  Pero  en  lo  que 
dizes  de  la  espada,  quiero  que  sepas  que  no  suf- 
fre  qualquier  hoja  los  golfies  de  mi  bra^o,  y  que 
ha  de  menester  el  ser  tal  para  turar  conmigo.  Y 
aun  la  cuera  que  quiya  aura  de  mandar  vna  do- 
zena  a  Ceruantes  por  mis  caseros  tras  los  que 
al!á  tengo:  que  gran  marauilla  será  si  esto  co- 
lorado no  ent(jrpece  oy  alguna  bonilla,  para  que 
desmayada  me  cayga  en  los  bra90s. 

Lyd. — Pues  luego  entra  a  Floriano  y  desem- 
bara9a  le  presto  porque  cene. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XIIÍI 


Fulminato  sale  de  hablar  a  Floriano  con  la  carta,  y  *a  en  casa 
de  Marcelia  luego  lín  mañana.  Maroulii  aseonde  al  despen- 
sero en  la  cámara:  apaziguanlo  al  fin  madre  y  hija.  Fulmi- 
nato da  la  carta  a  Marcelia,  en  que  pone  ella  ciertos  poluo«. 


Fulminato,  Marcblia,  Despensero, 

LlBERIA. 

[^Ful  ] — O, reniego  de  ti,  Mahoma,  con  hom- 
bre tan  sin  cabo  como  Floriano;  por  más  tengo 
verme  ya  libre  de  sus  imfiortunidades  que  el  sa- 
lir anoche  de  en  casa  de  Marcelia.  Por  donoso 
concierto  de  casa  es  este  si  va  adelante,  que  ya 
es  amanescido  y  aun  no  lie  podido  coger  sueño. 
Jiien  dicen  quj  vn  loco  haze  ciento,  y  vn  des- 
concertado regidor  desconcierta  vn  pueblo.  Yo 
no  he  dormido,  pero  passé  cochura  por  hermo- 
sura; oy  tomemos  la  medra  por  sueño,  que  al 
contrario  cada  rato  passa  el  poder  dormir  y  el 
mal  medrar.  En  la  ropa  voy  hecho  vn  cardenal, 
ceno  de  bonillas,  y  en  la  bolsa  voy  vn  papa, 
pues  lleua  oro,  qual  es  muy  raro  en  mi  posada. 

(<)  En  el  original  léese  este  vocablo,  trastrocadas  bus 


2.U6 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Por  la  sancta  Letanía  que  si  agora  yo  fuesse  a 
llenar  la  carta  a  Belisea,  que  presto  recaudasse 
la  dama  para  mí,  y  los  cuernos  para  mi  amo,  y 
aun  que  no  me  curasse  de  mucho  dezir,  porque 
me  entendiesse,  y  aun  porque  ee  conteutasse; 
sino  llegando  y  pegando,  y  a  Dio  madona.  Pero 
tornando  en  lo  que  me  podría  costar  la  ropeta, 
descreo  del  que  a  Dios  desama  si  no  temo  que 
esto,  barato  dado,  me  salga  caro  llorado.  Porque 
yo  quedo  obligado  a  ser  alcahuete  de  mi  amo, 
porque  este  es  nombre  que  tiene  el  tal  officio  que 
yo  lleno.  Y  aun  quiera  Dios  que  este  bermejo 
no  annuncie  algún  derramamiento  de  sangre  de 
Fulminato.  Pues  si  muero  por  esto,  ni  me  en- 
terrarán con  ello,  ni  aun  por  ello  me  dirán 
más  missas  que  en  Cordoua,  porque  dirán  que 
no  es  mió,  para  venderlo  y  gastar'o  por  mí;  y 
aun  oxala  que  me  digan  Dios  le  perdone,  que 
buen  seruicial  era.  Pero  a  mí  quien  me  mata? 
que  agora  bueno  va  el  dos  vale  con  dos  doblo- 
nes con  bolsa,  que  no  son  ya  buenos  de  auer, 
que  paresce  que  ellos  y  los  virgos  han  aborres- 
cido  ya  el  reyno.  Agora  que  yo  ando  bien  y  es- 
toy pagado,  mirar  por  mi  persona,  y  con  los  ne- 
gocios y  men8ajerias,"a  Marcelia;  y  como  dizen: 
échese  a  doze  y  nunca  se  venda.  Porque  con  lo 
poco  que  ella  solicitare  y  lo  mucho  que  yo  min- 
tiere, entrará  en  la  fiesta  de  loco  Floriano, 
pues  ya  está  en  la  vigilia.  Y  con  la  locura  y  mi 
buen  embaucar,  vendrá  le  la  franqueza,  y  lo  que 
a  mí  me  cupiere  mió  y  lo  que  a  Marcelia,  la  pri- 
mera y  mejor  parte  de  Fulminato.  Y  desta  ma- 
nera aura  medra;  porque  esperar  al  partido,  ello 
es  poco,  y  pagase  mal  y  gastase  bien;  por  ma- 
nera que  a  la  vejez,  hospital.  Con  esto,  pues  ya 
es  dia  claro  y  podré  yr  seguro,  doy  comigo  en 
casa  de  Marcelia,  y  veré  si  enterraron  a  Pinel, 
y  qué  se  diga  de  mí.  Y  si  viere  la  mia,  daré  vn 
tras  pie  a  Marcelia  y  harán  se  las  amistades; 
porque  todos  los  enojos  de  la  mujer  aplaca  el 
hombre  en  la  cama.  Y  con  tanto,  salgo  en  nom- 
bre de  Dios. 

Mar. — 0,quán  en  vn  soplo  se  ha  ydo  la  noche ! 

Desp. — No  sé  si  ha  sido  soplo,  que  aun  con 
no  me  auer  vacado  para  soplar  las  manos  un 
momento;  y  aun  mal  contenta  la  señora. 

Mar. —  Qué  dizes? 

Desp. — Que  es  tarde. 

Mar. — Anda,  que  será  el  lunar. 

Lib.  — Valas  me.  Dios,  y  quán  sin  perro  he 
dormido,  aunque  no  sin  pena,  porque  esta  cama 
me  auezó  a  querer  compañía  en  la  cama,  y  por 
tanto,  nunca  me  cuadró  mongia,  porque  a  cada 
vno  inclina  Dios  para  lo  que  es.  Pero,  dexando 
esto,  me  voy  [a]  abrir  la  puerta  de  la  calle,  que 
a  mi  madre  no  la  espero  tan  ayna.  Y  también, 
por  el  empacho  de  no  les  ver  salir  juntos  de  la 
cámara,  me  baxo  al  portal,  que  quÍ9a  en  tanto 
me  deparará  ventura  alguna  buena  dicha. 


Z)¿sjo.— Señora ,  tarde  es,  y  Belisea  a  de  yr 
oy  en  romería  a  Prado,  y  tengo  de  dar  cobro 
para  ella  y  sus  mugeres,  que  no  lleua  hombre 
ninguno,  y  madrugarán,  que  querrán  yr  dist'ra- 
cadas;  por  tanto  perdona  para  de  más  espacio. 

Mar. — Holgara  de  yr  con  ella.  Pero  dizen 
me  que  la  sirue  vn  cauallero. 

Desp. — No  me  meto  en  essas  cuentas;  allá 
lo  aya,  que  muger  es,  y  no  le  faltará  vn  hombre; 
leuanto  me. 

i^¿í/.  — Bien  me  ha  ydo,  que  ya  estoy  a  la 
puerta,  y  aunque  de  mañana,  está  ya  abierta. 
Estas  mugeres  en  durmiendo  solas  luego  ma- 
drugan; allá  subo,  que  Liberia  va  por  la  esca- 
lera arriba. 

Lib. — O,  valga  le  el  diablo  de  mañana;  siem- 
pre vendrá  quien  no  cumpla.  En  pleyto  veo  la 
casa  si  Dios  no  remedia,  y  saldrán  las  cosas  de 
mi  madre  a  pla9a.  Quiero  hablar  alto  por  ani- 
sar a  mi  madre,  y  que  vea  si  le  cale  dormirse  en 
pajas.  Ay,  valas  me  Dios,  bien  paresces  ladrón 
de  casa.  Fulminato,  que  ansí  subes  sin  llamar. 

Ful. — O,  pesar  de  la  vida;  no  sé  de  mí,  y 
quieres  que  mire  en  essos  puntos  a  tal  tiem- 
po? Y  qué  fue  del  galán,  aun  duerme? 

Lib. — Y  qué  galán?  no  ay  hombre  en  esta 
casa  para  dormir,  después  que  tni  padre  faltó 
de  ella. 

Ful. — Qué  maestra  está  ya  la  muchacha!  A 
la  fe,  hermana,  quando  tú  nasciste  ya  yo  sabía 
la  Litanía;  y  piensa  que  adonde  agora  tú  vas, 
yo  ya  vengo. 

¿/¿.  — Dexate  de  burlar  con  tus  malicias  y 
refranes  viejos. 

Ful. — A  otro  perro,  hermana,  que  agora  no 
tienen  sazón  las  burlas. 

Mar. — O,  mezquina  de  mí,  y  si  no  está  allí 
vn  primo  mió.  Y  cómo  no  quiere  Dios  que 
queden  los  males  sin  castigo,  y  el  castigo  en  la 
honra  es  muerte. 

Desp. — Y  calla,  señora,  no  llores;  cómo  se 
llama  esse  primo? 

Mar. — Ay  triste  yo,  que  Fulminato. 

Desp. — Oylda  a  la  puta:  es  den  cas  del  dia- 
blo el  otro,  y  agora  primo?  y  aun  él  tiene  tal 
fama,  que  el  diablo  quÍ9a  me  empasteló  oy 
aquí. 

Mar. — Qué  dizes,  señor? 

Desp.  —  Que  salgo  a  él  a  sacalle  el  alma. 

Mar. — Ay  deshonrada  yo!  no  hagas  tal;  es- 
pera oyamos  en  qué  para  la  muchacha. 

Ful. — Ea,  pues,  dexame  y  respóndeme. 

Lib. — Y  a  qué  te  he  de  responder,  pues  no 
sé  si  preguntas;  y  calla,  que  duerme  mi  madre. 

Ful. — Pues  y  el  hermano? 

Lib. — Miralde,  y  qué  escarnio  haze!  a  la  fe 
luego  en  cenando  le  llenaron   unos  parientes  i 
consigo,  sin  poderse  descabullir  de  ellos.  | 

Ful. — Y  aun  pese  a  tal  con  tal  gente;  pero 


COMEDIA  LLAMADA  FLÜRINEA 


20; 


voy  á  ver  qué  ay  dentro.  Y  dexame,  que  me 
nesgas  la  ropa,  sino  aun  atreuerse  ha  honabre 
a  la  parentela. 

Lib. — Ay,  Dios  le  guarde  de  mal!  pues  no 
yrás  de  aqai  agora,  aunque  más  gruñas  y  di- 
gas malicias. 

Mai\  —  0,  mezquina  yo!  escóndete,  señor, 
tras  essa  puerta;  y  si  entrare  a  abrir  la  venta- 
na, saldrás  te  y  perdóname.  E  salgo  allá,  no  se 
nos  entre  de  rondón. 

Desp.  —  Allá  irás  diablo;  pero  por  Dios  que 
aunque  este  di/  que  es  vn  matasiete,  que  Dios 
lo  ha  de  remediar  todo. 

Mar.  — O,  qué  buena  venida  tan  de  mañana! 
pero  ay  cómo  me  dexaste  sola  anoche?  bien  pa- 
resce  que  no  amas  en  mí  sino  tu  interés. 

Ful.  —  Qué,  qué.'  o,  reniego  de  los  Jebusces 
y  quién  sino  yo  tiene  tu  honra  en  pie? 

Mar. — A  la  fe,  gracias  á  Dios  y  a  mi  buen 
viuir;  y  si  no  veldo  en  lo  de  anoche,  aun  sin 
auer  porqué.  Dios  loado. 

Ful.  —Aun  será  el  diablo  si  sabe  que  huy; 
pero  quiero  hazer  del  brauo  y '  atemorizalla, 
porque  no  se  me  atreua. 

.1/ü/'. — Qué  hablas  entre  dientes,  que  es  gé- 
nero de  traycion? 

Ful. — O,  reniego  de  quantos  a  Dios  perdie- 
nm,  y  palabra  es  essa  para  dezir  á  Fulmi- 
nato? 

Mar. — Ya  (')  mezquina,  y  qué  fiero  está; 
quiero  halagalle,  no  salga  el  otro  y  tengamos 
que  llorar.  Ay,  no  le  hableys,  que  ha  de  salir 
a  los  toros  con  su  carmes!. 

Ful. — Y  aun  allá  verás  en  lo  que  hago;  que 
si  hombre  fueras  agora,  no  quedara  tu  palabra 
sin  castigo  de  la  vida. 

Mar. — Y  calla,  mi  amor,  que  me  leuanto 
descontenta. 

Ful. — Ya  te  entiendo;  pésate  porque  fuy 
anoche  tras  aquellos  y  no  torné;  pues  anda 
allá,  direte  el  porqué. 

Mar. — Ay,  perdida  yo,  y  torna  acá;  y  qué 
!  buscas?  no  me  abras  la  ventana.  Anda  tú,  se- 
ñor Despensero,  salte  de  presto. 
í       Desp. — Voyme,  y  bien    burlado  de   ti,   que 
i  si  uo  por  mi  honra,  oy  ncs  oyeran  los  sordos; 
i  pero  más  dias  ay  que  longanizas, 
i       Mar. — Alia  irás,  necio. 
1      Ful. — O,  descreo  de  Mithoma,  y  quién  botó 
I  fuera.'  y  tal  traycion,  doña  bagassa?  pues  es- 
i  pera,  que  yo  te  liare  piezas  al  gayón. 
I      ^íar. — Ay,  mezquina  y  deshonrada  y  sola; 

que  ansí  me  has  de  parar  en  mi  casa? 
I      Ful. — Qué  lágrimas  de  puta! 
j      Lib. — Dónde  vas  la  espada  sacada,  tan  de- 
I  mudado?  qual  hará  si  te  mordió  aquel  perrazo 
que  va  huyendo,  que  no  mo  dexó  gota  de  san- 
io Acaso  deba  laerae  ay. 


gre;  porque  pensando  que  rabiaua  me  venia  hu- 
yendo para  ti. 
Ful.—  Suéltame. 

Lib. — Mas,  por  mi  vida,  mordióte?  y  si  mor- 
dió a  mi  madre?  que  yo  no  se  cómo  durniiste. 
madre,  sin  sentirle;  él  parcsciome  al  perro  de 
mi  tio,  que  era  grande,  que  desque  anoche  har- 
tó se  echaria  debaxo  tu  cama. 

Mar.  — A  Dios  gracias,  que  aclara  las  cosas 
y  saina  los  sin  culpa.  Mezquina  yo,  que  no  vea 
este  hombre  lo  que  jjadezco  por  sustentar  la 
honra,  y  que  hago  quielira  on  mi  casa  por  com- 
plazerle,  y  que  me  lo  paga  con  malas  palabras 
y  peores  injurias! 

Lib. — Y  calla  ya,  madre;  entremos  a  ver  si 
hizo  el  perrazo  algún  daño  en  tu  cámara. 

Ful. — Aun  aura  de  ser  perro,  aunque  me 
pese. 

Mar. — Qué  murmuras  entre  dientes?  ya  es- 
tás confuso  de  tus  malicias. 

Ful.—  Que  digo,  que  pues  no  rae  aprouecha 
lo  que  veo,  que  te  he  de  lleuar  por  testigo  a  que 
aueriguemos  el  daño  que  hizo  el  perro. 

Mar. — Ay,  dexame,  dexame;  que  no  osaré 
yr  con  tal  hombre. 

Ful. — Aunque  ya  gruñas,  tú  vendrás  a  la 
melena,  y  con  el  llouer  se  aplacarán  essos  te- 
rremotos, 

Lib.—  Ansí,  ansi  con  el  diablo,  que  no  pa- 
resce  oy  mi  madre  sino  mortero  de  concejo: 
pero  al  muy  anisado  vendisele  por  perro;  a  la 
fe,  auezesse  a  suffrirlos  al  ojo,  y  aun  el  otro 
triste  qué  aguijar  llena,  y  aun  que  vendia  mal 
estoraque.  Pero  pues  éstos  están  conjurando 
las  nubes  passadas,  voy  a  hacer  la  cama  del  en- 
tresuelo, porque  me  da  el  corayon  que  la  aure 
oy  menester. 

Mar. — Paresce  te,  amor  mió,  que  después  de 

auerme  injuriado  que  agora  me  tienes  donosa? 

Ful. — Y  qué,  aun  ay  enojos? 

Mar. — No   los   tengo  sino  de   mí,   porque 

aunque  la  sensualidad  me  halaga,  la  honra  me 

punge  aun  en  medio  del  deleyto. 

Ful. — Y  calla,  que  más  enojo  y  deshonra 
mía  es,  que  se  me  fueron  j)or  pies  los  que  ano- 
che por  tu  seruicio  oxeé  do  tu  casa. 

^far. — Antes  rae  dixo  mi  hernuíiio  anoche 
que  vido  un  hombre  huyr  sin  que  nadie  le  si- 
guiesse,  y  aun  que  por  las  señas  que  dio  eras 
tú.  La  affection  que  me  haze  no  ver  la  perdi- 
ción de  mi  honra  me  quita  el  aduertir  en  cosas 
que  sean  contra  ti;  porque  el  amor  deshaze  las 
faltas  del  amante  y  ensalía  sus  loores.  Ansi 
que  conmigo  puedes  tú  meter  moros  a  tu  sai- 
no. Pero  dime,  quién  ts  dio  esta  ropa  tan  rica? 
Ful. — Floriano,  por  lo  que  anoche  hize,  aun- 
que fue  en  tu  seruicio. 

Mar.  ~  Algún  porqué  más  auria,  porque  es- 
tos señores  distilan  mercedes  y  quieren  a  can- 


208 


orígenes  de  la  novela 


taros  los  sernicios.  Pero  dime,  en  qué  son  an- 
dan los  amores  de  tu  amo? 

Ful. — Si  no  me  lo  nombraras  no  me  acor- 
dara del,  porque  pena  por  necio.  Pero  con  todo, 
porque  veas  si  te  siruo  y  me  acuerdo  de  ti,  sá- 
bete que  te  tengo  tan  acreditada  con  Floriano, 
que  te  manda  esta  carta,  robándote  que  la  lle- 
nes a  Belisea  en  su  mano.  Y  sabe  que  trayen- 
dole  respuesta,  que  la  ganancia  tuya  será  tal 
con  que  entrambos  pelechem(js. 

Mar. —  Donoso  adobo  es  esse,  que  sobre  ha- 
zerme  alcahueta  de  tu  amo  partes  ya  mi  ga- 
nancia incierta.  Pero  porque  no  puedo  no  coui- 
plazerte,  y  agora  ay  peligro  en  la  lardanpa,  pues 
que  va  a  Prado  Belisea,  y  la  podré  hablar  a  so- 
las, duerme  un  poco,  que  voy  a  ponerlo  en  obra, 
con  tanto  que  no  me  tengas  por  alcahueta, 
sino  por  mujer  que  te  haze  plazer. 

Ful. — Anda,  cierra  essa  puerta,  que  esse  mal 
nombre  le  ponen  las  malas  gentes,  y  Dios  te 
encamine  y  a  mí  dé  buen  sueño. 

Mar. — Pues  que  ya  me  encargué  desto,  y  no 
cumple  tardarme,  quiero  echar  unos  polnillos 
del  cabrón  en  esta  carta,  que  ya  los  he  hallado 
aprouados.  Para  que  si  Floriano  ama  a  Beli- 
sea, y  ella  lee  la  carta,  ella  le  ame  a  él,  y  si  no 
quedarse  ha  libre;  que  al  fin  estas  cosas  sólo 
Dios  las  ha  de  saber.  Y  siempre  aura  alguna 
ganancia  más  que  con  la  almohadilla.  Y  con 
esto,  pues  mi  hija  está  recogida  y  esto  está  he- 
cho, me  voy. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XV 


Marcelia  da  la  cai'ta  de  Ploriano  con  cierta  cautela  a  Belisea,  que 
yua  a  Prado.  Y  linalniente  leua  vn  anillo  de  Belisea  a  Flo- 
riano. 


Marcelia,  Justina,  Belisea,  Pinel. 

[il/ar.] — Agora  que  voy  en  mi  cabo,  quiero 
loar  a  Dios  que  me  libre  de  tan  peligroso  tran- 
ce para  la  honra  como  el  de  anoche,  y  de  oy 
más  poner  más  cobro  en  mi  vida,  porque  quien 
yerra  y  se  enmienda,  a  Dios  se  encomienda. 
Pero  gran  ceguera  fue  la  mia  en  encargarme 
tan  sin  más  pensar  de  esta  cosa  que  tantas  dif- 
ficultades  trae  en  la  salida,  y  tantos  peligros 
descubre  en  el  effectuarse,  y  tan  jugada  trae  mi 
honra,  si  los  puntos  desta  carta  de  más  con  que 
yo  juego  son  descubiertos.  En  especial  que  Be- 
lisea tiene  con  la  bondad  tanta  altivez,  y  tanto 
descuydo  de  mis  telas,  que  como  no  experimen- 
tada, ni  herida,  ni  vsada  en  estos  tractos  tan 
comunes  a  señoras,  y  tan  públicos  a  las  muge- 
res  plebeyas,  que  si  me  alcan9a  de  razones,  yo 
voy  [  erdida  a  remate.  Pero  mezquina  de  mí, 
que  tomé  por  medio  para  librar  me  de  la  feroci- 
dad de  aquel  desuellacaras  con  razón  sentida, 


con  sospecha  cierta  de  lo  que  mi  obra  occulta  le 
auia  errado,  venir  a  dar  en  tan  gran  extremo 
que  yo  por  huyr  del  l'ui'go  me  lancé  en  las  bra- 
sas! Pero  pues  él  como  de  burla  me  encargó 
este  negocio,  yo  también  haré  como  viere  la 
mia  en  seguro;  porque  duelo  ageno  del  pelo 
cuelga;  aunque  la  cliaridad  me  pondrá  espue- 
las al  remediar  vn  tan  eminente  cauallerr»  como 
Floriano.  Y  la  esperanza  del  buen  gualardon 
para  desterrar  necessidades  de  mi  casa  me  ne- 
cessitará  a  que  haga  todo  mi  deuar  y  me  aire- 
ña a  todo  trance;  pues  no  se  gana  el  pan  sin 
afán,  ni  se  toman  truchas  a  ropas  enxutas. 

Just. — Ea.  seiíora,  que  bien  puedes  salir, 
que  vas  tan  disfrapatla,  que  no  serás  conoscida, 
y  aun  es  tan  de  mañana,  que  no  ay  de  quien 
seas  vista. 

Bel. — Pues  vayan  se  tod'xs  essas  mugeres 
por  sí  por  otra  calle,  y  tú  sola  ve  conmigo  por 
guia,  y  encamina  por  san  Llórente,  que  quiero 
alli  encomendar  me  a  nuestra  señora. 

Just — Pues  en  nombre  de  tal  señora  salgo. 

Mar. — Aun  es  gran  de  mañana  paia  ser  le- 
uantada  Belisea;  quiero  de  passo  yrine  a  reco- 
mendar a  nuestra  señora  de  los  Remedios. 
Pero  o,  cómo  creo  que  son  mis  passos  merito- 
rios, pues  o  yo  conozco  mal,  o  son  las  tan  tapa- 
das mis  ouejuelas.  Y  aun  la  delantera  cierto  es 
Justina,  y  la  que  la  acf>mpaSa  como  inferior  o 
criada  es  la  señora;  porque  el  buen  duna}  re  y 
apuesto  suyo  la  apregona  por  la  que  es.  Y  pues 
me  paresce  que  guian  hazia  sant  Llórente,  allá 
me  voy  a  atenderlas  y  el  tiempo  me  dirá  qué 
haga.  Por  mi  vida,  pues  que  no  hay  viua  cria- 
tura en  la  yglesia,  que  quiero  auenturarme  a  po- 
ner esta  carta  en  la  grada  del  altar  de  la  madre 
de  Dios;  porque  si  ellas  son,  no  dexará  Beli- 
sea de  llegar  la  primera  a  hazer  su  oración.  E 
visto  el  papel,  como  Fon  inquisitiuas  estas  se- 
ñoras, y  saben  leer,  tomar  le  ha;  y  si  le  lee,  mi 
hecho  va  bueno,  y  entonces  podré  darme  a  co- 
noscer  si  viere  por  qué,  o  si  no,  a  peor  librar,  si 
ellas  no  entran,  tomaré  mi  carta  y  buscaré  otro 
camino.  E  si  a  dicha  la  criada  llega  y  toma 
la  carta,  dar  se  la  ha;  y  si  mal  hniiiere,  descar- 
garán los  nublados  sobre  ella,  y  podré  yo  llegar 
aponer  las  pazes  sobre  auer  sido  la  guerreadora. 

Bel. — Muy  de  mañana  deue  ser,  pues  no  ay 
nadie  en  la  iiílesia,  ni  aun  es  tiempo  de  yr  solas 
al  campo;  quiero  llegar  me  al  altar  de  la  virgen 
soberana  a  offrescersele  vn  Aue  Maria. 

Jiist. —  Señora,  yo  me  voy  a  otro  altar  a  ha- 
zer lo  mesmo.  , 

Bel. — Alguna  nomina  dene  ser  ésta,  quei 
echaron  aqui  a  nuestra  señora.  ¡ 

Mar. — Bien  está,  la  carta  ha  guardado. 
Quiero  agora  yr  me  assentar  par  de  ladonzella,| 
como  que  entro  agora,  pues  no  me  han  visto.j 

Just.—  Ay  Jesús,  y  qué  mal  comedimieutoj 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


209 


de  muger,  quien  quiera  que  es,  aparta  os  allá, 
señora,  que  harto  vazio  ay  en  el  templo,  sin  que 
08  me  pongays  delante,  pues  no  deueys  ser  vos 
el  sancto  a  quien  yo  vengo  a  encoraendariue. 

Mar.  —  Perdone,  señora,  que  no  la  auia 
visto. 

Ju8t, — Cata,  cata,  y  tú  eras,  señora  Marce- 
lia?  perdona  mi  deniasia. 

Mar. — Quién  es?  perdone  me  que  no  la  co- 
nozco. Ya,  ya,  o  mi  hermana  y  señora  Justina! 
razón  fuera,  pues  que  el  amor  cue  te  tengo  me 
dixera  ser  lú.  Pero  aque'lla  es  Belisea?  porque 
tal  joya  como  tú  nunca  la  dexaran  tales  madru- 
gadas salir  sin  gran  guarda,  y  con  razón,  por- 
que para  tal  thesoro  qualquiera  atreuido  la- 
drón. 

Just. — Ay,  habla  passo,  no  nos  oya  alguno, 
porque  vamos  a  Prado  sin  gana  de  ser  conos- 
cidas,  V  nunca  acabará  mi  señora  de  visitar  al- 
tares. Y  a  lo  que  dizes  de  mi  poco  salir,  yo 
nasci  en  signo  de  seruir  toda  mi  vida,  y  quien 
a  otro  sirue,  no  es  libre.  Y  aunque  yo  sea  poco 
de  cobdiciar,  en  estos  palacios,  a  viejas,  y  mo- 
cas, y  hermosas,  y  las  que  no  lo  somos,  todas 
andamos  más  veladas  que  fortaleza  cercada  de 
enemigos,  y  más  puestas  tras  llaues  que  el  the- 
soro de  Venecia. 

Mar. — Y  aun  por  todo  esse  thesoro  no  que- 
rría yo  ver  mi  libertad  tan  al  sombrio  entre  pa- 
redes, porque  buey  suelto  bien  se  lame,  y  aun 
quiero  más  pobre  libertad  que  rica  prisión. 

•hist. — Quien  más  no  puede,  comporta  la  car- 
ga. Y  aun  también  en  mí  la  <!Ostumbre  al  ence- 
rramiento me  tiene  en  hábito  de  no  lo  sentir 
por  pena,  pues  desde  niñez  estoy  en  tal  exer- 
cicio. 

Mar. — E  aun  esso  es  lo  que  peor  yo  veo; 
que  lo  que  auras  ganado  en  esse  exercicio  que 
tú  llamas  será  tener  agora  menos  libertad  que 
quando  comentaste  de  niña  esse  vso. 

Just. — La  mesma  verdad  dizes;  porque  más 
subjection  tengo  agora  que  diez  años  aura,  que 
la  niñez  me  libeitaua  y  la  innocencia  me  acredi- 
taua  en  no  me  vedar  las  entradas  y  salidas,  ni 
me  contar  los  momentos,  ni  me  señalar  los  pas- 
aos; de  manera  que  agora  ando  como  quien 
aprende  a  danpar,  que  assienta  los  pies  a  que- 
rer ageno  y  mide  los  passos  por  compases. 

J/a;-.  — Pues  asnadas  que  aunque  dances 
qnanto  quisieres,  que  no  miren  que  eres  ya  tan 
para  danzar  con  compañia,  que  el  no  te  auer 
casado  te  priua  ya  de  vn  hijo  que  temple  los 
pesares  passados  y  trayga  cuy  dados  presentes. 
Aunque,  Dios  te  guarde  y  el  ángel  sant  Miguel 
te  bendiga,  tu  hermosura  y  juuentud  no  aura 
menester  dote,  por  el  qual  ahorrar  te  dexarán 
cargar  de  dias  y  de  desseos.  Porque  natural- 
mente tales  como  tú  las  crió  Dios  para  los  hom- 
bres. Y  porque  hablemos  a  solas  más  al  descu- 

ORÍQENES   DE   LA    XOVELA. — III. — 14 


bierto,  la  honibra  ansi  cobdicia  al  varón  como 
la  tierra  al  agua  jiara  produzir.  Y  las  donzellas 
y  gallardas,  llenas  de  sangre  feruiente,  como  tú 
hermosas,  qnanto  soys  agenas  de  experiencia, 
tanto  soys  más  combatidas  de  desseosos  pensa- 
mientos de  lo  que  por  el  sagrado  lugar  me  que- 
da por  dezir  te. 

Just. — De  toda  tu  larga  platica,  porque  sólo 
entendí  el  dezir  que  ya  soy  vieja  para  dexar  de 
casarme,  aunque  sin  gran  carga  de  dote,  pocos 
aura  que  me  cobdicien;  pero  no  hay  memoria 
de  casar  la  heredera  de  la  casa,  que  me  lleua 
más  de  quatro  años,  y  sus  romerias  creo  que 
andan  pidiéndolo,  y  su  hermosura  nolodesuia, 
y  quieres  que  la  aya  de  mí  para  más  de  acor- 
darse de  me  mandar  en  qué  la  sirua  toda  mi 
vida? 

Mar. — A  la  fe,  sábete  que  en  palacio  anduue, 
y  sé  que  si  te  duele  la  muela,  tú  te  has  de  bus- 
car quien  te  la  bote  fuera  Porque,  aunque  so- 
bre los  diez  y  ocho  que  puedes  a  más  largo 
auer,  aunque  estés  otros  tantos  años,  siempre 
aura  de  nueuo  en  qué  seruir,  y  siempre  te  ha- 
llarán más  obligada  a  ello,  y  siempre  te  que- 
rrán donzella,  y  siempre  de  nueuas  fner<;as  para 
el  trabajo,  y  siempre  con  el  tú  acá,  tú  acullá 
como  niña,  y  siempre  de  menos  ganancia  en  el 
crédito  y  conPaiiqa  de  tu  persona.  Por  manera 
que  aunque  te  amen  como  a  buena  y  honesta, 
no  te  zelen  como  a  hermosa,  y  te  guarden  como 
a  mo9a,  y  te  riñan  como  a  sospechosa  de  ser 
quien  me  callo  por  tu  respecto.  Y  ;  nsi,  porque 
concluyamos  razones,  digo  y  quiero  de  lo  dicho 
aconsejarte,  que  pues  ya  yo  te  auijo  y  tú  tienes 
experiencia  de  que  passa  por  allá  como  yo  lo 
digo  aquí,  haz,  amiga,  lo  que  te  cumple,  pues 
los  hombres  desde  la  mocedad  han  de  granjear 
y  buscar  y  tomar  el  estado  en  que  querrían 
que  les  hallase  la  tardia  y  cansada  vejez. 

/iísí.  — Pues  me  dizes  loque  haga,  dime  el 
cómo  sin  derogará  mi  estado  ni  quebrar  el  hilo 
delgado  de  la  honra,  pues  antes  sin  la  vista  que 
sin  ésta  me  desseo. 

Mar. — A  buen  entendedor  poca  plática,  que 
tú,  bowilla  innocentilla,  quando  en  tan  buen 
ceno  como  tú  traes  cayere  algún  pez  de  ganan- 
cia para  el  estado  y  de  contento  para  la  perso- 
na, si  te  faltaren  mangas,  ó  no  cupiere  en  ellas, 
a  la  iV,  alija  las  faldas  y  cógele,  y  cogido,  tenle, 
y  tenido,  amale,  y  amado,  halágale,  y  halagado, 
conténtale  para  que  se  te  atfccti  me.  Porque 
siempre  fue  y  será  que  quien  tiempo  tiene  y 
tiempo  atiende,  tiempo  viene  que  se  arrepiente. 

Just. — Aunque  mejor  azertaras  en  llamar- 
me peccadora,  pero  pues  me  das  officio  de  pes- 
cadora, qué  ceuo  es  el  que  dizes  que  tengo? 

Mar. — El  primer  nombre  oy  en  dia,  desde 
el  papa  hasta  el  que  no  tiene  capa,  le  puede 
quedar,  pues  todos  peccamos  en  Adán,  dize  la 


210 


orígenes  de  la  novela 


escriptura.  Pero  pues  quieres  que  te  torne 
a  llamar  hermosa,  digo  que  de  tu  hermosura  se 
haze  el  ceuo  que  dixe,  y  de  lo  ál  que  tienes  ya 
me  entiendes,  que  la-verguen9a  de  ver  que  es 
más  tu  appetitoso  desseo  que  lo  que  yo  digo, 
te  haze  baxar  los  ojos  y  cobrar  color  vina.  Pues 
créeme  que  si  quando  yo  anduue  al  palacio  no 
me  desposara  a  hurtas,  que  nunca  de  allá  vuie- 
ra  salido  a  gouernar  casa  por  mí  y  tener  algún 
libre  reposo.  E  aun  tu  señora,  que  allí  está  muy 
rezadera,  me  da  por  testimonio  si  al  cabo  de  muy 
guardada  no  ha  de  venir  como  cierna  en  tiem- 
po de  brama.  Y  aun  las  tales,  tarde  prende  el 
fuego  y  tarde  después  se  apaga. 

Just. — Más  temor  tendrías  aun  si  supiesses 
quán  seguida  es;  pero  no  ay  mella  en  ella. 

Mar. — Todo  lo  sé;  las  justas,  músicas  y  aun 
los  toros  de  oy  creo  yo  que  por  ella  mueren. 

Just, —  Si  son  por  ella  corridos  no  lo  digo, 
pero  se'  que  huyendo  de  no  se  obligar  á  los  ver, 
vamos  esta  romería. 

Mar. — Y  cómo  va  sola? 

Just. — Adelante  van  las  mugeres,  que  hom- 
bre no  va  ninguno,  y  a  mí  sola  me  lleua  en  lu- 
gar de  ama,  por  no  ser  conoscida. 

Mar. — Mi  fe,  tan  mal  se  cubre  su  hermosu- 
ra con  manto  pobre  como  la  liebre  con  la  cola, 
porque  el  oro  más  reluze  acompañado  de  baxo 
metal.  Y  esto  no  lo  digo  por  menoscabar  tu 
gentileza. 

Just.  —  Baste,  baste;  y  escucha  que  no  sé 
qué  tardar  es  éste,  ni  sé  qué  ha  hallado  en  aquel 
papel  que  tanto  ha  que  está  mirando. 

Mar. — Será  oración  de  amor. 

Just. —  Qué  dizes? 

Mar. — Que  será  la  oración  del  saluador,  que 
es  larga.  Pero  por  mi  salud  que  la  deue  de 
auer  leydo,  y  que  deue  de  obrar,  porque  gran 
robador  de  amor  es  vna  carta  bien  ordenada, 
que  hasta  que  ha  dicho  todo  lo  que  tiene  no  es 
possible  mandar  la,  callar.  En  especial  que  los 
adobos  que  yo  le  puse  no  deuen  de  ser  poco 
menos  que  buen  ruybarbo,  para  conmouer  en 
tal  dolencia. 

Bel. — O,  soberana  virgen  sin  manzilla,  y  qué 
es  esto  que  en  vuestro  templo  ansi  me  des- 
asossiega?  quiero  ya,  pues,  salir  con  lo  que  el 
appetito  pide,  y  acabar  de  leer  del  todo  este  pa- 
pel, que  ni  a  él  ni  a  mí  bien  entiendo. 

CARTA    DE    FLORIANO    A    BELISEA 

Fvente  de  mi  descanso,  principio  de  mi  glo- 
ria, vltimo  fin  de  mis  desseos;  la  que  tiene  las 
llaues  de  mi  vida,  la  que  es  posseedora  de  mi 
cora9on  y  señora  de  mi  libertad;  ángel  en  for- 
ma humana,  mi  señora  Belisea 

Antes  de  publicar  mi  querella  delante  tu  jus- 
ticia, inuoco  tu  piadosa  clemencia  para  que  des- 


pierte los  oydos  de  tu  libre  señorío  a  oyr  este  tu 
captiuo  Floriano,  el  más  dichoso  de  los  caua- 
lleros  y  el  más  penado  de  los  sieruos  de  amor. 
Bien  veo,  señora  mia^  que  tengo  llenas  de  fas- 
tio  tus  orejas  con  mis  continuos  y  tan  impor- 
tunos clamores.  Pero  también  deues  tú  de 
aduertir  en  que,  para  tan  flaco  suppuesto  como 
es  el  mió,  ya  son  muy  en  excesso  los  tormen- 
tos. Y  ansi  con  el  pedirte  perdón  por  el  atreui- 
miento,  te  pido  que  cortes  el  hilo  de  mi  mortal 
viuir,  o  aliuies  la  mano  en  el  atormentarme.  O 
si  mandas,  porque  no  seas  notada  de  cruel  exe- 
cutora  de  amor,  asienta  te  audacia  de  mis 
querellas,  para  que  oyendo  tú  mi  justicia,  oya 
yo  la  sentencia  de  tu  voluntad.  Porque  te  pro- 
meto que,  si  me  mandares  matar,  que  por  más 
te  seruir  yo  sea  el  executor  de  tu  sentencia, 
pues  en  medio  de  mis  tormentos  tendré  tu  vo- 
luntad por  retracto  de  mis  obras;  porque  sepas, 
si  no  lo  sabes,  que  no  es  mi  viuir  por  ti  otra 
cosa  que  vn  contino  tormento  muy  a  mí  volun- 
tarioso. Y  ansi  te  aniso,  mi  señora,  que  si  no 
propones  de  me  acorrer,  que  no  te  determines 
de  me  oyr,  ni  deliberes  poner  en  mí  tus  ojos. 
Porque  si  me  miras,  aunque  de  rigor  de  justi- 
ticia  yo  meresciesse  muerte,  la  misericordia  tuya 
te  inclinaría  a  mandarme  aliuiar,  sin  oyr  alle- 
gacion  de  mi  parte,  mas  de  que  tú,  viendo  que 
yo  moria,  fuesses  sabidora  ser  tú  la  causa;  en 
quien  confiando,  quedo  por  tuyo. 

Mar. — Ay,  corre,  corre  Justina,  que  tu  se- 
ñora se  ha  tendido,  no  sea  algún  desmayo. 

Just. — Ay,  Jesús,  Jesús!  o,  mi  señora  y  mi 
bien,  y  qué  es  esto? 

Bel. — Ay,  captiua  de  mí! 

Just. — Qué  sientes,  señora!  leuantate  por  vn 
solo  Dios,  que  te  hazen  mal  estas  piedras,  y  va- 
mos antes  que  seas  conoscida,  que  comien9a  ya 
a  venir  gente. 

Bel. — Calla,  que  yo  me  esfor9aré  si  pudieíe, 
que  fue  vna  congoxa  de  coraron. 

Mar. — Pon,  señora,  la  palma  desnuda  sobre 
él  y  aliuiara  se  te  el  mal. 

Bel. — Creo  yo  que  montará  esso  poco.  Pero 
quién  eres  tú? 

Just.  — 1^0  conosces,  señora,  a  Marcelia? 

Bel. — Conozco;  pero  qué  hazes  por  acá? 

Mar. — Entré  a  hazer  oración;  pero  cómo  te 
sientes?  y  cata  que  nos  vamos  por  ay  abaxo 
hazia  el  rio,  que  te  hará  gran  bien  ver  las  fres- 
curas. 

Bel — Vamos  luego,  no  se  nos  llegue  gente. 

Mar.  —  Anda,  señora,  que  yo  me  quie.o  yr 
contigo;  que  como  vienes  (Dios  te  guarde)  muy 
endilgada  (^),  y  la  mañana  es  fresca  y  tú  no 
acostumbras  madrugar,  y  también  la  frialdad 
destas  piedras,  todo  esto  junto  te  aura  hecho 

('y  En  el  original,  en  delgada. 


I 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


211 


csse  daño.  Dame  acá  la  mano,  si  mandas  que  te 
acompañe,  y  andemos. 

P/n.  —  O, dichoso  tú,  Pinel,  que  tan  a  tu  con- 
tento as  gozado  de  vna  tal  dama,  y  también 
llega  se  te  a  este  gozo  vna  alogria  de  sabor  que 
ansí  queda  el  campo  por  mió,  que  de  oy  más  no 
tenga  puertas  la  casa  de  Crracilia  para  mí.  Aun- 
que si  cada  visita  me  ha  de  costar  tanto  afán, 
para  pocos  dias  me  quitM'en,  si  no  me  ponyn  en 
ceua,  por  no  perder  honra  y  tener  aliento.  Pues 
Fulminato  anoche  fue  para  no  liolucr,  no  quie- 
ro agora  entrar  en  casa  de  Maroelia:  qué  de 
mañana  tiene  la  puerta  abierta!  Allá  se  lo 
ayan;  quiero  colarme  hazia  el  rio,  que  por  aqui 
abaxo  siempre  suele  auer  buenos  encuentros 
por  las  mañanas.  Y  quiero  dar  contentamiento 
a  los  ojos,  pues  naturalmente  deleyta  la  vista 
del  objeto  hermoso,  mayormente  de  mugeres. 
Pero  helas  van  tres  y  las  dos  muy  de  las  ma- 
nos, y  aun  queparesce  ropa  de  pelo.  Cata,  cata, 
por  Dios  que  es  mi  comadre  Marcelia.  Y  que 
me  maten  si  no  deue  lleuar  aquellas  ouejuelas 
al  matadero,  o  qui^a  las  trae  de  la  charqueria, 
y  aun  que  la  que  llena  de  mano  que  paresce  de 
lustre.  Pues  la  buena  crianfa  siempre  paresce 
bien,  quiero  hablarlas,  pues  ya  Marcelia  me  ha 
conoscido  y  pensó  de  se  me  desconoscer.  Por 
demás  es,  señora  Marcelia,  el  querer  te  me  en- 
cubrir, que  la  luz  de  essa  señora  ha  alum- 
brado mi  vista  al  conoscerte.  Y  ansi  con  su  li- 
cencia te  beso  las  manos,  y  mira  si  mandas  al- 
gún seruicio. 

Bel. — Ay,  por  tu  vida  que  le  mandes  passar 
de  largo,  que  temo  que  me  ha  conoscido,  pues 
me  differenció  de  ti  en  el  acatamiento. 

Mar. — Mala  es  de  ver  la  differencia  de  las 
dos.  Pero  espera,  que  yo  le  haré  presto  de- 
xarnos. 

Pin.  — Di,  señora,  si  mandas  alguna  cosa? 
pues  por  el  acatamiento  de  la  compañera  no  lle- 
go a  te  compafiar. 

Mar. — Mas  antes  a  ella  harás  seruicio  y  a 
raí  plazer  grande  en  que  passes  luego  de 
largo. 

Pin. — Por  cumplir  la  voluntad  de  essa  seño- 
ra y  hazer  tu  mandado  te  beso  las  manos  y  a 
essa  dama  los  pies,  y  perdona  mi  atreuimiento. 
O,  hi  de  puta  el  diablo;  y  qué  ojos  y  media  fren- 
te descubrió,  y  qué  albura  de  mano  sacó  del 
guante  por  descuydo,  y  qué  lo9ania  de  cuerpo 
de  dama!  Doy  a  la  maldición  esta  Marcelia,  y 
si  no  creo  que  sabe  quanto  bueno  ay  en  el 
pueblo.  Voy  me  por  sí  o  por  no  a  la  posada; 
qui^a  yrá  a  desembarcar  con  aquel  flete  alia  en 
busca  de  algún  merchant,  que  si  ansi  fuesse, 
venderse  [ha]  hombre  por  comprar  tal  joya. 

Bel.  —  Quién  era  aquel  tan  bien  criado,  y  que 
ansi  te  conoscia,  y  que  tan  presto  te  obedescio 
en  vrse? 


iJ/ar.  — Es  vn  criado  de  vn  cauallero,  el  más 
agraciado  y  más  de  los  de  tomo  que  agora  pue- 
blan la  corte,  y  de  más  gloriosa  fama  de  quan- 
tos  yo  aure  visto. 

Bel. — En  cargo  te  es,  que  ansi  le  loas.  Pero 
dime  el  nombre  del  criado  y  quién  es  esse  su 
amo. 

Mar. — Este  que  agora  va  de  aqui  se  llama 
Pinel,  criado  de  vn  cauallt-ro  cuyo  loor  no  tie- 
ne par;  mancebo,  gentil  hombre,  y  muy  pode- 
roso y  de  muy  alta  sangre. 

Bel.— O  él  no  tiene  nombre  ó  le  tiene  tal 
que  no  deue  ser  para  oyr. 

Mar. — Para  nombrar  y  loar  por  cierto  es, 
señora  mia,  aquel  sin  par  de  Floriano.  Ay,  por 
Dios,  Jesús,  Jesús,  y  de  qué  te  me  desmayas? 
o,  qué  poco  esfuerfo  para  lo  que  ha  de  ser,  si 
por  bien  es! 

Bel. — Ay,  que  no  es  nada,  sino  que  se  me 
torció  el  pie  en  el  chapín. 

Mar. — Pues  qué  tal  te  hallas  ya? 

Bel.  —No  te  lo  sabré  dezir;  pero  sentémonos 
vn  poco  en  este  prado, 

.)nst. — Cata,  cata,  y  qué  de  reposo  se  sienta 
con  Marcelia,  y  qué  oluidada  está  Belisea  de 
la  priessa  de  yr  muy  de  mañana.  No  sé  qué 
me  diga  destos  secretos:  Dios  quiera  que  paren 
en  bien  ;  allá  lo  ayan ,  que  aqui  apartada  rae 
siento,  pues  en  no  me  llamar,  lo  quieren  auer  a 
solas. 

i?¿/.— Agora  me  di,  Marcelia,  jior  qué  me 
visitas  tan  mal  y  tarde;  puea  sabes  que  no  se 
muestra  pesar  con  tigo  en  casa,  y  aun  estás 
bien  acreditada  en  la  reputación  de  mi  pa- 
dre. 

Mar. — Con  la  enmienda  en  lo  por  venir  sol- 
daré, señora  mia,  las  quiebras  passadas;  aun- 
que yo  siruo  a  vna  señora  que  me  da  menos 
vagar  y  tiempo  que  yo  querría  para  pagar  se- 
mejantes deudas  de  visitaciones. 

Bel.  —  Ay,  que  no  lo  hazes  bien  en  seruir  a 
nadie  sino  a  mí,  ni  yo  lo  consiento. 

Mar.  —Y  aun  ansi  confio  yo  en  Dios  que 
agora  en  tu  seruicio,  como  al  presente  ando 
occupada,  las  mercedes  tuyas  me  harán  libre  de 
la  señora  que  digo. 

Bel. — Y  quién  es? 

Mar. — La  señora  pobreza,  que  tiene  don 
de  la  honra;  ansi  que  se  llama  doña  pobre 
honra. 

Bel. — Ayna  me  pudieras  hazer  reyr  con  tu 
señora;  dos  me  parescen  a  mí  essas,  y  aun  que 
pocas  cosas  pueblan  juntas:  porque  de  la  honra 
también  soy  yo  sierua.  Y  aun  con  sus  impor- 
tunidades de  cosas  differentes  que  manda, 
pierdo  yo  con  el  cuydado  de  cumplir  los  el  sueño 
grandes  y  muchos  ratos. 

Mar.  —  Pues  a  mí  me  trae  en  vela  de  conti- 
no; pero  quál  es  la  otra? 


212 


orígenes  de  la  novela 


Bel. — La  pobreza,  á  la  qual  tú  podras  ser- 
uir,  pero  yo  no  la  siruo:  Dios  sea  seruido  en 
ello  y  en  todo. 

Mar. — Mi  fe,  señora,  pobreza  a  solas,  sin  el 
don  que  yo  le  doy,  no  la  hallo  yo  seruidura- 
bre,  porque  no  ay  oy  en  el  mundo  gente  más 
libre  que  la  pobre,  que  de  honra  y  todo  lo  es. 
Porque  con  no  tener  el  tal  o  los  tales  que  per- 
der, no  se  dexan  de  arriscar  tras  lo  que  les  da 
el  appetito,  ni  ay  cosa  que  les  sea  vedada,  sino 
las  que  contradizen  a  la  virtud;  que  a  e'stas  la 
natura  las  aborresce.  Y  los  ricos  andan  obliga- 
dos a  sustentar  la  lo^ania  y  i"austo  y  gala  del 
mundo,  que  con  ser  vn  señor  muy  mal  conten- 
tadizo, es  tan  costoso,  que  muchas  vezes  tras 
las  grandes  rentas  les  haze  empeñar  las  almas, 
y  vender  las  virtudes,  y  arriscar  los  contenta- 
mientos, y  jugar  con  las  vidas,  por  vestirle  de 
honra;  y  al  cabo  ni  esta  honra  sabreys  en  que' 
ó  de  qué  es,  ni  qué  color  saque,  ni  en  qué  con- 
sista; porque  vnos  le  visten  de  lo  que  otros  la 
acaban  de  desnudar,  y  otros  la  honran  y  de- 
fienden donde  otros  la  arrastran  y  blasphemau. 
Y  ansi  andan  los  ricos  tras  el  mundo  como 
personages  sin  son,  perdidos  por  contentar:  vno 
que  los  pobres  traen  por  los  pies,  y  le  pierden 
a  cada  passo,  porque  a  la  verdad  ni  haze  mer- 
cedes más  de  por  vida,  ni  las  dadas  dexa  gozar 
sino  por  su  antojo,  ni  ensalma  virtud,  ni  per- 
dona alguna  falta,  ni  oluida  jamas  el  vituperio. 
Por  manera  que  los  señores  que  los  pobres  lla- 
mamos, que  porque  más  le  siruen  más  entrada 
tienen  en  sus  bienes,  ni  nunca  bien  le  tienen 
ganado,  ni  dexan  de  tener  el  cielo  quasi  per- 
dido; porque  como  tengan  mayor  carga,  cami- 
nan menos,  y  como  tengan  más  negocios,  tie- 
nen menos  quietud.  Y  ansi  dize  la  escriptura 
que  los  ricos  caen  en  tentaciones;  aunque  no 
lo  digo  por  ti,  pues  toda  general  regla  tiene 
sus  excepciones. 

Bel. — Aunque  no  hables  contra  mi  persona, 
porque  hablas  contra  mi  estado,  que  voy  en  el 
cuento  de  los  que  vosotros  allá  llamays  ricos, 
quiero,  tornando  por  mí,  desengañarte,  que  no 
dize  la  escritura  que  los  ricos  caen  en  tenta- 
ciones, sino  que  caerán  en  tentación  los  que 
quieren  ser  hechos  ricos. 

Mar. — Pues  qué  me  da  más  ocho  que  ochen- 
ta, si  los  ochos  son  diezes?  que  no  me  darás 
rico  que  con  serlo  no  huelgue,  y  que  no  le  pese 
con  el  descaer  del  estado. 

Bel. — Dado  que  te  conceda  esso,  aun  no  caes 
en  el  punto  de  la  razón. 

Mar. — Pues  suplico  te  me  la  digas:  porque 
es  descanso  verte  sabiamente  tractar  lo  que 
quieres.  Y  aun  huelgo  de  tener  en  qué  ocupar 
tu  entendimiento  en  otra  cosa  que  tu  mal. 

Bel. — Ay,  amiga,  que  al  fin  allá  quedan  las 
rayzes.  Y  esto,  aunque  sea  mondar  las  ramas, 


pero  entiendo  que  ay  ricos,  y  ay  desseosos  de 
ser  ricos.  Los  primeros  llamo  yo  los  que  lo  son 
desde  sus  antecessores,  como  los  que  tienen  es- 
tados y  señorios  de  majorazgos  o  her^mcias  se- 
guras y  rayzes.  Y  los  tales,  como  desde  que  son 
o  fueron  fueron  ricos,  con  no  tener  que  dessear 
ser  ricos,  pueden  occuparse  en  hazer  grandes 
bienes,  con  estar  contentos  con  la  suerte  que 
les  dio  el  mundo.  Pero  los  que  son  ricos  no  de 
auolengos,  sino  por  industria  y  fortuna  y  mala 
ganancia,  que  van  poco  a  poco,  o  mucho  a  mu- 
cho augmentando  el  caudal  para  hartar  el  auaro 
appetito,  éstos  caerán  en  tentaciones  de  vsuras, 
logros,  robos,  engaños,  mentiras  y  oluido  del 
diuino  culto  por  la  adoración  de  la  moneda.  Y 
ansi,  adonde  los  primeros  que  dixe,  en  susten- 
tar su  estado,  no  empeñando  a  Dios  por  la  ha- 
zienda,  ni  haziendo  desafueros,  sino  con  lo  que 
tienen  por  proprio,  pueden  seruir  a  Dios,  alli 
los  segundos,  que  quieren  a  tuerto  o  derecho 
(como  dizon)  al^ar  casa  y  fama  y  acaudalar 
hazienda,  hazen  mil  offensas  a  Dios  y  dos  mil 
agrauios  a  sus  próximos. 

Mar. — Altamente  has  prouado  tu  intención. 
Pero  dime  si  te  sientes  ya  mejor,  que  te  vi  en 
la  iglesia  endenantes  que  estauas  tan  embara- 
da,  que  jamas  pude  sacarte  vn  papel  de  la 
mano. 

Bel. — Ay,  amiga,  qué  grande  fue  mi  mal  no 
pensado!  Pero  dime,  viste  lo  que  era  el  papel  o 
sabes  qué  dezia? 

Mar. — Bueno  va  el  recado. 

Bel. — Qué  dizes? 

Mar. — Que,  mal  pecado,  no  sé  leer;  pero  por 
qué  me  lo  preguntas? 

Bel. — Porque  le  hallé  en  la  grada  del  altar, 
y  no  sé  lo  que  es,  y  temo  no  sea  algún  mal, 
porque  luego  me  senti  con  las  bascas  que  me 
viste. 

Mar. — No  será  sino  alguna  nomina  de  algún 
enfermo,  que  la  pondría  delante  nuestra  señora 
para  que  tomasse  virtud. 

Bel. — Ay  de  mí,  que  bien  creo  yo  que  si  al- 
guno sanó  con  ella,  que  empeoré  yo. 

Mar. — Mas  qué  tacha;  ay,  Dios  te  guarde  de 
enfermar;  pero  dime,  sientes  algún  mal? 

Bel. — Dexame  de  preguntar  lo  qne  dicho  no 
sabrás  remediar;  y  dime,  mudando  plática, 
porque  me  da  pena  ésta:  de  dónde  conosciste 
tú  aquel  mancebo? 

Mar. —  Quál,  mi  señora,  a  Floriano? 

Bel. — Que  no,  sino  el  de  endenantes. 

Mar. — Tan  sólo  en  ser  criado  de  aquel  vale- 
roso y  gentil  cauallero  de  Floriano;  pues  ay, 
señora,  y  de  qué  te  turbas? 

Bel. — No  te  menees,  está  queda:  que  más 
mal  se  me  va  aparejando,  y  desde  agora  comen- 
tare a  esfor9ar  mi  flaquera  y  a  for9ar  mi  vo- 
luntad. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


•218 


Mar. — Y  aun  ansi  te  cumple,  y  Dios  y 
ayuda. 

Bel. — Qué  dizes?  no  me  hables  tan  entre- 
dientes. 

Mar. — Hablo  ansi  porque  no  sabe  la  per- 
sona si  passará  alguien  que  de  palabra  saque 
la  razón,  y  declare  la  persona  loque  quiere  en- 
cubrir. Pero  digo  que  yo  te  tengo  de  alegrar  oy 
con  mi  coñipañia. 

Bel.— Anú  lo  guie  Dios.  Pero  dime,  cómo 
tienes  tú  noticia  de  su  amo  de  aquel  mancebo? 

Mar. —  Quál,  Floriano? 

Bel. — Que  ya  le  sé  bien  el  nombre;  dime  lo 
que  más  sabes  del,  y  piensa  que  sólo  me  mue- 
ve curiosidad  y  occasion  de  tener  que  hablar 
contigo. 

Mar. — Ay,  mi  ángel,  y  cómo  en  nombre  del 
buen  Floriano  te  quiero  besar  essas  manos. 

Bel. — Ay,  amiga  Marcelia,  cómo  aunque  me 
huelgo  de  te  oyr,  no  me  suena  bien  esso;  cata 
que  ya  sabes  quánto  abomino  estas  cosas. 

Mar. —  O,  qué  gracia  tienes  aun  en  el  eno- 
jarte; puesto  que  no  tienes  por  qué  culpar  mi 
simplicidad  en  el  hablar.  Porque  si  te  besé  las 
manos  (lo  que  agora  torno  a  hazer),  más  en 
nombre  de  Floriano  que  de  nadie,  es  porque 
con  parescerme  que  a  las  damas  deuen  los  ga- 
lanes seruir,  no  le  ay  quien  a  ti  merezca  si  Flo- 
riano no.  Porque  de  algunos  que  en  mi  casa 
entran  de  los  suyos  oyó  dezir,  y  no  acaban  de 
contar  de  sus  loores,  su  llaneza,  su  señorío,  su 
liberalidad;  pues  la  edad,  que  es  de  veynte  y 
cinco  para  veynte  y  seys,  que  en  seso  paresce 
de  ochenta.  Y  agora,  mi  señora,  me  dizeu  que 
anda  tan  malo  que  me  ponen  los  criados  duda 
en  el  escapar.  Y  si  él  (lo  que  Dios  no  quiera) 
muere,  se  cierra  vna  gran  puerta  a  menestero- 
sos; porque,  a  la  verdad,  a  mí  me  baria  grande 
mal,  y  a  mis  necessidades  se  quitarla  vn  gran 
acorro.  Y  esto  te  digo  como  a  mi  señora,  á 
quien,  desengañadamente  amando,  doy  cuenta 
de  mis  flaquezas. 

Bel. — No  viues  engañada  con  migo;  pero 
dime,  qué  mal  es  el  desse  cauallero?  que  cierto 
tú  lo  cuentas  de  suerte  y  lo  encaresces  tanto, 
que  me  has  mouido  a  gran  lastima. 

Mar.— A.  otro  perro  con  ese  huesso.  Señora, 
no  me  saben  dezir  sus  criados  más  de  que  huye 
toda  alegría,  y  aborresce  la  conuersacion  hu- 
mana, y  ama  la  soledad.  Y  puesto  a  solas,  tañe 
como  lo  sabe  bien  hazer,  y  canta  como  el  que 
tiene  linda  gracia  nouedades  y  canciones  en 
declaración  de  su  mal. 

Bel. — Y  de  qué  en  especial  se  quexa,  si 
dizen? 

Mar.  —  Pues  no  me  llenarás  por  ay.  Señora, 
no  sé  más  de  que  dizen  que  son  bascas  del  co- 
racon,  que  algunas  vezes  le  priuan  los  sen- 
tidos. 


Bel. — Por  mi  vida,  pues,  qup  si  este  mi  ani- 
llo se  pusiesse  al  dedo,  que  le  fuesse  bien; 
porque  tiene  esta  piedra  muy  apropriada  contra 
esse  mal. 

Mar. — Mejor  anillo  le  serías  tú,  si  quisiesses, 
y  él  te  tuuiesse. 

Bel. — Qué  dizes  si  me  tuuiesse?  y  habla  me 
claro. 

Mar. — A  buen  entendedor  poca  parola.  Se- 
ñora, digo  que,  si  no  me  entendiste,  que  si  le 
diesses  esse  anillo  y  él  le  tuuiese,  que  con  el 
sanar  te  deueria  todo  seruicio.  Pero  como  ni  yo 
osé  pedirte  le,  ni  el  buen  Floriano  esté  tan  en 
tu  gracia  que  se  le  quieras  dar,  ansi  con  temor 
lo  hablé  entre  dientes.  Pero,  al  fin,  combidarte 
ha  tu  misericordia  a  que  le  fies  de  mí,  con  tal 
seguro,  que  en  él  sanando  o  sintiendo  aliuio,  te 
le  tornaré,  o  él  mesmo  te  yrá  a  besar  las  manos 
y  darte  le  de  su  mano  a  la  tuya;  porque  a  todo 
esto  saldré  yo  fiadora. 

Bel. — Ay,  calla,  que  de  ti  sola  lo  fiaré,  y  te 
lo  daré  para  que  él  se  aproueche  tan  solo 
por  ti. 

Mar. — Yo  le  tomo  con  tal  presupuesto,  y  te 
beso  las  manos,  y  se  le  Ueuo  luego  de  tu  parte 
al  cauallero. 

Bel. — Ay,  ay,  que  no  quiero  que  le  lleues  en 
essa  manera. 

Mar. — Que  no  digo  que  se  le  daré  en  tu 
noml)re,  sino  que  por  tu  mandado;  pues  sola  lo 
fias  de  mí,  yo  mesma  se  le  yre  a  llenar,  aunque 
en  mi  vida  le  hablé.  Pero  más  que  tanto  haré 
yo  por  seruir  te,  y  tornar  tele  en  tu  mano  como 
me  le  das. 

Bel. — Ansi  lo  haz,  y  cierto  que  holgara  de 
verle,  por  saber  si  es  tanto  su  mal,  y  ver  lo  que 
obra  el  anillo. 

Mar. — Esso,  señora,  no  se  lo  aure  dicho, 
quando  vaya  de  ojos  por  tu  seruicio  él. 

Bel. — No  quiero  dezir  lo  que  entiendes,  sino 
que  holgare  de  que  se  offresciera  occasion  de 
verle,  porque  en  el  rostro  le  conosceré  yo  si 
tiene  el  tal  mal. 

Mar. — Ya,  ya,  entendida  eres;  todo  lo  haré 
por  tu  contentamiento.  Pero  dónde  vas  por  acá 
oy  que  ay  toros,  según  me  dizen,  y  aun  bien  sé 
por  quién  se  corren. 

Bel.  —No  quiero  más  saber  de  ti;  pero  voy 
a  nuestra  señora  de  Prado,  por  huyr  de  no  me 
hallar  a  los  toros. 

Mar. — Pues  si  mandas,  acompañar  te  he, 
aunque  tenia  bien  que  hazer:  y  si  has  de  yr, 
no  aguardes  a  que  entre  el  sol  y  ande  más 
gente. 

Bel. — Anda,  vete,  y  no  dexes  de  yrme  a  ver, 
y  ponme  cobro  en  el  anillo,  que  le  estimo  en 
mucho  por  su  virtud. 

Mar. — Los  angeles  vayan  contigo,  que  yo 
cumpliré  mi  palabra. 


214 

Bel. — A,  Justina,  dame  la  mano  y  vamos  de 
aquí,  que  ya  se  fue  Marcelia  y  vase  haziendo 
tarde. 

Just.— Sin  duda  que  ya  me  dormia;  pero 
huelgo  que  te  alegraste  con  Marcelia. 

Bel. — Por  cierto  que  tengo  de  mirar  de  oy 
más  por  ella,  porque  creo  que  padesce  necessida- 
des  y  es  buena  muger  y  diligente. 

Jiist. —  Buena  obra  harás,  señora,  en  fauo- 
rescerla;  porque  con  el  mal  que  te  sobreuino 
en  la  iglesia  endenantes  luego  que  tomaste 
aquel  papel,  ella  mostró  tanto  sentimiento,  que 
mostró  bien  el  amor  que  te  tenga. 

Bel. — Ay,  mi  Justina,  que  no  te  puedo  en- 
cubrir lo  que  se  trasluce,  porque  en  leyendo 
aquel  papel  me  senti  y  siento  otra  que  solia,  e 
inclinada  a  lo  que  poco  antes  aborrescia.  Y 
consentir  el  mal  no  es  más  ya  en  mi  mano, 
ni  sé  qué  mal  es  el  mió. 

Just. — Ay,  mala  landre  me  dexe  si  no  deue 
ser  mal  de  aquel  cauallero,  y  que  esta  Marcelia 
lo  ha  vrdido.  Pero  si  este  mal  fuere,  él  se  des- 
cubrirá, porque  mal  se  a&conde  el  fuego  en  el 
seno,  ni  el  amor  en  el  pecho. 

Bel. — Qué  vas  diziendo?  toma  me  estos  cha- 
pines agora  que  vamos  ya  por  el  campo,  y  de- 
xa  me  hasta  allá  yr  a  solas,  porque  yre  rezando 
mi  rosario. 

.Just. — Hágase  como  tú  fueres  seruida. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XVI 


Marcelia  yendo  a  su  casa  halla  la  hija  acabando  de  despedir  vn 

falan,  y  sobre  sospecha  le  pide  zelos.  Despierta  Marcelia  a 
ulminato;  vanse  juntos  a  casa  de  Floriano,  al  qual  cuenta 
loque  le  auino  con  Bellsea,  y  dale  el  anillo,  y  persuádele  que 
vaya  a  Prado  a  uerse  con  Kelisea.  Floriano  da  vn  anillo  rico 
suyo  a  Marcelia,  con  otra*  mercedes.  Y  buelta  Marcelia  a  su 
casa,  Floriano  se  alegra  y  come,  y  manda  aderecar  para  yr 
a  Prado. 


Marobua,  Liberia,  Fulminato,  Lydoro, 

POLYTES,    FlORIAXO. 


[jkfar.] — O,  quáu  rica  voy  para  mi  casa.  No 
en  balde  dizen  que  a  quien  Dios  ama  que  la 
casa  le  cata.  Y  si  vale  más  a  quien  Dios  ayuda 
que  quien  mucho  madruga,  más  valdrán  estas 
dos  cosas  juntas:  que  por  quererme  Dios  a  mí 
encaminar  me  hizo  aceptar  tan  de  fácil  el  car- 
go de  Fulminato  en  la  carta.  Y  en  deliberando 
hazerlo,  puse  pies  en  camino,  y  a  pocos  passos 
he  andado  gran  jornada,  y  ansi  confio  en  Dios 
que  sacará  buenos  fines  en  este  negocio,  aun- 
que los  principios  no  sean  tales.  Ya  estoy  en 
mi  casa,  loado  Dios;  arriba  subo  de  rondón, 
despertaré  a  Fulminato,  y  luego  voy  a  des- 
embarcar con  mi  buena  nueua  a  Floriano, 
que  lo  ha  de  oyr  de  mi  boca  primero  que  nadie, 
porque  el  alma  me  da  que  tengo  abierta   oy 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

buena  ventana  de  claridad  a  mi  casilla.  Qué 
hazes,  hija? 

Lib. — Aqui  me  estoy  velando  el  sueño  a 
Fulminato. 

Mar. — Pues  quién  salió  agora  de  casa  de 
priesa,  que  le  vi  asomando  yo  a  la  punta  de  la 
calle? 

Lib. — No  sé,  madre. 

Mar. — Ansi,  hija,  por  tu  vida  qne  siempre 
mires  por  la  honra,  pues  ves  quánto  yo  ando 
aperreada  por  traer  alguna  ganancia.  Ve,  cierra 
la  puerta,  que  yo  entro  a  despertar  este  dor- 
milón. 

Lib. — Ya  deue  mi  madre  venir  picauienta; 
que  auria  de  auer  ya  mal  empacho  de  sí  y  no 
pedir  me  á  mí  zelos  de  lo  poco  que  hago  para  lo 
mucho  que  ella  me  enseña.  Pero  dichosa  fuy  en 
despedir  aquel  galán  al  punto,  que  a  lo  menos 
por  mucho  que  diga  mi  madre,  ni  me  quitará  ya 
ésta,  ni  me  llenará  el  realejo  de  a  dos.  Y  asna- 
das que,  si  yo  puedo,  de  oy  más  que  pocas  rae 
haga  mi  madre  que  no  me  las  pague,  ni  aun 
me  lleue  la  delantera,  si  plaze  a  Dios,  que  todo 
es  burla  el  estar  siempre  en  vn  hito  que  enhada. 
Y  el  mudar  de  manjares  más  despierta  el  ape- 
tito al  comer,  si  todos  ellos  son  buenos.  Yo 
quiero  mientras  ellos  salen  almorzar  algún  bo- 
cado, porque  de  oy  más  antes  me  lleuará  mi  ma- 
dre harta  a  la  missa  que  ayuna  a  las  vísperas. 

Mar. — O,  Jesús,  y  qué  dormido  está;  pero  al 
fin  quierole  quebrar  el  sueño. 

Ful, — O,  despecho  de  la  vida  con  tales  bur- 
las, y  tú  eres? 

J/ar.  —  Leuantate  ya,  que  es  tarde. 

Ful. — A  la  he,  bien  que  leuantate,  y  echase 
me  encima:  pues  espera. 

Mar. — O,  valasme  Dios,  y  qué  pesado  eres  en 
todas  tus  conuersaciones. 

Ful. — Mucho  vienes  gruñidera;  pues  qué 
me  mandas  agora? 

Mar. — Ay,  Dios.y  qué  bonito,  y  qué  obedien- 
te. Viste  te  presto,  que  ay  mucho  que  hazer; 
que  tú  para  la  tierra  donde  no  ay  dia  eras 
bueno,  que  dormirías  a- posta. 

Ful. — Pues  qué  quieres?  que  andando  hom- 
bre haziendo  esgrimas  de  noche  y  cargado  de 
armas,  el  cansancio  de  la  noche  alo  de  pagar 
el  dormir  de  dia;  que  la  medicina  manda  dor- 
mir siete  horas.  Pero  vees  me  a  punto,  y  aun 
con  gana  de  ro^abillar. 

Mar. — Pues  cubz-e  te  y  vamos  a  Floriano, 
que  le  lleno  este  anillo  de  la  mano  de  Belisea, 
y  le  di  su  carta,  que  harto  mal  será  si  no  nos 
manda  dar  de  almorzar  de  alboroque,  pues  que 
yo  bien  lo  he  merescido. 

Ful. — Vamos,  vamos,  pese  a  la  vida,  que 
con  tal  entrada  medra  tendremos  entrambos 
con  que  poblemos  las  bolsas,  si  lo  que  dizes  es 
verdad. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


215 


Mar. — De  ser  ello  ansí  no  dudes  tanto  como 
en  el  partir  mi  ganancia. 

Fw/.— Qué  dizes  de  ganancia?  que  con  el 
gozo  de  la  medra  que  espero  no  aduerti. 

,Var.— Digo  que  mi  perder  oy  de  sueño  me- 
resce  buena  ganancia. 

Ful. — Anda,  que  para  que  los  dos  medre- 
mos, algo  has  de  perder  del  dormir,  pues  yo 
por  contentar  te  pierdo  mucho  del  reposo. 

Mar. — Mas  oxte,  necio,  y  aun  no  tenemos 
hijo  y  poneys  le  vuestro  nombre?  pues  al  íreyr 
lo  vereys. 

Ful. — Qué  gruñidora  vas,  y  que'  passo  de 
t'rayle  combidado,  y  quán  en  silencio  vamos! 

Mar. — Y  calla  ya,  que  no  miras  los  incon- 
uenientes;  voy  como  de  huyda;  porque  en  ver- 
me ansi  yr  contigo  no  sé  qué  dirán  gentes,  en 
especial  que  si  de  la  plática  cogiesse  algún  pas- 
sagero  alguna  razón,  no  nos  haria  prouecho. 

Ful. —  Qué  negros  escrúpulos  de  vergonzosa 
desposada.  Üime  ya  qué  heziste  de  la  carta  de 
Floriano,  y  si  la  diste  a  Belisea?  para  que  sepa 
yo  responder  al  punto  sin  que  me  hallen  des- 
apercebido. 

Mar, — Por  mi  salud  que  lo  adobauas.  Va- 
mos por  la  calle  y  nombras  las  personas  para 
manifestar  los  hechos? 

Ful. — Muy  secretaria  vienes,  pues  mandóte 
yo  que  en  el  mensaje  tú  podrás  saberlo  sola, 
pero  en  la  ganancia  mi  mano  la  primera,  y  aun 
mi  porción  la  mayor. 

Mar. — Que  vas  enojado?  pues  calla,  que 
allá  verás  como  tú  y  tu  amo  y  todos  vosotros 
rae  deueys  mucho,  pues  que  os  dexé  ya  llano 
el  camino  y  la  guia  puesta. 

Ful. — Dessa  manera  ganancia  aura,  que  para 
mí  es  lo  principa],  y  lo  al,  vaya  o  venga,  en  casa 
estamos.  Mira  que  no  te  entiendan  lo  que  traes, 
porque  no  nos  ganen  nuestras  albricias. 

Lyd. —  Cata,  cata,  qué  paje  trae  Fulminato; 
aquel  deue  ser  el  ceno  de  su  ropa  de  color,  que 
él  dixo.  Di,  Polytes,  conosces  la? 

Pol. — Como  a  mí;  es  la  huéspeda  y  amiga 
del  galán.  Y  asnadas  que  si  no  son  alcahuete- 
rías, que  deuen  ser  quexas  de  los  que  allá  en- 
tran, mayormente  si  son  de  la  sangre  de  su 
hija,  que  es  a  cargo  Felisino  (según  se  suena) 
y  quÍ9a  vendrá  a  poner  le  la  demanda  del 
dote. 

Lyd. — Calla  ay,  mal  hora,  que  ésta  no  tiene 
I  talle  de  tener  essos  tractos. 

Pol. — En  esta  tierra  a  dos  manos  juegan 
las  tales,  porque  de  muchas  partes  les  nazca 
ganancia. 

Ful. — Xora  buena  estén  los  caualleros. 

Lyd. — Bien  venga  la  señora  y  el  galán,  y 
qué  es  lo  que  manda  por  acá? 

Ful. — Viene  a  hablar  a  Floriano. 

Lyd, — Anda,  Polytes,  y  anisa  a  Floriano; 


y  tú,  señora,  me  alegra  con  buenas  nueuas, 
porque  aunque  te  parezca  nueuo  el  hablar  sin 
conoscerte,  tengo  muy  gran  lengua  de  tu  bon- 
dad y  gentileza,  de  los  que  allá  entran  en  tu 
casa. 

Mar. — Por  el  buen  cumplimiento  te  beso 
las  manos.  En  lo  demás  vengo  con  vn  recaudo 
al  señor  Floriano,  con  que  confio  en  Dios  de 
dexar  toda  alegría. 

Lyd. — Esse  tal  señor  la  dé  a  ti  y  a  todos, 
que  es  él  poderoso. 

Pol. — Mí  señor  te  manda  entrar,  señora 
honrada. 

Jjyd. — Pues  sí  el  escudero  no  me  lo  quita, 
yo  te  quiero  acompañar. 

Ful. — Señor,  como  esta  señora  sea  libre  e 
yo  sea  tuyo,  queriendo  ella,  a  mí  se  me  hará 
merced. 

J/a?-.— Señor,  beso  tus  manos,  que  ni  me 
temo  entrar  sola,  ni  soy  tan  vieja  que  no  me 
vaya  por  mi  pie. 

I^yd. — Pues  guíala,  paje. 

Mar. —  O,  mi  señor  Floriano,  cómo  salen 
cumplidos  mis  deFseos  tan  antiguos  de  que  se  me 
offresciesse  occasionada  oportunidad,  tan  buena 
como  agora,  para  que,  aunque  con  atreuimiento, 
a  lo  menos  sin  verguen^'a  y  sin  por  qué  de  ser 
me  retraydo  por  tu  mucho  merescimiento  y  mi 
mayor  baxeza  y  pobre  aparato,  te  pudiera  venir 
(como  vengo)  a  besar  tus  manos.  Pero  no  lo  he 
dexado  por  negar  seruicio  a  tu  magnifica  per- 
sona y  amor  grande  que  tengo  a  tu  bondad,  lo 
qual  los  más  del  mundo,  a  mi  parescer,  te  deuen 
con  razonable  título.  Mas  ya  sabes,  señor,  que 
a  la  muger  del  <'stado  de  viudez  no  todo  ni  aun 
lo  menos  de  lo  que  dessea  le  es  concedido  por  fl 
dezidor  y  aialdiziente  mundo,  aunque  sea  de  gé- 
nero suyo  bueno  y  encaminado  a  la  virtud.  E 
con  tanto,  recibiendo  mi  sana  voluntad  a  tu  ser- 
uicio, me  perdona  en  lo  passado,  con  la  enmien- 
da en  lo  venidero.  Y  ansi  de  oy  más  quiero  que 
me  culpes  por  remissa  en  tu  seruicio,  si  hallan- 
do en  qué  te  seruir  de  mí  y  manifestando  me  tu 
voluntad,  hallares  en  la  obra  negligencia. 

Lyd. — Y  valga  la  la  maldición,  si  no  se  pica 
de  rhetorica, 

Flor. — Mucho  te  agradezco  la  tan  buena  vo- 
luntad como  publicas,  y  perdonando  mi  desabri- 
miento que  la  poca  salud  me  causa,  porque  tu 
venida  no  vaya  sin  gratificación  de  la  iionra 
que  merescíere,  me  di  qué  es  lo  que  me  quieres 
pedir. 

Mar. — O,  cómo  se  manifiesta  tu  illustre  gene- 
rosidad y  magnífica  largueza,  pues  que  sin  es- 
perar a  saber  mis  seruicios  me  conibidas  con  las 
mercedes.  Pero  también  quiero  que  sepas  que, 
aunque  yo  pobre  y  tú  señor  y  rico,  primero  te 
vengo  a  buscar  a  tu  casa  para  darte  que  para 
pedirte  hasta  su  tiempo. 


216 


orígenes  de  la  novela 


Flor. — Qué  me  puedes  tú  dar? 

Ful. — Darte  ha  respuesta  de  lo  que  tú  rae 
mandaste,  lo  qual  ella  por  te  seruir  y  a  mí  qui- 
tar del  cuydado  de  las  armas,  me  quitó  del  tal 
afán. 

Flor. — S¡  algo  fue,  haría  lo  por  ti,  que  por 
mí  no. 

Mar. — Dado  que  yo  deua  buena  voluntad  a 
los  tuyos,  pero  como  ellos  te  deuan  seruicio.  ya 
que  algo  yo  por  elh'S  hiziesse,  seria  enderezado 
a  fin  de  te  seruir  con  ellos,  Y  porque  sé  que  te 
arrepentirás  de  me  auer  occupado  sin  me  oyr  mi 
embaxada,  manda  me  la  dezir. 

i^/or.  — Aunque  desconfiado  de  que  sea  cosa 
que  me  pueda  dar  algún  contentamiento,  pero 
por  ser  la  primera  cosa  que  me  pides,  salios  vos- 
otros todos  a  la  sala,  y  dexadme  con  esta  dueña, 
si  ella  se  osa  fiar  de  mí. 

Ful. — Aun  no  del  todo,  voto  a  la  consagra- 
ción de  mi  corona,  porque  tu  enfermedad  de 
hambre  de  tal  vianda  es. 

■    Pol. — Qué  sales  gruñendo?  No  deuen  de  con- 
tentar a  Fulminato  aquellas  puridades. 

Ful. — A  la  fe,  su  alma  en  su  palma. 

LyrI. — i^lto  a  oyr  niissa,  que  ya  no  saldrá 
Floriano  por  agora  a  oyr  la,  y  hazese  tarde,  y 
aun  el  capellán  ha  rato  que  esta  reuestido.  Tú, 
Polytes,  te  queda  a  essa  puerta,  para  si  llamare. 

Flor.  —Agora  estamos  solos,  y  antes  que  me 
digas  lo  que  quieres,  me  di  tu  nombre. 

Mar  ('), —  Llamo  mea  tu  seruicio  Mareelia: 
soy  vna  pobre  viuda,  amadora  de  los  nobles  y 
buenos,  y  con  tal  desseo  de  te  seruir,  vengo  a 
darte  vna  embaxada, 

F/or.— Cuya? 

Mar.  —  Di  me,  señor,  tú  no  diste  vna  carta  a 
Fulminato? 

Flor. — Y  para  quién? 

Mar.  — O,  qué  grande  es  el  poder  del  amor, 
que  ansí  le  tiene  desacordado!  Que  digo  al  pun- 
to, sin  te  tener  suspenso  el  entendimiento,  que 
Fulminato  me  dio  en  tu  nombre  vna  carta  tuya 
para  tu  señora  Belisea. 

Flor. — O  viuifieo  nombre,  que  ansi  me  ha 
tornado  de  las  puertas  de  la  muerte  a  la  vida! 
Dime,  por  Dios,  si  ay  buena  nueua,  que  agora 
sé  que  sí  di. 

Mar. — Pues  yo  se  la  vi  en  su  mano. 

Flor. — Que  se  la  viste  tú  en  su  mano? 

Mar. — Que  se  la  vi  vna  vez  y  otra  vez. 

Flor. — Ño  lo  creo. 

Mar. —  Pues  porque  en  conoscerme  que  en- 
tiendo yo  en  tus  negocios,  y  porque  tengas  en 
poco  esso,  sábete  que  ella  queda  con  harta  parte 
de  tu  pena 

Flor. — Que  sabe  mi  señora  que  yo  peno  por 
ella? 

(*)  En  el  original  dice  equivocadamente  Floriano. 


Mar. — E  aun  que  penará  ella  presto  por  ti, 
si  yo  no  muero. 

Flor. — Agora  me  desconfiaste  del  todo. 

il/a/'.— Pues  mira  que  soy  yo,  Mareelia,  la 
que,  si  me  das  palabra  de  tornarme  lo  que  yo  te 
diere,  quando  yo  le  lo  demandare,  te  daré  vna 
joya  suya. 

Flor. — Luego  te  la  doy. 

Mar. — Pues  pon  te  tú  esse  anillo  suyo  en  el 
dedo  del  corazón,  que  ella  tiró  del  suyo,  y  por  su 
mano  me  le  dio  para  ti,  porque  le  dixe  quán 
malo  estauas.  Pero  con  dos  condiciones.  La  vna, 
que  yo  se  le  tornasse  en  mejorando  tú;  y  la  otra, 
con  que  no  te  dixesse  que  ella  te  le  embiaua, 
sino  que  yo  te  le  traya. 

Flor. — Perdona  me,  que  dizes  tanto,  que  no 
puedo  persuadir  el  entendimiento  a  creerte. 

Mar. — Pues  pon  le  en  el  dedo  y  trae  le  hasta 
mañana  que  te  le  tornaré  a  pedir,  y  en  el  obrar 
verás  si  te  miento. 

Flor. —  Pues  pon  te  tú  esse  de  esse  diamante 
mió  en  el  tu  dedo,  no  en  prenda,  sino  por  tuyo, 
y  estotro  te  le  daré  pidiendo  me  le,  y  no  en  pago 
de  tu  trabajo,  sino  en  trueqne  de  que  tú  me  tru- 
xiste  estotro.  Y  también  porque  no  es  razón  que 
ande  en  mi  mano  a  la  ygual  de  joya  tan  su- 
blime. 

iV/ar.— Bueno  va  esto;  que  si  la  piedra  es 
fina,  buenas  veneras  lleuo  de  mis  romerías. 

Flor. — Qué  dizes,  mi  hermana,  qué  dizes, 
mí  amiga?  por  qué  no  me  das  parte  de  todas  tus 
palabras,  que  a  mí  me  han  resuscitado?  Y  por 
qué  no  te  gozas  de  mi  gozo?  O  joya  que  meres- 
ciste  andar  en  tales  manos  como  las  de  mi  se- 
ñora: perdonad  la  injuria  y  baxa  que  se  os  da 
en  ser  puesta  en  las  manos  deste  captiuo  y  sier- 
uo  de  aquella  cuya  vos  soys.  Y  pues  sé  (que 
agora  lo  creo)  que  ella  os  mandó  venir  a  mi  po- 
der, con  su  voluntad  venistes.  y  con  su  palabra 
me  traereys  conseruada  vuestra  virtud,  y  en  su 
fe  os  pongo  en  su  memoria  en  mi  dedo.  Ya,  ya 
sano  soy,  vida  tengo:  resuscitado  he.  Bien  pa- 
resce[s]  auer  (o  joya)  otra  virtud  más  que  la 
tuya  natui'al,  por  ser  tú  cuya  eres  y  querer  ella 
que  yo  viua,  pues  tan  en  punto  veo  effectos  de 
tu  virtud  en  mi  salud,  dada  por  el  poderío  de 
mi  señora. 

Mar. — O,  qué  hermoso  encarescímientoyqué 
bien  encadenado  hablar! 

Flor. — Qué  dizes,  almario  de  mis  consuelos? 

Mar. — Digo  que  si  me  acabas  de  oyr,  que 
verás  quánto  me  deues. 

Flor.  —  Más  que  tengo  fuera  del  coracon ;  pero 
di,  di,  si  puedes  traer  más. 

Mar. — Pues  para  que  digas  con  verdad  quán- 
to estas  ropas  pobres  te  pueden  dar  antes  que 
te  pidan,  sepas  que  aun  te  puedo  dar  más,  y  más, 
y  más. 

Flor. — Que  no  es  possible  suffrirme,  aunque 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


217 


estoy  desnudo,  desde  la  cama  no  te  abragar,  y 
perdonar  me  has. 

Mar.  — A  la  fe,  esto  y  lo  al  te  perdonaría  de 
buena  voluntad. 

Flor. — Qué  dizes,  thesoro  de  mi  salud?  no  te 
me  enojes. 

Mar.  —No  es  tiempo  que  reyne  enojo  en  mí, 
viendo  tu  alegría;  pero  digo  que  quisiera  tener 
espacio  para  contar  te  las  particularidades  que 
passé  con  mi  tan  peligrosa  y  dudosa  mensage- 
ria,  porque  viesses  el  peligro  en  que  me  vi,  por 
ti  bien  empleado.  Porque  sé  jo  bien  que  te  dará 
más  plazer  la  buena  ventura  que  uve,  que  tris- 
teza te  diera  mi  perdimiento.  Pero  al  fin  lo  que 
es  hecho  con  sana  voluntad  por  tal  señor  como 
tú,  nunca  se  pierde. 

Flor.—  La  paga  dexando  para  después,  más 
por  dar  primero  aliuio  a  mi  cora9on  que  porquíí 
la  dilación  trayga  en  oluido  lo  que  te  deuo,  dime, 
dime,  cómo  la  vistes?  dónde  estaua?  qué  hazia? 
qué  semblante  mostraua  oyendo  te  hablar  de  mi? 

3/a7-.  — Señor,  ansi  como  sientes  pena  en  el 
tardar  me  en  te  contar  lo  que  yo  hize  por  tu  ser- 
uicio,  también  te  pesará  de  que  con  estas  tar- 
dan9as  se  te  passe  el  tiempo  para  lo  que  has  de 
hazer  más. 

Flor. — Pues  dimelo  presto. 

Mar.  —  Que  tu  señora,  con  sola  la  compañia 
de  sus  mugeres,  está  en  Prado. 

Flor. — Y  a  qué  va,  mi  hermana,  si  sabes?  y 
si  no  es  venida,  perdona  me  que  a  pie  me  voy  y 
ansi  desnudo  tras  ella,  como  tras  la  causa  de 
mi  viuir. 

Mar. — Y  aun  por  eso  te  Hixe  que  era  tarde; 
no  me  detengas,  hasta  que  me  oyas  mi  plática, 
con  el  estoruo  de  tus  encendidos  desseos.  Y  se- 
pas que  con  gran  agonia  rae  dixo  que  tiene  des- 
seo  de  verte;  pero  no  me  dio  licencia  que  te  lo 
dixesse  de  su  parte.  Por  tanto,  siguiendo  mi 
consejo,  ve  tú  allá  de  la  mia,  o  por  lo  que  te  pa- 
resciere,  que  después  yo  me  pondré  a  la  pena 
por  tu  seruicio. 

Flor. — Qué  es  esto  que  oyó?  mo^os,  mo^os, 
den  me  de  vestir;  si  no  ansi  me  yre. 

Mar. — Cata  que  la  próspera  fortuna  quiere 

miramiento,  ansi  como  la  aduersa  suffrimiento. 

Come,  porque  vayas  con  más  color  de  rostro, 

para  que  muestres  lo  que  ha  obrado  la  virtud 

I  de  su  empresa,  y  no  llenes  siuo  poca  gente,  y  de 

'  arte,  porque  es  muger  muy  sentida.  Y  si  te  vee 

-  con  aparato,  por  no  perder  su  grauedad  tú  per- 

j  deras  tu  ganancia  y  ella  le  saldrá  en  vano  su 

i  desseo.  Y  porque  no  te  quiero  quitar  la  alegre 

1  ganancia  de  que  te  ha  vestido  este  mi  pobre  ves- 

Itir,  come  luego  e  yreme  a  mi  casa  a  hazer  lo 

imesmo  si  tuuiere  qué.  Porque  allende  de  mi  po- 

jbreza,  que  a  las  vezes  no  ay  con  qué  lo  comprar, 

|0y  no  aura  cosa  ni  comprada  ni  guisada,  por- 

Iqae  anteuine  oy  el  dia  en  tu  seruicio,  y  en  él  no 


he  parado  hasta  agora,  que  he  rompido  más  cha- 
pines que  en  dos  meses. 

Flor. — Pues  yo  quiero  comer  luego,  y  no  te 
quiero  compeller  a  que  comas  conmigo;  pero  es- 
pera. Pajes? 

Pol. — Señor. 

Flor. — Llama  me  luego  al  camarero,  y  tú,  se- 
ñora y  amiga,  por  amor  de  Dios,  que  pues  me 
has  comen9alo  a  curar,  que  no  pares  hasta  ver 
me  sano,  que  la  paga  no  será  como  meresces, 
pues  allende  de  ser  poco  quanto  tengo  para  lo 
que  te  deuo,  como  soy  forastero  no  te  podre  dar 
lo  que  pide  mi  voluntad  Pero  no  me  despidien- 
do de  te  fauorescer,  te  auras  de  contentar  con 
lo  que  suffriere  la  oportunidad. 

Lyd.  —  Qué  es  lo  que,  señor,  mandas? 

Flor. —  Que  luego  des  a  esta  dueña  diez  varas 
del  refino  que  este  dia  sacaste  para  mí,  para  que 
se  vista,  y  darás  le  para  chapines  veynte  pie9as 
de  oro,  y  tendrás  cuydado  de  mandar  la  cada  dia 
a  su  casa  ración.  Y  en  el  cuydado  que  de  ella 
tuuieres  quiero  ver  la  gana  que  tienes  de  hazer 
me  plazer;  y  a  mí  me  traygau  de  comer  luego, 
y  den  me  el  vestido  azetuni  altibaxo.  Y  tú,  se- 
ñora Marcelia,  ve  con  Dios,  que  de  mi  plato  te 
mandaré  que  comas  agora  que  no  lo  tendrás 
guisado  en  tu  casa.  Y  tú,  Lydorio,  manda  con 
ella  dos  escuderos. 

Mar.  —Por  todo  beso  tus  illustres  manos; 
pero  basta  que  este  paje  se  vaya  conmigo,  por- 
que me  llene  el  paño,  que  por  lo  de  más  bien  me 
sé  yr  sola,  pues  no  puedo  mantener  quien  me 
acompañe,  y  encomendando  te  a  Dios  me  voy. 

Pol. — Al  diablo  encomiendo  la  bagassa  si  no 
la  entiendo  mejor  que  a  mí,  pero  montarle  han 
poco  sus  mañas  por  oy,  si  puedo. 

Flor. — Que  sientes,  Lydorio,  de  mi  buena 
alegría?  agora  no  me  dirás  que  no  como,  y  bien! 
Pero  dime,  diste  lo  que  te  mandé  a  aquesta 
dueña? 

Li/d. — Señor,  todo  lo  llena  a  su  contento. 

Flor. — Bien  heziste,  porque  más  meresce  aun. 
Y  mándale  luego  este  par  de  perdizes  ansi  ca- 
lientes de  presto,  con  otros  dos  platos  differen- 
tes.  Y  manda  me  adere9ar  de  brida  vn  cauallo 
de  los  Franceses  el  mejor  y  mejor  guarnescido 
que  a  ti  paresciere.  Y  a  Fulminato  le  darás  de 
vestir,  o  luego  diez  ducados  para  ello,  con  que 
se  vista  a  su  contento,  y  manda  le  comer  luego, 
por  que  se  vaya  conmigo. 

Lyd.  —  Wira,  señor,  que  para  llenar  solo  vn 
mo9o  aurias  de  yr  más  disfrazado. 

Flor. — Bien  me  acordaste;  pues  caualguen 
los  continos  todos,  y  tú  y  los  pajes  y  más  gente 
que  tú  ordenares  vaya. 

Lyd,—  Come,  señor,  con  reposo,  porque  me- 
jor te  preste,  que  yo  voy  a  que  de  todo  esso  no 
falte  vn  punto,  según  que  cumple  y  tu  volun- 
tad lo  pide. 


218 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XVII 


Idos  Marcelia  y  Polytes  juntos  a  su  casa  de  la  Marcelia,  luego 
va  Feüíino  con  el  paño,  que  no  quiso  que  lleuasse  el  paje 
yendo  con  ella,  y  lleua  Ir  el  otro  paje  con  t  elisino  la  comida 
que  le  mandó  Floriano.  Felisino  se  combiria  para  la  cena  con 
Marcelia.  Floriano  va  a  nuestra  señora  de  Prado,  donde  habla 
con  Bellsea,  según  se  dirá  en  la  scena  que  <e  sigue  tras  esta. 


Marcelia,  Polytes,  Libkria,  Felisixo, 
Floriaxo,  Lydorio. 

[Mar.]~Qné  te  paresce,  mi  señor  Polytes, 
quán  conuertido  en  alegría  queda  por  mi  cau- 
sa Floriano  y  toda  su  casa?  y  tú  vas  tan  mus- 
tio, que  paresce  que  te  deueu  centeno.  Cierto 
que  yo  soy  desdichada  contigo  en  querer  te 
como  al  viuir,  tanto  que  ha  podido  en  mí  la 
fuerza  del  amor  compeller  me  a  que  yo  te  aco- 
meta a  ti  en-  te  publicar  que  te  amo  y  quiero 
tanto,  que  el  desseo  de  complazerte  me  priue 
del  cuydado  de  la  guarda  de  mi  honestidad  y 
honra.  Y  lo  que  peor  veo  en  mi  mal  es  que  con 
hazer  yo,  atreuida  y  desuergonfadamente  como 
niuger  en  acometer  te  y  requerir  te,  lo  que  tú 
como  hombre  deuieras  licita  y  honrosamente 
hazer  a  ley  de  hombre  galán,  amante  mance- 
bo, yo  me  quedo  con  mi  desuerguen^a  y  tú  con 
mi  desamor.  Y  mira  quánta  sea  en  mí  la  fuerza 
'de  tu  amor,  que  contra  la  ley  común  do  muge- 
res,  que  aunque  penen  y  mueran  con  dissimu- 
lado desuio,  aun  siendo  requeridas,  muestran  no 
tener  memoria  de  lo  que  les  dessea  el  coracon  y 
les  pide  la  voluntad,  yo  empero  antcuengo  te 
con  ruegos  amorosos.  Y  aunque  esto  para  en 
vna  muger  que  quiere  que  la  tengan  en  algo  sea 
gran  tormento,  muy  mayor  es  a  mí  uer  tu  des- 
amor con  que  me  pagas;  y  la  carestía  de  tu  ha- 
bla y  el  ceño  con  que  me  miras  me  ponen  en 
vna  firme  sospecha  de  tu  desamor,  y  en  vna  sos- 
pechosa duda  de  que  te  inclinarás  a  quererme, 
y  en  vna  certinidad  del  tu  mi  menosprecio, 
que  es  vna  de  las  cosas  más  odiosas  a  las 
mugeres. 

PoL  —  Donosa,  pues,  viene  estotra  vendien- 
do me  su  tan  jugada  y  aun  perdida  honestidad, 
que  como  ya  rae  cuesta  tan  caro  su  hambre,  la 
he  cobrado  temor  de  entrar  en  su  poder. 

Mar.  — Qné  vienes  hablando,  amor  mió,  que 
aun  la  vista  y  habla,  que  no  se  niega  sino  a  los 
notorios  enemigos,  no  quieres  darme? 

Pol.—A\  fin  entrar  auremos  en  juego.  No 
sé  por  qué,  señora  Marcelia,  condenas  en  mí  lo 
que  vuieras  de  loar  por  buen  miramiento;  ya 
sabes  (si  amas  como  dello  te  precias)  que  el 
amor  no  sabe  tener  medio.  Y  como  vamos  tan 
en  público,  no  oso  hablar,  porque  como  tu 
amante  temo  caer  en  algún  amoroso  descuydo 
que  sea  pregonero  de  lo  que  hay  entre  nosotros 


dos.  Ansi  que  la  razón,  acompañada  del  amor 
que  te  tengo,  tiene  en  mí  tal  fuerza,  que  pos- 
ponen lo  que  quiere  mi  sensual  desseo  a  lo  que 
toca  a  tu  honra.  Que  por  lo  de  más,  ya  sabes 
que  la  ley  vulgar  común  dalo  a  los  mancebos 
amantes  bien  empleados,  aunque  en  ningún  caso 
lo  aprueuan  esto  en  la  muger,  pues  siempre  le 
da  quiebra  el  crédito. 

Mar. — Ay,  ángel  mió,  que  con  ser  como  tú 
dizes,  bien  veo  que  me  quieres  hazer  creer  sa- 
gazmente que  lo  que  en  ti  causa  el  desamor  y 
oluido  que  me  tienes  me  digas  que  es  por  mirar 
por  mi  honra,  que  yo  por  ti  traygo  muy  al  tras- 
te, y  quieres  me  tú  dezir  que  el  dexarme  de  ha- 
blar, que  lo  causa  el  no  me  amar,  lo  hagas  por 
zelo  de  lo  que  a  mí  me  cumple.  Ay  de  mí,  que 
te  amo  tanto,  que  aun  viendo  me  engañar  de  ti 
no  puedo  desechar  tus  razones,  porque  todo  en 
ti  me  paresce  bien.  Pero  mira  cómo  lo  que  yo 
digo  es  ansi:  que  agora  que  estamos  ya  en  mi 
casa,  donde  no  tenemos  a  quién  dar  cuenta  sino 
a  Dios,  pero  ni  aun  por  esso  sales  de  lo  que 
tienes  en  la  voluntad,  que  es  no  amarme. 

Pol. — Bien  me  culparas  de  veras  si  tu  hija 
no  baxara  ya.  que  nos  vio  luego, 

Lib. — O,  loado  Dios,  que  vienes,  madre,  a 
esta  casa,  que  ni  sé  qué  piensas  de  qué  nos  he- 
mos de  mantener;  que  hoy  no  se  ha  callentado 
el  hogar  en  esta  casa.       > 

Po¿.— Picado  deues  tener  el  molino;  mala 
serias  para  palacio,  que  a  las  vísperas  aun  es 
temprana  la  comida. 

Lib. — Allá  haria  como  allá,  y  no  se  me  haria 
grane;  porque  dizen  que  en  Roma  como  en  Ro- 
ma, y  en  palacio  como  tal,  y  en  mi  casa  según 
mi  ordinario. 

Pol. — Y  aun  porque  agora  sales  de  compás 
ya  desmayas?  bien  dizen  que  mudar  costumbre 
es  a  par  de  muerte. 

Mar. — Asnadas  que  no  está  ella  para  matar 
el  sapo  con  la  salina  ayuna. 

Lib.  —  Y  aun  mi  madre  canta  como  bien 
harta. 

3íar.  —  Por  tu  vida  y  de  todos  tres,  que  oy 
no  me  he  desayunado  sino  de  peccados,  que  sa- 
len en  vn  guiñar  del  ojo. 

Lib. — Pues  bien  ha  vn  hora  que  tengo  los 
manteles  puestos. 

Mar. —  Por  tu  vida  veamos  qué  tendrá  que 
nos  dar,  que  vn  combidado  puede  combidar  a 
otro. 

Pol. — Sentareme  sin  mirar  que  aya,  porque 
veas  quán  de  veras  pretendo  complazerte,  ma- 
yormente en  mi  prouecho,  que  ni  miro  a  lo  qu<! 
se  me  pueda  dar,  sino  con  qué  voluntad. 

2Iar. — Por  cierto  con  la  que  se  dará  en  esta 
casa  a  mi  hija. 

Fel. — Ea,  paje,  date  priesa,  no  se  enfrie 
esso.  Y  pesse  a  tal  con  la  bagassa,  perdóneme 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


21» 


que  es  m¡  suegra,  si  después  de  puta,  no  me- 
dra agora  por  alcahueta.  Y  aun  que  ella  presto 
quiere  (según  veo)  echar  el  pelo  malo,  aunque 
toda  via  algo  cabra  al  yerno  de  este  paño,  que 
es  lástima  verlo  condenado  a  cubrir  tan  putas 
carnes.  Y  el  necio,  pues,  de  mi  amo,  que  por 
mensaje  de  vna  alcahueta  da  lo  que  tiene,  y  por 
todo  el  sudor  y  vida  de  vn  criado  darán  vn  nuil 
mes,  y  otro  para  ellos,  y  solo  del  diamante  y 
anillo  es  verdad:  ay  os  digo  yo  que  como  se  vea 
con  pelo,  que  luego  se  haga  delicada  y  ociosa. 
Y  si  la  ociosidad  entra  vna  vez  en  la  casa  des- 
tas  tales  mugeres,  ansi  solas  y  libres  y  no  vie- 
jas, yo  06  baptizo  por  burdel  la  morada,  aunque 
ya  le  llena  los  tenores.  Pero  a  la  puerta  estoy, 
llamar  quiero,  que  en  estas  casas  ansi  cumple, 
porque  a  las  vezes  ay  dentro  quien  ni  ellas  ni 
vos  querriades  encontrar.  Ta,  ta,  ta. 

3Iar. — Sube,  sube,  Felisino,  que  ya  eres  co- 
noscido. 

Fel. — Quiero  yo  tomar  a  este  paje  esto,  por- 
que no  sé  que  ay  arriba;  daca,  hermano,  essos 
platos,  y  da  luego  la  buelta,  que  serás  allá  me- 
nester para  el  al9ar  de  mesa;  que  yo  lleuare'  la 
plata.  O,  hi  de  puta,  y  qué  buena  viene  la  comi- 
da; en  mala  pro  les  entre  a  solas.  Buena  pro 
haga,  señoras.  Cata,  cata,  y  tú  eres  el  patrón 
de  la  casa? 

Pol. — Y  pesa  te  de  ello? 

Fel. — Por  cierto  no  rae  pesa  a  mí  de  todo 
tu  bien;  pero  aunque  vengo  tarde,  pues  traygo 
cobro,  bien  me  recebirás,  señora  Marcelia,  y 
manda  me  tomar  esto;  pesan  estos  platos  vn 
arroba.  Y  mira  que  te  manda  mi  señor  de  su 
mesmo  plato,  aunque  el  vino  hasta  otro  dia  lo 
auras  de  perdonar,  que  allá  en  el  beuer  contá- 
ronte por  muger. 

Ma?\ — Pues  más  quiero  entrar  en  el  numero 
de  los  hombres  en  el  beuer  el  vino,  y  estar  sana, 
que  andar  guayando  y  desseando;  pero  bien  pa- 
resce  de  cuya  mano  viene  la  merced,  cuya  vida 
Dios  prospere  y  prolongue,  y  tú,  hija,  que  me 
reñías  por  mi  descuydo  de  no  proueer  te  de  co- 
mer, cata,  boua,  que  donde  no  anda  la  persona 
no  haria  tal  sombra  como  esta  que  vees;  que  ya 
se  te  rie  el  ojo. 

Lib. — Pues  no  te  paresce  que  me  deuo  de 
holgar  con  la  visita  de  Dios  presente,  que  des- 
terrará la  hambre  de  nuestra  casa  oy,  y  la  mi- 
sericordia suya,  que  espero  que  adelante  deste- 
rrará nuestras  miserias?  pero  acaba  ya  Felisinn, 
y  descubre  lo  todo. 

Fel. — La  comida  ya  la  tienes  y  no  me  com- 
bidas;  y  ansi  no  lleuarás  estotro  hasta  que  se 
me  manden  albricias. 

Mar. — Si  me  truxeras  cosa  que  ya  la  pala- 
bra de  tu  amo  no  vuiera  hecho  mia  (como  es  vn 
poco  de  paño,  que  han  de  ser  diez  varas  para 
vestirme),  bien  fuera  que  me  pidieras  albricias. 


Pero  aunque  esso  ya  lo  tenia  por  mió  antes  que 
a  ti  lo  diessen  que  lo  truxesses,  porque  no  quise 
que  Polytes  lo  truxesse  veniendo  conmigo,  y 
aun  que  de  lo  incierto  se  deuen  las  albricias', 
pero  por  lo  auer  traydo,  algo  auras. 

Fel. — A,  pese  a  tal  con  la  mercaduría;  pe- 
distes  man  to  antes  que  tuuiesses  nada,  y  agora 
que  tienes  para  dobles  vestidos  haze  se  te 
poco? 

iV/a?-.  — Anda,  bonillo,  que  toda  esta  casa  es 
de  vosotros;  que  si  pedí  poco,  pedí  según  mi 
pobreza.  Y  si  tu  señor  me  dio,  dionie  aun  poco, 
según  él  quien  es,  aunque  sea  mucho  a  mí.  Y 
mira  que  no  me  lo  pidas  antes  de  ver  si  lo  he 
menester;  porque  como  tú  no  vistes  con  sola  la 
capa,  ni  aun  yo  con  solo  manto,  y  allende  que 
yo  toda  ando  como  desnuda,  y  no  miras  que 
essa  muchacha,  que  no  me  la  vistes  ni  mantie- 
nes tú,  ya  que  tauíbien  ha  menester  una  saboya- 
na; mira  lo  tú,  hijo,  que  como  a  tal  te  tengo  en 
esta  casa,  y  tú,  señor  Polytes,  juzga  qué  me  po- 
drá sobrar,  aunque  no  quiero  queme  conozcays 
auarienta  con  ver  me  pobre;  tomad  sendos  cru- 
zados en  oro,  desto  que  agora  me  dieron  para 
chapines  quien  Dios  guarde  como  a  mí,  y  pen- 
sad que  lo  quito  de  la  boca;  porque  tiene  la  per- 
sona en  su  casa  mil  redrosacas,  que  vosotros, 
libres  y  mo(?os.  Dios  os  guarde,  no  teneys  de 
cumplir,  porque  no  manteneys  carga  de  casa. 
Y  sentaos  y  comencemos  a  comer,  y  no  se  ha- 
ble más. 

Fol. — Dios  te  lo  pague,  señora.  Y  por  vida 
de  Floriano,  que  no  consintiera  que  sacaras 
para  entramos  cosa,  sino  por  no  te  enojar.  Y 
tú,  Felisino,  ni  pidas  a  muger  hermosa,  ni  pro- 
metas a  pobre,  ni  deuas  a  rico,  ni  tomes  de  na- 
die, no  té  lo  deuicndo,  más  de  lo  que  te  qui- 
siere dar  de  si. 

Lt'b. — Asnadas  que  luego  se  publica  la  vir- 
tud donde  está. 

Z^/.  — Pues,  cuerpo  de  tal,  no  quiebres  tú  las 
treguas  de  tu  madre  en  obligar  me  a  que  torne 
por  mí;  que  si  me  notas  de  mal  cumplidor  de 
mi  palabra,  yo  te  traeré  las  agujas,  quo  aun 
no  soy  muerto,  y  porque  agora  no  puedo  pa- 
rar me  más,  yo  lo  emendare  todo  con  venir  de 
assiento  a  la  cena,  adonde  lo  soldaré  todo,  y 
con  tanto  con  tu  perdón  y  licencia  nos  despide, 
pues  sabes  que  en  comiendo  ha  de  yr  a  Prado 
Floriano. 

Fol.  -Pues  de  essa  romería  ya  sabes,  seño- 
ra Marcelia,  que  no  puedo  yo  hurtar  me,  y  en 
el  tardar  haremos  falta,  y  la  falta  resultará  en 
nuestro  enojo,  de  que  tú  no  holgarías.  Por  tan- 
to, a  Dios  hasta  otro  día  que  de  más  assiento 
nos  veamos,  y  tengas  vino  que  beuamos. 

Fe!. — Y  aun  la  falta  de  esso,  y  que  estoy 
que  me  ahogo  de  sed,  me  haze  que  sin  más 
salvas  os  quedeys  a  Dios. 


220 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


J/a?-,  — Pues  no  da  hombre  más  de  lo  que 
tiene;  prouee  a  la  cena  de  lo  que  agora  faltó, 
e  yd  con  Dios. 

Pol. — O  hermano,  cómo  té  quedo  en  obliga- 
ción, más  en  me  auer  librado  de  Marcelia  que 
no  por  el  ducado  del  alboroque! 

Fel. — Y  aun  porque  te  entendí  busqué  cómo 
te  escabullir  de  sus  vñas,  que  la  matrona,  como 
te  halla  barbiponiente,  pegar  se  te  ha, 

Pol. — Ella  se  me  puede  pegar  a  mí,  pero  jo 
huyre  de  ella,  y  ansi  mal  conuernemos.  Pues  do 
vno  no  quiere,  dos  no  barajan. 

Fel. — Alarguemos  el  passo,  que  muero  de 
sed;  y  allá  se  lo  hayan  ellas,  pues  nos  libramcs 
y  comimos  y  ganamos. 

Mar. — Agora  que,  hija,  son  ydos  aquellos, 
te  quiero  dar  a  entender  cómo  deues  loar  a 
Dios  con  el  dia  de  hoy,  y  hazer  cuenta  que 
oymos  buena  missa.  Y  mira,  boua,  quán  de 
buen  pie  entró  esta  gente  en  mi  casa,  aunque 
tú  pocas  vezes  te  satisfaze  cosa  que  yo  haga, 
lo  qual  conozco  que  nasce  en  ti  por  falta  de  ex- 
periencia (').  Pues  calla,  hija,  que  andarás  por 
los  días  y  gustarás  de  las  necessidades,  y  cargar- 
te han  los  cuydados,  y  Cümen9ará  el  mundo  a 
brumarte,  y  como  el  capato  te  vaya  mordiendo, 
y  el  dolor  de  la  miseria  te  comien9e  a  sujetar, 
aprenderás;  y  la  experiencia  te  mostrará  cómo 
te  deuas  oy  en  dia  subjectar  por  la  ganancia  a 
todo  el  mundo.  Porque  esta  trae  a  los  más  ri- 
cos merchantes  ('^)  passando  los  mares  y  andar 
acosados  de  feria  en  feria.  Y  aun  verás  que  el 
mal  tiempo  no  les  haze  dilatar  la  partida  del 
regalo  de  sus  casas,  porque  andan  al  son  que 
les  haze  la  ganancia  en  las  ferias.  Y  ver  los 
has,  hija,  aqui  poner  tiendas  y  por  el  mercado 
de  un  dia  desplegar  sus  fardeles,  abrir  sus 
caxas,  estar  presos  a  la  tienda,  esperando  y 
combidando  a  cada  qual  que  les  vaya  a  ella. 
Pues  si  miras  en  ello,  verás  que  a  todos  les  van, 
acogen  y  halagan,  y  al  dicho  de  cada  qual  ple- 
ga  y  desplega  sus  mercancías,  aunque  lo3  me- 
nos de  los  que  paran  le  dan  ganancia.  Ansi  tú, 
hija,  a  todos  los  que  vienen  a  tu  casa  muestra 
buen  rostro,  y  guarda  tu  hazienda,  y  echando  tras 
la  suya,  échales  en  el  regado  vna  honesta  risa  y 
dales  vna  buena  palabra,  porque  no  sabes  por 
dónde  te  tiene  Dios  encaminado  el  bien.  Por 
esso,  hija,  te  ladro  cada  dia  que  a  estos  criados 
de  grandes  señores  les  hagas  solaz  o  hospedaje, 
porque  son  mo90s,  y  viéndose  delante  sus  amos 
todo  lo  parlan,  porque  en  algo  les  contenten. 
Y  si  no,  mira  lo,  hija,  que  Floriano  sin  me  auer 
hasta  oy  visto,  ya  tenia  tal  crédito  de  mí,  que  por 
auerle  oy  yo  visitado,  mira  qué  visita  embió 
luego  tras  mí,  con  que  comimos  y  cenaremos  si 

O.En  el  original,  experincia. 
(2)  Se  suple  la  t  de  esta  palabra. 


a  Dios  plaze.  E  oy  me  visto  de  manto  y  mongi- 
lon,  y  para  ti,  por  no  vender  mi  palabra,  vna 
saboyana.  Pues  para  la  hechura  y  para  darte 
botines  y  chapines,  mira  qué  moneda  no  vsada 
corre  agora  por  mi  bolsa.  Pues  tras  esto  me 
queda  este  anillo,  que  ei  la  piedra  es  la  que  yo 
pienso  que  será  fina,  mira  si  con  tal  diamante 
aura  paraayudade  casarte!  que  la  costa  de  entre 
año  ya  la  tenemos  segura  con  ayuda  de  Dios  y 
de  Floriano,  y  de  mi  industria;  porque  me  man- 
dó dar  ración  cada  dia,  y  asnadas  que  siempre 
sea  tal,  que  aunque  excedamos  de  nuestro  or- 
dinario, nos  sobre  para  ayuda  de  otras  barati- 
jas de  por  casa.  Y  tú  ándate  ay,  no  me  cieas, 
y  tengas  paz  con  todos,  y  allégate  a  los  buenos, 
y  serás  vno  honrado  de  ellos.  Daca,  daca  mi 
anillo,  que  ni  pienses  de  te  me  al^ar  con  él,  ni 
comiences  ya  a  guardar  le  por  dote,  porque  aun- 
que más  se  te  ria  el  ojo,  los  casamientos  salea 
como  los  guia  Dios,  tarde  o  temprano.  Qué  di- 
zes,  qué  me  hablas,  boua? 

Lib. — Que  como  veo  subida  tan  repente  y 
tan  alta,  y  no  veo  escalón  por  donde  nos  aya- 
mos  encumbrado,  temo,  y  con  razón,  mayor 
cayda. 

Mar, — Donosa  judia  de  Carag09a,  que  cegó 
llorando  duelos  por  venir,  ansi  me  paresces, 
que  tú  antes  de  gozar,  llorar.  Simamos  a  Dios, 
y  antes  esperemos  el  bien  que  el  mal;  porque 
Dios  da,  y  siempre  da,  y  da  como  quien  es.  Y 
con  esto  ve,  cierra  la  puerta  y  dormiré  vn  rato 
yo,  que  los  cuydados  del  dia  me  quitaron  el 
sueño  desta  noche,  y  tú  reposa  también,  que 
ganada  tenemos  ya  la  cena,  y  el  combidado, 
que  no  faltará,  nos  proueera  del  vino  que  nos 
ha  faltado. 

Pol. —  Ya  estamos,  Felisino  hermano,  en 
casa;  ve,  da  los  platos  al  repostero,  que  yo  quie- 
ro hablar  a  Fulminato  que  nos  viene  al  en- 
cuentro. 

Fel. — Con  esse  hombre  allá  te  auen,  porque 
no  tiene  plática  para  que  yo  espere  sin  beuer. 

Pol. — A,  hermano  Fulminato,qué  ha  sido  de 
ti,  que  no  he  tenido  vagar  para  preguntarte 
qué  fue  lo  de  anoche? 

Ful.— Y  qué? 

Pol. — Que  según  diz  que  anoche  corrías, 
ouo  algunos  que  pensaron  que  yuas  a  tu  tierra 
a  recobrar  herencia,  y  aun  que  estarías  ya  allá. 

Ful. — Por  qué  dizes  esso? 

Pol. — Porque  diz  que  corrías  de  suerte  que 
bien  ganarás  el  palio  si  le  corres. 

Ful. — Pues  ay  verás  quién  es  Fulminato; 
que  los  que  fueron,  en  sintiendo  me  desenuay- 
nar,  y  en  reconosciendo  ser  yo,  toman  las  vi- 
ñas, de  suerte  que  por  bien  que  yo  corro  hallé 
anoche  mi  ventaja. 

Pol.  —Y  a  quién  querías  tú  alcan9ar,  pues 
los  quedauas  atrás? 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


221 


Ful. — Quedaron  se  me  a  vna  buelta  de  ca- 
lle, e  yo  quaudo  aduerti  y  bolui  sobre  ellos, 
sólo  vno  que  no  corrió  tanto  alcancé,  que  con 
humildes  palabras  se  me  escabulló  de  una  ba- 
rcada de  espaldarazos. 

Pol. — Bien  dizen  que  la  mansa  respuesta 
quebranta  la  ira. 

Ful. — Mas  por  vida  de  tu  amiga,  quién  te 
lo  contó?  porque  si  no  fue  persona  que  te  lo 
vuiesse  de  dezir  de  buena  tinta,  tornando  yo 
por  mi  honra,  te  diga  yo  la  verdad  del  caso  muy 
de  pe  a  pa,  porque  en  summa  es  lo  que  yo 
conté. 

Pol. — Y  aun  ansi  será,  y  el  resto  se  que- 
de para  de  más  vagar,  porque  baxa  ya  Flo- 
riano. 

Flor. — Ya,  Lydorio,  me  tendrás  entendida 
la  razón  en  lo  que  quiero  que  allá  se  haga,  y 
cóojo  essa  gente  se  quede  esperando  me  cómo 
y  adonde  ya  te  dixe. 

Lyd. — Señor,  entendiendo  en  lo  que  mejor  te 
paresciere  en  tus  negocios,  puedes  perder  cuy- 
dado  en  lo  que  me  mandaste,  que  se  hará  como 
mejor  y  más  seas  seruido.  Mo^os,  llegad  esse 
cauallo,  y  no  falte  nadie;  y  encaminemos  a  la 
buena  ventura. 


ARGUMENTO  DE   LA   SCENA  XVIÍI 


Comentando  a  penar  Belisea  por  Floriano,  y  estando  trac»ando 
con  Justina  de  su  mal,  sobreuiene  Kloriano,  y  linalmente  se 
liablan,  declarando  Belisea  a  Floriano  en  (jué  manera  le  ha 
de  amar,  y  ansi  se  d  uiden,  que  lando  Pjlytes  y  Justina  con- 
certados de  se  hablar  después  de  media  noche. 


Belisea,  Justina,  Floriano,  Polytes, 

FOLMINATO,  FeLI8I[N0]. 

[Bel.}. — O  soberana  madre  de  Dios,  virgen 
sancta  Maria,  por  reuerencia  deste  tu  saneto 
templo  te  suplico  me  valas.  O,  qué  gran  basca 
siento  en  el  coraron!  o,  cómo  me  siento  muy 
tierna  en  la  memoria  del  nombre  de  Floriano! 
Ay  de  mí,  que  ni  sé  qué  mal  es  el  mió,  ni  sé 
dónde  me  han  abscondido  mis  antiguos  castos 
pensamientos!  Xo  solia  yo  tractar  de  amor  de 
hombre  sino  por  Dios,  como  a  próximos.  Pero 
agora,  por  la  vía  que  aun  no  entiendo,  ni  sabria 
decir,  me  veo  implicada  en  varios  pensamientos. 
Quiero  platicar  con  Justina  este  de  mí  no  salido 
mal,  porque  allende  de  sfer  honesta  y  sabia 
Jonzella  y  querer  la  yo  bien,  sabe  oyr  lo  bueno 
para  loarlo  y  fauorescerlo,  y  lo  malo  fara  des- 
hazerlo  y  no  lo  descubrir.  Ven  acá,  Justina, 
vete  conmigo  a  la  iglesia,  y  esotras  mugeres 
desque  ayan  todas  comido  sin  salir  de  la  ribera 
se  espacien  y  tomen  plazer. 

Just. — Todo  está  puesto  en  cobro:  vamos 
donde  mandares. 


Bel. — Pues  dame  la  mano  y  vamonos  por  en 
torno  de  la  cerca  desta  huerta  de  los  mon- 
ges;  porque  me  congoxo  a  la  sombra  desta  ri- 
bera. 

.Tust. — Y  aun  por  cierto,  mi  señora,  que 
andas  tan  achacosa,  que  no  sé  si  lo  haze  tu  ve- 
nida. 

Del. — Antes  que  acá  viniesse  estaua  ya  tal. 

.TuM. — Que  no  digo  essa. 

Bel. — Pues  quál? 

■fust. — La  venida  acostumbrada,  que  es  ene- 
miga de  la  hermosura  a  las  muíjeres. 

Bel. — Ya  te  entiendo,  que  aun  para  esse  mal 
faltanine  dias. 

./?ísí.— Pues  si  en  algo  te  puedo  ser  buena, 
te  suplico  te  me  declares. 

Bel. — Por  la  confianza  de  tu  buen  secreto  te 
quise  comunicar  los  principios,  que  mi  mal  no 
lo  entiendo,  y  es,  que  desque  esta  mañana  leí 
vna  carta,  me  siento  muy  otra  que  solia. 

Just. — Cuya  era  o  qué  tenia?  no  tuuiesse, 
mal  peccado,  algunos  hechizos! 

Bel. — Creo  que  tenia  mi  perdición.  Ay,  mi 
Justina,  qué  haré?  que  ya  siento  mi  voluntad 
inclinada  a  tomar  gusto  y  deleytarme  en  pen- 
sar lo  que  de  antes  ahórresela  aun  oyr.  Ya  des- 
mayan (por  mi  mal)  mis  castos  pensamientos, 
y  mi  meditación  de  Dios  se  me  deshaze;  ya  los 
cuydados  muy  veleros  de  la  honra  se  me  han 
adormescido;  ya,  finalmente,  como  por  fuer9a 
de  sensualidad  me  siento  ser  trayda  a  recrear 
me  er  vanos  pensamientos.  Y  ansi  quiero  por 
vna  via  lo  que  siempre  aborresci  por  otra;  que 
no  sabré  dezirte  qué  quiero,  ni  qué  amo,  ni  qué 
aborrezco,  ni  qué  busco  conseguir  y  hallar,  ni 
qué  desseo  euitando  huyr,  y  esto  por  hallar  me 
rodeada  de  mil  contrariedades  acerca  de  una 
sola  cosa,  que  juntamente  amo,  y  temo,  y  busco, 
y  huyo,  y  desseo,  y  aborrezco. 

Just. — O.  gran  nuulanya  de  muger!  siempre 
me  temi  do  Marcelia.  Pero  pues  ya  es  hecho,  y 
en  lo  hecho  no  ay  enmienda,  proueamos  en  lo 
porvenir;  que  si  su  mal  es  de  amores,  ella  dará 
más  señal,  y  si  es  de  enfermedad  otra,  no  le 
faltará  quien  la  cure,  ni  medicinas  ni  regalos. 
O,  poderoso  Dios,  y  qué  sospiros  tan  de  las  en- 
trañas alaiipa!  o,  qué  alteración  de  rostro!  o,  qué 
olaido  de  compostura!  ya,  ya!  asnadas  que  yo 
adeuine;  mirad  qué  acuerdo,  que  me  llamó  para 
hablar  conmigo,  y  apostaré  que  no  se  acuerda 
ni  de  sí  ni  de  raí.  Bien  dizen  que  mal  vezino 
es  el  amor.  Jesús,  Jesús,  y  cómo  se  ha  tendido! 
qué  desmayos  son  estos,  mi  señora? 

Bel. — Ay,  que  de  la  muerte.  Y  lo  con  que 
más  muero,  es  desconfiar  que  no  me  matarán, 
porque  ansi  pensaria  descansar,  pues  el  morir 
es  necessario  a  todos  los  mortales. 

Just. — Ay,  por  tu  vida,  que  te  esfuerces,  y 
mira  que  viene  gran  tropel  de  gente. 


222  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Bel. — Pues  tornémonos  a  la  ribera  cou  las 
lüugeres 


Just.  —  Anda,  que  no  hay  quien  nos  conozca 
si  a  dicha  no  son  los  escuderos  que  vienen 
por  ti. 

Bel. — Yo  dixe  a  mi  padre  que  no  viniessen 
por  mí:  que  me  bolueria  como  vino. 

Just. — Pues  huelga,  que  la  gente  se  queda 
atrás,  y  viene  solo  vno  de  a  oauallo  y  dos  de  a 
pie,  y  ansi  será  vn  cauallero  que  vendrá  a  hazer 
oración. 

/'7o/-. — Di,  Fulminato,  qué  umgeres  son 
aquellas  dos  que  alli  están  a  la  sombra  de  aque- 
llas paredes  del  raonesterio? 

Ful. — Voy  [a]  hazer  las  venir  a  que  las  co- 
nozcas; pero  si  alguien  que  ciña  espada  presu- 
raiere  de  defenderlas,  dasme  licencia  que  le  saque 
la  vida? 

Pol. — O,  maldito  sea  este  pant'arron,  amen. 

Flor. — Qué  dizes  tú? 

Pol. — Que  parescen  gente  de  pelo:  pero  ya, 
ya!  acá  está  Belisea. 

Flor. — No  lo  creas. 

Pol. — A  la  vna  he  reconoscido,  que  es  Jus- 
tina, a  la  qual  tú  eres  muy  en  cargo,  porque  te 
es  muy  seruidora  en  tus  negocios. 

Flor. — Pues  donde  essa  está,  bien  podre  yo 
llegar.  Tú,  Faliuinato,  no  te  partas  de  ay, 
por  si  fueres  menester.  Y  tú,  Polytes,  te  ve  a 
la  puerta  de  la  iglesia,  y  mira  quién  entra  y 
sale,  con  aniso. 

Ful.  ~  Aun  el  diablo  creo  que  aya  parte  oy 
en  la  venida:  que  aquella  deue  ser  la  dama,  que 
las  dos  ya  parlan  entre  sí.  Yo  seguro  que  ella 
que  debe  de  buscar  manteles,  y  que  si  el  asno 
de  mi  amo  me  creyesse,  que  no  deuria  de  hazer 
sino  llegar  y  embarrar;  porque  al  fin,  aunque 
gruñen  con  la  boca,  con  el  cuerpo  se  tienden,  y 
luego  las  vñas  de  gato.  Pero,  pesar  de  la  vida, 
si  aure  oy  de  comprar  el  vestido  que  mandó  al 
camarero  darme,  con  perder  aqui  la  vida?  No 
sé  quién  me  haze  a  mí  querer  honra  tan  costosa 
y  blasonar  del  valiente!  que  Floriano  para  esso 
me  llama  en  tales  trances,  pensando  que  dirán 
mis  hechos  con  mis  dichos  para  guardar  le  las  es- 
paldas; y  él  está  mal  en  la  razón,  porque  al  pri- 
mer desenuaynar,  y  aun  quÍ9a  antes,  le  muestro 
las  suelas  del  cal9ado,  que  oy  calcé  nueuo  con 
esperanza  de  romperlo.  Porque  ni  pare  mi  ma- 
dre, ni  me  parirá  otra  vez,  ni  mi  amo  me  res- 
taurará la  vida  si  de  necio  la  pierdo  por  él.  Y 
en  estos  palacios,  si  os  mancays  por  ellos,  el 
aliuio  que  os  hazen  es  en  el  partido,  que  no  lo 
dan  sino  a  quien  lo  suda,  y  las  mercedes,  en  la 
sierra  de  Gata.  Yo  bien  tengo  por  mí  que  tal 
donzella  como  ésta  que  no  vino  sin  escuderos, 
con  quien  me  guarde  Dios  tomai  contienda  de 
dia,  ni  aun  de  noche,  y  éstos  en  lo  sintiendo, 
son  con  Floriano.  Y  él  (según  es  loco)  pensará 


que  con  tenerme  al  lado  y  la  dama  delante,  que 
no  hay  más  que  temer;  y  quando  mirare  por 
mí,  hallarse  ha  del  agalla,  que  a  la  fe,  pues 
busca  la  carne,  y  solo  la  querrá  trinchar,  y  solo 
comer,  que  solo  la  compre.  Que  quien  solo  come 
en  el  plato,  que  solo  guarde  el  hato. 

Just. — No  has  mirado,  señora,  qué  lindezas 
ha  hecho  aquel  cauallero?  y  qué  saltos  haze  dar 
al  cauallo?  y  qué  entero  anda  en  la  silla?  que 
por  mi  vida  que  algunas  vezee  de  ver  el  cauallo 
tan  enarmonado  me  pone  pauor  no  le  auenga 
algún  desgayre;  porque  es  cauallo  muy  desapo- 
derado y  paresce  vn  elephante. 

Bel. — Ay,  guardar  lo  ha  Dios,  que  holgado 
me  he  de  verle,  y  quán  sin  tacha  y  quán  gentil 
hombre  le  hizo  Dios,  y  aquel  vestido  le  arma 
muy  bien,  y  aquella  cadena  de  oro  le  adorna 
mucho. 

Just. — Y  aun  ella,  que  es  harto  rica  y  gran- 
de. Pero  ya  sé  quién  él  es,  y  si  no  te  enojas, 
direlo. 

Bel. — No  creo  que  aj  por  qué  enojarme, 
que  él  me  ha  parescido  hasta  agora  bien.  Dime, 
quién  es? 

Just. — Es  aquel  gran  cauallero,  tu  seruidor 
Floriano.  Ay,  por  Dios,  no  te  desmayes  ansi; 
qué  tal  te  sientes? 

Bel  — Ay,  que  no  sé;  pero  dexa  me,  que  el 
lugar  tan  público,  y  mi  honra,  y  mi  honestidad, 
me  mandan  sacar  fuerzas  de  flaqueza,  y  ansi  me 
esforf aré  más  que  puedo,  por  no  dar  señales  de 
mi  mal. 

i^/or.— Toma  este  cauallo.  Fulminato,  y  pas- 
seale  un  rato. 

Ful, — Pues  si  en  algo  más  me  vuieres  me- 
nester, mandas  que  le  suelte? 

Flor. — Anda,  que  solo  yo  deuo  tener  temor 
por  ver  me  ante  tanta  majestad. 

Ful. — Pues  a  la  obra  verás  si  ay  temor  en 
mí;   pero  allá  yrás.  Qué  buen  achaque  tengo 
agora  para  escabullir  me;  porque  si  algo  fuere, 
diré  que  con  el  passear  del  cauallo  no  lo  vi,  y 
con  el  rixar  suyo,  no  lo  oy.  Y  aun  si  viere  que 
son  muchos,  suelto  el  cauallo,  y  él  por  los  cam- 
pos a  huyr  de  mí,  e  yo  tras  él  a  huyr  destotros, 
y  otra  vez  anisará  mi  amo,  si  escapare  viuo,  enj 
no  echar  las  cargas  todas  a  vno.  Pues  esperarj 
socorro  de  la  gente  es  por  de  mas;  porque  todos' 
se  h:m  tendido  por  los  campos  a  buscar  som-j 
bras;  que  Floriano  está  tal,  que  ni  sabe  si  hazej 
calor,  si  frió.  Ea,  pues,  vos,  don  cauallo,  tambienj 
teneys  el  mal  de  vuestro  amo?  Quiero  me  yr  ai 
vna  sombra  por  aqui  donde  a  mi  seguro  puedaj 
huyr  en  despertando  si  algo  vuiere;  y  alli  dor-j 
mire  a  mi  sabor,  que  Floriano  y  las  damas  yaj  i 
se  van  encontrando,  e  yo  seguro  que  tisnen  plá-i 
tica  para  tres  horas. 

Just. — Señora,  el  cauallero  se  viene  hazifj 
nosotras  con  su  varica  en  la  mano.  Y  pues  oi 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


223 


liaueys  yisto  entrambos,  habla  le,  que  la  buena 
crianya  entre  los  más  nobles  roluze  más.  Y 
|mes  ya  está  cerca,  yo  quiero  mouor  la  causa  de 
la  plática,  no  como  más  sabia,  pero  como  más 
atreuida  y  más  libre.  A,  canallero,  no  passeys 
adelante  sin  licencia  desta  señora,  que  yo  os 
defenderé  el  passo. 

Flor.  —  Por  cierto  si  como  es  essa  señora  la 
que  con  justo  título  posee  mi  voluntad,  y  tiene 
el  sí  y  el  no  de  mis  obras  en  su  querer,  fuera 
yo  el  tal  posseedor  (aunque  posseyera  mal)  yo 
os  obedesciera  luego.  Y  ansi  os  ruego  no  me 
tengays  a  mal  el  esperar  esse  mand  imiento  de 
su  boca,  desacatando  se  mi  atreuimiento  a  vues- 
tro libre  mandar;  y  en  esto  no  pretendo  inju- 
riar vuestro  merescimiento  en  no  me  subjeotar 
a  vuestro  dicho;  pero  por  no  quitar  la  obedien- 
cia a  quien  sobre  todas  las  del  mundo  todo 
buen  entendimiento  de  hombre  conoscera  ser  le 
deuda  forzosa,  y  a  quien  más  que  todos  y  sobre 
todos  y  solo  entre  todos  amorosamente  soy 
sabjeeto,  y  esforzadamente  defenderé  por  sola 
niia  la  deuda  del  tal  seruicio.  Y  ansi  a  vos,  her- 
mosa, por  muchos  respectos  desseo  hazer  os 
plaeer,  fuera  del  presente  discrimen. 

Juitt. — Pues  cómo  tan  ayna  conosceys  quién 
sea  cada  vna  de  nos,  posponiendo  a  mí  y  ante- 
poniendo a  esta  señora,  auiendo  os  yo  hablado 
la  primera? 

Flor. — Dexando  muchas  causas  que  me  han 
mouido  en  lo  hecho,  si  algo  ha  sido  contra  vos, 
y  respondiendo,  no  en  excusación  de  lo  que  tan 
acertadamente  yo  dixe,  pero  para  sólo  dar  ra- 
zón de  lo  que  me  pedis,  digo:  que  el  temor  reue- 
rencial  que  mis  potencias  han  mostrado  en  mí 
tener  a  essa  señora,  me  abrió  la  ciega  vista  de 
mi  enajenado  entendimiento,  y  alumbradas  mis 
potencias  con  rayos  de  tanta  gloria  presente, 
ni  tanta  majestad  se  podia  oecaltar  a  mi  vista, 
ni  mi  voluntad,  que  a  ella  hizo  homenaje  sola, 
permitiera  hazer  tal  aleuosia,  que  a  nadie  diera 
otra  obediencia.  Y  ansi  por  el  gozo  que  siento 
en  hablar  en  esto,  torno  a  me  declarar  cuyo 
soy,  porque  vos  veays  a  quien  sola  deuo  de 
obedescer.  Porque  en  llegando,  la  presencia 
desterró  mi  tristeza,  y  diome  nueua  alegría,  y 
la  tal  alegría  auiuó  mis  sentidos,  despertó  mi 
memoria,  abrió  la  clausura  de  mi  entendimien- 
to. Y  vi  luego  las  prisiones  de  mi  coraron  y  el 
a;ozo  de  tanta  gloria,  haziendo  me  atreuer  a 
leuantar  de  mi  baxeza  los  ojos  de  mi  tan  irra- 
diado e  illuminoso  y  claro  entendimiento,  vi  el 
de  d'^nde  procedía  mi  tal  alegría.  Y  finalmente 
vi  en  las  manos  del  querer  de  essa  señora  las 
llaues  con  que  quando  perdí  mi  captiua  liber- 
tad vi  aprisionar  mi  glorioso  y  libre  llagado 
corazón  por  suyo.  Cuyo  desque  le  conoscí,  le  vi 
tan  altiuo,  y  tan  grandioso,  y  tan  estimado,  y 
Heno  de  tanta  hufania  con  su  prisión,  y  tan  go- 


zoso con  su  herida,  y  tan  alegre  con  sus  mor- 
tales dolores,  que  ni  quiere  buscar  cómo  salir 
de  ellos ,  ni  hazer  semblante  de  acatamiento 
menos  que  a  tanta  majestad.  E  ansi  ni  vos 
tendreys  en  mucho  el  no  auer  os  yo  obedescido, 
ni  essa  señora  me  culpará  en  ansi  me  auer  en 
su  presencia  (como  absorto  y  oluídado  de  mí) 
desacatado  con  desenvoltura  en  el  hablar,  y  fir- 
meza en  el  llamar  me  por  suyo,  y  a  ella  por  mi 
señora,  aunque  ella  de  esto  sea  injuriada,  pues 
en  ello  soy  yo  el  bienauenturado  y  gozoso. 

Just. — A,  señora,  pues  no  oso  delante  deste 
cauallero  sino  llamar  te  mi  señora,  ni  yo  puedo 
suffrir  que  en  tu  presencia  tal  me  tracten,  ni 
delante  de  quien  ansi  me  deshaze  osaré  parar 
más,  por  esso  rae  da  licencia  e  yre  por  vnas 
horas  que  oyendo  missa  esta  mañana  se  rae 
quedaron  en  la  capilla,  porque  viene  gente  y  no 
me  las  tomen.  Y  vos,  cauallero,  mirad  que  aun 
no  os  doy  entera  soltura  para  que  sin  mi  licen- 
cia hableys  a  otnx  dama. 

Bel. — Anda,  maldita  seas,  chocarrera,  y  es- 
táte queda,  que  pensará  esse  cauallero  que  ha- 
blas de  veras. 

Flor. — Ni  yo  sé,  mi  señora,  con  más  de  sola 
vna  que  tiene  mi  corazón  tener  veras,  ni  con 
vos  puedo  tratar  debaxo  de  alguna  burla. 

Just. — Ay,  señora,  señora,  mezquina  yo,  qué 
toro  tan  lleno  de  garrochas  viene  de  hazia  el 
río!  Huye,  huye,  acojanionos  a  la  iglesia,  que 
yo  no  oso  parar  aqui  más. 

Bel. — Cauallero,  por  vuestra  fe  que  passeys 
vuestro  camino,  que  mi  compañera  se  me  ha 
ydo,  e  yo  me  voy  a  poner  en  saino,  aunque  las 
piernas  me  ha  cortado  el  temor  de  tan  feroz 
animal;  aun  que  viene  algo  lexos. 

/•7o/'.— Mí  señora,  el  toro  se  ha  passado  a 
nado  huyendo.  E  pues  los  otros  en  vuestra 
ausencia  han  muerto  por  vos,  este  morirá  en 
vuestra  presencia  por  el  que  los  dio  a  la  muerte, 
más  muerto  que  ellos,  por  vos. 

Bel. — Ay  sola  de  mí,  que  soy  muerta,  que 
hazia  acá  encamina! 

Flor.  —Más  solo  me  hallo  y  más  muerto  sin 
vos,  aunque  rae  sustenta  la  fuer9a  de  vuestra 
hermosura.  Pero  porque  vííus,  mi  señora,  qué 
fuerzas  son  las  tuyas,  que  ansí  temes  a  vn  bru- 
to animal,  y  a  raí  tienes  tan  sin  temor  tal  pa- 
rado, suplico  te  veas  cómo  las  fuerzas  del  tu  ven- 
cido quitarán  la  vida  al  que  ha  puesto  temor  a 
quien  sola  yo  tanto  tenio. 

Bel. — Ay,  por  vn  solo  Dios,  que  no  tomes 
debate  por  mí,  que  rae  puedo  acoger  a  seguro, 
tan  a  tu  peligro  con  quien  no  sabe  hazer  diffe- 
rencia  de  meresciraientos. 

Flor. — Hará  la,  aunque  no  quiera,  del  poder; 
y  sin  te  mudar,  me  perdona  antes  que  más 
llegue,  porque  se  viene  hazia  nosotros;  y  muy 
denodado. 


I 


224 


orígenes  de  la  no\^ela 


Pol. — Anda,  anda,  mi  señora,  que  agora  el 
temor  del  toro  te  puso  en  la  prisión  del  que  tú 
tienes  tan  muerto. 

Just. — Sin  falta  que  son  grandes  y  muy  a 
cada  passo  vuestras  muertes.  Pero  dexame, 
triste  yo,  que  ni  se'  que'  fue  de  mi  señora,  que 
pense  que  venia  tras  mí,  y  dexo  la  sola,  y  lo 
hize  mal,  y  tampoco  yo  me  recataba  de  ti. 

Pol. — Anda,  mi  vida,  acojamonos  a  la  igle- 
sia, que  ella  allá  tiene  quien  le  va  más  que  jura- 
mento en  guardar  la. 

Ful. — Cata,  cata,  qué  fiero  toro!  y  por  las 
reliquias  de  sant  Saluador  de  Oviedo,  que  es 
Floriano  con  él.  O,  hi  de  puta,  pues  qué  anima- 
lejo!  que  no  hay  cosa  de  que  yo  más  tema  en  esta 
vida,  después  de  temer  a  las  superiores  potesta- 
des. Pero  pongo  me  a  cauallo  por  sí  o  por  no, 
que  este  quatrupeo  me  pondrá  tierra  en  medio. 
Pero  o,  hi  de  puta  el  diablo,  qué  soltura  y  des- 
treza y  coraron  y  fuerza  de  hombre  que  ansí  le 
esperó,  y  de  solo  un  golpe  le  ha  desjarretado. 
Pero  tal  mirador  tiene!  muerto  le  deue  de  que- 
dar, que  ya  se  torna  limpiando  la  espada.  Ago- 
ra que  sé  que  el  toro  no  vendrá  por  acá,  me 
torno  a  mi  officio  la  barba  sobre  el  hombro  y 
los  pies  en  primera. 

Bel.  —  O,  qué  hazaña  y  soltura  de  cauallero! 
o,  cómo  no  sé  por  qué  vias  soy  violentada  más 
y  más  de  cada  momento  a  le  amar!  Y  pues  él 
se  torna  para  acá,  y  no  excuso  rendir  le  -gracias 
por  lo  hecho,  y  tengo  buena  occasion  para  le 
hablar,  quiero  intentar  de  saber  sus  desseos, 
que  tanto  en  todo  y  por  todo  publica  ser  en  mi 
seruicio.  O,  bendito  el  8eñor  que  te  libró!  En 
merced  tengo,  señor,  lo  hecho,  por  la  parte  del 
temor  que  me  quitaste,  y  pena  que  tenia  de  te 
ver  yr  a  tRnto  peligro. 

Flor. — Nunca  pensé  merescer,  mi  señora, 
tanta  piedad  de  vos,  ni  verme  tan  viuo  delante 
de  quien  me  mata. 

Bel. — Y  quién  es  la  persona  que  ansi  se  ha 
con  vos? 

Flor. — Ay,  ángel  mió!  que  si  tal  merced  de 
ti  me  atreuiera  a  pensar  de  alcanzar  como  es  el 
hablarme,  tuuiera  pensado  el  cómo  responder  a 
tu  pregunta. 

Bel. — No  tengas  en  tanto  la  habla,  que  a 
nadie  aborresciendo  la  niego. 

Flor. — Por  merced  grande  tengo  el  hablar 
me;  pero  por  principio  de  mi  aliuio  tengo  el 
sab(  r  que  a  nadie  desamas,  porque  ansi  pienso 
que  no  ha  sido  tu  intención  en  lo  passado  que 
yo  muriesse,  pues  tu  clemencia  a  todos  querria 
dar  vida.  De  donde  pienso  que  si  fueras  antes 
sabidora  de  mi  pena,  y  supieras  el  ser  por  ti,  y 
conocieras  el  ser  tú  la  causa,  que  si  no  por  yo 
lo  merescer,  a  lo  menos  me  vuieras  acorrido 
por  tu  benignidad,  sentiendo  pesar  de  la  pena 
de  mi  atreuimiento.  l*orque  a  yo  más  acabar 


de  morir,  mi  tormento  atreuido  fuera  pregone- 
ro de  mi  culpa  e  tu  innocencia. 

Bel. — Pues  tan  al  descubierto  me  dizes  que 
yo  te  doy  pena,  querria  saber  tu  nombre,  para 
conosciendo  te  conoscer  si  tú  tienes  la  culpa  de 
la  pena  que  dizes  que  tienes. 

Flor. — La  pena  que  yo  he  padescido,  con- 
fiesso  que  ha  sido  merescida,  por  el  atreui- 
miento deste  tu  Floriano;  pero  pues  tu  hermo- 
sura dio  alas  a  mi  atreuimiento  en  te  yo  amar, 
suplico  te,  como  por  cartas  te  pedi,  que  en  el 
gualardonar  mis  tormentos,  no  teniendo  respec- 
to a  mi  culpa,  la  tengas  (')  a  tu  misericordiosa 
compassion,  y  con  ésta  detengas  las  fuer9as  de 
tu  justicia  no  executando  tu  riguroso  castigo. 
Y  si  quieres  castigar  me  más  y  más,  si  mayor 
castigo  puede  auer  en  las  cárceles  de  amor, 
propon  de  me  dar  en  el  suffrimiento  mió  mayo- 
res fuer9as  tuyas  para  que,  en  mí  tu  indigna- 
ción executando,  seas  más  vengada,  si  tu  mer- 
ced en  me  atormentar  es  seruida,  e  tu  benigna 
misericordia  no  injuriada. 

Bel. — Antes  de  agora  vuiera  yo  de  conoscer, 
Floriano,  quién  fuesses,  cuyo  nombre  tus  atre- 
uidas  cartas  me  auian  dicho.  Pero  mira,  Flo- 
riano, que  si  tú  como  hombre  buscas  tu  desati- 
nado descanso,  yo  como  donzella  mamparo  mi 
delicada  honra.  Y  si  tú  buscas  la  consecución 
de  tu  infectionada  voluntad,  yo  defiendo  mi  li- 
bertad. E  si  tú  quieres  guiar  tras  tus  veneno- 
sos y  no  limpios  desseos,  con  tu  amor  desama- 
dor de  mi  honestidad,  yo  tengo  de  cerrar  la 
pueita  a  toda  habla  que  ni  a  mi  ánimo  trayga 
limpieza  ni  a  mi  spiritu  reposada  castidad.  Por 
tanto  como  a  hermano  en  tal  amor  te  ruego 
me  ames,  si  me  amas,  y  me  quieras  bien  para 
mi  bien,  y  no  de  suerte  que  queriendo  me,  quie- 
ras mal  para  ti  y  peor  para  mí.  E  con  hazer  tú 
esto,  podras  ganar  en  mí  vu  amor  que  a  bien- 
queriente de  mi  honra  te  tendré.  De  otra  guisa, 
desamarte  he  como  a  enemigo  de  virtud,  y  per- 
seguidor de  mi  honra,  y  menoscabador  de  mi  lim- 
pieza, y  matador  de  mi  innocencia  en  mala  incli- 
nación, y  derramador  de  mi  fama,  y  destruydor 
de  mi  reposo,  y  asolador  de  la  casa  de  mi  pa- 
dre, y  ensuziador  de  mi  alta  sangre.  E  si  te 
han  mentido  de  mí  otra  cosa,  desapega  la  de  tu 
imaginación.  E  si  te  han  dicho  que  me  pesa 
de  tu  mal,  si  tú  lo  entiendes  como  yo  quiero  y 
pretendo  que  lo  entiendas,  sey  cierta  que  tú 
me  tendrás  que  agradescer,  e  yo  occasion  con 
que  más  y  más  te  mostrar  por  las  obras  el  lim- 
pio amor  de  mi  voluntad  senzilla.  Y  si  eres 
hombre,  yo  muger,  y  entramos  hechos  para 
Dios  y  formados  a  su  imagen,  y  criados  para 
gozalle,  y  obligados  a  amarle,  y  en  él  a  nos-  . 
otros,  y  a  nosotros  por  él  y  para  él.  Y  si  hol- 

(')  Asi  el  original,  quizás  sea  errata;  por  lo  tenga». 


lA: 


COMEDIA  LLAMADA  FLORíNEA 


22ó 


gué  de  verte,  fue  por  desengañarte.  Y  en  esto 
(concluyendo  mi  plática)  verás  qaán  en  limpio 
amor  te  amo,  que  tu  bien  vees  me  he  esforcado 
a  forjarme  a  te  hablar  sola  sin  te  aner  aun  co- 
noscido.  E  pues  te  consta  mi  voluntad,  si  te 
guiares  por  ella,  procuraré  tu  salud,  holgaré  de 
tu  bien,  buscaré  tu  descanso,  acceptaré  tu  con- 
uersacion,  oyre  tus  mensajes,  responderé  a  tus 
castas  peticiones.  Pero  de  otra  manera,  abo- 
rrescere  tus  costumbres,  huyre  tu  persona,  blas- 
phemaré  tu  nombre,  euitaré  tus  hablas,  quitare 
tus  visitas,  perseguiré  tus  fuergas  por  assegu- 
rar  mi  flaqueza,  y  desamaré  y  cluidar  me  he  de 
tu  salud  exterior,  por  no  perder  la  mia  interior. 

Flor, — No  menos  sabia  te  has  mostrado,  mi 
señora,  en  el  hablar,  que  honesta  en  el  rehuyr 
me,  y  hermosa  en  el  mal  herir  me,  y  poderosa 
en  el  matar  me,  y  señora  en  el  mandar  me,  y  pa- 
ciente en  el  oyr  me,  y  sagaz  en  el  despedir  me. 
Yo  me  doy  por  pago  de  lo  que  padezco  con  el 
dezir  que  me  aniays,  aunque  no  es  el  amor  que 
yo  pido,  pues  es  más  del  que  yo  os  merezco.  Pero 
todavía  te  suplico  que,  pues  ausente,  como  a 
próximo  necessitado,  me  mandastes  este  tu  ani- 
llo, cuya  virtud  por  solo  ser  tuyo  me  reuocó 
de  las  puertas  de  la  muerte,  que  agora  que  me 
has  visto  presente  no  permittas  que  mi  gran  fue- 
go de  pena  me  consuma,  siquiera  porque  se  vea, 
mi  señora,  que,  como  pudiste  herir  me  y  matar 
me,  puedes  también  sanar  me  y  dar  me  vida;  y 
(le  oy  más  sustenta  mi  vida  para  que  en  mí  exe- 
cutes  tu  saña  con  el  castigo,  si  otra  cosa  no  te 
merezco.  Y  esto  siquiera  porque,  pues  yo  me 
publico  por  tuyo,  vean  los  que  no  lo  son  quán 
bien  sabes  tractar  a  los  tuyos,  para  que  todos 
lo  cobdicien  ser,  aunque  yo  solo  lo  querría  tener 
por  mió,  porque  solo  me  tuuiesses  por  tuyo. 

Bel. — Ya  te  di  seguro  del  amor  que  te  tengo 
y  tendré,  mientras  tu  mal  gouierno  no  lo  per- 
iliere  de  mí.  Y  con  esto  te  ve  con  Dins,  que 
sale  Justina  y  vendrá  mi  gente,  y  no  quiero 
sospecha  donde  yo  no  tengo  occasion,  ni  la  quie- 
ro en  ti. 

Flor. — Sin  más  altercar  a  tu  mandado,  quie- 
ro hazer  vuestra  voluntad  en  me  yr  bien  con- 
tra mia.  pues  jamás  saldrá  de  tu  seruicio:  cu- 
yas manos  besando,  me  despido  de  tu  presen- 
cia, encomendando  se  te  en  ausencia  este  tu  Flo- 
I  iano,  que  agora  que  me  encomendé  a  ti,  me 
voy  al  templo  a  encomendar  a  Dios  el  alma,  y  a 
ti.  a  quien  encomiendo  mi  coraron. 

Just. — Anda  ya,  señor,  que  estas  no  son  co- 
>as  para  tractar  en  este  lugar.  Baste,  que  en  el 
;;irdin,  y  a  la  hora  que  te  aplaze,  hablaremos  lo 
que  queda.  Y  mira  que  viene  tu  amo  acá;  yo 
quiero  dexarle  entrar,  e  yrme  sin  que  me  vea 
para  mi  señora. 

Pol. — Pues  con  esperanza  de  la  yda  me  voy 
a  la  puerta  de  la  iglesia,  do  él  mandó  esperar  le. 

ORÍGENES    DE    LA    NOVELA. — 111. — 15 


Bel. — Anda  ya,  Justina,  maldita  seas,  y 
cómo  me  dexaste  sola? 

Just.  —  M'x  señora,  fue  tanto  el  temor  que 
cobré  al  toro,  que  con  pensar  también  huyeras 
conmigo  me  acogi;  pero  y  el  ton/.' 

Bel. — Anda,  vamonos  a  la  ribera  con  las  mu- 
geres  y  dame  la  mano,  porque  tractemos  de  yr- 
nos  para  casa. 

Just. — Pues  si  mandas,  daca,  y  vamos;  pero 
ay,  que  está  alli  el  t<iro. 

Bel. — No  le  ayas  temor,  que  aquel  cauallero 
le  mató,  y  aun  muy  desembueltamente. 

Just. — Pues  vamonos  por  par  de  él  y  vere- 
mos le. 

Flor.  — Dy,  Polytes,  vino  gente  alguna  mien- 
tras alli  estuue? 

Pol. — Señor,  no. 

Flor. — Y  qué  hora  será? 

Pol.  —  Señor,  seria  poco  más  de  la  vna  quan- 
do  llegamos,  y  los  monges  lian  dicho  sus  víspe- 
ras ya,  y  aun  ha  dado  las  quatro  el  relox. 

./•7o?-. —  Pues  no  me  paresce  que  ha  media 
hora  que  llegamos.  Di  a  esse  moco  que  me 
trayga  el  caualln. 

Pol. — Señor,  ya  viene  con  él,  que  siempre 
ha  estado  alli  cerca  Fulminato. 

Ful. — Boto  a  la  sancta  Litanía  que  se  aco- 
gieron las  damas;  y  helo  sale  muy  denoto  Flo- 
riano;  alia  voy  con  el  cheuao  (s/c). 

Pol. — Por  Dios,  que  barrieron  presto  las  se- 
ñoras, y  Floriano  no  sé  qué  ha  negociado,  que 
va  mustio,  y  aun  él  que  tuuo  harto  tiempo,  si 
fue  para  ello.  Aunque  quÍ9a  que  hizo  algo,  no 
le  quiero  condenar  para  poco,  pues  yo  fuy  para 
harto  menos,  aunque  a  la  verdad  la  reucrcncia 
del  sancto  lugar  me  ató  las  manos  donde  an- 
daua  bien  suelta  la  voluntad. 

Ful. — Cómo  va  hecho  mudo  nuestramo;  di, 
hermano  Polytes? 

Pol.—  Y  con  quién  ha  de  yr  hablando,  pues 
con  nosotros  la  disparidad  de  las  personas  lo 
estoma? 

Ful, — O,  pesar  de  la  Berbería !  y  cómo,  no  s»  ly 
yo  hombre  que  por  mi  persona  puedo  hablar  con 
el  rey?  Cata  que  la  sangre  todos  la  tenemos 
bermeja;  pues  la  casta?  de  Adam  baxamot  to- 
dos, que  no  está  en  más  la  disparidad  que  lla- 
mas sino  en  el  tener.  Sí  que  el  yr  a  cauallo,  y 
llenar  ropa  de  seda,  y  cadena  de  oro,  no  nascio 
con  el  hombre:  y  como  lo  tiene  aquél,  lo  pedia 
tenei  yo.  Pues  si  jtor  hazañas  se  gana  la  casta 
y  valor,  ya  puede  Fulminato  tener  más  blaso- 
nes que  cabrán  en  vn  paramento.  Pero  al  fin, 
como  no  me  conosce  ni  estima  el  rey  y  el  mun- 
do, ansi  me  yre  a  pie. 

Fel. — A,  hermanos,  qué  hapassado  por  allá? 
que  yo  dormido  he  vn  rato  atendiendo,  y  aun 
por  poco  que  fuera,  como  los  más  lo  hizieron 
desque  hartos  de  aguardar. 


226 

Ful, — A  la  fe,  si  tú  y  ellos  estuuierades  en 
vela  como  Fulminato,  guardando  el  cuerpo  a 
Floriaiio,  no  os  euliadara  la  ociosidad  con  el 
cuydado  de  las  armas  y  el  peligro  de  la  vida; 
pero  al  fin  todo  es  dicha  este  mundo. 

Fel. — Alguna  razón  tienes;  pero  por  tanto 
eres  de  a  par  del  asa.  Aunque  si  mal  vuiera  de 
hauer,  nosotros  estañamos  los  primeros  en  el 
passo  por  donde  auia  de  venir. 

Ful. — Essa  disputa  más  tiempo  pedia  para 
dezirse;  pero  ya  estamos  en  casa,  y  entendamos 
en  apear  a  nuestramo. 

Flor. — Oyes  lo.  Fulminato?  de  aquí  a  vn 
rato  sube  a  mi  cámara. 

Fel  — Cata,  Fulminato,  como  yo  acerté'  en 
que  eras  de  a  par  de  el  asa;  pues  alto,  cada  vno 
entienda  en  lo  que  deue. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XIX 


Lydoi'io  pregunta  a  Fulminato  lo  que  pas«ó  en  Prado.  Flonaiio 
liaze  gran  lamentación  de  su  pena  y  quiere  embiar  a  Fulmi- 
nato a  su  señora,  el  qual  escusandose  le  manda  llamar  a 
Marcelia. 


Lydorio,  Fulminato,  Floriano. 

[L¡^d.] — Dime,  Fulminato,  qué  nueuas  tene- 
mos? cómo  ha  venido  tan  mustio  Floriano?  qué 
successo  vuo  la  yda? 

Ful. —  No  sé  por  Dios;  porque  quando  solo 
me  vi,  y  alia  vi  la  dama... 

Li/d. — Qué  dama? 

Ful. — La  que  nos  trae  dansantes  sin  son:  y 
digo  que  quando  conosci  la  cosa  como  yua,  se 
me  alegró  el  ojo,  y  juro  por  las  bendiciones  de 
la  letanía  que  ya  me  bullia  la  espada  en  la  vayna, 
y  al  cabo  mi  gozo  en  el  pozo,  porque  no  vuo 
persona  de  resistencia. 

Li/d. — Y  Fioriano  habló  ya  con  la  dama? 

Ful. — Y  cómo  ansi;  que  bien  dizen  que  a 
los  bonos  se  aparesce  la  virgen  Maria. 

L^d. — Calla  en  mal  punto;  no  desmandes  la 
lengua  contra  quien  te  mantiene. 

Ful.  —Digo  lo  porque  da  Dios  hauas  a  quien 
no  tiene  quixadas.  Porque  si  en  mi  poder  la 
viera,  en  la  nieytad  del  tiempo  que  él  gastó  con 
ella  en  circunloquios,  la  tuuiera  yo  encinta; 
porque  al  fin  yo  juro  por  ella  que  le  querrá  más 
buen  obrad(;r  que  buen  parlador:  porque  dizen 
que  gato  miador  nunca  buen  murador. 

Li/d.  —  M'n&  qut!  todas  las  cosas  quieren  sa- 
zón y  tiempo. 

d'^ul. — \  aun  ansi  es,  que  quien  tiempo  tiene 
y  tiempo  atiende,  tiempo  viene  que  se  arrepien- 
te. Y  mejor  es  buscar  suelda  para  lo  hecho  que 
tiempo  para  lo  por  hazer,  porque  el  ser  mejor 
ea  en  las  cosas,  que  no  la  potencia. 

Li/d. — Dizes  bien  en  las  bien  guiadas. 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Ful. — A  la  fe,  todo  hombre  obra  por  el  fin. 
Y  el  fin  de  Floriano  es  venir  a  lo  que  yo  co- 
raenjara  por  la  obra,  porque  excusados  son  ro- 
deos donde  ay  llano  atajo. 

Lyd. — Nunca  verás  atajo  sin  trabajo. 

Ful.  -Ni  aun  rodeo  sin  desseo;  al  fin,  de  dos 
males,  mejor  es  el  yerro  en  el  hazer  que  no  el  ye- 
rro por  esperar.  En  especial  que,  según  la  tro- 
ba,  los  yerros  por  amores  son  dignos  de  per- 
donar. 

Lí/d.  —  Dexando  pues  esto,  yo  seguro  que 
deue  de  hauer  algún  aliuio,  pues  sobre  hauer 
precedido  esso,  te  manda  llamar  de  prisa.  Ve, 
pues,  a  ver  qué  te  quiere. 

Ful. — Voyme  a  armar;  que  él  no  me  querrá 
sino  que  le  vaya  por  la  dama  allá  sobre  noche. 

Li/d. — Lo  que  fuere  allá  lo  sabrás;  entra 
dentro. 

Ful.  —  Pues  porque  aya  tiempo  para  me 
apercebir,  voy. 

Flor.  —  O  captiuo  amante,  cómo  ahora  del 
todo  has  conoscido  tu  poco  valor,  pues  tan  des- 
pedido vienes  de  tu  señora,  y  tan  sin  confiar 
remedio  en  lo  que  esperauas!  O  mi  señora,  o 
mi  bien,  o,  qué  gracia  mostrauas  en  la  compos- 
tura de  tu  honesto  semblante!  o,  qué  señorío  en 
la  persona,  o,  qué  grauedad  y  majestad  en  el 
retraerme,  o,  qué  compendio  en  las  palabras  y 
qué  elegante  facundia  en  las  razones!  Ay  de 
mí,  que  el  tú  despedirme  me  lleva  más  para  ti, 
y  el  combidarme  a  la  guarda  de  tu  honestidad, 
con  tus  dulces  y  amigables  palabras,  me  pone 
mayor  desseo  de  te  ser  en  esto  enemigo.  Por- 
que o  tú  me  tienes  de  acabar  la  tan  penada 
vida,  o  has  de  perdonar  mis  tan  importunas 
querellas;  porque  mientras  más  virtudes  y  gra- 
cias veo  en  ti,  más  de  la  razón  soy  llenado,  y 
más  la  voluntad  me  combida  quererte,  y  ado- 
rarte, y  seguirte  como  a  objeto  final  de  mis  pre- 
sentes desseos.  Bien  puedo  morir  en  el  campo 
del  amor,  pero  no  dexaré,  mi  señora,  de  publi- 
car me  por  dichoso  tu  captiuo,  y  a  ti  declarar 
por  injuriada  en  ser  mi  señora,  y  ansi,  vida  mia, 
huelgo  que  me  acabes  de  matar,  porque  gane 
mi  victoria  el  triunpho  de  mi  pelea,  y  la  gloria  en 
acabar  la  vida  en  seruicio  de  quien  me  le  da. 
Y  ansi  yo  muriendo  haré  fin  a  mi  penar,  y  tú, 
mi  señora,  quedarás  libre  de  mi  captiuerio,  que 
en  tu  prisión  dulce  passo,  pues  ya  no  tendré  en 
qué  te  ser  molesto.  Pero  qué  digo?  qué  hablo? 
de  qué  me  querello?  de  quien  tanto  fauor  me 
ha  mostrado  en  querer  me  hablar?  Perdona  me, 
vida  mia,  que  gozoso  de  tu  vista  se  me  ha  des- 
mandado la  lengua  a  dezir  lo  que  no  le  dieron 
licencia,  ni  yo  ingrato  le  vuiera  de  dexar  pro- 
nunciar. 

Ful. —  O,  pesar  de  Mahoma  con  hombre  tan 
sin  acuerdo,  que  haze  de  passear,  y  sin  verme  a 
mí  presente  habla  con  la  otra,  por  auentura 


COMEDIA  LLAMADA  PLORINEA 


227 


bien  sin  memoria  de  el  que  está  ausente.  Ago- 
ra deue  hablar  con  ella  lo  que  ayer  llenaba  pen- 
sado y  no  osó  en  verso  delante  ella.  Quiero 
despertar  le  de  su  olnido,  si  no  aquí  me  estaré 
oy.  A,  señor,  mira  que  lia  rato  estoy  esperando 
tu  mandado. 

Flor. — O  Fulminato,  y  ay  estañas?  mira  quál 
deuo  estar  yo  que  aun  no  te  auia  visto;  pero 
qué  quieres? 

Ful. — Otra  vez  a  doze;  vengo  a  ver  para  qué 
me  llamaste. 

/•7o/-. — Ya  sé  que  te  llamo  para  ver  qué 
sientes  de  mi  mal  y  qué  esperas  de  mi  remedio. 

Ful. — De  lo  primero,  por  sentir  tanto,  qui- 
siera que  me  vuieras  dexado  libre,  y  ansi  su- 
piera responderte  a  tu  remedio. 

Flor. — Y  qué  licencia  quieres? 

J'\l. — Para  dexarme  hazer  a  mi  modo,  que 
allá  donde  estaña  ayer  contigo  te  tomara  la  se- 
ñora y  te  la  pusiera  a  ancas  del  cauallo.  Y  con 
poco  que  la  ayudaras  a  tenor,  ella  fuera  buena 
de  aplacar;  y  en  guardar  te  el  passo  (')dexaras- 
se  a  mí,  pues  estas  son  mis  missas. 

Flor.  — Y  tú  no  miras  que  en  esso  se  offen- 
dia  la  libertad  de  quien  a  mi  me  aprisiona? 

Ful. — Anda,  señor,  no  te  captiues  tanto, 
que  ella,  como  nmgor,  hecha  fue  para  el  hombre. 

/•7or.  —  En  las  otras  ansi  es,  pero  a  mi  seño- 
ra crióla  Dios  solo  para  sí,  y  a  mí  solo  para  ella; 
y  como  Dios,  sapientissimo  inclina  cada  cosa 
para  su  fin,  a  la  piedra  en  yr  a  lo  baxo,  y  el 
fuego  a  lo  alto,  y  la  tierra  para  ser  pisada,  y  el 
mar  para  habitación  del  pece,  y  el  mundo  para 
seruicio  del  hombre,  y  al  hombre  para  la  bien- 
aaenturan^a,  y  como  para  nn',  por  particular 
priuilegio,  como  por  tal  fin  en  lo  desta  vida  me 
depntó  Dios  a  mi  señora  por  objecto,  ansi  la  amo, 
ansi  la  busco  y  ansi  la  quiero,  como  cada  cosa 
busca  su  conseruacion. 

Ful. — Ni  a  mí  me  crió  l)ios  para  tantas  rhe- 
toricas,  ni  a  ti  para  menos  que  Dios;  y  ansi  me 
di  luego  lo  que  quieres  que  haga,  porque  tam- 
bién me  dio  Dios  por  natural  el  poco  hablar  y 
el  mucho  obrar;  y  si  mandas  concluyda  la  pro- 
aan9a,  sea  luego  la  sentencia  el  mandarme  que 
te  vaya  j)or  ella. 

F/or.— Esse  tan  libre  hablar  no  es  para  con- 
tra tal  poder  como  el  de  mi  señora;  pero  dexan- 
do  de  hablar  como  mi  pena  y  la  razón  lo  pide, 
y  hablando  según  tu  supuesto  requiere,  te  que- 
rria  me  supiesses  cómo  queda  mi  señora  con- 
migo. 

/■"«/.  — Bien  digo  yo  que  este  homi)re  agora 
habla  lo  que  lleuaua  pensado  entonces.  Dime,  y 
quién  mejor  que  tú  sabrá  esso,  pues  que  la  ha- 
blaste ayer? 

(')  AeI  el  original,  mas  parece  que  debiera  decir  y  el 
duardane  el  pasao. 


Flor. — Sí  que  no  luego  se  conoce  vn  cora90n 
humano. 

Ful.—  Pues  si  mandas  que  en  su  retraymicn- 
to  lo  sepa  de  ella,  dame  licencia. 

Flor.  — Fnes  antes  que  sea  más  tarde  la  no- 
che, ve  y  sabe  qué  tal  vino,  y  todo  lo  que  tú 
más  pudieres. 

/•'«/. —Bien  sé  yo  que  ella  quedó  desconten- 
ta, si  no  quedó  dueña,  si,  con  todo,  otro  no  auia 
ya  madrugado  antes;  porque  al  fin  damas:  el 
que  antes  llega  y  más  da,  la  Ueua. 

Flor. — Qué  dizes?  no  vayas  de  mala  gana. 

Ful. — Bien  me  has  conoscido  y  entendido; 
antes  dixe  que  me  hazes  merced  en  lo  manda- 
do, y  seria  cumplida  la. merced  en  darme  ya  lu- 
gar; porque  por  el  sancto  cerrojo  de  Burgos  que 
no  escuso  oy  de  darme  a  conoscer  con  los  de  su 
casa,  que  me  traen  ya  sobre  ojo:  e  yo  pica  vien- 
to por  tener  la  oportunidad  que  agora  para  que 
del  todo  me  conozcan  y  aun  ayunen. 

/'7or.— Pues  mira  que  esta  cosa  no  ha  de  yr 
por  via  de  fuer9a. 

Ful. — Pus  para  esso,  el  paje  Polytes  ha 
de  yr  allá  esta  noche  sobre  concierto  de  la  su 
donzella.  Pero  al  fin,  acudiendo  a  lo  que  haze  al 
caso,  voy  [a]  hallarte  a  Marcelia,  que  ya  sabes 
para  quáiito  es,  y  aunque  ya  ella  no  saldrá  do 
su  casa  por  agora,  pero  luego  por  la  mañana  te 
la  hago  venir  dando  de  manos. 

Flor. — Pues  ansi  lo  pon  por  obra,  y  ve  luego, 
llama  me  a  Polytes. 

Ful. — Alia  quedarás  diablo,  y  qué  pensado 
tenia  que  auia  de  yr  yo  donde  me  mandaua.  A 
la  fe,  anise  el  pelo,  que  a  mi  sainó  de  honra  y 
persona  y  ganancia,  y  aun  sin  off'ensa  de  Dios, 
seruirele  porque  me  lo  paga.  Y  en  lo  demás,  él 
con  su  locura  e  yo  con  mi  prouecho  y  vida.  Y 
pues  por  el  presente  me  libró  Dios  deste  mole- 
dor, será  bien  yr  a  dar  vn  ojeo  a  la  cal  nueua, 
porque  la  presencia  del  hombre  quita  a  la  mu- 
ger  de  muchas  occasiones  de  deslealtad.  Pues 
dizen  que  al  molino  y  a  la  muger,  andar  sobre 
él.  Y  después  desto,  tractaré  con  Marcelia  des- 
tas  cosas  de  Floriano,  y  si  ella  queriendo  enten- 
der en  ello  piensa  sacar  algún  fructo,  yo  le  daré 
soga  de  libertad;  pero  de  lo  que  sacare,  a  me- 
dias, y  aun  mi  parte  la  primera,  que,  si  yo  pue- 
do, con  las  manos  de  aquella  boua  sacaré  yo 
agua  con  que  me  yo  refresque.  Que  pues  ya  la 
cosa  se  va  vrdiendo,  yo  haré  que  por  mal  reca- 
tado no  rae  alcance  algún  torbellino.  Y  en  lo 
de  mas,  pues  me  tengo  buen  arrimo  en  Marce- 
lia, y  aun  no  tan  viejo  que  no  me  sustente  este 
año  todo,  para  el  otro,  si  vinos  somos  y  acá  es- 
tamos. Dios  proneera  de  algún  fresco.  Y  en 
tanto,  pues  ella  me  guarda  lealtad  (que  tan  poco 
le  cale  menos)  pues  bien  ha  de  madrugar  quien 
a  mí  engañe,  porque  dizen  que  no  hurtes  hoga- 
9a  a  quien  cueze  y  amasa ,  quiero  llenarla  a  so- 


228 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


bre  peyue,  porque  dizen  que  el  que  mucho  ex- 
prime saca  la  sangre.  Y  ansí  yo  tanto  la  podre 
acossar,  que  me  pierda  el  ten)or  al  castigo,  y  la 
verguen(ja  al  offender  me, y  entonces  perderse  ya 
rozin  y  manganas;  porque  quien  todo  lo  quiere, 
todo  lo  pierde.  Quiero  ver,  pues,  si  i\'lisino  que- 
rrá encaminar  para  allá,  porque  ni  lo  quiero 
aguardar  para  más  noche,  ni  aun  sé  bien  si  Fe- 
lisino  perdió  bien  el  enojo  de  estotro  dia,  que 
aun  no  me  mira  catholicaniente;  que  paz  que- 
rría con  todos,  y  más  con  las  tauerneras.  Y  con 
todos  querria  a  mi  saino  mi  ganancia,  que  tam- 
bién Pinel  aun  anda  algo  de  costana,  porque 
alli  los  vi  estar  hablando  a  solas  los  dos,  y  ten- 
go por  ruin  señal  que  en  vernic  se  traspusieron. 
Voy  los  buscar  para  ver  en  que  ley  vinimos. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XX 


Uelisca  descubre  á  Justina  sus  bastan  y  mal,  y  entramas  plati- 
can (le  dónde  proceda  el  amor  en  el  hombre.  Justina  descu- 
bre a  su  señora  el  concierto  que  entre  ella  v  Polytes  auia, 
de  hablarse  essa  noche.  Y  conciertan  de  que  le  hable  Belisea 
al  paje,  porque  sepa  de  Floriatio. 


Belisea,  Justina. 

[i?e/.]  —  O  douzella  triste  y  la  más  sin  ventu- 
ra de  las  mugeres!  Ay  de  mí,  que  no  sé  en  qué 
han  de  parar  estas  mis  vascas:  que  si  quiero 
dar  alguna  razón  de  mi  mal,  no  la  conozco,  ni 
la  alcan9o;  si  propongo  dissimularlo,  no  es  pos- 
sible.  Mi  recogimiento,  mi  honestidad,  mi  lim- 
pieza me  hazen  no  saber  cómo  pueda,  ni  ose, 
ni  sepa  hablar  la  lengua  lo  que  el  afligido  cora- 
ron le  manda.  Pues  la  razón  acompañada  de 
mis  antiguas  virtudes  me  da  sofrenadas  para 
que  lo  que  la  concupiscencia  platica  y  i'epresen- 
ta  a  mi  memoria,  mi  limpia  voluntad  lo  despi- 
da, y  mi  castidad  lo  destierre,  y  mi  honestidad 
lo  huya,  pero  ay  de  mí,  que  con  la  memoria 
de  aquel  cauallero  me  siento  muy  acouardada  y 
perezosa  y  soñolienta  a  la  virtud.  Ya  mis  des- 
seos dan  lugar  a.  mi  entendimiento  para  que  se 
esté  cenando  en  su  contemplación,  mis  ojos  llo- 
ran por  verle,  y  todos  mis  sentidos  exteriores 
pierden  su  officio  para  no  estoruar  a  las  poten- 
cias interiores  que  se  harten,  y  cenen,  y  susten- 
ten en  aquella  meditación  que  la  voluntad  toma 
por  final  descanso.  Y'  esta  meditación  y  esta 
glnria  no  me  prouiene  sino  de  parte  de  aquel 
cauallero:  que  mi  voluntad  ansi  le  ama,  que 
manda  a  mi  memoria  no  partir  de  sí,  aunque 
mi  h(/ncstidad  algo  resista;  pero  no  como  de 
primero,  porque  ya  se  halla  muy  debilitada  de 
sus  primeras  ruernas.  Pero  grande  es  mi  mal, 
pues  ansi  me  siento  aft'ectionar  a  lo  contrario  a 
mi  honestidad  y  honra,  y  pues  ya  la  razón  en 
mí  predomina,  quiero  obedes  er  y  seguir  tras  la 


sensualidad,  y  ansi  sanaré  lo  acessorio,  que  es 
el  cuerpo,  con  la  muerte  de  lo  essencial,  que  es 
el  alma.  Determino  me  de  uo  lleuar  tanto  mal 
a  solas;  pero  descubrirme  a  Justina,  para  que 
como  cuerda  me  encubra,  y  como  fiel  y  libre  de 
tal  rauia  me  busque  algún  remedio,  o  a  lo  me- 
nos aliuiarme  en  algo,  pues  el  mal  conmunica- 
do  con  el  amigo  se  disminuye,  y  el  bien  y  ale- 
gría cresce. 

Just. — Grande  es  el  mal  de  Belisea,  pues  ya 
discae  la  guarda  de  su  honestidad;  y  pues  ella 
(como  he  oydo)  quiere  comunicar  me  sus  cosas, 
quiero  le  salir  al  camino,  porque,  yo  preguntan- 
do a  ella,  tenga  occasion  de  me  lo  dezir  con  me- 
nos empacho.  A,  señora,  qué  hazes  a  solas?  por 
tu  vida  que  te  pongas  a  esta  rexa  deste  jardín, 
y  oyras  el  armonía  de  las  aues  con  el  frescorci- 
to  de  la  noche.  Y  mira  que  andas  muy  descaída 
y  te  haze  daño  toda  soledad  y  tristeza,  porque 
dizen  que  el  espíritu  triste  seca  los  huesos,  y  el 
ánimo  jocundo  haze  la  edad  florida. 

Bel. — Ni  yo  puedo  tener  atención  a  la  armo- 
nía de  las  auezillas,  por  tener  yo  como  absortos 
y  muy  occupados  los  sentidos  en  la  contempla- 
ción del  suaue  sonido  que  hazen  mis  pensamien- 
tos en  la  cosa  que  más  me  deleyta.  Y  también 
no  pienso  que  ay  mal  que  mal  me  haga,  pues 
tengo  vn  mal  que  con  le  tener  por  gran  bien,  me 
tracta  de  muertí*. 

Just. — Veo  te  tan  agena  de  ti,  que  no  sé  qué 
te  diga,  mi  señora. 

Bel. — Ay,  Justina,  qué  gran  llaue  de  mi  mal 
tocaste,  que  es  no  estar  yo  en  mí.  Y  pues  te 
tengo  por  secretaria  de  mis  congoxas,  las  qua- 
les  dan  exterior  muestra  y  muy  clara  de  no  ser 
yo  la  que  gouíerno  en  mí  mesma,  excusado  será 
callar  lo  que  querria  saber  dezir  te. 

Just. — Esso,  pues,  si  mandas  me  aclara  cómo 
sea  ansi  que  no  te  gouiernes  tú  a  ti  mesma,  aun- 
que bien  sé  que  Dios  es  general  causa  y  con- 
curso de  todo  acto  de  vida;  y  ansí  él  es  el  que 
en  nosotros  nos  gouierna.  Pero  junto  con  esto 
proueyó  al  hombre  (sobre  todo  otro  animal)  de 
vna  razón  discursiua,  que  al  hombre  gouiernel 
como  un  ayo,  guiandole  a  la  conseruacion  del  I 
natural  ser  y  vida,  y  junto  con  esto  para  enca- 
minalle  en  el  camino  de  la  inn)ortalidad  de  glo-j 
ría.  Y  a  este  amor  y  para  este  gozo  inclina  DiosJ 
al  hombre  como  para  el  fin  porque  fue  criado. 
Y  ansí  la  concupiscible  voluntad  o  potencia  re- 
gulada por  la  razón  inclina  y  guia  y  lleua  al 
hombre  para  Dios  por  vna  manera  de  fuer9a  de 
amor. 

Bel. — Pues  bien  sabes  tú  que  vna  de  lae 
obras  de  essa  virtud  que  tú  llamaste  concupÍ8| 
cible,  que  al  hombre  inclina  a  buscar  descanso] 
es  el  desseo.  Y  desseo  no  es  otra  cosa  saluo  vr 
querer  el  hombre  lo  que  no  tiene.  ' 

Just. — Oydo  he  que  esta  virtud  concupiseí. 


I 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


229 


ble  tiene  obras  en  tres  maneras,  que  son:  desseo, 
gozo  y  amor.  Y  el  desseo,  en  quanto  obra  désta 
virtud,  encamina  el  bien  con  voluntad  de  delec- 
tación. 

Bel. — Tú  me  vendrás  a  lo  que  yo  digo;  por 
manera,  que  el  desseo  ha  de  ser  de  delectación. 
y  de  cosa  que  la  persona  que  dessea  no  tenga.  Y 
porque  yo  querría  lo  vno,  y  lo  otro  me  falta,  de 
aqui  es  que  por  buscar  el  tal  bien  con  delecta- 
ción o  gozo,  amo  el  nluidarme  de  mi,  por  acor- 
darme de... 

Just. —  Dilo,  dilo,  mi  señora,  que  yo  también 
soy  muger. 

Bel. — Ay,  Justina,  que  ya  bien  veo  que  ha  de 
poder  más  en  mí  la  necessidad  que  la  honesti- 
dad. Y  pues  son  escusados  contigo  rodeos,  sino 
que  sepas  que  ha  querido  mi  ventura  que  desseo 
ya  oyr  nombrar  el  nombre  del  que  tú  me  tra- 
yendo algunas  vezesa  la  memoria,  fuiste  retray- 
da  de  mí,  como  perseguidora  de  mi  libertad,  la 
qual  yo  he  perdido. 

Just. — Cuyo  nombre,  mi  señora?  el  de  aquel 
buen  cauallero  Floriano?  Ay,  Jesús,  y  cómo 
desmayas  ansi? 

Bel. — Porque  enflaquescen  ya  las  virtuosas 
fuerzas  de  mis  castos  y  limpios  desseos  y  firmes 
propósitos,  y  leuantan  su  estandarte  en  mi  ho- 
menaje muy  victoriosos  mis  enemigos  raahjs 
desseos  con  la  memoria  de  ese  cauallero.  Al  qnal 
por  vna  violenta  fuerza  que  me  haze  la  virtud 
concupiscible  (deque  me  hablaste)  soy  forcible- 
mente,  queriéndolo  yo,  llenada  y  compellida  a  le 
dessear  y  amar,  y  no  sé  cómo,  ni  de  dónde,  ni 
en  que',  ni  por  qué,  ni  para  qué. 

Just. — A  la  fe,  esse  tal  concupiscible  apetito 
no  le  baptizes  ansi,  que  no  se  llama  desseo,  por- 
que el  desseo,  en  quanto  es  obra  desta  virtud, 
si  es  guiada  por  la  imperante  razón,  llámase 
como  tú  le  llamas  desseo.  El  qual  f)rdinariamen- 
te  se  toma  por  cosa  buena  y  de  virtud.  Pero 
quando  al  tal  apetito  le  faltan  estas  tales  condi- 
ciones, no  se  llama  desseo,  ni  lo  es. 

Bel. — Pues  yo  nunca  le  supe  en  mí  otro 
nombre. 

Just.  —  Pues  mira,  señora,  que  te  auiso  que 

quiero  que  sepas,  o  ya  que  lo  sabes  (hal)lando 

más  claro),  que  al  tal  lo  llames  de  oy  más  amor, 

I    o  porque  lurjor  en  ti  le  conozcas,  y  conoscien- 

j    dele  le  aciertes  el  nombre,  porque  trae  en  ti  des- 

I    ordenación   de  la  voluntad  y  va   perdiendo  el 

I    amor  de  la  virtud,  también  tú  en  ti  le  quita  el 

j    tal  nombre,  y  llama  le  amores.  Y  perdona  me  que 

voy  poniendo  la  habla  en  singular  en  ti,  que  no 

'    lo  digo  sino  para  declarar  mi  intento,  y  no  para 

¡    injuriarte  ni  darte  pena. 

j        Bel. — Anda,  que  ni  me  das  pena,  ni  aun  sien- 
i    to  injuria;  porque  no  sé  por  qué  llamas  a  un  acto 
solo  de  amar  nombre  de  muchos,  que  es  amo- 
res; que  aunque  me  paresce  que  aciertas  a  lo 


que  yo  siento,  pero  no  me  declaras  lo  que  yo 
entiendo. 

Just. — Puesto  que  no  lo  podré  mejor  que  tú 
dezir  como  más  sabia  ni  experimentada,  pero 
por  hazer  lo  que  me  mandas  diré  lo  que  supie- 
re, como  más  libre  y  dest^nbaracada  de  tal  do- 
lencia. 

Bel. — Y  qué  dolencia  es  ésta? 

Just. — Diz  que  el  desorden  que  acarre;i  la 
declara  ser  vna  euff^rniedad  spiritual,  propia- 
nn-nte  mal  de  la  voluntiid,  y  esta  pon9oña  ciega 
endere9a  sus  venenosos  rayos  contra  los  ojos 
del  alma,  que  son  el  entendimiento.  Y  ansi 
diz  que  pintan  sin  vista  el  amor,  porque  vno 
de  sus  effectos  y  daños  que  haze  en  el  paciente 
o  herido  es  ceguedad  de  entendimiento. 

Bel. — Mucho  me  huelgo  en  te  oyr  hablar  tan 
delicadamente;  pero  querría  me  declarasses  más 
qué  cosa  es  esse  amor. 

r/ysí.  — Señora,  si  lo  dicho  no  basta,  la  ex- 
perencia  (según  voy  viendo)  te  sacará  maestra 
en  lo  de  más.  Porque  ni  para  entender  tu  mal 
he  menester  maestros,  ni  consiento  que  más  te 
hagas  fuer9a  a  ti  mesma  en  me  desculirir  tus 
penas;  porque  sepas  que  estoy  muy  al  cabo  de 
lo  que  es,  y  también  presumo  lo  que  ha  de  ser. 
Y  ansi  te  prometo  buscar  aliuio  a  tu  mal  y 
alegría  a  tu  tristeza,  y  después  tomarás  tú  el 
remedio  que  tu  enfermedad  pidiere  y  a  ti  pares- 
eiere  mejor. 

Bel.  —  GrsíW  consuelo  es  esse:  pero  cómo  lo 
cumplirás? 

Just. — Embia,  señora,  a  llamar  la  que  tramó 
la  tela,  que  essa  mesma  la  texerá. 

Bel. — Por  tu  fe  que,  pues  no  soy  ya  la  que 
solia,  y  tú  dizes  que  mi  mal  cegó  el  entendi- 
miento, que  uo  me  hables  por  figuras  lo  que 
quisieres  aue  te  entienda. 

.Tust. — Digo  que  mandes  por  Mareelia,  que 
podra  hazer  mucho  a  tu  caso.  Ya  bien  me  en- 
tenderás, y  entiendes  que  te  entiendo. 

Bel. — Ay,  mezquina  yo,  que  ni  me  deues  de- 
zir lástimas,  ni  querria  me  diesses  pena  sobre 
pena.  Y  si  quieres  dar  me  la  con  que  más  me 
aliuies,  dame  la  muerte.  O  si  quieras  granjear 
me  la  vida,  trae  me  á  Mareelia,  y  muy  en  secre- 
to y  muy  en  breue,  porque  no  espero  llegar  a  la 
luz  de  mañana. 

Just — Pues  tanto  te  congoxas  por  lo  que 
luego  no  será  possible  hazer  se.  te  quiero,  pi>r 
aliuio  desta  noche,  descubriendo  mis  secretos, 
fiarme  de  ti,  aunque  como  señora  mia  me  de- 
urias  castigar  mis  defectos.  Y  sabrás  como 
a  gran  importunidad  de  aquel  paje  de  Floriano, 
del  qual  como  su  muy  allegado  él  se  fia,  le 
mandé  rae  viniesse  hablar  esta  noche  por  vna 
destas  rexas,  y  ha  de  ser  de  media  noche  arriba, 
quando  el  sueño  asegura  las  partas;  entoiices 
le  podras  hablar  sin  que  te  conozca,  y  saber  dél 


230 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


lo  que  quisieres,  pues  ya  viste  que  fue  con  su 
señor  a  Prado. 

Bel.  —  Xy,  Justina,  que  si  yo  (como  te  he  di- 
clio)  me  gouernara  a  mí  uiesma,  ni  tú  en  liazer 
esso  sabiéndolo  yo  me  fueras  sin  castigo,  ni  aun 
de  ti  jamas  confiara  cosa.  Pero  agora,  ya  que 
yo  quiera  soltar  la  lengua  en  el  retraerte,  sa- 
biendo que  hazes  mal,  la  voluntad  me  manda 
que  te  dé  licencia  para  no  más  del  honesto  ha- 
blar, con  que  se  haga  lo  que  tú  has  dicho  de  mí 
sin  quiebra  de  mi  grauedad  y  dislate  de  mi 
honra. 

Just. — Anda,  señora,  que  Dios  mediante  no 
se  tractará  cosa  que  mal  lastre  tenga,  porque 
ni  yo  lo  iiaria,  ni  las  rcxas  darian  lugar  a  que 
las  voluntades  se  comuniquen,  por  más  de  las 
lenguas  en  el  solo  parlar.  Y  tú  yendo  dissimu- 
lada sola  le  podras  hablar,  o  si  no,  yendo  con- 
migo, dexa  hacer  a  mí  como  allá  verás... 

Bel.  —Pues  que  yo  ya  no  puedo  guiar  me  a 
mí  sin  errar,  quiero  errar  por  tu  parescer,  y  há- 
gase como  tú  ordenares. 

Jiust. — Pues  tú  dexa  hazer  a  mí  y  éntrate  a 
entender  en  cenar,  porque  te  recojas  más  antes, 
y  ansi  darás  lugar  a  que  las  mugeres  anticipen 
la  hora  del  dormir,  e  yo  tenga  más  desembara- 
9ado  lugar  para  lo  que  quiero,  y  tú  más  segu- 
ra tu  grauedad  y  honra. 

Bel. — Pues  que  hemos  de  procurar  cuitar 
toda  occasion  de  mal  sospecha,  quiero  hazer  lo 
que  me  dizes.  Di  que  enciendan  velas  y  entien- 
de en  que  se  rae  dé  de  cenar  quando  te  pares- 
ciere  hora;  y  mira  que  dexo  en  tu  prudencia  mi 
gouernacion. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XXI 


Oyendo  Fulminato  lo  que  Pinel  conlaua  a  Felisino  de  lo  que 
.Marcelia  passaua  con  el  despensero,  según  se  tracto  arriba, 
al  fin  perdiendo  el  enojo  se  van  Fulminato  y  Felisino  a  casa 
de  Marcelia,  donde  passan  algunos  entremeses  de  risa. 


Fulminato,  Felisino,  Marcelia,  Liberia. 

[Ful.] — O,  descreo  de  los  retajados,  con  tan- 
tas trayciones  como  ay  en  el  mundo,  y  que  tal 
ha  de  pa<sar  como  a  Felisino  ha  contado  Pinel? 
Vida  es  ésta?  que  se  me  ha  de  echar  aquella 
bagassa  con  quantos  despenseros  ay,  y  aun 
que  les  asse  yo  la  cena?  A  ella  yo  le  cruzaré  la 
cara,  porque  vina  con  su  castigo,  y  al  Pinel  yo 
le  cortaré  las  piernas,  porque  sepa  atar  la  len- 
gua. Pero  al  fin  el  diablo  me  mete  en  pleytos 
excusados;  que  ella  no  es  mi  muger,  y  como  es 
conmigo  puta  lo  será  con  quien  le  agradare,  en 
especial  que  dene  ser  todo  mentira;  pues  esto- 
tro es  moQaluilIo  y  arriscado,  no  quiero  pleyto 
cou  él,  mayormente  que  ni  ellos  me  vieron  quan- 
do lo  hablauan,  ni  él  sabe  que  yo  sé  que  él  lo 


ha  dicho,  para  que  en  no  se  lo  demandar  me 
tenga  por  couarde.  AUi  sale  Felisino;  quiero 
dar  le  vn  tiento,  y  como  viere,  ansi  haré.  Adon- 
de bueno,  hermano? 

Fel^ — Sigue  me  y  verlo  has,  como  vieres  la 
ración  que  agora  llena  vn  mo90  de  despensa  a 
la  cal  nueua. 

Ful. — No  te  aclares  más,  que  Henar  me  has 
para  esso  por  vn  cabello,  aunque  los  tengo  cor- 
tos, y  sigue,  Pero  agora  que  vamos  fuera,  me  di 
si  me  confessarás  vna  verdad? 

Fel. — Si  lo  es  y  deuo  dezirla,  sí. 

Ful.—  Qxié  te  dezia  Pinel  de  mi? 

Fel.  —  Con  que  te  aseguro  que  no  se  hablaua 
de  tu  daño  no  me  pidas  más. 

Ful. — Con  esso  me  has  quitado  de  le  no 
quitar  las  narizes  o  la  vida.  Pero  porque  a  di- 
cha passando  qnando  él  te  hablaua  oy  que  me 
nombró,  me  di  lo  que  ay,  pues  la  amicicia  sabes 
que  la  pintauan  descubierto  el  corazón. 

Fel. — No  me  pidas  de  vidas  agenas,  que  ja- 
mas supe  ser  chismero,  en  especial  que  no  se 
tractaua  sino  de  quán  bien  te  diga  la  ropa  del 
colorado,  y  que  quÍ9a  embiaras  a  Ceruantes 
alguno  por  ella.  Pero  dexando  esto,  me  di  como 
discantaua  el  amicicia,  porque  es  cosa  que  a 
muchos  oyó  asomar  y  a  ninguno  oy  el  cabo. 

Ful. — Aunque  en  mí  más  has  de  pedir  obras 
de  amigo  que  relación  de  la  figura,  pero  diré  lo 
que  he  oydo  a  otros.  Diz  que  la  tenian  los  Pa- 
tricios pintada  en  el  senado  Romano  entre  las 
otras  memorables  antiguallas  en  forma  de  hom- 
bre, y  en  edati  de  mancebo,  con  alegre  rostro, 
con  presencia  robusta,  la  cara  exempta  y  sin 
algún  sobrecejo  ni  ruga,  la  cabe9a  descubierta, 
la  ropa  áspera  y  corta  y  no  rica,  los  pechos 
abiertos,  y  con  la  mano  diestra  enseñando  el 
cora9on  descubierto,  del  que  procedía  vn  letre- 
ro matizado  de  fino  oro  que  dezia:  muerte  y 
vida;  de  la  parte  de  los  pies  por  baxo  yua  otro 
del  mesmo  matiz,  que  dezia:  cerca  y  lexos,  y 
por  alli  diz  que  conoscian  qual  era  buen  amigo 
o  no. 

Fel.  —  Pues  declara  lo  significado. 

Ful. — Yate  digo  que  me  pidas  a  mí  las  obras, 
y  las  significaciones  pide  a  Lidorio,  que  lo  oy 
de  su  boca  todo,  y  no  se  me  acuerda  ya. 

Fel. — Pues  con  todo  esso,  ya  estamos  en  la 
calle.  Pero  cata,  cata,  quién  será  el  que  salió  de 
allá  y  tomó  a  passo  largóla  banda  de  arriba? 

Ful. — Espera  me,  que  cortando  le  las  piernas 
le  haré  que  te  espere  y  tú  le  preguntes  lo  que 
quisieres. 

Fel. —  Qué  determinado  va  el  diablo!  y  al 
cabo  si  algo  ay,  yo  me  aure  de  quedar  solo, 
aunque  él  no  ha  corrido  como  quien  quiere  pes- 
car; quiero  al  fin  detener  le,  pues  veo  que  ama 
la  vida  como  yo.  A,  hermano,  y  ansi  me  has  de 
hazer  correr  por  no  te  dexar  solo? 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


281 


Ful. — O,  pesar  délos  Moabitas  (') contigo,  y 
no  me  riesgues  la  ropa,  que  de  ver  tengo  que 
vellaquerias  son  éstas. 

Fet. — Anda,  está  quedo;  qne  ni  todas  las  co- 
sas se  han  de  apurar,  ni  todos  los  amigos  de 
pronar,  ni  todos  los  enemigos  de  descubrir. 

Ful. — Sí,  que  no  acometo  yo  con  esperar  aco- 
rro de  otro  que  Dios  y  mi  espada. 

Fel. — Bien  lo  veo;  pero  tampoco  soy  yo  hom- 
bre que  te  auia  de  dexar  solo.  Y  otra  vez  ase- 
gura te  más  si  quieres  prender,  porque  madre  e 
hija  nos  han  sentido,  y  si  algo  han  heclio,  has 
las  preuenido  para  buscar  suelda  y  trapos  con 
que  encubrir  la  herida. 

Ful. — Y  qué  escusa  le  quitará  que  yo  no  las 
marque? 

Fel. — Habla  sin  mote,  que  si  marcares,  sea  tu 
ganado. 

Ful.  —  W\,  hi.  h¡. 

Fel.  -Ries  te?  ansi  lo  haz  siempre,  y  enoja  te 
tarde,  si  no  quieres  tener  siempre  de  qué  te  arre- 
pentir. 

Ful. — En  cosa  de  honra  no  ay  paciencia  sino 
escrita. 

Fel. — Bien  dizesquelos  primeros  raouimien- 
tos  no  son  en  mano  del  hombre;  pero  hemonos 
de  ayrar  sin  peccar. 

Ful. — Por  ay  me  entras?  con  las  ouejas  me 
aprisco. 

Fel. — Pues  donde  no  te  deuen  sustentación, 
no  entres  con  enojo,  ni  entres  sin  llamar  a  la 
puerta  de  fuera,  porque  no  te  obligues  a  dar  pe- 
sar, o  ver  con  que  le  recebir. 
Ful. — Pues  llamo.  Ta,  ta,  ta. 
Mar. — Mira,  ve  quién  llama. 
Lib. — Felisino  y  Fulminato  son. 
J/ar.— Pues  el  despensero  fuese?  o  encon- 
tráronle? 

Lib. — No  le  alcan9Ó  Fulminato  que  corrió 
tras  él,  perqué  le  detuuo  Felisino. 

Mar.— Ye,  abre  la  puerta,  que  el  agudo  a 
los  ojos  los  verá,  y  le  haré  que  se  le  antoja,  por- 
que no  sea  tan  sentible  y  se  haga  a  la  carga. 
Porque  éstos  que  lo  blasonan  todo,  ansi  los  sé 
yo  domar  que  Ueuen  el  albarda,  y  aun  suffran  el 
aguijón,  y  no  gruñan;  y  dar  les  hemos  de  cenar, 
pues  nos  viene  de  bóbilis  bóbilis  y  en  tanta  abun- 
dancia que  lo  hemos  de  laucar  a  mal,  y  aun  esto 
no  es  seguro,  porque  no  gana  la  honra  nada  de 
la  muger  pobre  y  sola  quando  tales  viandas  re- 
bosa por  las  ventanas.  Y  tú  mira  que  muestres 
mejor  cosplaz  a  Felisino,  pues  huelga  de  te  ha- 
blar, pues  comienza  ya  a  bullir  la  ganancia. 

Lib.  —  Voy,  madre,  aunque  de  mala  gana, 
que  más  quisiera  que  tractaramosde  acostarnos; 
pero  asnadas  que  no  lo  haya  con  sorda  ni  pere- 
zosa mi  madre,  que  pues  ella  con  Fulminato  y 

(')  En  el  original,  por  errata,  Maohitaa. 


con  vn  hato,  que  yo  ansi  con  Felisino,  porque 
bien  aya  (di/.eii)  quien  a  los  suyos  semeja. 

Ful.—  O,  descreo  de  Jason  y  aun  de  Medea 
con  tal  tardan9a;  aun  aun  si  ay  algún  va.siade- 
ro  de  puerta  falsa?  pero  ya  baxan.  Quiero  ablan- 
dar con  Marcelia,  porque  de  las  ganancias  ine 
acuda  con  tercio  y  quinto. 

Fel. — O,  alabado  Dios,  qne  no  nos  amanes- 
cera  ya  en  la  calle;  pero  con  tal  encuentro,  fá- 
cilmente se  perderá  la  quexa. 

Lib. — Mas  no,  sino  venid  muy  mendo5as, 
tarde  y  gruñendo;  aun  agradesced  que  se  os 
abre  puerta. 

Ful. — Y  por  qué,  hermana?  esse  galán  llene 
la  pena  que  tiene  la  culpa. 

ZíV/. — Y  aun  porque  paguen  justos  por  pec- 
cadores,  a  todos  hiziera  yguales. 

Ful. — Yo  arriba  me  acojo,  que  vosotros  a  la 
lucha  aureys  de  venir,  y  aun  bien  sé  yo  quién 
caerá  debiixo,  y  aun  quién  quedará  vencido. 
Lib. — Nunca  desborona  sino  malicias. 
Fel.  —  Pues  que  nos  dexó  perdona  le.  Pero 
dime  si  me  has  perdonado  el  enojo  destotro  dia? 
Lib.  — Mas  te  turan  a  ti  essas  mañas  que  a 
mí  el  enojo;  pero  está  quedo,  y  desame,  que 
está  sola  mi  madre. 

Fel. — Anda,  mi  señora,  que  allá  va  quien  la 
despierte  si  dormia. 

Ful. — Buenas  noches,  señora  Marcelia.  Mas 
pesar  de  quantas  piedras  y  junturas  y  aun  ro- 
turas ay  en  la  casa  del  Turco,  y  es  cosa  de  pas- 
sar  que  e.>tés  en  acuerdos,  é  yoquebrando  la  puer- 
ta? aun  aun  si  mis  sospechas  han  de  salirciertas! 
Mar. — Y  de  qué?  que  vienes  muy  reñidor. 
Ful. — De  que  si  no  pisas  llano,  para  estas 
que  en  la  cara  teniro... 

3Iar.  —  Aj,  el  diablo  llene  este  rufián;  quie- 
ro le  halagar,  no  se  me  atrcua.  A  la  fe,  sí;  bien 
piensas  que  no  te  entien  lo,  que  vienes  corrido 
por  el  que  se  te  fue  por  pies?  pero  quién  era? 
Ful. — Esso  me  di  tú. 

Mar, — Y  qué  sé  yo,  mi  amor,  que  por  tu  vida 
no  sé  más  de  quanto  aquella  muchacha  te  co- 
noscio  en  el  correr  y  habla.  Pero  ay,  que  no  ha 
subido  Liberia.  A,  hija,  qué  hazes  alia? 
Ful. — Quedaua  reñiendo  con  Felisino. 
Mar.— O,  maldita  sea  tal  boua,  que  nunca 
acaba,  por  vn  aguja  que  le  perdió. 

Ful. — Mas  no  le  dé  el  otro  la  suya  y  se  rom- 
pa la  tela! 

^íar. — Qué  dizes,  mis  ojcs?  que  me  huelgo 
en  ver  te  sin  enojos  alegre  ya. 

Ful.  —  ^o  te  espantes,  pues  por  allá  los  coge 
hombre. 

Mar. — Pues  no  los  descargues  donde  no  te 
lo  deuen:  pero  espera,  veré  cómo  no  suben. 

Ful. — Anda,  no  seas  sospechosa,  que  pies 
tienen  y  todos  son  seguros. 

Mar. — 8í,  pero  ha  de  dar  cuenta  la  persona 


282 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


de  ei,  y  desaine.  Dónde  vas,  a  la  cámara?  que 
lio  ny  allá  candela. 

Ful. — Piu'S  ansi  es  menester  para  nuestra 
cuenta. 

Lib. — Ay,  Felisino,  cómo  no  me  deuiera  yo 
fiar  ya  de  ti. 

Fel. — Perdona,  pues  tu  hermosura  y  mi  pena 
me  dan  oecasion  de  enojarte. 

Lib.  —Bien  sabes  que  la  muger  (mayormente 
donzella)  que  haze  quiebra  en  la  honra,  que 
amortigua  su  fama  y  menoscaba  su  honestidad, 
e  pues  tú  te  sirues  de  mi  honestidad  para  tu 
apetito,  has  de  no  lastimar  mi  honra. 

Fel. — Anda,  señora,  que  ni  soy  tal  que  todos 
pierdan  conmigo  honra,  ni  a  ti  te  tendré  en  me- 
nos porque  liberalmente  me  hagas  semejantes 
mercedes.  En  especial  que  donde  fuerga  ay,  de- 
recho se  pierde. 

Lib. — Huelgo  yo  de  te  seruir,  y  porque  tengo 
madre  y  renzillosa.  agora  no  oso  subir,  llenando 
mi  delicto  delante  los  ojos. 

Fel. — Asnadas  que  no  ayan  estado  ellos  ocio- 
sos, y  si  algo  fuere,  yo  responderé. 

Lib.— M.&S  dexa  me  subir  delante,  y  tú  de 
aqiii  a  vn  poco  subirás,  ya  que  veas  que  yo 
aure  puesto  la  mesa,  porque  piense  mi  madre 
que  entonces  llegastes. 

Fel. — Pues  anda,  que  en  tanto  haré  yo  vn 
poco  que  por  acá  me  cumple. 

Lib. — Cata,  cata,  y  ascondido  se  han,  y  de- 
xaron  acá  la  candela!  Buena  se  anda  mi  madre, 
vno  ydo  y  otro  en  casa ;  yo  pues,  como  boua, 
con  vno  y  tarde  me  congoxo  ayna.  A  la  fe  creo 
que  de  oy  m As  auremos  de  jugar  al  descubierto. 
Quiero,  pues,  allegar  en  torno  del  fuego  esta 
vianda  en  tanto  que  concluyan. 

Jlar. — Ea  pues,  dexa  me  salir,  que  anda  Li- 
beria  fuera  y  no  nos  haya  sentido. 

Ful. — Donosos  scrupulos  te  matan  a  cabo  de 
rato;  pero  vamos  donde  mandares.  A,  herniana 
Liberia,  y  Felisino? 

Lib.  —  'E  yo  qué  cargo  tengo  del?  pues  que 
si  no  quiso  subir,  suya  la  culpa. 

Ful. — Por  Dios  que  aun  sospecho  que  el 
asno  nunca  ha  osado  llegara  ella,  como  la  deue 
hallar  coxquiUa  como  potranca  nueua. 

.Mar. — Qué  diz>;.s.  Fulminato? 

Ful. — Acá  lo  ha  Marta  con  sus  pollos.  Digo 
que  está  bueno  este  guisado,  y  que  seria  bien 
ablandar  a  Floriano,  porque  se  le  desgaje  con 
que  siempre  medremos.  En  especial  que  agora 
vengo  de  su  parte  a  llamar  te,  que  luego  por  la 
mañana  le  vayas  a  ver,  y  asnadas  que  siempre 
se  nos  pegue  de  tu  yda  alguna  ganancia. 

Mar. — Pues  confia  en  essa  estaca,  y  verás 
adonde  paras. 

Fel. — Buenas  noches,  y  haga  bnena  pro,  que 
a  buen  tiempo  vengo,  si  la  señora  Liberia  no 
está  tan  braua  como  endenantes;  que  de  miedo 


de  su  enojo  he  dado  dos  bueltas  a  la  rúa,  hasta 
que  desflemasse  la  cholera. 

Mar. — No  hagas  cuenta  de  sus  renzillas, 
que  de  boua  aun  no  sabe  mostrar  amor  a  quien 
le  tiene.  Siéntate,  que  está  el  pastel  grande  y 
marauilloso,  y  esta  cena  a  ti  se  agradesce,  aun- 
que Fulminato  entra  en  ella  primero.  Y  tú,  hija, 
anda  en  vn  salto,  cierra  la  puerta,  que  la  dexaria 
Felisino  de  par  en  par,  y  luego  vente  a  sentar,  y 
cenaremos  de  nuestro  plazer  todos  juntos,  loan- 
do a  Dios  que  nos  lo  dio. 


ARGUMENTO    DE  LA  SCENA  XXII 


Polytes  \a  a  hablar  a  Justina,  y  Pinel  que  le  acompaña.  Bclisea 
sin  darse  a  conoscer  le  habla.  Justina  y  Polytes  passan  gran- 
des pliticas.  Lucendo,  padre  de  Belisea.  oye  ruydo.  y  leuan- 
ta  se  a  ver  a  Belisea. 


Polytes,  Pinel,  Justina,  Belisea, 
Ldcendo. 

[Po/.] — O  immenso  Dios,  y  si  en  más  no 
tengo  ver  me  escabullido  de  Floriano  que  hauer 
hecho  vna  gran  hazaña!  y  quán  en  su  seso  y 
quán  importuno  estaña  en  el  querer  se  yr  con- 
migo! Descreo  de  tanto  parlero  como  ay  en 
esta  casa,  que  apenas  he  dicho  que  auia  yo  de 
yr  esta  noche,  e  ya  lo  sabia  Floriano.  Paresce 
que  ansi  como  ay  hombres  que  tienen  cuenta 
con  la  virtud  para  el  obrar,  ansi  ay  otros  que 
tienen  cuenta  con  lo  que  oyen  para  medrar.  E 
ansi  como  el  virtuoso  meresce  lo  que  gana  por 
sí  mesmo,  ansi  el  chismoso,  visto  que  no  es 
para  ganar  con  sí  o  por  sí,  acuerda  de  ganar 
con  contar  lo  que  otros  hazen,  para  esperar  lo 
que  el  señor  le  dé.  Y  al  fin,  como  el  señor  no 
le  contenta  el  mal  que  haze  su  criado,  tampo?o 
toma  buen  crédito  del  traydor  que  le  vende  los 
criados.  Y  ansi  con  negar  lo  que  a  Floriano 
anian  dicho  de  verdad,  él  me  creyendo,  a  ellos 
quedé  por  mentirosos  y  a  mí  por  libre.  Y  es 
castigo  justo  que  a  los  mentirosos  que  les  cuen- 
tan mil  mentiras,  quando  después  les  contaren 
verdad,  no  tengan  más  crédito  que  la  Cassan- 
dra  con  sus  naturales  Troyanos.  E  yo  aunque 
mentiendo  condené  delante  de  Floriano  la  ver- 
dad de  los  otros,  suya  la  culpa,  porque  ni  to- 
das las  verdades  se  han  de  dezir  en  todo  tiem- 
po, ni  a  los  amos  y  señores  ha  de  dar  hombre 
cuenta  de  todas  sus  cosas.  Porque  él  sabiendo 
vuestros  secretos  de  vuestra  boca,  sabe  que  ansi 
sabrán  los  otros  los  suyos  también  de  la  vues- 
tra, y  ganays  que  ni  se  fie  de  vos  y  que  os  tray- 
ga  muy  sobre  ojo.  Pero  buelto  a  mi  negocio, 
él  me  mandó  agora  que  fuesse  y  Ueuasse  algu- 
nos criados  de  casa  en  mi  guarda,  de  manera 
que  yo  yendo  en  su  nombre,  hago  mi  facto.  Y 
lleuii  compañía  la  que  me  paresciere,  sin  me 


ue   1  M 

íM 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINKA 


233 


obligar  con  ellos  a  otro  tanto,  pues  al  fin  cum- 
pliendo el  mandado  de  quien  los  mantiene,  ha- 
zen  lo  que  yo  les  pido  y  a  mí  cumple.  Y  pues 
yo  ya  tengo  las  armas  que  me  cumplen  y  el 
caso  pide,  aunque  vale  más  yr  solo  que  mal 
acompañado,  pero  quiero  licuar  algún  mogo, 
porque  al  fin  el  solo  da  occasion  a  que  más  se 
le  utreuan.  Bien  está,  he  alli  a  Pinel,  que  ei 
determinado  a  todo.  A,  hermano,  es  después  de 
cena? 

Pin. — A  tu  mandado  y  a  mi  proueoho.  Por 
esso  mira  si  ay  en  qué  conozcas  lo  que  haré 
por  ti. 

Pol  —Yo  te  agradezco  tu  liberal  offerta.  Y 
sepas  que  me  enviu  Floriano  a  vn  mandado,  y 
mandó  me  que  no  vaya  solo. 

Pin. — Pues  no  quiero  que  busques  otro,  y 
espera,  en  vn  salto  subo  a  la  cámara  por  algo 
que  Ueue  con  la  espada. 

Pol. — Y  cómo,  ya  vienes?  bien  paresce  que 
tengas  obra  con  la  palabra. 

Pin. — Alómenos  tendré  voluntad  buena;  y 
sin  más  aguardar,  guia. 

Pol. — Mucho  me  obligas,  hermano. 

Pin. — Esto  que  es  acompañarte  deuolo  al 
mandado  de  quien  a  ti  te  manda  yr.  En  lo  de- 
mas,  hasta  que  veas  en  la  necessidad  (si  la  vuie- 
re)  mis  obras,  no  me  las  antepagues  con  gra- 
cias. Porque  menos  se  amaña  hombre  a  hazer 
[KT  lo  ya  pago  que  por  lo  que  espera  ser  pago; 
y  ansi  dizen  que  dineros  pagados,  I  ra9os  que- 
brados. 

Pol.-  En  todo  hablas  bien,  y  fio  que  obra- 
rás mejor.  Y  a  la  mano  de  Dios  vamos  de  aqui, 
porque  yendo  sin  testigos  no  tendremos  juezes 
de  nuestra  yda,  ni  .sentenciadores  de  nuestra 
tardanca. 

Pin. — Tú  guia  o  dime  por  dónde,  que  hasta 
caer  no  torceré,  y  después  de  verme  caydo,  ha- 
rás como  te  parescitre  en  defender  mi  cuerpo, 
que  muy  al  mando  de  tu  voluntad  llenas  en  mi. 

Pol. — Aunque  confio  en  Dios  de  nuestra  se- 
guridad, pero  porque  a  tu  voluntad  buena  deue 
mi  lengua  no  tener  callado  cosa,  como  porque 
también  preuendras  en  lo  que  deuamos  hazer, 
sabiendo  donde  ymos,  y  porque  no  seria  buena 
amistad  communicar  al  amigo  los  trabajos,  y 
no  le  dar  parte  en  los  plazeres  aquella  que  se 
suffre,  y  los  que  no  pueden  ser  commnnicados, 
darle  cuenta  de  ellos,  lo  qual  haré  yo  agora. 

Pin. — Mas  antes,  con  hazer  me  p'azer,  cum- 
ple que  preuenga  el  entendimiento  para  guiar 
los  passos  de  los  pies,  y  preuenir  los  peligros 
del  cuerpo,  porque  hombre  apercebido  medio 
combatido. 

Pol. — Es  pues  el  paradero  de  nuestra  jorna- 
da en  casa  de  Lucendo. 

