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Full text of "Pot pourri. Colección de artículos literarios y humorísticos; morales, filosóficos, críticos, biográficos, discursos, peroraciones, viajes, costumbres, revistas, novelas, dramas, comedias, soliloquios teatrales"

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LIBRARY 

OF 

THE  UNIVERSITY  OF  TEXAS 

THE  GENAEO  GARCÍA 
COLLECTION 


o.-V¿° 


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i. 


Ciltccife  di  artfMlos  litmriM  j  bNoristicos;  Monto,  FWetóficM,  Críticos,  Biográfl- 

eos,  Discirsos,Pororacioios,  Viajes,  CostMbros,  Revistas, 

Rmlis,  Ornas,  Coaodias,  SofHoqito  intrates 


POB 


QUERUBÍN. 

(¿wros  r.  s«o?aas.) 
Al  BELLO  8SZ0  DS  A0ÜA3CÁUSXTES  SN  TSSTIlCOinD  DE  SftAÜTE 


TOMO  PRIMO. 


AGUASCALIENTES. 


IMPREMÍ  DE  EL  AGUIÜ.-PRUIERA  DEL  OBKABOft  NUMERO  20. 

1897. 


J970U8 


»*2    •       * 


JUP/HETl] 


Estas  cartas,  que  no  se  han  publicado,  las  recogerá  la  historia  como  un 
justificante  que  enaltece  la  piedad  del  bello  sexo  de  Aguascalientes,  y  la  í 
de  la  Sra.  Josefa  Peña  de  Éazaine. 

Exma.  Sra.  D  °?  Josefa  Peña  de  Bazaine. 

León  de  los  Aldamas,  Abril  28  de  1866. 
Señora. 

£1  día  10  de  Febrero  del  año  presente  fuimos  condenados,  por  una  Cor. 
te  Marcial  francesa  en  Aguascalientes,  á  sufrir  la  pena  del  último  suplicio 
los  tres  primeros  signatarios,  y  á  cadena  perpetua  los  dos  últimos. 

La  sociedad  de  aquella  Capital  especialmente,  y  con  una  solicitud  gran- 
de el  bello  sexo,  se  empeñaron  en  impetrar  para  nosotros  el  indulto;  hubo 
el  acierto  de  escogeros  como  medianera,  interponiéndose  á  vuestro  lado  en- 
tre las  victimas  y  un  patíbulo  que  levantaba,  más  que  el  rigor  del  Código 
militar  -francés,  la  ceguedad  y  la  desconfianza  injustificables. 

Vos,  señora,  alcanzasteis  nuestro  perdón.  A  impulsos  de  un  corazón 
sensible  habéis  mostrado,  una  vez  más,  que  la  compasión  hacia  el  que  su- 
fre es  la  parte  angélica  de  vuestro  sexo.  '- 

Considerad,  señora,  cu  al  será  nuestra  gratitud  si  al  acariciar  á  nuestros 
hijos  recordamos  que  todo  os  lo  debemos:  desde  el  fondo  de  nuestro  cala- 
bozo no  cesamos  de  bendecir  vuestro  nombre,  y  de  rogar  al  Ser  Supremo 
derrame  sobre  vofe  inacabables  dichas. 

Todos  los  sentenciados,  ya  sea  para  implorar  clemencia  ó  para  reclamar 
justicia,  hablan  de  su  inocencia  con  encarecimiento:  nosotros  no  queremos 
seguir  ese  sendero  al  dirijiros  nuestro  voto  de  gracias.  Cuando  calme  la 
tempestad  de  las  pasiones;  cuando  el  tiempo  y  la  abnegación  hagan  olvi- 
dar los  agravios  de  la  guerra  civil,  entonces  sabréis,  señora,  si  vuestros 
protejidos  de  hoy  han  sido  culpables,  ó  si  víctimas  nada  más  de  la  calum- 
nia. En  uno  ó  en  otro  caso  resplandecerá  como  el  sol  vuestra  acción  ge- 
nerosa, propia  únicamente,  digna  sólo,  del  corazón  de  una  mexicana. 

Tened  la  bondad,  señora,  de  admitir  estas  líneas  como  el  testimonio  de 
nuestra  gratitud,  y  de  transmitirla  también  al  Exmo.  Sr.  Mariscal  Bazaine. 
Señora. 

Jesús  F  López. — Diego  Pérez  Qrtigoza* — Jesús  Iíernández*  —  Valen- 
te  Arteaga.— Félix  Garoéa. 


Al  Sr.  Teniente  Coronel  Brmcourt. 


Señor  CoroneL 


Cuautitlán,  Mayo  12  de  1866. 


Al  llegar  á  nuebtro  destino,  y  al  separarnos  de  tos,  acaso  para  siempre, 
es  nuestro  deber  daros  las  gracias  por  el  buen  trato  que  de  tos  hemos 
recibido. 

Hay  un  título,  señor,  que  enaltece  al  hombre  más  que  el  de  valiente;  ese 
título  es  el  de  humano;  tos  señor,  habéis  sabido  admirkio  dignamente. ' 
¿Que  hubiera  sido  de  nosotros  si  no  hubiéramos  sido  a  nnestro  destino  y 
á  vuestras  órdenes  conducidos?  Los  nombres  de  Baithesse  y  de  Brincourt 
nos  serán  siempre  queridos,  como  lo  serán  también  de  nuestros  hijos. 
Llevad,  señor,  en  esta  carta  la  expresión  sincera  de  nuestra  gratitud,  y 
las  últimas  frases  de  despedida  de  los  prisioneros  de  Aguascalientes. 

Jesús  F.  López. — Diego  Pérez  Ortlgoza. — Jesús  Hernández. —  Valen 
te  Arteaga* — Éclix  García* 


III. 


JL  2a®§ 


Al  salir  á  luz  por  primera  vez  una  obra  literaria,  es  de  mo 
da  que  le  preceda  un  juicio  crítico  formado  por  persona  acre 
ditaaa  en  las  letras:  en  él  se  hacen  resaltar  las  bellezas  que 
contiene  la  obra;  se  analizan  los  pensamientos;  se  ponen  en 
relieve  las  imágenes,  como  previniendo  al  lector  que  no  debe 
juzgar  desfavorablemente  de  lo  que  en  el  libro  lea,  si  no  quie- 
re caer  en  la  nota  de  temerario:  ¿Quién  se  atrevería  entonces 
á  gesticular  una  mueca  mostrando  desagrado?  ¿quién  será  tan 
audaz  que  no  secunde  el  parecer  del  panegirista? 

Siempre  he  creído  que  tales  prefacios  no  forman  iglesia;  que 
se  consideran  en  general  como  la  campanilla  de  los  apuros  que 
se  repica,  para  que  un  acomedido  sirva  al  autor  de  lazarillo  y 
lo  guié  en  la  ruta  de  la  publicidad.  ¡Dichoso  el  novel  escritor 
que  cuenta  con  un  amigo  sincero  y  un  protector  decidido  que 
le  haga  la  olla  gorda  b  que  le  diga  la  verdadl  Si  con  frecuen- 
cia un  título  ingenioso  salva  una  obra  de  un  fracaso  ¿qué  será 
si  antes  de  salir  el  santo  á  la  procesión  ya  se  le/  hace  percibir 
el  sagrado  olor  del  incensario?  ¿No  obstante,  ¡cuántos  autores 
han  existido  á  quienes  acólitos  inexpertos  pegan  en  la  cara 
con  éll 

El  autor  de  este  libro  no  ha  repicado  la  campanilla  de  los 
apuros,  ni  ha  suplicado  á  sus  amigos  que  le  ayuden  á  bogar 
contra  las  olas;  sale  azumbar  como  los  tábanos,  y  á  volar 
libremente  por  esos  mundos;  ojalá  y  pudiera  siquiera  imitar 
al  cocuyo  ó  á  la  luciérnaga  á  quienes  se  les  admira  porque  se 
anuncian  con  una  luz  fosfórica  demasiado  simpática. 
*   Para  imprimir  esta  colección  no  se  ha  consultado  k  nadie 


IV. 

ni  se  ha  sujetado  h,  ceasura;  temió  el  autor  que  le  sucediera 
hoy  lo  que  le  aconteció  en  otro  tiempo  con  sus  primeros  es- 
critos; era  joven  y  le  desvelaba  el  anhelo  de  adquirir  renom- 
bre,— "¿No  seré  yo— -decía-el  embrión  de  un  La  Rosa,  de  un 
Payno,  de  un  Zarco? 

Se  atrevió  k  escribir;  más  aún;  se  atrevió  á  mostrar  el  pri- 
mer pujo  de  su  cacumen  á  un  notable  escritor  para  que  se 
dignara  leer  y  echar  un  remiendo  á  "un  pequeño  mamarra- 
cho; ii  así  llamaba  humildemente  á  los  regüeldos  de  una  musa 
retozona.  A  los  ocho  días  recibió  la  corrección  del  buen  lite- 
rato: puso  con  toda  calma  y  severidad  una  regla  dé  esquina  h. 
esquina  del  papal  escrito,  y  tiró  con  garbo  y  desenvoltura  lí- 
neas de  tinta  en  forma  de  equis.  El  censor  había  leído  los  pri- 
meros renglones,  y  encontrándolos  malos,  corrigió  el  resto  de 
una  sola  plumada  y  de  una  manera  radical.  Fué  severo,  y  di- 
visando las  columnas  de  Hércules,  escribió  allí  aquellas  pala- 
bras aterradoras  Non  plus  ultra:  yo  encontré  también  reali- 
zada la  fábula  que  revela  la  existencia  de  las  vacas  de  Gedeón 
que  se.  alimentaban  con  carne  humana. 

Este  desengaño  no  fué  suficiente  á  matar  en  el  autor  la  co- 
mezón de  adquirir  gloria.  Habla  heredado  de  su  padre  la  afi- 
ción á  la  literatura,  pero  nó  su  buen  gusto;  se  deleitaba  en 
leer  los  entremeses  de  D.  Ramón  de  la  Cruz,  y  á  su  padre 
sólo  le  gustaba  la  tragedia  griega.  Todos,  todos  contrariaban 
su  vocación;  ¿podría  sobrevenirle  mayor  desgracia? 

Su  abuelo,  que  le  tenía  un  amor  entrañable,  se  recomenda- 
ba entre  otras  grandes  virtudes,  por  su  sensatez;  el  autor  ima- 
ginó que  estarla  satisfecha  y  haciendo  pavos  reales  por  tener 
un  vastago,  un  pimpollo  con  retoños  literarios;  pero  languide- 
ció su  ilusión  al  oirle  referir  al  Cura  de  su  pueblo  cosas  estu- 
pendas, que  lo  dejaron  boquiabierto  hasta  el  sofoco:  le  decía 
con  fervor  y  con  acentá  dolorido; 

-^  Señor  Cura;  roguó  á  Dios  con  encarecimiento  que  no  me 
diera  un  hijo  ladrón,  y  me  lo  concedió:  le  rogué  que  no  me 
diera  un  hijo  borracho,  y  me  lo  concedió:  le  roguó  que  no  me 
diera  uño  pendenciero,  me  lo  concedió:  le  roguó  que  nó  me 
diera  una  descendencia  poseída  de  vicios  pecaminosos,  y  tam- 
bién hasta  ahora  me  lo  ha  concedido,  porque  Dios  Nuestro 
Señor  fué  muy  complaciente  conmigo.  ¡Cómo  se  me  olvidó 
suplicarle  que  no  me  diera  uj  hijo  literato!  y   por  castigo  de 


í 


mis  negros  pecados;  me  lo  ha  dado;  sí  señor,   me  lo  ha  dado. 
Huyendo  del  perejil. . — Y  se  golpeaba  la  frente. 

¿A  quién  podría  el  que  esto  escribe  volver  sus  tiernos  ojos 
que  alentara  su  esperanza?  Jamás  esperó  ser  un  genio  en  la  li- 
teratura ó  en  el  periodismo,  y  no  aspiró  á  merecer  alguno  de 
esos  lauros  que  no  marchita  el  odio  ni  la  envidia:  sólo  aspira- 
ba á  ser  un  gacetillero  de  trqs  al  cuarto,  que  es  el  último  de 
los  escalones  de  la  carreja  periodística;  tai  era  su  deseo,  asi 
como  existe,  en  los  que  siguen  la  carrera  monástica,  una  voca- 
ción de  lego;  sólo  deseaba  separarse  del  vulgo  para  escupir  en 
rueda  con  la  flor  de  la  alta  categoría.  Su  error  fué  creer  que 
era  mAs  expedito  para  conquistar  medios  de  bienestar  el  sen- 
dero de  la  literatura  que  el  del  trabajo  corporal. 

Nadie  está  contento  en  el  estado  en  que  Dios  lo  coloca:  a- 
prendió  bien  en  su  juventud,  á  la  perfección,  y  era  lo  suficien- 
te para  vivir  con  holgura,  solo  dos  cosas;  á  curtir  pieles  y 
á  sembrar  trigo.  ¡Cómo  Dios  permitió  desviar  sus  pasos  pa- 
ra invadir  la  órbita  en  que  giran  esos  astros  de  la  literatura! 
Profesión  nula  en  nuestro  país,  que  no  dá  qué  comer,  ingrata 
y  sin  títulos,  cuyas  glorias  dependen  más  bien  de  los  'alzones 
de  cola  que  otros  colegas  dan  si  pertenecen  á  la  sociedad  de 
elogios  mutuos,  que  de  los  propios  merecimientos.  Un  dis- 
curso parlamentario  en  que  se  grita  y  en  que  se  manotea,  como 
en  los  sermones  de  predicadores  presuntuosos;  un  articulo 
incendiario  en  que  se  ponga  al  Gobierno  como  chupa  de  dó- 
mine; un  epigrama  incisivo  contra  un  Ministro,  forman  el 
pedestal  de  una  reputación  apolítica.  No  es  difícil  llegar 
á  la  cúspide  del  templo;  pero  sí  lo  es  sostenerse  en  ella  a- 
puntalado  sólo  por  el  crédito  adquirido.  El  único  bien  po- 
sitivo que  se  adquiere  en  cultivar  la  literatura,  es  el  de 
dragonear  como  tribuno  en  el  parlamentarismo,  ó  el  de  ilus- 
trar las  cuestiones  políticas  como  periodista.  El  renombre 
literario,  la  fama  de  poeta,  son  un  sambenito  que  se  lleva  col- 
gado; unos  versos  perversos  .  ponen  de  manifiesto  la  pobreza 
del  ingenio.  Ver  nuestro  nombre  impreso  en  letras  gordas, 
era  lo  que  el  autor  deseaba  para  satisfacer  la  pueril  vanidad, 
cuando  sólo  tenía  veinte  años. 

Fué  comisionado  alguua  vez  por  un  club  patriótico  para  ser 
el  loco-móvil  de  unas  elecciones,  y  dio  principio  á  sus  traba- 
jos con  la  publicación  de  un  periódico  independiente  y  liberal, 
los  carteles,  con  letras  gordas,   anunciarían  la  aparición  de 


VI = 

»»Za  Balanza  de  Astrea.w  El  titulo  fué  meditado  y  discutido; 
era  grato,  insinuante^  de  elevados  atributos;  era  un  magnífi- 
co programa,  cuyas  tendencias  civilizadoras  podrían  adivinar- 
se. Jama»  la  justicia  tuvo  adalides  más  hidalgos.  Se  iba  á 
desplegar  el  velo  que  cubría  el  porvenir  y  á  ponerse  el  talen- 
to de  los  redactores  en  tela  de  juicio;  la  redacción  se  encerra- 
ba en  uno  sólo,  sí;  uno  era  el  jefe  de  ella;  es  decir,  el  jefe  de 
sí  mismo;  el  subscrito,  el  Cesar:  Jefe  sin  soldados;  Prior  sin 
frailes;  Señor  sin  moros.  ¡Qué  gloria  es  despacharse  con  cu- 
charón! El  nombre  de)  autor  se  exhibirla  con  letras  grandes; 
en  su  vida  las  había  visto  más  gordas. 

Dichoso  el  que  piensa,  el  que  discurre,  el  que  escribe:  más 
dichoso  el  que  sabe  leer.  Millares  de  ojos  se  fijarán  en  el 
cartel  y  sabrán  que  tiene  que  salir  á  luz,  haciendo  ruido,  la 
balanza  que  Astrea  tiene  para  pesar  la  justicia.  La  primera 
visita  fué  á  la  imprenta  y  allí  palpó  el  autor  que  tiraban,  es 
decir,  que  imprimían,  grandes  cartelones;  allí  estaba  gravado 
en  letras  negras  y  visibles  el  nombre  de  Querubín  y  el  del 
General  H.  que  era  el  gran  Pelasgodel  Partido  liberal,  y  que 
por  sus  honrosos  servicios  era  el  gran  Candidato. 

Contenía  y  disimulaba  las  emociones.  El  cartelonero  in- 
formó que  no  respondía  si  el  viento  ó  los  muchachos  arranca- 
ban los  cartelones,  porque  el  Administrador  de  la  imprenta 
había  introducido  economías  mal  entendidas;  ya  no  pagaba  el 
alquiler  de  una  escalera,  y  había  retirado  los  veinticinco  cen- 
tavos que  se  destinaban  á  comprar  harina  para  el  engrudo, 
substituyendo  el  gasto  con  un  centavo  para  atole  acedo. 

Lamentando  esas  economías,  el  Jefe  de  redacción  se  lanzó 
á  la  calle  á  esperar  el  momento  supremo.  Al  fin  en  la  esqui- 
na se  fijó  el  primer  anuncio  y  le  raspaba  distinguir  su  nombre 
embadurnado  con  atole,  crema  muy  ligera  que  se  hace  con 
horchata  de  maíz  bien  recocida:  esperó,  dando  la  espalda  al  a- 
viao,  á  que  el  papel  estuviera  bien  restirado  y  adherido  á  la 
pared.  Un  granuja  fué  el  primero  que  fijó  sus  ojos  en  aque- 
llas letras,  y  leyó  silabeando  el  simpático  título.  nLa.  .la. . 
Bal-naza. . .  .la  Balnaza  de  Austria. n 

Amostazado  por  tan  singular  lectura  preguntó  al  chuchu- 
meco dónde  lo  enseñaron  á  leer. 

-^En  la  escuela  de  Cristo— contestó  muy  orgulloso. 

— Pues  ve  á  decir  á  Cristo  que  te  vuelva  tu  dinero,  porque 
no  sabes  leer.     Dice:     u La  Balanza  de  Astrea.  u 


i 


VIL 

Rectificando  el  chico  la  lectura,  lanzó  al  viento  un  silbido, 
y  exclamó: 

/— Usted  es  el  que  no  sabe  leer;  que  Cristo  le  devuelva  su 
dinero. 

.  Y  emprendió  la  fuga  temiendo  que  yo  le  suministrara  un 
bastonazo.  Yo  leí  deletreando,  y  persuadido  de  que  el  gra- 
nuja tenia  razón  emprendí  mi  marcha  para  la  imprenta,  furio- 
so, como  agua  para  chocolate,  y  me  encaro  con  el  Director, 
llevándolo  ante  los  cárteles. 

— ¿Cómo  dice  ahí? /—le  pregunté  con  imperio,  con  los  pelos 
parados  como  puerco-espin,  lanzando  una  jaculatoria  de  e- 
sas  que  no  se  rezan  en  el  rosario.  - 

/—La  Balanza  de  Astrea — me  contestó  algo  mohino. 

— Lea  usted  bien. 

— La  Balanza  de  Astrea,  volvió  k  decir;  yo  se  bien  lo  que 
me  digo. 

También  él  participaba  de  la  alucinación  que  producía  una 
lectura  en  que  no  se  fija  bien  el  sentido  de  la  vista. 

Mi  altercado  llamó  á  todos  los  cajistas  y  movilizadores  de 
la  imprenta,  y  exclamaron  á  una  voz. 

— Se  equivocó  la  colocación  de  las  versales:  se  ha  errado  el 
tiro. 

r— Pues  que  disparen  dos,  como  decía  Fígaro. 

Yo  le  dije  convertido  en  basilisco. 

—n  Fuera  de  aquí,  mamelucos;  son  ustedes  impresores  y  no 
saben  Ifeer  en  letras  de  molde. 

— >  Perdimos  el  tiempo  y  el  trabajo. 

•  ->Y  yo  mis  siete  pesos  cuatro  reales  que  importó  el  pa- 
pel, y  mi  honra  y  mi  crédito  que  no  tiene  precio. 

No  era  esta  la  única  equivocación;  en  el  original  se  decía 
que  el  General  fulano,  por  su  honrosa  condueta,  era,  del 
partido  liberal,  el  gran  Candidato.  El  cajista  había  escrito: 
"por  su    horrorosa  conducta  es  el  gran  candidito. 

Poco  faltó  para  que  allí  me  pegara  un  tabardillo.  Una 
persona  caritativa  me  ministró  agua  de  azúcar  para  contener 
un  derrame  de  bilis. 

Haciendo  nueva  impresión,  y  doble  gasto,  quedó  enmenda- 
do tal  despropósito.  Cobró  experiencia,  y  adquirí  la  certidum- 
bre de  que  en  San  lunes,  á  la  hora  de  la  cruda,  que  es  la  de 
las  once,  ningún  cajista  está  en  su  juicio. 


VIIL 

Bien  decia  Fígaro;  "es  una  gloria  ser  escritor." 
Bajo  malos  auspicios  inauguraba  ini  nueva  carrera:  si  yo 
fuera  supersticioso  habría  dado  al  traste  con  mi  vocación  y 
vuelto  al  ejercicio  de  industrial;  pero  no  hay  mártir  sin  fe. 
Continué  la  carrera^en  la  que  rae  esperaban  tantas  amarguras: 
coloqué  en  los  altares  de  mi  patria,  como  holocausto,  prisio- 
nes, garrotizas,  pedradas,  desmechones,  desaños,  mojadas,  o- 
dios,  persecusiones,  destierros,  hambres,  y  al  fin  de  todo,  la 
enajenación  del  cariño  de  mis  deudos,  de  quienes  me  separa 
el  abismo  de  las  ideo,s:  desde  entonces  hasta  ahora  soy  victi- 
ma expiatoria  del  desdén,  y  se  alejan  todos  de  mí  como  si  pa- 
deciera mal  de  elefantiasis. 

Mis  amigos  y  correligionarios  no  me  sientan  á  la  mesa  del 
festín  en  un  día  de  gloria,  ni  me  confieren  una  comisión  ho- 
norífica; pero  no  me  olvidan  para  constituirme  en  cantor  fú- 
nebre de  los  muertos,  como  buho  que  canta  en  los  cemente- 
rios. Ojalá  y  una  empresa  de  inhumaciones  hiciera  conmigo 
una  iguala;  yo  serla  el  cantor  sempiterno  de  todos  los  difun- 
tos; el  muerto  tendría  al  pié  su  elegía  cuyo  gasto  debería  in- 
cluirse en  el  de  la  inhumación,  con  los  cargadores,  cartas  mor- 
tuorias y  pisonazos  en  el  cementerio. 

Como  periodista  constituí  y  di  la  respectiva  patente  de 
santos  y  excelentes  padres  de  familia  y  esposos,  á  multitud  de 
muertos.  También  hice  otros  milagros  de  prestidigitaron; 
convertí  en  bellas  y  virtuosas  á  las  novias*que  llegaban  al  al- 
tar. Ojalá  y  el  Señor  Cura  hubiera  hecho  conmigo  otro  con- 
trato para  improvisar  cantos  epital&micos  á  las  parejas  que 
entran  al  santo  gremio,  incluyendo  el  gasto  en  las  obvenciones 
parroquiales. 

Un  día  entablé  con  mi  hija  el  siguiente  diálogo. 
— ¿Porqué  no    recoges    tus  artículos  que  andan  esparcidos 
en  los  periódicos,  y  haces  la  reimpresión  de  todos  ellos? 

,— Porque  no  tendrían  interés  para  la  posteridad  artículos 
fugaces  que  fueron  oportunos  eñ  su  época,  ante  una  sociedad 
conocedora  de  los  hechos  y  de  los  hombres  que  los  inspiraron. 
Esos  escritos  fueron  flores  de  un  día,  lanzados  sin  meditación; 
y  por  eso  murieron  sin  dejar  huella  de  su  existencia. 

^—Algunos  habrá  que  despierten  la  curiosidad  en  todas  ó- 
pocas. 

,— Muy  pocos  serían  los  que  pudieran  tenerla,  y  aun  éstos 


IX. 

se  encuentran  saturados  de  cierto  tufillo,  de  algún  sabor  de 
localidad  que  sólo  encontrarían  eco  en  $stas  regiones;  son  tan 
pocos  los  que  quedarían  limpios,  separando  la  basura,  que  á 
penas  llegarían  á  formar  un  pequeño  volumen.  Se  perdieron 
]  en  la  revolución  mis  manuscritos  en  donde  podrían  escogerse 
algunos.  Si  mis  escritos,  superficiales  y  humildes,  hicieron 
que  mi  nombre  fuera  un  poco   conocido,  es  mejor   dejarlo  así 

Í>ara  no  empañar  su  pequeño  lustre;  al  reimprimirlos,  circu- 
arlos,  resuscitarlos,  sacarlos  á  una  nueva  vida,  es  poner  en  e- 
videncia  la  pobreza  de  mi  ingenio,  porque  valen  bien  poco. 
¿No  crees  que  hay  famas  usurpadas? 

v— Cuando  se  recomiendan  á  los  hombres  por  su  talento, 
suele  salir  la  duda  á  nuestro  paso;  lo  primero  que  ocurre  es 
preguntar  ¿dónde  están  sus  obras?  Si  tus  escritos  tienen  al- 
gún sabor  de  localidad,  puedo  asegurarte  que  no  serán  los  ú- 
nicos:  ¿qué  otra  cosa,  sino  locales,  son  los  artículos  de  Larra; 
La  Junta  de  Castello  Branco.,  Nadie  pase  sin  hablar  al  por- 
tero, y  aún  la  polérfiica  con  D,  Pedro  Pascual  Oliver? 

— Pero  en  ellos  campea  el  sarcasmo  gracioso  y  contunden- 
te, la  finísima  ironía,  la  sátira  burlona;  aún  sus  cuentos  y  a- 
gudezas  oportunas  revelan  al  hombre  de  gran  talento.  Esos 
artículos,  ligeros  como  son,  vivirán  siempre  cual  modelos  de 
crítica  afiligranada:  unas  veces  son  sinapismos  que  irritan  la 
piel,  y  otras  son  cáusticos  que  levantan  ámpula. 

Los  grandes  genios,  como  los  astros,  brillan  por  que  tienen 
luz  propia;  nosotros,  pigmeos  de  la  literatura,  somos  satélites 
de  esos  astros  para  reflejar  una  luz  que  se  nos  presta. 

v— No  brillarás  en  el  mundo,  pero  alumbrarás  en  tu  círculo. 
El  sol  aluijibra  el  Universo;  la  lámpara,  el  hogar:  yo  quiero 
poseer  tus  escritos  reunidos  en  un  tomo  y  leerlo  en  el  círculo 
de  nuestras  amistades;  tú  morirás,  pero  ellos  sobrevivirán  co- 
mo recuerdos  de  estos  días;  yo  me  recrearé  leyéndolos.  Al- 
l  guno  habrá  de  tus  compatriotas  que  los  aprecie  como  yo:  al- 
guno habrá  en  la  posteridad  que  los  lea  con  agrado,  ¡Cuán- 
tos hombres  se  sepultaron  en  el  olvido  porque,  dominados  por 
la  desconfianza  ó  por  modestia,  abandonaron  los  frutos  de  su 
ingenio,  como  padres  desnaturalizados;  un  padre  ama  siempre 
á  sus  hijos  aunque  se^n  feos  y  deformes!  * 

v— ¿Crees  que  mis  escritos  puedan  darme  nombre? 

,— Una  hija  todo  lo  espera  de  la  sociedad  en  que  vive. 


X. 

— ¿No  experimentarás  algo  parecido  al  remordimiento  cuan- 
do palpes^que  por  dar  brillo  a  mi  nombre,  le  quitas  el  poco 
lustre  que  haya  adquirido? 

— ¿Y  de  que  te  serviría  una  fama  ficticia?  qué  la  posteri- 
dad te  dé  lo  que  merezcas.  Para  aplaudir  siempre  tus  dis- 
cursos, tendrás  un  pequeño  auditorio,  que  es  tu  hija;  para 
leer  tus  escritos,  en  los  cuales  incluyo  tus  obras  teatrales,  ten- 
drás á  tus  amigos.  Quien  escribe  y  publica  fía  el  éxito  de  sus 
producciones  á  su  buena  6  á  su  mala  estrella,  como  el  gladia- 
dor que  fia  el  buen  éxito  de  su  empresa  al  destino  y  á  la  fuer- 
za de  su  brazo.  Siempre  es  necesario  arriesgai  algo  á  la  for- 
tuna. 

Al  día  siguiente  mandé  levantar  el  primer  pliego  de  esta 
publicación;  mi  hija  querida  sólo  tuvo  el  gusto  de  ver  impre- 
sos !os  diez  primeros  y  no  columbró  su  deseo  de  tener  empas- 
tado un  volumen;  la  muerte  segó  aquel  arbusto  cuando  estaba 
todavía  lozano  y  vigoroso.  Después  todp  languideció  en  tor- 
no mió,  por  que  nada  me  queda  sobre  la  tierra.  Mi  hija  so- 
lía escribir  sus  pensamientos,  y  se  recreaba  en  hacer  traduc- 
ciones que  alguna  vez  me  dedicó.  Sólo  por  intercalar  en  mis 
escritos  impresos  aquellos  suspiros  de  un  ángel,  y  que  queden 
adheridos  á  los  mios,  como  la  yedra  se  enlaza  con  el  árbol,  he 
continuado  esta  publicación.  La  ternura  filial  puede  ser  una 
disculpa  á  mi  atrevimiento:  ¿por  qué  nó  habría  de  serlo  la 
paternal  solicitud  de  un  ser  que  morirá  en  la  soledad  abando- 
nado de  sus  parientes  y  de  sus  amigos,  pronunciando  siempre 
con  amor  el  nombre  adorado  de  su  María? 
*  Esta  obra  la  dedico,  como  testimonio  de  mi  gratitud,  al  be- 
llo sexo  de  Aguascalientes;  la  dedico  á  la  mujer  heroica  que 
supo,  con  la  influencia  de  su  virtud  y  el  poderío  de  sus  lágri- 
mas, conmover  k  los  invasores  de  mi  patria  y  derribar  los 
cadalsos. 

Qüekübin. 


IMPRESIONES  DE  VIAJE. 


Pragment®  ^};Éaiá'-.m€morias  íntimas. 


México,  Octubre  26  de  1862.- — Al  fin  me  encuentro  en  la  corte:  ya 
estoy  frente  á  frente  con  esa  sociedad  rigorista  que  todo  lo  exami- 
na, que  todo  lo  discute,  y  que  no  dejará  pasar  el  más  leve  incidente  sin 
formar  un  comentario. 

Ayer  he  venido  á  esta  ciudad  de  un  punto  muy  lejano,  de  aquellas 
remotas  tierras  á  donde  llegan  opacos  los  destellos  de  la  civilización; 
yo,  criado  al  aire  libre,  aspirando  las  brisas  embalsamadas  de  los  ver- 
des campos;  yo,  que  me  asusto  de  oir  el  monótono  rodar  de  algún  simón; 
que  se  me  erizan  los  pelos  al  oir  crugir  la  seda,  ó  rechinar  las  botas  charo- 
ladas bajo  la  presión  de  un  pié  sin  juanetes,  me  encuentro  á  cada  paso 
delante  de  un  soberbio  lando,  cuyos  briosos  caballos  anuncian  pisarme 
los  talones;  ¡ayl  yo  tengo  que  huir  las  costillas,  temeroso  de  que  un  nue- 
vo Longinos  ministre  al  nuevo  Jesús  una  lanzada  en  el  costado. 

¡Qué  hermosa  es  la  corte!  [cuánto  deslumhran  las  maravillas  del  lujo 
al  que  ha  vivido  tantos  años  en  Belchite,  como  dicen  los  cortesanos! 
¡cuánto  sorprende  el  bullicio  de  la  sociedad  al  que  está  acostumbrado  á 
la  monotonía  de  la  vida  campestre,  ó  á  las  costumbres  agrestes  é  inci- 
viles de  URt  pueblo  rabón!  ¡Uáspita!  ¡cuánta  magnificencia,  cuánto  es- 
plendor en  todo  lo  que  me  rodea!  Esto  es  para  volver  loco  á  cuarlquie- 
ra;  allí  el  teatro,  aquí  el  paseo,  más  allá  el  palacio  y  los  diputado?,  acá 
la  formidable  plaza  principal,  las  cadenas  y  los  títeres;  y  luego  el  por- 
tal y  las  chucherías,  y  después  los  cajones  y  los  perfumes:  confieso  que 
estoy  fascinado,  fuera  de  mi. 

Un  día  me  encontraba  meditabundo,  con  la  vista  fija  en  un  plano  de 
México,  en  éxtasis  semejante  al  que  ocupaba  á  Newton,  cuando  por  ti- 
biar un  huevo  metió  en  el  agua  hirviendo  su  relox:  yo  buscaba  con  a- 
videz  la  calle  del  Terror,  donde  había  de  hacer  una  visita;  de  esta  con- 
templación me  sacó  mi  compañero  de  infancia,  el  festivo  Pancho  Rasca- 
rrabia,  que  hace  muchos  años  abandonó  los  patrios  lares. 

v— Amigo  mió!  un  abrazo,  un  estrecho  abrazo,  amable  y  querido  ami- 


go;  me  acaban  de  decir  que  has  llegado,   y  en  el  acto  he  venido  á 
saludarte. 

Yo  estaba  eorprendido  por  una  visita  tan  inesperada,  y  entre  las 
suaves  presiones  de  mi  caro  amigo,  no  podía  del  sofoco  articular  una 
palabra. 

— Hombre,  por  las  once  mil  vírgenes,  basta  de  tanta  amabilidad,  que 
vas  á  ocasionarme  una  apostema. 

r—  Cuánto  has  engordado;  ¡quién  te  conoció  tan  raquítico  y  endeble,  y 
hoy  tan  lleno  de  vida  y  de  salud!  ¡qué  milagros  hace  la  Constitución! 
Pero  bien,  dime,  ¿qué  hacen  los  amigos  de  las  batuecas?  ¿qué  hace  el 
tuerto  Blas  y  el  cojo  Castañares?  ¿qué, dicen  la3  muchachas  mis  paisa- 
nas? ¿ya  so  usan  por  allá  las  crin^l?wí?;  !-••  j  •    ¿ 

— Si  me  haces  tantas  pregufatas'  á  la*  Ve*z",*  ¿6'  podré  contestar  á  ningu- 
na. Extrañas  en  mí.  un  cambia  twi  repentino,  y.  yo.  desconozco  en  tí  a- 
quella  mesura,  aquel  eíxí^íoaieiiti)  quq^tíerá^  peculiares  en  otros  días; 
te  has  vuelto  el  hombre  mas  locuaz  qué  íie  conocido.  * 

— Ya,  ya,  ya  veras  lo  que  es  México;  al  fin  tendrás  que  amoldarte  á 
sus  costumbres,  y  que  abandonar  también  esa  educación  de  provincia 
aquí  tan  criticada.  Voy  á  darte  unos  eonsejos,  porque  al  fin  yo  conoz- 
co ya  este  teatro.  No  salgas  jamás  de  tu  cuarto  sin  hacerte  la  toillette, 
ni  te  pongas  el  nudo  de  la  corbata  á  la  negligé\  tal  abandono  sería  un 
crimen  de  lesa  civilización  que  jamás  te  lo  perdonaría  la  buena  socie- 
dad. Nunca  mires  á  persona  alguna  con  fijeza,  porque  le  infundirás 
desconfianza. 

r— ¿Es  un  crimen  en  México  ver  á  las  personas? 

— Líbrate  de  leer  los  letreros,  y  do  contemplar  los  carteles  de  las  di- 
versiones públicas. 

/—¿En  México  no  se  deben  leer  los  letreros? 

— Cuando  pases  por  la  calle  de  Plateros,  no  te  detengas  en  los  apa- 
radores para  ver  los  perfumes  de  Montauriol. 
— ^¿Sí?  esas  cosas  no  son  para  vistas. 

— NSobre  todo,  guárdate  muy  bien  de  pedir  mole  de  huajolofce  en  una 
fonda  francesa,  ensalada  en  el  almuerzo  y  rabanitos  con  mantequilla  á 
la  hora  de  la  comida;  si  tal  desacato  cometieras,  verías  reírse  en  tus 
barbas  á  los  mozos  y  presentes:  esto  sería  un  sambenito  que  traerías 
colgando  por  todas  partes;  y  en  el  teatro,  en  el  portal,  en  Uta  cadenas 
se  te  señalaría  diciendo:  uaquel,  aquel  ha  pedido  en  la  comida  rabani 
tos  con  mantequilla.!. 

— Mucho  agradezco  tus  consejos,  y  cuento  con  tu  protección  para 
que  me  introduzcas  en  la  sociedad.  Cuando  llegabas,  me  ocupaba  en 
buscar  en  ese  plano  la  calle  del  Terror,  donde  tengo  que  hacer  una  vi- 
sita; te  suplico  me  guies  á  la  casa. 

— En  el  acto^— dijo  mi  amigo  levantándose  de  su  asiento.  Nos  lan- 
zamos á  la  calle,  y  pronto  estábamos  en  la  casa  que  yo  buscaba.  Mi 
amigo  se  despidió  de  mí  con  un  estrecho  abrazo. 

Me  anunciaron  por  medio  de  una  campanilla  desde  el  momento  en 
que  pisé  el  dintel  de  la  puerta;  al  fin  de  la  escalera  me  aguardaba  una 


criadita  de  no  malos  bigotes,  que  vestía  un  trage  de  indianilla,  y  traía 
cruzada  una  pañoleta,  cubriéndole  pecho,  cuello  y  espalda;  sobre  esta 
se  le  miraba  una  trenza  grande  y  lustrosa  como  la  esperanza  de  un 
proscrito.  Di  mi  nombre,  y  fui  conducido  á  la  antesala;  sin  hacerme 
mucho  aguardar,  se  presentó  la  Srita.  Iris,  á  quién  yo  tenía  de  ver,  y 
dio  principio  nuestra  conversación,  después  de  mostrarnos  recíproca- 
mente los  títulos  que  habían  de  formar  los  eslabones  de  una  cadena  a- 
mistosa.  Pretendí  eliminar  de  mi  conversación  cierto  aire  de  provin- 
cialismo que  me  es  peculiar;  mas  temí  caer  por  falta  de  naturalidad  en 
la  peor  de  las  nulidades,  en  la  afectación. 

Iris  es  una  señorita  de  estatura  regular,  y  de  movimientos  gallardos 
y  elegantes;  es  blanco  el  color  de  su  tez,  castaño  el  de  su  pelo,  y  claro 
el  de  sus  ojos  grandes  y  espresivos;  es  ovalada  su  cara,  y  en  su  frente 
grande  y  tersa,  brilla  un  destello  de  inteligencia;  un  frenólogo  descu- 
briría en  ella  que  la  domina  una  sensibilidad  esquisita,  no  obstante  su 
carácter  festivo.  Vestía  un  trage  negro  de  seda,  que  le  cubría  hasta  el 
cuello,  no  dejando  visible  más  que  la  parte  superior  de  su  alba  gar- 
ganta; estaba  peinada  á  la  María  Estuardo^  y  sólo  ostentaba  como  ga- 
la de  su  tocado,  una  modesta  flor  natural,  y  una  castaña  en  forma  de 
mariposa. 

ii. 

Cuan  poética  es  una  joven  vestida  con  sencillez,  sin  mostrar  más  ri- 
quezas que  las  joyas  de  su  talento;  sin  más  aliño  que  los  atractivos  de 
su  hermosura,  de  su  afabilidad  y  de  su  educación.  Iris  es  bondadosa, 
afable  y  espansiva;  para  todos  tiene  una  sonrisa;  para  todos  tiene  abier- 
to su  corazón  sensible  y  generoso.  Como  un  medio  de  amenizar  nues- 
tra conversación,  le  refería  algún  episodio  de  la  lucha  sangrienta  por  la 
j  cual  acaba  de  pasar  el  país,  y  noté  que  sus  ojos  se  humedecían;  invo- 
luntariamente había  puesto  yo  la  mano  en  la  llaga,  y  movido  los  afec- 
i  tos  más  tiernos  y  delicados  en  el  corazón  de  aquella  criatura. 

— ¿Vd.  ha  prestado  algunos  servicios  á  la  revolución? — me  preguntó 
con  cierto  interés. 

— ¡Señorita! ...  .no  hablemos  de  eso. 

r- ¿Estubo  vd.  en  la  acción  de  Salamanca?  refiérame  vd.  alguno  de 
los  incidentes  más  notables  de  ese  combate;  no  puede  vd.  imaginarse 
cuánto  cuánto  me  afecta  ese  recuerdo. 

Y  al  pronunciar  estas  palabras^  se  desprendió  una  lágrima  de  sus  o- 
job  que  recogió  en  su  pañuelo. 

— Si  le  es  á  vd.  doloroso  ese  episodio  de  la  revolución  ¿para  qué  re- 
cordarlo? 

— Siempre  es  grato  oir  hablar  de  las  virtudes  de  los  deudos  que  han 
bajado  al  sepulcro;  del  heroismo  de  los  amigos,  de  las  proezas  de  aque- 
llos objetos  que  se  amaron  con  ternura:  yo  tenía  un  hermano  en  quien 
estaba  concretado  todo  mi  cariño;  abrazó  la  causa  constitucional,  y  ex- 


haló  el  postrer  aliento  de  la  vida  en  la  acción  de  Salamanca. . . .  Ese 
hermano  que  yo  adoraba  con  afecto  tan  profundo,  ahí  está .... 

Volví  la  vista,  y  vi  el  retrato  de  uno  de  los  defensores  más  entusias- 
tas de  la  causa  de  la  libertad;  ese  retrato  era  del  coronel  Calderón.  Le 
comtemplé  un  momento  con  el  respeto  que  inspira  la  memoria  siem- 
pre cara  de  un  grande  hombre;  con  esa  veneración  que  infunde  un  sol- 
dado que  consagró  á  su  causa  hasta  el  último  latido  de  su  corazón,  de 
un  soldado  que  jamás  manchó  los  timbres  de  su  carrera  una  deslealtad, 
ni  una  acción  pusilánime.  A  su  lado  estaba  también  retratado  el  ge- 
neral Nuñez,  otro  jefe  que  sosteniendo  hasta  el  heroísmo  su  fé  repu- 
blicana, murió  al  pié  de  las  trincheras  formidables  de  la  plaza  de  Gua- 
dalajara..  Dos  amigos,  dos  hermanos  qne  se  abrazaron  en  el  mundo 
para  seguir  una  misma  senda,  para  defender  la  causa  de  la  humanidad 
á  la  sombra  de  una  misma  bandera,  murieron  circundados  de  gloria,  u- 
nidospor  la  cadena  de  la  inmortalidad.  Al  contemplar  aquel  retrato; 
al  verlos  formar  un  solo  grupo  como  si  hubieran  tenido  el  presenti- 
miento de  su  trágico  fin,  no  pude  menos  que  conmoverme;  mas  disimulé 
mi  emoción  por  no  causarla  aun  más  dolorosa  en  el  alma  sensible  de  la 
impresionable  Iris;  porque  no  podrá  cicatrizarse  jamás  una  herida  que 
la  guerra  civil  abrió  en  su  pecho;  yo  daría  mi  vida  en  cambio  de  ani- 
mar aquellos  retratos;  por  volver  un  hermano  á  Iris;  por  volver  sobre 
todo  á  mi  patria  á  dos  de  6us  campeones  más  esforzados,  cuyas  poten- 
tes lanzas  conquistarían  lauros  inmarcesibles  ante  el  enemigo  estran- 
gero. . .  .Algún  día  nuestra  patria  levantará  un  monumento  para  per- 
petuar la  memoria  de  esos  mártires  esclarecidos.  Eutretanto  una  cruz 
rústica  está  clavada  á  inmediaciones  de  Salamanca,  en  el  sitio  donde 
quedó  exánime  el  cuerpo  de  la  primera  víctima  de  esa  revolución  de- 
sastrosa, que  se  inauguró  en  aquel  campo,  y  terminó  en  las  lomas  de 
Calpulalpam. 

Después  de  permanecer  un  momento  en  silencio  profundo,  lo  inte- 
rrumpí diciendo  á  Iris: 

— ¿Tendrá  vd.  la  bondad  de  tocar  alguna  cosa  en  el  piano? 

— Sí,  me  contestó;  soy  muy  torpe,  pero  mostraré  á  vd.  mis  habili- 
dades. 

Se  colocó  al  piano,  y  sus  dedos  reprodujeron  una  aria  de  Atila,  y  la 
cavatina  de  Hernani  \ 

— Es  lo  mejor  que  puedo  ejecutar,  me  díjauen  tono  festivo,  recupe- 
rando su  buen  humor.  \^ 

/—Perfectamente,  señorita;  si  Verdi  estuviera  en\£ste  momento  aquí, 
quedaría  muy  complacido  de  que  vd.  reprodujera  susS^otables  produc- 
ciones. \ 

La  criada  se  presentó,  y  dijo  á  Iris  desde  la  puerta  de  lósala: 

— Niña?  dizpenziuzté. 

— Acércate;  ¿qué  se  ofrece? 

— Zabuzté  lo  que  ha  zuzedido,  niña?  ¡ay  Jezúz!  que  el  zeñ)prit*>  no 
quizo  tomar  el  baño  ni  el  chocolate;  niña,  vayaluzté  á  reprender,  que  & 
mí  no  me  haze  cazo. 


o. 

— Será  preciso  imponerle  un  fuerte  castigo;  ha  estado  hoy  insufrible, 
desobediente,  caprichoso:  ha  cometido  una  falta  de  urbanidad  con  una 
visita;  te  mando  que  lo  encierres  aunque  llore. 

Yo  me  atreví  á  implorar  clemencia  para  el  niño  travieso,  y  la  gracio- 
sa Iris  dio  orden  para  que  no  le  permitieran  la  entrada  en  la  sala  mien- 
tras yo  estuviera  en  ella,  pues  no  sería  difícil  se  le  antojara  hacer  una 
descortesía. 

/— Pobrecito!  esclamé,  volviendo  k  interceder;  sea  vd.  más  clemente! 

— Si  no  lo  conoce  vd.;  es  insufrible. 

— ¡Ay  Jeziz!  niña;  que  láztima  me  dio  verlo  llorar  porquiuzté  le  zu- 
miniztró  un  manazo;  jregañeluzté  nomáz,  niña! 

— Sí,  dije  yo;  hágame  vd.  favor  de  eharle  solo  una  amable  regañadita. 

,— El  señor  intercede  indulto  para  el  reo,  y  se  le  otorgará;  pero  no 
consientas  que  venga  por  aquí. 

Yo  di  á  Iris  las  gracias  por  su  complacencia. 

Al  despedirme,  notó  que  el  señorito  andaba  frenético  haciendo  feste- 
jos k  mis  pantorrillas,  pues  se  había  burlado  de  las  órdenes  de  Iris;  se 
abalanzaba  á  mí,  enseñándome  sus  filosos,  punzantes  y  diminutos  dien- 
tes, y  entonces  comprendí  que  el  mentado  señorito  era  un  faldero  con- 
sentido de  la  casa.  Iris  estaba  disgustada  y  dispuesta  á  castigarlo  con 
todo  rigor,  no  solo  por  sus  desmanes,  sino  más  que  todo,  por  su  ingrati- 
tud, pues  había  tenido  la  osadía  de  enseñar  los  dientillos  á  su  benefac- 
tor al  que  lo  librara  de  un  tremendo  castigo. 

Dejé  aquella  casa,  satisfecho  de  haber  forjado  relaciones  amistosas 
con  tan  amable  y  simpática  joven;  me  propuse  cultivarlas,  comenzando 
por  conquistar  el  querer  de  tan  adusto  señorito. 

III- 

Noviembre  1  f  — %La  plaza  principal  presentaba  un  espectáculo  bellí- 
simo; se  celebraba  en  ese  día  la  tiesta  de  Todos  Santos. 

En  el  zócalo  se  ha  improvisado  un  salón  donde  campea  el  buen  gus- 
to; donde  se  han  colocado  los  adornos  de  una  manera  fantástica  y  ca- 
prichosa; multitud  de  faroles  chinescos  lo  iluminan,  y  las  macetas  os- 
tentan gran  variedad  de  esquisitas  flores.  Como  por  encanto  nos  ve- 
mos trasportados  á  un  jardín  en  donde  se  reúnen  las  bellas  hijas  de  A- 
náhuac  para  lucir  sus  atractivos;  siempre  risueñas,  siempre  gentiles,  y 
como  fugaces  mariposas,  van  de  un  lugar  k  otro  en  busca  de  ilusiones. 

Por  todas  partes  se  miran  dulcerías,  puestos  de  fruta,  y  grandes  sa- 
lones; allí,  en  algunos  de  ellos,  se  representan  en  miniatura,  y  por  me- 
dio de  autómatas,  las  partes  principales  de  algunas  óperas.  Tomé  un 
boleto,  y  me  introduje  en  el  salón. 

Momentos  después  so  cantaron  una  parte  de  Barbero  y  el  miserere 
del  Trovador,  cuyas  piezas  entre  sí  forman  un  contraste;  la  una  por  su 
música  festiva;  la  otra  por  su  romanticismo. 

Un  joven  que  representaba  22  años  de  edad  vino  á  colocarse  á  mi 
lado;  nos  dirigimos  algunas  palabras,  y  más  tarde  nuestra  conversación 


6. 

tenía  un  aire  de  confianza,  de  estrecha  familiaridad;  esto  era  un  prelu- 
dio de  que  podría  unirnos  alguna  vez  un  lazo  de  simpatía:  sus  palabras, 
el  acento  de  su  voz  y  aun  «us  miradas,  revelaban  desde  luego  que  no 
había  doblez  en  ellas;  es  demasiado  joven,  y  esto  garantiza  su  since- 
ridad. 

Al  despedirse  me  dijo  su  nombre,  la  calle  en  que  vivía,  y  me  ofreció 
su  casa,  agregando  que  yo  sería  bien  recibido  en  ella,  aun  sin  necesidad 
de  presentación.  Me  habló  de  sus  hermanas,  las  cuales  le  acompaña- 
ban; volví  la  vista,  y  vi  á  tres  señoritas  de  las  cuales  dos  llevaban  go- 
rros elegantemente  adornados  con  listones  rojos. 

— Esos  listones,  dije  á  mi  amigo,  ¿tienen  alguna  significación,  ó  se 
han  colocado  allí  por  casualidad?  Ya  sabe  vd.  que  en  esta  época  tur- 
bulenta todos  toman  una  parte  activa  en  la  política  y  cada  uno  se 
propone  manifestar  con  señales  ostensibles  sus  afecciones  por  algún 
principio. 

—Esos  colores  simbolizan  los  afectos  del  corazón.  No  olvide  vd.  que 
tendriamas  mucho  gusto  en  recibirle  en  casa— -yAl  decirme  esto,  estre- 
chó mi  mano  con  tierna  cordialidad. 

— Dé  vd.  á  sus  graciosas  hermanitas,  le  dije,  mis  felicitaciones  por 
que  ostentan  con  donaire  colores  emblemáticos. 

Un  momento  después  aquella  familia  desapareció  á  mi  vista,  dejando 
en  mi  alma  una  impresión  agradable.  Por  instinto  conocía  que  un 
gran  fondo  de  bondad  era  su  principal  virtud:  mis  ojos  la  vieron  como 
se  mira  la  exhalación  que  cruza  rápida  por  el  cielo,  y  eso  fué  suficiente 
para  conmoverme;  no  sentía  la  emoción  fugaz  que  se  esperimenta  al 
ver  una  familia  ostentando  las  maneras  decentes  que  son  peculiares  só- 
lo k  la  buena  sociedad;  no  sentía  la  fascinación  que  ejercen  en  nuestros 
sentidos  las  maravillas  del  lujo  y  los  atractivos  de  la  belleza.  ¿Qué 
clase  de  sentimiento  había  en  mi  alma?  ¿Sería  un  destelló  de  simpatía 
tal  vez  recíproca,  que  hizo  brillar  ante  mí  el  color  de  aquellos  listones, 
ó  el  ardiente  mirar  de  algunos  ojos?  ¿Languidecía  mi  corazón  al  esca- 
char los  acentos  tiernísimos  de    Trovador! 

Noviembre  lO.-^Hoy  fui  presentado  por  mi  amigo  ante  su  famila, 
que  vive  en  la  mediocridad. 

La  clase  media  proporciona  en  México  deleites  desconocidos  á  los  ha- 
bitantes de  Provincia,  porque  ignoran  ésto9  los  usos  y  costumbres  de  la 
corte,  y  no  pueden  presentar  más  que  su  educación  más  ó  menos  esme- 
rada, su  buena  fé  y  su  natural  franqueza:  en  esa  clase  donde  hay  in- 
dulgencia y  verdaderas  virtudes  sociales;  donde  hay  instrucción  sin  pe- 
dantería y  talento  sin  ostentación;  donde  hay,  en  fin,  amabilidad  sin  tín- 
jimiento,  es  donde  se  aprecia  á  las  personas  por  sus  cualidades  y  no  por 
sus  riquezas. 

Aquella  familia,  que  pertenece  á  esta  clase,  tiene  por  jefe  á  un  señor 
de  sesenta  años;  una  señora  que  representa  cincuenta  es  la  madre  de 
mi  amigo.  Desde  el  momento  que  allí  me  presenté,  vino  una  señorita 
á  hacerme  los  honores  de  la  casa;  su  nombre  es  María:  buscaba  la  opor- 
tunidad de  conocerá  fondo  su  corazón,  á la  vez  que  ella  hacía  lo  mismo 


7. 

poniendo  como  un  medio  su  amabilidad;  adiviné  desde  luego  que  tenía- 
mos los  dos  idénticos  pensamientos  y  que  caminábamos  al  misflfe  fin. 

Todas  las  mujeres  reciben  del  cielo  un  don  especial  para  hacerse  a- 
mar;  hermosura,  sensibilidad,  talento. . .  .hé  aquí  las  dotes  que  esa  cara 
mitad  del  género  humano  sabe  emplear  para  ser  querida  y  para  tener 
un  lugar  distinguido  en  todas  partes:  y  no  son  estas  cualidades  única- 
mente; no  es  la  hermosura  sólo  la  que  avasalla  los  corazones,  ni  la  que 
busca  en  el  alma  los  afeetos  sublimes  para  fijarlos  eternamente;  no  es 
el  talento  aislado  el  que  tiene  ese  mágico  poderío,  ese  irresistible  mag- 
netismo' que  siembra  simpatías  y  hace  palpitar  el  corazón  á  impulsos 
de  un  sentimiento  muchas  veces  desconocido;  se  necesita  que  esas  cua- 
lidades tengan  por  base  la  bondad.  La  amable  María  tiene  un  ca- 
rácter bellísimo,  y  se  conoce  en  él  un  rasgo  de  benevolencia,  que  le  ayu- 
da á  granjearse  un  aprecio  universal;  por  eso  al  escuchar  sus  palabras, 
como  si  fueran  el  espejo  de  su  alma,  sentí  hacia  ella  un  rasgo  de  frater- 
nal cariño. 

Las  otras  dos  hermanas  llevan  por  nombre,  la  una  Aurora,  la  otra 
Angelina. 

Aurora  es  una  joven  esbelta;  su  color  es  blanco  y  rosa,  semejante  al 
de  la  concha  nácar;  es  su  nariz  de  una  regularidad  perfecta;  sus  ojos  de 
un  café  oscuro  revelan  inteligencia,  y  antes  que  su  boca  ellos  espresan 
sus  pensamientos;  tiene  su  mirada  cierta  espresión  de  benévola  langui- 
dez, de  orgullo  señoril,  que  la  hacen  aparecer  severa  al  mismo  tiempo 
que  amable  y  magestuosa;  cuando  rié  descubre  dos  hileras  de  dientes 
blanquísimos,  y  dá  á  su  fisonomía  un  aire  de  jovialidad  que  encanta;  el 
timbre  de  su  voz  es  sonoro;  su  conversación  interesante  y  llena  de  reti- 
cencias, que  la  hacen  aparecer  reservada  aun  con  sus  amigos  más  ínti- 
mos. Por  un  efecto  de  distracción  permaneció  á  mi  vista  un  momento 
con  el  brazo  en  la  mesa,  y  reclinada  la  cabeza  en  su  mano;  tal  vez  un 
pensamiento  melancólico  cruzaba  por  su  mente;  me  parecía  que  ahogaba 
un  suspiro,  que  contenía  una  queja  nacida  en  el  alma;  ¿acaso  será  des- 
graciada? Si  hubiese  tenido  el  pelo  suelto,  creería  ver  en  ella  la  simi- 
litud más  perfecta  de  las  vírgenes  de  Rafael. 

Angelina  es  una  joven  alta,  graciosa,  gentil;  su  frente  es  grande  y 
recortada  por  una  línea  de  pelo  ligeramente  rizado;  á  sus  ojos  negros  y 
brillantes  les  adorna  una  ceja  arqueada,  perfecta,  y  las  grandes  pesta- 
ñas les  dan  una  leve  sombra  que  hace  se  dilate  su  pupila;  su  nariz  es 
regular,  y  los  labios  frescos  y  purpurinos  como  el  botón  entreabierto  de 
una  camelia;  las  megillas  suaves  y  tersas  ostentan  u'n  color  rosado,  y 
su  cuello  y  brazos  imitan  en  sus  contornos  á  las  estatuas  voluptuosas 
de  Cano  va;  vista  de  perfil,  cuando  lleva  la  cabeza  erguida,  cuando  la 
vuelve  hacia  la  espalda,  es  admirable  su  conjunto,  es  el  tipo  de  las  mu- 
jeres de  la  antigua  grecia.  Cuando  permanece  sentada  su  vestido  cae 
graciosamente  sobre  la  alfombra,  y  al  descuido  se  le  ve  la  punta  de  un 
pié  pequeño  y  delicado. 

r~ ¿Cómo  se  llama  el  marido  de  vd.,  señorita?  pregunté  á  Aurora,  bus- 
cando pretexto  para  entrar  en  conversación  con  ella. 


8. 

— ¿Mi  marido,  señor?. . .  .no  soy  casada,  contestó  dando  á  su  acento 
un  aire  de  circunspección. 

— ¿Y  el  de  vd.?  preguntó  á  la  señorita  Angelina. 

^—Mi  marido  se  llama  Juan;  dijo  con  indiferencia  en  tono  sarcástoco 
y  burlón;  al  mismo  tiempo  una  ligera  sonrisa  apareció  en  sus  labios  y 
en  la  de  las  demás  concurrentes. 

— jJuán!  repetía  en  mi  imaginación,  jJuán!  ¡qué  nombre  tan  prosaico! 

Como  el  corazón  de  la  mujer  es  caprichoso  y  busca  los  contrastes; 
como  he  conocido  bellezas  angelicales  unidas  en  amorosísimo  consorcio 
á  figurines  asmodiacos,  imaginé  el  marido  de  aquella  joven,  un  Juanete 
de  pequeña  estatura,  trigueño,  de  ojos  verdes,  voz  chillona  y  gutural, 
que  con  mano  tosca  y  huesosa,  manchados  los  dedos  con  tinta  de  alguna 
oficina,  tributaba  caricias  anti-poéticas  á  la  más  linda  criatura  del  u  ni 
verso.  Como  mi  imaginación  vagaba  libremente,  pude  figuran»  ie  á  un 
Juan  de  sensible  corazón,  á  un  Juan  de  buen  alma,  que  sentado  á  sus 
pies  con  las  piernas  en  ciuz,  pulsando  una  guitarra  adornada  con  flor 
de  lienzo,  entonaba  esta  canción: 

Cuando  te  conocí,  dueño  adorado, 
Quedó  de  tí  mi  corazón  prendido, 
De  mí  quedó  tu  corazón  prendado; 
Mas  luego  que  me  hiciste  tu  marido, 
Me  vi  por  desgracia  condenado 
A  un  eterno,  perennal  olvido, 
tiA  un  rincón  de  la  memoria  echado,» 
A  vivir  en  los  pliegues  adherido 

De  tu  airosa,  esponjada  crinolina 

¡Apiádate  de  mí,  bella  Angelina! 

IV. 

Nuestra  plática  tenía  aún  la  gravedad  y  la  circunspección  del  cum- 
plimiento; y  mis  adorables  amigas  no  dejaban  conocer  á  fondo  su  ca- 
rácter; eludían  ingeniosamente  mis  preguntas  á  manera  de  los  tiradores 
de  esgrima  que  nunca  presentan  á  su  adversario  el  corazón;  así  es  que 
no  pude  conocer  qué  ciase  de  impresiones  les  causaría  mi  visita,  ni  a- 
divinaba  si  esas  miradas  de  inteligencia  que  se  cambiaban  entre  sí  me  se 
rían  favorables;  al  disimulo  observé  que  la  simpática  Angelina  contenía 
una  amable  sonrisa,  y  en  ella  tal  vez  quería  decirme,  haciendo  una  gra- 
ciosa muequecita:  ntu  importuna  curiosidad  bien  merece  que  te  diga  u- 
na  mentirán 

Consulté  el  relox,  y  eran  las  once  de  la  noche;  nuestra  despedida  fué 
la  de  estampilla;  el  cumplimiento  acostumbrado  de  nesta  es  su  casa,» 
fué  contestado  por  mí  con  aquella  jovialidad  escolástica  que  yo  había 
aprendido,  con  aquellas  palabras  escogidas  que  emplean  los  mexicanos 
ilustrados;  las  mias  aunque  saturadas  de  provincialismos  eran  la  expre- 
sión  del  sentimiento  de  gratitud  que  me  animaba,  y  que  con  bu  trato 


y  amabilidad  me  inspirara  tan  apreciable  familia. 

Esas  demostraciones  de  afecto  hacia  an  individuo  que  se  vé  por  la 
primera  vez,  solo  se  encuentran  en  la  clase  media. 


Diciembre  23. — Estoy  convidado  para  concurrir  k  unas  posadas;  es 
Noche  Buena  y  se  celebra  el  nacimiento  de  Jesucristo,  con  todo  el  júbi- 
lo de  que  es  susceptible  un  corazón  cristiano.  La  plaza  principal  y  las  ca- 
lles todas,  llenas  están  de  la  multitud  entusiasta  que  al  son  de  la  música, 
entona  sus  báquicas  canciones  y  se  entrega  á  toda  dase  de  desórdenes, 
á  la  sombra  de  la  tolerancia;  la  policía  en  esta  noche  es  ciega  y  sorda. 

Sirviendo  de  compañía  k  mis  simpáticas  amiguitas,  me  dirigí  á  las 
pesadas.    Ta  estamos  en  la  casa. 

la  sala  no  está  adornada  para  lo  que  propiamente  se  llama  un  baile; 
es  solo  una  tertulia  casera,  una  fiesta  profano-religiosa,  donde  no  se  os- 
tenta esa  lujosa  perspectiva,  esa  molicie  aristócrata  y  banal,  que  sor- 
prende, admira  y  extasía.  Los  sonoros  arpegios  del  clave  y  de  la  flauta, 
resonaron  en  mi  oido,  á  la  vez  que  mi  alma  esperimentaba  sensaciones 
agradables;  veía  una  docena  de  jóvenes  alegres,  vestidas  con  sencillez, 
postrarse  humildemente  ante  una  Virgen  que  cabalgaba  en  jumento,  y 
entonar  en  su  loor  himnos  y  alabanzas;  yo  permacía  estático  con  vela 
en  mano,  como  tonto  en  víaguras,  pues  éranme  desconocidas  tales  cere- 
monias; no  osaba  hincarme  traneroso  de  hacer  rodilleras  á  mi  pantalón; 
y  al  dirigir  mi  vista  al  espejo  más  cercano,  observé  que  mi  fisonomía 
daba  señales  de  quererse  conmover  k  impulsos  de  un  fervor  religoso; 
hice  un  esfuerzo  por  reírme,  pues  todos  allí  estaban  alegres;  la  Virgen 
y  el  recien  nacido,  los  dueños  de  la  casa,  las  muchachas  y  señoras  de 
respeto,  los  músicos  y  danzantes,  los  criados  y  los  niños;  todos,  todos 
mostraban  su  alegría  en  noche  tan  venturosa.  Los  peregrinos,  los  re- 
yes magos  que  se  veían  en  el  portal  de  Belén,  las  figuras  todas  que  se 
ostentaban  en  el  nacimiento,  parecían  estar  contentas  por  tan  fausto  a- 
contecimiento;   solo  una  figura  manifestaba  pesar. 

Dio  principio  el  rezo,  y  después  de  cantar  algunas  jaculatorias,  se 
contestaba  en  coro: 

¡Oh  peregrina  agraciada! 
¡Oh  bellísima  Mana! 
Yo  te  ofrezco  el  alma  mía 
Para  que  encuentres  posada. 

Una  Lola  angelical,  cuyos  ojos  podrían  guiar  á  los  reyes  magos  en  su 
peregrinación,  tuvo  la  bondad  de  dirigirme  la  palabra. 

— N¿Por  qué  no  canta  vd.  á  la  Virgen? 

— >¡Ay,  señorital  porque  no  sé;  pero  si  vd.  quiere  enseñarme,  tendré 
por  maestra  á  la  más  interesante  de  las  criaturas. 

— (Cante  vd.!— \  volvió  á  decirme. 

¿Cómo  no  obedecer  &  tan  dulce  mandato?  ¡Cantar  k  la  Virgen!  ¡pues! 


10. 

precisamente  la  inclinación  que  he  tenido  toda  mi  vida.  ¡Cuántas  vír- 
genes no  han  escuchado  mis  cantares!  Al  repetir  el  coro,  hice  oir  mi 
voz,  cuya  melodía  tiene  mucha  semejanza  con  el  cií  cú  de  un  tecolote: 
observé  que  el  maestro  de  la  flauta  volvió  á  mí  su  vista  sorprendido,  y 
ya  no  pudo  continuar  tocando. 

Se  mandó  cerrar  la  puerta,  y  la  concurrencia  quedó  dividida  entre  la 
sala  y  la  recámara;  dos  ligeros  golpes  se  dieron  en  la  vidriera,  y  conti- 
nuó el  canto  religioso:  ¡era  1&  Virgen  que  venía  á  pedir  posada!  Los 
cohetes  hacían  por  los  aires  sus  estragos,  y  uno  de  ellos  se  introdujo  en 
la  sala,  arrojando  chispas  entre  las  devotas,  lo  que  ocasionó  grande  al- 
garabía: una  señora  de  profundas  creencias  religiosas,  y  de  una  piedad 
sin  límites,  se  santiguó,  imaginando  que  el  diablo  en  figura  de  busca- 
piés, andaba  por  ahí,  pues  el  olor  á  azufre  era  muy  perceptible.  Des- 
pués siguió  la  procesión  en  el  interior  de  la  casa;  los  chicos  iban  delan- 
te, luego  las  niñas  y  señoras,  y  a  continuación  las  personas  de  gravedad: 
dos  muchachas,  frescas  y  poéticas  como  la  flor  que  se  abre  á  los  prime- 
ros albores  de  la  mañana,  conducían  á  la  Virgen;  la  estación  era  larga, 
y  había  de  cantarse  toda  la  letanía;  ofrecí  reemplazar  á  una  de  las  se- 
ñoritas, y  llevé  mis  calabazas,  pues  se  me  dijo  que  los  hombres  no  car- 
gaban á  la  Virgen.  Por  la  primera  vez  renegué  de  mi  sexo;  no  valieron 
súplicas,  mandatos  ni  amenazas;  las  señoras  se  muestran  intransigentes 
cuando  defienden  sus  fueros;  desde  ese  momento  me  pareció  que  todos 
los  hombres  llevamos  escrito  en  la  frente  un  signo  de  reprobación,  un 
anatema  terrible  y  femenil  que  nos  privante  solo  de  cargar  jamás  á  la 
Virgen,  pero  aun  siquiera  al  burrito. 

Dio  fin  el  acto  religioso  y  principió  el  profano,  las  posadas  son  un 
pretexto  para  hacer  una  soirée  durante  los  nueve  días  que  preceden  al 
de  Navidad.  La  música  preludió  una  danza  cubana,  y  como  movidas 
por  un  resorte,  se  pusieron  de  pié  varias  parejas. 

Es  un  cuadro  indescriptible  el  que  presenta  una  sala  de  baile  cuando 
todos  se  agitan  al  compás  de  esa  danza;  es  la  esencia  de  la  sensualidad; 
es  lo  sublime  del  placer;  es,  en  fin,  un  destello  de  la  felicidad  eterna. 

jAy!  quién  tuviera  la  ligereza  de  Terpsícore  para  lanzarse  al  viento 
haciendo  piruetas,  emprender  marchas,  dar  vueltas  y  revueltas,  y  a- 
compañadas  de  las  armonías  del  bandolón  escuchar  palabras  confusas 
entre  las  semi-fusas,  oir  un  suspiro  sofocado,  el  latir  de  un  corazón  sen- 
sible. . .  .¡¡oh!! 

Mi  vista  contemplaba  aquel  cuadro  con  arrobamiento,con  ese  deleite 
que  inspira  un  espectáculo  que  se  viera  por  la  primera  vez;  admiraba  la 
gentileza  de  tantas  jóvenes  que  se  entregaban  al  placer  sin  acordarse 
del  pasado;  que  gozan  de  las  delicias  del  presente  y  solo  consagraban  un 
suspiro  al  porvenir;  á  ese  porvenir  que  á  su  imaginación   se   presenta 

lleno  de  ilusiones ¡Cuántas  en  aquel  momento  verían  radiar  sus 

esperanzas,  y  cuántas  también  las  verían  ofuscarse,  como  se  ofuscan  las 
estrellas  entre  nubes  y  celajes! 

En  competencia  á  tantas  jóvenes,  y  superando  á  las  demás  en  gra- 
cia y  hermosura,  aparecían  mis  amigas  y  compañeras.  Si  las  vierais 
como  elevándose  alas  regiones  de  lo  ideal  parecían  seres  divinizados  por 


11. 

el  paganismo;  si  las  vierais  apoyarse  muellemente  en  el  hombro  de  su 
compañero  y  seguir  el  compás  de  la  música  en  suavísimo  vaivén;  si  las 
vierais  sonreír  cuando  sus  caritas  de  arcángel  tomaban  por  la  agitación 
un  tinte  de  carmín;  si  las  vierais  aéreas,  fantásticas,  alígeras,  cuando 
sus  pies  apenas  tocaban  el  pavimento,  cuando  su  imagen  se  proyecta- 
ba en  los  espejos  y  desaparecía  como  por  encanto;  si  las   vierais 

¡oh!  es  mejor  que  no  las  veáis,  si  no  queréis  sentir  destrozado  el  cora- 
zón; huid,  huid  de  ese  piélago  insondable  donde  muchas  veces  zozobra 
la  nave  de  la  esperanza,  donde  el  alma  se  embriaga  y  enloquece  al  es- 
cuchar el  canto  divino  de  esas  sirenas  peligrosas 

¡Cuántas  impresiones  deja  en  el  alma  una  danza  cubana! 

Después  que  se  bailaron  distintas  piezas,  la  voz  elocuente  del  basto- 
nero pronunció  de  una  manera  perceptible  esta  palabra:  t.¡A  cenar!» 

La  concurrencia  se  colocó  al  rededor  de  una  gran  mesa,  y  con  apetito 
bien  demostrado,  saboreaba  la  sabrosísima  ensalada  de  noche-buena,  los 
pescados  de  distintas  clases  y  otra  multitud  de  platillos  á  la  francesa  no 
faltando  el  revoltijo.  Se  hicieron  á  Baco  sus  sacrificios  en  conmemo- 
ración del  nacimiento  de  Cristo,  y  algunos  de  los  concurrentes  pulsa- 
ron su  laúd  con  dulzura  y  entusiasmo.  El  vino  había  producido  su  e- 
fecto,  y  yo  mo  encontraba  más  animado  y  jovial  que  de  ordinario.  Ca- 
da uno  á  su  vez  tomó  la  palabra,  y  yo  la  dirigí  á  la  dueña  de  la  casa, 
que  es  una  señora  muy  amable  y  bondadosa,  diciendo  el  siguiente: 

¡Oh  Laura!  Si  no  el  placer 
En  noche  de  Navidad, 
Me  obligaría  la  amistad 
Por  tu  salud  á  beber. 

Quiero,  y  con  solo  querer, 
Brindo  alegre  y  oficioso 
Porque  en  Edén  venturoso 
Horas  pases  placenteras, 
Con  tus  amigas  sinceras, 
Con  tus  primas  y  tu  esposo. 

/—Muchas  gracias,  señor;  me  dijo  la  simpática  Laura:— \por  esa  fineza 
ofrezco  k  vd.  una  copita,  que  tomará  vd.  por. . .  .¿por  quién?  por  la  se- 
ñorita que  tuvo  la  bondad  de  presentar  á  vi  en  esta  casa* 

— ^Con  gusto  la  tomaré,  pero .... 

— Esa  señorita  es  muy  digna  de  que  vd.  la  obsequie. 

— ¡Oh!  tanto,  que  merece  tome  yo  en  su  nombre,  no  una  copa,  sino 
una  botella,  un  barril,  un  tonel,  un. . . .  mas  ¡por  el  Niño-Dios!  cuando 
rebosa  la  medida,  soy  procaz,  atrevido,  insufrible,  pendenciero 

— ^Primero  esta  copa  de  champagne. 

/—¡Dios  mío! Señorita,  mi  cabeza  se  pierde,  mis  ojos  se  han  pues- 
to bizcos,  mis  labios  balbucean  palabras. ... 

— Lo  disimula  vd.  mucho. 

— Si  ya  estoy  mirando  dos  Lolas. 


12. 

—Justamente  mira  vd.  las  dos  Lolas  que  hay  en  la  mesa;  pero  si  no 
les  ha  quitado  vd.  la  vista  en  toda  la  noche. 

,— ¡Qué  indiscreción!  T  lo  dice  vd.  tan  formal,  que  las  señoras 
creerán. . . . 

— >JEsta  copa  la  toma  vd.  porque  las  Lolas  lo  miren*  ¿la  toma  us- 
ted? 

r- Sí,  amabilísima  Laura;  tomo  veneno  si  vd.  me  lo  manda. 

Antes  de  apechugar  aquella  copa,  dije  en  tono  festivo: 

Si  yo  de  mi  humor  prescindo, 
Aunque  haga  una  carambola 
Y  el  diablo  meta  la  cola, 
Bebo,  como,  canto  y  brindo 
Por  una  y  por  otra  Lola 

Las  incomparables  Lolas  me  dieron  las  gracias  con  una  mirada  ex- 
presiva. 

— Ahora  la  copa  de  cognac. 

— ¿Más  todavía?  He  tomado  rhom,  cerveza,  champagne,  Burdeos, 
cognac,  marraschino. . . . 

— Un  garbanzo  más  no  revienta  una  olla. ¡Si  está  vd.  tan  alegre! 

¿No  la  toma  vd? 

— Sí,  tomaré  una,  diez,  mil,  las  que  vd.  quiera,  pero  no  soy  responsa- 
ble de  las  consecuencias: — y  elevé  la  copa  solicitando  la  pública  aten- 
ción. La  concurrencia  guardó  silencio,  y  yo  dije  con  palabras  entre- 
cortadas: 

Porque  mi  afecto  se  afana, 
Porque  mi  gusto  se  afína, 
Porque  me  gusta  Angelina 
Hoy  brinda  mi  musa  ufana. 

Porque  esa  bella  tirana, 
Me  esclaviza  de  tal  modo 
Aun  encontrándome  beodo, 
Que  yo  daría  sin  enojos 
En  transacción  por  sus  ojos, 
Mi  gloría,  mi  dicha  y. . .  .¡todo! 

— iBravo!  ¡bravísimo!  esclamaron  algunos  de  los  presentes,  acompa- 
ñando con  aplausos  sus  palabras  y  cerrándose  recíprocamente  un  ojo. 

La  cosa  se  puso  color  de  hormiga:  uño  de  los  concurrentes  se  acercó 
y  me  dijo:  unos  veremos;  conmigo  ha  de  hacer  vd.  la  carambola. »  Yo 
estaba  aturdido  con  ese  tiro  á  quemaropa,  con  un  jaque  tan  inesperado, 
y  no  sabía  que  contestar:  me  pareció  que  aquellas  palabras  eran  el  nun- 
cio seguro  de  mi  muerte:  ¡un  desalió,  santo  cielo!  ¡ay!  y  mi  antagonista 
tenía  la  espada  al  cinto  y  los  mostachos  más  torcidos  que  la  intención 
de  los  redactores  y  dibujantes  de  La  Orquesta. . .  .Mi  tranquilidad  se 
alarmó  en  alto  grado. . . . 


I 


13. 

i  ■■ ■ i    i   ■   i    i        i.  *  i  ■  : 

Puso  fin  á  la  tertulia  el  primer  rayo  de  Febo  que  penetró  al  través 
de  los  vidrios  del  balcón.  En  aquella  hora  se  retiraron  los  concurren- 
tes contentos  de  solemnizar  dignamente,  y  con  todo  el  fervor  de  un  cris- 
tiano rígido  y  observante,  la  venida  al  mundo  del  Mesías  verdadero. 


VL 

Enero  de  1884, 

Quien  no  haya  abandonado  á  México  de  orden  suprema;  quien  no 
haya  salido  poi  una  garita  como  el  perro  que  se  engulló  el  jabón;  quien 
no  haya  emprendido  el  camino  á  pié,  ó  en  mal  rocín,  cuando  vienen  tras 
de  sí  los  aguijones  de  la  policía,  no  sabe  lo  que  es  la  flor  de  la  canela, 
Quien  vuelva  á  la  capital  con  la  vista  fija  en  una  curul,  y  que  mira  los 
futuros  goces,  como  figuras  caleidoscópicas,  ó  como  visiones  de  una  lin- 
terna mágica,  es  lo  que  hay  que  ver  de  afortunado  y  de  seductor,  reci- 
bir, ¡ay!  recibir  doscientos  cincuenta  cada  mes,  es  pasar  por  los  bálagos 
más  nefarios  de  una  fortuna  suegra;  es  pasar  por  las  horcas  caudinas  de 
una  deidad  tiránica;  toser  fuerte  en  los  nóteles,  disputar  el  pago  de  las 
copas  y  los  sandvrichs,  y  frecuentar  las  fondas  y  los  restaurante,  donde 
se  come  bien  y  se  paga  mejor,  es  una  felicidad  que  solo  para  contada, 
más  cuando  los  tesoros  de  la  madre  patria  son  quienes  han  de  pagar  el 
pato.  ¡Qué  mal  gusto  tiene  aquel  á  quién  no  le  agrada  ser  diputado  ó 
senador!  Paga  exacta  v  adelantada  para  los  Benjamín  de  la  adminis- 
tración, y  que  son  los  mas:  un  teatro  de  extensos  horizontes  para  el  que 
tiene  musa  juguetona  y  talento  despejado,  audacia  sin  límites,  é  ins- 
trucción aunque  sea  mediana;  ser  diputado,  es  lo  que  podría  decirse  en 
Inglaterra,  meterse  en  la  cámara  de  los  comunes;  ser  senador,  es  intro- 
ducirse en  la  cámara  de  los  lores.  (Cómo  me  causa  envidia  una  vida 
tan  regalona!  Perú  viene  á  consolarme  la  más  calva  filosofía,  y  excla- 
mo con  todas  veras  del  corazón: — a  Al  que  Dios  se  la  dio,  San  Pedro  se 
la  bendiga, ii  sin  dejar  de  lanzar  al  aire  un  suspiro  más  hondo  que  el  de 
un  novio  calabaceado.,~-Pero  el  que  viene  á  México  como  si  fuera  uno 
de  aquelJos  espíritu-murciélagos  que  aleteaban  ante  el  cuerpo  aletarga- 
do de  Macbeth,  es  á  cada  paso  un  mártir  del  deseo.  Pasar  delante  de 
la  Concordia;  ¡oh!  contemplar  el  espectáculo  más  discorde  al  través  de 
los  cristales  de  la  Bohemia,  como  diría  Nacho  Altamirano,  en  que  un 
pollo  á  la  derniere  se  engulle  á  otro  pollo  condimentado  á  la  Marengo; 
en  que  alguno  trincha  unos  como  corazones,  traspasados  por  una  como 
flecha,  imagen  exacta  de  las  campañas  de  Cupido;  y  más  allá,  los  maca- 
rrones á  la  italiana,  formando  dulce  consorcio  con  los  chorizos  de  Ex- 
tremadura y  las  morcillas  ala  Capoul.  ¡Oh  espectáculo  grandioso  pa- 
ra los  que  no  han  comidoí— sexclamaríaD.  Geofas  el  gasirótumw  sin  di- 
nero, preciosa  creación  de  Ventura  de  la  Vjega. 

Escucho  el  retintín  de  las  copas,  el  sonoro  rechinar  de  los  cubiertos, 
la  réplica  constante  del  que  está  entre  corrido  y  escaso,  ó  como  dicen  o- 
tros,  entre  gallos  y  media  noche   ¡Ah  caribes!  ¡buen  provecho!  engullan 


Í97C/0S 


14. 

a  dos  carrillos  mis  amables  y  buenos  ex -compañeros;  coman  y  beban 
aquellos  que  tienen  qué,  los  que  tienen  buen  apetito  y  buena  diges- 
tión, que  así  haré  yo  cuando  las  suyas  vea:  no  creáis  vosotros  que  al 
pararme  ante  esos  cristales  me  ánima  la  envidia,  ni  que  vengo  á  Méxi- 
co por  hambre,  no. . .  .de  mi  casa  la  traigo 

Oh  Dios!  ¿por  qué  la  vara  mágica  de  tus  liberalidades  alcanza  á  u- 
nos  de  tus  hijos,  y  á  otros  solo  la  pajuela  del  largo  chicote  de  tu  justi- 
cia? ¿por  qué  has  dado  á  unos  barriga  para  enjaular  pavos  y  perdices, 
sin  sufrir  una  indigestión  ni  congestión,  y  á  otros  les  has  suprimido  el 
abdomen  bajo  los  rigores  de  una  indisposición  sempiterna?  ¿por  qué  no 
desvías  nuastros  pasos  como  desviastes  nuestros  pesos,  siquiera  para  no 
rezar  á  todas  horas  el  padre  nuestro,  y  exclamar  fervorosos  el  uno  me 
dejes  caerw  delante  de  ese  templo  culinario,  delante  de  ese  Omarini,  que  es 
el  Orobeso  de  esos  druidas;  dame  tu  fortaleza  del  Getsemaní  para  resis- 
tir de  mis  tripas  las  revueltas  intestinas. 

Pero  habitar  por  economía  un  cuarto- wagón  de  á  cincuenta  centavos, 
un  chiribitil  que  usurpa  el  legendario  nombre  de  cómoda  posada,  de  u- 
na  ergástula  de  claraboya  donde  no  hay  espejos  ni  colgaduras,  ni  eléc- 
trica campana,  ni  escupideras,  ni  sofá,  ni  mecedoras  butacas;  sino  para 
torturar  á  un  convaleciente  existe  solo  un  jergón  más  delgado  que  mi 
esperanza,  con  bastas  de  pedernal  como  chimborazos,  un  catre  cojo 
que  ostenta  con  donaire  lo  figura  del  Escorial  é  imprime  en  mis  costi- 
llas la  imagen  del  martirio  de  San  Lorenzo;  y  á  mayor  abundamiento 
hay  junto  á  mi  cabecera  una  botella,  un  vasito  en  abreviatura,  una  va- 
sija diminuta  que  no  es  para  describirse,  pero  sí  para  aventarse  de  solo 
un  suspiro.  Tras  de  todo  esto,  almorzar  de  á  cuatro  reales,  y  fumar  los 
cigarros  de  la  nBola  sin  rival. ..  Dios  Nuestro  Señor  me  reciba  estos  sa- 
crificios en  expiación  de  mis  negros  pecados!  •  Pero  eso  sí,  ya  estoy  en 
la  corte,  ya  estamos  en  Madrid  y  en  nuestro  barrio,  como  diría  Bretón. 
Estoy  aquí  instalado  en  un ... .  ¡qué  cuarto,  señor,  qué  cuarto!  con  más 
propiedad  se  le  debía  de  llamar  un  sexto.  Más  claro  le  dan  á  un  muer- 
to en  el  Campo  Florido.  Pero  qué  vamos  á  hacer  cuando  todo  se  en- 
carece en  México,  y  cuando  mi  palo  no  está  para  cucharas. 

Después  de  bañado  y  hecha  la  toilette,  como  hoy  ae  dice  entre  la 
gente  fina,  caprichosa  hasta  nomás  por  introducir  galicismos  innecesa- 
rios, me  lanzo  á  la  calle.  ¡Qué  impresiones  me  causa  México  después 
de  seis  años  de  ausencia!  mis  recuerdos  se  agolpan  &  la  mente,  no  ya  de 
cuando  era  colegial,  sino  de  otra  época  no  muy  distante  en  que  nos  he- 
ría un  sol  de  cara. 

Teo  á  mis  ainigos,  y  trabajo  me  cuesta  reconocerlos,  porque  graves 
y  magestuosos  me  codean  y  no  nos  saludamos.  ¡Si  será!  ¡si  no  será!  ex- 
clamo en  mi  vacilación,  sosteniendo  una  lucha  formidable  entre  la  du- 
da y  mis  afectos;  no  pudiendo  contener  los  latidos  del  corazón  y  un  re- 
gocijo que  estalla,  me  arrojo  en  los  brazos  de  Pedro  Baranda,  ó,  por  ser 
más  urbano  con  quién  siempre  ha  escupido  en  rueda,  del  señor  general 
D.  Pedro  Baranda,  y  exclamo:  umi  buen  Perico,  mi  predilecto  amigo,  mi 
estimado  compañero,'  venga  un  abrazo,  y  otro,  y  otro,  aunque  lo  revien- 
te á  vcLu  asemejándose  esta  escena  á  una  de  las  de  ««La  Gallina  ciega. ■■ 


15. 

^-¿Quién  es  vd.,  señor,  que  tanto  amor  y  confianza  me  manifiesta? 

— ¿Quién?  míreme  vd.  y  reconózcame. 

Pedro  Baranda  me  miraba  asustado,  y  de  hito  en  hito:  rugaba  el  en- 
trecejo, y  en  su  mirar  se  leía  el  asombro  de  que  estaba  poseído. 

¡Ni  por  esas!  exclamaba  más  confuso.  A  pesar  de  su  carácter,  de  su 
bondad,  de  su  franqueza  siempre  propensa  á  la  broma,  no  hallaba  quién 
fuera  el  que  asaltaba  su  regazo;  tal  vez  me  tomó  por  aspirante  á  un 
empleo,  y  que  impetrar  quería  su  recomendación  y  su  valimiento;  tal 
vez  creyó  que  sería  uno  de  tantos  que,  sabedores  de  su  nueva  y  eleva- 
da posición  en  la  zona  militar  de  Tabasco  ó  de  Campeche,  quería,  cuan- 
do menos,  ser  su  ayudante.  Para  sacarle  de  dudas,  le  dije  casi  al  oido 
mi  nombre,  mi  poético  nombre  de  Querubín. 

y— Jesús!  exclamó  mirándome  de  perfil,  ¿y  es  vd.?  hombre,  no  lo  cre- 
yera, ¿dónde  está  aquella  sobresaliente  y  colgante  barriga  á  la  Ortegat, 
y  los  pómulos  inflados  y  la  obesidad  frondosa  y  fabulosa  á  la  Justo 
Sierra? 

— ¡Ay  amigo!  exclamé  casi  contristado ¡se  fueron!  y  yo  vuelvo 

á  la  vida,  después  de  tocar  las  fronteras  de  la  eternidad. 

No  sé  qué  pasó  por  mí  al  estrechar  á  este  buen  amigo,  compañero  de 
mis  lucubraciones  diplomáticas  en  el  Congreso.  Me  despedí  de  él  pa- 
ra dar  asaltos  á  otros  compañeros.  Islas,  jBalandrano,  Pancho  Sosa,  a- 
migos  y  nobles  adversarios  alguna  vez;  á  Prieto,  el  poeta  más  popular; 
á  Chucho  Fuentes  Muñiz,  á  quien  ya  es  preciso  saludar  con  el  sombre- 
ro en  la  mano,  verle  con  respeto  y  no  con  familiar  llaneza;  k  Manuel 
Romero  Rubio,  que  es  ya  un  suegro  ilustre.  Todos,  todos  ocurren  en 
tropel  á  mi  memoria,  aun  aquellos  quo  han  bajado  al  sepulcro;  para  con 
los  muertos  he  evocado  su  memoria;  con  los  vivos  he  tenido  una  reyer- 
ta muy  amistosa;  alguno  al  ver  mi  entusiasmo,  al  sentirse  sofocado  en- 
tre mis  brazos,  me  decía:  n¿como  le  vá  á  vd.  padre?n  tomándome  por  un 

clerizonte  siervo  de  Dios,  ó  por  un  fraile  exclaustrado:  otros fueron 

mis  amigos  cuando  yo  era  diputado;  mas  hoy  no,  porque  el  sol  de  la  po- 
pularidad está  en  su  Ocaso,  y  yo,  imagen  del  esqueleto,  estoy  3in  carnes 
y  sin  plétora,  pero  con  el  humor  de  siempre  y  con  un  amor  á  mis  ami- 
í  gos  elevado  á  la  quinta  potencia. 

Seis  años  de  ausencia;  seis  años  de  estar  en  el  potro  de  los  tormentos 
agobiado  por  el  hambre  y  los  deseos;  viendo  las  lonjas  suculentas  y  no 
deberlas  comer;  ver  por  última  vez  las  riberas  de  la  existencia,  y  zozo- 
brar la  nave  que  me  conducía  á  la  eternidad  para  que  una  oleada  cari- 
tativa me  arrojara  de  nuevo  á  este  valle  de  lágrimas;  ¡ah!  esto  es  tener 
de  nuevo  amor  á  la  vida,  cuando  la  inexorable  pelona  me  hacía  sus  úl- 
timos gestos;  ver  á  nuestros  amigos,  con  quienes  hemos  discutido  ar- 
duas cuestiones,  como  tópicos  omniscios  para  curar  las  llagas  de  la  ma- 
dre patria.  Hay  algo  de  religiosa  y  fraternal  solicitud  en  recordar  las 
I  ideas,  las  palabras,  las  bromas,  los  sarcasmos  de  personas  queridas,  ver- 
tidas en  los  buenos  días  de  la  fortuna,  ó  en  las  horas  de  la  adversidad; 
ni  los  odios  de  partido,  ni  los  celos  literarios,  ni  traidores  halagos  del  in- 
terés, son  capaces  de  engendrar,  en  un  enfermo  que  vuelve  del  otro  mun- 
do, el  resentimiento  ni  te  memoria  de  los  agravios. 


16. 


VIL 

México  se  ha  regenerado.  Por  todos  rumbos  se  escucha  el  rugir  de 
la  locomotora  que  lleva  la  vida  y  la  civilización  &  regiones  distantes: 
cruzan  en  todas  direcciones  los  wagones  y  se  oye  el  gemir  del  cornetín 
que  llama  á  los  pasajeros  á  vaciar  su  bolsillo  en  el  repleto  bolsón  de 
la  empresa  del  tranvía,  como  si  fuera  ese  cornetín  el  cuerno  de  caza  de 
Rui  Gómez  que  llama  al  candoroso  Hernani. 

¿Qué  es  ese  sol  nocturno  que  nos  deslumhra?  ¿la  luna  se  ha  hecho  pe- 
dazos y  ha  esparcido  Dios  aquellos  fragmentos  en  las  calles  de  México, 
como  esos  esferoides  que  brillan  en  el  espacio?  Es  la  luz  eléctrica  que 
pregona  los  adelantos  del  siglo  y  la  cultura  de  mi  patria.  Esos  cal- 
vanos,  cuyo  número  recuerda  el  campo  sangriento  del  Japón,  donde 
fueron  sacrificados  San  Felipe  de  Jesús  y  sus  compañeros  son  los  pos- 
tes y  conductores  del  sonido,  que  llevan  &  largas  distancias,  sobre  las  alas 
del  rayo,  el  timbrey  los  acentos  del  hombre,  y  que  inmortalizan  el  genio  de 
Edisson:  es  el  teléfono  que  se  vé  en  todas  direcciones. 

Es  esta  una  ciudad  encantada  donde  las  maravillas  de  la  arquitectu- 
ra forman  la  estética  belleza  y  anuncian  1&  prosperidad  más  rápida.  El  zó- 
calo de  un  monumento  que  cayó  en  el  olvido,  sirve  hoy  de  base  á  un  kiosko 
soberbio:  lo  rodean  los  eléctricos  faroles,  lo  iluminan  sus  mil  lámparas; 
esparcidos  se  ven  los  bronces  y  los  mármoles  entre  mágicos  jardines; 
más  allá  la  nueva  calle  que  inmortaliza  el  nombre  de  Zaragoza,  y  un 
poco  mis  lejana  la  estatua  de  Colón,  de  esa  víctima  de  la  ingratitud, 
que  ostentaba  como  un  trofeo,  como  un  signo  de  sus  recompensas,  un 
par  de  grillos.  No  al  gobierno  de  México  ni  á  sus  habitantes  debe  el 
ilu3tre  genovés  la  reparación  de  su  memoria;  la  debe  k  uno  de  los  po- 
tentados de  esta  capital  que  la  costeara  "La  gloria  postuma  es  la  me- 
jor," ha  dicho  un  sabio;  yo  no  lo  soy,  pero  creo  que  más  verdadero  es 
el  apotegma  del  que  decía:  "á  muertos  y  á  idos,  no  hay  amigos." 

Hay  algo  de  candor  en  creer  que  las  honras  no  se  deben  tributar  á 
los  vivos  y  sí  á  los  muertos.  Más  cuerdo  fué  el  pueblo  americano  en 
tributar  honores  á  su  compatriota  Morsa  levantándole  una  estatua  que 
él  mismo  había  de  descubrir  el  día  de  su  inauguración.  También  la  filo- 
sofía de  la  vanidad  hace  progresos.  En  cuanto  á  mí,  si  yo  fuera  digno 
de  la  apoteosis,  me  halagaría  más  saber  que  mi  patria  me  tributaba  en 
vida  honores,  y  no  imaginar  que  podría  haber  un  mameluco  sarcástico 
que  me  aplicara  aquello  de  " la  cebada  al  rabo/' 

México  tributa  un  homenaje  de  admiración  al  hombre  que  lo  incrus- 
tara en  la  zona  civilizadora,  como  levantará  algún  día  estatuas  á  Hum- 
bold  y  á  Cuauhtemotzin. 

Falten  ustedes  de  México  por  algún  tiempo;  vuelvan  ustedes  á  él  y 
todo  lo  encuentran  cambiado:  no  con  poco  criterio  dice  un  adagio: 

Quien  de  su  casa  se  aleja 
No  la  halla  como  la  deja. 


17. 

Donde  antee  había  una  Iglesia  hoy  es  templo  consagrado  á  alguna 
diosa  del  paganismo.  Un  pintar  ó  un  estatuario;  una  hetárea  ó  una  mo- 
dista; un  Praxisteles  ó  una  Frinee.  La  tolerancia  de  cultos  ha  hecho 
del  templo  cristiano  una  mezquita  y  del  claustro  un  gineceo;  el  velo 
y  el  sayal  son  sustituidos  hoy  con  el  manto  de  la  cortesana  ¿qué  extra- 
ño es  que  el  sastre  vaforito  haya  dejado  su  localidad  y  hoy  sea  una  dro- 
guería ó  una  cantina  donde  se  toma  un  pisco-la  vis?  ¿qué  extraño  es  que  la 
fonda  del  buen  beefsteak  se  haya  llevado  sus  tradiciones  y  sus  baterías 
hasta  el  quinto  infierno?  El  hambre  no  es  como  el  hombre;  ella  no  ad- 
mite esperas,  rebajas  y  descuentos.  Pero  ahí  veo  un  rótulo  que  dice: 
11  Fonda  Espanola.it — ¡Canario!  allá  me  lanzo,  y  preparo  mis  mandíbu- 
las, capaces  de  morder  hasta  las  botellas,  si  son  de  la  tierra  de  Ma- 
ría Zantízima.— ^Penetro  á  esa  estancia  con  garbo  gaditano  y  pido  pron- 
to las  tajadas.  Suculentas  como  son  esas  viandas,  engullo  uno  tras  o- 
tro  los  platillos,  y  al  sentir  caer  el  peso  á  mi  satisfecho  estómago  recupero 
la  calma,  la  razón,  y  pido  un  poco  de  pulque. 

— \i$o  hay!  me  dice  el  mozo;  porque  ha  de  saber  vd.  que  este  esta- 
blecimiento es  frecuentado  por  personas  muy  decentes. — ¿Quiere  vd. 
cerveza?  ¿Cariñena?  ¿  Rioja?  ¿  Priorato?  escoja  vd.;  pida  vd.,  que  los 
hay  muy  buenos  y  baratos:  porque  todos  somos  españoles;  no  -  más 
yo  soy  indio,  pero  no  salvaje. 

— Bien!  muy  bien!  pero  acérqueme  Vd.  una  salsa  picante  y  exitante 
para  6aborear  este  puchero  y  estos  albondigones. 

-^Nb  es  bodegón  señó;  -exclamó  el  dueño  de  la  fonda;-  aquí  no  se  co- 
noce el  chile  ni  el  clemole,  ni  lo  peneque. 

¡Oooooht  exclamé  meneando  mi  cabeza  en  ademán  de  arrepentimien- 
to, por  mi  indiscreción.  Puea  bien,  muchacho,  traeme  un  plato  de  fri- 
joles. . 

— ¡Sacrilegio!  dijo  el  dueño  de  la  fonda  que  servía  á  sus  parroquia- 
nos. Por  qué  no  le  das  al  señó  un  anteojo  de  larga  vista  para  que  vea 
que  aquí  todo  somo  gachupine?  aquí  no  hay  f rijole,  señó. 

z—Pues  mándeme  vd.  judías  ó  habichuelas.  ¡Qué!  ¿no  hay  polque  en 
Andalucía? 

^-No  señó. 

¿No  hay  chile  tampoco? 

z— fCá!  Si  lo  hay,  é  mejor  que  el  de  aquí. 

,—7  guindillas,  y....  „ 

Mejore  que  lo  de  aquí. 

—  i  guajolotes ........ 

Pavos  sí;  guajolote no  lo  sé,  pero  eté  uté  seguro  que  si  lo  hay, 

son  mejore  que  lo  de  aquí. 

Yo  lancé  admirado  una  jaculatoria  de  bodegón,  y  aplaudí.  Los  es- 
pañoles comensales  reian  á  carcajadas  é  hicieron  retintín  con  los  vasos 
y  cubiertos;  bajo  el  mayor  entusiasmo  exclamé:  ¡españoles!  ¡nobles  ht- 
jos  de  D.  Pelayo  y  de  D.  Fabila!  que  felices  sois  vosotros,  aún  los  que  vi- 
vis  en  México,  con  no  saborear  jamás  ni  conocer  los  frijoles ¡qué 

dirían  las  naciones  extranjeras!  y  luego  el  chile  piquín  que  si  lo  comie- 
ran, se  en  venarían,  y  después-  bailarían  el  zapateado  de  Cádiz. 


18. 

Pues  bien,  le  dije  al  mozo,  puesto  que  esta  fonda  es  muy  española, 
traeme  un  anteojo  de  larga  vista  para  distinguir  la  olla  podrida  y  el 
queso  picón  y. . . . 

La  esposa  del  andaluz  era  una  mejicana  patriota  y  entendida,  y  al 
oir  la  reyerta  tuvo  la  amabilidad  de   ofrecerme  el  manjar  predilecto* 

— nYo  soy  mejicana;  me  asocio  á  sus  deseos  y  lo  complazco. 

— ¡Amabilísima  paisana! — esclamé  rebozando  en  mí  la  alegría,-  al  fin 
encuentro  con  quien  quejarme;  ¡auxilio!  ¡socorro! 

El  andaluz  declaró  que  era  una  profanación  presentar  en  aquella  me- 
sa una  vianda  tan  prosaica;  que  era  un  crimen  de  lesa  civilización,  y 
lanzó  al  aire  un  interjección  sevillana;  pero  su  esposa,  no  obstante  su 
humildad  angélica,  le  hizo  una  muequecilla  graciosa  y  espresiva. 

/—Levantemos  nuestra  bandera  que  jamás  se  humilla,  me  dijo  con 
entusiasmo. 

— NViva  México  y  los  usos  nacionales, — esclamé  cobrando  bríos. 

Los  españoles  también  aplaudieron;  el  andaluz  se  declaró  vencido  an- 
te la  mediación  de  su  consorte,  y  nos  convidó  á  comer  al  día  siguiente 
el  platillo  nacional,  es  decir  ..pavo  en  salsa  roja... 

— ¡Mole  de  guajolotel-esclamó  la  adorable  paisana;-  tal  es  su  nombre; 
no  se  lo  hemos  de  cambiar  nomás  que  por  extrangerizar  el  guiso. 

Salí  de  allí  con  el  estómago  muy  satisfecho  y  contento  con  haber  pa 
sado  un  rato  en  Vista  alegre.  Talo  saben  ustedes,  señores;  no  hay  que 
reclamar  frijoles  en  una  fonda  española,  porque  los  peninsulares  ni  los 
conocen,  mucho  menos  los  residentes  en  México.  ¿Con  qué  no  apechu- 
ga un  andaluz? 

m    VI1L 

Pasaron  los  idus  de  Marzo;  nuestro  César  augusto  cayó  ante  el  sena- 
do romano;  los  que  formábamos  su  círculo  tocamos  á  dispersión  al  día 
siguiente  de  nuestro  pataleo  por  no  recibir  un  tiro  á  quema  ropa,  para 
sustraernos  á  los  halagos  del  vencedor.  ¿A  quiénes  corresponden 
los  honores  de  este  tiempo?  ¿para  quienes  son  los  laureles?  ¿para  el  que 
mató  la  vaca,  ó  para  el  que  tuvo  la  pata? 

Marcela,  ¿á  cual  de  los  tres? 

Pero  Marcela  al  fin  y  al  cabo  despreció  al  hermafrodita  D.  Agapito 
Cabriola  y  Biecochea,  como  si  dijéramos  al  partido  conservador-mode- 
rado, que  pusilánime  llama  al  toro  desde  la  barrera  temiéndole  á  la 
cornada;  al  capitán  D.  Martín  Campana  y  Centella,  que  á  pesar  de  su 
marcial  continente  y  su  Florencio  rozagante,  le  salió  el  tiro  por  la  culata 
como  al  partido  decembrista:  D.  Amadeo  Tristán  del  Valle,  tuxtepeca- 
no  neto,  cuyos  trabajos  salieron  como  las  avellanas  viejas,  todas  rancias. 

nEntre  mi  oficial  y  yo 
Hicimos  este  retablo; 
Si  está  bueno,  lo  hice  yo, 
Y  mi  oficial,  si  está  malo. 


19. 

¿Dónde  están,  pues,  mis  adversarios?  ¿dónde  mis  amigos  y  asociados? 
los  busco  y  no  los  tiento;  los  llamo  y  no  responden.  Muerto  está  el  que 
no  resuella.  jCuántos  cambios  en  la  política!  ¡Dios  mío!  ¡cómo  se  desva- 
necen los  hombres  como  sombras  chinescas!  Nadie  sabe  para  quien  tra- 
baja. 

¿Conque  no  fué  Franklin  el  inventor  del  para-rayos,  sino  Diwisch? 
¿no  Morse  el  del  telégrafo  sino  Chappe?/ — Después  del  triunfo  se  hizo 
una  ensalada  de  Noche  buena  y  ni  el  demonio  que  conozca  ese  carnaval. 
El  partido  caído  metió  la  hoz  en  mies  agena  y  jugó  con  buen  resalta- 
do una  partida  de  gana-pierde.  Propicia  la  fortuna  no  cesaba  de  prote- 
jerle,  y  una  mano  hábil  manejaba  la  ciguiñuela.  Oí  cantor  &  un  bro- 
mista  la  siguiente  copla: 

Yo  cultivaba  un  moral 

Por  interés  de  las  moras; 

Otros  comieron  las  frutas; 

Yo  cogí  solo  las  ojas. 

Ya  distingo  k  Joaquín  Alcalde,  y  le  abrazo  y  le  saludo  como  á  un  an- 
tiguo amigo.  Después  de  alguua©  expanciones  é  interjecciones,  me  hi- 
zo sentar  á  su  mesa.  Su  amigo  Romero  Vargas  estaba  allí;  otro  com- 
pañero de  catástrofe  á  quien  alcanzó  también  la  rabiada  del  cetáceo  re- 
volucionario, en  esa  campaña  contra  los  moros  africanos,  en  la  que  se 
perdió  el  rey  D.  Sebastián  y  no  parece  hasta  hoy:  Muerto  está  el  que 
no  resuella. 

— r¿Conqne  vd.,-dije  á  Joaquín  Alcalde,-dió  malas   cuentas  de  su  ad- 
ministración? ¿conque  vd.,  que  fué  la  guacamaya  del  octavo  Congreso  y 
[  el  prestidigitador  de  los  cubiletes,  se  ha  retirado  de  la  política  y  quedó 
en  el  olvido?  no  lo  esperaba  yo  de  su  actividad  y  patriotismo.' 

Joaquín  inclinó  la  cabeza  como  si  dirigiera  la  palabra  al  pavimento, 
y  me  decía  con  orgullo. 

— Nada  soy;  ni  siquiera  diputado. 

Y  Romero  Vargas  hacía  una  cara  tal,  que  podía  creerse  pasaba  por 
su  mente  este  triste  pensamiento:  nel  pago  tras  el  pescuezo,.,  que  es  el 
galardón  de  los  revolucionarios  de  buena  fé. 

Yo,  deseoso  de  hacer  una  zalamería  al  amigo  que  me  ha  dispensado 
su  favor  y  feu  confianza,  le  dije  como  por  broma: 

— ¿Ni  una  curul  para  vd.,  mochiller  más  belicoso  de  la  gallera  de- 
cembrista? ¿para  vd.,  el  periquito  más  hablador  del  Congreso?  ¿para 
vd-  que  si  subía  á  lo  más  alto  de  la  moütaña  congresil  era  para  fulmi- 
nar á  los  gochicochino8  terribles  amenazas? 

— La  revolución  triunfó,,— decia  Joaquín, — pero  no  la  legalidad.  Mi 
puesto  en  el  Congreso  habría  sido,  si  me  hubieran  electo,  el'  que  me 
imponía  el  deber  de  amigo  de  un  hombre  que  navega  todavía,  y  cuya 
nave  han  desmantelado  las  circunstancias.  Por  hoy  diré  á  usted  que 
duermo  y  sueño. 

Relámpago  fugaz  iluminó  mi  estancia,  como  esos  bólidos  errantes  que 
suelen  verse  en  el  espacio;  fué  la  robusta  voz  del  patriotismo,  que  reso 


20. 

nó  en  el  cuerpo  legislativo  en  defensa  del  periodismo;  aun  no  están 
muertos  los  demócratas  de  antaño.  El  Sr.  Romero  Vargas  pronunció 
un  elocuente  discurso  impugnando  el  dictamen  de  esa  reforma  consti- 
tucional, que  sellara  los  labios  del  tribuno  de  oposición  y  del  escrito- 
independiente. 

Alcalde  dio  lectura  a  ese  discurso,  que  cautivó  mi  atención  hasta  su 
fin.  Yo  veo  el  desborde  de  la  prensa,  y  aun  he  deseado  su  represión, 
pero  no  he  querido  cortar  las  alas  al  pensamiento  escrito. 

Romero  Vargar  me  decía  con  el  acento  de  la  convicción  más  pro- 
funda: 

— Asistimos  á  las  funerales  de  la  libertad  de  imprenta;  pronto  no  ha- 
brá más  que  un  incensario  para  la  administración  actual.  Mis  adversa- 
rios, Balaudrano  y  Salas,  no  contestaron  mis  razonamientos  sino  con 
declamaciones  vagas;  y  en  cuanto  al  primero,  solo  le  afectó  que  lo  com- 
parara con  César  por  lo  chaparrito. 

r— Balandrano,-contestaba  yo,— es  escritor,  y  como  tal,  no  debía  de- 
fender el  dictamen  con  la  vehemencia  de  convicción  profunda,  pues  al- 
go ha  contribuido  con  sus  escritos  k  la  ilustración  de  México;  más  apro- 
pósito  hubiera  sido  haberle  aplicado  por  ese  desliz  las  palabras  de  Cé- 
sar, que  pronunciarían  con  dolor  sus  compañeros  del  periodismo:  i»;Y 
tú  también,  Brntoln 

— Ningunas  razones  hubieran  podido  variar  su  propósito  de  no  modifi- 
car su  dictamen,  -decía Romero  Vargas. — La  ley  de  imprenta  sufrirá  los 
honores  de  la  guillotina,  y  sus  verdugos  serán  los  mismos  escritores. 

Si  la  ley  orgánica  queda  en  pié,  solo  habrá  querido  la  comisión  des- 
truir ese  fuero  especial  de  condenar  un  escrito  por  un  jurado;  parece 
que  éste  es  el  pensamiento  cardinal  de  la  comisión. 

Nuevamente  volvimos  al  tema  de  nuestra  conversación;  no  era  extra- 
ño que  me  interesara  saber  algunos  pormenores  de  aquella  lucha  intes- 
tina que  principió  en  el  campo  de  batalla  y  continuó  en  el  terreno  de 
las  ideas  y  las  intrigas  palaciegas;  que  plantaron  los  amigos  del  gene- 
ral Díaz  con  audacia  y  con  valor;  regaron  con  sus  deseos  los  amigos  del 
Sr.  Iglesias,  como  Alcalde,  Altamirano,  Vallaría,  Antillón;  y  que  in- 
gertaron  también  los  iscariotes  y  los  héroes  de  á  última  hora  en  un  día 
de  triunfo.  ' 

— ¿Cuántas  heridas  sacó  usted  en  ese  fandango?  -preguntó  á  Alcalde 
en  tono  de  broma,-  me  parecía  ver  á  usted  volver  á  su  hogar  con  banda 
al  cinto  y  laurel  en  la  cabeza,  pero  con  pierna  de  palo  y  un  ojo  apagado. 

— vNo  soy  de  armas  guerreras  y  destructoras;  pero  siguiendo  las  alu- 
siones de  vd.,  que  me  ha  llamado  perico  y  gallo,  diré  que  soy  como  esas 
aves,  de  pluma,  deffarra  y  pico. 

— ^Usted  me  aseguró  en  tiempo  oportuno,  que  navegaba  con  viento  en 
popa.  La  nave  de  las  circunstancias  políticas  sintió  inflarse  »us  velas  y 
se  lanzó  al  océano  de  la  revolución. 

— Sí,  pero  sopló  el  Norte. 
— Y  se  desato  el  vendaval.  . 


21. 

/—Y  vino  la  borrasca. 

— NY  zozobró  la  nave;  y  usted,  como  el  perico  de  los  marineros  según 
el  cuento  vulgar,  se  encaramó,  buscando  salvación,  en  el  palo  más  alto; 
desde  allí  decía  usted  á  sus  adversarios  políticos  los  lerdistas,  como  sa- 
tisfecho y  triunfante:  use....  fregaron}  se  fregaron»  lenguaje  no  muy 
pulcro,  pero  adecuado  al  perico  de  los  marineros.  La  nave,  combatida 
por  la  tempestad,  sé  hundía  á  cada  momento,  y  ai  llegar  el  agua  á  lo 
más  alto  del  palo,  decía  usted  á  sus  correligionarios  con  ferviente  de- 
sesperación: unos....  fregamos;  nos  fregamos. 

Alcalde,  desde  el  principio  de  la  comparación,  sintió  el  arponazo,  y 
sólo  decía  que  yo  era  muy  rencoroso  al  recordar  hoy  lo  que  estaba  ol- 
vidado. 

/—La  revolución  es  como  Saturno;  devora  á  sus  propios  hijoe^-me 
contestó. 

— Yo  creo  que  hay  más  analogía  en  comparar  aquel  aborto  revolu- 
cionario en  que  vd.  tomó  parte  tan  activa,  con  algunas  aves  gallináceas 
que  devoran  el  fruto  de  su  propio  vientre. 

— Los  hombres  que  formaron  el  círculo  de  vd.,  -me  decía,-  han  tenido 
habilidad  para  introducirse  en  la  administración,  formado  alianza  con 
unos  y  nidificado  á  otros  de  los  que  f nerón  los  validos  más  estimados. 
Hoy  ejercen  influencia  en  los  destinos  del  pais;  mañana. . .  .será  otro 
día.  Acaso  nuevos  hombres  gozarán  de  tal  privanza:  una  elección  se 
acerca:  cuatro  partidos  están  en  asecho. 

Cualquiera  diría  que  este  diálogo,  que  tenía  un  tono  tan  íntimo,  era 
una  discusión  filosófica  para  preparar  una  situación  más  favorable  á  un 
temo  de  amigos  que  en  otro  tiempo  fueron  antagonistas.  Yo,  hablando 
en  defensa  de  mis  correligionarios,  le  cité  este  epígrafe  de  Solis: 

Tres  supe  ayer  que  tenias, 

Y  hoy  he  sabido  otro  más; 

Niña,  á  esta  cuenta  tendrás 

Más  longanizas  que  días. 

Las  mañas  de  treinta  tías 

Amor  en  tu  pecho  ha  puesto; 

Pero  ya  que  estoy  dispuesto 

A  entrar  en  tu  laberinto, 

Pasaré  por  ser  el  quinto 

Por  irme  acercando  al  sexto. 
Aquí,  señor  cajista,  me  corta  vd.  esta  tela  de  impresiones  para  que 
la  inserte  vd.  en  La  Libertad;  pero  si  aun  falta  verso  y  sobra  tonada, 
puede  vd.  completar  su  número  con  lo  que  á  continuación  se  expresa. 

IX. 

El  fallecimiento  de  un  amigo  querido,  me  obligó  á  llevarlo  &  su  úHs- 
tima  morada.— La  comitiva  iría  en  ios  tranvías  que  conducen  al  ce- 
menterio de  Dolores  &  los  que  fueron  números,  y  hoy  son  como  los  ce 


22. 

ros,  símbolos  de  la  nada.  Llevar  un  difunto  no  es  un  acontecimiento 
nuevo  ni  raro;  pero  hay  que  hacerlo  con  algnna  pompa  por  la  vanidad'. 
el  carro  fúnebre  éatá  dé  luto  y  adornado  con  crespones,  y  hasta  los  ma- 
chos participan  del  mudo  dolor;  un  moño  negro  donde  nace  la  cola  pa- 
ra que  el  difunto  lo  perciba,  es  de  rigor.  El  cochero,  ¡ah!  el  cochero  ó 
conductor  debe  vestirse  también  de  luto  y  con  traje  honesto  y  decente, 
como  el  reglamento  del  Congreso  previene  h.  los  diputados  se  presen- 
ten á  desempeñar  sus  funciones;  guantes  negros  de  sobresalientes  y  lar- 
gos dedos,  sorbete  con  crespón  y  levita  con  mangas  también  muy  lar- 
gas; pantalones  remangados,  y  otros  haata  la  espinilla;  trajes  que  dese- 
chó la  clase  alta  y  que  hoy  sirven  paia  adecentar  á  los  postillo- 
nes de  la  muerte.  La  cabeza  es  grande;  estrecha  la  entrada  del  som- 
brero; este  baila  un  rigodón,  y  el  paciente  lo  sostiene  guardando  el 
equilibrio. 

Mucho  pesar  por  el  difunto  han  de  tener  sus  condu  ctores  cuando  no 
lo  han  conocido;  y  tienen  que  pasar  por  el  ridículo  de  ponerse  levita  y 
corbatín  que  los  pone  tiesos  por  falta  de  costumbre;  declame  uno  que 
no  podía  arriar  á  Bartolo  (así  se  llamaba  el  macho  por  lo  flojo)  ni  mani- 
jar el  chirrión,  porque  iba  abrochada  la  chupa  y  le  apretaba  los  sobacos. 

Después  de  marchas  y  contramarchas  con  el  cadáver,  y  esperas  de  la 
corrida,  nos  pusimos  en  la  vía  de  la  tumba,  llegando  al  panteón  de  Do- 
lores. 

Mientras  que  ensanchan  la  sepultura  y  se  le  dá  más  profundidad,  re- 
corro aquel  sitio  adornado  de  flores  y  monumentos,  donde  reposan  nues- 
tros amigos.  Nombres  ignorados  por  mí,  pero  cuya  piedad  filial  con- 
sagra una  memoria  á  los  restos  mortales  de  un  ser  querido.  Busco  con 
avidez  entre  aquellas  tumbas  el  nombre  de  alguna  persona  cuya  mano 
estreché  algún  día.  La  primera  losa  me  reveló  dos  nombras  que  aun 
me  es  grato  pronunciar:  Pantaleón  Tovar  —  Regino  Tovar.  ¡Gran 
Dics!  yacen  aquí  dos  amigos,  y  del  segundo  no  tenía  noticia  de  su  de- 
saparición de  este  valle.  ¡Friolera!  ya  resucitó  el  muerto:  un  hijo  de 
mi  amigo  que  llevaba  el  mismo  nombre  fué  la  víctimn. 

¡Cuántas  tumbas  de  hombres  ilustres  que  no  deben  confundirse  en 
una  sociedad  tumultuosa  porque  brillaba  en  su  frente  la  inteligencia 
son  ignoradas  en  aquel  sitio;  las  cubre  el  velo  del  olvido  y  el  hielo  de 
la  muerte. 

El  espíritu  más  vigoroso  desfallece  ante  recuerdos  tan  melan- 
cólicos en  el  panteón  solitario;  esparcidas  se  ven  sobre  las  tum- 
bas las  coronas  ya  marchitas;  las  flores  y  los  arbustos  que  embelle- 
cen aquellos  terrenos  áridos,  simbolizan  la  lucha  perenne  entre  las  par- 
cas que  todo  lo  entristecen  y  los  vivos  que  quieren  poetizar  hasta  la  ha- 
bitación de  los  gusanos. 

Mi  vista  distingue  una  loza  humilde  y  en  ella  grabado  este  nombre: 
Carmen.  ¡Oh!  yo  la  conocí  llena  de  esperanza  cuando  le  sonreía  la  vi- 
da con  todos  sus  encantos,  cuando  su  existencia  se  deslizaba  tranquila 
como  mariposa  entre  las  flores  y  los  perfumes;  cuando  era  feliz  con  su 
piano  y  los  afectos  de  sus  amigos.  Sus  gracias,  su  mirar,  sus  palabras 
vienen  á  mi  mente;  conservo  en  mi  memoria  sus  expansiones,  y  por  prime- 


23. 

ra  vez  vengo  á  su  tumba  á  mandarle  mis  suspiros  y  á  consagrarle  mis 
lágrimas  como  un  tributo  de  amistad  y  de  reconocimiento.  Jamás  he 
pisado  los  lugares  que{  alguna  vez  frecuentamos  sin  que  venga  á  mi  pen- 
samiento su  nombre  y  el  recuerdo  de  sus  bondades.  Descansé  en  su 
sepulcro;  recogí  algunas  florecillas  que  han  brotado  allí,  acaso  fertiliza- 
das por  los  despojos  de  esa  amable  criatura,  de  ese  ser  angélico  que  en- 
dulzó con  sus  consuelos  algunos  de  los  minutos  más  amargos  de  mi  vi- 
da. ¡Oh  Dios!  recíbela  en  tu  seno;  haz  que  mis  acentos  lleguen  á  su 
oido  para  recrearla  en  el  fondo  de  esa  tumba  solitaria. 

Abandono  el  lugar  de  los  sepulcros  donde  resonará  bien  pronto  el 
canto  lúgubre  de  las  aves  nocturnas,  mientras  vuelvo  con  el  corazón 
contristado  ante  esa  bulliciosa  sociedad,  á  escuchar  los  graciosos  acen- 
tos de  la  Theo.  El  corazón  humano  late  con  las  emociones  que  produ- 
cen los  contrastes. 

Vuelvo  por  Tacubayaá  México  á  una  hora  en  que  los- tranvías  hacen 
su  último  vifge.  Hago  una  seña  y  no  se  para;  asalto  y  me  cuelgo  de  u- 
na  correa,  con  la  punta  del  pié  en  los  filos  de  una  tabla  y  el  otro  al  aire 
para  conservar  el  equilibrio;  jamás  fué,  yo  lo  aseguro,  más  gallarda  la 
actitud  de  Airee  ejerciendo  su  aire- volante. 

Uno  de  cachucha  se  me  presentó: 

Llevaba  estas  iniciales:  Jr.  C.  D. 

Las  traduje  así:  Feo  Como  Demonio. 

Me  tendió  la  mano  sin  articular  palabra,  y  creyendo  que  me  saluda-' 
ba,  la  estreché  con  dulce  amor  y  amistad:  insiste  por  segunda  vez,  y  yo 
torné  á  besarle  la  mano  fría  y  huesosa. 

— VúBoletoÜ  exclamó  con  el  acento  del  león  africano. 

-^¡¡Colgado!!  le  contesté  con  la  respiración  sofocada  y  construyendo 
como  él  oraciones  sin  verbo  y  sin  preposición. 

— N¡jAbajo!l  gruñó  de  nuevo. 

— ¡Adentro!  dije  tiritando  de  frió. 

— {Policial  dijo  con  voz  estentórea,  enseñándome  las  tijeras. 

— ¡Humanidad!  fué  mi  contestación  enseñándole  los  dientes.     Si  vd. 

quiere  paga  por  eBte  milagro  acrobático,  recurro  á  su  equidad;  y  á  su 

Hombre,  ¿no  le  han  dado  á  vd.  nunca  una  bofetada? 

— Jamás!  ¿muñeco  asustadizo? 

— Entremos,  pues,  en  arreglos;  soy  pobre  de  solemnidad;  vea  vd.  que 
voy  en  el  aire  como  alma  que  se  lleva  el  diablo:  daré  á  vd.  cuartilla  por 
el  pasage. 

— ¡No  tengo  boletos  de  á  cuartilla! 

— Pues  daré  á  vd.  seis  centavos. 

— I  No  tengo  boletos  de  seis  centavos!  pronto,  ó  lo  echo  abajo 

— -Saque  vd.,  pues,  un  real  de  mi  bolsillo,  porque  no  soy  dueño  de  mis 
movimientos.     Cuidado  con  miv  reloj. 

Después  de  esto  caminen  ustedes  en  tranvía  en  el  postrer  viaje. 


24. 


Los  avances  de  la  civilización  regeneran  las  costumbres,  como  las  in- 
nnndaciones  de  los  ríos  fertilizan  los  terrenos.  El  teatro,  las  fiestas  re- 
ligiosas, el  trato  social,  el  amor,  las  ceremonias  epitalámicas,  todo  ba 
sufrido  una  trasformación  radical  Nuestras  costumbres  de  boy  no  se 
parecen  á  las  de  antaño. 

Ya  no  es  el  teatro  un  punto  de  reunión  donde  se  dá  cátedra  de  mo- 
ral con  la  representación  de  la  vida  de  Santa  Genoveva  ó  la  de  San  Pas- 
cual Bailón;  ya  no  se  representa  el  Moro  de  Venecia  en  que  Ottelo  se  le 
vestía  con  el  uniforme  de  general  del  ejército  mexicano;  ya  no  se  obliga  á 
los  visitantes  véspero-nocturnos  á  rezar  el  rosario  y  la  caminata  como  un 
medio  de  amenizar  la  estéril  conversación.  Todo  ha  cambiado,  y  hasta 
la  ternura  filial  se  muestra  hoy  con  más  vehementes  expansiones  que 
en  otros  días.  La  confesión  y  comunión  no  preceden  como  prólogo  del 
holgorio  de  cumple  años;  no  el  papá  contrito  y  rasurado  oculta  su  calva 
venerable  bajo  el  terciopelo  y  los  bordados  de  un  gorro  griego  con  bor- 
la de  canelón,  ni  abriga  su  abdomen  con  una  bata  tolomaica,  ni  ostenta 
las  pantuflas  chaquiroleadas;  ya  no  es  el  papá  auien  prepara  su  propia 
fiesta  y  escoje  la  cuerda  con  que  ha  de  ser  colgado,  ni  pone  el  incensario 
en  las  manos  que  le  han  de  mandar  el  sahumerio  de  las  felicitaciones. 
¡Cuan  distinto  es  hoy  el  sentimiento  filial,  como  es  distinto  también  el 
[•modo  de  expresarlo! 

Una  familia,  con  expontaneidad  prepara  la  sorpresa  más  agradable  á 
los  que  son  autores  de  su  existencia;  se  esfuerza  cada  hijo  en  elaborar 
con  su  propia  mano  algún  objeto  útil  ó  curioso.  Los  chiquitines  ras- 
guean una  plana  de  letra  inglesa  ó  traducen  una  parte  del  Telémaco, 
matizan  un  tapiz,  ó  estudian  y  ejecutan  con  soltura  una  pieza  de  músi- 
ca. Después,  toda  la  familia  se  acerca  á  una  mesa  primorosa,  cuyos 
atractivos  exitan  el  apetito.  ¿Qué  felicidad  puede  ser  comparable  con 
la  que  rebosa  en  una  familia  en  el  día  solemne  de  un  cumple  años?  to- 
dos rien  sin  pensar  en  mañana,  en  las  arterías  del  destino.  La  niña  que 
corre  tras  de  la  mariposa  para  cogerla  y  aprisionarla  en  un  florido  ver- 
ge),  sonriendo  con  la  inocencia  de  los  ángeles;  no  se  fija  en  el  advenimien- 
to de  un  día  funesto  en  que  desaparecerá  esa  felicidad,  en  que  se  eclip- 
sarán esas  ilusiones  y  languidecerá  su  corazón.  La  pérdida  del  herma- 
no es  menos  sensible;  la  de  un  padre,  el  tiempo  y  la  naturaleza  pueden 
cauterizar  las  heridas  del  alma;  mas  las  pérdida  de  una  madre  nada  en 
el  mundo  puedo  borrarla;  á  todas  horas  ocupa  nuestra  memoria,  ya  sea 
en  medio  ae  los  círculos  más  animados  ó  eñ  el  seno  de  los  placeres  más 
agradables.  Siempre  he  leido  con  admiración  este  feliz  pensamiento, 
deslizado  en  la  mente  de  un  hijo  ante  el  cadáver  de  una  madre. 

i. Puede  un  amigo  leal 
Suplir  la  falta  de  un  padre; 
Al  cariño  fraternal 
Suple  el  lazo  convugal .... 
Más  nada  suple  a  una  madre.» 


J 


25. 


Por  esta  cansa  vemos  el  ahinco  con  qne  los  hijos  festejan  el  grandio- 
so día;  también  en  la  familia  entra  el  estímulo,  y  nadie  deja  de  contri- 
buir á  hacer  una  coquetería  afectuosa  al  ser  más  caro.  En  esa  fiesta 
de  familia  que  se  celebra  en  el  hogar,  toman  parte  los  deudos  y  los  a- 
migos;  el  trato  social  más  civilizador,  los  destellos  del  progreso,  han  he- 
cho partícipes  del  gran  júbilo  á  una  parte  de  la  sociedad.  Las  Lolas 
las  Pepas,  las  Conchas  y  Guadalupes,  nos  hacen  salir  de  quicio  y  dan 
impulso  al  comercio,  protejen  las  bellas  artes  y  animan  todos  las  círcu- 
los. Preguntad  á  los  comerciantes  y  os  dirán  que  en  los  días  de  cum- 
pleaños duplican  sus  ganancias,  exhiben  los  vistosos  trajes  y  los  dijes 
más  deslumbradores;  Tos  abarroteros  realizan  sus  esquisitos  vinos  y  pes- 
cados, es  decir,  sus  comestibles  y  bebestibles  (?)  Preguntad  á  los  za- 
pateros, á  los  músicos,  á  las  modistas,  y  os  dirán  que  en  tales  días  se 
muestran  pródigos  sus  parroquianos  en  gastar  dinero.  Las  tertulias, 
los  días  de  campo,  los  expléndidos  saraos,  muestran  todo  el  lujo  que  u- 
na  sociedad  culta  ostenta  en  aplauso  de  un  ser  querido. 

Pocas  son  las  naciones  en  que  se  celebra  el  natalicio  de  algún  miem- 
bro de  la  sociedad,  pero  en  cambio  las  recíprocas  felicitaciones  están  de- 
signadas para  el  día  de' año  nuevo.  Unir  la  cola  del  que  se  vá  con  la 
cabeza  del  que  se  viene;  estar  en  la  orgía  más  placentera  la  última  ho- 
ra del  año  y  unirla  como  con  una  cadena  m&gica  á  las  horas  primeras 
del  año  nuevo;  celebrar  esa  transición  de  la  vida  espirante  á  la  vida  na- 
ciente, al  lado  de  una  familia  y  algunos  amigos  predilectos,  en  distintos 
círculos,  y  enviarse  mutuamente  regalos  como  símbolo  de  amistad,  y 
como  expresión  de  un  deseo  satisfactorio  de  próspera  felicidad  en  el 
nuevo  año.  Tales  son  las  costumbres  que  sustituyen  á  las  felicitacio- 
nes del  natalicio  en  otros  países;  por  eso  vemos  agitación  febril  en  este 
día  en  los  círculos  extranjeros,  y  tibieza  en  los  días  que  conmemoramos. 
La  sociedad  mexicana  no  abandona  sus  tradiciones,  y  sí  adopta 
nuevas  costumbres;  los  numerosos  santos  del  almanaque,  aristócratas 
del  santoral,  presiden  espléndidos  festejos;  desgraciado  del  que  se  llame 
,Clepfas  ó  Macario,  porque  nadie  se  acordará  de  felicitarlo;  las  posa- 
das, las  rifas  de  compadres,  el  árbol  de  Navidad,  el  año  nuevo,  forman 
en  nuestras  costumbres  un  consorcio  singular;  nacionales  y  extranje- 
ros toman  parte  en  esas  expansiones,  y  todos  gozan  con  los  destellos  de 
una  cultura  siempre  en  progreso  aun  las  personas  extrañas  á  un  cír- 
culo y  á  una  familia  son  partícipes  del  júbilo  en  un  día  memorable. 

Con  motivo  del  cumpleaños  de  un  amigo,  su  familia  invitó  á  una  par- 
te considerable  de  su  círculo  social  á  que  fuera  actor  en  su  placer; 
sus  recomendables  hijas  fueron  artistas  en  esa  noche;  sus  amigas  afi- 
naron su  voz  y  templaron  sus  instrumentos;  con  cuánto  júbilo  mani- 
festaron esas  bellas,  candidas  palomas  del  hogar,  siempre  felices,  el  a- 
niversario  del  autor  de  sus  días;  sus  amigos  contribuyeron  gastosos,  á- 
vidos  de  manifestar  sus  simpatías,  á  esta  fiesta  de  familia,  como  una  o- 
vasión  afectuosa,  como  una  apoteosis  de  amor  y  de  reconocimiento  á 
quien  ha  sido  buen  esposo,  excelente  padre,  amigo  leal  y  sincero. 

Nosotros  no  fuimos  actores  sino  invitados  á  oir;  la  familia  ha  ocu- 
pado siempre  un  lugar  predilecto  en  nuestra  simpatía  y  en  nuestra  ad- 


26. 

miración;  por  eso  sentíamos  las  emociones  más  agradables  á  cada  nota 
que  escuchábamos  de  la  orquesta,  y  á  cada  modulación  que  producía  la 
garganta  de  las  simpáticas  hermanas.  Ese  afecto,  ese  amor  filial,  es 
la  parte  angélica  del  bello  sexo;  como  esas  hijas  incomparables  son  to- 
das las  mexicanas. 

La  concurrencia  fué  expléndida  y  numerosa;  el  precioso  salón  de  la 
sociedad  filarmónica  francesa  estaba  completamente  lleno;  era  un  jar- 
dín donde  se  admiraban  las  matizadas  flores  de  una  selecta  sociedad; 
botones  que  pronto  se  abrirán  para  embalsamar  nuestro  ambiente  en  e- 
sas  reuniones  encantadoras  con  que  las  distintas  sociedades,  guiadas 
por  el  amor  al  arte,  nos  deleitan  y  nos  seducen. 

Jugaron  con  fuego  los  artistas  improvisados,  y  el  fuego  de  su  inspi- 
ración cundió  como  una  chispa  eléctrica  para  herir  nuestra  alma,  para 
hacerla  conmover  en  las  palabras  más  elocuentes  de  la  hija  que  cele- 
braba el  aniversario  de  su  padre. 


La  encantadora  Srita.  T cantó  con  una  gracia  incomparable  la 

preciosa  romanza  un  tiempo  fué y  los  concurrentes,  con  anima- 
ción y  galantería,  y  más  que  todo,  con  justicia,  aplaudieron  á  la  simpá- 
tica artista,  haciéndola  repetir  las  piezas.  También  mereció  esos  ho- 
nores el  coro  final  del  segundo  acto,  pues  tal  manifestación  de  gratitud 
fué  dirigida  á  las  tres  hermanas  y  á  los  amigos  que  tuvieron  la  com- 
placencia de  contribuir  á  la  conmemoración  del  día. 

No  sé  qué  encanto  esparcen  esa&  fiestas  de  familia;  tienen  una  fisono- 
mía, un  sabor  peculiar  que  nos  deleita;  ¡qué  afectos  nos  infunde  un  gru- 
po de  amigos  al  hacer  el  sacrificio  de  exhibirse,  de  estudiar,  de  gastar 
el  tiempo  para  decirnos  con  modestia  y  suplicándonos:  ntenga  usted  la 
bondad  de  asistir  á  nuestra  fiesta,.!  y  como  un  refinamiento  de  bondad 
muy  propio  del  carácter  mexicano,  darnos  las  gracias  porque  hicimos  el 
favor  de  asistir,  y  á  mayor  abundamiento,  decirnos  que  dispensemos 
no  haya  sido  el  espectáculo  tan  expléndido  como  merece  nuestro  deli- 
cadísimo gusto.  Esto  es  lo  sublime  de  la  bondad,  porque  también  es 
muy  sincero.  Nosotros,  no  sólo  estamos  agradecidos  por  la  invitación, 
sino  que  nos  parece  que  hemos  tomado  parte  activa  en  contribuir  efi- 
cazmente á  celebrar  el  natalicio  de  un  amigo. 

Dichoso  el  padre  que  tiene  á  su  lado  esos  ángeles  divinos  y  que  mues- 
tran su  adoración  con  tales  rasgos  de  filial  ternura. 

XI. 

Trascurrieron  los  días  de  mortificación  en  que  la  rígida  cuaresma  nos 
puso  escuálidos,  y  la  Semana  santa  contristó  nuestro  corazón.  Volve- 
mos á  la  sociedad;  frecuentamos  nuestro  círculo;  oímos  de  nuevo  el  a- 
cento  de  nuestros  amigos,  y  esto  nos  encanta  como  si  entráramos  de 
nuevo  á  la  vida,  ó  como  si  tornáramos  á  nuestra  patria  después  de  un 
largo  destierro. 


27. 

Continuamos  nuestras  tareas,  y  andamos  siempre  á  casa  de  impresio- 
nes. Los  teatros  abren  sus  puertas  y  exhiben  sus  novedades,  es  de- 
cir, sus  notables  artistas,  para  no  abdicar  los  atractivos  quo  sujetan 
mal  de  su  grado  á  un  público  que  se  acostumbra  á  la  vida  de  molde,  y 
no  abandona  su  costumbre  de  concurrir  al  mismo  teatro,  en  su  misma 
localidad  y  recorriendo  las  mismas  calles.  Nada  diremos  de  las  clases 
de  espectáculos  que  le  son  agradables,  y  que  hasta  cierto  punto  le  preo- 
cupan, creyendo  sean  los  mejores. 

A  los  afectos  á  la  zarzuela,  no  les  habléis  de  la  ópera  seria,  ni  de  la 
compañía  de  verso,  ni  de  la  tragedia  italiana;  acostumbrado  su  oido  á 
una  música  cancanera,  y  su  vista  á  la  figura  caricata  de  un  personaje 
ridículo,  lo  selecto,  clásico  ó  sublime  les  parece  indigesto.  Tal  división  ¡ 
la  encontramos  tan  marcada,  que  en  un  mismo  teatro,  y  bajo  la  direc- 
ción de  igual  empresa,  una  familia  se  divide;  cada  parte  se  abona  á  fun- 
ción par  ó  impar  porque  han  de  ser  serias  ó  cómicas  segímson  de  suagrado. 

Si  este  es  el  espíritu  que  domina  á  nuestro  público  ¿qué  extraño  es, 
que  á  nosotros  nos  alcance  también  tal  preocupación?  Somos  monóma- 
nos,  y  solo  asistimos  con  entusiasmo  al  teatro  donde  se  representan  muy 
al  vivo  y  con  sabores  de  realismo,  los  acontecimientos  de  la  vida;  co- 
mo por  campanada  de  vacante  ocurrimos  á  oir  los  trinos  de  una  canta-  ¡ 
triz  de  fama  siquiera  para  que  no  se  escapen  esas  notabilidades  sin  de- 
jarnos un  recuerdo,  una  grata  impresión.  No  quiere  decir  esto  que  sea- 
mos refractarios  á  la  música,  sino  únicamente  entusiastas  por  otra  cla- 
se de  espectáculos  que  nos  causan  impresiones  más  gratas. 

Alguna  persona,  por  cierto  que  es  de  una  instrucción  profunda,  nos 
decía  que  él  era  una  de  las  muy  pocas  personas  cpe  había  en  el  mundo 
á  quienes  no  agradaba  la  música,  y  esto  decía,  aun  á  riesgo  de  incurrir 
en  el  anatema  de  Calvino,  fulminado  en  estas  palabras:  nel  hombre  á 
quien  no  agrade  el  vino,  la  música  y  las  mujeres,  es  un  idiota  n -^No 
sé  hasta  qué  punto  podría  usted  exagerar  tal  sentimiento,  pero 
sé  que  aun  los  irracionales  se  encantan  con  las  armonías  y  las  melodías 
de  algunos  instrumentos.-i»No  á  todos, -me  contestaba,-  porque  he  visto 
algunos  que  al  oir  la  música  huyen  espantados,  ó  permanecen  indiferentes 
royendo  un  hueso,  u 

No  puede  delinearse  con  más  donaire  la  caricatura  del  mal  gusto  ó 
la  idiotez. 

Nosotros  no  quisiéramos  ni  por  un  momento  imaginar  que  fuéramos 
tan  insensibles  á  la  impresión  de  la  cadencia  que  huyéramos  de  pro-í! 
pósito  de  los  teatros  Nacional,  Arbeu  ó  Principal.  Pero  hay  en  núes-  f 
tro  círculo  personas  tan  amables  y  tan  instruidas,  que  pasamos  á  su  la- 1 
do  las  horas  de  la  noche  sin  sentirlas:  para  cierta  edad  y  condición,  los  j 
espectáculos  infunden  tedio  y  buscamos  un  refugio  á  nuestro  espí- 
ritu en  el  trato  íntimo  de  nuestros  viejos  amigos,  y  un  solaz  en  los  re-  ¡i 
cuerdos  de  la  infancia  y  de  la  vida  de  colegio.  Los  jóvenes  no  creen  \ 
en  los  placeres  que  el  hombre  maduro  y  el  anciano  encuentran  en  esa  ¡ 
vida  monótona;  día  vendrá  en  que  ellos  también  compongan  su  pe-  ¡ 
luquín,  y  se  quejen  de  la  gota  al  lado  de  los  compañeros  de  la  infancia;  ij 
nos  complacemos  nosotros  recordando  nuestras  campañas  á  las  órdenes  ij 


28. 

del  General  Filisola  ó  de  Bustamente,  suspiramos  por  los  tiempos  en 
que  regía  la  sétima  base  de  Tacubaya,  más  elástica  que  el  cauchout,  y 
salimos  de  quicio  recordando  las  formaciones  del  5  ?  de  caballería, 
llamado   los  tamarindos,  la  marcha  de  la  cívica  y   los  ejercicios  de  los 

polkos,  especialmente  el  batallón  de  w¡ay  mamá!»  que  nada  tenía  que 
envidiar  á  ulos  zuavos  de   Tenoxtitldn.\\ 

Dejemos  pues  nuestra  estancia,  y  echemos  una  cana  al  aire,  como  di- 

:  cen  los  lagartijos,  nueva  denominación  que  no  conocíamos;  verdearemos 
un  momento;  echaremos  una  mirada  casi  modesta  á  una  señorita  de 
poético  Sombrero  mosquetero  ó  de  prosaica  capota-,  un  feo,  cuando  me- 
nos, infunde  respeto,  si  no  es  que  provoca  hilaridad  á  un  manojo  de 
pollas  tiernas  ó  roncas;  válese  que  en  este  mundo,  lo  dice  un  adagio, 
nunca  falta  una  media  rota  para  una  pierna  podrida:  si  estamos  ya  dan- 
do la  espalda  á  las  garitas  de  la  vida,  tal  vez  demos  frente  con  algunas 
que  se  encuentran  en  el  ocaso  de  su  esperanza,  y  quieran  parodiar  el 
entusiasta  hijo  de  Jalisco,  que  tiene  por  lema,  nsi  no  conquista  arreba- 
ta:!! si  á  nosotros  nos  faltan  simpatías,  y  con  ellas  los  atractivos,  nos  sobra 
la  experiencia  y  con  ella  la  gravedad.  Consolémonos  nosotros  mismos, 
á  falta  de  un  pincel  caritativo  que  nos  pinte  el  porvenir  color  de  rosa. 
Ya  divisamos   las  puertas  del   circo  Orrin,  y  estamos  adentro.     Un 

j  murmullo  lejano  llega  á  nuestros  oidos.  ; Jesús!  ¿se  ha  reventado  el 
Limbo?  cuatrocientas  chicas,  inquietas  y  golondrínicas  invaden  como 
avalancha  la  gradería  del  circo;  son  las  educandas  del  Hospicio  y  sus 
convidadas;  del  lado  opuesto,  y  como  para  conservar  el  equilibrio,  apa- 
rece la  gusanera  masculina  del  mismo  establecimiento,  ávidos  de  ver 
gratis,  merced  ó  la  munificencia  y  galantería  de  los  hermanos  Orrin,  un 
espectáculo  encantador.  El  gobernador  del  Distrito,  acaso  el  Minis- 
nistro,  como  un  nuevo  San   Vicente  de  Paul  de  la  niñez,  promuven 

Í>ara  sus  hijos  ese  rato  de  solaz.  ¡Ay!  solo  el  que  fué  pobre  en  su  in- 
ancia  puede  apreciar  en  todo  su  valor  ese  día  de  felicidad  en  que  se 
pueden  ver  vivos  el  elefante,  los  camellos  y  las  fieras,  que  un  muchacho 
solo  conoce  dibujados  en  el  silabario.  Son  tan  caros  esos  espectáculos 
para  la  juventud  naciente,  para  esa  juventud,  esperanza  de  la  patria; 

¡dos  reales  por  ver  el  circo,  las  fieras  y  los  monos! pero ¿con  qué  ojos 

divina  tuerta?  exclamaría  más  de  algún  mocoso  en  nuestros  días,  como 
exclamaba  yo  cuando  tenía  siete  años  al  saber  que  un  elefante  iba  á  tj 
exhibirse  por  cuanto  vos  disteis,  como  claman  los  billetes  al  portador  ¡j 
que  reparten  las  fábricas  de  cigaros:  yo  ofrecí  al  payaso  montarme  gra-  ,1 
tis  en  el  colmillo  del  gigante  animal  si  me  metía  de  violin  á  la  di  ver- 1 
sión;  debido  á  tal  extrategia  conocí  en  mi  niñez  á  esos  portentos  del  A-  ¡j 
frica  ó  del  Asia.  Comprendemos  el  alboroto  de  esa  juvenil  gusanera;  í¡ 
y  á  nombre  de  mi  patria  damos  las  gracias  á  los  hermanos  Orrin;  cree-  ¡' 
nios  que  ha  sacado  ánimas  del  Purgatorio;  que  es  cuanto  hay  que  ¡¡ 
decir. 

Para  los  niños  pobres,  que  se  educan  en  las  casas  de  asilo,  es  un  día 
de  gloria  concurrir  á  los  espectáculos;  no  olvidarán  jaiitás  esas  impre- 
siones. ¿Por  qué  en  todas  partes  no  se  proporciona  á  los  pequeñuelos 
esos  estímulos  que  les  prepara  el  corazón  para  hacsr  el  bien? 


29. 

XII. 

Desde  Noviembre  está  dando  funciones  diariamente  esa  empresa,  y 
en  algunos  días  las  hay  matutinas,  vespertinas  y  nocturnas.  A  fuerza 
de  presentar  novedades  artísticas  se  sostiene  el  interés  constante  y  ave- 
ces creciente  en  un  público  que  va  en  pos  cada  día  de  nuevas  impresio- 
nes. Allí  veréis  los  ejercicios  más  sorprendentes,  y  que  cautivan  nues- 
tra admiración.  A  Miss  ürmond,  graciosa  y  gallarda;  á  Mr.  Kicardo 
Bell,  va  dominando  á  sus  magníficos  caballo»,  como  no  lo  haría  el  mis- 
mo Alejandro,  el  más  diestro  ginete  de  la  antigüedad;  ya  formando  las 
posturas  más  difíciles  y  galanas  al  aire,  ó  apoyándose  levemente  en  un 
corcel  que  parte  con  una  velocidad  vertiginosa.  Miguel  Ángel  y  Cano- 
va  no  soñaron  jamás  reproducir  con  su  cincel  las  actitudes  de  esos  gru- 
pos, ni  con  más  encantos  que  el  que  la  simpática  Ormond  imprime  va- 
riadamente á  sus  ejercicios  ecuestres;  contribuye  á  deleitar  nuestra  vis- 
ta los  graciosos  trages  y  su  sonrisa  angélica.  El  público  la  mira  con 
cariño  y  la  aplaude  con  agrado.  No  hace  muchos  días  que  al  empren- 
der un  acto  ecuestre  difícil  y  peligroso,  contuvo  el  caballo  su  carrera,  á 
consecuencia  del  imprudente  movimiento  de  un  repartidor  de  anuncios; 
la  amazona  cayó  al  suelo,  sufriendo  una  lesión  dolorosa,  todo  el  mundo 
se  ha  interesado  por  su  restablecimiento,  y  esto  muestra  marcadamente 
sus  simpatías. 

¿Puede  llevarse  la  bella  ilusión  más  allá  do  los  desiertos  del  Asia,  y 
de  las  regiones  glaciales?  Sobre  una  superficie  plana,  formada  de  ma- 
dera, vemos  deslizarse  dos  figuras  humanas;  se  acercan  á  nosotros,  y  se 
retiran  como  figuras  de  una  linterna  mágica;  se  mueven  en  todas  direc- 
ciones, y  en  su  marcha  mesurada  no  observamos  el  balanceo  de  su  ca- 
beza, ni  el  esfuerzo  para  mover  una  pesada  mole  bajo  la  presión  de  sus 
piernas.  Lily  gentil,  como  las  bailarinas  de  Canova,  nos  parece  deidad 
del  paganismo,  ó  una  de  las  ninfas  de  la  diosa  Eucaris.  Al  lado  de  su 
compañero  emprende  los  pasos  más  peligrosos,  y  se  desliza  en  febril  agi- 
tación al  violentísimo  compás  de  una  música  armoniosa.  Bajo  la  sal- 
vaguardia de  las  leyes  del  equilibrio  se  hacen  los  cambios  más  difíciles, 
que  sería  imposible  imitarlos  sobre  una  mullida  alfombra,  y  con  un  cal- 
zado de  alto  tacón.  Esto  se  llama  el  arte  de  patinar.  Nada  en  nuestra 
f)atria  hemos  visto  más  singular:  diputados  hemos  conocido  que  3e  des-  ¡ 
izan  tranquilos  por  el  filo  de  una  espada:  militares  que  atravesarían  el 
Niágara  sobre  un  cable  restirado  ó  un  alambre  flojo:  periodistas  de  vis- , 
ta  gorda  que  en  el  viento  harían  dos  y  hasta  tres  maromas  como  los 
hermanos  Earls;  empleaditos  que  caen  parados  como  los  gatos,  ó  se  tre- 
pan con  donaire  por  la  percha  egipcia  de  un  circo  político;  munícipes  y 
senadores  que  como  el  mulo  Punch  ó  el  caballito  Mosca,  obedecen  los 
mandatos  de  un  mayoral;  todo  esto  hemos  visto  en  el  trascurso  de  la  vi- 
da, pero  no  habiamos  soñado  en  esos  patinadores  tan  hábiles  que  sin 
perder  el  equilibrio  hacen  tales  prodigios.  ¡Paso,  paso  á  la  perfección 
del  arte!  admiración  para  la  simpática  Lily,  y  un  aplauso  para  Fletcher 
que  nos  ha  de  enseñar  sus  habilidades,  para  que  nosotros  las  apliquemos 


30.  

a  la  política,  sobre  todo  sus  difíciles  juegos  malabares,  y  su  nunca  bien 
aplaudida  caricatura  del  ruso  aprendiz. 

Viene  después  Bell,  con  sus  graciosas  gesticulaciones,  su  música  del 
flautín,  sus  caidas  estrepitosas  y  sus  indirectas  del  Padre  Cobos,  que 
pueden  arder  en  un  candil;  nuestras  amables  concurrentes  rién  con  ta- 
les gracejadas,  y  sienten  deslizarse  la  vida  en  medio  de  los  placeres  más 
agradables. 

Nuevos  artistas  hemos  admirado  en  estos  días;  el  hombre  del  fuego, 
hábil   prestidigitador,   que  iniciado   en  los  misterios  y  adelantos  de  la 
química,  toma  en  los  labios  un  pedazo  de  astopa,  y  arroja  chispas  como 
la  chimenea  de  una  locomotora.     La  ágil  Geraldina  y  pequeña  Jeri  que 
á  tan  gran  altura  hacen  los  ejercicios  más  aterradores.     Para  no  exitar 
nuestros  nervios  y  calmar  nuestros   temores,  se  pone  una  pequeña  red 
que  evite  una  desgracia;  esto  es  una  ilusión;  un  desliz,  un  ligero  vértigo 
ocasionará  la  muerte  aunque  la  víctima  caer  pudiera   entre  Jos  estam- 
bres de  una  red:  el  yokó,  mono  del  Brasil,  no  hace  sus  evoluciones  con 
l  mas  gallardía  que  esas  dos  artistas  sobre  el  doble  trapecio,  y  su  descen- 
|  so  en  el  cable  con  solo  una  vuelta  al  derredor  de  una  pantorrilla,  y  con 
!  el  cuerpo  al  aire  fuera  del  centro  de  gravedad.  Ya  comenzamos  á  creer 
i  que  el   género  humano  desciende  del  mono,  y  que  Dios  quiso  darle  al 
hombre  inteligencia  en  cambio  de  suprimirle  el  rabo.  Lamentable  cambio! 
!  cuánta  donosura  no  daría  al   hombre  y  hasta  á  la  muger   ese  adminí- 
culo tan  útil  á  los  animales!     Figuraos  al  hombre  haciendo  piruetas  so- 
bre un  ladrillo  para  saludar  con  las  dos  manos,  y  agitando  el  sombrero 
con  la  cola;  figuraos  á  nuestras  pollitas  encolando  el  abanico  por  todos 
lados,  y  dirigiendo  con  tino  certerísimo  los  gemelos  en  el  teatro.  ¡Cuán- 
tos prodigios  no  harían  los  acróbatas  y  los  que  no  lo  son  si  pudieran  dis- 
poner de  un  rabo  tan  amaestrado! 

XIII. 

19  de  Abril. 

Esta  fecha  es  memorable  por  ser  el  día  en  que  vino  al  mundo  Crescen 
ció  García,  uno  de  aquellos  seres  que  dejan  en  su  paso  un  reguero  de 
beneficios.  Fué  el  mejor  de  los  hombres;  en  él  se  encontraban  todas  las 
virtudes  y  la  negación  absoluta  de  todos  los  vicios.  Duerme  ya  en  paz 
y  yo  aún  no  he  visitado  su  sepulcro,  única  expresión  de  agradecimien- 
to y  de  cariño  que  me  es  dable  tributarle.  Amaba  á  su  madre,  á  su  es- 
posa y  á  sus  hijos;  todos  los  bienes  que  el  cielo  le  concediera  los  com- 
partía con  estos  objetos  tan  caros  á  su  alma.  ¿Qué  puede  valer  mi 
gratitud  para  un  hombre  que  habita  otra  mansión?  Su  esposa  y  sus 
hijos  necesitan  en  este  día  el  consuelo.  Me  dirigí  á  su  casa,  y  al  pisar- 
<  la,  se  agruparon  á  mi  mente  los  recuerdos  del  pasado. 

Hoy,  por  primera  vez  en  su  aniversario,  vengo  á  contemplar  la  de- 
solación de  una  familia  cuyo  hogar  era  un  Edén,  porque  lo  animaba  con 
sus  bondades  el  más  leal,  el  más  sincero  de  los  hombres;  hoy  está  triste 
porque  pasó  por  sus  umbrales  la  inexorable,  la  más  funesta  de  las 
sombras.     Me  anonadaba  la  idea  de  presentarme,  porque  mi  presencia 


31. 

evocaría  tristes  reminiscencias  si  mis  emociones,  mal  disimuladas,  reve- 
laban la  angustia  del  alma. 

Yo,  sensible  á  los  beneficios,  herido  por  sus  afectos,  he  sentido  avi- 
varse año  por  año  la  herida  que  dejó  en  mi  alma  pérdida  tan  funesta. 
Benditas  sean  las  lágrimas  si  ellas  brotan  como  un  raudal  para  caer  al 
corazón  agobiado  por  los  pesares.  ¡Cuan  difícil  es  disimular  el  dolor  y 
engalanarlo  con  el  ropaje  de  la  alegría-,  es  un  agravio,  es  una  traición  á 
la  gratitud  aprisionarlo  dentro  de  los  límites  de  un  deber  artificioso  y 
compasivo,  por  no  lacerar  otros  corazones  que  sufren,  que  están  en  el  1 
mismo  secreto  y  con  idénticas  ficciones. 

Esta  fiesta  solo  podría  ser  imaginariamente  conmemorativa  para  un 
hermano  de  quien  ya  no  existen  sino  los  despojos  de  su  mortalidad,  el 
recuento  de  sus  virtudes  y  la  memoria  siempre  cara  para  los  que  le  a- 
mamos.  Grande  y  solemne  parece  este  día  y  sin  embargo,  cada  fami- 
lia, cada  individuo  en  la  sociedad  tienen  una  fecha  grata  ó  fatídica,  ya 
sea  para  simbolizar  la  felicidad,  ó  porque  representa  los  rigores  de  las 
Parcus. 

¡Amistad  santa!  solo  en  tus  brazos  podremos  consolarnos  de  las  ase- 
chanzas del  destino  derramando  una  lágrima,  ó  bien  al  dar  expansiones 
á  nuestro  espíritu  en  el  borde  de  una  copa,  ó  entre  los  arpegios  de  la 
música.  Pero  en  este  día,  ¿qué  inspiraciones  pueden  brotar  á  nuestra 
mente,  por  gratas  que  sean,  que  no  vayan  á  posar  sobre  la  losa  fría  de 
algún  3epulcro? 

Allí,  allí  están  formando  un  grupo  los  seres  más  queridos,  los  peda- 
zos de  mi  alma,  vestidos  con  el  negro  crespón  que  simbolizan  sus  pesa- 
res, mustias  sus  frentes,  humedecidos  sus  párpados.  Concha,  Lupe, 
Angela,  Tomasa,  Luisa,  Luz,  y,  descollando  también  para  cubrirlas  con 
su  sombra  veneranda,  la  madre  de  mi  amigo.  ¡Ay!  Objetos  idolatrados! 
llorad,  llorad,  pero  bendecid  á  la  Providencia:  no  han  concluido  aún  los 
rigores  de  su  Justicia,  como  no  se  ha  agotado  tampoco  el  raudal  de  sus 
beneficios. 

Yo  he  visto  agitarse  bajo  este  recinto  personas  adorables  formando 
los  eslabones  de  una  cadena  en  la  gran  familia  y  que  también  bajaron 
k  la  tumba;  yo  á  mis  solas  las  recuerdo  una  á  una,  y  en  mi  pobre  co- 
razón quedaron  eternamente  grabadas  sus  bondades.  Permitid  á  un 
viajero,  amigos  miós,  estas  tristes  memorias,  flores  marchitas  del  pasa- 
do, porque  él  tomó  parte  en  vuestros  placeres  y  viene  hoy  á  tomarla 
también  en  vuestros  dolores,  á  confundir  por  primera  vez  sus  lágrimas 
con  las  vuestras. 

Yo  sentía  las  expansiones  más  dolorosas:  no  era  este  día  nuncio  de 
fiestas  agradables;  cada  palabra  mostraba  un  secreto  pesar.  Al  lado  de 
aquella  familia,  y  atraída  por  una  antigua  amistad,  había  otra  que  yo 
no  conocía,  que  nunca  había  visto  bajo  aquel  techo  en  los  días  de  nues- 
tros festines.  Algunas  frases  humorísticas,  como  para  disimular  un 
mudo  dolor,  nos  cambiamos  íntimamente;  yo  comprendí  que  también  el 
deber  animaba  aquellas  personas  para  mí  extaañas,  y  que  iban  á  endul- 
zar con  sus  consuelos  la  amarga  copa  del  aniversario  en  esta  fecha.  A- 
caso  también  aquellas  criaturas  habrían  sufrido  ya  los  dardos  de  la  des 


32. 


gracia,  y  tendrían  que  elevar  á  Dios  sus  fervientes  ruegos  desde  el  lu- 
gar de  los  sepulcros  y  exalar  un  suspiro  ante  los  reatos  f  idos  de  un  pa- 
dre adorado. 

Durante  nuestra  conversación,  yo  quería  adivinar  por  la  expresión 
de  unas  fisonomías  simpáticas,  ya  indiferentes,  animadas  algunas  veces, 
ó  veladas  por  las  sombras  de  los  pesares,  alguna  historia  interesante* 

¿Por  qué  feliz  casualidad  nos  encontrábamos  reunidos  en  este  re- 
cinto? 

¿Obedecían  como  yo,  á  los  impulsos  de  un  mismo  mandato?  ¿Acaso 
sería  este  incidente  el  preludio  de  otros  acontecimientos  notables  que 
inspiren  á  mis  memorias  algún  creciente  interés?  ¿seré  yo  para  lo  futu- 
ro quien  tenga  que  narrar  en  mis  privadas  impresiones  bellos  episodios 
epitalámicos,  cantos  entusiastas  en  aplauso  de  acontecimientos  grandio- 
sos, ó  descriptor,  como  en  esta  vez,  de  escenas  luctuosas  que  vengan  á 
enlutar  mi  pluma? 

En  algunos  momentos  de  reflexión,  sentía  las  inspiraciones  del  bien 
hacia  aquellas  personas  desconocidas  que  exitaban  mi  curiosidad. 

Yo  he  asistido  á  las  fiestas  de  la  patria  estrechando  la  mano  de  hom- 
bres prominentes  que  rigen  sus  destinos.  He  asistido  á  sus  reuniones 
clásicas  donde  la  elocuencia  formó  las  coronas  de  tantos  héroes  y  sus 
gloriosas  apoteosis. 

He  visto  cruzar  ante  mí  mujeres  hermosas  en  quienes  los  diamantes 
y  las  perlas  realzan  su  angelical  belleza,  sonriendo  con  agrado,  y  desli- 
zándose caprichosamente  al  compás  de  una  danza. 

Han  llegado  hasta  mi  oido  las  historietas  más  interesantes  que  for- 
jara el  amor  ó  desvaneciera  el  desdén;  escuché  los  suspiros  de  la  juven- 
tud que  contempla  los  dorados  horizontes  de  su  porvenir,  y  la  aurora 
de  su  dicha,  entre  las  copas  de  la  orgía  y  los  encantos  del  sarao. 

En  la  sociedad  he  sido  testigo  de  tantas  escenas  que  sellaron  la  feli- 
cidad á  muchos  hombres  al  lado  de  mujeres  angélicas,  llegando  al  al- 
tar cubiertas  con  el  velo  de  las  vírgenes,  ceñidas  las  frentes  por  las  co- 
ronas de  azahar  y  rosas  blancas. 

Jamás  he  sentido  preocupada  mi  fantasía  con  ideas  más  confusas, 
podría  decir,  más  caprichosas,  queriendo  adivinar  en  la  fisonomía  de  a- 
quellas  criaturas  que  por  primera  vez  veía,  alguna  historia  interesante. 
La  una  se  llama  Estrella  del  mar;  la  otra  la  designaremos  con  el  nom- 
bre de  Angélica. 

Estrella,  muy  joven  aún,  es  un  botón  que  se  abre  á  los  primeros  al- 
bores de  la  mañana.  Risueña,  inteligente,  sincera,  su  existencia  se  des- 
liza como  flor  que  un  manantial  lleva  entre  sus  ondas.  A  sus  ojos  de 
un  color  café  oscuro,  sombrea  una  negra  pestaña,  y  su  sonrisa  anima 
su  semblante  cuando  expresa  alguna  idea  humorística.  Sus  facciones, 
de  perfilados  contornos  asimilan  un  tipo  egregio;  su  acento,  de  un  timbre 
cadencioso,  es  la  expresión  de  su  alegría  característica.  No  ha  sentido 
aún  el  dardo  que  hiere  el  alma  y  que  viene  á  transformar  en  sombrío  un 
halagüeño  porvenir.     Feliz  será  siempre  si  el  destino  conserva  sus  ilu- 


33. 

siones  de  hoy  con  el  esplendor  de  una  dicha  innacabable,  y  la  realiza- 
don  de  los  ensueños  de  felicidad  con  que  se  adormece.  Su  alegría 
constante,  su  mirar  fijo  y  benévolo,  las  frases  cariñosas  con  que  reviste 
aún  sus  más  frivolos  pensamientos,  y  que  son  las  inspiraciones  de  su 
sensibilidad,  le  concitan  la  admiración  de  cuantos  disfrutan  de  su  trato. 

Angélica  es  un  tipo  diverso.  Reflexiva,  un  tanto  cuanto  circuns- 
pecta, no  aventura  una  palabra  sin  meditar  su  sentido  más  conciso  co- 
mo para  expresar  con  vigor  una  idea  razonada;  sensible  á  las  expancio- 
nes  de  la  intimidad,  inspira  confianza  cuando  recoge  en  su  oido  los  cía* 
mores  de  la  desgracia,  ó  las  melodías  que  salen  del  alma  al  gozar  en  un 
momento  de  júbilo.  Sus  respuestas,  un  poco  tardías,  traen  siempre  el 
sello  de  la  reflexión  como  temerosa  de  aventurar  una  sílaba  que  revele 
sus  más  recónditos  secretos.  Su  mirar  es  lánguido  y  reposa  un  ins- 
tante sobre  algún  objeto,  adquiriendo  un  tinte  de  melancolía.  Hay  en 
bu  mirar  ese  encanto  que  atrae,  que  seduce,  qoe  avasalla  las  volunta- 
des, que  las  sujeta  al  imperio  de  sus  atracÁros,  como  si  ejerciera  con 
solo  el  magnetismo  de  sus  pupilas  el  irresistible  poderío  de  la  fascina- 
ción. Su  semblante  parece  velado  frecuentemente  por  un  velo  de  tris- 
teza, v  solo  se  ostenta  risueño  cuando  percibo  los  acentos  que  murmu- 
ran el  placer,  la  felicidad  de  los  objetos  de  su  cariño,  ó  cuando  quiere 
trasmitir  una  idea  llena  de  benevolencia. 

Poseída  de  la  más  exquisita  sensibilidad,  le  afectan  en  alto  grado  la 
simple  relación  de  los  sufrimientos,  acogiendo  bajo  su  piedad  angélica 
toda  queja  de  dolor,  todo  acontecimiento  que  va  marcado  con  el  sello 
de  la  desgracia. 

Durante  una  conversación  en  que  me  refería  algún  incidente  desa- 
gradable, daba  á  sus  palabras  el  énfasis  del  desprecio  ó  de  la  indigna- 
ción como  inspirados  en  la  más  severa  moral;  poco  más  tarde  volvía  á 
concentrar  sus  reflexiones  en  esa  languidez  que  encierra  su  mirar.  En 
ella  tan  alegre,  tan  festiva  en  otro  tiempo  según  su  narración,  boy  ha 
cambiado  su  carácter,  encontrando  más  goces  en  el  hogar,  en  los  afec- 
tos fraternales,  que  en  los  círculos  más  animados,  que  en  los  espectácu- 
los más  deslumbrantes.  Su  juventud  se  desliza  entre  las  flores  y  los 
perfumes  tal  vez  sin  fijarse  en  contemplar  esos  celages  encantados  que 
muestran  el  porvenir  á  una  joven  llena  de  vida,  de  animación.  Tales 
son  en  conjunto  las  impresiones  que  me  ha  causado.  Interesándome  por 
su  dicha,  vinieron  á  mi  mente  reflexiones  de  otra  especie.  ¡Oh!  los 
misterios  del  corazón,  los  afectos  del  alma,  suelen  revelarse  en  el  sem- 
blante con  señales  indelebles.  ¿Será  acaso  desgraciada?  ¿tan  joven  y 
ya  el  destino  habrá,  nublado  su  existencia,  como  si  fuera  un  día  triste 
y  sin  sol?  Casi  conmovida  me  refirió  &  grandes  rasgos  la  muerte  de  su 
padre.    He  aquí  la  causa  de  sus  tristezas. 

Otra  persona  extraña  para  mí,  era  una  señora,  madre  de  esos  dos  án- 
geles de  qne  antes  hice  mención.  La  magostad  de  su  porte,  sua  dulces 
palabras,  su  interesante  conversación,  y  la  severidad  que  pudo  revelar- 
se en  alguna  fugaz  interjección,  me  hicieron  compararla  con  las  tnatro- 


34. 


ñas  romanas  que  concentraban  aquellas  cívicas  y  domésticas  virtudes 
formando  del  bogar  an  santuario,  del  corazón  de  sos  bijas  el  pedestal 
de  las  heroínas,  del  genio  de  sos  hijos  los  filósofos  y  los  poetas,  los 
tribunos  y  los  guerreros,  que  enaltecían  á  la  patria.  La  moral  del  E- 
vangelio,  su  piedad  religiosa,  la  dulce  y  cristiana  resignado»  en  los  in- 
fortunios, forman  su  corona;  pero  su  mundana  recompensa  será  la  sa- 
tisfacción de  ver  k  sus  vastagos  cercanos  á  concluir  una  carrera  ilustre. 

To  consigno  en  las  páginas  de  mi  álbum  estas  pasajeras  impresiones, 
homenaje  k  los  manes  de  un  amigo,  como  un  testimonio  de  gratitud  á 
sus  deudos,  y  como  una  débil  manifestación  de  simpatía  hacia  las  per- 
sonas que  me  sedujeron  con  su  finísimo  trato. 

Acaso  en  el  trascurso  de  la  vida,  continuando  de  nuevo  mi  cami- 
no, internándome  en  el  laberinto  de  una  sociedad  tumultuosa,  vuelva  á 
encontrarme  con  esos  seres  angelicales  como  el  viajero  que,  al  cruzar 
una  pradera,  vuelve  k  encontrar  las  mariposas  vagando  entre  las  flores. 

*     XIV. 

Visito  k  la  familia  á  quién  recientemente  he  conocido;  es-  su  trfcto  a- 
mable  y  sincero.  Allí  encontré  á  dos  jóvenes  que  acaso  sean  dignos  de 
figurar  en  estas  impresiones:  el  uno  por  sus  escentricidades;  el  otro  por 
su  intimidad  con  Estrella. 

Este  ultimo  se  llama  Julio,  su  edad  manifiesta  veintidós  años,  y  es  de 
un  continente  agradable:  su  cuerpo  es  esbelto  y  bien  formado.  Posee 
un  óvalo  contorneado  desde  el  límite  de  su  frente  hasta  la  barba,  y  los 
pómulos  poco  perceptibles  se  desvanecen  en  una  línea  curva  para  con- 
fundirse en  las  oblicuas  de  sus  mejillas.  Sus  ojos  pequeños  de  un  color 
verde  gris  brillan  dentro  de  sts  órbitas  conesos  destellos  que  revela**,  una 
clara  inteligencia.  Poco  marcada  es  la  línea  que  arquean  sus  cejas,  y 
Corte  el  espacio  que  separan  entre  sí  sus  dos  lacrimales:  su  nariz  es  re- 
gular, y  recta  la  línea  que  le  da  forma,  sin  el  recorte  undulóse  que  da 
expresión  marcada  k  todas  las  fisonomías.  Estuvo  con  migo  poco  es- 
pansivo,  y  á  mí  no  me  era  pasible  iniciarme  en  su  amistad;  solo  media- 
ron entre  nosotros  algunas  frases  de  cortesía.  Acaso  tni  semblante, 
marcado  á  mi  pesar  coh  un  aire  de  adusta  severidad,  le  parecería 
nuncio  poco  aceptable  en  sus  afectos,  con  solo  üteos  instantes  que  per- 
manecimos bajo  un  mismo  tedio.  Si  yo  fuera  su  amigo  fntimo>  forma- 
ríamos ese  lazo  que  con  suave  atractivo  acerca  j  une  los  sinceros,  ios 
nobles  sentimientos;  ellos  se  sobreponen  sin  trabajo  á  las  desigualdadesde 
la  edad,  del  carácter  y  de  la  posición  social,  cuando  pueden  ponerse  a- 
cordes  las  simpatías  de  un  interés  común  ó  de  un  cariño  fraternal. 

Yo  procuraré  con  señales  bien  espresivas  y  urbanas  iniciarme  en  su 
intimidad; -si  no  la  aceptare,  aguardaré  á  que  el  tiempo  pueda  borrarlas 
repulsas  y  pueda  juagar  mi  carácter  sincero  y  sin  doblez. 

Tales  son  los  antecedentes  que  me  hicieron  adivinar  la  recíproca  in- 
teligencia de  esos  áoe  jóvenes  que  parecen  nacidos  el  uno  para  el  otro. 

Estrella  ama  á  cote  joven  y  acaso  es  su  primera  impresión.    ¡Oréa 


35. 

brillante  será  la  contemplación  de  su  porvenir  á  esa  pareja  desde  las 
playas  encantadas  de  su  tranquila  existencia!  Esos  primeros  albores 
de  la  vida,  ese  sol  que  naee  cada  día  tras  los  horizontes  de  un  mar  sere- 
no; ese  eielo  azul  y  trasparente,  esas  estrellas  y  luceros,  como  reguero 
de  ilusiones  que  una  niña  contempla  enamorada,  febril,  al  lado  del  ob- 
jeto de  su  cariño ¡Pobre  Estrella!  tan  joven,  tan  sensible,  ama  con 

el  candor  de  la  inocencia,  con  el  fuego  del  alma.  Julio  es  su  Universo; 
Julio  es  su  adoración;  por  él  vive;  por  él  respira;  para  él  son  todos  los 
latidos  de  su  corazón.  Nada  serán  á  su  lado  los  pesares;  nada  los  sin- 
sabores de  la  vida,  porque  le  ama  oon  abnegación.  ¡Estrella!  siento  por 
tí  el  más  vivo  interés:  yo  no  quemaré  incienso  en  aras  de  tu  amor,  pero 
admiraré  tus  encantos  y  me  recrearé  en  tu  dicha,  si  me  acogieres  benig- 
na bajo  las  alas  de  tu  amistad.  ¡Bendiga  el  Señor  tu  amor,  y  con  ma- 
no pródiga  esparza  flores  en  tu  camino! 

¡Qué  feliz  será  el  hombre  que  posea  tu  corazón!  se  deleitará  en  tu  mi- 
rar; se  extasiará  contemplando  tu  sonrisa. 

Yo  le  inspiraré  confianza;  le  sentaré  á  mi  lado  como  lo  haría  con  un 
niño;  de  la  inanera  más  afectuosa,  le  hablaré  de  tí,  de  tus  virtudes,  de 
tu  profundo  amor Yo  le  diré:  h posees  el  corazón  de  un  ángel,  Ju- 
lio; ama  á  Estrella  con  la  ternura  de  una  alma  juvenil;  no  lastimes  su 
corazón;  no  la  hagas  derramar  una  lágrima  que  entolde  el  cielo  de  su 
ventura:  ¡pobre  niña  si  llegare  &  sentir  debilitado  su  afecto!  Julio,  ama 
á  Estrella,  adora  sus  perfecciones  con  toda  la  ternura  de  un  amor  deli- 
rante; vela  por  su  dicha  aun  después  qu,e  la  lleves  al  altar  y  te  unan  á 
ella  indisolubles  lazos:  yo  amaré  á  los  dos,  y  lleno  de  júbilo  contempla- 
ré la  era  divina  de  tu  felicidad. 

No  viertas  una  palabra  que  lacere  su  corazón  sensible;  las  lágrimas 
que  brotan  i  los  ojos  de  una  tierna  nina,  queman  el  alma  y  esterilizan 
sus  nobles  sentimientos.  Dios  bendecirá  tu  unión;  tu  vida  será  una 
tarde  apacible  y  serena,  sin  nubes  y  tempestades,  u 


Otras  dos  jóvenes  qyp  más  tarde  he  conocido,  son  hermanas  de  An- 
gélica y  Estrella,    "una  se  llama  Luz  boreal;  la  otra,  Rosa. 

Apareció  á  mi  vista  la  primera  como  esas  ráfagas  de  fuego  que  ilu- 
minan las  regiones  polares  en  sus  noches  eternas. 

Su  cuerpo  esbelto  es  de  una  expedición  flexible  y  graciosa,  y  arras- 
tra con  donosura  la  falda  d$  su  largo  vestido.  El  aire  de  familia,  sus 
ojos  claros  y  su  pelo  de  un  color  que  se  asemeja  al  de  las  espigas  del 
trigo,  conserva  con  sus  hermanas  un  perfecto  parecido.  No  hay  en  su 
fisonomía  rasgo  alguno  que  pudiera  revelar  la  severidad,  los  banales  sen- 
timientos, ni  la  frivolidad  de  un  carácter  poco  amable  Por  el  contra- 
rio, toda  su  fisonomía  es  el  espejo  de  una  alma  que  rebosa  la  bondad: 
su  sonreír  jovial  y  sin  artificio  mue^ra  un  corazón  de  paloma,  coloca- 
do bajo  el  capelo  diáfano  de  la  humildad  sublime. 

Sus  virtudes  características  subyugan  las  voluntades;  ellas  se  mues- 
tran por  sí  solas  con  candoroso  descuido,  y  con  la  sonrisa  del  inocente 
niño. 


8¿ 

-*s-tx  ir..;-,  -r-'-ri      -      ,  „  ■■■  ¿    ■-       ■»  ■  t  ■     ■  -  ■    ■  ■"-: .       .         ...      .~SV" 

Sus  palabras  se  escapan  de  sus  labios  sin  las  alteraciones  de  la  voz  al 
espresar  contraríos  afectos,  articulándolas  con  apacible  suavidad.  Es 
imposible  verla  y  oiría  sin  sentir  hacia  ella  una  admiración  profunda. 

Durante  nuestra  conversación,  tímida,  como  la  que  es  posible  tener 
con  una  persona  á  quien  por  primera  vez  se  mira,  me  habló  de  su  espo- 
so ausente,  de  sus  esperanzas  de  pronto  regreso,  CQntando  dia  por  día  y 
hora  por  hora  el  tiempo  en  que  su  esposo  estaba  ausente. 

La  contemplé  un  momento  con  éxtasis  al  ver  á  su  hijito  en  sus  bra- 
zos, ostentando  con  maternal  orgullo  al  fruto  de  su  amor. 

Allí  podría  inspirarse  Rafael  para  pintar  otro  cuadro  inmortal. 

Una  joven  que  revela  todo  lo  que  necesita  de  sublime  y  de  divino  u- 
na  faz  angélica;  un  niño  descansando  en  el  regazo,  perfecto  en  sus  for- 
mas, bello  y  simpático  en  su  conjunto,  de  ojos  grandes  y  azules  como  el 
éter  purísimo  del  cielo;  ocultando  sus  maneci tas  entre  las  blondas  de  un 
vestido,  vuelta  la  faz  hacia  mí  con  fijo  mirar  y  semblante  alegre;  su  tez 
es  suave  y  finísima,  imitando  el  color  sonrosado  de  la  concha  Al  verme 
tendió  los  brazos  hacia  mí,  y  yo  le  acaricié  con  entusiasmo  y  admiración. 

Nada  es  comparable  al  júbilo  de  una  madre  que  mira  tributarle  cari- 
cias &  su  hijo:  él  es  el  constante  eslabón  que  une  entre  sí  el  alma  de  sus 
padres:  él  es  un  símbolo  de  alianza  y  de  ternura  entre  sus  deudos;  él,  en 
fin,  quien  armoniza  todas  las  simpatías»,  todas  las  afinidades  entre  sus 
padres  y  una  sociedad  egoísta;  el  llanto  del  niño  en  el  hogar  ea  el  rea- 
lismo y  la  corona  de  la  felicidad  más  perfecta;  una  cuna  vacía  es  la  no- 
che tenebrosa  en  un  consorcio,  que  no  se  anima  y  alumbra  sino  con  el 
primer  vagido  del  niño  que  viene  al  mundo. 

Propicio  el  cielo  conserve  á  esta  virtuosa  joven  su  inmensa  dicha,  su 
sin  igual  ventura»  la  vida  de  su  hijo,  y  la  tierna  solicitud  de  su  esposo. 

En  este  poético  vergel  descuella  un  tierno  botón  de  Rosa  que  aun  no 
sale  de  su  infancia,  y  qne  se  adormece  con  los  ensueños  de  la  inocencia. 
Canta  como  si  sus  gorgeos  fueran  los  trinos  de  los  pajarillos  que  anun- 
cian la  alborada:  ríe  como  si  el  timbre  de  su  voz  imitara  los  arpegios 
lejanos  de  una  flauta. 

¡Corre  y  salta  por  las  praderas,  Rosa  inocente!  siendo  el  encanto  de 
tu  madre,  de  tus  hermanos  y  de  tus  amigos;  go¿fc  de  tu  felicidad  bajo 
ese  techo  mágico  en  que  se  meció  tu  cuna;  aprisiona  las  mariposas;  co- 
rona tu  frente  con  las  violetas,  imágenes  de  tu  vulubiliadad  y  emble- 
mas de  tu  candor:  día  vendrá,  en  que  recuerdes  melancólica  estos  place- 
res de  la  infancia;  en  que  te  conmuevas  al  cruzar  las  mariposas;  en  que 
derrames  tus  lágrimas  en  las  corolas  de  las  flores;  porque  tu  corazón  la- 
tirá movido  por  otras  sensaciones;  en  el  fondo  de  tu  pecho  nacerán  los 
suspiros,  como  la  fragancia  que  está  depositada  en  los  cálices  de  esas 
rosas  que  hoy  deshojas  con  deleite. 

Entre  las  personas  que  frecuentan  el  trato  de  mis  amigas,  existe  uno 
á  quien  daremos  el  poético  nombre  de  Clarín  del  Bosque. 