Pin. — Ya,  ya,  no  busques  más  testigos  en 
contar  lo  que  sea,  pues  sabiendo  dónde  vamos, 


adeuino  el  a  qué.  Y  tú  allá  puedes  hazer  quan- 
to  te  pe-niitieren,  que  yo  te  aguardaré  quanto 
tardares. 

Pol. — Ansi  lo  tengo  yo  de  ti  creydo.  Pero 
pues  estamos  acá,  qué  medio  tendré  en  la  en- 
trada? 

Pin. — En  esso  úie  perdona,  que  no  sé  essos 
passos.  Pero,  si  miraste,  luz  ascondieron  en 
aquella  ventana  que  cae  hazia  la  esquina  de  la 
huerta,  y  qni^a  que  hazen  alli  llamamiento  de 
sangre.  Por  esso,  si  vienes  llamado,  será  bien 
que  hagas  como  sepan  que  eres  venido,  porque 
no  se  pierda  tiempo. 

Pul. — Bien  dizes;  pero  cata  que  aun  el  relox 
no  ha  dado  las  doze. 

Pin. — Pues  qué,  es  menester  el  relox  para 
la  entrada?  lo  que  me  pares5e  es  que  mires 
dónde  y  quándo  te  mandaron  venir,  porque  en 
estas  cosas  pierde  se  mucho  en  vn  punto. 

Pol. — Pu  s  ansi,  te  digo  que  por  esta  huer- 
ta a  las  doze  me  mandaron  venir. 

Pin.  —  Pues  entrar  dentro?  la  puerta  no  te 
dará  lugar,  excepto  si  no  eres  cuerpo  glorioso, 
o  te  ayuílasse  el  demonio.  E  ansi  digo  que  te 
subas  sobre  esta  pared,  y  de  aquella  ventana 
donde  vi  la  lumbre  os  podreys  hablar,  que  vie- 
ne a  dar  con  el  canto  del  muro  de  la  huerta,  o 
si  vuiere  para  qué  darás  alli  orden  en  descen- 
dir  abaxo,  aunque  esto,  sea  muy  sobre  seguro. 

Pol. — Tu  consejo  quiero  tomar;  pero  las  ar- 
mas me  ayudan  mal  a  trepar  la  pared,  e  yo 
quedé  algo  baxo  para  alcancar  arriba. 

Pin.  —  Anda,  que  quando  hombre  auentura 
la  vida  por  acompañarte,  poco  se  auentura  en 
que  me  enlodes  la  ropa  con  los  pies,  en  que  te 
aproueches  deste  mi  hombro  para  escalera.  Y 
despacha  presto,  que  otra  vez  vi  lumbre  de 
passo,  y  quiga  te  hazen  despertadores  para  que 
acuestes  hazia  alli. 

Pol.  —  Pues  perdona,  y  alto,  a  la  mano  de 
Dios. 

Just. — A,  señora,  toda  la  gente  duerme;  por 
esso  mira  si  te  determinas  (')  a  yrle  a  hablar 
por  aquella  rexa  de  la  esquina  que  cae  más  so- 
bre el  muro  del  jardin  Y  luego,  que  da  el  relox 
las  doze. 

Bel.  —  Miraste  si  duermen  todos? 

Just. — Ve  segura  de  esso. 

Bel. — Pues  sin  chapines  y  en  vasquiña  me 
voy. 

./»sí.  — Echa  te  essa  saboyana  de  grana,  si- 
quiera por  el  sereno. 

Bel. — No  podré  suffrir  la,  que  se  me  hará 
pesada. 

Just.  —  Pues  agora  has  de  andar  al  prouecho 
y  no  al  contento:  porque  ropa  de  seda,  que  es 
liuiana,  haze  mucho  ruydo  para  en  tales  casos. 

0)  En  el  original,  por  errata,  determimas. 


234 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Bel. — Avisadamente  hablas; pero  paresce  me 
que  ay  ruydo  en  el  jardin. 

Just. — Mala  eras  para  yr  a  hurtar;  espera, 
abriré  los  lien90s  y  veré  qué  ay. 

Poí.— Dame,  hermano,  la  espada  y  rodela 
mia,  y  perdóname  por  un  rato,  que  bullicio  ovo 
a  esta  ventana  de  sobre  estt;  muro. 

Pin. — Toma;  desque  concluyas,  dame  vn 
siluo,  que  por  al  rededor  destas  paredes  andaré. 
Y  no  dilates  tanto  la  plática  que  te  halle  ay  el 
dia,  y  por  ser  visto  pierdas  lo  mucho  por  no 
perder  lo  poco. 

Pol. — En  todo  te  entiendo,  y  lo  haré  como 
verás. 

Just. — Hala  (}),  quién  anda  sobre  las  pare- 
des? entrays  a  hurtar  fruta? 

Pol. — Donde  vuestra  lindeza  estuuiere,  mi 
señora,  ni  ay  otra  cosa  que  buscar,  ni  quien 
con  tal  guarda  se  atreua  a  hurtar, 

Just. — Ay.  señora,  llega,  llega,  que  él  es,  si 
quieres  hablar  le  a  solas. 

Bel. — Ay,  que  querria  y  ni  oso,  ni  tampoco 
tengo  qué  le  hablar,  mas  de  que  holgaría  saber 
si  está  bueno  su  amo;  pero  para  qué? 

Just. — Anda,  señora,  que  obrapiaes  embiar 
a  visitar  los  enfermes  y  saber  de  ellos.  Pero 
llega,  no  le  detengamos  como  espantajo  sobre 
la  pared.  Y  mira  que  no  dilates  la  plática  de 
manera  que  seas  vista,  que  yo  me  pongo  por 
guarda  de  aquella  puerta  de  la  quadra,  y  tú 
llega  sin  temor. 

Pol. — A,  señora  mía,  no  rae  quereys  hablar? 

Bel. — O,  mezquina  y  cómo  soy  for9ada  á  ha- 
zer  lo  que  no  puede  dexar  de  parescerme  a  mi 
mesma  mal!  Pero  quiero  condescender  a  esta 
mi  passion  en  esto,  para  ver  si  contenta  dará 
lugar  a  que  en  lo  de  mas  me  gouierne  la  razón. 
Quiero,  pues  que  torna  a  llamar,  hablarle,  que 
él  no  me  conoscerá. 

Poí.  —  Por  Dios  que  temo  que  soy  burlado; 
pero  qué  digo?  que  de  mano  de  mi  señora  vine, 
y  por  ella  no  puede  salir  me  mal  successo.  A, 
señora  mia? 

Bel.  —  Quién  soys,  que  ansi  llamays,  y  a  tal 
hora,  y  en  tal  instancia? 

Pol. — Es  el  obediente  de  vuestro  mandado. 

.Be/.  — Pues  dezidme  vuestro  nombre. 
Pol. — Para  qué  de  nueuo  preguutays  a  este 
vuestro  Polytes  por  su  nombre,  pues  acordán- 
dose de  vos  se  oluida  de  sí? 

Bel. — Y  quién  pensays  que  yo  soy,  que  ansi 
os  llamays  tan  mió? 

Pol. — Vos  soys  mi  señora  y  la  que  puede 
mandarme  auenturar  la  vida.  Soys  la  que  des- 
pués de  Dios  me  puede  quitar  el  viuir  y  tor- 
nar me  le.  Soys  la  que  tiene  las  llaues  de  mi 
querer,  y  en  cuya  mano  está  mi  coraron,  y  en 

(*)  Así  en  el  original.  ¿Bola? 


cuya  libertad  mi  subjecion,  y  en  cuya  hermo- 
sura mi  memoria,  y  en  cuya  misericordia  mi 
libertad;  soys  a  mis  ojos  la  flor  del  mundo,  y 
en  quien  la  hermosura  está  más  encumbra- 
da; pues  vos,  mi  señora  Justina,  soys  espe- 
jo donde  todas  las  damas  conoscen  ser  falto- 
sas, y  cualquier  amante  halla  mil  causas  de  se 
os  rendir  por  captiuo  de  vuestra  hermosura. 

Bel. — Sin  duda  que  essa  dama  que  ansi  loays 
os  deue  mucho,  y  a  ella  todas  las  mugeres  de- 
uen  loor,  por  ser  ella  muger  entre  ellas,  y  que 
ansi  pone  en  ella  el  estado  mugeril  gran  coro- 
na de  gloria.  Y  dado  que  yo  y  las  demás  os  da- 
ñamos poco  seruicio,  pues  a  sola  essa  que  vos 
amays  days  la  gloria,  y  a  las  demás  los  defec- 
tos; pero  porque  os  conozco  que  estaysbien  em- 
pleado, y  por  ser  cuyo  os  publicays,  holgaré 
bazer  os  todo  complazimiento. 

Pol. — O,  cómo  la  affection  no  da  lugar  al 
entendimiento  todas  vezes  a  hacer  su  opera- 
ción! y  ansi  yo  agora  he  hablado  sin  saber  con 
quién,  aunque  la  fe  que  tengo  en  la  palabra  de 
mi  señora  no  me  da  lugar  a  sospechar  que  me 
pueda  succeder  auiessamente,  y  porque  ésta  con 
quien  hablo  me  paresce  Belisea,  quiero  saber  con 
quién  lo  he.  A,  señora,  si  mal  he  hablado,  os 
suplico  por  el  perdón,  con  dezirme  quiéu  soys. 

Bel. — Ni  a  vos  haze  mucho  al  caso  mi  per- 
don,  ni  el  saber  mi  nombre,  pues  no  me  conos- 
cereys;  baste  que  me  conozcays  por  muy  serui- 
dora  de  la  que  tanto  y  con  razón  vos  loays.  Y 
porque  sé  yo  lo  que  ella  vale,  tengo  por  cierto 
que  en  ser  vos  tan  suyo  aura  ella  esccgido  con- 
forme a  su  valor.  Y  ansi  os  quiero  hazer  tal 
seruicio,  que  os  quiero  anisar  que  no  penseys 
que  os  ha  burlado  quien  os  mandó  venir,  pero 
por  estar  ella  aun  occupada,  que  Belisea  la  ama 
tanto  que  no  la  parte  de  sí,  me  embió  a  mí  a 
que  os  auisasse  no  tomeys  pena  con  su  tardan- 
9a,  porque  ella  será  luego  que  se  desembarace 
de  con  Belisea  mi  señora,  que  anda  algo  mala. 
Y  pues  yo  hize  mi  mensaje,  porque  conmigo 
no  gasteys  tan  mal  empleado  tiempo,  me  dad 
licencia,  yreme. 

Pol. — Señora,  fuera  del  merescimiento  que 
vuestra  persona  en  el  hablar  representa,  por  ve- 
nir en  cuyo  nombre  venis  me  tendreys  a  vues- 
tro seruicio,  y  tengo  por  muy  buena  occupacion 
la  mia  en  semejante  gastar  de  tiempo;  pero  su- 
plico os  me  digays:  qué  mal  es  el  de  la  señora 
Belisea? 

Bel. — No  ay  quien  entienda  su  mal. 

Pol. — Pésame  de  ello;  peropluguiesse  a  Dios 
que  fuesse  del  mal  de  Floriano,  por  su  mal 
apiadarse  de  los  pacientes. 

Bel. — Por  vuestra  fe  que  me  digays  qué  mal 
tiene  vuestro  señor,  para  ver  qué  mal  es  el  de 
mi  señora. 

Pol. — El  está  enfermo  porque  ella  está  tan 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINE  A 


235 


sana,  y  él  está  sujecto  y  captiuo  por  ser  ella  tan 
libre. 

Bel. —  No  penseys  que  tengo  tal  entendi- 
miento que  os  entienda  si  más  no  me  hablays 
claro. 

Pol. — Por  Dios  que  toda  via  digo  que  es 
Belisea! 

Bel. — Pues  no  quereys  dezirlo? 

Po/.—  Señora,  no  sé  si  al)rá  más  orejas  de  las 
vuestras,  pues  las  paredes  suelen  oyr  a  ratos. 

Bel. — Ved  vos  si  de  allá  ay  seguridad,  que 
acá  todo  está  saneado  esse  temor;  por  esso  me 
dezid  del  mal  de  esse  cauallero,  que  acá  todas 
pesaría  del,  aunque  los  hombres  sabeys  dezir 
que  moris  y  moris,  y  deste  mal  que  os  quexais 
los  menos  entierran;  ansi  que,  mientras  viene 
la  que  esperays,  pues  no  tenemos  en  qué,  occu- 
pemos  el  tiempo  yo  en  oyros  y  vos,  galán,  en 
dezirme  esto, 

Pol. — Bien  creo  yo,  señora,  que  deueys  de 
ser  tan  cruda  como  las  otras;  pero  por  no  tachar 
lo  que  no  sé  loar,  por  no  os  conoscer,  digo:  que 
en  Floriano,  con  tener  tantas  gracias  repartidas 
de  Dios  y  tanta  prosperidad  de  bienes  natura- 
les y  adquisitos,  pero  veo  que  todo  le  es  nada  en 
comparación  del  daño  que  le  haze  acá  essa  se- 
ñora Belisea;  porque  ni  le  oyen  hablar  sino  de 
ella,  y  todo  es  loarla,  y  todo  es  morir  por  ella. 
Tanto  que  si  yo  a  ella  no  viera  ser  tan  hermo- 
sa, a  él  tuuiera  por  sandio  en  pasar  tal,  como  a 
ella  tengo  por  cruel  en  dexar  perder  ansi  la  flor 
de  la  cauaUeria,  aunque  no  ay  quien  sepa  bien 
su  mal,  porque  él  se  tiene  por  tan  ganancioso 
en  padescer,  que  si  no  es  a  quien  tiene  muy 
gran  necessidad,  no  dirá  qué  siente,  pero  a  to- 
dos loará  lo  que  ama,  y  ansi  no  sé,  señora,  qué 
os  dezir  de  Floriano  y  Belisea,  sino  que  él  es 
su  mártir  de  ella,  y  ella  la  más  libre  y  cruel 
para  él,  que  a  no  ser  mal  nombre  para  tal  dama, 
dixera  que  era  verdugo  de  amor. 

Jíel. — Pues  aun  si  bien  supiessedes  qué  entera 
y  libre  muger  es!  Pero  por  qué  la  culpays?  pues 
qui(?a  o  ella  no  sabe  su  mal,  ni  deue  de  caer  en 
obligación  a  le  socorrer.  Pues  que  passe  nadie 
por  mí  lo  que  yo  no  le  mando,  ni  soy  occasion, 
qué  culpa  le  tendré?  mayormente  que  esse  caua- 
llero fingirá  esse  mal  por  mi  señora:  porque  ta- 
les son  las  condiciones  de  los  que  saben  estimar 
la  honra  de  vna  muger,  y  tal  muger  como  Be- 
lisea. 

Pol. — Por  Dios  que  me  desatina  esta  muger, 
y  que  no  creo  que  es  la  que  yo  sospechaua;  pero 
quiero  dar  razón  de  mí,  sea  quien  fuere.  No 
penseys,  señora,  que  pongo  culpa  yo  a  essa  se- 
ñora porque  sea  buena  y  honesta  y  de  tanto 
mérito  en  todo  lo  que  de  ella  se  dize;  pero  por- 
que, guardado  todo  esto,  pudiera  ella  a  su  saino, 
sin  se  mostrar  tan  sacudida,  atraer  con  su  her- 
mosura, y  con  su  cordura  ser  siempre  señora  de 


sí,  y  como  honesta  guardarse  donde  no  la  anian 
de  forjar,  que  ya  no  se  vsa  como  solia,  dado  que 
se  dessee  más  que  nunca.  Y  también  vsanpa  de 
corte  es  seruir  los  caualleros  a  las  damas,  y  todo 
es  honesto  y  todo  es  bueno.  Y  siempre  vi  que 
las  zahareñas  más  ayna  caen  si  las  siguen,  y  si 
caen,  con  más  deshonra  suya;  porque  ellas  se 
auian  vendido  por  muy  fuertes. 

fiel. — A  esso  no  sé  qué  os  responder,  pues 
cada  qual  mirará  por  si,  y  Dios  por  todos.  Pero 
dezidme,  quánto  ha  que  está  tan  malo  esse 
señor? 

Pol. — Cada  dia  anda  tal  que  no  sé  peoría  en 
su  mal,  pues  siempre  está  del  peor;  pero  de  ayer 
acá,  que  pensamos  (con  auer  porqué)  que  le 
fuera  mejor,  no  sé  si  podra  escapar  según  anda 
el  pobre,  que  es  lástima,  que  tengo  para  mí  que 
si  ella  lo  viessc,  aunque  fuesse  vna  leona,  ablan- 
darla, pues  sus  lagrimas  pienso  que  ablandarían 
las  piedras,  quanto  más  los  corapones.  Y  todo 
lo  que  dize  a  solas  es  razonar  con  ella  y  ansi  está 
por  ella,  que  presto  pienso  que  rogará  ella  por 
su  alma,  pues  tan  desapiadada  le  ha  sido  del  co- 
raQon 

Bel. — Perdonadme, galán,  que  oyó  no  sé  qué 
acá  dentro;  quiero  ver  si  viene  la  que  esperays, 

Pol. — Pues,  señora,  per  merced  que  en  su 
venida  presto  me  seays  fauorable.  Ida  es,  y  por 
Dios  que  aun  me  estoy  en  mis  treze  en  sospe- 
char ser  Belisea. 

Pin. — O,  hi  de  puta  el  diablo,  y  quien  no  tu- 
uiera buenos  pies!  el  diablo  traxo  a  cabo  de  rato 
al  aguazil  por  aquí,  y  tan  acompañado;  algo 
deue  de  barruntar  o  auer  olido.  Pero  quiero  saber 
qué  fue  de  Polytes,  que  si  alli  le  topó,  sera  bien 
menester  que  se  anise  Floriano  luego;  paresccme 
que  aun  está  allí;  bien  fue;  torno  me  a  mi  passeo. 

Bel. — O  sin  ventura  de  mí,  o,  qué  gran  mal 
es  el  mió!  A,  Justina,  duermes? 

Just. — Sí  dormia;  pero  qué  mandas? 

7>e/.  —  Que  vayas  y  le  despidas  presto,  y  en 
ningún  caso  le  digas  que  era  yo,  y  mira  que  te 
aguardo;  luego  ven  tras  mí,  que  me  hallo  mala. 

Just. — Yo  voy,  que  asnadas  que  te  hizo  mal 
el  sereno.  Hola,  quien  estay  (si'c)  a  tal  hora? 

Pol. — Soy  tu  captiuo;  y  agora  bien  conozco 
que  tú  eres  de  verdad  quien  yo  amo. 

Just.  —  Perdóname,  que  no  pude  antes  auer 
venido;  pero  ha  mucho  que  veniste?  y  quién 
traes  en  tu  guarda? 

Pol. —  Poco  a  sido  mi  aguardar,  pues  meres- 
ci  ver  os,  y  en  guarda  de  mi  coraron  traygo  a  ti, 
que  sabrás  quál  está, 

Just. — O  mi  buen  querido,  y  cómo  con  justa 
causa  pongo  yo  la  honra  en  condición  por  verte 
y  hablarte,  aunque  no  te  quisiera  gozar  a  tanto 
trabajo  tuyo  y  tanto  apartamiento  mió,  en  es- 
pecial con  tan  poco  tiempo  como  al  presente  la 
necessidad  me  concede. 


236 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Pol. — Pues  qué  cosa  liaurá  que,  vos  no  quo- 
riendo,  os  compelía  a  yr  os? 

Just. — Es  que  va  de  aqui  muy  mala  mi  señora. 
Pol. — Luego   con   ella   he    departido    hasta 
agora?  que  n\e  dixo  que  venia  en  tu  nombre. 

Just. — Ay,  que  no  quise  dezir  sino  que  vine 
de  coa  ella  agora,  y  la  dexo  mala,  y  me  espe- 
ra ya. 

Pol. — Anda,  señora,  dexala  padezca,  en  es- 
pecial si  padesce  el  mal  que  yo  por  ti  y  Floria- 
no  por  ella.  Pero  dime  si  era  la  que  va  de  aqui? 
que  cierto  en  todo  me  páreselo  ella. 

Just. — Escusado  es  negarte  lo  que  tú  conos- 
ciste. 

Pol.  —  Y  qué  me  quería? 
Just. — Esso  me  di  tú  a  mí. 
Pol. — No  hizo  sino  preguntarme  vna  vez  y 
otra  por  Floriano,  y  al  cabo  que  le  dixe  que  es- 
taua  muy  malo,  ansi  me  dexó  tan  en  seco,  que 
pensé  que  ella  yua  también  mala,  y  ansi  la 
dexé  yr. 

Just. — Agora  confirmaste  mi  sospecha.  Y  tú 
sepas  de  cierto  que  Belisea  está  muy  rendida  al 
amor  de  Floriano.  Y  ansi  ella  no  me  dexó  a  mí 
hablar  te,  por  te  preguntar  por  el  que  ella  ama. 
Y  porque  agora  oyó  arriba  bullicio  te  ve  presto, 
con  perdonar  me,  y  espera  de  mí  aniso  que  te 
mandaré  para  quando  nos  veamos  más  a  nues- 
tro saluo,  y  ve  con  Dios,  que  oyó  hablar  a  Lu- 
cendo  mi  señor. 

Pol. — Los  angeles  queden  en  tu  guarda. 
Pin. — Qué  hazes,  hermano,  baxas  te? 
Pol. — Anda,  vamos  a  la  mano  de  Dios,  y  di 
me  qué  ruydo  fué  vno  que  oy  endenantes? 

Pin. — Pues  que  tú  tuuiste  ventura  de  que  ni 
a  ti  viesse  el  aguazil  ni  a  mi  cogiesse,  encami- 
nemos para  casa  antes  que  torne,  y  allá  com- 
municaremos  los  idiomas. 

Lite. — Qué  hazes,  hija?  Cómo  tan  tarde  estás 
por  acostar?  asnadas  que  deuias  de  andar  en  tus 
acostumbradas  deuociones;  mira  que  te  haze 
mal  desudarte.  Y  también,  como  otras  vezes  te 
he  dicho,  más  quiere  Dios  el  obedescer  que  el 
sacrificar.  Y  pues  sabes  que  es  mi  voluntad  que 
te  temples  más  el  rigor  en  estas  cosas,  porque 
sin  la  prudencia,  aun  las  virtudes  se  tornan  en 
vicios. 

.Tust.—O,  mezquina  yo,  y  si  no  está  mi  señor 
Lucendo  con  la  hija!  quiero  oyr  si  tractan  de 
casamiento,  para  ver  qué  esperanza  tendré  en 
mis  cosas. 

Bel. — Ay,  señor,  y  cómo,  mal  peccado,  no  soy 
tan  denota  que  no  sea  más  menester  espuela  que 
freno  para  mí  en  esse  caso;  y  si  no  estoy  dur- 
miendo, es  más  falta  de  salud  que  sobra  de  de- 
uoiion. 

Luc. — Pues  ansi  yo  vea  gozo  de  ti,  que  no 
me  calles  cosa  tuya,  porque  como  tengo  crédito 
je  tu  cordura,  fióme  de  tu  poca  experiencia,  en 


que  pienso  que  me  granjearás  toda  buena  vejez, 
con  tu  descanso  y  contentamiento  y  salud. 

Bel. — Bien  veo,  mi  señor,  que  como  tantos 
regalos  no  se  den  ni  se  deuan  a  todos  hijos, 
que  ansi  tú  obras  conmigo  como  padre,  y  amo- 
roso padre,  y  regalador  padre,  en  más  de  lo 
que  yo  te  merezco,  sino  es  en  ser  tu  hijn.  Y  co- 
mo esto  se  me  represente,  ansi  temo  el  darte  al- 
gún enojo,  que  toda  mi  vida  me  querria  ver  en 
tu  mamparo. 

Luc. — Esso,  hija,  será  como  Dios  fuere  ser- 
nido.  Pero,  por  tu  vida,  que  ansi  me  siento  ata- 
do del  amor  con  que  te  amo,  que  por  gozar  de 
tu  vista  como  bien  querida  me  descuydo  en  lo 
que  deuo  como  padre,  al  buscar  la  permanencia 
de  tu  estado.  Y  bien  sé  que  lo  yerro,  porque  tu 
estado  y  mi  edad  ya  piden  que  yo  te  diesse  tal 
marido  que  fuesse  contigo  hijo  para  mi  vejez,  y 
señor  para  mi  casa,  y  gouernador  para  mi  esta- 
do, y  sustentador  de  la  nobleza  de  nuestros  pro- 
genitores, y  augmento  de  gozo  para  mis  canos 
dias.  Pero  a  esto  me  estoruan  dos  cosas:  lo  vno, 
el  temor  que  al  partir  te  de  mí  me  pone  el  amor 
que  tengo  a  tu  virtud,  y  lo  segundo,  que  como 
las  cosas  de  casamiento,  fuera  de  ser  guiadas 
por  Dios,  consisten  en  vn  delicado  punto,  temo 
intentar  aquello  que  asido  es  malo  de  soltar,  y 
mal  vnnido  peor  de  suffrir;  por  manera  que  des- 
seo  no  te  quitar  de  mí,  y  deuo  y  querria  verte 
puesta  en  tal  descanso,  que  diesse  descansado 
fin  a  mis  tan  canos  dias.  Y  aunque  no  es  dado 
a  las  hijas  el  hablar  en  esto,  como  te  tengo  por 
tan  cuerda,  que  sin  affection  ni  pasión  hallaié 
tu  buen  parescer,  y  porque  antes  de  decir  te 
quál  sea  en  esto  mi  parescer  quiero  oyr  el  tuyo 
y  tu  voluntad,  y  agora  es  muy  tarde  para  esto, 
tú  te  acuesta  y  piensa  sobre  ello  y  declara  rae  tu 
querer,  para  que  de  tu  voluntad  y  mi  desseo  se 
haga  vn  acertado  consejo,  y  del  consejo  yo  trac- 
te  del  hecho.  Y  porque  agora  te  veo  con  rostro 
de  honesta  turbación  de  la  plática,  ni  quiero  tu 
sí  tan  sin  pensarlo,  ni  desudarte  más,  sino  por 
mi  vida  que  luego  te  desnudes  y  duermas  con 
reposo;  y  hasta  que  yo  te  hable  más  en  esto  te 
descuyda  y  re[)osa,  y  queda  te  con  mi  bendición 
y  la  de  Dios. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA   XXIII 


Ydo  Lucendo  de  la  cámara  de  su  hija,  entra  Justina,  y  entre 
Belisea  y  ella  hablan  sobre  lo  que  Lucendo  tracto  con  la  hija. 


Jdstina,  Belisea. 

\_.Tust.'] — O,  quán  gran  cosa  es  el  amor  del 
padre!  o,  cómo  me  paresce  que  ni  las  cosas  van 
del  talle  que  él  piensa  encaminallas  con  la  hija, 
ni  aun  pienso  que  ha  de  faltar  algún  grande 
mal,  si  Dios  no  lo  remedia!  Porque  Belisea  ya 


COMEDIA  LLAMADA  FLORÍNEA 


237 


declina  en  el  amor  de  P^loriano,  y  él,  que  no  aflo- 
xa  en  el  sc'guirla,  y  Marcclia,  que  tercia,  e  yo, 
que  fauorezco;  de  manera  que  somos  muchos 
contra  vu  herido  y  descuydado  de  nuestras  tra- 
mas, tan  a  su  costa.  Y  aunque  hasta  agora  ella 
se  ha  mamparado  con  la  honra  y  honestidad, 
por  mi  salud  que  si  el  amor  leuauta  estandarte 
contra  ella,  y  comien9a  de  tirarle  al  corafon 
sus  doradas  Hechas,  que  todo  se  le  rinda:  por- 
que no  ay  poder,  sin  el  del  muy  alto,  que  oy  en 
la  tierra  a  tal  potencia  resista.  Entrar  quiero 
como  que  no  sé  nada  de  lo  que  ha  passado, 
para  que  si  ella  me  lo  contare  todo,  veré  que  se 
acredita  de  mí,  y  si  algo  me  callare,  también 
veré  yo  qué  es  lo  que  tengo  de  dezille,  o  hazer 
por  ella,  que  ha  de  ser  a  mi  saluo,  y  siempre 
guardando  algo  para  mi. 

Bel. — A,  Justina,  acaba  ya  de  entrar,  que  te 
has  tardado  mucho,  y  no  se  si  mi  padre  te  vio 
allá. 

./msí.  — Pense,  señora,  que  aun  dormías,  y 
ansi  no  entraña,  ni  pienses  que  me  vio  mi  se- 
ñor allá,  porque  en  le  sintiendo  me  puse  en 
cobro,  y  todo  se  ha  hecho  bien,  a  Dios  gracias. 

Bel. — Llégate  acá,  y  siéntate  sobre  esta 
cama:  que  me  siento  cou  tantas  penas  y  tan 
rodeada  de  congoxas,  que  no  querría  que  me 
dexasses  sola  vn  momento.  Pero  dime,  oyste 
la  plática  de  mi  padre? 

Just. — Y  con  quién? 

i?e/.  —  Conmigo;  que  vino  desnudo  con  sola 
vna  ropa,con  dezir  que  oyó  no  sé  qué  ruydo  en 
su  cámara,  y  vino  a  verme  con  pensar  no  sé  qué. 

Just.  — Ay,  señora,  y  cuéntame  esso,  y  riñó 
te  a  dicha? 

Bel  — Ay,  Justina,  y  cómo  creo  que  para  el 
descanso  de  su  vejez,  y  para  mi  mayor  guarda 
y  honestidad,  a  él  y  aun  a  mí  fuera  bueno  ha- 
uer  me  él  retraydo  mis  desasosiegos,  antes  que 
aprouar  mis  obras. 

Just. — Anda,  que  bien  sabe  él  lo  que  tiene 
en  ti;  pero  dime,  qué  fue? 

Bel. — Bien  querría  contártelo  punto  por 
punto;  pero  dixo  me  tantas  cosas,  que  no  te 
sabré  más  de  en  substancia  dezirte:  que  tiene 
tanta  confianza  de  mi  bondad,  sin  poner  freno 
como  zeloso  padre  a  mis  desenfrenados  hechos. 
Y  como  veo  yo  que  en  esto  él  no  acierta,  ansi 
no  sabré  dezirte  cómo  dexa  en  mi  querer  y  vo- 
luntad suelta  toda  la  voluntad  suya  para  en 
mis  cosas,  porque  en  ver  yo  esta  confianza 
buena  de  mi  padre  bueno  de  su  hija  estimada 
buena  totalmentí,  en  mis  obras  al  renes  a  mí 
con  obligar  me  más  a  la  virtud,  me  redarguyo 
de  mis  vicios.  Y  ansi  pienso  que  como  forfada 
soy  llenada  a  las  naanos  del  amor,  y  como  con- 
fusa huyo  de  las  puertas  de  la  virtud. 

Jmsí.— -Mira,  señora,  que  soy  Justina:  que 
no  caben  en  mi  entendimiento  tantos  retruega- 


dos,  y  ansi.  si  quieres  hablarme  a  fin  que  t^ 
entienda,  habla  como  con  tu  criada  y  como  con 
tu  fiel  semiente,  y  como  con  la  que  pondrá  la 
vida  por  tu  mandado  y  honra,  y  finalmente, 
habíame  claro,  para  que'entendiendote  no  yerre 
en  lo  que  cumpliere  a  ti  y  a  mi  cargo  fuere  de 
obrar,  o  si  no,  como  señora  puedes  guardar 
tus  cosas  y  cozellas  en  tu  pecho  si  no  te  hizie- 
ren  daño  a  la  voluntad. 

Bel.— Bien  veo  que  con  tener  tú  tanta  pren- 
da de  mis  secretos  en  tu  confianza  depositadas 
por  mí,  hazes  porque  quieres  como  quieres  de 
mí  potajes  a  tu  modo.  Y  esto  porque  bien  ade- 
uinas  de  mí  que  quien  te  ha  dicho  el  origen  de 
mi  pena,  y  todo  lo  qu(!  a  mí  me  es  penoso,  a 
mi  honestidad  afrontoso,  y  a  mi  honra  vergon- 
90SO,  que  tanibien  en  todo  lo  demás  tocante  a 
mis  fatigas  no  te  podre  encubrir  cosa.  Porque  ya 
de  mí  tengo  menos  confianza,  conosciendo  mis 
manifiestos  defectos,  que  de  ti  temiendo  algunas 
sospechosas  so  las  sospechas.  Y  por  esto  nun- 
ca los  hombres  aurian  de  dar  tanta  parte  a  na- 
die tle  sí,  que  no  les  quedasse  para  sí  de  sí  algo 
guardado.  Pero  como  tú  me  vayas  ya  a  cada 
passo,  por  mis  obras,  dando  alcance  a  njis  pen- 
samientos, no  seria  buen  callear  te  lo  que  o 
has  de  oyrme  tú  después  de  mí  como  descuy- 
dada,  sin  tener  que  me  agradescer  porque  te  lo 
digo,  y  también  por  lo  que  tú  anisada  verás  en 
mis  descuydos  lo  que  mi  notorio  y  gran  mal 
no  podra  encul)rirte.  Ansi  que,  Teniendo  al 
punto,  te  digo  que  ya  bien  tú  verás  y  sabrás 
cómo  no  sé  cómo  ni  por  qué  via  me  hallo  tan 
mudada  de  mí,  que  aunque  veo  que  hago  con- 
tra lo  que  deuo,  me  siento  desseosa  de  oyr  nom- 
brar el  nombre  de  Floriano,  de  mí  antes  tan 
huydo.  Y  junto  con  esto  siento  ya  pena  de  su 
pena,  y  pesa  me  de  su  mal.  Y  ansi  me  turbó 
tanto  aquel  paje  endenantes  en  dezirme  que 
está  muy  malo,  que  de  desmayada  me  fue  for- 
jado dexar  le  tan  secamente,  que  pienso  que  en 
mis  preguntas  y  alteraciones  entendió  mi  tur- 
bación. Ansi,  pues,  veniend(j  me  a  mi  cámara 
sola  de  sosiego,  y  acompañada  deste  mal,  acu- 
dió mi  señor  padre  con  su  buen  crédito  (sin 
por  qué)  que  de  mí  tiene,  y  comienza  me  a  de- 
zir que  querría  casar  me,  y  que  lo  dessea.  Y 
según  las  condiciones  que  él  me  puso  del  casa- 
miento y  lo  que  él  querría  que  tuuiesse  quien 
fuesse  mi  marido,  ni  yo  sé  cómo  de  mi  mal  yo 
pueda  sanar,  no  se  cumpliendo  lo  que  al  pre- 
sente me  pide  la  voluntad,  pues  de  otra  manera 
es  escudado  ni  tan  poco  sé  cómo  le  respon- 
da quál  sea  mi  voluntad.  Porque  si  digo  lo 
que  quiere  mi  voluntad,  he  de  dezir  (que  uo 
te  lo  puedo  a  li  encubrir)  que  quiero  y  amo  a 
Floriano.  Y  dezir  esto  va  muy  fuera  de  lo  que 
él  querría;  pues  dezir  otra  cosa  contra  mí  y 
mintiendo,  ni  lo  haré  ni  podré. 


23a 


orígenes  de  la  novela 


Just. — Y  qué  es  lo  que  él  quiere  en  el  que 
querría  por  yerno? 

Bel. —  Quiere  le  como  hijo,  quiere  le  natural; 
quiere  le  que,  allende  los  bienes  de  fortuna  y 
natura,  que  sea  de  tanta  obediencia  para  nji 
padre  como  yo  que  soy  hija,  y  que  no  me  saque 
por  la  vida  de  lui  padre  de  su  presencia,  ni  de 
su  casa  y  plato  como  agora. 

Just.  — Y  en  esso  te  atas?  y  por  esso  te 
congoxas?  y  calla,  mi  señora,  que  para  todo 
pone  Dios  remedio,  queriendo  lo  el,  en  especial 
en  esta.  A  la  fe,  si  a  ti  te  paresce  que  está  bien 
a  lo  que  tú  desseas  y  meresces,  cierra  con  ello: 
que  ello  vna  por  vna  hecho,  él  lo  tendrá  por 
bueno,  visto  que  no  se  puede  deshazer.  Pero  y 
dime,  mi  señora,  tu  padre  quiere  cierto  casarte? 

Bel.  —  El  ansi  me  lo  ha  platicado  agora,  y 
aun  ¡también  sé  que  lo  ha  intentado  dias  ha 
con  quien  a  raí  jamas  cayó  en  voluntad,  y  temo 
que  cierre  con  ello,  porque  de  allá  le  combaten. 
Y  si  lo  haze  sin  pedir  mi  consentimiento  pri- 
mero, presupuesto  lo  que  él  cree  de  mí  que  no 
le  saldré  de  obediencia,  yo  me  veo  perplexa. 
Porque,  por  vna  parte,  como  a  tal  padre  le 
deuo  toda  subjection,  y  por  otra  parte  es  cosa 
muy  agrá  tomar  la  muger  compañia  perpetua 
contra  su  voluntad. 

Just. — Todo  esto  va  bueno;  agora  creo  yo 
que  Dios  encamina  mis  negocios. 

Bel. — Qué  dizes? 

Just. —Digo  que  no  tomes  estas  cosas  tan 
por  el  cabo.  Tracta  primero  con  Marcelia,  que  lo 
tramó  primero,  e  infórmate  de  quién  sea  este 
cauallero;  sabe  si  es  libre,  que  de  ser  te  meres- 
cedor,  aunque  tú  merezcas  mucho,  no  lo  dudo 
yo.  Y  si  la  cosa  es  la  que  cumple  y  desseamos, 
hágase,  y  después  buscar  la  suelda  y  los  reme- 
dios. Porque  muchas  veces  haze  daño  tomar 
las  cosas  y  pensar  las  de  tan  atrás,  porque  sue- 
len al  medio  y  al  cabo  variar  los  successos. 

Bel.  — Ay,  no  digas  tal  cosa,  porque  siempre 
el  entendimiento  ha  de  anteuenir  y  guiar  a  la 
voluntad,  para  que  el  entendimiento  proponga 
y  la  voluntad  elija,  y  las  manos  acompañen 
después  a  la  obra.  Porque  las  obras  preuenidas 
y  meditadas,  las  menos  vezes  se  yerran,  excep- 
to o  si  el  entendimiento  es  muy  torpe  o  la  po- 
tencia para  el  obrar  poca. 

Just. — Todo  como  lo  dizes  es  ansi.  Pero  ha 
de  ser  que  el  pensamiento  o  el  entendimiento 
en  su  meditar  la  tal  obra  ha  de  tomar  princi- 
pios de  ella  mcsma,  para  preuenir  los  medios  y 
los  fines.  Pero  agora  aun  no  hemos  entrado  en 
el  juego,  y  quieres  que  alcemos  ya  las  tablas?  y 
(como  dizen)  hija  no  tenemos  y  nombre  le  po- 
nemos. Yaque  yo  sé  tu  voluntad,  te  suplico  que, 
pues  quesiste  communiearme  tus  cosas,  también 
tengas  por  bien  de  en  algo  te  dexar  guiar  por 
mi  poca  capacidad  y  menos  juyzio,  aunque  en 


esto,  a  Dios  gracias,  libre.  Y  aunque  te  pareszca 
(lo  que  es)'  que  yo  no  tenga  saber  para  tan 
gran  empresa,  ya  sabes  que  a  las  vezes  el  sim- 
ple sin  passion  es  mejor  juez  que  el  sabio  apas- 
sionado,  mayormente  quando  a  de  juzgar  en 
sus  proprias  causas,  y  también  tanto  por  tanto 
menos  veen  dos  ojos  que  quatro.  Y  ansi  po- 
dría ser  que  yo,  como  ando  más,  y  bullo  más,  y 
puedo,  con  no  perder  punto  de  honra  ni  graue- 
dad  como  tú,  buUiendo  entremeter  me  en  más 
cosas  que  tú,  por  donde,  tú  estando  a  tu  seguro 
queda,  te  podré  yo  yr  descubriendo  todo  el 
juego. 

Bel. — Ay,  que  estas  cosas  son  tan  delicadas, 
que  no  son  para  entre  todas  manos. 

Just.  —  Pues  también  sabes,  señora,  que  el 
muy  delicado  y  frágil  vidrio  con  hierro  se  re- 
buelue,  y  con  hierro  se  bruñe  y  hace,  y  con 
hierro  se  tracta  de  los  qne  lo  labran;  pero  si 
son  buenos  los  que  lo  labran,  lo  menos  se  quie- 
bra, y  ansi  la  honra  no  en  todos  peligros  pe- 
resce,  porque  lo  que  de  Dios  está  ha  de  yr  al 
cabo.  Y  con  tanto,  pues  comienpa  a  amanescer, 
te  quiero  dexar  dormir,  porque  dexemos  de  dar 
occasion  a  las  que  leuantandose  te  vieren  ansi, 
y  te  juzgaren  a  mal  tal  estada  toda  la  noche  en 
vela.  Y  yo  te  haré  venir  a  Marcelia  venieudo  el 
dia,  y  tractando  con  ella  despidirás  los  nubla- 
dos de  tus  tristezas.  Dios  mediante,  para  todo 
bien.  Y  suplicóte  que  duermas  y  pongas  tus 
cuydados  en  mi  pecho. 

Bel —  Con  la  confianza  de  tu  buen  zelo  me 
esfuerzo  a  forcar  me  a  mí  para  confiar  me  de  ti 
en  todo  y  por  todo.  Y  ansi  como  a  mi  aya  te 
tengo  de  seguir  en  todo  y  por  todo,  pues  yo 
tal  estoy,  con  que  mi  honra  y  honestidad  estén 
muy  enteras,  y  quiero  lo  desde  luego  comen9ar 
y  dormir  si  pudiere;  por  esso  cierra  essa  puerta 
y  quita  essa  vela,  pues  no  es  menester. 

Just. — Pues  yo  también  voy  a  pasar  vn  sue- 
ño por  aliuiar  el  cuerpo,  para  que  tome  más 
fuerzas  para  en  tu  seruicio,  y  encomiendo  te  al 
señor  del  mundo  y  criador  de  los  cielos. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XXIIII 


Fulminato  y  Felisino  llenan  a  Marcelia  de  su  casa  al  llamado  de 
Floriauo,  el  qual  le  encarga  vna  carta  que  lleue  a  Belisea.con 
h  qual  también  le  bu[e]lue  junlamente  el  anillo  que  le  die- 
ra Uelisea:  con  lo  que  más  passan,  etc. 


Marcelia,  Felisino,  Fulminato,  Lvdorio, 
Floriano,  Polytes. 

[vl/a?-.] — Pues  que  ya  estamos  todos  a  pun- 
to, mouamos  antes  que  sea  más  tarde,  y  veré 
qué  me  quiera  Floriano. 

Fel. —  Foco  más  o  menos  todos  lo  adeuina- 
mos  ya. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


239 


Ful.  —  Por  los  sepulchros  de  mis  antepassa- 
dos,  que  es  yerguenra  ver  cómo  tan  sin  porqué 
pene  y  muera  este  hombre. 

J/a?-.  —  Pues  bulle  poca  gente,  me  ve  decla- 
rando qué  llamas  sin  por  qué?  pues  que  si  tú 
sabes  qué  cosa  es  ser  hombre,  y  aun  si  yo  lo 
fuera  como  él,  me  preciara  de  perder  me  por  tal 
dama. 

Fel. — Todos  haríamos  osso  mesmo  por  tal 
joya,  aunque  al  cabo,  como  sea  vna,  vno  la  ha 
de  llenar,  y  los  otros  quedarán  descontentos  y 
no  pagos  de  hauer  penado  por  ella. 

/•"»/.—  Qué  cosa,  pues,  mugeres,  que  les  bas- 
tará vno?  aunque  no  lo  digo  por  ti,  Marcelia. 

Mar.  —  Por  sólo  que  voy  presente  te  agradez- 
co la  cortesía,  aunque  después  de  enlodada.  Pe- 
ro pues  hablas  lo  que  tu  pensamiento  malicioso 
te  dize  y  siente.  Y  ansi  no  te  pido  sino  porque 
pena  (a  tu  paresrer)  sin  por  qué  vn  hombre,  que 
por  de  buen  entendimiento  supo  escoger  una 
muger  que  cierto  no  es  digna  lengua  tan  malde- 
ziente  como  la  tuya  aun  de  loarla,  qnanto  más 
ponerla  en  tacha;  que  muy  fuera  va  de  su  san- 
gre, y  nobleza,  y  bondad,  y  honestidad,  y  hon- 
ra. Y  guárdate  de  juzgar  a  nadie  si  no  quieres 
condenar  a  ti  mesmo. 

Fel. — Y  aun  muchas  vezes,  ansi  como  por 
los  meneos  de  gesto  saca  un  buen  entendimien- 
to por  conjectura  lo  que  otro  tenga  en  el  pensa- 
miento, como  agora  la  señora  Marcelia  entendió 
que  tachauas  a  Floriano  y  Belisea,  ansi  tam- 
bién muchas  vezes  atreuidamente  se  sueltan  los 
hombres  a  juzgar  lo  que  no  alcan9an  por  algu- 
na cosa  que  veen,  que  no  basta  para  liazer  los 
acertar;  como  agora  tú,  Fulminato,  menos  acer- 
taste en  tachar  al  amante  mancebo  cauallero 
Floriano,  que  es  enamorado  al  modo  de  caba- 
llero, y  paresce  te  a  ti  que  a  menos  costa  (como 
tú  a  otra  que  has  debalde,  porque  debalde  es 
muy  comprada)  que  ansi  él  pudiera  hauer  vna 
señora  tal  a  menos  costa  suya. 

Ful. — Mas  dimo  si  no  es  ansi  que  por  su 
dineio  hallará  oy  quinientas  que  le  rueguen? 

Fel. — Y  ansi  no  hallará  otra  que  le  me- 
rezca. 

Mar. —  Bien  da  a  entender  Fulminato  quán 
pegadizo  sea  en  el  aprouechar  se  de  mugeres,  y 
quán  desamorado  en  querer  a  ninguna.  Pues 
ru.'ga  a  Dios  que  no  vengas  a  ser  constante  en 
amar,  y  tan  herido  de  amor,  que  sientas  y  en- 
tiendas cómo  amor  no  se  alcan9a  sino  con  amor. 
Y  ansi  como  tú  por  dinero  auras  oy  en  el  pue- 
blo quinientas  de  que  gozar  como  dizes,  ansi 
las  mesmas,  por  el  mesmo  gozo  y  por  la  mone- 
da, buscarán  cada  vna  otros  quinientos,  y  ni  por 
esso  amarán  a  ninguno,  porque  las  cosas  que  se 
ponen  en  venta,  véndense  según  son  hjs  com- 
pradores, y  según  la  variedad  de  los  tiempos. 
Fel. — Y  aun  tengo  por  aueriguado  que  si  se 


saca,  que  como  el  sólo  tenga  ojo  a  la  moneda, 
que  le  harán  confrade  de  san  Corniel. 

Ful.  —  Y  aun  por  esso  como  yo  de  empresta- 
do Pero  aunque  seays  entramos  contra  mí,  sí 
que  Floriano  todo  el  fin  de  lo  que  haze  es  por 
gozar  de  la  que  ama. 

Fel.  —Ansi  es. 

Ful.  —  Pues  luego,  qué  diablo  son  menester 
essos  rodeos,  ni  cartas,  ni  plantos?  que  por  el 
sancto  relox  de  Roma,  que  soy  mas  quisto  y  es- 
timado de  mugeres  que  Floriano,  y  que  tengo 
por  derramar  la  primera  lagrima  por  alguna,  y 
que  ninguna  se  me  a  escapado.  Y  por  qué,  si 
pensays,  soy  quisto  tanto  de  ellas?  a  la  fe,  por- 
que hago  y  callo,  y  todas  quieren  esto,  y  las  más 
de  valor,  y  las  más  guardadas,  y  las  más  ho- 
nestas, hauiendo  de  tractar  desto,  más  quieren 
vn  hecho  que  veynte  haré,  porque  dizen:  que 
haré,  haré,  mala  casa  comporné. 

Mar. — O,  cómo  quisiera  que  no  estuuieramos 
ya  a  la  puerta  del  palacio,  para  darte  a  enten- 
der cómo,  si  te  loas  de  muchas  gozadas  (lo  que 
no  creo),  no  te  loarás  ser  de  muchas  querido  Y 
que  si  (como  dizes)  caen  las  buenas  (lo  que  no 
es  sino  en  las  menos),  que  de  las  muy  pocas,  las 
muy  menos  vienen  a  esso,  y  si  vienen  será  por 
flaqueza,  y  porque  se  atreuen  a  dexar  se  vencer 
do  la  tentación  grane,  con  la  oportunidad  encu- 
bierta, por  no  dar  quiebra  en  el  crédito  público; 
y  entonces  las  tales  en  tal  hecho  no  buscan  el 
ser  amadas,  sino  el  librarse  de  la  furiosa  concu- 
piscible, que  a  muchos  sanios  y  fuertes  basta  a 
derrocar,  y  aun  los  hombres  dados  a  esto,  con 
la  facilidad  que  ganan  lo  que  buscan,  con  essa 
la  oUiidan;  y  ansi  tanto  aman  qnanto  les  cues- 
ta lo  ganado  De  donde  prouiene  que,  con  ser 
engañadas  las  recogidas  mugeres  de  los  hom- 
bres burladores  y  mentirosos  y  desamorados, 
ellos  son  de  muchas  amados,  porque  cada  vna  le 
ama,  porque  cada  una  se  le  rendio  por  bien  que- 
rer, y  ellos  a  ninguna  aman,  porque  ninguna  les 
costó  amor  de  las  voluntades,  sino  que  las  ama- 
ron por  el  amor  de  los  cuerpos  de  las  escarnidas. 

Fel.  —  Altamente  lo  has  prouado,  señora 
Marcelia;  pero  ya  se  ataja  la  platica  con  la  ve- 
nida del  camarero. 

Ful. — Y  aun  pese  a  tal  porque  él  viene,  que 
yo  saliera  de  algunos  scrupulos  que  me  quedan 
del  razonamiento;  pero  otro  dia  nos  dará  Dios. 

Lyd. — Buenos  dias,  señora,  y  los  escuderos 
te  agradezcan  que  no  les  reno,  porque  ansi  des- 
aparescen.  Y  tú,  Felisino,  ve  presto  en  busca 
del  paje  Polytes,  que  también  pide  por  él  Flo- 
riano, que  agora  me  escabullí  del,  que  me  ha  te- 
nido toda  la  noche  contándome  cosas  que,  cole- 
gidas, he  cogido  que  o  pierde  el  seso  o  él  es  de 
muerte.  Yo  me  voy  vn  rato  a  reposar;  si  me 
llamare,  buscad  me  en  mi  aposento;  y  tú,  seño- 
ra Marcelia,  perdona. 


240 


orígenes  de 


Mar. — Señor,  ve  a  descansar;  nosotros  en- 
tremos a  él,  que  no  es  possible  que  el  mal  ture 
mucho,  si  Dios  le  quiere  dar  remedio. 

Ful. — Pues  quiero  ver  si  duerme;  pero  ya 
ya  por  de  mas  es,  que  cantando  está  deva- 
neos. 

/7o?'. — Pajes,  quién  está  ay? 

/'"?</.— Señor,  Fulminato  es,  que  no  durmien- 
do en  tu  sernicio  te  trae  a  Marcelia,  que  man- 
daste llamar. 

Flor. — Ni  sé  quién  es,  ni  para  qué  la  man- 
dé 1  amar. 

Mar. — Espera,  veré  le,  y  verá  me.  A,  mi  señor 
Floriano,  que  vengo  a  saber  cómo  te  fue  en  la 
romería  de  Prado. 

Flor.  — O,  la  mi  Marcelia,  que  agora  te  co- 
nozco y  con  razón,  porque  a  no  te  ser  tan  con- 
traria en  mí  la  fortuna,  mucho  te  deuia  yo  en 
me  auer  presentado  delante  de  mi  señora,  y  ha- 
uerme  traydo  este  anillo,  sin  el  qual  yo  fuera  ya 
defuncto. 

.1/ar.  — Anda,  señor,  no  desmayes,  que  más 
espero  hazer  por  tu  seruicio  si  me  lo  mandas, 
que  agora  que  tengo  manto,  sin  verguen9a  osaré 
parescer  por  tu  seruicio  donde  gane  mayores 
mercedes,  con  tanto  que  no  me  mandes  yr  des- 
cubierta a  parte  de  afrenta,  porque  traygo  malas 
sayas,  que  me  corro  de  verme. 

Flor. — Anda,  hermana,  que  si  tú  me  visties- 
ses  a  mí  de  alegría,  poco  es  a  mí  hazer  te  des- 
pedir todas  tus  necessidades  y  vestir  te  de  sayas 
y  más  sayas. 

Mar. — Con  besar  tus  illustres  manos,  por  tan 
magnificas  promesas,  porque  no  se  vaya  la  ma- 
ñana en  balde,  me  di,  qué  mandas? 

Flor. — Querría  restituyr  este  anillo  a  cuyo 
es,  y  saber  de  mi  señora. 

J/ar.  — Pues  quieres  que  se  desempeñe  mi 
palabra  con  llenarle?  Dame  le  luego,  y  voy,  que 
también  me  han  embiado  a  llamar  de  su  parte,  y 
lo  que  de  mi  yda  te  prometo  traer  es  alguna  jo 
ya  que  tengas  en  más  que  ésta. 
.  Ful.  —  O,  pese  a  la  tierra  con  esta  embaydo- 
ra,  y  si  no  creo  que  ha  de  robar  a  este  hombre; 
pero  saque  y  pele,  que  yo  con  quatro  manos  a 
la  partición. 

Flor. —  Qué  dizes,  Fuhninato?  ve,  llama  me  a 
Polytes,  que  también  quiero  saber  vn  poco  de 
él  delante  desta  dueña. 

Ful. — Aun  si  lo  quiere  a  solas  con  estotra? 
porque  dizen  que  el  perro  con  rabia  de  los  pa- 
los traua,  y  aunque  no  voy  muy  satisfecho,  pero 
allá  se  lo  ayan,  que  si  algo  fuere,  ay  se  me  que- 
dan las  paredes,  y  aun  la  heredad,  y  también 
aura  más  ganancia  que  partir. 

Fot. — Qué  h.'ize? 

Ful. — Entra  y  verás  los  secretos  que  tiene 
muy  de  mañana  con  Marcelia,  que  yo  yua  en  tu 
busca. 


LA  NOVELA 

Fol.  —  No  creo  que  te  come  donde  te  agora 
rascas. 

Ful. — Anda  ya,  que  más  me  come  la  ham- 
bre, que  voy  a  buscar  con  qué  me  desayune.  Y 
por  tu  fe,  que  aunque  pidan  por  mí,  que  no  me 
sientes  ganancia,  no  me  vayas  en  rastro. 

Fol. — Entro,  que  ansi  lo  haré. 

Flor.  —  Di  me,  Polytes,  por  qué  no  me  has 
venido  a  dezir  cómo  te  fue  anoche,  y  si  viste  a 
mi  señora,  pues  ansi  te  lo  mandé?  y  dime  lo  lue- 
go, que  alegre  me  paresce  que  vienes. 

Fol. — Yo  la  vi  y  buena;  otras  cosas  muchas 
ay,  pero  para  su  tiempo. 

Mar. — Señor,  da  me  licencia,  y  daré  lugar  a 
su  embaxada. 

Flor. — No  quiero  que  te  vayas,  sino  que  lo 
oyas  todo,  porque  al  confessor,  y  al  juez,  y  al 
medico,  se  les  ha  de  dar  toda  relación,  porque 
después  no  yerren;  y  tú  no  me  calles  cosa  que 
ayas  passado. 

Fot. — Pues  quieres,  señor,  que  publique 
liombre  de  dia  lo  que  passa  solo  en  la  noche, 
passa  ansi:  que  yo  fuy  a  hablar  por  vna  rexade 
las  baxas  que  caen  a  la  huerta  con  vna  don- 
zella. 

Mar. — Y  cómo  se  llama? 

Fol. — No  ay  para  qué  decirlo. 

Flor. — Di  lo  por  mi  amor. 

Fol. — La  donzella  se  llama  Justina,  de  quien 
tu,  señor,  deurias  de  tener  noticia,  y  ésta  (que  por 
su  industria  deuio  ser)  me  hizo  hablar  con  Be- 
lisea,  la  qual  se  me  dissimuló  ser  otra,  aunque 
luego  yo  la  conosci. 

Flor. — Dichoso  tú,  e  yo  bienauenturado  si 
me  vuiera  ydo  contigo,  como  yo  quería;  pero 
qué  te  uezia? 

Pol. — Señor,  todo  era  preguntarme  por  ti,  y 
esto  con  tales  palabras,  y  con  tantos  ahíncos, 
que  yo  vi  bien  que  ella  yua  sintiendo  en  sí  el 
mal  que  yo  le  dixe  que  tú  passauas  por  ella,  sin 
]iensar  que  era  ella,  sino  diziendoel  mal  que  pas- 
sauas por  Belisea,  y  al  cabo  con  harto  senti- 
miento, sin  darse  me  a  conoscer,  me  dexó. 

Flor. — Pues  no  me  calles  cosa;  y  di,  cómo 
supiste  ser  ella? 

Fol. — Porque  luego  ella  me  embió  a  la  que 
yo  buscaua,  y  ella  me  certiíicó  ansi  de  ello  como 
de  que  aunque  a  costa  suya  e  industria  desta 
donzella;  pero  que  su  señera  está  tan  otra,  que 
huelga  de  preguntar  por  ti,  y  hablar  lo  más  del 
tiempo  de  ti,  lo  qual  soy  yo  buen  testigo  por  el 
rato  que  la  hal)lé. 

Flor. — Anda,  luego  me  llama  al  (.amarero. 

Fot. — Aun  no  creo  en  la  vida,  si  no  pienso 
que  sospechaua  bien  Fulminato,  porque  aunque 
Floriano  tenga  el  amor  en  Belisea,  el  aparejo  le 
incitará  al  gozo  destotra,  porque  dizen  que  el 
aparejo  haze  a  muchos  castos  luxuriosos,  y  a 
muchos  fieles  ladrones,  y  a  los  justos  peccado- 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


241 


res,  si  Dios  no  accorre.  Pero  allá  se  lo  ayan, 
que  ella  bien  se  lo  sabrá  pegar,  y  aun  le  sabrá 
pelar,  y  aun  que  no  es  tal  que  le  hieda  el  huelgo: 
mayormente  que  a  hambre  no  ay  mal  pan. 

Mar. — Aun  si  le  toma,  pues,  a  estotro  dente- 
ra con  mi  sola  presencia,  porque  no  haze  sino 
despedirlos  a  todos!  Pues  a  la  fe,  vea  lo  que  le 
cumple;  que  yo  con  hazer  de  la  que  se  ruega, 
no  le  quebraré  los  braros,  ni  descorcharé  los 
chapines  huyendo,  porque  al  fin  aquí  me  ven- 
drian  honra  y  prouecho.  Pero  cata,  qué  buscar 
haze  entre  las  almohadas?  si  busca  la  bolsa.' 
pues  venga,  que  a  todo  diré  adueniaf;  pero  mi 
gozo  en  el  pozo,  que  papeles  saca,  alguna  carta 
de  deuaneos  será  para  Belisea.  Y  él  paresce  me 
que  se  oluida  que  estoy  con  él;  pues  quiero  ju- 
gar de  mala  y  traerle  a  la  memoria  que  estamos 
solos,  para  que  si  algo  se  le  antoja  concluya  en 
breue. 

Flor. — Dizes  algo,  Marcelia?  perdona,  que 
buscaua  vn  papel. 

Mar.  —  Todo  perdón  te  diera;  pero  pues  no 
me  entiendes  por  señas,  quiero  hablar  te  alto  y 
más  claro.  Mira  si  me  quieres  algo  en  secre- 
to antes  que  venga  alguien,  pues  estamos 
solos. 

Flor. — Sólo  encargarte  que  me  vayas  a  saber 
de  mi  señora,  si  es  lo  que  el  paje  me  dixo,  y  lleua 
le  este  su  anillo,  y  lleua  le  este  joel  de  esta  fina 
esmeralda,  para  que  si  la  quisiere  tomar  como 
cosa  mia,  si  no,  tómela  por  tuya,  con  que  sepa 
que  yo  te  la  di  para  ella,  y  lleuar  le  has  este 
papel,  y  pon  le  en  su  mano  ansi  cerrado.  Y  mira 
que  si  mi  ventura  fuere  que  yo  le  vea  traer  essa 
joya,  tú  llenarás  de  mí  las  mercedes.  Y  para  lue- 
go que  me  vengas  con  buena  respuesta  de  todo, 
te  haré  tener  aquí  el  sastre  que  te  vista  toda,  y 
di  al  que  te  paresciere  de  mi  parte  que  se  vaya 
contigo.  Y  mira  que  no  te  tardes,  si  quieres 
que,  yo  muerto,  tú  pierdas  tu  buen  gualardon  e 
yo  la  vida. 

Mar. — Agora  os  digo  yo  que  no  salimos  to- 
dos a  vn  camino. 
Flor. — Qué  dices? 
Mar. — Que  luego  tomo  el  camino. 
Flor. — Pues  ve  con  Dios. 
Pol.  —  Qué   relamiendo  que  se  sale  la  seño- 
ra! aun  qui^a  que  labraron  la  heredad  de  Ful- 
minato.  A,   señora  Marcelia,   mandas    que   te 
acompañe? 

3íar. — Si  fuera  para  mi  casa,  grata  me  fuera 
tu  offerta;  pero  voy  donde  no  creo  que  te  aure 
menester,  aunque  bien  tengo  entendido  ya  el 
por  qué  tan  tarde  y  de  mala  gana  asomas  a  mi 
casa. 

Pol.—  Sin  falta  que  es  porque  jamás  me  dexa 
Ploriano.  Pero  desando  enoxos  aparte,  te  rue- 
go que  si  allá  se  offresciere  en  qué  donde  vas, 
que  me  seas  buen  tercero,  y  si  me  quieres  ha- 

CRÍGENES    DE    LA    NOVELA. — 111. — 16 


zer  la  merced  por  entero,  sea  que  des  esta  carta 
en  su  mano  a  Justina.        . 

.\íar. — Anda,  Polytes,  que  aunque  te  quie- 
ras aprouechar  de  mis  fueryas  para  contra  mi, 
pero  porque  veas  quán  sin  interés  ni  doblez  te 
amo,  haré  lo  que  me  mandas,  y  te  daré  el  recau- 
do de  lo  que  me  dixercn,  y  quédate  a  Dios,  que 
no  quiero  dar  que  dezir  a  los  que  nos  vieren,  ni 
tardar  me  en  mi  mensajería. 

Pol. — San  Miguel  vaya  contigo,  que  voy  yo 
también  en  busca  del  camarero.  Allá  va  el  dia- 
blo; y  qué  faldear  lleua!  Asnadas  que  o  lleua  ya 
ganancia  o  la  espora,  porque  ni  ella  da  passo 
sin  porqué,  ni  Floriano  haze  sino  hazer  le  mer- 
cedes. Pero  allá  se  auenga;  cada  qual  corte  su 
ropa  como  la  loca  le  pidiere  y  la  bolsa  le  man- 
dare. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XXV 


Illa  Marcelia  a  ca>a  de  I.ucendo,  después  de  hauersc  ^¡^>to  con  el 
de*|(eiisero,  hal)la  con  Justina  y  con  líelisea  iniiclias  y  bue- 
nas razones  a  su  i>rji)osito,  (juedando  concertada  la  visita  de 
Floriano  a  Bülisva  pira  essa  noche.  V  tratado  el  cómo  y 
p  )r  dijnde  y  la  hora,  se  despide  Marcelia,  hauiendo  dado  las 
cartas  a  las  dos  donzellas,  ama  y  criada. 


Marcelia,  Despensero,  Justina,  Belisea. 

f.Var.] — Agora  que  voy  en  mi  cabo  desde 
aqui  a  la  casa  de  Lucendo,  quiero  yr  pensando 
en  lo  que  allá  me  podra  succeder,  porque  ya  de 
entramas  partes  va  tramada  la  tela  según  veo, 
pues  que  de  entramas  partes  me  han  buscado 
tan  apriesa  para  que  se  la  texa.  Pero  no  sé  qué 
medio  me  tenga  en  los  comienzos  de  la  clari- 
dad, en  el  descubrir  mis  gramalleras,  porque 
estas  donzellas  son  tan  espantadizas,  que  temen 
antes  del  golpe.  Mas  lo  que  a  mí  me  paresce 
más  acertado  y  p.ara  mi  prouecho  mejor  será, 
que  si  la  veo  picadilla,  vender  me  caro,  porque 
pite  también  para  la  lumbre  del  candil  con  que 
yo  alumbro,  y  aun  encandilo,  a  tales  bonos  como 
los  que  al  presente  traygo  entre  manos.  Y 
aun  para  mi  santiguada,  que  aunque  a  ella  no 
le  viene  de  casta  el  ser  dadiuosa,  que  si  la  hallo 
en  el  garlito,  que  en  pago  de  lo  que  le  lleno,  y 
lo  que  yo  le  sabré  mentir,  y  que  ella  querrá 
creer,  que  ella  me  ha  de  dar  las  tocas  y  camisas, 
pues  el  otro  me  da  las  ropas  por  las  quales  le 
boluere  luego  con  la  respuesta.  Y  aun  que  de 
acá  sea  mala,  que  la  oya  él  de  mi  boca  buena, 
porque  la  buena  naeua  es  hermana  de  la  alegria, 
y  la  alegria,  prima  de  la  liberalidad,  porque,  a  la 
fe,  después  que  ellos  juntos,  ni  aura  Marcelia, 
ni  aun  ración,  ni  más  mensajes;  porque  oy  en 
dia  todos  dan  porque  les  den.  Pues  yldos  a  ver 
desque  ellos  contentos  y  juntos;  que  haziendo 
de  los  graues,  os  darán  con  vn  tan  seco  vos  en 
ojos,  y  con  vn  quién  sois  tan  sin  sal,  y  vn  qué 


243 


orígenes  de 


qviereys  tan  sin  911010  ni  gracift,  que  a  vqs  se  os 
pegue  la  lengua  al  paladar  p^ra  no  les  pedir;  y 
ellos  atando  las  manos  al  dar,  sueltan  la  lengua 
a  dilataros  la  venida  para  otro  dia,  coa  manda- 
ros por  algún  paje  dczirque  están  sus  soñorias 
oscupados,  y  aquel  dia  c11(j3  le  tienen  tan  olui- 
4ado  luego  como  el  del  juyciq;  por  tanto  agora 
rae  cumple  a  mí  al  primer  descorchar  tener  pres- 
ta la  lengua  al  pedir,  y  abiertas  las  manos  al 
asir;  porque  más  vale  vergüenza  en  cara  que 
lástima  en  corac^on,  Y  en  ostos  palacios,  con  no 
medrar  los  comedidos  ni  vergonzosos  al  pedir, 
t^mbieíi  diz  que  np  oye  Dios  a  quien  no  le 
ll^m^.  Que  pues  yo  le  traygo  a  él  en  mi  poder, 
y  aun  ella  ya  me  viene  a  las  yñas,  mientras 
están  enferniqs  4el  n^al  que  yo  les  curo,  a  la  fe, 
dilatando  la  cura,  pedir  para  las  vnturas;  por- 
que mientras  ellos  más  dolientes,  mi  bolsa  y  mi 
casa  sanará  más.  Y  ellos  liauiendo  rne  menester, 
con  lo  que  a  ellos  les  paresciere  y  yo  les  haré 
encreyente,  aura  más  occasion  a  que  me  vengan 
siempre  a  mis  manos,  sueltas  al  tomar,  con  las 
suyas  enibarayadas  con  el  traerme,  con  que  su 
enfermedad  rica  sane  mi  necessidad  pobre.  Y 
aun  el  majadero  de  Fulminato,  si  me  ha  cogido 
en  opinión  de  boua,  para  esperar  de  mí  ganan- 
cia, y  en  tal  parcscer  haze  ya  del  voto  tal,  y 
como  se  sueña  rico,  se  quiere  mostrar  ya  man- 
dón? pues  ande  se  tras  mí,  que  del  me  aproue- 
charé  para  suplir  soledades,  y  después  qualquier 
ocpasion  me  bastará  para  dexarle  soplar  sus 
manos,  mientras  yo  lauo  las  uiias.  Que  estps 
tales  ha  los  c^e  tomar  la  persona  de  ufanera  que 
siempre  se  tengan  por  desasidos,  porque  con 
darles  el  dedo  no  os  quieran  el  bra^o;  porque 
en  viendo  que  se  hinchan  con  yn  fauor,  dar  les 
viia  cQz  de  desuio  con  que  reuieuten,  y  trac- 
tarlos  como  quien  los  ha  menester,  porque 
quien  sus  carros  vnta,  sus  bueyes  ayuda,  pero 
de  manera  que  no  se  os  atreuan.  Porque  quien 
de  mucho  mal  es  duecho,  poco  bien  le  em- 
palaga; en  especial  que  creo  yo  que  éste  en 
toda  su  vida  salió  de  cauallerizas  y  burdeles, 
sino  en  mi  casa,  y  agora  piensa  ya  el  don  duelo 
que  de  ruin  se  cae  a  la  persona  el  pelo,  y  que 
ayer  entró  rogando,  y  que  oy  se  ha  do  assentar 
Hiandando.  Pues  aguarde  que  se  me  caya  el 
bocado  de  la  boca  por  boua,  que  quando  más 
se  quisiere  llamar  a  possession,  le  haré  yo  que 
se  quede  del  agalla.  Y  aun  le  tengo  de  enseñar 
que  mieutras  labrare  en  la  heredad  que  agora 
labra,  siempre  ha  de  pagar  las  rentas  adelanta- 
das, y  aun  no  se  descuydar  en  la  labran9a;  por- 
que ha  de  saber  que  daré  mi  tierra  a  quiejí  rpe- 
jor  me  la  barbechare.  Y  aun  por  mi  vida  que 
para  en  esto  he  ^illi  el  despensero  de  Lucendo 
sale,  que  con  ruegos  y  dineros,  y  aun  no  menos 
labor,  se  tendría  por  dichoso  de  tener  la  posses- 
sion, Y  aun  por  mi  salud  que  prco  que  aure  de 


LA  NOVELA 

aguardar  en  su  cámara  a  que  sea  de  dia  allá  adon^ 
de  voy,  porque  en  estos  palacios  ya  está  harto 
el  sol  de  alumbrar  a  los  otros  quando  a  ellos 
les  amanesce.  Porque  paresce  que  es  estado  de 
canal lero.s  no  se  recoger  al  compás  del  sol  como 
los  otros,  sin"  hazor  del  dia  y  de  la  noche  paV- 
tes  para  haxer  su  dia.  Y  esto,  a  mi  ver,  o  porque 
mejor  cuenten  sus  patrañas  ala  luz  de  las  velas, 
porque  du  menos  sean  oydas  sus  necedades  y 
de  más  seaq  aprouadas  sus  bouerias.  Porque  en- 
tonces, coino  son  veedores  de  sus  dichos  y  jue- 
zes  de  sus  obras  sus  criados,  no  osan  desenga- 
ñar los  en  lo  que  yerran,  por  no  perder  de  ellos 
la  medra  que  esperan.  Y  ansi  no  ay  oy  en  dia 
quien  menos  sea  desengañado  ni  menos  verdad 
le  sea  dicha  que  vn  señor,  porque  la  oobdicia 
de  los  que  esperan  de  lo  que  él  tiene,  y  el  aca- 
tamiento de  los  inferiores,  tapa  las  lenguas  a 
los  que  los  podrían  desengañar.  Cata,  cata  esto- 
tro, qué  plazer  le  ha  tomado  con  verme!  A  la  fe, 
pues  abra  él  la  boca  al  reyr,  que  yo  la  bolsa  al 
recebir.  Y  sepa  que  en  la  fe  de  mi  casa  que  el 
se  saluará,  si  él  lo  haze  siempre  como  ha  co- 
mencado. 

Desp.  —  l^o  te  me  encubras,  que  ya  eres  co^ 
noscida;  pero  dónde  bueno  tan  de  mañana? 

Mar. — A  verte. 

Desp, — Dios  te  visite  tan  de  mañana;  pero 
qué  es  lo  que  ay  por  acá? 

Mar.  —  Vengo  huyendo  de  la  justicia:  a  me 
acoger  con  mi  señora  Belisea. 

Desp. — Pues  en  tanto  que  arriba  se  leuantau 
me  da  |a  mano  y  sube  esta  escalenta  dp  mi  cá- 
mara, que  también  está  sagrada  para  tu  temor, 
con  que  perdones  el  mal  asseo  de  la  posada, 
pues  que  donde  no  pisa  muger  no  ay  cosacom-? 
puesta. 

J/((r. -^Bendito  Dios,  que  las  hallays  para 
algo  prouechosas.  Pero  perdóname  la  subida, 
porque  entran  y  salen  en  estos  palacios,  y  py  en 
dia  de  todos  se  ha  de  guardar  la  persona  y  a 
ninguno  offonder.  Pero  hablando  al  punto  me 
di  si  será  leuantada  Belisea,  porque  vengo  de 
la  missa  del  alúa  y  antojó  se  me  de  visitarla  an- 
tes que  me  torne  a  encerrar  en  mi  cassa;  porque 
a  la  verdad  se  lo  deuo,  y  tú  también,  dónde  yuas 
tan  de  niañana? 

Desp. — A  visitarte  también,  y  a  ver  si  me 
querrías  oy  por  combidado. 

Mar. — La  memoria  que  tienes  de  mí  te  agra^ 
dezco;  pero  ya  sabes  que,  aunque  no  falte  vo- 
luntad, mal  puede  vna  viuda  pobre  hazer  essos 
cumplimientos  faltando  el  con  qué. 

Desp. — EssQ,  mió  era  de  proueer;  pero  pues 
no  aura  lugar  agora,  embiare  para  la  noche  para 
mí  y  vn  paje  de  cámara  de  Lucendo,  que  tam- 
bién tiene  desseo  de  te  seruir,  y  aun  querría  cor- 
tar vnas  camisas  de  tu  mano,  porque  en  estol 
tienes  loa. 


h 


COMEDIA  LLAMAPA  FLORINKA 


2i3 


Mar. — Pues  paraesao  en  todo  tiempo  podra 
yr;  porque  ya  que  yo  falte,  queda  Liberia  ud 
hija,  que  ya  liaze  mejor  labor  que  yo,  y  mira 
qut'  mandas  otra  cosa,  que  me  quiero  yr 
arriba. 

Desp.—Y  anda  estos  jiouos  passos,  que  tam- 
bién te  serán  de  romerin.  Y  mientras  miras  nu 
aptisento,  tal  qual  le  liallarcs,  embiare  un  mu- 
chacho a  saber  si  arriba  lian  abierto  ya  las  puer- 
tas. Mcj^o.  pon  aqui  sillas,  y  re  arriba,  y  sabe 
si  es  Icuantada  Belisea.  y  mira  si  verás  a  la  don- 
cella Justina,  que  te  lo  dirá,  y  no  vengas  sin 
buen  recaudo. 

Just. — O,  cómo  deuo  de  hauer  dormido  poco, 
pues  con  ser  ya  todas  las  mugeres  acostadas 
anoche  muy  antes  que  yo,  agora  ninguna  anda 
en  pie.  Quiero  salir  fuera  a  los  corredores;  vea- 
mos si  hallo  algún  paje  con  quien  tornar  a  em- 
biar  por  Marcelia,  porque  Belisea  en  pensar  en 
estas  sus  cosas  me  paresce  que  ha  passado  la 
noche,  pues  agora  la  oy  estar  sospi raudo,  y  a  mi 
ver  ella  comenco  tarde  a  caminar,  y  veo  que  ha 
corrido  tanto,  que  Dios  quiera  que  no  desmaye 
antes  del  fin  de  la  jornada:  porque  en  todas  las 
cosas  el  medio  es  de  tener  siempre.  Pero  qué 
mo90  es  aquel  que  ansí  va  corriendo  en  veruje? 
creo  que  de  verme  tan  mal  atondada  (sic)  me 
cobró  temor  con  verme  sola. 

Mar.— Ay,  ilesus,  aparta  te  allá,  señor,  que 
sube  no  se  quien. 

Desp.^Facs  perdona  en  lo  passado,  y  voy  a 
ver  quién  sube. 

Mar.  —  Alia  yrás  diablo,  y  qué  pegadizo  es, 
aunque  bien  se  le  cae  la  moneda,  que  con  este 
real  de  a  quatro  bien  haré  yo  la  costa  de  dos 
dias;  pero  ya  torna, 

Defp. — 'Señora,  diz  que  en  este  punto  queda 
Justina  en  el  corredor. 

Mar. — Pues  perdona,  que  no  pnedo  tardar 
punto,  y  tú  yrás  a  hora  competente  a  mi  casa, 
y  podras  llenar  al  que  me  nombraste  para  ver 
qué  quiere. 

De-ip. — -Ansi  se  hará.  Cata  qué  faldear  llena 
el  diablo:  que  la  más  insaciable  de  apetitos 
es  que  la  tierra  en  el  recebir  agua.  Pero  quiero 
mandar  lo  que  tengo  de  mandar  allá  antes  que 
aya  testigos,  y  avisaré  al  paje  Grisindo  que  se 
vaya  con  mi  moc^oquando  licuare  la  vianda  para 
que  dé  vna  tentatiua  a  la  muchacha,  niientras 
la  madre  anda  por  acá  en  estaciones.  Y  aun  aesto 
aura  de  ser  presto,  porque  no  le  prenenga  otro,  y 
halle  ya  la  posada occu])ada;porqueannqnepien- 
so  que  la  muchacha  aun  nunca  se  sangró,  pero 
tales  leciones  le  lee  la  madre,  que  pienso  que  ya 
deue  de  andar  buscando  hallar  desoccupacion 
para  entrar  al  officio  de  la  madre;  pues  bien 
nya  quien  a  los  snyos  sale.  Y  porque  tirisindo 
y  ella  pienso  que  se  auendran  bien,  voy  a  ani- 
sarle, antes  qne  pierda  punto  por  mi  tardanza, 


pues  es  obra  de  charidad  anisar  a  los  próximos 
lo  que  les  cumple. 

Jwt. — Quiero  me  acoger  adentro  antes  que  el 
ama  me  vea  y  tengamos  que  gruñir.  Pero  cata, 
Catay  qué  rebocada  viene  la  dama;  ya, ya  el  lubo 
anda  en  el  rebaño;  que  Marcelia  es!  (juiero  iiacer 
que  no  la  he  visto,  porque  no  se  leñante  a  ma- 
yores con  pensar  que  la  estaña  yo  ya  aguar- 
dando. 

J/ur.— No  huyas,  que  vista  eres,  mi  Justina 
hermana. 

Just. — Ay,  Jesús,  y  qué  saltear  es  este  tan 
de  mañana?  que  vengo  tan  desnuda,  que  he  ver- 
güenza aun  de  verme  yo  a  mí  mesma;  que  mi 
mal  dormir  de  esta  noche  me  ha  hecho  ante- 
uenir  tanto  la  mañana. 

Mar, — Anda  ya,  que  si  yo  fuera  quien  te  qui- 
tó el  sueño  esta  noche,  aun  más  desnuda  te 
qnisiera,  porque  al  fin  el  oro  bien  paresce  sin  es- 
nialtes,  y  aun  a  las  ve/.es  mejor. 

Just. — Porque  no  te  entiendo,  me  signe  a  nú 
cámara,  para  qne  te  nro  declares  donde  no  nos 
vea  sino  Dios. 

Aínr, — Y  a  mí  qué  me  va  que  me  vean  todos? 
cata  que  no  entraria  en  esta  casa  si  pensahse 
que  uo  liolgauan  conmigo,  porque  en  mi  casa 
me  verás  algún  dia,  donde  toda  soy  raia,  y  de 
Dios,  y  del  rey,  y  de  loa  buenos,  y  donde  no 
estoy  tan  encogida  como  tú,  aunque  en  menor 
casa,  pues  vino  con  más  libertad  para  hazer 
honra  a  quien  la  deuo,  sin  essos  sobresaltos  ni 
escondrijos.  Pero  qué  tal  está  Belisea? 

Just. — Quica  tú  lo  sabrás  mejor;  pero  no  me 
taches  por  encogida  en  no  yr  a  tu  casa.  Y  en  lo 
demás  que  di/.es,  alcanza  tú  licencia,  y  verás 
allá  si  soy  encogida;  porque  en  cada  parte  se 
han  de  guardar  los  estilos  de  la  tierra. 

Mar. — Pues  por  vida  tuya  y  del  tu  galán 
Polytcs,  que  yo  busque  occasion  con  que  te  va- 
yas conmigo. 

Just. — Ay,  cata  que  me  corro  en  llamar  a 
nadie  mi  galán;  perodime,  quién  es  esse  qne  mo 
nombraste? 

Mar. — Ya,  ya,  que  tan  bonilla  te  me  tornas? 
Pues  porque  sepas  qne  sé  quién  a  ti  ni  a  Beli- 
sea no  dexó  dormir  esta  noche,  toma  esse  papel 
tan  cerrado  como  él  me  le  dio  que  te  le  diesse, 
y  si  te  puedo  lleuar  conmi,i,'o,  allá  le  verás,  y 
verás  que  no  hablo  de  coro.  Y  porque  tengo  uni- 
cho  que  hazer,  me  mira  si  duerme  tu  señora, 
porque  quiero  ver  qué  me  quiere,  y  saber  cómo 
le  fue  en  Prado  con  el  toro.  Que  contigo  que  te 
me  corres  y  eres  vna  simplezilla.  no  quiero  nada, 
pues  tú  más  lo  querrás  con  Polytes,  y  tienes 
razón,  porque  a  la  verdad  él  es  joya  para  tal  en- 
gaste. Y  ve  presto,  porque  te  quede  tiempo 
para  leer  tu  carta,  que  si  yo  supiera  leer,  quipa 
te  hurtara  la  bendición  en  ver  la,  y  en  responder 
a  ella  el  sí  que  tú  auras  de  dar,  pues  al  fin  ello 


244 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


se  aura  de  hazer,   tarde   o  ayna  ;  ya  me  en- 
tiendes. 

Just. — No  oso  altercar  contigo,  que  estás 
muy  puntosa;  espera,  que  luego  torno.  Y  valga- 
la  el  diablo  si  no  pienso  que  es  adeuiíia,  que 
ansi  sabe  ya  lo  que  tan  poco  lia  que  passó. 

Jiel. — Entra,  .lustina,  que  no  duermo;  qué 
hora  es? 

Just. —  De  mañana  es;  yo  tampoco  he  dormi- 
do en  tu  seruicio,  que  aqui  está  ya  Marcelia  es- 
perando. 

Bel. — Y  han  la  visto  las  mugeres? 

Just. — Ninguna. 

Bel. — Pues  luego  te  entra  acá  con  ella. 

Just. — Y  aun  esso  es  lo  que  busco?  sino  ver- 
me con  el  gozo  de  leer  mi  carta,  que  me  pares- 
cen  coplas,  que  es  cosa  muy  a  mi  gusto  si  son 
buenas,  y  también  aure  menester  dar  la  respues- 
ta a  Marcelia. 

Bel. — Anda,  menéate  presto;  qué  dizes  de 
Marcelia? 

Just. —  Que  te  quiere  muy  en  secreto. 

Bvl. — Pues  entre  sola;  y  tú  abre  vn  quartel 
de  aquessa  ventana,  y  mira  que  no  entre  acá 
nadie  en  tanto. 

Just.—  Awú  lo  haré,  voy;  y  aun  que  si  mi 
carta  no  me  impide,  tengo  de  oyr  lo  que  entra- 
mas passaren,  por  anisar. 

J/ar.— Ya  vienes? 

Just. — Poca  detenencia  auia  en  mi  mensaje, 
según  con  la  priesa  que  te  llama  Belisea.  Y  no 
te  oluides  de  mi  yda,  y  entra  hasta  su  cama. 

Mar. — En  todo  tendré  cuydado;  a  buen  en- 
tendedor poca  plática. 

Bel. — Quién  entra? 

Mar. — Es  tu  sierua  Marcelia,  desseosa  de  tu 
bien.  Pero  sácame,  señora,  de  la  alteración  qué 
me  pone  en  te  ver  en  la  cama  con  dezirme  que 
tal  estás,  y  sea  dezirme  que  estás  buena. 

Bel. — Buena  venida  sea  la  tuya;  y  cómo,  di, 
no  me  visitas  más  a  menudo?  pues  sabes  que  no 
verás  cosa  en  toda  esta  casa  que  te  quite  la 
occasion  de  la  venida. 

Mar. —  Ay,  mi  angelito,  y  quánta  gracia 
puso  Dios  en  ti,  para  poner  en  admiración  a  los 
mayores,  y  atraer  los  iguales,  y  con  graciosa 
grauedad  despertar  a  todos  los  inferiores  a  tu 
seruicio.  Pero  dime,  como  te  va  agora? 

Bel. — Por  cierto  tú  me  preguntas  aquello 
que  menos  sé  de  mí;  porque  ni  estoy  tan  mala 
que  guarde  la  cama,  pues  aun  es  gran  mañana, 
ni  tan  poco  estoy  tan  buena  que  en  la  cama 
esté  por  dormir  ni  descansar,  ni  menos  leuantada 
meaíiuio,  ni  sentada  reposo,  ni  andando  no  me 
desmayo,  porque  me  paresce  que  mis  miembros 
gouierna  ageno  imperio.  Y  con  todo  esso  he 
sentido  esta  noche  vnas  basquas  en  el  cora- 
9on,que  me  hazen  anteuenir  el  dia  con  el 
dormir. 


Mar.—  K  la  fe,  mi  ángel,  aunque  yo  bien 
duermo  sin  perro,  como  tú  le  tienes,  pero  con  el 
ladrar  grande  de  mis  necessidades  no  es  para  mí 
tan  de  mañana  agora,  que  no  vengo  de  oyr  la 
missa  del  alúa  de  nuestra  señora  de  los  Reme- 
dios. Pero  como  tú  (Dios  te  me  guarde)  no  lo 
has  de  ganar  ya  pura  el  comer,  duermes  con 
más  sosiego.  Pero  dexando  mis  necessidades, 
que  todos  me  las  hará  dexar  la  falta  de  salud 
que  tú  tienes,  me  di  algo  de  tu  mal,  ya  que  es- 
toy acá;  porque  si  no  es  vno  que  ya  tú  sabes, 
podra  ser  otro  que  yo  sospecho. 

Bel. — De  entramos  essos  no  te  entiendo; 
pero  dimelos  tú,  para  que  yo  entendiendo  me, 
me  puedas  tú  entender,  e  yo  a  ti. 

J/ar.  — El  primero,  señora,  será  el  acostum- 
brado; porque  aun  que  yo  te  acuerdo  bien  niña, 
y  no  me  tengo  yo  por  vieja,  asnadas  que  sepas 
ya  qué  es,  pues  suele  traer  semejantes  descon- 
tentos, aunque  por  ser  nos  tan  ordinario,  no  lo 
tenemos  por  enfermedad;  en  especial  que  nos  es 
euacuacion  de  muchas  postemas  de  malos  hu- 
mores. 

Just. — Mi  fe,  escusado  me  es  por  agora  leer 
mi  carta,  para  gustar  la  como  es  razón,  pues 
estoy  en  sobresalto  de  los  que  passan,  y  tan- 
bien  me  cumple  oyr  lo  que  hablan  las  dos,  para 
andar  sobre  aniso. 

Mar. — Y  no  te  me  encojas  tanto;  no  vis- 
tes de  que  ha  empacho?  sí  que  mal  es  que, 
con  ser  costumbre  en  mugeres  y  no  perdonar 
ninguna  que  viua  sana  y  ser  euacuacion  natu- 
ral, más  es  defecto  de  natura  que  vicio  de  par- 
ticular culpa;  por  donde  con  él  ninguna  en  par- 
ticular se  ha  de  sentir  agrauiada  más  que  otra. 
Pues  en  quanto  al  ser  mugeres,  todas  somos 
yguales. 

Bel. — Anda  ya,  que  ni  tengo  esse  mal,  ni 
menos  querria  ser  subjecta  a  él.  Pero  di  el  que 
sospechas,  que  soy  más  inclinada  a  saber  lo  que 
no  estotro. 

Mar. — Siempre  nos  paresce  más  lo  que  no 
tenemos,  y  menos  lo  que  sabemos.  Y  de  aqui 
dizen  que  naturalmente  dessea  el  hombre  sa- 
ber. Pero  buelto  a  lo  que  me  pides,  antes  que  te 
diga  qué  mal  es  en  ti  el  que  dize  mi  sospecha, 
te  suplico  que  me  digas  qué  sientes,  y  a  qué 
parte  del  cuerpo  carga  más  el  dolor;  porque  ni 
yo  precipitando  sentencia  diga  lo  que  no  alcan- 
50,  ni  tú  con  pensar  que  yo  acierto  te  quieras 
curar  del  bacyo,  teniendo  enfermo  el  coraron. 

Bel. — Ay,  que  ay  está  la  raiz  de  mi  mal. 

Mar. — Pues  de  qué  piensas  que  se  te  ha  re- 
crescido? 

Juet.  —  Mejor  la  quemen  a  la  hechizera  que 
no  sabe  ella  el  mal  que  es!  pues  ella  se  lo  aca- 
rreo, y  otro  se  lo  da. 

Mar. — A,  mi  señora;  por  qué  no  me  respon- 
des? quiero  te  cubrir  de  ropa,  porque  qui^á  el 


COMEDIA  LLAMADA   FLORINEA 

la   mañana   te  dará   alteración  de 


245 


friezito  d 
madre. 

Bel. — Ay,  que  no  es  frió,  sino  fuego  que  me 
abrasa,  y  no  es  madre,  sino  hija,  que  snlia  ser 
mi  i'egalada,  que  yo  llumaua  honesta  pudicicia, 
y  e'sta  la  auia  engendrado  en  mi  voluntad  vn 
amoroso  y  pujante  amor  de  la  virtud.  Perd 
agora,  hermana  y  amiga  mia,  este  tal  amor  se 
va  desuiando  de  mí,  y  sin  saber  cómo,  ni  de 
dónde,  ni  para  qué,  se  van  entrexeriendo  estra- 
ñas  occupaciones  de  las  que  mi  casta  tempe- 
rancia y  mi  fuerte  limpiezi  solian  traer  a  mi 
memoria,  para  delectación  de  la  voluntad  y  con- 
tentamiento del  entendimiento  muy  dado  a  la 
virtud.  Ansi  que  te  he  dicho  de  mí  más  de  lo 
que  sé,  sin  te  haner  dicho  mi  mal;  porque  es 
esta  dolencia  en  nn  tan  moderna,  y  tan  al  pun- 
to me  tiene  toda  mudada  en  nueuo  ser,  que  con 
no  saber  lo  que  es,  aun  lo  que  sé  no  oso  publi- 
car por  mi  corrimiento,  por  ver  que  me  oyan 
querellar  de  mal  tan  delicado,  y  tan  sin  señales 
de  calentura,  a  la  estimación  de  los  otros,  y  a 
mi  sentir  ser  vn  fuego  que  pienso  que  me  tiene 
ya  abrasado  el  coracon,  según  las  basquas  que 
en  él  he  sentido  hasta  este  punto.  Y  si  agora 
calla,  o  pienso  que  es  por  ser  ya  consumido,  o 
que  descansa  para  más  penar. 

J/a?-.  — Dentro  estays,  pues,  doña  leonaza! 

Bel.— (^né  dices.' y  di,  para  queme  pides 
relación  de  mi  mal,  pues  que  sabiendo  que  todo 
está  en  el  coraron,  no  me  curas  si  puedes? 

Mar. — Pues  porque  veas  cómo  Dios  lo  enca- 
mina todo,  cata  aqui  la  tu  sortija,  que  me  diste 
para  aquel  tan  herido  y  tu  buen  cauallero  Flo- 
riano.  Ay,  Jesús,  Jesús;  señora,  señora! 

Jiel. —  Calla,  calla,  no  des  vozes,  que  yo  tor- 
naré. 

J/ar. — Pues  toma;  ponte  la  en  el  dedo  del 
coraron,  que  en  ella  te  embia  el  suyo  sano  por  ti 
el  tu  enfermo  Floriano,  y  ten  más  suffriraiento, 
si  quieres  que  vaya  adelante  la  cura. 

Bel. — Ay,  que  ni  essa  sortija  puede  curarme, 
ni  es  mi  mal  de  remedio,  si  no  sabes  más  en  él; 
porque  ya  te  dixe  que  las  rayzes  nascen  de 
la  voluntad,  y  en  ésta  no  puede  causar  mo- 
uimiento  terrestre  compuesto.  Ya  te  dixe  tam- 
bién que  se  me  yua  enflaquesciendo  en  mí  el 
amor  casto,  y  en  el  amor  ya  sabes  que  no  cabe 
violencia,  pues  es  virtud  que  haze  asiento  en  la 
voluntad,  por  donde  fuer9a  exterior  de  un  com- 
puesto corporal  elementado  no  podra  disponer 
en  lo  puro  espiritual,  y  ansi  no  te  confies  que 
essa  sortija  sane  el  mal  de  la  voluntad. 

Mar.  —Agora  que  algo  más  te  me  aclaraste, 
quiero  que  sepas  lo  que  sé  de  tu  mal  y  la  cura 
que  tenga. 

Bel. — Pues  sea  luego. 

Mar. —  Sepas  que  essa  tu  iiija  que  llamaste 
honesta  pudicicia,  de  pocos  tan  amada,  como  oy 


en  dia  de  muy  pocos  conoseida,  engéndrase  en 
la  voluntad  y  limpieza  de  la  voluntad,  o  la  ay 
en  pocos,  o  tura  tan  poco,  que  no  basta  a  en- 
gendrar nada.  Y  esta  tal  hija  en  ti  engendróse 
con  vn  amor,  y  agora  essa  tu  voluntad,  que 
siempre  la  engendraua  en  ti,  hizo  punto,  y  en 
liaziendo  punto,  paró  a  la  rectitud,  y  en  paran- 
do a  la  rectitud,  faltó  la  virtud,  y  en  faltando 
la  virtud,  nascio  el  desorden,  y  en  nasciendo  e 
desorden,  en  lugar  de  la  hija  vna  virtuosa  pri- 
mera han  se  engendrado  en  la  desordenada  tu 
voluntad  dos  hijos,  y  estos  llamanse  amores 
lasciuos.  Y  como  éstos  agora  nascan  en  ti  de 
nueuo,  quiere  tu  voluntad  conosc<'rlos  para 
amarlos.  Y  como  sean  más  de  vno  en  apellido, 
aunque  no  en  ser,  y  muchos  en  effecto,  aunque 
ninguno  en  ser  substancial,  ama  los  la  volun- 
tad. Lo  vno,  porque  todas  las  cosas  nueuasapla- 
zen,  y  lo  otro,  porque  éstos,  con  ser  en  el  nom- 
bre más  de  uno,  y  hijos,  y  la  primera  vnae  hija 
y  cansada  y  quasi  oluidada  en  ti  ya,  y  también 
con  que  tienen  la  sensualidad  éstos  de  su  valia 
contra  la  honesta  prudencia,  y  la  carne  no  los 
rehuye^  y  la  voluntad  no  los  despide,  de  aqui  es 
que  la  hija  que  dizes,  teme,  y  los  hijos  nueuos 
que  digo,  preualescen. 

.fust. —  O,  hi  de  Dios,  y  qué  altamente  haa 
hablado  debaxo  de  sus  íiguras  entramas;  pero 
quiero  ver  en  qué  paran. 

Bel. — Tantas  contrariedades  de  mi  salud  me 
has  propuesto,  que  más  desconfio  de  sanar,  y 
aun  que  agora  pienso  que  sé  monos  de  mi  mal. 
Pero  diuie,  cómo  son  diíferentes  en  effectos? 
pues  diziendo  que  son  dos,  dizes  que  nascen  de 
vn  principio,  y  dizes  que  no  tienen  actual  ser? 

3Iar. — Señora,  estos  dos  que  ansi  engendra 
la  voluntad  desordenada  por  la  concupiscible,  en 
quanto  nascen  de  la  voluntad  llaman  se  amor,  y 
en  quanto  es  desregulada,  por  no  ser  ya  la  vo- 
luntad vna,  llamanse  amores.  Y  eri  quanto  al 
primer  nombre,  su  effecto  es  amar,  y  en  quanto 
al  segundo,  como  falta  la  regla  y  niuel  de  la  ra- 
zón, ansi  son  más  de  vno  por  sus  effectos.  Por 
manera  que  donde  hay  esta  cosa  intellcctual, 
que  ansi  llamamos  amor,  o  amores,  ni  ay  con- 
cierto en  el  querer,  ni  en  el  aborrescer,  ni  en  el 
viuir;  porque  vnas  vezes  el  tal  paciente  ama  lo 
que  ya  aborrescio;  en  tanto  que  en  sí  ¡¡aresce 
que  desama  la  virtud  que  algún  tieujpo  mucho 
le  deleytaua.  Y^  el  que  deste  mal  está  herido, 
dessea  la  muerte,  por  acabar  la  pena,  y  busca  la 
vida,  por  prolongar  su  tormento,  y  siente  se  mu- 
cho el  tal  tormento,  y  es  tan  dulce,  que  enton- 
ces se  llama  dichoso  el  penado  quando  más  y 
con  mayor  razón  pena;  de  manera  que  este  mal, 
con  siempre  matar,  nunca  acaba  de  quitar  la 
vida.  Tiene  en  las  potencias  del  ánima  otros 
effectos;  porque  paresce  que  os  muda  la  volun- 
tad, queriendo  lo  que  más  os  mata;  quita  la  me- 


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ORÍGENES  DÉ  LA  NOVELA 


tuoria,  por  manera  qne  ni  os  querays  acordar  de 
vos,  ni  podéys  acordaros  de  Dios,  ni  oseys  acor- 
daros del  mundo,  ni  sepays  acordaros  de  la  vida. 
ni  os  desuiandeys  a  la  memoria  de  la  muerte,  ni 
os  entremetays  en  la  memoria  de  la  honra,  ni 
de  los  amigos,  ni  de  los  padres,  ni  os  vaque  lu- 
gar para  os  acordar  del  descanso  del  proprio 
contentamiento.  Pues  en  el  entendimiento  obra 
tanto,  que  os  haze  aüiuftr  en  cosas  jamás  pen- 
sadas, y  haze  que  no  sepays  otras  vezes  aun  en- 
tender de  vos  mesnio  qué  (al  cstays,  ni  apenas 
quién  seays. 

Jitfit.  —  O,  y  como  que  aquella  habla  maes- 
tralmente  con  experiencia  de  lo  que  es  ansi! 
pero  veamos  qué  dirá  Eelisea. 

Bel. — Ay,  mi  Marcelia,  y  cómo  que  eres  sa- 
bia, pues  me  has  descubierto,  el  venero  de  mi  mal. 
Pero  dime,  de  qué  se  engendra  essa  tal  ponzoña. 

.]far. — Mi  señora,  como  esta  virtud  que  es 
amar  siempre  presuponga,  allende  del  subjecto 
donde  está,  otra  cosa  por  objecto,  ansi  se  co- 
mien9a  en  Vno  y  haze  parada  y  fiel  y  assisten- 
cia  en  otro;  y  después  torna  a  parar  en  el  mes- 
mo  de  donde  salió.  Y  ansi  dizcn:  que  el  coracon 
amante  más  está  donde  ama  que  donde  habita, 
porque  quando  amamos  vna  cosa,  aquel  amor 
que  hay  de  nueuo  en  imestra  voluntad  fué  cau- 
sado por  estraña  y  agena  virtud,  que  lleuo  y 
atraxo  para  sí  nuestra  voluntad.  Y  ansi  nos 
mouemos  a  amar  la  tal  cosa,  porque  nos  pares- 
Ce  digna  de  nuestro  amor,  y  ansi  después  no  la 
querríamos  partir  de  la  memoria,  por  el  gozo 
que  en  ella  halla  nuestra  voluntad.  Pero  estas 
cosas  amadas  son  differentes:  porque  el  auarien- 
to  ama  las  riquezas,  y  en  ellas  pone  su  fin,  y  el 
soberuio  la  soberuia,  y  el  goloso  el  comer,  y  el 
hombre  amante  a  la  muger  que  ama,  y  la  mu- 
ger  amante  al  hombre  que  ama.  Y  el  que  ansi 
ama,  siempre  querria  que  le  nombrassen  la  cosa 
qne  ama.  Y  la  muger  que  ama,  como  de  menor 
virtud,  ansi  hazen  más  impression  estos  effec- 
tos  en  ella;  porque  con  amar  tanto  al  amigo, 
siempre  le  querria  presente;  y  visto,  se  tnrba;  y 
oyéndole  nombrar,  se  demuda;  y  esto  es,  o  por 
tristeza  de  la  absencia  del  que  ama,  o  por  el  te- , 
mor  reuerencial  que  en  ella  pone  el  amor  del  tan 
amado.  E  de  aqui  verás  tú,  mi  señora,  quánto 
poder  tenga  en  el  amante  aquella  cesa  que  es 
amada,  que  trayda  a  la  memoria,  altera  el  su- 
puesto del  paciente,  como  haría,  pongo  exem- 
plo,  que  si  tú  estuuiesses  enamorada  de  aquel 
tan  galán  y  próspero  cauallero  Floriano,  en 
Oyéndole  nombrar  absenté  te  alterarías  y  en 
viéndole  delante  ti  te  turbarías.  Pero  qué  hazes? 
qué  sientes,  ángel  mió?  porqué  ansi  lloras?  ay, 
por  amor  de  Dios,  que  te  me  esfuerces;  que,  por 
tu  vfda,  mi  perla  preciosa,  que  no  querria  sino 
ser  agora  vn  Floriano  para  áqui  te  retobar,  por 
quitarte  essa  tristeza. 


Bel. — Ay,  buena  amiga,  que  agora  veo  que 
auia  en  mí  mucha  razón  para  tener  tantas  bas- 
cas, pues  hallo  en  mí  que  la  absencia  de  esse 
cauallero  me  tiene  triste,  y  el  nombrar  me  le  cau- 
sa nueuas  turbaciones.  Porque  aun  essa  tan 
grande  rauia  de  amor  que  tú  llamas,  aun  no  ha 
consumido  las  fuercas  de  mi  honestidad,  pafa 
que  no  me  altere  con  las  nueuaB  pláticas.  Pero 
piles  ya  conozco  mi  mal  y  no  te  le  puedo  encu- 
brir, y  pues  tú  le  juzgas  tan  peligroso,  e  yo  le 
hallo  tan  poderoso,  búscame  el  remedio  con  que 
sane  este  coraron  tan  triste  y  poco  experimen- 
tado a  suffrir  tales  afanes,  o  si  no,  llena  se  le  a 
esse  qne  me  le  tiene  y  se  está  cenando  en  él, 
para  que,  pues  yo  no  puedo  ya  no  le  amar,  a  Id 
menos  muriendo  de  presto  pndiesse  no  dar  tal 
quiebra  en  la  honra  de  la  casa  de  mi  padre.  Y 
torna  le  la  sortija  que  para  él  sanar  yo  te  dando 
enfermé;  pues  ni  yo  sanaré  con  ella,  ni  él  dexa- 
rá  de  enfermar  sin  ella.  Y  si  con  su  salud  ha  de 
hauer  remedio  en  mi  mal,  remedie  se  primero  la 
suya,  como  principal  causa,  y  después  la  mía, 
como  aocessoria  y  causada  y  dependiente. 

Mw. — Anda,  señora,  pontele  en  el  dedo  del 
coraron,  en  memoria  que  Floriano  le  traxo,  y 
Verás  la  mejoría  que  sientes.  Y  suplico  te  que 
juntamente  te  pongas  este  rico  joyel  desta 
esmeralda,  que  ansi  con  su  cinta  verde  la 
traya  el  tu  Floriano,  y  toma  essa  carta,  y 
mira  qué  me  respondes,  pues  quieres  tractar  de 
tu  salud. 

J'el. — Ay,  Marcelia,  qué  grande  es  la  virtud 
desíe  mal  mió  (que  tu  llamas)  de  amor,  que  todo 
esto  amo,  y  todo  lo  quiero,  y  todo  lo  tomo,  y  no 
puedo  no  le  tomar,  y  veo  que  hago  mal  en  to- 
marlo. Y  porque  ya  andan  las  mugeres  por  la 
casa,  quiero  que  te  vayas  luego,  que  la  respues- 
ta yo  te  la  daré  quando  pudiere. 

Mar.— Gaiñ,  ángel  mió,  qne,  como  no  exper- 
ta en  este  mal,  no  caes  en  la  cuenta  del  daño 
que  te  hará  essa  dilaccion. 

Bel, — Pues  cata  que  no  puedo  tan  de  presto 
ahogar  mi  honestidad,  para  que  del  todo  go- 
uierne  la  sensualidad.;  pero  qué  te  paresce  a  ti? 

^fa)\ — Que  le  hables,  para  que  entramos 
deyselorden  que  os  pluguiere  en  vuestros  males. 

Bel.  —  Las  carnes  me  tiemblan  en  pensar  lo, 
aunque  la  sensualidad  me  dice  que  lo  haga. 

Jíar. — Pues  mira  que  en  los  males  furiosos 
es  peligroso  pasar  vn  punto;  por  esso  manda  Ife 
venir  esta  noche,  y  habla  le  lo  que  te  parezca. 

7?e/.  — Paresce  te? 

71/a?-.-— Digo  lo  que  te  cumple. 

Bel. — Llama  me  a  Justina. 

Jtist. — Quiero  entrar  antes  que  me  llamen. 

Bel. — Di,  Justina,  qué  te  paresce  que  haga 
en  lo  que  me  aconseja  Marcelia? 

Jiist.^— Señora,  aunque  no  sé  lo  qne  es,  pero 
presuppuesto  que  no  te  dirá  cosa  que  no  sea  dfc 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 

tu  bien,  uie  parosce  que  el  consejo  siempre  es 
bueno,  y  niayoraientc  dol  amigo. 

/?e/,-^Fuos  allá  os  concertad  las  dos,  que  yo 
quiero  guiarme;  por  lo  que  entramas  vicredos 
mejor.  Y  di  le  que  venga  esta  noche  a  la  hora 
que  a  las  dos  os  parezca,  y  adonde  y  como  más 
vieredes  cumplir  a  nu  iionra. 

Mar.  —  Pues  has  me  de  otorgar  vna  morccd. 

Jiel.  —  Di  que'  es. 

Mar. — Que  me  dexes  licuar  conmigo  a  Jus- 
tina, porque  agora  anre  empacho  de  yr  sola  dis- 
fra9ada)  y  fiala  de  mí,  que  yo  la  tornare  ti 
traer. 

J^el.-^^Wa  es  jiara  fiar  por  sí,  porque  en 
mes  la  tengo  yo  que  tanto;  pero  agora  no  pue- 
do escusar  la:  otro  dia  aura  para  toilo.  Pero  tú, 
Justina,  en  pago  del  tiempo  que  has  occupado 
a  Marcelia  de  su  lauor,  le  da  la  pic(;'a  de  Ho- 


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lauda  que  sobró  de  mis  camisas:  y  da  le  vno  de 
missayuelos  de  terciopelo,  e!  que  quisieres,  para 
sil  hija,  y  vno  de  mis  volantes  de  los  mejores, 
y  dale  para  chapines  dos  piezas  de  oro;  y  tú 
perdona,  que  vna  donzella  no  tiene  que  dar, 
pero  algún  dia  tendré. 

Mar. — La  merced  es  grande,  y  por  todo  te 
beso  las  manos,  que  bien  sabes  dónde  hazos 
que  no  lo  sabrá  oluidar,  aunque  no  lo  pueda 
seruir, 

JJél.—\nd{\,  Justina,  da  le  cobro  luego,  y 
ven  me  a  dar  de  vestir. 

Jítst. — -Todo  se  hará  a  punto.  Agora,  mien- 
tras saco  lo  que  te  he  de  dar  destas  arcas,  me 
di,  qué  tal  queda  l'elisea? 

Mar. — Afira,  hermana,  no  me  entres  por  ay; 
a  quieh  cuezB  y  amassa,  no  hurtes  hogaoa;  todo 
lo  oyste,  y  cuerda  eres,  y  a  ti  no  va  menos  qub 
a  tu  sonora;  por  esso  en  dos  palabras  conchiyo: 
en  que  pues  queda  en  tu  gouierno  el  liedlo  y  en 
mi  consejo,  yo  les  mandaré  a  los  requebrados 
de  entramas  que  vengan  juntos  esta  noche  a  la 
vna,  que  es  propria  hora  de  reposo.  Por  esso 
dime  por  dónde  y  de  presto,  que  cierhen  estas 
mugcres  en  torno  de  nosotras,  no  nos  entien- 
dan, y  di  me  qué  venia  en  el  papel  de  tu  galán, 
y  qué  respuesta  le  embias. 

JuFit. — Toma  ya  todo  lo  que  te  mandaron 
dar  y  ve  con  Dios;  que  a  esso  que  me  pides, 
pues  han  de  venir,  vengan  por  el  jardin.  que  si 
yo  pudiere,  les  tendré  abiertci  la  puerta  entre 
doze  y  vna;  o  si  no,  snban  se  por  las  paredes, 
porque  ansi  diré  yo  que  ellos  se  entraron:  y  des- 
pués de  hecho,  yo  lo  anre  bien  con  mi  señora, 
aunque  se  torne  a  mí;  porque  si  se  lo  digo,  jio 
baxftrá  allá. 

Mar. — Pues  tú  y  Polytes  asuadas  que  tío 
«yays  menester  liga  yiara  asir  os;  porque,  Dios 
Cs  guarde,  la  mocedad  os  ayuda,  y  la  semejan- 
ea  (?s  causa  de  amor. 

./».</,— Anda,  que  no  quiero  altercar  contigo, 


que  todo  lo  calas  y  hada  callas;  pero  nn'ra  que 
les  anises  que  snn  las  paredes  muy  altas  por 
de  dentro  más  que  de  fuerlá, 

Mar. — liien  paresce  que  Como  amas,  temes: 
yo  !o  tramaré  todo  allá,  y  voy  me. 

JuKt. — Dios  vaya  contigo.  Pero  al  diablo  k 
no  encomiendo,  y  qué  taymada  y  anisada  está 
en  todo,  y  qué  des(!mbuelta  va;  yo  seguro  que 
no  le  deue  yr  mal  a  ella  en  estas  romerias;  q\w 
quando  de  acá  lleha  tanto,  qué  sera  d<í  allá? 
Poro  buena  pro  le  haga,  que  coii  los  buenos 
han  de  medrar  los  siruielites  uieliesterosos;  por- 
que 8i  el  gualardon  no  terciasse,  ni  ailria  scfior 
seruido,  ni  pobre  subjecto.  Yo  quiero  acudir  a 
lielisea,  por  descmbáríi9ar  me,  para  tener  a  pun- 
to alguna  bnena  Colación  ])ara  sobre  plática 
en  el  jardin,  aunque  yo  sé  que  ella  no  iiaxaria 
allá  si  supiesse  que  ellos  han  de  estar  dentro, 
porque  ella  por  entre  las  puertas  del  jardin  a  la 
calle  le  qui(>re  hablar,  l'ero  porque  aquello  no 
es  tan  seguro,  más  quiero  que  se  torno  a  mí, 
y  después  me  loe  lo  hecho,  que  no  haíer  lo  que 
manda  sin  mirar  lo  que  le  cumple,  aunque,  si 
por  bien  es,  ellos  sis  cohcettarán,  y  quedará 
todo  apaciguado. 


ARGUMENTO   DE   LA  SCENA  XXVI 


KiiUalido  Jiislina  halla  A  V.vVMA  ílhRHiayalla.y  Urna  tic  rnngo- 
ias:  y  coiiciTiaiiclo  el  cómo  liublar  a  Floriano  ossa  nbclió,  én- 
lia  I.unMido.  V  Irada  con  la  luja  de  lo  que  oU'as  vezes  le  ha 
tHoplieslo. 


Bemse.a,  Justina,  Lccendo. 

\/leL] — O  soberano  Dios  y  quáti  l-odeadií 
me  teode  congoxas,  que  cada  una  de  ellas  basta 
a  ponerme  a  laS  manos  de  la  muerto,  l'ot-qlie 
lo  que  tracto  al  presente  es  muy  contra  lo  que 
deuo  a  la  virtud,  y  al  estado  de  nd  recogimien- 
to, y  a  las  costntnbres  de  donzella,  al  crfVlito 
qne  de  mí  es  tenido,  al  tierno  amor  de  mi  cano 
padre  y  a  la  antigua  nobleza  de  nii  sangre.  Ay 
de  mí,  que  no  sé  cómo  ya  puede  estar  segura  la 
virdld  en  vn  tan  combatido  y  flaco  supileeto 
pomo  el  mió.  Ay,  nn  viejo  padre,  que  si  tú  no 
pusieras  en  mí  más  crédito  del  que  mi  flaqtieza 
y  poca  experiencia  requería,  ni  la  libertad  a  uú 
me  vuiera  dado  oceasion  a  desmandar  nie,  tti  la 
honra  de  tu  casa  y  el  sosiego  de  tu  vejez  espe- 
rara de  mí  el  pago  qUe  agora  tracto  de  te  dar. 
Porque  bien  sé  que  hago  mal  en  admitir  sin  tu 
licencia  estás  mensajerías  de  parte  del  que  es- 
pero hablar  esta  noche.  Pero  pues  ya  no  ptifedo 
no  amarle,  ni  en  lo  hecho  ay  tanto  yet^ro  qne 
no  pueda  ser  todo  guiado  en  bien,  quiero  leer 
esta  carta;  para  Ver  si  él  quiere  amar  me  etl 
aquel  ánlor  que  yo  en  Prado  le  dixe.  Porque  si 
con  alnor  liüipio  me  amrt,  estendere  yo  las  Velas 


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orígenes  de  la  novela 


de  mis  desseos  en  querer  le.  Pero  si  toda  via 
guia  como  antes  desordenadamente,  yre  yo,  con 
el  diuino  acorro,  teniendo  la  rienda  a  su  pasión 
con  la  guarda  de  mi  honestidad,  aunque  no 
podié  menos  de  mostrarle  aquellas  muestras  de 
amor  que  me  mcresce  su  perseuerancia. 

CARTA    DE    FLORIAXO    A    EELISlíA 

Ha  querido  vuestra  misericordia,  ángel  mió 
y  mi  señora  Belisea,  hazer  tanto  por  mí  en 
liauer  querido  ver  me  y  oyr  me,  y  tener  memo- 
ria deste  tan  enfermo  de  vuestro  amor,  y  tan 
preso  de  vuestra  hermosura,  y  tan  subjecto  a 
vuestro  poder,  que  mi  ningún  merescimiento 
sabe  ya  más  que  os  pedir.  Pero  puesto  que  para 
mí  es  sobrado  lo  que  hasta  aqui  aueys  hecho, 
para  vos  es  tan  poco,  que  si  más  no  hazeys  por 
este  vuestro  paciente,  hauiendo  comen9ado  a 
poner  la  mano  en  su  cura,  él  no  puede  dexar 
de  tornar  a  empeorar,  y  a  morir  eu  la  empeora. 
Porque  dado  que  para  mí  sea  el  faiior  muy 
sobrado,  como  mis  desseos  sean  los  más  nobles 
y  encumbrados  de  todos  los  amantes,  aun  el 
t'auor  no  ha  allegado  a  les  dar  cumplido  reme- 
dio; porque  toda  cosa  que  sea  menos  que  vos, 
no  puede  suplir  la  minima  necessidad  de  mis 
desseos.  E  suplico  os  que,  pues  vuestro  poder 
no  suelta  mi  coraron,  que  vuestra  misericordia 

y  hermosura  lo  acabe  de  sanar,  o  vuestra  ius- 
.  .  .  •* 

ticia  de  castigar.  Allá  os  lleua  essa  mensajera 

vuesti'O  anillo,  no  porque  no  le  aya  bien  menes- 
ter en  vuestra  absencia  para  sustentar  la  pena- 
da vida,  como  reliquia  vuestra,  pero  como  él  no 
me  sana  sino  da  fuerzas  para  esperar  de  vos  la 
salud,  ansi  os  le  embio  para  que  allá  no  haga 
falta.  Y  para  que  vos  sepays  quel  vuestro  en- 
fermo no  queda  sin  peligro  de  aiuerte,  y  ansi 
torneys  por  vuestra  honra,  en  que  no  se  os 
muera  el  que  vuestra  mano  comentó  a  dar  la 
salud.  Essotra  joya  que  os  lleua  la  mesma  men- 
sajera no  os  la  embio  por  seruicio,  sino  para 
que  en  vos  torne  a  recobrar  la  piedra  tan  rica  y 
buena  la  virtud  natural  que  en  mí  perdía.  Y 
sepa  yo,  mi  señora,  de  vuestra  salud,  para  que 
la  mia  torne  a  auiuar  se.  Y  no  rae  atreuo  a  pe- 
dir os  que  me  mandeys  que  os  vea,  pero  mirad 
que  la  presencia  de  la  vista  del  sabio  y  podero- 
so médico  es  gran  parte  para  el  aliuio  del  pa- 
ciente. E  perdonad  me  si  excedo  de  lo  que  me 
mandastes,  en  mostrar  que  os  amo,  no  como 
me  distes  licencia,  porque  si  en  ella  os  doy  pena, 
sabed  que  ni  de  mí  se  puede  sacar  sino  pena, 
ni  puedo  (obuiando  a  mi  contentamiento)  guiar 
por  el  aranzel  de  vuestro  casto  amor.  Y  pues  si 
esto  es  peccado,  e  yo  no  puedo  arrepentir  me 
del,  concluydcon  matarme,  o  perdonad  mis  im- 
portunidades. Y  socorred  a  este  que  más  la- 
grimas echa  escriuiendo  que   letras  lleua  este 


papel,  pues  tras  estas  Uuuias  vienen  los  rayos 
del  corapon,  que  me  ponen  a  la  muerte. 

Bel. — O,  la  más  sin  ventura  de  las  mugeres! 
ay,  que  muero! 

Just. — Y  calla,  no  quiero  más  estar  escu- 
chando, que  cierto  ha  hablado  altamente.  A,  se- 
ñora, señora !  o,  sin  abrigo,  mezquina  yo,  que  está 
muerta!  Pero  qué  papel  es  éste?  carta  deue  ser 
de  Floriano,  y  en  estos  paj^eles  le  deue  aquella 
Marcelia  traer  algún  mal.  O,  qué  traspassada 
está!  quiero  echarle  desta  agua  rosada  en  el  ros- 
tro; ya  comien9a  a  tornar  en  sí.  A,  señora,  es- 
fuerca  por  vn  solo  Dios;  cata  que  te  tractas 
mal.  Yo  quiero  yr  a  llamar  a  mi  señor  Lucendo, 
porque  ya  no  cabe  en  razón  dissimular  con  este 
tu  mal;  porque  tengo  temor  que  alguna  vez 
te  quedes  ayslada. 

Bel. — Buelue  acá,  no  me  dexes,  que  yo  me 
esf orearé;  dame  de  vestir,  que  no  me  va  bien  en 
la  cama. 

Just, — De  carmesí  te  tengo  aparejadas  aqui 
las  ropas,  porque  me  paresce  que  has  bien  me- 
nester acorro  para  alegrar  te  oy. 

Be!. — Ya  bien  pienso  que  me  dexará  prime- 
ro el  viuir  que  esta  tristeza.  Cierra  essa  puerta 
de  essa  quadra  y  vestireme;  pero  dime,  diste  lo 
que  te  mandé  a  aquella  dueña? 

Just. — Sí,  señora,  y  luego  se  fue. 

Bel. — Y  tú  oyste  lo  que  ella  e  yo  passamos 
a  solas? 

.lust. — Señora,  no  sé  más  de  que  por  mucho 
que  le  pregunté  lo  que  la  querías,  no  pude  sa- 
carle más  de  que  me  encargó  que  te  regozijasse, 
y  te  hiziesse  tomar  todo  el  más  plazer  que  pu- 
diesse,  y  aun  me  encomendó  que  te  vistiesse 
vestiduras  de  colorado. 

Bel. — Y  para  qué  fin? 

Just. — Porque  muchas  vezes  de  la  alegría 
exterior  redunda  alegría  y  aliuio  al  triste  de  co- 
raron; y  el  spiritu  alegre  haze  enmocescer  los 
viejos  y  refresca  a  los  mocos;  y  por  el  contra- 
rio, el  spiritu  triste  consume  el  viuir,  no  sólo 
del  hombre,  pero  de  los  sensibles  brutos. 

Bel.  —  Pues  dime,  y  ella  no  te  dio  parte  de 
lo  que  me  quería? 

.Just. — Dixo  me  tan  solamente  que  yua  muy 
alegre  con  el  don  que  le  diste,  y  con  el  sí  que  le 
prometiste. 

Bel.  —  Qné  sí? 

.Just. —  De  que  holgauas  que  aquel  buen  ca- 
uallero  Floriano  te  viniesse  a  hablar  de  media 
noche  arriba  en  el  jardín. 

Bel. — Ay,  que  nunca  tal  sí  le  di;  y  pues  ella 
no  lleua  las  palabras  como  se  las  dizen,  tampo- 
co yo  le  atendere  aun  a  lo  que  le  prometí. 

Just. —  Cata,  señora,  que  peor  es,  concedida 
vnacosa,  no  atenderla,  que  no  el  no  prometerla; 
porque  dizen  que  al  buey  por  el  cuerno,  y  al 
hombre  le  tienen  por  la  palabra.  Y  pues  tú  le  di- 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


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xísto  que  le  niandasse  venir,  e  yo  espero  en  Dios 
que  será  para  bien,  no  te  arrepientas  de  lo  di- 
cho, pues  que  antes  no  lo  miraste. 

Bel. — Cata  que  yo  no  le  dixe  sino  que  vinies- 
se,  que  por  la  portezilla  del  jardiu  le  oyria,  y 
aun  aquello  fué  por  escabulliruie  de  sus  impor- 
tunidades. 

Jiist. — Pues  di  me:  sí  que  para  hiblarU,  Ya 
que  te  pones  a  ello,  y  él  no  dexará  ya  de  venir, 
ni  ella  de  se  lo  dezir,  mejor  es  que  sea  donde 
ni  él  en  ser  visto  de  los  que  passan  corra  peli- 
gro, ni  tu  honra  detrimento  en  que  se  sepa. 

Bel.  —  Ay,  que  no  es  de  donzellas  andar  a  ta- 
les horas  escondiendo  los  hombres. 

Just. — Por  ninguna  viaes  licito  a  ti,  si  a  esso 
miramos;  pero  ya  que  se  haze,  prudencia  es  ha- 
zer  lo  sagazmente:  porque  más  vale  que  sólo  sea 
tachada  nuestra  vida  de  solo  Dios,  que  no  de 
Dios  y  de  las  gentes,  que  nada  callan  y  en  na- 
da perdonan. 

Bel. — Perplexa  estoy ;  porque  negar  le  la 
habla,  voy  contra  lo  que  prometi,  y  también 
(pues  no  te  quiero  celar  cosa)  no  hallo  sossiego 
en  mí.  Y  quiero  ver  de  dónde  nascen  estos  mis 
desaboramientos;  porque  la  sensualidad,  en  mí 
ya  mny  mandona,  me  persuade  y  aun  í'uer9a  a 
esto. 

Just. — Anda,  señora,  un  dia  en  el  año  dexa 
te  gouernar  por  mi  mal  seso  y  buen  desseo  de 
tu  descanso,  y  bien,  y  honra,  y  aun  por  ventura 
a  mayor  seruicio  de  Dios.  Porque  dizen:  que  si 
no  fueres  casto,  sey  cauto,  y  con  razón,  porque 
de  la  honra  ha  de  hazer  el  hombre  gran  caudal. 
Pero,  nmdando  plática,  por  mi  salud  que  esse 
volante  con  essos  pinjantes,  acompañado  con 
la  saboyana  y  verdugado  de  carmesí,  te  pone 
tal,  que  quisiera  ser  me  yo  agora  quien  yo  me  sé, 
para  gozar  de  ver  cosa  tan  bella. 

Bel. — Calla  ya,  boua,  que  no  estoy  para 
essas  burlas. 

Just. — Pues  esfuerza  te  a  estarlo,  y  escucha, 
que  mi  señor  Lucendo  está  a  la  puerta  de  la 
quadra. 

Bel.  —  Pues  abre  presto,  y  dexa  me  sola,  que 
quiero  rezar  las  horas  de  nuestra  señora. 

Luc. — Di,  Justina,  qué  hazia  mi  hija? 

Just. — Señor,  queda  rezando. 

Luc. — Y  qué  tal  está? 

Just. — Señor,  no  anda  muy  buena;  que  por- 
que anda  triste  la  hize  vestir  de  colorado. 

Luc. — Bien  heziste;  pero  qué  siente? 

Just. — No  lo  alcan90 ,  pero  dcurias  la  de 
mandar  a  solazar  por  el  jardin  algunos  ratos. 

Luc. — Y  quién  se  lo  quitó  nunca?  que  ella 
se  tiene  la  llave,  y  sabe  que  me  haze  plazer. 
Pero  anda  ve,  di  que  se  vista  el  capellán  para 
la  missa,  que  luego  salgo,  que  quiero  ver  a  Be- 
lisea.  Qué  hazes  tú^  hija?  nunca  acabas  de  re- 
zar? cata  que  no  te  haze  prouecho  a  la  cabe9a. 


Bel.  —  Señor,  poco  ha  que  comencé  las  horas 
de  la  reyna  del  cielo,  que  rezo  cada  dia,  que, 
mal  peccado,  no  soy  tan  deuota  como  me 
pintas. 

Luc. — Pues  dizen  me  que  nohas  dormido  esta 
noche,  y  aun  que  no  has  tenido  sossiego  en  la 
cama. 

Bel.  —  Por  pensar  que  lo  ha  heciio  la  calor, 
me  he  leuantado  algo  tarde. 

f^uc. — Bien  estoy  en  esso;  pero  para  qué 
permites  que  tan  de  mañana  te  entren  a  quitar 
el  sueño  de  la  vida,  en  especial  niugeres  de  fue- 
ra? Porque  ya  de  mañana  diz  que  vino  a  te  des- 
pertar vna  vecina,  y  tú,  de  bien  acondicionada, 
a  todas  das  audiencia;  no  lo  hagas,  ansi  te  go- 
zes.  Pero  dime:  venia  te  a  pedir  alguna  cosa? 
que  pienso  que  te  han  olido  por  santera.  Y  si 
comien9as  a  darles  crédito,  nunca  acabarán  de 
molestar  te  con  lloros,  diziendo  que  mueren  de 
hambre,  aunque  a  la  verdad  las  necessidades  de 
las  gentes  oy  en  dia  son  grandes.  Pero  ay  al- 
gunas personas  que  el  darles  para  ayuda  de  pas- 
sar  su  vida  las  haze  holgazanas  y  viciosas;  por- 
que desque  abrtn  boca  al  pedir  y  los  ojos  cie- 
rran a  la  vergüenza,  atan  las  manos  al  traba- 
jar y  los  pies  a  la  solicitud,  y  ansi  vienen  a 
caer  en  mil  inconuenientes. 

Just.—  Agora  os  digo  yo  que  el  viejo  está 
en  la  cuenta;  por  mi  salud  que  creo  que  tiene 
tanta  opinión  de  la  hija,  que  aunque  la  hallasse 
el  galán  en  la  cama,  no  pensasse  que  era  para 
mal;  pues  eche  se  a  dormir,  que  quilas  quando 
buscare  tocinos  no  hallará  estacas,  y  aun  que  en 
lugar  de  virginidad  con  que  la  case,  le  dará  la 
hija  un  nieto  que  crie,  si  las  cosas  van  adelante 
por  los  passos  que  Marcelia  las  encamina;  pero 
allá  lo  ayan;  agora  me  voy  a  lo  que  me  mandó, 
y  no  quiero  escuchar  les  más. 

Bel. — Ay,  señor,  como  ya  te  he  dicho  que  n¡ 
soy  tal  que  me  tengan  por  tan  misericordiosa, 
ni  aun  tan  poco  sin  tu  expresso  mandado  no 
osarla  disponer  de  cosa. 

Luc. — Anda,  hija,  que  como  yo  te  ame  tan- 
to, y  tú  sepas  que  lo  tendré  yo  por  bueno,  bas- 
ta esto  para  que  sin  scrupulo  pueda  tu  pruden- 
cia hacer  por  tres  vinos  y  defunctos  el  bien  que 
yo  con  occupaciones  y  negocios  no  puedo  todas 
vezes.  Pero  qué  te  quería  aquella  mugcr?  y 
quién  era? 

Bel. — Señor,  es  vna  que  fue  casada  con  vn 
criado  de  casa,  que  agora  dias  ha  que  embiudó, 
y  es  vna  buena  muger,  por  cierto,  según  lo  que 
de  ella  me  dizen. 

Luc  — Su.  nombre?  * 

Del. — Marcelia. 

L'íc  — Ya,  ya,  conozco  la  como  a  ti.  Pues 
essa  bien  tiene  por  qué  reconoscer  seruicio  a  esta 
casa;  que  en  no  sé  qué  mala  famezilla  la  ras- 
treó la  justicia  agora  vn  año,  y  era  en  cosa  fea,  y 


250  orígenes  r)E  LA  líÓVELA 

que  no  librara  bien  si  no  entendiera  yo  en  ello. 
Y  piensa,  hija,  que  de  estas  que  ansi  nio^ns 
quedan  viudas  tienen  trabajo  y  aun  peligro,  ma- 
yormente si  les  sabe  la  casa  la  ociosidad,  ma- 
drastra de  las  virtudes  y  abogada  y  madre  de 
los  vicios. 

Bel. — En  esso  ni  sé  cosa,  ni  quiero  tomar 
cargo  de  peccados  ágenos;  basta  me  que  a  todos 
tendré  por  buenos,  mientras  no  les  viere  fuera 
del  camino  de  k  virtud,  y  aun  av  lo  veré.  Y  si 
suelda  tiene  el  defecto,  lo  tengo  de  interpretar 
a  la  mejor  parte,  y  no  creerme  por  lo  que  el 
vulgo  afama,  por  no  tener  que  errar,  ni  hallar  de 
cpié  me  arrepentir. 

Luc. — Pues  por  tu  vida,  hija,  qué  buscaua? 
Bel. —  Rogar  me   que  le    recibiesse  vna   su 
hija. 

Luc. — Ya  creo  que  estará  grandezilla,  y  aun 
muy  libre  para  llenar  tus  recogimientos.  Pero 
allá  te  auen,  con  tanto  cpie  e'sta  venga  las  me- 
nos vezes  que  ser  pueda  a  ti,  y  a  tu  cama  nun- 
ca, porque  éstas  tienen  otras  oraciones  que  tú 
ni  sabes  ni  entiendes.  Y  asnadas  que  luego  te 
buscasse  la  madre,  que  vosotras  llamays,  y  te 
vendiesse  del  ojo,  y  otras  cosas  deste  jaez. 

Bel.-^  No  vuo  nada  de  esso;  pero  a  la  verdad 
dixo  me  que  pensaua  que  tenia  algún  friaje  que 
me  causaua  estos  desasosiegos. 

Luc. — Bien  conozco  yo  vuas  de  mi  majuelo. 
Pero  mudando  plática,  me  di,  qué  te  ha  pares- 
cido  sobre  lo  que  te  hablé  este  dia? 
Bel. — Y  qué,  señor? 

IjUC. — Bien  muestras  el  poco  cuydado  que 
tengas  deste  mundo,  ni  aun  me  paresce  mal  ver 
las  donzellas  oluidadizas  en  cosas  de  casamien- 
to. Ya  tú  sabes  quántos  te  me  piden  y  con 
quánta  importunidad,  y  con  ser  de  los  princi- 
pales de  la  corte,  y  aun  del  reyno,  con  ninguno 
he  concluydo,  por  dos  cosas  que  ya  te  dixe  este 
dia.  La  vna,  por  no  te  apartar  de  mí,  y  la  otra, 
porque  en  todo  te  quiero  consolar  y  complazer. 
Bel. — Ya  pensé  que  era  esso  oluidado. 
Liió. — Yo  quisiera  poder,  hija  mia,  oluidar- 
lo.  por  no  me  necessitar  a  te  acordar  al  fin  de 
mis  dias  partir  de  mí,  visto  que  yo  podré  turar 
muy  poco. 

Bel.  —  Pues  el  morir  a  ninguno  perdona, 
nuestro  señor  querrá  que,  para  quitarte  de  essos 
cuydados,  yo  vaya  delante  en  essa  jornada. 

Luc. — Dexaudo  essos  juyzios  a  Dios,  me  di 
en  esto  lo  que  te  parezca,  pUes  ya  no  pares- 
ce  bien  ni  a  mí  ni  a  ti  no  te  buscar  vn  marido, 
y  tal  compañero  con  que  yo  gane  contigo  otro 
hijo  más.  Porque  hemos  de  disponer  nos  según 
la  voluntad  de  Dios,  según  lo  que  la  naturaleza 
pide,  que  yo  tráete  para  mí  de  la  sepultura  y 
para  ti  del  principio  del  tiuir. 

Bel. — Pues  suplico  te  que  ya  que  essa  es  tu 
voluntad,  de  querer  también  esperar  la  mia, 


que  por  él  sí  de  mi  respuesta  me  esperes  solos 
otros  dos  meses.  Y  en  tanto,  que  no  me  hables 
del  partirme  de  ti,  si  quicres  que  de  mis  malas 
disposiciones  yo  sane  y  no  vaya  la  soga  tras  el 
calderón,  como  di/en,  de  manera  que  lo  vengas 
a  perder  todo  con  enterrar  me  primero. 

Luc. — Cata"  que  lo  yerras;  porque  dado  que, 
para  mi  consolación,  y  aun  la  tuya,  nos  parezca 
bueno  esso;  pero  no  cumple  a  la  razón  sino 
que  pe  haga,  y  quiero  lo  hazer  de  mi  mano. 

Bel.  —  Pues  ansi  lo  confio  yo  en  Dios;  pero 
tiempo  ay. 

I^uc. — Pues  que  ansi  quieres,  aunque  hago 
mal  en  doxar  me  gouernar  por  ti  en  esto,  pero 
no  te  quiero  dar  más  pena.  Y  anda  acá,  que  nos 
agiiarda  con  la  missa  el  capellán. 

Bel. — Vamos  donde  mandares. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XXVII 


Estando  GHsindo  el  paje  de  cámara  de  I.ucondo  con  Liberla  a 
solas,  entra  Marccl  a  de  burila  de  casa  de  Belisea,  y  ella  le 
absconde.  Y  estando  la  itiadro  y  la  hija  en  sUs  razones,  so- 
breuiene  el  despensero.  Y  estando  ansi  juntos,  sobreuienen 
Fulminato  y  Felisino,  y  sobre  cierto  entremés  se  absconde 
Fulminato  de  miedo  en  el  establiílo. 


LiBERiA,  Grisindo,  Makcelia,Despexsero, 
Fulminato,  Felisixa. 


\_Lih.'\ — Ay,  señor,  por  tu  vida  que  te  baste 
ya,  y  me  dexes  y  te  vayas,  que  pueS  me  dixis- 
te  que  quedaua  mi  madre  con  Belisea,  no  tar- 
dará ya.  Y  pues  yo  tuUe  resistencia  en  tli  vo- 
luntad, no  quieras  tú  quebrar  mi  honra,  y  es- 
pecial que  tongo  madre,  y  muy  zelosá. 

Gris. — Ya  por  demás  serán  sus  sospechas, 
ni  aun  la  esporos  acá  de  esta  parte  de  vísperas, 
quanto  más  que  ya  te  he  dicho  que  ella  dixo 
que  yo  viniesse,  y  sabe  que  veriia  a  cortar  ca- 
misas. 

LaI). — Y  aun  la  escusa  será  razonable  no  ha- 
uiendo  liento  ni  costura!  Pero  ay,  mezquina  de 
mí,  que  ya  viene:  yo  no  osaré  parar  en  casa  si 
te  ve  solo. 

Gris. — Pues  qué  quieres  que  haga? 

I^ih. — Que  te  subas  aquí  a  la  solana  y  pres- 
to: mala  landre  me  mate,  que  aun  la  escalera 
no  cerré  con  tus  priessas,  e  ya  sube. 

Gris. — Pues  subo,  aunque  contra  mi  volun- 
tad, pero  por  amor  de  ti. 

Lib. — Pues  mira  que  por  poco  que  te  íne- 
nees  arriba  serás  sentido,  e  yo  perdida;  que  yo 
cierro  esta  portezilla  hasta  su  tiempo,  que  te h- 
dre  cuydado  de  abrírtela. 

Mar. — Qué  ha.'^es,  hija, que  paresce  que  estáS  i 
alborotada?  \ 

Lib. — Como  te   senti    subir,   túrbeme,  quéji 
pensé  que  era  otro,  y  dexé  la  lauor.  | 

Mar.  —  Pues  por  qué  dexas  la  puerta  abier'i 


COMEDIA  LLAMADA  F^LORINEA 


251 


ta?  que  no  sabes  qliién  passa  por  tu  calle;  pero, 
quién  esta  árfilitl  eh  la  áolanejft? 

Lib. — Será  algún  gato  a  más  andar,  que  vo 
no  siento  qué  sea.  Pero,  qiié  traes,  que  ansi  vie- 
nes tan  soiiarcada? 

J/ci/-.  — Pense,  liijíi,  que  como  cerrauns  aque- 
lla portezuela,  que  venias  de  estarte  al  sol  ocio- 
sa; que  a  la  fe,  boua,  este  es  el  sal>er  baratar 
la  vida,  que  no  tú  ([ue  nuncfj  valdrás  nada. 

Lib. — A  la  he,  bien  que  baratas  tú  la  vida,  y 
la  casa  anda  sin  dueño,  (pie  no  te  acuerdas  que 
hemos  de  comer  oy. 

}lar. — Y  diine,  hija,  la  ración  de  palacio  no 
vino? 

X/A.  — Que  ignorancias  las  de  mi  madre!  ha- 
diendo  se  concertado  con  el  despensero  de  Flo- 
riano  que  se  la  de'  en  dinero? 

^íar. — Por  tu  vida  que  no  me  acordé  que 
me  ania  ayer  dado  seys  reales  por  esta  se- 
mana. 

Lib. —  Pues  yo  seguro  qiie  gana  él  bien  con- 
tigo, porque  quando  la  embiauan  hauia  para 
cinco  personas. 

Mar. — Calla,  boua,  que  mejores  son  seas 
reales  cada  semana  que  no  acjuella  perdición  de 
vianda;  ¡)orque  como  lo  auiamos  de  repartir  con 
los  ve/.inos,  que  a  nosotros  montana  poco;  y 
ellos  mesmos  que  lo  comian,  al  cabo  nos  darian 
por  gracias  el  juzgar  de  donde  o  cómo  viniesse; 
sí  que  mejor  es  que  gane  con  nosotros  el  criado 
del  que  nos  lo  da,  en  especial  que  no  se  pierde 
nada  con  él.  Y  aun  también  sí  que  mejor  es  te- 
ner con  qué  te  comprar  el  cliapiu.  y  el  botin,  el 
manto,  la  saya,  la  camisa,  la  toca  y  otras  mil 
redrosacas  que  salen  de  cada  dia.  A  la  fe,  bo- 
nilla, si  no  miras  más  de  a!  papo,  guay  del 
sacf). 

Jjib.  —  Bien  que  sea  esso:  i)ero  sí  que  razón 
es  (pie  sintamos  mejoria  con  el  don  del  bueno; 
sino  que  tú,  como  deues  de  vntar  los  dientes 
por  allá  antes  que  vengas,  con  lleliar  te  los  di- 
neros en  tu  bolsa,  quieres  que  espere  yo  a  que 
se  te  antoje  do  me  comprar  el  vestido,  y  en  tan- 
to, que  me  cpiede  yo  en  casa  royendo  de  la  lana 
del  almohadilla. 

Mar. — Ay,  landre  que  te  dexe,y  qué  braua  te 
roe  pones,  porque  me  has  visto  el  sayuelo  de  ter- 
ciopelo a  la  manpiesota;  porque  bien  vees  tú 
que  esta  ropa  no  la  he  de  vestir  yo;  y  aun  con 
el  rico  volante  rie  se  te  el  ojo.  Pues  toma  lo,  y 
viste  lo,  y  asseate  con  ello,  y  sea  tuyo,  en  pago 
de  mis  seys  reales.  Agora  contento  está  todo  el 
hiundo,  ya  no  hay  hambre  ni  pariente  pobre. 
Pues  otro  dia  sepa  callar  y  di^xar  liazer  a  la  que 
te  parió,  y  guarda  me  essa  holanda,  que  más  ay 
de  ocho  baras,  y  no  les  faltará  para  qué  sean. 

Lib. — Pues  agora  te  quiero,  madre,  dar  al- 
go yo. 

Mar. — Ya  fuesses  para  algo! 


Lib. — Pues  otra  racíoli  áy  en  casa. 

Mar. — Ya  sé  cuya;  pefo  vino  harto? 

LÁb. — Y  cómo?  harto  y  bueno;  pero  no  sé 
quién  sube. 

Mar. — Esconde  (Jsso  pt'eíto. 

Desp. —  Bien  me  perdonarás  que  Subo  sin 
llamar,  (pie  pensé  de  hallar  acá  vn  gentil  hom- 
bre. 

.Uar. — Y  quién  era? 

Desp. — Grisindo,  el  que  te  dixe  en  la  po- 
sada. 

Lib. — No  he  visto  sino  el  nioíjo  que  truxo 
vnoB  aparatos  de  cena. 

.\/ar. — Calla,  boua,  que  cata  a([ui  quieh  lo 
manda,  ponpie  veas  quánto  le  deüemos.  Por 
esso  apareja  presto  con  que  le  des  de  comer,  y 
ve  primero,  cierra  la  puerta, 

Áf¿. — Yo  voy,  pero  bien  piensa  mi  madre 
(piG  no  se  las  entiendo! 

Ful. — Ya  estamos  a  la  puerta. 

Fel.  —  Vnes  cata  que  arriba  ay  hombre,  que 
yo  oy  la  habla. 

Ful.  — Fues  también,  si  miras,  baxa  no  sé 
quién.  Sul)e,  sube,  y  verás  quántos  y  quiénes 
son,  que  porque  no  me  sientan  y  se  echen  por 
las  ventanas  de  miedo  mió,  me  quedo  en  este 
portal,  para  que  en  baxando  los  que  fueren, 
los  embie  al  otro  mundo  antes  que  ayan  la 
puerta. 

Fel. — Pues  yo  subo  luego.  Cata,  cata,  (pié 
buen  encuentro! 

Lib. — Tú  vengas  en  buen  hora;  pero  está  ya 
(piedo,  no  me  destoques. 

Fel. —  Por  Dios,  ([ue  estás  hecha  vna  reyna 
con  essa  seda  y  tocado. 

Lib. — A  la  fe,  si  lo  estoy  o  no,  no  lo  deno  á  ti; 

Fitl. — Cata,  cata;  por  Dios  (pie  ay  ruydo  eil 
la  escalera;  encontrado  se  han  con  el  ]iobre  dé 
Felisino.  Y  por  el  armadura  de  Sanctiago  (pie 
le  matan;  bueno  es  tomar  la  jjuerta,  y  aun  huyr; 
pero  no  es  cosa,  porque  me  haga  mal  hechor,  y 
passa  mucha  gente,  y  de  verme  huyr  pensaráíi 
algún  mal.  Cata,  cnta,  seguro  es  el  campo,  qué 
juegan  al  cubri  xixa  Felisino  y  Liberia. 

/.ib.—  Anda,  sube  ya,  pues  vienes  solo. 

Fel.-^Anies  queda  Fulminato  en  el  portal. 

Lib. — Pues,  mezquina  yo,  sube  llamando, 
porque  está  con  mi  madre  vtia  vecina  y  tío  hol- 
gará que  la  vean. 

Frl. — Y  están  solas? 

/,,7;_ — Vil  pariente  de  ella  está  allá  (¡ne  la 
trae. 

/•>/. — Yo  subo  a  ver  (pié  ay. 

Ful. — La  muchacha  baxa  sola;  asnadas  que 
ay  cofradia,  que  baxa  a  cerrar  la  puerta;  quie- 
ro me  asconder  en  este  establillo;  pero  (hjy  al 
diablo  estas  puercas,  que  ansi  hiede  esta  es- 
tancia. 

/.//*.— Miralde  vos  estotro  inehtirofed,  que  me 


252 


orígenes  de 


dixo  que  estaua  aqui  Fulminato,  aunque,  con 
todo  esso,  la  cosa  se  adobara  si  el  otro  diablo 
baxara  y  le  encontrara  aqui. 

Ful. — Qué,  qué?  otro  a_v?  pues  descreo  de 
los  retajados  si  yo  no  me  puedo  ensuziar  los 
pies  y  aun  más  adelante  en  tan  feo  luofar,  por- 
que no  me  encuentre  él  donde  me  ensangriente. 

Fel. — Quién  está  por  acá  arriba? 

J/ar.—Ay,  mezquina  yo,  que  aquel  es  Fcli- 
sino! 

Desp. —  Sea  siquiera  el  diablo,  que  no  me  en- 
cerrarás otra  vez. 

Fel. — Voy  me,  señora  Marcelia,  que  no  quie- 
ro ser  agua  de  por  sanct  Juan. 

Mar. — Anda,  no  te  vayas,  que  este  señor  es 
primo  mió,  e  ya  se  queria  yr. 

Fel.  —Agora  no  se  hauian  concertado  la  hija 
y  la  madre  en  el  mentir,  que  discordan  en  sus 
dichos. 

Desp. — Pues,  señora,  si  viniere  aquel  man- 
cebo, avisar  le  has  que  ando  en  su  busca  y  qué- 
date a  Dios. 

Fel.  — X,  gentil  hombre,  no  os  vays  por  mi 
causa. 

Desp. — Tengo  os  lo  en  merced,  que  no  me 
voy  por  esso. 

jpe/.  —  Pues  si  mandays  algo,  lo  haré. 

Desp. — Que  soy  vuestro. 

Fel. — Por  Dios,  que  este  es  el  despenseio  de 
Lucendo,  de  quien  se  quema  Fulminato,  v  con 
razón,  y  que  si  él  está  aun  abaxo,  que  sun 
asidos. 

Ful. — O,  pesar  de  la  vida  de  los  condenados, 
y  qué  correr  trae  por  la  escalera  abaxo!  el  dia- 
blo me  metió  oy  aqui;  que  bien  dizen:  que  el 
andar  con  mal  no  puede  turar.  O,  nuestra  seño- 
ra de  Loreto,  que  si  bueluo  en  mi  tierra  sano, 
yo  te  visitaré  tu  santa  casa:  libra  me  oy  de  muer- 
te y  deshonra. 

Lib. — Pues  ya  te  vas? 

Desp. — No  puedo  más  detenerme.  Si  aquel 
galán  en  cuyo  rastro  yo  ando  aportare  por  acá, 
por  tu  fe  le  digas,  señora,  que  no  se  ande  as- 
condiendo. 

Lib. — Si  haré;  ve  con  Dios. 

Ful. — Voto  al  chapitel  de  la  Minerua,  que 
este  es  el  despensero  de  Lucendo,  y  aquel  que 
busca  deuia  de  ser  yo.  O,  hi  de  puta,  pues  y 
quién  le  esperara  e  ouiera  subido?  Y  aun  que 
si  en  la  calle  me  encontrara,  me  hauia  de  ne- 
cessitar  a  huyr,  porque  más  vale  verguenca  en 
cara  que  cuchillada.  Pero  ya  éPse  fue,  y  la  Li- 
beria  se  subió  arriba;  quiero  salir  desta  he- 
diondez. 

J/a*-.  — Hija,  adereza  que  comas,  y  no  me  es- 
peres, que  voy  a  vn  poco. 

Fe/. —Pues  espera,  subirá  Fulminato,  que 
queda''^abaxo.  e  yr  se  ha  contigo. 

Ful. — Qué  se  tractaua  de  mí  agora? 


LA  NOVELA 

Fel. — Dónde  has  estado? 

Ful. — Detuueme  en  la  calle  con  vn  amigo 
que  a  la  sazón  passaua;  pero  donde  vas,  señora? 

Mar. — Allá  a  palacio. 

Ful. —  Pues  no  querrás  detenerte,  voy  me 
contigo. 

^íar. — At,  qué  mal  huele  por  aqui! 

Ful. — Pues  yo  no  osaua  quexarme;  pero  ya 
no  pndia  suffrirlo. 

Lib.—  Cómo  no  hauia  de  oler  mal?  que  veys 
quál  trae  los  pies  Fulminato. 

Ful.— O,  reniego  de  Saturno  ayuso,  de  todos 
los  que  en  Dios  no  tienen  parte,  con  justicia 
que  tal  consiente  que  echen  en  las  calles. 

Fel.—  Pues  cómo  vienes  ansi  llena  la  gorra 
y  la  capa  de  telarañas,  que  paresce  que  sales 
de  algún  establo? 

Ful. — Qu2  no  sé  lo  que  es,  dexame. 

Lib. — Ay,  que  por  mi  vida  que  agora  se  me 
aclaró  el  miedo  que  vue  abaxo;  que  se  me  fan- 
taseó que  vi  entrar  en  el  establillo  quando  fuy 
a  cerrar  la  puerta,  y  en  el  ayre  me  dio  ser  él, 
pero  no  lo  podia  creer. 

Ful. — Voto  al  sancto  cal9ado  de  la  epipha- 
nia,  que  pense  de  encubrir  mi  necessidad;  pero 
como  no  era  cosa  que  podia  dexar  para  otro  dia, 
yendo  con  priessa  a  descargar  el  cuerpo,  paresce 
me  que  cargué  los  vestidos.  Y  descreo  de  las 
harpias  infernales  si  no  era  de  poner  fuego  en 
la  casa  que  tal  se  suffre. 

Mar. — Anda  ya,  que  siempre  andas  gruñen- 
do. Vete  a  poner  fuego  en  tu  casa,  o  en  la  que 
tú  dieres;  que  si  ésta  no  te  agrada,  busca  otra 
perfumada,  y  si  te  paresciere,  antes  sea  oy  que 
mañana,  porque  en  cada  casa  has  de  conten- 
tarte con  lo  que  hallares,  y  si  no,  callar  y  huyrlo, 
y  nadie  se  ensañe  donde  no  tiene  desensañados 

Ful. — Ya,  ya,  muy  tras  picadura  estás.  O, 
hi  de  puta,  y  quién  no  viniera  armado  de  pa- 
ciencia? pero  con  todo,  no  te  pese  de  oyr  lo  que 
deues  hazer  enmendar  en  tu  casa. 

3íar. — Pues  que  yo  no  te  mandé  entrar  al 
establo,  no  tengo  que  ver  en  qué  tal  está.  Y 
pues  tú  entraste  a  lo  que  entraron  otros  pri- 
mero, no  tengas  a  mucho  hallar  lo  que  otros 
obraron.  Y  al  fin,  el  establo  es  para  aquello,  y 
para  bestias,  y  los  aposientos  para  los  hombres. 
Y  aquello,  en  ser  lo  que  es,  no  paresce  tan  mal 
como  esta  saleta  para  lo  que  es,  en  estar  sin 
tapizes. 

Ful. — Anda,  vamos  y  calla,  que  no  diré  más. 

Lib. — El  diablo  no  los  sacará  oy  dcsta  casa, 
que  ya  he  lástima  al  otro  pobre  hecho  atalaya 
en  la  solana,  y  estotro  asno  acá  piensa  de  que- 
dar se. 

Fel.  — Qué  dizes? 

Lib. — Que  me  espanto  cómo  mi  madre  osa 
yr  sola  con  aqiiel  diablo  sobre  lo  que  ha  passa- 
do,  y  por  amor  de  mí  que  te  vayas  con  elloa 


í 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


253 


sin  que  les  digas  nada,  porque  temo  de  mi 
madre. 

Fel.  —  Faes  queda  te  a  Dios,  que  allá  aguijo 
por  tu  seruicio. 

Lib.  —  AWi  yrás,  don  necio;  quiero  abrir  al 
otro  agora.  Cata,  y  cómo  ay  has  estado? 

Gris. — Luego  me  baxe',  y  por  entre  las  tablas 
de  la  puerta  mal  juntas  lo  he  visto  todo. 

Lib. — Ay,  mezquina  yo,  que  te  podian  muy 
bien  ver  a  aduertir  en  ello;  pero  espera,  que  no 
so  quién  sube. 

Gris. — Valga  la  el  diablo  y  qué  suelta  es,  que 
en  dos  trancos  se  abalanzó  la  escalera  abaxo. 

Ful. — Dónde  bajas  huyendo?  creo  que  vie- 
nes medrosa  de  quedar  sola  en  casa? 

Lib. — Ay,  mezquina  yo,  que  oy  no  sé  qué 
ruydo,  y  no  osé  más  parar. 

Ful. — Si  era  algún  alma  en  pena?  pues  anda 
arriba,  y  verás  cómo,  aunque  sea  el  diablo,  te 
le  hago  que  no  pare  más;  y  sube  presto,  que  no 
se  me  cueze  el  pan  por  ver  lo  que  es,  que  tam- 
bién endenantes  sentí  pisadas  sobre  la  saleta. 

Lib. — Ay,  que  esso  serian  gatos  que  saltan  a 
la  solanileja  desde  el  tejado. 

Ful. — Pues  dexa  me  subir,  que  aun  me  pa- 
resce  que  siento  arriba  no  se'  qué. 

Gris. — O,  pesar  de  la  vida,  y  si  no  es  este 
aquel  muy  afamado  Fulminato  el  barbudo,  que 
aun  con  su  nombre  asombran  los  niños!  Pues 
que  yo  no  puedo  ya  huyr,  quiero  estar  a  punto  y 
defenderle  la  escalera. 

Lib. — O.  mala  landre  me  mate,  y  si  no  soy 
perdida  si  éste  sube. 

Ful. — Quita  te  me  ya,  pues,  del  passo. 

Lib. — Ay,  calla  ya,  que  por  no  te  dar  enojo 
no  te  lo  osaua  dezir. 

Ful.  —  Di  lo,  di  lo;  di  quántos  son,  porque 
nadie  escape. 

Lib. — Ay.  qué... 

Ful. — Acaba  ya. 

Lib. — Sonauan  muchos. 

Ful. — Qué,  qué?  y  dónde?  o  quiénes? 

Lib. — Por  la  puerta  del  corralejo  me  pares- 
cieron  tres. 

L'^ul. — Y  eran  hombres? 

Lib. — Y  aun  con  hartas  armas,  y  el  vnodixo: 
presto,  presto,  que  agora  torno  a  entrar. 

Ful. — O,  pesar  de  la  vida,  y  esso  ay? 

Lib. — En  oyendo  lo  salté  desbalida,  que  pen- 
se que  yuan  tras  Felisino. 

Ful. — Qué  liare?  si  me  abscondo  en  el  esta- 
blillo  asirme  han;  quiero  subir  me  arriba,  no  me 
tomen  acá  la  puerta,  que  arriba  haurá  do  me 
absconda. 

Gris. — Agora  yo  baxo  con  denuedo,  que  la 
muchacha  lo  ha  tramado  tan  bien,  que  él  pen- 
sando que  son  muchos  no  esperará;  y  al  fin,  si 
esperare,  en  la  escalera  vno  por  vno  no  le  he 
miedo. 


X/¿. —  Ay,  triste  de  mí,  que  baxan! 

Ful. — Descreo  si  más  paro;  no  me  empañen. 

IJb. — O,  cómo  corre  el  diablo;  baxa  tú,  señor, 
de  presto  y  toma  por  arriba  de  la  calle,  que  él 
abaxo  va. 

Gris. — Pues  Dios  quede  contigo. 

ARGUMENTO  LE  LA  SCE.NA  WVill  (') 

Llegada  Murci'lia  a  casa  de  Floriaiio,  lli^gadu  ruliiiinalo,  pa2>aii 
entre  ellos  y  Lydorio  grandes  platicas  de  la  aniicicia. 

Felisino,  Mahcelia,  Fulminato,  Pinel, 
Lydorio,   Polytes. 

[Fel.\ — Agora  que  ya  llegamos  al  puesto,  <e 
quiero  preguntar  qué  tenemos  de  la  dama  de 
Floriano;  porque  no  sé  si  por  el  enojo  de  Ful- 
minato, o  si  huyendo  de  su  mal  olor,  o  que  si 
porque  traes  buenas  nueuas,  tanto  te  he  visto 
amiga  de  llegar  a  donde  estamos,  que  no  vi  sa- 
zón hasta  agora  de  te  preguntar  sin  miedo  de 
mala  respuesta. 

Mar. — No  fuera  yo  tan  mal  mirada  contigo; 
pero  quiero  que  sepas  que  el  porqué  de  mi  agui- 
jar el  estomago  ligero  lo  causaua. 

Fel. — Antes,  según  el  dicho  del  Vizcayno, 
no  hauiendo  comido  hauias  de  venir  mas  pesa- 
da; porque  dize  que  tripas  lleuan  piernas,  que 
no  piernas  tripas. 

Mar. — Ansies,  que  desmaya  el  que  no  come; 
pero  también  dize  el  Vizcayno  que  tripa  vazia, 
coracon  triste. 

Fel. — A  qué  proposito  [es]  esto? 

Mar. —  El  preguntar  perdiste  de  tiempo, 
porque  yo  no  tengo  gana  de  tristeza,  y  ansi  no 
tendré  gana  de  estar  mucho  sin  comer,  y  ansi 
me  doy  priesa  por  ganar  presto  dos  deudas.  Lo 
vno,  a  Floriano  su  respuesta;  y  lo  otro,  a  mi 
estomago  la  vianda;  porque  oy  toda  mi  occu- 
pacion  ha  sido  en  seruicio  de  Floriano,  de  ma- 
nera que  para  mi  casa  aun  lumbre  no  ha  anido 
para  guisar  de  comer, 

Fel. — Al  diablo  doy  tanta  auaricia  de  niuger; 
bien  dizen  quees  vicioelpediraquicnseauezaaél. 

Jíar. — Muy  presto  aprendiste  de  Fulminato 
el  hablar  enti'e  dientes. 

/"«/.— Qué  se  tractaua  de  Fulminato?  que 
el  huelgo  no  me  alcanza  por  alcanzaros. 

Mar. — Ayna  cayeras  en  el  numero  de  los 
que  dizen:  al  ruyn  mentalde,  y  luego  viene. 
Pero  quiera  Dios  que  esse  venir  tan  desblan- 
quiñado no  proceda  de  algún  mal  recado  que 
ayas  hecho,  y  con  todo,  guarde  Dios  mi  casa. 

/"«/.  — Descrt-o  del  can  cernero  y  de  toda  la 
compaña  de  Piuton,  con  muger  que  luego  ha  de 
adeuinar. 

(')  En  el  original  dice  equivocadamente  xxvini. 


354 


orígenes  de 


Fel. — Pues  di  nos  qué  fue,  en  dos  parolas; 
pqes  sabes  que  la  anucicií^  manda  que  trayga 
el  amigo  el  coraron  descubierto, 

Ful. — y  aun  también  le  manda  que  tenga 
las  ropas  cortas,  porque  no  tarde  en  acorrer  al 
amigo;  pero  guaresce  Dios,  que  sin  tu  acorro 
dexa  esta  valenciana  quatro  o  seys  eu  la  cal 
nueua. 

Fel.-^X  aun  ansi  quedaran  más  de  ocho. 

Ful. — Qué,  también  tú  adeuinas?  pues  tan- 
tos eran,  sino  que  los  dos  valieron  les  los  pies 
sueltos  como  la  liebre. 

P/w.— r-Nora  buena  estés,  señora  Marcelia,  y 
la  compaña.  Que  es  esso,  hermano  Fulminato? 
que  paresce  que  matas  quatro  de  un  golpe. 

Ful. — Pues  boto  al  ciato  de  Dios  padre, 
que  tantos  van  ya  en  sal  para  la  otra  vida. 

Lyd. —  Qué  es  esso,  Fulminato?  y  tú,  señora 
Marcelia,  estés  en  buen  hora. 

Mar. — Beso  tus  manos,  y  llega  a  poner  paz 
en  la  ferocidad  de  la  boca  de  Fulminato;  que 
povque  vean  que  fue  solo,  lo  representa  a  solas: 
que  todos  los  mata  arreo. 

i^eZ.  — Todos  somos  sus  amigos,  y  quisiera- 
iflos  hallarnos  con  él,  si  algo  fue. 

Ful. — En  tanto,  gracias  a  Dios ,  manos 
mías,  y  la  bondad  deJ  espada  que  lo  esperó. 

Lyd.— Es  la  que  te  di? 

Ful.—^i. 

Lf/d. — Pues  ay  veriis  qué  amigo  te  soy,  que 
en  dar  te  la  tal,  virtualmente  te  he  ayudado  en 
todp  lo  que  con  ella  has  hecho;  porque  el  ami- 
go lexos  y  cerca  ha  de  ser  amigo,  segqn  lo  de- 
claraua  la  figura  de  los  antiguos. 

Fel.  —  Pues  viene  a  coyuntura,  nos  declara 
lo  que  se  platicaua  entre  antiguos  de  la  Amici- 
cia,  porque  lo  oy  apuntar  a  Fulminato  y  no  le 
dio  cabo  este  dia. 

Ful. — A  mí  pide  tú  las  obras,  y  al  señor 
Lydorio  las  antiguallas. 

^^ar. — Pues  en  dezir  lo  nos  hará  merced, 
aunque  el  saberlo  dezir  arguye  no  menos  saber- 
lo obrar. 

J^yd. — Pues  huelgas  de  oyrlo,  y  todos,  aunque 
ya  otras  vezes  lo  he  relatado  por  extenso,  pero 
agora  de  passo  lo  diré  todo,  y  passa  ansi.  Que 
los  Patricios  antiguos  de  nuestra  madre  Roma, 
a  \^  entrada  del  Capitolio,  en  el  Senado,  la 
tenian  pintada  a  la  Amicicia,  donde  de  todos 
fuesse  vista  los  que  entrassen.  Piutauan  la  en 
forma  de  hombre,  y  en  edad  de  mancebo,  con 
alegría  de  rostro,  con  presencia  robusta,  la  cara 
ejfempta  y  manifiesta,  y  sin  alguna  ruga  ni  so- 
brecejo; la  cabera  descubierta,  la  ropa  corta  y 
asi)era  y  no  rica;  los  pechos  abiertos,  y  con  la 
nif^no  diestra  enseñando  el  descubierto  coracon* 
Y  deste  procedía  un  letrero  matizado  de  fino 
oro  que  dezia;  Muerte  y  vida.  Y  por  parte  de  lo 
baxo  de  los  pies,   yua  otro  letrero  del  mesmo 


LA  NOVELA 

matiz  que  el  de  arriba,  que  dezia:  Cerca  y  lexos. 
Y  quando  alguno  queria  examinar  el  amigo  en 
aquella  muestra  le  labraua  de  las  condiciones  que 
hauia  de  tener,  aunque  agora  si  no  se  ouiesso 
de  pronar  aquella  inueocion  de  los  antiguos,  de 
otra  manera  la  pintarían  al  moderno. 

^[ar. — Pues  de  todo  nos  harás  merced  en 
nos  hazer  sabidores,  porque  aunque  no  he  co- 
mido, no  eentire  la  hambre  del  cuerpo  por  tan 
dulce  manjar  del  spiritu. 

Ful. — Si  no  se  te  acordaren,  señor  Lydorio, 
los  escritos,  mira  a,  mis  hechos  y  verás  qué  de- 
zir bien  de  la  amicicia;  que  voto  al  quicial  de 
las  puertas  del  cielo,  naás  sé  yo  obrar  por  mis 
amigos  que  los  libros  pueden '  dar  reglas  en  es- 
crito. Pero  con  todo  esso,  huelgo  de  oyr  todo 
buen  razonamiento. 

Pin. — En  tanto,  señor  Lydorio,  nos  di  de 
los  escritos  antiguos,  para  con  los  hechos  de 
Fulminato  contados  de  su  boca. 

Lyd — Pues  ¡lintauan  la  a  la  entrada  del  Se- 
nado en  el  Capitolio,  porque  alli  todos  concu- 
irian  a  sus  causas,  y  también  porque  todos  los 
que  entrañan  hauian  de  ser  entre  sí  tales  ami- 
gos, que  todos  fucssen  vn  enemigo  para  sus 
enemigos  del  sacro  senado  Romano.  Y  pinta- 
uan  la  Amicicia  (que  aunque  suena  nombre  de 
hembra)  como  varón,  porque,  aunque  perdone 
la  señora  Marcelia  presente,  de  la  hembra  es  la 
inconstancia,  y  la  firmeza  y  immutabilidad,  en 
el  varón. 

Ful. — Pues,  voto  al  cuerpo  del  quarto  ele- 
mento, que  para  el  mal  que  son  ellas  bien  cons- 
tantes y  extremadas. 

Mar.—  Por  no  atajar  tan  buena  plática  al 
señor  Lydorio  (que  ya  me  hizo  la  saina,  ha- 
blando en  perjuyzio  de  las  mugeres)  no  te  res- 
pondo. Fulminato,  como  lo  meresces;  pero  pro- 
cede, señor  Lydorio,  que,  no  tomando  en  par- 
ticular a  ninguna  muger,  como  quiera  desseo 
oyr  la  descripción  propuesta,  que  a  Fulminato 
sazón  tendrá  mi  razón  guardada  agora. 

Lyd. — Pues  digo  que  la  figurauan  mancebo, 
porque  siempre  la  amistad  entre  los  amigos  ha 
de  ser  no  juvenil  por  la  edad,  sino  por  la  repre- 
sentación y  significación ;  porque  ha  de  ser  ani- 
moso, suelto,  fuerte,  suffridor  de  afanes,  y  ven- 
gador de  injurias ;  donde  quando  interuiene 
honrra  o  suya  o  del  amigo,  que  ha  de  ser  otro 
él,  ha  de  ser  liberal  para  con  el  amigo,  lo  qual 
más  so  halla  ordinariamente  en  el  hombre  man- 
cebo que  no  en  el  viejo.  Tenía  más  el  rostro 
alegre,  mostrando  que  ansi  le  ha  de  tener  el 
amigo  en  todo  lo  que  debaxo  de  Amicicia  le 
pudiere  pedir  el  otro  amigo.  Tenía  el  rostro  sin 
ruga  ni  sobrecejo,  entendiendo  en  esto  que  el 
í\migo  no  ha  de  tener  doblez  al  aniigo,  ni  le  ha 
de  ser  molesto,  excepto  en  cosas  que  derogan 
a  la  virtud.  Porque  el  que  no  desengaña  y  re» 


COMEDIA  LLAMADA  PLORINEA 


'Jr»o 


trae  on  tal  caso  al  amigo,  por  solo  dczir  que  no 
lo  quiere  dar  pena,  o,  por  lo  que  os  peor,  por 
apronecharae  del,  el  tal  uaás  es  euoniigo,  adula- 
dor, infiel,  engañador,  que  no  amigo.  Porcpic  la 
amistad  lia  de  ser  en  las  cosas  honrosas  y  bue- 
nas y  de  virtud,  y  que  no  contradigan  a  lu  ley 
de  Dios,  que  es  el  mayor  y  más  verdadero 
amigo  nueí;tro.  Tenía  el  aspecto  robusto,  y  no 
donzellil  ni  delicado,  porque  el  amor  del  amigo 
no  ha  de  hallar  flaqueza  ni  floxedad  en  el  aman- 
te amigo,  ni  ay  de  donde  (si  es  amigo)  busque 
ineonueniente  para  que  no  se  ponga  a  todo  lo 
que  virtuosamente  y  debaxo  del  tal  amor  de 
amigo  le  pusiere  el  otro  amigo.  La  eabeij-a  des- 
cubierta dezia  que  en  ninguna  manera  ha  de 
encubrir  el  amistad  que  tiene  al  amigo,  agora 
interuenga  interesse,  agora  peligro,  agora  ver- 
güenza. La  ropa  corta  y  aspci-a  que  tenía  dez'a 
el  poco  embarazo  ni  inconuenienti-  que  ha  de 
tener  el  amigo  en  las  cosas  de  su  amigo,  lo  vno; 
y  lo  otro,  la  aspereza  que  es  menester  que  mues- 
tre a  defuera  el  amigo  al  amigo,  por  retraer  le,  y 
conseruar  le,  y  guardar  le  la  vestidura  del  alma 
-le  dentro,  que  son  las  virtudes.  De  tal  forma  que 
más  ha  de  ser  amigo  del  alma  que  del  cuerpo, 
y  más  de  la  razón  que  de  la  sensualidad,  y  más 
del  spiritu  que  do  la  carne,  y  más  de  las  virtu- 
des del  amigo  ha  de  curar  que  de  la  beneuolen- 
cia  de  fuera;  y  ansi  era  la  vestidura  corta,  para 
quenoembaraoasso;  áspera,  para  que  pungiesse; 
no  rica,  para  que  no  se  mirasse  al  valor  déla 
hazienda  y  se  hiziesse  gran  caudal  del  valor  de 
la  virtuosa  vida,  porque  la  Amicicia,  para  que 
no  vsurpe  este  nombre,  presupone  tener  vna 
hermana,  y  muy  en  amistad  de  hermana,  que 
os  la  Virtud.  Tenia  los  pechos  abiertos,  mos- 
trando el  coraz-on,  etc.,  porque  tales  han  de  ser 
los  pensamientos  del  amigo  para  con  su  amigo; 
que  las  obras  buenas  que  figurauan  la  mano 
diestra  muestren  bien  cómo  nazca  de  corazón, 
y  de  claras  y  sanas  entrañas,  la  tal  amistad.  El 
letrero  de  oro  procediente  del  coracon  mostr^ua 
la  perseuerancia  que  ha  de  hauer  en  el  amigo; 
porque  el  amigo  ha  de  perseuerar  en  la  amistad 
en  la  muerte  y  en  la  vida,  en  los  afanes  y  en  los 
plazeres;  y  ansi  mostrauan  las  letras,  en  ser  de 
uro,  que  la  tal  perseuerancia  del  amigo  meres- 
cia  la  corona  del  vencimiento  de  oro.  El  letrero 
de  los  pies,  del  mesmo  matiz  de  oro,  que  dezia 
corea  y  lesos,  demostraua  ia  presteza  y  libera- 
lidad que  el  amigo  ha  de  tener  en  las  cosas  que 
algo  importan  al  amigo,  y  esto  ha  de  ser  en  su 
presencia,  y  en  su  absencia,  cerca  del  y  alonga- 
do del.  l'or  manera  que,  aun  que  en  los  cuerpos 
absentes,  en  la  voluntad,  que  siempre  ha  de  ser 
vna,  siempre  estén  presentes  los  amigos.  Y 
ansi  como  las  otras  letras  de  oro,  dezian  estas 
de  lo  mcsmo  el  mérito  de  la  tal  amistad  ser  de 
valor  del  oro,  que  es  el  más  valeroso  de  los  me- 


tales. Esta  es  la  figura,  y  lo  que  entonces  figu- 
rauan en  ella  y  eiiteiidian  los  antiguos  de  la 
amistad. 

Mar. — Por  cierto  dio  ha  sido  cosa  de  notar, 
y  dicha  por  boca  de  sabio. 

Ftl. — Ello  es  ^n3¡  cierto,  y  aunque  en  ser 
tan  verdad,  ay  pocos  amigos  en  nuestra  tem- 
pestad. 

¡^ij(l.—\  aun,  porque  lo  creas  más  de  veras 
la  falta  que  oy  tiene?  el  orbe  de  amigos  entre  sí, 
oye  cómo  pondera  el  sabio  al  buen  amigo:  que 
dize  que  no  ay  comparación  que  se  compare,  ni 
precio  a  que  se  estime,  ni  thesoro  con  que  se 
compre  el  fiel  amigo;  porque  el  que  le  halla 
halla  más  thesoro  que  en  el  Perú  hallaron  en 
esta  nuestra  edad  los  orgullosos  y  cobdiciosos 
guerreros  nauegantes  Españoles. 

Pin. — Y  aun  ansi  creo  yo  que,  como  ay  poco 
thesoro  por  gastar  de  lo  mucho  que  ay  descu- 
bierto, que  ansi,  aunque  se  descubran  a  prima 
vista  muchos  amigos,  que  los  examinados  son 
pocos,  o  por  mejor  dezir  quedan  pocos. 

Lycl. — La  cobdicia  del  thesoro  es  oy  mayor 
que  hasta  agora,  y  el  posseer  no  quiere  compa- 
ñia,  y  la  falta  de  la  compañía  quita  la  herman- 
dad, y  la  falta  de  la  hermandad  quita  la  paz,  y 
la  guerra  encubre  los  amigos  y  manifiesta  los 
enemigos.  Y  ansi  es  mi  tema,  que  la  amici- 
cia, si  fueran  Lis  Romanos  que  fueron  entonces 
agora,  que  de  otra  manera  pintaran  aquella  fi- 
gura. 

}[ar. — Pues  también  nos  lo  di,  porque  no 
menos  nos  podra  aprouechar  la  sabia  razón 
tuya  que  la  antigua  pintura  suya. 

Lid. — Pues  si  no  saliera  el  paje,  y  pidiera 
Floriano  ya  de  vestir,  yo  dixera  que  la  hauian 
de  pintar  como  muger,  y  aun  vieja,  por  la  in- 
constancia y  avaricia,  y  de  rico  vestido  al  buen 
parescer  exterior,  porque  esto  halla  y  descubre 
oy  los  apiigos  más  y  más  ayna,  y  el  coracon, 
con  treynta  cobertizos,  porque  oy  en  dia  ni  ay 
claridad  de  amigo,  ni  amistad  donde  interuione 
interés,  ni  ley,  sino  con  la  moneda;  que  éste 
tiene  oy  en  el  mundo  más  amigos  que  Dios, 
por  la  grande  auaricia  y  peccados  nuestros. 
Porque  si  el  amigo  sea  quanto  rico  querays  de 
virtudes,  y  aun  de  nobleza  de  sangre,  si  por 
desdicha  es  pobre,  todos  le  huyen,  todos  le  bal- 
donan, todos  se  desd(íñan  de  llamar  se  sus  ami- 
gos. Pues  los  pies  oy  en  dia  los  tiene  la  Amicicia 
atados,  y  aun  las  manos  mancas  al  obrar.  Mu- 
cho hauia  que  dczir  en  esta  materia,  pero  no  lo 
pide  el  tiempo  agora.  Yo  quiero  entrara  ver  si 
se  acaba  de  leuantar  Floriano,  y  luego,  señora 
Marcelia,  le  diré  cómo  le  aguardas. 

^íar. — Merced  me  harás  a  buelta  de  la  que 
me  has  hecho  con  lo  hablado. 

Fel. — Por  Dios,  altamente  ha  salido  con 
lodo,  y  aun  que  en  la  descripción  de  la  moderna 


256 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


fortuna  la  pone  muy  al  vso  de  como  la  tractan 
agora  las  gentes.  Pero  agora  mientras  sale  el 
camarero,  nos  di,  Fulminato,  qué  es  lo  que  tú 
dizes  que  te  acontescio. 

Ful. — O,  reniego  de  los  epiciclos  del  primer 
planeta  contigo,  y  que  ansi  quieres  tan  de  arre- 
bato oyr  mis  cosas? 

Pin. — A  buen  entendedor,  pocas  razones; 
deue  de  querer  que  no  le  embaracemos,  que 
querrá  hablar  a  solas  con  la  señora  Marcelia. 

Fel. — Bien  apuntaste,  y  con  su  licencia  nos 
vamos  a  buscar  qué  moflir;  que  Floriano  ni 
se  leuantará  de  esta  hora,  ni  comerá  destas 
tres. 

3/a?'.— Mas  todos  os  podeysyr,  que  yo  quie- 
ro entrar  a  ver  a  Floriano,  que  ya  se  torna  a 
salir  el  camarero. 

Ful. — Pues  a  Dios,  que  desque  ayas  con- 
cluydo,  aqui  nos  tienes  a  todos.  Y  ve,  que  te 
llama  el  page  con  la  mano  que  entres,  y  Dios 
te  dé  tal  dicha,  con  que  yo  medre  algo. 

ARGUMENTO  DE   LA  SCENA  XXIX 


Sabiendo  Floriano  que  Marcelia  viene  de  hablar  a  su  señora  Be- 
lisea,  habla  consiiío  a  solas  al  caso  muchas  razones.  Entra 
Marcelia,  da  le  relación  de  lo  que  ha  hecho  y  sica  le  másda- 
diuas  antes  que  le  diga  el  concierto  que  trae  de  que  vayacssa 
noche  a  hablar  a  Bclisea. 


Floriano,   Polites,   Marcelia,    Lydokio. 

[^Flor.~\ — Dime,  mi  señora  Belisea,  qué  es  lo 
que  me  embias  a  mandar  que  haga  de  mi  tan 
penada  vida?  por  ventura  es  tu  voluntad  que 
yo  muera?  Ay,  que  no  puedo  persuadir  me  a 
pensar  que  a  tanta  hermosura  acompañe  tanta 
crueldad,  pues  que  yo  tuyo  so,  por  ti  vino,  en 
ti  confio,  tiá  sola  eres  mi  señora,  mi  vida,  mi  es- 
peranza, mi  gloria  y  mi  consuelo.  Por  tanto,  no 
seas  engañada  en  el  querer  matar  me,  pues  sa- 
bes que  nadie  deue  aborrescer  sus  cosas;  o  si 
no,  será  possible  que  mis  males  hallen  algún 
remedio  de  ti,  que  sola  me  lo  puedes  dar?  ay, 
que  aunque  a  mí  parezca  que  nada  te  merezco, 
muy  arduo  [es]  este  remedio,  y  muy  cuesta  arriba 
este  camino  para  llegar  mis  méritos  a  ti;  pero  a 
ti  es  muy  fácil,  y  aun  a  tu  honra  muy  conue- 
niente.  Porque  de  otra  manera  podrias  cobrar 
renombre  de  cruel  contra  los  pobres  y  de  mata- 
dora de  los  tuyos.  Ay  de  ti,  Floriano,  que  des- 
tos  dos  extremos,  el  primero  temo  por  mi  ba- 
xeza,  pero  liaze  me  esforzado  tu  misericordia, 
benignidad  y  nobleza;  y  el  segundo,  teniendo 
mi  acorro  por  impossible,  no  puedo  no  me  ale- 
grar con  tu  potencia  qiie  en  mi  y  de  mí  puede 
llegar  me  a  la  muerte  y  llegar  me  a  la  vida.  Y 
mira,  ángel  mió,  quánta  representación  de  tu 
majestad  y  potencia  ay  en  mi  entendimiento, 
que  en  saber  que  viene  la  mensajera  de  mí  tan 


desseada,  por  venir  de  tu  parte,  y  hauer  estado 
contigo  (que  en  mí  lo  siente  ya)  me  alegro.  Pero 
con  esto,  en  representar  se  me  tu  majestad  y 
merescimicnto,  y  en  tornar  a  mirar  mi  baxeza, 
y  en  pensar  que  te  embié  a  })edir  mercedes  con 
ella,  y  en  acordar  me  que,  con  no  te  merescer 
sernir,  antes  te  he  desseruido,  teme  este  ya  tan 
tu  llagado  mi  coraron  alguna  áspera  respues- 
ta. Porque,  aunque  merescida  de  mi  atreui- 
da  locura,  pero  occasionado  por  tu  gran  her- 
mosura, como  discaydo  con  la  vieja  llaga  de  tu 
amor,  temo  nueuo  golpe  de  disfauor,  con  que, 
yo  muriendo,  no  podré  publicar  me  por  tuyo, 
que  es  lo  mesmo  a  ti,  y  tú  serás  llamada  ingra- 
ta y  cruel  y  matadora  de  los  que  no  supieren 
que  quisiste  que  yo  muriesse,  y  queriendo  pu- 
diste, y  podiendo  lo  heziste,  y  hecho  fue  tu  vo- 
luntad; y  en  ser  tu  voluntad,  es  ello  bien  he- 
cho, y  de  mí  por  tal  acceptado  desde  agora.  Y 
porque  si  esto  de  ci  se  dixesse  el  daño  de  tu 
abatimiento  era  a  mí  muy  principal,  mejor  será 
que  yo  me  mate,  antes  que  venga  mi  muerte 
embuelta  en  tu  áspera  respuesta,  porque  enton- 
ces a  mí  seria  pedida  mi  muerte  como  el  que 
mató  cosa  tuya.  Pero  qué  digo?  que  yo  no  pue- 
do sino  confessar  que  tú,  mi  señora  Belisea,  me 
das  la  vida,  y  bien  sé  que  yo  no  puedo  matar- 
me sin  tú  querer,  y  si  tu  querer  yo  hago,  gano 
gran  gloria  en  el  premio  de  tu  amador.  Y  pues 
yo  aun  no  he  hecho  obras  por  donde  ya  presu- 
midamente te  pida  gloria,  quiero  aparejarme  a 
mayor  tormento,  para  que  más  crezca  mi  me- 
rescimicnto. Pero  solo  quiero,  mi  señora  Beli- 
sea, que  mires  a  que,  con  esperar  a  la  mensaje- 
ra que  espero  y  desseo,  no  puedo  tanto  esfor- 
car  al  tan  llagado  mi  tu  coracon,  a  que  no 
ponga  de  temor  grande  pasmo  a  los  interiores 
sentidos,  y  el  entomescimiento  que  agora  todos 
mis  miembros  sintiendo,  no  puedo  seruir  me  de 
más  de  sola  la  lengua  para  el  pregonar  tu  ma- 
jestad y  mi  temor,  y  de  los  ojos  para  llorar  mi 
culpa,  y  de  los  sospiros  para  manifestar  a  todo 
el  mundo  mi  pena. 

Pol. — No  has  mirado  quán  largo  razona- 
miento tan  dulce  ha  hecho?  y  qué  razones  tan 
sentidas?  y  qué  plática  tan  bien  trauada?  y  qué 
sentencias  tan  claras  pronuncia  su  lengua  en  la 
tan  gran  obscuridad  de  su  tenebrosa  pena? 

Mar. — Todo  lo  he  sentido,  y  de  todo  me  he 
holgado;  y  conduelo  me  de  ver  quán  obscuro 
le  tiene  la  pena,  que  no  basta  la  claridad  exte- 
rior a  le  alumbrar,  para  que  ni  nos  aya  visto,  ni 
nos  verá,  si  no  le  despertamos.  Y  pues  que  yti 
tú  sabes  y  te  he  contado  en  lo  a  ti  tocante  todo 
lo  que  allá  passé,  con  te  auer  dado  respuesta  de 
lo  que  me  encargaste, como  acabas  de  oyr,  agora 
será  bien  me  dexes  dar  a  tu  señor  el  despacho 
de  sus  negocios,  pues  que  aun  también  los  sa- 
bes ya  antes  que  él. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


257 


Pol. — Pues  mira  que  tractes  con  él  que  si 
fuere  me  lleue  por  compañero,  porque  luás  te 
teufía  que  seruir. 

Flor, — Pajes,  quie'n  habla  ay? 

Mar. —  Dexame,  que  yo  quiero  responderle. 
Yo  soy,  mi  señor  Floriano. 

Flor. — Y  quie'n  eres,  que  me  has  despertado 
del  sueño  de  la  vida,  en  la  contemplación  de 
mi  gloria? 

Fol. — Mira,  señor,  que  es  Marcelia. 

Flor.—  Quién  dizes? 

J/ar.  — Calla  tú,  dexu  me  con  él.  A,  señor, 
oye  me  lo  que  tu  señora  Belisea  te  nnmda  res- 
ponder. 

Flor.  —  Belisea?  es  mi  esperan9a,  es  mi  se- 
ñora, es  la  que  me  resuscita.  Ya,  ya,  bien  te  veo, 
bien  te  conozco;  bien  sé  que  eres  tú  la  mi  Mar- 
celia,  la  llaue  de  mis  secretos,  la  que  me  trae 
algún  magnífico  don  del  thesoro  de  mi  gloria. 
Sienta  te  en  esta  silla  par  de  mí,  y  cuenta  me 
cómo  te  fue  en  el  camino?  qué  tanto  ha  que  ve- 
niste?  qué  me  traes  negociado? 

}[ar. — No  cures  de  saber  el  gran  afán  y  pe- 
ligro de  mi  persona,  y  la  afrenta  y  deshonra  que 
siento  ver  me  con  tan  ruynes  sayas  parescer  de- 
lante buenos.  Pero  porque  a  más  que  esto  me 
obliga  tu  seruicio,  y  ni  tan  poco  ha  de  parar  mi 
buena  solicitud  en  esto,  sepas  que  aun  te  vienen 
grandes  y  buenas  nueuas  debaxo  de  estas  tan 
pobres  y  viejas  ropas  que  cubren  estas  carnes 
peccadoras. 

Flor. — Anda,  mi  buena  amiga,  que  si  tú  tie- 
nes buen  cuidado  de  cumplir  tu  promesa  en  mi 
seruicio,  yo  no  me  oluido  que  te  empeñé  mi  pa- 
labra en  el  gualardon,  mayormente  en  lo  que 
más  publica  tu  necessidad.  Pajes,  quién  está  ay? 

Pol. — Señor,  yo  estoy. 

Flor. — Ve  corriendo  al  camarero,  que  luego 
haga  venir  el  sastre  que  me  corta  mis  ropas,  y 
al  camarero  que  venga  aqui  con  él  y  con  el  re- 
fino que  él  tiene,  para  que  luego  vistan  de  pies 
a  cabeíj-a  de  todas  ropas  a  mi  Marcelia  a  su  vo- 
luntad. 

Mar. — Señor,  cata  que  ni  yo  me  desnudaré 
mis  harrapos  ante  ti,  ni  tan  poco  ay  tiempo 
para  tanta  larga,  pues  tú  tienes  en  qué  enten- 
der con  lo  que  yo  te  diré  (j^ue  traygo,  y  aun  yo 
ya  harta  razón  de  yr  me  a  desayunar  a  mi  casa, 
si  hallare  con  qué,  pues  desde  antes  que  ama- 
nezca me  occupan  las  estaciones  de  tu  seruicio. 

Flor. — En  todo  veo  que  me  vences  de  razón. 
Pues  anda,  paje,  al  camarero,  que  te  dé  ocho  va- 
ras del  refino,  y  llenar  se  las  has  a  casa  desta 
dueña,  y  acompañar  la  has  quando  se  vaya. 

Pol. — Señor,  voy  a  entender  en  ello. 

Flor. — Agora,  pues,  me  di  qué  me  traes, 
pues  ya  tienes  lo  que  tú  pides. 

Mar. — Y  aun  por  tanto  dilataré  yo  agora  la 
cura,  por  sacar  para  las  mechas. 

ORÍGENES   DE   LA    NOVELA.— III. — 17 


Flor. — Qué  dizes  de  sospechas?  y  sácame  ya 
de  pena,  si  no  quieres  verme  morir  entre  tus 
manos. 

Mar. — Que  digo  y  te  dczia,  sino  que  no  me 
entendiste,  que  pierdas  essas  penas  y  no  to- 
mes sospechas  de  ya  morir,  pues  que  de  cierto 
tu  señora  queda  buena.  Diré  más? 

Flor. — Mucho  es  esso,  i)ero  di  me  lo  que  me 
ha  de  dar  o  quitar  a  mí  la  salud. 

Mar.  —Yo  fuy  por  tu  mandado  a  ella,  y  la 
vi,  y  hablé  en  su  cámara,  estando  ella  en  su 
cama;  quieres  más? 

Flor.  —  Ay,  que  sí  querría,  hasta  topar  con 
que  me  sanasses. 

J/tír.  — Pues  más  sabrás  que  hizo  por  ti, que 
le  di  tu  carta  en  sus  manos,  y  la  tomó  con  harta 
alegría,  y  la  leyó  con  harta  aduertencia. 

Flor. — Ya,  ya,  agora  pongo  dubda  en  lo  que 
dizes,  pues  deue  ser  dicho  para  consolarme. 

Mar. — No  me  hagas  mentirosa,  señor  mío; 
porque  si  ansí  me  afrentas,  callaré  lo  de  mas, 
que  es  el  todo. 

Flor. — Y  qué  más,  mi  Mar>,elia? 

Mar.—  Que  ella  te  ama,  y  con  holgar  de  tu 
salud  (porque  no  la  osé  dezir  que  no  quedauas 
bueno)  aun  me  mostró  gran  pena  porque  te  to- 
mé el  anillo  suyo;  porque  pensó  que  yo  te  lo 
auia  pedido,  y  que  aun  tendrías  necessidad 
de  él. 

Flor.  —  Aj,  mira,  herniana,  quál  estoy:  no 
me  engañes  ansí  con  cossas  tan  no  de  creer. 

Mar. — O  perdido  de  hombre,  y  qué  haze  de 
llorar  de  alegría  I  qué  hará  quando  se  halle  ant(^ 
ella? 

Flor.  —  Pues  qué  me  respondes,  qué  me 
hablas? 

^[ar. — Que  aun  traygo  más. 

Flor. — Pues  mata  me  luego,  que  yo  te  per- 
dono, o  no  me  detengas. 

Mar.  —  })e  matar  te  me  guardará  Dios,  por- 
que me  mataría  Belisea,  que  por  tu  enaniorada 
tomó  la  esmeralda  tuya.  Y  porque  le  díxe  que 
la  quitaste  para  embiarse  la  del  tu  bra^o  delco- 
racon,  ella  luego  la  puso  a  su  muñeca  del  bra^o 
siniestro. 

/'7o?-. — Agora  te  digo  que  me  has  de  veras 
puesto  con  escrúpulos  de  tu  verdad,  aunque  me 
perdones. 

Mar. — Cata,  señor,  que  tomes  las  palabras 
como  se  dizen,  y  que  hasta  agora  no  te  he  di- 
cho cosa  que  desembuelta  no  la  halles  por  ver- 
dad. Y  aun  por  la  dubda  que  has  puesto,  si 
algo  no  me  das,  no  te  daré  otra  cosa,  con  que 
veas  quánto  deuen  tus  mercedes  grandes  a  mi 
baxo  seruicio. 

Flor. — No  me  calles  cosa,  que  quanto  tengo 
es  tuyo. 

Mar. — Señor,  aunque  dizen  que  quien  todo 
lo  concede  que  todo  lo  niega,  no  pienses  que 


258 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


pretendo  pedirte,  sino  solo  encarescerme;  pues 
porque  me  pagues  la  hechura  del  vestido  que 
me  das,  te  diria... 

Flor. — Haz  me  ya  bienauenturado  y  toma 
esta  bolsa  con  lo  que  en  ella  ay,  que  deue  ser 
poco. 

Mar. — Pues  toma  tú  esto  mucho  de  mí:  qufe 
te  manda  tu  señora  la  vayas  ver  y  hablar  al  jar- 
din  de  sil  casa. 

Flor.  —Qué  dizes? 

Mar. — Que  sea  esta  noche,  y  muy  a  tu  re- 
caudo y  su  honra. 

Flor.—  Cata  que  no  pienses  de  me  dizir  esso 
por  pensar  que  te  di  de  mala  gana  la  bolsa, 
para  contentarme. 

Mar. —  Si  tú  me  la  das  de  buena,  yo  lo  tomo 
y  la  llenaré  de  mejor,  y  torno  a  dezir:  (jue  te 
aguardará  a  la  vna  de  media  noche,  ésta  que  ya 
viene,  en  el  su  jardin,  con  sola  vna  su  donzella 
llamada  Justina,  de  quien  sola  se  fia;  y  no 
quiere  que  entre  allá  contigo  sino  solo  aquel 
paje  que  allá  sueles  embiar  con  tus  mensajes. 
Y  doy  te  por  seña  que  toques  tres  vezes  passo 
a  la  puerta  del  jardin  que  sale  al  campo,  y  por 
ay  te  darán  entrada,  o  si  no  por  donde  el  j^aje 
que  te  digo  te  guiare  por  las  paredes,  aunque  te 
aniso  que  me  anisaron  de  que  son  muy  altas  por 
la  parte  de  dentro;  y  en  lo  demás  harás  allá 
como  vieres,  y  mira  que  no  faltes. 

Flor. — Faltar  me  ha  la  vida  antes,  y  aun  será 
bien  asegurar  te  con  yr  desde  luego. 

Mar. — Cada  cosa  tiene  sazón  en  s^u  tiempo, 
y  ansi  le  tendrá  que  tú  comas  agora,  y  a  mí  me 
dexes  yr  a  ver  si  hallare  qué  en  mi  casilla.  Y 
eu  esto  entiende  luego,  por  que  te  esfuerces  y 
reposes  y  estés  a  punto  para  la  hora,  que  cata 
dó  viene  el  paje  que  embiaste  y  el  camarero 
con  él. 

Flor. — Lydorio,  lleuen  a  essa  dueña  el  paño, 
y  vaya  se  con  ella  quien  la  acompañe,  y  den  me 
luego  de  comer  a  mí,  y  a  ella  le  vuanda  de  co- 
mer de  lo  que  para  mí  ay  guisado,  porque  te 
digo  que  ella  lo  meresce  mejor  que  no  yo.  Y  tú, 
amiga,  ve  con  Dios,  que  quiero  obedescerte  en 
comer. 

Mar. — Pues  haga  te  muy  buen  prouecho, 
que  yo  me  voy  de  tu  licencia.  Allá  quedarás 
agora,  que  a  tales  empellones  presto  echaré  yo 
el  mal  pelo. 

Lyd. — Cata  ay,  señora  Marcelia,  el  paño 
lleua  esse  paje,  y  mira  si  quieres  más  compa- 
ñía, que  luego  te  mando  el  comer  a  punto. 

jl/ar. — Señor,  basta  este  paje,  y  todo  lo  de 
más  te  tengo  en  merced,  por  el  cuydado  de  tu 
parte  puesto  con  tanta  liberalid[ad]. 

Lijd. — Pues  ve  con  Dios,  que  torno  a  entrar 
a  Floriano. 

Mar. — Agora  pues,  hermano  Polytes,  alarga 
el  passo  para  mi  casa,  que  allá  te  podras  que- 


dar a  comer.  Y  por  el  camino  (aunque  haga  de 
mi  daño)  te  contaré  lo  que  passé  con  Justina; 
aunque  bien  veo  que  tienes  razón  de  amar  tal 
joya  como  aquélla,  aunque  tan  poco  le  tienes  en 
aborrescer  nos  acá. 

Pol.—  Pues  vamos  por  la  calle,  entendamos 
en  andar,  y  allá  entenderemos  en  deslindar 
esso. 

Mar. — Bien  dizes,  andemos. 

Lyd. — Agora  que  es  yda  esta  embaydora 
(que  tal  me  parcsce  está  muger)  quiero  ver  qué 
tal  queda  de  sus  manos  Floriano,  que  ella  bien 
deue  de  yr  medrada  de  la  maho  rota  del.  Que 
más  ha  medrado  ésta  con  dos  passos  del  diablo 
que  ha  dado,  con  treynta  embustes  que  le  trae, 
que  gana  vn  fiel  criado  antiguo  en  toda  su  vida, 
echando  la  hiél,  siruiendo  honesta,  y  christiana, 
y  lealmente.  Bien  paresce  al  descubierto  la  dif- 
ferencia  de  los  señores  de  nombre  del  mundo 
al  señor  de  verdad  del  cielo,  que  el  del  cielo 
gualardona  por  justicia  y  misericordia  a  cada 
vno  como  meresce;  mas  los  señores  del  mundo 
todo  es  por  passion  y  affection  su  dar,  porque 
si  han  de  hazer  vna  obra  pia,  vna  restitución, 
vna  limosna,  un  pagar  de  acostamiento  fecaga- 
dos  y  auQ  oluidados,  nunca  hallan  con  qué: 
siempre  se  hazen  tan  pobres,  que  quiebran  las 
alas  del  atreuimiento  a  los  que  les  querrian  pe- 
dir. E  ya  que  les  obligue  la  necessidad  o  les 
cargue  la  consciencia,  o  se  atreua  el  confessor 
a  molestar  los  que  jiaguen  lo  que  ansi  dencñ, 
no  darán  el  tercio  que  deuen  al  que  les  pide.  Y 
pagan  lo  al  criado  al  cabo  de  ochenta  peticiones, 
y  aguardar  de  sazón,  y  tiempo,  y  oportunidad, 
con  vna  libranca  en  vn  mercader,  que  con  sus 
mohatras  os  lo  paga  en  paños,  y  al  doblo  de  lo 
que  vale.  De  manera  que  el  señor  queda  él  adeu- 
dado al  doblo  con  sus  cambios  y  recambios,  y 
vos  quedays  burlado  con  la  ruyn  paga;  y  vos 
triste  y  descontento,  y  el  señor  rostrituerto,  y 
el  mercader  con  ganancia  de  entramos,  y  bo- 
rrando cuentas,  y  riendo  se  de  los  necios  pala- 
cianos. Pero  saliendo  de  aqui;  si  los  señores 
han  de  hazer  vn  banquete,  vna  justa,  vn  serao, 
vn  mostrarse  a  las  damas,  entonces  ay  abun- 
dancia: entonces  ay  qué  dar  a  truhanes,  a  alca- 
huetas, aunque  no  se  cómo  lo  hauran  con  DioSj 
que  les  dio  más  de  que  den  cuenta.  O  vanidad 
tan  conoscida,  y  tan  aborrescida,  y  tan  seguidal 
que  sean  los  hombres  tan  prestos  y  tan  a  punto  al 
seruir  a  vn  señor  mundano,  y  a  Dios,  cuyo  es  to- 
do, y  quien  lo  da  todo  (lo  que  algo  es),  le  siruamofe  j 
con  lo  menos.  Y  aun  vn  poco  bien  que  hazcmos  | 
en  su  seruicio  es  tan  cacareado  como  el  hueuO( 
que  pone  la  gallina,  y  queremos  que  sert  te-| 
nido  en  mucho,  y  que  nos  lo  loe  el  mundo,  yí 
nos  lo  pague  Dios,  y  muy  bien  pagado!  aunqtiei 
no  sé  si  se  compadesce  con  nuestra  floxezá  es-j 
perar  gran  paga  de  Dios  con  la  loa  del  nuiudo.j 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


250 


Pero  cata,  cata,  y  qué  gallardo  sale  Plodano; 
bendito  sea  Dios,  quo  ya  nos  le  dexa  ver  por  acá! 

Flor. — Qué  hazes.  Lydorio? 

Lyd. — Señor,  allá  yna  a  entrar,  que  despedi 
el  recaudo  de  aquella  dueña  como  mandaste. 

Flor. — Bien  heziste,  que  lo  moresce  muy 
bien;  pero  dime,  tienen  puesta  la  mesa  en  la 
sala  de  los  azulejits.' 

Lt/d. — Señor  sí,  y  aun  creo  que  esperan  ya 
con  los  platos. 

/■7or.  —  Pues  vamos,  que  mientras  como  te 
contaré,  si  no  ay  gente  de  tabla,  mi  buena  ale- 
gría, y  también  para  que  entiendas  en  adererar 
lo  que  aura  de  ser  neeessario. 

L>/'l. — Señor,  presto  estoy  a  tu  eeruicio  y 
voluntad;  vamos,  que  poca  gente  liaurá  oy  de 
tabla,  porque  es  ya  tan  tarde,  qua  más  es  hora 
de  comentar  adere9ar  de  cena  que  esperar  aun 
por  la  comida. 

Flor. — Pues  antes  que  sea  más  tarde,  voy  á 
comer,  más  por  necessidad  natural  que  por  vo- 
luntad del  appetito. 


ARaUMENTO  DE  LA  SCENA  XXX 


Estando  Mttrcelia  en  secreto  eon  Polj'te?.  en  contando  lo  on  sü 
rasa  lo  que  le  ])i  lio  por  el  camino.  <oln-eii¡ene  Fulminato  auo 
le  trae  la  comida.  Va  se  I'olytes.  V  rulniiiialo.  pidiendo  zclos 
a  Marcelia.  vichen  a  mal  rcñ'r. 


PoLVTES,    M.VnCELIA,     FüLMlN.VTO,    LlBERIA, 

Gracilia,    Despensero. 

\_Pol.^  —  Por  nuestro  Sen- ir,  que  me  has  di- 

[Cho  ya  tanto,  que  no  puedo  persuadirme  a  no 

lo  tener  más  por  sueño  que  otra  cosa:  ver  en 

'Belisea  tai  mudamiento,  y  tan  de  improuiso,  y 

tan  no  pensado  ni  esperado. 

Mar.— A  la.  fe,  mayor  sueño  es  el  tractar 
contigo,  pues  no  hay  quien  halle  vado  en  tus 
desamorados  descuydos,  aunque  al  fin,  pues  yo 
me  di  el  golpe,  soportaré  el  dolor. 

Pol. — 'No  sé  por  qué  tornas  a  culparme,  a 
donde  yo  te  he  tespondido  vna  vez. 

Mar. —  Que  no  te  culpo,  pues  me  es  por  de- 
miiS,  pero  pues  no  oyó  acá  esta  muchacha,  en 
tanto  que  ])aresce,  quitando  nos  del  portal,  nos 
entremos  en  e^te  entresuelejo. 

Pol. — Pues  aunque  te  entiendo  la  dolencia, 
no  entiendo  «le  curar  te  oy. 

Mar. — Ay,  mí  Pnlytes,  y  quán  de  mala  vo- 
luntad te  traen  los  pies  a  donde  yo  estoy,  y 
quán  de  peor  te  llegas  a  mí!  pues  aun  sabe  te 
que  aun  no  te  pegaré  cinquenta  años,  ni  aun 
quarenta. 

Pnl. — Bien  demitestra  tu  tez  y  hetmosura 
no  deuen  de  ^er  treynta,  y  aun  que,  según  tu 
habla  y  manera  de  conuersacion,  no  te  maestras 
de  veintt?. 


Mar. — Pues  aunque  malicioso  me  llames 
mo(ja  en  las  obras,  no  será  agora  en  mis  pala- 
bras, pues  no  te.  parlaré  lo  quo  passé  oy  con 
Justina;  porque  veas,  como  diEcn,  que  a  boca 
cerrada  no  ensuzió  mosca;  ni  todo  lo  que  se 
siente  en  el  coraron  se  deue  encomendar  a  la 
lengua. 

Pol. — Pues  ni  tu  deurias  mostrarte  tan  ma- 
liciosa en  echar  las  simples  palabras  a  peor  sen- 
tido, ni  deurias  de  ser  tan  puntosa  con  quien 
tanto  acabas  de  dczir  que  amas,  ni  te  vendes  ni 
muestre8(')t:ui  carera  en  lo  que  por  buena  amis- 
tad te  encargaste  de  hazer,  por  quien  conosces 
bien  no  tener  con  qué  te  pagar.  En  especial 
que  no  deucs  hazer  carestía  de  lo  que  te  enco- 
miendan ageno,  pues  tti  hazes  tal  barato  de  lo 
quo  tienes  proprio. 

il/rt»-.  — Cuytada  yo,  que  ees»  pedrada  me- 
rescio  bien  recebir  la  que  por  tu  amor  se  des- 
cuydó  de  guardar  en  tu  pelea. 

/'o/.— Pues  ansi  te  alteras,  no  me  deuiste 
entender. 

^far.  —  Mnc\\o  te  entiendo  de  mi  mal,  pues 
tan  flacamente  me  liize  tu  snbjecta,  en  loque 
amorosamente  he  hecho  contigo. 

Pol.  —  Pues  aún  no  me  entendiste.  Digo 
que,  pues  tan  francamente  me  hc'/íiste  gracia  y 
merced  con  liberales  dones  que  me  has  dado  de 
tu  hazienda  sin  te  lo  meresccr,  por  qué  no  me 
las  harás  con  sola  la  lengua  en  mostrarte  franca 
contadora  de  lo  que  otros  sin  auaricia  quieren 
darme  de  sí? 

^far. — Mejor  te  cuelguen  que  tal  hauias  ha- 
blado. Pert)  porque  veas  quán  tuya  soy,  sepas 
que,  fuera  y  allende  de  lo  que  yo  te  conté  por 
el  camino  en  las  cosas  de  tu  señor  y  en  algunas 
tuyas,  pues  lo  que  hize  por  ti  fue  proiíurar 
traer  conmigo  a  Justina,  para  que  acá  os  vie- 
rades. 

Pol. — T'uee  no  lo  heziste,  para  qm-  me  lo 
ponderas? 

Mar.  —  Para  que  sepas  mi  voluntad;  pues 
dizen  que,  si  no  hazes  lo  que  quieres,  quieras 
lo  que  puedas,  que  yo  lo  pedi  y  supliqué  a  Be- 
lisea,  pero  montóme  poco, 

Pof. — Y  qué  te  montana  pedir  la  licencia  a 
la  señora,  donde  no  sabes  si  la  ncceptará  l:i 
criada? 

Mar. — Al  fin,  pues  andas  tras  saberlo  todo, 
sepas  que  ella  me  lo  auia  rogado  ya;  pero,  al  fin, 
ya  que  no  quajó  aquello,  quedé  dicho  a  Floria- 
no  (jue  mandaua  Bclisea  que  sólo  tú  entrasscs 
con  él. 

Pol. — Mucho  tengo  que  te  seruir;  pero  a  la 
puerta  está  Fulminato:  yo  me  voy  porque  sé 
que  nadie  le  haze  plazer  en  hablarte,  si  no  es 
en  su  presencia ;  mayormente  después  de  lo  que 

')  En  ul  origiiiiil,  iior  crrala,  inuislras. 


260 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


él  cuenta,  que  tú  y  tu  hija  teniades  no  sé  quién 
encerrado,  y  que  tú  le  sacaste  a  él  de  casa  para 
que  tu  hija  le  diesse  de  mano,  aunque  al  cabo 
diz  que  lo  barruntó  y  le  reconoscio,  y  se  le  es- 
capó por  pies. 

Mar. — Ni  esso  entiendo,  ni  a  nadie  dcuo  en 
mi  casa  tributo;  pero  ve  te  por  agora,  siquiera 
porque  es  bien  que  quitemos  occasiones  sin 
por  qué. 

Ful. — Anda  tú,  mo(?o,  vete  con  esse  cesto, 
que  la  plata  yo  la  llenaré  desque  me  vaya.  Pero 
cata  de  dónde  sale  Polytes:  del  entresuelo;  este 
es  vn  mal  rapaz,  y  si  no  porque  como  gallillo 
no  se  me  atreua,  aqui  le  daria  de  co9es,  agora 
que  no  trae  espada.  Pero  quiero  dissimular, 
que  si  algo  fuere,  ella  me  lo  pagará  por  en- 
trambos. 

Po^  — Quieres  mi  ayuda  para  esseembaraco 
con  que  vienes? 

Ful. — Hasta  aqui  traxo  lo  vn  mo9o  de  des- 
pensa, y  agora  yo  lo  subiré. 

Fol. — Pues  quédate  a  Dios,  quevine  a  traer 
vn  recado,  y  bueluo  de  priesa  con  la  respuesta 

Ful. — Pues  ve  con  Dios.  O,  hi  de  puta,  y 
con  qué  denuedo  me  miró!  bien  paresce  que 
allá  siente  alas;  y  aun  acá  no  sé  qué  ha  olido, 
que  mucho  menudea  esta  casa  con  sus  ydas  y 
venidas.  Ya,  ya  la  dueña  sale  del  entresuelo; 
agora  haze  que  no  me  ha  visto  y  se  sube  arri- 
ba. Pues  espera,  que  si  no  ay  padrinos  sumare- 
mos la  cuenta. 

Mar. — Qué  es  esto  que  aún  no  está  acá 
la  muchacha?  quiera  Dios  que  no  sea  oy 
aziago. 

Fw/.  —  Qué  hazes  a  solas  a  cabo  de  rato? 
I'ues  cómo  ¡pesar  del  arnés  de  sant  George!  aun 
vengo  cargado  con  tu  prouecho,  y  aun  no  te 
meneas  ni  me  hablas? 

Mar.  —  O,  que  ñora  buena  vengas,  que  con  la 
pena  de  que  hallo  la  casa  sola  agora  que  llego, 
no  hauia  mirado  en  tanto;  pero  pon  lo  sobre  esta 
alazena. 

Ful. — Agora  que  está  sola  quiero  dar  la  vn 
toque  para  que  me  cobre  temor.  Pues  dime,  al 
cabo  que  estás  con  quantos  rapazes  ay  como  y 
donde  y  quanto  se  te  antoja,  agora  que  yo  ven- 
go me  quieres  por  guillote  dexar  solo? 

Mar. — Si  estoy  con  rapazes,  con  honra  mia 
estoy,  la  que  no  tengo  contigo,  que  me  amen- 
guas. Desuenturada  yo,  que  con  guardar  te  tan- 
ta lealtad,  me  deshonras  más  de  lo  que  yo  lo 
estoy  contigo,  que  ando  yo  trotando  calles  por 
sustentarme,  y  tú  que  me  quieras  llenar  lo  me- 
jor y  más  de  mi  ganancia. 

Ful. — Y  qué  te  he  llenado  yo?  ni  qué  ha? 
hecho  por  mi?  Cata,  que  tus  pecados  nueuos  te 
traen  a  que  pagues  tus  viejos  vicios  a  mis 
manos. 

Mar. — Ay,  cuytada  yo,  si  no  se  me  ha  de  | 


atreuer  en  verme  sola;  quiero  le  aplacar  con  dar 
le  algo. 

Ful. — Ea,  presto,  dad  me  cuenta  de  lo  que  os 
ha  dado  Floriano. 

Mar. — Y  de  qué,  mi  amor,  te  daré  cuenta? 
que,  por  tu  vida,  quasi  todo  lo  di  luego  para  sa- 
lir de  deudas  que  la  persona  haze  en  esta  triste 
vida,  por  sustentar  la  honra.  Pero  porque  no 
digas  que  soy  toda  para  mí,  cata  ay  dos  piezas 
de  oro  que  tenia  para  pagar  el  censo  del  solar 
desta  casilla;  pero  llénalo,  IWalo,  que  otro  dia 
me  lo  darás. 

Ful. — Pues  me  ha  cobrado  miedo,  quiero  le 
assentar  la  mano,  agora  que  tengo  tiempo  y 
por  qué,  para  que  ni  se  ponga  con  rapazes  a  solas, 
y  también  por  no  sé  qué  se  ruge  allá  en  casa,  de 
vn  criado  de  Lucendo.  Dónde  te  vas  ya?  dime, 
no  has  de  hazer  más  mención  de  mí  vn  dia  que 
otro?  Si  fuera  vn  rapaz,  entriras  te  tú  con  él  en 
el  entresuelo. 

Mar. — Mezquina  de  mí,  que  no  sé  qué  has 
ni  te  entiendo  qué  dizes. 

Ful. — Pues  yo  sé  que  os  haure  oy  de  enten- 
der, y  aun  estender,  si  cobro  vn  palo. 

il/ar. — Qué,  qué?  mal  mes  para  vos;  m¡- 
ralde  y  con  qué  se  viene.  Cata,  Fulminato, 
que  tanto  es  de  gronx,  que  no  ay  quien  lo 
mange. 

Ful. — O,  reniego  del  rey  Tártaro  con  ésta 
peor  que  del  burdel. 

Mar. — Vos  nientis:  que  soy  muger  de  más 
honra  que  vos,  ni  vuestro  linaje. 

Ful. — Mentis  en  mis  barbas?  a  Fulminato? 
toma,  doña... 

Mar. — Justicia,  aqui  del  rey,  que  me  mata 
en  mi  casa  por  me  robar  este  traydor. 

Ful.  —  Qué,  qué?  de  solo  vn  bofetón  os  sen- 
tís? cata  que  aun  no  conosceys  mi  mano;  tor- 
naos a  sentar. 

Mar. — No  quiero,  sino  ansi  me  yr  delante  el 
rey  a  dezir  que  eres  vn... 

Ful.  —  Vü.e&  esperad,  echaré  mano,  que  yo  os 
diré  quién  soy. 

Mar. — Ay,  que  ha  sacado  el  espada;  quiero 
hazer  de  necessidad  virtud,  pues  no  ay  terceros. 
Dónde  vas,  dónde  vas  tan  furioso  con  la  espa- 
da? no  te  basta  que  me  has  deshonrado,  y  que- 
brado las  muelas?  por  qué  no  miras  la  poca  ra- 
zón que  tienes  de  me  deshonrar  y  mal  tractar, 
en  pago  de  muy  buenas  obras  que  has  recebido 
en  esta  casa?  O,  deshonrada  de  mí,  sólo  porque- 
rerte  yo  bien! 

Ful. — Agora  que  me  hablas  manso  y  me 
cjuitaste  de  no  te  sacar  el  alma,  pues  fuiste 
cuerda  en  suffrir  me,  quiero  vencer  mi  condición 
en  tornar  la  espada  a  la  vayna  sin  hazer  sangre. 
Y  pues  te  tornaste  a  asentar  porque  te  lo  man- 
dé, digo  que  de  bueno  a  bueno  seamos  amigos. 

^[ar. — Mezquina  y  sola  yo;  no  llegxies  a  mí, 


11  ;i 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


2G1 


que  me  mataré,  pues  por  ser  te  yo  buena  me  eres 
tú  tan  malo  y  cruel. 

Ful.  —  Pues  no  llores,  por  mi  amor,  y  ven  a 
tu  cámara,  y  verás  quán  cruel  soy  de  veras. 

Mar.  —  Ya,  ya,  no  te  burlarás  más  de  mi. 

Ful. — Cata  que  te  ret09aré  aqui  adonde 
estás. 

J/ar.  — Aparta  te  allá,  que  ya  no  te  puedo 
suFfrir;  anda,  anda,  que  no  soy  yo  la  que  tú 
meresces. 

Ful. — Anda,  que  si  mucho  merezco,  todo  lo 
dov  por  bien  empleado  por  tal  perla. 

J/ar.  — Quita  te  afutra,  si  no,  por  el  siglo  de 
mi  madre,  que  te  dé  mayor  bofetada  que  tú  me 
diste.  Cruel,  desuergon^ado,  no  esperes  más 
amor  de  mí,  y  no  ayas  miedo  que  de  mi  volun- 
tad ayas  oosa  de  mí. 

Ful. — Pues  si  no  j)or  la  taya,  liábanse  las 
amistades  por  la  mia,  y  anda  acá. 

Lib. — A,  prima,  pues  son  ya  ydos  aquellos 
galanes,  vente  conmigo,  que  será  venida  mi  ma- 
dre y  tendremos  bregas. 

Grac. — Plaze  me;  pero  cata  que  me  han  he- 
cho oluidar  el  comer  estos  embaraQos. 

Lib. — Pues  sí,  que  beuijndo  estauas  ya 
quando  yo  vine. 

Grac. — Esso,  prima,  eran  los  dos  marauedis 
del  aluayalde  de  Madrigal  ron  que  me  afeyto 
cada  mañana,  con  vn  poco  de  vermellon  de  la 
lunada,  para  que  a  solas  no  haga  mal  asiento 
el  vino  en  vazio. 

Lib. — y  aun  ansi  dizen  que  dixo  el  tocino  al 
vino:  bien  vengas,  amigo  Pero  pues  has  hecho 
essos  afeytes  ya  oy,  para  qué  quieres  más? 

G/ac  — Muy  a  ordinario  deues  tener  tú  el 
estomago. 

Lib. — Tanto,  que  nunca  almuerzo. 

Grac. — Cata,  prima,  que  esta  vida  la  tene- 
mos por  emprestada.  Y  el  comer  y  beuer  goza- 
mos en  ella  como  lo  dize  la  estatua  de  don  Pero 
Añiago  {})  del  hospitalejo  de  sanct  Esteuan. 

Lib. — Ansi  dizen  que  buy  suelto  bien  se 
lame;  por  tanto,  tú  a  solas  te  gozas,  y  a  solas 
hazes  tu  voluntad. 

Grac. — Pues  por  mi  salud  que  aunque  es 
ansi  que  estoy  sola,  que  si  sola  me  gozasse,  y 
sola  me  acostasse,  que  sola  me  deseasse,  y  aun 
sola  me  muriesse  de  hambre;  porque  las  lauo- 
res  destos  tiempos  son  tan  engorrosas  y  tan 
mal  pagadas,  que  ponen  a  la  persona  en  neces- 
sidad  (sabiendo  que  no  lo  ha  de  bastar  el  al- 
mohadilla) a  que  enrede  la  persona  en  el  dia  la 
labor  para  la  noche,  con  que  a  puerta  cerrada, 
acostando  me  sin  blanca,  me  leuanto  contenta  y 
con  ganancia  para  la  costa  del  dia,  y  aun  para 
la  semana,  y  aun  a  las  vezes  para  todo  el  mes. 


(')  Don  Pero  Miago  parece  ser  el  verdadero  nombre 
de  este  personaje,  célebre  en  e\  fclk-lore  de  Valladolid. 


según  y  cuya  fuere  la  lauor.  Y  aun  esto  es  (si 
bien  miras)  tener  las  cubas  llenas  y  las  suegras 
beodas,  quiero  dezir:  que,  holgando  el  cuerpo  y 
con  aplazimiento  de  la  voluntad,  y  delectación 
de  la  sensualidad,  ay  con  qué  ando  la  casa  harta 
y  la  persona  estimada. 

Lib. — Aun  que  quantó  al  descanso  presente 
y  la  vida  sensual  tengo  esso  por  bueno,  pero  al 
fin  no  es  estado  de  permanencia  el  tal.  Porque 
(como  dizen)  yda  la  frisa,  vereys  la  risa,  e  yda 
la  jouentud  falta  el  deleyte,  y  mengua  el  pla- 
zer,  e  oluida  la  salud.  Y  ansi  a  las  vezes,  por 
descuydo  del  que  no  mira  en  su  estado  a  lo  de 
adelante,  pensando  de  adelantar  camino,  retar- 
da jornada,  y  pensando  acertar,  pierde  tiempo, 
y  se  halla  burlado. 

Grac. — Bien  dizes,  prima,  y  agora  veo  qne 
bien  canta  Marta  después  de  harta.  Essas  con- 
sideraciones quisiera  yo  que  ouieras  hallado 
quando  te  fuy  a  llamar  a  tu  casa,  pues  sabias 
qué  te  querieu  en  la  mia,  para  que  entonces, 
mirando  adelante,  no  vinieras  a  lo  que  ya  go- 
zado blasonas  en  lo  por  venir;  porque  ni  tú  sa- 
bes si  haurá  otra  tal  oportunidad,  ni  aun  haui- 
da  pienso  que  te  tornaria  [a]  amargar  menos  que 
ésta.  Por  esso  (como  dizen)  calla  te  y  callemos, 
y  goza  te  y  gozemos,  que  sendas  nos  tenemos. 

Lib. —  Sí,  que,  prima,  más  vale  caer  tarde  y 
leuantarme  aynas,  que  leuantar  me  nunca  y 
caer  siempre,  y  también  más  vale  caer  tarde  en 
la  razón  para  la  enmienda,  que  nunca  para  la 
permanencia,  porque  quien  yerra  y  so  enmien- 
da, a  Dios  se  encomienda. 

Grac. — Si  fuera  semana  sancta,  pensara  que 
venias  de  san  Francisco  rezien  contrita  y  rezien 
confessada. 

Lib. — Pues  y  por  qué  no  agora  y  en  todo 
tiempo? 

Grao. — Porque  ni  el  nuestro  cura  nos  dio  do 
fiesta  tu  dia,  ni  aun  nos  mandó  ayunar  tu  vigi- 
lia por  sancta.  Y  ansi  pienso  que  essas  deuo- 
ciouts  las  dexarás  (como  yo)  para  laquaresma. 
Y  aun  tú  de  hoy  más  que  comienzas  a  gus- 
tar desta  fruta  que  tú  sabes,  y  sabes  a  qué  y 
cómo  sabe,  a  mí  el  cargo  que,  por  no  ayunar  de 
ella,  dilates  la  conffesion  quando  todo  el  mundo 
tracta  de  ella.  Porque  entonces  es  razón  con- 
formarse la  persona  con  los  otros  en  el  arrepen- 
tir,  y  tractar  de  la  enmienda,  pues  todas  las 
cosas  tienen  su  tiempo. 

Lib. — Anda  acá,  prima,  cierra  tu  puerta  y 
loemos  al  señor;  que  ya  sabes,  y  todos  saljemos, 
que  si  todas  las  cosas  tienen  tiempo,  que  essa 
ley  comprehende  a  los  actos  que  en  esta  vida  la 
humana  viuienda  tiene  necessarios  en  este  mun- 
do embarazoso.  Pero  las  cosas  de  virtud,  las 
obras  por  Dios,  los  tractos  y  negocios  de  la  sal- 
uacion,  las  meditaciones  del  bien  soberano,  las 
dulces  hablas  de  cosas  del  cielo,  no  se  pueden 


2G2 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


ni  denen  regular  pur  refranes  de  viejas  tras  los 
tizones  inuentados,  aunque  sean  pliilosopliales 
sentencias  en  lo  humano. 

Grac. — Ya.  ya,  de  oy  niás^  todo  te  hablo  de 
sanctidadcs.  Y  aun  lo  que  veo  es,  prima,  que 
agora  vas  harta  a  niissa.  Pues  quiero  que  agora 
nos  vamos,  con  que  sepas  de  mí  esto  mientras 
cierro  mi  puerta:  que  quando  tú  viniste  a  te 
asentar  a  este  atambor,  ya  yo  debaxo  desta 
vandera  era  soldado  viejo  en  esta  guerra,  y  no 
presumas  hurtar  hoga(ja  a  quien  tan  a  menudo 
cueze  y  amasa.  Y  aun,  porque  sepas  de  mí  que 
he  passado  los  textos  viejos,  y  en  essa  tu  nue- 
ua  mercaduría  soy  tractante  viejo,  mira  que 
dice  vn  autentico  original:  que  de  cosario  a  co- 
sario no  ay  más  auentura  de  en  las  vasijas, 

Lib. — A  la  fe,  prima,  esse  original  en  el 
texto  de  la  ley  Celestínica  está  estampado,  y 
aun  son  palabras  que  dixo  la  vieja  hablando 
con  Areusa.  Y  aun  el  verdad^o  trasunto  del 
texto  no  dize  como  le  acotaste:  sino  que  de 
cosario  acosarlo  no  se  pierden  sino  los  barriles. 

Grac. — Huelgo  que  seamos  discípulas  de 
vna  facultad,  y  aun  para  la  mia  que  tú  sals:as 
tan  maestra  como  tu  madre,  que  arriba  ha- 
bla con  no  sé  quién.  Por  esso,  pues  estás  en 
tu  portal,  me  torno,  porque  deue  hauer  arriba 
de  las  occupaciones  acostumbradas. 

Lib. — Ay,  no  te  me  vayas  hasta  que  hable- 
mos a  mi  madre,  porque  vea  que  he  estado  con- 
tigo, y  también  que  viene  alli  el  despensero  de 
Lucendo,  y  ha  venido  en  busca  de  mi  madre 
otras  dos  vezes  ya  oy. 

Grac— Ya  ves,  prima,  que  traen  negocios 
de  por  medio,  en  los  quales  ay  más  que  hazer 
quanto  más  los  menean. 

Desp.  —  Dios  guarde  la  gentileza  de  las 
damas. 

Grac. — Si,  señor,  dixeras  de  las  hermosas, 
pensara  mi  prima  que  lo  hauias  con  ella.  Pero 
ansí  ni  ella  ni  yo  tenemos  qué  responder, 
pues  con  poca  y  pobre  ropa  mal  se  muestra  la 
galanía. 

Desp. — Bien  veo  que  ouiera  de  dezir  ansí; 
pero  también  sabes  que  el  gallardo  y  galán  (•) 
arreo  más  consiste  en  hazer  de  lo  poco  mucho, 
y  de  lo  pobre  rico,  con  la  hermosura  de  la  per- 
sona, que  no  en  traer  mucho  y  rico  mal  asen- 
tado y  peor  merescido. 

Lib.—  Bien  que  esso  no  habla  conmigo;  por 
tanto,  me  di  qué  mandas  por  acá,  que  paresce 
<pie  te  yuas  arriba  sin  más  ni  más. 

Grac. — A  la  fe,  prima,  dio  nos  nuestro  me- 
rescido a  su  estima,  pues  nos  satisfizo  con  sola 
buena  palabra,  mostrando  luego  al  punto  que 
sus  pensamientos  no  hazen  presa  en  aues  tan 
rastreras. 

(')  Eu  el  original,  (¡aVan. 


Desp.  —  Tíraciosa  eres  por  el  cabo. 

Grac. — Mas  por  el  principio  dixeras  bien, 
pues  al  principio  de  la  platica  te  paresce  que  no 
ay  más  que  esperar  con  nosotras. 

^lar. — Ay,  triste  yo,  que  en  todo  tengo  poca 
dicha  contigo,  que  abaxo  suena  gente. 

Ful. — Pues  espera,  espera,  reniego  del  gran 
poder  del  Turco;  y  re  a  ver  si  ay  con  qué  mi  es- 
pada tenga  que  merendar,  y  con  qué  dé  ganan- 
cia a  mis  amigos  los  espaderos  y  cirurjanos. 

JJb.—  Y  espera,  pues,  señor,  no  lo  tomes  tan 
de  veras  en  no  hazer  mención  sino  de  subir. 
Madre,  mira  si  mandas  que  suba  el  señor  des- 
pensero, que  está  de  priesa? 

^[ar. — O,  maldita  sea  aquella  boua  que  ansi 
le  nombró. 

Ful. — O,  pesar  de  la  vida;  mirad,  pues,  qué 
encuentro  me  deparó  agora  el  diablo  a  cabo  de 
rato,  que  me  han  anisado  que  no  está  bien  con- 
migo; pues  en  tal  caso,  más  quiero  auenturar 
la  honra  en  huyr  que  la  vida  en  el  esperar,  por- 
que él  en  mi  rastro  deue  de  andar. 

Mar. — Qué  turbado  se  ha  el  panfarron!  pues 
espera,  que  yo  te  la  armaré,  si  puedo,  como  me 
la  pagues. 

Ful. — Acaba  ya,  pues;  boquéame  a  dezir  que 
baxe  a  te  le  amontar,  o  sacar  la  vida  si  me  es- 
perare. 

Mar. — Ay,  mezquina  yo,  que  me  dizen  que 
es  vn  diablo  arriscado  y  valiente  y  suelto,  y  aun 
diz  que  anda  no  sé  quántos  dias  (')  ha  en  tu 
busca,  y  no  querría  que  hizicssedes  algún  des- 
atino los  dos  oy  en  mi  casa. 

Ful. — De  esso  me  guardaré  si  yo  puedo 
por  oy. 

^íar. — Qué  dizes  de  oy? 

Ful. — Que  quisiera  que  tuuieras  por  bueno 
ver  oy  quien  es  Fulminato  y  quánto  acato  se  le 
deua.  Pero  porque  veas  quánto  más  estimo  tu 
honra  que  seguir  tras  mi  condición,  quiero  sacar 
de  madre  agora  mi  gran  desseo  de  andar  a  la 
espada,  y  dando  lugar  a  la  yra,  seruir  te  con  el 
officio  de  los  pies  en  yr  me  por  la  puerta  del  co- 
rrale jo. 

Mar.  —  Ay,  que  ya  sube;  quiero  le  yr  a  dete- 
ner, que  le  hauran  dicho  que  estás  tu  acá. 

Ful. — Qué,  qué?  no  paro  más;  que  mejores 
que  digan:  por  aqui  se  sainó  bien  corriendo,  que 
aqui  cayó  muerto  esperando  como  necio;  pues 
etuí  la  vida  y  salud  todo  lo  suelda  el  hombre 
anisado  después. 

J/a»'. — Cata,  cata,  qué  jiriesa  lleua  el  diablo 
del  valiente!  O,  hi  de  puta,  y  quién  confiasseea 
su  ayuda!  Pero  no  me  llamen  a  mi  Marcelia, 
hija  de  Marcelio  y  de  Liberina  su  legítima  mu' 
ger,  si  antes  de  mañana  a  estas  horas  él  no  me 
tiene  pagado  el  bofetón.  Y  aun  que,  por  vida 

O    Suplida  la  «.         . 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


26Í 


del  alma  peccadora  que  uie  gouierna  estas  car- 
nes tristes,  y  por  la  bendición  de  todo  mi  linaje, 
que  yo  le  haga  que  aya  menester  los  dos  dura- 
dos que  le  di  como  necia,  para  pagar  cirurjanos, 
o  que  si  puedo,  que  con  ellos  le  pague  adelanta- 
do el  entierro,  porque  al  vellaco  sea  castigo,  y  a 
otros  enmienda,  y  occasion  de  miraniiento,  y 
lecion  de  mejor  crianca.  Y  aun  que  a  estotro 
que  sube  yo  le  halagaré  el  lomo,  do  manera  que 
no  sienta  que  con  su  mano  quiero  yo  sacar  esta 
castaña  del  fuego.  O,  mi  señor,  y  qué  buena  ve- 
nida la  tuya:  en  buena  le,  y  ansi  yo  parezca 
ante  el  rey  como  tú  me  parosces  bien,  sino  que 
vienes  muy  de  tarde  en  tarde  a  esta  casa,  y  ha- 
zes  nos  mil  mercedes  cada  dia.  ,Vy,  por  amor 
de  Dios,  que  perdones  mi  n)ala  crianza  en  no 
hauer  baxado;  porque  he  hanido  cierta  turba- 
ción, porque  essa  muchacha  me  dexa  la  casa 
sola,  y  todo  de  par  en  par. 

Grac. — Anda,  tia,  que  conmigo  ha  estado. 

Desp. — Xo  baxes  enojada,  que  pensaré  que 
lo  has  porque  yo  vengo  a  ver  si  ay  en  qué  te 
simas  desta  persona. 

Mar. — Con  tales  intercessores  yo  perdono  a 
essa  descuidada,  aunque  no  perdonaré  el  desa- 
fuero que  aquel  lebrón  malauenturado  moco  de 
espuelas  me  ha  hecho. 

Desp. — No  llores  ansi,  señora;  mas  dime 
quién  es,  que  yo  le  daré  su  merescido  oy. 

(irac. — Asnadas  que  fue  el  panfarron  de 
Fulminato,  que  es  valiente  de  lengua  en  pre- 
sencia de  las  niugeres,  que  le  temen  sus  dichos. 

Mar. — A  la  fe,  para  mí  tuno  manos,  en  quo 
a  bofetadas  me  bafni  la  boca  en  sangre  por  ver 
me  sola.  Y  aun  si  no  fuera  })or  ti,  señor,  quo, 
aunque  más  le  pese,  has  de  entrar  en  mi  casa, 
y  te  querré,  y  amaré,  y  seruiré,  no  lo  sintiera 
por  tanto.  Y  agora  sobre  todo  me  dexQ  amena- 
zada, desuenturada  de  mí. 

Desp. — Y  el  porqué,  por  mí? 

Mar. — No  sé,  sino  que  no  sé  qué  desgracia 
le  acónteselo  en  el  establillo  contigo,  y  quiso 
que  lo  pagasse  yo,  desmamparada  de  mi  honra  y 
querida  y  tractada  de  los  buenos. 

Desp,  —Ya,  ya  no  es  de  suffrir  esto;  pero  qué 
fue  lo  del  establillo? 

Lih. — Que  por  miedo  tuyo,  quandobaxauas 
este  dia.  se  abscondio  en  el  establejo,  y  como  os 
el  muradal  de  casa,  y  aun  de  muchos  de  fuera 
que  le  hallan  a  mano,  él  se  paró  tal,  que  quan- 
do  salió,  siendo  ya  ydo  tú,  salia  qual  él  uie- 
rescia. 

Desp. — Por  Dios,  que  agora  cayo  en  la  ra- 
zón por  que  baxando,  sei:ti  dentro  rebullir,  y 
estañe  por  entrar;  pero  vi  tal  la  entrada,  que 
me  hizo  perder  imaginación  que  alli  estaria  tal 
galán,  porque  pense  que  era  algún  puerco.  Pero 
con  todo  esso,  él  conoscio  me? 

Lib. — ]\Iuy  bien;  porque  después  de  tú  ydo 


te  mató  en  seco  de  lioca  como  él  suele  delante 
talca  como  nosotras  brauear.  Y  estaña  tal,  quo 
por  vna  parte  no  le  podia  aplacar  y  por  su  he- 
dor no  le  osaua  llegar. 

Desp.  —  Pues  subo  arriba  a  él,  que  agora 
veré  yo  quién  él  es. 

Mar. — Anda  ya,  que  no  es  hond)re  que  ansi 
espera;  que  en  saber  que  eras  tú  estaua  ciscado 
de  miedo,  estando  de  antes  vn  león  conmigo. 
Y  en  dezir  le  que  subías,  sin  más  ni  más  tom^ 
la  puerta  del  corralejo,  y  allá  va  como  vn 
trueno. 

Desp. —  Siempre  aborresoi  (y  agora  más) 
estos  desaguaderos  de  puertas  falsas  de  casas. 
Poro  descreo  de  la  vida  que  vino  si  no  voy  a 
buscarle  a  su  casa,  que  ya  me  hauian  dicho  que 
parlaua  en  mi  absencia ,  aunque  soy  hombre 
que  tarde  doy  crédito  a  chismerias. 

Lib. — Y  cómo,  pues,  que  dize  de  verdadyno 
acaba?  sino  que  en  esta  casa  no  tenemos  estilo 
de  derramar,  sino  de  acumular  la  pnz. 

Desp. — Pues  voy  luego;  que  si  no  ouiesse 
castigo,  no  andarla  nadie  seguro. 

Mar.  —  No  te  has  de  poner  por  mí  en  esse 
peligro. 

Desp. — Ni  tú  me  mandes  esso,  ni  tan  poco 
lo  matare,  o  él  a  mí  por  ti,  sino  por  lo  qiio.  me 
toca  a  Tiií  en  la  honra. 

(írac. — Y  calla,  desa  lo  tia;  que  bien  es  que 
sea  castigado  el  ruin,  y  el  bueno  torne  por  su 
honra. 

Mar. — Ansi  no  cumple  a  la  mia  que  de  dia 
se  haga  nada,  ni  que  este  señor  sea  coiioscido. 
Esta  noche  tiene  de  yr  con  su  amo  por  allá  ha- 
zla tu  barrio,  que  él  me  dixo  quo  se  i'scabulli- 
ria,  y  solo  me  vendría  a  ver;  entonces  harás, 
señor,  como  vieres  que  cumplo. 

Desp. — En  esso  me  dexa  el  cargo;  pero  a 
qué  hora  te  dixo  que  saldría? 

Mar. — De  dos  a  tres  me  dixo  quo  vendría  a 
ver  rae. 

Desp. — De  media  noche? 

Mar. — De  media  noche;  y  entonces  vendrá 
solo,  excepto  si  desde  agora  no  lleua  ya  el  mie- 
do cobrado. 

Grac. — Pues  por  mi  salud  que  yo  y  mi  prima 
tomemos  a  cargo  de  anisar  a  Pinel  y  a  Felisino 
que  no  vengan  con  él. 

Desp. — Anda  vengan,  que  a  más  moros 
más  despojos. 

Grac. — Xo  es  bien,  sino  que  lo  pague  quien 
lo  moresce. 

Lib. — Y  aun  allende  de  e$80,  los  otros  son 
gente  determinada  y  de  hecho,  y  defenderle  han 
si  con  él  vienen. 

Desp. — Pues,  con  tu  licencia,  me  voy,  aun- 
que holgaría  de  saber  qué  señas  lleua,  para  co- 
uoscer  le  y  hauer  lo  con  él. 

Mar. —  La  capa  de  grana  fina,  y  cuera  de 


264 


orígenes  de  la  novela 


carmesí,  que  le  dio  sií  amo,  pensando  que  yua 
bien  empleado,  me  dixo  que  ha  de  traer,  por 
contentarme,  y  por  yr  con  su  amo  bien  adere- 
9ado. 

Desp. — De  la  yda  de  su  amo  allá  se  auenga; 
mientras  no  padesciere  honra  la  casa  de  Lucen- 
do,  ni  me  va  ni  me  viene;  pero  al  de  lo  colora- 
do yo  le  acortaré  los  passos,  si  pies  y  ventura 
lio  le  valen,  ó  él  no  sale.  Y  tú,  seilora,  si  no 
pudiere  venir  a  la  cena  aplazada,  me  per- 
dona. 

Mar. —  Dios  vaya  contigo,  aunque  en  essotro 
del  enojo  te  ruego  que  lo  dexes. 

Grac. — Anda,  tia,  mueran  los  malhechores, 
porque  de  otra  manera  cada  qual  seria  alcalde, 
y  aun  mandón  en  casa  agena. 

Lib. — Y  aun.  si  no  ouiesse  castigo,  los  man- 
tos nos  hurtarían  de  acuestas. 

Grac. — Y  aun  porque  no  me  le  hurten  del 
arca,  me  voy  a  mi  casa,  que  aunque  cerré  la 
puerta,  y  queda  en  el  arca,  oy  en  día  no  es 
tiempo  de  esperar  a  comedimiento  de  mili  va- 
gamundos que  de  día  ojean  donde  roben  de 
noche. 

Mar. — Pues  queda  cerrada  la  puerta  tuya, 
cerrad  essa  de  essa  escalera,  y  subamos  a  co- 
mer, o  a  merendar,  o  a  almorzar,  que  allí  ay 
vianda  con  que  yo  pueda  almorzar,  que  estoy 
ayuna  y  bien  desmayada. 

Grac —Pues  vamos,  que  nosotros  comida  y 
merienda,  y  aun  cena,  haremos  de  vn  golpe. 

Lib. — Ya  estara  todo  frío;  pero  quién  lo 
traxo  para  ver  si  haura  que  guisar? 

^[ar. — Fulminato  lo  traxo,  que  dos  platos 
de  plata  dexó  allí  llenos  de  buena  vianda,  de 
plato  de  príncipe. 

Grac. — Pues  si  estuuiere  frío,  siendo  bueno, 
a  vianda  fria  estomago  caliente,  y  a  vianda 
dura,  muela  aguda,  y  a  vino  de  mal  parescer, 
cerrar  los  ojos  al  beuer. 

Lib. — Pues  cierra  la  puerta  antes  que  aya 
huespedes,  que  todos  los  duelos  con  pan  son 
buenos. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XXXI 

Ido  el  despensero,  coiicierla  con  Grisindo  de  matar  a  Fulmina- 
to. Justina  leyendo  la  caria  de  Polytes,  \ee  se  la  Bel'sea,  y  to- 
mada sabe  sus  casimientos.  Tractan  Ins  dos  de  la  entrada  de 
rioriano.  V  Belisea  Irada  a  solas  de  hazer  casar  a  Justina  y 
l'olytes  delante  de  ella  y  Floriano  essa  noclie,  para  tomar 
mejor  occasion  a  sus  desseos  y  mejor  color  a  sus  hablas. 

Despensero,  Grisindo,  Justina,  Belisea. 

[Desp.'\  —Agora  que  voy  en  mi  cabo  será  bien 
pensar  cómo  salir  a  mí  honra  con  lo  que  me 
encargué,  porque  el  hombre  ha  de  mirar  quán- 
tas  bueltas  y  cifras  tenga  vn  sí,  antes  que  le 
diga;  y  después  quántas  razones  ouiere  para  no 


le  faltar,  pues  al  buey  tienen  por  el  cuerno  y  al 
hombre  por  su  palabra. 

Gris. — O,  gracias  doy  a  Dios  que  te  hallo, 
que  peor  eres  de  hallar  que  vn  abogado. 

Desp. — Dices  lo  porque  ay  muchos? 

Gris. — No  por  otra  cosa;  pero  dónde  has 
estado,  que  no  te  he  podido  sacar  de  rastro? 

De.tp. — Tengo  la  condición  del  rey:  que  don- 
de no  está,  no  le  hallan. 

Gris. — Ansí  lo  hazia  mí  padre;  pero  dónde 
has  estado  que  toda  la  casa  he  andado  en  tu 
bus 3a? 

Desp. — También  fuy  yo  en  la  tuya  en  casa 
de  Marcelia,  y  creo  que  te  me  negaron. 

Gris. — Y  aun  no  sería  mucho,  porque  ence- 
rrado me  tuuieron  vn  rato,  por  vnos  yentes  y 
vinientes,  que  por  Dios  diez  puertas  haurian 
menester  para  entrar  y  salir  negociantes  en 
aquella  casa. 

Desp. —  Vve&io  la  conociste;  mas  dime  por 
tu  vida,  y  encerraron  te? 

Gris. — Y  a\x\\  por  la  de  entrambos;  porque 
estando  parlando  con  la  que  sabes,  vino  la  ma- 
dre, y  luego  otro  diablo  Centurío  baladron,  y, 
finalmente,  que  la  muchacha  me  tuno  como  the- 
soro  tras  llaue,  hasta  que  menguó  la  cresciente. 

Desp. — Marauíllo  me  cómo  no  me  oyste. 

Gris. — Antes  te  vi,  y  te  oy  preguntar  por  mí; 
y  después  de  ydo  tú,  e  yda  la  madre,  vino  aquel 
come  siete,  vn  panfarron  de  vn  Fulminato.  Y  él 
queriendo  subir,  yo  puse  me  a  punto  a  le  defen- 
der la  escalera,  por  que  ya  me  hauían  sacado 
de  tras  llaue  para  botar  me  fuera. 

Disp. — Pues  cómo  os  despartistes? 

Gris. —  No  sé  más  de  que  la  muchacha  baxó 
a  él,  queriendo  yo  baxar  a  ver  me  con  él,  y  no 
sé  si  huyó  o  qué  fue,  pero  sé  que  tomó  el  passo 
bien  largo. 

Desp. — Agora  me  sacas  de  vna  duda. 

Gris. — Qué  tal? 

Desp. —  Que  no  le  tenia  por  tan  hablador  y 
portan  lebrón;  pero  lo  que  no  heziste  entonces 
de  tentar  te  con  él,  tienes  agora  tiempo,  si  te 
atreues  a  me  acompañar  esta  noche. 

6^?7S.-— Pon  me  tú  en  qué,  y  verás  si  me 
atreuo. 

Desp.  —  VvLQS,  sabe  te  que  él  ha  afrontado  oy 
a  la  madre  y  a  la  hija,  e  yo  les  di  palabra  de 
vengar  las  esta  noche,  y  ellas  me  dieron  auisos 
de  cómo  le  conosciesse,  y  dónde  le  encontrasse, 
y  a  qué  hora  le  hallasse,  porque  andará  solo. 
Por  esso,  si  te  contentó  la  muchacha,  agora 
tienes  tiempo  de  ganar  la  por  tuya,  e  yo  con  la 
madre,  seremos  dos  a  dos. 

Gris.  —  '$¡\n  más  causas  de  saber  que  tú  te 
pones  en  ello,  me  llama  quando  mandares,  y 
aun  si  quieres,  llenaré  tres  o  quatro  de  los  es- 
cuderos, que  holgarán  de  acompañarme. 

Desp, — Basta  que  vamos  los  dos  yendo  bien 


^J 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


265 


armados;  por  esso  duerme  a  prima  noche,  que 
yo  te  llamaré  a  la  vna. 

Gris. — Piej-de  cuidado,  que  yo  voy  arriba,  y 
tú  desembara9a  te  de  tu  ot'ficio. 

Just. — Agora  que  estoy  a  solas  quiero  leer 
otra  vez  este  papel  del  mi  Polytes,  porque  nun- 
ca a  mi  contento  le  he  podido  de  espacio  bien 
acabar  de  leer  gustosamente. 

CARTA    DE    POLVTES    Á    IU8TIXA 

Señora  do  mi  cora9on,  aunque  ho  recebi- 
do  de  vos  más  fauores  que  jamás  ni  pense  me- 
rescer  ni  osé  confiar  de  recebir,  pero  mi  volun- 
tad que  os  ama,  y  mi  entendimiento  que  en  sola 
vuestra  meditación  se  occupa,  han  leuantado 
tanto  todas  mis  potencias,  y  con  ellas  son  ya 
mis  desseos  tan  altiuos,  que  os  oso  dezir,  que 
soy  ya  tan  malo  de  contentar  quanto  sé  esti- 
mar me  en  más,  por  ser  tan  vuestro  y  tan  fauo- 
rescido.  Ansi  os  suplico,  vida  mia,  que  pues 
vuestro  gracioso  sí  me  hizo  vuestro  esposo,  e  yo 
en  ello  tuue,  y  tengo,  y  tendré  tanta  hufaniay 
tan  próspera  ganancia  en  recebiros  por  mi  se- 
ñora y  muger,  en  lo  qual  torno  a  retificarme 
con  nueuo  sí,  que  vos  tengáis  cuidado  de  mirar 
por  mí,  como  por  cosa  vuestra.  Y  de  niieuo  os 
suplico  que  tengays  por  bien  de  querer  que  aya 
fin  mi  tormento  antes  que  no  le  hauiendo  en  él, 
le  veays  vos  en  mí.  Todo  esto  digo,  mi  señora,  por- 
que como  la  noche  passada  yendo  a  veros  con 
vuestra  licencia  y  mandado,  me  jiarescio  que  me 
comraunicastes  por  menos  tiempo  vuestra  vista, 
que  no  hauia  desseosamente  aguardado  por  os 
hablar.  Y  junto  a  esto  me  enviastes  con  algún 
sobresalto  de  algún  descontento  qite  tengáis  de 
mí;  pues  suplicando  os  me  mandassedes  para 
hora  cierta  que  os  hablasse,  y  paresciome  que, 
como  desganada,  no  me  qucsistes  dar  sí  deter- 
minado. Y  aunque  me  mandastcs  esperar  vues- 
tra determinación,  yo  vine  tan  lleno  de  congo- 
xa,  que  con  ella  se  me  ha  passado  lo  poco  que 
me  quedaua  de  la  noche.  Por  tanto,  suplico  os 
que,  perdonando  mi  importunidad,  me  mandeys 
para  quándo  con  toda  breuedad  queréis  que  os 
vea,  porque  si  os  dilatays  y  cresce  mi  pena,  yo 
soy  perdido. 

Porque  yo  viuir  no  puedo 

sin  os  ver  presto,  señora, 

pues  os  sé  dezir  que  quedo 

tal,  que  me  perderé  cedo 

si  vos  me  oluidays  vn  hora. 
Por  tanto,  mirad  por  mí, 

no  por  mí,  sino  por  vos; 

mirad  que  a  vos  me  offresci, 

por  (')  donde,  si  muero  ansi, 

a  vos  lo  pidirá  Dios. 

O    Pro,  en  el  original. 


Y  ansí  08  torno  a  suplicar 
que,  ansi  como  os  obedezco, 
querays  vos  a  vos  forjar 
para  mi  mal  remediar 
por  vos,  por  que  no  os  merezco. 

.Be/.— Qué  hazes,  di,  Justina?  qué  papel  os 
esse  que  te  tenia  tan  occupada,  que  ni  me  sen- 
tiste baxar,  ni  agora  aun  miras  que  estoy  liu- 
blando  contigo?  Amuestra  csse  papel,  que  i'U 
vir  que  te  turbas  y  le  procuraste  absconder  me 
})ones  sospechosa  y  ganosa  de  ver  qué  sea. 

Just. — Ay,  perdona  me.  que  ando  algo  mala, 
y  el  descontento  me  quitó  el  aduertencia  en 
caer  en  mala  crianza  de  no  me  leuantar  luego. 

]^gl_ — Si  esso  te  escusó  del  descuido,  qué  te 
escusa  del  no  hazer  lo  que  te  digo  en  dar  me 
esse  papel? 

Just. — No  mires,  señora,  en  esso,  que  son 
vnas  gracias  de  chocarreria. 

]]ei, — Ya  sabes,  pues,  que,  aunque  fuesse 
carta  de  requiebros,  que  más  obligación  tienes 
a  me  la  hauer  ya  dado,  pues  la  has  de  dar  al 
cabo,  que  no  yo  tenia  de  te  hauer  descubierto 
quantos  secretos  tengo. 

Just.—M&s  quiero  que,  sabiendo  tú  mis  cul- 
pas, me  las  castigues,  que  eres  mi  señora,  que 
por  encubrir  te  algo,  con  enojo  de  mí  te  ohiides 
de  mi  remedio,  y  aunque  con  harta  confusión 
mia.  Pero  pues  este  papel  me  ha  de  culpar,  yo 
te  quiero,  confessando  mi  atreuimiento,  supli- 
carte que  mires  que  soy  mujer  y  mo9a,  y  poco 
experimentada,  y  menos  anisada;  y  que  como 
atreuida  podré  hauer  hecho  lo  oue  esse  papel  te 
dirá.  Y  piensa  que  el  no  hauer  caydo  en  más  de 
lo  que  ay  hallarás  declarado  ha  sido  por  mirar  a 
tu  bondad,  y  a  lo  que  te  deuo,  y  a  la  honra  mia. 
Y  aunque  fiay  desmandada  en  lo  que  ay  verás, 
sin  otra  cosa  de  más  hauer  de  por  medio,  po- 
niendo mi  honra  y  todas  mis  cosas  en  tu  mise- 
ricordia, te  pongo  en  las  manos  el  papel  de  la 
información  de  mi  liniandad,  esperando  la  sen- 
tencia que  contra  mi  poco  miramiento  con  mi- 
sericordia pronunciares. 

l^gl — Ay,  ay,  ay,  Justina!  qué  te  paresce 
desta  carta?  que,  sobre  leyda  dos  vezes,  aún  no 
puedo  persuadirme  que  sea  para  ti,  porque  el 
crédito  que  yo  de  tu  bondad  tenia  no  me  dexa 
ser  fácil  a  creer  que  tú  pudiesses  caer  en  esto. 
Dime,  Justina,  qué  fruto  te  da  agora  esta  tan 
gran  confusión?  O  Justina,  Justina,  que  essas 
lagrimas  que  agora  tú  derramas  por  lo  que  yo 
te  digo,  que  soy  vna  flaca  donzella  como  tú, 
vuieras  de  hauer  tú  derramado  viendo  la  llane- 
za con  que  yo  te  recibía  tus  palabras  suaues, 
que  tan  llenas  de  ponzoña  para  mi  quietud  y 
mi  honra  y  mi  salud  venian.  O,  qué  mal  pago 
has  dado,  en  andar  en  piel  de  oueja  hecha  vn 
lobo  contra  mí,  al  viejo  de  mi  padre  que  te  ha 
criado,  y  a  mí  mesma  en  vender  me,  amando  te 


266 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


tanto  y  fiando  mi  llaneza  de  tu  malicia  encu- 
bierta. Dime,  Justina,  qué  has  visto  en  mí  que 
te  desenfrenasse  a  soltar  tu  limpieza  yauentnrar 
ansi  la  perdición  de  mi  honra?  Dime  qué  has 
ganado  en  perder  a  ti ,  perder  a  mi,  y  perder 
los  canos  y  afaufisos  dias  de  la  postrimería  de 
mi  viejo  padre,  de  mí  tan  confiado,  y  de  ti  él  y 
aun  yo  tan  descuydados?  Agora  veo  bien  que, 
quando  Dios  aleare  la  mano  de  los  más  buenos, 
que  bastarán  los  más  flacos  tentadores  para  ha- 
zer  los  caer.  Y  agora  veo  también  que  al  que  el 
occulto  juyzio  do  Dios  le  tiene  permitido  a  que 
caya  en  algún  mal,  que  montan  poco,  ni  pala- 
bras de  buen  predicador,  ni  buenos  exemplos  de 
justo  obrador,  si  Dios  no  le  da  acorro  y  obra 
on  el  tal.  Pues  es  assi  que  todo  lo  vio  el  per- 
uerso  de  Judas  en  el  redemptor  del  mundo, 
pues  vio  buenas  obras  de  exemplos,  buenas  pa- 
labras de  doctrina,  y  buena  potencia  de  mila- 
gros, y  aun  desseos  en  su  señor  de  querer  le 
perdonar,  si  él  endurescido  le  pidiera  con  la  en- 
mienda perdón.  Pero  ni  lo  vno  le  retraso  de  que 
no  le  vendicsse,  ni  lo  otro  le  apartó  de  que  no 
desesperasse.  Pues  tú,  Justina,  aunque  no  en 
comparación  del  que  agora  referi,  pero  qué  has 
visto  en  mí  quanto  ha  que  viues  que  no  te  aya 
sido  ayuda  para  la  virtud,  y  muy  para  estor- 
uarte  de  lo  que  has  hecho?  Pero  pues  ya  tú,  o 
que  por  ignorancia  no  viendo  el  mal  que  me  ha- 
zlas, o  que  por  malicia  por  querer  tu  gozo  con 
sagacidad  cautelosa  y  con  cautela  maliciosa,  me 
has  enlazado  adonde,  si  Dios  no,  o  por  la  muer- 
te sobreuenir,  no  puedo  ser  libre,  a  lo  menos 
quiero  que  mi  nobleza  se  aproueche  contigo 
para  en  lo  de  adelante,  no  en  el  amor  que 
te  deuo  tener  para  me  fiar  más  de  ti,  pero  en  la 
voluntad  que  te  he  tenido  y  obras  de  bien  que- 
rencia que  de  mí  tienes  hasta  agora.  Para  que 
a  esto  mirando  como  generosa,  te  perdone  como 
poco  anisada  y  no  te  condene  por  maliciosa.  Y 
en  esto  verás  la  differencia  que  ay  de  mí  a  ti: 
que  donde  tú  buscaste  mi  cayda,  quiero  yo  sa- 
car tu  leuantamiento,  y  donde  tú  en  ti  buscaste 
y  occasionaste  mi  muerte  y  captiuerio,  buscaré 
yo  en  mí  razones  no  sólo  para  perdonar  te,  pero 
también  para  no  aborrescer  te. 

Jiist. — La  culpa  mia  me  pone  muda  al  escu- 
sarme,  y  tu  bondad  me  da  confianca  de  tu  pro- 
mesa. Pero  en  todo  te  suplico  que  como  señora 
me  corrijas,  y  como  sabia,  mirando  a  mi  igno- 
rancia, no  tengas  dubda  de  mi  limpieza,  puesto 
que  seas  cierta  de  mi  yerro. 

Bel. — xVnda  ya,  que  basta  que  ni  en  ti  ay 
satisfaction  para  tu  escusa  por  tu  yerro,  ni  en 
mí  fuercas  para  te  castigar  por  ini  piedad.  Y 
por  la  limpieza  tuya  que  has  guardado,  me 
quiero  persuadir  a  lenantar  te.  E  ansi  quiero  que 
no  hagas  cosa  de  oy  más  sin  que  me  des  parte. 
Y  digo  que  me  fiaré  de  ti  no  menos,  pero  más 


que  antes,  y  que  tractcs  cómo  lo  que  está  con- 
certado se  haga.  Y  concluyo,  para  que  veas  en 
lo  que  te  tengo,  que  me  voy  dexíindo  lo  todo  a 
como  tú  lo  ordenares.  Y  con  tanto,  nos  subamos 
arriba,  no  venga  alguien  que  piense  otra  cosa 
de  te  ver  a  ti  llorosa  y  a  mi  demudada;  pues  en 
lo  hecho  no  ay  enmienda,  remedie  se  lo  por  ha^ 
zer,  para  seruir  a  Dios. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XXXII 


Venida  la  liora  señalada,  aparejado  Floriano,  se  carea  con  Beli- 
sea  en  el  jardín :  entre  los  quales  passan  razones  niüy  sabro- 
sas. Desposan  a  Justina  con  Polyles,  Floriano  y  Belis 'a,  y  des- 
pués Justina  liace  á  los  dos  amantes  prometer  se  palabras  de 
111  trinionio. 


Floriano,  Polytes,  Fulminato,  Felisiíío, 

PlNEL,     DeSPESSKRO, 

Grisindo,  Jüstixa,  Belisea. 

[Flor.']  —  Dime,  Poljtes,  essos  mopos  que 
han  de  yr  conmigo,  si  están  leuantados. 

Pol. — Señor,  bien  haurá  media  hora  que  están 
los  tres  que  me  mandaste  apercebir  en  la  sala  a 
punto. 

Flor. — Y  la  gente  de  casa,  si  está  recogida 
toda? 

Pol. —  Señor,  como  les  dieron  de  cenar  tem- 
prano, y  el  mayordomo  (como  mandaste)  enten- 
dió en  hazer  recoger  la  casa,  todos  están  agora 
a  los  bra9os  con  el  sueño,  los  que  no  les  cabe 
parto  del  cnydado  de  nuestro  camino,  que  en 
casa  lo  barruntan  bien  pocos. 

Flor. — Pues  el  reloxito  de  mi  recamara  en 
qué  punto  está? 

Pol. —  Un  quarto  passa  ya  de  las  doze. 

Flor. — Pues  si  esse,  como  perezoso,  no  ha 
dado  más  de  doze,  y  los  grandes  del  pueblo  han 
dado  la  vna,  y  mi  señora,  como  presta  a  me  ha- 
zer merced,  salió  ya  a  buscar  por  mí,  e  yo  como 
tardío  me  he  descuydado  en  yr  a  tiempo,  qué 
será  de  raí,  si  mi  señora  se  torna  como  burlada 
e  yo  quedo  como  perdido? 

Pol. — Señor,  yo  he  estado  bien  en  vela,  y 
aun  andan  algo  más  perezosos;  que  ha  menos 
que  dieron  las  doze  que  este  chiquito. 

Flor. — Pues  traeme  esse  montante,  y  sin 
ruydo  vamos.  Y  di  a  essos  que  vengan  juntos, 
y  dexen  las  puertas  todas  apretadas,  y  tú  echa 
la  Uaue  a  mi  cámara,  y  trae  tus  armas,  y 
vamos. 

Ful. — A,  hermanos,  qué  os  paresce  quál  va 
agora  Fulminato? 

Fel. — Vas  más  para  ruar  de  dia  que  para 
peligros  de  noche. 

Ful. — Dizes  lo  porque  no  lleno  armas  se- 
cretas? 

Fel.— 'Y  no  es  harto  esso?  si  que  no  es  bien 
yr  hombre  a  discreción  de  qualquier  que  encon- 


COMEDÍA  LLAMADA  FLORINEA 


26; 


troys,  que  al  pritucr  tiento  os  quede  ayslado, 
y  después  de  que  os  haya  euclauado  os  dirá: 
perdonad,  que  pense  que  era  otro. 

Ful. — No  he  menester  yo  luás  do  que  me 
conozcan  para  que  aun  la  espada  y  capa  me 
sorá_peso  para  el  no  alcanyar  los,  y  a  ellos  que 
liuyran  de  mí  les  plazera  que  llene  yo  esturuo 
que  me  quite  el  bien  correr  para  coger  los. 

Pin. — Yo  más  quiero  llenar  mi  cota  y  guan- 
te y  eaxco  y  broquel  y  espada,  con  algún  tanto 
de  ventura,  que  esse  tu  yr  en  condiciones  si 
me  conoscen  o  no.  Y  aun  más  querría  no  ser 
conoseido,  porque  si  lo  hago  yo  bien,  a  mis  con- 
trarios les  tiene  de  yr  mal,  y  si  yo  lo  llago  mal, 
menos  afi'renta  me  es  a  mí  solo,  quedando  sano, 
y  no  siendo  conoseido,  que  no  llevar  los  caxcoa 
(juebrados  y  que  a  la  mañana  me  puedan,  seña- 
lando con  el  dedo,  dezir:  veys  donde  va  el  co- 
uarde  que  huyó  o  el  necio  que  i'ue  herido. 

Fel. — Yo  soy  de  voto  que  do  noche,  secreto 
V  seguro. 

Flor. — Hola,  mocos,  por  qué  no  estays  ca- 
llando? 

Ful. — El  gozo  que  llena  la  persona  de  yr 
donde  se  pueda  hazer  conoscer  haze  con  la  risa 
desmandar  se  la  voz. 

Flor. — Pues  antes  que  salgamos  de  la  sala 
quiero  ver  cómo  va  cada  vno.  Todos  vays  a  mi 
contento  y  bien  a  recaudo,  Pero  tú,  Fulminato, 
cómo  vas  tan  de  liesta  y  sin  armas? 

Ful. — Señor,  la  color  del  colorado  demuestra 
el  alegría  que  lleuo  en  yr  a  estas  estaciones,  y 
el  no  llenar  armas  es  por  yr  más  suelto,  para 
que  los  que  a  los  armados  se  os  lucren  por  pies, 
esta  espada  los  castigue  con  mi  soltura. 

Pol. — Mejor  le  ahorquen  al  lebrón,  que  es 
si  no  para  huyr  mejor,  porque  él  desto  nos  ha 
de  aprouechar  allá. 

Flor. — Salid  todos  passo,  y  vamos  juntos  sin 
ruydo;  tú,  Felisino,  torna  [a]  apretar  esse  posti- 
go, y  tú  Fulminato,  pues  quieres  yr  desenibara- 
^ado,  te  ve  delante  de  nosotros  siempre,  porque 
y  ras  como  cauallo  ligero  a  descubrir  campo,  y  si 
no  ouiere  embaraco,  ya  sabes  por  qué  calles  y 
adonde  has  de  guiar. 

Ful. — Agora  lo  verás  quién  va  delante,  que 
yo  os  aseguro  que  no  topeys  quien  os  llegue  a 
la  ropa.  Pero  agora  que  voy  apartado,  quiero 
mirar  por  mí;  que  estos  necios  bien  pensaron 
liaeer  a  Fulminato  prueua  de  peligros.  Pues 
vos  voto  a  la  munición  de  la  carraca  de  la  sane- 
la  religión  de  Malta,  que  al  primor  gruxir  de 
malla  yo  les  llene  tanta  delantera,  que  lo  ayan 
a  solas.  Y  aun  porque  anisen  con  quién  lo  han, 
que  al  primer  silno  esté  yo  en  la  cama  al  lado 
de  Marcelia,  porque  al  fin  alli  hauran  de  parar 
mis  estaciones,  si  no  me  sale  algún  auieso;  por- 
que agora  la  tongo  tal,  que  teodilando  me  bay- 
lará  delante,  y  no  haure  llamado,  quando  le  pa- 


rezca que  es  tarde  para  me  abrir,  y  temprano 
para  yo  enojarme,  y  bastante  causa  para  lo  dar 
otra  tunda,  porque  al  fin  el  fuego  y  la  milger  a 
cozcs  80  han  de  hazer. 

Desp. — Ya  dio,  hermano,  la  vnn. 

<rris. — Pues  qué  aguardas  a  la  jiuerta  de  la 
callo?  anda,  guia,  que  más  vale  que  poranteue- 
nir  cacemos  que  por  tardar  nos  arrepintamos  y 
perdamos  tiempo. 

Ftd. — Ya  estoy  en  par  de  Sanctiago,  y  aun 
ellos  quedan  tan  atrás,  que  podré  yo  sin  que  me 
vean,  hurtando  les  el  cuerpo,  baxarpor  esta  ar- 
mería a  la  plaga,  y  boluor  nu^  a  la  cal  nueua. 
Pero  al  fin,  pues  no  ay  peligro,  quiero  yr  hasta 
que  me  vean  allá,  que  después  podran  lo  hauer 
a  solas.  Que  burlando  ni  de  veras,  no  quiero 
bregas  con  la  gente  de  Luccndo;  mayormente 
que  en  estos  negocios  todo  tiempo  se  les  haze 
poco,  y  será  de  día  y  pensarán  que  es  la  luna, 
y  aun  ellos  estarán  dentro.  Pero  por  las  reli- 
quias de  Constantinopla  que  mo  paresce  que 
viene  gran  tropel  de  gente  de  pie. 

Gris. — A,  hermano,  cata  que  me  paresce  que 
vi  meterse  vno  agora  a  la  sombra  de  la  iglesia 
de  las  señas  del  que  tú  buscas. 

Desp. — El  paresce;  ve  tú  al  ras  dessas  casas 
y  ataja  le  el  passo  de  la  plaga,  y  presto,  no  se 
nos  vaya,  que  él  os,  e  yo  enuisto  con  él. 

Ful. — Sancta  María  val  me,  que  muerto  soy! 
por  todas  partos  me  han  cercado;  mág  son  de 
diez;  esto  a  los  píes  y  a  Dios  se  ha  de  enco- 
mendar, y  sus,  hazia  la  plaga,  que  ay  más  an- 
chura para  escapar. 

(iris.  —  Nos  (')  monta  huyi,  que  aqui  dexa- 
reys  la  vida. 

Desp. — O,  pese  a  tal,  que  toda  vía  se  le  coló: 
yr  se  le  tiene.  Ü,  hi  de  puta,  pues  y  qué  detor- 
uiÍMadamento  le  sigue  el  mogo!  por  Dios  que  es 
vn  Héctor.  Gata,  cata,  esta  es  la  capa  del  es- 
t'orgado,  que  aun  le  cargaua  al  huyr.  líien  está, 
tras  olios  sigo,  que  a  peor  librar,  ya  terne  con 
qué  crea  Marcelia  que  hizo  algo,  y  que  mo  le 
libraron  los  buenos  píes,  pues  mo  dexó  la  capa 
en  las  vñas.  O,  mal  empleada  tan  rica  grana  de 
capa;  ni  pan  que  aquel  come,  aun  de  borona. 

(iris. —  O,  l)i  de  puta,  y  qué  pata  tiene. 

Desp.—  Mas  que  se  te  fue  el  brauon? 

(iris. — Alcangara  le  el  diablo. 

Desp.  —  V\iof,  vamos  derechos  en  casa  de 
íklarcelia,  y  si  deseml)arcó  allá,  pagarálo,  y  si  no 
a  lo  menos  daremos  la  capa  del  Héctor  a  ia  Mar- 
celia,  contando  le  lo  que  pasa. 

Gris. — Pues  llenas  su  capa,  guía;  que  lo  que 
agora  no  ouo  effeeto,  hnurá  lo  otro  día,  puos  ya 
le  sabrá  hombre  las  mañas. 

Flor. — Ya  estamos  acá,  y  pues  a  esta  puerta 
no  mo  responden,  guía  tú,  Polytes,  donde  es  lo 

(•)  Sos  .contracción  de  Sooe- 


2QS 


orígenes  de  la  novela 


más  baxo  del  muro.  Pero  qué  fue  de  Ful- 
minato? 

Pol. — Asuadas  que  él  está  agora  en  casa,  o 
donde  yo  me  barrunto  ('),  porque  en  querer  yr 
él  delante,  y  en  verle  sin  armas,  me  dio  el  alma 
lo  que  auia  de  ser. 

Fel. — Hazia  Sanctiago  endenantes  oy  yo  vn 
ruydo,  y  me  paresce  que  reconosci  su  voz. 

Fin. — No  será  mucho  que  aya  hecho  algu- 
na caualgada  de  las  que  suele,  o  quica  se  dio 
priesa  a  correr,  y  estará  ya  acá  dentro. 

Flor. — Sea  lo  que  fuere,  que  él  boluera. 

Pol. — Por  aqui,  señor,  podremos  subir  el 
muro,  que  es  lo  más  baxo;  pero  por  de  dentro 
está  tres  tantos  de  alto. 

Flor. — Subamos  sobre  la  pared,  que  está 
bien  segura,  que  es  de  piedra,  y  essos  mocos 
tengan  essa  cuerda  desde  fuera,  que  por  ella 
nos  guindaremos  aUá  dentro;  y  después  al  sa- 
lir o  nos  la  tornareys  a  echar  de  la  mesma  ma- 
nera, o  si  no  buscar  se  ha  remedio, 

Fol.  —  Pues  estamos,  señor,  sobre  la  muralla, 
oye,  veamos  si  ay  bullicio  dentro. 

Just. — O,  vala  me  Dios,  que  ya  ha  dado  la 
vna,  y  no  vienen,  ni  han  hecho  señal  a  la  puer- 
ta, y  mi  señora  que  estara  esperando  por  mí, 
que  la  entre  a  llamar,  pensará  o  que  yo  me  he 
dormido  o  la  hemos  burlado.  Pero  gente  veo 
sobre  la  pared  al  puesto  de  la  otra  noche.  Dos 
son;  voy  a  llamar  a  mi  señora,  para  que  vea 
cómo  quiere  hablarlos,  ó  que  los  ayudemos  a 
baxar. 

Flor. — Tened  la  cuerda  vosotros,  que  yo 
baxo,  que  ya  he  visto  por  qué. 

Fel. — Baxa  seguro. 

Bel. — Dónde  vienes  tan  despauorida? 

Just. — Anda,  señora,  que  ya  es  tiempo,  que 
están  sobre  el  muro  aguardando  . 

Fel. — Pues  ya  están  dentro,  guardemos,  her- 
mano, el  cordel  para  la  buelta,  que  de  Fulmina- 
to bien  podemos  descuydar  por  esta  noche. 

Just. — Ea,  señora,  cata  que  será  mala  crian- 
9a  hazer  esperar  tanto  aquel  cauallero. 

Bel. — Ve  tú,  Justina,  por  tu  vida  y  habíale 
como  vieres;  que  yo  no  puedo  acabar  conmigo 
tal  maldad  y  atreuimiento,  tan  fuera  de  mi  cos- 
tumbre y  tan  contra  mi  condición. 

Just.  —  En  esso,  señora,  me  haurás  de  per- 
donar, porque  hay  personas  y  lugares  adonde 
no  caben  bien  burlas;  mayormente  que  pues 
este  señor  viene  en  tu  nombre,  no  es  como  la 
plática  del  paje  de  la  noche  passada,  que  hemos 
de  andar  con  disfraces  y  vna  por  otra.  Que  plu- 
guiera a  Dios  que  fuera  yo  tú  en  esse  casso  (de- 
xando  aparte  los  merescimientos)  que  ya  ouie- 
ras  visto  quán  liberalmente,  y  aun  sin  "quiebra 
de  honra  ni  bondad,  le  vuiera  hecho  con  quien 

O  En  el  original,  barunto. 


tanto  me  amasse  como  él  a  ti,  y  adonde  los  es- 
tados ni  condiciones  de  las  personas  no  desuian 
mucho  los  que  el  solo  amor  hauria  de  bastar  a 
ligar  más  y  más.  Pues  el  amor  no  se  paga  sino 
con  amor,  so  pena  de  ingratitud,  y  el  amor  no 
consiste  en  las  buenas  palabras,  pero,  como  di- 
zen,  obras  son  amores,  que  no  buenas  razones. 
Ansí  que,  por  mi  vida,  que  has  de  yr,  y  luego, 
y  muy  doblada  de  tu  condición  natural,  y  muy 
halaguera,  y  muy  de  palacio,  y  muy  llena  de 
muestras  de  amor,  pues  sé  bien  que  por  mucho 
que  te  esfuer9es  a  mostrar  que  le  amas,  no  te 
pagarás  a  ti  mesma  en  la  satisfacion  de  lo  me- 
dio de  lo  que  en  el  cora9on  yo  sé  que  tienes  de 
su  amor.  Y  perdona  me  en  lo  que  atreuidamen- 
te  te  digo  (pues  ya  lo  posiste  todo  en  como  yo 
lo  guiasse),  que,  por  mi  salud,  que  si  otra  cosa 
hiziesses,  que  a  él  ayudando,  y  a  ti  no  obedes- 
ciendo,  pues  ya  ni  es  tiempo,  ni  ay  sazón,  ni 
cumplen  alteraciones  ni  encogimientos,  que  a  tu 
cama  que  tú  fuesses.  a  él  lleuasse  por  la  mano; 
y  hasta  cumplir  tu  palabra,  que  le  mandó  ve- 
nir, y  el  como  yo  lo  encaminé  que  te  hablasse, 
que  yo  le  dexasse  contigo  solo.  Y  en  lo  que 
toca  al  hazer  tú  o  no,  allá  hiziesses  como  Dios 
te  ayudasse.  Pero  mira,  mira  si  es  perezoso  en 
buscarte,  que  dentro  están  los  dos,  y  él  viene  ya 
hazia  acá.  Mas  huelgo  qne  en  tal  caso  que  te 
arguyan  de  perezosa  a  la  verdad,  ¡^ero  mira  que 
en  hablarle  y  saberte  hauer  con  él,  como  dicho 
tengo,  te  noten  de  sabia  y  buena  y  honesta  y 
del  palacio,  antes  que  de  encogida  y  turbada, 
como  quien  desseando  temes. 

Bel. — Ay,mi  Justina,  que  todo  lo  que  me  di- 
zes  y  persuades  lo  entiendo  y  lo  desseo,  y  con 
querer  lo  y  parescer  me  bien  ansi,  estoy  tan  tur- 
bada y  tan  temblando,  que  no  sé  de  mí. 

Jnst.  —  Pues  ya  él  nos  ha  visto,  que  vienen 
para  acá,  yo  quiero  como  en  Prado  abrir  el  ca- 
mino a  tu  turbación  y  a  su  buena  mesura.  A, 
cauallero,  quién  os  ha  traydo  a  las  manos  nues- 
tras, fiando  os  de  quien  no  conosceys? 

Flor. — La  potencia  de  essa  señora,  que  con- 
mueue  mis  potencias  según  su  libre  querer,  me 
ha  traydo  a  que  agora  como  su  captiuo  me  hu- 
mille a  le  suplicar  con  atreuimiento  que  perdo- 
nando mis  demasias,  me  dé  las  manos  para  que 
se  las  bese,  como  sieruo  a  su  señora. 

Bel. — Bien  quisiera,  señor  Floriano,  que  me 
hallaras  con  aquella  furiosa  indignación  que  mi 
honestidad  y  honra  y  grauedad  requería  tener 
para  en  tal  caso,  para  que  ansi  pudiera  y  osara 
reprehender  tu  atreuimiento  en  esta  entrada,  y 
mi  descuydo  de  quien  yo  soy,  en  mi  venida  a  te 
oyr  en  tal  hora.  Pero  pues  para  esto  (por  tú  me 
hauer  salteado  primero  e  yo  acudir  tarde  a  mi- 
rar por  mí)  no  ay  lugar  ya,  bástete  que,  sin 
dezirte  las  causas  que  me  hauian  mouido  a  lo 
que  agora  he  hecho,  sepas  que  vengo  muy  de- 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


:69 


terminada  de  te  oyr,  pues  con  tan  importunos 
medios  lo  has  desseosamente  procurado.  Y  en 
el  dar  te  las  manos,  ni  pedir  te  las  tuyas,  hasta 
que  veamos  por  qué,  te  deseuyda  y  me  perdona. 

Y  porque  primero  quise  oyr  te  que  cnnienoar  te 
a  pedir  (pues  ya  te  he  oydo  publicar  tan  por 
mió),  agora  te  quiero  como  a  tal  comentar  a 
mandar,  y  sea  lo  primero  que  te  tornes  a  poner 
en  pie  luego.  Agora  que  te  hallo  buen  obedien- 
te, determino,  para  hazer  más  por  ti,  mandar  te 
lo  segundo,  y  es,  que  en  este  cenadero,  al  soni- 
do destas  fuentezitas,  te  sientes  en  este  poyo,  y 
luego,  porque  vaya  cumpliendo  mi  palabra  de 
hazer  algo  por  ti,  me  quiero  yo  sentar  en  el 
mesmo  poyo  par  de  ti.  Pero  mira  que  al  ver  me 
sentar  tan  cerca  de  ti  piensses  que  es  más  para 
mejor  oyr  te,  y  responder  te  sin  sonido  de  voz, 
que  para  despertar  en  ti  algún  atreuimiento  de 
los  que  soleys  tener  los  hombres,  en  semejantes 
trancos  puestos  que  agora  tú;  porque  como  a 
cauallero  a  quien  se  deue  todo  acatamiento  y 
cortesia,  no  te  tendré  apartado  para  oyr  te,  y 
también  como  a  mi  enfermo  (según  te  publicas) 
te  quiero  tener  más  a  mano  para  te  curar  el  mal 
que  en  ti  yo  hallare  ser  curable.  Y  ansi  te  aniso 
que  con  esto  que  tú  á  tu  parescer  llamas  gran  fa- 
uor,  no  huelen  con  juueniles  alas  de  mancebo 
los  tus  pensamientos  a  hazer  asiento  en  alguna 
liuiandad,  ni  tus  manos  salgan  de  la  compostu- 
ra exterior  que  mi  honestidad  les  mandare.  Pues 
en  lo  primero  te  haurás  contigo  mesmo,  como 
amante  mancebo,  y  en  lo  segundo  te  hanrias 
conmigo  como  desmandado  sieruo,  y  en  niuelar 
tu  compostura  y  grauedad  con  la  mia  harás  co- 
mo generoso,  noble,  y  sabio,  y  virtuoso  cauallero. 

Y  sepas  que  tanto  estaremos  sentados  ansi  jun- 
tos quanto  no  salieres  punto  destas  reglas  que  te 
he  leydo,  sacadas  de  toda  glosa  que  les  puedas 
poner  para  en  escusa  si  excedieres,  ni  para  culpa 
en  mí  si  cumpliere  lo  que  digo  de  te  dexar  como 
libre,  no  obedesciendo  tú  como  sieruo  que  se 
dize  ser  de  amor. 

Flor. — Tu  tan  suaue  razonamiento  ouiera 
bastado  a  me  hazer  conceder  en  quanto  me 
mandas,  y  adelante  mandares,  aunque  no  vuiera 
en  mí  la  obligación  que  ay  a  no  sa  ir  punto  de 
tu  querer.  Por  tanto,  como  cauallero,  tu  sieruo 
por  merescim'ento,  y  esclauo  por  tu  amor,  te 
prometo  de  no  tomar  de  tu  voluntad  más  de  lo 
que  me  manifestaren  tus  palabras.  Porque  a  tan 
grande  merced  como  me  hazes  en  darme  au- 
diencia no  se  puede  ni  deue  seruir  con  menos 
seruicio. 

Bel. — Pues  en  esto  verás,  señor  Floriano, 
cómo  (atendiendo  a  lo  que  algún  dia  te  dixe  ya) 
te  amo  con  muy  sano  y  llano  y  hermanable 
amor,  pues  que,  creyendo  la  palabra  que  ago- 
ra me  diste,  me  descuidaré  de  recatarme,  fian- 
do me  en  todo  de  ti.  Y  ver  lo  has  en  que  huel- 


go que  a  solas  me  propongas  tu  razonamiento. 
Tú,  Justina,  apártate  a  esta  entrada  del  cena- 
dero, y  esse  gentil  hombre,  por  venir  con  quien 
viene,  yo  huelgo  que  hableys  los  dos,  con  que 
sea  a  vista  mia,  sin  perjudicar  al  crédito  que 
de  entramos  se  deue  tener. 

/"o/. —  Por  mi  parte  te  beso  las  magnificas 
manos  por  tan  buen  principio  de  las  grandes 
mercedes  que  de  ti  esperamos. 

Bel. — Agora  me  di,  señor  Floriano,  qué  es 
lo  que  de  mí  quieres?  pues  tan  al  calió  (me  d¡- 
zen)  te  ha  puesto  la  necessidad  de  hablar  me.  Y 
sepas  que  si  cosa  me  pidieres  que  dentro  de  los 
límites  de  la  razón,  mi  honra  en  pie,  te  pueda  y 
deua  otorgar,  ansi  sabré  sin  gran  encaresci- 
miento  cumplirlo,  como  si  también  fuere  por 
auieso  camino  de  virtud,  barahustarlo  y  recha- 
9arlo,  y  negarte  con  vn  muy  libre  nó  cortés,  lo 
que  tu  sí  descomedido  pidiere.  Y  junto  con  esto 
([uiero  que  sepas  de  mí  que,  viendo  en  ti  por 
qué,  te  sabré  amar  y  mostrar  toda  obra  de  lim- 
pio y  casto  y  llano  amor. 

Flor. — Bien  quisiera,  mi  señora,  que  no  me 
ouieras  limitado  los  meneos,  para  poder  y  osar 
hincarme  de  rodillas  a  te  pedir  las  manos,  las 
quales,  aun  ansi  sentado,  por  te  obedescer,  te 
besaré  si  me  las  das  por  tales  fauores  y  merce- 
des como  de  mi  señora. 

Bel. — De  esso  aparta  el  cuydado,  y  dime  si 
quieres  algo  más  hablar  me;  que  pues  tú  vienes 
a  esto,  yo  quiero  primero  oyr  tu  razonamiento, 
antes  que  tú  de  mí  sepas  el  intento  de  mi  ba- 
xada  a  te  oyr  como  agora  estamos,  en  tal  tiem- 
po y  lugar.  Porque  sepas  que  primero  quiero 
oyr  el  cabo  de  tus  razones  que  te  riña  tus  de- 
masias  y  importunidades  passadas.  y  atreui- 
mientos  en  tantas  cartas  y  monsajerias  tuyas,  a 
mí  que  no  te  he  dado  alguna  occasion  a  ello, 
más  de  la  que  tú  te  has  querido  occasionada- 
niente  tomar.  Porque,  a  te  comentar  a  reñir  an- 
tes de  oyr  te,  quÍ9a  que  la  passion  despertara  en 
mí  la  gana  de  no  te  escuchar,  e  en  ti  atajaria  la 
osadia  en  el  proponer,  por  donde  ni  tú  dirias  lo 
que  quieres,  ni  yo  te  responderia  lo  que  deuo. 
Por  tanto,  con  breuedad,  según  lo  pide  el  tiem- 
po, y  manso,  según  lo  pide  el  lugar,  y  libre- 
mente, según  te  es  concedida  la  occasion,  di  lo 
que  quisieres,  y  ten  las  manos  muy  metidas  en 
toda  obediencia,  según  te  he  pedido. 

Flor. — Ay,  ángel  mió,  y  mi  señora  Belisea, 
la  más  acabada  y  más  perfecta  en  todo  genero 
de  perfection,  de  mí  la  más  amada,  la  más  te- 
mida, la  más  reuerenciada,  qué  os  podre  dezir 
de  mí?  porque  en  ver  me  delante  vos,  vuestra 
majestad  ata  mi  lengua,  vuestra  alteza  desua- 
nesce  mi  juyzio,  vuestro  valor  despide  mi  baxe- 
za,  vuestro  merescer  entierra  mi  atreuimiento. 
Que  os  diga  que  soy  vuestro?  injurio  vuestro 
gran  merescer.  Que  os  diga  que  me  teneys  muer- 


270 


orígenes  de  la  novela 


to?  he  08  confessado  por  vida  de  mi  viuir.  Que 
08  llame  mi  señora?  no  sé  aún  si  vos  me  acep- 
tays  por  vuestro.  Que  os  diga  que  estoy  enfer- 
mo? hago  agrauio  a  vos,  que  soys  mi  salud, 
ante  cuyo  acatamiento  no  puede  en  cosa  vuestra 
por  amor  parar  mal.  Pues  dfzir  os,  alma  mia, 
que  estoy  sano?  no  me  dexará  mentir  este  mi 
vuestro  coraron,  ni  los  mortales  sosjiiros  conce- 
derán conmigo,  ni  las  vertientes  de  mis  ojos 
|)ermitiran  que  os  engañe.  Porque  dado  que  yo 
huelgue  i»enar  y  morir  y  passar  todo  tormento 
por  el  vuestro  amor,  y  aun  teniendo  me  en  ello 
por  ganancioso  en  dichas,  y  dichoso  en  S'.'.aues 
tormentos,  no  creo  que  querrá  consentir  el  co- 
ra9on,  que  pues  es  vuestro,  y  de  la  dorada  fle- 
cha del  vuestro  amor  está  herido,  sino  que  se 
diga  y  se  publique  y  manifieste  su  pena,  con  la 
qual  suffrir  gana  muy  gran  cumbre  de  gloria*, 
ni  aun  tampoco  querrá  dezir,  ni  sabrá  hablar  la 
lengua  sino  el  idioma  y  plática  que  supo  ha- 
blar quanto  ha  que  yo  supe  amar  os.  Porque 
después  que  comencé  a  os  querer,  como  luego 
se  descubrió  vuestro  mereecimiento  y  mi  baxe- 
y.s\,  luego  con  la  demasiada  fuerza  de  la  oeeasion, 
cresciendo  más  y  más  la  ])assion,  nunca  la  len- 
gua supo  sino  loaros  y  temeros,  y  quexarse  del 
mal  del  coracon.  Por  tanto,  señora  de  mi  liber- 
tad, jiues  hasta  en  esto  bien  sé  deziros  que  soy 
tan  vuestro,  que  en  mí  no  tengo  parte  sin  vos, 
suplico  os  que,  ansi  como  en  cosa  que  es  vues- 
ti'a,  vos  pongays  aquello  que  vuestra  voluntad 
quisiere  hallar  en  nn',  y  entonces  digo  que  mi 
08  callaré  cosa.  Mandad  vos  a  mis  sentidos  y 
])otencias  interiores  que  bueluan  en  sí,  robados 
de  la  majestad  de  la  gloria  vuestra,  no  para  que 
se  les  sea  hecho  tanto  agrauio  que  del  todo  de- 
xen  de  ser  vuestros  y  del  todo  sean  mios,  pero 
para  que  en  mí  sean  instrumentos  de  vuestro 
querer,  y  entonces  os  sabré  dezir  qué  quiero. 
Aunque  bien  sé  que  no  sabré  jamas  dezir  sino 
de  vos,  ni  sabré  qué  pueda  querer  sino  sólo  bien 
querer  os,  y  siempre  querer  os.  Pero  mirad,  se- 
ñora tilia,  que  en  lo  que  os  [)ido  no  mireys  al 
dezir  de  mi  lengua,  si  no  la  gouernardes  vos, 
pero  a  lo  que  dessea  mi  voluntad.  Porque  si  yo 
sin  vos  me  hallassc,  no  sería  mió,  jiues  me  he 
renunciado  y  dedicado  todo  por  vuestro.  Y  el 
querer  vos  a])artar  me  de  ser  vuestro  es  por  de 
más,  excepto  si  no  me  apartays  de  la  vida,  y 
aun  alH,  si  querer  tuuiesse,  siempre  sería  vues- 
tro. Y  ansi,  pues  que  tan  ajeno  estoy  de  mí 
y  tan  vuestro  soy  de  vos,  no  me  pregunteys  a 
mí  de  mí,  pero  preguntaos  a  vos  de  mí,  y  en 
vos  sabreys  qué  es  lo  que  os  quiero  pedir.  Por- 
que si  pregunta  me  hizierdes  a  mí,  ha  de  ser  de 
vos,  pues  sabré  dezir,  no  lo  que  hay,  pero  lo 
que  mi  lengua  bastare  a  explicar  de  vuestro  me- 
rescimiento,  hermosura,  bondad,  majestad,  al- 
teza de  gloria. 


Bel. — Agora  que,  señor  Floriano,  has  COU' 
cluydo  tu  largo  razonamiento,  y  a  tu  proposito 
muy  bien  hablado  por  cierto,  te  quiero  dezir  y 
digo:  que  quisiera  que  la  muestra  tan  al  descu- 
bierto que  te  he  mostrado  del  amor  que  te  ten- 
go, con  la  oeeasion  que  a  conoscer  esto  de  mí 
tienes  en  hauer  te  permitido  venir,  o  (por  me- 
jor hablar)  en  hauer  te  mandado  y  querido  que 
viniesses  a  este  lugar,  me  dieran  libre  rienda 
para  te  hablar  lo  que  la  razón  me  mandaua,  y 
yo  sé  que  deuieradezirte.  Pero  porque  veo  bien 
ya  que  es  por  de  mas  ni  bien  absconder  se  el 
fuego  en  el  seno,  ni  aun  yo  tampoco  poder  en- 
cubrir te  que  te  amo  y  quiero  y  estimo  tanto, 
que  ni  yo  te  lo  sabré  dezir,  ni  sería  a  mí  licito 
dezir  te  lo,  ni  tú  deues  inquirir  lo  de  mí,  vistas 
las  muestras  tan  al  descubierto  del  fauor  pre- 
sente que  tienes  de  mí,  como  ,de  mucho  más 
mereseedor.  Pero  basta  que  tan  en  auentura  de 
mi  honra,  y  tan  despedido  otro  todo  temor,  he 
venido  forjada  a  oyr  tus  querellas.  Y  porque 
sepas  que  te  amo,  digo  que  no  digo  bien  en 
dezir  que  vine  forjada,  porque  ni  en  ello  me- 
resceria  delante  ti,  si  ansi  fuesse,  ni  tan  poco 
(si  culpa  en  mi  venida  ay)  la  quiero  echar  sino 
sobre  míj  pues  a  solas  me  atreuere  a  poner  por 
ti  a  toda  pena.  Pero  mira  como  sabio  cauallero 
que  todo  este  gran  camino  de  amor  que  en  mí 
te  voy  descubriendo  no  es  otro  del  que  te  pro- 
metí la  primera  vez  que  me  hablaste  y  te  hablé, 
aunque,  porque  veas  quánto  tienes  en  mí  si  lo  sa- 
bes conseruar  en  ti,  te  quiero  descubrir  vn  punto 
de  amor  más  que  tienes  en  mí,  y  es:  que  dado 
que  te  ame,  como  entonces  te  dixe,  por  herma- 
no, ])or  agora  la  corriente  furiosa  del  amor, 
continuando  su  curso,  ha  hecho  en  mí  vn  tal 
remanso,  donde  hallo  en  mí  vn  más  profundo 
ser  de  amor  que  entonces,  el  qual  ha  venido  por 
aguaduchos  tan  secretos,  que  aunque  casi  sien- 
to que  me  voy  anegando  en  la  tal  cresciente,'  no 
alcanzo  el  cómo  ni  por  dónde  crescio  tanto  este 
rio  de  agua  tan  suaue  de  amor  en  mi  tan  obs- 
curo y  amargoso  coraron. 

Just.  — Ay,  por  vn  solo  Dios,  que  seas,  señor, 
comedido,  que  si  vuiera  mirado  en  ello  mi  se- 
ñora, no  me  fuera  bien  destos  tus  ret090S  y 
burlas;  y  también  has  me  hecho  desaduertir  dé 
las  más  liien  habladas  razones  que  jamás  pense 
de  oyr  de  entramos  a  dos. 

Pol. — Altamente  ha  hablado  ella,  y  en  tanto 
fauor  del,  que  no  sé  qué  más  espera  sino  tiem- 
po arepentido  y  oeeasion  perdida. 

Just. — Y  qué  más  hauia  de  hazer? 

Pol. — Yo  te  lo  mostrara  luego  a  faltar  terce- 
ros;  pero  con  todo  esso,  algo  se  han  rebullido 
desque  callaron.  Piles  callemos  nosotros,  porqué 
piensen  ellos  que  están  solos,  porque  la  soledad 
suele  ser  vna  de  las  más  emparentadas  herma- 
nas de  Cupido. 


Just. —  Si  no  tornaran  a  hablar,  yo  te  demos- 
trara cómo  te  he  calado  por  muy  malicioso  y 
por  más  atreuido;  pero,  por  amor  mió,  qne  te 
reposes  vn  rato,  y  oyamos. 

Bel. — Cata,  lieruiaiio  y  amigo  mió  en  sano 
amor,  que  me  parescc  que  deues  querer  porder 
me  antes  do  tener  por  cierto  el  tener  me  gana- 
da. Y  como  no  te  hastauíi  Id  que  hago  c(>iitiuo, 
ni  te  basta  a  vedar  lo  qne  te  tengo  auisadn, 
para  qne  no  me  anduuiesseu  tus  manos  con 
mis  tocas.' 

Flor.  —Ángel  mió,  la  sobrada  gloria  en  que 
tue  hallo  me  tit?ne  tan  fuera  de  mí  para  mejor 
gozar  de  vos,  que  no  tengo  a  mucho  haner'cs 
injuriado  sin  saberlo  yo.  Porque  a  certificar  me 
vos  que  os  he  enojado,  y  dando  me  licencia  vos 
para  ello,  como  señora  de  mi  vida,  yo  con  este 
])uñal  por  mi  mano  me  castigaré  luego  en 
vuestra  presencia.  Aunque  temo  que  no  po- 
dria  yo  matar  me  por  mi;  por  tanto,  pronun- 
ciad el  sí  de  que  lo  acceptays,  y  vereys  cómo 
más  viilire  en  morir  vuestro  quo  viuire  en  vi- 
^     uir  mió. 

f  Bel. — Ay,  torna  luego  el  puñal  a  la  vayna, 
queme  turbas.  Ven  acá,  Justina,  yr  nos  hemos, 
que  me  paresce  que  es  tarde,  y  aun  también  que 
he  oydo  ruydo  arriba. 

Flor. — No  me  quieras   quitar,  mi    señora, 
tan  presto  de  !a  gloria. 
»  Bel.—  Vox  agora  te  contenta  con  lo  hecho: 

■     con  saber  que  no  lo  tendrás  otro  dia  si  más  no 
B     estás  subjecío  a  lo  que  te  yo  mandare. 
B^       Just. — Dime  tú  que  castigo  meresce  este  ca- 
Bjuailero,  que  aunqufe  más  armado  venga,  te  vcn- 
^Hgaré  yo  del. 

^^B    Flor. — 8i  vos  truxcssedes  el  mandado  de  mi 
^^^sefiora,  no  liauria  acero  de  Milán  que  os  resis- 
tiesse,  ni  aiin  de  vos  me  osaria  yo  defender. 

Pol. — Cata,  señor,  que  es  más  brauu  esta 
don/ella  de  lo  que  paresce. 

Just. — Pues  aún  vus  no  sabeys  bien  quien 
yo  soy! 

Fol. — Pluguiesse  a  Dios  y  a  mi  señora  Be- 

lisea  que  lo  pudiesse  yo  saber  como  yo  desseo. 

Bel. — Pues  por  cierto,  paje,  que,  si  el  señor 

Floriano  quiere,  qne  yo  os  la  entregue  deuida 

y  libremente. 

Flor. — Que  se  haga  todo  lo  que  mandares. 

Bel. — Pues  luego  quiero  que  mé  des  de  tu 

mano  a  esse  paje,  que  le  quiero  yo  gualardonar 

los  trabajos  que  ha  passado  en  sus  mensajerías 

y  penas  en  suffrir  mis  ásperas  respuestas. 

Flor. — Pues  él  ya  hizo  lo  que  denla  en  po- 
ner Se  de  rodillas  en  tu  poder,  también  con  él 
te  besarla  yo  las  manos  si  me  las  diesses  por  la 
merced  que  a  mí  me  hazes  en  hazer  la  a  cosa 
mia. 

Bel. — No  te  las  daré  yo  a  ti  las  mias.  Pero 
quiero  que  hagas  que  estos  dos  se  las  den  el 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 

otro,  y  los   cases 


271 

tu  mano  en   i 


vno    al   otro,  y  los   cases  de 
nombro. 

Flor. — Dad  acá,  Justina  hermana,  essa 
mano,  que  por  vengar  me  de  vuestras  anjenazas 
quiero  luego  que  se  haga  lo  que  mi  señora  os 
manda.  E  yo  os  le  doy  como  a  sangre  mia 
(pues  lo  es)  de  mi  mano  por  marido,  con  que- 
dar en  obligación,  porqui'  f»s  lo  deuo,  de  os  dar 
(allende  del  proprio  patrimonio  y  mayorazgo 
que  el  paje  tiene)  con  que  vivays  honradamen- 
te como  vos  lo  mereseeya.  Y  luego  quiero, 
pues  tengo  licencia  de  padrino  de  mi  señora 
Belisea,  que  os  abraceys  como  desposados,  y 
beseys  las  manos  a  mi  señora  por  la  merced  que 
os  ha  hecho. 

Pol. — Pues  en  todo  he  cumplido  lo  que  se 
me  ha  mandado,  os  suplico,  mi  señora,  y  a  ti, 
mi  señor,  que  me  deys  las  manos,  pues  confio 
en  Dios  de  os  las  besar  por  mis  señores  a  en- 
tramos en  la  mesnia  vnion. 

Bel. — Leuanta  os,  galán,  que  agora  os  ten- 
dré yo  en  más;  que  al  fin  bien  reluzia  en  vos 
ser  de  tan  alta  sangre  en  vuestro  seso  y  pruden- 
cia, y  agora  quiero  que  vengueys  a  vuestro  se- 
ñor de  essa  leonaza. 

Just.  —  Porque  la  turbación  de  lo  que  me  ha 
sido  mandado  en  presencia  de  tanto  meresci- 
miento  me  escusa  en  hablar  en  lo  hecho,  callan- 
do en  ello  como  obediente,  os  pido  luego  a  en- 
tramos vn  don,  que  acompañe  a  la  merced 
passada. 

Flor. — ^¡o  seria  razón  ncga  ros,  rezien  des- 
posada, la  primera  cosa  que  pedis;  yo  os  le 
otorgo  por  mí  y  por  mi  señora. 

Just. — Pues  tú,  mi  señora,  no  has  de  ser 
menos  liberal  en  el  conceder  me  el  tu  sí  que 
fuiste  en  me  mandar. 

/ie/.  —  Que  digo  también  te  doy  el  sí  que  me 
pides,  pues  tengo  de  ti  crédito  que  no  pedirás 
cosa  que  no  sea  buena. 

Just. — Pues  el  don  ha  de  ser  que  tú,  mi  se- 
ñora, des  esse  sí  que  me  diste  agora  al  señor 
mió  Floriano  en  la  manera  que  me  le  niandast<! 
dar  a  mi  esposo  Polytes.  Y  tú,  señor  Floriano, 
al  tanto  te  pido  en  don,  que  te  otorgues  por 
esporo  y  marido,  según  la  ordenación  de  Dios 
y  de  la  sancta  Iglesia,  de  mi  señora  Belisea. 

Flor. — A  mí  me  paresce  que  haueyá  jugado 
a  luego  pagar.  Pero  pues  del  tal  juego  yo  salgo 
solo  el  ganancioso,  digo  que  os  obedeaco,  y  doy 
el  sí  de  la  palabra  que  rae  pedis,  en  cuya  señal 
os  doy  mi  mano  derecha,  y  también  suplico  a 
mi  señora,  que  pues  es  en  mi  fauor  lo  que  pe- 
dis, que  os  obedezca. 

Just. — Anda,  señor,  que  el  sí  de  mi  señora, 
yo  te  quedo  por  él;  por  tanto,  confirma  el 
vinculo  del  tal  sí  con  las  pazes  del  rostro,  se- 
gún a  mí  me  lo  mandaste  en  el  raesüao  caso. 

Pol. — O,  hi  de  Dios,yquán  hambriento  abra- 


272 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


90  y  beso  que  la  dio!  y  ella  que  se  lo  dcsseaua, 
y  aun  qQÍ9a  lo  trayan  ellas  dos  ansi  vrdido 
entre  si. 

Bel. — Paresce  te,  Justina,  que  has  dado  bue- 
na cuenta  de  mí? 

Just. — A  la  fe,  señora,  nadie  ha  de  pensar 
desta  agua  no  beuere  (como  dizen).  Y  mira  que 
lo  que  está  de  Dios,  él  lo  encamina.  Y  pues  e'l 
es  tu  esposo,  y  tú  su  muger,  de  oy  más  tractad 
de  vuestros  ciiydados,  que  nosotros  dos  nos  en- 
tenderemos en  los  que  nos  mandastes  tomar.  Y 
agora,  como  a  mis  señores,  os  quiero  hablar  li- 
bremente: ya  veys  que  comienzan  a  salir  arre- 
boles del  alúa,  y  pues  esto  lo  gouernó  Dios  sin 
lo  pensar  vosotros,  y  el  tiempo  ni  lugar  no  os 
dan  espacio  para  más,  apisonando  entramos  lo 
hecho,  busque  se  medio  para  en  lo  de  adelante: 
tú,  mi  señora,  le  manda  venir  otro  dia,  que  yo  y 
el  mi  Polytes  nos  auendremos.  Y  pues,  señora 
(como  dizen),  qual  por  ti  tal  por  mí,  habla  ya 
algo,  y  con  el  sí  que  digo  los  manda  yr,  que  si 
te  pesa  que  se  vayan,  a  mí  no  plaze  mucho.  E 
al  fin  acá  nos  quedaremos,  llorando  a  medias,  y 
esperando  a  las  parejas,  pues  cada  qual  ama  su 
ygual  y  siente  su  bien  y  su  mal. 

Bel. — Veo  te,  Justina,  tan  desembuelta,  e  yo 
me  hallo  tan  cortada,  que  con  vn  sí  que  he  dado 
no  sé  qué  te  diga,  mi  señor  Floriano,  sino  que, 
pues  ya  el  dia  nos  amenaza,  que  es  despartidor 
de  semejantes  obras,  y  Dios  lo  ha  querido  en- 
caminar de  manera  que  te  aya  de  llamar  mi  se- 
ñor, digo  que  holgando  y  teniendo  lo  por  bue- 
no, pues  ya  quedo  por  tuya,  me  bueluas  a  ver 
mañana  en  este  lugar  a  la  hora  de  esta  noche. 
Y  porque  de  lo  hecho  la  turbación  me  quita  el 
saber,  ni  bien  lo  que  hago,  ni  de  poder  dezir  bien 
lo  que  quiero,  te  ve  luego  con  Dios.  E  tú,  Jus- 
tina, toma  essa  llaue  y  abre  les  aquella  puerte- 
zilla  del  jardin,  y  muy  passo,  porque  no  tornen 
a  saltar  paredes  con  peligro  y  bullicio. 

Flor. — Pues,  mi  señora,  me  voy  por  obedes- 
cer  os;  los  angeles  queden  en  vuestra  compaña. 

Bel. — Y  a  ti,  mi  señor,  llenen  seguro.  Anda, 
Justina,  y  desembuelue  te,  que  aqui  te  aguardo. 

Just. — Mi  señor  Floriano,  pues  el  tiempo  no 
da  lugar  a  largas  platicas,  la  buelta  será  por 
esta  puerta,  que  yo  estare  a  punto  en  tocando 
con  el  dedo  para  abrir,  y  cata  que  vengas  muy 
a  buen  recaudo,  y  no  vengas  solo. 

Flor. — No  osaré  venir  sin  el  vuestro  Poly- 
tes; quedaos  a  Dios;  yd  luego  a  mi  señora,  que 
paresce  que  quedaua  penada. 

Just. — Esto  está  concluydo  y  bien  hecho, 
pues  agora  mi  señora  e  yo  jugaremos  dos  por 
dos  al  descubierto,  y  resto  abierto. 

Bel. — Fuesse  ya  aquel  cauallero? 

Just. —  Señora,  sí  fue. 

Bel. — Pues  di  me  agora:  paresce  te  que  me 
has  puesto  buena?  E  di,  no  fuera  razón  que  mi- 


raras más  por  mi  honra  y  de  la  casa  de  ixx  se- 
ñor y  mi  padre,  en  que  aunque  yo  quisiera  errar 
no  me  dexaras  tú? 

Just. — Anda,  señora,  que  ni  agora  ha  haui- 
do  deshonra  donde  interuiene  Dios,  ni  esta  es- 
tada es  ya  cumplidera;  por  esso  éntrate,  cerrare 
la  puerta. 

Bel. — Pues  sea  muy  passo,  y  presto  me  da 
la  mano  por  esta  escalera,  que  no  puedo  de  cor- 
tada andar,  y  callando  nos  vamos  a  mi  camna. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XXXIII 


Saliendo  Floriano  y  Polytes  por  la  puerta  del  jardin,  les  acome- 
ten Feíisino  y  Pinel,  pensando  ser  otros.  Van  se  todos  a  casa. 
Floriano  tracta  con  Polytes  a  solas  de  lo  passado. 


Felisino,  Pinel,  Floriano,  Polites. 

\_Fel.'\  —  O,  pesar  de  la  casa  sancta  de  Mecha, 
con  tal  gente  tan  enboscada;  que  ya  la  hermana 
de  Phebo  comienza  a  manifestar  nos  al  dia,  y 
aun  ellos  buena  que  buena.  Aun  quál  baria  si 
por  nuestros  peccados  los  han  empastelado  allá 
dentro!  porque  de  mugeres  toda  traycion  se  pue- 
de presumir.  Qué  haremos,  hermano  Pinel? 

Pin.  —  Ya  al  principio  me  determiné  de 
guiarme  por  ti;  pero  mira  si  no  has  oydo  lo  que 
poco  ha  que  oy,  menear  la  puerta  falsa  de  aqui 
del  jardin. 

Fel. — Pues,  hermano,  vamos  a  ellos,  y  si  ay 
otra  gente  fuera,  saldrán  mis  sospechas  ciertas. 
y  si  no  ya  por  demás  es  atender  al  passo  por 
do  entraron,  que  no  hazen  bullicio  por  aqui  de 
querer  salir. 

Pin.  —  Pues  vamos  y  muramos,  o  venguemos 
a  nuestramo,  si  otros  son. 

Flor. — Mira  si  parescen  essos  mo90s;  pero 
daca  este  montante,  que  aquellos  que  alli  vie- 
nen me  paresce  que  nos  quieren  acometer. 

Pol. — Está  te  quedo,  señor,  que  si  no  son 
más  destos  dos  que  han  asomado,  poco  mal  nos 
pueden  hazer. 

Pin. — A  ellos, hermano;  mueran,  o  entremos 
en  la  casa  con  ellos. 

Pol. — No  oyes,  señor,  qué  denodados  vienen 
Feíisino  y  Pinel?  que  Fulminato  estará  guar- 
dando la  posada. 

Flor. — Anda,  guarda  essa  capa,  y  dexa  me 
entrar  en  ellos,  que  no  deuen  ser  los  que  pien- 
sas. Quién  viene?  hablad  quién  soys,  o  defen- 
de  os. 

Fel. — A,  hermano,  que  Floriano  es  éste.  A, 
señor,  repósate,  que  tuyos  somos  hasta  la 
muerte. 

Flor. — Pues  qué  venida  es  essa?  venis  hu- 
yendo o  haueys  visto  otra  gente? 

Pin. — Señor,  nuestro  huyr  era  venir  en  ven- 
ganza de  tu  persona,  pensando  que  eran  otros 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


273 


los  que  salian,  estando  nosotros  en  vola  al  pues- 
to de  tu  entrada,  aguardando  te.  Pero  loado 
Dios,  que  todos  estamos  seguros. 
Flor. — Pues  FuUninato,  qué  es  de'l? 
Fel. —  Señor,  si  osse  valiente  no  estaua  den- 
tro contigo,  no  le  hemos  visto. 

Pol. — Vamos,  señor,  que  aclara  el  día;  que 
Fulminato  estará  durmiendo,  porque  sus  haza- 
ñas no  son  para  en  compañías,  sino  para  solo. 
Flor. — La  cuerda,   no  la  dexassedes  en  el 
nuiro? 

Pin. — Yo  la  lleuo,  señor. 
Flor. —  Vistes  si  queda  rastro  en   la    pared 
para  poner  sospeclias  con  la  claridad? 

i^é/.  — S 'ñor.  no,  porque  el  muro  es  de  fina 
argamasa;  qiianto  más  que,  quien  algo  supiere 
ponga  nos  la  denninda. 

Flor. — Xo  lo  he  por  esse  temor;  pero  porque 
si  ouiesse  sospecha,  en  ser  en  casa  de  mi  seño- 
ra, temo  el  menor  sonido  en  su  quiebra. 

Pol.  —  Señor,  el  lugar  por  donde  vamos,  que 
es  la  calle,  no  guarda  secreto;  por  esso.  andan- 
do y  callando,  no  se  suelte  palabra  de  que  se 
coge  sentencia.  Porque  en  la  pared,  aunque 
quede  huella  (si  no  queda  Qiipatu)  más  se  dirá 
que  entrañan  a  imriar  fructa  que  a  escalar  la 
casa,  que  está  después  por  si  con  buenas  pa- 
redes. 

Flor.  -  Sea  lo  que  fuere:  pues  estaraos  en  ca- 
sa, tractemos  de  otra  cosa.  Tú,  Polytes,  sube  te 
conmigo,  y  vosotros  vos  a  reposar,  y  por  el  dia 
busi-adme  a  Fulminato,  y  hal).ad  me  todos  tres 
juntos;  y  en  lo  hecho  aya  todo  silencio. 

i^é'/. —Señor,  en  todo  pií-rde  cuydado;  pero 
agora,  hermano  Pinel,  me  di  qué  tienes  deter- 
minado de  ti? 

Phi.  —  Yrme  desarmar  y  dormir  vn  rato. 
Fel.  -  Pense  que  me  salieras  a  otra  cosa;  por 
esso  también  quiero  yo  liazer  lo  mesmo,  que 
Fulminato,  si  es  vino,  él  nos  buscará  con  algu- 
na hazaña  o  patraña  suya. 

Pin.  —  Diga  lo  que  se  pagare;  vamos  de  aqui. 
i^/or.  — Qué  te  paresce,  l'olytes,  cómo  la  for- 
tuna que  otras  vezes  me  toniaua  muy  atrás  su 
rued:i,   agora  tan  sin   pensar  lo  me  encumbró 
tanto? 

Pol. — A  la  fe,  siempre  fue  ansi,  que  al  que 
Dios  bien  quiere,  la  casa  le  sabe,  porque  vemos 
que.  encaminando  el  hombre  sus  cosas  por  con- 
secución de  algún  fin,  si  el  tal  es  de  Dios,  y 
Dios  lo  eucamiiía,  ni  ay  barranco  que  lo  quite, 
ni  estoruo  que  lo  desuie.  Porque  Dios  da  siem- 
pre al  honjbre  como  lo  meresce,  y  le  inc'ina  para 
lo  que  es.  y  le  da  saber  y  fuerpas  para  lo  que  él 
le  crió,  por  donde  cada  dia  acontesceque  vemos 
vn  hom')re  muy  constante,  muy  orgulloso,  muy 
importuno,  muy  desudado  tras  alguna  cosa,  y 
otros  tiempos  le  veremos  luego  tan  dexatiuo, 
tan  mortezino,  tan  oluidadizo,  tan  descuydado, 

ORÍGENES    DE    LA    NOVELA. — III. — 18 


que  no  sabiendo  el  por  qué  nos  espantamos  de 
tal  extremo  de  viuir.  Y  esto  es,  a  mi  ver,  por- 
que de  primero  la  naturaleza  le  empeüaua  hasta 
venir  al  punto  de  aquello  a  (pie  Dios  le  tenia.  Y 
hauido,  como  se  quieta  su  natural  inclinación, 
buelue  al  proprio  ser  suyo;  porque  el  desseo  de 
vna  cosa  haze  al  htmibre  auiuar  por  hauerla,  en 
tanto  quanto  la  estima  y  la  ama,  y  después  en 
más  la  tiene  quánto,  más  amando  la,  la  ouo  con 
mayor  difficultad;  y  ansi  con  tales  variaciones 
que  vemos  en  el  hombre  dizen  que  es  mal  animal 
de  conoscer  de  los  hombres  Y  aunque  perdones 
mi  largo  razonamiento,  digo  que  en  lo  que  ha 
passado  esta  noche  deuenios  de  ¡idmirar  nos  de 
los  grandes  secretos  juyzios  de  Dios,  y  como  no 
sabe  el  hombre  a  la  mañana  lo  que  será  del  al 
medio  dia;  y  por  tanto,  siempre  cumple  aiular 
en  vela,  y  siempre  tan  aparejedos  al  querer  de 
Dios,  que  se  haga  su  voluntad  en  nosotro.s  más 
por  curso  natural  de  virtud  que  por  resistencia 
contra  natural  de  vicio. 

/"/tí/-.— Has  hablado  tan  compendioso,  que 
rae  has  despertado  a  mirar  si  eies  tú  Po  jtes. 
Pero  concluye  la  aplicación  de  tu  plática  al  por 
qué  de  la  nuiteria  en  que  tractamos. 

Pol. — Mi  señor,  como  toda  la  sabiduría  es 
de  Dios,  nc  es  difficultoso  a  su  potencia  dar  no- 
ticia de  sus  cosas,  o  por  sabios  o  por  idiotas. 
Porque  como  para  ello  les  basta  poner  por  ins- 
trumento la  lengua,  y  aun  aquella  se  la  gouier- 
na  Dios  a  lo  que  él  les  manda  dezir,  ansi  es  que 
en  baxos  supuestos  puso  Dios  muy  grandes  co- 
sas, porque  en  si  puí-iessen  más  admiración,  y 
leuantassen  los  juyzios  de  los  que  las  oyan  y 
vyan  a  tener  más  atención  a  la  potencia  y  sabi- 
duría del  Jlazedor  Pero  dexanilo  si  esto  acón- 
teselo en  mí  a^ora  o  no,  o  que  si  me  dio  Dios 
altíuua  centellica  de  su  saber  jiara  dezir  como 
idiota  lo  que  a  ti  tan  saliio  pusiesse  en  admira- 
ción, ni)  me  hallando  capaz  de  tal  infnsion  de 
Dios,  digo  que  lo  dicho  me  ha  platicado  la  ex- 
periencia, que  es  muy  sabia  madre  de  los  hom- 
bres. 

/'7tí/-.  — Ansi  es.  que  di/.e  la  escriptura  que 
en  los  antiguos  está  la  sabiduría;  y  el  p.  r  qué, 
es  porque  ay  la  larga  experi  neia.  Pero  como 
tus  dias  no  pidan  esto  en  ti,  quiero  que  decla- 
res la  experieneia  que  tienes. 

Pol.-  Muy  al  juego  del  descubierto  te  vía- 
mos, señor,  hasta  agora  descartar  de  vna  in- 
quietud que  tenias  contigo;  viamos  te  con  vn 
leuantamiento  de  juy/.io;  viamos  te  enfermo, 
triste, 'luexando te  de  llaga  donde  no  viamos  he- 
rida Y  viamos  te,  lo  que  más  era,  nuiy  puesto 
en  parescer  contra  el  común  pare-cer  de  Dios, 
manifestado  en  las  ordenaciones  de  su  iglesia  y 
sancta  ley.  Viamos  auer  dexado  tu  tierra,  tu  es- 
tado, tu  reposo,  tu  gouernacion  de  señoríos,  a 
que  la  consciencia  te  deurian  obligar  en  muchas 


274 


OKIGENES  DE  LA  NO\^ELA 


cosas.  Viaiuos  te  siguir  por  buenos  y  malos 
inedii)S,  muy  a  costa  de  la  honra,  del  alma,  de 
la  salud,  de  la  vida,  de  la  hazienda,  y  del  repo- 
so de  tu  casa.  Y  como  todo  está  visto  eu  ti, 
mirando  el  porqué,  vianios  ser  sola  vna  rauger 
que,  aunque  de  grandes  partes  de  merescimien- 
to,  al  parescer  de  los  que  te  viamos,  nos  pares- 
cia  que  dauas  mucho  más  de  lo  que  valia  la  jo- 
ya. Y  pensauamos  que,  según  quien  tú  eras,  a 
luenos  costa  hallaras  quien  te  rogasse,  y  con 
todo  viamos  que  a  más  costa  querias  rogar.  Y 
!i  todos,  liiialniente,  los  que  algo  nos  dolíamos 
de  tus  diíños  nos  parcscia  que  yuas  muy  agua 
arriba.  Pero,  concluyendo  mi  plática,  según  lo 
que  oy  he  visto  yo  solo  de  los  tuyos,  digo  yo 
solo  que  lo  que  hazias  lo  obrauas  tú  y  lo  enea- 
mi  ñaua  Dios,  que  de  malos  medios  saca  buen 
fin;  y  ansi  lo  va  comen9ivndo  nuestro  señor  en 
tus  negocios,  pues  tan  súbita  y  no  pensadamen- 
te lo  ha  hecho  Dios  como  jamas  tú  lo  imagi- 
naste, y  aun  creo  con  menos  de  lo  hecho  tedie- 
ras  tú  de  antes  por  pagado,  y  bien  pagado,  de 
tus  afanes  passados.  Pero,  al  fin,  Dios  da  quan- 
do  da  como  quien  él  es. 

Flor. — Has  dicho  tan  grande  verdad,  que,  se- 
gún lo  que  tú  has  dicho,  has  bien  mostrado  ser  tu 
lengua  más  instrumento  de  Dios  que  de  tu  pro- 
prio  entendimiento.  Porque  te  digo  que  por  tan 
sólo  que  mi  señora  me  quisiera  liabi.ir  diera  por 
poco  todo  lo  que  me  ha  costado  de  costa  tem- 
poral y  spiritual,  y  trabajo  de  la  propria  perso- 
na. Y  agora,  viendo  que  van  las  obras  en  mi 
tauor  más  de  lo  que  supo  imaginar  mi  entendi- 
miento, ni  dessear  mi  desseo,  aun  dubdoso 
pienso  que  ha  sido  sueño  lo  que  por  mí  en  rea- 
lidad de  verdad  ha  passado.  Pero  dime  tú  si  es 
imaginado,  o  fue  ansi,  que  con  dezir  lo  tú  se 
asossegara  mi  espíritu  aflligido. 

Pol.  —  Dil'ficultosa  eosa  me  pides,  porque, 
cómo  creerás  a  mi  palabra  si  no  crees  a  lo  que 
en  hecho  ha  passado  por  ti?  y  cómo  tendrás  mi 
sí  por  no  mentiroso,  pues  tienes  el  de  Belisea 
verdadero  por  dubdoso?  cómo  creerás  a  mí,  que 
fuy  testigo,  si  no  crees  a  tu  señora,  a  quien  y 
de  cuya  boca  ojste  tú  mesmo  que  quedaua  y  se 
otorgaua  por  tuya?  Dime,  cómo  creerás  a  mí 
que  te  diga  que  fue  sueño,  si  no  crees  a  los  abra- 
90S  y  besos  que  como  a  tu  esposa  le  diste  con 
su  aplaaimiento?  Torna  sobre  ti;  mira  que  ago- 
ra te  has  de  tener  eu  más;  mira  que  has  de 
tractar  mejor;  mira  que  ya  Belisea  tiene  juiis- 
diction  sobre  ti;  mira  que  te  mandó  boluer  a 
ver  la  la  noche  que  viene,  y  que,  si  no  duermes 
parte  del  día,  no  podras  suffrir  lo,  ni  estaras 
para  que  ella  goze  de  ti  Por  tanto,  da  vn  rato 
de  sueño  al  cuerpo,  y  después,  despierto,  será 
instrumento  de  lo  que  tanto  dessea  tu  volun- 
tad, como  es  que  ya  fuesse  hora  y  nunca  se  aca- 
basse  la  hora  de  verte  con  tu  señora. 


/'/o?'. —En  todo  veo  que  gouierna  oy  Dios  tu 
lengua;  yo  quiero  hazer  tu  parescer:  yo  me 
quiero  yr  a  dormir,  porque  tú  hagas  lo  mes- 
mo. Porque  de  oy  más.  como  por  cosa  que 
me  fue  encomendada  de  mi  señora,  tengo  de 
mirar  más  por  ti.  Y  bien  me  acuerdo  ya  que 
por  su  mandado  te  di  de  mi  mano  muger,  y 
ansi  por  mi  señora  como  por  mi  tengo  gran 
obligación  a  te  fauorescer.  Y  con  esto  te  ve  a 
dormir,  y  ver  rae  has  antes  de  comer,  y  aunque 
no  me  aya  leuantado,  no  dexes  de  entrar  a 
verme. 

Pol. — Señor,  reposa,  que  ansi  lo  haré  con  el 
ayuda  de  Dios  que  nos  gouierna. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENAXXXllII 


Luego  de  inaüana  va  Fulminato  a  Maixelia,  y  cuenta  la  lo  que 
le  acónteselo,  Iiazlenilo  la  creec  que  dexó  muerto  al  De-peii- 
sero  y  a  Grism;lo,  y  pid(  la  plita  que  auia  devado  el  dia  an- 
tes, llenando  la  cena.  Va  se  Fulmínalo.  \'iene  Felisino  y  l'i- 
nel,  de  los  quales  se  informa  mejor  de  lo  ((ue  passó. 


Fulminato,  Marcelia,  Libbeu, 
Felisino,  Pinel. 

[/'«/.]— O,  quán  a  mi  contento  y  sabor  he 
dormido,  que  ya  son  más  de  las  siete  del  dia,  y 
no  lie  visto  oy  ningún  bullicio  de  gente  de  casa. 
Que  aunque  la  cama  no  ha  sido  la  mejor  ni 
más  blanda  del  mundo,  pero  el  desseo  con  que 
de  dormir  me  eché  en  ella  y  el  gran  temor  con 
que  me  acogi  anoche,  me  hizieran  no  sentir, 
aunque  fuera  cama  de  galera.  Pero  con  todo 
esso,  a  Floriano  y  a  los  que  yuan  con  él,  si  los 
han  ya  muerto?  toda  la  casa  está  muy  en  paz; 
no  deue  de  hauer  mal  ninguno.  Quiero,  antes 
que  nadie  me  gano  por  la  mano,  yr  en  casa 
de  Marcelia  en  achaque  de  yr  por  la  plata  que 
allá  quedé  ayer;  y  antes  que  otro  la  anise  délo 
que  passó  anoche,  haré  la  yo  encreyente  lo  que 
quisiere,  y  quifa  hallaré  rastro  de  mi  capa  de 
grana,  que  jjerdi  por  ganar  la  vida  a  bien 
correr  anoche,  que  por  ser  tan  conoscida  por 
rnia  me  pesa  más  que  por  sólo  perderla.  Tam- 
bién, si  a  dicha  tomo  lengua  de  quién  eran 
los  que  anoche  me  ojearon,  miraré  cómo  rae 
cumple  andar  y  de  quién  me  deuo  guardar.  Y 
si  mucho  fuere  que  digan  que  dexé  la  capa,  co- 
mo no  yua  conmigo  quien  me  desmienta,  todo 
será  dezir  que  por  alcanzar  los  que  me  huyeron 
se  me  cayó.  Y  con  esto  encamino  a  la  mano  de 
Dios. 

3lav. — O,  qué  mal  he  dormido  esta  noche! 
que  con  el  ruydo  que  anoche  oy  a  la  puerta  no 
he  podido  sosegar,  de  cuydado  temeroso.  Pero 
tú,  Liberia,  nada  bastó  a  poner  te  cuydado  que 
te  quite  sueño. 

Lib. — A  la  he,  bien  que  no;  por  mi  salud  qué 
oue  harto  miedo;  pero  como  turó  poco  el  ruydo, 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


torné  me  a  dormir,  aunque  todo  se  me  ha  pas- 
sado  en  vnos  sueños  pesados  y  desuariados. 

Mar.  -  Pues,  por  tu  vida,  hija,  que  yo  soñé 
que  oya  dar  yqzvü  al  Despensero  de  Lncendo, 
y  que  después  le  via  tendido  muerto  a  estoca- 
das enbuelto  en  su  sangre. 

Li'b. — Quasi  lo  uicsnio  fue  de  mi  suciio,  quo 
Sf'ñe  que  via  yr  huyendo  a  Fuhiiinato,  y  des- 
pués le  via  quedar  muy  mal  herido.  Y  esto,  ma- 
dre, me  paresce  que  lo  vi  tan  claro,  que  a  no 
ser  malo  dar  crédito  a  los  sueños,  lo  tuuiera  por 
verdad. 

3/ar,— Dios  quiera  que  no  sea  alfj;un  mal 
agüero,  porque  ayer  yo  vi  de  mal  talle  al  Des- 
pensero en  contra  do  Fulminato,  que  tan  pocfi 
íiueliíR  mucho  de  que  él  entre  en  esta  casa,  Y 
corno  Plorianohauia  de  yr  esta  noche  a  ruar,  Ful- 
n)inato  iria  bien  a  punto  y  bien  acompañado,  y 
el  Despensero,  si  le  encontró,  siendo  los  otros 
niuchos,  mat«r  le  y  han  (')  en  fauor  de  Fulmi- 
nato; y  después  los  malhechores  vendrán  se  a  mi 
casa  para  ¡)ensar  de  hazerme  piazer.  De  donde 
las  gentes  sospechosas  tomarán  esto  por  indi- 
cio para  se  determinar  a  juzgar  y  a  dezir  que 
desta  casa  salió  el  por  qué  del  mal,  y  si  esto  es 
ansi,  yo  soy  perdida.  Y  lo  que  más  me  confir- 
ma en  estos  escrúpulos  es  que  ordinariamente 
tras  los  mayores  plazeres  desta  vida  miserable 
suelen  salir  vnos  desaguaderos  por  donde  con 
algún  mal  presente  se  oluide  todo  ol  bien  pas- 
sado. 

Lib,- — Ay,  calla!  ay,  madre,  no  seas  (como  di- 
zep)  la  Judia  de  Caragora,  que  llorando  duelos 
ágenos  por  venir,  cegtí.  Cata  que  lo  que  de  Dios 
fstuuiere  ordenado  se  hará,  y  a  lo  que  Dios  hi- 
zíore  o  permitiere  hemos  de  liumillar  la  cabega 
y  subjectar  nuestra  voluntad,  l'ues  si  es  cosa 
que  Dios  haga,  nunca  será  sino  para  nuestro 
bien,  y  si  Dios  la  permite,  es  por  algún  por  qué 
que  no  alcanzan  los  entendimientos  hun}anos  a 
epcudriñar  sin  errar. 

Ful.  —  Boto  a  mí,  que  aun  no  doue  ser  en  pie 
est^  gente.  Aun  aun  si  se  vrdio  acá  la  tela  de 
anoche,  y  ansi  se  trasnocharon,  y  entregan  se 
agora  que  son  cerca  las  ocho  Quiero  llamar,  que 
quifa  tendremos  algut)  pece  en  la  na.sa,  y  aun, 
boto  al  sancto  Calendario  Romano,  que  tengo 
de  llamar  con  tanta  priessa,  que  no  les  dé  lugar 
de  tras  paramentos,  ni  de  ascondrijos,  sin  que 
se  sienta  luego  en  la  turbación  que  hanrá  en 
Jas  s3ñoras.  Ta,  ta,  ta. 

Mar. —  Corre,  hija,  pu.es  está¿  vestida,  que 
quiebran  la  puerta,  y  algún  mal  ay;  quiera  Dios 
no  sea  la  justicia.  Pero  mira  primero  quién  es 
iwites  que  abras;  porque  si  no  fuere  cosa  que 
iu>s  cumplA,  mejor  le  diremos  con  cortesía,  y  por 

(')  .4.SÍ  en  el  original,  por  Man  ó  hyaii:  le  matar  hian, 
le  matarían. 


bien,  que  se  vaya,  estando  en  la  calle,  que  no 
llamando  vezinos  para  tornarle  fuera,  hecho 
algún  mal  recaudo. 

Lib. — O,  vengays,  quien  quiera  sea,  muche 
en  ñora  n)ala  (sic)  más  luenga  que  Mayo,  que 
tal  priesa  traeys  tan  de  mañana;  y  no  vistes  el 
diablo  qué  importunar  tiene  a  despertar  vezi- 
nos?  quién  estay? 

/'ü/.^Abre,  hermana  Liberia,  que  vengo  de 
priesa  a  vn  poco. 

Lib. — Pues  si  hablaras  con  tanta  furia  como 
llaniauas,  pudiera  ser  que,  como  acá  no  tenga- 
mos gana  de  liauer  enojos,  ouieras  do  dezir  tu 
mensaje  desde  la  calle,  o  aguardar  que  bien  noB 
vistiéramos. 

Ftil. — Buenos  dias,  que  oy  poco  madrugays, 
pues  ya  han  quedado  de  prima. 

Lib. — Acá  no  medimos  el  sueño  al  son  de 
badajos,  ni  andamos  tan  a  punto  al  tin  tin  de 
campanas,  pues  no  esperamos  ganar  distribu- 
ciones. Pero  esto  te  digo,  y  sube,  que  torno  a 
cerrar,  que  nos  has  dado  harta  turbación. 

Ful.—  Subo,  subo,  que  ya  deuen  de  hauer 
acudido  por  acá  las  nueuas. 

Lib.-^  Sube,  que  allá  nos  contarás  esgo. 

Mar. — Buen  hora  venga  contigo;  qué  pláti- 
cas son  cssas? 

Lib—  A  la  fe,  que  a  la  mañana  y  a  la  tarde 
anda  lleno  de  malicias.  Pero  dile  que  nos  cuen- 
te to  sé  qué  nueuas  que  trae. 

Mar. — Ay  di  lo,  porque  veamos  si  nuestros 
sueños  se  absueluen. 

Ftd. — Grandes  sonaderas  soys  las  mugercs 
cuando  dormis  solas,  aunque  con  todo  esso 
aún  no  sé  si  acierto  en  esto  agora. 

Lib. —  Bien  digo  yo  que  todo  eres  malicias. 

Mar. —  Anda,  hija,  que  la  piel  mudará  la 
raposa,  pero  su  natural  no  despoja;  dt-xa  h' 
dezir  lo  que  le  pedimos. 

Ful. ^— Ya  pense  yo  que  lo  sabriades  por  acá, 
porque  ya  hauran  tapido  los  campaqas. 

Mar. — Y  a  qué? 

Ful. — A  finado. 

Mar. — Ay,  Dios,  y  por  quién? 

Ful. — Por  los  que  perdone  Dios  el  alma,  qije 
el  cuerpo,  esta  espada  y  bra90  se  le  castigó 
anoche. 

Lib. — Y  dinos  lo  ya  que  es. 

Ful. —  Que,  descreo  de  los  quiciales  de  la 
puerta  del  cielo,  si  aun  hasta  este  punto  no 
pense  que  hauia  salido  desta  casa  la  celada. 

Miif"- — Qué  celada?  cata  que  en  esta  casa  se 
tracta  toda  verdad  y  llaneza  con  quien  la  ama. 

Ful. — Qué  huelgo  de  hallar  os  tan  sin  po- 
der se  sospechar  de  vuestro  sosiego  nada  df  la 
alteración  grande  que  creo  que  haurá  oy  en  el 
pueblo,  y  aun  de  la  passion  que  yo  tengo  de 
vnos  dos  locos  vellacos:  perón,  que  digo  mal, 
perdone  los  Dios,  pues  ya  a  mí  me  pagaron,  y 


276 


agora  están  pagando  a  Dios.  Uexemos  lo.  que 
ya  será  público,  y  dime  qué  se  han  liecho  los 
platus  de  plata  que  quede'  este  d¡a  acá,  que  ya 
uae  muele  el  repostero. 

Mar. —  Anda,  que  en  mi  casa  seguros  y 
guardados  estañan  y  están.  Y  dinie  ya:  estutro, 
que  fue?  porque  la  alteración  de  ios  sueños 
desta  noche,  con  lo  que  agora  tú  propones,  me 
tienen  turl)ada. 

Ful.  —  No  te  turbes  de  pocas  cosas,  que 
quien  ha  de  tractar  conmigo  ha  de  acostumbrar 
los  oydos  a  oyr  d'  stragos  que  este  brago  suele 
hazer.  Pero  sabreys  que  yendo  anoche  acom- 
pañando a  Floriano  en  cierto  negocio  de  harto 
jieligro,  mandándome  ir  delante  para  asegurar 
les  el  camino,  y  al  cabo  de  toda  la  calle,  par  de 
Sanctiago,  salieron  me  vnos,  no  sé  quáutos,  y 
pensando  que  lo  hauian  con  otro,  finalmente  de 
todos  a  los  que  menos  corrieron  aloancé  vnos 
dos.  y  tengo  por  mí  que  murieron  entiamos. 

lilar  — Ay,  perdone  los  Dios  si  ansi  es;  pero 
cómo  osas  andar  por  las  calles?  pues  sabes  que 
alouienos  se  ha  de  temer  la  justicia,  que  anda 
muy  executora. 

Ful.-  Bien  paresce  que  aún  no  me  conosces; 
sí,  que  la  justicia  huelga  de  contentarme  y  dissi- 
mular mis  cosas;  quanto  más  que  en  este  pue- 
blo el  padre  no  conosce  al  hijo,  y  más  siendo 
de  noche,  y  con  la  presteza  que  yo  lo  hize,  que 
quando  saio  gente  a  los  alaridos,  ya  ellos  que- 
dauan  dando  cuenta  a  Dios,  e  yo  estaua  en  la 
posada. 

Lib. — Y  dime.  conociste  los? 

Ful.—  aize  tan  poca  mención  de  ellos,  qne 
tune  por  poco  saber  a  quién  dexaua  tendidos, 
pues  no  eran  más  de  dos  los  que  pude  coger; 
pero,  o  yo  mal  coiiosci,  o  eran  criados  de  Lucea- 
do,  que  jiensaron  do  oxear  nos  de  su  casa. 

Ji/ar. — Ay,  cuytada  yo,  si  ansi  es. 

Ful. — Escozio  te?  pues  es[)era  que  yo  te  la 
armaré  dt'  veras. 

Lib. — Y  cómo  te  parescieron  de  aquella  casa? 

Ful. — Porque  como  al  a{>ellido  de  los  que 
traya  heriemb)  caydos,  como  s:ilicron  candelas, 
me  paresce  que  era  el  ya  muerto  el  despensero 
de  Lucendo;  el  otio  apenas  le  conozo  (s/cj. 
Pero  qué  es  esso,  señora  Marcelia?  qué  turba- 
ción tan  de  presto  nascida?  era  tu  pariente  o 
enamorado  alguno  de  los  muertos? 

Lib.— Y  no  digas  ja  malicias,  que  no  caben 
en  todo  tiempo  en  burlas.  No  quieres  que  llore 
en  sólo  oyr  dezir  muertes  de  hombres,  en  es- 
pecial de  aquella  casa,  cuyo  pan  comió  mi  pa- 
dre toda  su  vida? 

Ful.  -  Agora  te  digo  que  tiene  razón.  Pero 
pues  te  veo,  señora  Marcelia  tan  triste,  fuera 
de  lo  dicho,  y  venir  por  la  plata,  no  te  diré  lo 
más  que  traya  que  te  dizir  de  mi  venida  tan  de 
mañana,  que  me  preguntaste  y  con  tanta  priesa. 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

Mar, — Di  ya  lo  que  te  pluguiere,  pues  no 


abres  boca  sin  malicia,  y  deude  arriba.  Pero  qué 
buscauas  tan  de  priesa?  que  también  tengo  yo 
que  hazer. 

Ful. — Venia  en  busca  de  Felisino  y  Finel, 
y  aun  Poiytes  y  Floriano,  que  los  dexé  solos 
anoche  adelantando  me  a  hazer  lo  que  en  sura- 
ma  te  he  dicho,  y  después  bolui  en  su  busca,  y 
ni  los  hallé  entonces,  ni  en  casa  hallé  rastro  de 
alguno  destos  cuatro. 

3/ar. — Ay,  que  no  querrá  Dios  que  a  Flo- 
riano y  a  tales  criados  como  aquellos  aya  succe- 
dido  algún  mal.  Daca,  daca,  Liberia,  mi  manto, 
que  luego  me  voy  a  ver  a  Floriano,  o  saber  qué 
es  esto. 

Ful. —  Mas  queda  te  tú  en  tu  casa,  que  yo 
voy  con  esta  plata,  y  allá  lo  que  ouiere,  después 
te  anisaré.  Y  también  porque  aperciba  a  los 
continos  y  gente,  para  librar  a  Floriano  por  la 
punta  del  espada.  Y  tú  cierra  tu  puerta,  que  a 
rio  buelto  haurá  oy  grandes  desmanchos,  que 
yo  pienso  que  se  ha  de  poner  a  cuchillo  y  saco 
medio  pueblo  si  luego  no  hallo  a  Floriano;  y 
con  esto  te  queda  hasta  la  buelta.  Allá  queda- 
reys,  diablos,  que  agora  con  el  temor  en  casa  les 
dexo;  y  aun  la  señora,  que  le  escozio  el  golpe 
del  Despensero.  Pues  aun  yos  boto  a  tal,  que 
le  ha  de  amargar,  si  mejor  no  pisa,  y  con  esto 
aguijo  a  buscar  esta  gente  en  casa. 

Fel. — Qualquiera  cosa  di-  e.>sas  que  me  has 
dicho,  hermano  Pinel,  podra  hauer  sido  de 
F'ulminato;  por  esso  marchemos  allá,  que  aún 
estará  en  folga.  Y  luego  daremos  la  buelta  con 
él,  que  nos  contará  alguna  valentía  suya  de  las 
que  suele,  y  presentar  nos  hemos  a  Floriano, 
que  con  lo  que  deuio  de  gozar  anoche  en  su 
tardada  en  el  jardin  de  la  dama  deue  de  estar 
con  gana  de  hazer  nos  mercedes.  Y  como  di- 
zcn:  quando  nos  dan  la  vaquilla,  acudir  luego 
con  la  soguilla. 

Pin. — Pues  vamos  presto  y  boluamos  ayna, 
que  aun  no  daria  yo  la  parte  de  mi  ganancia 
}>or  dos  doblas,  en  especial  que  el  ademan  que 
hezinios  del  denodado  acometimiento  quando  él 
salió  del  huerto  le  obligará  a  nos  hazer  parti- 
culares mercedes  a  nosotros  dos,  y  por  esso  no 
perdamos  por  postreros  lo  que  merescimos  per 
primeros. 

Mar. — Ay,  mezquina  yo,  desmanparada,  si 
qualquiera  cosa  do  aquellas  que  aquel  diablo  ha 
contado  es  verdad. 

Lib. — Ay,  calla,  madre,  no  te  congoxes  ansi 
por  el  dicho  de  aquél;  que  no  es  possible  que 
tanto  reposo  ouiesse  en  el  pueblo  si  a  vn  tal  ca- 
nallero  ouiessen  muerto,  ni  a  ninguno  de  los 
otros;  mayormente  pues  ello  no  acontescio  (si 
ansi  es)  lexos  desta  calle,  y  no  bulle  justicia 
ni  nadie;  ten  lo  por  de  las  que  suele  Fulmina 
to  forjar. 


COMEDIA  LLAMADA  FLOUINEA 


277 


Mar. — Ay,  triste  yo,  que  mis  sueños  no  fue- 
ron en  balde! 

Li'b. — Y  calla,  njadre,  no  te  oya  esso  perso- 
na de  jnyzio,  mayormente  que,  scsrun  nos  di- 
zen  los  conl'essores,  es  gran  peccado  creer  en 
sueños. 

Pin. — Qué  te  paresce  qué  passo  de  Iraylt^ 
combidado  hemos  traydo? 

/V/.  —  Subamos,  pues  está  todo  abierto. 
Pin. — Anda, que  vn  descuydo  prestóse  liaze. 
Llama  antes  que  saludes,  porque  no  te  reciban 
con  ñora  mala,  y  aun  no  veas  por  ventura  lo 
que  no  querrías,  en  especial  que  quiea  el  dexar 
la  puerta  aliierta  es  Iiaziendo  del  ladrón  fiel  por 
asegurar  el  campo,  porque  ya  sabes  que  muclias 
vezes  vale  más  bu^Mia  cautela  que  mal  consejo. 

Fel. — Antes   buena   cautela   iguala   a    bueo 
consejo  en  muchos  casos.  Pero  subo  llamando 
y  hablando,  pues  la  madre  y  la  hija  hablan. 
/>/A.  — Quién  sube  por  la  escalera? 

Fel. — Gente  de  paz,  que  andan  a  robar. 

Lib. — Si  hallaredes  qué,  será  esso. 

Pin. — Bueno-;  dias,  señoras. 

J/ar.  —  O,  bendito  D  os,  qué  mejores  nueuas 
veo  que  "y  de  vosotros. 

Fel.  —Y  qué  tales? 

^íar.  —  Ay,  que  ya  tenia  el  manto  para  yr 
allá;  que  me  acabó  Fulminato  de  dezir  que  él 
se  apartó  anoche  tras  no  sé  qué  gente,  y  que 
como  os  quedó  solos,  temiendo  de  vosotros  ser 
vinos,  os  liuscó  esta  mañam,  y  no  halló  ni  allá 
ni  acá  nueua  de  vosotros,  y  allá  va  medio  co- 
rriendo otra  vez  en  vuestra  busca  diziendo  que 
ha  de  poner  a  cuchillo  el  pueblo.  E  aun  rae 
aconsejó  que  tuuicsse  a  buen  cobro  mi  puerta 
cerrada,  porque  no  me  saqueassen  la  casa  a  rio 
buelto. 

Lib. — Y  calla,  madre,  que  bien  te  digo  yo 
que  quien  de  ligero  cree,  de  ligero  se  arrepiente, 
mayormente  por  boca  de  quien  por  jubileo  ha- 
bla verdad.  Porque  dixo  que  dexana  hechas 
muertes  y  destrocos  que  no  son  para  contar. 

Pin. — Agora  me  guarde  Dios  de  tal  hond)re. 

Fel.  —Mas  no  viste,  h(>rmano,  forjar  aquél? 
cómo  nos  pudo  él  ver  matar.  pu'S  que  luego  nos 
dexó  y  se  puso  en  cobro?  y  tanto  que  agora  ve- 
niamos  en  su  busca,  porque  después  nos  mandó 
Floriano  buscar  le.  y  que  todos  ie  vamos  luego 
a  \^v.  Pero  qué  armas  traya? 

3/ar.  — No  más  de  la  capa  negra  buena  cu- 
bierta, y  la  espada  en  la  mano,  y  la  cuera  colo- 
rada rica  vestida. 

P/n.--Aun  quál  hará,  si  le  tomaron  la  capa 
de  grana  anoche? 

J/ar.  —  Dexando  esto,  en  que  va  poco,  me 
dezid  cómo  le  fue  a  Floriano,  y  qué  tal  está? 

Ftl . — Cómo  le  fue,  él  lo  sal)e,  que  estuuo 
dentro  veynte  horas;  qué  tal  está?  quedó  bue- 
no, porque  según  lo  mucho  que  él  y  Polytes  es- 


tuuieron  dentro,  y  nosotros  dos,  que  aqui  esta- 
mos, hartos  de  aguardar  ya  de  fuera,  bien  nje 
paresic  que  tuniemn  tiempo  para  dexar  las  da- 
mas de  manera  que  a  los  nueue  mesi-s  nos  pu- 
bliquen lo  que  anoche  estotros  negociaron.  p(u*- 
que  este  tal  no  es  juego  que  vsando  le  no  se  pre- 
gone a  sus  tiempos  ciertos. 

Ifar. — Pues  dezid  me,  haueys  de  tornar  otra 
vez? 

Pin. — Señora,  no  nos  pidas  de  esso  lo  que  no 
sabemos;  pero  pedimos  te  a  ti  licencia  y  pei- 
don,  porque  andamos  en  l)(isca  de  Fnliiiinato. 
Y  es  bien  que  le  vamos  a  alcancar  en  casa,  an- 
tes-que  amonte  a  sus  negocios,  que  tiene  más 
que  vn  abogado. 

J/íi;-.  — Pues  yo  me  voy  a  oyr  vna  missa,  y 
dar  gracias  a  Dios  quequedastes  bnenfis.  E  tú, 
hija,  cierra  tu  puerta  y  alaba  a  Dios,  y  vosotros 
tomad  vuestro  camino,  que  yo  voy  por  acá,  y 
anisad  me  de  lo  que  passa,  si  algo  más  suc- 
cediere. 

Fel. — Ansi  lo  haremos;  ruega  allá  a  Dios 
por  todos,  pues  vas  tan  sancta.  Y  tú,  hermano 
Pinel,  anda  acá,  demos  buelta  a  negociar  loque 
nos  cumple 

Pin.  —  Encamina,  que  no  te  desmamjiararé. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCEXA  XXXV 


Belisí'a  se  que\a  de  sí  mesma  por  lo  ((iiR  lia  liociio.  Maree! ¡a  va 
a  visitara  lielis '.t.  por  la'iiben  -^al)  r  ilcl  l)-s|ionii'iM.  al  ijual 
encuc  .lia  silioiido  ile  \er  va  a  Relisia.  ti  D.'S|ieii-»To  v  Gri- 
sindo  din  relación  a  .Miri-elia  d;  lo  (pie  se  liuo  de  rulmiiia- 
t ),  V  cnn  ¡oi'ian  de  yr  los  dos  essa  iioclic  a  cenar  en  ca-<a  de 
la  MaiTolia. 


Belisea,  Justina,  Marcema, 

DeSI'ENSEKO,    GuiSINDO. 

\_Bel.'\ — O  alta  prouidencia  diuina,  quán  al- 
tos son  tus  secretos  juyzios!  q'iién  me  dixera  a 
mí  que  hauia  yo  de  disponer  del  estado  de  mi 
persona,  sin  el  consentimiento  de  mi  padre?  O 
amor  <iego,  o  amor  niño,  o  amor  falso,  o  amor 
lleno  do  dulce  muerte  y  breue  siianidad  gusta- 
da, con  rennate  de  grandes  bascas!  O  plazer  le- 
ne, y  veloce,  y  breue,  de  sensualidad,  con  muy 
largo  escozimiento  del  arrepentir  de  la  razón! 
Dime,  amor,  hasta  agora  de  mí  tan  oluidado,  y 
no  sabido  ni  entendido,  quién  te  me  dio  a  co- 
noseer  dentro  de  mi  encerramiento?  quién  te 
hizo  tan  amado  de  mí?  quién  a  ti  y  a  tus  ada- 
lides y  negocios  te  metió  por  las  puertas  tan 
cerradas  de  mi  voluntail?  quién  te  tracto  tanto 
de  mi  amistad  con  la  tuya  tan  trauada.  que 
pospuesta  la  del  que  me  engendró  y  tanto  me 
ama,  ava  yo  hecho  lo  que  tú  me  manda-te, 
desobi'disciendo  a  mi  buen  viejtt  padre?  Ay, 
captiua  de  mi!  que  si  te  quiero  negar,  no  pue- 
do; si  te  sigo,  niego  a  mi,  oluido  a  mi  padre. 


orígenes  ]>e  la  novela 


E  ya  que  en  mi  daño,  por  te  ser  affectionada, 
te  quiera  seguir,  ni  sé  quiéa  eres,  ni  se'  dúiide 
te  halle,  ni  tengo  señas  para  te  conosccr,  más 
de  en  qnanto  a  mí  no  me  conosciere.  Donde 
has  estado,  la  castidad,  mi  tan  amada  compa- 
ñera? porque,  aunque  ni  te  he  dexado  ni  pienso 
dexarte,  alomónos  he  dado  gran  rotura  en  el 
recogimiento  de  tu  casa.  Torna,  torna  por  ti 
sobre  mis  descuydos;  y  si  quieres  no  perderme, 
o  desaeas  que  del  todo  no  me  pierda  vo  por  ti, 
no  me  tractes  ya  como  a  bien  mandada  tuya, 
con  sola  señal  de  lo  que  quieras;  pero  con  agro 
castigo  de  lo  que  errare,  con  fuerya  me  compé' 
lié  ya  a  hazer  tu  voluntad,  sin  dexar  me  en  cosa 
liazer  la  mia.  Cata  que  ya  no  me  dexes  salir  de 
la  compañía  de  las  tus  familiares  simientes,  la 
quietud,  la  taciturnidad,  la  modestia,  la  tempe- 
rancia, la  occupaoion  de  virtuoso  exercicio,  la 
prudencia,  la  simplicidad  virtuosa,  la  buena  y 
sincera  sagacidad,  con  el  ayo  y  guarda  que  a 
todas  ellas  tienes  puesto,  que  es  el  recogimien- 
to. Porque  si  como,  con  hauer  dado  pocoa  pas- 
aos sin  ellas,  me  hallo  ya  tan  lexos  de  tu  casa, 
que  apenas  y  sin  particular  guia  sabré  tornar  a 
ella,  qué  será  de  mí?  dónde  iré  a  parar?  si  te 
acordares  que  fuy  tan  tuya,  y  me  quisieres  tor- 
nar a  ver,  dónde  me  podras  hallar,  si  ansí  me 
dexas  desmandar  como  lil)re?  pero,  ay  de  mí, 
qué  es  esto  que  digo?  púefe  sí  me  btieluen  a 
mi  passado  encerramiento,  con  pensar  de  me 
apartar  tn  momento  del  mi  Floriano,  cómo 
será  possible  Viuir  vn  hora?  Ay,  qué  suya  soy! 
pues  él  me  quiere,  yo  le  busco,  yo  le  amo,  yo  le 
desseo,  yo  le  contemplo,  y  su  memoria  me  da 
descanso,  y  poco  me  paresce  el  tiempo  que  le 
reo,  y  mucha  la  tardanza  de  su  absencia.  Y 
pues  ya  yo  por  él  me  he  oluidado  a  mi,  y  con 
razón,  no  tengo  por  mucho  poder  oluidar  lo  que 
la  propria  malicia  aparta  del  hombre,  que  es  la 
virtud,  y  su  tan  amigable  compañía,  de  que  yo 
algún  tiempo  fuy  solazada,  querida,  y  acompa- 
ñada, y  honrada.  No  es  gran  inconueniente  ol- 
uidar o  negar  el  amor  natural  paterno,  pues  son 
otra  cosa  ya  distincta  de  los  hijos,  después  que 
los  engendran,  por  seguir  aquello  que  más  el 
amor  haze  vnos  en  voluntad,  como  son  el  ma- 
rido con  la  muger,  y  la  muger  con  el  marido. 
Pues  ansi  lo  dize  la  historia  verdadera  y  sagra- 
da: que  por  la  muger  dexará  el  hombre  el  padre 
y  la  madre,  y  lo  mesmo  la  muger  por  el  marido; 
pues  en  estos  dos,  que  hazen  vn  estado,  siem- 
pre deue  hauer  vnidad  de  voluntarioso  amor. 
Pero,  o  cuytada  de  mí,  y  como  estoy  perdida, 
que  ni  duermo,  ni  velo,  ni  sé  qué  me  hago;  por- 
que tengo  los  pensamientos  tan  esparzidos,  que 
con  grande  difíicultad  los  puedo  combidar  a  re- 
cogimiento. Quiero,  si  pudiere,  poner  me  a  lidiar 
con  el  sueno  para  que  tras  este  mi  spirittial 
cansancio  me  dé  algún  poco  de  reposo. 


Just.—O,  cómo  he  dormido  a  mi  seguro!  o 
cómo  tengo  cuydudos  a  parte  con  estar  hecho 
lo  que  se  ha  hecho!  Quiero  agora,  lenantando 
me,  yr  a  dar  orden  en  lo  por  venir  con  mi  se- 
ñora Belisea. 

J/rt?'. — O,  bendito  Dios,  que  acá  estoy  y  sin 
que  me  haya  vi^to  nadie;  quiero  encaminar  para 
arriba,  pues  veo  abierto  el  aposento  de  Belisea; 
entraré  a  ver  qué  haze,  aunque  por  ser  de  ma- 
ñana no  será  leuantada,  con  el  trasnochar  pas- 
sado, mayormente  que,  como  primeriza  en  estos 
saltos,  o  quedará  engolosinada,  o  al  menos  es- 
pantada, si  más  no  ouo  de  sola  vista  y  habla, 
aunque  según  yo  los  vi  a  entramos  en  voluntad 
picadillos,  y  según  la  edad  loa  ayuda  a  ello,  ya 
se  hauran  fcrauado  los  parentezcos  (sic). 

Just.  —  Cata,  cata  qué  buen  encuentro  el  mío: 
aquella  me  paresce  la  commadre  nuestra  Mar- 
celia;  algunas  nuenas  visitas  deue  de  hauer,  que 
esta  no  da  passo  sin  porqué.  Qui'ro  hablarla, 
pues  con  me  hauer  ya  visto  no  lo  escuso.  Dónde 
buena  tan  en  buenos  días? 

Mar. — Por  tu  vida,  y  ansí  te  gozes,  que  no 
por  más  de  ver  a  tu  señora  y  a  ti,  porque  poi' 
acá  no  tengo  otras  ouejas  que  guai'dar. 

Jiist.—  Vnes  a  nosotras  bien  guardadas  nos 
tienes,  para  lo  que  te  cumpliere.  Pero  ya  que 
veniste,  anda  acá  vn  rato  conmigo  a  mi  cámara, 
hablaremos  a  solas  mientras  que  mi  señora  se 
leuanta.  Y  agora  que  estás  sentada,  me  has  da 
dezir  en  breue  qué  es  lo  que  buscauas,  y  clara- 
mente la  uerdad. 

Mar, — Ay,  maldita  seas,  cómo  desembueltft- 
niente  y  con  gracia  dizes  todo  lo  que  quieres! 
Breuemeute,  vengo  a  veros;  y  claro,  vengo  a 
saber  qué  tal  os  fue  anoche  del  juego,  y  la  ver- 
dad, es  que  vengo  a  pedir  os  las  albricias  de  las 
nueuas  bodas. 

Jtist. — Qué  llamas  bodas?  esso  me  paresce 
(como  dizen)  hija  no  tenemos  y  nombre  le  po- 
nemos. Y  cómo?  aun  no  está  bien  puesto  a  assar, 
e  ya  tú  quieres  llenar  empringadas?  sí  que  bas- 
ta (pues  que  ya  lo  adeuinaste)  palabra  sola  de 
desposorio  que  llaman  clandestino! 

J/«r.— Anda,  hermano,  que  por  ay  van  allá, 
quanto  más  que  (yamora  no  se  ganó  en  vn  hora, 
ni  Roma  se  fundó  luego'  toda.  Pero,  y  dime, 
que  ya  os  podemos  llamar  desposadas? 

Just. — Por  esso  te  anisé  que  hablasseS  claro. 
Has  dicho  de  bcKlas  y  desposorios,  y  lo  que  has 
querido  dezir  que  sabes,  y  agom  repreguntas  de 
lo  que  passó? 

Mar. — Pues  ansi  nos  ayude  a  entramas  Dios 
como  si  en  algo  he  acertado,  que  lo  hablé  por  lo 
que  tú  me  dixiste.  que  no  porque  sepa  otra  cosa. 

Just.— Agora  te  digo  que  soy  poco  auisada, 
pues  pensando  que  allá  te  lo  hauian  dicho  lo  que 
passamos  y  más  lo  que  quisieron,  yo  poi-  en- 
cubrir secretos  descubrí  celada. 


COMEDIA  LLAMADA  FLüRlNExV 


279 


2Iar.—Y  amia  ya,  que  a  ruí,  que  las  vrdo  y 
tramo,  no  ay  que  me  encul»rir,  pncs  al  fin  lo 
lie  de  sabor;  por  esso  en  breue  me  di  lo  aue 
passó. 

Jusí. — Pues  ya  te  abrí  el  camino,  quiero  que 
lo  sepas  de  mí,  porque  teniendo  qué  nje  agra- 
descer,  teníjas  obligación  a  callar.  Sabrás  que 
Belisea  y  Floriano  nos  desposaron  a  Polytes  y 
a  mí,  e  yo  los  desposé  a  ellos  por  vna  buena 
cautela.  En  sumnia  es  esto,  y  no  passó  más. 
hasta  que  ellos  se  fueron,  y  nosotras  nos  que- 
damos, con  más  de  que  han  de  boluet  la  noche 
que  viene.  E  créeme  que  no  haurá  más  que  te 
contar  para  otro  dia  ni  otros  dias,  aunque  más 
vengan  a  menudo. 

llar. — Muy  espantada  y  alegre  me  has  pues- 
to con  lo  que  me  has  contado,  Pero  espantóme 
de  que  no  sólo  no  ouo  más,  pero  que  aun  res- 
pondes por  lo  de  adelante.  Pues  cata  que  los 
tiempos  y  aun  las  complexiones  y  las  condicio- 
nes se  varian  a  las  vezes.  Pero  no  mira  mi  Jus- 
tina (que  entre  nosotras  puede  passar)  cómo  sa- 
le verdadero  lo  que  1«  s  hombres  dizen  de  las 
mugeres:  que  aquella  [es]  casta  que  no  es  ro- 
gada, y  aquella  no  es  hauida  que  no  es  comba- 
tida de  la  importunidad  del  varón.  Porque  si 
bien  miras  en  ello,  quién  pensara  que  todo  el 
mundo  derrocara  a  Uelisea?  quién  algún  tiem- 
po la  osara  hablar  de  amor  de  varón?  quién 
presumiera  pensar  inclinar  la  a  la  menor  de  las 
desembolturas  que  agora  haze?  qué  rey  ni  ca- 
uallero  pensara  hallar  la  audiencia  que  agora 
Floriano,  con  las  circunstancias  que  tú  más 
haurás  visto?  qué  te  paresce?  qué  me  dizes  a 
esto?  Cata  que  estas  y  otras  cosas  tales  hazen 
hinchir  a  los  sueltos  eseriuientes  los  libros  de 
las  inconstancias  de  nosotras  las  mugeres.  Y 
pues  haziendo  lo  que  te  mandó  tu  señora,  no 
tienes  culpa;  dime,  dime,  no  estoy  en  lo  cierto? 

Just. — Doy  a  la  maldición  esta  muger,  que 
tan  calada  y  ciertamente  dize  lo  que  es  la  nns- 
ma  verdad. 

Mar. — Anda  ya,  no  te  me  corras  por  lo  que 
acierto,  ni  me  hables  entre  dientes;  dime  si  ay 
en  qué  me  retracte  por  mentirosa? 

Just.—  Que  no  sé  qué  te  decir  en  contra  de 
lo  hablado,  porque  te  prometo  que  pocos  dias 
ha  que  tanto  miedo  tenia  yo  de  nombrar  le  el 
nombre  de  Floriano,  qiie  me  temblauan  las  car- 
nes en  pensar  que  ante  ella  se  ouiesse  de  hal)lar 
palabra  que  no  tractasse  de  cosa  de  sanctidad  y 
virtud.  Y  aun  para  hazer  la  dezir  el  sí  de  lo  que 
le  pedi,  aunque  ella  lo  annissi?,  no  fué  tan  fácil 
que  no  lo  oue  yo  de  otorgar  por  ella.  De  mane- 
quo  no  creo  que  hay  muger  de  su  suerte,  por 
que,  con  ser  yo  cierta  que  le  ama  y  le  quiere, 
no  querría  querer  le  fuera  de  amor  virtuoso. 
Ansij^que  quiere  y  no  quiere;  busca,  y  teme 
hallar:  goza,  y  huye  el  gozo. 


Mar. — Anda,  que  todo  es  no  lo  quiero,  no  lo 
quiero,  etc.  Y  muchas  vezos  las  mugeres  nega- 
mos lo  que  se  nos  pidí',  desseando  que  se  nos 
pida.  Y  esto  es  porque,  aunque  sea  a  costa 
nuestra,  queremos  que  nos  compren  caro,  a 
quien  rogando  nos,  nos  querriumos  entregar  si 
la  vergüenza,  y  grauedad.  y  la  honra,  y  en  al- 
gunas el  temor,  no  anduuiesse  de  por  mcilio.  Y 
ansi  muchas  querriauíos  que  nos  tomasscn  por 
fuerza  (por  desculpa  nuestra)  aquello  que  ro- 
gando nos  y  pidiendo  nos,  o  lo  neiíamos,  o  no 
lo  couceden)08  dissimulando.  E  si  te  paresce 
que  no  digo  bieu,  enmiéndame. 

Just.-  Dizcs  tanto  y  tan  bien  en  nuestro 
nial,  que  por  mi  parte  n<j  quisiera  que  nos  oye- 
ra algún  liond)re  por  mucho,  porque  no  apren- 
diesse  a  cómo  nos  tener  en  poco. 

Mar. — E  aun  porque  no  le  ay  que  nos  ova, 
hablo  yo  a  rietula  suelta,  porque  más  verdades 
se  han  de  saber  que  dezir  en  todo  tiempo.  Pero 
dexando  esto,  mira  si  duerme  Belisea,  y  si  que- 
rrá que  la  vea? 

Just. — Anda  acá,  y  ver  le  hemos  entramas; 
porque  si  no  duerme,  esto  sé  de  mi  señora,  que 
podras  entrar  sin  portero,  lo  que  no  todos  tie- 
nen con  ella.  Pero  oye,  que  hablando  está,  y 
qui^a  será  entre  sueños,  como  los  negocios  im- 
portantes suelen  quedar  en  los  fantasmas  y  so- 
ñar los,  y  aun  ublar  los  la  persniía  entre  sueños. 

Mar.  —Pues  entra  passito,  oyamos,  porque 
si  duerme  sería  lástima  quitar  le  el  sueño  de 
que  deue  ella,  y  aun  tú,  andar  hambrientas. 

Z>'¿/.— Dime,  dime,  pues,  ya,  mi  señor  padre, 
qué  piensas  hazer  de  mí,  tan  mala  hija,  tan  des- 
cuydada,  tan  mal  gouernada,  tan  sin  acuerdo  de 
sí  mesma,  en  dar  el  sí  suyo  a  nadie  para  siem- 
pre, sin  el  tuyo  tener  primero?  Pero  mira,  mi 
buen  piadoso  viejo,  que  yo  no  lo  hize;  salteada 
fuy,  requerida  fuy, pidieron  me  palabra  de  loque 
no  pense,  y  aun  también  yo  tengo  el  sí  suyo  de 
ser  mió;  pero  él  no  tiene  mi  sí  de  ser  aún  yo 
suya.  Pero  qué  digo?  grande  pena  meresce  la 
culpa  que  agora  cometi  en  dezir  esto,  que  si  no 
le  di  el  sí  de  la  palabra,  di  le  el  consentimiento 
y  complacencia  de  la  voluntad  Y  entonces  lo 
liize,  y  agora  lo  aprueuo,  y  agora  y  siempre  soy 
tuya;  mi  buen  Floriano.  Que  de  Floriano  soy, 
por  suya  me  confiesso,  y  suya  seré,  y  por  suya 
quedé,  y  por  suya  me  glorificaré  iiasta  la 
muerte.  Perdona  me,  mi  bien  querido,  en  hauer 
puesto  en  plática  por  duda  lo  que  confiesso  y 
confessaré  hasta  la  muerte.  Pero  ay  de  mí,  que 
si  tú,  mi  Floriano,  me  oluidas.  yo  soy  nnierta, 
y  si  doy  el  gualardon  (|ue  tu  buen  amor  me  pi- 
de y  meresce,  yo  soy  perdida.  Pero  pues  menos 
daño  será  en  que  yo  nniriendo  por  ti  gane  hon- 
ra tu  fiel  amante,  que  no  en  dar  desiiíuira  de 
mi  linaje  en  hacer  lo  que  el  mundo  dirá,  que 
me  amengüé  e  abati,  aunque  yo  pensé  que  ga- 


280 


orígenes  de  la  novela 


naria,  espera  me,  señor  mió,  recibe  contigo 
este  spirita  y  voluntad,  dexando  este  cuerpo 
para  uii  pudre  limpio  e  sin  quiebra,  y  mandan- 
do y  euconiendando  el  alma  a  Dios  que  me  la 
dio  y  compró.  Ay,  que  aunque  me  llama  la 
muerte,  la  espero  y  recibo  muy  ale^^re,  por  sa- 
ber que  les  queda  a  mis  parientes  su  sangre  en 
mí  limpia,  y  mi  cuerpo  entero,  y  tú  me  licuarás 
esta  voluntad.  lluego  te  que,  quando  vengas  a 
me  ver,  que  si  me  hallares  muerta  sin  ti,  pidas 
y  llenes  este  mi  cora^ou  que  por  tuyo  le  tengo, 
y  a  ti  le  mando  entregar  y  restituyr,  pues  mu- 
rieiub)  dii^n  que  soy  del  mi  Floriano, 

Mar. — O,  qué  razones  de  amante  tan  delica- 
das! o,  con  qué  sospiro  tan  del  corafon  ha  ca- 
li., do! 

Just. — Ay,  mezquina  yo,  qué  mal  tan  gran- 
de! llega,  llega,  que  tan  muerta  está  como  su 
madre.  Ay,  mi  señora,  ay,  mi  bien,  o,  desmam- 
parada yo! 

3Iar. — Calla  calla,  no  hagas  alboroto,  que 
desmayo  es;  que  si  miras  le  está  saltando  el  vi- 
no coraron,  que  paresce  que  se  le  quiere  yr  para 
donde  está  Floriano. 

Bel. — Ay,  quién  me  ha  llamado  de  la  lucha 
de  la  muerte,  con  el  nombre  de  aquel  que  me  da 
la  vida? 

Jast. — Esfuer9a  te,  señora;  mira  que  está 
aqui  Maree  11  a. 

B/il.  -Estás  ay,  Marcelia? 

Mar. — Aqui  (Stoy.  mi  señora:  di  me  qué  tal 
te  sientes?  y  mira  si  manda-^  alijo  para  Fioriano, 
porque  en  dando  me  licenci.a  tú,  le  voy  luego  a 
ver  y  a  dfzir  le  qué  tal  qut^das. 

Bel.  — Ay,  no  le  digas  que  me  viste  mala, 
porqu'!  le  darus  pena 

Mar.  —  l*ups,  por  tu  vida,  mi  ang^l,  que  si 
no  ti'  mue<tras  más  SDlaxosa,  que  le  diga  como 
te  vi  tal,  que  temi  de  tu  vida,  y  con  e.'stii  él  que 
tanti)  te  ama,  dale  por  nuierto,  y  serás  tú  la 
cau-a  por  no  te  esforzar. 

Bel. — Yo  me  esforzaré;  c?,lla,  qne  buena  es- 
toy, sana  me  liallo;  que  no  te  espantes  que  tan- 
ta furia  obr  •  tanto  en  vn  tan  flaco  supuesto  co- 
mo el  uíio.  PtTo  dime.  qué  busras  por  ac  i?  y  si 
sabes  qué  tal  está  aquel  cauallero  a  quien  tú 
denos  nnu-ho? 

Mar.  —Bueno  está  al  qne  deuo  mucho,  y  de 
quien  espero  de  hauer  muy  mayores  mercedes, 
después  que  tú  le  des  vna  deuda  qne  de  amor  y 
esposo  que  le  eres  obligada. 

Bel. — Qué  deuda  es  essa,  para  salir  della?  y 
cómo  sabes  tú  que  la  deuo  en  essa  manera  de  ¡ 
contracto?  j 

3Iar.  —A  mi,  qne  sé  muchas  cosas  de  mu-   ' 
cho>?  que  ellos  no  me  descubrían  de  su  buena   i 
Vfduntad,  no  preguntes  cómo  sé  esto,  pues  sa- 
bes  que  la  sé.  La  deuda  que  le  deues,  si  ya  no   >; 
me  entendiste,  temo  el  dezir  te  la.  ' 


Bel. — Si  es  porque  está  Justina  presente, 
ella  se  saldrá  luego  fuera,  aunque  no  ay  cosa 
que  a  mí  se  me  pueda  dezir  que  ella  no  pueda 
bien  oyr  la. 

/«sí.-— Señora,  antes  será  bien  que  yo  salga 
a  guardar  que  no  entre  nadie,  porque  yo  huelgo 
que  te  alegres  a  solas  con  Marcelia.  Como  que 
yo  no  entendí  ya  la  deuda  del  matrimonio,  que 
ella  entendió  también,  que  le  dixo  la  otra!  Y  aun 
asuadas  que  si  Belisea  toma  los  consejos  de  la 
qne  tiene  delante,  que  presto  sane  en  la  sen- 
sualidad la  concupiscible,  y  aun  enferme  la  ra- 
zón en  la  voluntad  con  la  obra  de  fuera.  Pero 
allá  lo  ayan:  su  alma  en  su  palma.  No  diga,  des- 
pués de  resfriado  el  gozo:  tú  me  engañaste,  por 
ti  me  perdi;  de  manera  que,  salida  la  preñ<  z  a 
luz,  lo  pague  Justina  en  tinieblas  de  prisión  o 
muerte,  o  deshonra,  o  malauentura;  porque  la 
soga  ha  de  quebrar  por  lo  más  flaco.  A  la  fe,  allá 
se  lo  aburugen  en  secreto,  que  de  tales  secre- 
tos ganancia  es  perder  la  parte. 

Bel. — Ea,  pues  estamos  solas,  por  qué  no 
me  dizes  qué  deuda  es  la  que  deuo  á  Floriano? 

Mar.  —  Deues  le  grande  amor,  grande  volun- 
tad, grande  fe. 

Bel.  —A  todo  esso  le  tengo  pagado  con  otro 
tanto;  porque  si  me  ama  como  a  sí,  yo  a  él 
más  que  a  mí;  si  me  tiene  voluntad,  yo  se  la 
di  toda  la  mia;  si  me  tiene  fe,  yo  me  negué  a 
mí  y  negué  a  mi  padre,  y  negaré  todo  el  mundo 
por  S()lo  su  amor. 

Mar. — Pues  para  coser  esse  vestido  de  amor 
falta  el  hilo  de  las  «ibras? 

Bel.  —  En  qué  más  obras? 

i/'í?'.— En...  en  dar  le...  en  dar  le  tú...  (^) 

Bfl.  —  Y  dilo  dilo,  acaba  ya. 

Mar.  -No  oso. 

Bel.  —  Luego  algún  mal  deue  ser  lo  que  di- 
zes que  le  deuo  de  dar,  pues  con  te  lo  rogar  no 
lo  quieres  dezir! 

Miir. — Ay,  angelito,  que  no  es  sino  la  mejor, 
y  mayor,  y  mas  estimada  jova  que  oy  de  ti  se 
le  podria  dar.  La  qual  él  hauiendo  y  tú  gozando, 
él  seria  el  más  felice  amante  de  la  casa  de  amor, 
y  tú  vna  de  las  gozosas  del  mundo.  Pero  agora, 
tú  enfermando  más  y  má-:,  él  es  el  más  })enado 
de  los  penados,  y  con  razón  penado,  hasta  que 
le  des. . 

Bel. — Dime  ya  el  qué. 

Mar. — La  joya  preciosa  de  tu  cuerpo. 

Bel. —  Con  razón  lo  dudanas  dezir.  Pero 
dime:  quien  le  da  del  cuerpo  el  cora9on,  y  le 
da  las  entrañas,  y  le  da  la  memoria,  y  le  da  el 
entendimiento  y  le  ha  dado  la  voluntad,  y  le  dará 
la  sangre  toda,  y  le  dará  la  vida,  qué  don  le 

O  Lo  que  señalamos  con  pu  tos  suspensivos  está 
indicado  en  el  original  con  comas:  una  coma  en  cada 
lugar. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


281 


daria  en  dar  le  el  desmamparado  muerto  cuerpo 
de  tierra?  No  te  parisce  que  le  liaría  injuria 
dar  le  en  muestra  de  amor  el  cuerpo  muerto, 
teniendo  él  en  raí  por  suyo  todo  lo  que  en  el 
cuerpo  viue? 

^fa7•. — Ay,  la  mi  señora,  que  más  muestran 
sentir  tus  respuestas  viuas  de  mis  dichos  que 
saben  dezir  mis  [lalabras.  Pero  mira  que  el  que 
da  parte  al  amante,  y  reserua  para  si  parte, 
muestra  que  no  le  ama  en  todo. 

Bel. — ¡io  te  entiendo;  porque  si  dizes  de  la 
conimunieacion  de  los  que  se  aman,  no  es  nmes- 
tra  de  defecto  en  amar  el  no  communicar  lo  que 
no  suftre  communicacion  dentro  los  límites  drl 
tal  amor. 

iV((r.  -  O  qué  plazer  es  hablar  contiíjo,  pues 
aniñas  al  eniendimientn  de  quien  te  habla,  ]>ara 
que  sepa  hablarte.  Y  ansi  quiero  dtzir,  pues 
dizes  que  no  me  entiendes,  que  o  a  Floriano,  que 
te  tanto  ama,  le  amas  como  a  hombre  o  como  a 
ángel? 

Bel. — Amo  le  por  hombre,  y  paresce  me  más 
que  ángel. 

Mar. — Pues  liif^go  has  le  de  communicar, 
como  a  amado  hombre,  lo  ',ue  la  aniauíc  nmgcr 
tiene  coinmunicable  en  el  tal  amor  con  el  tal 
amado.  Y  el  amante  homhre,  por  consiguiente, 
ha  de  communicar  con  la  amada  mniíer  lo  que 
el  tal  amante  h(jmbre  tiene  debaxo  el  tal  amor 
communi  able. 

Bfl.—  Pues  essa  rcfl'  xiua  communicacion,  en 
qué  consist? 

Mtíf. — Qué,  aún  hnzes  de  la  boua?  pues  es- 
pera. Los  amantes  entre  sí  han  de  coniniunicar 
las  Voluntades,  las  haziendas,  las  hablas,  la- 
conuersaciones  y  las  personas,  siendo  (como 
dicho  tengo)  el  amor  de  entre  hombre  y  muger. 
Porque  si  son  o  entramos  liomlires,  o  entramas 
mugeres,  como  tú  e  yo,  mal  podri¡imos  com- 
municar nos  en  todas  estas  maneras  de  commu- 
nicacion, pues  ialtaua  el  vinculo  de  la  vnion 
natural  de  los  cuerpos.  Pero  de  ti  para  Floria- 
no y  de  Floriano  para  ti,  faltanilo  alguna  de 
las  sobrediehas  condiciones,  no  ay  comniunica- 
ble  cierto  amor,  y  muy  menos  si  la  communi- 
cacion ha  de  ser  de  amores,  como  la  de  vos- 
otros (Dios  os  guarde  tan  para  en  vno)  se  per- 
mite faltar  la  principal,  que  consiste  en  la  coin- 
niunicacion  de  los  cuerpos  y  personas,  de  don- 
de resulta  la  gloria  ygual  en  los  amantes.  Y' 
pues  ya  no  creo  que  dexarás  de  hauer  me  enten- 
dido, si  quieres  entenderme,  y  tú  sanar,  digo, 
concluyendo,  que  pues  tú  toda  te  llamas  de 
Floriano,  y  Floriano  es  todo  tuyo,  tú  le  deucs 
a  él  dar  quanto  tienes,  y  él  a  ti  qnanto  })ue- 
de.  Porque  esta  ventaja  tiene  la  nniger  en 
el  mostrar  el  tal  amor:  que  ella,  amando,  puede 
dar  quanto  tiene,  y  él  quedar  certificado  de  que 
86  le  da    todo  lo   exterior;   pero  él    puede   dar 


quanto  el  puede  en  tal  caso,  y  no  qnanto  ellas 
quieren.  Y  esto  mejor  te  lo  declarará  la  expe- 
riencia comnninicaiidolo,  que  no  mi  lengua  par- 
landolo.  i'ero  créeme,  mi  amor  (mira  Dios  te 
guarde  que  eres  niña,  e  yo  ya  tengo  n)ucha8 
experiencias  en  estoque  tracto,  y  muchas  laze- 
rias  en  lo  que  vino),  que  mientras  te  picares  de 
estar  te  entera  toda  tu  vida,  que  entera  te  que- 
marás, y  entera  te  dessearás,  y  entera  te  des- 
harás, y  entera  te  comerá  la  tierra,  y  al  cabo  al 
cabo  (pues  no  ay  quien  nos  ova),  esso  que  tú  ya 
me  entiendes,  para  comnmnicarlo  con  el  varón 
te  lo  dio  Dios  a  ti,  y  a  nn',  y  aun  a  la  rejna. 
Pues  allende  de  8<  r  natural  la  tal  communica- 
cion para  el  augmento  de  las  razónales  criatu- 
ras, dizen  (y  aun  digo  que  sé  que  es  ansi)  que 
en  esto  naturalmente  dessea  la  muger  al  varón, 
como  la  tierra  seca  el  agua  para  produzir,  y  la 
materia  a  la  forma  para  ser  informada  de  ser 
perfecto.  Y  si  tú  quisieres  ser  sana  de  todas  tus 
indisposiciones  interiores  y  exteriores,  haz  lo 
que  digo,  y  culpa  me  si  mal  te  fuere,  y  lual  te 
supiere,  y  con  esto  callo. 

Bel.  -  Tanto  dizes  y  tanto  rodeas,  que  aun- 
que no  quieran  te  han  de  entender  hs  que  te 
escucharen,  y  aun  creer  te  los  que  te  entendie- 
ren, y  precipitar  se  los  que  te  creyeren.  Pero  di, 
Marcelia,  y  la  honra  de  la  donzella? 

Mar  —  Que  la  ponga  en  j'oder  y  guarda  de 
su  marido  cuya  es  más  al  proprio. 

Bel. —  Peligrosa  estás;  y  porque  veo  que  me 
derruecan  lus  persuasiones  a  creerte,  y  de  tal 
creer  saldría  la  olira,  y  de  tal  obra  mi  perdi- 
miento, porque  no  tengo  por  muy  limpiüS  tus 
palabras,  ni  por  en  todo  sanos  tus  consejos  para 
un',  eesse  esta  plática.  Y  porque  hutlgoque  se- 
pas con  todo  esso  que  amo  y  quiero  a  Floriano 
más  qiT»  podria  dezir  te,  ve  me  le  a  visitar,  y  la 
visita  sea  de  mi  parte.  Y  no  le  digas  que  estoy 
mala,  pues  si  lo  estune,  fue  hasta  que  me  dixis- 
te  que  él  estaña  bueno.  Y  llena  le  este  anillo  que 
yo  me  quito  del  dedo  del  coracon,  j'ara  ver  si 
con  traer  le  él  toriuirá  a  cobrar  la  virttid  que 
esta  piedra  solia  teniT  para  el  nnd  de  compon, 
aunque  no  de  los  males  y  de  la  qualidad  del 
mió,  cuya  rniz  del  mal  procede  de  la  infecio- 
nada  voluntad,  heriila  del  sensual  quer<r.  Y 
digo  que  le  digas  que  se  le  doy  tn  señal  que 
quedo  por  suya  atendiendo  le  para  el  quando 
me  prometió,  e  yo  le  atendere  la  palabra  que  de 
mí  tiene,  y  agora  de  nueuo  le  torno  a  dar  por 
ti.  Y  tú  toma  por  la  vista,  y  porque  te  hago 
eniliaxadora  de  erran  entidad,  que  es  del  crédi- 
to de  mi  voluntad.  Y  quiero  que  de  mi  mano 
llenes  esta  cadena  de  oro.  con  esse  joyel  de 
piedras  ricas,  y  que  pues  le  quito  yo  de  mi 
cuello,  le  ponidas  tú  al  tuyo,  y  ve  con  Diíis,  que 
vendrá  mi  padre  como  suele,  y  llama  me  luego  a 
Justina,  que  me  dé  de  vestir. 


282 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


A[a)\ — Yo  voy  con  tu  gran  merced,  v  con 
mucha  mayor  e8peran9a,  a  cumplir  tu  mandado, 
pues  sá  que  seré  bien  recebida,  y  aun  gualardo- 
nado  mi  camino  allá. 

Just. —  Buena  sales  hecha  dama  con  tu 
joyel. 

Mar.' — Porque  sé  que  no  te  pesa  que  me  la 
hayan  dado  le  f-aqué  ansi  como  me  le  pusieron, 
hasta  que  le  viesses  tú,  y  luego  doy  con  él  en  la 
bolsa.  Y  tú  entra  a  dar  vestido  a  Belisea,  y  ale- 
gra la,  y  alégrate,  que  también  daré  tus  enco- 
miendas, hasta  que  presto  veas  al  tu  joyel  que 
tú  tienes  en  tanto  y  más,  y  con  razón,  que  yo 
éste.  Pues  éste  cumplirá  mis  necessidades,  y 
aquél  cumplirá  tus  placeres;  y  pues  ansi  te  me 
acoges  de  vergüenza,  ve  con  Dios.  Agora  digo 
yo  que  no  creo  en  sueños,  pues  tan  al  contrario 
me  salieron  en  bien,  de  tanto  mal  como  ellos  me 
representaron.  Pues. aun  yo  seguro  que  el  ani- 
llo que  no  me  rente  poco.  He  alli  el  Despense- 
ro, mi  sueño  del  todo  mentira,  y  aun  la  de  Ful- 
minato salió  más  aprouada.  Visto  me  ha:  quie- 
ro guardar  estas  joyas  porque  quÍ9a  no  las  co- 
nozca, ni  aun  no  presuma  cobdiciarlas,  como  el 
otro  necio  mis  ganancias;  porque  dizen  que 
ojos  que  no  veen,  coraoon  no  dessea. 

Desp. — A,  señora,  y  por  acá  estaua  tanto 
bien? 

Mar.  —  Bien  o  mal  (como  dizen)  mi  casa  le 
sabe;  pero  gran  rato  ha  que  entré  a  ver  a  Be- 
lisea. 

Gris. — Yo  bien  te  vi,  señora,  pero  pense  que 
eras  otra,  como  andays  las  mugeres  quando 
quereys  tan  arrebo9ada8,  que  aun  el  marido  no 
c'onoscera  a  su  propria  muger. 

J/a?'.— Ni  aun  con  todo  esso  a  vosotros  los 
hombrea  espantamos  para  que  nos  dexeys,  ni 
aun  ansi  nos  podemos  encubrir  de  los  ojos  pla- 
ceros vuestros. 

Desp. — Los  ojos  para  mirar  los  dio  Dios  al 
hombre. 

Mar, — Dexemos  essas^'pláticaa  agora,  y  digo 
que  huelgo  que  me  mintieron  de  vosotros  vnas 
ruynes  nueuas. 

Desp. — Qué  tales? 

Mar. — Que  os  hauian  muerto  a  entramos 
esta  noche,  y  aun  yo  que  auia  soñado  vn  sueño 
que  salia  a  ello. 

Desp. — Por  esso  dizeti  que  no  creas  en  sue- 
ños. Pero  quién  te  pudo  dezir  tal? 

Gris. — El  valiente  de  la  capa  de  anoche  seria. 
.  Mar.  —  Quién  era  esae? 

Desp. — Fulminato,  que  si  le  preguntas  a 
Grisindo  qué  pies  tiene,  haurás  ¡ilazer. 

G^m.— Pregunten  lo  a  él,  que  le  valieron  los 
pies  que  no  le  alcanoasse,  aunque  me  tengo  por 
suelto  Pero  de  su  valentía  dará  testimonio  la 
capa  que  arrojó  al  Despensero,  pensando  que 
era  toro. 


Desp. —  Callemos  en  esto,  que  tehgo  pena 
porque  no  le  cogi. 

Gris. — Por  Dios  que,  según  corre,  que  no  le 
tomen  si  no  es  con  lazos.  Pues  dezir  que  él  es- 
perará a  vn  rapaz  que  le  haga  rostro,  es  por 
demás. 

Mar.—  No  acabo  de  espantar  me  de  ver  sus 
embustes;  que  oy  me  dixo  que  le  hauian  salido 
vn  tropel  de  ellos,  y  que  a  los  dos  que  alcanzó 
dexó  muertos,  y  que  al  vno  conoscio  con  las 
candelas  que  sacaua  la  gente  al  ruydo  por  las 
ventanas,  y  es&e  dixo  que  eras  tú. 

De-^p. —  Pues  pf>rque  para  que  rias  bien  lo 
que  passó,  y  comiences  a  creernos,  muchacho, 
baxa  essa  capa  de  grana  que  está  sobre  essa 
mesa,  y  otro  dia  conosce  quién  es  cada  vno,  y 
toma  la,  señora,  o  mira  si  mandas  que  te  la 
llene  este  mo90.  Y  esta  noche  nos  ten  por  com- 
bidados  a  cenar,  que  yo  mandaré  llenar  todo 
recado  a  tiempo.  Y  sobre  cena  oyras  lo  que 
passa,  y  aun  con  determinación,  que  si  le  cojo 
de  camino,  que  él  me  pague  hecho  y  por  hazer. 

Mar. —  No  cures  de  enojos;  pero  ven  quando 
mandares,  con  que  no  vayas  con  gran  tropel. 

Desp. — Grisindo  e  yo  solos;  por  esso  ve  con 
Dios. 

Mar. — Yo  me  voy^  y  lleno  la  capa  so  el 
manto,  porque  si  la  veen  al  mo90,  es  conoscida, 
y  descubrir  se  ha  la  celada. 

Desp.  -  Haga  se  como  mandares;  ve  con  Dios. 

Gris.  -  Qué  aguijar  llena  el  diablo;  grandes 
tramas  deue  de  vrdir  con  Belisea. 

Desp. — Alia  se  lo  hayan,  mugeres  son:  ellas 
se  entienden.  Subamos  si  quieres,  que  se  nos 
enfriará  el  almuerzo,  que  nos  aguarda  sobre 
la  mesa. 

Gris. — Vamos  luego,  y  acuerda  te  de  la  cena 
que  sea  con  tiempo. 


ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XXXVI 


Vendo  Marcelia,  y  subiendo  sin  llamnr  en  su  casa,  asconde  la 
hija  vn  estudiante  en  vna  na'>sa  de  pluma,  y  haze  a  la  madre 
eucieyeiite  que  tiene  allá  la  criada  de  Gracilia  liuvda.  Vase 
Marcelia  a  reñirá  la  Gracilia  por  la  criada;  entiondo  lo  Gra- 
cilia, y  dissimula  con  Marcelia.  \'ase  Marcelia  a  Floriano  con 
su  mensaje  de  Hclisea.  Gracilia  va  a  Lib/ria,  y  echan  el  estu- 
diante fuera  de  mala  manera. 


MaiíoEma,  LiDEttiA,  Gracilia,  PiñEL, 
Estudiante!. 

[il/ar.]  —  O,  quán  dichosa  he  estado  oy  en 
Venturas.  Y  pues  oy  todo  me  va  de  bien  en 
mejor,  quiero  aguijar  tras  la  fortuna,  e  yr  a  mi 
casa  a  solo  dejar  estas  preseas,  y  caminar  por 
la  ganancia  que  es})ero  de  Floriano.  Pero  qué 
encerrada  esta  mi  hijuela,  y  otras  vezes  tiene 
toda  la  casa  de  par  en  par.  Ta,  ta,  ta.  Asuadas 
que,   según   sus   cuj'dados,   cjue   duerme   elU 


COMEinA  LLAMADA   FLOKINEA 


288 


agora.  Quiero  ver  si  podra  caber  me  la  mano,  y 
abrir  esta  aldaua  desta  escalera.  Bien  está, 
[a]  un  hasta  eu  esto  time  dicha  de  abrir  tan 
presto,  y  por  tanto  dizen  que  es  peligroso  el 
ladrón  de  casa. 

Lib. — Ay,  mala  landre  me  mato,  desdichada 
y  perdida  yo,  que  mi  madre  suena  ya  arr¡l)a. 
Ay,  señor,  por  la  passion  de  Dios,  que  te  nietas 
en  aquella  nassa  de  aquel  rincón  que  está  a  lo 
obscuro,  porque  mi  madre  luego  entrará  acá  en 
la  cámara.  Y  en  tanto  yo  salgo  a  detener  la  en 
palabras.  Ay,  Jesús,  madre,  y  cómo  abres  ansi 
la  puerta  sin  llamar,  que  toda  me  has  turbado 
de  miedo,  que  pense  que  era  otro. 

M'ir. — Mas  esta  te  tú  doruiiendo  al  cabo  de 
medio  dia,  que  ansi  se  haze  la  labor! 

Li'b.—  Mejor  me  ayude  Dios  que  dormía. 

Mar. — Pero  acechauas  (')  los  ratones.  Mas 
con  todo,  qué  suena  en  la  cámara?  espera,  veré 
quién  es. 

Lib. — Oye,  madre,  lo  que  passa.ques  vna  jio- 
quedad,  que  hauras  vergüenza  de  oyrlo. 

Jlar.  —  Qué  es? 

Lib. — De  mi  prima,  que  porque  le  quebró 
la  su  muchacha  vn  cántaro,  la  dexó  medio  muer- 
ta, y  ella  se  me  acogió  a  casa,  tal  que  no  esté 
de  uer;  que  por  mi  vida  si  ella  se  fuera  a  los  al- 
caldes (como  quiera  si  yo  la  dexara),  que  no 
le  fuera  bien  a  mi  prima;  en  especial  que  esta 
es  vna  muchacha  callada,  y  esclaua  en  seruicio, 
y  sabe  quantas  flaquezas  ay  en  mi  prima.  Mira, 
pues,  si  fuesse  con  ellas  a  pla^a,  qué  ganaua 
mi  prima,  que  no  sabe  suffrir  algo. 

Mar. — Pues  qué  es  de  la  mo9a? 

Lib. — Ay  la  tengo  medio  por  fuer»;a,  que 
desque  te  oyó  llamar,  pensando  que  era  su  ama, 
se  me  abscondio.  Pero  como  ya  te  reconoscimos 
ser  tú,  estaña  me  agora  rogando  que  no  te  di- 
xesse  nada,  y  creo  que  se  metió  tras  tu  cama, 
más  arañada  la  cara  que  no  sé  qué  me  diga. 

Mar. — Anda,  saca  la  acá. 

Lib. — Ay,  madre,  por  amor  de  mí  y  por  el 
siglo  de  mi  padre  que  no  la  afrontemos,  porque 
se  encomendó  a  mí  que  la  encubriesse,  y  mejor 
será  que  por  bien  yo  la  torne  a  mi  prima,  que 
no  que  se  nos  huya  de  entre  manos. 

Mar. — Pues  luego  esté  se,  que  yo  la  dexaré, 
y  quiero  entrar  allá  a  desembarafiír  me  desto 
que  traygo. 

Lib.  —Pues  daca,  que  yo  lo  pondré  allá. 

Mar. — Y  calla,  boua,  que  pues  ella  está  es- 
condida e  yo  no  la  buscaré,  mejor  es  que  me 
vea  entrar  y  que  no  la  veo  ni  hago  caso  de  ella. 
y  ansi  no  pensará  que  yo  se  que  está  dentro.  Y 
luego  en  saliendo,  yre  a  tu  prima,  y  la  daré  vna 
mano  sobre  ello  de  lengua. 

Lib.~0  soberana  virgen   sancta  Maria,  y 

{*)  En  el  original ,  acehavns. 


guarda  me  oy  con  mi  honra,  que  yo  no  osaré  en» 
trar  con  ella  <lentro,  porque  si  halla  al  oUx>,  yo 
no  paro  en  esta  casa. 

Mar. — Dime,  Liboria,  por  qué  no  ha%es  es- 
ta cama?  que  paresce  que  puercos  la  ho<,'ftron. 
Eu  toda  tu  vida  has  d<^  ser  para  nada;  cata, 
hija,  que  las  mocas  han  de  ser  calladas,  y  dee- 
enibueltas,  y  sufi'ridas,  y  estar  eu  su  casa,  y  no 
andar  de  vezino  en  vczino,  y  cata  que  disen, 
que  oy  te  reñire  y  mañana  te  hahigaré. 

Lib. — Por  mi  salud  que  aquella  plática  en- 
doreca  mi  madre  a  la  mo^a,  que  piensa  que  es- 
tá allá  escondida. 

.]far. — Este,  joyel  quiero  guardar  en  este  co- 
fre mió  (que  la  capa  aqui  se  quedará  sobre  esta 
cama  hasta  que  yo  buolua,  que  la  coja  y  la  guar- 
de). Pero  cata,  qué  diablo  de  loba  es  esta  que 
está  en  este  estradillo  de  mi  cama?  y  qué  por- 
quería tan  grande!  Jesús,  Jesús  que  hedor  de 
orines!  que  el  jarro  está  derramado.  O,  maldita 
sea  esta  lebronaza,  que  de  vn  dia  para  otro  se 
los  dexa  en  el  jarro,  que  basta  a  dar  pestilencia 
tal  hedentina.  Di,  maldita  tú  soas,  que  huyen- 
do salgo  de  tal  hedor,  no  pue<les  derramar  los 
orines  luego  de  mañana?  y  aquella  loba  que  alli 
queda  cuya  es,  o  cómo  está  aíli? 

Z/¿. — Luego  no  te  lo  he  dicho? 

Mar.  -  Y  qué? 

Lib. — Que  diz  que  queda  vn  abad  o  estu- 
diante en  casa  de  mi  prima,  y  ella  que  dio  en  la 
moca,  y  la  ni<t<;'a  tomó  la  puerta,  y  con  su  loba 
a  cuestas;  a  gran  dicha  yo  que  asomé  a  la  puer- 
ta la  vi  que  se  yua  a  presentar  y  a  quexar  al  al- 
calde Ronquillo,  y  Ileuaua  la  loba  para  testigo 
de  las  cosas  de  mi  prima.  Por  esso  mire  si  hize 
chico  bien  en  detener  la  mo^a,  según  yua  deno- 
dada y  mal  parada,  y  con  su  loba  a  vista  do  to- 
do el  mundo. 

Aíar.  —  Que  esso  passu? 

Lib. — No  te  añado  punto. 

.}far. —  O,  maldita  sea  aquella  loca,  que  nun- 
ca mirará  lo  que  haze,  que  todo  piensa  que  es 
ser  de  su  llaneza  de  condición!  O.  lii  de  puta, 
pues  y  a  qué  paxaio  se  yua  la  muchacha!  si  vi'ia 
vez  entrara  en  este  barrio,  por  nuestros  pecca' 
dos  que  hallara  razonable  presa.  Y  aquella  ne- 
cia, después  de  que  él  la  eche  la  garra  y  la 
afrente  en  Dios  val  con  su  sentenciar  en  cerco, 
busca  me  por  ay  la  suelda. 

Lib. — Y  aun  por  caso,  madre,  hiee  yo  lo  que 
he  hecho. 

Mar. — líezifite  lo  mejor  del  mundo.  Dame 
acá  la  loba,  y  licuar  se  la  he  so  el  manto,  y  diré 
le  lo  que  no  quiera  oyr.  Que,  por  mi  vida,  que  a 
mi  sombra  está  tenida  y  honrada  y  acreditada, 
que  no  es  poco 'en  esto  barrio,  Y  mirad  vos  qué 
cuenta  diera  de  si  y  de  mí:  traer  rae  alcaldes  (y 
aun  tales)  a  mi  casa  y  la  suya. 

Lib. — 'Toma  la  loba,  aunque  me  parcSce  fue- 


284 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


ra  mejor  que  por  ella  viniera  mi  prima,  para 
qne  atisi  por  fuerza  yo  haga  los  perdones. 

Mar. — Y  calla,  boua,  y  si  está  el  dueño  en 
casa,  cómo  saldrá?  en  especial  si  ya  ayallá  eno- 
jos sobre  ella,  de  manera  que  los  vezinos  sean 
públicos  testigos  de  nuestros  occultos  defectos. 
Queda  te,  hija,  y  mira  por  tu  casa  y  por  la  hon- 
ra, y  no  me  aguardes  a  comer;  pues  tienes  har- 
ta vianda,  come  e  alaba  a  Dios.  Y  si  el  despen- 
sero embiare  algo,  adereoalo  todo  a  punto,  y 
aun  si  vieres  que  es  menester,  llama  a  tu  prima, 
o  si  no,  essa  su  mo9a  que  te  ayude. 

Lib. — O,  bendita  sea  la  reynn  délos  angeles, 
que  de  tal  ))ielago  me  ha  sacado.  Pero  agora 
queda  otro  barranco,  en  que  sepa  nu  prima  oyr, 
y  Ruffrir,  y  dissimular  con  mi  madre.  Y  estotro 
asno,  maguera  polidillo,  y  qne  tanta  oiseadera 
tuno,  que  ni  guardó  loba,  y  quiera  Dios  que  la 
cobremos,  y  también  derramó  los  orines.  Abaxo 
me  voy,  para  que  si  torna  mi  madre,  y  allá  no 
se  hiziO  bien,  acá  lo  tornemos  a  soldar  de  otra 
manera 

Grac. — Dónde  bueno  por  acá  tan  sobarcada, 
señora  tia?  traes  algo  que  comer? 

Miv.  Traygo  que  reñir:  que  si  en  tu  casa 
te  hallara  címio  estás  a  la  jmerta,  tú  oyeras  oy 
de  mí;  a,  veamos  si  es  cosa  de  muger  cuerda,  y 
más  teniendo  el  estudiante  en  tu  casa,  arañar 
la  moca  porque  te  quiebre  vn  cántaro;  de  ma- 
nera que  si  tu  prima  no  la  tomara  esta  Inba, 
ella  yua  liuena  a  quexar  se  a  Ronquillo  de  ti,  tal 
que  no  yua  para  ver.  Por  tu  vida,  que  mires  más 
por  la  honra. 

Grac. — Ya,  ya,  algún  trasparameníodeue  te- 
ner mi  prima  en  casa,  y  quiso  escusarse  conmi- 
go; poique  mi  muchacha  bien  contenta  y  almor- 
zada fue.  Pero,  porque  no  lo  entienda  mi  tia, 
quiero  yo  dissimular  y  hazer  de  la  enojada. 

Mixr,  —  Pues  no  me  respondes?  paresce  te  que 
ponias  buena  tu  honra  y  aun  la  mia,  que  ten- 
go de  tornar  por  ti  de  audiencia  en  audienria? 

Grac-  Y  qué  podia  llenar  aquella  picuda, 
que  yo  la  quemaré  oy  la  lengua,  porque  vaya 
con  iiuenas  de  lo  que  la  persona  no  sospecha. 
Y  dado  que  algo  luiga.  es  para  los  ojos  de  Dios 
y  en  su  cas;i;  pero  aquella  nouelera,  golosa  pu- 
tilla,  yo  la  marcaré  oy,  aunque  en  tu  casa  esté; 
perdona  me  por  ello,  e  dexa  me  yr  por  ella. 

Mar. — Anda  ya,  loquilla,  no  juegues  ansí 
con  la  honra  con  rapazas,  que  dirán  lo  suyo  y 
lo  ageno.  Toma  la  loba  y  entra  te  luego  en  casa, 
y  despide  al  dueño,  y  reposa  te  y  loa  a  Dios,  y 
después  te  puedes  yr  con  tu  prima,  que  queda 
sola,  y  comereys  juntas,  y  aun  qui^a  cenareys, 
que  yo  voy  a  vn  pf  co  de  priesa,  y  no  sé  qué  es- 
pacio me  darán  allá.  Y  cata  que  no  me  lias  de 
dezir  a  la  mucha  ha  peor  que  su  nombre,  por 
esta  de  agora;  después,  si  otra  liiziere,  que  lo 
pague  junto,  como  el  perro  los  palos.  Y  queda 


te  a  Dios,  y  acoge  te  luego  con  esse  vestido,  que 
no  sabes  quién  passara  que  le  conozca,  y  te  oya, 
y  t¿  entienda  lo  que  passas  dentro  de  tu  casa;  y 
también  que  ya  sabes  qué  vezindad  tenemos  en 
este  baa'io,  que  todos  son  cintinelas  de  casas 
agenas. 

Grac. — Agora,  señora  tia,  ve  donde  vas,  que 
boluiendo  nos  veremos,  y  verás  que  no  soy  tan 
culpante  como  me  hazes,  por  el  dicho  de  vna 
muchacha;  pero  al  fin,  por  amor  de  ti,  yo  digo 
que  toda  mi  justicia  dexaré  en  tu  mano,  aunque 
mucho  me  violentas  en  no  me  dexar  en  mi  casa 
hazer  lo  que  deuo.  Pero  ve  con  Dios,  que  ella 
hará  otra,  y  pagar  lo  ha  todo.  Agora  que  es 
yda,  guardo  por  sí  o  por  no  la  loba,  que  siquie- 
ra por  la  infamia  que  me  cuesta  no  la  llenará 
con  tan  poco  rescate  el  licenciado  que  deue  te- 
ner mi  [irima;  que  poco  más  o  menos,  por  lo 
que  aquí  vi  este  día,  lo  imagino.  Agord  voy  a 
ver  qué  haze  mi  prima,  que  por  mi  salud  que 
toma  bien  el  officio  de  la  madre,  y  aun  que  las 
haze  y  las  cubre  bien,  y  aun  saca  bien  brasas 
con  mano  agena. 

Lib. —  Yii  no  paresce  nadie,  y  mi  madre  ya  la 
vi  yr  de  en  casa  de  Graciiia.  y  pues  deue  de  que- 
dar bien  soldada  la  quiebra,  pues  mi  madre  no 
boluio  a  mi,  quiero  yr  a  ecliar  le  de  la  nassa,  y 
aun  de  casa,  l'ero  mezquina  yo  que  no  sé  qué 
me  haga  de  la  loba! 

Grac.  —  Qué  liazes,  prima?  qué  alboroto  es 
este  tuyo?  y  el  con  qué  fue  tu  madre  a  mi?  Qué 
tienes,  qué  tienes  acá?  que  por  poco  lo  borrára- 
mos todo,  sino  que  quiso  Dios  que  luego  en- 
tendí en  las  pláticas  de  mi  tia  que  denlas  tú  de 
tener  algún  tras  paramento. 

Lib. — Ay,  mezquina  de  mí,  que  estoy  tan 
turba  la  y  cortada,  que  ni  estoy  para  menearme, 
ni  para  saber  responder  te;  pero  qué  fue  de  la 
loba? 

Grac. — Mas  di  me,  qué  fue  del  asno? 

Lib. — Ay,  mezquina,  que  en  la  nasa  de  la  cá- 
mara de  mi  madre  está. 

Gruc. — En  aquel  gran  cestón  que  está  en  lo 
obscuro  de  la  cámara? 

Lib. — En  aquel  donde  vaziamos  la  pluma  de 
vnos  cabe9iles  este  dia. 

Grac, — Hermoso  estara  en  suda  y  en  blan- 
do. Pero  asnadas  que  será  el  matriculado  de 
sant  Julián. 

Lib. — El  mesmo  es;  mala  landre  me  mate, 
que  de  importuno  no  pude  valer  me  del. 

Grac. — Pues  que  lo  pague  como  asno.  Por 
esso,  pues  [es]  el  gallillo  loquillo  de  los  requie- 
bros de  mi  puerta  destotro  dia,  dexa  me  con  él, 
que  la  loba  no  la  viste  él  más.  y  aunque  es  poco, 
por  ser  lo  que  yo  ci'eo,  ya  tú  se  lo  haurias  a  él 
págalo,  y  no  te  me  corras,  que  por  mi  salud 
que  hazes  bien,  porque  tan  donzella  te  pedirán 
agora  por  muger  como  antes.  Pero  dime,  qué 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


285 


haremos  antes  que  bnclua  tu  madre?  s¡  ya  ella 
no  lo  entendió  o  vio  o  Liannntó. 

Lib. — Ella  ni  puco  ni  nimlio,  sino  qne  nic 
creyó  qne  tiMiia  tu  nidcu,  y  que  le  tomé  iiqiiella 
loba  qne  llenana  de  no  sé  quién  qne  qnedana  en 
tu  casa. 

Gran. — Pnes  luego,  por  mi  salud,  que  pnos 
con  tú  Iiazerlo  lo  pago  yo  en  la  sospecha,  que 
yo  haga  de  la  bona  como  si  lo  oniera  hauido  él 
conmigo  lo  que  haurá  contigo,  si  él  no  i'ne  muy 
lerdo  y  tú  muy  bona,  aunque  no  te  tongo  por  tal. 

Lib.  —  Ay.  dexame  a  mí  si  hize  o  no  de  co- 
rrer tanto;  pero  mira  qne  sin  la  loba  no  le  echa- 
remos de  casa,  ni  aun  por  medio  del  dia  no  sé 
cómo  él  yra  en  cuerpo,  donde  todos  digan:  lie 
le  va  nuestro  licenciado.  Cata  que  más  hemos 
de  mirar  del  interés. 

Grac. — Agora  te  digo  que  estás  restituydo- 
ra  del  todo.  Pero  he  alli  a  Pinel,  qne  soldará 
estos  embarazos. 

Pin. — O  señora  Gracilia,  qué  mala  eres  de 
sacar  de  rastro! 

Grac. — Donde  no  estoy  no  parezco,  como  el 
rey,  pero  ya,  pues  Dios  te  traxo  a  tal  coyuntu- 
ra, ayndanos  a  ''char  t'uTa  vn  loco  qne  se  le  ha 
metido  en  la  cámara  de  mi  tia  a  mi  prima,  qne 
está  tanmañita  de  miedo  que  venga  sn  ma- 
dre y  piense  otra  cosa. 

Pin, —  Pues  vamos  luego,  porque  de  priesa 
vengo  a  te  Iiablar  dos  palabras. 

Grac  — Pues  dexa  nos  subir  a  nosotras,  y  si 
le  pudiéremos  haz^r  baxar,  Dios  que  bien,  y  si 
no,  snbiras  a  nos  fauorescer. 

Pin. — Aqui  aguardo  en  el  portal;  sea  presto. 

G/víc— Pnes  mira,  prinia,  qne  yo  hablaré 
alto,  de  manera  qne  él  piense  qne  soy  tu  ma- 
dre, y  verás  lo  que  oy  hago  por  ti.  A,  Lil)eria, 
di,  maldita  seas,  no  te  menearais  más  vn  dia 
qne  otro?  acaba  ya,  qne  viene  aqui  el  señor  mi 
primo  })nr  essa  nassa  qne  está  en  mi  cámara, 
que  ya  dias  ha  que  me  la  pide  para  echar  trigo. 

Lib. —  Y  tú  no  ves,  nutdre,  que  está  IKna 
qnasi  de  pluma? 

Grac.  —  Anda  ya,  maldita  seas,  Q?ié  como 
estuuiere,  que  tal  se  la  lie  mandado;  desemba- 
rázasela, no  le  hagas  agnardar,  que  están  ay  los 
hombres  que  la  han  de  llenar,  y  tú  ya  sabes 
que  él,  que  es  vn  renegado,  y  no  cabremos  aqui 
con  él  si  Inego  no  le  desembarazamos. 

Eitud. — O, al  diablo  encomiendo  estas  putas, 
y  si  no  me  tienen  peor  que  pato  con  pluma,  y 
aun  agora  que  me  aya  de  ver  nadie!  O,  qué  gran 
mal  es  andar  el  hombre  sin  armas!  qne  yo  sa- 
liera oy  de  manera  qne  lo  llenara  el  diablo  todo. 
Pero  no  creo  en  los  grados  qne  tetero  si  aqui 
está  mi  loba;  pero  pues  jo  tengo  el  pago  de  mi 
locura,  con  esta  capa  de  grana  me  cubro,  y 
boto  a  la  mano  de  Dios;  pero  no  sé  por  do  ten- 
go de  salir  ni  cómo. 


/•i/?.  — No  me  paresce  que  le  pueden  hazer 
baxar:  quiero  amenazar  le  de  acá.  Qué  es  del. 
qué  ts  del?  qne  tío  creo  en  tal  si  no  le  saco  el 
alma  si  allá  subo. 

JCstud.—  'No  es  cosa  ésta  de  parar. 

Grac.  —Ya,  señor,  no  aya  más;  dexa  le  por 
tu  vida,  no  cures  de  subir,  que  ya  va  por  la  es- 
calereja  del  corral  huyendo. 

Pin. — Descreo  de  mi  si  no  le  tengo  de  co- 
noscer  y  sacar  le  el  alma. 

Grac. — Ten  le,  Liberia,  ten  le.  no  suba  y  le 
mate;  qne  yo  miraré  por  esta  escalera  del  co- 
rra'ejo,  que  no  suba  nadie. 

Estad.  —  A.  la  fe,  esto  ya  va  de  hecho;  no  me 
atrampen  oy  en  esta  casa  puta:  salgo,  qne  más 
vale  vergüenza  en  cara,  etc. 

Grac. — Ay,  ay,  Jesús,  Jesús,  el  ladrón,  qne 
llena  hurtnda  la  capa. 

Pin. — Esto  ya  va  de  veras;  subo  a  ver  qué 
es.  Qué  es  esto,  señora  Gracilia,  como  estás  tan 
emplninada? 

Grac. — Ay,  que  va  el  loco  y  ladrón  con  su 
capa  colorada  arrebozado  y  sembrando  jiinma, 
y  veys  quál  me  ¡taró  al  passar,  y  aun  me  arrojo 
dos  puntapiés,  sino  qne  me  quiso  Dios  librar, 
que  matara  me. 

Pin.  -  Y  essa  capa?  si  os  la  qne  le  Taita  a 
Fulminato! 

Lib.  -  Ay,  mezquina  yo,  que  ella  debe  ser;  y 
qué  dirá  mi  madre? 

Pin. — Yo  voy   tras   él,  qué   no  se   me    irá. 

Grac. — Calla  ya  prima,  qne  esto  está  hecho. 

Y  si  l'inel  no  le  pudiei'e  cobrar.  %ya  todos  le 
vimos  salir  con  el  Imito,  y  delante  todos  se  nos 
fue;  no  tienes  culpa.  Y  también  cuya  es  la  capa 
la  cobrará,  y  aun  nos  uengará  del  qne  la  llena, 
pues  ya  sabemos  quién  es;  quanto  más  que  Pi- 
nel es  tal  mozo,  que  dará  cobro  del.  Yo  me  voy 
a  mi  casa  a  poner  en  cobro  la  loba,  que  no  lo 
sabrá  si  Dios  y  nosotras  y  della  harás  mañana 
en  mi  casa  vna  saboyana,  porque  sepa  el  licen- 
ciado a  cómo  se  vende  la  carne  en  tu  tablaje. 

Y  agora  te  queda,  y  cierra  bien  tu  puerta  por 
sí  o  ])or  no,  que  yo  voy  a  aguardara  l'inel  que 
me  quiere  hablnr,  y  si  truxcre  la  capa,  alli  la 
tendrás  cí)n  la  loba. 

Lib. — Pu'  s  ve  con  Dios,  hasta  que  esto  U)  ria- 
mos otro  dia  con  más  sosiego  plazicndo  al  Señor. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XXXVII 

Es'ando  Lvdorioel  camarero  traclaiiilo  con  Fulminato  (ie  lo  qiir 
succedio  a  l'loriano.  llega  la  MarCL-lia,  y  con  ella  entra  Lyilo- 
rio  a  Floriano  donde  ('I  esta. 

Lydo[iiio1.  Fulminato,  Maucelia, 
Fklisin'o,  Pinel. 

\_Liid  ]  -  Gfiínde  es  el  reposo  que  oy  ve.o 
en  esta  casa;  Dios  quiera  que  sea  para  mayor 


286 


orígenes  de  la  novela 


bien,  porque  veo  a  Floriano  metido  en  vn  ca- 
mino, que  no  sé  qué  tal  querrá  Dios  que  sea  el 
paradero.  Ayer  tarde  me  paresce  que  se  trac- 
taua  de  que  hauia  de  yr  a  verse  con  la  que  él 
llama  sxi  señora,  y  no  me  paresce  que  quiso 
acompañar  se  de  más  de  solos  tres  mo^os  y  vn 
paje,  teniendo  tantos  continos  y  gente  de  casta 
a  su  mandado,  que  comen  su  pan.  Pues  ajidar 
de  noche  no  lo  tengo  por  bueno  ni  seguro; 
pero  no  andar  muy  á  lo  seguro  tengo  lo  por 
locura,  porque  de  noclie  ni  se  conosce  quál 
es  bueno  ni  quál  es  malo.  Pues  ya  que  va 
de  noche,  mejor  es  que  lo  digan:  quién  passa, 
por  ver  le  con  autoridad  y  a  recaudo,  que  no 
que  digan:  perdónele  Dios,  que  le  mataron 
pensando  ser  otro.  Y  lo  que  me  paresce  mal  es 
que  no  ay  hombre  en  casa,  ni  contino,  ni  ma- 
yordomo, ni  veedor,  ni  otro  que  diga  que  le  ha 
visto,  más  de  que  dizen  que  duerme.  Gran  des- 
cuydo  ha  sido  este  mió,  porque  dado  que  yo 
haga  la  voluntad  de  Floriano  en  dexar  le  solo, 
pues  él  se  acompaña  de  muchachos  y  gente  de 
baxa  suerte,  pero  al  fin,  viendo  yo  el  daño,  no 
hago  lo  que  deuo  a  la  fe  del  bue.i  duque  Flori- 
neo  su  padre,  que  en  buen  passo  (')esté  su  alma. 
Cierto  que  de  oy  más  la  consciencia  me  carga, 
y  el  temor  del  daño  pide  que  yo  ande  más 
alerta  sobre  las  cosas  de  Floriano.  Pero  qué 
puede  mi  buen  zelo  y  gran  lealtad  liazer  con 
sólo  buen  desseo  y  poca  possibilidad?  Porque 
el  aiiiso  y  correction  fraternal  deue  la  dar  el 
hombre  a  donde  cabe,  y  callarla  donde  con  el 
consejo  hare'ys  mayor  daño,  y  causays  malque- 
rencia, y  cresce  la  malicia,  y  dobla  se  la  perti- 
nacia. De  manera  que  lo  que  se  hazia  en  el 
que  erraua  con  sola  inclinación  mo9a  y  sensual, 
y  con  persuasión  de  los  aparejos,  y  con  falta  de 
resistencia  de  la  razón,  después  lo  haga  con  do- 
ble peccado  de  voluntad  njaligna  peccando  con- 
tra Uios,  con  pretender  de  dar  os  pena  a  vos  que 
le  auisastes  y  corregistcs.  De  Floriano,  pues, 
yo  tengo  lástima  a  su  honra  y  grauedad  y 
hazienda  y  alma.  Lo  primero,  porque  le  co- 
mien9an  a  cobrar  en  opinión  de  poco  assentado 
y  mal  concertado  en  sí  y  en  su  casa.  Lo  se- 
gundo, porque  da  parte  de  sus  flaquezas,  y  trac- 
ta  y  communica  vn  duque  Floriano,  y  en  ojos 
de  una  corte  imperial,  con  vn  paje  y  vnos  mo^os 
despuelas.  Lo  tercero,  he  lástima  a  su  hazien- 
da, que  la  veo  andar  baylando  en  mauos  de 
amigos  públicos  de  ella,  y  enemigos  secretos 
del.  Y  veo  le  yr  tras  chismosos,  tras  rufianes, 
tras  putas,  tras  alcahuetas,  y  con  gente  que  con 
sus  dones  se  honren,  y  de  la  honra  del  despe- 
dacen camino  de  los  burdeles,  do  se  gaste  mal 
la  hazienda  del  que  la  heredó  bien,  y  la  possee 

O  Abí  en  el  original,  pero  probablemente  será  errata 
por  htun  posso. 


bien,  y  la  dispensa  y  gouierna  mal.  Lo  quarto, 
be  lástima  a  vn  alma  que,  con  ser  por  sí  noble, 
en  ser  hechura  a  imagen  de  Dios,  y  con  hauer 
le  dado  Dios  compañia  de  cuerpo  no  de  sangre 
y  ralea  vil,  pero  noble  y  generosa  y  real,  con 
todas  estas  circunstancias  el'a  es  peor  tractada 
y  más  mal  mantenida  de  virtuosas  obras,  que 
si  cayera  en  suerte  de  ser  vn  porquero.  Porque 
alli,  tras  su  vil  ganado,  ella  se  podia  sainar;  y 
aqui  mandando  a  tantos  buenos  y  sabios,  y  no- 
bles, y  virtuosos,  y  generosos,  ella  anda  ape- 
rreada y  hecha  estropajo  a  la  disposición  de  la 
sensualidad  mo9a  y  libre  y  rica  y  mal  aconse- 
jada, como  la  ay  en  Floriano  al  presente,  si 
Dios  no  lo  remedia.  Porque  veo  que  el  oydo  y 
el  creer  de  Floriano  pende  de  las  mentiras  y 
embustes  desta  gente  que  con  él  tracta  a  salvo 
de  su  ganancia  y  a  pérdida  de  Floriano.  Y  ve- 
reys  que  no  dará  audiencia  ni  crédito  a  vn  cria- 
do antiguo,  leal,  seruicial,  amador  de  su  honra, 
defensor  de  su  persona,  augmentador  de  la  glo- 
ria de  su  estado,  y  aun,  lo  que  peor  y  más  pe- 
ligroso es.  que  os  cobrará  enemiga  porque  le 
retiaeys  de  los  vicios,  le  desseays  la  salud,  y  le 
procurays  por  la  liazienda,  y  le  tractays  de  en- 
sal9ar  su  honra.  Y  eato  es  el  porqué  ay  oy  en 
dia  pocos  criados  antiguos  fieles  bien  medrados 
en  las  casas  de  los  señores.  Porque  el  fiel  cria- 
do, condoliendo  se  del  daño  del  señor,  atreue  se 
con  buen  zelo  y  amor  a  le  auisar  y  retraer;  y 
como  por  esto  ve  que  cae  en  desgracia  del  se- 
ñor, alca  se  a  su  mano,  busca  vn  achaque,  y  el 
señor,  que  huelga  que  él  le  tenga  para  yrse  a 
su  casa  con  sus  hijos  y  muger,  y  dexa  de  auto- 
rizar el  palacio  del  señor  01090  y  mal  aconseja- 
do, y  ansi  faltan  las  muchas  canas,  y  sobran  las 
muchas  chismerías.  Y  aquellos  por  fieles  van 
se  con  quitarles  la  ración  porque  no  assisten, 
y  dar  les  a  más  librar  (más  por  verguen9a  que 
compelle  al  señor  que  por  voluntad  que  lé  com- 
bide)  el  medio  acostamiento,  porque  ge  van  co- 
mo buenos,  y  llenan  le  doblado  los  livianos  que 
asisten,  porque  se  pican  de  andar  más  galanes 
que  granes.  Y  porque  éstos,  con  lo  no  meres- 
cer,  por  medrar  se  subjectan  a  todo,  y  log  otros, 
con  hauer  lo  ya  merescido,  confian  en  su  bon- 
dad y  lealtad  que  merescen  algo.  Y  ansi  oy  en 
dia  la  gente  que  más  mentiras  y  más  adulacio- 
nes oye,  y  menos  verdades  espera,  son  los  se- 
ñores, que  se  hazen  enemigos  de  quien  los  ama, 
queriendo  los  ssanctos  y  virtuosos,  y  amigos  de 
quien  los  aborrcsce  en  la  virtud.  Porque  tanto 
menos  medra  vn  criado  soberuio  quanto  el  se- 
ñor es  más  humilde,  y  tanto  más  medra  vn 
criado  luxurioso,  que  anda  callejero  y  ventane- 
ros los  ojos  a  ver  qué  eobdieiar,  y  a  ver  qué  po- 
der auisar  al  señor  de  que  vio  acullá  la  her- 
mosa ,  quanto  más  el  señor  es  dado  g.  las 
mugeres.  Y  ansi   se  han  tornado  los  palacios 


COMEDIA  LLAMADA   FLORINEA 


28? 


acorro  de  viciosos,  porque  se  despueblan  de 
viejos,  y  se  acompañan  de  nio9os.  y  porque  ay 
poca  audiencia  de  verdades  y  gran  gula  de  men- 
tiras; porque  oy  en  dia  es  muy  cierto  el  vulgar 
que  mal  me  quieren  mis  comadres,  etc.  Y  por 
esto  con  poca  autoridad  de  los  palacios.  l(is  ser- 
uientes  de  pelillo,  los  n\eiitirosos,  chismosos, 
malsineS;  truhanes,  dezidores  maliciosos,  cho- 
carreros,  como  hallan  audiencia  en  el  señor, 
ansi  los  tornan  de  su  talle,  si  Dios  y  la  buena 
condición  no  los  defiende  de  inuiciarse.  Porque, 
como  dize  el  Psalmo,  con  los  sanctos  serás 
sancto,  y  con  el  peruerso  serás  peruertido.  Y 
aun  en  tanto  es  muy  peligrosa  al  bueno  la  mala 
compañía,  en  cuanto  más  ayna  se  nos  pega  la 
mala  costumbre,  que  no  la  buena;  porque  más 
daña  vna  viciosa  palabra  que  aprouecha  vn  lar- 
go sermón.  Y  ansi  dize  la  escritura:  que  co- 
rivmpen  las  buenas  costumbres  las  perueisas 
palabras.  Y  el  que  quiere  guardar  se  del  mal  no 
deue  fiar  de  sí  mesmo,  con  dezir  que  tiene  buena 
inclinación,  que  es  sabio,  y  alcanca  lo  que  <  s 
malo,  que  es  noble,  y  que  la  nobleza  le  combi- 
dará  a  la  virtud.  Porque  donde  no  anda  el  fauor 
particular  de  Dios,  y  donde  tercia  la  ruin  com- 
pañía, y  la  propria  sensualidad  obra,  no  ay 
muro  firme  que  defienda.  Porque  si  el  señor 
no  guarda  la  ciudad  (dize  el  P,-almo)  por  de 
mas  vela  el  que  la  guarda.  Que  agora  ninguno 
más  sabio  que  Salomón,  ninguno  más  rico, 
ninguno  más  acatado ;  pero  ni  le  valió  el  ser 
rey,  ni  le  mamparo  la  su  sabiduría,  ni  se  le 
acordó  del  fauor  que  Dios  le  hauia  mostrado, 
con  tereiar  la  sensualidad  propria,  con  la  com- 
pañía de  las  mugeies  estrangeras,  que  le  hi- 
zieron  ydolatrar,  que  es  el  mayor  de  los  pecca- 
dos;  porque,  tras  el  negar  a  Dios,  nada  queda 
que  perder  el  hombre  que  algo  sea.  Pero  he 
aquí  asoma  vna  buena  joya  de  los  de  la  con- 
fradia;  quiero  saber  del  lo  que  ha  passado,  aun- 
que dudo  si  él  sabrá  dezir  me  verdad,  ni  aun  yo 
pensar  que  él  la  diga  para  me  obligar  a  creer  le, 
porque  el  que  por  mentiroso  es  tenido,  aunque 
diiía  verdad,  no  es  creydo.  Ha,  Fulminato,  de 
dónde  vienes? 

Ful. — Vengo  de  la  armería,  y  de  hazia  San- 
tiago. 

L»f(l. — Todo  csso  es  rn  camino;  por  qué  tú 
lo  diuides? 

Ful.  -  Porque  allá  fuy  a  diuersas  cosas;  por- 
que a  la  cal  de  Santiago  fny  a  buscar  mi  capa 
de  grana  que  me  auia  dado  Floriano  en  pago 
de  la  que  me  harparon  los  seys  por  su  seruicio 
y  honra  en  la  cal  de  Francos. 

¿yrf.— El  que  te  la  dio  Floriano,  bien  lo  sé; 
el  por  qué,  dias  ha  que  te  lo  oy  a  ti  contar,  que 
para  tus  hazañas  pocas  vezes  buscas  tú  más 
testigos  de  tu  lengua  que  lo  relate;  pero  cómo 
la  vienes  de  buscar,  y  de  alli? 


Ful. — Luego  no  sabes  lo  que  passó  anoche? 

Li/d. — Y  qué? 

Ful. — Pues  porque  no  digas  que  no  ay  tes- 
tigos de  mis  hazañas,  preguntarlo  has  a  los  que 
iuan  anoche  con  mi  amo. 

Lyd.—  En  tanto  que  ellos  no  parescen,  dime 
lo  tú  breneraente;  porque  si  licuare  camino  de 
creer  se,  creer  te  lo  he,  y  si  no,  oyr  lo  he. 

Ful. — Ya  sabrás  la  yda  de  Fforiano. 

Lyd. — Bien  la  sé. 

Ful. — Pues  también  sabrás  A  a  qué  y  a 
dónde. 

Lyd. — Presumo  lo;  ven  al  punto. 

Ful.— Vwdfi  yendo  por  aquella  calle,  yo  que 
¡ua  delante  asegurando  el  campo,  saliéronme 
vnos  quatro  de  traues,  que  per  yr  ellos  bien 
armados,  y  a  mí  me  ver  con  sola  espada  y  capa, 
presumieron  de  se  me  atreuer;  pero  en  dos  pa- 
labras los  puse  en  tal  estrecho,  que  por  la  calle 
aliaxo,  tomando  las  viñas,  se  me  sainaron  por 
pura  pata.  Yendo,  pues,  yo  tan  cenado  en  ellos 
y  tan  goloso  de  alcan9ar  los,  y  ellos  tan  sueltos 
en  el  correr,  me  hizieron  descuydar  de  la  capa, 
hasta  que  oy  la  eché  menos,  queriendo  la 
cubrir. 

Lyd.  —  Son  tus  hazañas  tales,  y  tan  extraños 
tus  hechos,  que  ni  te  culpo,  porque  yendo  des- 
armado, y  siendo  tan  buen  corredor,  y  yendo 
ellos  armados  no  los  alcanraste,  mayormente  si 
corriades  en  oppuesto,  vnos  para  huyr  de  los 
otros.  Pero  pues  que  en  tal  caso,  y  por  tan  buen 
señor  ])erdiste  la  capa,  quien  te  dio  aquélla  por 
vn  heeho  te  dará  otra  por  esta  valentía,  Pero  a 
qué  iuas  a  la  armería? 

L\il. — Dizieiido  te  lo  que  passé,  bien  deues 
de  adeuinar  a  qué  iua  yo  a  los  armeros,  porque 
las  armas  quedaron  tale.'^,  que  no  eran  para 
traer,  ni  la  espada  buena  para  poder  entrar  en 
la  vayna  con  mellas. 

Lyd. — Di  me.  Fulminato,  cómo  diste  a  ado- 
bar las  armas  que  yendo  corriendo  trae  los  otros 
desarmado  no  lleuauas?  ni  la  espada  se  melló 
en  los  que  por  su  buen  correr  no  alean9a8te? 

Ful. — Cuentas  me  los  bocados?  pues  espera, 
que  yo  te  responderé  por  tiempo  entero.  Muy 
ganoso  estás,  señor  Lydorio,  de  que  note  calle 
nada:  porque  como  aquellos  se  me  fueron  por 
pies,  vine  a  la  posada  y  armé  me  con  boluer  los 
a  buscar;  quando  quise  vestir  rae  de  sobre  capa 
para  tapar  la  n)alla,  hálleme  sin  capa,  pero 
tomé  otra.  Y  saliendo  en  buscA  de  mi  ca^a  tope 
otros  seys,  que  en  el  herir  no  me  parcscieron 
los  primeros;  pero  como  Fulminato yu«  a  buen 
recando,  a  fieros  golpes  los  desbaraté,  y  aun 
heridos  [dos]  de  ellos,  me  turnaron  las  viñas 
todos. 

Lyd. — Ya  has  contndo  de  tí;  agora  me  di, 
qué  fue  de  Floriano  y  los  otros? 

Fíd. — Aunque  con  peligro,  por  la  falta  de 


288 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


mi  persona,  pero  con  buena  ventura,  fueron,  y 
negociaron,  y  tornaron  se  en  saluo,  porque  yo 
liauiu  andado  al  ojeo. 

Mar. — O,  gracias  a  Dios  que  ya  llegué  acá, 
y  lue  pude  descabullir  de  tan  importuna  cosa 
como  este  mayordomo  del  Abad,  que  al  cabo  al 
cabo  nunca  veo  que  su  árbol  me  da  más  de  hoja 
de  parola;  y  con  quién  lo  ha! 

¿_y^/.  — Cata,  cata,  he  alli  la  partera  de  los 
partos  de  Floriano.  A  buen  tiempo  viene  para 
informarme  de  lo  que  passa,  que  harto  mal  es  el 
nuestro,  quando  ha  de  preguntar  hombre  a  vna 
gente  tal  de  los  secretos  del  señor  que  ellos  no 
siruen.  O,  que  norabuena  vengas,  señora  Marce- 
lial  ay  algo  de  bueno  en  tus  nueuas? 

Mar. — Siempre  yo  las  hetraydo  1  alonas  a  esta 
casa.  Y  agora,  si  me  pones  con  Floriano,  no 
las  haurá  menos;  y  que  sé  yo  que  en  qualquier 
occnpacion  que  él  esté  se  desoccupará  en  el  pla- 
zer  de  mi  venida. 

Z/Zí^/.  —  Esso  creo  yo  antes  que  si  fuera  vn 
varón  de  Dios. 

Mar. —  Uizes  algo,  señor? 

Lijd. — No  más  de  que,  pues  tales  nueuas 
traes,  y  con  tanta  priesa,  anda  acá,  entremos. 

Fid.  -  No  niirays  el  majadero,  que,  estando 
hablando  conmigo,  me  dexó  y  se  va  acompa- 
ñando vna  menos  muy  pocoq'ie  pú!)liea  del  bur- 
del?  Pues  reniego  de  la  espada  de  sant  George, 
y  aun  de  hi  escriuauia  de  sant  Lucas,  si  al  cie- 
lo no  se  me  acoge,  si  no  cscriuo  con  el  cui-hillo 
del  puñal  en  aquella  cara  ]mta  el  nombre  de 
Fulminato  porque  quien  la  comprare  sepa  que 
me  deue  mi  decima,  y  aun  qu"  a  Lydorio  yo  le 
dé  a  C(Miuscer  cómo  se  despide  otro  dia  de  la 
persona. 