Su  cuerpo  es  chiquitín;  vivo  su  genio;  el  óvalo  de  su  faz  es  casi  cir- 
cular; propenso  .constantemente  al  buen  humor,  busca  la  discusión  para 
formar  la  caricatura*  de  lo  que  no  merece  su  aprobación;  muestra  con 
franqueza  3us  escentricidades,  y  tras  ellas  se  percibe  un  cerebro  vacío. 


37. 

Desde  luego  concentra  y  busca  pretextos  para  lucir  su  instrucción  esco- 
lástica, y  el  apego  que  tiene  á  loo  principios  de  una  religión  ultramon- 
tana. 

Amenazado  don  Clarinete  de  una  debilidad  nerviosa  que  podría  de- 
sarrollarse mentalmente  con  el  estudio,  abandonó  la  carrera  de  las  le- 
tras, sofocando  sus  propensiones  al  saber;  pero  busca  una  salida  á  las 
exuberancias  de  sus  deseos,  ávidos  de  sensaciones  enérgicas.  La  polí- 
tica, la  amistad,  la  religión,  el  amor.  He  aquí  lo  que  forma  en  su  ima- 
ginación un  Edén,  y  que  es  un  raudal  inagotable  de  placientes  distrac- 
ciones. En  todos  estos  afectos  forma  un  ideal,  y  le  tributa  adoracio- 
nes como  si  fuera  su  becerro  de  oro. 

En  polítiea  tiene  ideas  que  fraternizan  con  las  de  la  Iglesia  católica 
romana,  para  patrocinarla  y  ejercer  la  exclusión  de  todo  cuite»  erróneo. 
No  sería  extraño  que  proclamara  el  advenimiento  de  otra  época  lejana 
en  que  le  viéramos  á  él  mismo  arrastrar  con  orgullo  y  con  donaire  el 
manto  de, los  insignes  caballeros  de  la  orden  de  Guadalupe.  Su  pesa- 
dilla son  las  teorías  soñadoras  de  los  liberales  inconsecuentes  y  perse- 
guidores de  la  religión. 

Afectuoso  con  sus  amigos,  le  parecen  pocas  y  débiles  la3  demostra- 
ciones familiares,  si  no  las  acompaña  de  actos  más  insinuantes,  aunque 
sean  rechazados  por  hombres  graves;  no  se  contenta  con  saludar  hacien- 
do una  cortesía  y  pronunciando  una  frase;  se  abalanza  á  su  amigo  con 
ardimiento,  y  al  aire  los  brazos,  como  las  aspas  de  un  molino  de  viento, 
conociéndosele  ímpetus  de  imprimir  en  el  caifrillo  un  ósculo  á  la  fran- 
cesa, y  da  un  sofocón  contra  su  pecho  á  la  inocente  víctima.  Es  dulce,  afec- 
tuoso, insinuante,  y  en  materias  de  cariño,  es  lo  que  podríamos  llamar 
la  pura  miel.  Sus  delirios  no  soportaron  la  orfandad,  y  busca  cualquier 
padie  adoptivo  que  le  preste  su  nombre.  Cuéntase  que  al  encontrar 
en  la  calle  á  su  papá  postizo,  lo  asalta,  lo  constriñe,  y  lo  lleva  en  sus 
brazos  de  una  acera  á  otra  como  si  fuera  un  nene  travieso  y  zalamero; 
se  habían  trocado  los  papeles;  él  era  quien  llevaba  á  su  papa  á  regalar- 
le dulces,  á  comprarle  un  rorro  de  pelo  rubio  y  rizado,  que  cierra  los 
ojos  al  recostarlo,  y  que  si  lo  oprimen  el  vientre  dice  muy  claro  npapá 
y  maman.    ¡Qué  amor  tan  entrañable  y  antojadiso! 

Para  padre  adoptivo  de  un  monómano,  es  muy, apr opósito  un  tonto: 
no  fué  desacertada  la  elección. 

En  cuanto  al  sentimiento  religioso 'lo  tiene  tan  desarrollado,  que  per- 
tenece nada  menos  que  á  una  sociedad  de  propaganda;  es  un  verdadero 
clarín  para  tocar  llamada  á  todos  los  socios  al  inaugurar  fiestas  en  los 
templos,  ó  al  participar  cuales  son  los  altares  donde  se  aplican  más  su- 
fragios á  los  ñeles  difuntos.  Para  una  sociedad  tan  laboriosa  es  un  po- 
tosí e*e  don  Clarín  de  pico  de  ora 

Las  afecciones  morales  no  siempre  están  en  ebullición,  y  don  Cla- 
rín entonces  no  se  anda  por  las  ramas:  levanta  á  Dios  el  alma  y  los  o- 
jos  al  cielo  en  busca  nada  menos  que  de  un  ángel  que  se  humanice.  En 
algunos  lúcidos  intervalos  se  distingue  jSorsi*  bueña  elección;  no  ha  co 
gido  todavía  un  tabaco  para  fumarlo'  por  la  lumbre;  admira  la  belleza 
y  adora  la  virtud;  ¿qué  más  prueba  de  cordura  podría  dar  el  más  avisa-  I 


38. 

do  de  todoe  los  hombres?    Alguna  vea  saea  el  pié  del  justo  limite,  sus- 1 
pira  y  se  enternece;  prepara  sus  baterías  parador  el  asalto  aun  corazón. 

He  oido  decir  que  alguna  vez,  excitado  su  sistema  nervioso,  cayó  de 

rodillas  ante  una  niña,  en  plena  concurrencia,  solicitando,-^] Santa  Te* 

cía  nos  ampare! — estrechar  la  blanca  mano,  que  al  fin  arrebató,  y  quiso 

j  imprimir  en  ella  el  signo  más  humilde  que  pueden  expresar  unos  labios 

j I  rojos.    ¡Pues  no  era  nada  lo  del  ojo!    Se  le  podría  perdonar  el  atrevi- 

|  miento  siquiera  por  el  buen  gusto. 

De  rodillas  don  Clarín 
Quizo  iniciar  un  exceso 
Derrepente  dando  un  beso 
En  el  ala  á  un  serafín. 

Aunque  con  distinto  fin 
Hace  en  ese  acto  el  papel 
Del  atrevido  Luzbel, 
Animando  aquel  retablo; 
t, Siempre  ha  estado  bien  e)  diablo 
A  los  pies  de  San  Miguel  n 

Crean  ustedes  que  tampoco 
Podrá  engendrar  mucho  daño, 
Ni  ser  funesto  el  engaño 
Que  en  su  furor  hace  un  loco. 

Si  mis  recuerdos  provoco; 
Si  á  mis  memorias  soy  fiel 
Consagraré  en  un  papel 
Lo  que  á  mis  pósteros  hablo: 
i.  A  los  pies  estuvo  el  diablo 
Del  arcángel  San  Miguel,  ti 

Bretón  dice  con  desprecio, 
¿Señor,  que  no  ha  de  poder 
Ser  amable  una  mujer 
Cuando  la  persigue  un  necio? 

Si  un  homenage  es  aprecio, 
Y  la  palma  y  el  lauerel 
Se  hermanan  con  el  rabel, 
No  me  engañará  el  retablo; 
¿Por  qué  pone  Dios  al  Diablo 
Bajo  los  pies  de  Miguel? 

Hasta  m  ajo  de  la  cara 
Dienfpor  haberle  visto 
Semejante  al  aaii*Gritfr> 
Que  mil  promesas  <ttspa*a> 


39. 

Ruega,  embiste,  gime,  ampara, 
Pero  en  bu  frente  un  cartel 

Pone  el  reprobo  Luzbel 

¡Huele  k  aaufre  este  favonio! 
¿Pues  quó,  dominará  el  demonio 
Al  arcángel  San  Miguel? 

Siempre  por  los  pies  empiesa 
El  cojo  que  en  un  desliz 
Tiene  la  testa  infeliz 
Por  faltarle  la  enteresa. 

Coa  el  cetro  un*  princesa 
Rompió  la  corona  en  él; 
Que  un  ridiculo  papel 
Lo  hiciera  hasta  San.  Antonio; 
¡Cuánto  más  lo  haría  «n  demonio 
Si  besara  k  San  Miguel! 

Si  en  la  mano  flecha  un  beso; 
Si  estando  á  los-  pies  de  hinojoB 
Busca  encanto  en  uno*  ojos 
Quien  tiene  el  genio  travieso, 

Bien  merece  que  un  proceso 
Se  le  forme  en  el  dintel 
Del  infierno  á  todo  aquel 
Que  sin  decir  un  vocablo, 
Se  quiere  igualar  al  diablo 
A  los  pies  de  San  Miguel. 

Dijo  Angélica;— sEse  enré 

Con  todos  sus  portoenó. . . . 
Sus  peripecias  y  horró. . , . , 
Darle  crédito  no  pué. . ,  * . 

Mas  si  ttóted  lo  afirma,  té. . .  v 

Queen  un  costal  todo  cá ; 

Y  pfe&te  que  usted  lo  sá 

¿Quién  lo  dijo?  ¿cómo  y  cuan ? 

— Yo,  que  lo  estuve  miran, . . . 
Potelojodeiallá..... 

— Si  él  hubiera  dado  él  beso, 

Con  itoúftire  y  riü  emboso 
Un  manazo  muy  rasposo 
"  Al  atréviTO  tfti¿Rápeso. 

— jAv,  Ang¿ficaf;¡Pu&  eso! .... 
Eso  el  bribón  se  «propuso, 


40. 

En  cambio  de  tanto  abuso; 
Recibir  y  dar  manazo, 
Que  por  rezo,  de  un  porrazo 
Gura  el  Cura,  y  hace  el  uso. 

Para  completar  esta  familia  existen  cuatro  hyos,  á  quienes  solo  he 
saludado  y  apenas  conozco  de  vista;  las  labores  á  que  están  destinados, 
su  carácter  circunspecto,  y  la  falta  de  oportunidad  para  tratarlos,  me 
han  obligado  á  permanecer  en  su  presencia  otra  esa  gravedad  que  sólo 
destierra  un  trato  frecuente. 

A  pesar  de  mi  aislamiento  he  podido  descubrir  grandes  cualidades 
que  forman  la  dicha  de  una  familia.  Siendo  muy  jóvenes  perdieron  a 
su  padre;  esta  circunstancia  les  oscureció  el  porvenir  y  no  pudieron 
dedicarse  á  las  carreras  profesionales.  Sin  más  guía  que  los  consejos 
de  una  buena  madre,  tenían  k  la  vista  esos  dos  senderos  que  á  la  ju- 
ventud inexperta  les  brinda  la  suerte;  uno  es  el  de  las  privaciones  de  to- 
do género;  otro  el  que  muestran  los  balados  de  los  placeres.  Supieron 
escoger  el  del  honor,  guiados  por  sus  bellas  inclinaciones  naturales,  y 
alentados  por  la  voz  de  una  madre.  Libre»  en  una  sociedad  corruptora, 
supieron  formarse  por  sí  solos,  y  escoger  el  círculo  de  sus  amigos  desde 
la  infancia,  no  perder  de  vista  la  moralidad  cuyos  gérmenes  había  de- 
positado en  su  alma  la  más  buena,  la  más  piadosa  de  las  madres. 

Asi  debe  haber  sido  mi  santa  madre,  cuyas  caricias  no  gocé  porque 
pronto  descendió  al  sepulcro.  Ambas  se  hubieran  identificado  en  las 
grandes  virtudes,  en  un  carácter  dulce  y  benigno^severas  para  dirigir 
á  sus  hijos,  formarles  el  corazón  y  marcarles  el  sendero  del  honor  que 
recorren  hoy  con  paso  firme;  sobre  todo  para  infundirles  las  creencias 
que  se  radican  en  los  dogmas  cristianos  y  en  la  fe  más  pura.  Esa  bue- 
na conducta  en  unos  jóvenes,  podría  estar  fundada  en  el  racioci- 
nio, como  hija  de  una  convicción  profunda  ó  de  una  clara  inteligencia; 
pero  los  sentimientos  nobles  que  nacen  en  el  alma,  los  engendra  exclu- 
sivamente la  solicitud  maternal  trasmitidos  en  ella  con  las  caricias  y 
la  ternura,  con  las  lágrimas  y  el  sacrificio;  porque  estos  afectos  al  desa- 
rrollarse en  el  niño,  hermanados  con  los  destellos  intelectuales,  sólo 
pueden  dirigirse  por  los  consejos  de  una  madre,  cultivarse  por  la  ener- 

Kde  un  carácter  razonador  que  se  sobrepone  sin  trabajo  á  las  natura- 
preocupaciones  de  un  corazón  materno.  Andrómaca  no  sería 
más  á  propósito  que  esta  señora  para  depositar  en  el  alma  de  sus 
hijos  los  gérmenes  primeros  de  todas  las  virtudes;  ninguna  de  las  mu- 
jeres ilustres  de  la  antigüedad  podrían  aventajarle.  Amables,  respe- 
tuoso», tiernos  son  esos  hijos,  no  sólo  con  su  madre  adorable,  sino  con 
unas  criaturas  que  por  su  sexo  necesitan  de  apoyo  en  el  mundo;  no  sólo 
del  cuidado  materna),  sino  de  las  caricias  de  sus  hermanos  y  de  su  som- 
bra benéfica. 

Yo  me  he  conmovido  altamente  al  oontemplar  entre  ellos  una  sonri- 
sa tan  insinuante  como  fugaz  y  espontánea  que  unos  jóvenes  dirigen 
constantemente  á  sus  hermanas,  cofc  esa  naturalida4  que  revela  un  rau- 
dal de  beneficios  y  de  amor  entmfiable.    Cada  tmo  por  sí  no  tiene  otro 


41. 

pensamiento  que  su  madre  y  sus  hermanas;  y  sus  aspiraciones  no  alean* 
zan  otro  límite  ni  otra  atmosfera,  que  su  hogar,  el  trabajo  y»  la  abnega- 
ción. 

Uno  de  estos  hermanos  que  curso  las  aulas,  hizo  hasta  su  término  la 
carrera  del  foro,  como  por  una  complacencia  hacia  los  deseos  de  su  fa- 
milia; mas  después,  cediendo  á  bus  inclinaciones  bien  manifiestas,  em- 
prende el  camino  que  le  llama  al  sacerdocio.  Hoy  está  próximo  á  lle- 
gar al  altar,  ungido  por  el  Oleo  santo,  encontrando  un  terreno  erizado 
de  espinas  para  ejercer  las  virtudes  que  aconseja  el  Evangelio,  y  para 
propagar  esa  luz  divina  y  civilizadora  del  cristianismo,  al  ejercer  su  su- 
blime ministerio.  Con  un  carácter  afable  y  modesto,  hará  la  conquista 
de  algunos  hombres  á  quienes  ha  cegado  la  irrupción  de  los  errores  más 
funestos. 

Estudioso  y  de  un  claro  talento,  tal  vez  está  llamado  á  ocupar  los 
puestos  prominentes  de  la  Iglesia,  á  donde  solo  llegan  los  hombres  de 
saber  y  de  acrisolada  virtud. 

XV. 

tiLa  Libertad»  viene  á  mi  mesa. 

Comienzo  por  adivinar  las  palabras;  el  traducir  trae  sus  inconvenien- 
tes; á  las  blasfemias  que  ños  hacen  decir  los  cajistas,  los  tipos  empaste- 
lados, la  letra  ininteligible  de  los  redactores,  hay  que  agregarla  malicia 
del  lector  y  sus  interpretaciones  color  de  fuego. 

Junius,  mi  buen  amigo,  nuestro  consocio  en  el  periodismo,  ha  sido 
conmigo  amable,  y  sólo  nos  hemos  cambiado  frases  benévolas;  igual  cosa 
ha  sucedido  con  mis  estimables  compañeros  de  redacción,  porque  los 
chicos  de  «La  Libertad  ti  todos  somos  buenas  Aojas,  como  las  espadas  de 
Toledo.  A  Jumus  siempre  lo  he  visto  con  predilección,  y  felicitado 
por  sus  escritos;  le  he  dicho  con  juvenil  entusiasmo,  con  tímida  espre- 
sión,  cuánto  estimo  sus  producciones.  Después  de  estos  piropos,  es  na- 
tural que  nos  separemos  en  muy  cordial  amistad:  ¡quién  pensara  que 
nuestro  consorcio  había  de  turbarse  por  la  sombra  pasajera  de  una  li- 
gera nube,  es  decir,  por  la  educación  de  la  mujer! 

Yo  conocí  una  pareja  conyugal  que  fué  feliz  toda  su  vida,  menos  un 
solo  día  en  que  el  diablo  metió  la  cola;  la  amartelada  esposa  tuvo  el  ca 
pqpho  de  poner  su  amor  en  un  faldero,  y  lo  agasajaba  más  que  á  su 
marido;  le  daba  las  caricias  y  le  obsequiaba  con  el  beef steak  que  no  le 
pertenecía;  ¡angelita  inocente!  sólo  se  llevó  al  sepulcro  un  mordisco  y 
dos  coscorrones,  ministrados  por  su  consorte. 

'Nomás  á  un  dentazo  se  ha  hecho  acreedor  Junius  por  las  ideas  que 
ha  vertido  en  uLa  libertad*»  del  Sábado. — Ha  dicho  que 

No  envidia  los  lauros  de  la  señora  doña  Pilar  Sinués  de  Marco  ni 
las  de  ninguna  notabilidad  literaria  siendo  femenina,  porque  cree  que 
esa  carrera  no  se  instituyó  para  las  mujeres.  ¡Caracoles!  ¡qué  bien  se 
conoce  que  Junius  tiene  en  su  casa  lo  que  necesita,  y  no  anda  causando 
lástimas  en  la  vecindad!    Yo  sí  ambiciono  esos  lauros,  y  más  los  am- 


42. 

biciono  porque  los  juzgo  bien  merecidos.  A  la  señora  Sinoé»  de  Mar- 
co le  ha  costado  trabajo  el  adquirirlos;  apenas  hay  en  España,  y  aun 
en  los  países  en  que  se  habla  castellano,  una  mujer  tan  popular  entre 
las  de  sn  sexo;  esa  escritora  no  será  la  más  instruida  en  las  ciencias  e 
8acta8;no  será  en  las  filosófico-morales,  pero  siendo  enciclopédica  su  ins- 
trucción ba  consagrado  sn  tiempo  en  trasmitirla  k  la  mujer,  en  marcar- 
le el  sendero  del  oién,  y  más  tarde  las  pequeñas  virtudes  que  son  las 
que  ennoblecen  á  la  mujer  en  el  Kogar  y  en  la  sociedad;  las  máximas  y 
consejos  sembrados  en  sus  escritos,  llevan  en  alas  de  la  publicidad,  á 
todas  partes  las  nociones  del  bien,  y  se  aprovechan  de  ella  desde  la  cla- 
se pobre  hasta  la  clase  más  encumbrada.  Sus  escritos  todos  llevan  un 
fin  moral,  filosófico  y  social;  eleva  á  las  del'sexo  débil  y  las  defiende  de 
las  diatrivas  de  los  escritores  burlones,  poniendo  la  instrucción  al  alcan- 
ce de  todas  las  clases;  sus  estudios  históricos  han  contribuido  k  ilustrar 
y  á  instruir  á  la  mujer  española  y  americana,  cundiendo  sus  doctrinas 
hasta  los  pueblos  incultos. 

La  Baronesa  de  Wilson,  dedicada  k  los  estudios  de  la  historia,  será 
más  profunda;  serán  leidos  con  gusto  sus  escritos  por  hombres  pensa- 
dores y  aun  por  mujeres  de  elevada  gerarquia;  pero  sus  conquistas  no 
serán  tan  numerosas  como  aquellas  que  la  señora  de  Marco  ha  heeho  ya. 
Gloriosos  son  los  lauros  alcanzados  por  esa  señora;  consagra  su  plu- 
ma á  desterrar  la  ignorancia,  á  difundir  la  mfcral  entre  tantos  seres  que 
no  tienen  grandes  elementos  para  instruirse.  Preguntadlo  k  vuestras 
hijas  y  á  vuestra  esposa,  ¡oh  Juniw  obcecado!  si  no  las  tenéis  no  po- 
dréis juzgar  con  imparcialidad,  porque  los  ciegos  de  nacimiento  no  pue- 
den deliberar  sobre  los  colores;  preguntadlo  á  las  discretas  señoritas  de 
vuestro  círculo,  y  os  darán  una  respuesta  bien  convincente;  leed  el  pró- 
logo de  la  obra  de  la  señora  Sinués  sobre  las  mujeres  célebres  y  veréis 
si  sus  observaciones  no  son  justas,  contundentes  sus  diatrivas. 

Si  para  educar  á  la  mujer  y  para  mejorar  su  condición  social  debie- 
ra enseñársele  lo  estrictamente  necesario,  es  decir,  lo  necesario  para  la 
vida  ¿á  dónde  iríamos  á  parar?  si  descartamos  lo  inútil  y  lo  notoria- 
mente malo,  sucedería  lo  que  al  glotón  que  engullía  una  cantidad  gran- 
de de  albaricoques;  comenzó  por  tomar  los  más.  grandes  y  sanos  y  dio 
fin  comiéndoselos  todos. 

.  Recurramos  á  un  símil.  Descartad  en  la  mujer  la  sabiduría  por  inú- 
til y  perjudicial,  porque  es  seguro  que,  para  la  filosofía  no  ha  de  ser  u- 
na  Santa  Teresa  de  Jesús,  ni  para  el  Estado  una  Isabel  de  Inglaterra, 
ni  una  Catalina  de  Rusia.  La  historia  patria,  la  universal,  la  geogra- 
fía, las  matemáticas,  la  literatura,  son  incompatibles  con  las  labores  do- 
mésticas; la  música,  la  pintura,  el  canto,  el  baile,  el  dibujo,  los  idiomas, 
de  nada  sirven  á  la  joven  de  la  clase  media  ni  á  la  de  la  ínfima,  y . . . . 
ni  aun  á  la  de  la  alta  sociedad;  tales  estudios  son  perjudiciales,  puesto 
que,  tilas  hacen  charlatanas  y  pedantes;.!  además  les  roban  el  tiempo 
que  han  de  emplear  en  hacer  calceta,  en  remendar  unos  pantalones  y 
en  hacer  una  tortilla  de  huevos.  Brillar  en  la  sociedad  por  artificio,  es 
tributar  un  homenaje  a  la  afectación;  es  lucir,  eomo  la  luna,  una  luz} 
prestada  de  un  astro  rutilante;  no  se  le  debe  alucinar  á  la  sociedad  con 


43. 


jj  falsos  aliños  quejrio  están  en  el  alma,  nifdeslumbrar  como  las  luciérna- 
gas, con  una  luz  ficticia.  Algo  más  positivo  necesita  un  hombre  en  el 
alma  mía  de  sus  ojos.  El  bordado,  las  flores  artificíales,  la  floricultura, 
las  bellas  artes  en  todos  sus  atributos,  todos  aquellos  prodigios  que  en- 
cantan la  vista  y  que  podríamos  llamar  de  ornato,  distraen  á  la  mujer 
del  cuidado  de  los  hijos  y  de  la  asistencia  del  marido ¡Ooooh! 

Todo  esto  podría  decirse  del  bello  sexo,  tomando  por  pretexto  á  la  jó 
ven  del  pueblo  ínfimo;  pero  no  es  aplicable  á  la  de  la  alta  clase. 

Seguiremos,  sí,  seguiremos  descartando  lo  inútil. 

La  ropa  de  lujo  que  hace  interesante  á  una  mujer  y  realza  su  belleza 
plástica  en  el  templo,  en  el  teatro,  en  círculos  sociales,  no  es  más  que  un 
insulto  á  la  indigencia  y  una  carga  dispendiosa  para  el  marido.  £1  co- 
lorete, los  postizos,  el  bullarengue,  los  dijes  en  las  orejas,  son  pernicio- 
sos é  incómodos,  y  las  mujeres  pueden  pasarse  sin  ellos;  son  el  sím- 
bolo del  capricho,  de  la  ligereza  y  del  coquetisino. 

En  ella  la  cocina  selecta,  es  gula.  ' 

£1  buen  gusto  en  los  trages,  soberbia: 

El  uso  de  vistosas  telas,  vanidad. 

Pero  si  descendemos  hasta  los  vestidos  de  humilde  percal,  podríamos 
calificarlos  de  superficiales.  La  historia  nos  refiere  que  en  la  antigüe- 
dad eran  muy  felices  las  mujeres  con  usar  sandalias,  una  túnica  ligera 
v  el  manto;  no  usaban  medias,  ni  botines  de  altísimo  tacón,  ni  el  sim- 
bólico sígame  usted,  pollo,  ni  el  tupé,  ni  los  rícitos  frontales  llamados 
bésame  aguí;  todo  esto,  que  es  inútil  en  la  señora  de  guante  blanco,  es 
superfluo  en  la  señora  de  la  clase  media,  y  ridículo  en  la  joven  de  la  ín- 
fima; hasta  el  polvo  dentíf ero  y  los  perfumes  higiénicos  son  onerosos  pa- 
ra el  cochero  y  el  cargador;  con  más,  que  en  su  rusticidad  tienen  estra- 
gado el  gusto  y  son  incapaces  de  distinguir  la  selecta  perfumería  de  e- 
se  olor  vulgar  que  produce  el  ajo  y  la  cebolla,  el  chinguirito  y  la  isabel 
dormida,  el  pulque  y  el  tepache. 

Si  hemos  de  ser  altamente  severos  analizando  todo  lo  inútil,  supri- 
miremos el  rebozo,  las  enaguas  de  vuelo  de  seda  ó  de  castor,  los  poraba- 
jos,  la  pomada»  la  bandolina,  y  el  desemarañador;  nuestras  inditas  no  lo 
usan,  y  json  tan  poéticas,  tan  gentiles  con  su  lío  al  rededor  de  la  cintura 
y  su  tilma  ó  gabán,  los  pies  descalzos  y  la  cabeza  peinada  &  la  Medusa! 
gana  la  estética,  y  ellas  pueden  hacer  brotar  la  inspiración  á  todos 
los  poetas,  puesto  que,  con  sólo  verlas  en  su  alucinadora  sencillez,  ex- 
clamó un  alemán:  i»me  gustan  las  inditas  porque  parecen  cohetes  tro- 
nados, it  No  cabe  duda  que  la  conquista  hizo  grandes  adelantos,  y  k  los 
trescientos  años  tienen  los  naturales  la  sencillez  del  edenismo  y  la  son- 
risa de  los  ángeles;  son  k  propósito  para  seducir  al  aguador,  para  condi- 
mentarle los  albarjonea  /  los  amarillitos.  Eva  en  el  Paraíso,  para  se- 
ducir á  su  compañero,  que  por  cierto  no  fué  cargador,  no  necesitó  can- 
tarle el  miserere  ni  la  paloma;  vestida  con  hojarasca  pudo  llenar  su  co- 
metido al  venir  al  mundo;  y  los  paganos  no  necesitaron  bordados  para 
cumplir  con  los  deberes  que  les  imponían  tas  leyes  y  la  religión. 

Ese  lujó  superficial,  que  ostentan  las  educandas  del  Hospicio,  no  $erá  U 
desdeñado  por  tes  gentes  que  habitan  las  casas  de  vecindad;  enséñese,  jj 


44. 

les  cuales  son  las  obligaciones  de  las  buenas  madres  de  familia;  crae  se* 
pan  que  los  principales  deberes  de  una  mujer  es  darle  muchos  hijos  í 
la  patria,  según  la  respuesta  de  Napoleón  á  Madame  Stael!  Yo  he  leí- 
do no  sé  en  qué  parte  el  siguiente  axioma. 

Camisa  exenta  de  mangas 
Sin  cuello,  bata  y  pechera, 
Sin  lo  de  atrás  y  las  haldas, 
Excluyen  la  costurera. 

Conocí  á  un  señor  D.  Deogracias  que,  entusiasta  por  los  ejercicios  e- 
cuestres,  adquirió  un  caballo  de  la  rasa  inglesa  moderna:  jamás  procuró 
adquirir  yeguas  de  rasa  pura,  descendientes  de  la  del  Profeta,  porque 
son  de  precio  elevado,  pero  sí  las  buscaba  de  gran  alzada  y  de  fecundi- 
dad maravillosa;  como  consecuencia  de  esto  se  pretendía  que  la  madre 
criara  bien  á  sus  mamíferos.  .Parir  seguido  y  dar  de  mamar  con  cons- 
tancia, era  cuaqto  llenaba  sus  deseos. 

¿Qué  otra  cosa  puede  desearse  para  las  educandás  ttobres,  que  nacie- 
ron para  esposas  de  los  aguadores  y  cordeleros,  sino  las  cualidades  ye- 
güisticas  de  D.  Deogracias?  Mejorar  la  condición  social  de  la  mujer, 
sacarla  de  su  abyección  por  medio  de  una  educación  esmerada»  es  lan- 
zarla á  la  vorágine  de  la  prostitución;  es  condimentar  manjares  para  los 
ricos,  y  desviarlas  de  ser  esposas  de  los  pobres,  ha  dicho  Plaza  en  un 
intervalo  lúcido,  dice  mi  amigo  Junins* 

Según  esto,  los  pobres  no  merecen  tener  por  esposas  á  mujeres  ins- 
truidas, que  sepan  cuales  son  sus  deberes  como  madres;  ni  deben  co- 
nocer los  dogmas  de  su  religión,  ni  los  acontecimientos  que  refiere  la 
historia  patria,  ni  los  rudimentos  de  la  higiene  y  de  la  medicina  do- 
méstica, ni  que  tengan  idea  de  las  ciencias  que  se  ligan  con  el  bien- 
estar de  la  familia,  ni  de  la  teoría  de  los  planetas,  ni  de  la  causa  de  los 
terremotos,  ni  de  la  geografía,  ni  de  la  historia  universal;  estos  conoci- 
mientos enciclopédicos,  que  son  los  que  forman  la  felicidad  de  los  pue- 
blos y  no  el  número  de  sus  sabios  y  de  sus  genios,  se  declaran  incompati- 
bles, son  por  demás  en  las  esposas  de  los  pobres. 

Cuando  nos  hemos  propuesto  buscar  un  medio  para  mejorar  la  con- 
dición social  de  la  mujer  pobre,  no  hemos  encontrado  otro  que  el  de  la 
educación,  y  crearle  con  ella  algunas  necesidades. 

Es  tan  poco  lo  que  una  mujer  pobre  necesita  para  vivir,  que  en  tres 
días  haría  el  curso  de  las  cátedras  escolares:  ¿qué  puede  necesitar  la  es- 
posa del  zapatero,  cargador  y  carpintero?  ¿Remendar?  ¿cocer  los  gar- 
banzos? ¿asear  á  los  chicos?  esto  es  como  el  oficio  del  aguador.  No  obs- i 
1'  tante;  la  humanidad  recibiría  un  beneficio,  según  Jwiiusy  con  que  se  es- 
tablecieran escuelas  de  maternidad,  es  decir,  supongo  yo,  escuelas  donde 
.  las  miyeres  aprendan,  no  á  ser  madres,  sino  á  cumplir  con  los  deberes  i 
de  tales,  cuando  lo  sean.  Yo  deduzco  de  esos  consejos  que  sería  muy 
bueno  fundar  en  el  Hospicio  una  cátedra.donde  se  enseñara  con  sólidos 
principios  el  arte  de  remendar  los  chochocóles;  para  servirla  me  atreve- 
ría &  recomendar  al  maestro  Coyote,  el  de  la  calle  del  Empedradillo, 


45. 

que  es  muy  hábil  para  pespuntar  un  remiendo  con  correa  y  en  el  tepalcate 
en  su  esférico  adminículo;  no  vayan  ustedes  á  pensar,  muy  al  contrario 
de  Arrangois,  no  se  le  escurre  ni  una  gota  de  agua. 

Como  música  podría  enseñárseles  á  soplar  la  gaita  gallega  ó  la  chiri- 
mía, y  &  cantar  el  Mambrú  ó  algunas  seguidillas  como  las  que  compuso 
el  maestro  Coyote,  cuyo  preludio  es  el  siguiente: 

La  sobrina  de  don  Diego 
es  como  la  hija  de  Antonio; 
si  le  hablan  de  matrimonio 
ella  quiere  luego-luego. 

La  tal  sobrina  ha  de  ser  como  aquella  de  quien  nos  habla  Queve- 
do,  diciendo: 

ítem  más,  una  sobrina, 
doncella. . .  .otro  item  más; 
siendo  peor  que  Barrabás 
á  nada  bueno  se  inclina 

Es  seguro  que  si  en  el  Hospicio  se  les  enseña  el  punto  y  contra  pun- 
to para  cantar  la  Stella  Confidente,  las  educandas  ya  no  aceptarán  un 
marido  pobre;  aspirarán  á  meterse  una  sopa  muy  grande  al  lado  de  un 
rico,  si  tienen  anchas  tragaderas.  Estas  suripantas  son  un  prodi- 
gio de  ignobles  aspiraciones;  pero  ¿qué  vamos  á  hacer  si  tal  es  su  incli- 
nación natural?  siendo  esposas  ignorantea-no  hay  qué  hacer  juicios  teme- 
rariosr-ni  pensarían  siquiera  en  un  cambio  de  fortuna  pudiendo  an- 
dar en  picos  pardos  con  los  ricos,  mucho  menos  con  los  pobres;  los 
gatuperios  es  planta  que  florece  sólo  donde  se  escuchan  las  melodías 
de  Shubert. 

Acaso  se  me  diga  que  no  se  opone  Junius  á  que  se  dé  educación  es 
merada  al  bello  sexo,  sino  únicamente  á  que  se  le  enseñe  música,  idio- 
mas, hacer  flores  y  bordados  á  las  chicas  que  están  destinadas  á  ser  es- 
posas de  los  pobres  artesanos.  Pues  bien,  este  argumento  es  el  que  ven- 
go combatiendo,  porque  no  hay  incompatibilidad  entre  ser  esposa  de 
un  pobre  y  laborioso  artesano,  que  más  tarde  será  de  mediana  fortuna, 
y  en  que  afine  su  voz,  confeccione  sus  vestidos  y  los  de  sus  hijos,  y  hable 
un  lenguaje  exento  de  interjecciones  semi-salvajes;  yo  creo  que  un  po- 
bre sin  parecer  un  loco,  bien  podría  aspirar  á  casarse  con  una  mujer 
que,  á  las  recomendaciones  que  el  le  busca,  añadiera  otras  habilidades 
que  engendra  una  buena  educación. 

Entre  esa  multitud  de  criaturas  infelices  puede  haber  algunas  que 
descoellen  con  verdadero  genio,  y  bastaría  una  solamente,  para  redimir 
á  ese  género  humano  de  abyectos  seres  femeniles  que  van  en  pos  de  u- 
na  esperanza  Los  pimpollos  del  Hospicio,  con  precocidad  sin  ejemplo, 
dan  impulso  á  sus  inclinaciones»  inmaturas,  y  quieren  ser  ya  esposas  de 
aguadores.  ¿Qué  les  parece  á  ustedes  que  hicieron  en  días  pasados? 
armaron  una  trampa  de  seducción  al  anciano  bombero,  es  decir  al  agua- 


46. 

don  habría  sido  aquel  un  nuevo  campo  de  Agramante  si  el  nuevo  José, 
el  émulo  del  que  pudo  ser  rival  de  Putifar,  no  hubiera -dejado  allí  los 
girones  de  su  capa,  y  dado  pitazo  de  que  las  educandas  lo  galanteaban. 
Esas  mocosuelas  saben  más  de  lo  que  les  han  enseñada  ¡Dios  salve  k 
la  República! 

XVI. 

Los  acontecimientos  de  la  última  semana  dignos  de  narrarse  son  en 
primer  término  los  enlaces  de  personas  notables  que,  cada  una  en  su  cír- 
culo, llama  la  atención.  Si  nosotros  hubiéramos  de  concurrir  á  todas 
las  ceremonias  religiosas  sería  necesario  formar  una  iguala  con  los  cu- 
ras de  almas  y  con  los  jueces  del  Estado  civil  para  formar  las  cróni- 
cas matrimoniales  y  entonar  á  cada  pareja  un  canto  epitalámico,  á  ma- 
nera de  un  Sr.  Gayoso  que  debe  tener  contratado  un  cantor  fúnebre,  un 
poeta  elegiaco,  un  Justo  Sierra,  en  fin,  que  llore  delante  de  cada  difun- 
to, y  que  haga  vibrar  su  lira  con  tétricos  acentos;  mas  ya  que  tenemos 
de  escribir  algo,  nada  es  más  justa  que  consagrar  un  plumazo  á  ese  Sa- 
cramento, y  á  ese  contrato  que,  día  con  día,  se  practica  en  todos  los  pue- 
blos de  la  tierra,  ya  sea  según  los  ritos  cristianos,  ó  de  otros  distintos 
cultos;  ya  sea  por  el  camino  religioso,  por  el  civil,  ó  bien  por  el  crimi- 
nal, como  decia  el  otro. 

El  matrimonio  es  un  acto  de  la  vida  que  acaso  sólo  interesa  á  los  que 
lo  contraen,  y  es  de  lo  que  más  nos  ocupamos  los  indiferentes;  aun  los 
que  no  conocemos  á  los  cónyuges  sentimos  los  retortijones  de  la  curio- 
sidad, y  deseamos  saber  quién  es  esa  novia  que,  como  una  nube  de  pla- 
ta que  se  mece  en  el  espacio,  vemos  cruzar  para  el  templo,  cubierta 
de  crespón  y  blancas  flores:  algunas  nos  parecen  hermosas;  las  más  sim- 
páticas; todas  graciosas  y  felices,  á  lo  menos  en  ese  día*  Una  señorita 
con  traje  de  desposada  in  fteri,  es  el  foco  de  todas  las  miradas,  objeto 
de  todas  las  admiraciones,  y  también  el  blanco  de  todas  las  envidias, 
sí,  de  las  envidias  nobles  ó  innobles;  ellas  eonvergen  en  la  que  lleva  al- 
bo traje  de  moiré,  velo  de  crespón,  símbolo  de  la  pureza,  y  azahares  em- 
blemáticos de  la  inocencia  Los  jóvenes  de  ambos  sexos  envidian  esa 
felieidad  de  dos  seres  á  quienes  unen  lazos  de  simpatía,  de  amor,  de  la 
pasión  frenética,  para  entrar  en  ese  gran  mundo  que  eeHpsa  las  ilusio- 
nes de  la  soltería,  para  mostrar  la  realidad  del  afecto,  grande  y  sublime, 
sin  los  fantásticos  resplandores  de  un  prisma  encantado. 

Si  las  costumbres  pudieran  regenerarse  de  tal  modo,  que  no  se  obser- 
varan en  la  sociedad  ninguno  de  los  actos  lujosos  y  que  ostenta  la  mo- 
licie, sería  la  ceremonia  matrimonial  más  imponente  y  magestuosa 
de  lo  que  es  ahora,  ya  sea  que  se  celebre  en  el  templo,  bajo  las  ceremonias 
augustas  de  la  religión,  ya  bajo  ei  imperio  de  las  leyes  civiles,  ó  bien  de 
los  dos  modos  &  la  vez;  pero  sin  poner  en  espectáculo  á  una  inocente 
niña  que  llega  al  altar  con  el  candor  de  la  paloma,  mientras  que  una 
multitud  curiosa  le  lanza  los  arpones  de  la  malevolencia,  y  la  sonrisa 
mal  intencionada  dei  ridicula  huí  envidias  de  pretendientes  desprecia- 
dos; las  anécdota»  siempre  saroástícas  de  algunas  relaciones  que  no  lie 


47. 

garon  á  madurar;  las  pretensas  aue  vieron  burladas  sus  esperanzas  con 
el  afortunado  galán  al  conducir  a  otra  novia  á  los  altares,  son,  con  mu- 
cha frecuencia,  objeto  de  conversaciones  en  tales  momentos;  se  asiste 
mentalmente  á  las  escenas  del  hogar,  aunque  la  esposa  se  entregue  en 
esos  instantes  á  los  placeres  del  sarao,  expresión  inocente  de  su  dicha 
realizada  en  ese  día  solemne,  ¡cómo  se  interpretan  sus  sonrisas,  sus  sus- 
piros, sus  lágrimas,  sus  sensaciones,  al  sorprender  la  ternura  hacia  el  es- 
poso cuando  rebosa  la  copa  de  la  más  grande  felicidad!  todas  sus  ac- 
ciones tienen  un  tinte  de  candor,  que  se  expresa  con  sencillez,  con  es- 
Sontaneidad  en  un  circuló  de  amigos  que  toman  parte  en  el  júbilo 
e  ese  día,  y  que  al  siguiente  buscarán  con  mirada  indagadora  y  mali- 
ciosa á  esa  pareja  para  felicitarla.  La  sociedad,  que  forma  esa  cadena  de 
alianza  en  un  pueblo,  debía  procurar  que  los  recien  casados,  después  de 
recibir  las  bendiciones  de  los  ministros  de  sos  cultos,  fueran  á  pasar  los 
primeros  días  á  un  lugar  apartado  del  bullicio  de  la  sociedad,  y  después 
penetrar  en  sus  salones  cuando  se  han  olvidado  aquellas  reminiscencias 
que  preceden  al  himeneo,  para  celebrar  en  familia,  con  los  amigos  ínti- 
mos, la  unión  que  Dios  y  el  legislador  legitiman. 

Tres  actos  tienen  lugar  cuando  la  criatura  recorre  el  sendero  de  la 
vida,  y  marca  su  paso  sobre  la  tierra  hasta  la  decrepitud:  el  bautizo, 
el  matrimonio,  el  requie8-cat\  es  decir  la  aurora  de  un  sol  naciente,  su 
paso  por  el  cénit,  el  crepúsculo  vespertino  al  hundirse  en  su  ocaso.  La 
generalidad  mira  con  indiferencia  ese  acto  que  acristiana,  que  abre  las 

{martas  del  cielo  á  quienes  vienen;  al  mundo  entre  dolores  y  llanto;  pero 
e  sigue  con  interés  cuando  suena  la  hora  de  su  emancipación;  con  dolor 

cuando  ha  exhalado  el  último  aliento. . . 

Como  el  egoísmo  es  un  vicio  inherente  al  ser  humano  creo  que  todos  nos 
debemos  pone  r  tristes  si  no  nos  es  dado  encender  esa  antorcha  que  convida 
con  sus  beneficios  &  todos  los  mortales;  en  cuanto  k  los  hombres  que  aun 
no  la  han  visto  apagarse,  sólo  se  les  permite  lanzar  un  suspiro  que  que- 
da sofocado  en  los  pulmones  ó  en  la  región  de  las  queje»  inoportunas: 
¡cuántos  hay  que,  á  pesar  de  su  indiferentismo  por  las  prácticas  católi- 
cas, desearían  frecuentar  el  santo  Sacramento  del  matrimonio! 

Las  mujeres  recuerdan  con  entusiasmo  el  gran  día,  en  que  vistieron 
el  traje  nupcial  y  llegaron  á  los  altares  con  fe  reverente,  porque  tuvie- 
ron también  esperanza  fundada:  esto  es  una  verdad,  no  obstante  las  o- 
piniones  de  un  escritor,  más  barloa  que  filósofo,  que  sostiene,  sólo  por 
lanzar  un  sarcasmo  contra  el  bello  sexo,  qué  nía  mitad  de  las  mujeres 
pasan  su  vida  buscando  un  maridoy  y  la  otra  mitad  procurando  desha- 
cerse de  éLu      * 

Hoy  está  probado  que  salen  buenos  los  matrimonios  que  se  disponen 
como  las  patatas,  es  decir,  al  vapor;  ya  no  se  ven  parejas  que  eücaneeie* 
ron  en  la  contemplación  del  himeneo;  que  duraron  quince  años  para*  re- 
solverse á  volver  la  espalda  al  Cura  que  los  esperaba  con  las  arras  y  la 
cadena  conyugal;  en  estos  tiempos  dfc  ferrocamles  y  de  electricidad,  el 
matrimonio  se  inicia,  se  desarrolla  y  se  efectúa  en  menos,  que  canta  un 
gallo. 


48. 

,,E1  tiempo  es  dinero, t,  dicen  ellos,  aplicándose  á  sí  mismos  ese  adagio 
norte-americano.  1 

i. El  tiempo  perdido,  los  santos  lo  lloran;*  dicen  ellas,  y  ¡arriba!  como ! 
quien  apechuga  una  purga. 

¿A  qué  esperar  una  señorita,  cuya  vida  es  fugaz,  á  que  aepele  la  pava  al 
frente  de  sus  balcones?  ¿que  le  siga  á  todas  partes,  y  que  el  día  menos 
pensado  encuentre  al  pretendiente  basta  en  la  sopa?  No  es  cuerdo  en- 
tretener dos  lustros  para  que  á  la  mejor  de  espadas  diga  una  ú  otro  a- 
quello  de 

Te  dije  que  te  quería: 
te  lo  dije  así  no-más 

Bien  hacen  las  pollas  en  despachar  á  los  pavi-pollos  con  su  música  á 
otra  parte,  para  que  no  hagan  malaobra  si  hay  alguno  f ormalito. 

Un  novio,  si  se  ausenta  ó  se  ataranta,  se  encuentra  al  volver  con  un 
sustituto,  ó  como  decía  Quevedo: 

Os  dormisteis,  y  una  Eva 
hallasteis  al  despertar, 
hoy,  si  se  duerme  un  marido 
halla  á  su  lado  un  Adán. 

Réstanos  hablar  sobre  las  clases  de  matrimonio  que  en  México  se  ce- 
lebran; unos  tienen  la  aprobación  de  Lucifer,  y  se  forjan  pronto,  pron- 
tito,  con  sólo  las  condiciones  de  voluntad  recíproca,  de  necesaria  conve- 
niencia. Estas  parejas  son  como  las  aves  de  paso,  como  las  viajeras  go- 
londrinas; vienen  con  el  calor  de  la  Primavera,  con  las  auras  veraniegas 
y  emigran  á  los  primeros  anuncios  de  un  soplo  invernal  por  no  arrecir- 
se de  trio:  otras  parejas  de  nevado  temperamento,  esperan  los  graznidos 
de  los  ánsares  y  las  grullas  para  enceder  la  estufa  y  buscar  con  artificio 
el  abrigo  del  calor  mutuo.  Como  esos  matrimonios  están  diablificados 
por  un  espíritu  malévolo,  bien  conocerá  todo  el  mundo  que  no  pueden 
ser  ni  felices  ni  duraderos.  ¡Dios  nuestro  Señor  libre  á  nuestros  lecto- 
res de  la  influencia  corruptora,  de  las  zalamerías  de  esas  vestales,  que 
mantienen  como  en  la  antigüedad,  el  fuego  sagrado  de  sus  paganos 
templos! 

Viene  después  el  contrato  civil  que  legitima  la  ley,  que  brinda  más 
garantías  á  la  desposada,  que  realiza  la  elevación  de  la  mujer,  y  también 
sus  derechos  antes  ilusorios,  sus  beneficios  y  los  de  sus  hijos,  y  que  ha- 
ce efectivo  el  castigo  del  esposo  qnejpicqpardea  á  excusas  ó  ala  vista  de 
su  carimna  consorte;  boy  la  ley  está  reformada  por  una  mano  poco  pre- 
visora en  el  sermoncito  que  el  juez  del  Estado  civil  debía  de  leer  á  los 
contrayentes,  por  ser  el  estudie  de  los  deberes  recíprocos,  de  sus  dere- 
chos prácticos,  precisos,  inalienables  y  verdaderos  que  elevan  á  la  mu- 
jer al  rango  de  compañera  del  hombre  y  la  saca  de  la  condición  de  cierva. 

Muchas  parejas  se  unen  sin  las  bendiciones  délos  ministros  en  la  vía 
religiosa;  otros  se  conforman  con  dar  manazo  ante  un  sacerdote  de  cual- 


49. 

quier  culto;  descuidan  las  prescripciones  que  garantizan  los  derechos  de  í 
los  desposados  y  de  su  prole,  y  que  sella  con  la  marca  de  la  moral  uní- 
versal  un  vínculo  que  sólo  la  muerte  puede  romper. 

El  contrato  civil  ha  venido  á  ser  respetado  por  todos,  más  que  el  ma- 
trimonio religioso:  no  por  otra  cosa  sino  porque  la  ley  considera  bigamo 
al  que  contrae,  viviendo  su  consorte,  dos  ó  más  veces  enlace  con  dis- 
tintos seres,  según  los  mandatos  legislativos,  y  castiga  con  severísimas 
penas  al  que  los  infringe. 

¿Y  la  religión?  ¡ahí  deja  el  castigo  de  los  infractores  de  la  unidad  sa- 
cramental  para  después  de  muertos ¡Corneta!  ¡pues  ojo  les  hace 

entonces  la  tristeza! ....  dicen  los  que  no  creen  ó  no  temen  ni  á  la  jus- 
ticia de  Dios  ni  á  las  caricias  del  demonio.  A  la  hora  de  los  gestos  se 
acogerán  á  la  elástica  Misericordia  Divina;  pero  al  cruzar  por  este  mun- 
do darán  con  morraónica  gentileza,  sopa  y  trago,  sin  que  á  la  justicia 
humana  le  quite  el  sueño  la  audacia  descarada,  las  anchas  tragaderas 
de  un  s¿r  bigamo.  ' 

¿Qué  hace  entretanto  la  sociedad?  ¿qué  el  cura  de  almas,  centinela  a- 
vanzado  de  la  moral  cristiana?  Por  esta  causa  creemos  que  ninguna 
mujer  por  su  propia  conveniencia,  debe  esquivar  el  contrato  civil,  á  la 
vez  que  su  unión  sea  santificada  por  el  ministro  de  su  culto. 


50. 


A  VUELA  PLUMA. 


Sofocado  y  sin  aliento  para  poner  en  acción  nuestra  pluma,  nos  deja- 
ron los  chupamirtos  que  libaban  la  miel  de  los  nectarios  de  la  tesorería 
y  de  los  ricos  propietarios.  Volvemos  á  la  vida,  alegres  pero  escuálidos 
á  narrar  á  nuestros  lectores  los  acontecimientos  que  en  el  día  causan 
sensación  y  en  la  noche  se  cubran  con  un  velo  misterioso. 

Una  sociedad  de  jóvenes  entusiastas  por  la  música,  cantó  en  la  Mer- 
ced las  siete  palabras  de  Mercadante,  y  el  Stabat  Mater,  de  Rossini;  es- 
tos actos  religiosos  son  un  estímulo  para  los.  aficionados,  en  este  país- 
donde  la  música  está  en  un  atraso  completo;  mas  unas  hermosas  seño- 
ritas se  prestaron  gustosas  á  contribuir  á  este  concierte  religioso,  y  to- 
dos los  concurrentes  quedaron  complacidos  de  haber  oido,  entre  las  ar- 
monías de  Rossini,  aquellos  dulces  trinos  que,  como  una  ovación,  se  ele- 
van á  Dios. 

La  festiva  función  de  San  MSrcos  se  inaugura  en  nuestro  suelo,  esa 
hermosa  temporada  en  que  nuestro  ameno  jardín  se  reviste  con  las  ga- 
las de  la  Primavera,  y  se  adorna  con  los  encantos  de  la  belleza  femenil. 
¡Cuan  hermoso  es  ese  sitio  en  la  estación  de  las  flores!  pródiga  la  Natu- 
raleza derrama  allí  sus  dones,  y  el  arte  contribuye  á  realizar  el  efecto 
mágico  que  produce  en  nuestra  fantasía,  el  conjunto  de  variadas  flores, 
de  árboles  frondosos  y  de  aves  vocingleras.  En  esos  días  nuestras  ama- 
bles paisanas,  volviendo  de  un  letargo  que  las  domina  todo  el  año,  salen 
como  las  mariposas  á  vagar  entre  las  flores,  á  ostentar  sus  graciosos 
trajes,  á  lucir  los  atractivos  con  que  las  adornó  la  Naturaleza.  Yo  he 
recorrido  muchas  ciudades  del  suelo  mexicano:  he  admirado  el  talento 
de  las  durangueñas,  la  encantadora  voluptuosidad  de  las  hijas  de  Jalis- 
co, la  amabilidad  avasalladora  de  la  culta  sociedad  guanajuatense: 
en  los  días  de  las  adversidad  encontró  un  techo  hospitalario  en  San  Luis 
y  en  el  Saltillo,  y  quedó  fascinado  con  las  gracias  de  esas  mujeres  que 
hermanan  á  la  sencillez  y  franqueza  dn  las  campesinas  los  atributos  de 
la  ilustración:  he  vivido  mucho  tiempo  en  esa  ciudad  hermosa,  en 
ese  México  encantador,  donde  cada  casa  es  un  palacio,  cada  jardín  un 
Edén,  cada  mujer  una  hurí;  he  visto  bogar  pequeñas  embarcaciones  con 
ninfas  coronadas  de  rosas,  adormecerse  con  los  cantos  sensorios  de  los 
poetas  y  agitarse  en  las  praderas  al  compás  de  una  música  voluptuosa; 
pero  cuando  he  vuelto  al  suelo  querido  de  Aguascalientes;  cuando  he  as- 
pirado las  brisas  de  su  ameno  jardín;  cuando  he  visto  á  mis  adorables 
paisanas  cruzar  á  mi  vista,  rebosando  gracia  y  magestad,  encuentro  dé- 


51. 

*^T-~— — »-r-g— ■— ^r-  *•'     ■    ■    '  ■  -  '  ■.     ■■        ■         ■■■■■       ■       ■-  ■  -■■■      ■    nf. 

biles  las  gratas  impresiones  de  otras  ciudades,  porque  aquí  están  mis 
dulces  recuerdos.  Hijas  de  Aguascalientes,  ¡cuánto  os  ama  mi  cora- 
zón! yo  recuerdo  que  vuestra  sensibilidad  ha  derribado  los  cadalsos  y 
roto  las  cadenas  á  los  prisioneros;  á  impulsos  de  un  sentimiento  genero- 
so habéis  probado  que  la  compasión  hacia  el  que  sufre,  es  la  parte  an- 
gelical  dé  vuestro  sexo. 

Para  que  el  bello  panorama  que  representaba  el  jardín  en  esos  días 
tuviera  su  complemento,  le  daba  animación  la  presencia  de  varias  seño- 
ritas de  Lagos  que  habían  venido  á  disfrutar  la  bella  temporada:  gracias, 
talento,  amabilidad,  han  sido  las  dotes  que  las  recomiendan  y  que  les 
han  grangeado  una  estimación  general. 

Escasa  en  diversiones  ha  sido  nuestra  predilecta  temporada.  No  hu- 
bo espectáculos  teatrales,  ni  frenético  can-can,  ni  zarzuela,  ni  dramas 
patibularios;  pero  en  cambio  hubo  juegos  de  azar;  roletas,  que  á  título 
de  diversiones  p&ra  el  sexo  hermoso,  dejaban  exhaustos  los  bolsillos; 
partidas,  que  son  un  sarcasmo  en  una  sociedad  cristiana,  puesto  que  a- 
rrojan  mas  indios  que  los  qne  arrojó  del  suelo  de  Valencia  el  intoleran- 
te Felipe  III. 

¡Admírense  ustedes! 

{¡Hubo  corridas  de  torosll  Los  adictos  á  esta  barbarie  ¡cuántas  mal- 
diciones enviaban  al  diputado  que  esto  escribe  porque,  tuvo  la  osadía 
de  proponer  al  Congreso  la  abolición  de  las  corridas  de  toros! 

Siempre  que  esos  espectáculos  tienen  lugar,  se  lamentan  desgracias 
trascendentales.  No  hablaremos  del  sacrificio  de  seres  inofensivos  cu- 
ya martirio  complace  á  un  auditorio  insensible:  no  describiremos  las  san- 
grientas escenas  que  aplaude  una  clase  que  se  llama  civilizada»  esto  a- 
rrancaría  una  carcajada  al  que  busca  emociones  y  no  las  encuentra  en 
los  actos  del  heroismo  ó  en  la  práctica  de  las  virtudes  criatianas. 

Hubo  allí  una  víctima:  uno  de  esos  seres  desgraciados  de  quien  la  so- 
ciedad se  mofa  y  lo  aplaude,  en  cambio  de  una  chuscada,  de  una  anéc- 
dota aguda  y  muchas  veces  picaresca:  esa  víctima  fué  el  polichinela  de 
la  cuadrilla  de  toreros.  Un  descuido  hizo  que  la  fiera  le  diera  una  he- 
rida mortal,  mientras  que  el  público  gritaba  ó  se  reía,  silbaba  y  aplau 
día  ante  el  espectáculo  de  la  muerte,  de  la  sangre,  de  la  desolación:  ca- 
ballos que  caen  heridos  y  que  mueren  con  horribles  contorsiones,  en 
presencia  de  niños  de  una  ♦exquisita  sensibilidad.  Más  allá,  á  la  vista 
del  público,  el  arlequín  moribundo,  el  sacerdote  que  le  ministra  los  au- 
xilios de  la  religión,  y  un  grupo  de  curiosos,  deseosos  de  apurar  sus  e- 
mociones,  de  contemplar  la  agonía  y  las  horribles  gesticulaciones  de  la 
muerte.  También  los  hijos  de  Hipócrates  se  presentan  á  ejercer  su  su- 
blime sacerdocio.  Observaban  que  la  víctima  aun  respiraba,  pero  más 
se  acercaba  al  sepulcro.  Los  médicos  no  permitieron,  á  pesar  de  las  sú- 
plicas de  la  esposa  aflijida,  que  una  esponja  con  alcohol  limpiara 
la  faz  enharinada,  ni  despojar  del  traje  de  múltiples  colores  al  mo- 
ribundo payaso:  no,  la  fiebre  y  la  congestión  podrían  sobrevenir  al  ins- 
tante, y  he  aquí  por  qué  aquella  cara,  semejante  á  la  paleta  de  un  pin- 
tor, se  parecía  también  á  la  de  una  lechuza;  los  doctores  se  desternilla- 
ban de  risa;  el  Cura  se  encoje  de  hombros,  vacila  y  contiene  una  carcajada 
antes  de  pronunciar  un  ego  te  dbsolvo.     La  pobre  víctima,  agobiada  por 


52.      - 

los  dolores,  lanza  un  gemido;  ei  confesor  ora  y  se  rié  aconsejando  per- 
donar al  toro  que  ocasionó  la  injuria,  y  se  estremece  al  ver  oculta  tras 
la  harina  y  el  bermellón  una  fisonomía  dolorida;  aquella  no  es  una  fiso- 
nomía humana,  es  una  ave  nocturna  que  invoca  de  Dios  la  misericordia, 
f  del  confesor  el  perdón,  de  los  médicos  la  ciencia,  de  los  circunstantes  u- 
na  limosna. 

Al  lado  de  lo  sublime  siempre  está  lo  grotesco;  así,  en  esa  actitud 

de  carnaval,   en  aquella  faz,  símil  perfecto  del  tecolote,  se  vio  abrirse 

í  una  boca,  aparecer  una  lengua  incolora  y  llevar  al  estómago  el  Símbolo 

¡  de  una  creencia.     ¡Con  cuánta  razón  el  Cura  tenía,  en  acto  tan  solemne, 

i  qué  contener  una  carcajada! 

Dos  bailes  presenciarnos  en  esos  días,  coronados  con  estético  ini- 
riage.  Las  señoritas  tuvieron  el  capricho  de  adoptar  algunos  usos  de 
la  clase  ínfima  y  adornar  sus  salones  de  un  modo  fantástico.  ¡Feliz  me- 
tamorfosis! la  más  delicada  joven  que  se  tranformó  en  aldeana,  nos  obse- 
quiaba con  pastelillos  ó  con  agua-nevada.  Más  allá  una  linda  vivande- 
ra, una  florera  vivaracha  y  sensual  nos  ofrece  sus  graciosas  vendimias 
que  formaron  sus  manos  delicadas.  Yo  admiré  tanta  amabilidad,  tan 
exquisito  gusto  al  formar  de  lo  vulgar  mucho  de  sublime,  de  agradable, 
de  seductor. 

Esas  adorables  jóvenes,  yendo   en  pos  de  lo  nuevo,  de  lo  maravilloso, 
de  lo  fantástico,  han  hecho,  imitando  las  costumbres  del   vulgo,  una  a- 
pología  del  buen  gusto;  han  realizado  el  antítesis  de  V.  Hugo  y  de  Du- 
mas,  ido   feo  es  hermoso..!     Cuántos  hombres  de  gusto  delicado  hubie- 
j  ran  querido  caer  prisioneros  en  brazos  de  una  chiera  remonona:  cuán- 
tos hubieran   apetecido  morir  crucificados  en  un   calvario   alabastrino 
donde  se  ostentaba  una  cruz  de  corales  napolitanos  ó  de  cuentas  ambari- 
jlnas!     Haced  jama  i  cas,  lindas   señoritas,   y  trastornareis   el  cerebro  de 
!¡  cuantos  jóvenes  anhelen  someterse  al  cetro  de  vuestros  encantos. 
Í|      El  me3  de  María  es  la  fiesta  que  más  os  llama  la  atención;  os  alejáis 
j¡  del  sarao  y  volvéis  vuestras  miradas  al  templo:  ya  no  tienen   vuestros 
i¡  ojos  el  brillo  del  amor  profano;  ellos  se   humillan  ant«   el  altar,  ante  a- 
'[  quella  hermosa  figura  del  cristianismo  que  santificó  á  la  mujer  siendo 
i  Esposa  y  Aladre,  y  rompió  las  cadenas  de  la  esclavitud  social  que  opri- 
ii  mían  á  vuestro  sexo.     Volved,  volved  después  al  mundo  cuando  hayáis 
|  orado;  dejad  el  traje  si  lo  usáis  de  ángel  celeste,   y  vestid  el  de  los  án- 
jj  geles  terrenales;  dejad  la  corona  de  azucenas  blanca»  que  en  el  templo 
ciñe  vuestras  sienes,  y  sustituidlas  con  las  de   azahar.     Volved  á  vues- 
tros salones,  aunque  sea  contritas  y  arrepentidas,  á  ser  su  más  precioso 
ornato;   á  nuestros  jardines,  á  competir  en  belleza  con  las  galas  de  la 
Primavera. 

También  el  cristianismo  tiene  sus  gerarqías;  también  en  la  Iglesia 
hay  su  división  y  sus  partidos.  La  parroquia  de  la  Asunción  recibe  en 
su  recinto  á  la  aristocracia  para  que  presente  á  María  sus  adoraciones 
entre  el  lujo  y  la  molicie,  miestras  que  el  templo  de  San  Diego  recibe 
bajo  sus  bóvedas  las  pobres  ovaciones  de  una  biuchedumbre  pobre  y 
abyecta. 

i.  Vayan  á  la  parroquia,  -decía  el  padre  Boneta;-  vayan  con  ese  Curita 


53. 

.    ■■■■■    IWJ       ■■■   .  i    .  .  .        ■■■  -.i.ii  ...  .,  ■  ■''■.- 

de  la  Asunción  las  aristócratas  de  crujiente  seda  y  anchas  crinolinas,  y 
vengan  acá,  conmigo,  las  pobrecitas  que  ofrecen  con  sus  trabajos  á  la 
Madre  de  Dios  sus  lágrimas  y  sus  flores. . . .  n 

Así  han  quedado  divididas  las  clases:  ¡santa  y  divina  religión  que  o- 
bra  tantos  prodigios! 

¿Y  quién  es  el  padre  Boneta?  dirán  los  que  no  lo  conocen. 

Fray  Antonio  Boneta  salió  de  los  claustros  de  San  Francisco  de  Pue- 
¡  bla  para  transformarse  en  clérigo,  gracias  á  las  leyes  de  Reforma  que, 
cual  las  de  la  Naturaleza,  forman  de  las  crisálidas  volubles  mariposas. 
Prelado  del  convento  de  San  Diego  de  esta  ciudad,  se  dio  á  conocer  y 
estimar  de  nuestra  sociedad  por  su  infatigable  celo  y  su  amor  al  culto. 
Industrioso  y  trabajador,  empuña  la  azada  para  cultivar  la  tierra  y  re- 
garla con  el  sudor  de  su  rostro,  y  vuelve  después  al  templo  á  cumplir  con 
los  deberes  de  su  ministerio.  Su  tiempo  y  su  atención  los  divide  entre 
el  templo -y  la  ladrillera;  entre  el  pulpito  y  los  caballos  de  brío;  entre 
las  ovejas-borregos  y  las  ovejas-cristianos;  no  permite  que  en  su  Iglesia 
se  le  pare  otro  padrito  entro7netido,  pues  él  á  sí  mismo  se  sobra  y  se 
basta.  Con  la  celeridad  del  rayo  pasa  de  la  sacristía  al  altar,  de  aquí 
al  pulpito,  del  palpito  al  confesonario,  üá  lo  comunión  y  empuña  la 
alcancí  i;  reza  el  rosario  y  recibe  las  oblaciones;  como  un  prestidigitador, 
convierte  las  cuerdas  de  pita  tocadas  al  Seraneo  Padre,  en  pesos  duros 
del  águila;  ¡Todo  para  el  culto!  ¡Cómo  quisiéramos  verlo  de  ministro 
de  hacienda  en  estos  días  de  crisis  monetaria!  Juárez,  Juárez,  haced 
de  un  Boneta  un  ministro  de  finanzas,  y  creará  al  erario  un  manantial 
inagotable  de  dinero;  él  sólo  es  capaz  de  callar  á  la  oposición. 

San  Antonio  ó  fray  Antonio,  como  le  llama  en  estilo  fraternal  del 
claustro  el  padre  Boneta,  estuvo  de  enhorabuena:  estrenó  hábito  nu  evo, 
pues  el  viejo  se  convirtió  en  reliquias.  Al  santo  le  hería  el  sol  de  cara, 
como  suele  decirse;  para  el  estrenóse  le  mandó  purificar  en  la  Pisci- 
na del  agua  y  del  jabón,  pues  permaneció  muchos  años,  como  la  Constitu- 
ción, arrinconado,  lleno  dé  telarañas  y  remiendos.  La  muchedumbre  llora- 
ba enternecida  al  ver  al  tan  buen  mozo  santo  ya  rejuvenecido,  y  se  preci- 
pitaba á  darle  un  ósculo  reverente.  Ay!  era  aquello  un  hormiguero,  u- 
na  gusanera  en  que  las  devotas  se  lanzaban  al  santo  para  ganar  las  in- 
dulgencias que  le  han  concedido  en  Roma  á  nuestro  Seráfico  Padre  Sn. 
Francisco  y  á  los  hermanos  del  cordón. 

i.Besen,  besen  prontos  Fray  Antonio,  -decía  el  predicador,-  porque  ya 
lo  voy  á  vestir  de  limpio,  y  entren  en  recogimiento,  que  voy  á  echar  la 
petición,  it 

Las  loterías  están  de  moda  en  todas  partes;  ya  se  anuncia  una  en  no 
sé  qué  templo,  y  dirigida  por  la  sociedad  religiosa  de  San  Vicente  de 
Paul:  llevará  un  nombre  de  santo;  se  llamará  ¡¡lotería  de  las  vírge- 
nes» y  valdrá  medio  real  cada  billete;  su  producto  de  destinará  á 
los  pobres;  el  premio  mayor  será  doscientos  cincuenta  días  de  indul- 
gencias. 

¡Hablen  ahora  los  mordaces  liberales! 

De  moda  han  estado  las  destituciones.  El  secretario  de  la  Jefatura 
política  fué  destituido  del  empleo  por  un  abuso  que  el  Sr.  Jefe  político  J 


54. 

calificó  de  pecado  bufando:  fué  preso  y  encausado,  y  al  fin  quedó  en  li- 
bertad, pero  con  una  nota  que  no  ha  podido  lavarla  toda  la  misericor- 
dia del  juez  de  letras.  El  secretario  se  preparaba  á  encender  la  antor- 
cha de  Himeneo,  pero  el  diablo  metió  la  cola  y  todo  lo  descompuso:  hoy 
recorre  las  calles  mirando  al  Jefe  Político  con  ojos  de  desafío,  y  suspi- 
rando en  cada  ventana,  como  diputado  que  se  quedó  sin  curul  en  las  pa- 
sadas elecciones. 

Un  ciudadano  descendiente  de  las  casas  solariegas  de  México,  fué  e- 
ducado  en  sus  primeros  años  en  esta  ciudad,  k  la  que  profesa  una  adhe- 
sión sin  límites.  Moralidad  severa,  probidad  jamás  desmentida,  anhe- 
lo ferviente  por  los  adelantos  de  este  país,  son  las  dotes  privilegiadas 
que  pueden  hacer  un  buen  gobernante:  dotado  también  de  talento  é  ins- 
trucción, posee  un  carácter  franco  y  espansivo,  reposado  y  prudente: 
siempre  marca  sus  determinaciones  con  el  sello  de  la  justicia,  y  no  tie- 
nen cabida  en  su  ánimo  las  pasiones  ni  el  espíritu  de  bandería.  Acos- 
tumbrado á  ver  en  todos  un  derecho  justo  para  adoptar  un  principio 
político,  tiene  por  norte  la  tolerancia.  A  estas  cualidades  reúne  la  cir- 
cunstancia de  poseer  una  inmensa  fortuna.  Si  este  Sr.  admitiera  la 
candidatura  que  con  tanta  espontaneidad  se  le  ofrece,  obtendría  casi  u- 
nánimemente  los  sufragios. 

Los  partidos  son  exigentes,  y  quieren  en  sus  prohombres  más  que 
buenas  cualidades  administrativas,  ciega  condescendencia  á  sus  preten- 
ciones  muchas  veces  absurdas,  y  los  halagos  á  las  pasiones  pequeñas; 
cada  ciudadano  que  deposita  en  la  urna  electoral  el  nombre  de  su  can- 
didato ó  suscribe  una  postulación,  si  no  lo  anima  un  espíritu  benéfico  al 
país,  se  cree  con  un  justo  derecho  á  la  privanza,  y  quiere  formar  de  un 
gobernante  un  gobernado.  Quizá  este  seño^,  al  obtener  el  sufragio 
de  los  pueblos,  sabría  huir  de  esos  escollos  donde  se  estrellan  las  buenas 
intenciones,  y  marcar  el  período  de  su  administración  con  actos  de  la 
más  recta  justicia;  en  una  palabra,  gobernar  con  todos  y  para  todos.  Las 
cualidades  de  su  carácter  privado  son  una  garantía  de  que  no  tendrán 
lugar  en  su  ánimo  los  odios  de  partido  ni  las  adulaciones  de  los  favo- 
ritos. Nuestro  tipo  ha  vivido  mucho  tiempo  entre  nosotros,  dedi- 
cado á  la  minería  que  es  su  profesión,  ó  á  la  agricultura  que  ha  fo- 
mentado últimamente.  En  la  actualidad,  es  un  buen  diputado  y 
allí,  en  su  más  alta  escala,  lleva  la  iniciativa.  Dotado  de  un  espí- 
ritu de  economía  que  conduce  hasta  la  exageración,  profesa  la  teo- 
ría de  los  gobiernos  baratos:  él  ha  quitado  al  presupuesto  los  gastos  su- 
perfluo3,  reducido  el  sueldo  de  los  empleados,  y  arreglado  los  egres&s  á 
los  ingresos)  en  una  frase,  ha  quitado  á  la  propiedad  un  gran  peso,  y  al 
comercio  onerosos  gravámenes.  En  política  se  ha  distinguido  por  sus 
inclinaciones  al  partido  liberal  progresista;  joven  y  educado  en  las  au- 
las civilizadoras  de  la  capital,  no  tiene  ese  exagerado  celo  patrio  que  de- 
genera en  provincialismo,  ni  las  tendencias  á  la  anarquía  que  son  pecu- 
liares á  los  hombres  que  sólo  han  conocido  el  cielo  de  su  pueblo. 

Ávido  de  aura  popular,  halaga  los  intereses  de  la  sociedad  en  que  vi- 
ve, juega  con  las  pasiones  de  todos,  y  sabe  enfrenarlas  á  tiempo  para  que 
no  se  desborden:  en  sus  aspiraciones  se  deja  entrever  que  prefiere  más 


55. 

bien  que  k  la  gloría  de  piloto  el  nombre  de  grumete;  más  bien  que  al 
nombre  de  cantante  el  de  maestro  al  cémbalo.  Algunas  personas  lo  a- 
cusarán  de  que  es  en  la  Legislatura  un  diestro  titiritero. 

A  los  expertos  marinos  ciertas  brisas  les  anuncian  recios  vendábales, 
precursores  de  la  tormenta.  Para  no  zozobrar  conducen  á  tiempo  la 
nave  á  la  ensenada. 

El  C.  Luis  A.  Chavez  es  un  comerciante  de  fortuna  que  tiene  un  cír- 
culo en  su  gremio;  sus  tendencias  son  librar  al  comercio  y  gravar  la 
propiedad.  Sobrino  del  Sr.  D.  J.  M  f  Cbavez  que  con  su  honradez  y 
su  martirio  llenó  de  gloria  al  Estado  de  Aguascalientes,  se  muestra  or- 
gulloso de  su  nombre  y  de  su  fortuna:  acepta  el  cargo  de  gobernador,  y 
se  adormece  más  bien  con  los  honores  que  dá  una  elección  popular,  que 
con  los  sinsabores  de  empuñar  las  riendas  del  Ejecutivo;  pero  acepta 
las  consecuencias  de  la  elección,  porque  cree  poder  desarrollar  un  pro- 
grama que  enaltezca  á  su  país  y  lo  haga  prosperar.  Como  el  numen 
que  lo  inspira,  Mercurio,  dios  del  comercio,  en  vez  de  obtener  un  bastón 
con  borlas  robará  á  Neptuno  su  tridente,  á  Cupido  sus  flechas,  el  cinto  á 
Venus,  el  cetro  á  Jo  ve. 

Tema  el  Sr.  Chavez  equivocarse  en  esta  época  revolucionaria  que  no 
es  la  suya,  y  en  vez  de  tomar  el  cetro  de  Jove,  arrebate  como  Mercurio 
el  rayo  destrucctor  Hombre  sin  vicios  y  sin  virtudes,  querrá  avasallar 
la  administración  al  limite  del  escritorio,  de  la  caja  y  de  la  partida  do- 
ble. El  comercio  al  menudeo  y  los  corredores  de  número  le  levantarán 
una  estatua,  y  pregonarán  que  quiere  hacer  de  Aguascalientes  una  gran 
plaza  comercial,  pero  que  en  realidad  se  le  oirá  suspirar  cada  vez  que 
salga  una  conducta,  ó  le  causará  el  insomnio  la  idea  de  que  aun  existen 
alcabalas. 

Si  el  pueblo  lo  favorece  con  su  voto  y  recibe  el  gobierno  del  Estado, 
pronto  Ib  abrumará  su  peso,  y  arrojará  el  bastón  diciendo:  nAhí  se  queda 
eso.n  No  es  lo  mismo  combatir  la  vorágine  de  las  pasiones  en  ¿pocas  tur- 
bulentas, ni  acallar  i  los  descontentos,  ni  enfrenar  á  los  anarquistas,  ni  so- 
meter á  los  revolucionarios  que  todo  lo  desbastan,  que  proyectar  las  espe- 
culaciones entregado  á  una  vida  muelle  y  de  deleite  que  ocasiona  la  alha- 
raca de  una  prole  inquieta  y  traviesa,  los  halagos  de  una  consorte  vir- 
tuosa y  el  goce  de  una  buena  fortuna  adquirida  con  el  trabajo.  Lo  repe- 
timos, esta  no  es  la  época  del  Sr.  D.  Luis  A.  Chavez,pues  el  horizonte  es- 
tá preñado  de  celajes  que  tal  vez  serán  formidables  tempestades. 

Las  elecciones  ser&n  enteramente  libres  y  sin  agitaciones,  según  lo 
demuestra  la  actitud  de  las  autoridades.  No  hay  un  sólo  periódico  que 
se  esfuerce  en  dirigir  la  opinión,  ni  se  oye  la  voz  de  los  tribunos:  en  to- 
das las  clases  se  ve  cierto  malestar,  cierto  cansancio,  que  es  precursor 
de  la  indiferencia,  y  resultado  de  la  poca  fe  que  se  tiene  en  el  porvenir. 
¿Quién  puede  tomar  á  cuestas  un  candidato,  ni  constituirse  sacerdote  de 
una  idea,  cuando  se  perciben  de  nuevo  los  relámpagos  de  una  revolu- 
ción inevitable?  En  vez  de  un  caudillo,  todos  buscan  un  tejado  donde 
resistir  la  tormenta. 


56. 


EL  CUCHARON. 


Las  economías  es  el  vicio  culminante  de  nuestros  Legisladores. 

No  habrá  banquetas  cómodas  y  seguras  para  el  público,  ni  limpieza 
en  la  ciudad,  ni  hospicio  para  los  pobres;  pero  sí  es  seguro  que  se 
han  de  crear  empleos  para  algún  afortunado  favorito,  y  cátedras  inúti- 
les sin  discípulos  que  aprendan,  y  premios  rumbosos  que  se  reparten  á 
cuatro  gatos.  Lo  que  más  ha  llamado  nuestra  atención  es  que  sin  discutir 
se  aprueba  la  partida  de  ,800  pesos  que  un  Sr.  Gobernador  gasta  en  su 
viaje  á  México  para  arreglar. . .  .¿qué?  las  basas  de  una  elección  que  no 
6on  bases,  y  percibir  los  vislumbres  de  una  esperanza., — Con  tres  via- 
jes á  la  Capital  que  al  año  haga  un  Sr.  Gobernador  6e  gastarán  2,400 
pesos  que  podrían  servir  para  aumentar  las  escuelas.  Jtem  más,  una  so- 
brina!  Un  doble  sueldo  en  un  mes  para  el  Gobrnador  sustituto   que 

mamará  dos  tetas,  pues  alguna  remuneración  se  le  había  de  dar  por  sus 
desvelos  y  sus  fatigas  en  treinta  días  y  treinta  noches  de  agitaciones  y 
de  insomnios;  y  si  se  ha  de  agregar  á  esto  el  sneldito  del  Congreso .... 
¡arropen  á  mi  ahijado,  que  le  indigesta  el  bocado! 

¿Cómo  pasar  sin  discución  si  es  de  justicia  y  conveniencia  gastar 
esa  suma?  ¿qué  dice  el  dictamen?  ¿qué  opina  la  comisión?  ¡ahí  ¿qué  ha 
de  decir  sino  es  aprobar  el  gasto  que  de  forzosa  necesidad  se  hizo?  ni 
un  gesto,   ni  una  guiñada  de  ojo,  sino  la  misma  mano  que  inicia,  acepta 

y  suscribe,  y  un  apretón  de  manos  á  los  compañeros Pero  eso  no  es 

pluma,  ilustres  padres  conscriptos;  es  un  cucharón  para  hacer  rebosar 
el  plato.  ¡Quién  pudiera  meter  en  él  una  cucharilla  y  saborear  tan  su- 
culenta sopa! 

El  mismo  Gobernador  sustituto  inicia  á  la  Legislatura,  de  la  cual  es 
miembro,  el  pago  de  un  sobresueldo  que  él  meterá  en  su  bolsillo:  mar- 
cha impávido  á  ocupar  su  curul,  y  como  ^1  solo  es  comisión  de  Hacien- 
da, dictamina  que  se  apruebe  la  iniciativa  del  Gobernador;  toma  pose- 
ción  de  la  Secretaría  que  también  desempeña;  arrulla  á  su  Benjamín  que 
es  su  iniciativa  y  su  propio  dictamen,  lo  agracia  con  su  voto  y  con  o 
tros  á  propósitos,  y . . .  .-Reprobamos  el  modo  inusitado,  el  camino  es- 
cabroso, la  rectilínea,  la  violenta  iniciación. 

La  Francia  introdujo  el  gran  trinche  en  la  moderna  mesa;  un  fraile 
portugués  aplicaba  en  la  misa  un  memento  por  el  que  inventó  el  col- 
chón: los  suecos  sostieuen  ser  ellos  los  inventores  del  plato:  Arqními- 
dcs  se  inmortalizó  con  la  palanca  y  el  tornillo:  reflejan  sobre  Guttem- 
berg  los  resplandores  de  la  imprenta.  Nada  es  más  digno  de  nuestro 
orgullo;  nada  más  acreedor  á  la  gloria  monumental  que  nuestra  Hono- 
rable Legislatura,  porque  ella  ha  inventado  el  cucharón. 


I 


sr. 


JAQUE  AL  REY. 

Sainete-político  burlesco. 


PERSONAJES. 

Un  Doctor.  —Un  Abogado.— xUn  Candidato. — Un  Diputado. 
Un  Agente.r-El  General  Presidente./— Un  Director  de  escena. 
El  Maestro  al  cémbalo. — Un  telonero. — Un  lucero. 

Las  escenas  1  f  y  2  f  pasan  en  Aguascalientes,  las  siguientes  en  México 

Época  actual. 

Escena  I. 

Doctor. — (Retorciéndose  el  bigote  y  componiéndose  los  anteojos.) 
¡Canario!  no  sería  yo  doctor  en  medicina,  examinado  en  partos  y  re- 
cibido en  cirujía,  y  además  me  quitaría  el  nombre,  si  no  triunfara  en  es- 
tas elecciones,  parto,  enfermedad  y  convalecencia  de  un  pueblo. 
¿Qué  es  esto,  señor,  qué  es  esto?  (dirigiendo  la  palabra  al  público.) 
Abandone  usted  su  profesión;  sofrene  usted  sus  inclinaciones  $e  aten- 
der á  la  humanidad  doliente,  á,  la  sociedad  que  pita,  á  los  hospitales,  á 
enfermos  foráneos,  sólo  por  degradarse  á  servir  de  tópico  pesetero;  á  ir 
con  todos  sus  años  á  curar  las  llagas  á  la  patria,  para  que  un  quídam 
como  Querubín,  escritorzuelo  de  un  periódico  callejero,  le  diga  á  uno 
mil  boberas;  ¿y  en  qué  circunstancias?  cuando  teníamos  amarrado  el  al- 
bur para  ganarlo.     Ahora  salimos  con  que  en  México  no  aceptan  á  nues- 
tro candidato.     Este  señor  Presidente  no  es  hombre  de  buen  gusto. 
Abogado.     (Saliendo  de  los  bastidores). — Doctor,  buenas  noches. 
Doctor.— %Licenciado!  venga  usted  acá,  hombre;  póngase  usted  las  an- 
tiparras y  lea  lo  que  nos  dicen  de  México.     ¿De  qué  le  sirve  á  usted  e- 
se  talento  que  Dios  le  ha  dado?     Medite  usted  la  respuesta  que  demos 
á  los  comitentes  cuando  nos  digan: 


58. 


¿Vino  la  sota  á  que  fuimos? 
¿O  vino  el  rey  del  enrodó? 
— Y  usted  y  yo  ¿qué  decimos? 
Amigos,  todos  perclimos, 
Si  á  la  puerta  viene  Horneda 

Abogado./— ¡Ah!  sí:  tempestad  en  un  vaso  de  agua;  no  creo  que  el  í 
Presidente  nos  deje  con  las  faldas  levantadas. 

Doctor. — ¡Pero  señor!. ..  .mientras  discutimos  la  enfermedad  y  las 
medicina»,  al  paciente  se  le  cae  la  campanilla.     ¡Corra  vd.! 

Abogado. — Voy  á  México;  hablo;  hecho  el  silbato^  y  como  por  tramo- 
ya cambio  el  escenario. 

Candidato.— (Entra  rezando,  y  sin  ser  visto.)     Glorifica  mi  alma  al  f 
Señor,  y  mi  espíritu  se  llena  de  gozo  al  contemplar. . . . 

Doctor.^El  gobierno  que  teníamos  asegurado .... 

Abogado. — El  Presidente  no  conoce  esta  localidad,  y  quiere  insuflar- 
nos al  Diputado,  solo  porque 

Candidato. — (Rezando.)  A  los  pobres  los  llenó  de  bienes,  y  á  los  ri- 
laos los  dejó  sin  cosa  alguna. 

ESCENA  IL 

Dichos  y  el  Gobernador,  con  el  periódico  Lee  Libertad. 

Gobernador.— (Suspirando.)    ¡Están  cansados  de  llorar  mis  ojos! 

Doctor. — ¡Excelencia! 

Abogado. — ¡Mi  buen  Gobernador!  [Haciendo  una  profunda  caravana] 

Gobernador. — Mis  predilectos  amigos. ..  .Vean  ustedes  esa  revista 
que  publica  este  diario:  está  visto;  se  nos  encarama  el  Diputado;  lo  peor 
del  cuento  es  que  pinta  con  colores  sombríos  nuestra  situación,  pone  á 
descubierto  nuestras  poridades,  y  á  nuestro  candidito. . . .  lo  sacan  al 
balcón 

Doctor. — Y  hacen  su  autopsia;  y  de  tal  manera  lo  ftajelan,  que 

Candidato.  (Rezando.),— Se  le  pueden  contar  todos  sus  huesos. 

Gobernador. — ¿Pero  quién  hace  caso  de  un  demente  y  despechado? 

Abogado.— >>Y  la  prensa  de  México,  que  es  nuestra  aliada,  no  dice  si- 
quiera esta  boca  es  mia, 

Doctor.^-¿Y  nuestro  Senador? 

Candidato.— yüra  pro-nobis^ 

Abogado. — Y  nuestros  amigos 

Candidato.,— Ora  pro  nobis. 

Gobernador. — Y  Querubín. .  r , 

Candidato. — Libéranos  Domine, 

Doctor. — El  corazón  y  el  pulso,  avisan.  Un  misterioso  fluido  cósrai-  j 
co  me  reveló-  que  las  frecuentes  marchas  á  la  Capital  del  ya  mentado 
Pachito,  decían  bien  claro  que  tenía  gato  encerrado. 

Abogado. — No  hay  qor  qué  aflojarse  ni  de  qué  aflijirse. 

Gobernador.— ^Pues  no  es  nada  lo  del  ojo! 

Doctor.,— jCreiamos  en  las  influencias  de  vd.,  oh,  Licenciado! 


59. , 

Abogado. — Voy  k  México;  me  encaro  con  Gonzalitos;  le  hago  presen- 
te el  disgusto  general  de  este  pueblo;  toco  la  puerta  á  su  razón;  ustedes 
se  muestran  inflexibles,  lanzan  bufidos  de  pura  rabia. 

Doctor.,— Y  hará  tanto  caso  el  Presidente  de  nuestro  disgusto  como 
de  los  disgastos  de  Memet  Alí. . .  .-¡Ooooh! 

|  Gobernador.-^Siento  que  no  tengamos  ni  un  periódico  que  sea  nues- 
j  tro  pañito  de  lágrimas  en  la  Capital;  un  periódico  que  nos  levante  la  co- 
'  la,  ó  que  nos  cante  un  de  profundis;  que  nos  ayude  á  bien  morir.  ¡Oh 
1  si  tuviéramos  siquiera  El  Fandango  que  tanto  nos  sirvió  la  vez  pasa- 
da! Pero  Fray  Eobustiano  canta  en  otras  vísperas,  y  convertido  en 
Querubín  revolotea  en  otra  gloria. 

Doctor.— Consuélese  su  excelencia.     Una  criada  de  cierta  Hacienda 
.i  conserva  ejemplares  de  ese  periódico  para  confundir  á  un  malvado.  Me 
refirieron  el  siguiente  epigrama  tomado  de  un  libro: 

n  En  casa  del  caporal 
Un  periódico  que  había 
Escondió  Leonor  un  día 
Debajo  del  delantal. 
Preguntó  el  caballerango, 
-^¿Qué  tienes  ahí,  Leonor?- 
Ella  contestó:— NSeñor, 
¿Qué  he  de  tener?  El  Fandango.* 

Gobernador. — Por  lo  que  respecta  á  nuestro  señor  Presidente,  es  pre- 
ciso enviarle  un  comisionado. 

Doctor. — Un  médico  que  le  cure  las  cataratas. 
Abogado,,— O  un  abogado  amigo  que  le  lea  la  Constitución  y  le  mues- 
tre sus  responsabilidades. 
Nieto. — (Rezando.) 

Que  el  gentil  conozca  á  Dios, 
El  Presidente  sus  yerros; 
Los  partidarios  del  otro 
Tengan  arrepentimiento. 

Gobernador,— Sobre  todo,  nombremos  un   comisionado  que  no  nos 

cueste  nada,  porque  la  economía  es  la  madre  del  bienestar Pero 

no  había  reparado  en  que  allí  esfcá  fervoroso  nuestro  candidato,  dándo- 
se golpes  de  pecho. 

Abogado.-^Estos  señores  todo  lo  quieren  arreglar  con  salves  y  le- 
tanías. 

Gobernador.,— Eh!  eh!  compañero  in  fien,  no  rece  usted  tantas  jacu- 
latorias, que  al  fin  nos  ha  de  llevar  el  diablo. 

Doctor.-^Lea  usted  lo  que  La  Libertad  dice  de  todos  nosotros. 

Candidato.— (Representando)    La  leo! 

Gobernador. — Despídase  usted  del  gobierno. 

Candidato. — ¡Me  despido! 

Abogado. — Hombre,  indígnese  usted. 


60 

Candidato.— M*Me  indigno! 

Doctor. — Las  cosas  andan  por  México  muy  mal.  Toda  la  prensa  es- 
tá por  hostilizamos,  y  por  sostener  al  otro  candidato. 

Gobernador. — Los  periodistas  hablan;  nosotros  obramos.  Para  ga- 
nar una  elección,  se  contarán  nuestros  votos,  y  nó  los  artículos  de  fon- 
do, ni  las  frases  encomiásticas. 

Doctor. — Cada  gallo  canta  en  su  muladar. 

Abogado. — No  meterá  el  Gobierno  general  la  mano  en  lasjelecciones. 

Candidato. — Esa  mano  es  una  especie  de  cuchara  de  viernes  que  se 
mete  en  todos  los  potages.  Se  marcha  usted  á  México,  y  le  dice  al 
Presidente  que  ahí  tiene  las  cuentas  del  otro,  las  cuales  publicaremos. 

Doctor. — Bien  I 

Gobernador.— ^Perfectamente. 

Abogado.,— Me  ponen  ustedes  entre  la  espada  y  la  pared.  La  cara  se 
nos  caería  de  vergüenza  á  ustedes  y  á  mí  si  Gonzalitos  nos  dijera  éstas 
ó  idénticas  palabras:  »»Si  ustedes  lo  creyeron  culpable,  ¿por  qué  no  lo 
acusaron?  ¿no  tenían  el  palo  y  el  mando?  ¿por  qué  hasta  hoy  conocen 
sus  defectos?  Ustedes  son  sus  cómplices;  ustedes  no  siguen  al  capotillo 
sino  al  bulto. 

Gobernador. — ¡Cómplices! 

Candidato, — Cómplices  cuándo  es  patente  nuestro  patriotismo,  nues- 
tro desinterés,  para  confusión  de  liberales;  es  bien  sabido  que  todos  los 
diputados. 

Gobernador. — Yo  renuncié  mi  sueldo;  tú  renunciaste  tu  sueldo;  aquel 
renunció  su  sueldo 

Doctor.— Nosotros  renunciamos  nuestro  sueldo, 

Abogado. — Oh  abnegación!  oh  sublime  desinterés. 

Candidato. — ¡Oh  maravilla  de  desprendimiento! 

(Coro  de  patriotas  canta  dentro.) 

Taljdesinterés  no  es  raro 
En  el  hombre  de  esa  grey 
Que  es  hipócrita  y  avaro; 
El  obrar  contra  la  ley 
Cuesta  á  la  patria  muy  caro. 

Abogado. — Partiré  para  mi  destino;  quizá  podré  clavar  la  rueda  de 
la  fortuna. 

Gobernador. — Con  usted   van  mis  esperanzas. 

Candidato. — ¡Oh  si  pudiéramos  plantar  una  pica  en  Flandes!  Puede 
usted  ofrecer  mi  dimisión,  mi  renuncia  á  La  candidatura. 

Abogado. — ¿Y  á  quién  le  hacemos  cargar  el  muerto? 

Doctor.^-fApartc.)  Esta  es  la  oportunidad  de  hacerme  presente. 

Candidato. — Desde  luego  me  ocurre  un  candidato.  Tenemos  entre 
nosotros  un  Coronel  que  debe  serle  simpático  al  Presidente,  no  puede  de- 
cir nó  con  sus  dos  letras.  Hoy  le  ofrezco  la  candidatura  á  nombre  de  to- 
dos  nosotros;  como  un  medio  de  halagarle,  le  ofrezco,  además  del  sueldo, 


61. 

de  Gobernador,  un  par  de  mil  pesos  para  que  compre  sus  juguetes,  que 
saldrá  de  los  bolsillos  de  nosotros  los  propietarios,  y  que  tendrá  la  se- 
gunda mira  de  tenerlo  á  nuestras  órdenes,  pues  es  bien  sabido  que  al 
que  regala  la  gallina  no  se  lo  niega  el  alón. 

Abogado. — Al  pié  de  la  letra  expondré  á  Gonzalitos  cuanto  ustedes 
me  instruyan. 

Doctor. — Oculte  usted  lo  de  los  dos  mil  pesos,  porque  podrá  ser  con- 
traproducente. Eh,  Licenciado,  luzca  usted,  luzca  usted  en  esta  vez  sus 
habilidades  diplomáticas,  y  desate  ese  nudo  gordiano. 

Abogado.— Dejen  ustedes  rodar  la  bola  y  confien  en  mi  eficacia. 

Gobernador. — levantaremos  á  usted  una  estatua. 

Candidato. — Haga  usted  antes  una  visita  á  la  Virgen  de  Guadalupe. 

Doctor.— (Aparte.)  ¡Malvados!  cuando  yo  he  sido  el  motor  de  esa 
revolución.  ¡Falsear  una  situación!  ¡Diablo!  este  caramelo  con  honores 
j  de  xMen  ?ne  sabe,»  parece  turrón  de  cuchara,  ó  chochos  de  Piñón  cu- 
j  bierto. 

Gobernador.— Diga  usted  al  señor  Presidente  qun  yo  estaré  dispues- 
}j  to  á  renunciar  el  puesto,  y  que  pronto  quedaré  repuesto  con  un  patrio- 
'  ta  supuesto.  [Ciérranse  el  ojo  el  Gobernador  y  el  Licenciado  y  hacen 
una  seña  muy  significativa  hacia  el  doctor.) 

Candidato. — Al  mal  paso  darle  priesa. 

Abogado. — Confien  ustedes  en  Dio»,  en  mi  brazo  y  en  mi  derecho. 

Doctor./— Todos  confiamos,  más  que  en  todo,  en  su  brazo  derecho. 

Coro  de  siervos,  cantan  dentro. 

Dios  salve  la  situación, 
Y  nos  saque  del  enredo 
Si  llega  la  pretensión 
Cual  Tas  palmas  á  Toledo, 
Después  de  la  bendición. 

Doctor./— Dele  usted  una  billa  á  Hornedo. 


I 


Mutación.     La  escena  pasará  en  México,  como  verá  el  curioso   lector 
Salón  particular  para  recibir  á  los  hombres  notables 

ESCENA  III. 

El  director  de  escena  y  algunos  mozos  de  palacio  dentro  del  escena- 
rio y  antes  de  levantar  el  telón.  Escena  privada  de  familia  y  entre 
bastidores. 

Director. — Arreglen  ustedes  pronto  esos  muebles  y  téngase  lista  la 
campanilla.  Sobre  aquella  mesa  se  coloca  la  Constitución  de  1857:  so- 
bre esta  otra  la  ley  electoral  y  la  colección  de  las  Constituciones  de  los 


62. 

Estados,  especialmente  la  de  Aguascalientes.  Hoy  se  debe  presentar; 
una  persona  que  trae  una  solemne  embajada  del  Gobernador  de  ese  Es-| 
tado,  y  el  Ejecutivo  quiere  recibirle  con  estimable  agasajo,  porque  la 
urbanidad  nunca  está  reñida  con  nadie.  No  se  les  antoje  á  ustedes 
lanzar  una  carcajada  indiscreta  ai  ver  al  embajador.  Serán  admitidas 
á  la  privada  recepción  todos  los  representantes  de  ese  Estado.  No  se 
olvide  de  advertir  á  los  importunos  lean  ese  cartel  mandado  fijar  á  per- 
petuidad en  la  puerta  de  la  presidencia  y  dice  muy  claro:  uHoy  no  re- 
cibe el  señor  Presidente;  mañana  ti.»  Avisen  k  los  periodistas  que  a- 
nuncie  esta  recepción  con  letras  gordas,  lo  mismo  que  al  Lucero  para 
que  atice  el  alumbrado;  al  telonero  que  suba  y  baje  el  telón  con  opor- 
tunidad; sobre  todo  á  Querubín,  que  tenga  lista  la  orquesta,  procurando 
que  nadie  se  me  desatine:  que  suenen  bien  todos  ios  instrumentos,  es- 
pecialmente el  tololoche,  pues  Qoethe  lo  tiene  dicho: 

Si  hace  estruendo  por  los  aires 
Es  señal  que  es  bueno  el  bajo. 

Esas  nubes  que  despidan  muchas  descargas  eléctricas  al  estallar  la 
tempestad:  no  se  olvide  el  rugir  de  la  tormenta  y  de  cuando  en  cuan- 
do las  carcajadas:  todo  á  su  debido  tiempo. 

Querubín,  (con  la  batuta  en  la  mano.)-^Tocaremos  la  rumbosa  o- 
bortura  uTos  ojos  serán  dos  flechas,  pero  no  la  mamarás,!»  que  el  autor  ha 
dedicado  á  los  conservadores  de  Aguascalientes. 

Lucero./ — Director;  hombre,  rae  causa  lástima  poner  velas  nuevas;  de- 
jaremos esos  thnto8t  que  al  fin  y  al  cabo  no  es  un  gran  personaje  el  de 
la  embajada. 

Querubín.— x;A  una,  señores! 

(Toca  la  orquesta  la  obertura.) 

Director.— >>Listo  el  telón. 

Telonero. — Descenderé  con  rapidez  para  levantar  el  pesado  telón: 
miedo  le  tengo  al  batacazo  si  pierdo  el  equilibrio;  puedo  estrellarme 
los  sesos:  si  me  mato,  solo  recomiendo  a  mis  amigos  al  pobre  Aguasca- 
lientes, que  está  en  poder  de  moros  y  en  riesgo  de  dejar  á  Dios.  ¡Va- 
ya! ni  les  cuento  yo  á  ustedes. 

Director. —^Tilíu,  tilín.     Se  levanta  el  telóa 

ESCENA  IY. 

El  GeneralJPresidente,  después  el  Licenciado  de  brazo  con  el  Senador 

y  el  Diputado. 

General.  (A  un  ayudante)  — >Si  entre  los  aguardantes  se  encuen- 
tra trasconejado  un  Licenciado  padre  de  la  patria,  puede  pasar  con  los 
agregados  á  la  embajada.  n 

Abogado.     (Haciendo  una  caravana    Todos  se  saludan  respetuosa- 1 
mente.)/— Beso  á  usted  la  mano.     (Pone  el  sombrero  bajo  el  antebrazo; 
el  bastón  bajo  el  sobaco,  y  lee:)     » Ciudadano  Presidente.    Tengo  la 
honra  de  poner  en  las  manos [traga  saliva]  en  vuestra  mano  una 


63. 

misiva  epistolar,  quejne  acredita,  cerca  del  Ejecutivo,  como  enviado  ex- 
traordinario de  mi  señor  Gobernador  de  Aguascalientes.  El  Estado 
que  represento  desea  conservar  con  vos  una  cordial  amistad  y  os  man- 
da por  mi  boca  respetuosas  salutaciones.' 

He  dicho,  n 

General. — Puede  el  jefe  de  la  embajada  hacer  á  un  lado  fórmulas  di- 
plomáticas.    Ocupen  Ustedes  un  asiento,  y  vamos  al  grano. 

Senador.  [Aparte  al  Abogado.) — Por  Dios,  no  vaya  vd.  á  tragar 
camote.     Serenidad. 

Abogado.— »Señor  presidente.  El  pueblo  de  Aguascalientes  prepara 
las  elecciones  locales,  y  solicita  libertad'  para  elegir  al  nuevo  Gober- 
nador. 

General./— ¿No  la  tiene? 

Abogado. — Necesita,  para  recomendar  á  un  candidato,  una  pequeña 
pieza  de  artillería,  ó  como  el  vulgo  las  llama,  una  geringa)  necesitamos 
además  una  ametralladora,  sistema  Krxip,  y  las  bayonetas  federales  que 
impongan  libre  y  voluntariamente  el  libre  sufragio. 

General.— Han!  Hah!  ¿Nada  más  tiene  que  pedir? 

Abogado.-^Nada  más.  (Le  codean  el  Senador  y  el  Diputado,  y  pela 
¡  tamaños  ojos.)  Ah!  ¡qué  desmemoriado  soy!  Pide  también  con  enca- 
!  recimiento  no  de  vd.  oidos  á  unos  cuantos  tunantes  que  aspiran  sólo  á 
i  dar  mordiscos  al  erario,  y  á  desprestigiar  á  nuestro  candidato. 

General. — Ooooooh!  eso  es  ya  muy  grave.  Quieren  aquellos  señores 
ser  exclusivamente  los  que  impongan  su  voluntad  á  todo  el  Estado,  sin 
dar  á  sus  adversarios  ni  el  derecho  de  quejarse. 

Abogado— Allá  está  dirigiendo  la  nave  gubernamental  la  flor  de  la 
honradez,  la  flor  de  la  inteligencia,  la  flor  del  desprendimiento 

Senador. — La  nata  de  la  sabiduría. 

Abogado.^— La  flor  déla  religión,  la  flor. . . . 

General. — Pissh....!  la  flor  de  la  canela  de  una  vez;  se  que  se  han 
dedicado  á  la  floricultura;  es  aquel  Estado  un  ameno  jardín  que  cultivan 
con  esmero  la  flor  y  nata  de  los  hombres  ilustres. 

Abogado.  —Como  que  el  Erario  de  allá  está  muy  pobre;  como  que  no 
hay  despilfarro;  como  que  el  señor  Gobernador  en  sus  gastos  se  sujeta 
á  tota,  caballo  y  as-,  como  de  eso  de  hacer  una  elección,  pagando  viáti- 
cos k  los  electores ....  Pues  sí;  todos  aquellos  señores  de  la  administra- 
ción son  tan  honrados,  tan  probos,  tan  temperantes,  tan 

General. — Tienen  muchos  tañes ¡Pero  señor!  usted,  como  los  mos- 
quito^ hace  como  que  pica,  y  hace  como  que  se  va;  bueno  sería  que  hi- 
ciera usted  de  una  vez  como  que  se  viene:  al  grano,  al  grano. 

Senador.—  Necesitamos  fondos  para  la  elección;  los  del  Estado  están 
muy  escasos,  mientras  que  los  de  aquí 

General,— Ay,  ay,  ay!  \í  quién  se  lo  cuenta  usted!  Donde  uno  cree 
que  hay  jamón,  ni  estacas. 

Senador.-^Y  sobre  todo,  aquellos  pueblos  quieren,  que  en  materia  de 
elecciones  locales,  no  se  les  aplique  la  ley  del  embudo.  Nadie  piensa 
en  elegir  al  otro  candidato.     [El  diputado  hace  señal  de  asentimiento.) 

General.    (Respirando  fuerte.) — Acabarán  ustedes  de  explicarse.  Es 


64^ 

I  decir,  que  Aguascalientes  quiere  muchas  cosas.  Sin  tantos  rocieos,  tam- 
bién hubiera  yo  comprendido  que  el  señor  Gobernador  y  su  compañía 
de  banderilleros  quieren  dar  sopa  y  trago. 
Senador.     (Conteniendo  la  risa.) 

Quieren  salir  del  combate 
Coronados  de  laurel; 
De  héroes  hacei  el  papel, 
Y  que  les  den  chocolate 
Por  la  mano  de  Isabel. 

General.^-Eso  de  que  la  fuerza  federal  ayude  al  Gobernador  á  impo- 
ner un  candidato,  tiene  tres  bemoles;  será  lo  que  tase  un  sastre.  Su 
prohombre  no  es  simpático  al  pueblo,  y  por  lo  mismo  no  infunde  con- 
fianza al  Ejecutivo,  que  debe  velar  por  la  paz  y  las  instituciones.  Hay 
que  obedecer  las  leyes  de  Reforma;  y  si  Aguascalientes  se  empeña  en 
elegir  al  Candidato  de  usted  <pie,  según  tengo  informes,  es  enemigo  de 
todo  progreso,  haríamos  al  gato  mayordomo  del  unto. 

Abogado.-— Nuestro  Candidato  no  acepta  la  candidatura,  puesto  que 
no  es  del  agrado  de  usted no  es  escudo  de  oro  que  por  sí  solo  se  re- 
comienda para  que  á  todo  el  mundo  agrade. 

General. — Es  decir  que  renuncia  á  la  mano  de  U  belfísima  Leonor. 

Abogado. — Hoy  nos  proponemos  elegir  gobernador  á  un  señor  Coro- 
nel. 

Senador.^- Bien  claro  es  que  con  tal  prohijamiento  se  manifiesta  al 
señor  Presidente  la  sumisión  á  su  voluntad. 

General-^A  un  señor  Coronel 

Abogado.— Al  3eñor  Coronel. 

General. — Les  ha  nacido  en  el  alma,     ¡Qué  amor  tan  inmaturo! 

Senador. — Nadie  más  imparcial  y  exento  de  odios. 

General.,— ¿Sííl?  No  me  lo  cuente  vú  -  Todos  los  ciervos  huelen  de 
muy  lejos  la  pólvora  y  la  bala  del  cazador. 

Abogado. — Señor  Presidente,  yo  quisiera  robustecer (Se  perciben 

truenos  y  relámpagos  un  poco  lejanos.) 

General— Es  inútil.  Aquí  concluye  la  velada.  Diga  usted  á  sus  a 
migos  que  ese  señor  Coronel,  según  la  Constitución  de  su  Estado,  no  tie- 
ne ios  requisitos  que  ella  sanciona, 

Abogado. — Pondremos  sobre  la  ley  un  puente  colgante;  perforare- 
mos la  Constitución,  y  le  haremos  un  túnel,  una  doble  vía.  (Resuenan 
dentro  algunas  carcajadas.) 

General. — Los  liberales  de  Aguascalientes  se  quejan  de  que  sus  ad- 
versarios han  hecho  tales  agujeros  á  la  Constitución  que  parece  harnero. 
Dígales  usted  que  yo  no  tengo  allá  mis  soldaditos  para  que  ustedes  me 
los  galanteen:  el  Coronel  tiene  otro  muñeco  que  bailar,  y  no  puede  con- 
vertirse en  títere  cuando  es  más  útil  para  titiritero.  Sobre  todo,  no  es 
suple-faltas  ni  remendón,  para  ponerlo  á  las  órdenes  de  esos  mamelucos. 

Abogado. — Señor  Presidente,  adiós! 

General. — Señores  y  amigos  míos,  hasta  otra  vista. 


65. 

(Los  tros  embajadores  hacen  ana  profunda  reverencia  basta  tocar  el 
pavimento  oon  el  sombrera  Salen  escurridos,  con  los  faldones  del  frac 
entre  las  piernas.     Dentro  se  oyen  silbidos  y  carcajadas.) 

ESCENA  V. 

El  General  Presidente. — Después  un  Agente. 

General  v* Es  decidido;  el  Gobierno  general  es  la  piedra  de  sacrificios 
de  los  partidos.  Yo  le  he  de  poner  el  cascabel  al  gato;  yo  les  he  de  poner 
la  mamadera  á  todos  los  aspirantes;  yo  he  de  ser  la  nodriza  de  tantos  y 
He  tontos,  sentarlos  en  mi  regazo,  mimarlos  y. . .  .para  que  después  la 
oposición  me  azote  y  tenga  yo  que  exclamar  con  la  sonrisa  en  los  labios; 
ujay,  amor,  cómo  me  has  puestoln  Toro  de  plebe  serían  capaces  de  vol- 
ver al  Presidente  los  partidos  y  los  partidarios. 

Agente./— Señor  General;  buenas  noches. 

Generala-Mejores  las  tenga  usted,  amigo  mío.  Alguna  novedad  lo 
trae  &  usted  á  tales  horas  por  estos  salones. 

Agente. — ¡Qué  se  ha  de  hacer!  Mis  amigos  se  han  alentado  á  tra- 
bajar en  las  próximas  elecciones. 

General.^-Harán  muy  bien. 

Agente. — Es  que  yo  soy  el  candidato. 

General. — Felicito  k  usted. 

Agente. — Cuento  con  que  una  parte  de  la  Legislatura  me  ayudará 
con  su  prestigio. 

General-^Oh!  eso  ya  es  alga  Pero  ¿h  qué  altura  se  encuentra  el 
crédito  de  usted  por  las  altas  y  por  las  bajas  regiones  populares? 

Agente. — Cuento  con  la  seguridad  del  triunfo,  porque  todos  mis  a- 
migos  uniforman  los  trabajos. 

General,— ¡Hah  hahl  Muy  bien.  No  olvide  usted  aquello  de  la  mano 
d  taboca. ... 

Agente. — Ya  usted  vé,  señor  General,  lo  que  cuesta  ser  uno  candi- 
dato. Cuando  á  un  hombre,  cansado  de  andar  en  picos  pardos,  se  le 
mete  en  la  mollera  ponerse  en  gracia,  y  pide  la  mano  de  una  mujer,  to- 
dos los  envidiosos,  todos  los  calabaceados,  se  asocian  para  desprestigiar 
al  pretendiente;  por  Dios,  no  dé  usted  oidos  á  esos  monigotes  que  quie- 
ren desprestigiarme,  envilecerme. 

General. — ¡Y  dirán  luego  que  no  hay  dos  cabezas  que  conciban  á  un 
tiempo  idénticos  pensamientos!  La  misma  pretensión  han  tenido  en  es- 
te momento  sus  adversarios;  yo  no  soy  ligero  para  dar  crédito  á  los 
chismes  de  cocina. 

Agente/— Oon  frecuencia  nuestros  contendientes  lanzan  k  nuestros 
amigos  cohetes  d  la  congreve  para  desunirlos  y  desorientarlos.  Han  di- 
cho que  enLjecutivo  mira  mi  candidatura  con  ojos  de  suegra  soflamera, 
y  que  nunca  en  sus  días  consentirán  en  que  el  círculo  liberal  gobierne 
aquellos  pueblos,  aunque  tengan  que  recurrir  á  todos  los  medios  de 
falsear  la  voluntad  popular. 

General. — Déjelos  usted  venir.    El  Gobierno  general  no  protejerá 


66. 

decididamente  á  un  candidato  que  carezca  de  simpatías,  pero  no  tolera- 
rá tampoco  ese  juego  de  -cubiletes-  que  convierte  lo  negro  en  blanco. 

Agente. — Nuestros  amigos  sabrán  muy  pronto  esa  resolución  de 
usted:  y  en  cuanto  al  círculo  oficial  que  allá  me  contraria,  á  cuya  cabe- 
za están  los  propietarios  y  la  gente  de  Iglesia,  tendrán  el  disgusto  de 
enfadarse.  Ya  se  anuncia  que  el  señor  Gobernador  abdicará  el  Poder 
para  no  verse  precisado  á  sucumbir  ante  la  fuerza  de  la  opinión.  i 

General. — Hé  aquí  una  resolución  que  podría  desconcertar  las  planes  ; 
de  usted:  pero,  ¿en  qué  piensa  el  señor  Gobernador?  ¿por  qué  quiere  dar- ! 
nos  semejante  pesadumbre?     Muy  sabio  fué  aquel  que  dijo: 

nEl  mundo  comedia  es; 

Y  los  que  ciñen  laureles 
Hacen  primeros  papeles, 

Y  á  veces  el  entremés. n 

Agente. — Señor  General 

General.— Calme  usted,  pues,  á  sus  partidarios  si  buscan  el  triunfo 
de  sus  ideas  y  sus  aspiraciones  dentro  déla  licitud  constitucional;  tal 
conducta  no  puede  menos  de  ser  simpática  al  Ejecutivo  de  la  Unión. 
Adiós,  y  hasta  otra  vista.     (Vase.) 

Escena  VI. 

Agente.  (Solo.)  — Con  viento  en  popa  navega  mi  bajel:  si  zozo- 
bran mis  deseos,  no  por  eso  dejará  de  lucir  en  aquel  suelo  la  luz  de  la 
democracia.  Desde  noy  empuñaremos  una  nueva  bandera,  diciendo 
con  voz  robusta:  »»en  tres  jugadas  daremos  el  jaque  mate.n 

(Al  público.) 

Con  un  huracán  deshecho 

Y  cuando  el  rayo  resuena 
Bogará  en  la  mar,  serena 

*      La  nave  del  buen  derecho: 
Un  marino,  en  caso  estrecho, 
Domina  las  olas  altas; 
Mas  si  tú,  pueblo,  te  exaltas 
Porque  dirige  un  grumete, 
Bien  miras  que  es  un  saínete: . . . .  — N 
Perdona  sus  muchas  faltas. 


67. 


LA  TENIA. 


¿Habrá  uno  solo  de  nuestros  lectoras  que  pueda  dudar  de  los  adelan- 
tos de  la  medicina  y  de  la  cirujía?  Los  portentos  que  ella  nos  muestra 
cada  día  son  otros  tantos  testimonios  de  que  ya  no  es  una  ciencia  oseu- 
:¡  ra  como  lo  era  en  otros  tiempos  de  infeliz  recordación;  como  aquellos  en 
í  que  á  los  pacientes  de  el  mal  de  elefantiasis  ó  el  de  Sn.  Antopio  los  ais: 
'  laban  de  todo  trato  para  no  contagiar  á  la  sociedad.  Hoy  todos  sabe- 
mos que,  conservando  pura  la  sangre,  ministrándole  fierro  y  desterran^ 
do  ciertos  alimentos  dañosos,  puede  conservarse  el  hombre,  con, salud 
completa  en  medio  del  peligro;  sobre  todo,  desde  que  se  han  fundado 
compañías  de  seguros  sobre  la  vida,  los  médicos  y  los  boticarios  duer- 
men á  pierna  tendida  y  abandonan  el  rebaño  á  trasquiladores  de  nue-, 
va  creación.  ,  , 

Existía  en  otro  tiempo  una  lombriz  que  por  su  reproducción  mortifi- 
cante era  el  terror  de  todas  las  barrigonas  y  de  los  que  sentían  frecuen- 
tes retortijones,  como  los  sienten  hoy  los  antípodas  de  un  candi- 
dato triunfante;  era  designada  con  el  nombre  vulgar  de  solitaria;  raras 
solían  ser  las  personas  que  las  tenían;  mas  cuando  este  animalito  se  po- 
sesionaba de  un  estómago,  solo  igualaba  el  gruñir  de  tripas  al  del 
que  era  víctima  de  la  sesantía  diputadil  ó  al  de  la  desilusión  de  un 
gobernador  no  reelecto.  El  tamaño  de  la  solitaria  se  medía  como  ena- 
lambre telegráfico,  por  centenares  de  varas.  El  cuzo  de  Ábisinia  fué 
un  remedió  que  dejó  muy  atrás  á  la  raíz  de  granado  y  á  la  pepita  pa- 
chona de  la  calabaza;  después  el  elechomacho;  y  hoy. . .  .¡santo  cielol  el 
Dr.  Purgant,  en  consorcio  con  un  Sr.  Iglesias,  son  los  últimos  poseedo.- 
res  del  gran  secretó;  y  los  únicos  que  tienen  una  segunda  vista  p$ra  pe- 
netrar hasta  los  antros  oscuros  de  un  estómago  repletp,  y  decir  cpn  .pre- 
cisión matemática;  ueste  sí;  aquel  nó;  el  de  más  allá,  tienen  solitaria.» 
Bajo  el  párpado  inferior  del  ojo  izquierdo,  aunque  el  paciente  sea  tuer- 
to ó  vizco,  se  retrata  el  solitario  animal  que  tanto  horror  causa. 

— Venga  vd.  acá,  hombre;  su  color  me  indica,  su  gesto  también,  y  su 
modito  de  andar,  mesurado  y  corto,  que  usted  tiene  solitaria. — dice  el 
Doctor. 

— ¡Pero  Doctor!  jamás  he  sentido  nada  alarmante;  yo  tengo  buena 
apetencia 

— iEso,  eso! 

—Bebo  mejor 

—Pues,  allí  está  el  quid. 

^Duermo  perfectamente;  sólo  es  interrumpido  mi  reposo  por  alguna 
pesadilla,  cuando  sueño  que  triunfó  la  reelección  en  el  Estado,  ó  quese- 
ra gobernador  D.  Fulano. 


68. 

— Tontería,  amigo  mío,  tontería;  esos  son  precisamente  los  síntomas 
más  seguros  de  la  tenia:  ó  tiene  vd.  la  maligna  que  se  llama  armada,  ó 
tiene  vd.  de  las  otras  dos  clases  que  sonmenos  perversas,  peroque  siem- 
pre roban  al  estómago  la  nutrición  del  alimento. 

— ¡Pero  cómo  ha  de  ser  eso  Doctorcito!  esto  es  contra  lo  natural. 

-^ Yo  no  puedo  explicar  á  vd.  las  enfermedades  con  arreglo  á  la  cien- 
cia, porque  no  me  entendería  vd.;  sólo  con  una  comparación  vulgar,  in- 
digna de  un  médico  culto,  podría  esplicarlo  k  vd.  Pero  en  fin  si  vd.  se 
empeña. . . . 

— Hable  vd.  Dr.,  y  quíteme  nstas  palpitaciones  de  corazón  y  estas  revo- 
luciones intestinales  que  ya  comienzo  á  sentir  por  las  aprehenciones  de 
espíritu. 

— Figúrese  vd.  que  el  estómago  es  una  caja  de  fierro,  grande,  en  don- 
de se  encierran  ios  caudales  públicos,  que  son  el  alimento  que  debe  re- 
partirse á  distintos  órganos  de  nuestro  sistema:  si  un  monstruo  se  chu- 
pa los  jugos  nutritivos,  como  cierta  persona  ¿qué  les  queda  á  los  otros 
órganos,  sino  es  el  alimento  impuro  que  no  los  beneficia?  Si  un  fun- 
cionario omnipotente  es  tenia  de  la  Tesorería,  él  se  chupará  los  cau- 
dales y  no  dejará  sino  residuos  de  alimentos  insalubres  á  los  demás  pa- ! 
rásitos;  la  salud  decae  y  la  muerte  está  cercana.  En  manos  de  vd.  está, 
Sr.  D.  Fulano,  curarse  á  tiempo  de  la  tenia.  .  Hay  tre*  especies  de  soli- 
taria que  en  cada  Provincia  se  designan  con  nombres  distintos;  aquí  se 
llama  jaimera\  otra  se  llama  de  los  mercaderes,  y  la  más  insignificante 
es  Ja  que  persigue  á  los  marineros;  todos  de  la  familia  de  los  cestoidos. 

— ¡Jesús,  Sr.  Dr.!  pero¿comono  habían  sabido  esto  los  médicos  antiguos? 
ellos  sacaban  la  solitaria  á  un  paciente  sentándolo  en  un  sillico,  lo  ele- 
vahan  por  escotillón,  y  como  quien  estira  la  punta  de  un  ovillo,  la  ex- 
traían, estimulándola  con  el  vapor  de  la  leche  y  la  canela. 

— Vea  vd.,  vea  vd.  Sr.  D.  Fulano.  Ahí  tiene  vd.  á  D.  Sutano,  gordo 
y  lleno  de  salud;  pues  á  este  Sr.  le  ministré  un  pomo  de  la  medicina 
que  aplico,  y  arrojó  la  solitaria  llamada  marinera.  La  misma  opera- 
ción le  hicieron  al  Dr.  Gúllíver  en  México.  Al  Candidato  N le  ad- 
ministramos la  pócima,  y  no  echó  solitaria)  pero  sí  una  gusanera  furi- 
bunda que  yo  no  sé  de  donde  salió  tanta  gente  para  formar  el  gran  ¡ 
gallo  la  noche  de  su  postulación.  A  su  competidor  lo  mortificaba  otra 
lombriz  que  no  es  conocida  ni  clasificada,  pero  la  arrojó,  y  ha  to- 
mado un  preservativo  para  librarse  de  las  bascas  y  de  la  tenia  de  los 
Mercaderes. 

D.  Mengano  logró  con  mil  trabajos  arrojar  la  que  tanto  lo  mortifica- 
ba; era  marinerafy  ha  quedado  muy  débil  y  con  el  estómago  delicadísimo. 
AD.  Silvio  Pellico  le  ha  sucedido  una  cosa  sorprendente;  arrojó  cincuen- 
ta varas  de  la  de  mercaderes,  pero  no  sale  todavía  la  cabeza;  salió  entera 
toda  la  de  los  marineros,  sin  dejar  señales  de  que  le  quede  más  que  la 
jaimera. 

¡Ay  amigo  mió!  se  horripila  el  cuerpo  al  considerar  que  todos,  todos 
en  estos  momentos  tienen  ese  voraz  animal  cuyos  gérmenes  están  en  la 
carne.  Desde  que  yo  senté  mis  reales  en  esta  ciudad  no  se  ven  más 
que  caras  compungidas  que  ocurren  á  mí  en  solicitud  de  remedio.  Los 
médicos   del   lugarme  llaman  charlatán  y  dicen   que  mi  medicina  es 


la  que  cria  instantáneamente  la  tenia,  y  me  envían  pacientes  que  la  tu- 
vieron y  ya  no  la  tienen,  solo  por  poner  á  prueba  mi  humildad,  mi  mo- 
destia y  mi  amor  á  la  ciencia. 

Nos  consta  que  la  casa  del  Dr.  Purgant  está  llena  á  todas  horas,  para 
consultarle.  Ojalá  y  pudiera  decirnos  á  nosptros,  pobres  redactores  de 
este  periodiquín,  quiénes  tienen  gusanos  en  el  vientre;  quiénes  solitaria 
Jaymera,  de  Mercaderes  ó  Marinera,  y  cuántos  pomos  se  pueden  to- 
mar los  pacientes  para  arrojarla  dentro  de  quince  días  á  mas  tardar. 


EL  LEÓN  AGREDIDO. 

(APÓLOGO.) 

¡'  Los  hombres  han  convenido  en  considerar  al  león  como  el  rey  de  los 
¡!  cuadrúpedos;  no  sólo  porque  en  la  fuerza  reside  su  potencia,  ni  la  ma- 
lí gestad  en  3U  rugir,  sino  porque  es  generoso,  valiente,  astuto,  prudente 
!  y  en  algunos  casos  ha  dado  pruebas  de  talento.  El  elefante  no  le  ataca, 
j  solo  se  defiende,  y  con  resoplidos  cree  intimidar  al  czar  de  los  desiertos 
;  africanos.  Para  los  animales  feroces  tiene  el  león  su  potente  garra  y 
^  la  agilidad  en  sus  movimientos;  para  los  inofensivos,  la  indiferencia; 
'  para  los  audaces  y  espadachines  el  desprecio;  para  los  seres  débiles,  el 
amor,  la  compasión,  y  acaso  un  rasguito  de  todas  las  propensiones,  si 
está  hambriento. 

Se  dice  que  los  perros  de  presa,  los  galgos  de  caza,  los  mastines  al- 
borotadores, obligan  al  león  á  nulificar  su  potencia;  pero  que  los  falde- 
ros, los  famélicos  podencos,  los  perriquines  ladradores  y  ladinos  enca- 
rámanlo  á  un  palo  temblando  cobarderaente.^-No  es  que  les  tenga  mie- 
do, puesto  que,  si  logra  azgarlos  con  su  potente  garra,  en  vez  de  devo- 
rarlos se  sienta  sobre  elfos  pero  sin  sofocarlos.  Es  que  el  ladrar  ladino 
del  falderito  lastima  su  oído  delidado,  impuesto  á  escuchar  sólo  los  ru- 
mores de  la  soledad  y  el  estruendo  de  las  tempestades.  Nada  le  inti- 
mida; ni  el  bufar  del  sanguinario  tigre,  ni  el  silbido  del  boa  constritor, 
ni  la  voz  de  la  Naturaleza,  ni  el  acento  del  hombre;  combate  silencioso, 
ruge  de  furor  ai  ser  herido. 

Así  vemos  que  el  león  africano  es  el  símbolo  del  gran  partido  liberal; 
ve  á  sus  adversarios  que  aprestan  sus  armas  para  una  lucha  formidable, 
y  el  león  les  espera  de  pié;  no  atiende  á  la  jauría  de  canecillos  que  le  a- 
sedian  con  ladridos  agudos  y  penetrantes;  ¡ay!  sólo  quieren  hacerlo  des- 
carar  y  treparse  á  un  palo.  Multitud  de  periodiquitos  salen  de  sus  tu- 
saros para  ladrar;  invocan  unos  la  causa  de  la  religión;  otros  la  bandera 
del  cesarismo. — El  león  bosteza  y  duerme,  fiando  en  su  potencia  y  en  el 
porvenir. 


70. 


Los  Avestruces  y  el  Erario. 


Examinemos  los  pasi-trancos  de  un  Ministro  de  Fomento,  y  de  uno 
de  sus  amigos  predilectos. 

Un  contrato  se  celebró  con  una  casa  especuladora,  mediando  como 
agente  el  Sr.  Lie.  D.  Alfonso  Lancaster  Jones,  para  introducir  al  país 
algunos  animales  útilísimos,  unos  bípedos  asombrosos  en  pujanza  y  re- 
sistencia, más  que  ciertos  entes  que  recorren  las  calles  de  México, 
I  y  son  para  todo  inútiles.  Aquellos  han  de  superar  en  utilidad  al 
camello  "que  atraviesa  los  arenales  de  la  Arabia,  y  á  los  biifalos 
y  bisontes  en  los  páramos  de  América.  ¿Saben  ustedes  cuales  son 
¡  esos  animales?  Son  nada  menos  que  los  avestruces,  originarios  del 
África,  que  han  de  aclimatarse  en  Chihuahua.  Van  á  desaparecer  los 
desiertos  que  hoy  atraviesan  los  salvajes.  Como  parte  alícuota  del  con- 
trato, se  introducirán  también  otras  aves  muy  raras,  de  canto  agrada- 
ble, cuyo  nombre  no  hemos  podido  averiguar;  la  noticia  ha  llegado  has- 
ta nosotros  de  una  manera  oscura  y  misteriosa,  por  la  admiración  que 
infunde  y  por  las  impresiones  que  deja  en  el  ánimo  de  todos  todo  a- 
quello  que  va  marcado  con  el  sello  del  genio.  Esas  aves  se  cree  que 
son  águilas  de  dos  cabezas;  pero  nosotros  no  podemos  dejar  pasar  la 
noticia  por  nuestras  anchas  tragaderas. 

La  noticia  cundió  con  celeridad  á  los  confines  de  la  República  Mexi- 
cana, causando  furor,  un  verdadero  y  maravilloso  escándalo;  los  poetas 
tiemplan  su  lira  para  celebrar  el  contrato  con  dulcísimos  arpegios.  El 
Sr.  D.  Emeterio  Robles  Gil,  desde  Guadalajara,  y  algún  otro  poeta  in- 
cógnito desde  Puebla,  han  remitido,  al  Sr.  Lancaster  Jones  magníficas 
poesías,  felicitándolo  por  sus  conquistas,  y  asegurándole  que  su  nom- 
bre pasará  á  la  posteridad,  radiante  de  gloria.  Hay  mucho  de  gran- 
dioso, mucho  de  sublime,  que  satisfará  el  amor  propio  de  nuestro  buen 
amigo  el  Sr.  Jones,  si  se  constituye  en  el  primer  zapador  de  la  civiliza- 
ción que  del  África  tiene  que  venirnos,  al  ser  introductor  $d  país  del 
i  hercúleo  avestruz;  más  todavía,  del  águila  de  dos  cabezas;  de  e$e  ani- 
I  mal  que  creíamos  mitológico,  y  que  simbolizaba  el  poder  y  la  magnifi- 
cencia de  los  grandes  imperios  de  la  tierra. 

¡  Figúrense  nuestros  lectores,  cuan  hermosos  van  á  tornarse  esos  de- 
siertos de  Chihuahua  el  día  en  que  veamos  al  avestruz  servir  de  macho  de- 
carga ó  de  carretela,  trasportando  velozmente  las  pieles  de  cíbolo  y  las  cor 
ñamen  tas  de  búfalos  y  de  ciervos  que  hoy  son  tan  escasos  en  ambos  hemis 
ferio8;  figurémonos  también,  por  dar  vuelo  á  nuestra  fantasía,  ver  al 
Gobernador  de  Chihuahua,  montado  en  un  avestruz,  con  lanza  en  ris- 
tre, emprendiendo  una  cruzada  contra  los  salvajes,  y  que  al  alarido  im- 


7 


^_^ 71.  

ponente  y  aterrador  se  contesta  con  el  graznar  de  esos  gigantescos  ani- 
males, que  tienen  pujanza  para  servir  de  cabalgad  urajque  obedientes  ala 
voluntad  de  un  guerrero,  á  la  voz  de  mando  de  un  corifeo  de  batallas, 
|¡  se   lanza,  como  el  clavileño   de   D.  Quijote,  á  los  espacios  con  segu- 
<¡  ro  vuelo,  si  se  le  aprieta  una  clavícula  ó  clavija,  que  será  la  bálbula  de 
!  seguridad,  y   que  deja  escapar  el  gas  que  lo  infla;  cual  águila  capdal, 
!  caerá  sobre  los  impíos  salvajes,  á  la  manera  que  cae  el  gavilán  sobre  la 
¡1  tímida  pollera;  en  un  santi-amen  serán  destruidos  los  aduares  de  esos 
¡  bárbaros  que  son  tan  remisos  á  la  vida  civilizada. 
!      Suben  de  punto  estas  consideraciones  al  suponer  que  el  jefe  de  una 
•I  espedición  barbárica  se  hará  seguir  de  un  par  de  esos  monstruos  bíceps, 
!  de  águilas  devoradoras,  que  exploran  el  campo  para  mayor  seguridad, 
jl  como  el  cuervo  ó  la  paloma  viajera  que  llevó  hasta  el  Ararat  la  oliva 
de  la  paz:     Se  abisma  nuestra  imaginación   contemplando  esoa  beu ofi- 
cios para  nuestro  país,  que  todos,  en  conjunto,  formarán  el  zócalo  de 
la  columna  que  las  generaciones  venideras  levantarán  al  Sr.  Jones. 

Se  dicu  tu  el  publicó  que,  para  servir  de  fundamento  al  contrato,  se 
alega  que  el  avestruz  produce  una  pluma  finísima,  c«»mo  la  que  en  el 
!  comercio  se  conoce  con  el  nombre  de  pluma  de  marabú',  con  ella  se  a- 
dornan  las  caudas  regias,  y  en  las  artes  se  emplean  con  muy  buen  éxi- 
to para  formar  los  primorosos  tocados,   adornos  de  vertidos  y  sombre- 
ros de  las  coquetonas  de  la  Alameda,  que  ellas  pagan  á  subido  precio. 
Ocurrimos,  pues,  por  satisfacer  nuestras  dudas,  al  circo  Orrin,  y  vimos 
|  un  animal  implume  que  maldita  la  gracia  que  nos  hizo,  y  luego  á  un 
.,  Diccionario  que  nos  dio  la  siguiente  definición:     nAYESTKUZ.     Ave  de 
|¡  dos  varas  de  altura  que  se  distingue  por  tener  sólo  dos  dedos  en  los 
j]  pies,  las  piernas  muy  largas,  el  cuello,   la  cabeza,  el  pecho  y  vientre 
1 1  desnudos  enteramente  de  plumas,  y  las  alas  muy  cortas  ó  inútiles  para 
volar  .^-Struthio  camelus.n 

Aquí  nuestras  ilusiones  se  ofuscaron;  un  baño  ruso  no  habría  causa 
donos  más  impresión,  y  exclamamos:  ¿cuáles  serán  entonces  las  plumas 
finísimas  que  arroja  el   avestruz?  ¿cómo  emprenden  un  viaje  por  los  ai-1 

1  res  si  tienen  alas  inútiles  para  volar?     Ahora  falta  que  salga  canard  lo 
del  avestruz,  y  borrego  lo  <le  la  pujanza  para  transporte;  quedarán  luci- 
dos los  contratistas,  y  por  consiguiente,  efímera  la  gloria  del  Sr.  Jones. 
El  Ministro  de  Fomento,  celoso  por  los  adelantos  del  país,  en  lo  que 
se  relaciona  con  su  ramo,  pidió  sesenta  mil  pesos  para  dar  el  primer  lo- 

|  te  de  subvención  á  las  águilas  de  dos  cabezas,  que  son  los  contratistas; 

í  mas  el  Sr.  Dublán,  no  obstante  su  entusiasmo  por  todo  lo  que  contri- 
buye á  fomentar  la  industria  y  los  adelantos  de  la  agricultura,  no  ha 
podido  ministrar  tal  cantidad.  Atruenan  sus  oídos  los  gritos  de  las 
viudas  que  se  mueren  de  hambre,  otra  especie  de  águilas  devoradoras 
que  serían  capaces  de  devorar,  asfixiar,  constreñir  al  Sr.  Jones  el  día 
que  lo  vieran,  á  guisa  de  indios  guajoloteros  que  conducen  á  la  plaza 
del  mercado  á  los  guajolotes,  arrear  para  Chihuahua  á  los  avestruces. 
Los  empleados  están  coa  el  Jesús  en  la  boca  temiendo  no  les  vuelvan  á 
dar  quincenas  por  gastar  los  fondos  en  introducir  esas  águilas  que,  á 


"j 


72. 

■  .   .  .     .     ~^  .j 

mayor  abundamiento,  lian  do  comer  doble  cantidad  de  pan,  si  es  cierto  j 
que  tienen  dos  cabezas.  i| 

Por  ahora,  el  erario  se  ha  salvado  de  la  voracidad  de  los  bárbaros,  i 
mediante  los  avestruces,  como  en  otro  tiempo  se  salvó  el  Capitolio  do¡: 
la  irrupción  de  los  vándalos  por  el  aviso  de  los  gansos. 

Dios  salve  á  la  República  y  perdone  al  Sr.  Jones  el  pecado  mortal 
de  sus  buenas  intenciones. 


"La  instrucción  del  Pueblo." 

Cuasi  agonizante,  exasperada  por  el  asma,  asfixiándose  por  el  enfise- 
ma, abandonaba  un  momento  su  lecho  de  muerte  para  divisar  por  una 
claraboya  de  la  sacristía  los  últimos  rayos  del  sol,  claro  y  radiante,  cuan- 
do la  muerto  la  sorprendió  y  quedó  inerte  al  dar  una  tosidura. 

No  sabemos  por  qué  se  mandó  desbaratar  la  planta  donde  se  consig- 
naban los  últimos  cantares.  Tocaba  el  bombo,  la  gaita  gallega  y  es- 
parcía el  agua  bendita.  Dios  la  ha  recibido  ya  en  su  seno,  porque  la¡ 
inocente  no  perdió  la  gracia  del  bautismo  en  el  poco  tiempo  que  estu- 
vo en  este  mundo.  Fué  larva,  gusano  después,  al  fin  mariposa  de  nues- 
tros jardines;  murió,  pero  en  la  Primavera  próxima  brotarán  nuevos  gu- 
sanos. ¡Paz  á  los  muertos! 

Tuvo  una  vida  y  un  fin  como  Traviata . . .  .padeció  de  tisis  y  se  mu- 
rió cantando. 

njQori  gori!  hizo  ya  su  defunción 
El  gaitero,  el  gaitero  de  Gijón.n 


/ 


/ 


73. 


HISTORIA 

DE  "EL  8ICLO  XIX." 


El  Mercurio  de  Valparaíso  lleva  en  América  el  báculo  de  la  longe- 
vidad: oimos  todavía  la  tos  cascada  del  matusalénico  cofrade,  cuyas  ca- 
nas nos  infunden  veneración;  su  bitba  blanca,  interés;  sus  acentos,  mo- 
dulados en  la  experiencia,  un  respeto  profundo. 

Tras  ese  anciano  vemos  cruzar  al  interesante  Siglo  XIX  llevando 
por  Lazarillo  á  D.  Ignacio  Cumplido.  fiCorneta!!  pues  ese  señor,  no 
vayan  ustedes  á  pensar,  tiene  intenciones  de  peinarle  la  cabeza  al  Si* 
glo  XX.  Él  ha  visto  pasar  serení  i  los  años  y  los  Siglos.  Narra  con 
fresco  colorido  la  prisión  del  padre  Arenas  en  el  cuarto  situado  junto  á 
la  escalera  principal  de  Palacio,  y  asistió  á  la  ejecución  en  su  carácter 
de  mocosito  prófugo  de  la  escuela;  él  ha  visto  la  caida  estrepitosa, 
el  eclips  total  de  muchos  hombres-astros  y  la  elevación  prodigiosa  de 
otros  héroes  como  los  generales  Diaz  y  González,  pues  no  lo  habría  crei 
do  aunque  se  lo  juraran  los  más  formales  profetas  de  la  antigüedad, 

3ue  habían  de  presidir  el  más  rápido  progreso  de  México.  Hoy  se  que- 
a  boqui-abierto  ante   los  caprichos  de  una  fortuna  frecuentemente 
veleidosa. 

Fundó  el  impresor  Nacho  Cumplido  como  un  preludio,  El  Cosmopo- 
lita, y  después,  como  editor,  El  Siglo  XIX solo  por  impulsar  su  naciente 
establecimiento  tipográfico,  y,  ¡lo  que  son  las  leyes  del  destino!  sin  pen- 
sarlo, ni  saberlo,  sin  preveerlo  ni  soñarlo,  forjaba  él  mismo  la  cuna  de 
muchos  hombres  ilustres.  Con  paternal  cariño  ponía  la  lactante  ma- 
madera en  la  boquita  de  tantos  párvulos  que  debían  con  el  tiempo  tre- 
par al  pescuezo  de  la  madre  patria  por  un  palo  resbaladizo.  Cumplido, 
bajo  los  auspicios  de  Rodríguez  Puebla,  tosió  gordo,  puso  las  anda- 
deras k  D.  Mariano  Otero  y  á  D.  Juan  B.  Morales;  por  fortuna  no 
dio  en  la  monomanía  de  escribir  per-versos,  como  nuestro  célebre  Tan- 
credo;  él,  que  infundía  brío  á  sus  redactores  en  arduas  y  luminosas 
cuestiones,  les  mandaba  también  las  auras  refrescantes  de  la  populari- 
dad; forjaba,  como  albañil  inteligente,  sólidos  pedestales  y  escalas  as- 
cendentes para  llegar  á  las  altas  regiones  de  la  diplomacia  y  del  poder. 
Jamás  abandonó  á  sus  catecúmenos,  como  no  abandonó  tampoco  á  los 
cajistas,  prensistas  y  untadores,  solo  porque  podría  encaramarse  hasta 
los  brazos  más  elevados  del  árbol  de  la  libertad;  comprendió  sus  deberes 
de  editor  y  se  encerró  en  sus  muros  con  plausible  modestia  y  humildad. 
Es  mucho  cuento  este,  señor  D.  Ignacio,  más  cumplido  que  lo  que  po. 


74. 

dría  serlo  el  cocinero  en  un  hospital  de  locos:  dispone  vd.  las  viandas  y 
no  las  prueba-  Usted  no  ha  querido  imitar  á  la  hiedra  que,  adhirién- 
dose á  un  robusto  tronco,  se  eleva  y  florece;  pero  si  se  asimila  usted  & 
la  planta  parásita  que  chupa  los  jugos  vivificantet  de  arbustos  vigo- 
rosos. 

Cumplido,  con  sus  caracteres  y  sus  prensas,  ha  tenido  una  influencia! 
decidida  en  los  destinos  de  México;  su  mirada  de  águila  andícola,  penetra 
en  las  oscuras  regiones  del  porvenir,  y  con  mágico  cartabón  mide  la 
talla  de  sus  neófitos  educandos;  sus  augurios  son  proféticos.     R  Puebla, 
Otero,  la  Rosa,  Ramírez,   Morales,  Lafragua,  Lacunsa,  Zarco,  Prieto, 
Payno,  Iglesias  y  otros  muchos,  dieron  sus  primeros  y  vacilantes  pasos 
en  la  calle  de  los  Rebeldes,  y  se  nutrieron  con  la  leche  de  una  nodriza 
robusta  y  sana;  una  brisa  bonancible  hinchó  las  velas  de  cumplida  na- 
ve, y  surcando  mares  tempestuosos,-  arribaron  á  las  playas  del  poder, 
profundos*  escritores,  instruidos  poetas,  elocuentes  tribunos,  hábiles  es- 
tadistas, astutos  diplomáticos,  discreto»  financieros,  y  pasaron  las  fronte- 
ras deffl  Siglo  XIX\  ser  redactor  de  numero,  extrechar  la  mano  de  Cum- 
plido, es  encarrilarse  en  la  vía  férrea  que  lleva  sin  tropiezo  k  los  encum- 
brados puestos  del  Estado;  asirse  de  la  cola  ó  frac  de  ese  impresor  ac- 
tivo, de  ese  hombre  obeso,  de  negia»  patillas,  abultados  mofletes,  y  ca- 
ra f  andanguesca,  es  lo  mismo  que  zambullirse  á  guisa  de  pato  en  el  mar 
proceloso  de  la  política,  y  aparecer  después  agarrándose  las  narices,  en 
una  secretaría  de  Estado.     Fábrica  de  ministro»  fué  el  pequeño  cuarto 
donde  se  condimentaban  artículos  de  superficie  en  la  calle  de  los  Rebel- 
des.  .  ¿Quién  va  arriba,  y  quién  abajo?   era  el  problema  que  había  de 
resolverse.     D.  Nacho,  con  un  gorro  frigio  en  la  cabeza,  a  guisa  de  pres- 
tidigitador, y  una  batuta  cual  maestro  (d-cérniate,  decía:  uMarche  Otero 
al  Congreso  y  con  el  arpón  de  la  diatriba  derribe  á.  ese  omnipotente 
ministro,  á  ese  león  de  Numea.  Suba  Ramírez  á  la  tribuna,  y  arroje  las 
flechas  de  su  aljaba  para  que  caiga  á  mis  pies  ese  gabinete  de  autóma- 
tas. Ascienda  ¿arco  á  la  montaña  y  lance  un  reto  á  esos  hombres  pro- 
tervos del  gabinete  que  me  miran  con  desdén,  como  si  yo  fuera  un  mu- 
ñeco titeresco,  ó  un  comparsa  despreciable  de  las  escenas  teatrales.  Ca- 
da gallo  cante  en  su  muladar,  y  nadie  se  me  descaree. 

Y  los  ministros  caían: 

Y  rugía  la  tempestad  con  estruendo  formidable: 

Y  estallaba  el  rayo: 

Y  aparecía  el  iris  refulgente. 

El  nuevo  sol  alumbraba  otra  escena  y  otros  hombres.     ¿Quién  engaña 
á  quién? 
,  La  mesa  del  festín  estaba  puesta;  se  apuraban  las  copas  de  la  orgía; 

[¡raros  contrastee  de  la  suerte!  no  debía  saborear  loa  pasteles  el  cocinero 
que  los  condimentara.  Nacho  Cumplido,  como  el  director  de  escena  de 
los  teatros,  oía  los  aplausos,  contemplaba  el  entusiasmo  que  inspiraban 
sus  tramoyas,  y  guiñaba  él  ojo  &  sus  amigos  íntimos  Su  orgullo  y  su 
aspiración  estaban  satisfechos;  no  pedía  ni  una  tajada»  pero. ....  ¡qué 
pavos  reales  nos  hacía  en  el  despacho  de  su  imprenta!  la  única  recom 
pensa  de  sus  fatigas  era  engalanar  al  decano  de  la  prensa  con  letras 


1 


^ ■    75. 

¡j  nueva,  teñirle  los  blanco?  cabellos,  rizarle  la  peluca,  asear  la  dentadu- 
ra, curarle  la  gota  y  acicalarlo  como  á  un  pollo  en  una  fiesta  nacional. 
!  ¡Cuántas  vicisitudes  han  combatido  la  vida  del  Siglo\  sus  adalides,  de 
P  casco  y  de  coraza,  como  guerreros  de  la  edad  media,  han  defendido  la 
!¡  causa  de  la  civilización.  Desde  los  primeros  vagidos  de  la  democracia 
k  tiesta  el  trueno  gordo  de  Tecoac,  los  que  han  sido  sus  redactores  vela- 
¡1  ron  siempre  por  el  triunfo  de  toda  idea  de  progreso.  Unas  veces  ara- 
u  ñando  a  El  Monitor  Republicano,  y  otras  paseándose  de  bracero  con  él, 
\  seguían  el  mismo  viento  Cardinal  en  vías  distintas,  pero  paralelas;  como 
ú  los  gacetilleros  y  los  cómicos,  siempre  peleando,  pero  siempre  juntos. 
iCumplido  y  Tancredo  unidos!  ¡Jesús!  algún  cataclismo  quiere  trastor- 
nar al  mundo:  no  se  disputan  ya  las  impresiones  oficiales,  ni  les  trastor- 
nan el  cerebro  los  gorgoritos  de  una  cantatriz,  ó  la  pirueta  de  una  baila- 
rina; el  carro  republicano  se  volcó,  y  es  sabido  que  la  adversidad  une  á 
Jos  hombres.  Si  El  Siglo  y  El  Monitor  se  saludan,  es  el  signo  más  te- 
guro  de  que  hay  comercio  de  amistad  entre  uno  y  otro  editor. 

Ahora,  en  nuestros  días,  y  al  terminar  el  siglo  XIX,  ¿habrá  algunos 
Cumplidos?  Sí,  los  hay  que,  en  Belén,  cumplieron  su  condena;  habrá 
muchos  imitadores  que  se  desvelan  por  obtener  impresiones  del  gobier- 
no, pero  pocos  que  den  impulso  á  la  idea  civilizadora  y  que  protejan  al 
escritor  novel  y  de  naciente  genio.  Con  oportunidad  podríamos  decir 
lo  que  Roberto  Esteva,  y  antes  que  él  algún  otro:  .tíos  dioses  se  han  ido.n 

Continúa  El  Siglo  sus  tareas  periodísticas,  dejando  tras  de  sí  un  sur- 
co de  luz,  como  dejan  las  naves  en  el  Océano  el  fuego  SanTelmo.  Dis- 
persos hoy  los  hombres  que  en  otros  días  sembraron  en  sus  columnas 
la  semilla  del  progreso,  buscan  en  otras  regiones,  de  limitados  hQrizon- 
tes,  la  realización  de  sus  teorías  y  aún  de  sus  sofismas  políticos.  Alta- 
mirano,  Julio  Zarate,  Vigil,  Agustín  R.  González,  y  otros  muchos,  cu- 
yos nombres  no  recordamos  en  estos  momentos,  callan  y  esperan;  tal 
vez  rebulla  en  el  cerebro  de  alguno  la  aspiración  de  servir  un  Ministe- 
rio, siguiendo  la  tradición  de  que  antes  hemos  hecho  mérito,  y  alcanzar 
así  los  lauros  que  una  fortuna  próspera  prepara  al  hombre  estudioso  y 
de  talento;  no  ha  llegado  su  época  todavía,  pero ahí  está  el  por- 
venir.    Hoy  podríamos  decir  lo  que  en  otro  tiempo  el  editor  del  Siglo. 

¿Quién  vá  arriba  y  quién  abajo? 

Entre  tanto,  Nacho  Cumplido  lleva  en  París  una  vida  muelle;  co- 
mo los  adoradores-  del  Becerro  de  oro,  espera  la  venida  de  un  nuevo  Me- 
sías. Le.  anima  la  esperanza;  los  recuerdos  vigorizan  su  fe.  En  sus 
delirios  y  espansiones  remite  á  personas  que,  estando  lejanas  de  él,  quie- 
ren conocerlo,  su  retrato  fotográfico  de  cuando  era  pollo  ronco,  y  recibe 
en  recompensa  retratos  hechos  hace  veinte  años,  opaco  el  brillo  del  co- 
lorido, pero  la  imagen  animada  por  la  lozanía  de  la  edad  juvenil,  donde 
no  apunta  entre  sus  cabellos  la  escarcha  del  invierno  de  la  vida. 

Para  el  genio  no  hay  instanteros  que  marquen  en  su  marcha  unifor- 
me la  carrera  del  tiempo,  pero  en  vista  de  esos  retratos  diríamos  con 
Cumplido. 

¿Quién  engaña  á  quién! 


76. 


HISTORIA 


DE 


"EL  MONITOR  REPUBLICANO." 


iiEn  pocos  días  he  recorrido  el  cainino  que  conduce  desde  la  esclavi- 
tud hasta  la  libertad,  m — Así  exclama  El  Monitor  recordando  las  pala- 
bras que  en  su  entusiasmo  lanzó,  como  un  saludo  al  liberto  mexicano, 
el  General  Iturbide Nosotros  queremos  narrar  acontecimien- 
tos contemporáneos  que  se  vienen  á  nuestra  mem  oria  hoy  que  estamos 
de  gorja,  queriendo  arrancar  á  nuestro  rabel  notas  melifluas  para  daruna 
serenata  debajo  de  unos  balcones.  Dios  Ntro.  Sr.  nos  dé  su  santa  ayuda, 
Job  un  rasguito  de  su  paciencia,  y  Plutarco  un  destello  de  su  robusta  ins- 
piración para  contar,  ya  que  no  para  cantar,  con  imparcial  criterio,  la  | 
historia  de  los  héroes  que,  por  mal  de  nuestros  pecados,  se  encuentran 
en  la  oscura  cámara  de  nuestro  cerebro. 

Puesto  que  soltamos  ya  con  donaire  y  desembarazo  nuestros  arpe- 
gios, no  faltará  un  curioso  que  diga  tenemos  entradas  como  las  de  un 
calvo,  ó  como  los  pastelillos  de  los  franceses,  mucha  harina  y  poco  os- 
tión; sino  es  que  La  Voz  de  México,  al  leer  nuestro  epígrafe,  nuestro 
nombre  y  nuestros  propósitos,  y  al  ver  á  Tancredo  en  el  bramadero,  di- 
ga con  desdén:  hA  tal  Aquiles,  tal  cantor;  m  pero  sus  chanzas  coludas  y  j 
maliciosas  las  contestaremos  plagiando  un  pensamiento  de  Lope  de ; 
Vega: 

No  haga  La  Voz  tal  carambola, 
Y  tape  las  inmundicias  con  la  cola.* 

El  Monitoi*  se  fundó  años  muy  atrás  para  competir  con  la  publica- 
cón  del  Siglo  XIX  Necesitaba  una  bandera,  y  coloco  en  su 
palo  mayor  la  nacional;  necesitaba  un  emblema,  y  colocó  en  ella 
como  un  escudo  el  gorro  frigio,  símbolo  de  la  democracia  pura: 
desde  sus  primeros  rugidos  el  Monitor  ha  sido  el  campeón  más 
ardiente  para  defender  los  principios  avanzados  de  nuestro  siglo;  jamás 
vaciló  en  montar  sus  baterías  frente  al  poder  omnipotente  de  la  Iglesia, 
ni  dejó  de  escucharse  su  voz  para  proclamar  los  derechos  del  pueblo. 
D.  Ignacio  Ramírez  en  la  tribuna,  y  »El  Monitor  Hepublicano,,  en  la 


77. 

1     »  -'  .        .     ■'     -J       .  ■'        i      ■■-    '  -  ■  !■'...  ,11  t    .  ...  '.t'L<li.  '      ..         '  1.  .  .  .,         ..  -  .'.,,. 

Í>reii8a,  fueron  los  zapadores  de  la  reforma  política  en  México.  Con  va- 
or  civil  lanzaron  el  reto  á  una  sociedad  imbuida  en  las  tradiciones  ul- 
tramontanas, y  serenos  resistieron  las  tempestades  y  los  terremotos,  los 
anatemas  de  la  Iglesia  y  las  maldiciones  de  las  beatas.  Uno  y  otro  tu- 
vieron el  gusto  de  ver  planteadas  las  instituciones,  aunque  han  presen- 
ciado también  los  combates  de  la  anarquía,  la  degeneración  de  los  prin- 
cipios más  civilizadores,  y  el  eclipse  tal  vez  del  sol  de  la  libertad. 

El  Monitor,  como  los  gallos  de  mejor  ley,  cuando  no  encuentran  un 
enemigo  con  quién  pelear,  ensaya  sus  espolones  y  su  acerado  pico  con 
los  consocios  de  su  misma  gallera,  y  hasta  con  los  gallo-gallinas  de  la 
vecindad;  no  está  contento  sino  encrespando  la  golilla;  la  Constitución 
es  su  alcázar,  la  libertad  su  Bosforo,  los  principios  avanzados  su  harén; 
las  leyes  de  reforma  sus  odaliscas;  celoso  como  un  turco,  el  Monitor  se 
enfurecería  ¡ai  otro  gallo  cantara  ó  si  se  introdujera  en  su  serrallo  que- 
riendo meter  su  cuchara;  de  seguro  que  sería  picoteado  hasta  descarear- 
se. Pero  si  á  este  enemigo  natural  no  se  lo  encuentra  al  paso,  alzará 
camorra  donde  quiera  y  con  cualquiera.  Combatir  es  su  divisa;  aunque 
en  la  polémica  sufra  un  descalabro,  se  retira  con  tambor  batiente  á  fe- 
licitarse por  su  victoria.     No  hay  mártir  sin  fe. 

En  cuanto  á  la  parte  material,  es  ya  otra  cosa:  abarcar  todas  las  im- 
presiones ya  sean  oficiales  ó  no;  servir  al  público  que  mejor  paga;  es- 
tar en  el  favor  del  usupremo  tramposo»  ó  en  la  oposición  si  se  le  repe- 
le; tener  sólido  el  fondo  de  una  caja  de  fierro,  es  su  deleite;  llenarla 
mentalmente  por  medio  de  la  prestidigitaron  á  cuyos  cubiletes  son  los 
editoriales  y  la  gacetilla,  tal  es  su  afán  constante.  Habladle  de  patrio- 
tismo; habladle  mal  del  clero,  del  dominio  del  sacerdocio  sobre  las  ma 
sas  ignorantes,  y  el  Monitor  estará  como  de  pascuas;  le  veréis  pararse 
en  la  punta  de  los  dedos  de  los  pies  para  defender  ó  para  impugnar  la 
democracia  ó  el  retroceso;  discurre  con  raciocinio,  embiste  con  energía, 
asalta  con  denuedo  á  pecho  descubierto,  á'bayoneta  calada  al  paso  de 
calacuerda;  siempre  sereno  y  siempre  con  bríos;  pero  no  mentéis  la  teso- 
rería porque  sufre  una  enagenación  mental.  Nuevo  Don  Quijote  de  la 
política,  como  el  ingenioso  manchego,  en  todo  es  sabio  y  cuerdo,  menos 
en  lo  que  atañe  á  la  andante  caballería. 

Su  ideal  son  los  principios  de  la  democracia  francesa;  sus  prácticos 
pilotos  Gómez  Farías,  Juárez  y  Ocampo,  á  quienes  ha  levantado  altares 
como  á  semi-dioses.  Eleva  con  entusiasmo  á  los  sacerdotes  y  á  las  ves- 
tales de  su  fe  política,  pero ¡cuántos  desengaños  no  ha  tenido  en 

este  mundo  al  recoger  el  musgo  santo  de  la  sagrada  encina!  su  casta 
diva  se  mete  entre  las  nubes,  y  sus  criaturas  se  ocultan  ó  se  le  encaran; 
no  hay  cabeza  que  peine  que  no  le  salga  tinosa,  como  el  dice. 

Para  defender  las  ideas  nuevas  que  irradian  en  el  Universo,  era  o- 
paca  la  luz  de  un  faro,  y  tibios  los  rayos  de  un  sol  de  Invierno.  Tan- 
credo  era  más  á  propósito  para  organizar  una  imprenta  que  para  hacer 
la  propaganda  de  las  doctrinas  novísimas,  ó  para  introducirse  en  los  labe- 
rintos palaciegos.  La  asociación,  ¡ah!  la  asociación  era  la  locomotora 
más  adaptable  para  llegar  oportunamente  al  valle  de  las  instituciones 
liberales,  en  un  país,  sobre  todo,  donde  el  fanatismo  religioso  no  ha  que 


78. 


rido  abdicar  sus  errores.  Buscó  aliados,  buscó  socios,  se  tormo  satéli- 
tes, y  en  una  atmósfera  de  oxígeno  má3  puro  le  seguían  sus  acólitos. 
¿En  dónde  encontrar  esos  propagandistas  de  fe  ardiente,  de  constante 
anhelo  que  tuvieran  como  nábito  el  trabajo,  como  vehícul»  tu  conse- 
cuencias de  la  discolería,  y  como  recompensa  el  martirio?  ¿d  ¡de  están 
esos  hombres  de  fe  sincera,  nutridos  en  la  adversidad,*  alent;  js  por  el 
sacrificio;  esos  héroes,  en  fin,  que  para  deificarlos  el  pagan  mo  sóloj 
necesitaba  conocerlos?  Armado  Tancredo  con  su  perseverancia,  en- 
ciende su  linterna  como  Diógenes,  abandona  su  tinaja,  y  se  lanza  por 
esos  mundos  de  Dios  en  busca  de  un  hombre,  de  un  socio  á  quién  atar 
al  carro  de  un  destino  próspero  ó  adverso.  De  ese  consorcio  resultaría 
la  difusión  4e  la  idea  en  las  masas,  la  prosperidad  de  la  imprenta;  para 
I Tancredo,. ..  .el  cuerno  de  la  abundancia.  Mas  para  el  escritor  que 
empleaba  su  inteligencia  y  arriesgaba  su  sociego,  ¿qué  le  quedaba  más 
positivo  que  la  gloría  efímera  de  un  aplauso?  ¡A!  si;  los  silbidos  de  los 
antagonistas,  y  las  amenazas  de  ese  culebrón,  de  ese  boa  constrictor  que 
se  llama  fanatismo.  Allá,  como  en  lontananza,  en  diversos  tiempos, 
distingue  el  Monitor  á  Florencio  María  del  Castillo,  al  juriscon- 
sulto D.  J.  María  del  Castillo  Velazco,  Carlos  Olaguibel  y  Arista, 
Vicente  Morales,  Manuel  Caballero,  Luis  Q.  de  la  Sierra,  y  sobre  todo, 
á  Chávarri,  conocido  generalmente  bajo  el  seudónimo  de  Ju^enat.  Pero... 
¡cal  se  nos  quedaba  en  el  tinbero  el  nombre  del  torito  más  bravo  de  la 
plaza,  del  tremendo  Pipo,  que  tantos  dolor-detripas  ocasionó  al  inperté- 
rrito  Jfomtor. 

Con  cada  uno,  y  en  su  oportunidad,  hubo  un  coloquio  amoroso,  una 
reyerta,  una  seducción  patética.  Se  formó  la  asociación  simultánea- 
mente: se  forjó  la  cadena  fcraternal.— Pongamos  nuestra  empresa  sobre 
bases  sólidas,  «decia  Tancredo  á  Florencio;-  repartámonos  los  emolumen- 
tos como  buenos  heimanos.  Tú  y  yo  seremos  los  monitores  y  los  tor- 
pedos del  periodismo;  la  inmortalidad  nos  aguarda,  y  la  patria  nos  co- 
ronará con  sus  laureles:  la  prospera  fortuna  nos  espera;  si  le  cerramos 
la  puerta,  si  se  marcha  desdeñada,  jamás  volverá:  unidos  siempre  los  dos 
navegaremos  con  viento  en  popa;  tú  harás  de  tu  pluma  una  saeta,  y  yo 
haré  de  mi  mano  una  cuchara.  Forjemos  una  compañía,  como  decía 
Gaspar,  para  fumar  un  habano. . . . 

— jCórao!  -decía  Florencio,  -¿fumar  los  dos  un  tabaco,  señor  don  Vi- 
cente García,  por  añadidura,  Torres?  jQuél  ¿yo  me  apodero  de  la  bo- 
quilla, y  á  usted  le  dejo  el  extremo  que  arde?  ¿á  usted  qu*  le  gusta  co- 
ger las  cosas  por  donde  no  queman?     ¿la  ley  del  embudo? 

— No,  mi  querido  pesc^dito,  nó;  yo  soy  tu  amoroso  cocodrilo. — es- 
to contestaba  Tancredo: — la  libertad  para  el  pensamiento:  la  igual- 
dad para  el  trabajo:  la  fraternidad  para  las  recompensas;  equitativa  es 
mi  intención;  este  el  dilema,  escoje.  O  yo  chupo  y  tú  escupes,  ó  tú  es- 
cupes y  yo  chupo. 

V  á  Florencio  María  del  Castillo,  á  ese  genio  modesto,  siempre  le  tocó 
escupir  hasta  que  se  hundió  en  la  tumba;  parece  que  de  ese  lugar  se  es- 
capa el  amigable  acento  de  uno  me  olvides»  que  se  dirije  á  Tancredo! 
pero  ese  diario  jamás  ha  hecho  una  reminiscencia  del  ilustrado  publi- 
ciata  <me  extendió  el  crédito  del  Momtor. 


79. 

¡j  »  ,  r     1- ■  ■  P  — ^ 

Acompasado  el  paso,  sereno  el  semblante,  aparece  á  nuestros  ojos  el 
Licenciado  J.  María  del  Castillo  Velasco.  Más  entusiasta  por  las  glo- 
rias forenses  que  por  las  políticas  y  literarias,  ejerce  con  provecho  su 
profesión;  sus  escritos  le  granjearon  un  nombre  como  estadista,  y  ^sem 
peñó  el  Ministerio  de  Gobernación;  el  fué  el  Secretario  mas  pre  *  í¿  •  >r,  de 
más  iniciativa  y  de  más  inteligencia  de  uno  de  los  gabinetes  aei  señor 
Juárez.  Tuvo  el  desacierto  de  restablecer  las  extinguidas  loterías,  y  á 
los  porfiados  billeteros.  Dios  no  le  perdonará  ese  pecado  que  tantos 
males  ocasionó  á  la  humanidad.  Cada  lotería  inventaba  un  nombre 
pomposo  para  vender  sus  billetes;  La  Predilecta,  de  Pedro  Rincón,  se 
hundió  en  la  nada;  la  de  la  compañía  Lancasteriana  se  fué  á  fondo;  la 
de En  fin,  Alfonso  Labat,  se  apoderó  de  un  nombre  sagrado,  le  lla- 
mó de  la  Purísima,  y  vivió  algún  tiempo,  pero  murió.  Otra  sociedad 
se  acogió  á  la  Providencia,  vendió  sus  billetes  y  lucró;  ésta  se  desune  y 
cfcia  socio  quería  llevarse  debajo  del  brazo,  cuando  menos,  el  título  de 
la  Providencia,  como  una  propiedad  para  seguir  providenciando;  ocu- 
rren en  su  querella  á  Castillo  Velasco,  y  éste,  hábil  para  encontrar  ar- 
dides, le  ocurre  un  medio  de  conformar  k  los  disidentes,  y  era  que  los 
billetes  todos  llevaran  el  nombre  de  la  Divina  Providencia;  pero  que 
los  de  uno  fueran  verdes,  y  los  de  el  otro,  colorados.  He  aquí  que  el 
genio  de  Castillo  Velasco  sin  incurrir  en  anatemas  por  falsear  el  dog- 
ma,creó  dos  Providencias,  la  verde  y  la  colorada:  la  dividió  en  lotee 
y  rompió  esa  Unidad  santa  que  forma  la  creencia  de  los  hombres  en 
el  Universo.  Castillo  Velasco,  no  es  ateo  pero  sí  era  Ministro;  en  flus 
creencias  religiosas  no  estaba  descarriado,  pero  sí  descarrilado.  Cuando 
era  redactor  del  Monitor  miraba  con  singular  cariño   hacia  los  altos 

Í aestos,  y  se  deleitaba\  al  llegar  á  la  cumbre,  veía  su  escritorio  de 
ietran,  y  se  desvanecía]  tal  vez  de  aquí  nació  su  creencia,  que  más  tar- 
de se  elevó  á  un  axioma:  .»No  se  ve  lo  mismo  de  abajo  para  arriba, 
que  de  arriba  para  abajo,  n 

Ni  el  confesor  ordinario,  ni  el  arzobispo  con  todas  sus  facultades,  le 
absolverán  jamás  ese  pecado  nefando  de  restablecer  las  loterías,  ya 
muertas  en  el  suelo  mexicano;  tal  vez  sea  de  los  casos  muy  escasos  que 
se  reservan  al  Pontificado;  La  Voz  de  México,  muy  competente  en  el 
asunto,  podría  sacarnos  de  ?a  duda,  pero  creemos  que  aun  en  el  Vatica- 
no le  negarían  la  absolución,  como  cuentan  las  crónicas  le  sucedió  al 
inventor  de  una  gabela  onerosa  y  universal.,*— Díeese  que  el  inventor 
del  papel  sellado,  por  esta  grave  culpa,  no  encontró  misericordia  k  los 
pies  del  confesor,  y  ecurrió  á  Roma  en  alas  de  su  desconsuelo;  en  su 
carácter  de  penitente  arrepentido,  hizo  comprender  al  Santo  Padre  su 
trascendental  invento;  de  un  salto  se  pone  de  pié  el  hombre  que  ata  y 
desata  asi  en  la  tierra  como  en  el  cielo,  y  azorado  pegaba  escandalosos 
gritos.  Después,  por  consejos  de  un  cardenal  caritativo,  el  inventor  se 
aiTojó  al  rio,  y  daba  patadas  de  ahogado,  como  Tancredo  pasado  el 
triunfo  de  Teeo&c;  y  cuando  fu  santidad,  en  medio  de  su  corte  66  pa- 
seaba en  el  gran  puente  sobre  el  Tíber.-'SíAllá  se  aho^r-i  nn  infeliz  pe- 
cador, le  decían:  absuélvalo  su  santidad,  y  s?íqueJo  c!^  ht  pirras  del 
demonio,  m     El  Padre  Santo,  haciendo  en  el  aire  la  señi*:    ^  la   cruz 


80. 

exclamó:  wEgo  te  afaolvo,  no  siendo  el  del  papel  sellado,  porque  no  al- 
canzará perdón  de  Dios... 

Ju venal  está  actualmente  en  ebullición;  ardo  su  chirumen,  y  gime  el 
pito  de  su  locomotora  dominguera,  con  aplauso  nuestro  y  con  agrado 
general;  superficial  algunas  veces,  sabe  dar  á  sus  escritos  un  interés  ere* 
cíente  y  de  actualidad;  ligero  en  sus  asuntos  como  es  necesario  lo  sean 
esas  revistas  semanarias  que  esparcen  su  aroma  en  el  único  día  de  su 
existencia,  sabe  amenizarlos  con  anécdotas  oportunas,  imágenes  vivas,  y 
con  sarcásticos  pensamientos;  su  prosa  métrica  y  cadenciosa,  llena  de 
sal  ática  y  un  tantocuanto  burlona,  da  á  sus  artículos  fugaces  un  sa- 
bor agradable,  salpicado  de  savia  griega.  Muchos  de  esos  artículos  reu- 
unidos  formarían  un  precioso  bouquet  de  inestimable  precio,  pero  ojalá 
no  nos  escribiera  sobre  modas,  porque  acostumbrados  á  leer  sus  revis- 
tas como  si  fueran  unas  melodías  de  Shubert,  interpretadas  por  la  estu- 
diantina española,  viene  el  contraste  k  desvanecer  nuestra  ilusión  como 
el  baño  ruso. 

Pipo  vaga  por  la6  calles  como  los  niños  del  Limbo,  sin  gloria  ni  pe- 
na; atormentado  solo  por  los  remordimientos,  sentó  sus  reales  en  la 
gacetilla  de  La  Voz  de  México;  allí  hacían  un  papel  importante  la  Tan- 
gos y  el  Matasiete,  cuya  mano  estrechaba  día  con  día  en  las  pulquerías 
y  en  los  figones  de  la  media  noche,  y  esa  confraternidad  no  sentaba  bien 
á  un  periódico,  coya  gravedad  canoniguesca  es  todo  decencia  y  pulcri- 
tud.    ¡Qué  diría  la  corte  cardenalicia! 

Tancredo  sigue  recogiendo  cuantas  noticias  le  dan  para  estamparlas 
en  su  periódico,  y  poco  se  cuida  de  su  veracidad. 

—¿Por  qué  inventa  la  fantasía  de  vd.  tantas  mentiras,  Sr.  D.  Vicente? 

— Ah!  sí,  yo  las  invento,  pero  fíjese  vd.  en  que  tienen  el  mérito  de 
que  yo  qoy  el  primero  que  las  aá. 

Tan  aguda  disculpa  merece  un  premio.  Tancredo  ha  sido  en  el  par- 
tido liberal  el  hombre  de  fortaleza  y  de  firmes  convicciones;  en  el  e- 
clipse  de  su  partido  y  en  las  iras  de  la  fortuna,  ha  sabid*  perder,  desde 
la  guerra  de  los  polkos,  en  donde  recibió  un  balazo  en  la  cara,  hasta 
nuestros  días,  ha  estado  en  el  puesto  que  le  marcan  sus  convicciones  y 
sus  deberes.  En  la  decadencia  de  su  edad  recordará  con  orgullo  los 
triunfos  de  la  democracia,  aun  en  las  regiones  de  las  utopías  y  en  los 
campos  de  batalla.  No  le  afectan  las  derrotas,  porque  cree  que  ellas 
no  6on  duraderas  cuando  las  ilumina  un  sol  Poniente,  pero  su  fe  no  le 
abandona  un  instante,  ni  decae  su  espíritu  por  los  golpes  del  destino.- 
Alguna  vez  nos  dijo  por  alentarnos  contra  los  francesejs:  nLos  viejos 
gavilanes  chillan  pero  no  se  arrugan»  {So  es  esto  la  voz  de  la  fe,  de 
la  esperanza  y  de  la  entereza? 

Herederos  de  su  nombre  y  de  sus  gloriosos  antecedentes,  deja  hijos 
que  con  mejor  éxito  recojerán  los  frutos  de  una  semilla  que  arrojó  su  pa- 
dre en  un  campo  estéril;  pero  las  lluvias  y  el  trabajo  lo  fertilizarán  al- 
gún día 


81. 


ECONOMÍAS. 


La  Legislatura,  después  de  dormir  V  soñar  por  algunos  meses,  va  á 
discutir  la  ley  de  hacienda,  es  decir,  el  presupuesto  de  egresos  y  el  de 
ingresos.  Se  proponen  nuestros  padrastos  conscriptos  tantas  economías, 
tantas,  tantas,  qy»  no  sabremos  qué  hacer  con  ellas.  Es  probable  que 
ahora  se  reduzca  á  dos  terceras  partes  el  presupuesto  del  año  anterior. 
Quizá  no  sucederá  lo  que  al  caballo  del  andaluz,  que  se  murió  precisa- 
mente cuando  se  iba  acostumbrando  á  no  comer.  La  lucha  continúa; 
el  comercio  y  los  propietarios  tienen  sus  atletas;  los  propietarios  colo- 
can su  navaja  bien  afilada  en  el  espolón  de  sus  mochilleras.  Quedan 
para  resolver  la  cuestión  un  discípulo  de  Hipócrates,  y  un  farmacéutico, 
á  esos  faunos  gemelos  que  espolean  á  la  humanidad,  el  uno  con  el  bistu- 
rí y  el  otro  con  la  espátula,  ¡Dios  nos  tenga  de  su  mano! 

Aun  no  podemos  decir  nada  respecto  de  la  iniciativa  del  Ejecutivo, 
porque  no  abre  sus  sensibles  ojos  á  la  luz  de  la  publicidad:  sólo  sabe- 
mos se  inicia  que  los  efectos  pueden  almacenarse  en  la  plaza  hasta 
un  año,  antes  de  pagar  derechos.  He  aquí  una  observación,  á  vuelo  de 
pájaro,  presedida  de  un  apostrofe.  Cuando  estalla  un  pronunciamien- 
to en.  algún  puerto,  ya  nadie  hace  la  antigua. pregunta  de  ¿cuál  es  el 
plan?  ¿peligrarán  las  instituciones?  ¿se  derramará  mucha  sangre¿  ¿es-' 
tara  ramificada  en  toda  la  República?  No  señor,  ahora  tales  dudas  que 
la  experiencia  ha  puesto  en  claro,  son  sustituidas  con  estas:  ¿cuál  es  la 
casa  de  comercio  que  está  interesada  en  ese  pronunciamiento?  ¿á  cuan- 
tos millones  ascenderá  el  contrabando  que  se  quiere  introducir?  Una 
cosa  semejante  nos  sucede  á  nosotros  y  á  los  habitantes  de  esta  capital, 
en  vista  de  esa  iniciativa  del  Ejecutivo  ¿qué  casa  de  comercio  muy  fa- 
vorecida del  poder,  exclaman  y  exclamamos,  estará  interesada  en  que 
sus  mercancías  permanezcan  en  la  plaza  sin  pagar  la  alcabala  respectiva, 
sino  hasta  que  naya  trascurrido  un  año?  La  ventaja  para  el  erario  no 
la  percibimos. 

La  teoría  de  los  gobiernos  baratos  rebulle  en  el  cerebro  bien  organi- 
zado de  nuestros  muy  amados  representantes;  reducirán  el  presupuesto 
á  una  tercera  parte;  harán  que  el  sueldo  de  los  funcionarios  sea  tan  re. 


82. 

ducido,   que   no  les  alcance  para  comer  sino  verdolagas;  no  habrá  una  I 
cantidad   para  mejoras  materiales,   porque  ha  de  haber  muohas   eco- 
nomías. 

•  ♦ 

Cuando  vemos  á  nuestro  Gobernador  con  aire  modesto,  más  modesto 
que  la  humilde  sensitiva,  que  se  encoje  al  contacto  de  una  mano  cari- 
aosa,  asistir  á  las  festividades   cívicas   con   levita  cepillada   con  toci- 
no; con  un  fieltrecito   de   toquilla  grasosa,   camisa   sucia  y  manos  de 
guante  de  pellejo  humano,  no  muy  albas,  tentados  nos  hemos  visto  de 
iecir  á  la  Legislatura:  señores  ¡por  san  Gestas!  aumentad  al  Goberna- 
dor cinco  pesos  para   que   pueda   el  angelito   presentarse  siquiera  en 
las  festividades  cívicas  ncon   modesto  y  decente  traje. •  como  manda  la 
'ey,  y  como  demanda  la  civilización  y  la  dignidad  del  primer  magistra- ' 
|  do:  no  por  economizar  el    valor  de  unos  guantes  y  aparecer  eon  la  hu- 
¡I  mildad  de  un  capuchino,  se  exhiba  con  desdoro  para  el  Estado.    .Cuan- 
tío vemos   que  el   Gobernador  recorre  las  calles  á  pié,  se  presenta  en  el 
¡  paseo  con  sombrero  jarano,  va  al   teatro   armado  de  xin  amanza   locos  ¡ 
en  vez  de  bastón;   que   al  llegar  al  territorio  del  Estado  un  personaje 
digno  de  atenderse,  por  sus  méritos  y  por  su  posición  social,  tiene  que 
tomar  para  ir  á  encontrarlo   un   coche  simón,   de   muías   más  aburri- 
das que  el  Ayuntamiento,  que  no   aceleran  el  paso  con  los  besos  ni  .con 
l«>s  abrazos  latigueños  de  un  cochero  ó  de  un  Gefc  político  paciente;  que 
el  Gobernador  anda,  á  guisa  de  demandante,  pidiendo  prestada  su  des- 
vencijada y  terrosa   carretela   á   don  i  Fulanita  si  no  la  tiene  ocupada, 
nos  hemos   visto  tentados  de  decir  á  nuestros  económicos  legisladores,] 
.1  legisladores,  decretad  el  gasto   para  comprar   un  carruaje  al  Goberna 
dor,  y  el  gasto  de  un  par  de  jumentos  que  lo   conduzcan. u     Miremos  á 
nuestro  alrededor  señores!  ¿hasta  D.  Canuto   Macicez,  qpe  no  es  en  la 
sociedad  más   que  un  átomo,  tiene  carretela!     Dad  al  Gobernador  este 
lustre,  que  al  tin  e¿>  la  primera  persona  del  Estado. 

Cuando  vemos  que  en  el  Estado  no  se  puede  hacer  recepción  digna  á 
un  personaje,  porque  el  Palacio  de  Gobierno  solo   tiene  un  salón  más 
largo  queeldeseo  de  un  indigente;  que  en  vez  deservir  para  audiencias  que 
jamás  las  hay,   son  para  recibir  las  espeetoraciones  de  los  empleados;  bo- 
degas inmundas  de  la  Aduana,  y  purasoficinas  guberniles,  hemos  intenta- 
do pararnos  en  las  puntas  de  los  dedos  de  los  pies,  estirar  como  el  de  una 
garza  blanca  nuestro  muy   largo  pescuezo,  y  con  voz  estentórea  decir: 
Diputados!  diputados!  por  Dios,  por  la  «Virgen,  por  la  corte  celestial;  y 
si  esto  no  es  suficiente,  por  Luzbel,  por  Belial,  por  Asmodeo,  por  Belce- 
búi;, por  Cupido,  por  Minerva,  por  las  siete  musas,  decretad  un  gasto  pa- 
ra formar  una   vivienda  modesta  si   queréis,  sin  la   muelle  ostentación 
de  la  vanidad,  pero  cómoda,  decente  y  aseada,  que  pueda  servir  para  el 
Gobernador  y  su  familia  si  le  place,  ó  si  nó  para  un  huésped  ilustre  aue 
algún  día   quiera   visitar  nuestra  capital.     No  siempre  el  Gobernador 
jj  del  Estado  ha  de  ser  rico  para  tener  una  habitación  lujosa;  si  es  pobre 
¡I  deslucirá  el  brillo,  no  de  su  persona,  sino  el  del  Estado.     Legisladores, 
legisladores;  no  queráis  para  el  Estado  tanta  economía,  pues  vosotros 
i  mismos,  en  vuestro  humilde  mediocridad,  buscáis  á  la  vez  que  vuestra 
!  comodidad,  aquel  brillo,  superficial  si  se  quiere,  pero  que  demanda  la  ci- 


83. 

vilización  y  la  cultura.     Si  para  vosotros  mismos  no  queréis  esa   indo-  ¡, 
lencia,  esa  negligencia,  esa  indiferencia  y  esa  tendencia  á  lo  vulgar  y  á  |f 
lo  económico,  ¿pcfr  qué  la  queréis  para  la  primera  cabeza  del  Establo,  ! 
cual  es  el  Ejecutivo?     Si  conocéis  algún  ricachón  miserable  que  por  c- 
conomía  ó  por  avaricia,  no  goza  de  las  comodidades  do  la  vida,  y  se  pre- 
senta haciendo  alarde  de  su  abandono,  ¿por  qué  lo  calificáis  de  incivil? 