Fel. — Qué  es  aquello  que  haze  el  valiente? 
qué  tal  tirar  de  barba  tiene  y  dar  de  pie.  y  mi- 
rar en  arco!  quiero  ver  qué  cuento  tenemos 
nueuo,  y  si  son  enterrados  los  de  anoche.  Di, 
Fulminato,  de  qué  te  nmestras  tan  enojado? 

Ful. — Y  cómo  no  lo  tengo  de  estar?  y  aun 
de  mí  mesmo. 

F'l. —  De  cpsa  manera  tú  mesmo  harás  tus 
amistades:  pero  qué  fue? 

Ful,  —  De  acordarme  quán  poco  corri  anoche. 

/"w/.  — Herieron  ti-? 

Fel.  —  (^\\é  herir?  pluguiera  a  Dios  que  no 
me  conoscieran,  porqu3  me  esperaran,  y  aun 
me  lo  pagaran,  porque  no  «s  nienef^ter  más  de 
que  me  reconozcan  los  qiie  saben  mis  golpes, 
para  que  en  viendo  mi  espada  fuera  me  huyan, 
tanto  que  me  pesa  muchas  veces  porque  me  co- 
noscen.  Y  ansi  me  dissimulo  qiianto  me  suffre 
la  accelerada condición;  poique  si  esto  no  fuesse, 
más  de  tres  gallilhis  traería  yo  de  mi  mano  sin 
las  crestillas  de  orgullo  que  traen  tan  salidillas. 
Pero  ya  sabes,  hermano,  que  mudar  costumbre 
es  a  par  de  muerte;  que  te  doy  mi  fe  que  si  con 


mi  condición  pudiesse  acabar  de  ser  algo  asegu- 
rado, que  yo  tuuiesse  ü¡ás  pesca,  aunque  no  ten- 
go redes,  ni  aun  caña. 

Fel.  —  Por  esso  dizen:  cata  que  quien  no  ase- 
gura, no  prende;  pero  mira  quánta  mentira  ay 
en  el  mundo,  y  aun  embidia  de  tus  hechos:  ya 
hauian  dicho  que  te  corrieron  la  9apata  vnos 
dos. 

Ful. — Di  me  quién  lo  dize;  porque  vna  tal 
vellaqueria,  quando  vaya  a  oydos  de  mi  amo, 
Ueue  ya  el  castigo  a  cuestas. 

Fel. — No  ay  para  qué  sepas  quién.  Pero, 
mudando  hitos,  no  quiero  que  me  digas  qué  hi- 
ziste  anoche,  que  luego  disparaste  a  nunca  más 
ver;  pcjrque  bien  presumo  qne  andarlas  en  pas- 
sos  de  tu  oftici(j;  mas  ruego  te  que  me  digas, 
qué  fue  de  tu  capa  de  grana? 

i^ií/.  — Huelgo  que  me  ayas  conoscido;  por- 
que quiero,  como  amigo  (que  otro  no  lo  ha  sa- 
bido de  mí)  que  sepas  que  anoche  fuy  en  segui- 
da de  vnos  no  sé  quántos  rufiancillos  atreuidi- 
llos,  y  como  los  amonté,  valiendo  les  los  pies, 
bolui  ''U  vuestra  busca  y  nunca  os  pude  encon- 
trar. Pero  para  satisfazer  me  a  mí  mesmo,  salté 
sobre  el  muro  de  la  huerta  de  la  dama,  y  como 
no  senti  dentro  liuUicio,  dexé  de  saltar  dentro  a 
buscar  os  allá  Y  ansi  tornando  a  saltar  al  snelo 
para  venir  en  vuestro  rastro,  por  temor  de  que 
me  tendriades  menester,  y  hallé  que  al  subir  de 
presto  se  me  cayó  la  capa,  y  voto  a  la  sancta  le- 
tra dominical  deste  año  dequarenta  y  siete,  que 
en  tantico  que  fue  todo  ello,  ni  hallé  rastro  de 
quién  me  la  lleuasse,  ni  sonido  de  pies  a  quien 
seguir,  y  ansi  me  vine  en  cuerpo,  dando  se  me 
poco  de  vna  ca[)a,  perdida  poi-  buen  coraron.  Y 
cierto  he  pensado  solire  ello,  y  hallo  por  mi 
cuenta  que  algunos  ladronzillos,  hijos  de  vezó- 
nos, se  deuen  de  andar  de  noche  siguiendo  me  a 
trecho  de  mí.  como  ya  todos  me  conoscen,  para 
que  si  hago  algún  hecho  ellos  sepan  contar  lo 
por  g  imir  honra  en  que  estauan  a  mi  lado,  y 
aun  también  para  coger  las  capas  de  los  que  ya 
saben  que  me  han  do  huyr,  y  jugar  a  como  di- 
zen: si  me  viste,  álceos  la;  y  si  no  me  viste, 
UeuéiiS  la. 

Fel.  —  Y  aun  esso  deuio  de  sr-r,  y  cierto  que 
ellos  te  merescen  poca  cortesía.  Pero  cata  aili  a 
Pinil,  que  es  buen  testigo  de  quánto  hu  que  te 
lu-;canH)S,  poique  anoche,  pidiendo  por  ti  Flo- 
riano ya  que  veniamos,  nos  mandó  buscar  te,  y 
que  todos  tres  le  hablassemos  hoy. 

Ful. — El  también  se  huelga  de  saber  mis  ha- 
zañas; porque  más  lecion  toma  en  mis  obras 
para  sus  cauallerias  que  en  quantos  libros  tiene 
(le  liumanos  antiguos,  pues  en  ellos  lee  de  di- 
zesse,  y  en  mí  vee  de  hazesse;  y,  como  sabes,  ay 
gran  rato  del  dicto  al  facto. 

Pin. — Esteys  en  buen  hora. 

Fel. — Cómo  vienes  tan  alterado  el  rostro? 


COMIÍDIA  LLAMADA  FLORlNEA 


289 


Pin. — Pues  no  lo  puedo  encubrir,  no  quiero 
callar  que  he  corrido  en  seruicio  de  Fulmi- 
nato. 

Ful. — Cómo  ansi.' 

Pin. — Porque  vn  ladren  salió  den  casa  de  tu 
amiga  con  tu  capa  hurtada,  y  aun  sembrando 
pluma.  Yo  que  llegaua  en  tu  busca  y  le  vi  salir 
de  mala  manera,  y  las  mo^as  gritando  tras  é), 
tomo  su  seguida,  y  acogióse  me  en  sanct  Julián; 
de  arte  que,  no  pudiendo  hauer  le,  bolui  a  Gra- 
cilia,  y  contóme  vna  farsa  de  (¿ue  uengo  ató- 
nito. 

Ful. — Pues  esso  quede  para  su  tiempo,  que 
yo  voy  a  sacar  le  de  la  iglesia. 

Fel. — Pues  él  va  tan  denodado,  vamos  nos 
a  buscar  de  almorzar. 

Pin. — Sigue,  que  después  lo  rcyremos  todo, 
(pie  bien  ay  de  (^ué. 

ARGÜMEATO  DE  LA  SCENA  XXXVlll 


Sabieiidn  I.yddrío  (!<'  Marrcli;!  dr  lo  ijue  a  Flnriaiio  le  ha  sucip- 
dido,  Mitran  a  Flnriano.  Marcelia  lo  da  su  anillo  que  Iraya  de 
Belisea,  contando  li'  lo  i|ue  le  allá  auiíio.  Floriano  le  manila 
para  casar  la  hija  en  alhr¡(¡a>:  con  otras  cosas  que  xai<  pau- 
san de  notar. 


LiDORio,  Mabcelia,  Polytks,  Floriano. 

[Zyá.]. — Por  cierto  tú  me  has  contado  gran- 
des cosas,  y  aunque  yo  siempre  pretendí  apar- 
tar R  Floriano  desta  cosa,  pero  pues  ella  es  tal, 
y  la  cosa  va  tan  t ranada,  no  culpo  a  Floriano, 
pues  como  mancebo  le  prendió  el  amor,  y  como 
canallero  sabio  se  ha  empleado  también,  que  si 
el  padre  de  ella  huelga,  todo  yrá  encaminado 
por  Dios,  y  no  tendré  por  tan  vana  la  ganancia 
de  nuestra  jornada,  en  llenar  tal  señora  a  los 
vassallos  del  duque. 

Mar.  —  Xy  verás  cómo,  aunque  a  harto  peli- 
gro mió,  pero  mis  passos  guiaua  Dios  en  ser- 
uicio de  tan  buen  cauallero.  Y  quiero  que  sepas 
que  Lucendo,  el  padre  della,  con  ser  cauallero 
de  tanta  estima  y  casta  y  poder  en  el  rey  no,  y 
con  ser  vno  de  los  más  sabios  que  oy  tienen 
ditado  en  España,  quiere  y  tiene  en  tanto  a  la 
hija,  que  no  pensará  que  errará  en  cosa  que  ha- 
ga; y  hecho,  qualquier  cosa  le  perdonará  lige- 
ramente. Pero  bien  tengo  yo  por  mí  que,  aun- 
que he  sido  yo  harta  parte  para  poner  la  en  el 
grande  amor  que  tiene  a  Floriano,  que  ni  yo, 
ni  él,  ni  todo  el  mundo  la  harán  caer  en  loíjue 
Floriano  querría  de  ella  luego.  Y  sey  cierto  (pie 
ella  está  de  las  enamoradas  y  penadas  de  amor 
de  Floriano,  que  jamás  amor  prendió.  Pero  está 
la  más  casta  y  constante  en  el  no  errar  en  tal 
caso  que  oy  ay  donzella  en  el  mundo,  la  menos 
combatida,  y  la  más  recogida,  y  la  más  guarda- 
da que  sea. 

Lyd. — Por  tanto  me  confirmo  en  más  pen- 

ORÍQENES    DE    LA    NOVELA. — 111. — 19 


sar  que  nos  la  tiene  Dios  para  que  nos  mande  y 
la  siniainos,  y  con  raz  in,  pues  pocas  tales  flo- 
res tendrá  oy  el  mundo.  Dime,  Polytes,  duer- 
me aún? 

Pol. — Mas  ya  se  viste,  y  salgo  a  que  se  vis- 
ta el  capellán  a  la  missu,  (|ue  la  quiere  oyr. 

Ljld. — Pues  entremos,  señora  Marcelia,  que 
ya  ha  mucho  que  te  detienes. 

Mar.—  Oyamos,  si  mandas,  qué  es  lo  que  di- 
ze,  que  hablando  está,  y  no  nos  ha  sentido. 

Flor, — O  venturoso  Floriano,  cómo  es  poco 
el  plazer  que  muestras  para  tu  tan  gran  gozo! 
O  mi  señora  Belisea,  y  si  este  sospiro  te  t'uesse 
a  dezir  como  estoy  en  tu  contemplación!  pero 
bien  so  que  te  deiio  más  y  más.  y  mucho  deuo 
a  -lustina,  en  gran  cargo  soy  a  la  buena  Mar- 
celia,  y  no  lo  perderá  en  mí.  De  manera  (jue  Po- 
lytes y  Justina  tengan  bien  con  que  me  sentir, 
pues  los  casé,  y  me  lo  mandó  mi  señora,  cuyo 
es  ([uanto  tengo,  y  el  señorío  con  ello.  Y  a  Mar- 
celia  yo  la  daré  con  qué  en  su  casa,  mientras  vi- 
niere, tenga  por  ([ué  se  acordar  de  mí.  V  a  todos 
los  de  mi  casa  quiero  liazer  mercedes,  para  que 
cada  vno  según  es  ansi  sienta  parte  de  mi  ale- 
gria,  pues  a  todos  los  de  mi  casa  tengo  obliga- 
ción; que  me  siguieron  sin  pedirme  dónde  yo 
yiia,  y  me  han  servido  honrosamente.  Yo  quie- 
ro que  todos  vean  qué  señora  tienen,  porque  yo 
la  tengo.  Y  a  mí  me  quiero  yo  tractar  no  como 
mió,  sino  como  cuyo  me  conozco.  Por  manera 
que  con  la  mejoria  de  ni¡  salud  y  con  mi  buena 
ventura,  crezca  el  bien  y  gozo  de  toda  mi  casa. 
Pajes,  pajes,  quién  estay? 

L)id. — Señor,  aqui  estoy  yo,  que  agora  entro 
con  ]\[arcel¡a. 

Flor. — Que  ay  está  ]\íarcel¡a?  bien  me  daua 
el  alma  que  cosa  de  mi  señora  l>elisea  estaiia 
cerca  de  mí,  de  cuya  participación  crescia  tanto 
mi  gozo.  Llega  te  acá,  llégate  acá,  que  ya  te  veo, 
(pie  como  a  tercera  de  mi  bien  te  tengo  de  dar 
vn  abraf'o;  y  no  te  me  enojes,  que  todo  nasce 
de  buen  amor. 

Mar. — A  la  fe,  sí,  sus  abra90s  me  manten- 
drán ! 

I'^lor. — Qué  dizes,  mi  Marcelia? 

^[ar. — Que  me  páreseos  adeuino,  pues  agora 
vengo  de  en  casa  áe  mi  señora  Belisea,  y  aun 
si  bien  supiesses  qué  de  secretos  te  traygo! 

Flor. — Cata,  hermana,  que  el  coraron  aman- 
te muchas  vezes  adeuiíia.  Pero  dime,  dime,  qué 
me  traes? 

Lyd. — Da  me  licencia  (pie  me  salga,  porcpie 
te  querrá  en  secreto  esta  dueña. 

Flor. — No  quiero  que  te  vayas,  sino  que, 
pues  es  cosa  de  mi  señora,  lo  oyas  todo,  para 
que  te  confundas  viendo  del  bien  que  mo  pre- 
tendiste siempre  quitar. 

Lyd.  —  Por  el  fauor  y  por  la  reprehensión 
(oues  veo  que  tú  acertaste  e  yo  sali  errado)  te 


290 


ORÍGENES  DE   LA  NOVELA 


tengo  en  gran  merced  lo  que  me  has  dicho 
agora. 

Flor. — Pues  oye  y  calla;  dime,  Marcelia  her- 
mana, queda  buena  mi  señora? 

J/ar.  — Buena,  y  más  tuya  que  podras  creer; 
porque  esta  mañana  me  mandó  que  te  lo  certi- 
ficasse  y  jurasse  ansí. 

Flor. — Ay,  qué  poco  me  monta  que  ella  lo 
diga,  si  ansi  no  es! 

Lyd. — Oye,  señor,  a  Marcelia,  y  cree  a  lo 
que  tu  señora  dize. 

Flor. — Ay,  Lydorio,  que  muy  con  razón  me 
riñes  mi  mal  hablar,  y  aun  quisiera  que  con  peo- 
res palabras  me  retraxeras  de  lo  que  el  orgullo- 
so plazer  hizo  desmandar  mi  lengua. 

yiar. — Pues  oye,  señor,  lo  segundo  que  te 
manda  tu  esposa  dezir,  que  aunque  esté  Lydo- 
rio delante  lo  diré,  pues  son  ya  embaxadas  de 
muger  a  su  marido,  aunque  también  hasta  os 
besar  a  entramos  las  manos  por  mis  señores  no 
te  deuria  a  ti  llamar  marido  y  señor  de  mi  se- 
ñora. 

Flor. — Anda,  Marcelia,  que  sin  besar  las  a 
entramos  llenarás  de  mí  las  mercedes,  y  di. 

Mar. — Pues  agora  que  no  es  tiempo  de  hablar 
te  por  circunloquios,  ni  guardar  secretos  en  esto, 
digo  que  tu  esposa  no  ve  la  hora  que  la  veas  y 
te  vea.  Y  ansi  te  embia  a  dezir  que  no  faltes 
para  la  hora  que  te  mandó,  y  en  señal  de  tu  es- 
posa te  embia  como  a  su  esposo  este  anillo,  que 
yo  le  vi  quitar  del  su  dedo  del  coraron,  y  que 
quiere  que  luego  te  le  pongas  tú,  para  que  de  tu 
mano,  quando  vayas,  ella  te  le  tome  por  tuyo. 
Esto  es  lo  que  me  dixo,  con  otras  muchas  cosas, 
Y  queda  me  aguardando,  que  antes  de  yr  a  mi 
casa  tengo  de  boluer  a  darle  cuenta  de  lo  que 
he  hecho,  y  sepas  que  ya  me  dio  mercedes  de 
desposada.  Agora  he  dicho  mi  embaxada;  dame 
licencia,  porque  ando  desmayada  de  (¡anquear 
en  ayunas,  y  también  es  hora  que  tú  ya  co- 
mas. 

Flor. — Tus  buenas  nueuas  he  recebido  de 
grande  alegría,  y  quiero  hazer  lo  que  me  dizes 
en  comer,  y  aun  quiero  for9arte  a  que  comas 
conmigo  oy. 

Mar. — Señor,  auras  me  de  perdonar,  que  no 
soy  para  tu  mesa  sin  grande  nota,  en  especial 
que  me  aguardará  mi  señora  Belisea;  por  esso 
mira  qué  mandas  que  le  diga,  y  dame  licencia. 
Flor. — Pues  que  ansi  quieres,  te  ruego  que 
le  des  este  papel,  en  que  lea  hasta  que  yo  vaya 
a  mi  glorificación  a  cumplir  su  mandado.  Y 
quiero  que  le  digas  que  esta  mañana,  en  su  con- 
templación oecupado,  yendo  la  mano  escriuien- 
do  lo  que  la  mente  yua  pensando,  al  cabo  salió 
essa  lauor,  la  qual  no  sé  qué  es,  ni  aun  lo  he 
leydo,  más  de  como  lo  he  contemplado  y  lo  ha- 
llé escripto  de  mi  mano,  y  que  poco  ha  que  lo 
acabé  de  escriuir.  Y  en  pago  de  tua  trabajos. 


quiero  que  te  den  (porque  me  dizen  que  tienes 
vna  hija  para  casar  ya),  para  en  dándole  mari- 
do, treynta  mil  marauedis,  y  tú,  Lydorio,  ha- 
rás la  cédula,  y  que  le  acudan  con  ellos  el  dia 
que  la  madre  la  entregue  a  su  marido.  Y  más 
quiero  que,  si  a  dicha  la  casare  con  persona  de 
mi  casa,  que  tú,  Lydorio,  seas  padrino,  y  le  des 
para  ayuda  de  los  vestidos  a  entramos  otros 
veynte  mil  marauedis,  los  quales  ^ú  tomarás  de 
mi  recamara,  y  dar  se  los  has  de  tu  mano  a  la 
de  ellos.  Y  quiero  que  les  hagas  la  costa  del  dia 
de  su  boda,  como  de  tu  mano,  honrosamente.  Y 
a  Marcelia  dar  le  has  vna  libran9a  de  veynte  car- 
gas de  trigo,  que  se  las  den  esta  semana,  para 
mantenimiento  de  su  casa  deste  año,  y  oy  la 
llenen  de  comer  de  mi  plato,  porque  no  haurá 
guisado  nada  andando  en  mi  seruicio,  y  luego 
la  den  cinquenta  ducados  para  sus  menesteres, 
y  perdona. 

Mar. — Tus  illustres  manos  me  has  de  dar 
por  mi  señor. 

Flor. — Anda,  hermana  Marcelia,  que  no  de- 
xaré  de  siempre  te  fauorescer;  ve  con  Dios.  Y 
tú,  Lydorio,  dame  presto  de  vestir,  oyre  missa, 
y  luego  me  den  de  comer,  porque  quiero  yr  oy 
a  [lalacio,  que  ha  dias  que  no  fuy  allá. 

Lyd. — Yo  salgo  a  dar  obra  eu  todo.  Tú,  se- 
ñora y  hermana  Marcelia,  huelgo  que  lo  ha  mi- 
rado Floriano  bien  contigo,  y  porque  por  mí  no 
lo  perderás,  mira  quién  te  licuará  los  dineros  y 
la  cédula  del  pan,  y  más  la  del  casamiento  de 
tu  hija;  que  para  buen  pro,  de  sobremesa  te  lo 
llenará  Fulminato,  que  es  mucho  tuyo,  si 
quieres. 

Mar. — Mas  antes  bastará  que  los  llene  Po- 
lytes,  o  si  no,  quien  tú  mandares. 

Lyd  — Pues  yo  lo  embiaré,  aunque  lo  dexes 
en  mi  crédito.  Y  tú  tracta  de  casar  la  hija,  que  yo 
haré  lo  que  su  señoría  me  mandó,  de  muy  libre 
voluntad  por  cierto. 

Mar. — Nuestro  señor  te  lo  pague;  que  bien 
conosces  que  tengo  necessidades  de  pobre  viu- 
da, que  luego  tienes  intento  de  dar  me  la  mer- 
ced, asituada  por  el  que  Dios  en  todo  prospere, 
y  pues  que  tienes  que  hazer,  y  a  mí  no  me  fal- 
ta, con  tu  licencia  te  encomiendo  a  Dios,  y  me 
voy.  Pero  o,  vala  me  Dios,  y  si  todo  esto  sale 
verdad,  en  buen  ora  entró  esta  gente  por  mis 
vmbrales.  Yo  me  voy  a  mi  casa  a  esperar  la  va- 
quilla con  la  soguilla  (como  dizen)  y  si  juegan 
a  luego  toma  en  lo  de  agora,  yre  alegre  a  ver  a 
Belisea,  y  tendré  esperanza  de  lo  venidero.  Y 
esta  mi  alegría  quiero  desde  agora  enfrenar  con 
temperancia,  porque  de  la  mucha  alegría  y  ga- 
sajado  mió  no  sepan  todos  mi  riqueza,  y  sabi- 
da, no  me  tracten  de  la  muerte.  Porque  diz  que 
no  ay  vida  más  contada  de  dias  de  la  del  rico, 
en  especial  de  los  que  pretenden  del  más  su 
moneda  que  dexará  que  no  los  consejos  que  les 


y 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


291 


dará;  y  es  bien  escarmentar  en  cabera  aliena. 
Porque  a  Celestina  (según  dizen)  los  dones  de 
Caliste  con  la  cobdicia  de  los  (¡ue  la  tractauan, 
le  quitaron  a  ella  la  vida,  y  a  ellos  ellos  la  jus- 
ticia en  castigo.  Que  dado  que  ella  fue  sagaz 
para  los  otros,  alómenos  no  lo  fue  para  sí  en 
ganar  y  guardar;  porque  más  prudencia  quiere 
el  guardar  lo  ganado  que  el  allegar  lo  incierto. 
Y  ansi  los  houdn'es  (jue  preiiienen  sus  cosas,  las 
menos  vezes  las  yerran;  porque  dizen:  bombre 
apercebido,  medio  combatido.  \'  con  esto  enca- 
mino para  mi  casa,  loando  a  Dios. 


ARGÜMEÍ^TO  DE  LA  SCENA  XXXIX 


riiliniíialo,  liedlo  ol  ailpinan  de  jr  tras  el  que  llmiaua  la  capa,  .•■e 
va  a  Marcolia.  y  passaii  inudia.s  pláticas.  Desparterise  con  la 
venida  de  l'olytcs,  Felisino  y  Piíiel. 


Fdlmixato.   Liberia,  Makcklia,   Gracila, 

POLVTES,    PlNEL,    FeLISINO. 

\Ful.].  —  Reniego  del  sepulcro  de  Absalon 
y  del  sceptro  de  Roboan  si  no  me  burló  Pinel, 
y  que  por  bazer  del  valiente,  y  echar  me  a  cargo 
que  corrió  tras  el  otro  por  mi  capa,  dijo  que  la 
Ueuaua  el  ladrón,  etc.  Bien  dizen  que  ni  ay 
que  fiar  en  los  liombres,  ni  son  de  creer  todas 
palabras.  Y  pues  fue  mayor  mi  boueria  en  creer 
lo  que  su  mentira  en  dezirlo,  quiero  que  pasen, 
mocba  por  cornuda,  a  pagar  en  lamesma  mone- 
da. Y  pues  por  aquí  no  hallo  rastro  de  cosa  mia, 
voy  a  Marcolia,  y  sabré  de  ella  por  qué  no  me 
liabló  oy  ([uando  habló  al  camarero,  y  aun  si  no 
me  aplaca  con  algo  de  la  ganancia  y  la  hallo 
sola,  si  no  la  marco,  para  que  sepa  en  qtití  esti- 
ma me  ha  de  tener.  Y  aun  le  pidire  mi  capa,  di- 
ziendo  que  la  dexé  en  su  casa,  porque  ni  creo 
que  dexa  de  ser  puta  con  otros  como  conmigo, 
ni  aun  de  estas  sus  venidas  tan  a  menudo  la 
deue  de  bauer  ydo  mal.  Y  pues  yo  la  metí  en  el 
juego,  ha  de  partir  por  medio  la  ganancia,  por- 
que tan  poco  no  me  tengo  por  tal,  que  piense 
de  albardar  me  sin  que  de  corcobos;  porque  no 
ay  que  fiar  destas  que  han  perdido  la  vergüen- 
za y  traen  el  alma  en  venta,  porque  no  les  da 
más  penar  por  poco  que  por  mucho,  y  ansi  a 
todo  hazen  rostro,  diziendo:  preso  por  mil,  pre- 
so por  mil  y  quinientos.  Y  pues  dizen  que  la 
tierra  ni  la  hembra,  ([uien  no  la  ara  en  balde  la 
siembra,  quiero  dar  le  vn  torcedor  con  que  me 
pague  la  capa,  o  que  a  lo  menos  por  falta  de  no 
le  mostrar  yo  el  diente  no  piense  de  almorzar 
me  y  merendar  y  embaucar  me;  y  al  cabo  diga 
que  ladre  me  el  perro  y  no  me  muerda,  y  echar 
le  he  la  cnerda.  Y  de  oy  más,  pues  no  me  que- 
rrá restituyr,  será  bien  que  andemos  a  hecho  y 
pago.  He  alli  viene  la  hijuela  den  casa  de  la 
prima:  asnadas  tales  tres  joyuelas  para  los  lo- 


bos, que  agora  que  bulle  la  ganancia,  todos  ha- 
zen sopas  en  la  miel  del  modorro;  pues  veo  que 
esto  todo  le  llueiie  a  Fluriano  en  casa,  o  por 
mejor  hablar,  le  llueiie  de  su  casa. 

Lib.  —  Espantada  vengo  de  (juánto  paño 
traen  estos  estudiantes  en  vn  manto;  (pie  ouo 
saboyana  en  la  loba,  y  aun  sobró  a  mi  prima 
para  vn  sayuelo;  el  diablo  del  sastre,  que  tam- 
l)ien  sacó  para  su  pendón;  v  maguera  del  corri- 
llo! cómo  se  desasiiaua  el  buen  zabbi,  y  ([ué  ha- 
zla de  desboronar  requiebros!  Aiiiujue  mi  prima, 
con  sus  raposias,  ella  le  encestará  de  manera  que 
en  el  hazcr  de  las  ropas  sea  el  sastre  de  Cigu- 
iliiela,  que  ponia  la  costa  y  hazia  de  balde  la 
obra.  Pero  he  aqui  el  que  fuera  bien  escusado, 
en  especial  si  busca  la  capa. 

Ful. — Qué  hazeys  por  acá? 

Lib. — Vengo  de  sacar  vna  lauor  den  casa  de 
mi  prima,  que  verna  agora  tras  mí,  ponpie  sola 
he  miedo. 

Ful. — Y  dó  está  tu  madre? 

Lib. — Es  yda  a  la  joyería  a  buscar  lauor  de 
tienda;  pero(|uc  mandauas? 

Ful. — Vengo  por  mi  capa. 

Lib. — Y  adonde  la  dexaste,  que  vienes  por 
ella? 

Ful. — Anda,  (jue  no  estoy  para  burlas 
agora. 

Lib. —  Pues  si  tú  no  vienes  para  mis  burlas, 
menos  estoy  yo  para  tus  veras,  y  si  te  ensañas, 
ensaña  te  a  solas;  que  yo  bueluo  me  para  mi 
prima. 

Ful. — Y  valga  la  el  diablo,  y  con  qué  raneada 
me  dexó  sin  más  ni  más  en  blanco!  Pues  subo 
arriba  y  cierro  esta  escalera;  que  si  veo  en  qué, 
yo  me  entregare  de  mis  daños. 

JAar.— Quién  sube  ay? 

Ful. — Cata,  cata,  no  ay  que  fiar  en  bagassas. 
Y  cómo  me  dixo  que  no  estaua  acá  la  madre! 
Pues  aun  si  tuuiese  algún  gavon  en  casa?  pues 
subo,  que-  si  la  hallo  sola,  qui^a  pelaremos  el 
pato  a  medias.  Parescete  que  te  han  tomado  de 
sobresalto  en  el  hurto? 

Mur. — Siempre  te  armas  más  de  malicias 
que  despierten  ira,  que  no  de  armas  ((ue  ate- 
morizen  contrario.  Pero  cierto  que  mi  hijuela 
pone  tal  cobro  en  la  casa,  que  a  hauer  qué, 
tenian  buena  medra  los  que  juegan  de  alza 
ropa. 

Ful. —  Lindo  lanzar  de  alesna  ha  sido  esse, 
para  te  bazer  pobre  y  para  te  escusar  de  no  me 
dar  mi  capa  de  grana.  Pues  a  la  fe,  también 
tiene  culpa  quien  da  hi  occasion  por  poner  mal 
cobro,  como  el  que  lo  hurta. 

Mar. — Ay,  sancta  Maria,  y  si  es  verdad  que 
ha  entrado  ladrón  en  mi  casa  hoy? 

Ful. — Gentil  discante  es  esse;  si  tú  no  lo 
sabes,  quieres  que  lo  sepa  yo?  Da  me  mi  capa, 
no  se  cubra  oy  el  diablo  con  ella  en  esta  casa. 


292 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Mar.  —  Agora  que  pienso  que  hablas  de 
veraS;,  di,  qué  capa  pides  a  mí? 

Ful. — La  mia. 

Mar. — Y  dónde  está? 

Ful. — Qué  renegadero  para  vn  tal  renegador 
como  Fulminato!  Uexando  yo  mi  capa  en  tu 
casa,  me  preguntas  dónde  está? 

^^ar. — Cata  que  tornes  en  ti.  Y  si  buscas 
achaques  para  reñir,  no  conmigo;  que  en  paz 
alabo  a  Dios  en  mi  casa. 

Ful. —  Agora  te  canonizarán  por  sancta! 
pero  en  tanto,  acortemos  razones,  v  da  me  mi 
capa  que  te  di  a  guardar. 

Mar. — Y  quándo? 

Ful. — La  noche  que  fuv  a  guardar  a  Flo- 
riano  y  los  suyos;  que  si  no  por  mí,  ya  los  co- 
miera la  tierra. 

Mar. — Y  aun  anxi  xexona. 

Ful.  —  Qué  dizes  entre  dientes? 

Mar.  —  Qae  la  busques  por  allá  donde  se  te 
cayó  o  la  dexaste. 

Ful. — Aun  pesará  a  tal  con  la  cayda;  bien 
sé  qiie  te  la  di  por  yr  más  suelto,  para  que  por 
pies  no  se  me  fuesse  nadie. 

Mar. — Aun  qui^a  lo  creyera,  sino  que  entre 
oy...!0 

Ful. — Pues  dime  quién  te  dize  de  mí  otra 
cosa,  para  que  te  trayga  en  su  mesma  gorra  su 
cabe9a? 

Mar. — Ya,  ya,  bien  conozco  tus  blasones. 

Ful. —  Qué  dizes? 

Mar.- — Digo  que  no  querria  en  mi  casa  al- 
tercaciones sin  por  qué.  Porque  no  puedo  creer 
que  dexasses  caer  la  capa  por  huyr,  vn  tan  va- 
liente como  tú,  de  solos  dos  enemigos. 

Ful. — Essas  y  otras  tales  cosas  te  dirá  a  ti 
aquel  chismoso  de  Lydorio.  Pues  no  oyre  missa 
antes  que  no  me  deua  nada,  y  aun  quioa  vos, 
doña  bagassa,  si  no  os  saco  el  alma,  porque  en 
mi  presencia,  y  sin  más  hazer  caso  de  mí,  os 
me  encerreys  con  nadie,  y  que  agora  vengays 
a  parir  antes  de  los  nueue  meses  essas  vella- 
querias  de  que  os  empreñastes  con  aquel  gayón, 
que  se  nos  haze  vn  sancto  de  pajares,  y  al  cabo 
deue  de  ser  por  ganar  tierra  con  Floriano,  por 
malsin. 

J/a?'.— Calla,  calla,  infamador  de  buenos, 
maluado,  que  no  abres  boca  que  no  sea  tu  len- 
gua de  viuora. 

Ful. — No  veys  quán  sin  vergüenza  se  me 
torna  a  los  ojos  la...? 

Mar, — Soy  mejor  que  vos;  que  si  no  por  mi, 
no  ouierades  descargado  los  piojos  de  acuestas. 

Ful. — Essas  palabras  a  mí?  de  las  que  tengo 
en  la  cara  reniego  si  no  os  saco  el  alma;  no  os 
cale  huyr  por  la  escalera,  que  yo  os  acabaré  oy 
los  dias. 

Cj  Ha  de  entenderse,  no  entre  lioy,  sino  entreoí. 


Mar. — Virgen  Maria  de  los  Remedios,  li- 
bra me  deste  furioso. 

Grac.  —  Bien  te  dezia  yo,  prima,  que  hauia 
yo  visto  entrar  a  tu  madre  en  casa  rato  ha; 
pero  oye,  oye  qué  tropel  baxa  por  la  escalera. 

Ful. — No  os  me  yreys,  doña  mala  hembra. 

Lib. — Ay,  sancta  Maria,  val  me!  qué  gran 
mal  es  este,  que  a  mi  madre  oyó  en  el  entre- 
suelo y  la  escalera  está  cerrada?  Jesús,  Jesús, 
Justicia,  aqui  del  rey,  que  mata  aquel  traydor 
a  mi  madre. 

Ful.  —  Pues  yo  reniego  de  todos  los  adorado- 
res del  sol  si  oy  no  quiebro  la  puerta,  y  os 
embio  a  poblar  la  silla  que  en  el  inQerno  os 
espera. 

Pol. — Quán  a  buen  tiempo  llego,  que  no 
tendré  que  llamar;  que  en  el  portal  veo  a  la  de 
Pinel  y  la  de  Feliaino.  Pero  qué  es  aquello, 
que  dan  gritos?  quiero  aguijar,  que  gente  se 
allega. 

Pin.  —  A,  hermano  Felisino:  al  paje  quo 
hemos  traydo  en  ojo  veo  yr  corriendo;  aguija, 
que  algo  ay  allá. 

Fel. — Alarga  el  passo,  que  gente  corre  en  cas 
de  Marcelia. 

Pol. — Aparta  os  afuera  rapazes;  a,  señoras, 
qué  es  esto? 

Lib. — Ay,  señor,  por  vn  solo  Dios,  que 
matan  a  mi  madre. 

Po/.— Calla,  calla,  que  mejor  lo  hará  Dios. 
Cerrad  essa  puerta,  que  ya  conozco  quién  es; 
no  será  nada;  mirame,  señora  Gracilia,  por  essa 
plata,  que  yo  quebraré  esta  puerta  del  escalera, 
que  tan  cerrada  está  por  de  dentro. 

Grac. — Daca,  y  acorre  antes  que  la  mate. 

Fel. —  Qué  es  esto?  fuera,  fuera,  rapazes.  Ea, 
gente  de  pro,  que  no  es  nada;  andad  con  Dios, 
que  todos  somos  de  casa. 

Pol. —  Cierra,  Pinel,  essa  puerta  de  la  calle, 
no  venga  la  justicia;  que  Fulminato  no  deue  de 
estar  agora  en  fcí.  Allá  irás,  diablo  de  puerta, 
qué  rezia  estaua. 

^[ar. — Justicia,  que  me  mata  este  ladrón. 

Ful.— 'No  os  val  eran  vozes  oy. 

Pin.  —  La  puerta  de  la  calle  ya  la  cerré:  da  le, 
da  le,  Felisino,  a  esse  diablo,  pues  que  tan  mal 
mira  por  la  honra  de  Floriano. 

Pol.—  Qaé  sin  sentido  está  de  passion,  que 
le  tengo  la  espada  por  los  gauilanes,  y  el  bra90 
quedo,  y  aun  no  lo  siente. 

Fel. — Qué  es  esto,  Fulminato?  quieres  que 
por  tu  locura  hagamos  aqui  algún  desatino? 

Ful.  — Cata,  cata,  y  por  dónde  entrastes  a 
quitarme  de  ceuar  el  espada  en  putas  carnes, 
ya  que  no  alcancé  a  los  otros? 

Fel. — Y  calla,  y  súbete  arriba. 

Ful. — Pues  dexad  me  el  espada. 

Pol. — Subamos  arriba,  que  luego  te  la  daré 
en  te  viendo  más  manso. 


COMEDÍA  LLAMADA  FLORTNEA 


293 


Ful. — Dexad  rae,  que  yo  acá  haré  oy  a  esta 
embaydora... 

Mar. — Vos  naentis  como  vn  gran  rufianazo. 
Ansi  me  lian  de  tractar  en  mi  casa.'  .lusticia 
demando  a  Dios,  y  al  rey  me  voy  a  quexar,  y 
no  tengo  de  parar  hasta  los  pies  de  Floriano, 
para  ver  si  por  ser  le  yo  tan  seruidnra,  me  lian 
de  mal  tractar  los  suj'os. 

Pin.  —  Y  calla,  señora  Marcelia,  pues  ya 
sabes  que  todos  somos  criados  de  Floriano,  y 
por  él  te  seruiremos,  y  por  tu  persona  te  hon- 
raremos; que  bien  sabes  ya  que  FuluiiMatn  te 
ama  y  quiere,  sino  que  tiene  aquellos  Ímpetus 
primeros  furiosos. 

^fov.  —  A  la  fe,  el  malaventurado,  con  las  de 
seguida  vaya  él  a  tractar  de  fieros  a  cada  passo; 
que  en  mi  casa  estoy,  y  no  le  deuo  nada,  y  él  a 
mí  más  que  vale. 

Lib. — Ay,  madre,  no  llores  más,  y  adereza 
essos  atuendos  de  tocados,  que  pues  lo  quiere 
nuestra  desuentura  que  por  hazer  bien  se  nos 
atreuan  como  a  solas  raugeres,  demos  gracias 
al  señor  del  cielo  en  todo. 

J/ar.  — Tú  me  causas  esto,  en  andar  te  me 
fuera  de  casa. 

(írac. — Por  mi  vida,  que  no  hazla  sino  yr  rae 
a  mostrar  una  lauor.  Pero  pues  en  lo  hecho  no 
ay  suelda,  remedie  se  lo  de  adelante  en  mirar, 
tia,  a  quién  das  tu  puerta  y  tu  silla;  y  tú  sube 
te  luego  arriba,  y  tú,  prima,  vamos  a  la  puerta 
de  la  calle  y  abramos  la,  porque  oyó  de  fuera 
gran  tabahola,  y  asoseguemos  lo  con  sentar  nos 
seguras  a  la  puerta,  y  no  llamemos  testigos  de 
nuestras  flaquezas. 

Pin.  -  Bien  hablas,  señora  (irracilia;  yo  me 
baxo  con  vosotras,  por  más  assegurar  lo  todo. 

Z/¿.  — Mas  antes  os  yd  entramos,  porque  la 
justicia  no  entre  a  escodriñar  nuestros  rincones; 
que  mi  madre  e  yo  nos  iremos  arriba,  y  Ih-uaré 
yo  essos  platos  con  que  estás  embarazada. 

G'/'ac  — Pues  hagan  se  las  amistades  luego. 

Pin. — Y  aun  ayudaremos  a  descorchar  los 
platos  antes  que  la  vianda  se  enfrie. 

Lib.  —  Pues  anda,  madre,  <|ue  subo  delante. 

Mar. —  Agora  que  hay  terceros,  quiero  me- 
ter las  cabras  en  el  corral  a  este  panfarron,  con 
hazer  de  la  enojada,  pues  tengo  por  qué,  y  de- 
zir  que  me  voy  a  quexar  a  Floriano. 

Ful. — Paresce  os  que  haueys  Iieclio  poco  mal 
en  quitar  me  de  hazer  seruicio  a  Dios  en  quitar 
malos  del  mundo? 

Fel. — Y  quién  te  hizo  a  ti  Justicia  de  Dios? 
calla,  que  no  quieres  mirar  por  la  honra  de  lo 
casa  de  Floriano. 

Pol. — Por  Dios,  la  honra  estarla  buena,  fia- 
da de  quien  no  la  sabe  estimar. 

/^«/.  — Qué  dizes,  Polytes?  y  da  me  mi  espa- 
da, que  no  sé  cómo  te  la  fié. 

Pol.  — A  la  fe,  a  más  no  poder.  Pero  digo  que 


8¡  esto  viene  a  oydos  de  Floriano,  tú  has  echa- 
do oy  buena  madrugada. 

Fel. — Y  aun  por  esso  temo  yo  que  Marce- 
lia no  vaya  con  quexas;  que  no  cabremos  en 
casa  con  Floriano. 
.  Mar.—  Esperad,  pues,  que  yo  os  confirma- 
ré en  es?e  temor.  Liberia,  da  me  presto  mi 
manto,  porque  ansi  como  estoy  me  voy  a  Flo- 
riano. 

Fel.--  Veys  lo  que  yo  dezia.'  que  agora  trac- 
ta  de  yrsc. 

Ful. — Pues  que  no  m¿  dexastes  acabar  la,  es- 
torualde  la  yda;  si  no  yo  la  acortaré  los  passos 
antes  que  allá  llegue. 

J'ol.  —  Esperad,  que  yo  lo  soldaré  todo;  que 
aqui  viene  en  mi  manga  vn  paño,  vn  buen 
acalla  necios.  A,  señora  Marcelia,  pues  yo  no 
fuy  el  malhechor,  oye  me  dos  palabras  en  esta 
alcoba. 

Mar. — Por  amor  de  ti  más  que  esso  han-; 
pero  sea  que  me  dexeys  yr  presto. 

Fel. — Ay,  señora,  no  te  fies  de  esse  barbipo- 
niente. 

Po/.  — Pues  mando  os  yo  tener  erabidia!  se- 
ñora, ues  este  no  es  lugar  ni  tiempo  de  largas 
pláticas:  cata  aqui  cincuenta  ducados  en  oro  to- 
dos, y  más  esta  librauca;  y  que  Floriano  te 
ruega  que  luego  comas  esso,  que  por  amor  de  ti 
tomé  trabajo  de  traer,  que  te  embia  ile  su  plato; 
que  por  su  mano  me  dio  su  mesmo  i)lato  que  le 
siruieron.  Y  por  amor  de  mí  que  perdones  los 
enojos  todos,  y  no  se  halile  masen  lo  passado; 
y  de  aquí  adelante  mira  más  por  tu  casa,  y  mira 
que  Felisino  es  muy  tu  seruidor,  y  harto  ha 
reñido  a  Fulminato;  por  esso  baste  ya. 

Mar.  — For  amor  de  ti  mucho  haré,  y  digo 
que  no  hablaré  más  en  ello;  y  tú  toma  essas 
quatro  piezas  de  oro  para  guantes,  y  no  porfies 
en  no  las  tomar,  y  perdona  lo  poco. 

Pol. —  Por  amor  «le  ti  las  tomo.  Y  mira  que 
ninguno  destos  sabe  nada  desto;  por  esso,  sal  a 
ellos,  y  dissimula,  y  cumple  con  todos. 

Pin. — A,  señora  Gracilia,  pues  ya  se  ha  de- 
rramado el  tropel  i(ue  estaña  a  la  puerta,  y 
arriba  ya  callan  con  la  paz,  subamos  a  comer 
del  alboroque. 

Grac. — Subamos  luego. 

Pol. — A,  hermana  Liberia,  dame  mis  platos. 

Lib. — En  esta  alazena  están  como  los  tru- 
xiste. 

PoZ.— Señora  Marcelia,  Floriano  te  eiubia 
esto,  con  que  combides  a  Fulminato. 

Pin. — Esso  me  paresce  bien. 

Fel. — Y  aun  a  mi  me  paresce  que  Fulmina- 
to desmanche  dos  rucios  o  vno  de  a  dos  reales 
para  el  vino  y  fruta  tras  la  comida,  y  no  se  re- 
pita aqui  palabra  de  renzilla  passada. 

Pol. — Pues  que  quedays  apareados  tres  por 
tres,  e  yo  sobro  del  juego,  con  tu  licencia,  se- 


294 


orígenes  de  la  novela 


ñora  Marcelia,  me  voy,  pues  ya  Liboria  me  ha 
desembarazado  y  aun  limpiado  los  platos.  Y  tú, 
Fulminato,  toma  las  armas,  aunque  de  derecho 
eran  de  la  señora  Marcelia. 

Fel. — No  passe  la  plática  adelante. 

Ful. — Pues  cata,  hermano  Polytes,  que  estp 
no  buele  en  casa. 

Pol. — Por  mi  parte  queda  scgiiro,  y  todos 
quedeys  con  la  paz  de  Dios. 

Mar.  —  Pues  en  pago  de  que  he  hecho  todo 
lo  que  me  has  agora  mandado,  te  ruego  que 
bueluas  por  la  respuesta  de  tu  embaxada,  pues 
el  tiempo  no  da  lugar  a  que  agora  tú  te  pares, 
e  yo  no  haga  lo  que  he  menester,  que  es  comer, 
pues  aún  estoy  oy   ayuna. 

Pol. — Queda  te  a  Dios,  que  todo  se  hará 
como  mandares.  Pero  mejor  te  ahorquen  que  no 
te  entiendo;  ni  aun  mejor  yo  viua  que  tienes 
remedio  conmigo. 

Grac. — Yo  voy  a  llamar  mi  moca  que  raya 
por  vino,  y  lo  que  fuere  menester,  pues  ya  ten- 
go los  dos  reales;  y  en  tanto  poned  la  mesa,  que 
no  tardo  nada,  con  ayuda  de  Dios,  pues  aún  no 
tengo  gota  en  los  pies. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XL 

Hablando  Belisea  y  Justina  de  sus  cosas,  sobreuiene  Lucendo,  y 
queriendo  tractar  con  la  hija  de  effectuar  de  casar  la,  ella  se 
dize  estar  mala,  por  dilatar  el  térmlncí  de  la  respuesta  de  lo 
que  el  padre  lo  pide. 

Belisea,  Justina,  Ldcendo. 

[i?c/.]. — Dime,  Justina,  qué  te  paresce  que 
podra  hazer  agora  aquel  cuya  memoria  tiene 
occupados  todos  mis  sentidos?  porque  te  hago 
saber  (pues  ya  no  es  tiempo  dé  callar  te  cosa) 
que  queriendo  más  recoger  me,  para  más  qui- 
tar me  de  pensamientos  penosos,  el  pensamien- 
to que  más  me  dexa  atormentada  es  el  que  en 
otra  cosa  no  me  occupa,  sino  en  memoria  de 
Floriano:  porque  le  amo  y  quiero,  y  con  su  me- 
moria viuo,  y  su  absencia  me  mata.  Pero  ay  de 
mí,  que  no  puede  mi  poca  libertad  dexarme  le 
ver,  ni  mi  recogimiento  me  le  dexa  hablar:  mi 
castidad  me  haze  illicita  su  conuersacion,  y  el 
amor  querria  siempre  conuersar  le;  la  honra  de 
la  casa  de  mi  padre  me  cierra  sus  entradas  y 
salidas  secretas,  que  la  sensualidad  querria,  por 
manera  que  para  más  bien  le  querer  me  tengo 
de  aborrescer  a  mí  y  a  mis  cosas.  Pero,  al  fin,  yo 
lo  he  querido,  y  Dios  lo  tiene  determinado,  y 
ansí  torno  a  dezir  que  soy  suya,  y  que  nunca 
otro  será  señor  de  mi  cuerpo  sino  Floriano, 
que  lo  es  de  mi  voluntad. 

Just. — O,  qué  grande  es  el  poder  del  amor, 
que  ansi  desencasa  vn  compuesto  bien  concer- 
tado y  derrama  vna  voluntad  bien  ordenada! 

Bel. — No  me  respondes,  Justina? 


Just. — Qué  te  responderé  debaxo  de  la  gran 
compassion  que  te  tengo,  por  la  batalla  que  en 
ti  Aj  de  la  sensualidad  contra  la  razón,  que 
tiene  temor  de  perder  la  posession  de  su  seño- 
río en  ti? 

Bel. — Pues  con  más  piedad  y  con  más  razón 
te  apiadarlas  de  mi  triste  cora9on,  que  anda  ya 
a  punto  de  su  perdimiento,  si  bien  supiesses 
mi  mal;  el  qual,  aunque  yo  le  passo,  ni  le  sé  ni 
le  entiendo,  mas  de  que  veo  que  el  tú  compa- 
descerte  de  mí  me  monta  nada,  si  el  que  tiene 
mi  coraron  no  se  apiada  del.  Y  como  temo  que 
me  oluida,  no  descansa  mi  voluntad,  ni  cessa 
de  pedir  a  mis  ojos  que  se  le  pongan  delante, 
para  que  todas  las  potencias  se  auiuen  y  reco- 
nozcan el  bien  de  dónde  les  viene.  E  yo  te  digo, 
Justina,  que  yo  bien  querria  que  mi  voluntad 
fuesse  muy  obedescida  en  esto;  porque  yo  vien- 
do le,  pensaria  que  no  me  oluidaua,  pues  la  ab- 
sencia es  madrastra  del  amor. 

Just. — Quando  el  amor  no  es  postizo,  ni 
cresce  en  la  presencia,  ni  mengua  en  la  absen- 
cia, ni  se  varia  con  los  tiempos,  pues  la  volun- 
tad y  entendimiento  de  donde  quiera  huelan  a 
ver  lo  que  aman.  Y  Floriano  amar  te,  prueua  lo 
bien  los  tormentos  que  le  causaua  tu  amor;  y 
dessear  te,  bien  tengo  yo  por  mí  que  cuenta  los 
momentos  hasta  verse  en  la  hora;  y  visto  de- 
lante de  ti,  presumo  que  aun  apenas  creo,  por- 
que dizen:  que  lo  que  mucho  se  dessea,  no  se 
cree  aunque  se  vea. 

Bel. — Pues  que  ansi  me  aseguras  del  temor 
que  yo  pedia  temer,  e  yo  lo  estoy  bien  de  que 
él  no  deue  tener  duda  de  que  le  amo  y  jamás 
le  oluido,  qué  te  paresce  que  haremos  en  lo  que 
esperamos  de  nos  ver?  Pues  ni  yo  le  podré  do- 
xar  de  amar  como  a  señor  y  amigo  y  marido, 
ni  podré  hazer  por  él  cosa  que  passo  tuerca  de 
la  razón  en  guarda  de  mi  honra  y  honestidad. 

Just — Pues  que  estamos  a  solas,  para  qué 
tendré  la  boca  llena  de  agua,  en  no  te  dezir  lo 
que,  por  hauer  bien  pensado,  no  será  possible 
callarlo,  vista  occasion  de  dezir  te  desengaña- 
das verdades? 

Bel. — De  esso  huelgo,  y  no  esperes  de  mí 
más  licencia,  sino  que  sin  saina  me  digas  lo 
que  te  paresce  libre,  que  yo  deuo  hazer  tan 
captiua. 

Just. — Digo  que  no  presumas  tener  las  cu- 
bas llenas,  y  las  suegras  beodas.  Y  cata  que  si 
le  amas  marido,  que  toda  eres  suya  de  justicia 
muger.  Y  si  te  honras  de  lo  vno  y  te  huelgas 
de  ver  le  y  querer  le,  huelga  de  obedescer  le. 
Pues  mal  meresceras  la  honra  de  su  muger,  sin 
tener  él  el  prouecho  del  matrimonio,  pues  dizen 
que  honra  y  prouecho  no  van  en  vn  saco. 

Bel. — Bien  dixeras  (que  ya  te  entiendo  tu 
intento)  que  honra  y  prouecho  no  van  en  vn  sa* 
co,  quando  el  prouecho  no  deroga  a  la  honra,  y 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


295 


quando  la  honra  t  el  prouecho  son  de  too.  Pero 
agora  tú  quieres  ascribir  me  a  mí  la  honra  (y 
tienes  razón  que  lo  es  en  ser  suya)  y  a  él  el  pro- 
uecho en  el  gozo. 

Just. — Pues  bien  sabes  que  quando  velan  los 
nonios  les  dizen  que  serán  dos  personas  en  vna 
sola  carne.  Porque  quiero  que  oyas,  que  bien  lo 
sabes  ya,  que  la  honra  y  prouecho  de  tu  mari- 
do es  tuya,  y  la  tuya  de  tu  marido  juiíta- 
raente. 

Bel. —  Bien  has  hablado;  pero  cata  que  la 
honra  es  cosa  muy  vedriada,  y  muy  sotil,  y  muy 
frágil,  y  junto  con  esto,  la  que  haze  immortales 
los  hombres,  la  que  los  haze  de  estima,  la  que 
les  da  imperios,  la  que  los  haze  ser  seruidos, 
pues  vemos  que  los  antiguos  por  sola  la  honra 
arriscaron  quanto  fuera  de  ella  tenian. 

Just. — Ansi  es  que  la  honra,  mayor  conten- 
tamiento da  al  hombre  que  qual([uier  temporal 
otro  prouecho.  Pero  tornando  a  mi  intento, 
nunca  la  muger  pierdo  honra  con  su  marido,  de- 
baxo  deste  vinculo  de  dos  voluntades,  no  se  te- 
niendo respecto  a  otra  disparidad,  como  es  si 
él  es  de  mucha  estima,  y  ella  de  baxa  ralea,  o  al 
contrario;  o  el  vno  en  estremo  pobre,  y  el  otro 
muy  rico;  o  en  las  qualidades  del  alma,  quando 
el  vno  Moro  o  Judio,  o  muy  vicioso  notoria- 
mente, y  el  otro  notoriamente  contrario  de  aque- 
llo. Pero  donde  no  ay  estos  estoruos,  quando 
dos  personas  que  van  a  las  parejas,  que  solo  ay 
la  differencia  en  ser  el  vno  hombre  y  el  otro 
muger,  se  ayuntan,  como  concurre  Dios  en 
aquel  vínculo  para  hazer  vna  persona  de  dos  vo- 
luntades que  eran  antes  y  después  se  tornan  en 
vna,  allí  ay  mayor  honra  de  entramos  quanto 
más  entramos  son  solo  vno.  Y  con  esto  baste; 
porque  no  soy  tan  desuergon^ad  !  que  tenga  vo- 
cablos más  claros;  que  más  vale  vergüenza  en 
cara  sobre  tal  vínculo  hecho,  que  no  manzilla  en 
corayon  con  tan  no  castos  pensamientos  y  tan 
desasosegados  desseos. 

yié/.  — Embuelues  tantas  razones  para  con- 
cluyr  lo  que  C[uieres,  que  algunas  vezes  como 
de  los  cabellos  traes  la  razón  para  que  aprue- 
ue  tu  justicia.  Y  por  tanto,  ya  no  quiero  sino 
que,  pues  siempre  me  lo  persuadiste,  me  acon- 
sejes cómo  se  concluya  de  manera  que  lo  que 
a  Dios  es  notorio  que  passa  entre  nosotros  sin 
su  offensa  a  mi  parescer,  sea  público  alas  gentes 
sin  escándalo  y  de  manera  que  entiendan  jun- 
tamente ser  guiado  por  Dios,  pues  sabes  que  no 
sólo  el  buen  nombre  le  ha  de  buscar  hombre  con 
Dios,  pero  aun  con  las  gentes. 

Just. — Y  aun  es  ansi  que  el  buen  nombre 
vale  más  que  toda  riqueza,  y  que  éste  más  tarde 
se  cobra  delante  las  gentes,  y  aun  más  presto 
se  pierde  con  ellas,  que  no  delante  Dios,  pues 
el  vno  mira  más  en  la  voluntad,  y  los  otros  aun 
calumnian  las  buenas  obras*  Pero  lo  que  rae  pa 


resce  en  estotro  es:  que  pues  a  las  mugeres  en 
semejantes  casos  no  se  nos  permite  acometer,  y 
aun  se  nos  dan  auisos  para  guardar  nos  de  no 
ser  acometidas  como  fiaras  en  la  resistencia  y 
muy  impugnadas  en  esto  a  la  virtud,  y  al  hom- 
bre como  más  libre,  lo  vno  y  lo  otro  lo  es  per- 
mitido, digo  que  Floriano  te  pida  por  muger  a 
mi  señor  Lucendo  tu  padre;  que  como  ello  )a 
esté  hecho,  y  Dios  lo  ha  encaminado,  él  locon- 
cluyra,  y  hará  que  el  viejo,  veniendo  en  ello 
Dios,  se  sirua,  y  vosotros  gozeys,  y  el  mundo 
lo  loe,  pues  no  hay  disparidad  de  las  que  arri- 
ba ya  dixe  en  entramos.  Y  aun  más  digo,  que  si 
quieres  la  cosa  más  breue,  y  mandas,  yo  lo  ha- 
blaré a  tu  padre,  auncjue  bien  sé  que  arrastro 
paño  de  tan  alto  negocio  para  tan  baxo  dele- 
gado. 

iiel. — Lo  que  yo  quiero  que  tú  hagas,  es: 
que  tú  como  de  tuyo  lo  persuadas  a  Floriano 
esso. 

./i<sí. --Que  lo  haré  venida  la  hora.  Pero  alli 
viene  mi  señor  solo;  asuadas  que  venga  a  te  ha- 
blar en  casamiento;  porque  hoy  han  estado  con 
el  dos  señores,  los  más  altos  (leí  reyno,  que  sé 
que  teniati  hijos,  que  te  recibiría  por  muger 
qualquier  de  ellos. 

Bel. — Ay,  Justina,  si  vieres  que  me  quiere  a 
solas,  busca  occasion  con  que  nos  diuidas  pres- 
to; si  no,  yo  soy  perdida. 

.Just. — Pierde  cuydado  Pero  cobra  le  en  es- 
tar sobre  aniso  en  que  no  te  cace  en  algo  de 
Floriano;  que  ya  sabes  qué  sabio  y  sagaz  padre 
tienes. 

Luc. — Qué  hazes,  hija,  estás  buena? 
Bel. — Por  cierto,  señor,  que  aún  no  he  tor- 
nado bien  en  mí  desde  estotro  dia. 

Luc. — No  me  marauillo,  hija,  porque  tú  eres 
delicada,  y  el  mal  que  entra  poco  a  poco,  sale 
de  tarde  en  tarde.  Siempre  ten  cuydado  de  mi- 
rar por  ti,  y  no  salir  de  los  consejos  de  los  mé- 
dicos, para  no  tornar  a  recaer.  Sienta  te,  hija, 
en  tu  estrado,  y  tú,  Justina,  sal  te  allá  fuera. 
Ya  sabes,  hija,  cómo  Dios  lo  manda  y  natura- 
leza inclina  a  los  padres  en  el  cuydado  de  la 
prouision  de  los  hijos;  en  especial  de  aquellos 
hijos  que  la  naturaleza  más  desnudó  en  su  nas- 
cimiento.  Porque  vn  paxarito,  después  de  saca- 
dos los  hijos,  on  muchas  cosas  no  tiene  menes- 
ter mirar  por  ellos,  como  es  el  vestir  los,  el  lim- 
piar los,  ni  el  enseñar  los  hablar  ni  andar, ni  dezir 
les  lo  que  han  de  comer,  porque  con  sólo  traer 
se  lo  mientras  no  son  para  yr  por  ello,  naturale- 
za y  la  necessidad  les  dize  quál  coman  y  quál 
dexen,  y  vn  animal  por  su  mesma  manera,  cada 
vno  como  es.  Pero  al  hombre,  con  dar  le  Dios 
esta  excellencia  de  tener  vso  de  razón,  le  hizo  en 
lo  demás  menesteroso  de  las  abundancias  age- 
nas;  porque  de  ageno  viste  y  come  y  caifa, y  aun 
no  a  todos  se  les  da  el  saber  lo  buscar,  y  halla- 


296 


orígenes  de  la  novela 


do,  guardar  lo.  Y  si  el  cuydado  de  los  hijos  ansi 
pende  de  los  padres,  mucho  más  carga  y  solici- 
ta el  de  las  hijas,  como  más  menesterosas.  Y 
como  vno  destos  cuydados  sea  dexar  en  estado 
las  hijas  en  que  puedan  seruir  a  Dios,  ansi  yo 
con  esta  obligación  natural,  como  por  el  gran 
amor  que  te  tengo,  quito  de  mis  proprios  cuy- 
dados  muchos  ratos  del  dia,  para  dar  lugar  a 
los  que  me  vienen  de  contino,  de  verte  ya  en  mis 
dias  en  estado  del  matrimonio  puesta.  Y  porque 
ya  muchos  de  mis  vezinos  han  caminado  tras  el 
pendón  de  la  muerte,  y  no  sé  quándo  a  mí  me 
llamará  su  trompeta,  cierto  de  que  no  he  de 
quedar,  incierto  del  quándo  tengo  de  yr,  que- 
rría te,  hija,  dar  antes  mi  bendición  con  tu 
compañero  en  el  thalamo  conjugal.  Muchos  de 
grande  estado  al  mundo  te  me  piden,  y  a  nin- 
guno (aunque  muy  importunado)  he  dado  sí  ni 
mano,  porque  te  querria  emplear  (como  theso- 
ro  que  yo  más  estimo  después  del  alma  propria) 
muy  a  mi  honra  y  tu  contentamiento.  Porque 
en  todas  las  obras  políticas  del  hombre  humano 
hauria  de  hauer  voluntad  del  que  las  obra,  y  en 
especial  en  este  estado,  que  con  paz  es  de  gran 
bendición,  y  contra  voluntad  tomado,  y  en 
desgracia,  es  gran  seruidumbre  y  vida  peor  que 
de  galera.  Por  tanto,  sin  me  detener  más  dias, 
me  di  tu  deliuerada  voluntad  en  esto,  porque 
sobre  aquella  asiente  yo  la  mia,  en  la  conclusión 
de  lo  que  ya  tanto  y  tantos  me  molestan.  Y 
cierto  si  en  alguna  cosa  me  paresce  a  mí  hauian 
de  hazer  su  querer  las  hijas,  hauria  de  ser  en 
esto;  pero  hallo  que  por  las  leyes  diuinas  y  ca- 
nónicas y  ciuiles  las  constriñen  a  no  salir  de  la 
obediencia  de  los  padres.  E  por  esso  aprouan- 
do  lo  por  bueno,  tú  harás  mi  voluntad  en  que 
me  digas  la  tuya  luego. 

Bel.  —  Siendo  yo  la  hija  que  más  deue  a  su 
padre  que  de  mi  manera  liaurá  en  esta  vida, 
nunca  Dios  quiera  que  comience  en  mí  el  exem- 
plo  de  la  ingratitud  y  mal  consentimiento  en  el 
no  te  obedesccr  muy  por  entero  a  lo  que  rae 
mandares.  Porque  si  otras  hijas  son  obligadas 
a  sus  padres  porque  son  padres,  yo  a  ti  porque 
eres  padre  y  madre,  y  señor  y  regalador  y  abri- 
go mió.  Pero  más  pienso  que  meresceré  delan- 
te de  ti  en  hazer  tu  mandado  en  esto,  en  forjar 
me  a  querer  hallarme  sin  ti  vn  hora,  que  no 
por  otras  causas  que  la  honestidad  suele  moner 
a  las  honestas  hijas,  en  obedescer  a  sus  buenos 
padres.  Y  ansi  sepas  que  qnando  me  dieres  ma- 
rido, le  tomare';  quándo  me  metieres  monja,  lo 
seré;  y  quándo  me  mandares  yr  de  tu  casa,  yre; 
y  quándo  quisieres  que  no  vaya,  no  yre;  aun- 
que tanto  más  mejor  te  obedesceré  en  que  quie- 
ras que  no  te  dexe,  quanto  menos  regalo  espe- 
ro tener  sin  tu  presencia.  Pero  más  quiero  como 
hija  hazer  tu  voluntad,  que  como  regalada  des- 
sear  mi  contentamiento.  Y  ansi  como  no  deter- 


mino de  dezir  nó  a  cosa  que  tu  voluntad  sea, 
ansi  no  te  quiero  sacar  condición  alguna,  por- 
que en  apartar  me  de  ti  hallo  la  mayor  pérdida 
que  jamás  hija  perdió,  y  en  no  hazer  tu  volun- 
tad sería  la  más  de  culpar  del  mundo. 

Zmc  — Has  hablado,  hija,  tan  prudentemen- 
te, que  con  tu  sí  tan  libre  que  me  das  me  dc- 
xas  más  captiuo  mi  querer  al  tuyo.  Y  ansí  te 
prometo  al  amor  que  te  tengo:  que  tractan- 
do  esto,  no  te  mire  como  hija  en  te  mandar,  si- 
no como  a  muger  en  no  hazer  cosa  sin  tu  ex- 
presso  consejo  y  contentamiento.  Y  por  esta 
razón  te  quiero  en  particular  dezír  quiénes  son 
los  que  te  me  piden ,  y  con  quién  soy  más  incli- 
nado a  cerrar  en  esta  cosa:  para  ver  lo  que  de 
cada  vno  sientes. 

Bel. — Ay,  mezquina  yo,  que  agora  que  en- 
tramos en  lo  especial  temo,  que  hasta  agora  todo 
ha  sido  querer  en  general;  y  ansí  no  estaua  yo 
tan  constreñida  a  declarar  me  con  quién  quiero 
por  nombre,  y  a  quién  no  quiero. 

Luc. — A  quién  dizes  que  te  inclinas  más  en 
lo  particular?  que  no  te  oy  bien.  E  ya  te  digo 
que  ni  por  dezir  me  tu  parescer  te  tendré  por 
más  atreuida,  ni  por  hablarme  claro  por  menos 
buena  y  honesta. 

Bel. — Señor,  a  Dios  gracias,  la  poca  contrac- 
tacion  que  tengo  fuera  de  con  mi  gente  me 
quita  del  vicio  que  llaman  accepcion  de  perso- 
nas, en  tachar  a  vnos  y  aprouar  a  otros,  pues 
a  todos  los  ignoro,  y  a  todos  quiero  bien,  y  a 
mí  tengo  por  no  merescedora  del  menor,  y 
más  Suez  que  tu  voluntad  fuere  de  me  dar. 
Pero  mira  que  viene  Justina,  y  deue  de  que- 
rer te  algo. 

,/«sí.  — Mucho  va  adelante  la  plática:  quiero 
despartirlos. 

Luc.  —  Quieres  algo,  Justina? 

.Tust. — Señor,  que  mires  que  ha  rato  que  se 
apeó  el  adelantado  mayor,  y  deue  estar  te  aguar- 
dando. 

Luc. — Pues  voy,  que  esta  plática  se  con- 
cluirá para  la  obra  otro  dia  plaziendo  a  Dios; 
queda  te,  Justina,  con  tu  señora,  y  tú,  hija, 
mira  que  te  solazes,  pues  de  tu  plazer  huelgo 
yo  mucho. 

Bel. — Yo  te  haré  esse  plazer  de  oy  más. 

Just. — Que  te  paresce, señora,  quán  a  mano 
tramé  la  mentira? 

Bel.  —  Ay,  que  peor  es  si  sale  en  balde,  que 
luego  tornará  enojado. 

.Tust.  ~  Entonces  no  faltará  otra  y  otras  diez; 
en  especial  que  ya  él  vino  endenantes.  Pero 
como  viene  tantas  vezes,  no  sé  sí  se  tornó  a  yr 
o  no.  Peo,  cómo  te  ha  ydo? 

Bel.  —  Qué  quieres  que  me  vaya?  Pues  ya  a 
lo  claro  quiere  eoncluyr  de  casarme. 

.Tust.  —  Y  qué  le  dixiste? 

Bel.—  Que  no  saldré  de  su  mandado. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


297 


Just. — Bien  fue  ansi;  pero  en  lo  particular, 
de  quién  te  nombró? 

Bel. — Ya  lo  comencj-aua  quando  nos  atajaste; 
pero  quedó  que  otro  dia  me  lo  dirá,  para  que 
yo  escogiesse  quál  mejor  me  agradasse  a  nii 
parescer. 

,/í/sí. —  Agora  te  digo  que  está  andado  el 
medio  camino,  y  piensa  que  ordena  Dios  esto. 
Yo  auiso  esta  noclie  a  Floriano,  para  que  sea 
él  vno  de  los  que  te  pidieren,  para  que  si  a 
bueltas  de  los  otros  te  lo  nombrase  tu  padre, 
puedas  ceirar  con  él,  y  ansi  no  se  sentirá. 

5í/. -Bien  está;  ansi  se  hará  bien;  enco- 
mendemos lo  a  Dios  todo. 

ARGUMENTO  DE  LA  SCENA  XLI 


Editando  en  palacio  Fulminato  y  Felisino  y  Piíiel,  tractando  de 
lo  que  acónteselo  a  Fulminato  con  Marcciia.  sobreueniendo 
Polytes  y  Lydorio,  tractan  de  (¡ué  cn«a  sea  la  fortuna,  y  de^*- 
pues  se  desparlen  para  yr  se  a  apercebir  para  la  jornada 
de  la  noche. 


Fulminato,  Felisi\o,  Pinel,  Polytes, 
Lydorio. 

[/'<(/.]. — Agora  qne,  hermanos,  estamos  en 
casa,  quiero  daros  razón  de  lo  que  en  casa  de 
Marcelia  vistes  que  passó,  que  me  haueyts  pe- 
dido que  os  diga. 

Fel. — Como  ya  te  lo  hauianios  pedido  tan- 
tas vezes,  ya  yo  tomaua  el  tu  callar  por  res- 
puesta. 

Pin. — Yo  porque  sospeché  que  fue  sobre  la 
capa,  callana  yo  ya;  porque  veo  que  no  lo  recibe 
Fulminato  de  buen  gusto. 

Fel. — Agora  digo  que  rae  espanto  de  tantos 
chismosos,  y  por  esso  dizen  que  el  miel  y  la 
mentira  para  el  fondo  tira;  y  ansi  luego  es  al- 
canzado vn  mentiroso.  Dicho  me  auian  a  mí, 
pues,  que  anoche  hauian  capeado  a  Fulminato, 
y  aun  que  si  no  tuuiera  buenos  pies,  que  quica 
con  el  capear  fuera  el  caparle. 

Pin. — Tirte  a  fuera:  esso  malo  era.  Pero  di- 
xeron  me  a  mí  que  el  dexó  la  capa  por  huyr  de 
dos  garlones  que  le  corrieron  la  zapata.  Pero 
como  después  yo  mesmo  la  vi  llenar  al  ladrón 
que  yo  no  pude  alcanzar,  y  sacar  la  den  casa  de 
^íarcelia,  todo  lo  tuue  por  burlería. 

Ful. — No  en  balde  dijo  Esopete  a  su  amo: 
que  no  hauia  cosa  más  amarga  ni  más  aguda 
que  la  lengua.  Y  no  en  balde  es  dicho  la 
muerte  y  la  vida  está  en  poder  de  la  lengua,  y 
que  no  ay  peor  cosa  ni  mayor  pestilencia  para 
toda  congregación  pacífica  que  la  lengua  do- 
blada que  siembra  discordias.  Y  ansi  huelgo 
que  veays  qué  crédito  se  ha  de  dar  a  semejan- 
tes flaquezas  dichas  de  Fulminato  de  oy  más. 
Pues  que  si  dexé  la  capa  caer,  fue  porque  no 
cayesse  el  ánimo  desseoso  de  alcanpar  a  aquellos 


vcllacos,  que   senti   por  más   sueltos    de  pies 
que  yo. 

Fel. — A  la  fe,  en  tal  caso  poco  es  dexar  la 
capa.  Pero  dexando  esto,  nos  di,  qué  auias  con 
Marcelia?  que  no  ay  quien  os  entienda  a  los  dos 
vuestras  algarauias;  vosotros  os  enojays,  y  os 
coiifederays  quando  se  os  antoja. 

Ful.—  V  aun  essa  más  gracia  me  dio  Dios, 
que  nunca  muger  me  acabó  de  entender,  porque 
con  ellas  siempre  os  haueys  de  hauer  bien, 
vuestro  derecho  a  saluo:  de  manera  que  si  la 
castigaredes,  os  tema  y  si  la  halagaredes,  no  se 
os  atroua. 

Pin. — Y  aun  ansi  dizen  que  la  muger  y  la 
sardina,  de  rostros  en  el  fuego.  Y  aun  que  la 
nmger  y  el  fuego  para  que  luzgan,  a  coces, 
aunque  esto  tiene  haz  y  enucs.  Porque  si  la 
muger  se  aueza  al  castigo,  y  os  toma  el  pulso 
hasta  quanto  os  pese  la  mano,  tiene  ya,  como 
hecha  a  las  armas,  el  ser  c:  stigada,  por  solo 
dar  os  enojo  y  salir  con  la  suya. 

Ful. — A  la  fe,  no  la  dexar  criar  malas  cos- 
tumbres desde  nueua;  porque  vna  bestia  mular, 
cobrando  vn  siniestro,  ella  muere,  pero  no  le 
pierde:  y  ansi  no  menos  es  de  la  muger.  Por 
donde  digo  que  el  ser  buena  o  mala  vna  muger, 
todo  consiste  en  .'■aborla  tractar  a  los  principios, 
que  la  hazeys  a  la  carga  de  vuestra  voluntad. 

Pin — Pues  dessa  manera,  cómo  quieres  tú 
apoderar  te,  con  Marcelia,  que  la  comentaste  a 
entrar  al  cabo  de  Dios  os  saine?  porque  ni  le 
podras  ya  quitar  la  marca  del  que  la  selló  pri- 
mero, ni  las  costumbres  en  que  ya  se  ha  criado, 
y  madurescido,  y  aun  comentado  a  enuejecer, 
ia  pienses  quitar,  pues  ya  en  ella  mudar  cos- 
tumbre es  le  a  par  de  muerte. 

Fel. — Y  aun  por  esso  me  paresce  a  mí  que 
haze  mal  Fulminato  en  querer  domar  ya  yegua 
con  potranca,  tan  grande  como  la  madre;  en  es- 
pecial que  no  la  tiene  tan  por  suya,  que  con  tales 
tractos  no  le  cambie  por  otro  ({ue  la  regale. 

Pin. — Más  (juifa  está  ya  hecho,  porque  no 
la  veo  yo  tan  buena  de  contentar,  que  con  la 
ordinaria  prebenda  de  Fulminato  se  mantenga. 
Pues  hartar,  bien  vemos  que  es  por  demás,  pues 
es  nniger,  y  no  vieja,  y  suelta;  que  diz  que  buey 
suelto  bien  se  lame. 

Ful.  —  A  la  fe,  en  .sólo  el  ajietito  hambriento 
de  recebir  y  pedir  la  he  hallado  siempre  suelta. 

Pin. —  Pues  cómo,  y  agora  sabes  que  la 
muger  es  vn  género  de  animal  imperfecto,  que 
para  suplir  su  imperfection  en  lo  vno,  siempre 
dessea  al  varón  como  la  tierra  al  agua?  y  no 
sabes  que  ansi  abre  las  manos  al  tomar,  que  no 
sabe  tener  rienda  en  el  recebir?  Y  no  me  pidas 
más  de  que  sea  vra  muger  auarienta,  que  yo  te 
la  vendo  por  viciosa  y  confusión  de  toda  virtud; 
y  si  esto  no  es  ansi,  diga  lo  el  señor  Lydorio, 
pues  lo  traxo  Dios  a  tan  buen  tiempo. 


298 


orígenes  de  la  novela 


•   Lid.—  Qué  es  lo  que  tengo  de  dezir? 

Fel. — Que  estaua  prouando  Pinel  que  el 
vicio  de  la  auaricia  es  muy  peligroso,  mayor- 
mente en  las  mngeres:  esto  te  preguntan  si  es 
ansi? 

Lyd. — Digo  que  dize  muy  gran  verdad,  por- 
que ansi  está  escripto:  que  la  rayz  de  todos  los 
males  es  la  cobdicia.  Y  aun  ansi  dize  el  sabio: 
que  no  ay  mayor  maldad  que  amar  el  dinero;  y 
en  tanto  es  malo  el  vicio  de  la  auaricia,  que  es 
contado  por  idolatría,  que  es  dexar  de  adorar 
al  criador,  adorando  la  criatura. 

Ful. — En  ley  d3  christiano  no  ay  peor  mal. 
Lyd. — Pues  esse  tan  grande,  le  causa  la 
auaricia  en  el  hombre,  como  vicio  más  detesta- 
ble de  los  otros  vicios,  porque  donde  asienta 
roba  todas  las  virtudes,  y  donde  él  está  ay  ti- 
niebla,  y  este  vicio  es  vn  nublado  de  las  virtu- 
des, que  todas  las  absconde.  Y  ansi  aquel 
potente  Marco  Crasso  amató  en  sí  muchas  vir- 
tudes que  tuuo  con  solo  ser  auariento.  Y  aun 
es  vicio  que,  con  hazer  robar  lo  ageno,  haze  al 
que  lo  ha  robado  ser  robado  y  énagenado  de  sí 
mesmo,  por  ser  esclauo  de  la  riqueza  que  ha 
robado  y  tiene;  y  ansi  dizen  que  el  auariento 
más  es  tenido  de  la  riqueza  que  la  riqueza  del. 
A  esta  causa  muchos  de  los  amadores  antiguos 
de  la  sciencia  desterraron  de  sus  academias  la 
riqueza,  por  poder  aposentar  la  sciencia;  y  de 
sus  casas  lan9auan  el  thesoro,  por  encerrar  el 
sosiego;  y  de  sus  personas  alongauan  el  amor 
del  dinero,  por  se  hazer  amadores  ricos  de  la 
virtud. 

Ful. — Si  las  cosas  hauian  de  yr  medidas  por 
esse  pesso,  a  pocos  conuenia  el  pesso  de  la  mo- 
neda, y  menos  a  la  muger,  por  lo  que  yo  me  se'. 
Lyd. — Ansi  es,  que  a  todos  es  dañosa  la 
auaricia,  y  a  la  hembra  es  pestilencia,  y  aun 
pestilencia  de  las  modernas,  que  no  las  hallan 
cura  los  médicos.  Porque  dad  me  una  muger 
auarienta,  y  no  me  nombreys  virtud  que  le 
quadre,  ni  vicio  que  no  aya  en  ella,  o  se  presu- 
ma hauer.  Porque  si  es  mo9a  y  hermosa  y 
auara,  yo  os  la  daré  más  común  que  el  pan  en 
la  pla9a  y  los  abbades  en  las  iglesias;  y  si  es 
fea  y  mo9a  y  auara,  potajes  haze  de  su  persona, 
y  embustes  para  contentar  los  hombres,  para 
ganar  les  la  moneda,  que  no  se  pueden  nombrar, 
porque  faltaría  tiempo,  ni  se  deuen  dezir,  por 
la  reuerencia  de  las  que  son  buenas. 

Fel. — Y  aun  cierto  oy  en  dia  gran  acata- 
miento se  deue  hazer  a  vna  muger  buena. 

Lyd. — Y  aun  en  tanto  se  deue  estimar  la 
cosa,  quanto  con  más  dificultad  se  halla;  por- 
que sin  perjudicar  ninguna  en  particular,  mí 
opinión  es:  que  pocas  ay  que  quieran  dexarse 
caer  a  la  mano  del  hombre,  que  no  quieran  que 
es  de.  Y  si  no  lo  sabeys:  quántas  casadas  y  ri- 
cas, y  que  tienen  hechos  los  maridos  a  mandado 


suyo  y  muy  a  su  mano,  y  vienense  a  pegar  a 
vezes  con  vno  que  es  asco  verle? 

Pin. — Que  digo,  señor  (hablando  con  per- 
don)  que  aunque  los  maridos  sean  muy  viles,  y 
los  amigos  muy  lo9anos,  y  muy  a  desseo  y  con- 
tento de  ellas,  y  ellas  en  estremo  ricas,  siempre 
quieren  doblada  substancia,  que  es  la  del  mari- 
do en  todo,  y  la  del  amigo,  en  el  cuerpo  y  en  la 
bolsa.  E  ya  que  les  falte  buena  color  para  pedir 
a  les  pobres,  que  lo  han  de  lazerear  por  darlo  a 
ellas,  que  les  sobra,  a  lo  menos  toman  acha- 
que de  pedir  con  dezir:  dad  me  qué  trayga  pur 
vuestro  amor. 

Ful. — Por  el  cerrojo  de  Burgos,  que  hablas 
como  experto. 

Fel. — Asnadas  que  en  tales  andolencias  se  le 
desgaja  a  él  el  partido. 

Pin. —  Sea  lo  que  fuere,  cada  qual  siente  sus 
duelos,  y  Dios  remedia  los  de  todos.  Y  di,  se- 
ñor Lydorio,  hasta  concluyr  tu  plática,  porque 
si  no  tractas  de  todo  género  de  mugeres,  inju- 
rias las  vnas  y  abonas  las  otras:  porque,  a  mi 
ver,  más  presa  haze  la  auaricia  en  los  viejos, 
aunque  no  alcan90  el  por  qué. 

T^yd,. — Porque  como  les  va  faltando  el  mun- 
do en  el  viuir,  querrían  tenerle  (como  dizen) 
por  los  cabe9ones,  y  buscan  la  virtud  adquisita 
terrena,  como  les  va  faltando  la  virtud  natuial, 
y  ansi  todos  guardan;  porque  como  ellos  van 
faltando  ya  al  mundo,  ansí  piensan  que  todo  les 
tiene  de  faltar  a  ellos.  Y  por  tanto  bueluo  a  mi 
intento,  que  la  auaricia  en  la  muger,  y  muger 
vieja,  es  más  peligroso  mal,  porque  la  haze  em- 
baidora, hechizera,  alcahueta,  y  amiga  y  aliada 
del  demonio. 

Ful. — Y  aun  pese  a  tal  con  las  que  desde 
temprano  aprendieron  todos  essos  officios. 

Pin.  —  Aj  te  duele  aún?  pues  con  tu  pan  te 
lo  comas,  que  a  la  verdad  ello  es  ansi ;  que  como 
ay  oy  en  día  imitadores  de  los  virtuosos  pas- 
sados,  también  ay  remedadores  de  los  viciosos 
antiguos. 

Lyd. — Y  aun  para  el  remedar  los  viciosos 
más  precipites  son  las  mugeres;  y  para  intentar 
vn  vicio  qualificado.  Porque  quién  de  los  hom- 
bres intentará  hechos  procaces  y  nefandos  y 
feos  y  malos  en  todo  genero,  como  muchas  de 
las  mugeres  de  los  siglos  primeros?  Y  porque 
calle  los  que  en  historias  sacras  son  referidos, 
por  la  grauedad  y  magostad  de  las  sacras  escri- 
turas, quién,  empero,  yguala  con  la  auaricia  de 
aquella  Tarpeía,  siendo  donzella  y  recogida,  y  a 
quien  no  faltaua  cosa  en  la  casa  del  alcayde  del 
Capitolio,  su  padre?  Pues  no  diremos  que  an- 
dando por  el  mundo  aprendió  tanto  que  con 
auaricia  pudiesse  poner  a  Roma  en  el  estrecho 
que  la  puso.  Quién  por  tan  poca  cosa  hiziera 
tan  gran  mal  como  Eriphile,  en  vender  al  ma- 
rido tan  bueno  y  tan  estimado,  y  que  tanto  ia 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


290 


quería?  Quién  hiziera,  con  suzia  carnalidad,  lo 
qne  Pasiphae,  rauger  del  rey  Minos?  Quién  con 
saña  veiigatiua  per))etrara  lo  que  las  dos  her- 
manas Progne  y  Philonjela?  Quién  por  solos 
amores,  aun  no  gozados,  ni  aun  más  laudados, 
con  solo  ver  el  amante,  y  aun  desde  laxos,  se 
dexara  prender  de  la  yerna  de  flecha  de  amor 
en  la  manera  que  Scylla,  para  executar  su  ve- 
nenosa ponzoña  en  cortar  la  cabera  a  su  viejo  y 
dormido  padre  el  rey  Niso?  Quién  se  atrenicra 
a  lo  ({ue  Myrrlia,  enamorada  de  su  padre  Ci- 
nara? Quién  pudiera  abatir  tanta  gloria  de  re- 
yes, y  desolar  tantos  reynos,  y  acocear  tanta 
gloria  de  famas  de  monarchas,  como  el  mal  go- 
uierno  de  la  persona  de  (Jleopatra  en  Egypto? 
ni  Helena  en  Troya  y  Grecia?  y  si  concluyniüs: 
con  la  nuestra  Cana  en  España?  Es  nunca  aca- 
bar escodriñar  libros  en  buscar  exemplos,  para 
probación  de  cosa  en  sí  tan  notoria. 

Ful.  —De  aqui  infiero  yo,  para  salir  de  la 
plática,  que  tenian  razón  los  antiguos  en  tener 
l)or  cosa  de  gran  tomo  y  poder  a  la  fortuna, 
pues  podia  y  bastaua  a  fauoresccr  a  que  perso- 
nas tan  effeminadas  y  suezes  y  flacas  saliessen 
poderosamente  con  hechos  de  tanto  mal  y  daño, 
como  las  antiguas  que  Lydorio  ha  contado,  y 
como  (')  muchas  de  las  modernas  que  yo  me 
sé,  que  tracto  con  gente  (}ue  las  sabe  y  las  haze. 
Pues  más  agudo  tiene  el  ingenio  vua  mala 
hembra  para  cien  males  {})  que  diez  varones 
para  intentar  de  repente  vn  mal,  y  vn  caso  feo, 
y  vn  hecho  espantoso  a  los  buenos,  y  temeroso 
a  los  flacos. 

Fel. — Pues  por  Dios  que  tú.  Fulminato,  le- 
uantaste  plática  cuya  consideración  muchas  ve- 
zes  me  tiene  atónito:  ver  quán  dispares  cosas 
encamina  la  fortuna. 

Pin. — A  la  fe,  los  males  encamina  los  la  as- 
tucia del  nuestro  enemigo,  y  accepta  los  y  aun 
obra  los  la  nuestra  })ropria,  y  los  bienes  encami- 
na los  el  gouierno  y  i)rouidencia  diuina.  Porque 
si  yo  quiero  y  Dios  quiei'c  guardar  me,  ni  basta 
vna  fortuna  imaginada,  ni  muger  artera,  ni  aun 
el  diablo  tan  poderoso,  para  derrocarme  a  vn 
mal  que  sea  daño  del  alma,  ((ue  en  lo  demás 
temporal  callo  y  subjecto  me  al  parescer  de  los 
sabios  en  esto,  y  a  la  iglesia  en  la  fe. 

Lyd. — Tú  dizes  bien,  Pinol:  que  la  escusa 
que  no  los  escusará  a  los  que  no  quieren  en- 
mendarse del  mal,  es  dezir  que  lo  hizo  el  de- 
monio, que  fue  su  hado,  qu'.'  lo  gouernó  ansí  la 
fortuna,  que  fingidamente  era  deificada  de  los 
insipientes  y  ciegos  antiguos,  teniendo  la  por 
diosa,  con  otros  muchos  mentidos  dioses  que 
ellos  inuentauan  a  sus  propósitos  cada  vno. 

Pin. — Pues  porque  vno  de  los  bordones  co- 

•(')  En  el  oriñinal,  por  errata,  con. 
(^)  En  el  original,  para  fn. 


muñes  de  los  enamorados  que  hablan  de  sus 
amores  escriuiendo  o  trobando,  luego  a  mano 
tractan  querellas  de  la  fortuna,  nos  di,  señor 
Lydorio,  algo  de  la  fortuna. 

Li/d. — Digo  que  más  querellas  forniaria  ella 
de  ellos  si  supiesse  quexar  se. 

Ful. — Pues  ((ué  cosa  es,  que  tanto  de  ella 
hablamos,  y  tan  poco  la  conosceraoe? 

Liid. — Según  el  error  de  los  antiguos,  ella 
era  vna  de  sus  dioses  mentidos  (como  ya  dixe) 
y  fingieron  la  que  gouernaua  a  su  libre  ([Uerer 
este  mundo,  y  traya  los  hombres  en  vna  volu- 
ble rueda  asentados,  por  manera  que  al  que  le 
plazia,  boluiendo  su  rueda,  baxaua,  y  al  que  le 
pla/.ia  leuantaua;  a  vnos  daua  lo  que  a  otros 
jn-iniero  ((uitaua,  y  a  vnos  vestia,  desnudando  a 
otros. 

Ful. — Esso  a  cada  passo  lo  vemos,  que  ran- 
chos que  no  merescian  la  sal  que  comen,  les  so- 
bra el  bien,  y  otros  que  lo  merescen  y  son  para 
ello  no  tienen  vn  pan;  y  vnos  bien  siruiendo  no 
medran,  y  otros  crescen  sin  por  qué  como  es- 
ponja, con  no  ser  para  dar  migas  a  vn  gato, 
porque  salga  cierto  el  vulgar:  que  da  Dios  ha- 
uas  a  quien  no  tiene  quixadas.  Y  ansi  como  pa- 
rezca (juc  estas  sean  obras  de  fortuna,  cierto, 
como  no  guarde  la  justicia  en  su  distribuyr,  no 
deue  de  ser  buena  cosa. 

Lijd. — La  fortuna  es  vn  súbito  y  no  pensa- 
do caso  de  las  cosas  que  suelen  acontescer. 

Fel. — V  aun  ansi,  veo  que  la  fortuna  es  vna 
manera  de  feria,  que  cada  merchan  habla  de  ella 
como  en  ella  le  fue.  Porque  la  fortuna  por  mu- 
chos es  llamada,  por  otros  culpada,  por  muchos 
desseada  y  por  otros  huyda,  por  muchos  loada 
y  por  otros  muy  reprehendida;  por  muchos  hon- 
rada y,  por  otros  baldonada  y  menospreciada  y 
tachada;  [)or  vnos  es  tenida  por  ciega,  vagabun- 
da, inconstante,  varia,  incierta,  fauorescedora 
de  indignos,  y  entmiga  y  contraria  de  buenos  y 
valerosos  y  animosos;  y  \)0T  otra  parte,  si  la  mi- 
ramos la  veremos  en  sus  effectos  totalmente 
contraria  de  todo  esto. 

A'/f/. — Todo  esso  y  aun  más  cabe  en  el  ser 
sin  ningún  actual  ser  de  la  fortuna.  Porque  a 
las  vezes  vence  la  potencia  do  mil  y  el  consejo 
de  ciento,  con  sólo  vno;  y  amata  la  juventud,  y 
anima  la  edad  decrepita,  según  le  plaze;  y  ansi 
la  llama  vn  poeta  inconstante,  frágil,  fementi- 
da, deleznable.  Y  por  tanto,  los  antiguos,  que 
la  adorauan  por  diosa,  la  fingieron  como  don- 
zella,  ciega  y  con  alas,  y  dauan  le  vn  cuerno  o 
bozina  en  la  mano,  para  tocar  le  como  a  monte- 
ria,  y  con  él  derramaua  oro  por  vna  parte  y  es- 
parzia  sangre  por  la  otra.  Y  dauan  le  en  la  otra 
mano  vn  gouernalle  de  nauio,  y  ponian  la  vn 
pie  sobre  el  ([ual  se  sustentaua,  puesto  sobre  vn 
ancora,  y  en  a([uello  declarando  sus  atributos 
que  ellos  le  dauan,  entendiendo  de  ella  que  go 


300 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


uernaua  el  mar  y  la  tierra.  Porque  tenia  vn  pie 
en  el  ancora,  y  el  otro  encarainana  a  poner  so- 
bre la  tierra,  sin  llegar  con  e'l  al  agna.  Y  que 
daua  riquezas  a  viios,  y  afanes  y  nuiertes  a  otros 
de  los  que  seguian  tras  su  llamado.  Y  llaniaua 
a  son  de  raonteria,  por  la  inconstancia  que  ella 
en  sí  tenia,  y  el  poco  sosiego  que  tienen  los 
hombres  que  andan  en  la  monteria  occupados, 
y  por  la  incertinidad  que  a  manera  de  ca^a, 
inciertas  son  las  ganancias  de  la  ca^a,  y  vn 
muy  engolosinado  afán  de  incierta  posession 
de  lo  que  muchas  vezes  buscando,  o  no  pueden 
descobrir  lo,  o  sólo  lo  pueden  ver,  y  las  menos 
vezes  cobrar.  Pintauan  masa  la  fortuna  ciega,  o 
bendauan  la  los  ojos,  significando  que  los  fauo- 
res  o  riquezas  o  afanes  que  daua  son  por  vn  ca- 
í-o  fortuyto  y  por  vn  acaesciniiento  no  pensado. 
Pero  esto  que  ellos  llamauan  fortuna,  y  algunos 
llaman  por  nombre  de  hado,  que  también  los 
ciegos  gentiles,  cuydadosos  de  buscar  dioses,  y 
descuvdados  de  conoscer  al  Dios  criador  verda- 
dero, venerauan  las  hadas  que  ellos  llamauan 
Parcas  por  diosas  hijas  de  la  diosa  de  la  neces- 
sidad;  porque  les  dauan  poder  aun  sobre  los 
otros  dioses,  en  lo  que  ellas  disponian  quanto  a 
la  gouernacion  de  los  hombres  y  del  mundo.  Y 
ansi  dezian  que  lo  que  ellas  tenian  determinado 
entre  sí,  que  de  necessidad  acontescia,  y  no  por 
puro  acertamiento.  Pero  esta  fuerza  o  poder  de 
los  hados  no  tiene  más  ser  ni  más  poder  (co- 
mo ni  el  de  la  fortuna),  ni  más  eran  de  en  quan- 
to los  qne  las  venerauan  les  querían  dar.  Por- 
que desde  siempre  que  ay  cosas  causadas,  han 
de  tener  principio  en  la  causa  primera,  y  todas 
las  cosas  que  en  sí  tienen  successo  e  orden  na- 
tural las  dispone  naturaleza  imperada  por  Dios. 
Y  todo  lo  que  se  haze,  qne  su  ser  no  sea  priua- 
cion  (como  es  el  pcccado),  pero  sea  cosa  que 
tenga  ser,  en  quanto  es  causado,  procede  de  la 
causa  primera  que  es  Dios,  y  es  cosa  ordenada, 
la  guia,  y  ordena,  y  dispone  la  diuina  prouiden- 
eia  y  saber  infinito  de  Dios,  o  que  por  sí,  o  que 
por  sus  causas  generales,  que  en  él  tomaron  la 
tal  virtud.  Porque  ni  ay  más  fortuna,  ni  ay 
más  hado  que  fuerce  al  hombre  a  hazer  lo  que 
en  su  libre  poder  consiste,  ni  es  escusacion  de 
los  que  quieren  larga  licencia  para  peccar.  dezir 
que  les  forco  el  hado  o  la  fortuna;  que  si  bien 
hazen,  por  Dios  lo  obran,  y  si  mal,  por  sí  mes- 
mos.  Puesto  que  quanto  á  las  inclinaciones  na- 
turales, variamente  son  en  los  hombres:  que 
vnos  son  más  inclinados  a  vn  plazer  o  a  vn  vicio 
que  otros,  y  otros  más  a  vna  virtud  que  otros; 
pero  en  solo  esto,  ni  consiste  el  merescimien- 
to  ni  desraerescimiento,  ni  es  causa  princi- 
pal ni  de  nuestro  bien  ni  de  nuestro  mal.  E  si  el 
paje  no  saliera  ya  a  llamar  me,  más  dilatara  en 
esto,  porque  es  plática  prouechosa  a  mancebos 
que  quieren  saber  oyendo  y  acertar  sabiendo. 


Fel. — Y  aun  ansi  nos  pluguiera  a  todos  de 
que  fuera  ello  adelante.  Pero  desde  agora  te  lo 
suplicamos  para  otra  semejante  coyuntura  y  va- 
garoso esp.acio  como  el  que  agora  hemos  tenido, 
que  no  ha  sido  poco. 

Pol. — A,  señor  Lydorio,  Floriano  llama  a  ti 
y  a  Fulminato. 

Ful.  —  Pues  bien  fuera  que  me  embiara  a  de- 
zir para  que',  para  que  de  camino  llenara  mis  ar- 
mas si  el  caso  lo  pide. 

Fol. — Anda  ya,  que  baste  la  capa  que  de- 
xaste  caer  huyendo,  y  la  espada  que  yo  te  saqué 
de  la  mano  algún  dia. 

Pin. — O, pese  a  tal,  que  si  te  oyera,  no  cupié- 
ramos en  casa.  Y  tú  anda  luego  a  Marcelia, 
que  te  queda  aguardando,  y  rogo  me  que  te  lo 
dixese;  que  creo  que  te  ha  hallado  buen  frega- 
dero de  su  comezón. 

Pol. — Pues  ser  le  ha  escusado  pensar  de  ras- 
car se  con  tal  mano;  ay  está  el  brauo  de  Ful- 
minato. 

Ful. — Qué  dizes  de  mí? 

Pol.  —  Qae  entres  a  Floriano,  porque  ya  ha 
entrado  el  camarero,  y  llamando  os  juntos, 
pondrás  sospecha  en  Floriano  que  te  acouar- 
das  en  la  obra,  si  algo  de  tomo  te  quiere  man- 
dar. 

Ftil. — Pues  por  quitar  a  él  y  aun  a  vosotros 
de  essos  scrupulos,  entro. 

i^é/.  — Pues,  Pinel  hermano,  vamos  a  la 
despensa  y  preuengamos  los  cuerpos  antes  que 
por  ventura  los  hallen  flacos  las  armas,  si  nos 
las  mandan  tomar. 

Pol.  — Y  aun  esso  es  lo  acertado;  yo  también 
entro  tras  Fulminato;  que  Marcelia,  aunque  sea 
entendida,  a  lo  menos  no  será  de  mí  ni  oyda  ni 
creyda  ni  obedescida. 


ARGUMENTO    DE    LA   SCENA   XLIl 


MarcoHa  licúa  la  carta  y  ineiisaje  de  Floriano  a  Belisea,  con  la 
qual  y  con  Justina  passa  grandes  pláticas  sobre  los  bienes  y 
males  que  ay  entre  los  casados.  Va  »e  Marcelia  a  su  casa,  y 
(|ueda  Belisea  con  Justina,  y  lee  el  papel  de  Floriano.  Justina 
torna  a  persuadir  a  Helisea  que  concluya  el  nialrinionio  con 
Floriano.  venida  h  noche. 


Marcelia,  Liberia,  Belisea,  Jostixa. 

[J/ar.]. — Pues  que  ya  claramente  he  visto  el 
desapegado  amor  que  Polytes  me  muestra  tan 
al  descubierto,  ni  yo  en  le  aguardar  más  hago 
mi  prouecho,  ni  aun  para  lo  que  le  yo  quiero, 
ya  que  venga,  tengo  buena  esperanca  del.  Y 
pues  él  tiene  ya  muger  con  quien  cumplir  y 
niña  y  apropriada  a  su  juuentud,  quiero  con- 
tentar me  ya  del  con  lo  passado,  en  lo  por  venir 
perdiendo  esperanca.  Pues  si  con  no  se  hazer 
lo  que  queremos,  esso  hemos  de  querer  que  po- 
damos, y  ansi  como  ansi  no  lo  hauia  gana,  dixo 


li 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


301 


la  raposa.  Yo  quiero  dar  conmigo  en  casa  de 
Belisea,  con  la  carta  que  traygo  en  el  seno,  de 
Floriano,  porque  no  es  razón  que  tan  presto  a 
dineros  pagados  le  muestre  los  pies  quebrado^. 
Pero  maldita  sea  esta  rapaza,  qué  callejera  se 
ha  tornado,  que  no  para  de  ydas  y  venidas  en 
casa  de  Gracilia,  que  ni  agora  la  veo  para  po- 
der me  yr,  ni  he  tenido  tiempo,  ni  ella  ha  pares- 
cido  para  preguntar  le  qué  fue  de  la  capa  de 
aquel  desuella  caras.  Voy  me  deaqui,  que  qui<;a 
de  camino  le  daré  mala  ventura. 

Lib. — O,  bendito  Dios,  que  ansi  se  ha  hecho 
también  que  aun  está  mi  madre  arriba.  Asna- 
das que  también  haurá  tenido  occupacionos  acá, 
como  yo  en  casa  de  mi  prima  con  acjuel  diablo 
de  ropauejero.  Y  no  vistes  el  diablo  quántos 
rodeos  traxo  con  mi  prima,  hasta  ijue  la  hizo 
quedar  me  sola  con  él?  y  aun  que  pienso  que 
también  lo  entendió  mi  prima  como  el  que  lo 
negociaua.  Y  aun  como  yo,  que  no  me  pesó 
mucho  a  la  verdad,  porque  al  fin  aquello  me 
gané  por  el  presente,  y  más  mi  sauoyana  muy 
a  mi  proposito,  y  guarnescida,  que  por  lo  menos 
llena  vna  vara  de  raso,  y  la  costa  de  la  seda  de 
los  pespuntes,  y  la  hechura,  que  por  mi  salud 
él  me  pagó  harto  mejor  que  vn  cscuderote  pey- 
nado;  aunque  al  diablo  lo  encomiendo  si  con 
ser  tan  orgulloso,  no  me  daua  vn  hedor  de  sí, 
que  a  hadafina  me  pares.e  que  tengo  de  oler 
toda  esta  semana.  Pero  pues  tiene  la  persona  lo 
que  le  cumple,  y  a  su  prouecho,  passar  cochura 
por  hermosura;  (jue  á  mi  prima,  pues  le  traygo 
la  Uaue  de  la  puerta  que  le  cerré,  quando  venga 
por  ella,  si  mi  madre  no  está  en  casa,  me  tengo 
de  mostrar  tan  enojada,  que  con  hauerse  hecho, 
yo  quede  por  ser  entendida,  y  ella  quede  espan- 
tada de  mí.  Pero  mi  madre  baxa,  quiera  Dios 
que  de  camino  no  ayamos  bregas  por  la  capa, 
que  sabe  Dios  quánto  rehuso  este  trance.  Pero 
al  fin  el  otro  se  quedará  sin  ella,  y  el  que  la 
llenó  sin  la  loba,  \  con  mi  madre  no  faltará  con 
qué  la  satisfazer,  quanto  más  que  pocos  nubla- 
dos duran  vn  mes,  ni  tales  renzülas  allegan 
al  año. 

Mar. — De  dónde  vienes  di.'  nunca  has  de 
parar  en  casa? 

Lib. — Vengo  de  acabar  de  sacar  esta  lauor 
de  en  casa  de  mi  prima,  antes  que  le  Ueuassen 
vn  dechado  donde  está,  que  es  agora  nueua  y 
se  la  emprestaron,  y  muy  de  priessa,  vna  don- 
zella  que  la  hurtó  a  su  señora  por  cosa  muy 
preciada. 

Mar. — Pues  di  me,  qué  fue  de  la  capa  de 
grana? 

Lib.  —  Para  qué,  madre,  buscas  achaques  de 
reñir  conmigo  el  mal  de  Fulminato?  ya  no  diste 
palabra  a  Polytes  y  a  los  otros  de  no  hablar 
mas  en  ello?  pues  ya  el  Fulminato  la  da  por 
perdida,  pues  en  presencia  de  Pinel  y  de  mi 


prima  y  mia  se  nos  coló  el  ladrón  con  ella,  que 
Pinel  no  bastó  a  le  alcanzar. 

Mar. — Pues  paresce  te  que  fuera  mejor  para 
que  tú  te  la  cubrieras,  que  no  (jue  la  hurtaran 
por  tu  descuydo,  ya  que  Fulminato  la  dexa? 

Lib. — A  la  he,  bien  ansi:  déxala  él  porque 
más  no  puede,  y  aun  por  no  se  afrontar  en  dezir 
que  la  dexó  caer  por  liuyr  de  los  otros;  pero  por 
mi  salud  (jue  no  es  tan  franco  (|ue  si  él  supiera 
que  la  teníamos  nos  la  perdonara;  y  aun  que 
si  él  pudiera,  y  gente  no  viniera,  (|ue  él  no  lo 
hauia  oy  sino  por  sacarte  alguna  moneda  por 
ella.  V  aun  por  mi  salud,  dexando  todo  esto, 
que  en  ser  suya  no  la  vicsse  nadie  a  mis  cues- 
tas, por(|ue  ni  era  mi  honra,  ni  él  acabara  de 
caherir  que  fuera  suya  y  me  la  hauia  dado. 
Ansi  que,  madre,  más  me  quiero  libre  descu- 
bierta que  con  capa  de  tanta  subjection. 

Mar. —  Bien  dizes,  pues,  hablando  la  verdad. 
No  te  vayas  de  casa,  y  cierra  tu  puerta,  y  ade- 
reza essa  casa,  y  ten  anisada  a  tu  prima  que  no 
te  falte  a  la  cena,  pues  la  tendremos  a  discre- 
ción a  costa  agena.  \'  no  te  descuydes  de  la 
puerta  quedar  abierta,  pues  vale  más  que  llame 
quien  viniere,  y  no  estando  yo  en  casa,  a  todos 
puedes  escusar  la  entrada,  pues  más  hemos  de 
tener  del  ser  buenas  y  honestas,  porque  al 
mundo  maligno  y  la  vezindad  sospechosa  hemos 
de  ser  recatadas.  Ansi  que  anda,  cierra,  que  lo 
vea  yo,  que  luego  torno. 

Lib. —  Bien  me  ha  querido  Dios,  pues  tan  a 
mi  saino  se  ha  hecho  todo;  yo  quiero  entender 
en  aderezar  mi  casa,  que  a  mí  se  me  trasluze 
que  esta  noche  hauremos  mi  madre  e  yo  tener 
platos  y  aun  camas  dobladas.  Porque  según 
veo,  el  despensero,  si  viene,  no  querrá  yr  fuera 
a  dormir,  y  si  al  compañero  yo  le  albergo  como 
a  Felisino  la  primera  noche,  sin  que  mi  madre 
lo  entienda,  como  aun  no  ha  imaginado  lo  otro, 
vo  andaré  a  las  parejas  con  mi  madre  el  camino 
del  plazer,  sin  gastar  calcado  del  crédito  de  mi 
integridad.  \  si  no  fuere  ansi,  salga  por  do 
saliere,  pues  al  fin  ella  lo  ha  de  saber,  e  yo  no 
lo  tengo  de  dexar  de  hazer.  Pues  quiero,  como 
dizen,  a  tuerto  o  a  derecho,  que  mi  casa  vaya 
hasta  el  techo,  como  lo  va  la  de  mi  madre;  pues 
bien  aya  quien  a  los  suyos  sale. 

Jiel. — Qué  hazlas  agora,  Justina.' 

Just. — Estaña  pensando  cómo  ñus  ha  de 
sncceder  esta  noche,  y  cómo  diré  a  Floriano  lo 
que  le  tengo  de  dezir. 

Bel. — Y  qué  es  esso  que  le  has  de  dezir? 

Just.  —  Que  te  pida  por  muger  mañana  en 
todo  caso. 

JJel. — Y  que  aun  toda  via  te  paresce  que  será 
bien  ansi? 

Just. — Tanto,  que  no  me  paresce  consejo 
mejor. 

Bel.  -Gata  que  estas  cosas  suelen  salir  muy 


302 


orígenes  de  la  novela 


a  otro  puesto  que  las  encamina  el  desseo  de  los 
que  las  tractan,  quando  a  Dios  le  plaze. 

Just. — Contra  tal  poder  no  ay  lan^a  en- 
hiesta; pero  aquí  no  pienso  yo  que  vamos  con- 
tra Dios,  sino  con  él  y  por  él. 

Mar. — Bien  me  lia  encaminado  Dios,  que 
no  he  visto  ni  he  sido  vista  de  cosa  que  ponga 
estoruo;  y  pues  ya  me  sé  el  por  dónde,  entro  en 
busca  de  Justina. 

Just. —  Señora,  señora,  cata  dónde  entra 
Marcelia. 

Bel. — Pues  yo  me  entro  a  mi  cámara;  que- 
da te  y  llena  me  la  allá,  pues  que  no  ay  por 
aqui  quien  nos  vea. 

Just. — A  la  fe,  señora,  como  ladrón  de  casa: 
tan  presto  será  contigo  en  tu  cámara  como  tú, 
pues  ya  ella  viene  dentro. 

Mar. —  O,  qué  buen  encuentro,  hermana  Jus- 
tina! pues  y  cómo  huye  de  mí  mi  señora  Be- 
lisea? 

Just. — Calla  y  anda  y  sigue  me,  que  te  quiere 
en  su  cámara,  pues  esta  sala  es  lugar  común. 

Bel.—  O  Marcelia ,  vengas  por  cierto  muy 
en  buen  hora.  Cierra,  Justina,  essa  puerta  de 
mi  cámara,  y  torna  te  aqui  conmigo,  y  tú,  her- 
mana Marcelia,  te  sienta  aqui  par  de  mí  en  este 
estrado.  Y  di  me,  porque  acortemos  pláticas 
(pues  es  tiempo  éste  donde  entran  y  salen  las 
mugeres,  y  aun  otros,  a  ver  me)  fuyste  a  lo  que 
te  rogué  en  casa  de  aquel  cauallero? 

Mar. — Y  luego  de  camino,  y  vengo  de 
buelta,  que  antes  no  me  ha  dexado  preguntan- 
do me  cosas,  vine  a  te  dar  la  respuesta  de  lo  que 
hize.  Que  yo  le  di  tu  anillo,  y  él  le  puso  luego 
con  muy  grande  acatamiento  en  el  dedo  del  co- 
raron. 

Bel. — Pues  qué  hazia? 

Just. — Torno  me  [a]  apartar,  pues  que  ha- 
blas en  secreto,  señora. 

Bel.  —Anda,  llega,  que  bien  huelgo  que  seas 
testigo  del  gozo  que  siento  en  hablar  con  Mar- 
celia  destas  cosas;  pero  di  me,  qué  hazia  Flo- 
riano? 

Mar. — Señora,  toma  esse  papel  que  a  la 
sazón  que  yo  llegué  acabaña  de  escreuir,  que 
lo  que  me  dixo  dando  me  lo,  fue:  Toma,  her- 
mana, y  llena  a  mi  señora  este  papel ,  para  que 
hasta  que  yo  vaya  a  ver  la  y  cumpla  su  man- 
dado, ella  tenga  en  qué  se  occupar  en  leer  le.  E 
dirás  le  que  le  suplico  enmiende  lo  que  faltare, 
porque  yo  no  sé  lo  que  en  él  va  escrito,  mas  de 
que  estando  meditando  en  la  gloria  de  su  pre- 
sencia, la  mano,  adestrada  por  el  entendimien- 
to, yua  escriuiendo  sin  yo  peasar  qué  escriuia, 
aunque  bien  sé  que  pensaua  y  meditaua  en  mi 
señora;  y  sé  también  que  la  mano  no  sabrá  es- 
creuir cosa  que  no  sea  de  mi  señora.  Ansi  que 
en  esto  podras  ver  lo  que  Floriano  hazia,  y  en 
lo  que  agora  te  doy  en  este  papel  verás  asna- 


das lo  que  él  querría  que  tú  hiziesses  por  él. 
Y  mira  que  ya  te  lo  he  dicho  de  mí  para  ti,  y 
agora  te  pongo  por  testigo  a  Justina,  que  no 
me  culpará  Dios  el  no  te  hauer  aconsejado:  que 
mires  que  (por  honesta  y  casta  que  seas)  ya  él 
es  tu  marido,  y  tú  su  muger,  y  entre  el  marido 
y  la  muger,  para  que  aya  perfecto  vinculo  de 
matrimonio,  son  menester  las  cosas  que  te 
quiero  dezir  si  me  das  licencia. 

Bel. — Antes  holgaré  de  oyr  las,  y  Justina  no 
menos  holgará,  pues  a  ella  como  a  mí  le  in- 
cumbe saber  las,  y  a  ti  que  lo  has  tramado,  y 
tienes  tan  buen  crédito  de  mí  y  aun  de  ella, 
compete  el  dezir  lo,  que  la  falta  de  experiencia 
a  nosotras  escusa  no  saber,  y  a  ti  obliga  dezir. 
Mar.  —  Pues  que  ya  me  paresce  que,  loado 
Dios  que  lo  encaminó  también  y  lo  acabará 
mejor,  lo  tengo  de  hauer  con  entramas,  digo 
que  entre  el  marido  y  la  mujer,  para  que  el  es- 
tado del  matrimonio  les  sea  bueno  de  llenar, 
es  menester  lo  primero,  que  aya  la  liga  del  amor, 
y  lo  segundo  el  sí  del  consentimiento  de  las 
voluntades  en  lo  interior,  y  el  sí  de  las  prome- 
sas en  las  palabras  en  quanto  a  lo  de  fuera.  Y 
es  menester  que  tengan  vn  querer  y  vna  volun- 
tad y  vn  no  para  en  lo  malo,  y  vn  sí  para  en  la 
virtud.  Es  menester  que  aya  paz  en  la  habita- 
ción: porque  donde  no  ay  paz,  no  mora  Dios;  y 
donde  no  mora  Dios,  no  ay  ni  puede  hauer  bien 
de  perpetuidad. 

Just. — Por  cierto,  en  todo  me  paresce  que 
hablas  sabiamente,  y  que  no  ay  más  que  dezir. 
Mar. — Pues  antes  quiero  que  sepays,  pues 
os  tengo  de  hablar  al  claro,  que  si  no  ay  más 
que  dezir  en  mí,  que  ay  más  que  hazer  en 
vosotras. 

Bel.  — Y  qué? 

Mar.  —  Los  effectos  del  matrimonio,  en 
quanto  al  ánima,  y  en  quanto  es  sacramento, 
digan  lo  los  letrados  castos  y  estudiosos.  Pero 
los  effectos  en  quanto  al  ayuntamiento  de  las 
personas,  diré  lo  yo,  que  ya,  por  hauer  passado 
por  ello,  me  veo  con  vna  hija  en  mi  casa  viua 
y  otro  hijo  que  me  llenó  Dios  al  cielo.  Y  creed 
me,  aunque  entramas  os  mireys  más.  y  os  con- 
comays  más,  y  os  compongays  más:  que  mien- 
tras los  maridos  no  os  descompusieren  de  vir- 
gines,  que  ni  saldrá  a  luz  el  por  qué  del 
matrimonio,  ni  aun  faltará  en  vosotras  qué 
dessear,  y  en  ellos  de  qué  se  querellar,  y  por 
esso  dizen  que  antes  que  te  cases,  mires  lo  que 
hazes.  Y  este  refrán  entiendo  le  yo  ansi:  que 
antes  que  la  muger  o  el  hombre  se  casen,  miren 
lo  que  liazcn:  que  todo  es  en  casa  agena,  y  todo 
será  con  peccado,  y  todo  será  malo.  Pero  des- 
pués de  dicho  el  sí  la  muger  y  el  hombre,  más 
es  menester  el  hazer  que  el  mirar:  pues,  como 
dizen,  todo  se  cae  en  casa. 

Bel. — No  tengo  por  buena  tu  declaración, 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


303 


ni  aun  por  seguro  tu  consejo;  que  ya  no  quiero 
dezir  que  no  te  hemos  entendido  adonde  nns 
encaminan  tus  razones,  porque  esso  luí  de  hnzor 
la  muger,  de  que  no  tengan  que  la  retralier. 

Mar. — A  la  t'e,  ya,  señora,  sobre  mojado  Hd- 
uerú,  según  veo;  porque,  pues  tú  dixiste  sí,  pur 
donde  te  llamen  casada,  muy  annexo  es  el  dezir 
que  liauras  de  salir  preñada;  pues  en  la  preñe/, 
de  la  casada  no  se  hablará  de  que  se  empreñó, 
sino  de  que  dio  sí  por  donde  a  i'llo  se  obligó. 

Just. — Caro  costaría  si  tras  el  dicho  andu- 
uiesse  luego  el  hecho,  pues  más  serian  las  arre- 
pentidas, y  aun  las  escarnescidas,  que  las  esco- 
gidas. 

Mar.  —  Y  aun  sin  esso  y  con  esso  son  más 
las  arrepentidas,  y  quiera  Dios  que  acabado  el 
meollo  del  pan  de  la  boda,  y  hauiendo  de  entrar 
por  la  corteza  de  los  cuydados  y  sinsabores  del 
mantener  de  la  casa,  y  seruir  al  marido,  y  con- 
tentar a  los  hijos,  y  pagar  los  criados,  no  os 
comience  a  salir  el  descontento.  Pero  porque  ya 
han  tiicado  a  vísperas,  y  a  mí  el  cuydado  de  la 
casa  me  quita  el  reposo,  y  a  vosotras  el  regozi- 
jo  que  esperays  os  quitará  el  sueño,  tú,  señora 
Belisea,  me  da  licencia  para  me  yr,  y  perdón 
por  lo  hablado,  si  en  algo  tengo  excedido,  y 
ruego  te  que  no  te  arrepientas  de  no  te  hauer 
aprouechado  del  tiempo,  y  con  esto  me  voy,  por- 
que tú  puedas  leer  tu  papel,  que  te  lleua  las 
atenciones  en  lo  que  te  hablan.  Y  para  el  dia 
de  la  boda  no  me  despido  de  te  venir  presto  a 
besar  las  manos,  y  aun  después  a  empañar  los 
hijos. 

Bel. — Esso  será  como  Dios  lo  ordenare;  ve 
con  Dios. 

Mar. — Los  angeles  queden  en  tu  guarda,  y 
Dios  me  dexe  ver  te  como  yo  lo  he  tramado  y 
desseo,  para  que  me  hagas  continuas  mercedes 
como  a  vna  dedicada  a  tu  seruicio.  Y  con  esto, 
de  tu  licencia  me  voy  a  oyr  vísperas  y  encumen- 
dar  estas  cosas  a  Dios. 

Bel. — -Ansi  te  lo  ruego  que  lo  hagas,  pues 
yo  me  tendré  el  cuydado  de  mirar  por  tus  nc- 
cessidades;  ve  con  Dios.  Tú,  Justina,  torna  a 
cerrar  essa  cámara,  y  ven  acá.  Dime  agora  qué 
te  paresce  quán  al  descubierto  me  he  liauido  con 
Marcelia  en  le  oyr  sus  palabras,  que  algún  dia 
no  se  osaran  dezir  delante  de  tní? 

Just, — Y  aun  por  esso  dizen  que  de  sabios 
es  mudar  paresceres,  según  la  sazón  y  tiempos 
lo  piden.  Porque  créeme,  señora.  (|ue  aunque 
no  le  quise  fauorescer  en  sus  razones,  pero  bien 
veya  que  no  yua  tan  fuera  de  camino,  que  no 
nosconuenciesse  en  sus  dichos;  porque  ya  que  te 
casas,  has  de  hazer,  no  lo  que  quieres,  pero  lo 
que  deues.  Pero  porque  en  esto  está  ya  harto 
hablado,  te  suplico  que,  pues  estamos  a  solas  y 
hauremos  menester  el  tiempo  que  nos  queda,  de 
occuparle  en  dormir  vn  poco  antes  de  media  no- 


che, porque  no  andemos  desueladas  después, 
según  lo  poco  (|ue  esperamos  dormir  de  media 
noche  adelante;  por  tanto,  me  da  essa  carta  o 
papel  para  que  yo  te  le  lea',  y  tú  le  vayas  pre- 
meditando. Y  aunque  te  parescera  (pie  pido 
mucho,  pero  pues  ya  te  tornaste  a  encerrar  con- 
migo, y  no  es  razón  de  estar  muclio  sin  le  leer, 
y  tú  leyendo  le  querrás  después  darme  parte  de 
lo  que  diga,  da  me  la  luego  en  que  yo  te  le  lea, 
porque  tu  entendimiento  ande  más  libre  enten- 
diendo lo  que  y(j  leyere,  y  lo  que  tu  buen  espo- 
so estaua  en  ti  meditando  a  solas. 

Z.*e/.  — Aunque  hago  mal  en  poner  su  letra 
en  otro  poder,  pero  porque,  como  dizes,  tú  le- 
yendo, yo  vaya  mejor  gustando,  toma,  y  loe  me 
lo  muy  de  tu  espacio,  y  según  la  autoridad  de 
la  escriptura  lo  requiere,  y  mi  contentamiento 
dessea,  y  el  tiempo  nos  da  lugar  a  ello,  pues  no 
ay  quien  nos  estorue.  Y  quiero,  Justina,  que 
agora  muy  del  todo  acabes  de  conoscer  lo  mu- 
cho en  (jue  te  estimo,  y  lo  mucho  que  fio  de 
ti,  pues  te  doy  parte  de  mis  cosas,  y  las  pongo 
a  tus  ojos  que  las  vean  antes  que  yo,  y  a  tu  len- 
gua que  me  las  relate  antes  que  yo  las  aya  gus- 
tado, 

Just. — No  quiero  de  nueuo  rendir  te  gracias 
de  esto,  pues  no  bastaré  a  ello;  pero  porque  no 
se  pierda  tiempo,  de  que  tengas  que  te  arrepen- 
tir,  oye,  que  la  letra  es  muy  bueiuv  y  legible  y 
clara,  conforme  al  entendimiento  del  que  la 
notó,  que  dize  ansi  la  letra,  que  me  paresce,  se- 
ñora, que  es  en  troba. 

CONTEMPLACIÓN  DE  FLORIANO  EX  ABSEN'CIA 
DE    8U    SEÑORA 

Dama  de  merescimiento 
a  mis  ojos  más  hermosa, 
gloria  de  mi  perdimiento, 
aliuio  de  mi  tormento, 
de  flores  de  damas  rosa; 
Esperaii(;'a  de  perdidns, 
ganados  en  os  amar, 
pues  despertays  mis  gemidos, 
leuantad  vos  mis  sentidos 
para  que  os  sepan  loar. 

Hizo  os  Dios  tan  robadora 
de  coracon^s  humanos, 
que  vos  quedays  por  señora 
de  a(juel  que  os  viere  a  la  hora, 
y  él  se  queda  en  vuestras  manos; 
Y  ansi  yo,  vuestro  captiuo, 
pues  miraros  meresci, 
con  dichosa  muerte  vino 
y  por  gran  gloria  reciño 
por  vos  me  oluidar  de  mí. 

Porque  en  ver  os,  si  quedara, 
fuera  de  vuestra  prisión, 
a  mí  mesmo  condenara 


304 


ORÍGENES  DE  LA  ÑOVELA 


y  de  mi  poder  quitara 
este  vuestro  coraron. 
Porque  quien  de  vos  partiere 
libre  de  vuestfa  cadena, 
no  sé  qué  más  muerte  quiere 
que  el  rato  que  en  sí  viniere 
fuera  de  cárcel  tan  buena. 
Ansí  quiero  que  sepays 
que  no  me  es  de  agradescer 
por  dezir  que  me  matays, 
pues  más  gloria  en  mí  causays 
quanto  es  más  mi  padescer. 
Pues  por  vos  los  amadores 
tendrán  gloria  en  ser  vencidos, 
venturosos  mis  dolores, 
pues  en  la  prisión  de  amores 
soy  de  los  esclarescidos. 

Hizo  me  Dios  venturoso 
en  ver  vuestra  hermosura; 
gano  nombre  victorioso 
donde  quier  que  dezir  oso 
he  volado  en  tal  altura; 
porque  vista  mi  baxeza 
de  quien  ve  vuestro  poder, 
mirando  vuestra  grandeza, 
dirá  que  vuestra  alteza 
puesta  en  mí  se  va  a  perder. 

Y  ansi  ruego  no  mireys 
a  vuestro  merescimiento, 
porque  no  os  apiadareys 
deste  que  morir  vereys 
en  tan  dichoso  tormento; 
Mas  mirad  la  obligación 
que  posistes  en  mirarme, 
para  quedar  yo  en  prisión , 
donde  pide  la  razón 
que  dessee  no  librarme. 

Porque  más  seré  perdido 
quanto  por  mí  me  cobrare, 
y  en  más  gloria  soy  subido 
y  más  soy  fauorescido 
si  por  vuestro  me  nombrare. 
Pues  terneys  cierto  de  mi 
jamás  os  poder  dexar, 
dama  más  linda  que  vi, 
no  os  offendays  vos  en  mí 
queriendo  me  castigar. 

No  me  juzgueys  lisongero 
por  dezir  que  me  matays; 
que  de  mayor  muerte  muero 
porque  no  mori  primero, 
y  esto  os  ruego  me  creays. 
Y  si  por  esto  os  paresce 
que  deueys  de  castigar  me, 
dad  la  pena  que  meresce 
al  que  por  vuestro  se  offresce, 
y  luego  mandad  matar  me. 
Porque  vista  la  occasion 
que  tengo  para  quereros. 


fue  for90sa  mi  prisión, 
obligando  mi  razón 
a  ser  vuestro  luego  en  veros. 
Y  ansi  vos  podeys  hazer 
como  cosa  vuestra  en  mí; 
mas  si  a  mí  pensays  perder 
sin  a  vos  en  mi  offender, 
catad  que  no  será  ansi. 

Mandastes  que  a  veros  fuesse 
aunque  no  hauia  que  mandarme; 
que  quien  vuestro  rostro  viesse 
no  es  possible  no  se  os  diesse 
por  vuestro,  qual  quise  darme; 
Mas  mirad  lo  que  mandays 
y  mirad  lo  que  podeys ; 
que  si  la  mano  no  al9ays 
al  tormento  que  me  days, 
muy  presto  me  perdereys. 

Y  aunque  pensays  que  en  perderme, 
linda  dama,  no  perdeys, 
si  sin  vos  podeys  hauerme, 
fácil  os  es  deshazerme, 
mas  tal  no  me  hallareys; 
Porque  yo  sin  vos  no  viuo, 
y  en  vos  no  puedo  morir, 
cárcel  de  libre  captiuo, 
pena  do  gloria  reciuo, 
dónde  yre  sin  vos  no  yr? 

Vos,  dama,  soys  mi  esperanza, 

vos  mi  muerte,  vida  y  gloria, 

vos  mi  bienauenturan9a, 

vos  de  mis  males  bonan9a, 

vos  pinzel  de  mi  memoria; 

Yo  sin  vos  soy  el  perdido, 

yo  sin  vos  el  que  más  muero, 

yo  sin  vos  el  mesmo  oluido, 

yo  sin  vos  el  mal  nascido, 

yo  sin  vos  quien  mal  me  quiero. 
Vos  sin  mí  de  más  valer, 

vos  sin  mí  más  sublimada, 

vos  sin  mí  soys  de  querer, 

vos  sin  mí  soys  de  temer, 

vos  sin  mí  soys  adorada; 

Yo  por  vos  soy  muy  dichoso, 

yo  por  vos  quien  resuscita, 

yo  por  vos  vanaglorioso, 

yo  por  vos  el  más  gozoso 

que  en  casa  de  amor  habita. 
Y  pues  tal  por  vos  me  veys 

y  sin  vos  yo  tal  me  hallo, 

ni  vos  mi  muerte  querreys, 

y  aun  dezir  que  no  podreys 

matarme,  oso  affirmallo; 

Lo  vno,  pues  vos  hallays 

en  vos,  dama,  mi  viuir; 

también  porque  os  engañays 

si  de  nueuo  vos  pensays 

matar  mi  viejo  morir. 

Por  tanto,  mi  nueuo  amor. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


305 


despida  m¡  nueua  muerte 
tu  grande  nueno  fauor, 
contra  mi  nueuo  dolor, 
de  nueuo  causado  en  verte; 
Y  aunque  yo  por  verte  muero, 
más  muriera  en  no  te  ver: 
que  aunque  asi  muero,  no  muero, 
pues  muero  al  viuir  primero 
que  viui  sin  tuyo  ser. 

COMPARACIÓN 

Mi  triste  viuir  passado, 
que  tu  claridad  no  via, 
fue  vn  tiempo  de  nublado 
sepulcro  triste  y  cerrado 
que  mi  virtud  consumia; 
Vn  contino  nauegar 
por  vn  mar  de  pensamientos, 
con  lastre  de  gran  pesar  ('), 
sin  gouernalle  Ueuar, 
viento  en  popa  de  tormentos. 

Andar  de  ciego  sin  guia, 
comer  que  gusto  no  daua, 
caminar  do  no  sabia, 
hablar  lo  que  no  entendia, 
buscar  lo  que  no  hallaua; 
Vn  viuir  muy  soñoliento, 
vn  ver  de  fiestas  sin  ojos, 
casa  muy  sin  fundamiento, 
cardo  corredor  al  viento, 
llenado  por  mil  antojos. 

]\ras  después  que  la  creciente 
de  aguas  dulces  del  amor, 
deriuadas  de  tal  fuente, 
de  dama  tan  eminente 
me  mostraron  su  diilcor, 
La  gloria  de  lo  passado 
del  todo  me  hazen  lanzar, 
del  gusto  dello  enojado, 
bien  como  hombre  mareado 
lance  fuera  el  tal  manjar. 


Y  ansí  queda  el  cora9on 
de  lo  gozado  vazio 
y,  con  nueua  alteración, 
lleno  de  doble  passion, 
con  temor  de  algún  desuio; 
Porque  en  ver  le  de  mí  ageno, 
aunque  para  má^  salud, 
dama,  aunque  por  vos  peno, 
adoro  os  y  a  mí  condeno, 
con  temor  de  ingratitud. 


0)    Por  mera  curiosidad  copiamos  aquí  una  enmien- 
,  ía  manuscrita  referente  á  este  verso,  que  se  halla  en  el 
jemplar  que  seguimos.  Dice:  con  desastre  y  gran  pesar. 
OHÍSKNES    DE    LA    NOVELA. — 111. —  20 


Aunque  yo  no  condenaros 
osaré,  sino  seruiros. 
y  con  siempre  dessearos 
no  oso,  triste,  llamaros 
más  claro  que  con  sospiros; 
Porque  mi  tan  grande  gloria 
ha  de  ser  muy  ombidiada, 
tened  vos  de  mí  memoria, 
y  ansi  saldré  con  victoria 
de  todos,  sin  más  espada. 

Aunque  osaré  affinnar, 
con  que  algo  me  consuelo, 
que  nadie  os  sabrá  amar, 
ni  nadie  os  osa  llamar, 
pues  volays  tan  par  del  cielo:  J 

Pero  yo,  que  merescí 
veros  sin  luego  acabarme 
quando  de  vos  me  parti, 
contemplando  a  vos  en  mí, 
tengo  por  justo  estimarme. 

Partime  sin  os  dexar, 
dexando  vuestra  presencia; 
<|ue  si  por  no  me  alexar 
os  pensays  de  mí  enojar, 
dadme  luego  penitencia; 
Porque  menos  no  podré 
de  os  dar  tales  enojos, 
ni  ser  vuestro  callaré, 
hasta  que,  muerto,  tendré 
la  tierra  sobre  los  ojos. 

Y  aun  alli,  si  hablar  pudiesse, 
mi  lengua  os  confessaria, 
porque  el  corac^-on  viuiesse, 
en  el  qual.  si  se  abriesse, 
vuestro  nombre  se  hallarla: 

Y  ansi  sé  que,  si  quereys 
que  no  muera  yo  jamas, 
en  la  mano  lo  teneys, 

y  aun  muy  más  me  matareys 
con  muerte  que  tura  más. 

CONCLUYE 

Concluyo,  dama,  al  pediros 
más  gracias  de  las  pedidas, 
que,  si  oys  n)is  sospiros, 
vereys  que  en  esto  escriuiros 
mis  ansias  van  esculpidas. 

Y  dichoso  este  papel 
({uando  esté  en  vuestra  mano; 
mas  yo  dichoso  por  él, 

que  en  lo  pensar  queda  hufano 
este  vuestro  captiuo  Floriano('). 

O  alto  entendimiento  de  hombre!  y  dichosa 
tú,  señora,  que  tal  esposo  has  cobrado!  porque 

(')  .A.8Í  en  el  original ,  pero  sobran  silabas  al  verso. 
Quizas  deba  leerse:  vuestro  captiuo  Floriano. 


806 


orígenes  de  la  novela 


yo  me  embsuesci  en  la  lectura  tanto,  que  ni  he 
sentido  ni  entendido  con  quién  lo  hauia.  Toma, 
toma,  mi  señora,  que  razón  es  que  tengas  tú 
vn  tal  papel  como  e'ste  ;  y  aun  razón  es  que 
galardones  mucho  vn  tal  captiuo.  con  le  dar 
toda  libertad  que  en  ti  pudiere,  pues  no  menos 
libertas  a  ti.  Y  porque  yo  te  siento  que  tienes 
gana  de  le  tornar  a  leer,  y  ^on  razón,  yo  salgo 
a  entender  que  te  den  presto  de  cenar,  porque 
diré  que  te  quieres  luego  acostar. 

Bel. —  Anda,  haz  lo  que  te  paresciere,  que 
ni  estoy  bien  en  mí,  ni  sé  qué  te  diga  de  lo  que 
siento,  sino  que  me  dexes,  que  quiero  tornar  a 
leer  esta  contemplación  del  que  mi  coraron  ama. 

ARGUMENTO  DE    LA  SCENA  XLIII 

Venida  la  hora,  va  Floriano  a  ver  a  Belisea,  y  Heua  consigo  a 
Polytes.  Floriano  queda  de  pedir  a  Belisea  por  niuger  a  Lu- 
cendo,  como  venga  otro  dia;  y  con  esto  se  despiden,  y  con- 
cluye la  comedia. 

FiiORTANO,  Polytes,  FaLsiiNATO,  Fblisino, 
PiNEL,  Belisea,   Justina. 

\_Flor.']. — O  soberano  poder  de  Dios,  y  que 
descuydo  el  mió!  que  ya  creo  que  es  cerca  del 
dia;  porque  me  paresce  hauer  vn  año  que  me 
eché  a  dormir.  Polytes,  Polytes! 

Pol. — Señor. 

Flor. — Qué  hora  es? 

Po/.— Dará  las  onze. 

Flor.-~J)Q\  dia? 

Pol. — A  dó  va  por  ay?  Señor,  digo  que  aun 
no  es  media  noche. 

Flor.—  Mira  bien  en  ello,  no  te  engañes  y 
me  destruyas. 

Pol. — Todos  los  reloxes  he  contado,  y  aun 
el  chico  de  la  sala  no  ha  dado  más  de  las  onze 
agora. 

Flor. — Pues  dime,  acu  ^rda  se  te  bien  si  nos 
mandaron  yr  antes? 

Pol. — Ya  tornamos  a  las  de  antaño? 

Flor. —  Pues  qué  me  dices? 

Pol. —  Señor,  mandaron  nos  estar  allá  en 
dando  la  vna. 

Flor. — Pues  luego  tiempo  es  ya  de  comen- 
9ar  se  a  adere9ar  los  que  han  de  yr  conmigo. 

Po/.  — Qué  hambre  tiene  el  diablo  de  lo  que 
tengo  para  mí  que  no  ha  de  ser  para  cobrar. 
Anda,  señor,  que  aún  ay  harto  tiempo;  porque 
como  todos  están  ya  preuenidos,  no  es  menes- 
ter dar  les  tan  mala  noche;  basta  llamar  los  me- 
dia hora  antes.  Porque  para  salir  antes  con 
antes,  y  andar  rondando  allá  la  casa,  ornando 
las  calles,  en  lo  primero  se  auentura  a  perder 
mucho,  y  en  lo  segundo  no  se  gana  nada. 

Flor. — Pues  dame  esse  discante,  y  en  tanto 
apercibe  a  essos,  para  que  en  dando  las  doze 
estemos  todos  para  botar;  porque  más  vale  ga- 


nar por  ante  mano,  que  perder  por  punto  me-í 
nos. 

Pol. — Toma,  señor,  cata  ay  la  vihuela,  y  lasi 
velas  quedan  ardiendo;  yo  voy  a  entender  en  lo- 
que  mandas.  O,  valas  me,  Dios!  y  qué  adelanta- i 
dizo  está  Floriano  en  el  cuydado  de  ver  ya  a{ 
Belisea!  El  se  echó  armado,  como  ha  de  yr, sobre! 
la  cnma,  y  aun  no  ha  hecho  sino  sospirar,  que; 
no  ha  pegado  ojo,  e  ya  se  le  haze  tarde.  Por¡ 
esso  dizen  que  es  gran  afán  esperar,  mayor-] 
mente  en  tal  caso;  pues  a  mí  bien  pienso  que  i 
no  me  va  menos  que  a  él  en  yr  a  punto,  peroi 
dormido  he  vn  buen  rato.  Y  aun  Floriano  temo' 
que  no  va  tan  sobre  seguro  como  yo,  porque 
Belisea  todo  me  paresce  que  lo  encamina  pori 
vn  amor  virtuoso,  si  no  buelue  la  hoja.  Pero! 
éstos  me  paresce  que  están  durmiendo  de  veras,  - 
como  quien  no  les  va  nada  en  el  ir  o  no.  A,: 
Fulminato,  asnadas  que  tú  buscas  cómo  no  \v 
allá  esta  noche.  A,  Fulminato,  no  despier-^ 
tas"? 

Ful. — O,  reniego  del  hijo  de  Latona:  y  qué! 
andas  trasgueando?  y  qué  buscas  ya  tan  presto?  ^ 

Pol. — Que  os  llama  Floriano.  ] 

Pm.  — Pues  alto,  demonos  priessa  a  vestir.' 

Fel. — O,  cómo  agora  andana  en  lo  mejor  delS 
sueño!  y  aun  que  te  perdonara  la  muerte  del) 
Soldán,  por  el  sueño  de  hasta  medio  dia.  \ 

Ful. — No  estamos  en  casa  de  tanto  sosiego." 
Pero  el  mal  que  veo  es  que  de  catorze  mo90S 
despuelas  que  somos,  y  de  quinze  escuderos,  y  i 
otros  tantos  continos  y  otros  tres  tantos   offi-  ; 
ciales,  y  una  chusma  de  pajes,  y  los  más  ya 
hombres,  toda  la  lazeria  ha  de  cargar  sobre  los 
que  agora  aqui  estamos. 

Fel. — Fauores  son  de  señor  echar  mano  del 
criado  de  quien  más  se  fia. 

Pin. — Y  aun  por  esso  llama  Floriano  a  Ful- 
minato a  cada  passo.  Pero  qué  te  queria  anoche, 
qué  te  mandaua  buscar  de  priessa?  por  ventura 
si  eran  quexas  de  la  tu  Marcelia? 

Ful. — No  fueran  luego  más  sus  dias. 

Pm.  — Cosa  de  parlerías  serian. 

Ful. — Pues  no  fue  menos,  sino  que  me  pedís 
qué  fuera  de  mí  la  noche  de  marras.  I 

Pol, — Y  habló  te  de  la  capa? 

Ful. —  Quando  fuere  hombre  contando,  dexí 
le  acabar  y  no  preguntarás  sin  razón;  porquj 
todo  se  anduuo,  y  todo  se  lo  parlaron ,   pero  I  ^ 
todo  le  satisfize;   que  desque  le  dixe  que  m 
aparté  en  seguida  de  vnos  den  casa  de  Lucen 
do,  que  senti  que  yrian  a  parlar  a  su  señor,  quj 
nos  haurian  visto,  por  donde  Lucendo  reñirii  i 
con  su  hija  Belisea,  e  yo  por  más  correr  y  acoii 
tar  les  los  passos  perdi  la  capa,  que  aunque  í 
me  caj'era  vna  pierna  no  lo  sintiera,  podiend 
correr.  j 

Fel. — Pues  en  qué  paró  la  plática?  j 

Ful. — En  amonestarme  que  me  ouiesse  bi< 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


807 


con  todos,  y  en  dezir  me  que  ya  tiene  manda- 
da hazer  librea  rica  para  toda  su  gente,  porcjue 
quiero  armar  vnos  torneos.  Y  porque  ellos  no 
los  osara  hazer  sin  mí,  mayormente  que  son  de 
a  pie,  por  contentar  me  me  manda  dar  otra 
capa  de  las  suyas,  la  qual  luego  me  dio  anoolie 
el  camarero,  que  vale  por  tres  de  la  otra;  sino 
que  por  el  rico  recamado  no  la  traeré  muy  a  la 
contina,  siquiera  porque  no  digan  que  las  jus- 
ticias no  me  la  quitan,  y  que  dissimulan  conmi- 
go, y  con  otros  luego  executan. 

Pin. —  Y  aun  éste  es  el  renegadero  destos 
palacios:  que  este  por  panfarron  medre  más  que 
tres  buenos  y  fieles  siruientes. 

Ful, — Qué  dizes,  Pinel,  pe'sate  de  mi  bien? 

Pin. — Peccado  es  la  embidia,  que  me  cabe 
mal  en  la  posada;  pero  digo  que  en  todo  eres 
venturoso. 

Pol. — A  la  fe,  al  que  Dios  ha  de  ayudar, 
sabe  le  bien  hallar;  pero  si  os  paresce,  vamos 
de  aqui,  no  salga  Floriano. 

Fel. — Varaos,  que  yo  ya  estoy  hecho  vn 
relox. 

Pin. — Pues  yo  para  tener  me  con  dos  no  me 
falta  heuilla,  si  piedras  no  andan,  que  desatinan 
de  noche  mucho. 

Pol. — Pues  asuadas  que  a  todo  esso  vaya 
Fulminato  con  el  faldamento  de  la  capa  por 
escudo,  y  la  espada  en  la  vayna. 

Ful. —  Pnes  no  estás  fuera  de  mi  propósito; 
porque  donde  yo  fuere,  si  toy  conoscido,  no 
haure  menester  desenuaynar  para  que  nos  dexen 
el  campo  franco. 

Pol. — Oyd,  hermanos,  que  está  Floriano  ta- 
ñendo, y  bien,  con  la  vihuela. 

Ful. — Sus  cuidados  y  los  mios  todos  son  de 
rn  peso.  Por  Dios,  no  tenga  él  en  más  que  le 
amanezca  tañendo,  y  dexar  nos  ansi  bausanes, 
que  yo  tengo  a  quantos  nos  podran  salir  al  en- 
cuentro esta  noche;  y  si  no,  veldo,  que  ya  co- 
uaiencja  a  cantar. 

Fel. — Oye  oye,  que  aun  no  ha  dado  la  doze, 
y  allá  no  hemos  de  estar  antes  de  la  vna,  sino 

I  para  perder  tiempo. 

Pin. — Pues,  por  cierto,  harto  ganado  tiem- 
po será  gozar  de  tal  nmsica,  aunque  ni  durma- 
mos, ni  comamos;  oyd. 

PAUANA    DE    SU    SEÑOBA 

Flor. 

Vossoys,  Belisea,  mi  gloria  cumplida, 
mi  bien  todo  entero,  mi  nueua  esperan9a; 
i  por  veros  ya  muero  con  tanta  tardanza, 
por  ver  que  la  hora  aun  no  es  ya  venida; 
al  tiempo  maldigo, 
pues  vsa  conmigo 
con  su  tardan9a  de  enemigo. 


Ay,  quándo  podré  yo  verme  en  la  gloria 
de  aquel  parayso  de  vuestro  vergel! 
dichosas  las  plantas  que  vos  veys  en  él, 
mas  yo  más  que  todos  en  vuestra  memoria; 
mas  ay,  que  hora  veo 
que  muy  poco  creo 
del  bien  que  en  vos  halla  mi  desseo. 

Ful. — A  la  fe,  al  buen  hombre  aoierdan  se 
le  los  passos  del  pasto  que  allá  deiiió  de  tener, 
y,  como  cauallo  castizo,  con  aquella  reminis- 
cencia relincha. 

Fel. — Y  calla,  que  ni  gustas,  ni  nos  dexas 
oyr;  que  con  tal  potranca,  no  te  paresce  que 
qualquier  potro  auiuaria? 

Flor: 

Vos  sola  soys  gloria  por  vos  merescida, 
pues  otro  ninguno  no  ay  que  os  merezca; 
vos  soys  de  las  damas  la  más  escogida; 
dichoso  el  amante  que  por  vos  padezca; 
mas  ay,  si  yo  fuesse 
quien  solo  os  siruiesse 
y  solo  quien  por  vos  muriessel 

Vos  soys  el  retracto  del  sumrao  poder, 
(^ue  Dios  ha  mostrado  en  las  criaturas; 
angélica  imagen  que  acá  en  las  baxuras 
ensal9ays  a  Dios  en  tal  os  hazer; 
soys  sola  vna 
a  quien  fortuna 
obedece  desde  la  cuna. 

Vos  soys  mi  ]irision  y  mi  libertad; 
yo  vuestro  captiuo,  y  tan  venturoso, 
que  es  tanta  mi  gloria,  que  hablarla  no  oso, 
porque  es  offendida  vuestra  majestad; 
ansi  yo  callo 
el  bien  que  hallo 
en  ser  vuestro  libre  vasallo. 

Vos  soy  paradero  de  mis  pensamientos; 
vos  soys  el  pinzel  con  ({ue  mi  naemoria 
esculpe  en  mi  alma  tal  contentamiento, 
que  en  vos  halla  objecto  de  su  mayor  gloria, 
pues  con  gran  razón 
el  mi  coraron 
descansa  con  tal  contemplación. 

Pol. — O,  qué  alta  panana,  y  qué  bien  can- 
tada! quiero,  pues  ya  calla,  entrar  para  que 
sepa  que  le  aguardamos. 

Flor,  — Qné  hora  es,  di,  Polytes? 

Pol. — Señor,  acaba  de  darlas  doze,  y  todos 
están  ya  a  punto. 

Flor. — Pues  alto,  vamos,  y  cierra  esta  ca* 
raara,  y  el  postigo  de  la  puerta  principal  harás 
le  quedar  apretado.  Pero  di,  Fulminato,  vas 


\ 


JOS 


sin  armas,  por  te  dit't'erenciar  de  essotros  que 
van  bien  a  punto?  o  vas  ansí  más  suelto  para 
poder  dar  vn  arremetida  a  tornar  a  mirar  por 
la  casa,  porque  en  tanto  no  nos  roben? 

Ful. — Bien  huelgo,  señor,  que  me  ayas  en- 
tendido, porque  para  tantos  ladrones  como 
andan  en  estos  tiempos  no  haze  poco  bien  mi 
sagaz  preuenimiento;  en  especial  que  a  todo 
entiendo  de  acudir  acá  y  allá.  Y  aun  quiero  dar 
vna  cala  a  las  calles  hasta  allá;  porque  podays 
yr  sin  estropie90,  si  no  fuere  de  cosa  de  es- 
pinilla. 

Pin. — Siempre  el  diablo  ayuda  a  los  suyos; 
que  ya  éste  tiene  con  qué  se  nos  escabullir  como 
la  otra  noche,  y  aun  con  que  se  lo  agradezca 
Floriano  como  gran  valentía  y  ardid. 

Fel. — Ay  verás  que  todo  es  ventura  este 
mundo. 

Fol. — Yo  seguro,  pues,  que,  aunque  él  va 
delante,  que  antes  que  nos  allá,  él  esté  en 
la  cama. 

Ful. — Allá  yran  estos  necios;  pues  ya  les 
hurté  el  ciierpo,  bueluo  a  guardar  la  casa  desde 
mi  cama. 

Fel. — Ya  no  paresce  Fulminato. 

Fol. — Antes  se  me  antojó  que  hizo  que  yua 
delante  y  se  abscondio  al  rincón  del  portal. 

Flor. — Ea,  vosotros  venid  callando,  que  ya 
estamos  a  la  puerta  de  la  huerta;  vosotros  os 
apartad  por  ay,  donde  aguardeys  más  secre- 
tos. 

Fol.  —  Oye,  señor,  que  dentro  hablan. 

Fel. — O  Justina,  duermes? 

Just. — Antes  oyó  hablar  a  la  puerta;  ya  to- 
caron: la  seña  es  aquella;  allá  voy. 

Fol.  —  Señor,  ya  abren ;  si  mandas  estemos  a 
punto,  que  más  vale,  por  sí  o  por  no,  que  este- 
mos para  dar  antes  que  para  recebir. 

Flor. — Bien  hablauas  si  yo  no  viniera  a  ver 
a  mi  señora,  de  donde  no  puede  salir  mal. 

Just. — O,  bendito  el  señor  que  te  me  dexó 
ver  bueno;  mi  señora  queda  sola  par  de  la  fuen- 
tezica  del  cenadero.  Por  esso  acaba,  señor,  de 
entrar;  cerraré,  que  no  la  dexcmos  sola. 

Flor. — Pues  yo  voy  allá. 

Just. —  Señor,  perdona,  dexa  me  primero  ver 
qué  haze.  A,  señora,  dame  albricias,  que  aqui 
mi  señor  Floriano. 

Bel. — Passo,  passo,  loca.queyo  te  las  mando. 

Flor. — Y  aun  yo  también,  pues  de  ellas  mia 
es  la  ganancia.  Y  perdona  me  que  llegué  antes 
que  me  lo  mandasses. 

Bel. — La  licencia  del  entrar  en  la  huerta  te 
escusa  en  todas  essas  culpas,  en  especial  que  tu 
persona  meresce  mucho  más;  y  el  grande  amor 
sano  que  te  tengo  se  estiende  a  hazer  yo  mucho 
más  por  ti  que  esto  que  es  perdonar  te;  donde 
sobre  yo  bien  quererte  y  esperar  de  verte,  no  ha 
procedido  yerro  de  tu  parte  en  el  llegar,  si  pri- 


ORIGENES  DE  LA  KOVELA 

mero  no  le  ouo  de  la  mia  en  te  mandar  venir, 
rodeos  ni   proemios,  te 


Y  ansi,   dexando   ya 

sienta  donde  ya  otra  vez  te  dieron  licencia;  y  tú 
no  has  desmerecido  en  mí  porque  no  vaya  muy 
adelante.   Agora,  pues,  que,  señor  mío,   estás 
sentado  e  yo  sentada,  te  ruego  me  digas;  por  i 
qué  tú  allá  en  tu  casa,  en  mi  absencia  (porque  \ 
según  el  papel  que  me  dio  Marcelia  ayer  tarde)  i 
ni  tú  deues  de  hauer  dormido,  ni  deues  de  dar  ; 
te  vagar  a  ti  mesmo  para  pensar  en  lo  que  a  tu  i 
salud  cumpla?   Pues  mira  que  ya  de  oy  más 
no  quiero  sino  que  como  cosa  de  mí,  a  mí  que-  ; 
rida  y  a})reciada,  te  tractes  bien  y  a  los  tuyos,  y 
pongas  todo  reposo  en  tu  casa,  tomando  le  tú 
en  tu  persona  primero.  Y  lo  segundo  que  te  : 
pido  que  me  digas   es:   para  qué  juntamente 
quieres  que  yo  ni  tú  andemos  hechos  trasgos  de  l 
noche,  y  por  los  huertos  sin  dormir?  porque  si  \ 
lo  hazes  por  obligar  me  a  más  amarte  y  a  menos  i 
oluidar  te,  sepas  que  no  tiene  lugar  en  mí,  donde 
el  amor  que  te  tengo  pueda  crescer  más.  Si  lo  j 
hazes  por  pensar  que  tu  cobdicia  desordenada  j 
hallará  algún   momento,   a  biieltas  de   tantas  ■ 
muestras  de  amor  y  faiiores,  descuydo  en  mi  i 
cuydado  sobre  la  guarda  de  la  integridad  de  j 
mi  persona,  piensa  trabajas  en  vano  pensar  al-  ] 
cancar  más  de  mí.  mientras  nuestras  visitas  no  ; 
tuuieren  licencia  de  ser  más  de  dia  y  públicas  \ 
que  agora.  Y  pues  yo  a  la  bastarda  he  dicho  lo  \ 
que  quiero,  tú  agora  muy  al  breue  me  responde  " 
sobre  lo  dicho  tu  parescer.  Y  huelgo  que,  aun-  i 
que  essos  ayan  oydo  mi  tosco  hablar,  tu  ele-  I 
gante  facundia  ya  pueda  yo  oyr  sola.  Por  tanto,  I 
por  hazer  te  plazer,  pues  bien  sé  que  no  vienes  i 


sino  por  solo  ver  me,  y  solo  hablar  me,  aparta 
te  allá,  Justina,  ay  en  mi  presencia,  pues  tienes 
también  con  quién  deuas  hazer  otro  tanto  como 
yo,  con  tanto  que  no  aya  en  ti  más  que  re- 
traer. 

Just. — Pues  antes  que  me  quexe  de  que  me 
pidas  zelos  de  mi  guarda,  ni  antes  que  yo  haga 
lo  que  me  mandas  y  lo  que  mi  señor  Floriano! / 
dessea,  que  es  yo   apartar  me,   quiero,  si   tú 
me  das  licencia  y  su  merced  me  lo  permite,  ha- 
blar le  yo  primero  delante  de  ti,  y  aun  del  que, 
trae  consigo,  pues  mi  plática  será  en  bien  comunj  ( 
de  todos;  por  tanto,  deue   se  preferir  al  bien  | 
particular. 

7>e/.  — Algún  desatino  será  asnadas 

Just. — Señora,  no  me  afrentes  en  presencií 
de  tu  querido,  que  también  haurá  quien  tonuj ){ 
por  mí  si  por  bien  es. 

Flor. — Que  teneys  justicia  grande!  dezid  1<¡  li 
({U(!  os  paresce,  pues  conmigo  es  la  plática,  qu  [  ' 
con  no  me  apartar  de  mi  señora,  todo  os  oyré|  , 
para  que  ella  dé  la  sentencia  de  vuestra  justi|  \ 
cia  contra  mí.  j    ' 

Just. — Antes  seremos  todos  en  tu  seruicio  I  \ 
fauor,  y  muy  a  lo  manifiesto;  pero  quiero  defj    \ 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


809 


engañar  te  de  vna  cosa,  que  por  no  la  saber  no 
podras  preuenir  la,  y  aconsejarte  otra  como  a  mi 
señor. 

Flor. — Dezid,  mi  Justina,  lo  que  os  pares- 
ciere,  con  que  no  sea  en  daño  de  mi  señora,  ni 
en  dissuadir  me  de  ser  suyo. 

Jmt. — Antes  todo  va  a  parar  en  esso  que  tú 
desseas  e  yo  querría  ver  muy  cumplido.  Pero 
desengaño  te  que,  aunque  te  ama  mi  señora  tan- 
to como  puede,  y  más  que  te  sabe  ni  osa  dezir, 
ni  yo  alcan9o,  a  lo  menos  sé  esto  de  ella:  que 
aunque  la  fuerga  del  amor  la  trae  a  este  lugar, 
y  la  traerá  todas  las  pezes  que  no  aya  estoruo 
y  tú  se  lo  pidas,  pero  en  todo  haze  contra  su 
condición.  Y  ansi,  pues  la  amas  tanto  y  la  tie- 
nes por  esposa  (como  lo  es)  tuya,  no  la  traygas 
tan  a  su  costa  a  tu  contentamiento,  en  especial 
que  ni  tú  podras  escalarlos  jardines  cada  noche, 
ni  ella  estar  en  vela  esperando  te,  y  ni  tú  llena- 
rás desque  ydo  más  de  saber  que  te  ama,  y  oyr 
que  te  habla.  Porque  para  yr  más  adelante  tie- 
ne se  ella  tan  puesta  debaxo  de  vna  llaue  de 
guarda  de  su  persona  y  honra,  la  qual  llaue  trae 
mi  señor  Lncendo  su  padre,  de  manera  que  si 
no  se  la  pides  a  él,  y  él  quiere  darla,  ni  tú  ha- 
llarás más  thesoro  del  hallado,  ni  a.v  más  mi- 
neros que  romper. 

Flor. — Por  cierto,  vos  haueys  hablado  bien, 
y  vuestro  consejo  me  deue  de  cumplir.  Y  digo 
que  qualquiera  cosa  haré  que  me  digays,  pues 
sé  que  es  para  mi  bien.  Pero  no  sé  qué  llaue  es 
essa  que  tengo  de  pedir;  que  si  es  de  oro,  yo  la 
haria  tan  grande  como  la  puerta  mayor  desta 
casa. 

Just. — No  son  menester  rodeos,  sino  que, 
mi  señor,  pues  tienes  el  sí  de  esposa  de  mi  se- 
ñora, que  pidas  el  sí  de  su  padre,  y  tendrás  la 
por  muger  como  la  sancta  iglesia  lo  manda,  y 
tú  lo  desseas,  7  ella  lo  querría,  y  su  padre  no 
lo  desdirá.  Pero  cumple  que  sea  hoy  en  todo 
caso,  porque  andan  muchos  tras  mi  señor  que 
le  han  pedido  la  hija,  y  no  lo  turbes  todo  en  ser 
postrero. 

Flor.  —  Por  cierto,  si  ello  consiste  en  sólo 
esso,  que  antes  de  comer  le  embie  de  mi  parte 
el  más  merescedor  tercero  y  delegado  que  tu- 
uiere. 

Just.  — Pues  sabe  que  montará  tanto  (juanto 
desque,  ello  hecho,  confio  en  Dios  que  me  lo 
dirás  antes  de  veynte  dias. 

F/or.  —  Pues  qué  me  monta  a  mí  que  me  lo 
persuadays  vos,  si  mi  señora  no  me  lo  manda, 
para  que  sea  el  consejo  y  el  mandamiento  todo 
vno  en  gran  merced  mia? 

Bel. — Señor,  no  osaré  salir  del  mandado  de 
Justina,  y  ansi  me  paresce  que  te  aconseja  bien, 
para  que  nuestras  cosas  no  anden  siempre  a 
lumbre  de  estrellas,  sino  a  claridad  de  sol, 
pues  de  e'lo  Dios  será  senxido. 


Flor. — Pues  yo  digo  que  lo  haré ,  como 
a  quien  tanto  le  va  en  ello,  y  por  el  conse- 
jo 08  quedo  obligado,  Justina,  y  por  la  mer- 
ced, sin  esperar  licencia  te  tomo  las  manos  y  las 
beso. 

Just. — Ya,  ya;  agora  que  me  quedays  buenos 
obedientes,  me  aparto  a  vsar  de  mi  licencia  a 
parlar  contigo,  señor  Polytes;  paresce  te  que 
(juedan  buenos?  pues  ya  tú  tornas  a  tus  porfías? 
i>¡.  paresce  te  que  no  has  de  guardar  más  tiem- 
po, que  estando  delante  de  mi  señora,  y  alli 
junto,  no  puedes  poner  freno  a  tus  meneos,  y 
tassa  a  tus  desseos? 

Pol.  —  Perdona  me,  señora  de  mi  vida,  que 
las  hablaste  tan  bien  cortado  y  tan  liberalnien- 
te,  y  tan  a  punto  todo  hablado,  que  no  so  cómo 
pudo  la  razón  refrenarme  en  no  te  tomaren  mis 
bracos  y  arrebatar  te  delante  de  ellos  al  medio 
del  razonamiento,  y  a  ellos  dar  lugar  que  obras- 
sen,  y  a  ti  tender  sobre  estas  olientes  violetas, 
debaxo  la  suauidad  destos  jazmines  tan  bien 
encañados. 

Just. — A  la  fe,  agora  os  digo  que  sí,  por  mi 
salud,  que  haueys  dentrar  por  vna  puerta  tú  y 
tu  señor,  y  que  hasta  (jue  aquella  llaue  que  le 
dixe  cobre,  que  no  cobres  tú  más  que  él.  Por 
esso  está  como  honesto  quedo  acompañado,  si 
no  quieres  como  atreuido  y  desmandado  quedar 
deshonesto  solo. 

Pol. — Pues  el  amor  que  te  tengo  me  manda 
que  no  te  obedezca,  mi  atreuimiento  me  obli- 
ga a  que  te  suffra  quantas  injurias  me  di- 
xeres. 

Just.  —  Pues  tan  poco  pienses  que  está  todo 
hecho  en  cpie,  a  trucíjue  de  hablar  yo  lo  que 
quiera,  te  dexe  obrar  lo  que  desseas.  Que  si  tú 
no  miras  más  por  mí  en  que  nos  oyra  Belisea, 
miraré  yo  por  ti  en  yrme  para  ella,  de  manera 
que  dañes  a  tu  señor  y  a  ti. 

Pol. — Anda,  mi  señora,  (|ue  estos  jazmines 
nos  encubren,  y  el  armonía  de  las  aues  antenie- 
ne  a  nuestro  sonido,  y  el  gargantear  de  la  fuen- 
te atapa  nuestro  bullicio.  Quanto  más  que 
ellos  están  a  solas  y  son  dos,  y  amantes,  nia- 
riilo  y  muger,  y  entenderán  en  sumar  sus  cuen- 
tas. 

Just. — Pues  por  mi  salud  que  agora  no  su- 
mes tú  esta.  Ay,  desdichada  yo,  y  qué  tesón 
er°s,  que  no  oso  quexar  me  de  tus  demasías,  por 
no  dar  mala  sospecha  de  mi  deshonra  y  tu  raal 
miramiento. 

Pol. — Perdona,  mi  señora,  que  donde  fuerca 
ay,  derecho  se  pierde,  y  do  ay  amor,  no  cabe  oc- 
casion,  pues  vale  más  buena  possession  (pie  lar- 
ga esperan(;'a. 

Bel. — Agora  que,  señor  mió,  la  sensualidad, 
con  permitir  te,  lo  razonable,  en  ti  querrá  ser 
más  atreuida  para  pensar  ({ue  dando  le  el  dedo 
ha  de  llenar  la  mano,  y  en  mí  la  mía  rae  podría 


310 


orígenes  de  la  novela 


hazer  más  oluidadiza  y  descuydada  de  lo  que 
rae  ha  Diandado  la  razón,  de  lo  qn:il  no  osaré 
exceder,  paresce  me  que  nos  salgamos  a  nuestra 
raano  con  lo  hecho:  tú  en  que  gozauas  y  de3sea- 
uas,  e  yo,  como  tuya,  te  di  entrada  en  mi  jardin 
para  coger  la  que  los  hombrea  dezis  ([we  es  fruc- 
ta  de  palacio.  Ansi  que  agora,  amigo,  te  reposa, 
porque  ni  demos  occasionde  que  nos  juzguen  (') 
los  criados  donde  no  tienen  los  amos  por 
qué,  y  también  porque  auezemos  a  la  sensuali- 
dad yr  bien  enfrenada  por  la  mano  de  la  razón, 
de  manera  que,  dando  le  la  razón  rienda,  corra 
quanto  pudiere,  y  dando  le  la  soffrenada,  pare 
sin  más  resabio  ni  corcobo  de  falta  de  subjection 
a  quien  lo  manda  que  pare  quando  es  justo,  y 
que  se  espacie  quando  se  le  permite. 

Flor. — Ay,  señora  de  mi  coracon,  que  os 
amo  tanto,  que  paresce,  según  la  sensualidad, 
que  no  quisiera  amar  os  tanto,  por  no  obedescer 
os  tan  liberalmente^  por  sólo  no  os  enojar.  Y 
junto  con  esto,  veo  os  tan  señora  en  fauorescer- 
me,  y  tan  buena  y  honesta  en  el  gouernarme, 
que  no  tiene  mi  sensualidad,  desmandada  en  el 
medio  de  su  mayor  contentamiento  y  gozo, 
atreuimiento  ni  fuerca  para  resistir  a  vuestra 
razón.  Por  donde  oso  dezir  que  quisiera  poder 
os  querer  tanto  como  os  quiero,  y  hallar  os  algo 
menos  buena  que  soys,  porque  ansi  tan  al  des- 
cubierto no  se  vieran  ser  tan  contrarios  vuestra 
gran  bondad  con  mi  gran  ardiente  sensualidad, 
y  en  hazer  lo  que  hago,  en  parar  como  me  lo 
mandays,  quiero  más  ser  cobarde  hombre  que 
desmandado  y  reprehendido  vuestro  amante. 

Bel. — En  tanto,  mi  señor,  te  tendré  en  más, 
en  quanto,  tú  teniéndome  en  más,  buscares  más 
licencias  para  gozar  en  mí  lo  que  con  la  volun- 
tad agora  a  su  tiempo  me  tengo  toda  por  tuya. 
y  ansi,  pues  que,  con  no  hablar  tanto  como  la 
otra  noche,  el  obrar  y  occupacion  de  las  manos 
paresce  que  ha  dado  priesa  a  que  se  fuesse  la 
noche,  y  venga  ya  el  dia,  sin  offrescer  me  de 
nueno  por  tuya,  me  dexa  entre  los  de  mi  casa 
agora  mostrar  me  ser  mia.  Y  con  esta  paz,  de 
todo  amor,  con  las  lagrimas  en  los  ojos,  me  des- 
pido contra  mi  voluntad,  por  la  necessidad  de 
la  honra  mia,  que  tan  por  tuya,  es  justo  que  me 
tenga  en  más  de  aqui  adelante.  Y  ruego  te  que 
en  lo  que  te  he  permitido  tocar  sea  como  cosa 
tuya,  y  en  lo  que  me  he  guardado  sea  que  me 
perdones  como  por  cosa  mia  hasta  que  Dios  lo 
ordene:  el  qnal  te  guie  y  te  me  dexe  ver  presto 
como  yo  desseo  y  mi  honra  me  obliga. 

Flor. — Por  yr  me  con  la  dulfura  de  vuestra 
plática  no  quiero  azedar  mi  gusto  con  ya  más 
responder  os,  de  que  con  vuestra  licencia  me 
voy,  para  entender  en  lo  que  Justina  me  acon- 
sejó. 

(*)  En  el  original,  iuzgen. 


Just. — Ay,  señor  mió,  y  qué  mal  lo  has  he- 
cho conmigo!  pero  mezquina  yo,  que  son  ya 
despartidos,  y  creo  que  han  visto  el  daño  que 
en  mí  has  hecho. 

Pol. — Señora,  ansi  hauran  visto  el  bien  gran- 
de mió,  y  pues  ya  no  ay  tiempo  para  más  ra- 
zones, vamos  con  Floriano,  por  que  cierres  la 
puerta. 

Just. —  Señor  Floriano,  Dios  vaya  contigo,, 
y  cata  que  cumple  que  no  pongas  descuydo  en 
lo  que  te  dixe,  porque  a  mi  señor  Lucendo  le 
dan  gran  priesa,  y  él  da  la  mayor  a  la  hija,  y  mi 
señora  resiste  hasta  ver  conjectura,  en  que  si  le 
dize  el  padre  que  tú  le  pides  por  muger  (pues 
la  ama  tanto  que  le  ha  de  pedir  su  parescer  y 
contentamiento)  pueda  ella  sin  nota  suya  de- 
zir que  quiere  a  ti,  nombrando  (')  entre  los 
otros. 

Flor.  —  Muy  bien  será  ansi;  yo  entien- 
do en  ello  oy  antes  que  coma,  y  tú  queda  con 
Dios. 

Fel— Ya  salen,  hermano  Pinel;  pues  va- 
mos. 

Flor. — Todos  callando  nos  vamos,  que  es 
tarde,  y  no  quiero  que  seamos  conoscidos  por 
las  calles,  ni  vistos  entrar  de  los  de  casa. 

Pol. — Señor,  todo  se  podra  hazer  ansi,  Dios 
mediante;  mouamos. 

Just. — Ya  son  ydos.  Dios  vaya  con  ellos;  ya 
he  cerrado  la  puerta  y  ruydo  hizo  más  que  sue- 
le, que  no  paresce  sino  que  apregona  mi  mal 
gouierno.  Mezquina  yo,  qué  mal  supe  aproue- 
char  me  del  consejo  y  buen  exemplo  de  mi  se- 
ñora! Pero  quiero  yr  allá,  no  sospeche  algo,  que 
agora  me  cumple  a  mí  poner  (como  dizen)  cue- 
ro y  correas,  para  que  ellos  concluyan  su  hecho, 
antes  que  por  su  dilación,  de  la  honestidad  de 
mi  señora  se  venga  a  manifestar  la  presteza  de 
la  poca  guarda  mia. 

Bel. — Qué  has  hecho  allá  tanto?  fueron  se? 

Just. — Sí,  señora,  e  ya  cerré  la  puerta. 

Bel. — Pues  a  ti  cómo  te  fue  con  tu  Polytee? 

Just. — Señora,  estaña  me  contando  de  que  an- 
tes que  partiessen  esta  noche  cantó  Floriano  a 
la  vihuela,  de  mientras  los  criados  se  armauan 
para  acompañar  le,  vna  panana  en  tu  loor  y  dis- 
cantando la  entrada  del  jardin,  cosa  muy  alta 
y  facunda. 

Bel. — Pues  por  qué  no  se  la  pedias? 

Just. — Ya  no  me  quedó  por  esso,  que  ya  me 
quedó  de  hauerla  y  traer  me  la  para  la  primera 
vista,  que  Dios  querrá  que  sea  presto,  porque 
bien  viste  cómo  al  claro  se  lo  dixe  a  Floriano; 
y  aun  agora  al  despedir  le  a  la  puerta  le  torné 
a  hazer  acordante  en  ello,  diziendole  el  cómo 
se  haga;  y  porque  cumple  que  sea  ansi,  y  lue- 

(')  Así  en  el  original;  quizás  fué  errata,  por  nom- 
bracio. 


COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA 


311 


go,  T  él  quedó  que  no  comería  antes  que  te  pi- 
da por  muger;  y  hecho  esto,  yo  lo  doy  por  con- 
eluvdo. 

Bel.  —Vamos,  cierra  essa  escalera;  yrnie  he 
a  dormir  vn  rato,  que  me  liallo  algo  descon- 
tenta. 

Just. — Vamos,  mi  señora,  que  eso  causa  la 


absencia  del  tu  esposo;  pero  presto  se  te  quita- 
rá con  llamar  le  marido,  para  que  os  gozeys  a 
honra  vuestra  y  contento  de  mi  señor  tu  padre. 
Para  que  os  dé  Dios  fruto  de  bendici»  n  que 
perpetué  vuestra  casta,  y  ellos  y  todos  digamos 
que  loatlo  sea  Dios,  que  lo  encaminó  tan  bien 
para  su  gloria  perpetua.  Amén. 


Acaba  la  comedia  no  menos  útil  que  graciosa  y  oompeí:. 

DIOSA  :    LLAMADA    FlORINEA  ;    NDEUAMENTE    COMPUESTA. 

Tmpresba  en  Medina  del  Campo  en   casa  de 
Guillermo  de  Millis^  tras  la  igle- 
sia MAYOR,  Año  de  1554. 


mim  m\tnm  boliu    i 

i 

D'EL  SUEÑO  D'EL  MUNDO  \ 

CUYO   ARGUMENTO  VA  TRATADO   POR  VIA  DE    PHILOSOPHIA   MORAL      i 

AORA    NÜEÜAMENTE   COMPUESTA    POR  • 

A 

PEDRO    HURTADO    DE    LA    VERA  ¡ 

i 

(Escudo  del  duque  de  Medinaceli,  á  quien  ra  dedicada  la  obra,  encerrado  en  un  óvalo.)  J 

En  Anvers.  En  casa  de  la  Biuda  y  los  herederos  de  luán  Stelsio.  Año  de  M.D.LXXII.     | 

Con  gracia  y  priuilegio.  ^ 


PRIÜILEGIO 

Concedió  el  Rey  nuestro  señor,  a  la  Biuda 
de  luán  Stelsio,  que  ella  sola,  ó  quien  su  poder 
tuuiere,  pueda  imprimir  y  vender  la  Comedia 
intitulada  Dolería  del  sueño  d'el  Mundo,  aora 
nueuamente  compuesta  en  lengua  Castellana, 
por  Pedro  Hurtado  de  la  Vera.  Y  prohibió  que 
ningún  otro  la  imprimiesse  o  hiziesse  imprimir, 
dentro  de  seys  años  primeros  siguientes,  sob 
las  penas  contenidas  en  el  priuilegio,  otorgado 
en  Brusellas  en  20  Septiembre.  1572.  Fir- 
mado, De  Perre. 

AL  MUY  ILLD8TRI88IM0  SEÑOR  DON  lüAN  DE  LA 
CERDA,  DOQOE  DE  MEDINA  CELI,  CONDE 
d'el  GRAN  PDERTO  DE  SANCTA  MARÍA, 
SEÑOR  DE  LA  VILLA  DE  COGOLLÜDO  Y  BD 
MARQUESADO,  GOÜERNADOR  Y  CAPITÁN  GE- 
NERAL   POR    8U    MAGEBTAD  EN    LAS  TIERRAS 

BAXA8.  My  Señor. 

Si  es  verdad  (como  lo  es)  Principe  111.*"° 
pesarse  (')  los  presentes  más  con  la  volunta  I 
d'el  que  presenta  que  con  su  valor,  ó  con  la 
grandeza  de  a  quien  son  presentado.'',  ni  Or- 
sines,  Sátrapa  de  Dario,  a  Alexandre,  ni  el 
Rustico  a  Artoxerces  (saltando  de  vn  extremo 
en  otro  extremo)  presentaron  nada,  en  respecto 
de  lo  que  yo  aora  a  V.  Excellentia  hago.  Sino 
bastare  por  testigo  d'ello  su  consciencia  pro- 
pria,  cuyo  natural  (por  oculta  virtud  d'el  alma) 
es  adeiiinar  el  amor  ó  odio  ageno,  doy  á  V. 

(V)  En  la  primera  eáición  pesarense,  por  errata.  Está 
bien  corregido  en  la  de  1GI4. 


Excellencia  los  de  Salomón,  el  qual  mandán- 
donos no  murmuremos  de  los  principes,  ni  en 
lo  secreto,  porque  las  aues  d'el  cielo  (sean  aues 
ospiritus)  se  lo  llenan,  queda  entendido  también 
lo  hagan  a  nuestras  aft'ectiones  y  desseos.  Sien- 
do pues  assi,  yo,  en  virtud  d'estos,  me  atreui 
armar  esta  Comedia  contra  toda  saeta  enaruo- 
lada,  de  su  fauor  y  nombre,  sperando  lo  quo  no 
quiero  suplicar  (por  ser  deuda  ya  de  su  sangre 
clarissima).  V.  Excellencia  la  defienda,  y  tome, 
no  por  liuiana  ó  sensual  como  paresce,  sino 
por  los  Sylenos  que  dizen  de  Alcibiades  (eran 
estos  Sylenos  ciertas  caxuelas  pintadas  por  de 
fuera,  con  figuras  de  Satyros  y  otros  animales 
desprezibles  y  ridiculos,  mas  lo  de  dentro  no 
tenia  precio)  o  a  lo  menos  si  allá  no  llega,  por 
la  sal  que  haze  comer  y  no  se  come  sola.  Poca 
necessidad  auria  d't  sto  si  los  estómagos  y  gus- 
tos fuessen  en  todos,  como  el  de  V.  Excellen- 
cia, sanos  y  perfectos,  no  dañados.  El  argu- 
mento es  soñar  el  mundo  lo  que  suele,  que  son 
engaños  y  mentyras,  y  la  verdad  por  accidente, 
y  que  la  muerte  le  despierte  y  la  iusticia  alum- 
bre todo.  Leyendo  V.  Excellencia  con  este 
presupuesto,  quedo  yo  libre  de  culpa,  culpado 
quien  me  la  diere;  por  impedir  ó  pretendello, 
otros  impetos  mayores  y  meyores  en  lo  fu- 
turo: que  es  su  proprio  officio  de  la  embidia: 
de  la  qiial  por  su  bondad  inmensa,  nuestro  se- 
ñor por  muchos  años  y  contentos  á  V.  Ex.*"'" 
guarde. 

AL    LECTOR 

Amonéstate  el  autor  (Lector  Benigno)  si  no 
quieres  offender  los  dos,  leas   esta   Comedia 


como  cosa  moral  y  traslado  de  la  vida  humana. 
Amor  es  el  argumento  d'ella.  por  ser  en  el 
mundo  Amor  la  causa  de  todo  mal  y  bien. 
Duerme  el  Mundo  y  sueña  ser  Heraclio  amor 
de  virtud  y  fama,  con  el  contrapeso  de  vana- 
gloria, que  es  Honorio  su  criado.  Logistico,  la 
razón  que  manda  sobre  ella,  la  qual  cae  alguna 
vez  para  leuantarse  con  más  fuer9a  como 
Antheo  y  reconoscer  la  fueroa  soberana.  As- 
tasia  es  la  sensualidad  y  hiprocrisia  en  hábitos 
de  virtud.  El  deleyte,  ídona,  hermosa  de  cara, 
de  obras  fea.  Melania,  la  malicia,  cuvo  fruto  es 
el  trabajo,  que  la  color  d'el  negro  signiñca,  y 
á  la  postre  queda  subjecta  á  Morio,  que  es  la 
ignorancia,  y  con  él  casada.  Asosio,  la  carne 
vagabunda,  pero  al  spirito  reduzida,  con  el 
castigo  y  experiencia.  Las  Egycianas  son  las 
tentaciones  que  procuran  de  ajuntar  los  buenos 
á  los  malos.  Andronio,  la  ciuil  costumbre  que 
declina  de  la  malicia  á  Aplotis,  la  simplicidad. 
Apio,  Metió,  Amercia,  Mania,  son  los  vicios. 
Doleria,  la  casamentera  d'ellos,  engaño  y  cas- 
tigo juntamente.  El  bosque  de  las  sombras,  la 
vanidad  de  la  cosas  d'esta  vida  Aglaia,  Thalia, 
Caliope,  Melpomene,  las  sciencias  y  virtudes 
que  voluntariamente  se  presentan  á  sus  ama- 
dores. Los  saluajes,  penitencia  y  contino  re- 
mordimiento de  la  consciencia.  Nemesis,  la 
justicia  que  yguala  (})  todo  y  manifiesta  lo  que 
hizo  dissimuladamente  y  disfrazada  con  Aso- 
sio; tomando  después  por  instrumeiito  de  cas- 
tigar los  malos  á  los  malos,  de  remunerar  los 
buenos  á  los  buenos.  Es  Charon  la  muerte 
que  despierta  al  Mundo  y  da  principio  de  vida 
á  vnos,  de  muerte  á  otros.  Si  el  argumento  ó 
estilo  no  te  contenta,  hágalo  el  desseo  que  es 
de  contentar  los  anisados;  si  no,  cásate  con  la 
hermana  de  Melania,  rauger  de  Morio,  y  sereys 
cuñados. 

HEBACLIO 

Preguntanme  quién  soy;  no  oso  publicallo; 
Del  poco  que  meresco,  nasce  este  temor; 
Podria  ser  también,  de  ser  nueuo  pintor. 
Vos  respondereys,  pintura,  lo  que  callo: 

Que  yo  detras  me  escondo,  a  ver  si  hallo, 
l>emas  de  la  correa,  quien  haga  el  reprehensor, 
O  le  detenga  allí  la  embidia  en  lo  peor, 
Para  del  fauor  y  bien  gratificallo. 

Pero,  sacra  Musa,  tú  que  al  sacro  canto 
Al  alto  amor  y  fuego  tanto  me  inflamaste, 
Aclara  las  tinieblas  de  la  enferma  vista, 

O  toma  las  armas,  para  herir  de  espanto 
Los  ojos  que  contemplarte  no  dexaste 
Y  á  los  pies  que  no  entraron  en  tu  lista. 

(')  Por  errata  en  \b,  primera  edición  ygvnlia.  Corre- 
gido en  la  segunda. 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 

INTERLOCUTORES 


313 


MOXDO. 

MoRPHEO,  Dios  (Vel  siteíw. 

Heraclio,  Enamorada. 

Logistico,  Amigo. 

AsTASiA,  Matrona. 

Melania,  Criada  morisca. 

Idona,  Domella  hija  de  Asta-^ia. 

Morio,  Bobo,  marido  de  Astasia. 

Aaosio,  Amigo  de  Heraclio  y  enamorado  de 

Melania  y  otras. 
Honorio,  Bobo,  criado  de  Heraclio. 
Amkrci  A , Labrandera. 
Manií,  Lnbrandera. 
Dolería,  Mágica. 
Aplotis,  Domella,  prima  de  Idona. 
Ai  10,  Competidor  de  Heraclio. 
Metió,  Seruidor  de  Idona. 
Page  de  Astasia. 

Andronio,  Enamorado  de  Melania. 
Aglaia,  Gracia  d'el  cielo. 
Thalia,  Gracia  d'el  cielo. 
Caliope,  .^fiisa  d'el  verso  heroico. 
Melpomene,  Musa  de  los  Trágicos. 
Nemesis,  o  lasticia  diuina. 
Charon,  o  Muerte. 


El  Mumlii  muy  entonado  y  vosliito  dcdiuer.-as  colores.  Morpheo 
Dios  d'el  sueño  le  sale  de  traiies  y  le  liare  dormir  después  de 
acunas  altercaciones. 


.Mondo,  Morphko. 

[.l/«7i.].— Yo  soy  el  Mundo. 

Mor.  -  Qué  necio,  y  yo  el  Sueño. 

Mun. — La  presencia,  el  hábito  y  la  graue- 
dad  lo  dizen. 

Mor. — Grauedad?  >>  hydeputa,  falsa  y  con- 
trahecha ! 

^fun. — En  raí  están  los  Imperios,  Reynos, 
y  la  diuersidad  de  los  Estados,  altos,  medianos, 
baxos;  las  riquezas, las  grandezasy  las  miserias; 
el  saber  y  la  hermosura;  las  fuerzas  y  la  gracia. 

Mor.—  Qué  de  viento  trae,  por  qué  no  dize 
el  perdido  la  mentira,  la  locura,  la  malicia  y  el 
pecado? 

Mun.—  Qnién  como  yo? 

Mor.— Qnlén  como  él  a  mengua  de  hombres 
buenos?  Spera  que  yo  te  haré  callar,  o  hablar 
menos  y  pensar  más.  Ao,  ao,  hombre  honra- 
do, ao. 

^fun. —  Qué  loco  será  este  desatinado,  que 
assi  me  llama  descortesmente?  mira  el  villano, 
qué  quieres  o  qué  dizes,  alimaña? 

.l/o7-.  —  Que  mentí  y  conciertan  tus  dispara- 
tes con  las  colores  d'el  vestido;  eres  quiíja,  her- 
mano, charlatán  o  sacamuelas? 

Mun.  —  (íran  cosa  es  esta,  que  no  está  jamas 


BU 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


vn  sabio  sia  un  necio;  es  tentación  o  peniten- 
cia? qué  pesada  carga! 

3Ior.  —  La  de  tu  cabera  con  tanto  viento. 

Mun. — Sabes  con  quién  hablas? 

Mor. — Muy  bien. 

Mun. —  Dilo,  pues. 

Mor. — Con  vn  loco  perenal. 

Mun.  —  O  monstro  de  naturaleza,  tien- 
tasme? 

3íor. — Pues  quién  eres?  Veamos  lo  que  dize. 

Mun. — Yo?  soy  el  Mundo. 

Mor. — El  Mundo,  ha,  ha,  ha,  aora  te  digo 
que  acertaste,  tú  el  mundo?  quál? 

Mun. — Quál  ha  de  ser  el  Mundo? 

il/or. — Otros  desuariados  como  tú  dizen  que 
ay  muchos. 

Mun.— 'Nanea  yo  tal  consentí,  si  ellos  me 
quisieran  entender. 

3Ior. —  Todavía  te  dura  la  calor,  y  apesar 
d'el  seso  y  de  razón  quieres  ser  el  mundo. 

3Iun. — Quién  seria  yo  luego  si  no  fuesse  él? 

3Ior. — No  te  lo  dixe  ya? 

Mun.—  Qué  enojoso  y  pesado  eres;  si  no  me 
fuera  por  ensuziar  las  manos,  te  castigara. 

Mor. — Prueuelo  su  merced,  señor  Papagayo; 
veremos  quién  gana  la  hogaga. 

3Iun. —  Quítateme  de  delante,  no  me  hagas 
salir  de  curso. 

3íor. — Ah,  ah,  ah!  esso  seria  de  mundo  bol- 
uerte  rio,  y  a  la  postre  verás  que  ganarlas;  mas 
sin  passion,  me  di  aora  qué  menester  es  el  tuyo, 
o  de  qué  tierra  eres ,  porque  assi  los  hábitos 
como  el  lenguaje  te  me  hazen  estrañissimo. 

Mun. — Buelues  a  tus  treze?  de  qué  tierra 
será  el  mundo,  o  qué  menester  el  suyo? 

3Ior. — Porfías  tanto,  que  estoy  medio  em- 
barbascado; qué  señas  me  darás,  o  qué  testi- 
gos d'ello? 

3Iun. — No  embargante  que  tu  calidad  y  la 
mia  sean  diferentes  y  no  admitan  tantos  gol- 
pes y  argumentos,  te  alumbraré  la  vista  inte- 
rior; pero  recelo  no  sea  capaz  de  tanta  luz. 

Mor. — Dexo  uaziar  aora  a  este  cántaro;  ser- 
uira  después  de  alhaja  a  mi  hermano  el  Riso:  e 
ya,  pues,  sé  liberal  y  no  te  quede  nada  por  dezir, 
que  yo  te  oyre. 

3Iun. —  Harta  merced  es  essa  de  tan  gran 
Rey.  ^ 

il/or. — No  te  burles  ni  me  juzgues  hasta  el 
cabo,  porque  dentro  d'el  vaso  está  la  virtud  d'el 
balsamo,  no  de  fuera. 

3Iun. — No  hablaste  mal;  por  esso  quiero  co- 
men9ar  y  contarte  de  mi  linaje,  padres  y  hijos. 
No  oyste  d'el  gran  Promotheo,  que  se  enamo- 
ró de  I uno? 

Mor.— Si. 

Mun. — Mi  hijo  fué  de  los  antiguos  Titanes, 
que  con  su  fuer9a  presumían  subir  al  cielo. 

Mor. — También  dessos? 


Mun. — Mis  hijos  fueron  Deucalion  y  Pirrha, 
segundos  padres  después  de  la  general  inunda- 
ción. 

Mor. — D'essos  assi. 

3Iun. — De  mí  descienden  Nembrot,  Niño, 
Belo,  Syro.  Dario,  Xerxes,  Alexandre,  lulio, 
Augustos  Monarchas  d'el  mundo;  Hercules, 
Antheo,  Teseo,  Héctor,  Achiles,  Aiax,  Milon, 

ilfo7'.  —  También  essos? 

3Iun. — Scipion,  Hanibal,  Pompeo,  Bruto, 
Mételos,  Fabios,  Camilos,  Lucios,  Torcatos,  de 
my  proceden. 

3íor. — Alargaste  mucho;  tanto  me  dirás  que 
no  te  crea. 

Mun. — Pues  créeme;  los  Chaldeos,  los  Phe- 
nices,  los  Hebreos,  los  Asirlos,  Medos,  Persas, 
los  Griegos,  los  Romanos,  mis  hijos  fueron. 

Mor. — Qué  llena  de  humo  está  nuestra  cosi- 
na,  y  es  posible? 

3Iun. — Semiramis,  Cleopatra,  Hecuba,  He- 
lena, Stratonice,  Medea,  Lucretia,  Porcia,  Sa- 
pho,  y  las  Sibillas  todas,  mis  hijas  fueron ;  las 
altas,  las  baxas,  las  hermosas,  las  feas,  los  fuer- 
tes, los  flacos,  los  sabios,  los  simples,  los  pobres, 
los  ricos,  los  venturosos,  los  miseros,  los  locos, 
los  cuerdos,  todos  son  mis  hijos. 

il/or. — Donoso  padre. 

Mun. — Las  Monarchias,  los  Imperios,  los 
Reynos,  los  Principados,  yo  los  doy,  yo  los  qui- 
to; la  guerra,  la  paz,  los  Ímpetus,  las  iras,  el  tra- 
bajo, el  sosiego,  por  mí  se  haze,  por  mí  se 
mueue  todo;  el  oro,  la  plata,  los  metales  todos, 
las  piedras  preciosas ,  las  joyas,  los  vestidos, 
las  pompas,  las  galas,  lo9ania8,  los  triunphos, 
juegos,  las  ciudades,  villas,  fortalezas,  las  artes, 
armas,  la  hermosura,  las  damas,  los  caualleros, 
en  mí  se  halla  todo. 

3Ior. — No  tiene  más  drogas  vn  Boticario. 

3Iun. — Los  combites,  los  amores,  los  disfra- 
ces, los  motes,  dan9as,  justas,  torneos,  yo  lo 
Ordeno  todo.  Quieres  más?  Finalmente,  que  yo 
soy  el  Mundo,  y  debaxo  d'este  nombre  se  com- 
prehende  todo, 

3Ior. — Mucho  es  parescer  tan  mo90  siendo 
tan  viejo:  estoy  hecho  tonto  y  arrepentido  de 
no  creerte  de  principio;  pero  viéndote  tan  des- 
concertado en  los  vestidos  y  en  el  andar  y 
echando  palabras  por  ay,  pense  otra  cosa.  Per- 
dóname por  tu  fe,  hermano  el  Mundo. 

3Iun. — Aora  me  dexarás  de  sinsabores  y  oy- 
ras  de  mejor  gana,  que  tu  simpleza  y  poco  vso 
escondían  mi  ser  y  authoridad.  De  manera  que 
yo  soy  el  Mundo, 

3Ior. —  Si  que  tú  lo  eres,  no  ay  duda  en  ello; 
mas  sabes  qué  todavía  estoy  pensando? 

il/wn.— Qué? 

Mor. — Que  soy  tu  amo  yo  y  tú  mi  mo90. 

3íun. — No  lo  dezia  yo  que  era  este  loco? 
aora  llegó  la  conjunction. 


COMEDIA  INTITVLAPA  DOLERÍA 


315 


Mor. — Y  aun  que  te  lo  haga  confessar. 

Miin. — Di  algo  con  que  reyamos. 

Mor. — O  lloremos.  Di,  essos  Gigantes,  essos 
Monarchas,  Emperadores,  Reyes,  essas  her- 
mosuras, fuerzas,  lü9anias,  essas  riquezas, 
sciencias  y  artes,  do  están,  cu  qué  pararon? 
respóndeme  y  no  te  pasmes. 

Mun. — Ya  es  passado  todo,  c  A.  curso  de 
las  cosas,  vnas  van  y  otras  vienen. 

Mor. — Y  a  la  postre  no  para  todo  en  sueño? 
no  hablamos  d'ello,  o  nos  recordamos  d'ello 
como  de  sueño?  despierta,  que  aun  duermes,  pan 
perdido, 

Mun. — Y  tú  quién  eres ,  que  assi  hablas 
denodado? 

Mor. — Quie'n  te  paresco? 

Mun. — Loco  al  comiendo;  aora  hereje. 

Mor. — Por  qué  esso? 

Mun. — Por  te  hazeres  Dios,  siendo  mi  amo, 
que  yo  no  tengo  otro. 

Mor. — Bien  atinas.  Pues  yo  te  afirmo  que 
antes  de  llegar  a  él  ay  otro  después  de  mí, 

Mun. — Esse  mysterio  me  declara. 

Mor. — Primero  me  dirás  si  te  paresce  sueño 
lo  que  dixe. 

Mun.  — Lo  passado  sueño  paresce. 

Mor. — Y  lo  presente,  sueño  presente  d'el 
adormido  mundo. 

Mun.  ('). — Sea  assi,  y  acaba  ya. 

Mor. — Yo  soy  Morpheo,  el  Sueño. 

Mun.  —Tú?  o  traydor,  y  el  otro  que  es  tu 
amo? 

Mor. — El  Tiempo,  el  qual  haze  d'el  Sueño 
lo  que  él  hizo  d'el  Mundo;  el  señor  d'el  Tiempo 
es  Dios  omnipotente,  que  como  sea  sempiterno 
no  hay  tiempo  en  él,  antes  es  principio  y  fin  de 
todo;  entiendes,  bobo? 

Mun. — Yete  de  ay,  que  no  te  creo  nada. 

Mor. — Aora  lo  verás,  que  yo  te  haré  dormir 
mal  que  te  pese  y  soñar  algo  con  que  des  plazer 
al  tiempo. 

^[un. — Ay,  ay. 

Mor. — Seré  en  mis  bracos,  y  la  Comedia  o 
Tragedia  o  lo  que  se  es,  terna  por  sobrenombre 
Sueño  d'el  Mundo. 


COMIENQA  EL  SUEÑO 

Hendió  enamorado  romunica  con  Logistico  sus  amores,  y  él  le 
persuade  no  liarse  de  mujeres. 

Heraolio,   LOOISTIOO. 

[Her.'l.—  Qué  dizes  a  esta  consideración  del 
sabio,  Logistico  hermano?  todo  tiene  su  tiempo 
y  corre  por  sus  spacios  limitados,  sin  que  baste 
saber,  arte  o  fuer9a  humana  que  lo  estorue. 

(1)  Mor.  en  el  original. 


Lo(j. — Antigua  es  ya  essa  philosophia,  pero 
holgaría  do  entenderte,  que  la  preñez  de  tus 
palabras  nunca  para  en  menos  que  en  Pithias 
o  en  Apollo. 

Her. — No  sea  en  ratones,  según  el  refrán. 

Loy. — De  todo  ay,  porque  no  se  alabe. 

Her. — No  ayas  miedo,  que  ya  me  declaró  tu 
amigo  Sócrates  las  letras  de  Delphos. 

Lo(j. — Bien  has  trotado  si  no  lo  oluidas. 

7/í-/-,  — Soberuia  seria  presumillo,  porque  lo 
sensual  haze  su  oí'ficio. 

Log. — Dessa  manera  más  puede  que  nos. 

ller. — A  tuerto  o  a  derecho,  ley  de  natura  es. 

Log. — Esso  a  la  diuina  contraria,  y  assi  es- 
cusarnos  ya  d'el  pecado,  porque  nadie  puede 
seruir  a  dos. 

Her. — En  alguna  parte,  que  de  otra  suerte 
poca  speranija  auria. 

Log.  —  Sí,  quanto  al  primer  impeto,  que  es 
de  ladrón  o  salteador,  que  de  lo  pensado  no  ay 
Lógica  que  nos  defienda.  Mas  quedándose  esto 
para  más  de  spacio,  digame  su  merced  lo  que 
pretende,  para  que  yo  mejor  entienda  al  sabio 
y  la  differencia  de  sus  tiempos. 

Her.-—¥\\Q  acaso  lo  que  dixe;  y  quando 
ouiera  otro  mysterio,  yo  nunca  doy  a  los  ami- 
gos pesadumbre,  todas  las  guardo  para  mí. 

Log. — Mal  guardas  luego  las  circunstancias 
de  amistad,  que  comprehenden  qualquiera  ho- 
nesto extremo,  antes  les  contrarías  en  dos 
cosas. 

Her. — Qué  tales? 

Ljog. — La  primera  escondiendo  el  secreto  de 
tu  pecho,  y  la  segunda  dexando  entrar  en  él 
hábito  tan  vil,  como  es  no  recebir  por  no  deuer, 
que  es  enfermedad  de  spiritos  baxos. 

Her. — Muy  lexos  me  interpretas  de  lo  que 
soy,  y  bien  puedes  ya  poner  en  cuenta  de 
amistad  esta  paciencia. 

Log. — También  yo  podria  retorcer  esse  cor- 
don,  mas  la  seda  no  lo  sufre. 

Her. — Mi'jor  es  que  se  palpe  y  vea  de  una 
parte  á  otra. 

T^g. — D'acuerdo  estamos;  falta  aora  lo  prin- 
cipal, que  es  darme  cuenta  de  tu  necessidad 
distinctamente. 

Her. — Soy  contento;  conosces  a  Astasia? 

I^og. — Aquella  por  quien  priuauas  de  luz  al 
Sol  y  a  Orpheo  de  su  música? 

Her. — La  mesma,  y  aun  te  affirmo  no  auer 
dicho  nada  por  que  meresca  culpa,  mas  la  ter- 
nia  no  lo  confessando  y  quien  d'ello  me  cul- 
passe. 

I^og. — No  deue  ser  sin  causa,  pues  tanto  en 
ello  perseueras. 

Her. — La  verdad,  es  más  música  que  el 
mesmo  Orpheo,  y  enternece  todo,  quanto  más 
los  hombres,  con  cuya  lira  piensa  que  lo 
alcan9<5. 


316 


OKTGENES  DE  LA  NOVELA 


Log. — Qué  peligroso  es  argüir  con  los  So- 
phistas  de  amor! 

Her. — Consiento  si  no  es  con  ánimo  de  in- 
juriarme. 

Log. — Injuriar?  Dios  nos  libre,  antes  te 
tengo  embidia,  y  ay  deue  estar  el  punto  de  tus 
Philosophias. 

Her, — Assi  hallasses  la  cura  como  la  llaga. 

Log. — De  suerte  que  amas? 

Her. — Y  amaré. 

Log. — A  Astasia? 

Her. — A  Astasia  y  la  tierra  que  pisa. 

Log. —  Qué  gran  heresia!  siempre  hablaste 
en  ella  con  essa  afficion,  cuya  fuer9a  haze  d'el 
dia  noche,  y  te  podria  transformar  en  otro 
animal. 

Her.  -  Mas  en  el!a,  que  es  natural  d'esta 
passion ;  pero  no  pienses  que  guiado  d'ello  o  de 
accidente  súpito  me  rendi,  sino  con  la  experien- 
cia de  sus  gracias,  que  derrocara  aquel  Timón 
Atheniense. 

Log. — Puede  ser  que  el  juyzio  te  engañasse 
o  tu  propia  virtud. 

Her,  -  De  qué  manera? 

L^og. — Yo  te  lo  diré;  fácilmente  se  persuade 
el  noble  coracon  con  un  dulce  mirar,  vna  pala- 
bra dulce,  o  vna  risa,  aunque  sea  fingido:  que 
paresciendo  nascer  de  cordial  affecto,  con  las 
mesmas  condiciones  se  rescibe  que  paresce 
darse,  y  obliga  a  la  constancia  aun  después 
d'el  desengaño. 

Her.  -  Más  valdria  ay  la  fortaleza  para  bol- 
uer  atrás  y  no  ser  pasto  de  villanos,  que  este 
es  el  nombre  de  la  ingratitud. 

Log. — Assi  es,  mas  vn  gentil  spirito  más 
ayna  dissimulará  la  pena  que  ser  hablilla  de  la 
gente,  que  atribuye  generalmente  estas  desgra- 
cias a  falta  de  juizio,  y  también  estimase  más  la 
victoria  auida  con  trabajo  que  sin  él;  porque 
vencer  al  enemigo  con  fuerza ,  vigilancia  y 
maña  es  triunphar  d'el  tiempo  y  d'el  y  de  fortu- 
na, quedando  con  más  gloria,  y  si  no  acontesce 
como  se  speraua  o  se  pensó,  no  ay  culpa,  auien- 
dose  hecho  ya  el  deuer.  De  modo  que  en  los 
principios  están  los  yerros  escondidos,  y  en  el 
creerse  o  fiarse  de  ligero.  Y  tú  quieres  en 
quatro  dias  pintallo  todo  en  tu  fauor. 

Her.  -Si  con  mis  ojos  lo  viesses,  de  otra 
suerte  lo  sentirlas:  esta  es  la  Diotima  de  Só- 
crates y  la  mesma  ánima  de  Minerua. 

Log. — Ya  esso  es  más  que  sacrilegio,  robar 
ánimas  agenas. 

Her. — Digolo  por  no  aner  en  ella  lugar  va- 
zio  de  aquellos  quatro  metales  de  que  se  com- 
pone la  beatitud. 

Log. — Para  conoscellos,  particidarmcnte 
deuen  tocarse,  lo  que  no  puede  ser  en  menos 
tiempo  que  Alcibiades  á  Sócrates:  y  enemigos 
ay  que  nos  engañan  disfracados  con  sus  hábitos. 


Her. — No  pienso  puedan  hurtárselos  para 
esse  effecto. 

T^og, — Contrahazen  las  colores  tan  al  natu- 
ral, que  fácilmente  se  engañan  nuestros  ojos 
en  lo  que  mucho  no  vsaron,  que  si  tú  no  viste 
lo  colorado,  o  verde  más  de  vna  vez,  algunos 
dias  después  tomarás  por  ellos  lo  encarnado  o 
verde  escuro;  assi  el  vicio  aparesce  muchas 
vezes  sob  specie  o  semejan^i  de  virtud,  lo  que 
con  esta  señera  te  podria  acontescer. 

Her.  —  lÑo  oyste  que  en  la  frente  y  en  los 
ojos  se  lee  la  letra  d'el  coraron  y  qüanto  con 
su  diuiuidad  las  ánimas  comprehenden? 

Log. — Sí,  pero  las  puras  de  las  accidentes 
de  la  carne,  que  haze  lo  que  la  leña  verde,  que 
es  amatar  el  fuego  y  henchir  de  humo  toda  la 
casa.  Y  pensar  otro,  seria  necedad. 

Her. — La  cortez  sola  de  mis  palabras  deues 
tomar,  si  lo  de  dentro  paresce  de  mala  diges- 
tión, o  échame  en  destierro. 

Log. — Aleártelo  queria  y  sacarte  de  prisión, 
que  tal  es  vna  porfiada  phantasia. 

Her.  —  Assi  lo  quiere  el  amor  reciproco,  mas 
tornemos  al  proposito. 

Log. — Ay  te  speraua,  que  es  el  effecto  de 
la  phrenesia. 

Her.  —No  tengo  razón? 

Log. — Siendo  la  causa  tan  justa,  como  lo  es 
mi  opinión  en  cosa  de  mugeres,  te  lo  conffes- 
saré  sin  golpes  ni  heridas:  mas  as  de  dizir- 
mela  tan  de  spacio  como  el  caso,  valor  y  precio 
de  tu  persona  lo  demandan,  y  auiendo  que  re- 
plicar, yo  lo  haré  con  que  ambos  quedemos 
satisfechos,  con  condición  que  abras  los  ojos. 

Her.  —  Apartémonos  hazia  estos  arboles, 
cuya  sombra  con  la  armenia  de  los  paxarillos 
meresce  mi  canción. 

Log. — Mas  quédese  para  después,  por  ser 
tarde  ya,  y  tomarás  aliento  para  el  vltimo 
trago  de  confession. 

Her. — Sea  ansí. 

SCENA  2.  D'EL  PRIMER  ACTO 

Astasia  con  su  criada  Melania  saliéndose  a  vna  huerta  suya, 
veen  a  Heraclio  y  I-ogistico  embeuescidos  en  sus  razones,  y 
sin  ser  vistas  d'ellos.  oyen  lo  que  hablan. 

Astasia,   Melania,   Logistico,  Heraclio. 

[^«í.]. —  Qué  agradable  y  deleytoso  es  el  ve- 
rano! mira  la  fresca  sombra  d'estos  arboles,  oye 
el  ruido  d'el  ayre  con  sus  hojas  y  la  melodía  de 
las  aues.  No  paras  mientes,  Melania,  cómo  en 
respecto  d'esto  todo  lo  demás  cansa  y  enfada? 

MeL — Assi  es,  señora. 

Ast. — Qué  pintura  ay  o  obra  de  manos  que 
sirua  de  más  que  de  engañar  la  vista?  o  qué 
aprouecha  al  cuerpo  o  ánima  si  no  es  el  paño 
con  que    nos  cobrimns,  auiendo   proveydo   de 


COMEDIA  INTITVLAUA  DOLERÍA 


317 


todo  la  natura?  y  aun  en  ello  nos  lian  sidoliaito 
liberales  los  animales  con  sus  pellejos,  acomo- 
dándonos según  los  tiempos  y  necessidad,  si 
nos  contentassemos,  o  la  razón  mandasse  al 
apetito  como  de  principio  se  ordenó. 

Mel. — Nadie  se  cura  desso,  sino  de  hazello 
todo  al  reuez  y  burlarse  de  contemplaciones. 

Ast. — Mal  pecado,  y  va  tan  adelante,  i(ue 
la  costumbre  está  por  ley. 

^l/e/.—  Oy gante  tus  orejas. 

Ast. —  Qué  di/.es? 

J/é/.  — Que  no  hallan  ya  orejaj  las  verdades, 
mas  de  verdad  que  está  lindo  el  campo  y  (jue 
tiene  tu  merced  razón,  que  dentro  de  casa  aora 
todo  es  humo. 

Ast. — Melania.  Melania. 

Mel. — Señora. 

Ast. — No  ves  allá  a  nuestro  Plülosoplio  He- 
raclio  con  su  amigo,  altercando  entrambos  y 
muy  embeuescidos  en  su  platica?  no  hariamos 
d'el  ruyn  y  les  assecbariamos  para  ver  si  son 
los  hombres  en  absencia  como  lo  juran  en  pre- 
sencia? 

Mel.- — Sí  a  la  fe,  mas  temo  que  nos  vean. 

J.S/.— Qué  se  pierde  en  ello,  que  no  gane- 
mos más  en  tener  testigos  de  sus  obras,  si 
quieren  después  hazer  d'el  grane  y  vender  por 
suyo  lo  ageno?  que  tal  es  el  que  con  hábitos  de 
Hermitaño  da  color  de  verdad  a  la  mentira. 

Mel. — Muchas  veces  acontcsce,  pero  no  toca 
a  nos  juzgar  a  nadie. 

Ast. — Es  verdad. 

Mel. — Cómo  les  cargas  luego  de  la  mentira? 

Ast. — Y  si  les  hallo  con  el  hurto.' 

Mel.  —  '^x  el  cielo  ni  la  tierra  nos  da  tanta 
licencia,  antes  paresce  que  todos  nuestros  actos 
deuen  ser  senzillos  y  poco  ocasionados  á  enten- 
der malicia,  que  es  la  ponQoña  de  honestidad. 

Ast.  —  También  vos  quereys  philosophar? 
parte  es  essa  agena  dessa  simplicidad. 

Mel. — Por  qué?para persuadir  lobueno  no  ha 
menester  prouallo? 

Ast. — Ño  tan  retorcidamente,  que  es  tan 
fino  en  lo  interior  y  superficie,  que  nada  se  le 
yguala,  y  aun  aprueuo  lo  que  dixe  para  saber 
andar  y  no  caer,  que  si  los  pies  caminan  y  los 
ojos  quedan  atrás,  el  cuerpo  lo  sentirá,  y  oxala 
no  fuese  el  alma;  en  casa  propria  la  solicitud 
y  astucia  defenden  la  de  la  iluuia  y  tempestad. 

Mel.  —  Seria  proceder  muy  adelante,  señora, 
el  replicarte,  y  siempre  ganarlas,  que  el  saber 
y  experiencia  son  armas  de  ventaja,  y  con  esta 
conclusión  sigamos  nuestro  proposito. 

Ast. — Será  mejor. 

Log. — Ya  auras  tomado  aliento  para  lo  que 
te  quedaua  por  dezir,  y  bien  paresce  te  sale 
d'el  cora9on. 

Her. — Más  d'el  alma,  que  es  más  noble  po- 
sada, que  el  huésped  todo  meresce. 


L»(j. — Otro  pensaua  yo  que  tú  le  auias  dado 
a  quien  se  deue  con  más  razón. 

Jler. — También  esse  consiente  compañía  si 
es  conforme,  o  le  antepone  a  todo. 

Log. — Quién  passea  tan  limitado? 

Her. — Nadie,  sino  a  tiempos,  y  vnos  más 
que  otros,  siguiendo  cierta  medianía  que  con 
el  vso  se  haze  naturaleza. 

Log.  -  Ora  yo  no  quiero  mouer  questiones,  ni 
menos  subir  al  cielo  o  descender  a  los  abismos, 
sino  quedarme  en  la  tierra  con  las  otras  criatu- 
ras, y  pues  que  el  tiempo  nos  da  en  ella  este  rin- 
cón libre  de  contrastes,  tomémoslo,  y  la  serenidad 
d'el  cielo  y  suavidad  del  campo  nos  ayudarán. 

Ast. — No  oyes  el  tocar  de  decías  que  haze 
Logistico?  también  canta  como  lleraclio. 

Mel — Y  aun  por  esso  son  tan  amigos; 
quÍ9a  nascieron  cun  los  pies  para  delante. 

Ast. — Veamos  qué  responde. 

Iler. — Plazeme  que  no  se  pierda  la  ocasión 
y  nos  simamos  d'el  buen  dia,  que  no  podria 
ser  mejor  para  my,  estando  entre  ij  y  Asta- 
sia,  que  el  vno  por  virtud,  por  amistad  el  otro, 
me  tratareys  como  os  meresco. 

Ast.  —  Cuytada  de  my,  comigo  lo  a  este 
traydor;  luego  pensé  que  nos  auia  visto,  mira 
cómo  lo  dissimula  sin  reyr  ni  boluer  los  ojos. 

Mel. — Calla,  señora,  que  no  pueden  vernos, 
pero  de  lexos  se  comento  la  platica,  y  pues  la 
fortuna  a  este  tiempo  aqui  nos  traxo,  no  lo 
perdamos. 

J-iOg.  —Ya  te  vas  poniendo,  según  esso,  en 
el  tercero  cielo  y  determinas  de  visitar  á  Venus. 

Her. — Pues  no  quieres  guste  d'este  manjar 
y  resciba  tan  dulce  engaño  como  será  pensar 
que  está  presente? 

Log. — Aora  doy  por  firme  tu  callentura, 
pues  al  segundo  paroxismo  desuariaste. 

J/e/.  — No  ves,  señora,  (jue  era  otro  el  sen- 
tido de  las  palabras?  no  podran  vernos  aunque 
quieran. 

Ast. — Assi  paresce. 

//í/".— Grauemente  me  persigues,  mas  ni 
por  esso  lo  dexaré. 

Log.—  No  te  faltaua  para  buen  Amadis  otro 
capitulo. 

líer. — Vete  de  ay  con  esse  nombre,  que  ni 
mi  pena  ni  la  razón  d'ella  sufren  mentiras. 

Log. — Sea  luego  Leandro. 

Her. — En  mar  enibrauescida,  sin  poder  lle- 
gar al  puerto  de  mi  descanso,  faltándome  la 
luz  de  sus  hermosos  ojos  y  la  fuerza  de  su  ima- 
ginación, que  es  el  piloto. 

Ast. —  Cuytado. 

Mel. — No  es  ello  mucho  para  burlar,  señora, 
pero  tú  eres  muy  cruel. 

Ast. — Más  lo  tengo  de  ser  para  vengar  a 
amor  y  matar  en  él  todos  los  falsos. 

Mel. — Y  si  él  no  lo  meresce? 


318 

Ast. — Todos  son  vnos. 
Log. — Assi  que  speras  morir  en  la  mar  de 
Abido? 

Het\ — Señor,  sí,  y  que  pag[u]e  el  cuerpo  sus 
offensas. 

Log. — Mucho  te  entonaste  en  esta  vltima 
lamentación;  estoy  en  cantar  algo  que  te  alegre 
o  entristesca  más,  que  es  virtud  de  la  música 
particular,  y  en  cierto  modo  alegra  al  triste  la 
tristeza. 

11er.— Es  cierto,  y  por  tu  vida,  hermano, 
que  lo  hagas. 
Log. — Plazeme. 

De  vos  y  de  mí  quexoso, 
de  vos  porque  soys  esquina 
y  de  mí  que  nunca  biua 
si  mi  mal  deziros  oso. 
Mel. — Esto  también,  señora? 
Ast. — Que'  te  paresce? 
Mel. — Que  andamos  a  descobrir  thesoros. 
Ast. — Oye  la  buelta. 
Log,       Quando  estoy  de  vos  absenté 
hallo  en  mí  tal  compasión, 
que  pienso  que  soys  presente 
á  deziros  mi  passion; 
mas  vuestro  gesto  sañoso 
y  presunción  tal  altiua 
me  hazen  que  nunca  biua 
si  mi  mal  deziros  oso  (*), 
J.SÍ.  — Qué  lindamente  cauta  Logistico;  sea 
también  délos  nuestros,  pues  tiene  tal  abilidad. 
Mel. — Sea,  señora. 

11^''- — Si  en  la  fin  de  mi  mal,  mi  bien  no  se 
comen9aua,  el  mal  porqué  se  acabaña,   ni   tu 
canción,  la  cual  es  harto  a  mi  proposito? 
Ast. — No  dexará  pausar  nada  por  la  vida. 
Mel.  — AUí  le  duele. 

Log. — Pues  quién  te  lleuó  a  palacio  en  figu- 
ra de  hombre?  mejor  te  quedaras  en  el  campo 
hecho  buey,  haziendo  sonetos  a  los  arboles  y 
mirando  strellas. 
Ast. — Qué  pie^a! 
J/e/.— Harto  fina. 

i/er. -Hable  cortés,   señor,   o   buscaremos 
qué  le  arrojar. 

Log. — Su  merced  rodaría  sin  trabajo. 
Her.  —  Paciencia,    pero    dexame    llegar   al 
cabo,  y  hazé  después  lo  que  quisieres. 

Log.—tSea,  pues,  en  el  nombre  de  las  tres 
griegas  enamoradas. 

Ast. — Madrugado  a  este  mo90. 
Mel. — Aosadas. 

Her.— As  de  saber  que  d'el  primer  año  de 
mi  peregrinación  la  conosco. 

Zo^.— Gran  ojo  tuuiste  al  nacer  y  en  las 
manos  no  menos  diligencia,  pues  tocaste  mo- 

(')  En  las  dos  ediciones  antiguas  están  escritos  estos 
tersos  como  prosa> 


ORÍGENES  BE  LA  NOVELA 


neda  en  viniendo  al  mundo,  lo  que  no  hizo 
Diogenes  en  su  tonel. 

Her. — Doyte  al  diablo,  piensas  que  hablo 
por  metaphoras? 

Log. — Ah,  ah,  ah,  de  cómo  eres  todo  mila- 
gros; pensaua  los  auias  hecho  al  nascer;  de  ma- 
nera que  ha  mucho  que  la  conosces? 

Her. — Mucho. 

Log.—  Con  qué  principio,  por  tu  fe? 

Her. — Ya  cantas  más  a  compás,  y  si  me  lo 
oyes  con  sabor,  estaré  en  parayso.. 

L-^og.  —  En  quál? 

Her. — En  el  de  Gnido,  si  assi  quieres,  por 
via  de  vn  amigo  que  era  todo  suyo,  passando 
vna  vez  con  él  y  hablandole  a  su  puerta  me 
quedó  este  desseo  de  la  seruir  toda  mi  vida. 

Log. — Y  más  si  es  más  possible,  por  tener 
compañía  al  gran  Rugiero. 

Her. — Sea  assi. 

Ast. — Buena  va  la  plática. 

Mel. — No  parará  aqui. 

Ast. — Silencio,  que  después  se  glosará. 

Log. — De  suerte? 

Her. — De  suerte  que  su  humanidad  a  sido  la 
occasion  de  llegar  a  la  experiencia  que  me  puso 
en  tal  estado,  oluidandome  de  toda  otra  com- 
pañía. 

Log. — Sentías  la  mesma  afficion  en  ella? 

Her. — Natural  es  de  amor  no  hazerse  de 
rogar:  bien  sabes  que  se  encuentran  los  spiritos 
que  salen  por  los  ojos  y  se  inficionan  de  la  san- 
gre d'el  cora9on. 

Log. — Cómo  los  boluio  tan  presto  a  otra 
parte? 

Her.—Aj\ 

Log. — Dolióte  el  golpe? 

Her. — Vn  poco,  mas  no  sabria  determinar- 
me en  la  razón,  sino  que  mi  absencia  causó  en 
ella  nueua  secta  de  amor,  que  bien  considerado 
queda  sin  culpa. 

Log. — Pues  cómo  absencia  tiene  fuer9a  con- 
tra essa  fuer9a? 

Her. — Paresce  que  el  tiempo  deshaze  todo. 

Log. — En  largo  curso  de  años,  pero  que 
siendo  breue  trueque  las  leyes  de  amor  y  de  ver- 
dad, procede  de  no  auer  vno  ny  otro. 

Her. — Pudiera  aun  má^  la  causa  d'ello  sien- 
do el  mesmo  Apolo  o  Zoroastro  con  su  mágica. 

Log. —  Beato  quien  halló  tan  afficionado 
competidor,  más  lo  estimara  que  la  famosa 
trompeta  de  Achiles,  por  la  qual  Alexandre 
suspiraua. 

Her. — En  osso  verás  la  fuer9a  que  tiene  la 
verdad. 

Log. — Juzgo  que  por  la  gran  preeminencia 
desse  estremo  y  de  entendello  assi  cayste  en  él, 
aunque  también  sospeché  que  tu  amor  era  tibio, 
pues  hazlas  con  él  tales  partidos. 

Her. — No  respondo  a  esso,  porque  más  ade- 


COMEDIA  INTITVLADA   DOLERÍA 


310 


lante  lo  haré  con  los  afectos  y  palabras  embuel- 
tos  en  mi  sangre;  todavía  como  era  huésped  y 
residía  en  mí  lugar,  bailé  a  la  tornada  vazía 
gran  parte  d'ella,  y  me  recogieron  con  las  con- 
diciones de  la  absencia'  brcue  que  díxíste,  la 
qual  algunas  vezes  aprouecha  y  es  más  agudo 
clauo  que  el  de  la  solicitud  y  perscuerancia. 

Loff.'—'De  todo  ay,  mas  no  seria  por  muchos 
días,  porque  a  las  espaldas  de  todo  lo  uueuo 
agrada,  vienen  otras  desgracias  ordinarias. 

ffer. — A  la  verdad  el  primer  encuentro  fue 
glorioso  y  de  verano  sin  quedar  flor  en  el  campo 
que  no  reyesse,  mas  después  empe9Ó  a  llouer  y 
escurescerse  todo. 

Log. — Y  aora  truena. 

Her. — A  lo  menos  dentro  de  mi,  que  soy  he- 
cho de  contrarios,  sin  poder  contentarme  o  sos- 
segar  la  fantasía. 

Log. — Cómo  fue  esso,  por  tu  vida? 

Her. — Vna  tarde  que  estauamos  en  su  huer- 
no  haziendo  más  anothomias  que  Democrito, 
entrando  Morio  a  pedille  las  albricias  de  la  ve- 
nida de  Sytirio,  fue  olido  el  humo  d'ello  con 
tanto  gusto,  que  lleuó  tras  sí  el  ánima  y  lo  de- 
más, dexandome  los  ojos  de  sí  tan  llenos,  que 
luego  allí  dieron  el  testimonio  d'ello,  y  hartos 
dias  después  culpando  a  mí  y  a  ella. 

Loff. — No  lo  entiendo  bien. 

Her. — En  surama,  que  la  arrebató  de  alli  el 
gran  plazer  sin  despidirse  ni  otro  cumplimien- 
to, auíendo  sido  más  que  breuissima  su  ab- 
sencia. 

Log. — Conmigo  se  tomara  para  entregar  a 
la  mesma  ora  la  faer9a  al  enemigo. 

Her. — No  admite  la  prudencia  tanta  colera: 
justo  era  tentar  el  vado  más  adelante. 

Log. —  No  oyste  dezir  que  gran  paciencia 
causa  gran  injuria? 

Her.—-Sn  peso  y  medida  tienen  las  cosas; 
speré  el  tiempo,  no  como  hombre  que  le  dolía 
nada  ni  entendía  tanto  d'el  mundo,  y  continuan- 
do la  conuersacion,  cantando  de  mi  parte  lo  más 
dulce  y  a  compás  que  supe,  quiso  aplicalla  la 
segunda  o  tercera  vez  a  aquello  para  otros  días 
poniéndole  delante  la  conformidad  de  entram- 
bos; rechazóme  el  golpe  tan  de  presto  (dizien- 
do  que  las  oraciones  de  aquel  santo  no  le  dexa- 
uan  oyr  otras)  con  un  mirar  tan  tibio  y  vna  co- 
lor tan  diferente  de  la  mía,  que  se  me  dobló  la 
callentura  y  despedido  maldiziendo  yua  al  Rey 
y  quantos  en  la  corte  auia. 

Log. — Pues  en  que'  paró? 

Her. —  En  desterrarme  dos  años  enteros. 

Log. — Y  essa  fue  la  occasion  de  tu  partida 
tan  repentina?  procurara  yo  otra  venganza  que 
le  doliera  más. 

Her. — Ay  verás  quién  soy,  que  quise  escon- 
der su  ingratitud  con  mi  destierro;  paresce  que 
este  estremo  a  remouido  aora  el  humor  de  la 


conscíencia  y  tríumpha  la  verdad  de  amor  y  de 
su  plomo,  mostrando  de  mí  venida  vna  alegría 
singular,  de  la  qual  yo  doy  señal  en  todo  quan- 
to  hago  por  no  soi-  ingrato  a  la  fortuna. 

Log. — Como  los  endemoniados  en  el  agua 
con  la  yerua  o  raíz  de  Eleazaro  (');  sí  todavía 
perseuera  tienes  razón,  pero  es  tan  vario  este 
animal,  que  aun  temo  otra  peor. 

Aüt. — Bien  me  trata. 

^íel. — Es  perro  viejo,  aunque  no  de  dias. 

Her. — No  no,  los  temjínos  son  otros;  el  en- 
tendimiento y  su  virtud  son  raros. 

L^og.  —  Desso  me  dize. 

Her. — Qué  quieres  que  te  diga?  tiene  on  el 
pe^ho  a  las  nueue  hermanas,  y  Diana  en  la  ca- 
bera hechando  agua  a  Acteon  para  que  sea  co- 
mido de  sus  perros, 

Log. — Mucha  gente  es  essa ;  no  sé  si  le  bastar.i 
el  pan  de  casa  o  será  menester  hurtalle  a  otros. 

Her. — Para  todo  ay. 

7/0^.— No  dexaste  nada  a  Idona? 

Her. — ^Esse  es  el  Sol  que  resplandesce  por 
estos  valles  y  embaraza  la  vista  humana. 

Log. — Mucho  encaresces  tus  pensamientos; 
deue  ser  con  el  recelo  de  las  culpas;  no  daré  sen- 
tencia sin  que  me  informe  por  otra  parte  y  de 
otros  ojos,  pero  seria  lo  mejor  conoscer  que  son 
los  de  Alinde  los  de  amor,  con  que  lo  poco  pa- 
reste  mucho  y  grande  lo  pequeño,  y  que  con 
dificultad  suple  el  arte  adonde  falta  la  natura, 
boluiendo  la  cara  y  los  sentidos  a  otro  Sol. 

Her. — Ya  te  entiendo;  este  es  el  fuego  que 
me  enciende  a  ello. 

Log. — Dios  mande  no  te  consuma  y  busque- 
mos en  la  ceniza  otro  Heraclío,  y  pues  es  tarde 
ya,  quédese  el  resto  para  otra  fiesta. 

//ér.— Sea  assí,  mas  yo  daré  la  buelta  por 
ver  si  gano  alguna  tierra. 

Log.  —  Mira  no  la  pierdas. 

Her. — Todo  es  prouar  ventura. 

SCENA  3.  DEL  PRIMER  ACTO 

Aülasiia  queda  hablando  con  ^(clania  :iobi'o  los  dui  amigos 
y  dissimula  su  afKcion. 

ASTASIA,    MkLA-VIA. 

[/Isí.]. — Ya  d'esta  vez  no  nos  Ueuais  ven- 
taja. Que  cierto  amigo  es  el  coraron;  en  vién- 
dolos lo  sospeché.  No  veys  esto  mal  hombre 
quán  sin  asco  descubre  sus  locuras.' 

MeL — Señora,  en  amor  no  hay  orden ;  pa- 
resce que  le  incita  el  demasiado  fuego,  y  harto 
te  meresce. 

Ást. — No  me  engañará  por  más  que  sepa. 

Mel. — A  qué  llamas  engañar,  señora? 

.4«í.  —  Hazerse  muerto  para  que  yo  le  toque. 

(')  De  Elezaro,  ea  la  segunda  edición. 


320 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Mel. — Essa  seria  la  verdadera  muerte  si  lo 
oyesse. 

Ast. — No  se  passaián  muchos  dias  que  no 
lo  oyga. 

Mel. —  Eya,  señora,  que  correrias  más  que 
vna  Leona  tras  quien  te  lo  lleuase. 

Ast. — Para  esso  es  la  presa. 

Mel. — Natural  cosa  de  quien  se  muere  de 
amores. 

Ast. — Qué  dizes? 

Mel. — Que  no  son  amores  para  todos  los 
hombres;  el  pecador  arde  y  muere  por  te  tener 
contenta,  y  tú  estás  elada  para  él. 

Ast. — A  qué  proposito?  otros  pensamientos 
son  los  mios. 

Mel. — Fueron;  mas  aora  con  tan  cierta  prue- 
ua  de  su  fe  y  experiencia  de  sus  gracias  es  im- 
possible. 

Ast. — Muy  de  veras  os  ponéis,  señora,  de  su 
parte;  deueis  de  estar  rogada. 

Mel. — De  my  consciencia,  que  es  d'ello  tes- 
tigo. 

Ast. — No  hay  para  qué  te  afficiones  tanto  á 
Heraclio. 

Mel. — No  lo  digo  yo? 

Ast.  —  Porque  es  hombre,  y  son  todos 
vnos. 

Mel. —  Con  mal  estaria  el  mundo  si  assi 
fuesse;  nunca  faltan  diez,  si  no  se  hallaron  en 
Sodoma,  que  lo  permite  Dios  para  salvar  los 
otros. 

Ast. —  Pocos  milagros  tengo  visto  hasta 
ahora. 

Mel. — No  está  dicho  que  de  la  abundancia 
d'el  coraron  habla  la  boca,  y  que  por  el  fruto 
se  conosce  el  árbol? 

Ast. — Qué  parte  soy  para  esso  yo  siendo 
muger,  a  quien  no  se  conceden  essas  pesquisas? 
hombre  fuera,  que  presto  lo  alcan9ara;  algunos 
frutos  ay  que  debaxo  de  hermosa  vista  y  suaue 
olor  amargan,  y  otros  que  sólo  el  gusto  es  dul- 
ce, lo  demás  áspero  y  desabrido. 

Mel.  —  De  todo  haze  el  tiempo  anothomia 
descubriendo  neruios  y  huessos. 

ylsí.  — Aunque  tarde,  por  ser  muy  hondo  el 
coraron  d'el  hombre,  y  este  tu  amigo  partsce 
sancto. 

Mel. — Es  por  demás  la  citóla  en  el  molino; 
no  se  partirá  d^él  que  la  maten. 

J.SÍ.— No  oygo  lo  que  dizes. 

Mel. — Digo,  señora,  que  no  será  otro  en  que 
le  maten. 

Ast. — Auemos  hecho  vna  gran  jornada;  esté 
callado  hasta  su  tiempo,  y  vete  para  Idona 
mientras  yo  me  passeo  por  aqui  pensando  en 
otra  cosa  que  me  sea  más  prouechosa. 

Mel. — Bien  harás,  señora,  reseruando  toda- 
vía su  derecho  al  próximo. 

Ast. — Está  bien;  haré  lo  que  sea  justicia. 


SCENA  4.  DEL  PRIMER  ACTu 

Astasia  sola  lamentándose  por»|ue  ama;  después  habla  con 
Morio  que  sobreuiene. 

Astasia,  Morio. 

[Así.]. — Tan  difícil  cosa  es  el  fingir  lo  que 
no  es,  como  cobrir  el  fuego  con  las  pajas;  tris- 
te de  mí,  que  quanto  más  trabajo  por  escondello 
tanto  más  se  enciende  y  me  abrasa,  dando  en 
los  ojos  con  contrario  effecto  muestras  de  mi 
mal;  aora  que  estoy  sola  pensaré  en  él  y  en 
estos  desuarios  de  Cupido  que  vsa  comigo  de 
sus  tiros,  estando  ya  desengañada  d'ellos;  a 
qué  proposito,  enemigo ;  qué  mal  te  hize? 
quándo  blasfemé  tu  nombre  o  acensé  a  nadie, 
no  confessando  estar  subjecta  mi  flaqueza  a 
qualquiera  siniestro  humano,  o  hize  concierto 
con  mis  potencias  y  sentidos  de  no  passar  los 
limites  de  la  razón,  sin  atribuir  la  resistencia 
a  aquella  suprema  fortaleza?  traidor,  que  si  con 
razones  euidentes  prueuo  tu  sinrazón  y  quán 
a  tuerto  me  persigues,  con  hábitos  largos,  me- 
surado gesto,  y  palabras  dulces,  otra  vez  me 
engañas,  haziendo  fantasmas  en  el  ayre,  sea  en 
el  campo,  o  en  poblado,  sea  de  noche,  sea  de 
dia,  con  que  yo  me  desconosca  y  oluide  de  mí 
mesma.  Es  virtuoso  Heraclio?  por  cierto  que 
más  lo  fue  Dauid;  es  sabio?  mas  lo  fue  Salo- 
món; es  fuerte?  fuerte  fue  Sansón;  es  conti- 
nente? es  de  carne;  es  casto  este  amor?  es  amor 
cuyo  nombre  altera;  si  es  spiritual,  porque  ator- 
menta el  cuerpo?  los  spiritus  inuisiblemeiite  se 
communican  a  todas  oras,  sin  auer  abscncia 
para  ellos,  ni  el  vso  d'estos  órganos,  que  son 
contrapesos  de  la  carne.  A  esto  me  responde 
el  sophista  que  no  es  mala  la  presencia  ni  el 
vso  de  los  sentidos,  porque  con  él  despierta  la 
virtud,  que  la  vihuela  si  no  tocays  las  cuerdas 
no  sonará  o  dará  de  sí  aquella  suauidad  y  har- 
monía que  está  inuisible  en  ellas  y  en  la  mano, 
antes  se  queda  muerta.  Finalmente,  que  los 
oydos,  ojos,  y  lenguas,  den  testimonio  de  los 
ánimos;  pero  esto  no  haze  en  mi  fauor,  si  es 
necessario:  las  passiones  d'el  alma  siendo  el 
amor  d'ella  son  superfinas.  Si  yo  no  duermo, 
por  qué?  si  su  absencia  me  da  pena,  por  qué? 
si  tanto  me  plazen  sus  burlas  y  alegro  con  su 
vista,  por  que?  qué  desuarios  [son]  éstos?  ten- 
go de  ser  yo  hecha  de  extremos  o  ánima  sin 
cuerpo?  en  el  desierto  fuera  mucho.  Assi  es  la 
presumption  humana,  que  nos  haze  a  amor 
odiosos  y  al  mundo  y  a  Dios  algunas  vezes  so 
specie  de  virtud.  Haga  la  casa  cada  vno  a  la 
medida  de  su  cuerpo  y  no  estreche  tanto  la 
consciencia  o  la  ensanche  que  se  muera  de 
calor  o  frió;  el  pobre  hombre  pregona  fe,  zelo 
y  charidad,  y  a  mí  figuranseme  chimeras,  que 


COMEDIA  INTITVLAÜA   ÜOLERIA 


821 


son  inutho  y  no  son  nada.  Qué  friicto  saca 
desto?  no  no,  no  le  soré  ingrata,  pues  todavía 
porseucra  no  le  auiendo  tratado  huuiananiente, 
que  es  nizon  bastante  de  sus  querellas;  mas 
quien  es  este  que  acá  viene  con  tan  descom- 
puestos passos.' 

.1/or.  — Allá  veo  Astasia,  si  los  ojos  no  me 
mienten;  qué  de  parndillas  haze,  deue  auello 
con  al^U!l  saneto. 

Ast.—  O  qué  norabuena  vcngajs,  madero. 

Mor.  — No  lo  digo  yo.'  grande  amor  me 
quiere. 

Ast. — Que  ay  Morio.'  de  dú  vienes.'  nunca 
me  liazes  compañia. 

Mor. — No  basta  de  noche  y  al  comer,  mugcr? 

Ast. — Ah,  ah,  ah,  qué  donoso  está;  pues  no 
as  verguen9a? 

Mor. — No  ay  nadie  aqui. 

A¿ff.— lie  Dios. 

Mor. — El  no  se  mira  por  estas  cosas. 

Ast.  —  Cómo  no?  de  qnalquiera  palabrilla 
ociosa  se  a  de  dar  cuenta  en  el  juyzio. 

Mor. — Aun  viene  lexos  essa  muger,  y  podria 
ser  que  se  ¡e  oluidasse. 

Ast. — A  quie'n? 

Mor. — Al  mesmo  juyzio.  Que'  tanto  aura  de 
aqui  allá? 

Asi. — Para  vnos  poco,  para  otros  más. 

,Uor.  —  Quieres  dezir  a  según  caminaren  o 
fueren  grandes  o  pequeños? 

Ast. — No  más  ni  menos  en  esso  está. 

.Wor. — Para  entonces  quiero  hazerme  vnos 
buenos  zapatos  y  prouision  para  el  camino. 

Ast.  —  Pobre  animal,  menester  e?. 

Jfor. — No  ay  ventas  por  allá? 

Ast. — No,  ni  otro  pan  sino  lo  que  llenamos; 
por  esso  cumple  trabajar  por  que  no  falte. 

Mor. —  O  saneto  dios,  hermana,  y  qué  pan 
es  esse? 

-L-ií.— De  amor  de  Dios  y  con  el  próximo, 
de  charidad. 

Mor.  —  Pues,  y  la  charidad  se  come,  aquella 
madre  de  los  niños  hermosos? 

Ast. — Essa  niesma,  hartando  los  hambrien- 
tos, visitando  los  enfermos,  recogiendo  los  pe- 
regrinos, y  enterrando  a  los  muertos,  y  ense- 
ñando los  ignorantes. 

Mor. — Pecadorzilla,  tantos  oficios  tiene.' 

Ast.  —  Pobre  pecador,  que  tan  poco  en- 
tiendes. 

Mor. — Mas  pobre  creatura  que  tanto  quieres 
astrologar  podiendo  dezirlo  de  media  vez;  pero 
dcxemos  esso;  di,  hermana,  el  amor  de  Dios  es 
hombre? 

Ast.  —Hombre,  hermano,  y  muy  honrado. 

Mor. — No  puede  menos  ser,  porque  su  mer- 
ced deue  tener  en  casa  gente  de  bien;  pues 
dime,  cómo  lo  auriamos  por  acá? 

Ast. — Buscándolo  y  contempTando  susgran- 

OKÍORNES    DE    LA    NOVELA. — 111. — 21 


dezas,  cielo,  tierra  y  mar,  con  todo  lo  criado,  y 
pidiéndole  la  gracia. 

.}for. — Qué  muger  os  essa  gracia? 

AKt.—  Hija  suya  muy  estimada. 

Mor.  —  Qué  me  dizes?  es  casada? 

Ast. — Y  rica  y  bien  aparentada.  Válgalo  la 
mona  a  este  pallo. 

Mor.  — 'No  te  entiendo. 

Ast. — Digo,  hermano  Morio,  que  será  bueno 
recoger  la  leña  y  el  heno  que  descargó  en  el 
patio  el  grangero. 

M<.r. — Por  tu  vida,  amores,  que  lo  pensaua; 
allá  me  voy. 

Ast.—  Y  yo  a  mi  labor.  O  Dios,  qué  mara- 
uillas,  quánta  diuersidad  de  hombres,  y  cómo 
va  todo  repartido,  la  riqueza,  honrra  y  razón 
con  estos  contrapesos  y  con  otros  muy  diffe- 
rentes,  sus  contrarios;  pero  quién  es  tan  rustico 
que  no  entienda  que  esta  es  la  estrada  y  que 
cada  vno  en  el  viage  tiene  su  carga  cierta  y 
peso  que  llenar?  si  este  me  cupo  a  mí,  os  me- 
nester andar  y  callar. 

SCENA  5.  DEL  PRIMER  ACTO 


Mniia.  lilj  I  (lo  AstíiM'a.  ri'pi'ehpiule  a  Melania  de  la  ociosidad 
y  iralastí  d'el  ofli-io  de  las  Donzellas  y  otros  ¡iroposito". 


Idona,  Melania. 

[/'/o.].-  Qué  perezosa  y  holgazana  es  esta 
Melania;  pues,  señora,  y  assi  se  biue?  d'esta 
manera  gastays  el  tiempo? 

Mel.  —  Con  quién  lo  haueys,  condesa? 

l(/<>.  —  Oxala  lo  fuera,  para  te  hazer  mercedes 
por  lo  que  hazos  de  labrar  y  coser. 

^/el. — No  veys  qué  sancta? 

Ido. —  No  veys  c[ué  perezosa?  aqui  no  ay 
sino  jurar  y  mentir. 

Mel. — Con  perdón. 

Ido. — No  es  verdad?  no  estauan  las  oras  re- 
partidas? 

Mel. — Válganos  Dios,  y  qué  contrita  está; 
pues  quién  cayó? 

Ido. — El  seso  de  tu  cabe<;'a;  harta  vernas  de 
passear? 

Mel. — Pregúntalo  a  niy  señora. 

Ido.  -  Con  ella  fuiste? 

Mel.-  Y  vine. 

/f/ü.  — Desse  modo  perdona,  amiga;  pensé 
que  au[i]as  hecho  algún  viage  de  los  tuyos. 

Mel. — Ya  nnirio  todo  esso,  hermana;  otros 
son  aora  tuís  cuydados. 

Jilo. — Todavia  lo  confiessas  sin  acotes;  en- 
tendida eres. 

^íel. — Todo  lo  merescc  la  causa  d'ellos. 

Ido. — Assi  te  lo  paresce. 

Mel. — Mucho  antes  me  lo  páreselo;  primero 
vadeé  el  Rio. 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


ido. — Grran  auiso,  nunca  ay  llegó  la  Revna 
Dido. 

Mel. — Barlaysos,  vida?  llegareys  vos  en  sue- 
ños vn  poco  más  acá  de  ayer  a  noche. 

Ido. — Como  mandaredus.  mis  amores;  mas 
de  veras,  adonde  aueys  estado? 

Mel. — No  te  lo  negaré  por  vida  de  tu  padre. 

Ido. — Tanto  le  quieres? 

Mcl. — Y  no  es  para  querer  tal  viñadero? 

/rfo.^No  ves  lo  que  tengo  en  la  mano  desa- 
sisada? 

Mel. — La  coatura;  bien  creo  que  por  poco  la 
arrojareys. 

Ido. — Mas,  por  tu  fe,  di. 

Mel.—  Cjow  condición  que  calles. 

/c/o.^Qiiáiido  hablé  que  te  pesasse? 

M"!. — Ya  lo  sé,  pero  cumple  assi. 

Ido. — Mercsce  el  cuento  tantas  sainas? 

Mel. — Y  aun  más. 

Ido. — Acaba  ya.  no  me  tengas  taii  suspensa. 

^7e/.— Topamos  con    Ileraclio  y  Logistico. 

Ido  — Todo  esso  er??  no  veys  el  milagro? 
adonde? 

^1/í;/.^- Junto  a  la  huerta. 

Ido. — Solos  los  dos? 

Jl/e^--rSoIos. 

/(/o,-^Qué  hazian? 

Mel.  —  Estuuimos  vu  buen  rato  escondidas 
por  oyr  lo  que  hablauaU- 

/r/o.— Pues? 

J/<?/. '^Grandes  cosas. 

/(/o.-=-La  guerra  de  Troya  o  la  tomada  de 
Constantinopla? 

J/í/.— Acertaste. 

/c/o. -^-Mas  por  tu  fe? 

Mel. — De  nos  fue  todo;  ya  nos  trayan  entre 
las  manos;  contaua  Heraclio  sus  aueuturas  den- 
de  que  conosce  a  mi  señora,  los  fauores  y  diffa- 
uores.  y  finalmente  que  se  quema. 

Ido. — Mirá,  por  vida  vuestra,  qué  locura. 

J/é/.--=Son  grandes  amigos. 

Ido. — Qué  importa  esso  o  qué  bondad  ay  en 
esse  fuego? 

Mel. — El  tüdo  lo  echa  a  buena  parte,  certi- 
ficaudo  que  por  su  gran  virtud  y  honestidad  le 
quiere  bien  y  alabándola  hasta  el  cielo. 

Ido. —  Desdichada,  pues  no  hizo  de  nos 
mention? 

Mcl. — Spera,  que  a  esso  voy;  contigo  lo  re- 
mató, haziendo  de  ti  la  diosa  Venus. 

Ido. — Mejor  fuera  Pallas. 

Mel.  —  Si  tú   fueras  Panthesilea,   Reyua  de 
las  Aliuazoiías. 
•    /í/o.-«-»-Diana  luegr». 

J/fi/.-^í^altante  los  perros. 

Ido.-r^Ay  estás  tá  que  los  darás, 

Mel.  — hanáie  on  tal  saber. 

Ido. — Ah,  ah,  pero  seria  conti'ahecho. 

Mel. — No  le  vi  essa  color. 


Ido. — Qué  bien  tamaño,  que  aun  no  estoy 
oluidada! 

Mel. — Assi  lo  fuesse  yo;  no  paras  mientes 
do  pone  los  ojos  quando  acá  viene  y  qué  de 
mudanzas  haze  en  te  partiendo  o  asomando? 

Ido. — Engañasme. 

Mel. — No  hago  a  fe;  quieres  que  se  lo  pre- 
gunte vn  dia? 

Ido. — Qué  desuergonQada  ;  esso  auyas  de 
hazer? 

Mel. — Por  qué  no?  medio  burlando,  quanto 
más  que  será  por  términos  que  no  lo  entienda. 

Ido.  — Assi  es  el  niño  bobo;  adeuina  lo  que 
pensamos. 

Mel. — Y  aunque  esso  sea,  qué  mal  seria? 

Ido.  -  No  muy  grande,  pero  sobrada  desem- 
boltura  para  donzeílas. 

Mel  — A  tan  buena  vista  vn  ojo  bastaria. 

Ido.  —  Y  a  ti  la  media  lengua;  todavía  me 
pesaria  si  lo  ha  comigo. 

Mel. — Por  qué,  amores? 

Ido. — Quiero  ser  monja. 

Mel,  —  Como  yo  frayle, 

Ido. — Pues  a  fe  que  no  estuuiesse  mal  el 
hábito,  y  representases  en  el  pulpito  lindamen- 
te con  tus  cien  lenguas  y  dos  mil  ademanes  y 
la  color  sobre  morada. 

Mel. — Ay  dareye,  traidora;  yo  me  vengaré 
de  vos  dexando  os  sola,  haziendo  contempla- 
ciones como  vuestra  madre,  y  a  pesar  de  vos  y 
d'ella  sereys  de  los  nuestros. 

Ido.  —  Qué  dizes,  qué  dizes?  buelue  acá. 

Mel,~  Que  sereys  de  los  nuestros,  y  que  to- 
dos auemos  de  danzar  al  son  de  leuantess  el 
pensamiento. 

Ido. — No  seria  mala  la  canción,  aunque  es 
vieja  y  no  se  vsa. 

SCENA  6.  DEL  PRIMER  ACTO 


Melania  sola  conlrapunteindo  los  amores  ds  sus  amas,  sobre- 
uiene  Asosio,.  su  requebrad  ■,  que  la  espia  y  después  le  liabla. 


Melania,  Asosio 

\_Mel.'\. — Donosa  anda  la  ca(;a;  mis  amas 
vieja  y  mo9a  ambas  se  mueren  de  amores,  sin 
querer  darse  por  condenadas,  y  el  mochacho  de 
Heraclio  que  lo  entiende  y  passease  a  dos  lados, 
cantando  alto  y  baxo  sin  dexar  punto,  cada  vna 
lo  toma  por  sí,  aunque  las  cartas,  coplas  y  otros 
donaires  vengan  a  la  madre.  Quién  las  viesse 
vn  dia  picadas  de  los  celos  andar  a  los  cabellos, 
y  que  Morio  las  despartiesse!  o  qué  lindo!  sin 
duda  ella  es  carcoma  d'el  diablo  y  guarda  poco 
el  parentesco,  que,  mal  pecado,  ya  lo  sé  con 
aquel  traidor  de  Asosio,  que  rae  haze  mil  des- 
pechos sin  razón;  pero  amor  causa  estos  des- 
uarios,  trocándolo  todo  a  su  plaz?r  y  antojo, 


COMEDIA  INTITVLADA  dolería 


323 


como  el  otro  dia,  que  de  verle  dezir  a  Aplotis 
viia  nonada  a  la  oreja  me  nascio  vna  apostema, 
pensando  que  estañan  ya  d'acuerdo  y  me  lo 
Ik-uaua  el  ayre,  y  cayéndose  lionilire  en  la  ne- 
cedad se  muere  de  auer  muerto  vn  inocente; 
que  de  otra  assí,  tomo  frió  ya  y  callentura  al 
peccador,  a  luí  pedian  la  cuenta  d'él  si  se  mu- 
riera; lo  mejor  es  andar  de  solire  auiso  en  estas 
niñerias,  sin  dar  occasiun  de  penar  a  otro,  o 
tomándola  sin  proposito  para  sí,  porque  des- 
pués no  se  os  sossiega  la  consciencia.  El  es  de 
los  de  Heraclio,  y  alt^unas  vczes  los  veo  de 
compañia;  algo  le  diria,  que  el  lobo  y  la  bul- 
peja  ambos  son  de  una  conseja. 

Aso. — No  es  esta  Melania?  la  mesnia,  voto 
á  tal;  consigo  sola  lo  lia;  algún  luiosso  tiene 
entre  dientes;  que'  enibeuoscida  está,  que  aun 
no  me  vee;  agora  sabré  si  me  miente  el  coraQon. 

Mcl.—^Y  no  ay  que  fiar  de  nadie. 

.I.<o.  — Por  ay  andays? 

Mel. — Pero  también  nos  acá  (si  fuere  me- 
nester) haremos  conjuración. 

Aso. — No  lo  digo  yo,  que  a  este  luiesso 
nunca  falta  perro?  no  es  tiempo  de  aguardar 
mas;  contra  quien,  señora,  pese  al  turco?  entre 
yo  en  ella  por  amor  de  Dios. 

Mel.  —  Bien  que  es  esto?  no  veys  este  mal 
liouibre?  inuisible  denio  venir;  es  esta  la  cos- 
tumbre, tomar  de  sobresalto  a  las  donzellas? 
peligro  corria  si  fuera  más  antojadiza. 

Aso. — El  coraron  es  la  guia  destos  caminos, 
regiendo  los  passos  ocultamente  como  amor  a 
él,  y  no  te  pese  de  mi  buena  fortuna,  ya  que 
de  la  mala  tanto  te  plaze;  pero  sepamos  d'esta 
conjuración. 

Mel. — Y  si  fuesse  contra  ti? 

Jso.— Pornia  las  manos  su  merced,  yo  las 
armas  dándole  esta  espada  luego. 

Mel. — Cómo  lo  saben  dizir,  y  las  necias  que 
todo  creen. 

Aso. —  Si  quieres  ver  la  prueua,  no  está  en 
más  que  en  mostrarte  d'ello  contenta;  pero  ya 
puede  ser  que  te  pcsasse  de  ver  muerta  la  ver- 
dadera fe  de  Asosio. 

Mel.—  Calla,  amor,  que  no  me  sufre  el  pecho 
tales  golpes,  y  biue  ledo. 

Aso. — Con  qué  speran^a? 

Mel.  —  J)e  morir. 

Aso. — Desse  modo  no  speres  que  ya  más  te 
veré  ni  me  verás. 

.1/eZ.— Cuytado  d'él,  a  do  se  yrá? 

Aso. — A  casa  de  mi  padre;  ea,  ladrona,  que 
estás  burlándote  aqui  de  quien  te  adora;  des- 
creo de  la  casa  de  Meca  y  d'el  Pago  de  TrQmel, 
si  no  estoy  para  arrojarme  por  esse  suelo. 
Mel. — Arrójate,  que  yo  te  leuantaré. 
Aso. — Ora,  señora,  no  an  de  ser  todo  hurla; 
determínese  su  merced  a  que  estemos  vn  dia 
solos. 


Mel. — Para  qué? 

Aso. — Para  dezirte  mi  passion. 

Mel.  —  Ygual  seria  la  de  Christo. 

Aso.  -  Para  todo  aura  titmpo. 

Mel. — Empieza  aora.  que  yo  la  lloraré. 

Asa. — Doy  te  al  diablo. 

Mel.—^o  veys  qué  negros  amores? 

Aso. — Essa  ea  su  gracia  principal,  y  por 
quien  yo  estoy  conuertido  en  lo  que  soy. 

Mel.  —  Por  tu  vida  quede  antes  no  lo  estauas, 

A.'<o. — Como  quisieres,  con  condición  que 
me  respondas. 

Mel.— Qué  más  quieres?  no  te  digo  que  tie- 
nes tiempo  aora. 

Aso. — Quédese  todo  por  dezir,  pues  assi 
responden  tus  obras  a  mi  fe,  y  voime. 

Mel.  —  Spera,  spera,  hermano. 

Aso. — No  quiero  sino  desesperar;  si  oyes 
que  hize  desatino  alguno,  no  te  espantes. 

Mel. — Esso  no  quiero  yo,  antes  te  daré  todo 
lo  que  pides. 

Aso. — Prometeslo? 

Mel.- Si. 

.1.50.  — Quándo? 

Mel.  —  Para  el  domingo,  y  vete,  que  ay 
gente  acá. 

Aso. — Pues  adiós,  ánima  mia. 

Mel.  —  Contigo  va. 

Aso.  —  O  beato. 


SCENA  7.  DEL  PRIMER  ACTO 


III  radio  vj  visitara  .Vstasia  y  passa  con  ella  v 
niurhos  requiebros. 


Heraclio,  Astasia,  Idona. 

[//ér.].  Tiempo  es  ya  de  ir  a  ver  a  mi  se- 
ñora Astasia  y  no  dexar  lá  vida  a  beneficio  de 
absencia.  aunque  vsrdad  y  amor,  sin  los  cuales 
no  doy  vn  passo  ni  osso  entrar  en  la  fortaleza, 
me  la  asseguren  algunas  vezes,  y  otras  cres- 
ciendo  mi  pena,  no  me  sobre  la  speranza,  que 
es  el  salario  de  mis  engaños,  y  de  no  acabar  de 
me  entender,  no  sé  por  qué  se  me  desasosiega 
tanto  el  alma;  si  este  amor  es  limpio  y  honesto, 
cómo  recelo  tanto  de  llegar  y  después  de  lle- 
gado de  partirme?  si  este  fuego  es  bueno,  por 
qué  me  quema?  y  si  el  temor  no  es  malo,  por 
qu('  me  yela?  qué  contrarios  estfis!  Nadaré  to- 
davía en  este  golfo  mientras  el  viento  y  las 
ondas  me  dexaren  esperando  la  ventura.  O 
más  cerca  estoy  de  lo  que  pensaua  y  me  pares- 
ce  veo  vno  de  mis  trabajos,  o  refrigerios  a  la 
puerta;  el  otro  deue  estar  en  emboscada;  visto 
soy  también,  que  ya  so  me  rie.  Quán  cierto 
amigo  es  el  coraron,  señora  Astasia. 

Ast. — Algunas  vezes;  mas  por  qué  lo  di- 
/.es? 


824 

Her. — Primero  te  daré  los  buenos  dias,  aun- 
que no  los  tenga. 

Ast. — Cómo  assi?  dónde  los  dexas? 

Her.  —  Mucho  ha  que  se  me  oluidaron  en  tu 
casa. 

^sí.— Aora  está  peor,  pues  no  fue  de  grado. 

Her. — Esso  es  lo  que  me  adiuinaua  el  cora- 
ron, jugar  siempre  contigo  al  gana  pierde;  cómo 
podia  yo.  inies  él  quedaua  y  todo  lo  demás? 

Ast. — Ño  es  gran  caso?  que  todo  eres  mis- 
terios. 

Her. — D'el  primer  dia  que  la  hermosa  idea 
de  tu  figura  se  imprimió  en  mi  alma  soy  assi. 

Ast. — Blando,  señor,  que  si  pretendeys  ven- 
derme no  comprareys  assi,  aunque  metaystodo 
el  caudal. 

Her. — No  com[)ré  yo  caro  para  vender  bara- 
to, ni  se'  por  qué  lu  saber  y  noble  condición 
consiente  las  cliismerias  d'el  pensamiento. 

Ast. — Si  yo  rairasse  en  ellas  y  las  creiesse, 
ya  hiziera  rail  desatinos. 

Her. —  Uno  bastara  para  acabar  injonui- 
nientes. 

Ast.  —  Q,né  tal? 

Her. — Matarme. 

Ast. — Cuitado  d'él. 

Her,  —  Soy  lo,  y  no  me  pesa,  mientras  se 
d'ello  te  plaze;  pero  viendo  la  inconstancia  d"es- 
te  mundo  y  la  dilTcrencia  de  los  dias,  no  me 
determino. 

Ast. — Esse  enigma  me  declara. 

Her. — Ni  por  ay  te  escusarás  de  compassion ; 
salesuic  alguna?  vezes  al  camino  tan  llena  de 
amor  y  d'ella.  que  me  pones  en  la  tercera 
sphera,  tan  lexos  otras  de  los  dos,  qne  desseo 
alas  de  paloma  para  volar  y  reposarme  en  el 
desierto. 

J. sí. —  Solo? 

Her. — Con  la  imaginación,  pidiéndole  estre- 
cha cuenta  si  te  ofendí. 

Ast. — Mejor  es  que  esse  desierto  venga  a 
nos  y  que  la  hagamos  todos  a  lo  cierto,  que- 
mando los  ramos  que  no  dan  fruto. 

Her. — Si  guardaras  essa  ley  conmigo  no  ar- 
diera tanto  en  e!  fuego  de  tus  olnidos,  ni  se  se- 
caran las  h(\ias  de  mi  speran^a;  pero  veo  que  te 
cansas  de  lo  bino  y  buscas  lo  pintado,  como 
enfermo  que  dexa  lo  mejor  por  lo  dañoso. 

Ast.  —  Pues,  y  assi  me  tratas,  descando  yo 
de  complacerte  en  todo? 

Her. — Está  por  ver  el  primer  milagro  dessa 
verdad. 

Ast. — En  qné  se  a  de  ver? 

7/ér.—  Dentro  d'el  alma. 

Ast.-  Tan  mal  ves  lo  qu'en  ella  está  scripto 
y  figurado? 

Her. — A  juzgarlo  por  las  impresiones  que 
liaze  en  mí,  o  por  lo  que  siento,  ni  la  letra  es 
mny  legible,  ni  las  figuras  claras. 


orígenes  de  la  novela 


xist. — Qné  buen  interprete!  sé  que  no  eres 
tú  espejo  que  representa  lo  qne  tiene  delante. 

Her. — No  por  cierto.  m_s  tú  el  sol  de  cuyo 
calor  templado  o  excesiuo  reciben  njis  sentidos 
o  pensamientos  ser. 

Ast. — Para  todo  té  doy  licencia,  sino  para 
idolatrar. 

Her  — Desso  no  me  puedes  acensar,  pues  en 
la  tierra  no  adoro  a  otro  saneto. 

Ast. — Confirmada  está  liu>go  la  heregia, 
porque  a  Dios  se  deben  los  estremos,  el  qual 
haze  justi:;ia  de  qi;ien  no  paga. 

Her. — Por  esso  bino  yo,  aunque  en  pena. 

Ast. — Cómo  assi? 

Her. —  Spcrando  one  me  la  haga. 

Ast. — Y  de  quién? 

Her.— 'De  ti. 

^'Isí.  —  Por  qué,  mal  hombre? 

//er.  —  Porque  me  entiendes  como  quieres,  y 
a  mi  razón  y  causa  justa  llamas  desnario. 

Ast. —  Quando  assi  fucsse,  passas  la  ley  que 
manda  oluidarnos  las  injurias. 

Her. — También  ella  se  hizo  para  ti,  pero 
rompesla  como  telaraña. 

Ast. — Fuerza  es  essa  de  mi  condición  agena. 

Her. — Respondan  las  obras  a  tus  palabras; 
mas  por  qué  me  remocaste  de  idolatra,  si  sólo 
por  su  contrario  te  he  buscado  y  te  quiero,  y 
basta  la  menor  centella  d'este  fuego  para  en- 
cenderme en  binas  llamas? 

^{st.  —  Por  qué  usas  luego  algunas  vezes  de 
términos  que  tanto  saben  a  la  sensualidad? 

Her.  —  Porque  me  rige  amor  como  el  sol  al 
ayrc,  cuya  pretícncia  lo  enciende,  y  el  absencia 
vela. 

Ast.  —  De  manera  que  no  hay  desculpa,  y 
yerro  contigo  todos  los  golpes? 

Her.—  Sino  los  mortales. 

Asf. —  J)¡en  se  parescc  en  ti. 

Her. — Caúsalo  tu  presencia,  que  yernas  ay 
que  ujarchitas  y  al  salir  d'el  sol  rebinen  y  flo- 
res ce  n. 

Ast. — Y  otras  que  la  absencia  d'él  y  el 
frescor  de  la  noche  reuerdesee  con  vn  olor 
suane. 

I/er. — De  todo  ay  sino. 

.l.</.  — De  verdad. 

Her. — Mas  de  amor  ygual  para  mí,  porque 
las  sobras  dessa  contigo  faltan  en  él. 

.li«í. -Aun  bnelues  ay?  no  te  tengo  dicho 
que  te  amo  y  vonze  el  pensamiento  a  la  razón? 

Her. — No  los  affectos. 

Ast. — Ingratitud  es  no  ver  ni  oyr  lo  que  mi 
alma  siente,  en  lo  qne  paresce  que  tu  amor  no 
llega  allá,  antes  se  queda  muy  abaxo.  Que  si 
es  assi.  puedo  dezir  ser  muerto  ya  todo  lo  qne 
en  ti  biuia. 

Her.  —  Quando  el  fuego  arde,  no  van  todas 
a  vna  parte  las  centellas,  sino  vnas  altas  y  otras 


baxas,  pero  no  pierdo  el  noiulire  ii¡  sv.  virtud; 
por  es-so  ai  iiii  <;ranc  dolor  al^nnns  oras  rige 
los  actus  y  la  lengua,  qué  culpa  tiene  el  cora- 
con? 

Ast. — Está  bien  dicho;  por  csso  te  perdono, 
y  ruego  por  la  t'uer<;a  d'el  escondido  Genio  que 
nos  incita  a  estos  ini petos  que  te  contentes, 
teujplando  _v  moderando  con  la  razón,  que  es  la 
señora,  los  desconciertos  de  los  criados,  que  yo 
prometo  de  no  faltarte  hasta  el  altar. 

Jler. — Ni  yo  taui|)oco  pido  más,  y  liicn 
afortunada  ora  que  nierescio  lo  (pie  los  años  no 
pudieron;  confieso  que  passa  todo  y  que  me 
cumple  merescer  de  nucuo. 

-Isí.  -  lustificandote  assi,  hallarás  siempre 
piedad. 

Her, —  Y  no  bastaua  la  color  y  la  flaqueza? 

Ast. — Pues  también  me  has  de  prometer  de 
remediallo. 

Her.—  Con  qué? 

^sí.  — Con  huyr  de  celos  y  sospechas  que 
perturban  mucho  los  sentidos,  figurándome  en 
ellos  al  natural  de  lo  que  soy. 

ller.—  Que  me  plaze.  con  vna  condición. 

Jní.— Qué  condición? 

ller. — Que  me  des  licencia  que  te  escriua 
aun  y  me  respondas  para  engañar  el  tiempo 
que  no  te  veo. 

Ast. — Idona  lo  hará  mejor. 

ller.  —  S  a  ella. 

Ast. — Veamos  lo  que  dize;  Idona,  Idma. 

I  lio.  —  Señora. 

.■l«í.— Sal  acá. 

Ido  — Qué  mandas,  señora? 

ller. —  Que  me  mates,  pues  que  con  menos 
priuiN'gio  se  go>ca  de  tu  vista  que  del  espan- 
toso Basilisco. 

Ido. —  l)ios  nos  guarde;  más  valdria  luego 
que  no  inc  vicsse  nadie,  si  tan  extraño  nombre 
y  natural  me  da.s. 

ller.  —  Sí,  pero  tu  matas  para  doblar  la 
vida. 

Ido.  -  Nunca  vy  muerto  que  resuscitasse. 

ller. — Y  todavia  hablas  con  vno. 

Ast.  -  Tiene  razón,  Idona. 

Ido.  -Puede  ser,  mas  no  lo  entiendo. 

ller.  —Porque  no  quitares;  la  señora  Astasia 
me  a  otorgado  que  respondas  a  mis  cartas  o 
desuarios;  no  pido  más  que  el  effecto  de  la 
obediencia  que  le  dcues. 

liU). — Pues  a  qué  proposito? 

Her.~  K\  de  mi  callentura.  pí)rquc  después 
no  te  llames  al  engaño  y  me  condenes. 

AH.  —  Contigo  lo  a.  Idona:  no  respondes? 

Ido. — Otro  dia  que  me  ha  tomado  aora  muy 
de  súpito. 

Ast. — Bien  dizis,  hija, 

Her, — No  spcro  más,  porque  esso  es  cl  pas- 
saporte. 


COMEDIA   INT1TVLA1).\   DOLERÍA  326 

Ast.  -  Conténtate,   que  lo  tienes   pera   vol- 


Her. — El  cielo  te  lo  pague. 
.-l.«/.  — Y  Hca  contigo. 

SCENA  8.  DEL  PRIMER  ACTO 


.V>ta>^¡a  lienta  a  su  liija  de  casainiíMilo  i-oii   lloiMclio,  y  |»; 
sobre  ello  algunas  raíoni-s. 


Astasia,   Idona 

[.Isí.].— Qué  te  paresce  de  nuestro  amigo, 
Idona? 

Ido. —  Que  meresce  el  nombre  que  le  das. 

Ast. — En  qué  lo  vees? 

Ido. — En  el  spirito  de  sus  palabras,  donde 
creo  que  le  salen. 

Ast. — Tan  fácilmente  crees? 

Ido. — Lo  que  veo;  mas  tú,  S"ñora,  hazesle 
desesperar,  y  no  sé  qué  parte  es  essa  para  con- 
seruar  el  amistad  y  buena  conuersacion. 

Ast. — Por  tal  la  tienes? 

Ido. — A  mi  inyzio. 

Ast. —  En  verdad  que  le  quiero  como  a  her- 
mano, y  que  todo  es  porque  diga  a'go  a  la 
cortesana. 

Ido. — Tienes  razón,  señora,  mas  yo  veo  que 
te  entristesce. 

Ast.—  Pésate  d'ello? 

Ido. — Ni  me  pesa  ni  me  plaze,  pero... 

Ast. — Ya,  ya,  csso  es  passion. 

Ido. — Antes  no,  pues  hablo  contra  ti. 

Ast.—  Cosas  ay  que  no  miran  en  parentesco. 

Ido. — La  justicia  a  lo  menos,  si  a  de  dar  lo 
suyo  a  cada  vno,  como  es  su  officio. 

A.«/.— Huelgome  que  assi  lo  entiendas,  y 
quando  bien  fuesses  su  apassionada,  él  lo  me- 
resce. Dize,  hija,  no  te  agradarla? 

Ido.  — No  sé. 

Ast. — Mas  de  veras? 

Ido.  —  Dexa  te  desso,  señora,  que  es  tem- 
prano aun,  y  más  quiero  sor  monja. 

Ast.  —  D'el  monesterio  de  Adam;  mas,  por 
mi  vida,  qué  te  paresce? 

Ido. —  Con  tal  prenda  no  lo  callaré,  no  auria 
desconformidad  de  conditiones  según  veo,  pues- 
to caso  que  sea  forastero,  pero  mi  padre  no 
querrá,  y  tú,  señora,  tentasme. 

Ast. — No  hago  en  buena  fe,  y  tu  padre 
no  juega  aqui  con  otras  manos  que  con  las 
nuestras. 

Ido.  —  No,  no,  señora;  más  vale  tenerte 
compañía. 

Ast. — No  puede  ser. 

Ido. — Por  qué? 

.4  sí. — Conuiene  representar  tu  parte  d'esta 
Comedia  con  los  hábitos  que  el  maestro  lo  or- 
denare. 


326 

Ido, — No  lo  entiendo, 

AsL — Yo  te  lo  decLnraré;  este  mundo  es  el 
Theatro,  nosotros  las  fi>;nras,  Dios  el  que  or- 
dena la  comedia;  en  ser  R'-y  en  ella,  Monarolia, 
o  capitán,  no  está  la  üflorla,  sino  en  representar 
bien  sn  figura  cada  vno,  o  sea  de  loco,  de  cozi- 
nero,  labrador,  pastor,  o  mo9o  de  cauallos.  Es 
menester  obedescer  al  dado  y  no  extrañar  lance 
ninguno,  porque  viene  de  alta  mano. 

Ido. — A  cosa  tan  verdadera  no  ay  que  res- 
ponder; aqui  estoy,  señora. 

Ast. — Hasta  su  tiempo;  recógete  por  aora  a 
tu  fctantia. 


SCEKA  9.  DEL  PRIMER  ACTO 


Lowistíco,  acaso  «i'n  ser  vi«to,  halla  a  Aslasiá  sola  haziendo 
discursos. 


LogiStico,  Astasia 

\_LogJ]. — Alia  veo  la  diosa  Oeres,  o  qué  lance 
se  perdió  Mercurio!  entre  sí  habla;  veamos 
aora  qué  pelo  trae,  porque  no  me  ¡verá  aqui, 
aunque  lo  mande  el  Rey.  Y  más  si  le  tura  aun 
la  fiebre. 

:Ast. — Yo  con  todo  no  me  engañaua;  Idona 
tiene  buena  voluntad  a  Heraclio  y  no  le  pesará 
de  í3u  compaiiia. 

Log. — Al  diablo  tal  adeuinar,  brauo  spirito 
tengo, 

Ast. — Y  a  la  Verdad  tiene  razón,  por  la 
conformidad  de  las  costumbres.  Ella  es  mansa 
y  mensurada  (*),  él  no  soberuio  ni  descortes; 
inclinada  á  la  virtud,  él  apartado  de  todo  vicio; 
si  es  discreto,  ella  no  es  nescia. 

Log. — Dentro  estays;  a  dó  te  lleuó  el  viento, 
hombre  perdido? 

Ast. — Si  es  hermosa,  él  no  es  feo,  demás  de 
su  gentil  gracia  y  ayre. 

Xo^.— Qué  cierta  cosa  de  enamorados! 

Ast.  —  Finalmente,  él  es  modesto  y  ella  no 
destemplada.  Contraria  a  fiestas  y  a  combites, 
palabras  ociosas  y  trajes  arrogantes;  conten- 
tándose con  lo  honesto,  que  es  de  generoso  co- 
ra9on  y  altivez  de  spirito. 

Log.  —  Porque  vrs,  mucho  de  noramala,  sa- 
beys  guardar  y  no  gastar  o  despender. 

!Así,— Que  anteponer  el  resto  a  él  y  compo- 
ner lo  mortal,  arguye  gran  baxeza. 

TfOg. — Qué  linda  esta  la  cartuxana! 
,  Así ;t— Los  hombres  embara9ados  con  el  res- 
plandor d'el  oro... 

Log.- — Ay  darás. 

Ast. — Y  differencias  de  colores,  toman  lo 
negro  por  lo  blanco  y  lo  flaco  por  lo  fuerte. 

-£,017. — Y  vos  trays  antojos. 

/O.PQí"  B-et0,ia  memiiarañn. 


orígenes  DE  LA  NOVELA 


Ast.  —  Qué  lustre  da  a  vn  estado  grande  vn 
principe  tirano?  a  vn  cuerpo  hermoso  vn'alma 
fea?  a  las  fuerjas  corporales.  Anqueza  d'ánima 
o  cobardía?  en  cuerpo  nolile,  spirito  rustico? 

Log. — Bien  canta  la  señora. 

Ast. — Yo  no  quiero  siguir  los  más  sino  los 
menos,  y  tirar  al  verdadero  blanco. 

Log. — De  Ribadauia  puro. 

Ast. — Masque  engaño  reciben  nuestros  ojos. 

Xo^.  — Úntalos. 

Ast.  —  Qué  principios  tuuo  el  mundo?  quál 
fue  la  criación  d'el  hombre?  qué  hizo  las  diffe- 
rencias o  dissimilitud  entrellos,  sino  la  sciencia 
y  discurso   natural?   quál  es   la   cabera  d'esta. 
scientia?  la  virtud. 

Log. — Bien  lo  pintays. 

Ast. — -Pintemos  aora. 

Log. — No  lo  digo  yo? 

Ast. —  Salir  de  dentro  de  la  tierra  hombres 
desnudos  de  vn  parescer  y  gesto  todos... 

Zo^. ^-Sembrados  a  los  dientes  de  la  sierpe 
como  Cadmo. 

Ast. — Las  diuersas  inclinaciones  los  harán 
diuersos  y  la  nobleza  o  villanía  las  obras  de 
cada  vno. 

Log. — Doyte  al  diablo  con  tanta  philosophia. 

Ast. — En  verdad  que  si  me  tomara  este  des- 
engaño en  otro  tiempo,  no  tuuiera  de  qué 
quexarme.  Pero  quieresse  esta  vida  assi  contra- 
pesada, y  que  siruan  algunos  para  exemplo  de 
los  otros  y  se  rodee  todo  con  mysterio. 

Log.  —  A^ú  binas  como  bines. 

Ast. — Que  venga  de  tan  lexos  quien  assi 
nos  quiera  y  nos  agrade,  no  es  sin  causa. 

Log.  — Y  cómo  no  es  sin  causa! 

Ast. — Que  Idona  se  le  afficione  no  es  sin 
causa;  que  le  amemos  ambas  sin  embidia  o  ce- 
los, no  es  sin  causa. 

Log. — Mentir,  hija,  mentir,  y  no  tanto. 

Ast. — Porque  el  amor  es  ciego  y  no  guarda 
priuilegio  a  nadie.  Que  todos  aqui  le  miren, 
conuersen  y  hablen  de  tan  buena  voluntad,  no 
es  sin  causa. 

Log. — O  pese  a  tal  con  la  trampona,  que 
toda  es  causas! 

Ast. — Es  gracia  o  merescimiento  particular 
sin  duda. 

Xo^.  — Qué  nueuas  estas  de  Clopatra  para 
Marco  Antonio! 

Ast. —  Pues  ver  sus  cartas,  su  inuencion  y 
stilo  de  escriuir,  mata  de  amores. 

Log. — Algo  dize. 

Ast.  —  No  mcí  terne  que  no  tiente  a  Morip. 

Log. — Aora  se  perdió. 

Ast.  —  Si  fuere  capaz  d'ello. 

Log.  -  Bien  ha  tornado,  que  carpintero  él. 

^.«í.  — Estare  en  atalaya. 

L^og.  —  Ojos  teneys  de  gauilan,  si  os  qui- 
tays  las  antifaces. 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


827 


SCENA  10.  DEL  PRIMER  ACTO 

Legístito  l)ü?fa  a  Herarlio  para  darle  las  buena»  nuouaf,  y 
hállale  con  Honorio  «u  criado  ijue  lo  buscaua  a'si. 

L0018TIC0,  Heraclio,   UuNORIO. 

[Zo^.]. —  Qué  nuenas  estas  para  lupitor! 
Dó  estara  aora?  en  su  ysla  de  Creta  o  trans- 
formado en  toro,  encomendando  fo  a  Argos? 
Quién  le  topasse! 

Her. — Honorio. 

Hon. —  Señor, 

Her. — Viste  a  Logistico,  o  sabrías  imaginar 
adonde  lo  hallassemos? 

Ilon. — El  suele  a  las  tardeé  yr  passeandose 
hazia  el  rio  y  requebrarse  alli  con  las  hermosas. 

Jíer. — Bien  apuntaste. 

Hon.^^SQñov,   señor,  acá  viene,  voto  a  mí. 

Log. — Qué  veo?  no  es  otro.  Ao,  ao. 

Her, — Cómo  eá  cierto  hablar  fn  el  ruyn  y 
assomar! 

Log.^-htk  mesma  canción  cantaua  yo,  y  más 
que  ruyn  seas  tú,  pues  no  oyste  la  más  suaue 
música  que  dcssear  pudieras. 

Her.— For  tu  fe? 

Log. — Y  por  la  de  Mandas. 
|e'       Her. — A  dónde  o  cómo? 
?       /yoy.— En  el  Laberinto  con  Pasiphae  y  De- 
dalo.  Ya  estaras  al  cabo? 

Her. — De  no  entenderte;  no  dirás  esse  mi- 
lagro con  menos  circunloquios? 

Log. — A'go  a  menester  que  sufras,  como  yo, 
quando  me  cargas  de  algunos  cuentos  de  su 
legua  cada  vno. 

Her. — Yo?  quándo?  iniastamente  me  acen- 
sas. 
I  Log. — Mal  de  cabe9a  jamas  admite  cómo  ni 

quándo. 

Her.  —  Gentil  hombre,  mesuraos,  si  no  qne- 
reys  que  os  haga  bolar. 

I^ng.  —  Podria  ser,  pues  os  sobra  el  viento, 
aunque  falten  alas. 

Her. — Algo  porná  de  casa  su  merced.  Pero 
dexados  los  donayres,  sepamos  desta  metapho- 
ra  musical. 

Log. — Con  condición  que  seas  oy  mi  conbi- 
dado. 

Her. — Essa  es  mejor;  tan  barato  compras  lo 
qtie  quenas  vender  tan  caro? 

Log. — Essotra  es  más  sotil:  hazer  d'el  graue, 
í     quÍ9a  no  estando  la  olla  al  fuego. 

Her. — Noramala  para  tal  adeuinar. 

Lng.^^Ah,  ah,  ali,  ora  solo  esso  tomo  por 
penitencia  de  tus  peccadi'S,  sin  darte  la  de  otra 
dilación.  Sabrás  que  saliendo  de  mi  casa  con 
prbposito  de  visitarte  y  echando  en  el  Nilo  la 
red  por  no  perderte,  tomé  vn  crocodilo  que  me 
la  ouiera  de  romper  si  no  me   ayudara  de  mis 


artes:  que  fue  a  la  de  marras,  sola,  inuocando 
dioses  marinos. 

Her.  —  De  verdad? 

/^oy.  —  Paresoeme  que  si,  como  es  graja , 
fuera  águila,  te  llenara  al  cielo  como  la  utrn  a 
Ganiniedes. 

Her. —  Quiíja  te  auia  sentido. 

Log. — Sentirla  mi  padfb;  tenia  yo  el  ani- 
llo de  Giges  y  estaña  vna  Angélica  para  Or- 
lando. 

/íer.  -  Pues? 

/jog. —  Qné  quieres  mas?  sino  que  eres  tú  el 
Neptuno  de  su  mar,  o  el  Satyro  de  su  bogquoi 
metiendo  en  la  diin9a  todas  las  Kiniihas  d'él. 
V  affirmando  quei  sin  controuersía  te  daria  la 
corona  y  ceptro  de  la  monarchia,  siendo  eii  su 
mano. 

Her. —  Vete  de  ay,  burlón,  que  mientes, 

L^og.  —  Si  tú  as  de  solir  de  seso,  Iniento,  pero 
si  me  prometes  ser  magnánimo  y  generoso,  es 
más  aun  de  lo  que  digo. 

Her.-  Grandes  nucuas  traet;  mas  en  qué 
concluyó? 

Log. — En  tratallo  con  Vulcano. 

Her. —  Sol  y  viento  a  tnonester. 

Xoif/. — No  sino  Mars  su  amigo,  que  le  dé  de 
palios  (})  o  vna  hanega  de  algarisnio,  porque 
el  rapaz  sabe  de  cuenta. 

Her. — Y  aun  por  esso  ay  allá  tanto  carbón; 
mas  no  me  dizcs  particularidad  alguna? 

Log. — Que  tus  cartas  le  plazi>ii  mucho  y  son. 
muy  anisadas. 

Her. — Basta,  y  vi(?ne  a  náscer  vna  que  aqui 
traygo  para  le  embiar  con  Honorio,  aunque  no 
responden. 

Log.—'No  se  atrcueran,  que  tú  huelas  más 
alto  que  vna  garca,  y  por  esso  te  alaban,  siendo 
ordinario  entre  ellas  tener  por  auiso  lo  que  no 
entienden,  todo  lo  otro  por  necedad. 

Her.  —  As  caydo  en  esso? 

Log. — Antes  que  nasciesseS.  poro  cumo  osas- 
te entrar  en  sagrado  sin  licencia  d'el  Cura? 

Her. — Ya  la  tenia. 

Lyog, — Y  assi  la  comiste  solo,  y  las  señoras 
cartas? 

Her. — Enmendarse  a,  y  ve  aora  ésta. 

Xoí/i— Amaestra. 

Her. — Yo  la  leeré,  porque  no  pierda  la  repu- 
tación, por  falta  de  algún  accento. 

7/0/7. — Muy  medido  andas;  esso  tienes  de 
mal  enamorado,  que  los  finos  todo  son  descon- 
ciertos. 

Her.— "No  basta  el  d'el  tiempo  y  de  la  vida 
en  estas  necedades? 

Hon.  —Assi  lo  digo  yo.  señor:  mas  tu  mer- 
ced no  quiere  creer  a  Honorio. 

Log. —  O  qué  embite! 

(')  Así  en  las  d'S  ediciones,  pero  delie  leerse  ijalwi 


328 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Her. — Válgalo  el  diablo  a  este  bobo  cucha- 
rron;  apártate  allá,  asno. 

Hon.  —  Coces  da  este  cauallo. 

Her. —  Qué  dizes  de  cauallo? 

Hon. — No  nada,  señor. 

Her. — Habla,  bestia. 

Hon. —  Qne  más  quiero  ser  asno  que  cauallo. 

Log. — Qué  lindo! 

Her. — Que  lo  seas  norabuena;  oye,  hermano, 
y  está  atento. 

Log. — Estoy. 

Her. — As  de  coger  higos,  que  te  pones  en 
las  puntas  de  los  pies? 

y^o^r.  — Como  entiendes  mal,  poníame  de  alto 
porque  no  me  escapassen  tus  auisos,  que  está 
dicho  huelan. 

Her. — Estragarás  medio  mundo;  todo  an  de 
ser  burlas?  oye  si  quieres. 

Zo^.  — En  el  nombre  de  fraudador  de  los  ar- 
dides, entónate,  que  ya  vees  en  qué  postura 
estoy. 

Her.  —  Mi  señora  la  fortuna  quiere... 

Log. — Discreta  entrada,  porque  todo  esto  de 
fortuna,  ventura,  desgracia,  pensamiento,  pa- 
sión, tormento  y  otras  drogas  assi,  les  quadra 
mucho,  y  piensan  que  no  terna  mal  vino  vaso 
con  esta  capadera;  adelante,  hermano:  la  fortu- 
na quiere. 

//cr.  — Que  siga  este  camino  de  hablar  a 
quien  no  me  oye  y  responder  a  quien  no  me 
habla. 

Log. — Bueno,  que  es  principio  de  lamenta- 
ción. 

Her. — Y  para  prueba  de  mi  constancia,  con 
tus  oluidos  cresce  mi  fe,  sin  saber  ni  querer 
arrepentirme. 

Log. — Pura  obligación. 

Her. — Eseitcha:  y  tomaria  por  galardón  qu? 
luesses  d'ello  contenta  o  me  dexasses  pasar  mi 
mal  sin  reueses:  que  aun  d'él,  porque  de  algu- 
na manera  me  descansa,  priuar  me  quieres. 

Log. — Por  vida  d'el  Rey,  que  tocas  en  el 
centro. 

Her. — Pero  si  tu  gentil  spiritu,  monido  de 
mis  affectos,  a  piedad  se  inclina,  dame  cierta 
ley  con  que  te  sirua  para  merescer  el  premio  de 
la  obediencia  o  el  castigo  d'el  pecoado.  Porque 
con  bien  o  mal  se  a  de  acabar  mi  mal. 

J^og. — Enternesceras  las  piedras. 

Her. — Y  que  no  te  lo  dé  Dios  a  pronar.  sea 
el  remate  de  tus  desconfianzas  y  mis  locuras. 
Qué  te  paresce?  lo  mucho  enfada  y  a  buen  en- 
tendedor, etc. 

Log.  —  Sí,  mas  éstas  no  huelan  tan  alto,  y  por 
no  persuadirse  muchas  vezes  a  sí  y  a  otros  que 
no  entienden,  arman  carracas  en  el  ayre,  o  de 
cada  palabrita  hazen  vna  phantasma,  con  tan 
incierta  anothomia,  que  en  voz  de  bien  dan  de 
pies  en  nuestro  mal. 


//é/-.  —  Aueriguado,  mas  aqui  vade  monte 
a  monte  la  philosopiiia.  Veamos  aora  lo  que 
aprouecha.  Honorio,  llrgate  acá.  Ve  a  casa  de 
Astasia  y  dale  esta  caita,  o  a  Idona,  a  quien 
primero  hallares,  y  buelue. 

Hon. —  Mejor  seria  quedar  allá. 

Her. — Qué  dizes? 

Hon. — Sí,  señor,  que  boluere. 

Log. — Y  si  hallas  aparejo,  que  retoces. 

Hon. — No  soy  dessos  yo,  señor  Logistico. 

Her. — Vamonos  por  acá  a  sperar  el  fin  d'csta 
jornada. 

L^og. — Hágase,  pues  todo  va  fuera  de  quicio. 

Her. — Pero  será  mejor  que  yo  dé  la  buelta 
solo  y  tú  te  quedes. 

Log. — A  su  plazer. 

SCENA  11.  DEL  PRIMER  ACTO 

Honorio  Ueua  la  carta  y  buelue. 

Logistico,  Honorio,  Heraclio. 

[Log.]. — Queria  que  parasscn  estos  amores 
en  lo  que  suenan,  porque  no  hay  que  fiar  en 
pelo  roxo.  mas  a  la  fin  se  canta  la  gloria  o  llora 
la  pena.  Si  por  razón  se  rigen  los  negocios, 
meresce  mucho  más:  noble,  anisado,  polido  y 
prompto  para  vna  empresa;  pues  si  en  amor  o 
lealtad  estamos,  en  esso  passa  todo.  Pero  es 
vn  ladrón  el  mundo,  sordo  y  ciego,  que  todo 
compra  por  el  olor.  La  hipocrisia  le  huele  a 
sanctidad,  la  soberuia  a  grauedad,  a  templanza 
el  auaricia.  el  saber  a  necedad,  y  los  dineros  a 
nobleza.  Póngase  de  lodo,  que  a  la  postre 
vence  la  verdad  estas  mentiras.  Algunos  ay 
que  ponen  su  bienauenturancja  y  summo  bien 
en  la  abundancia  de  bienes  de  fortuna,  otros 
en  la  fuerza  corporal,  y  otrcs  en  la  hermosura 
o  buena  proporción  de  miembros  y  otras  gra- 
cias. Y  aunque  el  Philosopho  lo  diga  ser  partes 
éstas  de  que  ella  se  compone  con  la  virtud  d'el 
ánimo,  con  su  licencia,  yo  soy  de  opinión  que 
ésta  sin  las  otras  basta,  y  no  las  otras  sin  ésta, 
como  dixo  el  otro  por  la  castidad:  y  si  fuere 
menester,  daré  testigos.  Mas.  bnluiendo  a  lo 
vulgar,  vn  cauallo  muy  hermoso,  bien  señalado 
y  C(in  ricos  jae/.es,  atrauessandose  con  cierto 
distincto  natural,  o  gloria  de  aquella  vanidad, 
no  passa  nunca  de  cauallo.  La  razón  tiene 
otros  grados,  la  qual  bandida  de  sí  la  carne 
como  cosa  impropria,  athcsora  en  el  alma  lo 
que  más  natural  y  proprio  le  paresce;  y  como 
centinela  en  lugar  alto,  de  allí  oye.  de  alli  vee, 
de  alli  come,  y  de  alli  vela  los  asaltos  y  enga- 
ños d"el  enemigo.  Logistico,  esto  para  solo  es 
ya  mucho  y  para  entre  los  muchos  nada.  Reco- 
ger con  tiempo,  porque  no  venga  Pythagoras 
o  Epicuro  que  tomen  entre  puertas.  Pero  qué 


COMEDIA  INTITVIADA    DOLERÍA 


329 


haze  al  caso?  llamariamos  a  Luciano  en  luiostra 
ayuda  o  a  Charon.  que  es  el  verduiío  d'csliis 
burlerías;  acá  viene  Honorio,  ])anal,  poro  sin 
miel,  cargado  de  cera  para  el  sello  de  la  sen- 
tentia  que  trae  de  la  corte.  Paresce  que  deiitea; 
si  le  dieron  allá  en  qué  morder.'  que  las  damas 
son  liberales  y  muy  coraplidas. 

Hon.  —  Pese  a  tal,  que  buena  estaua  la  moca. 

Log.—O\o. 

Hon. — Por  vida  de  su  madre  que  se  podría 
comer  sin  sal. 
I^og. —  Oreja. 

Hon.  — O  qué  lance  para  Honorio! 

Lo^.  — Más  o  qué  lan^a! 

Hon. — No  creo  en  tal,  si  no  biuiese  de  señor, 
hermosa,  rica  y  auisada. 

Log. — Burlaros  eys? 

Hon. — Hazer  d'el  graue  y  passear  cara  a 
cara  con  mi  amo,  assi  y  assi  y  si  su  merced  no 
lo  tragasso,  domine,  ya  es  muerto  por  quien 
repican. 

Log. — Donoso  está  el  asno. 

Hon. — Pues  paresce  que  me  mira  de  buen 
ojo,  no  lo  dudo,  porque  yo  soy  más  alto  que 
mi  amo,  tengo  copado  el  cabello,  y  apúntame 
la  barba,  y  más  hablo  con  sonidos. 

Log. — No  os  falta  á  lo  menos  el  badajo. 

Hon. — Quién  habla  aqui?  o  señor  Logistico, 
aqui  estaua  tu  merced.'  guayde  mí  si  me  a  oydo. 

7.0/7. — Aqui  está  la  mia;  pero  la  tuya  aun 
no  llegó;  deuio  quedársete  por  allá  el  ánima 
según  te  roo  demudado. 

Hon. — No  fuera  mucho,  señor,  que  angeles 
auia  que  la  asechauan. 

J^og. — Serian  de  Giiiea. 

Hon.  —  Dios  nos  guarde. 

Log. — Guardará,  pues  soys  innocente. 

Hon. — También  yo  peco,  señor;  si  no  pre- 
gúntenlo al  cura. 

J.oo. — Ora  está  bien;  qué  nos  traoys?  hijo  o 
hija?" 

JIon. — T)ú  está  mi  amo.' 

Log. — Bien  te  puedes  fiar  de  mí,  porque  él 
me  dexü  por  presidente  d'esta  embaxada  y  no 
deue  tardar. 

Hon. — Pues  sea  norabuena;  traygo  madre  y 
hija,  que  es  mejor;  entraremos  sin  licencia. 

Log. — Cómo  assi? 

Hon. — Toda  la  casa  es  nuestra;  fue  buida 
la  carta  para  ellas;  no  faltó  más  que  be.*arla; 
todo  allá  suena  a  nos,  y  todo  es  nos,  como 
todos  nos  allá. 

Log. — Digoos  que  lo  concluys  muy  auisa- 
damente. 

Her. — Manténgaos  Dios,  señor  Honorio. 

Han. — Pues  a  la  fe,  señor,  que  harto  pan 
anria  menester,  a  según  vengo  desanimado. 

Her. — Ko  oystes  dezir  que  no  biue  el  hom- 
bre de  sólo  pan? 


Hon. — Esso  para  los  delicados,  como  su 
merced,  que  no  se  contentan  sino  con  perdizes 
y  ansarones;  pero  los  mocos  es  menester  que 
se  contenten. 

Her. — Teiieys  razón,  y  del  resto  qué  me 
dezis? 

Hon. — Logistico  me  lo  a  tomado  todo;  fal- 
taua  solamente  que  dize  su  merced  ho!gará 
mucho  de  ver  mañana  a  tu  merced,  y  que  dessea 
ver  claridad  si  Ilueue,  porque  es  escura  la  casa 
sin  candela. 

Her.  —  Esso  es  enigma  de  pelo  y  medio; 
bueno  será  que  nos  vamos  a  casa  a  decifrarlo. 

Log. — Es  vna  Sybilla  la  Gemila. 

Hon. — Yo  lo  soletrearé,  señor. 

Her. — Cantando. 

Hon. — Sea  assi:  amor,  amor,  más  te  pido. 

L^og. — Cebolla,  pan  y  tocino. 

Her. — Buena. 


SCENA  12.  DEL  PRIMER   ACTO 


llerarlio  yendo  a  casa  de  Astasia,  topa  .Vsosio  que  sporaua 
por  Melania,  y  passan  oirás  damas  con  que  se  requiebra, 
no  1'  \¡cndo. 


Hehaci.io,  Asosio,  Amertia, 
Manía,  Mel.\kia. 

\_Her.~\. — De  manera  que  tiene  mi  gloria 
tanta  fuerza,  que  de  los  brutos  se  dexa  sentir 
y  ver.  No  sabe  este  necio  de  mi  moiyo  hablar  en 
otra  cosa  que  en  la  gracia  y  perfectiones  d'es- 
tas  señoras:  y  es  lo  mejor  que  está  medio  ena- 
morado. Lo  que  me  incita  más  a  gratificar 
amor  y  a  la  fortuna  tan  altos  dones.  Yo  estoy 
emplazado  para  aora  con  un  criado  suyo;  creo 
que  es  temprano,  por  ser  fiesta  y  auer  visitas. 
Mas  quién  es  éste  que  se  passea  por  acá  como 
figura  muda?  habla  con  todo:  O  d'el  traydor, 
Asosio  es  el  Melanio,  y  no  le  quieren  mal.  A 
quién  se  va  tan  apressurado?  Amertia  es  la  se- 
ñora: de  asilla  (',  aurá:gozemos  d'estos  amores 
mientras  no  nos  vee. 

Aso. —  Qué  peccados  son  los  raios,  señora 
Amertia,  pues  ha  vna  ora  que  te  sigo  y  me  hu- 
yes? No  seria  bueno  que  se  boluiesen  tus  her- 
mosos ojos  a  alumbrar  mis  jiassos? 

JTer. — Assi  te  pelen  como  lo  dizes  dt-  verdad. 

Amer.  —  O  señor  Asosio,  por  vida  de  mi  ma- 
dre que  no  te  conoscia;  pensé  que  era  Logisti- 
co, que  no  me  dexa  con  sus  burlas. 

Her. — Noramala  para  vos,  quándo  las  me- 
rescistes? 

Aso.  — Pues,  señora,  qué  dirás  en  mi  absen- 
cia,  si  a  esse  gentilhombre,  siendo  dechado  de 
los  otros,  tratas  assi? 

^1)  Azilla  en  la  edición  origmal. 


380 


orígenes  de  la  novela 


Ainer. — Por  su  vida,  vn  dechado  de  burlería. 
fíer. —  No  está  loca. 

Aso. —  Ora  sea  como  fuere,  que  no  es  tiempo 
de  examinar  a  nadie,  ni  yo  quiero  reñir  contigo. 
Iler. —  Como  sesudo. 

Aso. — Quál  a  de  ser  el  fin,  o  quándo,  de  mi 
pena? 

Amer. — El  infierno,  si  allá  vas. 
Aso. — Siempre  me  hablas  fuera  de  proposi- 
to, pues  también  tú  allá  yrás  si  me  matas. 
A)7ier. — Va  de  retro. 
Aso. — Pues  no  me  mates. 
Ame!-. — No  veys  que'  muerto  que  anda  y  ha- 
bla? y  en  qué  te  mate  yo? 
Aso.  —  Con  tus  mentiras. 
Amer. — Hablando  con  reuerentia. 
Aso. — Digo  mal?  que  jamas  cumples  lo  que 
prometes,  como  en  la  fiesta  de  antaño  y  lo  de 
marras  del  combite. 

Amer. —  En  la  huerta  d'el  amiga? 
-Aso.— Señora,  sí, 

A?ner.-^Fae&  no  sabes  por  qué  lo  dexé?  y 
que  me  llevó  mi  tia  a  otra  parte? 
Aso. — Nunca  te  falta  vna  escusa. 
AmSr. — No  es  por  cierto. 
Aso. — Y  aora  no  lo  emendarás? 
Amer. — Quándo? 
Aso  — ^Ayer,  pese  a  mi  padre. 
Amer. — Es  tarde  ya. 
Aso. — Sea  oy. 
Amer.^ — Tengo  que  hazer. 
.^so.— Mañana. 
Amer. — No  sé  si  podré. 
Aso.  —Que  te  pongas  de  lodo  (}). 
Her. — Seria  lo  mejor, 
-áwe/-.— Essos  son  los  regalos? 
Aso. — Qué  quieres  que  diga,  vida  mia,  que 
la  sobra  de   mi   desseo  causa   estas   locuras,  y 
busca  mi  passión  mil  modos  de  engañarse? 
Amer  — Si  assi  fuesse,  algo  baria. 
Aso. — Pese  a  mis  males,  que  vees  arder  me- 
dio mundo  y  tienes  frió  aun. 

Amer. —  Más  fingido  es  esse  fuego  que  mi 
frió  verdadero. 

.4so.— -Ayna  me  harás  morir  con  tus  descon- 
fianzas. 

Her.  —  J)^  cossario  a  cossario  los  barriles. 
Amer. — No  mueras  todavía,  que  yo  lo  emen- 
daré. 

Aso. — Quándo? 

Amer. — JMañana. 

Aso. —  Do? 

Amer. —  Fuera. 

Her.  -  D'acaerdo  están. 

Aso. — En  el  sobredicho  lugar? 

Amer. — Sí,  o  a  otra  parte   nos  yremos  pas- 

(')  De  dolo  corrige  la  edición  de  1614.  De  todos  modos 
el  sentido  no  está  claro. 


sear;  mas  qué  dirán   los  que  nos  vieren?  que  el 
tiempo  es  malo  y  la  gente  sospechosa. 
Her. —  Esso  lo  impide. 

Aso.  —  Se   (')  que   no  tengo  yo  vna  yerua 
que  haze  ínuisible. 
Her. — Natural  seria. 

Amer. — Como  lo  demás,  baste  lo  dicho,  que 
viene  gente. 

Aso. — Cómo  a  de  ser? 
Amer.  -  Yo  te  haré  señas. 
Aso.  —  Pues  adiós,  amores, 
//er.  — Nuestra  es  la  presa. 
Aso.  —  O   hideputa,  la  ciudad   aqui   no   vuo 
menester  diez  años  como  en  Troya, 
Her. — Aosadas. 

J.SO.  — Pero  esto  es  gracia  gratis  data,  que 
otros  ay  que  qualquiera  aldea  les  cuesta  toda  la 
vida:  yo  hablo  luego  a  proposito,  y  nunca  me 
empleo  todo  en  vn  lugar  por  evitar  estas  nece- 
dades de  amores,  estos  suspiros,  lamentacio- 
nes y  otros  milagros  que  parescen  cosa  de  farsa. 
Her. — No  os  apartays  mucho  d'el  camino. 
J.SO.  —  Quántas  pensays  que  tengo  emplaza- 
das d'esta  manera?  no  falta  más  de  vna  para  la 
dozena.  Hecho  barro  a  la  pared,  y  la  negra  es 
que  todo  pega,  aunque  de  principio  lo  ponga  en 
duda.   Yo  no  soy  de   altenarias,   porque   éstas 
ta'es  no  se  entregan  sino  a  fueróa  de  encanta- 
mientos y  caaallerias,  y  todo  es  mentira.  Vn- 
talde  los  dedos  con  algo  de  lo  de  Midas,  y  di- 
ros  an  bene  veneritis,  de  mi  reyno  soys. 
Her. — Al  diablo  tal  acertar. 
Aso. — Acá  mis  gentes  contentanse  con  otros 
metales;  hago'es  creer  con  mis  astrologias  que 
ando  a  la  ca^a  de  la  piedra  philosophal,  y  pon- 
golas  assi  en  la  sphera  de  los  camaleones,  co- 
miendo yo  de  lo  que  hay  por  casa. 
Her. — Que  lo  creo. 

Aso. — Pues  acá  viene  otra  de  las  onze;  por 
vida  d'el  Rey  que  no  se  va  sin  toque. 

Her. — Salado  está  el  amigo,  y  todo  le  vi.?iie 
a  dar  en  las  manos. 

Aso.  —  Pensareys    de    passar    assi,    señora 
Mania? 

Man. — Bien,  señor  Asosio,  qué  hazeS  por 
aqui?  que  de  lexos  te  conosci. 

Aso.  —Y  yo  de  lexos  te  spero,  y  de  hallar  vn 
dia  gracia  contigo. 

Man. — Coniigo,  hermano?  burlaste. 
Aso. — Esse  es  el  fruto  que  yo   saco  de  te 
seruir,  dexando  por  ti  a  otras  sanctas. 

Man. — Assi  lo  dizen  todos,  y  cada  vna  es  en 
presencia  la  diosa  Venus,  mas  debaxo  limones. 
^6-0.  — Bien  está,  si  tu  quieres  conoscer  los 
corafoncs  y  juzgar  por  conjectuias. 

Man. — Las  obras  dan  fe  d'ello  y  la  contiria 
experiencia. 

(')  Parece  que  debe  decir  Si. 


COMEDIA  1NTITVLAÍ»A  DOLERÍA 


331 


Aso. — Pese  a  rui  agüelo,  y  pagarán  justos 
por  pi'ccadoros? 

Man.-  Listos? 

Aso. — Iiistus  y  buenos. 

^[an.  '  Deues  tú  ser  vno  d'ellos. 

Aso. — Ni  tampoco  de  los  peores.  Pero  dexe- 
mos  este  pkito  a  su  juez  y  tratemos  de  lo  que 
haze  más  al  caso. 

Her.-  Qué  picea!  tornaos  con  él. 

Man. — No  tan  cerca,  señor  Asosio,  ni  tan 
desembuelto,  que  nos  pueden  ver. 

Her. — En  esso  está. 

Ano.  —  Qué  menos  puedo  hazer  con  esse  fne- 
íTO  que  sale  de  tus  ojos  v  con  essa  gracia  de 
ruyseñor,  sino  dexar  el  seso  ala  natura?  Por  vida 
desse  gesto,  que  te  duela  la  pena  que  padesco 
y  no  dilates  tanto  el  remedio.  Y  si  quieres  sa- 
ber si  te  meresco  algo,  prueuame  y  veras  mi 
acendrada  y  pura  fe. 

Her.  —  Sin  el  carbón. 

Man. — Pensaré  en  ello. 

Aso. — Como  siempre. 

Man.—  De  verdad. 

Aso. — Dame  la  mano. 

Man. — Toma. 

Aso. — La  paz  también,  pues  que  la  guerra  a 
durado  tanto. 

Her.—Qyié  diligente  es! 

Man.  —  No  sabes  dizen  que  el  villano  por  el 
dedo  toma  !a  mano? 

Aso. — No  se  me  da;  todo  se  acomete  por 
reynar. 

Man. —  Quedas  sin  culpa. 

Her. — A  la  razón  se  allega. 

Aso.  —  Pues   quándo  acabaremos   este  hijo? 

Man. — Vn  dia. 

Aso. — El  d'el  juyzio. 

Man. —  Yo  lo  buscaré  y  te  daré  aniso  si  pas- 
sares  por  allá.  Y  no  puedo  negarte  que  me  pesa 
quando  te  veo. 

Aso. — No  quiero  mas,  ánima  mia;  la  Mag- 
dalena vaya  contigo. 

Man.  — Y  quede  contigo. 

Aso. — Ya  son  dos;  presto  entraremos  por  la 
tercera» 

Her. —  Ha,  ha,  ha,  esso  tengo  yo  de  ver. 

Aso. — Esta  tiene  gentil  garbo  y  es  apareja- 
da para  dar  quan  tos  reales  tiene,  que  yo  no  busco 
otros  enfermos.  Pero  todo  lo  demás  seria  nada, 
si  Melania  acá  quisiesse  concluyr. 

Her. — Ay  te  speraua. 

Aso.  —  Porque  ay  de  vno  y  otro,  mas  sabe 
más  la  perra  que  Merlin:  veremos  do  llegará  la 
barra  liaziendo  diligencia,  la  qual  venze  lo  ini- 
possible.  Por  dulzuras,  coplas,  requiebros,  nm- 
sicas  y  otras  obras  assi  de  manos  no  escapará. 
Y  si  fuere  menester  liazer  d'el  valiente  y  orde- 
nar ruydo  hechizo,  también  se  porna  de  casa, 
Saltar  paredes,  o  passear  de   noche   en  verano; 


que  dormir  al  sereno  o  a  la  lluuia  en  innierno 
no  me  lo  mande  vuossa  merced,  ni  tampoco  dar 
dineros,  porque  soy  enfermo  de  los  rifiones. 
Por  guantes  de  Valencia  o  d'el  citrino  para  el 
carón  no  nos  desauendremos. 

//ir.  -  Demasiadamente  se  conforma  con  el 
tieuipo;  no   irá  d'esta  vez    al   hospital   si   el, 
meollo  no  le  dcxa. 

Aso. — Todavia  esto;  es  ora  de  maytines  ya, 
quiero  ver  si  su  merced  es  lleuantada. 

Her. — Hasta  consigo  vcllaquea,  haziendo  de 
la  vispcra  maytines. 

Aso. — Que  si  no  se  le  a  oluidado  dormirá 
con  piedra  en  mano  como  grnlla;  mira  que  ni- 
gromante soy  y  ella  que  assomaua,  cantaremos 

])UCS, 

por  la  cal9ada  va  el  moró 
por  la  calcada  adelante, 

porque  la  señora  es  entonada  y  dize  el  tenor  allá. 

Her.  —  Y  vos  todas  las  partidas,  sino  el 
tiple. 

Aso. —  Quién  podra  engañar  vn  amador? 

3fel.  —  Como  assi,  señor  Asosio? 

Aso. — Aunque  el  pensamiento  y  natural  or- 
den de  las  cosas  me  representassen  mil  phaii- 
tasmas  y  sospechas,  amor,  por  vias  ocultas,  for- 
talescia  mi  spcraii^a,  dándome  essos  ojos,  esSa 
boca  y  dientes  en  rehenes  d'el  coraron. 

Her. — Ya  este  rio  sale  de  madre,  mas  toda- 
via l)ien  lo  finge, 

Jlel. —  Deues  hauer  soñado  con  Cárcel  de 
Amor,  o  Guarino  Mezquino  ('). 

Aso.  -  Antes  despierto  estoy  en  ella  siempre, 
paresciendome  mezquina  toda  otra  guarida  que 
no  sea  de  tu  mano. 

Mel. — Y  respondesme  por  Aristóteles. 

Aso. — Qué  mal  hago  yo  en  obseruar  las  le- 
tras de  la  entrada  de  la  escuela  de  Platón,  no 
entrando  sin  Geometria,  y  de  como  para  ti  ten- 
ga necessidad  de  todo,  hize  prouisioii  en  casa 
de  vn  guante  lleno  de  artes  liberali'S, 

Mel. — Amucstra,  amuestra,  amores. 

^Iso.  —  Velo  ay,  piensas  que  te  engaño? 

Mel.  —  yo  son  malas,  si  las  otras  assi  saben 
y  tienen  color  de  dátiles. 

Her.  —  Qüó  par  de  piezas,  ambos  cantan  a 
compás;  quisiera  estarsin  mascara  para  también 
me  doctorar,  mas  qué  tragar  haze  la  nouia! 

Mel.  —  'Porqne  no  digas  que  no  te  quiero 
bien,  como  tus  lógicas  de  tan  buena  gana. 

Aso. — Come  norabuena,  vida,  que  más  que- 
dan allá;  o,  pese  al  caballo  con  la  muía,  con 
esto  aurenios  de  bridalla,  ya  que  le  sabemos 
esta  mañn.  Pues  entraremos? 

Mel.  — 'So  es  posible  aora,  que  hay  gente  de 
fuera,  mas  tengo  pensado  vn  aniso  de  los  tuyos 

(')  Alude  á  las  dos  novelas  que  UeTaa  estos  títulos. 


332 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


para  mañana,  que  nos  dará  más  tiempo  y  me- 
nos recelo. 

Aso.  —  Qué  es? 

J/c/.  — Aqui  vienen  aldeanos  algunas  vezes  a 
vender  pollos,  liueuos,  uian9anas  y  otras  frutas 
en  sus  cestos;  toma  d'esto  lo  que  mejor  te  pa- 
Teseiere  y  los  hábitos  conformes,  y  uernas  entre 
nueue  y  diez,  que  serán  ydos  a  la  missa,  y  en- 
trarás. 

Jler. — No  más,  no  más,  todo  va  perdido. 

Aso. — Y  esso  no  es  peligro  o  podria  saber- 
se? que  yo  estimo  mucho  tu  honrra. 

Mel.  —Ya  lo  veo,  pero  dexamc  hazer,  que 
mi  honrra  y  la  tuya  quedarán  en  su  lugar. 

Aso. — Pues  d'el  resto,  no  doy  un  higo  por 
los  doze  Pares. 

Mel. — Por  esso  te  asseguro,  y  vete  antes  que 
venga  nadie;  pero  dize  si  vernas? 

Aso. — Quedada!  No  creo  en  tal  con  la  bo- 
rracha, si  tiene  armada  alguna  ratonera  en  que 
me  tome  bino. 

Jíé/.— Callentura  llena. 

Aso. —  Pensaremos  bien  en  ello,  y  si  no 
assentare  bien,  podrejs  colgaros  de  vuestros 
lindos  cabellos  como  Absalon,  que  se  me  da 
muy  poco  d'ellos,  por  sereu  de  Saba. 

Ileí-. — Y  yo  assi  os  lo  aconsejo;  no  le  quiero 
hablar  aora,  después  se  reyra  por  junto;  mas  si 
ello  es  assi,  no  ay  que  fiar,  y  pues  ay  gente, 
daré  la  buelta  y  boluere. 

SCENA  1.  DEL  SEGUNDO  ACTO 

Idona  a  solas  liablando  en  Herailio  y  en  sus  auisos  y  lamen- 
laniiose  también  de  amor. 

Idoxa 

Ya  este  mal  no  sufre  compañia,  porque  sólo 
el  pensamiento  me  descanea;  esto  son  vezcs 
d'el  tiempo,  por  cada  vno  an  de  passar  sus 
auenturas.  Bien  pudiera  la  fortuna  sperarme 
vn  poco  más,  pues  la  edad  y  inocencia  me  es- 
cusauan,  mas  tuuo  embidia  a  mi  reposo.  Esto 
es  amor  aqui  entre  nos,  amador  y  amante,  que 
él  no  puede  estar  muy  lexos,  si  sus  afíectos  no 
son  fingidos,  y  tanto  más  lo  entenderá  de  mi 
quanto  más  el  sexo  y  la  honestidad  defienden 
publicarse.  O  escondido  fuego  que  me  consu- 
mes! por  la  potencia  que  te  mueue,  que  assi 
abrases  y  occupes  a  Heraclio  los  sentidos  que 
no  participe  d'esta  gloria  con  mi  pena.  Qué 
harmonia  la  de  su  carta  y  quán  poca  resistencia 
liazen  los  oydos  al  dulce  canto  de  las  Serenas! 
Después  me  eiubió  este  soneto,  no  estando  en 
casa  mi  señora,  y  yo  vsé  de  vna  cautela,  que 
lo  ley  y  trasladé  y  torné  a  embiarselo  como 
vino.  No  sé  de  cué  suerte  lo  tomará;  estoy 
medrosa,  aunque  su  discretion  salue  mi  recelo: 
el  tomar  nada  está  mal  a  las  donzellas,  y  peor 


el  responder;  con  vn  renglón  pagué  á  ambos: 
perdóname,  porque  no  sé  leer  otra  ninguna 
letra  que  la  de  mi  padre  y  madre;  si  oy  viene 
por  acá,  como  sospecho,  en  el  gesto  se  lo  co- 
iioscere.  No  puedo  dexar  de  l'elle  (')  muchas 
vezc5  ni  de  dalle  su  lugar,  que  es  el  que  duele. 


El  frió  que  penetra  en  cuerpo  sano 
Causa  calor  en  él  naturalmente, 
Porque  pelean  ambos  diestramente 

Y  vense  vno  al  otro  mano  a  mano. 

Mas  vuestro  hermoso  gesto  sobrehumano 
Sea  en  mi  alma  tan  astutamente, 
Que  el  fuego  que  la  enciende,  al  accidente 
D'el  blanco  y  duro  pecho  prende  en  vano. 

Paresce  que  reconosce  ("'')  de  do  viene, 

Y  no  quiere  boluer  por  no  offenderos 
Sino  templado  y  menos  encendido. 

Pero  si  en  vuestros  ojos  se  detiene 
Por  ver  si  assi  podria  deteneros. 
De  nueuo  buelue  todo  a  vr  perdido. 

Y  pues  he  dado  al  spirito  su  reffection,  quie- 
ro boluerme  al  cuerpo  y  esperar  el  ánima,  que 
no  tardará,  si  no  ay  en  el  campo  otra  que  la 
detenga. 

SCENA  2.  D'EL  SEGUNDO  ACTO 

Me'ania  sola  ayiv.ila  conira  Asosio  y  ilclüjerada  de  Liirlalle. 

Melania 

>»unca  medre  saya,  ni  los  dientes  me  apro- 
uechen  ti  no  doy  a  muchas  de  muchos  venganca 
oy;  o  hombres,  dónde  esta  la  fe,  la  justicia,  el 
natural  amor?  en  el  apetito  sin  otro  miramiento? 
todo  es  tierra  mala  y  el  artificio  de  satán.  Es- 
taua  en  la  gloria  de  Xiquen,  con  los  amores  de 
Amadis,  teniéndolo  por  santo,  y  todas  sus  pa- 
labras por  plata  fina,  los  sueños  por  reuelacio- 
nes;  y  aora  veo  todo  ceniza;  quisolo  Dios  assi, 
y  alumbrar  mi  ceguedad,  vista  la  innocenlia.  O 
traydor  poruerso,  yo  era  la  Nimpha  de  tu 
fuente  por  quien  oi'frescias  sangre  y  spirito  a 
amor?  y  en  vn  momento  (sin  que  me  viesses 
que  te  veya  representar  la  farsa  con  otras  dos) 
te  alabaste  al  ayre  y  a  essas  paredes  que  trayas 
onze  en  la  rueda;  aguzando  para  mí  más  el  in- 
genio, como  si  fuera  furia  infernal.  Que  por 
más  no  fuera  que  por  la  sinceridad  de  mis  pa- 
labras, denieras  franquearm'e  y  romper  por  otra 
parte  de  la  villa.  Bien  conosco  yo  las  damas, 
y  aunque  no  sean  principales,  qualquierad'ellas 
se  afrentara,  procurando  la  venganza,  que  na- 
die quiere  ser  engañado,  ni  que  otro  le  prefiera; 

{')  Sic  en  las  dos  ediciones,  en  vez  de  IceUe. 
(-)  Para  que  conste  el  verso  ha  de  leerse  conosce.  en 
vez  de  reconosce. 


COMEDIA  IXTITVLADA  DOLERÍA 


833 


grande  fne  mi  sufrimiento,  pues  no  salí  luego 
a  dar  señal  de  tal  despechi),  mas  la  razón  tiene 
otra  fnerya.  Ello  está  assi  bien;  el  oaiiallen» 
d'el  ardiente  rauia  verna  vender  sus  ])ollos  y 
spero  que  no  le  falten  '"ompradores  ni  retorno, 
y  que  esta  ira  se  comiierta  en  risa,  por  el  si-ñor 
Protlieo,  dios  marino,  que  llegará  a  salua- 
micnto. 

SCEXA  3.  DEL  SEGUNDO  ACTO 

llerac"io  liazi'  su  visita,  en   la  qual  ha  discursos  varios  entre  él. 
A>.las¡a  y  Iduna. 

Heraclio,  Astasia,   Atlotis,  ídona 

[//íT.]       De  mi  ventura  quexoso, 

de  quien  me  agrauia  eontento, 
de  nn  remedio  dudoso, 
mas  no  de  mi  perdimiento. 

Nadie  me  puede  priuar  d'esta  gloria  de  mi 
firmeza,  aunque  la  muerte  a  la  vida,  la  fortuna 
a  lo  demás  lo  hagan,  y  en  la  mayor  fuerza  de 
mi  mal  este  bien  solo  me  consuela:  ni  puede 
aquella  Niuipha  acensarme  de  descomedido  en 
las  eireunstancias  de  mi  afficion,  que  si  en  lim- 
pieza y  fe  deuc  fundarse,  qiuilqiiiera  della 
guardan  mis  sentidos  con  tanta  vigüancia,  que 
se  oluidan  de  su  officio,  poniendo  al  fatigado 
cuerpo  en  duros  términos.  Pensé  que  mi  soneto 
exprimiendo  los  affeotos  del  coraron  pndiesse 
más  que  lo.s  versos  de  Zoroastro,  o  las  yernas 
de  Medea;  mas  el  duro  pecho,  blanco  de  mis 
saetas  ó  de  amor,  no  menos  las  despunta  y 
heelia  de  si  que  si  fuera  de  dinmante.  No  bas- 
tnua  la  licencia  pnra  no  tounir  ni  responder, 
sino  el  oráculo  duAoso,  que  con  el  sentido  vario 
me  mata,  sin  me  quitar  la  vida  para  más  pena. 
Aora  veremos  la  color;  {¡nede  ser  que  d'elia  se 
comprelienda  lo  que  el  juyzio  no  alcanza.  Cerca 
esloy,  quiero  llamar.  Ta  ta  ta. 

Api. — Quién  llama? 

Jler.  —  Quien  quiere  p.iz  y  le  dan  guerra. 

Api. —  O  señor  Heraclio,  tu  merced  era.' 

fíer. —  Era,qu -ya  meconuerti  en  otra  piedra. 

Api.  —Muchas  ay  que  valen  más  que  el  oro. 

/Ir/-. — Sí,  mas  lu!  los  sabemos  tan  particu- 
lar.nente  las  virtudes  como  a  esse  cauallero. 

A¡/1.  -  Creólo. 

J/er. — Que'  hazen  por  acá? 

Api.  —  Lo  acostumitrado. 

Ileí-. — Pues  yo  vengo  buscar  más. 

Api.— Todo  es  pronar  ventura. 

ller.  — D"ella  soy  yo  bien  prouado  o  tentado. 

Api. — No  ay  cosa  que  no  se  acabe. 

Jíer. —  Si  antes  yo  no  me  acabo. 

Api. — Que  no,  señor  Heraclio. 

Axt.-  En  la  oreja  tne  sonaua  tu  boz,  allá  en 
mi  cámara. 


Ili'y. — No  sería  en  la  izquierda. 

Afit. — No,  jiero  buenos  dias. 

//er. — No  queria  que  tuuiessen  otro  nombre. 

Así. — Siempre  vienes  armado. 

//er. — V  sin  armas  .«oy  vencido. 

Ast. —  Mas  no  rendido. 

//er.— Ay! 

Ast.-  Q[\ó  te  duele? 

/Jer. — 'i'u  poco  dolor. 

Aft.  —  No  lo  dezia yo.' entrémonos  si  mandas. 

Jíer. — Y  aun  para  quedar  toda  la  vida. 

Ast. — Eiifiídarte  ias. 

//er. —  Prueualo. 

Asi.  —  Costaria  caro. 

/Jer. — Yo  daria  lo  que  queda. 

Ast. — Para  qué?  sentémonos  aqui  fuera  de 
mano,  porque  no  venga  alguno  que  nos  es- 
torue. 

Her. — Sea  assi,  mas  de  qué  te  ryes? 

Ast. — Tú  lo  sabes. 

//er, — Tan  clara  y  transparente  eres  I 

Ast. —  Si,  a  quien  'me  mira  sin  antojos  que 
hazen  major  la  letra. 

l/er, — Es  al  contrario  en  mí,  pues  no  me 
muestran  tu  coraron,  ni  encarescen  lo  que 
veen. 

Ast. — No  ves  que  te  arguye  la  consciencia? 
pero  passemos  a  otro  proposito,  cuyo  principio 
sea  preguntarte  cómo  estás. 

Jíer.  —  También  yo  pudiera  reyrme  aora  y 
responderte  que  tú  mesma  lo  sabias  si  des- 
searas  entendello. 

Ast. — Muy  proueydo  andas  contra  mí  y 
sabes  todania  qin'in  senzilla  y  sin  malicia  soy. 

J{er. — Oira  cosa  me  dixiste  tú  vua  vez. 

Ast. -Qué: 

//er.  —  Que  no  auia  malicia  que  no  enten- 
diesses,  aunque  lo  dissimulasscs. 

A«í.  — Es  muy  gran  verdad,  y  aun  aora  te 
lo  affirmo. 

/[er.—  Qné  puedo  yo  luego  sperar  de  ti? 

Ast. — No  es  conscquencia,  porque  el  astuto 
cauallero  deue  saber  el  lugar  de  la  emboscada 
para  liazer  otra  contra  ella,  y  el  diligente  ca- 
lcador dónde  tendera  sus  redes  sin  errar.  Qué 
daño  hiziera  ejitender  Eua  a  la  serpiente?  qué 
pensatiuo  está!  qué  dizes?  tengo  razón  o  no? 

J/er. — La  que  yo  de  amarte  a  pesar  de  todas 
las  sierpes  que  me  tientan. 

,^«í.  -  Qiialquiera  jiena  merescias  auiendo 
aora  juez  en  medio. 

Jíer.  —  Por  qué? 

Ast. — Por  diuertir  de  vn  argumento  bueno 
a  otro  que  no  es  tal. 

JJer.  —  Deliberado  estoy  sufrirte  sin  culpa 
ni  desculpa,  porqtie  me  salua  la  intención; 
gnya  pues,  que  yo  te  siguire. 

.l.s^  — Si  en  mí  lo  dexas,  no  pai aré  hasta 
llegar  al  cielo:  no  miras  qué  sereno  estí,,  pro- 


334  orígenes  DE 

duziendo  estas  flores  y  sus  alteraciones  (') 
con  las  uiás? 

Her.  —  Essa  es  la  mejor  contemplación, 
puesto  ca?o  qne  en  la  más  pequeña  parte  d'elia 
esté  vn  abismo  incomprehensible:  pero  en  lo 
de  fuera  y  do  la  vista  puede  llegar,  ay  tanta 
diferencia  de  sabores,  que  el  menor  d'ell<js  basta 
a  sustentarnos  quarenta  años,  quedando  siem- 
pre el  vestido  nueuo  y  el  cal9ado,  que  es  en  su 
ser  naturaleza,  que  la  virtud  todo  conserua 
como  balsamo  verdadero  d'el  spirito. 

A»t. — No  ves  qué  buena  guya  soy?  y  quán 
sin  trabajo  te  lleué  tan  alto?  pues  más  as  de 
subir;  no  leyste  alguna  vez  quán  lexos  sea  de 
aqui  al  cielo? 

Her. — Sy,  mas  deue  de  ser  más,  pues  lo  es 
tanto  d'el  cuerpo  al  ánima  estando  en  él. 

Ast. — Mas  por  tu  fe? 

Her. —  Hállasse  auer  desde  el  centro  de  la 
tierra  hasta  la  sphera  de  Satu  no  más  de  ocho 
mil  años  de  andadura. 

Ast.' — Qué  me  cuentas? 

Her. — Lo  que  ley. 

Ast,—  (^i\é  marauillas,  y  qué  tantos  son  los 
cielos  o  quál  es  mejor  opinión?  porque  vuestros 
pliilosophos  no  concordan:  cuyas  reuoluciones 
holgaria  de  entender,  que  como  sea  mujer,  es- 
toy tan  pobre  en  esto,  que  quando  lo  oygo 
me  parescen  cosas  d'el  otro  mundo. 

Her. — Ya  veo  que  no  eiendo  Hercules  ni 
Atlas,  pretendes  ponerme  el  cielo  sobre  los 
hombros  (-),  porque  desecho  con  el  peso,  se 
deshaga  la  occasion  de  te  enfadar,  mas  yo  haré 
como  Adam,  que  dio  la  culpa  a  Eua  en  auer 
comido  d'esta  fruta,  y  tú  a  tus  culebros  mali- 
ciosos, y  a  cada  vno  cp.brá  assi  su  parte  d'el 
castigo  de  la  golosina. 

Ast.— Cóxüo  eres  vengatiuo!  mas  si  quieres, 
quede  todo  sobre  mí,  y  tú  en  parayso  contem- 
plando. 

Her. — No  ves  que  conuerna  siguir  la  com- 
pañia? 

Ast. — Ora,  pues  assi  a  de  ser,  no  temas  nada. 

/fér.— Contigo  no  ay  de  qué  temer,  cuya 
vista  enfrena  toda  ponzoña. 

Ast. —  Callo  porque  hables,  y  no  sean  todo 
questionos. 

Her, — Essas  no  cesan  dentro  de  mi,  mas  no 
para  impedir  seruirte.  El  cielo  o  cielos  compre- 
hendenlo  criado,  siendo  comprehendidos  del  que 
los  crió,  a  quien  nadie  comprehende,  como  nues- 
tro entendimiento  a  las  cosas  corporales  y  a  él 
ninguna  dcllas:  aunque  los  sentidos,  como  me- 
dianeros y  participantes  de  vno  y  otro,  sean  mi- 
nistros de  la  razón  en  esto:  que  es  comparada 
o  produzida  de  I-ánima  d'el  cielo,  como  ella  de 

(')  En  las  dos  ediciones  alteraUone»,  ■pov  culpa  délos 
impresores  extranjeros. 
{})  Hombres,  en  las  dos  ediciones  antiguas. 


LA  NOVELA 

la  mente  angélica,  verdadera  Venus,  de  quien 
Amor  nascio,  al9ando  la  cara  a  Celio,  supirema 
fuente  de  toda  hermosura. 

Ast. — Aora  veo  menos  que  de  antes,  pienso 
que  quieres  que  espantada  de  la  mucha  claridad 
me  buelua  a  mi  primera  sombra. 

Her. — No  hago,  antes  pongo  vna  nuue 
delante  el  sol  para  que  puedas  encarar  en  él 
sin  offender  los  ojos. 

J.SÍ.  — Menos  te  pidia  yo. 

Her. — Ay  verás  si  me  deues  más  de  lo  que 
oonfiessas. 

^4 6^ —Prosigue,  pues. 

Her.—  Yj\  noueno  arrebata  y  llena  consigo 
todos  los  otros,  con  tal  velocidad  y  impeto,  que 
en  veynte  cuatro  oras  buelue  a  su  primer  lu- 
gar, haziendo  ellos  dentro  del  contrario  mo- 
uimiento  cada  vno  como  le  cupo  en  suerte, 
tardyo  o  apressurado,  de  cuya  discordia  nasce 
otra  más  suaue  concordantia  que  esta  de  ios 
elementos,  que  siendo  materiales  de  las  formas 
inferiores,  son  los  cielos  con  sus  planetas  los 
instrumentos  con  que  labran  aquellos  diuinos 
intellectos,  repartidos  también  en  nueue  orde^ 
nes.  El  décimo  después  del  nono  es  el  impireo 
imoble,  forma  y  luz  de  toda  otra  forma  y  luz 
inferior  y  rayo  de  aquella  luz  inaccesible  y  no 
criada. 

Ast. — Bien  está,  si  tú  me  ouieras  leydo  otras 
lectiones. 

i/>r.  — Basta  siendo  tú  el  eslauon  (')  y  peder* 
nal  del  fuego  que  ay  en  mi. 

Ast. — Bien  creo  que  qualquiera  milagro  haze 
amor,  quando. 

Her. — No  passes  de  ay,  que  ya  te  entiendo. 
Sábete  que  el  mió  no  se  aparta  de  su  sposa, 
mas  tú  adrede  me  persigues.  Si  es  por  acen- 
drarle más  para  que  meresca  gozar  d'elia,  ya 
pagas  todo:  mas  si  con  ánimo  de  verme  caydo 
para  mostrar  gratitud  en  leuantarme,  mucho 
más  te  apartas  d'elia  y  de  aquella  modestia, sin- 
gular que  en  tí  auia.  Dessea,  señora,  pagarme 
quando  yo  de  ti  tenga  necesidad,  y  no  desseys 
para  pagarme  que  yo  la  tenga ;  porque  seria 
querer  que  el  cielo  fuesse  cruel  para  tú  te 
monstrares  piadosa;  y  bien  ves  quánto  en  ello 
ganarlas. 

Ast.  —  Si  dudas  de  mi  intención?  aun  estás 
muy  lexos  donde  yo  pensaua,  y  d'esta  suerte 
pequeño  inconuiniente  seria  verte  caydo  para 
ayudarte  a  Ueuantar,  lo  que  yo  desseo,  y  no  que 
caygas,  por  pagarte.  Pero  acaba  lo  que  comen- 
taste y  no  te  arrepientas,  si  no  quieres  que  yo 
lo  haga  de  deuerte. 

Her. — Lo  que  quedaua  por  dezir  ei  tanto  y 
tal,  que  no  admite  lengua,  y  que  en  parte  lo 
hiziesse  es  prohibido. 

(')  Bsclauon  en  las  dos  ediciones  antiguas. 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


885 


Aítt. — De  qnién? 

IJer.  —  De  quien  trató  (Vello. 

Ast  -í-Aora  n  e  quexaré  de  tieras,  pivs  tienes 
por  propliaiiado  lo  que  me  dieses,  sab  eiidu  por 
quáii  propliaiio  yo  tenifa  al  viiltjo. 

Iler.—  Entrañaste;  todo  fiare  de  ti  a  la  oreja. 

Ast. — Quien  está  aqni  que  oirte  pueda? 

Her. — De  la  Luna  para  haxo  todo  es  lleno 
de  espias  que  nos  acensan  quando  peceauíos. 

Ast.  -Dizes  bien,  si  ellas  no  entrassen  tam- 
bién en  casa. 

Iler.—'No  podran  ni  osarán. 

Ast. — Assi,  pues,  dize. 

Iler. — Entiendes? 

Ast.  —  Son  grandes  marauillas,  pero  en  tu 
proceder  y  liabla  veo  que  te  enfadas. 

//e/'.  — Desse  modo  ya  oonosees  quán  a  tuer- 
to me  acensaste  y  qne  desseo  de  sernirte  a  tu 
sabor  y  al  mii>.  Toma  la  voluntad  que  t'or^-ada 
passó  los  limites  del  ingenio  y  pone  al  jnyzio 
en  condición  de  ser  condenado  por  su  loco  atre- 
uimiento,  y  auiendo  hecho  mi  sermón,  restn  pi- 
dir  la  gracia  que  se  me  oluidó,  por  premio  d'el 
trabajo  sin  otra  oración. 

Asi. — Essa  está  en  su  lugar. 

Her. — No  lo  dudo,  y  con  esto  sería  tiempo 
de  me  dexar. 

Ast. — Cómo? 

Her.  —  Yo  no  me  veo  sino  quando  estoy  con- 
tigo, porque  absenté  estoy  sin  mí. 

Ast. — Y  si  yo  sé  otro  altar  a  do  vienes  hu- 
zer  tus  sacrificios? 

Her.  —  Será  de  ti  tan  cerca,  que  la  mayor 
parte  del  olor  y  fuego  participes;  y  si  andas 
por  ay,  no  ay  hoja  en  este  árbol  en  que  tú  no 
estes  scripta. 

Ast. — Holgara  mucho  de  tener  que  darte. 

Jíer. — Nunca  yo  te  pediré  lo  que  no  tienes, 
y  con  lo  que  me  dieres  seré  contento,  porque 
presumo  lo  harás  conforme  a  tu  magnanimi- 
dad y  mi  trabajo. 

Ast.  —  Y  si  ruego  a  Dios  te  vea  bien  casado, 
no  es  harto? 

Her. — Sí  por  cierto,  y  con  tanta  más  ins- 
tancia lo  rogarás,  quanto  más  prueuas  que  el 
contrario  es  enojoso;  mas  ya  no  puede  ser,  pues 
eres  muerta,  que  si  biuieras,  sperara  yo  resus- 
cítard'estos  descontentos, 

Ast. — A  lo  imposible  no  ay  que  dizir,  y  más 
yo  soy  vna  sombra. 

Her. — Pues  yo  te  aífirmo  no  buscara  olra 
ni  la  dexara  por  ningún  cuerpo  destc  tiempo, 
aunque  algunos  me  llamasen  necio. 

Ast.  —  Mal  peccado,  mas  poco  haria  al 
caso. 

Her. — Tan  poco,  que  ya  todo  me  sabe  a  lo 
que  es . 

Ast. — Essa  es  la  salud, 

Her. — Acá  viene  por  quien  el  cielo  se  mues- 


tra más  sereno,  como  causa  efficiente  de  fies 
monstros. 

^sí.— Quién?  o  mal  hombro,  tan  prompto 
estañas?  que  ay,  Idona? 

/í/ü.  -Tu  compadre,  señora,  que  quiere  ha- 
blarte. 

A.st. — No  dexiste  que  tenia  compañia? 

I'io.  —  Sí,  y  todavia  quiero  dezirLe  vna  pala- 
bra solamente. 

Iler.— Ve,  señora,  que  será  algo  que  te  im- 
porte. 

Ast.  —  Perdonarme  as? 

Her. — Sí,  haziendo  la  señora  Idona  peni- 
tencia. 

Ast. — Insto  es;  Idona  ya  le  entiendes,  tra- 
baja por  le  engañar. 

Jdo. — No  podré. 

//('/•.— Ni  es  razón  que  el  alnu\  engañe  al 
cuerpo. 

/'/o. — Ni  el  cuerpo  al  alma,  como  se  vsa. 

I/er. — No  en  cuerpc)s  glorificados  como  el 
mió,  que  de  la  contemplación  de  tu  figura  todo 
lo  malo  se  despide  como  neblina  que  la  talor 
díl  sol  gasta  y  consume.  No  me  respondes? 

/í/o.— No  ay  a  qué. 

Her. — Harta  ingratkud  paresce,  ya  que  ver- 
me no  quieres  boluiendo  a  otra  parte  tus  her- 
mosos ojos,  no  oyrme. 

Ido. —  Soy  contraria  a  extremos,  y  suena  lo 
que  dizes  a  estos  milagros  ordinarios. 

Her. — O  Dios,  y  en  qué  lengua  tengo  de 
hablarte? 

Ido. — En  la  mejor,  pues  que  la  sabes,  y  no 
sea  honrra  de  labrios  estando  tan  lesos  d'ellos 
el  coraron. 

Her. — No  se  dixo  esso  contra  mi,  pero  quie- 
re la  suerte  que  tú  lo  interpretes  a  tu  modo. 

Itlo. — La  suerte  es  esclaua  de  la  verdad. 

7/í/'.  — Mucho  sabes,  y  quien  prueua  lo  con- 
trario y  ve  el  bien  seruir  al  mal? 

Ido. — Ntj  pierde  todavia  la  virtud  su  natu- 
ral lugar  aunque  sea  herida  y  mal  tratada  por 
vn  tiempo. 

//é»'. — Qué  puedo  hazer  sino  rendirme  a  la 
du!eura  de  tu  boz  y  resplandor  de  tus  hermosqs 
ojos?  todauia  no  me  respondes? 

Ido. — Si  perseueras. 

fíer.  —  Qué  ingrata  eres,  y  a  eso  te  supo  mi 
soneto? 

[do. — Podria  ser. 

¡1er.  — Y  el  concierto? 

ido. — Yo  no  interuine  en  él. 

Iler. — Y  la  obediencia? 

/íM.  — No  la  passé:  entendíase  en  presencia 
de  mi  8eñf)ra,  porque  yo  no  sé  leer  otra  letra 
que  la  suya. 

Her.  —  Y  yo  la  tuya  quanto  basta  para 
morir. 

Ido. — Hazes  d'ella  pongoña? 


336 


orige:nes  de  la  novela 


Her. — Ponzoña  no,  mas  oráculo  dudoso, 

[do. — Poco  auia  que  dudar  en  él. 

Her.  — Ora  yo  te  perdono  con  que  lo  en- 
miendes. 

Ido. — No  quiero  perdón. 

Her. — Esso  es  peor;  quieres  decirme  vna 
verdad? 

Ido. — Si  la  supiese. 

Her, — Sabes  que  te  amo? 

Ido.—'^o. 

Her. — Ni  lo  sospechas? 

/rfo.— No. 

Her. — No  lo  soñaste? 

Ido. — No  sueño  como  tú. 

Her. — No  te  lo  dixo  algún  spirito? 

Ido. — Aun  no  passé  la  barca  de  Charon. 

Her. — Cómo  respondes  fuera  de  lo  que  te 
meresco! 

Ido. — Como  me  preguntas  lo  que  no  deuias. 

Her. — Que  mal  hago  yo  en  amarte!  concé- 
deme vna  merced. 

Ido. — Qué  tal? 

Her. — Frometesla? 

Ido. — Dize  qué  es. 

Her.— Que  seas  contenta  dello. 

/c?o.  — Cómo  pides  tan  grande  sinrazón? 

Her. — Por  qué? 

Ido. — No  sabes  que  no  es  libre  mi  querer  y 
que  está  en  el  aluidrio  de  mis  señores? 

//e?".— Y  si  ellos  fuessen  contentos? 

Ido. — Ay  no  ay  que  preguntar. 

Her. — Con  esso  sólo  me  contento.  Si  fnesse 
a  veros  en  hábitos  de  pastor  al  villar  vn  dia, 
pesarte  ia? 

Ido. — Ni  esso  deves  preguntar. 

Her. — Acá,  viene  quien  me  hará  justicia. 

Ido. — Estemos  a  derecho. 

//é?-.  —  Porque  el  juez  es  de  tu  parte. 

Ido. — No  acceptamos  aqui  personas  ni  to- 
mamos pechos. 

-.Isí.— Qué  razones  son  estas?  algún  secreto 
deue  ser. 

Her. — Todo  son  sinrazones  para  mí. 

Ast. — Por  qué  tratas  mal  los  peregrinos? 

Ido.  —  Qué  meresce  quien  no  quiere  estar  por 
las  leys? 

Ast. — Que  le  castiguen. 

Ido. — Proponga  su  quexa  y  júzgalo,  que  yo 
me  voy. 

Her. — Porque  sabes  lo  que  llenas  y  lo  que 
dexas,  ay. 

Ast. — Ah,  ah,  ha,  qué  te  duele,  hermano? 

Her. — La  pena,  y  royste? 

-así.  — No  puedo  hazer  menos  viendo  que 
amas  y  no  determinas. 

Her.—  Si  todo  aquí  está  en  que  tengo  de  de- 
terminarme, lio  V'S  que  voy  y  quedo?  que 
corro  y  no  me  mudo? 

Ast. — No  me  dirás  lo  que  piensas? 


Her. — Lo  que  tú  mesma,  sin  pensamiento 
que  de  seruirte  pueda. 

Ast. — Piazeme  hasta  su  tiempo,  por  esso 
biue  sin  recelo. 

Her. — A  mucho  me  quieres  obligar,  haziendo 
vn  dia  solo  algunas  vezes  tanta  differencia  en 
los  hombres:  quánto  más  los  corazones  enamo- 
rados que  siempre  juegan  a  toma  bino  te  lo  doy. 

Ast. — Pues  cómo  a  de  ser? 

Her.  —  Como  quisiese  el  tiempo  y  la  ventura. 

Ast. — Todavía  quiero  que  me  prometas  tra- 
bajar de  contentarte  y  creresme. 

Her.  -  A  qualquiora  juramento  me  puedes 
atraer  dessa  manera. 

Ast. — Quiero  ver. 

Her. —  Pues  quándo  bolueré? 

Ast. — Vn  dia. 

Her. — Inciertamente  quieres  que  pene? 

Ast. — Mejor  es  que  no  a  tiempo  limitado, 
porque  se  spera  cada  ora. 

Her. — Acuérdate  de  mi  cuydado, 

Ast. — Y  tú  de  mi  señora. 

//cr.— Quál  d'ellas? 

Ast. — De  la  razón,  que  otras  vezes  ya  te  dixe, 
sin  la  qual  no  deues  jamas  de  ir  acostarte,  por 
las  muchas  phantasmas  que  la  escuridad  de  la 
noche  representa. 

Her. — Quien  a  ti  sirue  y  ama  a  Idona,  no  se 
parte  un  punto  della. 

Así.  — Pero  sea  con  las  circunstancias. 

Her.  —  No  tienes  tan  mal  guarnescido  mi 
concepto  que  sea  de  otro  modo,  y  todavía  voy 
por  no  serte  más  enojoso.  Encomiendote  en  ella 
a  mí. 

Ast.  — Ye  en  paz  y  buelue  a  vella. 

Her. — Mas  a  buscarme  sin  visitar  templo  de 
dios  estraño. 

Ast. — Dessa  manera  la  ternas. 


SCENA   4.  DEL  SEGUNDO  ACTO 

Molió  aiiliiM  -iu  imiger  al  rasamienlo  de  la  liija  con  cierlo  gentil 
hombre,  y  hablase  en  lleraclio  a  la  postro. 

Momo,  AfTASiA. 

[Mor.]. — Muger,  no  me  dexan  éstos  en  paz 
por  la  respuesta,  mira  lo  que  te  paresce,  pues 
sabes  leer  y  lo  entiendes. 

Ast. — No  la  quería  (')  casar  tan  presto. 

Mor. — Por  qué?  no  es  más  que  tiempo?  An- 
dronia,  Sopliia,  Cleophila,  no  son  más  mo9as? 

Ast.-  No  está  en  esso;  quería  cosa  a  mi 
contento. 

Mor. — Bueno  era  el  de  antaño  y  mejor  el  de 
aora,  vistoso,  rico  y  de  buenos  parentes;  pin- 
tado nos  venia. 

O  So  la  quiera,  eu  la  edición  dePaiis. 


COMEDIA   INTITVLADA  DOLERÍA 


S37 


Ast. — Pintado  sí,  natural  no. 

Mor. — Qué  tiene?  mocoso  os,  si  tan  quillo- 
tra eres,  mandemos  liazer  vno. 

.isí.-  — ^luchos  ay  heclios  que  nos  no  conos- 
cemos;  ya  que  no  faltan  bienes  de  fortuna  y 
buena  voluntad,  trabajemos  por  auer  los  del 
spirito.  Qué  vale  sin  ánima  vn  euerpo,  sin 
hombre  los  dineros?  parece  la  hermosura  y  la 
riqueza,  pero  la  virtud  no;  ésta  busco  yo,  y 
ésta  cuiii¡'raria  si  se  vendiesse. 

Mor.  —  No  te  entiendo,  ni  sé  lo  que  te  quie- 
res; no  paras  mientes  quán  estimados  son  los 
ricos?  y  cómo  biuen  a  su  plazer?  comiendo 
quando  quieren  y  beuiendo  y  durmiendo  quando 
les  plaze?  qué  más  virtud  o  diablo  es  menester? 

Ast. — Bien  veo  que  esso  te  bastaría  a  mi 
despecho;  no  te  digo  cada  dia  que  los  ricos  tie- 
nen más  obligation  de  la  buscar,  pues  son  mi- 
nistros y  dispenseros  de  otro:  y  sus  bienes  los 
talentos  con  que  deuen  negociar?  que  desta 
vsura  y  interés  se  sirue  Dios.  Mas  va  todo  muy 
al  reues,  porque  los  pobres  nos  hurtan  esta 
gloria. 

Mor. — Aun  por  esso  los  ahorcan. 

Ast. — Mal  peccados !  y  trabajo  yo  porque 
quando  fuere  al  dar  de  la  cuenta  no  tengamos 
tantos  cargos;  pero  nohazes  que  irme  a  la  mano 
rústicamente. 

Mor. — No  hago,  amores,  pero  acuérdate  que 
mires  por  el  virote,  pues  lo  ganamos  con  tra- 
bajo y  vee  cómo  a  de  ser. 
^    Ast. — No  me  contenta  el  }  año. 
■     Mor. —  Quieres  a  Dareno? 

Ast.—^o. 

Mor. -A  Glafiro? 
I        Ast. — Tampoco. 
I        Mor.— A  Dalindo? 
I        Ast. — llenos. 

Mor. — Y  de  más,  si  tienes  ojo,  a  este  que 
aora  de  aqui  va, 

Ast. —  Seria  malo? 

A[or. — Buen  hombre  es,  aunque  no  paresca 
muy  anisado. 

Ast. — Ah,  ah,  ah,  y  en  qué  lo  ves? 

^^or. — No  le  entiendo  cosa  que  diga. 

Ast. — También  él  se  quexa  de  no  entenderte. 

Mor. — Estamos,  pues,  en  juego. 

Mor. — Ni  sé  si  tiene  algo,  que  estos  foraste- 
ros andan  con  las  olas  y  biuen  de  prestado  ('). 

Ast. — No  importa,  nos  se  lo  daremos,  pues 
le  sobra  lo  que  yo  busco,  que  conserua  todo. 

Mor. — Ya  te  entiendo;  si  te  parosce  assi,en 
ti  lo  dexo. 

.Isí.— Mas  en  Dios,  que  es  el  más  cierto  ca- 
samentero. 

Mor.  —  Otra  cosa  se  me  olaidaua. 


i''  Habla  dos  vces  seguidas   yiorio.   Debe  de   faltar 
una  precunta  de  Astana- 

OPÍ-.ENES    DE    LA    .vOVEL  * .  — 11'.— 22 


Ast. — Qué,  hermano? 

Mor. — Que  podria  ser  tuuiese  alguna  mala 
opinión,  que  estos  philosophos  cada  vno  haze 
la  suya. 

Ast. — Quanto  a  esso,  yo  estoy  segura. 

Mor. — Esté  bien,  pero  si  quieres,  yo  pregun- 
taré. 

.\st. — No  ay  para  qué  en  lo  sabido,  y  seria 
hazelle  daño  y  a  nos  poco  prouecho;  aperare- 
mos más  vn  poco,  porque  el  tiempo  es  maestre 
en  todas  artes. 

Mor. —  Bien  dizes,  vida  mia. 


SCENA  5.  DEL  SEGUNDO  ACTO 

Hi'imcüo    y    l.ogistico   aserlian   a    Asosio   que    \a    irmuIit   sus 
pollos  y  hablan  con  él. 

Heraclio,  Logistico,  Asosio. 

[ller.^. — Passas  por  la  burla? 

Log. — No  ay  que  fiar,  yo  la  tenia  por  vna 
sancta  Gertruda. 

Her. — Mi  agüelo,  la  color  se  lo  defiende;  no 
oyste  dezir,  guarda  de  Español  roxo  y  de 
Alemán  moreno?  sábete  que  señala  naturaleza 
lo  de  dentro  en  lo  de  fuera  (')  muchas  vezes. 

Lo(] . —  No  me  dirás  cómo  passó? 

Iler. — Fuera  bueno  que  lo  vieras  para  lo 
gustar  mejor.  El  vellaco  tiene  la  proa  a  Mela- 
nia y  la  massa  entre  las  manos  dias  ha,  aunque 
lo  niegue;  yo  por  ver  en  qué  rumo  yuan  los 
amores  le  asechaua;  quiso  la  dicha  que  la  ca^a 
fuesse  más  larga,  trayendo  el  diablo  por  allí  a 
Amertia,  con  la  qual  concertó  cierto  viaje  passa- 
dos  sus  requiebros,  y  después  a  Mania,  nuestra 
amiga,  que  también  fue  mate  a  pocos  lances. 

J^og. —  Mucho  me  cuentas. 

Her.—  Por  su  vida,  que  borracho  de  los  fa- 
uores  se  gloriaua  auer  onze  en  la  fragua. 

Log. — Pese  a  tal  con  el  milano;  dessa  mane- 
ra no  quedará  polla  en  toda  la  comarca;  ya  q no- 
ria encontralle  para  dalle  algunas  martilladas. 

Jíer. — Essas  serán  sus  mangas:  pues  tam- 
bién alli  se  dio  en  tu  pelleja. 

Log. — Mas  de  veras? 

¡íer. — Vete  de  ay,  que  todas  te  conoscen  ya 
y  por  burlón  no  creen  cosa  que  digas. 

Log. — No  ay  hombre  que  hable  más  a  pro- 
pjsito,  pero  como  son  todas  desconfiadas  tle 
plazer,  quando  les  hablan  no  lo  creen;  mas  yo 
vestiré  largo  de  aquí  en  delante  y  hablaré  en- 
tonado como  tu  moco:  haziendo  concierto  con  la 
risa  de  pngallc  en  casa  su  alcauala. 

Her. — Es  ya  tarde,  que  tienes  lleno  el  mun- 
do d'esta  opinión;  pero  podiendo  transformarte 
como  Apuleyo,  no  seria  malo. 

;',  Fuer::a  es  errata  en  la  edición  de  París. 


838- 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Log. —  Oxe,  antes  las  lleue  el  diablo  a  todas. 
Mas  no  me  acabas  de  dezir  en  qué  paró. 

Her. — Paseados  los  dos  bancos,  entró  en  el 
puerto  negro,  y  concluyó  con  la  señora  Mela- 
nia de  la  proueer  de  pollos,  y  ella  a  él  de  pan, 
por  le  faltar  la  comodidad  de  salir  fuera;  spero 
que  no  los  comerán  sin  sal,  y  de  hechar  el  vino 
con  que  sude  y  no  A'aya  sin  olor  a  la  señora, 
para  que  se  hallen  por  virtud  o  necessidad  her- 
manos. 

Log.—^o  seria  bueno  hazer  d'el  tosco  y  to- 
malle  la  mercaderia? 

Ber.—Qük\2 

Log. — Quál  sino  los  pollos?  que  por  la  ga- 
llina no  le  daré  vn  higo. 

Her. — No  es  todauia  mala  ropa,  a  lo  menos 
no  será  menester  yr  buscar  el  Equinoctio,  qual- 
quíera  de  los  Polos  más  ayna  si  el  Luzero  no 
los  esconde. 

Log. — Nunca  yo  tal  speraria,  sino  al  relox. 

Her. — Pues  otros  correrían  los  doze  Signos. 

Log. — Para  dar  consigo  en  la  tórrida  Zona 
y  haeer  Momia  para  vender  a  boticarios. 

Her.~^Toáo  lo  meresce  la  nauegacion  y  el 
nauio. 

Ijog. — A  otro  perro  con  ese  huesso,  que  yo 
he  almorzado,  señor  mió,  y  tú,  cómo  estas? 
cantas  ya  todas  las  vozes? 

Her. — O,  soy  vn  Amphyon  en  Thebas  y 
Arion  en  el  Delfín. 

Log. — O  comido  de  los  ladrones!  oyga  yo 
todauia  algunos  puntos. 

Her.^^Qné  más  puntos  quieres  que  estos  de 
mi  lira?  No  tiene  la  piedra  imán  más  fuer9a  en 
atraher  el  hierro,  y  aqui  verás  cómo  d'el  cielo 
vienen  log  nombres. 

io^.— Antes  le  hazes  mucha  ventaja  si  pue- 
des con  todos  los  metales,  pero  recelo  que  ten- 
gas necessidad  de  otras  mágicas  para  el  oro. 

//ér.— No  estimalle  es  cosa  natural. 

Log. — Algo  dizes,  mas  si  fuese  contra  hecho 
esse  desprecio,  entiende  Pluton  la  cacha  y  gana 
el  juego. 

Her. — Y  tú  no  me  conoces?  no  sabes  que  ni 
Diogenes  para  Alexandre,  Fabricio  para  Pir- 
rlio,  fueron  más  señeros? 

Loí/.  — Perdóneme,  señor,  que  se  me  olui- 
daua;  aunque  halila  su  merced  de  talanquera, 
terniamos  más  experiencia  de  sus  philosophias 
si  fuesse  menester  hazer  quaresma. 

i/<?í'.-^Otras  mayores  tengo  de  mí. 

Z07.—- D'el  tiempo  de  Marco  Crasso  contra 
los  Partos? 

Her. —  Do  más  cerca. 

Log.  -  Véngannos  todauia  a  lo  que  cumple; 
en  que'  clima  estamos? 

Her. — En  el  de  Phenycia. 

T^og.  — Ya  lo  entiendo,  quieres  dezir  ser  el 
ave  Phenix. 


Her. — No  más  ni  menos. 

Log. —  Mande  Dios  no  te  nos  bueluas  el 
cuerno  de  Noe. 

Her.— Y  más  aora  con  una  lection  que  ley. 

Log. — En  los  naturales  de  Aristóteles  o  en 
el  Timeo  de  Platón? 

Her. — No  fue  ello  menos  a  la  fe.  porque  no 
quedó  secreto  natural. 

Log. — Qué  de  borrones  auria  en  el  papel, 
cómo  cuadraua?  no  hazia  milagros,  y  afirmaua 
que  se  auia  passado  a  ti  el  anima  de  Aristipo 
el  magro? 

Her. — Por  regla  de  Pythagoras.  Sea  como 
fuere,  no  me  acensará  de  moneda  falsa,  aunque 
fuesse  rara  y  antiquissima  la  que  despendí. 

Log. — Algo  pornias  tú  de  casa. 

Her. — Los  cayreles  y  pespqntos. 

Log. — Quién  dio  la  seda? 

Her. — Nunca  falta  un  charlatán  polido  y 
adobos  para  la  olla. 

Log. — A  qué  vino  la  philosophia!  ManzíHa 
tenga  d'ella;  pero  con  todo,  vuo  banquete? 

Her. — Aura  que  passe  a  los  de  Lucio  Lucu- 
lo,  y  la  mesma  Arabia  Félix  con  su  Phenix 
como  está  dicho. 

Log. — No  quemen  essa  y  nasca  algún  abu- 
tre,  porque  éstas  al  cabo  dan  en  ello  o  en  rato- 
nes, como  la  amiga  del  mancebo  de  Isopete, 
que  auia  sido  gato. 

Her. — Guay  de  orejas  que  tal  oyen!  No.  que 
aqui  ay  exception. 

fyog. —  Como  en  las  otras.  El  caso  es  que  yo 
te  veo  licuar  al  hospital  por  loco;  no  seria  malo 
hazer  d'ello  testamento. 

Her.-Áh,  ah,  ah! 

Log. — Eeylo  aora,  que  después  lo  llorarás. 
Por  esso  ca90  yo  a  diestro  y  a  siniestro  sin 
saber  el  nombre  a  nadie. 

Her. — Alguna  bestia  hallarás  vn  dia  que  te 
quite  el  tuyo. 

Log. —  Sobre  aniso  ando. 

Her. — Está  bien. 

L.og. — Mas  consuélate  con  esso,  o  con  éste 
que  acá  viene.  El  mesmo  es;  mira,  mira,  qué 
precioso. 

Her. — Sí  a  la  fe,  y  de  más  si  le  an  tendido 
alguna  red. 

Aso. —  Quién  compra  pollos,  quién  quiere 
buenos,  quién  pide  leche?  Eya,  hermanas,  buen 
barato. 

Log. — Oye,  oye,  o  hydeputa  qué  figura!  no 
me  puedo  tener  que  no  le  arroje  algo. 

Her. — Está,  dial)l();  no  heches  a  perder  la 
fiesta,  que  en  diez  años  no  aura  otra  tal. 

^Iso.  — Eya,  quién  compra?  o  qué  noramala 
vengays  tan  de  mañana  truanes,  Heraclio  y 
Logistico;  con  quién  voy  topar  yo,  Virgilio 
en  cesto?  Por  acá  me  tengo  de  colar.  Pese  a 
tal  con  el  viage:  esto  me  faltan»  aora. 


COMEDÍA  INTITVLADA  DOLERÍA 


33n 


fler. — Olydo  nos  a,  que  se  quiere  desgarrar. 

Log. — No  lo  pensoys  bayo,  qne  todavía 
aguardareys  la  silla  o  el  albarda. 

Her.  —  Ciérrale  el  puerto  por  allá,  y  yo  por 
acá  lo  llamaré.  A  de  los  pollos,  ola  liouibre  de 
la  cabe9n,  nos  couiprareuios. 

^50. — Caydo  be,  qué  remedio.  Tiente  fuerte, 
Asosio,  y  ensuziate  la  cara  con  d'este  lodo.  To- 
maos allá  con  los  amores  negros. 

Her.  —  Buenos  dias,  liermano,  traes  capones? 

Aso.  —No,  señor,  mas  traygo  pollos  de  que 
los  podreys  mandar  hazer. 

Log. — Bien  lo  representa;  pues  cómo?  con 
emplastros? 

Aso. — Cortándoles  los  Dios  nos  guarde. 

I^og. —  Qué  Dios  nos  guarde?  qué  diablos 
dize  este  villano? 

Aso. — Los  liablando  con  saluonor. 

//ir. -^Quésaluonor?  Habla  cbristiano,  bestia. 

Aso. — No  lo  entienden  sus  mercedes?  pues 
no  es  Latin,  los  compañeros. 

J.og. — Qué  compañeros.'  y  de  más  si  no!« 
trama  este  villano  traycion  alguna,  que  somos 
compañeros. 

Aso.  -Assi  te  aroten  como  no  lo  entien- 
des. 

Her.  —  Qué  dizes? 

Aso. — No  lo  sé  dizir  en  otra  lengua;  com- 
pren sus  (')  mercedes,  si  tienen  gana. 

Log. —  Quánto  el  par? 

Aso. —  No  más  de  dos  reales 

ller. — No  quereys  perder,  y  los  buenos? 

Aso. — A  cuatro  marauedis  el  par. 

J.og. — La  Icclie? 

Aso. — A  tarja  el  aq-umbre. 

Her.  —  Ganará  en  ello,  si  pierde  en  lo  demás. 

Log. — No  fiareis,  señor,  liasta  la  buelta? 

Aso. — De  mil  amores;  adonde  es  la  posada, 
mi  señor? 

Her.  —  Descabullirse  quiere. 

Log. — No  ves  cómo  da  este  honbre  el  ayre 
de  Asosio  nuestro  amigo? 

Aso. —  Guay  de  tal  si  mé  conoscen. 

Her. — Qué  dizes,  hermano? 

Aso. — Digo,  señor,  que  nunca  di  ayre  a  na- 
die, antes  soy  de  muy  buena  condición. 

fjog, — Y  es  de  creer;  aora  venios  con  nos 
y  si  compramos  pagaremos. 

^450.  —  Norabuena,  no  me  engañareys,  vella- 
cos,  que  pensays  me  days  la  cuerda. 

Her. —  Qué  dissimulado  viene! 

Log. — Tanto  mejor;  no  sospecha  que  le  co- 
noscemos,  ni  tú  mires  mucho  para  tras.  Vienes, 
hermano? 

Aso. — Voy,  señor,  aunque  despacio,  porque 
me  toma  vn  9apato  el  pie;  no  me  cogereys  tan 
presto. 

(')   Tus,  en  las  dos  ediciones. 


Log. — Pues  no  vienes? 

//€/•.— Qué  es  d'el? 

I^og. — Colado  se  nos  a  por  la  calejiiela;  más 
supo  a  la  fe  qne  nos. 

Hev. — Dexalo  yr,  pero  hagámosle  otra  peor. 

Log. — Qué,  por  tu  vida? 

Jler.  —  Que  te  vistas  a  la  Asosia  para  yr  al 
puesto  acordado  con  Amertia,  haziendole  de 
lexos  señas  que  te  sigua  hasta  la  teneres  en 
la  mano. 

Log. — Nunca  mejor  hablaste;  más  preciarla 
burlar  d'este  y  engañar  la  Nimpha  que  ganar 
vna  ciudad. 

Her.  —  Quedara  pago  de  vno  en  papo,  otro 
en  saco. 

L^og. — Voy  entender  en  ello. 

Her. — Y  yo  contigo  a  ayudarte  a  armar. 

Log. — Para  el  torneo. 

SCENA  6.  DEL  SEGUNDO  ACTO 

Lutrailo  en  casa  de  Astucia  Asosio.  Melania  se  hurla  li'el  y  nia- 
nitii'sta  a  las  itamas  su  (tisIVacc. 

Asosio,  .Melania,  Idona,  Astasia, 
Aplotis. 

[.Iso.]. — Yo  os  abezaré,  si  biuo,  a  burlar  a 
costa  agena,  reuerendos.  Qué  bien  empleado 
fuera  dar  comigo  en  vna  escuela,  donde  no 
quedara  rapaz  que  no  se  esforzara  a  acabar  d<' 
me  sacar  de  seso.  Y  cantara  entonces  la  can- 
ción de  tales  poínos  tales  lodos,  auiKjue  nunca 
falta  quien  responda: 

yerros  hechos  por  amores 
dignos  son  de  perdonare  (•). 

Y  este  es  el  bueno  del  apetito  en  hábitos  de 
frayle,  cargado  de  propósitos  de  penitencia 
para  el  otro  año,  también  cantando: 

Parildo,  infanta,  parildo, 
que  assi  hizo  mi  madre  a  my. 

^'  todo  después  se  olnida  con  jura  mala  en  pie- 
dra cayga.  Dessoo  de  entender  la  intention 
d'esta  vellaca:  el  amor  es  ciego,  no  dé  comigo 
en  algún  despeñadero  do  sean  menester  manos 
prestadas.  Quanto  a  lo  primero,  ella  en  son  de 
escoger  me  hará  entrar  en  la  casa  de  las  galli- 
nas sin  dezir  más;  a  mí  toca  entender  el  texto 
y  glosallo  conforme  al  lugar  y  tiempo.  Alas  me 
quiere  a  lo  que  veo  de  lo  que  yo  pensaua;  es 
anisada,  contentanle  los  donayres.  Con  estas 
tales  teneya  andado  medio  camino  en  empegan- 

(')  De  perdonarte  dicen  las  dos  ediciones  antiguas. 
Son  versos,  bien  conocidos  del  romance  del  Conde  Cia- 
ros, donde  se  lee  perdonare- 


340 


orígenes  de  la  xovela 


do,  que  vna  nocia  a  menester  sciencia  hecha  de 
nneuo.  Qaé  dispuesta  y  agraciada  es,  assi  fue- 
ra el  cuero;  mas  essa  es  la  salsa  d'este  manjar; 
nunca  pimienta  hizo  mal  en  tierra  de  pescado. 
Ya  rae  paresce  que  estoy  en  la  tela,  según  lo 
traygo  en  antojo. 

Mel. — Allá  vienen  mis  amores.  Qué  bien 
le  están  los  hábitos,  mal  año  para  Planto  ni 
Terencio  quanto  al  pintar. 

Aso.  —  Esta  es;  pregonemos  por  lo  que  haze 
al  caso.  Quién  comjíra  pollos,  quién  pide  hue- 
vos? la  leclic  se  quede. 

Mel. — Cómo  entona  el  señor  lusquin!  A 
de  los  pollos,  hombre  de  bien! 

Aso. —Llama,  señora? 

Mel. — Si  son  buenos? 

Aso. — Buenos,  señora.  Pero  mejor  la  volun- 
tad que  me  hizo  mudar  el  hábito  y  lo  hará  a 
la  vida  si  cumpliere. 

Mel. — Entra,  señor  Asosio,  que  no  es  tiem- 
po aora  desso. 

Aso. — Soy  contento,  quédese  para  después. 

Mel. — Passá  acá,  son  todauia  buenos?  por 
dissimular  si  nos  vee  alguno. 

Aso. — Entiendo:  tu  merced  escogerá.  O, 
amor  mió,  vida  mia,  es  possible  que  te  tengo 
a  solas? 

Mel. — Aqui  verás  quánto  te  quiero:  Quién 
me  llama?  quién  es?  Nunca  falta  vn  caramillo. 
Sperá  aqui  sin  hazer  |mudanca,  que  luego  bol- 
uere. 

Aso. — Pues  cierra  tras  ti  la  p'ierta. 

Mel.  —  \%ú  lo  hago;  que  tal  fuera  yo  para 
las  olimpiadas,  si  los  juegos  assi  fueran,  no 
faltara  risa  y  \v\  me  alaba  nadie.  He  aqui  la 
discreción,  la  gentileza  toda  en  vna  gallinera: 
son  escaueches  de  la  malicia,  que  en  fin  es 
necia.  Señora,  mi  señora,  vea  tu  merced  la 
compra  que  iiize,  y  si  puedo  seruir  de  mayor- 
domo y  dispensero  juntamente?  Entra  a  ver 
mis  pollos  y  vn  hermnso  gallo,  que  es  lastima 
no  ser  capón. 

Ast. — Qué  dize  esta  loca,  mo9as?  que  no  la 
entiendo. 

Ido. — De  como  le  diste  el  cargo  de  las  aues 
para  el  domingo,  aura  acertado  y  no  se  le  cue- 
ze  el  estomago. 

Apio. — Vaya  tu  merced. 

Ast.  -Qué  dizes,  Melania? 

Mel. — Que  alabes,  señora,  m¡  diligencia  y 
buena  dicha. 

Ast. — Veamos  pues. 

Mel.  -Allá  las  dexo  y  voy  asechar  de  la 
otra  parte. 

Aso. — Las  matronas  me  paresce  oygo.  Dios 
nos  guarde  de  traydorcs;  perdido  soy  si  acá  se 
entran. 

Ast. — .\y,  quién  está  aqui? 

Aso. — No  nada,  señora,  el  gallinero. 


Ido.  —  Que  me  maten  si  ésta  no  hizo  alguna 
burla  a  éste. 

Aplo.—'^o  deue  ser  menos,  porque  él  buel- 
ue  la  cara. 

Ast. — Qué  hazes  aquí,  hermano?  no  hablas? 

^íel. — Hablará  el  diablo. 

Aso. —  Sí,  señora,  pero  tomóme  dolor  de 
muelas. 

Mel. — Ah,  ah,  ah,  dolor  de  muelas! 

Ast. — Algo  es  esto,  amupstia,  hijo. 

Apio. — Valas  me  Dios,  este  es  Asosio. 

Ido. —  Qué  dizes,  loca,  perdiste  el  seso?  El 
mesmo  es,  qué  será  esto?  aqui  pasaron  los 
amores? 

Ast. — Bien,  seilor  Asosio,  dónde  dexaste 
tu  vestido?  no  trocaste,  según  yo  tenia  la  opi- 
nión? 

Ido. — Es  d' espantar  adonde  tanta  cortesía 
y  virtud  ay  caber  engaño:  que  Melania  no  lo 
haria  sin  causa. 

Ast. — Assi  se  tratan  las  cosas  de  los  ami- 
gos? fiara  la  vida  y  la  honrra  del  señor  Asosio. 

Aso, — Pues  no  ay  otro  remedio  que  acensar- 
me del  peccado  y  confessar  el  hurto,  yo  me 
rindo  al  castigo  que  ordenares:  dispensando 
todauia  con  el  amor  y  juuentud  que  dieron  oc- 
casion  al  desuario.  Y  sobre  todo  el  fiarme  de- 
masiado, que  si  no  es  prudencia,  es  vicio  natu- 
ral de  nobles  corazones  y  no  viles,  como  el  que 
aqui  me  traxo.  No  quiero  alegarte  cosas  pas- 
sadas  y  a  quáutos  esta  passióu  cu  estremos 
muy  mayores  hizo  caer:  porque  tu  virtud  y 
discretion  consiente  que  dé  la  lengua  lugar  a 
su  dolor  extraño  y  enmudesca  aora  y  después. 
Mas  spero  dexar  muy  presto  con  el  hábito  la 
liuiandivd  de  mi  juyzio,  que  tan  mal  supo  ati- 
nar, y  darte  de  mí  satisfacion. 

Ido. — No  aprueuo  esta  hazaña;  para  qué  es 
tentar  a  nadie? 

Así.  — Es  assi,  en  esto  mayormente.  Señor 
Asosio,  aunque  la  culpa  sea  digna  de  castigo, 
yo  lo  quiero  por  aora  suspender  hasta  tomar 
información  y  auer  oydo  la  otra  parte,  que  te 
prometo  sea  sin  passion.  Y  vete  norabuena  al 
viejo  hombre,  porque  el  mo90  no  te  quadra. 
Llenando  por  penitencia  el  peso  del  desengaño 
de  las  niugeres,  para  que  sepas  mejor  guardar- 
te dellas  de  aqui  en  adelante. 

Aso.  —  Será  loque  Dios  quissiere,  que  yo  no 
prometo  aora  milagros;  él  quede  contigo  y  con 
estas  señoras. 

Ast. — Y  vaya  contigo. 

Apio. — Señor  Asosio,  busca  otra  que  mejor 
te  compre  la  mercadería. 

Aso. — Paciencia. 

/(io.  — Risa  me  toma  de  ver  el  diffrace  y  in- 
nencion,  y  por  otra  parte  no  estoy  en  mí  de 
tanto  atreuimiento,  assi  d'ella  como  d'él.  j 

Apio. — Allá  do  viene,  qué  heziste,  satanaE?  i 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


841 


Jilo. — El  diablo   llene  tanta   desnergiien^a. 

J/é/.  — Calla,  que  assi  es  lucnostcr  para  es- 
carmiento de  otros. 

.isí. —  Di  cómo  fue. 

.l/e/.  —  Proeuraua  su  merced  de  me  engañar, 
diziendo  q;ie  no  aiiia  querido  más  Paris  a  su 
Helena  y  que  todo  era  honestidad  y  buen  pro- 
positó. Estando,  pues,  quasi  en  la  red.  alcancé 
del  tanta  verdad,  que  esto  es  lo  menos  con  que 
pagalle.  Lo  que  a  mí  vendia  hazia  a  otras  onze 
que  se  alabaua  traer  en  su  rueda  el  diamante- 
fino.  Testigo  Dios  y  yo  qn«^  ló  oymos. 

Telo. — Mira  por  vida  vuestra. 

Así. — No  ay  que  fiar. 

Apio. — Dios  te  dé  salud. 

Ast. —  Qué  cosa  son  hombres!  d'el  mejor 
nos  guarde  Dios. 

Mel. — Éntrese  tu  merced  y  oyra  el  resto 
alia. 

^s^-Sea  assi,  llegaos  vosotras  al  sermón 
y  sabreys  los  artículos  desta  fe. 


SCEXA  7.  DEL  SEGUNDO  ACTO 


Log¡-i|¡:-o,  (lisfrazado   en    los  liabilos   tic    Asosin. 
ViiK'itia  y  (•  la  In  disiiiuila. 


i'n''aiia    a 


LoGISTlCO,     AmEBTIA 

[  Aoy.]. — Yo  daré  cima  a  esta  auentura  si  no 
me  engaña  el  coraron.  A  despecho  del  caualle- 
ro  de  las  onze  (donzellas  no)  hecho  Nereyda, 
por  amores  de  la  Reyna  I3uruca.  No  veys  el 
disfrace  que  le  dio?  y  qué  tal  queda  si  ay  de- 
sastre en  el  camino.  Qué  lindeza  y  gesto  para 
extremos:  el  C;iron  os  matará  de  amores;  pues 
la  risa,  otro  que  tal,  con  aquella  boca  de  cro- 
codilo. Aqui  es  buen  paraje,  medio  rebo(;'ado, 
qnc  es  el  ayre  del  amigo,  y  pisar  con  buena 
gracia,  al  cabo  estoy.  Ya  queria  entre  manos 
la  comedia. 

Amer. — Mucho  me  he  detenido  por  la  calle, 
mas  qué  a  hombre  de  hazer  a  los  amigos  con 
que  topaV  vno:  do  va,  señora?  otro:  por  qué  se 
alexa  de  los  suyos?  y  otro:  beso  las  manos. 
Cumple  conseruar  la  cortesía  la  qual  adorna 
más  la  gracia  y  la  heimosura.  Y'  hazer  proui- 
sion  de  amigos,  ya  que  la  renta  no  es  mucha. 
Con  todo,  yo  cumplo  uji  palabra;  si  me  ama 
como  dizo,  no  le  causará  menos  dessco  la  tar- 
danca.  Las  dos  más  preciadas  joyas  que  amor 
tiene  son  la  paciencia  y  solicitud:  si  no  es  otra 
niás  principal,  por  nombre  pecunias,  porque 
ésta  haze  baxar  los  montes  y  subir  los  valles. 
A.«sos¡o  es  buen  mancebo,  harto  vistoso,  y  no  es 
escaso  si  le  hazen  plazer,  aunque  sea  vn  poco 
acelerado,  pero  no  ay  cauallo  sin  alguna  tacha. 

Log. — Caydo  ha. 

Amer. — Allá  lo  veo;  señas  me  haze  que  le 


siga,  bueno  será  por  causa  de  la  gente,  que  nun- 
ca falta  quien  os  conosca. 

Log.  —  Ah.  ah,  ah,  y  qué  de  ]iriessa  viene  y 
encandilada.  Todo  está  proueydo,  no  estoy  a 
lumbre  de  pajas. 

Amer. — A  dó  me  llena  ?  otro  barrio  es  este 
de  lo  que  yo  pensana. 

Log. — Aqui  la  aguardaré,  que  no  podra  ya 
arrepentirse. 

Amer. —  Qué  es  esto?  o  yo  estoy  ciega  o  este 
no  es  Asosio;  Logistico  es;  trato  a  sido,  Pero 
haré,  conforme  al  tiempo,  de  necessidad  virtud, 
y  que  no  sienta  otra  de  mí  sino  que  le  sigo 
por  quien  es.  Xo  ay,  señor  Logistico,  quien  te 
alcance. 

Log. — .Vssi  medres  como  tal  pensaste.  l*or 
alexarse  de  ])oblado  y  poder  gozarte  sin  recelo 
(le  encuentros  y  otros  desastres. 

Amer. —  líicn  ves  cómo  te  fny  obediente. 

Log. — Qué  menos  puedes  hacer  que  siguir  a 
quien  te  sigue  y  todo  es  tuyo.'  IJazon  y  amor 
te  an  inclinado  a  lo  que  de  tantos  dias  te  me- 
resco.  Sábete  que  esta  noche  lo  soñé,  y  como 
sea  gran  interprete  de  sueños,  lo  tune  luego 
por  reuelacion. 

Amer. — Siempre  su  merced  so  burla  de  los 
mal  vestidos. 

Log. — Mal  vestido  llamas  a  essos  ojos,  a 
essa  boca  y  a  essa  nariz  tan  afilada?  no  quien» 
en  mi  vida  hazello  de  otro  p.iño. 

Amer. — No  lo  digo  yo?  cómo  es  cierto  que 
a  dos  dias  te  enfadasse! 

Log. — No  es  más  menester,  señora;  en  tiem- 
po estamos  de  experiencias,  y  bien  sé  yo  vn 
ánima  que  vio  otra'ninia  a  pocos  dias  hablar 
con  vn  cuerpo  sin  ser  vista, 

Amer. —  Podria  ser,  con  quién  o  adonde? 

/>o,(7.  — Entrémonos,  que  yo  te  lo  diré. 

Amer.  —  Como  mandares. 


SCENA  8.  DEL  SEGUNDO  ACTO 


\-o-io  va  al  conciorlii.  y  halla  (te  l>u(>lla  a  Aiiu'iiia, 
(|iie  ir  luirla  di'l. 


Asosio,    Ameutia, 

[.4í(r).]. —  o  Dios,  o  hombre  desgraciado! 
])or  qué  no  te  hechas  en  vn  pozo?  O  gran  tray- 
cion,  engaño  no  pensado,  o  hombre  perdido! 
mira  por  quién,  o  perra  ladrona!  no  creo  en  la 
leche  que  mamé,  si  no  se  la  embido  de  todo  el 
resto  y  quédeme  en  camisa.  Gallinero  yo?  No, 
no;  erré  el  menester;  recuero,  recuero,  pese  a 
tal,  con  seys  dozenas  de  asnos,  y  aun  seria 
poco.  Ora  está  bien,  vrmonos  a  comer,  pues 
lio  auemos  almorzado;  qué  mas  querías  necio? 
que  la  ca9a  de  Amertia  mohosa  es,  vale  más 
de  noche  que  ésta  de  dia.  O  quién  pudiesse  re- 


342 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


matar  con  ella  el  fin  desta  jornada  y  que  no 
fuesse  trágica  la  historia!  Pero  seria  en  mí 
bien  empleado  auer  venido  y  ser  ya  bnelta.  Qué 
es  esto?  Qué  fue  de  ti,  Asosio?  no  se  me  quita 
esta  phantasia,  ni  lo  puedo  creer,  pues  a  osadas 
que  no  fue  sueño.  En  qué  cuenta  me  teman, 
que  a  dos  dias  se  sabe  por  la  tierra?  Qué  lindo 
crédito  terne  en  amores?  de  onze  se  quedarán 
en  media,  y  oxala,  pues  la  burla  es  lo  mejor,  y 
más  si  entienden  que  me  duele.  Cumple  tener 
la  barba  tiesta  y  hechar  el  negocio  a  zomberia 
o  dezir  que  fue  apuesta  o  por  darles  regozijo. 

A7ne7-. — Quán  desuiados  son  algunas  vezes 
los  casos  o  caminos  del  pensamiento.  Todo  por 
mejor,  qué  le  falta  para  no  ser  en  el  bien  em- 
pleado? 

^so.— Quién  será  esta?  la  mesma  es;  aina 
perdiera  el  rastro  si  más  durara  la  de  marras. 

Amer. — Harto  mejor  por  cierto  que  en  aquel 
vellaco  de  Asosio. 

Aso. — Conmigo  lo  ha. 

Amer. —  Quién  pensara  tal!  gallinero  por 
Melania?  mira  qué  lindeza  de  donzella. 

Aso. — Qué  cosa  es  esta?  o  yo  duermo,  o  ésta 
sueña,  o  algún  paxaro  se  lo  dixo.  Quiero  toda- 
uia  certificarme.  A,  señora. 

Amer. — O  qué  bueno,  aquí  do  viene!  el  dia- 
blo le  lleue  si  le  hablo. 

Aso. — Eres  sorda?  a,  señora!  qué  a  de  ser 
esto?  a  se  mudado  el  tiempo? 

Amer.-^-8i,  pues  los  galanes  se  hazen  trua- 
nes;  atrás  la  dexais,  hermano,  noosembian  aqui. 

Aso. — Cómo  no,  y  la  promessa? 

Amer. — Digo  que  no  es  esta  la  puerta;  no 
compran  aqui  pollos. 

Aso. — Guay  de  tal!  qué  pollos,  vida? 

Amer. — Podeys  tratar  en  otra  mercaderia 
de  oy  en  adelante,  que  no  demandan  en  ésta. 

^4so.  — Qué  mercaderia?  detiente,  amores. 

Amer, — A  otra  perra  que  te  muerda.  Ohyde- 
puta,  qué  cortesano!  ah,  ah,  ah. 

Aso.— Ido  se  me  ha.  Quál  diablo  se  lo  dixo? 
Yo  estoy  encantado,  o  perdi  el  seso  o  duermo. 
Pero  aqui  los  ojos  abiertos,  las  manos,  les  pies, 
ando,  hablo,  tengo  orejas  y  el  bonete  en  la  ca- 
bera. Este  es  el  vestido  de  ayer.  Pues  qué  sera? 
Voyme  a  alguna  hechizera  o  nigromante;  ve- 
remos si  me  hallo  o  qué  es  de  mí. 

SCENA  9.  DEL  SEGUNDO  ACTO 


Logi^liro  tornando   de   su  auentura   halla   Melania   y  allercan 
sobre  Asosio. 


LoGisTioo,  Melania. 

[Aoy.]. — Más  que  cierto  salió  el  sueño  o 
consejo  de  nuestro  amigo  Heraclio.  La  quenta 
es  que  solamente  lo  que  dexa  de  cometerse  no 


se  alcan9a.  Quién  viera  svjis  melindres  y  graue- 
dad!  Guardar  a  éstas  otro  decoro  es  necedad, 
porque  se  os  lleuantan  a  mayores,  demás  de  no 
entendello,  atribu[y]endolo  más  a  su  gentileza 
todo  que  a  vuestra  buena  cr¡an9a.  No  va  triste 
la  señora,  ni  creo  trueque  lo  de  oy  por  lo  de 
ayer.  En  lo  futuro  tememos  vigilancia,  y  Aso- 
sio ladrará  de  fuera.  No  saca  este  año  palabra 
d'ella  según  yua  estomagada.  Pues  si  le  en- 
cuentra en  el  camino,  basta  para  boluelle  loco. 
Holgaría  topar  con  él  para  discantar  vn  rato 
sus  romances.  Porque  su  gloria  del  bellaco  es 
hazer  assi  vna  d'éstas;  mas  si  él  fue  a  salua- 
miento  con  sus  mercaderías  y  halló  el  recaudo 
que  queria,  alli  se  aura  de  quedar  esbauacado 
sin  querer  otras  ganancias.  Que  las  señoras 
conuertiran  en  bestias  todos  sus  huespedes 
como  Circe,  y  Heraclio  no  lo  cree  hasta  dar  de 
pies  en  el  lodo.  Atrauesando  por  esta  calle  po- 
dría ser  le  hallasse  en  su  Ínsula  poco  firme. 
Vna  cabera  veo  allá  en  palacio.  No  será  la  de 
Helena?  Toma  si  me  engañé;  no  es  ella  otra. 

3íel. — Logístico  es  éste  que  acá  viene,  ma- 
rauíllome  velle  solo,  si  sabe  por  dicha  del  in- 
fortunio de  su  amigo;  que  es  de  creer  fuesse  a 
buscar  con  quien  llorarlo.  Porque  éste,  Hera- 
clio y  él  son  de  vna  caraarada.  Pero  no  trae 
semblante  d'ello. 

Log. — Media  ora  a  que  me  da  el  ayre  dessa 
gracia. 

Mel.  —  Spera,  que  yo  te  pagaré  con  otra  tal. 
Y  yo,  señor  Logístico,  me  espantaua  de  la  no- 
uedad  de  mi  alegría  sin  saber  de  qué. 

Loff. — No  quieres,  según  veo,  quedar  de- 
uiendo  nada. 

Mel. — Ni  el  interés;  pero  dónde  dexaste  el 
ánima? 

Log. — Qué  pregunta  a  un  hombre  de  amor 
tan  libre!  conmigo  biene,  que  será  parte  para 
mejor  seruírte  si  algo  mandas. 

Mel. — Arguyes  tan  sotilmente  que  no  hallo 
ya  con  qué  pagarte. 

Log.  —  También  esso  es  argüir,  mas  no  me 
marauillo,  pues  que  en  amores  eres  tan  di- 
chosa. 

3Iel. — Cómo  assi? 

J^og. —  Quien  tiene  por  seruidor  a  Asosio, 
que  es  el  primor  de  medía  villa,  qué  le  falta? 

Mel. — Bien  lo  ha  mostrado  dende  ayer  acá. 

L^og. — En  qué? 

Mel. — En  vna  gran  canallería. 

L^og. — Mordióte?  mas  de  verdad,  si  te  hizo 
algún  agrauío,  deues  perdonalle,  que  de  amor 
sería. 

Mel. — Buena  era  su  voluntad,  pero  él  queda 
el  agrauiado:  entre  damas  gallinero  hecho,  lleno 
de  motes  y  villancicos. 

L^og. —  Pues  quién  lo  traxo  assi  entrellas? 

Mel. — Tú  lo  sabes  ya,  sino  ve  a  dalle  el  pa^ 


n 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


843 


rabien.  Y  assi  os  abezarán  burlar  de  quien  no 
niereceys  seruir. 

Log. — Señora,  no  se  encienda,  que  si  él  pecó 
no  es  razón  que  sean  tantos  los  castigados. 

Mel. — Todos  sojs  vnos,  y  a  la  fe  que  no  tenia 
Heraclio  por  acá  eu  nú  uial  auogado.  Mas  ya 
estoy  deliberada  no  creer  a  nadie,  y  ay  otras 
deste  parescer. 

Log. —  Qué  peligrosa  es  la  ira  en  las  muge- 
res! 

Mel. — Más  a  los  horahros  su  poca  fe.  Y  esto, 
señor,  le  diga  si  le  viere:  que  yo  me  recojo  al 
monesterio. 

Log. — No  tengas  más  salud  de  lo  que  se  me 
da  de  tus  querellas;  al  monesterio,  su  ordinario 
hablar  y  engaño,  siendo  tantos  los  que  entran 
y  salen  que  podemos  llamarle  bodegón.  Asosio 
todauia  a  caydo.  Quien  biue  de  engañar  no  es 
mucho  ser  engañado.  Empero,  ei  yo  le  conos- 
co,  a  osadas  que  no  vays  a  liorna  buscar  la  pe- 
nitencia. Quién  son  éstos  que  acá  vienen?  Ya, 
ya,  Apio  el  tocho  y  Mecion  el  blanco;  también 
han  sido  de  los  nuestros,  no  sé  aora  de  qué 
tierra  son  ;  allá  se  van  con  todo,  y  la  abeja 
maestra  sale  a  ellos.  Hecho  estaña,  algo  aure 
de  coger  que  lleue,  que  mi  gloria  es  andar  por 
el  mundo  a  descobrir  hurtos  assi. 


SCENA  10.  DEL  SEGUNDO  ACTO 


Apio  y  Metió,  seruiílorcs  do  Astasia  en  otro  tiempo,  biiehien  al 
juego  y  son  d'ella  muy  regalados:  Logistieo  llena  las  nueuas 
Ue  lo  qufi  vee. 


Apio,  Metió,  LosIstico,  Astasia,  Idona. 

\^Apio\ — Qué  dizes.  Metió?  no  es  razón 
frequentar  tan  buena  calle?  y  la  compañía  des- 
tas  damas? 

Metió. — Sí,  por  mi  vida,  porque  nos  quieren 
grande  bien. 

I-'Og. —  Ya  embidais  ?  mejor  juego  teneys 
que  Asosio. 

Apio. — Algo  digo  yo,  que  allá  veo  vna  som- 
bra de  cabera. 

Log. — Harto  os  sobra  desso. 

Apio. — La  matrona  es;  vamonos  a  ella,  y 
tememos  vn  rato  de  passa  tiempo. 

Log. — Y  lo  dareys,  si  la  boz  os  ayudasse, 
pero  soys  todos  baxos. 

Ast. — Idona,  nuestros  buenos  amigos  Apio 
y  Metió  vienen  acá:  hágaseles  fiestas,  que  lo 
merescen. 

Ido. — Tienes  razón,  señora. 

Ast. — Bien,  caualleros,  qué  fruta  nueua  es 
esta?  de  do  o  para  do? 

Apio.—Y)Q  la  tierra  para  el  cielo. 

Lag.—Oxe,  también  metrificays,  caballo  de 
Thesalia?  cómo  agradará  a  la  Sybilla. 


por  que   iin 


Ast. — Qué  breuo  y  avisadamente  lo  dizc  el 
señor  Apio. 

Log.— Tal  sea  tu  salud. 

Ast. — Pues,  señor  Metió, 
blas? 

Met. — Spero  a  mi  lengua. 

Ast. — En  casa  la  dexaste,' 

Met. — No  lo  digo  sino  por  la  señora  liloiia, 
que  no  la  veo. 

/(lo. — Los  ojos,  pueB,  dexoste  y  no  lalongua. 

.\/et. — O  ángel  mió,  y  ay  estañan  y  no  te 
voy  a? 

f.og. — O  pallo  mió,  ay  llegays?  nanea  lo  pen- 
sara. 

/f/o.— Otro  dcucs  de  tener,  pues  admites 
tanto  oluido  en  tu  memoria. 

I^og.  —  Dessas  soys  también?  guay  d'el 
amigo. 

Jfet. — Oluido,  señora  Idona?  primero  bolará 
vn  buey. 

Log. — Ah,  ali,  ah,  y  más  si  fucBe  de  su 
cuerpo. 

Ast. — Buenas  están  las  culpas  y  desculpas. 

Apio. — Por  esso  hago  yo  bien,  fieñor»,  que 
estoy  metido  en  tu  poder  y  cada  dia  soy  más 
tuyo. 

/.og. — Gentil  aniso  es  un  gauilarl. 

Ast. — Ya  lo  sé,  hermano,  y  me  doy  por 
satisfecha. 

Log. — Aquí,  aquí,  noramala  se  entienden 
las  personas,  que  no  en  la  Academia  de  Hera- 
clio, que  es  todo  alegorías. 

Met. — Bueno  fuera,  señora  Astasia,  que  m 
proceso  fuera  ansina.  Pero  la  pafté  ea  Qiuy 
contraria. 

Ido. — En  qué  lo  ves,  Metió? 

J7eí.  — En  que  me  miras  de  traues'. 

Ido. — Tú  eres  esse. 

Ast. — No  aya  más,  hagamos  pazes. 

Met. — Soy  contento,  si  toca  la  mano. 

Log. — Mas  el  pie,  que  bien  lo  assieiita. 

Apio. — Sí  haré. 

Ido. — Si  tú  lo  mandas,  señor  Apio,  que  eres 
el  viejo  amigo. 
•  Apio. — Que  sí. 

Met. — Y  si  yo  tocasse  más,  señora? 

Ido. — Perderlas  vno  y  otro. 

Ast. — Tienes  razón,  qué  mo^a  está! 

I^og. — Más  que  vieja  tú. 

Met. — Ora  yo  me  contento  con  lo  que  man- 
das y  quiero  olSedecerte  hasta  la  muerte. 

Ido. — Assi  ganarás  todo. 

Log. — De  acuerdo  están,  voto  a  tal,  y  no  ay 
memoria  de  oiro  parayso,  ni  Vergilio  se  lo  pu- 
diera pintar  mojor. 

Ast. — Qué  hazemos  a  la  puerta?  entrémonos 
y  holgamos  emos  en  el  vergel. 

Log. — Qué  buen  pescador;  ella  es  la  que 
guya  la  dan^a  sin  perder  punto. 


344 


orígenes  de 


Apio. — Es  tarde  ya,  señoi'a,  y  ora  de  cena; 
quédese  para  otro  dia. 

Loff. — Esso  es  lo  que  haze  al  caso,  si  tú  lo 
entiendes. 

Ast. — Siempre  te  hazes  de  rogar;  quedaos  a 
cena  acá. 

Apio. — No  es  tiempo. 

Ast. — Pues  quándo?  no  me  agradan  amista- 
des tan  de  passada;  mal  hombre,  por  qué  no 
vienes  cada  dia  a  vernos? 

Apio. — Tienes  aora  otras,  la  nuestra  no  es 
tan  buena. 

Log. — Ay  te  speraua,  veamos  qué  dize 
Faustina. 

Ast. — Ah,  ali,  ah.  Por  tu  vida,  hermano, 
que  es  todo  burlería;  haze  d'el  philosopho  y 
huelgome  de  oylle  sus  locuras. 

Loff. — Firmada  estala  carta,  y  no  era  sueño 
lo  que  yo  dezia,  que  soy  perro  viejo. 

31et. — Assi  es  gran  passatiempo  oyr  vn  loco 
de  quando  en  quando.  Y  tú  tomaslo  assi,  seño- 
ra Idona? 

Ido. — Antes  muy  de  veras. 

3íet. — Todavía  me  an  dicho  que  es  tu  seruidor. 

Ido. — No  te  paresce  que  meresco  me  siruan 
muchos? 

Met. — A  la  fe  sí,  pero  nadie  seruirte  puede 
como  yo. 

Ido. — Y  todauia  no  lo  hazes. 

Met. — Ya  la  paz  es  hecha,  yo  lo  emendaré. 

Loff. — Buen  remendón,  y  póngase  de  lodo 
nuestro  sastre. 

Apio. — Vamonos,  Metió. 

Ast. — Vamonos,  vamonos;  qué  priessa  tie- 
nes?Notedexo  irsi  noprometes  de  mudar  el  pelo. 

Apio. — Sí  haré. 

Ast.  —  Pues  venios  mañana  a  cenar  acá,  y 
no  faltará  fiesta  de  cantar  y  bailar. 

Apio. — Norabuena,  nos  lo  haremos;  beso  las 
manos  de  tu  merced. 

Ast. — Buenas  noches. 

Met. — Y  largas,  Idona,  para  quando  seas 
nouia. 

Ido. — No  me  hables  en  esso. 

Loff. — Buena  va  la  danca,  aunque  ay  lodo 
en  el  camino;  fiaos  y  vereys.  Voy  con  esta  fru- 
ta a  nuestro  amigo,  veremos  a  qué  le  sabe. 

SCENA  1.  DEL  TERCER  ACTO 


Asosio,  buícando  vu  Nigromante ,  lialla  la  grande  mágica 
Dolería,  que  le  promete  vengalle  de  Melania  y  sobrouieno 
Heraclio. 


Asosio,  Dolería  Mágica,  Hkraclio. 

[Aso.'}.— De  manera,  señora,  que  te  affir- 
mas  que  me  harás  tomar  la  figura  de  vn  su 
requebrado? 


LA  NOVELA 

Iler. — Trama  es  esto. 

Aso. — Y  de  leualla  fácilmente  do  quisieres, 
que  quando  bien  assi  fuesse,  esta  es  el  biuo 
diablo. 

Her. — Qué  cauallero! 

Aso. — Y  más  ayna  se  dexará  morir  que  en- 
gañar, y  podria  assi  nuestro  trabajo  ser  en 
vano  y  muy  peor,  si  por  mal  de  peccados  se 
supiesse. 

Dol. — Demasiadamente  te  recelas;  dexa 
hazer  a  mí  v  calla.  No  sabes  que  ay  artificios 
de  tomar  paxaros  sin  redes? 

Her. — Y  cómo  ay! 

-Do/.  — Qué  dirás  si  te  la  doy  en  la  mano  bo- 
rracha d'el  amor  de  aquella  mascara  o  figura 
que  as  de  representar,  y  assi  lo  hiziera  de  la 
tuya  propria;  pero  quiero  que  tu  competidor  y 
ella  se  tornen  locos  y  que  no  le  quede  action 
alguna  contra  ti. 

Her.  —  Guay  de  aquel  que  os  caie  entre  las 
manos. 

Dol, — Mas  apareja  vna  saya  de  paño  fino. 

Her. — Esse  es  el  punto. 

Aso. — De  brocado  te  la  daré,  y  lo  que  más 
quisieres;  pero  buz. 

Dol. — A  mí  importa  más. 

Aso. — Cómo  a  de  ser?  por  tu  vida  que  me 
lo  pintes. 

Dol.—  Que  me  plaze.  Ya  sabes  que  todo  el 
mundo  me  conoseo  y  tiene  respeto;  frequentaré 
la  casa  algunos  dias,  pues  ay  principio,  y  ba- 
rcia creer  que  el  asno  muere  por  ella,  y  a  él  que 
la  muía  le  tiene  buena  voluntad.  Porque  no 
dexe  nunca  la  calle,  y  alabándole  de  rico,  auissa- 
do  y  otras  pie9as  assi,  trataré  de  casamiento,  y 
de  que  se  vean  para  el  effecto,  y  no  te  digo  más. 

Jler. — Buena  orden  lleuas. 

Aso. — Maldita  seas,  que  tanto  sabes. 

Dol. — Pero  tú  as  de  fingir  amores  en  otra 
parce,  como  si  nunca  la  ouieras  visto,  porque 
no  piense  que  te  duele  aun  la  llaga. 

Her.— Bien  lo  asienta  todo. 

Aso. — No  dizes  mal,  pero  no  as  de  dormir 
hasta  la  obra  ser  conchiyda. 

Her. —  De  charidad. 

Dol.  —  Assi  no  duermas  tú  al  tiempo  de  la 
paga. 

Her. — Ay  darás. 

^Iso.  — Vete  de  ay,  que  eres  vna  Pharisea; 
toma  de  caparra  esse  doblón  para  capones. 

Dol. — Bendito  seas  con  tal  respuesta.  Voy 
y  buelo. 

Aso. — Veamos,  pues. 

Her. — Aqui  se  pagan  ellas. 

Aso.  —  Dónde  diablos  resurgiste?  Andas  en 
pena  por  estas  calles? 

Her. — Todos  somos  d'el  Merino;  si  no  pre- 
gunten lo  a  Logistico  y  a  mí,  o  a  la  señora  Fu- 
lerina. 


A 


COMEDIA  IXTíTVLADA  DOLERÍA 


845 


Aso. — Noramala  para  vos,  que  tanto  inadru- 
gastes,  y  para  ella,  que  en  tal  bestia  rué  mudó. 

Her. — Burlaste. 
•  Aso. — O  hydeputa,  veys  vos,  gentil  hombre? 
pues  por  vida  d'este  cuerpo  que  yo  le  haga  ha- 
blar otro   lenguaje.   Que  no  soy  tan  Narciso 
como  vos. 

IIei\ — Bien  me  pesa  dello,  mas  puede  ser 
que  también  mi  tiempo  llegue  ('). 

Aso. — Estoylo  viendo  ya,  porque  conoseo 
coles  de  u)i  huerto. 

líer. — Pues    Dolería,   hará  algo  de   bueno? 

Aso. — Algo.'  verlo  has;  es  bastante  a  rebol- 
uer  todo  el  infierno.  Bien  sabes  ya  que  auien- 
do  (leñare  me.,  ay  laudare  te.  Y  que  en  prima 
pagina  está  seripto  Pecunia-  obediunt  omnia. 

Her. — Y  aun  en  la  postrera;  yo  he  oydo  el 
flete,  no  preciarla  más  ganar  vn  buen  cauallo. 
Por  que  en  forma  estoy  sentido  d'el  escarnio, 
que  se  deue  contar  por  general. 

Aso. — Pues  calla  y  busquemos  a  Logistico 
para  rey  lio  a  tres  partidas. 

Iler.  —  Bien  dizes,  hágase. 

SCENA  2.  DEL  TERCER  ACTO 

Ln;;isi¡co.  auieiulo  dado  las  luieuas  a  lierac  io  de  sii>  cninpeii- 
dores.  a  lercan  sobre  o  os  vn  buen  rato. 

LoQísTico,   Heraclio. 

\_Lotj  ]. — Finalmente  que  podemos  ya  cantar, 

maldito  sea  aquel  dia 

que  nascio  mi  pensamiento. 

y/f;-.-Mas, 


Lo-j. 


recuerde  el  alma  dormida. 


abiue  el  seso  y  despierte 
contemplando. 


ITer. — Todauia  no  creo  que  va  esso  tan  de 
verdad;  son  damas,  precianse  de  corteses,  sin 
querer  escandalizar  a  nadie.  Essos  hombres  son 
muy  familiares,  por  parte  de  otro  a  quien  tie- 
nen obligación  las  sobredichas.  Y  las  amistades 
proceden  de  grado  en  grado  harto  lexos. 

Log. — Consiento,  por  aora,  que  lo  imagines 
assi,  porque  no  se  te  gaste  el  estomago  del  todo. 
Pero  sábete  que  soy  más  experimentado  en 
estas  drogas  que  cuantos  boticarios  ay  en  Paris, 
y  doy  te  dello  el  tiempo  por  testigo  de  ocho  o 
diez  dias  solamente. 

Her — En  menos  hizo  Dios  al  mundo. 

Log. — Ay  verás  si  puede  deshazello. 

(')  Llege.  en  las  dos  ediciones. 


Her. — En  parte  holgaría  que  tu  sospecha 
fuesse  cierta,  ))ara  hartarme  de  hablar  y  hazer 
vna  larga  penitencia. 

Log. — Dacuerdo  qucdauau  para  otros  dias. 
Y  las  Ximphas  con  tanta  pena  de  vellos  par- 
tir, que  hasta  el  invierno  no  se  cansaran.  Por- 
que entonces  el  frió  yela  estas  calores. 

Her.  —De  modo  que  el  amor  dellas  anda  con 
el  tiempo? 

7/0/7 . — Aueriguado;  sino  que  ay  falleucía  en 
la  regla  en  vna  cosa. 

Jfer. — En  qué.' 

Log. — Que  haze  el  vino  causa  como  la  ima- 
ginación, el  qual  alegra  el  coraron  del  hombre 
y  tiene  singulares  operaciones. 

Her. — No  deues  hablar  sin  expiriencia. 

Log. — Aosadas  que  he  visto  sin  antojos  y 
palpado  sin  guantes  calliente  y  frió. 

Her. — Pues  cómo  haremos? 

Log. —  Yo  seré  la  centinela  y  haré  señal 
porque  no  escape  cosa;  entonces  operibus  cre- 
diíe,  como  el  Rey  Raiuiro,  y  nuestro  amigo 
Asosio  que  está  más  cerca. 

Her.  —  Essa  te  digo  fué  burla  intolerable; 
mas  si  el  trae  a  luz  su  trama,  quedará  i)ago 
para  otra  vez. 

7.0(7. —El  pandero  ^^^'^  ^^  buena  mano;  tú 
verás  el  son  que  haze,  y  puede  ser  que  auiendo 
]  lor  qué,  como  yo  lo  traygo  en  las  narizes,  tam- 
bién tañamos  a  su  modo,  que  en  la  señora  Do- 
lería todo  ay. 

Her. — No  me  podría  saber  bien  vna  ven- 
ganza assi  de  tianh'guracion. 

Log.  —  Mejor  seria  hallar  las  fuentes  de 
Merlin  de  amor  y  desamor  para  poner  la  vna 
al  opposito  de  la  otra,  y  hazer  morir  Angélica 
por  Reynaldos,  y  él  que  huyesse  d'ella  como 
d'el  diablo. 

Her. — Tan  poco  quería  esso,  ni  fuerca  de 
encantamiento  en  mi  fauor. 

fjog. — Busquemos  luego  a  Oedipo  que  nos 
declare  esse  enigma.  Vistes  el  Sphinge?  Qué 
poco  sabes  tú  del  mundo! 

Her  — Confiesso  que  no  falta  a  su  merced 
para  Pedro  de  malas  artes  vn  solo  mara- 
uedi. 

Log. — Mas  faltárame,  que  ya  no  ouíera 
pelo.  No  sabes  que  la  prudencia  tiene  dos  caras, 
vna  delante,  otra  detrás,  y  que  es  la  razón  la 
luz  de  sus  quatro  ojos  y  el  gran  íiipiter  el  obje- 
to ó  fin? 

Her. — Hablas  como  emperador,  y  todo  lo 
que  sueñas  son  reuelaciones.  Quédese  assi  la 
traca,  para  si  fuese  menester  empegar  alguna 
obra,  acudir  con  los  materiales. 

Log.  —  Dexame  haz"r,  que  no  quiero  pongas 
de  casa  sino  los  ojos  y  las  orejas.  Y  con  esto 
vamos  a  uer  en  qué  ramo  está  la  nao  de  Asosio, 

Her. — Por  vida  tuya, 


346 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


SCENA  3.  DEL  TERCER  ACTO 


Dolai'ia  sola  tratando  de  los  estados  enamorados  y  llega  ?Me- 
laniu. 


Dolería,  Melania. 

[Dol.]. — Esto  es  mnger;  a  la  fe,  que  tiene 
andado  ya  medio  camino,  mas  la  buena  paga 
haze  milagros,  que  palabras  llénalas  el  viento 
como  a  las  plumas,  y  maldita  la  cuenta  que  yo 
hago  dellas.  Con  todo,  después  de  bien  recu- 
cliillada.  Porque  algunos  por  consiguir  sus  ape- 
titos os  prometen  luego  el  Arabia  Félix  y  dan 
os  con  la  Pétrea  en  la  cabega:  de  lo  qutí  no  cues- 
ta, a  montones.  Ay  otros  tan  tristes  y  pelados, 
y  es  tan  raydo  lo  que  traen,  que  tan  solamente 
do  hecbar  el  anzuelo  no  hallays.  A  estos  tales, 
pelalles  más,  pues  no  teniendo  qné  comer  com- 
bidan  huespedes.  Los  caualleros  muy  peynados 
piensan  que  se  deue  todo  a  su  sangre  y  genti- 
leza, y  que  os  liazen  merced  si  os  encargan ;  y 
quando  mucho,  por  mano  del  camarero,  os  me- 
ten diez  reales  en  la  boca,  porque  si  acaso  os 
iamentays,  respondan:  pese  a  tal  con  el  traydor, 
que  diez  ducados  le  mandé  te  diesse  y  guardó- 
los para  sí  o  los  jugó  el  truan.  Estudiantes  lo 
hazen  muy  mejor,  los  quales  no  tienen  cama- 
reros, y  de  ciertas  bolsas  de  cuero  viejas  sacan 
siempre  la  merced  de  Dios,  o  parten  con  vos 
de  sus  raciones.  Carniceros,  pescadores,  gros- 
seros,  mesoneros,  y  toda  otra  suerte  de  aues 
desta  pluma,  son  liberales,  por  traer  la  massa 
entre  las  manos.  Mas  otras  ay  más  nobles  que 
todas  éstas,  quien  se  quiera  lo  podria  adeuinar: 
los  banqueros,  mercaderes  gruessos  o  Burga- 
leses,  que  francamente  pagan  las  obras  y  jor- 
naleros. Diez  ducados  es  el  menor  bocado  de 
vn  escote;  sayas,  mantos,  chapines,  cal9as  o 
tocados,  aun  no  lo  pedis  quando  lo  teneys.  Si 
no  ved  que,  no  auiendo  dado  vn  passo  por  Aso- 
sio,  hecha  vn  doblón  para  capones,  quedando 
mi  derecho  reseruado  y  entero  para  la  buelta. 
El  saber  y  diligencia  os  sobra  para  éstos.  Yo 
tengo  tramada  ya  la  burla,  agora  la  texeré.  A 
la  señora  no  se  le  cuece  el  pan  ni  le  toca  el 
trasero  la  camisa;  mas  yo  por  el  authoridad  de 
mi  officio  quise  dilatallo,  que  las  yernas  hazian 
luego  operación  y  los  amigos  son  diligentes 
para  todo.  Y  de  más  si  es  ésta  que  acá  viene? 
Ella  es,  sola;  paresce  gruñe;  será  de  dolor  de 
dientes.  Gentilhombre,  poneos  delante  por  que 
no  nos  vea  y  oyremos  de  qué  temple  viene. 

31  el.  —  Triste  de  mí,  do  la  hallaria  yo  aora? 
.    Z>o/.— No  lo  digo? 

Mei. — Que  no  puedo  ya  estar  sin  ella,  que 
blanda  y  apazible  es. 

Do¡. — Muchas  mercedes. 


Mel. — Y  la  embidiano  lo  puede  comportar: 
vnos  de  hechizera,  los  otros  de  falsaria  y  otros 
de  otras  chismerias.  Qué  mundo  este? 

Dol. — 'Hazeys  bien  de  lo  sentir  assi  y  de 
guardar  las  circunstancias  de  amistad. 

Mel. — Noay  verdad  ni  desengaño  sino  donde 
menos  se  presume,  que  todo  el  resto  son  hypo- 
crysias.    Yo  buscaré  algo  de  bueno  que  le  dé. 

Dol. — Dessa  suerte  siempre  me  terneyspara 
vuestras  necessidades. 

Mel. — Quien  me  topará  por  aqui  mi  gentil- 
hombre; qué  lindo  y  agraciado  es,  qué  bien 
hablado  y  qué  discreto. 

Dol. — Aun  no  lo  sabeys  del  todo. 

3Iel. — Paresce  que  halló  el  cora9on  por  na- 
tural distinto  o  particular  virtud,  su  semejante. 
En  hablandome  Dolería  en  él,  dio  el  sentido  y 
la  razón  lugar  a  mi  deseo  y  quedó  presa  mi  li- 
bertad. Do  estará? 

Dol. — No  se  congoxe,  que  presto  la  verá. 

Mel. — No  tengo  otro  descanso  que  hablar 
con  ella,  y  aunque  el  freno  de  la  verguenoa  y 
honestidad  ate  la  lengua,  los  affectos  muestran 
lo  que  siente  el  coraron,  y  el  escondido  fuego 
haze  su  officio. 

Dol. — No  es  tiempo  de  más  palacio;  quiero 
apparescer  a  Tisbe,  porque  no  se  mate,  y  lleua- 
lla  al  señor  Piramo.  Señora,  señora,  no  os  vays 
assi. 

Mel.—  Quién  me  llama?  O  madre  mia  Dole- 
ría, que  hasta  el  ánima  me  penetró  tu  boz, 
dónde  estañas? 

Dol. — A  vn  ora  que  te  llamo  y  no  me 
oyes. 

Mel. — Y  es  posible?  no  te  marauilles,  que  va 
hombre  pensando  en  otras  cosas. 

/)o/.  — Pues  como  estás,  h'ja? 

Mel. — En  verdad  que  no  me  hallo  bien. 

Dol.—  Cómo  assi? 

Mel. —  Siento  dos  dias  ha  vn  dolor  incom- 
portable del  cora9on. 

Z)oí.— Tienesle  otras  vezes? 

J/eL  —  Sí,  mas  no  tan  grande. 

Dol. — Ordinario  males  de  mugeres,  y  puede 
ser  que  venga  de  la  madre. 

Mel. — No  lo  sé;  dame  algún  remedio  si  lo 
sabes. 

Dol. — Y  cómo  que  lo  sé! 

Mel. — Qué,  por  tu  vida? 

Dol. — A  la  oreja  te  lo  diré,  que  no  lo  oyga 
nadie. 

Mel. — Quién  está  aqui? 

Dol. — El  ayre,  que  fauoresce  los  amadores 
y  los  anisa  de  muy  lexos.  Los  bracos  de  aquel 
amigo  y  sus  regalos. 

J/c'í.— Mira  qué  dize;  siempre  te  burlas,  mi 
señora,  y  me  hablas  fuera  de  proposito. 

Dol. — Por  vida  vuestra,  qué  quieres?  soy 
amiga  desengañada  y  médico  propicio,  que  no 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


847 


procura  de  dilatar  la  cura,  sino  la  salud  de  sxi 
paciente.  Y  no  me  lo  agradesces; 

Mel. — Calla,  señora,  que  soy  tuya;  pero  di- 
golo  porque  sospecho  no  se  acuerda  de  niy  esse 
señor,  ni  se  le  da  de  mi  muerte  o  de  mi  vida. 

Dol. — Y  esso  más,  y  ves  su  passear  tan  a 
menudo  por  la  calle,  pues  de  noche  con  qué 
suspiros  y  la  color  del  gesto.  Si  supiesses  lo 
del  comer  y  del  dormir,  manzillá  es  ver  la  pena 
que  padesce.  Solia  de  ser  vn  pino  de  oro,  no 
está  aora  allí  la  mitad  del.  No  st-  cómo  te  lo 
sufre  el  cora9on,  y  más  quiere  tu  honrra. 

Mel. — Con  esa  condición  le  acepté. 

Dol. — Pues  qué  hazes  por  él,  que  te  a  de 
agradescer? 

Mel. — -Que  no  le  quiera  mal,  mas  es  menes- 
ter hablarse  a  mi  señora. 

Dol. — Qué  necia  eres,  no  lo  hará  por  todo  el 
mundo. 

Mel. — Por  qué? 

Dol. — Ay  cierto  inconueniente  por  causa  de 
su  padre.  Pero  secretamente,  si  te  paresce,  el 
hará  lo  que  yo  quisiere. 

Mel. — Está  bien,  mas  temo,  porque  los 
hombres  no  se  contentan  sino  con  todo. 

Dol. — Y  quando  assi  sea,  qué  le  das  sino  lo 
suyo'^ 

Mel. — O  cuytada! 

Dol. — No  veys  qué  lastima?  Ora  yo  me  voy 
a  él  y  quedará  esto  para  mañana;  todo  estara  a 
punto  y  algunos  menudicos  para  la  nouia. 

Mel. — Ay  triste! 

Dol. — Ay  boba!  que  no  desseas  otro. 

Mel. — Para  dessear  era  la  fiesta.  Mas  no 
podré  mañana. 

Dol. — Por  qué  causa? 

Mel. — Tiene  mi  señora  combidados. 

Dol. — Quién  son? 

Mel. — Apio  y  Metió,  sus  amigos  speciales. 

Dol. — Speciales?  Otros  pensara  yo. 

Mel.  —No,  señora,  son  muy  pesados  essos; 
éstos  es  otra  cosa. 

Dol,  —  Creólo,  que  la  señora  Astasia  es 
anisada;  tal  sea  su  vida  si  lo  entiende  assi.  Será 
para  el  otro  dia. 

Mel. — Sí,  madre;  yo  terne  cuydado. 

SCENA  4.  DEL  TERCER  ACTO 

Asosio  ^a   en  busca   de    Hcraclio  y   de   I.ogistico    para   dall-s 
cuenta  de,l  conciorlo  y  del  banquete. 

Asosio,  LoGisTico,  Hkraclio. 

[Aso.]. — Doy  la  al  diablo  que  tanto  sabe  y 
que  assi  los  trae  a  su. mandado.  Si  yo  llego  esta 
empresa  al  cabo,  en  más  lo  terne  que  el  reyno 
de  Mandinga,  su  tierra  de  la  señora,  para  que 
cante  si  de  mise  reyó.  Qué  música  tengo  de  da- 


lle, en  levantándome  de  dormir!  Voyme  a  loa 
amigos,  porque  no  ay  plazer  si  no  es  communi- 
cado;  y  discantaremos,  y  huze  más  al  caso  por 
la  traycion  que  se  nos  ordena  allá.  Qué  cosa 
son  nuigeresi  pensé  que  era  Heraclio  el  norte 
de  la  casa,  y  bien  consideradas  sus  partes  del, 
solamente  les  agradescia  no  tenor  mal  de  ojos: 
mas  aora  veo  quán  eni'ermos  son,  pues  por  ro- 
sas cogen  ortigas,  y  en  lugar  de  pan  se  comen 
tierra,  no  de  la  buena.  Mal  fuego  que  las 
queme! 

Log. — Este  es  Asosio,  priessa  trae. 
líer. — Quiya  anda  en   bisperas  de  Comedia 
y  busca  los  vestidos.  A  de  la  nariz! 

Aso. — Aqui  estays,  cuerpos  sin  cabe9as?  que 
a  gran  rato  que  os  voy  buscando  y  aora  os 
hallo  en  emboscada. 

Log., — Assi  te  lo  paresce  con  el  poluo  de  la 
ca9a.  Pues  qué  va? 

yiso.— Nova,  mas  viene  lo  possible, 
Her. — Mas  por  tu  vida? 
Aso. — Y  por  la  tuya. 

Log. —  No  sea  otra  como  la  de  antaño,  con 
que  acabes  de  quedar  graduado. 

Aso. — Cerca  estamos  de  la  prucua:  yo  os  lo 
haré  ver  y  palpar. 

Ilei-.—De  compañía  para  juzgar  mejor. 
Aso. — No  se  me  da,  que  ya  estos  bienes  son 
comunes;  si  no  pregúntenlo  a  la  señora  Amer- 
tia. 

Ljog. — Dcxate  desso  y  adelante. 
Aso. — Plazeme,  aunque  te  pese.  La  señora 
Andromade   estará   mañana   en  poder  de  Per- 
seo,  por  contemplación  de  la  cal)e9a  de  Medu- 
sa, mi  señora,  que  tiene  la  virtud  de  conuertir 
hombres   en   piedras;  y  oy  pudiera   ser,  si  no 
fuera  otra  cabeva  con  que  os  porneys  ambos  de 
lodo,  si  no  os  buelue  asnos. 
Her. — Qué  cosa,  por  tu  fe? 
Aso. — Dende  aora  las  podeys  encomendar  a 
la  señora  mi  huéspeda. 
Her. — Cómo  assi? 

Aso. — Quande  pensé  que  tenias  el  remate 
de  tus  cuentas  y  que  deterniinaua  de  pagarte, 
liallo  que  te  hazen  banquirota  y  son  combida- 
dos oy  Apio  y  Metió,  mercaderes  alemanes  o 
de  Coria,  para  tomallas  y  acordaros,  y  prepá- 
rase allá  vna  gran  cena,  según  lo  dixieron  a 
Doleria  mis  amores.  Será  el  pmlogo  de  nues- 
tras bodas.  Añadieron  más  los  sobredichos  no 
auer  tales  angeles  en  Ethiopia,  ni  más  queri- 
dos de  damas,  allá  en  su  Grecia  do  son  más 
venerados  qw^  el  gran  Dédalo  y  el  gran  Icaro, 
aunque  cayó;  será  por  buenos  maestros  de  su 
officio. 

L^og. — L)e  quán  lexos  he  olydoyo  esta  vian- 
da y  quán  sin  respecto  te  la  defendía,  Heraclio, 
como  médico  experimentado. 

Aso. — Soy  yodello  buen  testigo,  y  trabaja- 


}48 


OKIGENES  DE  LA  NOVELA 


lia  por  remar  mi  remo,  aunque  perdí  la  nao  en 
otros  bancos. 

líer. — En  qué  pararon  mis  confianzas!  qué 
gran  desgracia  o  engaño  que  de  mi  mesmo  re- 
cibo! Ciertamente  no  soy  yo  lo  que  paresco,  o 
no  paresco  lo  que  soy. 

Log.—A.  proposito;  ellas  no  son  lo  que  pa- 
rescen.  Ay  más  falsa  moneda  que  vna  ropa 
larga  y  vn  tocado  blanco  y  vu  torcer  de  ma- 
nos, morder  de  labios,  hablar  cansado  y  andar 
mesurado?  Es  la  calor  y  el  olor  del  vino,  que 
os  combidan  a  gustalle  muy  a  menudo,  hasta 
os  poner  en  Capricornio.  Ya  esto  era  viejo  para 
su  merced,  pero  quiso  nueuas  experiencias  como 
si  los  tiempos  no  fuessen  vnos,  como  e.stá  dicho. 

Her. — Qué  me  aconsejays  vosotros?  porque 
ya  se  me  va  conuirtiendo  este  amor  en  otra 
passion.  Yo  lo  siento. 

Aso. —  Que  hagas  como  yo. 

Log  — No  dizes  bien. 

Aso. — Veamos,  pues,  tus  letras. 

Log. — Soy  de  opinión  que  lo  dissimules  al- 
gunos dias,  hasta  que  ellas  mesmas  te  quiten 
el  reboco,  y  entonces,  con  occasion  más  mani- 
fiesta y  sin  auer  lugar  de  otros  argumentos,  lo 
harás:  Que  éstas  naturalmente  siguen  á  quien 
las  huye  y  huyen  de  quien  las  sigue.  Acabada 
esta  jornada,  ev  que  auras  tantos  golpes  que 
las  señales  lo  testifiquen,  viendo  que  lastimado 
y  con  sobra  de  razón  te  retiras  y  aborresces  en 
vez  de  amar,  bolueran  la  hoja,  y  como  ciernas 
heridas  a  la  yerna,  darán  tras  ti.  y  quedará  tu 
causa  más  legitima,  tanto  más  si  persenera  la 
falsedad  y  ingratitud  en  ellas.  Lo  que  agora 
me  paresce  seria  buscar  algún  disfrace  con  que 
allá  fnessenios  esta  noche,  trabajando  todauia 
por  encobrirnos,  y  no  siendo  possible  tanto 
mejor  quedando  al  toque. 

Aso. — Nunca  mejor  hablaste;  aora  te  digo 
que  eres  bachiller. 

Her. — Qa(í  disfrace  Ueuariamos? 

Zo<7.~  Alguno  con  que  pudiessemos  hablar. 

Aso. — Yo  os  lo  daré  excelentissimo  y  to- 
maré el  trabajo  del  aderezo,  que  será  delicadis- 
simo. 

Her. — Veamos. 

Aso. — A  la  Egiptiana,  hechos  ciganas,  para 
hablar  en  falseto. 

Log. — Spirito  tienes,  serás  Licenciado.  Por 
vida  de  Dolería,  y  assi  gozes  de  sus  promesas, 
que  lo  pongas  luego  por  obra. 

Aso. — Pierde  cuydado,  que  yo  os  armaré  al 
natural  antes  de  noche. 

Her. — Serás  mi  padre. 

Aso. — Ya  tu  madre  es  muerta. 

Her  — O  vellaco! 

Log. — Vamos  todos  a  entender  en  ello,  que 
tanto  más  presto  se  concluyra. 

Aso. — No  dizes  mal. 


SCENA  5.  DEL  TERCER  ACTO 


Api"!  y  Metió  van  al  combite  de  Astasia,  y  en  mascara  los  (res 
amigos  a  la  fiesta,  y  passan  entro  sí  algunos  n-ances. 


Apio,    Metió,    Astasia,   Melania,    Idona, 

MoRio,  Aplotis,  Asosio,  Heraci.io,  Logis- 

Tico,  Paoe. 

[Apio.^ — Metió,  es  ora  ya;  no  hagamos  spe- 
rar  las  damas. 

Met. — Vamos  si  te  paresce,  no  embargante 
que  en  esto  de  banquetes  es  menester  ser  gra- 
ne y  hazerse  hombre  de  rogar. 

Apio. — Alli  no,  que  es  la  casa  de  buena 
ventura  y  entra  hombre  quando  le  plaze;  tanto 
me  da  en  la  cámara  como  en  la  cozina,  donde 
quiera  os  reciben  con  alegre  cara,  y  antes  os 
tienen  por  más  familiar, 

Met.  — Y  si  por  caso  hallasses  a  la  señora 
en  camisa? 

Apio  — La  buena  voluntad  lo  disculpa  todo. 

Met. — Que  buenas  personas. 

Apio. — Yo  soy  amigo  viejo;  todas  me  quie- 
ren mucho. 

Met. —  Quánto  aura  que  las  conosces? 

Apio  — Va  en  quatro  años. 

Met. — Otros  ay  más  viejos,  pero  no  llegan 
a  tn  capote  en  esso. 

Apio.  —  Todo  está  en  el  saber.  Yo  soy  de 
todo  trance  y  bagóles  mil  seruicios,  acompa- 
ñólas a  vna  parte  y  a  otra,  embioles  coplas, 
oliuas,  cartas,  castañas,  baylo,  luclio,  ordeno 
juegos  de  pasatiempo. 

Met  — En  suma,  que  simes  de  silla  y  de  al- 
barda. 

Apio. —  Señor,  sí;  voy  con  ellas  fuera  de  la 
villa  y  estoyme  allá  los  quatro,  los  cinco  días, 
y  es  un  passatiempo  vernos 

Met. —  La  rapaza  es  hermosa;  haze  algo  y 
tengamos  bodas. 

Apio. — No  ves  que  estoy  tomado  ya  para 
las  cargas? 

Met. — Es  verdad,  mas  no  auria  remedio  con 
el  cura? 

Apio. — No  me  curo  desso;  más  quiero  el 
amistad  a  buen  engaño  sin  mala  fe.  Mas  tú 
que  puedes,  quieres  que  hable  en  ello? 

J/éí.— 8i  te  paresce,  después  hablaremos. 

Apio.  —  Tomemos  por  esta  callejuela,  que  es 
más  cerca  y  más  escusa. 

Met. — No  será  malo,  voto  a  mí,  que  allá  veo 
nuestra  gente. 

Apio. — De  reñirnos  auran  por  la  tardanza. 

Ast. — A  sperardes  más  vn  poco,  haziamos 
llamaros  de  debaxo  de  la  mesa. 

yht. — Bien  emi)leado  fuera.  Beso  las  ma- 
nos de  sus  mercedes. 


Mor.  —  Ya  yo  teni.'x  tragado  medio  pan;  beso  I 
las  manos. 

Mel. — Bcssolas  manos  de  miconfessor,  teda 
la  fiesta  es  de  beso  las  manos. 

Ast. —  Harto  ruyn  costumbre,  mejor  anda- 
ría Dios  delante. 

Mor.  —  Mnger,  esto  es  más  a  la  eortesann. 
Pues  qiié  liaze  Aplotis,  que  no  lia  besado  aun? 

Api. — No  las  besaré  a  nadie,  que  esse  pri- 
uilegio  tienen  las  donzellas. 

Ast. — Buena  pascuas  tengas,  hija. 

Apio.  —  No  es  tiempo,  señora.' 

Ast. — Tiene  razón  el  señor  Apio,  pues  qué 
liazemos?  vamonos  assentar.  Eva,  Morio,  aga- 
saja los  combidados;. 

Mor. — Ej'a,  señores,  siéntense. 

Ast. — Yo  aqui  por  empe9ar,  Apio  cabe  mi, 
destotra  parte  Metió,  cabe  Apio  Idona,  Mela- 
nia cabe  Metió,  Morio  cabe  ella,  junto  d'éi 
Aplotis,  y  aun  queda  lugar  para  vn  buen  ami- 
go si  viniere.  Mo^o,  aguamanos. 

Page. — Aqui  está,  señora. 

Mor  — Laue  V.  m. 

Met. — Laue  V  m. 

Apio. — Laue  V.  m. 

Mel. — No  veys  qué  donaire,  laue  V,  m.? 

Met. — Laue  V.  m. 

Ido. — Las  donzellas  no  lauan  primero  que 
los  hombres. 

Mor. — Laue  V.  m..  señora  Aplotis. 

Api.  —  Laue  Dios  a  todos. 

Ast. — Amen,  ora  yo  quiero  empegar;  hecha 
mo90,  y  vosotros  seguid  mi  orden;  laue  el  se- 
ñor Metió. 

Met.  —  Por  obedecer. 

Ast. — Laue  el  señor  Apio. 

\Apio\.  —  Soy  contento. 

Ast.  —  Laue  Morio. 

Mor. — Que  me  [ilaze.  amores. 

Ast. — Lañen  las  moras  aora  sinreñir.  Page, 
la  bendición. 

Mor. — Yo  la  diré  más  breue. 

Ast. — Norabuena. 

J/oí-.— Dios,  que  lo  bendi.xo  en  el  campo,  lo 
bendiga  en  el  papo. 

Apio.—A.\\,  ah,  ah!  Paresceme  que  tiene 
gana  de  comer  el  señor  Morio. 

Ast. —  Creólo,  que  no  a  almorzado  Eya, 
moQO,  venga  de  comer. 

Piíge.  —Aqui  viene. 

Ast.  —  Señor  Apio,  deste  pernil  primero 
mientras  el  señor  Metió  trincha  el  capón. 

Met.~~'$){  haré  señora,  o  qué  tierno  está  I 

Ido. — Es  de  los  nuestros. 

Mel. — No  se  podía  assar  de  gordo. 

^/í/o.— Quiere  tu  merced? 

Ast  — No  como  salado,  pero  da  a  las  don- 
zellas. 

/'io.— Tan  poca  sal  tenemos,  señor.»? 


COMEDIA  INTÍTVLADA  DOLERÍA  349 

Mor. — Ah,  ah,  ah!  qué  bien  respondió  Ido- 


na; yo  quiero  tolania. 

Apio. — Tome  tu  merced. 

Mor. — No,  no;  yo  lo  cortaré. 

Apio. —  Metió  está  ocupado,  no  le  quiero 
dar. 

.\fet. — Por  la  i)areja. 

.Ipio. — Esso  no;  toma,  toma. 

.1*7  —Con  qui-  gracia  lo  dize  el  señor  Apio; 
señores,  aqui  oliuas;  hecha  de  beucr  y  da  al 
señor  Apio,  que  tiene  sed. 

Apio.-  Puede  ser  que  adeuinaste. 

.4*7.  —Yo  lo  veo. 

Apio. — A  quien  tengo  de  beuer,  si  es  al  uso 
de  Elandes? 

Ast. — A  quien  te  quiere  más. 

Apio. — Será  luego  a  tu  merced,  que  se  acor- 
dó de  raí. 

Ast.  —  Buena  prol  te  haga;  qué   te  paresce? 

Apio.—  Buen  vino  es. 

Ast. — Hecha,  page. 

Page.  —Aqui,  señora. 

Ast.  —  A  ti  me  encomiendo,  señor  Metió. 

Met  — Haré  lo  que  mandas,  mi  señora;  se- 
ñor Morio.  a   V.  m.    ruego  por  las  donzellas. 

Mor  — Norabuena,  a  ti  donzellas. 

Mel. — Esso  es  meternos  en  el  saco.  Morio. 

Apio — Qué  trauiessa  es  la  señora  Melania! 

Ido.  —Buena  prol  te  haga,  padre. 

Mel. — Muclias  mercedes,  Morio. 

.Mor. — Todos  me  dizen  las  mercedes,  sino 
Aplotis. 

Api. — Dios  se  las  haga:  pensé  que  entraña 
con  las  otras. 

Ast. — No  comeys  desta  espalda;  Morio,  qué 
hazes  ? 

Mor. — Menear  los  dientes. 

Ast.  —  Y  las  manos  por  qué  no? 

Aíor . — También  me  ayudo  d'ellas. 

Ast. — Corta  desta  espalda  y  sirue  a  estos 
señores;  de  la  ternera,  señor  Apio;  Idoiui.d'aque- 
11a  gallina  de  Indiar»,  muestra  tn  habilidad. 
Llega  acá  los  perdigones,  Melania. 

Mel. — Toma,  señora. 

.4*7.— Estos  quiero  repartir  yo, 

Ast.  (')  — Buenos  están. 

Apio. — Todo  está  como  de  tu  mano,  señora 
Astasia. 

Jsf.— No  se  va  a  burlar;  otro  dia  será  me- 
jor. Qué  oygo?  antojaseme  que  ay  mascaras. 

Apio  — Muchas. 

.d.fí.  —  Cómo  lo  sabes? 

Met. —  Ay  muchas  bodas  y  es  sereno  el 
tiempo. 

jl/or. —  Tememos  acá  algo? 

Apio.—  Podria  ser. 


''■  Rjpetido  Astasia  en  las  dos  ediciones,  pero  debe 
hablar  otro  pereonaje,  quizá  J/e<io. 


350 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


^sí,-^No,  no,  por  amor  de  Dios. 
Met. —  Si,  pero  si  vienen  no  es  justo  no  les 
abrir. 

Ast.  -No  tenemos  instrumentos, 
jl/éí.  — Puede  ser  que  ellos  los  traygan. 
Apio. — Si  no,  la   señora  Idona   les   liara  el 
son  para  que  nos  holguemos. 

Ido. — No  están  los  mios  acordados. 
Mor.— Con  Aplotis  danzará  Morio. 
Api. — Con  los  pies  será  mejor,  que  me  tra- 
taríais mal. 

Met. — Bien  acordada  es  la  señora  Aplotis  a 
la  fe. 
Apl.-^k.  la  mesa  no  se  a  de  dormir. 
Ast. — Tiene  buenos  dichos. 
Meh  —  VxxQ?,  Aplotis,  quieres  auergon^arnos? 
Jlpl^-^Y   en  qué?   no  os  he  dicho  mal  nin- 
guno. 

Ido. —  Qué  sotil  está  mi  prima. 
Api. — No  tanto  que  puedan  coser  conmigo 
como  aguja;  aun  occupo  vn  escabello. 
Mas. — Ta,  ta,  ta, 

3/or.— Con  nos  lo  an,  Page,  quién  llama? 
Page. — Es  una  mascara, 
4s<,— Si  antes  lo  receláramos,  antes  llegara. 
Qué  tal  es? 

Page. — Linda,  señora. 
Ast. — Son  muchos? 
Page.— 'No  más  de  tres. 
Ido. — Traen  menestriles? 
Page. — Paresceme  que  sí. 
Apio.  —  Aqui   somos   hombres;  aparejaos, 
jnogas. 

Met — Cómo  me  huelgo! 
Ido. — Tanto  rauias  por  dancar? 
3Iel.— Vos  no? 

Ast. — Pues  cómo  haremos?  será  bueno  de- 
zirles  que  estamos  a  la  mesa?  que  perdonen  sus 
mercedes  y  bueluan  de  aqui  a  vn  rato. 

Apio.  —  Será  descortesía,  auemos  comido 
harto  ya; manda  quitar,  señora,  y  entren. 

Mor. — Mas  entren  sin  quitar  y  beueran,  que 
yo  quiero  comer  aun . 

Met.  —  Señor,  sí,  que  pueden  ser  amigos. 
Cómo  vienen,  Page? 

Page, — Como  Egiptianas. 
Ido. —  O  qué  bueno;  entren,  señora. 
Ast. — De  más  si  son  nuestros  philosophos? 
Mel. — El  diablo  los  traerla  acá. 
.4sí.— Por   qué.*   no  son  también    amigos? 
Abre,  mo^o. 

Ido. — O  qué  lindos  vienen;  no  he  visto  cosa 
paás  galana. 

Apio.— Gentil  por  cierto, 
Met, — Muy  galanes  vienen.    • 
4sí.  —  Qué  buena  entrada. 
Apio. — Señores,   quiten  las  mascaras  y   be- 
ueran, 

:4so.-^ Buenas  noches,  buenas,  noches,  her- 


mosa eres,  daca  la  mano,  marido  tienes,  vna 
blanca  tienes,  otra  negra  tienes,  vn  chiquitico, 
buena  ventura  tienes. 

Ast. — Bueno  va,  veamos  qué  dize  estotra. 

Her. — Mucho  de  fuera,  poco  de  dentro,  gran 
coraron  tienes,  grande  hombre  tienes. 

Avio. — Quién  serán? 