Personas  habrá  que  al  leer  este  artículo,  ó  al  saber  que  decretáis  el  í 
gasto  que  proponemos,  esclame  casi  bufando  de  cojera,  que  se  quiere  i 
detretar  contribuciones  para  darle  lujo  al  Gobernador,  no  os  fijéis  en  J 
sus  declamaciones;  tal  vez  será  un  egoísta  contribuyente  que  no  entien-  i 
de  de  estas  casas;  qun  en  vez  del  brillo  del  Estalo,  solo  ve  la  oscuridad  j 
de  sus  bolsillos:  no  so  las  espliqueis,  porque  no  las  comprenderá,  como  i 
un  ciego  de  nacimiento  no  comprenderá  jamás,  no  podrá  tener  idea  si-  j 
quiera,  de  los  colores,  aunque  le  hagáis  de  ello»'  descripciones  hasta  la  ' 
consumación  de  los  siglos.  \ 

Haced  que  lo9  empleados  se  vistan  con  un  traje  decente;  que  los  que 
presiden  los  espectáculos  públicos,  se  presenten  con  el  traje  de  su  dig-  \\ 
nidad  y  de  su  autoridad,  no  con  la  chaqueta  del  vulgo,  como  los  hemes  i, 
admirado  en  estos  dias,  pues  no  quita  lo  cortés  á  lo  valiente.     Infundid- 
le?  si  podéis,  ¡padres  conscriptos!  ¡económicos  legisladores!  un   rasgu¡to 
siquiera  de  vuestra  ilustrada  educación  y  do  vuestro  recto  juicio.  j 

Mandad  vestirá  nuestros  soldados,  á  nuestros  valientes  soldados,  con 
el  traje  propicie  fu  institución,  aunque  cueste  un  poco  más;  no  que- 
remos soldados  encolados  como  un  petimetre,  sino  con  un  traje  que  lo 
eleve  ante  sus  propios  ojos  y  ante  los  de  la  sociedad;  un  traje  que  les 
infunda  los  atributos  del  noble  orgullo,  y  ese  aire  marcial  que  dá  res- 
petabilidad al  guerrero.  Al  paso  que  la  industria  adelanta,  al  paso  que 
es  más  barato  el  uniforme,  nuestros  soldados  caminan  á  la  peifección 
'  de  la  decencia  con  la  espalda  á  su  destino,  como  D.  Simplicio  en  su  ju- 
;  mentó.  ¡Recordad,  recordad!  haced  reminiscencias;  antes  al  soldado  se 
le  vestía  de  paño,  se  le  ponía  el  penacho  de  pelo,  se  le  acicalaba  hasta  con 
lujo,  y  se  elevaba  la  milicia  con  aquellas  apariencias  dignas  de  una  cul- 
ta sociedad.  Poco  á  poco  hemos  ido  caminando  hasta  el  Edenismo,  de 
economía  en  economía.  ¿Paño  delpais  para  el  soldado?  es  mucho  lujo; 
vistámoslos  de  maJion  ó  de  bring  que  es  más  barato,  aunque  el  crudo  In- 
vierno convierta  en  filete  nevado  las  carnes  crudas  de  nuestros  pobres 
soldados.  ¿Bring  en  el  verano?  es  mucho  lujo  para  un  recluta;  aun  la 
guinea  que  se  emplea  para  vestir  á  la  tropa  es  sustituida  hoy  con 
la  ma?ita  de  á  real  y  claco. 

¿No  os  parece,  legisladores,  que  aun  puede  reducirse  ese  gasto  á  su  [* 
menor  espresión?  quitadles  el  pantaloncito  y  la  chaquetita  que  llevan  ( 
nuestros  guerreros  á  raiz  del  pellejo,  si  el  pellejo  puede  tener  raices;  j 
vestidlos  de  hojas  de  higuera  que  es  el  traje  más  económico.  Aprovechad  ¡; 
el  siguiente  ejemplo.-  j 

Un  pintor  muy  pobre,  pero  muy  hábil  en  el  arte  de  Apeles,  ofreció  á 
su  esposa  vestir  á  su  hijo  de  militar  el  día  de  S.  Juan,  que  era  el  día  de 

Jsu  santo,   en  premio  de   sus  adelantos  en   la  escuelaí  la  víspora  del  día 
designado,  madre  é  hijo  reclaman  el  cumplimiento  de  la  oferta;  la  po- 


.84. 

breza  extrema  tiente  aguijones  acerados,  y  obliga  al  artista  á  dar  tor- 
nillo á  su  ingenio. 

Repentinamente  sale  de  su  meditación;  dase  una  palmada  en  la  fren- 
te y  exclama: 

i  Bien!  el'  niño  estrenará  maltona  vestido;  mny  temprano  se  le  da  nn 
baño,  y  se  le  corta  el  pelo. 

Al  día  siguiente  el  artista  se  encierra  con  su  hijo;  le  despoja  de  sus 
harapos;  toma  su  paleta  y  sus  pincelesy  lo  pinta.  Qué  pantalón  encarnado 
con  franjas  blancas!  ¡qué  bota  federicaí  ¡qué  piqueta  abrochada  con  bo- 
tón dorado,  y  con  costillar!  ¡qué  charreteras!  ¡qué  manoplas!  ¡Oooooooh! 

Ahora! ¿que  hacemos  con  el  sobrante  de  los  colores?  ahü  esclama 

tomando  el  bastón  y  una  cinta  que  emplea  con  honores  de  riendas. . . . 
¡tu  caballito! 

Tomó  al  chico  de  la  mano  y  llevó  á  lucir  su  genio,  hijo  de  la  economía. 

Cuando  queráis  publicar  un  bando,  legisladores,  llamad  á  un  pintor 
de  brocha  gorda,  y  haced  que  á  los  oficiales  se  les  pinte  de  los  colores  de 
pájaros  vistosos  un  pantalón  y  una  piqueta:  á  los  soldados  es  bueno  dar- 
un  baño  de  almagre. 

¡A  qué  grado  de  adelanto  puede  conducirnos  el  deseo  vehemente 
d^ hacer  economías!  Mandad  conceder  indulgencias  á  los  vestidos  vie- 
jos de  los  soldados,  como  lo  hacían  los  frailes,  y  vendedlos  á  los  fanár- 
ticoe  para  mortajas;  es  un  medio  muy  ingenioso  y  económico  para  re- 
novar constantemente  el  uniforme  de  nuestros  soldados.  * 


v 


85. 


La  ciencia  aplicada  á  la  administración. 


El  hombre,  al  dedicarse  al  estudio,  al  consagrarse  á  la  meditación,  al 
destinar  una  parte  del  tiempo  al  trabajo  intelectual,  busca  resultados 
que  así  mismo  le  beneficien,  y  con  más  frecuencia  qug  eleven  á  la  hu- 
manidad.—Los  resultados  felices  de  muchos  inventores  ó  los  de  los  que 
sorprenden  los  misterios  del  mundo  desconocido,  •  pueden  aplicarse  á  la 
administración  y  ésta  vendrá  á  ser  la  gran  .ciencia  de  gobernar. 

Farmantier  encuentra  en  la  patata  una  parte  altamente  alimenticia,  y 
salva  al  indigente  de  los  horrores  del  hambre.  ¿Será  posible  que  nues- 
tros filantrópicos  gobernantes  quieran  y  puedan  dedicarse  á  pro- 
teger una  industria  que  alimente  á  los  pobres,  mediante  un  trabajo 
proporcionado  á  sus  facultades?  Parmañtier  encontró  la  fécula  que 
boy  nutre  al  pueblo  indigente  de  Irlanda  y  &  los  desgraciados  saboyar- 
dos.  Nuestro  buen  Presidente,  aunque  no  grande  todavía,  puede  hacer 
el  paralelo  entre  la  escuela  y  la  patata,  y  encontrar  que  la  fécula  es  la 
ínstruccióa  Si  multiplica  los  planteles,  como  si  dijéramos,  los  plantíos, 
cuidando  de  remover  la  tierra  de  las  raíces  para  que  los  ascárides  no 
se  alberguen  en  ella  y  perforen  el  fruto;  es  decir,  que  directores  y  pe- 
dagogos sin  ciencia,  sin  empeño  y  sin  instrucción,  que  son  en  este  caso 
las  lombrices,  sería  la  ciencia  del  sabio  francés  aplicable  á  un  ramo  de 
la  administración.  En  la  Nación  hay  escuelas  y  colegios  mal  servi- 
dos, cuya  dirección  se  dá  á  los  favoritas  sólo  por  obsequiarlos  con  una 
canongía.  Quitar  lá  patata  &  las  lombrices  es  quitar  jas  lombrices  á  la 
patatas,  es  lo  saludable  si  se  quieren  levantar  buenas  cosechas  Esto  se 
consigue  abonando  la  tierra  y  diciendo  á  los  preceptores  que  busquen 
mamá  que  los  envuelva,  pues  á  la  madre  patria  le  han  dejado  agu- 
jerado el  manto  como  un  amero,  con  el  que  ya  no  puede  abrigarlos. 

Si  compárateos  la  instrucción  á  un  globo  aereostá tico,  veremos  que 
el  adelanto  consiste  en  darle  dirección.  La  ciencia  moderna  realiza  ya 
su  teoría,  y  Glay  Lusac  podría  envanecerse  si  viera  que  su  pensa- 
miento no  ha  dejado  de  estudiarse  día  con  día:  se  infla  el  globo  con  hi- 
drógeno ó  con  humo,  á  la  Mongolffier,  que  es  más  ligero  que  el  aire,  y 


86. 

no  se  consigue  dominar  el  elemento,  como  nunca  se  ha  conseguido  en 
el  colegio  hacer  que  los  discípulos  adelanten,  porque  no  hay  ni  dirección 
ni  cátedras,  ni  libros  dfe  texto,  ni  suficientes  discípulos;  á  estos  se  les 
llena  de  hid:óge  10  la  cabeza;  se  hacen  charlatanes  con  el  humo;  se  re- 
montan, caminan  al  acaso  contra  la  esperanza  de  sus  gobiernos,  y  des- 
cienden cuando  se  ha  escapado  el  gas.  Si  se  busca  un  gas  más  pesado 
que  el  aire,  es  decir,  un  sistema  de  enseñanza,  buenos  preceptores  y  di- 
rectores que  no  sean  recotapensados  por  trabajos  políticos,  se  logrará 
dar  dirección  á  los  globos. 

Si  la  instrucción  es  sólida  y  el  deseo  de  enseñar  es  empeñoso,  llegará 
á  dominarse  la  ignorancia;  habrá  muchos   jóvenes  á  quienes  enseñar  y 
no  se  hará  del  colegio  un  baño  de  deleite  para  los  que  hoy  reciben  pa- 
ga sin  trabajo.     No  hay  que  fiar  en  las  apariencias,  ni  en  la  tirantez  có- 
mica de  hombres  titulados,  ni  en  la  fácil  locución. de  oradores  que  pre- 
paran sus  discursos  de  un  año  para  otro,  diciendo  que  son  improvisados]  \ 
ni  en  los  premios  de  relumbrón  que  se  reparten  á  los  destartalados  dis-  j 
cípulos,  cojidos  á  lazo  como  á  potros  salvajes  ó  amenazados  con  las  tres 
RRR  consabidas.     Si  todo   esto   no  se  enmienda,  podríamos  augurar  j 
que  perecen  los  aereonautas.     El  siguiente  ejemplo  podrá  ser  muy  pro- 
vechoso si  el  buen  señor  gobernante  quiere  meditar  sobre  instrucción. 

Veíamos   nosotros,   pobres   redactores   de    un  humilde  periodiquín 
que  se  repartían  cátedras  de  un  colegio  entre  personas  ignorantes;  como 
un  mal  ejemplo  es  contagioso  y   no  teníamos  gran   cosa  que  arriesgar, 
nos  descidimos  á  solicitar  la  cátedra  de  idioma  japonés,  é  hicimos  genu- 
fiexiones  á  su  Excelencia. — No  creia   yo —  nos  Mijo   el    gobernante. — 
que  tan  cerca  de  nosotros  estaba  quién  posee  un  idioma  raro  en  nues- 
tras regiones. — nExcelencia,  nuestra  natural  modestia. . . .  t»A  un  apre- 
;  ton  de  manos  siguió  nuestro  nombramiento.     A  nosotros  poco  nos   im- 
,  portaba  no  saber  el  idioma;  lo  que  nos  importaba,  y  mucho,  era  que  no  lo 
supieran   aquellos  á  quienes  nosotros  teníamos  que  enseñarlo.     Al  fin! 
\  del  año  hicimos  unos  premios  de  rechupete  que  nos  puso  en  la  playa 
•  como  á  la  espuma  el  mar;  nos  felicitaron,  sí,  nos  felicitaron  los  oyentes 
j  y  mandaron  tocar  el  Himno  Nacional.     Los  premios  se  repartieron  de 
¡  preferencia  entre  los   muchachos   más  allegados    al   gobernante.     Un 
chino  habló  con  los  rapazuelos   y  no  se  entendieron;   mis  contrarios  se 
enfuñinaron;  yo  les  decía  para  vindicarme:  i.Señores,  no  confundan  us- 
tedes, como  los  enemigos  de  Caravantes,  el  chino  con  el  japonés.»     Así 
me  salvé. 

Las  prisiones  en  el  País  están  desarregladas.  No  hay  presidiario 
que  teniendo  en  casa  unos  ojitos  negros  ó  una  docena  de  moscas  blan- 
cas no  se  le  permita  ir  á  curarse  al  hospital.  No  sabemos  qué  aires  nía 
léficos  ventean  en  nuestras  cárceles  que  sólo  á  los  poseedores  de  recur- 
sos, y  no  á  los  pobres  de  solemnidad,  les  ataca  mal  de  garganta,  reblan- 
decimiento cerebral,  ó  dolores  en  la  espina,  que  sanan  luego  con  sólo 
,  cambiar  de  aires.  Entre  el  hospital  y  la  impunidad  no  hay  más^que 
j  un  tabique  movedizo.  Legris  Douval  pasaba  días  enteros  en  las  prisio- 
ijnes,  estudiando  el  carácter  de  los  presidiarios  para  atraerlos  al  sendero 
j  de  la  honradez.     Nos  ha  legado  una  obra  consagrada  á  mejorar  el  esta- 


_  87.  

do  de  las  prisiones.    ¿Qué  diría  del  portento  de  las  nuestras? 

Recomendamos  su  lectura  al  Presidente  futuro. 
•  Volta,  con  dos  diversos  metales,  soldados  entre  síf  toca  con  un  estre- 
mo las  ríñones  y  con  el  otro  las  patas  de  una  rana,  haciéndola  temblar 
cuando  ya  no  tiene  vida.     Así  pone   á  sus  posteros   en  la  pista  de  dar 
animación  á  un  muerto. 

Nunca  cesaremos  de  recomendar  al  nuevo  gobernante  aplique  la  pila 
de  Volta  al  movimiento  de  metales,  déla  plata  y  deloro  en  la  Tesore- 
ría; hay  renacuajos  que  tienen  dorados  los  ríñones,  plateadas  las  pier- 
nas y  petrificado  el  corazón;  tocadlos  y  los  veréis  saltar,  animarse,  tem- 
blar y  mostrarse  al  fin  sumisos  y  obedientes  á  la  ley;  hacen  el  morteci- 
no, y  saben  introducir  el  contrabando  aunque  un  lince  fuera  el  vigía 
que  cuida  las  garitas;  aplicad  entonces  el  aparato  de  Volta,  simbolizado 
en  la  justicia;  así  salvareis  I03  fondos  públicos  de  una  usurpación  co- 
mercial: con  ese  aparato  podrá  reanimarse  también  el  Erario  cuando  se 
haya  convertido  en  cadáver. 

Si  hay  desmoralización  en   los  empleados  consagrados  á  administrar 
justicia,  hay  que  purificar  el  aire  de  los  juzgados,  cuidar  que  no  entren  i 
en  putrefacción  los  juiciosy  los  espedientes  y  hacer  que  las  aguas  potables 
salgan  puras  de  los  manantiales. 

Bertholet   descubrió  que  el   precioso   líquido  puede  conservarse  sin 
corrromperse  mucho  tiempo  con  poner  en  él  un  poco  de  carbón  pulve-  ¡ 
rizado.     ¿Por  qué  no  se  ha  de  aplicar   este  específico  en  la  puerta  de 
los  tribunales  para  impedir  que  la  corrupción,  si  llega  á  invadir  la  so- 
na  de  la  justicia,  no  pase  los  dinteles? 

Ya  lo  miran  nuestros  lectores;  somos  como  los  médicos,  pero  como 
los  médicos  buenos;  que  señalamos  la  enfermedad  y  proponemos  el  re- 
medio oportuno  y  eficaz. 

¿A  qné  seguir  refiriendo  los  nombres  do  tantos  genios  que  dotaron  á 
la  humanidad  de  inmesos  beneficios?  Ellos  reposan  en  la  tumba  y  las 
generaciones  sucesoras  les  tributan  admiración  y  bendiciones,  levantan- 
do monumentos  que  eternizan  su  memoria.  ^ 

Ojalá  que  nuestro  buen  Presidente  quiera  inmortalizarse  aplicando  la 
ciencia  &  la  administración;  encontrará  en  ella  grandes  filones  que  ex- 
plotar en  bien  del  pueblo  que  es  su  amigo,  y  no  trasquilar  el  vellón  á 
las  ovejas  de  quien  él  es  el  pastor. 


88. 


La  Teoría  de  Darwin. 


CAPÍTULO  I. 

De  cómo.un  mono  feroz  es  susceptible  de  domesticarse. 

Sabed  ¡oh  lectores!  que  los  colegíales  bascan  distracciones  inocentes 
en  qae  pueden  ejercitar  la  paciencia,  cultivar  el  amor  á  los  semejan- 
tes y  aguzar  el  ingenio.  Uno  de  estos  tenia  un  mono;  lo  educaron,  y 
él  compartía  con  sus  bienhechores  sus  caricias  y  sil  agradecimiento. 
Si  pe  enfermaba,  solícitos  corrían  á  socorrerlo  aplicándole  las  medici- 
nas. Los  sinapismos  y  las  purgas,  las  lavativas  y  las  sangrías,  las  pil- 
doras y  los  revulsivos,  eran  ministrados  por  manos  diestrísimas;  los  que 
se  dedicaban  á  la  medicipa,  los  que  la  emprendían  para  boticarios,  en 
sayaban  en  el  gracioso  mono  los  remedios  más  enérgicos;  él  era  valien- 
te, impetuoso,  iracundo,  pero  fué  domesticado  por  la  chusma  escolásti- 
ca; se  le  vestía  de  frac  y  de  sorbete  á  la  inglesa;  de  cachucha  y  casaqín 
á  laétaliana;  de  marinero  á  la  española;  y  de  cuando  en  cuando,  de  pa- 
yaso á  la  francesa.  El  mono  se  enfermó;  los  colegiales  ocurrieron  á 
curarle,  afligidos,  lacrimosos. 

Un  pueblo  puede  ser  representado  por  un  mono;  el  hombre  en  el  e- 
denismo  no  era  sino  un  mico  sin  rabo;  pero  la  civilización  lo  regenera 
y  lo  levanta  á  otras  regiones;  así  hemos  visto  al  león  generoso,  al  san- 
guinario tigre,  á  la  astuta  serpiente,  modificar  sus  voraces  instintos 
ante  la  inteligencia  del  hombre:  ¿qué  valen  entonces  la  ira,  el  galvagis- 
mo  del  mono,  ante  un  ser  racional  que  doma  fieras  y  subyuga  pueblos? 

CAPÍTULO  II. 
De  cómo  los  pueblos  y  los  hombres  pueden  parecerse  á  los  monos. 

En  el  centro  de  la  República  Mexicana  existe  un  gran  pueblo,  ilus- 
trado, valiente,  belicoso;  se  dice  que  sus  hijos  nunca  pierden  y  que  | 


89. 


I  cuando  una  adversa  fortuna  hace  que  se  les  ladee  la  silla,  como  ellos 
(dicen,  se  levantan  con  el  santo  y  la  limosna,  es  decir,  arrebatan  y  se  a- 

I  garran  las  ncftices.  De  esto  resulta  que  nadie  quiere  jugar  con  ellos 
ni  al  pan  y  queso,  temiendo  que  den  al  perder  al  afortunado  un  ara- 
ñazo. 

Si  los  vierais  joh  lector!  recorrer  los  campos  á  guisa  de  leñadores,  tre- 
par por  los  árboles  de  elevadas  cimas,  hacer  los  ejercicios  gimnásticos 
másdifíciles,  mecerse  de  una  rama,  atravesar  como  Leottard  el  espacio,  a- 
sirse  con  destreza  de  las  ramas  de  otros  árboles,  creeríais  que  ese  pue- 
blo es  el  acróbata  más  notable  del  mundo;  el  trapecio  es  para  él  lo  que 
sería  para  la  urraca  y  el  gavilán;  la  fuerza  Hercúlea  no  admite  compa- 
ración con  su  pujanza;  camina  por  el  filo  de  una  espada  con  paso  sereno 
sin  que  se  sangren  los  pies;  se  viste,  de  frac  y  de  cachucha;  lleva  con  donai- 
re el  traje  mosaico  y  ostenta  los  relumbrones  del  soldadico  sanjuanero; 
pero  oculta  cuidadosamente  cierto  adminículo,  cierta  prolongación  Ion- 
gimétríca  de  la  espina  dorsal,  que  mucha  similitud  tiene  con  el  rabo. 
Darwin  vería  confirmada  su  teoría  si  examinara  á  los  hijos  de  ese  pue- 
blo cuando  recorren  los  campos  en  sus  ejercicios  gimnásticos,  en  sus 
correrías,  como  los  monos  de  la  Huasteca  veracruzana,  culumpiándose 
de  los  palos  del  telégrafo  y  atacando  al  viajero  descuidado. 

Es  muy  fiel  el  parecido  del  mono  á  ese  pueblo;  está  domesticado  así 
como  lo  está  el  mono;  pierde,  arrebata  y  corre;  se  encarama  á  un  palo, 
chilla  y  gime,,  pero  espera  beneficios  que  algunos  hombres  quieran  con- 
cederle, porque  él  rehusa  el  conquistarlos.  Ese  pueblo  debe  colocar 
en  el  escudo  de  sus  armas,  no  al  águila  que  devora  un  culebrón,  sím- 
bolo perfecto  del  pueblo  y  su  tirano,  sino  al  mono  domesticado  por  los 
colegiales.  , 

CAPÍTULO  ni.      • 
De  cómo  la  teoría  de  Darwin  encuentra  prosélites  en  los  Estados. 


El  Gobernador  de  Puebla  tiene  un  látigo  y  flagela  á  su  rebaño,  á  u 
na  jauría  de  monos,  á  pesar  dé  estar  enfermo  de  la  gota,  á  consecuen- 
cia de  esa  gota  constante  que  sería  capaz  de  taladrarle  el  estómago. 

El  de  Michoacán  enseña  á  su  pueblo  á  culumpiarse  en  un  trapecio,  á 
colgarse  del  rabo  y  á  salvar  las  distancias. 

Son  Luis  Potosí  ve  llena  su  capital  con  los  habitantes  de  su  Huasteca, 
y  los  admira  cuando  usan  el  sombrero  tricornio;  obedecen  ;ay!  al  man- 
dato escondiendo  el  rabo. 

Otros  varios  Estados  hay  en  que  la  habilidad  de  un  moderno 
Darwin  ha  descubierto  que  el  hombre  desciende  del  mono,  y  vuelve  á 
su  origen  primitivo. 

Sus  gobernantes  imperan,  mandan;  el  pueblg  mono  gime,  se  agacha 
y  obedece. 


90. 

CAPÍTULO  IV. 

En  que  se  prueba  que  el  estudiante  puede  dominar  al  mono. 


El  mono  aquel  de  que  antes  hablamos,  languidecía,  se  extenuaba, 
perdía  el  sueño;  acaso  se  acordaba  de  su  vida  independiente,  de  sus.  go- 
ces en  la  libertad;  hoy  mira  su  abyección,  la  cadena  que  le  sujeta  al  fé- 
rreo brazo  de  su  señor  y  dueño,  el  látigo  que  lo  flagela,  la  mano  que  lo 
humilla,  la  vo) mitad  que  lo  esclaviza. 

El  mono  enfermo  necesita  curaoión.  Los  estudiantes  examinan 
la  enfermedad,  y  resuelven  hacerle  tragar  una  dosis  de  morfina  para 
que  duerma,  darle  unas  frotaciones  desde  ,el  cráneo  hasta  la  extremi- 
dad de. la  cola,  y. . .  .¡oh  humillación  de  la  raza  huasteca! minis- 
trarle inyecciones  durante  varios  días. 

.  Un  D.  Diódoro,  batalla  por  adquirir  una  geringa  suave  y  adecuada, 
y  sólo  obtiene  una  de  caballo  frisón;  llama  en  su  auxilio  á  sus  adeptos; 
¡cómo  np  echar  á  un  pobre  mono  un  clister,  si  se  los  ha  echado  á  un 
gobierno  potente!  Al  primer  ensayo  el  mono  se  irrita  y  se  insurreccio- 
na; araña,  grita*  muerde,  salta  y  se  desmaya;  la  turba  colegialuna  lo  a- 
ta,  lo  constriñe,  lo  sujeta;  el  instrumento  fatal  visita  las"  regiones  intes-. 
tíñales,  y  lleva  al  abdomen  un  líquido  saludable. 

El  mono  sigue  melancólico;  mira  con  horror  la  espada  de  Bernardo 
y  la  mano  monicida  de  D.  Diódoro  que  lo  domina;  él  se  resigna.-  En 
un  día,  en  otro  y  en  los  que  siguen,  se  repite  la  visitación,  sujetando  al 
mono;  apenas  reparte  ya  sus  mordiscos  y  esparce  sus  lamentos;  entra 
en  calma  al  adquirir  *la  persuación  de  que  su  resistencia  es  inútil     D. 

Diódoro  se  presenta  con  el  instrumento  fatal,  y  el   mono — ¡jdes- 

graciadoü — se  acostumbra  al  maltrato;  al  ver  á  su  agresor  no  gime,  no 
muerde,  no  se  queja;  sólo  levanta  el  rabo,  encarama  *  el  espinazo  y  se 
voltea. 

«i Ley  irresistible  de  la  persuación  y  de  la  impotencia!  ella  amorti- 
gua los  bríos,  y  acaba  con  el  orgullo  de  los  monos. 

CAPÍTULO  V. 
De  cómo  puede  aplicarte  la  teoría  darzoinista  d  los  pueblos. 

Hoy,  el*  pueblo,  como  el  mono,  ve  venir  á  su  D.  Diódoro  con  su  ge- 
ringa de  caballo  frisón,  y  resignado  empina  el  rabo.  Otros  Estados  siguen 
su  ejemplo;  los  gobernantes  dicen  á  sus  pueblos,  enseñando  con  amor  y  man 
sedumbre  la  espada  de  Bernardo,  lo  que  los  legos  juaninosá  sus  enfermos: 

ii Voltéense,  hermanos,  y  recíbanla  cuan  caliente  puedan,  que  en  esto 
consiste  la  salud. h 

¿No  es  verdad,  lectores,  que  la  teoría  de  Darwin  puede  verse  realiza- 
da en  muchos  pueblos? 


91. 


LAS  GOLONDRINAS. 


De  algunos  hombres  los¡hechos  memorables  que  la  posteridad  quie- 
re esculpir  á  cincel:  aquellos  tiempos  que  se  fueron;  el  amor  fraternal 
que  acrisola  la  desgracia:  el  sacrificio  que  se  hace  en  aras  de  la  patria: 
Jos  hombres  de  la  tolla  de  Morelos  y  de  Bravo,  del  Lie.  Verdad  y  del 
Corregidor  Domínguez;  las  mujeres  como  doña  Josefa  Ortiz  y  doña 
Leona  Vicario,  que  ornaron  la  frente  de  México  con  una  corona  de 
laurel .... 

Esos,  ya  no  volverán. 

Los  que  buscan  en  el  tosoro  público  la  recompensa  de  raquíticos  ser- 
vicios^ los  que  combaten  en  todas  las  filas  y  se  acogen  á  todas  las  ban- 
deras; los  que  hacen  de  las  instituciones  una  caricatura,  y  se  ponen  el 
antifaz  en  cada  Estación  para  incensar  á  un  ídolo  grotezco  y  deforme, 
pero  engalanado  con  los  arreos  de  la  victoria. ... 

Esos ¡ay,  sí!  esos. ...  sí  volverán. 

Los  que  buscaban  en  los  campos  de  batalla  el  triunfo  de  la  idea  que 
regenera;  los  que  se  resolvían  á  exhalar  el  último  aliento  en  el  patíbu- 
lo abrazados  ai  pendón  constitucional;  los  que  combatían  al  enemigo  ex- 
tranjero hasta  quedar  sepultados  entre  escombros;  los  que  destruían  sus 
armas,  se  entregaban  prisioneros  y  surcaban  los  mares,  ostentando  ante 
una  nación  victoriosa  las  insignias  militares,  como  una  protesta  solem- 
ne; los  que  levantaban  muy  alto  el  honor  de  México 

*  Esos,  no  volverán. 

Pero  los  que  huían  en  los  campos  de  batalla  atemorizados  al  escuchar 
el  fragor  de  los  cañones;  los  que  llevaron  A  los  pies  del  invaror  las  co- 
ronas de  la  patria  y  aplaudían  los  cantos  de  los  soldados  de  Napoleón;  los 
que  ceñían  la  espada  yjostentaban  condecoraciones  como  premio  á  su 
traición. ..." 

En  verdad  os  digo,  que  esos  volverán. 

Volverán,  sí;  con  descaro  inaudito  referirán  sus  derrotas  al  sentarse 
á  la  mesa  en  el  festín  de  la  patria. 


92. 

Sus  méritos  se  pondrán  en  -el  platillo  de  la  balanza  justiciera  para 
disputar  un  premio  á  los  que  con  abnegación  constante  no  desmintieron 
su  amor  á  la  patria  y  á  las  instituciones  republicanas. 

Cuando  vemos  á  los  mexicanos  que  empuñaron  una  bandera  para 
combatir  á  la  que  siempre  fué  símbolo  de  la  Libertad  y  de  la  Reforma; 
cuando  vemos  á  tantos  hombres  que  entonaban  cantos  marciales,  como 
reto  al  poder  teocrático,  acogerse  hoy  á  la  sombra  de  un  estandarte  qne 
antes  derribaron,  buscando  un  abrigo  contra  las  descepciones  de  sus 
coetáneos  y  contra  la  inclemencia  de  los  déspotas,  hemos  esclamado  con 
el  autor  de  las  sublimes  rimas. . . .  nías  obscuras  golondrinas,  esas  ya  no 
volverán. i»  ¡Ah!  si;  tal  vez  volverán  á  dar  alimento  ásus  hijuelos  en  el 
Verano  de  nuestro  clima,  porque  hoy  se  cubren  con  las  nieves  polares 
nuestros  campos,  como  los  de  la  Siberia,  donde  no  hay  Primavera  que 
haga  brotar  las  flores,  ni  Otoño  que  sasone  las  delicadas  frutas. 

•  ¡Qué!  donde  soplan  los  vientos  glaciales,  ¿podrán  anidar  las  obscura* 
golondrinas? 

Con  el  alma  dolorida,  con  el  corazón  comprimido  algunas  veces,  re- 
corremos en  una  noche  silenciosa  las  calles  solitarias  de  una  ciudad  pa- 
ra llamar  los  recuerdos  del  pasado,  de  los  acontecimientos  memorables 
que  se  fijaron  en  nuestra  fantasía,  porque  ante  ellos  se  deslizaron  nues- 
tros años  juveniles,  alumbrando  nuestro  porvenir,  entreviendo  sucesos 
dignos  de  eterna  remembranza.  Tenemos  á  la  vista  edificios  de  apa- 
riencia humilde,  en  que  la  mano  del  tiempo  ha  carcomido  la  pintura;  don- 
de las  vetustas  portadas  revelan  que  allí,  dentro  de  aquel  edificio,  bajo 
los  techos  destruidos,  sirviéndoles  de  adorno  el  polvo  y  1  xs  telarañas,  a- 
lumbrado  por  la  luz  de  una  bugía,  se  concibieron  pensamientos,  se  for- 
maron planes  para  iniciar  la  regeneración  de  nuestra  patria,  para  for- 
mar los  cimientos  del  edificio  de  la  Constitución.     El  Lie."  Verdad,  La 

Rosa,  Qómez  Farías,  Bocanegra,  Doblado ;  de  algunos  aquí  se  meció 

su  cuna,  otros  dieron  aquí  actividad  á  sus  trabajos  para  difundir  entre 
las  masas  los  primeros  destellos  de  libertad  y  de  independencia,  de  fra- 
ternidad y  de  democracia;  principios  que  algún  día  fueron  proclamados 
por  los  caudillos  de  una  revolución  social,  y  secundados  por  millares  de 
seres  que  desde  entonces  se  elevaron  al  rango  de  ciudadanos. 

Mas  tarde,  otros  hombres  y  otras  obras  se  mostraron  á  la  muchedum- 
bre, levantando  unos  la  bandera  del  progreso  mientras  otros  encendían 
con  su  pluma  Ja  antorcha  que  babia  de  alumbrar  á  los  caudillos  el  firme 
camino  de  la  Constitución  y  de  la  Reforma. 

Esos  edificios  púbiieos,  6  esas  casas  derruidas,  se  conservan  como  se 
conserva  una  reminiscencia  grata;  ellos  son  monumentos  santificados 
por  la  historia  y  por  la  tradición.  Dentro  de  pocos  años  esos  modestos 
edificios  ya  no  hablarán  á  la  posteridad  porque  caerán  en  el  se- 
pulcro los  contemporáneos,  los  testigos,  los  compañeros  de  aquellos  hom- 
bres de  fe  y  de  abnegación  que  fueron  las  columnas  del  templo  consa- 
grado á  la  regeneración  de  México. 

Esos  seres  son  las  obscuras  golondrinas  de  quienes  habla  Gustavo 
Beker  en  sus  rimas  inmortales:  Estas  no  volverán,  pero  si  vendrán  sus 


93. 


descendientes  a  formar  algara  vía  en  el  tejado  y  á  aletear  en  laá  vidrie- 
ras de  nuestra  alcoba  para  inspirarnos  cantos  entusiastas. 

Nuevas  golondrinas  empollarán  en  los  nidos  que  otras  formaron;  a- 

■  caso  sus  gorgeos  imiten  los  cantos  populares  de  los  hombres  libres;  aca- 

|  so  sea  obscuro  su  plumaje. 

Las  pardas  golondrinas  de  hoy,  los  cipscélidos,  se  preparan  á  emigrar. 

ij     Las  obscuras  golondrinas  de  antaño  tienen  que  venir  regeneradas  en 
el  próximo  Estío. 

|     Preparémonos  á  recibirlas  con  entusiasmo.     Sus  primeros  gorgeos 

'I  serán  el  himno  con  que  saludan  á  Ta  Libertad,  con  ios  que  llaman  á  sus 

-  hermanos  para  cubrirlos  con  sus  alas. 


El  Talento  de  los  brutos. 

Exhibición  de  caballos  educados  por  Bartholomew. 

I.  •         " 

No  escribimos  este  artículo  para  los  sabios;  no  dirigimos  nuestros  con- 
ceptos á  la  inteligencia  clarísima  de  aquellos  hombres  á  quienes  la  Na- ! 
turaleza  dotó  de  un  entendimiento  prodigioso,  puesto  que,  sin  leer  un 
libro  adivinan  por  solo  el  título  su  contenido:  los  sabios  jabí  los  sabios, 
lo  que  no  saben  lo  adivinan.  No  irán  nuestras  reflexiones  a  ilurtiinar 
la  mente  de  los  naturalistas  que  aprenden  en  Buffon  las  propensiones 
de  los  animales,  y  que  sorprenden  los  secretos  de  la  Naturaleza  por  los 
instintos  del  ser  irracional;  no  lo  pretenderemos,  dado  ya  el  caso  de  ser 
conocida  la  índole  de  nuestros  escritos  que  se  dirigen  á  llevar  un  des- 
tello de  luz  á  la  mente  inculta  dealguno  de  nuestros  lectores  y  á  ha- 
cerles fijar  su  atención  en  las  maravillas  de  nuestro  siglo.  Los  esfuer- 
zos de  la  inteligencia  humana  van  siempre  en  pos  de  lo  sorprendente,  de 
aquello  que  nos  revela  hasta  donde  son  capaces  de  extenderse  las  investi- 
gaciones del  hombre,  poniendo  en  práctica  su  constancia  y  su  paciencia, 
siempre  recompensadas  por  los  curiosos  y  por  los  inteligentes. 

ii 

¿Podríais  creer  vosotros,  pacientes  y  muy  benévolos  lectores;  en  la 
existencia  de  los  burros  sabios?  ¿imagináis  la  posibilidad  de  que 
un  jumento  ostente  conocimientos  en  legislación  criminal  y  en  el  tra- 
tado  de  engañosas  pruebas?  ¿creeríais  que.  se  presenta  jcon  cuello 


[ '  94. 

largo  y  almidonado  á  la  inglesa,  faldones  anchos  y  cruzados  como  la 
cola  de  las  golondrinas?-¿que  lleve  bastón  con  borlas,  orejas  ocultas  den- 
tro de  un  8ombreroalto  y  el  rabo  escondido  éntrelos  cuartos  traseros,  como 
Promotor  fiscal,  erguida  la  testa,  perpendicular  el  cuerpo,  é  ir  así  al 
Tribunal  para  juzgar  á   un   reo  con  la  prosopopeya  de  un  Magistrado? 

Ahí  sí;— dirán  los  lectores: —  con  frecuencia  encontramos  burros  sa- 
bios mirándose  en  un  u  Espejo,»  como  Narciso  en  el  agua,  pregonando 
con  rebuznos  que  son  solidarios  en  la  idea  de  buscar  %\j£l  bien  publico \w 
como  los  burros  de  1$  fábula.  Los  \jmos  entrar  y  salir  de  los  juzgados 
del  crimen,  dar  con  una  plumada  su  jumentil  sentencia,  y  quedarse 
burlados  por  el  superior;  vemos  á  un  secretario  que  se  dá,  en  sus  revis- 
tas, el  título  de  abogado  sin  serlo  para  que  por  tal  lo  tenga  la  sociedad; 
jueces  que  podrían  ser  denunciados  como  violadores  de  corresponden- 
cia, y  hacer  comedia  para  no  ser  acusados. 

Pues  bien,  tpdo  esto  puede  *  considerarse  como  una  paradoja  Id  á 
México;  introducios  al  Teatro  Principal;  a:li  encontrareis  un  espectácu- 
lo ecuestre,  un  hato  equi-civiiizado  que  os  Horprenderá;  no  hagáis 
aplicaciones  malévolas  si  encontráis  similitud  entre  un  pollino  que  hace 
las  veces  de  Magistrado,  el  tieso  alcalde  de  una  aldea  ó  el  meticuloso 
Juez  de  algún  pueblo  rabón. 

m. 

Ese  jumento  mira  &  su  víctima  en  el  banco  de  los  acusados;  lo  olfa- 
tea, lo  halaga  y  le  hace  tiestas  con  el  rabo,  para  ministrarle  después  un 
sendo  garrotazo  con  la  vara  de  su  justicia:  Esto  quiere  decir  que  es  a- 
fable  y  dulce  en  su  trato  íntimo,  pero  que  también  es  severo  y  recto  en 
sus  fallos.  Ojalá  y  de  los  seres  irracionales  sacaran  una  lección  salu- 
dable nuestros  jueces  á  quienes  muchos  seducen  los  cohechos  y  los  so- 
bornos, las  poderosas  recomendaciones  del  magnate  y  las  dádivas  es- 
plendentes de  los  litigantes  ricos. 

Rodean  al  reo,  que  es  un  mulo  humilde  y  resignado,  cuatro  policías 
caballunos  encargados  de  su  custodia;  lo  aprisionan  con  cadenas  y  lo  vi- 
gilan. Forma  el  defensor  su  alegato;  rinde  el  Fiscal  las  pruebas  de 
la  delincuencia  del  reo  ;el  pollino-ma  gistrado,  examina  y  falla  con  impar- 
cialidad y  con  criterio.  Con  la  magéstad  de  la  justicia,  con  la  in- 
flexibilidad  de  la  ley,  levanta  el  hocico,  ostenta  el  cartel  en  donde  se  lee 
esta  terrorífica  palabra  ¡¡MuerteÜ^El  reo  inclina  la  cabeza  en  señal  de„ 
resignación.  Los  policías  se  convierten  en  verdugos  y  conducen  al  reo, 
cargado  de  cadenas,  al  lugar  de  su  destino. 

Lo  notable  en  este  caso  es  que  no  hay  ley  fuga  para  aplicarla  al  que 
fué  presunto  delincuente,  ni  falso  proceso,  ni  comisarios  regios  que  ha- 
gan averiguaciones  después  que  las  víctimas  están  snpultadas.  El  %u- 
rro  sabio,  ei  jurisconsulto  inflexible,  para  juzgar,  no  tiene  en  la  mano  la 
ley  del  embudo,  ni  un  gusano  que  roe  la  conciencia;  no  pierde  la  calma; 
no  se  extravía  su  razón  ante  el  remordimiento,  ni  es  conducido  al  ma- 
nicomio. 


95. 

Lis  irracionales,  educadas  por  un  pedagogo  justo  y  moralizador,  dá  Jj 
lecciones  y  presenta  en  caricatura  ejemplos  sorprenden  ios  de  civismo  y 
de  rectitud. 

Tal  es  "el  espectáculo  que  di  en  el  Teatro  Principal,  con  sus  veinte 
caballos  una  muía  y  un  jumento,  el4niustrioso,  el  paciente  Bartholomew. 

Hemos  hecho  referencia  á  un  solo  rasgo  de  las  rarísimas  habilidades 
de  un  juez  en  su  tribunal,  y  la  fácil  comprensión,  el  diáfano  talentazo 
de  un  jumento. 

IV. 

¡Cómo  lo  envidiamosparahacerlo  Juezdernuchospueblos;ysiesto  no  le 
place,  lo  nombraríamos  para  el  siguiente  cuatrienio  Presidente  del  Tri- 
bunal de  Justicia,  evitando  así  que  ese  íespetable  Cuerpo  sea  el  sí»il 
perfecto  de  un  verdadero  corral  de  arrendamiento  donde  se  reci- 
ben toda  clase  de  animales]  lo  haríamos  diputado  k  alguna  legislatura 
para  que  impida  que  los  compañeros  burrasniles  se  despachen  con  cu- 
charón* como  decía  nEl  Fandango,u  y  hagan  desaparecer  como  presti- 
digitadores electorales  las  sumas  recopiladas  en  la  Tesorería;  lo  haría- 
ino3  Jefe  Político,  redactor  del  uRepublicano,ri  del  uBién  Público,»  del 
.íEspejo.ii  para  que  mandara  un  destello  fie  su  claríísimo  talento  á  los 
semejantes  que  escriben  con  ingenio  coplas  disparatadas,  para  que  res- 
pondiera con  su  firma  y  su  persona  k  las  consecuencias  de  un  rebuzno  e- 
ditorial,  y  no  llamar  á  sus  compañeros  para  que  les  sirvan  de  sirineos 
al  cargar  con  la  cruz  de  las  responsabilidades  periodísticas. 

¿Creen  nuestros  lectores  que  no  haría  el  burro  sapientísimo  un  buen 
Presidente  del  Ayuntamiento,  un  justiciero  Presidente  del  Tribunal? — 
El  dejaría  quo  cada  munícipe  sirviera  el  ramo  que  le  está  encomendado 
con  entera  independencia  y  por  otro  lado  con  sugeción  al  reglamento, 
sin  ejercer  á  su  sombra  la  especulación;  él,  robustecido  en  su  ciencia,  y 
teniendo  la  calma  como  guía,  no  habría  de  pretender  que  los  jueces  sus 
compañeros  fueran  en  todos  casos  de  su  opinión  para  fallar,  ni  impon- 
dría su  imperativo  mandato  á  título  de  ciencia  superior  ni  de  práctica 
forense  no  interrumpida  en  treinta  años  de  ejercerla;  no  tendría  para 
imponer  su  dominio  una  dosis  considerable  de  bilis  dispuesta  á  derra- 
marse á  cada  paso  si  había  discutimiento  con  la  opinión  de  los  colegas; 
no  tendrían  los  alcaldes  y  los  jueces  una  gerínga  de  caballo  para  los  li 
berales  y  una  visitadora  suave  y  delicada  para  lo*  agentes  de  la  Santa 
Madre  Iglesia;  nó  estarían  pendientes  del  sube-i-baja  para  guardar  el  e- 
quilibrio,  imagen  perfecta  del  balancín  de  la  justicia;  la  venda  cegatoria 
sería  en  él  el  emblema  por  el  que  «e  debe  aplicar  la  razón  al  que  la  tenga, 
no  emplearla  para  no  ver,  y  para  torcer  el  sendero  que  á  la  rectitud 
conduce. 

'  .    v- 

Un  burro  sabio  os  ana  joya  en  nuestros  tiempos  y  en  nuestras  regio- 
nes,   ¿Cómo  no  contratar  á  Mister  Bartholomew  para  que  dé  lecciones 


96. 

á  tantos  abogados  sin  ciencia  y  sin  clientela,  y   á  tantos  hombres  que 
sientan  plaza  de  diputados  y  de  nmnícipetf,  de  empleados  y  basta  de  go-  ;< 
bernadores?  ¡I 

La  enseñanza  objetiva  está  de  mtda;  el  Profesor  Bartholornew  tiene  ¡, 
habilidad  para  enseñar  á  toda  clase  de  animales;  ¿cómo  no  luciría  su  ha- 
bilidad enseñando  á  nuestros  jueces  la  linea  recta  cuando  convierten 
la  espada  de  la  justicia  en  tirabuzón?  ¿cómo  no  adquirir  nombradla  ; 
en  enseñar  el  arte  de  la  guerra  á  tantos  militares  que  siendo  su  espa- 
da virgen  como  la  miel  de  las  hormigas,  suelen  convertirla  ensaca- 
corchos? 

A  tan  hábiles  y  entendidos  caballos  no  se  les  manda  con  el  degra- 
dante látigo;  obedecen  á  la  voz  humana,  sin  reiterarles  el  mandato:  oir 
y  obedecer,  esa  es  su  consigna;  combatir  y  no  triunfar,  ese  es  su  deber; 
morir  y  no  murmurar,  tal  es  su  misión;  los  asaltos  los  dan  ai  re-  w 
ducto  fortificado,  nunca  á  la  mesa  electoral;  son  los  dragones  custodios  |l 
del  honor  patrio,  pero  jamás  los  lanceros  de  la  Tesorería.     Estos  caba-  •' 
líos  ocurren  al  reducto  al  estallar  el  cañón,  y  no  al  pesebre  donde  se  ¡j 
piensa  y  se  dormita.    Soldados  conocemos  que  duermen  cuando  habla 
con  su  poderosa  voz  el  bronce  de  las  batallas,  y  que  despiertan  al  re- 
tintín de  las  copas  en  el  festín  de  la  victoria.    ¡Cuan  saludable  serte  [ 
para  la  Nación  si  á  estos  se  les  educara  como  á  los  caballos!    ¿No  sería 
muy  oportuno  que  se  confiara  al  ilustre  profesor  la  enseñanza  de  nues- 
tros reclutas? 

VI. 

Ponemos  a\  tanto  á  nuestros  lectores  de  los  espectáculos  de  la  Capi- 
tal; no  narramos  simplemente  los  hechos  sino  que  deducimos  conse- 
cuencias, iniciamos  procedimientos,  y  proponemos  mejoras  en  todo  a 
quello  que  pueden  enseñarnos  los  -ilustrados  viajeros. 

Si  nuestros  Gobiernos,  ya  el  general,  ya  el  ae  nuestro  Estado,  qui- 
sieran confiar  al  Profesor  Bartholornew  una  pasagera  enseñanza  para 
los  empleados  y  funcionarios  que  lo  necesiten,  daremos  un  paso  gigan- 
tesco en  la  civilización.  Los  caballos  amaestrados  son.  una  prueba  pa- 
tente de  lo  que  es  posible  hacer  con  una  educación  esmerada  y  oportu- 
na: dan  la  evidencia  del  partido  que  puede  sacarse  en  bien  de  la  huma- 
nidad del  talento  de  los  brutos. 


•97. 


LA  LINTERNA  MÁGICA. 


Los  adelantos  de  la  física  están  alcance  de  todos;  desde  Daguerre 
qne  hizo  del  sol  un  pintor,  hasta  Edison  que  hace  hablar  á  los  muer- 
tos; desde  Sechi  que  aprisiona  la  luz  hasta  Pastear  que  saca  de  la  rabia 
un  antídoto  contra  la  rabia,  todos  ponen  en  acción  sus  facultades  para 
sorprender  los  misterios.de  la  Naturaleza  Otros  inventos  que  se 
relacionan  con  la  física  serán  más  útiles,  más  trascendentales,  pero  nin- 
guno tan  curioso,  tan  divertido,  que  seduzca  nuestra  vista  como  'esas 
linternas  que  por  medio  de  la  luz  artificial  y  con  ayuda  de  un  lente, 
reflejan  sobre  un  lienzo  blanco,  y  en  formas  gigantescas,  las  diminutas 
figuras  pintadas  en  un  vidrio. 

No  es  esto  lo  único;  nosotros  siempre  hemos  visto  que  en  política  se 
agrandan  unas  figuritas  raquíticas,  pequeñas,  diminutas,  que  otros  ai- 
res y  otros  climas  las  regeneran,  las  engordan  y  les  dan  formas  corpó- 
reas de  grandes  dimensiones. 

Con  esas  linternas.se  realiza  aquello  de  m  mientras  menos  bultos,  más 
claridad,  ti 

Se  despeja  la  atmósfera,  y  el  sol  es  esplendente,  y  clara  la  luz 
de  la  luna;  sin  nubes  y  sin  celages  podemos  ver  en  los  confines  del 
Sur  celeste  alguna  estrella  que  pronto  desaparece;  ó  en  otros  hori- 
zontes astros  simpáticos  que  brillau  si  las  noches  son  muy  obscuras. 
¿Podrán  estas  revoluciones  diarias  relacionarse  con  algún  fenóme- 
no de  la  física?  ¿por  qué  son  simpáticos  los  astros  que  aparecen  en 
Oriente,  y  no  tanto  cuando  estoy  van  á  hundirse  en  su  Ocaso?  ¿No  su- 
cede lo  mismo  con  los  hombres  astros  que  aparecen  en  el  firmamento 
de  la  política?  los  que  vienen  mucho  tienen  qué  ofrecer;  los  que  se  van 
so  llevan  las  esperanzas: 

Ojalá  y  hubiera  quien  quisiera  aclarar  nuestras  dudas.     Una  lid 
electoral,  aunque  sea  an  simulacro  de  combate,  como  los  ejercicios  de 
fuego  de  los  soldados,  es  una  verdadera  linterna  mágica:  estas   no  sólo  l 
reflejan  las  figuras  sino  que  la  ciencia  alcanza  hasta  darles  movimiento  i 
y  animación,  haciendo  conversiones  como  la  sombra  que  se  aleja,  se  1 
disuelve  y  se  trasforma.  t 


98. 

¡Maravillas  del  ingenio,  cuánta  seduces  nuestra  imaginación  y  nos  en- 
cantas! 

Allí  vemos  nn  lienzo  blanco,  y  un  puntito  brillante  como  estrella  de 
sexta  magnitud;  abrid  bien  los  ojos;  no  es  un  sueño,  es  la  realidad;  es 
un  periódico  que  se  imprime  lejos,  muy  lejos,  y  viene  acercándose  á 
nosotros"  asegurándonos  que  se  imprime  en  tal  parte,  cuando  su  forma- 
ción est£  mucho  más  lejos;  mirad  como  crece  el  núcleo  luminoso,  y  có- 
mo viene  bosquejándose  una  sombra  cual  feto  informe;  ¡qué!  ¿es  un  es- 
corpión? ¿qué  otra  cosa  son  esos  cuernos  y  esa  cola  levantada  y  con  lan- 
ceta? Jurad,  mirad,  ya  aclara  más;  no  son  cuernos  sino  orejas;  tiene 
cuatro  patas  y  un  rabo  semi-parado;  de  sus  narices  sale  un  asperjes, 
una  ducha,  una  regadera,  y  perfuma  los  aires  con  un  olor  á  benjuí 
muy  pronunciado;  nó,  no,  es  una  aljaba  que  contiene  flechas  y  rayos 
contra  el  Gobierno,  y  «n  su  afán  de  zaherirlo  no  le  concede  ni  un  á- 
tomo  de  lo  que  justamente  le  pertenece;  ya  aclara  la  figura  porque 
se  ha  puesto  en  foco;  es  un  jumento,  y  en  vez  de  patas  ostenta  cuatro 
muletillas  de  palo,  una  venda  y  una  máscara;  desgraciado  aquel  á  quien 
le  suministre  una  coz,  porque  le  hará  ver  el  sol  á  media  noche;  no  vé 
ni  oye  porque  la  venda  cubre  á  la  vez  los  ojos  y  las  orejas;  la  máscara 
le  cubre  la  parte  delantera  de  la  cabeza;  ensalsa  á  sus  prohombres 
y  lanza  un  rebuzno.  No  es  anfibio  de  los  que  andan,  nadan  ó  navegan 
entre  dos  aguas;  no  es  un  canard  que  anda,  que  nada  ó  oue  vuela  como 
riLa  Hoja  suelta;.,  más  claro  es  su  color;  mucho  más  definida  es  aho- 
ra su  figuraos  un  burro,  ó  jumento  ó  asno  ó  pollino;  hace  un  saludo  á 
los  espectadores  con  la  cabeza  y  con  el  rabo,  y  lanza  otro  rebuzno;  sal- 
t%.nx>  sabemos  de  donde  un  muñeco;  cámbianse  las  cabezas;  la  del  bu- 
rro á  la  de  él,  y  la  de  éste  al  pescuezo  del  pollino;  la  muchedumbre  rié 
y  aplaude  y  no  falta  quien  encuentre  al  muñeco  su  parecido  con....  solo 

en  el  cuerpo,  pues  lo  que  es  la  cara ni  quien  pueda  aventurar   una 

palabra:  ¿para  qué  es  ese  misterio  si  hay  libertad  de  imprenta?  los  mal- 
hechores son  los  que  asaltan  en  la  encrucijada  y  con  la  faz  cubierta;  lo 
más  gracioso  es  que  su  contrario  también  incurre  en  la  falta  que  le  echa 
en  cara;  es  ..La  Hoja  sueltan  que  se  presenta  como  adalid,  con  lanza  en 
ristre  y  la  vicera  calada  ..La  cacerola  le  dice  á  la  olla  qué  prieta  estás  vi- 
da mía..  La  figura  se  aleja  y  se  desvanece;  ya  es  una  sombra;  ya  vuel- 
ve; de  la  barriga  de  uno  y  de  la  cabeza  de  otro,  sale  otro  embrión;  es 
una  marmota,  un  faro;  ostenta  por  un  lado  un  ..Sufragio  Libre;. t  en  el 
otro  una  espada;  en  el  de  más  allá  un  kepí  bordado;  en  el  cuarto  lado 
un  número  &:  gira  la  farola  un  momento  sobre  su  eje,  y  en  esas  cuatro 
faces  se  ostentan  un  gallo,  unas  balanzas,  un  bastón  y  una  perrita  pinta 
de  negro  y  blanco.  £s  un  cambio  de  decoración;  esos  dignos  revelan 
que  por  arte  mágico  desaparecen  unas  figuras  y  aparecen  otras. 

Un  viagero  al  comunicar  sus  impresiones,  seguramente  soñaba  cuan- 
do dice  á  sub  lectores  que  echó  su  ratito  de  siesta,  y  fué  al  jardín  donde 
vid  desfilar  el  gallo  de  los  electores;  todavía  no  abandonaba  los  boste- 
zos ni  se  limpiaba  los  ojos  de  las  excrecencias  que  hace  producir  el  sne. 
ño,  cuando  vio  unos  muchachos  que  seguían  á  un  payaso  en  el  convite  de 


99. 

an tomatas  (serían  acróbatas.)  Pues  señores;  ¡vaya  un  gallo!  y  nosotros  que 
afirmábamos  era  un  gallo(?)  giro,  rollizo  y  valiente,y  ahora  salimos  con 
que  se  parecía  al  galío  pitagórico  cuando  salió  del  infierno,  flaco  y  pe- 
lón, ostentando  sólo  una  pluma  en  la  cola:  la  música  no  le  gustó  al  i- 
lustre  viajero.  Se  infiere  que  el  articulista  no  se  ocupó  en  leer  la  carta 
que  de  aquíie  remitieron,  y  se  ha  lucido. 

Nosotros  celebramos  que  el  candidato  sea  aceptado^  pero  hasta  hoy 
Inose  sienten  los  trabajos  electorales  de  ese  círpuío;  muy  digno  es  el 
designado  de  esos  honores,  pero  hasta  ahora  se  cubre  esta  candidatura 
con  el  velo  del  misterio;  sus  amigos  respondían  á  nuestras  indagacio- 
j  nes  con  un  guiño  de  ojo  y  con  suaves  presiones  en  nuestras  débiles  ma- 
nos; nosotros  estábamos  corno  tonto  en  vísperas,  esperando  su  santo  ad- 
venimiento; pero  el  eclipse  del  derrotado,  su  abnegación,  su  heroico 
sacrificio,  al  desaparecer  de  la  escena,  deja  paso  á  lá  luz  para  que  en  la 
mágica  linterna  se  proyecte  en- su  lugar  una  nueva  figura;  lo  hemos  di- 
cho; mientras  menos  bultos  más  claridad. 

Y  nosotros  nadando  siempre  entre  dos  aguas;  entre  el  agua  dulce  y 
el  agua  salada.  ¡Qué  va  á  ser  de  nosotros  en*  el  día  del  triunfo!  nos 
quedaremos  como  el  perro  de  las  dos  bodas  según  dice  el  vulgo. 

Ya  tenemos  otra  figura  en  el  lienzo  blanco;  es  un  Presidente  que  ca- 
yéndose de  risa  les  juega  el  dedo  en  la  boca  a  tantos  y  á  tontos,  para 
I  soltarlos  descolados;  ya  se  aleja  la  sombra  y  6e  desvanece.  ¡Dios  tíos 
tenga  de  su  santa  mano!  es  un  huevo  el  que  se  percibe,  lustroso,  diáfa- 
no, de  forma  gigantesca,  como  el  del  Roe  de  las  mil  y  una  noches;  lo 
empolla  el  Ministerio,  y  se  percibe  el  movimiento  de  un  nuevo  ser;  son 
dos  pollitos  que  pronto  van  á  piar:  ya  percibimos  sus  dos  cabezas;  tie- 
nen aun  cerrados  los  párpados,  pero  los  dos  usan  anteojos,"  tienen  bigo- 
|  tes  encerados;  uno  representaáun  candidato;  otro  al  funcionario  salien- 
te: gemelos  de  un  mismo  vientre,  uno  tiene  que  morir;  pero  el  primero 
que  salgn  romperá  el  cascarón.  Quizá  no  vendrá  el  ángel  extermina- 
dor  como  ave  Bde  rapiña  y  se  arrebate  á  los  dos  pollitos,  aun  cuando  se 
guarezcan  del  peligro  bajo  las  alas  de  su  amorosa  madre.  Rogad  al  cié 
lo  ¡oh  viejecitas  santurronas  que  aun  teneisj  fe*  en  que  Dios  escucha 
vuestras  plegarias!  rogadle,  sí,  que  vaya  arrojando  con  su  Mano'  Pode- 
rosa al  agua  á  tantos  moros  que  están  enfilados.  Quizás  se  realice  aquí 
otra  nueva  catástrofe  como  aquella  que  debe.haber  dado  su  nombre  á 
una  población  ds  nuestra  patria  Matamoros. 

¿Cuando  sería  esa  espantosa  mortandad  de  moros  que  la  historia  no 
refiere?  Ah!  yo  creo  despejar  la  incógnita;  la  catástrofe  fué  mata-mo- 
ros de  azúcar. 

La  linterna  no  se  apaga  todavía,  Dios  sólo  sabe  si  de  aquí  á  tres  me- 
ses habrá  cambios;  si  se  destacarán  en  el  foco  de  esa  linterna  mágica  o- 
tras  figuras  nuevas  que  á  todos  nos  dejen  con  un  palmo  de  narices. 


100. 


ESCÁNDALO?  ¿POR  QUÉ? 


Denuncia  i.La  Instrucción  del  Pueblo»!  un  hecho  que  malísimaraente 
interpreta.  Dice  así: 

ESCÁNDALO. — El  Sr.  N.  y  la  Srita.  B.  se  presentaron  ante  el  Juez 
civil  (?)  para  contraer  matrimonio:  pasaron  las  formalidades  civiles,  y  sin 
mas  ni  más  el  Sr.  N.  quiso  llevarse  á  su  casa  á  la  Srita.  B.,  como  si  ya 
estuvieran  casados;  mas  la  citada  Srita.  que  no  estaba  por  ser  su  concu- 
bina, se  negó  á  «lio,  -exigiendo  como  debía,  la  celebración  del  matrimo- 
nio ante  la  única  autoridad  que  podía  legitimarlo.  Mientras  aquel  Sr. 
tomaba  alguna  resolución,  la  Srita.  quiso  permanecer  en  la  casa  cu  ral 
de  la  Asunción. 

¡Bien  por  Ja  Srita.  Bln 

¿Tunca  hubiér&mos  pensado  que  un  periódico  de  ilustración,  y  ade- 
míts,  religioso  desde  la  coronilla  hasta  el  rabo  (pues  tienen  rabp  susa- 
preciaciones)  diera  el  nombre  de  escándalo  á  eso  de  quela  Srita.  B.  qui- 
siera casarse  católicamente  con  el  Sr.  N.,  y  á  que  la  esposa  se  haya  de- 
positado en .  la  casa  del  Sr.'Cura.  Esto  se  infiere  de  la  redacción  del 
párrafo,  con  más  que  no  se  presentaron  ante  el  Juez  civil  sino  ante  el 
Juez  de!  Estado  Civil,  que  tiene  atribuciones  enteramente  distintas  del 
primero. 

Nosotros  creemos  que  el  hecho  de  depositar  h  la  consorte  en  la  casa 
de  una  persona  respetable  y  al  lado  de  señoras  que  son  modelo  de  vir- 
tud y  de  moralidad,  no  debe  calificarse  de  escandaloso.  Con  frecuen- 
cia vemos  casos  idénticos  en  los  pueblos  rabones  y  no  hemos  notado 
que  la  sociedad  se  escandalice.  Los  padres  de  la  consorte,  si  se  los  con- 
serva el  cielo,  deben  tener,  como  es  justo  que  tengan,  una  confianza  ili- 
mitada en  la  casa  cural.  -  El  marido,  que  ya  lo  era,  es  el  único  que  de- 
bió resolver  el  caso,  puesto  que,cada  cual  tiene  el  derecho  de  disponer 
como  quiera  de  lo  que  le  pertenece. 

Si  examinamos  detenidamente  la  conducta  de  la  Srita.  B y  la  del 

Sr.  N. . . .  las  encontraremos  dignas  de  elogio;  mientras  que  nuestro  co- 
lega la  vitupera  como  escandalosas. 

Acaso  quizo  dar  el  nombre  de  escándalo  á  la  pretensión  del  marido 
que  era  llevarse  a  la  esposa;  pero  el  articulista  no  supo  aplicar  la  califi- 
ción  y  escribió  otra  cosa  distinta 

Una  vez  casadospor  locivil¿qué  otracosa  les  restabahacer  á  losdos.... 
concúbitos,  sino  retirarse  del  Juzgado  del  Estado  civil  ?  ¿hubiera  sido  cuer- 
do, prudente  y  moralizador  que  el  esposo  dejara  á  su  esposa  e$  poder 
de  moros?  adviértase  que  un  día,  una  hora,  tres  minutos,  son   suficien- 


101 

tes  para  que  las  lenguas  viperinas  dieran  una  relamida,  aun  cuando  no 
fuera  más  que  por  aquello  de  entre  santa  y  santo,  pared  de  caty  canto, 
— Téngase  presente  que  habían  de  trascurrir  algunos  días  para  que  se 
celebrara  un  matrimonio  según  las  prescripciones  üel  cultof católico. 
;Ay!  la  malicia  humana  forja  su  Gran  Galeoto,  y  hasta  nuestro  colega 
jí  califica  de  escándate  lodo  lo  acontecido,  incluso  el  acto  postrero  del  cu- 
rita  civil  en  que,  poniendo  una  carita  medio-séria,  medio-risueña,  me- 
dio-picaresca y  maliciosa,  pronunciaba  las  palabras  sacrosantas  de 
l\  ucreced  y  multiplicaos,»  y  .aquellas  otras  que  por  mandato  de  la  ley 
!  deben  de  decirse  k  los  cónyuges:  ocurrid  á  que  os  bendigan  los  minie- 
,;  tros  de  vuestro  culto. 

ií  Pero  en  el  caso  presente,  eljcolega  que  al  pueblo  instruye,  sólo  tiene 
'!  un  aplauso'para  la  consorte  cuando  dice  con  énfasis:  n¡Bién  por  la  seño- 
rita B!„ 

;:     Aquí  hace  sus  ejeic icios  acrobáticos:  parece  que  su  nave  está  anclada 
|¡  entre  la  vorágine  del  fanatismo  y  la  mansa  corriente  de  la  civilización: 
|  ¿no  quiere  Su  Caridad  ensayar  un  paso  gimnástico  en  el   camino  del 
|¡  progreso?    Anímese  nuestro  colega  y  le  pondremos  unas  andaderas. 
¡Entre  paréntesis;  ¿no  teme  nLa  Instrucción  que  su  aliada  uLa  Linter- 
1  na  de  Diógenesn  le  alumbre  el  camino  de  la  gramática  castellana  como 
:á  nosotros,  porque  escribe  señor  «y  señorita  con  S  mayúscula?. . .  .¡Ah! 
¡no  recordábamos  que  los  tiburones  no  se  tiran  mordiscos. 
j     Ha  hecho  muy  bien  la  Sríta.  B.  en  solicitar  á  continuación  las  bendi- 
ciones del  ministro  de  su  culto;  pero  esta  sensatez  no  es  exclusivamen- 
te suya;  ¿ningún  elogio  merece  el  Sr.  N.  por  3er  consecuente,  religioso, 
decente,  caballero,  buen  ciudadano,  observante  de  los  preceptos  de  Dios, 
;  respetuoso  á  los  mandatos  del  César  y  obediente  aun  á  las. ley  es  de  las 
autoridades  gentílicas,  como  prescribe  Jesucristo? 

Pues  en  este  caso  ¿por  qué  se  escandaliza  el  colega  instructor  del  pue- 
blo si  aspiran  uno  y  otro  consorte  á  unirse  con  el  lazo   eclesiástico,  ya 
que  el  civil  está  perfectamente  anudado  de   tal  modo  que  nadie  podrá  j 
desbaratarlo?  | 

Si  «El  Fandangon  hubiera  escrito  ese  párrafo,  levantaría  el  coleguita 
tal  polvareda  contra  nosotros  que  no  nos  bajaría  de  impíos,  inmorales,  he-  j 
rejes,  calumniadores,  maliciosos. . .  .¡la  mar!  Y  sólo  á  nosotros  se  nos 
obsequia  con  el  dictado  <de  tontos,  con  el  anatema  de  impíos,  con  la  no- 
ta de  burlones  y  con  el  apodo  de  maliciosos!  ¡Cuan  cierto  es  que  ni  es- 
tán todos  los  que  son,   ni  son  todos  los  que  están,  como  decía  un  loco! 

Nuestro  ilustrado  colega  cree  con  fe  reverente  y  ciega  que  el  lazo 
conyugal,  si  no  es  recibido  y  administrado  como  Sacramento,  no  es  ma- 
trimonio, ni  válido,  ni  moral,  sino  solo  un  concubinato.  Dios  haga  á 
sus  redactores  unos  santos,  pero  sin  obligarlos  á  pasar  antes  por  el 
Limbo! 

Discurramos;  raciocinemos. 

(Podrá  ser  que  los  Sres.  redactores  del  ilustrado  periódico  que  al  pue- 
blo instruye  sepan  que  en  el  Universo  hay  distintas  religiones,  y  de 
consiguiente,  hombres  que  las  profesan;  sabrá  también  que  en  México 
se  sancionó  la  ley  sobre  tolerancia  civil  como  una  exigencia  de  la  civi- 


102. 


Uzación;  también  suponemos  que  habrá  leído  que  en  tiempos  pasados 
loe  gentiles  y  paganos  celebraban  matrimonios  desde  la  prostitución  re- 
ligiosa de  éstos,  hasta  los  desposorios  de  los  judíos;  desde  la  ley  natu- 
ral hasta  la  venida  del  Mesías;  que  los  hubo  como  contrato  después  que 
Jesucristo  instituyó  el  Sacramento  de]  matrimonio.  Este  doble  lazo  se 
forjó  siempre  entre  los  cristianos,  pues  entonces  no  había  entre  ellos  las 
divisiones  que  hoy  existen.  £1  soberano  facultó" á  I03  curas  de  almas 
para  que,  al  ministrar  el  matrimonio  Sacramental,  forjaran  ó  hicieran 
el  matrimonio  contrato.  De  allí  viene  el  nombre  de  notario  ante  quién  se 
preparan  1^  diligencias  matrimoniales  eclesiásticas.  Después  el  Soberano 
retiró  la  facultad  de  hacer  contratos,  y  ha  nombrado  sus  notarios,  en  lo 
cual  ha  obrado  en  su  más  perfecto  derecho,  sin  usurpar  á  nadie  sus  a- 
tribuciones. 

En  los  países  intolerantes  que  son  católicos  podría  pasar  ese  con- 
sorcio de  los  dos  matrimonios;  pero  en  los  que  sanciona  la  ley  como  o- 
bligatoria  de  tolerar  todas  las  religiones,  es  una  necesidad  que  el  con- 
trato esté  enteramente  separado  de  la  ingerencia  de  toda  secta  religio- 
sa. El  error  gravísimo  del  periódico  que  se  propone  instruir  al  pueblo 
consiste  en  creer,  que  el  matrimonio  civil  debe  tener  la  fuerza  y  santi- 
dad de  Sacramento,  y  que  el  matrimonio  religioso  debe  de  tener  la 
fuerza  y  el  vigor  jurídico  y  social  del  contrato.  Cada  une  en  su  esfera 
tiene  su  razón  de  ser  si  existe  el  derecho  de  dirijirse  á  Dios  por  los  me- 
dios que  cada  ciudadano  elija. 

Si  un  budista  quiere  contraer  matrimonio  con  una^udia,  ¿ante  quién 
se  celebra?  ¿quién  le  dá  títulos  de  validez  y  de  legitimidad?  ¿quién  vi- 
gila que  se  haga  conforme  á  los  ritos  de  la  religión  de  los  contrayentes? 
El  Gobierno,  qué  es  el  guardián,  el  vigilante  y  el  responsable  de  hacer 
observar  la  moralidad  y  la  moral,  no  podrá  tener  tantos  ministros  co- 
mo religiones  existan  y  puedan  fundarse:  ¿cómo  podría  casar  á  dos  sé- 
res  de  religiones  disímiles  y  que  tal  vez  tienen  por, base  otra  moral  que 
no  es  la  moral  de  Jesucristo?  y  sin  embargo,  unos  y  otros  pdeden  venir 
á  nuestro  país  y  unirse  en  matrimonio.  De  aquí  nace  la  necesidad  de 
instituir  el  contrato  matrimonial  en  nuestra  patria  como  lo,lfen  institui- 
do los  países  civilizados  que  también  son  cristianos  y  catóHcos. 

Si  el  periódico  tantas  veces  citado,  que  toma  sobre  sus  hombros  débi- 
les instruir  al  pueblo,  reflexionara  sobre  estos  punto*,  no  consideraría 
'escandaloso  que  dos  cónyuges  quisieran  unirse  sacramentalmente  cuan- 
do lo  han  hecho  ya  coniforme  á  la  ley  civil.  No  nos  alegue  que  el  ma- 
trimonio que  se  celebra  sin  las  prescripciones  católicas  es  irrito  por 
que  esto  se  refiere  al  Sacramento  y  no  al  contrato.  No  comprendemos 
sino  de  esta  manera  el  que  haya  rotulado  su  párrafo  con  el  calificativo 
general  de  escándalo,  abrazando  todos  los  puntos  de  que  trata. 

Nos  dice  el  periódico  que  Ja  Srita.  B.  dijo  á  su  -.esposo  que  no  quería 
ser  su  concubina  con  sólo  la  sanción  de  la  ley  civil.  ,  ¡Pobrecita!  ¡cuánto 
la  compadecemos,  porque  no  sabe  lo  que  hace  ni  lo  que  dice!  ¿Qué  ha- 
ría esa  inocente  paloma  si  su  pichen  se  trasf orinara  ahora  en  gavilán? 

¿Si  hoy  le  dijera  éste  con  la  autoridad  marital »no  quiero  casarme 

]  ya  en  otra  vía;  sigúeme  porque  eres  mi  muger  legítima?»     Entonces  ni 


xf 


103. 


las  predicaciones  del  párroco,  ni  las  observaciones  periodísticas  que  tra- 
tan de  instruir  al  pueblo,  ni  la  uncirá  religiosa  de  los  predicadores,  ni 
los  anatemas  de  la  sociedad  nutrida  con  la  moral  cristiana,  tendrían 
fuerza  suficiente  para  sustraerla  de  las  garras  del  ave  de  rapiña  que  es- 
tá protegida  por  la  ley,  sin  que  antes  se  promueva  un  juicio  de  divor- 
;  ció  y  cuyo  pedimento  fuera  randado. 

Si  el  Sr.  N.  consiente  en  casarse  según  la  Iglesia  católica,  él,  más  que 
ella,  merece  el  incienso  del  periódico,  porque  él  rinde  homenaje  de  res- 
petó á  sus  creencias  y  á  las  de  su  esposa,  puesto  que  á  su  arbitrio  está 
ya,  y  no  al  ¿Te  ella,  fecorrer  uüo'sólo  6  los  dos  caminos  Tjufc  conducen  al 
matrimonio.     Hoy  ño  tef  queda  más  recurso  que  obedecer  á  su  marido. 

Contra  la  caliticacióuu^pe  hace  ..La  Instrucción  del  Pueblon  protes- 
tamos á  nombre  de  la  rW^ión,  'de  la  sociedad  sensata,  cte  la  ley  de  tole- 
rancia civil,  de  la  civilización  y  del  buen  sentido.  Protest-amos  contra 
la  difamante  calificación  cañcubinarta  que  dice  ese  periódico  hace  la 
señora  B.  (y  no  séflorita^de.  la  ley  que  le  concede  derechos  civiles  y  ga- 
rantías de  esposa  y-  de  madre,  y  á  dos  hijos  de  llegar  honrosamente  su 
nombre  y  de  heredar  sus » bienes. 

Nosotros  aconsejamos  á'Ios  cónyuges  que,  no  obstante  la  indisolubi- 
lidad del  matrimonio  civil,  su  validez  y  la  protección  que  concede  á  la 
mujer,  se  casen  también  conforme  á  las  prescripciones  de  su  culto,  sin 
atender  á  las  declamaciones  de  quien  los  llama  escandaloso*. 

£1  Gobierno  del  Estado,  el  Juez  del  Estado  civil,  el  cura  y  los  casa- 
dos civilmente,  deben  esta»  agradecidos  á  los  ilustrados  redactores  de 
m  La  Instrucción  del  Pueblo.,  parque  los  declara  correveidile*,  y  alas 
esposas  concubinas. 

¡Hasta  dónde  pueden  liegar  los  hombre»  gor  ms  letras! 


104. 


"LA  VOZ  DEL  PUEBLO." 


Este  periódico  hace  la  postulación  que  le  faltaba  de  los  diputados 
suplentes,  y  del  Tribunal,  en  uno  ele  sus  números  anteriores.  Nos  ba 
hecho  reir  la  ocurrencia,  y  más  nos  ba  caido  en  gracia  que  el  partido 
de  las  caretas  y  de  las  hojas  secas  llora  y  lamenta  sus  negras  desdichas. 

El  partido  contrario  no  lucha  en  la  elección;  sus  razones  tendrá;  pero 
al  levantar  el  vuelo  no  quiso  quedarse  con  sus  gastos  hechos;  y  ya  que 
no  se  sentó  á  la  mesa  con  sus  adeptos,  se  conforma  con  mandarles  el  me- 
nú de  su  mesa  para  que  sepan  que  se  preparaban  magníficos  pasteles 
trufados  que  habían  de  haber  saboreado  hasta  lamerse  los  bigotes  los 
santos  de  la  devoción.  ¡De  lo  que  se  les  privó  á  los  angelitos!  Hoy  sólo 
pueden  decir  los  partidarios  á  sus  amigos,  con  lágrimas  en  los  ojos,  que 
eran  buenas  sus  intenciones  y  magníticos  sus  deseos.  Hubo  un  tiempo 
en  que  un  señor  tenia  preparado  un  discurso  encomiastiquísimo  para  un 
elevado  ciudadano  de  quién  se  esperaban  grandes  beneficios,  pero  que 
por  enfermedad  ú  otros  motivo  no  tuvo  lugar  en  la  fiesta;  en  su  afán  de 
lucir  su  chirumen  mandó  imprimirlo  con  una  carátula  que  decía:  "Dis- 
curso quH  debió  haber  pronunciado  su  autor  en  tal  fiesta,  pero  que  no  se 
lo  dijo  á  su  Excelencia  por  un  fuerte  catarro  que  al  autor  le  sobrevino. 

Además,  ese  partido  ha  ido  á  meter  su  hoz  en  mies  agena,  anda  bus- 
cando el  sesgo  á  la  fortuna  en  otros  establos.     ¡Pues  no  le  ocurrió  pos 
tular  á  D.   Fulano  que  es  gallo  del  círculo  contrario!  razón  tienen  los 
adversarios  en  coger  del  faldón  á  su  magistrado  y  decir  con  voz  esten- 
tórea: 

— ^Que  se  lo  llevan!  ¡auxilio!  ¡que  lo  encajonan!  ¡que  nos  lo  arrebatan! 
¡piedad!  ¡socorro! 

Y  el  Sr.  magistrado  abría  los  ojos,  no  alcanzaba  resuello  y  piaba  con 
horror  al  verse  entre  las  garras  de  semejantes  gavilanes;  él  que  es  una 
linda  paloma. 

Se  encomendó  á  toda  la  corte  celestial  y  lo  soltaron,  sí  "pero  después 
de  haber  hecho  un  esfuerzo  y  soltado  una  pluma  de  la  cola. 

¡¡Con  el  susto  se  conforman!!  Ahí  está  su  licenciado  y  no  lo  dejen 
desvalagarse  del  redil,  porque  si  se  descuidan  puede  arrebatarlo  una  á- 
guila  capdal. 


u  . 


105. 


TÍTERES. 

Primera  función  dedicada  al  respetable  público-     . 

La  escena  pasa'en  todas  partes. 

Representación  de  varios  actos  de  los  funcionarios  pútlicos  que 
podrán  arder  en  un  candil  y  servir  de  apuntes 
para  la  historia  contemporánea. 

PRIMERA  TANDA. 

Escena  I.  •  .        * 

Aparece  el  padre  Campamocha  con  el  bonete  calado  hasta  los  ojos; 
trae  en  la  mano  un  hisopo  y  canta  en  tono  de  vísperas. 

-riQori,  Gori! 

Titiritero. — Padrecito  ¿qué  anda  haciendo  su  parternidad  por  estos 
sitios?  •  • 

Padre. — jAy,  hijo  de  mi  alm#!  voy  á  echar  un  responso  por  un  cris- 
tiano que  está  en  agonía.  * 

Titiritero. — Déjese  usted  de  responsos  y  póngase  á  rezar  el  rosario. 

Padre. — (Cantando.)  Pater  noster! 

Titiritero.,— Esplíquese  su  paternidad  ¿quién  es  ese  cristiano  que  es- 
tá en  agonía? 

Padre. — El  Gobernador  del  Estado;  todos  pronostican  ser  muerte 
política. 

#  Titiritero.- -i Ave  María  Purísima!  ¿pero  que  le  ha  sucedido  á  Su  Ex- 
celencia? 

Padre./— Que  se  le  declaró  la  hidropesía:  los  médicos  lo  han  desahucia- 
do ya;  de  esta  hecha  se  marcha  á  tomar  el  último  té  al  celeste  imperio; 
figúrate,  hijo,  que  ya  no  tiene  pulsos;  le  palpita  muy  recio  el  corazón,  y 
después  de  tanta  fatiga  no  lo  deja  la  tos.     ¡  Ay  compadre  de  mi  ánima! 


106. 

le  digo  á  usted  que  los  habitantes  del   Estado  están  sin  consuelo  y  ya 
no  encuentran  en  donde  echar  congojas.  ¡Gori  Geri! 

titiritero. —  ¡Con  razón! 

Padre.— x¡Pater  noster! — Sus  amigos  y  partidarios  tío  cesan  de  llorar, 
y  están  para  volverse  locos;  á  los  empleados  le  ha  pegado  un  patatús, 
y  algunos  hacen  penitencia  para  desgraviar  á  Dios.  Otros,  sin-  esperan- 
za, e¿tán  formando  ya  la  loza  funeraria.     * 

Titiritero. — Padrecito,  ¿no  habrá  esperanza  de  vida  para  el  señor  Go- 
bernador? 

Padre.— El  doctor  Guadaña,  que  no  se  separa  de  su  cabecera,  después 
de  examinarle  la  pupila  del  ojo  izquierdo,  dice  que  sólo  las  medicinas 
enérgicas  podrían  salvarlo:  ya  piensa  abandonar  el  jarabito  de  goma  y 
los  sinapismos  y  quiere  recurrir  al  cauterio,  Uno  de  sus  adversarios, 
que  funge  de  farmacéutico,  está  formando  un  caustico  de  seis  pliegos 
que  le  ampollará  desde  el  cerebro  hasta  más  abajo  de  las  pantorrillas: 
otro  le  ha  preparado  un  brebaje  muy  amargo  que  se  lo  tragará  cerran- 
do los  ojos  y  sin  tomarle  sabor.  Otro  farmacéutico  le  preparó  dos  pil- 
doras de  acíbar,  perfectamente  doradas,  que  apenas  pudieron  pasar  por 
sus  anchas  tragaderas.  Todo  ha  sido  inútil  y  si  Dios  no  lo  remedia,  se 
nos  muere  al  lanzar  un  estornudo.    ¡Gori  Gori! 

^-(Suena  una  campana)  tfn!  tín! 

Padre./— Agonías!  Ya  lo  miro  en  mi  fantasía  abrir  la  boca,  y  no  es- 
¿x¿r<*  á  su  lado  ni  uno  solo  de  sus  amigas  que  le  diga  un  ¡Jesús  te  valga 
-«tín tín Itín ! 

Titiritero. — Padrecito  ¡cómo  no  vaya  á  sanar  el  agonizante!  mire  su 
paternidad  que  ha  hab  oo  ejemplos. ... 

Padre. — 'No  tenga  usted  cuidado,  señor  titiritero;  más  remedio  tiene 
un  lazarino! 

Titiritero. — Y  si  cual  otro  Lázaro  resucita  al  tercero  día  entre  los  di- 
funtos? Acuérdese  su  paternidad  de  aquel  cuentecito.  ¿No  lo  sabe  su 
paternidad?  pues  escuche. 

Un  ntarido,  que  martirizaba  muy  seguido  á  su  mujer,  se  enfermó  y  lo 
ñió  un  parasismo;  la  consorte,  creyéndqlo  muerto,  lo  mandó  al  campo- 
santo; pero  cuando  los  cargadores  lo  llevaban,  y  al  pasar  por  lo  bajo  de 
un  guayabo,  el  marido  se  sentó  y  con  ahinco  decía. 

* — Hombres!  hombres!  nome  lleven,  que  estoy  vivo:  Los  cargadores, 
que  oyeron  declarar  á  los  médicos  que  el  enfermo  estaba  muerto,  es- 
clamaron. ¡Acuéstese,  mameluco!  3ra  quiere  este  saber  más  que  loa 
doctores.  Al  fin,  volvieron  con  el  muerto  resucitado  á  la  casa.  La  es- 
posa miraba  al  porvenir,  obtuvo  la  convicción  de  que  si  aquel  árbol  tenía 
la  virtud  de  producir  guayabas,  tenia  también  la  de  resucitar  muertos; 
se  sometió  á  su  destino  y  tuvo  que  soportar  nuevos  maltratos.  Como 
el  marido  no  debía  ser  eterno,  murió  verdaderamente  y  al  llevarlo  á  se- 
pultar esclamaba  la  esposa  con  decidido  empeño -»«por  Dios,  que  no 

lo  pasen  por  el  guayabate. »-  ¿No  cree  su  reverencia  en  la  resurrección 
de  los  muertos? 


107. 

Padre. — Chitón  (esclamó  enfadado'el  padre)  tres  veces  he  comenzado 
mi  responso  y  otras  tantas  me  lo  han  interrumpido. 
— Tin^lón-tin-tlén.     • 

Padre. — Ay!  ay!  ay!  • 

Titiritero.r-¿Qué  tiene  su  paternidad  que  dá  semejantes  gritos? 
Padre.— xQue  su  Excelencia  ha  muerto  y  yo  no  he  resado  mi  respon- 
so.   No  me  interrumpan,  no  me  interrumpan,  no  me  interrumpan.  Go- 
ri, Gori 

El  padreCampamocha  cayó  de  rodillas'hasta  el  suelo:  después  de  ha- 
ber orado  un  rato,  dirigió  su  vista  al  cielo  y  á  Dios  la  siguiente  depre- 
cación. 

Dios*  compasivo,^  Dios4>ueno, 
Allá  te  vá  un  pecador; 
Recíbelo  con  amor 
Por  tu  bondad  en  tu  seno. 
Fué  gobernante  sereno 
T  tuvo  resolución 
De  fusilar  á  Patrón; 
Puesto  que  ya  se  nos  fué 
Desde  aquí  le  mandaré 
Mi  paternal  bendición. 
Gori!  Gori! 

ESCENA   II. 

La  escena  pasa  en  un  panteón.  *  Se  miran  tumbas  esparcidas  por  to- 

spartes,  y  esqueletos  que  bailan  al  compás  de  una  música  fúnebre. 

Titiritero./— Salga  su  paternidad,  que  el  público  está  impacien^. 

Padre.*— (Saltando  á  la  escena)  ay  ay  ay  ayl 

Titiritero.— sSalude  su  paternidad  á  la  concurrencia,  y  platñjueles  lo 
que  su  paternidad  sepa  de  nuevo. 

Padrea—Estoy  con  el  alma  traspasada  de  dolor,  la  ciudad  está  de  lu 
to. . .  .¡qué  veoí  ¡qué  es  lo  que  se  presenta  ante  mis  ojos!  ;qué  sitio  es 
este! 

Titiritero.— vEste  es  el  panteón  del  olvido;  aquí  se  sepultan  á  los 

hombres  publicóse  ilustres  que  han  muerto  para  la  política.- Esos 

sepulcros  los  ha  elevado  el  buen  sentido;  ese  mausoleo  que  está  en  pri- 

m«r  término  es  el  del  general  Comonfort,  lea  su  paternidad  ese  epitafio. 

(El  padre  lee.) 

Aquí,  á  un  patriota  ilustrado 
condujo  su  mala  suerte, 
pues  le  ocasignó  la  muerte* 
un  resbalón  malhadado 
llamado  golpe  de  Estado. 

Titiritero.,— Aquel  otro  sepulcro  es  el  de  D.  Manuel  Mam  de  Zama- 
cona;  los  artesanos  de  México,  como  una  muestra  de  agrad    imiento,  lo 


108. 

^  adornan  con  frecuencia;  su  cuerpo  no   está  inerte;  algunas  veces  se 

^  reanima  al  toque  de  la  vara  mágica  de  D.  Manuel  Doblado.  Ese  otro 

i  ¿no  lo  reconoce  su  paternidad?  es  el  del  general  Félix  Zuloaga^ 
*     radre. — ¿Por  qué  se  encuentra  floja  la  loza  que  cubre  su  mortalidad? 
Titiritero. -^Porque  se  reanima  ca<ja  vez  que  t>yc  sonar  el  clarín  del 
General  Miramón.     Le  parece  que  ésta  es  la  trompeta  de  San  Geróni- 
mo que  toca  á  juicio,  y  se  desatina  por  salir  del  olvido. 

(Una  campana  toca  rogativa;  el  Padre  Campamocha  se  para  en  la 
punta  de  los  dedos  de  los  pies  para  ver  que  por  la  calle  es  conducido  un 
féretro  al  cementerio.) 

Titiritero./— ¿Qué  distingue  su  paternidad? 

Padre. — El  cadáver  de\  Sr.  Gobernador  que  lo  traen  al  panteón  del 
olvido:  lo  acompañan  sus  amigos  y  sus  cómplices  con  semblante  triste 
é  hinchados  de  llorar  sus  ojos.  Atrás  viene  su  digno  secretario  que 
era  como  quién  dice,  el  macho  cerril  que  el  caporal  gineteaba,  apretán- 
dose de  angustia  las  manos.       * 

Titiritero.— -^ Qué  mira  su  paternidad  en  aquel  balcón? 
Padre.— n Ahí  están   dos  víctimas   de  su   Excelencia,  contentos  como 
unas  pascuas,  mirando  el  cortejo  y  diciendo  con  alegría 
Aunque  la  risa  nos  mate 
suplicaremos  los  dos,   . 
que  no  lo  pasen,  por  Dios, 
muy  cerca  del  ¿mayábate. 
Titiritero. — Y  alláá  lo  lejos  ¿que  mira  su  paternidad?  ' 

Padre.— sLos  habitantes  de  dos  pueblos   vecinos  que  vienen  en  tropel 
á  mostrar  su  gratitud   al  eminente  Gobernador,   porque  en  cambio  de 
préstamos   y  contribuciones  les  mandó  beneficios   inmensos  con  sólo  ^ 
hecho  de  decretar  que  esas  poblaciones  se  elevaran  al  rango  de  ciuda™ 
y  cambiaran  su  antiguo  nombre  por  otro  más«eufónico. 

Titiritero. — Y  ese  señor  que  camina  muy  espacio  ¿lo  conoce  su  pa- 
ternidad? 

Padre. — Es  uno  de  los  propietarios  heridos  por  la  ley  agraria  que 
trae  la  lápida  para  el  sepulcro:  ,qué  veo!  el  epitafiio  que  los  ratones  pu- 
sieron al  gato;  dice  así: 

¡Oh  tú!  caminante,  advierte, 
y  ten  por  cosa  sabida, 
que  al  que  hizo  mal  en  la  vida 
no  hay  quien  le  llore  en  la  muerte. 
(El  maestro  de  los  títeres  levantó  con  garbo  su  muñeco.)  • 

KSCENA    III. 

Suena  la  campanilla  y  se  levanta  el  Ifelón. 

Titiritero. — Atizador!  atizador!  alumbre  vd.  bien  el  escenario  para 
que  el  público  vea  con  claridad  lo  que  vá  á  pasar,  pues  hay  cosas  gran- 
des y  maravillosas. 

Tilín  tilín. 


1Q9. 

Señ<ir  D.  Juan  Panadero,  caballero  gran  cruz  de  la  nacional  y  extin- 
guida órdon  de  Guadalupe,  diopóngase  U.  á  salir  a  la  escena;  venga  U. 
á  dar  algunas  noticias. 

Panadero  — Dios'me  libre,  Dios  me  libre. 

Titiritero. — ¡Qué!  ¿renuencias^  ¿no  vé  U.  que  estamos  comprometi- 
dos ante  el  respetable  público?    .  %> 

Panadero. — Están  las  cosas  muy  delicadas;  yo  he  de  decir  la  verdad 
más  calva  quo  la  cabeza  de  San  Podro; y  por  allí  está  el  Juez  de  letras 
que  puede  darme  un  bastonazo. 

Titiritero.— ^Qué  pusilánime  es  U.!  Ahí  está  el  Tribunal  de  Justicia 
y  el  Congreso  para  que  nos  ampare. 

Panadero.— ^ No  no  no  no  no  no;  El  Padre  Campamocha  me  aconseja 
la  prudencia,  pues  á  nuestro  intérprete  el  Sr.  Buscapiés  le  han  dado  un 
j&que  que  ya  se  muere  del  sofocón.  Bien  merecido  se  lo  tiene  por  an- 
dar revelando  las  habladurías  de  su  paternidad. 

Titiritero. -^Basta  de   disputas;  .salga  U.  como  se  lo  mando,  si  no 

quiere 

Panadero.— Yo  no  quiero;  tú  no  quieres;  aquel  no  quiere;  nosotros  no 

querernos;  vosotros 

Tifíriiero.^— Pues  lo  voy  á  sacar  á  U. 
PanaderOrf^(Viniendo  á  la  escena.)    Ay  *ay  ay  ay. 
Titiritero.— ^Enjugue   ü.  esas  lágrimas  y  haga  vd.  al  público  genu- 
flexiones como  las  que  hacen  los  Diputados  al  Sr.  Presidente  cuando 
van  á  recibir  la  consigna. 

Panadero. —  ¡Oh  público!  aunque  te  enfades 
escucharás  necedades; 
«  unas  dulces  cual  la  miel, 
otras  amargas  cual  hiél, 
porque  al  fin  serán  verdades. 

Mas  si  quiere  algún  simplón 
castigarme  con  el  agua, 
le  aconsejo  al  muy  bribón 
aplique  á  mi  resbalón  * 

la  ley  de  Pepe  Laf  ragua* 

Titiritero.-^Bién,  bien;  la  ley  de  imprenta  del  Sr.  Lafragua.  La  po- 
lítica ©cupará  nuestra  atención:  expliqúese  vd.  con  franqueza  y  satisfa- 
ga nuestra  curiosidad.  Ud.,  que  es  caballero  gran  cruz,  deberá  estar 
bien  informado  de  lo  que  pasa  en  las  altas  regiones  d  *a  política. 

Panadero.— NTraigo  aquí  varios«periódicos:  he  aquí  i»El  Constitucio- 
nal rt  que  es  muy  previsor  y  tiene  muy  cerca  las  creederas;  tiene  sus 
pun titas  de  candoroso.  Dice  que  le  dijeron,  que  el  otro  dijo,  que  el 
Sr.  Ministro  había  dicho  que  el  Ejecutivo  se  oponía  á  la  reunión  del 
Congreso,  . 

Titiritero. — ;Oh  crimen  de  lesa  credulidad!  ¡oh  fragilidad  constitución 
nall  y  los  candidos  redactores  no  dieron  un  soplamocos  al  calumniador. 

Tiran  la  piedín  y  esconden  la  mano  ¿y  qjié  deduce  el  Ministerio  de 
esas  habladuríasí  .  ^ 


1U). 

Panadero. — Que  los  descontentos  del  Gobierno,  para  quienes  la  paz 
es  una  tortura,  quieren  complicar  la  situación. 

Titiritero.^— Pero  ú  estamos  mirando  al  Diputado  Ganzúa. ...  es  un 
lorito  parlamentario  que  no  hay  cosa  contra  el  Gobierno  en  que  no  me- 
ta su  cuchara:  pero  será  mejor  que  yo  me  calle.  ¿Qué  otras  noticias 
trae  ese  periódico?  • 

Panadero. — (Leyendo.)  ¡Ladrones!,— Esto  ha  de  estar  muy  bueno 
cualido  tiEl  Constitucional  11  se  ocupa  de  ellos,  (leyendo.)  nEsta  plaga  se 
multiplica  por  todas  partean,— ¡Huuum!  eso  ya  lo  sabíamos  sin  necesi- 
dad de  que  »E1  Constitucional n  lo  confírmala:  se  repite  la  noticia  en 
todos  los  círculos,  y  vamos,  que  no  hemos  entrado  k  la  Tesorería,  (le- 
yendo.) Es  preciso  que  el  Gobierno  los  mande  perseguir,  aprehender  y 
fusilar. 

Titiritero.,— ¿Será  posible  que  ese  periódico  sea  el  primero  que  ñas 
advierta  el  remedio?  El  poder  del  Gobierno  no  es  el  poder  de  Dios. — 
u Hágase  la  luz  y  la  luz  fué  hecha.» 

Panadero.— tjHuy!  huy!  huy!  Dios"santo,  santo,  santo;  señor  de  los 
desamparados;  consuelo  de  los  afiijidos;  esperanza  de  los  mártires!  la 
misma  cantinela,  (lee)  Cerreos  D&  Batoeégache  nos  avisan  que  se  extra- 
vió un  número  de  nuestro  periódico,  y  que  recibieron  los  demás  con  o- 
cho  días  de  atrazo.— Aquí  se  habla  de  violación  de  la  correspondencia  el 
trueno  gordo:  ay!  que  me  caigo  de  rÍ3a. 

Titiritero.^— Atizador,  atizador,  alumbre  U.  bien  la  escena 

Lea  U.,  lea  U.  y  satisfaga  la  curiosidad  del  público. 

Panadero.— (Leyendo.)  Un  joven  de  buen  humor  intentó  una  tra- 
vesura para  desviar  las  pesquizas  de  la  policía;  forjó  una  fábula;  escri- 
bió á  un  su  amigo  que  una  persona  k  quien  la  policía  buscaba  estaba 
oculto  en  tal  casa.  Puso  la  carta  en  el  correo  y  no  llega  á  su  destino, 
pero  sf  la  polc  ía  ocurrió  á  catear  el  escondite,  n  —Concerté  U.  esas  me- 
didas, señor  titiritero. 

Titiritero. — Es  claro;  el  amigo  dio  aviso  á  la  policía:  no  se  infiere  que 
haya  tal  violación. 

Panadero. — Si  la  carta  no  la  recibió  el  amigo. 

Titiritero./— Siga  vd.-  leyendo. 

Panadero.— >Aquí  está  una  admonición  contra  los  redactores  de  tiLa 
Cotorra,  (lee.) 

Cotbrrico,  mendorico, 

p,  ¿quién  te  dio  tan  grande  pico? 

mi  Señor  Jesucristo 

te  lo  ha  dado  por  lo  visto; 

tú  que  vas,  tu  que  vienes, 

Íj  en  elogiar  te  entretienes 
os  abusos  del  poder, 
*  que  te  vayas  á  esconder 
con  la  chata  narivata 
te  manda  t.La  Serénate" 
tiéndehvel  ala  también 
*     y  k  todos  di  nos. . . .  ¡amén! 


111-    . 

«(Al  público.)  Perdonad  y  haced  justicia.  El  redactor  dh  1 1  La  Coto- 
rra» tíene  queelogiar  al  Padre  nuestro  que  le  dá  el  pan  M  cada  dia, 
para  que  pueda  decir  primeramente  dánosle  hoy  y  después  santificado 
sea  tu  nombre. 

Titiritera. — ¿Qué  es  1q  que  U.  está  refunfuñando?  ¿no  tiene  17.  mie- 
do al  fiscal  de  imprenta,  ó  al  rígido  bastón  gubernil?  Vamos,  entre  U. 
para  que  siga  el  cuadro  segundo;  ¿notobedece  U.  mis  ordenes? 

Panadero.— Yo  obedezco;  tu  obedeces;  aquel  obedece;  nosotros 

Titiritero — Pronto,  pronto. 

Panadero. — jAy  ay  ay  ay! 

Cae  el  telón.  Ruidosos  aplausos'  de  unos;  silvidos  penetrantes  de  o- 
tros/  Cierra»  la  escena  una  estridente  carcajada  del  público  ilustrado. 


SEGUNDA  FUNCIÓN 

DEDICADA  Á  LOS  FUNCIONARIOS  PÚBLICOS. 

AVISO.  * 

Publico  indulgente  y  respetable.  La  función  que  yá  ¿  tener  lugar  es 
muytinocente,  v  por  lo  mismo  digna  de  la  inocencia  de  las  personas  be- 
neficiadas con  la  dedicatoria. 

Venid  á  ver  las  habladurías  de  nuestros  muñecos;  las  agudezas  4el 
negrito,  las  indirectas  de  Juan  Panadero,  y  las  admoniciones  morales  y 
filosóficas  del  padre  Tequezquite. — Admirareis  también  la  habilidad  au- 
tomática del  titiritero  mayor,  que  por  medio  de  pitas  invisibles  dá  á 
los  autómatas  movimientos  fáciles,  gesticulaciones  naturales,  y  actitu 
des  convenientes,  como  la  de  los  diputados  de  la  Legislatura;  oid,  sobre 
todo,  su  chirumen,  y  su  vocalización  clara  y  precisa.  Con  la  ayuda  de 
Dios,  os  presentará  la  verdad  con  sus  ricos  atavíos.  Venid,  público  res- 
petable, y  os  desternillareis  de  risa.  Pagas,  las  de  costumbre.  Asisten- 
cia muy  temprano.  « 

ISCENA   i. 

« 

La  orquesta  toca  la  rumbosa  sinfonía,  titulada:  ^Lágrimas  del  coco- 
drilo» compuesta  expresamente  para  tocarse  en  esta  función  por  los 
saltimbanquis  que  prestaron  la  protesta. 

Tilín,  tilín. — Arriba  el  telón.,— Atice  XJ.  bien  las  cazolejas  para  que 
la  escena  no  esté  en  tinieblas  como  el  programa  y  la  política  del  Go< 
bierno.  m 

£1  escenario  representa  el  interior  de  palacio.  Registro  de  vocaliza- 
ción pitética  por  el  titiritero  mayor.  Allá  vá. 

Turrí,  turrí,  turrititití. 

Titiritero. — Vamos  á  ver  negrito;  venga  U.  a  divertir  al  respetable 
público, y  á  mostrarle  sus  habilidades. . .  .¿qué  no  quiere  U.  salir?  está 


.      112. 

U.  remiso  como  el  tribunal  de  Circuito  cuando  trata  de  la  acusación 
contra  sus  amigos,  ¿  se  calla  U.  y  no  contesta?  ¿duerme  U.  como  el  A- 
yuntauíiento  nuevo? 

Negrito. — Huy!  huy!  hoy!  j 

Estoy  mediu  durmidu  y  no  soy  sonámbulo;  esta  gracia  la  Cieñe  solu  la 
Legislatuda  qui  pretende  llevar  anti  el  juez  de  Distritu  á  los  amigus;  es-  ,j 
tan  suñanchí.  * 

-*- Venga  usted  acá,  negrito,  no  sea  usted  insubordinado;  muy  posi- 
ble es  que  yo  lo  v»ya  á  sacar  del  copete;  lo  va  usted  á  ver. 

— Siñó  titiditedu,  dejiusté  á  pobe  negó:  no  viuzté  que  muy  bié  pu¿ 
sucede  quil  cabu  de  zedenuz  li  dé  urtu  baztu-nazir  pu  jabladod. 

— ¡Saliera  usted  ahora  con  eso,  negrito  de  mi  alma!  ¿qué»  nos  impor- 
tan el  cabo  de  serenos  ni  el  bastonazo? — Vamos,  negrito,  venga  usted 
acáaaa. — Ay  ay  ay  ay  ay. 

-^Salude  usted  al  público;  quítese  ese  sombrero,  y  no  ponga  usted  e- 
sa  cara.     {El  negrito  con  el  sombrero  en  la  mano  hace  mil  caravanas.) 

-*- Vamos,  platique  usted  que  £s  lo  que  ha  pasado. 

•^-Istuve  in  il  salun  dil  gubiernu  cuandu  va  llegandu  el  jefe  políti- 
cu  muy  asuradu. 

-Míuy  azorado?  bien,  y  qué  decía? 

-^De%a:  zeñod,  zeñod,  me  quieden  quitad  mi  bastun  de  burlas. 

-^-¿De  burlase  de  borlas?  hable  usted  claro. 

-^vDe  booorlas.->^-Luego  llegó  otro  siñor  diciendu:  umis  vacas,  mis  va- 
cas, mis  vacas^  siñod  Gubednadod;  mi  las  quieden  echad  donde  nG  hay 
alumbradu  Yo  le  digo  á  uesencia  que  en  mi  curral  no  hay  alumbra- 
du;  el  alumbradu  esta  por  fuera  del  curral. 

-Miién,  dijo  el  Gobierno;  entonces  no  le  alcanza  la  prohibición  á  mi 
querido  Chelinu.  m 

-MJién,  muy  bien;  ¿y  después? 

-^El  curunel  de  los  suJdaus  llegó  bufandu  y  diciendu:  <tcon  permiso' 
diuzté,  yo  le  metu  lispada  la  metralla-dura.n 

— A  la  Ametralladora?  ¿eh? 

-^Después  diciendu:  ndéjemiuzté  echarle  la  Bruma  al  Cascabel  y  laj 
metralla-dura,  que  ya  está  impresa.fi  .; 

^-Ah!  uLa  Bromau  uLa  Broma>u  periodiquito  ¿y  qué  decía  su  és-lj 
celencia,  negrito?  i] 

-^-Se  ria  y  se  afretaba  las  majíus;  á  todus  les  decía  que  si  Jay-jay  jj 
jay . ...  que  siñú  gubednadod  tfrn  chistosu;  yo  mi*puse  á  rir.  ! 

-^-¿Conque  á  todas  les  decía  íjue  sü  bién,_esa  es  su  costumbre;  apre-  • 
tarse  las  manos  y  decir  que  si  á  todo. 

-MSse  se  dá  su  moditu  y  seáca. 

-^ Vamos  á  ver  negrito;  podrá  U.  cantar  unas  glosas?  ¿está  U.  de  vena?  | 

r-Sí  señó;  k  todas  hodas  estoy  listu  para  hacer  versus. 

-^Pues  ponga  usted  el  pié  para  ver  si  me  agrada. 

—¿A  lo  divinu  ó  á  lu  humanu? 

— A  lo  humano,  á  lo  humano. 

—Pues  siñú  titiditedu,  alia  vil  una. 


113. 


El  negrito  tomó  una  guitarra  mas  destemplada  que  la  prenda  defen- 
sora del  Gobierno  y  cantó. 

Dizque  mestába  mudiendu 
Dizque  delpudífo  amod\ 
Dizque  tú  me  ibas  quediendu, 
Dizque  me  hadas  unfavod. 

r-Bién,  muy  bien.  Viva  el  negrito,  (gritaban.) 

-.Allá  vá  lo  buenu,  Siñó  titiditedu.,-(El  negrito  canta.) 

Dijo  Nachu,  un  dia  sentadu, 
Sentada  en  su  tabüdete; 
tiYa  me  tiene  hasta  el  cupete 
El  valedod  llaldunadu. . . .  u 
,  Este  contestó  enojada. ... 

Enojadu,  y  siempre  riendu 

/— ifSi  le  place  me  iré  yendu; 
Que  me  canten  un  sudadio; 
¡Porque  no  soy  secretadio 
Dizque  me  estaba  mudienduU 

— Bravo,  muy  bien;  exclamaban  entusiasmados  muchos  miembros 
del  club  de  la  reforma.— Otro,  otra-^Ei  negrito  sigue  cantanda) 
f 

Aunque  reniegue  el  Congresu 
Y  truene  la  oposición,  • 

Yo  no  he  de  hacer  vadiación; 
Será  mi  gusto  y  por  esu; 

No  doy  un  paso  de  pesu; 
Dejo  á  Blas  de  redactod; 
Al  otro  le  hago  favod; 
A  todos  bienes  prolijos,  ^ 
,  Aunque  digan  que  son  hijos 
Dizque  ddptidito  amod. 

-^Bién,  negrito;  eso  se  llama  írseles  á  las  barbas  á  todos.  Sigfctw- 
ted;  siga  usted;  ya  me  figuro  que  va  usted  h  dormir  á  la  cárcel— ^Si- 
gue cantanda) 

¿Qué  importa  que  al  Cascabel 
No  le  agrade  lo  que  yo  hagu 
Y  me  haga  siempre  un  amagu 
Con  su  ruido  y  su  oropel? 
¿Quién  hace  caso  á  un  papel 
| v?         Que  de  todo  se  está  riendu? 
Es  necio  según  comprendu 
Decir  en  sonde  reclamu,^- 
ii  Porque  te  temo  y  te  llamu 
Dizque  tú  me  ibas  quediendu.»  __ 


114. 
(El  negrito  sacó  una  botella,  tomó  un  trago  y  continuó  cantando.) 

Los  soldados  tus  amigus 
•Hacen  del  valor  alarde; 
Que  lo  ualcenh  para  mas  tarde; 
Para  cuando  haya  enemigus. 

Hoy  todos  somos  testigua 
Que  está  templado  el  tambod; 
Diles  Nacho,  por  tu  amod, 
n  Cese  por  Dios  ese  estadu; 
Te  lo  suplico,  Libradu, 
Dizque  me  hacías  un  favod.** 

— >Cuando  acabó  de  cantar  las  glosas  el  negrito,  resonó  por  el  aire  un 
aplauso  más  cerrado  que  la  moyera  de  nuestros  gobernantes. 

-^Bién,  negrito;  muy  bien,  dijo  el  titiritero.— n  Ahora  despídase  usted 
y  retírese,  porque  ya  vamos  aechar  la  segunda  tanda. — Cómo!  no  quie- 
re usted  retirarse? 

— Si  siñó  titiditedu;  yo  si  me  retido;  no  soy  como  muchos  empeados 
consedvadodea  del  gobiedno  que  no  se  quieden  detidad  de  sus  destinus. 
Adius,  adius. 


SEGUNDA  TANDA. 

La  orquesta  toca  las  variaciones  de  la  uguacamayau  que  para  tocar 
en  la  Legislatura  compuso  el  maestro  Perico. 

Aparece  el  padre  Tequezquite  con  un  periódico  en  la  mano.  (Sale 
cantando  y  después  lee.) 

— Yá-p&reció-Ia  cabé-za  de  Judas;  ya^pareció-la-cabé-za  de  Judas. 

/—Tributamos  un  homenaje  de  respeto  á  la  convicción  y  á  la  buena 
fe./r-Ese  sentimiento  profundo  eleva  al  hombre,  y  simpatiza,  con  el 
nuestro. — Estos  hombres  son  dignos  de  desempeñar  Jos  puestos  que  de 
ben  contiarse  á  la  equidad  y  á  la  honradez. — ¡Ojalá  y  en  nuestra  mano 
estuviera  premiar  ese  heroísmo,  pero  no  podemos  saltar  la  barrera  de 
la  ley. 

Algunos  conservadores  vergonzantes/  como  el  gato  que  deja  la  cola 
de  fuera,  se  han  ocultado  tras  una  licencia  ó  una  enfermedad. 

Otros  conservadores,  con  piel  de  liberales,  con  más  amor  á  la  tesore- 
ría que  miedo  al  infierno,  apechugaron  con  la  excomunión.  Ta  no  se 
confunden  el  hombre  de  la  idea  y  el  hombre  del  destino.  La  miseri- 
cordia de  Dios  es  muy  grande:  pasada  la  protesta,  el  agua  bendita. 
s«  encarga  de  abrir  las  puertas  del  paraíso  á  los  mamíferos.  La  pro. 
testa  tiene  su  lado  malo.,— Castiga  al  hombre  de  honra  y  premia  al  sal 
timbanqui  político. 

r- Titiritero.,— Mejores  las  tenga  Ud.  padrecito. 

Padrecito,  salude  U.  á  la  concurrencia:  está  U.  más  distraído  que 
el  tíPtidre  Cóbosu  cuando  manda  al  Congreso  sus  in-directas. 


U5. 

— Ayt  amigo  titiritero!  vengo  con  un  pesar  tan  grande  que  ya  no  me 
cabe  en  el  corazón 

^-¿Por  qué  es  ese  pesar,  padrtcito? 

Porque  á  un  señor  Diputado  le  persigue  no  sé  qué  desgracia;  por  pri- 
mera vez,  no  lo  quisieron  admitir  en  el  Congreso  porque  le  ofuscaba  la 
penumbra  del  imperio;  la  segunda  que  fué  reelecto,  apareció  como  un  co- 
meta que  se  acerca  rápidamente  al  sol  constitucional,  pero  á  buenas  ho- 
ras le  volteó  el  rkbo,  y  se  marchó  á  recorrer  su  órbita;  hizo  su  revolu- 
ción en  seis  años  como  el  cometa  de  Donnatti  y  volvi<5  á  dejarse 
ver  ya  por  tercera  vez  trasf  ormado;  en  el  viaje  dejó  la  cola  como  los 
Jesuítas;  ya  no  se  presentó  como  un  cometa  con  su  larga*  cauda;  \ 
y  su  estrella  brillante,  no  señor,  ahora  lo  vimos  como  fuego  fatuo,  como 
exhalación  que  brilló,  recorrió  del  zenit  al  Ocaso  en  un  segundo,  y  se 
apegó (cantando)  Gori  Gori. 

— ¿Pero  cómo  ha  sido  eso,  padre  de  mi  alma? 

— Ay  av  ay  (llorando;)  Pobrecito  hospital!  ipobrecito  hospital!  ya  no 
hayan  qué  hacer  de  congoja  los  doctórcitos  Nacho  y  Carlos,  ¡adiós  pro- 
yectos de  caridad!  pobrecitos  enfermos;  (cantando  en  tono  de  vísperas) 
No  comerán  carnero,  ni  vaca  asada;  comerán  garbanzos  con  verdola- 
gas.— ¡Pobrecitos  enfermos1  ¡retepobrecitos  enfermos! 

— ¿Qué  tienen  que  hacer  los  enfermos  con  el  cometa  y  con  la  exhala- 
ción, padrecito  santo? 

— Habia  ofrecido  dar  sus  dietas  para  el  hospital.  El  diputudo  pre- 
sentó como  consulta  al  7o  Congreso  un  proyecto  monstruo  para  adqui- 
rir un  préstamo  en  el  extranjero ¡un  moco  de  pavo!. . .  .doscientos 

millones  para  banco,  ferro-carriles,  &.  &.  &. 

— ¿Pero*  qué  es  lo  que  ha  sucedido  al  representante? 

— Le  asustáronlas  leyes  de  reforma,  y  rehusó  firmarlas;  no  quizo  pro- 
testar, y  se  reriró;  ahora  sale  con  que  pide  una  licencia  sin  suélelo,  mien- 
tras que  pasan  los  patos. . .  .¿Donde  están  sus  amigos  que  no  van  á  ta- 
parlo con  sus  mantos  para  que  no  le  dé  un  aire  colado  del  bacatazo. 
¿donde  están  los  concurrentes  k  sus  famosos  bailes  y  tertulias? 

— ¡Es  lamentable  el  porrazo! 

—Yo  no  puedo  ni  rezar  del  sofoco:  guay,  guay. 

Todos  sus  amigos  están así,  cpmo  medio  avergonzados. . . .  como 

medio  chasqueados,  y  andan  apretándose  las  manos  y  diciéndose  al 
oido  ¿para  qué  lo  elegiríamos? — Rincón,  que  lo  recibió  en  sus  brazos,  y 
el  semi-diputado  Cuevas,  le  soplan  la  mollera  y  le  introducen  aire  en  el 
pulmón  para  ver  si  lo  pueden  volver  á  la  vida. . .  .¡¡angelito  de  mi  vi- 
da!! ¡Miembros  déla  sociedad  católica!. ..  .¡venid!  Católicos  de  todo- 
calibres.  . .  .llegad!  Empleados  electores  ¡¡de  rodillas!!  pidámosle  á  Dios 
nuestro  Señor  que  ese  ataque  no  pase  de  un  desmayo,  porque  si  le  re- 
pite la  catalépsia,  se  nos  muere,  se  nos  muere,  Gori  Gori. 

[Don  Folias  con  un  cirio  Pascual  y  una  camándula  en  la  mano,  can- 
ta en  tono  de  vísperas.] 

Bendita  sea  tu  pureza 
*  T  eternamente  lo  sea. ... 


116. 

Esta  ciudad  sé  recrea 
Mirando  tu  gentileza. 
La  sabia  naturaleza 
No  te  quizo  hacer  autor 
De  esas  leyes,  que  en  rigor 
Son  el  pacto  con  Luzbel; 
No  las  suscribas,  Miguel; 
Te  lo  rogamos,  Señor. 

(Tonuí  ét  cirio  D.  Ferruco,  y  otros  devotos  del  santo  cantan  la  *i- 
gtnenie  salmodia,  acompañado  de  una  gaita. 

¡Oh  soberano  santuario, 
De  las  leyes  antro  eterno! 
Eres  boca  del  infierno; 
De  los  diablos  relicario.— > 
¿tara  el  liberal  nefario 
Serás  mansión  deliciosa! 
"í  para  él  una  fosa? 
jjEsb  no!!— Premia  su  anhelo.. 
if  ábrele,  Virgen,  el  cielo 
Obn  una  muerte  dichosa. 

(Él  padrecito,  sollozando  y  limpiándose  las  lágrimas,  decía.) 
~Yo  le  aplico  la  indulgencia. 
-^¿Qué  indulgencia  padrecito? 

/— La  plenaria  que  le  concedió  Antonelli  cuando  lo  £Í$itó,,  y  cuando 
lo  veía  de  pies  á  cabeza. 

(El  padrecito,  de  rodillas  y  con  el  cirio*  capta) 

No  me  engañaion  mis  ojos 
Guando  en  tí  los  tuve  fijos; 
•  Del  redil  de  nuestros  hijos  * 
Eres,  y  no  de  los  rojos. 
De  la  Iglesia  los  despojos 
No  autorices  en  consejos 
Con  tus  colmillos  añejos; 
Dios  premiará  tus  trabajos 
Si  te  juntas  con  los  grajos 
Y  marchas  con  los  cangrejos.. 

ifAy  ayay^y  ayü 

No  había,  acabado  de  rezar  sus  jaculatorias  cuando  apareció  una  sier- 
pe de  siete  cabezas,  muy  parecida  al  Ministro  de  la  Guerra,  que  inten- 
taba tragarse  á  los  muñecos;  pero  el  Presidente  del  Congreso  le  atrave- 
zó  en  el  tragadero  un  cirio  Pascual  y  todos  emprendieron  la  faga. 


117. 


LA  LINTERNA  DE  DIOCENES. 

AETICTJLO  PBIMEPwO. 

Este  santo  colega  nos  envía  su  primer  saludo  y  un  asperges  con  el 
desenfado  del  cura  que  lo  mandara  á  sus  feligreses.  Intenta  defender  a 
las  piadosas  almas  que  infringen  las  leyes  de  Reforma,  para  la.  cual  em- 
plea como  fundamento  el  poderoso  raciocinio  de  que  somos,  incorrectos  en 
nuestro  estilo.  Nos  dá  una  saludable  lección  gramatical  sobre  bien  decir, 
cuando  también  debía  darla  á  sus  correligionarios  sobre  bien  obrar. 
|  Nosotros,  no  obstante  nuestra  tontera,  sutil  galantería  de  nuestro  ilus- 
trado cofrade,  estamos  dispuestos  á  recibir  lecciones  de  los  sabios  que 
quieran  tomarse  el  trabajo  de  enseñarnos  lo  que  ignoramos. 

Frecuentemente  debe  encontrar  nuestro  colega  en  los  escritos  qu»  pu- 
blicamos innumerables  incorrecciones  por  lo  que  desde  ahora  le  pedimos 
nos  otorgue  su  perdón;  no  hacen^os  alarde  de  poseer  elidioma  castellano, 
ni  da  ser  correctos,  mucho  menos  en  artículos  que  se  escriben  con  preci- 
pitación. Mas,  de  que  seamos  ignorantes  ¿se  deduce  que  deben  infrin- 
girse las  leyes  vigentes?  Tal  es  el  yunque  sobre  el  cual  debe  hacerse 
el  martilleo.  % 

No  es  cierto  que  nosotros  veamos  con  malos  ojos  que  se  rinda  culto  k 
la  Virgen,  si  tales  son  las  creencias  piadosas  déla  sociedad  en  que  vivi- 
mos; pero  sí  reprobamos  que  se  falte  á  la  ley  sólo  por  tributar  homena- 
je á  extravagancias  beatoníficas:  que  se  manifieste  oposición  hostil  á 
las  instituciones  de  una  manera  imprudente  y  banal  que  puede  provocar 
i  discordias  importunas;  que  rebose  en  publicaciones  periódicas  un  a- 
jmor  que  todo  tendrá,  menos  respetuoso  y  reverente;  un  amor  almibarado 
y  empalagoso  como  el  de  D.  Albiiw)  el  de  »iLa  Instrucción  del  Pueblo.» 
que, llama  á  la  Madre  de  Dios  dulce  Morenita  del  Tepeyac^  con  el  desgai- 
l.re  con  que  se  harían  piropos  á  una  polla  zangandunga  únicas  á  quién 
!  sientan  perfecta**  iente  los.  diminutivos  y  calificativos  propios  de  la  fami- 
liaridad y  de  la  llaneza. 

Deseamos:  que  no  se  ponga  en  caricatura  una  religión  santa  y  respe- 
table: que  no  aparezcan  como  fanáticos  los  que  so  dan  barniz  de  católi- 
cos fervientes;  los  que  son  amantes,  más  que  de  las  ceremoi^as  inmutables 
derculto  católico,  de  l$us  exterioridades  de  un  culto  pagano,  porque  todo 
¡cuanto  es  grandioso  y  solemne  el  culto  en  el  interior  del  Templo,  es  pe- 
queño y  supprfluo  fuera  de  él„  aun  cuando  no  sea  má3  que  por  los  actos 
irreverentes  y  desacatos  que  cometen  los  sectarios,  de  otras  religiones;  en 
una  palabra,  quq  np  veamos,  donde  debíamos  encontrar  maestros  de 
snblime  virtud,  prodigios  de  refinada  hipocresía. 

Los  que  se  llaman  defensores  de  la  religión  se  abrogan  así  mismos  el 


118. 


derecho  de  monopolio:  ¿Por  qu¿  quieren  arrebatarnos  el  que  nosotros  8 
tenemos  para  defender  á  la  Virgen  si  somos  del  aprisco? 

A  un  Licenciado  que  suele  tener  arranques  muy  fervorosos  para  adorar 
á  Dios  á  su  manera,  siqniera  no  le  abandona  el  buen  sentido  para  solemí  i  • 
zar  las  glorias  de  su  patria,  que  otros  beatones  jamás  tuvieron.  Que  los 
liberales,  bajo  cuya  bandera  se  agrupan  hombres  de  todas  creencias,  no 
hagan  ostent  ación  de  ideas  religiosas  en  las  fiestas  cristianas,  se  ex- 
plica muy  bien;  puede  haber  muchos  que  profesan  distintas  religiones; 
otros  que  "profesan  la  católica  que  no  necesita  de  exterioridades;  pero  es 
inconcuso  que  los  creyentes  fervorosos  que  son  mexicanos,  apostólicos 
intolerantes  y  romanistas,  tienen  patria,  á  la  cual  olvidan  en  su  gran  día. 
Así  vemos  divorciar  deberes  gemelos,  cuales  son  los  de  amar  á  l)ios  y  á 
la  Patria 

Vemos  que  nuestro  amable  Dlógenes  se  duerme  algunas  veses  en  su 
tinaja  y  no  cuida  de  dejar  atizada  la  linterna  Para  defender  á  sus  co- 
rreligionarios de  los  cargos  que  les  hicimos  por  esos  desbocamientos,  in- 
tenta darles  una  nikelada  y  encubrir  sus  religiosas  imperfecciones  con- 
el  relumbrón;  eljcofrade  también  se  ha  desbocado  sin  cbntener  su  carre- 
ra hasta  encontrar  un  dique  en  nuestros  arranques  gramaticales.  Aban- 
dona la  vía  y  sigue  por  sinuocidades  para  lanzarnos  en  el  tono  gorígori 
de  los  responsos,  y  con  el  hisopo  de  su  razonada  crítica,  una  roseada  de 
agua  bendita  de  chuparse  el  dedo.  Bastante  gracia  nos  ha  hecho  su 
filípica,  sus  variantes,  y  la  consecuencia  recta  y  precisa  de  sus  argu- 
mentos. Esto  nos  recuerda  un  episodio  que  hemos  ieido  tal  vez  en  al- 
guna historia. 

Cuéntase  que  unos  frailes  derribaron  de  su  convento  un  árbol  que  te- 
nía recto  el  pié  y  horizontales  los  brazos,  en  forma  de  cruz,  del  cual 
querian  hacer  un  caballo  para  ginetearlo  en  el  baño,  y  ejercitarse  en  el 
arte  de  nadar;  el  prelado  se  opuso,  .pues  quería  aprovechar  el  palo  para 
hacer  un  Gestas  y  formar  el  santo  grupo  del  Calvario.  Los  frailes  se 
enojaron.  Un  escultor  comenzó  la  obra,  pero  al  desbastar  el  palo  a- 
pareció  una  grieta  que  dejaba  dislocado  un  brazo.  £1  prelado  vio  fa- 
llidas sus  esperanzas,  y  los  frailes  aplaudieron. 

El  escultor  quizo  modelar  un  Judas  Iscariote,  pero  un  terrible  nudo 
apareció  en  el  hombro  derecho  y  cayeron  los  dos  brazos. 

El  prelado  frunció  el  entrecejo;  los  frailes  veían  que  iban  realizándo- 
se sus  esperanzas,  y  se  burlaban  del  artífice  y  del  superior. 

El  escultor  propone  formar  un  cepo  donde  se  pudiera  atornillar  á 
los  burlones. 

Vuelve  la  madera  á  presentar  un  avieso,  un  corazón  dañado;  apura  el 
artífice  su  calmen,  y  su  fantasía  lo  conduce  á  forjar  algún  objeto  que 
sea  útil  á  la  comunidad,  y  al  santo  gremio;  formó  un  instrumenta  largo, 
hueco,  delgado  y  con  espiga  en  un  extremo. 

— ¿Otra  trasformación  tenemos,  señor  escultor?  mohino  preguntó  el 
prelado,  cuando  vio  el  gran  madero  convertido  en  virutas. 

— Señor,  no  se  ha  desperdiciado  del  todo  ese  palo  que  Su  Reverencia 
destinaba  á  tan  altos  fines;  ha  salido  una  cosa  inesperada,  una  pieza  muy 
útil  que  un  prelado  necesita  para  sí;  que  puede  usar  en  bien  de  la  comu- 


119. 

nidad,  de  sus  semejantes,  de  sus  amigos  y  enemigos:  ha  salido  una  ge* 
ringa  suave,  delicada  y  confortable. 

Los  frailes  corrieron  despavoridos. 

El  prelado,  que  era  demasiado  agudo  seguramente  donó  esa  jeringa 
á  los  redactores  de  ».La  Linterna  de  Diógenes-i  para  que  los  saque  de  a- 
puros  cuando  sea  infeliz  su  causa,  débiles  sus  argumentos,  y  estéril  la 
semilla  que  quieran  sembrar.  Es  la  misma  jeringa  que  hoy  intentan  a- 
plicar  al  Congreso  y  á  los  periódicos  sus  antagonistas;  pero  Diógeues,  á 
buena  hora,  abandona  su  causa,  se  introduce  en  su  tinaco,  no  atiza  su 
lámpara,  sueña  y  le  pegan  pesadillas.  Esto  nos  hace  exclamar  con  el 
fabulista: 

¿De  qué  sirve  tu  charla  sempiterna 
Si  tienes  apagada  la  linterna? 


ARTICULO  SEGUNDO. 


Hemos  alcanzado  una  victoria  en  las  escaramuzas  á  que  fuimos  pro- 
vocados.    El  enemigo  se  bate  en  retirada. 

Vuelve  La  Linterna  del  cínico  filósofo  de  la  antigüedad  k  ocuparse 
de  nosotros,  pero  no  contesta  nuestros  razonamientos,  y  se  empeña  en 
salirse  de  la  vía,  como  caballo  que  no  quiere  entrar  al  corredero.  Cree 
no  haberse  explicado  bastante  en  su  primer  artículo,  y  para  ocultar  su 
flaqueza  repite  sus  ya  tronados  argumentos;  ¿tan  estéril  es  su  causa  y 
tan  pobre  su  genio  que  para  contestarnos  envía  pestilentes  cohetes  á  la 
Congrewe  que  despide  su  ballesta  de  cuerda  floja,  en  vez  de  proyecti- 
les sólidos  que  bien  pudieran  arrojarse  en  el  combate  intelectual  con  el 
bronce  guerrero?  pero  esos  cohetes  no  llegan  á  nuestro  campamento,  y 
por  eso  rehusa  la  polémica  sobre  si  es  debido  infringir  las  leyes  vigen 
tes.  Su  Reverencia  se  desliza  como  anguila  para  volver  al  campaneo 
de  la  gramática,  de  los  apodos  y  de  las  diatrivas  personales.  Realiza 
en  esta  ocasión  aquel  cuentecillo  de  Fígaro  á  propósito  de  la  mala  pól- 
vora, 

z—Mi  General,  el  tiro  no  alcanzó  al  enemigo. 

— ¡Que  le  disparen  dos! 

Su  contestación  es  un  torrente  de  palabras  en  un  desierto  de  ideas: 
esprimiendo  esa  gerigonza  locuaz  y  vocinglera;  anudando  los  cabos  y 
sargentos  do  su  crítica,  y  ha6ta  los  deslices  de  su  charla  guacamayesca, 
la  encontramos  convertida  en  pastelillo  á  la  francesa,  en  verdadero  vol- 
au-vent  que  tiene  mucha  harina  y  poco  hostión. 

Siempre  resuella  por  la  herida  como  dice  el  vulgo;  pero  del  jugo  ex- 
traído resulta  esta  sola  razonada  idea,  ».¿cuál  es  el  artículo  constitucio- 
nal que  prohibe  adornarlas  casas  con  luces  y  cortinas?!» — esto  dice  con 
magisterio  guiñando  un  ojo  á  los  reverendos  hermanos  del  cordón 


120. 

— ¡Ninguna'-contestamos  nosotros,  confusos,   sofocados  y   pujando 
bajo  el  peso  de  la  pregunta.     Pero  venga  usted  atíá,  hombre;  no  trun- 
que usted  nuestros  conceptos,  ni  dé  tornillo  á  las  palabras.     No  repro- 
bamos que  se  adornen  las  ventanas  y  balcones,  sino  sólo  que  se  pongan  j 
aliares 

r-jCómo  rae  aprieta  este  zapato,  hijo  mío!  y  no  me  quejo  á  grito» 
como  tú;  ;cómo  ha  de  ser  creíble  que  te  duele  lapiedra\ 

— Madre,  no  me  duele  la  piedra,  sino  la  pedrada-decían  los  interlo- 
cutores. 

Ignora  nuestro  cofrade  que  las  leyes  de  reforma,  elevadas  á  precep- 
tos constitucionales,  no  son  ya  discutibles;  advierta  que  sólo  es  dable 
obedecerlas:  ellas  prohiben  el  culto  externo.  ¿A  qué  citarlas  si  todos  las 
conocemos  y  debemos  conocerlas? 

Sepa  nuestro  colega  qus  los  acróbatas,  cuando  son  torpes,  tienen  á  la 
altura  de  su  mano,  para  los  peligrosos  ejercicios,  una  argolla  de  donde 
agarrarse  y  no  dar  un  batacazo  si  pierden  el  equilibrio;  así  el  cofrade, 
del  tinaco  tiene  su  argolla  gramatical  para  colgarse  de  ella  con  la  pun- 
ta del  rabo  á  guisa  de  mono  huasteco.  Esto  nos  revela  que  mejor  que 
periodista  que  diecute,  es  un  pedagogo  consumado  que  enseñará  las 
primeras  letras,  pero  que  abandona  la  palmeta  para  enristrar  la  péñola. 
{Con  qué  salero  equivoca  el  camino  el  angelito!  ¡Con  qué  magostad  ha- 
ce pavo*  reales  delante  de  los  babiecas  que  admiran  su  atornasolado 
plumaje!  ya  nos  figuramos  verlo  cerca  de  h»  nubes  convertido  en  esta- 
tua, dominando,  no  sólo  la  plaza  dü*Gnadalajara,  sino  todo  el  Vaticano! 
¡oh!  -suyo  es  el  porvenir;  tiempo  es  ya  do  que  adorne  su  cabeza  con  una 
corona  de  hojas  de  parra  que  le  sentaría  muy  bien  y  que  le  preparan  los 
necios;  también  los- san  turrones  le  preparan  un  monumento;  los  borra- 
chitos  tcquileroB  le  levantarán  un  molino  de  viento  que  tenga  en  la 
cúspide,  á  guisa  de  fanal,  una  simbólica  linterna. 

Perdone  nuestro  colega  si  prescindimos  un  momento  de  nuestro  es* 
tilo  elevado  y  gravedoso  para  intercalar  palabras  y  hacer  comparaciones 
grotescas,  pero  hetnoe  querido  por  única  vez  batirlo  en  su  terreno  y 
con  sus  propias  armas. 

También  desarticula  nuestros  argumentos  ptera  disfrazar  la  idea;  esto 
se  llama,  como  dicen  las  viejas,  rezar  el  Credo  desde  Poncio  Pilatos, 
puesto  que  6C  traga  aquella  sutil  zalamería,  "la  dulce  Morenitau  para 
llamarnos. . . .  cou  f races  muy  benévolas ]¡Y  Luzbel  no  arroja  su  es- 
tridente carcajada!! 

jCofrade  muy  querido!  eso  no  se  llama  discutir;  la  contestación  no 
debe  ser  declamar  ni  lanzar  apodas,  sino  probar  con  {razones  que  esas 
frases  son  muy  dignas  de  presentarlas  á  la  Virgen  como  holocausto  res- 
petuoso y  reverente. — Con  semejantes  defensores  no  hay  duda  que  la 
religión  se  salvaría. 

La  Linterna  realiza  lo  que  se  dice  hacía  un  borracho  cuando  oyó  la 
campana  de  un  reloj  que  daba  las  dos. 

^-iQué!  ¿dos  veces  la  una?  ¡ese  reloj  está  descompuesto! 

También  el  galicismo  ttbanalu  de  que  hemos  hecho  uso  lo  tranforma 


121. 

y  transforma  en  venal  porque  1«  ministra  un  gran  filón  para  hacer  nue- 
vas y  donosas  lucubraciones  lingüísticas,  formar  fantásticos  (tastillos, 
una  verdadera  é  inclinada  torre  de  Pisa,  pero  que  tiene  de  barro  el  pié. 
Obra  coino  los  sóida  los  en  los  ejercicios  de  fuego;  ellos  ponen  el  blanco, 
y  después  le  disparan  tiros  muy  certeros:  obra  también  como  los  que 
escriben  catecismos;  ellos  forjan  las  preguntas  para  que  las  respuestas 
]  sean  precisas  y  contundentes. 

I  Esta  disertación  es  inútil,  y  no  merece  siquiera  una  reminiscencia. 
\  Justicia  podría  tener  si  hubiera  dicho  que  no  deben  emplearse  galicis- 
'mosque  no  están  autorizados  en  la  gramática  de  !a  Academia.  —  Los 
empleamos  porque  están  de  moda,  y  lo  que  se  usa  no  se  escusa;  porque 
I  nuestros  escritos  no  son  académicos  discursos,  sino  ligerísimos  artícu- 
:,  los  escritos  á  vuela  pluma  por  ser  flores  de  un  solo  día. 
jj  Una  crítica  literaria  de  nuestras  producciones  nos  instruye  y  sabre- 
,|  inos  aprovecharla;  sólo  debemos  quejarnos  de  que  es  inoportuna,  por- 
¡¡  que  á  la  cuestión  la  saca  de  su  centro  de  gravedad.  Ya  ve  nuestro  co- 
■j lega  que  somos  humildes,  pero. . .  .¿por  qué  tiene  trémula  su  mano  al 
1|  grado  de  no  poder  dar  un  solo  martillazo  en  el  clavo  y  sí  todos  en  la 
|¡  herradura?  Su  fraseología  dá  ásus  escritos  un  olor  marcadísimo  de  ta- 
iíberna  en  vez  de  darlo  de  sacristía:  pretende  emplear  el  gracejo,  y  no 
j'teniendo  el  aticismo  que  el  ridículo  necesita,  degenera  en  personal;  no 
i  sigue  al  capotillo  sino  al  bulto.  En  una  polémica  ilustrada,  aunque 
|;  nos  hieran  y  maten  sus  proyectiles,  resistiríamos  de  pié,  fuera  de  for- 
¡|  tín,  y  con  la  faz  descubierta,  como  veteranos  aguerridos;  pero  las  ma- 
|  terias  explosivas  de  albañal,  sí  nos  harán  desviar  el  paso  en  un  sen- 
¡  dero  lleno  de  tropiezos.  #* 

I     Cuentan  las  crónicas  que  en  una  guerra  que  estalló  entre  chinos  y 
¡  franceses,  resistían  éstos  de  pié  y  á  pecho  descubierto  la   metralla,   las 
í|  mortíferas  granadas  que  les  dirijían  los  hijos  del  celeste  imperio;  nunca 
creyeron  que  habría  hombres  que  resistieran  sin  correr,  su  graneado  fue- 
go; viendo  su  serenidad,  recurrieron  á  un  medio  ingenioso  para  vencerla; 
las  bombas  eran  de  barro  cocido;  tenian  un  depósito  para  la  pólvora,  y 
otro  que  estaba  repleto  de  aquello  cuyo  nombre  declara  sublime  Victor 
Hugo,  en  su  gran  novela  "Los  Miserables,"  palabra  pronunciada  antes 
'de  morir  por  el  último  veterano  en  el  desastre  de  Waterloo. . . .  Al  osta- 
llar  la  Tromba  emprendían  la  fuga  los  franceses,  pues  querían  morir  pe- 
ro no  ensuciarse. 


122. 


TIROS  AL  BLANCO. 

L 

Contrariando  nuestra  voluntad,  ha  sufrido  nuestro  periódico  una  inter- 
mitencia de  algunos  días;  pedimos  perdón  á  nuestros  lectores  y  volve- 
mos al  redondel  como  aquellos  gladiadores  á  quienes  se  les  concedía  un 
momento  de  descansa 

Tenemos  una  deuda  'pendiente;  vamos  á  satisfacerla,  aunque  sea  de 
una  manera  tardía. 

Un  a  preciable  colega,  no  el  de  la  bugía  apagada,  sino  el  que  ha  en- 
cendido su  antorcha  para  instruir  al  pueblo  de  esta  ciudad,  exhala  en 
su  número  4  un  bostezo  prolongad  o,  porque  despierta  de  un  sueño  de 
penitencia,  de  ayunos  y  de  flagelaciones  á  que  durante  cuarenta  días, 
mortales  se  ha  consagrado.  Contrito,  estenuado  y  arrepentido  de  sus 
culpas,  sale  de  los  ejercicios  cuaresmales  que  norma  un  libro  edifican- 
te escrito  por  el  padre  Martagón.  El  penitente  colega  limpia  las  escre- 
sencias  de  sus  llorosos  lacrimales,  restrega  las  mano¿,  se  persigna  al  ai- 
re con  precipitación,  á  guisa  de  cohete  corredizo  que  hiende  el  espacio, 
y  se  arrellena  en  su  poltrona;  lleva  en  la  frente  la  marca  de  un  jesús  de 
la  cartilla  que  le  recuerda  que  es  nada  y  que  en  nada  se  ha  deconver- 
tir;  por  eso  se  pavonea  al  escribir  con  aire  grave  y  fachendoso  un  artí- 
culo que  nos  consagm  más  grande  que  la  cuaresma. 

El  colega,  tarda  pero  no  olvida;  ahora  le  tenemos  más  miedo  que 
antes,  porque  viene  inspirado  por  un  espíritu  selecto,  y  nos  reta  á 
singular  combate. 

II- 

La  lucha  so  inicia  en  esta  vez  bajo  muy  buenos  auspicios,  contra  »el 
periódico  de  las  fachadas"  por  la  hoja  instructiva  de  los  fachendas,  y 
terciará  probablemente  el  cofrade  de  las  finchadas  frases,  de  las  fachas 
y  de  las  flechas,  que  sin  enviarla,  ve  la  luz  en  Guadalajara. 

Dios  nos  coja  confesados  ahora  que  nuestros  adversarios  se  presentan 
con  adarga  y  lanza  enristrada  contra  nosotros.  A  dos  «tas  no  hay  to 
ro  que  envista. 

Se  proponen  los  dos  adalides  dar  muerte  á  nuestro  periódico  y  por 
esto  entre  sí  se  ensayan  en  la  esgrima,  por  averiguar  quien  es  más  po- 
tente al  emprender  una  carrera  de  obstáculos;  ambos  se  ponen  en  la  pis- 
ta y  se  paran  en  el  sitio  de  los  arranques  terreceros.  He  ahí  á  "La  lin- 
terna de  Diógenes''  con  linterna  en  lugar  de  lanza,  y  la  "Instrucción 
del  Pueblo"  con  hisopo  y  con  bonete.  Sácense  genufleccione*  con  dul- 
císima reciprocidad.  Discuten  primeramente  quié$  fué  más  afortuna- 
do, si  Juan  Diego  ó  María  Bernard. — Salen  en  la  controversia»  tanta*  á 
tantas. 


123. 


I  Discaten  si  en  los  ejercicios  cuaresmales  no  se  quebrantara  e!  ayuno 
™  con  tragar  saliva./— Tantas  á  tantas. 

Más;  sobre  si  Satán  es  ángel  caído  ó  bajado  del  cielo.-Tantas  á  tantas. 

La  discución  rueda  sobre  la  licuación  de  la  sangre  de  San  Genaro. — 
Tantas  á  tantas. 

Ninguno  es  más  sabio  que  lo  que  es  el  otro,  y  en  la  carrera  de  obs- 
táculos ninguno  ha  logrado  sobreponerse.  No  hubo  sangre.  Corren  pa- 
rejas "Linterna  é  "Instrucción." — Tantas  á  tantas. 

Eh  gramática,  sacó  las  manítas  "Diógenes,"  pero  al  ñn  "Instrucción" 
saco*  las  orejas  en  hermenéutica. — Como  ésta  no  se  cursa  en  la9  escue- 
las, no  la  sabemos;  nuestra  instrucción  es  adquirida  en  los  periódicos 
callejeros  de  las  sacristías,  de  las  tabernas,  de  los  caf espantantes,  y  allí 
no  se  habla  de  esa  ciencia;  sólo  se  interpreta  el  modo  de  aceptar  los  pa- 
ñuelitos  bordados  de  lasjiijas  de  confesión;  se  interprétale!  modo  de  dar 
un  asalto  al  Cura-asado  y  al  catalán. 

IIL 

• 

Si  hemos  de  ser  francos  diremos;  que  "La  Instrucción"  sacó  un  cuer* 
po  de  ventaja  allá  en  he7vnenéutica,  palabrita  que  tiene  trasnochada  par* 
soltárnosla  á  la  mejor  oportunidad.  Nosotros  nos  quedamos  boquiabier- 
tos con  semejante  sofocón,  pues  le  pareció  mal  que  su*  escritos  los  inter 
pretáramos  pésimamente,  y  deseara  que  para  ello  nos  pusiéramos  en  o 
ración  como  cuando  se  lee  la  Biblia  para  que  nos  iluminara  el  Espí- 
ritu Santo. 

Apesar  de  ser  muy  fuerte  el  colega  en  eso  de  interpretar  la  Biblia  y 
los  Concilios,  el  Syllabus  y  las  obras  de  los  Santos  Padres,  y  aun  las  o 
piniones  de  los  Pontífices,  en  esta  vez  no  acierta  á  meter  la  llave  por  la 
cerradura;  se  pavonea  satisfecho  porque  "El  Tiempo"  y  "La  Voz  de  Mé- 
xico" copian  su  artículo,  pero  su  herméutico  candor  no  le  permite  cono- 
cer que  á  esos  mismos  periódicos  lee  raspó  el  titulito  de  "ESCÁNDALO" 
y  lo  reemplazaron  con  el  de  "Buen  rasgo"  Esa  confesión  de  parte  y  e- 
sa  sentencia  no  admiten  pruebas  ni  discusión.  Aplícase  el  cofrade,  no 
obstante,  el  embudo  por  lo  angosto,  y  coje  el  fierro  ardiendo  por  donde 
no  quema.  Muy  bien  hecho.  \\Y  nosotros  somos  los  acusados  de  que  co- 
jemos  el  rábano  por  las  hojas!1 

En  ese  largo  artículo  que  "La  Instrucción"  dedica  al  "Fandango,"  a- 

segura  que  la  señorita  B.,  lo  mismo  que  el  señor  N.  son  cristianos 

— ¿Cristianos,  eh?  No  cabe  duda  que  lo  sean  los  católicos;  pero  noso- 
tros creíamos  que  además  de  cristianos  podrían  ser  católicos,  apostólicos, 
romanos,  y  que  por.  eso  quería  la  tortolita  ir  á  formar  su  nido  en  la  ca- 
sa del  Cura  de  la  Asunción.  He  aquí  otro  incidente  por  el  cual  el  cole- 
ga vuelve  á  tomar  el  rábano  por  las  hojas,  no  como  lo  hizo  "La  Corres- 
pondencia de  México,  ii  Son  boberías  del  periódico  de  las  fachadas  el  lla- 
mar la  atención  del  periódico  de  los  fachendas  sobre  que  los  contrayen- 
tes son  católicos,  apostólicos,  romanos,  cuando  los  designa  con  sólo  la  ca 
Uficación  de  cristianos  a  'secas,  porque  éstos  podrían  ser  protestantes. 

.El  Fandango,  apesar  de  la  sapiencia  con  que  le  agracia  su  antagonis- 
ta, no  ha  incurrido  en  la  barbaridad  de  decir  que  el  matrimonio  civil  e^ 


124. 


sacramento  entre  cristianos;  si  el  periódico  que  al  pueblo  instruye  lo 
cree  así,  entonces  es  más  obtusa  su  inteligencia  que  la  nuestra.  ¡Por 
San  Jmin  Ante  portam  latinara!  no  nos  calumnie  su  reverencia. 

IV. 

l! 
I, 

Cita  el  Syllabus  y  copia  la  proposición  que  dice  así:  |! 

"Puede  haber  entre  cristianos  verdadero  matrimonio  en  virtud.de  un  : 
contrato  meramente  civil:"  ¡* 

"Yes  falso,  tanto  que  el  contrato  del  matrimonio  es  siempre  sacra-/ 
mentó. . .  .como  que   el  contrato   efc  nulo  si  se  esclnye  el  sacramento."  || 

•Cómo  empleáramos  esa  maravillosa  máquina  intelectual  llamada  her 
inenéutica  que  nos  facilita  "La  Instrucción"  para  interpretar  ésta  pro- 
posición sin  aparecer  como  temerarios  ante  nuestro  contrincante!  He  a- 
quí  un  vastísimo  campo  para  que  él  y  nosotros  demos  vuelo  &  la  inteli- 
gencia. ¡ 

Suponemos  que  aLa  Instrucción"  copia  fielmente  el  texto  que  nos  ;: 
presenta  del  Syllabus;  no  nos  diga  después  que  no  se  debe  interpretar  !■ 
entre  católicos  lo  que  es  de  fe,  porque  contestaremos  inculpándolo  si  j| 
uos  llama  á  un  terreno  vedado.  Nuestra  obtusa  inteligencia  nos  hace  ¡ 
comprender  que:— puede  hacerse  entre  cristianos  verdadero  matrimo-  j 
nio  eu  virtud  de  un  contrato  civiL-Pero  ¿será  condenada  esta  parte  de '; 
la  proposición  73?  entonces,  condenado  está  también  como  consecuen-  ¡ 
cia  precisa,  lo  siguiente:  "Y  que  es  falso,. . .  .(condena  la  falsedad)  tan-  ' 
to  que  el  matrimonio  es  siempre  sacramento,  como  que  el  contrato  es  nu- 
lo si  se  excluye  el  sacramento  (Se  condena  lo  nulo). 

Si  ésta  proposición  está  condenada,  luego  se  convierte  por  las  nega- 
ciones en  aceptados  los  conceptos  que  ella  encierra:  es  decir,  en  que  JÑO  . 
es  falso  que  tanto  el  contrato  del  matrimonio  entre  cristianos  es  siem-  I 
¡  pre  sacramento,  como  que  NO  es  falso  que  el  contrato  es  nulo  si  se  es- 
cluyo  el  sacramento.  i 

¿Cómo  se  concilia  que  el  contrato  es  sacramento,  según  declara  el ,! 
punto  2  f  ,  con  lo  que  declara  el  3  f  diciendo  en  transposición  es  válido  j¡ 
si  se  escluye  el  sacramento?  ! 

Estos  dos  puutos  son  contradictorios  en  su  sentido  natural,  ya  sea  '| 
que  con  la  condenación  cambié  en  afirmativo  lo  que  era  negativo,  y  en  jj 
negativo  lo  que  afirmaba.  r 

Esta  interpretación  es  auténtica  en  nuestro  idioma,  á  no  ser  que  el  t 
!  colega  declare  por  sí  que  está  condenada  la  proposición  no  están  lolo  eu  :¡ 
realidad.  ¿Será  mala  la  traducción  por  ío   que  se  convierte  en  afirmati-» 
va  la  concordancia  de  dos  negaciones? 

V. 

lío  siendo  nosotros  Concilio  no  debemos  interpretar  doctrinalmente 
tales  proposiciones;  pero  concedemos,  pues,  que  está  condenado  el  con- 
trato entre  cristianos,  más  aún,  entre  católicas. 


125. 

Los  Concilios  legislan  para  su  grey — y  permítasenos  la  frase  si  es  im" , 
propia— ellos  son  los  únicos  autorizados  para  decir:  ''si  quieres  pertene*  f 
cer  á  esta  comunión  católica  debes  creer  y  obedecer  mis  prescripciones.'' 
Entonces,  entre  los  cónyuges  en  que  no  hay  divergencia  de  cultos  ¿cómo 
no  se  les  ha  de  exigir  el  unirse  según  los  mandatos  de  su  Iglesia?  Cele- 
brar un  contrato,  no  puede  ni  debe  sor  válido  pai'alos  efectos  sacramen- 
tales. Habrá  católicos  inmorales,  pues  todo  cabe  en  la   viña  del  Señor, 
que  pretenden  formar  un  matrimonio  mediante  contrato  temporal;  que 
rrán  celebrarlo  tal  vez  personas  que  no  pueden  ni  deben  contraerlo  por 
impedirlo  los  vínculos  de  la  sangre,  ú  otras   causas  dirimentes.     Estos 
contratos  son  los  condenados  por  los  Concilios. 

Él  Juez  del  Estado  Civil,  y  no  el  juez  civil  como  lo  llama  el  colega,  en 
virtud  del  nombramiento  que  del  Gobierno  recibe,  se  convierte  en  No- 
tario para  sólo  los  efectos  del  Estado  civil;  los  contratos  que  ante  él  se 
celebran  tienen  la  misma  fuerza  y  validez  que  los  celebrados  ante  los 
Escribanos  públicos,  como  por  acá  se  les  llama;  y  la  Iglesia  siempre  con- 
sideró indisolubles  los  contratos  que  ante  estos  últimos  se  celebraron. 
Anteriormente,  un  anillo,  alguna  prenda,  algún  objeto  dado  y  aceptado 
en  señal  de  matrimonio,  se  consideraba  como  un  vínculo  social,  sólo 
destructible  por  la  muerte,  como  verdaderos  esponsales;  después  sola- 
mente se  han  reconocido  como  tales,  es  decir,  indisolubles,  los  vínculos 
que  se  forjan  por  los  esponsales  celebrados  mediante  escritura  pública  y 
con  las  formalidades  que  requiere  un  contrato;  y  basta  que.  delante  del 
párroco  y  dos  testigos,  y  nó  de  un  sacerdote  que  no  esté  por  aquel  auto- 
rizado, se  haga  la  manifestación  de  los  contrayentes,  de  unirse  en  ma- 
trimonio, para  qae  éstos  queden  perfectamente  casados,  según  el  rito 
católico.  No  es  cierto  que  para  la  indisolubilidad  tenga  que  intervenir 
la  bendición  sacerdotal,  ni  las  demás  ceremonias  que  por  costumbre  y 
para  mayor  magnificencia  prescribe  la  Iglesia. 

Justiniano,  en  su  novela  del  mes  de  Junio  de  511  ordenó  que  la  mu- 
tua voluntad  de  los  cónyuges  se  manifestara  delante  de  un  sacerdote 
cuya  presencia  daría  fuerza  al  contrato',  es  decir,  con  el  fin  de  dar  au- 
tenticidad al  matrimonio,  pero  sin  añadir  ninguna  ceremonia  religiosa. 
Después  en  162  el  Papa  Sotero  fué  quieu  ordenó  se  diera  la  bendición 

VL 

Estas  observaciones  no  nacen  de  nuestro  raciocinio;  no  son  hijas  de 
nuestra  fantasía,  sino  de  la  práctica  que  frecuentemente  vemos  observa 
da  en  la  misma  Iglesia  católica,  no  obstante  esa  violenta  interpretación 
que  dá  el  Syllabus  á  los  demás  Concilios,  para   aplicarlos  al   matri- 
monio civil. 

El  Gobierno  de  una  Nación  es  una  entidad  moral  que  no  tiene  reli- 
gión, porque  no  tiene  alma  que  salvar;  á  él  le  es  indiferente  que  una 
congregación  establezca  ritos  para  su  existencia  con  tal  que  ellos  estén 
basados  en  la  moral  universal;  le  importa  muy  poco  que  establezcan  sí- 
nodo»  para  marcar  el  buen  sendero  por  donde  deben  ir  los  hombres  há- 


126. 


cia  Dios;  esos  sínodos  son  los  únicos  que  deben  establecer  preceptos  pa- 
ra su  grey.  Pero  contrayéndonos  á  la  cuestión  que  ventilamos,  haremos 
nosotros  también  proposiciones  que  condenamos  á  nombre  de  la  razón 
y  de  la  justicia,  según  la  práctica  de  los  católicos  romanos. 

VII. 

Si  uno  ó  dos  de  los  cónyuges  que  formaron  contrato  matrimonial  me- 
diante escritura  pública,  intentan  casarse  canónicamente  con  otras  per- 
sonas distintas,  ¿les  ministra  la  Iglesia  el  sacramento?— NO. 

Si  dos  personas  que  están  casadas  ante  el  Juez  del  Estado  Civil,  quie- 
ren casarse  canónicamente  con  otras  personas  distintas,  ¿las  casa  el 
Cura?— NO. 

Si  una  persona  que  no  es  católica,  pero  que  sí  es  casada  según  los  ri- 
tos de  su  religión,  quiere  contraer  otro  distinto  enlace,  según  la  Iglesia 
católica,  aun  cuando  se  bautice,  ¿lo  autoriza  el  Cura,  sabiendo  que  se 
formó  el  anterior  y  que  vive  la  consorte? — NO. 

Tantas  personas  que  se  casaron  según  su  religión  y  que  6e  presentan 
en  la  buena  sociedad,  ¿se  les  debe  calificar  de  concubinarias  porque  no 
se  han  casado  según  las  prescripciones  de  la  Iglesia  católica? — NO. 

¿Se  consideran  disolubles  los  matrimonios  mixtos,  es  decir,  aquellos 
en  que  una  católica,  ella  nada  más,  se  casó  según  su  religión,  y  el  espo- 
so recibió  por  otro  lado  las  bendiciones  de  los  ministros  de  su  culto? — NO. 

Un  matrimonio  que  no  La  recibido  las  bendiciones  del  ministra  cató- 
lico, ni  han  pasado  los  contrayentes  por  las  varias  ceremonias  de  la  Igle- 
sia, si  éstos,  siendo  católicosromanos,  manifiestan  su  voluntad  de  casarse 
delante  del  Cura  y  de  dos  testigos  ¿es  nulo  el  matrimonio? — NO. 

VIH. 

He  aquí  que  nosotros  también  condenamos  algunas  proposiciones  á 
nombre  del  concilio  ecuménico  de  la  razón,  de  la  moral  y  de  la  socie-. 
dad  ilustrada. 

Dos  se  unieron  en  matrimonio  civilmente;  según  la  tesis  antes  citada 
por  el  colega,  ese  matrimonio  es  irrito*  es  decir,  nulo  y  sin  fuerza  algu- 
na: ¿por  qué  los  ratólicos  más  observantes  procuran  hacerlo,  ya  sea  an- 
tes, ya  después  de  hacerlo  canónicamente?  Alguna  fuerza,  alguna  utili* 
dad,  alguna  validez  debe  tener  ese  contrato  cuando  se  solicita  con 
empeño. 

El  Gobierno  civil  no  ejerce  coacción  para  obligar  á  que  se  efectué,  y 
sí  deja  en  libertad  absoluta  á  los  subditos  para  que  se  casen  como  les 
parezca. 

¿Por  qué  el  mismo  Cura  de  la  Asunción,  ilustrado,  ageno  á  las  pasio-  ¡ 
nes  políticas  y  al  espíritu  de  partido,  recomienda  á  sus  feligreses  que 
se  casen  civilmente?  ¿por  qué  ha  resuelto  no  celebrar  ningún  matrimo- 
nio si  antes  no  está  celebrado,  ó  cuando  menos  iniciado,  ante  el  Juez  de 


127. 

Estado  civil?  Ignorará  las  desciciones  de  los  Concilios,  y  la  opinión  muy 
ilustrada  pero  muy  personal  del  Papa  Pió  IX? 

En  verdad  que  es  impotente  el  gremio  que  hace  de  las  creencias  cató- 
licas un  baluarte  de  partido  para  nulificar  los  efectos  del  matrimonio  ci- 
vil, cede  ante  la  necesidad  de  cortar  un  mal  que  perjudica  á  la  discipli- 
na de  la  Iglesia.  Con  frecuencia  se  dan  ejemplos  de  que  individuos  ca- 
sados contraen  matrimonio  otra  vez  según  el. rito  católico,  porque  aun 
cuando  el  delito  de  lesa  religión  llegue  á  descubrirse,  no  hay  castigo  en 
esta  vida  para  el  delincuente;  los  tiros  de  los  Curas  se  embotan  en  los 
baluartes  de  la  ley  civil  que  no  reconoce  como  contrato  lo  que  en  otra 
vía  es  sacramento.  No  sucede  lo  mi*mo  con  el  matrimonio  civil.  Mu- 
chos casos,  innumerables,  hemos  conocido  en  que  se  castigan  con  seve- 
ridad á  los  bigamos;  por  esta  causa  los  ciudadanos,  los  empleados,  los 
militares  que  recorren  el  país,  se  muestran  adictos  á  las  prescripciones 
eclesiásticas,  repudiando  el  matrimonio  civil  y  aceptando  so  Jo  el  canó- 
nico. Ellos  no  recibirán  muy  seguido  el  sacramento  de  la  penitencia, 
pero  es  seguro  que  frecuentarán  cuantas  veces  puedan  el  del  matrimo- 
nio, porque  la  Iglesia  solo  tiene  castigos  para  los  polígamos  en  la  otra 
vida;  ellos  dirán  con  desprecio:  "allá  me  las  den  todas.»» 

Podríamos  nosotros,  si  quisiéramos  descender  más  al  fondo  de  la  cues- 
tión, aducir  razones  de  publicistas  que  sostienen  que  el  Concilio  de 
Trento  no  fué  Ecuménico,  porque  no  asistieron  los  Obispos  cristianos 
cismáticos  que  tenían  derecho  de  concurrir;  que  no  asistieron  algunos 
otíos  sacerdotes  que  fueron  llamados,  como  Calvino  y  Lutero,  porque 
era  una  artería  para  que  la  Inquisición  los  quemara. 

Podríamos  alegar  que  tampoco  el  último  Concilio  fué  Ecuménico, 
porque  citaron  á  los  protestantes  que  pertenecen^  la  religión  cristiana, 
ofreciendo  admitirlos  en  presencia,  pero  sin  voz  y  sin  voto;  por  cuya 
causa  dejaron  de  concurrir. 

Pero  nuestro  periódico  no  tiene  el  carácter  religioso  para  discutir  e- 
sas  cuestiones,  ni  nosotros-  somos  canonistas.  Pero  sí  aduciremos  aque- 
llas palabras  de  San  Gregorio  Nacianceno,  que  no  debe  ser  sospechoso 
para  nuestro  colega.,  »»Nunca  he  visto  concilio  que  haya  tenido  un  buen 
&*?  y  que  no  haya  aumentado  los  males  en  vez  de  remediarlos.  El  amor 
de  la  disputa  y  de  la  ambición  reinan  más  allá  de  lo  que  se  puede  decir 
en  toda  asamblea  de  obispos.»» 

Basta  á  nuestro  propósito  lo  escrito  para  sostener,  que  el  contrato  ci- 
vil no  es  ni  ha  sido  jamás  concubinato. 


128. 


LA  PEREGRINACIÓN. 


Pedro .  el  Ermitaño  inició  k  conquista  de  Tierra  santa,  y  el  mundo 
cristiano  creyó  tenía  el  deber  de  enristrar  una  lanza,  cubrir  su  pecho 
con  cruz  colorada  y  lanzarse  al  combate  para  morir  defendiendo  la  cau- 
sa de  la  civilización  que  inauguró  el  Mártir  del  Calvario.  La  idea  del 
martirio  era  en  aquel  tiempo  lo  que  alumbraba  el  áspero  sendero  que 
conduce  á  la  inmortalidad.  Millares  de  soldados  invadieron  la  Palesti- 
na, mientras  que  los  ancianos,  las  mujeres  y  los  niños  rogaban  á  t)ios 
por  ellos,  esperaban  su  vuelta  ó  recibían  la  noticia  de  su  muerte.  Tan- 
tos dolores  estaban  compensados  sólo  con  saber  que  los  guerreros  toca- 
ron con  sus  armas  los  muros  del  templo  arruinado  de  Salomón,  ó  que 
recibieron  abluciones  en  el  Jordán. 

Hoy  las  peregrinaciones,  pacíficas  han  sustituido  á  las  guerreras  del 
tiempo  de  las  cruzadas;  llegar  á  la  gran  Basílica  es  tanto  como  postrar- 
se en  el  templo  del  Santo  Sepulcro;  recibir  la  bendición  papal  en  el  Va- 
ticano equivale  á  estar  en  el  huerto  de  Getsemaní,  pues  el  Papa  es  O- 
bispo  de  Jerusalem:  nada  es  comparable  al  placer  de  empuñar  el  báculo 
de  peregrino,  cruzar  los  mares-  ttóip^atttosos,  recorrer  los  senderos  es- 
carpados, y  llegar  á  los  pies  del  Pontífice  para  besar  la  sandalia  y  reci- 
bir su  bendición  que  sólo  borra  los  pecados  veniales.  Este  beneficia 
puede  alcanzarlo  cualquier  pagano  sin  salir  de  su  hogar  si  se  dá  un  gol-  „ 
pe  de  pecho,  ó  con  hacer  un  propósito  de  enmienda;  en  verdad  que  es  li-  J 
gera  aquella  recompensa  para  tan  pesado  sacrificio;  pero  ese  fervoroso  | 


l! 


129 

d«*seo  está  apuntalado  con  otra  retribución  más  mundana  cual  es  la  dL'¡ 
gozar  y  admirar  escenas  imponentes  y  conmovedoras,  recibir  impresio- 
nes novísimas  en  un  mundo  desconocido,  admirar  las  maravillas  del  ar 
te,  de  otra  civilización,  aún  de  otra  naturaleza,  podíamos  decir. 

II 

Conocer  á  Lew*  XIII  no  podría  despertar  en  nosotros  otro  sentimien- 
to que  el  de  satisfacer  la  curiosidad,  como  si  se  tratara  del  Czar  d$  Ru- 
sia ó  el  Gran  Turco.  Ver  al  Padre  de  los  fieles  circundado  de  cardenales 
nos  causaría  la  misma  impresión  que  contemplar  al  primero  en  el  trineo 
seguido  de  sus' cosacos,  como  al  segundo  en  las  riberas  del  Bosforo,  rodea- 
do de  sus  odaliscas:  pero  aquel  espectáculo,  aquella  divina  gracia,  es  ex- 
celsa para  el  creyente  que  subordina  los  goces  de  ésta  y  la  otra  vida  á 
los  mandatos  de  sus  pastores;  todo  lo  sacrifica,  aun  la  hospitalidad,  la 
paz  de  su  patria  y  de  la  agena,  por  tener  el  gusto  de  entonar  un  vítor, 
un  grito  sedicioso,  imprudente  y  trascendental.  Un  sacerdote  católico 
es  un  vasallo  pontificio,  un  esclavo  romano,  que  propende  á  uncir  al 
yugo  papal  á  cuantos  ciudadanos  pueda  azgar. 

Un  mexicano  diría  con  propiedad,  cou  justicia  y  con  entusiasmo; 
"Contemplar  el  Valle  de  México  desde  la  cumbre  de  Chapultepec,  escu- 
char una  música  de  bandolón   y dormirse   luego." — Un  viajero: 

"Ver  la  bahía  de  Ñapóles  y. . .  .después  morir."/— Un  católico  ferviente: 
''Recibir  la  bendición  de  su  Santidad  y  después. . .  .la  gloria  eterna." 

III 

Los  musulmanes  tienen  como  un  deber  sagrado  atravesar  el  gran  de- 
sierto á  pie  ó  sobre  el  conspicuo  lomo  de  algún  camello,  llegar  murien- 
do de  sed  á  la  Meca,  penetrar  descalzos  á  la  gran  Mezquita  de  la  ciudad 
dé  Medina,  adorar  un  san-carrón  y  conocer  las  potrancas  descendientes 
de  la  yegua  del  Profeta.  Esto  tiene  mucho  de  irrisorio  y  de  estrava- 
gante  para  aquellos  á  quienes  no  les  permite  su  fe  rendir  homenajes  á 
los  preceptos  del  Corán;  pero  como  sobre  gustos  nada  hay  escrito,  tam- 
bién los  católicos  emprenden  romerías,  no  en  cumplimiento  de  un  deber 
sagrado,  sino  por  satisfacer  un  deseo  que  tiene  más  de  caprichoso  que 
de  divino.  Nada  trastorna  el  cerebro  tomo  obedecer  á  los  impulsos  de 
una  pasión  frenética.  Los  comuneros  de  París,  las  petroleras  que  ren- 
dían culto  á  la  deidad  pagana  de  sus  feroces  instintos,  poseídas  de  un 
vértigo,  contemplaban  con  satisfacción  la  sangre  que  se  derramaba  y 
los  efectos  destructores  del   incendio. 

la  pasión  religiosa,  llevada  hasta  el  delirio,  obliga  alas  beatíficas  mu- 
jeres, á  lo6  siervos  de  Dios,  á  encerrarse  y  llorar,  á  extenuarse  y  mace- 
rar su  cuerpo  para  salir  purificados  de  los  ejercicios  cuaresmales;  de 
esa  colmena  donde  se  forma  el  panal  dulcísimo  que  los  zánganos  han 
de  saborear.      ¡Hasta  dónde  puede  conducirnos  la  pasión  religiosa! 

Los  bonzos  ó   los  santones  que  dirijen  toda  peregrinación  en  los  paí- 


130 

ses  gentílicos,  también  explotan  á  los  fanáticos  de  allá.  A  pesar  del  res- 
peto qne  tenemos  á  todas  las  creencias  y  á  todas  las  preocupaciones, 
lamentamos  en  nuestro  interior  la  ceguedad  de  tantos  creyentes,  que 
son  cuerdos  y  sensatos  en  todo,  menos  en  dirijirse  á  la  divinidad,  por 
medio  de  actos  exteriores  de  ostentación,  y  á  los  hombres  mediante  el 
envilecimiento  que  los  degrada;  forman  una  masa  heterogénea  de  lo  su- 
blime y  de  lo  ridículo. 

A  J.  J.  Rousseau  todo  le  pasmaba;  á  Voltaire  todo  le  causaba  risa; 
y  cuando  éste*  leía  las  disertaciones  del  primero  sobre  la  degradación 
humana,  ganas  le  daban,  decía,- de  ponerse  en  cuatro  pies  y  lanzar  al  ai- 
re nn  prolongado  rebuzno.  Así  nosotros;  cuando  leemos  las  edificantes 
relaciones  de  los  imp?esionables  peregrino»  que  lloran  delante  del  Santo 
Padre;  que  le  extraen  el  birrete  sin  su  anuencia,  para  obtener  una  prenda, 
una  reliquia,  una  santa  memoria  de  la  cabeza  más  prominente  de  la  ge- 
rarquía  católica,  hemos  sentido  dedeos,  no  do  rebuznar,  sino  de  meter- 
nos á  rateros  en  la  Capilla  Sixtína  para  robar  un  girón  del  papal  manteo. 
A  tal  punto  es  contagioso  ese  entusiasmo  que  aduna  la  gratitud  con  la 
fe  ciega  del  católico. 


IV. 

Los  peregrinos  de  Boma  turieron  el  contratiempo  en  ls  navegación  de 
que  fué  desalojado  de  la  cabecera  de  la  mesa  su  limo.  Señor  Obispo  á 
quien  no  le  corespondía;  después  lo  fué  de  otro  lugar  y  más  tarde  de  o- 
tro,  por  colocar  en  esos  asientos  á  unas  señoras  americanas.  Los  pere- 
grinos se  disgustaron  por  el  mal  trato  que  daban  á  so  ilustrísimo  presi- 
den te.-^Fu  era  de  México,  un  Obispo,  por  respetable  que  sea  para  su 
grey,  no  es  más  que  un  hombre  respetable  como  los  demás;  y  añadamos 
que  no  es  la  cabecera  de  una  mesa,  en  la  civilización  moderna,  el  puesto 
de  honor;  en  todas  partes,  por  educación,  por  galantería,  6c  cede  el  mejor 
puesto  á  la  mujer,  y  el  Sr.  Obispo  es  bien  educado. 

Se  refiere  en  Morelia  un  rasgo  del  inolvidable  Sr.  Portugal,  O- 
bispo  de  aquella  Diócesis.  Se  encontró  en  la  calle  con  un  grupo  de  se- 
ñoras; ellas  cedieron  la  banqueta;  el  Sr.  Portugal  rehusa  este  honor;  en 
medio  de  ella  se  entabló  una  luchare  recíprocas  consideraciones;  las 
señoras  alegaban  el  carácter  elevado  ele  un  Obispo;  mas  el  Sr.  Portugal 
decía  con  demasiado  noble  orgullo  y  sensatez  estas  palabras:  m  Antes 
que  Obispo  quizo  Dios  que  yo  fuera  caballero,  u 

Mucho  nos  complace  saber  que  el  Sr.  Presidente cedió.el  puesto  sin  re- 
clamar consideraciones,  hijas  de  la  soberbia  y  contrarias  á  la  humildad 
j!  que  debe  tener  un  ministro  de  Jesucristo;  pero  los  peregrinos  tuvieron 
•]  la  peregrina  idea  de  reclamar  para  su  presidente,  no  el  puesto  de  honor, 
sino  el  lugar  del  Anfitrión,  que  es  el  que  corresponde  de  derecho  al  capi 
tan;  este  quiso  cederlo  y  fué  nna  complacencia  á  Un  peregrina  incivil! 
dad. 

Donde  manda  capitán,  no  gobierna  marinero. 


131 


V. 


A  imitación  de  esas  peregrinaciones  de  los  mahometanos  se  regulari- 
zaron las  de  los  católicos;  á  imitación  de  la  de  los  católicos  se  ensayan, 
se  forman  otras  en  estos  días,  en  cada  ciudad,  por  la  hermandad  deno- 
minada Hijas  de  María.  Tal  vez  se  crea  que  atraviesan  el  Océano, 
que  van  a  Roma,  que  besan  la  sandalia,  que  se  roban  el  birrete.  Nada 
j  de  eso:  emprenden  el  camino  á  pie,  vela  en  mano,  corazóu  contrito,  or- 
gullo satisfecho,  y  van  de  un  templo  áotro.  Es  pasmosa,  es  edificante  esa 
procesión  de  vírgenes  necias  que  ostentan  cintas  color  de  cielo  y  meda- 
jllás  al  pecho  á  guisa  de  condecoraciones  científicas;  las  guía  un  minis- 
tro graciento  y  remendado  hacia  distintos  templos,  convertidos  de 
pronto  en  ,,Roma  chiquita n  para  recibir  las  bendiciones  de  otro  pa- 
dre y  dar  á  besar  la  punta  del  pié  enslpapa  diminuto. 

Tal  mogigauga  tiene  privilegio  de  invención  en  México,  por  un  ser 
á  quien  agradan  los  sainetee  y  que  convierte  en  suripantas  k  las  vir- 
tuosas hijas  de  María. 

Instaladas  en  Al  templo  apaga  cada  cual  la  bujía,  le  deja  allí  como 
una  ovaciÓD,  suelta  el  óbolo  que  es  lo  principal  en  las  peregrinaciones 
,  y  se  preparan  á  escuchar  un  eermón  á  la  Fray  Gerundio  de  Campasas. 
¡  No  queren  os  penetrar  con  nuestro  escalpelo  al  interior  del  templo, 
!  sitio  que  está  vedado  explorar  á  los  periodistas  que,  cual  nosotros,  son 
!  verídicos,  celosos  y  bien  intencionados;  que  hablamos  en  nombre  de  la  ley; 
;  de  esa  ley  que  se  infringe  con  descaro:  porque  la  infracción  se  hace  á 
1  la  luz  del  día,  en  la  calle  que  es  nuestra  zona  y  está  bajo  nuestro  domi- 
nio. 

VI 

Al  examinar  el  aprisco;  al  ver  pasar  las  ovejitas  trasquiladas  ante  las 
'  claraboyas  de  nuestra  casa,  arreadas  por  un  pastor  de  guirindola;  ¡cómo 
hemos  recordado  á  un  personaje,  á  un  mito  que  todos  conocimos  en 
:  nuestra  infancia!  un  símil  grotesco  que  forma  la  caricatura  de  pastores 
:  poco  evangélicos,  entusiastas,  pero  tontitos.  Ese  tipo  es  el  Padre  Te- 
I  quesqnite  que  los  titiriteros  caracterizan  perfectamente  en  las  escenas 
teatrales  que  nos  divirtieron  en  la  niñez.  Bajo  las  apariencias  de  un 
I  juguete  automático;  con  el  prisma  de  la  inocencia,  se  forman  Jas  sátiras 
,  punzantes  y  se  esparcen  losjlardos  del  ridículo. 
'i  .1  Quien  lava  la  cabeza  á  un  burro  prieto, 

Además  del  jabón,  perderá  el  tiempo.  »• 
i 

¡  ¡Oh,  sí  tuviéramos  en  nuestro  suelo  un  Fray  Gerundio,  un  Tirabe- 
jque,  que  dieran  capilladas,  no  recurriríamos  á  la  linterna  mágica  de  un 
titiritero  para  pedirle  prestada*  sus  fantásticas  figuras  y  fotografiarlas 
en  la  cámara  oscura  de  nuestra  redacción;  pero  a  la  cabeza  de  la  colum- 
na de  peregrinas  le  vimos  marchar,  entonando  un  guirigay  y  sahirien- 
do  á  la  pesadilla  liberal,  conel  mismo  desgaire  que  el  Padre  Tequesqui . 


132 

!¡  e  entona  con  voz  de  pito,  en  tono  de  vísperas,  y  parándose  en  la  punta 
j!  (1p  los  dedos  de  los  pies,  graves  jaculatorias 

¡I     Sólo  en  la  cabeza  de  Judas  puede   caber  el  formar  eía?  ridiculas  pa- 
¡j  rodias  de  peregrinación,  que  ponen  en  relieve  la  nula  sensatez  de  algu- 
n  nos  católicos  y  la  blanda  condescendencia  de  las  hijitas  de  María, puesto 
que  se  prestan  á  per  el  ludibrio  de  un  desertor  del^manicomio. 


CARNAVAL. 

'l 

¡;     Ninguna  Constitución  del  mundo  otorga  á  los  subditos  mayor  núme- 
ro de  franquicias  que  la  mexicana  de  1857;  ninguna  nación  goza  de  más 
¡i  libertad  para  mostrar  el  pensamiento  que  nuestra  amplísima  ley  de  im- 
I  pronta;  aun  la  Bélgica,  cuyas  instituciones  son   liberales,  la  tiene   res- 
:  tringida;  las  naciones  más  cultas  apenas  permiten  que  se  escape  por  es- 
!  trechas  claraboyas  la  luz  del  sol  de  la  idea  para  alumbrar   al  Universo: 
!  desde  que  México  es  libre  absolutamente  para  dar  publicidad  al  pensa- 
j!  miento,  cesó  la  prensa  clandestina  de   hacer  sus  monstruosos   abortos; 
fué  más  prudente  y  morigerada  la  cspansióu  del  escritor  vehemente;  ce- 
nsáronlas frecuentes    revoluciones  á   mano  armada,  y  las   instituciones 
¡echan    raíces  cada  día  más  profundas  y  vigorosas.     Esa  ley  dijo:  nHa- 
¡j  blad  cuanto  queráis  y  como   queráis;  respetad   la  moral  como  una'exi- 
,gencia  de  la  civilización,  y  la  vida  privada,  por  un  respeto  á  la  sociedad; 
1  al  orden  público,  como  un  homenaje  á  las  instituciones,  como  vehículo 
que  conduce  á  la  paz  y  al  sosiego;  dad  á  vuestro  pensamiento  la  forma 
:'  que  os  acomode;  vestios  de  arlequín  si  así  os  place  para  manejar  el  ar- 
¡i  pon  de  la  crítica  y  la  diatriba;  cubrios  con  el  man  to  del  filósofo  y  enal- 
'[  teced  vuestra  causa  con  las  galas  del  raciocinio;  formad  mediante  el  in- 
,,  genio  el  retrato  ó  la  caricatura;  sed  reposado  ó  vehemente,  burlón  ó  sar- 
jj  cástico,  profundo  ó  superficial,  grave  o  festivo,    aíegre  ó  taciturno;   que 
vuestro  escalpelo   penetre  hasta  la  médula  del  pobre  ciudadano;  censu- 
rad los  actos  del  encumbrado  funcionario;  sólo   una  restricción  pongo 
como  una  garantía,  y  es  qx\ejir?neis  vuestros  escritos. ..  Jamás  ley  algu- 
na fué  más  amplia  en  ningún  pueblo  de  la  tierra;  de  ella  se  abusa  algu- 
nas veces,  es  verdad,  pero  ¿de  qué  no   puede  abusarse    en  este    mundo 
!  cuando  ciega  la  pasión  y  se  busca  el  triunfo  de  un  interés  noble  ó  bas- 
tardo? buena,  muy  buena  es  esa   libertad  que  la   ley  concede  para  dar 
¡  vuelo  gigantesco  á  las  producciones  del  genio,  tan  extensa  como  el  es- 
¡  pació,    tan   luminosa  como  el  sol;  prohibir  el  antifaz   con  que  cobardes 
i  escritores  pueden    herir  á  mansalva  al  ciudadano  ó  á  la  autoridad,  cual 
¡  bandolero  en  la  encrucijada,  es  obligar  al  escritor  á  que  sea  leal,  franco 
y  justo   en  sus   apreciaciones;  si  es  un  enemigo,  si  es  un   aliado,  que  lo 
sea  á  cara  descubierta,  pues  no  sería  vergonzosa  su  conducta  sino  ras- 
trera; si  es  adversario  ó  de  oposición,  la  guerra  debe  hacerse  noble  y  sin 
embozo,  frente  á  frente  y  cara  á  cara,   como  el  hidalgo  cuyas  armas  y 
armadura  es  del  minino  temple  que  la  de  su   contrario;  si  el  escritor  a- 


133 

busa  del  don  excelso  de  su  inteligencia,  sus  conciudadanos,  el  Universo 
entero,  sabrá  mostrarle  su  reprobación,  estigmatizar  su  conducta,  y  po- 
ner coto  á  sus  desmanee,  porque  el  escritor  tiene  el  deber  de  respetarse 
á  sí  mismo,  respetando  á  la  sociedad  en  que  vive;  y  esta  previsión  de  la 
ley  es  fructuosa,  es  abundante  en  buenos  resultados;  mientras  que  el 
anónimo  es  una  arma  inicua  y  artera,  propia  del  bajo  talento  y  de  la 
audaz  canalla;  donde  quiera  que  una  firma  auténtica  llena  un  escrito»  se 
vé  resplandecer  la  justicia,  ó  si  es  errónea  se  trasparenta  la  buena  fe  y 
se  percibe  el  fondo  de  la  profunda  convicción,  a  no  ser  que  el  vértigo 
de  la  ceguedad  ofusque  el  raciocinio. 