Ast. — Los  mesmos,  algo  de  bueno,  señcr 
Apio, 

Avio.—  Qne  me  plaze,  vn  villano,  señora 
mascara. 

Log.  —  Mas  sean  dos,  garrido. 

Ast.—  Qué  bien  lo  haze  Apio.  Miía,  Morio, 
a  Apio;  no  ves,  Idona,  a  Apio?  Melania,  mira 
para  Apio.  Qué  gentil  es  el  señor  Apio! 

Ido.  — Muy  gentil,  señora. 

Ast. — No  ay  otro  Apio   en  todo  el  mundo. 

Log. — Bien  nos  podemos  yr,  porque  todo 
aqui  es  Apio;  no  comen  otra  salsa,  a  lo  menos 
la  ventera. 

Her. — Y  aun  todas,  mira  la  fiesta;  pues  yo 
sé  que  nos  conoscen. 

Aso.—  Qné  linda  compañía! 

Log. — Y  tú  qué  hazes,  no  relinehas? 

Aso.—  Todo  lo  guardo  para  después  del 
salto. 

Mor. — Quiten  las  mascaras,  mascaras,  y  ha- 
remos vna  danga  de  besar, 

A.SO. — Con  ellas  besaremos. 

Mor. — Oxe, 

Apio. — Eya,  señores,  por  cortesía. 

Z.0^^,  — Poca  uy  aqui, 

Her. — Antes  les  sobra. 

Aso.  —  La  necedad. 

Her.  —  Dissimulemos  todauia  y  saquemos 
éstas  a  dan9ar. 

Log. — Dizes  bien. 

Her.  —  Quieres  dan9ar,  señora? 

Ido. — Como  mandares,  aunque  es  al  revés, 

Her.  — Assi  va  todo, 

Log.  -Essa  mano,  señora. 

Api. — Y  la  voluntad,  que  todo  raeresce  la 
compañía. 

Log. — No  lo  miran  assi  todos. 

Api. — Es  mal  de  ojos. 

Log.—  O  de  cabera. 

Api. — D'ay  nasce  la  vista. 

Log. — Testimonio  da  la  tuya  de  otra  cosa. 

Api. — No  falta  el  desseo,  si  él  meresce  algo, 

Log.  — 'No  se  me  oluidará  essa  palabra. 

Aso. — Que  por  fuerza  tengo  que  encontrar- 
me con  este  diablo?  Adrede  me  la  dexaron  es- 
tos vellacos;  eya,  señora,  por  de  mi  tierra  os 
quiero  festejar, 

Mel. — Quién  eres,  mascara?  descúbrete. 
Aso. — El  mayor  seruidor  tuyo. 
Mel. — Bien  te   sabes  esconder;  conosco  los 
compañeros  y  pensé  lo  hazla  a  ti,  pero  aora  té 
desconoaco;.    -  - 


COMEDIA  INTITV 

Aso. — Yo  espero  que  presto  me  conoscas. 

Apio.-^Yo  no  tengo  de  danoar  sino  con  tu 
merced. 

Ai<t. — Mirad  el  señor  Apio.  O  señor  Apio, 
no  por  tu  vida,  no  más,  no  más,  qué  gentil 
gracia  la  de  Apio,  señor  Metió! 

^fet.-^'No  ay  otro  tal. 

Mor. — Xo  beueran  todauia  sus  mercedes? 

A$t. — Sí,  sí;  trae  vino,  mo^o. 

Ln(/. — No  ay  sed,  señora;  ni  la  aura  tan 
presto. 

Ast. —  Qué  fina  picga!  o  no  aueys  aun  co- 
mido ? 

Zo(/.  — Harto  comimos,  pero  no  estaua  muy 
salado. 

Ast. — Bien  te  entiendo,  mascara;  ¡dgun  dia 
te  responderé. 

Log.^-~Y  yo  algún  dia  lo  oyre. 

Apio.-^Kwn  no  an  dicho  la  buena  dicha 
toda. 

Aso. — Qne  vos  la  tengays  basta,  y  seays 
también  amado. 

tÍsí.  — Señor  Apio,  otro  villano. 

Her. -^Oómo  se  huelga  la  s 'ñora  con  los 
villanos! 

Log. — Tiene  razón,  que  s<>n  alegres. 

Apio. — Pláceme,  señora. 

Ast. — Qué  bien  lo  haze;  no  veys  la  gracia, 
no  veys  el  ayre  del  señor  Apio?  o  señor  Apio. 

Aso. — Doy  al  diablo  tanto  Apio,  ya  me  tie- 
ne medio  borracho. 

Her. — Buelta,  buelta  a  los  franceses. 

Log. —  Con  corapon  a  otra  lid  ('). 

Uer.  —  Buena  dicha  tengas,  buena  dicha 
tengas. 

/(/o.^-Plega  a  Dios. 

//ér.- -Hermosica,  nouia  serás  presto,  hom- 
bre que  te  quiere  mucho. 

Apio. — Pero,  Cigana,  no  será  Cigano. 

Her.  —  Hombre  de  paja,  rico  de  paja,  nm- 
chas  tierras  tiene,  baylará  villano.  Cigano  an- 
dar a  Egypto. 

Log.  —  Señora,  voy  todo  tuyo. 

Api. — Mío,  señor?  no  meresco  tantn. 

Aso. — Amores,  no  los  oluides. 

Mel. — Oluidar?  es  impossible. 

Jljo/o.— No  se  vayan,   señores,  sin   colación. 

Her. — Hazelda  vos  por  nos. 

Ast. — Pues  tanta  priessa. 

Her.  —  Harto  nos  detuuimos  ya. 

Ast.  —  Paciencia. 

Her.-^Yo  fio  que  no  la  perderás. 

Apio. —  A  Dios,  hermanos,  pues. 

Log — No  en  las  armas;  buena  gentezilla  es 
esta,  hermano. 

(')  Son  versos  de  un  romance  viejo: 

Vuelta,  vuelta,  los' franceses, 
Con  coraren  a  la  lid! 


LADA  dolería  851 

//ir.  —  Rasonable. 

Aso. — Aora  se  quedan  a  su  plazer  y  con- 
trapuntearán la  fiesta. 

Z.0/7.— Que  80  pongan  mucho  de  lodo. 

Aso. — A  fe  de  gentilhonilire  que  mañana  a 
estas  oras  yo  esté  satisfecho  de  mi  parte. 

Her. — No  lo  dudo,  y  spero  que  a  cada  puer- 
ca venga  su  San  Martin,  y  con  esto  nos  reco- 
jamos a  reposar  lo  que    se  queda  de  la  noche.. 

Log. — Bueno  será,  y  soñemos  en  otras  fies- 
tas si  puede  ser. 

/íer. — ü  no  dormir  por  no  soñar. 

SCENA  6.  DEL  TERCER  ACTO 

Quedan  los  licl  banquete  motejándose  de  las  LgJptianas  parti- 
das ellas,  y  despu(>s  se  recoce  cada  vno  a  su  posada. 

Morid,  Astasia,  Apio,  Mktio,  Idona, 
Melania,  Aplotis 

[J/o/'.].  —  Boto  a  qual  y  a  tal,  que  fue  gus- 
tosa la  carantoña. 

Ast. — Sí  a  la  fe. 

Apio. — A  poco  costo. 

.Uet. — Aquéllo  quien  quiera  se  lo  hiciera. 

Ido. — Poco  se  detuuieron. 

Met. — Ternian  que  hazer  en  otra  parte. 

Api.— O  gente  sin  virtud! 

Mor.—  Son  buenas  personas,  aunque  no  han 
querido  beuer. 

Ast. — Al  tercero  holgara  de  conoscer. 

Jlel.  —  Bien  hize  yo  por  ello. 

Ast. — Y  de  más  si  es  Asosio  tu  seruidor. 

Mel. — Mi  agüelo  vee  en  mí  el  diablo;  en 
asomando  por  una  calle,  se  buelue  por  la  otra; 
ya  me  arrepiento,  porque  tengo  menos  vn  ser- 
uidor. 

Ido.  —  Bien  lo  pudieras  escusar. 

Apio. — No  hagas,  señora  Melania,  que  he- 
ziste  de  Romana. 

Api.  — ConioTíim  a  tu  discreción,  como  fauo- 
resce  el  asno  el  partido  de  los  hombres,  assi  lo 
haze  Heracliu. 

.V¿í.-— Guárdeme  Dios  de  tal  encuentro. 

Mor.  —  La  fiesta  es  acabada;  vamonos  acos- 
tar, muger,  que  canta  el  galle. 

Jsí.  — Es  muy  temprano. 

Apio. — Es  temprano,  señor  Morio. 

Mor. — No  para  mí,  que  estoy  ya  medio  so- 
ñando. Si  vosotros  quereys,  baylad,  que  yo 
baylaré  con  las  señoras  sananas. 

Ast.  —  Buelu''  acá,  Morio. 

Apio.—  Desale  yr,  señora,  al  costal  de  paja. 

-4 sí.  — Cortés  hermano! 

Apio.  —O  corto. 

Met. — Pues  qué  haremos,  daniyarenoos? 

Mel. — Como  nuestro  amo. 

ido. — Qué  dormilona. 


352 


orígenes  de  la  novela 


Mel.  —  Calla,  hermano,  que  tengo  de  ma- 
drugar. 

Api. — A  algunas  de  las  tuyas.  O,  si  los 
pechos  tuuiessen  puertas,  quántas  cosas  se  ve- 
nan ! 

Apio. — Las  Egiptianas  van  corridas. 

Met. — De  qué? 

Apio.—  JyQ  la  poca  cuenta  [que]  se  hizo 
d'ellas. 

Ast. —  Poco  va  en  ello.  Que'  más  se  auia  de 
hazer?  La  cuenta  y  la  fiesta  tú  la  remataste, 
señor  Apio,  con  tus  bayles  y  gracias,  de  que 
eres  lleno. 

Api. — Bien  lo  alcanza,  fuera  buena  para 
juez.  Heraclio  muerto  vale  más  que  estos  dos 
biuos. 

Mel. — Luego  tememos  lamentaciones  de 
leremias. 

Ast. — Ah,  ah,  ah,  algo  le  daremos  porque 
se  calle. 

Ido. — Media  ora  de  conuersacion,  que  éste 
es  su  manjar. 

Api. — También  vos?  qué  vergon90sa  niña! 

Apio. — Yo  tomarla  dello  plazer. 

Ast, — Plazer?  no  queria  ver  tales  hombres. 

Met.  -  Tienes  razón. 

Mel. —  Sí  por  cierto. 

Api. — Sí  por  cierto,  o  traydora,  y  esta  es  la 
la  inocencia  de  que  hazes  profesión? 

Ido. — El  Logistico  es  del  consejo. 

il/e/.  — Esse  es  su  Esculapio,  Asosio  fue 
Mercurio,  mas  después  de  la  desdicha  noparesce. 

J/eí.— Pésate  dello? 

Mel. — No  me  a  de  pesar? 

Ast. — Todauia  yo  quiero  yr  acompañar  a 
Morio,  que  es  tiempo  ya. 

Apio.  —  Bien  harás,  señora,  que  también  me 
estoy  dormiendo  yo. 

Api. —  Quándo  no  dormiste  tú?  mira  qué 
seruidor  tiene  la  dama. 

Ido. — Yo  me  estuuiera  hasta  ser  de  dia, 

Mel. — Yo  no,  que  se  me  huyen  también  los 
ojos. 

Met. — Pues  hagámosle  la  voluntad.  Buenas 
noches  tenga  tu  merced,  señora,  y  la  compañía. 

Apio. — Yo  no  yré  sin  dar  la  paz  en  el  ca- 
rrillo; aora  sí. 

Ast. — Mucha  licencia  es  essa;  a  Dios,  hijos, 
a  Dios. 

Ido. — A  Dios,  hermanos. 

Mel.  —Mira  que  no  soñeys. 

Met. — No  se  puede  escusar. 

Api. — De  ser  tales  unos  y  otros. 

Apio. — Beso  las  manos. 

Met. — Beso  las  manos. 

Ast. — Muy  adelante  es  esso;  cierra,  Aplo- 
tis,  y  vamonos  acostar. 

Api. — D'el  todo  se  pudiessc,  mas  llena  mal 
camino. 


SCENA  7.  DEL  TERCER  ACTO 


Asosio  va  á  casa  ile  Doleiia  en  oíros  liábilos.  y  ella  con  cierto 
vnguento  le  Iransligura,  y  él  \a  prouar  sus  aventuras. 


Asosio,  Dolería,  Logistico,  Amertia, 
Manía 

[^4.so.]. — Dolería  hermana,  quanto  al  ves- 
tido ya  vees  que  vengo  a  la  forastera;  del  resto 
por  más  que  me  prediques  estoy  \\\  sancto 
Tomas. 

Dol. — El  espejo  te  quitará  de  duda. 

Aso. — Mi  padre,  no  creeré  en  cien  espejos. 
Qué  se  yo  si  están  de  acuerdo  contigo  ellos,  y 
darán  comigo  en  algún  fuesso;  pensar  yo  que 
me  mudarás  de  gesto  y  de  figura  es  por  demás. 

Dol. — Qué  desconfiado  y  enojoso  eres;  toma, 
vntate  la  cara  y  ve  buscar  a  tus  amigos  y  ami- 
gas, y  si  alguno  te  conosce  mátame. 

Aso. — Hablas  como  reyna;  essa  es  la  más 
cierta  experiencia.  Pero  no  sea  éste  el  de  Apu- 
leyo,  y  tú  Andria  para  mí?  Noramala  acá  ver- 
nia  a  ser  asno  toda  mi  vida. 

Dol.  —  No  ves  que  estamos  en  el  mes  de 
mayo,  y  que  terniamos  a  la  ora  rosas? 

Aso. —  O  pese  al  mundo,  en  mayo  fue  lo 
otro;  pero  el  asno  vuo  primero  hartos  palios  y 
seruió  mil  amos  con  cien  mil  lazerias. 

Dol. —  Sí,  mas  ya  estamos  aduertidos,  y  esso 
fue  en  Tbesalia. 

Aso. — Doyte  al  diablo,  que  en  cualquiera 
parte  se  hallan  ya  Milones  y  ladrones. 

Dol. — No  ayas  miedo,  y  vntate  sobre  mí. 

J.ÍO.— Sobre  ti  venga  el  fuego  de  Sodoma 
si  me  engañas. 

Dol. — Válgalo  el  diablo  a  este  necio,  desalo. 

Aso. — No  más,  hermana,  no  te  enojes,  que 
ya  ine  vnto.  Mas,  por  tu  vida,  ello  es  cierto? 

DoK — Aun  poríias? 

Aso. — Ora  yo  lo  haré,  aquí  Circe,  aquí  8y- 
billa.  Pero  di,  que  se  me  oluidaua. 

Dol.  -  Qué  quieres? 

Aso. — Seria  malo  hazer  testamento? 

Dol. — Perdiste  el  seso? 

ylso.  —  Si  tengo  de  ser  otro,  y  no  Asosio,  o 
me  quedo  assi,  y  no  me  hallan,  quién  heredará 
mis  bienes? 

Dol. — Tus  males,  o  hombre  de  poco,  desati- 
nado. 

^ so. —  Nunca  en  mi  vida  tuue  más  seso,  y 
esse  es  el  peor  señal  que  paresce  se  viene  a 
dcspidir  de  mi. 

Dol.— O  tú  d'él. 

Aso.— Yol  pues  tomo  tu  vntura,  y  todauia 
me  engañauas? 

Z)o/.— Dámela  acá. 

Aso.—J^o,  que  me  burlaua.  Ora  me  enco- 


COMEDIA  INTITVLAÜA   DOLERÍA 


353 


luieudu  [aj  aquella  diosa  enamorada  y  al  ciego 
ballestero,  ilaze  lo  tú,  hermana,  y  vee  no  de- 
xes  lugar  vacio  que  por  tantico  seria  luego  co- 
noscido,  y  pornianme  de  hurto  todo  lo  demás. 

Do/. —  No  te  congoxes;  mira  aora  si  te  co- 
n osees. 

Aso. — Amuestra,  no  hay  que  dudar,  esta  es 
la  cara  de  nuestro  cortesano. 

/>n!. — No  es  sino  la  tuya,  asno;  guay  de  ti 
que  nu  iuiy  rosas  ya,  yo  te  moleré  aora. 

Aso. — Maldita  seas,  que  assi  me  asombras 
aunque  te  burles;  no  queria  ser  asno  por  quan- 
tas  yeguas  de  buena  ra^a  ay  en  España. 

Dol. —  Despáchate  y  ve  hacer  tus  prueuas. 
para  acabares  a  las  dos  de  cumplir  tu  rameria 
aqui,  que  aqui  verna  la  nouia;  pero  mira  tray- 
gas  la  lengua  en  la  bolsa  y  saques  della  conta- 
das las  palabras. 

Aso. — A  mí  el  cargo;  voy,  pues,  y  no  a 
sido  malo  auer  comido,  no  hauieudo  de  boluer 
tan  presto  a  casa. 

Dol. — Qué  niño  de  bendición;  ve  norabuena, 
que  yo  os  daré  de  merendar. 

Aso. — Toma  ay  otro  doblón. 

Dol. —  Qué  hombre  eres!  aun  serás  Rey. 

Aso.  {^). — Porque  te  doy  en  el  papo.  Esto 
es  Logistico,  nunca  vino  tan  a  proposito,  haré 
del  grane  passando  sin  hablar  y  escarraré,  que 
es  muy  de  corte. 

Zoy. — Acá  viene  el  cortesano  del  otro  dia. 
muy  entonado  va;  holgaría  de  hablar  con  él 
por  uer  si  es  anisado  o  conforma  con  los  hábi- 
tos el  parescer,  mas  no  hay  conoscimiento. 

Aso. — Mirame  todauia  como  a  estrangero. 

Loff. — Qué  importa  hazello  y  cortesmente 
preguntalle  nueuas? 

.Iso.— A  mi  se  viene,  todo  es  burla;  por 
coger  a  las  manos  la  vellaca  me  laua  la  cabera. 
Terne  con  todo  tiesto. 

Lo(/. — Beso  las  manos  de  X .  m. 

Aso. — Y  yo  las  de  V.  m. 

ZyO/7.  —  Señor,  perdone  el  atreuimiento  atri- 
bu[yJendolo  a  cortesía  y  desseo  de  lo  seruir. 
Vuessa  merced  viene  de  corte? 

Aso. — Señor,  si,  a  su  seruicio,  y  antes  es 
merced,  porque  los  peregrinos  tienen  necessi- 
dad  de  fauor  en  toda  parte. 

Lu(^. — V.  m.  por  si  vale  tanto,  que  yo  po- 
dría esperallo  del,  y  todavía  me  profiero. 

Aso. — Bien  va,  no  disimula;  boso  las  manos 
de  V.  m. 

Loff. — Ay  nueuas  desta  guerra,  señor  mió? 

Aso. — Muchas,  pero  Dios  sabe  las  más  cier- 
tas: ay  apparato  y  sperasse  rebuelta. 

Ltiff. — No  deue  pesar  a  los  soldados. 

>.4so.— Essos  señores  ya  sabemos  que  tienen 
guerra  con  la  paz. 


( ' )  Api.  dice  el  original,  pero  es  en'ata  evidente. 
oitiütNiis  DE  LA  Novela.  — ui.—  2i5 


Log. — No  liay  duda  en  ello,  y  los  cortesa- 
nos, señor,  cómo  lo  toman? 

Aso. — Como  hombres  dados  a  seruir  damas 
y  calcar  guantes  adobados,  hacer  sonetos,  ju- 
gar a  la  pelota  y  a  la  francesa  y  otras  gentile- 
zas que  liazen  blandas  las  manos. 

Lo(/. — Pienso  condena  su  suerte  V.  m.  por- 
que no  tenga  que  respondelle.  Ya  está  6al)ido 
que  lo  princi})al  de  la  verdadera  cortesanía  es 
el  exercicio  de  las  armas,  justas,  torneos,  y 
dessear  íuesse  de  veras  y  no  de  burlas. 

-Isü.—  Essos  pongo  yo  con  los  primeros, 
pero  hablo  de  los  ociosos,  en  el  numero  de  los 
quales  no  me  cuento. 

Lo(/.  —  Su  presencia  y  arte,  señor  myo,  dizen 
la  verdad;  vuessa  merced  me  tenga  por  serui- 
dor,  que  si  algo  se  le  of fresco  en  esta  tierra, 
será  merced  mandarme. 

Aso.  —  Beso  las  manos  de  V.  merced;  quan- 
do  esso  fuesse,  yo  se  lo  suplicarla,  porque  a 
los  nobles  es  hazer  seruicio  pedir  mercedes. 

Log. — Beso  las  manos  de  vuessa  merced 
por  essa  honrra. 

Aso.—  Esto  está  assi  de  Emperador.  Dole- 
ría es  mujer  de  prol;  mas  porque  éste  es  gran 
xabonero  y  podria  dissimular  o  fingir  no  co- 
noscerme,  quiero  certificarme  más  adelante  y 
correr  dos  laucas  muy  al  proposito,  vna  con 
Aniertia,  la  otra  con  Manía.  Por  estotra  calle 
será  mejor,  que  las  señoras  no  posan  lexos  vna 
de  otra;  a  la  puerta  veo  Amercia  en  su  labor, 
quiero  dalle  vn  mote  a  la  forastera,  y  a  según 
que  respondiere  assi  replicaré.  Dios  salue  la 
gracia  de  tan  gentil  donzella. 

Anier.  —  Beso  las  manos  de  su  merced. 

Aso. — En  verdad,  señora,  que  estoy  en  con- 
dición de  hazerme  natural  desta  ciudad. 

Amer.—  Por  qué,  señor? 

.1*0.—  Porque  no  veo  sino  angeles  en  ella. 

.lm<?r."No  burle  su  merced  de  las  mal  to- 
cadas, que  ya  sabemos  no  ser  acá  de  las  nmy 
lindas. 

Aso. — En  esso  está  llenar  el  precio,  serlo  y 
hazer  dello  poca  cuenta;  pero  assi  fuessen  mis 
seruicios  y  voluntad  acceptos  de  alguna  dama, 
como  yo  lo  mostraría  con  effecto. 

Amer.  —  Damas,  señor?  no  las  ay  aqui,  y 
mas  quién  j)odria  merescer  a  semejante  caua- 
llero? 

-Isü.—  Ya  veo  quiere  afrentarme  mi  señora; 
pues  sepa  que  la  fe  y  amor  serian  tales,  que 
supliessen  la  falta  desso. 

Amer.  —  De  verdad  lo  digo,  por  mi  vida. 

Aso. — Hágame,  pues,  vna  verdad. 

Amer, — No  soy  condesa  ni  duquesa. 

Aso. — Sea  luego  como  rey  na. 

Amer, — Quántas  cosas. 

-Iso.  —  Haga,  señora,  lo  que  le  pido. 

Amer. — Primero  lo  sabré. 


854  ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 

No  la  teugo   de  obligar  a  lo  itupos 


Aío 
sible. 

A /n^?'."— Pues  sea  norabuena.  Qué  es? 

Aso. — Que  me  dé  licencia  que  la  sirua. 

Amer. — Ay,  señor,  y  qué  gran  carga  seria 
tener  tal  criado  si  le  ouiesse  de  pagar  y  entre- 
tener como  raeresoe. 

Aso. — Yo  porne  todo  de  casa,  solamente 
con  este  título  rae  contento,  en  cuya  virtud  me 
atreueria  vencer  el  León  Ñemeo  y  la  Hidra 
Lernea;  ora  vea,  señora,  qué  podría  nascer  de 
la  verdad,  haziendo  la  sombra  tales  milagros. 

Amer. — Bien  a  estudiado  su  merced,  que 
tan  apuntado  anda  a  su  proposito. 

Aso. — Más  diria  si  me  valiesse,  mas  estoy 
viendo  en  essos  ojos  vuas  niñas  muy  crueles. 

Amer.  -  Qué  mal  le  hacen,  señor  mió? 

Aso.  —Partir  por  medio  mi  cora9on  y  cegar- 
me de  todo  punto. 

Amer.  —  No  tienen  ellas  edad  para  tanta 
Fuerza. 

Aso. — No  estoy  más  aqui,  pues  mis  golpes 
dan  en  vazio;  la  consciencia  le  dirá  después 
oómo  le  meresco  que  me  trate. 

Amer. — Esse  auogado  basta  par  yr  más  des- 
cansado y  no  desesperar. 

Aso. — Ay  está  el  punto  principal;  beso  las 
manos  de  V.  m.  hasta  la  buelta. 

Amer.  — Y  yo  las  de  V.  m. 

Aso. — Esta  va  la  más  donosa  burla  de  todo 
el  mundo;  no  podré  dexar  de  me  andar  assi  vn 
par  de  meses,  y  encantar  más  tierras  que  el  sa- 
bio Alquife;  todo  será  acordarme  coa  Dolería  o 
yrme  a  vn  mesón  para  despender  doblado. 
Allá  está  la  Nimpha  de  los  desdenes,  que  con- 
ciertan bien  con  su  nombre.  Veamos  de  qué 
temple  está.  Todo  en  esta  tierra  son  milagros; 
holgaría,  señora,  que  me  preguntasse  V.  m.  el 
por  qué. 

Man. — A  essotra  puerta,  que  esta  no  se  abre. 

Aso. — Deue  estar  en  casa  algún  tesoro. 

Man. — Passe,  señor,  que  si  lo  ay  es  para  otro. 

Aso. — Bien  aventurado  él;  es  natural,  seño- 
ra, o  estrangero? 

Man. — Todo  tenemos  aqui  de  casa,  que  lo 
de  fuera  no  nos  agrada,  y  por  esso  es  tan  barato. 

Aso.  — Peccador  de  mi,  señora:  de  manera 
que  nadie  me  comprará? 

Man. — Tal  puede  ser  el  precio;  á  cómo  da 
V.  m.  la  libra  de  syV 

Aso. — A  ouíjade  V.  m  ,  y  menos  si  mandare. 

^[an. — Bien  se  comide;  ora  buelua  lunes, 
que  aora  no  labran. 

Aso. — Y  esa  gracia,  no  conuertira  las  oras 
y  mudará  los  dias? 

iWan.  —  Pensaié  en  ello;  cubra  que  llue- 
ue,  o  passesse  a  la  sombra. 

Aso. — Que  entre?  o  gran  favor. 

Man. — No  lo  entendistes.  luán,  trae  leña. 


Aso. — Esso  palos  son. 

Man, — No  sperallos  si  no  los  quereys. 

Aso.— Harto  me  apallean  essos  ojos,  sin 
que  otros  me  den . 

3/an.  —  Cuy  dado  del,  que  está  ya  muerto; 
todauia,  señor,  yo  estoy  de  horno;  buelua  sien- 
do el  pan  cozido  y  comerá  vna  torta. 

Aso.  —  Tan  hermosa  boca  no  podrá  mentir, 
yo  lo  haré  assi. 

Man. — Acertará  la  puerta? 

Aso.  — Si  algún  fauor  no  me  desatinare. 

il/a?i.  — Pues  está  como  estaña. 

Aso.  —  Seruidor  de  V.  m. 

Man. — No  se  aueuture. 

Aso. — Esta  es  vna  cruel  bellaca.  Qué  haria 
si  me  conosciesse?  El  caso  es,  señora,  que  a 
essa  garganta  estará  muy  bien  vna  cadena 
d'oro  que  tengo  en  la  posada. 

Man. — Podreys  ser  oydo  si  por  ay  entrays. 
Pesa  mucho,  señor  mió?  ('). 

Aso. — O  traydora,  cómo  te  conosco;  qua- 
reuta  ducados  por  lo  más,  que  no  es  cosa  que 
le  trabaje. 

Man. — Amuestremela  mañana  passando 
por  aquí. 

Aso. — Sí  haré,  mi  reyna,  y  todo  el  resto  que- 
da por  suyo 

Man. — Besólas  manos  de  su  merced;  assi 
haga  su  merced  desta  posada,  y  queriendo  re- 
frescarse con  algún  regalo,  más  merced  seria. 

Aso. — Mañana,  que  aura  más  tiempo. 

Man. — Como  mandare;  pero,  señor,  no  se  le 
oluide. 

Aso. — Mal  podré  yo  oluidarme  á  mí. 

Man. — Beso  las  manos  de  su  merced. 

Aso.  -Y  yo  la  boca  si  me  dan  licencia. 

Man. — No  se  emplee  tan  mal. 

Aso. — Hablaremos.  Maldito  sea  metal  que 
assi  enternesce,  que  más  sangre  de  cabrón  es 
menester  para  labrar  diamantes,  por  vida  de 
Asosio,  que  acabando  la  en  que  ando,  entienda 
en  ésta,  a  trueque  de  quarenta  marauedis  que 
la  cadena  puede  costar,  y  verna  por  ducado  a 
marauedi,  poca  es  la  diferencia.  Pero  con  estas 
burlerías  se  me  passó  la  ora  y  deuen  sperarme. 

SCENA  8.  DEL  TERCER  ACTO 


Melania  va  al  concierto  de  su  cortesano  y  effecluasse  el  casa- 
miento. 


Melania,  Dolería,  Asosio. 

[^Mel.'\. — Peccadora  de  my  si  me  spera  ya 
aquel  gentilhombre;  no  querría  por  ninguna  cosa 
darle  enojo.  Qué  bien  criado  es  y  comedido^  qué 


O  En  las  dos  ediciones  se  atribuye  esta  pregunta  á 
Aaosie,  pero  bien  se  ve  que  es  yerro  de  imprenta. 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


355 


bien  hablado  y  lindo,  qué  más  riqueza  quiero; 
él  muestra  amor,  no  sea  apetito  solamente,  que 
los  hombres  poreomplille  pruuieten  quaiito  les 
pidei:,  pero  en  medio  está  el  amiga  que  me 
quiere  como  a  hija,  y  no  consentirá  que  se  me 
haga  tuerto.  Queriti  verme  ya  en  ello,  que  son 
vanos  estos  temores  y  causan  daño  algunas 
vezes. 

Dol. — Asosio,  albricias. 

Aso. — De  qué,  Doleria? 

Dol. — De  la  venida  del  cauallo  que  speraua- 
mos;  menester  será  calyar  espuelas. 

Aso. — Gran  nueua  es  essa;  de  todo  vengo 
proueydo. 

Dol. — Y  que  oluides  también  a  Asosio  y 
sus  burlas  y  te  hagas  aora  VÜsses  para  Circe. 

.1^0. — Sobre  mí  que  no  le  valgan  sus  encan- 
tamientos. 

Mel. — A  la  puerta  veo  a  Doleria. 

Dol.  -  Assi  hazes  sperar  la  gente? 

Mel.  —  Por  vida  tuya  que  vengo  cansada  de 
apressurarrae;  no  fue  possible  más,  que  es  me- 
nester dissimular  en  casa  y  fingir  vnu  mentira; 
mas  qué  ay,  vino? 

Dol. — Sí,  y  boluioso. 

Mel. — De  verdad?  o  triste! 

Aso.  -  No  lo  seras  tú  nunca,  señora,  a  mi 
poder. 

Mel.     La  burlona?  y  engañauasme? 

Aso. — Hazialo  por  te  prouar,  y  pues  tan 
claramente  se  paresce  la  obligación  que  de  ser- 
uirte  tengo,  bástame. 

J/í/.  — En  buena  fe,  señor,  ya  que  la  verdad 
dezir  se  deue,  yo  no  vengo  sin  amor  aqui,  ni 
es  pequeño,  pues  me  vinia  doliendo  de  la  tar- 
danza. 

.l«o.-  Tanto  mayor  es  la  deuda. 

Mel. — Entrémonos  en  casa,  hijos,  y  reposa- 
ros eys;  también  se  entenderá  en  la  comida. 

Aso.  ■-  Y  csso  mas? 

Mel.  -  Tantos  regalos? 

Dol. — Todo  es  poco  para  lo  que  yo  desseo, 
¡r  con  el  tiempo  haré,  a  fe  que  no  te  quexes 
Qunca  de  balde. 

Aso. — Bienauenturado  dia  que  assi  pudo 
lorificarme  y  traer  a  mi  poder  la  muerte  y 
rida. 

Mel. — Dios  nos  guarde,  señor,  de  muerte. 

Aso. — Paresce  que  quien  la  tiene  no  la  teme. 

Mel. — Pues  tan  fea  soy? 

Aso. — No  es  fea  quien  tiene  fuerza  para 
natar. 

Jí/éZ.— Todos  están  los  hombres  de  acuerdo 
n  esto. 

Aso.  —  Esso  es  peor;  pues,  señora,  a  tantos 

oydo? 

Mel. — Parte  de  oyda,  parte  de  vista  lo  al- 
an9o. 

Aso. — No  fuesse  enmí  perjuizio,quete adoro. 


Dol.  -Yo  quiero  despartir  esta  contienda, 
hermano;  lo  mejor  es  no  perder  tiempo;  esta 
donzella  viene  aqui  a  fuerza  de  mis  ruegos  y 
se  a  offrescido  hazerme  la  voluntad  en  todo, 
siendo  cosa  de  su  honrra;  si  tú  assi  lo  quieres 
como  aFíirnjaste,  daca  la  mano  y  recibila,  que 
a  la  era  se  harán  las  bodas. 

Aso. — A  tal  gracia  y  meresccr  cómo  puede 
faltar  firmeza?  Digo  que  soy  suyo  aun  después 
de  muerto,  si  ella  no  está  arrepentida. 

Mtl. — Yo  soy  la  dichosa,  mi  señor. 

Aso. — He  aqui  dos  manos  en  vez  de  vna 
que  me  pides. 

Dol. — Prometes  de  cumplir  todo  lo  que  di- 
xiste? 

Aso.—  Prometo. 

Dol. —  Prometes,  Melania,  de  i'om])lazell«; 
en  todo? 

Mel. — Prometo. 

Dol. — Dios  os  haga  bien;  aora  podeys  que- 
daros solos. 

^íel. — Mira,  señora,  lo  que  te  digo,  pues 
basta  esto? 

Dol. — Y  sobra. 

^^el. — No  me  dexes  sola. 

Dol. — Boba,  no  quedas  con  tu  marido? 

Mel.  —  No,  por  tu  vida,  que  tengo  vergüenza. 

Dol. — Verguenca?  si  algún  dia  auia  de  ser, 
no  vale  más  aqui  que  en  otra  parte?  trabaja  por 
contentalle  en  todo,  que  fuiste  bien  auenturada. 

.\[el. — Es  verdad,  pero... 

Dol.  —  No  es  pero,  sino  manzano;  dexale 
coger  su  fruto  y  buena  prol  le  haga. 

Aso. — Qué  secreto  es  este?  Ay  falta  en  mí 
que  esta  señora  dcssee  ver  enmendada? 

Dol.  —  Sí,  por  esso  hazele  la  voluntad  en 
quanto  se  adereza  la  colación. 

Aso. —  O  rey  na  mia,  ánima  mia,  y  es  possi- 
ble? o  dichoso  hombre,  qué  boca  esta,  qué  na- 
riz esta. 

J/^/.  — Manso,  señor,  que  me  maltratas. 

Aso. — Calla,  vida  mia,  que  no  puedo  menos. 

^[el. — Entrémonos  allá  dentro. 

Aso. — Esso  quiero  yo. 

SCENA  9.  DEL  TERCER  ACTO. 

IkM'uclio  va  a  rasa  de  I.ogistúo   a   coiisuliar  di'    sus  amores,  y 
alli  scriue  >aa  carta  a  Asiasia,  que  Ueua  Honorio. 

HerACLIO,    LOGISTICO,    Ho.SOKIO,    Paoe. 

[Iler.]—  Qnán  bien  empleada  es  en  mí  la 
tempestad  deste  viage,  pues  de  barca  tan  mal 
aderezada  quise  fiar  mi  gran  tesoro,  sin  mirar 
tiempo  ni  reuolucion  de  cielos  o  creerme  de  py- 
k)to8  experimentados!  Aora  que  dexé  el  timón 
y  la  furor  del  viento  rompió  las  velas,  los  ma- 
rineros con  el  impeto  de  las  olas  secayeroi:, 


356 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


que'speranga  aura  de  puerto?  Mas  pues  mien- 
tras dura  la  vida  no  se  deue  dexar  el  arte  y 
diligencia  (con  que  se  restaura  muchas  vezcs 
lo  perdido  y  el  juizio  y  sentidos  con  mano 
prompta  boluiendo  a  su  officio  se  restituyen) 
gouernaré  hacia  el  amigo,  para  que  juntamen- 
te carteemos  sin  pas-sion  y  trabajemos  por  to- 
mar la  altura.  Honorio,  adelántate,  y  sabe  de 
Logistico  si  está  en  casa. 

Hon. — Direle  algo? 

Her.  ~  No  le  digas  más. 

Non. — Qué  [he]  de  mandalle  si  está  en  casa? 

Ifer. — Doyte  al  diablo. 

JIon. — Y  yo  a  ti,  porque  no  quedes  solo. 

Jler. — Aun  sea  gruñendo.  O  Dios,  y  qué 
pesada  carga  es  la  de  vn  necio.  Más  quería  que 
me  engañase  vn  anisado.  Este  a  sido  parte  de 
mis  desgracias,  es  vn  asno  que  por  dezir  pie- 
dra dize  pallo,  y  quando  alia  le  embio,  quiere 
motejar  también  y  requebrarse,  y  no  pueden 
auelle  fuera  de  casa. 

Hon. — Quánto  a  de  durar  a  mi  amo  la  ca- 
llentura,  si  no  se  muere  della,  que  maldita  sea 
la  cosa  que  come  o  beue.  Tengo  me  yo  a  Logis- 
tico, que  Ueua  vida  de  Emperador  y  no  entien- 
de en  otro  que  en  pasatiempos. 

Her. — No  acabas  de  llegar?  cantas  o  metri- 
ficas? 

Hon. — No  conosco,  señor,  tales  yernas;  pero 
venia  hablando  en  nuestro  amigo,  que  se  levan- 
tana  de  dormir  la  siesta,  la  mo9a  adere^aua  la 
colación  y  el  page  tañia  en  el  clauicimbolo, 
cantando  como  vna  golondrina,  y  tu  merced  no 
sabe  quándo  es  de  dia,  ni  quándo  las  noches 
soné,  como  dezia  el  prisionero. 

Her. — Bien  me  las  assienta  el  bobo,  y  algo 
dice. 

Hon. — Todo  se  va  en  suspirar.  Reniego  do 
los  amores;  yo  les  cuntaria  el  requiescat  si  co- 
migo  lo  ouiessen. 

Her. — Paresceme  vas  acertando,  pues  otra  ay 
que  dice;  no  son  amores  para  todos  los  odres. 

Hon. — No  diré  sino  bien,  que  sean  para  to- 
dos los  diablos. 

Her. — Mucho  me  huelgo  que  te  hagas  ani- 
sado. 

Log.  —Qué  madrugada  es  esta,  mi  señor? 

Her.— As  lo  soñado;  de  la  siesta  hazes  ma- 
ñana? 

Log. — Perdone  su  merced,  señor,  que  de 
como  anda  cercado  de  neblina  y  vapores  grue- 
sos, perdí  la  concorriente. 

Her.— Mas  el  su.'ño  embari9a  assi,  si  de 
antes  no  auia  otro  achaque. 

Log  — Buena  estaua  la  comida  y  el  vino 
harto  fresquissimo. 

^^er. — De  ay  proceden  luego  los  vapores  que 
m3  assaca,  y  haze  bien,  que  f  s  el  tiempo  peli- 
groso de  ayres  corruptos. 


Log. —  Soy  yo  tú,  que  traes  en  pleyto  a  lupi- 
ter  sobre  el  hurto  de  Europa?  No  se  me  da 
más  por  toda  la  Asia  y  África  que  por  essos 
paxaros  que  van  bolando.  Hermano,  la  vida  es 
breue,  el  arte  larga  y  todo  se  queda  por  acá. 
No  sabes  que  C liaron  no  consiente  a  nadie 
cargar  ropa  en  su  barquilla? 

Her.  —  Qué  burlería  essa  si  bien  se  mira; 
pero  no  lo  pensamos  sino  quando  daríamos  la 
buelta,  y  no  ay  lugar. 

Log. — Muchos  ay  que  por  vengarse  dello 
beuen  más  vna  vez. 

Her. — Y  otros  menos  con  essa  ansia. 

Log  — No  más  ni  menos  a  segmi  es  la  phi- 
losophia,  verde  o  madura,  y  la  complexión  san- 
guina o  melancólica,  como  de  los  dos  que  vno 
reya,  lloraua  el  otro  por  una  mesma  causa. 
Pero  dexadas  las  circunferencias  por  el  centro, 
mande  dizirme  V.  m.  que  le  trae  por  acá  a  es- 
tas oras,  que  para  la  grauedad  y  compasso  con 
que  biue,  es  extraordinaria  esta  visita. 

Her, — Esso  es  buscar  sophisterias  para  no 
me  lo  agradescer.  No  es  occasion  harto  bastan- 
te la  de  ver  a  su  merced  y  gozar  de  la  música 
de  su  page?  y  sobre  todo  de  su  tan  dulce  con- 
uersacion  y  plática? 

Log.  — O  qué  passo!  Todo  es  poco,  señor 
mió,  para  seruir  la  gracia  con  que  lo  dize;  mas 
si  por  acá  no  ay  tan  buen  guisado  como  sobra 
a  él,  pese  la  voluntad  y  liallará  vn  cuerno- 
copia. 

Her. — No  es  esse  muy  buen  manjar  quanto 
a  la  superficie,  pero  el  sentido  y  buena  inten- 
tion  lo  suple. 

Log.-  Estays  entre  las  dos  column.is  sin 
auer  para  que  buscar /í//í>-  ultra. 

Her.  -  Ni  menos  lo  ay  duudeestá  V.  m.,  sino 
fuessc  en  sueños,  y  aprouejharia  poco  assi. 

Log.  —  De  acuerdo  estamos,  ora  siéntese  su 
merced,  mientras  me  lauo,  y  perdónela  descor- 
tesía. 

Her.  —  No  ay  de  qué,  señor;  laue  si  puede. 

Log  — Bien  dize,  porque  algunas  veces  con- 
serua  la  suziedad  la  gentileza 

Ifer. — Essa  es  otra  nueua  alchimia. 

Log. -Qué  necio!  No  as  encontrado  con 
ollas  de  damas? 

Her. — Podria  ser. 

L^og. — Pues  qué  más  quieres?  Aquella  hiél 
de  buey,  higos  podridos  y  otros  mil  perfumes, 
para  qué  son  sino  para  dexar  su  agua  á  los  ca- 
uallos?  M090,  canta  algo  con  que  lloremos  to- 
dos. 

Page. — Romance,  señor,  o  cantiga? 

Log. — Lo  que  quisieres. 

líer. —  Sea  délas  vuestras,  page,  que  yo  os 
lo  pagaré  en  el  laúd. 

Page.     Para  qué  me  dan  tormento, 
aprouechando  tan  poco 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


857 


qne  snffra,  mns  no  tan  loco 

>         qne  desculjra  lo  qne  siento?  (') 

Lo^. — Ya  vees  cómo  aqui  todos  andamos  a 
adeninar  lo  que  te  cnmple,  y  tú  no  lo  agra- 
desces. 

ller.  —  Si  oaiesse  de  liazello  conforme  a  las 
mercedes,  todo  se  me  yria  en  linmo  de  gracias. 
Ora,  page,  la  huelta  dessa  qne  es  excelente. 

Ijog.  —  Vete  de  ay,   n,o   cantes   bneltas,  qne 
sólo  por  el  nomi)re  la^í  aborrasco ;  sean  todo  ei'- 
trmhiíi  y  adelante  siempre;  dize  ay 
por  amores  uie  perdí 
y  si  me  cobrasse  un  dia 
nunca  más  me  perdería. 

¡ler. — Buena  pascua  tengas,  qne  de  razón 
assi  a  de  ser,  y  huela  la  casa  a  hombre. 

l^og. — Dame  licencia  y  verás  si  te  hago  jus- 
ticia, poniendo  en  obra  alguna  de  mis  mágicas. 

Her, — Bien  sabes  soy  tu  sombra  y  que  no 
me  puedo  niouer  sin  ti;  pero  sea  cuerdamente 
y  conforme  a  nu  stra  profession. 

Lofj.—Aüs\  se  entiend(>,  mas  vna  cosa  es 
menester  primero. 

/íer.  -  Qné? 

Ln¡/. — Ya  sabes  que  mujeres  son  antojadizas 
sospejjiosas,  desc'^n fiadas,  celosas,  vengatiuas, 
mentirosas;  que  por  todos  estos  escalones  a  de 
subir  el  triste  que  aya  de  ser  serit  'uciado  dellas. 
Veamos,  pues,  si  en  alguno  dellos  diste  occa- 
ftion  de  recibir  la  muerte:  en  el  primero  mos- 
trando otro  de  lo  que  sentías;  en  el  segundo, 
si  sob  specie  de  dar  consejo  rsa^te  de  repre- 
hensión; en  el  tercero,  si  por  tentar  su  calor 
mostraste  frío,  y  en  el  qnarto,  si  heziste  ora- 
ción a  alguna  otra  sancta  o  eres  general;  en  el 
quinto,  si  no  tomaste  con  alegre  cara  su  desseo 
de  satisfazerse  o  no  diste  bigar  con  g.Mieroso  y 
manso  semblante  a  su  furor,  y  en  el  sexto,  si 
le  contrariaste  en  algo  o  dexaste  de  finxir  que 
creias  sus  mentiras. 

/fer. — No  te  sabria  dezir  particularmente  la 
orden  del  proceder,  porque  amor  es  figura  apar- 
te, y  no  conosce  señorio  de  tiempo  o  otra  fuer- 
9a  humana,  pero  en  sunima  sabe  que  .Marco 
Antonio  no  fue  más  leal  a  Cleopatra,  aunque 
me  dexe  solo  ñora  en  la  pelea  desta  mar  de 
mis  males,  como  f^lla  hizo  a  él. 

Lof¡. — Bien  hacia   yo  el    Palinuro;  pero  tu 
hechasteme  en  la  mesma  mar:  es  tuerca  toda 
uia,  que  aun  mo  atreuo  llenar  tu  nao  a  mejor 
pnerto.  Mi  consejo  es  que  aun  lo  dissimnles  y 
le  scriuas  vna  carta. 

//er. —  Quieres  hazerme  perder  el  seso?  si 
nunca  m?  responden,  qne  es  indicio  de  tener- 
nie  en  poco. 

Lnr/. — Podria   ser  que   no,  y  fnesse  tenta- 


(')  Estos  y  los  demás  versos  que  hay  en  la  comedia 
•Btán  escritos  como  prosa  en  las  ediciones  originales. 


cien,  que  en  fin  tiene  su  te'rmino.  Hágase  aqui 
y  Ueuesele  luego;  quiza  será  principio  d'algun 
contentamiento  o  el  remate  o  cabo  de  to  los  sus 
contrarios,  hechando  las  ancoras  en  otra  parte 
Kiciit  et  no.<>.  Entiendes  este  verso  del  Pater- 
nóster.' 

//«;•.— Demasiado;  sea  hecha  tu  voluntad 
en  esta  tierra.  Page,  traed  papel  y  scrira- 
nias. 

Piir/e. — Si  haré,  señor,  aqui  están. 

Loí^. — Vna  merced  qiieria  del  señor  pere- 
grino de  amor  o  desamor:  que  contasse  por  los 
dedos  sin  curar  de  cifras  d'esta  vez,  que  yo 
prometo  seruirselo  de  otra. 

/íer. — Soy  muy  contento,  mas  si  ay  negra 
alguna  allá,  podria  ser  que  se  corriese. 

Ln(/. — Proprio  es  de  negros  correr  y  huir, 
pero  aqui  estamos  nos  que  le  alcanzásemos  con 
los  perros  de  Asosio. 

/fer. — Ah,  ah,  ah,  esto  es  mejor  ya  de  lo 
que  será  la  carta.  Enipieco:  Mi  señora. 

Loff. — Señor,  sí. 

Her. — Ya  sabes  que  no  estando  mi  alma  en 
otro  cuerpo  que  en  el  tuyo,  para  binir  contento 
conuiene  que  te  busque. 

Lng. — Vn  poco  va  alatinado,  pero  vaya. 

Her. — O,  ni  también  a  de  ser  el  A  b.  c.  que 
presumen  allá  de  soletrear. 

Loff.  —  'Essa  es  la  cuenta. 

Her. — Mas  si  lo  hago  y  el  tiempo  y  lugar 
me  faltan  para  recibir  el  acostumbrado  nutri- 
miento, es  matarme. 

Loff. — No  salieras  en  ayunas,  si  lo  dixieras 
en  el  campo  de  Xeres. 

ffer. — Por  qué?  es  descortesia? 

X07. — Señor,  no:  prosiga. 

Ifer. — Doyte  al  diablo  que  tanto  sabes  de 
Guydo,  fueras  bueno  para  barbero, 

//0(7. — Y  su  mercod  para  montar  en  iianco, 
como  charlatán  italiano,  y  vender  pelotas  de 
xabon  y  otras  species;  adelante. 

//«r.  — No  sea  tan  rigurosa  la  ley  del  Mo- 
nasterio, que  no  aya  excepción  en  ella. 

Loff. — Aora  me  diste  en  el  paladar,  porque 
esse  es  el  sexto  punto  de  que  tratado  tenemos, 
dexareste  engañar  y  tener  por  cierto  lo  incierto. 

/fer. — Nunca  menos  hize  sino  vna  vez  qne 
la  reprendí  de  general. 

Lofj. — Entonces  perdiste  el  juego. 

/fer. — Antes  me  lo  agradescío. 

Log. — Son  mañas;  Dios  sabe  que  le  quedó 
en  las  narizes. 

Her. — Ya  es  hecho,  la  intención  me  saina. 

f^og. — De  buenas  intenciones  está  el  infierno 
lleno. 

Her. — Assi  lo  dizen.  Si  tu  merced  me  da 
licencia  yre  acordar  oy  cierta  música  que  tengo 
pensada  y  darle  algunas  nueuas. 

Log. — Bueno,   porque   es  más  sentida  que 


858 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


vn  delfín  y  muy  amiga  de  nueiias  para  tener 
en  qué  morder. 

Her.  —  S'\  no,  que'dese  para  mañana,  si  oy 
no  puede  ser,  que  tus  honestos  exercicios  no  te 
dexan  tiempo  para  otras  cosas.  Dios  te  cnn- 
serue  en  ellos. 

Log. — Ad  quam  gloriam.  Andaste  de  capi- 
tán, cierra  aora,  y  ay  está  Honorio  que  porna 
todo  en  su  lugar. 

Hon. — Assi  fuesse  en  mi  mano  cómo  las 
haria  baylar  al  son. 

Rer.~Ya  sé  vuestra  buena  voluntad;  yd, 
pues,  y  cortesmente,  sin  más  historia,  como 
os  tengo  dicho,  dad  esta  carta,  y  mirad  lo  que 
os  responden,  que  en  casa  os  speraraos  o  allá 
fuera. 

Hon. — Si  haré,  señor. 

^er.  — Vamonos  passeando  por  aqui  a  coger 
ayre. 

Log.—  No  será  menester  yr  para  esso  lexos, 
que  aqui  cerca  está  vn  molino  que  da  harto. 

He7-. — A  do  lo[da]; 

Log. —  En  su  cabe9a  de  V.  m. 

Her.  —  Y  en  la  vuestra  ay  agua  y  tie- 
rra. Algún  dia  me  lo  pagareys,  vellaco. 

Log. — Mucho  aueys  de  sperar,  hombre  hon- 
rrado. 


SCENA  10.  DEL  TERCER  ACTO 


Asosio  de  retorno  de  sus  bodas  encuentra  con  Logistico  y  He- 
raclio,  con  que  se  burla  un  rato  en  su  mascara  y  buelue  Ho- 
norio. 


Asosio,  LoGisTico,  Heraclio, 
Honorio. 

[J.SO.]. — Y  vos,  señora  Alcumena,  pensa- 
uades  no  auia  otro  Amphitrion  y  que  se  olui- 
daua  lupitor  de  los  pollos?  por  vida  de  Martes 
el  soldado,  que  os  an  de  saber  a  grajos,  y  que- 
days  señalada  de  manera  que  todo  el  Balsamo 
de  lerico  no  os  aproueche.  Qué  bien  le  supo  la 
comida;  a  fe  que  es  de  buena  boca  la  señora  y 
alegre  en  la  conuersacion,  sino  que  era  el  dia 
claro  y  descobria  al  Pauon  los  pies.  Andará  la 
burla  assi  algunos  dias;  alquilaré  después  la 
mascara  a  otros.  Entendamos  aora  en  la  cadena 
de  la  otra  Nimpha,  para  ganar  el  precio  del 
torneo  y  contar  de  la  batalla,  pues  soy  auentu- 
rero.  Qué  paxaros  son  éstos?  ah,  ah,  ah,  los 
mesmos.  Asosio  otra  vez  al  grano  y  ento- 
nado. 

Log. — Este  baelue  a  ser  mi  cortesano  de 
oy;  alguna  cosa  busca  por  aqui. 

Her. — Será  enamorado.  No  tiene  mala  vista 
ni  representa  mal,  si  lo  demás  responde  a 
ello. 

Log .—  O,  es  discreto  y  buena  arte  d'hombre! 


lleguémosnos  a  él  que  ya  nos  conoscemos.  Se- 
ñor, alegróme  en  pensar  que  lo  detenga  alguna 
cosa  en  esta  tierra. 

Aso. — Mucha  ay,  señor,  si  yo  valiesse  la 
menor. 

Her. — Bueno.  Beso  las  manos  de  V.  m. 

Aso.  —  Beso  las  manos  de  Vs.  ms. 

Her. — Cierta  regla  de  valer  mucho  es  ser 
confiado.. 

Aso. — Si  yo  lo  soy  es  en  el  desseo,  pero 
aqui  deuen  querer  más. 

Log. — Aqui,  señor,  por  dinero  baylla  el 
perro,  como  en  tierra  de  Salomón.  Y  sepa  que 
si  el  señor  Homero  viene  sin  él,  duerma  al  se- 
reno, aunque  trayga  a  Héctor  de  rienda. 

Aso. — En  toda  parte,  señor  mió,  saben  ya 
essa  oración,  pero  en  algunas  hay  más  cortesía 
y  quieren  los  cumplimientos  rebo9ados. 

Her. — Señor  sí,  como  si  dixiessemos  aora, 
vn  hermitaño  de  vn  pagode  allá  en  la  India  no 
tomará  vn  quarto,  mas  otras  charidades  que 
valgan  mil,  dando  en  prendas  d'ello  la  posada 
y  sus  ayunos. 

Aso. — Aueriguado.  Rehusan  diez  ducados 
por  una  cadena  ó  sortija  que  valga  treinta.  Sed 
lihera  nos  a  malo,  que  el  oro  es  ya  carisimu,  y 
muriéronse  los  Alexandres  y  Pómpeos. 

/Tí?-.— Leydo  es  este  gentilhombre. 

Log,—  O  es  mucha  marca. 

Aso. — Si  le  conosciessedes,  señores,  ternan 
que  platicar,  ny  yo  tampoco  quiero  ser  huésped 
enojoso.  Accuerdense  deste  perigrino,  que  es 
de  las  obras  encomendadas; y  si  lo  fueren,  algún 
dia  les  será  pago. 

Log.  —Antes  nos  hazia  merced  mUy  señala- 
da, mas  si  assi  quiere  como  mandare. 

Her. — Como  natural  será  seruido,  acceptan- 
tando  las  casas  y  personas. 

.Iso.  — Ya  esso  queda  contado  por  merced 
recibida,  porque  no  se  escusen. 

Ljog. — Señor  mió,  aqui  todo  responde  a  esta 
prenda. 

Aso.  —  Beso  las  manos  de  Vs.  mercedes. 

Her. — Y  nos  los  pies  de  V.  merced. 

L^og. — No  veys  qué  bien  assienta  sus  ra- 
zi^nes? 

Her. —  De  los  nuestros  es;  no  seria  malo 
conuersalle  y  hazelle  algún  sernieio. 

Log. — Mas  quiero  conbidalle  pai'a  mañana 
y  negociar  oy  damas  y  música. 

Her. — Passarás  en  esso  al  Cid  Ruy  Diaz. 
Acá  viene  la  nao  por  que  speramos. 

Loj.  —  No  trae  mucha  carga  según  pares- 
ce. 

fler.—  De  mala  gracia  viene. 

Log.  -  Pi\e?.  hermano,  traes  recaudo  con- 
forme a  essa  cara? 

Hon.—  Mala  cara  y  mal  recaudo  venga  por 
ellas  y  por  ellos  y  por  los  gatos. 


i 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


859 


Her.  -  No  lo  digo  yo?  algo  ay. 

Log. — Si  ay. 

Hon. — Algo  ni  alga;  bien  puede  tu  merced 
passarse  a  otra  calle,  que  aqui  no  le  conoscen 
y  hace  frió  demasiado. 

Log. — Disto  tú  la  cart&? 

//ort.— Di  la  carta,  y  leyóse  la  carta,  y  an- 
duuo  la  carta  pagando  portazgos  y  habiendo 
más  caminos  que  el  Troyaiio  de  que  leya  tu 
merced  el  otro  dia. 

Log. — Quiere  dezir  Vlisee;  Griego  dirás. 

fler. — En  summa? 

Hon. — En  summa,  señor,  gente  ruyn. 

Log. — A  quién  la  diste? 

Hon. — A  \-j.  Patrona. 

Log. — Qué  semblante  hizo? 

Hon. — De  perro. 

Log. — Qué  te  dixo? 

Hon. — Spera.  Pensé  que  yua  scriuir  y  dixo- 
me  la  moya  que  no  aula  tiempo. 

Her. — Viste  más  que  a  ella? 

Hon. — Otras  ellas  vy,  y  todas  ya  lo  son,  que 
paresce  se  hurlauan. 

Her.  —Quererlas  (sic)  motejar. 

Hon. — Para  ebso  estaba  Honorio;  binas  las 
comiera,  assi  me  despidieron  y  do  tibio  no  po- 
día llegar. 

Her. — Impleta  est  iniquitas  Saúl;  a  otro 
Rey  auremos  do  seruir. 

Log. — Entremos  y  auremos  nuestro  consejo. 

Her. — Ya  no  hay  para  qué. 

Ljog.  —  Sí  ay,  y  sigúeme. 


SCENA  1.  DEL  QUARTO  ACTO 

Anieriia  va  a  casi  de  Manía  por  saber  del  cortesano:   ella  la 
despide  (•)  porque  le  speraua. 

Amertia,  Manía,  Asosio. 

{Amer.'\. —  Aquel  gentilhombre  se  detuuo 
ayer  a  la  puerta  de  Mania;  holgaria  de  saber 
lo  que  passó  con  ella.  Qui(?a  donayres  como 
por  acá.  Por  mi  vida  que  es  anisado  y  tiene 
buena  gracia  y  en  su  vestir  paresce  rico,  que 
es  lo  que  importa.  Puesto  caso  que  estos  cor- 
tesanos son  como  el  conejo,  y  toda  su  hazien- 
da  traen  a  cuestas,  no  auiendo  en  casa  estacas 
ni  tocinos;  mas  por  sustentar  la  vanidad  se 
degüellan  [^)  algunos  dellos.  Otros  ay  tan 
redoblados  que  por  engañar  a  quantas  ay  no 
se  les  da  vna  blanca.  Guay  de  quien  les  cae  en- 
tre las  manos,  que  le  hazen  ver  las  estrellas  a 
medio  dia. 

Man. —  Allá  viene  mi  prima,  qué  dirá  de 
bueno?  No  la  quería  aora  aqui,  porque  viendra 

(')  Por  errata  dispede  en  las  dos  ediciones. 
l^)  Degüallan  en  la  primera  edición.  Está  corregido 
en  la  segunda. 


aquel  galán,  que  importa  más  si  trae  la  cadena 
O,  si  llegasse!  bien,  hermana,  a  dónde  bueno 
qué  me  traes? 

Amer. — No  basta  esta  gentileza? 
Man. — Sí,  mas  es  acostumbrada.  No  sabes 
que  no  se  para  en  dessear? 

Amer. — Es  assi;  pero  vn  rato  de  buena  con- 
uersacion  no  tiene  precio,  mayormente  qunndo 
ay  algún  villancico  que  glosar. 

.l/a?i.  — Esse  es  el  parayso.  Pues  tienes  al- 
guno que  sea  nueuo? 

Amer. —  Nunca  falta.  Viste  aquel  noeuo 
soruidor  que  ayer  nos  vino? 

Man. — Quai?  un  gentilhombre  de  vnas  pier- 
nas y  cabera,  que  anda  haziendo  paradillas  a 
las  puertas  y  todo  son  milagros  lo  que  dizo? 

Amer. — Esse,  prima,  por  tu  vida. 

Man. — Dónde  nos  vino  el  axuar,  que  pares- 
ce  grulla  de  Alemana? 

Ainer. — No  gé;  aqui  lo  vy  ya  otra  vez;  di- 
zen  que  es  persona  principal. 

Man. — Pocos  mo90s  lleua  para  principal. 

Amer.  —  No  va  en  esso,  prima;  precianse 
aora  los  caualleros  de  andar  assi  y  dissiiuular 
su  estado,  y  los  que  no  lo  son  ni  tienen  sangre 
para  hazer  morcillas,  hinchinlas  de  muías  vie- 
jas o  de  mocos  alquilados. 

Man. — Tanto  menos  estimará  la  dequaren- 
ta  assi,  prima?  qué  poco  sé  yo  del  mundo! 

Amer. — Mejor  te  acoten,  traydora. 

Man. — Qué  dizes? 

Amer. —  Que  es  traydora  la  orden  de  biuir 
aora. 

Man.  —  Bien  entona  sus  canciones. 

Amer.  —  Es  auisado. 

Man. — Qué  te  dixo? 

Amer. — Muchos  requiebros. 

Man. — Qué  respondiste? 

Amer.—A\  mesmo  tono. 

Jían. — Y  yo  muy  fuera  del. 

Amer. — Por  qué  eres  assi?  No  serias  más 
humana? 

Man.  —No  os  tiempo  ya  de  cortcsias.  Todo 
nos  merecen  mientras  no  abren  la  bolsa  y  cie- 
rran la  boca,  entiendes? 

Amnr. — Qué  dcsuorgon^ada. 

Man. — Más  qué  niña  tú;  bien  te  conosco^ 
mejor  darias  vn  salto  que  el  ladrón  Caco.  El 
natural  de  la  raposa  es  fingirse  muerta  para 
ca9ar;  yo  <*oy  mas  a  la  clara,  doy  el  desengaño 
luego  sin  perder  tiempo,  y  desta  suerte  venci 
muchos  desafios.  Pues  vno  tengo  aplazado  (') 
aora  que  puedo  ser  me  valga  tres. 

Ampr. — Con  quién,  prima,  assi  Dios  te  dé 
salud. 

^fan,  —  Dospiies  te  lo  diré,  y  perdóname  que 
se  llega  la  ora. 

M)  Plazado  en  la  primera  edición. 


360  orígenes  de  LA  NOVELA 

Norabuena  vayas;  si  bien  te  fuere, 


Amer 
darue  parte 

3fan. — Todo  está  a  tu  seruicio. 

Amer. — Si  no  la  bolsa, 

Man. — No  seas  incrédula,  que  no  me  burlo. 

Amer. — Ya  lo  sé,  prima;  a  Dios  te  enco- 
miendo. 

Man. — Tus  manos  beso,  nunca  faltan  dia- 
blos; si  veniera  el  conde  todo  se  gastaua; 
mande  Dios  no  hallase  estropiecc  alguno,  a 
mengua  de  regalos  no  se  boluera.  La  mesa 
puesta,  la  casa  perfumada,  dos  pares  de  pañe- 
zuelos  muy  galanes  y  vn  par  de  guantes  ado- 
bados que  traya  por  mi  amor.  Podria  ser  que 
este  anzuelo  pescasse  más  vna  lamprea.  Suspi- 
ros y  ojos  quebrados,  que  eon  los  alguaciles  de 
prender  libres,  de  casa  los  tenemos;  mientras 
aya  que  dar  todo  andará  a  punto.  Allá  assoma 
una  cabeca,  la  suya  deue  ser.  Quiero  boluer  la 
mia  a  su  lugar,  haziendo  ademanes  de  soledad 
y  cantando  la  cantiga  de  vn  ora  m'era  mil 
años  (y  quando  esté  acá)  mas  aora  mil  años 
me  es  vn  ora.  Graue,  tristoña,  con  mis  des- 
cansos  de  pecho  a  ratos,  que  son  los  escaue- 
ches  que  aprendi  de  niña. 

Aso. — lusto  es,  señora,  buelua  por  sí  quien 
se  dexó. 

Man. — Portan  poco? 

Aso  — Si  el  comer  no  fnesse  tan  ordinario, 
la  hambre  no  matarla.  Para  poder  biuir  sin  ti, 
es  menester  verte  de  quando  en  quando,  mi 
señora. 

Man. — Mira  lo  que  dize  su  merced. 

Aso. —  Aqui  traygo  el  rescate  de  mi  pa- 
labra. 

Man. — Esso  buscamos.  Cómo,  señor,  pro- 
metióme algo  tu  merced? 

Aso. — O  qué  pieca,  ya  se  te  oluida,  amores 
mios?  no  te  dixe  que  queria  adornar  tu  hermo- 
so cuello  con  vna  prenda  mia? 

Man. — Ya  ya,  señor,  pensé  que  burlana  tu 
merced. 

Aso. — No  binas  más. 

Man. — Yo  no  pretendo  [más]  que  tu  amis- 
tad y  seruirte  con  la  pobreza  desta  posada. 

Aso. — Esso  rae  obliga  a  darte  lo  que  queda 
y  a  prenderte  assi. 

Man. — Guárdeme  Dios,  y  qué  verguenca; 
no  señor,  no  la  tomaré  por  todo  el  mundo. 

Aso. — Será  luego  por  amor  de  mí,  que  soy 
parte  del. 

Man. — No,  no  señor,  que  no  soy  dessas.  Si 
mi  madre  la  viesse,  matarme  ia. 

Aso. — No  hará,  que  yo  te  defenderé. 

Man. — Assi,  señor,  con  qué  gracia  lo  dize 
su  merced;  entre,  señor,  que  haze  calor  aqui  y 
refrescarse  a  con  algo. 

Aso. —  Dispuesto  vengo  a  obedescerte  en 
todo. 


SCENA  2.  DEL  QUARTO  ACTO 


Melania  buelue  a  casa  muy  vfana  de  su  buena  ventura  y  habla 
con  su  ama  y  con  Mona. 


Melania,  Tdona,  Astasia. 

\Mel.]. — O  dulce  sueño  (que  no  es  menos 
tan  breue  gozo)  por  qué  te  acabaste?  cómo  no 
detu'.TO  el  sol  su  curso  y  me  ayudó  a  celebrar 
mis  bodas?  no  fuer.a  mejor  quedarme  allá  en 
bracos  de  Apollo  como  Daphne  hecha  Laurel? 
qué  gracias,  qué  lindeza,  qué  buena  conuersa- 
cion!  Otra  fuera  que  no  se  tiara  tan  ayna,  pero 
yo  fiara  más  si  rríás  tuuiera  de  aquel  ángel  y 
de  aquella  palomita  de  Dolería.  A  la  puerta 
está  mi  ama;  no  sé  si  reñiremos,  pero  yo  no  he 
tardado  tanto;  haré  del  graue,  que  es  el  defen- 
siuo  destos  peligros  y  arguye  consciencia  sin 
manzilla. 

Ast. — De  dónde  bueno,  Melania?  ])ues  sin 
licencia? 

Mel. — Dias  ha  la  tengo  de  tu  merced  para 
mis  visitas,  que  bien  sabes  quáles  son. 

Ast. — Es  verdad,  y  esta  ha  sido  tal? 

j\[el. — Y  cómo,  señora,  a  vn  doliente  que 
estima  en  pensamiento. 

Ast. — Qnién  es? 

Mel.  —  No  lo  conosces?  ha  dias  que  está 
malo. 

Ast. — No  me  lo  dixieras;  fuera  yo  también 
allá. 

Mel. — No  medres  más  de  lo  que  yo  le  que- 
ría en  tu  poder. 

Ast. — Qué  dizes,  hija? 

Mel. — Qne  podría  ser  viniesse  a  tu  poder  si 
el  mal  se  le  arreziasse. 

Ast. — Es  mancebo; 

Mel. — Y  hermoso,  que  es  vna  lastima  de- 
xalle  solo. 

Ast. — Viste  por  allá  nuestros  amigos? 

Ido. — Venistes  ya.  señora? 

3fel. — A  su  seruicio.  No  vi  a  nadie;  de  quá- 
les dizes? 

Ast. —  De  los  más  familiares,  que  los  otros 
deuen  estar  aora  midiendo  el  cielo  y  contando 
las  estrellas.  Y  essos  passando  la  calor  debaxo 
de  algún  ramo. 

Tflo. —  De  más  si  está  quexoso  Ueraclio. 

Ast. — No  sé,  prosnmolu. 

Mel. — Desso  me  daria  a  mi  bien  poco;  vistes 
qué  gente? 

Ast. — Con  todo  no  ay  para  qué  escandali- 
zalle,  que  el  buen  hombre  quiérenos  bien  y  es 
buena  persona.  No  será  malo  saber  del,  emen- 
dando lo  passado  y  lo  presente;  con  palabras  y 
alhagos,  conforme  al  tiempo;  tememos  a  lo 
menos  quien  nos  entretenga. 


COMEDIA  IXTITVLADA  DOLERÍA 


361 


Ido. — Nunca  le  respondiste  a   ninguna  de  I 
sus  cartas,  y  pensará  que   nascc  de   tenellc   en 
poco. 

Mel. — Y  en  qué  más  le  han  do  tener?  no 
veys,  qué  jirincipe? 

Ido. — Qué  sabes  tú?  quando  no  lo  sea,  lar 
obras  hazen  la  nobleza,  que  esto  es  también  en 
t'auor  nuestro. 

Mel. — Tienes  razón,  peri»  hombres  tan  pt'sa- 
dos  no  nos  arman.  La  eonuersacion  lia  de  ser 
alegre;  binan  nuestros  amigos  Apio  y  Metió. 

Aft. — Estoy  contigo,  que  son  llanos  essos  y 
de  buena  ventura. 

Ido. — El  Heraclio,  a  la  verdad,  todo  queria 
fuesse  suyo. 

Ast. — Dios  nos  guarde.  A  mi  padre  ternia 
odio  sólo  por  esso.  Ya  se  lo  dixe  algunas  vezes, 
pero  el  natural  no  se  pierde  assi  linianamente. 
Embia  tú,  hija,  de  mi  parte  a  rogalle  con  el 
moco  nos  venga  a  ver  mañana. 

Ido. — Assi  lo  haré. 

Mel. — No  pudieras  tener  más  cuenta  con  el 
Duque  de  Saxonia;  nunca  yo  lo  hiziera. 

Asi. — Eres  aun  mo^a;  el  tiempo  te  enve- 
ñará.  Está  assi  bien,  entendamos  aora  en  lo  de 
casa. 

Mel.  —  Bien  sera,  señora. 


SCENA  3.  DEL  QUARTO  ACTO 


Heraclio  llamado  de  parle  de  A<tasia,  I.oglstico  le  aconseja 
cúmo  S2  ha  de  auer  con  ella  y  va  asechalles  detras  la  huerta 
y  oye  sus  razone*. 


LoGisTico,  Heraclio,  Astasia,  Morid. 

[Aof/.] — Mira  si  soy  Propheta  yo?  quántas 
vezes  te  he  dicho  que  os  lo  mejor  hazor  muy 
poco  caso  destas  y  dexallas  para  quien  son. 

Jler, — Aun  yo  no  sé  a  qué  fin  me  llama. 

Log. — Porfías?  no  es  otro;  mugeres  nunca 
salen  de  vno  de  dos  extremos,  demasiada  des- 
confian9a  o  soberbia  del  diablo;  si  les  huyes 
muerensc  por  alcanzar  la  causa,  y  si  te  mueres 
por  ollas  y  las  sigues,  persuadense  que  todo  es 
por  su  beldad  y  gracias,  poniéndose  en  los  cuer- 
nos de  la  luna.  Ya  primaste  lo  vno,  aora  pro- 
na ras  lo  otro.  Bien  puedes  yr,  oyr  y  ver,  y  si 
mi  opinión  es  verdadera,  halila  como  hombre 
libre  de  amor.  Y  viniendo  a  proposito  las  que- 
xas  o  desengaños,  asiéntale  la  caí  illa  para  con- 
firmalla  en  su  sospecha. 

Her. — Dexa  a  mí  el  cargo. 

Log. — Ha  de  faltarte  el  ánimo;  que  ata  este 
traydor  manos  y  lengua,  y  quedarás  más  em- 
barbascado que  si  ouieras  visto  el  lol'O. 

Her. — Para  saber  cómo  te  engañas,  haré 
una  cosa. 

Zo^.— Que  tal? 


Her. — Vete  detras  la  huerta  asecharnos^ 
que  allá  prometo  de  llenártela. 

Log  — Si  esso  haxos,  empiezas  a  ser  hombre 
y  no  podrias  darme  mejor  fie.'^ta  por  discantar 
a  mi  plazer  los  ademanes  de  Zirfea,  Reina  de 
Cartas,  esclaua  de  Argenes.  Mas  haze  tú  otro 
por  amor  do  mí,  que  si  quisiere  tratar  de  tre- 
guas, con  alguna  colación  de  ensalada  y  carne 
fria,  digas  que  ayunas. 

Iler. — Con  quién  se  toma?  no  embargante 
que  puedes  estar  seguro  desso,  porque  cumpli- 
mientos que  cuesten  algo  no  los  ay  alli,  sino 
con  quien  les  cuesta  mucho  y  vale  poco. 

Log. — Que  tú  por  Philosopho  y  hombro  do 
bien  eres  más  pesado  que  la  campana  mayor. 

Her. — No  ay  duda  en  ello.  Ora,  hermano, 
por  allá  te  cuela,  que  en  ella  ha  de  estar  en 
vela,  como  otras  vezes,  que  en  esto  paga  todo 
y  no  queria  (')  nos  viesse  juntos. 

Log. — Eya,  pues,  yo  estoy  en  poluorosa. 
Acuérdese  de  sí,  señor,  y  liaga  por  salir  del  es- 
tacado con  la  victoria. 

//"ir.  —  Scrlpto  está,  toma  si  se  detniera  más 
vn  poco,  allá  la  veo.  y  se  me  riye:  maldita  seas 
con  tus  engaños,  qué  palabras  tiene  y  dissimu- 
lada es. 

Ast. — Para  bien  aparesca  su  merced,  pues, 
señor  Heraclio,  qué  oluido  es  este  de  tantos 
dias? 

Her. — Bien  dizes  que  los  dias  de  mí  se  ol- 
uidan,  pero  son  accidentos  d'este  tiempo,  y 
ver  o  no  ser  visto  d'ellos  viene,  que  yo  por 
cierto  no  me  escondo  ni  huyo  a  nadie. 

Ast. — No,  no,  mal  hombre,  otro  queda 
allá. 

Her.  —  Todo  es  acá,  sin  auer  allá  ninguno. 

Ast. — Ora  entremos,  que  yo  bien  sé  que  du- 
rará vn  J'ato  esta  disputa. 

Her. — Disputa,  señora?  Dios  nos  libre;  todo 
será  a  tu  modo,  y  si  te  plaze,  allá  en  la  huerta 
dene  estar  más  fresco  por  no  auer  sol. 

Ast. — Dizes  bien. 

f.og. — Aqui  do  vienen  Orlando  enamorado 
con  doña  Vrraca.  Bien  cumple  su  palabra;  ve- 
remos lo  (lemas.  Que  risueña  y  amadiosa  es. 
Pluton  la  bendiga. 

Ast. — Sentémonos  aqui,  es  más  escuso. 

Log. — Señora  sopa,  cayste  en  la  miel. 

/íer. — Está  lindo  esto;  nunca  d'aqui  saldría 
si  fuesse  myo. 

Ast. — Pues  cómo,  y  aora  lotienes  por  ageno? 

Log.— O  qué  principio! 

Her. — Cómo  puode  ser  mió  lo  ageno?  Si 
lo  mió  no  lo  es,  y  si  dello  me  priuaste  y  me  lo 
tienes,  cómo  creoro  lo  que  me  dizes? 

Lof/. —  O  pese  a  tal,  que  ya  se  le  cae  el  al- 
barda  al  asno! 

í^')  Quiera  en  la  segunda  edición. 


orígenes  de  la  novela 


Ast. — Hombre  de  poca  fe,  ya  te  arrepen- 
'tiste? 

Her. — De  qué? 

Ast. — De  creer,  siendo  la  principal  estrada 
de  la  fe  y  de  justicia. 

Her. — En  Dios  solamente,  que  en  los  hom- 
bres ya  está  dicho  ser  maldición. 

Log. — Veamos  qué  responde  Celestina. 

Asi.  —  Bien  te  entiendo,  y  esso  de  que  quie- 
res preualerte  haze  más  a  mi  proposito. 

Her. — No  me  marauillo,  porque  las  leys 
tuercen  con  las  varas  de  los  Corrigidores,  que 
de  blandas  y  delgadas  inclinan  a  la  parte  que 
ellos  quieren. 

Ast. — No  assi,  no  assi;  mas  si  tú  faltas  en 
la  constancia  prometida  y  te  buelues  como  la 
hoja  a  qualquiera  viento  de  tu  opinión,  hazicn- 
do  della  juez,  paresce  que  deuo  de  ti  quexarme 
como  de  hombre. 

Log. — No  veys  el  entablar  de  juego  de  la 
señora  Claudia? 

Her. — Yo  de  ty  como  de  muger. 

Log.— Andar,  en  las  cejas  le  dio  con  la  mos- 
taza. 

Ast. — No  podras  passar  de  ay,  que  es  la 
plaga  o  injuria  general. 

Her. — Quando  a  las  palabras  las  obras  no 
responden,  y  se  prueua  cosa  no  sperada,  la  dis- 
culpa más  ordinaria  es  dezir:  O,  son  mugeres; 
mas  no  lo  es,  porque  entonces  quedan  más  con- 
denadas por  muchas  vias. 

Ast. — Queria  saber  de  qué  te  quexas  y  en 
qué  te  offendi? 

Log. — Sancta  Cecilia,  y  qué  deuota  está! 

Her. — A,  mi  señora!  Solo  en  no  mandarme, 
que  en  lo  demás  passan  las  mercedes  de  cada 
dia  por  mi  merecimiento. 

Ast. — Ya  en  esso  te  apartas  de  la  justicia, 
diziendo  otro  de  lo  que  tienes  en  tu  pecho,  que 
no  es  oífioio  de  amistad  desengañada. 

Her. — Bien  di/.es,  y  a  do  la  ay? 

Ast.  —  En  algunas  partes. 

Her. — Cómo  lo  subes? 

Asi. — Por  experiencia. 

Her. — Experiencia?  ah,  ah,  ah! 

Log. — Bien  a  proposito. 

Ast. — De  qué  te  ries? 

Her. — De  lo  que  dizes.  Cóuio  conosces  lo 
flue  nunca  viste?  Si  en  ti  han  faltado  y  faltan 
todos  los  términos  y  condiciones  que  en  ella  se 
requirian,  qué  experiencia  tienes,  sino  de  lo 
falso  de   quG  vsas  con  quien  nunca  te  engañó? 

Log. — O  hideputa  ('),  bien  tornó  mi  hombre. 

Her.—  Qué  verdad,  qué  fe,  qué  amor,  qué 
obra  o  eft'ccto  de  amistad  ay  en  ti,  ni  en  tu 
casa?  qué  as  dexado  de  ver  en  mí,  o  qué  viste 
para  mudarte?  esto  era  lo  que  me  dizias  y  pro- 

(')  Hicliputa  en  las  dos  ediciones. 


metian  tus  palabras  falsas,  fingidos  affectos? 
por  quién  me  dexaste?  a  quién  boluiste  tus  en- 
gañosos ojos?  Do  está  la  razón  de  que  tanto 
te  preciauas,  llamándola  señora  de  tu  casa? 

Log.—  Oxe  a  coces  ha  de  venir  el  juego,  assi, 
noramala,  assi,  qué  contrita  está  la  nouia. 

Her. — El  amor  de  Dios,  el  temor,  la  charidad 
del  próximo,  la  cortesía,  la  gratitud  que  affir- 
mauas  ser  en  tus  donzellas  familiares?  la  tem- 
planza, desprecio  del  mundo,  encarescer  la  sole- 
dad y  aborrescer  la  compañía,  auiendo  de  huyr 
ydexar  los  hombres  por  los  brutos,  y  d'el  oloroso 
y  deleytoso  campo  de  nuestras  platicas,  si  auias 
de  entrar  en  tan  ahumado  y  escuro  laberinto? 

Ast. — Mal  me  tratas,  señor  Heraclio;  muy 
encendido  vienes;  rompe  la  neblina  de  tu  pen- 
samiento con  el  sol  de  la  razón,  y  verás  quán 
sin  ella  me  condenas  y  injurias. 

Her.— Injuriar  1  Dios  me  guarde,  no  traygo 
essc  proposito,  ni  me  tengas  por  tan  mal  mi- 
rado que  no  aya  estado  lo  que  aora  digo  en  mi 
pecho  escondido  ha  mucho  tiempo.  Pero  quise 
hazer  experiencias  y  guardar  las  circunstancias 
todas  antes  de  llegar  donde  aora  estoy.  Pares- 
ce  que  el  que  te  di  de  penitencia  ha  seruido 
sólo  de  más  endurescerte  y  doblar  mi  mal. 
Fuego  del  cielo  te  consuma,  hembra  maluada; 
las  infernales  furias  te  atormenten;  manjar  de 
fieras  sean  tus  carnes.  No  se  te  acuerda  que 
me  engañaste  ya  otra  vez?  y  que  tu  descortes 
desden  y  crueldad  me  hecho  en  destierro,  ne- 
gando a  quien  te  adoraua  por  otro  que  tu  ado- 
rauas,  guyada  de  tu  juyzio  enfermo? 

Ast. — Mesúrale,  señor  Heraclio;  si  no  da- 
remos fin  a  esta  cuenta. 

Her.  — Doyte  menos  de  lo  que  meresces  y 
aun  te  quexas?  Yo  cuento  todo  por  acabado, 
ni  imagines  que  torne  al  juego  en  que  perdi  y 
me  ganaste  con  dados  falsos.  Esto  es  lo  que 
speraua.  No  pienses  que  me  viste,  ni  seas  tan 
atreuida  que  bueluas  la  cara  por  me  ver;  con- 
tenta tus  ojos,  tu  lengua  y  tus  orejas  tan  sin 
respecto  como  hazes,  y  sigan  tus  pies  y  manos 
al  coraron  y  él  a  tus  sentidos.  Prueua  lo  que  el 
mundo  da  de  sí  sin  anteponer  nada  a  tus  de- 
leytes  mentirosos,  que  en  la  fin  de  la  jornada 
hallarás  mis  consejos  y  reprehensiones  vestidos 
de  los  hábitos  que  les  rompiste  y  estragaste  por 
despecho. 

Zo^.— Gran  Phüosopho  está  mi  hombre; 
más  vale  colérico  que  otros  mil  sin  colera.  Y 
qué  afilada  trae  la  lengua! 

Ast. — Por  tu  vida  que  me  digas  sin  passion 
la  cul])a  que  me  das. 

Her.  —  '^o  denlas  preguntar  mentira  tan  ma- 
nifiesta, que  es  indicio  de  pertinacia  y  no  de 
arrepintirte  (').Quántas  vezes  te  dixe  lo  que  te 

(*)  Arepintirte  en  las  dos  ediciones. 


complia  que  agradesciendomelo  falsamente  lie- 
ziste  por  el  contrario?  Qnántas  vezes  no  que- 
siste  admitirme  a  tu  conucrsacion,  teniéndola 
guardada  para  otros,  y  dándoles  las  obras  que 
me  deuias,  a  mí  las  palabras  con  quo  les  paga- 
ras? Quántas  vezcs  te  escondiste  o  csousaste 
con  honestas  ocupaciones,  siendo  el  efl'ecto  tan 
differente,  y  murmuraste  en  mi  absentia  con 
tus  presentes  apetitos  o  demonios?  Quándo  me 
diste  lo  que  otros  rehusan,  o  yo  te  pedí  lo  que 
no  podias  dar?  Quándo  me  visitaste  estando 
enfermo,  o  yo  no  te  visité  y  obedescí?  Quándo 
me  diste  parte  de  tus  plazeres,  o  yo  no  la  tomé 
de  los  pesares?  En  qué  te  offendí  para  meoffen- 
deres?  en  qué  te  burlé  para  me  burlares?  en 
qué  no  viste  en  mí  amor  sincero,  o  tú  me  lo 
mostraste  verdadero?  Qué  bien  empleé  mis 
ojos,  mi  pensamiento  y  todas  mis  potencias  y 
sentidos!  Mas  que  merecido  viene  lo  que  tengo, 
auiendo  hecho  de  Egipto  Dios,  spirito  de  sus 
cauallos  y  no  carne. 

Log. —  Nunca  hombre  tan  bien  a  cantado.  O 
qué  diestro,  o  qué  lindo,  o  qué  concertado!  que 
tal  está  la  conuertida. 

Ast. — Ora  no  más,  señor  Heraclio,  no  aya 
más;  perdóname,  por  tu  fe,  que  yo  conffiesso 
auer  peccado;  engañóme  la  vanidad  y  esta 
peruersa  de  lesabel;  todo  emendaré  si  Dios  me 
da  la  gracia,  y  spero  no  me  falten  para  ello  tus 
oraciones. 

Her. — No,  pues  se  a  mandado,  pero  en  lo 
demás  no  ay  que  dizir  está  sellado  en  mi  alma 
este  proposito.  Si  yo  dexare  el  mundo  y  sus 
engaños,  gózate  tu  dellos  y  queda  en  paz. 

Ast. — No  consiento  en  tal  partida;  yo  quie- 
ro estar  en  tu  gracia  y  que  quedes  sin  scrupii- 
los. 

Her, — Si  haré,  no  me  detengas. 

Ast. — Pues  yassi  quieres  dexarme?  No  sabes 
ser  contra  natura  faltar  perdón  donde  sobra 
penitencia  y  deseo  de  complacerte?  yo  profiero 
lo  biuo  y  lo  pintadoj  las  obras  y  pensamientos 
para  seruirte. 

TjOj. — O  gran  passo,  qué  tal  soy  yo  para 
alchimista;  en  dos  dias  hallará  su  Lexir  o  pie- 
dra philosophal,  no  ay  secreto  que  se  me  es- 
conda. Modérate,  hermano,  acra,  que  esso 
basta. 

Her. — Pues  que  assite  justificas,  qué  menos 
puedo  hazer?  Aqui  me  tienen,  corta  a  tu  modo 
y  despedaza. 

Mor.  -  Muger. 

Ast. — El  diablo  lo  trae  aora.  Quéay,  marido? 

Log. — O  maduro;  algo  deue  traer  di>  bueno. 

Mor.  —  O,  siñor,  aqui  estaua  tu  merced?  Be- 
so las  manos  de  tu  merced:  cómo  le  va  a  tu 
merced;  mucho  ha  que  no  he  visto  a  tu  mer- 
ced; ha  estado  malo  tu  merced?  Dios  dé  sa- 
lud a  tu  merced. 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA  368 

Log. — Ahotrado  le  ha  con  las  mercedes. 


Ast. —  Qué  pesadumbre! 

Her.  —  Seruidor  de  tu  merced. 

Ast.—  Pues,  Morio,  ay  algo? 

.l/or.--Vino  el  grangero  con  la  paja. 

Her.—  Tal  mereciste  tú. 

Ast. — Qué  dices,  señor  Heraclio? 

Her, —  Que  no  lo  mereciste  tú,  mas  que  el 
mundo  lo  da,  y  voy  me;  vea  tu  merced  qué 
manda. 

Ast. — Que  me  mandes,  y  seamos  muy  ami- 
gos; será  assi? 

Her. — Como  quisieres. 

Aétí.— Dios  te  acompañe. 

Her.  —Y  a  ti  dé  gracia. 

Mor. — Beso  las  manos  de  tu  merced;  déme 
la  mano  tu  merced. 

il.?í.— Basta,  Morio. 

Her, — Vela  aquí. 

Mor. — Rebezbeso  otras  millenta  vezes  las 
manos  de  tu  merced. 

Log. — Desollado  le  ha  las  manos.  Acabóse 
la  comedia.  Válete  et  plaudite  los  comedores. 

SCENA  4.  DEL  QUARTO  ACTO 


Asosio  bueliio  a  íii  fí.irura  y  busca  sus  amigos  para  conlalles  sus 
auenturas. 


Asüsio,  Dolería,  Looistico,  Heraclio. 

[.líío.]. —  Mal  año  para  don  Galaor  o  qual- 
quiera  de  los  doze  Pares  que  más  auenturas 
acabasse  o  venciesse  más  batallas.  Qué  de  pa- 
drones he  passado  esta  jornada;  será  bueno 
aora  buscar  Vrganda  y  agradecelle  de  su  soco- 
rro, para  que  otra  vez  lo  dé  de  buena  gana  y 
boluerme  al  viejo  pelo,  que  no  embargante  que 
el  officio  me  agradaua  y  determinasse  vsallo 
algunos  dias,  seria  todauia  mucho  cauallo  y  a 
pocos  trechos  podria  cantar  el  De  profundie. 
Reposémonos  aora,  que  más  fiestas  ha  en  el 
año,  hará  honil)re  lo  que  dixiere  el  rejjortorio. 
Estay s  acá,  señora  Dolería  mis  amores? 

Dol. — Quién  llama?  o  qué  noraenella  ven- 

Aso. — O  qué  noraufllara  esteys;  que  ay  por 
acá,  hermana? 

Dol. — Los  hucssos  de  la  carne  que  co- 
miste. 

Aso  —Por  tu  vida,  hermnna,  que  quiero  em- 
pezar a  entrar  en  quíiresnia  y  comer  pescado, 
o  hazer  dieta  para  conseruar  el  apetito,  porque 
estas  aguas  son  muy  hondas  y  podria  yr  la 
soga  tras  el  caldero. 

Dol. — Dessos  soys?  nunca  medre  si  no  os 
acertasse  la  vena. 

Aso.—  Nunca  medre  si  no  lo  creo  con  tus 
maíjicas. 


864  ORÍGENES  DE 

DoL-Mas  hazcs  bien  en  guardar  para  la 
vejez. 

Aso. — Espo  digo  yo,  hermana,  y  que  es  ne- 
cedad matarse  hombre  por  quien  se  lo  agnx- 
desce  tan  poco  tiempo.  Más  conquistado  lie  de 
lo  que  piensas. 

Bol. — La  do  marras? 

Aso. — Marras  y  marranas,  a  la  fe;  la  torre 
Manía  y  el  ea«tillo  Amertio,  y  ganara  la  ciu- 
dad si  siguiera  la  victoria;  pero  es  valentía 
huyr  y  retirarse  quando  es  tiempo. 

Dol. — Tienes  razón,  y  dessa  manera  más 
alquiler  deues. 

Aso. — Confiesolo;  tómala  mascara  y  págate 
en  los  vestidos,  si  no  basta,  per  el  cuerpo  que 
es  todo  tuyo. 

Dol. — Los  vestidos  servirán  en  su  officio; 
mas  tú  pagarás  con  otros  que  me  armen. 

Aso.  —  Por  vida  de  Asosio  que  ass¡  sea. 
Dissimula  con  la  señora  mi  mujer;  y  dile  reci- 
bi  cartas  que  Alfama  era  tomada,  y  soy  ydo 
buscar  otro  aposento  para  los  dos.  Que  le  rue- 
go no  se  oluide  de  la  fiesta. 

Dol.  — O,  vellaco,  qué  tal  queda,  y  cómo  he- 
ziste  la  tuya! 

Aso — Descuente. 

Dol.— Ven  acá,  toma  esta  agua  y  lauate. 

Aso. — Para  boluerme  a  Asosio. 

Dol.  —  Si  quieres. 

Aso. — Toma  si  quiero;  hablas  como  "Rey na, 
no  hay  tal  saber  en  Babilonia.  Dame  el  ves- 
tido. 

Dol. — Ay  lo  tienes. 

Aso.     Bueluete  a  tu  majada,  pastor, 
toma  tu  curron, 
que  no  ay  más  dongolondron. 

Dol. — Qué  concertado  glosador! 

Aso. — No  lo  sabes  bien;  vn  dia  haré  algo 
en  tu  loor. 

Dol. — Yo  se  lo  agradesco;  mas  por  cortesía, 
mi  señor,  que  me  lo  dé  antes  en  alfileres. 

Aso. — Vete  de  ay,  no  seas  tan  amiara  do  tu 
prouecho,  que  no  es  auiso. 

Dol. — Muchas  mercedes  por  el  consejo,  mas 
yo  no  se  lo  pido,  señor  Doctor. 

Aso. — Calíate,  que  Venecia  te  daré. 

Dol. — Bastará  Padua,  que  ay  en  olla  stu- 
dios  y  studiantes. 

Aso. — Como  quisieres. 

Dol.  —Veremos,  y  vete,  que  tengo  que  hacer. 

Aso. — Hablar  con  tus  vasallos? 

Dol.— Foár'vA  ser. 
^  Aso. — Tus  ])ies,  las  ochauas  de  la  fiesta  se- 
ria ahora  topar  con  los  amigos;  tengo  de  yr  a 
ver  si  están  en  el  templo  de  Lamia,  que  es 
lugar  de  homiziados. 

-Log.—  Este  es  Asosio,  si  no  me  engaño. 

Her. — No  es  otro. 

Loq. — Harto  se  detuuo. 


LA  NOVELA 

Aso. — Yo  soy  menos  supersticioso;  masqué 
cmbidia  me  ternan  los  vellacos  quando  sepan 
de  mis  tropheos? 

Log. — No  ves  qué  borracho  viene  del  juego; 
que  no  nos  vee  estando  cabe  nos,  y  de  vellacos 
nos  haze  fiesta? 

Her. — Donoso  está. 

Aso. — Ya  podria  partir  con  ellos  si  se  con- 
tentassen,  pues  voto  a  mí  que  ay  carnero  de 
cinco  quartos  en  el  rebaño. 

Lng, — Ah,  ah,  ah,  noramala  lo  ac:!rtaste8 
para  vos. 

Aso. — Más  noramala  le  asecheys;  con  sus 
mercedes  era  la  brega,  y  dexays  me  loquear? 

Her. — Si  tú  vienes  soñando  en  tus  glorias, 
quién  quieres  te  quite  dellas? 

Aso. — Or,  andar,  hermanos;  el  mundo  es 
grande  y  vos  no  sabeys  del  la  mitad. 

Log. — Basta  que  lo  traygas  por  scripto, 
pues  qué  dizes?  parió  Doleria  lo  de  que  andaua 
preñada? 

Aso. — Si  parió  preguntas?  tres  de  un  vientre. 

Her. — Cómo  assi? 

Aso. — Es  menester  tomallo  más  de  spacio 
y  el  prohemio  sea  besar  las  manos  de  sus  mer- 
cedes de  parte  del  cortesano  de  oy. 

Log. — Dónde  le  dexas? 

Aso. — En  brazos  de  Doleria. 

Her. — Al  diaño,  ay  pararon  los  passos  y 
contemplaciones? 

Aso. — Cómo  eres  necio!  Los  vestidos  que- 
dan con  ella  en  prendas  del  almuerzo,  que  el 
cortesano  aqui  está.  De  manera  que  me  seruis- 
tos  oy  de  media  farsa,  hablandoos  y  no  rae  co- 
nosciendo. 

Log.—  (^\\é  dizos?  hurlas? 

Aso. — No  me  podia  tener  de  risa,  de  veros 
tan  innocentes  y  a  Horaclio  tan  entonado  por 
sustentar  la  honrra  de  la  patria,  que  ayna  me 
hablara  latin  y  griego  si  yo  diera  lugar  a  ello,  y 
contara  algo  de  Sparta  y  Tliebas,  que  su  mer- 
ced os  todo  heroico. 

//íT.  — Pudiera  ser,  poro  tú  eres  vn  burlón 
y  mientes. 

Jjog. — Por  vida  de  Logistico,  que  lo  creo; 
este  es  vn  caso  estraño,  tanto  sabe  esse  diablo? 

Aso. — Hará  verguonea  a  la  infanta  Melia; 
es  vna  akhiniia  lo  que  he  hallado;  no  lo  podia 
creer  hasta  que  hize  cien  experiencias. 

Log.  —  Valga  la  el  diablo,  metióte  en  agua 
fuerte  o  qué  hizo? 

Aso. — Más  trabajas  tú  en  lañarte  las  manos. 
Vamonos  a  mi  posada  y  sabreys  de  spacio 
como  Proteo  se  transformó  y  con  qué  peces  lo 
vuo,  y  tan^bien  veremos  si  hay  en  qué  morder, 
porque  el  camino  ha  sido  largo. 

Her. — Desse  modo  no  vienes  medio. 

Log. — No  es  tan  necio. 

Aso.  —  Assi  lo  jura  tú. 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


365 


SCENA  5.  DEL  QUARTO  ACTO 


Astasia  aperando  au<   iiucuds  s 'ruiclürcs,  lle¿¡i    Herarlio  \  <¡n 
ser  \isto  vce  lo  quo  ciilrc  i'llos  passa. 


AsTASiA,   h)ONA,   Ai'io,  Metio,    Hkraclio. 

[Ast  \  — Mal  viene  nuestra  gente,  Liona. 

Ido. — No  tardan  aun. 

Ast. — Qué  ora  es? 

Ido. — Las  tres. 

Ast. — No  más?  luego  teniiirano  es. 

Ido. — Estás  en  aquel  propósito,  señora? 

Ast. — No  aura  toimenta  que  me  quite  del; 
cansada  estoy  de  tan  pesada  carga. 

Ido. — No  miras,  señora,  que  es  ofender  a 
Dios? 

Ast. — Mas  lo  oliendo  en  las  tentaciones  de 
cada  dia;  buscaremos  tierra  conforme  a  mi  dis- 
seño, sacando  de  casa  lo  que  bastare  para  pas- 
sar  la  vida. 

Ido. — Sin  despedirte  de  Heraclio? 

Ast. — Ah,  ah,  ah,  qué  lindo! 

Ido. — De  qué  te  ryes,  señora? 

Ast. — De  tu  inocencia. 

Ido. — Y  la  amistad  reconciliada?  faltarás  de 
tu  palabra? 

Ast. — Fue  por  complir,  porque  no  enloque- 
ciese o  hiziesse  desatino  íilLcuno. 

Ido. — Mayor  lo  bará  después. 

Ast. — Qué  se  me  da  a  mí?  cum])]a  yo  niy 
voluntad,  venga  después  lo  que  viniere. 

Iler.  —  Haré  la  buelta  por  acá  por  ver  si  veo 
mi  desseo;  allá  está,  paresce  lo  adeuinaua  el 
coraron.  Creo  me  spora,  porque  la  paz  quedó 
más  firme  que  vna  peña  y  el  amor  con  la  yra 
reintegrado  como  el  Cómico  lo  dize. 

Ast. — Acá  vienen,  no  se  les  ha  oluidado. 

/(/o.— Oluidado?  no  duermen  con  otros  ojos 
que  con  los  nuestros. 

Iler.  —  Engañado  andays  conmigo,  mi  buen 
amigo;  éstos  son  Tito  y  Vespasiano,  destruy- 
cion  de  lerusalem:  d'acuerdo  estañan.  Aora 
daré  fin  a  este  cuydado  o  principio  más  verda- 
dero, como  el  gallo  lo  cantare.  Qué  dicha  fue 
la  mia,  caerme  en  suerte  este  lugar,  do  no  po- 
dré ser  visto,  para  desengañarme  de  la  postre- 
ra contrición! 

Apio.  —  Ya  tardauamos,  señora,  no  ha- 
ziamos. 

Ast. — No  tardan  los  que  llegan. 

Ido. — Yo  bien  os  desculpaua,  si  me  lo  agra- 
desceys. 

Met.  —  Quién  podra  agradescer  tal  sanc- 
to? 

Her. — Gentil  respuesta. 

Apio. — No  bastan  nuestras  fuereas  para  pa- 
gar lo  que  deuemos. 


Ast. — Todo  está  pagado  con  vuestras  gra- 
cias y  buenos  con'.eones. 

Iltr.  —  ~^o  les  eny;añays,  por  cierto,  ni  son 
las  complexiones  differcntes. 

-l/vy.— Pues,  señora  ama,  qué  nos  mandas 
que  llagamos  por  tu  servicio? 

Ast.  —  Lo  que  desseo  tant)  tiempo  ha  y  sé 
hareys  de  buena  gana.  Ya  os  dixe  que  vence 
la  pena  al  sufrimiento;  llegó  la  ora  en  que  es- 
toy deliberada,  si  estays  en  la  promesa  y  os 
atreueys,  esta  noche  se  porna  pv^r  obra. 

Iler. — Qué  más  ay  que  oyr?  todo  queda  di- 
cho. O  mundo! 

Ast. —  Sacaremos  prouision  que  baste  para 
biuir  contentos,  tú  conmigo,  Apio,  Metió  con 
Idona;  por  oso,  rcsolueos. 

Apio.  —  Señora,  si;  pues  Metio? 

Mil. — Pues  Apio? 

A])io. — Qué  te  paresce? 

Met.—  Clné  te  paresce? 

Apic. — Qué  dizes? 

J/<?í— Qué  dizes  tú? 

Uer. —  Que  os  ahorquen  a  todos  assi  como 
estays. 

Apio. — No  sé  si  se  sabría. 

Met. — Sabria. 

Apio. — Pues? 

Met. — Auria  peligro. 

Ast. — No  ay  de  qué  recelaros;  yo  lo  reme- 
diaré. 

Apio.  —  Yo  bien  holgaria. 

Met. — Yo  también,  mas... 

.4 /</«.— Es  verdad. 

Iler. — O  cielos  que  lo  veys,  o  tierra  que  tra- 
gaste a  Datlian  y  Al»iron! 

Ast. — No  temays,  amores. 

Apio. —  Sí,  pero  señora... 

Ido. — De  qué  aueys  miedo?  qué   verguen(;'a! 

Met.  —  Sí,  señora,  mas... 

Jler. — El  mas  es  el  paradero. 

Apio. — Qué  te  paresce,  hermano? 

Met  — Qué  te  paresce  a  ti? 

Apio.—  ]Á\\<in  corage.  Hagamos  plazer  a  las 
señoras,  y  más  tememos  muy  buena  vida.  No 
es  assi,  señora? 

Ast. — Buena  y  rebuena. 

Ido. — No  podra  faltarnos  passatierapo. 

Apio. — Pues,  señora,  saca  buena  summa. 

Ast.  —  Yo  me  tengo  el  cargo.  Ora  mañana 
a  la  noche  os  speranios  entre  las  do-»  y  la  vna; 
proueyos  de  posada  para  algiiu  dia  hasta  bus- 
car otra  tierra 

Met. — Yo  sé  vna  peco  más  o  menos. 

Her. — Y  yo  vn  fuego  en  que  me  queme  y 
vna  mar  en  que  me  heche.  O  justicia  del  cielo! 

Ido. — Mirad  que  no  falteys. 

Apio. — No  haremos. 

Ast. — Traed  armas  para  si   fuere  menester. 

Met. — Guav  de  vos. 


366 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Apio. — Noramala  essa  seria,  sí,  señora,  aun-  1 
que  venga  Golias  el  gigante. 

Her.  —  Los  huessos  de  vn  camello  como  tú 
bastarían  para  mataros;  buen  recaudo  llenan. 

Ast. —  A  Dios,  bermano,  pues  basta  la 
buelta. 

Met.  —  Aya  flasquillo. 

Apio. — Bien  dizes,  y  algo  sobre  qué  para 
esfor9ar. 

Her. — Essa  es  la  guya  y  el  piloto. 

Ast. — De  todo  aura,  porque  no  desmayeys. 

Apio. — Me  recomendó.  Guay  de  nos,  y  to- 
dauia  qiiieren  éstas  esto?  no  sea  el  diablo  para 
nos. 

Met. — No  seria  mucbo,  pero  dizcn  que  no 
temamos. 

Apio. — Basta;  auran  proueydo  los  caminos, 
que  son  sesudas. 

Met. — Y  anisadas. 

Her.  -  ÍSi  la  presa  fuera  otra,  no  dexará  de 
hazeros  compañia  para  seruiros.  Pero  no  vale 
sino  oluidalla,  y  con  ella  al  mundo,  boluiendo 
la  cara  y  el  pensamiento  al  soberano  bien,  que 
hará  justicia  deste  mal  y  de  otros.  Mas  sépalo 
primero  el  leal  amigo,  porque  no  se  quexe. 
Quién  me  lo  hallasse  en  este  punto! 

SCENA  6.  DEL  QUARTO  ACTO 

Logistico  topa  con  Heraclio,  que  desesperado  [se  parte  del,  sin 
querer  tomar  otro  consejo. 

LoGisTico,  Heuaclio. 

[Zo^.].  —  En  qué  clima  estarán  nuestros 
amores?  porque  en  éste,  de  verano  se  haze  in- 
uierno,  y  de  dia  nocbe  en  vn  momento.  Quán 
misera  es  la  suerte  de  los  nauegantes  desta 
mar,  a  do  por  vn  ora  de  bonan9a  ay  ciento  de 
tormenta,  sin  que  valga  el  menor  mal  todos 
sus  bienes.  Los  temores,  las  sospechas,  los  cuy- 
dados,  las  tristezas,  desconfianzas  y  engaños, 
oon  qué  se  pagan?  con  vna  risa,  vn  mirar  de 
traues  o  vna  palabrilla,  si  se  les  antoja.  Sol  de 
inuierno  finalmente,  y  nublado  todo  lo  demás; 
lluuia,  granizo  con  que  se  ahoga  el  triste  sin 
tener  lugar  de  respirar,  y  maldita  la  vergüen- 
za que  hay  en  ellas  ni  differencia;  tanto  me  da 
Penelopes  como  diablos.  Allá  assoma,  si  os 
plaze,  nuestro  mareante;  no  trae  muy  buen 
gesto;  consigo  habla;  oy gamos  si  llora  o  canta. 

Her. — La  seueridad  será  el  testigo  de  mi 
consciencia.  Solo  y  apartado  de  pensamientos 
irracionales. 

Log. — No  os  desuiays  de  la  strada. 

Her.  —  Que  en  tan  pequeño  término  de  tiem- 
po aya  tantos  en  la  miseria  humana! 

Xo^.— rNueua  canción  es  ésta. 

Her. — Quán  confiado  quedé  yo  y  cómo  creo 


lo  que  paresce  justo,  y  mostróme  la  fortuna 
que  en  vn  momento  solo  está  la  felicidad  o  su 
contrario.  O  mentirosos  bienes,  quebrantada 
fe,  o  falsa  hembra;  mas  bien  pagada  está,  con- 
sumidos que  sean  los  vapores  del  appetito. 

Log . — Essa  es  la  venganza  y  tu  remedio  si 
te  contentas. 

Her. — O,  hermano,  aquí  estañas  tan  callado? 

Log. — Por  oyr  si  la  razón  a  solas  te  acom- 
paña. 

Her.  —  No  falta  conoscimiento  si  ouiesse 
obediencia,  pero  la  fuerza  de  la  carne  es  muy 
antigua. 

Log. — Mas  antiguo  es  el  spirito. 

Her. — Yo  hize  mi  poder,  y  rendido  aora  a  mi 
flaquesa,  busco  el  vltimo  remedio,  renunciando 
la  mentira  por  la  verdad. 

Log. — Esse  seria  el  mejor  fruto  que  esta 
planta  nunca  dio,  aunque  sea  accidental. 

Her. — Siempre  lo  bueno  tiene  vigor. 

Zoí/.  — Pues  qué  ay?  no  sabremos  desta  tra- 
gedia? 

Her. — Bien  viste  el  desafio  y  la  paz. 

Log.  —Señor,  sí. 

Her. — Oy  se  tornó  todo  vinagre.  Ido  al  so- 
lito  a  passear,  vi  el  más  extraño  flete  que 
nunca  hizo  patrón  de  nao. 

Log. —  De  qué  manera.'  abreuia,  por  tu 
vida. 

Her. — De  las  Driadas  con  los  Faunos,  ma- 
ñana a  la  noche  para  otros  bosques  y  otras 
fuentes  con  lo  portable  y  lo  potable. 

Log.  —  Qé  me  dizes? 

Her. — Passada  media  noche  lo  puedes  ver 
si  quieres. 

Log. — Burlaste? 

Her. — Es  realmente  como  te  digo,  en  lo  que 
verás  los  disbarates  desta  vida  y  quál  sea  mi 
paciencia. 

Log.  —No  e.-ítoy  en  my  de  tal  pensar,  ni  me- 
nos procedía  tan  adelante,  aunque  tenga  visto 
algo  y  sepa  lo  poco  que  de  mugeres  fiar  se  de- 
ue;  acuérdese  con  que  afficion  le  declaraua  la 
verdad. 

Her.— Yo  daré  de  mí  descargo  con  que  que- 
demos pagados  todo?,  que  bien  veo  el  daño 
que  me  hizo  no  obedescer  a  tus  consejos. 

Log, — Pues  qué?  en  vez  de  mostrarte  alegre 
del  desengaño  y  procurar  venganza?  Vamonos 
a  Asosío  y  todo?  a  Dolería,  para  tender  alguna 
red. 

Her. — Esso  no;  yo  nu  quiero  ser  juez  y  par- 
te; cada  vno  será  remunerado  de  sus  obras,  y 
vale  más  assi  y  es  más  loor  poner  los  ojos  a  do 
la  virtud  visiua  se  fortifique  y  el  alma  se  des- 
empeñe. 

Log. — Bien  me  está  esso,  no  siendo  loca  la 
occasion,  ni  por  honrra  de  los  dos  lo  quiero 
consentir. 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


887 


i/e/. —Está  scripto  stilo  férreo  et  rnge  ada- 
mantino. 

Log.  —  Su  peccado  della  para  tu  bien,  pero 
tu  mal  para  más  mal,  no  me  contenta,  y  si  no 
ay  más  amistad,  voyme  y  no  te  hablo  más. 

Her. — Antes  yo  lo  haré  por  no  darte  enojo. 
Pidute  que  no  se  sepa  la  causa  desta  absencia, 
que  el  tiempo  hará  su  officio,  ni  oluides  a  tu 
Heraclio,  que  hasta  la  muerte  lo  será. 

Log. — Y  todauia  va  de  vi'rdad?  o  hombre 
perdido,  que  de  mugeres  haze  cuenta  y  les  paga 
tan  al  renes,  viniéndole  aora  tan  a  proposito 
vengar  a  sí  y  a  otros.  Deliberado  va,  no  parará 
hasta  hermitaño;  tiempo  es  de  aueriguar  el 
amistad  y  remitir  las  palabras  a  las  obras. 
Voyme  a  xVsosio,  y  los  dos  con  su  amiga  bas- 
caremos inuenciou  alguna  de  remediar  estas 
locaras. 


SCENA  7.  DEL  QUARTO  ACTO 

Her.iclio  trueca  los  vestidos  con  su  criado  Honorio  y  despadiilo 
d'el  se  eiicuentra  con  Aíosio,  que  después  de  dissimular  con 
él  se  los  pone  de  hurto. 

Heraclio,  Honorio,  Asosio. 

[//<fr.]. — Honorio! 

Hon. — Señor. 

Her.  —  Bien  sabes  el  amor  que  te  tengo. 

Hon. — Ya  sé,  señor,  que  siempre  tu  mer- 
ced me  daua  de  sus  jubones  y  calf;.is  viejas 
con  que  yo  me  paraua  muy  galán  y  me  tenian 
en  la  ciudad  por  gentilhombre. 

Her. — Esso  es  lo  menos,  hermano  mió;  no 
digo  sino  quererte  bien,  dessear  verte  en  es- 
tado. 

Hon.  —  Pues,  señor,  y  no  andana  yo  en  es- 
tado, pecador  de  mí? 

Her. — No  me  entiendes;  quiero  dezir  rico  y 
honrrado. 

Hon. — Ya,  ya,  señor;  también  yo  siempre 
lo  deseé,  por  sauer  que  tu  merced  lo  desseaua. 

Her. — Pero  dexemos  aora  esso. 

Hon  — Dexemos,  señor. 

Her. — Ya  sabes... 

Hon.  -Ya  sé,  señor. 

Her. — üexarae  hablar. 

Hon. —  Habla,  señor. 

iíe/-.  — Qnánto  tiempo  serni  a  estas  señoras 
y  cómo  me  lo  an  pagado. 

Hon. — Ya  lo  sé,  señor,  que  nunca  te  dieron 
nada. 

Her.  -  Ni  yo  lo  pretendí,  que  amor  con  amor 
se  paga. 

Hon. — Amor,  señor?  es  muy  vieja  essa  mo- 
neda, cómo  la  podia  conoscer  gente  tan  moíja? 

Her. — Harto  bien  dizes. 

Hon. — Mas  con  todo,  bueno  fuera  dar  de  la 


nuena  y  no  mentir;  que  prometía  aquella  mor- 
cielaga,  acá  vernemos,  allá  yrenios,  señor  He- 
raclio, esto  haré,  estotro  lo  daré,  y  maldita  la 
cosa  que  cumplió  la  montona. 

Her. — Es  oluidadiza  y  tenia  otro  en  que 
entender. 

Hon. — Y  el  p.ipel  de  tus  cartas  no  lo  pagará, 
señor?  que'  nunca  te  dio  siquiera  vn  medio 
pliego. 

7/(7-. — Empleaualo  mejor. 

Hon. — En  quién,  señor?  en  aquellos  Apios 
y  Menchiones?  o  qué  buenas  espaldas! 

Her. — Para  llenar  los  cargos,  assi  es  bueno, 
y  buena  prol  les  hago  (')  a  todos. 

Hon. — Diria  yo  una  soga. 

//ér.— Arrepentido  aora,  aunque  tarde,  del 
engaño  y  nial  gastado  tiempo,  estoy  delilierado 
dexar  el  mundo  como  él  hizo  a  mí  y  hazer  pe- 
nitencia de  mis  ppccados. 

Hon. — O  cuytado.  para  qué  tierra,  señor? 
no  es  mundo  por  allá  también?  pues  quedaré 
yo  solo? 

Her.  —  No  te  congoxes,  que  esta  es  la  ver- 
dadera vida  y  burla  todo  lo  demás.  Queria 
mandar  hazer  vn  habito  de  hermitaño  de  sa- 
yal, y  porque  no  sé  cómo  hazer  sin  que  me  en- 
tiendan, tengo  pensado  trocar  contigo  los  ves- 
tidos y  buscar  sastre  que  no  pueda  conoscerme 
ni  dar  señas  de  mí;  los  mios  te  quedarán,  y 
todo  lo  que  en  esa  bolsa  hallares.  Perdóname 
que  por  ser  tan  lexos  de  mi  tierra  no  puedo 
darte  más,  y  no  tomes  pasión. 

Hon.  —  O  señor,  y  assi  me  dexas?  malditas 
sean  las  vellacas.  O  mundo  perro,  o  traydoras, 
o  señor,  y  cómo  podra  biuir  sin  ti  Honorio? 

Her. — Dexate  desso  y  dame  tus  vestidos. 

Hon. — Aquí  están,  señor;  tengo  con  todo 
yo  de  ser  tú  y  tú  yo? 

Her.  —  Quiso  assi  la  suerte. 

Hon. — Qué  muger  es  essa  suerte?  dónde 
mora,  señor?  los  ojos  le  sacaría. 

Her. — No  los  tiene. 

Hon. — Las  narizes.  Ay,  Honorio,  dónde  te 
llenan;  trátale  bien,  señor. 

Her. — Tú  a  Heraclio  como  quissíeree. 

Hon. — Voto  a  tal,  que  estoy  hecho  un  al- 
guazil.  Ciñire  la  espada  también,  señor? 

Her. — Por  qué  no?  esso  es  lo  principal. 

Hon. — Ah,  ah,  ali,  quál  está  mi  amo!  buel- 
uase  tu  merced,  oh,  oh,  oh,  desotra  parte;  na- 
tural yo;  camine  tu  merced. 

II er. — Quieres  más?  ora  passeate  tú  tam- 
bién y  veremos. 

Hon. — Yo,  s'eñor?  hijo  de  hombre  no  me 
terna  por  otro. 

Her.  -  Si  no  fuere  en  el  cuerpo,  que  todo  lo 
demás  es  mío.  Ora,  hermano,  quiero  abra9arte 

(')  Parees  que  deboda  ser  Ixaga. 


368 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


antes  de  partirme.  Dios  te  haga  conforme  a 
los  vestidos. 

Hon. — Cuvtado,  a  do  uie  lleunn?  Peccador 
de  ti,  señor,  dónde  te  quedas? 

Her.  —  No  más,  hermano,  no  te  fatigues  y 
a  Dios  quedes. 

Hun. — Señor,  señor. 

Her. —  Qué  dizes?  no  miras  que  no  me  has 
de  llamar  señor  aora.  Si  te  oye  alguno,  qué 
pensará? 

Hon. — Perdone  tu  merced,  que  se  me  olui- 
daua.  Honorio,  Honorio,  si  me  demanda  nadie 
por  ti. 

Her. — Lo  mejor  es  que  no  te  vea  nadie,  por- 
que luego  serias  conoscido. 

i/oíi.  — Pues  desse  modo  también  yo  quedo 
fuera  del  mundo. 

Her.— 1^0,  que  te  yrás  para  tu  tierra,  y  allá 
es  otra  cosa. 

Hon. — Pues  sea  assi.  Mas  primero  yo  daré 
vna  vista  por  acá,  y  haré  del  gentilhombre, 
pues  la  bolsa  queda. 

Her.  —  (^\\é  dizes? 

Hon.—  Que  me  ternan  todos  allá  por  gentil- 
hombre, 

Her, — Tanto  mejor,  que  se  andarán  tras  ti 
las  mo^as. 

Han.  —  Esso  está  en  la  mano,  cómo  me 
huelgo. 

Her. — A  Dios,  hermano. 

Hon. — O,  o,  o,  mi  señor  y  mi  amo  tan  que- 
rido; ya  se  es  ydo.  Dios  le  perdone,  qué  buen 
hombre  era  mi  amo.  Ora  yo  estoy  brauo;  ves- 
tido como  vn  palmito,  ceñida  vna  espada  que 
vale  más  que  yo,  y  con  vna  bolsa  llena  de  du- 
cados; no  falta  más  que  vna  buena  mo9a.  Daré 
la  buelta  por  la  otra  calle,  para  ver  si  hallo  en 
qué  emplear,  y  auiendo  un  rato  braueado,  por- 
ne  los  pies  en  villa  diego,  y  podria  ser  llegase 
a  la  corte  a  hazer  vn  ademan. 

Aso. — Qué  diablos  veo  yo?  o  estoy  borra- 
cho? a  Honorio  con  los  vestidos  de  su  amo. 
Mátenme  si  no  se  los  lleua  hurtados  y  va  hu- 
yendo; quiero  fingir  lo  tengo  por  él  y  solazar- 
me vn  poco.  No  veys  la  postura  del  ladrón 
asno?  A,  señor  Horaclio,  mi  señor. 

Hon. — Guay  de  mí,  este  es  Asosio;  perdido 
ra  lo  que  mi  amo  me  encomendó  si  me  conos- 
ce.  Señor? 

^l«o.  — Qué  mortal  se  ha  parado!  qué  priessa 
es  essa,  a  donde  bueno? 

Hon. — Bueno  va,  no  me  conosce  aun,  haré 
del  graue.  Por  aqui  voy  passeando. 

Aso. — Buscar  alguna  moja? 

Hun. — No  quiero  moíjas  yo,  pues  las  viejas 
me  engañaron. 

Aso. — Aun  atinays,  muy  feo  vienes,  dónde 
has  estado?  no  te  conosciera  si  no  fuera  por  el 
vestido. 


//oft.  — Doliame  la  cabera  y  sahumáronme. 

Aso. — Que  diablo  de  sahumerio!  Tomaste 
todo  el  ayre  de  tu  mo^o  Honorio. 

Hon. — Pegase  el  ayre  do  la  conuersacion. 

Aso. — Y  de  mí  se  os  pegue  este  coscorrón, 
traydor  viUano,  que  mataste  a  vuestro  señor  y 
lleuays  hurtado  sus  vestidos;  a  la  ora  hago  que 
os  ahorquen. 

Hon. — Misericordia,  señor  Asosio;  yo  con- 
taré la  verdad  a  tu  merced,  porque  no  os  assi. 

J. so.  — Entendamos,  pues. 

Hon  — As  de  saber  que  es  ydo  mi  amo  fue- 
ra del  mundo. 

Aso  — Y  aun  por  esso  lo  digo  yo  dvn  tray- 
dor. 

Hon. — Oyga  tu  merced. 

Aso.-— Y  los  vestidos! 

Hon. — Tomó  los  mios  por  no  ser  conoscido 
allá,  hasta  hazer  vn  hábito  de  frayle,  que  assi 
dize  que  se  vsa. 

Aso. — Ah,  ah,  ah,  mira  la  necedad  en  que 
dio  nuestro  philosopho.   Villano,  no  mintays. 

Hon. — Ve  aqui  la  bolsa  con  los  dineros  por 
testigos. 

Aso. — Aun  me  suenas  a  ladrón. 

Hon.  —  O  peccador,  no  sabe  tu  merced  quién 
es  Honorio? 

Aso. — Dixote  algo? 

Hon. — Toma  si  dixo,  y  lloramos  juntos;  yua 
muy  lastimado  de  las  borrachas. 

Aso.— Esse  es  el  punto;  hombre  perdido, 
quién  me  lo  hallasse!  Ora,  am'.go,  yo  lo  entien- 
do ya:  venios  conmigo  a  mi  posada  y  direys  el 
resto  de  spaeio  allá;  y  consultaron  los  medico 
sobre  alguna  medicina  para  está  enferme- 
dad? 

Hon.  —Por  tu  vida,  señor. 

^4.60, — Doleria  aura  de  ser  la  boticaria. 


SCENA  8.  DEL  QUARTO  ACTO 


Logisti.'o  llalla  a  A.sosio  con  Dolei'ia  y  deliberan  entre  si  lo  que 
harán  sobre  la  cura  del  amigo  lleraclio. 


LooisTico,  Asosio,  Dolería. 

[Log.\  — Qué  se  hizo  dáoste?  que  no  ha  que- 
dado juego  de  pelota  ni  de  pelai',  rio  o  fuente, 
ramo  de  Laurel  o  sombra  de  yedra  do  no  le 
buscasse.  Argel  es  como  cauallo  que  falta  en 
lo  mejor.  Yo  veo  todo  desaliñado  si  por  acá 
no  lo  remediamos. 

Aso.  —  Es  a  punto  como  te  digo,  Doleria 
hermana,  y  si  tus  artes  obran  lo  que  saben, 
podria  siguirsenos  de  aqui  fama  inmortal. 

Dol. — Yo  porne  todo  mi  caudal  por  te  ser- 
uir  y  ayudar  a  esse  enfermo,  pero  bien  sabes 
que... 

Aso. — Ya  te  entiendo;  fíate  de  mí   como  si 


COMEDIA  IXTITVLADA  DOLERÍA 


M'd 


fucsse  el  mesmo  Rey  Saúl,  vencedor  y  no  ven- 
cido, y  repartidor  de  los  despojos. 

Lo(/. — Quie'n  habla  aqui?  o  qné  lindo,  de  vn 
tiro  he  matado  dos,  de  rienda  la  trae  el  caua- 
llero,  alquilada  deue  venir. 

Dol. — Assi  lo  creo  que  no  mo  en<íañcs,  ni 
menos  esse  gentilhombre  de  que  oygo  dezir  mil 
bienes. 

Log. — A  nos  me  huele  esta  comida,  no  es 
tiempo  de  aguardar  más.  Para  hieu  le  halle- 
mos, mi  señor,  que  no  quedó  escuela  de  esgri- 
ma, latin  y  griego  donde  no  embiasse  mis  es- 
cachas; tengo  de  dar  a  Venus  vna  quexa  des- 
tos  amores,  que  nos  han  de  llenar  un  dia  a  su 
merced,  como  lupiter  el  pescador  a  Europa  la 
holgazana,  y  dirán  entonces  que  vas  en  los 
cuernos  del  toro. 

Aso. — Por  cortesía,  señor  mió,  que  aguarde 
tajo  para  mis  besamanos  y  después  diga;  y 
quanto  a  lupiter  el  rufián  y  Venus  la  ramera, 
y  a  essa  gente  amores,  sepa  que  es'toy  más  per- 
catado que  Diana  la  caladora  para  el  bobo  de 
Acteon  y  la  fuente  para  íí^arciso  y  otros  maja- 
deros como  nuestro  primo  Heraclio  por  Dia- 
nira,  que  nos  mete  en  trabajo  aora  de  buscar 
Astolpho  de  Inglatierra  con  su  hypogrifo,  que 
le  vaya  por  el  meollo  al  cielo  como  hizo  al  de 
Orlando. 

J^or/. — Ya  me  paresce  luego  sabes  la  glosa 
de  mi  canción.  Xo  viste  qué  trastornar  de  me- 
didas hizo  este  necio?  y  que'  preciosa  es  la  mcr- 
caderia?  no  podra  dezir  que  no  se  lo  prophe- 
tize'. 

Aso. — Domine,  ello  es  hecho  ya  y  bien  sabe 
tu  latinidad  que  es  doctor  de  lo  por  hazer  lo 
hecho.  Aora  es  menester  prouar  las  fuerzas  y 
dar  señal  de  que  no  somos  endemoniados. 

Log. — A  punto,  porque  amistad  perfecta  no 
cabe  sino  en  ánimos  altiuos.  Pero  cómo? 

Aso. — Quiíja  no  sabes  tú  del  negocio  tanto 
como  yo. 

Log. — Creo  lo;  di,  por  tn  fe. 
^í--o.-;-Es  vna  salsa  para  comereste  los  de- 
dos de  sabrosa.  Auiendo  oy  topado  con  Hono- 
rio nuestro  amigo,  hecho  su  amo,  y  dando  tras 
él  (despacio  lo  reyremos  y  de  la  treta  que  me 
declaró  temblando)... 

Log. — No  passes  adelante;  en  tu  posada  me 
lo  contó  aora. 

-Iso.  —  Assi,  pues,  basta.  Pero  qué  súpito 
accidente  le  mouio?  que  el  mo^o  no  lo  sabe. 

Log. — Yo  te  lo  diré:  vn  concierto  para  esta 
noche  de  las  lobas  y  los  perros,  con  los  más 
gordos  carneros  del  rebaño  a  las  montañas,  sin 
otro  testamento. 

Aso.  —Si  me  lo  asseguras,  toma  mi  capa  y 
todo  el  resto  hasta  la  camisa. 

L^og. — Cómo  assi?  qué  determinas? 
Aso. — Respóndele  tú.  Dolería. 

ORÍGENES   DE   LA   NOVELA. — JIJ. — 24 


/>o/.— Qué  quieres  que  responda?  ordildo 
vos,  que  yo  lo  texere. 

Ljog. — Tú,  señora,  has  de  hazer  lo  vno  y  lo 
otro,  y  con  ello  de  nuestros  bienes  tuyos  y  de 
nos  esclauos,  no  embargante  de  ser  heroica  la 
obra,  y  porque  ternas  vna  corona.     • 

Dol. — Será  verguen9a  mia  no  ser  primero 
vuestro  parescer. 

Aso. — Por  vida  deste  cuerpo  y  destotro  y 
del  cuerpo  del  ciuil  derecho,  que  el  tuyo  sea  el 
primero  y  el  postrero,  y  que  nos  has  de  seruir 
aora  de  luno.  Venus  y  Palas,  hiriendo  a  dies- 
tro y  a  siniestro  con  oro  y  plomo  y  todo  otro 
metal, 

Dol. — Tú  sabes  quán  falta  estoy  de  todos 
ellos;  mandad  hazer  vosotros  las  saetas,  que  yo 
porne  de  casa  el  arco, 

Log. — Esse  es  el    blanco,  donde  tirays  ne- 

Aso. — Bien  te  entiendo.  Quieres  a  Logistico 
por  fiador,  no  es  assi? 

Log. — Si  no  está  en  más,  señora,  j)alabra  y 
prenda  te  daremos. 

Dol. — No  creas  nada  a  este  trugeman,  se- 
ñor Logistico,  que  es  demasiadamente  malicio- 
so; mas  pues  quereys  por  mí  guiaros,  la  histo- 
ria ha  llegado  a  los  términos  que  pudiéramos 
pedir  y  tengo  ya  imaginado  cómo  pongamos 
cada  cosa  en  su  lugar  y  le  demos  mejor  fin  de 
lo  que  tuuo  comieneo,  sin  jiretender  otras  ga- 
nancias que  ser  el  titulo  de  mi  nombre.  Quanto 
a  lo  primero.  Asosio  y  yo,  hechos  peregrinos, 
nos  haremos  con  Heraclio  encontiadizos,  y  yo 
me  prcuere  de  ?alsa  que  le  haga  otro  apetito; 
del  mesmo  entenderás  el  resto,  señor  Logis- 
tico, y  vete  a  casa,  que  allá  te  yrá  buscar,  y  en 
ello  sabrás  quién  soy. 

Aso. — A  Aeneas  no  siguiera  de  mejor  gana 
a  los  Campos  Heliseos. 

Log. — Jn  manus  tuas,  señora. 

Dol. — No  son  muy  delicadas;  mas  saben 
aderezar  muchos  guisados. 

Aso. — Que  tales  los  a  prouado  Asosio. 

Dol.  — 1^0  perdamos  tiempo. 

Aso. — Correré  si  njandas. 


SCEXA  9.  DEL  QUARTO  ACTO 

Andronii',  roi-tc-íaiio  ri'quelirado  «le  .Melania,  se  lainciila  della 
y  ella  dél  estando  ambos  engañados. 

Andronio,  Melania,  Manía. 

[.!/»(/.]. — O  anima  peccadora,  quándo  sal- 
drás del  purgatorio?  El  rio  Meandro  no  da  más 
bueltas  que  yo  por  estas  calles.  Sospechaua 
que  me  queria  esta  traydora,  y  veo  que  todos 
son  engaños. 

Mel. — Allá  paresce   solo  mi  Andronio;    por 


370 


orígenes  de  la  novela 


algo  viene;  ya  no  soy  más  niia;  cumple  obc- 
descer.  Quién  viesse  ya  el  dia  de  estar  en  li- 
bertad! Bien,  amor  mió,  qué  hazes  por  aqui? 
cómo  no  passas  adelante? 

And. — Esta  es,  ay! 

Mel. — Porqué  suspiras,  mi  señor?  ay  algu- 
na nouedad? 

And. — Viejo  es  tu  descuydo  de  mi  pena  y 
el  matarme  cada  ora. 

Mel. — Dios  nos  guarde,  cómo  lo  finge  mi 
señor! 

And. — Mas  cómo  lo  burla  mi  señora.  Di, 
leona  hambrienta  de  mi  sangre,  quándo  estaras 
harta  d'él? 

Mel. — Por  tu  vida,  amores,  que  esso  venia 
desseando. 

And. — Assi  lo  creo  yo. 

Mel, — No  me  entiendes. 

And.—  Pues  qué? 

Mel. — Libertad  para  gozar  de  tu  dulce  com- 
pañía, la  qual  me  es  más  que  la  propria  ánima 
chara. 

And. — No  dexas  de  burlar. 

Mel. — Más  tú. 

And. — En  qué  moneda  me  pagas  lo  que  te 
quiero,  o  qué  obras  salea  de  tus  palabaas? 

Afel. — Donoso  estás.  Qué  más  podia  darte, 
o  qué  más  me  queda? 

And. — Según  esso,  no  eres  más  que  pala- 
bras o  más  ayna  burlas,  ni  lo  serás. 

Mel. — Palabras  llamas  al  cuerpo  y  ánima  y 
a  la  fe  que  te  di  y  me  diste?  y  demás  sí  estoy 
preñada? 

And. — Aora  pienso  hazes  de  mí  loco,  o  tú 
lo  estás,  pues  hablas  tan  de  seso  y  con  tan 
poco,  o  lo  perdiste  todo. 

Jfel. — No  será  mucho  que  te  lo  aya  dado 
con  la  prenda  que  te  jii  para  no  quedarme  nada 
y  estar  mi  seso  y  mi  locura  de  tu  mano  como 
está.  Burlareste  de  mí  y  hazeresme  morir  con 
tus  descuydos? 

And. — Antes  yo.  Nunca  tan  de  veras  te  vi 
matarme,  o  cruel! 

Mel. — Ora  no  más,  amores,  basta  lo  soña- 
do; recuerde  tu  merced  y  hablemos  a  proposi- 
to; yo  temo  con  todo  lo  que  digo  y  no  sé  cómo 
hagamos,  si  el  plazo  que  tomaste  no  l'uesse  ya 
complido. 

And. — De  qué  temes? 

Mel. — Otra  suya,  de  la  preñez,  que  no  me 
trataste  de  manera  que  quedasse  sin  sospecha 
dello. 

And.- — No  sé  por  qué  me  hazes  rebentar. 
Qué  preñez?  qué  diablos  del  infierno?  quándo 
lo  soñaste? 

Mel. — Dizes  de  verdad? 

Arul. — Si  no  que  biiia  do  mentira. 

Mel. — Basta,  basta;  confirmada  es  la  mali- 
cia; o  traydor  nialuado,   qué   determinas?   no, 


no,  no  soy  quien  piensas;  con  mil  vidas  no  pa. 
garas  mi  honra. 

And. — Qué  loca  está! 

Mel. — Loca,  mal  hombre,  y  tú,  herege,  no 
me  importunaste  para  casar  conmigo?  y  por  el 
grande  amor  que  publicauas,  y  los  ruegos  de 
Dolería,  en  su  casa  me  tomaste  por  tu  sposa  y 
ay  fueron  las  bodas;  con  ella  lo  as  de  uer;  Te- 
remos  si  te  atreues  a  negárselo. 

And. — No  es  tiempo  de  sperarte  más,  per- 
dida y  loca  confirmada,  o  beuiste  demasiado? 

Mel. — Nunca  beuiera  de  tan  villano  vino  y 
desabrido,  triste  de  mi;  allá  me  voy  con  esto; 
disbarates. 

And. — Della  serás  mejor  desengañada.  O 
esto  sin  duda  es  sueño,  o  ésta  ha  perdido  el 
seso,  y  para  que  mi  ventura  haga  su  deuer  assi 
conuiene.  Bien  le  dará  Dolería  algo  con  que  le 
saque  el  mal  de  la  cabera,  que  para  todo  es. 
Mas  qué  diablos  sé  yo  si  dormíendo  híze  lo  que 
ella  dize  que  despierto,  o  si  mi  spirito  anda  de 
noche  por  do  de  día  el  pensamiento,  que  todo 
ay  en  amores  y  en  diablos.  Líbreme  Dios  de  tal 
encuentro,  estoy  borracho  del;  bueno  será  tam- 
bién encaminar  hazia  Dolería  para  que  junta- 
mente nos  desencante, 

3ían. — A,  gentilhombre. 

And.  —  Solía  yo  de  serlo,  quién  será  la  dama? 
qué  manda  mi  señora? 

Jfan. — Que  desempeñe  su  cadena  y  prenda 
con  ella  otras  captiuas. 

And. — Con  otro  piensa  auello;  captiuo  que- 
ría yo  ser  de  tales  ojos,  sí  los  bra9os  fuessen 
la  cadena, 

3Ia7i. — Qué  bueno!  Ora,  señor,  pag[u]e  el 
escote,  pues  ha  merendado,  y  no  se  persuadía 
que  sus  criadas  bíuen  del  ayre  como  cama- 
leones. 

Atid. — No  es  gran  marauíUa,  pues  esse  bas- 
ta para  sustentarme,  y  la  gracia  con  que  lo 
díze. 

Man. — Yo  digo,  su  merced  haze;  pero  no 
curemos  de  requiebros  sin  proposito,  passen 
las  burlas  adelante;  porque,  sin  los  seruídores, 
tengo  heraianos  y  parientes,  que  desharán  es- 
tos agrauios,  y  no  me  ensañe  yo. 

And. — También  yo  ajudaré  por  la  parte  que 
me  cabe.  Mas  su  merced  está  engaiiada,  que 
no  soy  quien  piensa,  ni  es  mí  costumbre  de 
mojar,  sino  seruír  las  tales. 

Man. — Qué  l)ien  lo  propone,  sí  no  me  cor- 
tara ya  la  bolsa.  No  vengo  ahumada,  ni  haze 
neblina,  mí  señor;  mande  deshazer  el  yerro  y 
guarde  la  joya  para  otra  nouia;  aquí  do  está, 
todo  va  perdido,  ya  no  ay  que  fiar. 

Anfl. — Y  porflays?  esta  es  otro  como  la  de 
ogaño;  holgara  de  venir  de  otro  temple,  pero 
trayo  dolor  de  ba^o 

Ma7i. — No  ay  que  pensar  en  ello  más,  ni 


i 


COMEDIA  INTTTVLAD.V   DOLERÍA 


371 


niurmunir  entre  dientes  o  desculpa  que  lo  saine 
de  burlarse  de  quien  le  quiere  bien. 

And. —  Por  mi  fe,  señora,  que  e!<tá  en  error. 

Man. — Asbí  me  lo  parosce,  si  su  merced 
perdió  el  seso  o  ha  beuido. 

Ánd. — (irran  caso  es  este:  o  los  diablos  an- 
dan sueltos,  o  yo  estoy  dormiendo;  tórnese, 
señora,  que  yo  le  aftírmo  no  ser  quien  busca. 

J/an. — Pues  quie'n  seria  Inogo  su  merced? 

AiuL—  Andronio  hasta  la  muerte,  y  aun 
después. 

Jlan. — Andronio  o  andrajo,  yo  le  conosco 
rasonablemente,  y  aun  me  duelen  los  mordi- 
cones  que  me  dio  en  este  brafo. 

Anil. — Quándo? 

Man. —  Quando  en  los  sayos  me  tenia,  y  mo 
vendia  por  u)iel  vinagre,  haciéndole  tantos  re- 
galos en  mi  casa.  Mal  ayan  tales  obras.  Por 
A'ida  de  Mania  y  de  su  madre,  que  no  lo  co- 
mays  sin  escaueche  por  más  peyuado  que 
soiiys. 

And. — Estoy  fuera  de  mi,  qué  ha  de  ser 
esto?  perdido  soy,  y  de  mas  si  Doleria  se  me 
buelne  viia  d'estas,  y  todos  son  di:)lores. 


SCENA  10.  DEL  QUARTO  ACTO 


llorarlfo  en  liabitos  de  liprmilano  rcjtnsandose  en  vn  prado 
dan  ron  el  Asosio  y  Doleria  hechos  peregrinos,  a  saber  Do- 
lería es  Diclieo,  Asosio  os  Synesio. 


Heraclio,  Dolería  Di[cnKo],  Asosio 
Syne[sioJ. 

[Iler.]. — Soberanos  cielos,  virtudes  superio- 
res, regidas  por  aquel  summo  principio,  ajn- 
dadme  a  celebrar  mi  nneua  proffession  y  ter- 
minar la  vanidad  passada  en  el  perfecto  núme- 
ro; las  potencias  dementadas  con  su  concor- 
dancia natural  me  fauorescan;  las  aues  del 
ayre,  los  animales  de  la  tierra,  la  mar  con  sus 
pescados,  den  señal  de  mi  alegria.  Porque 
aora  que  el  viejo  hombre  es  muerto  y  las  spe-. 
ran9as  vanas  se  acabaron,  descansará  el  triste 
coracon,  dando  comiendo  a  otros  pensamientos, 
y  los  sentidos  de  su  alto  objecto  ternan  el  ver- 
dadero refrigerio,  con  el  blando  ayre,  dulce 
harmonia  de  las  corrientes  aguas  y  suauidad  de 
tan  diversas  flores,  hechado  sobre  estas  yernas 
olorosas.  Y  vos,  ojos,  occasion  de  tantos  da- 
ños, reposareys  en  este  prado  deleytoso. 

Dich. — Hijo  Synesio. 

Syn. — Padre  señor. 

Dich. — Qué  hermoso  está  el  campo  esta  ma- 
ñana y  quán  agradable  es  de  oyr  la  melodia  de 
los  paxarillos;  peccado  es  no  gozar  d'esto  de 
contino. 

Jler. — Aun  aqui  el  mundo  no  me  dexa;  que 
gente  será  esta? 


assí,   y   harto  mal  me  liizo  esse 


>S7/H. — Es  vn  consuelo  para  enamorados  co- 
ra9ones. 

//ir.  — Pues  y  aqui  llega  este  nombre? 
Dich. —  Cómo    lo   sanes?  pronaste  ya  essa 
passion? 

Syn. — No,  pero  cy  hablarte  algunas  vezes 
della. 

Dich—Eí 
mal . 

Jfcr. — Compañia  tengo. 

Si/n. — Mal  llamas, padre,  a  lo  que  otros  lla- 
man bien?  siendo  amor  vn  medio  sin  el  qual  no 
obra  la  natura,  y  vna  cierta  colligantia  desde 
el  cié' o  hasta  la  tierra,  a  la  qual  el  ciego  sabio 
dio  nombre  de  cadena  de  oro. 

Jfer. — Mucho  te  deue  luego  el  niño  ciego 
por  esse  titulo  que  le  das. 

Dich. — Verdad  es,  hijo,  que  todo  se  rige  por 
amor,  pero  va  en  lo?  hombres  por  vias  diffe- 
rentes  la  orden  prevertida,  improprio  el  nom- 
bre a  los  effectos.  Con  este  peliscon  recordará, 
aunque  no  duerma;  oyes,  Asosio? 

Aso. — Al  cabo  estoy,  Dolería;  prosigue, 
pues,  y  philosophemos  a  su  modo  y  al  nuestro, 
sin  c^ue  parescan  nuestros  nombres. 

-Do/.— Qué  necio  eres,  los  ojos  y  los  oydos 
le  tengo  en  la  mano.  J'uelue  a  tus  coles. 

Aso. — No  sé  cómo  es  inqu-oprio,  padre,  [pero 
quando  la  yra  d'amor  incitada  sale  de  curso, 
adquiere  el  nombre  de  valentía,  de  templanea 
el  sufrimiento,  y  de  todos  sus  contrarios  las 
otras  virtudes  compañeras. 

f/er. — No  estays  bien  en  la  cuenta,  porque 
esta  mia  es  o  paresce  mentirosa  por  la  occa- 
sion. 

Dich. — Pusilanimidad  no  es  templanza,  ni 
Dios  lo  quiera;  temeridad  no  es  fortaleza,  ni 
lo  fue  nunca;  obediencia  vil  o  subjetion  no  es 
justicia,  ni  lo  será;  acertar  acaso  no  es  pru- 
dencia. 

Jfei'. — No  lo  aueys  mal  estudiado. 

Dich. — Si  el  amor  es  de  virtud  diuino  o  fun- 
dado en  la  razón,  podran  caber  en  él  essas  con- 
diciones todas,  y  no  hablo  sin  experiencia. 

S>/7i. — Ha  sido  tu  merced  enamorado? 

Dich. — Mas  que  vna  ve/^  y  muchas  enga- 
ñado. 

Si/n. — Cómo,  padre,  no  hallaste  fe? 

Dich. —  Fe  en  mujeres,  monstro  sería. 

/ícr. — Este  es  mi  hombre. 

Dich. — No  ay  en  ellas  cosa  buena,  sino  el 
callar  si  callan,  aunque  pocas  veces  acontesce, 
si  no  es  por  deffecto  de  natura  o  accidente  de 
enfermedad.  El  amor  dellas  es  apetito  solamen- 
te, sus  cortesías  son  engaños,  es  negar  su  pro- 
meter, y  el  llegar  darse  del  todo.  Mira,  por  tu 
fe,  qué  sciencia  ésta  para  entenderse,  a  do  los 
que  más  saben  menos  aciertan  y  más  los  que 
monos  saben. 


872  orígenes  DE  LA  NOVELA 

Ile.r. — Es  oráculo  este  hombre. 


Dich. — Qaise  tanto  a  vna,  que  passara  el 
arco  de  los  leales  amadores,  pensando  ser  no 
menos  querido  della;  mas  a  la  postre,  porque 
no  me  reyesse  de  los  otros,  vue  de  descendir 
al  infierno  de  Anastarax;  que  por  vu  antojo 
solo  perdi  en  vn  dia  todos  mis  trabajos  de  mu- 
chos años. 

Syn. — Seria  alguna  necia. 

Dich. — Passaua  de  prudencia  a  Sapho  al  pa- 
resccr,  de  constancia  a  Portia,  de  fuer9as  a  Ca- 
mila; ésta  me  llegó  al  punto  de  la  muerte  o  de 
dexar  el  mundo  y  biuir  entre  las  fieras,  si  la 
razón  no  lo  estoruara .  Al  cabo  de  muchas  ex- 
periencias y  de  tentar  si  mi  estado  misero,  ser- 
uicios,  obediencia  y  promptitud  la  podian 
ablandar,  viendo  quán  poco  aprouechaua  todo, 
arrebatado  de  encendida  ira,  súpitamente  se 
conuirtio  el  amor  en  odio  y  en  ardentissimo 
desseo  de  venganza.  Por  esta  causa  sola,  dán- 
dome al  estudio  de  la  Mágica,  en  breue  tiempo 
sali  maestro  y  restaure'  con  ella,  assi  lo  passado 
como  por  venir:  dexando  al  mundo  vn  gran 
exemplo,  con  vna  burla  que  le  hize,  poco  me- 
nor que  la  de  Vergilio.  Estás  en  esta  cuenta, 
hijo? 

Her. — Como  que  estoy  en  ella,  padre,  y 
quasi  arrepentido  de  mi  locura;  pero  andar. 

Dich. — Qué  es  esto,  quien  duerme  aqui? 

Syn. — Si  a  la  fe,  padre,  no  lo  veya. 

Dich. — Hermitaño  es. 

Her.  —  Visto  me  han;  todauia  haré  que 
duermo. 

Syn. — Quién  puede  ser  en   lugar  tan  solo? 

Dich. — El  libro  me  lo  dirá.  O  qué  gentil 
donayre,  de  los  nuestros  es. 

Syn. — Qué  nuestros? 

Dich. — Desesperados  de  amor;  despertalle 
quiero  para  saber  de  su  fortuna. 

Her. — No  duermo,  padre  onrrado,  antes  he 
oydo  tus  razones  todas,  que  no  han  hecho  en 
mí  pequeño  mouimiento. 

Dich. — Tanto  mejor,  mas  por  tu  fe  que  me 
cuentes,  si  te  plaze,  la  causa  deste  apartamien- 
to y  soledad, 

Her. — Para  qué?  a  quien  ya  dijo  lo  principal. 

Dich. — Leamos,  pues,  un  poco  más.  Basta, 
hallada  es  la  muía;  madre  y  hija  son  entram- 
bas, y  esta  noche  se  nos  vone:  palabras  qus 
yban  diziendo  monedas  de  oro  soné,  que  se 
mataron  por  dos,  que  no  valen  medio  none  ('). 

Her.  —  Qué  es  esto?  yo  sueño,  este  es  un 
gran  saber.  Ora,  padre  mío,  socórreme  por  tu 
fe,  que  de  creer  es  puedes,  pues  tanto  sabes. 

Dich. — Soy  contento,  con  que  tú  lo  seas  de 
lo  que  hiziere. 

Her. — Más  que  contento. 

(')  Parece  fragmento  de  algún  romance  antiguo. 


Dich.  —  Pues  a  la  raesma  ora  te  buelue  por 
do  veniste,  y  vete  a  tu  fiel  amigo,  que  tanta 
ansia  tiene  por  ti;  Logistico  se  llama. 

Her. — Y  esto  más?  o  gran  misterio! 

Dich. — Y  dexados  estos  hábitos  yreys  los 
dos  a  la  ora  limitada  oxear  aquellos  cuernos 
para  que  nos  quede  la  carne  desembargada  y 
te  la  entreguemos  tomando  sus  figuras,  y  tú 
puedas  guisalla  a  tu  plazer. 

Syn. — No  será  malo,  esfuerce  tú  merced. 

Her. — Dios  te  ha  embiado  por  mi  bien  aqui. 
Voy  sin  tardar  poner  en  obra  lo  que  mandas, 
padre. 

Dich. — No  te  descuydes,  pues._ 

i/er.  — No  ayas  dello  miedo. 


SCENA  1.  DEL  QUINTO  ACTO 


Logistico  halla  a  Heraclio  ya  con  sus  vestidos,  y  muy  alegres 
ambos  van  acabar  su  auentura  de  Apio  y  Metió. 


Logistico,  Heraclio,  Apio,  Metió, 

[Lo^.].— Quien  viesse  ya  esta  nao  en  el 
puerto!  por  diligencia  de  Pyloto  y  marineros 
no  c[uedará,  y  spero  nos  fauorescan  todos  los 
spiritos  enamorados.  Qué  se  hizo  deste  hom- 
bre? a  qué  parte  de  la  tierra  será  hechado?  ha- 
zla nuestro  Polo,  que  le  es  aficionado. 

Her. — Dicha  fue  hallar  a  Honorio  para  to- 
mar otro  vestido.  El  amigo  falta  aora,  estara 
quexoso,  pero  el  súpito  accidente  causó  el  des- 
uario. 

Log. — Si  yo  no  duermo,  allá  veo  a  Hera- 
clio; jiaresce  obran  ya  las  medicinas  de  Dolería. 
Gran  cosa  es;  a,  señor,  señor,  no  se  alexe  tanto, 
si  no  lo  dura  aun  la  colera. 

i/er.  —  Este  es,  o  quán  a  propósito.  No,  se- 
ñor, que  ay  otros  humores  que  la  contrapesan, 
y  es  de  nosotros  sabios  mudar  consejo. 

Log. — Por  esso  solamente  no  puse  luto,  y 
assi  speraua  a  su  merced  como  si  lo  viera.  Pues 
en  qué  paró  el  viaje  y  el  nauio? 

Her. — Aun  no  puedo  respirar.  Mouidos  a 
compasión  los  cielos,  me  embiaron  a  Mercurio 
en  forma  humana  que  me  alumbrasse  en  tan 
escura  noche. 

Log. — Cómo  assi? 

Her. — Despedido  ya  del  mundo  y  de  todos 
sus  engaños,  en  despob'ado,  hallé  dos  hom- 
bres, que  a  cabo  de  otros  chistes  que  después 
sabrás,  en  cierto  librillo  que  tenia  el  vno  dellos, 
gran  nigromante,  leieron  mis  desgracias  y  me 
prometieron  reduzillas  a  otros  términos:  man- 
dándome luego  te  buscasse,  que  es  lo  que  más 
atónito  me  hizo,  para  que  fuésemos  entrambos 
hazer  boluer  los  Satyros  a  los  montes.  Yo  des- 
esperado de  poder  hallarte,  acercándose  la  ora, 
acometía  solo  el  auentura. 


I 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


878 


Lo^.  -Mucho  me  cuentas,  y  ay  verás  que 
no  se  oluida  de  ti  la  prouidencia.  Quiero  abra- 
carte como  a  hombre  resuscitado,  y  bagóte  sa- 
ber que  lleuaua  esse  proposita  también,  poro 
mejor  lo  royremos  en  compafíia,  y  no  podran 
tardar,  porque  es  ya  dada  la  vua. 

Iler. — Por  lo  más  cierto,  nos  lleguemos  a 
este  cantón, 

Log. — Bien  dizcs. 

Hcr. — Aqui  son;  oygamos  lo  que  liablan. 

Apio. — Metió? 

Met. — Apio? 

Apio. —  Qué  hazemos? 

J/e/.  — Vna  gran  locura:  si  nos  toman  con  el 
hurto,  adiós  amores. 

Log. — Bien  oyes. 

Iler. — Toma  si  oygo. 

Log. — Mira  qué  lanoas. 

Jler. — Nunca  las  tune  por  mejores. 

Apio. — Que'  escurana  haze,  las  carnes  me 
tiemblan;  no  seria  mucho  auer  por  aqui  capea- 
dores. 

Met.  —  Comigo  no  aura  lid,  luego  doy  la  mia. 

Apio. — No  vale  más  assi?  otras  nos  tene- 
mos, quien  lo  aura  de  saber? 

Log. — Bien  se  emplearon. 

Iler. — No  merescen  más. 

Apio. — Todauia,  ya  que  se  lo  prometimos, 
es  menester  complir  con  ellas. 

Met. — Doylas  al  diablo,  que  mejor  se  esta- 
ñan. Qué  haremos  dellas?  dónde  diablos  las 
llenaremos? 

Apio. — No  faltará;  ellas  traen  prouision. 

Her.  —  Bien  remediadas  van. 

J^og. — No  es  tiempo  de  más  palacio.  A,  tray- 
dores,  vellacos,  dexad  las  capas  y  las  vidas. 

Met. — Apio. 

Apio. — Metió.  Guay  de  vos.  O,  señores,  por 
amor  de  Dios,  aqui  quedan  y  las  eepadas. 

Her.  —  Qué  priesa  llenan! 

Log. — Eran  buenos  para  liebres.  Vamonos 
aora  y  demos  lugar  a  nuestros  médicos  para 
que  ordenen  sus  receptas  con  las  señoras  boti- 
carias. 

JTer. — Llenaremos  el  despojo? 

Log.— Si,  para  seruir  de  testimonio. 


SCENA  2.  DEL  QUINTO  ACTO 

Astasia  y  Idona  se  salen  a  la  huerta  a  sperar  sus  seruidores,  y 
vienen  Dicheo  y  Synesio,  con  quien  se  van,  pensando  eran 
ellos. 

AsTAsiA,  Idona,  Svxesio,  Dicheo. 

[Así.].  —  Es    ora   de    speralles    allá   en    la 
huerta? 

Ido.  —  Cerca  de  la  vna. 
Afit. — Oyste  algún  ruido? 
■  /do. — Sí,  señora. 


Ast. — Qué  seria? 

Ido. — Gente  que  passaua. 

Ast. — Paresceme  que  cntrcconosci  la  voz  de 
Apio. 

Ido. — Podria  ser  que  speren  y  ayan  querido 
burlar  de  alguno,  que  son  mancebos  y  hieriie- 
les  la  sangre. 

Si/n. — Hermana,  esto  es  para  nos  carnos- 
toUendas. 

/)/c/í.— Queria  ya  la  olla  entre  las  manos. 

S/jiK — Al  fuego  está. 

iJich. — Pues  yo  te  vntaré  las  barbas. 

Si/n. — Bueno  es  que  aya  de  todo,  pero  yo 
estimo  más  la  burla  que  sei-  Emperador  de 
Trapizonda.  Sentiste  bolar  a  nuestros  paxaros? 

Dich. — De  la  I'uena  suerte  bien  guardadas 
yuan;  harto  nos  quedan  a  deu(^r  por  les  quitar 
tal  embarar'O,  y  hablemos  paso,  que  ya  las  vec, 
y  ellas  a  nos. 

Ido. — Aqui  viene,  señora,  nuestra  guardn. 

Ast. — No  podia  faltar. 

Ido. — En  punto  vienen  como  si  oniessen  de 
combatir. 

Dich. — Pues  qué  piensas,  mi  señora?  esto  y 
más  es  menester  a  quien  thesoro  tan  preciad<j 
se  encomienda. 

Si/n.  —  También  quiero  mi  paite;  ha  mucho 
que  sperays? 

Ast. — Media  ora,  y  con  recelo  de  añeros 
algo  acaescido,  porque  oymos  cierto  rumor. 

Si/n. — Es  posible,  y  acá  llegó? 

Ido. —  Qné  cosa  fue? 

Z)¿'c/i.  — No  nada. 

Ast. — Mas  por  mi  vida. 

Syn. — I)os  vellacos  que  querían  conoscer- 
nos,  y  vuo  de  costalles  capas  y  espadas;  pero 
de  piedad  se  las  boluiraos. 

Dich  — üoyte  al  diablo  que  assi  lo  vendes. 

S//71. — Señoras,  no  es  tiempo  de  detenernos 
más,  traen  todo  su  recaudo? 

Ast. — Todo. 

Dich. —  Pues  vamos. 

St/n.— Dad  acá. 

Dich. —  Que  priesa  tiene  este  glotón;  no 
aun,  hermano,  que  no  es  cordura  si  acontesce 
algo  yr  cargados;  allá  fuera  de  bancos  se  lo 
tomaremos. 

Ido. — Mejor  será. 

Ast.  —  Caminemos  pues. 

Sgn. — La  que  más  quiere  cada  vno;  yo  con 
esta  moca  lo  auré. 

Dich. — Yo  con  esta  señora  de  mis  entrañas. 

Ast. — Ya  soy  vieja  para  regalos. 

Dich. — No  es  de  vieja  esta  hazaña;  mas 
eres  vieja  en  darme  la  vida  y  en  el  matarme. 

Ast.—liío  veys?  bueno  viene  el  señor  Apio 
esta  mañana. 

Ido. — Están  más  promptos  los  spiritos  a 
esta  ora. 


874 


orígenes  de  la  novela 


Syn. — Los  tuyos  a  lo  menos,  mi  señora, 
con  el  vnico  resplandor  dessos  ojos  matadores, 
que  hazen  clara  la  noche,  escuro  el  dia. 

Ido. — Qué  tocar  de  teclas,  madre  mia! 

Dich. — Callando  por  aqui. 

Syn. — Cómo  callará  el  que  arde? 

Ido. — No  parescia  tal  el  señor  Metió. 

Dich. — Las  tinieblas  descubren  muchas  ta- 
chas que  alguna  rez  la  luz  esconde. 

Ast. — Quién  lo  diria? 

Sfin. — Quien  lo  vee  y  palpa. 

Dich. — Ya  estamos  buen  trecho  de  la  ciu- 
dad; bueno  sera  que  nos  entremos  en  el  bosque 
y  os  dexemos  allá  cabe  la  fuente,  donde  de 
ventura  aporta  nadie,  mientras  ymos  proueer- 
nos  de  posada. 

Syn. — Señor,  sí. 

Ido. — Y  quedaremos  solas? 

Dich.  —  Conuiene  assi  y  de  parescer  los  dos 
allá;  escondamos  aqui  detras  estos  dineros, 
para  quitar  las  occasiones,  y  si  viniesse  algu- 
no, que  no  fuesse  tentado  de  cobdicia. 

Ast. — Pecadora  de  raí,  y  es  lexos? 

Dich. — No,  ánima  mia,  sino  muy  cerca. 

Ast. — No  haze  pues  al  caso,  norabuena  vays. 

Syn.— A  Dios,  vida,  mas  no  a  los  aqui- 
llos  (^);  passito  no  seas  sentida. 

Dich. — No  sabes  que  soy  Angélica? 

/Sj/?2.— Diabólica  te  llamaría  yo. 

Dich. — Algo  te  va  en  que  lo  sea. 

Syn. — Me  recomendó,  ya  estamos  en  otra 
tierra,  ay  os  guardareys,  mi  bien,  aora  en  los 
campos  verdes  sola. 

Dich. — Aun  bolueremos  a  visitallas,  y  ve.- 
rás  que  no  pudiera  Arachne  la  sotil,  ni  Palas 
la  embidiosa,  ordir  o  texer  tela  más  fina. 

Syn. — Si  traes  contigo  a  Proserpina  y  todas 
sus  donzellas,  qué  menos  puede  ser. 

Dich. — Entremos  por  acá  y  harem<>s  otra 
colación. 

Syn. — Desta  vez  quedo  maestro. 

SCENA  3.  DEL  QUINTO  ACTO 

Morio  «ale  en  busca  de  su  muger  y  halla  Alelania  que  venia  de 
l)usfara  su  uiarido,  y  conciertanse  los  dos,  casándose  ambos 
por  despecho. 

MoRio,  Melania. 

[il/o?-.]. —  Qué  es  d'ella,  muger,  muger,  amo- 
res, vida,  riñones,  coracon,  qué  viento  os  ha  lle- 
nado? O  mal  viage  haga  la  nao:  Tdona,  hija,  pa- 
lomina, golondrina,  ansarón,  ternera,  que  es  de 
ti?  Si  son  ydas  al  villar  a  pie  por  penitencia? 
que  mi  muger  queria  hazer  quaresma,  mas  los 
lobos  en  el  camino  las  tragarían,  que  era  de 
noche  y  no  las  conoscian,   o,   o,   o,  ya   lloro. 

(')  Sic.  eu  las  dos  ediciones,  por  saquillos. 


Desdichadas,  cómo  les  dolían  los  dentazos  de 
aquellas  malas  bestias,  Dios  les  perdone;  pero 
quién  sabe  si  saldrían  por  no  ser  de  buena  di- 
gestión, a  lo  ment)S  mi  muger,  que  era  un  poco 
añeja,  y  mí  hija  por  causa  de  las  llaues  y  alfi- 
leres (que  lobatos  no  comen  hierro  como  aues- 
truezes).  Boto  a  mí  que  he  apuntado  como  un 
Doctor;  qué  será  d  ellas,  pues?  apostaré  que 
almuerzan  del  perníl  que  se  quedó  alia  ante- 
ayer: dexad  para  mí  algo,  amores,  que  tengo 
sed,  y  comeré  para  beuer,  no  beueré  para  co- 
mer como  dizia  el  otro  asno.  O  amiga  tan  que- 
rida, cómo  me  dexaste  assi  huérfano?  Boto  a 
tal  que  yo  lo  soñaua  ha  media  ora.  Quiero  ver 
si  me  i-ecuerdo.  Qué  soñanas.  Morio?  ya,  ya, 
que  se  yuan  con  dos  galanes  las  galanas  y  me 
casaua  yo  con  Melania.  luro  a  mí  que  es  bue- 
na moca  y  no  le  falta  nada,  aunque  sea  algo 
morena;  ella  sabe  amassar,  fregar,  lanar,  la- 
brar, coser,  baylar,  cantar,  hablar,  andar,  tro- 
tar, comer,  dormir,  besar,  soñar  y  es  muy  bue- 
na eozínera.  Qué  bueno  estaba  el  puerco  de  ha 
seys  años,  qué  linda  la  tortada  de  ayer,  qué 
sabrosas  las  coles  y  el  tocino  del  entruejo;  pues 
vna  ensaladica  de  nabos  y  lechugas  y  dos  do- 
zenas  de  ajos  y  cebollas,  mal  año  para  el  Xa- 
rife.  Mas  guay  de  Astasia,  que  ya  se  me  olui- 
daua  la  pecadora:  oh,  oh,  oh,  qué  buena  mu- 
ger era;  si  ella  no  buelue,  tengo  de  quexarme 
al  alguazil.  Por  todo  la  he  buscado  y  no  la 
hallo;  eu  la  cozína,  en  la  cámara,  en  el  patio,' 
en  la  sala  y  en  la  saleta,  en  la  otra  cámara  y  en 
la  otra,  y  eu  la  camarilla,  por  los  graneros, 
porque  solía  la  pecadora  hazer  subir  allá  los 
gatos  a  visitar  a  los  ratones;  en  la  cantina, 
que  pense  quÍ9a  auria  sed,  y  se  le  oluidó  de 
cerrar  la  boca  al  torno  y  se  ahogaría  la  mes- 
quina.  Por  esso  es  bueno  beuer  por  cangirones. 

Mel. — Algún  diablo  de  los  suyos  la  ha  lle- 
nado. No  estar  de  dia  en  casa  con  sus  ocupa- 
ciones no  era  milagro,  mas  aora  no  puede  me- 
nos ser  que  ellos  andan  de  noche  según  dizen. 

Mor. — Gana  me  toma  de  almorzar,  aunque 
es  temprano,  hablando  en  ello,  mas  estoy  tan 
alterado  con  esta  yda  de  mi  muger,  que  beue- 
ria  por  otros  quatnj. 

Mel. — Quién  habla  aqui?  y  de  mas  si  es 
aquel  traydor  de  Andronio,  que  no  le  dio  re- 
poso la  consciencia,  después  de  auerse  burlado 
assi  comígo,  y  torna  a  emendallo. 

Mor. — Esta  deue  ser,  boto  a  tal;  en  el  toca- 
do la  conosco,  porque  veo  de  noche  mejor  que 
un  gato.  Cómo  me  huelgo!  a,  muger,  adonde 
diaño  fuyste,  amores? 

3Iel. — O  desdichada,  Morio  es  este;  perdida 
soy,  que  me  han  sentido;  qué  diré.'  Ya,  ya, 
que  estaña  mi  prima  en  passamiento  y  me  em- 
biaron  a  llamar:  Melania  dirás,  amo.  Pues  amo, 
qué  te  hazes  por  aqui  a  esta  ora.' 


COMEDIA  IXTITVLADA   DOLERÍA 


375 


Mor. — A  do  las  dexas?  ellas  pense  que  eran, 
Mel. — Quién? 

Mor. — Tus  amas  la  grande  j  la  pequeña. 
Mel. — Cómo  assi? 

Mur. — No  las  hallo,  ni  se  quál  diablo  las 
lleuó. 

Mel. — Burlaste? 

Mor. — Para  hurlar  es  el  negocio:  estoy  ya 
medio  casado. 

MeL — No  lo  digo  yo? 
Mor. —  Oh,  oh,  oh!  Menester  es  llorar. 
Mel. — De  reras  va,  a  la  fo;  entrarme  quiero 
a  saber  deste  mysterio. 

Mor. — Llegó  uuiy  aproposito  Melania,  por- 
que casados  que  seamos  nos  podremos  yr  acos- 
tar y  dormir  hasta  la  mañana,  y  si  buelue  As- 
tasia,  que  se  tome  otro  marido,  pues  se  ha  ydo 
sin  despedirse. 

Mel. — Más  mal  ay  de  lo  que  yo  pensaua, 
qué  sera  esto!  mátenme  si  no  son  ydas  con 
Apio  y  Metió,  que  yo  lo  olia  ya.  Qué  dirán  las 
gentes?  no  ternee  cara  con  que  pareseer.  Pecca- 
dor  de  Morio,  no  soy  yo  sola  el  agrauiada. 
J/o/-.  — Pues  qué  te  paresce? 
Mel, — Assi  no  fuera. 

Mor. — O,  o,  o,  qué  será  dellas?  si  entraron 
los  ladrones  y  las  hurtaron? 

Mel. — No  hurtan  ladrones  hurtos  que  coman. 
^[or. — Si  son  ydas  al  villar? 
Mel. — A  estas  oras?  donoso  estás. 
Mor, — Si  se  ahogaron  las  desdichadas? 
Mel. — En  qué  mar? 

Mor. — En  el  pozo,  que  aun  no  he  ydo  á  ver. 
Mel. — Ni  vayaií. 

Mor. — Si   son   ydas   a  conffesarse  con   los 
i'rayles,  para  ajunar  oy,  que  es  dia  de  pescado? 
Mel, — Podria  ser,  mas  es  temprano.  O  si  es- 
tan  en  la  huerta  plantando  ajosVV 

Mor, — Allá  he  estado.   Si  son  ydas  a  San- 
tiago que  eran  denotas  del? 
Mel. — Es90  deue  ser. 

Mor. — üessa  manera  no  bueluen  más,  que  es 
lexos.  Oh,  oh,  oh,  Astasia,  mi  salsa,  mi  cu- 
lantro y  mi  yerua  buena,  adonde  te  fuyste? 

Mel. — Consuélate,  Mofio,  por  tu  vida,  que 
muchos  desgraciados  ay  por  el  mundo,  y  yo 
soy  vna  dellos. 

Mor. — Eres,  amiga,   cuytadilla?  pues  yo  no 
veo  mejor  remedio  que  casarse  el  desgraciado 
con  la  desgraciada,  y  no  curar  de  los  graciosos. 
Mel. — Assi  andaria  todo  derecho. 
^íor. — D'aea  la  mano,  amores. 
Mel. — No,  no,  Morio,  no  tan  ayna. 
Mor. — Ayna  dizes?  y  ha  dos  horas  que  se 
partieron. 

Mel. — Y  si  boluiesen? 

Mor. — Que  se  busquen  otros. 

Mel. — Si  ya  no  los  tienen. 

J/o/-.— Tanto  que  mejor;  dormiremos  más  a 


plazer  lo  que  se  queda  por  dormir.  Eya,  mis 
entrañas,  que  ya  te  quiero  bien. 

Mel. — En  buena  le  que  me  viene  Dios  a  ver 
y  dexar  los  iliablos  para  quien  son.  Burlaste, 
Morio? 

Mor. — Entrémonos,  vida,  y  verás  si  burle; 
qué  le  falta?  pesa  más  sola  que  quatro  Astat- 
sias. 

SCENA  4.  DEL  QUINTO  ACTO 

Aiidi'onio  biiíra  Melania,  y  halla  Aplotis  que  llora  por  su  lia  y 
l)riiiia,  y  que  va  liusrar  Logi«l¡co  su  soruidor,  y  después  de 
Irauar  amores  so  ronriertan. 

Andronio,   Aplotis. 

\And.\. — Dolería  afirma  que  está  loca,  y  no 
puede  ser  menos,  según  sus  disbaraten:  yo  no 
sabía  qué  dezirme,  y  ayna  me  tornara  como  ella. 
Esto  me  faltaua  para  prouar  de  todo:  adonde 
yre  que  no  me  acompañe  la  desgracia?  Quiso 
mi  ventura  sacarme  de  la  mar,  para  hecharme 
en  este  fuego,  si  me  auia  resfriado.  Desterrado 
de  mi  tierra  por  amores,  y  aqui  medio  perdido 
por  la  perdida,  y  loco  por  la  loca,  con  dolores. 
Qué  remedio,  que  está  ya  crescida  la  rayz:  yo 
no  lo  siento,  si  Dolería  no  lo  halla  (•)  como  pro- 
mete.  Lo  que  más  me   lastima  y  haze  que  la 
ame,  hasta  también  enloquecerme,  es  que  por 
mí  se  enloqueció,  tanto  me  quería  la  pecadora. 
Bien  se  pareare  en  sus  palabras;  porque  aquel 
hablar  de  casamiento,  de  ])reñez,  de  soñar  y 
de  velar,  y  otros   requiebros,   no   es  otra  cosa 
que  pul)licar  aora  la  causa  de  su  locura,  y  he- 
char  fuera  de  rondón  lo  que  tenia  guardado  y 
escondido  d  pt-nsamiento  como  agua  represada. 
Pero  la  otra  labrandera  que  después  me  salió 
al  camino  con  otra  tal,  me  hace  estar  en  duda 
y  confuso  de  qué  parte  esté  la  locura;  porque 
tengo  dos  testigos  contra  mí;  y  yo  soy  solo,  si 
no  hay  otro  que  me  paresca  y  aya  hurtado  o 
comido  lo  que  éstas  quieren  que  pague.  O  en 
sueños  me  lleuó  el  enemigo  como  estriega,  aun- 
que las  estriegas   sueñan   lo  que  dicen,  y  yo 
sería  assi  Stryon  Doctor  haziendo  lo  que  es- 
tas mis  amigas  sueñan.  Pero  Dolería  dize  que 
la  hil 'randera  es  mny  refalsada,   y   oyendo  la 
question  de  Melania  sin  ser  vista,  quiso  des- 
pués burlar  de  mí  jiara  Inizerme  perder  de  todo 
el  seso.  Yo  quiero  todauia  yr  por  allá  (^).  Sí  la 
veo  y  habla  más  a  ])roposito  es  buen  señal;  sí 
no,    puedo   proueerme    de    vn    hospital    para 
los  dos. 

Aj)l. — M esquina,  qné  haré?  a  dó  me  yre  con 
tamaño  desaliño? 


(I  I  Hayaeo  la  edición  de  J.OT. 
de  1814. 
(!)  Aya  en  la  primera  edición. 


Kst  i  corre''ido  en  la 


876 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


And.  —  Demás  si  es  ésta?  No  lo  paresce; 
Aplotis  es,  qué  desaliño  trae. 

Api. — Mi  tia  Ast.asia  y  mi  prima  Idona  se 
son  ydas. 

And. — Ydas?  qué  quiere  dezir  ésta? 
Api. — Con  aquellos  recueros,  dias  ha  que  lo 
recelo. 

.4nd.— Estás  aqui,  Andronio?  atiento. 
Api. — Mal  año  para  ellas  y  para  ellos. 
And.  -Y  para  Melania  y  para  mí  si  les  hizo 
compañía. 

Api. — Mira  por  vida  vuestra,  qué  gentileza 
y  discreción,  que  más  parecen  mulos,  aunque 
recueros. 

And.—^o  acabará  ésta  de  dormir  y  de  so- 
ñar yo?  qué  muías  o  qué  mulos  quiere  alquilar? 
Api. — Igual  era  la  de  Heraclio  y  su  inten- 
ción que  a  ambas^seruia  y  veneraua  y  defen- 
diera el  passo  de  Tintoil  por  amor  dellas.  Ven- 
díanle higos  maduros,  danle  aoia  por  ellos 
higas  verdes,  y  por  melones  a  la  prueua  cala- 
bacas. 

And. — Luesro  todos  somos  sanos. 
Api. — Lo  más  salado  de  todo  esta  el  casa- 
miento de  la  muía  con  el  asno;  el  aura  de  pa- 
rir, que  ellas  no  paren. 

And. — Qué  muía  es  esta,  pese  al  diablo,  o 
qué  parir  de  asno? 

Api. — Melania  con  Morio?  Ah,  ah,  ah,  reyré 
acra,  que  ya  he  llorado  un  rato. 

AncL — No  es  este  muy  buen  verso;  menes- 
ter es  salir  de  duda.  Qué  lluuia  o  sol  es  éste, 
señora  Aplotis?  o  qué  desaliño  por  allá! 
^4/)Z.  —  Andronio  es,  su  parte  le  cabrá. 
And. — No  me  respondes? 
Api. — Dios  te  guarde,  señor  Andronio;  es- 
taña vn  poco  enuelesada,  perdóname. 

And.  -Qué  ay  por  allá,  señora  Aplotis?  di- 
zenme  que  está  mala  Melania. 
Api.  — Harto  mala. 
And. — No  me  engañó  luego  Dolería, 
Api. — Qué  te  dixo? 

And. —  Que  estaua  loca,  porque  yo  se  lo  fuy 
a  preguntar  por  ciertas  locuras  que  le  oy. 

Api. — Ah,  ah,  ah,  después  lloraremos  tú  y 
yo,  señor  Andronio. 
And  — No  te  entiendo. 
Api.  -  Si  la  mujer  es  hija  del  marido,  como 
dizen,  ella  está  loca  siendo  casada  con  el  loco. 
And. — Cómo  casada?  con  qué  loco? 
Api. — Yo  te  lo  diré,  para  que  de  oy  más 
busques  mujer:  son  ydas  mi  tia  y  prima  con 
Apio  y  Metió,  y  con  los   dineros  de  la  casa, 
para  no  boluer.  Morio  y  ella  guardan  el  resto, 
y  son  casados,  y  aun   más  que  quedan  en  la 
cama,  por  no  poder  arrepintirse. 
And. — Es  possible  esso? 
Api. — Como  ser  de  dia  aora.   Escoziole  y 
está  medio  pasmado;  maldita  sea  ella  que  tal 


trueque  ha  hecho.  Estas  y  las  otras  hazen  per- 
der el  crédito  a  las  buenas.  Daria  esta  sortija 
por  hallar  en  casa  a  Logistico  y  darle  parte 
desta  caualgada,  aunque  le  duela  por  el  amigo; 
de  vna  vez  o  dos  que  le  he  hablado  le  quiero 
como  a  mí,  y  según  se  me  trasluze  no  me  en- 
gaño. 

And. — Ay,  ay,  ay,  que  muero;  socórreme, 
Aplotis,  mi  señora. 

Api. — Pues,  señor  Andronio,  qué  cosa  es 
esta?  qué  animo  es  este  de  gentilhombre? 

And. — Ay,  ay,  ay,  o  falsada  fe,  falso  amor, 
hembra  falsissima! 

Api.  — Triste  de  mí,  si  se  me  muere  entre 
las  manos.  Marauiilome  de  ti,  señor  Andronio, 
morir  por  quien  no  meresce  tu  9apato?  Lasti- 
ma tengo,  hermoso  y  dispuesto  mas  que  vn 
alemán.  Maldita  sea  la  veHaca.  ] 

And.  —  (^\ié  dizes,  señora  Aplotis?  oque  me      ! 
aconsejas?  i 

Ajú. — Que  la  des  al  diablo  y  tomes  otra  que     | 
te   raeresca;   que  no  aura  ninguna  que  no  se 
tenga  por  dicliosa;  y  más  es  poquedad  no  hol-     1 
garte  de  ser  quito  della. 

And. —  Bien  me  aconsejas,  pero  recelo  ya 
que  otra  qualquiera  se  me  torne  Melania. 

Api. — No  hará,  y  assi  no  ouiera  hecho  voto     i 
yo  de  ser  monja.  i 

And. — Monja,  señora? 

Api. — Sí.  1 

And.  —  Pues  y  no  lo  mudarás?  yo  te  auré  i 
licencia.  \ 

Api. —1^0  sé.  I 

And. — Si  harás,  señora,  por  quien  comienza  ; 
ya  a  arder  por  ti.  i 

Api. — Tan  ayna? 

And.~Qn\ere  mi  suerte  satisfacerme,  vista 
mi  fe  y  lealtad  mal  empleada;  por  esso  accep-    i 
tame  por  tuyo  y  toma  estos  ojos,  este  coragon    \ 
y  a  esta  mano  en  prendas  d'ello.  i 

Api. — Qué  anisadamente  lo  di/.e  su  merced! 
Auré  mi  consejo.  j 

And.  — Si  quieres  verme  muerto  sea  assi.         I 

Api. — No,  no,  no,  señor  Andronio,  he  aqui  , 
la  mano. 

And. — Quede,  pues,  en  ella  el  anillo  de  la  : 
fe  hasta  su  dia.  ; 

Api. — Soy  contenta.  _  ' 

And.^—Y  yo  bienauenturado. 

SCENA  5.  DEL  QUINTO  ACTO  \ 

Asosio  y  Iloleria  transfigurados  en  Astasia  y  Idona.  bueluen  a     i 
Apio  y  Meiio.  \ 

Asosio,  Dolería,  Apio,  Metió.  ; 

[Aso  ]. — Pues,  Dolería,  qué  determinas?  te-  5 
nemos  tú  y  yo  de  ser  Deucalion  y  Pyrra  y  en-  : 
trambos  representar  el  mundo?  « 


COMEDIA  INTITVLAÜA  DOLERÍA 


:y, 


Dol. — Calla,  que  presto  se  acabará  el  dilii- 
uio  y  saldremos  a  tierra.  Mas  acra  es  menester 
que  oca  sus  vestidos  dellas  vamos  a  ellos  y 
les  demos  otro  asalto. 

Aso. — En  qué, en  los  cabellos? 

Dol. — En  las  capas  y  en  las  espadas,  conni 
hizieron  nuestros  hombres,  porque  nos  lleueii 
menos  ventaja. 

Aso. — Y  dóndt'  los  hallaremos? 

Dol. — Aora,  aora  te  porne  ci>n  ellos. 

Aso.—  Cómo  sabes  que  tienen  ya  otros  ves- 
tidos ? 

Di)l.  —  Sin  más  astrologia  es  de  pensar  se 
ayan  ydo  armar  de  nueuo  para  bolner  a  sus 
amores. 

Aso. — Doy  al  diablo  tal  saber;  si  es  assi,  y 
no-  escapan,  luego  nos  casamos. 

Dol. — La  mitad  está  hecho,  y  para  el  resto 
te  pornas  de  lodo,  vellaco,  mesonero  del  con- 
sejo, o  qué  niño ! 

Aso. — No,  que  todos  los  huespedes  conos- 
cidos  te  seruirian  y  con  los  otros  dissimularia- 
mos  por  los  despojos. 

Dol. — Aun  te  quedó  sed?  no  ves  que  esta- 
mos ya  proucydos  para  algunos  dias' 

Aso. — Cómo  eres  necia!  Dure  el  officio,  que 
quanto  más  moros  más  ganancia. 

Dol. — O  Moras.  Guay  de  Agar  si  le  dexaste 
Ismael  en  el  regado. 

Aso. — Algún  ángel  la  socorrerá,  y  ella  es 
para  todo;  mas  por  tu  vida  dime,  qué  será  della 
en  estos  tranceos?  marauillome  de  cómo  tan  bien 
no  se  embarcó  esta  marea. 

Dol. —  Para  andar  seruiendo  por  suertes  la 
peccadora,  ay  le  queda  Morio  o  Morrión;  po- 
dria  ser  se  concertassen,  y  tanto  más  ayna,  si 
trae  carga,  haziendole  creer  que  se  parescen 
como  la  cebolla  con  el  hueuo. 

Aso. — Y  otra  que  alli  ay  por  nombre  Aplo- 
tis,  linda  y  honesta  como  vna  sancta? 

Dol. — Se'  por  quien  dizes:  quedará  por  here- 
dera de  su  prima,  y  assi  estará  todo  acomoda- 
do; y  si  hombre  fuera,  nunca  a  otra  me  pe- 
gara. 

Aso.  —  Marido  le  hallaremos  tiempo  an- 
dando. 

Dol. — Qué  buena  piepa;  tú  querias  hazer 
parentesco  con  todo  el  mundo  y  auer  más  hijos 
que  Gedeon. 

Aso. — No  faltaria  vno  que  los  degollasse. 

Dol. — Assi  acaesce.  Calla  aora,  que  entra- 
mos en  el  puerto  y  vienen  nuestros  marineros; 
oygamos  con  todo  lo  que  dizen. 

Met.—  Y>oj  al  diablo  estas  andadas;  mejor 
fuera  no  las  conocer. 

Aso  — Assi  lo  digo  yo. 

Apio. — También  yo  tuerto  las  orejas;  de  ta- 
les caldos,  hermano,  tales  palios. 

Dol. — Tarde  eavstes  en  ¡a  cuenta. 


Met. — Ayna  nos  mataran  los  ladrones,  si  no 
les  dieramos  lo  que  pedian. 

^4.«o.^-Más  teneys  que  andar. 

Apio. — Auemos  sido  cuerdos;  pero  qné  te 
paresce,  es  tienipo  aun  o  auran  salido  solas? 

Dol. — Aora  lo  sabreys. 

Met. — Soluamos  hazia  allá. 

Apio. — Los  cabellos  se  me  herizan. 

Dol.  —  Apareseamoslcs  como  ánimas  desto- 
tra  })arte. 

Aso. —  Bueno  será 

Met. — Acá  vienen  dos  mujeres. 

Apio. — Ellas  son. 

Dol.  —  Pues,  scñnres,  qué  demora  ha  sido 
ésta?  ayna  nos  perdierades. 

Aso. — Por  cierto  sí,  qué  buenos  enamora- 
dos! 

.l/>/o.  — Si  supiessen,  señoras,  lo  que  passa. 

Dol. — Cómo?  tuuistes  algún  encuentro? 

Apio. — Encuentro,  señora?  vn  ora  andamos 
a  las  cuchilladas  con  seys  vellaco^  que  querían 
nuestras  capas. 

Aí^o. — Ay,  triste,  y  oónio  os  sucedió? 

Apio. — Metió  lo  dirá. 

Met. — Digalo  Apio. 

Apio. — Pií-nso  quedan  los  dos  nuicrtos,  y  los 
otros  huyeron  mal  heridos. 

Aso. — Bien  oyes? 

Dol. — Calla,  o  mesquina,  y  vosotros  venis 
heridos? 

Api. — No,  mas  cansadissimos;  caminemos 
presto  y  reposaremos. 

Dol. — ^las  antes  os  yd  luego  para  el  bos- 
que a  sperarnos,  porque  nos  tenemos  de  boluer 
a  casa  por  lo  mejor  que  se  nos  ha  oluidado. 

Apio. — Todos  yremos. 

Dol. — Yo  no  quiero,  que  essos  heridos  bnel- 
uan  por  los  muertos  con  otra  compañía  y  os 
hallen. 

\s(), — Es  assi,  madre,  porque  podrían  aun 
entrar  en  colera  y  reñir  de  nueuo. 

Met. — Pnes  solas? 

Dol. — No  importa,  llenaremos  vuestras  ca- 
pas y  espadas  para  parescer  hombres,  que  a 
mujeres  quienquiera  se  les  atreue.  y  presto 
somos  con  vos. 

Apio. — Toma,  pues,  mi  reyna  de  las  Alma- 
zonas  (•). 

J/e/.— Toma  tú,  mi  alma,  y  no  me  oluides. 

Dol  — Oluidar?   No  son    para   oliiidar  tales 

amigos.  Qué  te  paresce,  Asosio?  la  vitoria  para 

buena  ha  de   ser  sin    sangre,   y  dan  entonces 

más  gusto  los  despojos. 

Aso. — No  lo  supiera  tramar  mejor  la  hada 
^ranto;  tomóme  loco  en  jiensallo. 

Dol. — No  llagas,  que  tengo  aun  de  ti  neces- 
sidad  para  otras  tiestas. 

/"•)  .SiV.  en  las  dos  ediciones. 


378 


orígenes  de  la  novela 


Aso. — Al  infierno  yre  contigo,  que  allá  as 
de  vr. 

Dol. — Será  malo  do  tengo  tanta  amistad? 
Quanto  más  que  es  andar  haziendo  justicia  esto 
como  corrigidor  de  la  comarca,  y  viene  dispen- 
sado de  la,  corte,  y.  mas  yo  sé  el  Miserere  y  el 
De  projundis. 

Aso. — El  De  projundis  creo  yo,  duerme  des- 
cansada; pero  boluiendo  a  nuestras  cabras,  qué 
queda  aora  por  hazer? 

Dol. — Dar  auiso  a  los  griegos  de  los  troya- 
nos  y  ordenar  ciertas  Nimphas  y  saluages  que 
den  fin  a  la  comedia,  como  exemplo  de  gloria 
y  pena  según  las  obras;  tú  lo  verás  y  me  ala- 
barás por  muger  de  prol,  y  después  dello  repo- 
saremos. 

Aso. — Assi?  Camina,  pues. 


SCENA  6.  DEL  QUINTO  ACTO 


Astasia  y  Idona  se  encuentran  con  Apio  y  Melio  en  el  bosque  y 
ay  entr'ellos  grandes  altercaciones. 


Astasia,  Idona,  Apio,    Metió. 

[Jsí.J.  —  Qué  espanto  haze,  hija,  esta  so- 
ledad! 

-fdo. — Yo  estoy  temblando  y  elada  de  ¡turo 
miedo. 

Ast. — Ya  se  acerca  la  mañana,  que  es  gran 
consuelo. 

Ido. — Mucho  tardan  nuestros  hombres;  no 
les  aya  acaescido  desastre  alguno, 

Ast.^Mú  consejo  fue  no  quedarse  vno. 

Ido. — Triste  de  mí. 

Ast. — Qué  has? 

Ido.— 1^0  sé  qué  me  adeuina  el  cora9on. 

A-sí.— Qué  loca  está?  no  sabes  que  no  deue 
creerse  en  sueños? 

/í/o.— "Bueno  fuera,  señora,  no  auer  dormido 
por  no  soñar. 

Ast. — Qué  poca  fe.  Ayna  se  acabará  este 
trabajo. 

Ido  — Plega  a  Dics. 

-así.-— Gente  ay  aquí  crri'fi,  que  oygo  ha- 
blar. 

Ido. — -Será  el  echo  de  nuestra  hoz. 

Ast. — Bien  dizes,  nuestros  Echosson. 

.ápíO.'— Metió,  ves  algo? 

Met. — A  nuestras  Nimphas. 

Apio, — Tan  ayna,  cómo  es  possible? 

Met. — Auran  hallado  alguna  senda. 

Ast. — Si  más  tardarades  nos  escondiamos  y 
os  dañamos  por  penitencia  correr  el  bosque. 

Apio. — Quién  auia  de  pensar  que  erades 
aues,  para  boluer  a  casa  como  dixistes  y  que 
bolariedes! 

Ido. —  Quién  lo  dixo? 

Apio. — Su  merced  y  tu  merced.  | 


Ast. — Soñastelo?  Pues  adonde  quedan  las 
espadas  y  las  capas?  en  prendas  de  la  pala- 
bra? 

Met. — O  qué  bueno,  mas  do  las  escondiste? 
Ido. — Aun  duerme  Metió,  madre. 
Ast. — Ya  lo  veo:  quieren  burlarse  los  cho- 
carreros.  Caminemos,  hijos;  dexays  allá  {})  re- 
caudo? que  sperando  nos  moriamos  de  miedo, 
y  es  razón  yr  descansar. 

Met. — Nos  somos  los  burlados  o  encantados, 
que  nos  dexastes  venir  solos,  diziendo  que  se 
os  oluidaua  lo  mejor,  y  nos  hurtastes  la  buelta 
ansina. 

Ido. — No  lo  digo,  madre,  que  aun  duerme? 
o  quiza  han  beuido  demasiado. 

Apio. — Antes  pienso  yo  que  el  sereno  de  la 
noche  os  ha  penetrado  las  cabecas. 

Ast. — No  salimos  de  la  huerta  todos?  no 
llegamos  aqui  todos?  no  os  partistes  de  nos  los 
dos  para  yr  buscar  albergue? 

Apio. — Dios  del  cielo? 

J/éí.— Sanctos  del  parayso! 

Apio. — No,  señora,  si  porfias,  no  te  halla- 
mos ya  de  casa  un  trecho?  y  nos  dixiste  que 
se  os  oluidaua  lo  principal?  y  queríamos  acom- 
pañaros, mas  no  quesistes,  con  recelo  que  bol- 
uiessen  los  heridos  por  los  muertos?  y  por  no 
ser  conoscidas  por  mujeres  llenastes  nuestras 
capas  y  espadas,  embiandonos  al  bosque  do  os 
hallamos  con  este  disbarate? 

Ast. — Y  nos  con  otro  muy  mayor  venir  os 
vemos;  esta  deue  ser  alguna  de  las  milagrosas 
fuentes  de  Merlin. 

Ido. — Ellos  la  traen  en  las  cabecas;  no  se- 
ria malo  templarla  con  ésta. 

Alet. — Cortesmente,  señora. 

Ast. — Calla,  sandia. 

Apio. — Esta  es  la  pena  del  peccado. 

Ast. — Yo  lo  confiesso,  pues  assi  desatina- 
mos todíjs.  No  escondistes  alli  cerca  los  saqui- 
llos?  qué  más  testigo  es  menester? 

^/»ío.— Saquillos  nos?  qué  tales? 

Ido. — No  más,  no  más,  confirmada  está  la 
burla.  Traydores,  assi  quereys  tentarnos? 

Met. — Tentar?  vosotras  lo  hazeys  en  bue- 
na fe. 

Ast. —  Saquemoslos,  Idona,  y  hablen  ellos. 
Do  los  pusieron,  hija? 

Ido. — Ay  do  estás. 

Ast. — Aqui  no  ay  nada. 

/f/o.  — Burlas? 

Ast. — No  por  cierto;  busca  tú  más  allá. 

Ido.  —Ni  aqui  tampoco. 

Ast. — Ni  por  acá  menos. 

Apio. — No  ves? 

Met. — Toma  si  veo;  mas  qué  trato  es  este? 


(<)  Aya, 
gunda. 


eu  la  primera  edición.  Corregido  en  la  se- 


COMEDIA  INTITVLADA   DOLERÍA 


87!) 


Ast. — Ah,  ah,  ah,  y  esto  más  ann,  que  es- 
cnndistes  los  dineros? 

Met.  —Nos? 

^ly>/(*.  —  NosV 

Met.  —  NiiiK'ii  Dios  lo  quiera. 

/do. — Ni  lo  quiere,  basta  lo  burlado;  no  se 
luirle  más,  hermanos. 

Met. — Nunca  yo  burlé  de  nadie. 

Apio. — Ni  yo  tampoco. 

Ast. — Ni  yo  menos. 

Ido.  —  Ora  estémonos  assi  hasta  ser  de  dia 
claro. 

Ast. — Do  posistes  los  dineros,  liermauos, 
por  mi  vida? 

Apio. — En  tu  cabe9a;  no  veys  que  donosa 
está  nuestra  ama? 

Ido. — Mas  no  vistes  que'  gentil  donayre? 

A)>t. — Mas,  de  verdad,  do  los  escondistes? 

.1/)/'*.  —  Otra  suya;  de  verdad  que  ni  tan  so- 
lamente los  tocamos. 

Ido. — Esto  es  perder  el  seso. 

Met. — El  afrenta  a  nos  se  haze. 

Apio. — Pues  no? 

Ast. — En  qué?  entrémonos  más  en  el  bosque 
y  allá"  disputaremos  para  ver  si  vos  encanta 
este  lugar,  o  podra  ser  que  hallemos  otra  fuente 
y  otros  nos. 

Apio. — Sea  assi,  que  ni  vos  tampoco  soys 
las  vos  si  porfiays. 

Ido. — l'odria  ser  que  nos  liallassemos  todos 
duplicados,  sin  los  saquillos,  que  algunos  de 
nos  deuen  ser  éstos. 

Ast. — Tiene  razón. 

Apio. — No  veys  qué  dize? 

Xíet. — A  esto  fue  nuestra  salida? 

Ast. — No  sea  ésta  la  de  Ferraguto  viuo, 
que  llevaua  a  Ferraguto  muerto. 

SCENA  7.  DEL  QUINTO  ACTO 


Heraclio,  Logislico.  Asosio  y  Dolería  se  van  al  bosque  trunsli- 
giirados  en  Astasia,  klona.  Apio  y  Metió,  y  les  hazen  crecí' 
que  son  sus  sombras  y  ser  a'iuella  la  pro|)r¡o<lad  dul  bosijue. 


Heraclio,  Apio,   Dolería,  Ahtasia, 
LoGisTico,  Metió,   ídona,  Asosio. 

[/fer.].  —  Guia  tú,  señora  Dolería,  pues  tan 
diestramente  daneas. 

Log. — Nunca  tal  creyera. 

Jfer. — Traya  el  saber  dissimulado. 

Aso. — Esso  es  lo  bueno  para  entrar  y  salir, 
como  hazia  Malgessi  ayudando  sus  doze  pare.s. 

Dol. — Affeytadme  vos  aora  a  vuestro  modo; 
pero  sabed  que  Ip  principal  teneys  por  ver; 
cerca  estamos:  quando  paresca  que  nos  oyen, 
yo  lo  tramaré;  no  aya  hombre  que  se  ria  ó  se 
acuerde  de  su  nombre. 

Ast. — Gente  ay  aqui. 


Apio . — r  uy  tado. 

/do. — No  temas. 

Met. —  l'iir  las  espadas  solo 

Ast. — Estémonos  queditos,  que  no  podran 
vernos. 

Idu. — Oygamos,  pues. 

Z)tíZ.— No  es  gran  marauilla  la  4e  este  bos- 
que? 

Aso. — Grande. 

I/er. — Qué  tal,  señora? 

DdI.  —  Qwq  laa  sombras  aqui  se  hazen  cuer- 
pos. 

Aso. — De  los  hombres  solamente;  no  otros 
animales. 

Dol. — Lo  de  que  más  es  do  espantar  quf 
todos  los  metales  se  derriten. 

.1.'»^ — Qué  oygo? 

/do. — Qué  veo? 

Aj>io. — No  estoy  en  mí. 

Met. — No  sé  qué  me  diga;  éstas  son  luego 
nuestras  sombras,  o  nos  las  suyas?  yo  veo  allá 
a  ti,  señora  Astasia. 

Ast. — Y  yo  a  ti. 

Ido. — Y  yo  a  todos. 

Apio.— Y  nos  a  ti.  .Sancta  Maria,  qué  cosa 
es  esta? 

Aso. — No  vistes  los  saquillos  que  traximos, 
que  tú  Apio  y  Metió  allí  escondistes? 

/íer.  -  Estoy  frió.  Metió. 

L()(j. — Y  yo  ardo,  Apio. 

Z)o/.— No  te  lo  dizia  yo,  Idona? 

Aso. — Señora,  sí. 

Ast. — De  manera  que  nos  somos  los  dupli- 
cados y  los  saquillos  no  paroscen. 

Ido. — Gran  cosa  es  esta. 

Apio. — Y  que  también  los  busquen  nues- 
tras sombras. 

^/et.—Yo  dueruio,  ao  es  possible  menos. 

A¡)io.  —  Fregate  los  ojos;  guay  de  tal 
sueño. 

Así.— Gran  desuentura  os  ésta,  que  de  nos 
mesmos  estemos  escondidos,  sin  saber  aun  lo 
que  somos,  cuerpos  o  sombras. 

Jdo.^-0  Dios,  alumbra  estas  tinieblas. 

/fer. — Do  piensas,  señora,  anden  aor»  nues- 
tras sombras? 

Dol. — Por  el  bosque  libres  y  sueltas  de  los 
cuerpos. 

Log. — Podría  ser  hallarlas? 

Dol.  —  Por  qué  no? 

J/er.—Y  hablarán? 

Dol. — Toma  si  hablarán,  y  aun  te  digo  por- 
fiarán que  son  los  cuerpos. 

Apio. — Oye,  oye,  señora. 

Ast. — E.-toy  loca. 

Ido. — No  es  para  estar? 

Aso. — No  hará  la  mia  esso. 

Log.—  Por  qué,  señora  Idona? 

Aso. — Terna  vergüenza. 


380 


orígenes  de  la  novela 


Her, — luro  a  mí  que  auemos  de  luchar  si 
viene  a  esso. 

Met. — Apio,  aparéjate. 

Apio. — Tú  también,  Metió;  mas  sabes  que 
veo  que  las  sombiMS  de  nuestras  amas  traen 
cubiertas  nuestras  capas. 

Met. — Tienes  razón  por  cierto;  desse  modo 
sombras  somos,  pecador,  porque  las  capas  no 
se  pueden  duplicar  sigun  paresce. 

Dol. — Quién  habla  aqui; 

Jlev. — Serán  nuestras  sombras. 

Aso. — Las  mesmas  son;  voyme  para  la  mia. 
Dónde  andays,  sombra?  cómo  os  partis  assi  de 
vuestro  cuerpo? 

Ido. — Y  vos  quién  soys? 

Aso. — Idona. 

Ido. — Quién  seria  luego  yo? 

Aso.  —Mi  sombra. 

Dol. — Y  tú  la  mia. 

^Isí.  — Sea  assí. 

Dol. — Pues  abracémonos  por  la  bien  ve- 
nida. 

Ast. — Ay,  sombra,  cómo  aprietas. 

Dol. — Cuer2:)0  dirás  de  amores;  ha  rato  que 
no  nos  vimos. 

Ast. — Esta  es  vna  gran  fuer9a,  que  ayamos 
de  ser  sombras  de  nuestros  cuerpos  mal  que 
nos  pese,  y  que  sombras  nos  maltraten. 
•  Dol. —  Callaos,  sombra. 

Aso. — Yo  con  mi  sombra  me  estoy:  no  es 
assi,  señora  sombra? 

Ido. — Tú  eres  sombra,  que  yo  soy  Idona; 
pero  hagasse  la  voluntad  del  bosque. 

Her.  — Y  tú,  Metió? 

Log. — Y  tú,  Apio?. 

Her. —  Lleguémonos  a  nuestras  sombras; 
llegaos,  sombras. 

Apio. — Qué  os  plaze,  cuerpo? 

Met. —  Qué  quieres,  yo? 

Log. — Llegaos. 

Apio.—Xc{VLi  estamos. 

Her. — Abracémonos  también. 

Jfet.  —  Aj,  cuerpo! 

Apio. — Que  no  soy  sombra  yo,  pese  al  dia- 
blo, que  assi  me  aprietas. 

Log.  —O  vellaca  sombra,  toma. 

Apio. — Ay  qué  gran  bofetón  me  dio  tu  cuer- 
po, Metió! 

Her. — Tenelde  compañia  vos. 

Met. — Ay,  cuerpo  de  Apio! 

Dol.  — 'No  más,  sombras,  que  es  gran  ver- 
güenza; no  veys  nuestra  paz? 

Log. — Sí,  pero  sombras  de  mugercs  no  lo 
son  de  hombres. 

Ast.  —  OrsL  no  más,  cuerpos  de  nuestras  som- 
bras. 

!^er. — Por  seruirte,  sombra  de  mi  señora 
Astasia, 

Ido.—  O  Dios,  qué  cosa  es  esta? 


Aso.  —  De  qué  te  congoxas,  sombra  vida 
mia? 

Her. — No  te  fatigues,  sombra  de  mi  señora 
Idona.  Idona,  señora  mia,  vete  para  mi  som- 
bra y  dexame  con  la  tuya. 

Aso. —  Que  me  plaze.  Apio  hermano,  som- 
bra de  Apio? 

Apio. — Yo  soy,  señora  Idona. 

Aso. — Pues  abrázame. 

Apio. — Quién  rehusaria  tal  merced,  por  más 
sombra  que  fuesse?  Ay,  ay,  señora,  bien  pa- 
resce  que  no  eres  sombra. 

^1^0. — Cómo  assi? 

Apio. — Aprietas  como  cuerpo. 

Iler. —  Ora  bien,  sombra  de  mi  señora  Ido- 
na, de  qué  te  quexas? 

Ido. — De  auer  perdido  el  cuerpo  y  el  alma. 

Her. — No  te  congoxes,  vida  mia,  que  yo  te 
doy  el  mió  si  lo  quieres. 

Ido. — Y  qué  hará  tu  sombra,  .Vpio  her- 
mano? 

Log. — Luego  le  buscaríamos  otro  cuerpo. 

Ido. — Las  sombras  no  tienen  poder  en  sí. 

^4éío.— Señora  sombra  de  mi  señora,  cómo 
estay  s? 

Ast. — Como  sombra,  Idona. 

Met. — Como  estás.  Apio? 

Apio. — Que  no  soy  Apio  mas  sombra  di. 

Dol. — Sombra. 

Ast. — Cuerpo. 

Dol. — Viste  nuestros  saquillos? 

Ast. — Ni  las  sombras  dellos,  y  estoy  mara- 
uillada  de  cómo  también  no  tengan  sombras, 
ni  sé  qué  se  ha  hecho  de  los  cuerpos. 

Dol  — La  propriedad  del  bosque  es  derretir- 
se todo  metal.  Apio. 

Her.  —  Señora? 

Dol. — En  qué  parte  los  posiste? 

Her. — Alli,  Metió  y  yo. 

Log. — Es  verdad,  y  demás  si  los  tienen 
nuestras  sombras. 

Apio. — Ni  las  sombras  vimos,  que  como 
sombras,  sombras  buscauamos. 

Dol. — Era  por  demás. 

Ast.  —  Cuerpo,  no  auria  remediu? 

Dol. — Preguntaremos  de  que  seamos  en  po- 
blado. 

Aso. — No  es  para  oluidar. 

il/eí. —Yo  antes  quisiera  perder  mi  cuerpo. 

Log. — Perdido  seas. 

Apio. — Y  yo  el  mió. 

Her. — Y  tú  también. 

Ido. — No  yo  por  cierto. 

Dol. — Ora  todauia  ello  es  gran  marauilla  o 
confusión;  será  bueno  buscar  vn  nigromante 
que  la  deshaga. 

Her. — Yo  soy  de  la  mesma  opinión,  señora 
Astasia. 

I^og. — No  me  paresce  mal. 


COMEDIA  INTITV 

A-^o. — A  do  lo  liallariaiuos? 

Loff. — Yo  sé  vno. 

Dol. —  Sombra,  quédate  aqni  con  las  domas 
sombras. 

Ast. — Assi  nos  dexas,  cuerpo? 

Aso. — Mientras  boluemos. 

/do. — Yo  speraré. 

Her. — Sombra,  no  te  mueuas. 

Apio. — Y  cómo  es  possible  si  se  va  mi 
cuerpo? 

Loff. — Cómo  eres  necia,  sombra  de  Apio;  es 
la  virtud  del  bosque. 

Met. — Es  verdad,  cuerpo;  a  Dios  vays. 

Dol. — Todauia  os  queden  las  espadas  y  ca- 
pas, porque  si  vienen  otras  sombras  ayau  mie- 
do de  llegarse. 

Apio. — Bien  dices;  dámela  acá,  señora  As- 
tasia. 

Af¡o. — Toma  tú,  sombra  de  Metió. 

Met. — O  señora  Mona,  con  ellas  guardare- 
mos vuestras  sombras. 

Dol. — Por  esso  es,  a  Dios  quedays. 

Ast. — A  Dios  vaiays. 

Ido. — Más  al  diablo,  malditos  sean  tales 
cuerpos. 

Met. — Yo  no  quiero,  señora  sombra  de  Idona. 

Ast. — No  se'  qué  me  diga. 

Ido. — Que  estamos  ya  en  el  infierno  co- 
giendo el  fruto  de  nuestras  obras,  porque  sien- 
do sombras  tenemos  hambre  y  sed,  frió  y  ca- 
lor, ira,  temor,  y  las  otras  passiones  de  los 
cuerpos. 

Apio. — Yo  no  lo  puedo  creer. 

Met.— 'No  lo  viste? 

Apio. —  Deben  ser  diablos. 

Ast. —  Tanto  peor,  que  quedamos  siendo 
sombras  de  diablos;  pues  qué  haremos? 

/rfo.  —  Que  nos  boluamos  a  los  cuerpos  si 
ellos  no  bueluen,  y  tengamos  más  cuenta  con 
las  ánimas  de  aquí  en  adelante. 

Ast, — Bueno  seria. 

Met. — Y  los  saquillos? 

Apio. — Qué  preguntas  tú  por  los  saquillos, 
siendo  sombra?  allá  se  auengan  con  los  cuer- 
pos. 

Ast. — Qué  marauilla  esta! 

Ido. — Xo  se  ha  visto  otra  tal;  boluamonos 
a  casa,  no  faltará  vna  disculpa. 

Ast.  —  Donosa  estás;  y  si  hallamos  allá  los 
cuerpos  que  nos  hechen  con  la  maldición? 

Ido. — Xo  miras  que  solamente  es  en  el  bos- 
que la  diuision? 

Ast. — Tengo  miedo  lo  sea  para  nos  por  todo 
el  mundo;  veamos  en  qué  para,  y  si  bueluen 
estos  negros  cuerpos. 

Apio. — A  la  fe  que  no  lo  son  sino  muy  blan- 
cos, y  que  no  sabria  yo  atinar  de  sombra  a 
cuerpo. 

Ast. — Métamenos  más  allá  dentro  del  bosque. 


LADA  dolería 


381 


Ido. —  Sea  assi,  veremos  si  nos  hallan  to- 
davía. 

Apio. — Podra  ser  que  topemos  con  los  cuer- 
pos de  los  talegones. 

Met. — Qué  necio,  siendo  sombra? 

Apio. —  Ya  se  me  oluidaua. 

Ast. — Silencio. 


SCENA  8.  DEL  QUINTO  ACTO 


Aglaia  y  Tlialia,  Gracias  ilel  ciólo,  se  (luexaii  ilu  la  iiií,'ralltiiil  de 
los  lionihres,  >obri'iiiiii»n  dos  Musas,  C iliope  y  Mílpomcnc. 
conici  N'iiiiplias  di'l  bosquo  que  fiugcn  srr  ellas. 


Aglaia,  Tiialia,  Astasia,  Apio,  Metió, 
Camope,  Melpomene  ('). 

[Aí/l.]. — Hermana  Thalia,  podemos  boluer- 
nos  de  oy  más  al  cielo. 

T/ia. — Por  qué  lo  dizes? 

Agí. — Mas  por  qué  lo  preguntas? 

Ast. — Qué  es  esto  que  vemos? 

Apio. — Angeles  sin  alas.  Metió,  qué  dizes? 

Met. — Que  me  toma  dentera. 

Ido  — Qué  desuergon9ado! 

Ajl.  —  Qué  ves  acá  en  los  hombres  para  no 
huyr  dellos  como  del  proprio  mal? 

Ido. — Si  aosadas. 

Ast. — Calla  y  oygamos  este  sermón. 

Agí. — Muerta  la  fe  y  el  amor  desterrado, 
qué  verdad  ay  entre  ellos?  no  es  todo  mentira.' 
mira  los  ricos  y  todos  los  grandes,  que  deuian 
ser  spejos  de  otros,  de  qué  manera  gratifican 
al  cielo  aquella  preeminencia  y  estado? 

Tha  — De  spacio  lo  tomas,  si  por  ay  andas. 

A¡/1. — La  carne  es  la  guya  de  todas  sus  obras; 
a  quién  viste  valer  que   nicrosca  en  sus  casas? 

Tha. — A  los  que  más  saben  del  mal  y  menos 
del  bien. 

Affl. — Quatro  maneras  de  hombres,  a  saber: 
los  mas  principales,  que  en  vez  de  persuadi- 
lles  a  la  justicia  y  otras  virtudes,  les  hablan  a 
su  apetito,  inclinando  la  lengua  y  ademanes 
alli  do  ven  que  ellos  se  inclinan. 

2'J<a. — Tanto  más  pena  merescen  los  tales, 
quanto  están  más  entre  el  cielo  y  la  tierra  y 
entienden  lo  de  arribí>,  veen  lo  de  abaxo  y  son 
los  ojos  del  rico. 

Agí. — Bien  dizes,  pues  dan  con  los  miseros 
en  el  precipicio;  mas  esso  no  los  desculpa,  por- 
que el  que  ha  de  dar  cuenta  de  sí  y  de  otros  es 
menester  que  conosca  a  sí  y  a  los  otros. 

77/(7. — Si  no  pregúntenlo  al  griego  de  an- 
taño. 

Agí. — Si  a  la  fe.  Los  grandes,  para  mcrescer 

(')  Debe  aíladirse  k  esta  lista  de  personajes  el  de 
Idona,  que  en  el  discui-so  de  la  escena  aparece  varias 

veces. 


S8á 


orígenes  de  la  novela 


este  nombre,  deuian  lia/erse  primero  pastores 
y  guardar  ganado. 

J'/ifl.— Buen  cargo  les  das;  desuarias? 

Agí. — Dcsuaria  quien  otro  siente. 

Iha. — Esso  queria  yo  entender. 

Agí. — No  sabes  que  el  que  es  pastor  a  dere- 
chas no  recela,  por  mejorar  su  ganado,  trio  o 
calor,  Uuuia,  viento  o  granizo,  y  que  no  deue 
dormir  ni  comer  sino  a  hurtadillas? 

Tha. — No  tanto,  no  tanto;  por  que'? 

Agí. — Por  qué?  ternias  por  bueno  dormir  el 
pastor  quando  duerme  el  ganado? 

Tha. — Esso  no. 

Agli — Pues  menos  si  vela,  si  ha  de  guyalle 
de  valle  en  valle  y  de  collado  en  collado,  y  bus- 
car los  pastos  mejores  y  aguas.  Y  aun  le  con- 
uiene  que  los  conosca  de  antes,  y  sepa  do  ay 
yeruas  malas  y  por  qué  parte  pueden  entrar 
los  lobos  que  siempre  andan  rastreando  tras  él 
y  otras  fieras,  si  quiere  conseruar  lo  presente  y 
adquirir  lo  futuro. 

Tha. — Pues  todo  ha  de  ser  trabajo  sin  otro 
prouecho? 

Agí. — Tampoco;  bien  puede  seruirse  de  la 
leche,  carne  y  lana,  por  la  medida  de  lo  que 
puede  el  vno  ha  menester  el  otro,  sin  dejar  las 
ouejas  desnudas  y  sin  sangre,  y  dar  todo  a  loe 
perros  de  que  se  fia  y  sobre  que  descarga  su 
cargo,  los  quales  seruiendose  del  sueño  del  amo, 
muchas  vezes  se  hacen  de  acuerdo  con  los  lo- 
bos. 

TAa.  — Aora  te  entiendo;  de  suerte  que  que- 
rías assi  hiziessen  los  ricos?  Desse  modo  es- 
clauos  les  podrías  llamar. 

Apl.^-Ah,  ah,  ah,  gana  me  toma  de  reyr. 

Tha.— Por  qué? 

Agí. — Por  quál  carga  de  agua  piensas  se 
les  da  el  estado?  para  hartarse  de  carne  y  se- 
guir sus  antojos  a  rienda  suelta?  engañado  es- 
tás; la  más  áspera  y  trabajosa  suerte  es  de  to- 
das, por  lo  qual  Ulisses  dexó  escoger  a  los 
otros  primero,  tomando  después  la  más  Ínfima, 
y  por  que  todos  pasauan,  al'firmandoy  jurando 
que  si  mil  vezes  boluiese  al  mundo,  tantas  re- 
husasse  la  de  grande  que  auia  sido. 

Tha. — Pues  y  las  otras  tres,  quáles  son? 

^4^/.— Valasme  Dios,  ya  se  me  auia  oluida- 
do.  La  segunda,  de  los  officiales,  que  éstos  ha- 
ziendo  el  reporte  de  lo  que  por  las  manos  les 
passa  al  reues  y  falso,  confunden  las  colores 
todas,  passando  lo  negro  ¡jor  blanco,  blanco 
por  negro^  con  tener  más  el  ojo  a  su  proprio 
gusto  y  interés  que  a  la  honrra  y  prouecho  li- 
cito del  señor;  y  aun  les  cumple  sean  buenos 
pintores  y  anden  siempre  con  el  pincel  en  la 
mano  para  rebo9ar  lo  que  está  debaxo  y  el  da- 
ño que  la  verdad  les  baria,  si  acaso  paresciesse 
algún  rayo  della.  De  los  otros  me  toma  junta- 
mente risa  y  vergüenza. 


Tha.  —  Reyamos  ,  pues,  todos,  hermana. 
Quién  son  essos? 

^4^/.— 'Los  señores  chocarreros. 
Tha. — Ya  me   reyo   también   sin  que  oyga 
más  adelante. 