Si  la  ley  es  justa  y  benigna,  reposada  y  filosófica,  hónrenla  los  hom- 
bres como  una  preciosa  adquisición;  cuídenla  las  autoridades  como  una 
alhaja  de  un  valor  inapreciable,  como  el  remedio  más  eficaz  para  curar 
los  males  del  espíritu.  Desgraciadamente  se  vá  debilitando  cada  día  la 
costumbre  de  firmar  las  producciones,  y  se  pone  un  nombre  supuesto  ó  j 
se  busca  como  responsable  un  quídam  degradado  ó  imbécil:  la  autoridad, 
que  es  el  guardián  de  la  ley,  si  se  disimula,  constituyese  en  cómplice  de 
¡  cobardes  infractores:  si  es  buena  la  institución*  si  es  benigna  la  ley, 
muéstrese  rígida  é  inexorable  la  autoridad  no  permitiendo  ni  autor  res- 
ponsable, ni  nombres  supuestos;  tampoco  al  anónimo  ni  al  engaño,  siem- 
pre rastreros,  siempre  pusilánimes;  nada  es  más  inicuo  que  herir  en  la 
oscuridad;  nada  más  innoble  que  la  asechanza,  el  misterio  y  las  tinie- 
blas para  lanzar  las,  flechas  de  la  censura;  la  verdad  se  hace  lugar  en 
todas  partes;  ella  resplandece  por  sí  sola;  el  escritor  noble,  aunque  sea 
vehemente  y  apasionado,  no  debe  avergonzarse  de  sus  escritos;  posee 
como  un  escudo  la  ley;  ecmo  armas,  su  valor  civil;  puede  decir  entonces 
como  los  gladiadores  de  la  Edad  media:  nMe  asisten  por  defender  mi 
causa,  Dios,  mi  brazo  y  mi  derecho.  ■•  Que  la  autoridad  se  encierre  en 
un  capelo  diáfano,  del  más  puro  cristal;  sus  actos  sean  vistos  sin  equi- 
vocación, juzgados  sin  prevenciones  y  con  imparcialidad;  entonces,  y 
sólo  entonces  veremos  más  decencia  y  caballerosidad  en  el  periodismo; 
los  escritos  de  letrina  son  indignos  de  la  sociedad  civilizada;  el  go- 
bierno no  debe  ser  tolerante  ni  ser  cómplice  de  los  escritores  de'alba- 
ñal  que  niegan  sus  hijos  por  deformes  y  monstruosos,  como  avergonza- 
dos de  su  debilidad.  Obligúese  al  escritor  a  respetar  la  ley,  y  de  con- 
siguiente á  que  sea  buen  ciudadano;  que  respete  á  la  sociedad  y  que  sea 
caballero. 

Después  de  la  jácara  en  un  baile  de  máscaras,  pasados  los  momentos 
del  delirio,  se  pone  á  descubierto  el  hombre;  derríbase  el  altar  que  se  ha 
elevado   á  la  hipocresía    Abajo,  pues,  las  caretas;  pasó  ya  el  carnaval. 


134 

Un  tiro  á  quema  ropa 


Entre  relámpagos  y  truenos,  ocasionando  terremotos,  alumbrando 
nuestros  horizontes  las  erupciones  volcánicas;  conmoviendo  la  Natura- 
raleza,  y  agazapándose  los  progresistas,  aparece  un  nuevo  nSoldado  de. 
la  fe,n  y  nos  anuncia,  al  entonar  por  primera  vez  el  canto  llano  de  la 
Iglesia,  que  se  ha  metamorf oseado;  es  un  joven  que  militaba  en  las  fi- 
las de  los  ultra-republicanos,  y  que  hoy  abraza  el  partido  del  retroceso 
con  entusiasmo  y  con  fe  muy  ardorosa. 

Sea  para  bien  y  que  Dios  lo  bendiga  en  su  nuevo  estado. 

Nosotros  lamentamos  tan  sensible  pérdida  porque  no  encontraremos 
suficientes  pañuelos  para  enjugar  nuestras  lágrimas  y  limpiar  nuestras 
nartces.  Pediremos  á  Dios  un  pedazo  de  resignación  para  soportar  nues- 
tra soledad,  y  un  rasgo  de  paciencia  para  sufrir  los  bochornos  por  sobje 
los  qué  nos  quiere  hacer  cruzar  el  soldado  más  aguerrido  que  se  ha  pa- 
sado á  nuestros  contrarios.  La  historia  y  la  tradición  nos  dice>  y  no 
hay  que  olvidarlo  en  estos  tiempos  de  apostasía,  de  cisma  y  "de  livian- 
dades, que  una  urraca,  tan  sólo  una  urraca,  débil  é  impotente,  pero 
contagiada,  fué  quien  llevó  la  peste  á  Italia. 

La  filosofía  vendrá  en  nuestro  auxilio;  ella  nos  consolará,  y  suspiran- 
do tual  novios  calabaceados,  curarános  las  palpitaciones  de  nuestro  co- 
razón y  nuestras  ansias  é  insomnios  el  profundo  pensamiento  de  un  gran 
poeta:  nqne  haya  nn  cadáver  más,  ¿qué  importa  al  mundo?n 

¿Con  que  usted,  joven  de  la  V. . .  .estuvo  mucho  tiempo  deshonran- 
do á  su  familia  por  escupir  en  rueda  con  liberales  y  masones?  .1  ¿con 
que  usted  ha  conocido  sus  errores  y  vuelve  sobre  sus  pasos?  Pues 
señor,  lo  sentimos  en  el  alma;  jama.;  dejaremos  de  llorar  esa  funestísima 
deserción;  ¿cómo  no  lamentar  que  un  ióven  de  los  talentos  de  usted, 
nutrido  con  las  doctrinas  de  los  publicistas  modernos,  y  hoy  con  las 
prescripciones  del  Syllabus;  de  usted,  que  era  el  faro  de  nuestra  en- 
tusiasta juventud,  se  nos  eclipse,  y  eso  cuando  más  claridad  nos  envia- 
ba? 

Hoy  se  oculta  usted  á  nuestra  vista  ¡oh  brillantísimo  planeta!  y  no- 
sotros míseros  satélites,  vagaremos  en  el  espacio  sin  luz  ni  guía,  sin  cen- 
tro de  atracción,  como  errantes  asteroides,  4  ser  absorvidos  por  cual- 
quier sol. 

Pero  lo  que  más  tememos  es  que  se  nos  flajele  sin  piedad;  que  se 
pongan  en  claro  nuestras  poridades  y  se  nos  levante  el  faldón  de  la 
casaca  para  que  la  clerecía  y  las  beatas  de  rosario  y  cucurucho  vean 
nuestros  remendados  pantalones. 

jCuán  cierto  es  que  apagándose  el  faro  toda  la  vahía  se'convierte  en 
arrecifes! 

Hay  arpa3   que  cambian  el  sonido   de  sus  cuerdas  cuando]  soplan 
brisas  contrarias. 

Créalo  usted,  joven  de  la  V. . .  .su  espírutu  fué  débil  como  el  de  un 


135 

convaleciente  de  tifo.  Nosotros  sabemos  que  no  se  deshonra  á  una  fa- 
milia por  tener  tales  ó  cuales  ideas  políticas,  pues  al  hombre  no  lo  en- 
sucia el  polvo  sino  el  fango;  lo  que  nos  deshonra  y  mucho  son  nuestros 
vicios  y  la  Carencia  de  virtudes;  también  las  maromas  y  las  contorcio- 
nes de  los  arlequines  torpes  y  las  de  los  juglares  de  voluntad  flexi- 
ble; pero  no  se  agazape  usted,  que  usted  no  es  nada  de  esto,  sino  sólo 
un  hombrg  inexperto  y  candido  que  tragó  el  anzuelo  de  las  sacristías, 
deseando  bienestar,  cómo  el  perro  de  Rabelais,  que  buscaba  un  hueso  que 
roer  y  que  tuviera  un  pedacito  de  tarne  nada  más;  hoy  lo  trasportan  a 
otro  golfo  á  donde  pueda  ijsted  vadear  y  servir  de  pasto  á  los  tiburones. 

Afile  usted  sus  tijeras  y  las  uñas,  que  nosotros,  para  librarnos  del  e- 
fecto  de  sus  proyectiles,  haremos  de  nuestra  resignación  un  baluarte,  y 
llorosos  y  adoloridos  para  resistir  la  tormenta  que  usted  quiera  sucitar- 
nos  buscaremos  un  paraguas  y  un  rincón.  Usted,  como  Vulcano  en  los 
infiernos,  dará  el  martillazo;  y  nosotros,  como  cíclopes,  daremos  el  grito. 

Al  poner  usted  en  movimiento  su  carro  triunfal,  oiremos  su  rechinar  \ 
y  oirá  usted  también  el  nuestro  que  lo  ocasionarán  nuestros  lamentos.    | 

¡Cómo  estarán  de  alegres  los  Caritas  y  los  acólitos  cerrándose  recí-  ¡ 
procamente  un  ojo!  contendrán  la  carcajada  para  no  lanzarla  en  sus  bi- 
gotes; ahogarán  á  usted  entre  sus  brazos  y  lo  llenarán  de  besos.  ;Oh 
santos  varonesHmbrid  con  el  bonete  y  ungid  con  el  aceite  de  la  lámpara 
á  vuestro  neófito;  humildes  levitas,  siervos  de  Jehová,  hijos  d«  Israel,  re- 
cibid con  palmas  al  que  también  se  perdió  entre  doctores  y  ahora  lo  va- 
mos encontrando  en  el  templo,  ¡Oh  santa  madre  Iglesia!  acaricia  á  tu 
Benjamín,  que  ya  no  estaréis  desolada  sin  quien  escuche  vuestros  lamen- 
tos; ese  joven  va  á  ser  vuestro  insigne  campeón,  ese  adalid  que  convierte 
su  pluma  en  banderilla,  el  cural  manteo  en  capa  de  torero,  y  al  pueblo 
liberal  en  toro  embolado. 

Ya  tiene  el  clero  lo  que  le  hacía  falta;  un  adalid  de  casco,  de  coraza 
y  tizona  más   luciente  que  la  de  Santa  Catarina. 

; Ay  joven  el  más  veguero  de  nuestras  vegas!  ¿porqué  se  ha  ido  usted 
de  nuestro  círculo  cuando  cantábamos  himnos  á  la  libertad?  Ahora  só- 
lo escuchamos  la  voz  de  usted  que  nos  entona  un  üfyWé;  \  ¿será  esto  un 
silbato  ó  será  un  salmo  religioso? 

Al  oir  su  voz  que  se  escapa  por  la  linternilla  de  upa  torre,  cesa  nues- 
tro canto  y  nó  nos  atrevemos  á  anunciar  la  alborada,  así  como  el  acento 
del  buho  contiene  el  canto  de  los  gallos. 

Nos  consuela  saber  que  no  hay  araña  que  llegue  hasta  el  cielo  su- 
biendo por  una  pared  tersa  y  limpia,  y  que  al  analizar  el  esqueleto  de 
un  ratón  se  ha  descubierto  el  galvanismo. 

La  Iglesia  cuenta  entre  sus  catecúmenos  á  un  bebé  locuaz  que  es  un 
portento,  una  adquisición  magnífica  para  el  porvenir.  No  le  desconfi- 
éis, sacerdotes  de  Roma,  que  de  los  arrepentidos  se  sirve  Dios  y  de  los 
transí ugas  el  diablo.  Nosotros,  en  tono  de  vísperas,  os  cantaremos  esta 
salmo,  sacado  de  las  provervios  de  un  nuevo  Salomón:  "No  compres 
caballo  cojo  creyendo  que  sanará;  pues  si  los  buenos  encojan,  de  los 
cojos  ¿qué  será?»1 


136 


Tipos  Sociales. 

LAS  NIÑAS  ARMENGOL. 


Generalmente  sé  cree  qne  la  amistad  contraída  en  la  infancia  es  la 
más  duradera,  porque  en  el  alma  deja  gratísimos  recuerdos.  La  expe- 
riencia nos  revela  que  esta  regla  no  carece  de  excepciones. 

Yo  he  visto  con  veneración  á  las  contemporánea^  de  iuí  abuela,  á  las 
meninas  de  mi  madre,  y,  con  entrañable  amor  á  los  condiscípulos,  á  los  \ 
compañeros  que  se  unían  á  mí  en  los  juegos  infantiles. 

Lancé  un  suspiro  al   pasar  ante  una  puerta;  era  la'de  la  casa  en  que  j 
habitan  dos  ancianas  que  son  parientas  mías;  que   mecieron  mi  cuna  y(| 
que  batallaron    conmigo   en  la  edad   dichosa  de  las   travesuras.     Doy 
tres  golpes  á  la  puerta,  se  abre  y  me  precipito  en  el  regazo  de  tan  esti- 
mables señoras. 

El  ainor,  el  parentesco,  el  respeto,  los   recuerdos  de  la  niñez,  se  agol 
pan  á  mi  memoria,  ante  el  aspecto  venerable  de  dos  seres   que  me  pro- 
digaron sus  caricias 

— Querubín,  hijo  mío — dijo  una  de  mis  tías — ¿qué  milagro  es  este? 
han  transcurrido  muchos  años  sin  que  te  acuerdes  de  nosotras. 

Esta  señora  era  doña  Catarina  Armengol,  que  rayaba  en  los  sesenta 
inviernos;  me  estrechaba  en  sus  brazos  con  amor  muy  entrañable. 

— ¡Mis  buenas  tíast  ¡innolvidables  compañeras  de  mis  antepasados! 

Y  las  constreñía  entre  los  míos.  Impulsado  por  las  efusiones  de  un 
corazón  sensible,  correspondí  con  agradecimiento  á  doña  Cata  y  a  doña 
Agatoncita,  á  esos  dos  seres  que,   unidos  entre  sí¿   no  se  separan  jamás. 

La  señora  doña  Agatoncita  exclamaba  con  ironía. 

^-Desde  que  lo  vemos,  como  al  cocodril,  en  el  altar  de  la  patria,  y  es 
su  amigo  el  Gobernador,  y  se  pasea  con  él  de  bracelete,  y  escupe  en 
rueda  con  los  supiritantes  de  la  alta  categoría,  y  se  sienta  en  mesa  de 
manteles  largos,  ya  no  se  acuerda  de  nosotras. 

-^¡Cómo  he  de  olvidarlas!  si  ustedes  son  carne  de  mi  carne  y  hueso 
de  mis  huesos,  las  consentidas  de  mamá.  ¡Vaya,  si  no  me  acordaré  de 
usted,  doña  Agatoncita  de  mi  alma!  era  yo  muy  niño  cuando  usted  me 
vestía  de  ángel. 


_^==a 137  

— Y  de  rey  don  Jayme.  íl 

— Y  de  Pedro  Armengol   nuestro  pariente,   para  que  salieras  en  el 
carro  adornado,  en  las  fiestas  de  Nuestra  Señora  de  la  Merced.  I 

— Y  me  daban  ustedes  una  cuartilla  para  golosinas,  y  yo  llevaba  co-  j 
mo  insignia  regia  una  corona  de  oropel:  y  ustedes  iban  en  la  procesión  ' 
vestidas  de  padras  mercenarias,  con  hábito  blanco,  escapulario  y  escu-  , 
dito. 

j     — ¡Qué  tiempos  aquellos!  la  religión  estaba  en  toda  su  grandeza-^-de- 

jcía  doña  Catana  exhalando  un  suspiro. 

í!     -^Recuerdo  que  ustedes  me  vistieron  de  frailito  azul,  como  S.  Auto- 

;  nio  de  Padua,  para  que  yo  les  ayudara  á  pagar  una  manda.  ; 

¡¡     -^Y  rezabas  la  letanía  de  todos  los  santos  y  la  novena  de  la  fiesta. 

j¡      /—Recuerdo  que  al  volver  de  la  Iglesia  vestido  de  frailito,  los  mucha-  ¡ 

j  chos  callejeros  soltaron  un  bellaco  borrego  topador  que  arremetió  á  f  ren- 
,  tazos  contra  mi  Reverencia. 

i;      — Y  te  obligó  á  encaramarte  en  las  rejas  de  una  ventana-decía  riendo 

j  mi  interlocutora 

|¡      — Allí  largué  á  la  voracidad   délos  muchachos  los  dulces,   aquellos' 

:!  dulces  que  usted  me  regaló  porque  me  dejara  abrir  cerquillo  frailuno. 

í,      f— Ahora  seria  bueno  abrírselo,   Agatoncita;  ahora  qufe  se   ha  metido 

I  *»n  barajo  con  los  impíos. 

¡¡     Este  era  ya  un  tiro  con  puntería 

!     — ¡Caramboia!-exc!amé  yo  pegando  un   salto  de  mi  asiento;-las  cos- 

j|  tambres  han  cambiado;  yo  no  admito,  ni  la  sociedad  tampoco,  esas  far- 

j  sa3  dignas:  de  un  carnaval,  en  que  lo  hacían  á  uno  pasar  por  el  ridículo, 

j  vistiéndolo  de  frailito. 

j|      —Ahora  te  vestiremos  de  Asmodeo,  de  Judas  Iscariote.  |t 

'¡     Ya  el  enemigo  se  presenta.  ¡ 

¡!     — Hijito,  *  por  que  has  renegado  de  la  leche  con  que  te  criaste? 

||     — -Imposible!  ¡nunca!  jjamás!. . .  • — exclamé  yo  con  entusiasmo.  ' 

I!     — Dice  bien  el  Padre  Chupamirto,  el  que  trae  escondida  la  alcancía.    ! 
— Y  qué  dice  el  Padre  que  esconde  la  alcancía  y  por  qué  la  esconde? 
— nEI  que  de  santo  resbala  hastatdemonio  no  para  I 

l,     Primer  tiroteo;  ya  asoman  las  avanzadas.  j¡ 

/ — Para  qué  recordar  aquellos  tiempos  que  ya  no  volverán — dije  exha- 
l  lando  un  suspira 

i  ,— ¿Qué  no  volverán?  que  sí  volverán,  porque  no  se  arranca  con  faci- 
|  lidad  á  los  pueblos  su  religión  y  sus  costumbres:  ¡qué  talento  tienen  los  j 
¡i  liberales!  ni  más  ni  menos  como  el  del  que  quizo  azar  la  manteca  ¿esta- 
!  mos?— dijo  doña  Catana  pescando  al  vuelo  la  frase. 
i  Yo  quería  desviar  la  conversación  de  aquel  sendero  á  donde  la  lleva- 
!  ban  mis  venerables  tías,  que  era  el  de  la  político-manía,  por  ser  preci- 
j  sámente  un  escollo  para  nuestra  intimidad. 

En  estos  tiempos  de  revolución  reformista  hasta  las  mujeres  son  di- 1 
plomáticas.  Estas  santas  señoras,  conducidas  por  el  torrente  desbasta- 
dor de  las  pasiones  políticas, -se  adherían  á  las  supersticiones  religiosas 
de  tal  manera  que  las  defienden  con  calor,  con  entusiasmo  y  con  fe;  á 
veces  tocan  el   frenesí;  seiían   capaces  de   sufrir  el  martirio  por  hacer 


138 

triunfar  una  estra vagancia  que  elevan  á  dogma,  y  por  esto  son  intole- 
rantes. { 

¿Quién  no  conoce  en  nuestra  sociedad  algunos  tipos  estrafalarios  y 
supersticiosos,  modelos  acabados  de  perfecciones  anti-cristianas?  ¿quién 
no  conoce  en   esta  bendita  tierra  á  las  dos  niñas  Armengol,  doncellas 
¡  setentonas,  que  no  han  servido  ni  á  Dios  ni  al  diablo,  y  á  quienes  la  pa- 
;  tria  no  merece  un  suspiro  ni  la  humanidad  un   beneficio?     Como  estas 
i  señoritas  hay  otras  muchas  que,  enfuñada-;  en  su  religión,   imbuidas  en 
el  fanatismo,  constituyéndose  fundadoras  de  una  teogonia  cuasi  pagana, 
forman  á  su  modo  un  dios  iracundo  y  vengativo,   en  vez  de  Misericor- 
dioso y  Justiciero;  le  conceden,  como  representante  postizo  del  verdade- 
ro Dios,  atributos  mundanales  y  lo  revisten  del  barro   deleznable  de  la 
humanidad. 

Las  innovaciones  sublevan  los  ánimos,  hieren  el  sentimiento  religioso 
por  corregir  los  abusos,  cuando  las  ideas  del  siglo  invaden  á  México;  la 
sociedad  obcecada  se  alarma  si  el  reformador  combate  las  preocupacio- 
nes A  los  sacerdotes  y  eacerdotizas  de  un  culto  que  forjara  ante  sus 
ojos  una  imaginación  caprichosa  y  calenturienta,  íes  levantan  altares,  y 
éstos  en  cambio  atizan  el  f aego  sagrado  para  alucinar  á  los  nuevos  ado- 
radores del  becerro  de  oro. 

Doña  Agatoncita,  la  más  locuaz,  me  salía  siempre  al  encueutro  para 
lanzarme  una  diatriva,  un  tiro  á  quemaropa,  un  sarcasmo  contundente, 
que  penetraba  en  mí  como  harpón  ballenesco  y  lo  acompañaba  con  una 
risita  de  cancerbero,  dejando  ver  en  el  antro  oscuro  de  su  boca  cuatro 
clavijas  movientes,  y  me  endilgaba  pupilas  encoatradas  que,  una  se  di- 
rigía al  Septentrión  y  la  otra  hacía  Levante.  ¡Ay!  con  qué  amor,  con 
qué  respeto  recibía  yo  su»  consejos;  con  qué  prudencia  contestaba  sus 
argumentos  por  no  herir  en  ellas  el  sentimiento  religioso,  creyendo  que 
su  razón  daría  lugar,  no  ya  á  la  prudencia,  sino  á  t'>do  aquello  que  se 
presenta  al  entendimiento  más  obtuso,  esto  es,  á  la  tolerancia  de  todas 
!  las  opiniones. 

I  Aquellas  pobres  ancianas  no  tuvieron  más  instructor  que  un  predica- 
dor á  la  Campasas,  ni  más  libro  que  el  Lavalle  y  una  colección  de  es- 
travagantes  novenas. 

Para  hablar  aproveché  un  momento  de  silencio  a.  que  daba  tregua  el 
hidrófqbo  entusiasmo  de  que  estaban  poseídas  mis  amables  interlocnto- 
;  ras;  se  electrizaban  con  sus  propias  palabras;  me  tenían  prendido  con 
;  las  uñas  como  al  ratón  el  malévolo  gato;  me  asfixiaban  con  sus  caricias 
poco  amables,  y  acompañaban  sue  palabras  co  n  retórica  especial,  yo  anhe- 
laba un  blindaje,  una  coraza  de  pnerco-espín,  un  paraguas  que  me  pusie 
ra  á  cubierto  de  su  bocal  regadera. 

Se  anuncia  la  tempestad,     Yo  percibí  los  relámpagos  y  los   truenos 
de  una  cólera  comprimida;  aquello  era  una  caldera  en  ebullición  que  ca- 
recía de  bálbula  de  seguridad,  que  hervía,  que  bufaba,  que  iba  á  esta- 
llar s"  el  vapor  buscaba  concentración  -en  atmósfera  más  elevada.  ' 
¡Dios  mió!  ¿á  dónde  me  conducirán  las  circunstancias? 
,— Nuestro  sol  ¿nv-decía  d<ñi  Agatoncita-  pone   toda  su  atención 


139 

—  j  '    '   «- 

en  la  política.     Está  muy  engreído  con  su  Presidente  de  la  República; 
pero  éste  tiene  que  caer  como  cayó  su  Coliflor.  • 

— NC*»monfort,  señora,,— dije  yo  algo  amostazado  —vea  usted  con  res- 
peto á  quien  ejerció  el  mando  supremo  de  su  patria.  ' 

— Sí,  lo  llamaremos  sacarreal  raajestá,  Alteza  serenísima — 3xclamab& 
doña  Catana  acentuando  sus  palabras  para  convertirlas  en  ironía,  en 
flechas  envenenadas. 

En  vano  intentaría  yo  persuadir  á  estas  señoras,  por  calmar  su. agita- 
ción, de  que  la  reforma  en  nuestra  patria  es  una  exigencia  de  nuestro 
siglo  novador;  incrustada  en  ellas  la  intolerancia,  era  inútil  la  discusión 
que  degenera  fácilmente  en  reyerta  k  que  su  monomanía  me  provocaba, 
aun  cuando  yo  intentara  ilustrar  su  entendimiento  con  un  destello  de 
luz  de  e<a  misma  religión  que  eilas  profesan. 

Adonde  yo  intentaba  llevar  la  conversación  allí  encontraba  un  estor- 
bo y  ellas  la  encaminaban  á  la  política. 

,— Parece  que  hace  frío— Ndvje  con  calma  muy  estudiada,  restregando 
las  manos  y  dando  á  mis  palabras  un  énfasis  peculiar,  como  si  mi  sangre 
se  congélala. 

,— Nosotras  sentimos  calor;  e3tas  cosas  nos  hacen  hervir  la  sangre;  es 
un  infierno  en  el  que  habitamos.  * 

—Así  vivimos  hace  dos  años;^ -tornó  á  decir  doña  Agatoncita-s©  nos 
derrama  la  bilis,  y  por  eso  pedh/ios  á  Dios  resignación  y  un  rasguito  de 
su  bondad  para  sufrir  con  paciencia  las  flaquezas  de  estos  impíos. 

— >¿Qué  noticia  rae  dan  ustedes  de  Filiberta?  mucho  tiempo  hace  que 
no  la  veo.  » 

— Cayendo  y  levantando»—- Nme  contestó  Catana,  colocando  un  paren-  j 
tesis  á  sus  admoniciones.-Uno  de  sus  hijos  ha  sentado  plaza  de  oficiali- 
to,  y  anda  por  esos  mundos  defendiendo  la  buena  causa. 

-^Anda  con  los  liberales? 

— ¿No  te  digo  que  es  defensor  de  la  buena  causa? 

r- Pues  la  buena  causa  es   la  mía. 

r-Los  liberales  se  roban  todo  lo  bueno-replic<5  doña  Catana,  querien- 
do encarrilar  la  conversación  en  otra  vía. 

El  fanatismo  político,  así  como  el  religioso,  embotan  los  nobles  senti- 
mientos. Nuestras  heroínas  hacen  de  nuestra  religión  la  base  del  des- 
potismo más  atroz.  Estas  señoritas  son  las  Vestales  de  un  templo  que 
erigen  en  su  hogar,  y  forman  una  religión  especial  en  que  viven  y  en 
que  mueren.  Son  Pontífices  y  6acerdotizas  á  la  vez.  Las  preocupacio- 
nes, la  ceguedad  incurable,  forman  una  conciencia  artificial  que  admite 
lo  estrafalario,  lo  maravilloso,  para,  tributarle  un  culta*  rezan  y  lloran 
con  pasión  frenética,  k  la  manera  que  en  las  bacanales  resuenan  constan- 
temente las  palabras  tabernarias  y  las*  risotadas  de  la  orgía.  Acostum- 
bradas á  ver  en  el  reformador  un  tirano,  no  ven  que  esos  hombres  son 
designados  por  la  Providencia  para  regenerar  k  la  patria  con  su  audacia, 
con  pu  cultura,  y  con  sus  facultades  intelectuales;  que  Dios  extiende  su 
mano  cada  vez  que  una  sociedad  envejece,  y  manda  para  rejuvenecerla 

Iun  cataclismo,  un  sacudimiento  formidable  que,  así  como  un  terremoto 
despierta  á  los  pueblos,  los  impele  hacia  el  progreso  y  k  una  nueva  civili- 


.  140  _  

Ización;  que  hace,  en  fin,  que  el  mundo  animado  siga  su  marcha  por  otras 
¡regiones,  conquistando  nuevos  ideales  y  señalando   días  de  gloria  y  de 
bienestar  á  la  humanidad. 

i  Estas  observaciones,  dirigidas  á  inteligencias  ebcccadas,  serían  iniíti- 
;  les,  lo  mismo  que  tomar  por  lo  serio  tales  extravagancias  en  seres  que 
son  víctimas  del  delirio:  lo  razonable  es  tole/ar  sus  pueriles  devaneos  y 
esperar  á  que  el  tiempo  cure  esa  enfermedad  de  su  espíritu  que  las  en- 
camina al  sacrificio;  que  caiga  por  sí  60¡a  esa  venda  fatal  que  llevan 
ante  su  vista,  como  llevan  tapa— ojos  los  caballos  de  los  picadores  de  to- 
ros que  conducen  al  matadero. 

Doña  Catana  á  cada  momento  me  insinuaba  sus  palabras  con  un  ti- 
rón de  mi  chupa,  con  un  repulgo  muy  zalamero  en  mi  epidermis. 

— Hemos  visto  caer  lo»  tronos  y  los  reyes,  y  no  habíamos  de  ver  caer 
al  indio  de  mis  pecados. 

— Ustedes  se  exaltan  y  yo  no  quiero  contraríalas;  las  cuestiones  de 
política  son  enojosas,  arduas,  delicadas:  Lasta  los  hombres  más  sabios  se 
han  equivocado  alguna  vez. 

— nSí,  pero  les  ha  costailu  el  pescuezo. 

— Y  los  de  aquí  se  siguen  equivocando. 

— Y  metiéndose  en  lo  que  no  les  importa.-decía  doña  Catana  ponien- 
do las  manos  engarruñadas  delante  de  mis  ojos. 

—^Dígalo  sino  la  tumbada  de  los  conventos. 

— Y  la  echada  de  las  monjas. 

— Y  de  los  religiosos,  que  son  los  dioses  de  la  tierra. 

>r-Y  la  tolerancia  de  cultos. 

( — Y  el  ámaciato  civil. 

—  Y  el  Viático  que  anda  sin  campanilla. 

Aquí  doña  Agatoncita  sufría  un  vértigo  y  su  semblante  una  trans- 
formación: la  enagenaba  el  eco  de  su  propia  voz,  y  sus  ojos  giraban  en 
sus  órbitas  con  extraño  movimiento:  aquellos  no  eran  ojos  sino  dardos 
basilísticos;  aquellas  no  eran  manos  sino  tarántulas  en  pánica  tremolina. 

— \Ustede3  no  entienden  estas  cosas;  juzgan  y  fallan  sin  conocimiento 
de  causa. 

— ¿Y  la  tumbada  de  los  templos,  no  la  conocemos? 

— ¿Y  el  destierro  de  los  Obispóse 

r- Y  la  prisión  del  Padre  Laberinto,  no  la  conoemos.? 

— Algo  naría  por  lo  que  lo  metieron  á  la  cárcel;  no  sería  porque  esta- 
ba rezando  el  rosario.-^Exclamé  tocando  la  fibra  más  delicada,  al  sentir 
que  la  sangre  se  me  subía  á  la  eabeza:  ;ay!  yo  también  sentía  los  impul- 
sos de  la  cólera,  y  que  se  apoderaba  de  mí,  poco  á  poco,  la  frenético-ma- 
nía,  la  irresistible  tendencia  al  altercado  político. 
—  ¿Qué  había  de  hacer  el  pobrecito  Padre?  defender  a  la  santa  Madre 
Iglesia  de  los  ataques  de  los  impíos. 

— Ola;  Ola! 

— >>Y  usar  sus  hábitos  en  la  calle. 

— jPues  es  nada!  un  desacato,  una  infracción  de  ley. 

— ^Si  lo  tengo  dicho, — decía  doña  Agatoncita  hechando  chispas  por 
los  ojo3-ustedes  les  quitarán  sus  hábitos  porque  tienen  el  palo  y  el  man- 


141  

do,  pero  oyen  mi  boca;  que  se  sepan  lo  que  son  las  Armengoles. 
— Ya  nos  conoces;  somos  muy  claridosas. 
—^Ustedes  tan  religiosas,  tan  buenas  cristianas. 

—  La  religión  no  es  tapadera;  compadrito. 
— La  caridad,  el  amor  al  prójimo. 

1     — Los  liberales  no  «on  prójimos  sino  herejes,  y  tu  sacas  el  estandarte 
';  en  el  clus. 

I     ,— No  el  ven  ustedes  tanto  la  voz  que  puede  venir  la  policía,  y 

'     — ¡Huy!  ¡que  nos  asusta! 

!j     — \caso  venga  un  gendarme  y  nos  haga  caminar  á  todos  para  la 
-cartulina. 

i |     ^— Esos  demonios  asustan  nomás  á  los  bobos. 
¡i     — Los  correremos  con  agua  bendita. 

J  /—¡Por  San  Juan  Anteportam!  encuentro  á  ustedes  muy  cambiadas 
en  sus  costumbres  ¿qué  hicieron  ustedes  de  aquella  moderación  tan  de- 
cantada? 

— Ustedes  tienen  la  culpa;  quieren  arrancarnos  nuestra  religión,  des- 
catolizar á  México-decía  doña  Catana  hechando  espumarajos  por  la  boca 
como  botella  de  cerveza  que  se  derrama. 

r- Antes  habrá  un  cataclismo;  no  quedará  piedra  en  todo   este  reino. 
— ¿Qué  es  lo  que  quiere  usted  hacer  conmigo,  doña  Catana?  lusted  me 
ahoga! 

— Quién  te  manda  ser  liberal. 

r—  I/oña  Agatoncita  de  todos  mis  afectos,  suélteme  usted,  que  para 
deliberar  no  se  necesita  esa  retórica. 

-^Hoy  saco  ánima  del  Purgatorio  desmelenando  á  un  liberal. 
— Por  Dios!  ;Gendanneeee!-dije  ysugetando  aquellas  manos  que  me! 
señían  por  el  cogote  como  la  tenaza  de  Y  ulcano,  mientras  que  otras  ma- 
nos me  tenían  asegurado  por  el  copete. 

Y  las  dos  furibundas  doncellas  se  habían  apoderado  de  mí,  á  título 
de  sucesoraB  de  la  autoridad  materna,  con  febril  entusiasmo. 

— ¡Un  agente  de  policía!- volví  á  gritar  en  demanda  de  auxilio;  ccn 
quejas  muy  lastimeras,  esclamé:-¡ay  Dios!  ¡ay  Dios! 

— ¡Ahora  sí!  ¡recio  con  él!  ¡que  ya  confiesa  que  hay  Dios. 

— ¡Una  bomba! 

— NQue  les  reviente  en  sus  cluces  á  los  impíos. . . . 

—  ¡Un  toro  puntal! 

— Que  los  cuerne  y  los  destripe. 
— \jUna  serpiente  de  cascabel! 
—Que  los  muerda  y  se  les  enrosque. ... 
I      — Así  decíamos  cuando  la  patrulla  se  llevó  al  Padre  Laberinto. 
/— ¡A  dónde  he  venido  á  dar!  ¡£  la  casa  de  las  locas!) 

Y  poniendo  en  juego  una  fuerza  hercúlea,  haciendo  de  tripas  corazón 
me  desprendí  de  las  dos  niñas  Amengol,  dejando  entre  sus  garras  mi 
cuello  postizo  y  mis  puños  derceluloide  que  eran  todo  el  componente  de 
mi  elegancia.  Batí  eu  el  aire  el  puño  de  mi  bastón  como  la  clava  de 
Hércules,  y  de  un  brinco  me  puse  en  la  cuarta  grada  de  la  escalera. 

— ^  Alto  ahi,  ó  cometo  un  viejicidio!  en  el  cuarto  grado  no  hay  paren. 


U2 

tesco;  no  guardaré  consideraciones  al  sexo  ni  á  la  edad.  # 

Yo  salí  de  allí  como  rata  por  tirante,  pisando  en  lanas,  exclamando 
con  toda  la  fuerza  de  mis  pulmones:  Legisladores!  Legisladores  vosotros 
castigáis  en  el  escritor  hasta  la  intención  de  ofender;  vosotros  dais  leyes 
con  gambito  contra  la  calumnia  y  la  difamación;  vosotros  espetáis  leyes 
eeverísimas  contra  el  impudor  y  la  sevicia,  y  no  queréis  castigar  á  las 
brujas  que  nos  asfixian,  nos  asedian,  nos  trituran,  atenidas  á  la  impu- 
nidad, k  que  dirigieron  nuestras  primeros  pasos  en  la  niñez.  No  pedi- 
mos á  Dios  ni  á  los  hombres  su  justicia;  no  su  espada  flamígera  al  Que- 
rubín que  guarda  el  Paraíso;  sino  á  Job  un  rasguito  de  esa  paciencia  que 
lo  saritificó  en  el  estercolero,  para  cuando  las  arpías  nos  cojan  con  sus 
garras:  y  si  esto  no  es  suficiente,  que  Dios  mande  contra  ellas  un  terno 
de  gavilanes,  un  perro  de  presa,  un  par  de  águilas  devoradoras,  un  án- 
gel exterminador  que  las  lance  á  despoblado. 

Atravesé  aquellos  callejones  como  perro  en  barrio  ajeno,  tan  satisfe- 
cho como  escarmentado,  sentando  el  gran  principio  de  que  las  amista- 
des añejas  que  se  perdieron,  mal  pueden  reanudarse  Lo  dice  el  adagio; 
uno  es  bueno  el  chocolate  recalentado  ni  la  amistad  reconciliada. •• 


La  visión  de  Fray  Junípero. 


Cuentan  las  crónicas,  no  sabemos  si  la  historia  ó  la  tradición,  que  A- 
lejandro,el  grande  Alejandro,  tenía  un  perro  feroz,  tenaz,  apegado  á  su 
amo,  pero  desobediente  á  sus  mandatos;  este  lo  acompañaba  á  los  com- 
bates y  lo  defendía  de  sus  enemigos.  Creíase  que  el  furibundo  animal 
era  encartado  de  pantera — Esto  es  verosímil  cuando  sabemos  que  los 
griegos,  romanos  y  egipcios  tenían  en  sus  palacios  tigres  y  leones  do- 
mesticados que,  atándolos  al  carro  triunfal,  ostentaban  en  los  paseos  el 
gran  poder  de  la  humana  inteligencia.  Olvidó  hecer  la  seña  convenida 
á  su  íinl  aliado;  este  se  avalanzó  á  un  enorme  elefante  y  se  le  cuelga  de 
una  oreja.  La  indignación  del  Oran  Capitán  fué  extremada  porque  no 
obedecía  su  voz,  ni  dejaba  su  presa  a  pesar  de  los  golpes  y  de  los  furibun- 
dos desaires.  Se  le  mande  cortar  una  pata,  y  el  furioso  animal  perma- 
neció asido  á  la  oreja;  se  le  mandó  cortar  la  otra;  y  el  perro%no  dio 
señales  de  dolor,  y  sufrió  el  castigo.  Se  ordenó  cortar  una  mano  y  des- 
pués la  otra.     Mi  por  esas  soltó  la  oreja  al  elefante. 


143 

í)  Se  pegaron  diez  guerreros  al  rabo  para  probar  si  con  la  fuerza  eran 
¡  más  eficaces  los  tironea.  La  tenacidad  del  perro  de  presa  no  fué  sensi- 
Ij  ble  á  la  violencia  sobrehumana  de  los  hércules. 

1      Alejandro  mandó  que  lo  descuartizaran,  que  le   extrajeran  las  entra- 
i¡  ñas,  que  le  cauterizaran  las  carnes.     El  cuadrúpedo  sufrió  cada  una  de 
estas  torturas  sin  abandonar  un  momento  su  presa. 

Al  fin,  despedazado  su  cuerpo  y  separado  en  fracciones,  sin  fuerzas 
vitales,  sin  la  contracción  de  las  fibras  nervinas,  llegó  á  creerse  que  no 
habría  medio  de  que  la  cabeza  sola  se  obstinara  en  agarrarse  para  chu- 
par la  sangra  del  elefante.  Todo  fué  en  vano;  vino  el  martirio,  llególa 
muerte  y  la  cabeza  del  perro  quedó  allí  para  dar  grandes  é  inefables 
pruebas  de  pertinacia. 

II. 


Este  relato  lo  había  leído  Fray  Junípero  en  alguna  parte.  Ciando 
vino  sobre  su  Reverencia  el  dulce  sueño,  no  se  separaba  de  la  fantasía 
el  ferosísimo  animal:  soñaba  con  él;  se  multiplicaban  en  el  cerebro  tan 
horrendas  figuras;  ya  no  era  un  elefante;  ya  no  un  solo  perro;  era  una 
jauría  que  atacaba  á  una  matrona  respetable,  cuya  túnica  estaba  despe- 
dazada, y  el  mauto  hecho  girones;  el  seno  lo  tenía  desnudo,  suelta  la 
cabellera,  los  ojos  llenos  de  lágrimas.  Es  que  los  pintores  así  bosquejan 
á  la  patria,  á  ese  mito  sublime  á  quien  todo  ser  viviente  tributa  adora- 
ciones. 

Los  rabiosos  canes  estaban  colgados  de  piernas  y  brazos  hasta  de  su 
héimoso  seno:  se  hacían  caer  á  pedazos  las  patas,  manos,  rabos,  cuar- 
tos  sólo  las  cabezas  estaban  pegadas,   despedazando   las  carnes, 

chupando  la  leche,  es  decir,  la  sangre. 

Horrorizado  dio  un  grito  Fray  Junípero.  Invocaba  los  manes  de  A- 
lej andró;  le  suplicaba  rendido  que  matara  su  jauría  para  que  no  lle- 
gara á  las  orejas  del  elefante,ó  bien  sea,  á  los  pechos  de  la  madre  pa- 
tria. 

DL 

El  sueño  siguió  engendrando  nuevas  imágenes.  Era  un  hermoso  jar- 
dín donde  multitud  de  flores  embalsamaban  el  ambiente  y  recreaban  la 
vista  La  sensitiva  pudorosa  escondía  su  corola  y  cerraba  sus  pétalos 
al  sentir  el  magnetismo  de  la¿*  miradas  de  los  hombres;  al  recibir  el  ca- 
lor animal  que  los  curiosos  le  trasmitían.  Allí  estaba  personificada  la 
modestia  el  pudor,  la  sensibilidad;  en  una  palabra,  las  virtudes  morales, 
las  cualidades  físicas,  que  los  hombres  deben  poseer  cuando  están  en 
sociedad. 

La  rosa,  el  jazmin,  el  lirio,  simbolizan  allí,  en  el  mudo  lenguaje  de  las 
flores,  que  en  aquel  sitio  floricultoriza  la  hermosura  femenil  en  la  sim- 
pática rosa;  y  la  sabiduría  masculina  y  Ja  prudencia  en  el  jazmin;  el  va- 
lor en  el  lirio  solitario. 

El  zempoalxóchil  ó  sea  togetee  erecta,  con  su  dorado  color  amarillento 


144 

subido  y  olor  fastidioso,  representaba  á  los  parásitos  del  erario,  á  los 
que  medran  con  los  caudales  públicos;  símil  perfecto  de  nía  prensa  en- 
suciada ó  insaciada,'*  á  su  lado  germina  también  »el  mal  de  ojow  zinnia 
deganB  ,  como  si  quisiera  advertir  que  una  y  otra  planta  son  maléficas, 
y  que  debe  huirse  de  su  contacto. 

Del  árbol  del  Pirul  (chinns  mulle)  es  tradición  vulgar  que  su  sombra 
es  mala,  y  que  los  gobernantes,  ministros,  sacerdotes  de  todos  cultos, 
jueces  y  magistrados,  deben  de  precaverse  de  descansar  en  su  tronco. 

Más  alia  s**  veían  otras  hermosas  flores  llamadas  eleotropos  cuya  natu- 
!  raleza  es  seguir  la  carrera  del  astro  rey  desde  que  aparece  en  el  Oriente, 
y  no  abandonarlo  sino  poco  antes  de  llegar  á  su  ocaso,  volviéndole  la 
espalda  para  esperar  el  nueva  sol  que  debe  aparecer.  Estas  flores  obe- 
decen á  su  instinto  pues  se  aniñan  con  las  auras  que  las  nutre,  con  el  rocío 
que  las  refresca,  y  con  los  rayos  del  sol  que  las  vivifica.  Asi  conoce- 
mos algunos  políticos,  que  sin  ideas,  sin  afecciones  á  una  causa,  vuelven 
su  cara  hacia  otro  astro  y  se  ponvierten  en  satélites. 

VI. 

Fray  Junípero,  aunque  alertagado  por  el  sueño,  pide  á  Dios  que  le 
ponga  á  cubierto  de  esas  plantas  maléficas.  Su  imaginación  cambia  de 
objetos.     El  sueño  contiuúa  brindándole  pesadillas. 

Aparece  á  sns  ojos  una  colmena.  ¿Qué  pueden  hablar  á  su  razón  u 
ñas  abejas  inocentes,  laboriosas  é  inofensivas,  que  consagradas  al  tra- 
bajo viven  en  la  soledad,  visitan  [Jas  florestas,  y  recorriendo  el  espacio 
no  osan  tocar  la  tierra  llena  de  cieno?  El  soñador  dá  tornillo  á  su  in- 
teligencia y  puede  comprender  que  la  colmena  forma^mna!;  que  el  pa- 
nal es  la  pura  miel;  que  la  miel  la  extraen  de  los  nectarios  las  abejas; 
que  las  abejas  trabajan  para  que  su  fruto  se  lo  coman  otros.  /  Oh!  Vos 
non  vovis.  ¿Nó  sucede  lo  mismo  con  los  partidos?  unos  forman  las  ins- 
tituciones, y  otros  saborean  3us  frutos.  En  el  mundo  esto  acontece;  u- 
nos  son  los  hombres  que  siembran  la  idea,  los  que  combaten  por  ella,  y  ¡ 
otros  los  que  se  aprovechan. 

uDios  premia  al  bueno,  pero  el  malo 
Le  quita  el  premio,  y  le  pega  un  palo.n 

Cerca  de  la  colmena  está  un  florido  granado;  en  la  cima  de  éste  se  vé 
una  granada  abierta,  Imagen  perfecta  del  liberalismo  recto  y  justo, 
que  ensancha  sus  benéficas  leyes  para  no  oprimir  el  grano,  es  decir,  á 
sus  compatriotas,  á  la  humanidad  que  es  su  hermana,  salida  del  seno  de 
la  Libertad. 


145. 


Qie  el  mny  Reverendo  Padre  Fray  ftobnstiane  debs  llagas  del  Divino 
Redentor,  religioso  observante,  de  la  sociedad  de  propaganda  denwerátiea, 
predicó  ante  un  eonenrso  numeroso,  en  el  Templo  del  Bnen  Sentido. 

Si  he  hablado  neciamente» 
es  porque  vosotros  me  habéis 
H  obligado.    San  Pablo. 

¡Hermanos  queridísimos!  Carísimos  oyentes  del  alma  mía.  Venid  á  oír  la 
verdad  santa;  encachad  mis  palabras  y  grabadlas  eternamente  en  vues- 
tra memoria:  ellas  os  señalarán  los  caminos  del  bien  y  del  mal,  á  fin  de 
qne  sigáis  el  que  más  agrade  &  vuestra  conciencia.  Lejos  de- mí  está  la 
idea  de  extraviaros,  no  menos  que  la  de  halagar  vuestras  pasiones;  por 
que  yo  estoy  persuadido  de  que  poís  muy  buenas  hojas,  como  4fce  el 
vulgo;  es  decir,  que  sois  como  las  espadas  de  Toledo,  que  ni  se  pandean, 
ni  se  quiebran  jamás.  Yo  no  grabaré  en  vuestras  almas  sensibles  sig- 
nos que  reprueba  la  moral,  ni  nociones  contrarias  á  los  preceptos  que 
Dios  sancionara  en  el  Sinaí.  Nó,  hermanos  míos;  yo  no  querría  salir  de 
aquí  como  Gobernador  que  se  alza  con  el  santo  y  la  limosna,  como  el 
perrito  que  se  comió  el  jamón.  Y  tú,  divinidad  augusta  que  habitas  el 
Olimpo,  presidiendo  desde  allí  nuestros  destinos;  sublime  RAZÓN,  ilu- 
mina nuestros  espíritus;  dá  á  mi  voz  inflexiones  Suaves  como  los  cantos 
de  la  alondra,  no  «orno  el  graznido  de  las  aves  de  rapiña,  ó  lo  que  es  lo 
mismo,  como  el  rispido  acento  del  administrador  de  contribuciones  que 
hace  uso  de  la  facultad  económico-coactiva;  infunde  valor  á  mis  pala- 
bras, y  que  ellas  muevan  el  corazón  de  mis  oyentes.  Henchidos  de  gozo, 
rebozando  alegría,  como  si  ya  viéramos  á  don  Pepe  sumido  en  el  olvi- 
do; elevando  hasta  tu  trono  nuestras  alabanzas,  como  las  que  mandan 
en  coro  al  Gobernador  del  Estado  los  que  temen  perder  sus  destinitos; 
nuestros  ruegos  á  tí,  RAZÓN  querida,  llegan  como  k  las  nubes  los  cu- 
chicheos'de  las  beatas  y  los- gemidos  de  la  sociedad  católica,  viendo 
que  se  le  escapa  su  poder. 

jRAZON  sublime!  Con  la  ciega  fe  del  corazón;  con  el  júbilo  de  los 
sentidos;  con  las  efusiones  del  alma,  los  que  van  á  oir,  te  saludan;  los 
que  van  á  decir,  te  bendicen. — Ave  María. 


. 116. 

«■  ■— —     ii      ii      ■     i     i         ■■  i  i  ni  i  *  .1  i  — — ^r       _i 

Los  atenienses,  venerable  auditorio,  auditorio  respetable,  elevaron 
un  altar  al  Dios  no  conocido.  San  Pablo  les  decía:  <iOs  hablo  á  nom- 
bre de  ese  Dios  que  amáis  sin  conocer,  u  Así  entre  nosotros,  hermanos 
míos,  al  levantarse  esa  pléyade  de  oradores  en  cada  templo  que  sin 
conocer  la  RAZÓN  ni  el  buen  sentido,  le  tributan  homenajes;  predica- 
dores á  la  Fray  Gerundio  de  Campazas,  que  convierten  la  cátedra  e- 
vangélica  en  instrumento  de  odios;  que  llevan  allí  sus  rencores,  en  vez 
de  la  verdad  santa  y  la  mansedumbre  del  ciudadano  Jesxít*  de  Naza 
reth;  á  ellos  puedo  decir  lo  que  el  Apóstol  á  los  Atenienses. . . .  nos 
hablo  a  nombre  de  esa  deidad,  de  ese  Dios  que  amáis  sin  conocer.it 
Volved  la  vista  hacia  atrás,  hermanos  míos;  fijad  la  vista  en  Jesucristo 
y  en  los  doce  discípulos  que  fueron  los  propagadores  de  su  doctrina. 
¡Oh  poder  de  la  impotencial  Si  Jesucristo  en  vez  de  doce  pescado- 
res ignorantes  y  pusilánimes  hubiera  elegido  á  doce  indios  de  raza  pu- 
ra, morrocotudos  y  tesoneros  como  D.  Benito  Juárez,  no  lo  ha- 
brían trinado  los  picaros  judíos,  y  todavía  les  estarían  dando  guerra; 
ellos  llevaron  consigo  la  luz  del  Evangelio,  la  paz,  la  mansedumbre,  la  re- 
signación, la  humildad,  la  abnegación  del  sacrificio.  Combatían  los  erro- 
res, pero  empleaban  la  dulzura  y  la  persuasión  para  atraer  al  buen  ca- 
mino al  pueblo  idólatra;  y  aun  Jesucristo  mismo  dirijió  á  Magdalena 
estas  frases  que  santificaron  con  el  amor  y  el  arrepentimiento  una  vi- 
da licenciosa:  uTe  perdono,  mujer,  porque  has  amado  mucho»  (Toses 
y  estornudos  del  auditorio;  inuestras  de  alegría  en  las  mujeres  que 
tienen  novio). 

Petoibo  entre  vosotros,  hermanos  míos,  un  movimiento  simultáneo, 
recíprocas  sonrisa?,  y  que  unos  á  otros  os  cerráis  el  ojo;  y  entre  voso- 
tras, palomas  sin  hiél,  cierto  cuchicheo  zumbón  que  os  asemeja  á  un 
enjambre  de  abejas  cuando  el  zángano  las  alborota.  Aplacaos,  carísimos 
oyentes,  y  escuchadme  con  atención. 

Personas  piadosísimas  he  conocido,  de  fe  ortodoxa,  de  moral  muy 
severa,  que  hap  pretendido  enmendar  la  plana  al  Divino  Maestro; 
adulteran  el  sagrado  texto,  diciendo  que  Jesús  le  dijo  á  la  hermosa 
mujer  del  pueblo  de  -Magdala  estas  palabras:  uTe  perdono,  mujer, 
porque  me  has  amado  mucho,  n  (.Nueva  agitación  en  el  auditorio; 
toses  y  estornudos,  de  las  palomas  sin  hiél).  íío,  hermanos  míos;  in- 
tercalar ese  pronombre  personal,  es  decir  una  blasfemia,  es  colgar  á 
Jesús  un  sambenito. — Pero  yo  me  distraigo,  señoras;  volvamos  á  nues- 
tro asunto  primordial. 

¡Predicadores  santos!  Amartelados  pastores,  cuya  palabra  debe  reso- 
nar en  este  recinto,  abrid  las  obras  de  Hassillón  y  de  BoBsuet,  de  La- 
cordaire  y  Frayssinous,  de  Fenelón  y  el  Padre  Félix:  sus  dulces  pa- 
labras resuenan  todavía  en  el  templo  de  Nuestra  Señora  de  Paris; 
depositaron  en  una  muchedumbre  incrédula  el  germen  de  la  verdad 
sublime;  sus  razonamientos  persuasi vos  iluminaron  sus  espíritus,  por 
que  hablaban  á  su  inteligencia,  porque  se  deslizaban  en  su  alma,  por 
que  conmovían  un  corazón  emperdenido  por  el  error  ó  debilitado  con 
la  indiferencia* eligiosa.  Allí  se  ve  combatir  el  error,  pero  con  la  aus- 


147. 

Btera  filosofía  de  la  religión,  con  los  argumentos  qne  engendra  el  buen 
\serúido^  con  los  testimonios  irrefragables  de  la  historia  y  de  la  tradi- 
ción. La  Biblia,  ese  tesoro  inagotable  de  sucesos,  donde  se  hace  el  re- 
cuento de  todas  las  miserias,  de  todos  los  vicios,  de  todas  las  virtudes 
heroicas,  se  explica,  se  comenta.  Allí  no  hay  argumentos  irracionales 
como  el  que  emplean  algunos  de  nuestros  predicadores,  cual  es  el  de  la 
fe  dd  carbonero^  hijos  de  un  entendimiento  pobre  y  de  talentos  estéri- 
les; allí  no  hay  fe  religiosa  de  jeringa,  ni  convicción  insuflada  uá  cha- 
lecotM  á  neófitos  obsecados  ó  á  un  auditorio  semi-salvaje.  Allí  no  hay 
gritos,  n^enfurecimientos  oratorios,  ni  beatas  que  lloran  y  fingen  des- 
mayarse sólo  porque  no  se  enoje  el  padrecito,  y  desespere  porque  no 
conmueve;  no,  hijos  míos  muy  queridos.  Allí  no  hay  comedias  ni  saine- 
tes  espirituales  ante  la  Divinidad,  ni  caricaturas  del  cristianismo,  ni 
aullidos  de  mujeres  soflameras,  más  intensos  cuanto  es  más  estentórea 
la  voz  de  un  orador  de  anchos  pulmones.  Los  gritos  y  las  regañadas 
groseras  no  hablan  á  la  razón;  las  diatribas  y  los  insultos,  la  admonición 
al  borrachito  que  está  delante,  las  indirectas  del  Padre  Cobos  á  la  pe- 
cadora que  busca  en  el  templo  consuelos,  porque  en  el  mundo  se  cubrió 
con  el  maüto  de  la  hetaira;  los  arpoqazos  al  liberal  nque  fue  á  meterse 
allí  para  oler  y  estornudar^  son  contrarios  á  la  caridad  evangélica; 
son  contraproducentes  y  más  eficaces  para  alejar  del  recinto  sagrado 
al  pecador,  que  para  inspirarle  el  arrepentimiento. 

Tales  predicaciones  revelan  ignorancia,  hijos  míos,  poco  conocimien- 
to de  los  fundamentos  de  la  religión,  y  un  ingenio  pobre  y  mezquino 
digno  sólo  de  mostrarse  á  un  auditorio  salvaje,  pero  no  católico. 

[Hermanos  míos  muy  queridos!  Vosotros  que  tenéis  la  misión  de  se- 
ñalar á  la  oveja  descarriada  el  sendero  del  redil,  y  á  su  inteligencia 
obtusa  las  verdades  de  una  religión  santa,  y  á  la  inflexibilidad  del  in 
crédulo  la  luz  meridiana  del  Evangelio;  cuando  subáis  á  la  Cátedra  del 
Espíritu  Santo,  armaos  de  la  piedad  que  animara  á  Pablo;  que  vuestras 
palabras  llevando  el  germen  de  la  verdad  cristiana,  se  deslicen  suaves 
y  serenas  como  la  corriente  mansa  que  lleva  entre  sus  ondas  una  flor 
delicada.  Depositad  en  el  alma  del  impío,  en  el  corazón  del  liberal,  en 
la  conciencia  del  incrédulo,  con  amor,  con  dulzura,  con  persuación,  la 
semilla  de  una  verdad  sagrada;  depositadla,  predicadores,  que  ella  ger- 
minará; ella  dará  flores;  ella  producirá  frutop  cuando  llegue  el  día  en 
que  el  corazón  lacerado  busque  á  Dios;  cuando  la  tribulación  busque 
las  expansiones  consoladoras  de  la  amistad  y  de  la  fe  religiosa;  de  la 
misma  manera  que  el  labrador  deposita  bajo  lft  tierra  la  semilla  que 
crecerá  con  el  calor  de  la  Primavera. 

No  forméis  de  la  religión  una  caricatura,  hermanos  mica  muy  que- 
ridos; aquellos  de  vosotros,  puramente  lárragos,  puramente  miseritos, 
no  profánela  ese  lugar  sagrado  donde  hoy  suben,  no  el  talento  y  la 
instrucción,  sino  sólo  los  ordenados  in,  sacris;  si  queréis  dirijir  vuestros 
consejos  á  las  chivitas  descarriadas,  no  hagáis  lo  que  el  mastín  que 
asusta  con  sus  ladridos  y  mordiscos;  leed  á  Masillón;  leed  á  Fenelón; 
impregnaos  de  sus  doctrinas,  de  sus  preceptos,  y  trasmitidlos  á  la  mu- 


. 148. 

===g==g=         III.  lili    ==: 

chedumbre:  más  vale  tomar  prestados  los  vistosos  plumajes  del  pa- 
vo real  que  mostrar  las  poridades  de  un  cerebro  vacío,  descarnado  y 
sin  plumaje. 

Aprovechad  el  siguiente  ejemplo  que  cita  Fígaro.  H 

Un  predicador  dirijió  á  su  auditorio  en  tono  de  interjección  estas 

palabras: — nVen  acá,  hombre  lascivo  y  mujer  prostituta ti 

y  luego  se  levantaron  un  hombre  y  una  mujer,  diciendo:  nHáganse  á 
un  lado,  señores,  que  nos  llama  el  padre,  m 

Hermanos  míos  carísimos;  la  polvareda  *  que  han  levantado  en  la 
República  Mexicana  las  leyes  de  Reforma  elevadas  al  rungo  de  precep- 
tos corfbtitucionales,  y  los  anatemas  que  se  han  fulminado  contra  aque- 
llos que  ofrezcan  obedecerlas  y  hacerlas  cumplir,  tóuy  especialmente 
por  los  pastores  católicos,  rae  han  obligado,  hijos  míos  muy  queridos,  á 
dirijiros  mis  dulcísimas  palabras  que  irán  á  fortalecer  vuestras  creen- 
cias, ya  políticas,  ya  religiosas  sin  que  por  otra  parte  puedan  sufrir  me- 
noscabo los  principios  progresistas  que  habéis  profesado.  £1  que  tonga 
oídos  que  ciga>y  el  que  tenga  ojos  que  rea,  para  que  se  persuadan  que 
esas  tempestades  ocasionadas  por  una  pila  de  Volta,  ni  afectan  el  dog- 
ma católico  reconocido  en  el  Universo,  ni  pueden  contener  la  marcha 
segura  de  la  civilización. 

Ved,  mis  hijos  carísimos,  como  están  frente  á  frente  de  la  Constitu- 
ción y  del  absolutismo,  el  Siglo  XIX  y  la  Voz  de  México;  el  fanatis- 
mo y  el  progreso,  la  religión  y  la  libertad.  Mirad,  propagadores  de  una 
religión  santa,  como  están  dos  mochilleres  de  raza  inglesa,  D.  Pelagio 
y  D.  Sebastian,  gerente  el  uno  de  la  Iglesia  católica,  y  gallo  de  estaca 
el  otro  de  la  comunióu  liberal.  Escuchad  la  voz  de  los  tribunos,  y  la 
palabra  del  sacerdocio;  recoged  unas  y  otras  razones  en  vuestro  espíri- 
tu, prohijaJas  con  amor,  y  poniéndolas  en  la  balanza  de  vuestro  ra- 
ciocinio, pueda  inclinarse  vuestra  voluntad  hacia  quien  tenga  la  jus- 
ticia. 

Nada  tiene  que  ver  en  este  ca6o  la  cuestión  política  con  la  cuestión 
religiosa,  si  alguno  pretende  caminar  al  frente  del  progreso.  México, 
al  dar  sue  leyes,  al  dar  al  pueblo  instituciones,  no  debe  sancionar  co- 
mo benéncad  las  exigencias  de  partidarios  que  son  opresores  á  otros, 
sino  conceder  iguales  garantías.  «.No  quieras  para  otro  lo  que  no  quie- 
ras para  tí,n  dice  una  máxima  evangélica;  y  todos  los  hombres  y  todos 
los  partidarios  debían  practicarla  como  el  fundamento  de  la'  moral 
universal  Parece,  hijos  míos  muy  amados,  que  los  directores  de  una 
grey  católica,  olvidan  que  en  los  países  en  que  no  se  profesa  su  reli- 
gión, se  predica  constantemente  la  tolerancia  de  todas  las  creencias  co- 
mo un  medio  expeditivo  para  llegar  á  la  cúspide  de  la  civilización  mo- 
derna. En  la  culta  Francia,  en  medio  de  un  pueblo  eminentemente 
cristiano,  y  á  mayor  abundamiento,  católico,  el  sabio  Fenelón,  el  vir- 
tuoso Obispo  de  Cambray,  que  será  considerado  más  tarde  como  uno  H 
de  los  Padres  de  la  Iglesia  romana,  aconsejaba  á  su  príncipe  educando  I 
estas  evangélicas  palabras:  ^Conceded  á  todos  la  tolerancia  civü.u  ¿Me  I 
vais  comprendiendo?  I 


149. 

Esas  leyes  de  reforma,  ¡oh  liberales  predilectos  de  mi  corazón!  ¡oh 
conservadores  inocentes  4  quienes  idolatra  el  alma  mía!  no  afectan  en 
manera  alguna  las  creencias,  pues  en  ellas  no  se  niegan  las  tradicio- 
nes que  constituyen  el  dcgma  católico;  no  se  dice  que  el  Papa  no  de- 
be ser  el  Vicario  de  la  Iglesia;  ni  que  carezca  de  infalibilidad,  ni  que 
no  debe  haber  Sacramentos;  el  legislador  no  ha  querido  convertirse  en 
deificador  de  los  hombres,  ni  en  perseguidor  d*  religiones,  y  los  deja 
expeditos  para  que  todos  eleven  a  dogma  las  verdades  ó  los  errores  y 
establezcan  como  les  plazca  sus  relaciones  con  la  Divinidad. 

Desoid  i  oh  liberales!  no  escuchéis  ¡oh  conservadores!  las  palabras 
insidiosas  de  aquellos  sacerdotes  católicos  aue  convierten  el  templo  en 
baluarte  de  un  partido  político  de  execrable  memoria,  y  las  creencias 
religiosas  en  locomotoras  revolucionarias.  las  leyes  de  reforma,  des- 
tellos divinos  del  sol  de  la  civilización  moderna,  contienen  el  germen 
dn  principios  saludables,  que  los  católicos  oprimidos  invocan  á  todas 
horas.  La  tolerancia  de  cultos,  es  benéfica  én  nuestro^país  porque  es- 
tablece, más  que  la  rivalidad,  la  emulación;  más  que  los  odios  religio- 
sos, la  discusión  de  donde  brotar  debe  la  radiante  verdad,  la  austera 
filosofía,  en  que  -el  catolicismo  podría  salir  triunfante.  México,  esa 
ciudad  alegre  y  religiosa,  que  ostenta  como  un  testimonio  de  fanatis- 
mo y  de  ilustración  los  mil  campanarios  de  sus  templos,  dormía  tran- 
quila abrigada  por  su  fe,  y  apenas  daba  pasos  en  el  camino  del  pro- 
greso; la  tradición  cristiana  se  esparcía  en  las  masas  populares  como 
la  lluvia  benéfica  que  fertiliza  los  campos  vírgenes  y  sin  cultivo,  y 
que  sólo  produce  entre  espinos  y,  malezas  alguna  que  otra  flor.  Mas 
vino  la  tolerancia,  y  con  ella  los  asociados  de  todas  las  religiones,  y 
luego  la  competencia,  y  los  choques  de  la  discusión  que  esparcen  su  laz 
radiante,  como  sale  la  chispa  al  choque  del  pedernal  y  del  acero;  y 
el  clero  católico  entró  en  actividad,  y  despertó  de  su  indolencia,  y  fun- 
dó escuelas  y  colegios,  y  multiplicó  sus  predicaciones,  y  fundó  sus  so- 
ciedades de  propaganda,  y  todo  en  conjunto  avivó  la  fe  cristiana  casi 
amortiguada. 

La  dase  indígena,  sepultada  en  la  ignorancia,  tenía  como  fe  re- 
ligiosa nada  más  que  el  nombre  de  cristiana.  Se  entregaba  por  una 
parte,  ¿  las  prácticas  de  su  antiguo  culto  idólatra,  y  por  otra  al  ejer- 
cicio llamado  católico  por  anomalía,  que  tolera  la  superstición  de  los 
indios  ignorantes,  y  esa  mezcla  del  paganismo  y  del  cristianismo.  Pero 
vino  el  temor  de  que  esa  mnchedumbre  idólatra,  que  no  ama  á  Dios 
sino  por  la  percepción  sentimental  de  positivos  beneficios,  fuera  á  pos- 
trarse á  los  pies  de  pastores  de  la  Iglesia  anglicana,  en  todas  sus  rami- 
ficaciones, y  el  clero  de  nuestro  país  comenzó  á  infundirle  sus  creen- 
cias, á  hablar  á  su  razón,  á  hacerle  comprender  los  dogmas;  y  la  clase 
desheredada  de  los  beneficios  de  la  civilización  entra  en  el  círculo  de. 
los  catecúmenos;  y  recibe  en  su  alma  los  destellos  de  la  luz  evangélica. 
Apenas  hay  un  pueblo  donde  el  clero  católico  no  haya  fundado  escue- 
las, y  en  muchos,  algunos  colegios,  sistema  de  enseñanza  que  antes  no 
se  conocía.  Estes  beneficios  ¿«e  deben  exclusivamente  al  deseo  de  pro.  ! 
pagar  la  ilustración?  No,  se  deben  á  la  emulación;  al  temor  de  ver  que  I 


150, 

otras  religiones  activas  y  ardientes  en  su  propaganda,  desalojaran  de 
su  influencia  á  un  clero  que  se  envejecía  y  dormía  tranquilo  en  el  go- 
ce de  sus  antiguos  triunfos. 

^  Bendecid,  hijos  mios  muy  amados,  nuestro  gran  principio  constitu- 
cional que  proteje  todas  las  creencias  y  que  ha  ocasionado  esa  regene- 
ración en  el  pueblo  y  aun  en  el  sacerdocio  romano:  bendecidle,  herma- 
nos carísimos,  porque  la  instrucción  en  México  se  desarrolla  en  gran- 
de escala;  porque  la  sociedad  católica  funda  escuelas  y  colegios  donde 
los  establecen  las  sectas  protestantes;  porque  la  Compañía  lancaste- 
riana,  el  gobierno  y  el  municipio,  fundan  también  esos  benéficos  plan- 
teles, estimulados  todos  por  el  deseo  de  hacer  la  propaganda  de  prin- 
cipios políticos  ó  religiosos. 

El  clero  católico,  en  su  avidez  por  dominar  Jas  conciencias,  arriesga 
el  depósito  sagrado  de  su  fe  por  navegar  en  ese  piélago  insondable  y 
tempestuoso  de  la  política,  donde  han  zozobrado  tantas  veces  los  baje- 
les de  la  Iglesia  romana.  Allí  están  Inglaterra,  Alemania  y  la  mayor 
parte  de  los  pueblos  sajones  que  trocaron  sus  creencias  por  las  de  los 
reformadores  anglicanos. 

Leed,  hijos  míos,  las  pastorales  de  nuestros  Obipf  os  que  combaten 
en  nuestro  país  la  reforma;  mirad  la  c  ntradiccíón  más  m  <n>trnosa  en- 
tre los  hechos  y  las  teorías,  entre  el  interés  y  las  doctrinas  más  santas. 
Mirad  al  ilustre  mitrado  Sr.  Sollano,  Obispo  de  León,  que  denuncia 
bienes  de  la  Iglesia  en  México,  conforme  á  la  ley  de  desamortización, 
y  que  luego  las  combate  como  heréticas.  Esto  prueba  que  alienta  el 
deseo  de  trastornar  un  orden  político  más  bien  que  el  de  combatir  x\n 
error  religiosa  Rogad  á  Dios,  demócratas  y  progresistas,  y  demás 
hermanos  del  cordón  liberal,  porque  mande  su  luz  y  sus  miradas  hacia 
ese  príncipe  de  la  Iglesia,  excomulgado  por  sí  mismo,  y  que  ha  engu- 
llido sus  propias  censuras,  como  aquellas  aves  gallináceas  qu  devoran 
el  fruto*  de  su  propio  vientre. 

Protestad,  ¡oh  liberales!  esas  leyes  de  reforma  y  obedecedlas;  ellas  no 
son  contrarias  á  los  dogmas  y  tradiciones  del  catolicismo,  y  aun  cuan- 
do lo  fueran,  recordad  que  Jesucristo  y  los  Apóstoles  recomendaban 
obedecer  á  las  autoridades  gentílicas.  Recordad  también  que  esas  leyes 
no  son  condenadas,  sino  antes  bien,  apetecidas,  por  la  Iglesia  católica, 
es  decir  universal,  en  todos  los  países  intolerantes. 

No  cnlpeis  de  malévola  mi  intención  ni  de  muy  severas  mis  pala- 
bras; recordad  sólo  las  palabras  del  Apóstol  San  Pablo:    nSi  he  habla- 
do neciamente,  vosotros  me  habéis  obligado.  . 
.  (Para  mover  á  sus  oyentes  Fray  Robustiano  no  echó  la  bendición; 

Eero  á  estos  les  hizo  tanta  fuerza  como  el  agua  ¿  los  que  oyen 
over  y  no  se  mojan). 


151. 


JUEGO  DE  PRENDAS. 


Aplaudir  debemos  los  adelantos  de  nuestro  siglo,  simbolizados  en 
los  juegos  de  sociedad. 

Un  señor  llamado  Refugio  Soto  fué  preso  y  acusado  de  que  sustra- 
jo unas  muías  pertenecientes  al  Sr.  D,  Fulano  de  Tal.  El  Supremo  Tri- 
bunal de  Justicia  lo  absolvió,  por  lo  que  quedó  en  libertad.  Esto  se  lla- 
ma en  el  juego  de  prendas  un  favor  y  un  disfavor. 

El  reo,  ya  justificado,  profirió  las  siguientes  palabras  que  tal  vez 
fueron  su  sentencia  de  muerte:  ti  He  sufrido  injustamenie  una  prisión 
de  veintidós  meses,  sólo  po*  ser  muy  hombre,  pues  se  me  suplicó  no 
pusiera  en  la  pista  á  la  justicia  para  descubrir  quienes  son  los  ladro- 
nes, que  los  cubre  la  buena  fama  de  hombres  honrados;  pero  iré  á  Mé- 
xico y  diré  al   dueño  cuales  son  las  personas  decentes  que  tiene  en  su 

Hacienda  de que  preparan»  dirijen  y  encubren   loa  robos  que 

se  le  hacen.  Estos,  poniendo  a  Fulano  una  cara  compungida,  le  dirán: 

— tiSi  yo  fuera  papel,  ¿qué  hiciera  vd.  con  él?» 

Pocos  días  después  fué  aprehendido  en  su  casa  Refugio  Soto,  á  las 
doce  de  la  noche,  y  acto  continuo  lo  sacaron  de  está  ciudad  para  man- 
darlo a  Villanueva  (¿á  vida  nueva?)  que  pertenece  ai  Estado  de  Zaca- 
tecas, pues  lo  pidieron  á  éstas  aquellas  autoridades. 

Esto  se  llama  pedir  un  abrazo  rogado. . 

El  presunto  reo  presintió  su  vida-nueva,  su  próximo  sacrificio,  y  con 
gritos  desaforados  pedía  auxilio,  resistiéndose  &  salir  del  cuartel;  pero 
la  policía  le  puso  un  freno  sofocante  con  algunos  trapos  al  conducirlo 
á  su  destino.  Al  llegar  &  la  línea  divisoria  de  los  Estados  lo  recibió  un 
Sr.  N.  Mendoza,  jefe  de  acordada,  y  lo  pasó  para  Vida-nueva  antes  de 
llegar  á  Villanueva.  *  / 

Esta  sentencia  se  llama:  » Juan,  apague  vd.  esa  vela.» 

Por  acá  se  dijo  de  mucho  secreto  que  se  había  hecho  un  robo  de  re- 
ses  por  Juchipila  y  Villanueva,  siendo  autor  el  ¡reo  mencionado.-^El 
juego  se  llama  se&reto  á  voces. 

Un  abogado  ilustre  pidió  amparo,  pero  como  el  pajaróse  le  arrebató 
á  una  hora  avanzada  de  la  noche,  llevándolo  en  jaula  y  por  caminos 
extraviados,  no  hubo  amparo,  puesto  que  el  Juez  de  Distrito  no  es  per- 


152. 


diguero  para  andar  olfateando  rastros;  se  quedó  el  defensor  á  la  luna 
de  Valencia,  es  decir,  lo  poso  el  Juez  de  Distrito  á  qne  adivinara  la 
palabra. 

En  este  mundo  hay  casos  en  que  la  justicia  trueca  los  papeles;  se 
defiende  á  los  reos  después  de  sentenciados  en  todas,  todas  sus  instan- 
cias, y  ella  se  disimula  para  que  sean  sacrificadas  personas  que  tal  vez 
son  inocentes  ^—Fíjense  nuestros  lectores.. 

Esta  sentencia  consiste  en  ensartar  agnjas  teniendo  los  ojos  venda- 
dos, y  sentado  el  paciente  sobre  una  botella.  Ea  muy  divertida,  y  para 
desternillarse  de  risa. 

Siga  ía  anderga. 

Pocas  horas  después  se  puso  en  la  cárcel  á  otro  sospechoso  llamado 
Ponciano  Gutiérrez,  á  quien  se  cree  cómplice  de  Refugio  Sota     Inme- 

I"  diatamente  se  pidió  el  amparo  temiendo  á  la  madrugada  que  ocasio- 
nar pudiera  un  estornudo,  un  tremendo  constipado;  que  trajera  la  toó 
ferina,  y  luego  bascas.  ¡¡Ni  por  esas!!  Se  sacó  al  reo  á  buena  hora  f aera 
de  la  ciudad  y  se  le  fusiló  también  sin  forma  de  proceso,  sin  atender  á 
las  quejas  y  reclamaciones  del  que  pidió  ampara  En  la  tardanza  es- 
tuvo el  peligro.  Después  de  la  tragedia  tiene  que  venir  el  entremés. 

Aquí  el  Juez  de  Distrito  le  dijo  al  defensor  jugando  al  burro: 
Toma  esta  canastita 
Llena  de  pozas 
¡Quién  te  manda  ser  burro/ 
¿Por  qué  no  abrasas t 

No  sabemos  quién  ordenó  la  prisión  y  marcha  del  presunto  reo,  ni 
quien  hizo  el  milagro  de  que  estando  bien  amarrado,  éste  había  de 
correr  para  qne  llevara  su  merecida  en  la  carrera,  como  las  liebres 
que  cazaban  los  franceses  no  queriendo  que  se  les  acusara  de  asesi- 
nos. (Gutiérrez  fué  fusilado  en  el  arroyo  del  Venadero:  ¡del  venadero 
había  de  ser! 

El  jefe  derla  policía  no  llegó  á  saber,  ni  á  sospechar  siquiera,  que  se 
había  de  matar  i  un  hombre  por  sus  custodios,  y  salió  con  su  pecho 
sano,  pero  eso  sí,  con  escolta  y  parihuela,  con  la  inocencia  de  S.  Juan 
cuando  recorría  el  camino  del  Gólgota,  á  indagar  lo  que  por  ahí  pa- 
sara. 

El  cadáver  del  desgraciado  Gutiérrez  estuvo  tirado  en  el  camino  del 
Venadero  esperando  unos  compasivos  lobos  que  por  piedad  le  dieran, 
no  sepultura  eclesiástica  sino  lobística,  en  sus  caritativos  estómagos; 
pero  he  aquí  que  al  presentarse  la  policía  se  aparece  el  difunto.  Se  ha 
cen  cruces  indagando  quien  pudo  cometer  ese  desaguisado;  pero  pre- 
sumen que  el  muerto  fué  un  reo  que  sin  orden  lo  fusiló  el  jefe  de  la  es- 
colta, porque  estaba  alumbradüa,  no  el  muerto,  sino  el  jefe.  A  esta 
sentencia  se  le  dá  el  nombre  de  manos  postizas 

Entonces  ya  no  conoció  límite  la  indignación  del  jefe  de  policía,  por 

B te  sin  tapar  el  ojo  al  macho  violaron  las  garantías  constitucionales, 
e  pronto  cargó  con  el  muerto  para  ver  &  quién  se  le  hacían  cargar 


153  

después,  avisó  á  la  justicia  y  comenzó  á  dar  principio  el  empiezo  de  las 
primeras  averiguaciones. 

Se  le  dijo  á  la  justicia 

—  Como  sentida  y  agraviada  ¿qué  le  mandas  al  dueño  de  la  prenda 
que  va  á  salir? 

— Que  se  ponga  á  mi  disposición — Dice  la  Justicia^levantando  las 
balanzas  y  la  espada,  pero  no  la  venda  de  sus  ojos. 

Entra  el  jefe  de  la  escolta. 

t — Aquí  mn  tienes,  bien  mío;  mándame  lo  que  quisieres. 

— ¿Qui¿n  mató  al  difunto  que  ustedes  conducían  preso? 

— Mis  soldados,  porque  se  quiso  fugar;  yo  ordené  que  se  le  hiciera 
fuego  en  la  carrera. 

— Acusado,  los  tiros  fueron  disparados  por  delante,  y  no  por  la  es- 
palda, ¿cómo  podía  correr  hacia  atr&3?  ¿era  cangrejo?  A  otro  can  con 
ese  hueso. 

— Se  nos  quiso  echar  encima. 

¡Oh  portento!  Se  dice  que  todo  podrá  hacerse  con  las  bayonetas,  me- 
nos echarse  sobre  ellas;  el  reo  ha  demostrado  que  eso  es  mentira,  y 
que  corriendo  para  atrás  no  se  pued«  uno  arrojar  al  co6tal  de  las  ales- 
nas. 

— ¡Bien!  usted  ha  cumplido  con  su  deber.  Que  se  presenten  los  sol- 
dados, los  guardianes  de  la  ley. 

Los  soldado-verdugos  declaran  que  rio  es  cierto  que  quería  fugarse 
el  reo,  sino  que  el  jefe  lo  mandó  fusilar  por  ordenes  de  arriba. 

La  sentencia  consiste  en  que  los  soldados  cuelguen  un  pito  al  jefe, 
que  es  el  dueño  de  la  prenda,  para  que  todos  le  silben  por  su  torpeza; 
pero  el  juez  de  la  averiguación  ya  le  dará  un  escapulario  para  que 
nadie  le  exija  más  tarde  la  responsabilidad  por  haber  hecho  un  difun- 
to- ¿Qué  delito  es  ese?  Que  haya  un  cadáver  más,  ¿qué  importa  al 
mundo? 

Esta  sentencia  se  denomina:  escpj,ina  de  provincia,  porque  todo  bo- 
rracho puede  hacer  en  ella  lo  que  se  le  antoje,  desde  pegar  pasquines 
hasta  convertirla  en  mingitorio. 

El  jefe  de  la  escolta  debía  estar  preso,  porque  no  llevando  orden 
fusiló  al  reo. . .  .Pero. . . .¡Ayúdenme  ustedes  á  sentir. . . .!  estaba  tan 
trompeto  el  angelito,  que  no  supo  lo  que  hizo.  £/entro  de  ocho  días 
estará  su  inocencia  más  depurada  que  la  gota  de  rocío  que  cae  sobre 
la  rosa  de  castilla  en  rama.  Con  su  escapulario  ya  quedará  en  liber- 
tad. 

Esperen  nuestros  lectores  nuevos  escándalos. 

"El  Fandangon  y  »»La  Instrucción  del  Pueblo»  se  reunirán  para  ha- 
cer oír  "el  dulce  lamentar  de  dos  pastores;»  así  como  las  viudas  que  se 
reúnen  para  acordarse  de  sus  difnntos,  gimiendo  y  libando;  una,  por- 
que los  fusilaron  sin  confesión;  la  otra,  porque  lo  despacharon  sin 
confesión  con  cargos,  sin  penitencia  ó  absolución,  es  decir,  sin  formar 
un  proceso;  una  pone  sus  gritos  de  piedad  en  el  cielo;  otra,  sus  clamo- 
res de  desesperación  en  los  infiernos. 


154 

Después  hemos  de  jugar  al  pan  y  queso,  y  más  tarde  á  la  gallina 
ciega. 

Hemos  llegado  ya  al  más  alto  grado  de  cultura  á  que  es  posible  as- 
pirar; al  caso  solemnísimo  en  que  la  Justicia  y  la  sociedad  tienen  qué 
honrar  at  verdugo:  este  no  es  ya  un  ser  degradado;  sino  ejecutor 
¡  inviolable   de  la  ley-fuga,  de  la  célebre  ley  del  embudo. 


CASA  DE  ORATES. 

TRAei-COfflEDIA.MIMO-DRAMATICO-SEMTIMESTAl. 


PERSONAJES.— E(  Marqués  de  Caravaca  — 0  Líe.  D  Pepe  Rehilete ,— D.  Perico  coto- 

rrll .— D.  Uusdeo.Hton$ieir  6aIlois — ES  Uc.  D.  Juan  de  ia  Vidriera*— El  .Dcotcr  He- 

rioo.-EI  Jefe  Político- — B  Jefe  de  la  Policía— Un  Guarda. 


Acto  feaieo. 

PASA  LA  ESCENA  EN  1888. 


La  escena  representa  el  cuarto  de  un  Hotel  convertid*"»  en  templo  de 
Bacq,  y  adornado  de  coronas  con  hojas  de  parra;  sobre  la  mesa  habrá 
botellas  vacías,  copas  quebradas  y  sombreros  apachurrados,  todo  en 
desorden.  Por  el  cuarto  se  miran  esparcidas  sillas  desvencijadas:  como 
olvidada  en  un  rincón  habrá  una  palmeta  para  enseñar  la  ciencia  á  los 
¡  colegiales;  una  mordaza  y  demás  geroglíficos,  atributos  de  la  justa- 
i  cia,  como  son  una  geringa  de  caballo,  una  espada  hecha  tirabuzón»  una 
venda  deshilacliada  y  unas  balanzas  desniveladas. 

ESCENA  I. 

D.  Perico.— NAlabao  sea  Dio,  señore;  Uegamo  á  puerto  de  salvación 
depué  de  haber  sufrió  la  borrajea  má  epantosa  que  se  regijtra  en  la 
historia  de  lo  .borracho  ma  célebre.  Paisano,  hombre;  despierteuté  y 
deje  de  dormir  la  mona,  que  vamo  á  ve  si  tomamo  otra  copa  pa  re- 
fejcá  el  galillo. 


155  

El  Marqués  de  Caravaca. — Todos  están  templados  como  las  guita- 
rras subidas  al  tono  de  orquesta;  si  los  estoy  mirando  como  un  puñado 
de  muñecos,  canario!! 

D.  Lausdeo.r-üsted  nos  reunió  en  este  cuarto  para  celebrar  una 
fiesta  y  beber  el  Cariñena  y  el  vino  de  la  ítioja  en  cantidad  exorbi- 
tante; de  manera  que  se  nos  han  puesto  los  ojos  muy  torcidos. 

Licenciado  Rehiletes-Don  Perico  se  puso  tan  alumbrado,  que  hizo  se 
le  desbocaran  los  caballos  de  la  carretela. 

D.  Perico.— -xQuite  ute'  allá,  hombre;  si  no  me  ha  vistusté  bien  pei- 
nao;  soy  hombre  comunicativo  y  de  chispa,  locuá  y  divertío  como  un 
andalú  que  apechuga  un  par  de  caña. 

Todos. — ¡Viva  Don  Perico!— s Viva! 

Rehilete. — Y  todos  nosotros  que  también  tenemos  chispa,  pondre- 
mos á  sus  plantas  nuestras  capas  y  nuestros  sombreros  para  que  sirvan 
de  tapete  al  i/>ás  simpático  de  los  pericos. 

(Todos  ponen  sus  sombreros  en  el  suelo;  palmotean  en  agitado 
compás,  y  Don  ^Perico,  puertas' las  manos  en  la  cintura,  pasa  sobre  los 
sombreros  bsilando  un  paso  de  punta  y  talón.  Sale  D.  Perico,  y  vuel- 
ve después.)  v 

ESCENA  II. 

El  Marqués. — ¿Saben  ustedes  lo  que  yo  estoy  pensando?  que  todos 
ustedes  son  unos  hótentotes,  unos  mamelucos;  que  3on  licenciados  sólo 
por  un  descuido  de  la  Providencia,  fulleros,  picapleitos  y  sanguijuelas 
del  erario? 

Rehilete.— >[Blandiendo  ei  flexible  bastón.]  Esas  palabras  piden  san- 


gre 


caballero. 


El  Marqués. — La  sacaré  de  usted;  y  si  alguno  de  la  rueda  se  pica, 
que  grite  y  que  blasfeme,  que  aquí  estoy  yo  para  aplacarle  el  resuello. 

Don  Lausdeo. — iSílencio!  ¡orden!  ¡moderación! 

Don  Perico,  (Entrando  precipitado)  En  ejia  casa  nadie  me  levanta  el 
chullo. 

El  Marqués  (con  belicosa  ironía)  ¡Si  yo  vine  aquí  para  que  un  pica- 
pleitos me  zurrara  la  pavana!  ¡si  yo  vine  aqu¿  para  que  me  pusieran 
una  al  barda!  ¡si  yo  vine  aquí  para  que  me  pusfenan  una  grupera!  Si 
s<  ré  yo  un  machitq  sofrenado  al  que  s'e  perspga  en  un  bramadero! 
Entre  tanto,  le  remito  á  usted  ese  bofetón  y  vuelva  usted  por  otro. 

(El  Licenciado  Rehilete  recibe  un  par  de  sonoras  cachetadas,  de 
chuparse  el  dedo  y  hacer  un  gesto.) 

Rhilete.r-\lrsL  del  cielo!  (remangando  encoraginado  las  mangas  de 
su  levita)  Otras  cachetadas  ^e  las  irá  usted  á  obsequiar  á   su  mamá. 

(Vienen  a  las  manos  el  Marqués  y  Licenciado.  Intercede  D.  Laus- 
deo. El  Marque  cae  de  espaldas  en  posición  inconveniente,  dejando 
escapar  un  pujido*  el  Licenciado  monta  sobre  éste  con  el  desparpajo 
de  un  maestro  de  equitación,  lo  espolea  y  lo  estrangula.) 


156 

■-■■«'■■■■  ■  ■  ■  ""  '  ■  ■      i  i  ■    ■        ■■      |_  — ~Mg=*=±¡ 

El  Marqués  (al  caer)  ¡Jesús  me  valga!  (con  voz  sofocada)  Auxi- 
lioooo! 

Don  Perico.r-\PoT  la  Virgen  de  Covadonga!  ¡El  Marqués  ya  saca 
tanta  lengua.  . . .! 

(Don  Lausdeo  coge  al  Licenciado  por  la  piocha,  Don  Perico  del  fal- 
dón y  Monsieur  Gallois  bajo  del  sobaco,  haciendo  esfuerzos  por  sepa- 
rarlos.) 

Gallois,  (con  acento  francés  muy  pronunciado) 
"Ni  quito  ni  pongo  rey, 
Sólo  sirvo  á  mi  señor. .. 

(El  Licenciado,  echado  chispas  de  aguardiente,  recoje  algunos  pelos 
que  quedaron  enredados  en  las  uñas  de  Don  Lausdeo.  El  Marque's  se 
levanta,  abotona  su  chaleco  y  su  corbata,  procurando  que  funcione  su 
estropeada  laringe  con  tragar  saliva.) 

El  Marqués. — ¡Aunque  uno  no  tuviera  alma  en  el  cuerpo!  (ap.) 
¡zambomba!  si  no  me  lo  han  quitado  me  estrangula. 

Licenciado. —  ¿Ha  quedado  usted  satisfecho?  si  no  lo  está  usted  le 
haré  otro  cariñito. 

El  Marqués. — Agradezca  usted  á  su  fortuna  que  me  encontré  mal 
parado,  y  por  esa  causa  me  flaquearon  las  piernas,  y  caí;  sin  esta  cir- 
cunstancia esta  es  la  hora  que  yo  estoy  en  su  abdomen  bailando  un  ri- 
godón. * 

Don  Perico. — (Al  Licenciado)  Apliqúese  uté  un  fomento  en  ese 
cardenal  que  tiene  en  la  mejilla  y  en  ese  chichón  que  en  la  frente  le 
ha  salió.  (Al  Marqués)  ¿Paisano:  cómo  no  se  volviusté  perro  y  le  dio 
á  este  condecao  un  mordisco  en  la  narí  k  usanza  de  lo  de  Cotija,  hom- 
bre? ¿Qué  provecho  ha  eacaousté  de  lo  bueno  ejemplo  hombre  de  Dio? 

Gallois.— C£ o  proponer  un  brindis  pur  la  Frans,  pur  dar  morte 
croel  á  totos  los  ingles. 

Vidriara. — No  los  mataiá  usted,  porque  me  ligan  con  ellos  víncu- 
los de  afinidad.  Yo  soy  inglés  por  mis  cuatro  lados. 

(Un  gallo  canta  entre  bastidores)  Qui-qui-riquí. 

(Una  voz  dentro)  ¡Ahora  Ponciano! 

Vidriera. — Delante  de  mí  no  pasan  abrochados  ¿está  usted? 

El  Marqués. — ¿Con  que  este  pollo  canta  en  otro  muladar?  A  San 
Pedro  le  cantó  el  gallu  porque  negó  á  su  Maestro. 

Don  Lausdeo.— \Lb,  cosa  toma  un  color  de  aurora. 

Gallois.  r~ i  Pur  cuak?  aíinitá  y  templanza. ...  la  mem  shos.  A  usté  á 
su  parreritel  y  los  ingles  me  los  meter  en  el  sobac,  y  ¡viv  la   Frans! 

Don  Lausdeo. — ¡Aprieta,  rigor  tirano!  (Monsieur  Gallois  pega  una, 
villa  en  el  sombrero  del  Sr.  de  la  Vidrieía,  sumiéndolo  hasta  los  hom- 
bros.) 

Vidriera. — ¡A  mí  tal  insulto!  ¿Y  es  usted  el  villano  que  degrada  á 
un  jurisconsulto  de  mi  gerarquía?  No  será  excusa  que  estemos  entre 
corridos  y  escasos. 

Galloü.^-\En  guardia! 
Vidriera.r-iA  las  armas! 


_,_ 157 

Lausdeo. — ¡Dios  nos  asista! 

Don  Perico.r-\Vn  juicio  de  Dio! 

Marqués. — Llamaré  á  la  policía  [Aparte  y  vásej 

Gallois. — Iremos  á  la  caréela. 

Frárímz.-^Empuñando  el  bastón)  Quítese  usted  esta  que  le  va  en 
[dirección  de  la  cabeza. 

Gallois  ¡La  tet!  ¡la  tet!  Yo  no  recibir  cachetatas  en  la  figiur. 

Vidriera.  —  ¡Toma  zopenco!  (Le  administra  un  palo!) 

Gallois. — (Al  caer  al  suelo)  ¡Caporal! 

(El  Sr.  de  la  Vidriera  dispara  tal  garrotazo  a  Monsieur  Gallois  que 
le  escurrió  el  gallo,  y  cae  al  suelo.  El  homicida  señalando  k  su  vícti- 
ma con  el  dedo,  lanza  una  estridente  carcajada) 

Vidriera.-^Jo,  ja  ja  ja 

Don  Perico. — En  su  seno  recíbalo  el  demonio. 

Don  Zautfúfea—^Santiguáüdose)  En  que  pararán  estas  misas.  (Váse) 

[Se  nota  agitación  en  la  calle;  los  serenos  echan  el  pito;  los  niños 
lloran;  las  señoras  se  desmayan;  los  ciegos  corren  ¿ando  gritos;  los 
perros  dejan  de  roer  el  hueso;  las  campanas  tocan  á  rebato.  La  natura  - 
leza  se  conmueve,  y  el  rayo,  con  fragorosa  estruende,  hiende  el  espacio: 
al  fin  llega  la  policía,  como  las  palmas  á  Toledo,  después  de  la  bendi- 
ción. 

ESCENA  III. 

El  Jefe  de  la  policía,  preparando  las  pistolas  seguido  de  otros  muchos. 

Jefe.—^ En  nombre  de  la  ley,  dense  todos  por  presos.  ¿Quién  es  el 
homicida? 

Vidiiera.r— ¿Buscan  ustedes  al  culpable?— %  Yo  soy. 

Un  policía. — Pue3  usted  va  á  la  cárcel. 

Vidrie?  a — Les  ha  de  sudar  el  copete  para  llevarme.  (Obsequia  al 
policía  con  un  bofetón). 

Jefe. — Los  muertos,  al  hospital;  los  culpables  á  donde  están  los  otros. 

(El  Sr.  de  la  Vidriera  prepara  una  segunda  batalla,  mediante  una 
segunda  botella,  que  agita  en  el  viento  como  si  fuera  la  clava  de  Hér- 
cules. Los  policías  lo  sujetan  como  á  un  energúmeno,  y  á  remolque  lo 
conducen  á  la  cárcel;  llevan  al  alumbradito  para  mayor  satisfacción, 
con  el  sorbete  á  media  cabeza). 

El  Jeje  Político  sale  al  encuentro/  y  dirije  al  público  el  siguiente: 

Se  alborotaron  los  locos 

Y  hubo  palos  y  deslices, 

Y  sangre  de  las  narices, 

Y  unos  cuantos  soplamocos. 

Estos  nenes,  aurfque  pocos, 
Dos  mil  escándalos  dan; 


158 

Hoy  la  multa  pagarán 
En  cambio  del  entremés. 

El  Jefe  de  policía. 

¡Justicia  por  Doña  Inés! 
Doctor  Merino  (corriendo.) 

¡Pero  no  contra  Don  Juan! 
(El  Doctor  Merino  lle^a  y  se  postra  en  ademán  suplicante  á  los  pies 
del  Jefe  Político). 

Caorá  el  telón.— nEI  público  silba  á  los  actores  que  se  desternilla  de 
risa. 


• 


APR9P0SIT0DEHAEJECDCI0H. 


Algunos  anos  hacía  que  en  Aguascalientes  las  ejecuciones  de  justi- 
cia no.  tenían  lugar,  por  interpretaciones  forzadas  qne  un  Juez  de  Dis- 
trito dio  á  unvartículo  constitucional;  los  delitos  atroces  y  los  crímenes 
proditorios  quedaban  impunes. 

Uno  de  nuestros  legisladores  quiso  hacernos  marchar  al  frente  de  la 
civilización  aboliendo  la  pena  de  muerte,  y  nos  sumergió  en  el  caos;  no 
precisamente  por  abolir  la  pena  de  muerte,  sino  porque  los  criminales, 
a  la  6ombra  de  ese  árbol  bendito  de  nuestras  instituciones,  encontraban 
la  impunidad. 

¿Quién  podría  ganar  una  partida  de  ese  juego  de  treinta  y  una  al  que 
para  ajustaría  tuviera  á  su  disposición  diez  cartas  acomodaticias?  Nadie 
ciertamente. 

Pues  una  cosa  semejante  sucedió  en  nuestro  suelo  para  los  delin- 
cuentes; tenían  su  manjar  para  ajustaría  cuenta  y  á  cada  paso  nos  mos- 
traban su  jueguito  perfectamente  ajustado./— Veintiséis y  el  cinco 

á  la  mano;  veinticuatro y  la  malilla   al  canto;   veintiuno y  el 

r^y  que  asoma  ¡ni  el  demonio  que  les  pueda  ganar!  La  sociedad  no 
podría  jugar  una  sola  partida  sin  perderla.  Primeramente  tunía  el  cri- 
minal la  fuga,  el  escondite,  la  protección  desde  el  primer  ministril  de 
las  bajas  regiones  del  poder,  la  de  sus  deudos  y  amigos,  y  hasta  de  la 
mamá  que  lo  parió;  después,  la  coartada  de  los  asesinos  de  oficio  que 
la  preparaban  con  habilidad.  Si  faltaban  estos  dos  recursos,  que  siem- 


159 


pre  tenían  k  la  mano,  les  quedaba  el  cohecho  en  las  puertas  de  los  juz- 
gados, en  los  fomiadores  de  causas  crimínales,  en  las  frases  de  doble 
sentido,  las  palabras  equívocas,  el  cambio  de  una  letra  en  el  nombre  y 
apellido,  eran  otros  muchos  resortes.  Entre  Teodoro  y  Doroteo;  entre 
Morón  y  Moran;  entre  estoque  y  estaca;  el  conocido  m ¡qué me  mata  don 
Antonio!»  susceptible  de  cambiar  la  esencia  del  crimen  con  una  sola 
letra,  se  confunde  con  el  que  me  matan,  don  Antonio.  Después  venían 
con  oportunidad  á  perjurarse  los  testigos  falsos,  preparados  y  dirijidos 
adhoc  por  cínicos  tinterillos:  y  si  pasaban  los  delincuentes  estas  barre- 
ras, les  bastaba  una  recomendación,  un  regalito,  una  convivialidad  al 
juez  ó  á  la  mujer  del  juez;  unos  ojitos  negros  y  pizpiretas,  un  palmito 
de  chuparse  el  dedo,  tentador  y  elocuente,  más  incisivos  que  las  filípi- 
cas de  Cicerón  contra  Cata. . .  .contra  Catilina.  Si  el  criminal  tenía  la 
desgracia  ó  la  torpeza  de  pasar  mal  por  esas  horcas  caudinas  de  la  baja 
justicia,  tenía  otra  atmósfera,,  las  altas  regiones,  donde  podia  en- 
sayar su  inventiva  juguetona  para  reclamar  justicia  ó  pedir  clemencia 
en  lo  que  siempre  encontraba  un  corazón  sensible  y  unos  ojos  dis 
puestos  á  dejar  escapar  las  lágrimas  del  cocodrilo.  Si  los  Magistrados 
eran  invulnerables  á  las  seducciones  6  sobornos,  y  hería  con  uno  de  ios 
dos  filos  de  la  espada  de  la  ley,  el  delincuente  pasaba  á  otro  mar  me- 
nos proceloso,  al  Congreso,  que  iluminaba  como  un  fanal  civilizador 
las  playas  del  crimen.  Supongamos  que  allí  se  embotaban  las  flechas 
de  un  condenado  á  muerte  y  se  negaba  el  indulto;  entonces  se  veía  ve- 
nir al  Juez  de  Distrito  á  amparar  al  ¿reo  convicto,  que  a  manera  del 
perro  del  herrero,  a  los  martillazos  duerme  y  á  las  tarascadas  des- 
pierta, pues  es  su  deber  interponerse  con  energía  entre  las  víctimas  y 
los  verdugos,  porque  la  ley  suprema  del  Estado  prohibe,  como  un  des- 
tello de  la  civilización  del  siglo,  ejecutar  la  pena  de  mnerte.  Esta  es 
otra  región  polar  donde,  si  no  hay  sol,  sí  hay  auroras  boreales  que  to- 
do lo  iluminan,  y  la  Suprema  Corte  de  Justicia  ampara  y  defiende, 
porque  también  allá  hay  corazones  sensibles  y  ojos  dispuestos  á  verter 
lágrimas  en  ese  gólgota  del  crimen,  y  quien  limpie  el  rostro  de  los 
ajusticiados  cual  nuevas  Verónicas. 

Los  criminales  habían  divisado  el  puerto,  y  el  defensor  gritaba 

"{tierra!» ... .  .La  vindicta  pública  se  había  salvado;  la  civilización  pe- 
netraba con  sus  destellos  en  las  masmorras,  y  el  reo  salía  de  ellas  co- 
mo los  gusanos  que  abandonan  el  capullo,  convertidos  en  vistosas  ma- 
riposas. ¿Qué  les  quedaba  qué  hacer  al  defensor,  tinterillos,  agentes  y 
demás  gen¿e  de  pluma  aguileña  sino  hacer  cuchara  la  mano?  Pero  ha- 
bía aún  que  recorrer  otro  sendero  menos  escarpado;  se  había  ascendido 
á  la  cúspide  de  la  gran  montaña;  había  que  descender  para  llegar  á  la 
falda,  donde  están  las  campiñas  de  la  libertad  é  impúnidos  rever 
ber#s. 

El  reo  estaba  sentenciado  á  veinticinco  años  de  prisión;  la  vida  de 
un  hombre.  ¡Una  eternidad. . . .!  ¡Adiós esperanzas  de  bienestar!  ¡adiós 
hermosas  campiñas  donde  soplan  las  brisas  del  libre  albedrío. . . . !  ya 
veremos  mas  tarde  al  criminal,  escuálido, atormentado  por  los  recuerdos 


ssMs== 160 

y  por  el  gusano  roedor  de  la  conciencia  qne  le  causa  remordimientos; 
ya  está  contrito  y  arrepentido;  es  un  ciudadano  qne  sale  de  la  cárcel 
regenerado,  como  los  judíos  que  entrando  á  la  Piscina  salían  purifica- 
dos. ' 

Una  estridente  carcajada  del  defersor  avisa  que. . .  .entre  la  mano 
y  la  boca  se  cae  la  sopa;  que  ese  cielo  azul  que  allí  se  mira,  ni  es  cielo 
ni  es  azul,  sino  mentira. 

Aun  quedan  otros  naipes  para  ajustar  la  treinta-y-una. 

Comienzan  las  saliditas  al  golpe,  a  la  alcaidía,  al  cuarto  de  los  leo- 
nes, a  las  ventanas  callejeras;  el  reo  saldrá  á  la  calle  poco  á  poco,  como 
los  convalecientes  de  pulmonía;  paulatinamente  saldrá,  como  paulati- 
namente se  metió  al  cielo  Pedro  de  Urdimalas,  según  la  leyenda;  pri- 
mero un  dedo,  después  la  mano,  luego  el  brazo;  al  fin  todo  el  cuerpo.... 
Válese  que  allí  están  los  hospitales,  que  son  los  polqpsde  D.  Miguel  de 
Sandoval  que  curan  los  catarros  más  constipados.  Allí  están  tres  lindos 
jardines,  hermosas  fuentes,  preciosas  alamedas,  donde  ir  á  cumplir  en 
25  años  una  condena,  Contamos  conque  hay  Jrfes  Políticos  sensi- 
bles y  misericordiosos;  jueces  y  magistrados  que  hacen  con  el  reo  liberto 

lo  que  con  su  contrario  el  mentado  cucho  Valentín. no  ma%  lo  mira 

y  se  agaclta. . . .  una  sociedad  que  suspira  al  compás  de  su  viola,  y  can- 
ta la  tonaditade  ;ah!  ¡qué  tiempos,  Señor  Don  Simón! 

En  resumen;  nuestra  Constitución  ha  prohibido  lapena  de  muerte  en 
el  Estado  sólo  porque  se  vea  que  los  liberales  somos  progresistas  é  ilus- 
trados hasta  la  pared  de  enfrente;  pero  con  tales  restricciones  que  no 
hay  caso  á  qué  aplicarla:  es  como  el  premio  gordo  al  que  logre  dar  á 
los  globos  perfecta  dirección;  nadie  lo  ha  merecido  hasta  hoy;  como  el 
queso  que  hay  en  el  cielo  para  premiar  k  la  pareja  matrimonial  que 
del  matrimonio  no  se  haya  arrepentido,  él  está  intacto  todavía. 
Dice  así  el  artículo  constitucinal. 

i.Art.  14.  Queda  abolida  en  el  Estado  la  pena  de  muerte,  excepto  en 
aquellos  casos  eu  que  lo  dispongan  las  leyes  generales.  Para  que  quede 
abolida  absolutamente,  el  gobierDO  y  el  congreso  establecerán  á  la  ma- 
yor posible  brevedad  una  penitenciaría  en  el  Estado. m 

¡Pues!  búsqiienle  ustedes  aplicación  posible  y  veremos  si  la  pueden 
hallar.  Esto  nos  recuerda  un  versito  que  aprendimos  en  la  niñez,  en- 
señado por  nuestra  nodriza. 

En  la  aldea  de  no  sé  donde 
Adoran  no  sé  que  santo; 
Y  rezando  no  sé  qué 
Se  gana  no  sé  que  tanto. 

Quedará  abolida  la  pena  de  muerte  el  día  en  que  tengamos  una  pe- 
nitenciaría; pero  cerno  ahora  no  la  tenemos hemos  de  seguir  miran- 
do víctimas  en  los  patíbulos. 

Apropósito,  es  de  oportunidad  este  otro  versito  de  un  poetastro  ram- 
plón, pero  mal  intencionado. 

Si  tuviéramos  manteca, 
Queso,  miel,  vinagre  y  sal, 


_      Jjn __ 

Formaríamos  unas  migas, 
Pero  no  tenemos  pan. 

Estos  beneficios  los  alcanzaremos  algún  día,  no  muy  lejano.     Bueno 
será  encomendar  esta  mejora  al  nuevo  Ayuntamiento,  pues  las  banque 
tas,  empedrados  y  limpia  de  la  ciudad  están  en  apogea  Vendiólos  ea 
rretoncs  en  qne  se  traía  piedra,  y  ahora  no  encontramos  como  remendar  ¡ 
las  calles»  ¡: 

El  único  medio  qne  creemos  oportuno   para  no  dejamos  ganar  por 
los  criminales,  en  el  juego  de  treinta  y  una,  es  la  pena  deinueate,  apli-  ¡ 
cada  por  los  tribunales  competentes.  |¡ 

Cesarán  así  las  aplicaciones  de  la  ley  fuga,  y  las  asechanzas  del  án-  i 
gel  exterminrdfrr.  j; 

De  hoy  en  delante  no  habrá  impunidad  para   los  criminales.     A  la  ;¡ 
buena  será  como  juegen  su  treinta  y  una.  i 


LAS  VELAS  Y  EL  MUNICIPIO. 


¡A  cuántas  cosas  pueden  aplicarse  las  vela*!  \ 

Desde  que   las  usaban  las    pequeñas  embarcaciones  de  guerra   que  ¡ 
|  fueron  k  inflamarse  en  el  seno  del  Océano  cuando  A rqui mides  las  vol-  i 
cara  con  su  palanca  poderosa,  hasta  las  de  las  naves  que   formaron  la 
invencible  armada,  orgullo  de  Felipe  II;  desde  las  bujías  que  ardieron 
en  la  cena  de  Bal  tazar  hasta  las  simbólicas  con  que  la  Iglesia   manifi- 
esta que  fueron  durmiéndose  los  apóstoles;  desde  las  que  se  colocaban 
en  las  procesiones  de  Corpus  en  la  católica  España   hasta  la  que  se  es- 
j1  trena ra  para  ponerse  á  cubierto  de  los  rayos  del  sol  en  la    ultima  fuit- 
|  ción  de  S.  Marcos. . . .  todas  tienen  una  historia;  todas  han  pasado  por 

!  las  manos  de  nfl  uberosísimos  artífices,  pero 

La  palabrita  se  presta  muy  bien  para  lo  sublime  y  para  lo  grotesco; 
.  con  ella  se  alumbra  á  los  héroes  en  el  gran  día  de  sus  victorias  y  sirven 
¡  para  entonar  un  kirie  ante  un  ataúd.  Vda  se  llama  la  de  un  navio; 
!  vela  se  nombra  á  la  que  tiene  pábilo  y  tenemos  delante  para  escribir 
i  este  artículo;  y  en  algunos  pueblos  es  sinónimo  de  regañada,  por  lo  <^ue, 

!  como  un  provincialismo,  solemos  decir ná  fulano  le  echaron  una 

'  vda  de  padre  y  señor  mio.n  Esto  sí  no  lo  hemos  podido  entender;  si 
;  nuestros  lectores  lo  comprenden  nos  harían  un  gran  servicio  ilustrán- 
donos. Los  milicos  tíetien  sn  lenguaje;  los  boticarios  y  los  escolares 
tienen  el  suyo;  el  wilgo  todo  lo  traduce  y  lo  interpreta,  ¡y  vayan  usté- 
des  k  dar  al  Manco  con  su  malicia!  Echar  una  vda  puede  esplicarseen 
el  lenguaje  de  las  beatas  lo  mismo  que  echar  nn  taco%  un  trepe,  nna./Vj- 


—--=.„    ^-        _         162 

!j  lada;  en  el  de  los  médicos  y  boticarios,  uu  clister;  en  el  de  loe  colegia- 
t|  les,  una  ayuda;  pero  en  el  del  vulgo  se  designa  todo  esto  con  otra*  fra- 
i  ees  intraducibies;  es  que  ese  vulgo  no  es  académico,  ni  correcto  en  su 
.1  lenguaje  ni  pulcro  en  sus  palabras;  lo  intimo  que  los  escritores  clásicos, 
inveiita  frases,  conjuga  verbos,  aplica  interjecciones  con  lo  que  espresa 
I;  sus  afectos  y  a  veces  forma  la  caricatura. 

¡i       Los  que  Juicen  fver&i  de  veto,  emplean   la  vela  por  la  fuerza  ¡  iremos  á 
:j  preguntarles  qué  es  eso?  ¿nos  lo  querrán    explicar?  Nosotros  cólo   mi-;: 
i|  hemos  que  entre  los  traviesos   colegiales  se  perdió    sin  saber   cómo  ni  ¡ 
ji  cuando,    una    pequeña  vela,  y   todos- se    miraban  queriendo    adivinar 
¡.  quien  era  el  poseedor  de  ella.    Uuo  que  había  despertado,  •rumíelo    to 
I  (los  ellos  se  agitnban,    decía  cuando    fué  impuesto    délas  reclamado^ 

nes ¡Qué  cosa  es  la  aprehención!  -Pues  no  }  arece    sino  que  yo  soy  ¡ 

quien  tengo  la  vela! 

Una  cosa  semejante  sucede  con  una  vela  que  el  magnánimo* -Ayun- 
tamiento mandó  construir  para  colocarla  en  la  calle  que  conduce  al 
Jardín  de  San  Marcos;  se  hacen  cruces  los  municipes  ¡cómo  pudo  ha- 
ber contado  800  pesos  una  vela  de  esa  manta  de  la  marca  X,  angosta 
V  rala,  y,  como  los  maestros  de  escuela,  que  por  lo  flojos  están  tiesos  í 
y  encolados!  j 

Aquí,  por  economía,  hacen  cargar  el  muerto  á  los  constructores  ¡ 
para  que  lo  amortajen,;  ellos,  á  su  vez,  h.icen  cargar  el  difunto  á  lo») 
delegados  municipales  para  que  lo  entierren;  éstos  se  aprietan  las  ma- 
nos, y  le  avientan  el  cadáver  al  tesorero  para  que  le  encienda  y  le 
despabile  la  vela;  y  éste,  por  otra  parte,  hacheado  la  vela  al  Ayunta- 
miento. Pero  como  el  Ayuntamiento  no  se  compone  de  Lerdos,  gui- 
ñan el  ojo  recíprocamente  y  le  avientan  el  muerto  al# dormido  pueblo. 
Se  oyen  los  clamores  y  no  sabemos  quien  es  el  que  se  queja,  el  que 
tiene  la  vda.  Por  eso  el  pueblo  esclama  bostezando. ... 

t — ¡Qué  cosa  es  la  preocupación!  ¿Pues  me  parece  que  yo  soy  quien 
tengo  la  vela! 

¡Y  así  es  la  verdad! 

No  los  constructores  qne  recortaron  el  primer  pábilo;  no  los  comi- 
sionistas que  encendieron  la  primera  vela;  no  el  tesorero  qne  la  colo- 
có en  el  candelero;  no  los  mnnícipes  que  no  quieren  encender  su  lin- 
terna, y  que  no  aciertan  á  meter  Ja  llave  por  la  cerradura;  sino  el 
puebla,  el  público,  la  sociedad  son  quienes  sufren  el  engaño,  !a  ayuda,  el 
clister,  la  velft,  y  quien  verdaderamente  va  cargando  el  muerto  á  la 
sepultura. 

Un  cálculo  matemático  nos  desmostrará  la  verdad  y  aclarará  para- 
das; 200  varas  de  largo  que  habrá  de  la  esquina  de  »E1  Canastillo» 
hasta  la  barda  del  jardín,  multiplicadas  por  ocho  lienzos,  suman  1,600 
qne  son  50  piezas,  á  28  reales;  175  pesos;  más  2S  pebos  por  hilo  y  cos- 
tura; y  adviértase  que  echamos  de  copas  y  á  ojo  de  buen    cubero. 

Un    munícipe  dice   que  solo   costó  200   pesos:  ¿y   el  resto?   como  el 


==_ L6?_ 

I  éter se  volatilizó',  ¡si  se  habrá  destinado  el  resto  de  la  vela  á  for- 

¡  mar  pabellón  á  su  Magestad   e¡  rey  de  bastos! 

!       ¿A  quién  le  habrá  tocado  el  premio  gordo  de  esta  lotería? 

I  De  todas  maneras  el  público  tiene  la  cara  compungida;  él  es  el  que 
.«sufre  las  consecuencias,  de  la  vela;  por  ahora  es  \m&  ayuda.  Esperemos, 
sí,  esperemos;  quizá  denunciando  los  abusos  que  los  especuladores  co- 
meten á  la  sombróle  una  vela,  á  la  luz  de  otra,  quiera  el  Muy  Ilustre 
Ayuntamiento  no  seguir  siendo,  no  la  vela,  sino  el  velo  que  cubre  las 
maldades  de  los  bribones,  y  la  a.idacia  de  los  que  especulan  con  los 
fondos  públicos. 

Hoy  bi  nos  explicamos  por  qué  hay  empleados  que  se  adhieren  al 
destino  como  los  becerros  á  la  ubre  de  la  madre  vaca;  y  que  para  ma- 
yor descaro,  para  mayor  ignominia,  hablan  mal  del  Gobierno  sin  aca- 
bar jamis;  con  el  fin  de  que  el  símil  con  el  becerro  sea  más  perfecto, 
diremos  que  á  un   tiempo  están  llorando  y  mamando 


Justicia  Seca  y  Reseca. 

Un  individuo  se  acerca  á  la  casa  del  Jefe  Político  de  un  pueblo. 

Tan  tan  (á  coscorrones  toca  la  puerta.)  \ 

— ¿Quién  esf  (-graciosa  pregunta!) 

— ;Yo!  (¡consecuente  respuesta!) 

La  puerta  se  abre. 

f — Güenos  días  dé  Dios  nsté;  ¿ta  güeña? 

— Güenos  días,  responde  una  trigueñita  de   ojos  de  azabache,    pei- 
!  nada  á  la  Merluza. 

— vDígame  dnñita.  ¿aquí  vive  el  jefe? 

— (Rascando  la    pared  can    la  una  y    muy  tímidamente.)    Pos. .  . . 
pos.  . . .  pos  aquí;  ¡pos  donde! 

— Que  modito  dicramo§  pa  blale. 

^-Pos. . .  .pos.  .  .  .baldándole  ¡pos  cómo! 

— vQuestaciendo? 

— Pos,  pos  regañando,  ;pos  qué! 

El  Jefe  Político,  aparece  abrochándose  el  último  botón. 
j      — ¿Qué  se  le  ofrecía? 

I      — Servir  á  mi  amo,  siñor.    Por  aquí  venía  con  su  mercé  á  traiíe  una 
I  queja. 
!      — ^Quejas?  saliera  usté  con  una  batea  de  babas  ¡carouezo! 

— «víla  de  saber  su  mercé  que  tengo  un  mancebillo 

— ¡Ah! 


sn=ssss^ 164 _ 

— Hijo  de  familia  todavía,  pue»  nació  en  las  cobechas. . . . 

— lín  las  cosecha»  del  año  de  !a  necesidá,  amo. 

—¿Y....? 

— Se  lo  llevaron  D.  Pedro  y  D.  Jesús  y  con  un»  barajita  lo  pela- 
laron  y  le  ganaron  hastel  el  caballo. 

— Ooooooool  ¿con  que  jugó? 

— *Si  siñor  amo,  y  vengo  a  querellar  con  su  mercápa  ver  si  me  lo 
vuelven. 

/-— Hummmm!  ¡¡qué  esperanza  tan  verde!! 

— *Y  pa  que  los  castigue  su  mercé. 

¡•Bien!!  (dando  un  bastonazo  en  el  suelo)  el  muchneho  porque  jugó 
me  dá  cinco  pesos  de  inulta:  U.  por  purito  llamón  b»e  dá  otros  chico 
pesos;  suma  ¡diez  pesos!!  y  qn«i  le  sume  la  cuenta  Birján. 

— Siñor  amo  ¿cómo  es  eso?  y  el  cabal  lq?  f  los    ¿rapos  del    mancebo? 

—¿Quién  le  ha  diheo  al  muy  barbaján  que  yo  soy  juez  de  caballos,  ni 
j  remendón   de  ningún  mameluco? 

¡      — ^iñor  ¿y  á  los  que  le  ganaron  qué  se  les  hace?  pordios. .  .  . 
j      /—Silencio!!  ¿se  me  hace  qu«<  lo   zambuto  en  la  corcel?  el  uno   es   di- 
\putado,  y  mis  tragaderas  se  resisten  á  proceder  contra  una  inviolabili- 
dad; en  cuanto  al  otro,  estoy  seguro  que  no  juega  nunca;  cuando  más, 
¡  lo  hace  devoras;  ¿no  lo  he  de  conocer   yo  si  es  mi    hermano?  como  que 
¡cuando  era  niño  yo  mismo  le  componía  las  barajiras  de  judía  y  contra, 
|  para  ganar  visto,  y  le  arreglaba  las  de  la  pega.  ¡Ay!  (suspirando)  to- 
„  da  vía  se  conserva   en  casa   como  un    recuerdo  de   nuestra  infancia   la 
mesa  coja  y  la  silla  desvencijada,  donde  niños   aun,  recibíamos  los  dos 
muchachos  lecciones  de  amarrar  un  caballo  á  la  puerta  (le  la  casa  que 
nos  daba  el  tuerto  José'  Maria  y  el  cojo  Sininainas. ...  ¿Ya  usté  ve  como 
hay  pruebas  para  confundir  á  usté?/ — ¡Duran! 

/--Señor. . .  . 

—  Usté  que  es  el  palito  de  mi  jeringa,  llévesemsté  al  señor  á  la  cár- 
cel hasta  que  le  entregue  á  usté  diez  pesos,  por  purito    llamón- 

No  cabe  duda;  es  más  fácil  sacar  á  un  judío  de  la  inquisición,  que  á 
un  preso  sin  que  suelte  la  mosca  blanca. 

¡El  ciudadano  está  en  la  cárcel! 

¡Oh  pueblo!  ¡oh  pueblo!  -paciencia!  recordad  aquel  ejemplo  de  Peri- 
quillo cuando  estuvo  en  el  hospital;  recordad  los  palabras  del  lego  Jua- 
nino,  quien  con  una  jeringa  en  la  mano  .decía,  poco  más  ó  menos: 
•«Voltéese,  hermano,  y  recíbala  cnan  caliente  pueda,  que  en  esto  con- 
siste su  salud. tt 

— nEn  el  nombre  del  Padre!. . . . 

—  !Ay,  ay,  ay  ¡me  sofoco; 

— v»En  el  nombre  del  Hijo!. . . . 

¡Ay,  ay,  ay,  ay,  ay,  ay!  Por  el  amor  de  Dios!  no  llame  su  reverencia 
al  Espíritu  Santo,  porque  grito,  me  sofoco  y  estornudo. . . . 

Nuestro  pueblo  tose,  se  sofoca  y  estornuda  cou  la  jeringa  de  cabadlo 
frisón  que  tienen  las  autoridades. 


165 


I. 

CREPÚSCULO  BOREAL. 


NUESTROS  PROPÓSITOS. 


|[  Nada  nuevo  es  en  nuestra  patria  la  aparición  de  un  periódico. 
!¡  Al  acercarse  una  crisis  circulan  impresos  callejeros  de  todas  dimen- 
I  dones,  más  ó  menos  interesantes  para  la  sociedad,  en  que  las  partidos 
1|  le  todos  matices,  y  hasta  las  facciones  tienen  órganos  y  organillos  que 
¡I  publican  sus  idea*  y  muestran  sus  tendencias.  ¿Cómo  podrínmos  noso- 
jltros  permanecer  indiferentes  á  ese  cerWmen  de  la  inteligencia,  cuando 
¡hemos  sentido  los  aguijones  de  la  idea,  los  ímpetns  de  la  polémica  y 
los  regüeldos  del  tiempo  en  la  lucha  de  los  comicios,  ¿si  percibimos 
|  la  aurora  de  una  era  novísima? 

¡(      Primero  habrían  de  predicarse  sermones  sin  citar  á  los   Santos  Pa- 
dres, que  una  administración  dejara   de  sufrir  los  halagos    de  nuestro 
afecto  y  la  jubonadui  A  de  nuesíra  esponja.    A  imitación  nuestra,  otros 
ingenios  preparan  sus  plumas,  aguzan  las   saetas  de  su  aljaba  y   resti- 
;i  ran  el  nervio  de  su  arco.     Ya  veremos  cruzar  ante  nuestros  ojos,  como 
¡en  procesión,  á  los  santos  y  viejos  apoli liados  j le  todos  los  círculos,  ves- 
tidos de   día  festivo,  tiezos   y  encolados  como  dandys,   que  dirijen  sus 
¡lasos  á  un  besamanos;  figuras  animadas  por  la  luz  de  una  linterna  má- 
ijgica;  todos  llevan  su  felicitación  como  una  ofrenda  al  nuevo  ídolo,  pre- 
'  gonando  sus  virtudes.    Estos  son  los  gallos  que  cantan  Ja  alborada,  las 
li  variaciones  del  tiempo  y  el    cambio  de    Estación.     Por  eso  vemos  sin 
i  inmutarnos  el   fermento  de  las  pasiones  y  la  demencia  de   los  partidos 
'j  al  ver  los  inciertos  resplandores  de  un  sol  que  se  ocultó,  y    la  luz  crí- 
¡'  pusculai  de  un  sol  naciente.     Sancho  Panza  lo  decía  con  acertadísima 

;  experiencia "Los  días  se  siguen  y  no  se  parecen. •■ 

¿Cómo  pensar  así  cuando  vemos  periódico-satélites  de  un  ministro 
que  mamaron  á  su  sabor  y  que  se  zabullen  para  aparecer  después  con 
otra  mascara;  y  aun  otros  que  vuelven  la  espalda  k  su  planeta  porque 
llegó  á  su  ocaso? 


166 


II. 


CANDIDATOS  Y  CAND1DITOS. 


NO  ES  TODO  COLOS  DE  ROSA. 


•Qué  lecciones  nos  d*1a  experiencia!  Muchos  llegaron  como  apósto- 
les á  la  hora  ile  \mje/ui  y  se  retiraron  á  la  hora  de\  prendimiento.  Cada 
periódico  tiene  por-  valuarte  la  Constitución;  como  visual,  el  encara- 
miento  de  un  hombre  cuya  sombra  buscan;  como  vehículo  la  publicidad; 
como  fin,  hacer  la  propaganda  de  sus*  teorías,  de  sus  nociones  y  hasta 
de  s\is  sofismas  políticos.  A  nombre  de  la  patria,  invocando  los  prin- 
cipios más  severos  de  la  austera  iriufal,  halaban  las  buenas  y  las  malas 
pasiones:  aliú.i  escritor  se  viste  con  el  ropaje  del  arlequín;  oculta  la 
cara  con  antifaz  carnavalesco;  ostenta  las  insignias  sacerdotales  de  un 
culto  idólatra;  se  asemeja  por  ejemplo  á  Ion  adoradores  del  fuego  en  el 
Indostán,  óá  los  israelitas  ante  el  becerro  dt?  oro,  para  esclamar  contra 

él  altar  que  un  nuevo  Jeroboan  había    levantado n Constitución, 

C  mstituciói,  esto  dice  el  SEÑOR:  he  aquí  que  nacerá  un  hijo  de  la 
casa  de  Oaxáca.que  se  llamará  Josías,  y  hará  degollar  sobre  tí  á  los 
sacerdotes  de  los  altos  lugares,  que  ahora  queman  incienzos  sobre  tí." 
Estos  gastan  su  parque  en  escaramuzas  y  se  lanzan  al  oeeáno  de  la  po- 
lítica en  un  débil  esquife.  Desde  luego  ostentan  lauros  de  un  triunfo 
en  combates  ficticios,  come»  el  ingenioso  manchego;  otros  llegan  escon- 
diendo el  fabo  según  decía  Lope  de  Vega  en  la  gatomaquia: 

•• por  hacer  la  carambola 

Tapan  las  inmundicias  con  la  cola.n 

Al  entregarnos*  á  las  labores  periodísticas,  procuraremos  limpiar 
nuestras  gafas  sólo  por  ver  claro  y  no  dar  un  traspié;  somos  miopts,  y 
i  manera  de  los  ciegos  conducidos,  tendremos  por  lazarillos  á  la  públi- 
ca opinión.  '*• 

Dirigid,  lectores,  la  vista  á  los  horizontes  de  nuestra  patria  donde 
alumbran  como  faros  mil  periódico*,  nuncios  de  la  prosperidad  de  Mé- 
xico; ved  la  penumbra  que  oculta  los  destellos  de  antorchas  que  se 
•*pag?*n;  desgraciado  el  hombre  que  fué  deslumhrado  por  aquellas  lu- 
ces; desgraciado  del  que  fu»*  candhlnto  si  no  tiene  un  periódico  .]ue  le  . 
entone  la  elegía  de  los  muertos,  una  hoja  suelta  .que  le  sirva  de  paré- 
vhvU-vti  su  descenso:  caerá  como  aeréolito,  cual  exhalación  que  brilla 
que  ^e  apaga  y  que  le  saludan  las  silvas.  . . . — ;qué  decimos! — los  sil- 
bidos de  los  antagonistas,  y  los  de  una  estudiantina  precoz.    Ha  pasa- 


167 ^^«^^ a 

do  A  ser  axioma  un  modismo  indígena,  "no  es  lo   mismo  virey  que   te 
vas,  que  virey  que  te  vienes.,, 

Para  el  que  saborea   los  postres   del  festín  en   una  victoria   electo* 
ral.  ..  .-hossana;!  millares  ne  incensarios;   para  el  que   desciende  a   la 
tumba  del  olvido. ...  un  postillón  de  la  muerte  que  conduzca  eu  ataúd 
en  carro  fúnebre.  Aquí  es   oportuno  citar   un  arpegio   del  cantor  del 
'desastre   de   Ronces  val  les. ...  "/Cuántos   son?.,    .uno,   diez,  mil,   un 
,  millón,  millones  de  millones.  ^~  Y  ahora,  cuando  el  ángel  enlutado  de  la 
!! derrota  va  á  contarlos. . .   ciento,  diez,  uno,  ninguno. h 
1      Desde  el  periódico  ultramontano  que  suefia  con  las  ideas   del  retro- 
ceso, hasta  el  que  se  pasea  en  las  regiones  imaginarias  del  ultra-demó- 
I  data  y  seudo-liberal;  desde  el  libelo  de  oposición  sistemática,  hasta  el 
cantor  melifluo  de  las  proezas  de  un  ministro,  todos  se   inspiran  en  la 
¡conveniencia,  en  la  privanza  «le  un  valido.     Nosotros  sólo  aspiramos  á 
í  ser,  ni  tan  amigos  de  un  hombre  que   le  entonemos  con   voz  úe  falsete 
j  una  laudatoria,  ni  ofrecerle  el   sahumerio  de  tal  modo  que  pudiéramos 

herirle  la  cara  con  el  incensario,  como  decía  Fígaro. 
i  Algo  nos  han  de  servir  las  lerdones  morales  y  filosóficas  que  recibi- 
bimos  en  el  teatro;  por  esta  raeón,  cuando  leemos  un  periódico  que  con- 
\  vierte  con  juegos  de  prestidigitado!!  en  virtudes,  los  que  la  sociedad 
i  condena  como  vicios  en  un  funcionario,  y  se  le  tributan  con  salterio  de 
I*  oro  entusiastas  salutaciones,  viene  á  nuestra  memoria  la  figura  gtotesca 
j  de  aquél  personaje,  Hércules  2  ^  el  célebre,  y  que  al  percibir  el  olor  del 
incensario  y  los  más  fervientes  halagos  á  la  vanidad  y  á  las  pasiones, 
;  exclamaba  complacido:  ««Me  agrada  este  hombre  porque  no  es  adulador.n 
j1  Surgirán  multitud  de  cuestiones  que  hieren  los  intereses  de  Ifc  socie- 
dad; en  vez  de  buscar  en  el  terreno  eriazo  una  solución  conveniente, 
|  llevaremos  nuestras  quejas  al  oído  de  quien  pueda  remediarlas.  Si  el 
i  encargado  del  Poder  Ejecutivo  comete  errores,  creemos  procurará  re- 
I*  mediarlos  al  conocerlos,  porque  no  ps  en  ningún  caso  enemigo  de  sus 
¡gobernados.  La  restringida  libertad  de  escribir  que  sancionan  las  lo- 
j'yes  en  la  actualidad,  es  suficiente  A  nuestros  propósitos. — Queremos 
|  ser  justos  y  deberemos  ser  imparciales. 


\  ni. 

FANDANOO   Y    8BHKNATA. 

I 

Falta  en  nuestra  sociedad  un  periódico  que  sin  tocar  los  extremos, 
1  caiga  á  plomo,  obediente  á  las  leyes  de  1»  gravitación;  un  folleto  new- 
(Itoniano,  cuerdo  y  prudente,  que  al  atacar,  no  conspire;  que  si  defiende. 
I  no  adule.  No  perderemos  de  vista  este  apotegma  para  inculcarlo  en 
la  mente  de  nuestros  gobernantes,  tan  sabio  como  las  máximas  de  Ma- 
nú.  "  De  tu  amigo  la  censura',  de  tu  enemigo,  el  consejo. 
I' 


168 ^^^ 

Todavía  se  encuentra  caliente,  acaso  palpitante,  un  hombre  que 
muere  políticamente;  un  hombre  cuyo»  desaciertos  en  el  poder  son  pa- 
tentes; si  acaso  sufriere  nuestra  censura,  será  tocado  como  por  inciden- 
cia; nunca  le  arrojaremos  el  arpón  de  nuestras  quejas  cuando  descienda 
á  la  cripta  del  olvido.  Hay  algo  de  cobardía  en  herir  ñor  la  espalda  á 
quien  no  puede  defenderse;  jamás  realizaremos  este  sareástico  pensa- 
miento: n  A  moro  muerto,  gran  lanzada.i. 

Al  compás  de  nuestra  ciola\  armonizando  las  melodías  de  nuestra 
bandurria,  podríamos  decir  también,  de  nue-stra  murgay  invitamos  al 
zapateo  á  nuestros  amigos  de  antaño,  á  nuestros  colaboradores,  solida* 
rios  en  la  vida  progresista.  Veremos  si  su  paso  y  contra  paso,  si  el 
balanceo,  si  el  repicar  de  sus  tacones  en  eXjwabó  nacional  es  tan  gra- 
cioso como  en  otro  tiempo  fué,  ó  si  han  sufrido,  como  la  crisálida,  una 
metamorfosis;  si  formaron  del  palom o  popular  una*  boleras  manchegas. 

¿A  dónde  dirigiremos  nuestros  tristes  ojos  en  busca  de  uui  cabeza 
que  «i  intentamos  rizarla  ñola  encontremos  calva  y  tinosa?  ¿cabeza 
que  no  oculte  sus  protuberancias  libérale*  un  pelucón  formado  con  pe- 
los del  difunto  retroceso?  ¡Ay!  ¡cómo  suspiramos  por  los  tiempos  de 
Don  Benito!  por  aquella  época  en  que  cada  mochuelo  estaba  en  su  ovillo* 
•Pero  hoy ! 

Los  que  esperen  encontrar  en  nuestros  escritos  la  acritud  apasionada, 
se  engañan  demasiado;  cuando  más,  unas  gotas  amargas  para  dar  sabor 
al  brebaje;  una  poca  de  goma  arábiga  con  almíbar;  una  dosis  de  sal  á- 
tica,  y  algo  de  pimienta  y  clavo  para  saturar  los  manjares  alindo 
provocar  el  apetito.  Apenas  nos  acordaremos  del  pasado.  Todo  puede 
hacerse  con  las  bayonetas,  menos  echarse  6obre  ellas;  hay  hechos  con- 
sumados semejantes  á  las  llagas  denominadas  noli  ?ne  tdngere,  que  si 
se  descudan,  se  agravan;  que  si  se  les  cura,  matan. 

Recibid  nuestros  párrafos  con  beneplácito  ¡oh  lectores,  llevaremos  á 
vuestros  bogare*  las  noticias  de  los  acontecimientos  nacionales  con  los 
dulces  tonos  del  clarinete,  ó  con  los  argentinos  del  bandolón.  Xo  seré-  . 
mos  un  so/;  no  seremos  una  estrella;no  tendrán  nuestros  escritos  la  bri- 
llantes de  esa  constelación  que  dirige  al  práctico  piloto;  pero,  ¿será  muy 
exagerada  nuestra  aspiración  si  sólo  queremos  esparcir  la  fosfórica  lux 
de  una  luciérnaga?  Somos  huinildes;ya  lo  ven  nuestros  lectores;  poco  es  [ 
lo  que  deseamos;  su  atención  y  su  benevolencia;  una  sonrisa  de  quien  nos 
1<íh  y  nó  un  gesto  de  desaprobación;  pedimos  lo  que  los  enamorados 
platonianos  á  su  caro  tormento;  una  mirada  benévola,  y  una  amable 
sonrisa,  término  medio  entre  el  amor  y  el  desdén. 


169 

vt. 

BELIQUIAS  CONSTITUCIONALES. 

• — *¿¿*,  . 

PARÁBOLA, 


Mandaremos  embaldozar  con  asfalto  el  pavimento  de  nuestra  redac- 
ción, para  que  §ea  más  sonoro  y  acompasado  nuestro  zapateo.  Una  es- 
trofa y  un  estribillo;  acaso  las  seguidillas  de  un  poeta  burlón,  y  las 
boleras  bailadas  con  el  desgaire  de  una  manóla;  á  todas  horas  se  oirá  la 
\justicia  cantada  en  tono  festivo,  para  que  nuestros  lectores  nos  man- 
den sus  plácemes  con  estas  ó  idénticas  palabras:  uSalud  y  pesetas,  y 
fuerza  en  las  castañetas. •» 

Advertimos  con  tiempo  y  Con  modestia,  que  somos,  profanos  en  la 
música;  que  desconocemos  el  bunto  y  contrapunto;  somos  líricos  nada 
más;  si  nos  desafinarnos,  no  faltará  quien  nos  haga  entrar  en  tono;  si 
nos  descarrilamos,  el  temor  de  un  vuelco  nos  hará  entiar  á  la  vía. 

Aquellos  que  tengan  un  remedió  eficaz  para  curar  las  llagas  á  la 
patria,  que  lo  muestre!  luego;  nosotros  seremos  los  s  tópicos  oficiosos;  no 
pretendan  que  se  les  adivine  el  pensamiento.  Seríp  calificado  de  in- 
sensato el  médico  que  al  desaprobar  el*  régimen  curativo  de  otro,  no 
mostrara  q[ue  el  suyo  es  más  encaz. 

¿Faltarán  en  México  hombres  de  buen  intención  que  quierap  ¡sacar- 
nos un  día  del  atolladero  en  míe  pudiéramos  caer  y  mostrarnos:  el  va- 
do practicable  en  el  río  proceloso  de  í%  situación  actual? 

Cuéntase  que  un  viandante  ^conducía  un  ¿um§9tq  cargado, coa  mer- 
cancías que  eran  su  único,  pMrimompjatráveaabaun^gfatt  río,  turbio  y 
cenagoso;  el  animal  sé  hunde  en  el  atolladero,  y  el  agua  le  liega  basta 
el  éógote;  el  viandante  se  afije,  llora  j  desespera;  ¡en  su  desconsuelo 
invoca  el  auxilio  Divinó. 

,— "¡Dios  mío,  sácame  este  burro!  ¡Virgen  Santí^ma,  sácame  eate  ani- 
mal! ¡San  Pelado!  ¡San  Benito!  San  Sebastián;, . .,. »»  El  animal  y  las 
mercancías  cedieron  4.  la  impetuosidad  <Je  la  corriente,  y  rodaron  al  a- 
biamo.  «  f 

Algunos  días  después  llega  un  andajáz  porfiada  y  testarudo  que 
había  pasado  sus  días  en  caminos  tortuoso»,  y  estaba  acostumbrado  á 
dominar  las  ondas:  quiere  posar  el  rio  <*m  su  polliop  cargado  qon  las 
reliquias  de  familia»  pero  como  el  de  stj. antecesor,*  se  hunde;  el  anda- 
luz lanza  sonoras  interjecciones  y  jaculatorias,tabernarias;  llama  en  su 
auxilio  á  las  furias  inijeraales;  blasfema  y;  swtjjaistra.al  animal  garrota- 


170 

zos  de  ciego  con  su  palo  bla?icOj  aquí  le  ayuda  á  levantarse;  allá  le  es- 
tira las  Orejas  y  solivia  la  carga;  grita  y  se  enfurece,  pero  le  ayuda;  no 
escasea  sus  llamamientos  á  Lucifer,  í  Éelial«á  Belzebut,  á  esa  cohorte 
de  reprobos  celestes  que  todos  maldicen  con  poco  criterio,  pero  que 
también  son  buenos  amigos,  y  á  veces  buenos  aliados  para  sacar  de  a- 
H  puros:  multiplica  sus  esfuerzos,  y  ayudado  de  la  corriente  llega  á  la  o- 
1  rilla;  salva  al  pollino  y  á  las  reliquias  que  heredara  de  sus  antepasa- 
dos. 


v. 

DISCOLERlA  CELESTE. 


xomui 


Dios,  allá  en  el  cielo,  rodeado  de  su  augusto  poderío,  ve  abismada  á 
la  cohorte  celestial;  los  querubines,   tristes  y  mustios,  no  revolotean  al 
rededor  de  su  trono;  desconsoladas  están  las  gerarquías;  sorprendidos  - 
los  ángeles  y  arcángeles;  gimiendo  las  vírgenes  y  la»  potestades.    Algáu 
santo  muy  justo,  pero  que  tuvo  la  cobardía  de  negar  tres  veces  á  su  Ma- 
estro, y  que  hoy  desconfiaría  también  si  otro  gallo  le  cantara,  exclamó; 
— ¡Asustado  basta  no  más  estoy  con  lo  que  de  ver  acabo!    ¿Ha  bui- 
do la  justicia  de  esta  Mansión  dichosa?  ¿Al  Dios  Omnipotente  le  plu- 
go cambiar  ya  los  atributos  de  su  Esencia?  A  un  infeliz  viandante  que 
invocó  el  Nombre  de  Dios,  dé  la  Virgen  y  de  los  santos  a  quienes  hos- 
tilizó, se  le  deja  perecer;  y  á  un  andaluz  deáalmao,  porfiao  como  nin- 
jiguno,  que  llamó  en  su  auxilio  á  los  demonios;  oue  ni  una  sola  vez  se 
¡i  acordó  de  nosotros,  permitisteis. ...  ¡oh   Dios  justiciero   y  tres  vece» 
¡santo!  que  se  salvara. .  .\  ¡Ooooooo!  Hágase,  Señor,  tu  voluntad. 

Dios,  haciendo  á  un  lado  la  Magestad  Soberana,  y  acariciando  la 
calva  del  que  fué  la  primera  piedra  de  su  Iglesia,  le  contestó: 

r— Ven  acá,  Perico 

En  verdad  te  dijo,  ¡oh  justo!  *¡oh  ^tuto  apóstol  y  precavido  discípu- 
lo muy  amado!  que  así  es  de  justicia.  El  andaluz  del  palo  blanco  ne- 
ría  y  blasfemaba,  pero  no  desesperó  jamás  de  Itf  salvación;  él  ayudó  y 
alentaba  á  su  jumento;  le  ministraba  palos  y.  combatía  á  lasólas;  he 
¡i  querido  salvarle  porque  lo  merecía  su  esfuerzo; he  querido  librarle. . .  -. 
porque  me  dio  mi  Omnipotente  gana!  No  así  al  perezoso  que  anticipó 
su  paso  por  el  río;  ¿qué  era  lo  que  pretendía  el. . . .  inocente?  ¡friolera! 
nada  menos  que  descendiéramos  al  fango,  y  le  sacáramos  al  burro. . . . 
¡YO  y  mi  Madre! 

Nosotros  admiramos  esta  parábola,  y  aprovechamos  su  oportuna 


171 

moraleja.  Os  invitamos  joh  lectores!  á  que ji~*té  vuestros  esfuerzos  á 
los  nuestros  para  cruzar  la  peligrosa  si*-**51011  de  nunstra  patria,  se- 
mejante á  un  río  turbulento  y  cenado.  Tened  fe  en  el  porvenir;  no 
desesperéis  de  la  salvación  4+  *»  Kepública,  como  no  desconfió  el  an- 
daluz del  palo  blanco;  «yudad  á  loe  trabajos  de  la  regeneración.  No 
pretendáis  que  un  sólo  hombre  y  su  querida  madre  salve  de  un  nau- 
fragio al  pollino  que  carga  las  reliquias  de  la  Libertad,  de  la  Consti- 
tución y  de  1»  Reforma. 


Desde  el  día  en  que  uno  de  los  diputados  al  Congreso  general  levan- 
tó su  voz  pidiéndole  la  prohibición  de  las  corridas  de  toros  en  toda  la 
República,  fué  derribada  la  plaza  en  la  capital,  y  extinguidas  en 
muchos  Estados.  <  La  luz  de  la  civilización  penetró  en  la  mente  de 
muchos  de  los  gobernantes,  y  fué  acojida  la  idea  con  verdadero  en- 
tusiasmo. 

ii £1  Impartía!, H  periódico  de  España,  tributó  un  elogio  al  autor  de 
la  inicitiva,  dando  lugar  eu  sus  columnas  al  discurso  con  el  que  fué  a- 
poyada  la  proposición.  Mas  hay  que  tener  en  cuenta  que  los  pueblos 
van  siempre  en  pos  de  la  novedad;  qne  $on  veleidosos  los  hombres  que 
rigen  k  las  sociedades,  y  que  por  esta  causa  se  convirtió  tanto  entusias- 
mo en  fanatismo  furioso  por  restaurar  esa  bárbara  diversión.  Nada 
hay  más  vigoroso  que  la  acción  de  las  reacciones. 

La  rasa  de  Ateneo  está  de  pósame,  y  ve  de  nuevo  los  chuzos,  las  sae- 
tillas, capas  y  espadas  como  el  signo  de  muerte.    Por  una  plaza  que  se 
i  derribó  en  la  capital,  ge  1  en  vantarorí  cuatro  en  su  derredor  para  prpcla- 
;  mar  la  cultura  de  México.  El  Huizachal,  Texcoco,  Tlalnepantla,  Cuau- 
¡  titlán,  Toluca,  llevan  en  alas  del   vapor  á  la   muchedumbre  ávida  de 
j  sangré  y  de  cuernos;  el  mugir   del  toro  que  presiente  su   martirio  for- 
:  ma  un  dúo  con  el  gemir  de  la  locomotora.    Gaviño  muere  en  las  asta- 
|  aceradas  de  un  cornúpeto,   y  so  diseca  la  cabeza  del  toro  para  osten- 
tarla como  nn  trofeo;  otros  varios  toreros  son  muertos  á  heridos,  y  na- 
da habla  á  la  razón  de  los  pueblos;  ya  no  son  suficientes  Ponciano  y  el 
Mestizo,  y- -viene  Machio,  Cuquito,  y  otros   muchos  españolee  á  buscar 
pan  y  toros,  para  traer  á  México  la  teoría  de  Jovellanos;  á  uno  de  es- 
tos le  oímos  decir  que  los  toros  no  saben  dar  más  que  dinero  y  coma- 
das;  así  contemplaba  la  horrible  herida  que  lo  llevó  al  sepulcro. 

Como  si  no  fueran  más  que  suficientes  los  instintos  salvajes  de  núes- 


li 


-  f 


_____  172 

tros  compatriotas,  yv^tóreros  que  por  toda»  partease  cruzaban  en 
busca  de  cornadas  y  dinero,  w>ta  del  suelo  benigno  á  las  corridas  tau- 
rinas una  pléyade  de  artistas  aie<rÍ6Ímos  .  Mazantini  levanta  la  ban- 
dera, ostenta  las  insignias,  de  gefe  do  cuadrilla,  y  se  exhibe  bajo  pre- 
cios fabulosos  en  la  culta  capital  para  mostrar  sus  habilidades.  El  fu- 
ror de  verle  y  admirarle  raya  en  delirio;  lo  más  sekcto  de  la  sociedad 
está  allí;  el  ore  y  la  belleza  se  dan  cita  para  cubrir  con  cm  velo  el  pa- 
gado, deprimir  los  nobles  sentimientos  de  la  mujer,  y  rendir  homena- 
jes al  arte. 

1  La  plaza  es  suficiente  para  contener  en  sus  límites  á  la  ilustrada 
concurrencia;  se  apodera  de  todos  un  vértigo;  suena  el  clarín;  los  ros- 
!  tros  están  lívidos;  sale  la  fiera  pequeña,  y  la  grande  lanza  un  grito  de 
¡  admiración  y  de  espanto.  El  toro  sale  y  embiste  débilmente  á  picado- 
|  res  y  caperos;  recibe  varas,  le  ponen  banderillas,  y  al  fin,  después  de 
|  muchas  estocadas,  el  toro  es  degollado  por  la  mano  de  Mazantini,  como 
las  víctimas  de  Herqdes  por  Iqs  verdugos. 

El  resto  de  la  corrida  salió  mala;  se  le  excita,  como  al  Ministerio  la 
oposición;  y  ya  no  embiste.  Para  que  no  haya  pleito  basta  que  uno  de 
los  dos  combatientes  nq  quiera  pelear. 


Las  Recuas  de  Antaño. 


¡Cómo  han  cambiado  los  tiempos!  Los  que  peinamos  pelucón  ó  rete- 
ñidas canas;  los  que  no  nos  hablandamos  con  dos  hervores;  los  que  lle- 
vamos á  cuestas  poco  más  de  medio  centenar  de  calendarios,  hacemos 
comparaciones,  recapacitamos  y  se  nos  escapa  un  suspiro  más  hondo 
que  los  que  exhala  un  patriota  bocabajo. ... 

Aquello  sí  que  era  tina  maravilla;  ;qué  triquitraque  de  los  ferioca- 
rriles,  ni  qué  ojo  de  hacha,  donde  se  oían  los  relinchos  y  el  piafar  de* 
las  muías!  ¡cuándo  fueron  más  sonoros  e<os  himnos  de  la  civilización, 
es  decir,  esos  clamores  del  vapor,  que  las  canturrias  picarescas  del 
arriero;  ni  el  chirrido  dtelas  chimeneas,  como  era  poético  el  gemido  de 
las  muías  al  llegar  a}-  paraje  hospitalario. 

Jamás  ftié  tan  sabríwso  el  chamuscado  "biftec»  bajo  los1  árboles  del 
Tíboli'60tóo  lo  era  la  piaHajaiá,  la  borona  de  n>aíz  picado,  que  hacía  el 
atajado^  con  sus"  manos  dé  anó¿he  y  las  habichuelas  en  sancocho  que  se 
deborabaa  con  hambre1  canina  á  la  luz  de  las  estrellas,  é  con  un  frío 
que  congelaba  la  sangre.  Entonces  ijo  había  zarzuela,  ni  óperas  bufas, 
ni  acróbatas,  ni  prestidigitadores,   que  cambian  el    escenario,  que   po- 


173 

dí&n  hacer  subir  y  bajar  gobernadores  por  trantoya.  Es  verdad  que 
había  saltimbanquis,  payasos  y  maromeros  diestrísimos  que  parecía  se 
resbalaban  de  la  cnerda,  pero  que  jamás  daban  un  batacazo. 

Hoy  existen  maromeros  que  hacen  piruetas  en  la  cuerda  floja,  y 
caen;  Gobernadores  qne  se  aflojan  y  se  aflijen;  empleados  y  funciona- 
rios que  al  caer,  buscan  lo  blando  para  colocar  su  cabeza  y  no  desnu- 
carse. ¿Lo  de  hoy  se  parece  á  lo  de  antaño?  No  cambiaríamos  nues- 
tros pasado3  goces  por  las  distracciones  de  estos  tiempos. 

Una  recua  se  componía  del  apostolado  de  muías  que  guiaba  una. pa- 
cífica caponera:  cada  bestia  tenía  su  nombre  y  su  sobre-nombre,  y  es- 
taba encargada  de  cumplir  su  misión  sublime^  Una  llevaba  las  jerin- 
gas con  distinto  palo  consignadas  á  los  médicos  y  boticarios;  ahora  les 
vienen  directamente  á  los  administradores  y  visitadores  del  timbre; 
otra  conducía  el  ruibarbo,  la  purga  y  el  vomitivo  de  Le  Roy,  para  cu- 
rar jaquecas  á  las  novias  desdeñadas;  y  hoy  la  locomotora,  por  la  vía 
ancha,  conduce  el  «Vwofoniio  y  la  cocaína,  que  no»  arranca  la  bolsa  y 
la  razón,  para  la  Pattf,  la  Bernard  y  Mazaantini,  sin  que  nos  duela  el 
tremendo  golpe. 

Alguaa  de  esas  ínulas  era  la  del  jota  (hato)  .que  conducíala  pitan- 
za; esta  podría  compararse  k  la  tesorería  porque  confortaba  á  ios 
arrieros  á  la  hora  señalada,  coma  la  tesorería  alimenta  á  los  parásitos. 

Otra  bestia  era  una  yegua  flaca,  roñosa  algunas  veces,  y  que  se  le 
escogía  para  el  oficio  de  caponera,  porque  no  había  concebido  potrillo 
ni  qxuletO)  simbolizábala  castidad  obligada,  la  templanza  sin  aliciente, 
la  abstinencia  sin  tentaciones,  como  ciertas  bellezas  sin  atractivo.  Así 
son  ni  m«s  ni  menos.  los  corifeps  de  los  círculos  políticos;  son  los  ver- 
daderos caponeros,  porque  van  i  la  cabeza  del  rebaño^  y  llaman  con 
destemplada  campanilla  para  sentarse  á  su  tiempo  á  la  meta,  en  un  día 
de  triunfo.  La  caponera  sonaba  el  cencerro,  y  las  mujas  contestaban 
con  un  rebuzno,  cpn?ty  Ministro  cuando  se  le  llama  á  cuentas;  las  muías 
costesfcajx  al  cencerreo  con  gemidos  lastimeros,  con  un  constante  menear 
de  cola.  Así  también  hav  personas  que  hacen  fiestas  con  el  ¿abo  si  se 
les  llama  con  sus  cascabeles  el   mandarín. 

Las  muías  estaban  lustrosas,  rechonchas  sus  carnea,  revelando  por 
su  piel  tersa  y  pelechada  el  brillo  de  la  grasa.  jAy!  Cómo  nos  compla- 
cíamos en  contemplar  las  muías  bien  cuidadas,  y  sus  ricos  atavíos! 
¡Cómo  admirábamos  la  fuerza,  revelada  en  pugktos,  cuando  llevaban 
sobre  lqs  Ufados  las. galegas  repletas  de  djn,pro!  juilas  .hubierais 
visto,  apuestas  con  3113  pausaíW  movimientos!  Causaban  envidia  con 
solo  verlas^ .porque  era^n,  felices,,  y  se  mostraban  satisfechas. .  .„¡Es  tan 
8abro$Q  4  fruto  del,  c^rcfidoi  qüetiol  ¡es  tap  nutritivo  un  buen,  pesebre! 

Ah  SH  Rerp  nunca,  jntcnteiá,  si  deseáis  conservar  las  ilusiones,  qui- 
tarles la  earga-,  despojarlas  del  aparejo,  arrancarles  Ja  salea  q^,<?ubre 
las  poridades  de, su  lomo,  porque  entonces. ,  ,os  causará  náuceap.  Imá- 
genes fieles, de  comerciantes  quebrados;  de  aquellos  otros  que  no  pagan 
sus  libranzas,  pero  qu,e  llevan  acuestas  el  fardo  de  sus  mercancías  con 
e)  aparejo  fascinador  d,e  $u  crédito;   no  les  quitéis,  por  Dios,1  la  salea, 


174 

porque  se  descubrirán,  como  en  las  muías,  sus  llagas  3r  su  pudredumbre. 

El  día  que  la  recua  se  quedaba  en  la  orfandad,  mostraba  su  sentí 
miento  con  interminable  lloriqueo:  van  y  vierten,  se  niegan  á  comer  y 
se  retira  de  la  pesebrera;  ya  no  está  en  comunidad,  ni  le  une  el  lazo 
fraternal;  muerta  ó  ausente  la  yegua  predilecta  se  dispersadlas  muías  se 
juntan  formando  grupos  distintos,  hasta  encontrar  otra  que  las  cubra 
con  su  manto.  \ 

Así  sucede  con  los  círculos  políticos  cuando  les  falta  el  candidato;  se 
dispersan  sus  miembros,  y  no  se  juntan  sino  es  cuando  encuentran 
la  horma  de  su  zapato. 


CONTESTACIÓN 

A  UNA  CARTA  DE  UN  BAUTISTA  QUE  NO  ES  SAN  JUAN. 


II 


Con  el  donaire  que  envidiara  una  manóla;  con  el  desenfao  de  too  un 
raonito  republicano  que  viene  de  la  Habana;  y  con  aire  de  triufo  como 
si  hubiera  sacado  un  judío  de  la  inquisición,  publica  un  colera  la  car- 
ta que  nn  Sr.  Bautista  dirige  con  temple  amistoso  á  un  Sr.  D.  Sebas- 
tian. Esa  misiva  confidencial  nó  ha  quedado  sin  contestación,  y  no- 
sotros que  tenemos  galgos  de  un  olfato  más  sutil  que  el  olfato  del  po- 
denco de  Ahucatlán,  hemos  logrado  atrapar  una  copia  de  esa  contes- 
tación, y  tenemos  el  propósito  de  publicarla,  aun  con  el  temor  de  pa 
recer  indiscretos.  Natural  es  nuestra  disculpa;  los  perioditas  vivimos 
de  las  indiscreciones  de  los  que  no  lo  son.   Hela  aquí: 

Al  Sr.  D.  J.  María  Bautista. 

Tu  casa,  etc. 

Pepe  querídote.  , 

Celebrando  como  debo  celebrar  tus  laudables  deseos  de  mexicano, 
veo  en  tu  carta  vaciados  tus  nobles  sentimientos  de  amigo  y  de  patrio- 
ta, y  se  transparenta  el  júbilo  que  lias  tenido  al  dirigirme  tus  consejos, 
•oh  Pepe!  Tú,  á  lo  menos,  no  haces  lo  que  otros  de  mis  compatriotas, 
que  me  muerden  á  6olas,  me  despedazan  sin  compasión,  y  no  son  para 
alumbrarme  con  su  linterna  el  tortuoso  fcaniino  de  mi  administración  en 
estas  noches  obscuras;  tú  no  eres  uri  sol,  Pepe;  no  eres  siquiera  una 
estrella;  pero  sí  te  veo  relucir  de  tiempo  en  tiempo  como  una  luciér- 
naga.   ¡Considera  cuánto  no  te  he  de  estar  agradecido!  " 

Dices  que  hay  una  guerra  desastrosa;  qne  los  Estados  han  perdido 


175 

su  soberanía;  que  desaparecen  1a*  garantías;  que  la  opininión  pública  I 
rae  es  contraria..  Ayl  cuántas  y  cuántas  cosas,  querido  Pepe!  ¿Qué 
podré  contestarte  sin  herir  tu  suceptibilidad?  Tu  no  eres  tonto;  no  e- 
res  lerdo  siquiera,  y  bien  debes  conocer  que  todos  los  gobiernos  del 
mundo  tienen  sus  descontentos  como  tu;  sus  aspirantes  como  tú;  sus 
patriotas  esclarecidos  y  dementes  como  tu,  y  como  tú,  sus  constantes 
declamadores;  la  cuestión  política  no  está  bien  definida  por  ti,  ni  bien 
analizada;  ésta  puede  concretarse  en  este  pensamiento: 

La  cuestión  es  saber,  sin  gran  trabajo 
Quién  ha  de  estar  arriba  y  quién  abajo. 

Hay  una  guerra  desastrosa  que  inician  los  defensores  de  la  Consti- 
tución en  contra  de  la  Constitución.  ¡Has  visto,  Pepe,  cosa  más  rara! 
todavía  no  concluye  mi  período,  y  ya  se  pronuncian  contra  el  presden- 
te  de  la  República,  contra  los  poderes  todos,  contra  la  Constitución 
raitn&a.  ¿Crees  tú  que  sea  esto  cnerdo  en  patriotas  tan  esclarecidos 
y  conatitucionalistas?  ganas  me  dan  de  reír  y  de  guiñarte  el  ojo  como 
diciéndote;  los  que  aman  la  Constitución  se  pronuncian  contra  ella; 
conducta  que  tú  y  yo  debemos  calificar  de  inconsecuente,  a  no  ser  que 
tú  dijeras  como  un  poeta: 

Único  dar  que  me  degrada, 
Es  el  dar  en  no  dar  nada. 

lioe  Estados,  dices,  han  perdido  su  soberanía...  ¡la  han  perdido, 
desgraciados!  ¿dónde  podran  encontrarla?  Espera,  hijo  mío,  espera;  no 
te  mate  la  impaciencia:  esos  Estados  de  Jalisco,  de  Nuevo  León,  de 
Veracruz,  de  Tabasco,  declarados  en  estado  de  sitio,  no  han  perdido 
su  autonomía,  sino  es  en  cuanto  ésta  se  liga  con  la  revolución  y  se 
convierte  al  Estado  en  conspirador  contra  el  gobierno  constitucional. 
No  te  rías  con  este  símil,  porque  es  oportuno;  la  naeion  es  una  laguna-, 
los  Estados  patos  que  graznan,  se  zabullen,  nadan  y  vuelan;  las  facul- 
tades extraordinarias  son  como  una  especie  de  jicaras  que  vagan  libre- 
mente para  amanzar  á  los  ánades;*  nadan  á  volapié  Cevallos,  Fuero, 
Carrillo,  Baranda,  Othon  Pérez  y  otros  personaje*.  Él  Siglo,  la  Voz, 
y  el  Pájaro  son  tiburones  y  lobos  marinos:  la  Revista,  el  Federalista, 
el  Eco  y  el  Correo,  son  los  bajetes  de  agua  dulce,  y  los  dos  Justos  Sie- 
rra y  Mendoza,  Negrete  y  Mateos,  Agustín  E.  y  el  impávido  Hila- 
rión, son  las  sirenas  peligrosas  de  ese  lago  encantado.       * 

Se  dice  que  los  indios  para  cazar  patos,  nadan  á  volapié  llevando 
una  jicara  en  la  cabeza;  se  acercan  cuidadosamente;  cogen  con  pitas  á 
los  patos  de  las  patas  como  si  fueran  ensartas,  y  sin  ruido  desaparecen 
de  la  superficie;  hacen  su  revolución  debajo  del  agua  pero  á  nadie  in- 
quietan; pues  esto  ni  más  ni  menos  les  sucederá  á  los  Estado»  revolu- 
cionarios; ya  vendrá  día  en  que  se  levante  el  estado  de  guerra  y  en* 
tren  al  ejercicio  de  su  existencia  constitucional.     A  los  Estados  ingra- 


176  ^___ 

tos  que  conspiran  en  misterio,  los  cogerá  el  ministerio  cual  Jos  indios 
á  los  patos. 

Tu  crees  que  yo  soy  impopular  en  1&  nación  y  queme  falta  la  fuerza 
moral  de  los  gobiernos.  Asi  lo  he  creído  algunas  veces,  cuando  oigo 
la  zalagarda  que  forma  la  oposición:  j  más  de  una  vez  me  tentó  el 
diablo  para  retirarme  de  un  puesto  que  me  hostiga;  pero  viene  la  revo- 
lución....¿es  cuerdo  separarme  porque  así  w$  lo  piden  los  descontentos? 
¿Debo  abandonar  el  puesto  cobardemente?  ¿Que  dirán  entonces  de  tu 
discípulo,  ..de  sudignidad  y  sttdeq©ro?n  ¿No  es  verdad. qufe  sentirías  esa 
mortificación  tan  parecida  á  1* .vergueaba?..  No;hs0a»  mucho  aprecio 
k  la  opinión  pública;  ella  es  una  especie  de  coqueta  veleidosa  que  en- 
gaña eou  s$  falso  artificio;  ^xínsidera  que  éaia  es  un  sor  abstracto  cuya 
existepcia  y  homogeneidades  muy  difícil  d9  conocerse;  un  círculo  ha- 
blarA  de  mí  en  térmicos  n>vy  desfavorables;  otros  «eran  menos  severos 
y  ¿tgunoa  ofcr*a  notoriamente  adictos. 

Unos  me  dicen.  ♦ .  »isí!  otros  me  gritan. . .  «}no¡«r.EaoR  son  unos  dís- 
colos, envidiosos  y  malévolos,  exclaman  lo*  priaaeroa— kEsos  aon  unos 
serviles,  ministeriales  y  sanguijuelas,  contestan  loe  segundos.  .•-  Yo 
miro  azorada  para  todas  partea,  y  no  bailo  á  quién  atender.  Gompa* 
déceme,  mi  buen  Pepe;  me  voy  á  volver  loco.  . .  Quiera  Dios  no  se  rea- 
lice este  augurio  de  mi  locuaz  corta-pelos  ..estos  señores,  los  ministe- 
riales y  los  de  oposición,  capaces  son  de  convertir  al  Presidente  de  la 
República,  y  k  la  mamá  que  los  parió,  en  toro  embolado. ..  Ja  ves,  Pe- 
pe, que  la  comparación' es  grosera,  pero  es  verdadera  en  el  fondo. 

Cada  uno  cuenta  de  la  feria  según  cómo  en  ella  le  vá;  es  .preciso  que 
los  vocingleros  no  sorprendan  tu  candor,  especialmente  aquellos  que 
..esperaban  de  mí  grandes  cqsas,n  de  los  que  creían  que  la  patria  era 
un  eterno  festín,  y  ellos  debían  ser  los  gastrónomos  convidados.  Esto 
me  recuerda,  á  dos  famélicos  que  se  veían  con  frecuencia,  y  el  uno  le 
decía  al  otro: 

Eres  glotón,  Amadeo, 
Siempre  en  la$  bodas  te  veo: 

En  esas  acusaciones  hay  una  que  me  ha  temido  en  vigilia  algunas 
noches, . . .  ¡que  no  soy  liberal!  ¿y  tú  has  podido  oírlo  sin  dar  á  esos 
ingratos  ^p  soplamocos?  ¿y  tú  cantas  en  coro  ese  estribillo,  mi  buen 
condiscípulo? — ,»¡Y  tú  tAmbi4nB^Mtol.«-~Algo,hancalntódo  mis  afeccio- 
nes de  espíritu  algunas  personas  muy  liberales  que  han  vigorizado  mi 
fé  debilitada»,  personas  hay  a  quienes  manifesté,  mis  dudas  de  si.  yo  se- 
ría ó  no  coz^ervador,  y  me  contestaron  con  aqpsl  punteo* to  vulgar 
que  nos  cpnteb^el  rector. . . .  „Tú  te  Humarás  Pédrp,p?ro  loa  andados 
los  tiene»  de  Jufm»", — Vd.  será  conservador,  me,  dijeron. con  cierta  son- 
ga, pero  sus  pasos  son  de  liberal^  Ya  verás*  pi  quejado  Pepe,  cué^I  se- 
rí*  mi  desunión  cuando  yo  he  procurado. no  perteoer  á  ningún  parti- 
do mientras,  sea  presidente  de  la  República.    Y  lo  peor  es  que  los  con- 

*■     »        -■ ■  —      '     '       '     ~~n — —  ■     = 


.    í7r 

servidores  se  Alejan  de  mí  como  si'  friera  un  desertor  dé  San  Lázaro. 
•Diceü  que  me  ha  nulrfteado  la  presidencia!  ¡á  quién  se  lo  cuenta  vd. 
dueño  adorado!  jPues  á  quién  no  nulifica  ese  puesto?  sería  preciso 
multiplicar  los  peeesf  y  los  panes  para  contentar  uá  esos  miserables  que 
apenas  tienen  sentido  común  n  Ser'  querido,  éería  raro,  si  nada  tengo 
que  dar;  ¿Presidente  y  popular?  ¡cuesta  á  la  patria  muy  caro!  Dices 
que  los  amigos  que  me  rodean  no  me  quieren  y  me  preéipltan. . .  .¡I- 
nocente  de  tí,  Pepe!  ¿de  qué  te  sirve  ese  talento  que  l)ios  Nuestro  Se- 
ñor te  ha  dado?  Precisamente  mis  amigos  los  enojados,  a  fuer  de  par- 
tidarios, querían  constituirme  en  esclavo  y  en  ün  títere,  y  yo  no  me 
dejé.  ¡Con  qué  suavidad  te  me  vas  descolgando,  queridóte!  así,  así,  te- 
miendo ofender  mi  delicadeza,  se  te  deslizan  esas  palabras,  y  yo  tengo 
que  quedarme  con  la  pildora  en  el  cuerpo,  sólo  porque  ertes  mí  compa- 
ñero de  colegio,  y  porque  mis  adversarios  tienen  placer  de  hablar  por 
boca  de  ganzo. 
Mucho  teme  qué  el  tiro  se  té  salga  por  la  culata.* * 
Ves  que  unos  y  otros  de  los  contendientes  Invocan  la  Constitución 
de  57,  y  deduces  que  la  guerra  es   por  una  persona. 

/— Yo  *  mi  Vez  deduzco  que  estando  de  mi  parte  la  legalidad,  y  sien- 
do la  revolución  por  persona,  ésta  no  tietoe  fafcóñ  de  ser.  ¿Has  olvidado 
la  lógica  que  juntos  estudiamos?    Me  hablas  de  la  situación  de  Puebla 

¿Sí?  ay,  ay,  ay,  ay,  ay ya  pareció  aquello ¡Tú  resuellas  por  la 

herida,  Pepe  del  alma! 

Al  subir  al  poder  di  un  manifiesto,  y  en  él  un  programa;  \j  lo  he 
cumplido¡  ¿Qué  ne  respeta  «l  $b«e  e&fnqgkr?  ¿fué*  apta  prostituida  esa 
institución  de  la  demacrada?  '¡Pasteada  hMtfrftfr  más  estoy  con  esa 
nueva1. ... 

Todo*  los  dervotádes  en  ks  eíeatióhete  xtiéeh  jes  mismo  en  to4as  par- 
tes del  mundo.  No  hay  libertad  del  pensamiento,  esclamas  con  tal 
magisterio,  que  los  que  te  oyen  dirán  que  es  cierto.  Aquí  se  escribe 
hasta  lo  que  no  se  debía  escribir;  se  lanzan  proclamas,  artículos  incen- 
diarios, se  denosta  al  Presidente,  i  lo»  Magistrado^  á  Sanadores  y  á  Di- 
putados; sólo  santos  no  nos  dicen,  temiendo  acaso  que  hagamos  un  mi- 
lagro: ¡y  no  hay  libertad  de  imprenta!  ¡y  na ik  h*yrquerido  Pe]ié!-aahh! 
Me  valiera  más  el  decir  jesto: 
•  Ay  amor,  cotila  ate  has  puesto? 

Velazcor  del  Palacio  y  Ja  venal,  hablan  hasta  por  loé  codo»;  y  pava 
castigo  de  apa  mas  negros  pecados,  basta  Ttteeredo  fDiotí  mío!  hasta 
Tanrredo  mete  ra  cuchara  ¡Qué  bien  decía  J>*Paaoraciat  ¡Ornado 
uooesiád*  desgracia*,  94.A  ■       •     , 

La  libertad  de  imprenta  no  éa  uqa  cota»  <fe  mayta  pora  qw  se 
emboten  en  ella  la»  flechas  del  poder  por  ot^as  dctóto* 

Caá*to  cacabeas  tu  amor  hacia  mi*  <pferito  Baufewt*;  me  quieres  no- 
mo á  un  hermano,  dices.  ¿Creea  que  un  aaopr  tan  almibarado  y  tá»  WÉ-» 
bido  d*  ptínto,  puede  convertirse  en  carato elofc  Yo  digo  pava  mí!.- . . . 
¡Zorre  de  todo»  loe  diablos!. . . . 


178 

Mucho  te  sorprendía  que  en  el  Congreso  se  oyera  esta  voz- n  Lerdo 
nóii-Néeiede  mí  que  ereía  que  los  diputados  j>odrían  decir  nóf  Hasta 
dónde  pueden  llegar  los  hombres  por  sus  letras.  Como  diputado,  bien 
podría  decir  un  nó  más  redondo  que  un  plato,  ya  se  tratara  de  las 
leyes  de  roforma  ó  de  otras;  como  Presidente  de  la  República  tengo 
que  cumplir  con  las  leyes  y  con  la  Constitución,  y  no  he  dado  ana 
pifia  hasta  hoy. 

Concluyo  esta  carta  dándote  las  gracias  por  los  consejos  de  la  tuya. 

No  me  dejes  de  la  mano,  querido  Pepe:  tú  será»  el  eco  misterioso 
donde  resuenan  las  quejas  patrióticas  de  los  descontentos;  tó  serás  «m 
oráculo,  mi  Pitonisa;  tú  seras  mi  lazarillo.  No  me  retardes  tus  saluda- 
bles consejos. 

Tu  amigo  y  condiscípulo. — Sebastián* 

He  aquí  una  prueba  latente  de  que  el  Sr.  Lerdo  na  deja  raí  contes- 
tación las  cartas  que  se  le  dirigen,  El  señor  Bautista  estará  mas  con- 
testo que  un  fraileen  una  proseción.  He  lanzado  un  cohete  á  la  Con 
gréve,  dirá;  mi  condiscípulo  estará  para  perder  el  juicio;  los  lectores  de 
mí  carta  se  desternillaran  de  risa. 

Después  de  lo  que  antecede,  vuelvan  vdes*á  escribir  otra  carta,  que 
no  irán  á  Ros»  por  la  respuesta 


CONTESTACIÓN 

A  OTILA  CEimK  CARTA  MI  MIS»  SElOR  IAITÍSTA. 


México,  1  <?  de  JuKo  de  1876; 

Mi  antiguo  camarada.  A 

¿Cómo  ea»que  de  tantos  años  de  silencio  vueívo  á  tener  noticias  de 
mi  querido  cadete  en  democracia»  de  mi  incomparable  y  tierno»  recluta 
en  ideas  iliberales?  Al  recibir  la  estimable  carta  de  vA  di  orden  al  ca- 
bo Tragábalas,  portero  del  Ministerio  de  la  Guerra,  para  que  yendo  al 
cuartel  más  inmediato,  mandara  tocar  diana»  en  conmemoración  de 
semejante  hallazgo.  Eso  de  tener  e»  mi»  filas  u»  mosarrete  que  dra- 
gonea de  erudito,  y  que  escupe  por  el  colmillo  en  rueda  de  sargentos, 
es  a»  acontecimiento  plausible;  eso  de  ver  que  un  querida  mocoso  de 
antaño  se  me  encarama  á  las  barbas  pidiéndome  explicaciones  sobre 
derecho  administrativo,  es  para  que  un  general  como  yo  se  vaelva  ba- 
las sin  saber  qué  contestar.  Me  pone  vd,  en  tal  aprieto»,  mi  buen  ami- 
go, cuando»  quiere  vi  que  yo  conteste  tantas  y  tan  peliagudas  pregan- 


179 

tas,  que  desconfío  de  poderlas  satisfacer;  pero  así  son  los  discípulos  a- 
provechados;  á  fuerza  de  estudio,  aventajan  en  saber  al  mismo  maes- 
tro; y  el  día  en  que  más  descuidados  estamos,  sorprende  aquel  nues- 
tras avanzadas,  mete  una  columna  cerrada  de  argumentos,  asalta  núes 
tra  rasón  en  sus  últimas  trincheras  y  concluye  por  desalojar  nuestra 
convicción  de  su  fortificado  recinto. 

¿Ccn  que  vd.  se  ha  metido  á  cartujo,  eh?  ¿Con  que  ese  zaragate  de 
Romero  Vargas  le  amenazó  con  ponerle  chaca  si  no  pagaba  vd.  lo  que 
debía  ó  k)  que  no  debía?  pues  hombre,  Romero  Vargas  no  debe  tener 
mal  ojo  cuando  descubría  en  vd.  aire  marcial  y  espíritu  guerrero;  no 
biás  eso  le  faltaba  á  vd.  para  ceñirse  la  corona  del  martirio  en  esa  ben- 
dita tierra  de  los  reprimidos. 

Consuele  vd.,  mi  bueno,  mi  sufridísimo  Sr.  D.  José  María;  vd.  fia  te- 
nido en  vida  su  purgatorio,  como  la  han  tenido  otros  muchos  poblanos, 
porque  esto  les  evitará  acercarse  á  las  llamas  del  infierna  ¡Bien  aven- 
turados los  que  han  hambre  y  sed  de  justicia,  porque  ellos  serán  har- 
tos, hartísimos,  tanto  que  no  han  de  caber  en  ese  Limbo  tan  decanta- 
do y  que  se  destina  á  los  patriotas  regenerativos. 

Bien  puede  vd.  creerme;  no  me  afligen  tanto  nuestras  derrotas' como 
esa  serie  no  interrumpida  de  victorias  que  obtienen  los  insurrectos,  y 
que  nos  hacen  domir  al  aire  libre  tomo  las  liebres  y  con  los  ojos  abier- 
tos, en  espera  de  nuestros  triunfantes  adversarios.  Figúrese  vd.  que  ya 
hemos  hecho  testamento,  porque  nos  estamos  ahorcando  con  un  ca 
bello;  porque  nos  da  el  agua  al  cogote,  y  porque  ya  pasó  el  enemigo  el 
Rubicón  y  está  á  las  puertas  de  México. 

Infiero,  mi  estimable  Sr.  D.  Chepito,  que  vd.  quiere  lucir  su  erudi- 
ción y  darme  un  gomitorio,  como  dice  Tragábalas,  como  quien  intenta 
sacar  municiones  con  sacatrapos;  pues  no  me  sorprenderá  vd.,  porque 
tengo  para  contestar  bien,  y  para  aconsejar  mejor,  un  espíritu  selecto; 
nada  menos  que  el  capitán  Matamoros  que  es  el  encargado  de  resolver 
cuestiones  de  tono  y  lomo.  Yo,  lo  que  soy  yo,  poco  aprecio  hago  de  cues- 
tiones filosófico-constitucionales,  pues  sólo  sé  ochar  machetazos,  y  o- 
bligifr  á  todo  hijo  de  su  mamá  á  caminar  recto  á  paso  regnlar  y  á  no 
cambiar  de  rumbo;  los  soldados  no  tenemos  más  código  que  la  obedien- 
cia, ni  más  fin  que  morir  al  pié  del  cañón.  Esto  explicará  á  vd.  porqué 
he  mandado  que  las  músicas  toquen  aires  marciales,  canten  los  soldados 
el  Himno  nacional,  y  que  se  destierre  de  los  cuarteles  »la  mamá  Car- 
]ota,n  canto  bélico  que  al  entusiasta  Licenciado  Riva  Palacio  le  inspi- 
ró su  esforzado  patriotismo,  ni  más  ni  menos  que  otro  predestinado 
D'  Lisie,  autor  de  la  Marsellesa. 

He  oído  decir  desde  niño,  que  gobernar  democráticamente,  es  go- 
bernar con  un  congreso  electo  popularmente,  que  dá  leyes,  y  con  otros 
dos  poderes  Ejecutivo  y  Judicial,  que  las  obedece  y  ejecuta,  cuyo  orí- 
gen  sea  también  del  pueblo.  Es  así  que  con  esos  poderes  populares  se 
gobierna  México,  luego  es  demócrata  el  gobierno  actual  Todos  hemos 
protestado  guardar  y  hacer  guardar  la  Constitución,  y  aunque  á  vd. 
le  sea  difícil  pasar  esta  verdad  por  sus  anchas  tragaderas,  tendrá  vd. 


180 

por  biep  ó  por  fuerza  que  apechugarla;  dirá  vd.  que  la  tragará  como 
quien  comulga  cpn  ruedas  de  molino,  pero  nada  importa;  mucho  será 
que  logre  yo,  iluminado  por  un  espíritu  instructor,  el  capitán  consabi- 
do, hacer  penetraran  rayo  de  luz  en  e$e  umbrío  entendimiento.  Yo  sé 
que  entre  las  cosas  más  difíciles  de  este  mundo,  una  de  ellas  es  con- 
vencer á  un  obstinado. 

Ustedes  los  regeneradores,  y  los'renegados,  á  fuerza  de  estudiar  los 
textos  legislativos  y  constitucionales,  han  dado  en  interpretarlos  y  en 
cambiar  su  sentido,  ya  sea  suprimiendo  palabras,  sustituyendo  letras, 
ó  variando  hasta  la  puntuación  para  darles  un  sentido  acomodaticio; 
esto  me  recuerda  que  allá  en  aquellos  tiempos,  cuando  vd.  ni  pensaba 
dejar  la  cabra  que  le  servía  de  nodriza,  cayó  baja  el  dominio  de  mi 
instrucción  militar  un  pobre  recluta,  indígena  rebelde  á  la  civilización 
y  aun  al  idioma  castellano;  no  fué  posible  hacerle  comprender  los 
Mandamientos  de  la  ley  de  Dios,  porque  cambiando  una  letra  decía 
todo  lo  contrario:  El  quinto  no  matarás^  le  decía  yo;  el  quinto  lo  ma- 
tarás, repetía  él  con  aire  marcial.  El  sexto  no. le  aconsejaba  yo  san- 
tiguándome. El  sexto  lo —  .se  empeñaba  en  repetir,  como  di  estuviera 
en  campaña;  y  de  esta  demanda  no  fué  posihle  hacerlo  desistir.  Apli- 
que vd.  el  cuentecito  y  vea  si  en  esta  parte  están  satisfechas  sus  du- 
das.                                         * 

Cree-vd.,  mi  alucinado  discípulo,  que  hay  una  inconsecuencia  en  el 
Sr.  Lerdo  aceptando  la  reelección,  qaando  la  nación  esté  en  contra  dé 
ella.  Yo  acepto  la  teoría  dé  vd.  y  á  las  pruebas  me  remito;  si  el  Sr.  D. 
Sebastián,  mi  grande  y  mi  buen  amigo,  no  es  aceptable  por  la  nación, 
ella  le  negará  su  voto;  válese  que  en  nuestro  sistema  democrático  todo 
funcionario  es  electo  por  la  mayoría  del  pueblo  mexicano*  si  este  }e 
njtíga  su  confianza  y  la  deposita  en  otro,  yo  diré,  yo  confesaré,  yo  pre- 
dicaré, en  todas  partes  que  mi  discípulo  Chepe  Bautista  tiene  narices 
de  alcuza  y  un  olfato  delicado  para  oler  la  pública .  opinión;  máxime 
una  vista  de  lince  para  ver  los  acontecimientos  futuros.  Quizá  no 
venga  diciendo  vd.  el  estribillo  de  siempre  "¡qué  escándalo!  se  falsea 
la  opinión  del  verdadero  pueblon  joiga! — ¿y  los  que  protejen  la  *eelec- 
ei&k  eeoa  no  son  pueblo,  ni  tienen  derecho  á  elegir?  Ya  vd.  ve  Sr.  D. 
Jos¿  María  Bautista,  que  yo,  inspirado  por  el  capitán  Matamoros,  tam- 
bién tenga  tais  ribetes  de  profeta,  pero  no  de  profeta  del  pasadtf  conjo 
vd.  y  que  es  cosa  fácil  de  serio,  si  no  del  porvenir,  sí,  del  porvenir,  en 
cuyos  secretos  sclo  Dios  y  el  diablo. 

[Inhumanos!  nos  llama  vd.,  aeñor  Bautista,  porque  hacemos  la  gue- 
rra; ¡inhumanos  nosotros  porque  sostenemos  ha  ley  y  contrariamos  y 
batimos  á  nuestros  adversarios!  Los  insurrectos  no  tiran  con  mortí- 
fera metralla,  sino  que  nos  envían  un  aguacero  de  besos  y  abrazos,  y 
manojos  de  flores,  y  bombas  de  perfumes;  este  si  es  un  modo  de  discu- 
rrir muy  ingenioso,  muy  supicaz,  señor  D.  Pepe;  esa  profunda  convic- 
ción deben  haberla  insuflado  á  vd.  coa  jeringa  nada  menos  que  Jos  pro- 
nunciados: ellos  ponen  el  espantajo  y  luego  s#  asustan  con  éL 

No  puedo  yq  eomprende,r  qué  clape  de  %lucinamiento  es  en  el  que 


'181 

vd.  ha  caído  cuando  alegara  q\*e  el  Presidente  ha  faltado  á  sa  progra- 
ma, y  no  se  le  debe  respetar  por  esta  {Siempre  la  muletilla  de  cos- 
tumbre! Yo  sostendría  que  al  primer  Magistrado  de  le  debe  respeto, 
porque  así  se  enalteee  la  nación  que  representa.  ¿Podría  vd.  creer  que 
los  que  servimos  Á  la  nación,  incluso  el  Sr.  Lerdo,  no  tenemos  respon- 
sabilidad? nosotros  creemos  tenerla  ante  Dios,  ante  la  patria  y  ante 
nuestros  conciudadanos. 

No  por  eso  sea  vd.  cruel  con  nosotros  el  día  que»  triunfante  la  revo- 
lución, mande  toóaf  la  trompeta  del  juicio  final  el  Sr.  Gerónimo  Riva 
Palacio  y  nos  haga  comparecer  k  jucio  ante  la  magostad  de  un  caudi- 
llo afortunado. . .  .«¡Ay  de  roaotros  escribas  y  fariseos!,,  dirán  ustedes 
desde  ahora  por  tentar  nuestras  flaquezas;  -.ay  de  vosotros  loe  que  co- 
locáis un  mosquete  y  os  engullís  un  cabello.  Generales  republicanos 
que  ordenáis  combates,  qnef  hervís  al  tirano. . . .  itIOhl  eae  tiro  sin  pun- 
tería viese  rectamente  á  mí  como  una  bala  perdida. .  ♦  «pero  yo  les  he 
dieho  ¿  mis  amigos  y  «1  mistae-  Lerdo»  nea  eso  una  provocación;  es  lo 
que  los  jugadores  de  malilla  liaman  arrastré  falso,  para  descubrir  el 
juego  de  los  contrario*. . . .  (Si,  ya  voy,  que  me0están  peinando*— Esas 
bombas  lograrán  -  reventar  sin  abrir  brecha:  á  mí  me  viene  esa  flecha, 
glorioso  don  Sebastian, 

Usted  bien  sabe,  Sr.  D.  José  María,  que  a  las  revoluciones  todas  les  dan 
principio  los  ladrones;  las  desarrollan  los  hombres  de  la  idea,  las  sos- 
tienen los  mártires  en  la  fé,  y  las  concluyen  los  guerreros  afortunados; 
¿qué  entraño  es  que  en  las  filas  de  los  insurrectos  se  encuentren  cri- 
minales del  orden  común,  extraídos  de  las  cárceles,  y  dignos  del  patí- 
bulo? A  estos,  que  tienen  un  campo  bastísimo  para  que  su  traviesa 
inclinación  pueda  echar  un  retozo  con  agravio  de  la  moral,  se  les  debe 
aplicar,  no  sólo  la  ley  de  plagiarios;  no  sólo  la  ley  del  embudo,  sino  to- 
das estas  juntas:  eche  vd.  una  mirada  á  ese  ejército  que  todo  lo  rege- 
nera, y  se  quedará  patitiezo  de  ver  muchas  caras  patibularias  que  han 
cometido  loa  «mayores  trúaaenea¡  y  no  veaga  vd.  presentando  excepcio- 
nes honrosísimas  por  muchas  que  estas  puedan  ser;  pues  si  hubiera  un 
plagiario  nada  más,  nada  tná*  que  uno,  tolerado  á  sabiendas  por  uno 
ó  más  caudillos  de  segunda  talla,  ésta  persona  autoriza  para  que  unos 
y  otros  lo  llevaran  al  patíbulo,  antes  que  nominarlo  redentor  de  un 
pueblo  oprimido,  defensor  de  una  causa  santa. 

Bien  sabe  vd. . .  .¡cometa! que  la  patria  no  es  tinaja  de  Guadal&jara 
que  tiene  sus  tapaderas.  Donde  haya  de  esta  clase  de  malvados,  allí 
debe  caer  la  espada  de  todos.  Sí  vd.  cree  #ra  apasionarse  que  al  lado 
de  guerreros  esforzados  han  existido  y  existen  esas  panteras,  aconsé- 
jeles que  hag*a  su  separo  como  el  cosechero  que  aparta  el  trigo  de  la 
avena.  ¡Con  qué  empeño  se  propone,  vd.  hablarme  dalos  tiranos!  Pa- 
ra los  revoltosos,  todos  los  gobiernos  son  tiránicos;  y  también  se  inco- 
modan porque  se  les  castiga;  *quí  viene  como  dé  molde  un  pensamien- 
to de  un  poeta  favorito  4pl  capitán  Matamoros 


182 

»«Si  pongo  una  joroba  en  un  retrato 
Y  lo  mira  quien  tenga  una  joroba, 
Dirá  que  he  cometido  un  desacato.» 

¿Qué  estraño  es  que  hasta  el  gobierno  más  demagogo  se  le  apliquen 
los  epítetos  más  denigrantes,  y  al  Presidente  más  justificado  se  le  com 
pare  con  aquel  Felipe  II?  La  historia  nos  revela  que  á  un  rey  le  lla- 
maban sus  vasallos,  unos,  Don  Pedro  el  cruel;  y  otros,  Don  Pedro  el 
justiciero.  La  posteridad  ha  hecho  justicia. 

¡Cuántas  lisonjas  Sr.  D.  José  María  Bautista!  ¡Cuántas  genuflexio- 
nes en  un  ladrillo  para  que  yo  le  conteste  y  lo  convenza  de  que  está 
vd.  en  error!  hijo  mío,  sería  predicar  en  desierto;  vd.  tiene  inter<%  en 
el  triunfo  de  la  revolución,  y  seria  perder  el  tiempo  en  usar  razona- 
mientos contra  intereses;  yo  apreciaría  tenerlo  á  vd.  á  mi  lado;  hacer- 
me la  ilusión  de  que  es  todavía  un  chiquillo,  sentarlo  en  mis  rodillas, 
limpiarle  las  naricitas  y  decirle  en  tono  muy  paternal  y  zalamero  es- 
tas palabras:  Pepito,  eres  incapaz  por  tu  inexperiencia  de  comprender 
toda  la  elocuencia  de  mis  palabras,  pero  fíjalas  en  tu  memoria,  y  re- 
cuérdalas en  el  porvepir;  no  te  convencerás  de  tus  errores,  mientras 
tengas  esperanzas  del  triunfo  de  la  revolución;  vacilarás  en  tus  creen- 
cias cada  vez  que  llegue  á  tu  oido  una  derrrota  de  los  insurrectos;  te 
darás  golpes  de  pecho  y  cantarás  la  palinodia  cuando  veas  que  éstos 
ceden  ante  el  peso  de  la  opinión  que  los  abruma:  arrepiéntete  pecador 
obstinado;  vuelve  al  redil,  oveja  descarriada;  modera  tu  furor,  prédica- 
sempiterno,  y  en  todos  tiempos  tendrás  abiertos  los  brazos  de  tu  D. 
Nacha 


Ya  pareció  lo  perdido. 


Alegres  como  unas  pascuas  están  las  personas  que  son  afectas  á  las 
fiestas  religiosas  y  ahorcándose  con  un  cabello,  porque  una  imagen  es- 
cultural del  Salvador  se  había  perdido  al  remitirla  de  Querétaro  á  esta 
ciudad;  las  noticias  eran  que  desde  el  31  d^ Diciembre  fué  colocada  en 
el  Ferrocarril  -Central,  y  el  santo  no  llegaba  á  su  destino.  Temían  los 
siervos  de  Dios,  que  viéndolos  con  desdén,  hubiera  ido  aparecerse  a 
otra  parte. 

Se  pusieron  en  agitación,  y  una  lluvia  de  telegramas  cayó  á  un  tiem- 
po sobre  el  escultor  y  los  remitentes,  y  se  trataba  de  nombrar  una  co- 
misión olfateadora  que  siguiendo  la  pista  al  santo  lo  hiciera  volver  á 
este  suelo  bendito  donde  ya  se  le  tiene  preparada  una  fiesta.    ¡Buen 


183 

chasco  nos  hubiera  pegado  su  ¿«anudad,  cuando  todo  está  preparado  pa- 
ra la  bendición  y  para  tributarle  culto!  Dejarnos  con  nuestros  gastos 
hechos  habría  sido  una  descortesía.  Al  fin  pareció  lo  perdido  ¿Qtrién 
les  parece  á  nuestros  lectores  que  íué  el  dichoso  Juan  Diego  que  lo 
encontró?  un  Licenciado,  á  quien  no  le  llegaba  la  camisa  al  cuerpo  te- 
miendo el  extravio  del  santo  que  representa  su  santo  nombre,  ¿Albri- 
cias! ya  lo  encontró  trasconejado,  sí,  en  un  furgón  de  aquellos  que  sir- 
ven para  conducir  toros  de  lidia  á  la  capital,  y  que  volvieron  vacíos  á 
su  destina  Como  el  material  rodante  escasea,  aprovecharon  una  jau- 
la para  remitir  el  cajón,  cuyo  contenido  se  ignoraba. . . , 

Espléndida  será  la  función  de  la  bendición,  del  bautizo  del  Salvador, 
bajo  la  advocación  del  Sagrado  Corazón  de  Jesús*  el  San  Juan  Bautis- 
ta será  representado  por  el  sacristán  de  la  Asunción:  el  Jordán  será 
esa  misma  Iglesia  parroquial*  Un  apostolado  completo  de  fervientes 
siervos  son  padrinos;  no  sabemos  si  resultará  algún  Judas;  todos  son 
acomodados  y  creyentes;  una  docena  de  madrinas  fueron  convidadas; 
sólo  tinp  dijo  nonty,  y  eso  no  porque .  no  le  agrade  repicar  y  andar  «n 
la  procesión,  sino  porque*  al  esposo  no  le  gustan  fiestas,  ni  bolos,  ni 
arranques,  ni  desbocamientos. 

En  cuatro  buenas  cualidades  se  han  fijado  para  eseojer  en  nuestra 
sociedad  el  circulo  matrinalT  aunque  no  siempre  pueden  estar  todas  es- 
tas cualidades  reunidas;  que  cada  una  tenga  esposo  co di  placiente,  celo 
religioso,  recursos  abundantes  para  contribuir  i  los  gastos  del  festín, 
y  que  se  llamen  Pepitas,  de  ese  nombre  tal  vez  no  se  pueda  ajustar  el 
femenil  apostolado,  pero  la  comisión  olfateadora  las  busca  con  un  ci- 
rio pascual  y  una  linterna  sorda  La  Imagen  está  de  enhorabuena; 
además  del  ferviente  culto,  los  cilios  y  los  bolos,  que  han  de  ser  forzo- 
samente de  á  onza  de  oro,  se  le  obsequiará  con  una  pepitoria. 

Dichosos  los  bienaventurados,  porque  de  ellob  es,  el  reino  dejos 
cielos. 


%MXMXa$spwuL* 


Hay  épocas  en  la  vida  del  hombre  en  que  el  sueño  embarga  sus  sen- 
tidos, y  en  que  al  despertar  puja,  bosteza,  y  contrae  los  miembros  co- 
mo si  quisiera  alejar  una  afección  nerviosa  que  le  embarga  la  yoz9  el 
oído,  la  sensibilidad  y  aun  los  esfuerzos  de  la  voluntad  que  lo  induce 
á  entrar  en  una  vida  activa. 

Nosotros  despertamos  de  ese  sueño.   Hemos  soñado  agradablemente 


184 

contemplando  los  triunfos  de  1*  democracia  y  los  de  1a  justicia  ciega  y 
recta. 

Nuestra  existencia  se  desligaba  entre  ápres,  tnúsicas  y  perfumea 
Hemos  tenido  también  sueños  pavorosos  en  que  han  actuado  tormen- 
tos inquisitoriales,  la  aplicación  de  ta  ley  fuga,  y  hasta  la  condenación 
de  noestra  pobrecita  alma  al  ser  arrojada  á  ios  antros  platónicos  donde 
no  se  mira  á  Dios. 

iOh  desesperación!  Llamamos  entonces  en  nuestra  angustia  al  cielo 
con  todas  sus  jerarquías,  y  nadie  nos  prodigó  una  palabra  de  consuelo: 
entonces  formamos  pacto  con  el  diablo  A  fin  de  que  nos  mandara  su 
lucífera  gracia;  hasta  entonces  creímos  én  su  existencia. 

Alguna  vez,  variando  el  panorama  de  nuestro  sueño,  nos  reíamos  en 
la  mansión  de  la  bienandanca  transformados  en  querubines,  revolando 
cerca  del  trono  de  Dios,  y  dando  alguna  vea  ataos  á  1*  ealva  de  S. 
Pedro. 

Otras  veces,  durmiendo  bajo  la  desgraciada  impresión  de  nuestros 
dolores,  nos  vimos  arrebatados  por  lar  potente  garra  de  Satanás  para  se- 
guirle á  sw  imperio,  á  ese  Seno  misterioso  y  aterrador  en  donde,  segtjm 
los  católicos  más  creyentes,  deben  habitar  fó6  grandes  guerreros,  los 
profundos  filósofos  y  los  mspfrado*  poetas  que  han  admirado  al  mundo. 

Al  sacudirse  ese  sueño  que  aletargó  nuestros  sentidos,  hemos  llorado 
algunas  ocaciones  afectados  pot*  el  pesar  y  otras  por  la  alegría 

(Qué  hermosa  es  H  eternidad  soñada!  ¡cuánta  magnificencia  se  os- 
tenta en  aquella  gloria  donde  nadie  rie,  ni  se  qutja,  ni  Hora!  allí  no  se 
sulfura  el  ánimo  al  contemplar  injusticias  porque  no  las  hay,  no  se  ba- 
ten palmas  para  tributar  aplausos,  porque  nadie  los  necesita.  Cada 
cual  se  abisma  en  sí  mismo  y  se>  sumerge  en  un  Océano  de  hit:,  de  har- 
monía, de  perfumes,  de  bienandanza. 

^Qu¿hermosa  es  (a  eternidad  contemplada  baj*  et  prisma  de  somno- 
lencia! ¡qué  grandiosa  es  hasta  en  ese  imperio  en  que  Luzbella  1  ^  es 
el  supremo  imperante!  allí  no  hay  diablas  tentadoras  que  seducen  con 
su  mirar  ni  encantan  con  su  sonrisa;  ni  mosca  blanca  que  crea  las  oca- 
tdones  de  ejercer  el  soborno;  (ya  maliciarán  ustedes  entre  quienes)  ni 
estafermos  que  van  á  medias  en  los  emolumentos  con  el  que  los  nom- 
bra: ni  virtudes  austeras  que  hacen  del  hp.nor  upa  deidad  profana,  inú- 
til y  veleidosa. 

Pero  despertwa*e*y  volvemos  á  nnostmn  ■oaisda¿>^»gio  seres  deste- 
rrados, para  presenciar  tantas  miserias  y  tantas  abominaciones, 
tantas  llagas  incurables  de  la  patria,  y  cánceres  estomacales  que  nos 
mortifican  y  no  no3  matan. 

¿Es  realmente  aquí  el  suelo  de  nuestros  antepasados»  en  dónde  se 
deslazó  nuestra  infancia  donde  brillaron  nueptc**  glorias»  jen  el  que 
estrechamos  las  manos  de  gobernantes  íat8gfpe*de  magistrados  rectos, 
y  de  jueces  que  adoraban  á  la  incomparable  Aserta*  ¿de  funcionarios 
idóneos  que  tributan  homenaje  al  renombr?  de  inmaculada 

¿Porqué  la  bruma,  más  inténsanos  oculta  boy  el  templo  de- &  gloria, 
el  de  la  justicia,  el  de  la  razón? 


185 

•  Ah!  ya  no  existe  el  papel  sellado  de  santa,  de  gratísima  recordación. 

Se  fueron  á   fondo  aquellos   administradores  que   recibían  amables   y 

entregaban  complacientes;  que  cambiaban  los  pliegos  que  tildaba  el  e- 

I  rror  por  otros  blancos  y  relucientes;  había  empleados  de  la  renta  que 

no  tenían  visitadores  ni  visitadoras. 

Pero  hoy  se  han  inventado  estampillas  perforadas  y  con  pegoste  de 
clara  de  huevo  y  goma  para  adherirlas  con  babas  á  los  alegatos  que 
tienen  que  elevarse  á  respetables  jueces  y  magistrados  ¡qué  suciedad! 
¡qué  falta  de  cultura!  estampillas  que  multiplican  el  valor  con  el  color 
hasta  la  sexta  potencia,  para  llenar  toneles  de  las  Danaidaa  Se  ha 
creado  también  la  importante  plaza  de  maestro  al  cémballo  que  toca 
alegres  sinfonías  en  un  timbre  que  resuena  con  vibración  argentina,  ó 
aurífera:  se  le  conceden  facultades  de  mayoral  para  guiar  á  1  os  guajo- 
lotes con  un  látigo  que  alcanza  hatta  la  pared  de  enfrente,  y  se  1$  po- 
ne en  la  mano  los  símbolos  de  su  misión,  es  decir,  una  variada  colección 
de  jeringas  de  distintos  calibres,  según  sean  aquellos  á  quienes  deben 
aplicarse;  para  los  ricos  de  encumbrada  grandeza,  las  anchas  y  nike- 
ladas;  para  los  pobres  de  humilde  solemnidad  y  anchas  tragaderas,  las 
gruesas  y  confortables. 

Existe  una  ley  de  Hacienda,  escrita  con  tintura  de  cantáridas,  que 
aplicada  en  la  ánfula  que  levanta  la  ley  del  timbre,  ampolla  y  caute- 
riza la  carne  viva.    ¡Ay!  es  un  remedio  muy  saludable. 

Existe  un  club  de  papaoatas,  al  que  se  emplea  eoa  modo  y  con  pro- 
mesas ilneprias,  en  sacar  un  carro  del  atolladero;  pero  ae  le  despide  á 
!a  hora  de  las  tajadas,  cuando  el  redentor  va  á  llegar  con  gloria  y  ala- 
gestad,  el  mesías  prometido,  á  repartir  con  asta  franca  las  liberalidades 
qoe  contienen  los  cuernos  de  su  abundancia 

Per»  {qué  «lase  de  sueño  era  el  nuestro?  nosotros  no  respirábamos, 
pero  oíamos;  carecíamos  de  sensibilidad,  pero  mirábamos;  no  ejercitá- 
bamos nuestros  movi  men tos,  pero  sí  comprendíamos;  no  estaba  en  ac- 
ción nuestro  exquisito  paladar,  pero  sí  olfateábamos,  como  zahoris,  los 
acontecimientos;  no  era  pues,  un  sueño-,  era  la  catalepéia. 

Hoy  están  en  pleno  juicio  nuestras  facultades  y  nuestros  sentidos,  y 
olfateamos  como  sabuezos  «osas  maravillosas  y  las  predecimos  como  las 
Sibilas  de  las  Galias. 

¿Qué  consuelo  nos  dan  nuestros  lectores? 

¿Nos  quedaremos  esperando  esa  era  feliz?  Ya  percibíamos  sus  auras 
precursoras,  saturadas  por  la  nicotina;  las  Pitonizas  de  la  regeneración 
olían  &  morfina  y  á  tabaco  en  rama,  y  hoy  nos  muestran  en  lontananza 
el  continente  de  nuestra  dicha,  pero. ....  .no  muere  todavía  el  Moisés 

que  las  conduce  á  la  tierra  de  promisión:  darán  la  vuelta  huyendo  de 
eka  Babilonia  que  se  líama  Villa  «le  la  Encarnación,  y  al  pasa^r  el  mar 
rojo,  se  ahogarán  sus  perseguidores. 

Y  correrá  el  tiempo;  y  volarán  los  siglos  para  que  sean  cumplidas 
las  prcfesías  de  la  prensa  de  oposición. 


186 

Ambara  nuestro  redentor  en  su  jumento  y  será  recibido  con  palmas 
y  con  entusiastas  aclamaciones. 

¡Bendito  sea  el  que  viene  enviado  por  el  señor  para  aliviar  nuestros 
dolores  y  para  curar  nuestra  lepra! 

¡Bendito  sea  el  que  viene  á  remendar  las  sacas  y  las  talegas  del  e- 
rario  de  nuestro  Estado, 

¡Abajo  los  despilfarres!  ¡abajo  la  privanza  de  los  hijos  del  cura! 

Saldrán  á  latigazos  del  templo  los  mercaderes  que  lo  han  profanado; 
se  equilibrará  el  sensible  fiel  de  las  balanzas  con  que  Astrea  reparte 
equitativamente  sus  dones.  T  si  esto  no  sucede  ¿nó  nos  creeremos 
chasqueados  y  esperando  á  otro  mesías  verdadero? 

Fueron  muchos  los  llamados  al  festín  por  los  corifeos  de  la  oposi- 
ción, pero  ¡ay!  fueron  pocos  los  escogidos  para  sentarlos  á  la  mesa: 
que  se  contenten  con  percibir  el  olor  de  las  viandas  y  escuchar  las 
dentelladas  y  picotazos  de  esas  águilas  devorado; as. 

Ellos  llegan  como  apóstoles  de  una  nueva  fe,  inspirados  por  la  lon- 
ganimidad, á  pulsar  el  salterio  de  oro,  y  á  cantar  como  almas  gloriosas 
el  Hosanna  y  el  Te  Deum*  Llegan  más  purificados  por  el  olvido  que 
lo  que  lo  fueron  los  judíos  en  la  Piscina  de  Siloé:  no  debemos  temer 
que  nos  traigan  la  epidemia,  como  la  corneja  que  la  llevó  á  Italia, 
porque  ya  pasaron  por  las  horcas  caudinas  del  carbón  pulverizado  que 
mata  la  corrupción;  del  filtro  que  extrae  las  impurezas,  y  de  la  espuma- 
dera, que. . .  .así  pasa  el  almíbar  diáfano  que  dá  sabor  y  belle2a  al 
bienmesabe  y  á  la  conserva. 

Por  qué,  por  qué  el  redentor  no  quizo  aceptar  á  los  inmaculados  pa- 
triotas que  la  ley  de  Hacienda  convirtió  en  tópicos  para  curar  los  de 
saciertos  de  la  administración?  ¿por  qué  no  lian  de  ser  dignas  de  la  re- 
miniscencia pública  las  instancias,  lias  súplicas  y  las  lágrimas  de  un 
Doctorcito  que  impetraba  gracia  y  justicia  en  favor  de  los  desespera- 
dos en  la  contienda,  para  que  se  les  hiciera  siquiera  un  cariño  tribuna- 
licio  a  los  jurisconsultos  del  club? 

Y  se  quedaron  los  anfitriones  con  sus  gastos  hechos. 

Y  se  quedaron  los  inocentes  legos  juaninos  (como  los  ángeles  que 
salían  en  las  proseciones,  con  las  alas  levantadas)  con  la  geriga  en  la 
njano- 

Y  se  quedaron  todos  con  la  esperanza  fallida  como  los  judíos  que. 
anhelando  su  santo  advenimiento,  les  salió  el  tiro  por  la  culata. 

Debemos  cortar  ya  la  tela  da  nuestras  digresiones  para  evitar  el 
cansancio  con  el  relato.  Tal  vez  en  lo  futuro  cambiaremos  nuestro  es- 
tilo serio  y  gravedoso  por  otro  más  festivo  y  ameno,  al  entonar  nues- 
tras lamentaciones.  Ojalá  y  tuviéramos  al  frente  un  antagonista  con 
quien  disentir,  un  cirujano  que  ministre  los  primeros  auxilios  de  la 
ciencia  al  gladiador  que  quede  vencido  en  la  arena  periodística,  y  un 
padre  Camilo  que  ayude  á  bien  morir  á  la  victima  cuando  demos  el 
tijeretazo  maestro  en  la  chapa  del  alma. 


187 


Lo  que  va  de  ayer  a  boy. 

ENTREMÉS. 

to  (acuciará  Wk— Don  DeogmÍMliídigíol,— Pnj  lobuiíuo. 


ESCENA  PRIMEKA. 


Deogracias. — Las  doce:  Aun  no  viene  su  paternidad  k  formar  la 
tertulia  de  costumbre. 

Circuncisión.^— (Entrando  con  un  periódico  en  la  mano.)  Dios  mío! 
Dios  mío!  ¿y  ha  de  apurarse  nuestra  paciencia?  Virgen  de  los  desam- 
parados! demen  agua,  demec  agua 

Deo*— (sobresaltado)  D  *  Circuncisión!  ¿por  qué  pega  vd.  semejan- 
tes gritos?  se  ban  pronunciado  en  la  ciudadela?  hay  alguñ  cataclismo? 

<7¿r.— NVea  usted,  vea  usted,  don  .Deogracias;  ya  saiió  el  Cascabel 
metiendo  ruido,  y  poniéndonos  como  trapo  nuevo, 

Deo.— *-Cóm*>!  ¿comienzan  ya  los  periódiquitos,  y  la  mordacidad,  y 
las  herejías?  [de  rodillas]  Dios  Santo,  Santo,  Santo!  Santísima  Trinidad; 
Angeles  y  tquernbines  de  la  corte  celestial! 

C&r.— Ka,  ya  verán  ustedes  lo  que  le  sucede  á  ese  picaro  redactor 
luego  que,£oncluya  su  periodo  y  con  él  la  inmunidad.  Le  hemos  re- 
cetado nosotras  las  de  la# conferencia  unas  inyecciones  con  agua  bendi- 
ta para  qqe  se  le  salgan  los  diablos,  y  la  sociedad  católica  una  paliza 
con  el  hizopo  ó  con  los  ciriales. 

Deo.r—  Corneta! 

Cir. — Como  que  tiene  la  desvergüenza  de  juntar  á  Lutero  y  al  6eñor 
Torquem8da. 


Í88 

Deo. — Cuánta  herejía  alcanzamos  en  nuestros  tiempos,  señora  D  * 
Gircuncisión;  y  luego  que  ya  nadie  teme  &  lab  censuras  de  la  Iglesia 
ni  á  Ihs  excomuniones.  Figúrese  usted  que  los  impíos  dicen  que  hacen 
tanto  caso  de  las  excomuniones  como  de  los  enojos  de  Memet-Alí. 

Cir. — ¡¡No  me  lo  cuente  vú!!  eso  dicen  ahora,  pero  ya  lo  verán  con 
el  diablo  á  la  hora  de  los  gestos. 

Deo.-^Si  festos  libef-ates  nó   cfeeü  eti  el   diablo,  D  ^  Circuncisión; 
dicen  que  el  diablo  salió  borregd. 
CVr.— Impíos,  incrédulos! 

Deo,— *Yi  ustfed  ve  «orno  han  desterrado  á  los  jesuítas;  y  ao  ha  sido 
otro  mas  qtje  el  Presidente,  que  al  fin  salió  liberal; lo  inferno,  lo  mismo 
¡  que  el  Indio  de  tflis  pecados. 

j  Cir*. — Qué  chaüco  nos  hemos  llevado,  don  Deogracias:  ¡quién  lo  cre- 
]  yera!  se  lo  dije  á  tal  padre  confeso?,  que  al  fin  el  candidato  nos  había 
w  de  salir  calabaza. 

Deo.r- ¡Qué  bien  nod  deeía  el  Padre  Chicoteo!  yo  le  veo  como  á  un 
Profeta. 
Cir.,— Cómo! 

Deo.r- Dijo  en  la  sociedad  <*at<ilíca  que  ño  nos  Creyéramos  ele  él;  que 
i  si  lo  elegían  Presidente  era  para  que  el  día  menos  pensado  no  nos  enea- 
1  jara  aquí  á  los  enemigos. 

Cir. — Figúrese   usted  que  las  pobrécitas  tnonjas  están  con   el  Jesús 
en  la  boca,     ¡Qué  han  de  hacer!  ya  dan  sys  saliditas  á  la  calle  para 
!  que  las  consideren  exíilausfcradft§. 

|  Deo.-~ Con  justicia,  D  *  Circuncisión,  con  justicia;  ¡cuánta  calami- 
'  dad  se  nos  espera*  volveremos  ¿los  tiempos  de  la  herejía.  Ta  el  Pa- 
j  dre  Chupamirto  nos  dijo  qUe  había  masones  en  esta  ciudad; 

Cír.-^sSilencio!  pueden  oirfto». 

j       Deo.— >No  hace  muchos   días  se  les  sorprendió  tmtt  beñá   thasdnica  á 

|  loe  liberales:  ya  sabemos  cual  es;  cuando  usted   vea,  D^  Circuncisión, 

que  un  liberal  extiende  su  braao  izquierJo  hacia  adelante,  lo  dobla  por 

j  la  ¿andadera,  colocando  el  puño  frente  del  ojo  izquierdo,  y  con  el  bra- 

I  20  derecho  hace  tm  ademán  como  de  qtiieh  toda  violiíi,   mu^^e&pecial- 

mente  cuando  miran  á  un  miembro  de  la  sociedad  católica,  esté  usted 

segurísima  que  él  es  Un  masón*     También  suelen  cerrarse  unos  á  <Jtros 

el  ojo  cuando  ven  pasar  á  un  gobiernista, 

Oir.-~-Y  qué  me  dice  usted  del  matrimonio  civil?  Coh  qu¿  fervor 
religioso,  conque  unción,  con  qué  elocuencia  digna  de  un  Bosuet  y  de 
un  Frayssinous  predicó  un  padrito  santo  un  sermóh  contra  el  matri- 
monio civil  Gritaba  y  se  enfurecí»;  y  á  nosotras  que  ni  nuestro  mal 
JK)s  daba.  Habernos  muchísimas  quo  nos  hemos  qnedudo  á  la  luna  de 
Valencia  en  eso  del  matrimonio*  y  cifrábamos  nuestras  esperanzas  en 
encontrar  marido  aunque  sea  civil*  y  vamos  saliendo  con  que  es  írrito 
ese  matrimonio. 

Deo. — ¿Qué  me  cuenta  TI,  t)  ^  Circuncisión?  •' '  '  '  ~ 

C4>.— LVá  diCJench)   ttibjvcorajtídt1  efctaK  palabras  del  Espíritu  Santo1 


,_      .  18.9 

••malditos,  malditos  sean  los  que  se  casan  cirilmente.ir  ¡  Ay  don  Deogra- 
cias!  se  ñas  encrisparon  los  cabellos  de  puro  terror;  ya  no*  parecía  flue 
una  legión  de  diablos  venía  por  los  elemento?  y  nos  llevaba  á  todas  y 
sólo  se  escapaba  él  orador.  Aquello  era  un  campo  de  Agramante.  li- 
bas lloraban,  otras  se  retorcían,  otras  se  desmayaban.  ¿Adiós  esperan- 
zas de  matrimonio!  ;adios  aura  civil!  [Muchísimas  gracias  Santa  Rita 
de.  Casia  por  tus  favores!  lias  hecho  un  pan  como  unas  hostias. 

Dúq.^Sc.  han  quedado  laa  solteronas  diciendo  ¡miren  qué  caso! 

Cir.^Y  el  patlrito  se  apeó  del  pulpito  deiándonos  en  un  mar  de  lá- 
grimas, y  lo  que  ea  peor,  súmulas,  en  el  interno.  Segfín  el  orador  se 
nos  convertirían  loe  aretes  en  víboras,  los  urigttme  u$tedy pollón  eu  cu- 
lebrones; las  castañar  de  risos,  en  serpientes  de  cascabel  y  hasta  esos 
ricitoa  muy  monos  que  las  ninas,  llevan  en  la  frente,  y  que  Uaman 
ubícame  aquíu  eran  escorpiones  y  cocodrilos. 

Deo.— r,Mcduzas  de  nuestros  días!  ♦  * .  (santiguándose)  . 

CVr. — Nos  habríamos  quedado  en  el  infierno  si  ptro  padrito  miseri- 
cordioso no  nos  hubiera  sacado  de  la  mano  á  todas  las  lloronas» 

Deo.f—  Que  vengan  ahora  los  liberales  a  contradecir  la  voz  del  Espí- 
ritu Santo;  vea  usted  lo  que  dice  un  periódico  liberal:  m  El  matrimonio 
civiles  un  contrato  que  siempre  se  ha  celebrado  á  nombre  del  Go- 
bierno; antes  lo  autorizaba  la  Iglesia,  y  hoy  se  le  retira  esa  facultad;  la 
ley  no  prohibe  que.  los  ^ónyuges  reciban  las  bendiciones  de  los  minis- 
tros de  sus  cultos;  al  Gobierno  poco  le  importa  que  todo  mundo  se  case 
como  se  le  Antoje,  con  tal  que  ese  contrato  se  celebre.  Establecida  la 
tolerancia  de  cultos  es  natural  suponer  que  una  pareja,  de  creencias 
disímiles  quiera  casarse,  y  entonces  solo  la  ley  puede  autorizar  esa 
unión  como  legítima.  Cásense  en  buena  hora  los  católicos  como  quie- 
ran, pero  respeten  la  ley.n 

Cir.— Basta  don  Deogra^i^s*  no  siga  usted  leyendo  esas  herejías; 
quieren  esos  liberales  saber  más  que  Jos  teólogos.  No  faltaba  más.  si- 
no quo  el  manto  de  la  religión  había  de  servir  de  tapadera.  (Doña  Cir- 
cuncisión se  pereigua  para  alejar  un  mal  pensamiento;  don  Deogra- 
cias  bosteaa  santiguándose  y  hace  una  reverencia  á  la  Virgen  de  los 
Desamparados  á  quien  arde  una  lamparita. 

ESCENA  SEGUNDA. 

Entra  Fray  Robustiano  con  Un  royo  de  papeles. 

t)ios  jnande  crecido  bfcn 
Y  una  fortuna  no  escasa 
A  esta  dichosa  casa* 
Que  yo  bendigo  también» 

2W.-—>;tteVerendo  padred  ¡revereadísimo.  padre!,— (Besando  la  mano 
y  el  escapulario.)  í 


190" 

Cir.Señorj  venga  usted  en  nuestro  auxilio  que  antes  de  comer  ya 
tofftamo.3  el  café  que  nos  ha  ministrado  el  Cascabel, . 

Fray  Rob. — Si  al  Sr.  Gobernador  le  ha  parecido  mal  ó  bien  el  ga- 
llito de  la  otra  noche,  yo  no  lo  sé;  pero  es  natural  suponer  que  no  re- 
provaba  los  gritos  sediciosos  puesto  que  no  castiga  á  sus  autores,  y  se 
contenta  con  mandar  negar  los  hechos.  ¿Con  que  no  regenteaba  el 
ordenado  gallo  de  botellólógos  é  hijos  de  la  noche  el  Sr.  Jefe  Político? 
¿conque  nó?  ¿y  si  nosotros  lo  probamos?-^Candoroso  é  inocente  redac- 
tor de  la  voluntad  gubernaica,  venga  usted  acá,  hombre;  no  será  la* 
única  pifia  que  usted  dé  si  insiste  en  seguir  ese  camino  de  negaciones; 
diga  usted  que  es  cierto  andaba  la  autoridad  política  en  el  gallo  pero 
guardando  d  orden;  diga  usted  que  los  borrachitos  gritan  lo  que  se 
les  antoja,  y  que  de  esto  no  puede  ser  responsable  el  Gobernador.  Es- 
to sí  puede  ser  una  disculpa  muy  natural. 

Deo. — No  me  toque  usted  á  mi  redactor,  reverendo  padre;  vea  us- 
ted que  se  ha  refugiado  en  la  política  y  pone  á,  nuestra  disposición  su 
claro  talento  y  su  pluma  dn  avestruz.  Como  que  daba  sus  plumadas 
en  aquel  animalito  zumbón  llamado  "Don  Jicote.n 

Oir. — No  es  cierto;  en  ese  papelucho  sólo  escribían  mexicanos,  y  él 
es  español;  en  su  calidad  de  extranjero  nada  tiene  que  ver  con  nuestras 
cuestiones. 

Deo. — El  talento  es  un  don  que  Dios  concede  á  todos  los  hombres, 
y  este  tiene  de  brillar  en  todas  partes  ¿Acaso  la  ley  Je  prohibe  á  un 
extranjero  escribir  sus  ideas?  No  señor,  la  ley  es  benigna  con  el  genio. 

Fray  Rob. — Ven  ustedes  lo  que  decía  en  el  número  8  del  "Jicote» 
á  propósito  de  un  paisano,  y  con  un  anagrama  de  su  nombre, 

"Hay  aquí  en  Aguascal  ¡entes  un  español  que  porque  tiene  sus  ribe- 
tes de  poeta  se  ha  declarado  sabio,  y  como  tal,  enemigo  acérrimo  de 
la  oposición.  Este  señor  español  charla  mucho  en  contra  de  los  jicote- 
ros,  y  les  adula  un  poco  á  los  gobiernistas;  tóete  ruido  cada  vez  que  el 
"Jicoten  sale  á  luz;  calienta  á  los  fríos  para  que  se  den  trompadas  con' 
cualquier  oposicionista;  y  toma  parte  en  cuestiones  políticas,  que  nada 
le  importan,  y  sobre  todo,  si  cuando  tomara  parte  fuera  en  defensa 
del  pueblo  y  para  procurar  su  felicidad,  no  haría  mal.  Pero,  por  el  con- 
trario, siempre  esta  deseando  el  exterminio,  la  guerra,  la  división  en- 
tre los  mexicanos,  etc.  etc.,  cosas  todas  de  que  debe  huir  un  extranjero,  n 

(Fray  Robuetiano  se  queda  estupefacto.  A  don  Deogracjas  se  le 
cae  la  baba.^— Doña  Circuncisión  incJina  la  cabeza,  y  los  dos  caen  de 
rodillas  ante  la  imagen  de  la  Virgen,  exclamando  á  dúo:) 

¡Sol  de  los  Desamparados! 
Te  recomiendo  á  "Don  Blas" 
Si  le  sacan  sus  pecados, 
Pues  no  es  de  los  descarriados, — 
Descarrilado  nomás. 

Tiempla  su  lira  sonora 
T  su  bélico  rabel 


191 

Que  tanto  a  Nacho  enamora; 
Si  lo  encandilas,  Señora, 
Le  cuelgan  el  cascabel. 

Fray  JRob. — (Con  aire  de  triunfo,  pero  poniendo  los  ojos  rizcdl  co- 
mo de  quien  perdona  y  no  perdona,  dice  con  énfasis  peculiar  del 
claustro  este  ascético  soneto  que  se  atribuye  á  Santa  Teresa. 

No  me  mueve,  "D.  Blas'1  para  prenderte. 
El  mirar  que  al  Gobierno-  has  defendido} 
Ni  me  mueve  tu  ingenio  tan  temido 
Para  dejar  por  eso  de  morderte. 
Muéveme^  sí,  nemas,  muéveme  verte, 
Por  chismes  de  cotona  enardecido; 
Conmuéveme  saber  lo  que  has  mentido 
Por  librar  al  Gobierno  de  la  muerte. 

Conmuéveme  tu  afán  de  tal  manera, 
Que  por  gallo  de  estaca  te  tomara 
Si  mandarte  nriB  flechas  no  temiera; 
Un  borrico  será  quien  te  creyera, 
X  si  el  viento  que  Bopla  no  soplara, 
Lo  que  á  Bey  le  dijiste,  te  dijera- 


192 


11  TI  MlHUTlHi 

.        I 

Zúñela  en  varios  actos  por  d  posta  Corastm;  wm  id  Xatsito  encarrillo, 
escoiosr  in&x£ff&st¿u 


El  teatro  representa  el  salón  del  Congreso.  TTna  mesa  presidencial. 
Varios  cuadros  que  representan  los  siguientes  atributos  de  la  legisla- 
ción: una  jeringa,  símbolo  de  las  contribuciones  y  otros  beneficios;  una 
mordaza,  emblema  de  la  libertad  de  la  prensa;  un  embudo,  insignia  de 
la  ley.  Un  Crucifijo  en  la  mesa  colocado  en  u tendió  de  dos  ladrones, 
como  el  erario  nacional 

Los  diputados  prestan  la  protesta  teniendo  solo  una  rodilla  en  tierra; 
la  mano  izquierda  sobre  una  Constitución,  con  más  agujeros  que  un  ar- 
nero,  y  la  derecha  en  el  estómago. 

Un  miembro  de  la  sociedad  católica,  que  acaba  de  llegar  de  Portu- 
gal, es  el  maestro  al  cémbalo  teniendo  un  hisopo  con  honores  de  batu- 
ta.,—Oído  señores;  ¡á  una! Y  nadie  se  me  mueve. 

Cor  o  de  diputados. — (£1  eco  repite  las  últimas  silabas.) 

Juramos  á  la  nación 
Que  habréis  de  ser  nuestra  norma — orma; 
¡§acrae  leyes  de  reforma!— -forma 
Sublime  Constitución! — on  etc. 
¡Oh  pueblo!  tu  insspiración 
Aliente  á  los  tres  poderes; 
Si  fallan  nuestros  deberes, 
Dad  con  nosotros  ejemplo; 
Arrójanos  de  este  templo 
Cual  Cristo  á  los  mercaderes. — eres 

presidente.  Coloquemos  nuestras  posaderas  en  la  curul.  (Repica 
una  campanilla.)  Abrase  la  sesión:  Voy  á  echar  la  proclama  de  cos- 
tumbre. 


193 

C.  Gobernador:  El  pueblo  queda  muy  satisfecho  cuando  el  Otoño 
se  anuncia  con  la  vuelta  de  las  golondrinas;  nosotros  le  anunciamos  la 
estación  de  la  prosperidad;  nosotros,  ángeles  de  redención:  nosotros, 
pichones  lesgislativos,  que  anidamos  aquí  para  empollar  tantos  huevos, 
para  hacer  tontos  beneficios  que  no  han  de  caber  por  esa  puerta,  sabe 
el  pueblo  que  lo  amamos  mucho,  mucho. . .  .hasta  la  pared  de  enfrente! 
He  dicho;     Puede  hablar  ejecutivamente  el  Ejecutivo. 

ejecutivo.  Señores  diputados.  Por  la  misericordia  de  Dios,  vais 
á  recorrer,  en  muy  pocos  días,  el  espacio  inmensurable  que  hay  entre 
la  vida  y  la  muerte,  entre  la  cuna  y  el  sepulcro.  Ved  cómo  se  han  con- 
vertido mis  cabellos  en  algodón;  ellos  se  erizan  cuando  considero  que 
pisamos  sobre  un  volcán,  que  estamos  al  borde 'de  un  abismo  Señorea 
diputados,  concededme  una  licencia;  os  devuelvo  hecho  tirabuzón  el 
bastón  de  mi  autoridad.     He  dicho. 

(Aria  de  tenor  cantada  en  si  muy  sostenido) 

Ta  me  llega  el  gobierno  hasta  el  cogote; 
La  ruda  oposición  hasta  el  copete: 
No  quiero  que  me  llamen  hotentote; 

Como  dice  Sustaita,. . .  .búa folote, 

Si  me  truena  la  cámara  ó  el  cohete. 

diputado  1  °>  Tiene,  como  si  fuera  León,  su  cuarto  de  hora  de  ca~ 
lentura:dirije  la  mirada  á  una  inmensa  barra  ó  Barren  que  allí  se  en- 
cuentra.   Aria  de  barítono. 

• 

Héroe  quisiste  ser  de  una  jornada 
Por  llegar  á  ese  punto  con  decoro; 
Llegaste,  te  dormiste,  ¿qué  hiciste?  nada 
¡Valeroso  campeón!  ¿llamaste  al  toro! 
Pues  sufre  resignado  su  cornada. 

dip.  2  -°  r-{Mostrando  una  alma  más  grande  que  una  Vega.{Jie- 

citando.)  ' 

Delante  de  mi  no  pasan  abrochados.  No  hay  por  qué  aflojarse, 
ni  por  qué  afligirse. 

{Aria  de  tenor  de  gracia) 

No  temo  la  oposición 
Guando  no  tiene  razón; 
Nunca  frunzo  el  entrecejo; 
Yo  salvo  la  situación 
Jalando  todos  parejo: 

DIP.  3 .°  —s(Queriend&  enristrar  la  lanza  pepa  embestir  á  sus  compa- 
ñeros^ como  Santiago  d  los  moros.) 

Ya  percibo  nubarrones  rojos, — ya  me  ciegan  tal  vez  tantos  reflejos- 
de  un  astro  que  se  eleva  allá  á  lo  lejos;  (Coro  de  escribientes)  ¿Lerdo 
nos  pondrá  verdes  los  ojos? 


194 __ 

Dip.  3  °.  — La  capacha  nos  vio  como  cartujos. 

Saquemos  la  navaja  como  majos, 
Paremos  sus  mandobles  y  sus  tajo* 

(Coro  de  escribientes) 
Y  que  nos  salve  Dios  si  nos  dan  pujos 

dip.  2  P — (Recitando  en  tono  de  padagogo)  Compañero»;  no  nos  ha- 
gamos ilusione*;  esos  trabajos,  yo  los  veo;  tú  Jos  ves;  aquel  los  ve;  no- 
sotros los  vemos 

dip.  4  <3-*-( En  cnyas  venas  corre  sangre  helvética.) 

La  administración  se  desquicia  si  no  damos  un  cambio  de  frente. 
Para  dar  on  jaque  al  rey,  como  si  dijéramos,  al  Ejecutivo,  matemos  á 
su  reina,  que  es  el  secretario;  conminemos  un  caballo  que  es  el  jefe  po* 
Utico,  y  desalojemos  al  altil,  que  es  el  redactor  del  periódico  oficial. 

dip,  5  P  —  [Cuyo  símbolo  e¡6  una  Águila  con  una  r  en  lo  que  sej)"- 
dría  llamar  la  garra-pata, 

Propongo  también  un  sofocón  al  tesorero  municipal  y  al  juez  del  re- 
gistro civih 

dip.  6  °  (Se  encuentra  en  un  Rincón  como  sirviendo  de  Rodrigón  á 
un  arbusto  pequeño;  lee  la  preciosa  novela  «■  Otros  hombres  y  otras  g- 
bras..f 

ARÍi  DE  BARiraO. 

Dipgenes  me  preste  su  linterna  un  rato* 
Mercurio  su  tridente  para  un  retof 
Yo  los  saco  triufantes  del  aprieto, 
Si  ustedes  quieren  consumar  un  trata 
Traigo  en  el  bolsillo  un  candidutoj 
De  la  cara,  j<im<í*  ha  sido  priatof 
t>e  la  alma  Uhevt&d*  Jamás  fué  feto, 
A  la  patria,  íawkfí  lia  sido  ingrato. 

El  gobierno  se  encuentra  cuam  roto? 
Su  rostro  nos  enseña  cuasi  enjuto: 
Y  espera  satisfecho  vuestro  voto; 
Más  que  resignado,  esta  contrito 

Cascabel,  (gritando  en  la  galería) 
Y  quéí  ¿no  habrá  en  el  Congreso*un  bruto? 
apuntador,  (sacando  U  cabeza  por  la  concha) 
¡¡Silencio,  CASCABEL,  porque  ^echpel  pito!! 
ejecutivo. — Van  ustedes  éeonckiÍF€on  mia  créaturas  más  predilectas; 
yo  no  he  de  tener  valor  para  encachar  su  llaftto$  llamen  ustedes  á  Rangel 
para  qne  haga  innovaciones;  él  trae  en  la  ratono  un  amanza- locos  muy 
capaz  de  aplacar  á  ustedes,  señorea  diputados, 

i>ip.  6  °  — Mientras  discutimos  si  son  galgos  ó  podencos,  la  enferme 
dad  toma  cxeces.-Señorea,  por  las  once  mil  doncella^,  *e  nos  encarama 
Portugal. 


195 

dip.  1  P  — Apesar  de  que  Lerdo  nos  asegura  que  debemos  estar  se- 
guros de  nuestra  seguridad,  creo  que  nos  pone  la  ceniza  en  la  frente: 
Si  no  fuera  esto  ¿porqué  tanto  empeño  en  mandar  á  Portugal  con  una 
comisión  innecesaria?  Señores  diputados!  no  sean  ustedes  candorosos.... 
Yo  me  marcho  á  buscar  un  cocinero  para  recibir,  á  Rocha!  ¡ 

dip.  3  °  /—Si  yo  soy   candoroso  y  tú  eres  candoroso,  aquel   también  !' 
es  candoroso;  en  consecuencia  todos  somos  candorosos. — A  este  recinto 
ya  no  se  le  debe  llamar   templo  de  las  leyes,  sino  limbo  que  alberga  á  I 
tantos  inocentes.  : 

ARIA  COREADA. 

Ejejecuttvo. — Quién  tuviera  las  alas  de  paloma; 

De  un  reptil  la  ponzoña  y  la  lanceta! 

¡Quién  tuviera  narices  de  profeta 
Y  olfatear  si  Lerdo  nos  embroma! 
Si  ordena  mañana  la  mudanza, 
¡Ya  no  hay  esperanza} 
En  profundo  olvido 
Nos  habrá  sumido: 
Coro  de  escribientes. 

Por  culpa  del  zorro. 
Del  audaz  cotorro; 
No  quisimos  nombrarlo  diputado, 

Y  ahora  que  ha  podido  se  ha  vengado. 
(Tango  final  por  toda  la  compañía.) 

Jamás  nos  torture  tanta  pena. .. . 
Cubos  de  noria  suele  ser  fortuna; 
Hoy  es  opaca  para  nos  la  luna, 

Mañana  volverá  su  cara  llena. 
¡Esperanza  más  inmensa  que  ese  cáelo, 
Tú  eres  el  consuelo 
De  esta  gran  reunión! 
Si  la  transición 
Desafina  el  canto 
¿Qué  hacer  entre  tanto? 
Buscar  protectores  á  nuestro  arte 

Y  marchar  con  la  música  a  otra  parte. 


196 


Los  partidos  personales. 


Aparecen  los  hombres  de  la  regeneración  con  el  propósito  de  libertar 
á  nuestra  patria.  Han  sido  designados  por  Dios  para  levantar  al  pue- 
blo de  su  postración,  y  para  dar  muerte  al  tirano.  Tienen  de  matar 
al  Goliat  de  una  sola  pedrada,  como  lo  hizo  David  según  las  tradicio- 
nes bíblicas. 

Necesitaban  colaboradores  é  hicieron  sonar  un  tambor  convocando 
caballeros  en  plaza  para  el  torneo;  tocaron  la  trompeta;  tremolaron  la 
oriflama;  bajaron  los  puentes  levadizos  y  al  punto  se  vieron  rodeados 
de  gentes  de  todas  clases;  botellólogos,  tahúres,  haraganes;  hasta  lactici 
nios,  esos  seres  que  no  son  carne  ni  pescado;  pocos  hombres  sin  tacha 
ocurrieron  al  llamamiento;  todos  armados  de  casco  y  de  coraza.  No 
faltaron  en  esatf  agrupaciones  sacerdotes  de  Cibeles,  ni  la  sacerdotizas 
que  atizan  la  lámpara  en  los  altares  de  otros  dioses. 

El  pueblo  gemía  y  no  encontraba  suficientes  pañuelos  para  enjugar 
sus  lágrimas;  era  posible  morir  de  atrofia,  de  ictericia  y  de  sofocacio- 
nes; podría  también  atrapar  una  de  esas  tisis  que  cabalgan  y  que  galo- 
pan hasta  exhalar  el  postrer  aliento. 

Se  dice  que  María  Antonieta  encaneció  en  una  sola  noche:  el  pueblo 
en  cuatro  años  había  recorrido  un  gran  periodo  de  su  vida,  desde  la 
edad  nubil  hasta  la  senectud;  así  como  el  adolescente  á  quien  consume 
una  enfermedad  diatésica,  podría  morir  á  pausas;  ¡ay  sí!  podría  extin- 
guirse el  pueblo  como  so  han  extinguido  los  clubs;  y  el  club  se  acaba 
como  el  burlóte  del  andaluz;  no  se  murió  de  repente  pero  se  fué  secan- 
do, secando. 

Colocados  en  el  redondel  los  caballeros,  buscaron  ni  corifeo,  al  gran 
piloto;  no  encontraron  más  que  seres  impotentes  sin  aura  popular,  sin 
prestigio  para  levantar  una  Handera,  sin  luz  propia  para  lanzarla  como 
un  sol;  sin  luz  prestada  para  prestarla  como  la  luna.  Los  caballeros 
estaban  como  los  parásitos,  sin  raice.-,  y  sin  ruinare.  ¿Oóinft  no  encon- 
trar un  hombre  de,  fe  sinei.ra,  de  patriotismo  <p;e,  f.i  ainado  por  los 
esplendores  del  poder,  consintiera  en  lanzarse  al  «  spae.ocomo  í»eréonaU- 
ta'  AÜí  estaban  todos  prua  favorecerle  en  .>»u  ascención» para  formarle  la 


197 

canastilla,  aun  para  construir  un  para-caidas  con  sus  brazos  en  el  re- 
moto accidente  de  un  batacazo. 

No  encontraron  á  ese  hombre. 
>  Como  un  torrente  de  luz  que  se  precipita  por'una  claraboya;  como 
fantasma  patriarcal  que  iüvocan  los  aflgidos,  aparece  un  hombre  vene- 
rable, vestido  de  blanca  túnica  como  los  sacerdotes  druidas;  hacía 
ostentación  de  una  barba  más  larga  que  las  angustias  del  municipio,  y 
dijo  con  voz  de  profeta: 

Hermanos  míos  y  cofrades  de  este  santo  gremio;  en  vano  buscamos 
al  hombreóle  hemos  necesitado,  y  siniestros  augurio»  tenemos  de  que 
uo  lo  hemos  de  encoutrar.  S*»  apagó  .por  sí  solo  el  cabo  de  la  vela  que 
encendimos  á  santa  Rita  de  Cacia;  rebuznaron  nuestros  borricos;  cesó 
el  canto  del  gallo  á  la  madrugada,  y  estuvo  entonando  toda  la  noche 
el  buho  su  acento  de  terror;  por  todas  estas  cansas  reunidas,  la  gente 
tle  honra  y  virtudes  reelevantesrse  esconde  ó  se  agazapa;  todos  huyen 
de  nosotros  como  si  nosotros  fuéramos  los  postillones  del  cólera  ó  los 
nuncios  de  la  viruela  negra, 

Yo  traigo  un  precioso  talismán  que  dono  á  este  santo  gremio;  es  la 
histórica  linterna  de  Diógenes;  á  él  le  servía  para  buscar  a  un  hombre; 
á  nosotros  noa  servirá  para  encontrarle. 

Encendióse  la  linterna  y  su  luz  lanzó  el  primer  relámpago  y  el  pri- 
men trueno  gordo;  el  rayo  aterrador  grabó  en  la  pared,  en  caracteres 
caldeos,  estas  iniciales:  D.  C.  M.  L. 

Quedaron  aterrorizados  aquellos  adalides  que  profanaban  el  augus- 
to santuario  de  la  libre  deliberación;  aquellos  sacrilegos,  cuyos  labios 
impuros  habían  libado  el  teqnila  rojefio  en  los  brazos  sacrosantos  de 
la  libertad  y  del  pppular  sufragi^ 

Así  sucedió  en  aquel  tiempo  cuando  Baltazar,  en  el  apogeo  de  su 
gloria  y  ae  su  grandeza, rodeado  de  incasí  ;is  mujeres,"  apuró  el  vino  de  la 
orgía  en  los  vasos  sagrados;  allí  se  ofendía  k  Jehová  haciendo  sacrifi 
cios  sacrilegos,  á  los  dioses  tutelares  de  los  impúdicos  placeres;  y  el 
Dios  no  conocido,  pero  sí  revelado,  ordenó  al  rayo  que  extendiera  sus 
alas  centellantes  y  dejara  grabadas  con  caracteres  de  fuego  aquellas 
aterradoras  palabras. 

KáNETEACELFAWS. 

Pasados  aquellos  instantes  de  terror,  se  designó  á  uno  < lo  l*»s  caba- 
lleros letrados,  cnjTa  carrera  lo  ponía  en  el  caso  de  entender  ¡npi«d  ge- 
roglífico,  y  lo  interpretó  así:  El  espíritu  de  Diógenes  .proteja  nuestra 
asociación  y  por  medio  de  su  linterna  nos  dice  que  nuestro  hombre, 
nuestrcwjandidato  será  el  Sr.  Dr 

Un  frenético  aplauso  resonó  por  todas  partes. 

La  Providencia  se  vale  de  mil  medios  para  revelar  sus  designios. 
Volta  descubrió  el  galvanismo  tocando  con  dos  nietuU  *  distintos,  sol- 
dados entre  sí,  las  piernas  de  una  rana.    Newton,  descubrió  las    leyes 


_____ 198 , 

de  la  gravitación  al  ver  caer  una  manzana.  Guttemberg  concibe  su 
grande  invención  porque  ve  en  la  areua  las  huellas  que  daja  un  mulo 
con  herraduras.  Dri  p4jaro  anuncia  á  Colón  la  tierra  tan  esperada, —  ( 
Los  descubrimientos  salen  al  frente  para  decir  á  los  hombres:  »»estú 
pidos;  henos  aquún  Hoy,  hermanos  míos  del  santo  cordón^un  destello 
de  luz  nos  ha  indicado  al  hombre  que  necesitamos;  estaba  muy  cerca 
de  nosotros  y  no  lo  percibíamos;  muchas  veces  nos  ha  tomado  el  pulso 
y  examinado  el  tomate  del  ojo  bajo  nuestros  párpados,  y  no  lo  cono- 
ciamos;  le  hemos  sacado  la  lengua  y  nadie  se  ha  fijado  en  que  es  un 
candidato  y  es  el  que  nos  conviene;  el  candidato  que  aceptamos;  el 
candidato  que  sostendremos;  nosotros,  como  si  fuéramos  esclavos,  ó 
muías,  ó  bueyes,  tiraremos  de  6u  carro  triunfal;  lo  rodearemos  con 
nuestro  prestigio,  lo  aturdiremos  con  nnestros  gritos,  y  lo  sofocare- 
mos con  nuestros  besos  y  abrazos. 

Y  sin  proferir  una  sola  frase  todos  doblaron  la  rodilla,  pusieron  el 
morrión  sobre  el  pavimento,  y  levantando  la  mano  derecha  juraron 
verter  su  sangre,  gastar  su  dinero,  emplear  su  tiempo  haciendo  la  pro- 
paganda, y  declarar  ante  la  faz  del  mundo:  que  el  Dr.  era  su  germa- 
no candidato. 

Y  la  procesión  se  puso  en  marcha,  adelantando  un  edecán  que  anuu-í 
ciara  á  toque  de  trompeta  que  iba  á  llegar  la  legión  sagrada. 

/—Sean  bien  venidos  mis  amigos,  dijo  el  candidato  haciendo  la  se- 
ñal de  la  Cruz.  Salió  á  recibirlos  ejecutando  un  padedd  como  si  bai- 
lara cuadrillas  tagarotas. 

Aquella  casa,  santuario  de  la  caridad  y  de  las  virtudes  teológicas, 
cuyos  rincones  han  recibido  las  bendiciones  episcopales  y  el  santoleum 
de  los  pobres  enfermos,  fué  á  ser  impregnada  por  el  olor  de  los  clubs; 
por  el  aura  anti-perfúmica  de  la  política:  era  muy  perceptible,  aun 
para  el  olfato  más  rehacio,  un  olor  á  purito  azufre. 

Ocuparon  todos  los  asientos,  y  el^eorrifeo  de  las  batallas  tragó  sa- 
liva, y  exclamó  con  acento  prof  ético:  »«¡Oh  nuestro  buen  amigo,  nues-j 
tro  buen  compatriota,  nuestro  excelente  hermano:  glotiay  bendición! 

•«La  divina  alianza  pone  á  los  pies  del  candidato  el  libre  sufragio; 
de  los  hombres,  el  corazón  de  los  pueblos,  y,  lo  que  es  más,  las  ben- 
diciones de  todos  los  que  sienten  los  latidos  de  un  corazón  patriota. 

»*Os  traemos  la  paz,  como  la  paloma  que  se  desprendió  de  la  Arcar 
santa  para  volver  con  una  rama  de  olivo  en  el  pico  ^á  anunciar  á  la; 
familia  escogida  por  Dios  que  de  ella  era  el  mundo:  os  ofrecemos  es- 
tos brazos  (y  todos  extendieron  los  brazos)  os  ofrecemos  adhesión  [y 
todos  cruzaron  los  brazos  solare  el  pecho  é  inclinaron  la  cabeza,]  os 
ofrecemos  el  voto  de  los  pueblos  para  empuñar  las  riendas  del  Go- 
bierno dol  Estado. 

El  candidato  dio  un  salto,  y  del  sofoco  se  desmayó.  Todos  ocurrie- 
ron á  soplarle  la  mollera  f  k  hacerlo  respirar  algunas  sales.  Luego 
contestó  con  voz  apagada  y  haciendo  una  seña  de  inteligencia  hacia  la 


\ 


199 

pieza  inmediata,  como  indicando  que  había  gato  encerrado,  algún  in- 
discreto que  podría  revelar  lo  que  allí  se  dijera* 

-^Señores;  yo  be  servido  á  la  humanidad  y  he  servido  á  la  patria; 
mis  amigos  recibieron  mil  pruebas  de  mi  cariño;  si  yo  no  he  merecido 
un  aplauso,  tampoco  he  merecido  uti  castigo  ¿por  que*  vosotros  que- 
réis colocar  sobre  mis  sienes  una  corona  de  espinas,  un  cetro  de  bur- 
las, una  cruz  de  sacrificios,  y  queréis,  por  último,  hacerme  correr  descal- 
zo por  ese  camino  de  guijarros  hacia  un  nuevo  Calvario?  ¿Yo  Gober- 
nador del  Estado?. . .  .¿Yo??¿— El  candidato  tosió,  estornudó  y  se  en- 
jugó una  lágrima. 

— No,  todavía  no — exclamó  haciendo  pucheros  un  edecán,  acaricián- 
dose la  calva — >Xo  es  usted  un  funcionario  todavía;  no;  es  usted  sólo 
un  candidato. 

— Señores,  yo  no  quiero  ser  ua  candidito. ..  .quieío. decir,  candi- 
dato  

Y  la  discusión  continuó  tan  eri  secreto  y  á  señas  que  sólo  pedieron 
comprenderla  los  sordos,  acostumbrados  á  leer  en  el  movimiento  de 
la  boca  y  en  la  expresión  de  la  mímica. 

¡Qué  tempestad,  cielo  santo!  era  un  aguacero  de  súplicas;  un  cha- 
parrón de  lágrimas;  un  chubasco  de  lamentaciones 

Todos  seretiraron  cabisbajos,  cariacoatecidos,  como  el  perro  que  se 
comió  el  jamón. 

El  Doctor  cayó  desfallecido  sobre  su  butaca  y  exclamó: 

— ¡Pobre  humanidad/  ¡í/esgraclado  Estado!  ¡infeliz  club  que  parece 
L  atacado  de  elefanteásis;  y  lo  peor  es  que  está  comprometido  ante  la 
opinión  pública  para  endilgar  sus  pases  por  otro  sendero  que  na  sean 
los  vericuetos  que  recorre  la  adimniatradión  actual^  qué  dirán  los  co- 
rifeos cuando  el  pueblo .  Les  pregunte  jOain!  ¡Caín!  ¿qué- has  hecho  de 
tu  hermano? 

Recuperando  su  buen  humor  se  puso  a  tararear  su  canción  favorita, 
como  el  Duque  cantaba  sü  donna  inmóville* 

"Yo  uta  wrá  tea  uttó 
Por  dormir' en  buena  cama, 
V  ahora  saümos  con  qué 
$1  eolchóm  np  tiene  lana. 

Habían  sido  atacados  loe  reductos,  todos  los  bastiones  doncU  podría 
hacerce  una  obstinada  resistencia.  El  Cura  sitió  al  papá  para  conven- 
cerlo de  que  su  hijo  debía  dejarse  echar*  la  primera  silla,  pero  sin  gru- 
pera; la  silla  en  que  debía  giiietear  el  club  y  hacer  todos  sus  ejercicio* 
ecuestres. 

Lo  puso  en  jaque  sin  convencerlo. 

A  la  inquieta  pobre  $e  le  regalaron  juguetes,  y  hasta  á  Ludovico  sé 
le  ofreció  vestirlo  de  San  Antonio  de  Padua,  porque  influyeran  todos, 
y  lloriquearan  si  el  candidato  ofrecía  á  los  postulantes,  en  vez  de  ja- 
lea de  punta  de  caramelo,  sólo  la  calabaza  en  tacha. 


PERSONAS  QUE  DICEN. 


D.  Sebastiin, — Lafngwu — Nacho Hejía  — D,  Blas— Pepe  Bu  CobarreUu. — Pancho 

i — 8qdh  y  Peni 


200 

El  ataque  fué  simultaneo  y  estuvo  á  punto  de  caer  la  plaza  en  poder 
de  los  sitiadores. 

Pero  el  "Fandango»  dejó  oir  su  zapateo,  y  dijo  al  candidato  en  tono 
de  sermón,  pero  confidencial. — ¿Qué  seguridad  tenéis  ¡oh  postulando, 
del  alma  mía!  de  que  ese  grupo  no  se  os  ponga  en  contra  más  tarde? 
El  erario  esta  en  bancarrota,  y  donde  no  hay  harina  todo  es  mohína: 
desconfiad  ¡oh  neófito!  de  los  ofrecimientos  de  los  aspirantes  á  quienes 
alienta  el  espíritu  de  bandería:  el  hombre  de  valer  no  acepta  pos- 
tulaciones de  club  que  huele  á  tufo  aguardentoso,  porque  ellos 
quieren  tener  un  esclavo  en  vez  de  un  gobernante;  todasjas  promesas, 
aunque  sean  sinceras,  las  engendra  una  esperanza;  os  pintarán  el 
porvenir  color  de  rosa  para  obligaros  á  aceptar,  y  cuando  este¡3  en 
el  puesto  difícil  y  peligroso,  os  abandonarán  diciéndote:  agarraos  has- 
ta con  los  dientes,  porque  si  caéis  de  seguro  que  os  romperéis  la  nuca. 
Habéis  sido  campesino  ¡oh  postulado1  permitid  que  recurra  a  un  símil 
vulgar  pero  exacto;  sabéis  que  para  obligar  á  un  caudillo  á  ginetear  ¡ 
un  torete,  se  le  asegura  que  es  manso,  dócil,  de  sobrepago,  y  que  no 
sabe  reparar;  más  cuando  el  candidato  está  sobre  los  lomos,  le  dicen: 
"no  te  aflijas  ni  te  aflojes,  porque  si  te  caes  te  matas. n 

Tales  son  los  partidos  personales.  Después  diremos  si  la  linterna  si-  ¡ 
gue  designando  nuevos  candidatos. 


m$  m#.m  vmwmte 


Violín  concertista,  Darío  Balandrano. — Director  de  escena,  Ramón 
%.  Guzmán.,— Primer  bailarín,  Juan  José  Baz. 

Mri! muú! muuu! 

Tiemple  U.  bien  ese  tololoche,  señor  Bablot;  haber  el  tono Dice 

Balandrano  con  aire  de  prefe^or  experimentado. — Llame  U.  sn-sol. . 
mol  ¡está  muy  bajo:  ¡llámeme  $u-fa. .    .    ¡canario!  más  alto,  más  altol..! 

llame  su  mi. . .  .llame  sudó Bien,   bien,  nmy  bien.  Arriba, 

á  una. . .  .zas! 


201 


La  Orquesta  toca  la  hermosa  obertura  .,  Tus  ojos  serán  dos  flechas»... 
por  ei  maestro  Vicente  Kiva  Palacio,  y  un  obligado  k  trompeta  que 
toca  Joaquín  Alcalde. 

ESCENA  PRIMERA. 

La  escena  pasa  en  un  Palacio. -^Pancho  Novoá,  haciendo  mil  carava- 
nas i  los  que  esperan  audiencia,  dice; 

Señoritas  y  señores;  el  Sr.  Presidente  me  manda  anunciar  á  Udes.  que 
anoche  no  recibió  porque  se  fué  al  Tívoli,  que  hoy  no  recibe  porque  se 
vm  al  Tívoli,  y  que  mañana  no  recibirá  porque  se  irá  al  Tívoli.  Bue- 
nas noches,  y  despejen  ustedes  pronto  porque  se  apagarán  las  luces 
Puf!  puf!  puf 

La  escena  se  obscurece.  Echa  el  pito  el  segundo  apunte,  Pedro  Lan- 
dázuri,  y  se  levanta  el  telón  del  fondo. 

ESCENA  SEGUNDA. 

Lafragua.  (cantando)  Tú  de  mis  lágrimas 

Nacho  Mejía.  (cantando)— Mambrá  se  fué  á  la  guerra mire  U. 

mire  U.  qué  tontera. 

Pepe  Cobarrubias.  (leyendo)  —Ni  las  flores  aroma,  ni  melodía  los 
pájaros,  ni  las  mujeres  virtud,  ni  los  juaristas  huérfanos  esperanza. . . 

¡Uoooooooooooh!  r 

Lafragua./-Compafieros  y  amigos;  «n  estos  momentos  está  confec- 
cionándose el  pastel:  lo  siento  en  el  alma!  hay  cierto  presentimiento 
que  me  abruma  y  que  me  dice  que  no  iré  ni  á  Madrid  ni  á  Berlín,  ni 
a  rana  ni  k  Londres.     ¡Oh! 

«nSroTS-T^68^"0  dÍ8Ímolado y  yo  me  quedaré  sin 

X    u    Ml?.18tf 10:  y  ?1D  *>p  diputado,  y  sin  mi  cátedra.    ,Oh! 
«J?Jm     ? 6Jia  <sajlendo  de  8U  «neditaekJnV-Un  momento  nomás,  mis 
Erial    ep6BÍ  C°n  resolucion>  y-  P6600  al  »g«a,  dejamos  los  Mi- 

íf8  do!  á  «na  voz.  -^Dejamos  los  Ministerios? 
««ü. N8«ho-— Cuento  con  el  ejército  ;no  hay  un  Genereal  que  no  sea  mi 
compadrito  de  pila,  ni  Coronel  que  no  sea  mi  pariente,  ni  uno  solo  de 
esos  ejercitantes  á  quienes  yo  no  haya  firmado  su  despacho. 

repe  Cobarrubias.— Pero  qué  ¿no  tiene  U.  miedo  á  la  oposición  que 
esta  con  tan  largas  uñas? 

Lafragua.-,Y  esos  Porfiristas?  y  más  allá  los  Lerdistas?  y  luego  los 

de  los  arbolitos,  y  después  el  clero ? 

i~,VCfl°'-~?La  °P°,sicíon  «  c™110  las  pulgas;  pica  sólo  en  lo  blandito; 
nisfí"? fcas1conlazurI»  que  les  di  en   Tampico  y   en  la  Ciudadela, 

ifnLT       leVanta;,    E°  CUant°  al  clero Ya>  7*»  J*  veremos 

lo  que  hacemos  con  él 

(Don  Nacho  abrocha  con  mucho  cuidado  un   indiscreto  botón  do  la 


502  .  

camisa  por  donde  se  ve  un  rosario  de  Jerusalém,  un  aynué  Dei,  y  unos 
escapularios.) 

D.  Pancho  Mejía.,— (Con  su  memoria  del  año  económico,  y  un  aran- 
cel debajo  del  brazo.)  Mucho  le  escuece  á,  Chucho  Castañeda  mi  aran- 
cel, mi  obra  maestra  n¡;Quesito  frezco!!n  Vean  ustedes  que   nimiedad! 
I  ¡cómo  ai  se  tratara  de  un  discurso  académico  en  que  debe  lucirse  el  ta 
'  lento  del  academista;  del  hablista  y  del  purista!     A  Chucho  Castañeda 
I  le  va  a  salir  el  sol  por  Antequera. 

Él  señor  Lerdo,  (entrando)— ^Mis  queridas  señores;   mis  predilectos 
Ministros;  tomen  ustedes  asiento:  voo  que  no  ha  llegado  el  obsecuente  j 
Gómez  Pérez,  ni  el  carnívoro  D.  Blas. 
I     Laf  ragua.  —  He  dejado  á  JD.  Blas  en  el  comedor  tomando  la  sexta 

copa,  y  la  tercer  tajada  de  rosbeef. D.  Blas  siempre  el  mismo. 

jLerdo. — ¿Tiene  Ü.  algo  qué  comunicar,  Sr.  Ministro  de  Guerra,  a- 
deraás,  Marina? 

D.  Nacho.yr-Pss! Los  periódicos,  que  ya  sabeU.  qtie   no   los  leo 

ni  les  hago  caso Siempre  con  el  cuento  de  las  pasturas  y  los  asesi- 

Wiatos 

Lerdo./— Pss!  Deje  U.  que  los  periodistas  se  entretengan  en  su»  cues- 
tiones, y  vamos  nosotros  al  grano. 

Pérez  Gómez,  —(entrando)  Sociedad  de  elogios  mutuos,  como  la  so- 
ciedad de  la  bohemia. 

Lafragua. — Dice  XJ.  bien,  de  la  bohemia,  donde  no  se  admite  á  na- 
die, si  no  «s  <juo  diga,  que  confiese  y  que  sostenga  que  D.  Fulano  es  el 
padre  de  la  literatura  tnexicana.  Estos  bohemios  no  han  visto  jamás 
mi  Estatuto  ni  mis  dos  leyes  Lafraguas  sobre  imprenta  y  aquel  dístico." 

Al  llegar  al  poder  feliz  y  ancioso, 
Lerdo  allí  me  atrapó.     Quedé  en  reposo. 

D.  Nacho. — Cojo  la  palalira.  (Todos  hacen  señal  de  asentimiento.) 

Señor  Presidente,^ Hechas  están  las  elecciones;  pronto  se  reunirá  la 
Cámara ¿No  es  verdad  D,  Pepito  Lafragua?  (estrechándole  la  dies- 
tra con  ambas  manos  en  actitud  d*  amasar  un  bollo) 

Lafragua. — Perfectamente?  Sr.  D.  Nacho. 

D.  Nacho.—  Traigo  ea  lá  boisa  mi  renuncia. 

Todos.— >,Tr*emoa  en  la  bolsa  ntiestra  renuncia.  (D.  Sebastián  mira 
azorado  para  todas  partes.  En  el  fondo  se  destaca  la  figura  del  ma- 
quinista D.  Ramón  Guzmán  en  espera  de  que  Pedro  Landázuri  eche  el 
pito  para  cambiar  la  decoración.) 

D.  Nacho./— Traigo  en  la  mano  la  cosa,  y  me  honro  en  exhibir  á 
Udes.  esa  cosa. — He    aquí  mi  renuncia,  y  el  plumero  de  general. 

Todos. — He  aquí  nuestras  renuncias,  y  las  carteras. 

Lerda — Pero  señores,  ¿esto  ce  un  complot?  ¿es  una  puñalada  de  pi- 
caro? 

Pancho  Mejía. — Hasta  después,  señor  Presidente. 

Pérez  Gómez. — (Enjugando  una  lágrima.)    Quédese  U.  con  Dios. 


^203 _^ 

D.  Nacho.— Firmes!  media  vuelta  á  la  derecha,  en  retirada,  mar- 
chen! (al  llegar  á  la  puerta)  Ah!  se  me  olvidaba»  únicamente  reco- 
miendo á  U.  h  mis  amigos  los  de  Yucatán,  de  Jalisco,  de  Aguascaliea- 
tes  y  de  Zacatecas. 

Lerdo. — Ni  detengo  at  que  se  va,  ni  corro  al  que  se  queda. 

D.  Nacho.  —Firmes!  rompan  filas,  y  marchemos  con  la  música  á  otra 
parte!  (Marchando  hasta  la  puerta  y  retrocediendo  luego.)  Ah!  mis  di- 
putados están  con  el  Jesús  en  la  boca;  perqué  los  amigos  de  U-,  Sr.D. 
Sebastián,  afirman  que  no  serán  admitidos,  por   una  friolera*  porque. 

traen  credenciales   puerlas ¡el  comal  le  dice   á  la  olía! I 

de  frente  marchen! 

Lerdo. — ¡Eso  será  lo  que  tase  un  sastre!  Hoy  mismo  mando  u»a 
orden  á  la  comisión  de  po- teres,  y  todo  quedará  arreglado. 

D.  Nacho. -^(Retrocediendo  desde  la  puerta.)     ¿Qué  aos  cuenta  us- 
ted, mi  dueño?     Tomen  ustedes  asiento,  y  no  nos  violentemos,  porque  I 
nadie  nos   corre.  (Ramoncito  Guzmán,   colgado  de   una  bambalina  se 
estira  los  cabellos.  Pedro  Landázuri  se  sonríe,  y  restrega  una  contra  i 
otra  las  palmas  de  las  manos.) 

Lerdo.r-Seüor  Don  Ignacio  hablemos  con  claridad.  Usted  juega 
con  una  barajita  puerca. 

D.  Nacho./— Cómo!  como!  esplíquese  usted. 

Lerdo.— NUsted  quiere  ganar  albur,  tecolote  y  todos  menos. 

D,  Nacho.— vSi  ÍT.  los  juega,  es  claro^  que  también  usted  quiere  ga- 
nar loa 

Lerdo, — En  fin,  de  un  martillazo  nos  arreglamos.— ^sted  está  com- 
prometido con  el  arzobispo  para  defender  su  causa 

D.  Nacho. — (Levantándose*.) — [aparte.]  Este  hombre  tiene  narices 
de  adivino. — Yo,  Señor  Presidente,  soy  como  los  líquidos,  me  voy  á 
donde  menos  se  nos  oprima.  Tengo  á  mi  disposición  veinte  mil  hom- 
bres, cuatro  Estados  firmes,  muy  firmes  como  las  quijadas  de  arriba, 
y  un  número  considerable  de  diputados. 

Laf  ragua. — lia  cosa  se  pone  color  de  hormiga. 

Pancho  Mejía. — ¡Qué  lenguaje  tan  enérgico! 

D.  Nacho.— NMe  marcho  del  Ministerk>;  no  soy  responsable  de  lo  que 
venga.  El  arzobispo  me  mandó  un  S.  Pelagio  mártir  de  las  catacum- 
bas, y  una  indulgencia  plenaria  para  la  hora  de  la  muerte.  Señor  don 
Sebastián,  se  queda  usted  con  Dios  y  en  brazos  de  sus  amigos.  He  a- 
quí  la  cartera  y  el  plumero  de  general. 

Laf  ragua. — Me  ocurre  un  medio  para  salir  de  las  dificultades,   señor 
Presidente. 
— Lerdo. — Diga  U.  y  examinemos,  analicemos. 

,-D.  Nacho.— Hable  U. 

— Lafragua.  -U.  no  se  retira  del  Ministerio;  yo  no  me  retiro  del  Mi 
nisterio;  ninguno  de  nosotros  nos  retiramos  del  Ministerio. — U.,  señor 
Presidente,  dice  terminantemente  á  sus  amigos,  enójese  qnien  se  eno- 
jare, uno  cambio  de  ministerio n^-U.  señor  Don  Ignacio,  le  hace  al  Ar- 


204 

zobispo  una  mamola,  le  dice  con  ese  tono  bausán  y  de  papanatas  que 
ueted  sabe  fingir  en  situaciones  criticas,  njqué  miedo  le  tengo  yo  al 
Congreso!  "me  decido  por  los  liberales n  y  lo  despachamos  á  buscar  ma- 
dre que  lo  envuelva. 

D.  Nacho. — Y  le  devuelvo  sus  escapularios,  y  sus  reliquias,  y. . . . 

Lerdo. — No  me  parece  muy  disparatado  el  pensamiento. 

D.  Nacho. — Y  le  devuelvo  su  S.  Pelagio. 

Todos.^— Perfectamente. 

D.  Nacho.— \¿  Y  si  los  periódicos  lerdistas  siguen  moviendo  lo  de  las 
pasturas?. 

Pancho  Mejía. — Orejas  de  mercader. 

Lerdo. — El  clero,  los  Porfiristas  y  Riva  Palacio  despechados  prepa- 
ran la  revolución;  muchos  de  nuestros  amigos  se  convertirán  en  des- 
contentos. 

D.  Nacho — Se  quedarán  con  sus  gasto*  hechos. — Garrotazo  de  ciego 
con  el  que  se  subleve;  tunl  tun!  con  el  que  lleguemos  á  coger  con  las 
armas  en  la  mano. 

D.  Nacho.^—Y  a  todos  les  damos  esperanzas,  porque  al  fin  y  al  cabo.... 

Lafragua. — ¿Y  qué  hacemos  con  el  clero  que  ya  tenía  preparadas 
coronas  de  rosas  blancas  para  ornar  nuestras  frentes  el  día  de  nuestra 
primera  comunión? 

Lerdo. — Mantenerlos  siempre  en  espectativa  con  una  esperanza,  á 
la  vez  que  con  una  amenaza. 

Lafragua. — Y  vendrá  aobre  nosotros  una  censura  de  la  Iglesia,  y  u- 
na  tremenda  excomunión.    ¡Cielo  santo! 

Lerdo. — Ay  ay  ay  ay  ay  ay.  ¿Conque  tiene  CJ.  miedo  á  las  exco- 
muniones? ¡Vaya!  lo  creia  á  ü.  curado  de  espanto.  Pues  amigo  D.  Pe- 
pito, no  podemos  á  un  tiempo  estar  afuera  y  adentro  de  la  Iglesia. 
Sacuda  U.  ese  temor  que  tiene  U.  al  diablo,  y  abrace  U.  de  buena  fe 
la  causa  de  la  libertad. 

Covarrubias. — Abandonemos  el  celibato,  y  en  un  día  me  caso  yo,  se 
casa  U.,  D.  Pepe,  se  casa  D.  Blas;  se  ca3a  U.,  D.  Sebastián,  para  inau- 
gurar esta  nueva  alianza  ofensiva  y  defensiva.  Ninguna  comedia  pue- 
de concluir  sin  una  boda. 

Pedro  Landázuri  y  Ramoncito  Gnzmán  bajan  por  escotillón. — D. 
Blas  llega  á  la  discución  con  tal  oportunidad  como  las  palmas  á  Toledo. 
— Adelántase  hacia  el  público,  y  le  dirije  las  siguientes: 

D.  Blas. — ¿Y  qué  no  habrá,  sexo  hermoso, 
Un  juvenil  corazón 
Que  quiera  por  compasión, 
Elegirme  por  esposo? 

Ministro  soy  tan  dichoso 
Como  no  ha  sido  Mejía 
Con  toda  su  artillería; 
Caminaremos  de  acuerdo 
Cuatro  célibes  con  Lerdo; — 
¡¡Colamos  capellanía!! 


205 

Poco  después  D.  Juan  José  Baz,  haciendo  una  cabriola  y  echando 
una  mirada  de  amor  entrañable  al  gobierno  del  Distrito,  en  trage  na- 
cional, bailará  con  mncho  donaire  un  jarabe  tapatio,  que  le  tocará  en 
su  número  4  La  Situación. 


f *rtai*$  teilt&& 


Aquel  que  en  su  vida  no  ha  sido  calabaceado  no  sabe  á  lo  que  sabe 
la  flor  de  la  canela. 

Lo  primero  que  el  calabaceado  pierde  es  el  apetito,  después  el  sueño, 
luego  la  razón.  £1  decaimiento  del  espíritu  se  anuncia  por  medio  de  sus- 
piros muy  prolongado*  y  á  veces  por  lágrimas;  pero  lo  que  más  morti- 
fica es  el  tipleen,  los  geniales  arrebatos  y  aquel  mirar  oblicuo  que  mira 
y  que  no  mira;  sobre  todo,  se  aumenta  por  un  amargo  de  boca  cuando 
a  bilis  se  derrama. 

Cantan  los  pajaritos  y  se  les  manda  cubrir  la  jaula;  una  persistente 
mosca  posa  en  la  cara,  y  el  paciente  se  dispara  un  bofetón 

Ninguna  lectura  le  agrada;  ni  siquiera  el  festivo  Fandango;  ningu- 
na palabra  le  consuela.     {Pobres  enamorados!  ¡pobres  aspirantes! 

Si  estos  ejemplos  de  la  vida  real  se  aplican  á  la  política,  *e  experi- 
mentan idénticos  sinsabores. 

El  hombre,  en  el  eclipse  de  eu  buena  fortuna,  es  presa  de  una  alu- 
cinación; necesita  oro,  honores,  bienestar,  y  va  a  buscar  esto  en  las  al- 
forjas de  la  patria,  muy  especialmente  los  quebraditos  eu  el  comercio: 
se  pone  bajo  la  egida  de  un  círculo,  bajo  la  bandera  de  un  General  a- 
creditado;  si  hay  combate  sirve  de  carne  de  cañón  ó  de  parapeto;  firma 
los  libelos,  sufre  las  furias  de  los  antagonistas,  las  prisiones,  las  ga- 
rrotizas; es  la  esealera  de  mano  que  le  sirve  para  elevarse  á  un  candi- 
dato: pero,  ¡desgraciado!  cuando  él  menos  se  lo  esperaba  ¡zas!  pegaron 
una  patada  á  la  escalera  para  no  bajar.  ¡Consejos  de  Machiavelo1 

¿Qué  hace  el  que  así  se  mira  postergado?  prorrumpir   en  quejas  sin 

un  consuelo:  esperar ¡ay!  esperar. ...  la  paciencia  no  cura  las 

llagas  interiores  ni  calma  las  aspiraciones  de  una  alma  llena  de  ambi- 
ción: lanzar  improperios  es  denunciar  uno  mismo  su  derrota;  alejarse 
del  círculo  de  obreros  es  abdicar  sus  derechos;  volver  á  la  obscuridad,  á 
la  nada,  ¡ay!  es  cortar  las  alas  á  eu  deseo. 

¡Oh  patriotismo,  patriotismo!  ¿dónde  %»stás  y  para  qué  sirves  sino  es 
para  sacar  de  aprietos  6  un  apurado?  conviértete  en  campanilla  del 


20« 

hemb— ■oasaema— — — ^— — «asa,    ■     ,     ■  '   -  ■ ,.        na-gaffisgaaga 

diablo  y  repica  con  empeño  cada  vez  que  la  necesidad  lo  requiera.  ¿En 
qué  parte  no  se  puede  cultivar  la  hermosa  planta  que  produce  esa  lin- 
da flor  que  se  Uania  uno  me  olvides»  para  colocarla  en  las  macetas  de 
una  Tesorería. 

Es  un  candor  creer  en  la  abnegación  y  en  el  desinterés,  y  sin  em- 
bargo, todos  alardeamos  dé  poseer  esas  virtudes,  especialmente  cuan- 
do se  hace  política,  y  cuando  debe  ligarse  entre  sí  el  esfuerzo  uná- 
nime. 

Un  hombre  es  impotente  para  remover  un  monolito  que  se  atra- 
viesa en  el  única  camino  transitable.  Que  les  hombres  se  unan  y  el 
bloque  se  removerá,  esto  es,  si  todos  jalan  parejo,  como  decía  el  in- 
mortal Guerrero,  y  como  nosotros  lo  pregonamos  también  como  un 
axioma. 

Las  Pirámides,  el  Laberinto,  el  templo  de  Diana  en  Efeso  puede 
haberse  concebido  cada  plan  por  un  sólo  hombre,  delinearlo  una  ma- 
no, darle  armonía  una  cabeza;  pero  la  construcción  es  obra  de  distin- 
tas generaciones. 

Los  hombres  de  la  idea  inician  los  trastornos  revolucionarios  y  los 
impulsan  los  hombres  de  acción;  unos  sacrifican  su  bienestar,  su  ha- 
cienda y  su  sangre  en  los  cambates  por  enaltecer  y  sacar  triunfante  un 
principio;  otros  recojen  los  emolumentos  en  un  día  de  gloria. 

Los  principios,  sí,  los  principios . . .  .algunas  veces  se  les  convierte 
en  sopas  porque  los  hombres  los  desvirtúan. 

Hay  árboles  tardíos  que  los  planta  el  hombre  pero  que  no  alcanza 
la  vida  para  saborear  sus  frutos;  así  como  hay  viandas  bien  condi- 
mentadas que  no  las  prueba  el  cocinero  que  las  hace. 

Hay  agrupaciones  que  ni  con  linterna  encuentran  un  hombre;  pero 
tienden  sus  redes  en  un  río,  pescan  renacuajos  y  tortugas  y  no  cojen 
un  sólo  besugo:  lanzan  el  anzuelo,  y  ningún  pescado  quiere  tragarlo: 
pero  meten  al  acaso  en  el  río  la  espada  desnuda,  corno  el  campesino 
aquel  que,  desesperado  decía,  ¡tal  vez  pase  alguno  y  se  ensarte! 

Todo  esto  quiere  decir  que  las  personas  honorables,  no  se  nivelan 
con  los  aspira ntes  del  vulgo,  porque  comprenden  cuál  es  su  misión  al 
regir  los  destinos  de  un  pueblo;  que  rehusan  los  honores  no  acepta- 
dos por  un  corazón  recto  ni  por  un  espíritu  elevado;  que  no  se  filian 
bajo  una  banderola  desgarrada  por  la  vehemuncia  de  los  partidos,  de 
esos  partidos  sin  fe  y  sin  conciencia  á  quienes  agita  el  deseo  de  me- 
drar á  la  sombra  del  poder. — Que  se  agachen  aquellos  á  quienes  pue- 
da herir  la  bomba. 

El  hombre  probo  y  recto,  cualesquiera  que  sean  sus  ideas,  desde 
las  ultramontanas  que  se  pierden  en  los  anales  del  absolutismo  hasta 
las  del  alucinador  progreso,  analiza  la  parte  filosófica  de  las  teorías 
más  realizables;  en  una  palabra,  buscará  la  verdad  hasta  en  las  no- 
ciones más  triviales;  es  inconcuso  que  la  verdad  no  rehuye  ante  los 
ojos  del  que  la  busca  con  los  ardientes  deseos  de  la  sinceridad» 

¿Entiendes,  Fábio^  lo  que  voy  diciendo? 


207 

Mal  precedente  sienta  un  corifeo,  tribuno  ó  agrupación  política  si 
al  acercarse  nna  crisis  olectoral  busca  un  hombre,  como  antes  había 
buscado  á  otro,  en  la  obscuridad  de  la  vida  privada;  le  puso  en  la  bo- 
ca la  mamadera,  le  fajó  las  andaderas,  dirijió  sus  pasos,  lo  ilustró  con 
sus  doctrinas,  lo  cubrió  de  prestigio,  lo  elevó,  en  fin,  al  solio  del  po- 
der y  después  lo  abandonó  porque  su  pelo  fué  rebelde  al  cepillo  de  la 
adulación;  porque  fué  tímido,  recto  ó  escrupuloso,  proclamó  su  inde- 
pendencia, y  concedió  sólo  lo  jnsto  para  evitar  que  le  exigieran  lo  in- 
justo. 

¡Qué  tiro  sin  puntería  86  nos  ha  escapado,  cielo  santo! 

Mal  precedente,  decíamos,  puede  áejar  un  hombre  ó  un  círculo  pa- 
ra que  los  candidatos  del  porvenir  puedan  en  ¿1  comáarse. 

Ahora  si  podremos  pegar  en  el  blanco  con  nuestro  proyectil. 

Si  un  hombre  á  quien  se  eleva  al  poder  no  corresponde  á  las  espe- 
ranzas, justo  y  racional  es  alejarse  de  él,  guardar  en  secreto  los  agra- 
vios y  resentimientos  y  aguardar  el  advenimiento  del  día  eü  que  triun- 
fo la  razón  y  el  libre  eximen;  pero  no  se  le  combate  con  encarniza- 
miento para  uo  incurrir  en  la  más  monstruosa  inconsecuencia. 

Los  pueblos  forman  este  muy  lógico  silogismo. 

No  es  bueno  el  funcionario  y  tú  lo  postulaste: 

No  es  buetio  el  gobernante  y  tu  nos  acoasejaste  lo  eHjiéram<JS. 

Vean  ustedes;  esta  si  ee  una  indirecta  del  »•  Padre  Cobos,»  de  chu- 
parse el  dedo* 

El  que  al  cielo  escape,  sufra  con  ellt>  el  castigo  de  fcn  falta;  y  es 
cuerdo  adivinar,  presumir  y  desconfiar  que  se  puede  muy  bien  reco- 
rrer todavía  un  sendero  toreido  que  conduce  a  la  realidad:  porque 
esos  son  los  hombres;  porque  así  obran  los  partidos  personales;  cam- 
bian de  rombo,  como  los  coheteé  sin  varejón,  cuando  falsea  el  cimien- 
to de  sus  aspiraciones  que  es  el  interés. 

Se  nos  dirá  que  para  mayor  claridad  debemos  aplicar  tan  bellas  teo- 
rías á  caeos  prácticos;  eso  no  lo  haremos;  que  cada  lector  6eftale  cotí  el 
dedo  á  los  autores  de  esaft  inconsecuencias  si  cree  que  las  hay. 

Diremos  como  Newton  á  sus  discípulos,  »No  revelaré  la  fórmula 
de  esta  gran  verdad  matemática;  ella  existe;  buscadla,  que  al  hacer  las 
indagaciones  para  despejar  la  incógnita,  saldrán  á  fecibiro&  otras  ver- 
dades ignoradas. 

Buscando  la  piedra  filosofal  se  han  encontrado  muchas  verdades 
ocultas. 


208 


QU  QUI  Rl  QUIi 


Se  anució  que  un  gallo  de  muchas  libras,  con  gran  cresta  colorada  y 
córneos  espolones  haría  oír  su  canto  la  noche  del  Domingo  4  de  Agosto. 

Era  el  día  designado  por  la  ley  para  depositar  en  la  urna  electoral 
los  nombres  de  aquellos  ciudadanos  de  los  cuales,  uno  de  ellos,  regirá 
los  destinos  de  nuestro  Estado. 

No-kubo  combate;  una  sola  persona  reúne  la  mayoría  de  los  sufragios; 
ella  arr  astra  con  su  prestigio  esa  voluutad  que  no  es  falsa  porque  es 
expontánea;  en  él  renacen  todas  las  esperanzas  aunque  recorra  un  ca- 
mino sembrado  de.  malezas,  porque  todos  tienen  fe  en  que  sabrá  cru 
zarlo  sin  volcar -el  carro  de  la  administración.  Sea  para  bien  y  que  le 
acompañen  hasta  el  fin  de  la  jornada  la  confianza  y  la  adhesión  del 
pueblo  que  lo  elije. 

El  buen  sentido  de  los  habitantes  de  esta  capital  se  revela  por  el  re- 
gocijo de  las  almas  en  el  fuero  interno  de  las  conciencias;  huyen  de  la 
crápula  libidinosa  empleada  por  aquellos  qjie  creen  no  sea  gratísimo 
su  holocausto  si  no  emplean  el  bombo  y  el  estallido,  el  relumbrón  del 
oropel  y  el  estruendo  del  combate;  así  reciben  la  adoración  algunos 
santos  de  los  cuales  se  cree  no  han  de  entender  si  no  se  les  habla  en  la- 
tín y  á  toda  orquesta. 

Preparada  la  ovación  se  repartieron  las  antorchas  de  viento,  se  es- 
parcieron pregoneros  por  todas  partes  anunciando  que  habría  una  con- 
moción. 

Es  altamente  satisfactorio  saludar  esa  mañana  en  qué  naciera  un  ni- 
ño engendrado  y  concebido  hoy;  el  niño  que,  transformado  en  hombre, 
saldrá  más  tarde  de  su  capullo»  según  los  augurios  de  los  profetas  del 
club. 

¡Hosanna;  La  urna  está  preñada,  ó  como  se  dice  entre  la  gente  fina, 
en  estado  interesante.  Se  rehuye  el  nuevo  sor  con  las  agitaciones  de 
la  vida;  antes  de  nacer  llora  como  San  Juan,  y  como  San  Juan,  ha  si- 
do santificado  en  el  vientre  de  su  madre. 

Nosotras,  que  fuimos  invitados  á  tomar  parte  en  la  ovación,  imagi- 
namos que  el  gallo  sería  viejo,  implume,  tísico  y  descolado:  nos  enga- 


209 


fiamos;  tenia  una  cola  más  larga  que  la.de  un  cometa Muchas  to- 
deras se  velan,  antorchas  que  no  apaga  el  vendaval,  gritónos,  gre- 
mios, estandartes,  escolares  y  mocosos  callejeras  que  hacen  ruido  cpmo 
nueces  y  abultanfcomo  los  almiares  de  cebada. 

En  no  apostolado  de  vehículos  paseaban  los  altos  dignatarios  del 
club;  desde  el  Dean  y  Maestrescuela  hasta  el  Cancelario  y  el  Bedel:  dep- 
de  el  Maestro  de  Capilla  hasta.el  mafcstrito  que  hace  mugir  el  tololoche; 
llevan  el  inmenso  el  sacristán  y  los  coloraditos;  á  dos  idiotas  se  les 
puso  sorberte,  y  éste  se  les  hundía  hasta  los  hombros;  debían  en  la  no- 
che y  e»  la  carretela  asomar  sólo  la  c&beza. 

(Cuánto  lujo  para  la  manifestación  de  un  amor  tan  entrañable!  es 
que  renace  la  confianza;  es  que  se  anuncia  espléndido  el  porvenir:  ve- 
mos brillar  entre  celages  la  estretta.de  los  buenos. 

La  gente  honorable  y  de  calzas  verdes  no  era  actriz  en  $s*s  manifes- 
taciones; así  la  gente  afiligranada  no  toma  parte  allá  en  la  gran  capi- 
tal, en  las  tiestas  que  los  indios  hacen  á  la  Virgen  de  Guadalupe, 
en  su  día  solemne. 

■^Dojemoe-dicen-one  esta  pobre  gente  abyecta  y  desheredada  tri- 
bute euUo  4  nuestra  líadne,  puesto  que  debe  cobijarlos  con  su  manto; 
cuando  esté  limpio  el  templo,  libre  y  desinfectado,  mostraremos  nues- 
tro amor  muy  reverente. 

No  sabemos  cual  sea  la  causa,  pero  sí  notamos  que  los  amigos  más 
leales  del  gran  candidato,  que  es  el  santo  de  la  fiesta  capitular,  no 
quieren  mezclar  su  beneplácito  al  de  los  caballerea  templario*  de  lo» 
clubs:  estos  hicieron  la  invitación  para  que  cada  eas$  fuera  iluminada 
como  demostración  de  grande  regocijo,  y  esto  "bastó  pára'que  se  despre- 
ciara 4a  iniciativa:  sólo  cuatro  casas  ostentaban  las  candelas  luminosas, 
inclusa  la  sinagoga  de  la  Lonja*  Hay  qué  advertir  que,  antes  de  las 
demostraciones  de  un  culto  pagano,  hacia  el  hombre  de  las  altas  afec- 
ciona, existe  qna  adhesión  sincera  hacía  él  mismo  que  ni  la  altera  el 
e^tasiasiiw,  ni  la  debilita  el  otesdát;  uaa  fe  y  eonianza  ciegas  que  raya 
££  ecjmiraftó^  enastante;  estos  perfumes  del  ¡alma  no  necesitan  exhi- 
birse por  aeftales  exteriores  ni  con  cohetea  si  con  matracas.  Se  le  ama 
00?  fe  y  *e  le Agwarda  nn  ¿sperm/sa:  en  esa  corona  brillan  diamantes  de 
gran  valía,  y  quiera*  qae  ea  ella  se  tacrosten  perlas  falsas  por  ma« 
w>¿  espúreas  q*fce  preparan  lo»  hosobres  de  la  víspera;  aquellos  hombres 
qjtf  pptó<$*4  suespfiwa»  pril&ógelA  chasca  verdad  de  Perogrullea 
„Si  quieres  que  las  mujeres  te  sigan,  vete  delante  de  ellas... 

Los  caballeros  *  templarios  al  saber  <jue  ujj  hombre  de  honra  era 
candidato  aceptado,  lo  adoptaron  también  con*o  hijo  y  de  su  propia 
estirpe;  no  quisieron  quedarse  en  Las  riberas  de  jese  mar  muerto  de  sus 
aspiraciones,  ni  consintieron  en  <jue  nad¿Q  les  tomara  la  delantera  en 
esto  de  tributar  incienso  al  héroe  jesiclarecidQ  dei  último  combate. 

¡Es  tan  sabroso  el  fruto  del  cercado  ageno! 

¡Los  seres  estériles  aman  con  entrañable  amor  a  los  tiernos  retoños 
de  un  matrimonio  felizl  1 


210 


Conocimos  una  mona  de  la  rasa  de  los  cercopitecos  á  quien  la  Na- 
turaleza le  negó  las  delicias  de  la  maternidad,  cuando  rebosaba  en  ella 
la  medida  de  tan  celestial  afecto. 

En  vano  esperó  la  llegada  de  su  deseado  amor  y  en  concecuencia 
también  el  fruto  monicida  de  sa  vieqtre;  pero  se  puso  a  su  alcace  una 
sata  que  abandonando  el  teatro  de  un  feliz  alumbramiento  en  que  dio  I 
s  luz  un  hermoso  gatuelillo;  la  mona  percibe  los  maullidos  del  recien ! 
nacido,  qorre  en  su  busca,  lo  encuentra,  lo  besa,  lo  núina,  lo  abraza  y 
lo  roba  ál  ser  gatuno  que  le  costó  el  trabajo  de  darle  vida*  Desde  ese ! 
momento  creció  tanto  el  amor  que  por  nada  lo  soltaba;  ella  ¡ipfelizl  no 
tenía  leche  con  qué  alimentario. . .  .Un  amor  profundo  pero  insensato 
le  dio  la  muerte.  y 

Moraleja.  Es  peligroso  amamantar  á  los  hijos  ajenos  cuando  las 
mamas  están  secas. 

Feliz  el  hombre  a  quien  rodea  el  aura  de  todas  las  simpatías,  y  á 
quién  forma  el  pedestal,  más  que  los  clamores  de  los  facciosos  belige- 
rantes, la  recta  conciencia  de  sus  propios  actos,  y  la  influencia  benéfica 
de  aquellos  hombres  en  quienes  radica  el  nervio  de  la  popularidad. 

Si  esto  no  fuera  una  verdad,  de  seguro  que  otro  gallo  no*  cantara. 


Bufando  y  hechando  chispas  como  tina  locomotora,  aparece  La 
Correa  del  Cetro  contra  El  Fandango,  y  al  darle  su  roseada  se  retira, 
como  aquellos  insectos  que  zumban,  clavan  el  aguijón  y  vuelan;  hace 
el  propósito  de  no  volverse  á  ocupar  de  nosotros;  se  oculta  en  su  huro- 
nera, abre  el  paraguas,  escoge  su  rincón,  cierra  los  ojos  y  resiste  el  a- 
guacero.  ¿Por  qué  tanto  desdén  querido  y  amartelado  colegftita?  ¡Ahí 
[qué  desgracia!  no  acepta  nuestros  aplausos,  ni  nuestras^criticas  le  im 
presionou:  ¿puede  haber  mayor  desgracia  en  toda  la  redondez  de  nues- 
tra tierra?    Allá  vá  un  conseja 

Si  actuares  en  el  miriacki 
Y  alguno  te  zapatea, 
No  le  aflojes  el  huizache; 
tAhora  lo  veras,  correa, 
•  Ya  pareció  tu  guarache! 

No  contestaremos  con  dicterios,  ni  con  calumnias.  TXd.  dice  lo  que 
[  no  hace,  es  decir,  pedir  treinta  {vesos  por  no  sacar  h  luz  su  Corre».  Por 


211 

sentado  dejamos  que  ésta  es  una  de  las  cosas  jue  no  hace.  Vamos,  co- 
lega muy  q.uerido,  ahora  díganos  Ud.  lo  que  si  hace;  mas  como  ha  he- 
cho Ud.  j  ropósito  de  no  hablar  con  nosotros,  lo  vemos  ya  como  pintan 
al  ángel  o  i  silencio,' con  un  dedo  que  sella  sus  labios  en  ademán  me- 
ditabundo, ó  como  decía  el  sacristán  en  el  verap  que  puso  al  Señor  de 
la  Humildad. 

Pues  qué  ¿no  te  contristura  # 

De  este  señob  la  postura, 
m  Con  la  mano  en  la  quijada      m 

Como  quién  no  dice  nadat 

No  nos  desvela  su  silencio,  porque  Ud.  hablará  hasta  por  los  codos 
dice  un  adagio;  chorrera  saca  rundido;  asomará  Ud.  la  cabeza,  lanzará 
Ud.  algunos  desahogos,  y  volverá  Ud.  á  sumirse  haciendo  nuevas  pro- 
testas. 

Había  en  España  un  famoso  predicador  que  se  le  tenía  por  ele- 
cuente  '  . 

Pero  colega  ¡cómo  huele  Ud.  á  pato!  no  se  vaya  Ud.  á  apropiar  nues- 
jtro'cuenteitito. . . . 

El  predicador,  hacía  lo  que  El  Correo  cuando  se  veía  en  apuros,  su- 
mirse; se  llamaba  el  Padre  Vieira;  y  en  lo  más  interesante  del  sermón 
decía,  agarrándose  las  narices.-nYo,  para  no  ver  cosas,  aquí  me  stimon 
Y  se  agazapaba  dentro  del  pulpito,   provocando  la  riza  de  los  oyentes. 

Así  Ud.  ;oh  cofrade!  lanzará  regüeldos  jaguardentosos;  hará  otro  pro- 
pósito firme  diciendo:  yo,  para  no  ver  cosas,  aquí  me  sumo. 

Conocimos  á  una  viejn  verdulera  que. . .  .f\>r  Dios,  cofrade,  ¡cómo 
huele  Ud.  á  pato!. . .  .no  vaya  Ud.  á  cogerse  nuestro  cuentecito,  como 
se  cogió  sin  ruborizarse  el  del  burro  prieto,  porque  lo  declaramos  pla- 

S'ario. 
ecíamos  que  conocimos  una  vieja,  muy  afecta  á  lanzar  injurias  con- 
tra todo  vicho  viviente,  porque  siendo  muy  soez,  no  podía  contenerse; 
pero  su  confesor  le  aconsejaba  que  al  asaltarle  esos  accesos  de  buscar 
cmnorra,  (camorrear  (Jifia  Ud.  en  su  afán  de  inventar  verbos)  tomara 
Hgua  en  la  boca,  y  así  pe  abstendría  de  hablar  y  de  ofender  al  prójimo. 
Puso  en  práctica  el  consejo,  y  después  de  lanzar  denuestos,  se  acordaba 

del  confesor,  y  contrita  exclamaba. .  "¡cállate  bocaln y   sorbía  una 

dosis  de  líquido  que  le  inflaba  las  mejillas;  seguía  entonces  modu- 
lando una  jerga  ininteligible,  acompañada  de  gestos  y  amenazas;  f  no 
pudiendo  contenerse,  arrojaba  el  agua,  vomitaba  injurias,  y  decía. .  . „ 
"¡cállate  bocalit ....  sorbía  el  líquido  para  arrojarlo  después  y  blasfemar. 
Esto  le  ha  sucedido  á  El  Correo  dd  Centro;  tomará  su  bocanada  de 
líquido,  y  al  verse  aguijoneado  por  El  Fandango  quebrantará  sú  pro- 
pósito. 

Dice  Ud.  que  desvirtuamos  sus  pensamientos  para  ejercer  con  Ud. 
la  crítica  más  amarga;  trae  Ud.   para  su   defensa  la  denuncia  de  que 
varios  poetas  notables  han  usado  frases  que  no  son  castizas,  y  han  ex 
presado  pensamientos  falsos. 


212 

|Oh  poeta!  no  diga  Ud.  esas  blasfemias  ni  calumnie  a  Sierra,  Urbino, 
Dufoo,  M.  0.  y  Nájera,  Este  ha  dicho  en  el  prólogo  de  Veleidosa. . . . 
«todo  san  lineas,  esfumado,  incoloro,»  pero  no  dijo  que  se  esfuma  la 
estrella  cocho  Ud.  lo  ha  dicho.  Si  son  amigos  de  Ud.  ó  acaso  sus  ad* 
miradores,  pues  el  atrevimiento  también  causa  admiración,  al  leer  esas 
producciones  en  que  Ud.  dice  nidat»  cosasn  por  decir  cosas  que  se  fue-, 
ron;  nía  gloria,  esa  eterna  perseguida»  por  decir  que  eternamente  se 
hal^erseguido  á  la  gloria,  lanzarán  en  sus  bigotes  la  carcajada;  y  si 
saben  que  Ud.  para  su  defensa  personal,  asegura  que  ellos  dijeron  tales 
despropósitos,  tentados*  se  verán  de  disparar  á  Ud.  un  soplamocos,^} 
demandar  á  Ud.  por  injurias. 

A  los  oídos  de  Ud.  no  llegan  fas  censuras  de  sus  escritos,  ni  las  bur- 
las que  esparcen  las  virgencitas  de  nuestra  sociedad  cuando  su  galante 
pluma  las  obsequia  con  aquellas  lindezas  poéticas  que  salen  de  su  a- 
martelado  cacumen,  como  son  la3  macarrónica^  comparaciones  en  que 
Ud.  dice  que  su¿  ojos  son  gotitas  de  amor  y  su  sonrisa  nido  de  encantos: 
después,  retirándoles  Ud.  sus  favores,  las  desfavorece  Ud.  con  lanzar- 
les censuras  que  huelen  á  almizcle  en  su  discurso  de  repartición  de 
premios. 

Hombre,  no  sea  Ud.  candido;  tenga  Ud.  presente  aquella  máxima  de 
Maná:  i.no  hieras  á  una  mujer  ni  con  una  florn  pero  Ud.,  con  sus  flo- 
res y  sus  arponazos,  las  pone  como  chupa  de  dómine. 

Ud.  critica  á  otros  escritores  tan  noveles  como  Üd.  J  se  convierte 
Ud.  en  Balbuena  sin  tener  las  dotes  que  esa  misión   pequiere;  que  Ud. 

Í  otros  jóvenes  que  á  Ud.  siguen,  cultiven  la  literatura,  es  muy  laúda- 
le; sus  producciones  serán  defectuosas,  y  deben  creerse  afortunados 
si  encuentran  una  persona  que  analice  sus  versos  y  les  diga  franca- 
mente sus  defectos;  deben  considerarse  muy  felices  con  que  sus  prime- 
ros ensayos  merezcan  los  honores  de  Ja  crítica;  porque  no  hay  tampo- 
co quien  quiera  decir  la  verdad  al  poeta  que  da  sus  primeros  pasos  en 
él  sendero  de  la  gloria;  k  todos  los  ciega  el  amor  propio  y  desean  in- 
cienso, aplausos,  admiración. 

..P*ígaro,  que  según  el  sentir  de  Ud.,  seria  el  payaso  de  aquellas  socie- 
dades, decía  ápropósitq  de  critica  literaria*  ..dichoso  el  hombrea  quien 
una  inujer  le  dice  nó,  perqué  á  lo  menos  le  dice  la  verdad,  n 

Nosotros  no  somos  literatos  ni  queremos  sentar  plaza  de  críticos:  si 
hná  agrupación  de  hombres  de  talento  nos  tributara  la  honra  de  anali- 
zar nuestros  escritos,  lo  agradeceríamos  y  aprovecharíamos  las  leccio- 
Íés:  hó  nos  sulfuraríamos  como  Ud.,  ni  perderíamos  los  estribos  como 
Fd.'si  se  nos  atra vezara  en  nuestro  camino,  mirándonos  con  desdén,  é 
interrumpiendo  nuestra  marcha  sin  razón  y  sin  objeto;  romperíamos 
Éus  filas  y  seguiríamos  adelante.  Otras  ocasiones  tos  necios  se  nos  atra- 
vesarían; los  dejaríamos  pasar,  rindiéndoles  acatamiento,  porque  es  un 
{privilegio  de  estos  vípedos  infundir  respeto. 
.  Podemos  citar  ún  caso  práctico. 
Caminaba  á  una  función  solemne  nuestro  Gobernador  con  acompa- 


iit 

■     i   iif  i    -  tu  -*■-■' ■  "  'Ti  r 

fiamiento  de  amigos,  de  empleados,  de  un  Ayuntamiento  conducido 
bajo  las  respetables  masas  * 

reto. .  j Jesüs  colega,  cómo  huele  Üd.  á  pato!  0e  nuevo  le  recomen- 
damos no  se  apropie  nuestro  cuentecito.  Caminaba,  decíamos,  el  Go- 
bernador al  fin  de  la  comitiva,  y  teniendo  qué  pasar  por  el  Curato, 
obstruía  el  paso  «mltitud  de  gente  sentada  en  la  banqueta;  eran  novios, 
padrinos,  suegros  y  parientes  que  venían  á  presentación  matrimonial, 
y  algunos  pobres  que  recibían  limosna;  los  maceros  abrieron  brecha 
con  alguna  dificultad,  ya  feíiplfcando,  ya  lanzando  interjecciones  no 
muy  amables:  se  cedió  el  paso  á  la  inagestad  de  la  autoridad:  la  vani- 
dad y  el  orgullo  cedieron  tu  tesjpeto  guberüil  y  á  los  representantes  del 
pueblo. 

Más  adelante  se  presentó  otro  obstáculo;  ocupaban  la  banqueta  los 
burros  de  un  carbonero,  lañando  ein  miramiento  rebuznos  (usted  les 
llamaría  rebuznados  por  lucir  palabritas  nuevas)  y  algunos  sacudían  el 
rabo  como  Ud.  menea  la  cabeza  cuando  se  ve  en  apuros;  era  natural 
suponer  que  no  harían  versos,  ni  crearían  verbos;  como  jumentos  que 
eran,  no  habrían  leído  el  código  de  urbanidad,  ni  serían  abogados,  ni 
escritores  etc.  porque  en  tal  caso,  siendo  lo  más  ilustrado  de  su  especie, 
cederían  el  paso  á  la  respetable  Corporación.  Los  maceros  cedieron  la 
banqueta  á  los  borricos,  desviaron  el  sendero,  y  siguieron  el  camino. 
Tal  es  el  respeto  que  han  infundido  siempre  esos  animales. 

Por  no  interrumpir  nuestro  relato  no  publicamos  al  fin  una  fábula 
de  García  Goyena  que  cae  muy  bien  por  #u  oportunidad,  y  para  qué 
no  se  nos  tenga  por  batos  al  acusarnos  de  plagiarios. 

Ko  dudamos  que  los  jóvenes  redactores  del  Correo  del  Centro  acojan 
con  benevolencia  todo  lo  que  hemos  escrito  en  su  aplauso  y  como  con- 
testación á  nno  de  sus  artículos  ya  publicados:  sentimos  que  al  citar 
algunas  de  nuestras  producciones  no  las  hayan  analizado,  estudiado  á 
fondo,  para  que  nos  hicieran  conocer  siquiera  los  más  culminantes  de- 
fectos, y  poder  aprovechar  su  censura;  no  sabemos  por  qué  ha  disgus- 
tado &  nuestro  cofrade  el  plan  de  cada  obra;  no  su  estructura,  el  órd*n 
con  que  se  han  llevado  las  escenas,  el  fin  moral  y  filosófico  que  á  Ca- 
da uno  los  ha  dirigido,  el  carácter  de  los  personajes,  ni  siquiera  el  len- 
guaje; en  una  palabra,  todos  aquellos  adminículos  que  engargolados 
entre  sí  forman  el  todo  de  una  obra  dramática;  si  las  reglas,  si  los  pre- 
ceptos de  la  escuela  á  qne  ellas  pertenecen  no  están  observados  fiel- 
menta,  será  un  grave  defecto,  pero  nosotros  no  lo  hemos  conocido;  un 
favor  muy  grande  nos  harían  nuestros  amables  contrincantes  con  ana* 
lizar  nuestras  concepciones,  y  siendo  fundadas,  daremos  las  gracias  y 
aprovecharemos  sus  lecciones,  pues  somos  desconfiado**  dé  nuestras 
propias  fuerzas,  y  á  la  vez  somos  sumisos  y  humildes  ante  quien  nos 
honra  con  sus  consejos.  De  lo  que  ha  escrito  El  Correo  dd  Centro 
inferimos  que  no  le  han  agradado  los  títulos  de  nuestras  obras. 

Suplicarnos  á  nuestro  colega  muy  querido  no  nos  guarde  reneor  poí 
que  hemos  ido  á  su  llamamiento  y  sufrimoi  toa  oaltt&  y  con  humil* 


214 


la9  flagelaciones  que  nos  ha  propalado.  No  buscamos  la  polémica: 
á  ella  fuimos  provocados;  pero  desgraciadamente  olvidamos  que  en  li- 
teratura somos  unos  pigmeos  y  que  también  tenemos  de  vidrio  nues- 
tro tejado.  I 


HISTORIA  NATURAL 


AJÁMALES  HOFEHSIVOS. 


I 


¿Quién  no  ha  oido  decir,  ha  leído  ó  ha  presenciado  que  el  castor  fa- 
brica sus  habitaciones  con  tal  cimetríay  solidez  como  no  podría  hacer- 
lo ningún  arquitecto?  ¿quién  no  ha  admirado  el  orden,  la  regularidad 
en  que  viven  las  hormigas  que  jamás  riñen  entre  sí?  Las  abejas  obser- 
van un  régimen  republicano  perfecto,  y  dan  lecciones  de  esa  democra- 
cia falansteríaca  que  no  f  u^soñada  por  Fourrier.  Los  tejones  hacen  de 
sus  uñas  unos  garfios  tremebundos,  como  los  fallidos  en  las  oficinas  de 
Hacienda!  no  hay  pica  que  pueda  darles  alcunce  cuando  se  proponen 
huir  y  escaparse  perforando  la  tierra;  parecen  colectores  de  contribu- 
ciones; [no  más  los  uñazos  se  oyen! 

La  inteligencia  del  elefante;  el  instinto  del  mono,  la  mansedumbre 
del  asno,  la  gratitud  del  perro,  nadie  los  ha  puesto  en  duda,  y  nos 
quedamos  boquiabiertos  cuando  somos  chasqueados  por  la  zorra  que 
hace  de  su  astucia  una  defensa.  J 

Tentados  nos  hemos  visto  de  sostener  que  los  animales  tienen  talen- 
to, y  así  nos  lo  ha  dicho  Esopo,  Iriarte,  Lafontaine  y  otros.  El  instin- 
to no  podría  concebir  planes  ingeniosos,  premeditados,  en  que  campea 
la  reflexión,  la  previsión  y  el  libre  examen;  hay  algo  de  misterioso, 
mucho  de  investigable  en  el  orangután  y  en  el  perico  que  imitan  los 
movimientos  y  la  voz  del  hombre  y  en  el  olfato  y  en  la  previsión  del 
mastín  que  husmea  á  larga  distancia  la  venida  del  lobo  carnicero,  y 
aun  podríamos  decir,  que  huele  la  venida  del  visitador  del  timbre,  y 
da  la  voz  de  alarma;  anuya  cuando  está  cercana  la  muerte  de  su  señor; 
muchos  han  descubierto  crímenes  y  á  criminales. 

En  Inglaterra  se  ha  elevado  un  monumento  &  un  perro  que  con 
harta  paciencia  y  suspicacia  investigó,  descubrió  é  hizo  que  aprehen- 
dieran al  asesino  de  su  amo,  y  no  quedó  satisfecho  hasta  que  vio  ahor- 
car y  sepultar  al  criminal.  El  obelisco  ostenta  el  retrato  en  bronce  de 


'"  215 

'  !  1 

ese  perro;  no  cabe  duda,  en  ese  animal  encarnó  el  espíritu  de  un  hora- " 
t>re  quo  tenia  un  talentazo  desmedido,  de  un  jurisperrito  tal  vez  que 
era  ducho  en  el  tratado  de  las  pruebas  y  que  había  leído  á  Eduardo 
Bonnier. 

Se  ha  visto  que  á  varios  animales  les  ha  faltado  muy  poco  para  i- 
gualarse  á  los  jueces,  puesto  que  han  descubierto  los  crímenes  prodito- 
rios; y  hay  Jueces  y  Magistrados  que  poco  les  faltó  para  igualarse  á  los 
animales,  porque  no  han  descubierto  á  los  ladrones  que  les  arrojaron 
el  tufo  de  sus  fechorías  en  sus  bigotes,  y  sin  embargo,  se  pusiere*  al 
alcance  de  sus  garras*  Es  que  dicen  las  malas  lenguas,  y  la  nuestra 
que  es  buena,  que  tenían  cataratas,  se  habían  cortado  las  uñas  y  rezado 
el  ••pan  nuestro»  para  no  caer  en  tentación. 

El  hábito,  la  gratitud,  el  sentimiento  de  lo  justo,  acaso  también  la 
necesidad,  forman  la  naturaleza  de  ciertos  animales.  Un  macho,  que 
pasó  toda  su  vida  trotando  al  rededor  de  una  noria,  caminaba  cien 
varas  en  línea  recta  y  se  cansaba;  su  resuello  era  un  resoplido  cual  si 
se  estuviera  ahorcando,  como  el  de  los  derrotados  en  las  elecciones  que 
se  quedaron  sin  magistratura;  las  pesuftas  del  lado  izquierdo  estaban 
gastadas,  y  los  músculos  del  derecho  se  habían  desarrollado  monstruo- 
samente; se  le  ponía  un  tapaojos,  y  sin  que  nedie  lo  condujera,  daba 
vueltas  todo  el  día  en  la  circunferencia  de  un  punto. 

Otrod  animales  son  útiles  porque  exterminan  á  los  dañinos.  El  hom 
bre  los  persigue  sin  más  razón  que  la  de  aue  son  feos;  sí,  porque  son 
muy  feos,  como  el  sapo  que  se  come  á  las  hormigas  que  dañan  las  ce- 
menteras,  y  á  las  babosas  que  se  avecindan  en  los  hospitales. 

Al  murciélago  que  chupa  la  sangre  á  esos  escarabajos  que  no  salen 
de  las  oficinas  públicas,  y  á  las  mariposas  bibliógrafas  nocturnas  que 
roen  los  papeles  en  los  Juzgados  y  aun  se  engullen  fojas  enteras  de  los 
expedientes* 

El  hombre  mira  con  horror  á  ciertas  culebras  inofensivas;  su  fuerza 

Ísu  defensa  está  en  el  látigo  que  azota,  pero  sólo  al  que  las  pisa  ó  las 
iere;  estas  se  comen  á  los  escorpiones  y  otras  sabandijas,  así  como  los 
tinterillos  y  leguleyos  se  chupan  á  los  jueces,  ó  como  una  Corte  Su- 
prema que  azota  á  los  bribones. 

Da  muerte  el  hombre  al  cárabo  coleóptero,  conocido  con  el  nombre 
de  grillo  del  hogar,  porque  anda  á  saltos,  siendo  así  que  destruye  á 
las  oruga*  y  se  las  come. 

Las  avispas,  insecto  volátil,  cuya  picadura  es  mortal,  y  las  asquero- 
sas cucarachas  que  se  abrigan  en  los  templos,  muy  especialmente  en 
los  confesonarios,  son  extirpadas  por  la  alondra;  la  escopeta  la  persi- 
gue con  tenacidad. 

Las  musarañas  á  nadie  ofenden  y  viven  de  las  lombrices  que  perfo- 
ran las  patatas;  se  les  aniquila  con  el  pié  siu  caridad  ni  compasión. 
R      El  tordo,  que  ameniza  con  sus  cantos  nuestros  jardines,  se  alimenta 
|  de  larvas,  y  con  frecuencia  espulga   nuestros  caballos,   librándolos  de 
I  ciertos  parásitos  que  se  alimentan  con  su  sangre.    No  debíamos  hacer- 

.****— '    '*J*'-         "—  —»«-'1*T  ■■       IT       1  »  "1     -IMI1J     II     i'.    T1  I     ^    ,-g-S-g  ■    M.   •    •  .    V  -       •         W     ■■  -    -    f  .  '■'  lili     ■    -    .    ■        -r      - 


216 

les  ana  guerra  encarniza,  sino  aclimatarlos  en  Jas  tesorerías  y  en  las 
oficinas  del  Timbra 

hes  Jephuzas  po  se  corneja  Á  loa  pollos  y  no  hfty  cansador  que  no  di- 
rija.contra  ellas  sus  certeros  tiros:  sabed  que  se  comen  al  día  quince 
rotores  y  sin  ellas  aumentarían  en  el  campo  estos  roedores  *  ¿al  grado 
que  no  se  escaparía  á  su  voracidad  el  géWp  humano.  Una  lechuaa 
en  el  campo  hace  mas  beneficio  que  diez  gatos  fin  una  casa 

IiQA  cuervos,  por  algunos  granos  que  consumen,  se  les  persigue  de 
muerte;  estos  animales  extirpan  4  los  ortópteros  {w\go-ehapiUiru¿)  que 
destruyen  las  «ementaras;  son  enemigos  irreconciliables  de  la  langosta. 

Ya  que  nos  temos  propuesto  escribir  un  artículo  sobre  zoología,  a- 
consejamos  no  perseguir  á  los*  animales  inofensivos  que  son  útiles;  he- 
mos adornado  nuestro  relato  con  ejemplos  verídicos  de  las  cualidades 
que  poseen  algunos  seres  vivientes;  réstanos  aólo  referir,  á  grandes  ras- 
gos» 1*3  dr^es  inapreciables  del  caballo  en  qae  descuella  «1  amor,  la  a- 
misfad,  la  gratitud,  que  le  es  ingente  hada  el  ser  que  lo  favorece;  es 
a^nigo  en  la*  adversidad;  es  salvador  en  los  peligros;  as  agradecido  en 
todos  tiempos,  y  reciba  sumiso  la  educación .  qwe  su  señor  guiare 
darle;  parece  qn*  tiene  la  conciencia  del  cumplimiento  del  deber  sin  re- 
compensa; tiene,  ea  fin,  todas  las  virtudes  de  los  hombrea  ain  tener 
ninguno  de  sus  vicios;  salva,  á  su  amo  haciendo  el  sacrificio  de  su  vida 
por  amor  y  por  gratitud,  mientras  que  el  hombro  vende  á  un  lechero 
m  caballo  cuando  éste  ya  no  pueda  trabajar  en  la  vejeg,  ó  Jo  dentina 
p&rft  victima  en  las.  lides  de  toros. 

En  aquellos  tiempos  en  que  estaban  en  evolución  las  diligencíete, 
eonio  vehículos  para  transeúntes,  existía  en  ufea  posta  un  caballo  que 
envejeció  en  el  servieio,  recorriendo  diariamente,  durapte  veinticinco 
añas,  una  llanura  de  seis  leguas,  sin  faltar  un  sólo  día;  su  recompensa 
fué  solamente  una  poca  de  pastura.  Nosotros  inmortalizaremos  su  glo- 
rioso nombre,  si;  se  llamaba  don  Nacha ^-No  hay  que  tomar  esto  como 
guasa. 

El  cadáver  del  organista  de  S.  Pablo  en  Londres,  fué  sepultado  en 
Wetemister,  al  lado  de  los  reyes,  por  sólo  el  hecho  de  haber  tocado  el 
órgano  cuarenta  años,  sin  faltar  un  sólo  día:  ni  las  calenturas  ni  los  ca- 
tarros lo  inhibieron  del  cumplimiento  de  eus  deberes. 

1E1  caballo  de  quien  venimos  habiendo  tan  interesante  apología,  fijó 
atacado  de  conjuntivitis,  y  después,  de'cataratas:  un  par  de  nubes  cu- 
brieron las  niñas  de  aquéllos  ojos  y  fueron  infructuosas  las  rogativas 
del  mayoral  y  los  postillones,  acompañadas  del  clamoreo  de  las  cam- 
panas: mientras  se  le  mandaba  á  la  plaza  &)  toros,  que  es  en  nuestro  país 
el  S.  Bernardino  de  los  caballo*  viejos;  se  le  tenía  en  el  pesebre  por  un 
rasgo  de  compasión. 

Cada  vez  que- el  héroe  caballuno  percibía  el  ruido  que  á  su  arribo 
hacía  el  vehículo,  como  esos  ciegos  <Jue  recorren  sin  lazarillo  y  sin 
extraviarse  en  las  calles  de  una  gran  ciudad,  llegaba  con  inciertos 
pasos  hasta  el  carruaje  y  se   colocaba  en   el  tronco.    Los  sirvientes  lo 


217 ..     .-,.. 

retiraban  de  allí  á  chicotazos  y  con  improperios:  estaba  acostumbrado, 
y  el  amor  al  pesebre  lo  guiaba  al  cumplimiento  del  deber. 

Disculpamos  á  ciertos  Magistrados  y  Diputados  á  quienes  por  inú- 
tiles se  les  ha  relegado  al  olvido,  que  no  abandonan  sus  querencias 
cuando  ya  no  tienen  misión  alguna  en  los  santuarios  de  la  Justicia  y 
de  las  leyes. 

Cuenta  la  historia  que  muerto  Alejandro,  su  caballo  relinchaba  cada 
vez  que  veía  el  retrato  del  gran  guerrero.  ¡Cuántos  hombres  piafan 
en  la  casa  gubernil  de  nuestro  Estado  en  un  lance  igual  al  del  caballo! 

Ese  rasgo  honra  más  al  pintor  que  hiz*el  retrato  que  al  caballo 
agradecido. 

Ojalá  y  nosotros,  fieles  pintores  de  la  verdad,  pudéiramos  alcanzar 
tan  alto  honor. 


El  Cerro  de  las  Fortunas. 

-) 


Todos  los  que  vienen  a  este  mundo  les  acompaña  un  sino  de  buena 
dicha  ó  de  desgracia  inaudita. 

Para  dar  á  nuestro  relato  el  aspecto  de  un  cnentecito  moral,   delei- 
taremos á  nuestros  lectores  con  la  siguiente  anécdota  que,  en   el  caso 
presente,  viene  a  hacer  un  apólogo;  no  carece  de  filosofía,  puesto  que 
es  una  verdad;  de  gracejo^  p*r  verse  en  acción  todos  los  días;  de  mo-  j 
ral,  por  las  lecciones  que  nos  enseña. 

Había  no  sé  en  qué  población  del  Universo,  dos  compadres   de  los  B 
cuales  uno  era  rico,  bien  afortunado  y  tacaño;  el  otro  era  pobre,  com- 
batido constantemente  por  la  desgracia,  cargado  de  familia  y   de  más 
resignación  que  el  grande  hebreo  que  gemía  en  nn  estercolero. 

—Compadre — Dijo  el  segundo  al  primero— ¿Por  qué  Dios  ha  que- 
rido ser  tan  severo  conmigo  y  tan  pródigo  en  abundantes  dádivas  con 
Ud.,  cuando  los  dos  somos  sus  hijos  y  herederos  de  su  gloria?  Yo  me 
afano  trabajando  en  el  día  y  en  la  noche,  en  ejercicios  lícitos  y  no  al- 
canzo el  pan  necesario  para  nutrir  á  mis- hijos;  siempre  es  mi  hogar  el 
teatro  de  las  enfermedades,  el  depósito  de  todas  las  quejas,  el  alber- 
gue de  todas  las  necesidades;  con  frecuencia  pasan  los  días  sin  que  el 
más  ordinario  alimento  lo  llevemos  á  la  boca.  Si  yo  soy  un  criminal, 
desobediente  á  loa  mandatos  de  la  Providencia,  bien  merezco  ese  casti- 


218 

go;  pero  no  es  así,  compadre  de  mi  vida;  y  empajado  por  la  desespe- 
ración aenso  de  injusto  á  Dios,  como  un  contraste  digno  de  ser  estu- 
diado por  lo*  filósofos  y  los  moralistas,  por  los  políticos  y  por  los  hom- 
bres de  ciencia;  se  ve  que  Ud.  fleta  en  la  abundancia,  en  la  buena  sa- 
lud,  en  la  suprema  felicidad;  que  le  reboza  la  medida,  que  lo  mima, 
que  le  satén  al  encuentro  para  regar  de  flores  su  camino,  para  perfu- 
mar hasta  el  aire  que  Ud  respira.  ¿Por  qué  para  UcL  hay  tanta  bie- 
nandanza? 

—Compadre,  w>  debemos  acusar  loa  altos  designios  de  Dios  ¿con  qué 
derecho  le  podremos  echar  en  can  sus  contrarios  procedimientos*  a- 
caso  Ui.  que  sufre  en  esta  vida  tantos  dolores  y  tantas  penalidades,  le 
está;  reservado  en  la  otra  ser  agradado  con  una  alta  gerarquía  muy 
cerca  del  trono  del  Eterno.  Usted  tiene  en  este  mundo  su  purgatorio, 
y  cuando  Dios  Nuestro  Señor  se  acuerde  de  nosotros,  Ud.  irá  a  revolo- 
tear como  querubín  en  aquella  gloria  que' fin  no  ha  de  tener,  mientras 
que  ye  tal  vez  por  mis  crímenes  y  mis  malas  acciones  me  estén  reser- 
vados glandes  castigos.  No  desespere  Ud.r  compadre;  Ud.  conquista 
con  su  resignación  y  padecimientos  la  gloria  eterna. 

r- ¡Qué  moral  cata  Ud.f  compadrito,  y  qué  bien  se  conoce  que  tiene 
Ud.  la  barriga  bien  repleta,  expansivo  el  ¿énio  y  fecundo  el  chirumen, 
para  aconsejar  la  paciencia;  pero  yo  no  puedo  conformarme  cuando 
mis  tripa.*  gruñen  por  la  necesidad  del  alimento;  y  mis  hijos  escuálidos 
j  desnudos,  lloran  por  felta  de  pan.  No  cabe  duda;  si  se  han  de  hu- 
manizar las  víctimas  de  la  desgracia,   puedo  decir  con  voz  enérgica   y 

esforzada. . .  .yo  soy  el  hambre  á  quien   un  estofado quiero  decir, 

un  hombre  á  quien  han  estafado-  todos  los  bienes  que  el  cielo  ha  de- 
bido concederle.  ¿Para  cuándo  son,  DkH  mío,  los  rayos  de  tu  indig- 
nación? 

El  compadre  rico,  compungido,  no  acertaba  k  dar  un  consuelo,  ya  que 
no  una  caridad,  á  aquél  su  pariente  que  tocaba  ya  a  la  desesperación. 

— >Se  dice  que  a  diez  leguas  de  aquí  se  encuentra  un  cerro  solitario 
y  misterioso  o^ue  se  llama  el  cerro  de  lasjfortunas,  y  que  el  que  lo  re- 
corre con  fe  ciega  y  pertinaz  constancia,  llamando  á  gritos  á  su  for- 
tuna, ésta  brota  del  seno  de  la  tierra  y  sale  á  su  encuentro;  con  ama- 
ble jovialidad  le  tributa  consuelos  y  le  obsequia  con.  sus  dádivas.  Mu- 
chos allí  han  sido  socorridos;  mañana  antes  de  que  aparezca  la  aurora 
emprendemos  el  viaje  Ud.  y  yo  en  mi  desvencijada  carretela, 

— ^No  me  es  posible  aceptar,  compadre,  porque  durante  mi  ausencia 
mi  familia  no  comería. 

->]Ba,  ba,  ba!  AHÍ  tiene  Ud.  u?  peso  y  vaya  4  alistarse  par*  el  viaje. 

El  compadre  pobre  habría  tamaño*  ojos  pues  hacía,  mucho  tiempe 
que  no  veía  en  sus  manos  una'moneda  de  ese  valor. 

Al  día  siguiente  caminaban  los  dos  compadres  hacia  el  censo  da  las 
fortunas.  Estando  en  él  se  ocultó  el  compadre  pobre  miettbne  qm  el 
rico  gritaba  con  voz  estentórea  estas  palabras: 

»i Fortuna,  fortuna  de  fulano  de  tal,  veo  en  mi  aqxilia*» 


219 

Estas  palabras  las  repitió  recorriendo  algunas  horas  al  rededor  del 
misterio  cerro;  ya  cansado  é  impaciente  se  preparaba  á  desertar  cuando 
vio  brotar  en  la  superficie  de  la  tierra  una  Hgerilla  nube  de  humo  que 
aumentaba,  que  crecía,  á  la  vez  que  por  los  aires  se  otan  trinos  de 
jilgueros,  de  cenzontles  y  de  otras  aves  canoras;  y  atjuel  humo  venía 
perfumado  con  los  olores  *del  incienso;  se  levanta  una  piedra,  aparece 
una  gruta  y  de  allí  sale  una  joven  rnbia,  esbelta,  encantadora,  osten- 
tando las  maravillas  de  las  riquezas  esparcidas  en  su  túnica,  y  en  su 
vistoso  y  purpurino  manto;  su  cabeza,  que  poseía  una  rizada  cabellera, 
la  cubría  también  un  casco  de  oro  guarnecido  de  diamantes. 

¿Qué  quieres?  acércate-te  dijo-  yo  soy  tu  fortuna,  hombre  ingrato; 
yo  te  he  llenado  de  bienes  y  de  felicidad,  y  tú  nunca  te  acordabas  de 
mí;  pero  tu  visita  inesperada  calma  mis  enojos.  Ven,  hijo  mío  muy 
querido;  dime  qué  quieres,  qué  anhelara,  pues  estoy  dispuesta  i  prodi- 
garte cou  mano  franca  todos  mis  favores. 

Aquella  Hada  que  presidía  los  destinos  de  tan  afortunado  mortal, 
estrechaba  entre  sus  brazos  á  su  protegido  predilecto,  cubría  de  besos 
su  calva  venerable  y  perfumaba  aquella  cabellera  á  quien  la  nieve  ha- 
bía prestado  su  color. 

—Vengo  á  dar  las  gracias  por  tantos  favores  y  á  decirte  ¡oh  Señora 
de  mi  veneración  y  de  mis  respetos!  que  estoy  muy  rico;  que  soy  muy 
feliz  y  que  llevo  una  existencia  llena  de  satisfacciones  y  de  deleites; 
que  ya  no  me  des  más;  pero  en '  cambio  prodiga  tus  beneficios  á  un 
compadre  mío  que  está  pobre  y  en  la  roavor  desgracia;  él  se  llama  Cla- 
ro Aflgido. 

La  liada  de  la  gruta  le  dijo: 

-—Nada  tengo  yo  qué  hacer  con  ese  ser  desgraciado;  él  tiene  su  for- 
tunaf  que  la  Hamo  y  que  le  pida  mercedes*  En  cuanto  á  tí  no  quiero 
ni  debo  acceder  á  tus  súplicas,  y  seguiré  prodigándote  mis  favores, 
pues  nunca  es  maléfico  el  bien  que  abunda;  cuando  llegues  á  tu  casa 
encontrarás  tu  caja  repleta  de  monedas  de  oro  y  seguiré  velando  por 
tu  destino  próspero,  ;Adioe! 

Uo  relámpago  deshmibró  á  nuestro  héroe  £  no  pudo  percibir  por 
donde  desapareció  aquella  encantadora  criatura.     Inmediatamente  co 
rric  al  lado  de  su  compadre,  le  impuso  de  todo  lo  que  le  había  pasado, 
y  lo  mdtfjo  á  que  saliera  k  recorrer  el  ¿erro  llamando  á  su  fortuna. 

Largas  horas  se  oyeron  los  gritos  vehementes  del  compadre  pebre 
que  llamaba  ásu  fortuna;  el  sol  declinaba  rápidamente  hacia  su  Ocaso; 
repentinamente  percibió  un  ruido  desagradable  como  el  silbido  de  las 
!.  serpuiente3,  el  canto  de  los  renacuajos,  y  el  chirrido  de  los  grillos.  Un 
trueno  y  un  relámpago  que  dejaron  sordo  y  ciego  al  compadre,  pudo 
percibirse,  y  apareció  un  ser  que  carecía  fantasma;  era  una  vieja  an- 
drajosa, flaca  y  pellejuda,  sucia  y  legañosa,  cuyos  cabellos  se  erizaban 
en  su  cabeza,  como  dice  la  fábula  adornaban  la  de  Meduza. 

—¡Imbécil!  ¿que  quieres?  ¿por  qué  turbas  mi  reposo?  yo  soy  tu  for- 
tuna. 

r~ Señora-  dijo  el  compadro  cayendo  á  sus  pies- vengo  á  pedir  ele- 


220 

mencia;  á  suplicar  que  nc  sea  yo  tratado  con  tal  rigor;  no  quiero  pros* 

{>eriJades,  ni  quiero  superfluas  riquezas,  sino  un  rasguito  de  benevo- 
encia  que  me  haga  vivir  en  humilde  mediocridad,  pero  exento  de 
miseria  y  de  enfermedades.     Piedad  para  tu  pobre  protegido 

— No,  jamás:  estás  condenado  á  arrastrar  una  existencia  miserable; 
si  anoche  pudo  tu  compadre  obsequiarte  con-un  peso,  fué  porque  yo 
estaba  dormida  y  no  pude  impedir  el  beneficio.  No  m*  ablandaré  ja- 
más y  tú  arrastrarás  el  destino  como  te  plazca;  cuidado  con  andarme 
maldiciendo  porque  duplicaré  mis  castigos  y  seré  más  severa.  Már- 
chate de  mi  presencia,  y  abur. 

Despidiendo  llamas  y  apestando  i  azufre  desapareció  aquel  fantasma 
que  en  vez;  de  una  Hada  parecía  una  furia  inferual. 

Todos  los  hombres  tienen  pu  fortuna.  Muchos  de  nuestros  lectores, 
que  son  felices,  tendrán  corno  fortuna  á  una  joven  encantadora,  mien- 
tras que  á  otros  regirá  sus  destinos  una  vieja  asquerosa  y  miserable. 

Los  que  6ienten  un  soplo  de  buena  fortuna  viven  dichosos;  otros 
gimen  en  las  cárceles  y  son  condenados  á  cubrir  las  bajas  del  ejército. 
Un  nuevo  sistema  se  ha  inaugurado;  ya  no  es  la  leva  aterradora;  ya 
no  la  consignación  arbitraria  al  cupo;  ya  no  es  la  sentencia  de  la  auto- 
ridad que  condena  al  delincuente  á  derramar  su  sangre  en  el  fragor 
del  combate.  Hoy  la  suerte  decide,  en  lotería  permanente,  del  destino 
de  los  hombres. 

Si  los  amparos  por  las  garantías  individuales  ponen  al  hombre  á 
cubierto  de  las  asechanzas  de  una  autoridad  arbitraria,  hoy  el  sorteo 
es  la  pesadilla  de  los  inocentes,  de  los  rateros  conocidos  y  del  criminal 
obcecado. 

Como  en  la  Lotería  Nacional,  obtendrá  cada  uno  su  recompensa.  Es- 
tos desgraciados  no  obtendrán  ,el  premio  gordo  de  los  cincuenta  mil 
pesos,  pero  sí  es  seguro  que  alcanzarán  en  el  globo  giratorio  de  "su 
mala  suerte,  la  bola  negra  que  los  condena  al  servicio  del  ejercito. 

Estos  desgraciados  tendrán  por  fortuna  una  vieja  greñuda  como  la* 
del  compadre  pobre,  á  no  ser  que  encuentren  en  su  camino  un  Juez  de 
Distrito  que  los  redima,  interponiéndose  entre  la  arbitrariedad  y  el 
buen  derecho. 

'  Ocurrid  ¡oh  victimas!  al  cerro  de  las  fortunas;  no  todos  han  de  tener 
una  furia  infernal  que  presida  sus  destinos;  pero  si  lo  fuere,  no  olvi- 
déis que  el  Juez  de  Distrito  puede  remediar  vuestra  desgracia. 


221 


Los  CiMIis  it  IM 

CABALLOS  DE  LOS  LECHEROS. 


Nos  habíamos  propuesto  analizar  el  dictamen  de  la  Sección  instruc- 
tora del  Gran  Jurado  en  el  proceso  contra  unos  Magistrados  que  se  a- 
cusaron,  con  el  fin  de  uniformar  la  opinión  en  el  terreno  de  la  más  es- 
tricta justicia,  más  lo  que  hemos  dicho  en  nuestro  número  anterior  ha 
sido  suficiente  para  que  todos  los  que  se  han  interesado  en  este  asunto 
de  acusación  hayan  quedado  altamente  satisfechos  de  que  la  absolución 
ha  sido  anticonstitucional  y  al  mismo  tiempo  dictada  por  el  espíritu 
de  partido  más  incensato.  Los  acusadores  alcanzando  un  triunfo  en  el 
terreno  de  lí  razón  y  de  la  justicia,  del.  dereq^o  y  de  la  jurisprudencia 
penal,  pues  no  pertenecen  al  bando  del  retroceso  en  donde  se  pos- 
ponen á  los  principios  más  estrictos  de  la  equidad,  la  obligación  de  sal- 
var á  un  delincuente  por  sólo  el  hecho  de  ser  hermano  de  cordón*  de 
esa  masonería  que  se  liga  con  prácticas  absurdas  de  una  iglesia  mili- 
tante. 

Siempre  hemos  tenido  por  norte,  cuando  nos  llama  el  patriotismo, 
que  para  regir  los  destinos  de  un  pueblo,  bajo  la  egida  d^  la  moralidad, 
de  la  equidad  y  de  la  justicia,  no  son  á  propósito  los  gobernantes  que 
engendran  los  partidos  políticos  porque  ellos  se  nutren,  como  e!  feto  en 
el  vientre  de  una  madre,  en  las  exageraciones  y  exigencias  apasionadas 
de  un  partido  político  que  radica  odios,  injustificables  venganzas,  re- 
sentimientos implacables,  hacia  personas  de  un  bando  antagonista;  por 
esta  misma  causa  hemos  aconsejado,  ya  en  nuestros  escritos,  ya  en  las 
discusiones  amistosas,  que  se  elija  para  Gobernador  á  un  hombre  sin 
pasiones,  probo  y  que  no  sea  político  ni  aspirante;  y  si  alguna  vez  he- 
mos tenido  la  fortuna  de  asentar  en  nuestros  escritos  un  gran  axioma, 
fué  cuando  dijimos  en  uno  de  los  números  muy  attazadoa  de  nuestra 
publicación  que,  sólo  aspiraban  á  ser   Gobernadores  de  los  Estados 


222 

los  tontos  y  los  picaros,  concepto  que  nos  valió  mil  felicitaciones,  un 
premio  de  oro  y  otro  de  plata  de  personas  verdaderamente  honradas  y 
patriotas.  Si  la  popularidad  de  un  Gobernante  ha  sido  elevada  á 
tan  alto  grado  como  en  la  actualidad  no  creemos  que  haya  sido 
únicamente  porque  es  un  hombre  honrado  y  destituido  de  las  pasio- 
nes pequeñas  que  se  posesionan  de  todos  los  hombres,  pues  han  regi- 
do los  destinos  de  nuestro  Estado  hombres  tan  rectos,  inmaculados 
y  justos  como  el  actual;  nosotros  creemos  que,  las  dotes  adminis- 
trativas de  este  señor,  se  lian  engendrado  en  el  seno  del  hogar  donde 
no  han  penetrado  ni  las  pasioncillas  de  los  político*  ni  les  malos  ins- 
tintos de  un  aspirante  vulgar.  En  esto  hacemos  consistir  nosotros  la 
buena  administración  de  nuestro  actual  gobernante,  y  hoy,  más  que 
nunca,  respira  en  una  atmósfera  pura,  porque  no  le  ligan  compromisos 
con  esos  círculos  políticos  que  badean  en  ríos  de  aguas  pestíferas  y 
nauseabundas  y  que  tienen  qué  ensuciarse  en  el  fango  de  la  adulación 
y  de  las  exigencias  de  partido;  su  elección  ha  podido  formarse  en  una 
atmósfera  más  pura  sin  que  tenga  que  cumplir  compromisos  hacia 
los  corifeos  de  un  partido.  Podrá  el  Gobernador  tener  colaboradores 
que  secunden  sus  miras  patrióticas,  porque  muchas  ocasiones  los  go- 
bernantes se  ven  precisados  á  no  tener,  entre  estos,  hombres  de  hríos, 
de  libre  examen  y  de  tendencias  independientes,  porque  estos  se  cons- 
tituyen en  dominadores;  nuda  más  natural  que  el  nuevo  redentor  es- 
coja sus  apóstoles  entre  ignorantes  pescadores  y  no  entre  los  magna- 
tes ó  tiburones  de  la  alta  política.  Permitan  nuestros  lectores  recurra-' 
mos  a  un  símil  para  poder  esclarecer  más  nuestra  idea. 

Es  bien  sabido  que  un  mayoral  jamás  escoje  caballa  de  enteresa, 
de  gran  resuello  y  bríos  extremados  para  uncirlos  en  su  vehículo,  por 
que  estos  c«m  las  riendas,  las  guarniciones  y  las  gruperas  se  sienten 
agobiados,  emprenden  carreras  vertiginosas  y  no  obedecen  al  freno  ni 
á  los  gritos  ni  al  garrote,  puesto  que  acostumbrados  á  la  independen- 
cia y  á  la  libertad  de  sus  acciones,  emprenden  una  marcha  entre  esco- 
llos y  vericuetos  concluyendo  por  volcar  el  carruaje  ¿Qué  ha  enseña- 
do la  experiencia  para  evitar  estos  accidentes?  que  son  malos  los  ca-  * 
ballos  de  brío,  gordos  y  potentes,  y  que  los  más  apropósito  son  los 
entecos,  anquipollos,  huesosos  y  sumisos.  ¡Ah!  quién  había  de  creer 
qne  las  yeguas  flacas  y  con  diarrea  del  inmortal  Velázqnez  tendrían 
que  ser  en  nuestra  patria  un  símil  perfecto  de  los  colaboradores  dé 
un  buen  gobernante  para  que  al  estirar  su  carro  triunfal  no  lo  volca- 
ran en  los  arroyos  y  sinuosidades  de  un  terreno  llano! 

¡Cuántas  dificultades  no  crearían  á  un  Gobernador  de  cualquier 
Estado  nn  Congreso  compuesto  de  hombres  de  brío  é  independientes! 
á  cada  paso  se  establecerían  conflictos  /entre  los  poderes;  pues  si  bien 
íes  cierto  que  de  los  tres  que  forman'  un  Gboierno  cada  uno  es  inde- 
pendiente y  debe  obrar  con  libertad  en  la  órbita  de  sus  atribuciones, 
también  lo  ea  que,  el  Poder  Legislativo  es  superior  á  los  otros  dos,  y 
siempre  haría  valer  nna  cámara  apasionada,  esa  superioridad  hacia  la 
persona  que  ejerciera  el  Poder  Ejecutivo.  De  aquí  resulta  que  la  ac- 


223 

— — — feaii   n      i iw  ,  i    i,  ¿miifnr'  f  ni       i 

don  administrativa  tiene  que  partir  del  centro  á  la  circunferencia  en 
el  terreno  practico  de  loe  hechos  y  no  de  la  circunferencia  al  centro, 
como  sucede  en  las  agrupaciones  políticas,  qne  llevan  como  Diógenes, 
una  linterna  para  buscar  nu  hombre,  prestigiarlo  y  llevarlo  á  la  cris- 
pido del  poder.  En  nuestro  pao,  en  la  atmósfera  da  la  política,  nunca 
están  organizados  los  partidos*^  nunca  se  inspiran  en  los  elevados 
sentimientos,  si  no  en  la  conveniencia  personal. 

Unos  son  los  hombres  de  la  idea  y  otros  los  hombres  del  empleo, 
aunque  al  tomar  sus  nombres  respectivos  invoquen  una  causa  santa. 

Unos  son  loe  hombres  del  progreso  y  otros  son  lo»  del  pasado;  unos 
los  de  la  libertad  y  de  la  democracia,  que  tienen  por  bandera  la  civi- 
lización^ otros  los  de  las  ideas  ortodoxas  del"  ertatu  quo  qrte  enarbo- 
lan  el  gallardete  de   antaño,  batido  por  las   brisas  del  obscurantismo. 

Liberales  y  conservadores*  hombres  del  porvenir  y  del  pasado,  £e 
disputaron  siempre  la  dirección  de  los  negocios  públicos  de  nuestra 
patria.  Educados  los  liberales  en  la  escuela  de  la  adversidad,  siempre 
combatiendo  por  la  nueva  idea,  regaron  con  su  sangre  los  campos  de 
batalla,  sfcuipre  triunfante  su  bandera,  en  último  análisis  hasta  llegar 
á  la  cumbre  del  poder;  estos  héroes,  que  jamás  olvidaron  lo»  princi- 
pios de  la  democracia  pura,  se  desvanecieron  en  las  altas  regiones. 
Cuan  cierto  es  que  no  se  mira  lo  mismo  de  abajo  para  arriba  que  de 
arriba  hada  abajo.  Los  demócratas,  cuando  pierden  de  vista  1*  Estre- 
lla Polar  de  la  democracia,  se  avienen  perfectamente  i  la  dictadura  y 
i'  veces  basta  el  despotismo: 

Y  ¿qué  diremos  del  partido  conservador  ¿  quien  no  queremos  ni  po- 
demos negar  que  tenga  amor  &  la  patria?  que  tambiéu  se  ofusca  con  el 
esplendor  del  poder,  y  también  se  convierte  en  tirano,  Este  partido 
lo  forman  los  ricos,  cuya  savia  es  el  dinero;  loa  católicos,  hombres  de 
fe,  pero  que  bajo  la  cúpula  de  »n  templo  engañan  &  los  tontos,  y  espe- 
culan con  las  creencias;  á  esto  se  agregan  porción  de  sores  que  se  lla- 
man de  la  clase  decente,  y  estos  son  los  que  sirven  de  monaguillos  para 
empuñar  el  palio,  y  para  arrastar  el  carro  de  un  candidato  triunfante 
en  un  día  de  gloria;  son,  en  fin,  los  escuálidos  caballos;  enclenques  y 
dearre&ticos  que  sirven  en  una  administración,  ^ 

Esto  sucede  en  este  Estado,  y  el  Sr.  Arellano  ha  hecho  bien  en  es- 
coger á  hombres  que  no  tienen  por  norte  la  idea  sino  sólo  la  obedien- 
cia; no  la  filantropía,  sino  solo  la  consigna:  nó  la  elocuencia  del  parla- 
mentarismo, sino  el  voto  ciego  é  inconsciente  de  una  moral  nebulosa 
poco  satisfactoria.  Esto  lo  decimos  por  lo  que  pasó  en  el  veredicto 
del  Gran  Jurado  que  juzgó  á  los  acusados  tribunalicios,  y  es  lo  pri- 
mero que  3e  ha  visto  aun  en  los  cabildos  de  guajol^tts. 

Ni  una  sola  voz  se  levantó  para  defender  el  dictamen  combatido;  ni 
siquiera  la  comisión  arrulló  entre  6us  brazos  al  hijo  de  sus  entrañas 
recien  nacido,  y  lo  abandonó  k  los  picotazos  de  los  gavilanes;  sabía 
que;  aun  cuando  la  diatriba,  la  filosofía  y  el  buen  derecho,  lo  desear- 

I  Darán,  había  siete  votos,  sólidos  como  un  hueso  que  lo  resucitaran,  que 
.  


224       ■ 

le  dieran  nueva  vida  y  cubrieran  con  sus  alas  de  querubín  aquella 
criatura  á  quien  se  le  podían  contar  todos  sus  huesos;  eran  aquellos 
otros  tantos  fcdete  sabios  de  la  Grecia,  que  curarían  las  llagas  cancero- 
sas de  un  feto  corrompido. 

¡Oh  Espírutu  Santo,  que  iluminaste  desde  los  Apóstoles  hasta  el 
más  adocenado  de  los  Pontífices!  ¿por-  qué  no  mandaste  un  destello  de 
tu  sabiduría  que  iluminara  aquel  septimino  do  Diputados?  por  oué,  en 
raudo  vuelo,  no  descendiste  para  dar  un  alazo  á  la  Comisión  y  al  Oran 
Jurado? 

¡I/on  Simplicio,  Don  Simplicio!  profeta  eximio  de  aquellos  tiempos; 
&  los  cincuenta  años  de  haberlas  eserito,  caen  candentes,  luminosas 
como  un  reguero  de  luz;  aquellas  tus  palabras: 

Espíritu  de  Dios,  baja  ligero. . .  . 

Y  dijo  el  Santo  Espíritu nNo  quiero; 

Sobre  esos  animales,  yo  no  bajo.n 

Conque  Sr.  Lie  informante  y  colegas  de  la  Comisión,  ¿el  Có- 
digo mercantil  puede  ser  reformado  y  adicionado  y  no  obligatorio  en 
los  Estados  á  quien  plazca  no  sujetar  á  él  los  procedimientos  de  un 
juicio  de  ese  orden?  Una  ley  federal  es  obligatoria  su  observancia  por 
los  ciudadanos,  por  los  Tribunales,  porque  el  art  3  °.  de  los  transitorios 
del  Código  Mercantil,  textualmente  dice: 

itLos  recursos  que  estén  ya  legal  mente  interpuestos,  serán  admitidos 
aunque  no  deban  serlo  conforme  á  este  Código;  pero  se  sustanciarán 
sujetándose  á  las  reglas  que  él  establece  para  los  de  su  clase,  ó  en  su 
defecto  á  las  establecidas  en  el  Código  de  Comercio  de  Abril  1894.  u 

¿Con  que  Sr.  informante  é  ilustrados  colegas,  dan  Uds.  por  hecho  que 
el  acusador  no  quiso  ministrar  estampillas,  cuando  ninguna  prueba  han 
aducido  á  los  acusados  que  justifique  se  excepción?  ¿Conque  no  son 
responsables  los  Ministros  acusados  por  no  haber  dado  su  sentencia, 
en  un  año  y  un  mes,  después  de  haberse  citado  para  ella?  y,  ¿¿  donde 
va  el  art  1328  que  el  mismo  ordenamiento  prescribe:  «No  podrán,  ba- 
jo ningún  pretexto,  los  Jueces  ni  los  Tribunales,  aplazar,  dilatar  ni 
negar  la  resolución  de  las  cuestiones  que  hayan  sido  discutidas  en  el 
pleito. — ¿Entre  qué  gente  estamos? 


225 


No  el  parto  de  loa  montes  que  dieran  á  luz  nn  ridículo  ratón  no* 
servirá  para  contestar  á  El  Católico,  cuando  nos  liiere  en  su  último 
rebuzno;  nosotros,  buscando  1h  fíbula,  le  diríamos. . .  ."Elabló  el  bue\- 
y  dijo:  ¡mú!" — Defiende  al  Gran  Jurado  por  su  veredicto  famoso,  y 
canta  en  tono  de  seguidillas  la  inocencia  del  tomo  de  acusados:  no 
más  faltaba  h,  los  cariacontecidos,  que  El  Católico  los  ensalsara.  A 
tal  Aquiles  tal  cantor.  Ya  entonan  su  cant»  de  victoria  y  todavía  la 
cuestión  apenas  va  comenzando.  No,  no  se  soplarán  la  breva  verdiosa 
y  escurriendo   leche. 

Daremos  sólo  ligerísimos  apuntes,  pero  los  snficientes  para  qne,  no 
El  Católico,  sino  los  hombres  de  más  ilustre  ralea  sopan  que  estamos 
en  la  pista  ¿Con  que  el  clero  no  tomó  cartas  en  lo  de  la  absolución  de 
los  acusados?  pues  entonces  ¿qué  misión  llevó  á  nombre  del  Cura  y 
ante  el  Gobernador  un  clerizonte  grasicnto  y  pescuezón?  nada  menos 
que  la  chochez  de  una  orden  suplicatoria  que  es  agena  á  su  minis- 
terio. Pero  ¿cuales  son  esos  liberales  que  tienen  de  oír  las  reco- 
mendaciones clericales?  ¿.el  Gran  Jurado?  ¿el  Mordisco?  ¡Jesús  Cató 
lico!  no  vaya  usted  á  perder  la  semilla  de  semejantes  liberales,  porque 
son  verdaderamente  de  una  raza  robes-perruna. 

Ignoramos  si  el  clwo,  y  especialmente  el  de  esta  ciudad,  ha  pedido 
g)acia  para  algunos  sentenciados  á  tnuerte:  sabemos  que  un  buen  sa- 
cerdote, el  Sr.  Cura  D.  Justo  Ramírez,  aconsejó  á  las  señoras  pidieran 
esa  gracia  y  tal  vez  las  condujo  ante  quien  podía  concederla;  pero  fué 
un  clérigo  soloy  no  el  clero;  los  agraciados  están  agradecidos,  y  á  usan- 
za de  los  picaros  é  ingratos  liberales,  tributan  un  culto  á  la  cara  me- 
moria del  Sr.  Ramírez. 

No  desconocemos  los  servicios,  aun  el  heroísmo,  de  algunos  insignes 
varones,  honra  de  su  ckse.  El  fraile  Belaunzarán,  oponiéndose  al 
degüello  ordenado  por  Calleja  en  Guanajuato;  L;u>  Casas,  protegiendo 
á  los  indios  contra  la  inclemencia  de  los  conquistadores;  el  Arzobispo 
de  París,  muriendo  en  las  barricadas  por  cumplir  con  su  miuisterio; 
la  Hermana  de  la  Caridad  Montalemberg  amputada  de  ambos  brazos 


226 

I  por  curar  á  los  heridos  en  el  campo  de  batalla;  estos  y  otros  muchos,  I 
son  ejemplos  preclaros  de  algunos  héroes  del  catolicismo,  coyas  glorias 
reflejan  para  alumbrar  á  una  clase;  pero  estos  héroes  no  sou  el  clero, 
y  si  otros  clérigos  llevan  una  vida  muelle  y  regalona,  no  la  cambian 
por  los  riesgos  del  heroísmo*  No  debemos  olvidar  que  ei  heroico,  el 
patriota  clero,  aceptó  raer  las  venerables  cabezas  de  Hidalgo  y  de 
Morelos,  y  no  sabemos  se  pusiera  entre  las  víctimas  y  los  verdugos,  co- 
mo dice  el  periódico  de  la  sacristía,  qne  tal  es  su  misión. 

No  se  cubren  la  cara  de  vergüenza  los  defendidos  cuando  se  les  re- 
cuerda que  el  acusador  hizo  alución  á  un  Sr.  Magistrado  á  quien  un 
par  de  palancas  lo  lanzó  del  templo  de  la  justicia  para  que  pudieran 
mamar  sentados  otros  buitres  carniceros. 

¡Ah!  y  cree  el  papelucho  que  esto  se  llama  cantarla  palinodia. 

¿Cuál  será  la  edad  en  que  se  deben  contar  los  cuentos  chuscos?  ¿qué 
Código  la  designa?  Bocaccio,  Quevedo  y  Voltaire  eran  viejos  y  los 
contaron.  ¿Cuáles  soti  esos  cuentos,  ofensivos  sólo  á  cuatro  diputados 
y  no  á  los  restantes?  ¿en  qué  columna  de  nuestro  anterior  periódico 
los  hemos  puesto?  el  rabo  cerdoso  de  la  defensa  de  El  Católico  sólo 
espanta  las  moscas  á  tres  Diputados  y  se  olvidó  de  los  otros  cuatro. 

Colega,  ¿estaba  Ud.  en  sus  cabales  cuando  escribió  su  párrafo?  ¿no 
se  bebió  Ud.  el  vino  sobrante  de  las  vinajeras? 

Llamad  al  terreno  de  la  caballerosidad  á  los  Jurados,  y  os  dirán  n— 
nánimes:  «Tenemos   la  convicción  de  que   la  justicia  está  de  parte  del 

acusador,  pero. pero... .u- Aquí  entran  los  suspiros,  los  pucheros,  los 

apretones  de  manos,  y  exclaman* 

nFuerza  del  consonante,  á  lo  que  obligas, 
A  decir  que  ¿on  blancas  tres  hormigas.» 

Ahí  donde  ustedes  ven,  están  arrepentidos  desde  el  Cura  hasta  lo6 
Jurados  de  haber  encargado  su  defensa  al  articulista,  porque  ha  mos- 
trado su  gran  talento  en  el  tino  para  tratar  esta  cuestión:  dii-en  unáni- 
memente: ifNo  tiene  este  la  culpa,  sino  nosotros  que  pusimos  nuestra 
defensa  en  manos  de  un  inocente.!.- Ahora  si  va  ur  cuentecito  cbnsco, 
á  pesar  de  nuestros  ochenta  calendarios;  pero  aprovechad  su  xuoral, 
articulista  católico. 

Un  campesino  tenía  una  gran  labor,  pero  la  atravesaba  de  medio 
á  medio  un  camino  nacional;  mandó  cercar  sns  dos  mitades  dejaudo 
encañonado  entre  muros  de  piedra  la  perniciosa  vía;  pero  ¿cómo  en- 
trar á  cultivar  la  labor  sin- abrir  unos  portillos?  Se  abrió  el  uno  frente 
al  otro,  pero  no  se  les  pusieron  trancas.  Un  domingo  en  que  todos  losB 
vecinos  abandonaron  el  cortijo  para  ir  á  misa,  se  quedó  sólo  para  cni-B 
dar  las  eementeras  el  dueño  de  ellas.  Cómo  por  mal  de  sus  pecados 
se  introdujeron  a  la  labor  «uatro  toros  más  bravos  que  los  redactores  de 
JEl  Católico,  y  á  gritos,  rechiflas  y  pedradas,  logró  endilgarlos  al  portillo 
y  echarlos  fuera;  pero  ¡oh  desgracia!  en  vez  de  tomar  el  camino,  los 
animalitos  se  metieron  á  la  o¿ra  cementera.  cuyo  porjbillo  es^aha^  también 


. 227 

r  ''  iii  .  ■.  n  w 

abíferto.  Allí  fueron  las  apuraciones  del  pobre  campesino,  porque  no 
había  una  alma  en  la  comarca  que  le  ayudara^  y  los  toros  engullían 
maíz  muy  á  su  sabor.  Otra  vez  los  gritos»  los  juramentos,  los  silbidos 
j  las  pedradas,  volvieron  á  ponerse  en  juego;  como  los  amparos  contra 
os  acusados,  que  salen  de  una  para  meterse  en  otra;  logró  el  campesino 
endilgarlos  al  portillo;  pero  no  tomaron  el  camino,  sino  que  se  introdu- 
jeron en  la  otra  labor. 

— -Esto  es  el  cuento  de  nunca  acabar!  ¡Si  yo  tuviera  un  ayudante! 
jAh¡  ¡nos  hemos  salvado!  , 

Recordó  que  en  la  capilla  había  la  escultura  vieja  de  un  San  Anto- 
nio desnarigado,  cojo  y  calvo,  como  el  articulista:  corrió,  lo  trajo 
á  cuestas»  y  lo  paró  en  el  portillo  para  que  con  sus  respetos  y  su 
presencia  se  asustaran  los  cornú  petos,  y  tomaran  el  camino,  que  era 
lo  que  el  campesino  deseabí  Vuelve  la  fatiga  de  loe  gritos  y  las  pe- 
dradas; logra  el  actor  lanzar  de  allí  aquellos  animales  que  se  acorda- 
ron eran  toros,  y  dan  sobre  el  san  Antonio  que  inferimos  no  había  de 
ser  muy  buen  torero,  y  lo  derribaron,  pasando,  s^bre  su  reverencia 

Furioso  y  echando  chispas  el  campesino,  como  el  Cura  y  los  Dipu- 
tados, decía  estirándose  los  pelos:  »No  tiene  este  la  culpa,  sino  quien 
pone  á  ¡nocentes  en  el  portillo.» 

Nosotros  no  creemos  en  la  infabiüdad  de  nadie,  ni  siquiera  en  la  de 
Jos  Magistrados  de  la  S.  Corte;  pero  sí  creemos  en  que  sus  resolucio- 
nes son  la  última  palabra  que  todos  debemos  acatar.  El  Católico  a 
hombre  de  los  acusados,  dice  estas  palabras  que  textualmente  copia- 
mos. .  • .  nEn  la  infabiüdad  de  la  Suprema  Corte  de  Justicia  y  en  una 
resoluciún  tonta,  ínuy  tonta  como  no  la  habría  dado  el  inolvidable  al- 
calde de  Lagos. . . .  »■ 

¡Cuánto  les  escuece  á  los  Magistrados  y  Diputados  la  sentencia  d« 
ia  Suprema  Corte1  Y  el  Gran  Jurado  ¿por  qué  no  mandó  incluir  en 
el  acta  de  la  sesión  respectiva  los  graves  insultos  que  el  pobrecito  a- 
cusado,  bufando  y  echando  espunía  por  la  boca,  propaló  contra  tan 
respetables  Magistrados?  Pasó  la  Secretaria  sobre  las  disculpas  tomo 
pasan  los  gatos  sobre  las  llamas,  y  el  Sr.  Presidente  no  llamó  al  orden 
al  blasfemo  y  sí  al  acusador,  porque  lan2Ó  al  preopinante  un  arponazo. 

¿Con  que  el  Nazareno  fué'  mordido  por  un  perro?  ¡pobrecito!  noso- 
tros lo  ignorábamos;  ni  la  Magdalena,  ni  los  apóstoles  que  no  lo  aban- 
donaron hasta  la  resurrección,  revelan  ese  aconfecitniento  á  la  poste- 
ridad; poro  El  OjUóIíco  lo  aflrina,  y*  hay  que  creerlo  bajo  su  res- 
jponsabihdad: 

Las  anécdotas  y  citas  históricas  con  que  los  escritores  adornan  sus 
relatos,  cafo  colega,  producen  sü  efecto  cuando  se  relieren  completos, 
es  decir,  hasta  el  chusco  desenlaca  Nosotros  sabíamos  ya  el  cuente- 
cito  del  perro  desmolado,  y  tendremos  que  completarlo  para  aplicar  su 
moraleja  El  Católico  lo  sabe  y  no  lo  dice;  lo  sabe  y  no  lo  qui°re  decir. 

Sabed  ¡oh  lectores  del  Católico  y  del  Ecmdangol  que  á  ese  mastín 
desenfado  df>  qnn  habla  eso.  papelucho  le  pr¿¿ó  la  rrMi.  y  los    maldi- 


228  ' 

táentes  muchachos  lo  temían  k\m  en  la  certidumbre  de  que  no  era  fte- 
ligroso  por  carecer  de  incisivos,  pero  llamaba  en  su  auxilio  á  los  perri- 
quinea  lenguaricos  y  roftozos,  alharaquientos  y  tnordedoves  de  la  co- 
marca; hacían  el  mismo  papel  que  los  tinterillos  de  los  Juzgados;  ladrar 
y  morder. 

Había  por  ahí  un  vejancón  alto  y  enclenqne,  medio  doblado  por  la  es- 
pina dorsal,  que  imitaba  en  sus  actitudes  la  figura  que  toman  los  perros 
callejeros  en  situaciones  asquerosas,  era  peli-cano;  sus  mejillas  se  cu- 
bilan con  un  cutis  verdi-prieto;  se  entregaba  á  la  mística  y  se  santi- 
guaba con  frecuencia  cada  vez  qué  oía  sonar  la  campana  del  templo, 
dando  el  rodillazo  al  suelo:  con  qué  fervor  besaba  la  mano  á  los  padres 
del  Señor  del  Encino;  pe ro  era  más  observante  en  las  vigilias  vedadas; 
nó  comía  carne  por  no  comer  itcarne  de  cadáver,«i  es  decir,  de  animal 
a  quien  se  hubiese  dado  muerto..  ¡Es  claro!  En  los  ejercicios  cu  a  íes- 
males  edificaba  por  la  unción  religiosa,  por  las  gesticulaciones  y  los 
g  >Ipes  de  pecho;  aprovecha  media  hora  cada  día  en  dar  rienda  suelta 
a  la  murmuración  y  en  espolear  al  prójimo  en  los  ijares  de  su  honra. 
Este  murciélago,* asaltado  por  el  mastín  rabioso,  se  asustó;  fué  tal  el 
pánico,  que  desde  ese  momento  ya  ne  tuvo  vida  sino  era  con  el  fin  de 
prepaiarse  para  la  muerte:  le  preocupaba  entregar  el  alma  á  Satanás 
entre  contracciones  nerviosas,  retortijones  intestinaleF,  mordiscos  más 
incisiví  a  que  los  del  platicaderito  de  un  humilde  siervo  de  Dios  y 
bendij  >  á  sus  hijas,  abrazó  á  su  espora,  y  litando  decir  esas  misas  de 
San  Gregorio  que  conducen  á  las  almas  al  cielo,  aunque  tengan  qué 
sacarlas  del  infierno:  llamó  eon  urgencia  aun  conf^or  para  que  enca- 
minar.* su  alm*  en  el  ferrocarril  de  la  penitencia,  arrepentido  de  sus 
crímenes  tribu  nal  icios.  Vino  también  el  notario- . .  .\*y  qué  notario! 
es  un  escriba  coli-abierto  y  desvencijado,  como  pintan  á  Montalvo, 
chispo,  cojo  y  calvo.  La  c«sa  del  occiso  era  un  campo  de  ternura  y 
de  desolación:  allí,  la  esposa  llora  y  moquea:  ullrf,  se  veía  abandonado 
por  los  suelos  la  espada  de  Bem  rdo  con  distinto  palo;  y  el  perro  con 
el  rabo  entre  las  piernas,  como  los  tres  acusados,  infundiendo  terror  y 

leseonfianza:  la  casa  estaba  en  sile¡ici«»;  las  puertas  y  venfcan&s  entre- 
cerradas; pero  aparece  el  escriba  que,  como  médico,  había  de  consolar 
al  moribundo  haciéndole  testar;  ¡cómo  no  había  de  hacer  esto  con  un 
semi-difunto  cando  ciertos  escribas  hacían  testar  á  los  muertos! 

— tjDónde,  dónde  está  mi  compañero'  pero  ¿qi.é  desgracia  le  acon- 
teció que  á  todos  nos  tiene  sumidos  en  el  desconsuelo?  dijo  el  escriba 
tomando  en  sus  m^nos  el  protocolo:  llevaba  la  pluma  en  la  oreja  y  el 
tintero  en  el  bolsillo;  se  dirigió  hacia  la  puerta  <  ntrecerrada  que  le 
>eñalaron.  Con  el  cuerpo  fuera  y  la  cabeza  erguida,  pero  cubierta  con 
sombrerito  de  Panamá,  !a  intio  lujo  [  or  í  qaella  alertura  que   apenas 

d  'jaba  paso  al  aire  y  á  la  luz.  Yió  en  el  fondo  una  figura  arrodillada  y 
en  cruz  ante  un  niño  santo  da  At«  chu:  t*  i  íx  adorm.da  la  cabeza  con 
una  corora  de  espinas,  y  se  ministraba  de  cuando  en  cuando  muy  fuer- 
t  •  'rolp.  s  de  pecho. 


229 


— ¡Qué  hay!  ¡cóuao  vamos!  ¿qué  dioen  esos  males?  ¿estamos  ya  en 
la  crisis  del  furor? 

— NPase  usted  compañero  y  amigo;  no  tenga  cuidado;  todavía  no 
tango  los  accesos  de  la  rabia,  ¡Cuántas  desgracias  nos  han  sobrevenido 
en  estos  cuatro  meses,  compañero!  ^ 

— Muchas,  muchas,  muchas;  admírese  Ud.  c 

—Me  admiro:  pero  aflíjsae  usted. 

— ¿Qué?  ¡me  aflojo! 

No,  todavía  no,  que  aun  no  llega  el  furor,  Comienzo  á  tener  horror 
al  agua. 

— ¡Jesíis  mil  veces!  si  nos  dará  tiempo  el  mal  de  hacer  testamento. 

— ¡Cuánto  contratiempo!  y  esa  maldita  Fíüda  que  á  los  tres  nos 
persigue  como  burro  manadero! 

— ¿A  quién  se  lo  cuenta  Ud.?  á  mí,  á  quien  la  maldita  burra,  cuando 
no  me  pudo  tumbar  me  aventó,  y  no  puedo  abandonar  la  muleta  en 
esta  ocasión. 

— Peroexplíqueme  usted  ¿cómo  estuvo  esa  desgracia  de  la  mordida 
del  perro  rabioso? 

— ¡Ay,  compañero,  si  no  me  quisiera  acordar!  No  me  mordió  el  pe- 
rro porque  no  tenia  dientes;  pero  me  asustó,  me  avergoneé  y  nalgas  y 
pantorrillas  me  baboceó. 

Asi  sucedió  á  los  acusados;  no  los  mordió  el  acusador,  pero  los  llenó 
de  baba  sacándolos  al  balcón 


EL  CULTO  A  SATANÁS. 


Sentimos  hormigueo  en  el  cuerpo  y  se  nos  erizan  los  pelos  como  á 
los  gatos. 

Se  apodera  de  nosotros  un  estremecimiento  nervioso  que   ñas  quita 
el  apetito  y  nos  produce  el  insomnio. 
¡Hasta  qué  punto  pueden  llegar  la  ceguedad  del  hombre  y  el  extravío 
de  su  razón. 

¡Levantar  altares  al  demonio! ¡qué  honor!  Muy  alarmados  andan  por 
esos  mundos  los  católicos  fervientes;  se  ha  hecho  un -gran  descubrimiento 

Los  masones  tributan  culto  á  esa  divinidad  caída  que  se  llama 
Lucifer. 