Agí. — Sentinas  proprias  de  males,  qué  vi- 
cio ay  que  éstos  no  tengan?  glotones,  no  en  se- 
creto sino  en  la  presencia  y  con  mucho  gusto 
de  sus  proprios  señores;  borrachos,  suzios,  he- 
diondos y  estragadores  de  lo  que  falta  a  los 
pobres,  los  quales  si  tomassen  todos  estos  vi- 
cios por  occasion  de  reprehender  los  ágenos  y 
incitar  sus  señores  a  virtud  alguna,  entiesa- 
ohandocol  y  lechuga  (como  se  dize),  merecerían 
loor,  como  Democríto,  que  se  fingía  loco  para 
el  mesmo  effecto.  No  embargante  que  la  virtud 
sea  libre,  y  no  ay  para  qué  vsar  destas  mañas. 
Pero  éstos,  todo  lo  que  hazen  y  dizen  es  tal 
que  me  viene  asco  en  peusallo  (aunque  sus  se- 
ñores le  hallen  tal  gusto)  con  tanta  libertad  de 
entrar  y  salir,  que  bien  podemos  dizir  que  es- 
tan  siempre  abiertas  las  puertas  a  los  peccados 
y  tan  occupadas  con  ellos,  que  no  entrará  vna 
sola  virtud  aunque  quiera. 

2'ha,  —  No  fueras  tú  Aglaia  ni  no  lo  sintieras 
assi. 

Agí. — Los  quartos  son  de  más  importancia, 
puesto  caso  no  sean  tan  conoscidos  .  Ah  , 
ah,  ah. 

7Vía.— Algo  tienes  no  menos   sabroso;  dílo 
por  tu  vida,  hermana,  de  presto. 
Agí. — Las  espías. 

Tha. —  Las  espías?  qué  dízes?  no  son  neces- 
sarias  essas  para  guardarse  de  los  enemigos? 
Agí — O  de  los  amigos. 
l^ha. — No  lo  entiendo. 
Agí.  —  Creólo,  es  otra   suerte  de  espías  de 
hermosuras. 

Tha, — Ya,  ya;  dónde  estaña  yo? 
Agí. — üessean  tanto  la  hermosura  de  sus 
señoies,  que  se  la  ajuntan  de  todas  partes,  y 
para  que  les  pueda  seguir  y  vaya  liviana,  apar- 
tan della  primero  lo  más  pesado,  que  es  la  vir- 
tud, por  muy  pegada  que  ande,  con  sus  instru- 
mentos que  para  ello  traen;  porque  de  otra  ma- 
nera se  quedarían  en  el  camino  sin  poder  llegar 
por  el  graue  peso.  De  aquí  podras  colligir  el 
resto. 

Tha. — Entendido  se  está;  pero,  hermana, 
algún  aliuio  cumple  que  tenga  el  gran  peso  que 
tienen  los  grandes  sobre  sus  espaldas. 

Agí. — No  lo  ay  mayor  que  el  de  la  virtud, 
si  vna  vez  se  tiene  por  habito,  el  qual  facilita 
a  lo  impossible;  mas  anda  la  peccadora  tan  le- 
xos  de  poblado  y  mal  vestida,  que  no  ay  quien 
la  conosca  ni  quiera  su  conuersacion. 

Tha  — A  la  verdad  el  nombre  de  Rey  de- 
clara su  obligación,  porque  quiere  dezir  mensa- 
jero, de  quién?  sino  de  Dios. 


COMEDIA  INTITVI.ADA   DOLERÍA 


SS3 


.1^/. — Has  coucliiydo  l)reuissimaiiif'nte. 

Tha  ('). — Pues  los  otros  estados  de  alli  jijira 
baxo  allá  van,  y  todos  hazen  el  mono  al  natu- 
ral y  contra  natura,  que  tanto  más  carga  a  sus 
amos.  Pero  esto  no  escusa  los  subditos,  pues, 
como  dizen,  es  cada  vno  señor  de  su  tienda. 
Ora,  hermana,  con  tan  buena  gracia  de  hom- 
bres, qué  tienen  que  hazer  por  acá  las  Gra- 
cias? 

Tha.  —Y  de  mngeres  no  dizes? 

Agí. — Todo  es  vna  raassa,  mugares  y  iioui- 
bres;  si  no  mira  las  alteraciones  que  van  por 
el  mundo,  que  si  engaña  Hulana  a  Cicrano  y 
se  burla  del,  en;4aña  después  Cicrana  a  Hula- 
no,  y  cada  vno  se  apressura  a  comen9ar  prime- 
ro, o  sea  hombre  o  muger,  li>8  tratos  contratos 
eutrelios,  que  más  virtud  o  primor  tienen  que 
los  disbarates  de  cntrellas. 

Ast. — Triste  de  mí. 

Apio  — Lloremos,  señora,  y  prometamos  al- 
guna romeria. 

Ido. — Ya  es  tarde. 

Met. — También  yo  estoy  para  pelarme  las 
barbas.  Metió,  qu^  heziste? 

Melp. — Caliope. 

Cal. — Qué  uiandas,  hermana? 

Melp. —  Bien  oyste  el  discurso  de  nuestras 
dos  Gracias. 

Cal. — Toma?  no  me  paresce  andan  menos 
aburridas  de  los  hombres  que  nos,  los  quales 
tienen  el  mesmo  odio  a  las  sciencias  que  a  la 
virtud  que  ellas  dizen. 

Melp. — Como  sean  paríerutas,  paresce  no 
puede  amar  lo  vno  quien  aborresce  lo  otro. 

Cal. — Xo  les  haríamos  vna  burla? 

Melp.—(^\xé  tal? 

Cal. — Como  la  de  los  enamorados  vnos  con 
otros. 

Melp. — Hazer  dellas  sombras? 

Cal.  -  Sí. 

Melp. — Comienza  tu. 

Cal. — Ola  ola,  sombra,  por  qujé  os  partistes 
de  mí? 

Ast. — No  veys  vosotros  que  también  hacen 
sombras  las  Gracias. 

Ido. — Ya  aora  no  ay  que  dudar;  sombras 
somos . 

Apio. — No  lodizia  yo? 

Met.—  A.\  de  mi  cuerpo! 

AgL — Cómo,  gombra?  qué  dieee  tu  o  quLéa 
eres?  soys  Nimphas  deste  bosque  qui^a? 

Melp.  —  Qué  buen  dissiraular;  sabed,  si  no 
lo  sabeys,  que  aqui  en  él  se  apartan  de  los 
cuerpos  las  sombras. 

Tha. — O  qué  lindo!  de  manera  que  vos  soys 
las  Gracias  y  nos  vuestras  sombras. 

(.<)  Por  errata  .Ujlala  ea  las  (jLos  «dicjoues.  CoDtiaÚA 
en  todo  lo  restante  del  diálogo  la  misma  equivocación. 


Cal. — Pues  qué  pensaysV  Sombrade  Aglaia, 
llégate  acá. 

Agí. — Ah,  ah,  ah,  o  tá  acá  presto. 

Tha.  — Y  tú  acá. 

Melp. — Graciosas  están  las  sombras. 

Agí. — Y  desgraciadas  Us  Gracias,  aunque 
no  sean  feas. 

Cal. — No  más  donayres;  juntaos  al  cuerpo. 

Agí.  —  Que  soy  contenta;  con  esta  saeta. 

Melp. — Tira  y  uereys  si  rescibis  otra  mayor. 

Tha. — Qué  mysterio  es  este,  souibrag  de 
Gracias? 

Cal. — Sí,  aunque  os  pese. 

Agí. — Tienes  razón,  si  quieres  assi  inter- 
pretar a  este  mundo,  que  de  lo  bueno  no  ay  eu 
ol  que  la  sombra,  y  de  lo  malo  todos  son  cuer- 
pos. 

Melp. — No  miras,  Aglaia,  qué  gran  doctor 
se  ha  tornado  tu  smiibra? 

Cal.  -Algo  deuia  deprender  de  su  cuerpo. 

Agí.  —  Y  vos  no  quereys?  toma,  pues. 

Cal — Assi  y  tirays? 

Melp. — A  las  saetas,  Caliope,  que  dexamos 
junto  a  la  fuente,  porque  estas  no  bastan. 

Tha. — No  yreys  solas. 

SCENA  9.  DEL  OriNTO  ACTO 


Aftaíia  y  eu  coiupaüia  coufusos  y  oaiviuUUd)»  át:  lo  t{HK  vpíj: 
viuiifu  Ueraclio  y  Logisíico  (Jar  cpn  ellos. 


AsTAsiA,  Apio,    JidoxA,  Mano,  Heraci^io, 
LooisTico, 

[Así.].—  Vistes  vosotros? 

Apio. — Toma  si  vymos;  yo  no  puedo  creer 
que  sea  éste  el  mundo  de  ayer. 

Ido. — Deue  ser  otro. 

Apio. — Pero  yo  comería. 

3Íet. — Calla,  diablo;  sombras  no  comen. 

Apio. — Qui^a  que  almuerzan  nuestros  cuer- 
pos aora,  que  tardan, 

Ast. — Nadie  se  mueua  ni  porfié,  pues  aueys 
visto  lo  que  ha  pasado  entre  las  Nimphas,  y  la 
furia  Ueuauan  (')  tras  sus  cuerpos  Jas  sombras. 

Ido.— Qué  les  harán  por  la  desobediencia 
los  cuerpos? 

Ast. — No  escapan  de  estrecha  príeion. 

Ido. — Sombras  prieion? 

Ast. — Ya  ves  la  qualidad  del  bosque,  que  ee 
boluense  cuerpos. 

ido. — De  manera  que  no  falta  aqui  compa- 
ñía a  los  solos. 

Ast. — No  ay  aqui  solos. 

Apio. — No  lo  viste?  dos  yos  y  dos  tus,  y 
dos  vos  y  dos  mundos  «uria  si  entr^sse  aqui  el 
mundo. 

:'')  Líiua»,  en  la  Bcguada  edición. 


384 


orígenes  de 


Met. — Pues  qué  haremos? 
A¡<t. —  Esperar  los  cuerpos  con  paciencia  y 
roc^alles  nos  saquen  de  aquí. 
Ido, — Y  nos  no  yremos? 
Ast. — No  lo  entiendes;  en  saliendo  del  bos- 
que no  ay  más  sombras;  qué  seria  de  nos? 
Ido. — Estar  en  los  cuerpos. 
Ast. — Y   si  ellos  encuentran  ladrones  que 
los  maten? 

Apio. — Oxe,  mejor  será  speralloT;  más  quie- 
ro ser  sombra  bina  que  cuerpo  muerto. 
Met. — Como  sesudo. 
Ast. — Milagros  son  que  no  sabíamos, 
/f/o.  — Nunca  tal  oy. 

7/er.^En  mi  vida  he  visto  burla  más  gra- 
ciosa. 

Lng. — Yo  rebentaua  por  no  poder  reyr. 
Her. — Qué  soptil  y  prompta  es  nuestra  Vr- 
ganda! 

Ast. — Yo  oygo  hablar. 
Ido. — Si  son  nuestros  cuerpos? 
Apio. — Bien  vengan  si  nos  traen  que  mas- 
car, que  tan  bien  lo  aria  yo  aora  como  dos 
cuerpos. 

Met. — Calla,  hermano,  que  otros  son  som- 
bras o  cuerpos. 

Her.  —  Habla  passo,  que  ya  los  veo;  veamos 
si  parescen  nuestras  sombras, 
Log. — No  será  malo. 

Ast. — Triste  de  mí,  este  es  E radio!  qué 
qué  sera  de  nos  con  tal  verguenca? 

Ido. — Más  valiera  ser  sombras  muertas. 
Met. —  Guay  de   nos.   Apio;  estos  son  los... 
ya  me  entiendes:  harán  nos  algo? 

Apio.  — 'So  sé  a  la  fe;  diremos  vayan  bus- 
car los  cuerpos,  que  somos  sombras  nos. 

■  Her. — Quién  anda  aqui?  que  veo  yo,  Logis- 
tico? 

Log. — Lo  que  yo,  a  Astasia  y  a  Idona  con 
sus  amores;  y  todo  el  pueblo  habla  dellas  en  la 
ciudad. 

Her. — O  ladrones   engañadores,   qué  aueys 
robado  las  damas  y  los  dineros;  aqui  morireys 
a  nuestras  manos. 
Ast. — O  desdichada! 

Apio. — Escuche  tu  merced,  señor  Heraclio, 
que  ya  te  conosco.  Verdad  es  que  aqui  llegaron 
esos  cuerpos  y  se  boluioron;  nos  somos  som- 
bras, y  no  es  razón  que  las  sombras  paguen  los 
pecados  de  los  cuerpos. 

Log.  —  Cómo  sabríamos  nos  que  soys  vos 
sombras?  que  bien  sabemos  ya  la  propiedad  del 
bosque. 

Her. — Con  buenos  palios,  que  siendo  som- 
bras no  los  sentirán. 

Apio.— Ay,  ay,  ay,  que  me  matan. 
Met. — Ay,  ay,  huyamos. 
Apio. — Que  no  soy  cuerpo  yo,  pese  al  año 
malo. 


LA  NOVELA 

Ast. — O  cuitada. 

Ido. — Bien  empleado  es,  que  teniendo  es- 
padas se  dexan  apallear. 

Ast. — Qué  harán,  peccadora,  siendo  som- 
bras? 

Ido. — Que  no  lo  sientan,  si  lo  son,  ni  nos 
por  ellos. 

Log. — O  traydores  vellacos! 

Apio. — No  spero  más. 

]\fet. — A  los  cuerpos.  Apio. 

Her. — Qué  correr  hazen  los  villanos;  bien 
paresce  que  son  sombras  según  la  ligereza. 
Pues,  señora,  qué  ha  sido  esto;  sin  despidir?  y 
el  amor,  señora  Astasia,  la  paz  y  las  verdades, 
donde  están?  cómo  lo  entendiste?  Claro  se 
muestra  lo  que  publican  tus  seruidores,  que 
aueys  dexado  los  cuerpos  y  las  animas  \wr  si- 
guir  las  sombras.  La  honri'a,  grauedad  y  ho- 
nestidad, la  sanctidad  del  monasterio  y  de  las 
monjas  dónde  quedó?  al  bosque  de  las  sombras 
vino  a  parar  todo?  y  tú  señora  Idona,  que  re- 
presentauas  a  Minerua,  do  estás,  qué  fue  de 
ti?  aquel  mirar  honesto,  aquel  hablar  pausado 
y  otras  muchas  gracias  que  tenias,  sombras 
eran  y  sombra  fue  todo? 

Log.  — Y  tú  más  sombra,  que  se  lo  creyas. 
No  te  lo  dezia?  no  te  lo  mostraua  como  en  es- 
pejo? Qué  lindas  damas!  no  se  contentaron  de 
robar  la  honrra,  sino  también  la  casa. 

Her.  —No  respondeys? 

Lng. — Están  corridas  las  peccadoras  niña?. 

.4,s^ — Ay  triste! 

Ido. — Ay  cuytada! 

Jfer. — Tarde  llegaron  essas  cuytas  y  tristezas. 

Log. — Cayéronse  las  raposas,  será  para  or- 
dir  otro  engaño;  dexemoslas  y  vamonos. 

Her. — Esso  no,  la  principal  virtud  es  la  cle- 
mencia, y  con  que  más  los  hombres  a  los  ange- 
les se  semejan. 

Log. — Qué  quieres,  pues? 

Her, — Que  vamos  por  agua  a  essa  fuente 
atrás. 

Log. — Y  Dios  permita  que  las  torne  en  pe- 
rras, pues  han  offendido  assi  a  Diana. 

8CENA  10.  DEL  QUINTO  ACTO 

Calio])e  y  Mi'lpoDiene  bueluen  a  buscar  a  Heraclio  y  a  Logisti- 
co  y  los  toman  por  sus  sposo*. 

Caliope,   Melpomene  ,   Heraclio,  Logis- 

TICO. 

[Cal.]. — Avn  me  rio  de  la  yra  de  las  Gra- 
cias nuestras  hermanas. 

Mel. — Harta  razón  tenian,  sombras  de  Gra- 
cias. Dios  nos  guarde,  qué  harías  si  alguno  te 
llamasse  sombra  de  Musa? 

Cal, — Lo  mesmo  que  ellas,  y  todauia  de 
vno  y  otro  ay  sombras  ya. 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


885 


Melp — Y  aun  por  esso  quieren  boluerse  al  i 
cielo,  y  nosotras  andamos  por  los  desiertos, 
porque  las  sombras  tienen  lo  habitado  y  vsur- 
pan  nuestros  bienes.  La  mentira  occupa  el  lu- 
gar de  la  verdad,  la  lisonja  el  de  amor,  y  de 
toda  otra  virtud  el  vicio.  Ño  miras  que  llaman 
al  fuerte  temerario,  al  cobarde  jirudente  y  sa- 
gaz al  malicioso?  a  tus  Poetas  locos  y  choca- 
rreros  a  mis  Trágicos?  sin  tratar  mejor  nues- 
tras hermanas. 

Cal. — Quántas  vezes  me  rio  dello  y  de  la 
desgracia  desta  edad  postrera,  que  de  hierro  se 
aura  de  quedar  escoria,  que  no  aprouecha  pai'a 
nada. 

Melp. — No  le  falta  mucho;  pero  dada  su 
buelta,  hermana  mia,  menester  es  que  torne  al 
oro. 

Crt/.  — Esso  solamente  consuela  los  afflictos 
aunque  tarda. 

Melp. — Natural  es  de  lo  bueno  y  precioso 
costar  más. 

Cal. — No  ay  duda  en  esso,  mas  que  sean 
llenas  las  medidas,  no  aura  sombras  ni  bos- 
ques, sino  todo  claridad,  y  los  dientes  de  cada 
vno  sentirán  lo  agrio,  el  paladar  lo  amargo  o 
dulce,  y  terna  su  lugar  proprio  la  justicia, 
donde  la  hecho  por  vna  parte  la  crueldad,  la 
floxedad  por  otra. 

Melp. — No  es  poco  indicio  dello  que  nos 
embian  a  estos  hombres  por  sposas,  en  cuya 
compañia  podria  ser  resuscitassen  nuestras  vir- 
tudes muertas  por  manos  de  los  Gigantes. 

Cal. — Ah,  ah,  ah,  donosa  está  Melponiene; 
Enanos  dize,  porque  essos  Gigantes  algo  halla- 
ron, pues  trabajauan  de  subir  al  cielo,  pero  es- 
tos estando  pegados  con  el  suelo,  trabajan  y 
fatiganse  por  descender  al  centro  del  infierno. 

Melp. — Pequé,  mejor  sentencia  diste.  C'aydo 
se  au  las  sombras. 

Cal. — Ni  con  esso  les  pueden  ya  engañar. 

Melp. — Agua  llenan  para  boluellas  en  su 
acuerdo. 

Cal. — Officio  de  generosos  cora9ones;  ene- 
migo rendido  ni  perro  muerto  muerden. 

Melp. — Bien  veo  que  estaremos  bien  casa- 
das; llega  primero  tú. 

Cal. — Mas  tú. 

Melp. — Mas  sea  entrambas  juntamente. 

Cal. — El  regidor  del  cielo  os  salue,  herma- 
nos, acá  en  la  tierra. 

Log. — Heraclio?  qué  paz  es  esta  o  qué  vi- 
sión? qué  vista,  qué  hermosura  tan  estraña? 

Her. — Estoy  arrebatado  de  tal  gloria.  Nira- 
phas  deste  bosque  deuen  ser. 

Melp. — No  respondeys?  estays  suspensos  de 
tan  no  pensada  compañia? 

Iler. — Hermosas  Nimphas  (que  Nimphas 
deueys  ser,  según  los  gestos  Angélicos  serenos) 
nuestro  silencio  dize  lo  que  callamos. 

ORÍQENEí?    PE    L.\    NOVEf.A. — Hf. — 25 


Lo(j. —  Los  ojos,  almas  y  las  potencias  dellas 
están  en  vos,  el  discurso  solamente  anda. 

Cal. — Soys  de  nos  contentos? 

Iler.  —  Cómo  podra  la  lengua  pronunciallo? 

Melp.  —  Quereys  trocar  las  muertas  por  las 
binas?  la  fe  por  la  maldad?  engaño  por  amor.' 
mentira  por  verdad?  las  sombras  por  los  cuer- 
pos? por  desgracias  gracias?  por  ignorancia 
sciencia?  mortal  por  inmortal? 

Jler. — O  gran  Dios! 

^felp. — Pues  él  lo  manda. 

Lo</.  —O  summa  prouidencia! 

Cal. — Ella  lo  ordena,  y  quiere  reducir  el 
mundo  a  su  edad  primera.  Yo  te  rescibo,  He- 
raclio, por  fiel  amante. 

Melp. — Yo  a  Logistico  por  leal  amigo.  En 
esto  veys,  hermanos,  quál  sea  el  premio  de  la 
fe  y  quál  el  castigo  de  infidelidad  y  inconstan- 
cia. Mirad  con  quién  tuuistes  fe?  o  furias  in- 
fernales. 

Cal.— "No  paremos  aqui  más,  hermana;  se- 
guidnos vos,  amigos,  pues  quiso  vuestra  buena 
suerte. 

Melp. — La  suya  cada  vno,  y  en  lo  más  es- 
peso deste  bosque,  y  entre  sus  más  claras  aguas, 
nos  gozaremos  del  diuino  Ambrosia  y  Néctar; 
aqui  vernan,  niugeres,  las  sombras  que  siguis- 
tes  en  cuerpos  de  saluajes  hazeros  compañia,  y 
terneys  también  otros  frescores,  conformes  a 
sus  nombres;  nos  iremos  luego  dar  las  gracias 
a  la  Gracia,  a  su  templo  cerca  de  aqui,  can- 
tando todos.  Empieza  tú,  Caliope. 

Cal. — Pues  qué  cantaremos? 

Melp. — Algo  de  amor;  digalo  Heraclio. 

Iler.  —  Pues  lo  mandays: 

El  amor  que  no  es  amor, 
Insto  es  que  se  desame 

Y  que  desamor  se  llame 
Con  otra  razón  mayor. 
Porque  el  que  de  veras  ama 
No  dexa  nunca  de  amar, 
Antes  quiere  desamar 

Al  que  esta  virtud  desama. 

Y  con  más  razón  se  llama 
Aborrido  desamor. 

Si  no  le  quema  su  llama, 
O  siendo  amor,  no  es  amor. 

SCENA  11.  DEL  QUINTO  ACTO 

.\slai>¡u  y  Idona  quedan  laiiiriitáiidos<>,  y  vienen  los  galuujes,  a' 
saber,  Apio  y  Molió  tornados  üaluajes. 

Abtasia,  Idona,  Apio  Salda.ie, 
Metió  Saloa.ie. 

[^■Isí.]. — Amarga  de  mí  y  desdichada,  quál 
spirito  me  engañó,  qué  furor  fue  este  mió? 
mal  afortunado  dia,  menguada  ora  en  que  lo 


,386 


OKIGENES  DE  LA  NOVELA 


pensé,  por  qué  interés,  triste  de  mí?  de  un  de- 
lejte  breue,  falsa  alegría?  es  este  el  remate  de 
mis  obras?  el  fructo  de  mis  votos?  a  qué  mun- 
do yre  que  no  me  afrenten  Dios  y  los  hom- 
bres? para  con  hombres,  hombres  bastan  algu- 
na vez;  mas  para  con  Dios,  quién  basta  o 
quándo?  O  soberana  Magestad,  qué  sera  de  mí 
en  el  bosque  de  las  sombras?  bien  tengo  la 
sombra  que  busqué. 

Ido. — Ay,  no  más,  señora,  por  tu  fe. 

Ast. — Por  mi  fe?  yo  no  la  tengo,  pues  no  la 
guardé. 
-     Ido. — Dios  recibirá  la  penitencia. 

Ast.  —  No  sé  lo  que  aprouecha  quando  es  for- 
9ada.  La  justicia  no  dejará  nunca  su  officio. 

Ido. — Ni  tampoco  la  clemencia. 

4sí. — Qué  será  de  nos?  que  ya  se  sabe  de 
nuestro  desarranjo.  No  viste  Heraclio  do  nos 
halló?  No  sabes  su  verdad  y  mis  engaños? 
pues  la  causa  dellos  me  desculpa:  qué  pruden- 
cia, qué  juyzio,  por  qué  gracias  le  dexamos? 
tarde  abre  los  ojos  la  neccesidad,  quando  al 
consejo  o  remedio  ya  no  ay  lugar.  Qué  esfuer- 
90,  qué  valentía  de  hombres,  dexar  las  armas? 
dónde  estañan  los  dos  muertos  y  tantos  herí- 
dos  desta  noche? 

Ido. — Estoy  atónita. 

Ast. — Quán  differente  premio  tiene  la  fe, 
en  qué  para  la  virtud  y  amor  sincero,  sino  en 
perpetuo  galardón?  no  has  mirado  la  hermosu- 
ra, gracia,  lindeza  de  sus  Nimphas?  el  amoroso 
recogimiento  que  hizieron  a  sus  nueuos  ama- 
dores? el  resplandor  de  aquellas  diuinas  caras? 
los  hábitos,  la  magestad  de  las  palabras?  su 
contentamiento  y  gloria  dellos?  que  de  tan 
breue  comunicación  lleuauan  ya  otros  semblan- 
tes. O  cielos  que  moueys  esto  de  abaxo,  por 
qué  quesiste  que  nasciesse? 

Ido. — lusto  es  pagar  por  do  peccamos  y  que 
seamos  pasto  de  villanos,  y  que  para  nos  estén 
guardados  Satyros,  como  Nimphas  para  ellos. 

Ast. — Yo  tomaré  por  paga  sufficiente  esta 
espada,  dexando  aqui  mi  sangre  en  testimonio 
de  la  culpa.  , 

Ido. — O  señora! 

Ast. — Nadie  lo  estoruará;  moriré  por  ambas, 
pues  offendi  a  ambas.  Bine  tú  para  publicalle, 
y  sperar  mejor  fortuna. 

Ido. — Dessa  manera,  estotra  hará  semejante 
prueua  en  tu  Idona.  Porque  no  se  diga  que  si 
en  la  vida  y  mal  consejo  te  siguy,  en  la  muerte 
,  no  lo  hago.  , 

Apio  saluage. — Corre,  compañero,  corre. 

Metió  saluage. — Corre  tú,  que  yo  vuelo. 

J.sí.^Desuenturada,  que  aun  para  morir  me 
falta  tiempo.  . 

.    /rfor— Q«é  cosa  es  esta,  madre  mia?  de  do 
vienen  tan  fieros  saluages?  yo  me  muero. 

Ast. — -Soy  les  en  cargo  si  vienen,  hazer  por 


mí  la  execucion.  Ay,  mesquina,  qué  feas  y 
dessemejadas  cataduras . 

Apio  saluage. — Mas  lo  an  sido  tus  obras  de 
tns  palabras. 

Metió  saluage. — Pagarán  las  sombras  los 
desuarios  de  los  cuerpos.  Aparejaos,  que  Mi- 
nos lo  manda.  Nos  somos  los  cuerpos  de  las 
sombras  que  amastes;  venimos  a  llenaros  do 
están  los  vuestros,  terneys  paciencia:  toma  tu 
sombra.  Apio,  pues  eres  Penitencia. 

Apio  saluage. — Toma  tú.  Pena,  la  tuya. 

Ast. — O  cuytada,  no  eres  Apio  tú? 

Apio  saluage. —  Apio  saluaje  soy,  cuerpo  de 
Apio;  vuestros  cuerpos  nos  llenaron  do  están 
aora  nuestras  sombras;  cumple  que  las  som- 
bras allá  vayan  con  nuestros  cuerpos. 

Met. — Alto,  pues,  que  no  ay  spacío  para 
arguyr. 

Apio. — Assi  es,  porque  Charon  spera. 

Ast. — Ay  triste! 

Ido. — A  y  amarga! 

Met. — A  esse  tono  cantaremos  o  lloraremos 
yendo. 

Damas,  si  soys  tristes, 
Vos  lo  merescistes. 
De  ser  muy  risueños 
Lloran  vuestros  ojos, 
Tengan  sus  enojos, 
Como  vos  los  sueños. 
Damas,  mal  dormistes. 
Pues  tan  mal  soñastes. 
Si  assi  recordaates, 
Bien  lo  merecistes. 


SCENA  12.  DEL  QUINTO  ACTO 

Dolería  declara  a  Asosio  ser  Nemesis,  en  otra  figura  embiada  a 
hazer  justicia,  y  le  promete  la  Nimpha  Erat  1. 

Dolería,  Asosio,  Nemesio. 

[Dol.]. — Pues,  Asosio,  qué  te  paresce  de  mi 
obra? 

Aso.—  Qué  me  ha  de  parescer?  si  fuera  Rey, 
no  hiziera  otro  gouernador  en  mi  absencia.  Por 
dicha,  hermana,  estuuiste  en  Salamanca  o  ser- 
uiste  algún  doctor? 

Dol. — No  serui  a  nadie,  mas  enseñé  a  mu- 
chos. 

Aso. — Esso  es  más.  Qui^a  que  andaste  por 
el  mundo  y  as  aprendido  en  muchas  partes. 

Dol.  — O  enseñado;  más  vieja  soy  de  lo  que 
piensas. 

Aso. — Mas  por  tu  fe,  quán  vieja? 

Z>o¿.- -Tanto  que  me  recuerdo  de  los  sabios 
de  Chaldea,  de  los  Sacerdotes  de  Egypto,  Ma. 
gos  de  Persia,  de  los  Gymnosophistas  o  Brach- 
manes  Indianos,  de  los  Druydas  franceses,  dj& 
los  Sophistas  Griegos  y  de  todas  las  Sybillas. 


i 


COMEDIA  INTITVLADA  DOLERÍA 


387 


Aso. —  Ah,  ah,  ah,  donosa  está  mi  ama. 

Dol. — Y  harto  necio  mi  mo^o;  engañaste, 
amigo,  si  piensas  conoscerme ;  mirame  bien 
aora  si  pudieres. 

Aso. — Qne'  cosa  es  esta?  dónde  estoy  yo? 
qué  resplandor  de  cara  y  qué  hermosura?  qué 
estraño  habito? 

Dol. — Esta  te  quedó;  yo  soy  la  Nemesis  de 
que  oyste  hablar  a  los  Poetas  viejos,  que,  em- 
biada  para  execntar  estas  vengan(;'as  y  galar- 
dones, tomé  otra  figura.  Ya  ves,  hermano, 
cómo  están  los  engañados  y  engañadores,  la  ver- 
dad y  la  mentira,  prudencia  y  ignorancia;  por 
mí  se  dize  que,  aunque  vaya  coxa  de  un  pie, 
siempre  alcanzaré  los  malhechores  y  a  los  bue- 
nos para  dalles  esta  corona.  Mira  qué  hermo- 
sa es. 

Aso. — Estoy  ciego  de  la  mucha  claridad; 
pero  dime,  cómo  no  tomaste  otra  figura? 

Nejn. — No  sabes  que  la  justicia  es  reputada 
por  cosa  vil  entre  los  hombres  y  de  todos  des- 
estimada? y  que  debaxo  de  diferente  nombre  a 
sus  altissimos  effectos  obra  las  más  ueces? 

A^o. — Yo  me  callo. 

Nem. — Ora,  como  yo  sea  Reyna  de  las  Nim- 
phas  y  tú  ayas  sido  comigo  ministro  en  esto, 
ternas  por  premio  también  de  tu  trabajo  a  la 
Musa  Erato,  tu  amiga,  y  a  los  compañeros 
compañía,  gozando  todos  del  fruto  que  sem- 
brastes.  Vete,  pues,  luego  para  ella,  que  allá 
en  el  bosque  la  hallarás;  quédete  Doleria  acá 
en  la  tierra,  que  yo  me  bueluo  para  el  cielo.  Y 
despierte  el  Mundo,  si  quisiere,  que  harto  a 
dormido. 


SCENA  13.  DEL  QUINTO  ACTO  (') 

Buelue  al  principio  y  viene  Charon  a  despertar  el    Mundo,  al 
qual  auia  hecho  dormir  Morpheo  despue^^  de  sus  disputas. 

Charon,  Morpheo,  Mqndo. 

[Chai-.]. — Ha,  ha,  ha,  qué  descansado  duer- 
me su  merced  d'el  Mundo,  y  qué  descuydado 
de  su  amo  el  Tiempo,  mas  qué  asido  le  tiene 
este  traydor  d'el  Sueño:  estoy  en  punto  de  bur- 
larme dellos  y  tomarme  un  rato  de  plazer.  No 
acude  el  uno  al  freno  ni  el  otro  a  la  espuela. 
Quiero  hazer  vn  cauallo  de  los  dos,  que  seria 
para  mí  lo  natural,  por  ser  ya  viejo.  Qué  tal 
aprouecha,  algo  auré  de  metelle  en  las  narizes, 
estornudays  Mundo?  Si  supiessedes  con  qué? 
Ven  acá,  ojos  de  topo,  maldito  sea  él  si  está 
en  ello.  Bueluo  al  otro;  a  vos  del  Sueño,  hom- 
bre de  bien,  hao;  a  essa  puerta  ni  a  pie  ni  a 
mano,  todo  está  conforme,  guay  de  tal  sueño. 
Si  alcan^asses,  pobre  de  ti,  en  qué  tierra  duer- 

(')  Falta  esta  indicación  en  las  dos  ediciones  antiguas. 


mes  y  quán  ayua  rto  ternas  ojos!  Qué  empan- 
turrado está  este  villano  de  Morpliei>.  Ola, 
quién  duerme  aquí.'  a  del  yubon,  ao  délas  pier- 
nas, algo  siente  ya,  por  aqui  le  hallaremos. 
Aao,  ao. 

Mor. — Quién  llama?  quién  es?  a,  a,  a. 

Chat: — B,  b,  b,  ea  pues. 

Mor. — Qué  bueno,  qué  bueno,  y  qu(''  Inen 
sabe. 

Char.  — Aun  no  lo  aueys  prouado  bien;  dor- 
mir se  buelue,  voto  a  mí.  No,  no,  gentil  hom- 
bre de  Roiicesualles  o  de  la  roncería,  que  ya  os 
tengo  la  brida  en  la  mano. 

Mor. — Dexame,  compañero,  que  estoy  can- 
sado. 

Char.-^De  la  otra  parte  del  riodescansareys. 

Mor. — Qué  rio  o  qué  diablo? 

Mun. — De  todo  hallareys. 

Mor. — Quién  será  este?  yo  me  quiero  fregar 
los  ojos,  y  de  más  si  es  aquel  loco  del  Mundo 
que  aquí  jazia. 

Char. — Otro  es,  si  os  plaze;.  abra  su  merced 
essas  ventanas  o  puertas  de  cuerno  por  donde 
entran  las  verdades. 

Mor.—  Qné  veo  yo?  este  es  Charon.  O  her- 
mano, bien  venido. 

Char. — Bien  hallado,  primo  Morpheo;  bien 
has  dormido,  ayna  te  licuará  sin  lo  sentir.  ■< 

Mor. — Quiero  que  sepas;  estás  ay,  perdido? 

Char. — A  quién  dizes? 

Mor. — No  ves  al  Mundo? 

Char.  —Y  aun  me  hize  una  farsa  de  vos- 
otros. , 

Mor. — No  lo  dudo,  pues  créeme  que  sabien- 
do que  vernias  le  hize  dormir,  auieiido  oydo 
tantos  disbarates,  que  estoy  dellos  medio  bo- 
rracho; no  viste  cosa  mas  perdida. 

Char — Aora  se  cobrará  en  mi  barquilla. 

Mor. — Mas  de  veras!  lleuarle  quieres? 

Char. — No  es  tiempo  ya?  suelta  la  cadena, 
veremos  qué  ha  soñado. 

Mor. — No  lo  viste?  en  los  amores,  sombras, 
Nimphas,  en  el  bosque,  y  en  los  encantamien- 
tos, y  en  la  Nemesis  a  la  postre. 

Char. — Todo  esso  vi,  pero  querría  pregun- 
talle  si  se  acuerda  dello. 

Mor. — Mi  padre,  como  yo  del  primer  sueño. 
Ao,  ao,  gentil  hombre,  despierte  su  merced, 
que  ya  es  de  día. 

^fun. — No  es  possible;  aora  emjiiego  yo. 

Char. — Qué  lindo,  y  a  soñado  al  pie  de 
seys  mil  años  pocos  menos;  cuéntenos  algo  por 
su  fe. 

Mun. — Quién  es  el  de  los  cuentos,  el  torpe 
de  Morpheo? 

Mor. — Abre  los  ojos,  lo^o,y  verás  tu  desuen- 
tura. 

Mun. — Qué  desuentura?  maldito  seas,  villa- 
no suzío,  con  tan  buena  prophecia. 


888 


ORÍGENES  DE   LA  NOVELA 


Mor.— Cómo  le  saben  las  verdades!  mira, 
mira  esse  viejo  honrrado. 

Mun. — ^Quién  es?  otro  como  tú?  qué  rebuel- 
ta  trae  la  barba  y  la  melena  y  qué  ahumado 
viene!  Qué  buscas,  padre,  eres  qui^a  leñero 
deste  bosque? 

Char. — No,  mas  soy  el  piloto  de  vna  barca 
en  vn  rio  cerca  de  aqui. 
'    Mun.  —Y  en  ello  ganas  tu  vida? 

Char. — A  su  seruicio,  en  passar  ánimas  de 
la  otra  parte. 

Mun.  —Animas  sin  cuerpos? 

Char. — Essos  quedan  acá,  y  los  vestidos 
y  otras  alhajas ;  por  esso  puedes  comenjar  a  des- 
nudarte. 

Mun. — Qué  necio  viejo  y  mal  criado! 

Mor. — Al  freyr  lo  vereys. 

Char. — Mal  me  trata  su  merced;  pues,  se- 
ñor, y  la  Politica,  la  cortesía  antigua,  a  do  le 
quedan  ? 

3Iun. — No  se  hizo  ella  para  ti,  ni  para  esto- 
tro tal  como  tú. 

Char. — Si  no  me  conosce  su  merced,  por 
qué  causa  me  injuria? 

Mun. — Qué  ay  que  conoscer?  no  dixiste  ya 
que  eres  barquero  y  en  lo  demás  desatinaste? 

Char. — No  preguntarás  como  me  llaman? 

Muu. — Para  qué?  el  Mundo  no  conosce  tales 
hombres.  Pero  dilo  si  te  plaze. 

Char. — Yo  soy  Charon. 

Mun. — Charon?  noramala  sea,  sin  otros  há- 
bitos? 

Char. — Pues  abre  más  los  ojos.  No  ves  el 
rio  y  el  nauio? 

Mun. — Demasiado  veo;  pues,  hermano,  qué 
hazes  por  acá? 

Mor. — Ya  le  duele  el  ba9o;  no  lo  dixe  yo? 

Char. — Vengo  a  buscarte,  que  demasiado 
dormiste  va. 


Mun. — A  mi? 

Mor. — Escoziole?  a  ti,  señor  de  las  biga- 
rras. 

Char. — Leuantate,  pues,  y  vamos,  que  no 
puedo  detenerme  ni  ay  licencia. 

3íun.  — Cuy taáo  de  mí;  y  es  possible? 

Char. — Desnúdate. 

Mun.~8\  lo  as  por  el  vestido,  toma  y  de- 
xame. 

Mor.  —Ya  hazeys  partidos? 

Char. — Vos  aueys  de  yr,  señor;  el  vestido 
queda,  que  ya  os  dixe  que  mi  barca  passa  des- 
nudos. 

Mun. — Y  en  esto  auia  de  parar  todo  lo  pas- 
sado  y  lo  presente? 

Mor.  —No  te  lo  dizia  y  reyaste  de  mí? 

3Iun. — Ay  qué  sueño! 

Mor. — Al  pie  de  la  horca  lo  conffiesa;  ora 
camine  su  merced  y  prouará  el  resto. 

Char. — Ase  d'el  Morpheo  desotra  parte  y 
llenémosle  aunque  le  pese. 

3íor. — Eya,  pues. 

3íun    ~  Pues  y  es  forcado? 

Char. — Ya  lo  veys. 

3íor. — Aun  le  queda  el  capirote. 

Char. — Dexelo, 

3íun. — No,  hermano,  por  tu  fe,  que  soy  en- 
fermo de  la  cabc9a. 

Char. — Luego  sanareys,  que  no  ay  caberas 
por  acá. 

Mun. — Sea,  pues,  assi. 

Char. — Entre,  señor. 

Mor. — Y  antes  digo  que  deuia  remar. 

Char. — üexalo  por  aora. 

Mun.  —Maldito  sea  el  mal  sueño! 

Mor. — No  pequeys,  Mundo. 

Char. — Señor  Mundo,  ya  veys  en  qué  pa- 
rays. 

finís 


En  casa  de  Daniel  Veruliet, 
Año  1572. 


LA    LENA 

Por  D.  a.  V.  1).  \,  PINCIANO 

Al  Illustuiss.  y  Excellentiss.   S.  D.   Pedho  Enriqukz  dk  Azebeüo, 

Conde  de  Fuentes,  d'el  Cün.sio/o  d' Esta  do,  Goueknadou 

DEL  de  Milán  y  Capit.\n  gknekal  en  Italia, 

pou  EL  Rey  Católico  N.  S. 

Aquí  la  marca  dei  impresor.  Representa  el  ave  Fénix  renaciendo  de  sus  cenizas;  en  medio  las  iniciales  G  B  1*,  y 
en  torno  del  Fénix  una  orla  con  esta  leyenda  bilingüe:  «Della  mia  morte  eterna  Tita  io  vivo.  Semper  Eadem». 

En  Milán.  Por  los  herederos  del  quon.  Pacifico  Pondo  et  luán  Baptista  Picalia  compañeros.  160 S . 

Con  licencia  de  los  Superiores  ('). 


Ill.^o  y  Exc."»  Señob: 

Si  bien  cuno/.co  qu'el  ciego  Vulgo  recibe  con 
más  voluntad  el  mal  (por  serle  como  natural) 
que  la  vtilidad  de  vna  sabia  prouidencia  (tan 
agena  del)  para  dar  de  mano  a  las  occaaiones, 
que  siempre  andan  llenas  de  inconuenientes, 
que  suelen  causar  la  inquietud  de  los  tristes 
que  se  dexan  llenar  de  las  vanas  fantasmas  de 
sus  falsas  imaginaciones,  no  por  eso  he  queri- 
do dexar  de  lleuar  adelante  el  jocosso  concepto 
qu'  en  mi  ocio  he  formado  (rompiendo  lanjas 
en  vn  frenético  y  desesperado  Celoso)  con  fin 
de  aliuiar  á  V.  S.  algún  rato  en  la  vacación  de 
sus  granes  ocupaciones,  renouando  el  reconoci- 
miento de  mi  obligación  a  su  seruicio.  Y  asse- 
gurado  de  que  será  recibido  con  el  alegre  ros- 
tro que  pide  mi  desseo,  he  ossado  sacarle  a  luz 
a  la  sombra  de  su  Excellentiss.  nombre:  con 
seguridad  de  que  sólo  él  basta  para  defenderle, 
y  que  su  imperfección  se  disimule  o  eche  me- 
nos de  ver.  Suplico  a  V.  E .  le  mande  poner  a 
los  pies  de  las  memorias  qu'el  tiempo  le  ha  de 
consagrar  por  sus  heroicas  virtudes,  las  quales 
llaman  a  celebrarlas  al  humilde  talento  que  an- 
tes de  ahora  he  dedicado  a  V.  E  ,  a  quien  Dios 
guarde. 

En  Milán  a  I  de  abril.  1G02,  D.  Alfonso 
Velazquez  de  Velasco. 

A  LOS  LECT0BE8 

Hallando  en  mi  ociosidad  empeñada  la  uie- 
lancolia  en  diuersos  pensamientos  de  los  gra- 
cioson  tiros  que   muchas  inugeres  del  tienipf> 

(')  A  la  vuelta  de  la  portada  léese  esta  sentencia  de  Terencio:  «Nvllum  ext  iam  dictiim^  qnod  dictum  mm 
git  priusy).  Y  debajo:  «Et  nugac  seria  ducutU». 


viejo  hizieron,  y  en  la  consideración  d  el  ar- 
diente furor  de  aquel  triste  que  siente  el  mor- 
tal veneno  de  vna  celosa  desconfian9a  (de  cuyos 
rauiosí)S  desconciertos  uic  ha  tocado  gran  par- 
te), me  pusQ  (por  mi  pasatiempo,  como  en  ven- 
ganza del  daño  receñido)  a  componer  esta  ri- 
diculosa Comedia,  en  que  algunos  ratos  he  re- 
frescado los  espíritus  de  cierta  seca  tristeza 
mia.  La  recompensa  que  pretendo  es  que,  como 
será  d'entretenimiento,  sirua  también  de  vtil 
consejo  y  exemplo,  para  escusar  pasión  tan  te- 
rrible, que  consume  en  su  proprio  fuego  al  in- 
sensato a  quien  toca.  Esto  creo  bastará  para 
que  dissiumlen  las  faltas  que  hallaren  en  la  dis- 
])OSÍcion  del  conecto  y  estilo.  Y  para  que  mi 
jocosa  intención  y  simpleza  halle  fauorable 
construcción,  y  no  sea  juzgada  sino  según  su 
effeto,  consideren  que  hablo  en  el  papel  como 
al  primero  que  encuentro  en  la  calle.  No  he 
querido  aplicar  argumentos  sobre  los  actos, 
teniéndolos  por  superfinos,  siendo  todos  tan 
eslabonados,  y  assí,  cuitando  la  prolixidad, 
me  remito  al  prologo  de  mi  famosa  Lena,  a 
quien  (qual  es)  os  encomiendo  por  otra  tal. 
Válete. 

EL,    UOCTOR    IVAN    TOLKRANTE    AL    MANSO 
LECTOR 


Soneto. 

Aqui  verás  el  Hn,  vida  y  locura 
Del  celoso  Antecuco  impertinente, 
Que  a  discreción  de  vn  necio  negligente, 
i  )exa  la  joya  que  guardar  procura. 


k 


390 


orígenes  de  la  novela 


Astuta  vieja;  sieruo  con  cordura; 
Requestada  mujer  vana,  que  siente 
üesconfianga  d'ella;  floreciente 
Donzella  con  madrastra,  en  estrechura; 

Viuda  recatada  y  viejo  sano; 
M090S  sin  padre,  libres  y  opulentos; 
Humores  vanos,  de  diuersas  gentes. 

Nota  bien  sus  desgustos  y  contentos; 
Abr'el  ojo.  Lector,  qu'está  en  tu  mano 
Biuir  en  paz,  sin  mil  inconuenientes. 

Huye  los  acidentes 
Que  aqui  verás,  seguro  y  sin  sospecha, 
üe  tu  metad:  pues  nada  te  aprouecha 

Aquel  tener  la  estrecha 
(Pobre  assombrado)  menos  tu  recelo, 
¡Si  ya  el  Cuclillo  te  annunció  su  duelo. 

Impatiens  operabitur  stiiltitiam  (Prou.,  25).  ^ 


INTERLOCVTORES 

Lbna,  Tercera. 
Ceroino. 

Marcia,  segunda  mtiger  de  Cer. 
■  Gashandra,  hija  de  Cer  y  de  otra  mvger. 
Morueco,  hermano  de  la  primera. 
'.NocENOio,  Bachiller,  criado  de  Cer. 
BKZEnihL A,  Page  de  3íarcia. 
Violante,  viuda. 

T.ir  >  hijos  de  Violante. 

.  Magias    )      ' 

CoRNELio,  SM  criado. 

Ps.viX'E.s ,  padre  de  Marcia, 

•  Vigamon,  su  criado. 

Ramiro,  Baruero. 

POLICENA,  SU  hija. 

Damasio  ama  a  Marcia. — Macias  ama  a 
Cassandro. — xiries  ama  a  Violante.  -  Corne- 
lia ama  a  Policena. 


ACTO   PRIMERO 

SCENA  I 

Lena  haze  el  Prologo 

Terrible  cosa  es  que  no  se  pueda  (sino  por 
marauilla)  hazer  colada  que  no  Ilueua.  No  ay 
ya  biuir  en  este  mal  Mundo,  pues,  como  el  lobo, 
tanto  empeora  quanto  más  envegece;  bien  ne- 
cio es  quien  de  ti  se  fia  (^).  Qué  se  hizo  aquel 

(')  Puesta  de  molde  esta  comedia  por  cajistas  é  im- 
presores italianos,  nada  buenos  conocedores  de  la  len- 
gua castellana,  con  frecuencia  se  hallan  separadas  las 
sílabas  de  algunas  voces,  como  si  perteneciesen  á  pala- 


cortés   respecto  que  la  buena  memoria  de  mi 
madre  de  su  tiempo  me  contaua?  iziendo  que 
como  se  via  vna  persona  de  edad,  fuesse  quien 
fuesse,  andauan  las  reuerencias  hasta  el  suelo; 
siendo  en  todas  partes  bien  vista  y  acariciada 
sin   nunca   hallar  puerta    cerrada:   porque   se 
biuia  a  la  buena,  sin  las  falsas  sospechas  que 
ay  el  dia  de  oy.  Creo  que  m'engendró  la  des- 
gracia, y  que  si  tuuiesse  en  las  manos  oro,  se 
me  bolneria  plomo,  pues  no  pesco  con  mis  de- 
signos sino  mordedores  cangrejos  que  me  des- 
truyen.  Entré   (que  no   deuiera)   en   casa  de 
aquel  maldito  Ceruino,  a  mostrar  a  la  señora 
Marcia,  su  muger,  ciertas  galanterías  de  que 
suelen  gustar  las  damas  curiosas  como   ella, 
y  al  punto  de   concertarnos   sobreuino  el  mal 
hombre,  y  sin  más,  ni  más,   llamándome  de 
vieja  hechizera,  alcahueta,  encoro9ada,  con  otra 
sarta  de  injurias  (que  por  mi  crédito  y  honrra 
callo)  me  dio  tal  granizo  de  torniscones,  que  a 
sus  pies  cayera  muerta  a  no  socorrerme  en  la 
tempestad  vna  buena  persona  que  le  detuuo; 
mas  alcan9andome  con  vn  puntillazo,  dio  co- 
migo  por  la  escalera  abaxo,  donde  perdí  mi 
hazienda,  y  aun  la  gana  de  recogerla,  porque 
se  daua  tal  priesa  con  aquellas  manos  de  osso 
(en  la  picota  las  vea),  que  la  fin  de  vna  puña- 
da era  principio  de  otra  mayor;  y  assí  me  salí  a 
la  calle  del  Rey  más  que  de  passo,  con  dolores 
de  bolsa  y  coraron,  que  aun  me  duran  por  todo 
el  cuerpo.  Mas  no  lo  siento  tanto  como  auer 
perdido  vna  recepta  de  agua  de  rostro  que  me 
valiera  vn  tesoro;  porque  bastara  a  hazer  her- 
mosa a  la  más  fea  de  Guinea,  la  qual  me  aca- 
baña de  dar  vna  denota  persona,  diziendome 
auersela  tomado  a  vna  Condesa  de  no  sé  dón- 
de, para  quemarla,  y  que  después,  viéndola  tan 
perfecta,  de  la  stima  se  auia  arrepentido.  O 
quién  la  supiera!   Pareceos  bien,   señores,  el 
daño  que  aquel  descomulgado  me  ha  hecho? 
Mas  a  fe  que  tiene  que  hazer  con  gata  que 
trae  pelada  la  cola.  Estoy  por  yrme  a  la  justi- 
cia (si  la  ay  en  la  tierra)  y  querellandome  d'el 
diziendo  que  me  ha  hecho  fuerza  y  robado  mi 
hazienda  en  su  casa,   hazer  que  me  la  pague 
con  las  setenas.  Mas  probé  de  mí,  de  qué  rae 
seruirá?  Pues,  por  el  maldito  fauor,  en  lugar 
de  castigarle,  aunque  muestre  la  vandera  rota 
(digo  las  molidas  espaldas),  darán  más  crédito 
a  su  mentira  que  a  mi  verdad.  Loca  sin  juizio, 
qué  digo?  Por  qué  no  le  daré  de  mi  propria 
mano  la  pena  y  castigo  que  merece?  Este  es  el 

bras  diversas,  ó  juntas  como  si  compusiesen  una  sola 
palabra  las  sílabas  de  dos.  En  estas  primeras  líneas  del 
prólogo  hay  ejemplos  de  ambas  incorrecciones.  Dice  la 
edición  original:  « ...  pues,  como  el  Lobo,  tanto  empeora 
quanto  más  en  vegece:  hiennecio  es  quien  de  ti  se  fía». 
Sobre  cosas  como  éstas  no  llamaremos  la  atención  del 
lector,  por  evitar  prolijidad  innecesaria. 


LA  LENA 


391 


más  sospechosso  animal  que  sabemos,  y  al  pre- 
sente está  tocado  de  tan  rauiossos  celos,  que  se 
le  comen  bino.  Ha  sido  casado  dos  vczcs,  y  de 
primera  muger  tiene  vna  hija  llamada  Cassan- 
dra,  de  diez  y  seis  a  diez  y  siete  años,  encerra- 
da en  vn  aposento  como  vna  muda;  tan  ost-uro, 
que  a  medio  dia  se  la  pueden  dar  buenas  no- 
ches; sin  consentir  que  trate  con  nadie,  dizien- 
do  que  la  donzella  es  como  flor  cubierta  de  ro- 
ció, que  por  poco  que  la   toquen  se  marchita. 
Cada  dia  visita  la  orina,  dando  a  entender  (por 
amedrentarla)   que  en  ella  conoscc   el  humor 
pecante.  No  quiere  que  coma  bocado  de  carne 
fresca,  porque  halla  que  solicita  y  despierta  el 
apetito  de  la  salada;  y  de  la  miseria  que  la 
embia  para  sustentarse  haze  antes  anotomia, 
temiendo  no  aya  dentro  alguna  contraseña.  81 
meten  alguna  cesta  de  paños  o  de  otra  cosa,  lo 
rebuelue  de  abaxo  arriba;   porque  vna  Reyna 
de  Escocia  (dize)  s'enamoró   de   su  enano,  y 
que  dentro  de  vna  canasta  se  le  metieron  en 
su  cámara.  Quiere  que  los  criados  hablen  como 
por  señas,  porque   no  los  oyan  las  mugeres, 
guardándolas  como  si  fuesen  yeguas  del  relin- 
cho y  salto  del  cauallo.  Con  esta  segunda  mu- 
ger se  casó  poco  ha,  por  ser  hermosa  y  de  buen 
linage;  y  pareciendole   temprano,   aun   no   se 
atreue  a  estrecharla  tanto  como  querria,  aun- 
que no  se  pudo  yr  a  la  mano  quando  me  hizo 
el  tiro  que  os  he  contado.  No  niego  auer  ydo 
con   intención  de   hazersele  como  él   merece, 
porque  vn  Cauallero,  que  está  apassionadissimo 
por  ella,  me  encomendó  que  la  procurasse  dar 
esta  carta,  y  aunque  no  lo  hize,   a  lo  menos 
cumpli   con   arriesgarme  a  lo  que  me  vino,  y 
assi  él,  considerando  no  auer  quedado  por  mí, 
restaurará  (sin  duda)  mi  pérdida,  de  manera 
que  con  tan  buen  premio  como  el  que  espero 
me  serian  buenos  al  mes  vn   par  de  tales  en- 
cuentros. Pero  para  que  la  suerte  no  me  salga 
en  blanco,  ló  que  haze  el  caso  es  procurar  (ya 
que  no  pude  seruirle  por  mi  pico)  que  se  haga 
por  tercera   persona.   Mas   si   mientras   busco 
gato  que  me  saque  la  castaña  del  fuego,  y  voy 
poniendo    liga   al   paxaro,    este    gentilhombre 
muda  de  pensamiento  (como  es  costumbre  de 
los  enamorados  de  ogaño)  no  lo  perderé  todo? 
No,  pues  quando  no  me  diere  de  comer  en  su 
casa,  no  me  faltará  de  cenar  en  otra,  con  la  mes- 
ma  empresa.  Yo  soy  como  la  balanza,  que  se  in- 
clina a  la  parte  que  más  recibe,  y  como  cera,  que 
aunque  tenga  imagen,  como  se  le  carga  sello, 
dexa  la  primera  y  toma  la  forma  del.  Harto  he 
biuido  para  saber  biuir.   Es  lo  bueno  que   al 
punto  comprehendió  la  buena  señora  a  lo  que 
yo  yua;  que  a  las  que  son  tan  discretas  el  dialilo 
se  lo  pone  delante.  Qué  haré,  pues,  yo  ahora.' 
Piensa  bien,  Lena,  piensa  y  repiensa,  hasta  que 
con  su  verguenca  le  hagas  andar  como  el  que 


tiene   j>intado  el  baruero  mi  vezino,   que  fue 
comido  de  sus  proprios  perros;  helo  de  hazer 
si  pensasse  morir  en  la  demanda.  No  es  persona 
la  que  no  sabe  hazer  bien  y  mal;  quien  la  haze 
la  espere,  y  la  metad  del  camino  está  andado, 
porque  los  celos  hazen  a  la  muger  más  fácil  de 
rendir.  Mas  entretanto,  ya  que  (transportada 
de  colera)   he  echado  mis  vergüenzas   (y  las 
agenas)  en  la  calle,  dándome  a  conocer  por  so- 
licitadora, agente  o  tercera  (que  algunos  ne- 
cios llaman,  a  l'antigua,  alcahueta),  vituperando 
esta  sarta  (jue  traigo  al  cuello,  quiero  contaros 
vn  Erasse  que  s'era  (y  el  bien  para  nosotros 
sea,  el  mal  para  la  manceba  del  Abbad)  digo 
de  parte  de  lo  que  por  mí  ha  passado.  Ante 
todas  cosas  fui  donzellica  niña,  hasta  que  de 
doze  años,  cegándome  el  demonio  (nunca  se  lo 
perdono),  me  enamoré  de  un  mo(;'o  de  casa,  que 
era  como  vn   pino  de  oro,  y  auiendome  a  los 
treze  años   pegado  el  mal  de  los  dos   ba^os, 
viéndome   mi  madre  ydropica,   a   gran  priesa 
(por   su   lionrra  y  la  mia,  que  siempre  la   Le 
guardado  como  los  ojos  de  la  cara)  me  casó 
con  vn  hombre  de  más  edad  y  templanza  que 
para  la  mia  era  menester,  y  assi,  no  pudien- 
do  sufrir  sus  buenas  costumbres,  me  le  desapa- 
reci,  y  de  lance  en  lance  fui  a  dar  comigo  en 
Ñapóles,  donde  (auiendo  estado  en  opinión  de 
donzella,  como  tres  semanas,  en  compañía  de 
cierta  viuda  muy  recogida  (la  qual  me  instru- 
yó aossadas),  vn  mercader,  persona  honrrada, 
me  tomó  a  su  cargo,  y  al  cabo  de  pocos  dias 
(no  faltándome  ya  quien  me  alentasse  a  biuir  a 
mis  anchuras)  me  resolni  de  tomar  casa  de  por 
mí  y  puse  tienda  abierta  de  cortesana;  y  assi  con- 
tinué la  mereancia  como  poco  más  de  treinta 
años.  (El  que  estuuo  allí  en  tiempo  del  buen 
Duque  de  Osuna  se  acordará  de  la  Buiza,  que 
asi  me  llamauan  entonces;;  y  después  de   mil 
baiuenes,  prosperidades  y  mudanzas,   auiendo 
rematado  mis  prendas,  haziendo  como  el  mari- 
nero, que  fácilmente  echa  a  la  mar  lo  que  del 
pasagero  ha  reciuido,  se  me  desapareció,  como 
humo,  en  dos  dias,  quanto  en  tantos  años,  por 
medio  de  mi  pertinaz  pecado,  auia  adquirido, 
quedándome   solamente  con  los  achaques  que 
acompañan  siempre  a  las  de  aquella  profession; 
que  quando  más  bien  paradas,  tienen  vn  pie  en 
su  casa  y  el  otro  en  el  Ospital ;  no  bastando  al 
fin  (quando  más  prósperamente  se  ha  nauega- 
do)  quanto  pueden  acunnilar  para  emplastros  y 
(jaríj-aparrilla.Y  assi,  viéndome  pobrissima,  olui- 
(lada  y  sola,  comentándome  la  enojosa  vejez  a 
amenazar  (')  y  saltar  a  la  cassa,  embotadas  en 


(')  Para  confirmación  tle  lo  dicho  en  la  nota  de  la  pá. 
gica  anterior,  véase  cómo  está  en  la  edición  de  Milán  el 
texto  de  eeta  frase:  «comentándome  la  enojosa  vejeza  á 
menazar»...  .  ■   .  . 


392 


orígenes  de  la  novela 


ella  (por  mi  desgracia)  las  herramientas  del  mi- 
serable trato,  me  boluí  a  Valladolid  (mi  cara  y 
desseada  patria),  y  viendo  esta  Corte  tan  des- 
trocada y  transida,  que  más  me  parece  capitulo 
general  de  alquimistas  que  lo  que  ser  solia, 
acordé  de  tomar  este  oficio,  con  quatro  camas 
que  alquilar,  que  me  es  como  natural:  porque 
siempre  la  ramera,  tercera  muere  o  mesonera. 
Auiendome  antes  informado  de  que  en  ningún 
otro  trato  se  hazen  tantos  negocios  de  honrra 
y  prouecho  como  en  éste,  aunque  corriendo 
muchas  borrascas  de  las  que  os  he  contado.  Lo 
qual  siento  menos,  viendo  por  este  medio  'tan 
insigne  auditorio,  para  lo  que  oyreis.  Tened 
paciencia  (os  ruego),  que  no  será  tiempo  per- 
dido. 

SCENA  II 

Cerüino,    Inocencio. 

[Ce?-.].—  Ya  sabéis,  Bachiller  Inocencio,  que 
teniend'os  por  virtuoso  y  de  confianca,  os  he 
metido  en  mi  casa,  y  también  la  voluntad  que 
tengo  de  hazeros  bien  con  el  tiempo,  dand'os 
entretanto  por  prenda  la  guarda  de  toda  mi 
honrra,  la  qual  estimo  más  que  hazienda  y  vida. 

In. — Sit  modo  dignitas  incolumis.  No  pue- 
do, señor,  con  palabras  dignas,  responder  a 
tanta  merced;  mas  en  reconocimiento  de  la 
confianca,  con  toda  fidelidad  y  amor  seruiré  a 
V.  m.  y  a  mi  señora,  de  día  y  de  noche. 

Cer. — De  noche  no,  amigo;  dexáme  a  mí 
ese  cargo,  que  no  es  poco  pessado.  Ahora,  pues, 
quiero  que  entendáis  de  qué  manera  os  aueis 
de  gouernar.  Y  n'os  espantéis  de  auerme  visto 
tan  colérico  con  aquella  muía  del  Diablo,  que 
no  sabéis  quién  es  ni  las  malas  burlas  que  sue- 
len hazer  las  tales. 

In. — Rectum  iuditium  iudicate.  Qué  sabe- 
mos si  aquella  mujer  venia  o  no  a  lo  que  V.  m. 
piensa?  y  teniendo  hijos,  o  nietos,  faltándoles 
el  sustento,  por  no  poderse  valer  de  las  cosas 
que  dexó  en  casa,  auria  V.  m.  cargado  de  aquel 
peso  su  conciencia. 

Cer. — Hareisme  con  vuestros  escrúpulos  re- 
negar, no  sólo  de  la  buena  opinión  que  de  vos 
tengo,  mas  estoy  por  dezir  de  otra  cosa.  Yo 
n'os  quiero  en  mi  casa  para  predicador;  si  que- 
réis hnzer  a  mi  modo,  aueis  de  oyr  y  callar,  y 
si  no,  yo  buscaré  quien  lo  haga. 

In. — Esto  ha  nascido,  señor,  de  que  quanto 
más  pobre  es  vn  hombre  tanto  más  se  duele  de 
la  miseria  de  otro.  No  se  enoje  V.  m.,  que  yo 
haré  quanto  fuere  seruido,  como  no  se  atrauies- 
se  {})  l'alma. 

Cer.— Wos,  digo  yo?  Estad,  pues,  atento. 
Quando  yo  no  estuuiere  en  casa,  aueis  vos  de 

(')  En  el  original  atraueisse,  sin  duda  por  errata. 


estar  siempre  en  el  portal,  mirando  como  otro 
vigilantissimo  Argos, 

In. — De  hoc  ita  Ouidius: 

C'tíiUuM  luniiiiihus  cinctum  captut  Argus  habebat. 
Inqite  su'is  vicibus  capirbant  bina  quietem, 
Caetera  seruabant,  atque  in  siatione  manehant. 

Pero  mala  burla  la  hizo  Mercurius  a  Jone 
771ÍSSUS,  cantus  dulcedine. 

Cer. — Pues  qué  entendéis  por  eso? 

In. — Que  son  peligrosas  estas  custodias,  si 
anda  luno  celosa,  pues  no  se  puede  el  hombre 
dormir  en  las  pajas. 

Cer. —  Huelgo  mucho  de  que  nos  entenda- 
mos. No  me  dexeis  entrar  persona,  aunque  vi- 
niesse  mi  propria  sombra;  y  sobre  todo  abrí  el 
ojo  a  estas  corredoras,  ministras  de  Satanás, 
que  traen  la  peste  consigo.  Si  vos  vuieredes 
menester  alguna  cosa,  dezí  a  Bezerrica  que  la 
pida  alas  mugeres;  y  si  ellas  os  llamaren,  dí- 
ganle también  lo  que  quisieren;  no  toméis  tra- 
bajo de  subir  arriba.  Si  acaso  pasaren  algunos 
a  cauallo,  entraos  luego  en  el  patio;  hazé  lla- 
mar a  mi  muger  con  algún  achaque,  y  entrete- 
nedla  (desde  abaxo)  con  qualque  conseja,  como 
de  brujas  y  hechizcras,  hasta  que  sintáis  que 
han  pasado  y  que  no  bueluen:  que  todo  es  me- 
nester para  que  no  se  ponga  a  la  ventana. 

In. —  Pues  qué  quentos  sé  yo  para  eso!  ten- 
drela  dos  horas  con  vn  palmo  de  oydo  escu- 
chándome: dexeme  V.  m.  con  ella  que  Vincam 
meis  ojticiis  cogitationes  tnos.  No  aura  falta  en 
lo  que  yo  pudiere. 

Cer. — Pues  con  essa  confianza  de  aquí  ade- 
lante saldré  seguro,  y  estaré  fuera  de  casa  cou 
el  ánimo  repossado. 

In. — Magnam  ómnibus  in  rebus  tuae  digni- 
tatis  rationem  habeo. 

Cer.  solo. — No  pudiera  hallar  de  Poniente  a 
Leñante  hombre  mas  a  mi  proposito  que  éste, 
porque  realmente  es  puro  y  sin  malicia;  pero 
esta  su  sinceridad,  qué  me  aprouechará  para 
assegurarme  de  que  no  me  podrá  engañar?  Po/íé 
seram,  cohibe,  sed  quis  custodiet  ipsos  citsto- 
desl  cauta  est,  et  ab  illis  incipit  vxor.  Guárde- 
me Dios  de  quien  me  fió.  La  memoria  de  mil 
malos  sucesos  me  inquieta  y  desconfia  en  gran 
manera.  Mas  quando  d'este  no  aya  que  temer, 
me  da  cuidado  pensar  que  (por  mi  desgracia) 
le  podria  engañar  alguno  de  tantos  cuclillos 
como  siempre  andan  tras  ágenos  nidos.  Por 
otra  parte,  tiemblo  de  meter  en  mi  casa  otro 
más  astuto,  que  se  pueda  aprouechar  de  la  oca- 
sión; y  asi  huyendo  del  monte  vendría  a  dar 
en  vn  pantano,  porque  de  los  domésticos  no  se 
puede  hombre  guardar,  Quán  de  esperimenta- 
do  andubo  aquel  que  tratando  de  casar  a  vn 
hijo  Guyo  mo90,  diziendole  vno  que  no  conue- 


LA  LENA 


393 


nia  darle  muger  tan  temprano  y  que  debia  es- 
perar a  que  supiesse  más  del  mundo,  le  resi)on- 
dio  que  s'engañaua,  porque  si  le  conociesse 
nunca  se  casarla.  Casamiento  y  vejez  corren  las 
parejas;  muchos  o  los  más  lo  desean  que  en 
llegando  lo  aborrecen.  Y  asi  dezia  vn  viejo 
muy  sabio:  Hijos,  antes  que  casaros,  ni  llegar 
a  viejos,  dexaos  comer  de  perros.  Maldito  sea 
el  punto  en  que  me  vino  pensamiento  de  me- 
terme otra  vez  en  semejante  labyrinto.  Qné 
dote  ni  erencia pueden  recompensar  tantos  Fasti- 
dios? La  primera  vez  cortan  las  orejas  a  1(ís 
ladrones,  para  (pie,  tornando  a  hurtar,  sean 
sin  más  información  ahorcados.  Lo  mesmo  de- 
urian  hazer  al  que  uniendo  enuiudado  se  casa 
segunda  vez;  pues,  al  cabo,  al  cabo,  vna  buena 
cabra,  vna  buena  muía  y  vna  buena  muger, 
son  tres  malas  bestias. 

SCENA  111 

Magias,    Violante. 

\Mac.\. — Con  quánta  fuerza,  o  Amor,  arro- 
jas las  inuisibles  flechas,  cuyas  heridas  se  sien- 
ten en  medio  del  corayon,  donde  con  ser  ciego 
tan  incierto  aciertas^  derramando  por  las  venas 
el  oculto  veneno,  con  que  enciendes  la  pureza 
de  los  más  ciados  pechos.  Qué  cetro  ay  que  te 
pueda  hazer  resistencia,  teniéndolos  todos  a  tu 
dominio  sujetos?  Quién  ay  que  no  siga  tu  es- 
tandarte? Quién  puso  a  Troya  en  tanta  ruina 
y  desuentura,  que  d'ella  no  dexó  casi  cenizas? 
Quién  afeminó  el  robusto  y  fuerte  bra90  de 
Hercules,  y  puso  en  sus  vengadoras  manos,  en 
lugar  de  la  pesada  maza,  vna  ligera  rueca.' 
Sino  tú:  que  escudriñando  los  más  escondidos 
senos  del  mar,  en  su  profundo  abismo  a  los 
mudos  peces  enciendes,  a  las  aues  en  la  región 
del  ayre  no  perdonas;  ni  menos  a  los  brutos 
animales,  a  quien  traes  en  continua  guerra. 
Qué  braueza  muestran  los  feroces  leones,  los 
crueles  tigres ,  los  fuertes  toros  y  los  ligeros 
ciemos,  quando  se  sienten  heridos  de  tu  flecha? 
Al  fin,  todo  este  mundo,  y  el  que  no  vemos, 
no  es  otra  cosa  sino  vna  vnion  y  suaue  liga 
con  que  todas  están  trauadas;  tú  las  crias, 
conseruas  y  entretienes;  por  ti  respiran  y  no  se 
acaban ;  serian  los  hombres  peores  que  las  fie- 
ras si  til  no  fuesses  el  cebo  y  alimento  de  sus 
corazones.  Mas  ay  de  mí, que  con  ser  tan  benig- 
no, me  tines  qual  nueuo  Ticyo,  sin  esperanza 
de  mejorar  mi  triste  suerte.  (Sale  Violante). 
Vio.—  Qué  deuaneos  son  essos,  hijo  mid? 
Buelue  sobre  ti,  que  si  el  amor  te  ciega,  la  ra- 
zón te  deue  guiar,  conociendo  que  no  pretendes 
cosa  imposible,  y  que  la  violencia  y  aspereza 
del  deseo  impide  más  que  aprouecha  al  fin  de 
lo  que  se  intenta,  Ko  t'esquiues  ni  huyas  de  mí, 


pues  (como  tierna  madre)  voy  (teniendo  por 
propria  tu  pena)  tratando  de  darte  entera  satis- 
facion,  con  esperanza  de  hazerte  en  breue  con- 
tento. 

Mac. — Esso,  señora  mia,  es  (a  n)i  parecer) 
vender  el  pellejo  del  lobo  antes  de  cacarle.  En 
qué  funda  V.  m.  lo  que  se  promete,  viéndome 
mordido  de  vn  áspide,  sin  ningún  remedio? 
Estando  la  vida  tan  a  punto  de  perderse,  au- 
menta más  el  sentimiento  y  pena  la  tardan9adu 
la  muerte,  si  ya  no  mediessen  a  beuer  de  aíjue- 
11a  agua  de  Beocia,  que  dizen  quita  de  todo 
punto  la  memoria.  Mas  la  de  la  cosa  tan  ama- 
da, que  ya  está  impressa  en  mi  alma,  n(j  se  pue- 
de borrar,  si  la  vida  no  se  acaba. 

Vio. — Terrible  cosa  es  auer  de  contrastar 
contra  la  insolencia  de  tu  locura,  Dime,  por 
qué  te  afliges  y  desconfias  tanto?  Quien  dcssea 
sanar,  descubre  al  medico  la  dolencia. 

Mac. —  En  mal  de  muerte  no  ay  medico 
que  acierte,  y  assi  la  primera  cosa  que  desam- 
para al  paciente  es  la  esperanza  de  cobrar  la 
salud. 

1 7o. — La  escura  niebla  de  tu  passion  te  con- 
funde la  vista  de  los  ojos  d'el  entendimiento; 
que  si  con  prudencia  considerasses  el  fin  de  las 
cosas,  ninguna  (pnr  difficultosa  que  fuese)  te 
parecería  impossible. 

Mac. — Y  aun  por  serlo  esta  tanto,  no  pu- 
diendo  sanar  (como  Telepho)  sino  con  el  hierro 
que  me  hirió  (llenándome  tras  sí  mi  dolor)  des- 
espero de  la  vida,  si  bien  no  puedo  dezir  que 
bino,  pues  ni  amanece  ni  anochece  [¡ara  mí. 

Vio. — Huelga  de  tener  vida,  que  con  ella 
mucho  se  alcanija. 

^íac. — Y  quando  se  acaba  no  falta  nada,  y 
así  hagan  las  tristezas  a  su  voluntad,  que  en- 
tonces mi  mal  acabará  comigo. 

SCENA    1 111 

Violante,  Vigamon,  Uamiko. 

I  Vio.l- — Al  punto  que  sale  el  muerto  mari- 
do de  casa,  se  deuria  la  muger  yr  a  enterrar 
con  él  biua,  porque  no  llenan  tanto  mal  los  de- 
funtos  como  dexan  a  las  viudas  biuas.  Porque, 
fuera  de  innumerables  fastidios  y  cuidados  que 
las  cercan  y  acompañan  continuamente,  quedan 
tan  sujetas  a  la  ruin  fama,  que  aunque  hagan 
milagros  se  tiene  mala  sospecha  d'ellas.  Si 
andan  las  desconsoladas  limpias  y  asseadas, 
luego  las  lenguas  de  oro  las  leuantan  que  ra- 
bian. Si  van  al  descuido  mal  aliñadas,  no  falta 
quien  diga  que  la  ipocresia  atiende  más  al  pro- 
uecho  que  al  fausto,  y  que  ellas  s'entienden. 
Después  d'esto,  qué  trabajo  se  puede  compa- 
rar al  que  se  padece  en  el  gouierno  de  los  hijos? 
Orlándolos  de  pequeños,  con  tantos  de  los  ma- 


391 


orígenes  de  la  novela 


los  dias  y  peores  noches,  comportando  las  vi- 
ciosas amas,  guardándolos,  enseñándolos,  pro- 
ueyendolos,  teniendo  cuidado  de  aumentar  y 
conseruar  la  hazienda,  que  en  siendo  grandes 
dissipan  y  consumen  con  tantos  distrahimientos, 
malas  compañías,  pendencias,  juegos,  tragos  y 
amores,  con  que  dan  siempre  ocasiones  a  las 
tristes  madres  para  andar  fuera  de  sí  como  lo- 
cas sin  sentido,  sin  más  bien  ni  consuelo  de  no 
tener  Q)  quien  las  vaya  a  la  mano. 

^am.  — Señora  mía,  besólas  manos  a  V.  m. 
Vio.  —  Dios  os  guarde,  Ramiro;  huelgome 
mucho  de  veros  con  buena  disposición. 

Ram. — Lo  mesmo  puedo  yo  dezir,  aunque 
en  el  rostro  muestra  V.  m.  yr  descontenta. 

Vio. —  Amarga  de  mí,  no  es  mucho  que 
s'eche  de  ver  en  él  la  passion  de  que  el  coraron 
anda  lleno:  estoy  tan  cansada  del  mundo,  que 
desseo  se  acabe  ya  esta  miserable  vida. 

Bam. — Santo  Dios,  qué  oyó?  Puede  tener 
ocasión  para  tanto  aborrecerse  vna  señora  prin- 
cipal, honrrada,  rica,  estimada,  con  dos  hijos  y 
vna  hija  que  valen  vnas  Indias? 

Vio. — Yo  tengo  más  bienes  de  los  que  se 
parecen  de  fuera,  que  merezco;  pero  en  mi  es- 
píritu, y  de  mis  puertas  adentro,  más  trabajos 
y  desgustos  que  puede  licuar  vna  muger  tan 
flaca  como  yo;  pues  pensando  descansar  quan- 
do  mis  hijos  fuessen  hombres,  tengo  ahora  con 
ellos  intolerables  penas. 

Eam. — Mucho  me  pesa  de  oyr  esso.  Ay  al- 
guna pendencia  que  los  inquieta? 

Vio.  —No  es  essa  la  causa;  más  estoy  por  de- 
zir que  es  otra  peer. 

.  Ram.  —  De  quien  ellos  son,  no  se  puede  pen- 
sar cosa  mala.  Digame  V.  m.  lo  que  ay. 

Fío.^Diréoslo,  como  a  persona  tan  de  mi 
casa,  y  asi  lo  tendréis  secreto  por  amor  de  mí. 
Ram.—'No  dude  V.  m.,  porque  quando  es 
menester    tengo    menos   lengua   que   vn  pes- 
cado. 

Vio. — No  creo  yo  menos  de  vuestra  perso- 
na. Aueis,  pues,  de  saber  que  yendo  Macias 
con  Damasio  (que  no  deuiera)  a  las  bodas  de 
Gemino,  vio  alli  a  Cassandra  su  hija  (que  es, 
como  deueis  de  saber,  en  extremo  hermosa  y 
agraciada),  y  quedó  tan  enamorado  d'ella,  que 
no  pudiendo  verla  después  acá  fpor  tenerla  el 
padre  de  manera  que  apenas  ve  Sol  ni  Luna) 
ha  dado  en  tan  terrible  melancolía,  que  no  bas- 
ta nadie  a  hacerle  comer  ni  beber,  sino  a  pura 
fuer9a;  haziendo  tantos  estreñios,  que  temo  no 
venga  su  mal  secreto  a  dar  en  manifiesta  locu- 
ra; y  para  remediar  esto,  voy  a  tratar  con  el 
señor  Aries,  su  suegro,  que  sea  medio  para 
que  se  la  dé  por  mug.r,  que  entiendo  nos  esta- 
rá bien  a  ambas  partes, 

(I)  En  el  original,  íemer.  ' 


Eam. — Essa,  señora,  no  es  cosa,  a  mi  pare- 
cer, que  aya  de  dar  tanta  pena  a  V.  m. 

Vio. — No  es  gran  mal  verme  a  punto  de  te- 
ner vn  hijo  loco? 

Ram. — No  seria  pequeño;  mas  no  deue  estar 
en  esse  peligro,  y  no  dudo  de  que  el  señor  Cer- 
uino  no  alce  los  ojos  al  cielo  en  oyendo  seme- 
jante embaxada.  Lo  rezio  fuera  quando  el  se- 
ñor Macias  la  pretendiera  por  otra  via;  que  en 
tal  caso  le  podríamos  atar  desde  luego,  pues 
seria  agua  hiruiendo  sobre  la  quemadura:  por- 
que yo  voy  cada  quinze  dias  a  afeitar  a  su  pa- 
dre, y  puedo  dezir  con  verdad  no  auerla  visto 
en  dos  años  tres  vezes. 

T7o.  — Haga  Dios  lo  quemas  sea  de  su  ser- 
uicio.  No  es  esta  la  casa? 

Ram.—  Sí,  señora.  Ta,  ta,  ta. 

Vig.—  Quién  llama? 

Ram.—  M\  señora  Violante  de  Cabrera  vie- 
ne a  hablar  al  señor  Aries. 

Vig. — Entre  su  merced  si  es  seruida,  que  yo 
le  voy  a  anisar. 

SCENA  V 
Lena,  Inocencio. 

[Zen.]. — Quiero  ver  si  aura  salido  de  casa 
aquel  maluado  de  Ceruino,  que  le  tengo  de  ar- 
mar vn  lazo  que  no  se  m'escape,  aunque  esté 
más  vigilante  que  una  grulla.  A  su  puerta  veo, 
si  la  vista  no  m'engaña,  aquella  buena  persona 
que  rae  libró  de  sus  malditas  manos;  sí,  él  es. 
Ahora  eg  tiempo  de  emplear  mis  cuentas  en 
beneficio  de  mi  bolsa:  quiero  entrarle  con  el  sa- 
brosso  peccado  del'adulacion,  bisbisando  mis 
oraciones.  E  ne  nosenducas,  libérenos,  rita  eter- 
na amen.  Señor  mió,  bien  auenturado  el  cuerpo 
que  por  l'anima  trabaja.  No  piense  que  lo  digo 
por  el  bien  que  me  hizo  librándome  de  la  furia 
de  aquel  su  Escaliote,  sino  porque  no  creerá  la 
fama  que  corre  por  toda  esta  ciudad  de  sus  vir- 
tudes y  buena  vida:  dichosa  yo  si  tan  sola  una 
vez  al  mes  se  acordasse  de  mí  en  sus  deuotas 
oraciones. 

In. — Yo  tengo,  hermana  mia,  tantos  pecados, 
que  no  me  bastarán  para  la  milésima  parte 
d'ellos;  mas  confio  en  la  gran  misericordia, 

Len. — Ella  sea  loada  sin  fin.  Digame,  amor 
mió,  ha  salido  de  casa  aquel  turco? 

/w.— Si  no  fuesedes  muger  y  apasionada,  os 
reprehenderla  acerbamente,  porque  no  se  puede 
dar  ese  nombre  a  ningún  cristiano. 

Len. — Y  qué  perro  ay  tan  rauiosso  como  él 
fue  comigo? 

In. — Cierto  que  yo  quedé  escandalizado  dé 
ver  lo  que  pasó.  Son  dias  infaustos:  otra  vez 
mira  con  qué  pie  entráis  en  casas  agenas. 
'    Len. — A  la  fe,  no  quedó  por  esso,  pues  en  lu- 


LA  LENA 


305 


nes  meti  el  derecho,  sin  tocar  al  lumbral  dv  la 
puerta.  Y  porque  no  soy  nada  agorera,  bueluo 
en  martes,  a  ver  si  no  estando  él  (no  le  quiero 
tomar  en  la  boca)  en  casa,  podré  dezir  dos  pa- 
labras a  la  señora  Marcia. 

In. — Ni  él  está  en  casa  ni  vos  la  podéis  ha- 
blar. Liberam  non  haheo  Jacultntem,  porque  me 
ha  mandado  que  no  la  dexe  ver  a  persona  nin- 
guna, aunque  venga  su  propria  sombra,  y  par- 
ticularmente a  bohonero  ni  corredora;  este  en- 
tiendo que  es  vuestro  trato. 

Len. — Triste  de  mí,  que  la  necessidad  me 
haze  algunas  vezes  vsar  d'esse  oficio,  por  no  dar 
en  otro  peor:  que  al  fin  es  ganar  el  pan  con  el 
sudor  que  Dios  manda. 

In. — Assi,  Unusquisque  propriam  mercedem 
accipiet  sectmdum  sman  laborcm.  Pero  porque 
os  tengo  lástima,  voy  procurando  que  se  os 
bueluan  vuestras  cosas.  Tenéis  familia  que  sus- 
tentar? 

Zen.— Familia  dize,  hijo  mió?  No  menos  de 
cinco  pobrissimas  hijas ;  las  cuatro  donzellas, 
como  tantas  perlas,  y  la  mayor  viuda  de  vein- 
te y  tres  años,  que  se  me  ha  buelto  a  casa  con 
dos  criaturicas,  y  asi  biuimos  con  la  miseria 
que  puede  pensar.  Y  por  no  auer  hallado  qué 
labrar,  ni  entrado  bocado  de  carne  en  mi  casa 
en  estos  tres  dias,  me  embiaron  a  vender  aque- 
llas galanterías,  algunas  iiechas  de  sus  proprios 
cabellos  (que  los  tienen  como  hebras  de  oro). 
Mire  quáles  estarán  las  desamparadas  ahora, 
auiendolas  quitado  en  esta  casa  lo  que  las  auia 
de  ayudar.  Hu,  hu,  hu. 

In. — Doleo  dolorem  tan?}}.  No  lloréis,  os  rue- 
go, que  me  rompéis  las  entrañas  de  compassion. 
Y  assi,  adeuinando  todo  esso,  lo  he  ya  puesto 
en  conciencia  al  señor  Ceruino.  Y  porque  Eri- 
gere  iacentem  debemus^  yo  le  boluere  a  hablar. 
Len.  —  A  tan  mal  hombre  quiere  ablandar 
con  palabras?  Guárdese  de  tal  cosa,  pues  sien- 
do vn  Faraón,  seria  para  más  endurecerle;  no 
le  pedirla  el  ojo  derecho,  aunque  me  le  vuiesse 
sacado.   Si  lo  pudiesse  alcanpar  de  la  señora, 
bien,  y  si  no,  sobre  su  alma  vaya,  porque  peor 
haze  quien  a  perro  viejo  incita.  L)exeme,   mi 
bendito,  besar  esas  santas  manos. 
/m.— No,  esso  no,  abí^it. 
Len. — Véale  yo  alcalde  de  corte. 
In. — Dios  os  acompañe. 
T^en. — Ahora  sí  que  que  va  bien  encamina- 
da Tagua  al  molino:  éste  es  sin  duda  de  aque- 
llos que  cuentan  de  la  tierra  de  Bauia,  donde 
los  trigos  se  siegan  con  escaleras;  al  fin,  el  que 
yo  he  menester.  Benditas  sean  mis  lagrimas,  y 
rebenditos  ojos,  que  tan  a  punto  las  dexais  caer. 
Estad  con  buen  ánimo,  que  y'os  prometo  tan- 
tas de  las  de  Alaexos  quantas  aueis  derramado; 
y  ya  es  tiempo  de  cumpliros  la  palabra,  porque 
no  puedo  más  paladear. 


SCENA  VI 
Damasio,  Cornelio. 

\Dam.]. — Crees,  Cornelio,  que  liará  Lena  al- 
gún buen  efeto? 

Cor. — Tengolo,  señor,  por  hecho;  y  si  falta- 
re, será  más  por  culpa  de  la  suerte  que  de  su 
diligencia:  si  ya  no  haze  cfimo  los  maliciossos 
cirujanos,  que  no  quieren  cerrar  las  llagas  por 
la  ganancia  que  tienen  d'ellas. 

Dam,  —Parécete  que  va  buena  la  carta? 
Cor. — Mal  año  para  quantos  de  a  real  las 
venden  en  Lisboa.  Va  que  ablandará  vna  jieña. 
Mas  si  por  desgracia  no^aprouechare,  que  no 
es  posible  (porque  las  hojas  verdes  muestran 
no  estar  el  árbol  seco)  a  dos  va  la  vencida:  echar 
otra  que  encienda  más  el  fuego. 

Dam. — Asi  la  tengo  ya  a  punto,  a  las  mil 
marauillas;  aunque  más  querría  que  no  fuesse 
menester. 

Cor. — Podrasse  creer  esso  sin  escrúpulo? 
Dam. — Sobre  mi  conciencia.  Has  visto  los 
estremos  que  haze  mi  hermano  con  sus  amores? 
Cor. —  5ío  es  marauilla,  por  ser  los  primeros, 
que  son  siempre  como  el  calor  de  San  Loren90 
y  el  frió  de  San  Vicente,  que  dan  mucha  pena 
y  duran  poco;  ó  fuego  de  paja,  que  presto  da 
llama  y  muere. 

Dam.  -  Cierto  que  no  es  mi  amor  de  menos 
quilates  que  el  suyo,  aunque  no  m'encierro  a 
llorar,  ni  doy  tantos  suspiros  como  él;  y  no  creo 
poderse  acabar,  no  sólo  tan  presto  como  tú  di- 
zes,  mas  en  ningún  tiempo. 

Cor. — Bueno  es  esso  para  Cornelio,  que  por 
no  ser  filósofo  no  sabe  dar  más  razón  de  que 
(con  soportacion  de  V.  m.)  no  lo  cree. 
Dam. — Por  que  no  lo  cr'es? 
Oor, — Ya  he  dicho  que  no  lo  alcan90;  mas 
por  auer  estado  con  otros  amos  enamorados 
(a  quien  via  oy  fuego,  mañana  nieue  y  aborre- 
cer un  dia  lo  que  otro  amaron)  me  lia  hecho  la 
esperiencia  incrédulo. 

Dam. —  Sabes  a  quién  acaece  assi? 
Cor.— A  todos. 

Dam. — Esso  no,  saco  mi  blanca.  Solamente 
a  aquellos  que  aman  a  mugeres  de  poco  valor; 
que  como  para  su  fuego  cortan  la  leña  en  pe- 
queño monte,  al  mejor  tiempo  se  les  acaba. 
Mas  cómo  podré  yo  esperar  qu'el  mió  se  con- 
suma, siendo  infinita  la  belleza  y  el  valor  de 
quien  es  la  leña  y  el  fuego,  donde  suaueniente 
estoy  ardiendo,  y  puedo  dezir  (pie  nunca  buel- 
uo a  verla,  que  no  halle  en  ella  nueuas  gracias? 
Cor.— Y.  m.  ha  entrado  en  materia  donde 
yo  no  ahondo  vn  palmo;  y  assi  podra  echar  li- 
bremente por  donde  fuere  seruido,  y  yo  entre- 
tanto creeré  lo  que  me  pareciere.  Mas,  si  vale 


396 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


dezir  verdades,  no  veo  en  ella  tantas  cosas  como 
el  ciego  Amor  haze  ver  a  V.  m.,  que  según  le  da 
a  entender,  nunca  se  vieron  venir  de  la  India 
Oriental  tantas  joyas  (^)  preciossas. 

Dam. — A  lo  menos  ninguna  de  tanto  valor; 
ni  ha  salido  de  Vizcaya  mayor  asno  que  tú. 

Cor.  -  Esse  es  el  premio  que  recibe  el  que  no 
sabe  hablar  a  sabor  del  paladar. 

Dam. — A  lo  menos,  el  que  merece  quien  es 
tan  grosero  como  tú,  que  hasta  ahora  rae  has 
tenido  engañado  con  tus  bachillerias,  creyendo 
que  sabías  más  de  achaque  de  perfecciones;  no 
sé  cómo,  o  por  qué,  no  te  he  sembrado  los  dien- 
tes en  esa  blasfema  boca. 

Cor. —  Porque  me  saltarían  d'ella  hombres 
armados,  como  los  del  sembrado  de  Cadmo; 
pero  no  contra  V.  m.,  aunque  más  injurias  me 
diga. 

Dam. — Di,  necio,  no  se  ve  claramente  que 
Amor  tiene  en  aquella  frente  su  potencia  y  tri- 
bunal, pues  con  vn  solo  mouimiento  desdeñoso 
o  alegre  condena  a  muerte  y  da  vida  a  quien  la 
mira?  Si  se  apartasse  la  escura  niebla  de  tu  poco 
entendimiento,  verlas  aquel  cabello  de  color  del 
sol,  como  encadenadas  sortijas  de  oro,  partido 
en  ordenes,  por  el  dilatado  espacio  de  su  fren- 
te. Las  cejas  ser  dos  enarcadas  lineas,  con  cier- 
ta magestad  tan  vencedora,  que  nunca  la  mos- 
traron tal  los  arcos  triunfales  de  los  Augustos 
de  Roma.  Las  orejas  pequeñas  y  puestas  en 
lugar  tan  medido  y  compassado,  que  la  lierra 
menos  igualmente  dista  de  las  circunferencias 
del  cielo  qu'ellas  d'el  sitio  conueniente.  Los 
ojos  de  tan  peregrina  y  nueua  gracia,  que  en 
ellos  claramente  se  ve  la  risa  abra9ada  con  la 
grauedad;  tan  dulces  en  el  mouimiento,  que  el 
ayre  circunuczino  muestra  quedar  enamorado  y 
desseosso  de  introducirse  en  ellos.  La  niña  de 
dentro  (o  ojo  del  ojo)  tan  puramente  negra,  que 
considerando  después  la  luz  de  la  plateada 
yema,  parece  que  está  la  noche  recogida  en 
aquel  pequeño  circulo,  por  defenderse  de  la  se- 
renidad qu'en  torno  la  ciñe.  Que  el  parpado 
que  los  cubre  es  blanquissima  nuuezilla  delante 
de  la  cara  del  sol,  o  cataracta  d'el  cielo,  que 
abriéndose  descubre  los]  biuos  resplendores  del 
Parayso,  y  cerrándose  queda  por  consuelo  la 
mesma  materia  celeste.  Que  las  largas  y  som- 
brías pestañas  son  puras  violetas  que  s'espejan 
a  la  orilla  de  cristalina  fuente.  Que  de  las  me- 
xillas  de  su  perfectissimo  rostro  es  la  tez  de 
tanta  blancura  y  lustre,  que  enfrena  la  imagi- 
nacion'para  no>er  lo  que  falta  (si  falta  puede 
llamarse  aquello  que,  aunque  no  se  tenga,  no  se 
siente  faltar).  El  perfil  de  la  nariz,  que  parece 
estar  en  medio  de  aquel  hermoso  teatro,  como 
cuchillo  debaxo  de  cuyo  filo  inclina  y  pone  la 

0)  lojas  se  lee  en  el  original. 


embidia  su  cuello.  Que  la  tierua  y  con  dulce  re- 
llene proporcionada  boca  ( pronunciadora  de 
tantas  sentencias  y  gracias,  que  por  no  dar  en 
el  infinito,  no  quiero  contar)  merece  que  algún 
ángel  la  predique  con  las  demás  bellezas:  como 
los  dientes  de  perlas,  el  cuello  de  marfil  y  las 
manos  de  alabastro.  Baste  dezirte  que  la  dicho- 
sa alma  (regidora  de  aquella  preciosa  materia) 
la  informa  y  mueue  con  tan  dulces  y  alegres 
ademanes,  que  no  se  puede  mirar  sino  con  ojos 
de  Satyro. 

Quid  laudem  fémur,  aut  femori  confiniamemhra. 
Has  tractare  iuuat,  pothis  qvaiii  ducere  partes. 

Cor. — Ahora  confiesso  que  oyr  esas  cosas  me 
ha  hecho  gemir  tacita  y  recalcadamente  en  lo 
íntimo  de  las  entrañas,  como  el  cansado  caua- 
lio  quando  acaua  de  orinar. 

Dam. — Ha,  ha,  ha.  Dígote  cierto  que  quan- 
do pienso  en  sus  diuinas  partes,  estoy  en  duda 
si  la  deuo  llamar  muger  o  ángel. 

Cor. —  No  la  pongamos,  señor,  tan  alta  que 
la  perdamos  de  vista,  que  todauia  me  quedo 
yo  en  mis  treze,  y  no  me  sacarían  de  aqui  los 
doze  Pares  de  Francia. 

Dam. — Esso  creo  yo,  porque  tu  vista  no  es 
capaz  de  cosas  tan  altis. 

Cor. — Los  ojos  humanos  no  pueden  (según 
dizen)  percibir  las  cosas  sino  por  las  formas  de 
su  conocimiento;  pero  no  nace  de  ay. 

Dam. — Pues  de  qué  procede  tu  ignoran- 
cia? 

Cor.  —  De  saber  qu'es  muy  proprio  de  ena- 
morados tener  a  sus  damas  por  más  hermosas 
de  lo  que  son.  Y  assi  yo,  como  uno  d'ellos  (que 
por  ruin  que  sea  el  asno  tiene  su  cola),  creo 
sin  ninguna  duda  que  la  niia  es  (sin  compara- 
ción) la  más  bella  del  mundo,  y  que  (por  mi 
buena  ventura)  no  aura  ojos  que  tengan  vir- 
tud para  conocer  su  rara  hermosura,  tan  per- 
fecta como  ella  es  y  yo  la  contemplo.  Qué  me 
dirá  V.  m.  a  esto? 

Dam.—  Qu'eres  vn  loco  desatinado. 

Cor. — A  lo  menos  atinado  en  esto,  y  dexaré 
de  contar  por  estenso  suo  estremadas  gracias, 
porque  iio  quiero  poner  en  condición  mi  salud 
y  el  reposso  de  V.  m. 

Dam. — Es  costumbre  natural  de  los  necios 
celosos,  que  temiendo  que  lo  que  aman  se  me- 
jore, o  lo  vituperan,  o  callando  ocultan  lo 
bueno  que  a  su  parecer  tienen.  Mas  aunque 
creo  que  está.s  también  en  este  engaño,  holga- 
ría de  oyrte  dezir  alguna  de  sus  gracias,  como 
si  desuariasses  con  calentura  o  estuuiesses  en- 
demoniado. 

Cor. — Si  Cupido  es  el  demonio  de  la  forni- 
cación, más  merece  el  que  le  sigue  esse  nombre 
qu'el  d'enamorado. 


LA  LENA 


397 


Dam.  —  Ya  te  ha  entrado  el  espirita  malino; 
prosigue. 

Cor. — Son  tan  innumerables  sus  pcrfecio- 
nes  como  las  estrellas  del  cielo,  porque  de 
quanto  Naturaleza  ymede  dar,  la  hizo  vn  esco- 
gido compendio,  adonde  se  hallan  todas  juntas 
en  su  perfecto  ser.  Si  V.  ni.  tuuiese  ventura 
de  ver  la  gran  proporción  y  orden  que  tan  cu- 
riosamente osseruó  en  su  rostro,  cont'essaria  por 
fuerza  que  el  cielo  ha  derramado  sobr'ella  quan- 
tos  tesoros  de  gracias  tiene  que  repartir,  y  que 
merece  ser  celebrada  por  el  más  esquisito  mila- 
gro de  hermosura. 

Dam.  —  Tente,  dame  la  mano,  no  quiero  que 
passes  más  adelante  por  que  no  cayas.  Pero 
sepa  yo  ahora,  quicen  es  essa  albóndiga  de  gra- 
cias? 

Cor. — Es  verdad  que  me  auergoníaré  de 
nombrarla.  La  señora  Policena,  hija  de  Ramiro 
Coruato,  insigne  baruoro. 

Dam. — Quándo  menos?  A  fe  de  quien  soy 
que  lo  sospechaua.  Vales  quanto  pessas  para 
loar  una  martingala.  Ha,  ha,  ha.  Ahora  sí  que 
puedo  dezir  que  el  deuaneo  ha  manifestado  tu 
modorra  o  locura.  Dala  tú  el  nombre  que  se  te 
antojare,  que  la  comparación  (dexando  aparte 
la  sangre  de  la  señora)  ha  sido  cierto  estre- 
mada. 

Cor.  —  Luego  los  caiialleros  dan  en  la  san- 
gre, sin  mirar  que  es  la  peor  cosa  que  las  niu- 
geres  tienen,  pues  las  haze  inútiles  los  seis  dias 
del  mes. 

Dam. —  Ha,  ha,  ha,  ha.  Mala  pascua  te 
venga,  vellaco  desuariado,  que  me  hazes  reir 
sin  gana.  No  más,  que  es  ya  tiempo  de  yr  a 
saber  lo  que  mi  señora  aura  hecho  con  Aries, 
que  no  veo  la  hora  de  salir  d'este  preñado. 

Cor.—  Antes  d'entrar  en  él. 

Dam. — El  diablo  te  lo  dixo. 

SCENA  Vil 
Ramiko,  Violante,  Damasio,  Cornelio. 

[_Ram.']. — No  ve  V.  m.  al  señor  üamasio 
que  nos  sale  al  camino? 

Vio. — Ya  le  he  visto.  Y  bien,  adonde  vas 
ahora,  pan  perdido? 

Dam. — Vengo  a  acompañar  y  seniir  a  V.  m. 
Pues,  señora,  podemos  esperar  algo  de  bueno? 

Vio.  -  Creo  que  sí,  porque  este  cauallero, 
auiendole  parecido  bien,  me  ha  prometido  de 
tratarlo  con  Ceruino  su  yerno,  y  hazer  de  ma- 
nera que  aya  effeto. 

Dam. — Es  tan  estraño  el  humor  de  aquel 
hombre,  que  lo  pongo  en  duda. 

Vio. — No  ay  razón  para  desconfiar,  y  mu- 
chas para  darlo  por  hecho;  y  assi  con  esta  bue- 
na e8peran9a,  anima  a  Macias,  que  te  cre'rá 


más  que  a  mí;  haz  de  manera  que  coma  y  se 
alegre.  ( Kntranse  Violante  y  Ramiro.) 

Dam.  —  Oyes,  Cornelio,  torna  presto. 

Cor. —  Dexeme  V.  m.  yr  primero,  que  si  no 
voy  no  podré  boluer  en  un  año, 

Dam. — Digo  qn'eres  un  Senequilia;  sea  assi. 
Ni  presto  ni  tarde,  mas  buelue  a  tiempo,  por- 
que no  se  nos  passe  la  ocasión. 

Cor. —  No  hará,  si  yo  la  asgo  vna  vez  del 
copete. 

Dam  — Temo  que  con  essas  chanchas  se  te 
ha  de  oluidar  a  lo  que  te  eml)io. 

Cor.—  Corria  peligro,  á  no  licuar  la  memo- 
ria en  la  mano;  detengome  aposta  porque  me 
parece  que  no  es  hora  de  hallarla  en  casa,  por 
ser  a  la  que  siempre  anda  a  ca^a  de  bouas. 

Dam. — Vete  por  donde  sospechas  que  puede 
acudir  y  mira  que  la  ofrezcas  grandes  Qosas. 

Cor.  —  Desde  ahora  la  ofrezco  al  León  del 
Moro  y  la  encomiendo  a  los  mochachos  de  la 
Plapuela  Vieja,  a  quien  toca  canonizarla,  que 
no  la  podrá  faltar  según  sus  buenos  passos. 

Dam. —  Haz  lo  que  te  digo,  camina. 

(Sale  Ramiro.) 

Dam. — Ramiro  amigo,  mañana  os  espero,  y 
no  se  os  oluide  Tagua  de  olor  que  me  aueis  pro- 
metido, que  no  la  quiero  perder. 

Ram. —  ho  que  parece  V.  m.  al  señor  Cu- 
ruca su  padre,  que  nunca  oluidó  cosa  que  le 
prometiessen. 

Dam. — Ya  os  entiendo:  el  que  trae  la  cuer- 
da anastrando  no  está  libre;  hagamos  ambos 
nuestro  deuer,  que  yo  me  acuerdo,  como  ve- 
réis. 

Ram. — De  mi  parte  no  aura  falta.  Beso  las 
manos  a  V.  m.  Assi  se  han  de  tratar  estos 
aprendizes:  cómo  le  he  dado  en  los  cascos! 
Mejor  se  los  rompan  qu'él  me  saque  Tagua,  si 
no  viene  el  vino.  A  Policena  con  esso. 

SCENA  VIH 
Ramiro,    Cerüino. 

[/?a?«.].  — Bien  dizen  que  los  harneros  todos 
parece  que  comen  carne  de  lechuza,  porque  no 
pueden  guardar  secreto;  ni  yo  veo  la  hora  de 
topar  al  señor  Ceruino,  para  bomitar  el  d'el 
casamiento  de  su  hija,  que  ya  estoy  rebentando; 
alli  viene. 

Cer. — Qué  ay  por  acá,  Ramiro? 

Ram. — Vengo  de  acompañar  a  mi  señora 
Violante  de  Cabrera,  que  ha  estado  en  casa 
del  señor  Aries. 

Cer. — En  casa  de  mi  suegro  la  señora  Vio- 
lante? 

Ram. — La  mesma  en  casa  del  mesmo;  y  si 
snpiesse  V.  ni.  la  causa,  podría  ser  que  le  fuese 
de  mucho  contento. 


k 


398 


orígenes  de  la  novela 


Cer. — Cosa  del  diablo  es  la  libertad  que  se 
toman  estas  viudas,  que  so  color  de  no  tener 
quien  les  haga  las  cosas,  están  siempre  con  los 
mantos  acuestas ;  no  me  quitarán  de  la  cabera 
que  no  es  agua  limpia. 

Ram. — Es  possible  que  vna  persona  tan  pru- 
dente haga  esse  juizio  temerario,  auiendole  di- 
cho que  si  supiesse  a  lo  que  ha  ydo,  por  ventura 
le  daria  contento? 

Cer. — Y  hasta  que  sepa  otra  cosa  me  estaré 
en  mis  treze.  Pues  qué  ay? 

Ram. — No  me  han  dado  tanta  licencia, 

Cer. — Ya  sabéis  mi  humor;  dezí  presto  lo 
que  sabéis,  no  me  hagáis  entrar  en  alguna  mala 
sospecha. 

Ram. — No  podrá  ser  peor^  a  mi  parecer, 
aunque  me  tarde;  no  es  razón  que  yo  me  atre- 
ua  a  dezir  lo  que  toca  al  señor  Aries;  mas  si 
se  contenta  de  entender  el  caso,  sin  las  perso- 
nas, yo  lo  diré. 

Cer. — Dezímelo  como  quisieredes  y  sea  luego. 

Ram. — Que  me  place.  Tratarán  a  V.  m.  an- 
tes de  mucho  tiempo  de  vn  cierto  matrimonio. 

Cer.—  Mira  con  qué  me  sale,  después  de 
muy  regateado:  todo  esso  era?  Oxala  fuesse  de 
deshazer  el  mió. 

Ram. — Si  creyesse  que  V.  m.  lo  entiende 
assi,  me  atreueria  a  dezirle  que  no  tiene  razón, 
porque  es  muy  embidiado  de  la  ventura  que  ha 
tenido  en  topar  con  vna  señora  tan  principal 
de  sangre,  hermosura  y  virtudes.  Pues  qué 
labores  salen  de  sus  manos! 

Cer. — Podríaos  yo  responder  lo  que  el  caua- 
llero  romano  a  vno  de  sus  familiares,  que  le 
dixo  otro  tanto,  mostrándole  vn  pie:  Vos,  ami- 
go, solamente  veis  que  este  9apato  es  nueuo  y 
bien  (*)  hecho,  pero  no  podéis  saber  dónde  me 
lastima.  Mas  quién  os  ha  dicho  lo  que  Marcia 
sabe  hazer  de  sus  manos?  No  pensé  que  sabia- 
des  tanto  de  su  hazienda  como  dezis. 

Ram. — Selo  por  auer  seruido  la  casa  de  su 
padre  veinte  años,  y  auer  traido  a  su  merced 
más  vezes  en  estos  bracos  que  tengo  pelos  en 
la  barua. 

^Cer. — Que  tan  grande  seria  entonces  Mar- 
cia, a  vuestro  parecer? 

Ram. —  Por  qué  lo  pregunta  V.  m.? 

Cer.— Por  saber  la  edad  que  tiene  ahora, 
que  sobr'ella  andamos  siempre  en  pleito. 

Ram. — Será  (si  bien  me  acuerdo)  de  veinte 
y  tres  a  veinte  y  quatro  años.  Mas  boluiendo 
al  casamiento,  mire  V.  m.  que  quiero  mis  albri- 
cias si  se  haze.    . 

Cer. — Si  las  queréis  ganar,  aueisme  de  dezir 
de  quién  ha  de  ser. 

Ram. — Yo  lo  diré,  pero  con  condición  que 
no  lo  ha  de  saber  otro  ninguno. 

(*)  Biti,  por  errata,  en  la  edición  de  Milán. 


Cer. — No  ayais  miedo. 

Ram. — De  la  señora  Cassandra,  con.vn  ca- 
uallero  que  pierde  el  seso  por  ella. 

Cer. — Pues  de  dónde  le  viene?  Cómo  o  por 
qué  la  quiere? 

Ram. — No  sé,  señor.  Yo  tengo  que  hazer; 
no  quiero  nada  de  V.  m.  . 

Cer. — Espera,  espera,  qué  priessa  tenéis?  Ay 
alguna  muela  que  sacar? 

Ram. — A  vna  señora  que  está  rauiando,  y 
ya  rae  tardo. 

Cer. — Rauia  mala  la  mate;  sácaselas  todas  a 
mi  quenta.  Mas  dezíme,  cómo  es  posible  que 
aya  quien  esté  enamorado  de  mi  hija,  no  la 
pudiendo  ver  persona  biua? 

Ram. — No,  sino  el  dia  que  V.  m.  se  casó. 

Cer. — En  vna  hora? 

Ram. — En  vn  boluer  de  ojos  se  pega  aquel 
mal;  qu'es  como  el  arcabuzazo,  que  antes  hiere 
que  se  oya. 

Cer. — Y  quién  es  (Dios  nos  defienda  del) 
el  galán  de  tan  seco  coraron,  que  tan  presto  se 
encendió? 

Ram. — V.  m.  lo  imagine,  que  yo  no  sé  otra 
cosa. 

Cer. — Vais  en  buen'hora.  Bien  dixo  Ale- 
xandridas  que  el  dia  de  las  bodas  es  el  princi- 
pio de  muchos  males.  Quien  trata  con  lobos 
traiga  el  perro  al  lado.  Deurian  los  que  go- 
uiernan  sus  casas  con  tanto  descuido  ser  pues- 
tos en  vn  palo.  A  dicho  de  este  buen  hombre, 
yo  estoy  qual  digan  duelos:  él  ha  seruido  a  mi 
suegro  veinte  años:  dize  que  Marcia  tiene  qua- 
tro más;  que  la  ha  tenido  en  los  bra90S  tantas 
vezes,  y  esto  seria  por  lo  menos  a  los  nue[ue]  o 
diez.  El  doctor  Cornejo  dize  que  halla  en  sus 
libros  auerse  empreñado  algunas  mugeres  de 
aquella  edad.  Mira  (por  amor  de  mí)  qué  ali- 
ño para  que  no  le  passen  al  hombre  por  la  ima- 
ginación mil  sombras  y  fantasmas  espantosas. 
Desdichado  de  quien  tiene  su  honrra  en  tan 
roedora  carcoma,  que  no  le  da  vn  momento  de 
reposso.  Mas  quién  puede  ser  este  tan  enamo- 
radizo? No  entiendo  cómo  ha  sido:  la  donzella 
de  suyo  no  es  maliciosa;  está  bien  guardada; 
Marcia  es  su  madrastra,  y  no  la  incitará  el  amor 
que  la  tiene  a  sacarla  de  donde  está  para  que 
nadie  la  vea.  Pero  con  todo  esto,  no  se  han 
mouido  sin  causa  estos  tratos  que  dize  Ramiro. 
No  sé  qué  me  pueda  hazer  más,  ni  qué  me 
traigo  en  esta  cabera,  que  terriblemente  me  in- 
quieta. Foi'tis  imaginatio  general  casum.  No 
querría  que  me  sucediesse  lo  que  al  otro,  que 
por  auerse  hallado  a  vn  juego  de  toros  soñó 
aquella  noche  que  tenia  cuernos,  y  amaneció 
con  ellos  en  la  frente.  Si  el  destino  no  se  pue- 
de vencer  y  mi  cuidado  no  basta,  déme  quien 
es  poderosso,  para  rimediar  mi  pena,  pa- 
ciencia. 


LA  LENA 


899 


SCENA  IX 

Cerdino,  Inocencio,  Bezerrica. 

[Cer.].—Ta,  ta,  ta. 

In. —  Quién  llama? 

Cer. — Yo  soy,  llama  a  Bezerrilla  ('). 

Bez. — Aquí  estoy,  señor. 

Cer. — Adonde  has  estado  dende  que  yo  salí 
de  casa? 

Bez. — Donde  V.  m.  me  manda  que  esté. 

Cer. —  Di  la  verdad,  vellaquillo. 

Bez. — Allí  he  estado,  por  vida  de  mi  madre. 

In. — Dize  lo  que  es  cierto,  por  esta  ánim.a 
pecadora. 

Cer.  —  Quie'n  os  pregunta  nada?  entraos 
allá. 

In. — Linguam  fallax  non  amat  veritatem. 

Cer. — No  te  has  quitado  de  aquí? 

Bez. — Nunca,  sino  quando  mi  señora  me 
llamó  para  limpiar  el  estrado. 

Cer. — Y  mientras  tú  lo  hazlas,  baxó  ella 
abaxo? 

Bez. — No,  señor. 

Cer. — Y  el  Bachiller  subió  arriba? 

Bez.  — Tampoco. 

Cer. — Quién  ha  hablado  con  él? 

Bez. — Ninguno,  que  yo  aya  visto. 

Cer.— Y  oydo? 

Bez. — Ni  oydo,  sino  al  mismo  cantando  sus 
latines. 

Cer. — Qué  vestidos  traia  aquel  que  estuuo 
aquí? 

Bez. —  Quién,  señor? 

Cer. — El  que  vino  a  visitar  a  tu  ama. 

Bez. — Yo  no  he  visto  sino  aquel  gatazo  ne- 
gro que  viene  siempre  a  visitar  la  cocina. 

Cer. — Donosso  os  me  hazeis,  y  aun  esso  es 
lo  que  yo  he  menester;  entra,  entra  en  casa, 
que  vos  soys  una  mala  pie9a. 


ACTO     SEGVNDO 

SCENA  I 
Lena,    Inocencio. 

\Len.\. — Cornelio  ha  venido  a  sacarme  de 
casa  con  vn  par  de  ducados.  Mal  año  para  quan- 
tos  auogados  ay  en  Chancilleria,  y  vna  higa 
para  mí,  si  les  fuere  a  consultar  la  causa  del 
señor  Damasio,  en  la  qual  sé  más  que  Presi- 
dente y  Oydores,  y  aun  estoy  por  dezir  que 
todos  los   alcaldes   quando  más   están   en   su 

(•)  Bezerilla  en  la  edición  de  Milán;  no  esta  eola,  sino 
muchas  veces. 


Acuerdo.  Si  aun  no  estando  el  horno  caliente 
se  muestra  tan  liberal,  (¿ué  puedo  esperar  quan- 
do los  fauores  de  la  dama  anden  en  su  punto? 
Sus,  Lena,  manos  a  la  labor;  válgate  ahora  tu 
ciencia  y  abilidad;  haz  como  quien  eres.  Mas 
tantas  vezes  va  la  cabra  a  las  coles,  que  dexa 
el  pellejo.  Animo,  que  las  mercancias  de  mu- 
cho prouecho  no  se  adquieren  sino  con  gran 
peligro:  es  esta  la  primera  de  tus  hazañas?  Sí, 
que  tan  mercader  queda  quien  pierde  como  el 
que  gana  (').  Mas  qué  digo?  Veisme  aqui  libre 
y  escusada  de  yr  a  casa  d'el  Cauallero  d  el  Vni- 
cornio,  pues  viene  alli  mi  Doctor,  con  tantas 
letras  sobre  el  bonete,  que  le  haré  creer  que  las 
anguillas  no  son  peces.  Benedictus^  benedicta 
et  in  sécula,  sed  libranos  de  mal,  amen.  En 
hora  buena  vea  yo  a  mi  l)uen  señor.  Sin  duda 
que  vendrá  ya  de  visitar  algunas  santas  casas. 
Al  fin,  no  vale  otra  cosa  de  esta  vida  sino  el 
auerse  empleado  con  caridad  en  buenas  obras; 
qu'el  bien  hazer  nunca  se  pierde.  Dichosa  ma- 
dre que  tal  hijo  parió,  que  yo  apenas  he  tenido 
tiempo  para  passar  mi  corona,  por  auerme  ocu- 
pado en  remendar  vnas  camisas  a  ciertos  rome- 
ros que  van  a  Cerneros. 

In. — Dig'os  verdad,  que  estando  en  casa 
(con  sobrarme  tiempo)  no  puedo  recorrer  mis 
estudios,  y  así  me  voy  al  cimenterio  de  la  Mag- 
dalena a  dezir  mis  deuociones;  por  eso  ved  lo 
que  me  mandáis. 

Len. — Bueno  seria  mandar  a  quien  desseo 
seruir  de  ojos.  liase  V.  m.  acordado  de  lo  que 
me  prometió? 

In. — Aunque  no  le  he  oluidado,  no  he  podi- 
do hazer  nada  con  mi  señora,  por  ser  su  mari- 
do muy  sospechoso;  mas  no  perderé  la  ocasión. 

Len. — Mayor  caridad  que  essa  podria  hazer 
si  quisiese. 

In. —  Cnpio  rem  gratam  faceré.  Y  assí  decí- 
me  en  qué,  que  siendo  como  dezis,  me  emplea- 
ré (como  veréis)  ex  tato  cor  de. 

Len. — Es  obra  tal  que  si  en  acabándola  mu- 
riesse,  granizaría  el  cielo  angeles  para  llenarle 
al  Paraíso. 

In. — Yo  no  desseo  sino  hazer  bien. 

Len. — Y  tal  bien  como  éste!  Qué  cosa  ay  de 
más  merecimiento  que  escusar  los  escándalos 
que  puede  auer  entre  dos  grandes  linages!  Qué 
digo  dos  linages?  En  dos  ciudades,  donde  po- 
drian  nacer  tantas  enemistades,  que  muriessen 
personas  sabe  Dios  quántas. 

In. — Decíme,  pues,  lo  que  es  presto,  que  se 
me  haze  tarde. 

Len. — Es  vna  de  las  grandes  cosas  que  aura 
oydo  en  su  vida;  pero  por  el  padre  que  l'en- 
i^endró,  (jue  quando  por  cuitar  estos  escándalos 
no  lo  quiera  hazer,  ni  emplearse  en  tan  santa 

(')  En  la  edición  de  Milán,  cana 


k 


400 


orígenes  de  la  novela 


obra,  no  diga  palabra  a  persona  del  mundo: 
que  si  yo  no  supiesse  con  quién  hablo  y  quánto 
pueda  ayudar  a  remediarlo,  antes  me  ¿exara 
coser  la  boca, 

Tn. — Quis  est  quem  tibí  /ídmn  praestare  pos- 
fti'si^  Seguramente  lo  podéis  dezir.  Com'os  lla- 
máis? 

Len. — Tengo  (con  reuerencia)  más  nombres 
que  vn  menudo  de  (*)  puerco.  Lena  Corcuera 
(le  Cienfuegos,  natural  de  Valuerde,  a  su  man- 
dado. 

In. — He  conocido  yo  de  essos  apellidos  per- 
sonas muy  honrradas  y  en  grandes  puestos. 
Era  por  ventura  vuestro  pariente  Corcuera, 
Maestresala  del  Conde  de  la  Gomera,  que  vino 
a  ser  Tesorero  del  de  Oñate  y  murió  Contador 
del  Marques  de  Falces? 

Len. — Al  fin,  como  hombre  de  letras,  ha  sa- 
cado en  limpio  vn  parentesco  que  no  le  hallará 
vna  hanega  de  trigo.  No  fue  menos  que  her- 
mano de  mi  padre,  que  fue  casado  tres  vezes,  y 
a  mí  me  vuo  en  la  segunda,  llamada  Calidonia 
de  Cienfuegos. 

In.  —  Copia  flores  propinquorum.  Mucho  me 
huelgo  de  tratar  con  persona  de  tan  buena  cas- 
ta, y  así  señora  Llena  de  Cienfuegos,  tornemos 
ad  rem  nostram,  que  aqui  quedará  todo  segu- 
ramente enterrado. 

Len.  — Ha  de  saber,  pues,  que  vna  gran  don- 
zella...  (mire  que  va  en  secreto). 

In. — Assi  lo  tomo  yo:  Tacitum  relínquam, 

Len. — Prima  hermana  de  la  señora  Marcia, 
instigada  del  enemigo  malo,  se  huyó  de  su 
casa  con  vn  cauallero. 

/n.— Prima  hermana  de  mi  señora?  Credi- 
bile  non  est.  Mira  lo  que  dezis. 

Len. — Primissima  digo. 

In. — Y  que  se  ha  huido? 

Len. — Huido,  y  aportado  a  esta  ciudad,  que 
ni  su  padre  ni  deudos  no  saben  d'ella,  ni  me- 
nos de  quien  la  sacó,  aunque  los  andan  bus- 
cando por  mil  partes,  haciendo  grandes  dili- 
gencias y  promessas  para  hazer  crudo  estrago 
en  quantos  hallaren  culpados;  mire  qué  derra- 
mamiento de  sangre  Be  verá  y  quántos  renco- 
res, para  nunca  cesar  las  enemistades.  Ahora 
la  pobre  donzella  está,  conociendo  su  error, 
arrepentida;  dessea  meterse  en  algún  monaste- 
rio, por  medio  de  la  señora  su  prima,  y  que 
aquel  cauallero  se  buelua  a  su  casa  a  dar  mues- 
tra de  sí,  para  que  no  se  entienda  auerla  él  sa- 
cado. Y  esto  no  se  podría  venir  a  saber  sino 
por  boca  de  V.  m. 

In, — Ya  os  he  dicho  que  n'os  os  dé  pena 
esso,  porque  yo  hago  las  cosas  debaxo  de  las 
faldas. 

Len, — Tanto  que  mejor.  Podrasse  dezir  qué 

(I)  Da  se  lee  en  el  original. 


ella,  por  huir  de  las  vanidades  del  mundo,  se 
vino  de  su  motivo  al  olor  de  la  santidad  (^)  de 
las  monjas  d'esta  ciudad. 

In. — Rede  projecto.  Consilium  milii  tuum 
probatur. 

Len.  —  Prouado?  Si  V.  m.  la  viesse,  tendría 
más  lastima  d'ella,  porque  es  vna  rosa  de  diez 
y  seis  años,  aunque  ahora  está  tan  marchita  y 
afligida,  que  parece  vna  santica. 

In. — Pues  qu'es  lo  que  yo  podré  hazer  por 
ella  a  vuestro  parescer? 

Len. — Qué?  No  menos  que  darla  la  vida. 

In. — Luego  es  muerta? 

Len. — Poco  menos. 

In. — D'esa  manera  poco  haré  yo  en  resuci- 
tar los  biuos;  mas  vengamos  al  modo. 

Len. — A  esso  voy.  La  cuitadita.  informada 
de  algunas  personas  espirituales,  que  (por  su 
virtud)  la  han  dicho  ser  yo  la  que  deuria,  ha 
hecho  confianza  de  mis  tocas,  rogándome  que 
Ueue  o  embie  a  la  señora  Marcia  vna  carta  en 
la  qual  se  la  descubre  y  quenta  B  por  B  y  C 
por  C  el  caso,  pidiéndola  consejo  y  socorro  en 
su  tribulación.  Y  pues  V.  m.  dize  que  yo  no 
la  puedo  hablar,  si  quisiere  encargarse  de  hazer- 
la  esta  buena  obra  C'^),  aqui  la  traigo. 

In. — Pietalem  exerce.  Dádmela,  hermana 
mia,  que  yo  lo  haré  de  muy  buena  gana,  que 
cierto  la  obra  es  santissima. 

Len.  — No  querria  que  nos  vuiesse  visto  aquel 
enemigo  de  su  amo. 

In. — No  tengáis  miedo,  que  nunca  sale  de 
casa  si  yo  no  quedo  en  ella. 

Len. — Si  la  señora  después  de  auerla  conta- 
do el  caso  estuuiesse  dura,  diziendo  no  tener 
parienta  fuera  de  aqui  (porque  como  son  per- 
sonas de  calidad  no  quieren  a  las  vezes,  por  su 
lionrra,  acetar  lo  que  les  parece  vergon90SSo), 
digala  que  bien  se  puede  fiar  de  nosotros;  y 
acuérdese  de  que  la  primera  cosa  que  la  ha  de 
dezir  sea  que  la  dueña  a  quien  su  marido  trató 
tan  mal  le  ha  dicho  todo  esto  y  dado  essa  carta, 
que  creo  bastará  por  su  mucha  bondad. 

In. — Praestaho  quod  a  te  mandatum  est  li- 
bentissime.  Y  vso  del  superlatiuo  para  daros  a 
entender  con  quántas  veras  haré  lo  que  m'en- 
oomendais;  y  porque,  a  mi  parecer,  in  hoc  tota 
res  agitur,  quiero  boluerme  a  casa  a  ver  si  lo 
podré  poner  luego  en  execucion. 

Len. — Los  truenos  y  demoniaciones  le  acom- 
pañen. 

In. — Ellos  vayan  en  vuestra  guardia. 

Len.— Es  posible  que  haga  la  Natura  los 
hombres  y  que  no  se  acuerde  más  d'ellos?  No 
uerá  este  peda90  de  carne  con  ojos  vn  cuerno  en 
una  barreña  de  leche.  Bien  aya  la  burra  que  acá 

(')  Sentidad  en  el  original. 
(2)  Ibid,  obre. 


LA  LENA 


401 


le  traxo,  y  qué  bueno  es  el  hombre;  ya  no  podía 
sufrir  más  la  risa.  Gentil  centinela  para  un  an- 
tecuco como  su  amo;  bueno  se  le  va  poniendo 
el  cimero.  Lena,  Lena,  tú  si  que  te  puedes 
sola  llamar  nata  y  flor  de  las  mujeres  del  arte 
y  aun  de  los  doctores  de  Valladolid,  pues  has 
sabido  inuentar  de  repente  tan  estreinada  con- 
seja, y  tan  a  punto  y  bien  colorarla;  mas  tengo 
vna  lengua  que  corta  y  cose;  pero  contra  vn 
celoso  que  no  sale  a  cuento?  Al  fin  los  maes- 
tros hazen  bien  las  cosas.  Quiero  con  tan  buen 
pie  boluerme  a  mi  casa,  que  tengo  el  mal  del 
lobo  en  el  cuerpo,  y  después  yre  a  buscar  al 
señor  Damasio,  que  no  serán  de  oy  más  passos 
perdidos.  Amen, 

SCENA   II 
Aries,    Ramiro. 

|.lr. |. — Pareceme  que  es  ya  tiempo  de  yr  a 
hablar  a  my  yerno:  holgarme  ya  (')  mucho  de 
acertar  a  dar  gusto  a  la  señora  Violante,  que 
cierto  no  he  visto  muger  que  más  me  hincha 
el  ojo,  ni  que  con  tanta  gracia  diga  su  ra/.on. 
Cómo  me  venis,  Ramiro  (en  buena  fé),  a  pro- 
posito. (Sale  Ramiro.) 

Ilam. —  Tendria  a  buena  dicha  que  se  ot're- 
ciesse  en  qué  poder  seruir  a  V.  m.  Si  soy  bue- 
no para  alguna  cosa,  aquí  estoy  como  de  cera. 

Ar. — Sois  bonissimo  para  todo.  Ahora  voy  a 
tratar  con  Gemino  lo  que  mi  señora  Violante 
me  mandó. 

Ram.~Y.  va.  haze  como  quien  es. 

.■17-. — Todos  somos  obligados  a  seruir  a  se- 
mejantes personas. 

Iiam.--X  piensa  V.  m,  hazer  algo? 

Ar. — Espero  que  sí.  Mas  dezíme  (por  vida 
mia),  cómo  tenéis  tanta  amistad  con  ella?  A  fé 
i[ue  os  tengo  embidia. 

Rain. — He  sido  todo  de  su  marido  y  lo 
mesmo  soy  ahora  de  sus  hijos,  que  puedo  dezir 
auerlos  criado;  y  assi  tengo  aquella  casa  siem- 
pre abierta  para  cuanto  d'ella  he  menester. 

Ar. — (Jierto  que  la  dama  es  digna  de  ser 
amada  de  todo  el  mundo,  y  si  yo  por  vuestro 
medio  pudiesse  entraren  su  gracia  y  aleancar 
algún  l'auor,  sé  de  quánto  prouecho  os  seria. 

Rain. — Cómo  fauor?  No  se  piense  tal  cosa, 
que  se  le  haze  muy  gran  agrauio.  Si  me  dixes- 
se  V.  ni.  que  se  casarla  con  ella,  entonces  seria 
otra  cosa,  y  por  ay  llenármela.  Mas  cómo,  se- 
ñor, es  possible  oluidar  tan  presto  la  defunta? 
Bien  dizen  qu'el  dolor  de  muger  muerta  dura 
hasta  la  puerta. 

Ar. — No  sabéis  lo  que  dixo  Hippouactc, 
que  de  vn  casamiento   no  se   pueden  esperar 


(')  Es  decir,  la. 

ORÍGENES    DE    LA    NOVELA. 


sino  dos  dias  buenos:  el  de  las  bodas  y  el  de  la 
muerte  de  la  muger? 

Rain.—  También  dizen  ellas  que  no  ay  dia 
malo  sin  marido. 

Ar. — Dexemos  esso,  como  quiera  que  sea; 
dald'vn  tiento:  qu<'  sabemos?  Podéis  perder 
mas  que  las  palabras? 

Rain. — Vna  palabra  inquieta  toda  vna  vida; 
y  assi  no  seria  pequeño  daño  si  (como  me  po- 
dría succeder)  las  perdiesse  con  el  pellejo  para 
siempre:  pues  viniendo  a  oydos  de  sus  hijos, 
m'euibiarian  a  poner  tienda  al  otro  mundo, 
donde  nunca  he  podido  saber  la  ganancia  que 
tienen  los  harneros,  que  entiendo  andan  todos 
chamuscados. 

.I/-.— Bien  lo  podéis  hazer  diestramente, 
que  para  todo  tenéis  abilidad. 

Ram. — Aqui  sale  a  punto  d  señor  Ceruino. 

.4?-. — Anda  en  buen'hora,  y  mira  que  no 
me  oluideis. 

Nain. —  'No  haré  otra  cosa. 

SCENA  III 
Crruino,    Arirs. 

[Cer.]. — Señor,  adonde  en  hora  buena  tan 
temprano? 

Ar. — A  tratar  con  V.  m.  vn  negocio  que 
nos  importa  mucho. 

(Jer. — Maiidárame  (})  V.  m.  llamar,  que  yo 
le  vuiera  escusado  este  trabajo. 

Ar, — Desseaua  también  ver  a  mi  hija;  pero 
luego  yremos,  que  lo  hemos  de  auer  a  solas. 

Cer. — Como  V.  m.  mandare. 

Ar. — Dizen,  señor  Ceruino  (y  es  assij,  qud 
([ue  nos  quiere  por  parientes  nos  honrra,  por- 
que no  queriendo  dezir  otra  cosa  emparentar 
que  hazerse  pares,  quien  procura  ser  par  nues- 
tro presupone  que  nosotros  somos  mejores  que 
él;  porcpie,  naturalmente,  cada  vno  apetece  y 
pretende  su  aumento,  ó  verdadero  o  aparente. 
La  señora  Violante  de  Calirera,  muger  que 
fué  de  Satyron  Curuca,  ha  venido  a  mi  casa  a 
rogarme  que  proponga  á  \'.  m.  matrimonio  en- 
tre Macias  (q'es  el  menor  de  dos  hijos  que 
tiene)  y  la  señora  Cassandra.  Va  sabemos  que 
los  Curucas  y  Cabreras  son  de  las  casas  más 
antiguas  de  España,  y  que  su  calidad  y  hazien- 
da  son  de  las  mejores  d'esta  ciudad.  El  (a  más 
(le  dessearlo  nuicho,  por  estar  en  estremo  en- 
amorado de  las  buenas  partes  de  la  donzella) 
tiene  vna  mejorado  su  padre  de  mucha  impor- 
tancia; es  bien  diciplinado  y  virtuoso  (que  no 
importa  menos  que  el  ser  bien  nascido),  y  así 
soy  de  parecer  que  se  deue  abracar  el  partido. 

(!er. — No  se  puede  negar  lo  que  \'.  m.  dize 

(')  Kii  el  original.  ilmuUimme. 


-111.— -20 


402 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


(iiunque  seso,  diñen  >  y  bondad  no  es  siempre 
verdad).  Pero  dos  cosas  no  me  agradan:  la 
rna,  que  diziendose  que  se  la  he  dado  (si  se  la 
diesse)  sabiendo  que  estaña  enamorado  della 
(que  antes  de  ahora  me  ha  zurriado  en  las  ore- 
jas) seria  dar  a  entender  que  mi  hija  vuiosse  he- 
cho algnna  liuiandad  por  la  qual  me  fuesse 
for90sso casarla  con  él;  que  a  mi  parecer  es  ne- 
gocio de  gran  consideración.  Y  la  otra  es,  que 
yo  (por  hablar  claro)  no  querria  que  su  herma- 
no, con  esta  ocasión,  entrando  en  mi  casa,  in- 
tentasse  qué  sé  yo  de  Marcia;  que  es  muy  pro- 
prio  de  los  que  binen  a  costa  de  la  comunidad. 

ylr.— Essas  son  dos  friuolissiraas  razones; 
antes  muy  viles  escusas.  Quanto  a  la  primera, 
la  verdad  tiene  siempre  su  lugar;  y  quanto  a 
la  segunda,  digo  que  es  gran  vajeza  pensar  tal 
cosa,  que  deue  de  proceder  de  tener  poco  cré- 
dito de  vna  muger  tan  principal  y  virtuo.'-a 
como  mi  hija,  cuya  bondades  bien  conocida  en 
esta  ciudad,  y  crea  que  me  pessará  mucho  si 
perseuera  en  sus  estremos. 

Cer. — Está  bien,  señor,  yo  pensaré  en  ello  y 
responderé  a  V.  m.  con  breuedad. 

^1/-.  —  Dexesse  de  buscar  el  pelo  en  el  hueuo; 
yo  soy  de  parecer  que  se  acete  el  partido  y  que 
tratemos  quanto  antes  de  las  capitulaciones. 
Entrémonos  a  ver  a  Marcia. 

Cer.  — Malas  laucadas. 

SCENA  Tin 
C  o  R  N  E  L 1  o  ,    Magias. 

I  Cor.]. — Crea  V.  m.  que  perdemos  tiempo, 
porque  estoy  informado  de  vno  que  ha  seruido 
en  casa  más  de  vn  año,  que  no  la  dexa  ver 
ventana  sino  por  labileos,  y  si  sale  de  casa,  de 
manera  que  a  penas  se  le  pueden  ver  los  ojos. 
Lo  demás  del  tiempo  está  tan  pressa,  como  si 
vuiesse  hecho  algún  maleficio. 

Mac  — Vamos,  que  con  todo  csso,  quiero 
imitar  al  elefante,  que  no  pudiendo  nadar  se 
contenta  con  pasearse  a  la  orilla  del  rio;  porque 
ver  las  paredes  que  guardan  mi  preciosso  tesoro 
me  será  como  refrescarme  en  1  ardiente  sed 
que  por  verla  padezco,  y  consuelo  para  los  ojos 
corporales  (embidiossos  de  los  d' el  entendimien 
.to)  que  con  mi  gran  daño  la  v"en  siempre. 

Cor  — No  puede,  señor,  vno  ser  buen  criado 
y  adulador;  quiere  V.  m.  que  le  diga  lo  que 
entiendo? 

Mac. — Di  loque  quisieres. 

Cor. — Con  essa  licencia  me  atreucré  a  dezir 
lo  que  el  filosofo  Paiiecio  respondió  a  vn  moco 
que  le  preguntó  si  seria  bien  que  vn  sabio  fues- 
se enamorado:  Dexemos  estar  al  sabio,  mas  lú 
y  yo,  que  no  lo  somos,  no  nos  empeñemos  en 
cosa  tan  combatida  y  violenta,  que  haze  a  Irs 


liombres  esclauos  de  otros  y  menos  preciados 
de  sí  mesmos. 

Mac. — Es  muy  de  sabios  predicar  las  cosas 
más  como  simen  que  como  ellas  son. 

Cor. —  Sea  como  fuere:  yo  no  persuadi  a 
V.  ui.  a  salir  a  espaciarse  para  andarnos  por 
aquí,  calle  arriba  y  calle  abaxo,  papando  vien- 
to, que  es  vn  despropositado  deuaneo;  el  sus- 
pirar, ramo  de  locura;  el  llorar,  locura  espresa, 
y  el  demasiado  deseo,  archilocura. 

Mac. —  Si  amor,  o  Cornelio,  fuese  acto  uo- 
luntario ,  tendrías  razón  de  reprehenderme; 
mas  siendo  forcosso,  la  reprehensión  es  tan  in- 
discreta como  seria  dezir  a  vn  enfermo  que  haze 
necedad  en  morirse.  Assi  que  si  quieres  ser  el 
buen  criado  que  dizes,  denes  atender  antes  a 
seruirmo  dándome  ayuda  que  consejo  {}). 

Cor. — V.  m.  tome  de  buena  parte  quanto  le 
digo,  pues  sabe  que  arriscaré  mil  vidas  \)0v  su 
seruicio. 

Mar. — Procura,  pues,  buscarme  quien  sepa 
curar  de  mal  de  amores,  aunque  sea  (como  se 
sacan  los  espiritus)  a  fuerca  de  conjuros;  y  si 
no  tiene  cura,  déxame  morir  del  mal  que  mi  es- 
trella me  ha  destinado.  Piensas  tú  que  desde 
aquel  para  mi  triste  dia  de  las  bodas  de  Cerui- 
no  (donde  mi  hermano  me  lleuó  como  por  fuer- 
9a)  no  antevi  todo  esto?  Cr'e  que  se  me  repre- 
sentó tan  claramente  como  lo  prueuo  ahora: 
pues  viendo  entonces  las  gracias  de  mi  señora 
Cassandra,  y  va  quanto  podia  díteniendo  la  vis- 
ta y  escusando  el  mago  acento  de  su  dulcissi- 
ma  voz.  Mas  ay,  ay  de  mí,  que  mal  se  puede  el 
hombre  esconder  de  un  rayo  quando  Dios  quie- 
re herii'le.  Es  su  habla  tan  melodiossa  y  de  tan 
gran  efficacia,  que  sugetaria  la  más  rebelde  y 
contraria  resistencia  de  amor;  adul9aiia  la  áspe- 
ra amargura;  attraheria  la  terca  rusticidad;  de- 
prauaria  la  santitad;  encarcelaría  la  libertad,  y 
ablandaría  vn  cora9on  de  diamante.  No  se  mos- 
tró Siques  [})  tan  bella  al  dios  Cupido  su  ami- 
go, ni  la  diosa  A'enus  al  hermoso  pastor  París 
quando  ganó  la  man9ana.  De  vna  sola  vez  que 
acaso  me  miró,  vi  salir  biuamente  de  sus  díui- 
nos  ojos  vn  espíritu  de  fuego,  acompañado  de 
tan  gran  potencia,  que  al  punto  se  apoderó  de 
mi  coracon  y  me  sujetó  a  esta  terrible  seruitud 
de  amor  en  que  me  veo;  tanto  que  los  sentidos 
esteriores,  dexando  lengua  y  pulsos  sin  vida,  se 
retiraron  adentro  a  darle  soccorro;  mas  no  ilu- 
diendo en  aquel  punto  y  por  la  mesma  vía,  em- 
biaron  al'alma  por  embaxadora  a  aquellos  ce- 
lestiales ojos;  y  no  imaginando  qué  ]ioder  es- 
perar, me  partí  de  allí,  creyendo  que  l'alma  me 

(1)  El  final  de  este  párrafo  se  hulla  corregido  asi  en  T,l 
Celoso:  oDeues  atender  á  seruirme.  dándome  antes  ayu- 
da que  cousejo'). 

(2)  En  el  original,  al  margen,  Tfiíjclies. 


LA  LEXA 


403 


soguiria,  mas  en  su  lugar  traxe  ooiiiigo  este 
tirano  esiiiritu,  y  dende  entonces  no  tengo  nue- 
na  ninguna  d'ella.  Mira  tú  aliora  lo  que  será 
de  mí. 

Cor.  —Por  menos  he  yo  visto  otros  en  la  casa 
de  los  orates. 

.\íac. — Qué  dizes,  hermano  Cornelio? 

Cor. — Digo,  señor,  que  bien  dizen  que  gran- 
de amor  es  gran  dolor.  En  mí  prueuo  aliora 
que  las  penas  agenas  también  duelen  a  quien 
las  oye.  Nunca  crev  hasta  este  punto  que  esta 
passion  amorosa  tiene  la  virtud  de  las  nominas 
que  euentan  del  otro  negromante,  que  hazia 
andar  en  pie  cuerpos  sin  almas.  Pero  no  se  han 
de  comprar  lutos  a  cada  canto  de  mochuelo 
que  se  oye  en  el  tejado.  Más  estimado  es  lo  que 
con  más  trabajo  se  alcanca.  Veamos  en  que 
para  el  casamiento,  y  quando  por  el  camino 
que  llena  no  hagamos  nada,  pareceme  que  dc- 
uemos  fundar  toda  nuestra  empressa  en  Lena  y 
en  el  señor  Damasio;  porquo  si  la  madtastra 
continúa  el  amor  que  le  muestra,  el  negocio 
está  en  la  mano,  pues  sin  duda  gustará  de  que 
aya  quien  tenga  contenta  a  la  señora  Cassan- 
dra,  que  sabe  ya  lo  que  passa  y  deue  estar  con 
más  ansias  que  Ero;  porque  en  el  imjjerio 
de  Cupido  los  desseos,  penas  y  deleites  son 
iguales. 

Mar. — Tras  las  grandes  esperancas  está  el 
dest'S[ierar.  Al  buen  consolador,  amigo,  no  le 
duele  la  cabe9a;  ruega  a  Dios  que  se  etíetue  el 
casamiento,  que  qualquiera  otra  cosa  es  hazer 
torres  en  el  viento. 

Cor. — Por  qué,  señor? 

.^íac.  —  Porque  tengo  por  impossible  que 
aquella  señora,  siendo  quien  es  y  recien  casada, 
comience  tan  presto  a  agrauiar  al  marido.  Ni 
quando  (dexaudo  esto  aparte)  quisiesse,  no  sé  si 
podria  hazerlo. 

Cor. — No  ha  oydo  dezir  V.  m.  que  donde  ay 
mugeres  ay  modo?  Quiera  ella,  que  fácilmente 
le  hallará;  porque  todas  en  esta  materia  son 
doctas,  y  ella  (a  buen  seguro)  no  alcanza  me- 
nos que  otra  quanto  es  menester.  Piensa  Y.  m. 
que  se  lo  hará  muy  dificultoso  engañar  al  ma- 
rido? Es  (por  ventura)  Gemino  más  qae  vn 
hombre? 

Mac. — Y  parécete  poco  si  lo  es? 

Cor.  — Poquissimo,  porque  las  mugeres  son 
de  la  piel  del  diablo,  y  la  más  simple  d'ellas 
engañará  a  vn  colegio  de  Catones.  Y  en  vn  si- 
glo tan  sabio,  qué  comodidad  no  es  suficiente? 
Quanto  mas,  teniendo  dentro  de  casa  la  mejor 
tercera  que  podríamos  dessear. 

Mac. — Tercera  en  casa!  Cómo  nunca  me  has 
dicho  tal  cosa?  Podénionos  fiar  d'ella? 
Cor. — Sin  ninguna  duda, 

^íac.  —  Dime  presto  quién  es,  que  me  has 
buelto  l'alma  al  cuerpo. 


Cor. —  Lnego  no  estaña  tan  lejos  como  pen- 
saua. 

Mac.  —  Basta  que  reside  más  donde  ama. 

(Jor. — También  tengo  yo  mi  rato  de  me- 
lancolia;  pero  siempre  me  estoy  entero  como 
mi  madre  me  parió,  y  si  pensasse  que  por  amar 
me  auia  de  faltar  vn  pelo,  desde  ahora  tocaria 
caxa  contr'amor  y  sus  sequaces. 

Mac. — No  me  quiebres  la  cabera;  di  si  quie- 
res quién  es  aquella  persona. 

Cor. — Es  la  desconfian9a,  que  es  el  todo  en 
aquella  casa. 

Mac. — La  desconfianza?  Según  esso,  quieres 
que  desconfiando  me  dessespere? 

Cor. — No  me  passa  por  pensamiento. 

Mac. — Declárate,  pues,  que  no  te  entendería 
Séneca. 

Cor. — No  sabe  V.  m.  que  no  ay  leona  ni 
tigre,  a  quien  ayan  (piitado  los  hijos,  como  es 
vna  muger  ofendida  de  desconíian^a?  No  hay 
cosa  por  que  más  presto  se  haga  enemiga  d'el 
marido:  y  esta  señora  me  dizen  que  lo  está  en 
gran  manera,  y  asi  deue  de  tener  más  desseo  de 
vengarse  que  quien  la  busca. 

Mac.~-  Quando  las  ancoras  están  firmes,  no 
íalta  consuelo  presente,  ni  esperanza  de  loque 
está  por  venir.  Boluamoiios  a  casa,  que  esas 
son  consideraciones  a  la  ventura. 

Cor, — No  ay  dia  sin  noche.  No  nos  quexe- 
mos  tan  presto  del  amor,  que  por  ventura  será 
más  benigno  de  lo  que  pensamos;  y  sus  truc- 
tos,  quanto  en  su  flor  son  más  amargos,  tanto 
son  más  dulces  quando  maduros,  y  en  teniendo 
sa9on,  de  fuerza  han  de  caer.  Paciencia,  señor, 
quel  tiempo  es  enemigo  de  los  que  sin  él  se 
apressuran:  él  como  buen  consejero  lo  dirá,  y 
mientras  no  se  puede  golopear,  trotemos. 


.SCENA    V 
Inocencio,  Lena. 

[/«.]. — Crauem  cu  rain  susce/n'.  Donde  ha- 
llarla yo  ahora  aquella  buena  muger?  que  sin 
duda  lo  es,  según  sus  earitatiuos  passos.  Gran 
descuido  ha  sido  no  preguntarla  adonde  mora. 
Anceps  mide  sinn.  Auré  <le  buscarla  por  essos 
ospitales  de  donde  nunca  sale,  aunque  más 
acude,  según  me  dixo,  a  la  Concepción:  al  I  i 
pienso  hallarla. 

Jyen. — Ce,  ce,  ce,  señor  Li<;enciad<),  algún 
buen  espíritu  le  trae  siemi)re  a  dond  es  dessea- 
do.  En  este  punto,  estando  cogiendo  vnos  ])a- 
ños,  que  por  mi  deuocion  he  lanado,  del  ospital 
de  Esgueua,  me  vino  vn  mensage  de  aquella 
señora  diziendo  que  dessea  mucho  saber  el  re- 
cado que  he  dado  a  su  carta,  y  si  puede  espe- 
rar buen  suceso  de  su  negocio.  Y  asi,  diziendo 


404 


orígenes  de  la  novela 


quien  dexa  caridad  por  caridad  no  peca,  lo  dexé 
todo  y  sali  a  buscar  a  V.  m. 

/tí. —  Fue  mi  ventara  echar  por  esta  callo, 
viéndome  perplexo  por  no  saber  adonde  os  po- 
dría hallar;  que  soy  tan  corto,  que  aún  no  sé 
vuestra  casa. 

Len. — No  me  corro  yo  poco  d'esso,  y  asi 
quiero  que  la  sepa  en  todo  caso;  que  para  per- 
sonas tales  la  tengo  siempre  abierta.  Sabe,  hijo 
mió,  la  casa  de  los  locos,  que  llaman  Orates? 

In. — No  sé  otra  cosa. 

Len.  — Pues  pared  en  medio  de  un  oficial 
de  tinteros,  peines,  calcadores,  mangos,  lauter- 
nas,  peon9as  y  macetas  de  sellos  es  mi  pobre 
abitacion,  a  su  mandado. 

In. — Con  tantas  y  tan  buenas  señas,  no  po- 
dré errar  ya;  huelgo  mucho  de  saberla. 

Len. — Tenemos  algo  con  que  poder  conso- 
lar los  tristes? 

In.  (}). — Ya  he  dado  la  carta  a  mi  señora; 
leyóla  delante  de  mí,  y  según  lo  que  pude  cole- 
gir, entiendo  auerla  pesado  mucho  d'el  mal  su- 
ceso de  la  prima. 

Len. — De  manei'a  que  entendió  V.  m.  lo 
que  dezia  la  carta? 

In. — Las  palabras  no,  porque  leia  para  sí; 
digolo  por  auer  visto  que  mudó  de  color  suspi- 
rando, aunque  lo  queria  dissimular. 

Len. — Qué  piensa  qu'es  el  amor  de  la  san- 
gre? Dezia  mi  buen  marido  (que  era  vna  per- 
sona entendida)  que  la  sangre  se  muda  fácil- 
mente en  agua. 

In. — O,  qu'escogida  sentencia!  boluemela  a 
dezir  (por  amor  de  mí)  que  la  quiero  encomen- 
dar a  la  memoria  para  no  menester. 

Len. — Que  Tagua  se  muda  presto  en  san- 
gre. 

In. — Y  como  ques  ello  assi;  y  de  ay  proce- 
den las  alteraciones  y  desmayos,  que  llaman 
mal  decoraron.  Nunca  os  ha  tocado  algo  d  esto? 

Len. — No  ha  anido  muger  que  más  presto 
se  alterasse  que  yo;  mayormente  en  mis  preña- 
dos, que  he  sido  en  estremo  antojadiza. 

In. — Al  fin  el  entendimiento  del  hombre  se 
sustenta  aprendiendo.  Compra  la  buena  doc- 
trina, y  no  la  vendas,  porque  no  tiene  precio. 
Preguntóme  quién  me  auia  dado  la  carta.  Di- 
xesselo  puntualmente  (como  me  aduertistes)  y 
luego  medio  turuada  me  mandó  salir  diziendo: 
yo  responderé,  que  no  puedo  ahora  porque  ven- 
drá mi  marido. 

Len. — Y  halo  hecho? 

In. —  De  otras  empresas  más  arduas  he  yo 
salido  con  honrra.  lacta  sunt  a  nobis  fundamen- 
ta rei.  Vei8  aqui  la  respuesta. 

Len. — El  Rey  le  dé,  assi  como  me  la  da  V.  m., 

(' )  Lena  dice  equivocadamente  en  el  texto  que  segui- 
mos La  misma  en-ata  se  halla  en  el  de  El  Celoso. 


vna  Presidencia,  que  más  de  quatro  Presiden- 
tes ay  que  no  saben  tantos  latines. 

In. — !No  perderiades  vos  nada  en  ello;  pero 
Bonae  artes  honore  vacant.  Mandóme  mi  se- 
ñora que  os  rogasse  que  consoléis  y  deis  ánimo 
a  aquella  persona  do  su  pirte,  diziendola  (jue 
su  merced  lo  remediará  todo  muy  presto. 

Len. — Bina  mil  años  tan  buena  criatura,  per- 
fecta y  noble  señora. 

In. — Yo  me  voy,  que  es  ya  tiempo;  si  fuere 
menester  otra  cosa,  auisámelo,  que  n'os  faltaré; 
y  el  Señor  os  dé  salud  para  que  por  vuestro 
medio  se  hagan  muchas  obras  semejantes,  que 
cierto  Hoc  tuo  facto  laudahuntur  omnes. 

(Entrase  Inocencio.) 

Len. — Nunca  él  le  falta.  Sin  duda  que  me 
deue  de  tener  este  por  la  segunda  Puta  vieja 
latin  sabéis,  pues  me  jeringon(?a  la  mayor  par- 
te de  lo  que  habla.  A  buen  seguro  que  aura  la 
maestra  escrito  en  esta  carta  mil  petrarquerias; 
porque  (según  me  ha  dicho  l'ama  que  la  crió) 
sabe  quanto  ay  en  Amadis,  que  no  hay  más 
que  dezir.  Pues  el  señor  Damasio,  que  ha  poco 
que  vino  del  estudio  con  las  botas  llenas  de 
latin,  responderá  a  las  mil  marauillas  y  aura 
entr'ellos  vn  passatiempo  del  otro  mundo;  y  a 
mí  no  me  faltará  contento,  pues  he  de  ser  re- 
pagada del  entonar  estos  órganos. 

SCENA  VI 
Aries,  Ramiro,  Vigamox. 

[Jr.].  — Vigamon! 

Vig. — Señor. 

Ar. — Qué  hora  es? 

Vig.  —  Las  nueue  darán,  si  no  han  dado. 

Ar. — Mas  pensé  que  se  lo  auian  de  oluidar  al 
relox  en  la  faltriquera.  Veme  a  llamar  a  Ramiro 
presto;  dile  que  venga  a  hablarme,  que  tengo 
con  él  vn  negocio  de  importancia  (•). 

Vig.  —Iré  a  su  casa  o  a  la  pla9a? 

Ar.-  Más  cierto  será  hallarle  en  la  tienda; 
mas  por  sí  o  por  no,  vete  por  la  placa,  que  pr- 
dria  ser  hallarle  en  l'acera  de  S.  Francisco  re- 
cogiendo nueuas  que  contar  a  sus  de^cansalen- 
guas.  No  es  el  que  alli  va? 

Vig. — El  mesmo;  Ramiro,  ¡a  Ramiro!  no 
oys?  Ramiro,  espera  con  la  maldición. 

Ram. — Essa  te  Ilueua  a  cuestas;  qué  gentil 
cr¡an9a  do  patán! 

Ar. — Espera,  hermano  Ramiro:  parece  que 
no  queréis  oyr;  dónde  vais  tan  negociado? 

Ram. — Ando  por  mudar  de  casa,  y  asi  voy 
depriessa  a  buscar  al  dueño  de  vna  que  me  ven- 
drá  a  proposito,  y  quiero  acudir  con  tiempo, 

(*)  El  diálogo  está  mal  dividido  en  la  edición  de  Mi- 
lán. Le  restituímos  coníonneal  texto  de  Kl  Celoso. 


L\   r.ENA 


•105 


antes  que  otro  uie  gane  por  la  mano,  que  an- 
dan machos  golossos  por  ella;  V.  ni.  u]^  per- 
done si  no  me  detengo. 

A?-. — Espera  \  n  poco,  por  amor  de  mí.  Aneis 
visto  más  a  mi  señora  Violante? 

Jiam. — Señor,  no. 

Ar. — Ya  he  tratado  con  mi  yerno  de  aquel 
negocio  que  sabéis. 

Ikun.-  Sea  muy  en  hora  buena.  \'.  m.  me 
dé  licencia,  que  no  me  puedo  rascar  la  cabera. 

Ar. — Veamonos. 

¡iam.  (solo). — Como  me  desocupe.  Ilene- 
gá  de  viejo  que  no  adeuina;  en  etfeto,  a  este 
se  le  ha  entrado  de  rondón  la  sensualidad  en 
el  cuerpo.  Mira,  por  amor  de  mí,  qué  seca  lla- 
mada: querría  él  ahora  que  yo  tomasse  el  pulso 
al  gato;  mejor  le  arrastren;  no  linria  semejante 
vajeza  si  me  diesse  quanto  tiene.  Es  :i({uella 
señora  una  bendita,  y  quando  no  lo  fuesse,  me- 
nos lo  haria;  porque,  fuera  de  ser  oficio  de  rui- 
nes hombres,  está  de  por  medio  aquel  desen- 
nainador  de  Damasio  su  hijo,  que  trae  el  seso 
(como  los  cangrejos)  en  la  escarcela;  no  que- 
rría darle  ocasión  para  que  me  matasse  y  que 
después,  entendiendo  el  por  qué,  dixesse  toda 
la  ciudad  entonces:  benditas  sean  manos  que 
tal  hizieron.  Si  quisiere  ha/.erse  la  barua,  labar- 
sela  he  con  mil  aguas  de  olores;  si  sangrarse, 
hasta  que  no  le  quede  gota  en  el  cuerpo  m"em- 
plearé  en  su  seruicio  de  mil  amores;  pero  alca- 
huete yo,  no  es  cosa.  Es  lo  bueno,  que  quando 
yo  pudiesse  ponerlos  a  bra90  partido,  le  tendría 
por  la  misma  castidad;  porque  quando  más  vn 
viejo  presume  hazer  del  valiente,  es  para  per- 
der antes  con  antes  el  pellejo.  Mas  dexado  esto 
aparte,  qué  cosa  es  ver  vn  venerable  anciano  ({ue 
pone  en  punto  de  aguja  seso,  honrra,  hazien- 
da  y  vida  a  discreción  de  vna  flaca  muger?  Qué 
pensamientos  le  acompañarán,  quando  después 
de  auer  sido  marido  treinta  años,  se  ve  a  pique 
de  andar  su  honrra  por  los  cantones,  mostrado 
con  el  dedo,  hecho  passatiempo  y  tabula  del 
pueblo,  sin  poderse  librar  del  mercado  que  se 
haze  en  nuestras  tiendas?  Mas  quién  no  mofa- 
rla de  ver  derramar  lo  que  con  tanta  tenacidad 
se  ha  escasseado  toda  la  vida,  conociendo  su 
impotencia,  con  quien  presume  que  le  [)uede 
renouar  y  hazer  un  Sainpson  (sin  copete)  a 
fuerza  de  sus  enuaimientos  y  filtros  amorossos, 
de  los  quales  nos  libre  Dios,  y  a  estos  caxqui- 
uanos,  tocados  de  la  mesma  yerna? 


SCENA    Vil 

CoRNELio,  Magias,  Damasio. 

\Cor.'\. — Quién'pudiesseadeuinar  en  qué  casa 
aura  entrado  a  sembrar  cuernos  Tastutissima 


'    Lena!  deue  de  estar  emboscada,  pues  no  la  po- 
demos descubrir  en  tantas  horas. 

Mac. — Va  en  mi  poca  ventura,  para  que  aca- 
be de  abrasarme  sin  ningún  remedio. 

Cor. — No  se  congoxe  V.  m  ,  que  ella  se  nos 
pondrá  presto  delante;  y  quando  no  se  cate,  le 
hará  ver  la  luna  en  el  pozo. 

JAar. — En  ventura  el  cuidado  duerme  y  re- 
posa; mas  triste  d'el  que  no  sabe  en  (juántas 
brabas  de  agua  se  halla,  teniendo  Taima  coliga- 
da de  vn  hilo,  sin  ver  dónd'está  asido.  A  lo 
menos,  supiessemos  de  otra  que  me  pudiese  dar 
alí^un  remedio,  para  que  mi  fantasía,  preñada 
de  vano  desseo,  muriesse  o  abortasse. 

Cor. —  Resistir  las  pasiones  viene  de  varonil 
esfuerzo,  y  a  los  cora9ones  tlacos  les  falta  en 
las  aflicciones  mayores. 

M(ic. —  Dichoso  se  puede  llamar  en  esta  vida 
el  que  tiene  dolor  que  se  puede  resistir. 

Cor. — El  enojo  mata  ((uien  no  lestima.  En 
vna  noche  nasce  vn  hongo:  haga  V.  m.  ánimo 
de  león,  (|ue  con  ser  el  mío  de  oueja,  me  basta 
para  hazer  (jue  su  fantasía  haga  presto  treze 
ni  jos  varones. 

Mac.  —  Está  bien;  yo  veré  lo  (jue  hazes. 

Cor. — Verá  que  soy  como  la  higuera,  que 
da  fru(;to  y  no  haze  flor. 

^íac. — Con  todo  esso,  temo  no  seas  antes  co- 
mo la  lechuza,  que  tiene  mucha  pluma  y  poca 
carne. 

Cor. — Esta  carne  nos  destruye. 

Mac. —  Estaría  en  casa  Lena  quando  díxo 
aquel  (jue  auía  salido? 

Cor.  —  Si  vuicra  ydo  solo  algún  pobreto 
como  yo,  no  fuera  mucho  negarla;  mas  viendo 
essa  presencia  de  emperador  (considerando  el 
prouecho),  se  la  (juitara  de  los  bracos  para 
dársela:  qu'estos  rufianes  siempre  hazen  de  se- 
mejantes viejas  muías  <le  alcpiiler;  y  porque  no 
se  pierda  viaje,  quando  ellas  caminan  los  de- 
xan  (como  tablilla)  en  casa  para  entretener  con 
palabras  a  los  que  vinieren  (Sale  Damasio), 
Allí  veo  al  señor  Damasio,  y  a  mi  parecer  ale- 
gre; deue  (le  traernos  algo  de  bueno. 

Darti. —  De  donde  vienen  los  vagai)undos? 

.\fac. —  De  buscar  a  Lena,  que  nos  trae  per- 
didos. 

Dam. — No  sois  buenos  podencos. 

^íac. — Vos,  hermano,  tenéis  tanta  ventura, 
que  si  intentassedes  bolar  saldriades  con  ello. 

Dam. — En  esU'  punto  se  acaba  de  yr,  auien- 
dome  recreado  el  coraron  con  agua  de  angeles. 

Mac. — Para  vos  es  el  mundo;  dadnos  algu- 
na buena  nueua. 

Dam. — Y  tal  como  la  que  y'os  traigo.  Veis 
aquí  la  respuesta  de  mí  carta. 

Mac. — Es  posible?  Mostrá,  por  vida  de 
cjuien  la  embía;  dexáme  l'er,  que  me  aueis  re- 
sucitado. 


406 


orígenes  de  la  novela 


/)arw.— No  se  clan  semejantes  cosas  en  otnis 
manos. 

}[ac. —  A  mí,  que  soy  vuestro  hermano  y 
secretario,  no  se  me  ha  ¿'esconder  nada. 

Darn. — Ay  pocos  renglones. 

Mac.  —  Pocos  o  muchos,  l'edlos  ya  si  me 
(juereis  bien. 

Dam  — No  puede  alargarse,  })or  qu'está  con 
mucho  recelo  de  su  marido. 

i¥flf.— Al  fin  ha  escrito? 

Da7n. — Quatro  renglones. 

Cor. — Mucho  se  puede  dezir  en  pucos;  y  si 
esta  vez  ha  tenido  tiempo  para  escriuir  quatro, 
la  segunda  será  de  ocho,  la  tercera  de  diez  y 
seis  y  la  quarta  ya  de  ucncida  (estando  más 
assegurada)  será  viniendo  a  los  pactos,  porque 
deue  (a  lo  que  sospecho)  de  andar  bien  cerca 
de  rendirse. 

Jiíac. — Ea,  acabemos  ya,  que  y'os  prometo 
que  deue  de  ser  bonissima,  según  la  vendéis  cara. 

Da?)!. — Ahora  quitaos  los  sombreros,  hin- 
caos de  rodillas,  y  sin  pestañear,  estad  atentos. 
Donde  vas  tú,  desalumbrado?  (Haze  que  se  va 
Cornelio) . 

Cor.  — Voy  por  vn  par  de  candelas,  para  que 
se  lea  la  epístola  con  todas  sus  ceremonias. 

Dam. — Escucha,  loco. 


No  tengo  (Esperan(;a  mia)  ingenio  ni  tiem- 
po para  agradecer  con  palabras  dignas  el  amor 
que  V.  m.  en  su  dulcissima  carta  signiíica  te- 
nerme, ni  el  contento  y  satisfacion  con  que 
quedo  de  mi  dichosa  suerte,  por  tenerme 
est'enemigo  con  tanta  tiranía  y  recato,  qu'es 
marauilla  auer  podido  tomarla  pluma;  y  assi 
(desseadissimo  bien  mió)  diré  cortamente,  que 
Taficion  con  que  le  correspondo  es  tan  grande 
quan  pequeña  la  comodidad  para  podérsela  mos- 
trar con  las  obras  y  breuedad  que  desseo.  A  que 
iu'esror9are  por  todos  los  medios  possibles.  En- 
tre tanto,  note  bien  alguna  persona  de  contianca 
lo  que  saliere  cantando  mi  pagezillo:  que  d'esta 
manera  yré  dando  aniso  de  mis  pensamientos 
a  quien  será  siempr'el  vnieo  subjecto  d'ellos;  en 
cuya  memoria  me  encomiendo. 

No  te  parece,  Cornelio,  qu'es  carta  digna  de 
vna  reuerencial  atención? 

Cor. — Y  avn  porque  lo  sospechaua,  y  estar 
más  deuotamente,  qneria  yo  encender  candelas 
a  Piedegrulla. 

Mac,  -  Ahora  conozco  ser  verdad  lo  que  las 
raugeres  dizen:  que  no  es  amor  el  que  presto 
no  corresponde,  y  assi  el  d'esta  dama  es  (sin 
duda)  plusquamperfecto. 

Dam. — Todas  las  deudas  reciben  recoaipen- 
sa  de  diuersas  maneras,  sino  ésta,  que  no  se 
puede  pagar  sino  con  el  mesmo  amor. 


Cor. — V.  m.  será  pagado  alómenos  en  gen- 
til moneda.  Qué  le  parece  a  V.  m.,  señor  Ma- 
clas? No  me  concederá  ahora  que  quien  sabe 
escriuir  esto  sabrá  también  ponerlo  por  obra,  y 
contentar  a  quien  teme  ahogarse  en  vn  palmo 
de"  agua? 

Mac, — No  cantemos  triunfo  antes  de  la  vic- 
toria. 

J)am.~  l>ien  has  entendido,  Cornelio,  el  ani- 
so; a  ti  toca  ahora  estar  alerta,  para  que  quan- 
do  el  page  saliere  de  casa  entiendas  bien  sin 
perder  vn  acento  lo  que  cantare.  Llena  contigo 
vn  librillo  de  memoria  y  alguna  niñería  que 
darle,  porque  te  lo  diga  y  dexe  escriuir. 

Cor. — Ño  perderé  punto. 

Dam.—  Más  contentos  podemos  yr  ahora  a 
saber  la  respuesta  que  aura  dado  vuestro  sue- 
gro a  su  suegro. 

Mac. —  Buena  o  mala,  a  lo  menos  vuestro 
negocio  va  en  popa. 

J)am. — Dezí  nuestro,  pues  es  camino  infali- 
ble para  llegar  a  lo  que  tanto  desseais.  Fuera 
melancolía,  la  libertad  se  nos  restituye,  y  no 
aura  Historia  que  haga  mención  de  más  dicho- 
sos amantes. 

Cor. — Oxala,  y  después  a  la  mañana  con 
cien  moros  peleasse.  La  priessa  que  se  dan  las 
mugeres  al  mal. 

SCENA  VIH 
Aries,  Vigamon,  Policena,  Eamiro. 

[/!/■.]. — Vigamon,  Vigamon,  a  Villanchón; 
donde  está  este  animalazo? 

Vig. — Aqui  estoy,  señor. 

Ar. — No  oyes,  porque  duermes  más  que  vn 
lirón;  no  tienes  verguenca? 

Vig. — Por  Dios,  señor,  poca  cuando  estoy 
traspuesto.  Verguenca  es  andar  salteando  ca- 
minos, mas  el  dormir  no  daña  a  otros  y  apro- 
uecha  al  que  duerme. 

Ar. — Kazon  de  tu  aljaba;  basta  que  te  ha- 
zes  donosso  entremanos,  vente  comigo.  Llama 
allí. 

Vig. — Ta,  ta,  ta. 

Pol. — Quién  est'ay? 

Vig.—  Quién  manda  V.  m.  que  diga? 

Ar.—  Pregunta  si  está  en  casa  Ramiro. 

Vig.  —Está  en  casa  el  señor  Ramiro? 

Pol. —  Quién  le  busca? 

Ar.  —  Yo  le  quiero  hablar. 

Pol. — En  este  punto  acaba  de  salir:  no  puc- 
d'estar  vn  tiro  de  piedra. 

Ar, — Corre,  dile  que  Tcstoy  esperando.  No 
pensé  que  tenia  Ramiro  hija  tan  hermosa. 

Pol. — No  lo  soy  poco  para  quien  bien  me 
quiere. 

Ar. — Queda  sola  en  casa? 


LA    l.EXA 


107 


Ful. —  Más  de  lo  que  yo  qiiorria.  l'or  qué 
lo  pregunta  \'.  uj.? 

Av.—Vov  entrar  a  hablarla  de  más  cerca. 
Abra,  nii  alma,  la  puerta. 

Pol. — Ay  gracia  como  esta.'  ya  no  ay  viejos 
en  el  mundo.  Espere  vn  poco,  que  mi  padre  le 
meterá  en  casa,  alli  viene.  ( Apartasse  Víijk- 

1110)1 ) . 

Ar. — Vengáis  en  buen'liora,  amigo  Ramiro; 
t'staua  preguntando  a  vuestra  hija  si  es  cómo- 
da esta  casa,  que  me  parece  bueno  el  puesto. 

Pol. — Ay  embustero  como  éste?  No  le  crea, 
padre,  que  ha  querido  entrar,  reciuebrandonic 
como  si  fuera  de  veint'v  cinco  años. 

Itam. — Calla,  picotera,  qu'eres  vna  chorlita 
sin  juizio. 

,1/-, — Queria  entrar  a  esperaros  en  tasa;  fue- 
ra mal  hecho.' 

Ram.~  Y.  m.  es  señor  de  quanto  yo  tengo, 
y  como  tal  puede  entrar  y  salir  quando  fuere 
seruido. 

Pul. —  Quién  oye  a  mi  piadre.'  y  después  l'es- 
l)anta  su  mesaia  sombra,  y  el  menor  viento  que 
se  mucuo  en  casa.  Mal  lograda  uie  coma  la 
tierra  si  por  sólo  esso  negare  de  oy  más  la  en- 
tiada,  venga  quien  quisiere. 

Ram. — No  lo  digo  por  tanto,  bachillera;  no 
suba  yo  allá.  Ha  visto  V.  m.  la  colera  de  la 
rapaza?  es  pintiparada  la  madre  que  la  pari('); 
pero  tras  esso,  la  honestidad  del  mundo. 

-Ir. — Bien  se  le  parece.  Vamonos  passcan- 
do  vn  poco,  que  tengo  que  deziros. 

A*awi.— Puedo  seruir  en  algo  a  \.  m..' 

Ar. — Ya  vos  sabéis  en  qué  me  podriades 
liazer  amistad,  y  no  aueis  queriilo;  mas  (juiero 
que  queráis  en  todo  caso. 

/i'a//í.— T<xlauia  está  Y.  m.  en  aipiel  propo- 
sito.' 

Ar. — V  no  puedo  hazer  menos.  Ya  sabéis. 
Ramiro,  quánto  dessea  mi  señora  Violante  con- 
tentar a  Macias  su  hijo,  qu'está  perdido  de  amo- 
res por  Cassandra,  hija  de  mi  yerno;  y  está  en 
mi  mano  darle  la  donzella  en  las  suyas,  o  des- 
ahuciarle. Y  assi  tengo  por  cierto  que  si  la 
dais  a  entender  esto,  se  resoluerá  de  fauorecer- 
lue  como  desseo. 

Itain. —  Es  posible  que  Ramiro  Coruato  aya 
oído  déla  boca  de  Catón  semejante  cosa.'  No 
(quisiera  por  quanto  tengo  que  vuiera  llegado  a 
mi  noticia.  Aunque  creo  qu'es  por  prouarme.  o 
no  conocer  bien  a  aquella  señora. 

Ar. — Querría  conocerla  mejor. 

Rain.~  Pues  si  dexa  de  saber  algo,  yo  se  lo 
diré  a  V.  m.  de  P  a  pa:  es  visnieta  de  don  Al- 
uar,  nieta  de  don  Beltran  e  hija  de  Rodrigo  de 
Cabrera  el  bueno.  De  parte  de  madre,  es... 

^Ir.  — No  me  sé  dar  a  entender:  digo  que  la 
querría  conocer  de  más  cerca. 

Ram. — Y  yo  respondo  a  esso  que  no  soy 


bueno  para  tal  effeto,  porque  nunca  lia  anido 
traidores  ni  alcahuetes  en  mi  linage. 

Ar. — A  fe  que  os  tenia  por  más  amigo. 

Rain. — No  tiene  V.  ni.  mayor  seruidor  para 
qualquiera  otra  cosa.  Dé  vn  tiento  a  Cornelio, 
criado  de  sus  hijos,  que  me  parece  a  proposito 
para  semejantes  embaxadas,  y  podria  ser  (|Ue 
acetasse  la  empresa;  mas  por  descargo  de  mí 
conciencia  digo  que  tampoco  él  no  hará  nada. 

Ar. — Ahora  bien,  paciencia.  Con  todo  esso, 
(|UÍero  yr  a  referirla  lo  que  con  Ceruino  he 
tratado. 

Rain.—  .Vnda  V.  m.  en  contratos  con  ella  y 
busca  otros  medios  tan  flacos? 

.1/-, — Y  avn  por  esso  he  menester  tercero 
que  nos  concierte. 

Riim.  —  y .  m.  con  su  nuicha  prudencia  y 
auctoridad  lo  podrá  guiar  todo,  de  manera  que 
llegue  al  puerto  desseado. 

,1/-. — Pues  auiendome  fiado  de  vos.  no  me 
queréis  dar  este  contento,  muera  esto  aquí.  Y 
mira  bien  (|ue  no  hagáis  lo  ([ue  suelen  los  de 
vuestr'oficio;  que  son  todos  orejas  y  lenguas, 
l)orque  nos  pessaria  a  amitos  d'ello. 

Ram. — Ya  \ .  m.  me  conoce. 

Ar. — Vigamon! 

Vig. — Señor. 

Ar. — Ve  a  casa  de  mí  señora  Violante  de 
Cabrera,  sabe  si  la  podré  besar  las  manos. 

(Solo.)  No  soñaua  el  que  pintó  niño  a  Cu- 
pido, porque  propriamente  el  amar  es  de  los 
mo^os.  Ahora  acabo  d'entender  ([ue  la  jtru- 
dencia  y  el  amor  no  pueden  estar  juntos,  por- 
que contra  este  tirano  no  vale  edad,  seso  ni 
grauedad,  pues  donde  haze  pie  no  dexa  su  fu- 
ror, sino  con  el  acadou  y  la  pala,  cuyo  plazer 
se  acaba  en  vn  punto,  y  la  vergum^a  a'-om- 
pañada  de  vn  frío  arrepentimiento  dura  para 
siempre.  Vanas  esperan9as,  daños  más  que 
ciertos,  cortas  alegrías,  pessares  perpetuos, 
dulzores  contrahechos,  confitados  en  penosa 
amargura;  liga  donde  caen  los  desdichados, 
cruel  y  desesperada  enfermedad,  afistolada 
llaga,  eterno  daño,  passíon  que  enloda  al  moco 
\  anega  al  viejo,  y  fin  que  deuora  y  consuD)e 
todo  bien,  con  suspiros  que  ínqtortunan  lo  poco 
(jue  nos  (pieda  de  tan  miserable  vida.  Cono- 
ciendo yo  esto,  he  intentado  ha/.er  comigo  como 
los  médicos,  que  (piando  pierden  la  esperanca 
de  la  salud  del  enfermo,  estudian  solamente 
en  dar  alíuío  a  su  pena,  al  mal  de  dentro  y 
apostema  escondida,  aplicando  epithinuis  y  fo- 
mentos, con  qu'el  dolor  menos  le  fatigue.  Mas 
es  (o  gran  vergüenza  de  mis  años)  echar  leña 
al  fuego  en  que  me  aliraso,  pues  en  lugar  de 
diminuir  mi  penosso  cuidado,  va  por  momentos 
creciendo.  Pero  qué  marauilla,  pues  Sócrates, 
hablando  de  vn  subiecto  amoroso,  dize  que  es- 
tando viendo  vn  libro  con  vna  donzella,  es- 


408 


orígenes  de 


palda  cou  espalda,  llegando  su  •:abe9a  a  la 
a  ella,  sintió  en  aquel  punto  vna  puntada  en  vn 
lado,  como  picada  de  araña,  que  cinco  dias  des- 
pués, ormigueando,  le  llegó  al  coraron  vna  co- 
medón continua.  Mas  a  nü  diré  yo  auerme  mor- 
dido el  ardiente  apetito,  que,  sin  sentir,  se  lia 
apoderado  de  mis  entrañas,  o  la  sangre  feniinil 
que  sin  defensa,  con  el  dulce  mouimiento  de  su 
vista,  meassaltó;  tirando  inuisible  sangre,  que 
;  1  punto  se  m'entró,  por  los  ojos,  en  las  venas, 
y  no  consintiéndome  tocarla,  queriéndose  bol- 
uer  por  donde  vino,  me  haze  seguir  por  fuerca 
a  quien  podria  sacarme  de  pena.  Mas  por  ser 
mi  sangre  tan  espessa  _v  fria,  no  puede  pene- 
trar por  aquellos  diuinos  ojos  a  mezclarse  con 
la  suya,  purissima,  sutil  y  dulce:  de  donde  a 
más  no  poder  nasce  el  desseo  que  me  deseca  y 
consume,  de  transformarme  en  ella.  Heu patior 
telis  i'ulnera  Jacta  me/'s. 

(Vuelve  Vigamon). 

Está  en  casa? 

Vig.—^i-i  señor,  y  esperando  a  \ .  m. 


ACTO     TERCERO 

SCENA  I  (M 

CorNelio,  Policena,  Bezeriuca  (2). 

\Cor.\. — Gran  contento  es  seruir  a  estos 
mancebilletes  baruiponientes:  porque  fuera  de 
que  siempre  me  dan  que  reyr,  son  afables  y  de 
prouecho,  pues  caen  liberalmente  con  lo  que 
tienen.  Acuérdaseme  ahora  (y  es  verdad)  de  lo 
que  dixo  vn  cierto  poeta  o  filosofo  a  un  amo 
mió,  estando  en  buena  ronuersacion,  tratando 
de  amores:  que  era  de  opinión  ser  el  amor  vn 
ramo  de  profecía ;  porque  quando  vienen  aque- 
llas frenesias  o  fantasías  al  enamorado,  acierta 
a  dezir  cosas,  que  si  no  lo  estuuiesse  no  las  al- 
can9aria.  Como  Maclas,  mi  amo;  que  teniendo 
la  cabera  como  quando  su  madre  le  parió, 
quando  le  toma  la  tirria  o  le  assalta  el  acciden- 
te d'el  amor,  le  ovo  algunas  sentencias  que  des- 
pués de  passado  creo  que  no  las  entiende  mas 
que  su  cauallo.  (Policena  a  la  ventana.)  Alli 
veo  a  mi  linda  Policena:  quierola  recrear  con 
vn  poco  de  viento  de  Laus  laudis,  qu'es  el  que 
más  contenta  a  las  mocas,  que  siempre  quieren 
más  al  que  mejor  las  sabe  engañar.  Será  bien 
hazer  como  que  no  la  he  visto. 

Pol. — A,  buena  piecja!  a,  gentilhombre!  Dios 
me  perdone  el  testimonio  que  te  leuanto. 

Cor. — Perdóname  tú,  amores,  a  mi,  que  no 

(')  Falta  esta  indicación  en  el  original,  como  falta  en 
la  escena  primera  de  todos  los  actos. 
(2)  En  el  original,  Bezericca. 


LA  NOVELA 

te  auia  visto,  por  vida  d'essos  ojos,  garfios  de 
coracones. 

Pol. —  Bien  creo  yo  que  no  me  has  visto,  y 
aun  qu'es  lo  que  menos  disseas,  porque  ay 
otra  que  te  haze  yr  traspuesto,  pensando  en 
ella,  sin  acordarte  de  mí. 

Cor.  — Cómo  podré  acordarme  de  otra,  si 
desd'el  punto  que  te  vi,  mi  alma,  dexando  sus 
proprios  pensamientos,  colocó  en  su  lugar  los 
de  tu  persona?  la  qual  no  me  dexa  acordar  ni 
aun  de  la  mia,  tanto,  que  aun  durmiendo,  la  ima- 
ginación para  en  ti,  como  aconteció  la  noche 
passada,  que  soñándome  contigo  y  queriendo 
abragarte,  me  hallé  burlado,  y  assi  creo  sin 
duda  que  ahora  despierto  lo  soy  de  ti. 

Pol. — No  es  tiempo  de  burlas,  embuster.i. 
Tos,  amor  y  fuego  no  pueden  estar  secretos. 
Piensas  que  no  sé  lo  que  passa  con  Florina,  la 
hija  de  Mastre  Machin  el  sastre?  ay,  buena 
pieca,  quál  eres! 

Cor. — Quién  te  ha  echado  essa  pulga  en  la 
oreja,  mi  alma?  Qué  Machin?  qué  sastre?  qué 
Florina?  qué  me  dizes? 

Pol. — Tal  prouecho  te  haga  como  el  aceite 
a  las  sardinas,  que  si  hará,  por  ser  castaña, 
que  de  fuera  engaña,  y  tú  buytre,  pues  dexan- 
do lo  bueno  te  abates  a  lo  corruto  y  hediondo; 
mas  el  mal  francés  me  vengará  de  ti  y  de  la 
señora  Coxa. 

Cor. — Esso  tiene  más  la  pieca?  Quien  no  co- 
noce Coxa,  de  Venus  no  go^a. 
Pol. — Qué  dizes  entre  dientes? 
Cor. — Acuerdóme  ahora  de  qu'estando  vn 
malhechor  en  la  escalera,  le  presentaron  vna 
moza  perdida  coxa,  para  librarle  si  se  quisiesse 
casar  cou  ella;  y  al  punto  que  la  vio,  bolnien- 
dose  al  verdugo,  dixo:  Hazé  presto,  hermano, 
vuestro  oficio,  que  renquea.  Qué  hará  vn  hom- 
bre libre  como  yo?  No  me  buelques  el  estomago 
con  esos  merdosos  celos,  pues  podria  estar  an- 
tes la  mar  sin  peces  que  yo  sin  amarte  vn  hora: 
y  qualquiera  palabra  que  enojada  me  dizes  es 
un  perro  rauioso  que  me  arranca  las  entrañas. 
Los  arboles,  amores,  que  tienen  profundas  las 
raizes,  no  se  pueden  trasplantar  como  quiera. 
No  me  aparto  de  ti  el  espacio  de  vna  vña.  Di- 
me,  por  amor  de  mí,  dónde  es*á  tu  padre? 
Pol. — Y  para  qué  lo  quieres  tú  saber? 
Cor.  —  Para  si  no  ha  de  boluer  tan  presto 
entrarme  vn  rato  a  desenojarte. 

Pol. —  Quierome  reir  sin  gana.  Ha,  ha,  ha. 
Entrar  o  qué?  No  se  hizo  la  gragea  para  los 
puercos:  ya,  ya!  antes  te  vea  yo  hazer  cuartos. 
Cor.—  Mejor  seria  reales, pues  soy  todo  tuyo. 
Pol. — Ay,  cara  de  salteador  de  caminos;  no 
sé  por  qué  no  te  tiro  algo  a  essa  cabe9a  de  Hur- 
demalas. 

Cor. —  Perro  hambriento,  vida,  no  hace  caso 
del  palo.  Quien  se  quema,  se  sople.  Yo  sé  que 


LA   LENA 


10í> 


de  las  injurias   que   me  dizes   te  ([uedará   la 
pena. 

Pol.  — Tú,  traidor,  falso  enemigo,  sabes  que 
las  mereces  peores. 

Cor. — A  fe  de  hidalgo  que  no  tienes  razón, 
v  (|ue  te  hazes  agrauio  en  pensar  que  ay  en  esta 
tierra  otra  ninguna  por  quien  yo  diesse  vn 
passo,  ni  el  meno^-  pelo  que  traigo  acuestas. 
Quanto  más  que  no  conozco  (por  los  aúnalos 
de  Roma)  tal  hombre,  ni  mugor;  y  si  hallares 
lo  contrario,  toma  esta  daga  y  sácame  la  len- 
gua con  olla. 

Pol. — Bien  lo  sabes  fingir;  mas  si  primero 
no  atas,  como  dizen,  el  asno  a  la  puerta,  ju- 
rando de  casarte  comigu,  no  te  cr'eré  si  me 
dixessos  el  credo,  ni  atrauesarás  más  estos 
lumbrales.  No,  por  el  siglo  de  mi  madre. 

Cor. — Pues  tras  qué  ando  yo?  Para  luego 
es  tarde:  dame  acá  essa  mano.  Mas  escucha, 
amores,  que  oyó  cantar. 

Bez. — No  (lesmaye'l  amante  porque  vea 
Cerrada  í<u  esperaiira  en  fuerte  muro; 
Sea  constante  y  fiel.,  que  si  dessea, 
Del  reciproco  amor  está  seguro. 
Piense  que  tanto  más  dttlce'l  bien  sea 
(Quanto  el  camino  por  do  viene  es  duro: 
Que  al  ánimo  resuelto,  impedimento 
Xo  puede  auer  que  sea  de  momento. 

Cor. — Page,  a,  page! 

Bez. — Dozis  a  mí? 

Cor. — Sí,  hermano. 

Bez, — Hermano?  y  de  qiiando  acá.'  Deiiois 
de  ser  de  aquellos  por  quien  m'embian  a  mi 
sin  herreruelo  a  estas  horas. 

Cor. — Capeador  querrás  dozir. 

Bez. — Maldita  otra  cosa. 

Cor. — Dios  me  guarde;  ahora  a^oo  que  no 
me  conoces. 

Bez, — Ni  vos  a  mí. 

Cor. — Mas  que  sí? 

Bez. —  Mas  que  no?  Quien  soy  yo? 

Cor. — Eres  el  page  de  la  señora  mugor  del 
señor  Gemino. 

Bez. — Es  verdad;  mas  yo  no  cayo  en  vos; 
al9á  el  sombrero. 

Cor. — No  puedo,  qu'esti>y  con  vn  chiclion 
en  la  frente. 

Bez. — Pues  n"os  conozco. 

Cor. — No?  poco  dulce  se  deue  de  comer  en 
tu  casa, 

Bez. — Poco?  No  deueis  vos  tam})oco  de  co- 
nocer a  mis  amas. 

Cor. — Pues  cómo  es  ])0ssible  que  no  se  te 
acuerde  d'el  hijo  del  confitero  flamenco,  como 
entras  en  la  Especieria,  a  mano  izquierda. 

Bez. — Confitero  sois? 

Co7'.  — Sí,  amigo,  a  tu  mandado.  Quién  te 
ha  enseñado  tan  lindo  cantar? 

Bez. — Lindo,  sí,  por  cierto.  Harto  mejor  es 


la  seguidilla  que  sé  yo,  mas  no  quitare  mi  se- 
ñor que  la  cante  en  casa,  so  pena  de  media  do- 
zena  de  otra  colación  que  la  vuestra,  porque 
dize  que  es  desonesta. 

Cor, — Y  essa,  líatela  oydo  tu  amo.' 

Bez. — Yo  me  guardaré  d'osso  c<inio  do  oo- 
mer  solimán;  mi  señora  sí,  que  mo  la  lia  onse- 
ñado  y  hecho  dozir  mil  vozes. 

( 'or.  —  Quieres  me  la  dexar  oscriuir  y  to  daré 
vna  muy  linda  pelota? 

Jíe:. — Venga. 

Cor. — Ves  l'aquí. 

Bez. —  Dádmela. 

Cor. —  Di  primero,  qu<'  te  nic  huirás  con 
olla. 

/>e:. — No  haré,  por  vida  de  mi  madro;  tone- 
me  vos  de  la  faldilla. 

Cor.—  Toma;  di,  puos,  presto. 

Bez.-  O  qué  linda  pelota,  líaseme  oluidado. 

(■or. — No  quorria  yo  más,  para  qiu^  fuesses 
a  casa  en  cuerpo. 

/^ez. — Tras  esso  andáis:  ya  os  entiendo,  tís- 
criuí,  escriní  a  priossa.  ( Escriue  Cometió), 

Cor. — No  desmayen  amante  porque  vea,  etc. 

Bez.-  Dexái lie  ahora. 

Cor. — Que  me  plaze;  si  nos  encontramos 
otra  vez,  yo  sé  lo  que  te  daré,  y  más  si  vas  a  mi 
tienda. 

5e5.— Tom'os  la  palabra. 

Cor.  —  D'acá  la  mano.  Pues  somos  ya  ami- 
gos, bien  es  que  nos  sepauíos  los  nombres;  có- 
mo te  llamas? 

Be:.-  Bezerrica,  a  vuestro  seruicio;  y  vos? 

Cor. — Yo  Manso,  a  tu  mandado;  no  te  de- 
tengas, amigo. 

Bez. — A  Dios,  Manso. 

Cor.—  A  Dios,  Bezerrica.  Este  mochacho  y 
yo  vendremos  presto  a  hazer  vn  buey  perfecto, 
porque  no  le  faltan  a  su  amo  sino  los  cuernos, 
que  ya  me  parece  se  los  veo  apuntar. 

Pol. — Agora  que  tienes  la  canción,  la  liarás 
cantar  a  la  puerta  de  tu  Florina. 

Cor. —  Hallado  has  el  musií^uero;  acaba  ya, 
lio  seas  boba,  ablándate,  que  fuego  no  se  mata 
i'on  fuego. 

Pol. —  Pues  para  (^ué  la  has  escrito? 

Cor. — Para  mis  amos,  que  como  son  músi- 
cos, tienen  el  seso  con  ventanas  y  quieren  auer 
quanto  se  canta,  y  assi  me  embian  a  media  no- 
che a  ca^a  de  sonetos. 

Pol. —  Dime  lo  que  has  escrito. 

Cor.—  Cantando? 

Pal. — No,  porque  no  l'oyan  los  vezinos. 

Cor.         El  que  os  vicsse  y  no  cegasse 
Ciego,  sonora,  seria; 
Quien  perdido  no  quedasse 
Más  perdido  quedaria. 
Para  poder  escapar 
De  cegar  o  se  perder, 


410  orígenes  de 

Es  el  remedio  xíoh  ver 
O  no  saberos  mirar. 

Mas  quien  assi  se  librasse 
Presso  afligido  seria: 
Y  si  os  viesse  y  no  cegasse 
Mal,  Policena,  veria. 

í^l. — Tú  me  das  la  raposa  por  mart¡i  y  nii' 
liazes  t-r'or  quanto  quieres. 

Cor. —  Pues  por  que  no  eres  quanto  te 
quiero? 

Fol. — Essas  son  otras  quinientas. 

Cor. — Oye,  amores,  por  vida  mia,  mas  yo 
boluere  a  la  hora  que  suelo,  si  gastas  d'ello. 

Fol. —  Si  gusto?  En  condición  me  lo  pones? 
Hazme  rauiar  esperándote,  como  sueles. 

Cor.— Ya  sabes  que  no  soy  mió. 

Pal. — Pues  cuyo  eres? 

Cor. —  De  mis  amos  y  tuyo. 

Po^— Mió? 

Cor. — Assi  i'uesses  mia,  que  no  ¡¡ucdo  lla- 
mar assi  vu  cuerpo  priuado  de  aticion. 

Fol. —  l'roquemos. 

Cor.  — Esso  no,  mi  alma;  besóte  las  manos. 
(Solo).  Mira  hasta  dónde  encaxa  los  celos  el 
demonio.  Como  si  no  tuviesse  que  hazer  con 
los  casados.  Lo  que  remedia  y  daña  una  copla 
a  tiempo!  Cosa  estraña  es  lo  que  me  quiere 
esta  moíja;  mas  tal  burla  la  hago,  por  vida  d'el 
Marques  de  la  Cornia,  que  no  la  trocasse  por 
la  más  repicada  de  la  ciudad.  Es  cosa  de  burla, 
sino  andarse  el  hombre  tras  estas  ouejitas  de 
prima  tonsura.  Más  estimo  aquel  cuello  que 
me  dio  el  otro  día,  que  quanto  mis  gallipauos 
esperan  de  sus  emparedadas.  Ándense  ellos  a 
coplas,  que  yo  me  estare  entretanto  las  manos 
en  la  cinta.  Qaierolos  licuar  esta  profecia  y  allá 
se  aueugan. 

SCENA  IT 

Lena,  Violante,   Damasio,  Cornelio. 

[/^c/k].  — No  veo  persona  en  esta  calle.  El 
señor  Damasio  me  dixo  que  me  dexassc  ver,  que 
me  queria  dar  vn  regalo  para  mi  enamorado.  El 
diablo  le  ha  dicho  que  le  tengo.  Al  fin,  no  hay 
cosa  secreta,  por  más  que  la  persona  mire  por 
s\i  lionrra;  a  fe  que  tengo  de  abrir  los  ojos  de 
aqui  adelante,  que  por  menos  se  suelen  perder 
buenos  casamientos.  Sin  duda  lo  aura  sacado 
el  casquiuano  por  discreción,  entendiendo  que 
aunque  se  le  corta  la  cola  al  perro,  siempre 
({ueda  perro:  que  de  otra  manera  seria  imposi- 
ble saberlo  él  ni  nadie,  porque  no  entra  en  mi 
casa  sino  secretamente  (a  medio  dia)  quando 
no  parece  persona  bina,  por  euitar  el  escándalo 
de  la  vezindad.  A  lo  menos,  si  no  soy  casta, 
tengo  esto  bueno,  que  de  cauta  rae  he  preciado 
siempre,  porque'l  mal  es  siempre  mal,  mas  peor 
quando  con  mal  exemplo  se  comete.  Si  todas 


LA  NOVELA 

se  gouernasaen  con  el  recato  que  yo,  no  anda- 
rían hoy  tantas  honrras  por  los  tablei'os.  Pien- 
se lo  que  se  le  antojare,  que  tampoco  él  anda 
ahora  para  hazerse  hermitaño:  que  yo  no  me 
emendaré  mientras  pudiere  comer  mi  pan  con 
corteza,  y  aun  después  veremos.  Echa  la  na- 
tural inclinación  a  palos,  que  no  por  esso 
dexará  de  boluer.  No  sé  con  todo  esto  si  l'es- 
pere  aqui  o  si  llegue  a  su  casa.  Si  le  aguardo, 
podrá  ser  que  como  mo90  descuidado  se  este 
entreteniendo  eo  otra  parte,  y  que  me  dexe 
plantada  hasta  la  noche'scura,  y  no  puedo  per- 
der tiempo  teniendo  tantos  negociantes,  que  me 
esperan  como  agua  de  Mayo;  aunque  las  más 
vezes  soy  la  de  San  luán,  que  quita  el  vino  y 
no  da  pan.  Si  voy  a  su  casa  podrá  la  madre  pre- 
guntarme lo  que  quiero,  y  no  sabiendo  qué  res- 
ponder, sin  duda  m'embiará  jabonada.  Pues 
no  es  nada  soberuia  la  señora:  dízenme  que 
quando  la  pica  la  mosca  no  ay  quien  pueda 
esperar  sus  reziuras.  Pero  cómo  soy  necia  aho- 
ra, estando  más  llena  de  cautelas  que  un  hue- 
uo  de  clara  y  yema?  No  sabré  darla  el  pan  por 
hogaza?  No,  que  soy  vna  boba!  Ea,  núes,  ca- 
bera mia.  Dios  te  me  guarde  de  pan  de  venta- 
na; hela  aqui  a  las  mil  marauillas;  al  fin  no  se 
hizo  la  silla  para  el  asno.  En  aquella  casa  ay 
tres  que  me  conocen:  Cornelio  y  sus  amos; 
será  desgracia  si  en  llamando  no  responde  al- 
guno d'ellos;  si  fuere  otra  persona,  o  la  mesma 
madre,  diré  que  traigo  a  vender  alguna  cosa, 
la  primera  que  me  viniere  a  la  boca;  está  que 
no  ay  más  que  pedir;  con  buen  pie  vamos.  Ta, 
ta,  ta. 

Violante  (dentro  de  la  ventana). — Perdó- 
neos Dios,  amiga,  esse  llamar  tan  rezio;  (pie 
toda  me  aueis  turbado. 

Leu. — Ay,  qué  ligera  de  sangre  es  la  señora ! 

Fío.  — Qu'es  loque  buscáis? 

Len. — Ayúdame,  lengua,  si  no,  mira  que  te 
corto.  Cuitada  de  raí,  no  deue  ser  ésta  la  casa 
que  busco.  El  otro  dia  me  encomendó  vna  se- 
ñora que  la  traxesse  vn  poco  de  estoraque  y 
benfuy  para  hazer  vnas  pastillas,  y  no  acor- 
dándome de  la  casa,  lo  pregunté  a  tiento  a  vna 
muger  que  acertó  a  passar  ]»or  aqui  y  me  enca- 
minó a  ésta,  diziendo  que  sin  duda  seria  V.  m., 
porque  (dixo)  es  la  más  curiossa  señora  de  la 
ciudad.  Qué  lamedor! 

Vio. — Ay,  amarga  de  mí,  cómo  s'engañó  en 
todo;  ya  passó  esse  tiempo;  mas  aunque  no  soy 
la  que  buscáis,  yo  tomaré  vn  poco  si  es  bueno. 

Len. — Es  bonissimo  quanto  puede  ser.  El 
diablo  me  traxo  a  la  memoria  esta  mercancía. 

í7o. — Subí  arriba,  hermana,  o  espérame  ay. 

y.m.  — Espei-ete  vn  to^o.  No  lo  traigo,  aqui. 

17o. — Pues  si  no  lo  traéis  con  vos,  para  qué 
llamáis? 

Leyí.- — Para  saber  la  casa,  anisar  que  lo  ten- 


LA  li:na 


fll 


cjd  y;i  y  bi^lucr  pur  ello  a  la  iiiia.  Tan  giuu  j)0- 
cado  ha  sido.'  pcidoiu'ine  V.  m. 

r/o. — Anda  en  buen  hora,  que  no  deue  de 
ser  esso  lo  que  buscáis. 

Len. — Xo  ha  sido  malo  el  encuentro  y  des- 
echa para  de  valde;  qué  haré  ahora?  Dar  de  la 
sartén  eu  las  brassas. 

Cor. — Allá  va  la  bienhadada. 

Dam. — Es  ella? 

Cor. — La  mesma.  üaranos  ahora  sin  dudii 
tres  ouejas  negras  por  vna  blanca;  ya  nos  lia 
visto. 

Dam. — Dexanie  con  ella.  Loada  sea  la  hora 
en  ([ue  aueis  parecido  a  cabo  de  añeros  buscado 
ires  horas.  Más  tenéis  que  hazer  que  pastelero 
en  Carnestoliendas;  bien  se  deue  correr  el  oficio. 

Len. — Tan  bien,  qu'estoy  por  llamarle  (sino 
por  lo  que  por  seruir  a  V.  m.  traigo  entre  ma- 
nos) peor  que  mecánico.  Pobre  de  mí,  que  para 
podenue  sustentar  y  mantener  en  la  gracia  de 
los  que  bien  me  hazen  he  de  cumplir  con  to- 
dos y  ser  como  el  Sol,  que  assi  alumbra  a  los 
buenos  como  a  los  malos;  aunque  deuen  de  pen- 
sar algunos  (no  lo  digo  por  quien  tanto  se 
acuerda  como  \'.  m.  de  hazermela)  ([ue  bino 
como  camaleón. 

Dam.  —  Huelgo  de  no  entrar  en  essa  (juenta. 

Cor. — Xo?  La  primera  partida  de  su  Ma- 
nual. 

Len. — Aun  hasta  ahora  no  puedo  dezir  de 
(jue'  color  es  la  ingratitud. 

Cor. — Ha  hecho  como  el  tirador  de  arco,  que 
para  llegar  al  punto  va  lomando  la  mira  gran 
espacio  sobr'el  blanco;  y  ahora  vende  la  salsa. 

Dam. — Queréis  yr  a  hazer  lo  que  os  dixe? 

Len. — A  V.  m.  toca  mandar  y  a  mí  obe- 
decer. 

Dam. — Toma  este  ])ar  d'escudos,  y  si  bol- 
ueis  con  algo  de  bueno,  yo  se'  lo  que  haré. 

Cor. — No  digo  yo  que  nunca  cantó  en  vano? 
Y  con  todo  esso,  haze  siempre  como  la  gata, 
que  sin  (juitar  los  ojos  de  las  manos  come  y 
gruñe. 

Len. — Bástame  la  gracia  de  tan  buen  caua- 
llero. 

Cor. — 'Es  a  punto  el  medico,  que  diziendi' 
no  es  menester  hazer  esso  comigo,  abre  la 
mano  y  aprieta  más  que  vna  tenaza;  pero  tie- 
nen ambos  esto  de  bueno  (como  el  lobo):  que 
nunca  toman  por  quenta. 

Dam. — Esta  carta  y  anillos  aueis  de  dar  al 
Bachiller,  diziendole  lo  (jue  más  al  proposito  os 
pareciere,  para  que  llegue  a  buen  jMierto. 

Len. — Pierda  V.  m.  cuidado. 

Dam. — Todo  lo  remito  a  vuestra  discreción. 

Tjen. — Beso  las  manos  á  V.  m. 

Dam. — Con  bien  boluais. 

Len. — Queda  en  buen  hora,  Cornelio  hijo. 

(  Vasse  Dama. i/o ). 


Cor.  Lena  madre,  todos  los  cuclillos  os 
acompañen;  como  ayais  concluido  este  negocio, 
haremos  los  dos  otro  aparte. 

Len.—A\,  loco,  loco;  ya  no  me  quiere  nin- 
guno, sino  i)ara  lo  que  traigo  entre  manos; 
pues  siempre  me  dexan  a  la  luna,  como  tabli- 
lla de  mesón.  Mas  ccn  todo  esso,  ya  hablare- 
mos más  largo  y  tendido;  que  aunque  se  acabó 
el  vino,  el  barril  es  <>1  mesmo. 

Cor. — Creólo,  porque  la  zorra  mucre  en  su 
pelleja  si  no  la  desuellan. 

/yen. — Pidla  es  essa;  basta.  Lo  demás  para 
otra  vez;  a  Dios  mi....  no  lo  (juiero  dezir. 

(Vasse  Lena). 

Cor. — Pues  direlo  yo:  t';i,  sol,  la  nuiyor  puta 
vieja  que  ha  estudiado  en  Valladolid.  iUirlaos 
y  veréis  lo  que  passa;  tenderse  quiere  la  niña, 
("oii  todo  esso,  he  de  procurar  pescarla  algunos 
realejos,  contentándola,  quaiido  más  no  pueda, 
a  ojos  cerrados;  acabando  de  comer  mi  pan  con 
la  salsa  de  más  agradable  imaginación. 

(Buelue  Damasiu). 

Dam.—  Quán  de  assiento  lo  tomas. 

Cor. — También,  señor,  ando  yo  casi  enamo- 
rado, y  quiero  tenerla  contenta;  qnes  aiiareja- 
dissima  para  sacarla  quanto  alcanea. 

Dam. — La  razón? 

Cor.  —  Porque  como  estas  calloncas  tienen 
la  carne  tan  mal  acostumbrada,  dan  liberal- 
mente  lo  que  les  queda  al  que  tiene  paciencia 
|)ara  ensillarlas. 

Dam. —  Sacaráte  el  vientre  de  mal  año. 

Cor. — Por  qué  piensa  V.  m.  que  se  dixo: 
Bueno  está  Chillón,  si  la  vieja  le  dura? 

Dam. — Por  lo  que  guarda  su  quiñón  la  vieja 
madura;  y  assi  vendrá  a  salir  tu  desiño  el  sue- 
ño del  perro. 

Cor. — Todo  será  auenturar  dos  ydas  y  veni- 
das; y  quando  la  suerte  salga  en  blanco,  a  lo 
menos  no  tendremos  que  reñir  sobr'el  partir  de 
la  cadenilla,  pijrque  la  damos  a  comer  por  on- 
9as,  y  assi  quedaremos  amigos  como  de  antes. 

Dam.—  GvAW  hablador  eres. 

Cor. — Lo  qu'escuecen  las  verdades! 

Dam. — A  la  íé,  sospecho  que  deues  de  sor  a 
la  parte. 

Cor.  -  Nunca  me  passó  por  pensamiento, 
porque  ya  murió  Calisto,  y  nuestra  Melil)ea  se 
da  tanta  priessa  a  sacarnos  de  pena,  que  la  mer- 
cancia  vendrá  a  salir  poco  más  que  de  balde. 

Dam. — Poco  precio  te  parece  el  cora(;on  con 
que  la  he  dado? 

Gor. — Es  de  los  que  se  pesan  en  las  carnc- 
cerias  de  amor,  que  se  hallan  a  cada  passo. 

Dam. — No  es  para  ti  esta  materia;  puedo 
cantar  con  verdad: 

(¿iiistera  i/o  tener  die:  corw-onea, 
)'  que  llenara  vno  en  cada  dedo. 


412 

Cor. — Y  porque  no  tenemos  más  de  vno  le 
conseriiamos  quanto  podemos. 

Dam. — Ya  v'es  lo  que  dize  la  estanza. 

Cor. — Veolo,  pero  como  soy  tan  grosero, 
no  lo  entiendo. 

Dam. — Buen  principio  es  para  salir  de  tu 
necedad  el  conocerte.  Dice  que  no  desconfie 
por  verla  tan  encerrada:  que  sea  constant''  en 
la  comen9ada  empresa:  fiel,  entiendesse  secre- 
to, qu'es  la  mejor  parte  en  vn  enamorado  y 
que  más  satisface  a  las  damas.  Assegurame 
del  reciproco  amor;  y  poniéndome  delante  que 
las  victorias  más  trabajadas  hazen  el  triunfo 
mayor,  concluye  con  esta  verdadera  sentencia: 
qu'el  amor  rompe  y  allana  todas  las  dificulta- 
des a  quien  con  pecho  valerosso  se  resuelue 
l)ara  llegar  al  fin  que  pretende.  Qué  te  parece? 

Cor, — Que  lo  ha  V.  m.  interpretado  muy  a 
su  projiosito;  pero  quisiera  yo  que  todo  esso  lo 
dixera  la  copla. 

Dam. — J\Iucho  más  da  a  entender,  que  para 
ti  seria  algarauia. 

Cor.  -Pues  qué  concluye? 

Dam. — En  que  está  determinada  de  poner 
en  execucion  lo  que  la  pide  el  desseo. 

Cor.  -  Quando? 

Dam. — Más  tarde  que  yo  querría.  Esso  es- 
tudiará ahora,  y  sin  pensar  nos  lo  cantará  el 
ruiseñor. 

Cí>r.  —  Cómo  gusta  la  fortuna  de  casos  tales!  y 
pa,ra  hazer  bien  no  se  hallará  agua  en  Tajo  ('). 
Bien  ha  hecho  V.  m.  en  no  dezir  nada  d'el 
cantar  a  osta  buena  muger. 

Dam  —  üe  semejantes  no  se  ha  de  fiar  sino 
lo  forcoso,  y  esso  con  gran  escaseza  y  recato. 
Vamonos  a  casa  a  consolar  a  Macias  con  esta 
buena  nueua,  que  no  la  creerá  según  es  el  vien- 
to fauorable. 

Cor. — Yo  tengo  que  hazer  en  la  pla^a; 
mándame  V.  m.  algo? 

Dam. — Que  no  te  descuides  de  acudir 
gezillo,  que  ya  v'es  lo  que  nos  importa. 

Cor. — No  perderé  punto. 

SCENA  III 

CORNELIO,      ViGAMON. 

\_Cor.]  Si  vna  es  buena,  es  por  ventura. 
Y  si  mala,  de  natura. 

En  dos  palabras  ha  dicho  la  señora  quanto 
es  menester,  más  claro  qu'el  sol;  y  yo  hago  del 
aturdido,  })or  dexar  saborear  y  dar  más  que  de- 
uanear  a  mi  amo.  Allí  veo  a  Vigamon,  mi  ami- 
go viejo;  quiero  desentrañarle,  para  tomar  vn 
rato  de  plazer. 

O  Agua  en  el  Damobioáice  El  Celoso. 


orígenes  DE  LA  NOVELA 


pa- 


Vig. — Vienes  más  a  punto  que  la  gracia  a 
vn  condenado  quando  está  en  la  escalera,  por- 
que yua  derecho  a  buscarte. 

Cor. —  Ya  era  tiempo  de  que  nos  viessemos; 
ay  algo  en  que  te  pueda  ser  de  prouecho? 

Vig. — Mi  amo  me  embia  a  llamarte. 

Cor. —  El  señor  don  Galcerán  a  mí? 

Vig.—  Quanto  ha  que  mudé  dueño! 

Cor. — Pues  con  quién  estás  ahora? 

Vig. —  Con  el  señor  Aries  de...  par  Dios,  no 
sé  de  dónde. 

Cor. — Es  vn  cauallero  padre  de  vna  señora 
que  se  casó  poco  ha  con  un  Ceruino  de  tal, 
que  biue  a  las  Tenerías? 

\_Vig.]. —  O  Elmesmo. 

Cor. — Pues  de  dónde  me  conoce  él  a  mí? 

Vig. — No  te  lo  sé  dezir. 

Cor.—  Mira  no  le  ayas  entendido  mal. 

Vig. — No  eres  tú  Cornelio,  criado  de  aque- 
lla señora  viuda  hermosa,  que  tiene  dos  hijos 
V  vna  hija? 

Cor.-'  Qué  rae  podrá  querer? 

T7^.— Menos  lo  sé:  él  te  lo  dirá;  de  qué  te 
congoxas? 

Cor.  —  Sabes  qué  cosa  es  ser  llamado  sin 
pensar  vn  pobre  mo^o  de  personas  tales?  Haze 
reboluer  en  vn  punto  quanto  el  hombre  ha  he- 
cho y  pensado  en  toda  su  vida:  la  vergüenza 
me  empacha  y  haze  dezir  esto;  pero  con  todo 
esso,  vamos.  Como  lo  passas,  Vigamon  herma- 
no? estáis  bien  acomodado? 

Vig. — Casi  bien,  como  vela  a  medio  árbol. 

Cor. — Quanto  hazes  de  daño? 

Vig. — Doze  gruUejas  pagadas,  que  no  ay 
más  que  pedir. 

Cor. — La  cama? 

Vig. — De  la  fabrica  de  vnas  parrillas,  no 
la  trocaría  por  la  del  guardián  del  Abroxo; 
mas  no  sé  qué  tiene,  que  aun  durmiendo  me 
bambaneo,  sin  poder  hallar  remedio  (aun- 
que he  prouado  ciento)  para  hazerla  estar 
queda. 

Cor.—  Será  sin  duda  algún  duende. 

Vig. — Osalá,  si  fuesse  como  el  de  la  otra, 
que  se  quexaua  que  vno  no  la  dexaua  repossar 
de  noche,  con  que  tenia  amedrentada  a  su  ma- 
dre; hasta  que  se  vino  a  descubrir  que  secreta- 
mente metia  en  casa  vn  familiar  encarnado, 
que  hazia  sobr'ella  la  pessadilla. 

Cor. — Ha, ha.  No,  ay  (^)en  casa  alguna  due- 
ña que  quiera  hazer  contigo  de  la  duenda? 

Vig. —  Si  esso  tuuiera,  medio  mal,  mas  no 
ay  sino  vna  viejecuela,  trasparente  como  lan- 
terna,  que  gouierna  la  casa. 


(')  Suplimos  aquí  el  nombre  de  Vigamon,  que  falta 
en  los  dos  textos  de  La  Lena  y  de  El  Celoso. 

(2)  Falta  este  nombre  en  La  Lena,  pero  no  en  El  Ce- 
loso. 


LA  LENA 


413 


Cor. — Es  tan  sin  dientes  t(uc  no  se  la  pue- 
dan sacar  vn  par  de  muelas? 

Vig.  {}). — No  ay  vieja  pür.i  esse  menester; 
mas  llégate  a  herrarla:  es  vn  liarrabas  eoii  to- 
eas;  no  ha  nascido  (segnn  lo  (pie  muestra  en 
el  sacudimiento  y  aspereza)  muía  más  mala 
trensillar. 

Cor. — Aura  sido  coxquillosa  en  su  jouen- 
tud:  mas  si  yo  la  dixesse  al  oydo  vnas  pala- 
l)ras  (jue  m'enseñó  vn  albeitar,  verias  mara- 
uillas. 

Vi(j. — Como  d  essas  sé  yo;  pero  tal  que' 
aprouecha?  no  queda  por  esso. 

Cor. — De  manera  que  ya  l'has  tentado  las 
coracas? 

Vig. —  Vna  vez  sola,  que  haziendo  del  cor- 
tés, la  pregunté  como  estaña,  y  al  punto  muy 
escandalizada  se  lo  fue  a  dezir  a  mi  amo,  aña- 
diendo que  la  auia  tocado  el  deuantal;  y  él  (que 
es  más  señero  que  Sócrates)  diziendo:  Dura 
cosa  es,  hermano,  andar  a  discreción  de  un 
garrote,  me  puso  perpetuo  silencio.  Y  at-si 
passo  vna  vida  tan  colérica  y  melancólica,  que 
(de  puro  ahondar  horizontes)  temo  al  cabo  de 
venir  a  dar  en  poeta;  porque  me  siruo  demas- 
siadamente  de  la  cabe9a.  Dt'  manera,  hermano, 
(|ue  soy  medio  bino,  sin  más  eonuersacion  que 
la  de  un  negro  bocal  que  cura  el  cauallo;  con 
(juien  passo  mis  ratos,  hartándonos  ambos  de 
zinguerrear  en  vna  guitarra  más  destemplada 
que  discante  de  ramera. 

Cor. — Vamos  a  la  gula. 

Vig.  —  Esso  no  falta  quien  me  mantenga 
flaco,  con  poco  gasto,  faliricando  siempre  en 
seco,  tanto  que  a  cada  bocado  me  veo  en  passa- 
miento. 

Cor. — Quién  compra? 

Vig. — Yo,  por  mi  más  negra  ventura  que 
la  pez. 

Cor. — No  sabes  la  cuenta  del  siete  y  tres 
son  treze?  Ya  m'entiendes! 

Vig. — Demassiado,  pero  todo  lo  que  se  co- 
me es  casi  de  su  cosecha,  y  andan  tan  d'espa- 
fio  los  banquetes,  que  se  puede  hazer  poca  ha- 
zienda. 

Cor. — Arrima  la  nauaja  y  rapa  donde  pudie- 
res: no  ues  quánto  han  encarecido  las  cosas, 
que  todas  han  crecido  sino  nuestros  salarios, 
que  no  bastan  para  zapatos?  No  tienes  algunos 
percances? 

Vig. — -Qué  cosa  buena  puede  auer  en  casa 
donde  no  se  juega?  Assi  me  tengo  por  casi  en- 
terrado. 