Sabed  ¡oh  lectores!  que  en  el  palacio  Burghese  esos  van  piros  han  ele* 
vado  un  altar,  y  en  él  han  colocado  nada  menos  que  la  cabeza  cornuda 
de  ese  monstruo;  ¡qué  rostro  tan  venerable! 


2S0 

Tal  ea  son  laa.  noticias  qtte  kan  recibido  los  periódicos  clericales,  coñfi 
f  las  que  están  alarmados,  cariacontecidos  y  en  vísperas  de   perder   el: 
juicio:  jamás  «o  vio  irn  atentada  Bemejante  én  cabildo  de  guajolotes,  ni 
cuando  se  alzaban  altares  &  Priapo  ni  á  Venus  af  rodicia. 

La  alanza  entre  masones  y  las  testas   infernales  es  peor  que  la  di- 
namita; es^nás  poderosa  que  las   naciones  coaligadas  para  atacar  á  Se- 
bastopol; más  que  el  ejército  prepotente  de  Jerjes. 
*     Es  una  tromba,  un  ciclón,  un  cataclismo.     ¡Dios  nuestro   Señor  nos 
coja  confesiidcst 

Recuperemos  la  calma  y  la  sangre  fría.  Hagamos  razonamientos 
que  curen  las  palpitaciones  de  nuestro  corazón,  ó  que  nos  muevan  al 
arrepentimiento. 

¿Quién  es  el  diablo  y  dónde  se  le  encuentra?  jqué  figura  tiene?  ¿quiéu 
ha  tenido  valor  de  verlo  cara  á  cara  sin  caei  desmayado  á  sus  pies? 

Nadie  dice  que  se  haya  aparecido  4  él  personalmente,  pero  alguno 
sabe  que  se  le  apareció  a  D.  Fulano;  voy  con  él  y  me  lo  niega,  pero  me 
despacha  con  Sutano;  éste  lo  niega,  pero  asegura  que  se  le  apareció  k 
un  cierto  Sr.  Lie.  pues  quería  llevárselo  cuando  era  juez;  este  nos  man- 
da con  el  Tribunal;  el  Tribunal  con  el  Juez  de  Distrito,  este  Sr.  con  la 
Suprema  Corte;  la  Corte  nos  manda  á  todas  al  diablo,  es  decir,  á  quien 
venimos  buscando. 

—Señor,  dispense  Ud. . .  .¿vive  aquí  un  diablo  que  se  llama  «el  ve- 
cino de  enfrente? 

/—No  señor,  ahí.  en  la  casa  de  enfrente. 

— ¡Pues  si  de  allí  me  mandan  para  acá! 

Nosotros,  en  nuestra  juventud,  cuando  la  desgracia  nos  abatía,  he 
mos  llamado  al  diablo  con  veras  de  nuestro  corazón,  con  fe,  con  ardi- 
miento; lo  invocamos  en.la,£oladad,  en  los  círculo*  más  animados,  allí, 
donde  se  triunfaba  culto  á  Baoo,  á  Venus  y  á  Terpsicore,  en  los  bailes 
de  candil,  cuando  medio  al  un  ib  réditos  bailábamos  la  sibarítica  polka 
en  6u  paso  húngaro  de  punto  y  talón.  Nunca  pudimos  ver  del  diablo  ni 
un  sólo  cuerno;,  la  empresa  era  temeraria;  pero  sin  riesgos  ¿para  qué 
sirve  el  valor? 

El  primero  que  pintó  al  demonio  fué  el  Dante  puesto  que,  asoman 
dase  ¿la  orilla  de  un  gran  ripeo*  contempló  ei  infierno:  creación  de 
su  fantasía  fué  un  diablo  de  forma  rarísima;  de  formidable  nariz,  en- 
corvada como  el  pico  de  una  ave  de  rapiña,  bisojo,  cabeza  adornada 
can  un  par  de  córneos  adminicules,  dientes  grandes  y  colmillos  salien- 
tes,, cuerpo  de  fauno  y  oola  lar^a  y  sin  cerdas?  además,  alas  de  mur- 
ciélago. A  falta  de  otro  modelo  así  lo  reprodujeron  los  pintores. 

Después,  Mil  ton,  en  su  poema  se  vio  precisado  á  imaginarlo   nn  po- 
co raás  simpático,  pues  siendo  un  ángel  hermoso  no  había  de  sufrir  tal 
|  metamorfosis  sólo   porque  86  le  destinó  para4  fundador  de  un   nuevo 
imperio.  Dios  no  e6  burlón  ni  caprichoso  como  los  poetas.  Lucifer  fué 
pintado  con  formas  humanas,  coronado  de  laureles. 

Goethe  lo  pinta  vestido  color  de  escarlata,  y  del  mismo  color  es  la 
tez  de  su  cara  y  manos;  su  nariz  es  prolongada  y  curva,  casi    se  junta 


m 

con  la  barba;  le  llamó  Uefistófelas;  fué  el  perseguidor  de  Margarita  y 
protector  do  Fausto. 

Estas  bou  las  creaciones  que  conocemos  de  los  grandes  poetas;  los 
pintoras  no  se  ban  atrevido  á  dibujarlo  sino  de  alguno  de  estos  tres 
modos. 

Nosotros  lo  hemos  soñado  en  figura  de  arcángel,  con  alas  de  cisne 
y  blanca  vestidura,  resplandeciente  de  belleza  como  él  ora  antes  de 
descender  á  los  infiernos;  traía  un  plectro  y  oí  gratas  melodías  salidas 
de  una  lira  de  oro  que  pulsaba;  ostentó  en  el  cinto  un  lucero  á  manera 
de  broche.  Al  planeta  Venn©  se  le  llama  Lucifer. 

¿Quién,  pues,  lo  ha  visto  que  jueda  corroborar  ó  desmentir  esta* 
fantásticas  figuras? 

Ya  sabéis,  lectores,  que  al  diablo  se  le  ahuyenta  de  mil  maneras;  la 
más  fácil  es  el  agua  bendita;  pero  ¿k  los  inasonef9  ¿cómo  desbaratar 
esa  dualidad  de  potencias  que  pwede  ser  muy  funesta?  Lo*  masones 
son  unos  gandules,  de  obtuso  entendimiento,  obcecados  y  audaces:  to- 
do estará  dicho  con  esto;  están  dejados  de  la  mano  de  Dios,  anatema- 
tizados por  la  Iglesia  y  repudiados  por  el  santo  gremio:  son  mas  te 
f  rrihlos  todavía  que  las  furias  infernales. 

Van  ya  calmándose  nuestros  temores,  y  ya  no  nos  palpita  tan  recio 
el  corazón. 

Alguna  vea  hubo  una  reyerta,  acafora'da  entre  un  espiritista  (otra 
clase  de  pojaros  que  bien  cantan)  y  un-  masón;  el  primero  era  desea 
rado,  jactancioso  incorregible,  indiferente  en  religión;  tenía  vicios,  y 
los  ostentaba  con  torpísimo»  trofeos  adquiridos  en  las  campañas  de 
Venus,  de  Priapo,  de  Bhcow  Ante  él  era  D,  Juan  Tenorio  un  tipo  de 
eastidad,  Gestas  un  sacerdote,  D.  Cesar  de  B«zñn  un  corderito. 

Sua  extravíos  lo?  fundaba  en  las  consejas  qu**  recibía  de  algún  es- 
píritu burlón  que  3e  interponía  en  mis  fervientes  evocaciones.  Era,  en 
tía,  la  personalidad  del  cinismo  más  refinado. 

El  masón  no  Je  iba  en  zaga  para  emprender  grandes  maldades,  pero 
las  cubría  con  an  velo  de  rewrvw  y  de  santidad.  Jamás  poniann  prác- 
tica sus  vicios  sin  santiguarse,  invocar  el  nombre  de  un  santo,  rogar 
á  Dios  le  ayudara  en  aos  fechorías  morrocotudas,  y  que  después  le 
diera  la  gloria  efcerrtA:  edificaba  en  el  templo  eon  unción  ardiente  siem- 
pre que  alguien  prebendaba  sus  actos  de  humillación  y  de  respeto  á 
los  santos  y  á  las  jerarquías;  fingía  creer  y  tener  devoción  especial  á  la 
Virgen  de  los  aflgidos  4  quien  encendía  una  lámparita.  Su  conducta 
era  mala  pero  no  escandalosa,  y  en  esto  consistía  su  habilidad  y  su 
talento;  el  vehículo  que.  facilitaba  los  medios  era  la  santurronería,  por- 
que fingía  creer  en  el  diablo.  Eran  un  par  de  cocodrilos  que  bien  me- 
recían los  arponazos. 

Un  día  se  pusieron  en  claro  sus  asechanzas  y  sus  crímenes. 
De  uno  no  se  escandalizó  la  sociedad  porque  lo  conocía. 
De  otro  dudó  porque  creyente  y  religioso  ante  la  sociedad,  era  inca- 
paz de  cometer  un  pecado  venial. 


I    E] 


232 


El  uno  era  cínico,  pero  no  de  la  secta  Antístenes,  sino  impudente, 
1  desvergonzado. 

£1  otro  era  hipócrita. 

Tenían  ya  los  anatema*  d*  la  sociedad,  y  la  justicia  iba  á  descargar 
su  espada  flamígera  sobre  los  dos. 

Era  preciso  graduar  la  pena;  á  uno  se  le  castigaría  con  la  degrada- 
ción de  los  azotes  y  de  la  picota;  al  otro  con  una  pena  menor. 

Aquí  fueron  los  apuros  de  los  jueces;  pero  ocurrieron  al  juicio  de  la 
opinión  para  que  esta  dictara  bu  fallo. 

¿Cómo  resolver  el  problema? 

Un  filósofo  se  presenta:  véL  analiza,  compone  y  descompone  los  ar- 
gumentos, los  colora  en  la  balanza. 

La  hipocresía  -^dice— >  es  un  vicio  ruin  y  miserable  que  engaña, 
delinque  y  da  mal  ejemplo. 

El  cinismo  es  vicio  grande  también;  que  escandaliza,  y  es  la  nega- 
ción de  todo  lo  bueno,  lo  magnánimo,  lo  santo;  no  cree  en  Dios  ni  en 
el  diablo;  no  en  la  virtud,  en  el  honor  ni  en  el  patriotismo.  .  Es  refrac- 
tario en  el  amor;  Ja  esposa  es  para  él  una  maquina;  los  hijos  frutos  de 
maldición.  Es  un  excéptico.  No  hay  mártir  sin  fe;  no  hay  fe  sin  es- 
peranza; no  hay  esperanza  sin  creencias.  Dios  podía  tocar  su  corazón, 
pero  no  lo  tocaba. 

La  hipocresía  es  un  7Ício  excecrando  ^ue  Dios  anatematiaz  con  santa 
indignación.  »Ay  de  vosotros,  escribas  y  fariseos,  que  coláis  el  mos- 
quito y  os  engullís  el  camello.it 

El  cínico  en  nada  cree  porque  es  maleado. 

El  hipócrita  es  malvado  también,  pero  en  algo  cree,  puestp  que  apa- 
renta ser  virtuoso. 

Conclusión :  es  méoos  malo  el  hipócrita. 

Esperanza  debemos  tener  de  la  conversión  algún  día  de  los  masones, 
pues  si  levantan  altares  al  demonio  es  porque  en  él  creen.  Quien  cree 
en  el  diablo  y  lo  hace  amigo  es  porque  le  teme. 

Buen  principio  es  para  6U  regeneración  que  los  masones,  por  te- 
mor rindan  culto  á  Lucifer,  pero  lo  dudamos. 

Regocijaos,  ¡oh  católicos!  temer  y  esperar  es  creer.  ¿Pero  estáis  vo- 
sotros seguroj  de  que  los  masones  esperan  y  creen  en  el  diablo? 


233. 


TIPOS  SOCIALES. 

Doña  María  de  la  Salutación  Zamarripa. 


No  Á  las  al  evadas  cumbres  del  Himalaya,  ni  al  país  inculto  de  las 
Bayaderas;  no  á  las  regiones  salvajes  del  Indostán»  ni  a  las  ardientes 
playas  del  África,  iremos  á  buscar  alguno  de  esoe  tipos  estrafalarios 
qne,  á  fuer  de  ser  muy  comunes,  fus  encontramos  eu  todas  partes,  aua 
en  las  cultas  sociedades  del  mundo  civilizado;  tal   es  la   donadla  vieja. 

La  mujer  soltera  no  cumple  con  el  divino  mandato  de  carecer  y  mul- 
tiplicarse; es  una  planta  parásita  sin  aroma,  6Ín  Acres  y  sin  frutos 

Por  más  que  admiremos,  en  algunas  señoritas  viejas  la  virtud,  lem  e- 
levador  sentimientos,  el  bellísimo  carácter,  un  trato  amable  y  hechice- 
ro, todas  esas  cualidades  que  tanto  las  enaltecen,  no  distinguimos,  ni 
con  el  auxilio  del  telescopio,  al  lado  de  ellas  la  penumbra  tutelar  del 
ángel  custodie,  de  ese  no  sé  quién  que  las  proteje. 

Un  compañero  es  el  complemento  de  la  felicidad,  la  perfección  del 
estado,  el  ser  único  que  ayuda  á  la  mujer  á  cumplir  su  misión  sublime 
sobre  la  tierra. 

¿Por  qué  no  se  casan  todas  las  mujeres?  Esta  es  una  duda  que  &  ca- 
da instante  nos  asalta,  y  á  guisa  de  Padres  Ripaldas,  solos  nos  pregun- 
tamos y  nos  respondemos.  Por  amor  y  abnegación  á  la  familia  muchas 
sacrifican  su  porvenir:  porque  tras  uña  verdad  evidente  tal  vez  existe 
otra  verdad  secreta:  porque 'la  Naturaleza  á  machas  ha  negado  la  be- 
lleza plástica:  porque  no  les  ha  concedido  ese  don  de  la  hermosura  que 
admira,  el  encanto  qne  atrae,  ese  conjunto'  sednetor,  compuesto  mii- 
chas  veces  de  disímiles  pequeñas  in  perfecciones,  pero  que  infunde  fas- 
cinación á  la  mirada,  voluptuosidad  al  busto,  encanto  á  la  sonrisa  y 
donaire  á  los  movimientos.  Estas  hechos,  verídicos  á  toda  luz,  vienen 
á  fundar  un  axioma:  el  sentimiento  de  lo  bello  es  un  imán;  la  repulsa 
de  lo  feo  es  un  tormento:  Cuando  se  conoce  á  Dios  no  se  adoran  los 
ídolos.  Cuan  diverso  de  lo  que  es  hoy  sería  el  mundo,  según  imagina- 
mos, si  encendieran  las  teaá  del  himeneo  solamente  las  bonitas:  conde- 
nadas al  olvido  las  feas,  serían  como  aquellas  mujeres  que,  mustias  y 
avergonzadas,  visitaban  frecuentemente  el  tetnplo  de  Tais  buscando  un 
ciclope,  un  sátiro,  un  verdugo  que  les  hiciera  pasar  por  los  horcas  can- 
dínas del  matrimonio.  Las  hermosas  llevarían  como  ahorael  cetro  del 


234. 

cho  d< 

La  experiencia  nos  enseña  que  del  consorcio  de  dos  feos  salieron  hi- 


Iamor,  y  monopolizarían  ni   derecho  de  atizar  el  fuego  sagrado,  como 
las  sacerdotizas  de  Irminsul. 


1'as  bellísimas,  simpáticas  y  graciosas;  la  experiencia  nos  demuestra  que 
as  mujeres  feas  son  íae  que  infunden  pasiones  más  vehementes,  y  Jan 
que  sujetan  bajo  el  cetro  de  su  amor  aun  á  los  hombres  mas  graves: 
tal  es  la  energía  de  su  imperio  y  de  su  seducción. '  Algunos  magnates, 
hércules  en  la  ciencia,  faisanes  elevados  á  las  regiones  del  poder,  per* 
dieron  el  equilibrio,  dieron  la  campanada,  y  se  vieron  cautivos  m  las 
telarañas  de  una  arpia,  cuya  fealdad  no  pondrían  en  duda  ni  los  mio- 
pes ni  loe  présbites.  Ese  amor  sin  recuerdos,  sin  esperanza,  no  es  cons- 
tante y  duradero  Pero  muchas  mujeres  están  á  la  luna  de  Valencia; 
se  han  quedado  esperando,  como  los  judíos,  el  advenimiento  de  un  Me- 
sías que  no  llega,  porque  al  festín  del  matrimonio  son  muchas  las  lla- 
madas y  pocas  las  escogidas. 

En  esa  dualidad  de  sexos,  le  ha  tocado  al  hermoso  representar  siem- 
pre el  mayor  número  de  los  nones,  no  sólo  porque  al  mundo  abordan 
mayor  suma  de  hembras  que  de  machos,  sino  porque  las  guerras,  los 
duelos,  los  cataclismos,  cincuentean  al  sexo  feo. 

Es  bien  sabido  que  al  otro  mundo  van  más  pollo3  que  pollos;  en  con- 1 
secuencia  disminuya  el   matrimonio,  y  es  patente  cuando  aumenta  la 
inmoralidad.  Las  feas  sin  gracia  y  sin  fortuna  tieneu  que  pelar  la  pava 
y  llegar  por  vericuetos  y  sendas  extraviadas  al  templo  augusto  del  a- 
mor.    ¡Ay,  desgraciada  la  que  nace  fea! 

.  Cuando  una  niña  entra  en  la  pubertad;  cuando  el  desarrollo  físico  se 
aduna  al  de  la  inteligencia  y  al  de  los  nobles  sentimientos,  be  mira  ro. 
deada  de  mozalvetes;  presiente  un  porvenir  expléndido  puesto  que  á 
sus  pies  están  multitud,  de  adoradores  á  quienes  mira  con  indiferencia: 
es  que  el  rapaz  vendado  no  ha  herido  su  alma:  La  niña  escudada  por 
el  candor,  vaga  en  las  regiones  de  la  poesí%  entra  en  la  órbita  en  que 
á  las  jóvenes  les  es  dable  despreciar  á  todos;  blinda  el  corazón  con  una 
coraza  de  acero  impenetrable;  6u  bello  ideal  es  la  música,  las  flores,  los 
perfumes;  pero  días  vienen  que  no  son  los  de  la  inocencia  y  en  los  que 
lo»  perfumes  ocasionan  violentas  palpitaciones,  las  florestas  arrancan 
lágrimas  y  suspiros,  y  el  sarao  hace  languidecer  el  alma  á  impulsos  de 
un  sentimiento  para  ella  desconocido.  Pasó  la  época  de  despreciar,  se- 
gún el  vulgar  aforismo,  y  entra  en  la  órbita  en  que  su  estrella  le  per- 
mite escoger  en  la  pléyade  de  sus  adoradores  que  disputan  obtener  la 
[>referencia;  la  sensatez,  el  gusto  ó  su  capricho  ¿á  dónde  conducirán  á 
a  adolescente  que  se  inflama  ya  con  un  fuego  sagrado,  y  que  recibe 
con  beneplácito  la  flecha  inexorable  que  hiere  su  alma? 

Si  del  matrimonio  se  hace  una  cuestión  de  atri&r  ferviente  y  apasio- 
nado, sin  la  intervención  del  raciocinio,  pronto  la  venda  de  Cupido  ve- 
lará la  razón  y  tal  vez  el  escrutinio  no  sea  muy  acertado  aunque  se  es- 
toja entre  lo  bueno  lo  mejor  para  satisfacer  el  deseo  más  grato  de  la 
mujer,  como  es  el  de  amar  y  ser  amada.  En  cuanto  á  la  felicidad  futu- 
ra el  cielo  la  niega  ó  la  concede. 


235.       ' 

8i  la  mujer  es  demasiado  altiva  para  seguir  despreciando  en  esa  ter- 
cera época  de  su  vida,  porque  en  alas  de  su  deseo  va  en  pos  de  una  for- 
tuna bonancible,  debe  perder  toda  esperanza,  porque  ha  sonado  ya  la 
hora  de  entrar  en  la  órbita  cotórril,  en  cuyas  regiones  el  amor  es  una 
sombra  engañosa:  su  juventud  languidece  y  se  marchita;  las  lineas  es- 
culturales de  las  mejillas  y  los  pómulos  pierden-  sus  graciosos  contor- 
nos; se  forman  en  las  sienes  lae  aterradoras  quebraduras  del  pié  de  ga- 
llo; y  lo  que  fué  sonrisa  angélica,  agradada  por  los  nidos  del  amor,  por 
labios  sensuales  y  blanca  dentadura,  se  convierte  en  risa  inerte,  sin 
animación,  sin  atractivo;  se  oye  la  voz  áspera  y  gutural  de  la  jamona, 
en  cuya  garganta  resonó  el  timbre  cadencioso  del  acento  juvenil;  el  co- 
lor de  sus  mejillas  se  convierte  en  verdi-prieto;  los  hombreMEio  la  si- 
guen,  no  la  buscan,  no  la  admiran;  se  codean  cuando  pasa  ante  su  vis- 
ta, y  no  falta  quién,  cerrando  el  ojo  al  compañero,  diga  con  sarcasmo: 
fiesta  es  la  misma:  iqué  pronto  pasó  sobre  día  la  edad  de  las  ilu- 
siones!» 

Lo  mujer  ha  recorrido  en  una  órbita  espiral  los  signos  del  amor,  co- 
mo el  sofr  corre  por  los  signos  del  zodiaco?  pudo  despreciar,  pudo  es 
ooger,  ahora  entra  en  la  constelación  -del  arrebata  Muerta  su  espe- 
ranza despide  el  grito  altisonante  de  tila  mano  ola  vida,»  asechará  como 
el  bandolero  en  la  encrucijada  al  joven  imberbe  o  al  viejo  achacoso;  na- 
da importa  que  sea  un  bandido  de  la  Calabria,  un  centauro,  un  corsa- 
rio, un  pirata. 

No  se  diga  más  tarde  que  se  descuida  la  ley  de  Moisés  4  los  ísrraeli- 
tasc  ti  La  donceMa  ha  gritado  y  no  la  han  oida  « 

No  tratamos  de  troquelar  en  este  tipo  á  las  doncellas  viejas  que  me- 
recen por  sus  virtudes  la  veneración  y  el  respeto  de  la  sociedad;  ellas 
representan  en  la  vida  real  la  idea  sublime  del  sacrificio  y  la  abnega- 
ción hacia  la  familia:  ha  extendido  sobre  ellas  sus  benéficas  alas  el  más 
paro  de  los  amores,  el  amor  al  nific  y  al  anciano.  El  sacrificio  es  la  poe- 
sía coronada  por  la  caridad,  así  como  el  egoísmo  es  el  lauro  victorioso 
de  las  almas  pequeñas.  Si  tuviéramos  que  juzgar  á  estas  mujeres  por 
sus  virtudes,  seria  preciso  dívinalizarks,  como  en  tiempos  del  paganis- 
mo; no  las  debemos  tampoco  juzgar  por  los  vicios  de  ¡¡algunas  que  son 
la  excepción,  porque  las  profanaríamos.  Algún  filósofo  compara  con  E- 
loisa  á  Santa  Teresa,  mirando  al  cielo.  Pase,  pues,  nuestro  tipo  como 
una  broma  fugitiva  de  nuestra  musa  juguetona.  No  negamos  que  algu- 
nos perfiles  de  aquellas  y  los  de  nuestra  heroína  tengan,  similitud;  pero 
dofta  Salutación  Zamarripa  es  un  carácter  cuigeneris,  y  único  el  colorí* 
de  de  su  retrato;  es  excéntrico,  es  poco  común  en  la  sociedad;  pero  si  se 
hace  un  estudio  en  algunos  círculos  de  la  clase  media,  si  se  analizan  las 
facultades  y  tendencias  de  algunas  vetustas  doncellonas  ¡cuánta  analo- 
gía puede  encontrarse  con  la  doña -Salutación  ficticia  de  quién  forma- 
mos una  silueta!  Ella  vio  correr  sus  cuarenta  primaveras,  y  con  ellas  se 
fueron  los  homenages  de  sus  contemporáneos. 

A  ningún  ser  viviente  hoy  daría  manazo,  según  ella  dice,  sin  que  ca- 
yera como  de  plomo  aquella  mano  larga»  cual  ramal  de  disciplina,  yer. 


236. 

ta  par  la  escarcha  de  la  edad,  sin  los  efluvios  vigorosos  de  unos  años 
primaverales.  .    .  . 

Sobre  gustos  nada  hay  escrito,  y  no  faltarán  viejarrones  asmáticos  y 
gotosos  que  quieran  tibiarse  en  aquella  forja  femenil  pronta  á  extinguirse. 
Montalvo  casó  en  Segovia 
Siendo  tuerto,  cojo  y  calvo; 
.  í*  engañaron  &  Montalvo, 
Kjué  tal  estaría  la  novia! 

Doña  Salutación  ha  reformado  sus  devociones;  ya  no  lo  es  del  Señor 
déla  Esperanza,  porque  todo  su  amor  hoy  lo* tiene  concentrado  en  el 
gato,  que  es  la  última  erótica  ilusión  de  la  mujc^r;  no  abandona  la  at- 
mósfera del  platonismo;  no  será  sacerdotisa  del  culto  de  Venus  Urania 
pero  sí  será  sibila  que  interprete  el  oráculo  de  sus  amigas,  y  se  consti- 
tuirá en  agorera  del  porvenir:  sentará  plaza  de  confidente  ó  de  secreta - 
rianmi versal  de  las  novias  noveles,  y  escribirá  sus  cartas  en  papel -cu- 
yo símbolo  sean-  dos  palomas  unidas  por  el  pico:  en  una  palabra,  forma* 
rá  niatrimoniosá  hu  arbitrio.  -   - 

Aunque  no  le  conste  personalmente  que  se  han  efectuado  foilagros, 
sabe  que  S.  Antonio  es  intermediario  eficaz  para  proporcionar  á  sus  d«* 
vota»  un  buen  marido,  y  hace  la  propaganda  de  Jo6  atributo*  de  aquel 
para  enaltecer  su  culto;  ante  su  vista  ella  se  considera  redentora  cu- 
rando las  llagas  al  leproso.  - 

Ningún  matrimonio  por  hacer,  en  el  eual  no  ha  intervenido,  es  bue- 
no ante  sus  ojos,  y  procurará  que  el  demonio  meta  la  cola  en  aquellos 
en  que  ella  no  la  ha  metido  todavía.  Sabe  bien  que  til  celo  es  un  cohete 
á  la  Congréve  para  desunir  dos  almas,  y  lo  ertciende,  lo  arroja  y  espera 
satisfecha  el  trueno  gordo:  si  se  entibia  el  amor  en  alguna  pareja,  hace 
porque  se  convierta  en  odio  implacable,  y  redacta  un  uUimatum&\  no- 
vio, calabaceándolo;  el  infeliz  novio,  como  el  lego  de  la  fábula»  vé  la 
luz,  la  luz  y  no  sabe  quién  lleva  la  linternazos  doña  Salutación  que 
maneja  pfimorosapiente  el  tinglado. 

Para  intrigas  cortesanas  serfe  una  alhaja  de  inestimable  precio,  por 
que  husmea  los  acontecimientos,  romo  el  sabueso  olfatea  la  presa;  eon 
hábil  prestidígitación  maneja  los  cubiletee;  ni  Meternich  ni  Bismark, 
amagaría!*  pasteles  mas  suculentos  en  diplomacia  como  nuestra  heroina 
loa  eóndiAerita  para  forjar  y  deeforjar  sólidas  relaciones.  Los  alam- 
bres que  ella  mueve  están  tendidos  de  fc»  estancia  á  la  Iglesia  y  á  to- 
das ^aquellas  «casas  donde  Cupido  envía  sus  saetas.  .  Miradla:  sale  del 
templo^  viene  de',  visitar  altares,  y cón-él  rosario  tremado  en  los  dedos 
se  hace  lugar  en  todas  partes;  caerán  en  stis  redes  desde  la  niña  gazmo- 
ña haáta  la  santurrona:  desde  la  cotorrita  znngandnnga  hasta  la  beata 
casqtrtvatm.  En  cada*  puerta  forma  un  corriüb,  ett  cada  reja  un  cuchi- 
cheo, y  deja  en  todas  partee  el  virus  de  la  difamación  saturado  con  el 
agnu*  DeitiÁ  htóopoj- 

^-Buenas  tardes,  Juanita. 

— NDioa:  la  guarde,  doña  Salutación. 
.  ^— No  le  pregunto  por  eú  esposo  porque  anoche  lo  vi  en  el  teatro;  fie» 


237.  

ii  .        .  =====         ■  =' 

chando  con  los  gemelos  á  las  coristas.  Estaba  sólito  en  su  butaca  que 
parece  que  ni  es  casado:  para  él  son  los  placeres,  los  amigos  que  lo  per- 
vierten, los  chichisveos  con  las  operistas;  y  la  esposa  sambutida  en  su 
rincón,  aburrida  hasta  nomás.  Mi  vida  los  hombres  quieren  mujercitas 
como  vd,  que  lleven  J$  cr^z  apuestas, ^in, Cirineo  ¿i$e  e^lico?  Bien  di- 
ce Concha,  hay  htfmbjrés  SWÜQa  por£us£)as  fflú¡e&k $°U  faenas. 

Doña  Salutación  se  despide  y  continúa  su  camino,  dejando  la  si- 
miente del  disgusto  en  la  conciencia  de  una  esposa. 

—Adiós,  doña  Salutación. 

— Píichita  de  mí  vida,  ¿Cómo  esta?  ]Cómo  ha  de  e&tar!  Ya  la  estoy 
viendo,  flaca  y  descolorida,  apasionada" de  ese  tuno,  que  ni  sabe  el  ta- 
soro  que  tiene  con  ese  corazorieito. 

r— Üd.  siempre  de  broma,- exclama  la  niña  que  ya  la  venir  con  su  ba- 
ten l  íi  soltar  una  descarga, 

— .Calle,  calle  Pachita;  si  ni  le  cuento  yo  á  Ud.  Si  nó  sabré  del  pié 
que  cojea  el  angelito;  le  anda  buscando  tres  pies  al  gato;  no  sé  que  al- 
bor* ^o  trae  con  la  viuda  del  23. — ;Cnándo  cambiaba  yo  a  una  mucha- 
cha tan  linda  como  es  Ud.  por  una  momia  viviente  como  es  ella! 

Y  la  Pachita  siente  el  hárponazo  de  los  celoe  y  se  queda  trinando  co- 
mo los  canarios. 

Esta  ¡señora,  diestra  eri  desatar  nudos  gordianos,  hábil  para  forjar  en- 
laces, no  pudo  -conquistar  paru  sí  un  quebradero  de  cabeza;  y  al  recor- 
dar su  pasado,  al  ver  á  sus  amigas  de  su  infancia  entregadas  á  las  dé- 
licias  de  la  maternidad,  coge  á  los  hijos  ágenos  para  suspirar  y  acari- 
ciarlos: en  el  estertor  de  su  desgracia,  en  la  decadencia  de  la  edad,  sien- 
te algo  en  el  alma  parecido  aí  remordimiento  que  le  escuece,  que  la  ato- 
siga, que  le  causa  pesadillas  en  vano  intenta  lanerías  de  su  memoria. 
Con  uñ  trabajo  personal,  asiduo  y  laborioso,  cubre  sus  necesidades,  á- 
yudándose  con  Jos  presentes  de  sus  amigos,  como  una  oficnda  á  su  me- 
diación y  á  sus  servicios.  En  sus  buenos  tiempos  pulsaba  un  poco  de 
guitarra,  mandando  al  viento  su  voz  y  esparele-nio  gorgoritos,  Hoy  ba 
impuesto  silencio  á  su  garganta;  bu  Instrumento  polvoroso  y  destem- 
plado, yace  en  un  rincón  de  su  alcoba  porque  la  guadatía  de  la  muerte 
rompió  las  cuerdas»  un  simbólico  crespón  cubre  su  vihuela  y  si  canta, 
sé  asemeja  su  acento  k  un  maullido,  ó  a  un  clamor  funerario. 

No  es  extraño  que  algunas  doncellas  viejas  sufran  metamorfosis;  en 
el  ocaso  de  su  vida  son  insectos  sin  vértebras  que  se  transforman  en 
mariposas. 

Estériles  para  el  amor,  buscan  entretenimientos  cultivando  la  santu- 
rronería en  loa  templos  que  visitan  á  todas  horas;adÓptan  el  oficio  de 
niñeras  cómo  una.  afición  á  los  placeres  maternales;  no  abandonan  sus 
propensiones  &  forjar  matrimonios,  y  recorren  este  camino  con  la  fer- 
\  iente  adhesión  que  se  tiene  al  profesorado. 

¿Quién  no  conoce  por  esos  mundos  de  Dios  algunos  tipos  que  encar- 
nan en  el  de  doña  María  de  la  Salutación  Zamárripaf  Si  la  sociedad,  los 
conoce,  no  pronunciará  sus  nombres,  pero  las  señalará  con  el  dedo.    % 


238. 


Doña  Estela  Matutina. 


•  ¿Qui¿n  de  mía  lectores  no  ha  tfdo  hablar  de  ana  dofia  Estela  Mata- 
tina,  matrona  de  esclarecida  estirpe,  y  que  en  materia  de  años  ha  logra- 
do tocar  los  77  inviernos,  6  como  ella  dice,  ha  llegado  a  las  alcayatas? 
¿La  conocéis  lectores?  ¿la  habéis  Visto  andar  con  paso  lento,  inclinándo- 
se á  ano  y  4  otro  costado  como  fragata  que  combaten  las  olas  irritadas 
del  mar?  Examinad  su  fisonomía;  ved  sus  ojos  pequeños  y  hundidos, 
centellar  debajo  de  anos  párpados  convexos,  y   separados  uno  de  otro, 

Cr  un  pequeño  espacio  o  istmo  qué  se  interpone  entre  sus  dos  lacrima- 
j.  Admirad  su  porruda  nariz  de  figura  de  pico  de  pato,  donde  cabal- 
gan un  par  de  anteojos,  y  que  la  pinzan  como  si  fuera  la  tenaza  de  Yul- 
cano:  oid  su  vos  semejante  al  graznar  de  una  cuerva;  vedla  vestida  de 
negro,  ostentando  del  lado  del  corazón  una  primorosa  granadita  de  me- 
tftl,  insignia  sagrada  que  la  acredita  como  1*  hermana  terrible  de  la  ma- 
sonería de  S.  Juan  Nepomuceno  6  de  S.  Vicente  de  Paul.  Si  tuvierais 
curiosidad  de  conocerla,  no  la  busquéis  en  la  socieJad  ni  en  los  paseos; 
do  en  las  casas  de  los  pobres  ni  en  los  círculos  concurridos  por  los  pro-, 
fanos.  Buscadla  en  los  templos,  al  despuntar  el  alba,  oyendo  cuantas 
misas  puede;  visitando  después  los  siete  altares,  y  rezando  el  Via-cru- 
CÍ8.  Comulga  y  se  confiesa  el  día  4  de  cada  mes  en  honor  de  la  Virgen 
del  Refugio;  el  día  7  á  S.  Cayetano  padre  de  la  Divina  Providencia  (?), 
el  día  8  a  la  Purísima,  el  día  12  á  la  aparecida  en  el  Tepeyac,  el  19  al 
Patriarca,  el  24  al  Niño  Dio?,  etc.,  etc. 

No  visita  el  hospital  porque  tiene  miedo  al  contagio;  no  á  los  presos 
porque  le  infunde  horror  el  crimen  y  ninguna  compasión  el  delincuen- 
te; pero  sí  visita  á  su  confesor  de  día  y  de  noche;  sabe  cual  es  el  padre 
3ue  está  de  semana,  y  á  quienes  le  tocan  las  confesiones  de  fuera;  avisa 
e  casa  en  casa  cuando  es  día  de  ayuno,  si  es  vigilia  vedada  y  á  qué  ho- 
ra se  pueden  comer  lacticinios.  Buscadla  en  la  reja  de  las  monjas,  y 
en  todas  aquellas  partes  en  que  pueda  dar  vuelo  i  bu  genio  retozón  y 
entusiasta  por  lo  que  huele  a  Iglesia. 

Alguna  vez  tuve  oportunidad  de  encontrarme  con  ella,  y  un  amigo 
dijo  á  mi  oído,  con  cierto  estupor,  estas  palabras:  njDfos  nos  asista!  hoy 
nos  sale  todo  al  revés,  y  quién  sabe  si  nos  sobrevenga  alguna  calami- 
dad; nos  hemos  encontrado  con  doña  Estela  Matutina,  y  esta  señora  es 
ave  de  mal  agüero.  Así  fué:  veinte  pordioseros  nos  pidieron  limosna; 
cuatro  borrachos  nos  detuvieron  para  pedirnos  la  lumbre,  un  faldero 
hizo  festejos  á  nuestras  pantorrillas;  un  colector  de  contribuciones  puso 
en  nuestras  manos  una  cita,  nos  pidió  explicaciones  un  sordo  y  después, 


238. 


|  después. . .  .¿oh  vergüenza,  oh  desgracia!  un  mastín  levantó  su  gallarda 
pata  muy  cerca  de  nosotros. 

Hay  genios  maléficos  que  presiden  nuestras  desgracias,  como  hay 
deidade*  que  protejen  nuestros  placeres;  jamás  esperemos  algo  bueno 
cuando  esa  santa  matrona  se  atraviesa  en  nuestro  camino.  Al  vernos 
ella  oculta  su  fqz  entre  su  oscuro  y  tupido  abrigo,  y  contendrá  su  re- 
suello para  no  aspirar  el  aire  que  respiramos,  y  se  santiguará  para  ale- 
jar de  su  contacto  al  mismísimo  Lucifer. 

Pues  bien,  lectores,  doña  Estela  Matutina  se  ha  presentado  hace  po- 
cos días  en  casa,  siempre  con  aquel  aire  santurrón  que  no  abandona  un 
momento,  siempre  con  aquellos  pasos  cortos,  lijerisimos  algunas  vece?; 
otras  con  los  graves  de  magostad  destronada,  y  sarandeándose  á  uno 
y  otro  lado.  Al  verla  di  un  paso  hacia  atrás,  y  tal  fué  el  terror  que  me 
causó,  que  para  no  caer  tuve  que  apoyarme  en  el  dintel  de  una  puerta. 

— nAvo  Mará  Purísima!  exclamó  al  entrar  y  me  tendió  una  mano. . . . 
¡ay!  una  mano  que  mas  bien  parecía  un  racimo  de  dátiles. 

;— Señora,  exclamé  yo  petrificado;  tenga  Ud.  la  bondad  de  pasar.  E- 
11a  ocupó  un  asiento,  y  permanecimos  bastante  rato  mirándonos  de  hito 
en  hita  Mi  sorpresa  cada  momento  era  mayor,  pues  no  comprendía 
qué  objeto  podría  conducir  á  nuestra  heroína  á  trabarcon versación  con 
un  excomulgada    Al  fin  rompió  el  silencio  y  me  dijo: 

-¿-Conozco  á  Ud.  muy  bien;  llevo  relaciones  con  toda  su  familia,  á 
quién  quiero  mucho.  ¿Cómo  no  la  había  de  querer  si  todos  son  tan  bue- 
nos, tan  religiosos. 

— Por  Dios,  Señora.  •  • . . . 

f—Tan  virtuosos,  tan  caritativos. . . . 

-^Señora  doña  Estela. . . . 

-^Tan  decentes,  tan  amables. ... 

•—Usted  me  favorece»  usted  me. .  • . 

r-Tan  amantes  del  culto,  tan  respetuosos  con  el  sacerdocio,  tan  de 
buegas  costumbres,  tan.  .  .  • 

— Virgen  de  los  afligidos! 

— ¡No,  no,  no,  no,  nol  Ud.  es  la  excepción  de  la  familia  Por  fuerza 
había  de  haber  un  judas  en  ese  apostelada 

— vPero  señora  Matutina 

—¿Quién  de  nosotras  las  hermanas  perpetuas  de  la  vela  no  conoce  á 
Ud.?  Ud.  se  llama  Buscapiés,  Cascabel,  Querubín,  Fray  Robustiano 
quién  sabe  cuantos  nombres  de  toditos  los  demonios  qae  Ud.  adopta 
para  zaherir  al  prójimo  en  sus  periodiquitos. 

Yo  conocí  que  tenía  que  habérmela  con  una  señora  de  tono  y  lomo 
y  mq  decidí  al  sacrificio  buscando  el  medio  de  salvarme.  ¡Santos  del 
cielo,  que  chubasco! 

—No  me  agradezca  Ud.  la  visita,  Nosotras  las  que  profesamos  con 
mucha  firmeza  los  principios  católicos,  hacemos  también  la  propaganda 
y  nos  constituimos  en  conquistadoras  de  corazones  empedernidos;  qui- 
siéramos desbarrar  las  horribles  manchas  que  ustedes  han  hechado  á  la 
religión. 

—Señora,  Ud.  comprende  bien  los  deberes  dé  un  buen  cristiano. 


2Í0. 


— ¿Cristianol^-me  contestó;-algo  más;  Üd.  no  debe  confundir  en  una  I 
sola  frase  el  catolicismo  con  esas  mil  sectas  del*rÍ8tianísmo,con  las  pro-  H 
testantes,  los  anabaptistas,  evangelistas;  metodistas  etc.,  etc.- 

-\¿  Hay  alguna  diferencia? 

^~¡Oh  Sr.  Querubín!  ¿cómo  no  h&^e  haberla'  Ese  es  precisamente 
el  grave  mal  que  nos  amenaza;  los  protestantes  reparten  sus  Biblias 
plagadas  de  principios  falsos,  que  van  metiéndose  en  el  corazón  de  la 
juventud  y  les  pervierten  el  alma.  Piearos  protestantes!  colgados  los 
vea  yo  patas  arriba.  Y  ese  maldito  gobierno  que  los  tolera  y  los  con- 
siente; y  luego  ese  bellaco  de  Lerdo  qne  lo  creíamos  de  nuestro  parti- 
do, y  que  estuvo  habiéndose  gata  mansa  para  que  lo  eligiéramos,  y.  cuan- 
do áe  vio  encaramado  y  firme  nos  dio  la  patada  á  los  católicos. 

-^¡Oh  Señora  Doña  Estela!  conque  ustedes  las  gentes  de  Iglesia  lo 
eligieron? 

— Sí  señor;  ¿quién  no  se  había  de  engañar  cuando  los  liberale3  lo 
pintaban  con  bonete  y  corf  sotana,  y  lo  llamaban  el  Jesuíta? 
¡Qué  quiere -Ud!  los  partidos  no  perdonan  medio  para  desconcep- 
tuar á  un  candidato  antagonista. 

—Hoy  es  nuestro  .mayor  enemigo.  Echó  fuera  á  las  monjas;  deste- 
rró á  los  pobres  Jesuítas,  proteje  los  cultos  abominables,  y  le  hadado 
el  último  porrazo  á  la  religión  con  las  leyes  de  Reforma! 

— Son  las  exigencias  de  loa  partidos;  son  las  exigencias  de  la  civili- 
zación. *•:-  ;j.  \  - 

— NY  Ud.  deberá  ser  protestante,  perseguidor  del  catolicismo. 

— >>Yo,  Señora  Doña  Estela,  no  soy  perseguidor  de  ningún  culto,  sino 
al  contrario,  tolerante  con  todos.  -    .  -  • 

— Tolerante  con  todos,  gran  D\osl  No  Señor,  no  debe  haber  toleran- 
cia de  cultos.  • 

— NBién;  si  no  hay  tolerancia;  si  nosotros  los  liberales  somos  como  U. 
cree,  enemigos  del- catolicismo,  Ud.  podrá  considerar  cuan  perniciosa 
sería  la  intolerancia  que  Ud.  desea;  á  nombre  de  sus  principios  de  Ud. 
poniéndolos  en  práctica,  comenzaríamos  por  derribar  los  templos  cató- 
licos; perseguiríamos  á  su  sacerdocio;  ahorcaríamos  á  todos  los  que  die- 
ran muestras  de  profesar  el  culto. 

— ¿Eso  más?  {Impíos,  inalvadosJ  la  religión  no  se  perderá;  ella  será 
perseguida,  pero  ño  veneida. 

— Yá  Ud.  ve,  Señora  Dona  Estela,  que  hay  necesidad  dé  poner  como 
base  la  tolerancia  ptfra  que  apoyada  en  ella  subsista  el  culto  á  que  Ud. 
rinde  adoraciones. 

— ¿  Y  cómo  habiamoB  de  tolerar  religiones  falsas?  ¿por  que  el  Gobier- 
no las  consiente? 

— El  Gobierno  no  tiene  alma  que  salvar;  él  tolera  todas  las  religio- 
nes* sin  meterse  en  calificar  cuáles  son  las  buenas  ó  las  malas.  Lo  más 
que  ustedes  pueden  exigir  es  que  se  les  dé  el  amparo  que  se  les  debe 
dar>  sin  preferencias,  sin  odios,  sin  protección  parcial  y  sin  persecu- 
ciones. Oonsecuencia¿  señora,  consecuencia  con  los;  principios  liberales 
es  lo  que  Ud.  debe  exigir;  respeto  á.lá  Constitución  y  á  lqts  leyes, y  es 
to  es  más  'de  lo  que  Ud.  y  loa  católicos  necesitan.' :'  .— A 


241. 

— xüichosoá  los  pueblos  que  sé  han  levantado  contra,  loe  protestante» 
y  los  han  arrancado  la  lengua;  ellos  defienden  su  Religión  de  los  ata* 
qtiexde  los  impíos. 

—¿Así  comprende  TJd.  la  moral  católica,  alegrándose  con  el  incendio, 
la  muerte  y  el  martirio? 

— NSí,  de  esa  manera  la  comprando;  arrasar  á  nuestros  enemigos,  per* 
seguirlos,  exterminarlos,  para  que  nuestra  sagrada  religión  quede  pu* 
rificada. .  Ud.  señor  Querubín,  es  tino  de  los  que  han  de  ser  sacíifii?ados 
si  Ud.  no  se  arrepiente,  si  no  confiesa  sus  errores  y  hace  pública  peni* 
tencld.  Pronto,  muy  pronto  estallará  lai  ira  de  Dfos,  y  yo  vengo  á  ek- 
hórtar  á  Ud.  á  que  vuelva  sobre  sus  pasos:  á  que  no  proteste  Ud.  las 
leyes  de  Reforma,  y  á  que  no  haga  Ud.  caer  sebre  su  familia'  una  man- 
cha indeleble.  '  i 

■—¿Cree  Ud!,  señora,  que  el  fanatismo  llegue  á  invadir  nuestros  te- 
rrenos, y  que  inicie  escenas  sangrientas  cotno  las  que  han  teñido  lugar 
en  otros  pueblos? 

,-*Las  habrá,  si,  las  habrá,  yo  1<>  aseguro,  yo  ló  deseo;  y  están  toma- 
das todas  las  providencias.  Ño  quedará  piedra  sobre  piedla  como  en 
Jerusalén.  No  está  lejos  el  día  de  la  justicia  divina.  ¡  Ay  de  vosotros, 
escribas  y  fariseos  que  colocáis  el  mosquito  y  os  atarragáis  una  viga! 
Es  más  fácil  que  un  camello  pase  por  el  ojo  de  una  aguja  que  se  salve 
un  liberal. 

,—¿Un  camello  ó  un  cabello?  Es  preciso  hacer  esta  aclaración. 

Mi  paciencia  había  llegado  á  tu  colmo;  aquella  beata  frenética  tenía 
cerrada  su  razón*  y  no  era  posible  hacer  penetrar  un  destello  de  luz  al 
fondo  de  sus  preocupaciones.  A  nopibre  de  la  religión  santa  pide  la 
sangre;  á  nombre  de  la  caridad  desea  el  exterminio;  invocando  la  paz 
inicia  la  guerra. 

— Una  palabra  noraás,  señora,  le  dije  aprovechando  el  momento  en 
que  desocupaba  su  nariz  de  excrecencias  provocadas  por  las  lágrimas. 
¿No  vé  Ud.,  señora,  que  muchos  católicos  que  para  Ud.  no  pueden  ser 
sospechosos  de  impiedad  han  protestado  guardar  las  leyes  de  Reform  a? 
¿Por  qué,  pi}é%  los  anatemas  sólo  son  para  los  liberales?  ¿por  qué,  eh 
igualdad  de  circunstancias,  los  odios  que  infunde  la  protesta  han  de  ser 
para  los  liberales  y  no  para  loe  conservadores  que  están  en  los  puestos? 

—Por  una  razón;  porque  éstos  han  Solicitado  permiso  de  protestar, y 
se  los  ha  Concedido  el  Sr.  Obispo;  si  ellos  no  son  enemigos  de  la  reli- 
gión ¿cómo  han  de  serlo  de  los  empleos?  Además,  tenemos  un  gober- 
nador tolerante,  qmy  tolerante,  que  permite  que  cada,  uno  proteste  6 
no  proteste!  que  tolera  las  monjitas  en  sus  eon ventos  y  á  los  sacerdotes 
con  sus  hábitos.     ¡Ay  Sr.  Querubín!   si  no  fuera  ésto,  ya  estarían  los 

{^observadores  fuera  de,  los  empleo*  A  mi  me  ha  suplicado  mi  padre 
£onfe§or?(el  paíáre  Chupamirto,  que  lo  exhorte  á  Ud.  á  que  se  arrepien- 
ta, y,  á  que  deje  Etd.  de  escribir  herejías  en  su  Cascabel;  á  que  deje  Ud. 
en  pa#  i  nuestro  pueblo,  sin  estar  sacando  al  balcóaá  bus  autoridades. 
Se  cumplido  ¿soa  mi  misión  y  me  retiro. 

/—Me  pemitír^  V&jim^  ^nwh^ipúbUcwilm  ideas  muy- san- 
tas y  muy  católicas,  que  Ud,  me  ha  manifestado  en  esta  veg?  


242. 

Olí  i  ■     i  ■  ■  ni  ii  i  ■  ni      Wi      ■■■    i     ■  ■  ■  «       ili 

r- Si,  -me  dijo,-  con  tal  que  Ud.  guarde  el  secreto.  No  será  ésta  mi 
última  visita;  jo  y  toda  la  sociedad  católica,  nos  proponemos  conquistar 
un  liberal  para  ganar  el  cielo.  A  mí  igfán  Dios!  a  mí»  indigna  pecada 
i?,  me  ha  tocado  en  sperte  catequizar  á  Vd.,  Sr.  Querubín;  *-K<W  pfe- 
cadcrazo'  obcecado;  á  ÍTd..  cuja  conciencia  ha  encallecido  en  la  impie- 
dad; á  Ud^i*  fin,  que  tiene  colmillos  más  grandes  que  los  de  un  jaba- 
lí y  espoloqes  más  largos  que  los  de  un  gallo  ronca 

r— {%  Üd.  piensa  recoger  algún  (Jía  el  frnto? 

— Sí,  con  la  ayuda  de  vios.  El  que  no  siembra,  no  cosecha;  quién 
porfía,  mata  venado,  y  el  que  persevera,  alcanza;  una  gota  constante, 
agujera  nna  roca;  y  sobre  todo,  el  hombre  pone  y  Dios  dispone,  y  no  se 
mueve  la  hoja  (¡leí  árbol  s^n  la^voluntad  de  Dio*.   . 

Estupefacto  me  quedé  con  el  sermoncito.  Aprovechaos  de  él,  lecto- 
res; epandp  y^ís  cerca  de  vosotros  &  Doña  Estela  Matutina,  6  á  otra 
de  sus  íieijm^nas,  armaos  de  paciencia,  porque  98  asediará,  hablará  á 
vuestro  corazón  con  las  amenazas  queriendo  imbuiros  las  ideas  más  ab- 
surdas. JF^lices  vosotros  ;oh  liberales!  si  su  visita  no  os  atrae  las  maldi- 
ciones del  Qielo  y  los  odios  de  una  sociedad  fanática  é  intolerante- 


EL  TAHÚR. 


Su  carrejaran  tos  naipes,  ,  l 

. .  ¡Bu  biblioteca, -baraja)», 

Su»  oátedrfcs  lo»  garitos» 

í  «na  bancos  de  cambio  eran  ba'JbtoauB. 

Fra*  G*RUNMO, 

M  jugadora  1  *  Ha  aquí  un  típo  social  qué  ubutífla  en  todo  d  ttiutrdo 
y  que  se  le'  encontrará  á  todas  Was  y  eü  «matesquiera  circunstancia* 
de  la  vida.-  ' 

•I  .  Jpltatafr  ^profesión  es  tm hombre; ifie  ¿bocece *l¡k tadusttri^.  tíiéhe 

eversión  al  trabajo,  y  sería  incapaz  de  vivir  si  VftJtlWi  éu  elemento 

.  >qtoeíaon  fep  nadp^s.  Acostumbrado  k  vivirá  la  ttáácHtóJ'  pasa  'sus  d&a 

.  ida  toa  bufaros,  «alus  casas  dé  jnegó  tñfá  ^^úM^^Í  fen  tóúeftfté  Ú¿¿ 

tes  donde  puede  ejercer  con  buéñ  éxítd  sto  WW^iVÁ'  ¿Wíé¿i6&í  '!'"  '*J  ¡ 


=f¿mc*MM*ft*ttt 


■ 


243. 

nombre  de  Sociedad  aguardando  qm?  aparezca  {ji^(inQfíetit,e  pichón  a 
quien  desplumar;  y  si  cae  en  sus  manos  un  inéxppto,  todoá  $e  agitan 
de  placer,  echan  el  vao  ásu  víctima,  como  el  boa  copgtríobor;  se  mues- 
tran oon  él  afables,  desinteresados,  y  lo  invitan  i3aSa*  a)fyu:es  sólo  por 
pasatiempo.  Todos  le  ofrecen  dinero  para  comprometerlp,  á  cuyo  fin 
no  omiten  bálagos  á  su  vanidad. 

r- Br.  magistrado,  Sr,  general,  Sr.  Doctor,  ¿gusta. ^d,  de  divertirse?  t 
aquí  tiene  Ud,  asiento  y  fondos,— ^le  dice  alguno  de  I09  ¿siston,tes  á  ios 
garitos,  sin  perdonarle  una  sola  letra  de  su  dic^do. 

— Doy  a  Ud,  laa  gracias,  amigo  mío.  ... 

Él  tahúr  que  se  oye  llamar  amigo  por  un  pesonage,  será  $ú,  panegi- 
rista wÁá  ardiente;  todos  rodean  á  la  víctima  dirigiéndole  invitaciones. 

—  ¿Juega  UdL  trecillo?  ¿muí illa?  ¿conquián?  ¿pecado? 

r^ ¿Juega  VA.  tu  Le?  ¿reotoy?  ¿mus?  ¿malilla  abarrotada? 

r— Señorea,  nada  juego;  estoy  indispuesto:  padezco  de  jaqueca,  cólico, 
dolor  de  muelas,  dolores  reumáticos,  * 

.  — ^Ya!  ¡cómo  en  nlgu  hemos  d*  pasar  el  tiempol 

¡Mil  ^ i  faltaran  distracciones,  nos  morin'nmQS  de  laastíp. 

Cíida  uno  tiene  su  juego  favorito,  y  en  lo  general  ninguno  ignoran, 
mucho  menos  la?  trampas  ingenios  n  a  t|ue  les  ha  enseñado  U  experiencia. 

Graciosas  son  las  discusiones  del  jugador  sobre  el  hopór  y  la  buena 
fé;  todos  aborrecen  el  robo,  y  se  morirían  de  hambre  antes  que  tomar  lo 
ageno  contra  la  voluntad  de  .su  dueño;  pero  dan  un  conejo^  (1)  y  no  re- 
prueban  esta  manera  de  robar  que  está  autorizada  por  sus  preceptos. 

El  jugador,  según  la  moral  que  practica,  es  hombre  de  bien  porque 
no  roba  a  mano  armada,  aunque  en  cambio  sea  ebrio  consuetudinario; 
entonces  será  hombre  de  bien  borrachito;  e&  i(¡LÓneót  porque  paga  con 
puntualidad  las  deudas  que  contrajo  en  el  jiiego,  aunque  sea  omiso  en 
pagar  las  contraídas  en'otra  sociedad. 

En  su  sentir,  no  hay  hombres  más  útiles  que  los  que  se  consagran  á  la 
ciencia  de  Birján.  2n  el  .garito  se  practica  la  verdadera  caridad  con  los 
hermanos  del  cordón,  pues  no  hay  madre  corto  uup  baraja.  El  mejor 
sistema  de  gobierno  es  el  que  tolera  el  juego,  según  sus  máximas;  el 
más  tiránico  el  que  lo  persigue.  Una'  banca  es  el  refrigerio  del  pobre, 
porque  socorre  sus  necesidades;  el  pasatiempo  del  rico,  porque  esparce 
sus  riquezas;  la  sal  /a  guardia  de  los  gobiernos,  porgue  distrae  á  los  re- 
volucionarios; la  ilusión  dorarla  de  los  codiciosos,  porque  pueden  enri- 
quecerse con  un  golpe  de  fortuna  bonancible.  Y  yo,  sin  aspirar  al  tí- 
tulo de  moralista,  creo  que  el  juego  es  nocivo  sea  eual  fuere  el  lado  por 
donde  se  le  examine;  es  halagadora  su  provocación,  y  á  todos  nos  sedu- 
ce, á  todos  nos  agrada,  cuando  la  fortuna  nos  manda  sus  favores;  de- 
ploramos sus  malas  consecuencias  ciando  una  judia  nos  ha  vaciado  el 
bolsillo,  y  ésto  aun  cuando  ños  pónganlos  hájo  el  patrocinio  de  una  Cruz, 
santiguándonos  al  comenzar  tan  buena  obra.  Un  observador,  un  filó- 
sofo, acaso  una  víctima,  ha  escrito  una   obra  profunda,  eon  el  título  de 

(1)  Dar  un  conejo  llaman  al  acto  eje  ver  la  carta  que  esta  en  la  puerta 
de  la  baraja  después  de  alzada,  jmra  verla  con  disimulo.     j 


244. 

^Reflexiones  para. después  de  haber  perdido.»  El  título  está  fuera  de 
quicio,  porque  las  observaciones  más  filosóficas  no  reparan  las  pérdidas; 
pero  el  autor  conociendo  el  corazón  humano,  la  obcecación  del  jugador 
que  sueña  en  la  ganancia,  esparce  sus  observaciones,  las  muestra  el  ra- 
ciocinio, cuando  el  hombre  puede  acoger  con  calma  y  con  buen  criterio 
verdades  tan  claras  como  la  luz  meridiana. 

La  avidez  del  banquero,  con  la  fuerza  física  de  sus  ventajas,  con  la 
fuerza  moral  que  le  dan  su  posición  y  capital,  atrae  como  con  un  pode- 
roso imán  la  pequeñas  fortunas,  y  más  tarde  las  grandes.  Si  el  rico  se 
presenta  en  una  casa  do  juego,  alucinado  con  que  podrá  hacer  una  fácil 
ganancia  por  el  equilibrio  que  establecen  dos  fortunas  rivales,  con  apa- 
rente igualdad  en  los  medios  de  defensa,  posible  es  que  pierda,  si  la 
brisa  desf aborable  lo  combate  de  Heno;  pero  nunca  sera  dudoso  su  des- 
falco si  á  los  rigores  de  una  mala  estrellase  unen  las  mil  ventajas  que 
le  lleva  su  adversario,  siendo  el  dueño  de  la  baoca.  Lo  más  racional,  lo 
n\jtó  filosófico  es  considerar  que  un  hado  imparcial,  ni  benévolo  ni  ad- 
verso, preside  sus  destinos  durante  cuatro  horas  de  jugar  la  suerte»  ha- 
brá perdido  tantos  lances  cuantos  ha  ganado,  con  iguales  apuestas,  y 
debería  estar  su  fondo  á  la  misma  altura;  pero  no  es  así  porque  en  cua 
tro  ó  cinco  puertas,  la  banca  absorbe  el  capital  ¿qué  será  si  un  soplo  de 
mala  fortuna  lo  combate?  Es  un  axioma  de  todos  sabido,  que  nde  E- 
nero  á  Enero  el  dinero  es  del  montero. u  Estas  observaciones  no  son 
muy  débiles  junto  á  las  que  enseña  cada  día  la  experiencia  al  que  ejer- 
ce su  propensión  á  los  juegos  de  azar.  Noá  proponemos  sólo  formar  la 
silueta  de  uno  de  nuestros  tipo3  sociales,  especialmente  de  aquellos  que 
siendo  conocidos,  es  fácil  de  hacer  bocetos. 

El  jugador  sabe  qué  pareja  vive  bien  ó  mal  en  su  estado;  sabe  si  D. 
Agapito  es  hombre  (jne  cumpla  con  sus  deberes;  si  su  consorte  le  da  mo- 
tivos de  disgusto;  si  ella  le  tiene  prohibido  jugar,  y  si  llevará  á  mal 
que  se  le  invite  á  capotear  un  torito.  ¿Se  ha  descompuesto  un  matri- 
monio^ Pues  el  tahúr  es  el  primero  qué  lo  sabe,  el  que  dará  razón  de 
lo  acontecido  aun  en  sus  pequeños  detalles;  aventurará  su  opinión  para 
el  porvenir,  porque  tiene  sus  puntitas  de  profeta. 

[Cuantas  escenas  sangrientas!  ¡cuántas  honras  sacrificarlas  en  la  car- 
peta verde! Horabrei  invulnerables  á  los  embates  de  las  grandes  y  de 
las  pequeña*  pasiones,  cayeron  humillados  a  los  pies  de  una  fortuna 
veleidosa  para  que  les  marcara  la  frente  con  el  sello  de  la  infamia  y  de 
la  desnaturalización.  Los  juegos  de  azar  han  sido  la  provocación  á  os- 
curos y  grandes  crímenes,  y  los  eficaces  agitadores  de  aquellas  pasiones 
que  combaten  al  corazón  humano. 

D.  Cleofas  Buenretiro,  alias  el  aparecido,  pues  todos  6on  conocidos 
con  algún  apodo,  es  hombre  que  ha  hecho  fortuna  en  la  carrera  birjá- 
nica  á  costa  de  otros  que  fueron  sacrificados;  viste  con  elegancia,  y  tie- 
ne sus  amarres  y  sus  influencias  con  encumbrados  personagos;  habla  de 
tu  a  los  que  revolotean  en  las  altas  regiones  del  poder;  conversa  con 
los  diploniátícos  y  condimenta  pasteles  para  iniciar  revoluciones.  La 
fortuna  en  los  naipes  eleva  el  mercurio  de  su  termómetro  en  la  influeji- 
cia  y  es  un  augurio  en  el  éxito  de  una  revolución. 


245. 


Ahí  está  una  mena  rodeada  de  hombres  qae  fijan  con  avidez  la  vista 
en  algún  objeto;  guardan  silencio  interrumpido  sólo  por  el  roce  dé  las 
cartas  de  una  baraja;  todos  están  pendientes  del  movimiento  del  gurru- 
pié;  repentinamente  se  agitan,  se  oye  un  murmullo  entre  ellos  seme- 
jante al  que  ocasiona  un  enjambre  alborotado;  unos  rostros  manifiestan 
alegría;  otros  desagrado  ó  desesperación;  hiere  el  oído  el  retintín  del  di- 
nero, la  voz  da  un  regicida  que  mata  al  rey>  ó  la  riña  Con  el  que  ha  le- 
vantado un  muerto. 

¡Dios  los  tenga  de  nu  mano!  De  esa  acalorada  discusión  resultará  un 
duelo.  Tal  vez  Buen  retiro,  mediando  entre  los  contrincantes,  los  llama 
al  órdeu  y  sentencia  en  favor  de  uno,  sea  cual  fuere  el  grado  de  justicia 
que  el  otro  tenga:  desgraciado  del  que  no  se  someta  á  su  dictamen!  que- 
dará con  la  nota  de  tramposo  é  insubordinado.  Si  el  descontento  es 
quisquilloso,  arma  una  de  Dios  es  Cristo;  grita,  blasfema,  arroja  el  di- 
nero sobre  la  mesa  aparentando  desprendimiento,  y  prorumpe  en  dicte- 
rios contra  "1  injusto  juez  é  intrusos  testigos;  entonces  todos  lo  calman 
infundiéndolo  rebi¿uación:  fundados  son  los  temores  de  que  la  confla- 
gración sea  general,  y  la  fiesta  concluya  comolelrosario  de  la  aurora,  á 
gritos  y  farolazos. 

Supongamos  que  nuestro  héroe  aprendiera  en  su  juventud  un  oficio 
ó  profesión  con  lo  que  ganará  una  vida  pacífica  y  honrada;  pero  probó 
las  dulzuras  de  la  olgazanería,  disfrutó  el  deleite  de  la  baraja,  y  des- 
pués de  hacer  sus  estudios  en  la  banca,  practicado  en  los  encierritos  y 
demás  fiestas  birjánicas,  fué  recibido  en-  la  facultad  fulleresca  por  sus 
dignos  maestros. 

Para  adquirir  el  título  de  tahúr  de  profesión,  es  necesario: 

Saber  amarrar  un  albur;  la  habilidad  consiste  en  echarlos  viejos  y  d 
la  puerta. 

Hacer  volar  una  carta  de  la  puerta  i  la  azotea*  ó  que  baje  con  tra- 
moya sin  que  lo  sienta  la  tierra. 

Pasar  la  carta  con  el  auxilio  de  doña  Cera-fina. 

Conocer  por  el  marco  el  manjar  y  la  carta. 

Tener  buena  vista  para  observar  el  pequeño  punto  negro  con  que  á 
propósito  se  señala  la  carta  por  el  reverso,  ó  para  atiabar  el   barajo. 

Ítem  más:  una  multitud  de  circunstancias,  como  son  las  de  dobletear 
unapiea,  pagar  con  puntualidad  las  cajas  á  canta  gallo,  y  ser  francos 
en  la  prosperidad  para  con  los  coetáneos  en  la  adversidad,  porque  nhoy 
por  tí  y  mañana  por  mí.  r? 

Estos  son  tipos  vulgares.  Hay  en  la  clase  escogí da"otros  que  son  lo 
afiligranado  del  arte,  lo  selecto  de  la  sociedad  fina  que  ejercen  Rus  fa- 
cultades en  el  misterio,  en  unas  regiones  decentes  y  aristocráticas.  Es- 
tos no  descienden  á  la  cloaca  del  vicio,  á  los  garitos  ratoneros  de  juga- 
dores poco  dinerosos:  la  gente  decente  es  decente  hasta  bn  sus  livian- 
dades y  sus  fullerías  son  también  decentes;  por  éso  la  hermosura  ejer- 
ce gran  fascinación  para  atraer  al  garito  y  al  garlito  aristocráticos  af 
hombre  acaudalado. 

i  Cuánto  poder  han  tenido  siempre  unos  ojos  negros! 


S46, 

Hemos  descrito  al  tahúr  en  general;  veamos  ahora  algunos  ratgos 
do  bu  vida  íntima 

D.  Roque  Precursor,  alias  el  adivine,  es  un  hombre  de  treinta  y  cin- 
co á  cuarenta  año?  de  edad;  es  casado  y  tiepQ  cinco  hijos»  sin  contar 
con  algunos  sobrinos;  no  se  le  conocen  bienes,  pero  sostiene  á  su  fami- 
lia con  lvtjo  y  comodidad:  su  industria  es  la  baraja.  Eú  preciso  decir 
que  all^  en  otro,  tiempo,  sus  padres  se  empegaron  en  que  el  muchacho 
había  de  aprender  un  oficio  ó  una  profesión  para  adquirir  honradamen- 
te la  subsistenda,  y  determinaron  ponerlo  de  apreddia  en  la  áastrería 
del  maestro  mas  afamado  y  rígido  de  la  ciudad;  <  éste  se  comprometió  á 
dirigir  la  educación  de  Boque  hasta  dejarlo  perfeccionado  en  «1  arte  y 
capaz  de  ser*  útil  á  la  sociedad;  pero  nuestro  héroe,  cansado  de  estar, 
hecho  tres  dobleces  todo  el  día,  hilvanando  pantalones  ó  calentando 
pl&rtchaa,  cobrando  cuenta»  envejecidas,  y  paseando  muchachos*  defcer* 
minó  emprender  otro  arte  de  mas  batios  horizontes,  y  se  hizo  aprendiz 
de.sacriatin.  Allí  le  esperaban  nuevos  trabajos;  atizar  la  lámpara,  ves- 
tir santos,  encender. velas)  esos  sí  eran  ejereáck*  duros  en  que  lloran  los 
bombree,  y.  se  resolvió  pon  una  carrera  enJa  qud  sin  afanes  adquiriera 
un  modo  honesto  de  vivir.  £1  continuo  trato  con  los  tahúres,  la  holga- 
zanería que  le  brindaba  con  sus  halagos,  violentaron  su  fieciáión  y  entró 
llepo  de  esperanza  en  la  cofradía  de  Binan;  hizo  á  yn  lado  las  objetos 
de  sacristía,  como  había  abandonado  la  herramienta  sastreril,  y  los  re- 
emplazó con  una  baraja  compuesta  á^  judia  y  contra;  se  puso  bajo  los 
auspicios  de  un  hábil  jugador,  quién  le  enseñó  los  principales  lances  de 
ataque  y  defensa,  y  eñ  poco  tiempo  f  uá-IX  üoque  Precursor  un  tahúr, 
terror  de  los  inexpertos,  capaz  de  rivalizar  con  los  cósicos  del  arte. 
No  tiene  otra  ocupación  que  jugar  á  todas  horas;  por  la  mañana  deja  la 
cama  temprano,  marcha  álos  centros  de  juego  para  ehar  unas  manilas 
de  pecado  ó  de  pókar,  ésto  es,  eu  «aso  de  que  no  se  forme  una.  jugada; 
que  si  se  inauornra  a  horas  extraordinarias,  él  será  el  gurrv/pié^  de  lo 
contrario  celebra  cada  tahúr  alianza  oou  sus  valedores  para  auxiliarse 
mutuamente  en  raso  de  que  hagan  el  papel  de  brujan;  siJlegan  A  ganar, 
remiten  la  ganancia,  previa  una  recompensa  con  el  iná$.  perdido,  á  la 
familia  para  cubrir  bis  necesidades  del  día. 

A  la  hora  en  que  á  £>.  Roque  se  lepara  el  águila,  que  acierta  cinco  al- 
bures contrajudios,  que  paga  sus  deudas  atrasadas,  marcha  luego  á  en- 
tregar  á  la  consorte  e}  fruto  de  la  ganancia:  ésta  hace  sus  abonos  ep  la. 
tienda  inmediata,  paga  al  aguador  y  cocinera,  da  alguna/*  monedas  á 
los  chique  los  para  golosinas..  se  desempeñan  las  alhajas,  y  se  celebra  la 
ganancia  con  un  baile.  Fácil  es  coioc^r  el  día  en  que  á  un  tahúr  le  ha. 
soplado  el  vienta  de  una  buena  fortuna*  pues  las  niños  satisfacen  los 
apetitos  atrasados;  llaman  al  vendimiero  y  le  compran  toda  la  vendi- 
mia, igual  co*a  pasacon  el  nevero,  la  lechera  y  toda  clase  de  voceadores. 
Transcurre  el  tiempo;  si  á  1).  Roque  no  le  ha  tocado  la  suerte  de  ha- 
oer  una  ganancia,  sigue  el  mismo  método  de  vida  descrito;  procura  sa- 
car del  juego  lo  estrictamente  necesario,  y  le  es  indiferente  la  educa- 
ción de  sus  hijos:,  ellos  siguen  la  misma  carrera  de  su  padre. 

Aunque  hay  ^ran  variedad  de  tahúres,  todos   son  de  la  misma  espe- 


247, 

cié;  la  variedad  consiste  en  que  uno»  van  al  garito  sin  blanca;  otros  son 
proyectistas  que  destinan  un  capital  á  luerar  diariamente  una  entidad 
con  que  subvenir  &  sus  necesidades,  otros  son  banquero»  que  jMegaft 
con  las  ventajas  de  la  banca  y  serán  dueños  de  la*  fortunas  d»  ¿H  que 
por  ser  puntos  se  apuntan.  ?  •  VT 

No  sera,  fácil  bacer  una  descripción  tan  general  que.  en  un  solo  cua* 
dro  se  presentaran  bocetos  d?  |ps  distintos  pe^sojtyj^s  qu$  vuelan  al  re* 
dedor  de  una  fortuna  siempre  engañosa;  sus  veleidades  los.oscufnbran 
á  veqes  hasta  la  abundancia*  u.  despieodeij  &  la,  abyección  de  la  indi* 
gencia.  Hemos  conoció  nachos  bapqu^ros.qije  en  poco  tirapo  se  siir 
riquecipron,  que  trasmiten  o  sus  descendientes!  las  riquesae  adquiridas 
en  los  días  de  una  próspera  fortuna;  maj»  ao  henaos  conocido,  tfn  solo 
punto  que.se  salve  dipl.  pauíjragitf  sft  1*^  bp^ascas  d*  1*  vida.. 

El  talyur  muere  díyifydq  i  ¡sqs  hijos,  un  iioipbre  o#wo>  y  pQ*  heren- 
cia su  profesión  perniciosa;  su,  memoria  fs  exceqrada  por  las  familia? 
;  cuyo  patrimonio  s&ijrjfipHroi*  ¿us  ávidos  dedeos  á  au  Ambición  desme- 
dida. .  -.   ,  ■:!«        '' 


Carta  6  "El  Federalista.^ 


Br.  D.  Alfredo  Babldt 
Muy  estimado  amigo: 


Méjico,  AtyH  30  do  18,73. 


Considero  xx>mo  un  comedimiento,  <me  ag^d¡e?co  la  carta  quahfcitet- 
nido  XJá,  á  bien  dirtórme,  solicitando  perm^sqp^  publjpar  Pfú  bio- 
grafía, pues  siendo  Ud.  escritor  y  yo  tombr^R^bíjí^^st^jW- »)SP 
derecho  para  ocuparse  de  nri,  aipi  sin  mi  vblqjfi^^^    *      t)(J  s. 

Voy,  pues,  á  dar  á  U(j.  ¿Jgpoóp  detalle*  biográficos,  porque  infiero 
que  será  caricata  la  ménóim$d#  biqgnfcfíar   : 

Nací  en  C^villo,.qnéÍ  E^clp  {le  Aguascaliwtop,  *l  2J  4e  En«ro  de 
1839. ''  Puede  Üd.  ponerme  Repasa  a#<»  $p  SfM*  Wl*  W.  toe  . que  re- 
presente).       /'^  .  •  .    ,  ,  ti  ,.  (¡íli,  .. 

No  secólo  mi  venerado  ^adre  júfo  jnpaginár&p  qwy*>  tendría  va- 
lor y  aire  maréial,  y  me  m^(J4>l  C¿J^9  J^ijÁtftr  p^ftwidK^dqui- 
riera  la  ciencia  de  la  guerra.  ¡Dios'lo  tenga  én  su  santa  gloria!  ¡cuán- 
to se  engañó  el  angelito!    Japiás  pude  pasar  de  recluta. 

Fui  artesatafó.  * 

Fui  industrial.  ,  % 

Soy  agricultor. 

Soy  diputado. 

{Cuántos  cambios  de  la  inconstante  fortuna!  Unas  veces,  habitando 
en  las  cabanas  de  los  pastores,  comí  la  borona  del  destierro,  y  otras  n*e 
he  colocado  en  los  palacios  de  los  magnates. 

Admírese  Ud! 

Me  eligieron  diputado  al  3  °  y  al  4  °  Congreso;  después  al  5  °  y  al 


6  P   Sv  Dios  y  Calvillo  no  ío  remedian,  voy  á  dejar  muy  atrás  á  D.  Benito. 

No  tengo  vicios. 

No  tengo  virtudes. 
;j  No  ten go  ttden to. 

No  tongo  din  to. 

La  involución  de  Reforma  me  infundió  ímpetus  guerreros,  y  me  lan- 
cé éelhi  con  bnen  éxito.  Asistí  á  varios  combates  y  ñunGa  supe  lo  qíle 
fué  perder,  pues  parece  que  los  escogía.  El  genio  de  la  victoria  diri- 
gía siempre  mis  pa*os;  sólo  me'  tocó  entar  en  las  acciones  que  ganaba- 
mos  los  liberales,  y  nó  en  la*  que  perdíanlos.  Salo  me  hace  suponer  que 
mi  padre  no  tenía  tan  mal  ojo. 

Fuf  Sentenciado  á  muerte  por  una  Corte  marcial  francesa,  y  grupos 
distintos  de  íuis  buenos  amigos  me  hicieron  tres  ataúdes;  pero  me  en- 
comendé á  las  ortce  mil  vírgenes,  á  quienes  tengo  particular  predilec- 
ción, y  por  ruegos  de  mis  adorables  paisanas  pude  salvarme. 

Sentí  los  primeros  pujos  de  escritor,  bomo  dice  Fígaro,  y  me  arrojé 
al  periodismo;  me  ocasionó  muchos  sinsabores  mi  nueva  vocación.  Fui 
víctima  de  la  ley  Otero  y  de  la  ley  "Lafragua,  en  cuyas  telarañas  se  a- 
prisionan  los  mosquitos  pero  no  los  moscardones.  Visité  con  frecuen- 
cia la  cárcel,  y  la  prisión  solitaria  fa^^A  lugar  de  mis  meditaciones  y 
de  mis  remordimientos.  Nadie  siente  los  horrores  de  la  tiranía  sino 
cuando  ésta  nos  hiere  de  cerca;  por  eso  .inicié  en  el  Congreso  se  decla- 
rara orgánica  para  la  prensa  la  ley  de  Zarco  que  actualmente  rige. 

En  busca  de  gloriosos  lauros  ensayé  Ja, literatura  dramática;  escribí 
varias  piezas  teatrales,  y  al  ponerse  en  escena  una  de  ellas  en  esta  Ca- 
pital me  dieron  una  silva...  ¡qué  digo!  ¿una  silva?  me  pegaron  una  silba- 
da que  todavía  no  vuelvo  en  mí  del  sofoco.  No  tuve  ni  el  recurso  de 
«charle  la  culpa  &  los  cóinicos,  porque  es  camino  trillado.  Mis  amigos, 
capitaneados  por  Joaquín  Aléatele,  me  aplaudieron!  y  acabaron  por  ¡co- 
ronar la  obra,  pues  olvidaron  aquello  de 

Alabanza  no  merecida 
Sólo  es  sátira  escondida. 

Sepa  TJd.,  Sr.  Bablot,  que  soy  miembro  del  Liceo  Hidalgo,  y  estoy 
postulado  para  serlo  de  la  Sociedad  de  Geogafía  y  Estadística.  Si  la 
fortuna  no  sigue  esquiva,  como  hasta  aquí,  no  sé  á  dopde  podré  ir  á  dar. 

>  Donde  quiera  que  me  enctientrp,  yo  saludaré  á  Ud.,  Sr.  Bablot,  con 
la  estimación  qué  siempre  le  ha  profesado  su  amigo  y  servidor 


Jjsús  F.  Lópxzt 


i 


ÍNDICE  DEL  TOMO  I. 


advertencia....... 

Í\los  lectores; 
^presiones  de  viaje.    Fragmento  de  mp  meiriorifs 
Desahogos  humorísticos.    A  vuela  pluaia.    T 

El  Cucharón ,..,.,.......; 

J^que  al  rey.    Saínete  "pdKtiéb-bttrlésbó; 

I#  Tenia... 

ÍJJ  León  agredido.    (  Apólpgo) 

Los  avesiínicéáy  ei  erario: . . 

uLa  Instrucción  del  Pueblo .■ . 

Historia  del  ..Siglo  XIX... 

Historia  de  ., El  Monitor  Republicano... 

Economías 

La  ciencia  aplicada  á  la  administración. 
La  Teoría  de  Darwin. 

Las  Golondrinas 

El  Talento  de  los  brutos. 
La  Linterna  mágica. 
¿Escándalo?  ¿Por  qué?. 
..La  Voz  del  Pueblo» . 
Títeres.     Primera  tanda. 
Títeres.    Segunda  función. 
t.La  Linterna  deDiógenes... 

Tiros  al  blanco 

La  Peregrinación 

Carnaval 

Un  tiro  á  qnema  ropa. 


i  -4  é  .   •  ¿   4  #*  •    ■ 


Tipos  sociales.     Las  niñas  Armengol 

•La  Visión  do  Fray   Junípero 

•     Sermón  predicado  por  el  Reverendo  Padre  Fray   Robustiano 
de  las  llagas  del  Divino  Redentor 

Juego  de  Prendas 

Gasa  de  Orates,  tragi-comedia-  mimo-dramático-sentimental. 

Juego  de  treinta  y  una 

Las  yolas  y  el  Municipio . . . . , 

Justicia  seca  y  reseca 

Crepúsculo  boreaL    Nuestros  propósitos 

Pan  y  Toros . . 

Las  recuas  de  Antaño *. , 

Contestación  á  una  carta  de  un  señor  Bautista 

Contestación  á  otra  célebre  carta  del  mismo  señor  Bautista.. . 

Ya  pareció  lo  pendido. . .-» --^ . .  ,-.-*-.  *  • 

Catalepsia. »..  .v.  *••:;•*  .4  .  t ,  .•-/.  - •  J 

Lo  que  va  de  ayer  á  hoy.     Entremés. 

La  vida  parlamentaria.     Zarzuela 

Los  partidos  personales , 

Las  altas  regiones.     Saínete 

?  Verdades  ocultas 

Qui  qüíri  qúí.'.V. ......  V. ..... . .« .' 

Propósito  firme..,.  .'...".'.'.'...*.,.-.".". .  . -. !.'.'.  '. .  "., 

Historia  natural    Animales  inofensivos 

El  cerró  dé  las  fórturiaaj. • 

Los  caballos  de*  brío  y  los  caballos  dé  los  lecheros 

Garrotazo  de  ciégóv 

El  cuitó  á  Satanás.*... .... .7. . . . . ..' 

Tipos  socíaléá "  üoña  María  de  la  Salutación  Zamarripa.  , . 

í)oñá Estela  Matutina.'.'.'. 

El  Tahúr: .i:;::..:..:.:.::::::.: ........  fi... 

Carta  á  „E1  Fódóralístáii. . . .  J . . ...;... ., 


■  Y*  *  ' 


136- 
142- 

145. 
151. 
154. 
158. 
161. 
163. 
165. 
171í 
172. 
174. 
178. 
182. 
183. 
187. 
192. 
196. 
200. 
205. 
208. 
210. 
214. 
217 
221. 
225. 


232. 
238. 
Ó42. 
247. 


a 


Colección  de  artículos  literarios  y  humorísticos;  Morales,  Filosóficos.  Críticos,  Biográfi- 
cos, Discursos,  Peroraciones,  Viajes,  Costumbres,  Revistas, 
Novelas,  Dramas,  Comedias,  Soliloquios  teatrales 

POE 

QUERUBÍN. 


SESO  SE  AGUACHENTES  EN  TESTIMONIO  SE  GRATITUD, 
TOMO  SEGUNDO. 


AGÜASCALIENTES. 
IMPRENTA  DE  EL  ÁGUILA.— PRIMERA  DEL  OBRADOR  NUMERO  20. 

1897. 


süiYAS  fisoraoAs. 


LA  SOLEDAD. 


Por  estos  verdes  campos,  trepando,  riscos  escarpados,  vagan,  siervos 
.que  buscan  el  frutó  del  itumzajii)lo¿  la*  hojas  del  alholva  y  la  sombra 
dé'lps  madroños,  cuyo'  foll^gef  se  pierde  entre  las  nubes.  Las  madre- 
selvas t^jeti  redes  vistosísimas,  y  los  arroyos  murmuran  con  suave  en- 
tonación. .,        ;  * 

,Bajo  esas  impresione^  melancólicas  entregaré  á  las  auras  las  quejas 
dé  pu  alma  pesarosa;  mezclaré  los  lamentos  que  arranca  el  dolor  con 
los  suspiros  de  la  .brisa  y  con  los  arrullos  de  la  tórtola  • 

Los  objetos  que  me  rodean  disponen  el  plma  á  la  meditación;  el  pen- 
samiento recorre  por  los  días  que  ya  pasaron.  Bello  es  escuchar  el  gor- 
geó  de  las  aves  cuando  hacen  oscilar  las  rawias  sobre  las  cuales  repo- 
san cuando  el  corazón  no  sintió  los  dardos  del  infortunio,  sorprender 
á  los  pájaros  que  anidan  entre  zarzas,  escuchar  los  trinos  del  zenzoníle 
que  interpretan  nuestros  afectos;  ¡cuín  impórtente  es  escuchar  el  susu- 
rro de  la  Naturaleza,  el  mugir  del  toro  que  husmead  viento,  de  las  .fie- 
ras el  rugido  que  se  trasforma  en  melodía  y  que  reproduce  en  sonidos 
cadenciosos  el  eco  de  las  montañas!  Esos  días  cruzaron  como  meteo- 
ros, dejando  en  mí  gratísimas  impresiones:  así  la  Primavera,, al  despo- 
jarse de  sus  galas,  deja  huellas  de  su  paso,  simbolizadas  en  las  flores 
marchitas  y  en  las  hojas  secas.  , 

Un  hado  fatal  me  arrojó  á  este  sitio  para  contemplar  un  cielo  jai», 
azul,  y  en  el  que  las  ondulaciones  de  los  montes  repiten  mis  cantares» 
Al  caer  la  tarde  yo  descanso  sobre  el  musgo;  el  relente,  precursor  de  l& 
noche,  refresca  mis  sienes  como  humedece  los  cálices  de  las,  florep;  m£t 
adormece  el  zumbar  de  ios  insectos  vespertinos,  el  chirrido  de  la  ciga- 
rra, :y.  el  canto  crepuscular  de  algunas  aves.  Con  los  últimos  destellos 
deí.sol^que  se  oculta,  viene  a  la  fantasía  la  imagen  de  un  ser  querido; 
su  sonara  es  \m  amparo,  mi  única  compañía,  el  sólo  pensamiento  que 
me  recrea,  en  la  soledad. 

Brilló  mi  dicha  y  despareció,  como  el  relámpago   que  brilla  en  el  O- 
riente  j  $e  oculta  en  el  Ocaso;  desde  entonces  recorro   estas  comarcas  j 
cual  yjagero  perdido  en  el  desierto;  es  mi  vida  una  noche  lóbrega  y  e- 

1  terna,  en  que  no  se  percibp  el  fulgor  de  algún  lucero.  Felices  los  hom- 
ares son  si  reciben  los  consuelos  de  la  amistadeuando  Imbitan  estos  pá- 
ramos tan  llenos  de  misterios.  Las  viageras  golondrinas  anidan  en  las 
molduras  que  conservan  el  techo  de  las  cabanas  arruinadas,  como  si  e 


lias  también  anhelaran  el  silencio  de  la  soledad  para  recordar  los  paí- 
ses lejanos  en  que  lian  revolado;  ellas  animan  con  sn  algarabía  aque- 
llas praderas  llevando  el  sustento  á  sus  polluelos;  recorren  las  selvas 
como  flechas  y  se  mecen  sobre  los  abismos;  el  rocío  humedece  sft  plu- 
inage  como  humedece  las  jerpas  de  la  vid  silvestre. 

Aquí  soñaba  un  Edén;  aquí  me  seducía  la  esperanza,  único  halago 
que  no  tiene  fin,  y  con  el  que  nos  brinda  un  destino  acerbo.  Hubo  un 
tiempo  en  que  la  voz  de  ese  ser  querido  llegaba  á  mí,  abriéndome  los 
horizontes  de  una  felicidad  inefable;  por  altiraa  vez  le  vieron  mis  ojos 
en  una  tarde  apacible  á  la  que  siguió  la  nocturna  umbría.  La  tempes- 
tad «nvolvía  á  la  tierra  entre  su  manto;  era  imponente  su  rugir  y  lívi- 
do su  destello;  allí  escuchaba  la  voz  de  Dios  y  veía  su  mirada  exten- 
derse hasta  la  aurora  si  el  estruendo  pavoroso  del  rayo  resonaba  en  la 
comarca.  Yo  la  percibí  á  la  luz  de  los  reláímpagas,  aérea,  pura,  snMi-. 
me,  cual  las  nubes  que  se  levantan  de  los  mares;  su  acento  ya  no  reso- 
nó en  mis  oídos  argentino  como  otras  veces;  desde  ese  instante  inclina 
mi  frente  al  peso  del  dolor,  y  recorro  estos  campos  á  manera  del  sier- 
vo que  herido  por  una  flecha  recorre  los  sitio»  solitarios. 

Ven,  pues,  á  mis  labios,  nombre  armónico  y  divino;  el  recuento  de 
tus  bondades  me  inspirará  pensamientos  melancólicos.  Oh!  si  las  ilu- 
siones que  cruzaban  por  mi  mente  hoy  las  hiciera  brillar  un  destello  de 
aquellos  ojos!  si  llegara  de  nuevo  á  mi  oído  aquel  acento,  suave  como 
las  notas  del  zampona  pastoril  [cuántos  encantos  esparcirían  en  su  de- 
rredor estas  colina»,  silenciosas!  Entre  las  quiebras  de  las  montañas, 
en  el  seno  de  esté  bosque,  me  entregaré  á  mi  dolor  y  nadie  será  testigo 
de  mis  lágrimas. 

Cuando  el  canto  de  las  aves  venga  á  sacarme  de  raí  letargo,  estará  fi- 
ja en  mi  fantasía,  como  aquellos  pensamientos  que  se  mecen  en  las  on~ 
das  de  una  aliña  melancólica;  si  es  feliz  me  enternecerá  su  dicha;  la  ir- 
dea  de  su  bienestar  tornará  en  agradables  aún  los  páramos  agrestes; 
mentalmente  asistiré  á  las  escenas  que  forje  en  su  deliciosa  estancia: 
¡qué  poético  será  ese  silencio  solo  interrumpido  por  las  cascada»!  ¡qué 
armoniosos  los  sonidos  de  la  Naturaleza!  ¡qué  misterioso  el  soplo  del 
huracán  cuando  agita  las  florestas!  Las  aves  prorrumpen  sus  dulces 
himnos  si  mis  labios  articulan  su  nombre;  cuanto  me  rodea  tfae  k  mi  i 
memoria  aquellos  días  en  que  juntos  recorrimos  estos  ribazos,  anima- 
dos por  i>n  afecto  inextinguible. 

Nombre  adorado,  pensamiento  inseparable  de  mí  memoria,  no  me  a- 
bandones;  mi  boca  te  pronuncia  cuando  contemplo  del  torrente  las  on- 
das espumosas;  cuando  la  noche  recoge  los  rumores  de  la  selva;  cuando 
la  aurora  inspira  á  las  aves  sus  amorosos  salmos.  A  los  arpegios  de  los 
cantores  alados  de  esto»  desiertos,  irán  mezcladas  para  tí  mis  salutacio- ; 
nes;  sí  llegan  con  beneplácito  k  tu  oido,  volverá  la  paz  al  corazón  y  la 
serenidad  al  alma  mía;  hoy  responde  solo  k  mis  quejas  el  estruendo  de 
las  cascadas,  el  gemir  de  lo»  zefiros  al  cruzar  por  el  follage  de  los  ár- 
boles. 

Venid,  pues,  dulces  recuerdos  de  perdidas  esperanzas,  brotad   en  mi 


3. 

memoria  á  la  sombra  de  estos  madroños  y  derramad  en  mi  espirita  la 
agradable  melanoololía. 

¡Dios  mioi  que  no  se  extingan  en  mí  estas  gratas  reminiscencias;  que 
no  olvide  aquellos  días  en  que  juntos  visitamos  estos  vergeles. 

Si  los  recuerdos  son  el  perfume  de  las  almas,  permite  que  la  mía 
bendiga  su  nombre  cada  vez  que  la  soledad  me  extasié  con  su  silencio  y 
el  bosque  con  sus  plácidos'  rumores. 

Octubre  7  de  1862. 


UNA  CONFIDENCIA 

Para  el  Álbum  de  una  Señorita. 


i. 

Quiero  escribir  en  tu  álbum  un  recuerdo;  quiero  dedicarte  una  bibra- 
ción  pasajera  de  mi  lira,  un  pensamiento  que  simbolice  mi  amistad:  es- 
tas líneas  serán  únicamente  la  espresión  sincera  de  mi  afecto. 

Cuan  grato  es  encontrar  en  el  sendero  de  ia  vida  un  corazón  don- 
de resuene  el  eco  de  nuestros  lamentos,  una  voz  que  mitigue  nues- 
tros pesares,  que  derramo  en  nuestra  alma,  herida  por  el  infortu- 
nio, nn  bálsamo  consolador;  el  pecho,  inflamado  por  uu  sentimiento  ine- 
fable, desea  depositar  en  el  seno  de  la  cordial  amistad  sus  tribulaciones. 

Cuando  te  conocí  por  la  vez  primera;  cuando  el  destello  de  tus  ojos 
fué  á  herir  los  mios,  pude  ver  en  tu  semblante  un  no  sé  qué,  signo  de 
bondad  que  me  acercaba  á  tí;  yo  descubrí  en  él  un  sentimiento  de  ter- 
nura; el  destino  me  privó  en  muchos  días  el  verte,  y  aquel  fugaz  pen- 
samiento quedó  adormecido  en  el  fondo  de  mi  pecho,  hasta  el  instante 
en  que  el  fuego  de  tu  bondad  lo  reanimara:  yo  estuve  á  tu  lado,  y  des- 
de luego  sentí  el  deseo  de  confiarte  mis  secretos,  esos  secretos  íntimos 
que  solo  se  depositan  en  el  seno  de  la  verdadera  amistad. 

¿Qué  misterioso  sentimiento  me  acercaba  á  tí?  Cuando  te  presenta- 
bas á  mi  vÍ6ta,  mi  alma  se  complacía;  mi  corazón  latió  con  violencia,  y 
un  júbilo  secreto  me  animaba;  el  signo  de  la  indeferencia  aparecía  en 
tu  frente,  y  á  pesar  de  esa  repulsa  jamás  te  vi  sin  conmoverme.  Qué, 
¿esa  languidez  de  tus  miradas  y  el  seductor  conjunto  de  tus  facciones 
ese  encanto  de  la  juventud  habría  avasallado  mi  afecto  y  sometidolo  á 
su  mágico,  irresistible  poderío?  ¿Te  amaba  acaso  con  la  esperanza  de 
conquistar  tu  amor  y  ofrecerte  el  mío  como  una  respetuosa  ovasión, 
como  una  ofrenda?  No,  mi  amor  no  puede  pertenecer  lícitamente  á  o- 
tra  mugcr;  ¿qué  misterioso  sentimiento  me  acercaba  á  tí?  ¿Esa  aureola 
de  simpatía  que  te  rodea,  humilló  á  tus  pies  mis  afecciones,  obligáudo- 


■   .      ^^r~—  - 


;Ks  el  amor  ó  la  aniis- 


mo  á  depositaren  tí  mis  6entiin;^ntos  íntimos' 
tad  quién  me  impele  hacia  tí,  p¿ua,  n.o  u*  •  .;  * 
consuelo? 

Créelo,  niña,  es  la  amistad  sincera;  loe  desgraciados  sufren  sin  que 
nadie  compadezca  su  desventura,  y  esta  suele  ser  objeto  de  desdén  para 
ij  106  indiferentes  ó  los  dichosos;  para  todos  los  'que,  rebosando  la  felici- 
dad, gozan  de  las  delicias  del  presente:  mas  otro  corazón  herido  por  el 
infortunio  los  comprenderá,  latirán  igualmente,  obedeciendo  á  un  se- 
creto imperioso  mandato;  yo  he  creído  descubrir  en  tu  semblante  un 
tinte  de  melancolía;  ¿eres  acaso  desgraciada?  ¿Es  solo  una  ficción  el 
júbilo  que  manifiestas  en  el  sarao?  Cuando  tu  voz  reproduce/  las  su- 
blimes concepciones  de  Vei%di  ó  de  Bellini,  esparciendo  en  tu  derredor 
un  encanto  indefinible;  cuando  esos  acentos  van  á  perderse  en  el  espa- 
cio como  los  dulces  sonidos  de  un  salterio,  ¿tu  alma  los  envía  á  un  lu- 
gar lejano,  ó  quieres  que  al  repetirlos  el  eco  resuenen  en  él  fondo  de  li- 
na tumba?  ¡Ahí  esto  será  siempre  un  misterio  *  para  lo£  que  te  tribu- 
tan adoraciones.  ¿Eres  acaso  desgraciada?  Ven,  pues,  á  mi  lado;  nos 
consogremos  mutuamente:  escuclui  uu  rasgo  de  mi  triste  historia. 

íi. 

Niño  aún  perdí  á  mi  madre;  mis  labios  apenas  balbucían  su  nombre, 
(mando  se  hundió  para  siempre  en  el  sepulcro;  no  disfruté  jamás  sus 
dulces  caricias;- soló  por  instinto  adoro  su  memoria.        » 

Nina,  tú  que  eres  feliz  teniendo  una  iriadre,  explícame  lo  que  es  ese 
sublime  afecto;  dime  si  el  corazón  algunavez,  amortiguado  por  las  pa- 
siones y  los  desengaños,  sería  susceptible1  de  olvidarle  como  sucede  coii 
otro  cualquier  mundano  amor;  ditné  si  ese  afecto  se  alberga  para  siem- 
pre en  nuestro  pecho,  ó  si  es  cual  are  pasajera  que  descansa  sobré  una 
roca,  levanta  su  vuelo  silenciosa,  sin  dejar  memoria  de  su  existencia; 
dime  si  el  alma,  al  perderle,  languidece  para  siempre;  si  el  pensamien- 
to, ligero  cual  négi¡a  mariposa,  vaga  errante  por  todas  partes  en  busca 
de  ua  bien  perdido,  y  si  va  á  reposar  al  fin  sobre  la  loza  fría  de  algún 
sepulcro;  dímelo,  pues;  yo  ño  sé  lo  que  son  esas  delicias;  un  vacío  horri- 
ble* ocupó  tai'  corazón  hasta  el  momento  en  que  el  áftgel  de  los  amores 
pulsó  junto  á  mí  su  lira  cadenciosa.  .:...«» 

ni. 

Mi  corazón  sintióla  necesidad, de  amar;  mi  afecto,  puro  como  los  sen- 
timientos de  un  niño,  se  fijó  en  una  muger  hermosa  que  ha  Ueftado 
constantemente  mi  memoria:  desde  el  día  en  que  resonó  en  mi  oído  sú 
voz,  dulce  como  las  vibraciones  que  produce  el  arpa  de  los  poetad; 
desde  el  instante  en  que  mis.  ojos  fueron  á,  revelarle  el  fuego  sacro  qne 
había  en  mi  alma,  solo  viví  para  tributarle  un  culto;  á  todas  partes  la 
siguió  mi  pensamiento,  ya  se  deslizase  fantástica  y  ligera  como  una  ma 


_5. _ 

ga  al  compás  de  una  música  sonora,  ó  ya  se  ocultara  á  mi  vi.sba,  rápida 
como  exhalación  que  cruza  por  el  firmamento  Allá  en  ese  México  en- 
cantador, se  encontraba  Celia  radiante  de  hermosura;  allí  fue  donde  la 
conocí,  y  donde  los  dulces  arpegios  de  su  clave  exaltaban  mi  fantasía. 
¡Cuántas  veces  en  el  silencio  de  la  noche,  y  al  resplandor  de  la  luna, 
fueron  á  disipar  mi  tristeza  los  acentos  de  una  música  lejana!  Sus  ar- 
monías resonaban  en  mi  corazón,  porque  Celia  las  producía,  porque  pa- 
ra tributarme  un  recuerdo  tocaba  con  entusiasmo  la  aria  hermosa  "Cas- 
ta-d¡va.. .  .fi 

Un  día  fué  preciso  alejarme  de  su  lado,  abandonar  aquel  sitio  donde 
se  quedaba  mi  dulce  bien.  Después  de  doce  años  de  ausencia,  aun  es- 
taba fija  en  mi  memoria;  mis  labios  pronunciaban  su  nombre  con  vehe- 
mencia, pues  vivía  sólo  para  adorarla  Yo  vagaba  en  la  soledad  ator- 
mentado de  mis  recuerdos;  su  voz  la  oía  en  el  arrullo  melancólico  de  la 
tórtola,  ó  en  los  sonidos  misteriosos  de  una  naturaleza  salvaje.  Una 
tarde,  después  que  el  sol  había  desaparecido  en  el  Ocaso,  cuando  se  a- 
golp&ban  á.  mi  mente  los  recuerdos  de  otros  días,  llegó  á  mi  oído  un 
dulce  trino.  ¿Era  su  argentina  voz  que  venía  á  consolarme  en  mi  sole- 
dad! ¡Bella  ilusión!  Un  zenzontle  morador  de  aquellas  florestas,  y  que 
abandonó  su  Jaula,  cantaba  en  dulce  melodía  algunas  notas  de  nCas- 
ta-diva ......  n 

¿Melifluo  cantor  de  las  colinas!  Tú  ser&s  mi  compañero  en  la  soledad, 
y  el  confidenterde  mis  amores;  sigue  entonando  esas  notas  melancólicas 
que  tienen  para  mí  tantos  recuerído» 


IV. 

Allí  esta  México  con  sus  torres  magestuosas,  sus  magníficos  palacios, 
sus  hijas  llenas  de  encanto  y  de  voluptuosidad:  allí  está  la  joya  del 
Nuevo  Muiído,  donde  el  viajer*.  se  detiene  para  admirar  las  maravillas 
del  arte  y  de  la  Naturaleza;  alL  está  como  la  reina  del  Adriático,  asen- 
tada sobre  un  lago  de  plata,  adormecida  por  los  cantos  sibaritas  de  los 
bardt>s.  Mi  corazón  se  conmueve  al  contemplarla  y  le  saluda  con  efu- 
sión, con  el  júbilo  del  desterrado  que  vuelve  á  pisar  el  sucio  de,  su  pa? 
tria  Aquel  es  Chapultepec;  aquel  su  bosque  pintoresco,  y  su  poético 
castillo,  que  se  proyecta  en  el  azul  purísimo  del  cielo;  ahí  están  sus  jar- 
dines y  sus  albercas,  donde  yo  pasé  algunos  días  de  mi  juventud,  entre- 
gado al  estudio,  y  recreando  mi  imaginación  con  gloriosas  esperanzas: 
allí  está  el  florido  valle  de  México,  el  cerro  de.Tepellac  y  las  monta* 
ña*  de  nieve  eterna;  todo,  todo  me  recuerda  la  edad  dichosa  de  mi  ado- 
lescencia, cuando  contemplaba  mi  porvenir  como  un.  panorama.dejicio- 
so,  y  mí  alma  sonreía  deslumbrada  por  un  destello  de  amor*  ¡Celia!  jCe- 
lia!  tú  me  hiciste  percibir  en  los  días  flo^idos^de  mi  juventud  los  prime- 
ros ftilgóres  de  mi  felicidad,  y  hoy  causas  mis ,  primeras  impresiones 
cuando^  distingo,  lejana  todavía,  esa  ciudad  herniosa,  A*  .cada,  instante 
que  corre,,  á  cada  paso  que  doy,' me  parece  que  ese  lugar  donde  habitan 
se  aleja  de  int  como  si  rehusara  recibirme  en  su  recinto.     ¿Será  esto  un 


augurio  fatal  ?  ¿Habrás  olvidado  mi  amor?  ¿Conservarás  al  menos  un 
recuerdo  de  quién  te  amó  con  delirio,  de  quién  tiene  tu  imagen  en  su 
pecho,  cual  lucero  que  centellea  en  el  fondo  de  una  fuente?  Y  o  he  pa- 
sado las  horas  tediosas  de  la  noche  pensando  solo  en  tí;  he  sacrificado 
mi  sociego  por  conser/ar  tü  memoria  á  través  de  tantos  años:  desde  que 
me  separé  de  tu  lado,  el  mundo  se  trasformó  á  mis  ojos  en  un  horroro- 
so páramo;  y  si  alguna  vez  fui  al  templo  á  buscar  los  consuelos  de  la  re- 
ligión, solo  era  para  pedirá  Dios  derramara  sobre  tí  inacabables  dichas. 
Hasta  hoy  ha  embellecido  mis  días  una  esperanza:  ¿se  disipará  mañana? 
¿Será  mi  existencia  en  lo  venidero  lo  que  hasta  aquí,  la  prolongación 
continua  de  una  noche  nebulosa  y  triste?  A  trueque  de  perder  cuanto 
me  sea  grato  en  el  mundo,  no  querría  ver  realizado  este  presentimiento. 


En  el  teatro  vi  á'una  muger  en  cuyo  semblante  se  retrataba  la  tris 
teza,  y  cuya  rápida  emoción  disimuló;  un  hombre  oue  estaba  a  su  lado 
llenaba,  al  parecer,  las  atenciones  de  un  esposo.  Nuestras  miradas  se 
encontraban  alguna  vez,  é  iban  á  fijarse  en  un  objeto  indiferente.  La 
orquesta  con  sus  mil  notas  hizo  resonar  por  los  aires  sus  armonías  á  la 
voz  que  una  criatura  angelical,  un  ruiseñat*  irlandés,  transformada  en 
Profetiza  de  Irminsul,  entonaba  esas  divinas  notas  de  Bdlini  que  infun- 
den á  nuestro  corazón  tiernas  emociones;  era  Inés  Nattali  que  avasa- 
llaba ante  sus  pies  á  su  auditorio,  al  Universo. todo,  cuando  escuchaba, 
ledo  de  admiración,  sus  métricos  cantares.  Un  coro  de  sacerdotizas,  o- 
bediente  á  sus  mandatos,  se  postraba  al  rededor  de  la  roca  druídica,  y 
Norma,  la  sibila  de  las  Galias,  la  que  en  otro  tiempo  dominó  bajo  el  ce- 
tro de  su  amor  á  un  altivo  guerrero,  dirigió  á  la  luna  un  himno  de  ado- 
ración. 

La  nota  primera  de  aquel  canto  sagrado  fué  á  traspasar,  cual  una  fle- 
cha, dos  corazones:  una  muger  inclinó  su  frente  al  peso  de  los  recuer- 
dos, y  dejó  correr  por  sus  mejillas  una  lágrima  que  fué  á  perderse  entre 
las  albas  blondas  de  su  vestido;  esa  muger  era  Celia;  era  un  ángel  conmo- 
vido por  el  lenguaje  apasionado  de  la  música ....  íiernísima  muger! 
¿  Alguna  de  esas  lágrimas  sería  consagrada  á  mí?  Por  la  primera  vez  du- 
dé: ¡cuántos  martirios  sufrí  esa  terrible  noche! 

VI. 

Al  día  siguiente  me  dijo  un  amigo  que  Celia  hacía  tres  años  se  ,ha- 
¡  bía  casado. 

r- ¿Es  feliz?  le  pregunté  sintiendo  el  alma  desgarrada,  y  después  de 
1  un  momento  de  silencio. 

Aquella  persona  comprendió  mi  dolor,  adivinó  mi  secreto,  y  por  eso 
tal  vez  esquivó  darme  una  contestación. 

Desde  ese  instante  México  me  pareció  sombrío,  puév  se  habían  desva 
necido  de  un  golpe  las  ilusiones  mas  brillantes  que  ocuparon  desde  ni- 
ño mi  fantasía.     No  quise  permanecer  más  tiempo  en  aquella  ciudad, 


r. 

temiendo  un  encuentro  casual  é  inesperado  con  la  tnuger  á  quién  to^to 
amé,  que  amo  todavía;  sí,  ella  vivirá  en  mi  memoria  hasta  el  último  día 
de  mi  existencia;  el  recuerdo  de  mi  primer,  de  mi  desgraciado  amor,  ira. 
á  consolarme  en  mis  horas  de  tristeza;  su  nombre,  su  adorado  nombre, 
lo  repetiré  siempre  con  ternura,  y  sera  la  palabra  última  que  el  soplo 
de  la  muerte  hiele  entre  mis  labios. .  *  «¡Celia,  Celial  ¡-Dios  mande  so- 
bre tí  sus  bendiciones!! 

¿Quién  olvidará  jamás  á  Ja  muger  que  infundió  en  el  alma  tm  pri- 
mer afecto? 

VIL 

Tal  es  la  historia  de  mi  amor,  ¡oh  niña!  Conserva  pues,  en  las  pagi- 
nas de  tu  álbum  estas  tiernas  memorias,  llores  marchitas  de  mi  espe- 
ranza; y  si  alguna  vez  éstas  líneas  llegaren  á  manos  de  esa  muger  para 
qií  tan  adorada;  si  movida  de  un  sentimiento  de  piedad  te  preguntare 
|  por  mí,  dile  que,  surcando  los  tempestuosos  mares,  atravesando  las  mon- 
tañas más  escarpadas,  voy  en  pos  de  la  gloria,  cuya  magnificencia  algún 
día  restaurará  á  mi  corazón  su  felicidad  perdida* 

Setiembre  de  1871. 


EN  ELTIVOLI. 


¿Cuan  tiernos  son  los  sentimientos  que  conmueven  mi  alma!  cuan  gra- 
tos serán  también  los  recuerdos  que  lleve  para  el  porvenir  en  este  día, 
aniversario  de  mi  natalicio!  Donde  quiera  que  me  arroje  la  variable 
fortuna,  ya  sea  á  los  suntuosos  palacios  donde  moran  los  magnates  ó  á 
las  chozas  miserables  donde  habitan  los  pastores,  la  memoria  de  una  fa- 
milia adorable  irá  afijarse  para  siempre  en  mi  corazón  agradecido. 
¿Qué  me  importan  los  honores  y  las  riquezas,  los  halagos  de  la  gloria  y 
las  seducciones  de  la  inmortalidad,  cuando  disfruto  en  el  seno  deinis  a- 
migoa  momentos  tan  deliciosos  que  arroban  mi  alma,  exaltan  mi  fanta- 
sía y  vienen  á  inspirarme  solemnes  pensamientos?  amistad!  sublime  a- 
mistadt  sentimiento  divino  que  espiritualiza  nuestra  existencia  y  la  a- 
semeja  á  la  inefable  dicha;  sentimiento  mágico  que  borra  el  tódio  de  la 
vida  y  á  nuestra  alma  la  circunda  de  bienandanza;  amistad!  sublime  a- 
mistad!  con  todo  el  entusiasmo  que  inspirarme  puede  tu  adorado  nom- 
bre, yo  te  bendigo 

Yo  te  bendigo  como  el  único  consuelo  en  mi  infortunio;  porque  el 
viagero  errante  que  en  su  peregrinación  encuentra  un  techo  donde  hos- 
pedarse, jiña  fuente  donde  apagar  su  sed  y  una  mano  que  estreche  la 
suya  con  efusión,  bendecirá  su  destino,  latirá  su  corazón  al  venir  á  su 
memoria  ese  recuerdo,  y  asomará  á   sus  ojos  una  lágrima  de  gratitud 


8. __ 

que  lenta  rociará  por  sus  mcgillas.  A¿í  yo,  amigos  carísimos,  al  reco- 
rrer cansado  de  tedio  y  de  fastidio  el  sendero  de  la  vida,  encontré  en  él 
seno  de  esta  familia,  consuelo,  favores,  felicidad:  yo  conservaré  su  re- 
cuerdo en  mi  corazón  hasta  el  último  día  de  mi  existencia;  y  si  atrave- 
sando las  montanas  y  los  espumosos  mares,  el  destino  me  arroja  á  re- 
motas tierras,  lejos  de  mis  deudos,  de  mis  compatriotas  y  mis  amigos, 
exhalare  un  suspiro  para  mi  patria,  siempre  le  acom  ñafiará  otro  que 
consagraré  con  toda  la  efusión  de  un  coraqpn  agradecido,  á  lds  objetos 
que  en  este  día  tantas  pruebas  me  han  dado  de  su  ternura. 

Estos,  son,  amigos  míos,  los  afectos  que  habéis  inspirado  á  mi  alma; 
.¿podré  lisongearme  de  ocupar  un  lugar  en  vuestro  corazón?  me  halaga- 
rá la  idea  de  que  me  consagrareis  un  recuerdo  cuando  me  encutre  dis- 
tante de  este  sitio. 

Acaw  no  esta  lejos  el  día  de  mi  partida;  yo  volveré  á  rtií'pátriá  de 
donde  me  he  separado  temporalmente;  iré  á  aquellas  soledades  dónfle 
pasé  mi  infancia;  allí,  donde  me  extasiaba  contemplando  el  pasado  Re- 
vocando las  impresiones  que  México  me  causó  en  otros  días  tan  felices 
como  estos;  allí  donde  el  arrullo  gemebundo  de  la  tórtola  y  los  trinos 
cadenciosos  del  gilguero  contribuyen  á  languidecer  mi  fantasía;  allí,  en 
el  seno  de  aquellos  desiertos  donde  se  escucha  formidable  di  mugir  del  to- 
ro salvage  y  el  áspero  chirrido  de  la  cigarra;  allí,  donde  el  ruido  de  la 
cascada  y  el  dulce  suspiro  del  aura  van  á  inspirarme  pensamiento» 
melancólicos,  allá  irá  á  consolarme  en  mi  soledad  el  recuerdo  de  vues- 
tras bondades,  y  esos  recuerdos  serán  un  bálsamo  para  el  corazón  que  se 
encuentra  lacerado.  lOuán  glande  séríá  mi  placer*  si  en  aquellas  horas 
llenas  de  fastidio  que  pesarán  sóbtelnf  como  las  amargas  de  la  existen- 
cia, van  vuestros  recuerdos  á  cambiar  mi  situación,  á  tornarme  en  agra- 
dable aquellos  áridos  lugares  donde  yo  he  pasado  los  años  tediosos  de 
mi  juventud.  Yo  entre  tanto,  rogaré  al  Señor,  que  derrame*  sobre  esta  " 
!  familia  inacabables  dichas,  le  rogaré  ferviente  que  jamás  una  lágrima 
'  de  pesar  'turbe  su  paz  y  su  ventura. 

Acordaos  dé  mí;  porque  as  amo  con  ternura;  porque  si  el  corazón  hu- 
mano ha  podido  amar  con  sinceridad,  en  mí  representará  perennemen- 
te sus  afectos. 

Amigos  caros,  objetos  queridísimos  que  habéis  inspirado  á  mi  albia  al 
mas  acendrado  cariño,  acordaos  de  mí 

Enero  21  de  1863. 


-*ws~ 


9. 


APÓLOGO. 

(IMITACIÓN) 

Para,  el  álbum  dfi  ww*  Señorita- 


Las  gracias  abandonaron  el  Olimpo,  y  descendieron  á  la  tierra. 

Hay  un  suelo  privilegiado,  dijeron,  donde  una  Primavera  sin  fin  os- 
tenta sus  galas,  y  donde  se  admiran  constantemente  las  escenas  magní- 
ficas de  la  Naturaleza:  ese  suelo  es  el  de  América. 

Descendamos  a  él, 

Busquemos  entre  las  hijas  de  Anáhuac  las  más  dignas  de  nuestra  es- 
timación para  derramar  sobre  ellas  nuestras  liberalidades. 

—Las  mexicanas,  dijo  una  de  las  gracias,  disfrutan  mucho  tiempo 
ha  de  mi  protección;  les  he  dado  airosos  y  gallardos  movimientos  para 
que  eií  la  danza  igualen  á  las  francesas. 

— Yo,  dijo  otra,  he  adornado  su  alma  con  el  pudor  para  que  superen 
á  las  hijas  de  la  nebulosa  Albión. 

-^Yo,  dyo  la  tercera  de  las  gracias,  he  dado  á  su  voz  el  encanto  de 
la  melodía  para  que  nada  tengan  que  envidiar  á  las  hijas  de  la  florida 
Italia. 

La»  tres  gracias  descendieron  al  suelo  de  Aguascalientes. 

Este  es  el  Paraíso,  dijeron;  en  este  suelo  hay  mugeres  tan  hermosas 
como  las  ninfas  que  rodean  á  la  diosa  Euoaria 

Ese  hermoso  valle  que  se  extiende  £  nuestra  vista,  r$gac)o  por  fuen- 
tes y  cuacadas,  habitado  por  aves  de  vistosísimos  plupages,  es  la  ha- 
cienda de  loa  Cuartas. 

Descendamos  a  ese  jardín  donde-  llora  Ka  prodigado  sus  atractivos. 

■'.:  .■.■'■'.  '. :::'  /.■;. «.■.'.■'■.■..'.■■' ■''■.'  ..   . 


'  Ja  hacienda  de  tos  Cuartos  está  situada  al  pté'de  una  colina,  y  &  la  i 
manden  de  un  caudaloso  río: 

Mil  árboles  gigantescos,  de  cumbres  esmaltada*,  crecen  en  tina  isleta. 
y  tejiendo  *us  famas  entre  sí,  fonHaü  el  techo  de  un  *alóh  llamado  de 
las  ^conJidenda$*n '   '  :'  - "  ' 

El  raido  mooéloao  de  la^  «aseada;  el  graznar  de  Jan  aves  acuáticas;  el 
suáurro  del  viento  entre  los  árboles,  cuyos  follages  se  mueven  snave- 


J--&,, 


10. 

mente  al  soplo  del  aura  vespertina,  se  confunden  alguna  vez  con  los  ar- 
pegios del  arpa  de  los  pastores. 

A  la  última  hora  de   la  tarde,  cuando   el  sol    tiñe  de  gualda  nubes 
y  celages  que  vagan  inciertas  en  el  espacio,  se  miran  en  las  riberas  y 
<  ¿n  las  lagunas  garzas  color .de,xosajr  blancas,  i 

Otras  aves  de  prismáU¿a¿  4¿fónk^s\  jrü^jri&en  parvadas,  y  descien- 
den rápidas   al  agua,   formando  en  su  derredor  un  círculo  de  plateras ! 
olas;  como  satisfechas  de  su  feKpiiJs^  graznan  y  se  zabullen,  aparecen 
después  en  la  .superficie,  juguetean  v  se  alborozan.  * 

Se  percibe  utytttro^kyiffy tfeeTJroqTrcéw  tob  raiiés*-1iiia  voz  resuena 
en  la  colina,  dulce  como  los  tonos  aflautados  del  órgano:  tierno  como  el 
arrullo  de  la  tórtola;  cadencioso  como  los  trinos  del  ruiseñor.     Esos  a-  i 
centos  los  reproduce  el  eco,  y  van  á  perderse  en  los  confines  de  las  mon- ! 
tañas.  j 

¡Sirena  encantadora!  ¡mujer  ó  ángel!  ¡quién  quiera  que  séais!  sigue, ; 
entonando  en  la  soledad  esas  catickíítes  <Jue  nos  conmueven;  porque  hay  i 
en  tu  vo*  algo- de  divino  y  melancólico  que  enternece  nuestro  corazón,  ¡ 
q»$  baoebirotar lágrimas  á  nuestros «¡jos.  *    <+u  :  i 

III.  >  '   "  i 

•  <  -      .       ■  :  ,.  i..  ,  ...       :    ..       -      <■  v     •         j 

Aparece,  flotando  en  las  aguas  del  canal  una  ¿áratela  que  se  dirige  k ! 
la  isla;  uu  grupo' de  señoritas,  rién  y  cantan,  y  como 'si*  fueran  las  hijas 
de  la  poética  Venecia  surcan  ías  ondas  en  su  fr&gU  navecilla*    Una  voz 
reproduce  las  notas  apacibles  de  Sonámbula,  y  las  aves  enmudecen  como  ¡ 
admiradas  de   escuchar  tal  melodía;  porque  aquélla  voz.es  semejan t^  al  l 
himno  de  un  arcángel  que  al  pompas  dé  su  lira  dirige  a  Dios  sijs  ala- 

tónz^-:J   J-"  .'\    ..  ,     ;■    ".'V,        .         .    Ja'...-     .-..-.,  :     ;  ■, 

,    v.:      .      ,.    ..'■      IV.      ..."/.    -     ■     --,-    •     ■   '.í' 

Una  familia  ha  dejado  hi  barV|\aÍHa;  penetra  etr '  el salón*  de  he*  ¿tftift- 
denotas,  y  descansa  llena  ét  júbilo  stobre  el  césped.    ***''-*>    ■    '     ^ 

La  festiva  la  modeste,  la  átforaWe  Diana,  tdméí  fas  $$é$  más  gala- 
nas para  ornai  sus  sienes,  y  recorre  las  praderas  éfí  btecá  "dé  ilusionen 
como  nlaHposafuga^r  que  va  elá  por  todas  partes.       ,f      l'-'    '  *'1' 

¡Corre  por  los  floridos  campos,  niñp  gentil!  anímalos  con  tu  presencia 
y  entona  tus  alegres  cantinelas;  ttv  áerás  la  Flora  de  estos  jardines,  la 
filomena  de  estos  bosques;  recuerda  el  tiempo  de  tu  infancia,  cuando 
lkna.de  felicidad  descansabas  en  el  .regazo  raatei-ngj^U^ra,  st  llom  y 
que  tus  lágrimas,  como  si  fueran  el  rocío  que  ftflpftWff m ,  jrorqra, frfrjjffi 
yei^les,  vayan  k  caer  goto  á  gqtp»  scibre  loa  cálice^,  j^g  fol  flores:  úig ge 

yx\  suspiro  ift  pasado  jr  una  J?0DP^  a*  .P9rven¥>í  P^SW/W  ^W  ?*  t*  Wf 
razón  un  recuerdo,  también  existe  en  tu  alma  una  esj^ranqa. 
í^^iiiév  Jigras  y  /qi^tesjt(ig  Ufeotoe  «eaallo*  analta*'  de  ;ta ftííci- 


11. 


Las  gracia*  se  presentaron  ew  aquel  sitio»         T  '■'■■  i»     '  : 
r~  Hijas  mías,  dijeron  á  la»  señoritas  íque  descansaban  sobre  fclflori- 
;  tío  suelo;  bajamos  del  Olimpo  para  repartir  nuestros  dones  entre  las 
mejicanas  mas  queridas. 

— A  tí,  adorable  Oelia,  dijo  una  de  las  gracias,  te  regalo  este  bouqriet 
llamado  de  las  virtudes:  le  componen  las  flores  na*  apreciada»;  ^siai  se 
•llaman  de  bondad;  las  otras,  perfumadas  por  Minerva,  se  conocen' con 
el  nombre  de  flores  de  la  sabiduría;  estos  botones  simbolizan  el  feiien 
sentido:  Consérvalas  en  el  foftdo  de  tu  pecho,  y  empléalas  en  hacer 
bfén*  por  ¿odas  parte&         -  -  í    ' 

— A  tí,  oh  Filis  queridísima,  está  destinado  este  camstftto:  contiene 
en  abundancia  flores  y  -frutas  esqtaisitas.  *  Unas  representan  la  araAbi- 
lí-lad;fotr»  los  sentimientos  nobles  y  generosos;  estas  Irutás^sob  los  a- 
tributos  mas  perfectos  de  tía  caridad  y  estas  camelias  significan  la' sim- 
patía. Tales  dones  teeoneítaráfe  un  afecto  universal;  no  habrá  una  so- 
la persona  que  al  verte  no  te  ame  sinceramente. 

— Hija  mía,  dijeron  las  graciaé*  iai  dirigirse  á  Esperanza;  esta  flor  se 
llama  de  los  recuerdos;  se  encuentra  mustia,  pálida,  y  como  si  fuera  víc- 
tima del  destino,  apenas  se  percibe  sn  fregancia;  coUciaJa  en- tu.  corazón, 
y  derrama  en  sus  pétalos  el  llanto.  En  las:  horas  mas  tediosas  <k  Ja  no- 
che, cuando  a  tu  memoria  venga  u&  rewerdo,  llévala  á*  tu^ labios  y  haz- 
la confidente  de  tus  pesares.  .    ,.,•  *  -. 

— >Mira  la  corona  que  te  dedicamos;  está  formada  de  flores  tan  raras 
que  pocas  veces  han  podido  reunirse  en  uu  solo  punto. 

Las  blancas,  se  llaman  amor  filial;  las  color  de  ópalo,  sensibilidad  es- 

ixjuisita;  las  violetas  representan  la  humildad  y  la  modestia:  ios  botones 

:  son  de  la  flor  que  lleva  fltrjkuf  M?  f^VMfiMjt  *4|ieremos  coronar  tu 

frente;  queremos  que  ésaí  flote!,  r^rcáeril¿ftt6S'ae"as  virtudes  mas  se- 

¡  lectas,  te  hagan  la  más  amable,  la  más  interesante  de  las  mujeres. 

— ¿Cuál  es  tu  nombre  hija  mía?  dijeron  las  gradas,  k  una  señorita 
de  cuerpo  esbelto,  pelo  rubio  y  ojos  opresivos. 

\(,  ^-Gr^cia;  contestó  dañólo  i^uyoz  un  aceito  sonorcvy  á  #u  fisonomía 
**  una  espr^siópi  fie  anuble  joy.i*üp!ad,    -         ,  ; ;  •  m         :',•'-'      :t 
^  -^fjf^pia}.  j  Este  no.es>ty  puesto;  dejarías  .frabií»*?  cf>n  np$ofcrai*.pn  el 
¿li^jól  ¿°8  fl^ír  ?%<NMÍ<WÍ,i  crey^fon  &U3ff4guj?&  y;ep,pp  ocjipíwpía  el 
¡pívWV  est^o,vio%Btó  «jfy  ñ^i^rairop^^^ 
el  vuelo,  mientras  estés^^^erxa^^e^j^qrjQqn  J^sgwu^if^cpi^  que 

Foi^mof^^  fr^te;^t4i^iWf  lftp\^VA^^H!W^J(W^  ^2?» 
sií^pr^.  ergmda^CiQmQ.la  írqip^^ejq.  bftr«>QW»?y^^  IBftrfWf^  tjpqun 
\ql  v4rtud  d$  d*r,  á  \^  fU,oj¿o^Í£r  i^n  aire  de  b^jn^l^^s^fS^^fiíWí^: 
avasaljar  todos  Jos  .coraeppitg,  ^  a  l*y  W>?  uo  J&ii£bi#  cádsn$p^,pfu;a  ,Ke-' 
chizar  k  cuantos  lleguen  á  e3QuchwV  ^EsW.^r^SrWr.Jl^aSrdjí  Ja/z- 
miitqd,  de.  Ja  Jritícr tiidad,  fe  \k  ge7i&%(Wui<}'%yQXi  ,$Uqs  .^nsegpirás.que 
tus  amigos  te  quieran  como  á   taeímem*;  que  tup' hermanos  te  tributen 


r 


12. 

el  mas  ascendrado  carillo,  y  que  el  desgraciado,  al  recibir  tu*  beneficias, 
te  bendiga  á  cada  instante 

¿Estáis  satisfechas,  amigas  queridísimas?  Se  han  acabado  ya  nues- 
tros dones:  los  hemos  repartido  <mtre  vosotras;  así  es  que  solo  queremos 
en  cambio  una  sonrisa  para  volver  k  nuestra  morada. 

VL 


En  aquel  momento  apareció  la  interesante  Diana  cantando  la  roman- 
za del  ruiseñor. 

Habéis  venido  tarde,  niña  querida,  dijeron  las  gracias;  nada  tenemos 
que  darte,  porque  hemos  repartido  ya  los  adornos  de  nuestras  canasti- 
llas; mas  ya  que  el  destino  quiso  que  fueras  la  última,  nosotras  te  ha* 
remoa  la  primera. 

Las  gracias  tomaion  una  flor  de  cada  una  de  los  hotoquet  que  habían 
regalado  á  las  demás  señoritas,  tejieron  una  corona,  y  la  pusieron-  en  la 
frente  de  la  simpática  Diana,  diciendo  estas  palabras: 

mS¿  desde  hoy  \hpnz  y  la  ventura  de  esta  familia.  m 

VIL 

Las  gracia*  volvieron  al  Olimpo. 

Aquella  familia  tomó  de  nuevo  su  barquilla  en  los  momentos  en  que 
la  luna,  apareciendo  en  el  Oriente,  alumbraba  con  sus  destellos  el  poé»  í 
tico  canal  de  los  Cuartos. 

Enero  1  P  de  1868. 


MEMORIAS. 


Amira  rae  recibió  amable  f  complaciente;  mi  mano  estrechó  lá  suya 
con  efusión  porque  irradiaba  en. sus  ojos  un  destello  de  bondad. 

Adivinó  mis  pensamientos;  pudo  comprender  que  hay  en  mi  corazón 
un  fondo  grande  de  ternura  que  supo  inspirar  en  qna'ópooa  lejana,  y 
me  llamó  su  amigo;  por  eso  escucha  mis  palabras,  dá  espanslón  á  mi* 
pensamientos  y  paga  mi  afecto  con  una  sonrisa. 

Yo  creí  encontrar,  Amira  cierta  similitud  entre  tos  desgracias  y  las 
mías;  eres  tierna,  sincera  y  tal  vez  desgraciada;  es  grande  tu  alma  co- 
mo lo  es  la  pasión  que  encendiste  en  mi  pecho,  te  ame,  y  solo  me  has  o 
frecido  amistad;  yo  lá  aceptó,  pues,  como  nuncio  de  la  felicidad  supre- 
ma, como  preludio  dé  la  Conquista  de  tú  afecto;  ¿me  engañaré,  mi  dul- 
ce árnica?  serán  un  sueho  noifeas  mis  esperanzas? 

Algún  día  creerás  que  hace  mucho  tiempo  mi  imaginación  sé  ha  fija* 
do  en  tí;  algún  día  comprenderás  que  ni  el  tiempo,  ni  la  ausencia,  ni  la 


13. 


esperanza  remotísima  de  volverte  á  ver,  j-uJienm  entibiar  mi  corazón, 
i.)  horrar  en  él  tu  imagen  adorada:  ese  día  yo  reclamaré  de  tu  mano  u- 
Ka  caricia,  una  sonrisa  de  tus  labios;  sí,  yo  pediré  tu  favor  como  un 
galardón  de  mi  ternura. 

Me  dijiste  que  eras  desgraciada:  ¡oh!  (cuánto  daría  por  no  haber  escu- 
chado  de  tus  labios  esa  palabra  desconsoladora!    [Tú  desgraciada!  ¿tú, 
la  más  Adorable  de  las  mujeres;  has  sido  víctima  de  la  desgracia?  ¿los 
t  desengaños  han  hecho  languidecer  tu  corazón?  han  adormecido  tus  sen- 
r  timientos  é  infundídote  pensamientos  melancolices?    Si  al  recordar  lo 
¡  pasado  y  a)  fijar  la  memoria  en  tus  sueños  infantiles,  exhalas  un  suspi- 
j¡ro  ¿irá  á  perderse  en  loa  confines  del  espacie,  ó  á  resonar  en  el 
i,  fondo  de  una  tumba?     Si  hay  en  tu  pecho  algún  secreto  pesar  que  no 
1  lo  ha  disipado  el  tiempo,  que  no  lo  borrarán  tampoco  los  placeres;  si  á 
i  todas  partes  te  sigue  una  memoria  grata,  ya  estés  en  la  soledad  ó  en 
í  medio  de  loé  círculos  más  animados;  si  el   recuerdo  de  un  bien  perdido 
j  te  hace  exhalar  una  queja  que  se  pierde  entre  los  sonidos  de  tu  clave 
>  ó  hace  verter  una  ligrima  á  tus  ojos»  llora,  si,  llora;  dá  espansión  á  tu 
dolor;  ma¿   recuerda  que  si  perdiste  á  un  objeto  caro,  aun  te  queda  un 
amigo  sobre  la  tierran^e  ewyjft»á4»  Danto,  .que  iiá  á  consolarte  en  las 
horas  amargas  de  tristes*.     j!Xé  desoiwciadal  tú,  que  has  brillado  en  la 
¡  sociedad  como  una  estrella,  como  un  conjunto  de  gracia  y  de  hermodu- 
{  ra;  tú  que  tienes  para  todos  una  sonrisa;  que  buscas  al  desgraciado  pa- 
I  ra  consololarle  y  al  huérfano  para  socorrerle;  tú,  cuyo  magnánimo  cora- 
zón ha  latido  á  impulsos  de  un  amor  delirante,  ó  ante  los  atractivos  de 
la  sublime  caridad!  ¡tú  desgraciada!  tú,  que  puedes  con  una  palabra  ha- 
|  cer  la  dicha  de  quién  anhela  poseer  tu  corazón,  y  conquistar  un  afecto 
tan  vehemente  y  apasionado  como  el  que  se  extinguió  al  borde  de  un 

í  sepulcro! 

Ah!  cuántos  corazones  han  perdido  su  felicidad  por  amar  el  imposi- 
1  ble*  porque  vieron  caer  su  radiantes  ilusiones  una  á  una,  como  han  cai- 
|  do  las  hojas  de  los  árboles  que  estaban  lósanos  y  vigorosos;  y  no  obs- 
[  feante*  el  porvenir  les  ofrece  nuevas  ilusiones,  tan  gratas,  tan  halague- 
i  ñas  como  las  que  se  ofuscaron  en  otros  días;  y  alguno  de  esos  corazones 
.  üefrapiiman  porque  una  sonrisa  adorable  calma  su  languidez,  porque  u- 

1  na  vos  amiga  les  dice aun  hay  felicidad  para  tí  sobre 

,1a  tierra*  • .  *■« 

Pero  si  todo  es  un  sueño  como  has  dicho:  si  esa  esperanza  ha  de  ofus- 
¡  earse  como  el  fulgor  de  una  estrella  que  se  oculta  entre  celages  argen- 
tado^; si  ese  porvenir  tan  brillante  ha  de  convertirse  en  un  dí&  triste  y 
i  sin   sol  ¿qué  otra  cosa  sebtira  ese  corazón  sino  16  que  siente  el  tuyo? 

2  ¿quién  enjugará  las  lágrimas  que  ruedan  por  sus  mejillas  en  las  horas 
silenciosas  de  la  noche,  cuando  el  pensamiento;  Concentrado  en  un'  sólo 
objeto,  busca  en  vano  su  felicidad  perdida?  ¿qué  palabras  irán  á  cotiso- 

ilaneen  su  tristeza  y  soledad?  Recordará  aquella  noche  eñ  que  una 
mujer  se  presentó  á  su  vista,  radiante  como  un  arcángel,  con  el  donaire 
y  el  encanto  de  la  juventud;  con  sus  miradas  que  fascinaban;  recordará 
las  armonías  que  salieron  de  su  piano  la  vez  primera  que  la  vio,  y  las 
que  conmovieron  su  alma  para  fijar  eternamente  su  memoria;  recordara 


(; 


1 4. 

esa  noche  cotno  la  feliz  en  que  naciera  su  esperanza;  y  aquella  angeli- 
cal criatura,  que  bacía  brotar  de  sus  dedos  torrentes  de  armonía;  aque- 
lla mujer  que  sonrió  satisfecha  de  sus  conquistas,  ignoraba  que  un  des- 
graciado la  contemplaba  con  arrobamiento,  é  invocaba  para  su  dicha  el 
cielo;  ¡ahí  él  hubiera  dodu  la  mitad  de  su  existencia,  no  ya  para  una  ( 
mirada  benévola,  no  ya  por  una  sonrisa  complaciente,  sino  por  tocar  al 
«peños  con  sus  labios  el  orle  de  su  vestida  Y  esa  faiuger  partió  al  día 
siguiente  dejando  lacerado  su  coraaón! 

AminJ  yo  he  pasado  muchas  hatean  de  mi  rida  pt&agmcia&do  tu  nom- 
bre como  el  único  consuelo  en  mi  infortunio;  tasaros  la  ultima  ilusión 
que  brille  en  mi  existencia;  ya  que  átabos  eof asoné*  son? desgraciados, 
te  llamaré  mi  amiga;  y  si  alguna  r&z  aparece  en  tú»  «ojos  ana  lágrima, 
permite  que  vayan  á  recogerla  solícitos'  mis  ( labio» 

lítfviewbre  22-de  1862. 


EN  LA  CELEBRACIÓN 


¥>él 


EESTABLECIMIENTOíDE  UJfA  IIA^RE* 


Amigas  mías:   -  -   ■    i    .  .*.  ,<.  ■*      -¡i.., 

Reid,  bebed,  cantad. 

Entregaos  á-  la  alegría  en  estos  momentos  en  que  el  corazón,  rebosan- 
do felicidad,  busca  escansiones  grata»,  expresa  afectos  sinceros  y  recoje 
también  como  un  eco  las' quejas  del  desgraciado.  >< 

Reíd,  rcid,amigasnqiieridísimás;  porgue  celebramos  #11  este  día  el*  res- 
tablecimiento de  unaj»adre,qu&  os  ama  con  .ternura;  porque  un  lazo  a- 
feotuoso  viehe'á  unir  nuestros  corazoneay  á  haoerkis  pafyttar  bsjjo  una 
misma  impresión;  porgue  nuestras  almas,  embriagadas  de  pkcet\  sien- 
ten deslizar  las  tranquilas  horas  como  flores  que  un  río.  arrastra -en  su 
corriente.,,  ... .,  -■-,...„■,.     ,      .........  <r.       ^    /.  .   . 

u  R^d.heM.mpíac}.:,  ,  ...  ....        „it.   ..  %v         ¡t/;.   ',  ,    , 

Dad  «tei^a  sfi^ltaa;yu^tro  jubilo,  f  jjorqj,iplTavn  pódw:  estrechar  en- 
tre los  brazas  á  la.pia^e  ad^^W  qw  ^e^J^  ;iiüa^  vo^^o<ligó  ^  cari- 
qi^íosh^du^asdes^.terpj^.^,,       M,jri.t  ri¿  ,iUur^\  ,.",_ 

B^idftcid « ai  cielp  porque  se  apís/jó  fc  V(^i^jxy«jpQ  pó  wú*fr  que 
vuestra  ahoa.  laMguideciera  para  .siempre  ajpe^aj^UQS  al  obje^xiás 
caro  para  vuestros  corazones. . .  *     »  •  ,,  * 

jUua  ma^re!  ¡dichoso  nquel  que  conoció  á  1*  que  ie  diera  c)  sérKjdi- 
j^ehosos  quienes  pueden  gpzar  de  s^s  caricia»,  ^¿br.azar  su  cabera,  besar  su 
¿repte,  y  decir  ,coa  s^mproso,  entusiasmo  t,¿madre  mía!u  dichosos  quienes 
qn  recompensa  de  su  filial  cariqo  reciben  una  mirada  maternal. 


15. 


Reid,  bebed,  cantad;  y  que  jamás  el  infortunio  turbe  la  paz  que  en' 
estos   momentos  todos  disfrutamos;  entregaos  á  un  júbilo  sin  límites, 
queridas  amiguitas,  porque  en  la  tierra  no  hay  felicidad  como  tener  u- 
na  madre  y  un  amigo. 

Yo  disfruto  también  de  em  ptaatt*;  Aqu^ypodrá  ser  mas  grato  á  mi  co- 
razón que  contemplar  vm  ala áfcyríi?  no  que  vi  rodar  por  vuestras 
mejillas  lagrimas  ardientes  cuando  vuestra  adorada  madre  tendida  en 
el  lecho  del  dolor  os  dirigía  su&~6Itkuas  palabras;  yo  que  presenciaba 
vuestra  angustia  y  que  veía  vuestros  rostros  cubiertos  con  un  velo  de 
tristeza,  sentía  todo  el  peso  de  esa  desgracia,  y  dirigía  á  Dios  mis  ora 
ciones.  ' 

Señor!  Sefípr!  le  decía;  no  permitas  qxte  ésta  familia  quedé  én  la  or- 
fandad; ¿qué  será  de  esas  niñas  abandonadas  en  el  mundo,  sin  quien 
guié  sus  pasos  con  aman  fe  solicitud?  •  i 

Y  Días  escuche  mis  oraciones;  y  se  apiadó  de  nuestro  llanto;  y  nos 
mandó  i  todos  Wcohktiélo.*. 

¡Bendita  seᣠ la  Providencia!  -     •  '      '  * 

Cantad!  bebed!  réid!1 

Y  que  estos  afectos  sean  los  únicos  de  una  felicidad  grande  y  sin  K-  ¡ 
mites.  Yo  contemplaré  Vuestra  felicidad  con  arrobamiento,  porqtié  el 
desgraciado  que  ha  sido  víctihia  del  destino,  envidioso  déla  diriha,  tam- 
bién rié  cuandd  Ib*  ¿t^etos  íjué  aína  ábn  felices.  ¡Oh!  cuanto  daría  por 
borrar  dé  mi  cdráfcón  las  huellas  del  jasado,  y  porqué1  irradiará  en  tiii 
porvenir  tina  esperanza/  hoy,  á  donde  quiera  que  encamino  iriis  pasos, 
ya  me  encuentre  en  lú  soledad  d»en  friedio  <íe  los1  festines  más  anima- 
dos, oigo  una  voz  que  me  repite  á  cada  instante  ^nto  hay  felícMad  para 
tí  sobre  la  tierra. V<  EUte-' anatema  toe  seguirá  por  todas  partos;  f  cuan- 
do creoéiíttvgarme^al^placér;  cuándo  én  el  serio  dé  mis  áririgós  bWb  e- 
saár  emtfciónek  qnfc  efisipáto  rtii  tristeza,  una  idea  Mgubre  viene  é  mi  tifíen- 
te, y  ofuscan  mis  expléndidas  ilusiones  esfc&S  palabra?. V.  :>»ho  hay  feli- 
cidad pa>*a  tí  sobre  lá  tierra,..  

Hte  qaericfc  toacéritie  isilperioriAt  infortunio;  río  porcoñrbatírel  pesar; 
bebo  por  disipar  la  tristeza;  canto  por  dar  una  espansión  al:  corazón  a-  j 
mortiguado*  «v  si  Ifc'vofe  de  la  amistad  hace  llegar  á  mi  oído^üha  pala-  ¡ 
bra  de  consuelo,  ser*  hn' momento  felfcr,  si  veis  qriélki  cabeza  sé  inclina  I 
ante  un  pensamiento  melancólico;  y  qtié  la  música,  tos  festine»  y  lete  sa- 
raos no  tienen  atractivo  para  mt  siM  fínicamente  la  vofc  de  la  amistad, 
no  me-  prtrototete  cuál  es  la  cansa  de  mi  tristeza;  leed  en  mí  frente  él 
anatema,  yraéordaos  de mis  patarras  eri  éste  día. 

Bebamos  yéaKterútte.  ^  »*  f-     '"•  -'  •  - 

Qttfef  se-fite  eternamente  eri  TíWé^tra  tnéinom  ti  rWátertfo  dé  esté  día 
en  que  celebramos  el  restablecimiento  dé  Una  tetarte,  y  de-unas  hijas  la 
esperanxa  baV  lisonjera.      '  "  * 

Bendecid  al  cielo,  amigas  mías,  y  que  jamas  la  mano  del  infortunio 
venga  á  turbar  vuestra  dicha  excelsa. 

Reid,  cantad,  bebed. 

Enero  7  de  186». 


16. 


ALÓLA. 


¡      Cuando  te  conocí,  niña  adorable;  cuando  tus  miradas  angelicales  con* 
1  movieron  mi  alma,  mi  voluntad  se  rindió  al  poder  de  tus  encantos. 

Yo,  viagero  que  busco  en  el  mundo  la  dicha  que  perdí,  que  vago  á 
merced  de  mi  destino  sin  encontrar  término  á  mi  desventura,  te  vi,  te 
admiró  y  guardo  tu  memoria  en  mi  memoria. 

Cuando  ha  resonado  en  mi  oído  el  timbre  de  tu  voz,  y  la»  palabras 
articuladas  por  tus  labios  me  mostraron  tus  tiernos  sentimientos,  se  en- 
contraron tus  miradas  con  las  mías  y  he  llegado  á  tus  pies  para  tribu- 
tarte un  culto. 

Yo  continuaré  mi  camino  recordando  tus  frases  y  tu  acento,  tu 
imagen  y  los  destellos  de  tus  ojos:  al  encontrarme  lejos  de  tí  vendrán  á 
mi  mente  la  reminiscencia  de  estos  diasque  disiparon  mi  tristeza,  y 
pronunciaré  tu  nombre  como  la  expresión  m£s  vehemente  dq  mi  afecto. 
Y  tu  ¡oh  Lola!  redeadá  del  placer  en  esa  atmósfera  de  encanto  indefini- 
ble que  atrae  los  homenajes  de  tus. amigos  ¿recordarás  estos  instantes 
que  juntos  hemos  pasado? 

¡Quién  pudiera  contener  el  curso  de  las  horas  que  acercan  el  momen- 
to de  mi  partida  para  verte  todavía!  Tú,  entregada  á  las  dulzuras  del 
sueño,  apenas  percibirás  que  se  deslizan  presurosos  esos  terribles  mo- 
mentos precursores  de  mi  despedida. 

Cuando  esté  lejos  de  tí,  no  faltarás  un  instante  de  mi  mente;  tu 
nombre  será  mi  consuelo  en  las  tediosas  horas  de  la  vida,  y  lo  será  tam- 
bién el  recuento  de  tus  bondades. 

Mañana,  cuando ,  <?l  sol  tina  de  gualda  el  horizonte,  te  habré  dado  el 
último  adiós;  él  se  hundirá  en  el  ocaso;  se  mecerá  mil  veces  sobre  el  ze- 
nit sin  que  te  hayas  separado  de  mi  fantasía. 

¡Oh  nina!  si  mis  palabras  han  sido  gratas  á  tu  oído;  si  ese  lenguaje 
tierno  y  expreniyo  que  me  ,  initfó  en.  tju  amistad  te  ha  revelado  mía  a- 
fecciones  íntimas,  consagrara?  un  pensamiento  cuando  la  brisa  cruze 
por  tus  rosales  y  vaya  a  refrescar  tu  frente:  aspirar  uq  debe  á  más 
(quién  tiene  en  aíta  estima  tus  angélicas  perfecciones;  quién  es  dichoso 
si  le  consagras  la  gracia  de  tu  afecto,      -        ;  ■ 

León,  Septiembre  de  ljB63.  % 


17 


A  MARÍA  DE  LA  LUZ. 


CAUTO  SFITALAtttCO- 


¡Arboles  querido*!  ¡intérpretes  dn  todos  los  sentimientos!  así  como 
las  notas  suavísima^  que  arranca  la  brisa  al  herir  las  cuerdas  del  arpa 
pastoril,  gime  tu  follaje  mecido  por  el  aire:  bajo  tu  sombra  se  canta 
ó  se  llora,  si  esa  melodía  toca  las  fibras  del  corazón. 

¡Arboles  frondosos,  testigos  de  nuestras  impresiones!  vosotros*  tra- 
ducís al  lenguaje  de  los  poetas  nuestro  entusiasmo  ó  nuestros  pesares, 
infundiéndonos  solemnes  pensamientos;  ese  murmurio,  armonizado 
por  los  trinos  de  las  canoras  aves,  nos  adormece  en  plácido  sosiego. 

Bajo  estas  sombras  han  resonado,  á  la  vez  que  los  acentos  de  la  lira 
consagrados  a  la  amistad,  les  cantos  de  victoria  que  entonan  los  gue- 
rreros. 

Yo  he  visto  mecerse  en  danza  voluptuosa,  protegidas  por  la  umbría, 
á  la*  hijas  de  los  hombres,  y  deleitarse  en  sueños  de  amor,  así  como 
las  abejas  se  empalagan  en  los  nectarios. 

He  visto  humedecer  con  lágrimas  las  corolas  de  esas  flores  que 
la  aurora  matiza  con  su  arrebol. 

He  contemplado  su  frente  coronada  de  azahar,  símbolo  de  la  ino- 
cencia, y  se  ha  conmovido  mi  alma  al  admirarlas  como  la  más  perfecta 
maravilla  de  la  Crearon. 

Yo  también  estreché  entre  mis  brazos  al  amigo  y  al  hermano  de 
quien  me  separaron  contiendas  fratricidas. 

¿Qué  encanto  tienen  estas  flores  si  al  olvidar  las  penas  y  los  agra- 
vios, se  convierten  en  placeres,  á  impulsos  de  un  elevSdo  pensamiento? 

Venid  á  mi  lado,*amigos  míos;  vuestra  voz  unid  á  mis  palabras;  li- 
bad el  néctar  que  da  creces  á  nuestras  alegrías;  haced  rebozar  la  copa 
que  las  despierta,  porque  dos  seres,  en  celestial  consorcio,  presentan  á 
Dios  la  ofrenda  de  sus  corazones,  acrisolados  en  la  fe  y  entre  los  per- 
fumes del  inciensa 

Viene  á  mi  memoria  el  nombre  de  personas  qu*  doblegaron  sus 
frentes  ante  el  himeneo,  y  que  en  este  día  hacen  recuerdos  de  sus  di- 
chas que  se  fueron.     ¡Seres  que  idolatra  el  alma  miat  llorad    vuestro 

SEYU 


18 


infortunio;  ofreced  á  Dios  el  holocausto  de  vuestras  lágrimas. 

¡María  gentil!  tu  dicha  arranca  a  mi  rabel  tristes  acentos,  porque 
quedara  un  vacío  desde  hoy  en  aquel  feliz  hogar  qne  recogió  tu  pri- 
mer vagido,  donde  recibiste  un  ósculo  tiernísimo  en  el  maternal  regazo. 

¡Cándida  paloma  del  Anáhuac!  hoy  levantas  tu  vuelo  para  llevar  tus 
arrullos  á  otras  regiones,  y  hacer  oír  tus  cantos  en  otros  jardines.  En 
el  fondo  de  mi  albergue  yo  Jos  escucharé  con  arrobamiento;  yo  te 
mandaré  mis  salutaciones  al  verte  feliz  al  lado  de  tu  esposo,  *jue 
desde  hoy  no  tendrá  más  firmamento  que  tus  ojos,  ni  más  alma  que 
tus  deseos:  oculto  en  los  pliegues  de  tu  ternura,  ella  será  la  única  lám- 
para que  ilumine  su  divina  estancia. 

¡Angelical  MariaJ  si  al  ver  realizadas  tus  ilusiones  escuchas  un  piano 
que  esparce  sus  sentidas  notas;  si  percibes  los  cantares  de  algún  via- 
jero ó  los  arpegios  lejanos  de  una  flautas  si  sintieres  latir  el  corazón 
bajo  la  reminiscencia  de  días  que  ya  pasaron,  acuérdate  de  mí. 

La  alborada  de  una  felicidad  excelsa  aparece  en  el  horizonte  de  tu 
porvenir  é  hizo  fulgurar  tu  esperanza  como  un  premio  á  tu  heroica 
virtud*  Así  Dios  recuerda  su  promesa  cuando  hace*  brillar  ante  nues- 
tros ojos  el  meteoro  de  prismáticos  colores,  su  signo  de  paz  y  alianza 
para  con  los  hombres. 

Cuando  el  ángel  del  bien  pulse  junto  á  tí  su  arpa  candenciosa,  no 
olvides  que  yo  fui  testigo  y  percibí  sus  primeras  modulaciones;  que 
desde  entonces  envío  al  Supremo  Ser  mis  votos  porque  esparza  en  tu 
camino  los  nardos  y  las  violetas.  Ninguna  súplca  fué  más  fervorosa; 
ningún  acento  se  elevó  con  más  fervor  que  la  plegaria  mía  porque 
aleje  siempre  de  tus  labios  la  copa  del  sufrimiento. 

Hoy  veo  tu  porvenir*  sembrado  de  luceros;  él  sera  para  los  dos  con- 
sortes un  firmamento  jamás  empañado  por  los  celajes;  siento  en  mis 
sienes  las  auras  que  también  agitan  tus  cabellos;  veo  tus  miradas  que 
al  fundirse  en  las  de  tu  esposo  contemplan  un  Edén. 

Tus  deudos  y  tus  amigos,  en  la  embriaguez  de  su  beneplácito,  en 
los  transportes  de  su  entusiasmo,  sólo  tienen  un  pensamiento;  la  feli- 
cidad de  dos  esposas;  sólo  bal  buten  esta?  palabras;  dichas  sin  cuento; 
sólo  expresan  un  deseo;  las  btnignas  prodigalidades  del  cielo;  á  todos 

I  agita  este  pensamiento:  »que  se  deslice  tn  existencia,  plácida  y  se- 
rena, como  las  flores  que  la  lluvia,  al  convertirse  en  torrentes,  coudce 
en  sus  rizadas  olas.n 

Esos  céfiros,  con  dulce  murmurio,  al  agitar  las  hojas  de  los  árboles, 
preludian  cantos  «epi  talármeos  que  llaman  á  tu  lado  todos  los  dones  de 
la  eternal  ventura, 

¡Haría!  ¡estrella  reluciente  de  nuestros  celestes  lares!  esas  lágrimas 
que  hoy  brotan  q  nuestros  ojos;  esas  palabras  que  balbuten  nuestros 
labios;  esos  suspiros  que  al  nacer  mueren  en  nuestro  pecho,  no  las  o- 
casiona  la  pérdida  que  nufre  tu  antiguo  hogar,  no  tti  ausencia  de  nues- 
tro círculo,  ni  la  admiración  de  tus  amigos,  incubada  bajo  las  alas  de 
I  tus  adorables  perfecciones;  son  la  expresión  de  nuestros  votos  al  invo 
car  á  tu  favor  al  cielo.     Vé  nuestros  ojos  anublados;  escucha  nuestros 


19 

acento»  mal  comprimidos;  mira  nuestro  júbilo;  percibe  nuestras  afec- 
ciones; todos  ruegan  á  Dios  disipe  de  tu  albergué  las  sombras  del  dolor. 
-  Allá  te  acompañarán,  de  tus  hermanos  y  de  tus  deudos  los  signo! 
de  su  profundo  amor;  de  tu  madre  las  santas  bendiciones:  dé  aquellos 
de  tu*  amigos  que,  lejos  de  ti,  admirad  tus  virtudes,  los  augurios  de 
tu  felicidad,  el  idilio  rnasr  sincero  de  su  constante  afecto. 


U  IMBUÍ  IUHIIL 


golpe 


Cuando  te  conocí  por  la  ves  primera;  cuando  tus  miradas  se  encon- 
traron con  las  mías,  sentí  latir  mi  corazón  y  quedé  sometido  al  poder 
de  tus  atractivos;  desde  ese  instante  mis  ojos  te  siguieron  á  todas  partes, 
y  mi  pensamiento  se  fijó  en  tí,  como  se  fija  en  la  estrella  polar  la  vista 
del  marinero. 

(Cuántas  veces,  al  ver  brillar  en  tu  frente  la  eiftelsa  inteligencia;  al 
ver  retratada  en  tu  faz  angélica  las  señales  de  una  sensibilidad  esqui- 
sitaj  al  sentir  de  tu  mirada  ese  magnetismo  que  domina  las  volunta- 
des, ahogué*  en  mi  pecho  un  suspiro  que  te  enviaba  el  alma  rrtfa  con  u 
todas  las  efusiones  de  su  ternura;  allí  quedó  adormecida  mi  espranza 
hasta  el  momento  en  que  un  destello  de  tu  bondad  lo  reanimara.  To- 
qué tu  mano,  oí  tu  voz,  percibí  tu  sonrisa,  y  millares  de  luceros  bri- 
llaron en  la  noche  de  mi  desgracia;  fijabas  tu  mirar  en  mí,  y  cada  de% 
tello,  de  tos  ojos  me  hacía  sentir  sensaciones  que  me  ponían  bajo  el 
imperio  de  tus  encantos.  ¿Era  el  amor  ó  la  amistad  quien  despertaba 
en  mnalma  esas  emociones  al  sentir  el  contacto   de  tus   vestidos,  el 

»e  eléctrico  de  tus  ojos? 

o  he  visto  pasar  ante  mí,  sin  impresionarme,  mujeres  mil,  eon 
todos  los  atractivos  de  sü  juventud  y  de  su  belleza;  las  he  visto  des- 
lizarse suavemente  al  compás  de  una  música  armoniosa,  y  dominar 
bajo  el  cetro  de  su  amor  á  los  altivos  guerreros;  las  he  visto  postrarse 
ante  el  trono  del  Señor,  como  ángeles  que  le  mandan  sus  cánticos  y 
alabanzas;  he  oído  su  voz,  dulce  como  los  tonos  de  la  colina,  suave  co- 
mo los  arpegios  lejanos  de  una  flauta;  he  recogido  sus  acentos,  melan- 
cólicos como  las  imágenes  de  un  himno  fúnebre,  tiernos  y  dolorosos 
como  los  gemidos  de  la  orfandad;  enjugué  sus  lágrimas  y  recogí  sus 
suspiros;  presencié  su  júbilo  y  escuché  sus  plegarias;  pasaron  ante  mi 


20  

vista,  radiantes  como  la  luz  boreal  que  iluminara  el  espacio,  cual  la 
esperanza  que  brota  en  la  mente  del  desgraciadlo;  pasaron  sin  conmo- 
verme, sin  herir  mi  corazón;  pero  cuando  te  vi,  mujer  angélica,  atónita 
te  siguió  mi  vista  y  extasiad*  te  contempló  mi  alma;  desde  entonces 
tu  imagen  se  proyecta  en  mi  fantasía;  te  miro  cuando  el  sol  dora  con 
su  luz  los  horizontes,  cuando  el  ángel  de  la  noche  desciende  á  la  tierra 
para  cubrirla  con  sus  alas:  ¿qué  encanto  te  dio  el  Señor  para  avasallar 
los  corazones  y  hacerlos  latir  \  la  primera  impresión  de  tu  mirada? 
Donde  está  tu  presencia,  donde  resuena  tu  voz,  todo  se  armoniza  y 
embellece  como  el  sitio  en  que  la  mano  del  Criador  formara  i  la  com- 
pañera del  hombre.  % 

Recorre  placentera  el  camino  de  tu  existencia,  ¡mujer  adorable* 
donde  posas  tu  pié,  donde  exhalas  tn  aliento,  brotan  flores  y  se  perfu- 
man las  brisas;  ameniza  los  prados,  embellece  los  bosques,  anima  los 
desiertos,  ejerce  por  todas  partes  el  irresistible  poder  de  tus  encantos: 
donde  quiera  que  guies  tus  pasos,  allá  te  seguirán  los  homenajes  de 
mi  admiración  y  de  mi  afecto. 

Has  visto  brillar  en  mi  frente  la  alegría,  ha*  escuchado  los  transpor- 
tes de  mi  alma  en  los  días  de  júbilo;  has  presenciado  mis  expansiones 
en  medio  de  la  orgía;  sólo  he  buscado  un  lenitivo  á  mis  dolores. 
Cuando  he  estado  en  tu  presencia  melancólico,  en  aquellos  momentos 
en  que  la  alegría  se  retrataba  en  todos  los  semblantes,  yo  recorría  en 
mi  mente  los  acontecimientos  de  mi  vida  que  causaron  mis  desventu- 
ras; ellas  marchitaron  mi  juventud  y  me  hicieron  víctima  del  in- 
fortunio. 

¡Cuan  desgraciado  he  sidol  En  vano  busqué  un  corazón  que  me 
comprendiera;  los  encantos  del  amor,  los  consuelos  de  la  amistad,  los 
atractivos  de  la  gloría,  no  han  podido  borrar  de  mi  alma  las  huellas 
de  un  jasado  triste  y  amargo.  Sólo  encontré  hombres  egoístas  y  mu- 
jeres sin  simpatía  que  verían  indiferentes  mis  desgracias;  los  gemidos 
del  que  padece  sólo  encuentran  eco  en  las  almas  sensibles,  en  los  co- 
razones infortunados. 

Yo  no  olvidaré  jamás  el  momento  en  que  apareciste  á  mi  vista  por 
la  primera  vez;  las  frases  que  modularon  tus  labios,  agitaron  mi  alma 
con  ese  misterioso  delirio  que  nos  hace  percibir  los  fulgores  de  una 
felicidad  inesperada:  desde  ese  instante  pensé  hacerte  la  revelación  de 
mis  desventuras,  llevar  á  tu  oído  mis  quejas,  y  recoger  de  tu  alma  una 
palabra  de  consuelo;  tu  dulce  ternura,  tu  angélica  bondad,  me  lleva- 
ron á  tu  lado  para  adorar  tu  sensibilidad  y  admirar  tus  perfecciones: 
en  aquellos  momentos  plácidos  en  que  el  júbilo  nos  circundaba,  te  o- 
frecí  mi  copa,  y  livaste  su  néctar  ¿lo  recuerdas?  ¿porqué  no  fueron 
eternos  esos  momentos?  yo  adivinaba  mi  dicha  en  tus  palabras;  soñaba 
un  bienestar  indefinido  cuando  me  encontraba  junto  á  tí.  Las  impre- 
siones fie  esc  día  quedarán  grabadas  eternamente  en  mi  alma;  cuales- 
quiera que  sean  lo*  azares  que  el  destino  me  depare,  ya  se  indine  mi 
frente  al  p*s^  d»l  dolor;  ya  rebose  mralma   en  el  seno  de  la  dicha,  ja- 


21 

más  olvidaré  tus  dulces  palabras.  Tú  no  sabes  cnún  gratas  son  para 
an  corazón  lacerado  los  consuelos  que  la  amistad  nos  brinda  en  ins- 
tantes supremos;  tu  nombre,  tu  celestial  acento,  serán  un  bálsamo 
para  mí  en  las  altas  horas  de  la  noche,  en  esas  horas  misteriosas  en 
que,  concentrado  el  espíritu,  recorro  uno  á  uno  los  trágicos  aconteci- 
mientos de  mi  vida  azarosa  y  desgraciada.  Para  perpetuar  en  mi 
mente  esos  felices  instantes,  únicos  en  el  transcurso  de  mi  vida  que 
me  conmovieran  hondamente,  te  pedí  una  flor,  un  recuerdo  que  sim- 
bolizara aqnellas  horas  de  inefable  placer,  aquella  angelical  ternura 
con  que  me  dirigías  tu  voz  y  tu  sonrisa,  ¡me  ofreciste  una  fior!  yo 
aspiraría  su  fragancia,  la  llevada  á  mis  labios,  la  humedecería  con  lá- 
grimas en  mi  tristeza  y  soledad.  ¡Oh!  ¡si  pudiera  pintar  lo  que  sentí 
filando  accediste  á  mi  súplica!  ¡si  pudieras  percibir  mi  felicidad  en 
esos  instantes!  yo  daría  lo  mis  grato  de  mi  existencia  porque  no  se 
desvaneciera  esa  ilusión  queritia.  Veía  ostentarse  en  tu  tocado  una 
flor;  veía  tu  agitación  y  tus  vacilauiones;  trémulo  me  acerqué  á  tí, 
cuando  tas  labios  pronunciaron  estas  palabras:  vNo  cumplo  mijpromesa 

parque  no  tengo  unafioru Desapareciste  á*mi   vista,  y  no  te   he 

vuelto  á  ver. 

Algún  día  tal  vez  te  encuentre  en  el  camino  de  mi  vida:  acaso  sea 
en  esos  sitios  pintorescos  donde  las  flores  ostentan  sus  aromas  y  sus. 
delicados  matices;  si  ves  que  mi  frente  se  inclina  por  un  secreto  pesar, 
no  me  preguntéis  la  causa  de  mi  dolor;  dirige  la  vista  á  los  vergeles 
lleva  tu  memoria  á  lo  pasado,  y  encontrarás  el  símbolo  de  mis  espe- 
ranzas y  la  esplicación  de  mis  afecciones  melancólicas;  allí  verás  si- 
frarse  el  porvenir  de  un  desgraciado  que  sería  felz  si  lograra  tocar 
con  sus  labios  el  orle  de  tu  vestido. 


1  LA  suri. 

A    LA 

SRTTA.  POMPOS  A  MTOQUIA. 


¡Montaña  encantadora!  ¡con  qué  arrobamiento  te  contemplo!  mi 
alma  se  adormece  cuando  te  miro  allá  en  la  profundidad  del  azul 
firmamento. 

He  visto  montañas  magestuosas  elevar  hacia  el  cielo  sus  rocas  es- 
carpadas; he  contemplado  cotí  éxtasis  sublime  la  triste  soledad  que 
les  rodta;  he  aspirado  la  fragancia  de   las  flotes  que   brotan  sus  poé- 


22 

ticas  colinas,  he  oído  resonar  en  sus  cavernas  el  mugir  .del  toro  sal- 
vaje, el  canto  melodioso  del  zenzontle,  y  de  la  tórtola  el  arrollo  me- 
lancólico; nada  me  ha  parecido  tan  ideal  como  los  riscos  que  coronan 
tn  fronte  seductora,  eomo  la»  floreoillas  que  nacen  en  tu  falda  ca- 
prichosas. 

He  visto  &  tu  falda  el  aurífero  horizonte  como  un  lago  de  fuego, 
7  aparecer  después,  y  alzarse  sobre  tu  cabeza  al  rey  majestuoso  de 
los  astros:  he  trepado  tus  prominencias  escarpadas  cuando  el  sol  re- 
ververaba  y  he  apagado  mi  sed  en  tus  linfas  cristalinas;  he  visto  lucir 
sobre  tu  frente  el  faro  de  la  noche;  he  distinguido  entre  tus  rocas, 
que  se  retrataba  en  el  éter  purísimo  del  cielo,  el  incierto  fulgor  de  al- 
guna estrella,  como  el  diamante  que  centellea  en  la  frente  de  la  bel- 
dad* Entonces  se  ha  conmovido  mi  alma;  para  siempre  se  han  fijadQ 
en  mi  mente  gratas  ilusiones. 

Te  he  visto  cubierta  de  niebla  matinal,  como  visión  fantástica, 
como  la  virgen  que  se  oculta  tras  una  gasa  transparente;  se  ha  evapo- 
rado á  los  primeros  rayos  del  sol,  ornando  así  tu  cima  un  penacho 
más  blanco  que  el  armiño.  He  visto  rugir  .sobre  tu  cabeza  la  sublime 
tempestad,  iluminarte  su  lívido  destello,  y  rodearte  después,  cual  una 
aurerola,  el  iris  refulgente.  He  visto  en  tus  colinas  la  nieve  blanca 
brillar  como  un  prisma,  cuando  la  hieren  los  últimos  rayos  del  sol, 
y  rodar  á  tus  pies  en  figuras  copríchosas;  al  contemplar  tales  bellezas 
me  has  inspirado  {oh  Bufa!  pensamientos  de  amor  y  de  ternura. 

Tú  has  visto  pagar  lentos  y  silenciosos  los  años  y. los  siglos;  sepul- 
tarse en  el  olvido  á  cien  generaciones;  eclipsarse  y  radiar  de  nuevo 
el  astro  de  la  gloria;  has  visto  arrojar  de  tu  cima  á  los  déspotas  que 
osaban  cautivarte,  y  ondear  en  olla  la  bandera  de  los  libres;  escu- 
chaste los  cantos  marciales  del  soldado,  el  fragor  de  los  combates  y 
el  himno  de  victoria  qne  á  tus  pies  entonan  los  guerreros. 

¡Quién  pudiera  verte  á  todas  horas,  montaña  celestial!  descansar 
en  tu  falda,  y  arrullarse  con  los  pensamientos  de  gloria  que  inspira 
tu  pasado:  {quién  pudiera  verte  al  exhalar  el  postrer  aliento  y  pro- 
nunciar tu  grato  nombre! 

{Deidad  zacatecana,  que  presides  los  destinos  de  un  pueblo!  á  donde 
quiera  que  me  arroje  la  veleidosa  fortuna  me  acompañará  tu  imagen 
adorada.  Cuando  los  valientes  hijos  de  este  suelo  ocurran  á  tí  para 
que  los  proteja  tu  mágica  sombra  maternal,  preséntales  los  sinceros 
homenajes  de  mi  admiración  y  de  mi  afecto;  entre  tanto,  recibe  mi 
despedida;  el  tierno  adiós  que  te  dirijo  anublados  mis  ojos  por  el 
llanto. 


23 


A  MI  AMIGO 

EL  GENERAL 

VICENTE  RIVA  PALACIO. 

[d  &  iim  p  u  anuí  sn  ami 


Con  el  corazón  agitado  por  el  entusiasmo;  con  el  alma  contristada 
por  el  dolor,  te  mando  mi  despedida. 

La  locomotora  que  hoy  alegra  nuestros  campos,  pronto  anunciará 
melancólica  tu  marcha  hícia  lejanos  países,  JSl  vapor  que  hiende  las 
ondas,  llevará  al  escritor  que  nárrala  historia,  y  al  través  de  los  siglos, 
las  hazañas  de  nuestros  héroes;  con  lucirá  al  cantor  de  las  glorias  de 
mi  patria;  al  guarrero  esforzado  que  conquistara  lauros  para  sus  sienes; 
nos  queda  el  recuerdo  de  sus  proezas  y  las  páginas  queridas  que  di- 
funden la  idea  trascendental. 

Se  ausenta  el  amigo,  mas  quedan  con  nosotros  sus  pensamientos. 

Nosotros  leeremos  tus  silvas  poéticas  con  arrobamiento,  y  te  en- 
viaremos nuestras  salutaciones  aun  interpuesto  el  Océano  con  su  se- 
rena calma  ó  con  sus  imponentes  tempestades. 

General,  adiós. 

Hoy  te  envían  tus  admiradores  su  despedida;  contigo  irán,  como  tu 
sombra,  sus  esperanzas. 

Pronto  arribarán  á  las  playas  españolas;  recuerda  allá  las  glorías 
del  Anáhuac;  fíjate  en  su  porvenir  y  en  el  adiós  de  tus  amigos. 

Presenta  á  España,  como  homenaje  fraternal,  nuestras  simpatías. 

Di  á  Castelar  que  aquí  le  esperan  los  brazos  de  los  mexicanos;  nue- 
ve paillones  de  voces  para  saludar  al  gran  republicano;  para  admirar 
al  genio  que  con  el  cetro  de  su  elocuencia  rige  los  destinos  del  de- 
mócrata Universo. 

Di  al  noble  pueblo  español  que  en  México  reflejan  su»  glorias  y  sus 
tradiciones;  que  el  destino  quizo  hacer  gemelas  £  dos  estrellas,  la  d$i 
dos  y  la  del  cinco  de  Mayo;  que  el  explendor  de  esas  dos  fechas  irra- 
diará siempre  en  la  historia  de  1$  madre  generosa  y  de  la  hija  eman- 
cipada para  dar  brillo  al  nombre  de  Zaragoza»  que  es  el  orgullo  de 
ambos  pueblos. 


24 

Ese  grupo  que  hoy  estrecha  tu  mano  con  efusión,  espera  ansioso  tu 
retorno;  su  mayor  dicha  será  percibir  el  bajel  que  restituya  á  mi  patria 
áunodesqs  ilustres  guerreros;  ai  foro  almas  Yecto  desús  magis- 
trados; á  las  letras  al  más  inspirado  de  sus  bardos. 


Epitalamio . 


Si  pudiera  inscribir  un  nombre  en  las  páginas  del  libro  de  mi  vida 
con  la  ternura  de  una  alfha  que  se  inspira  en  el  afecto  paternal,  yo 
inscribiría  el  tuyo,  hija  mía,  y  lo  grabaría  en  este  momento  en  que 
percibes  los  primeros  albores  ae  tu  dicha. 

Si  yo  escuchara  en  mi  estancia  el  trinar  de  los  zenzontles  en  las 
altas  horas  de  la  noche  para  revelarme  sus  ensueños,  esos  delirios  que 
encienden  su  inspiración  y  hace  brotar  de  su  garganta  un  torrente  de 
melodía;  si  llegara  hasta  mí  el  mugir  magestuoso  de  las  ondas  que  se 
forman  en  el  seno  de  las  tempestades,  ó  el  himno  de  la  brisa  que  prime 
en  las  florestas,  yo  anhelaría  que  esos  gorgeos,  esos  rumores,  esos 
dulces  murmurios  llegaran  á  tí. 

Si  yo  tuviera  un  nombre  ilustre  circundado  de  luz  y  una  corona 
que  simbolizara  la  gloria  del  poeta  ó  del  guerrero,  yo  engalanaría  el 
tuyo,  ceñiría  tus  sienes  en  este  gran  día  en  que  Dios  premia  y  bendice 
la  inocencia;  en  esta  fecha  enquevogando  por  los  mares  de  la  vida,  llegas 
al  puerto  de  una  felicidad  inefable;  en  que  unida  en  santo  lazo  con  tu 
esposo,  y  ante  la  luz  de  las  antorchas,  llegas  al  altar  risueña,  feliz, 
entre  nardos  y  entre  azahares. 

El  torbellino  del  amor  arrebató  dos  corazones  para  impelerlos  hacia 
un  mismo  destino;  los  llevó  al  altar  para  que  el  fuego  del  amor  los 
fundiera  en  uno  solo.  Yo  animado  por  ese  fuego  iré  á  confundir  mis 
lágrimas  con  las  de  tu  madre;  es  que  no  queremos  que  te  arrebaten  de 
nuestro  lado;  mas  si  mi  mano  esparce  flores  en  tu  camino,  las  regaré 
con  llanto;  si  mi  voz  se  eleva  al  cielo,  pidiendo  para  los  dos  esposos 
dichas  inacabables,  también  contemplaré  la  tristeza  de  nuestro  hogar, 
anublado  el  so!,  velado  el  firmamento.  Tú  percibes  ya  la  aurora  de  tu 
dicha  sin  nubes  y  sin  celajes;  nosotros  veremos  un  día  triste  y  sin  luz. 


25 

Se  oirán  en  mi  derredor  voces  conf  neas,  suspiros  sofocados,  que  sólo 
amortiguará  el  silencio  de  la  noche;  allí  caerá  el  último  minuto  de  un 
día  que  muere  siendo  precursor  de  una  felicidad  grande,  para  renacer 
luego  anunciando  una  felicidad  suprema,  y  encadenar  dos  épocas  ven- 
turosas. 

La  languidez  de  mi  solodad,  el  6ueño  que  aletarga  los  sentidos,  ce- 
rrarán mis  ojos,  pero  continuaré  mirando  en  mi  fantasía  la  mística 
ceremonia,  en  tu  frente  la  corona  de  azahar,  el  velo  de  las  vírgenes 
pendiente  de  tu  tocado:  dirigiré  á  Dios  mis  plegarias;  modularé  cantos 
en  tn  aplauso,  pero  esas  not&s  resonarán  sin  eco  ni  melodía  al  herir  las 
cuerdas  de  mi  laúd;  no  podrá  animarlas  tu  acento  angélico  que  toca 
las  fibras  de  mi  alma;  no  podrá  tornarlas  en  cadenciosas  la  ternura  de 
una  madre;  de  una  madre  que  da  sus  frutos  tal  vez  amargos  sólo  para 
los  que  sienten  perderte,  dulces  y  aromáticos  para  qnien  te  transporta 
á  otros  jardines. 

Hermana  mía,  no  te  aflijan  mis  pesares;  si  hoy  haces  el  sacrificio  de 
uno  de  los  seres  que  amas,  como  ofrenda  que  se  hace  á  Dios,  alguna 
vez  obtendrás  del  cielo  Ja  recompensa:  no  está  lejano  el  día  en  que  te 
muestres  orgullosa  ante  el  mundo  por  colocar  tu  amor  y  la  felicidad 
de  tus  hijas  en  las  sacrosantas  aras:  velad  aún  por  esos  objetos  tan 
queridos  para  nosotros:  ellas  tiene  un  porvenir  seguro  y  expléndido, 
Á  paz  en  el  hogar  y  el  cielo  por  recompensa. 

¡Cuan  tiernos  y  encontrados  son  estos  afectos!  es  el  combate  terrible 
en  que  lidia  la  piedad  sublime  del  raciocinio  con  el  egoismo  salvaje  del 
corazón. 

Dios  concede  á  todos  dones  y  consuelos:  á  unos  da  una  compañera  á 
quien  amar,  á  otros  una  fantasía  en  que  se  imprimen  temporalmente 
las  borrascas  de  la  vida;  á  aquellos  los  gratos  atributos  de  la  caridad, 
el  amor  de  los  hijos,  los  elevados  sentimientos  de  la  amistad;  á  mí,  ár- 
bol encorbado  bajo  el  peso  del  infortunio,  sólo  me  ha  confiado  el  aro- 
ma del  incienzo  para  esparcirlo  en  mi  derredor  en  esta  fiesta  de  fami- 
lia, cuando  el  sacerdote  bendice  la  fusión  de  dos  almas,  cuando  los 
miembros  de  nuestro  círculo  modulan  alegres  himnos.  Yo  sólo  puedo 
trocar  en  doloridas  emociones  los  suspiros  de  dos  seres  que  une  el  des- 
tino, que  los  une  también  el  beneplácito  de  sus  amigos. 

¡Oh  Dios!  Haced  que  no  reboce  en  amargura  el  instante  terrible  de 
nuestra  separación!  que  se  sobreponga  á  nuestra  angustia  la  idea  con- 
soladora de  que  á  los  desposados  les  reserva  el  cielo  en  su  hogar  un 
Edén  con  sus  mágicos  crepúsculos  y  sus  tardes  apacibles;  manantiales 
inagotables  de  amor  donde  encontrarán  perfumes,  flores  y  canoras  a- 
ves;  una  aurora,  en  fin,  constante  y  perennal  que  no  oscurecen  los  nu- 
barrones de  la  desgracia. 


26 


Siempre  tus  recuerdos,  tu  imagen  gravada  en  mí  fantasía;  fijas  es- 
tán allí  tas  gracias  infantiles,  tu  amor,  tus  caricias.  No  ha  pasado  Un 
solo  día  sin  que  riegue  tu  memoria  con  mi  llanto. 

¿Cuál  es  tu  mansión?  ¿á  cual  de  ceas  mil  estrellas  que  giran  á  la  vio- 
la de  Dios  ha  ido  á  brillar  tu  angélica  presencia? 

Te  preocupaban  lo9  misterios  de  la  eternidad  porque  creías;  no  te 
aterrorizaba  la  muerte  porque  esperabas;  ¿podrías  ahora  revelarme  qué 
es  lo  qne  hay  más  allá  de  ese  firmamento? 

Tranquila  fué  tu  muerte;  á  tu  lado  brillaba  la  fe;  no  temías  el  qM* 
tigo  eterno  porque  habías  puesto  la  esperanza  en  Dicm;  creías  en  una 
recompensa  pues  practicabas  la  caridad. 

Curtbas  las  dolencias  del  que  gemía  en  mi  lecho- de  espinas,  como 
Borenice,  conducida  por  la  voluntad  de  Dios,  cuja  mano  cura  y  nun- 
ca mata. 

Dichoso-  el  que  cree,  el  qne  espera,  el  que  confía;  pero  hay  seres  á 
quienes  no  circunda  la  aureola  de  trae  virtudes  ni  los  atiesta  el  ardor 
inextinguible  de  tu  llama;  cúbrense  sus  ojos  con  esa  venda  que  forman 
las  tempestades  del  alma;  pero  ésta,  como  la  onda,  va  ciega  i  donde  u- 
na  fuerza  superior  la  impele,  á  donde  su  destino  la  envía. 

Bendka  la  Providencia  que  inflama  la  tuya  en  los  dogmas  pnrísimos 
del  cristianismo,  porque  ellos,  uue  fueron  tu  guía  en  la  aurora  de  la 
vid*,  aeran  hoy  tu  faro  en  la  noche  de  la  eternidad.  El  Espíritu  divi- 
na gHÍa  á  los  mortales  á  la  bienandanza. 

Te  humilló  la  pobreza,  te  escarneció  la  desgracia,  y  bendecías  á  Dios 
con  la  resignación  del  mártir. 

Alma  creyente  ¿cuál  es  hoy  tu  recompensa?  criatura  formada  de  ba- 
rro deleznable  ¿cuál  es  tu  destino?  Si  te  es  dado  revelármelo,  ven  á 
deoirme:— Es  cierto  que  tras  esas  esferas  luminosas  se  premian  las  vir 
tudes. — 

Mis  lágrimas,  debilidades  de  un  corazón  enfermo;  mi  tristeza,  atri- 
buto de  una  terrorífica  soledad,  no  las  verás,  no;  no  veras  que  mis  ro-  j 
dillas  tocan  tu  sepulcro,  como  mirabas  arrodillarnos  los  dos  ante  un» 
cripta  cubriéndola  eon  flores;  no  presenciarás  que  me  alejo  conmovido 


27 

de  tu  lecho  mortuorio  para  llorar  mis  desgracias  en  aquellos  lugares 
que  frecuentábamos  unidos  ppr  un  mismo  destino.  Ay!  ja  no  verás 
aquellos  verjeles  en  los  cuales  zumbaban  los  insectos,  gemía  la  brisa  y 
•  rebolaban  las  mariposa©. 

Tus  manos  no  acariciarán  mi  cabeza  como  en  aquellos  días  en  que 
vislumbrabas  la  felicidad  ó  cuando  el  infortunio  humedecía  tus  ojos: 
ya  no  serán  tu  consuelo  mis  palabras  ni  tu  delicia  mis  halagos;  hoy  sp-s 
lo  puede  ser  grato  á  un  corazón  creyente  que  se  hundió  en  el  uo  ser, 
la  oración,  el  sufragio,  el  sacrificio  que  se  hace  á  Lioa  en  sus  altares. 
•Oh,  si  pudiera  llegar  hasta  tí  el  eco  de  mis  plegarias,  y  resinar  en  tu 
sepulcro  como  resuena  en  la  soledad  y  bajo  las  ramas  del  sicómoro  el 
canto  del  ave  crepuscular!  ¿Qué  plegaria  sería  más  ardiente  que  la 
raía  para  que  el  cielo  te  reciba  en  la  paz  del  Señor? 

Me  quedé  solo  y  se  enturviaron  los  manantiales  de  mi  ternura;  no 
queda  sobre  ta  tierra  ningún  ser  de  los  que  rae  amaron  que  cierre  mis 
ojos  ante  la  sombra  de  la  muerte;  no  habrá  para  mí  un  relámpago  de 
luz  que  alumbre  la  conjunción  de  la  vida  con  la  eternidad:  ¿vendrá  tu 
espíritu  á  recojer  el  mío  en  mi  postrer  instante,  cuando  la  voz  de  la 
campana  disipe  su  fúnebre  sonido,  cuando  el  alma  adormecida  flote  en 
el  infinito? 

¿Por  qué,  por  qué  Dios  no  te  conservó  á  mi  lado  haata  que  mi  eter- 
na noche  brotara  de  mi  último  crepúsculo?  me  habrías  alentado  con  tu 
amor  y  vigorizado  mi  espíritu  con  el  ejemplo  de  tu*  virtudes. 

Los  acentos  de  la  música  que  nos  extasiaban,  hoy,  $1  escucharlos, 
laceran  mi  alma,  exacerban  mi  dolor,  y  me  inclinan  á  dudar  de  la  jus- 
ticia de  una  Providencia  que  tú  adorabas  ciega  y  reverente;  es  que  yo 
uo  tengo  tu  heroica  resignación  ni  esa  alma  elevada  por  la  fe  que  sólo 
poseen  los  seres  predestinados;  pero  sí  presiento,  sí  bendigo,  la  volun» 
.  tad  de  un  Dios  que  castiga  y  que  consuela;  que  lanza  la  tempestad  y 
(que  desplega  también  el  iris  de  bu  clemencia. 

Se  santifica  al  mártir  que,  como  tu,  se  inmola  en  los  combatas  de  la 
fe  ó  de  sus  atributos  en  las  aras  santas.  Yo  $ólo  he  ofrecido  al  cielo 
el  holocausto  de  mi  desgarrador  sacrificio  y  he  apurado  el  calis  de  a- 
margura;  si  esto  no  es  sincero,  que  Dios  me  abrume  con  sus  rayo»  des* 
de  el  Sinaí  de  su  justicia. 

pHya  querida!  tmi  María!  yo  me  retiro  A  los  sitios  solitarios  para 
concentrar  en  tí  mis  pensamientos  durante  esas  noches  serenas  que 
me  hablan  de  recuerdos,  de  paz,  de  amor;  es  el  incienso  que  el  alma 
lacerada  quema  en  los  altares  del  sacrificio  y  que  consagra  a  loa  seres 
aderados;  anhelo  la  melancolía  de  la  soledad  para  recrearme  en  tu  me- 
moria y  encuentro  el  hastío  del  aislamiento;  busco  el  reposo  en  pl  W- 
yo  de  esa  luna  que  centellea  entre  el  ramaie  de  los  plateados  olmos  y 
allí  distingo  tu  imagen  que  se  mece  entre  rosales;  busco  el  consuelo  de 
la  amistad  y  só'o  veo  la  indiferencia  de  los  hombres;  ¡ay!  de  mi  cpra 
zón  nadie  puede  comprender  los  dolores  sino  otro  corazón  herido:  los 
lazos  amistosos,  los  vínculos  de  la  sangre,  los  dolores  de  la  humanidad, 


28  

no'tienen  encanto  para  mí,  ni  me  infunden  compasión,  cuando  te  he 
perdido;  porque  tu  eras  el  eslabón  que  me  unía  á  la  familia  y  á  la  so- 
ciedad; mis  emociones,  atrofiando  mis  sentidos,  ahogadas  en  las  angus- 
tias del  dolor,  do  exhalan  ya  una  queja;  me  es  grato  pronunciar  tus  fra- 
ses cariñosas  esculpidas  en  mi  oído  y  que  resuenan  sin  cesar  como  las 
vibraciones  de  un  fonógrafo.  Mis  lágrimas  brotan  a  raudales  cuando 
veo  perdida  mi  esperanza  en  el  silencio  de  esa  tumba  que  se  abre  na- 
da más  para  franquear  el  paso  hacia  la  eternidad. 

|  Alma  mía!  corza  gentil  que  yo  amaba  con  paternal  solicitud!  reci- 
be mis  ovaciones  y  los  recuerdos  de  tus  deudos  y  de  tus  amigos.  En 
vano  te  busco  en  ese  firmamento  que  se  extiende  á  mi  vista  como  un 
magnífico  sudario;  lanzo  tu  nombre  hacia  los  confines  del  vacío£sólo 
responde  la  soledad  y  la  tenue  escintilación  de  los  luceros. 

Cuando  me  encuentro  frente  á  frente  con  mi  desgraca,  anhelo  exha- 
lar mi  último  aliento  sobre  esa  loza  que  de  mí  te  separa;  que  se  extin- 
gan sobre  tus  cenizas  las  últimas  notas  de  mi  arpa;  que  mis  pasos  pue- 
dan llegar  hasta  tn  túmulo  para  cantar  con  acento  funerario  el  ultimo 
salmo  de  mis  placeres  y  hacerte  la  última  revelación  de  mis  dolores; 
allí  arrancaré  á  mi  alma  sus  armonías,  las  postreras  fraces  del  senti- 
miento al  extinguirse  para  siempre. 

Ven,  hija  mía;  qnlaza  tu  mano  con  mis  manos.  Cando  te  evoco  en 
mi  desgracia,  en  el  silencio  de  la  noche,  creo  sentir  tu  contacto;  oigo 
palpitar  tu  corazón  y  percibo  tu  aliento  eu  mis  mejilla*;  creo  en  mi  de- 
lirio que  tu  frente  se  acerca  á  mí;  siento  en  mis  sienes  el  roce  de  tus 
cabellos  y  escucho  aquellas  palabras  con  que  buscabas  gratos  transpor- 
tes en  mi  afecto  y  el  consuelo  en  tus  desgracias. 

¿Por  qué  no  son  eternos  los  éxtasis  en  que  mi  alma  te  invoca,  te  pal- 
pa? Mi  vista  te  sigue  cuando  creo  mirar  tu  imagen  que  hiende  el  es- 
Í>acio  cual  bólido  que  brilla  y  que  se  apaga:  vislumbro  en  mi  mente  un 
antasma  adorado  que  se  levanta  de  tu  sepulcro;  mi  voz  te  llama  y  só- 
lo responde  el  eco  de  mi  acento;  te  miro  en  las  tinieblas,  aérea,  vapo- 
rosa, cubierta  con  blanca  veste,  como  las  hadas  fantástico-noctnrnas 
que  inspiraban  á  Becthoven  sus  notas  inmortales.  Veo  en  el  éter  un 
rastro  luminoso  que  deja  tu  carrera;  te  llamo  y  no  respondes;  te  sigue 
mi  vista  y  desapareces;  ¿por  qué  huj*es  de  mí?  ¿no  oyes  mis  palabras? 
¿no  son  mis  lágrimas  las  que  enjugabas  con  tus  cabellos?  ¿por  qué  bri- 
llas en  mi  fantasía  cuando  cierro  los  ojos?  ¿por  qué  desapareces  guan- 
do vibra  mi  voz?  ¿será  la  imagen  de  algún  otro  espíritu  querido  que  a- 
cude  á  mitigar  mis  pesares  y  á  llorar  conmigo  mis  desventuras? 

María,  mi  María,  fijo  está  en  mí  tn  delirio,  tus  últimas  palabras;  no 
me  atormenta  el  recordarlas  porque  las  vertías  cuando  te  animaba  un 
divino  soplo.. 

Pensando  en  tí,  me  entrego  al  sueño  confiando  en  que  esas  emocio- 
nes te  dibujen  en  mi  pensamiento,  poique  quiero  verte,  gozar  un  mo- 
mento en  la  ilusión  de  que  vires  á  mi  Jado;  quiero  sentir  el  placer  de 
soñarte  aunque  me  agobie  después  la  certidumbre  de  que  duermes  pa- 


29 

ra  no  despertar  jamás;  quiero  enardecer  mi  fantasía  con  el  recuerdo  de 
tus  afectos  para  que  jamás  la  mano  del  olvidó  te  arranque  de  mi  me- 
moria. ' 
£1  dolor  conserva  tu  imagen  en  mi  fantasía,  como  la  flor  uonserva  1 
su  perfume,  la  aurora  su  luz,  la  lámpara  su  llama;  allí  permanecerá  pa- 
ra recrearme  en  el  culto  que  mi  alma  te  consagra.  Hoy  erólo  existe 
entre  los  dos  el  firmamento,  el  dogma  consolador  de  una  esperanza,  y, 
para  protejerte,  la  Sombra  excelsa  de  Dios  que  llena  la  inmensidad. 


DOS  ÁNGELES  SOBRE  LA  TUBA. 


(EPISODIO  DE  LA  QUERRÁ  CIVIL) 


X  &&S  BEBMJvETAS  PACHECO. 


i. 


La  aurora  del  10  de  Agosto  de  1860  fué  saludada  con  el  estruendo 
de  las  armas.  £1  clarín  guerrero  convocaba  á  la  matanza;  los  caballos 
relinchaban  impacientes;  brillaban  los  fusiles  y  las  picas,  y  gruesas  nu- 
bes de  humo  se  levantaban  de  la  tierra. 

Dos  ejércitos  combatían.  Sus  caudillos  habían  escrito  en  sus  ban- 
deras las  palabras  más  sonoras,  aquellas  mágicas  palabras  que  al  pro- 
nunciarlas laten  entusiastas  todo*»  los  corazones — "¡libertad!  ¡religión!" 

£1  choque  será  formidable;  millares  de  víctimas  quedarán  exánimes 
en  el  campo  de  batalla;  la  sangre  vertida  á  torrentes  fertilizará  la  tie- 
rra, y  el  sacrificio  de  tantos  mártires,  ofrecido  á  la  patria  en  holocaus- 
to, será  tal  vez  estéril.  * 

Cualquiera  que  sea  el  héroe  de  este  día;  cualqiera  que  ciña  su  fren- 
te con  los  laureles  de  la  victoria,  verá  amargados  sus  festines  por  los 
¡ayes!  del  moribundo,  por  las  maldiciones  de  les  huérfanos. 

¡Días  de  luto  seguirán  á  este  de  guerra  y  de  exterminio! 

•Dios  de  I03  ejércitos!  con  una  mirada  puedes  destruir  millares  de 
mundos  y  formarlos  de  nuevo  á  tu  voluntad;  infunde,  Señor,  en  el  al- 
ma de  los  combatientes  aquel  sentimiento  de  unión  y  de  patriotismo 
que  animara  &  nuestros  padres  en  otros  días.  Aplaca  la  inclemencia 
del  vencedor  para  que  la  desgracia  del  vencido  no  se  acreciente  con  el 
peso  de  las  cadenas! 


a 30  '         . 

-         II. 

Momentos  después  uno  de  los  ejércitos  había  sucumbido;  las  músicas 
marciales  llenaban  el  espacio  con  suaves  melodías,  anunciando  la 
victoria.  Yo  recorría  aquel  campo  que  estaba  cubierto  de  cadáveres 
y  de  hombres  horriblemente  mutilados.  Aquel  espectáculo  me  horro- 
rizó: amigos,  compatriotas,  hermanos  míos,  habían  sucumbido  ante  el 
fragor  de  la  artillería;  uno  de  ellos,  compañero  de  la  infancia/me  reco- 
noció; me  incliné  hacia  él  para  recoger  sus  últimas  palabras;  espiró  en 
mis  braaos  después  de  consagrar  á  su  patria  y  al  objeto  de  su  amor  su 
postrer  aliento. 

Es  imposible  dejar  de  conmoverse  profundamente  al  contemplar  el 
campo  de  la  guerra  en  los  momentos  de  la  victoria;  los  lamentos  de  los 
heridos  se  confunden  con  los  gritos  feroces  de  hombres  inhumanos,  se- 
dientos de  sangre  y  de  venganza,  í  la  vez  que  el  sacerdote  católico, 
despreciando  los  riesgos,  cumpliendo  con  las  funciones  augustas  de  su 
ministerio*  lleva  palabras  de  consuelo  y  de  paz,  entre  el  estruendo  de 
la  guerra,  al  que  eleva  su  pensamiento  á  Dios. 

Veense  también  á  las  hijas  de  San  Vicente  de  Paul  con  admirable 
negación,  con  dulce  fraternidad,  con  indecible  ternura,  restañar  la  san- 
gre á  los  heridos. 

{Mujeres  adorables!  ¡continuad  vuestra  obra  de  caridad!  esos  hombres, 
curadas  sus  heridas  por  vuestras  manos,  vendrán  á  vuestros  pies  para 
bendeciros. 

ni. 


En  una  de  las  calles  de  Silao,  en  el  pórtico  de  una  casa,  se  aglome- 
raba la  muchedumbre;  yo,  movido  por  un  espíritu  de  curiosidad,  pude 
penetrar  hasta  el  sitio  donde  se  encontraba  herido,  tendido  en  su  lecho, 
uno  de  los  gefes  principales  del  ejército  vencido;  me  pareció  ver  brillar 
en  sus  ojos  un  destello  de  vida:  una  persona  que  no  se  había  separado 
de  su  lado  desde  antes  del  combate,  y  que  a  la  vez  era  mi  amigo,  me 
dijo  con  el  acento  del  más  profundo  sentimiento,  estas  palabras  que  se 

han  fijado  para  siempre  en  mi  memoria:  «Acaba  de  espirar , Deja 

dos  ángeles  sobre  la  tierra.it 

Me  sentí  conmovido,  y  abandoné  el  asilo  del  dolor  y  de  la  muerte 
donde  no  se  puede  estar  sin  que  los  ojos  se  humedezcan  por  el  llanto. 

¡Ah!  maldita,  maldita  sea  la  guerra  civil  que  sumerge  á  tantas  fami- 
lias en  la  desolación!  ¡Cojamos  flores  y  deshojémoslas  en  la  tumba  de 
lob  mártires  sin  nombre,  porque  la  guerra  civil  privó  á  Ja  patria  de  sus 
hijos  valerosos,  cuyas  armas  se  hubieran  cubierto  de  laureles  inmarce- 
sibles ante  el  enemigo  extranjero! 

Mi  boca  pronunciaba  á  cada  paso  estas  desgarradoras  palabras. 

••¡Deja  dos  ángeles  sobre  la  tierraín 


3t 


1 


jOh  Dios!  Tú  cnjro  aliento  l*a  díó  animación  en  esta  vida,  caída  de 
su  inocencia,  proteje  su  orfandad,  dirige  sus  vacilantes  pasos,  y  no  per- 
mita», Señor,  que  &%  Deparen  jamas  del  camino  del  honor  y  de  ka  virtud. 


UIKJl  tiatEUMU. 

DOÑA  CASTA  SQTOES  SE  RECIO. 


Hay  que  cargar  en  este  mundo  con  la  maldición  del  cielo;  padecer  y 
sufrir,  mientras  que,  perfeccionando  la  materia  de  que  somos  forma- 
dos, nos  acercamos  a  la  Dívinidad.y  vamos  á  habitar  otic  hemisferio 
dichoso  ¡Oh!  si  en  este  mundo  todo  fuera  vida  y  dulzura,  yo  no  querría 
salir  de  él,  y  con  todas  veras  de  mí  corazón  le  pediría  á  Dios  que  me 
diera  por  mansión  este  mtmdo  en  toda  una  eternidad  Yo  he  pasado 
ratos  de  solaz,  pero  ¡qué  diminutos  son  cuando  los  comparo  con  los 
días  de  fastidio  que  tanto  me  han  agobiado!  Cuando  más  contento  es- 
toy hall  venido  como  un  contraste  los  sufrimientos.  El  colector  de 
contribuciones:  el  cobrador  de  la  renta  de  la  casa;  el  floretista  que  no 
teniendo  destino  ve  perecer  á  su  familia  de  hambre  y  quiere  que  yo 
¡sea  su  salvador;  el  importuno  cajista  de  la  imprenta,  á  quien  ahoga  el 
tiempo  en  que  el  periódico  tiene  que  salir  forzosamente;  la  criada  que 
viene  á  reclamarme  A  complemento  del  puchero,  y  todo  esto  en  mo- 
mentos en  que  mi  bolsa  está  exhausta 

¡Dios  mío!  ¡cuánta  calamidad!  Pero  falta  lo  mejor  del  cuento:  como 
llovida  de  la  atmósfera  se  ha  presentado  ante  mi  uno  de  esos  seres  que 
vienen  al  mundo  como  una  plaga,  y  á  quienes  el  cielo  les  ba  negado 
una  misión^nblime.  Tal  es  mi  vecina  D  ^  Casta  Sinoes  de  Recio. 

Muger  de  anas  sesenta  primaveras,  fué  esposa  de  un  militar  anti- 
guo que  sirvió  en  el  ejército  trigarante;  no  tuvo  hijos,  y  su  corazón  es- 
tuvo privado  de  esos  dulces  afectos  que  forman  los  tesoros  del  alma  y 
endulzan  las  costumbres.  D  ^  Casta,  semejante  á  la  higuera  que  el 
Salvador  maldijo  por  estéril,  arrastra  en  este  mundo  una  existencia 
penosa;  sin  familia,  sin  hogar,  sin  patrimonio,  vive  de  la  caridad  pú- 
blica,  y   se  abre  brecha   en  la  sociedad  por  medio  de  un  carácter 


32 

chismoso  y  enredador;  siempre  atisbando  las  conversaciones  de  todos 
para  deducir  consecuencias,  no  dejará  pasar  ninguna  circunstancia  que 
pueda  interpretar  de  un  modo  siniestro. 

Yo  fui  un  día  víctima  de  sus  asechanzas. — Se  presentó  en  mi  casa  de 
rota  batida  Señor  Querubín,  me  dijo,  echándose  en  mis  brazos;  desde 
que  Dios  Nuestro  Señor  llamó  á  su  sonó  á  su  mentido  padre,  ¡cuantas 
penalidades  he  sufrido!  fué  pa*a  mí  un  protector,  una  Providencia,  un 
ángel  del  bien  que  el  cielo  se  llevó,  porque  esos  seres  perfectos  no  de- 
ben habitar  en  este  mundo. 

— Ud.  en  su  tiempo  debe  haber  «ido  una  mujer  de  grande  atractivo; 
esos  ojos  decidores;  ese  palmito,  ese  garbo  andaluz,  esa  sonrisa  coque- 
tona.  .... 

— ¿De  qué  me  sirve  lo  pasado,  si  hoy  ya  no  lo  tengo?  ahora,  ahora 
seria  bueno  esa  irresistible  seducción;  ahora  que  hay  tantos  coroneles 
y  generales,  y  tantos  f orrages  y  plazas  supuestas,  y  buscas  pecuniarias, 
y  tanta  impunidad,  y. .    .jAy  Sr.  Querubín! 

— >Pero  señora,  le  dye,  usted  parece  que  ha  gozado  de  una  dicha 
completa  en  este  mundo.  ¿No  es  usted  feliz? 

— ¡Ay!  señor  Querubín,  sólo  yo  sé  ló  que  sufre  una  pobre  mujer 
vieja  y  abandonada,  á  quien  ese  picaro  gobierno  no  le  paga  su  monte- 


pío  

—Sí? 

— Y  á  quien  mira  con  desdén  esa  injusta  sociedad. 
^  /— ¡Cómo!  mi  señora  D  ^  Casta! 

— Ayer  me  desayuné  á  las  doce,  porque  mi  vecino*-!).  Cleofas  Cara- 
col se  le  antojó  tener  á  buena  hora  una  reyerta  con  su  esposadla  tuer- 
ta de  D  ^  Tecla,  y  no  fué  posible  poner  paz  en  el  matrimonio  en  to- 
do el  día 

z—Es  posible? 

r- Figúrese  usted  que  D.  Cleofas  Caracol  es  un  empleado  del  Go- 
bierno qne  sirve  un  miserable  destino;  no  es  partidario  de  un  candidato 
gubemil  que  no  le  es  simpático  al  club  oficial  y  esto  lo  ^iiene  metido 
en  cintura;  no  le  pagan  su  sueldo,  y  D  *.  Tecla  pasa  la  pena  negra,  y 
sus  escaeeses  á  mí  también  alcanzan;  dice  el  refrán  que  donde  no  hay 
harina  todo  es  mohina;  sin  desayuno  y  sin  puchero  el  estómago  está 
en  rebeldía  y  la  bilis  se  derrama. 

— >Decía  usted  que  D.  Cleofas  no  es  afecto  á  la  candidatura  oficial, 
pero  esto  no  es  razón  para 

— Lo  llamo'  el  Gobernador  y  clarito  le  cantó  la  cartilla*  la  Nación 
le  paga  á  usted  porque  le  sirva  con  lealtad,  y  yo  sé  que  es  usted  asis- 
tente á  cierto  club  que  nos  es  hostil;  ó  abjura  usted  sus  simpatías  por 
ese  ciudadano,  trabajando  por  la  candidatura  de  Fuianito,  ó  se  queda 
sin  destino  como  se  quedó  sin  la  primer  camisa  que  usted  se  puso. 

— v¡Cóino  así,  Sra.  D  3  Casta!  pero  si   esto  es  una  injusticia;  y  la  li- 
lj  bertad  de  pensar. ... 
¡i     — Y  el  libre  albedrío,  y  la   libertad   de  conciencia,   y  el  pensar  in- 


__ 33 

dependiente  que  es  la  más  preciosa  garantía  de  nuestras  instituciones, 
doña  Casta,  pelándmne  unos  ojos  donde  se  retrataba  la  cólera  más  con- 
centrada, decía;  ¿podrán  ganar  estos  señores  las  elecciones,  ejerciendo 
presión,  forzando  á  todos  á  trabajar  por  un  candidato  que  no  nos  gusta? 

/—¿No  le  aforad*  á  usted  para  gobernador  el  Sr.  Fulano?  pues  vea 
usted  que  es  un  buen  chico. 

— -nNo  lo  niego,  no  le  quito  la  honra,  y  lo  dejo  en  su  buena  opinión  y 
fama;  pero  á  mi  no  me  agrada,  porque  qn  día  en  que  fui  á  hacerle  una 
consulta  sobre  este  vientre  malhadado  que  tanto  me  gruñe,  me  regañó, 
me  trató  con  aspereza,  como  si  una  fuera  á  que  le  digan  sandeces,  y  no 
á  que  le  ministren  un  remedio 

— Con  que  la  recibió  á  usted  mal,  eh?  pues  lo  extraño,  en  verdad. 

-^Se  mostró  enojado  porque  te  dije  que  había  tenido  una  indiges- 
tión. —Se  atracaría  de  frijoles,  me  dijo,  porque  eso  es  el  alimento  que  á 
ustedes  perjudica.  h— vPero  Sr.  Doctor,  ¿qué  han  de  comer  los  pobres? 
¿de  dónde  cogen  trufas,  hostiones  y  salmón  en  mañoneza?  y  entonces 
me  hizo  sacar  la  lengua  media  vara,  me  oprimió  el  pulso  como  con 
una  tenaza,  me  contrajo  el  párpado  de  mis  ojos,  y  sólo  me  dijo  que  no 
volviera  á  comer  cosas  indigestas,  dio  la  vuelta  y  yo  me  quedé  lo  mis- 
mo oue  antes;  con  tal  proceder  puede  usted  inferir  si  yo  seré  de  su  de- 
voción. 

—Pero  señora  Doña  Casta,  esa  no  es  razón;  tal  vez  un  rato  dé  mal 
humor. ... 

— Los  médicos  no  deben  tener  mal  humor. . . . 

— ¿&i?  No  son  hombres  que  están  sujetos  á  las  liviandades  de  los  de- 
más hombres?  ¿son  ángeles? 

— y3on  ciudadanos,  que  deben  ser  afables  con  los  pobres  enfermos; 
pues  no  faltaba  más  sino  que  una  va  con  todos  sus  años  á  hacer  una 
consulta,  y  después  que  la  tienen  en  la  puerta  del  zaguán  tres  horas  le 

salen  con  que  no  la  medicinan  porque  una  es  pobre  y  porque  comió . 

no  se  que;  con  astas  cosas  ¿puede  una  ser  partidaria  de  un  hombre  que 
tan  mal  se  ha  portado  conmigo? 

— Usted  exagera,  señora  Doña  Casta;  que  sea  de  mal  genio  alguna 
vez,  cediendo  á  un  momento  de  fastidio,  no  quiere  decir  que  sea  un  mal 
gobernante. 

¿Y  qué  me  dice  usted  del  Señor  Jefe  político  que  á  chaleco  quiere 
que  lo  elijan?  ¿son  justas  esas  amenazas  á  D.  Cleofas,  de  privarle  de 
su  destino  porque  es  concurrente  al  club  de  la  calle  de,. . . .  y  porque  es 
subscriptor  á  su  "Fandango?»  Yo  vengo  a  quejarme  con  usted»  para 
que  le  ponga  una  peluca  á  esos  señoritos  y  al  Jefe  político,  porque  no 
es  justo  nada  de  lo  que  hacen. 

^—Hablaremos,  hablaremos  más  tarde,  y  usted  me  ministrará  nuevos 
dados. 

Doña  Casta  se  obligó  k  traer  algunas  noticias.  Salió  tarareando  el 
conocido  aire  nacional. 

Al  pié  de  un  verde  huizache 
Donde  mi  amor  se  recrea. ... 


========== 34 ============ 

Parece  que  el  demonio  prepara  los  acontecimientos.  Cuando  mas 
necesito  de  los  auxilios  de  mi  heroína;  cuando  el  cajista  de  la  imprenta 
me  hace  sus  visitas  mas  continuadas,  en  demanda  de  material  para  el 
periódico,  y  más  estéril  está  el  ehirúmen,  y  escasas  las  noticias  de  sen- 
sació»?  aparece  como  visión  fantástica  la  señora  de  Recio,  siem- 
pre risueña,  siempre  ostentando  la  única  clavija  que  le  ha  quedado  en 
esa  cueva  obscura,  en  ese  antro  misterioso  á  quien  por  sarcasmo  se  le 
da  el  nombre  de  boca;  sus  ojos  verdes  y  opacos  me  buscan  con  avidez 
para  comunicarme  algún  acontecimiento;  ella  todo  lo  sabe;  es  una  colec- 
ción de  fresca*  noticia»,  ciertas  ó  fabulosas,  exactas  ó  exajeradas,  pero 
que  al  fin  causan  interés  por  su  novedad. 

— Venga  vd.  acá,  mi  señora  doña  Casta,  mi  salvadora,  mi  ángel  tute- 
lan vd.  es  quien  está  encargada  de  dar  á  mis  lectores  las  noticias  que 
g  los  seducen  y  entretienen. 

Í  , — Señor  Querubín,  pasan  cosas  grandes  y  maravillosas  por  esos  mun- 
dos de  Dios.  Nuestra  predilecta,  nuestra  muy  amable  comadrita  la 
Sra  doña  Bárbara,  hace  á  vd.  sus  cumplidos;  fué  denunciada  por  un 
Sr.  pero  en  esta  vez  ha  salido  el  tiro  por  la  culata:  figúrese  vd.  que 
cbando  mfe  seguro  se  crefa  el  triunfo,  porque  calificaban  de  furibunda 
la  calumnia,  fué  absuelto  el  periodista,  y  el  acusador,  con  ese  veredicto, 
ha  quedado  con  las  faldas  levantadas,  pues  todo  el  mundo  comprende 
que  si  ha  habido  absolución  es  porque  el  suelto  era  fundado,  ih>  por  las 
anomalías  del  sistema  que  reúne  solidariamente  los  pareceres  y  las  con- 
ciencias de  los  jurados:    Más  valía  no  meneallo  como  decía  D.  Quijote. 

— vNueva  tormenta  se  prepara  para  el  día  en  que  se  ha  de  elegir 
Congreso  ¿sabe  vd.  algo-,  doña  Casto? 

r  -;  Ay  ay  ay !  pues  si  están  muchos  de  los  nuestros  con  el  pié  tan  al- 
to; hasta  las  nulidades  más  impotentes  quieren  curul;  son  bastantes  loa 
aspirantes,  y  así  tendrá  el  pueblo  paño  donde  cortar  y  círculo  donde 
escojer;  una  es  la  novia,  y  uno  el  elejido;  los  demás  se  quedarán  á  la 
luna  de  Valencia,  suspirando  delgadita 

— ¿Y  qué  dice  el  círculo  de  oposición?  ¿cuáles  son  sus  trabajos  en  las 
nuevas  elecciones?  ¿triunfa  ó  no  triunfa?  ¿la  opinión  le  ayuda  ó  le  con- 
traría? hable  vd.  doña  Casia,  por  las  once  mil  doncellas,  hable  vcL,  que 
hay  que  comunicar  algo  á  mis  leetores. 

— >*Por  México  está  en  estos  momentos  el  chubasco — Manolito  Cár- 
ctoscx,  ó  como  lo  llaman  vdes.,  eí  maestro  de  ceremonias,  discoléa  en-  a- 
quel  teatro,  y  hace  esfuerzos  por  enderezar  entuertos  y  sanar  á  los 
quebraditos  que  resultaron  en  la  última  elección.  Después  dé  la  deiro- 
ta,  el  pobre  de  Manolito  se  quedó  triste  y  desconsolado  diciendo  ¿pero 
en  que  ha  consistido  esto?  no  creen  en  su  decadencia^  sofocado  del  ba- 
tacazo se  quedó  admirado  del  prodigio,  en  actitud  humillante;  yo  le  a- 
plico  el  versito  que  el  sacristán  de  Sacapo  puso  y  compuso  al  Señor  de 
la  Humildad,  imagen  que  se  veneraba  en  ese  pueblo: 


35 


=**=»» 


->Veo  que  usted  tiene  á  la  mano  siempre  una  flecha  para  disparar- 
la á  buen  tiempo. 

— Como  iba  diciendo,  por  México  está  la  tempestad;  ya  aclarare- 
mos paradas—  ¿Y  no  le  parece  á  usted  muy  raro  que  á  D.  Fulano  lo  de- 
jen de  Jefe  político  ¡caramba  ccn  el  hombre  tan  equilibrista!  mira  ve- 
nir la  tempestad,  y  le  hace  frente;  busca  el  camino  qme  le  conviene 
para  caer  narado,  pues  el  chiste  está  en.  saber  colocarse;  cae  la  lluvia, 
amenazan  los  rayos  y  las  centellas,  y  que  tiene  como  artillero  buena 
puntería,  escoge  su  paraguas  y  su  rincón,  diciendo: 

El  animal  á  mi  ver 
Más  bellaco  y  más  ingrato, 
Es  aquel  que  imita  al  gato; 
Araña  y  gruñe  al  morder, 
Pero  parado  á  de  "Ker" 
Si  le  brinca  al  garabato. 

Tiene  ,<fu  para-caídas;   ve  que   una  administración   bambolea  y   se 

derrumba,  siente  el  temblor,  pues  no  es  lerdo;  ya  tiene  en  el  bolsillo 
¡  una  recomendación  de  un  magnatepara  qué  él  cuele  capellanía. . . . 
;  ¡caramba  con  el  hombrecito  tan  buen  equilibrista!  el  sí   que  está   libre 

de  incendios;  parece  que  se  quedará  vivo  hasta  el  día  del  juicio  ¿iiial; 

ha  de  enterrar -a  los  muertos  y  dar  fe  de  las  heridas.  — Vea   usted   Sr. 

Querubín,  vea  usted  los  Vercitos  que  le  han  dedicada 


Hábil  es  como  la  ardilla; 
Juega  muy  bien  carambola; 
Cartea  muy  bien  la  malilla; 
Nadie  le  pisa  la  cola 
Ni  le  mete  zancadilla. 


Él  imita  á  la  gamuza 
Cuando  se  vé  atirantado; 
Se  viste  de  piel-de  tusa; 
Si  el  billarista  hace  chuza 
El  queda  siempre  parado. 


Para  vivir,  el  primero; 
Para  ginetear,  no  hay  otro; 

E9   tahúr,  tecolotero 

¡No  pernearán  otro  potro 
Más  ladino  y  tesonero! 


Nadie  le  dobla  la  basa 
Si  barc0a  en  sus  terrenos; 
Lo  echa  pelón;  y  sin  tasa 


36 

Llama  luego  el  todos  menos .... 
— Al  buen  día,  meterlo  en  casa. 

Todos  lo  tendrían  por  lego 
Cuando  exclama  "no  me  arrugo? 
<rViene  el  tres"  y  estira  luego; 

¡Bien  haya  quien  no  es  tarugo! 

Pues  que  lo  toree  Juan  Diego. 

Como  dice  el  tuerto  Parres, 
''Cuídate  de  los  esbirres 
Si  con  la  judía  nos  barres; 
La  carta  es  de  los  Aguirres, 
Y  esta  otra  de  los  agarres" 

Ya  lo  sabéis  lectores;  la  Sra.  Doña  Casta  es  colaboradora  muy  ar- 
diente; la  armaremos  con  el  rayo  para  lanzarlo  á  donde  6ea  preciso,  y 
pediremos  al  relámpo  un  destello  de  su  luz  para  iluminar  nuestros  a 
suntos  y  nuestras  conversaciones.  Una  colaboradora  tan  ardiente;  u- 
na  noticiera  tan  anhelante  por  instruir  á  sus  lectores  de  cuanto  hay  de 
noble  en  la  ciudad,  en  el  Estado,  en  la  Nación  y  en  todo  el  Universo, 
es  un  tesoro;  es  una  preciosa  adquisición  para  un  periódico  que  busca 
la  claridad  en  la  verdad  y  be  afana  por  transmitir  las  noticias  sensa- 
cionales. 


EL  JURADO  Y  EL  ADULTERIO. 

I. 

La  institución  del  jurado  para  calificar  los  delitos,  es  moderna;  po- 
cos años  hace  que  se  ha  implantado  en  nuestra  patria  La  venalidad 
de  los  jueces,  las  argucias  de  los  jurisconsultos,  el  ingenio  de  los  es- 
cribanos y  leguleyos,  impulsaron  al  legislador  á  poner  la  justicia  en 
otro  carril  para  que  llegara  á  un  fin  con  seguridad,  para  castigar  inexho- 
rable  a  los  delincuentes.  Ante  los  jueces  se  necesitaban  pruebas,  ale- 
gatos fundados,  leyes  claras  y  precisas,  saber  pedir  justicia  y que 

la  quieran  dar.  Como  una  aberración  tremenda  veíamos  que  se  le 
daba  al  que  no  la  tenía,  y  esto  era  visto  tan  á  las  claras,  que  se  creyó 
más  conveniente,  en  vez  de  ahorcar  jueces  y  escribanos,  variar  la  ins- 
titución. Parodiando  un  principio  de  caridad,  como  una  limosna  de 
nuevo  género,  se  veía  dar  justicia  a!  que  la  pedía  por  no  tenerla,  como 


37 

■      ■  '  -  ■■    ===a 

lo  demostraban  varios  hechos  escandalosas  que  aun  hoy  no  se  han  ol- 
vidado: en  cuanto  á  la  parto  contraria,  podría  decir  lo  que  los  campe- 
sinos en  sus  cantares;  j>edmn  justicia  y  les  tocaban  valona. 

La  contradicción  de  las  leyes,  el  tratado  de  las  pruebas,  era  para  el 
abogado  entendido  un  arma  de  dos  filos  que  esgrimía  á  su  sabor;  un 
juego  de  cubilntes;  una  prestidigitación  temible  que  lo  ponía  en  el  ca- 
so de  ganar  un  rumboso  pleito,  ó  librar  del  castigo  á  un   delincuente. 

Los  ejemplos  benéficos  del  jurado  los  teníamos  prácticamente  en 
Inglaterra;  cada  hombre  se  revestía  con  las  insignias  del  jure,  hacía 
abstración  de  su  deleznable  humanidad,  se  remontaba  á  regiones  an- 
gélicas para  no  pertenecer  á  e6te  mundo,  y  sin  más  guía  que  su  con- 
ciencia absuelve  ó  condena;  forma  su  resolución  sólo  con  el  ilustrado 
criterio  y  con  su  buen  juicio;  sin  atender  á  lasjpruebas  ni  escuchar  ra- 
zonamientos; sin  verse  fascinado  con  la  elocuencia  jurídica,  debe  califi- 
car si  hay  delito  ó  inocencia  en  los  presuntos  culpables.  Ante  las  pre- 
guntas que  el  juez  formula,  hay  que  decir  simplemente  si;  ?ió;  si  este 
quiere  salvar  al  reo  ó  condenarlo,  bastará,  que  á  la  pregunta  se  le  dé 
una  forma  conveniente  para  recibir  una  calificación  benigna  ó  adversa; 
después  queda  la  interpretación  de  un  monosílabo;  esta  es  más  elásti- 
ca si  las  preguntas  son  confusas  ó  contrarias,  pues  resultará  lo  que 
suele  llamarse,   ley  del  embudo 

Cuéntase  que  en  un  hospital  se  arrimaba  á  las  cabecera  de  cada  en- 
fermo un  trasto  nada  diáfano  destinado  á  recibir  el  atole,  y  éste  lo 
tomaba  por  su  mano  cuando  tenía  necesidad  de  él;  los  enfermeros  poco 
cuidaban  del  alimento,  y  por  apatía  ó  malevolencia,  pero  con  ánimo 
deliberado  de  no  atenderlos  ni  llenarles  el  trasto,  dirigían  al  pasar  fren- 
te á  un  enfermo  esta  célebre  pregunta: 

—\¿  Quieres,  ó  tienes  atole f 

r- Sí,  contestaba  el  interrogado,  con  la  ilusión  de  alimentarse. 

— Que  si  tiene,  contestaba  el  enfermo;  y  pasaba  adelante.  Después 
preguntaba  al  de  mas  allá: 

— ¿  Tienes  ó  quieres  atole  f 

— Nó,  contestaba  el  otro  al  ver  su  trasto  vacío. 

— Qtce  no  quiere,  decía  a  su  vez  el  enfermo,  haciendo  acomodaticia 
á  su  deseo  la  respuesta.  Siempre  tenía  á  su  alcance  una  interpreta- 
ción para  no  dar  alimento  al  necesitado. 

Esto  mismo  sucede  con  los  iurados,  cuando  ellos  dicen  si  6  nó,  como 
Cristo  Nuestro  Señor  nos  enseña.  ¡Y  luego  se  dirá  que  no  hay  justi- 
cia en  este  mundo! 

En  todas  partes  se  cometen  errores  y  abusos;  algunas  veces  para  tor- 
cer la  vara  de  la  jueticia,  y  negarla  al  que  la  merece;  otras  para  dejar 
impunes  los  delitos.  Pero  refiiriéndonos  á  caeos  muy  conocidos,  ¡cuán- 
tas, cuántas  absoluciones  de  los  jurados  hemos  presenciado!  Crímenes 
probados  quedaron  sin  castigo  porque  aquellos  no  han  tenido  la  con- 
ciencia de  la  criminalidad,  ó  porque  no  han  querido  apechugar  con  un 
voto  que  afectaba  su  delicado  y  sensible  distema  nervioso.  Bien  sabi- 
do es  que  ninguno  tiene  responsabilidad,  y  si  la  tuviera,  jamás  se  le  le 


38 

exigiría,  puesto  que  no  hay  ejemplos  de  haber  acusado  y  castigado  á 
un  juez  qu«  faJtara  á  sus  deberes.  Parece  que  se  ha  tenido  empeño 
en  desprestigiar  una  institución  noble  y  benéfica,  sólo  por  volver  al  sis- 
tema de  fallar  conforme  á  lo  alegado  y  probada 

Si  en  los  delitos  del  orden  común,  y  aun  en  los  oficiales  se  absuelve, 
desde  el  que  delinque  abusando  de  la  libertad  de  imprenta  hasta  el  fun- 
cionario que  vende  su  conciencia;  desde  el  que  perpetra  asesinatos  pro- 
ditorios hasta  el  que  comete  hurtos  rateros  ¿cómo  no  esperar  un  vere- 
dicto absolutorio  para  la  esposa  inñel  que,  sobre  tener  Inienos  bigotes, 
infunde  lástima  condenarla?  ¿dónde  está  el  areópago  poco  galante  que 
dijera  "esa  mujer  á  la  horca"?  Ni  en  la  antigüedad  fué  condenada  la 
hetárea  que  infringiera  las  leyes  griegas,  porque  deslumhraban  sus  o- 
jos  de  lucero  y  encantaba  su  belleza  plástica.  Frinée  fué  absuelta,  y 
todo  el  mundo  sabe  cómo  Hiperides  la  defendía 

Parece  que  hay  poca  previsión  eu  el  esposo  ultrajado  si  recurre  á  los 
tribunales  en  solicitud  de  reparación;  á  la  sociedad  por  vindicaciones; 
á  la  religión  por  remedio;  á  la  familia  por  consuelos. 

Ningún  delito  ha  sido  más  estudiado  por  sabios,  legisladores,  crimi- 
nalistas, poetas  y  filósofos,  y  sin  embargo,  ninguna  ley  ha  sido  suficien- 
temente justa  y  enérgica  para  castigar  el  adulterio.  Desde  las  leyes 
de  Manú  basta  las  que  se  han  expedido  en  nuestros  días,  los  delitos  de 
adulterio  han  quedado  impunes  en  general:  desde  los  castigos  más  crue- 
les hasta  aquellos  en  que  la  lenidad  con  el  delincuente  ha  sido  un  pre- 
mio, no  han  hecho  otra  cosa  que  poner  de  manifiesto  el  cinismo  y  re- 
velar al  mundo  las  liviandades  de  una  esposa  que  flaquea.  Dido,  He- 
lena, Fedra,  y  la  mayor  parte  de  las  reina/*  de  la  tierra,  infamaron  el 
lecho  nupcial,  quedaron  impunes,  y  pocas  como  Fedra  lloraron  sus  ex- 
travíos y  ocultaron  su  vergüenza. 

¿De  qué  manera  castigan  la  ley,  la  familia,  la  sociedad  y  la  religión, 
el  crimen  trascedentalmente  funesto  del  adulterio? 

*     ii. 

Cuando  una  mujer  delinque  y  difama,  adulterando  la  familia,  im- 
prime en  la  frente  de  su  esposo  un  sello  de  vergüenza  y  de  baldón. 
Hay  mucho  de  injusticia  en  eso  de  execrar  á  un  ser  que  en  el  engaño 
no  puede  ser  culpable;  pero  tal  es  la  resolución  de  la  sociedad.  Exa- 
minemos, pues,  cuáles  son  los  castigos  que  puede  recibirla  mujer  adúl- 
tera. 

La  ley  acepta  una  acusación  únicamente  de  la  parte  interesada  y  o- 
fendida,  es  decir,  del  esposo;  el  vilipendio,  como  el  pecado  de  Ádan,  se 
trasmite  á  sus  parientes,  pero  á  estos  no  les  es  permitido  tomar  la  ini- 
ciativa sin  incurrir  en  la  nota  de  intrusos,  como  dicen  que  sucedía  al 
cura  de  Jalatlaco  á  quien  mataban  cuidados  ágenos.  La  ley  tiene  qué 
castigar  á  dos  tóm plises  precisamente  con  unos  cuantos  días  de  prisión 
mientras  dura  el  proceso,  ¿y  después?  después   viene  el   divorcio,  el 


39 

fraccionamiento  de  la  familia,  la  obligación  de  dar  alimento  y  buen  tra- 
to á  la  esposa  infiel;  si  no  es  que,  al  advenimiento  del  nuevo  ser,  se  des- 
piertan dudas  y  desconfianzas;  se  intenta  despejar  la  incógnita  sobre 
el  tema  de  ¿si  será?  ¿sí  no  será? 

El  jurado  está  tranquilo;  el  juez  se  lava  las  maños}  allá  se  las  aven- 
gan los  actores  del  drama  al  representar  el  saínete  final,  pues  hay  que 
divertir  al  público  hasta  que  se  desternille  de  risa. 

La  prole  no  toma  parte  en  las  cuestiones  de  los  desavenidos  consor- 
tes, y  son  las  víctimas  inocentes  de  las  consecuencias;  no  disfrutan  de 
la  paz  del  hogar  ni  experimentan  las  tiernas  Caricias  maternales:  no 
maldecirán  siquiera  su  destine,  porque  esa  maldición,  como  de  recha- 
zo, recaerá  sobre  los  autores  de  sus  días;  la  desnaturalización  es  el  vi* 
ció  único  que  reconocer  pudiera  la  culpabilidad  de  una  madre  ¿Cual 
puede  ser  el  castigo  que  impongan  los  hijos  que  recibieron,  al  exhalar 
el  primer  vagido,  las  caricias  maternales,  si  fco  son  las  bendiciones  y 
las  disculpas  de  sus  desvíos? 

Al  saber  la  desunión  de  un  consorcio,  ya  sea  por  la  transparencia  de 
los  cristales  del  hogar,  ó  porque  la  bocma  de  los  tribunales  la  prego- 
nan, la  sociedad  bosqueja  una  sonrisa,  cuelga  al  marido  un  sambenito^ 
y  arroja  á  su  faz  la  estridente  carcajada;  una  interjección  de  lástima 
hacia  ella;  á  él  una  frase  que  le  escarnece;  sclo  habrá  un  aplauso  para 
el  Tirabeque  afortunado.  Despaés  viene  el  olvido  de  la  falta,  la  res- 
tauración de  la3  consideraciones  sociales;  la  caridad  cristiana  hace  lo 
demás;  sobre  todo,  ¿quién  será  la  impecable  que  ¿vrroje  la  primera  pie- 
dra? El  escándalo  es  una  campana  que  toca  á  rebato;  no  moraliza  á  la 
esposa,  sólo  le  advierte  que  debe  ser  cauta  y  previsora. 

¿Habrá  muchas  esposas  que  condenen  á  una  adúltera,  y  aplaudan 
la  vocinglera  algarabía  del  ofendido  que  clama  por  el  castigo?  posible 
es  que  haya  algunas,  pero  no  estarán  en  mayoría.  Se  dice  que  una  sá- 
tira contra  los  blancos  sólo  pueden  aplaudirla  los  negros;  los  habitan- 
tes de  la  Nubía  no  creen  que  puede  haber  en  el  mondo  color  blanco 
si  no  es  artificial,  y  cuando  cae  un  hombre  rubio  en  sus  manos,  le  ras- 
pan la  epidermis  pretendiendo  encontrar  el  color  obscuro.  Las  adúl- 
teras no  creen  que  haya  esposas  fieles;  esta  es  la  causa  porque  son  in- 
dulgentes para  con  su  mismo  sexo. 

La  religión  es  más  compasiva  en  este  mundo  con  la  mujer  que 
delinque:  sus  castigos  son  para  despué3  de  muerta;  las  consortes  de 
conciencia  elástica,  á  quien  no  preocupa  u»  temor  de  Dios  ni  del  dia- 
blo, podrán  exclamar  ante  el  Ministro  de  su  culto:  ¡para  allá  me  las  den 
toda*!  la  Misericordia  Divina  no  tiene  límites;  Dios  hará  uso  en  mi 
favor  de  uno  de  sus  más  grandes  atributos,  diciéndome  como  á  Mag- 
dalena: "te  perdono,  mujer,  porque  has  amado  mucho. 

La  ley  y  ía  sociedad,  la  familia  y  la  religión,  son  impotentes  para 
castigar  el  adulterio;  sólo  queda  el  hacerlo  almarido  pundonorosa.  El 
castigo  de  la  falta  depende  del  carácter  del  individuo;  no  en  vano  se 
dice  que  los  agravios  al  honor  deben  ser  bien  callados  6  bien  vendados. 
Dumas.(hijo)  en  su  terrorífico  drama  "La  mujer  de  Claudio?  resuel- 


40 

ve  el  problema  con  estas  palabras  "mdtat/>;fnidtala;  mátalos"  Girar* 
din,  en  "El  Suplicio  de  una  Mujer"  aconseja  el  perdón,  condenando 
ú  los  delincuentes  d  ser  ingratos,.  Agustín  F.  Cuenca  en  "La  Cadena 
de  Sierro"  propone  el  lanzamiento  del  hogar  k  la  esposa  infiel*  En 
resumen,  no  pueden  darse  reglas  fijas  é  invariables  para  todos  los  ca- 
sos; pero  si  creemos  que  ese  problema  sólo  puede  resolverlo  el  intere- 
sado sin  la  intervención  jurídica,  recorriendo  como  en  una  escala  as- 
cendente todos  los  castigos  imaginables,  desde  el  duelo  á  muerte  que 
lo  toleran  las  leyes  y  aprueba  fi  sociedad,  hasta  el  perdón  de  las  inju- 
rias que  aconseja  la  moral  cristiana. 

Muchos  ejemplos  podrían  citarse  que  resolvieran  distintos  casos;  es- 
posos hay  que,  como  último  tributo  nácia  la  que  fué  -su  esposa,  paga- 
ron  el  importe  de  su  ataúd,  la  misa  de  requiescat  y  los  derechos  an- 
ticipados de  la  inhumación;  existen  también  otros  que,  como  ua  Ma- 
nolito  Gasqucz  ó  un  tío  Canillitas,  esclaman: 

Si  soy ...» engañado,  que  yo  no  lo  sepa.  Si  lo  sé,  que  no  me  lo  di- 
gan. Si  me  lo  dicen,  que  no  lo  vea.  i  si  lo  veo. . .  .¡que  se  haga  la 
voluntad  de  Dios! 

Podrá  inferirse  que  los  jurados,  al  ver  á  una  adúltera  sensual,  ele- 
vando el  alma  á  Dios  digan  santiguándose  "No  nos  dejes  caer  en  ten- 
tación"  mientras  que  un  marido  esclama  con  los  brazos  cruzados, 

"Hágase,  Señor,  tu  voluntad." 

¿Para  cuando  es  entonces  el  suicidio,  santo  ciclo? 


41 


EL  FANATISMO  POLÍTICO. 


Desde  los  más  remotos  tiempos  se  estableció  la  lucha  entre  la  reli- 
gión y  la  libertad.  Hiparco  recibe  la  muerte  en  las  tiestas  de  las  Pa- 
nateneas,  y  la  tiranía  es  derribada  de  su  trono.  Sócrates,  el  genio  dé 
la  verdad  ,  derriba  con  su  palabra  los  altares  de  la  idolatría  pagana, 
inicia  una  nueva  era,  y  muere  envnenado  por  el  fanatismo  religioso. 
El  cristianismo  se  extiende  por  el  Orbe  entero;  la  luz  del  Evangelio 
ilunina  todos  los  espíritus  y  conmueve  todos  los  corazones,  teniendo 
ror  baso  una  doctrina  llena  de  amor  y  caridad;  destruyendo  la  escla- 
vitud, erige  altares  á  la  libertad;  con  aquellas  dulces  palabras,  "amaos 
los  unos  á  los  otros"  pone  las  bases  de  fraternidad  cuyos  lazos  unen 
á  los  hombres  entre  sí  con  un  amor  recíproco.  El  Hombre  de  la  idea 
y  de  la  reforma  escoge  eYitre  la  clase  abyecta  los  propagadores  de  su 
doctrina,  los  estre«ha  en  su  seno,  los  sienta  á  su  mesa  y  con  ellos  com- 
parte su  alimento,  estableciendo  iguales  derechos;  no  los  abandona  ja- 
más, y  después  de  su  sacrificio,  vigoriza  su  fé  sobre  las  aguas  del  lago 
Tiberiade.  La  Cruz,  signo  de  degradación  y  de  ignominia  en  otro 
tiempo,  fué  santificada  por  la  sangre  del  Mártir  y  convertida  en  sím- 
bolo de  felicidad.  Donde  se  encuentre  ese  signo  allí  resplandecerán 
como  estrellas  estas  mágicas  palabras,  libertad^  igualdad,  fraternidad. 
Jesucristo,  frente  á  frente  del  paganismo  y  de  la  tiranía,  fué  el  funda- 
dor de  la  democracia.  Por  eso  los  liberales,  desarrollando  el  pensa- 
miento que  contienen  esas  palabras,  han  formado  de  ellas  un  dog- 
ma que  tiende  á  buscar  el  bienestar  de  los  pueblos.  Donde  la  Cruz 
se  ostenta,  ya  sea  en  el  templo  ó  en  el  desierto,  en  la  cabana  del  pas- 
tor ó  en  el  alcázar  del  potentado,  allí  se  simboliza  el  credo  de  los  libe- 
rales; donde  se  predica  el  Evangelio,  se  predica  la  democracia.  «»Sed 
buenos  cristianos  y  seréis  muy  buenos  demócratas»  decía  Pío  VII  que 
coronó  á  Napoleón  cuando  era  obispo  de  Imola.  Los  sacerdotes  de 
todas  las  sectas  cristianas  llevan  en  su  palabra,  en  sus  tradiciones, 
en  sus  consejos,  el  germen  de  un  sistema  que  practicado  con  eficacia, 


42 

forma  la   moral  de  los  pueblos,  radica   su   bienestar,  y  dá   próspero 
desarrollo  al  amor  de  Dios,  de  la  patria  y  de  la  familia. 

Dios  y  la  patria;  la  religión  y  la  política;  el  amor  á  los  pueblos  y  la 
adhesión  á  la  familia;  be  aquí  los  únicos  pensamientos  que  preocupan 
á  todos  los  hombres,  y  á  cuyo  fin  consagran  sn  existencia.  ¿Jorqué, 
pues,  lo  que  debía  estar  perfectamente  unido,  siguiendo  un  mismo  sen- 
dero, es  lo  más  divergente  y  recorre  opuestos  caminos?  Desde  que 
los  apóstoles  de  la  fal&a  libertad  y  los  sacerdote»  del  cristianismo  rela- 
jaron los  precepto»  divinos  para  oprimir  á  sus  adversarios,  se  excluye- 
ron unos  á  otros  y  se  declararon  en  un  antagonismo  extremo.  Las  ca- 
tacumbas encierran  loe  despojos  de  los  mártires  como  el  emblema  de 
la  tiranía  de  sus  perseguidores.— Las  acciones  de  Tiberio  y  de  Nerón 
se  conservan  indelebles  en  la  historia  para  que  resplandezca  el  sacrifi- 
cio de  los  héroes  del  cristianismo.  Las  masmorras  de  la  Inquisición 
conservan  las  manchas  de  sangre  que  esparcían  unos  verdugos  fanáti- 
cos, y  la  historia  conserva,  para  dar  relieve  á  la  resignación  de  los  sa- 
crificados, los  nombres  de  Arbués,  de  Torquemaday  del  fundador  del 
Escorial, 

Sócrates  combatió  el  fanatismo  de  los  que  deificaban  los  vicios  y  de- 
rribó sus  altares,  y  para  término  de  su  vida  regeneradora  apuró  la  ci-  i 
cuta,  Voltaire  denuncia  loe  abusos  de  los  que  desprestigiaban  á  Cris- 
to; forma  la  caricatura  de  los  que  deificaban  los  crímenes,-  é  inició  una 
gran  reforma  sociaL  Bus  restos  no  han  sido  respetados  por  sus  ene 
migo8  y  fueron  profanados  por  una  mano  sacrilega  é  impía,  ya  que  no 
ha  sido  posible  ni  destruir  sus  doctrinas  ni  exceerar  su  memoria. 

£1  fanatismo  religioso,  el  fanatismo*  polrtiea,  nada  perdonan  en  su 
vehemencia.  Encarcela  á  Galileo  que  les  muestra  sos  errores,  y  con- 
dena al  ilustre  canónigo  Copémico  que  adivinó  un  sistema  planetario. 
Quema  i  Juan  Huss;  y  excomulga  a  Lutero  que  demandan  la  simonía 
de  las  bulas  de  composición  destinadas  á  concluir  la  gran  Basílica;  de- 
capita á  Carlota»,  ahorca  á  Riego,  quema  í  la  doncella  de  Orleans;  sa- 
crifica á  los  sargentos  de  la  Rochela,  persigue  a  Garibaldi,  fucila  al 
duque  de  Engiene  en  el  silencio  de  la  noche  y  á  Darboy;  Iriere  á  Si- 
bour  en  el  templo,  y  sofoca  la  voz  de  Sfcroassmayer  en  el  Concilio. 

Esos  crímenes,  perpetrados  por  la  vehemencia  de  los  partidos,  no 
han  quitado  sw  influjo  á  la  religón  ni  su  inocencia  á  la  libertad;  y  sin 
embargo,  esa  lucha  signep  la  religión  y  la  libertad  se  hostilizan. 

En  nuestra  patria  y  en  nuestros  días,  el  sacerdocio  católico  inicia  iv 
na  guerra,  sangrienta,,  llama  mía  dominación  extranjera,  esparce  su&  a~ 
gentes,  j  eo»  pretexto  de  conservar  el  depósito  sagrado  de  la  fé  y  ha- 
cer la  propaganda*  de  sue  creencias,  funda  asociaciones  religiosa»  con 
fines  políticos,  para  arrebotar  á  los  liberales  la  dirección  de  los  nego- 
cios públicos.  La  caridad  es  convertida  ea  locomotora  política;  San  Vi- 
cente en  instrumento  de  odios  y  de  venganzas,  y  la  sociedad  católica 
en  agente  electoral.  He  aquí  las  tendencias  de  nuestros  adversarios 
en  nuestro  suelo. 


43 

No  se  crea  por  esto  que  no  queremos  opositores,  ni  esforzados  cam- 
peones que  nos  combatan,  ni  antagonistas  que  nos  disputen  la  direc- 
ción del  gobierno;  nosotros  concedemos  á  nuestros  enemigos  los  mis- 
mos derechos  que  nosotros  tenemos,  y  si  hemos  de  decir  verdad,  de- 
seamos su  antagonismo  para  que  nuest.ro  triunfo  sea  más  expléndido. 
Únicamente  lamentamos  que  á  la  sombra  de  la  idea  religiosa  se  siem- 
bre la  idea  política,  porque  puede  iniciarse  una  lucha  cruenta;  porque 
nuestros  tiros,  dirigidos  al  baluarte  de  nuestros  adversarios  políticos, 
pueden  desviarse  y  herir  el  altar;  porque  nuestras  palabras,  encamina- 
das á  destruir  los  errores  de  nuestros  antípodas  políticos,  irán  recta- 
mente también  al  sacerdocio. 

Que  el  clero  católico;  que  los  sacerdotes  de  todos  los  cultos,  se  en- 
cierren en  el  círculo  de  la  fé  religiosa,  para  no  exponer  el  depósito  de 
las  creencias  al  embate  de  las  pasiones  políticas,  ni  á  los  halagos  ó  des- 
denes de  una  fortuna  veleidosa. 


EL  SENTIMIENTO  PATRIÓTICO. 


El  Sentimiento  Religioso. 


Hay  en  el  corazón  del  hombre  un  sentimiento  grande  que  lo  hace 
amar  los  objetos  que  le  rodean,  que  forman  su  dicha,  que  ponen  su 
alma  en  relación  con  la  Divinidad;  ese  sentimiento  es  el  amor  k  Dios, 
el  amor  á  la  patria. 

Nadie  puede  vivir  sin  fijar  su  pensamiento  en  esos  objetos  que  lo 
seducen,  que  lo  dominan,  y  que  á  todas  horas  ocupan  su  imaginación. 
El  culto  que  se  tributa  al  Ser  Supremo,  cualquiera  que  sea  la  nomina- 
ción con  que  se  conozca,  ya  sea  Cristiano  ó  Budista;  ya  sean  adoradores 
de  Mahoma  ó  del  becerro  de  oro;  yá  se  celebre  ese  culto  en  la  Iglesia,  en 
la  Mezquita  ó  en  la  Sinagoga,  el  hombre  eleva  su  pensamiento  hasta  el 
solio  del  que  formó  el  mundo,  la  luz  y  las  estrellas,  y  se  humilla  y  le 
tributa  adoraciones.  En  los  tiempos  de  barbarie  la  Naturaleza  se  con- 
sideraba como  Dios,  y  la  religión  eran  los  placeres,  porque  su  percep- 
ción estaba  en  los  sentidos.  Se  fundó  el  culto  de  Isis  y  de  Astarté  pa- 
ra santificar  el  amor;  el  de  Baco  para  tributar  culto  al  placer  de  la 
enagenación  mental;  el  de  Minerva  para  elevar  á  dogma  la  sabiduría. 
Desde  los  tiempos  más  remotos,  el  hombre  adivinó  que  había  un  Ser 


44 

superior  á  todo  lo  que  su  vista  alcanzaba  y  á  quien  debía  tributar  res- 
peto y  adoración.  4 

El  lugar  donde  se  meció  la  cuna,  y  donde  los  ojos  percibieron  los 
primeros  destellos  de  luz;  los  sitios  donde  pasó  la  infancia,  y  donde  se 
labra  el  sustento;  la  fosa  en  que  descansan  los  restos  mortales  de  seres 
queridos,  y  que  guardará  los  propios  y  los  de  los  descendientes,  tiene 
para  el  hombre  grande  predilección;  ese  afecto  no  está*  sujeto  á  las 
veleidades  del  corazón,  ni  á  las  bastardas  pasiones  que  agitan  el  alma, 
Amamos  á  la  patria  coando  exhalamos  nuestro  primer  vagido,  cuando 
reposamos  á  la  sombra  de  una  encina,  cuando  el  dolor  nos  postra  en 
un  lecho  de  espinas,  cuando  nos  alejamos  de  su  suelo,  cuando  estamos 
distante  de  ella;  á  cada  instante  le  consagramos  un  pensamiento.  Por 
esto  el  amor  á  la  patria  es  una  religión. 

Cuando  percibimos  los  últimos  destellos  del  sol  en  el  quince  de  Sep- 
tiembre y  en  la  aurora  del  nuevo  día,  late  nuestro  corazón  de  entusias 
mo,  sentimos  dulces  expansiones  en  el  alma,  que  van  creciendo  á  pro- 
porción que  se  acerca  la  hora  solemne;  el  reloj  marca  las  once  de  la 
noche;  las  campanas,  resonando  á  vuelo,  hienden  los  aires;  las  músicas 
entonan  aires  patrióticos,  el  bronce  guerrero  lanza  su  fragoroso  ^es- 
truendo y  la  bandera  tricolor  se  levanta  magestuosa  para  recordar  que 
es  el  gran  día  de  la  patria,  el  día  de  su  nacimiento  en  Dolores,  el 
día  que  celebrará  nuestra  última  generación,  como  si  observara  el 
mandato  de  Faraón  á  los  israelitas:  "Este  día  será  un  monumento  para 
vosotros,  y  lo  celebrareis  ante  Dios  solemnemente  de  generación  en 
generación  con  un  cuite  perpetuo.»  ¿Habrá  quien  no-  ame  este  día? 
¿Habrá  una  alma  indiferente  ante  los  recuerdos  que  él  simboliza?  ¿Ha- 
brá un  mexicano  que  abra  sus  labios  para  maldecir  el  grito  que  .  Hi- 
dalgo entonara  lleno  de  fe  para  iniciar  la  emancipación  de  nuestro  sue- 
lo? Patria!  patria!  si  alguno  de  tus  hijos  fuere  indiferente  á  tus  glo- 
rias, y  no  se  conmoviere  con  tus  dolores,  tiéndele  con  amor  tus  brazos, 
y  no  lo  maldigas,  que  algún  día  vendrá  hacia  tí  para  abrazar  tus  rodi- 
llas inundados  sus  ojos  en  lágrimas  de  arrepentimiento. 

{Bendito,  benito  sea  este  hermoso  día!  ;no  lo  verán  más  grande  las 
generaciones  que  han  de  sucedemos!  Oh!  mientras  esa  bandera  pue- 
da ondear  en  los  aires,  no  es  lícito  agitar  nuestros  odios  ni  lanzar  una 
palabra  ofensiva  á  nuestros  hermanos.  Sentémonos  todos  á  la  mesa 
del  festín,  unidos  con  los  lazos  de  la  familia,  porque  es  el  día  de  la  re- 
conciliación, el  día  de  la  madre  patria. 

¿Este  sentimiento  patriótico  es  general?  los  mexicanos  todos  lo  cele- 
bran con  ardiente  entusiasmo?  Tended  la  vista  por  las  calles  todas  de  la 
ciudad.  En  los  edificios  públicos  se  ostenta  el  pabellón  de  Iguala,  y 
muchas  casas  están  iluminadas.  ¿Por  qué  se  observan  casas  sombrías 
que  parecen  estar  deshabitadas?  Sus  moradores  no  se  agitan  ante  el 
recuerdo  de  este  día,  ni  dan  la  más  leve  muestra  de  regocijo.  ¿Quié- 
nes son?  qué  pretenden?  cuáles  son  sus  tendencias?  cuál  es  el  sentí 
miento  que?  domina  sus  espíritus?  Cmín  amargo  es  para  nosotros  ver- 
nos en  la  obligación  de  decirlo  en  este  día,  de  lanzar  una  queja  contra 


45 

nuestros  hermanos  indiferentes.  Esas  familias  son  las  de  los  conser- 
vadores; anhelan  un  cambio  de  instituciones  políticas  y  sociales;  los  a- 
nima  únicamente  el  sentimiento  religioso. 

Para  celebrar  el  gran  día  de  la  patria  no  hay  una  sola  señal  de  re- 
gocijo; para  celebrar  la  fiesta  de  la  Virgen  de  la  Merced  hay  entusias 
mo,  hay  espontaneidad,  hay  hasta  prodigalidad.  El  sacrificio  de  Hi- 
dalgo y  de  Morelos  puede  pasar  desapercibido;  los  hechos  de  Armen- 
gol  y  del  rey  D.  Jayrne  están  marcados  con  el  6ello  de  la  magnanimi- 
dad. Redimir  á  la  patria  de  la  esclavitud  es  un  hecho  insignificante; 
redimir  á  los  cautivos  cristianos  del  poder  de  los  moros  es  grandioso 
sobre  toda  excelsitnd. 

¿Por  qué  existe  esa  indiferencia  para  con  la  patria?  por  qué  la  reli- 
gión ha  de  observar  cualquier  otro  sentimiento  igualmente  noble  y 
grandioso?  ¿Por  qué  el  deber  de  tributar  cnlto  á  Dios  ha  de  debilitar 
el  deber  de  tributar  homenajes  á  la  patria?  qué!  ¿el  sentimiento  pa- 
triótico excluye  el  sentimiento  religioso,  ó  viceversa?  El  amor  á  la  pa- 
tria también  es  una  religión,  hemos  asentado;  también  ese  culto  tiene 
sus  misterios,  sus  exageraciones,  su  fanatismo,  su  sacerdocio,  6us  sacri- 
ficios. También  la  bandera  y  el  himno  Nacionales  simbolizan  recuer- 
dos históricos,  como  la  cruz  y  el  Te  Deum  simboliza  la  redención  y  la 
gratitud. 

Que  no  todos  los  liberales  se  entreguen  á  ciertas  prácticas  del  cato- 
licismo, se  comprende  muy  bien;  muchos  serán  iconoclastas;  no  todos 
profesarán  una  misma  religión;  si  son  ateístas,  indiferentes  ó  ningunis- 
ta\  será  un  mal  de  que  sólo  ellos  sufrirán  las  consecuencias;  pero  no 
podra  decirse  lo  mismo  de  los  conservadores;  ellos  nacieron  eu  nuestro 
suelo;  ellos  tienen  una  patria  que  es  la  nuestra  y  á  quien  aman  como 
uosotros  la  amamos. 

Si  no  admiramos  los  hechos  grandiosos  de  nuestros  héroes  en  el  gran 
dia  de  la  patria,  con  espontaneidad,  con  el  entusiasmo  de  que  es  dig- 
no, caeremos  en  la  indiferencia;  y  la  indiferencia  patriótica  ó  religiosa 
es  un  vicio  que  gasta  los  sentimientos  más  elevados  del  alma,  y  nos  i- 
guala  con  los  seres  irracionales. 

Un  escritor  célebre  nos  trasmite  este  axioma: 

"Desgraciado  el  pueblo  que  no  celebra  las  acciones  de  sus  grandes 
hombres,  porque  donde  no  tiene  altares  el  heroísmo,  tampoco  impera 
la  virtud." 


46 


us  :ocmiE  mcts 


RELIGIOSAS. 


Sabido  es  que  en  todo  el  país  se  ha  establecido  una  asosiación  que 
lleva  el  nombre  de  católica,  cuya  misión  es  mantener  en  agitación  el 
espíritu  religioso,  vigorizar  la  fe,  ejercer  el  dominio  en  las  conciencias, 
y  buscar  en  la  política  y  en  la  administración  pública  la  solución  de 
varios  problemas  que  se  ligan  con  el  bienestar  de  los  pueblos;  ¡santa  y 
divina  misión!  no  tendríamos  palabras  con  qué  elogiar  esa  conducta  si 
se  tratara  sólo  de  plantear  una  idea  religiosa,  pero  no  es  así;  no  se  pro- 
paga esta   idea  sin  ir  acompañada  de  la  idea  política. 

El  ciudadano  tiene  su  misión  sobre  la  tierra;  el  sacerdocio  la  tiene 
también;  no  queremos  que  nadie  abjure  sus  derechos,  no  pretendemos 
que  el  ciudadano  y  el  sacerdote  abandonen  sus  deberes  en  sociedad:  as- 
piramos únicamente  á  que  cada  une  gire  en  la  órbita  de  sus  atribucio- 
nes. 

La  política  pasa  frecuentemente  por  peripecias  violentas  que  dejan 
en  el  ánimo  de  sus  actores  odios  profundos. 

La  religón  es  la  relación  que  existe  entre  el  hombre  y  Dios;  es  un 
sentimiento  que  posee  todos  los  atributos  del  bien,  y  se  encamina  ha- 
cia la  felicidad  eterna,  teniendo  por  base  el  amor  á  los  semejantes. 

Podríamos  decir  que  la  política  y  la  religión  se  excluyen.  Haced 
partícipe  al  sentimiento  religioso  de  la  idea  política  y  resultará  una 
monstruosidad.  Aplicad  las  virtudes  cristianas  al  régimen  administra- 
tivo y  á  las  lucubraciones  de  la  diplomacia,  y  resultará  una  zalagarda 
incomprensible. 

Jesucristo  y  Machiavelo  jamás  podrían  entenderse:  sus  preceptos  y 
sus  doctrinas  tienden  á  distinto  fin. 

Cuando  un  gobierno  se  declara  protector  de  una  religión,  se  consti- 
tuye en  perseguidor  de  todas  las  demás.  Cuando  una  asociación  reli- 
giosa crea  y  sostiene  un  gobierno,  establece  el  antagonismo  aun  entre 


47 

bus  propios  correligionarios,  e  inicia  el  espíritu  de  secta;  de  aquí  ha  re- 
sultado que  un  culto  sufre  los  rudos  embates  de  una  oposición  muchas 
veces  apasionada,  y  debilita  los  fundamentos  de  una  creencia;  £e  aquí 
resulta  también  que  los  gobiernos  vienen  k  ingerirse  en  los  asuntos  del 
culto,  y  aun  pretenden  reformar  los  dogmas. 

Enrique  VIII,  protector  del  catolicismo,  quiso  hacer  de  la  religión 
el  templo  de  sü  lubricidad,  y  del  jefe  de  la  Iglesia  el  aliado  de  sus  pa- 
siones sanguinarias.  Se  fundó  la  iglesia  anglicana,  como  una  rama  del 
cristianismo,  que  germina,  que  se  trasplanta  á  países  remotos  y  á  dis- 
tintos climas,  sin  que  deje  un  momento  de  hostilizar  al  papado.  Tole- 
ra todas  las  creencias  por  absurdas  é  inmorales  que  sean,  desde  los 
sectarios  de  Mahoma,  hasta  los  hijos  de  Israel;  desde  los  mormones 
hasta  los  adoradores  de  Brahama;  pero  en  medio  deesa  civilización 
que  difunde,  sólo  excluye  al  catolicismo  y  se  declara  su  tirano  y  su 
perseguidor. 

O*  Connell  bace  resonar  su  elocuente  voz  en  el  parlamento  inglés  so- 
licitando derechos  para  un  pueblo  oprimiJo,  y  no  consigue  más  que 
sublevar  los  ánimos,  jr  desarrollar  los  proyectos  de  destruir  el  senti- 
miento religioso  en  la  herdíca  Irlandas  O'  Connel),  padre  de  este  pue- 
blo, con  una  sola  mirada  lo  reúne  a  su  alrededor;  respira  con  su  alien- 
to, habla  con  su  voz,  le  infunde  vigor,  anima  su  fe;  jamás  hombre  al- 
guno ha  ejercido  más  ascendiente  en  el  ánimo  de  un  pueblo  entero; 
no  es  la  amenaza,  no  es  el  temor,  no  el  interés  de  la  recompensa 
quien  le  lleva  a  su  pies,  es  la  adhesión  sincera,  es  el  amor  entrañable, 
es  la  Abnegación  fundida  en  una  sola  alma,  en  un  mismo  espíritu.  A 
una  señal  de  su  mano,  el  pueblo  Irlandés  se  arma  y  corre  al  sacrificio; 
á  una  palabra  de  su  boca  lo*  corazones  se  inflaman  con  el  fuego  de 
una  pasión  religiosa;  á  una  mirada  que  lanzan  sus  ojos,  todos  los  espí- 
ritus se  calman,  y  aquellas  lavas,  aquellos  volcanes  en  efervescencia, 
aquel  mar  agitado  recobran  su  sociego  como  si  la  voz  de  un  Dios  dije- 
ra al  Océano  borrascoso:  "sosegaos;  de  aquí  no  pasarás. »  Pues  bien,  ese 
poder,  ese  esfuerzo,  esa  elocuencia  no  ha  conseguido  hasta  hoy  arran- 
car franquicias  y  derecho»  civiles  á  un  gobierno  que  se  introduce  en  la 
conciencia,  que  trata  de  imponer  un  culto.  La  verde  l£rim  sufre  todo 
el  peso  de  una  tiranía  civil  y  religiosa,  mientras  que  el  gobierno  de  la 
soberbia  Albión  lleva  su  civilización  á  la  India,  y  muestra  al  Orbe  en- 
tero los  beneficios  de  sus  instituciones  libres*  Es  el  protector  de  todos 
los  cultos  en  todos  los  pueblos  de  la  tierra,  y  el  opresor  del  catolicis- 
mo en  Irlanda^ 

La  revolución  francesa  de  93  rompe  el  cetro  de  la  tiranía  con  el  yn- 

?;o  de  la  tiranía,  inunda  de  sangre  inocente  la  plaza  de  Greve;  en  su 
uror  destructífero,  en  su  espíritu  novador,  dirije  sus  miradas  al  sa- 
Srarío  de  )a  conciencia,  y  sus  tiros  al  altan  Robespierre  es  guillotina- 
o  casi  moribundo,  y  Mantt  exhala  su  aliento  envenenado  ante  la  no- 
ble actitud  de  una  mujer  heroica,  ante  la  presencia  del  "ángel  del  ase- 
sinatorr  como  Lamartine  llama  á  Carlota. 

Los  jesuítas  y  los  inquisidores  se  hostilizan  entre  sí  con  encarniza- 


48 

miento,  disputándose  el  dominio  y  la  dirección  de  los  negocios  públi* 
eos  en  España;  y  esa  lucha  no  termina  sino  con  una  revolución  san- 
grienta, con  el  sacrificio  estúpido  de  ochocientos  frailes  en  una  sola 
noche. 

En  todos  los  pueblo?  donde  el  sacerdocio  ha  tomado  parte  en  la  po- 
lítica y  que  el  gobierno  se  ha  ingerido  en  la  Iglesia,  han  tenido  lugar 
dramas  sangrientos,  horribles  hecatombes  que  debilitaron  el  sentimien- 
to religioso,  ó  que  derribaron  el  pedestal  de  los  gobiernos.  La  ciudad 
eterna,  que  durante  tantos  siglos  fué  el  albergue  del  pontificado,  es 
la  capital  de  la  Italia  libre,  y  esta  presenciando  la  ruptura  de  la  triple 
corona  de  los  papas» 

La  historia  nos  revela  en  todas  sus  páginas  que  el  consorcio  del  go- 
bierno y  de  la  religión  es  nociva  á  todos  los  pueblos,  porque  si  se  ha- 
ce solidaria  de  su  causa,  esté  sujeta  también  á  sus  convulsiones. 

Que  los  gobiernos  no  se  ingieran  en  las  creencias  de  los  pueblos  ni 
en  la  práctica  de  los  cultos;  que  no  se  declaren  protectores  de  una  re- 
ligión, porque  esa  protección  suscita  el  celo  y  engendra  la  persecución 
de  las  aemáe.  Que  cada  religión  haga  la  propaganda  de  sus  doctrinas 
en  la  prensa  y  la  tribuna,  en  «1  templo  ó  en  el  hogar,  pero  no  en  el  san- 
tuario de  las  leyes  ni  en  el  recinto  de  la  justicia,  para  que  su  marcha 
sea  segura;  para  que  sea  fructuosa,  para  que  sea  uniforme.  Los  cambios 
periódicos  del  personal  de  las  autoridades  que  son  inherentes  á  las  ins- 
tituciones, hará  que  se  efectúen  volubles  cambios  también  en  lasare- 
vanzae  y  en  l$w  protecciones  que  el  gobierno  ejerza  hacia  determinado 
culto. 

Esa  asociación  católica  que  tiene  por  objeto  alimentar  la  fe  y  radi- 
car sus  doctrinas,  tendrá  aceptación  entre  los  pueblos  cuando  se  vea 
que  sus  pasos  se  dirigen  hacia  un  fin  laudable,  ó  cuando  se  persuada 
de  que  el  principio  religioso  no  le  sirve  de  vehículo  para  buscar  el  triun- 
fo también  de  un  principio  polílico. 

Los  que  forman  esas  asociaciones  religiosas  también  son  ciudadanos, 
y  también  tienen  el  derecho  y  aun  el  deber  de  tomar  parte  en  los  ne- 
gocios públicos  que  afectan  al  gobierno  de  los  pueblos,  pero  entonces 
es  distinta  su  institución  y  distintos  los  medios  que  deben  emplearse; 
nc  será  entonces  el  sacerdocio  quien  busque  el  antagonismo,  sino  los 
agitadores  populares  en  los  comicios;  en  el  seno  de  la  asociación  pura- 
mente religiosa  no  pueden  caber  sino  personas  de  una  creencia  homo- 
génea, animadas  de  un  mismo  espíritu;  en  el  club  político  pueden  caber 
ciudadanos  de  distintas  religiones,  pero  que  estén  ligados  por  un  mis- 
mo principio,  cual  es  el  de  llevar  triunfante  al  cuerpo  legislativo  una 
idea  nueva,  cuya  práctica  sea  un  beneficio  para  los  pueblos. — Los 
hombres  de  la  idea-  política  no  deben  ser  los  hombres!  de  la  idea  reli- 
giosa.— Unos  y  otros  deben  recorrer  distintos  senderos. 


4d 


YLA 


La  revolación  de  Reforma  dejó  entre  nosotros  odios  profundos,  di 
visiones  espantosas  en  la  sociedad  y  aun  en  las  familias.— ¡Canario! 
nosotros  vimos  los  campos  cubiertos  de  cadáveres;  todavía  se  nos  espe- 
luzna el  cuerpo  al  recordar  la  tatema  de  los  muertos,  como  chivos  en 
barbacoa. — Muertos  hacinados,  desnudos,  cubiertos  de  sangre,  rodeadob 
á  una  hoguera.— ^Humanidad!  ¡humanidad!  ¿no  eres  un  sarcasmo?  In- 
quisición! la  civilización  había  borrado  hasta  tu  nombre  ¿por  qué  apa- 
reces en  los  campos  de  batalla  en  los  tiempos  moderaos?,*- Ah!  para  e- 
vitar  a  los  pueblos  la  epidemia.. 

Mirad;  aquel  es  uh  coronel;  su  cuerpo  está  cubierto  de  heridas;  cua- 
tro balazos  recibió  en  la  guerra  extrangera,  y  pudo  salvarse;  hoy  la 
guerra  civil  lo  ha  hecho  su  víctima;  no  fué,  no  es  mártir  de  la  indepen- 
dencia, pero  sí  es  mártir  de  la  reform&->Aquel  otro  es  un  soldado  ra- 
so; muere  sin  dejar  un  renombre,  un  caudal,  un. . .  .{qué  decimos!  no 
deja  siquiera  á  su  familia  la  triste  nueva  de  su  muerte.— >j£n  vano  un 
deudo  ó  un  amigo  recorrerá  mañana  estos  campos  escarbando  la  tie- 
rra para  conocer  unos  despojos;  las  leyes  exigente  de  la  guerra,  de  la 
higiene  y  la  salubridad,  pondrán  una  flama  á-e*a  pira;  algunas  tonela- 
das de  carne  humana  se  reducirán  á  un  montón  de  cenizas,  ¡qué  confu- 
sión el  día  del  juicio  finaU  tocata  S.  Gerónimo  la  corneta  y  esas  cenizas 
permanecerán  inertes;  tocará  diana,  calacuerda  ó  generala,  y  ni  per 
esas  se  reanimarán  los  que  no  han  de  ser  calaveras. 

La  pira  arde  con  muy  poco  combustible;  los  huesos  son  un  pábilo 
excelente;  la  carne  y  grasa  es  alimentación  esquisita^— » Mirad,  mirad; 
allí  se  encuentra  un  hombre;  se-  retuerce  por  sus  dolores,  grita,  se  sien- 
ta, ¿está  vivo?  nó,  es  la  contracción  de  los  nervios  afectados  por  el  fue- 
go; allá  otro  se  vuelve  para  uno  y  otro  lado  como  si  hiciera  de  áu  cuer- 
el  suculento  rossbeef  de  los  ingleses;  se  estremece,  se  encoge;  el 


50  

más  allá  se  ríe,  me  llama,  y  todos  se  quejan  y  gritan  y  se  estreme- 
cen  Oran  Dios!  apartemos  la  vista  de  este  sitio.     Los  horroresde 

la  guerra  infunden  pavor  á  mi  alma.     ¿Estas  victimas  se  han  sacrifica*  \y 
do  ante  un  enemigo  extranjero?    Nó,  son  victimas  de  la  regeneración 
del  país,  de  un  combate  fratricida;  defendían  la  constitución,  defen- 
dían la  reforma.     Manes  ilustres,  ¡reanimaos!  ¡la  obra  está  terminada! 

La  Constitución  es  la  obra  de  la  meditación  y  del  estudio  que  sancio- 1 
nara  el  sabio  con  sus  teorías  y  con  su  experiencia;  es  el  escudo  contra  la 
tiranía.  ..........        . 

La  refirma  es  el  grito  del* pueblo,  la  necesíflad  derla  sociedad;  es  el 
pasado  riüebdo  con  el  porvenir;  es  el  fanatismo  de  nuestros  antepasa- 
dos resistiendo  los  destellos  novadores  de  un  progreso  siempre  crecien- 
te; esa  reforma  esta  sancionada  cota  faue^feros  sufrimientos;  lleva  el  se- 
llo del  genio  y  del  martirio  de  Ocampo,  de  la  sangre  de  Degollado,  de 
Alatri&te,  de  Rangel,  de  Cruz  Aedo;  se  ha  úaecido  en  los  campos  de  ba- 
talla, con  los  cánt)£o%,  tnajyúales  del  guerrero;  sé  ha  nutrido  con  la  me- 
tralla; se  ha  vigorizado  con  el  canto  de  victoria,    ¡Gloría  á  Dios  en  las 
alturas,  y  paz  á  los  hombres! 

Silao  y  Calpulalpam  son  sus  columnas.     El  fanatismo  dejó  entre  sus 
cimientos  &\i  piel  de  víbora  y  quedó  adormecido  basta  que  Forey  le  in- 
fundió movimiento  coa  una  pila  de   Volta.     Volvió  á  adormecerse  en 
el  cerro  de  las  Campanas,  y  parecía  no  dar  señales  de  vida. 

Hoy  se  m^eve^  se  levanta,  recobra  bríos;  es  el  último  estremecimien- 
to de- la  agonía;  en  el  Invierno  los  reptiles  suelen  removerse,  porque  só- 
lo están  aletargado*, 

La  nueva  protesta  de.  cumplir  las  leyes  de  Reforma,  renueva  los 
antiguos  resentimientos  y  los  escrúpulos  de  1857. 

Los  liberales  están  en  su  puesto;  levantan  m*y  alto  su  frente   y  su 
estandarte;  sus  antagonistas  muestran  todavía  repugnancia  al  aceptar 
hechos  consumados;  á  nuestra  bandera  oponen  la  tiara  que  se  entiérra 
en  el  Quirinal;  á  nuestros  /vivas/  á  la  libertad  nos  oponen  las  excomu- 
niones y  las  eextsuras;  al  ver  nuestra  condición  de  libres,  nos  eqpeñán  I 
satisfechos  sus  cadenas  de  siervos  de  Roma.  * 

Salpd,  hombrea-  da  la  regeneración  y  del  progreso;  de  vosotros  es  él 
porvenir. ....  ^ 

Salud,  hombres  de  la  preocupación  religiosa;  de  vosotros  es  el  pasa- 
do. Bienave»tufíMJQS  lo»  pobres  de  espíritu,  porque  de  ellos  es  el  reino 
de  los  cielos. 

Coa  cuanta  solemnidad  fué  posible, -fueron  sancionadas  las  leyes  de 
Refon^a».  4 tevftd*»  *1  rango  de  preceptos  constitucionales;  algunos  de 
ellos  tienen  el  tinte  sombrío  del  contraprincipio  liberal;  lo  combatamos 
como  diputado*  y  como  escritores,  cuando  pudimos  hacerlo  en  el  terre- 
no  de  la  licitud .  constitucional;  hoyr  elevado  á  ley  ése  principio  sancio- 
nado por  una  mayoría,  aun  citando  sea  una  inconsecuencia,  nuestro  de- 
ber es  acatarlo  y  cumplirlo. 
La  protesta*  ha  sido  aoleosne. 
lío  quisieron  jtf^etarla  los  vasalto*  - 


ir 


51 


Tributamos  un  homenaje  de  respeto  4  la  convieeióñ  j  i  )a  buena  fe, 
.  — Ese  sentimiento  profundo  eleva  al  hombre,  y  simpatiza  con  el  nues- 
tra—>Estos  hombrea  son  dignos  de  desempeñar  loa  puestos  que  deben 
confiarse  á  la  equidad  y  ala  honradtz^Ojalá  y  en  nuestra  matao  estu- 
viera premiar  ese  heroísmo,  pero  no  podemos  saltar  la  barrera  dé  ía  ley '. 

Algunos  conservadores  vergonaantea,  como  el  gato  que  deja  la  cola 
de  fuera»,  ae  han  ocultado  tras  ana  licencia  ó  «na  enfermedad. 

Otros  conservadores  con  piel  de<  Kbdralee,  coa  más 'amor  á  la  tesoro* 
ría  que  miedo  al  infierno,  apachugaron  ía  excomunión.  Ya  no  se 
confunden  el  hombre  de  la  idea  y  el  hombre  del  destino.  La  miseri- 
cordia de  Dios  es  muy  grande;  pasada  la  protesta,  el  pan  y  el  agua 
bendita  se  encargan  de  abrir  las  pwrtaa  del  paraíso  &  loa  t?*Mra(/tfro& 
La  pjro^eqtyfc  tiene  *u  l^do  mala — Castiga  al  hombre  de  honra  y  premia 
al  saltimbanqui  político, — Los  libérale*  estuvieron  en  su  puesto?  ewn 
plieron  con  su  deber,  y.  merecen  por  sólo  eato  nuestro  elogia 

La  bandera  nació  pal  ondea  en  los.  airee  anunciando  una  vea  más  el 
triunfo  de  la  democracia*  regocijémonos»  loa  que  de  alguna  maneta  ha- 
yamos contribuido  á  ello» 


BANDERAS  Y  BANDERÍAS. 

(JIEGO  DE  PUESTIDIOITACIOAV) 


futrábamos  cp  la  juventud,  en  la  edad  enqae  <etA  entoldado  él  por- 
venir para  los  hombres,  pero  que  los  jóvenes* llenos  de  vida¿  creen  en 
él,  y  en  realizar  las  ilusiones  de  loe  sueños  do  ora  Entonce*  acriba  á 
nuestro  suelo  un  hombre  que  tonta  la.  facultad  de»  hace*  milagros;  ta 
muchedumbre  lo  seguía;  la  «sociedad  lo  adjpird  yí  la  levantaba  altare* 
como  i  un  sem¿-d*o$  no  faltó  q*ie»  le  creyera  al  anti^Oiatcvy  aun 
quien  le  condenara  opmQ  á  un  eafriñta:  maléfico,  nuncio  de  Satanás, 
que  venia  ¿  tentarnos  para  cond^cimoadJ^pt»^  á  los  ántrúa  infernales. 

Tal  fué  uu  hábil  prest^igitado*  ou^  al  contacto  des»  vara  prodigio* 
sa,  sería  capaz  de  convertir  en  hombres  4  las  piedras  cow>  Deuoalion; 
él  resuscitaha  &  I05  muertos  como  Jes^jr  sijapefcdí* u%  el  «¿re,  contra  \m 
leyes  de  la  física,  ¿  una  rolliza,  .mujar  después  de  adormecerla  ¿on  la 
fas<?inación  do.  uns,  mirada  fija-  y  catalítica,  ¿orno  la  de  Satán. 

Los  prodigios  del  magnetismo  revelado»  por  Mesmec  eran  descono- 
cido* fin  i^eefUr^a  Jftrápneft $1  primero,  qu^  loe  dW  4  conocer  fué  el  d- 
l^^re  prestid  jjflfadoi;  del  «uguto,  q*  iuoivi<íaMft  AlaMuder, 


52  

Cayeron  por  tierra  las  suertes  de  baraja  con  que  loa  ciegos  nos  di- 
vertían, y  3e  condenaron  al  olvido  las  cajas  de  doble  fondo  que  hacían 
desaparecer  los  objetos;  imágenes  perfectas  délos  juegos  de  cubiletea 
de  D.  Lúeas  Alemán,  de  Tomel  y  de  I^cuiiza;  Ante  los  prodigios  de 
Ale^ander  se  excluían  los  escamoteos;  mas  no  pudiéndose  explicar  las 
desconocidas  maravillas  de  la  física  moderna,  se  recurría  á  los  cuentos 
de  badas,  de  los  encantamientos  llamados  á  realizarse  en  el  Siglo  XIX; 
los  más  preocupados,  creyéndo*en  los  pactos  con  el  demonio,  se  santi- 

Iguahaa  cada  vez  que  la  voz  pública  pregonaba  la  realidad  de  tales  por- 
tentos. ' 
La  bolsa  prodigiosa  de  donde  salían  millares  de  huevos,  se  realizó 
en  la  ley  del  timbre  en  nuestros  días,  de  donde  salen  pesos  á  millares: 
es  que  en  aquella  bolsa  se  «nido  la  sempiterna  galKnar  qtie  pone  los 
huevos  de  oro,  como  se  anidan  en  la  administración  del  Timbre  las  ga- 
llináceas figuras  de  D.  Emiliano  Busto  y  del  siempre  célebre  Lope-Lara. 
Nada  cautivó  tanto  nuestra  admiración  como  la  suerte  de  las  ban- 
deras; se  parodiaban  los  milagros  de  la  multiplicación  de  los  panes  y 
de  los  peces  y  el  convertir  el  agua  en  vino;  aquello  sí  nos  dejó  estu- 
pefactos v  boquiabiertos  de  puro  aterrorizados.  Veíamos  en  manos  del 
¡prestidigitador  una  banderita  de  ambigú  nocturno  que,  al  agitarla,  se 
multiplicaba  hasta  el  infinito;  mas  para  halagar  el  sentimiento  nacio- 
nal de  los  espectadores,  la  banderita  ostentaba  los  tres  colores  simbóli- 
cos de  la  de  Iguala. 

Nuestra  imaginación  nos  hacía  ver  en  el,  mágico  prodigioso  la  simi- 
litud perfecta  del  libertador  Iturbíde,  tremolando  su  gloriosa  qnseña. 
Las  banderas  nacionales  de  todos  los  pueblos  tienen  el  atributo  de 
conmover  los  corazones  y  de  inflamarlos  con  el  santo  amor  de  la  pa- 
tria. En  manos  <te  aquel  hombre  era  un  símbolo  sagrado  que  venerá- 
bamos oon  fervoroso  respeta  \ Ay!  [Entonces  no  veíamos  ondear  la  ban- 
dera tricolor  en  las  pulquerías,  en  las  cantinas,  ni  en  el  serviguillo  de 
un  toro  de  lidia. 

A  cada  movimiento  de  su  mano  se  multiplicaban  las  banderas,  y  con 
profusión  se  repartían  hasta  agotarse;  quedaba  una  sola,  y  al  agitarla 
de  nuevo,  de  nuevo  se  reproducían,  variadas  en  sus  formas,  distintas 
,  en  sus  matices.  Tricolor  fué  la  simiente,  la  que  simbolizaba  la  nacio- 
nalidad meneaba:  de  sus  pliegues  salieron  la  bandera  roja,  emblema 
de  la  revolución  francesa,  cotí  su  sistema  de  terror,  sus  avances  civili- 
zadores, y  su  tiranía  injustificable:  la  bandera  negra,  que  llevaba  como 
un  signo  la  calavera,  geroglífieo  aterrador  de  >>Zos  húzares  de  la  muer- 
te:» la  listada  de  blanco  y  rq¡o¡  qué  iedría  dé  ser  en  algún  día  nuestra 
I  dominadora,  y  en  otros  días  la  protectora  de  la  cansa  de  ñuesfra  ín 
dependencia  contra  el  imperio  y  la  tiranía  de  los  franceses. 
Aquellas  banderas  diseminadas  entre  la  multitud,  fueron  la  Semilla 
"  de  otras  nuevas,  k  cuya  sombra  se  acogían  los  hombres  de  tú  idea  para 
buscar  un  triunfo  k  sus  Sofismas  políticos. 

Vine  la  federación;  después  el  centralismd^íaáb  tarde  la  revolución 
de  Ayuda,  la' Constitución  de  1857,  lá  Reforma;,  el  Imperio,  la  RepúJ 

i  I 


53 

blica,  7  al  fin  de  todos  estos  sistemas,  un  orden  de  cosas  tal  que,  más 
que  un  sistema  político  y  administrativo,  es  un  conjunto  de  todos  los 
anteriores,  una  especie  de  ensalada  de  Noche  Buena. 

Flota  en  los  edificios  públicos  ol  pendón  de  Iguala  como  un  signo  de 
respeto  que  el  pueblo  mexicano  le  tributa;  pero  los  ciudadanos,  for- 
mando distintas  asociaciones,  enarbolan  la  bandera  de  Iturbide  subs- 
tituyendo el  verde  matiz  con  el  negro,  color  que  la  transforma  en  ban- 
dera prusiana.  No  estrañemos  ver  á  los  que  la  enarbolan  apoyarse  en 
el  cañón  rayado,  calarse  el  casco  á  la  Bismark,  y  «alzar  la  bota  f Fede- 
rica. 

En  otras  asociaciones  se  levanta  la  bandera  Manca  que  simboliza  la 
religión;  tiene  como  escudo  una  tiara  y  una  Cruz;  está  dispuesta  á  dar 
protección  á  los  hombres  de  ideas  ultramontanas*  No  es  este  el  emble- 
ma que  Hidalgo  levantó  hace  setenta  y  siete  años  en  Dolores,  y  que 
recogió  del  Santuario  porque  tenia  como  escudo  k  Ja  Viígen  de  Guada- 
lupe, nó;  la  bandera  blanca  que  de  nuevo  se  enarbola  por  el  po- 
der teocrático  está  manchada  con  Ja  sangre  de  Hidalgo  y  de  Morelos, 
de  Guerrero  y  de  Ocampo.  Es  el  blanco  girón  del  pabellón  de  Iguala 
que  representa  las  antiguas  tradiciones,  y  que  resisten  los  adelantos 
del  progreso. 

81  un  nuevo  Alexander  tremola  la  bandera  de  las  tres  garantías,  pa- 
ra agitar  la  guerra  civil,  como  una  profanación  sacrilega,  se  desgarra- 
rían de  nuevo  sus  simbólicos  colores. 

Iturbide  fué  el  único  que  la  tremoló  excenta  de  toda  mancha  san- 
grienta, 

Santa  Anna  y  Bustainante  arrebataron  uno  de  sus  girones  panuniciar 
la  rebelión  constante. 

Miramón  y  Zuloaga  enarbolaron  otro  color  para  hacer  de  él  el  em- 
blema de  la  tiranía.  Juárez  y  Lerdo  hicieron  de  la  fracción  roja  «1 
oriflama  de  su  causa;  ella  representaba  en  todas  partes  la  justicia  y  la 
libertad,  los  adelantos  del  siglo  y  la  oposición  al  retroceso. 

Desde  entonces  la  bandera  de  Iguala  permanece  hecha  girones  en 
manos  de  los  corifeos  de  los  distintos  partidor  que  dividen  á  la  socie- 
dad mexicana.  Difícilmente  volveremos  á  contemplar  bus  tres  colores 
unidos  para  conducir  á  nuestra  patria  por  el  camino  del  progreso» 

Dícese  que  otros  caudillos  levantaran  nuevos  pendones,  los  que  han 
caracterizado  siempre  en  México  á  los  tres  partidos  que  lo  agitan.  Si 
esto  es  así,  nosotros  buscaremos  el  color  rojo  de  nuestra  antigua  ban- 
dera, sin  preocuparnos  quienes  son  los  corifeos  de  nuestra  causa;  ella 
ha  sido  siempre  nuestra  enseña;  á  su  sombra  ocurriremos  llevando  00- 
mo  contingente  nuestros  patrióticos  antecedentes,  nuestra  sangre  co- 
mo demócratas,  nuestra  pobre  inteligencia,  vigorizada  por  la  fe,  como 
apóstoles  de  la  idear   . 

Los  estandartes  que  con  distintas  denominaciones  y  bolóres  se  levan- 
ten, no  serán  las:  banderas  del  patriotismo;  sólo  serán  de  los  ilusos  y 
de  los  anarquista»  las  desprestigiada*  bandería*. 


54 


CWtMTRMC. 


Alguna  vez  llega  para  los  hombres  el  dia.de  la  justicia;  alguna  oca- 
sión 1$  posteridad  cincela  bronces,  conmemorando  las  hazañas  de  los 
grande  héroes,  ó  derrumba  monumentos  que  la  vanidad  y  la  lisonja 
levantaron  al  ídolo  mexicano  que  no.  pudo  obtener  los  honores  de  la 
*  apoteosis. 

Las  edades  contemporáneas  de  los  grandes  hombres  no  son  impar- 
cíales  para  juzgarlos,  y  del  héroe,  de  quien  se  excluyan  las  humanas 
flaquezas,  suelen  hacer  un  mito.  Otros  hombres,  animados  por  odio 
injustificable,'*  muchas  veces  hereditario,  son  perseguidos  por  la  execra- 
ción á  través  dé  los  siglos.  •  ] 

Por  otra  parte,  las  figuras  históricas  no  deben,  observarse  con  el 
crista!  que  forma  un  prisma,  ni  con  et  instrumento  que  reproduce  las 
acciones,  el  cual  forma  en  nuestra  razón  un  verdadero  kalcidosoopio. 
Los  méritos  de  Álzate  y  de  Clavijero  no  deben  pesarse  en  el  mismo 
fiel  que  los  de  Hidalgo  y  Juárez,  que  los  de  Cortee  y  de  Iturbide.  To- 
dos han  recorrido  el  tortuoso  camino  que  conduce  á  la  gloría;  pero  to- 
dos han  llevado  distinto  sendero;  la  posteridad  es  la  ¿nica  que  designa 
si  los  genios  llegaron  hasta  el  templo  inmortal. 

Loe  contemporáneos  son  parciales  y  de  consiguiente  injustos  al  pro- 
fligar eu  admiración  ¡Cuántas  veces  las  nuevas  generaciones,  ciegas  en- 
tre el  relato  tradicional,  juzgan  á  los  nombres  del  paaado  porque  sólo 
escucharon  las  littlces  notas  del  salterio  de  la  lisonja!  ¡Cuántas  también 
'oyen  la  trompeta  que  pregona  sus  virtudes,  quedando  perdidas  como 
ün  sonido  vago  y  sin  eco  las  quejas  de  los  que  fueron  sus  víctimas. 

Para  admirar  á  Cutahtemoc  no  escachemos  los cantos  dfe  sus  par- 
eiatee,  sino  loe  relatos,  destittiid'oÉí  de  pasWn  de  Sti£  énénugos^  hay  una 
histeria  que  revela- bus  hazaña»  al  narrar  las  dé  nuestro»  dominadores; 
ella  nos  refiere  <ft*b  paad  por  todas  lab»  prueban  S  que  es  posible  conde- 
nar á  uu  ser  dotado  de  humana  fortaleza;  los  historiadores  de  la  con-* 
quista  de  México*  escriben  oon -palabras  eneoraiápticaí  elaambré  de 
Quaflfrtomocí  El  tefttro,  la  novela,  1*  tribuna,  ia  trompa  épica,  ta  lira 
sentimental,  la  poesía  patriótica,  key  prociaowa  -  £  este  b^nw*  como  el 


primero  que  ha  producido  el  suelo  americano.  La  Conquista  de  México 
es  una  epopeya  superior  en  hechos  grandiosos  al  sitio  de  Troya;  sólo 
falta  un  poeta  homérico  que  la  cante  con  sublime  inspiración*  un  pin- 
tor que  dé  á  sus  figuras  el  color  que  sólo  le  es  dable  esparcir  al  verda* 
dero  genio. 

Justo  es  que  nuestra  patria,  pródiga  en  admirar  á  eue  grandes  hijos, 
hoy  levante  un  nuevo  monumento  digno  de  la  gloria  al  ultimo  Empe- 
rador de  México. 

Registremos  la  historia,  desde  los  tiempos  en  que  la  tradición  pudo, 
transmitir  los  hechos,  hasta  la  época  presente;  recorramos  las  de  las  na- 
cionalidades que  esparcidas  se  encuentran  desde  el  trecho  de  Berhing, 
hasta  el  cabo  de  Hornos*  Ni  en  las  tribus  nómades  del  Norte  que  su- 
cumbieron á  las  descargas  mortíferas  de  los  expatriados  puritana  sos* 
ten  del  cervecero-rey,  ni  en  las  regiones  que  habitaban  los  Incas  ague- 
rridos; ni  en  el  suelo  que  rebaban  con  su  sangre  los  araucanos}  ni  los 
salvajes  que  habitaban  los  desiertos  que  fertilizan  los  magestuosos 
Plata  y  Amazonas,  al  defender  sus  aduares  del  furor  de  los  conquista- 
dores, ó  de  la  influencie  de  la  civilización  moderna;  ni  en  las  guerras 
que  sostuvieron  los  pueblos  para  proclamar  su  independencia,  han 
producido  héroes  de  la  taifa  de  Cnauhtemoc, 

Grandes  fueron  Washington  y  Bolívar;  insignes  guerreros  Sucre, 
San  Martín  y  Jakson;  esforzados,  Hidalgo,  Guerrero,  Iturbide;  impere- 
cedera la  gloria  de' Juárez;  cruento  el  sacrificio  de  Maximiliano  y  de 
Liucon* . .  .Ante  la  luz  de  la  razón,  de  la  severa  filosofía  de  la  historia, 
aun  viendo  compensados'sus  esfuerzos  Con  las  coronas  de  un  éxito  fe- 
liz, ningunas  ciñen  las  frentes  con  más  esplendor  que  la  radiante  au- 
reola del  último  Emperador  de  México:  Ella  simboliza  el  valor  indó- 
mito, la  juventud  astuta  é  impetuosa,  la  constancia  inquebrantable,  la 
fe"  cietfa,  la  resignación  heroica;  como  premio  de  estas  cívicas  virtudes 
no  le  ha  faltado  la  palma  que  dona  el  martirio  de  fuego,  y  la  muerte 
en  el  cadalso.  ¿Qué  faltó  para  que  el  sacrificio  del  joven  Emperador 
de  México  fuera  glorioso  como  el  martirio  de  los  héroes  del  cristianis- 
mo? ¿Quién  pudo  aventajarle  en  el  amor  á  su  patria,  en  la  fe  en  el 
combate,  en  la  vehemencia  y  en  el  fervor  por  encarecer  á  sus  guerre- 
ros el  deber  de  morir  por  la  'patria,  como  lo  hizo  el  prisionero  de  Cor- 
tés? 

Al  quedar  prisionero  aquel  joven  de  veintidós  años,  indómito  como 
un  león  de  Numéa,  altivo  como  el  gladiador  romano,  generoso  como 
un  hidalgo  de  Castilla,  sin  miedo  y  sin  tacha,  como  el  cabaUeío  feayar- 
do,  demanda  la  muerte  antes  que  pasar  por  la  humillación  del  cauti- 
verio y  por  la  ignominia  de  la  esclavitud. 

Sucumbe  el  pueblo  azteca,  dominador  algófi  día,  y  vertCédbir  tam- 
bién, de  tantos  reinos;  se  somete  á  su  fatal  destino  para  caer  de  nuevo 
en  la  barbarie;  le  falta  el  alma  que  dá  vida,  el  córiíéó  dé  áus  batallas; 
el  queje  anima  Con  la  taz  tnagnétfca  de  str  inirada,  para  inflamar  sus 
corazones  con  el  santo  amor  de  la  patria.  E&  pueblo,  Valiente,  cttal 
ninguna  otra  raza*  de  hornees  en  el  mundo  saívájé  ó  el  civilizado,'  dot- 


56       . 

miré  el  sueño  efe  la  esclavitud  hasta  que  su  rafca  regenerada  pro* 
clame  su  libertad  y  le  ayude  á  destruir  sus  cadenas. 

£1  Emperador  prisionero  dirye  desde  Tlaltelolco  á  sU  patria  y  4  su 
familia  el  último  adiós  como  pocos  años  antes  Boabdil  dirijia  su  des- 
pedida 4  Granada  desde  la  montaña  que  siempre  va  á  ocultarla  ante 
sus  ojoa.— Pero  Boabdil  parte  á  lamentar  sus  desgracias  en  el  seno  de 
sus  hermanos,  y  á  morir  como  guerrero  en  las  playas  de  África)  tre- 
molando las  enseñas  mahometanas,  esperando  siempre  la  restauración 
de  su  trono  pe  aquellos  combatientes  que  más  tarde  sucumbieron  en 
Lepanto. 

Cuauhtemoc  tenía  la  fe  de  reposar  de  sus  fatigas  "en  un  lecho  de 
flores;»  por  esperanza,  el  fuego  que  todo  lo  purifica;  por  caridad,  el 
cristiano  martirio,  lento  y  constante.  Como  término  de  sus  afrentas 
veía  el  cordel  para  que  Jo  estrangularan  sus  vencedores  en  uua  ceiba 
de  Tabasco. 

Washington  y  Bolívar,  Sucre  y  San  Martin,  Cortés  y  Pizarro,  se 
hicieron  grandes,  no  sólo  por  sus  mérito*  personales,  sino  porque  la 
victoria  coronó  sus  esfuerzos,  ayudados  de  otros  hombres;  para  comba* 
tir  tuvieron  elementos;  para  triunfar  les  prodigó  todos  sus  dones  la 
próspera  fortuna;  para  hacerse  inmortales  la  trompeta  de  la  fama  que 
repercute  los  himnos  que  la  admiración  pública  entona  al  vencedor  en 
un  día  de  gloria.  Es  una  ley  inmutable  en  el  Universo,  aplaudir  al 
que  levanta  su  espada  flamígera  en  el  combate  y  victoriosa  después,  y 
no  al  que  le  circundan  las  sombras  de  la  muerte  en  el  día  de  la  derro- 
ta,   ¡Cuántas  estatuas  deben  levantarse  al  dios  Éxito f 

Otros  héroes,  que  la  historia  como  tales  reconoce  murieron  en  su  pa- 
tíbulo, sacrificados  en  aras  de  la  patria  y  en  la  guerra  civil;  á  éstas  víc- 
timas, si  biene  el  fallo  de  la  posteridad  les  es  propicio,  no  los  cubre 
con  todos  sus  resplandores  el  astro  que  es  propicio  á  los  grandes  héroes. 

La  victoria  alcanzada  por  los  aztecas  en  la  noche  triste  hizo  de  Cui- 
tlabuac  un  gran  capitán* 

£1  sitio  de  México  hizo  de  *u  defensor  un  héroe  desgraciado. 

El  fuego  y  la  horca  hicieron  de  Cuauhtemoc,  además,  un  mártir  es- 
clarecido. 

Rifiere  la  historia  universal  un  rasgo  ingenioso  de  uno  de  dos  gue- 
rreros de  la  antigüedad. 

— ¿Quién  es  el  primer  guerrero  del  mundo?— preguntó  Scipión  al  a- 
fricano  á  Anniral  su  gran  rival . 

—Pirro,  contestó  Annival,  y  yo  el  segundo. 

— %¿Te  crees  el  segundo,  y  tienes  la  conciencia  de  serlo  cuando  yo  te 
vencí? 

— Si  hubiera  sido  tu  vencedor,  yo  seria  el  primero. 

Moctezuma  fué  sin  duda  en  su  tiempo  el  primer  guerrero  de  Amé- 
rica; pero  si  Cuauhtemoc  hubiera  vencido  á  Cortés,  el  cefüria^a  coro- 
na del  más  elevado  heroísmo. 


57 

La  estatua  que  se  levanta  en  ol  Paseo  Nuevo,  y  cuya  figura  pregona 
la  gloria  de  Cuauhtemoc,  es  un  hoinenage  de  admiración  que  un  pue- 
blo republicano  levanta  al  último  monarca  azteca.  Eterna  será  tam- 
bién la  gratitud  hacia  el  que  concibió  y  llevó  á  término  feliz  alzar 
este  monumento,  al  General  Vicente  Riva  Palacio;  hacia  los  artiíi 
aes  que  lo  dibujaron,  que  lo  fundieron  y  que  lo  esculpieron  á  cin- 
cel. Sabemos  que  están  depositados  interiormente,  en  el  zócalo 
del  monumento,  los  nombres  de  ios  arquitectos,  Guerra  y  Fran- 
cisco Jiménez,  del  e^atuario  Sr.  Miguel  Noreña,  y  del  joven  fundidor 
Jesús  Fructuoso  Contreras,  hijo  de  Águascalieates. 

Nos  es  grato  referir  aquí,  por  vía  de  anécdota,  ya  que  de  Cuanhte- 
moc  se  trata,  un  incidente  de  oportuuidad. 

Sabido  es  que  al  vaciar  en  el  molde  al  rielante  metal  para  forjar  la 
efigie  del  héroe  de  Anáhuac,  &e  desfondó  el  crisol,  abrasando  los  pies 
del  fundidor  Contreras.  Sus  padres  le  alentaban  con  palabras  afec- 
tuosas á  no  desesperar  de  su  restablecimiento,  en  los  momentos  en  que 
más  le  agoviaba  el  dolor,  ocasionado  por  las  quemaduras.  "No  estoy 
en  un  lecho  de  flores,"  contestaba  resignado,  cuando  veía  cerca  de  sí  á 
la  muerte. 


De  todos  los  periódicos  que  se  publican  en  esta  República,  descue- 
lla en  primer  término  por  su  utilidad  el  que  lleva  el  mencionado  títu- 
lo, y  aun  podríamos  asegurar  que  muy  pocos  en  el  continente  pueden 
igualarle.  Las  materias  de  que  trata  son  muy  á  propósito  para  ins- 
truir á  las  masas  con  una  instrucción  superficial,  es  verdad,  pero  la  ne- 
cesaria á  desterrar  la  ignorancia  de  la  clase  abyecta  de  nuestra  socie- 
dad; esa  instrucción  es  la  que  desarrolla  conocimientos  científicos  entre 
la  clase  trabajadora  de  la  ciudad  populosa,  de  lá  de  los  pueblos  peque- 
ños y  la  de  las  aldeas.  Téngase  presente  que  las  naciones  no  son  feli- 
ces por  él  número  relativamente  reducido  de  6us  hombres  científicos, 
de  sus  grandes  sabios,  sino  por  el  número  crecido  de  sus  ciudadanos, 
que  adquieren  y  pueden  trasmitir  á  otros  una  instrucción  enciclopédi- 
ca: por  esta  razón  llamamos  superficial  á  su  enseñanza. 

Al  paso  que  anhelarnos  la  difución  de  este  periódico  en  todas  las  cla- 
ses, vemos  con  sentimiento  que  muy  pocas  son  las  personas  que  en  es- 
te Estado  lo  leen;   que  la  tirada,   bien  corta  por  cierto,  se  reparte  en 


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su  mayoría  fuera  de  la  República.  Nunca  sentiremos  que  ese  perió- 
dico, absorviendo  la  luz  radiante  de  una  civilización  europea  la  devuel- 
va después  en  otro  hemisferio,  como  el  reverbero  de  un  gran  fanal. 
No  dejaremos  de  inculpar  a  6Us  redactores # que  sus  tareas  científicas, 
sus  estudios  sobre  asuntos  verdaderamente  útiles  se  fJjatn  en  adquirir 
renombre  más  allá  de  las  fronteras  de  nuestra  patria,  y  no  en  difun- 
dir hi  instrucción  en  nuestro  pueblo.  Acaso  nos  digan  bus  redactores 
qtre  el  periódico  se  expende  en  varias  partes  donde  pueden  adquirirlo 
dssrie  el  primer  magnate  hasta  el  último  proletaria  en  miestro  Estado, 
y  que  sí  no  se  lee  e»  porque  á  nuestro  pueblo  no  le  agrada  la  lectura 
de  cosas  serias  y  útiles.  Esta  sería  tara  verdad,  pera  á  este  punto  es 
á  donde  intentamos  llevar  nuestro  raciocinio.  Deseamos  que  esi.e  pe- 
riódico se  reparta  gratis  ó  con  sólo  la  retribución  del  papel  entre  los 
ciudadanos  que  saben  leer. 

¡Cuántos  periódicos  subvencionan  Tos  Gobiernos  que  na  tienen  más 
objeto  que  encomiar  sus  procedimientos,  tener  siempre  en  aceióu  los 
pebeteros  que  arrojan  el  perfume  de  los  elogios,  que  no  logran  sean  a- 
ceptados,  aun  siqweva  lerdoef  por  una  mayoría  de  los  habitantes  de  li- 
na capital  ó  de  irca  proviúcia.  Asf  se  gasta  anualmente  mucho  dine- 
ro en  sostener  numerosas  redacciones,  editar  distintos  conceptos,  ra- 
ciocinios y  defensas  que  quedan  sepultadas  en  el  recinto  de  una  redac 
ción,  pero  que  trasmitidos  á  los  Ayuntamientos  de  todos  los  puéffios 
llevarían  la  luz  y  la  instrucción  á  los  lugares  más  obscuros  de  nuestra 
extensa  República, 

Fijémonos  en  todo»  los  periódicos  que  viven  del  jugo  del  Erario  fe- 
deral y  de  los  fondos  público»  de  los  Estados;  periódicos  que  sólo  se 
leen  en  un  círculo  reducido  de  personas,  y  de  algunos  que  sólo  se  re- 
pulgan en  las  redacciones.  Si  (fe  cada  uno  de  estos  periódicos  se  man- 
dara tirar  un  número  suficiente .  para  remitir  dos  ó  tres  ejemplares  á 
todos  los  Ayuntamientos,  el  costo  sería  corta  y  la  ewtkíad  grande, 
puesto  que  la  principal,  que  es  el  costo  de  formar  la  planta  de  cada 
número,  está  ya  hecho.  Además,  esos  periódicos  minL-teriales  difun- 
dirían basta  en  las  remotos  pueble»  aquellas  ideas  que  el  Gobierno  in- 
tentara hacer  conocer  del  uno  al  otro  confín  de  la  Nación. 

Si  los  escritos  didácticosr  de  *E1  Instructor"  fueran  conocidos  en  la 
aldea  más  insignificante,  no  mediante  «n  sólo  ejemplar  que  iría  á  en- 
riquecer íos  archivos  municipales  de  cada  pueblo,  sino  ocho  ó  diez  e- 
jemplares  que  eada  Municipio  lograra  hacer  leer  por  hombres  capaces 
de  aprovechar  su  lectura,  sería  el  vehículo  más  eücá&  p»ra  que,  cuan- 
do menos,  de  cuarenta  lectores,  uno  sólo  se  instruyera.  Los-  redacto- 
res, por  sí  solos  no  pcdrían  conseguir  que  los  Ayuntamientos  tomaran 
esas  subscripciones,  pero  la  influencia  del  Gobernador  con  los  demás 
Gobernadores  haría  que  se  cooperara  para  la  difunción  de  ese  periódi- 
co. Cobrando  sólo  el  valor  del  papel  y  los  gastos  de  un  tiro  extraor- 
dinaria, es  cierto  que  no  habría  lucro  para  los  editores  y  para  los  re- 
dactores, pero  las  compensaciones  vendrían  con  la  gloria  del  renombre 


59 

y  la  satisfacción  de  llevar  á  una  inteligencia  ruda  un  destello  de  ilus- 
tración. 

Nosotros  vemos  que  el  Gobierno  del  Estado  hace  la  mayor  parte  del 
gasto,  y  aunque  algunos  malévolos  ven  en  esa  producción  algo  de  fa- 
vor á  un  pariente,  nosotros  aplaudiremos  siempre  el  que  se  gasten  ios 
fondos  en  una  publicación  que  honra  á  nuestro  Estado.  Ademas,  no 
es  sólo  el  fondo  público  quien  sufraga  el  gasto,  sino  también  el  Muni- 
cipio, de  sus  fondos  de  arbitrios;  muy  justo  sería  repartir  varios  núme- 
ros en  las  Demarcaciones.  Algnna  vez  se  ha  querido  sostener  que  ca- 
da munícipe  daba  la  subvención  para  "El  Instructor,"  pero  «sto  siem- 
pre se  creyó  era  un  paliativo  para  desviar  la  sensura  de  los  necios  que 
creen  que  no  debe  el  Ayuntamiento  gastar  sus  fondos  en  agasajar  pe- 
riodistas; ¡cómo  si  el  Municipio  no  tuviera  la  obligación  de  promover 
la  instrucción!  ¡cómo  si  un  periódico  no  pudiera  ser  sembrador  que 
siembra  la  semilla  y  que  cultiva  la  planta,  para  que  otros  saboreen  el 
fruto!  La-  verdad  es  que  cada  consejal  tiene  la  conciencia  de  que  obra 
mal  en  otorgar  una  pequeña  subvención,  se  avergüenza  del  hecho  que 
cree  malo,  y  entonces  quiere  hacer  creer  que  son  tan  desinteresados, 
tan  filántropos,  tan  campechano*,  como  dicen  algunos,  para  soltar  un 

Seso  cuando  su  patriotismo  no  los  deja  llegar  al  cartabón  de  la  muni- 
cenciat 

No  seremos  nosotros  los  que  senstiremos  a  los  Srés.  Redactores  de 
"El  Instructor"  porque  pidan  en  su  penúltimo  número  protección  para 
su  interesante  publicación;  porque  si  parientes  son  el  Gobernador  sa- 
liente y  el  Presidente  del  Municipiovno  lo  es  el  entrante,  ni  el  Cuerpo 
á  quien  el  Presidente  está  subordinada 

Aconsejamos  al  Sr.  Gobernador  recabe  de  los  Gobernadoras  de  otros 
Estados  un  rasgo  de  protección  para  la  publicación  científica  que  lleva 
por  título  "El  Instructor"  á  ikf  de  que  se  reparta  en  todos  los  Munici- 
pios. 

Triste  es  que  este  periódico  sea  más  conocido  y  alabado  en  el  extran- 
jero que  en  nuestra  misma  patria,  y.  que  pueda  morir  por  falta  de  sá 
via  que  lo  alimente. 


60 


í  mWKUL 


LOS  COIQCOS  SE  LA  LEGUA. 


El  teatro  es  la  escuela  de  las  costumbres,  ha  dicho  alguno;  él  nos  en- 
seña cómo  se  ama  la  virtud  y  por  qué  debe  aborrecerse  el  vicíp;  l^s  ca- 
racteres de  la  obra  que  se  representa  son  la  copia  de  personajes  de  la 
vida  real;  los  actores  comunican  al  auditorio  lecciones  más  ó  menos  mo- 
rales, con  las  que  señalan  el  camino  del  bien.  Un  tirano  concita  nues- 
tro odio:  un  valido  perverso  nos  infunde  desconfianza;  una  joven  enga- 
ñada por  la  habilidad  malévola  de  un  seductor,  marca  las  arterías  del 
hombre  licencioso,  para  que  la  niña  inexperta  se  precaba  de  los  lazos 
que  se  tienden  á  su  virtud.  Pocos  hombres  hay  que  si  se  dedican  á  la 
carrera  del  teatro,  comprendan  su  misión,  que  es  la  de  instruir  divir- 
tiendo; y  sí  muchos  que  por  no  dedicarse  á  un  trabajo  corporal  asaltan* 
ese  templo  de  la  instrucción. 

¿Veremos  mañana  venir  comiquillos  de  esos  que  se  llaman  de  la  le- 
gua, y  que  hoy  llamaríamos  de  la  vía  angosta,  ofreciéndonos  espectácu- 
los teatrales,  alucinándonos  con  que  han  trabajado  en  los  mejores  tea- 
tros? ¿les  veremos  en  la  escena  caracterizando  á  un  rey  virtooso,  y  al 
día  siguiente  al  ex-monarca  envuelto  en  traj^  descuidado,  y  prostitui- 
do en  el  vicio?  Si  su  institución  debe  ser  la  de  moralizar  ¿lo  consegui- 
rán auxiliados  por  el  ejemplo? 

Hombres  que  carecéis  de  talento  y  Je  moral  para  ser  un  actor  ilus- 
trado, dejad  ese  camino;  abandonad  esc  puesto;  abandonad  esa  vía  que 
profanáis  y  buscad  gloria  en  otras  regiones,  porque  la  escena  está  lle- 
na de  espinas  y  malezas  para  vosotros. 

Eh!  no  sé  hasta  donde  iría  con  mis  admoniciones  k  los  que  deshon- 
ran la  carrera  del  teatro  si  no  tuviera  presente  que  los  sermoncitos  no 
son  del  gustó  de  los  lectores,  predicados  en  un  desierto  y  por  un  profa- 
no. En  vía  de  pasatiempo  referiré  á  mis  lectores  una  aventura  no  muy  re- 


'  61 

cíente  y  que  tiene  relación  con  gente  de  teatro  bastante  incivil.  Mi  ami- 
go Juan  Kábago  me  invitó  á  presenciar  los  primeros  ensayos  de  un  dra- 
ma de  Calderón,  poruña  compañía  de  pobres  artistas:  ésta  se  había  alo- 
jado en  un  mesón;  llegamos  á  él  cuando  iban  á  dar  principio  al  ensaye. 
Oigamos  al  apuntador  (leyendo). 

•'Salón  regio  en  el  palacio  de u 

— i  Jesús!  que  húmedo  está  este'cuarto,  sin  aire  y  sin  luz,  llena  de  a- 
bujeros  la  paré. 

(Lee)  »«Dos  mesas  redondas;  un  gran  candil  de  cristal  y  velas  de  es- 
perma ., 

— Tengan  cuidado  que  la  vela  de  sebo  no  chorrié  la  mesa  porque  hu- 
mea, y  el  güéspere  se  enoja:  que  ae  le  pidan  candeleros." 

Pasaremos  esta  escena — decía  el  apuntador — porque  la  rompen  los 
cortesanos,  y  éstos  se  fueron  á  pegar  los   cartelones.  El  rey   entrando. 

— "Cromwell,  ¿no  has  visto  á  Juana ?»» 

— NE)  rey,  el  rey,  ¿donde  está  el  rey? 

—  Fué  á  comprar  lo  necesario  para  la  cena. 

— Pues  entonces  el  ministro:  ¿Donde  esta  el  ministro? 

— En  la  cartulina,  por  los  porrazos  que  minütró  á  la  reina. 

— Bien:  que  venga  la  reina.  ¿Dónde,  dónde  está  la  reina? 

— No  puede  venir,  porque  está  pegando  un  remiendo  á  los  pantalo- 
nes del  rey. 

— j Voto  á,  un  demonio! — Exclamó  enfadado  el  apuntador — ¿quiénes 
ensayan  esta  noche?  nadie  sabe  su  papel,  y  se  tiene  que  poner  mañana 
en  escena  la  comedia. 

— Hay  que  contar  con  la  indulgencia  del  público. 

— Pues  que  venga  Juana  Seymur,  la  doncella  de  la  reina;  ¿donde 
está  la  doncella? 

— Ocupada  en  dar  de  mamar  á  sus  gemelos. 

¿Y  los  nobles  pares  que  han  de  sentenciar  á  la  reina? 

— NÜurmiendo  la  mona.  Tal  fué  la  borrasca  que  se  pusieron. 

— ¡Perfectamente!  ¿y  el  defensor  de  la  reina,  el  gran  conde  de  Nort- 
humberland,  en  dónde  se  halla? 

— ^Aplicándose  fomentos  en  un  chichón  que  se  hizo  en  la  frente;  tal 
fué  la  caída  que  llevó  al  volver  de  la  taberna. 

Después  de  presenciar  estas  escenas,  nos  retiramos;  di  las  gracias  á 
mi  amigo  por  haberme. proporcionado  pasar  un  rato. muy  divertido,  y 
le  ofrecí  asistir  a  la  representación. 

La  obra  teatral  se  puso  en  escena  al  día  siguiente:  la  reina  se  pre- 
sentó con  túnico  blanco  de  esta  época.  La  madre  de  la  grande  Isabel 
parecía  galopina  vestida  de  día  festivo  y  no  soberana  de  Inglaterra. 

El  rey,  el  ministro,  el  conde,  los  pares  y  toda  la  nobleza,  incluso  el 
trovador,  habían  hecho  en  aquel  día  sus  sacrificios  á  Baco,  y  poco  fal- 
tó para  que  pasaran  á  los  de  la  diosa  de  Guido:  el  teatro  estaba  hecho 
campo  de  Agramante. 

Los  que  tengan  vocación  para  el  teatro  y  amor  al  arte,  procuren  el 


62 


adelanto  para  llegar  a  la  perfección;  la  juventud  necesita  principios, 
y  noyiegari  á  tener  renombre  si  no  es  con  la  edad  y  dedicación  cons- 
tante; nadie  se  crea  un  grande  actor,  si  el  público  imparcial  é  inteli- 
gente no  le  recibe  en  su  estimación  con  espontaneidad.  £1  artista  que 
se  dá  a  sí  mismo  el  título  de  primer  actor,  y  que  se  prodiga  elogios, 
aunque  sean  merecidos,  no  tocará  jamás  las  gradas  de  la  escala  que 
conduce  á  la  gloria  artística;  la  modestia  natural  es  inseparable  del 
verdadero  menta  x 

La  estética  para  el  teatro  es  indispensable;  un  físico  deforme  ó  poco 
simpático,  las  malas  maneras,  y  un  lenguaje  descuidado  y  no  castizo 
son  obstáculos  insuperables  para  causar  ilusión  y  mover  los  afectos  del 
alma,  especialmente  en  la  tragedia  y  eu  el  drama,  aunque  el  actor  ten- 
ga dotes  para  interpretar  con  ingenio  á  un  personaje  ideal  6  histórico. 
Cierto  es  que  en  la  vida  real  no  todos  los  enamorados  han  de  tener 
presencia  arrogante  y  buenas  maneras,  pero  al  trasmitir  sus  hechos  á 
otras  generaciones,  deben  embellecerse  los  personajes  para  hacérseles 
simpáticos;  por  eso  se  ve  que  sus  recitaciones  se  hacen  en  verso,  y  ellos 
no  hablaron  así  en  la  vida.  Acaso  para  la  comedia  de  costumbres  no  se 
necesita  una  gran  presencia,  puesto  que  en  ella  debe  predominar  el 
carácter,  daguerreotipar  á  la  sociedad  y  formar  caricaturas;  entonces, 
una  figura  deforme  en  el  actor,  le  hará  no  sólo  interpretar,  sino  crear 
con  los  colores  y  pinceles  del  poeta,  tipos  admirables,  que  otros  acto- 
res no  puedan  bordar  con  su  talento  y  artificio. 

Para  los  habitantes  del  campo,  que  no  tienen  el  refinamiento  del 
buen  gusto  artístico,  ni  educado  su  oído  pava  la  declamación  por  me- 
dio de  un  lenguaje  pulcro,  es  incomprensible  el  espectáculo  teatral;  só- 
lo despertaría  el  interés  y  se  moverían  sus  afectos  escribiendo  dramas, 
tragedias  y  comedias  en  su  dialecto,  copiando  sus  costumbres,  dibu- 
jando el  carácter  y  los  trajes,  y  describiendo  las  imponentes  escenas 
de  la  Naturaleza  que  conocen  los  campesinos;  para  esto  es  indispen- 
sable la  formación  de  actores  ad  hoc,  y  de  poetas  estudiosos  que  pin- 
ten sus  trágicas  escenas  y  hagan  hablar  á  sus  personajes  ese  impuro 
castellano  que  aquellos  hablan,  tan  lleno  de  modismos  y  de  frases  pro- 
vinciales. Para  estos  actores  y  autores  se  necesitaría  un  genio  especial, 
tan  grande  come  el  de  Esquilo  ó  el  deShaskspeare  en  las  pasiones  ó  es- 
tudios psicológicos,  ó  el  de  Plauto  ó  Terencio  para  los  tipos  de  esa  clase 
desheredada  de  los  goces  que  proporciona  la  civilización  en  todos  sus 
atributos. 

Actores  sin  estudio  no  serían  á  propósito  para  deleitar,,  instruir  y 
conmover  ni  aun  a\  los  habitantes  del  campo. 


63 


UNA  CORRÍA  DE  TOBOS. 


No  tinta  sino  ponzoña;  no  pluma  airo  una  lanceta,  un  colmillo  de 
víbora  cascabelada,  quisiera  para  escriro  este  artículo  y  descargar  mi 
furia  periodística  contra  esa  diversión  cotno  muchos  la  llaman;  contra 
ese  pasa- tiempo,  como  lo  califican  aquellos  que  con  más  entusiasmo  lo 
encabecen. 

Una  tarde  me  encontraba  triste,  como  Secretario  de  Estado  á  quien 
obKgan  á  dejar  la  cartera,  cuando  está  encaramado  al  tejado  de  1»  par 
tría;  jo  exhalaba  suspiros  más  hondos  que  los  de  novio  calabaceado, 
que  loe  de  padre' conscripto  sin  reelección;  cuando  llegó  á  mi  casa  Pe- 
pe Chirinola,  el  genio  mas  bullicioso  de  todos  mis  amigos,  y  se  preci 
pitó  en  mis  brazos.  Su  visita  tenia  por  objeto  llevarme  a  los  toros, 
pues  se  esperaba  una  espléndida  corrida  como  iamás  &  había  visto. 
La  concurrencia  debería  ser  selecta,  ¡o  granado  de  nuestra  culta  socie- 
dad; sólo  haría  falta  nuestra  presencia  £fin  la  cual  no  serviría  la  fiesta 
destinada  á  formar  época  en  los  anales  de  la  tauromanía. 

Oon  tales  epéransas  emprendimos  el  Viaje.  Además  de  esto  no  nos 
dispensaría  de  asistir  un  grupo  de  amigos  muy  queridos. 

¡No  sé  que  atractivo  podrán  tener  para  el  hombre  civilizado  eqos  es- 
pectáculos que  pregonan  la  barbarie;  esa  lucha  cotí  animales  feroces, 
para  ostentar  valor  y  agilidad;  ese  combate  de  la  inteligencia,  del  ser 
racional  contra  el  instinto  sanguinario  del  toro  salvaje. 

£1  aspecto  de  la  sangre  derramada,  debilita  el  sentimiento,  empe- 
queñece el  alma,  amortigua  los  afectos  nobles  del  oorazóq,  cuando  se 
tiene  por  guia  los  resplandores  del  cristianismo  y  la  luz  evangélica. 

España  nos  legó,  como  un  contraste  de  su  civilización,  esos  espectá- 
culos que,  así  como  á  las  nuestras,  degradan  sus  costumbres.  Sus  le- 
gisladores ?  sus  poetas,  sus  filósofos  y  sus  novadores,  no  intentan  desa- 
rraigar ese  vicio  que  heredaron  de  sus  atendientes;  por  el  contrario 
cada  día  más  se  le  enaltece,  se  levanta  at  rango  de  ciencia  con  princi- 
pios fijos.       * 

Fernando  VII  fundó  en  Sevilla  escuelas  para  el  toreo;  (I)  hoy  'se 

(I).  El  primer  nuestro  de  esa  escuda  fué  Pedro  Romero,  oon  «neldo  ¿e  12,000  reales. 
Aun ezíate  un dieetook» llaaade liafiísel  Domlftgtiea.  *  '  *' 

uáuporÉa  hijo,  y  too—fag  en  el  trono. 


64 

inaugura  la  apoteosis  para  sus  héroes,  para  sus  maestros  y  sus  márti- 
res; la  historia  inmortaliza  nombres  y  acciones,  y  torea  la  nobleza  mas 
encumbrada. 

Carlos  V  celebró  el  natalicio  de  su    hijc  Felipe  II  con  una   gran  co- 
rrida en  que  aquel  dio  muerte  á  un  toro  con  una  soberbia  lanzada. 
Los  Concilios  autorizan,  en  vez  de  anatematizar,  las  corridas, 
Gregorio  XIII  en  su  Constitución  de  25  de  Agosto  del57§  Jas  re- 

coriUUnUcXi  el  JOo  Mf^M^kM  ife  HlKMn  á 
cun  Te  Deu?n  ó  á  un  auto  de  fe;  el  primero  arrojaba  á  la  plaza  la  llave 
del  toril*al  comenzar  la  lidia,  como  un  signo  del  patronato  que  se  ejer- 
cía con  tan  amena  diversión-  .,  : 
*  Al  canonizar  i  san  Luis  Gü#zaga7  hicieron  una  gran  fiesta,  de.  ¿oros 
ft¿    ^íiYliantw*  dé  Salamanca.                                                           ¡*  .-• 

Pam  otie  al  lado  de  lo  ncrmoap  no  falte  lo  grotesco^  refiere  tajubién 
1K  historia  í]úé  en  Córdova,  el  luto  ¿3  á  de' Mayo  1665,  se  levan¿#  un 
cadalso  en  la  plaza  de  toras,  para  nn  au^o  de  fe*  ,Tf  »...'! 

AI  llegar  al  trono  un  uqorarca  se  festejaba  su,  ele  vacian  co$  feoftio- 
cfionés  (Je  toros;  y  se  hacían  tamben,,  como  señal  de,  regocija  enlji&fttt- 
aas  estrepitosas  de  los  hombres  de  elevada  aWnlia.  El  I  adr£  JÑltitar 
descendió  de  su  priyaDza^  y  *u  (jarda  s*í  celebró   con  una  f(raa;^Qrrid^. 

El  triunfo  contra  Almagro  en  153$,  eu  el,  P*>r¿  fué  celebrado  .  $oa 
una  fiesta  taurina,  .   .    .  .,,, 

Hoy  se  alarma  la  orgullos»  notleza  española  cuando  hay  Ufr&cogid{i 
tremsnda;  Hueven  tarjetas  ¿í  Cnebare¿*  atrapa  un  cojr»stipado¿  ai  Fras- 
cuelo á  Lagartijo  tienen  él  tn£s  leve  contara  tiempo.  No  se  ^ributyjxin 
en  vida  taletf  jnir¿mneutos  á  los  príncipes  ¿leí  arte  pictórico  nial-sutor 
del  Quijote- 

Se  conservan  en  tm  museos  las  asta»  cM  valiente  tpTQijue  matójmu- 
clw^éabállos  y  algunos  li^nibree  en  una  »oja  tarde, .y  no  la  lanza  dvl 
JÉnipeeinado.  fíí  pÜetiid  espectador  de  Ia<  lidia,  indulta  de  lu^ipa^erto^ 
uo  nMé  vkha,  y  'rio  pide  th  su  oportunidad  la  vida  de  va¿i$«tes  gua- 
rreros sa$rijf<:aiffo  por  celos  militares,  ».•>/  ¡  í 
^Nosotros  no  podemos  atribuii  esa  degradación  de  lo*  seatípaien^s 
en  xm  pueblo  noble  y  Valiente,  fiinp  al  aspecto  de  la  sangre  JÍejfi;aEua4a 
en  Tas  plaza*  de  torosí  .  .       \I 

Llegamos  a  la  ^laza^océpamoa  riue^ífo^  asientos  al  lado  de.aJgunpe 
{óvtnes  que  pefleiieeéfi"  a'íarhílias  distinguidas,  y  queme  ^arturjJífua 
con  gritos  é  impertinente  cocorismo.  Mi  corazón  latía,  me  preocupaba 
con  algún  ¿rendimiento  funesto;  es  que  iba  á  presenciar  un  ;con>bate 
terntíiertnilnfSt ,esplétidfnlo&l  lo»  de  la  barbarie  con  lo»  de  la  c^vilíza^ 
ción,  en ,pleno  fijólo  diez  y  nueve;  iba  a  escuchar  loa  apjaupoq  de,  Jiña 
mu¿b1?du1¿>b%T3fegía  y  frenética,  los  rugidos  de  la   otra  graiuJiera»  de 

HB  ?Bo#ty  A^Pí?!!^.»  JP^W'W^  lkgMe.^4d^pero  que  allí  ve 
sereno  asesinar  Ü  un  noble  aniuw¿nque'  sost lab*»4l  Cartéate."  •••■•••' 
^Ulw*^i**^  mí- 


,    -  -     ,        .  li    - .-      ■  -  -  - 

ran  d&&$oi,'ttii'  pavtf^ijue  impasibles'  contemplan  eí  W$W?!fft  Ani- 
males benéficos  al  hombre.  Ajlí ;se  Veían  ^^o^,  inoc^qt&s  ¿WptPKl  en  " 
una*  atmósfera  vicíoáS,  las  brláas  <^rropibirfa£  p^r  loe,  vaporea  <f4  lalsan- 
gre,  <5tiañdo!se  quier^sénibfoi*  en  sü'alma  ^o$le¿/g^^p^g  ^pimien- 
tos; ellos  rieh  ante  él'es/ptíétácii1ÍO,det'  terror/ y  se  complacen  con ¿Ago- 
níaj  concia  mue^í  de  anímales  gpe,  ^n^ue  pftS4?n?^(W  £**»- 

ii i)    H"ty:i  'ji-'-  f  i'/*  'jí'  n   ir  j  .  .'*•  >t^  vi«.><uoíí  l;>  •;»• 
^:  AW.  tajjWBf^jr ¿  iVWipuJm  iw^W>»es 
H     ^      'iTi.fi*  h<í  :>o  j ;^.r  ht  **  n  *n.iO;    .olriÍMy.    »  . 
r  JNo  sé  ba^4op4fifppdwn  *tf^dfí^^ 
«scu^iadq  laa^er^^^  »W^  pw^ ;^u*>  to«a*a-.«l  Hiwpfo  ¡Nacional 
anunciando  la  presencia  de  un  comisario  del  MíüriciíptevqfoHeámpre- 

cío,  lo  sabjime  ykQ%fí|i£^!^,(ta  tejB^qfe^tet^í^^1 


files  al 'dolor. 


mucb^frQS>e^ 


pías   mcar^^^ qu^íftergn  .muy  jj9l  ^^aíq^^^c^,  ^^aaiiío..^  #i- 

••■>  -•   .  •   ' »A  *>'   'QaM'ttírtf^^  ..jAaro.it. 

•  ,    '*   *-^n  'n^^áéS^^^a^fctr^'^  ,;'u  Hl*  njl' l1,íí  .<>l-*,l*f  '*    , 
los  cuernos  en  la  cabeza.  .¿m>y*    r:  tnn  aiuf  «.; 

i  JL&rmiJtótud  retain*  ^áU^nm  imAtido»  Aaewifcftlaaiqífe  'kig^fcéh^l 
antreeej?:  ¿jókf  la»  efeñoras-  cónswrrabail  rároH«ajtee<$Mfl  4tttátt&rÍoft  ^tWea 
sííi; put*toria  de  ^ivAfkqaíw:»'  •:•  »»mj  n'¡  >?Mm  íuwtíII  t»;.(¡>  ,¿¿ill¡ioi  iu -í 
Mis  vecinos,  que  se  habían  provisto  de  una  cerbatana  yid6^vd¿r^efog, 
.  ttepapelioompüks  de  etafoitite^ara;  aiiedter^á*  tofo,* '• sefoe&J»|bíífl  en 
.iterícon'feqioqoe^dd papeimificfaadaíáoioe  :dfelM»<ctós.*'EWik¥40ií>  feétftfc*-* 
drtks  deaoriioe /por  dKgarthqaá  je»i»gídn>p«a  teWr««  dé  ^rHalttÉaáii,#fía 

í     *^a^(>&Tto%eí  <li^  ^ 

—Perfecta  escultura  de  Carfi&VáL{  í,!"  "t  '^a*01  "n,J:'J  ftí  n^  •',<wt'  rttí  fi 
v^,*^7iD.xGa««iid^  ^orfa^d^t¿aeia<^>^.  f vj donde*  cjdieYeii  qntdri^itfrl  mi 
jpr0yíJcttW1hc^iíyíéanbal¿"í:T'   nr    íi^f/jonu!*;  <o!f-af.«    oh   w^'^-V^'j   v.v 
.  ,.  -^•EaJaltwtr¿é4€alra'.  fjAhwoJja^cwftl'Jnjat    iti  •  ;  ♦ltii*rn-b  »>'/iíi!'irq 

El  bodoqttte^fetia^irfo^r  ^ftittí^Wfe^  fai-, 

íigaoíinciioíxiííí.  £&>H0»dí(b  oubabft  oo»>atttiiaientt>  jiarn  toda*op4rtes, 
l¡  ^^N4rfta'ir^ert;^?h^«lflKdal"  p»-  *i,í1  iííj'  h*  •ir/',ÍI  ,«^«.11. -i  c-tÍv 


66 

i   i 

El  Sr.  D.  Lucas,  al  sentirse  herido,  dirigía  miradas  indagadoras  ha* 
cia  aquel  ^tupo.  -    { 

El  clarín  dio  la  señal  dé  atención,  y  la  cuadrilla  se  presentó  con  do- 
naire v  arrogancia  ¿  principiar  la  lid;  cad$  uno  de  los  toreros  mostra- 
ba entérese,  desprecio  al  riesgo  de  perder  la  vida,  y  confianza  en  su¡ 
agilidad.  i 

En  él  toril  aparecen  grandes  letreros  que  trasmiten  ¿  la  concurren- 
cia el  nombre  década  una  de  aquellas  fieras  que  mugían  emparedadas 
en  el  coto.  Judas,  Lucifer,  la  Sierpe,  Asmodeo,  el  Éluracan,  la  Pantera, 
el  Cocodrilo.  ¡Dios  nos  tenga  de  su  mano!  Se  ha  reventado  el  negro 
avismó;  las  fuñan  infernales,  los  reptiles,  los  elementos,  eran  simboli- 
zados en  el  palenque,  y  se  desataban  para  esparcir  su*  beneficios  en 
aquella  deliciosa  tarde. 

Sé  latiza  el  primer  toro  al  redondel,  y  «1  hábil  picador  lo  espera  lan- 
za eh  ristre;  su  pujanza  es  poderosa  para  poder  resistir  la  primera  em- 
bestida. Este  acto  fué  del  agrado  de  la  concurrencia  que  prorrumpió 
en  entusiastas  bravos  y  en  sonoros  aplausos. 

Toca  el  turno  i  otro  picador;  el  toro  esquiva  dar  un  segundo  golpe, 
sensible  al  agudo  dolo>  que  le  ocasionó  la  primera  vara;  se  le  provoca 
con  insistencia,  y  obediente  ál  instinto  de  su  ferocidad  só  arroja  con 
denuedo;  cfáballo  y  ¿inete  fcon  levantados  á  gfonde  altura,  y  el  toro 
deposita  sus  aceradas  armas  en  las  entrañas  del  caballo,  después  de 
romper  las  arterias  del  encuentro;  el  ginete  cae  debajo  del  cuadrúpe- 
do que  montaba  sin  poderse  desprender  para  escapar  al  furor  de  su 
encornado  enemigo;  la  victima  de  Ja  insensibilidad  de  los  hombres  fué 
el  caballo,  muerto  allí  mientras  que  la  cuadrilla  libertaba  al  picador 
de  una  muerte  segura. 

El  segundo  acto  fué  poner  banderillas,  vistosos  recortes  dé  oropel 
V  P*pel  de  Vibrios  colores;  la  suerte  principal  consista  en  llaniar  al  toro, 
Mfor  ¿,$u  encuentro,  desviar  el  cuerpo  al  ser  embestido  y  poner  las 
banderillas,  que  llevan  saetas  en  uno  de  los  extremos,  en  el  cerviguillo 
4»(l#;tiet*.    » 

£>£4pues  de  varias  escenas de  esta  naturaleza,  se  dio;  muerte  al  toro 
por  el  director  de  la  cuadrilla,  con  un  pronto  mete  y  taca;  él  animal 
b*mWtevhwe  de  su  adversario  busca  el  cuerpo  dé  su  victima  y  do- 
bla ante  ella  las  manos  para  morir,  como  si  obedeciere  á  los  mandatos 
de  una  reciprocidad  justa.  Según  la  fraseología  del  arte  de  la  lidia,  el 
toro  Jué  muerto  de  uua  sola  estocada  ppr  habérsela  dado  en  ei  mollar, 
es  decir,  en  la  carne  magra  y  sin  huego» 

Im  calma  se  restableció  eil  los  .espectadores  ha¿ta  que  se  extrajeron 
los  cadáveres  de  aquellos  animales  martirizados  para  divertir  á  un 
público  demente;  entre  tanto  se  preparaban  y  repetían  nuevas  escenas, 
el  apasp  luáa-tefjroiíficas  que  la  que  acabuba  de.  tener  lugar. 

Acusadlos  desbarbaros  *  km  qfve  *  asistan  al  sacrificio  de  víctimas  en 
circo  romano,  llevadas  allí  por  sus  crímenes  6t*\wt  sus  creencia»  religio-( 
<ws,  y  no  á  unos  espectadores  que  profe&n   ¡as  doctrinas  del  Mártir  de 


67 


la  Cruz  en  plena  tas  del  siglo  XIX  La*  señoritas  estaban  lívidas,  des- 1 
viando  sus  ojos  de  aquellas  escenas;,  su  presencia  en   la  extensa  plaza 
era  un  sarcasmo  cooira  su  sensibilidad  y  su  decoro. 

¡Angeles  divinos!  Álejao*  de  esos  espectáculos  que  hieren  vuestro 
corazón;  así  daréis  principio  á  regenerar  nuestras,  enshiñbres  y  desper- 
tareis los  nobles  sentimientos,  hoy  aletargados,  en  el  aicna  de  los  mexi- 
canos. No  desespereia  de  ver  algún  día  derribar  esos  edificios  que  se 
llaman  plazas  de  toros,  y  que  son  un  anacronismo  eif  e)  suelo  dónde- se 
escucha  el  mugir  de  los  toro»  que  pregonan  la  obscuridad  de  ot»os 
tiempos,  y  no  el  de  la  locomotora  que  saluda  á  la  civilización. 

Es  muy  frecuente  entre  los  afectos  á  lea  toros,  escuchar  estas  pre- 
guntas y  respuestas. 

->¿Cómo  estuvo  la  corrida  esta  tarde? 

— Malísima;  solo  cuatro  toreros  fueron  maltratados,  y  dos  caballos 
muertos. 

— La  siguiente  será  hiena  si  se  degqg|t9a;en.la  $o*a  algunas  libras 
de  carne  huflflana  (1$.  .    *      *  í  n      Ti 

¡Prodigio  admirable;  de  I4  iliu|aciMI'|^  fÜdes  fcfeirtya8  se  heredan 
de  los  morcas  ¿¿os  <p¿ti4r**  li«r  uM*foiFOifiif*cairafaresca  del  circo 
romano,  puesto  que  ellas  ya  tenían  lugar  en  España  *»n  1101;  ellas 
traen  los  recuerdos  de  torneos  en  la  edad  media.  ¿Por  qué  hoy  existen 
esas  diversiones  sólo  eti  los  países  en  donde  se  habla  el  español  y  sus, 
dialectos,  y  no  en  aljrún  otro  de  los ,  asistióos  ó  qf ricanos? 

"Deben  conservarse  y  prétejeTse  las  lides  dé  toros,— dicen  los  apolo 
gistas  de  ellas — partí  acostumbrar  á  los  hombres  k  presenciar  actos  de 


(1)  Dice  un  periódico  de  Barcelona: 

"Huracán  era  un  magnifico  bruto»  castalio*  áldhiégro,  bien  atinado  y  de 
reposado  y  altivo  continente;  *atib  del  chiquero  calentó  paso?  el  t&tu^ 
erguido,  la  mirada  fiera  y  con  la  actitud  que  dan  la  seguridad,  de  la  fuerza 
v  del  Yaior.  y  la  oonfciuta  absoluta  en  la -victoria, siete,  veces  acometió  con 
ímpetu  irresistible,  y  con  la  fuerza  de  un  verdadero  huracán;  y  dejó  siete 
caballos  muerto*  y  destrozados,  «rrqjfm^  4  los  jinetes  como  si  fueran 
muñecos  de  cartón,  Con  su  poderoso  teztuz  alzaba  al  caballo  y  al  caballe- 
ro, y  dos  ó  tres  veces  quedó  duendo  4$t  J^dpndel,  en  medio  de  la  estrepi- 
tosa gritería  de  los  espectadores,  que,  a  mijlarefj!,  agitando  gorras  y  pa- 
ñuelos pedían  caballos  y  se  dfrijfóa  ál  Porfíente  'impulpft^oq  por,  elafán 
de  ver  aglomerados  más  cadáveres  tóh  en' tOrtió  del  poderoso  y  terrible 
vicho.  Era  un  espectáculo  diñeü  idé  describir.  JU  emoción  ¿el.  público 
era  febril,  era  casi  un  delina  Once  pica*  tomó  Huracán,  mató  nueve  ca- 
badlos, j  máa  hubiera  matado  «i  los  clarines  no  nutrieran  puesto  término 
á  aquella  carnicería.  >í        '••  .  ,:! 

¡Qué  lástíxnal  el  público  quería!  tnls  cadáveres  dé  cáteBos  y  el  Sr.  Pre- 
sidente no  ooirtmtió  ni  tmo  más  4e  mtitfei  ;Bra^cairi  l*n  tfélirií,  dice1  el  bió- 
grafo de  Huracán.  ¡Ya  lo  creo!  iquisé  noae^tfetÉfcriifcnia vftftftfefihi  aglo- 
meración de  cadáveres  de  nobles,  útiles  é  inofensivos  animales!"  -  - 

(Ilustración  Española  y  íjíd erica —1«8*— lomo  2$"pág:  18&)  >   ■    ¡ 


valor,  de  fuerza  y  de- agilidad*. para':  W»™*rrar-p*r<i  la  raza  •  *igotosa 
ae. ton»  españoles,  única  eniql  rtulrí*.  Por <  Aquella  cjíwííí  la  cuha  Iri- 
glaterra  tolera  el  pngilaée,  diajrklla  eí  dfcéló'j  tiréíéje  « los  ácrdbaeas... 
*j*a  no  e*  «a*. explicación •  satisfactoria:'  México  <febe:  ¡tiritar  á  los 
S?e?fK-r*^,^ntodeW^Ui^itoJt!^^'laf relajación  de 

SUS  hábltOÍSOOiaieb  «•■  .-  ir^i.-.lair.   .     ;    -soM--  rr,; .  ■    ,.:J-,  ;  . 

^n  eep^ñc^  gra»  htnribreH^riErta^ff,  de^í*  q«é  par*  el!  bienestar  y 
ia  «uWura.de!  pAblo.iberowur.e^es&rfo^tt  y  torú^J^^orte  ame- 
rMano^.jíuiereo  par  &hcmwM#(Mi»\*tiypan:k:<r»iey»inb:  NmiMMh. 
descendip»rt«8<lé:<tes.grande!iíw««:  fanfetcefr-y  la  'esptóola,'. 
lamo»para  el  pueblo- mexieahojw*ijl'miw^ 


•.ui'ii 


Nosotras, 
'adío  átihe- 


'•_  ¡•Iflí  J:.t"  *  BÍ.'ÍTi'  i  r 


:''.t.i:i 


'•j"'.'J    .l11<      ■'!   V.*. 


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iití-*"     .'«    í  *►,'.'•  ,  'K  .í  i.  *"it  ''«h*»  xTn*»  ■•»*>ii':   ;  *♦.   "    v-r*  •  t  -<>{  i>  ^cr 


tí:» 


cA7(l)mig08  '"k^  á  ,a  8alud   de  Pepe  aPechu«°  ***   ^asou-W-iíafon- 
esposa*     /  ;;í.  íüff.t  »iií>Li  fi^/  aii  *»*)  fKii^nl  /da-»'»  v  r  ¿c'r  iri  .•»      r- ^lMÍ 


— jArrreee!  cho,  cho,  animal.     .  ./.hs!>íixtüD  ¿¡üsi/pa  * 

i'l^lj^M^^W  /4-ik¥»»^  ooHdnq  lo  fauuW.I  :,;ip¡ 


«a 


,  — JBfombres!  h(^tibreei»Oilwi,y  q«e  «ttUr.á  h*.  señaran  eo  las  burras* 

tr-*JreraQ8  x*M  d¿*e*ti<i*u,  ;  jí  r  •  í   ^t  -  m   .'..■.•.-..  -         .  r? 

. .— :¡Quél  ¿las  t*irrafs?¿iue  les  soba  mi  abuela*  -  ,-,.,.  ,:rf 

— jCho!  cho^Niap^)ta^uia  di#  el  baatWnto  ó  el  meetrade  larpa» 
poi:queas  niedío  r^Aojfeaaftljafldantá'      -,-•.-  •■•.♦.»-. 

.  Tal  es  La  algarab¿&,de  j&iltiUid:  fie  jóven^e  de  loa.  ¿pe»  sexo*  que  *p 
preparaban  a  pa^ii&'Eüctos  bo«aritoiMstfe  placeres  q#*  propotápttft  d 
cfunpp,  y. que  ta^^-^eseaíi  Jos  qHq  fc^bitan  las  ciudades  poftolosoai  , 
,  ¿Qijó^tractivo^^tfgd^^aftr .tyúA'pH&o*  W  burro  que  tanto  albo- 
rotan a  lp^  ]ÓY<¡ffl%jffltyén&tol  J?ara  «1  ;boa»bre  grave  pasó  la  edad 
de  las  ilusiones,  ^  m^  <m>i>  dead^n,  todos  aquellos  acto»  pueriles  que 
not<f4íw,$n  féJací^ow9U-injter¿s, Jos  ~a  sitadore*r  lov  qie  inventan 
fuegos  y  bramas,  sonjo^  quftdtepigrtw  reeüerdosrjuvenilea  k  Um  viar 
jos  acpmjpafiauteSí  j^njo^  promotores  de  la  tiesta.  . 

'*X&  caravana»  se:p^8f}  *ntnar^ia,ba«iflr.el  panto  designados  los  músi- 
cos ae  facían  loa  t^|s^a  para  que  le&,$liera¿  W  primer  toqxU  de  dionea 
y  alentar  su  espírityf^n^  por  Pepe.  IWda*liLks 

loalla^ap  fbl  prden  con  fenfflffify*  .  ./  %«<     »:  •        ■  .»  I  .u«    v  ú:  •• 

— Maestrito.  cuélguese  el  arpa  del  pescuezo,  y  ponga  las  patito*  en 
ej  £el  burjqpaxa  que  n^.^h*tffla.*?5*terí  *,.     ,         .    i      -.        .  i 
Al  fin,  W  ií^^cw, ptreiAidiarou  au^í^^Wweptofly  y  emeorOf  90  dmtí> 

.  Dr  fíetvrína/Pan<fO¿a¿  hq$&fé  ^ria  pcmjtfrtujrataa,  echó  una  oanaOl 
aireTiy  tomó  parjfo.en<pl  yo^rpop^rj^Jíi  era*;lfc  peana»*  mas  grave 
de  l'js^rcunstfo^.j  q^jen,o^Jb^^iiftrJaive4¡^rderi:  á  pesiar  de^vtea- 
r^ctex,<;ircun4pectq,  ^ajg¿b*r.en  b^o^jff^htfs&^l  cotbft/tpw  /  alea- 
tars^cor^^  muchadt^sq*  pantalones:  estrechos  yooa trabillas  do- 
n^cfaban  los  eqjutcft$:d4fWW&4^^^  de  a«aif»eH>«A  qye 

tnapteja^,  Vi^za.s  cpnro.jpifwcha^,  xv£gQnpetfQ&&  del  ginet*  deli cWi- 
}ejío;rvestÍa  mi  tefitfozfm}  VMíüf*  píé^íJl^gabaf^Joa  UjoDe^jthuna 
camisa  mgs.  blqnqa  queTarJe^,£Ofl<auftlU  d^qn^inal  y  parado,  cuyio« 
bi;r^es  tocaban  las  qrejf^f  ,jwi.  contar*  jn¿8  ¿ieso^ue  alcjfaUftiBveto,  lo 
contenía  c^wo  si  ^.JH¡5toejp  trag^^piasaoW*;!  L¡a  fwnte  eoto<en?W^ 
desde  la  mitad  de.U  ^^e^j.las  aya^^ga^iieza*  >y  ¿anos**,  latina- 
ban, d^arqoecplimpa^^  aya, hundidos  y /peque- 
ños ojos,  de  Üd  color  verde  mar.  La  Naturaleza  f»é  pródiga  eA  dotarle 
de  un  palmo  de  naric^cpya.p^n^e^a^^ye^inaide  JULde  eu;barl5a74)or 
]&  carencia  ^olu¿f  ¿.junel^B  y.^wtesi^jE^.bufl^  Bea«r  iu¿  ejpfcar 
gadp  de  nacer  el  p^l  de.pojjcí%  j.de^u^pd^  eiiardeffke/^ecial^aea- 
*t¿  c<)n  cuatro  mc^adftaa  ttavie^jiiy  <díé  imik  bjuufrpr,  capac^í  de  sa^arJ^e 
qaqas  v^rans-,^..^.^  *_;,.,...  .,.,■  ■  ,-  ,,.>  k  -  „[,..,  f;  >,v  t  »i  .j  -fKíir 
Doña  Puj^ü^Wfflij  j^bj^ela  reppc^b^  *ftfP¿.3B  i*jar,eíi»4a  bwwl  <ep- 
mi  ti  va;  sus  cincuenta  y  cinco  Inviernos  dejaban  emblanquecida  su  ca- 
beza, pero  el  hielo  no  había  penetrado  al  alma;  conservaba  el  vigor  de 
los  quince  Abriles,  la  alegría  inagotable  que  inspiran  los  bailes^  pa- 
seos.                             .  .  V 


70 

—Las  numeres  tenemos  don  épocas  para  gozar  del  mundo;  cuando 
somas  muchachas,  por  nosotras  mismas;  y  cuando  viejas,  por  interés  de 
nuestras  hijas,— decía  la  señora  doña  María  de  la  Purificación— Baila- 
ba boleras  con  palillos,  y  cantaba  la  Oolasa  y  la  wandunga  con  aire  de 
una  manóla;  cuando  se  le  pedia  con  instancia,  no  se  hacia  del  rogar. 
Sus  amigos  la  distinguían  en  su  estimación  por  su  carácter  expansivo, 
que  de  ¿da  se  escandalizaba:  padecía  con  frecuencia  cólicos  biliosos, 
y  traía  pendiente  de  un  un  cordón  la  ampolleta  de  su  mediana,  que 
era  una  ánfora  rellena  de  tequila  (1)  y  estaba  prevenida  para  curar  un 
deétnayo;  como  era  afecta  á  las  libaciones,  apechugaba  de  cuando  en 
cuando  un  pisco-lévis.  Su  cuerpo  era  senseño  y  diminuto,  y  tenía  «¿a- 
co*  (donaire)  para  bailar  un  sólo  en  las  cuadrillas,  ó  el  paéo  húngaro 
de  punta  y  talón.  Su  pelo  entre  canoso  y  negro,  formaba  un  nudo  ó 
molote  mi  la  parte  alta  y  trasera  de  su  cabeza;  los  hombros,  pecho  y 
espalda  se  cubrían  con  un  abrigo  de  seda,  y  lo  ostentaba  con  orgullo 
porque  era  "una  mascada  de  pescuezo  que  le  dio  sn  padre  espiritual:» 
Confesión  de  parte. . .  .—Y  luego  se  nos  repetirá  la  inscripción  de  la  I 
orden  de  la  Jarretiera.— "¡Maldito  sea  quien  piense  mal!»  que  traduci- 
do al  español  dice:  "\in  pañuelo  de  teda  para  el  cuello  que  le  regaló  su 
confesor^ 

Él  sol  nos  hería  con  sus  primeros  rayos;  cerca  estaba  ya  el  término 
final  de  nuestro  destino;  tomaba  creces  nuestra  alegría;  y  las  señoritas, 
montadas  con  gentileza,  emprendían  ejercicios  byrrrestes  por  lucir  sus 
facultades  equuibrfetieas;  llaman  en  su  auxilio  á  su  rfastidiou  para  no 
caer  si  el  asno  trotaba  ó  variaba  de  sendero.  Para  que  no  faltara  en 
esta  fiesta  el  saínete,  tropezó  un  jumento  y  dio  en  tierra  la  amazona 
más  varonil;  la  ropa,  esponjada  por  el  guarda-infante,  mostró  dos  per- 
niles  aforrados  con  medias  escocesas  blanquísimas  que  contorneaban 
un  par  de  pantorrillas,  envidiadas  por  la  más  perfecta  bailarina  La  fe- 
menil «comitiva  se  asusta  y  escandaliza,  cierta  los  ojos,  lanzando  la  te- 
rrorífica exclamación  de  {Jesús;!  la  indiscreta  crinolina  hizo  de  las  su- 
yas, pero  el  mal  lo  reparan  todas  las  Señoritas  ocurriendo  en  su  auxi- 
lio; la  miman,  la  consuelan,  mostrando  pesadumbre;  pero  conteniendo 
una  malévola  carcajada:  doña  Purificación  le  ofrecía  un  trago. 

Faltaban  brazos;  sobraban  piernas,  como  decía  Bretón. 

^-No  se  le  vio  más  que  una  pantorrilla,  dijo  doña  Purificación,  sin 
que  nadie  se  lo  preguntara. 

—Nada  más,/— dijeron  todos  con  maliciosa  sonrisa. 

La  paciente,  informada  por  sus  amigas,  se  cubría  la  cabeza;  las  se- 
ñoras se  hacían  señas  de  inteligencia  que  ninguno  de  nosotros  com- 
prendía. El  maesto  de  la  flauta  no  tocaba,  porque  del  susto  le  asaltó 
una  risa  nerviosa  que  le  impedía  encontrar  la  embocadura.  A  pesar  de 
ser  tuerto,  era  el  qué  ifcás  había  visto  de  cerca  la  fatal  desgracia. 


(1).  licor  de  Setenta  grados  para  embriagarse. 

B«WP»assB«BBn«»Bii«»HBsaawDBBB=Bsna 


71. 


I 
Desde  -ese  momento  cambió  la  escena;  doña  Purificación   Mancilla 

nos  invitó  á  rezar  la  Magníficat^  oración  la  más  adecuada  á-  las  cir- 
cunstancias, para  dar  gracias  á .  quien  corresponda  por  el  beneficio  tan 
grande  de  que  no  fué  de  graves  trascendencias  la  caída.  Sólo  don  Ze- 
ferino  estaba  sereno  y  santiguándose. 

Distinguimos  unos  árboles  frondosos,  y  los  pejrros  vinieron  á  hacer- 
nos fiestas. 

— - Chól  chó!  Niños  apiense  sus  mercedes,  que  esté*  la  calle  del  Ojo 
caliente  de  la  Cantera.— nLo  que  en  castellano  se  traduce  así:  estamos 
ya  en  la  calle  que  conduce  á  la  fuente  termal  de  la  hacienda  de  la 
Cantera.       * 

Las  señoras  inventaban  distintos  medios  para  distraerse,  y  á  este 
fin  imponían  sus  caprichos  con  seductor  imperio.  Una  interesante  Ma- 
nuela que  animaba  la  reunión;  una  zalamera  Chole  que  venda  todas 
las  dificultades,  combinaron  los  modos  más  ingeniosos  de  formar  co- 
luinpiosy  tirar  al  blaneo  con  la  pistola;  el  miedo  ¿  las  detonaciones 
había  desaparecido  y  animaba  a  todas  un  espíritu  varonil  Don  Zefe- 
riño  era  el  ajonjolí  de  todos  los  platillos,  y  quien  satisfacía  los  antojos: 
las  niñas  habían  poetizado  su  prosaico  nombre;  le  llamaban  don  Zénro, 
porque  la  pronunciación  era  más  sonora  y  más  fácil  á  la  vez. 

Don  Zeferino  daba  tirantez  á  los  cordeles  de  los  columpios  preca- 
biendo  una  desgracia,  prestaba  su  sombrero  para  que  sirviera  de  punto 
objetivo  á  los  proyectiles  de  las  pistolas.  Don  Zéfiro  preparaba  el 
bañe,  y  ofrecía  cigarrillos  monísimos  á  las  señoras  para  ahuyentar  con 
el  humo  á  los  volátiles  y  dañinos  insectos:  todo  esto  sin  abandonar  su 
gravedad  y  su  parsimonia. 

Se  improvisó  un  salón  de  baile  á  la  sombra  de  los  árboles:  la  músi- 
ca atraía  á  los  curiosos  de  aquellas  comarcas  para  tomar  parte  en  nues- 
tro júbilo.  En  ios  interregnos  del  baile  se  tocaban  aires  del  país  tan 
alegres,  tan  expresivos,  que  ellos  imprimían  á  la  fiesta  un  sello  cam- 
pestre bien  merecidos  lo  mismo  que  á  las  'distintas  escenas  que  brota- 
ban de  la  situación,  Sus  cantos  rarísimos,  canti-declamados  con  voz  de 
catase y.pocoafiuaraiettto,  algunas  veces  eran  descriptivos  de  aquellos  lu- 
gares, y  otras  producían  quejas  amorosas,  prvocaban  rivalidades,  ó 
eran  la  expresión  del  amor  patrio,  refiriendo,  las  hazañas  de  los  gue 
rreros;  éstos  canto^recitacionei,  expresados  en  un  lenguaje  agreste, 
son  comprensibles  por  todos,  pues  no  carecen,  en  medio  de  su  frivoli- 
dad, de  ingenio,  de  verdad  histórica  y  de  exactitud  en  la  tradición.  Lm 
glosas  de  amor  y  contra  él,  aunque  expresados  en  provincialismos,  se 
impregnaban  de  sal  ática,  de  sarcasmos  contundentes,  de  ideas  que  a 
rrojan  el  ridículo.  Hay  endechas  que  pueden  servir  de  modelo  al  lan- 
zar un  epigrama,  cortas,  graciosas,  incisivas,  como  esto,  dirigido  á  una 
zagala  que  se  vestía  de  color  verde: 


J 


72 

En  una  jatanáa  incurro 
y  hasfcel  enero  se  me  arruga, 

vida  mía; 
pensar  que  siendo  70  burro 
y  siendo  usté  una  lechuga, 

me  la  comía. 

Al  frente  de  nuestro  campamento,  bjijo  la  protección  de  otros  árbo- 
les, formábanse  grupos  que  zapateaban  e\  jarabe  nacional,  pespuntea- 
do por  la  alegre  y  popular  jaranita,  especie  de  bandurria  de  cinco 
cuerdas  metálicas,  que  suena  agradable  al  aire  libre  y  bajo  la  in- 
fluencia reproductora  del  eco  de  aquellas  montañas;  sus  cuerdas  pro- 
ducen notas  que  son  ingratas  á  un  oído  acostumbrado  á  los  melódicos 
instrumentos-de  salón;  los  de  la  jarana  se  perdían  en  los  confines  de 
aquellos  montes. 

Cerca  de  mí  estaba  un  grupo  de  zagalejas  que  formaban  algarabía 
sosteniendo  diálogos  interesantes,  con  la  fraseología,  con  el  dialecto 
peculiar  á  los  campesinos,  formando  modismos  graciosísimos. 

— ¿De  <5nde  saldría  semejante  currería? 

-^Allí  anda  una  retechulísima  como  un  lucero. 

— Puede  quenun  descuido  yaiga  matrimoniado,  porque  trai  chorros 
en  la  cabeza. 

— ^No  vido?  aquel  curro  mizo  señas ¡miren  que  fachoso! 

— Yb,  caiste  en  la  cuenta  que  te  tiende  la  ala,  ¿eeh?  túeres  media 
chiflada. 

— NjEgo  sí  que  no!  se  me  está  poniendo  que  hablan  de  mí.. 

— Si  te  dijíera  unporai  te  pudras  ti  vas  á  poner  creidísima. 

— ¡Pa  qué  quiero  eso!  ¡si  es  una  enfelecidá  de  chaparríto;  tamañito 
ancinal 

,— Las  curras  andarán  que  se  las  pelan  por  posiarse  el  baño,  y  nos 
dejan  la  luna  en  prendas. 

m. 

Alguno  de  aquellos  campesinos  traía  consigo  una  caña  colocada 
una  cuerda  en  los  dos  extremos;  con  el  pulgar  de  la  mano  derecha  la 
hería,  y  puesta  en  la  boca  la  hacía  vibrar,  produciendo  sonidos  caden- 
ciosos que  modulaba  con  el  aliento,  aspirado  algunas  veces;  otras  dila- 
tando ó  contrayendo  los  labios;  los  dedos  de  la  mano  izquierda  tocaban 
la  cuerda  .para  amortiguar  ó  producir  distintas  notas. 

Varios  aires  conocidos  preludiaba  aquel  instrumento,  y  se  mezcla- 
tym  con  melodías  para  improvisar  algunas  variaciones.  Ese  instru- 
mento, fácil  para  construirlo,  limitado  en  sus  notas,  sin  más  variedad 
de  tonos  que  la  que  podía  imprimirle  con  los  labios,  no  produjo  ar- 
monía, pero  combinaba  dulces  sones,  agradables  al  oído;  ellos  los  ins- 
piraba la  soledad  con  la  sencillez  del  hombre  que  la  habita.  En  un 


.  73 ___ 

Balón,  donde  el  piano  reproduce  las  concepciones  de  Bellini  ó  las  melo- 
días de  Schubert,  poca  sonoridad  produciría  el  instrumento  de  una 
sola  cuerda;  pero  en  el  campo,  en  el  fondo  de  las  cañadas,  en  la3  arru- 
gas de  las  montañas,  se  transforman  en  melódicos  sus  acentos;  como 
los  tonos  de  la  Naturaleza,  el  zumbar  de  los  insectos,  y  el  relincho 
del  corcel  montarás;  es  seductora,  es-  melancólica  aquella  suavísima 
vibración,  porque  reproduce  en  imitativos  arpegios  los  acentos  del  do- 
lor y  los  himnos  pastoriles.  Las  almas  sensibles  á  lo  bello,  á  lo  ideal, 
&  lo  que  lleva  la  marca  excelsa  de  lo  grandioso  y  magnánimo,  .se  po- 
nen acordes  entre  sí  cuando  son  sus  intérpretes  las  escenas  imponen- 
tes de  la  Naturaleza,  los  murmurios  de  la  fuente  ó  los  trinos  de  los 
pájaros  canoros:  la  soledad  tiene  su  voz  sonora,  cautos  argentinos^  ru- 
mores misteriosos,  que  hieren  las  fibras  del  sentimiento^  produciendo 
la  inspiración. 

En  Ja  morada  del  hombre  social  resuenan  las  notas  del  violfn  6  de 
la  flauta  en  variadas  combinaciones;  mas  eñ  los  desiertos  tienen  en- 
canto indefinible  las  not^s  que  esparce  la  zampona  ó  el  arpa  pastoril, 
afinados  sólo  para  oirse  en  los  campos,  lejos  del  bullicio  de  las  socie- 
dades. 

La  poesía  campestre,  su  música  especial,  sus  comparaciones,  pensa- 
mientos é  imágenes^  tocan  las  fibras  del  corazón,  porque  pintan,  así 
como  las  del  hombre  más  ilustrado,  sus  íntimos  afectos» 

Su  música  se  inspira  én  el  canto  de  las  aves,  en  los  rumores  de  la 
selva,  en  el  rugir  de  las  fieras;  las  glosa*  de  los  campesinos,  sus  boleras 
ajusticias  se  cantan  en  notas  melancólicas,  que  semejan  el  ahullar  de  la 
zorra  y  del  lobo;  al  piafar  del  caballo  salvaje  y  participa  aun  del 
berrido  de  las*  ovejas*  Así  el  zenzontle,  convierte  sus  armonías  imi- 
tando con  dulces  trinos,  el  imponente  tugir  de  las  fieras,  la  algarabía 
de  las  golondrinas  y  los  arrullos  de  la  tórtola» 

IV. 

Había  enmudecido  nuestra  música  por  no  perder  una  nota  de  aque 
Ha  t&n  sentimental  que  reproducía  distintos  ecos  al  pié  de  las  »coli- 
nas. 

Cuando  he  regresado  á  mi  hogar;  cuando  lie  oído  la  voz  admirable 
de  los  artistas,  y  se  han  fijado  en  mis  tímpanos,  como  en  un  fonógrar 
f  o,  los  trinos  angélicos  de  la  Peralta,  vienen  también  á  mi  memoria  los 
del  arpa  de  una  cuerda.  El  hombre  civilizado,  así  como  el  salvaje,  a- 
rranca  sonidos  á  su  voz,  á  su  rudo  instrumento,  para  expresar  sus 
sensaciones  ante  las  bóvedas  del  templo  ó  ante  las  llanuras  y  los  ri 
bazos;  en  todas  partes  encontrará  intérpretes  fieles  del  sentimiento, 
que  es  la  verdadera  poesía  del  corazón. 

Nuestra  música  tocabtt  por  intervalos  al  agitarse  la  danza;  volvía  á 
dejarse  oír  la  jaranita  con  tal  dulzura  que  creíamos  sería  un  hábil  pro- 
fesor quien  arrancaba  esas  notas  sentimentales.    Después  supimos  que 


,_ 74  

aquel  músico  se  dirigía  sólo  por  el  oído,  pues  era  ciego.  Escuchamos 
sus  acentos  con  veneración  y  con  respeto.  Afinó  su  instrumento;  dio 
á  su  vos  una  triste  entonación,  y  lo  escuchamos  con  relígipso  silencio. 
Cantaba  sus  desgracias,  la  negación  de  la  luz,  los  asares  de  su  vid» 
y  su  cristiana  resignación. 

Yo  transcribí  sus  quejas  una  á  una  para  traducirlas  a  un  lenguaje 
menos  incorrecto,  ó  insertarlas  en  estas  fugitivas  páginas.  Los  poetas 
alemanes  en  sus  lamentaciones  no  son  tan  tiernos  como  los  cantos  del 
hombre  en  su  desgracia  eterna* 

v. 

"Niño  atín  perdí  A  mis  padres;  me  dejaron  un  nombre  sin  mancilla; 
eran  pobres,  y  no  tenían  en  donde  reclinar  su  cabeza;  heredé  su  fe, 
su  amor  á  mis  semejantes,  la  resignación  en  las  vicisitudes;  por  eso 
sin  quejarme,  sin  gemir/las  ofrezco  á  Dios  en  sus  altares. " 

"Recorro  lo*  páramos  y  los  pueblos,  sin  guía  y  sin  liíz:  llamo  á  las 
puertas  implorando  la  caridad  cristiana;  me  reciben  con  amor,  porque 
el  Señor  puso  en  el  alma  de  sus  criaturas  las  virtudes  que  encarecen 
sus  preceptos;  donde  quiera  que  se  oyen  los  acentos  de  mi  vihuela, 
llueven  sobre  mí  los  consuelos  y  la  celeste  caridad.  '  Yo  mando  á  Dios 
mis  bendiciones  como  una  ofrenda  que  coloco  en  sus  altares." 

"Visité  á  Jalisco;  crucé  sus  barrancas  cubiertas  de  platanares  y  ta- 
marindos, de  aromáticos  chirimoyos  y  de  naranjas  color  de  oro.  Gua- 
dalajara  me  recibió  en  su  seno;  canté  la  hermosura  de  sus  hijas,  las 
hazañas  de  sus  héroes,  \a  gloria  de  sus  poetas. . . .  ¡ay!  ¡es  tan  consola- 
dor admirar  á  Dios  al  pié  de  sus  altares. . . . !" 

«• Llegué  á  Zacatecas  la  de  las  piedras  argentíferas;  fraternicé  con 
los  hombres  que  habitan  los  antros  obscuros  de  sus  montañas;  me  ca- 
lentaron los  rayos  de  su  ardiente  sol  cuando  la  nieve  congelaba  mi 
sangre;  tomé  á  raudales  el  vino  generoso  que  producen  sus  vides  y 
liban  sus  hijos;  me  arrodillé  en  sus  templos,  elevé  mi  oración  a  Dios 
en  sus  altares,  ii 

» Aguascalientss  fué  mi  ilusión  de  niño;  oí  hablar  de  sus  bellezas,  de 
sus*aguas  benignas,  de  sus-  frondosos  huertos,  de  sus  hijas  llenas  de 
encanto  y  de  voluptuosidad;  pisé  las  anchas  calles  de  su  capital  sim- 
pática; recorrí  sus  jardines,  visité  las  tumbas  de  sus  mártires;  oí  el  ta- 
ijir  de  sus  campanas;  descansé  al  pié  de  sus  soberbios  edificios  y  de 
aquellos  árboles  que  brindan  frutos  delicados;  oí  el  rumor  de  sus  fuen- 
tes, toqué  los  rosales  que  despiden  miel  y  aromas;  trató  á  sus  hijas, 
cuyo  acento  es  melodía»  su  mirar  de  fuego,  su  corazón  de  oro,  sus  pa- 
labras de  arcángel  n 

••He  admirado  este  Edén  en  que  Dios  depositó  stís  galas,  donde  está 
su  trono,  donde  se  quema  incienso  á  toda  hora  en  sus  altares- 

"Hoy,  le  envío  con  las  notas  de  este  instrumento  mi  bendidión  y 


75 

ini  despedida;  emprendo  de  nuevo  mi  camino,  sin  luz  ni  guía;  donde 
quiera  que  me  arroje  el  destino  recordaré  los  beneficios  que  recibí  de 
su  suelo  hospitalario;  recordaré  las  lágrimas  de  sus  vírgenes,  conmo- 
vidas con  mis  cantares,  y  las  oraciones  de  los  niños  cuando  me  con- 
ducían de  la  mano  al  templo  santo  para  bendecir  á  Dios  al  pié  de  sus 
altares* 

vi. 