Cor. — Tú  quieres  amigo  de  plazer,  auias  dr 
estar  con  mis  amos  (dos  puros  locos  de  atar), 
que  siempre  me  traen  de  acá  para  allá,  haziendo 

(' )  En  el  original,  indiulalileniente  por  errata,  Ha.  lia. 
no.  Ay... 


el  amor,  dando  músicas,  en  seraos,  en  come- 
dias, en  bautiuetes  y  en  otros  mil  passatiem- 
pos.  No  ha  Uios  amanecido  (piando  assidos  de 
mí  comieucan  a  luchar  comigo,  arrastrándome 
por  aquellos  suelas  y  haziendome  pedaros 
quanto  traigo  acuestas. 

I  Vi/.  — No  me  parece  essa  imena  eonuersa- 
cion. 

Cor,  —  Qué  importa,  si  (planto  traigo  es  suyo 
y  quanto  ellos  mió.  El  vno,  toma  tal  jubón,  y  el 
otro,  ponte  a(piellos  callones:  vengan  ¡os  torrez- 
nos, la  fruta,  el  beuer  frescí).  y  todo  con  vnas 
entrañas,  (pie  me  tendrian  los  que  no  nos  co- 
nociessen  por  su  hermano  nnvyor. 

Vig. — No  son  esos  caualleros  como  los  mal- 
auenturados  que  dizen  que  para  ser  bien  serui- 
dos  conuiene  tener  los  criados  pobres. 

Cor. — Tras  essa  hoja  hay  otra:  (pie  no  sir- 
uanios  tanto  que  de  puro  obligados  los  amos 
no  sepan  con  qué  pagarnos;  y  assi  he  visto 
criados  (jue  lo  pueden  ser  del  liey,  enuejecidos 
y  rotos,  esj)erandü  los  montes  de  oro,  (pie  uuuea 
corren,  con  que  los  entretienen. 

Vig.  —  Dexariame  yo  echar  vn  birote  de 
semejantes  amos  como  los  que  tú  tienes.  Llé- 
gate a  ciertos  confessos  reuestidos  con  quatro 
reales  que  les  dexaron  sus  padres  (ganados 
como  Dios  sabe),  (jue  les  parece  matar  a  sus 
madres  si  dexan  al  pobre  moco  vn  momento  en 
reposso,  como  si  los  vuiesse  comprado  por  es- 
clavos; no  lo  puedo  licuar  en  paciencia.  O  si 
(como  lo  he  desseado  mil  vezes)  me  tocasse  por 
suerte  vna  ('),  ser  amo  de  alguno  d'estos  pelo- 
nes, verias  cómo  me  seruia  dé!,  haziendole  co- 
rrer, trotar,  saltar,  sudar  y  trabajar  tanto^  que  no 
le  parasse  mosca  encima;  cada  dia  (por  ahorrar 
el  salario)  leuantaria  cosas  nunca  soñadas  para 
di'scontar  del  salario,  y  por  quítame  aquella 
paja:  hermano,  otro  poco  a  otro  cabo.  Mas  es 
el  diablo  que  para  esto  es  menester  argent,  y 
yo  no  h)  puedo  esperar  en  los  años  de  Matusa- 
leni:  porque  no  ay  en  todo  el  Mapamundi  tanta 
tierra  como  ocupa  vn'hormiga  (pie  sea  mia.  Al 
fin  no  viene  a  ser  puerro  sino  el  que  se  tras- 
planta. Auria  lugar  ))ara  otro  criado  en  casa 
d'essos  señores? 

Cor. — Es  su  madre  tan  auarienta,  que  antes 
mira  a  despedir  que  a  recebir  de  nueuo. 

Vig. — Jkíena  ventura  fué  la  tuya  en  topar 
con  tales  amos:  daria  (pianto  tengo  por  ser- 
iarlos. 

C'o/-.  — Con  quántos  ducaditos  caerias  si  yo 
te  metiesse  en  mi  lugar?  que  desseo  ya  asscn- 
tar  y  dexarme  de  tantas  mocedades. 

Vig. — Para  esso  mi  amo. 

Cor. —  Pues  troquemos. 

Vig. — Oxalá,  mas  cómo? 

(•)  .Vsi  en  el  original,  fjn izas  errata,  en  lugar  de  mía. 


414 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Cor. — ^CüiiccrLcUiOUiiS,  que  después  yo  lo  eu- 
cainiüaré. 

r¿g. — Burlaste  o  dizeslo  de  veras? 

Cor. — Respóndeme  al  quánto  y  dexame  el 
cargo. 

Vig. —  No  me  bailo  con  más  de  quatro,  y  el 
mes  que  va  corriendo  (aunque  no  tanto  que  no 
me  parezca  vn  año);  darete  los  tres,  que  lo  de- 
más es  para  cambalachar  unos  caloones  con  és- 
tos que  andan  por  dexarme. 

Cor. —  O,  esso  es  poco,  porque  te  valdrán 
más  de  cinco  al  mes  los  prouechos:  mas  por  lo 
(jue  te  quiero  me  contento  con  quatro. 

Vig. — Sea  (')  assi. 

Cor. — Dexame  concluir  vn  negoruelo  en  que 
ando,  que  será  presto;  yo  te  anisaré,  y  entonces 
haremos  d'esta  manera.  Yo  me  despediré  (re- 
suelto) de  mis  amos  en  buena  paz,  fingiendo 
alguna  ocasión,  y  les  diré  que  en  mi  lugar  les 
quiero  dexar  vn  criado  a  toda  broca,  tal  como 
bueno,  que  serás  tú;  y  sin  duda  holgarán  d'ello; 
y  al  mesmo  tiempo  harás  otro  tanto  con  tu 
amo,  diziendole  que  soy  un  moco  diligente, 
virtuoso,  que  nunca  áexó  el  rosario  de  la  mano, 
y  tan  amigo  de  quieti;d,  ([ue  pienso  meterme 
fraile. 

]lg.—'No  anda  él  tras  otro,  doylo  por  he- 
cho; quáudo  quieres  el  dinero? 

Cor. — Esso,  amigo,  quanto  antes  será  lo 
mejor,. porque  no  nos  podamos  arrepentir. 

Vig. — Veslo  aqui,  toca  la  mano. 

Cor. — Fiat. 

Vig.—  No  nos  detengamos,  que  t'espera  mi 
amo  con  más  desseo  que  las  coles  de  Agosto 
Tagua.  Voy  a  dezirle  que  estás  aquí. 

Cor. — En  buen  hora.  No  ha  sido  mala  esta 
jornada;  tendré  con  qué  prouar  la  mano.  Sy 
ganare,  boluerselos  he,  y  si  no,  trampear  y  a 
ello. 

]ig.~  Subí  arriba. 

SCENA  IIIÍ 

Inocencio,    Lkna 

[/??.]. —  0))incí<  in  omnem  cul/)am  jjrolab/ni- 
tur.  Gran  peccado  comete  mi  señor  (de  (pie  ha 
de  dar  estrecha  quenta)  en  tenor  tan  encerrada 
y  descontenta  a  vna  mujer  exemplo  de  virtud 
como  la  suya:  tengo  por  cierto  que,  si  por  él 
no  fuesse,  no  dexaria  pobre  desconsolado  y  que 
daria  quanto  tiene  a  quien  se  lo  pidiesse,  ocu- 
pándose siempre  en  hazer  caridad.  Mira  qué 
bondad  de  señora:  ha  entendido  el  desastre  de 
la  prima,  con  que  otra  se  vuiera  escandalizado 
y  dicho  que  si  ha  hecho  mal  con  su  pan  se  lo 
coma,  y  en  hallándose  sola  (con  vna  angustia 

(')  El  impresor  lo  estampó  en  italiano:  Sia. 


grande)  da  cien  suspiros  de  pena,  por  no  po- 
derla ver  y  ayudar  como  querría.  Pues  con  qué 
gracia  me  rogó  que  vaya  a  dar  un  recado  de  su 
])arte  a  aquella  buena  muger  con  estos  tres  du- 
cados, por  el  menoscabo  de  su  ropa,  con  que 
voy  a  consolarla  contentissimo,  porque  quien 
esto  la  embia  no  dexará  de  socorrerla  adelante. 
Pareceme  la  que  allí  está;  sí,  ella  es.  El  señor 
os  tenga  de  su  mano,  hermana  Lena;  pensaua- 
des  que  n"os  auia  de  venir  a  ver  algún  día? 

Len. — V  por  qué  auia  yo  de  cometer  tan 
gran  pecado,  pensando  tal  cosa  de  quien  tiene 
por  oficio  las  obras  de  misericordia,  y  princi- 
palmente la  mayor  de  todas,  que  es  consolar 
los  tristes?  Assi  se  alegre  comigo  quien  mal 
me  quiere,  como  yo  con  su  gentil  presencia; 
sin  duda  que  mi  ventura  le  ha  traído  aqui,  por- 
que en  este  punto  pensaua  yr  a  buscarle  para 
lo  que  oyrá.  Mas  antes  quiero  saber  a  qué  ha 
sido  la  buena  venida;  porque  desseo  mucho  que 
me  emplee  en  su  seru'cio. 

/ n. — Cierto  que  deueis  essa  voluntad  a  l'afi- 
cion  que  yo  os  tengo.  Mutuo  amamus  inter  nof. 
Mi  señora  está  tan  afligida  por  la  desgracia  de 
aquella  señora,  que  desde  aquel  punto  que  la 
di  su  carta  anda  como  fuera  de  sí;  fantasseando 
tan  trocada,  que  me  trae  lastimado;  y  assi  me 
embia  a  saber  cómo  está  la  buena  donzella,  y 
a  rogaros  c[ue  la  vais  luego  a  visitar  de  su 
parte,  y  digáis  que  tenga  ánimo,  porque  con 
mucho  calor  va  tratando  de  remediar  su  pena; 
y  también  os  da  estos  tres  ducados  por  la  que 
tomáis  en  ser  medianera  entr 'ellas,  y  dize  que 
la  disculpéis  de  no  la  escriuir,  que  no  lo  haze 
por  cuitar  sospechas. 

J.en. —  Bendita  sea  tal  señora;  al  fin  donde 
está  la  nobleza  ay  largueza;  en  más  tengo  esta 
memoria  de  su  mano  que  vn  tesoro  de  otra. 
Ay,  hijo  mió,  quánto  se  consoló  aquella  criatura 
con  la  carta  que  la  llené:  no  pareció  sino  que  via 
el  cielo  abierto.  Dixome  que  fuesse  otro  dia  a 
verla,  como  lo  hize  ayer;  recibióme  con  mil  ca- 
ricias, besándome  estas  pecadoras  manos;  y  des- 
pués de  mil  demandas  y  respuestas,  medió  esta 
carta,  con  estos  dos  anillos,  para  la  señora  Mar- 
cia,  con  los  cuales  dize  que  su  merced  s'en- 
ternecerá ;  porque  son  los  que  la  embió  con  el 
padre  quando  vino  a  sus  bodas.  Por  caridad,  que 
V.  m.  se  los  dé,  encareciéndola  mucho  la  memo- 
ria que  ha  tenido  d'esta  su  denota  y  humilde 
criada. 

Jn. — Yo  lo  haré  muy  de  veras. 

Len. — Si  tiene,  mi  alma,  algunas  camisas 
que  adcrecar,  mire  que  me  las  traiga,  si  no 
quiere  que  m'enoje. 

In. — Jutamtuam  vohmtatem  semper  in  ore, 
animoque  habeo.  El  Señor  quede  con  vos. 

Len.  —  ¥A  vaya  contigo,  que  te  sobra  la  bon- 
dad, como  la  cresta  al  gallo. 


T.A  LENA 


4  ir. 


SCENA  V 
Damasio.  Corxelki,  Lkna. 

\/)(nn.^. — No  so  uie  cuei'e  ol  pan  por  salxT 
lo  que  lia  luvlio  Lena  de  la  carta  y  anillos,  \ 
el  modo  que  aura  tenicío:  quieres,  Conielio, 
(pie  nos  vamos  passeando  hazia  su  casa.' 

C/jr. — Si  V.  m.  lo  dessea  Diucho,  j'o  muero 
por  ello;  y  MIC  parece  cada  hora  más  estrecli.i 
y  larga  (|u"el  mal  año:  aunque  estoy  casi  cierto 
de  que  aura  hallado  camino  aproposito;  porque 
no  son  tres  asses  peores  qu'ella,  ni  tiene  el  In- 
lierno  más  astuto  demonio. 

/)a»i. — 8u  oficio  lo  requiere.  Llama,  que 
¡iquí  t'espero. 

Cor. —  Llegue  V.  m.  coniigo  (pecador  de 
mí),  por  si  acaso  está  allí  su  rufián. 

Dam. — Va  te  entiendo;  perro  couarde  no 
quiere  ver  lobo.  Pareces  de  los  soldados  de 
Trencha,  qu'eran  treinta  y  seis  a  arrancar  vii 
nabo. 

Cor.  —  M ucho  me  pessade  oyr  essas palabras; 
mal  conoce  V.  m.  al  segundo  Fierabrás.  Diñó- 
lo porque  nos  la  negará,  no  viendo  persona  de 
respecto. 

Dam. — No  es  mala  desecha. 

Cor. — El  diablo  me  ha  metido  entre  el  mar- 
tillo y  la  vigornia. 

Dam. — Miedo  ha  Payo,  que  reza;  no  lo  digo 
yo?  qué  estás  murmurando? 

Cor.  —  Qu'estoi  por  dar  al  vellacon,  en 
abriendo  la  puerta,  vna  cuchillada  que  le  de- 
rribe ambas  orejas,  aunque  sea  otro  Orlando. 

Dam.  —  Alómenos,  burlando.  Quien  león 
mata  en  ausencia,  del  topo  teme  en  presencia. 
No  más.  Fierabrás;  yo  te  marco  por  vn  dezeno 
de  la  cama;  aunque  sospecho  que  tomaras  tú 
ahora  vnas  paredes  por  laco,  porque  todo  Mi- 
lán no  armarla  tu  miedo. 

(^or.  —  Ya  esso  passa  de  burla;  no  haga 
V.  m.  que  se  me  suelte  alguna  mala  palabra. 

Dnm. — Antes  creo  que  se  te  ha  soltado  otra 
cosa  peor;  no  m'espantaria,  porque  perro  es- 
caldado después  tiene  miedo  del  agua  fria. 

Cor.  —  A  fe  de  pobre  mo9o  que  si  no  fuesse 
por  cierto  respecto  que  yo  me  sé...  basta;  mejor 
es  callar.  Sepa  V.  m.  que  hastahora  nadie  me 
ha  quebrado  nueces  sobre  la  cabe9a.  Bien  di- 
zen  que  la  familiaridad  d'el  señores  capirote  de 
loco  para  el  criado. 

Dam. — La  rana  haze  del  león. 

Cor. — Dexemonos  de  moteeicos  y  chufetas, 
(jue  por  menos  qu'esso  he  visto  yo  venir  a  bue- 
nas cuchilladas.  Llamaré  o  no? 

Dnm. — Pues  a  qué  venimos?  de  qué  habla- 
mos? Animo,  ves  me  aqui  para  morir  a  tu  lado; 
aunque  como  te  muestras  tan  fiero,  temo   no 


h  xgas,  en  el  furor  du  k  coh-ra,  de  la  ballesta  ga- 
llega, que  tira  a  enemigos  y  a'migos. 

Cor. — 'l'a,  ta,  ta. 

Len. —  Quien  llama  tan  rezio,  algo  tíos  trae. 

Cor. —  Con  qué  nos  recibe  la  ma'dita! 

Len.-  Señor  mió,  es  possible  que  los  caua- 
lleros  se  humanan  tanto?  Qut'  buena  ventura 
ha  traido  este  bien  a  mi  pobre  cabana.' 

Dam  — La  mia,  si  hallo  lo  que  me  lie  pro- 
metido  siempre   de   vuestra   discreción  y  ilili 
geiicia. 

l.eii. — No  puede  faltar  a  persona  dolada  de 
tantas  gracias.  Mire  V.  m.  lo  que  passa.  Es- 
tnndo  tomando  el  manto  para  ir  a  dar  aquel 
recado,  entró  por  mi  puerta  el  buen  Bachiller 
(que  está  uestido  y  calcado  con  todas  sus  le- 
nas en  i'l  Limbo)  con  tres  ducados  que  me 
embio  la  reina  de  las  mugeres,  mandándome 
(jue  fuesse  luego  de  su  parte  a  consolar,  a  V.  m. 
y  a  assegurarle  de  que'n  breue  concluirá  el 
negocio  muy  a  su  gusto;  con  otras  mil  pala- 
bras buenas,  y  tx'remonias  de  nunca  acabar, 
lurandome  el  cuitado  que  desde!  punto  que 
leyó  la  carta  no  parece  más  la  que  antes  era. 
Y  como  que  lo  creo  yo,  que  quando,  por  mis 
pecados,  nauegaua  por  los  acidentes  de  amor, 
no  repossaua  hasta  dar  fondo.  Tengase  lo  de- 
más por  dicho,  y  pues  (jue  está  ya  hecho  el  pico 
al  tordo,  aparejem'esas  manos. 

Cor. — Cómo  s'encaxa  la  puta  vieja! 

IjCn. — Ay,  ojos  encantadores,  qué  tiempo  se 
os  va  llegando!  cómo  se  le  cae  al  osso  la  pera 
madura  en  la  boca!  ya  m'entiende. 

Cor. — Harto  claro  lo  pide:  pero  mi  Duran- 
darte  haze  orejas  de  mercader  y  buelue  se  a  su 
negocio. 

Dam. — Haos  dado  alguna  carta? 

Len. — No,  sefior. 

Dam. — Qué  recado  distes  a  la  mia  y  anillos? 

Len.  —  El  mejor  del  mundo,  a  mi  parecer. 
Diziendole  que  su  prima  se  los  embia,  fingiendo 
ser  vnos  que  la  señora  Marcia  la  embió  con  el 
tio  quando  lioluio  de  sus  bodas. 

Dam. — Bueno,  a  fe  de  quien  soy:  no  ay  más 
que  hazer  sino  esperar  lo  que  Dios  hará. 

Cor.—  Ha,  ha,  ha. 

Dam. — De  qué  te  ries,  insensato? 

Cor.  ('). — Rióme  deque  quiere  V.  ni.  espe- 
rar de  Dios  lo  que  suele  hazer  el  diablo. 

Dam. —  Tienes  ra/.on:  por  necio  (|ur  vno  s<'a 
acierta  a  dezir  algo  bueno;  ya  podras  ser  uii 
predicador  y  hazerme  dar  con  los  amores  i-n 
vn  conuento. 

Len. — Lo  (jue  más  ahora  hemos  menester 
son  las  bragas  de  vn  motilón,  que  quitan  los 
malos  desseos  como  con  la  mano. 


(')  Dainasin  dice  el  original  de  La  Lena,  erradanipn- 
te.  El  iiiismo  yerro  se  encuentra  eu  El  Celoso. 


416 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


Cor. — No  lo  digo  por  tanto,  yo  enmudeceré 
por  quinze  días. 

Dam. — Acaba  ya,  majadero,  que  no  son  los 
donaires  para  todos  tiempos. 

Cor. —  Antes  en  este  que  esperamos  de 
tanta  alegría  y  consuelo,  no  ha  de  auer  otra 
cosa. 

Dam. — Está  bien.  Amiga  Lena,  comete  al 
sabio  y  dexale  hazer;  en  vuestras  manos  me  he 
puesto,  dadme  buena  quenta  de  mí. 

Len. — Biua  V.  m.,  que  todo  se  hará  bien. 

Cor.  —  O  mal;  otro  nudico  a  la  bolsa. 

SCENA  YT 

Magias,  Cornelio,  Bezerrica,  Damasio. 

\_Mac.']. — Ea,  Cornelio,  aunque  creo  que  es- 
tás cansado,  por  auer  ydo  a  cien  partes,  vamos, 
que  quando  el  amo  tiene  trabajo  no  deue  re- 
possar  el  buen  criado. 

Cor.  —  Por  mí,  vamos  donde  y  quando  V.  m. 
mandare. 

Mac. — Es  burla  lo  que  leia  anoche  mi  her- 
mano en  aquel  libro?  pues  dize  que  l'alma  del 
amor  es  la  esperan9a,  y  que  en  faltándole  mue- 
re, como  la  criatura  careciendo  de  leche. 

Cor. — Quien  lo  escriuio  deuia  de  hablar  por 
esperiencia.  Porque  viene  a  proposito,  diré  a 
V.  m.  vua  estanza  que  cierto  cauallero  muy 
sabio  embió  a  vn  amo  mió  (y  por  contentarme 
la  tomé  de  coro)  que  conforma  con  lo  que  dize 
el  libro.  Nótela  V.  m.,  que  vale  más  quel 
Cancionero  General. 

Mac. — No  querria  que  fuesse  de  las  que  sue- 
les cantar. 

Cor. — Esta  es  contemplatiua. 

Nasce  de  ociosidá  el  Ciego  Flechero, 
Que  biue  alimentado  d'esperanra: 
Quien  le  da  leche  es  el  desseo  primero 
Y  vanos  pensamientos  la  crianca; 
Ser  1/  rigor  (si  bien  no  verdadero), 
El  contento  (qu'está  siempre  en  balanra), 
Es  muy  escaso  en  dar;  promete  largo, 
Presenta  dulce,  y  da  después  amargo  (}). 

Mac. — A  fe  qu'es  buena;  mas  boluiendo  al 
proposito  digo,  que  pnieuo  en  mí  lo  contrario: 

(I)  Estos  versos  ofrecen  alguna  variante  en  El  Celoso: 

"Nasce  de  ociosidad  el  ciego  Archero 
Que  biue  alimentado  d'esperan^a; 
Dale  los  pechos  el  desseo  primero 
y  pe7isamientos  vanox  la  crianza; 
Ser  y  vigor  (muy  poco  verdadero) 
El  contento  (qu'está  siempre  en  balanga  ). 
y  sie>iclo  escaso  en  dar,  promete  largo; 
Muestra  ser  dulce  y  es  en  todo  anianjo». 


pues  sin  alimento  d'esperan^a  ha  crecido,  y  con 
más  fuercas  que  de  gigante  me  atormenta  y  va 
priuando  de  la  vida. 

Cor. — La  causa  es  V.  m.,  pues  le  ha  criado 
a  los  pechos  de  sus  pensamientos,  que  le  han 
seruido  en  lugar  de  leche  d'esperanca,  detenién- 
dose en  ellos  sin  acordarse  de  oti-a  cosa. 

Mac. — Dizes  bien,  porque  l'aticion  me  la 
pintó  tan  hermosa  desde  el  punto  que  la  vi, 
que  siendo  defendido  a  los  ojos  el  esterior  re- 
frigerio, la  mente  se  retira  dentro;  y  viendo 
impressos  en  sí  mesma  los  rayos  de  aquella  so- 
brenatural belleza,  haze  d'ella  el  manjar  qu»' 
dizes,  de  que  se  sustenta. 

Cor. — l']st()  deue  aquietar  más  á  V.  ni. 

Mac. — Antes  al  contrario,  porque  la  figura 
que  señorea  y  gnuierna  mis  sentidos,  enamora- 
da de  sí  mesma,  me  fuer9a  a  yr  donde  natural- 
mente reside,  y  no  pudiendo,  con  los  dientes  de 
amor  me  roe  el  coracon,  ahogándome  los  espí- 
ritus. 

Cor. — Passo,  que  oyó  cantar  al  pagezillo; 
apártese  V.  m. 

Bez. 

Vístase  mi  esperam^a  como  viere 
Qu'el  bien  d'el  que  más  ama  va  vestido; 
Siga  el  camino  al  punto  por  do  fuere, 
y  al  fin  se  junte  con  quien  ha  seguido; 
Después  (si  la  Fortuna  no  impidiere, 
Embidiando  d'Amor  tan  buen  partido) 
Lleuard  su  consuelo  mano  a  mano, 
Y  el  contento  que  picfel  caro  hermano  ('). 

Cor. — Bezerrica  amigo,  ya  era  tiempo  de 
que'  nos  viessemos:  ques  de  la  pelota  que  te  di 
el  otro  diaV 

Bez. — Veislaaquí,  n'os  la  daria  por  vn  Real; 
mira  como  salta. 

Cor. — No  iugaremos  vn  poco? 

Bez. — No  tengo  dineros. 

Cor.  -  Yo  te  prestaré,  no  quede  ]tor  esso. 

Bez. —  O,  quántos  reales!  son  todos  vues- 
tros? 

Cor. — Pues  cuyos  auian  de  ser?  toma,  toma 
vno.  8 i  tú  fuesses  a  mi  casa,  yo  te  daria  tantas 
de  las  cosas  que  tengo. 


O  En  El  Celoso  altérase  en  algunos  versos  la  lección 
de  esta  octava: 

uVistase  mi  esperanza  como  viere 
Qu'el  bien  del  que  más  ama  i'a  vestido; 
Tome  -presto  el  camino  por  do  fuere. 
Júntese  a  tiempo  con  quien  ha  sec/uido; 
Después  (SÍ  ya  Fortuna  no  impidiere, 
Kmhidiosa  de  amor,  tan  buen  partidoi 
Llenará  S7i  contento  mano  a,  mano, 
Y  el  consuelo  qu'espera  el  cuerdo  insano». 


LA  LEXA 


417 


JJez. —  Qué  tenéis.' 

Cor. — Qué?  esso  es  largo  de  contar.  Confi- 
tura de  todas  suertes  ('):  niaíapanes,  rosquillas, 
mermeladas,  turrones,  passas,  dátiles. 

]>ez, — Dátiles  tenéis.'  Traéis  ay  algunos.' 

Cor. — Sí,  amigo. 

Be:. — Y  confites? 

Cor. —  Quieres  que  traiga  aqui  toda  mi  tien- 
da? si  yo  supiera  que  te  auia  d'encontrar,  no 
viniera  sin  muelias  cosas  que  darte;  mas  otra 
vez  yo  te  pondré  como  un  trompo.  Atre  la 
fatriquera;  no  te  los  vea  tu  amo. 

Hez. — Ver  o  qué.'  mal  año;  ni  aunque  fue- 
ran otros  tantos,  yo  me  los  yré  engullendo  de 
dos  en  dos.  O,  si  vsassen  los  dátiles  sin 
cuexcos! 

Cor. — Luego  no  los  has  visto? 

Be:. — Nunca. 

Cor.  —  Pues  yo  te  daré  vna  libra,  que  te  co- 
merás las  manos  tras  ellos.  Mas  dexarae  escri- 
uir  lo  que  has  cantado,  que  perdí  la  canción 
del  otro  dia. 

Be:. — Que'  me  plaze;  aunque  voy  de  priessa 
a  llamar  a  vn  criado  d'el  padre  de  mi  señora  para 
que  vaya  con  nuestro  Bachiller  a  acompañarla, 
que  va  fuera  con  la  hija  de  mi  amo,  y  él  se  que- 
daráencasa,porqu'el  otro  diaescalaron  vna  jun- 
to a  la  nuestra. 

Cor.  —  Di,  pues,  presto,  que  yo  escriuire  en 
vn  momento. 

Bez.  (Lee).— Vístase  mi  esperanza  como 
riere,  etc.  Queda  con  Dios. 

Cor.  —El  te  guie.  Esta  es  vna  ieringon^a 
de  palabras  sofisticas,  que  no  las  entenderá  vn 
( 'atedratico. 

^fac.  —Desámelas  l'er,  que  por  ventura  me 
pondrá  delante  Amor  lo  que  el  rudo  ingenio  no 
alcanoare.  (Lee)  Vístase  mi  esperanza  como 
viere,  etc.  Quán  presto  halla  camino  lo  que  ha 
de  ser. 

Cor.  —  Loado  sea  la  d'el  Villar,  traenos  ese 
enigma  alguna  buena  nueua? 

Mac. — Rebuena  a  lo  que  entiendo. 

Cor. — 'No  lo  dezia  yo?  al  Ha  las  más  du- 
ras se  maduran,  como  las  sernas,  con  tiempo 
y  paja.  Aqui  viene  el  señor  Damasio,  que  con- 
trapunteará sobr'el  canto  llano  marauillosa- 
mente,  porque  entiende  de  achaque  de  tramas 
más  que  (piatro  abogados.  O,  cómo  llega  V.  uj. 
a  buen  tiempo! 

Dam. — Qué  ay? 

Jlac. — Esto  que  ha  cantado  el  mochadlo 
poco  ha. 

Dam.  (Lee).  —  Vistase  mi  esperanza  como 
viere,  etc.  Este's  canto  verdadero  de  las  Syre- 
nas.  que  hará  dormir  a  Vlysses;  sus  a  ellas!  No 
ay  tal  como  perseuerar  con  paciencia,  que  con 


(')  En  la  edición  original,  suertas. 

ORÍQENKS    DE    LA    NOVELA.— III. — 27 


ella  todo  se  alcanza;  ni  castillo  ay  (')  tan 
fuerte,  que  alcabo  no  se  venga  a  perder  (por 
vigilante  que  sea  el  (pie  está  a  la  defensa)  si 
solo  ha  de  combatir  contra  muchos.  Quién  hi- 
zicra  cre'r  esto  a  Macias.' 

JA(/t".  — N'os  espantéis,  hermano,  que  lo  ilene 
causar  la  falta  que  tengo  d'esperiencia;  fuera 
de  que  quanto  más  vno  dessea,  tanto  más  anda 
embuelto  y  atado  en  temores  \  dificultades; 
ponjue  siempre  de  lo  que  se  pretende  es  menor 
la  esperanza  que  el  miedo  de  uo  poderlo  al- 
canzar. 

Dam. — Ea,  ])ue8,  Cornelio,  ya  ([iie  hasta 
aqui  se  ha  naiiegado  prósperamente,  no  nos 
perdamos  a  la  entrada  del  puerto;  (pienta  con 
el  timón,  ándame  listo,  échate  vna  anguilla  en 
el  cuerpo. 

Cor. — No  me  faltaua  sino  tratarme  (tras 
asno)  de  lerdo;  más  a  proposito  seria  echarsel'a 
quien  yo  digo. 

Dam. — Pierde  cuidado.  Aqui  dize  que  ten- 
gamos (pienta  cómo  sale  vestida  la  señora  Cas- 
sandra,  qu'es  vuestro  bien,  y  vos,  hermano,  el 
que  yo  más  amo,  (pie  me  vista  de  a(piella  ma- 
nera y  las  sigamos;  qu'en  llegando  a  donde 
van,  me  junte  con  ellas  y  alli  nos  trocaremos, 
quedándome  yo  con  mi  dama  en  lugar  de  la 
vuestra,  a  (piien  llenareis  a  nuestra  casa  a  en- 
sartar aljófar;  y  la  niia  a  mí  dond'ella  fuere 
seruida;  si  ya  alguna  desgracia  no  lo  impidie- 
re. Mira  (pié  suerte;  sin  duda  aura  lialhido  el 
modo  para  ({ue  podamos  seguramente  pagar  el 
diezmo  al  Celoso.  Ea,  Cornelio,  ha/,  ojos  de 
Linceo,  no  las  pierdas  de  vista  por  descuido; 
mira  que  no  hay  cosa  de  más  ligeras  alas  (pu; 
hi  ocasión:  ([ue  mientras  el  lobo  caga  la  oueja 
S(í  saina.  A'en  en  vn  salto  a  anisarnos;  mira 
dónde  paran,  qu'es  lo  ([uc  más  impnrta  para 
trocarnos.  Entretanto  vamos  nosotros  a  rogar 
a  Lobata  ({ue  nos  jtreste  el  vestido  que  fuere 
menester,  fingiendo  querer  hazer  vna  burla  a 
vn  amigo  muy  enamorado,  haziendo  como  que 
su  dama  le  va  a  buscar  a  su  casa. 

Mar. —  Embuste  de  Lena:  buen  dicipulo 
ha  sacado;  al  fin  ([uien  trata  con  malos  se  haze 
malo.  No  nos  viene  poco  a  proposito  ahora  te- 
ner mi  señora  aun  todas  sus  galas;  no  sé  qu'es 
su  intención, 

Dam.  —  No  m'espaiitaria  si  de  treinta  y 
([uatro  años  tpie  puede  tener  (a  su  (pienta) 
viéndose  parada  como  molino  sin  agua,  y  a 
nosotros  derretidos  de  amor  (siendo  del  mesmo 
humor)  se  le  antojasse  algo;  ya  lo  veremos. 

Cor. — Yo  me  voy  a  poner  en  vna  saetera, 
cerca  de  su  casa,  que  descubre  media  legua. 

Dam. — Ya  auias  de  ser  ydo  y  buelto,  según 
mi  desseo. 

f)  En  el  original,  oy. 


418 


orígenes  de  la  novela 


SCENA    VII 

CoRXELlO. 

[C'c/.]. — En  conclus¡on,'este  Cernino  no  me- 
rece la  muger  qne  tiene;  seniejantes  hombres 
aurian  de  arar  con  aquellas  simplonas  que  los 
plantan  de  azul  vltramarino  y  oro,  que  a  tiro 
de  arcabuz  se  parecen.  No  como  la  señora  Mar- 
cia,  que  se  los  enxerirá  de  verd'escuro,  que  son 
ciertos  cuernecitos  que  no  salen  vn  pelo  fuera 
de  los  caxcos,  más   ligeros  que  I  mal  francés 
moderno;  que  no  haze  aquél  los  espantajos  que 
el  antiguo  (dand'os  vn  leim  eius  por  las  nari- 
zes)  y  es  más  dulce  que  la  sarna  (casi  gentileza 
tenerle)  y  tan  poco  temido,  que  hasta  las  da- 
mas sin  miedo  le  acometen,  y  ninguno  por  él 
con  ellas  vale  menos,  como  bullan  las  arenieas 
del  rubio  Tajo.  No  puede  dexar  de  ser  ésta  de 
las  más  solenes  burlas  que  se  hallan  escritas  en 
el  Bocacio.  En  fin,  qualquiera  debe  enseñar  a 
le'r,  escriuir  y  hazer  coplas  a  sus  hijas;  porque 
son  de  tanta  virtud  como  las  alcarehofas,  y  (se- 
gún dizen  las  comadres)  de  gran  vtilidad  con- 
tra la  pudicicia,  qu'es  vna  trabajossa  enferme- 
dad. Lo  que  haria  al  caso  es  que  ninguna  tu- 
uiesse  ojos  ni  orejas,  que  son  las  ventanas  del 
coraron.  Dizen  mil  grosseros  que  poder  escriuir 
los  pensamientos  es  comodidad  para  saber  ser 
malas    A  la  que  canta  por  Natura  (si  gusta  de 
las  cosas  d'ei  mundo)  tanto  la  importa  saber 
le'r  y  lo  demás  como  no  saberlo.  No  echan  los 
necios  de  ver  que  las  ignorantes,  fiando  los 
secretos  de  los  criados,  se  hazen  sus  esclauns; 
y  que  se  hallan  algunos  tan  atreuidos,  que  pre- 
sumen también  yr  a  la  parte,  con  amenazas  de 
que  descubrirán  sus  faltas  (o  sobras),  y  si  no 
lo  alcancan  (ellas  se  lo  saben)  mudando  oy  de 
vn  amo  y  mañana  de  otro,  van  publicando  las 
desgracias  de  las   tontas   inocentes.    Mas  es- 
tas Sibylas,  estas  doctas,  saben  gouernarse  de 
manera  que  apenas  ellas  mesmas  entienden  lo 
que  hazen.  Veis  aqui  ahora  el  exemplo,  que 
por  tener  esta  señora  tantas  letras,  ha  sabido 
engañar  a  vn  hombre  tan  sabio  como  el  bachi- 
ller Inocencio   (que  le  podrían   poner  (como 
dizen)  Ínter  oues  et  boues  et  reliqua  pécora 
cnmpi),  pu;^s  siendo  el  principal  ministro  de  la 
transformación  qu'esta  noche  se  hará,  piensa 
ayunar  a  pan  y  agua.  Mal  haya  el  diablo,  que 
no  me  ha  de  tocar  sino  el  escriuir  simplemente 
los  auisos;  porquo  los  criados  somos  como  la 
canipuia,  que  suena  para  otros,  y  no  le  quedan 
sino  los  golpes  d'el  badajo.  Alli  salen  las  sali- 
das damas:  de  morado  va  la  de  Macias;  juraralo 
yo  sin  verla,  porque  tengo  por  menos  pessado 
vn  cosolete  a  prueua  que  vn  virgo.  Quiero  dar- 
me priessa  para  anisar  a  mis  araos,  qu'estan 
espiritados. 


SCENA   Vill 

Ceruino,  Marcia,  Innocexcio,  Cassakdüa. 

[Cej'.']. — Marcia,  amores,  ya  veis  que  me  de- 
xais  solo;  por  amor  de  mí  que  os  vengáis  en 
acabando  las  Vísperas. 

Mar. — Y 'os  lo  prometo,  que  no  me  querría 
quedar  tan  presto  en  la  Iglesia. 

Cer.  —  Oyslo,  Inocencio?  n'os  apartéis  d'ellas ; 
mira  no  las  pissen,  que  aura  mucha  gente. 

Aíar. — Por  cierto  que  parecería  tan  bien  el 
Bachiller  entre  las  mugeres  como  nosotras  en 
el  coro. 

Cer.  —  O,  qué  donosa  razón!  hazé,  hermano, 
lo  que  y'os  digo.  No  me  contenta  nada,  Cas- 
sandra,  esse  tu  manto;  baxo  les  está  mejor  a 
las  donzellas. 

Cas. — Y  la  pragmática? 
Cer. — Yo  pagaré  la  pena. 
]\far. — Assi  aura   ello  de   ser.   No  queréis 
que  vea  dónde  pone  los  pies? 

Cer. — Dexaldacaer,  que  Inocencio  la  leuan- 
tará. 

Cas. — El  coracon  me  dize  que  será  ello  assi 
antes  que  buelua  a  casa. 

Cer.  —  Marcia,  mira  que  os  pongáis  en  par- 
t'escura;  apartaos  quanto  más  pudieredes,  que 
andarán  cien  insolentes  que  os  quitarán  la  de- 
uocion  que  llenáis. 

3Iar. — No  ayais  miedo;  en  nombre  de  Dios 
vamos.  Qué  os  parece,  Inocencio,  de  la  mala 
condición  d'este  mi  hombre?  Por  vuestra  vida, 
no  me  tenéis  lástima? 

In.  —  Y  cómo,  señora!  Summa  est  hominum 
peruersitas.  Mil  vezes  he  dicho  entre  mí  qu'es 
V.  ra.  mártir  con  él;  en  verdad  que  no  tiene 
¡azon.  Auria  de  tener  otra  muger  que  le  hizies- 
se  padecer  del  mal  que  tanto  teme;  mas  no  lo 
iiermita  Dios.  Es  más  que  verdad  lo  que  dezia 
mi  maestro:  que  de  todo  quanto  la  tierra  pro- 
duce, con  alma  vegetatiua  y  sensible,  no  ay 
cosa  a  quien  la  muger  no  ¡lass'en  miseria,  pues 
sola  ella  ha  menester  comprar  con  sus  bienes  a 
quien  ba  de  ser  señor  de  su  persona. 
Mar.—  Paciencia. 

Tn. — Sí,  señora,  por  amor  del  Señor.  Ahora 
que  tengo  tiempo  quiero  encomendar  a  V.  m. 
aquella  pobre  señora,  qu'es  vna  obra  meritoria. 
Afar. — Y'os  prometo  que  por  esso  he  salido 
de  casa,  que  no  me  siento  con  el  ánimo  repo- 
sado ni  nada  biiena  (Vamos  poco  a  poco).  No 
sé  qué  me  tengo  desde  qu'entendí  su  desgra- 
cia. Ahora  pienso  hablar  a  vna  grande  amiga 
mia,  prima  de  la  abadessa  del  Monasterio  don- 
de pienso  ponerla  (que  vendrá  a  encontrarnos 
sola  por  no  dar  nota)  y  espero  que  todo  se 
hará  bien. 

CVíS.  — Ya  no  puedo  más,  que  se  ha  alargado 


LA  LEXA 


419 


vna  cinta  de'l  chapia  y  se  me  sale  del  pie.  En- 
tremos si  V.  m.  es  seruida  en  esta  casa  a  apre- 
tarla. 

Mar. — Nora  buena.  (Aquí  se  truecan). 

SCEXA   IX 
Ramiro,  Policena. 

[/irt???.]. — Si  me  veiidiesse  por  esclano  en 
vna  galera,  tengo  de  comprar  vna  casa,  para  no 
andar  en  estos  al([nileres.  (Policena  a  la  renta- 
iia).  Siempre  has  de  estar  a  la  ventana,  rapaza? 
Mirando  los  beneejos  se  junta  el  ajuar?  Ño  lo 
has  aprendido,  cierto,  de  tu  madre. 

Pol. — Estaua  mirando,  padre,  si  venia,  para 
saber  si  se  ha  de  hazer  la  cena  en  esta  o  en  la 
otra  casa. 

Ram. — Confundido  rae  has  con  la  respuesta. 
De  manera,  tarauilla,  que  por  estar  a  la  ven- 
tana vendré  más  presto  y  se  hará  de  cenar  con 
lo  que  aún  está  en  la  pla^a?  Policena,  Policena, 
mira  que  no  se  me  antoje  jugar  de  petrina, 
que  si  comien9o  me  comeré  las  manos  tras  ello. 

Pol. — Esso  seria  de  pessar  de  auerrae  casti- 
gado sin  culpa. 

Ram. — Antes  me  daria  contento;  no  más, 
picotera;  limpiame  luego  essos  bacines  y  agua- 
maniles como  vn  oro,  y  mételos  con  los  paños 
y  estuches  en  Tarca  grande;  y  sea  presto,  no 
me  pagues  hecho  y  por  hazer.  Huela  la  casa  a 
hombre;  no  la  tocaria  a  vn  pelo  de  la  ropa  más 
que  a  las  niñas  de  mis  ojos,  porquCs  la  mesma 
bondad.  Mas  es  menester  aparejar  la  medicina 
antes  que  venga  la  dolencia,  y  assi  (porque  no 
se  m'estrague)  quiero  procurar  de  sacudir  la 
pessadumbre  que  traigo  (por  su  causa)  a  cues- 
tas; no  quiero  que  me  suceda  alguna  desgra- 
cia; que  no  puedo  tener  oficial  que  me  ayude 
sin  sospecha,  y  solo  gano  tres  vezes  menos  de 
lo  que  solia.  Que  se  puede  esperar  de  mercan- 
cia  que  (como  cañafistola)  baxa  ciento  por  cien- 
to de  precio,  y  que  a  duras  penas  (aun  dando 
dineros  con  ella)  halláis  quien  os  la  quiera  sacar 
de  casa?  Sino  lo  que  de  la  otra  Policena,  hija 
del  rey  Priamo;  pues  quanto  más  herniosas, 
tanto  mayor  es  la  desuentara  del  que  ha  de 
lidiar  con  ellas.  Quiero  resoluerme  de  tomar 
uniger  qu;?  mire  por  mí  y  por  ella;  mas  (pobre 
de  mí),  quién  sufrirá  el  infierno  de  daca  la  ma- 
drastra, toma  la  hijastra,  si  ya  el  diablo  no  las 
concierta?  X'o  sé  qué  me  haga;  cierto  la  vida 
que  passo  no  es  para  llegar  a  nietos.  Qué  ten- 
tación tomó  a  mi  madre  quando  quitándome  de 
sastre  (por  ser,  como  dizen,  oficio  de  ladrones) 
me  puso  a  harnero?  üeuió  sin  duda  de  topar 
con  alguno  que  l'acerto  a  poner  la  madre  en  su 
lugar  (que  padecía  mucho  d'ella),  pues  si  esto 
no  fuera,  qué  me  faltaua  a  raí,  dexandome  libre, 


para  venir  a  ser  alguacil  o  mercader?  Al  fin,  es 
mundo:  todo  anda  errado,  pues  poss'en  en  él 
las  cosas  aquellos  para  quien  no  se  hizieron. 
(.'orno  yo  ahora,  que  con  más  altos  pensamien- 
tos que  vn  principe  de  Salerno,  soy  vn  pobre 
harnero.  Xo  acabas,  Policena? 

Pol. — No  me  falta  sino  vn  aguamanil. 

Ram. — Quando  quieres  todo  lo  ha/ces  en  vn 
pensamiento;  pero  es  el  diablo  qu'eres  antoja- 
diza. 

Pol. — Y  más  ahora,  que  me  muero  por  vnos 
botines. 

Ram. — No  te  faltarán. 

Pol.  — Y  de  cena  no  dize  nada?  Yo  baxo 
allá. 

Ram. — No,  que  voy  por  recado  y  quiero  ce- 
nar en  la  otra  casa. 

Pol. — líuelua  pronto,  padre,  que  tengo  mie- 
do si  no  estoy  a  la  ventana. 

Ritan. — Pues  de  quando  acá  ha  la  niña  te- 
mor del  Coco?  a  buen  seguro  que  tú  le  pierdas 
presto.  Pareceme  que  oyó  a  la  madre,  que  no 
podia  estar  vn  momento  sin  compañía. 

SCENA  X 
Ramiro,  Cerdino,  Marcia,  I\ocencio, 

[/?((?«.].  — Beso  las  manos  de  V.  m. 

Cer. — Dios  os  guarde,  Ramiro;  qué  buscáis 
tan  tarde  por  esto^  barrios? 

Ram. — Soy  ya  más  vezino  de  V.  m. 

Cer. — Cómo  assi? 

Ram. — He  alquilado  aquella  casita  de  la  es- 
quina. 

Cer. — Sea  en  hora  buena;  mucho  me  huelgo 
de  teneros  por  vezino. 

Ram. — Estare  más  cerca  |)ara  seruir  á  V.  ni. 
Ya  me  parece  que  se  va  haziendo  hora  de 
cenar. 

Cer. —  Por  esso  espero  aquí  a  mi  mnger  y  a 
mi  hija,  que  han  ydo  a  Vísperas  y  auran  topado 
con  algunas  comadres,  (juc  las  tentlran  parlan- 
do tjuanto  han  soñado  desde  que  nascieron. 

Ram. — Ya  no  jiodran  tardar,  aunque  si  es- 
tán en  las  Huelgas  acaban  nmy  tarde.  La  po- 
breca,  señor,  escusa  vn  criailo;  con  licencia  de 
Y.  m.  me  voy  a  comprar  de  cenar,  que  por  ser 
recien  mudado  no  ay  nada  en  casa. 

Cer. — Vais  norabuena.  Cómo  lo  entendió 
bien  el  que  oyendo  predicar  ser  necessario  para 
sainarse  que  cada  vno  llene  su  cruz,  se  fue  a 
:^ran  príessa  a  tomar  a  su  nniger  a  cuestas, 
teniéndola  por  tal! 

.lAí//  entendido  lazo  de  la  gente! 
(¿ue  las  más  vezes  junta 
Dos  contrarios  humores. 
Con  sola  vna  pregunta 


420 


ORÍGElíES  DE  LA  NOVELA 


}'  rn  sí  (sencillamente 

Dado)  qu'en  mil  cuidados  y  temores 

Tiene  siempre  después  al  más  valiente. 

Si  no  fuera  por  el  negro  respecto  del  mundo 
(que  dize  que  buena  muger  y  buen  casamiento 
s'entiende,  no  de  serlo,  sino  d'el  que  no  se  li;i- 
bla)  me  fuera  ahora  a  traer  a  la  mia  arrastran- 
do por  aquellos  cabellos,  dándola  mil  puntilla- 
zos. Huelgúense,  pues  liazen  oy  Carnestolien- 
das.  Quiero  que  mi  suegro  se  ria  de  mí,  si  pue- 
de otro  dia,  tanto  comigo  que  las  dexe  oyr 
otras  Yisperas  este  año;  es  verdad  que  me  qui- 
tará que  no  enclaue  la  ventana,  que  por  amor 
d  el  dexé  abierta.  AUi  vienen ;  de'las  Dios 
tanta  gota,  que  nunca  más  se  leuanten,  amen, 
amen,  amen.  Sin  duda  que  aueis  ayudado  a 
cojer  las  sobrepellizes. 

Mar. — Marauilla  fuera  si  no  mesalierades(^) 
a  recibir  con  vuestros  pudrimientos;  veis  aqui 
al  bachiller  y  a  Vigamon,  que  os  dirán  si  son 
acabadas  las  Completas. 

Cer. — Pregunta  a  mi  compañón  si  yo  soy 
ladrón. 

In. — Es  cierto  (por  est'auima  pecadora)  que 
se  leuantaron  al  Nunc  dimittis. 

Cer. — De  aqui  adelante  serán  las  Visperas 
rezadas  en  casa,  que  no  las  quiero  tan  largas 
fuera. 

( Salesse  Gemino  a  la  calle). 
Mar. — Yo  sufriré    quanto  pudiere;   subios 
arriba,  Cassandra. 

In. — Ya  está  en  su  cámara.  Señora,  no  sea 
part'el  marido  para  que  Y .  m.  pierda  lo  que 
oy  con  tanta  deuocion  ha  ganado;  que  siempre 
eí  insidiador  anda  más  solicito  quando  nos  ve 
yr  por  el  camino  de  nuestro  verdadero  descanso 
y  contento. 

Mar. — Dios  se  lo  perdone  a  quien  tan  bien 
m'empleó. 

ACTO     QVARTO 

SCENA  I 

Violante,    Counelio. 

f  F2'o.]. —  Cornelio. 

Cor. — Señora. 

Vio. — Dond'está  Damasio,  que  no  ha  dor- 
mido en  casa  esta  noche? 

Cor. — Llenáronle  vnos  amigos  suyos  que 
han  venido  de  Salamanca,  y  por  ser  tarde  se 
quedó  con  ellos;  no  la  dé  pena  a  V.  ra.,  que'en 
buena  parte  está.  Y  no  le  aura  faltado  regalo 
y  contento. 

Vio. — Pues  cómo  no  me  has  dicho  nada? 

(•)  En  la  edición  original,  salieriadcs- 


Cor. — Mandóme  que  no  lo  hiziesse.  La  jo- 
uentud,  señora,  ha  de  passar  su  carrera,  por- 
que quando  el  moco  es  viejo,  es  viejo  moco,  y 
lo  que  ahora  disculpa  la  edad,  en  la  madura  da 
que  reyr  a  las  gentes. 

Vio. — Ay,  Cornelio,  Cornelio,  qué  retorica- 
das escusas  de  traidor  descarado  son  essas?  En 
mal  punto  pusiste  los  pies  en  mi  casa;  tú,  Abe- 
llaco, eres  el  inuentor  y  maestro  de  los  vicios 
de  mis  hijos;  tú  se  los  tramas,  y  me  los  has  de 
dos  palomas  sin  hiél  buelto'milanos. 

Cor. — Nuestra  señora  de  Prado  me  valga 
con  V.  m.  Déme  licencia,  pues  tan  mal  parez- 
co ante  sus  ojos,  y  con  esto  saldremos  ambos 
de  pena.  Parece  que  me  ha  visto  V.  m.  el  jue- 
go, porque  no  desseaua  sino  semejante  ocasión 
para  yrme  con  Dios,  porque  a  vn  moco  le  sobra 
vn  amo;  por  esso  V.  m.  mande  hazer  quenta 
comigo,  y  también  yo  la  haré  de  auer  perdido 
el  tiempo  en  parte  de  donde  pensaua  salir  con 
otro  pelo. 

Vio. — Esso  es  lo  que  yo  he  más  menester; 
yo  voy  a  missa:  en  boluiendo  lo  haré  de  muy 
buena  gana;  porque  la  muerte  del  lobo  es  la 
vida  de  los  corderos. 

SCENA  II 

Magias,    Cornelio. 

[J/«c.J. — Bien  me  puedo  (o  amor,  grande  y 
benigno  señor)  dar  de  oy  más  por  bien  pagado 
de  quanto  por  amar  he  padecido;  y  si  culpan- 
dote  (con  impaciencia  vanamente)  he  pronun- 
ciado algunas  palabras  contra  ti,  ahora  (arre- 
pentido de  todo  coracon)  confiesso  que  la  mayor 
de  tus  penas  es  pequeña  y  muy  fácil  de  llenar 
en  comparación  de  tan  grandes  premios;  pues 
de  la  tempestad  de  los  suspiros  y  del  infierno  de 
los  afanes  llenas  a  la  luz  y  gozo  de  todos  los 
deleites  d'esta  vida.  En  este  punto  oy  hablar  a 
Cornelio  y  no  parece;  bueno  es  que  se  descui- 
de quando  más  es  menester;  donde  aura  ydo? 
No  sé  cómo  Dodremos  sacar  a  mi  hermano  y 
boluer  a  mi  alma  a  su  casa.  Mal  aya  el  diablo; 
a  fe  que  se  pudiera  Ceruino  dar  con  vn  canto 
en  los  pechos  antes  que  me  sacara  la  prtssa  de 
las  manos,  a  no  tener  tal  prenda  en  su  casa.  O, 
qué  terrible  cosa  es  auer  por  fuerza  de  refrenar 
el  apetito  y  gusto,  y  priuarse  de  su  contento: 
mas  quien  siembra  ha  de  compensar  la  esteri- 
lidad con  l'abundancia.  Pero  lo  que  más  me 
lastima  es  ver  que  esta  pobre  señora  (como 
tiene  en  tanto  la  honrra)  no  ve  la  hora  de  bol- 
uerse  a  su  casa,  assegurada  ya  de  tenerme  por 
suyo. 

Cor.  —No  estarla   más   vn  solo  dia  en  esta 
casa  si  me  dorassen. 

Mac. — Cuitado  de  mi,  qué  oyó? 


LA  LENA 


421 


Cor. — Es  este  el  galardón  de  mis  seniicios? 

Mac. — Parece  que  s'cstá  quexando  Corne- 
liu.  Hrrujano  Cornelio. 

r'or.^-Ya  es  la  hermandad  acabada. 

^[ac. — Vienes  con  vn  gesto  como  site  vuies- 
se  mordido  vna  hiuora. 

Cor. —  Hame  mordido  otra  peor  (jue  binora; 
yo  me  voy,  señor,  a  sacar  mi  bato,  que  estoy 
resuelto  de  no  sufrir  más  insolencias  de  mu- 
geres. 

Mac. — Este  veneno  me  t'altaua,  para  liazer 
amargas  todas  mis  dulzuras:  bien  dizen  (|ue  el 
A  13  C  que  haze  comedia,  ba/.e  tragedia.  Cómo, 
Cornelio,  es  possible  que  en  tan  gran  necessi- 
dad  nos  quieres  desamparar? 

Cor. — Yo  no  soy  bueno  para  necessidades, 
sino  para  bazer  malos  a  Vs.  ms.,  como  acabo 
de  oyr  de  boca  de  mi  señora,  con  palabras  que 
no  se  podrían  dezir  a  yn  capeador;  y  por  esto 
me  quiero  alargar  sin  ninguna  re'plica. 

Mac. — Estraño  eres  en  mirar  a  sus  palabras 
conociéndola;  no  sabes  ya  quán  terribl'es  con 
nosotros  quando  senoja? 

Cor. — Si  ellos  se  quieren  estar  como  pollos 
en  cesta,  yo  no;  porqu'estimo  mi  honrra  (aun- 
que pobre  mo^o)  como  el  más  estirado. 

Mac. — Por  vida  de  Damasio  (que  se'  ipie  le 
(juieres  más  que  a  mí)  que  (dexando  aparte  la 
colera)  veas  cómo  nos  deuemos  gobernar  para 
que  salgamos  bien  d'este  negocio. 

Cor. — Yo  no  me  quiero  empachar  más  en 
cosa  de  Vs.  ms.,  pues  soy  (según  dize  mi  se- 
ñora) quien  los  distrahe,  antes  yrme  con  Dios 
en  haziendo  mi  quenta. 

Mac. — No  esperaua  yo  cierto  essa  respuesta 
de  tí,  ni  menos  mi  hermano:  pues  me  dixo 
ayer  que  como  boluiesse  a  casa  te  quería  dar 
vn  vestido  y  diez  ducados,  üe  mí  no  (ligo  nada. 

Cor. — Y  dónde  los  tien'él  para  dármelos? 

Mac. — No  tiene  la  renta  de  Toro  y  la  de 
Boezillo,  qu'cs  erencia  de  vn  tío  nuestro  y  ha 
(piatro  años  que  goza  d'ella? 

Cor. — Y  tiene  cierto  los  diez  ducados? 

Mac. —  Y  aun  más  de  ciento  y  cinquenta. 

Cor. —  Pequeña  lluuia  gran  viento  aplaca: 
del  amor  del  señor  nasce  la  obediencia  del  cria- 
do, y  el  qu'es  Hel  nunca  se  nuieue  a  bazer  bien 
por  la  esperanza  del  premio;  y  assi  no  lo  haré, 
ni  por  diex,  ni  por  mil,  sino  por  mi  buena  ley  y 
porque  no  se  diga  por  mí:  quando  el  malo 
ayuda,  os  dexa  el  pesso  a  cuestas,  y  aun  oso 
dezir  por  dar  desgusto  a  mi  señora;  perdóneme 
V.  m.  si  le  pessa  d'ello. 

JArtC— Nosotros  queremos  más  para  ti  que 
para  quantas  madres  ay  en  el  nuiíido.  Qué  te 
parece  que  hagamos? 

Cor. — Yo  lo  remediaré  todo;  dexem'el  cargo. 
He  pensado  esta  noche,  mas  no  perdamos  tiem- 
po, que  la  esperiencia  es   maestra  en  los  casos 


que  ocurren.  Vna  cusa  ([uiero  de  Vs.  nis.,  y  es 
que  si  acaso  yo  diere  en  manos  de  la  lusticia, 
me  ayudi'u  a  diestro  y  a  siniestro. 

Mac.  ('). — Por  qué  temes  d'ella? 

Cor. — Porque  no  querría  dar  d'el  humo  iii 
el  fuego,  y  qu'el  yerdugo  me  hizíesse  la&  le- 
chuguillas con  los  pies.  Si  N's.  ms.  han  esta 
noche  estado  en  el  plazer  de  Niqnea,  yo  no  he 
llorado  mis  pecados,  antes  gozado  de  mi  Poli- 
cena  como  vn  paladín:  la  (jual  me  ha  dado  la 
ilaue  de  la  casa  donde  han  morado  liast 'ahora, 
y  otra  contralieclia,  además  de  la  que  tiene  su 
padre,  de  vn'arca  grande  que  dexaron  de  mu- 
dar ayer  por  ser  tarde;  para  que  en  remunera- 
ción de  mi  trabajo  tome  lo  que  hallare  denlro 
(effetos  de  amor,  que  haze  a  los  hijos  ladrones 
y  enemigos  de  sus  padres).  No  quiera  V.  m. 
saber  mas:  mí  señora  es  ida  a  la  Yglesia,  y  la 
casa  está  sola;  llene  V.  m.  a  la  señora  Cassan- 
ilra  a  la  casa  que  he  dicho  de  Ramiro. 

Mac. — Y  si  acaso  él  estuuiesse  allí? 

Cor. — Quien  mucho  mira  al  viento,  ni  siem- 
bra ni  planta  a  tiempo;  haga  V.  m.  lo  que  le 
digo,  que  cosa  hecha  cabera  tiene.  No  ay  otra 
Ilaue  de  la  puerta  sino  ésta,  y  Policena  está 
prcuenida  para  que  si  el  padre  se  la  pidiere 
¡'entretenga  con  aquí  estaua,  allí  la  pusse,  acu- 
llá os  la  di,  hasta  que  yo  buehia  y  se  la  dé  a 
ella;  y  estamos  seguros,  porque  no  hallará 
quien  se  la  mude  sino  después  de  Missa  mayor. 

Mac. — Ay,  ay. 

Cor. — No  hazen  al  caso  los  suspiros  quando 
se  trata  del  remedio. 

Mac. — Suspiro  por  lo  que  pierdo  y  podría 
suceder. 

Cor.  — Conforme  a  lo  ([ue  yiniere  nos  gouer- 
iiaremos,  que  en  el  camino  s'endere(,-a  la  carga; 
baga  V.  m.  lo  que  digo  presto,  pues  no  ay 
tiempo  para  mas  consideraciones.  Dios  da  hilo 
a  tela  iuirdida. 

Mac. — Yo  voy  por  ella. 

Cor.  -  Vaya  V.  m.,  qu'el  palo  torcido  se  en- 
dereza torciéndole  al  renes;  yo  me  adelanto  a 
tener  abierta  la  puerta.  (Solo.)  Terrible  simple- 
za es  la  de  los  que  seruimos:  (pie  ponemos  la  vi- 
da a  cada  passo  en  mil  peligros  por  nuestros 
amos,  no  esperando  d'ellos  otro  galardón  sino 
al  primero  descuido  vn  «hermano,  otro  poco  a 
otro  cabo,  que  no  os  he  menester  en  mi  casa». 
Mas  gran  necio  seria  yo  si  por  las  palabras  de 
la  madre  dexasse  los  (mientras  dura  el  granillo) 
que  me  son  tan  conqiañeros  y  liberales.  Quien 
no  soba,  buen  pan  no  coma;  (piiero  cogerme 
ahora  estos  diez  ducaditos  (vengan  de  do  vi- 
nieren), que  con  ellos  y  el  vestido  me  pondré 
como   vu    Pahnerin   de   Oliua.   A  fe  de  pobre 

(I)  Kn  la  edición  oviL'inal.  ostn.  por  errata,  lo  dice 
Covuelio. 


422 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


111090,  que  se  podra  dar  a  este  (si  se  nos  logra) 
ol  precio  de  les  tiros.  Andaos  a  ser  celoso,  y 
ciubiaros  lian  a  donde  ni  el  Papa  ni  el  Empe- 
rador no  tienen  Embaxador;  quiero  dezir  (con 
perd-^n  de  quien  me  oye)  a  la  maldita  y  desco- 
lunlgada  región  de  Cornoualla.  Yo  prometo, 
si  me  casii,  que  tengo  de  Henar  a  beuer  mis 
])atos  quaiido  Ilueua,  que  la  violencia  de  no 
dexar  hazer  su  curso  a  la  Natura  trae  seme- 
jantes acidentes.  Mas  qué  no  acomete  vna  per- 
sona quando  siente  que  no  se  lian  d'ella? 
Q llanto  a  mí,  yo  confiesso  que  todo  lo  echarla 
a  doze,  y  por  ventura  que  han  passado  las 
agrauiadas  de  treze,  porque  los  gallipauos  no 
sj  aurán  dormido  (yo  los  fio)  con  las  purgas. 

(Juntanse  en  casa  de  Ramiro.) 

Esta  cerradura,  señora  niia,  es  de  golpe  y  se 
abre  por  de  dentro,  tirando  assi  el  pestillo; 
prueue  V.  m.;  esté  diestra  para  que  no  s'emba- 
i'ace  al  salir,  y  esto  ha  de  ser  en  oyendo  tosser. 
Subasse  presto  a  su  apossento:  baxe  al  punto 
ol  señor  Damasio  y  metasse  en  Tarca,  que  con 
el  niesmn  ardid  le  sacarán  y  será  licuado  a  casa 
de  Ramiro. 

Mac. — Mucho  me  quadra,  mas  temo  no  se 
desmaye  de  congoxa. 

Cor. — No  tenga  miedo,  que  los  ratones  d'es- 
ta  casa  son  enamorados  y  como  tales  nos  han 
ayudado  con  agujeros  que  han  hecho,  para 
que  pueda  respirar,  y  ya  yo  lo  he  prouado  más 
de  quatro  veces;  quanto  más  que  ha  de  durar 
poco.  Ahora  salgasse  V.  m.,  dexeme  cerrar  la 
puerta;  esté  a  la  mira;  yo  llenaré  las  llaues  a 
Policena  y  m' encerraré  con  ella  en  yendo  el 
padre  con  Tarca;  que  vale  ahora  tanto  como  la 
de  Noe,  quando  buscando  nueiio  mundo  andana 
rellena  de  todas  las  reliquias  de  la  tierra. 

Mac.  —La  de  Marsella  te  guie. 

SCENA  III 

Cervino,  Ramiro,  Inocencio. 

Cer. — La  casa  de  Cesar  no  solamente  ha  d' 
estar  sin  macula,  mas  sin  sospecha  della.  Di- 
gan mi  suegro  y  qnaiitos  me  tienen  por  estre- 
mado celoso  lo  que  quisieren:  que  lo  he  sido, 
lo  soy  y  lo  seré;  dando  siempre  gracias  a  quien 
me  da  conocimiento  para  serlo;  en  que  me  ten- 
go \)ov  Rey  de  los  hombres,  pues  sé  tener  a 
mis  niugeres  de  manera  que  no  me  puedan  ha- 
cer de  los  juegos  de  passa  passa,  que  suelen 
las  que  tienen  algunos  luanes  por  maridos. 
Atcngome  al  cantarcico  Portugués  quedize: 

O  homen  que  a  moller  naon  garda 
Merece  de  trazer  albarda. 

Presto  s'engaña  quien  mal  no  piensa:  tú  que 


tienes  que  hacer  en  tu  casa,  no  te  alexes  d'ella. 
Dizen  que  andan  en  vn  predicamento  el  Celo- 
so y  el  Cornudo:  porque  actn  vel  potentia,  el 
que  no  lo  es  lo  puede  ser.  Y  si  esto  es  assi 
(como  lo  es)  no  sé  yo  qué  razón  ay  para  que 
vn  hombre  que  tiene  muger  mo9a  y  hermosa, 
como  yo,  no  guarde  su  cabe9a  de  tan  estraña 
Metamorphosis.  Es  verdad  que  os  toca  vna  en- 
fermedad comunicable:  sino  para  hazeros  ver- 
gonzosa conseja  d'el  vulgo.  Mejor  están  ¡oá 
cuernos  en  el  pecho  qu'en  la  frente.  Fors  etiam 
nostris,  inuidit  qnaestibus  aures.  Porque  a  qué 
amigo  osareis  quexaros  que,  si  no  se  rie  de  vos, 
no  se  aproueche  de  la  ocasión,  instruido  y  enca- 
minado, para  tomar  su  parte  de  la  visceracion? 
Esta  mañana  en  la  pla9a  me  dixo  vno  en  se- 
creto que  cierta  donzella  princijial  se  salió  ano- 
che de  casa  de  su  padre,  y  que  se  está  a  plazer 
con  su  enamorado.  Qué  atreuimiento  del  de- 
monio? A  no  auer  contado  mis  ouejas,  descui- 
daos y  veréis  lo  que  passa.  Perro  viejo  no  la- 
dra en  vano.  (Ramiro  llama  a  su  jnierta  con 
Varea.) 

Ram. — Ta,  ta,  ta.  Aurasse  la  rapaza  subido 
a  los  desuanes.  Tata,  tata,  tata.  Por  mi^fe,  que 
la  tengo  de  dar  en  abriendo  dos  repelones.  Ta- 
tata,  tatata,  tatata. 

Cer. — Ramiro,  queréis  sin  para  qué  dar 
con  la  puerta  en  tierra?  Si  vuiesse  alguno 
en  casa,  ya  os  auria  oydo  aunque  estuuiesse 
sordo. 

Rnm.  —A  mi  hija  dexé  aqui  poco  ha;  no  se 
cómo  no  responde.  Aura  salido  fuera,  la  loca,  a 
buscarme'.  Suplico  a  V.  m.  mande  que  estos 
hombres  descargen  en  su  casa  mientros  bueluo, 
que  la  quiero  yr  a  buscar. 

Cer. — (Lo  que  más  he  yo  menester)  ('). 
Norabuena.  Amigos,  aliuiaos,  que  no  sabéis 
quánto  ha  de  durar  la  fiesta. 

Ram. — los  a  beuer  y  bolué  luego  a  mi  puerta, 
que  y'os  pagaré  vuestro  trabajo.  ]\Iande  V.  ni. 
que  se  mire  por  ess'arca,  que  tengo  dentro  vn 
gran  tesoro. 

Cer.  —  Yo  voi  fuera.  Bachiller,  dad  buena 
quenta  d'ella. 

In. — Ya  lo  guardaré  como  el  dia  del  do- 
mingo. 

Cer. — No  me  viene  poco  a  proposito  la  veziu- 
dad  de  Ramiro,  porque  con  vna  mira  apuntará 
a  dos  cosas.  Quiero  encomendarle  que  tenga 
quenta  con  quien  entrare  o  saliere  en  la  mia,  y 
estoy  cierto  de  que  me  será  fiel  espia.  Mas 
como  dize  el  ludio:  De  quien  me  fio  me 
guarde'l  Dio;  de  quien  no  me  fio,  me  guar- 
daré yo. 

(')  Este  aparte  de  Cervino  so  halla  sacado  de  su 
lugar  en  La  Lena.  Lo  colocamos  conforme  al  texto 
de  El  Celoso. 


LA  LEXA 


423 


SCENA  I III 

Magias,  Lena,   Inocencio. 

[JAíC.].~Lo  peí  ir  de  desollar,  Lena,  es  la 
cola;  todo  quanto  os  he  visto  no  vale  nada,  si 
no  liazeis  de  manera  que  Inocencio  salga  a  la 
calle;  que  con  esto  la  cusa  sucederá  'como  des- 
seatuos.  Mira  qn'en  teniéndola  fuera  de  casa, 
aueis  de  tosser;  ((u'es  la  seña  que  tiene  para  sa- 
lir al  punto. 

Ae??.  — Hasta  aqui  la  mar  está  sossegada, 
pues  no  se  oye  rumor  de  marineros.  No  se  mues- 
tre V.  ra.;  apartesse  y  dexeme  liazer  mi  oficio, 
Santo  Vicetu,  in  sécula,  amen.  Señor  Licen- 
ciado, cómo  está  V.  m.?  que  me  parecen  años 
los  dias  que  no  tengo  ventura  de  verle. 

In. — Ño  creo  yo  menos,  Lena,  de  vuestra 
bondad;  estol  bueno  para  lo  que  os  cumpliere, 
gracias  sean  dadas  al  Señor.  Huelgome  de  añe- 
ros encontrado;  porque  os  sé  dezir  que  ayer 
tarde,  voluiendo  a  casa,  me  dixo  mi  señora  que 
ya  auia  concertado  el  negocio  de  su  prima,  y 
que  se  auia  puesto  en  manos  de  quien  lo  hará 
muy  a  su  gusto,  de  que  venia  alegrissima;  y 
después  acá  no  he  sabido  otra  cosa,  porque  no 
la  he  visto,  a  causa  de  auer  reñido  con  nuestro 
amo  anoche  sobre  cena. 

Len. — Qué  me  quenta?  Llegúeseme  acá  por 
amor  de  mí,  no  nos  oya  algan  espiritu  malino 
de  allá  dentro. 

In. — Aun  no  auia  yo  mirado  en  tanto;  te- 
neis  más  (|ue  razón. 

Len. — Uigame,  por  amor  de  mí,  qué  fue  la 
causa?  Hem,  heni,  hem. 

In. — Vinieron  a  tratar  del  bien  aucnturado 
san  luán,  y  diziendo  ella  que  san  luán  Euan- 
gclista  es  digno  de  gran  veneración,  respondió 
él:  es  assi;  más  el  de  oy  no  es  él,  sino  Baptis- 
ta.  A  que  replicó  mi  señora,  que  sabia  bien  ser 
el  Euangelista;  y  aunque  yo  la  hazia  señas  (^ue 
se'ngañaba,  con  todo  esso  porfió  tanto,  dizien- 
do que  no  inoraua'l  Calendario,  que'l  (ya  amos- 
tazado de  auer  buelto  casi  de  noche  a  casa)  se 
leuantó  enojado,  profiriendo;  Bien  dixo  el  sa- 
I>io  rey  don  Alonso,  que  para  ser  vno  buen 
matrimonio  auia  de  ser  el  marido  sordo  y  la 
mujer  ciega.  Bealus  vir  qiii  habitat  ciim  mulle- 
re t<ensata;  y  entendiendo  ella  que  la  llamaua 
insensata,  comentó  más  alterada  a  injuriarle. 
Y  él  entonces,  buelto  a  un'.,  dixo:  N'os  parece, 
bachiller,  ocasión  esta  para  renegar  de  muge- 
res?  y  diola  un  bofetoncillo  que  no  matara  vna 
mosca.  Con  qu'ella  sentró  grittando  en  la  cá- 
mara de  la  señora  Cassandra  y  sencerro  con 
ella,  donde  aun  s'estan  juntas,  sin  auer  querido 
salir  vn  passo.  Mas  yo  sospecho  que  andana 
(como  los  médicos)  buscando'!  mal,  y  assi  quan- 


do  yo  estuuiera  en  lugar  de  su  marido,  quizá 
que  hiziera  más  con  ella. 

Len.  — Hvni,  hem,  hem.  Por  esso  dizen  que 
es  más  fuerte  el  vinagre  de  vino  dulce;  pues 
V.  m.,  que  parece  vn  silo  de  paciencia,  la 
vuiera  meneado  los  huessos,  a  fe  que  lo  deuia 
Je  merecer.  Ilem,  hem,  hem.  V.  m.  la  ponga 
en  razón,  que  no  la  estará  bien  si  su  marido  la 
comienza  a  perder  el  respecto:  yo  se  bien  la 
tempestad  que  se  leuaiita  quaiido  el  enemigo 
de  nuestra  frágil  natura  se  mete  entre  marido 
y  muger.  Hem,  hem,  hem.  Mas  capero  qu'esta 
riña  de  san  luán  será  la  paz  de  todo  el  año, 
[lorque  passada  la  furia,  la  señora  se  aplacará, 
procediendo  adelante  como  quien  es,  que  al  fin 
se  ha  de  seruir  al  marido  como  a  señor,  y  guar- 
darse del  como  de  vn  traidor,  Hem,  hem,  hem. 
Estoy  muy  resfriada. 
In. — Bien  se  os  parece. 
Len.—'No  me  sabria  dar  algún  remedio? 
In.-Y  tal  como  bueno.  Tomareis  esta  no- 
che vna  escudilla  la  más  caliente  (jue  pudiere- 
di'S  y  muy  arropada;  dormí  sobr'elío,  que  ama- 
neceréis como  vna  mangana. 

L^en. — Pues  qué  tengo  que  tomar  caliente.' 
In. — Ya  n'os  lo  he  dicho? 
Len.  —  No,  por  ciert). 

In. — N'os  es()anteis,  perqué  voy  cnuclcando 
algunas  arduas  (juestiones  que  nnperrime  se 
me  han  mouido  en  la  especulatiua,  las  quales 
me  traen  desudado  y  como  fuera  de  nu'. 

Len. — Mucho  me  pessa  de  su  desassosiego. 
Y  con  quién  han  sido  las  quistioues? 

In. — No  es  esso,  hermana.  Question  viene 
do  qiiaero,  que  es  buscar,  disputar,  dudar,  et 
stmilia. 

Len. — Quistion  de  cuero  se  apacigua  con 
>ueño.  Otra  gracia  querría  que  me  hiziesse. 

In. — Ya  sabéis  lo  que  tenéis  cu  mí.  Omnia 
¡norsus  of/icia  debeo. 

Len. —  Desseo  mucho  saber  en  qué  mes  cae 
la  Epifanía  este  año. 

In. — Ya  es  passada,  mas  viene  siempre  en 
Enero. 

Len. —  O,  pecadora  de  mi,  q\iise  dezir  la  As- 
censión. 

In. — Mucho  va  de  vno  a  otro:  es  menester 
verlo  en  el  Calendario  o  Tabella  temporaria 
Festorum  mobilium,  y  no  oso  estar  más  aqui; 
la  primera  vez  que  nos  veamos  os  lo  sabré 
dezir. 

Len.  —  Alómenos  dígame  quando  haze  la 
Luna. 

In.  —  Cierto  que  sois  curiosa,  espera.  Áureo 
numero  seis;  Epacta  20,  miércoles  a  las  siete 
de  la  tarde;  y  esta  noche  passada  ha  anido 
eclypse,  que  comenró  a  las  diez  y  duró  hasta 
las  quatro  de  la  mañana. 

Len. —  Grandes  dolores  de  cabeca  aura  causa- 


424 


orígenes  de 


do.  No  me  haría  merced  de  darme  alguna  ora- 
ción de  su  mano  contra  los  duendes  qu'eu  la 
casa  adonde  biuo  andan? 

i«.— Acaba  por  amor  de  [mi,  n'os  deten- 
gáis más,  que  aun  no  eslando  mi  amo  encasa 
le  temo. 

Len. —  El  Señor  le  acompañe. 

In. — Y  vaya  con  vos.  Ay  sinceridad  como 
la  d'esta  buena  muger  en  el  mundo.' 

SCENA  V 

Ramiro,  Policena,   Cerüino  |Inücencio|, 
Bezerrica,   Damasio. 

\^Ra7n.~\. — Adonde  has  estado  hasta  ahora, 
chorlita?  No  me  veria  ya  sin  ti. 

Pol. — Antes  de  digan,  digas;  y  el  padre 
dónde  anda  que  no  ha  tenido  lastima  de  de- 
xarme  sola  en  vna  casa  donde  anda  vna  fantas- 
ma, que  d  espanto  me  ha  tenido  tendida,  des- 
mayada más  de  vna  hora,  y  como  bolui  en  mí, 
le  fui  luego  a  buscar  a  la  otra  casa;  y  n'osara 
tornar  a  ésta  si  no  me  vuiera  encontrado  Cor- 
nelío,  el  criado  de  aquellos  caualleros,  que  me 
ha  enseñado  una  oración,  la  qual  se  ha  dezir 
en  los  temores,  por  Taima  del  postrero  ahor- 
cado. 

Ram. — Y  cómo  era  la  fantasma? 

Pol. — E...  e...  era  vna  cosa  la...  la...  larga, 
que  me  pareció  abracarme,  y  me  cubrió  el  co... 
co...  coraron,  tanto  que  me  caí  de  mí  estado 
como  muerta. 

Ram. — Ta...  ta...  tartamuda  te  ha  dexado  el 
espanto;  fue,  necia,  de  (')  tu  sombra;  baxa, 
baxa  acá,  abre  la  puerta,  que  voy  a  passar  l'ar- 
ca  de  casa  del  señor  Ceruíno,  donde  la  pusse 
hasta  que  pareciesses  o  muerta  o  biua.  Serui- 
dor,  señor  Doctor. 

In. — En  buen  hora  sea  mentado. 

Ram. — Vengo  por  mi  arca. 

In. —  Señor. 

Cer.—  Qué  ay? 

In.~  Viene  Ramiro  por  su  arca. 

Cer. —  Pareció  ya  vuestra  hija? 

Ram. — Sí,  señor,  tuuo  no  se  qué  miedo  de 
verse  sola,  y  fue  a  buscarme  a  la  otra  casa. 

Bez. — (J,  qué  espada  dorada  tan  linda  que 
está  en  esta  arca. 

Ce?-.  — Qué  espada?  qué  sabes  tú? 

Bez. — Tienelavn  señor  que  está  dentro. 

Cer,  — Señor  que  está  dentro?  qué  dizes? 

/>'ee.  — Sí,  señor,  yo  le  he  visto. 

Cer.  —  Qu'es  esto,  Ramiro? 

Rnm. —M'wíi  V.  m.  a  las  palabras  de  los 
mentirosos  niños? 


I  'i    En  Kí  Ceíoso  no  se  halla  la  partícula  de  que  aquí 
sigue  á  ?!«cí((, 


LA  NOVELA 

Cer. —  Pues  ellos  suelen  dezir  las  verdades, 
y  muchas  se  descubren  con  la  mentira.  A  bue- 
na quenta,  yo  quiero  ver  lo  que  ay. 

Bez. — Sí,  señor,  dentro  está. 

Ram. — Son  mis  estuches  dorados  y  recado 
de  la  tienda;  estás  borraehito,  merdosso? 

Cer.  ('). —  Digo  que  abráis,  si  no  queréis  que 
nos  oyan  los  vezinos. 

Ram. — Qué  meplaze.  ( Abre  Ramiro  Varea.  J 

Cer. —  Assi,  mal  hombre,  traidor,  infame, 
cornudo. 

Ram. — Qué  insolencia  es  ésta?  D'esta  ma- 
nera se  tratan  los  hombres  honrrados  en  esta 
casa;  tras  auerme  robado  mi  hazienda?  lusti- 
cia  ay  en  la  Corte.  (Sale  Damasio  de  Varea.) 

Cer.  — Y  a  vos  que  os  parece?  Es  buena 
gentileza  meteros  d'esta  manera  en  casaagena? 

Dam.  —Habla  con  quien  me  metió.  Mas  qué 
tenéis  vos  que  ver  en  que  yo  me  haga  llenar 
como  me  diere  gusto  por  toda  la  ciudad? 

Cer. — Llenen  os  a  casa  del  diablo,  pero  no 
a  la  mia. 

Dam.  —  Ay  más,  si  os  pesa  tanto,  que  paga- 
ros el  alquiler  del  tiempo  que  ha  estado  Tarca 
en  vuestro  portal?  (Sale  Damasio  empuñando 
¡j  vasse.) 

Ram. — Señor  Ceruino,  haga  V.  m.  que  pa- 
rezca mi  hazienda,  pues  me  ha  faltado  en  su 
casa;  dexemonos  de  quentos:  no  seamos  tras 
cornudos  apaleados. 

Cer. — Ambos  me  lo  pagareis  con  las  sete- 
nas, a  pena  de  ruin  hombre.  Al  ñn,  la  muger  y 
el  vino  engañan  al  más  lino. 

SCENA  VT 
Ceuuino,  Inocencio,  Bezeriuca. 

\_Cer.\. —  Inocencio! 

y  w.  — Señor. 

Cer. — N'os  he  yo  dexado  en  guarda  de  mi 
casa? 

In. — Sí,  señor. 

Cer. — Aueis  estado  siempre  aquí? 

In. — Sin  apartarme  vn  minuto. 

Cer. — Pues  cómo  se  ha  hecho  esta  maldad? 

In.  —  Qué  maldad  puede  cometer  vn  hombre 
cerrado  en  vn'arca?  Tuuiessemos  assi  todos  los 
malos  y  podríamos  dormir  a  sueño  suelto,  sin 
temor  de  ladrones.  Quanto  más  que  son  cosas 
de  mocos  y  auran  querido  hazer  alguna  burla 
al  barbero  y  a  su  hija.  Nunca  V.  m.  siendo 
estudiante  hizoTánima  pecadora?  Cómo  d'essas 
le  podría  yo  contar! 

Cer. — Mira  a  quién  he  yo  encomendado  mi 
honrra. 


(')  Eu  este  lugar  y  en  el  inmediato  hállase  equivo- 
cado el  nombre  de  Cervino  en  los  dos  textos.  Dice  Cor- 


LA    L 

]n. — No  está  mal  guardjula  (juaiulu  el  (lUc 
la  podría  quitar  viene  ileliaxo  do  liaue. 

?>;•.- Quitáosme  de  delante,  insensato,  no 
uio  hagáis... 

//;. — Mire  V.  ni.  que  se  deue  tener  respec- 
to a  vn  houíbre  graduado  como  yo,  porque 
d'este  palo  nascen  los  Oydores  y  Presidentes 
que  mandan  eJ  mundo.  Si,  que  yo  no  soy  zao- 
rí,  para  ver  lo  qu'está  en  las  arcas  cerradas: 
])or  qué  no  lo  adeuinó  V.  m.  quando  la  hizo 
descargar  en  casa?  Auctor  hormn  maluniin 
piaeter  te  nemo  fuit. 

Cer. — O,  Ramiro  traidor.  Ben  acá,  Bezerri- 
11a:  haxó  abaxo  Marcia.'' 

Jiez. — No,  señor. 

Cer. — Hombre'n  arca  en  mi  casa!  Inocen- 
cio, yd  luego  a  llamar  a  mi  suegro  (que  nun- 
ca ('1  lo  fu'M-a);  dezidle  que  se  llegue  luego 
aqui,  que  me  importa  mucho.  Dinie,  mochadlo, 
cómo  viste  aquel  hombre? 

7}Vr.— Desde  la  ventana  de  la  despensa. 

Cer. — Dilo  todo,  no  tengas  miedo. 

J>ez.  —  Abriendosse  aquell'arca,  salió  d'ella 
la  señora  ("assandra. 

Cer. —  Y  quien  abrió  a  Cassandra? 

Hez, — No  sé,  señor;  ella  creo  que  venia 
abierta. 

Cer.— Y  qué  liazia  entonces  el  bachiller.' 

Bez.-  Estauasse  a  la  puerta  de  la  calle  ha- 
blando con  vn  fraile. 

Cer. — Y  después  qué  hizo  Cassandra? 

Bez. —  Subiosse  arriba. 

Cer. — Y  subida  ella? 

Bez. — Baxó  aquel  señor  con  no  sé  que  ropa 
en  el  braco,  la  espada  dorada  en  la  mano,  \ 
metiosse  en  Tarca. 

Cer. — Esta  ha  sido  vna  de  las  mayores  mal- 
dades que  se  han  visto  en  el  mundo.  Sus,  ma- 
nos a  la  sangre.  Quiero  matar  primero  al  trai- 
dor enarcado,  y  después  daré  tras  estas  malua- 
das,  que  no  se  me  yrán  sin  castigo.  Estos  eran 
los  casamientos  del  señor  Aries!  Bczerrilla,  si 
viniesse  mi  suegro,  dile  que  me  esjjcre,  que  lue- 
go bueluo 

SCENA  VII 
Damasio,  Magias,  Cornkmo,  Aries. 

\_Dam.']. — En  vn  punto  están  dicha  y  desdi- 
cha, y  las  desgracias  siempre  ajiarejadas.  No 
hay  contento  en  esta  vida  que  no  traiga  consi- 
go el  desgusto,  ni  alegria  sin  me/.cla  de  llanto. 
Es  tan  cierto  esto  como  seguir  la  sombra  al 
que  al  sol  camina.  Al  fin,  loque  menos  se  teme 
es  más  de  temer.  Mas  ya  que  nuestra  mala 
suerte  ha  querido  que  aquel  rapaz  aya  descu- 
bierto el  más  gracioso  caso  que  de  amores  ha 
sucedido,  aueraos,  hermano,  de  procurar  que 
aqueñas  señoras  no  padezcan,  porque  su  pena 


h:NA 


425 


nos  seria  de  perpetua  inramia.  Es  menester 
preu(Mi¡rnos  y  comeiiear  a  reparar  el  daño,  por 
que  las  desdichas  son  como  los  peces,  que  por 
inarauilla  vienen  solos  en  la  redada. 

J/ac— Corta  de  mí  por  donde  quisieredes: 
tengo  por  mejor  obrar  antes  con  peligro  que 
]tadecer  después  con  vergüenza.  El  daño  que 
haze  la  mala  suerte  se  ha  de  remediar  con  va- 
lerosa mano.  Haz  tu  deuer  y  venga  1<1  que  vi- 
niere. Vamos  luego  a  sacarlas  de  su  casa. 

/>«/«.  — Gentil  emendar  de  auiesso:  bien  di- 
/,en  que  naturalmente  la  iouentud  (como  poco 
esperta)  no  mide  ni  considera  los  jieligros,  y 
assi  no  me  niarauillo  de  que  vuestra  resolución 
sea  más  gallarda  que  prudente. 

Cor. —  Si  vuiei'an  considerado  lo  (pie  i)udie- 
ra  suceder,  a  buen  seguro  que  aún  se  estuuie- 
ran  en  los  jardines  de  Tántalo. 

7)a?«.  — Qu('  di/.es,  Cornelio? 

Co;-.  — Digo,  señor,  que  corriendo  inconside- 
radamente en  negocio  tan  arduo,  seria  uestir 
antes  el  jubón  que  la  camisa. 

Dam. — Es  como  dizes.  Velocüatem  nedcndo 
tempera. 

Afac. — Esso  s'cntiende  quando  el  tiempo  da 
lugar,  y  porque  falta,  diré  antes  yo:  Tarditutem 
snrgendo  tempera;  que  no  se  ha  de  perder  mo- 
mento en  consultas  quando  la  necesidad  cons- 
triñe a  menear  las  manos. 

Dam. — Estemos  a  la  mira  para  socorrerlas^ 
si  fuere  menester,  y  assi  cumpliremos  con  am- 
bas cosas.  Qué  te  parece,  Cornelio? 

Cor. —  Que  V.  m.  habla  como  vn  Séneca  y 
el  señor  Maclas  como  cauallero  de  la  Tabla  re- 
donda, cuyo  parecer  se  ha  de  executar  quando 
no  aya  otro  remedio.  Mas  yo  espero  ponerle, 
por  via  del  señor  Aries;  y  por  ventura  la  For- 
tuna no  nos  sera  tan  enemiga,  ni  passará  la 
cosa  tan  mal  como  tememos.  Mas  entretanto, 
vn  ojo  en  la  sartén  y  otro  en  el  gato;  téngan- 
me buen  animo,  qu'en  el  templo  de  lupiter  d¡- 
/.cn  auia  dos  cul)as  de  vino,  vna  de  bueno  y 
otra  de  malo.  No  nasce  rosa  sin  espina:  ya  es 
hecho;  busquemos  vnguento  que  poner  en  la 
llaga,  antes  que  venga  a  encancerarse.  ^  o 
(piiero  que  Vs.  ms.  vean  ahora  quién  es  Cor- 
nelio Ceruantes  de  l'isuerga;  que  vn  hombre  a 
las  vezes  vale  por  ciento,  y  que  muchas,  cien- 
to no  valen  por  vno. 

Diim. —  Pues  qué  medio  tienes  tú  con 
Aries? 

Cor. — Por  lo  menos  el  de  la  señora  dwña 
Luxuria,  que  a  la  vejez  le  haze  jugar  de  lomo. 

Dam. —  Ks  possible? 

Cor.-  Eslo  tanto,  que  me  ha  prometido 
vnas  Indias  por  que  le  sirua  de  tercero. 

/)iim.  —  Sepamos  con  quién. 

Cor. — No,  que  s'enojarán  Vs.  ms.  si  se  lo 
digo. 


426 


orígenes  de  la  novela 


Mac. — No  podras  tú  dezir  ni  hazer  cosa  de 
que  nos  pesse:  dilo  libremente. 

Coi\ — Con  mi  señora  (quando  menos),  por 
quien  beue  los  ayres  dend'el  dia  que  le  habló 
sobre  el  casamiento. 

Dain. — Ha,  lia,  ha,  y  tú  qué  le  has  dicho? 
Cor. —  No  le  quise  dexar  sin  esperanza,  ade- 
uinando  que  los  passos  en  que  andamos  nos 
lleuariau  a  auerle  menester;  que  por  esso  tam- 
bién tengo  ya  hecho  con  Vigamon  su  criado 
vn  cambalache  de  dueños,  con  que  se  tiene 
más  por  Vs.  ms.  que  de  su  amo.  Alli  viene, 
deue  de  yr  a  reñir  nuestra  pendencia;  dexenme 
con  él 

Mac. — No  ay  negocio  tan  perdido  que  po- 
niendol'en  manos  de  vn  prudente  no  se  pue- 
da esperar  algún  remedio. 

Cor. — Tjcso  las  manos  a  V.  m.  Qué  altera- 
ción es  essa? 

Ar. — Es  por  yr  de  priessa  a  casa  de  mi 
yerno. 

Cor. — Tengo  que  dezir  a  V.  m.  sobr'el  ne- 
gocio que  m'encomendó. 

Ar. — Vení  a  hablarme  a  la  tarde. 
Cor. — No  será  possible,  porque  tengo  mu- 
cho que  hazer  a  causa  de  que  mañana,  en  ama- 
neciendo, me  parto  para  Cerneros,  adonde  voy 
en  romería. 

Ar. — Espora  vn  poco.  Bachiller,  vayasse  de- 
lante, diga  a  mi  yerno  que  luego  seré  con  él. 
Pues,  amigo,  qué  tenemos? 

Cor. — Trátela  (señor)  del  negocio  en  bonis- 
sima  coiuntura,  con  tan  grata  audiencia,  que 
quisiera  (a  lo  que  sospecho)  que  durara  mi  plá- 
tica hast'ahora. 
^r.— Al  fin? 

Cor. — Podré  cr'er  (me  dixo  poniéndose  de 
mil  colores)  que  ay  en  el  mundo  quien  se 
acuerde  demí?  Y  aunque  no  me  dio  el  sí,  ni  me 
dixo  de  no,  eché  de  ver  que  tiene  perdida  la 
mala  voluntad  a  V.  m.;  pero  como  muger  pru- 
dente no  quiere  descubrir  su  coraron  tan  presto. 
Ar. — Mucho  contento  recibo  de  oyr  esso; 
bolué,  os  ruego,  a  darla  otro  tiento. 

Cor. — No  será  possible,  porqu'está  muy  eno- 
jada ahora  contra  su  hijo  el  mayor. 
Ar. — La  causa? 

Cor. — A  V,  m.  todo  se  le  puede  dezir.  Es- 
tando el  señor  Damasio  enamorado  de  la  hija 
de  Ramiro  el  baruero,  por  orden  de  la  moca 
(para  lo  qne  V.  ui.  puede  pensar)  se  metió  en 
vn'arca  que  de  la  casa  donde  han  biuido  se 
auia  de  mudar  ayer  a  otra  que  ha  tomado,  y 
por  ser  tarde  la  dexó  haí>ta  esta  mañana,  y 
llenándola  halló  la  puerta  cerrada  por  auer  sa- 
lido la  hija  no  sé  a  qué,  y  mientras  boluia,  la 
descargaron  los  ganapanes  en  casa  de  aquel 
cauallero  yerno  de  V.  m.  (con  su  buena  licen- 
cia), por  no  dexarla  en  la  calle,  y  queriendo 


después  sacarla,  no  sé  cómo  se  vino  a  echar  de 
ver  lo  que  auia  dentro.  De  que  mi  señora  está 
muy  congoxada,  temiendo  no  liayan  sospei'hadi) 
que  aya  sido  por  hazer  algún  mal  en  aquella 
casa;  mas  la  pura  verdad  es  ésta. 

Ar. — Es  cierto  lo  que  me  auei^i  dicho? 
Cor. — Ciertissimo;  assi  yo  tenga  buen  viage 
o  nunca  d'el  buelua. 

Ar. — Luego  de  la  hija  de  Ramiro  andana 
enamorado  el  Damasio?  Y  aun  por  esso  me 
dixo  Vigamon  vn  dia  qu'era  toda  vuestra. 

Cor. — En  el  cuya  se  engañó.  Es  como  le  he 
dicho;  yo  sé  bien  lo  que  ay  entr'ellos. 

Ar. — Al  fin  la  inocencia  es  seguro  esciidi; 
y  cr'er  nmy  presto,  ligereza.  Vos  me  aucis 
dado  dos  nueuas  vna  mejor  que  otra,  con  que 
m'he  alegrado  mucho.  Toma  este  doblón  para 
guantes. 

Cor. — No,  suplico  a  V.  m. 
Ar.—  Qué  cosa  es  no?  Toma  os  digo. 
Cor. — V.  m,  me  quier'echar  vn'argolla  al 
cuello,  y  yo  me  doi  por  su  perpetuo  esclauo; 
beso  las  manos  a  V.  m.  Yo  le  asseguro  de  que 
si  aprieta,  vendrá  presto  al  fin  de  su  intento. 
Ar. — Y  vos  no  ayudareis  a  ello? 
Cor. — Estos   (señor)   son  dos   mocos   muy 
libres  (como  todos  los  hijos  de  viudas)  y  quie- 
renme  mal  de  muerte,  porque  les  digo  lo  que 
les  conuiene;  y  assi  no  quiero  estar  con  ellos 
por  ninguna  cosa,  aunque  mi  señora   no   me 
quiere  dar  licencia. 

Ar. — Pues  cómo,  esso  tongo  en  vos?  Tam- 
poco yo  quiero  que  os  salgáis  de  su  casa,  y  me 
obligo  a  daros  más  al  doble  en  ella  de  lo  que 
ganáis;  queréis  otra  cosa? 

Cor. — No  he  seruido  tanta  merced  como  re- 
cibo de  V.  m.  Mas  no  es  possible  dexar  de 
partirme,  por  la  obligación  de  cumplir  el  voto 
que  hize  ya  ha  muchos  dias;  y  como  soy  mor- 
tal, no  es  justo  perder  la  buena  ocasión  que  se 
me  ofrece  ahora  de  vn  cauallero  que  me  quiere 
bien  y  va  a  lo  mesmo,  que  me  hará  la  costa 
yda  y  buelta  por  que  le  acompañe. 

Ar. —  Digo  que  n'os  aueis  de  yr  en  ninguna 
manera;  sufrí  con  discreción,  pues  la  tenéis,  sus 
mocedades;  que  qualquiera  palabra  mala  que 
os  dixeren  la  ]ioudré  a  mi  cuenta,  y  la  romería 
se  hará  otro  año,  y  podría  ser  comigo,  porque 
también  pienso  yr,  si  me  caso,  a  Cerneros. 

Cor. —  Si  V.  m.  me  mandasse  yr  a  Roma 
descalco,  lo  haré  mejor  que  pnr  el  Rey. 

Ar. — Y 'os  lo  agradezco.  Con  esto  quiero 
yr  a  sacar  a  mi  yerno  de  la  opinión  que  deue 
tener. 

Cor. — Es  tanto  el  odio  que  tengo  contra  el 
Damasio,  que  me  holgaría  (en  alguna  manera) 
de  que  aquel  cauallero  creyesse  que  se  auia  he- 
cho llenar  assi  por  amor  de  su  hija,  para  qne 
le  hiziesse  matar. 


LA  LENA 


427 


A.. — N<i  suceda  ta],  que  iria  la  honrradela 
iiiia  de  por  medio. 

Cor. — Encargo  a  V.  ni.  (\»<v  (juion  es)  la 
de  Policena,  qu'os  viia  douzella  lioiicsla  y  iiiu}' 
recogida. 

Ar. — N'os  de'  pena,  que  iiasta  ser  mu^er 
para  escusar  lo  que  la  pueda  liazcr  daño,  y 
niirá  que  no  ruc  oluidois. 

Cor.  —  Yo  lo  desseo  como  (')  V.  m. 


ACTO  QVINTO 

SCENA  I 
Violante,  Counelio,   Iía>iiuo. 

[  Vi'o.l.  —Sal!  acá,  Lobata,  dadme  vu  manto 
y  venios  comigo,  desdichada  de  mí.  No  se'  que 
lie  oido  a  vnos  que  a  mi  puerta  estañan  tratan- 
do de  vna  pendencia  que  lian  tenido  mis  hijos. 
Bien  me  dixistes  vos  qne  auian  salido  de  casa 
de  mala  manera.  Estos  son  los  embustes  de 
aquel  embahidor  de  Cornelio,  que  de  los  más 
modestos  y  obedientes  me  los  ha  hecho  los 
más  libres  y  viciossos  d'esta  ciudad.  Estoy  re- 
suelta o  acabar  d'echarle  de  mi  casa,  o  dexar- 
lo8  con  él  y  meterme  en  vn  monasterio.  No  se 
adonde  pueden  estar,  cuitada  de  mí.  (Entran 
Ramiro  ¡j  Cornelio  alborotados.)  Que'  ruido  es 
este?  Desuella  caras,  traidor,  enemigo,  que'  has 
hecho  de  luis  hijos? 

Cor. — Ellos  quedan  sanos  y  en  saluo,  y  yo 
por  defenderlos  traigo  mi  pago. 

Ram. — Es  como  dize  Cornelio,  y  lo  qu'dl 
tiene  no  será  nada. 

Vio. — Dczíme  (amarga  de  uií)  adonde  los 
dexastes.' 

/?«/«. —  En  la  placucla  de  San  Llórente. 

Vio. — Venios  comigo,  Ramiro;  dcxá  a  esse 
mal  hombre. 

Cor. — No  lo  digo  yo? 

SCENA  TI 
Aries,  ^Iouüeco,  Cornelio. 

[.I;-. I, — En  eft'eto  este  mi  yerno  es  un  mal 
hombre;  bien  dizen  las  obras  con  el  bestial 
nombre  que  tiene. 

Mor.—  Ya  V.  m.  lo  ve. 

.1/-. — Vamonos,  por  amor  de  mí,  a  saber 
cómo  está  el  herido;  que  por  ser  criado  de  aque- 
lla casa  lo  siento  mucho  más.  Alli  nos  sale  al 
encuentro,  de  que  no  me  huelgo  poco.  Cómo 
pintáis,  amigo?  Qué  ha  sido  esto?  Creed  que  me 

(';  El  impresor  lo  estampó  en  italiano;  come. 


ha  dado  tanta  pena  vuestra  desgracia,  quaiito 
contento  recibo  ahora  de  veros  en  pie. 

Cor.  — No  esperaua  yo  menos  de  V.  m. 
luansse  (señor)  mis  amos  a  passear  al  Espo- 
lón, y  sin  por  qué,  Ceruino,  acompañado  de 
diez  o  doze  escapados  de  las  horcas,  nos  assal- 
tó  en  aquel  passo  estrecho  que  va  de  la  Bohe- 
riza  (')  al  Rio,  entre  las  casas  del  Unquc  de 
Bexar  y  la  Rondilla.  Viendo  esto,  h<'zimos  los 
tres  vna  hilera,  y  cargando  los  más  sobre'l 
señor  Daraasio,  trayendole  acossado,  y  viéndole 
yo  en  mal  término,  arrebaté  del  carro  de  vn 
serrano  vn  tozuelo  (que  me  deparó  mi  ventura) 
y  dime  con  él  tan  buena  maña,  que  los  hice 
retirar  más  que  de  passo,  tanto  que  auiendome 
cebado  en  ellos,  me  hallé  a  Ceruino  al  lado,  el 
((ual  a  traición  me  dio  vn  renes  de  que  me  lia 
mancado  esta  mano.  Sobreuino  luego  el  tenien- 
te y  prendióle;  los  demás  ladrones,  de  alguaci- 
les y  porquerones  seguidos,  sVncomendaron  a 
sus  pies;  no  sé  lo  que  después  ha  sucedido. 

Ar. — Qué  le  parece  a  V.  m.,  señor  Murue- 
co, de  la  temeridad  d'este  atronado?  Que  se 
aya  ydo  sin  más  verificación  a  poner  mano  a 
las  armas,  deshonrrandose  con  tanto  escándalo 
del  pueblo. 

Mor.  C^). — Mucho  ha  que  le  tengo  yo  pro- 
nosticado este  desatino. 

^1/-. — Anda,  hijo,  gouernaos  bien,  y  auisáme 
lo  que  fuere  menester,  que  yo  tendré  cuidado 
de  saber  de  vos. 

Cor. — Beso  las  manos  de  V.  m. 

Ar. — Quiero  en  todo  caso  prou'er  a  lo  que 
a  mi  hija  conuiene,  que  la  sangre  y  su  mucha 
virtud  (en  que  imita  bien  a  su  madre)  me  obli- 
gan a  mirar  por  ella  y  a  sacarla  de  tan  angus- 
tiada vida  como  este  loco  le  haze  passar.  Y 
descubriré  ahora  a  V.  m.  vn  secreto,  de  donde 
conocerá  la  mucha  virtud  de  Marcia.  Hame  ju- 
rado que  se  está  tan  virgen  como  el  dia  en  que 
nascio,  porque  Ceruino  no  es  hombre,  escusan- 
dose  con  que  vn'amiga  que  ha  tenido  de  viudo 
le  ha  ligado. 

^[or. — Yo  lo  creo  por  mi  fe;  téngalo  V.  ra. 
por  ciertissimo,  porque  ha  muchos  dias  qne  le 
veo  andar  tras  Sánchez  el  boticario  de  la  rin- 
conada, y  nunca  me  ha  querido  dczir  lo  que 
con  él  tiene,  aunque  se  lo  he  preguntado. 

Ar. — Pues  para  con  V.  m.  yo  quiero  escriuir 
luego  a  Monsiñor  Cornaro  ^■'),  que  es  todo 
mió,  que  me  anise  si  la  podré  casar  con  otro, 
atento  la  impotencia  d'este  malauenturado. 

Mor. —  Haga  V.  m.  que  conste,  que  yo  se  la 
daré  libre  en  quinze  dias,  sin  embiar  tan  lexos. 

( ')  En  el  texto  de  El  Celoso  bb  lee  este  nombre  asi: 
Bueueriza. 
(-)  Me  en  los  dos  textos. 
(^)  En  El  Celoso  dice  Cornibus- 


428 


orígenes  de  la  novela 


Ar. — Tanto  que  mejor. 

Jíor. — Pues  V.  m.  pretende  anular  el  ma- 
trimonio, será  bueno  que  yo  también  le  apriete 
para  que  case  a  mi  sobrina,  pues  se  ofrece  tan 
buena  ocasión,  y  qu'entretauto  la  meta  en  un 
monasterio  o  casa  donde  esté  tratada  como 
quien  ella  es:  que  no  querria  verla  caer  por 
desesperación  en  algún  inconueniente  de  los 
que  cada  dia  acontecen.  Tengo  por  gran  desati- 
no e  imprudencia  no  dar  quanto  antes  dueño  a 
las  donzellas  que  quedan  sin  madre  que  mire 
por  ellas;  quanto  más  con  las  partes  de  mi  so- 
brina, y  la  que  tiene  de  nuestro  abuelo  en  el 
monte  de  Toro90s. 

Ar.  —  Si  le  parece  a  V.  m.  vamos  juntos  a 
hablar  al  licenciado  Cernerá  mi  Letrado  sobre 
ambas  cosas,  y  según  su  consejo  nos  gouerna- 
remos. 

Mor.  —Por  mejor  tengo  al  Doctor  Vaca, 
que  trata  ant'el  Prouisor  de  muchos  casos  ma- 
trimoniales. 

A)-. — Vamos  a  ambos,  que  no  dañarán  dos 
consultas  y  pareceres;  no  perdamos  tiempo. 


SCENA  III 
Damasio,  Violante,  Ramiro,  íIacias. 

[/>íí/«.]. — No  es,  señora,  gran  indignidad 
venir  vna  persona  como  V.  m.  a  semejante 
cosa? 

Vio. — No  es  mucho  peor  que  vosotros  me 
deis  ocasión  para  ello?  (Entrase  Damasio.) 

Ram. — Señora,  esté  V.  m.  muy  contenta, 
pues  la  ha  dado  Dios  dos  hijos  como  leones; 
porque  lo  han  hecho  tai> valerosamente,  que  han 
ganado  oy  mil  voluntades. 

Vio. —  Querria  yo  (triste  de  mí)  que  esse 
valor  se  mostrasse  siendo  más  virtuossos  que 
otros,  y  que  se  echasse  de  ver  en  el  buen  go- 
uierno  de  sus  personas  y  de  tanta  hazienda 
como  su  padre  los  dexó  y  yo  les  he  conseruado 
y  aumentado.  Madre  desconsolada,  viuda  de 
veinte  años,  que  he  consumido  la  flor  de  mi  jo- 
ventud  criandolos  con  perpetuo  cuidado,  sin 
auerme  (por  su  causa)  querido  boluer  a  casar, 
con  salirme  muchos  buenos  partidos,  y  vltima- 
mente  el  de  vn  cauallero  que  está  a  pique  d'ere- 
dar  el  Estado  de  Mont'agudo. 

Ram. — No  lo  ha  querido  Dios,  porque  V.  m. 
criasse  con  más  afición  a  estos  caualleros  y  a 
mi  señora  Valentina;  él  se  los  guarde,  que  si 
prosiguen  como  han  comen9ado,  por  todo  el 
mundo  se  hablará  dellos. 

Vio.  —Pobre  de  mí;  si  estas  pendencias  suc- 
ceden  vna  vez  bien,  a  la  segunda  o  tercera  sa- 
len mal  d'ellas. 

Ram.. — Esta  no   ha   sido  por  su  culpa;  yo  | 


me  hallé  casi  presente,  pues  vi  yr  a  quel  des- 
atinado con  vna  manada  de  rufianes  (que  robá- 
rian  la  peste  a  San  Roque),  y  metiendo  todos 
mano  contra  ellos,  qué  auian  de  hazer? 

Vio. — El  enojo  que  yo  tengo  es  con  aquel 
malino  de  Cornelio. 

Ram. — Contra  Cornelio,  señora?  Ahora  digo 
qu'el  hazer  bien  no  aprouecha  todas  vezes; 
por  vida  de  mi  Policena  que  merece  ser  bien 
querido  de  todo  el  mundo,  quanto  más  de 
V.  m.,  porque  lo  ha  hecho  como  leal  y  valien- 
te criado.  Arisgar  la  vida  el  moco  por  el  amo 
ya  ha  mucho  que  no  se  vssa  en  Valladolid. 
(  Bnehíe  a  salir  Damasio.) 

Dam. — Sabe  V.  m.  cómo  ha  de  ser  aqui  ade- 
lante? 

Vio. — Peor  que  peor  si  no  ay  emienda, 
Dam.  —Digo  que,  si  nos  quiere  bien  a  mi 
hermano  y  a  mí,  ha  de  hazer  quenta  de  que 
tiene  tres  hijos,  poniendo  en  este  numero  a 
Cornelio,  a  quien  tenemos  más  obligación 
que  a  ninguno  de  nuestro  linage.  Porque  al 
tiempo  de  las  necesidades  los  parientes  son 
poco  fieles,  los  amigos  se  desaparecen,  y  este 
entonces  se  muestra  más  desentrañadamente, 
en  quanto  ncs  toca. 

Ram. — Cierto  que  lo  merece. 
Vio. — Tenedle  vosotros  en  el  lugar  que  qui- 
sieredes,  que  yo  os  dexaré  en  su  tutela,  apar- 
tándome (yo  sé  bien  de  qué  manera)  de  ver  y 
oyr  tantas  desverguencas.  (Entrase  Violante.) 
Ram. — Enojada  se  ha  entrado  mi  señora; 
V.  m.  es  mal  sufrido  y  ella  impaciente,  porque 
como  tan  buena  madre,  le  duelen  estas  cosas 
que  oye. 

Dam. — El  sufrimiento  y  la  obediencia  es 
muy  justa  y  deuida  cosa,  mas  no  hemos  de 
dormir  (como  dizen)  hasta  los  treinta  años  con 
nuestra  madre;  ni  ella  ha  de  tirar  tanto  la  cuer- 
da, que  se  rompa;  porque  ya  no  somos  niños  y 
según  las  edades  han  de  ser  los  castigos. 

7i'a?«.— Es  assi,  señor,  que  los  niños,  porque 
no  entienden  ni  temen  otra  cosa,  se  castigan 
con  el  acote;  mas  los  hombres  con  las  repre- 
hensiones, las  quales  se  deuen  oyr  de  los  pa- 
dres con  humildad  y  respecto ,  teniéndolas 
siempre  en  la  memoria,  para  gunrdarse  de  allí 
adelante  de  darles  ocasiones  de  pena:  porque 
todas  sus  asperezas  van  enderecadas  al  bien  de 
sus  hijos,  y  al  fin,  la  cura  del  rigurosso  ciruja- 
no es  más  segura  que  la  del  blando  y  piadosso 
medico. 

Dam.  —  Habláis  como  vn  Cantón  (');  cierto 
que  no  he  oydo  sacamuelas  que  tan  apuntada- 
mente diga  lo  que  alcanca:  quién  pensara  que 
de  la  boca  de  Ramiro  podían  salir  razones  tan 
acicaladas,  que  bastan  a  conuertir  los  más  des- 

(*)  Sic  eu  ambos  textos. 


LA  LENA 


429 


camiiiadds  y  pordidos!  Salí  acá,  Maclas,  oyrcis 
inarauillas.  (Sale  Macias.) 

Mac.  —  Qué  ay?  Estamos  seguros? 

/>'a/«.— Hanie  predicado  Ramiro  la  ohedicu- 
cia  y  humildad,  dospauilandose  tanto  el  senes- 
cacliii,  que  con  gran  admiración  he  diclio:  I5en- 
dito  seas  tú.  Señor,  que  assi  como  Balaam  oyó 
la  voz  del  que  le  lleuaua,  me  has  hecho  sentir 
la  d'el  mentecato  Ramiro. 

Mac  — Y  vos  qué  dezis  a  esto?  No  aura  para 
mí  algo? 

Itam. — Vs.  ms.  andan  de  torneo;  no  m'es- 
panto  de  verlos  aturdidos:  dexemonos  de  do- 
naires; acuérdense  de  que  quien  deue  de  resto 
no  está  libre,  qu'es  lo  que  haze  al  caso;  haga- 
mos de  manera  que  se  cobre  mi  ropa,  que  no  sé 
imaginar  cómo  me  la  sacaron  de  larca. 

Mac. — Como  quiera  que  haya  sido,  aqui  os 
la  pagaremos  si  se  perdiesse;  queréis  mas? 

Dam. — Y'os  Tasseguro;  vengamos  a  lo  que 
os  importa  más.  Ya  sabéis  l'amistad  antigua  que 
tenéis  en  nuestra  casa,  la  qual  aueis  conserua- 
do  con  vuestra  buena  seruitud;  y  conociendo  el 
amor  que  nos  tenéis,  desseamos  que  saquéis  el 
t'rueto  del  que  os  tenemos,  y  assi  buscamos 
ocasión  en  que  poderos  aprouechar.  Conocéis 
también  las  buenas  partes  de  nuestro  Cornelio, 
a  quien  tenemos  en  el  lugar  que  aueis  oydo;  y 
d'esta  manera  creo  que  abracareis  la  voluntad 
con  que  os  daré  parte  de  lo  que  mi  hermano  y 
yo  auemos  tratado:  y  es  quán  bien  nos  vendrá 
que  le  casemos  con  Policena  vuestra  hija,  y 
para  esto  nosotros  los  ayudaremos,  de  manera 
que  no  les  falte  nada. 

llum. — Entendiendo  assi  lo  que  V.  m.  me  ha 
dicho  y  propuesto,  no  baria  lo  que  deuo  si  lla- 
namente no  sometiesse  mi  voluntad  a  su  dis- 
posición; y  assi  los  dexo  el  cuidado  y  doy  a 
Vs.  ms.  mis  vezes  para  poder  libremente  hazer 
della  lo  que  fueren  seruidos.  Pero  con  vna  con- 
dición. 

Dam.  —  Y  es? 

Ram. — Que  mi  señora  Violante  piense  tam- 
bién en  casarme;  que  por  sí  puede  juzgar  la 
melancólica  vida  de  los  viudos:  esto  se  entien- 
de quando  Ys.  ms,  l'ayan  aplacado. 

Mac. — Ya  yo  la  he  desenojado  y  está  muy 
contenta. 

Dam.— TodiO  lo  que  pedis  está  ya  pensado, 
y  assi  os  daremos  vna  muger  que  os  vendrá  de 
perlas. 

Ram. — Vea  yo  a  Vs.  ms.  señores  de  dos 
grandes  ciudades. 

Mac. — Que  tan  grandes,  por  vida  mia? 

Ram. — Por  lo  menos,  cumo  la  de  Suntiem 
de  la  China,  que  ;si  no  miente  el  que  lo  cscri- 
ue)  ha  menester  vn  hombre  para  atrauesarla 
de  puerta  a  puerta,  caminar  con  buen  canallo 
todo  vn  dia  sin  pararse  (esto  sin  les  arrabales, 


que  son  otro  tanto)  y  es  de  tanta  gente,  que  en 
media  hora  pueden  juntar  doscientos  mil  com- 
liatientes,  los  cien  mil  a  cauallo. 

I >(im. — Essa  sea  la  mia. 

Mac. — Y  la  mia.' 

¡tam.  —  La  Cestiériiega,  fundada  al  j>ie  del 
alto  monte  de  San  Cristoual,  media  leguecita 
de  aqui  (porque  no  se  canse),  que  no  tiene  al- 
calde, alguazil,  porqueroii,  escriuano,  medico, 
iioticario,  cura  ni  sacristán  falta  j)aia  biuir  en 
paz  y  con  salud  mil  años),  abundantissima  de 
quixoncs  y  turmas  de  tierra,  que  son  bonissi- 
mas  para  los  auogados  y  mejores  para  los  no- 
nios. 

Mac. — Agrauiado  quedo;  y  con  todo  esso, 
quando  lo  seáis,  y'os  haré  el  banquete  y  daré 
essa  fruta. 

Ram. — Como  quiera  que  sea,  no  veo  Tliora. 
Al  fin  es  verdad  que  muger  ni  mal  año  nunca 
faltan.  ]\Ias  de  veras,  a  quien  me  quieren  dar 
A's.  ms.' 

Dam. — Qué  nos  daréis  porque  os  lo  diga- 
mos? • 

Ram. — Quanto  tengo,  sino  a  mi  hija. 

Mac. — Essa  ya  se  ha  dado. 

I>am. — Ahora  y'os  lo  quiero  dczir:  apareja 
la  colación. 

R'im. — Sepamos  antes  si  lo  vale. 

I)am. — Vale  vn  Perú.  A  Lena  Corouera  de 
Cienfuegos,  la  corredora. 

Ram. — Mucha  gente  es  essa  para  tan  pobre 
despensa  como  la  mia,  y  más  si  trae  cola. 

Dam. — No,  qu'es  rabona,  y  vna  Fénix  que 
nunca  ha  parido,  y  fuera  de  ser  honrrada  quan- 
to otra  de  su  manera,  es  la  mesu)a  diligencia 
para  hazeros  de  oro  en  poco  tiempo. 

Ram.—  No  sea  como  l'aue  de  caca,  de  quien 
dixo  aquel  ser  bastante  para  mantener  vna 
casa  en  hambre  y  lazeria  aunque  tenga  veinte 
personas.  En  conclusión  (señores  mios)  no  me 
descontenta  el  partido,  por  ser  de  la  edad  que 
yo  he  menester  para  no  andar  assombrado  den- 
tro y  fuera  de  casa,  metiendo  en  ella  alguna 
tortolica  de  las  que  ahora  se  vssan.  Mas  de  ba- 
zienda,  cómo  está? 

.\fac.  —  No  sabe  lo  que  se  tiene. 

Dam. — Esso  me  haze  poner  en  duda  el  que- 
rerlo hazer;  pero  nosotros  (qu'es  toda  nuestra) 
haremos  que  venga  en  ello  por  fuerca;  quanto 
más  que  no  es  Ramiro  para  desechar,  y  assi 
podéis  perder  cuidado.  Pero  vna  cosa  queremos 
de  vos. 

Ram. — Y  es,  señor? 

Dam. —  Que  no  ali-eis  la  quexa  de  aquel 
traidor  de  Ceruino. 

/!am. — Como  Vs.  ms.  me  fauorezcan,  antes 
haré  instancia  para  que  le  corten  la  caliera. 

17o.  (dentro). —  No  acabáis  dentrar  en 
casa? 


430 


ORÍaENES  DE   LA  NOVELA 


¡Jam. — Ya  vamos,  señora. 

Vio.  (de  la  ventana). — Por  amor  de  mí,  que 
de  oy  más  tengáis  mejor  assientoy  seso;  no  an- 
déis en  estas  rebueltas,  que  me  quitáis  la  vida. 

Dam. — Ramiro,  entra  a  refrescaros  con  íios- 
otros. 

/?a???.  —  Vs.  ms.  me  perdonen,  qu'es  tiempo 
de  acudir  a  casa;  que  aunque  tengo  ya  buen 
oficial,  para  mi  hij.i  es  tarde. 

Dam. — Regalalda  mucho,  que  presto  la  echa- 
remos de  casa,  haziendo  nuestro  deuer  con  ella 
como  buenos  amigos. 

llam. — Con  essa  confianca  voy;  biuanmo 
Vs.  ms   mil  años. 

Mac. — Dios  os  guarde. 

SCENA  IlII 
Aries,    R  amibo. 

[^Ir.].  — Ya  aureis  sabido  la  pendencia  de 
Ceruino  con  los  hijos  de  mi  señora  Violante? 

liam. — Como  quien  se  halló  «presente  a 
quanto  ha  passado;  y  si  V.  m.  supiesse  la  cau- 
sa (pie  tuuo,  lo  tendria  por  gran  desconcierto 
y  locura.  Para  dezir  verdad,  este  yerno  de 
V.  m.  es  vn  terrible  hombre. 

Ar. — Siempre  he  temido,  viéndole  tan  dos- 
atinado,  que  le  auia  de  suceder  alguna  des- 
gracia. 

llam. — Yo  temo  no  vaya  esta  vez  en  ruina 
quanto  tiene,  y  aun  dudo  de  la  vida.  Assaltar 
a  dos  caualleros  tan  emparentados  con  la  casa 
de  Cabra,  donde  está  el  Rey,  y  tantos  de  los 
alcaldes,  es  otro  que  palabras.  Pues  búrlen- 
se con  el  Licenciado  Bicornis,  que  le  pren- 
dió; a  fe  que  apretándole  los  cordeles,  le  haga 
alargar  los  cerraderos  de  la  bolsa,  y  aun  de  la 
boca.  Veremos  ahora  cómo  sale  del  insulto,  de 
la  herida  del  criado,  del  hurto  de  mi  hazienda, 
de  auerme  tocado  en  la  honrra,  con  tanto  vitu- 
perio. Y  de  lo  que  más  importa,  que  son  las 
blasfemias,  que  se  le  prueuan  con  cien  testigos 
tan  honrrados  como  él. 

Ar. — Yo  vengo  ahora  de  verle  y  hele  halla- 
do tan  manso,  que  porque  le  ayude  a  salir  d'este 
trabajo  me  ha  confessado  todas  sus  menguas. 
Y  assi,  auiendome  ya  informado  de  que  sin  li- 
tigar podré  dar  a  mi  hija  otro  marido,  lo  pre- 
tendo hazer  quanto  antes  me  sea  possible. 

Ram. — Qu'es  lo  que  oyó?  sueño,  o  qué  me 
tengo?  Casar  con  otro  a  la  señora  Marcia? 
Puedense  ya  tener  dos  maridos  juntos?  Qué 
les  faltaria  a  las  locas? 

Ar. — No  va  por  ay.  Quiero  que  sepáis  vna 
cosa,  de  que  os  quedareis  abobado. 

Ram. — Qu'es,  por  vida  de  V.  m.? 

Ar. — Que  Ceruino  aun  no  ha  podido  pagar 
el  deuito  a  mi  hija. 


Ram. — Cómo  es  esso?  Pues  a  fe  que  es  ella 
para  hazerse  pagar  en  otro  que  doblones!  ¿Tiene 
acaso  algún  menoscabo  en  su  persona,  que  le 
ha  impedido? 

Ar. — Dize  que  con  vn  hechizo  le  han  hecho 
impotente. 

Ram. — Basta,  ya  estoy  al  cabo;  crea  V.  m. 
que  siempre  estos  estremados  celosos  tienen 
algunos  defectos  que  los  traen  con  aquellos  es- 
pantos. 

^r.  — No  tengáis  duda.  Aueis  visto  a  Cor- 
uelio? 

Ram. — Sí,  señor. 

Ar. — Tiene  más  mal  de  la  herida? 

Ram. — No  tiene  otra  cosa,  y  aquélla  es  pe- 
queña. 

Ar. — Cóm(j  le  podria  yo  ver? 

Ram. — Ha  dado  a  V.  m.  alguna  buena  es- 
peranca? 

Ar. — La  esperanza  en  que  me  ha  puesto  es 
tan  pequeña  quan  grande  es  el  desseo;  y  para 
que  sepáis  mi  intención,  os  digo  que  si  por  el 
modo  intentado  no  ay  remedio,  quiero  tratar 
por  otra  via  de  casarme  con  esta  señora. 

Ram.  — Esse  sí  (señor)  qu'es  el  camino  real 
y  seguro. 

Ar. —  Quierol'  embiar  a  llamar;  si  le  veis 
antes,  dezidle,  os  ruego,  que  me  hallará  en  las 
Arrepentidas. 

Ram. — Yo  se  lo  diré,  encontrando  con  él. 

SCENA  V 
TjRna,    Magias. 

[/>e?í.J. --No  será  bien  (pues  quien  prini  r- 
toma  no  se  arrepiente)  dexar  enfriar  el  aiiMr 
de  mis  escaramucantes  (porque  no  dura  más 
en  ellos  que  de  Nauidad  a  Sant  Esteuan).  Más 
pierde  quien  más  verguenca  tiene.  Bueno  seria 
auerles  enseñado  el  camino  y  perderme  yo  en 
el  bosque.  No  quiero  (porque  no  ay  cosa  qiit' 
tan  fácilmente  se  quieitre  como  la  voluntad  d'el 
hombre)  aguardar  más,  a  peligro  de  que  les  dé 
fastidio,  el  pedirles  la  buena  pro  les  haga,  y 
que  vssen  comigo  como  el  que  mientras  Ilueue 
se  mete  debaxo  del  árbol,  y  passada  Tagua  le 
haze  leña  para  su  fuego.  Querranseme  ahora 
(si  viene  a  mano)  esconder  en  vn  trigo  segado. 
A  punto  me  llega  el  menor,  de  cuyas  palabras 
se  puede  fiar  tanto  como  de  vna  soga  pudrida. 
Señor  Maclas  el  enamorado,  dichoso,  rico  y 
gentil  hombre. 

Mac. — Qué  ay  por  acá,  Lena  bella,  discreta 
y  agraciada? 

Leu. — Parece  que  comen9amos  a  tirarnos 
las  verdes.  Vengan  mis  chapines  y  tocas. 

Mac. — Rato  ha  que  las  vi  passar. 

Len. — Passador  malo   me  atrauiesse   si   lo 


LA  1 

dexare  passar.  Y  el  señor  Daniasio,  está  tam- 
bién con  uiodoria? 

Mac. — Por  esso  vengo  de  tomar  vn  poco  de 
aire,  que  me  he  sentido  esta  noche  algo  pes- 
sado. 

Len. — No  ay  sordez  peor  que  no  querer  res- 
ponder a  proposito.  Pues  no  me  hagan  entonar 
tan  alto  que  nos  oyan  los  mudos. 

Mac  -  No  son  los  tiempos  siempre  de  \  na 
manera:  seria  mejor  atender  de  oy  más  a  lo 
que  conuiene  a  nuestras  almas  y  pensar  lo  que 
somos  y  a  qué  ailemos  de  venir,  dexandonos  de 
vanidades  que  tan  caro  cuestan. 

Len. — Este  es  el  primero  sermón  que  ha 
hecho  pollo  a  raposa,  que  no  se  hallará  en  Eso- 
pete.  Estoy  por  reirme  sin  gana.  Ha,  ha,  ha. 
Aiiora  digo  que  también  se  toman  zorras  vie- 
jas de  las  que  han  otras  vezes  dexado  la  cola 
en  el  lazo.  Después  de  pan  y  vino  cogido,  y  lo 
que  peor  es,  comido  y  beuido,  damos  en  santi- 
tades.  Antes  se  ha  vno  de  oluidar  de  sí  que  d'el 
próximo.  De  aqui  adelante  yo  ataré  mejor  mi 
dedo:  quien  tal  haze,  que  tal  pague. 

Mac.  — Ya  me  parece  que  os  vais  entonando, 
como  dixistes  poco  ha:  guardaos  de  oyr  essa 
canción  a  cauallo. 

Len.  —  Qué  me  dize  V.  m.?  Hablemos  claro, 
no  ay  para  qu('  mascarme  las  palabras.  Aunque 
se  oluiden  las  buenas  obras,  siempre  ha  de  du- 
rar el  respecto  que  se  deue  a  las  tocas. 

J/wc. — Y  aun  por  no  auer  oluidado  yo  las 
vuestras,  digo  que  os  guardéis. 

Len. — Alómenos  guardarme  he  de  tratar 
con  gentes  que  traen  las  cabe(;as  tan  llenas  de 
aquello  que  no  es  bueno  sino  para  nauegar. 

Mac. —  De  viento  queréis  dezir:  mira  cómo 
corremos  las  parejas.  Quien  os  sufre  essa  inju- 
ria, no  merece  algo? 

Len. — Digo  que  se  ha  de  cumplir  lo  prome- 
tido, porque  d'esta  manera  se  aumenta  y  con- 
serua  el  crédito;  y  vuelno  a  dezir  que  quiero  mi 
l)Ui'na  (strenn, 

Mac. — Dos  cosas  son  prometer  y  cumplir. 
Mas  qué  cosa  es  buena  estrena?  que  antes  no?- 
otios  la  pretendemos  de  vos. 

IjCn. — Y  de  qué  norabuena?  Aun  seria  peor 
esso  que  lo  del  qu'emplaya  a  su  acreedor.  Yo 
sé  bien  lo  que  me  deuen  y  lo  que  por  ellos  he 
hecho. 

Mac. — Pero  no  lo  que  nosotros  pensamos 
hazer  por  vos:  que  andamos  desudados  por 
daros  contento  y  descanso,  y  no  lo  acabáis  de 
entender;  la  vna  mano  tira  y  la  otra  hila. 

LjCu. — Señor  mió,  al  orinar  se  conocen  las 
yeguas;  tanto  me  dirá,  que  me  cosa  la  boca: 
sepa  yo,  pues  (antes  que  muera),  lo  que  me  tie- 
ne la  ventura  guardado. 

Mac. — No  es  poco. 

Len. — Alómenos  biene  poco  a  poco. 


.ENA  431 

Mac. — No  aueis  oydo  deeir:  nunca  mucho 
costó  poco? 

Len. — Con  esso  me  destetaron.  Mas  no  sé 
lo  que  m'cspero;  y  bien  que  me  costará  ya  muy 
caro. 

J/ac.  — Esso  más  es  que  descoser  la  boca. 
Quiero's   lo  dezir,  por  no  venir  a  las  manos. 

IjCn. — Pues  tras  qué  ando  yo?  Dana  la  es- 
peranza por  verme  con  \ .  m.  a  la  me'ena,  pa- 
gándome de  mi  mano  en  contado. 

Mac. — Mas  lo  querriades  sin  contar.  Dexe- 
mos  esto,  que  ya  son  amores.  Queremos  casa- 
ros, ea,  acabemos  ya. 

Len. — V.  m  me  parece  que  tiene  en  hx  vna 
mano  el  pan  y  en  la  otra  el  palo.  Oxalá,  que 
ya  mi  requebrado  hizo  flux. 

Mac. — Es  posible? 

I.en. — Al  confessor  y  al  médico  se  ha  de 
descubrir  todo.  He  descul)it'rto  que  cubria  vna 
andrajosa  y  que  la  tiene  preñada,  y  con)o  amor 
no  puede  sufrir  acompañado,  al  punto  le  di 
passaporte.  No  ay,  señor,  <pie  fiar  de  rufianes, 
pues  auiendo  yo  sacado  a  este  traidor  (oliendo 
a  estiércol)  de  rascar  la  muía  del  canónigo  Fre- 
chilla,  trayendole  como  vn  palmito  y  dadole 
quanto  tenia  (a  qué  quieres  boca)  me  ha  dado 
este  pago. 

Mac. — Alguna  secreta  virtud  deue  tener, 
pues  Lena  (maestra  d'cstas  labores)  ha  hecho 
tanto  por  sus  pedamos. 

L^en. — Mas  pensé  que  por  sus  ojos  bellidos. 
Daría  lo  que  me  queda  porque  fuesse  de  veras 
lo  que  V.  m.  me  dize,  para  oluidar  a  aquel  ve- 
llaco.  Mas  a  fe.  burlase  V.  m.? 

Mac. — Mi  hennano's  lo  dirá.  Como  ({uien 
soy,  que  os  queremos  casar. 

Len. — Con  quién?  Con  quién,  por  vida  mia? 

Mac. — Quando  menos,  con  Ramiro,  harnero, 
cirujano  y  un  poco  fisico;  hond)re  maduro, 
acreditado  y  bien  acondicionado. 

Len. — No  es  el  de  la  hija  bonita,  doude  ya 
nie'ntiende? 

Mac. — El  mesmo. 

J^en. — No  me  parece  mal;  mas  no  sé  si  me 
querrá  con  tan  poca  dote. 

Mac. — Todo  lo  suple  vuestra  persona  y  bue- 
nas partes:  ya  le  tenemos  medio  conuertido. 

I, en. — Harianme  Vs.  ms.  su  jierpetua  es- 
claua;  si  no  me  oluidan,  no  faltará  en  qué  ser- 
uirselo. 

Mac. — Dexanos  el  cuidado,  y  tanil)ien  de 
regalaros  por  lo  que  os  aueis  fatigado  en  guiar- 
nos la  dan^a,  y  quanto  os  he  dicho  ha  sido  por 
tentaros. 

J^en.  —  Bueno  seria  pensar  otra  cosa;  no  que- 
rría ser  tenida  por  tan  necia;  todo  se  rae  alcan- 
za. Beso  las  manos  a  V.  m. 

Mac. — Con  bien  vais. 

Lena,    sola.  — Con   esta    buena   esperanza 


432 


ORÍGENES  DE  LA  NOVELA 


quiero  comenciir  a  ordenar  mi  ajuar  y  esforzar- 
me quauto  pudiere  a  salir  de  pecado  y  huir  de 
que  se  diga  por  mí  que  no  ay  ramera  ni  alca- 
hueta que  no  venga  a  morir  en  el  hospital  o  de 
hambre.  Cómo  se  mejoran  las  horas  quando 
Dios  quiere  y  quánto  aprouecha  seruir  a  los 
buenos!  Al  fin  no  queda  carne  en  la  carneceria, 
por  mala  que  sea;  y  en  effeto,  la  muger  es  como 
la  yedra,  que  arrimada  al  tronco  se  sustenta 
verde  y  fresca,  y  apartada  se  seca.  Bueno  será 
ponerme  de  veinte  y  cinco  alfileres  para  echar 
mejor  el  garauato  a  Ramiro;  que  aunque  no 
soy  para  desechar,  todo  lo  auré  menester,  por- 
que me  parece  que  ha  dado  mucho  de  sí.  Mas 
si  cenare  solamente  vna  ensalada,  no  se  dirá 
que  me  voy  a  dormir  ayuna. 

SCENA  VI 

CoRXELio,  Aries,  Inocencio. 

[C'o/'.].— Dixo  cierto  sabio  que  cada  vno  tie- 
ne su  defeto,  y  que  el  suyo  era  la  muger  que 
tenia,  sin  la  qual  en  todo  lo  demás  era  bien 
afortunado.  Deue  (sin  duda)  de  ser  vn  pessado 
inconueniente,  pues  vn  hombre  tan  justo  y 
prudente  sentia  alterada  toda  su  quietud  y 
vida  por  la  mala  cabeca  de  su  muger.  Qué  de- 
uemos  pensar  los  pobretos  como  yo?  Verdade- 
ramente que  me  pone  en  cuidado  el  humorcillo 
de  Policena,  y  assi  estoy  entre  si  me  casaré  o 
no  me  casaré,  como  pinaza  en  la  mar,  combati- 
da de  dos  vientos.  No  querria  hazer  como  mu- 
chos necios,  que  primero  hazen  las  cosas  y  des- 
pués las  piensan.  Esta  mañana  al  salir  de  casa, 
la  i)rimera  cosa  que  oi,  fue  toser  a  un  cabrón, 
y  aunque  me  dizen  lo  suelen  hazer  por  la  mu- 
danza d'el  tiempo,  lo  he  tomado  por  mal  agüe- 
ro. Mas  otra  cosa  me  da  mucho  que  pensar,  y 
es  auer  oydo  que  los  casamientos  y  partos  del 
verano  son  muy  peligrosos.  La  razón  desto 
deue  d'estar  en  la  esperiencia,  pues  no  ay  as- 
trólogo que  la  sepa  adeuinar  sino  con  dos  de- 
dos. Echóme  a  nadar  a  la  ventura  (como  hizo 
mi  padre)  en  el  lago  tocado  d^el  Vnicornio. 
Quiero  poner  las  manos  en  el  rostro,  por  no 
topetar  con  la  frente,  y  hazer  lo  que  mis  amos 
me  aconsejan:  que  si  Ramiro  no  tiene  casa, 
tampoco  yo  gozo  de  hogar  ni  viñas.  Ellos  me 
prometen  lo  qu'es  bueno,  y  mi  señora  casi  el 
ajuar  entero;  Ramiro  no  tiene  otro  heredero  y 
hallase  con  granillo;  la  moca  es  cortada  a  mi 
medida;  deuola  (según  me  jura)  su  honrra,  y 
está  espiritada  por  mi  gentileza;  buenos  seño- 
res y  amigos:  puedome  passear  poco  menos 
que  a  cauallo,  pelando  cada  dia  mis  patos;  qué 
quiero  más?  Ramiro  me  ha  dicho  qu'el  señor 
Aries  me  dessea  hablar;  deue  de  labrar  el  fue- 
go. Es,  pues,  burla  que  tendré  mala  rentilla  en 


él?  Quiero  yr  a  buscarle  y  cargarl'he  de  pala- 
bras que  sean  como  el  estruz,  que  ni  es  bestia 
ni  aue,  gouernandome  de  manera  que  le  vaya 
chupando  sin  sentir,  y  aumentando  el  desseo 
con  falsas  esperancas,  sin  acordarme  d'él  más 
que  de  las  nuues  de  ant'año  Alli  está;  quiero 
hazer  del  dolorido  para  que  valga  más  la  mer- 
cancía. 

Ar. — Vengáis  en  buen'hora;  pues,  amigo, 
cómo  está  la  mano?  He  entendido  que  la  herida 
es  pequeña,  de  que  me  huelgo  mucho. 

Co}-. — Qué  importa,  si  quien  me  la  dio  la 
haze  grande,  pues  yua  con  ánimo  de  cortarme 
cercen  el  bra90. 

Ar. — El  está  donde  lo  pagará  todo.  Hablas- 
tes  más  a  mi  señora  Violante? 

Cor. — No  ha  media  hora,  haziendo  vn  largo 
razonamiento  sobre  V.  m. 

^r.— En  fin? 

Cor. — En  fin  (señor)  está  de  manera  que 
vn  ciego  echarla  de  ver  de  qué  pie  coxea,  pues 
da  señales  de  lo  mucho  que  gusta  de  oyr  men- 
tar a  V.  m. 

Ar. — Podré  cr'er  esto? 

Cor. — Bueno  seria  dudar  de  cosa  tan  puesta 
en  razón;  sí,  que  no  se  hallan  a  cada  passo  las 
calidades  que  mi  señora  ha  entendido  de  V.  m! 
Ella  es  persona  muy  sabia,  y  como  tal  (por  no 
mostrar  ligereza)  no  ss  quiere  declarar  tan  fá- 
cilmente; mas  presto  nos  desengañará  el  coxo. 
Entretanto  sepa  V.  m.  que  le  tiene  perdida  la 
mala  voluntad. 

Ar. — El  tiempo  trae  las  cosas  a  quien  con 
más  razón  puede' sperarlas;  mas  el  mió  es  tan 
corto  quanto  larga  en  ella  essa  buena  volun- 
tad; y  assi,  no  siendo  para  mí  esperanzas  tar- 
días, ni  menos  pretender  inclinarla  con  los 
amorosos  términos,  de  que  suelen  pagarse  las 
mugeres  (aunque  no  las  que  son  tan  acuerdas 
como  ella),  estoy  resuelto  de  pretenderla  por 
via  de  casamiento,  si  ya  no  hallamos  otra  más 
corta. 

Cor. — Essa,  señor,  es  infalible,  si  no  se 
atrauesasse  el  desseo  que  tiene  de  casar  antes 
a  la  señora  Valentina,  que  (dize)  comien9a  ya 
a  parecer  mal  en  casa.  De  los  hijos,  V.  m.  lo 
sabe  de  su  boca.  Mas  he  pensado  vna  cosa  des- 
de que  Ramiro  me  dixo  que  Ceruino  es  impo- 
tente, y  que  V.  m.  pretende  dar  otro  marido  a 
aquella  señora,  y  es  qne  sea  el  señor  Damasio, 
si  quisiesse  venir  en  ello;  pero  pongolo  en  duda, 
por  verle  tan  embarazado  con  aquella  don- 
zella. 

Ar. — No  más,  basta  esto  por  ahora,  que 
viene  alli  el  Bachiller;  no  quiero  que  entienda 
lo  que  vamos  tratando.  Anda  en  buen'hora,  y 
de  quando  en  ((uando,  vna  puntadica,  por  amor 
de  mí. 

Cor.— Ya  estoy  al  cabo.  (>Sule   Inocencio.) 


LA  LKNA 


433 


Ar. — De  dónde  viene  aliora  A  Lmeu  Ino- 
cencio? 

In. — Ya  V.  m.  lo  puede  pensar. 

A'-. — Paes  qué  ay? 

/n. — Nunca  le  taita  mala  ventura  al  desgra- 
ciado. Ha  ydo  al  Corregidor  vn  eauallero  nid^o 
(nomine  Maeias  Curuca)  echando  chispas,  lia- 
ziendo  grandes  requerimientos,  diziendo  que 
el  herido  tiene  el  pasmo  y  qu'está  \a  en  las 
manos  de  Dios. 

Ar. — Esso  es  assi. 

In. — Por  otra  parte,  el  padre  de  Bezerrica 
(que  no  parece)  pidiéndole  quenta  d'él,  y  que 
hasta  que  se  le  dé,  le  tengan  a  buen  recaudo. 

Y  assi,  le  han  buelto  a  estrechar  la  prisión.  Y 
hallandosse  afligido  m'embia  asupplicar  a  V.m. 
que  por  amor  d'cl  Señor  no  le  desampare,  y  que 
se  vaya  tratando  d'el  casamiento  de  la  señora 
Cassandra,  qu'él  gustará  de  que  se  eí'fectue. 

Y  qu'en  lo  que  toca  a  mi  señora,  él  mesmo 
hará  fe  bastante  para  que  sin  más  aneriguacion 
la  pueda  V.  m.  dar  a  quien  la  quisiere.  Qu  el 
pretende  (cansado  ya  de  las  cosas  del  mundo) 
retirarse  a  vida  solitaria.  Encomiendosele  a 
V.  m.,  amore  Dti. 

Ar. — Porque  se  allana,  _v  el  nombre  que  ha 
tenido  de  mi  yerno,  yré  a  entender  lo  que  ay; 
y  si  puedo,  le  haré  dar  eii  fiado  vna  casa  por 
cárcel  (como  no  sea  la  suya). 

In.  —  Esso  no  importa,  pues  no  quiere  en- 
trar más  en  ella. 

Ar. — Yo  huelgo  mucho  d'ello.  Vayasse,  ba- 
chiller, haga  buena  compañía  a  las  mugeres  y 
digalas  lo  que  passa,  que  yo  yré  a  verlas. 
Aries  (solo).  Ahora  sí  que  a  mi  gusto  podré 
tracar  y  juntar,  a  menos  costa  mia  ya,  la  de 
Ceruino;  (juieroencaxarme  adonde  desseo,  para 
passar  mejor  la  enojossa  vejez.  Será  bien  acu- 
dir a  Maclas  para  que  apriete  a  su  hermano,  y 
que  de  tres  casas  hagamos  sola  vna,  de  consuel(> 
y  alegría;  no  quiero  dormir  mientras  está  el 
hierro  caliente. 

SCENA  VII 
Damasio,  Magias,  Counelio. 

[I)am.]  — Hermano,  adonde  ha  ydo  Cornelio? 

^íal•. — Es  tan  diligente,  que  donde  quiera 
es  de  cr'er  que  nos  está  siruiendo.  Veisle  alli. 

Cor  — A  dónde  yuan  Ys.  ms.? 

]\Iac.  —  A  buscarte,  que  no  sabemos  estar 
sin  ti  vn  momento,  y  vamos  cortando  de  tus 
pedamos. 

Cor. — No  ay  pocos  de  que  assir,  según  ando 
destrocado.  Pagados  quedamos,  pues  yo  tam- 
bién he  roido  los  Rancajos  a  Ys.  ms. 

Dam.  —  Con  quién  las  has  anido,  por  tu  vida? 

Cor. — Adeuinelo  V.  m. 

ORÍGENES    DE    LA    NOVELA. — 11!.  —  28 


Mac  —  Ea,  dilo. 

Dam. — Con  el  señor  Aries,  que  anda  en 
todo  y  por  todo  de  nuestra  parte. 

Mac. — Qu('  dize? 

Cor. — Tanto  ha  dicho  y  yo  contrapunteado, 
que  no  lo  quiero  dezir. 

Dam. —  Bueno  es  esso;  acaba  d'echarlo. 

Cor.—  Que  la  señora  ^larcia  será  de  V.  ra. 
y  la  sefiora  Cassandra  me  parece  que  la  llena- 
rá vn  cauallero  de  Tortosa. 

Mac. — Que  dizes?  Estás  loco? 

Cor.—  Como  se  lo  quento. 

Mac. — Gentil  nnena  me  traes  para  venir  tan 
alegre;  cómo  oros  necio! 

J)am. — Dizcslo  de  veras? 

Cor.  —  No  son  cosas  para  burlar  con  ellas. 
Assi  se  la  dexarán  de  dar,  como  el  señor  Aries 
alcanzar  lo  que  pretendo. 

Mac. — No  nos  dirás  qué  quiere? 

Cor.—  Quando  menos  que  mi  señora  le  ca- 
liente la  cama. 

Mac. —  De  qué  manera? 

Cor. — Como  la  calentó  a  su  padre. 

Mac. — Y  quando  mi  señora  viniesse  en  ello? 

Cor. — Entonces  él  lo  trocará  todo  y  hará 
que  V.  m.  tenga  lo  que  dessea. 

Dam. — Cómo  sabes  tú  todo  esso? 

Cor. — Porque  lo  ha  tratado  comigo  y  se 
contentará  d'esta  manera. 

Dam. — Tú  eres  a  punto  el  aliento,  que  aho- 
ra calienta,  ahora  enfria;  o  como  el  alacrán, 
que  hiere,  y  con  su  aceite  sana.  Gran  cosa  es 
tener  criado  que  no  haya  menester  consejo. 
Para  dezir  verdad,  tú  mereces  mejores  ames 
que  nf)Sotros. 

Cor. — Yo  los  tengo  mejores  que  sabria  des- 
sear. 

Mac. — Entrémonos,  hermano,  persuadamos 
a  mi  señora,  que  si  yo  no  alcanzo  esto  d'ella, 
me  quiero  ir  a  Flandes. 

Dam. — Poco  será  menester  jiara  esta  con- 
iuncion,  porí|ue  la  deuenios  de  tener  de  mane- 
ra (con  la  platica  de  nuestros  amores)  que  no 
deue  dessear  otra  cosa.  Entretanto,  toma  tú, 
Cornelio.  estos  diez  ducados,  que  ha  mucho 
que  son  tuyos. 

Cor. — Adeudarse  haze  al  hombr'esclauo. 
Beso  las  manos  a  Y.  m.  Y  el  señor  Maeias, 
no  piensa  sino  injuriarme? 

Mac. — Toma  quanto  tengo,  que  todo  es  tuyo. 
Cor.  —  Sí,  por  cortesia,  pero  no  querría  yo 
ver  siempre  esse  toma  desnudo. 

SCENA    \'  1  I  1 

MOUUECO. 

[.1/or.].  —  Ahor'acabo  dVntender  ser  los  ce- 
los de  las  más   violentas  y  bestiales  passiones 


iU 


ORÍGENES  DE  LA  IxOVELA 


que  pueden  tocar  a  vn  hombre:  porque  si  vna 
vez  se  assientan  en  la  cabera  d'el  que  se  consu- 
me y  seca  inuestigando  vna  tan  escura  verifi- 
cación, le  haze  cometer  ridiculossos  desatinos. 
Bien  dixo  aquel  qu'el  celoso  es  loco  de  arte 
mayor,  pues  como  tal,  tiene  miedo  hasta  de  su 
mesma  sombra,  y  de  cosas  nunca  vistas,  oydas 
ni  pensadas :  mirándolas  como  en  espejo  de 
alinde,  que  se  las  representa  muy  mayores  de 
lo  que  son.  Biuiendo  el  cuitado  siempre,  en  el 
mal  hecho  vn  Argos  y  en  el  bien  ciego  topo, 
con  vna  inuengable  yra,  que  no  se  le  puede 
acabar  sino  con  la  vida,  por  ser  infinito  el  nu- 
mero de  los  que  dessea  herir  y  matar,  para  sa- 
tisfacer la  rauiosa  saña  que  tiene  contra  todo  lo 
que  teme;  temiendo  de  quanto  imagina.  Y  pue- 
de tanto  esta  frenesia,  que  aun  contra  sí  mesrao 
le  buelue:  tanto,  que  ha  anido  alguno  que  para 
saber  si  su  muger  le  haria  los  husos  tuertos 
(por  si  s'empreñasse,  poderla  conuencer  de 
adulterio)  se  hizo  (quando  menos)  capar.  Poco 
le  ha  faltado  a  nuestro  Ceruino  para  hazer  otro 
tanto.  Veis  aqui  lo  que  resulta  d'estos  escusa- 
dos  celos,  cuya  venganca  más  hiere  que  sana 
al  que  los  tiene.  Como  Lepido,  que  vino  a  mo- 
rir de  pena.  Mas  bueno  seria,  si  Maclas,  que 
con  tanta  voluntad  ha  pedido  por  muger  a  mi 
sobrina  Cassandra,  se  saliesse  ahora  fuera. 
Quiero  yr,  a  la  ventura,  a  ofrecérsela;  que  espe- 
ro mirará  quién  es,  y  que  la  señora  Violante 
considerará  quán  bien  estará  a  ambas  partes. 
Rióme  del  buen  viejo  Aries  Goncalo,  que  es- 
tando el  pie  en  la  sepultura  (para  alargar  la 
vida)  pretende  lo  que  (quando  menos  se  cate) 
le  hará  cantar  a  la  puerta  vn  Réquiem  aeter- 
nam.  Porque  la  muger  es  como  la  yedra,  que 
corrompe  y  arruina  la  pared  que  acaricia  y 
abra9a.  Como  le  cuadra  bien  lo  que  otro  viejo 
respondió  a  vno  que  le  reprehendia  porqu^en  tal 
edad  se  casaua:  No  fuera  yo  viejo  si  tuuiera 
seso;  basta  que  quando  le  tune  me  tuue.  De 
quán  diferente  humor  está  Ceruino,  que  dexa 
tan  fácilmente  muger  e  hija  (no  viendo  la  hora 
d"" echarlas  de  sí),  y  porque  yo  ayude  y  le  dé 
mi  granja  para  retirarse,  me  da  la  renta  que 
tienden  Tordehumos,  de  que  yo  me  contento 
por  apartarle  de  mí.  Y  ya  resuelto,  voy  a  echar 
vn  lance,  donde  por  ventura  quedaré  con  los 
demás  enredado;  que  la  señora  Valentina  es 
pie9a  que  fácilmente  me  hará  embarcar  por  su 
seruicio. 

SCENA  IX 
Lena,    Ramiro. 

{Len.']. — Mereceria  que  m'echassen  en  vn 
rio,  si  después  de  auer  tenido  escuela  de  huma- 
nidad treint'años  no  supiesse  mi  quenta  y  qui- 
siesse  venir  a  ser  esclaua,  de  señora  de  mi  casa 


y  anchura.  Quiero  ver  cómo  passa  el  negocio; 
que  quando  Ramiro  no  se  contente  de  mi  estar 
poco  en  casa  (buscándome  la  escama  en  el  cogo- 
te) no  quiero  que  passe  adelante  nuestro  casa- 
miento. Seria  bueno  (por  no  saber  sii  condi- 
ción, al  cabo  de  mi  vejez)  dar  de  nalgas  en  vn 
prado  de  hortigas,  que  nunca  fueron  buenas 
para  salsa.  También  será  bien  saber  lo  que  tie- 
ne, porqu'es  menester  más  qiie  manteles  lim- 
pios a  la  mesa.  Qaiero  capitular  antes  con 
aquellos  mis  señores,  que  cabeca  sin  lengua  a 
calaba9a  se  parece.  Mas  digamos  ahora  qu'él 
fuesse  mal  acondicionado  y  pobre  (nunca  coz  de 
garañón  hizo  mal  a  yegua),  ¿no  me  le  traeré  yo 
como  leche  a  vna  mano,  pues  va  la  pierna  don- 
de quiere  la  rodilla?  Y  quando  la  despensa  no 
esté  muy  bastecida,  dexaré  yo  las  manos  en  el 
seno  a  Policena?  Es  verdad  que  no  es  la  mo^a 
(cayendo  en  las  mias)  para  que  anden  los  re- 
galos rodando  por  casa  (aunque  se  case)  y  ven- 
ga a  ser  la  tienda  de  mi  nonio  la  más  frequen- 
tada  y  famosa  desta  ciudad!  Quiero  m'engol- 
far:  que  no  puede  faltar  nada  a  quien  ha  sabi- 
do hazer  de  vn  celoso  vn  satyro;  qu'esto  me  da 
vn  coraron  de  elefante.  Aqui  viene  mi  velado 
y  todo  mi  bien. 

^íím.— Amores,  cara  de  Pascua  florida,  ya 
qu'estamos  tan  adelante,  bien  te  puedo  pedir 
vna  cosa  a  crédito,  como  mia. 

Len. —  Tal  puede  ser  que  no  aya  lugar. 

Eam. — Que  me  dexes  besar  essa  boca  de  per- 
las 

Len. — Esso  es?  Dios  me  defienda  d^el  ene- 
migo malo.  La  primera  cosa  que  no  se  permite 
a  los  desposados;  no  haria  por  todo  ^1  mundo 
semejante  pecado:  hágase  antes  lo  que  diz^el 
cura. 

Ram. — No  me  puedo  yr  a  la  mano,  porque 
vienes  Jiliendo  a  mil  ambares. 

Len. — El  más  perfecto  olor  de  la  muger  es 
n'oler  a  nada.  A  tiempo  seremos. 

Ram. — Adonde  vas,  amores? 

L^en. — A  buscar  a  mis  buenos  señores. 

Ram. — Es  en  vano,  porque  están  (como  en 
consejo  d"Estado)  tratando  de  muchos  casa- 
mientos, y  ha  passado  vna  cosa  de  risa. 

Len.~Y  es? 

Ram. — Que  proponiendo  el  señor  Morueco 
el  de  la  señora  Violante  con  el  señor  Aries, 
respondió  ella  que  antes  se  meterla  monja  que 
hazer  tal  agrauio  a  los  huessos  de  su  marido, 
porque  daria  que  dezir  a  las  gentes,  si  al  cabo 
de  tan  larga  viudez,  teniendo  hijos  é  hija  para 
casar,  los  diesse  antes  padrastro.  En  esto  saltó 
aquel  loco  de  Maclas  diziendo:  señor  Morueco 
(pues  lo  dessea  tanto)  V.  m.  se  casará  con 
nuestra  hermana  y  mi  señora  con  el  señor 
Aries,  a  quien  nosotros  holgamos  de  tener  por 
padre.  Y  assi  se  lo  podrá  V.  m.  dezir  de  núes- 


LA  LENA 


435 


tra  parte.  Y  qne  se  tenga  de  oy  más  por  señor 
desta  casa;  en  lo  deuias  no  me  entremeto,  pues 
mi  señora  quiere  ser  forjada.  Mirií  si  aura  dado 
bien  que  reir. 

Len. —  Ha,  ha,  lia.  La  señora  Violante  no 
querria  salir  de  tan  largo  ayuno  sino  con  carne 
fresca,  mas  no  le  faltará  consolador.  Qiu'  rollo 
de  muger!  si  vo  fuera  hombre,  me  perdiera  por 
ella. 

Ram. — Si  supiesses  lo  que  ay  debaxo  de 
aquel  moní^il,  de  A'eras  lo  dirías. 

Len.  — Y  vos  sabeislo? 

liam. — No  quieres  que  lo  sepa,  si  la  he 
echado  ventosas  y  sangrado  de  bra90S  y  toni- 
llos cien  vezes? 

Len. — Y  tocado,  a,  no?  Quitáosme  de  delan- 
te, que  me  rebolueis  la  sangre  en  el  cuerpo.  No 
ay  cosa  que  más  cuidado  me  de'  en  este  casa- 
miento que  auer  de  tener  marido  priuilegiado 
para  poder  emplear  sus  cinco  sentidos  donde 
otros  no  pueden  vno. 

Mam. — No  me  has  de  ser  celosa,  si  quieres 
que  binamos  como  dos  palomicas  sin  hiél 

Le7i. — Al  fin,  en  qué  han  parado  las  pláticas? 

Jtam. — Ya  quedan  todos  concertados. 

I^eii. — Decime  como. 

Ram. — El  señor  Aries,  con  mi  señora  Vio- 
lante; el  señor  Morueco,  con  la  señora  Valen- 
tina; el  señor  Damasio,  con  la  señora  Marcia; 
el  señor  Macias,  con  la  señora  Cassandra;  el 
señor  Cornelio,  con  la  señora  Policena,  y  el 
señor  Ramiro,  con  mi  señora  Lena,  qu'están 
presentes.  Y  todos  quieren  pedir  al  Corregi- 
dor la  libertad  de  Ceruino,  que  pues  las  partes 
se  contentan,  es  justo  que  se  halle  a  las  fiestas 
y  bodas  de  su  muger,  de  su  liija,  de  su  suegro 
y  de  su  cuñado.  Y  porque  las  piensan  hazer 
muy  solenes,  me  embian  a  preuenir  los  menes- 
triles  de  la  ciudad,  y  assi  (¡mra  que  se  lo  diga) 
voy  a  buscar  al  trompeta  luán  Cornier.  Sa- 
brásme  dezir  adonde  le  podría  halhir? 

Le7i.  —  S\,  hermano,  donde  vos  tenéis  los 
pies.  Mira  que  con  la  priessa  no  se  os  caya  al- 
guna mentira. 


Ram. — Si  me  cayere,  la  hallare'  en  tu  casa, 
donde  comentaremos  a  tratar  de  nuestros  pu- 
cheros. 

8CENA  VLTLMA 

COUNELIO. 

[Cor.]. — De  jiarte  del  señor  Ceruino,  guarda 
mayor  de  los  montes,  se  haze  saber  a  todo  el 
insigne  auditorio  que  los  que  no  se  liaren  de 
sus  consortes  estarán  tan  seguros  como  de  no 
caer  las  ojas  d'el  árbol  en  fin  de  otoña.  Porque 
los  celos  son  contra  el  natural  ingenio  de  las 
mugeres:  coselete  de  araña  para  los  arcabuza- 
zos;  la  curiosidad,  en  todas  partes  vieiosa,  y  en 
ésta  mas  perniciosa.  Y  assi  (mouido  de  piedad 
y  celo  fraterno)  amonesta  que  ninguno  (de 
qualquiera  calidad  que  sea)  los  tenga,  dentro  ni 
fuera  de  casa;  so  pena  de  que  no  le  podrá  fal- 
tar mala  ventura.  Antes,  que  todo  el  mundo 
se  arme  de  la  quieta  y  mansa  paciencia.  Por- 
que la  esperiencia  le  ha  hecho  tocar  con  la 
mano  que  todas  las  sutilezas  y  vigilancia  de 
los  espantados  Lepidos  (que  no  quieren  dexar 
hiizer  su  curso  a  la  Natura)  son  aeadoues  con 
que  los  cuitados  sacan  de  los  centros  de  sus 
sospechas  las  inuisibles  cornetas  de  la  Fama. 
Y  aduierte  que  se  burlan  más  d'el  que  se  fa- 
tiga en  poner  remedio  que  d'el  pacifico  que  lo 
dissimula  o  ignora,  y  qu'es  menester  gran  in- 
genio para  cuitar  tan  inútil  y  enojosso  cono- 
cimiento. Por  lo  qual  aconseja  (sobre  su  con- 
ciencia) que  cada  vno  renueue  en  su  casa  la 
costumbre  de  los  prudentissimos  Romanos  (a 
quien  deue  imitar)  que  quando  l)o!uian  a  las 
suyas,  lo  embiauan  delante  a  auisar  a  las  mu- 
geres para  no  cogerlas  de  sobresalto,  descui- 
dadas y  mal  compuestas.  Y  porque'l  sereno 
podría  hazer  mal  a  las  damas  (que  son  más 
delicadas),  las  combida  con  su  cena  y  casa,  ofre- 
ciéndolas que  no  faltará  de  la  fruta  más  agia- 
dable  a  sus  gustos. 

Vahte  et  planhte. 


índice   general 


rÁQ8. 

Introducción i 

X.  La  Celestina.  —B.azowi'S  para  tratar  de  esta  obra  dramática  en  la  historia  de  la  novela 

española.  —  Cuestiones  previas  sobre  el  autor  y  el  texto  genuino  de  la  Tragicomeília 
de  Calisto  y  Melibea. — Noticia  de  sus  primeras  ediciones  y  de  las  diferencias  que 
ofrecen. — Noticias  del  bachiller  Fernando  de  Rojas. — ¿Es  autor  del  primer  acto  de 
la  Celestina? — ¿Lo  es  de  las  adiciones  publicadas  en  1502? — Fecha  aproximada 
de  la  Celestina.  —\i\x^&v  en  que  pasa  la  escena — Fuentes  literarias  de  la  Tragico- 
media: reminiscencias  clásicas. — Teatro  de  Planto  y  Tcrencio. — Comedi:is  elegía- 
cas  de  la  Edad  Media,  especialmente  la  de  Vetula,  su  imitación  por  el  Arcipreste 
de  Hita. — Comedias  humanísticas  del  siglo  xv:  el  J'aulus,  de  Vergerio;  la  Polis- 
cena,  atribuida  á  Leonardo  Bruni  de  Arezzo;  la  Chrysis,  de  Eneas  Silvio  (Pío  II). 
— La  Historia  de  Enríalo  y  Lucrecia.,  del  mismo. —  Otras  reminiscencias  de  escrito- 
res del  Renacimiento  italiano:  Petrarca,  Boccaccio. — Literatura  española  del  siglo  xy 
que  pudo  influir  en  Rojas:  el  Arcipreste  de  Talavera,  Juan  de  Mena,  Alonso  de 
Madrigal,  la  Cárcel  de  Amor. — Análisis  de  la  Celestina.  — hos  caracteres. — La 
invención  y  composición  de  la  fábula. — Estilo  y  lenguaje. — Espíritu  y  tendencia  de 
la  obra. — Censuras  morales  de  que  ha  sido  objeto. — Historia  postuma  de  la  Celes- 
tina.— Rápidas  indicaciones  sobre  su  bibliografía.— Principales  traducciones. — Su 
iutlujo  en  las  literaturas  extranjeras. —  Influencia  capital  de  la  Celestina  en  el  drama 
y  en  la  novela  española 

XI.  Primeras  imitaciones  de  la  Celestina. — Égloga,  de  D.  Pedro  Manuel  de  Urrea. — 

Su  Penitencia  de  Amor. — Farsa  de  Oitiz  de  Stúñiga. — Romance  anónimo. — Ro- 
drigo de  Reinosa  y  otros  autores  de  pliegos  sueltos. — Celestina  versificada,  de  Juan 
Sedeño. — Comedias  Hipólita,  Seraphina  y  Thebayda^  de  autor  anónimo. — Fran- 
cisco Delicado  y  su  Retrato  de  la  Lozana  Andaluza. — Escasa  influencia  del  Are- 
tino  en  España;  refundición  del  Coloquio  de  las  Damas,  por  Fernán  Xuárez. — 
Continuaciones  legítimas  de  la  obra  de  Fernando  de  Rojas. — Segunda  Celestina  ó 
Resurrección  de  Celestina,  de  Feliciano  de  Silva. — Tercera  Celestina,  de  Gaspar 
Gómez  de  Toledo. — Tragicomedia  de  Lisandro  y  Roselia^  de  Sancho  Muñón. — La 
Celestina  en  Portugal;  imitaciones  de  Jorge  Ferreira  de  Vasconcellos:  la  comedia 
Euphrosina.—  Su  traducción,  por  Ballesteros  y  Saavedra. — Otras  imitaciones  cas- 
tellanas de  la  Celestina. — Tragedia  Policiana,  de  Sebastián  Fernández. — Comedia 
Elorinea,  de  Juan  Rodríguez  F\ot\&u.— Comedia  Selragia,  de  Alonso  de  Villegas. 
— Comedia  Selvaje,  de  Joaquín  Romero  de  Cepeda.  — La  Doleria  del  sueño  del 
mundo,  comedia  alegórica  de  Pedro  Hurtado  de  la  Vera. — La  Lena  6  El  Celoso, 
del  capitán  D.  Alonso  Velázquez  de  Velasco CLx 


438  ÍXDICE    GEXEUAL 


TRAGEDIA  POLICIANA  EN  LA  QUAL  SE  TRACTAN  LOS  MUY  DESGRACIADOS 
AMORES  DE  POLICIANO  E  PHILOMENA,  EXECUTADOS  POR  INDUSTRIA  DE 
LA  DIABÓLICA  VIEJA  CLAUDINA,  MADRE  DE  PARMENO  E  MAESTRA  DE 
CELESTINA. 

Argumento  del  primero  acto.-  Policiano,  caiiallero  de  ¡Ilustre  sangre,  auiendo  visto  a 
Philomena,  hija  de  Theopliilon  e  de  Florinarda,  en  vna  huerta,  e  preso  de  la  yerua 
enamorada  de  Cupido,  viene  a  su  casa  dando  gemidos  por  el  dolor  que  la  vista  de  Phi- 
lomena le  ha  causado.  Llama  a  Solino  su  criado,  con  el  qual  toma  consejo  para  comen- 
car  el  seguimiento  de  sus  amores.  Solino  le  aconseja  que  escriua  a  Philomena  vna 
carta:  lo  qual  ansí  acordado,  se  acaba  este  primero  acto 2 

Argumento  del  segundo  acto.—  Confuso  Solino  de  se  auer  offrescido  a  rescebir  la 
carta  de  Policiano  para  Philomena,  está  hablando  consigo  quando  viene  Salucio  su 
compañero;  van  se  a  dormir  en  casa  de  sus  amigas,  e  por  el  camino  cuenta  Solino  a 
Salucio  lo  que  con  Policiano  ha  passado,  e  llegados  a  la  puerta  de  sus  amigas,  las 
hallan  en  cierto  requiebro  con  vnos  rufianes,  e  passada  la  renzilla  de  los  celos  se  acaba 
este  acto 5 

Argumento  del  'rERCERO  acto.  — Salidos  Solino  y  Salucio  de  casa  destas  mugeres  tor-  . 
nan  a  la  posada  de  Policiano.   Van  por  el  camino  hablando  de  la  renzilla  pasada,  e 
llegados  a  casa,  Policiano  da  a  Siluanico  una  carta  para  Philomena 6 

Argumento  del  quarto  acto. — Salido  Policiano  de  casa,  conciertan  Solino  y  Salucio 
de  dar  buelta  por  la  calle  de  sus  amigas:  encuentran  con  Parmenia,  hija  de  la  Claudina, 
e  van  con  ella  hasta  su  posada,  donde  hallan  a  la  vieja,  a  la  qual  dan  cuenta  de  los 
amores  de  Policiano,  ete 8 

Argumento  del  quinto  acto, — Cornelia  e  Orosia  conciertan  de  yr  a  la  posada  de  Paler- 
mo  e  Picarro,  públicos  rufianes,  e  yendo  por  el  camino  encuentran  con  Siluanico,  paje 
de  Policiano,  con  el  qual  passan  sus  acostumbradas  puterías.  Siluanico  va  adelante  e 
habla  con  Dorotea,  criada  de  Philomena,  e  le  da  la  carta  que  lleua  de  Policiano,  et- 
cétera        10 

Argumento  del  sexto  acto. — Salidos  Solino  e  Salucio  de  la  casa  de  la  Claudina  vanse 
a  la  posada,  donde  siendo  llegados  viene  Policiano,  al  qual  dan  relación  de  lo  que  con 
la  vieja  passaron;  viene  Siluanico  e  dize  lo  que  de  la  carta  ha  sucedido,  etc 12 

Argumento  del  séptimo  acto. — Cornelia  e  Orosia  llegan  en  casa  de  Palermo,  donde 
hallan  a  PÍ9aiT0  su  compañero,  a  los  quales  se  quexan  de  la  injuria  que  de  Solino  e 
Salucio  rescibieron,  e  les  piden  que  entiendan  en  la  vengan9a,  etc 13 

Argumento  del  octaüo  acto. — Siluanico,  viniendo  a  la  posada,  viene  hablando  consigo, 
donde  halla  a  Policiano,  al  qual  da  relación  de  lo  que  con  la  carta  succedio.  Viene  la 
Claudina,  e  auiendo  oydo  a  Policiano,  le  promete  la  victoria,  etc 15 

ARGUMENTO  DEL  NONO  ACTO. —Claudina  sale  de  casa  de  Policiano  acompañada  de  Solino 
e  Salucio,  con  los  quales  va  hablando  en  los  amores  de  su  amo  hasta  llegar  a  la  posada 
de  la  vieja,  etc 17 

Argumento  del  décimo  acto.— Estando  Philomena  bordando,  en  su  bastidor,  pide  a 
Dorotea  su  criada  un  libro  para  leer,  donde  halla  metida  la  carta  de  Policiano,  e  dize 
alterada  muchas  palabras  en  desmostracion  de  su  honestidad,  etc 20 


ÍNDICE    GENERAL  489 

Argumento  del  onzkno  acto. — Venida  la  mañana,  Claudina  se  leiianta  e  determina  de 
yr  a  casa  de  Philomena,  sobre  lo  qual  se  tracta  con  Parnienia  de  los  peligros  que  se 
pueden  ofrescer;  finalmente  haze  su  camino,  e  habla  con  Philomena  dándola  parte  de 
los  amores  de  Policiano,  etc 21 

Argumento  del  dozeíío  acto. — Palermo  [_v]  PÍ9arro  van  a  casa  de  Cornelia  y  Orosia 
para  traerlas  a  su  estancia;  van  por  el  camino  temiendo  topar  con  los  criados  de  Poli- 
ciano; llegados  a  casa  de  estas  mugeres,  las  traen  consigo,  etc 24 

Argumento  del  xiii  acto.  —  Policiano,  nuiy  penado  del  dolor  que  siempre  le  aquexa, 
habla  consigo  solo  e  quexase  de  la  dilación  qne  la  vieja  pone  en  su  remedio.  La  Clau- 
dina viene,  e  le  cuenta  lo  que  con  Philomena  ha  pasado,  etc 26 

Argumento  del  xiiii  acto.  -Salida  la  Claudina  de  casa  de  Policiano  va  hablando  con- 
sigo sola  e  pasa  por  la  estancia  de  Palermo  e  Piyarro,  donde  están  riilendo  con  Orosia 
e  Cornelia  sobre  que  las  quieren  poner  en  el  lugar  de  las  mugeres  públicas.  La  Clau- 
dina los  pone  en  paz,  etc 28 

Argumento  del  xv  acto. — Philomena,  presa  de  la  yerba  diabólica  de  Cupido,  dize 
palabras  compasibles  manifestando  su  pena,  de  la  qual  dando  parte  a  Dorotea  su  criada, 
manda  que  vaya  a  llamar  a  la  Claudina,  la  qual  siendo  llamada  e  prometida  su  venida 
se  acaba  este  acto :)0 

Argumento  del  xvi  acto. — Despedida  Dorotea  de  la  Claudina,  queda  la  vieja  hablando 
con  Parmenia  su  hija,  y  en  esto  llega  Silnanico,  paje  de  Policiano,  a  llamar  la,  ella  le 
promete  su  yda  con  breutídad,  etc 32 

Argumento  del  xvii  acto. — Claudina  e  Parmenia  hablan  en  los  amores  de  Silnanico, 
e  después  la  vieja  sale  para  yr  a  casa  de  Philomena,  entra  por  la  posada  de  Cornelia 
e  Orosia  para  las  iraer  al  número  de  las  otras;  va  en  casa  de  Philomena,  etc 33 

Argumento  del  xviii  acto.  — Salida  la  Claudina  de  casa  de  Piíiloniena,  va  por  el 
camino  hablando  consigo  hasta  llegar  a  casa  de  Policiano,  al  qual  siendo  llegada,  da 
parte  de  lo  acaescido  con  Philomena  e  le  da  su  carta 36 

Argumento  del  xix  acto. — Claudina  sale  de  casa  de  Policiano  e  Solino  va  con  ella 
hasta  su  }iosada,  donde  seyendo  llegados  hallan  a  Dorotea,  criada  de  Philomena,  a  la 
qual  la  Claudina  encarga  los  amores  de  Silnanico.  Yda  Dorotea,  quedan  Parmenia  e 
Libertina,  las  quales  se  van  con  Solino  a  casa  de  Policiano,  etc 37 

Argumento  del  xx  acto. — Venida  la  media  noche,  Policiano  llama  a  sus  criados  e 
pide  de  vestir,  e  por  consejo  de  Solino  va  solo  al  concierto  que  tiene  hecho  con  Philo- 
mena; llena  consigo  a  Siluanico;  Solino  e  Salucio  se  quedan  en  casa  con  Libertina  e 
Parmenia,  etc 39 

Argumento  del  xxi  acto.  —  Polidoro  e  Machorro,  hortelanos  de  Theophilon,  están 
cañando  en  la  huerta;  llega  Theophilon  y  encárgales  la  labor,  e  dende  a  poco  vienen 
Phibmena  e  Dorotea  a  la  huerta,  donde  Philomena  dize  a  Dorotea  el  concierto  que 
tiene  con  Policiano,  etc 42 

Argumento  del  xxii  acto. — Palermo  e  Picarro,  hallando  se  solos,  acuerdan  de  yr  a 
casa  de  la  Claudina  para  pedirle  compañia,  donde  siendo  llegados  la  Claudina  vende  su 
hija  a  Palermo  e  a  Libertina  para  Pirarro,  e  hecho  el  concierto  se  acaba  este  acto  ...       44 

Argumento  del  xxiii  acto. — Theophilon,  padre  de  Philomena,  conosciendo  en  su  hija 
algún  nueuo  desasosiego,  habla  palabras  muy  granes  a  Florinarda  su  muger  sobre  el 
descuvdo  que  tiene  en  el  castigo  de  Piíilomena,  e  llama  a  Siluerio  e  Panphillo  sus 
criados  en  secreto,  a  los  quales  encarga  que  maten  a  palos  a  la  vieja  Claudina,  etc.  .  .       46 


440  ÍNDICE    OENKllAL 

Argumento  del  xxiiii  acto,— Venido  el  tiempo  con  Philomeua  concertado,  Policiano 
llama  a  sus  criados  para  yr  a  la  lioerta  de  su  señora;  embia  delante  a  Siluanico,  e  lleua 
consigo  a  Solino  e  Salucio;  llegados  a  la  huerta  ponen  el  escala  e  Policiano  entra,  donde 
halla  a  Philomena  esperando  con  Dorotea  su  criada.  Los  perros  de  la  huerta  sienten 
la  gente  que  anda  por  ella;  finalmente,  entrado  Policiano  e  rescebido  de  Philomena, 
gozan  de  los  vltimos  dones  del  amor,  y  entretanto  Dorotea  passa  con  Siluanico  su 
requiebro  dende  las  ventanas  de  la  huerta,  e  despedido  Policiano  de  Philomena,  Poli- 
ciano se  torna  a  su  posada  e  Philomena  a  su  cama,  e  se  acaba  este  acto 47 

AuGDMExro  DEL  XXV  ACTO. — Claudina,  cobdiciosa  del  logro  quotidiano,  sale  de  su  casa 
a  visitar  sus  denotas.  Pasa  por  casa  de  Cornelia  e  Orosia,  a  las  quales  promete  de  dar 
sendos  amigos,  y  en  el  camino,  tornando  a  su  casa,  topa  con  Libertina  su  criada,  con 
la  qual  va  por  la  calle  de  Theophilon  e  halla  a  la  puerta  a  Sihierio,  con  el  qual  se 
embia  a  encomendar  en  Philomena,  etc 49 

Argumento  del  xxvi  acto. — Theophilon  e  Florinarda  hablan  en  secreto  sobre  la  guarda 
de  Philomena  su  hija,  y  acabada  su  plática,  Theophilon  va  a  la  huerta  e  manda  a  los 
hortolanos  que  suelten  vn  León  que  allí  está  en  vna  jaula  para  que  espante  las  zorras 
que  andan  entre  los  arboles.  Despidese  de  los  hortolanos  y  vase  a  cenar,  y  entretanto 
Pamphilo  e  Siluerio  aguardan  a  la  Claudina  que  viene  por  la  sortija  e  la  dan  tantos 
palos  hasta  que  piensan  dexarla  muerta,  etc 51 

Argumento  dsl  xxvii  acto. — Palermo  e  Picarro  van  a  casa  de  la  Claudina  para  traer 
a  su  estancia  a  Parmenia  e  Libertina,  e  llegados  a  la  puerta  de  la  vieja^  la  hallan  en 
la  calle,  que  avn  pide  confession:  mótenla  dentro  en  su  casa,  donde  raanda  que  llamen 
a  Celestina  e  la  dexa  por  tutriz  de  sus  hijos  e  tenedora  de  sus  bienes,  lo  cual  hordc- 
nado  e  por  la  vieja  Celestina  aceptado,  da  el  ánima  al  diablo  e  dexa  el  cuerpo  a  los 
gusanos 54 

Argumento  del  xxviii  acto.  —  Policiano  con  sus  criados  va  a  gozar  de  los  amcrjs  de 
Philomena.  Y  entrando,  en  la  huerta  sale  el  león  de  entre  los  arboles,  e  sin  que  del  se 
pueda  defender,  le  haze  pedamos.  Y  luego  viene  Philomena  al  lugar  determinado,  donde 
halla  a  Policiano  muerto.  E  después  de  hazer  su  llorosa  lamentación,  con  la  e^pad.i  de 
Policiano  da  fin  a  sus  dias 56 

A:iGüMENT0  DEL  XXIX  ACTO. — Theophilon,  muy  cuydoso  de  la  liuiandad  de  Philomena, 
habla  con  Pamphilo  e  Siluerio,  los  quales  le  cuentan  la  muerte  de  la  Claudina,  y  estan- 
do en  el  regozijo  de  ver  acabada  su  mala  eida,  entra  Machorro  el  hoit  jlano  a  dezirle 
que  Philomena  su  hija  está  bañada  en  feu  sangre  en  la  huerta,  e  con  el  llanto  de  Theo- 
philon so  acaba  esta  tragedia ."8 


COMEDIA  DE  EVFROSINA,  TRADUCIDA  DE  LENGUA   PORTVGVESA  EN  CAS-  \ 

TELLANA,  POR  EL   CAPITÁN  DON  FERNANDO  DE  BALLESTEROS  Y  SAA-  .■ 

BEDRA.  í 

Acto  primero  (Scena  primera  á  sexta) 62            i 

Acto  segundo  (Scena  primera  á  séptima) 85           j 

Acto  tercero  (Scena  primera  á  séptima) 102           í 

Acto  quarto  (Scena  primera  á  octaua) 121 

Acto  qvinto  (Scena  primera  á  decima) 131            ; 


ÍNDICE    GENEUAL  441 

COMEDIA  LLAMADA  FLORINEA,  QUE  TRACTA  DE  LOS  AMORES  DEL  BUEN 
DUQUE  FLORIANO  CON  LA  LINDA  Y  MUY  CASTA  Y  GENEROSA  HELISEA, 
NUEUAMENTE  HECHA;  MUY  GRACIOSA  Y  SENTIDA,  Y  MUY  PROUECHOSA 
PARA  AUISO  DE  MUCHOS  NECIOS,  COMPUESTA  POR  EL  BACHILLER  lOAN 
RODRÍGUEZ  FLORIAN 

Argumento  de  la  primera  scexa.  — Floriaiio  después  de  algunos  dios  ser  ¡assados, 
que  ouo  llegado  al  pueblo  donde  residía  Belisea,  descubre  a  Lydorio  su  camarero  y 
antiguo  criado  en  su  casa  la  causa  por  <jué  dexando  su  señorío  y  naturdeza  se  vino 
a  tan  extrañas  y  lexos  tierras,  y  por  qué  hizo  parada  en  el  pueblo  donde  a  la  sazón 
residía.  Y  después  de  certificarle  de  estar  herido  de  amores  de  Belisea,  y  pedirle  l'auor 
para  su  enfermedad,  passadas  largas  razones  entre  los  dos,  y  mas  tere  iandu  Fulminato, 
embia  por  su  consejo  vna  carta  con  Pulytes  a  Belisea 1.j9 

Argumento  de  la  scexa  ii. —  Salidas  al  jardín  Belisea  y  Justina  su  donz:lla,  solazando 
Justina  a  Belisea,  entra  Polytes  con  la  carta  de  Floríanc.  La  qual  }  o;  fauor  de  la 
Justina  dexando,  se  va  con  buena  espcrar,9a  que  le  pone  Justina.  Y  Justina  leo  la 
carta  a  Belisea,  aunque  contra  su  voluntad 102 

Argumento  de  la  scena  iii.— En  que  Lydorio  hace  gran  .sentimiento  por  la  perdición 
de  Floriano.  Fu'minato  y  Felisino  se  hazen  a  vna  para  poder  medrar.  Tracta  de  licuar 
Fulminato  a  Felisino  en  casa  de  Marcelia.  Polytes  da  a  Floriano  nspuesta  de  su  carta, 
y  dale  vn  collar  de  oro  para  Justina  y  un  jubón  de  brocado  con  sus  cf.l9i  s  al  Polytes, 
y  tórnale  a  dar  otra  carta  para  su  señora  Belisea 165 

Argumento  de  la  scena  mi. — Fulminato  llena  a  Felisino  en  casa  de  Mircelia.  Feli- 
sino les  promete  vna  cena  por  amor  de  la  hija  de  Marcelia  llamada  Líberia.  Felisino 
no' puede  vencer  a  Liberia,  aunque  haze  Fulminato  vn  entremés  para  ello.  Bueluense 
los  dos  a  casa  de  Floriano,  quedando  ellas  en  su  casa 108 

Argumento  de  la  scena  v. — Floriano  y  Lydorio  passan  grandes  platicas  sobro  la  fuerza 

de  amor.  Y  Polytes  Ueua  la  carta  a  Belisea 172 

Argumento  de  la  scena  vi.  — Polytes  lleua  la  carta,  passa  grandes  platicas  con  Justina; 
dale  el  collar;  lleua  respuesta  de  Belisea  a  la  carta  de  Floriano.  Polytes  da  cuenta  de  sus 
passioues  propias  a  Justina,  queda  muy  en  su  gracia  y  danse  palabras  de  casamiento.  .     178 

Argumento  de  la  scena  vii. — Felisino  lleua  a  Fulminato  y  a  Pinel  a  k  cena  apla- 
zada, y  quedause  a  dormir  en  casa  de  Marcelia,  donde  Felisino  alcau9a  a  Liberia  y 
Pinel  a  Gracilia,  prima  suya l'*^- 

Argcmento  db  la  scena  VIII. — Esperando  Floriano  a  Polytes  con  la  respuesta  de 
Belisea  glosa  el  Romance  que  atrás  por  •■!  cantado  auia.  Dale  la  carta  Polytes  de  su 
señora  y  con  ella  él  se  desmaya.  Va  Polytes  per  mand:  do  de  Lydorio  en  busca  de 
Fulminato,  que  busque  alguna  alcahueta  o  hechizera 187 

Argumento  dk  la  scena  ix.— Despertando  todos  en  casa  de  Marcelia,  yéndose  Mar- 
celia  a  la  misa  del  alúa  que  solía,  encuentranse  ella  y  Polytes  a  la  puerta  de  su  casa 
yendo  en  busca  de  Fulminato,  Passando  sus  razones,  ella  se  va,  y  él  subiendo  llama  a 
Fulminato  con  los  demás,  que  se  van  a  Palacio lí^'^ 

Argumento  de  la  scena  x.— Lydorio  halla  a  Floriano  hablando  a  solas,  y  queriendo 
entrar  le  a  ver,  sobreuiene  Fulminato,  y  tractan  los  dos  del  remedio  de  Floriano. 
Entran  a  él  y  hacen  le  leuantar ^•'*^ 


442  ÍNDICE    GENERAL 

Argumento  de  la  scena  xi. — Tractando  Polytes  de  vr  a  ver  a  Justina,  Felisino  le  lleua 

a  casa  de  Marcelia,  y  ansi  se  le  estorua  su  viaje 196 

Argumento  de  la  scena  xii. — Passando  Marcelia  consigo  y  después  con  la  hija  plá- 
ticas de  la  bondad  de  la  hija,  el  despensero  de  Lucendo  les  haze  vn  banquete  de  cena.  Y 
sobreuinieudo  Fulminato  y  Pinel,  haze  Marcelia  a  Fulminato  guisar  lo  que  el  otro  auia 
de  comer.  E  sobre  cierto  achaque  Fulminato  se  va  huyendo  y  viene  eF despensero..   .   .     200 

Argumento  de  la  scena  xiii. — Fulminato  cuenta  a  Lydorio  el  destro90  que  hizo  essa 
noche,  y  entran  a  Floriano.  Y  encargase  Fulminato  de  buscar  alcahueta  que  remedie 
a  Floriano 203 

Argumento  de  la  scena  xiiii. — Fulminato  sale  de  hablar  a  Floriano  con  la  carta,  y 
va  en  casa  de  Marcelia  luego  de  mañana.  Marcelia  asconde  al  despensero  en  la  cámara; 
apazigualo  al  fin  madre  y. hija.  Fulminato  da  la  carta  a  Marcelia,  en  que  pone  ella 
ciertos  poluos 205 

Argumento  de  la  scena  xv. — Marcelia  da  la  carta  de  Floriano  con  cierta  cautela  a 

Belisea,  que  yva  a  Prado.  Y  finalmente  lleua  vn  anillo  de  Belisea  a  Floriano 208 

Argumento  de  la  scena  x vi.  — Marcelia  yendo  a  su  casa  halla  la  hija  acabando  de 
despedir  vn  galán,  y  sobre  sospecha  le  pide  zelos.  Despierta  Marcelia  a  Fulminato; 
vanse  juntos  a  casa  de  Floriano,  al  qual  cuenta  lo  que  le  auino  con  Belisea,  y  dale  el 
anillo,  y  persuádele  que  vaya  a  Prado  a  uerse  con  Belisea.  Floriano  da  un  anillo  rico 
suyo  a  Marcelia,  con  otras  mercedes.  Y  buelta  Marcelia  a  su  casa,  Floriano  se  alegra  y 
come,  y  manda  adere9ar  para  yr  a  Prado 214 

Argumento  de  la  scena  xvii.  —  Idos  Marcelia  y  Polytes  juntos  a  su  casa  de  la  Mar- 
celia,  luego  va  Felisino  con  el  paño,  que  no  quiso  que  llenase  el  paje  yendo  con  ella,  y 
llénale  el  otro  paje  con  Felisino  la  comida  que  le  mandó  Floriano.  Felisino  se  com- 
bida  para  la  cena  con  Marcelia.  Floriano  va  a  nuestra  señora  de  Prado,  donde  habla 
con  Belisea,  según  se  dirá  en  la  scena  que  se  sigue  tras  esta 218 

Argumento  de  la  scena  xviii.  —  Comencando  a  penar  Belisea  por  Floriano,  y  estando 
tractando  con  Justina  de  su  mal,  sobreuiene  Floriano,  y  finalmente  se  hablan,  decla- 
rando Belisea  a  Floriano  en  qué  manera  le  ha  de  amar,  y  ansi  se  diuiden,  quedando 
Polytes  y  Justina  concertados  de  se  hablar  después  de  media  noche 221 

Argumento  de  la  scena  xix. — Lydorio  pregunta  a  Fulminato  loque  passó  en  Prado. 
Floriano  haze  gran  lamentación  de  su  pena  y  quiere  embiar  a  Fulminato  a  su  señora, 
el  qual  escusandose  le  manda  llamar  a  Marcelia "  .  .  .  .     226 

Argumento  de  la  scena  xx. — Belisea  descubre  a  Justina  sus  bascas  y  mal,  y  entra- 
mas platican  de  dónde  proceda  el  amor  en  el  hombre.  Justina  descubre  a  su  señora  el 
concierto  que  entre  ella  y  Polytes  auia  de  hablarse  essa  noche.  Y  conciertan  de  que  le 
hable  Belisea  al  paje  porque  sepa  de  Fioriauo 228 

Argumento  de  la  scena  xxi.  — Oyendo  Fulminato  lo  que  Pinel  contaua  a  Felisino  de 
lo  que  Marcelia  pissaua  con  el  despensero,  según  se  tracto  arriba,  al  fin  perdiendo  el 
enojo  se  van  Fulminato  y  Felisino  a  casa  de  Marcelia,  donde  passan  algunos  entreme- 
ses de  risa 230 

Argumento  de  la  scena  xxii. — Polytes  va  hablar  a  Justina  y  Pinel  que  le  acompaña. 
Belisea  sin  darse  a  conoscer  le  habla.  Justina  y  Polytes  passan  grandes  platicas. 
Lucendo,  padre  de  Belisea,  oye  ruydo,  y  leuanta  se  a  ver  a  Belisea 232 

Argumento  de  la  scena  xsiii. — Ydo  Lucendo  de  la  cámara  de  su  hija,  entra  Justina, 

y  entre  Belisea  y  ella  hablan  sobre  lo  que  Lucendo  tracto  con  la  hija 236 


ÍNDICK    GEN'KRAL  443 

Argumento  de  la  scena  xxiiii.  — Fulminato  y  Felisino  llenan  a  Marcelia  de  sn  casa  al 
llamado  de  Floriano,  el  qnal  le  encarga  vna  carta  qne  llene  a  IJelisea,  con  la  qnal  tam- 
bién le  ba[e]lue  juntamente  el  anillo  que  le  diera  Uelisea,  con  lo  que  más  passan,  etc.     238 

Argumento  de  la  scena  xxv. — Ida  Marcelia  a  casa  de  Lucendo,  después  de  hauerse 
visto  con  el  despensero,  habla  con  Justina  y  con  Belisea  muchas  y  buenas  razones  a  su 
propósito,  quedando  concertada  la  visita  de  Floriano  a  Belisea  para  essa  noche.  Y  tra- 
tado el  cómo  y  por  dónde  y  la  hora,  se  despide  i\[arcelia,  hauiendo  dado  las  cartas  alas 
dos  donzellas,  ama  y  criada 211 

Argümexto  de  la  scexa  XXVI. — Entrando  Justina  halla  a  Belisea  desmayada  y  llena 
de  congoxas;  y  concertando  el  cómo  hablar  a  Floriano  essa  noche,  entra  Lucendo,  y 
traeta  con  la  hija  de  lo  que  otras  vezes  le  ha  propuesto 247 

Argdmentü  de  la  scena  XXVII. — Estando  Grisindo  el  paje  de  cámara  de  Lucendo  con 
Liberia  a  solas,  entra  Marcela  de  buelta  de  casa  de  Belisea,  y  ella  le  absconde.  Y 
estando  la  madre  y  la  hija  en  sus  razones,  sobreuiene  el  despensero.  Y  estando  ansi 
juntos,  sobreuienen  Fulminato  y  Felisino,  y  sobre  cierto  entremés  3e  absconde  Fulmi- 
nato de  miedo  en  el  establillo 250 

Argumento  de  la  scexa  xxviii. —Llegada  Marcelia  a  casa  de  Floriano,  llegado  Ful- 
minato, passan  entre  ellos  y  Lydorio  grandes  platicas  de  la  amicicia 253 

Argumento  de  la  scena  xxix. — Sabiendo  Floriano  que  Marcelia  viene  de  hablar  a  su 
señora  Belisea,  habla  consigo  a  silas  al  caso  muchas  razones.  Entra  Marcelia,  da  le 
relación  de  lo  que  ha  hecho  y  saca  le  más  dadiuas  antes  que  le  diga  el  concierto  que 
trae  de  que  vaya  essa  noche  a  hablar  a  Belisea 25G 

Argumento  de  la  scena  xxx.— Estando  Marcelia  en  secreto  con  Polytes,  en  contando 
le  en  su  casa  lo  que  le  pidió  por  el  camino,  sobreuiene  Fulminato  que  le  trae  la  comida. 
Va  se  Polytes.  Y  Fulminato,  pidiendo  zelos  a  Marcelia,  vienen  a  mal  reñir 25!) 

Argumento  de  la  scena  xxxi. — Ido  el  despensero,  concierta  con  Grisindo  de  matar  a 
Fulminato.  Justina  leyendo  la  carta  de  Polytes,  vee  se  la  ISelisea,  y  tomada  sabe  sus 
casamientos.  Tractan  las  dos  de  la  entrada  de  Floriano.  Y  Belisea  traeta  a  solas  de 
hazer  casar  a  Justina  y  Polytes  delante  de  ella  y  Floriano  essa  noche,  para  tomar 
mejor  occasion  a  sus  desseos  y  mejor  color  a  sus  hablas 264 

Argumento  de  la  scena  xxxii. — Venida  la  hora  señalada,  aparejado  Floriano,  se 
carea  con  Belisea  en  el  jardín:  entre  los  quales  passan  razones  muy  sabrosas.  Desposan 
a  Justina  coa  Polytes,  Floriano  y  Belisea,  y  después  Justina  hace  a  los  dos  amantes 
prometer  se  palabras  de  matrimonio 2G6 

Argumento  de  la  scena  xxxiii.  —  Saliendo  Floriano  y  Polytes  jior  la  {)uerta  del  jai- 
din,  les  acometen  Felisino  y  Pinel,  pensando  ser  otros.  Van  se  todos  a  casa.  Floriano 
traeta  con  Polytes  a  solas  de  lo  passado 272 

Argumento  db  la  scena  xxxiiii. — Luego  de  mañana  va  Fulminato  a  Marcelia,  y 
cuenta  le  lo  que  le  acónteselo,  haziendo  la  creer  que  dexó  muerto  al  Despensero  y  a 
Grisindo,  y  pide  la  plata  que  auia  dexado  el  dia  antes,  llenando  la  cena.  Va  se  Fulmi- 
nato. Viene  Felisino  y  Pinel,  de  los  quales  se  informa  mejor  de  lo  que  passó 274 

Argumento  de  la  scena  xxxv. — Belisea  se  quexa  de  sí  mesma  por  lo  que  ha  hecho. 
Marcelia  va  a  visitar  a  Belisea,  por  también  saber  del  Despensero,  al  qual  encuentra 
saliendo  de  ver  ya  a  Belisea.  El  Despensero  y  Grisindo  dan  relación  a  Marcelia  de  lo 
que  se  hizo  de  Fulminato,  y  conciertan  de  yr  los  dos  essa  noche  a  cenar  en  casa  de  la 
Marcelia 277 


444  ÍNDICE    GENERAL 

Argumento  de  la  scena  xxxvi. — Yendo  Marcelia,  y  sabiendo  sin  llamar  en  su  casa, 
asconde  la  hija  vn  estudiante  en  vna  nassa  de  pluma,  y  haze  a  la  madre  encreyente 
que  tiene  allá  la  criada  de  Gracilia  huyda,  Vase  Marcelia  a  reñir  a  la  Gracilia  por  la 
criada:  entiende  lo  Gracilia,  y  dissimula  con  Marcelia.  Vase  Marcelia  a  Floriano  con 
su  mensaje  de  Belisea.  Gracilia  va  a  Liberia,  y  echan  el  estudiante  fuera  de  mala 
manera 282 

Argumento  de  la  scena  xxxvii. — Estando  Lydorio  el  camarero  tractando  con  Ful- 
minato de  lo  que  succedio  a  Floriano,  llega  la  Marcelia,  y  con  ella  entra  Lydorio  a 
Floriano  donde  él  está 285 

Argumento  de  la  scena  xxxviii.  —  Sabiendo  Lydorio  de  Marcelia  de  lo  que  a  Flo- 
riano le  ha  succedido,  entran  a  Floriano.  Marcelia  le  da  un  anillo  que  traya  de  Beli- 
sea, contando  de  lo  que  allá  auino.  Floriano  le  manda  para  casar  la  hija  en  albricias; 
con  otras  cosas  que  más  passan  de  notar 289 

Argumento  de  la  scena  xxxix. — Fulminato,  hecho  el  ademan  de  yr  tras  el  que  lle- 
uaua  la  capa,  se  va  a  Marcelia,  y  passan  muchas  pláticas.  Despartense  con  la  venida 
de  Polytes,  Felisino  y  Pinel. 291 

Argumento  de  la  scena  xl. — Hablando  Belisea  y  Justina  de  sus  cosas,  sobreuiene 
Lucendo,  y  queriendo  tractar  con  la  hija  de  effectuar  de  casar  la,  ella  se  dize  estar 
mala,  por  dilatar  el  te'rmino  de  la  respuesta  de  lo  que  el  padre  le  pide 294 

Argumento  de  la  scena  xli. — Estando  en  palacio  Fulminato  y  Felisino  y  Pinel,  trac- 
tando de  lo  que  acónteselo  a  Fulminato  con  Marcelia,  sobrcueniendo  Polytes  y  Lydo- 
rio, tractan  de  que'  cosa  sea  la  fortuna,  y  después  se  desparten  para  yrse  a  apercebir 
para  la  jornada  de  la  noche 297 

Argumento  de  la  scena  xlii. — Marcelia  lleua  la  carta  y  mensaje  de  Floriano  a  Beli- 
sea, con  la  qual  y  con  Justina  passa  grandes  pláticas  sobre  los  bienes  y  males  que  ay 
entre  los  casados.  Va  se  Marcelia  a  su  casa,  y  queda  Belisea  con  Justina,  y  lee  el 
papel  de  Floriano.  Justina  torna  a  persuadir  a  Belisea  que  concluya  el  matrimonio  con 
Floriano,  venida  la  noche 300 

Argumento  de  la  scena  xliii. — Venida  la  hora,  va  Floriano  a  ver  a  Belisea,  y  lleua 
consigo  a  Polytes.  Floriano  queda  de  pedir  a  Iklisea  por  muger  a  Lucendo,  como 
venga  otro  dia;  y  con  esto  se  despiden,  y  concluye  la  comedia 306 


COMEDIA  1NTITVLADA  DOLERÍA,  D'EL  SUEÑO  D'EL  MUNDO,  CUYO  ARGU- 
MENTO VA  TRATADO  POR  VIA  DE  PHILOSOPHIA  MORAL,  AORA  NUEUA- 
MENTE  COMPUESTA  POR  PEDRO  HURTADO  DE  LA  VERA. 

Scena  1.  del  primer  acto.— El  Mundo  muy  entonado  y  vestido  de  diversas  colores. 
Morpheo  Dios  d'el  sueño  le  sale  de  traues  y  le  hace  dormir  después  de  algunas  alter- 
caciones       3 1 3 

Comienza  el  sueño. — Heraclio  enamorado  comunica  con  Logistico  sus  amores,  y  e'l  le 

persuade  no  fiarse  de  mujeres 315 

Scena  2.  dsl  primer  acto. — Astasia  con  su  criada  Melania  saliéndose  a  vna  huerta 
suya,  veen  a  Heraclio  y  Logistico  embeue&cidos  en  sus  razones,  y  sin  ser  vistas  d'ellos, 
oyen  lo  que  hablan 316 

Scena  3.  del  primer  acto. — Astasia  queda  hablando  con  Melania  sobre  los  dos  amigos 

y  dissimula  su  afficion 319 


ÍNDICE    QEXEUAL  445 

ScENA  4.  DEL  i'uiMER  ACTO. — Astasiix  sola  lamentándose  porque  ama;  después  halda  oon 

Morio  que  sobreiiiene S20 

ScENA   5.    DEL  PRIMER  ACTO. — Idoiia,  hija  de  Astasia,  reprehende  a  Melania  de  la  ocio- 
sidad y  tratastí  d'el  officio  de  las  Don/.ellas  y  otros  propósitos 321 

ScENA  6.  DEL  PRIMER  ACTO. — Melania  sola  contrapunteando  los  amores  de  sus  amas; 

sobreuiene  .Vsosio,  su  requebrado,  que  la  espia  y  después  le  habla 322 

SoBNA  7.  DEL  PRIMER  ACTO.  —  HeracHo  va  visitar  a  Astasia  y  pasa  con  ella  y  con  Idona 

muchos  requiebros 323 

ScEKA  8.  DEL  PRIMER  ACTO. — Astasia  tienta  a  su  hija  de  casamiento  con  lieniclic,  y 

passan  sobre  ello  algunas  razones 325 

ScEXA    9.    DEL    PRIMER    ACTO. — Logístico   acaso   siu   scr  visto,   halla   a   Astasia   sola 

haciendo  discursos 320 

ScEXA  10.  DEL  PRIMER  ACTO. — Legistico  biisca  a  Heraclio  para  darle  las  buenas  niieuas, 

y  hállale  con  Honorio  su  criado  que  le  buscaua  assi 327 

ScENA   n.   DEL  PRIMER  ACTO. — Ilonorio  lleua  la  Carta  y  bucluc 328 

ScENA   12.  DEL  PRIMER  ACTO.—  Hcraclio  ycndo  a  casa  de  Astasia,  topa  Asosio  que  spe- 

raua  por  Melania,  y  pasan  otras  damas  con  que  se  requiebra,  no  le  viendo 329 

ScEXA  1.   DLL  8EGDXD0  ACTO. — Idoua  a  solas  hablando  en  Heraclio  y  en  sus  auisos  y 

lamentándose  también  de  amor 332 

ScENA   2.   DEL   SEGUNDO   ACTO. — Melania   sola   ayrada   contra   Asosio   y   deliberada  de 

burlalle 332 

ScKNA  3.  DEL  SEGUNDO  ACTO. — Heraclio  haze  su  visita,  en  la  qual  ha  discursos  varios 

entre  e'l,  Astasia  y  Idona 333 

ScENA  4.    DEL  SEGUNDO   ACTO. — Morio  aplica  su  niuger  al  casamiento  de  la  hija  con 

cierto  gentil  hombre,  y  hablase  en  Heraclio  a  la  postre 33G 

ScENA  5.  DEL  REQONDO  ACTO. — HcracHo  y  Logistico  asechan  a  Asosio  que  va  uender 

sus  pollos  y  hablan  con  él 337 

ScEXA   6.  DEL   SEGUNDO  ACTO. — Entrando  en  casa  de  Astasia  Asosio,  Melania  se  burla 

d'el  y  manifiesta  a  las  damas  su  disfrace 339 

ScENA  7.  DEL  SEQDNDO  ACTO. — Logistico,  disfrazado  en  los  hábitos  de  Asosio,  engaña 

a  Amertia  y  ella  lo  disimula 341 

ScKNA  8.  DEL  SEGUNDO  ACTO. — Asosio  va  al  coucierto,  y  halla  de  buelta  a  Amertia,  que 

se  burla  del 341 

ScENA   9.   DEL   SEGUNDO   AeTO.  — Logistico  tomaudo  de  sw  auentura  halla   Melania  y 

altercan  sobre  Asosio 342 

ScENA   10.   DEL  SEGUNDO  ACTO. — Apio  y  Mctio,  scruidorcs   de   Astasia  en   otro  tiem- 
po, bueluon  al  juego  y  son  d'ella  muy  regalados;  Logistico  llena  las  nueuas  de   lo 


que  vee. 


34Í 


ScENA  1.   DEL  TERCER  ACTO. — A sosio,  buscando  vn  Nigromante,  halla  la  grande  magica 

Doleria,  que  le  promete  vengalle  de  ^Melania  y  sobreuiene  Heraclio 344 

ScENA  2.   DEL   TERCER   ACTO. — Logistico,   auicudo  dado  las  nueuas  a  Heraclio  de  sus 

competidores,  altercan  sobre  ellos  vn  buen  rato 345 

ScENA  3.  DEL  TERCER  ACTO. — "Dolcria  sola  tractando  de  los  estados  enamorados  y  llega 

Melania 346 

ScENA  4.  DEL  TERCER  ACTO. — Asosio  va  en  busca  de  Heraclio  y  de  Logiptico  para  dalles 

cuenta  del  concierto  y  del  banquete 347 

ScENA  5.  DEL  TERCER  ACTO. — Apio  y  ^Letio  van  al  combite  de  Astasia,  y  en  mascara 

los  tres  amigos  a  la  fiesta,  y  passan  entre  sí  algunos  trances 348 


4i6  ÍNDICE    GENERAL 

ScENA  6.  DEL  TERCER  ACTO. — Quedan  los  del  banquete  motejándose  de  las  Egiptianas 

partidas  ellas,  y  después  se  recoge  cada  vno  a  su  posada 351 

ScENA  7.  DEL  TERCER  ACTO. — Asosio  va  a  casa  de  Dolería  en  otros  hábitos,  y  ella  con 

cierto  vaguento  le  transfigura,  y  él  va  prouar  sus  aventuras 352 

ScENA  8.  DEL  TERCER  ACTO.  ~  Melania  va  al  concierto  de  su  cortesano  y  et'i"ectuase   el 

casamiento 354 

ScENA  9.  DEL  TERCER  ACTO. — Heraclio  va  a  casa  de  Logistico  a  consultar  de  sus  amo- 
res, y  alli  scrive  vna  carta  a  Astasia,  que  llena  Honorio 355 

ScENA  10.  DEL  TERCER  ACTO. — Asosio  de  retomo  de  sus  bodas  encuentra  con  Logis- 
tico y  Heraclio,  con  que  se  burla  un  rato  en  su  mascara  y  buelue  Honorio 358 

ScENA  1.  DEL  QUARTO  ACTO. — Amertia  va  a  casa  de  Mania  por  saber  del  cortesano;  ella 

la  despide  porque  le  speraua 359 

ScENA  2.  DEL  QüARTo  ACTO. — Melania  buelue  a  casa  muy  vfana  de  su  buena  ventura  y 

habla  con  su  ama  y  con  Idona 360 

ScENA  3.  DEL  QDARTo  ACTO.  —  Heraclio  llamado  de  parte  de  Astasia,  Logistico  le  acon- 
seja cómo  se  ha  de  auer  con  ella  y  va  asechalles  detras  la  huerta  y  oye  sus  razones  .  .     361 

ScENA  4.  DEL~QüARTO  ACTO. — Asosio  buehic  a  su  figura  y  busca  sus  amigos  para  con- 
talles sus  auenturas 363 

ScENA  5.  DEL  QÜARTO  ACTO. — Astasia  speraudo  sus  nueuos  seruidores,  llega  Heraclio  y 

sin  ser  visto  vee  lo  que  entre  ellos  passa 365 

SoENA  6.  DEL  QÜARTO  ACTO.  —  Logistico  topa  cou  Hcraclio,  que  desesperado  se  parte 

del,  sin  querer  tomar  otro  consejo. 3í'6 

ScENA  7.  DEL  QÜARTO  ACTO. — Heraclio  trucca  los  vestidos  con  su  criado  Honorio  y  des- 
pedido d'el  se  encuentra  con  Asosio,  que  después  de  dissimular  con  él  se  los  pone  de 
hurto 367 

ScENA  8.  DEL  QDARTO  ACTO. — Logistico  halla  a  Asosio  con  Dolería  y  deliberan  entre  sí 

lo  que  harán  sobre  la  cura  del  amigo  Heraclio 368 

ScENA  9.  DEL  QÜARTO  ACTO. — Audronío,  cortcsauo  requebrado  de  Melania,  se  lamenta 

della  y  ella  del  estando  ambos  engañados 369 

ScENA  10.  DEL  QÜARTO  ACTO. — Hcraclío  CU  habítos  de  herniitaño  reposándose  en  vn 
prado  dan  con  el  Asosio  y  Doleria  hechos  peregrinos,  a  saber  Dolería  es  Dicheo,  Aso- 
sio es  Synesio 371 

ScENA  1.   DEL  QUINTO  ACTO. — -Logístíco  halla  a  Heraclio  ya   con  sus  vestidos,  y  muy 

alegres  ambos  van  acabar  bu  auentura  de  Apio  y  Metió 372 

ScENA  2.  DEL  QUINTO  ACTO. — Astasía  y  Idona  se  salen  a  la  huerta  a  sperar  sus  serui- 
dores, y  vienen  Dicheo  y  Synesio,  con  quien  se  van,  pensando  eran  ellos 373 

ScENA  3.  DEL  QUINTO  ACTO. — Morío  Sale  CU  busca  de  su  muger  y  halla  Melania  que 

venía  de  buscar  a  su  marido,  y  conciertanse  los  dos,  casándose  ambos  por  despecho  .  .     374 

ScENA  4.  DEL  QUINTO  ACTO. — Audronío  busca  Melania,  y  halla  Aplotis  que  llora  por  su 
tía  y  prima,  y  que  va  buscar  Logistico  su  seruidor,  y  di  spu(  s  de  írauar  amores  se  con- 
ciertan      375 

ScENA  5.  DEL  QUINTO  ACTO. — Asosio  y  Dolería,  transfigurados  en  .Vstasia  y  liona,  buil- 

uen  a  Apio  y  Metió 376 

ScENA  6.  DEL  QUINTO  ACTO. — Astasia  y  Idona  se  encuentran  con  Apio  y  Metió  en  el 

bosque  y  ay  entr'ellos  grandes  altercaciones 378 

ScENA  7.  DEL  QUINTO  ACTO.  —  Hcraclío,  Logístíco,  Asosío  y  Dolería  se  van  al  bosque 
transfigurados  en  Astasia,  Idona,  Apio  y  Metió,  y  les  hazen  en  er  que  son  sus  sombras 
y  S3r  aquella  la  propriedad  del  bosque 379 


ÍNDICE    GENEUAL  447 

ScEKA  8.  DEL  QOixro  ACTO. — Aglaia  y  Tlmlia,  Gracias  fiel  cielo,  se  quexan  de  la  ingra- 
titud de  los  hombres;  sobrenicnen  dos  Musas,  Caliopf  y  Molpomcm»,  t-onio  líiiiiphas 
del  bosque  que  fiugen  ser  ellas 381 

ScENA  9.  DEL  QOiNTO  ACTO. —  Astasia  y  su  t'ouipañia  contusos  y  niarauillailos  de  lo  que 

veian,  vienen  Heraclio  y  Logistieo  dar  con  ellos 383 

ScENA   lü.  DEL  QUINTO  ACTO. — Caliopc  v  Mi'lpomeue  bueluen  a  bmcar  a  Heraelio  y  a 

Logistieo  y  les  toman  por  sus  esposos 384 

ScENA   11.  DEL  QUINTO  ACTO.- Astasia   y   Idona   quedan   lamentándose,   y   vienen   los 

saluajes,  a  súber,  Apio  y  ]\[etio  tornados  saluajes 385 

Sgena   12.  DEL  QUINTO  ACTO.  —  Dolería  declara  a  Asosio  ser  Nemesis,  en  otra   figura 

embiada  a  hazer  justicia,  y  le  promete  la  Nimpha  Eruto -{gG 

ScENA  13.  DEL  QUINTO  ACTO. — Bueluc  al  principio  y  viene  Cliaron  a  despertar  el  Mun- 
do, al  ([ual  auia  hecho  dormir  Morpheo  después  de  sus  disputas 387 

LA  LENA,  POR  D.  A.  V.  D.  V.  PINCIANO. 

Acto  phimero  (Scena  primera  á  novena) 390 

Acto  segvndo  (Scena  primera  á  octava) 399 

Acto  tercero  (Scena  primera  á  de'cima) 408 

Acto  cvarto  (Scena  p'imera  á  se'ptima) 420 

Acto  qvinto  (Scena  primera  á  vltima) 427 


Te'.uiude  Chamartiii.— Iinp.  de  Liailly-B^nlliere. 


ERRATAS   QUE   SK    HAN    NTOTADD 


PAGINA 


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XV 

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XXIX 

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LXVIJ 

LXXXIV 

LXXXVl 

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C  V 1 1 

GXXIV 

CL 

CIJX 

CLXxrx 

CLXXIX 
CLXXX 

CLXXXIV 
CXCVII 

CCXXXVÍI 


LÍNBA  DICR 

27  el  Zeitschrijt 

35  Londres 

10  debieron  contribuir 

15  esclavos 

16  Jructi 

17  Eufrosinas 
33  produntor 

15  el  pueblo  á  él  no  me  satisfu/.e 

27  apariencias 

45  ensnaer'd 

46  MenescJimos 
37  sicerum 
81  intioduction 

9  tratadista 

4  Cuidosa 

29  García  de  Villn 

35  de  la  de  Sevilla 

44  Nouvelle 

22  éxito 

2  Su  valor 

22  peculiariamente 


LÉASB 


la  Zeitachrijt 

Londres,  18G3 

debifiron  de  contril)nir 

esclavas 

fruiti 

Maroclias 

prodiintnr 

el  pueblo  á  él,  no  lue  satisFaze 

apariencia 

ensnard 

Menechmo» 

sincerum 

instruction 

tratadito 

Cuidadosa 

Garcia  de  Villanunva 

la  de  Sevilla 

Novelle 

estilo 

Su  valor  cstétici) 

peculiarmente 


PÁGINA         COLUMNA 


LÍXKA 


Lth^K 


2 

100 
113 
130 
140 
151 


1.» 

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165 

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388 

2.» 

390 

2/ 

399 

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421 

2/ 

13 
59 
17 
11 
53 
16  y  17 


28 
57 
8 
17 
54 
13 
43 
29 
54 
9 

55 
23 
20 
28 
20 
38 
15 
51 


tullit 
contribución 
transformé 
maculas 
tiene 
No  digáis  tal,  señor,  que  ea 
opinión  gontilica,  de  los 
buenos  que  están  prósperos. 
Presúmese  que  siente,  et3. 
le  mande 
primo 
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bueo 
esta 
ai  assi  quieres,  por 
quiso 
pares  te 
Otro  dia  que 
de  proposito,  pues 
salud, 
señora, 
dexará 
llenará 
Ase  d'el  Morpheo 
la  stiuia 
linguum 
l08 


No  di' 


tnlit 

contrición 

translorme 

mo9uela8 

teme 

igais  tal,  señor,  qne  es 

opinión  gentilica.  De   los 

buenos  que  están  prósperos 

presúmese  que  siente,  etc. 

mandé 

próximo 

loarán 

buen 

está 

sí  assi  quieres:  por 

quise 

pa  resce 

Otro  dia,  que 

de  proj)osito.  Pues 

salud? 

señora? 

d ex ara 

Ueuara 

Ase  d'el,  Morpheo, 

lastima 

lingva 

los  liijos 


O 


loco  Menendez  y  Pelayo,  Marcelino 

^^P  Origines  de  la  novela 


M46 
t.3 


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