Aquella  voz  se  extinguió  como  se  extíngtten  en  el  santnario  las  vo- 
ces aflautadas  del  órgano,  y  la  ferviente  entonación  con  que  se  canta 
un  Raimo»  Nuestros  ojos  se  habían  humedecido  con  las  relaciones  del 
que  sufre,  la  viva  fe  del  que  espera,  la  resignación  inagotable  del  que 
cree. 

Doña  Purificación,  que  carecía  de  una  moneda  en  aquel  momento, 
depositó  en  un  platillo  sus  arracadas  de  oro;  los  circunstantes,  obran- 
do bajo  las  mismas  impresiones,  vaciaron  en  él  su  bolsillo  para  soco- 
rrer al  desgraciado  que  hería  nuestra  alma  con  la  ternura  de  sus  sil- 
vas poéticas. 

Cuan  distantes  estábamos  de  imaginar  que  en  aquella  fiesta,  prepa- 
rada para  reir  y  gozar,  formando  la  caricatura  de  todo  lo  serio,  brota- 
rían á  raudales,  para  formar  contraste,  los  acentos  de  la  zampona  y  de 
la  guitarra,  los  conmovedores  arpegios  de  un  laúd. 

Volvimos  á  nuestros  lares  lamentando  se  deslizaran  las  horas  con 
rapidez.  Salimos  de  la  ciudad  cuando  alumbraban  nuestro  sendero  los 
destellos  de  la  aurora,  para,  dar  creces  *á  nuestro  júbilo;  volvíamos  á 
ella  á  la  última  hora  de  la  tarde,  cuando  la  noche  nos  envolvía  entre 
sus  sombras,  para  velar  nuestra  tristeza  con  su  silencio  misterioso. 


WM  W  HKK 

I. 

Lo  que  hay  que  admirar  en  esta  vida  es  una  fiesta  caserita  de  cole- 
giales, durante  las  vacaciones;  esos  bailes  improvisados  hechos  á  pro- 
rrata de  los  bolsillos  exhaustos  de  estudiantes  pobres;  hay  que  tener  en. 
cuenta  sus  chanzas,  sus  agudezas  sin  urbanidad,  su  buen  humor  du- 
rante dos  meses  de  holganza,  á  que  dan  coloxido  la  fraternidad,  el  de- 
seo de  apurar  toda  clase  de  placeres*  mientras  comienzan  loe  diez,  me- 
sed  de  aburrimiento* 


76 

Dorante  el  período  de  los  estadios,  todos  quisieran  llegar  á  la  edad 
de  la  libertad  y  de  la  emancipación;  todos  desean  eacndir  las  ligas  de 
la  obediencia  filial,  paitando  los  muros  del  hogar  paterno,  para  gozar 
sin  freno  de  los  deleites  de  la  vida;  odia  las  restricciones;  maldice  la 
ergástnla  que  esclaviza;  el  colegio  á  quien  la  sociedad  da  el  nombre 
de  templo  del  saber;  anhela  cambiar  los  dones  de  Apolo  y  de  Minerva 
por  las  asechanzas  del  niño  ciego  y  flechero. 

Cuando  se  llega  á  la  edad  provecta  y  se  siente  el  hastio  de  los  de- 
leites; cuando  se  ha  sido  víctima  de  los  engaños  y  desengaño»  del 
mundo  y  de  las  arterías  de  la  falsa  amistad  jcómo  suspiramos  por  la 
época  en  que  fuimos  colegiales!  Nada  es  más  grato  que  *  encontrar  un 
condiscípulo,  recordar  la  vida  pasada,  las  diatribas  al  rector  y  cate- 
dráticos, los  robos  ingeniosos  de  dulces  y  cigarros,  las  deudas  que  sólo 
puede  pagar  el  colegia),  impecunio  con  chocolates;  los  epigramas  lan- 
zados á  la  faz  de  un  decurión  severo* 

El  que  no  haya  concurrido  á  tin  bailecito  de  Subn  Aio  en  la  casa  hu- 
milde de  un  estudiante,  no  ha  gozado  de  los  más  grandes  placeres  con 
que  se  embriaga  la  juventud.  Allá  conduciremos  á  nuestros  lectores,  refi- 
riéndoles á  grandes  rasgos,  y  pintando  con  pálidos  colores,  esas  esce- 
nas que  agradan  por  originales,  que  muestran  otra  vida  y  otra  socie- 
dad* ignoradas  paía  el  que  nó  respira  en  una  atmósfera  de  "familia  ín- 
tima. ¡Cómo  se  esfuerzan  los  padres  y  los  deudos  de  un  novel  estu- 
diante en  hacerle  agradables'  los  días  presurosos  del  anual  descanso! 
él  es  la  esperanza  de  la  familia;  mira  la  mamá  en  el  chuchumeco  el 
germen  de  un  sacerdote;  el  papá  un  abogado  injieri;  la  sociedad  un 
aprendiz  de  matasanos,  alópata,  eso  su 

Me  encontraba  en  mi  chiribitil  en  una  noche  de  Octubre*  meditan- 
do sobre  el  medio  de  mejorar  mi  condición,  cuando  invadió  mi  cuarto 
una  nubfe  de  colegiales,  esa  juventud  alegre  que  es  mi  delicia. 

— jCómo  te  val» — dijo  lino  por  todos;  saluda  muy  cariñoso  de  tan 
amables  visitantes}  y  se  arrojaron  sobre  mis  libros  y  papeles. 

> — Tií  escribes  sobre  moral;  ¿qué  conocimiento  tienes  del  corazón 
humano?  ¿cuál  es  tu  instrucción?  ¿has  leído  á  lo»  clásicos  latinos?  Vea- 
mos tus  libros,  «Historia  de  México:  Geografía  Universal.ii  ¡Humm! 
iqué  vejestorios! 

— >Debías  tener  la  Jerusalém  del  taso,  obra  que  inmortalizó  al  divi- 
no Cainoens. 

*— >0  los  Mártires  que  escribió  el  chato  Briano  en  el  país  de  los  lo- 
bos* 

— Obras  ¿tiles  como  la  vida  de  Plutarco;  el  Baroncito  de  Fau- 
blas 

— Prepárate,  porque  nos  acompaña»  á  Un  bailecito  de  confianza,  ó 
como  suele  decirse,  de  pan  y  queso;  pero  que  estará  muy  divertido. 

— Yo  no  voy  &  bdles. 

— Te  llevamos  por  la  fuerza.  Ya  verás  qué  contentos  vamos  á  estar, 

— No  estoy  convidado  ni  prevenido. 


77 

— A  eso  venimos,  á  convidarte  y  á  conducirte. 

— ¿A  donde  he  de  ir  con  esta  levita  que  denuncia  los  rigores  de  mi 
mala  estrella? 

— Nada  importa;  todos  somos  de  confianza;  los  concurrentes  somos: 
el  Suspiro,  el  Gato,  el  Toro,  la  Sierpe  los  dos  Galgos,  el  Cocodril,  la 
Liebre,  el  Ratón .... 

— ¡Huy  huy  huy!  ur&  colección  selecta  de  animales,  un  museo  soo- 
lógico! 

— ^Las  señoras  son:  las  hermanas  de  la  Sierpe;  las  primas  del  Ratón; 
las  tías  de  los  dos  Galgos;  ya,  ya  verás;  no  faltarán  algunas  muchachas 
de  interés,  y  una  eme  otra  coqueta  con  quien  echar  un  párrafo. 

— «sAhora  que  hablamos  <¿e  coquetas,  ¿qué  noticias  me  das  de  tus  her- 
manas? 

— ¡Qué!  ¿mis  hermanas  son  coquetas?  jira  de  Dios! 

— ¡Ah,  no!  (guiñando  el  ojo.)  Precisamente  porque  no  lo  son  me 
acuerdo  de  ellas;  toda  moneda  tiene  aiíverso  y  reverso. 

Después  de  una  discusión  acalorada,  me  dispuse  á  ir  al  baile  en 
compañía  de  aquellos  jóvenes,  depositarios  «del  talento  y  la  instrucción. 

.IL 

* 

Nos  internamos  á  un  barrio  de  la  ciudad  por  callejones  poco  anda- 
bles,  y  al  fin  llegamos  á  la  casa  donde  estaba  preparado  el  baile. 

En  la  puerta  de  la  sala  se  aglomeraba  la  multitud  curiosa,  atraída 
por  la  melodía  de  los  instrumentos,  y  por  las  notas  poco  dulces  de  un 
corneta-pistón  que  se  oía  á  dos  cuadras  de  distancia;  á  remolque  me 
condujeron  hasta  el  centro  de  aquella  reunión;  allí  se  veían  jpvencitas 
alegres,  respetables  mamas,  y  otras  señoras  á  quienes  el  equívoco  de 
una  naturaleza  caprichosa,  si  no  las  hizo  bellas,  sí  les  Consiente  for- 
men en  el  círculo  llamado  sexo  hermoso. 

Por  parecerme  á  Sue  ó  Dumas  en  mis  escritos,  procuraré  describir 
con  fidelidad  aquel  recibo  que  se  convertía  de  improviso  en  templo  de 
Terpsícore.  Nueve  varas  de  extensión  tenía  la  pequeña  sala,  focmada 
por  blancas  paredes  que  ostentaban  la  cal  en  consorcio  con  el  Almagre; 
doce  velas  en  albortantes  la  iluminaban;  cuatro  rinconeras  servían  de 
pedestal  á  unos  muñecos  de  estuco  escribiendo  sobre  un  libro  apoyado 
en  la  pierna  cruzada,  que  eran  un  primor;  cuatro  charolas  en  deterio- 
ro* un  reloj  de  palomita  que  pregonaba  las  horas  con  acompasado  cú- 
cíy  en  armonía  con  un  sonoro  timbre.  Una  Dolorosa  bisoja  hecha  á 
pincel,  y  la  escultura  de  un  San  Antonio  que  había  perdido  las  narices, 
como  ciertos  calaveras:  dos  docenas  de  sillas  con  asiento  de  tule,  y 
una  alfombra  que  se  obtuvo  prestada  del  templo  más  inmediato.  ítem 
más:  unas-pantallas  dn  relucientes  espejitos,  y  dos  sofaes  en  las  cabece- 
ras. Todo  el  moblaje  se  remontaba  á  los  tiempos  prehistóricos! 

La  música  preludió  el  popular  wals  de  los  Diamantes,  al  tiempo  que 
un  personaje,  funcionando  de  director  de  escena,  dio  la  voz  de  "arriba 


78 

las   pareja9.1t    La  escolar  gusanera   metía  más  ruido  que  un  collar 
con  cascabeles. 

ni. 

Varias  parejas  se  paseaban  en  prudente  reposo,  mientras  otras  se 
lanzaban  al  viento  en  agitado  compás. 

Los  curiosos,  los  que  no  alcanzaron  compañeras,  ó  les  tenían  en  en- 
tredicho las  dimensiones  de  la  sala,  se  ocupaban  en  dar  mordiscos  al 
prójimo,  y  en  poher  á  discusión  los  problemas  que  se  relacionaban  con 
los  presentes.  Yo  me  coloqué  en  un  rincón  donde  podía  oír  las  conver- 
saciones más  íntimas,  y  una  que  otra  palabra  indiscreta  que  excitaba 
mi  curiosidad. 

/—¿Conoces  á  esta  señorita?  ¿la  del  vestido  azul?  tiene  unos  ojos».... 

— xYa  se  ve  que  los  tiene,  es  la  primera  vez  que  la  veo. 

— Hermana  de  mi  vecina;  la  que  ocasionó  el  escándalo  de  los  retra- 
tos entre  los  dos  capitanes. 

/—Es  guapa;  baila  con  con  gracia;  desde  mañana  le  haré  el  oso. 

— ¡Lo  que  es  el  artificio!  qué  distinto  se  presenta  el  conjunto  de  sus 
gracias  sin  el  auxilio,  del  colorete:  lo  cftie  es  á  mí  ni  tentaciones. 

— ¿Y  esta  otra?  ¡Jesas!  quién  la  había  de  conocer!  la  cuaresma  la  de- 
jó extenuada  con  sus  rigores. 

— El  hijo  de  nuestro  tendero;  ha  despertado  mucho  en  el  colegio;  ya 
no  es  el  beato  hermano  de  la  vela  perpetua. 

— Si  Cupido  entra  en  campaña  le  auguro  que  zozobra  su  barquilla 
antes  de  llegar  á  puerto,  ¡y  adiós  de  tonsura! 

— Allá  distingo  á  la  más  buena  de  las  madres,  que  es  al  mismo 
tiempo  la  m&s  egoísta  de  las  suegras. 

— -Es  una  gallina  cuidadosa  de  que  sus  pollitas  no  caigan  en  *las  ga- 
rras de  un  gavilán.  No  las  pierde  de  vista. 

— Devora  con  los  ojos  á  su  futuro  yerna 

— ¡Oh,  suegras! 

— ¡Oh,  arpías! 

— xLa  mía  es  amabilísima:  no  me  puede  ver,  estamos  pagados. 

Pata  que  el  baile  se  animara,  se  hacían  y  rehacían  oblaciones  á  Ba- 
co.  Las  rebanadas  de  pan  y  queso  circulaban  con  profusión  entre  es- 
pectadores y  bailantes;  á  cada  señora  se  le  enfiló  una  súplica  obstina- 
da. Doña  Mamerta  condescendió  en  apurar  una  sola  copita  por  ver 
claro  lo  que  pasaba  con  sus  ehicas  que  en  verdad  estaban  tan  seducto- 
ras como  rosas  de  Castilla  en  rama. 

IV. 

Se  bailaban  con  frenesí  polkas,  danzas,  galopas,  las  monótonas  cua- 
drillas, el  vertiginoso  paso  doble,  y  al  fin  de  la  jomada  las  indispen- 
sables calabazas.  Este  baile,  plagio  de  aquel  k  quien  se  dá  en  otras 


79 

regiones  el  nombre  de  cotillón,  es  un  arrastre  falso  para  reconocer^el 
juego  del  adversario,  y  adivinar  el  efecto  de  los  cohetes  á  la  Congréve, 
que  durante  el  baile  se  han  arrojado:  consiste  en  colocar  al  lado  de 
una  señorita  á  dos  pretendientes  rivales;  ó  al  ado  de  un  mosalvete  á 
dbs  jovensitas,  para  que  unos  y  otras  muestren  en  definitiva  su  predi- 
lección ó  su  desdén.  Luego  vienen  los  versos  expresivos,  tiros  á  que- 
ma ropa,  disimuladas  declaraciones,  remaches  en  los  clavos  que  han  de 
inspirar  un  canto  epitalámico  {Cuántos  nudos  rotos,  y  cuántos  lazos 
nuevamente  forjados  resultan  al  bailar  las  calabaza*!  la  juventud  los 
anhela  por  despejar  una  incógnita. 

Faltaba  una¡|>áreja;  á  mis  amigos,  que  no  se  acordaron  de  mi  en  to- 
da la  noche,  les  ocurrió  hacerme  pasar  por  las  horcas  caudinas  de  ese 
baile  que  detesto.  Me  conquistaron  compañera,  y  heme  allí  formando 
un  grupo  con  esos  sacerdotes  del  placer.  Mi  consigna  fué  distraer  á 
una  mamá  celosa  mientras  el  simpático  Cocodrilo  deslizaba  un  perfu- 
mado billete  en  las  manos  de  la  hija.  [Señor,  Señor,  recíbeme  este  sa- 
crificio en  expiación!  Yo  debía  ser  el  punto  de  mira  para  la  mamá, 
mientras  que  un  mameluco  ponía  su  proyectil  en  el  blanco.  ¡Hasta 
donde  podemos  llegar  los  hombres  por  las  letras! 

Presentó  mi  brazo  á  tan  respetable  señora,  y  columpiándose  en  él 
fuimos  á  ocupar  nuestro  puesto.  A  mi. . .  .ni  por  chanza  me  ocurrió 
una  galantería  para  dar  principio  á  mi  comisión. 

— na  estado  divertido  el  bailócito — dije  á  mi  compañera  en  tono 
festivo,  como  nn  medio  de  buscar  vado  practicable  en  aquel  río  cauda* 
loso  de  celos  y  de  desconfianzas. 

— Divertido —  me  contestó  con  sequedad. 

— Y  ordenado— >volví  á  decir  para  poner  andamios  y  forjar  un  puen- 
te á  mi  conversación. 

— Ordenado— contestó  buscando  con  la  vista  k  su  pollita  que  ya  es- 
taba en  chicisveos  con  su  compañero. 

— La  música  ha  tocado  piezas  modernas,  no  debemos  quejarnos. 

-^Modernas  ,— volvió  á. decirme  con  la  misma  circunspección. 

No  había  medio  de  habrir  brecha  en  tan  adusta  compañera.  Las  pala- 
bras las  extraía  con  tirabuzón,  como  quien  extrae  un  cordón  del  cuerpo. 

— Sé  feliz,  -me  decía  uno. 

r  -Envidio  tu  dicha, — decía  otro. 

/—Hoy  me  pega  un  tabardillo;  yo  toco  el  bombo  mientras  ustedes 
se  despachan  con  la  cuchara  grande. 

-^Son  muy  interesantes  las  hijas  de  usted,/— volví  á  decir  a  mi  com- 
pañera con  ánimo  resuelto  de  que  fuera  la  última  palabra. 

r- Gracias, í>eñor;  Vd.  las  favoreee;  tienen  la  gracia  de  las  niñas  á 
los  quince  años. 

—Parece  que  á  Pepe  Rivas  Cacho  no  le  es  indiferente. . .  .no  se  le 
ha  separado  en  toda  la  noche  á  su  compañera.    ¿Y  vd.?   ¿en  quién  ha 

^-Son  muchachos,,  y  gozan  de  la  vida, 
fijado  por  esta  noche  sus  esperanzas? 

—  Soy  indiferente;  el  amor  es  para  mí  una  planta  parásita. 


f 


80 

— >Pronto  tendrá  *rd.  que  arrepentirse  ¡si  no  sabré  yo  del  pié  que  vd. 

cojea!  no  ío  saca  á  vd  de  su  indiferencia  una  señorita  que  se  llama 

ge  llama, . .  .¿cómo  se  llama,  santo  cielo? 

r- ¿Virginia  tal  vez?  ¡oh,  si  yo  pudiera  conquistar  la  aprobación  de 
su  mamá.  Veo  que  se  me  anticipa  el  afortunado  Cocodrilo. 

— *Qué!  si  es  un  pollo  insubstancial  que  acaba  de  salir   del  cascarón. 

Las  miradas  indagadoras  de  la  mamá  la  seguían  en  sus  movimien- 
tos. 

— Decía  vd. . . . . 

— ^Que  el  nene  me  fastidia;  a  todas  partes  nos  sigue;  el  día  menos 
pensado  nos  lo  encontramos  en  la  sopa.  % 

v. 

Muy  cerca  de  mí  se  encontraba  el  joven  Suspiro  quien  sostenía  con 
la  interesante  Isabel  una  conversación  animadísima.  La  tema,  en  to- 
dos los  bailes,  sobre  la  cual  recae  la  conversación  es  el  amor;  la  de  la 
pareja  inmediata  era  de  tal  modo  concentrada  que  se  percibían  hasta 
los  monosílavos.  -El  Suspiro,  en  tono  sentimental,  hacia  la  rueda  á  su 
paloma.  Ella  se  divertía  con  sus  jeremiadas,  y  le  hablaba  de  su  pasa- 
do,  cuando  él  sólo  quería  pensar  en  un  presente  indicativo. 

— El  ángel  de  los  amores,, — le  decía— \pulsó  junto  á  mí  su  cítara  ar- 
moniosa; amé  con  todo  mi  ser,  con  toda  mi  alma,  con  todas  las  efusio- 
nes de  un  corazón  sensible?  pero  luego  el  desengaño  yína  á  obscure- 
cer mi  porvenir  como  la  tempestad  cuando  envuelve  á  la  tarde  apaci- 
ble en  un  manto  de  tinieblas. 

—  ¿Fué  vd.  desgraciado?. . .  .¿vd?  ¡eh!  (¡qué  fastidio— El  diablo  que 
te  lo  crea,) 

— ,Ah  sí;  (suspira)  amé  á  una  joven;  ella  se  ocupaba  más  que  de  mi 
pretensión  en  las  insinuaciones  de  un  Cocodrilo.  Mi  alma  se  sumer- 
je  en  un  cceano  de  tristeza  cuando  reflexiono  sobre  tan  prosaico  a- 
mor;  ábrase  mi  pecho  y  se  encontrará  la  imagen  de  v  J.  ¿oh  ingrata! 
como  la  luna  que  apareció  en  el  fondo  de  un  borrascoso  mar. 

Aquellas  confidencias  eran  los  destellos  de  una  cercana  tempestad; 
otro  interesado  también  buscaba  un  lugar  en  el  corazón  de  la  señori- 
ta Virginia,- y  suscitaba  el  celo  del  que,  siendo  el  primero  en  tiem- 
po, es  el  primero  en  derecho.  No  sé  hasta  donde  hubiera  llegado  el 
sentimental  pretendiente  si  no  interrumpiera  su  conversación  un  co- 
legial afecto  k  la  broma  que,  de  acuerdo  con  sus  amigos,  designó  al 
joven  Suspiro  para  recibir  de  una  señorita  la  ovación  mis  deseada,  u- 
na  galantería  simpática,  ó  un  terrible  desdén;  es  decir,  elegirlo  para 
compañero,  ó  darle  calabazar,  esta  broma  es  algunas  veces  significati- 
va por  la  preferencia,  6  picante  por  la  repulsa.  La  señorita  Virginia 
eligió  por  compañero  al  joven  Suspiro,  como  un  refinamiento  de  alta 
consideración  social;  con  aplausos  celebraron  el  triunfo  del  agraciado 
y  la   derrota  de  Cocodrilo.  „  | 


81  

VI 

Continuó  el  segundo  acto  del  mencionado  baile;  faltaba  la  recitación 
recíproca  de  versos,  de  versos  de  cualquier  autor  que,  dando  un  toque 
al  corazón,  revelara  sus  Íntimos  sentimientos.     Llegaba  su  turno  á  las 
señoritas:  era  la  oportunidad  de  lucir  la  memoria;  ellos,  declamando 
con  fuego  alguno  de  los  sonoros  versos  de  Zorrilla,  como  este: 
¿No  es  verdad,  gacela  mía 
Que  están  respirando  amor? 
y  ellas  con  ternura: 

yo  la  imploro 

De  tu  hidalga  compasión; 
O  arrácame  el  corazón, 
O  ámame,  por  que  te  adoro. 
La  precavida  señorita,  Virginia  no  quiso  aventurar  una  redondilla, 
ni  hacer  intérprete  de  sus   afecciones  á  un  versero  extraño;  se   escusó 
diciendo  que  no  conservaba  en  la  memoria  ninguna  estrofa,  pero  comi- 
sionó al  joven  Rivas  Gacho  para  que  lo  dijera.    El  comisionado  aceptó, 
guiñando  el  ojo  k  los  concurrentes;  estaba  herido  por  los  celos,  pue& 
habían  decidido  dar  en  esta  vez  su  beneficio  al  que  se  presentaba  co- 
mo competidor. 

El  Cocodrilo  exclamó  con  muy   clara  pronunciación,   dirijiéndose  a 
su  rival,  que  ya  estaba  colocado  en  el  sillón,  potro  de  los  desdenes. 
Mira  de  tu  cuerpo  enjuto 
el  descarnado  esqueleto;  ♦ 

y  tu  color  verdi-priéto 
denunciando  el  escorbuto 
de  un  asfixiado  completo. 

Si  consultas  á  un  espejo 

has  de  suspirar  al  verte, 

por  que  te  extenuó  la  suerte; 

¿de  quién  podrías  ser  cortejo 

si  no  de  la  misma  muerte? 
Ellos  rieron  y  aplaudían,  incluso  el  aludido;  las  señaras  calificaban 
como  chanzas  d&  mala  ley  sus  estupendas  bromas,  y  procuraban  que 
el  compañero,  objeto  del  epigrama,  se  vengara  en  justa  reciprocidad. 
Momentos  después  fué  conducido  al  banquillo  de  las  represalias  al  au- 
daz cetáceo  á.  fin  de  que  sufriera  también  los  arponazos  de  su  antago- 
nista. Esta  intriga  era  un  juego  de  damas  en  que  todos  reían  y  admi- 
raban el  buen  humor  de  estudiantes  que  aguzaban  el^ingenio  para  lu- 
cirlo con  la  oportunidad  debida.  Todos  estaban  pendientes  del  medi- 
tabundo y  zaherido  colegial;  pero  llegada  su  vez,  esclamó: 

Cuando  una  bella  sirena 
esparcía  su  dulce  canto, 
un  Cocodrilo,  entre  tanto, 
intentó  en  la  mar  serena 
cautivarla  con  su  llanto. 


82 • 

Ella,  con  dulce  bondad, 

Í>ero  sin  variar  de  estilo 
o  deshanció  en  realidad; 
y  huyó  de  la  falsedad 
del  llanto  de  un  Cocodrilo, 

El  baile  concluyó  á  las  dos  de  la  mañana,  para  continuar  al  siguien- 
te día  en  que  be  hizo  la  merienda  de  tamales  y  enchiladas  bajo  las  ra- 
mas de  los  árboles,  al  aire  libre,  en  las  márgenes  de  un  río. 

Tal  es  el  pasatiempo  durante  sesenta'  días  de  vacaciones;  en  todas 
partes  rebosa  el  buen  humor,  el  deseo  de  divertirse. 

VIL 

El  estudiante  es  la  alegría  personificada;  en  él  encarna  la  no  satis- 
fecha aspiración  de  ir  en  pos  de  lo  agradable  y  de  los  placeros  fuga- 
ces: le  es  característico  un  genio  violento  y  atraviliario;  le  son  inhe- 
rentes los  arrebatos;  por  decir  una  chuscada  pone  en  ridículo  á  sus 
condiscípulos,  y  le  plantaría  una  peluca  al  lucero  del  alba;  pero  en  cam- 
bio ;qué  noble  corazón!  ¡qué  sentimientos  tan  elevadosl  como  conserva 
sin  extinguirse  ni  debilitarse  el  afecto  que  nace  y  se  desarrolla  en  el 
colegio,  desde  la  infancia  hasta  la  decrepitud!  él  comparte  su  pan  y  su 
escaso  bolsillo  con  el  estudiante  pobre  que  carece  de  una  piedra  donde 
reclinar  su  cabeza,  según  la  expresión  de  la  Biblia,  Por  otra  parte,  to- 
dos debernos  temer  sus  chanzas  juveniles  y  sus  arranques  belicosos; 
pico-pardea  en  las  altas  horas  dé*  la  noche,  y  es  audaz  en  las  campa- 
ñas de  Cupido,  como  en  las  de  Marte:  difama  al  Rector;  discolea  en 
perjuicio  de  los  catedráticos;  conspira  valerosamente  contra  el  Gobier- 
no; empuña  el  fusil  y  muere  en  las  barricadas,  sólo  por  hacer  alarde 
de  un  brío  intruso  é  inoportuno;  no  teme  la  justicia;  se  encara  con  los 
gendarmes,  y  confía  en  esa  impunidad  que  le  ofrecen  su  inexperiencia 
y  sus  pocos  años. 

El  estudiante  es  truhán,  calaverón  y  casquivano;  pretende  á  veces 
parecer  en  la  sociedad  cual  hombre  formal  que  carece  de  ese  jpié  de 
gallo  que  forma  la  aglomeración  de  los  inviernos;  podría  decirse  que 
le  anima  un  ardor  glacial.  Concurre  á  los  paseos  y  asiste  á  los  bailes 
caseros  donde  puede  deslizar  un  billete  amoroso;  aunque  esté  en  la 
desgracia  se  enamora  de  todas,  hasta  "de  unas  enaguas  colgadas  en 
tendedero,**  como  ellos  dicen;  no  le  abate  el  destino  porque  confía  en 
el  porvenir;  con  erudición  escolástica  se  abre  paso  en  los  círculos  más 
concurridos;  los  libros  de  texto  que  trae  constantemente  bajo  d$l  brazo 
le  recomiendan  en  todas  partes;  su  aspiración  al  saber  encubre  todas 
las  poridades  de  su  camisa  y  el  color  de  tabaco  de  su  traje  *  exterior. 
¿A  quien  no  pimpatiza  un  estudiante,  si  están  simbolizados  en  él  un 
bienestar  para  su  familia  y  el  porvenir  de  nuestra  patria? 


8* 

I 


Costumbres  de  Antaño. 


LA  SIMAÍIA  SANTA  ElUZAaTECJlS. 

ES  1359, 

Si  escribo  veras,  nadie  las  entiende; 
Si  burlas,  me  prohiben  que  las  baga; 
Si  alabanzas,  ninguno  me  las  paga; 
¿Pues  qué  tengo  de  hacer  si  todo  ofende? 

Lio.  BufcoüiLLOS. 

No  hay  dada!  !o  qne  hay  que  ver  en  Zacatecas  es  la  Semana  Santa; 
la  serie  no  interrumpida  de  procesiones  en  que  campea  el  fanatismo- 
de  nuestros  antepasados  y  la  propensión  de  la  clase  ínfima  á^ia  ridicu- 
lez. Es  digno  de  notar  el  contraste  de  ese.  pueblo  que,  entusiasta  has- 
ta el  heroísmo  por  el  progreso,  ge  .muestra  decidido  en  practicar  dichos 
actos  que  cree  w>n  consecuentes  con  el  espíritu  religioso.  ¡Mezcla  te- 
rrible de  la  superstición  con  el  fanatismo,  de  la  religión  con  el  error! 

La  algazara  de  la  muchedumbre,  y  el  ruido  de  loa  atambores  y  chi- 
rimías, lánguido  y  destemplado  como  los  clamores  del  despechado  cle- 
ro, anuncia  una  procesión.  En  olla  se  ostentan  las  figuras  de  ciertos 
Cristos  á  que  por  sarcasmo  se  llaman  imágenes  del  Redentor;  allí  vemos 
tributar  adoraciones  á  la  más  tosca  figura  que  representa  la  Virgen  al 
pié  de  la  Cruz.— >¡Qué!  ¿Jesús  y  María  no  fueron  el  tipo  de  la  her- 
mosura más  perfecta?  ¿pues  por  qué  rendir  veneración  á  una  Virgen 
que  padece  extravismo  y  dolor  de  muelas,  á  un  Crüto  que  por  bu  pos- 
tura forzada  y  contra  lo  natural  bien  pudiera  inferirse  que  es  víctima 
del  cólico  y  reumatismo!  á  esto  debe  agregarse  la  vanidad  que  óptente 
con  unas  enaguas  en  lugar  de  cendal  lletas  de  bordados  y  galones,  y 
con  una  cabellera  rizada  y  reluciente  cual  .la  del  máa  rigorista  peti- 
metre. . 

Un  Cristo  sigue  al  otro  en  medio  de  los  devotos  alumbrantes;  á  cada 


84 

uno  lo  guian  dos  vigorosas  doncellas  llamadas  rezanderas,  las  cuales, 
vertidas  de  blanco,  coronadas  de  flores  de  varios  matices,  símbolo  de 
su  estado  problemático,  caminan  á  paso  lento,  llevando  en  la  mano  un 
báculo  de  hojalata:  hiere  por  intervalos  nuestros  oidos  el  grito  ladino 
de  un  joven  pregonero  que  anuncia  los  tres  cientos  días  de  indulug&v 
das  que  gana  quien  se  hincare  á  rezar  un  credo  delante  de  aquella  san- 
ta imagny  y  el  de  los  dulceros  y  vendedores  de  cuepones. 

La  calle  está  llena  de  la  curiosa  multitud,  y  en  su  semblante  se  ob- 
serva la  indiferencia  y  el  sarcasmo;  aparecen  grupos  por  todas  partes; 
y  en  los  balcones  ee  dejan  ver  las  hijas  de  este  suelo  hermosas  y  ele- 
gantes. Unos  se  ocupan  de  examinar  filosóficamente  las  costumbres  de 
la  clase  ínfima  y  lamentan  tanta  estupidez;  otros  admiran  la  religiosi- 
dad de  nuestro  pueblo,  y  se  complacen  con  esperar  el  advenimiento  de 
nuevos  días  parecidos  á  los  de  antaño. 

Se  acerca  un  grupo  de  jovencitos  calaveras^  oigamos  su  conversa- 
ción: 

— Dirijan  ustedes  la  vista  hacia  el  balcón  de  la  derecha. 

— ¡Caracoles!  Lucianita  está  hoy  más  descolorida  que  militar  antes 
de  combatir. 

— >Hoy  no  se  ha  teñido  las  canas,  ni  se  ha  dado  colorete. 

— >Oiga  usted,  Remolacha:  ¿quiere  tener  mamá?  pues  ¿cómo  se  ha 
enamorado  usted  de  esta  cotorra?  a 

— Ah!  sus  virtudes 

— Oyó  usted,  Cascabel?  ¡sus  virtudes! 

— Pues!  ¡sus  virtudes!  itítendo;  intendo;  como  decía  Hemdni. 

— Vista  á  la  izquierda. . . . ¡Abur! 

— vPoncianita  ha  tenido  la  idea  de  vestirse  toda  de  blanco. 

— ¡Qué  contraste!  cara  moren*!  vestido  blanco. . . .! 

- ; ' i? ••• 

Tras  el  ultimo  Cristo  camina  un  eclesiástico  con  vela  en  mano,  en- 
tonando en  destemplados  gritos  algunos  salmos;  la  música  suele  sofo- 
car tal  desconcierto. 

La  procesión  vuelve  al  templo  de  donde  salió,  después  de  recorrer 
las  calles  de  la  ciudad.  Cada  Cristo  há  pagado  su  tributo  porque  se  le 
permita  ponerse  en  evidencia,  en  pública  espectación,  y  el  cura  ha 
llenado  de  pesos,  cual  buen  financiero,  sus  anchos  y  profundos  bolsillos 

La  matraca  anuncia  al  día  siguiente  que  es  Jueves  Santo,  y  que  to- 
do católico  debe  meditar  en  el  Sacrificio  cruento  de  la  Redención. — 
Es  portentoso  el  movimiento  de  los  habitantes  de  la  ciudad;  los  sastres 
y  las  costureras  tienen  la  cara  como  unas  pascuas;  las  peluquerías  han 
sido  invadidas  cual  oficinas  de  Hacienda  en  los  días  de  prorrateo,  y  los 
tenderos,  usando  del  asueto  ponen  todo  su  esmero  en  parecer  hermo- 
sos como  un  Narciso,  joviales,  cual  un  funcionario  público  sin  popu- 
laridad; tiesos  y  remilgados  cual  un  alcalde  dé  pueblo  en  día  festivo. 

Suele  verse  uno  que  otro  grupo  que  recorre  las  calles  rezando  las 
estaciones  con  sonante  voz,  y  exclamando   con  toda  la  fuerza  de  sus 


85 

i  =* 

pulmones  el  "Padre  nuestro  que  estás  en  los  cielos;»  las  beatas,  hacien- 
do alarde  de  su  religiosidad,  rezan  el  santísimo  rosario  y  arrojan  mi' 
radas  de  frailecito  calabaceado  al  hereje  que  no  ha  tenido  la  compla- 
cencia de  quitarse  el  sombrero. 

Oh!  ¡el  labatoriol  el  labatorio  es  la  ceremonia  de  ese  día  terrible;  en 
vano  un  fraile  se  empeña  en  patentizar  que  la  virtud  más  meritoria  es 
la  humildad,  (virtud  que  ellos  jamás  practican)  en  vano  conjura  á 
sus  oyentes  á  ^ue  se  desprendan  de  las  riquezas  terrenales,  cuando  ve- 
mos que  sus  reverencias  defienden  las  suyas  con  ahinco  y  con  teme- 
ridad. 

Los  monumentos  llaman  pof  la  noche  la  atención;  algunos  templos 
están  iluminados  con  gusto,  y  resuena  por  todas  partes  los  armónicos 
acentos  del  piano  y  de  la  fllauta.  Ahí,  en  un  oscuro  rincón,  y  como 
admirado  del  prodigio,  se  encuentra  encarcelado  el  Nazareno;  en  su 
semblante  se  retrata  la  resignación,  aunque  algunas  veces  parece  taci- 
turno y  desconsolado  cpiaao  el  cura  que  lee  por  primera  vez  la  ley  de 
obvenciones  parroquiales. 

El  lujo  es  extremado;  las  señoritas  ostentan  sus  trages  más  visto- 
sos, y  pasan  de  un  templo  á  otro  á  elevar  á  Dios  sus  oraciones.  La 
juventud  entusiasta  invade  lo?  templos,  ein  detenerse  en  ellos  más  que 
el  tiempo  necesario  para  dirigir  sobre  la  concurrencia  una  mirada  pers- 
picaz é  indagadora;  ¡feliz  aquel  que  divisa  á  su  cara  beldad  sumida  y 
fervorosa  entre  una  nube  de  gasa  blonda!  su  vista  en  ella  está  pen- 
diente hasta  el  instante  en  que  tan  linda  criatura  paga  con  una  gra- 
ciosa sonsisa  tanta  solicitud. 

En  algunos  templos  no  hay  monumentos;  están  cerrados,  tristes  y 
solitarios  como  doncella  que  ya  pasó  su  día;  la  causa  es  muy  fácil  de 
averiguar;  por  que  les  hicieron  el  bien  las  manos  vivas  de  quitarles  los 
bienes  de  manos  muertas. 

Al  día  siguiente,  la  más  notable  procesión  tiene  lugar  por  la  maña- 
na; es  la  Je  Jesús  que  camina  con  el  madero  a  cuestas  por  un  sendero 
de  flores:  ¡oh!  con  que  humildad  sufre  la  befa  de  los  judíos,  la  indife- 
rencia de  los  curiosos  y  el  sarcasmo  de  los  incrédulos  que  aun  mirán- 
dolo osan  dudar;  la  indisciplinada  tropa  pretoriana  interrumpe  su  ca- 
minata para  jugar  á  los  dados;  emprende  marchas  y  contramarchas  al 
paso  veloz,  y  hace  ademanes  y  contorsiones  ininteligibles  para  el  cu- 
rioso espectador;  al  toque  de  clarín  se  reúnen  ó  se  dispersan,  y  for- 
mando grande  algaravía,  expetan  al  Señor  injurias  insolentes. 

Varios  sermones  análogo»  á  la  situación  se  dirigen  á  los  católicos 
pecadores  quienes  los  escuchan  como  el  que  oye  llover  y  no  se  moja; 
el  fervor  del  predicante  raya  en  frenesí,  y  ni  por  eso  mueve  las  sensi- 
bles lágrimas  del  auditorio;  tose,  grita  y  manotea;  la  multitud  perma- 
nece inerte;  cuando  menos  se  espera,  y  como  si  el  orador  fuese  adivi- 
no, lamenta  conmovido  un  nuevo  porrazo,  y. ¡zas!  el  Señor  obe- 
deciendo ese  oportuno  mandato,  dá  en  tierra  con  su  santísima  persona. 
El  Siríneo,  como  tonto  en  vísperas,  aguarda  impaciente  que  algún  judio 


J 


88 

caritativo,  usando  atribuciones  que  no  le  competen,  enderece  com- 
pasivo al  desfallecido  Jesús  Nazareno.,— La  procesión  concluye,  y  los 
fariseos  sufren  una  metamorfosis  extraordinaria;  se  encierra  cada  uno 
en  su  («Asa,  como  la  crisálida  en  su  capullo,  y  aparecen  después,  cual 
mariposas^  vestidos  de  "éoldados  del  Santo  ÉntieirroP 

Las  campanas  del  reloj,  tínicas  á  quienes  no  ha  tocado  el  mudo  en- 
tredicho, dan  las  dos  de  la  tarde;  las  calles  están  obstruidas  por  el 
gentío,  allí,  en  un  estrado  que  se  improvisó,  se  encuentran  unas  seño- 
ritas murmurando  con  acritud  á  cuantos  pasan,  ¿quien  dejará  de  ser 
obsequiado  con  un  ridículo  apodo?  Más  allá  se  miran  venir  unos  ele- 
gantes  ;  ¡Dios  los  tenga  de  su  mano!  han  conocido   el  riesgo   que 

les  amenaza,  y  con  el  Jesús  en  la  boca  pasan  al  fin  delante  de  tan  rí- 
gido y  tremendo  tribunal. 

r-Nnestras  ninfas  preparan  sus  tijeras» 

—Nadie  las  mire  ni  lea  salude. 

— Se  rien  de  nosotros  con  forzado  disimulo* 

— Doña  Segismunda  Jjangorin,  á  pesar  de  sus  cincuenta  primave- 
ras, está  peinada  á  la  inocente. 

— ¡Brujas  del  demonio!  ya  veo  qus  contienen  una  carcajada  al.  ver 
el  sorbete  anticuado  de  Pepe  Rigodón. 

— Ya  vamos  saliendo  del  mal  paso. 

— >¡ZtUi  estalló  "la  tempestad:  esas  frenéticas  risotadas  hielan  mi 
sangre. 

— Me  han  cortado  el  faldón  de  la  levita. 

— Yo  protesto  retratarla  ridiculamente  en  un  periódico,  y  que  sal- 
ga el  sol  por  Antequera. 

Los  soldados  de  la  Brigada  del  Santo  Entierro,  vestidos  de  mites  de 
comedia»  son  los  nuncios  de  la  más  solemne  procesión:  mameluco  blan- 
co, chupín  de  mahón  café  con  rivetes  amarillos,  y  una  rodela  de  las 
que  se  usaron  en  otro  tiempo,  es  el  uniforme  del  ejército  Nazarénico. 
Los  gastadores  con  mirar  severo,  luengas  barbas  postizas  y  satisfechos 
de  su  comisión,  caminan  gravemente  con  el  chuzo  ¿la  funeral  y  al  com- 
paz  regular  de  una  marcha  granadera. 

Los  Cristos  se  han  ido  en  vicio,  y  salen  todavía  en  esta  procesión; 
después  sigue  el  Cuerpo  del  Señor  ¿entro  de  una  urna  de  cristales;  á 
este  un  grupo  de  las  tres  Marías  vestidas  de  luto  rigoroso;  su  sem- 
blante revela  la  más  acerva  congoja.  La  Virgen  de  la  Soledad  camina 
después  con  mucha  Untitud,  y  luego  el  Centurión  en  sobeibio  rocín, 
con  dos  jóvenes  edecanes  á  su  lado;  loe  tres  usan  traje  de  los  guerre- 
ro» de  la  edad  media. 

Allá  como  veteranos  de  la  Independencia  de  quien  nadie  se  acuer- 
da, aparece  asustado  San  Juan,  diciendo,  "¡miren  que  caso!"  á  una  res- 
petable distancia  del  resto  de  sus  colegas,  y  sin  más  acompañantes 
que  algunos  cargadores  .  que  siguen  las  huellas  de  la  "procesión;  ésta 
vuelve  al  mismo  templo  de  donde  salió,  y  concluyen  por  fin  esa 
serie  de  santos  espectáculos  que  nos  han  dejado  profundos  re- 
cuerdos. 


87 


Cornelio  Puñteagudo  corredor  acreditado,  recibe  para  su  venta  un 
magnífico  surtido  de  alhajas  que  realizará  al  mejor  postor,  á  la  vista, 
al  contado  y  sin  reclamo.  La  fama  de  estas  mercancías  es  colosal,  y  es 
más  sonada  que  narices  catarrientas;  las  vende  á  plazo.  A  los  miopes 
y  á  los  présbites  les  conviene  su  adquisición.  Las  pollas  zangandungas, 
que  están  sin  salida  como  el  Laberinto  de  Creta,  basta  «e  chuparán  el 
dedo. 


AVENTUREROS.  {Enamorados.) 

Buscan,  corno  los  poetas,  horizontes  argentíferos. — ABUNDAN. 
Son  remisos  al  amor  de  la  Mari-quita  porque. . .  .quita;  pero  anhelan 

el  amor  de   la  Oualu-pita  porque pita.     Se  venden  con  un  tres 

por  ciento  de  descuento  sobre  el  arancel. 

ABANDONADAS:—  (Ssxo  débil.)  Hay  en  el  Mercado  un  com- 
pleto surtido  de  ellas;  reniegan  del  matrimonio  porque  el  marido,  en 
vez  de  pagano  salió  infiel;  en  vez  de  obligaciones  y  deberes  creía  tener 
sólo  derechos:  nunca  el  gusto  de  ellas  fue  cumplido;  hoy  buscan  quien 
las  comprenda. — Guardan  un  precio  bajo. — ABUNDAN. 


ABURRIDOS.  ABOMINADOS.  (Esposos.)  Este  tipo  fué  muy 
buscado;  hoy  su  precio  cae  en  abatimiento.—^ABUNDAN. 

Muestran  regocijo  ante  los  resplandores  de  un  sol  naciente,  de  esa 
ley  del  divorcio.  Aumenta  la  mercancía,  aunque  permanece  cubierta 
con  un  velo  misterioso. — A  la  par. 


4CUHADAS.— AULLADAS.— AVERIADAS. 

Son  como  las  chirimoyas,  sanas  y  provocativas  por  afuera;  dañadas  y 
con  gusanos  por  adentro.  Hay  un  surtido  primorosamente  variado  y  de 
todas  nacionalidades.— sABUNDAN.  Se  dan  á  prueba  como  los  relojes 
de  bolsillo  y  con  descuento  considerable.  Como  los  vegtidos  de  colores 
falsos,  tienen  una  vejez  horrible.  Engáñese  cada  interesado  por  su 
vista. 


88 

ARRANCADOS,  (hnpecunios.)  Incrustados  en  el  buen  tono;  mon- 
tan á  caballo  como  un  centauro;  ágiles  para  colear;  magníficos  bande* 
rilleros,  y  floretistas  consumados;  caballeros  de  industria,  adoran  la 
soltería  poique  tienen  miedo  á  las  astas  del  toro: — -ABUNDAN.  Se 
les  mira  en  los  paseos,  ó  al  frente  de  los  balcones,  haciendo  un  oso 
peludo  y  feo;  imitan  al  colibrí  que  chupa  y  vitela.  Las  pollas  huyen 
de  ellos  espantadas;  cacarean  las  gallinas;  pero  los  admiten  las  guajolo- 
tes con  la  condición  de  reciprocidad. . .  ,se  venden  sin  descuento. 


ABRASADOS.  Como  un  Vesubio  amoroso  que  anuncia  erupción. 
Es  tal  su  ABUNDANCIA  que  á  cada  paso  los  encontramos.  Dan  se- 
renatas ante  un  balcón,  y  cantan  el  »»no  me  olvides^  y  el  "tú  de  mis 
lágrimas, . .  „n— vSe  cambian  por  ropa  vieja* 


BELLACOS,  picos  de-oro;  hombres-bocina  para  quitar  el  crédito 
á  solteras  y  casadas. — ABUNDAN.  Se  exhiben  en  los  paseos  y  en  las 
puertas  de  los  teatros.  Como  la  mercancía  es  vieja  y  su  desprestigio  tal, 
se  les  busca  salida  en  otros  mercados.  Se  dan  á  trueque  de  hilacha  para 
alimentar  las    fábricas  de  papel. — A  precios  ínfimos. 


BEATAS.  Visitas  diarias  de  los  templos;  miembros  de  todas  las  so- 
ciedades religiosas;  sócias  de  número  de  la  hermandad  de  ulas  once  mil 
vírgenes. u— s(Jesús!  Jesús!) — ABUNDAN.  No  se  admiten  en  esta  her- 
mandad á  las  casadas,  ni  á  las  que  tienen  novio- — »  ¡Qué  fastidio!. . . . 
estas  señoritas  no  saben  lo  que  es  la  flor  de  la  canela;  viven  sin  pena 
ni  gloria,  combólos  niños  que  mueren  sin  bautismo. .  .¡Qué  fastidio! — 
A  precios  altísimos.  Hay  sócias  de  quienes  lo»  solteros  quisieran  ser 
catecúmenos;  hasta  se  chuparían  el  dedo. 


BIENAVENTURADOS.  Es  tal  su  numero  que  ya  no  se  les  admi 
te  en  comisión  por  ninguna  de  estas  nueve  cosas.  ¿No  habrá  quien  a- 
cepte  para  marido  á  uno  dQ  esos  tipos?  Se  recomiendan  porque  son 
á  prop<5sito  para  cargar  la  cruz  del  matrimonio,  con  ajrudaAde  sirineo, 
en  este  Gólgota  de  la  vida.  En  la  jslaza  suelen  aceptarse  con  un  valor 
estimativo  de  conveniencia  mutua.r- ABUNDAN. 

Se  venden  al  por  mayor,  con  un  cincuenta  por  ciento  de  descuento, 
sobre  los  precios  al  menudeo* 


89 

BONITAS.     Vistas   k  la  luz  del  artificio,  y  vestidas  con  elegancia, 

retocadas  por  el  hábil  pintor  Don  Mano  de  Gato 

ABUNDAN.  ¡Cuidado  con  las  falsificaciones!  El  consumidor  inex- 
perto suele  llevar  gato  por  liebre.  Se  venden  al  mejor  postor;  á  la 
vista,  al  contado  y  sin  reclamación.  No  está  limpia  la  patente.  De- 
ben sujetarse  á  cuarentena  para  no  importar  el  mal  de  rabia  en  la  fami- 
lia. 


CABALLEROS En  la  acepción  biás  usual  déla  palabra-,  qne 

no  transiten  en  doble  vía  como  los  wagones  del  Distrito. — ESCA- 
SEAN. 

Las  pretensas  y  las  esposas  que  poseen  un  ejemplar,  lo  preser- 
van del  contagio,  y  de  los  microbios  de  la  envidia.  Predican  constan- 
temente el  precepto  del  Deeálago. . . .  uNo  codiciar  las  cosas  agenas.u 

Todas  se  quieren  arrebatar  el  novio.  Son  solicitados  por  las  jóve- 
nes á  quienes  agradan  los  guantes  y  la  casaca.  Se  pagan  con  oro,  y  á 
precios  elevadísimos,  como  las  acciones  de  minas  en  bonanza 

Conocemos  mucho  de  ésto,  sí,  conocemos  mucho  de  ésto. 

COQUETAS.  Poseen  talento,  gracia,  instrucción,  virtud,  como 
medios  lícitos  para  agradar  en  sociedad  y  llegar  a  los  altares,  diáfa- 
nas y  puras  como  el  cristal  de  Bohemia.  ESCASEAN  en  la9  regio- 
nes altas;  HAY  un  variado  surtido  en  las  mediocres.  Pertenecen.á  la 
tribu  de  lo¿  proteccionistas.     Se  venden  por  quilates. 


COQXJETONAS. .  .que  ejercen  el  coquetismo  y  lo  convierten  en 
anzuelo;  doradas  por  el  sistema  de  Qalvaní;  descubren  el  cobre  con  un 
toque  de  ácido  muriáticc. — ¡AbUndan-Abundan!  Mantienen  en  el  aire 
á  más  de  un  adorador,  como  los  hábiles  artilleros  mantienen  en  el  aire 
siempre  un  proyectil.  Aceptan  el  matrimonio  hasta  con  las  preerip- 
ciones  de  libre  cambio.     Tienen  poca  demanda.     A  precios  ínfimos. 


CALLEJEROS.  Hacen  la  centinela  al  frente  de  los  balcones:  son 
pobres  de  solemnidad;  muy  perseguidos  por  deudas;  mártires  del  des 
den  y  del  amor.  Se  les  espera  un  fin  desgraciado,  como  á  Juana  D' 
Are,  el  de  ser  tostados  por  los  ingleses.  Abundan.  No  hay  esperan- 
za de  mejorar  de  condición.  Como  las  liquidaciones  de  las  clases  pa- 
sivas, su  precio  está  por  los  suelos. 


CONFIADAS.     Este  efecto  no  abunda  en  el  mercado;  disimulan  el 
celo  y  sus  nulidades  con  prudente  raciocinio.     Obran  como  los  tirado- 


90 

res  de  esgrima,  jamás  presentan  el  corazón:  bogan  en  el  mar  de  la  es- 
peranza con  velera  nave;  no  temen  á  las  veleidades  del  amor,  en  vista 
de  aquel  adagio  ....  "en  el  juego  que  hay  desquite u  No  les  des- 
lumhran los  relámpagos  de  una  posición  brillante,  ni  la  penumbra  de 
una  fortuna  adversa:  heroínas  ante  el  sacrificio  de  las  privaciones,  son 
también  impasibles  ante  los  rigores  del  destino.  Abundan.  Son  esti- 
madas por  hombres  sensatos.  Precios  altísimos;  se  pagan  con  aumen- 
to de  premio,  como  la  moneda  de  oro;  sin  escoger.  No  pueden  satis- 
facerse los  frecuentes  pedidos. 


CEGATOS.  Cubiertos  con  la  venda  de  una  pasión  frenética;  atra- 
vezados  por  el  dardo  de  Cupido;  entran  en  el  último  período  de  la  lo- 
cura,, están  próximos  á  ser  conducidos  al  manicomio.  Las  tandas  co- 
lor de  fuego  exitan  su  sistema  nervioso,  y  se  les  conocen  ímpetus  de 
atentar  contra  sus  preciosos  dias,  es  decir,  de  nsnicidarse  sólos.u  Abun- 
dan.    Se  venden  a  precios  cortos  y  plazos  largos. 


CASQUIVANAS.  Temen  llegar  á  los  treinta  y  cinco,  y  se  plantan 
en  los  treinta,  porque  es-el  tiempo  del  eclipse  total  para  el  matrimo- 
nio; ni  quien  les  diga  una  terneza.  -Para  éstas  son  por  demás  el  colo- 
rete, los  pasos  cortos  y  las  miradas  oblicuas.  El  amor  propio  ofusca 
su  raciocinio  y  los  destellos  del  talento.  No  hay  pollos  que  las  sigan; 
están  en  ALTA  por  su  número,  y  de  BAJA  por  su  dspreciación;  no 
las  olfatea  ningún  sabueso;  no  interesan  á  ningún  viejo;  las  desdeñan 
hasta  los  alemanes,  que  es  cuanto  hay  que  decir. 


DECLAMADORES.     Es  mercancía  de  poco  consumo.      Pregonan  | 
aversión  á  la  cadena  de  hierro;  aceptan   todo   contrato  con  las  condi- 
ciones de  casa  arrendada,  es  decir,  por  tiempo  determinado.     ESCA- 
SEAN.    Hay   damas  que  para  reprobar  ese   sistema  cantan  esta  se- 
guidilla: uya  voy. . .  .sí. {cómo  la  mona!     Las  daifas  más  arrojadas 

lo6  ven  con  bueno»  ojos,  aiempre  que  no  se  les  ponga  timbre  y  se  pro- 
mulgue la  ley  *obre  alza  de  prohibiciones.  Cantan  con  desgaire  la 
preciosa  barquerola:  n¿qué  puedes  traer  que  no  llevcs?u— ->>No  hay  de- 
manda. 

— 


DEFORMES.     DEJADAS  (de  la  mano  de  Dios).     Esperan  el  ad- 
venimiento de  cualquier  pagano;  están   como  agua  para  chocolate:  y 


91 

como  los  patronee  de  casa  de  vecindad,  no  quieren  qne  se  marche  el 
inquilino  que  bien  paga.  ESCASAS.  En  baja  constante.  No  se 
hacen  importaciones,  ni  exportaciones. 


DESALMADOS^-DELIEANTES.— Con  esta  denominación  se  co- 
nocen en  el  comercio  muchos  adoradores  que  tienden  redes  en  todos 
los  lagos;  el  tiempo  cubrió  de  nieve  su  cabeza,  pero  en  el  alma  se  re- 
fugian restos  de  un  color  primaveral.  Para  maridos  están  que  ni 
mandados  hacer.  Son  desdeñados  por  las  niñas,  pero  son  á  propósito 
para  la  sólterana  jamoniaca  que  llega  al  Ocaso  de  su  esperanza.  NO 
FALTA  EL  SURTIDO.     No  escasean  los  pedidos. 


DESENGAÑADAS.  DADIBOSAS.  DESCARADAS.  Corren 
á  la  par.  Revolotean  en  la  atmósfera  del  amor  positivo:  fueron  lar- 
vas, después  gusanos,  hoy  mariposas  que  vagan  en  todos  los  jardines. 
Sulipantas  de  nuestra  sociedad,  alardean  de  su  belleza  para  causar 
tentaciones  al  mismo  demonio.,— ABUNDAN. 

Estas  son  unas  sirenas  peligrosas;  que  nadie  resiste  sns  coqueteos. 
Usan  rizos  pegados  y  repegados  en  la  frente,  que  quieren  decir:  ..bé- 
seme usted  aquí,  pollo. m  Las  que  lograron  llegar  á  puerto,  se  exhi- 
ben de  bracero  con  su  deogr acias.  ¡Dios  las  perdone!  No  hay  pe- 
didos. 


ENCANDILADOS.  La  electricidad  que  obra  tantos  prodigios;  el  gas, 
que  brota  del  suelo  en  regueros  luminosos;  el  emporio  de  luz  que  ex- 
tiende sus  resplandores  p<ft  todo  México,  tiene  deslumhrados  á  tantos 
y  á  tontas  que  podría  asegurarse,  sin  incurrir  en  contmprincipios;  deja 
á  obscuras  á  pollos,  lagartijos,  arañas,  gallos,  gallinas,  pavos  y  á  otros 
bípedos.  Nuestros  tipos  pierden  la  brújula  y  buscan  un  Norte  como 
los  malinos  una  estrella;  se  fijan  en  las  jóvenes  eclipsadas,  Unos  y  o- 
tras  juegan  á  la  gallina  ciega'  sin  mirar  pelo  ni  pareja.  Abundan. 

Se  lanzan  muestras  de  esta  preciosa  mercancía  sin  exajerar  su  mé- 
rito. Se  venden  á  plazo  y  á  precios  convencionales. 

EMPOLLADAS.  EMBAUCADAS.  ENGARZADAS.  Estos  tipos  son 
del  mismo  meta),  pero  vaciados*  en  distinto  molde. 

La  qne  se  hastía  con  saborear  á  todas  horas  un  pollo  frito.  La  que 
concede  citas  á  las  tantas  de  la  noche,  llega  á  comprender  que: 
"Ese  cielo  azul  que  tanto  admira, 
Ni  es  cielo  ni  es  azul,  sino  mentira." 
La  que  consume  su  juveíftnd  en  amores   estériles,  debe   exclamar 
con  un  D.  Simplicio,  que  cabalgaba  en  jumento,  con  la  espalda  al  por- 
venir: 


92 === 

"Mientras  más  anda  mi  pollino 
Más  se  aleja  mi  destino." 

ABUNDAN.  ¿No  merecen  estas  gallinuelas  nna  recomendación  es- 
pecial? ¡Qué  surtido,  santo  cielo!  Los  que  anhelen  obtener  esta  mer- 
cancía pueden  despacharse  á  satisfacción.  Las  abonan  hábiles  echa- 
cuervos.  ¡Acudid,  solterones,  acudid!    ¡Dios  los  coja  confesados! 


ESCALDADOS.  ESCAMADOS.  ENGATADOS.  El  matrimonio  visto 
por  un  perfil,  presenta  bellezas  de  primer  orden,  y  encantos  inexplica- 
bles; por  el  otro,  amarguras  y  desengaños:  los  que  apuraron  la  dulce 
copa  del  deleite,  y  después  la  amarga  del  fastidio,  miran  horizontados 
la  coyunda:  y  quisieran  apagará  sombrerazos  la  antorcha  del  himeneo, 
donde  quiera  que  difunda  su  luz  benigna.  ¡Desdichados!  Cada  uno 
cuenta  de  la  feria  según  le  va  en  ella.  Algunos  hacen  la  apología  del 
matrimonio  con  mormónica  gentileza,  y  proclaman  las  teorías  del  co- 
mercio libre.  Otros  engañan  con  la  verdad.  Abundan. — para  estos 
hombres  no  hay  perdón. 


ELEGANTES.     Este  efecfcc  no  es  muy  buscado  por  los  que  aspiran 
d  dar  manazo  como  maridos  pobres,  por  no  llagar  á  ser  pobres  mari 
dos;  desean  lo  que  el  pueblo  mexicano  de  sus  gobernantes   un  presu- 
puesto barato. 

ABUN  DAN    Una  consorte  económica  y  que  no  sea  sacadora  de 

codo  con  e\  polizón,  es  joya  de  gran  valía  en  estos  tiempos.  La  elgan- 
cia  es  el  refinamientq  del  buen  gusto  adundflo  con  el  lujo.  Tienen  po- 
ca salida  entre  Hs  solterones  de  modesta  posición. 


FELICES.  ¡Es  tan  difícil  encontrar  la  felicidad  tal  cual  se  desea! 
nadie  está  conforme  en  el  estado  que  Dios  Nuestro  S*ñor  lo  tiene.  No 
obstante,  nuestros  tipos  se  resignan  y  se  creen  felices,  como  quien  co- 
mulga con  ruedas  de  molino;  ya  sea  como  pretendientes  ó  ya  como 
maridos;  no  disputarán  á  la  fortuna  sus  favores  ó  sus  desdenes.  Poco 
tendrán  que  lidiar  las  mujeres  que  los  acepten.     Abundan. 


FATUAS.     Las  niñas  satisfechas  de  sus  méritos;   las  que  hacen  a- 
larde  de  ellos  si  sus    virtudes  son   ficticia,  como  la   modestia  falsa,  la 
instrucción  superficial,  se  designan  con  este  nombre.    Nadie  las  apete 
ce  Abundan. 


-  _93 

FRANCOS,  FORMALES.  Los  pretendientes  que  tienen  este  color, 
tamaño  y  condiciones,  son  muy  buscados;  por  adquirir  uno  sólo  se  sal- 
dría de  misa  cualquiera  polla.  Desgraciadamente  Escasean,  y  no  es 
[>osible  satisfacer  los  pedidos}  conservan  tiD  precio  altísimo,  cuando  son 
egítimos.  Los  contrahechos  son  como  los  relojes  imitados  de  Lozada, 
andan  ¡arreglados  los  primeros  meses;  después. ...  se  vuelven  muía  co- 
mo todos. 


FACHENDOSAS.  Las  que  aparentan  ser  hacendosas?  las  que  aparen- 
tan una  buena  posición,  y  miran  Con  desprecio  á  las  humildes;  que  se 
creen  degradadas  si  aceptan  á  las  pobres  en  su  trato,  el  vulgo  las  desig- 
na con  el  dictado  de  fachosas.    Abundan. 


FACETAS.  Las  que  suben  el  colorido  de  sus  coqueterías,  exageran  la 
delicadeza  de  sus  maneras,  para  no  escuchar  inocentes  interjecciones 
de  admiración,  y  aparentan  que  se  lastiman  sus  castos  oidos,  así  se 
llaman. 

Hay  un  número  considerable  de  las  do»  últimas,  y  de  las  fatuas  unos 
cuantos  tipos  para  muestra,  pues  han  tenido  demanda.  Suplicamos  á  la 
inteligencia,  como  dicen  los  venduteros  examinen  áestas  jóvenes  que  son 
apropósito  para  el  hogar  de  lagartos  y  lagartijos.  Resplandece  en  to- 
das ellas  la  perfección  del  artificio! 


FALACES.  Las  niñas  que  miran  el  matrimonio  con  un  cristal  color 
de  rosa,,cree  que  los  maridos  todos  son  ángeles.  Cuánto  se  engañan  las 
pobrecitas,  si  el  que  eligieron  salió  demonio!  Los  ángeles  no  habitan 
este  mundo:  al  palpar  la  realidad  se  creen  engañadas,  y  acusan  á  los 
hombres  de  falaces.    Abundan. 


FAMÉLICOS  Para  los  que  no  tienen  fortuna  ni  medios  de  adquirir 
un  bienestar,  el  amor  eó  una  tortura.  ¿Pobre  y  enamorado?  Son  dos 
enfermedades  como  la  epilepcía  y  la  elef  anteásis:  estos  pacientes  de- 
bían vivir  en  el  desierto.  No  se  deben  alucinar  con  las  que  dicen  "con- 
tigo, pan  y  cebolla?  porque  después donde  no  hay  harina,  todo  es 

nioaina. — Hay  grande  surtido  y  pstán  llenas  las  bodegas. 


FAROLONES!  Como  los  diamantes  falsos  tienen  buen  oriente;  res- 
plandecen; tienen  resistencia.  La  ilusión  es  completa;  se  pueden  enga- 
ñar aun  las  más  entendidas.    ¡Cuidado  con   las  apariencias!  -A  las  ni 


===s=tt=a 94 ===== 

ñas  inexpertas  llenan  el  ojo,  y  caen  en  el  anzuelo. — Como  las  palomi- 
llas en  verano. . . .  Abundan— Los  pedidos  se  satisfacen  en  el  acto,  y 
se  llevan  á  domicilio  como  las  publicaciones  españolas. 


FEAS.  En  estas  concentró,  la  deidad  que  preside  sus  destinos,  las 
más  sólidas  virtudes.  Como  tienen  la  conciencia  de  su  fealdad,  son  hu- 
mildes; como  son  humildes  no  aspiran  á  grandezas;  no  las  alucina  el 
lujo;  no  la  vanidad  ni  la  satif acción  de  lo  supérfiuo,  ni  la  concurrencia 
á  los  pueriles  espectáculos.  Son  instruidas  sin  pedantería;  virtosas  sfr 
ostentación;  sinceras  sin  ser  hipócritas;  desean  esposo  por  amar  y  ser 
amadas:  Los  fisiólogos  notan  que  es  más  sano,  feliz  y  tranquilo  el  ho- 
gar de  la  esposa  fea,  que  el  de  la  bonita,  bella  ó  hermosa. — 'Abundan. 
Ajjundan.  Los  hombres  que  tienen  duro  el  colmillo  toman  sin  escojer, 
con  la  seguridad  de  llevar  lo  selecto,  como  con  los  pianos  ingleses  de 
Herard. 


FKESCONAS.  son  las  que  pasan  de  veinticinco  afíoft;  pero  el  cutis  se 
les  quiebra  con  el  uso  del  colorete;  poí  regla  general,  tienen  el  pié  car- 
noso y  blanco,  como  almendra  mondada:  llegan  al  altar  hasta  los 
treinta  y  tres,  (la  eda/1  de  Nuestro  Señor  Jesucristo)  como  perón  vie- 
jo, con  tendencias  á  rugarse,  pero  son  más  dulces  y  aromáticas.  Esca- 
sean. 


FÁCILES.  No  se  andan  con  enraplimientos;  miran,  juzgan  y  acep- 
tan: como  los  toros  de  Ateneo,  se  les  tiende  el  capotillo,  y  se  vienen- 
Sus  afortunados  adoradores  pueden  decir  como  el  gran  conquistador: 
"llegué;  vi;  vencí"  Las  recomienda  un  gran  fondo  de  sensatez  para 
no  perder  el  tiempo:  lo  pronto  es  lo  deceute:  un  sí  muy  sostenido,  y  á 
mamar  sentados,  como  dicen  los  dueños  de  barras  viudas  de  las  mi- 
nas en  bonanza.  Escasean.   Hay  demanda. 


GALANTES.  Pasaron  los  tiempos  de  hidalguía,  de  caballeros  y 
trovadores;  cada  hombre  era  uua  adalid,  un  poeta  y  un  enamorado. 
"Mi  corazón  y  mi  dama,"  era  la  divisa  de  unos:  f<Dios,  mi  brazo  y  mi 
derechc,"  era  la  de  otros;  ¡cuánto  han  cambiado  los  tiempos!  Don 
Quijote,  esa  creación  del  hombre  valiente,  sensato,  hidalgo,  justo,  ena- 
morado, modelo  de  lo  más  noble;  y  de  lo  más  bueno,  aunque  fantásti- 
co, debilitó,  casi  extinguió,  con  el  ridículo,  la  hidalguía  española  tan 
decantada.  Hoy  se  substituye  la  galantería  á  la  franeesa,  es  decir,  con 
halagos  de  oropel,  frases  de  daublé,  tirantez  cómica,  apariencias  enga- 
ñosas. No  son  así  los  tipos  que  tenemos  para  su  venta,,  sino  modela- 
dos en  los  dé  los  tiempos  que  pasaron;  son  como  El  Fandango,  ha  pura 
miel.  Tenemos  monopolizado  el  artículo.  Escasean.  Si  se  consumen, 
no  volverán  á  mportarse  jamás.  ¡Pollas,  ustedes  saben  lo  que  se  ha- 
cen. 


95 


GARBOSAS.  GENTILES.  GRACIOSAS.  Esta  mercancía  tiene  un  la- 
gar preferente  en  nuestros  aparadores:  no  hay  que  confundirlas  con 
las  bonitas  que  son  cómo  las  jicamas,  blancas,  aguanosas  é  insípidas; 
nó;  estos  tipos  lucen  en  la  casa  por  su  dejo  y  manejo;  en  un  salón,  por 
sus  finas  maneras;  en  el  templo,  por  su  unción  reverente;  en  el  teatro, 
por  su  aire  señoril;  en  la  calle,  por  su  circunspección  y  donaire.  Cier- 
tos hombres  casquivanos  dicen  que  tienen  "cuerpo  de  tentación  y  cara 
de  arrepentimiento,»,  pero  nosotros  las  recomendamos  por  aquello  de 
••más  vale  un  metro  de  gracia  que  cien  metros  de  hermosura. u  Tienen 
un  palmito  que  hasta  se  cae  la  baba.  Cuando  recorren  las  calles,  pare- 
cen cometas;  resplandecen  como  un  lucero  y  arrastran  una  cauda  in- 
mensa de  admiradores  é  interesados.  Abundan.  No  hay  pedidos.  En 
lo  general  se  prefiere  á  las  bonitas  que  tienen: 

"Caritas  de  San  Antonio, 
Y  arranques  como  demonio." 


GALU-PAVOS.  Pollos  de  largo  espolón  que  se  miran  y  se  admiran 
al  pasar  delante  de  un  espejo,  y  tienen  la  vanidad  de  ser  halagados 
por  las  suegras,  son  una  novedad.  Cantan,  ronco;  graznan,  hacen  la 
rueda,  y  son  un  término  medio  entre  el  gallo  de  calza  y  el  pavo:real. 
Abundan. 

Hay  señoritas  que  tienen  estragado  el  gusto,  y  anhelan  un  consorte, 
realización  de  su  bello  ideal,  y  los  encuentran  fotografiados  en  los 
galli-pavos  medidos  en  el  cartabón  de  su  capricho.  Para  satisfacerlas 
tenemos  un  variado  surtido. 


GATAS  GARBANCERAS.  Practican  sus  fondones  en  las  casas  ricas; 
cantan  seguidillas;  bailan  can-can;  visten  con  elegancia  dominguera; 
si  tienen  bueneos  bigotes,  causan  celos  á  la  esposa  y  son  la  salvaguar- 
dia de  la  honra  de  las  niñas;  como  los  ángeles  se  ocupan  en  "traer  á 
los  hombres  recados  suyos.''  Están  destinadas  á  llenar  en  la  vida  una 
misión,  misión  social,  la  de  abandonar  el  rebozo,  y  de  cubrirse  con  el 
manto  de  las  cortesanas.  Abundan.  Abundan.  Esta  mercancía  se 
vende  en  cajas  cerradas,  de  cedro,  bien  barnizadas.  Como  dicen  los 
boletos  de  los  empef-os,  "no  se  responde  por  averías  y  roturas."  Al  que 
el  diablo  se  las  dé,  que  Gestas  se  las  maldiga! 


HUMILDES.  Este  tipo  es  solicitado  con  especialidad  por  los  ex 
tranjeros.  Una  de  las  virtude  más  recomendables  en  la  mexicanas  es 
el  buen  carácter  y  como  consecuencia  precisa,  la  humildad.  Nadie  ha 
podido  explicar  por  qué,  de  dos  razas  altivas,  iracundas,   indomables, 


• 9* 

cuales  son  la  española  y  la  india,  resalté  moralmente  un  tipo  angélico, 
lleno  de  dulzura,  de  modestia,  de  humildad.  Como  un  misterio  del 
cruzamiento  de  las  razas  admiramos  á  la  andaluza,  tipo  de  gracia  y  de 
hermosura,  como  procedente  de  la  Valenciana  y  del  moro. 

Nuestra  mercancía  ABUNDA  con  estimación,  y  jamás  ha  sufrido 
depreciación;  se  vende  por  quilates  como  los  brillantes. 


ILUMINADOS.  La  botellología  es  «na  ciencia  que  se  encuentra 
bajo  el  dominio  de  la  química.  De  la  unión  de  dos  metales  resultó  el 
galvanismof  analizando  el  esqueleto  de  un  ratón.  Jesucristo  convirtió 
el  agua  en  vino;  otros  cantineros  convierten  el  vino  en  agua;  nuestros 
tipos,  que  son  buenos  químicos,  convierten  la  plata  en  catalán  de 
noventa  grados,  pues  si  se  arroja  una  parte  al  viento,  se  volatiliza. 
ABUNDAN. 

Es  tal  el  rezago  que  de  estos  tenemos  que  quisiéramos  proporcio- 
narles salida  con  un  setenta  y  cinco  por  ciento  de  descuento.  ¡Ni  por 
esas!  Las  pollitas  no  los  aceptan  temiendo  que  su  hogar  se  convierta 
en  fragua  ó  en  locomotora,  con  la  multiplicación  de  las  chispa* 


INCRÉDULAS.  Esta  mercancía  tiene  tendencias  4  la  baja;  no  hay 
pedidos  porque  se  dificulta  la  conquista  de  corazones  empedernidos 
por  la  duda.  Los  chascos  son  numerosos  desde  que  se  estableció  el 
matrimonio  civil,  pues  no  reconociéndose  legal  el  matrimonio  eclesiás- 
tico, no  hay  penas  en  esta  vida  para  los  devotos  que  frecuentan  este 
santo  Sacramento.  Nuestro  tipo  está  destinado  para  vestir  ángeles, 
como  las  vírgenes  necias. 


Aquí  concluyen  por  ahora  nuestras  noticias.  Grande  será  nuestro 
placer  cuando  sepamos  que  algún  provecho  ha  sacado  la  sociedad  al 
mostrarle  los  tipos  más  prominentes  de  nuestra  época.  Aquí  paz  y 
después  gloria,  y  el  que  tonga  pan  que  sólito  se  lo  coma. 


97 


•     (PAMBOLA.) 

M>  &A.  SSOViL  ROSA  ^S»OHSO. 


Te  conocí  en  el  rosal,  radiando  éon  los  destellos  de  la  juventud,  con 
los  atractivos  de  la  belleza;  Crecías  al  lado  de  otras  flores,  hermosas  co- 
mo tú,  airosas  como  tú,  y,  como  tú,  exhalando  perfumes  delicados; 
esas  flores  abrieron  sus  senos  cuando  al  herirlas  los  rayos  del  sol; 
ostentaban  h!  rocío  aue  brillaba  con  los  colores  del  prisma;  allí  posa- 
ban las  mariposas;  allí  se  escondían  entre  sus  pétalos  los  insectos;  las 
abejas  libaban  la  miel  de  sus  nectarios.  Esas  flores,  mimadas  por 
la  dicha,  sentían  deslizarse  sü  existencia,  arrulladas  por  el  gorgeo  de 
las  aves  y  por  el  murmurio  de  las  fuentes.  Ah!  cuan  hermosos  apare- 
cían á  mi  vista  los  rosales,  sombreados  por  los  granados  y  por  los  fres- 
nos! Pero  tú,  rosa  querida,  no  eres  todavía  una  flor;  tus  petalos  no  se 
inflaman  con  los  destellos  de  un  sol  de  Estío;  poética  y  pura,  matiza- 
da por  el  rocicler  que  simboliza  la  inocencia,  esparcías  en  derredor  de 
los  prados  ese  encanto  indescriptible,  esa  suavidad  de  los  perfumes. 
¡Oh  rosa!  si  de  mi  corazón,  marchito  por  las  brumas  invernales,  pu- 
diera lanzar  un  acento  tierno;  si  mi  lira,  cubierta  hoy  con  un  negro 
crespón,  virtiera  arpegios  cadenciosos,  á  tí  los  consagraría;  á  tí,  simpá- 
tico pimpollo  de  estos  vergeles;  porque  es  tu  mirar  el  de  la  paloma; 
son  gentiles  tus  movimientos  en  el  sarao  como  los  de  las  hijas  de  los 
hombres;  porque  tu  aliento  es  la  esencia  de  los  rosales  que  se  evapora 
á  los  primeros  albores  ó  cuando  el  rayo  de  la  luna  hace  brillar  las  gotas 
de  rocío.  Eres  todavía  un  botón;  mañana  se  abrirá  tu  cáliz  donde 
descansarán  las  abejas  y  zumbarán  los  colibrís;  entonces,  rosa  queri- 
da, nuevas  sensaciones  agitarán  tu  alma;  y  cuando  creas  que  se  han 
agotado  la  miel  y  la  fragancia,  tin  reguero  de  seducciones  esparci- 
rás en  tu  circunferencia;  serás  la  reina  de  las  florestas,  la  deidad  en- 
cantadora de  estos  jardines. 


98  _ 

El  sol  que  te  anima  se  ha  ocultado  ya;  el  crepúsculo  vespertino  ex- 
tiende sobre  tí  sus  alas  color  de  fuego;  vendrá  Ja  noche;  ocultará  con 
sus  sombras  tus  lágrimas  y  tus  dolores:  ama  y  suspira  en  la  soledad; 
cree  y  espera  en  el  porvenir,  porgue  la  ausencia  de  la  luz  no  es  eterna; 
si  te  adormece  el  susurro  misterioso  de  la  noche;  si  despiertas  cuando 
ruge  el  huracán,  ó  el  rayo  te  deslumhra  con  su  destello,  eleva  tu  alma 
á  Dios  con  lá  fe  del  que  cree  y  con  la  resignación  del  que  sufre;  espe^ 
ra  el  advenimiento  de  un  nuevo  día,  porque  se  levantará  otra  vez  ese 
sol  por  quien  suspiras.  Yo  rogaré  á  Dios,  que  no  marchiten  tu  belleza 
los  rigore*  del  infortunio;  que  sueñes  en  un  Edén,  arrullada  por  el  canto 
de  los  pájaro*  y  por  el  soplo  refrescante  de  la  brisa. 

Botón  ó  rosa,  mujer  ó  ángel  ¡cuánto  admiro  tu  belleza!  ¡cuánto  ve- 
nero tu  virtud!  Si  el  destino  te  conduce  á  «otros  jardines,  habidos  mis 
ojos  te  seguirán  para  contemplar  la  aurora  de  tu  dicha. 


A  PAZ. 


17o  la  obligación,  no  los  deberes  de  la  amistad;  tampoco  el  compro- 
miso y  la  lisonja,  inspiran  mi  pensamiento;  sobre  estos  resortes  socia- 
les, íntimos,  espontáneos,  hay  otro  móvil;  es  mi  afecto,  mi  purísimo 
querer,  mi  voluntad  que  la  simpatía  avasalla. 

Tregua  al  dolor. 

Paso  al  genio  humorístico  y  A  la  musa  festiva  y  retosona. 

¿Quién  conoce  esta  voz?  ¿para  quién  son  estos  acentos?  ¿quién  acep- 
taría con  beneplácito  el  graznar  de  un  cuerbo  cuando  se  pueden  oír 
los  cantos  cadenciosos  de  Tos  bardos? 

¿Quién  escucha  con  placer  el  gemido  doloroso,  adunado  k  los  acor- 
des de  la  gaita?  ¿quién  puede  alegrarse  con  el  gori-gori  del  íesponso  y 
con  el  clamor  funerario  que  aterra,  cuando  forma  coro  la  guasa  carna- 
valesca y  las  carcajadas  del  festin? 

Yo  exclamo  con  emosión;  á  tí,  oh  Paz!  á  tí  mi  buena  amiga,  consa- 
graré en  esta  vez  mis  pensamientos. 

¿Quién. puede  impedírmelo  con  buen  derecho? 

¿Habrá  moros  en  la  costa? 

¿Tendré  sobre  mí  el  ojo  avisor  del  centinela? 
Si  no  teme  don  Jesús 
Ni  á  su  marrazo  ni  á  su  arcabuz 

¿Y  &  una  ametralladora?  ¿y  á  la  dinamita?  ¿y  á  las  críticas  tarásca- 
les? 


99    - 

jHuy,  señores!  ahí  está  la  beata  de  mis  pecados  que  tiene  para  mor- 
dernos colmillos  de  jabalí,  lengua  de  chicote,  anchas  tragaderas  y  ba- 
bas de  can  rabioso. 

{Dios  nos  coja  confesados! 

Invoquemos  en  nuestro  favor  al  cielo  y  añadamos  á  la  letanía  esta 
nueva  jaculatoria:    De  las  cotorras  hijas  de  María  liberanus  Dómine. 

¡Oh  razl  amiga  muy  querida,  cuánto  anhelo  tener  el  poder  necesario 

Kra  llenarte  de  júbilo,  abrir  brecha  en  tus  sentimientos,  oir  de  tus  lá- 
js  tus  afecciones:  un  amigo,  en  quien  se  depositan  los  secretos  ínti- 
mos, puede  llevar  el  consuelo  de  sus  palabras  á  los  corazones  heridos; 
la  música,  los  festines  que  forman  la  dicha  de  otros  seres,  la  alegría 
que  reboza  en  todas  partes,  acaso  son  un  dardo  para  quienes  no  colum- 
bran la  dicha  suprema. 

El  dedo  de  Dios  señala  nuestros  destinos:  acaso  el  porvenir  que  á 
nadie  se  revela,  brinda  nuevos  placeres  á  las  almas  infortunadas,  & 
aquellas  que  apuraron  la  copa  del  sufrimiento.  La  fe  del  heroísmo 
salva  de  U  desgracia,  cuando  se  cree  y  se  espera.  No  eres  desgraciada 
¡oh  Paz!  cuando  tienes  las  bendiciones  de  tus  padres,  la  sombra  tutelar 
de  tus  hermanos  y  los  consuelos  sinceros  de  la  amistad.  Boguemos  al 
cielo  que  no  te  niegue  esos  baneficios.  Lo  futuro  está  lleno  de  misterios; 
dichosa  el  alma  que  cree  y  que  espera,  pues  hay  otras  almas  que  per- 
dieron la  fe;  la  sonrisa  está  en  sus  labios,  el  duelo  en  su  corazón;  para 
estos  s¿res  se  crió  la  orgía;  reir  y  llorar  con  la  copa  en  la  mano,  tal  es 
su  destino;  respetemos  su  desgracia. 


INSTITUCIONJEL  JURADO. 

Los  crímenes  horrendos  alarman  a  la  sociedad,  y  de  todos  los  áni- 
mos se  apodera  un  estupor  que  agosta  las  aspiraciones  al  placer  y 
produce  el  insomnio  en  loa  sensibles  y  virtuosos  corazones.  Muchas 
veces  un  delito  del  orden  común  se  pinta  con  negrísimos  colores;  la 
prensa  comenta  los  incidentes,  y  reviste  el  hecho  con  el  ropaje  del  cri- 
men proditorio  ó  con  los  adornos  de  la  más  inaudita  crueldad;  más 
tarde,  las  investigaciones  oportunas  de  la  justicia  vienen  á  descubrir  ó 
k  aclarar  circunstancias  atenuantes  que  quitan  al  crimen  lo  que  le  dá 
el  aspecto  de  crueldad,  y  entonces,  la  justicia,  la  voz  elecuente  de  los 
defensores,  encuentran  en  la  ley,  en  las  declaraciones,  en  los  hechos 
mismos,  algo  que  favorece  á  los  perpetradores  de  los  delitos,  y  que  de- 
manda, no  conmiseración,  sino  justicia;  justicia  algunas  veces  severa 
y  pronta,  que  es  más  grandiosa  cuando  el  poder  jurídico  y  el  legislador 
saben  colocar  á  su  lado  la  prudente  clemencia 


•  too 

a— a— Bracas  i  i      n  ■  i  a— MU  »■'  ■  i     i  ■ 

Por  ser  alguna  vez  difícil  la  investigación;  por  ser  oscuro  el  tratado 
de  las  pruebas;  por  ser  á  veces  muy  hábiles  los  criminales  para  sus- 
traerse al  poder  de  la  justicia;  por  ser  erróneo  el  juicio  de  un  juez  y 
falible  su  dictamen;  por  ser  inexhorable  la  sociedad  y  menos  corrupti- 
ble al  orO)  un  grupo  respetable  de  sus  miembros;  atraía  las  miradas  la 
conducta  de  los  legisladores,  y  elevaba  á  institución,  sino  infalible,  sí 
incorrupta,  la  conciencia  de  un  grupo  de  ciudadanos  sensatos.  Por  eso 
se  organizó  y  se  instituyó  en  Inglaterra  el  jurado.  También  entonces 
se  tuvo  en  enenta  la  mala  fe  de  (os  tribunales,  puesto  que  también 
absolvía  k  los  delincuentes  ó  condenaba  á  los  inocentes.  Todavía  cau- 
sa escándalos  en  el  mundo  el  proceso  Lesstrrqu*  cuya  inocencia  se  de- 
mostró y  no  9e  rehabilita  aun  por  los  tribunales  su  memoria  infama- 
da. 

Esa  Institución  es  nueva  en  nuestro  suelo:  la  prensa  la  combate  pre- 
cisamente por  que  á  su  juicio  han  quedado  impunes  algunos  crimina- 
les cuándo  se  acababa  de  probar  su  delincuencia;  de  aquí  se  deduce 
que  ella  es  mala  é  inapelable  para  nuestro  pueblo.  Posible  es  que  al- 
gunos delitos  queden  sin  castigo,  como  lo  es  que  algunos  inocentes  su- 
fran una  pena  infamante;  pero  al  hacer  estos  cargos  al  legislador  no  se 
tienen  en  cuenta  muchos,  muchísimos  casos  en  que  un  veredicto  ha 
venido  i  satisfacer  las  exigencias  de  una  sociedad  alarmada,  Un  gri 
to  de  indignación  se  levanta  clamando  justicia;  nada  más  natural  que 
la  ley  diga  k  esa  misma  sociedad  "castígalo/ — Si  un  grupo  de  ella  tie- 
ne la  conciencia  de  absolverle  ¿qué  tiene  que  hacer  el  legislador  ante 
un  fallo  de  la  sociedad  ofendida? 

Justamente  cuando  se  creyó  que  la  justicia  humana,   representada 
por  el  hombre  falible  ó  corruptible  por  los  sobornos,  podía  torcerse  en 
el  sendero  de  la  equidad,  se  instituyó  el  jurado.    Allí  no  campean   las 
pruebas  del  delito;  no  la  elocuencia  de  los  tribunos  y  de  pensadores 
que  convierte  lo  negro  én  blanco;  no  la  voz  fiscal  qu%  escudriña  los 
hechos  y  penetra  con  la  lúa  de  su  malicia  en  la*  mazmorras  del  crimen 
para  convertirse  en  verdadero  profeta  del  pasado  y  en  adivino  de  los 
hechos  que  han  tenido  lugar  en  el  silencio   y  en  la  obscuridad  de   la 
ñocha  Él  Jurado  tiene  en  sus  ojos  una   venda;  cubre  su  sensibilidad, 
por  decirlo  anf,  con  el  crespón  de  su  rectitud,  y  falla  según  su  concien- 
cia, cuya  decisión  solidariamente  condena  ó  absuelve;  él  no  es  juez  que 
tiene  en  sus  manos  una  balanza,  un  compás,  un  cartabón,  para  com- 
partir en  cada  platillo  y  dar  un  fallo  inexhorable,  segúnlo  alegado  y 
probado,  no:  él  se  cubre  con  su  conciencia  y  su  buen  criterio,  y  pone 
en  la  urna  su  bola  blanca  ó  negra    Esta  es  una  garantía,  lá  que  más 
se  acerca  á  la  perfección;  la  que  más  resultados  favorables  á  la  justicia 
1  puede  dar  en  un  mundo  en  que  errar  es  atributo  del  hombre. 
A      Muchas  veces  un  juez  tiene  la  conciencia  recta,  precisa,  infalible,  de 
|  que  un  sor  desgraciado  cometió  un  delito,  y  sin  embargo,  le  absuelve; 
I  le  absuelve,  porque  en  el  proceso  no  hay  pruebas  para  condenarle;  a- 
|  cttso  la  sociedad  tiene  esa  conciencia  misma,  y  al  ver  un  fallo  absolu- 

Ifa—gg»— ^— — — ^— — — — — —  ■  *■■  ...        i  ,m       ■  


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torio  levanta  su  voz  indignada  contra  el  juez  que  absuelve,  el  tribunal 
que  confirma  y  la  ley  que  marca  los  procedimientos.  ¿A  quien  se  debe 
culpar  en  esos  casos?  ¿al  delincuente  que  oculta  y  no  confiesa  su  cri- 
men? ¿al  receptador  ó  cómplice  que  no  atestigua?  ¿á  la  policía  que  no 
inventa  y  calumnia,  v  a  la  sociedad  que  exige  y  no  Colabora? 

Imperfecta  será  hoy,  como  lo  será  hasta  la  consumación  de  los 
siglos,  la  institución  del  jurado,  como  es  ineficaz  la  ley  y  la  actividad 
de  los  jueces;  pero  es  fuera  de  duda  que  es  lo  que  más  se  acerca  á  la 
verdad.  En  una  población  de  diez  mil  habitantes,  ¿no  habrá  diez,  por 
ignorarte*  que  sean  en  la  legislación;  <jue  np  tengan  una  conciencia 
recta?.  .' 

Si'  ése  grupo  absuelve  k  sabiendas  del  delito  al  delincuente,  ¿i  quién 
debe  quejarse  esa  población  si  no  es  á  un  número  pequeño  de  sus  ha- 
bitantes que  no  han  querido  ministrar  justicia?  Mas  bárbara  y  menos 
eficaz  se  ha  considerado  la  ley  Linch:  será  cruel,  especialmente  al  pro- 
ceder contraía  vida  de  un  hombre  i  que  sólo  Dios  tiene  derecho,  pero 
jamás  ha  dejado  de  ser  inexhorable  para  el  monstruo  de  maldad. 

Los  reyes  absolutos,  los  que  tenían  derechos  sobre  vidas  y  haciendas 
de  sus  vasallos,  convertían  su  voluntad  w  tiránica,  y  hacían  mártires 
aún  de  los  verdugos  delincuentes»  La  posteridad  condena  con  epíte- 
tos infamantes  á los  monarcas  que  ejercían  justicia  ad  hoc;  pero  si  al- 
gunos hechos  se  quedaban  sin  castigo,  ó  se  sacrificaban  por  ignorancia 
á  muchos  inocentes,  también  la  posteridad  tiene  una  palahra  de  indul- 
gencia, y  algunas  también  de  aplauso  para  aquellos  que  si  erraron  co- 
mo hombres,  también  fueron  justos  como  reyes.  D.  Pedro,  ©1  cruel 
para  unos  y  ¿[justiciero  para  otros,  mereció  esos  dictados  por  su  seve- 
ridad; pero  tras  ella  está  patentizado  su  justicia*  el  suplicio  del  escriba* 
no  fullero,  ahorcado  por  dar  fe  de  que  era  una  naranja  sólo  una  mitad 
que  notaba  sobre  el  agua  de  una  fuente,  es  una  prueba  £1  triste  fin  del 
Arcediano  de  San  Gil  muestran  su  crueldad,  muy  propia  de  aquellos 
tiempos;  y  respecto  de  algún  otro  rey,Bamiro  II  llamado  el  monge,  cu- 
yo* hechos  horrorizan  á  la  bumandiad  por  la  forma  del  castigo,  pero 
que  no  ptiede  decirse  que  hayan  sido  aplicados  á  inocentes. 

Si  los  jurad  os  absuelven  es  preciso  reconocer  que  á  su  juicio  no  es- 
tán esclarecidas  los  hechos;  y  siguen  una  máxima  justa,  auque  muy 
antigua,  que  »máe  vale  dejar  impuno  un  delito  que  castigar  á  un  ino- 
cente, fi 

Si  la  ley  de  jurados  se  derogara,  veríamos  también  que  se  queda- 
ban sin  castigo  los  criminales;  entonces  volveríamos  á  clamar  por  la 
institución  peí  jurado  como  se  clamaba  en  otro  tiempo  contra  la  leni- 
dad de  los  jueces.  Vanas  serán  entonces  las  quejas  y  las  declamacio- 
nes. En  el  porvenir,  lo  mismo  que  en  el  pasado,  no  cesarían  los  cargos  á 
la  justicia.  En  otros  tiempos  y  en  otros  paises  se  oían  también  las 
quejas  de  Feijóo  en  estas  palabras: — "Ojalá  nuestros  tribunales  estu- 
vieran tan  ciegos  á  las  recomendaciones  como  inviolables  á  los  sobor- 
nos.   Por  esta  parte  está  decaído  su  crédito  en  la  voz  popular." 

Tipos  como  el  alcalde  Ronquillo  no  son  de  nuestra  época. 


102 


Boda  y  fandango  al  aire  libre. 


¡Cnanto  discrepan  las  costumbres  cortesanas  de  las  campesinas!  ¡qué 
divergencia  en  los  usos  y  maneras  de  esos  seres  que,  como  bestias  fe- 
roces, habitan  las  encrucijadas  y  los  páramos!  ¡qué  diversidad  de  idio- 
ma; qué  modismos  y  retruécanos  en  el  lenguaje,  especie  de  chapurra- 
do grotesco,  mezcla  ridicula  de  la  lengua  espoñola  antigua  y  la  mo- 
derna!—Sus  provincialismos  muestran  muy  á  las  claras  el  origen  pe- 
ninsular, sus  progenitores  fueron  oriundos  de  Asturias,  de  las  provin- 
cias Vascongadas,  de  Castilla  la  vieja,  de  Navarra  y  de  Valencia. 

Demasiado  interés  despierta  al  observar  esas  pobres  criaturas  que 
viven  sin  sociedad,  en  el  aislamiento  'más  completo,  y  entiegadoe  á 
una  vida  semi-salvaje;  del  estado  de  su  civilización  al  edenismo  no 
hay  más  que  un  paso;  de  sus  costumbres  sencillas,  al  candor  de  los 
tiempos  primitivos,  hay  un  sólo  punto;  del  de  su  civilización  actual, 
al  en  que  los  dejó  la  mano  férrea  del  conquistador,  no  hay  más  que 
un  corto  espacio;  nada  adelanta  su  industria;  nada  su  religión  y  su  fi- 
losofía; nada  en  fin  el  formidable  poder  de  la .  idea  que  germina  aun 
en  las  tribus  nómades  de  la  Arabia  y  del  Indostán;  todo  permanece 
estacionario  en  esas  regiones  donde  sólo  resuena  el  mugir  del  toro  sal- 
vaje, y  el  chirrido  de  la  cigarra.  Pueblos  desgraciados  á  quienes  no 
ilumina  el  sol  de  una  civilización  perfecta,  á  semejanza  de  aquellos 
habitantes  de  la  Laponia  qué  no  ven  más  luz  que  la  de  las  auroras 
boreales! 

Sensillos  y  6Ín  aspiraciones  de  ningún  género,  esos  seres  parásitos 
viven  sin  sentir  los  goces  de  la  vida,  y  mueren  ignorando  las  maravi- 
llas y  cataclismos  de  la  Naturaleza,  los  acontecimientos  de  la  historia, 
y  los  adelantos  sorprendentes  de  la  ciencia;  no  les  habléis  de  aconte- 
cimientos históricos  en  los  confines  de  la  tierra;  no  les  habléis  de  las 
genuflexiones  políticas  de  las  naciones  cultas^  porque  no  lograreis  exi- 
tar  su  curiosidad  ni  siquiera  fijar  su  atención;  desconocen  la  historia 
patria,  y  les  cuasa  fastio  su  estudio;  desconocen  8U6  instituciones,  sus 
cambios  políticos,  y  aun  los  nombres  de  los  ciudadanos  encargados  de 


========= 103 

regir  sus  destinos,  Las  leyes  no  los  hieren  ni  los  benefician,  y  así  bie- 
nen  ignorando  todo,  como  aquellas  victimas  del  constipado  que 

Ni  en  la  fosa  funeral 
Ni  en  el  más  fiorido  Edén, 
Al  que  lleva  un  catarral, 
Ni  por  sn  mal  huele  bien, 
Ni  por  su  bien  huele  mal. 

Por  uno  de  esos  vaivenes  déla  fortuna,  que  unas  ve*»es  pródiga  me 
coloca  en  los  palacios  que  habitan  los  magnates,  y  otras  rígido  me  h- 
rroja  veleidosa  á  las  cabanas  de  los  pastoras,  rne  vi  en  el  caso  de  pre- 
senciar las  escenas  campestres  más  sencillas,  pero  que  por  su  novedad, 
por  su  aire  original  y  de  raro  aspecto  excitan  nuestro  interés;  no  son 
sus  costumbres  semejante  á  las  que  Calderón  y  Lope  describen  en  sus 
obras  inmortales;  no  son  las  del  Pastor-fido,  habitante  de  Calabria, 
que  entre  enramadas,  banderas  y  carrizos,  tañendo  la  bandurria,  la 
gaita  y  el  pandero,  y  en  una  rarreta  con  jaeces  v  enredaderas  silves- 
tres, conducen  á  los  desposados  ante  el  Cura  del  pueblo  inmediato  para 
recibir  una  santa  bendición,  sellada  con  las  palabra  también  sacramen- 
tales de 

''Creced  y  multiplicaos." 

Hay  ahí  el  sabor  peculiar  de  esas  regiones;  el  colorido  sai  gémris 
de  í>u*  usos  y  constumbres;  su  música  es  poco  melodiosa;  sus  cantares 
y  sentencias  tienen  la  filosofía  salvaje  que  despiertan  é  inspiran  sus 
montañas;  y  el  aire  de  sus  habitantes  se  identifica  con  las  brisas  refres- 
cantes de  sus  regiones. — Juan  Climaco  Rodarte  intenta  casar  á  su  hijo 
Cheno  con  la  pispireta  y  vivaracha  Gumesinda,  hija  del  tio  Chololo  y 
de  lai  cascarrienta  Tula  Mondragón.  El  novio  Cheno,  mancebo  de  vein 
te  años,  se  ha  enamorado  de  la  doncella  Gumesinda,  pero  fuertemente, 
de  la  noche  á  la  mañana;  anocheció  sereno  y  amaneció  con  la  pesadilla 
del  himeneo;  haJló  en  su  bolsillo  diez  pesos,  y  no  sabiendo  en  qué  em- 
plearlos con  majror  utilidad,  formó  este  silogismo.— Compro  un  huno 
para  traer  leña;  ó  me  adjudico  una  consorte;  por  el  día  habrá  á  quien 
cuidar,  y  por  la  noche  quien  me  quite  el  sueño;  burro  y  esposa  son  de 
mucha  utilidad:  el  uno  ayuda  á  traer  leña  para  vender  en  la  población 
cercana;  la  mujer  ordeña  el  rebaño  chivatil  y  me  ayudará  á  ganar  la 
diaria  mecatona;  no  hay  que  vacilar;  utilidad  y  recreo,  placeres  y  be- 
neficios, aumento  en  el  caudal  y  descanso  en  el  trabajo;  he  aquí  lo  que 
me  produce  el  santo  mártir-demonio;  esto  es  constante;  mientras  que  el 
burro  sólo  me  ayuda  á  la  conducción  d.e  la  carga  del  mercado,  pero  no 
curará  mis  dolencias  con  cariñosa  mano,  ni  me  condimentará  una  mor- 
cilla que  apague  el  apetito  y  satisfaga  al  paladar,  no  dará  creces  á  mi 
caudal,  ni  me  rodeará  de  chiquillos  que  formen  mis  delicias  paternales 
en  los  días  de  la  siembra  y  del  fastidio;  íne  decido  por  una  esposa 
en  sustitución  de  un  jumento  taimado  y  cachazudo,  que  al  fin  deman 
da  gastos  y  cuidados,  y  nada  puede  producir  por  sí  sólo;  ahí  está  la  be- 


104 

Ha  Gumesinda;  le  he   dirigido  á   señas  mis   insinuaciones  amorosas,  y 
las  ha  recibido  con  beneplácito;  mis  manos  entrelazadas  le  han  indica 
do  que  quiero  el  nudo  gordiano  que  rompe  solóla  muerte,  y  me  ha  con- 
testado con  la  punta  de  su  trenza  con  señas  afirmativas  y  aprobatorias; 
;ay    Gómez!  tú  serás  mia;  yo  seré  tuyo,  losdos  nos  perteneceremos  ya  mu 
tuamente;  abriremos  brecha  en  el  porvenir   descubriendo  nuevos  hori 
zontee  en  nuestra  existencia;  con   asiduidad  y  eficacia   educaremos  1» 
que  el  cielo  pródigo  quiera   enviarnos  en   expiación  de   nuestros  pee;  - 
dos. 

Al  tio  Climaco  le  puso  de  mal  talante  el  anuncio  de  la  boda,  piie* 
era  él  quien  tenía  que  soportar  los  gastos  y  las  molestias  que  ocasio- 
nan la  intr  ducción  al  hogar  de  un  ser  extraño,  y  el  cuidado  de  lo  qu» 
Dios  manda  en  abundancia  á  los  pobres;  se  venderán  las  vacas,  las  o 
vejas  y  la  yeg  >a  flaca,  imagen  perfecta  de  las  que  sirvieron  de  modeloa 
célebre  Velázquez  para  pintar  en  sus  inmortales  cuadros  bus  escuálida 
y  hambrientas  yeguas;  se  agotarán  sus  recursos,  pues  hay  que  ir  á  ha 
cer  la  olla  gorda  la  Cura  y  al  Sacristán,  y  hasta  al  mismo  Obispo,  pue: 
de  un  modo  lejano  son  parientes  los  dos  novios;  en  último  caso,  cobra; 
ol  venc'ores*  s¡  no  lo  son  por  consanguinidad,  lo  serán  por  afinidad; — } 
si  ni  por  »\sto>  formaremos  parentesco  espiritual,  serán  hermanos  de  leche 
pm  sto  que  la  beben  de  la  misma  vaca.  Tales  son  los  temores  de  Cli- 
maco al  ponerlo  en  el  florido  sendero  de  la  gracia  de  Dios;  de  esa  di 
vina  gracia,  en  qus  el  diablo  suele  meter  la  cola,  y  desviar  á  la  simpá- 
tica pareja  hacia  la  vía-apia  de  los  infiernos. 

— tJomj  adrito, — dice  á  su  vecino  el  tío  Chololo — le  noticio  que  e 
mancebo  Cheno  quiere  matrimoniar  con  su  hija  la  lambrija  Gómez 
con  que perdone  la  cortedá,  compa  de  la  alma  mía,  y. . .  .aguan- 
te la  parada. 

— Con  o  ancina  compaito  del  corazón;  con  razón  yo  los  vi   alborota 
dos  y  en  b  rrinchinados  á  los  dos,  dando  rodeos  "or  los  rededores   d*  1 
jaca1;  y    andaban  de  seguí  o  esos  angelitos  marantoñaido  que  es  un  pi : - 
mor,  ípos  vaya!  que  así  fue  Ja  purita  verdá. 

El  compadre  medio  mohíno,  por  tan  rudo  modo  de  pedir  una  novia 
tomó  su  violín  gatuno  y  con  aire  burlón,  amenzante  y  voz  chillona, 
cantó  en  la  puerta  de  su  choza  unas  seguidillas,  con  el  desembarazo  de 
un  improvisador  napolitano.  No  puedo  resistir  á  escribir  esa  justicia 
-valona,  como  su  autor  la  llamó,  notable  bajo  algún  aspecto. 

Á  la  sobrina  de  Diego 
A  casarse  la  invitaron, 
Y  al  punto  le  contestaron, 
Que  había  de  ser  luego—luego. 


El  tio  Chololo  f  08Íó,  estornudó  y  preparó  el  pecho  para  entonar  su  can- 
to becerril:  así  continuó  su  cantiga  sonora;  especie  de  lamentación  ó  jere- 
miada. 


105 

Sólo  siento  la  probeza 
Por  tener  lalma  en  un  hilo; 
La  Gómez  tiene  bu  estilo 
Y  el  mocoso  su  enterésa. 

Si  agachan  los  dos  cabeza 
Con  mas  tezón  que  el  de  un  ciego, 
Han  de  buscar  el  sociego: 
Quedrán  casaca  demoda; 
Es  decir,  civil  la  boda, 
Que  así  se  hace  luego-luego. 


En  prueba  de  que  te  aprecia 
Tu  padre,  Gómee  gentil, 
No  te  casará  el  civü, 
Sino  el  Cura  de  lileeia. 

Pero  si  fueres  tan  necia 
Que  despreciares    mi  ruego 

Y  me  hicieras  un  rejuego 

Los  cogeré  del  cogote, 

Y  les  rajaré  un  garrote, 
Pero  al  punto  y  luego-luego. 


Cargue  con  loe  dos  el  diablo 
Si  me  hacen  una  serrana; 
Si  se  han  de  jullir  mañana, 
Que  hoy  descubran  su  retablo. 

Yo  no  reculo  el  vocablo 
Aunque  pierda  mi  sociego; 
Si  la  Gómez  es  un  fuego, 
No  es  como  la  hija  de  Antonio, 
Que  hablando  de  matrimonio, 
Ella  quiere  luego  -luego. 


Si  la  cosa  al  fin  se  embrolla, 
Verá  listé  como  se  aduna 
Pa  quel  mancebo  no  haguna 
Del  gavilán  con  la  polla. 

Yo  les  sorrajo  la  cholla; 
Dispense,  compa,  el  reniego, 
Más  tenga  pa  su  talego 
Sin  olvidar  este  rasgo; 
En  la  honra  no  hay  compadrazgo . , 
Según  dicen  luego-luego. 


El  audaz  compadre,  amartelado  y  rígido  papá  de  Gumesinda,  dejó 
de  cantar  sus  improvisaciones,  aflojó  las  cuerdas  á  su  violín,  io   metió 


■ 106 

en  una  bolsa  de  gamuza  y    se  despidió   ceremonioso  y  atento,  del  tío 
Chololo. 

Describiremos  la  mansión  de  aquel  campesino.  Su  choza  6  jacal  tie- 
ne cuatro  varas  de  largo  por  tres  de  ancho;  su  pavimento  es  el  natural 
fie  la  tierra;  su?  paredes  son  de   adobe,  sencillas  y  débiles,  y  el  terrado 
e¿  de  paja  ó  zacate  bien  tupido  para  resistir  los  rigores  de  la   lluvia  y 
los  ardores  del  sol;  la  puerta  es  de  poco  más  de  vara,  y  unas  tablas  en- 
lazadas entre  sí  con  correas  de  ci^ro  de  cerdo;  ella  no  impide  el  paso  a , 
la  luz,  á  los  reptiles,  ni  á  otros  animales  perjuicio^os  y  malignos.    Hay  ¡ 
que  penetrar  á   esa  estancia   en  cuatro    piés.^  -Un  palo   en  un   rincón  ( 
atravesado  y  pendiente  del  techo,  es  el  clavijero  que   guarda  una  ena- 
gua de  indianilla  color  de  ro>a  subido,  un  reí>ozo  de  hilaza,  un  pañuelo 
de  algodón  y  frazada  ligara;  *dli  se  ve  una  almohada  de  indianilla  for- 
mada con  pedazos  de  varios  colores;  petates,  pieles  de  cerdo  crudas,  y 
algunos  platos  y  tazas  burdas  le  loza  hecha  en  la  fábrica  más  cercana, 
completan  tan  rustico  mueblaje;  útiles  de  labranza,  una  hacliapara  ha- 
cer leña  y  un  cuchillo  de  monte.    En  el  altar  se    venera  una   d olorosa 
bizca  hecha  á  pincel  por  un  pintor  andariego,  y    como  formándole   sé- 
quito se  ostenta  el  Santo  y  Divino  Rostro,  deforme  como  máscara  car- 
navalesca, y  varias  estampas  de  litografía,  representando  á  un  Santia- 
go de  casco  y  armadura  montado  en  soberbio  corcel,  y    enristrando  la 
lanza  contra  los  moros;  la  Sombra  de  Sef.or  San  Pedro,  cuatro    vírge- 
nes del  Ri.fugio  de    todos  tamaños,   de  predilecta   devoción,  el    Santo 
Niño  de  Atocha,  y  un  Crucifijo  de  bulto  acometido  de  cólico,  retortijo- 
nes y  reumatismo,  según  lo  indica  su  postura  forzada;   los  ojos    .^alto- 
nes,  pues  está  vivo    todavía;   pero  eso  sí;    con    una  lanza  lá   escurrien- 
do sangre,  semejante  á  la  boca  de    un  dragón:  el  cendal  le  lhga   hasta 
la  rodilla,  tan  prolongado  como  lo  et>tá  la  enagua  de  tu,a  saboyardaen 
día  festivo  según  las  flores  que  lo  adornan:  es   visiblepor  todas  partes, 
le  adorna  una  cabellera  de  enhiesto  é  hirsuto    pelo,  como   queriéndose 
escapar  al  cielo.  Colgada  del  techo   se  ve  una  inmensa   tambora;  estos 
son  los  arreos    profesionales  del    cotnpudre  Climaco   Rodarte,  ó  el    tío 
Quilimaco  como  lo  llama  toda  la  comarca. 

En  esas  chozas  salvajes  no  sólo  se  hospeda  la  miseria  horrible,  sino 
el  fanatismo  más  ciego.  Esos  santos,  esas  imágenes  del  Salvador  y  de 
la  Virgen,  deformes  como  son,  infunden  á  los  campesinos  más  respeto 
que  Jas  copias  perfectas  de  los  cuadros  de  Rafael  y  de  Murillo. 
¡Cuánto  calumnian  esas  pinturas!  para  venerarlas  han  de  ser  milagro- 
sas, y  esos  milagros  consisten  en  consejas  estravagantes,  con  tal  |ue 
sean  maravillas;  la  fe  se  debilita;  la  religión  se  aleja  de  aquellas  co- 
marcas, y  sólo  se  da  lugar  á  la  superstición. 

Cuatro  días  habían  transcurido  desde  la  petición  matrimonial  y  ya 
se  veían  los  preparativas  de  una  boda  cercana.  Le  habían  tomado  el 
dicho;  pasó  ya  su  noche  triste  en  eso  de  examinarla  en  la  doctrina  cris- 
tiana, y  sufrido  y  contestado  las  preguntas  indiscretas  que  á  más  de 
una  novia  le  han  sacado  los  colores  á  la  cara.  Comenzó  á  rodar  y  pala- 
bra favorita  con  que  óe  indica  que  inter  misarum  solemnia  se  leyeron 


. 107 ■ 

las  amonestaciones  ópublieatas,  con  que  al  pú  blosc  hace  saber  que  ese 
par  de  pichones  quieren  doblegar  la  cerviz  ante  la  coyunda  santa,  y 
se  convocan    denunciantes  por  si  hubieren  existido  exponsales. 

Llegó  el  día  de  la  ceremo.ua,  y  la  marcha  de  la  comitiva  la  prego- 
naba el  rebombante  sonar  de  la  tambora  y  los  chirridos  de  los  violi- 
nes;  novia  y  madrina  en  caballos  bailadores,  abrían  la  procesión;  rebo- 
zo terciado  ó  fajado  al  derredor  de  la  cintura;  enagua  colorada;  flores 
naturales  en  la  trenza,  y  sombrero  de  enormes  faldas;  un  quitasol  ó 
sombrilla  de  algodón  escarlata;  el  seno  casi  desnudo  se  ve  refrescado 
por  las  auvas  fragantes  de  los  campos:  tras  las  novias  van  los  novios  y 
tras  estos  los  padrinos  y  los  suegros,  contentos  y  jaranos  con  el  tequi- 
la rojeño,  circulando  un  par  de  botellas  que  se  reponen  cada  vez  que 
se  les  mira  exhausto  el  fondo.  La  incesante  tambora  deja  oir  su  ronca 
voz  hasta  los  confines,  reproduciéndola  los  eco»  misteriosos  de  las  mon- 
tañas; ella  es  el  anuncio  de  la  marcha  de  la  comitiva  y  el  agente  ¡ 
más  eficaz  para  convidar  k  tragar  á  todo  vicho  viviente;  el  que  tenga 
oido  y  escuche  el  acento  tamboril,  puede  tenerse  por  convidado  al  bo- 
dorrio y  al  fandango,  sea  ó  qne  no  sea  pariente  de  los  desposados, 
vecino  ó  enemigo  de  ambas  parentelas.  Nada  es  comparable  al  júbilo  ¡ 
de  ests  dos  familias,  y  ese  día  se  suelta  al  atablo,  frase  con  que  se  in- 
dica que  novios,  padrinos,  parientes  y  amigos  «le  los  desposados,  pue- 
den impunemente  encoparse  ó  ponerse  tuturuscosy  es  decir,  borrachos, 
sin  temor  de  faltar  al  respeto  debido  á  mayores  en  edad,  saber  y  go- 
bierno; y  se  puede  lucir  la  mona  con  acciones  y  palabras  obcenas;  ta- 
les sm,  en  .resumen,  esos  sacrificios,  alcohólicos  á  boca  de  botella.  En 
cada  rancho,  en  cada  puerta  de  potrero,  ó  bajo  algún  árbol  de  extensa 
sonora,  hace  alto  la  procesión  para  hacer  a  Baco  sus  libaciones,  circu- 
ladlo el  par  de  limetas;  un  grupo  de  la  gente  más  traviesa  mete  carre- 
ra hacia  adelante,  para  revolverse  en  grupo  ordenado  haciendo  enca- 
britarse á  los  corceles,  bailándoles  á  las  novias  el  mitote-  al  son  de  los 
vioines,  y  recibiéndolos  éstas  con  las  limetas  repletas,  é  invitándolos 
á  ediar  un  trago. 

Gerca  de  cada  hacienda  ó  congregación  hay  un  árbol  frondoso  que 
se  lama  el  ''árbol  de  los  novios"  que  todo  el  mundo  mira  con  re- 
verinte  respeto;  ese  árbol  es  el  de  las  tradicciones  históricas,  el  Cedro 
del  Líbano,  el  árbol  de  Garnica  de  aquel  cortijo;  aquí  descansaron 
nuestros  abuelos,  dicen,  el  santo  día  de  sus  desposorios;  aquí  descancé 
yo;j>quí  descansarán  nuestros  nietos  en  iguales  circunstancias;  ¡árbol 
divno  que  encierra  tantos  recuerdos!  bajo  tú  sombra  bienhechora  se 
hai  derramado  tantas  lágrimas,  y  es  el  nuncio  de  una  felicidad  siempre 
íictcia,  jamás  alcanzada.  Allí  se  remudan  los  caballos  con  otros  más 
brksos  y  enjaezados  con  adornos  naturales  de  ¡os  campos;  ellos  osten- 
tar lazos  de  maravillas,  flores  de  peña,  zóchiles  y  rosa»  de  las  palmas, 
cenpazúdiiles  y  mirasoles:  allí  es  la  cita  de  los  deudos  y  amigos,  quie- 
ne  en  señal  de  aprecio  y  de  contento  vienen  a  topar  d  los  novios;  la 
reepción  se  inaugura  con  trago  general  y  jura  d#  confites.     Oigamos, 


__r^^ 108 

oigamos  á  un  cantor  que  calándose  e]  sombrero  hasta  las  orejas,  y  for- 
mando grupo  con  los  músicos,  deja  oir  su  acento  para  felicitar  á  la  pa- 
reja conyugal. 

Tempranito  salió  el  sol 
Tifiendo  con  su  arrebol 
Lunión  feliz  y  temprana 
De  nuestra  Gómez  lozana. . . . 
Como  si  trajiera  alcohol. 
Yo  sí  que  le  tengo  afeuto 
A  ese  tequila  rojeño, 

Y  lo  miro  con  respeuto; 

Lo  empino,  y  me  llega  el  sueño 
Por  el  camino  más  reuto. 

Les  cantaré  en  la  ocasión 
De  paso  mi  cantinela, 
De  los  violines  al  son; 
*    Los  traigo  en  el  corazón 
Metido  entre  tela  y  tela. 
Echen  pa  acá  la  limeta 
Que  le  quiero  dar  un  beso, 
Pues  templado  soy  travieso; 
Si  me  pongo  la  trompeta. ...  ' 

Será  mi  gusto,  y  por  eso. 
No  necesito  cabresto; 
Pá  bailar  me  sobra  gana, 

Y  no  hago  nunquita  un  gesto; 
Que  me  toquen  la  sultana 
Para  soltarles  el  resto. 

Sobre  la  sierra,  ramales  de  la  madre,  que  divide  lo  que  se  lhma 
cañón  de  Juckipila  y  el  valle  de  Nochistlán,  en  el  Estado  de  Zacate- 
cas, se  hayan  situadas  infinidad  de  chozas  y  que  forman  ranche^ar; 
sus  habitantes  se  dedican  al  cultivo  de  aquellas  tierras  y  á  la  crú  de 
ganados  y  caballada.  Tales  gentes,  que  por  un  sarcasmo  de  la  fortu- 
na, pertenecen  á  la  humanidad,  se  avienen  á  vivir  en  el  aislamiento, 
lejos  de  la  influencia  de  un  progreso  que  dulcifica  sus  costumbres  a- 
grestes,  y  no  salen  todavía  del  cuarto  grado  de   la  civilización. 

En  aquellas  barrancas  amenas  y  pintorescas,  en  que  la  Naturaleza 
prodiga  sus  dones,  se  encuentran  las  cabanas  de  esas  pobres  gertes 
que  viven  y  que  mueren  sin  gozar  los  encantos  que  rodean  á  los  pue- 
blos cultos;  pero  en  cambio  tienen  los  que  les  proporciona  una  vida 
semi-salvage.  Allí  se  aplica  perfectamente,  para  disculpar  sus  posas 
aspiraciones  á  mejorar  su  condición,  bajo  los  atractivos  de  un  celo 
más  benigno,  un  adagio  que  dice:  "ojos  que  no  ven  están  sobre  un  co- 
razón que  no  siente." 

Allí  el  tio  Climaco  tiene  su  choza,  la  que  abandona  una  vez  al  fino 
por  la  cuaresma,  para  ir  al  pueblo  inmediato  á  tributar  homenage  á 
la  Divinidad,  único  día  en  que  se  acuerda  que  es  cristiano  y  cao 
lico. 


109  , 

Se  preparó  la  recepción  de  los  novios,  vistiendo  de  gala  la  choza,  y 
las  palmeras  que  la  rodean;  se  construyeron  barracas  ó  enramadas 
para  que  los  asistentes  saborearan  los  potaj¿s  á  cubierto  de  los  rayos 
solares,  improvisando  mesas  cubiertas  con  hojas  Je  encina,  maravillas, 
zempoales,  estrellas  de  los  campos,  y  otras  muchas  flores  silvestres. 

La  comitiva  llegó;  nonios  y  padrinos  arrojaban  sobre  los  concurren- 
tes puñados  de  dulces  y  confites,  naranjas  y  manzanas;  se  esparcieron 
algunas  botellas  de  aguardiente  de  Tequila. 

Los  actores  de  esta  tiesta  habían   sacrificado,  y  Baco  les  prodigó  to 
dos   sus   auxilios.     Pocos  permanecían  en    su  juicio,  y  espoleaban  sus 
cabalgaduras  porque   estaban  á  media  bolina. 

Varios  acomedidos  ocurrieron  k  bajar  á  la  novia  del  caballo,  honor 
que  varios  se  disputaban,  por  que  además  de  ser  este  acto  un  título 
honorífico  que  tiene  resonancia  en  el  porvenir,  es  recompensado  por 
el  novio  con  moneda  de  plata:  i^ual  ceremonia  se  observa  al  descalzar 
al  novio  de  las  espuelas,  cuya  recompensa  la  di  la  novia  mediante 
un   puñado  de  confites  y  pastillas. 

Allí  ocurren  los  pretendientes  que  fueron  calabaceado»;  allí  están 
también  Ihs  zagalas  que  se  quedaron  á  la  luna  de  Valencia;  a  conti- 
nuación los  presentes  ocupan  los  asientos  de  la  primera  mesa  y  engu- 
llen á  dos  carrillos  las  viandas,  que  sólo  podría  digerir  el  estómago 
de  nn  gañán;  campea  en  los  potajes  de  un  cocinar  campestre  la  pican- 
tísima pimienta  conocida  con  el  nombre  de  chile,  y  la  no  menos  re- 
nombrada cominos:  arroz,  gallina  azafranada,  pollos  en  pipián,  más 
suculentos  que  los  inventados  en  la  victoria  de  Marengo;  el  mole  de 
guajolote,  qne  es  el  platillo  nacional  y  los  frijoles  refritos:  Todos  es- 
tos platillos,  que  tienen  su  nombre  provincial,  son  conocidos  en  nues- 
tro país,  y  figuran  en  las  mesas  de  las  sociedades  cultas  cuando  se 
quiere  tributar  homenaje  á  las  costumbres  mexicanas. 

La  música  tocaba  las  piezas  más  conocidas  que  habían  nacido  en 
Guadalajara;  esta  ciudad  es  la  abastecedora  en  toda  la  República  de 
la  música  festiva,  de  esos  aires  ligeros  que  se  llaman  nacionales.  Con- 
cluida la  comida,  continuaron  las  libaciones.  El  sol  se  había  hundido  en 
su  Ocaso,  y  las  sombras  de  la  noche  invadían  la  estancia  de  Iqs  novios, 
y  los  contornos  de  aquella  comarca.  Se  había  improvisado  nn  trono; 
bajo  un  dosel,  y  presidiendo  aquí  Ha  escena,  se  encontraban  novia  y 
madrina  para  recibir  las  admiraciones  dé  todos  los  concurrentes.  A  un 
lado  estaban  los  músicos,  y  el  teatro  donde  había  de  tener  lugar  el 
fandango  se  encontraba  al  aire  libre,  como  las  representaciones  trájicas 
en  la  antigua  Grecia;  se  alumbraba  con  hachones,  alimentados  con  ra- 
mas lauríneas  y  lefios  resinozos,  que  ardían  aun  combatidos  por  el  ai- 
re. 

Hagamos  un  suspenso  á  nuestro  relato  para  echar  un  cuarto  á  es- 
padas, en  materia  de  historia. 

En  uno  de  aquellos  cortijos  se  había  establecido  un  campesino  lla- 
mado Leocadio  González,  qne  fué  víctima  de  los  bandidos;  que  á  las  om- 


no 

bra  de  la  guerra  de   reforma   merodeaban  por   aquellos  puntos.     Las 
rancherías  de  encontraban  indefensas  y  se  les  asechaba   constantemen- 
te por  los  guerrilleros  encargados  de  propagar   la  insurrección,  y  con 
ella  el  desorden,  la  rapiña,  las  extorsione*,  el  caos.     ü.  Leocadio  Gon-j¡ 
zález  comprendió  que  el  único   remedio  que  estaba   á  su  alcance  paran 
salvar  los  pocos  intereses  que  le  quedaban,  y  loa  de  los  vecinos  traba- 1; 
jadores  y  pacíficos,  era  el  lanzarse  al  campo  de  la  guerra,  poner  una  con-  j 
tramina  á  la  revolución   él  y  sus  dos  hijo*;   perseguir  con  tenacidad  á  ¡ 
los   malhechores    las      garantías    constitucionales   estaban    cubiertas, 
que  con  un  velo  por  sus  defensores  y  combatidas    por  sus  adversarios,  j; 
D.  Leocadio  González  obtuvo  del  Gobernador  de  su  Estado,  el  Sr.  Ü. !, 
Jesús  González,  Ortega  autorización  para  levantar  una  fuerza  rural,  eo-  ¡ 
mandarla  como  jefe,  y  quedar  autorizado  para  obrar  discresionaimen-  ¡ 
te  en  la  persecución  del  bandalismo.  ¡ 

El  nuevo  comandante  era  bien  conocido,  y  má-s  lo  fué  cuando  dio  \\ 
principio  al  exterminio  de  l'>s  insurrecto*  y  de  la  pacificación  de  aque 
lias  regiones.  El  y  sus  dos  Lijos  fueron  los  corifeos,  los  fundadores  y 
el  pié  veterano  de  una  guerrilla;  eran  populares;  eran  temido?,  pero  al 
mismo  tiempo  eran  odiados  por  el  bando  contrario.  El  dominio  del  han 
didaje  fué  tenaz,  fué  sangriento  y  fundado  por  un  hombre  ci\yo  físico 
no  armonizaba  con  sus  resoluciones  rectas  y  severas.  Se  le  acusaba  de 
haber  llevado  á  la  expiación  á  hombres  inocentes,  y  cundía  el  miedo 
hacia  el  brazo  ejecutor  radicando  un  odio  implacable.  Tal  pánico  era 
inherente  á  su  conducta  enérgica:  limpió  los  caminos  y  los  cartijos  de 
gente  malébola.  Una  gota  de  sangre  que  se  derrama  en  un  patíbulo 
es  un  estigma  perenne  contra  un  verdugo  y  contra  una  causa:  esos  o- 
dios  son  solidarios  en  aquellas  comarcas,  y  faltando  resolución  para 
vengar  los  agravios,  nacían  la  pusilinimidad,  la  impotencia,  acaso  los 
remordimientos;  estallaba  la  indignación  en  declamaciones  impúdi- 
cas é  insultantes.  No  había  imprenta,  esa  bálbula  de  seguridad  que 
impide  la  explosión  de  los  agravios  reprimidos,  como  libra  de  explo- 
sión á  las  calderas  de  vapor;  se  había  perdido  la  tradición  de  la  loa  in- 
dígena que  se  transforma  en  censura  oral  y  en  protesta  solemne  con- 
tra la  arvitrariedad  y  los  actos  despóticos,  y  era  el  órgano  para  hacer 
prosélitos:  quedaba  sólo  por  esgrimir  el  arma  del  sarcasmo  contun- 
dente, ayudado  de  la  música  festiva;  quedaba  la  amarga  ironía  qué  ca- 
lumnia é  infama,  como  un  desahogo  de  la  cólera  comprimida  en  un 
lenguaje  cáustico,  impúdico,  sensual  y  desvergonzado,  que  hiere  conv» 
un  dardo  y  excita  la  carcajada  tnefistofélica  como  un  aplauso:  quedaba 
el  epigrama,  la  sátira  versificada  que  en  un  lenguaje  impuro  esparcen 
los  bardos  salvajes;  esa  literatura  de  las  masas  ignorantes  carece  de  la 
dicción  depurada,  de  locución  correcta  y  de  la  elevación  de  la  i- 
dea:  si  estas  vulgaridades  son  inadecuadas  para  mostrarlas  á  una  so- 
ciedad culta,  impropias  para  la  reminiscencia  histórica,  y  poco  intere- 
santes para  figuraren  una  colección  de  piezas  literarias,  no  lo  son  cuando 
se  trata  de  describir  las  costumbres  con  sus  atributos  inciviles;  cuando 


111 

se  pinta  á  un  personaje  histórico,  digno  de  la  admiración  de  las  nue- 
vas generaciones.  El  Coronel  Leocadio  Gonzáles,  como  los  Coroneles 
Jáuregui  y  Mejía,  muertos  en  Teocaltiche  por  los  soldados"  fran- 
ceses, tienen  un  derecho  á  figurar  en  la  Historia  de  México;  el 
{^rimero  rompió  el  sitio,  volvió  á  Nochistlán,  y  se  aprestó  á  la  de- 
ensa  en  aquellas  desgraciadas  jornadas:  combatiendo  se  replegó  á  su 
último  baluarte  que  fué  la  Iglesia;  matando  resistió  el  asalto  de  los 
invasores;  enérgico  y  valeroso  no  desmayó  cuando  vio  morir  á  sus  úl- 
timos soldados  en  las  bóbedas  del  templo.  Se  batió  cuerpo  á  cuerpo; 
el  tercer  tiro  de  su  revólver  mató  á  uno  de  loa  franceses  de  un  grupo 
que  lo  cazaba  en  su  último  reducto,  que  fué  el  pié  del  campanario; 
antes  que  caer  prisionero  se  orilló  al  abismo,  disparó  contra  sí  el  tiro 
que  quedaba  en  su  arma,  y  arrojándose  después  de  lo  alto  de  la  torre, 
quedó  exánime  su  cuerpo,  casi  volado,  y  detenido  sólo  en  una  mol- 
dura del  arquitrave  de  la  fachada. 

El  Coronel  Leocadio  González  era  un  hombre  de  cuerpo  diminuto; 
jamás  usó  un  lenguaje  soez  ni  palabras  tabernarias,  usadas  en  el  vivac  y 
en  los  cuarteles;  fué  amable  con  sus  subalternos,  respetuoso  y  subordi- 
nado con  sus  más  elevados  jefes,  sereno  y  prudente  en  el  peligro. 

Nuestros  guerrilleros  no  estaban  sujetos  á  disciplina  militar,  ni 
vestían  uniforme;  el  distintivo  que  los  acreditaba  como  belige- 
rantes era  una  cinta  toja  que  llevaban  exteriormeute  al  rededor  de  la 
copa  del  sombrero,  ostentando  un  lema  que  descifraba  con  claridad  la 
cansa  que  defendía.  El  Coronel  González,  por  una  excentricidad  quo 
es  peculiar  á  muchos  hombres  de  gran  valer,  le  gustaba  llevar  en 
su  sombrero  tiras  de  seda  matizadas  con  los  colores  de  la  bandera  na- 
cional; sus  lemas  eran  expresivos  y  ponían  en  relieve  su  aspiración  y 
sus  esfuerzos.  "Dios,  Libertad,  Constitución  y  Reforma.'' — ujAy  del 
que  en  la  lucha  fuere  vencido! m  Su  voz  era  la  débil  expresión  de  un 
físico  raquítico,  endeble,  y  no  daba  á  su  persona  la  respetabilidad  que 
le  imprime  el  hombre  de  formas  atléticas;  pero  aquel  físico  encerraba 
una  alma  de  gigante,  cuyas  hazañas  no  resplandecían  porque  las  o- 
fuscaba  la  penumbra  de  la  guerra  civil;  pero  sí  las  que  después  tuvie- 
ron lugar  ante  el  ejército  invasor.  Actuando  en  otro  teatro  y  en  o- 
tras  circunstancias,  se-  elevaría  su  talla  á  las  dimenciones  de  la  de  los 
hombre*  que  Plutarco  encomia. 

Este  hombre,  este  héroe,  que  obraba  á  impulsos  de  un  verdadero 
patriotismo,  mereció  una  reminiscencia  del  General  L'  Herilier  al  dar 
parte  de  los  combates  y  victorias  del  ejército  francés  en  las  jornadas 
deJTeocaltiche  y  de  Nochistlán. 

sentados  los  honrosos  antecedentes  de  nuestro  héroe,  aunque  muy  á 
la  ligera,  volvamos  á  nuestro  redondel  en  donde  se  agitaba  con  grande 
algaravía  la  gente  que  la  tambora  había  invitado  para  el  festín.  Entre 
los  gritos  entusiastas  de  los  beodos  se  percibían  los  acentos  de  los  vio- 
lines  y  la  voz  gutural  de  las  cantadoras  que  lanzaba  al  viento  sus 
estrofas;  allí  se  encomiaba  la  tranquila  vida  de  los  recien  casados;  la 
laboriosidad  de  la  esposa  en  el  nuevo  hogar,  las  delicia  de  la  materni- 


112 

dad;  solía  mezclarse  alguna  idea  sensual,  algo  picaresca,  alusiva  &  los 
misterios  del  matrimonio  que  arrancaba  una  sonrisa  á  los  maliciosos* 
y  aplausos  y  vítores  á  los  profanos.  La  novia,  con  el  candor  de  la 
la  inocencia,  ignoraba  que  en  esos  momentos  se  hacía  el  recuento  de 
todas  sus  acciones  en  la  vida  pasada,  se  le  calumniaba,  se  le  cubría 
de  infamia  por  todos  aquellos  que  por  ella  fueron  despreciados;  ella 
no  era  capaz  de  preever  que  en  tales  fiestas,  que  se  instalan  á  consecuen- 
cia de  un  enlace  matrimonial,  provocan  discuciones  apasionadas  en 
^ne  se  arrastra  por  los  suelos  la  honra  de  una  pobre  niña;  pero  la  civi- 
lización de  nuestro  siglo  viene  reformando  esas  costumbres;  inspira  la 
idea  de  que  una  pareja  conyugal,  en  el  momento  de  recibir  las  bendi-* 
ciones  de  los  ministros  ^e  su  culto,  partan  k  lugares  distantes  k  pasar 
los  primeros  albores  de  sa  dicha  en  lugares  extraños,  donde  los  con- 
trayentes no  son  conocidos,  y  donde  no  hay  curiosos  malévolos  que 
asistan  mentalmente  á  las  escenas  que,  la  sociedad,  la  familia  y  la- re- 
ligión cubren  con  un  velo  en  una  noche  de  boda. 

La  concurrencia  de  uno  y  de  otro  sexo  había  aumentado  prodigio- 
samente, viniendo  á  la  fiesta  desde  comarcas  lejanas;  atraían  á  la 
gente  viciosa  y  pendenciera  los  placeres  del  licor  y  los  de  la  sociabili- 
dad. Para  la  gente  de  trueno;  para  los  botellólogos,  no  hay  goce 
completo  sino  buscan  una  reyerta  en  que  se  hieren  y  se  matan  sin 
causa  justificada,  sino  únicamente  por  sentar  plaza  de  matasietes,  y  por 
que  vuele  su  fama  del  uno  al  otro  confín  £pero  esos  valientes  de  aldea 
enmudecen  cuando  saben  que  algún  otro  baladren  puede  aplacarles  el 
resuello,  porque  cada  gallo  canta  en  su  muladar.  ¡Qué  extraño  sería 
que*  la  prudencia  les  inspire  el  silencio,  consecuente  con  aquel  pensa 
miento  de  Lord  Byron: 

Ruge  el  mar  cuando  batalla; 
£1  hombre  en  sus  furores,  calla 

No  era  un  baile;  no  era  aquello  una  fiesta  campestre;  era  un  campo 
de  Agramante;  Baco  y  Cupido,  Venus  y  Priapo,  recibían  adoraciones, 
y  Terpsícore  avergonzada  cubrió  su  rostro  con  un  velo.  Ardiendo  esta- 
ba la- antorcha  de  la  orgía,  y  la  crápula*  extendió  su  influencia  á  todos 
los  hombres  y  á  todas  las  edades.  Los  valentones  de  oficio  buscaban 
riñas,  aconsejados  por  el  licor  que  excita  el  sistema  nervioso,  y  de 
cuando  en  cuando  aparecían  hombres  inquietos  que  lanzaban  mueras 
al  Gobierno  Constituteional,.  vivas  á  la  religión,  y  deprecaciones  insul- 
tantes contra  el  Coronel  Leocadio  González.  La  impopularidad  de  este 
Jefe  se  manifestaba  sin  emboza 

Como  salida  de  la  multitud  se  vio  á  una  vieja  que  fué  á  sentarse 
muy  cerca  de  los  músicos  y  de  las  cantadoras.  Se  repetían  á  cada  ins- 
tante las  piezas  que  se  bailaban  y  los  cantos  populares  que  enaltecen 
ár  los  héroes  de  una  causa  No  faltaban  algunas  canciones  que  dirijían 
á  los  santos  más  venerados  en  la  comarca. 

Un  ebrio,  inspirado  por  el  Tequila,  lanzó  un  juramento  tabernario, 
y  pidió  á  gritos  que  se  cantaran  los  versos  "contra  D.  Leocadio.» 


113 


1  D.  Leocadio  sabía  que  en  aquellas  festividades  se  cantaban  décimas 
H  obscenas  é  insultantes  ¿  su  persona,  y  que  no  había  fandango  donde 
H  no  se  hiciera  alarde  de  cantarlas  con  su  fraseología  impúdica  y  de*- 
I  envuelta,  por  cantores  ambulantes  que  recibían  una   propina  de   en- 

I  cubiertos  enemigos,  que  representaban  una  causa.  El  entusiasmo,  la 
gritería,  la  petición  tumultuaria,  eran  una  exigencia,  y  como  los  can- 
tantes contaban  con  la  impunidad,  hicieron  preludiar  por  los  instru- 
mentos los  conocidos  arpegios  que,  como  batidores,  anunciaban  la  ca- 
rrera de  baquetas  que  se  iba  á  dar  á  la  víctima  queJo  era  D.  Leoca- 
dio González. 

Las  primer&s  notas  de  aquella  música  fueron  saludadas  con  aplau- 
sos y  carcajadas.  Nadie  se  habría  atrevido  á  escuchar  aquellas  ende- 
chas desvergonzadas  en  presencia  del  aludido;  pero  estando  ausente, 
todos  aprobaban  los  arponazos  que  parecían  salir  de  un  al  banal. 

Únicamente  copiaremos  aquí  alguna  que  otra  glosa,  moderando  su 
lenguaje. 

Cuando  Locadio  se  rí, 
Encerrado  tiene  gato 

Y  carne  en  el  garabato, 
Para  cenárselo  allí. 

No  may  distante  de  aquí 
A  tres  pincho  su  chabeta 
Por  jurtones.    No  es  chifleta; 
Pero  en  el  mundo  se  miran 
A  los  patos  que  le  tiran. . . . 
Le  tiran  a  la  escopeta. 

Aquí  hay  hombres  que  á  todaora 
Han  de  brotarle  á  cualquiera, 
Cuantimás  á  esa  pantera 
Que  suspira,  mama  y  llora. 

¡Ay  mamá!  que  se  encocora 
Don  Locadio,  y  se  rajara 
Si  otro  gallo  le  cantara; 
Hasta  los  pelos  se  estira, 

Y  parecería  mentira 
Que  esa  araña  nos  picara! 

¿Que  pensaría  gorra-gacha. 
Que  aquí  rifaba  su  brazo 

Y  cortaba  su  marrazo?— 
(Nomás  nos  mira  y  sp  agacha.) 

Es  su  voz  cual  de  muchacha 

2ue  á  su  novio  cobra  un  celo: 
íbrenos  Gestas  y  el  cielo 
De  un  muñeco  que  se  alzara, 

Y  ni  así  mide  una  vara 
Desde  las  nalgas  al  suelo. 


114 

Dice  "¿me  aguarda  tontito?' 

Y  le  mete  el  chafalote^ 

Y  lo  cuelga  del  cogote 

Al  que  le  levanta  el  grito. 

Más  con  el  cucho  Agapito 
Fué  cobarde,  fué  insensato, 
Por  que  calmo  su  arrebato; 
Le  dio  por  mengua  un  moquete 
Un  puntapié  en  el  roquete.  • .  • 

Y  echó  la  misión  del  pato. 

Con  una  tempestad  de  aplausos,  de  carcajadas  y  de  gritos,  fueron 
saludadas  esas  endechas  que  expresaban  sarcasmos  incisivos,  infaman- 
tes: y  aquellos  palmoteos  que  el  alcohol  inspiraba,  era  la  alianza  que 
los  oyentes  formaban  con  el  bate  encubierto  que  forjara  tan  envene- 
nadas saetas.  Esa  masa  compacta,  homogénea,  era  una  sedición  á  ma- 
no armada:  llovían  sobre  los  músicos  y  los  cantantes  las  dádivas  y  las 
flores,  y  nunca  fueron  tan  aplaudidas  en  Francia  las  canciones  de  Be- 
ranger.  Cuando  la  calma  se  había  restablecido,  aquella  vieja  que  salió 
de  la  multitud  se  levantó,  abandonó  el  paño  ó  rebozo  con  que  encu- 
bría su  cara,  y  quedó  á  la  vista  de  todos  un  busto  de  hombre  con  tra- 
je de  guerrillero,  con  listones  y  las  insignias  de  su  grado;  era  D.  Leo- 
cadio González  que  se  había  deslizado  por  entre  la  multitud,  á  oír  sus 
honras,  y  á  castigar  personalmente  á  los  propagandistas  infamadores. 

— Bien,  muy  bien,— dijo  aplaudiendo — ¿No  me  harán  favor  de  echar- 
me otra  cantadita?  ahora   lo  verán;  yo  les  curaré  la  tos. 

Y  arremetió  contra  músicos  y  cantantes,  agrediéndoles  con  un  vare- 
jón de  mimbre;  el  harpa  y  los  violines  los  arrancó  de  las  manos  de  los 
músicos,  y  arremetiendo  con  ellos  los  hizo  añicos  en  la  cabeza  de  a- 
quellos  artistas;  y  aun  el  bombo,  que  era  la  alegría  personificada  y  el 
instrumento'más  resistente,  fué  averiado  y  los  parches  rotos.  La 
muchedumbre  quedó  sofocada  con  un  lance  inesperado;  al  aludido  se 
le  reconoció,  y  .temiendo  que  no  estuviera  aislado,  sino  que  entre  los 
asistentes  se  encontraran  algunos  de  sus  hijos  ó  subordinados,  empren- 
dieron la  fuga  á  escape,  á  espetaperros,  alentados  por  el  pánico  que 
les  infundía  la  presencia  de  un  hombre  temido  y  respetado  en  aque- 
llos contornos. 

Las  tínicas  víctimas  fueron  los  músicos  que  sacaron  algunas  abolla- 
duras en  el  testuz,  y  algunos  puntapiés  bien  acentuados  en  los  costi- 
llares. Se  apagaron  los  hachones;  lloraban  los  muchachos;  las  mujeres 
huían  lanzando  gritos,  y  la  luna  alumbraba  aquel  campo  que  volvió  a 
su  quietud  ordinaria.  El  novio  y  el  padrino  se  ocultaron  en  una  ar- 
cina  de  rastrojo;  sólo  tio  Chololo  quedó  en  su  puesto  para  levantar  el 
campo;  aquella  fiesta,  que  se  inauguró  bajo  la  brisa  de  la  alegría,  y 
que  era  para  los  consortes  la  aura  de  sa.  dicha,  se  convirtió  en  un 
nuevo  rosario  de  la  aurora. 

Felices  fueron  los  moradores  de  aquellas  cabanas  que  no  tuvieron 


115 

más  contratiempo  que  un  lance  inesperado  y  no  las  riñas  y  los  ho- 
micidios que  son  frecuentes  en  esas  fiestas. 

Desearíamos  insertar  en  estas  fugaces  impresiones,  rasgos  biográfi- 
cos, y  algunos  hechos  que  aun  pueden  comprobarse  con  testigos  con- 
temporáneos; fué  sincero  republicano,  firme  defensor  de  la  idea  de- 
mocrática y  reformista,  y  saerificó  su  vida  ante4  las  balas  francesas. 
Dáois  y  Velarde  merecieron  en  España  los  honores  de  la  apoteosis, 
y  Oaleana  en  México  asombra  con  sus  hazañas  á  las  futuras  gene- 
raciones; estos  hombres  no  fueron  más  grandes  que  el  héroe  zacate- 
cano.  El  historiador  inscribirá  su  nombre  con  letras  de  oro,  pero 
quedarán  en  el  olvido  infinidad  de  rasgos  de  audacia  y  de  valor  que 
en  gran  parte  contribuyeron  al  triunfo  de  un  combate;  no  se  refe- 
rirán tampoco  algunas  anécdotas  que  contribuir  deben  á  matizar  el 
conjunto  de  acontecimientos  que  unidos  forman  una  biografía. 


LA  CARETA  DEL  CRMEN.-TO  OBRERO. 

MI»  H  185». 


El  lunes  2  del  corriente  se  puso  en  escena  un  drama  de  nuestro 
compatriota  el  Sr.  D.  Estévan  Ávila,  nominado:  »Za  Careta  del  Crí- 
men.n. 

Es  un  pensamiento  filosófico  el  que  se  desarrolla  en  esta  composi- 
ción, y  se  ponen  en  evidencia  varios  de  esos  tipos  que  hay  en  la  socie- 
dad.— D.  Hipólito  Ladrón  de  Guevara  es  un  hombre  que  se  consagra 
entero  y  verdadero  á  una  vida  religiosa,  afectando  la  virtud  más  rígi- 
da y  edificante;  habla  de  los  santos  con  profundísimo  respeto;  bendice 
fervoroso  el  nombre  de  Dios,  se  santigua  compungido  al  comenzar  una 
buena  ó  mala  obra;  frecuenta  ¡os  Sacramentos,  y  reza  devotamente 
novenas  á  toda  la  corte  celestial.  [Quién  creerá  que  en  ese  barajo  hay 
engaño!  Ese  hombre,  á  quien  la  multitud  santifica  porque  diariamente 
comulga,  que  admira  como  á  un  escogido  de  Dios  porque  publicamente 
se  da  golpes  de  pecho;  á  quien  venera  como  á  un  Ángel  que  descendió 
del  cielo  quien  sabe  por  donde,  porque  trae  los  ojos  bajos;  ese  hombre 
no  es  más  que  un  tigre  con  piel  de  oveja,  un  diablo  que  se  cubre  con 
la  máscara  de  la  hipocresía  para  cometer  abusos  á  la  sombra  de  la  re- 
ligión y  el  fanatismo;  él  sedujo  á  una  joven  en  un   baile  de  máscaía; 


116 

él  intentó  casarse  con  una  niña,  existiendo  su  uaujor  propia  en  otra 
parte;  él  es,  en  fin,  qviien  robó  de  la  "casa  de  Dios,»  es  decir,  de  la 
celda  del  guardián,  un  cofre  con  alhajas  pertenecientes  á  su  presunta 
mamá, suegra* 

Doña  Modesta  Hornero  de  la  Camándula,  es  otro  pájaro  que  bien 
canta;  ella  por  ir  á  un  mitote  espiritual,  por  servir  de  madrina  á  un 
Castísimo  Patriarca  que  s$  va  £  bendecir,  poj  visitar  la  Iglesia  á  todas 
horas,  y  á  las  monjas  en  su  día  de  reja>  abandona  sus  ejercicios  do- 
mésticos, echa  en  olvido  sus  obligaciones  wk&  f  recisas,  sin  atender  i 
que  su  marido,  el  bueno  <Je  D.  Cándido,  p^trado  en  el  lecho  del  do- 
lor, aguarda  resignado  que  una  maivo  extraga  y  caritativa  aplique  un 
remedio  á  sus  dolencia*5.  Su  delicia  son  los  frailecitos;  habla  con  ar- 
diente carino  de  su  padre  espiritual,  y  por  ganar  una  indulgencia,  es 
capaz  de  salirse  de  misa  á  cometer  un  sacrilegio;  es,  en  fie,  una  de  esíw 
mujeres  á  quienes  el  vulgo  da  el  nombre  dé  cucarachas  de  Santuario 
porque  en  ellos  están  á  todas  horas. 

Ah!  se  me  quedaba  en  el  tintero  otra  de  sus  gracias:  delira  por  el 
dominio  de  ios  españoles,  lamenta  furiosa  los  avances  del  progreso; 
tiene  sus  aspiraciones  á  la  nobleza,  á  las  prerogativas  v  distinciones 
de  la  gigantesca  sociedad,  y  desprecia  con  arrogancia  á  los  artesanos 
honrados  fiólo  porqué  son  pobres. 

María  es  una  joven  juiciosa  que  ae  consagra  exclusivamente  á  los 
ejercicios  propios  de  su  «e$p;  allá,  eon?o  que  no  quiere  la  cosa,  con  la 
amabilidad  más  encantadora,  dirije  otro  tiro  sin  puntería  á  las  muje- 
res que  hablan  de  política,  y  que  no  comprenden  las  delicadísimas 
cuestiones  que  agitan  k  la  sociedad. 

D.  Cándido,  marido  de  la  Sra.  QamánJuía,  y  padre  de  María,  tiene 
como  los  cilindros,  la  música  por  dentro;  á  pesar  de  su  candidez,  suele 
dirigir  verdades  de  á  folio,  algp  picantes,  á  los  malos  gobiernos,  y  á 
todos  los  funcionarios  públicos;  declainan  con  ironía  contra  la  ridicula 
costumbre  de  despreciar  al  que  no  "usa  frac,  guantes  de  cabritilla,  etc. 
y  otras  lindezas  que  solo  para  vistas,  como  es-aquella  en  que  su  espo- 
sa le  da  parte  qu»a  la  justicia  ba  encarcelado  á  D.  Hipólito. 

— ¿Por  qué?  pregunta  admirado. 

— Por  que  es  un  grandísimo  bribón. 

— Era  seguro:  jsi  rezaba  mucho!  replica  con  su  estoisismo  D.  Candi- 
dito.  No  hay  duda;  ese  candoroso  caballero  es  un  sabio  endiablado 
cuando  arroja  á  diestra  y  siniestra  indirectas  del  Padre  Cobos. 

Edmundo  es  un  carácter  demasiado  bueno  que  sostiene  la  morali 
dad  del  drama;  en  su  esfera  de  humilde  artesano,  ha  conocido  por 
instinto  que  D.  Hipólito,  es  un  malvado,  y  dá  al  fin  con  el  laberinto 
de  sus  crímenes;  él  salva  &  María  de  la  deshonra,  aryanca  al  delincuen- 
te la  careta,  y  lo  presenta  al  mundo,  no  como  tipo  de  la  virtud  más 
perfecta  que  fingía,  si  no  como  el  de  la  hipocresía  más  inaudita. 

Estos  son  los  personajes  que  figuran  on  el  drama,  que  no  teniendo 
color  determinado,  ni  observado  las  reglas  y  preceptos  de  alguna  es- 


"7  = 

cuela  conocida,  no  es  posible  aplicar  el  cartabón;  podríamos  designarlo 
como  perteneciente  al  sistema  que  aspira  á  convertirse  en  ecléctica  es- 
cuela, que  algunos  ensayan  con  buen  éxito  y  que  sus  bellezas,  sus  gol- 
pes de  ingenio,  se  amoldan  á  las  de  las  dos  escuelas  ciánica  y  románti- 
ca. Entreteuef  al  auditorio  con  agrado,  es  lo  que  el  autor  se  propuso; 
como  no  juega  una  pasión;  como  la  estructura  de  la  otra  es  sencilla, 
carece  de  esas  escenas  arrebatadoras,  que  electrizan,  que  conmueven, 
que  infunden  terror;  por1  eso  lo  clasificamos  en  una  obi*a  que  podría- 
mos llamar  drama  de  costumbres;  el  carácter  peculiar,  algunas  veces  ca- 
ricato, de  los  personajes,  y  ios  situaciones  cómicas,  nos  revelan  una  ten- 
dencia y  un  fin  filosóficos.  Nos  parecen  exagerados  en  su  coujunto  es- 
tos personajes,  pues  no  podríamos  encontrar  en  nuestra  sociedad  algu- 
nos que  se  les  parezcan.  El  autor  ha  creído  que  prodigando  los  colores 
de  su  paleta,  resaltarían  sus  figuras  en  el  cuadro  que  bosqueja,  y  les 
da  esos  pincelazos  que  ilusionan  vistos  de  lejos  y  cuando  les  hiere  una 
luz  adecuada.  Hubiéramos  deseado  más  suavidad  en  las  sombras;  me- 
nos obscuridad  en  el  fondo  con  verosimilitud  para  no  hacer  odiosos 
los  persofcajles:  loe  monstruos  no  son  d'fe  nuestra  épbca  y  por  lo  mismo 
los  tipos  no  son  reales.  El  autor  ha  sacrificado  la  verdad  por  hacer  fi- 
losófico su  pensamiento;  forja  en  su  imaginación  figuras  ficticias,  y  las 
traslada  á  su  cuadro.  No  negareis  que  en  nuestra  época,  en  nuestra 
sociedad,  tal  vez  en  nuestro  círculo,  pudiéramos  encontrar  personas 
que  con  la  careta  de  la  virtud  se  recomiendan  para  cometer  crímenes, 
pero  indudablemente  no  se  parecen  ¿  los  tipos  que  se  dibujan  El 
tartufo  de  Moliere  representaba  los  vicios  de  todo  un  siglo,  y  así  eran 
los  personajes  reales;  para  corregirlos  no  fué  preciso  exagerarlos. 

Los  preceptistas  quieren  en  todo  verosimilitud,  fidelidad  en  las 
costumbres,  y  nunca  los  vuelos  de  la  fantasía;  por  eso  se  exige  que  los 
escritores  de  costumbres  se  ciñan  á  su  época,  á  su  sociedad  y  aun  á  su 
círculo;  cuando  menos,  para  transmitir  á  las  nuevas  generaciones  re- 
tratos ó  bocetos  de  personajes  contemporáneos. 

Sentimos  que  la  estrechez  de  las* columnas  de  este  periódico  no  nos 
permita  seguir  una  á  una  las  hermosas  escenas  que  fueron  aplaudidas; 
baste  decir  que  la  obra  de  que  hacemos  mérito  es  la  mejor  de  las  que 
el  Sr.  Avila  tiene  escritas,  y  que  debe  representarse  con  aplauso  en 
todos  los  teatros.  , 

El  autor  no  tocó  ni  por  incidencia  lia*  cuestiones  de  la1  política,  pues 
comprende  que  el  escritor  dramático  nodebé  fomentar  el  odio  de  los 
partidos,  sino  corregir  los  vicios  y  costumbres  malas  de  la  sociedad  en 
general;  no  debe  conquistar  sólo  el  elogio  de  sus  amigos  que  muchas 
veces  son  apasionados,  sino  el  de  todos  lotr  hombres  imparciales  y  de 
buen  criterio;  nó  los  aplausos  pasajeros-  dé  un  partido,  sino  el  lauro 
glorioso  ó  intnarcesiWe  de  la  justa  y  severa»  posteridad. 

La  pieza  titulada  "Un  Obrero"  es  una  solemne  paparrucha  sin  gra- 
cia y  sin, ninguna- situación  que  nos  inspire  interés;  el  hedió  parece  in- 
verosímil^ aunque  todos  los  solterones  desearan  una  esposa  que,  como 


118 


la  buena  de  Mariquita,  oculte  cuidadosamente  las  picarescas  poridades  | 
de  su  consorte;  ¡pero  nada  de  eso!  las  mujeres  arman  un  sanquintin 
cuando  llegan  á  saber  que  allá,  en  los  extraviados  pasos  juveniles,  el 

diablo  metió  la  cola  y —Se  cantó  el  himno  nacional  por   toda 

la  compañía,  y  fué  aplaudido  con  frenesí;  en  aquellos  raptos  de  entu- 
siasmo se  victorió  la  Libertad,  la  Constitución  y  la  Democracia.  No  fal- 
tó uno  que  otro  personaje  que  se  quedara  con  un  palmo  do  narices 
viendo  al  pueblo  tornar^  parte  en  una  cuestión  que  le  interesa  vivamen- 
te. 

La  primera  representación  estuvo  buena;  en  la  segunda  pareció  un 
poco  tívio  el  trabajo  de  los  actores.  Para  otra  vez  deseamos  á  la  com- 
pañía un  poco  más  de  fuego,  aunque  nos  abrace  el  calor  sofocante  de 
la  estación. 


¿LAS  OlaPíaSAS  IIJBJLs  UOIíUSo 

DRAMA  BEL  SEftOR  f  AITALEOI MI*. 

La  Sociedad  Zaragoza  acordó  repetir  la  función  que  á  beneficio  de 
los  hospitales  de  sangre  tuvo  lugar  el  18  del  presente:  obstáculos  insu- 
perables hicieron  que  la  función  no  estuviera  tai  como  la  que  se  dio 
pocos  días  antes,  pero  sí  se  repitió  la  zarzuela  del  maestro  mexicano 
Sr.  Luna,  cuyo  título  es:  La  Viesa  y  el  Granadero. 

Nada  deberíamos  decir  de  esta  pieza,  si  atendiéramos  ¿  que  el  Sr. 
Luna,  guiado  únicamente  por  su  buen  gusto  en  el  arte  de  la  música, 
presenta  su  producción  como  un  ensayo,  sin  pretensiones  vanidosas,  y 
sólo  por  contribuir  á  la  variedad  y  lustre  del  espectáculo:  tal  conducta 
nos  parece  laudable;  así  es  que  nada  podríamos  decir  sobre  la  música 
cuando  carecemos  de  los  conocimientos  necesarios  para  juzgarla,  pero 
sí  lamentamos  se  haya  escogido  para  una  composición  nueva  y  origi- 
nal, el  libreto  de  otra  zarzuela  cuya  parte  cómica  es  ya  conocida,  y 
que  ha  sido  calificada  de  trivial,  insulsa  y  de  mal  gusto. 

£1  rey  Federico  conoce  á  la  bellísima  Berta,  y  concibe  el  proyecto 
de  casarla  con  ol  cabo  Colman;  sin  consultar  la  voluntad  de  ambos, 
y  después  de  cerciorarse  que  la  joven  no  Babia  leer,  le  paga  bien  las 
flores  que  vendía,  con  la  condición  de  que  lleve  al  Coronel  del  re- 
gimiento una  carta  que  él  mismo  escribe  y  dicta;  en  ella  se  le  pre- 
viene, con  todo  el  magisterio  de  que  es  capaz  un  rey  amante  de 
forjar  matrimonios  ad  lioc,  haga  se  unan  en  amorosísimo  consorcio 
la  portadora  y  el  estimable  Colman;  la  graciosa  jardinera  se  encuen- 
tra con  Susana,  murciélago  octogenario,  y  le  suplica  lleve  á  su  título 
la  misiva  regia;  es  de  advertir  que  esta  señora  no  sabía  tampoco  leer, 


119  

pues  si  no  fuera  así,  si  se  le  hubiera  antojado  poner  en  práctica  su  fe- 
menil curiosidad,  tal  vez  la  acción  de  la  pieza  no  hubiera  pasado  ade- 
lante, y  se.  habría  descubierto  todo  el  enredo.  El  Coronel  se  impone 
de  los  caprichos  del  rey  y  obediente  á  su  mandato,  anuücia  á  Impor- 
tadora que  debe  casarse,  porque  así  plugo  á  la  voluntad  soberana: 
¡cuánto  placer  causa  á  la  viuda  tan  fausta  nueva!  á  ella  que  camina 
en  pos  del  cuarto  consorte;  á  ella  que  á  los  ochenta  y  seis  años  de  e- 
dad  se  ha  metido  bajo  del  brazo  á  tres  maridos;  en  medio  de  su  ale- 
gría se  acerca  á  !a  puerta  del  cuartel  donde  estaba  su  futuro,  y. . . . 
¡oh  agudeza!  con  toda  la  coquetería  de  unos  quince  abriles,  con  el  do- 
naire de  una  manóla,  envía  al  cabo  Colman  un  beso  en  la  punta  de  sus 
dedos.  La  lúbrica  y  festiva  Susana,  siente  rejuvenecerse,  hace  á  un 
lado  todo  sentimiento  de  pudor,  acaso  porque  cree  el  autor  que  las 
viejas  no  deben  tenerlo,  y  se  muestra  apasionadísima  del  granadero, 
agradecida  del  rey,  y  satisfecha  de  su  destino.  Cuando  Colman  sabe 
que  tiene  de  casarse  con  Susana,  lamenta  no  tener  cargada  su  arma,  y 
se  le  reconocen  ímpetus,  mejor  que  para  oponerse  á  la  voluntad  del  rey, 
para  cometer  un  ancianicidio.  Los  soldados  se  burlan  de  la  novia; 
má3  ¿de  qué  no  son  capaces  de  burlarse  los  granaderos?  Por  fortuna 
Colman  intercede  de  rodillas  la  gracia  del  rey,  se  descubre  el  enre- 
do, y  se  casa  con  Berta.     Tal  es  el  asunto  de  la  zarzuela. 

El  amor,  dice  Voltaire,  se  ha  hecho  para  la  juventud;  el  amor, 
decimos  nosotros,  cae  pésimamente  en  quieries  están  dominados  por 
el  hielo  de  la  vejez;  haciendo  aplicación  de  este  principio,  creemos 
que  nada  es  más  inverosímil,  y  nada  más  repugnante  que  á  los  o- 
chenta  y  seis  años  sea  capaz  una  vieja  de  enamorarse.  El  imposi- 
ble que*  podamos  encontraren  la  sociedad  un  tipo  semejante,  y  aun- 
que se  considere  como  un  juguete,  como  un  capricho  de  la  imagi- 
nación para  excitar  la  risa,  precisamente  per  su  exageración  produ- 
ce el  efecto  contrario;  no  vemos  originalidad  ni  saboreamos  la  sal 
ática  que  se  debe  emplear  para  no  incurrir  en  el  ridículo  y  la  cho- 
carrería; y  por  eso  no  sentimos  otra  cosa  que  el  desdén;  muy  difí- 
cil es  colocar  oportunamente  un  chiste  que  nos  haga  reír;  pero  na- 
da más  fácil  que  hacer  el  papel  de  gracioso  sin  gracia.  La  Sra. 
Suarez  ha  tenido  en  esta  vez  la  desgracia  de  salirse  de  su  cuerda 
para  representar  un  carácter  que  estamos  seguros  le  lia  sido  antipá- 
tico; no  es  suficiente  empleara  su  grande  capacidad  de  actriz  para 
hacernos  agradable  á  D  ^  Susana,  y  si  este  carácter  es  defectuoso 
por  culpa  del  autor,  y  sirve  de  disculpa  que  los  actores  no  pueden 
ni  deben  corregir  estos  defectos,  ni  mucho  menos  infundir  ínteres 
á  la  pieza  que  se  escribe  sin  atender  á  las  reglas  cardinales  del  ar- 
te dramático,  ¿qué  podrá  decírsenos  de  aquel  beso  que  la  Sra.  Sua- 
rez mandó  en  alas  de  su  entusiasmo,  al  inocente  granadero?  ¿qué 
otra  cosa  sino  las  risotadas  dei  vulgo  puede  concitarse  quien  aspira 
á  que  le  festejen  la  gracia? — Sra.  Doña  Antonia! 

La  función  continuó  ponie'ndose  en  escena  Zas  glorias  del  dolor» 


r 


120 

El  Sr.  Tovar,  tan  afecto  á  dar  á  sus  producciones  títulos  extra- 
vagantes, al  fin  no  nos  explica  porqué  ha  de  ser  el  sufrimiento  la 
gloria ,  del  dolor;  esto  no  lo  comprende  nuestra  inculta  inteJigencia, 
como  no  ha  podido  comprender  que  es  irónica  la  vida  y  que  hay  su- 
blimidad en  la  deshonra.  £1  autcr  escribió  una  novela  titulada  "Iro- 
nías de  la  vida,. i  y  un  drama  "Una  deshonra  sublime.it 

Daremos  una  idea  de  algunos  de  los  personajes  del  drama. 
Gabriel  ama  á  la  jdven  María  y  esta  no  corresponde  de  luego  su 
amor,  no  obstan tante  sus  ideas-- liberales  y  sus  ribetes  de  filósofo  y 
moralista.  D,  Agustín  es  un  pájaro  que  ama  también  á  María,- y 
es  el  competidor  de  Gabriel  por  interés  del  dinero;  á  más  de  la  co- 
dicia tiene  otros  defectos,  es  partidario  del  obscurantismo,  es  dipu- 
tado, y  sobre  todo,  en  política,  es  intolerante  como  él  sólo:  á  cada 
paso  nos  habla  de  su  partido,  enaltece  su  causa,  y  se  queda  con  un 
palmo  de  narices,  cuando  se  Le  dice  en  tono  hinchado  y  sentencioso, 
que: 

Por  intolerante   el  mundo, 
Asesinó  á  Jeucristo. 
Pero  mayor  es  su  admiración,  al  oír  este  apotegma; 
Bien   puede   matarse    á  un  hombre, 
Pero  jamás  una  idea- 
No  sabemos  qué  objeto  tenga  este    personaje  en   el   drama,  pues 
desaparece  desde  el  segundo  acto  para  no  volver  jamás,  y  eso  por  que 
sorprende  á  Gabriel  á  los  pies  de  María,  y  se  persuade  de  que  la  joven  no 
es  rica.     Lo  consideramos  como  la  q tunta  rueda  que  se  pusiera  á  un 
carro,  cofno  flor  inodora  y  descolorida  que  se  adhiere  á  un  aromático 
y  vistosísimo    bouquet;  tanta  filosofía   á  nada    conduce,    puesto  que 
no  da  ningún  interés  al   drama.     Los  preceptistas  más  rigurosos  del 
arte  dramático   aconsejan  de   conformidad,   que  no  se  pongan   per- 
sonajes  innecesarios,    sin    hacer    un   papel    interesante;   consecuen- 
tes  con    este  precepto,    creemos   que  el  Sr.  Tovar    haría  muy  bien 
en  suprimir  este  indigesto  personaje,  y  las  relaciones    de  actualidad 
que  pone  en  su  boca:  el  escritor  no  debe  buscar  aplausos  en  lo   que 
podríamos  llamar  espíritu  de  partido,  porque   ese  drama  no  tiene  por 
objeto  principal  corregir  los  vicios   políticos;  cuando  no  hay  unidad 
en  el  pensamiento,  cuando  no  hay  oportunidad  en   los    incidentes,  se 
nos  figura  que  eí  autor  llama  con  campanilla  á  sus  amigos  y  parti- 
darios en  política  para  decirles:  escuchad  y  aplaudid. 

D.  Yalente  es  el  marido  de  Sofía;  es  un  maniático  que  se  encuen- 
tra atormentado  por  los  celos;  á  cada  paso  viene  a  la  escena^  y  »1 
momento  de  presentarse  contiene  el  paso  como  si  fuera  á  caer  en  un 
precipicio;  ensimismado  lleva  la  mano  á  la  frente  como  para  atra- 
par un  pensamiento,  y  exclama  en  tono  lastimero: — («¡celos,  celos!  m — 
nace  algunas  observaciones  sobre  esta  pasión,  sobre  la  desconfianza 
que  le  inspira  la  ternura  de  Sofía,  y  se  marcha  para  volver  después 
á  repetir  la  misma  canción:— ((¡celos,  celos!** 


121 

Este  personaje  no  nos  parece  propiamente  caracterizado,  pues  si  él 
mismo  no  dijera  yo  estoy  celoso,  no  nabría  otro  medio  de  compren- 
derlo; en  sus  palabras,  en  sus  monólogos,  todo  es  vaga  declamación; 
ño  se  observa  en  él  esa  vehemencia  que  domina  á  un  marido  celoso;  y 
si  el  autor  ha  pirftado  esa  pasión  rxm  fidelidad,  el  actor  no  supo  com- 
prenderla ni  expresarla.  Le  vemos  deferente  en  la  puerta  de  1*  sala 
cuando  sorprende  á  su  consorte  con  .el  incauto  D.  LeoDardo,  y  aunque 
manifiesta  inquietud  al  preguntar  *  ¿qné  hace  ese  hombre  ahí?  queda 
contento  y  satisfecho  coinjue  Sofía,  recurriendo  á  la  estrategia,  le  di- 
gk:  "viene  á  pedir  la  mano  de  María.»  Más  tarde  vuelve  á  sorprender 
á  su  esposa  en  un  coloquio  amoroso;  mira  á  D.  Leonardo  á  los  pies  de 
Sofía  rogándole  que  huyan,  y  D.  Val  en  te  pronuncia  algunas  palabras 
incoherentes,  se  queda  estático,  admirado  del  prodigio,  y  aun  mira  con 
indiferencia  que  el*  seductor  se  escapa:  no  puede  caberle  duda  de 
que  su  mujer  le  engaña,  pues  á  más  de  haberlos  sorprendido  infraganti, 
D.  Valente  la  sorprende  dormida,  y  la  sonámbula  Sofía  todo  se  lo 
revela  en  el  sueño. 

Si  el  Sr.  Tovar  suprimiera  este  otro  personaje,  creemos  que  se  iría 
purificando  el  drama,  y  la  acción  siempre  iría  adelante. 

D.  Leonardo  es  el  seductor  de  la  esposa  d©  D.  Val  inte;  se  intro- 
duce en  la  casa,  no  sabemos  de  qué  manera;  viene  al  lado  de  Sofía, 
y  le  espeta  una  declaración  amorosa;  ésta  la  oyó  con  digni- 
dad, y  elevándose  un  poco  á  sus  propios  ojos,  le  advierte  que  es  ca- 
sada, que  es  señora  y  que  desprecia  sus  insinuaciones;  el  amante  so- 
lícito quiere  retirarse,  y  despechado  le  dice,  que  se  le  dirigen  esos 
desderfes  porque  no  pertenece  como  Sofía  á  la  alta  clase:  u  Todo  lo 
iguala  el  amor,»  se  apresura  á  decir  Sofía  antes  que  se  marche  el  a- 
mante,  y  esto  impulsada  por  un  rapto  de  entusiasmo,  y  por  que  no 
puede  dominar  sus  afecciones,  pues  era  fingido  lo  del  señorío;  esas 
palabras  penetran  en  el  destrozado  corazón  de  D.  Leonardo  como  un 
destello  de  esperanza*  como  un  vislumbre  de  felicidad,  y  ya  no  se 
va,  por  que  quiere  entregarse  á  su  delirio;  entonces  es  sorprendido 
por  la  adorable  María,  quien  todo  lo  comprende  á  lar  primera  mira- 
da, y  dirige  un  amable  reproche  á  la  esposa  de  su  padre. 

Observamos  que  D.  Leonardo  es  un  enamorado  vulgar,  pues  ma- 
nifiesta su  pasión  sólo  con  palabras  frías  que,  repetidas  á  cada  ins- 
tante, logra  sean  escuchadas  por  su  amada,  á  manera  de  gotas  de  a- 
fia  que  a  fuerza  de  caer  continuamente  sobre  una  roca,  la  taladran, 
o  hay  sensibilidad,  no  hay  expresión,  no  hay,  en  fin,  ese  sentimien- 
to que  habla  al  corazón  directamente  y  no  sólo  al  oído,  y  póí  esto  el 
espectador  no  experimenta  sensaciones:  ;quién  creería  que  el  amor  gla- 
cial de  D.  Leonardo  y  su  forzosa  desesperación,  le  obligarían  k  atentar 
contra  sus  preciosos  días  porque  su  amada  no  quiere  seguirle!  Está 
desesperado;  y  con  ánimo  de  tomar  uAa  resolución  enérgica,  manda, 
insta,  ruega,  y  ni  por  esas  consigue  su  objeto;  se  marcha  en  segui- 
da, y. .'. . .  .¡pum!  se  oye  la  detonación  de  una  pistola: — ¿qué  suoe- 
de? — pregunta  alarmado  el   público,  más  la   interesante  María  viene 


122 

á  la  escena,  se  asoma  al  balcón,  •  mira  un  difunto,  y  exclama  compun- 
gida: se  ha  suicidado  D.  Leonardo!  Entonces  se  comprende  que  aquel 
hombre  amaba  y  sentía,  puesto  que  ha  llevado  su  amor  hasta  la  locu- 
ra. Esta  es  la  paite  patética  y  moral,  porque  algún  castigo  había  de 
tener  quien  metió  la  mano  en  mies  agena  , 

No  aconsejamos  la  supresión  de  este  personaje,  por  que  entonces  se 
realizaría  aquel  refrán: 

Una  camisa  sin  mangas, 

Sin  cuello  ni  delantera, 

Que  le  faltan  las  espalJas, 

No  ha  menester  lavandera. 

Sofía  es  una  mujer  ardiente  que  se  ha  enfadado  de  su  marido  por 
que  no  tiene 'sucesión,  y  le  echa  la  culpa  á  él;  busca  otro  objeto  á 
quien  amar,  porque^  hay  en  su  pecho  un  vacío;  porque  la  preocupa 
el  deseo  de  la  maternidad;  tiene  la  ligereza  de  amar  á  I).  Leonardo  y  la 
debilidad  de  decírselo, 

El  autor  ha  querido  pintar  en  Sofía  la  lucha  terrible  de  una  pasión 
desesperada  con  un  deber,  los  afectos  frenéticos  del  corazón  en  pugna 
con  las  leyes  rígidas  de  la  sociedad;  este  pensamiento  que  nos  parece  de- 
masiado filosófico,  y  por  lo  misino  digno  de  explotarse  con  buen  éxito, 
tal  como  está  concebido  y  desarrollado,  imprime  en  el  carácter  de  So- 
fía cierto  rasgo  inmoral. 

Una  mujer  casada  no  debe  hacer  consistir  la  virtud  sólo  en  que 
rehusa  huir  con  su  amante,  sino  en  no  cometer  una  falta,  en  no  tener  una 
acción  contraria  al  decoro.  No  debe  decir  que  ama,  pues  su  $eber  es 
amar  sólo  á  su  marido;  mas  sí  por  seguir  los  impulsos  del  corazón,  de 
la  naturaleza  y  de  las  pasiones  se  quiere  pintar  á  una  mujer  débil;  si 
se  quiere  decir  lo  que  es  y  no  lo  que  debe  ser,  puesto  que  la  naturale- 
za tiene  leyes  que  pocas  veces  han  podido  contrariarse,  entonces  bus- 
ques* el  heroísmo,  más  cuando  todo  el  drama  es  una  ficción;  ¿qué  mu- 
jer será  más  magnánima  ante  la  sociedad  que  la  que  sabe  dominar  sus 
pasiones,  guardarlas  en  secreto,  y  que  se  esfuerza  por  amortiguarlas?  Si 
el  Sr.  Tovar  hubiera  esoojido  para  su  heroína  un  carácter  tal  como  lo 
desciframos,  habría  tenido  una  concepción  felicísima.  Es  preciso  no 
echar  en  olvido  que  el  fin  del  teatro  es  moralizar,  y  esto  no  se  con- 
seguirá dando  lecciones  como  la  que  nos  presenta  Sofía.  Si  en  el  mo- 
mento en  que  esta  mujer  mostraba  deseos  de  ser  madre,  y  serlo  4e 
un  modo  ilícito,  hubiéramos  podido  dirigir  nuestra  vista  á  todos  los 
palcos  donde  multitud  de  jóvenes -pudorosas  presenciaban  la  repre- 
sentación, habríamos  sorprendido  en  ellas  un  gesto  de  indignación  y 
un  tinte  de  carmín  en  sus  mejillas.  A  Sofía,  que  es  desgraciada,  debió 
el  autor  hacerla  amar  de  los  espectadores,  para  que  sintieran  con  ella 
el  peso  del  infortunio;  más  no  sucede  así,  por  que  Sofía  es  una  mu- 
ier  como  hay  tantas,  que  llevada  de  sus  pasiones,  alguna  vez  toca 
los  límites  del  cinismo.  No  puede  infundir  compasión  siquiera  quien 
con  sus  vulgares   descarríos  ha   he  hecho   su  desventura.    El  corazón 


123 

huinano,  por  pervertido  que  esté,  cuando  ama  verdaderamente  á  nna 
mujer,  cuando  le  simpatiza  en  alto  grado,  su  primer  y  natural  deseo 
es  que  sea  virtuosa;  y  si  una  acción  insignificante  contradice  esta  es- 
peranza, desciende  la  estimación  que  por  ella  se  concibiera. 

María  es  de  todos  los  personajes  del  drama,  la  que  está  mejor  ca- 
racterizada; virtuosa/,  amable,  humilde,  sensata;  hé  aquí  las  cualidades 
que  la  hacen  interesante  á  nuestros  ojos;  ella  oculta  las  debilidades  de 
Sofía  con  la  esperanza  de  que  vuelva  sobre  sus  pasos,  y  por  no  amar- 
gar loa  días  de  su  padre;  comprende  que  las  bellas  cualidades  no  son 
inherentes  al  nacimiento  ilustre,  sino  á  la  buena  educación  y  á  los 
sentimieatos  que  por  naturaleza  son  nobles;  por  eso  cuando  se  le  echa 
en  cara  que  su  madre  era  humilde,  hace  inclinar  la  frente  de  Sofía  con 
estas  palabras;  »»pero  valía  mucho  más  que  voz.u  t 

En  resumen,  la  pieza  nos  enseña  que  los  conservadores  aman  por 
interés;  que  el  marido  celoso  hace  bien  en  desconfiar  de  la  fidelidad  de 
su  mujer,  y  que  quien  tenga  el  defecto  de  hablar  dormida,  descubrirá 
sus  deslices;  nos  enseña  también  que  quien  ame  á  xv?.a.  mujer  casada  y 
ésta  no  quiera  seguirle,  debe  suicidarse  como  D.Leonardo;  sobre  todo, 
quedan  entendidos  los  amantes  de  que  deben  ser  cautos  para  no  ser 
víctimas  á  cada  paso  de  las  sorpresas. 

El  Sr.  Tovar  habría  acertado  si  en  vez  de  "Zas  Glorias  del  Dolor» 
hubiera  nominado  su  drama:  uLa  gloria  de  las  sorpresas,  «t 

Ha  ensayado  un  pensamiento  filosófico  en  lo  que  se  ha  querido 
llamar  impropiamente  escuela  realista.  El  realismo  descarnado  y  no" 
embellecido  no  lo. acepta  para  el  teatro  una  sociedad  moralizada. 

Al  levantarse  el  telón  la  concurrencia  se  puso  de  pié  porque  estaba 
al  frente  el  busto  dei  General  Zaragoza;  un  coro  de  niñas  le  circun- 
daba, y  con  trinos  angelicales  tributaban  alabanzas  al  vencedor  del 
5  de  Mayo. 

Se  cantó  también  el  himno  "La  ira  popular,»  cuya  letra  y  música 
es  del  Sr.  Tovar.  En  él  encontramos  esta  estrofa: 

Levantad  vuestra  voz  vigorosa  . 
Y  lanzad  un  tremendo  ¡mal  haya! 
A  la  raza  que  allá  en  Tacubaya 
'  '        '  A  los  libres  gozó  en  inmolar. 

La  música,  si  no  es  un  plagio,  si  es  una  imitación  servil  de  la  Mar- 
sellesa:  en  esta  vez  el  público  fué  muy  indulgente,  pues  no  lanzó  un 
tremendo  ¡mal  haya!  como  sucedió  la  primera  vez  al  oir  La  ira  popular. 

Lá  niña  Garfias  ha  sido  la  predilecta  del  público,  porque  admira  su 
precoz  talento  en  la  música;  aunque  su  dedicación  no  ha  sido  el  canto, 
se  prestó  en  esta  vez  á  cautar  el  himno  cuya  música  se  había  compuesto 
expresamente  para  esta  función.  Ojalá  y  otra  vez  tengamos  el  gu3to 
de  oír  su  voz,  de  admirar  su  habilidad  en  pulsar  el  piano  y  de  aplau- 
dir sus  brillantes  producciones.  Por  ahora  nos  limitamos  en  dedicarle 
estas  líneas  como  demostración  sincera  de  nuestra  simpatía. 


124 


LA  TRAGEDIA  ITAU ANA. 


XQAH1EI    llllE  fftlf*!  M^FIEIiliM 


Después  de  haberse  ausentado  lo  ópera  bofa,  sólo  podemos  hablar 
de  la  Compañía  trágica  que  da  sus  fundónos  en  el  Teatro   Principal. 

Bajo  muy  desconsoladores  auspicios  arriba  á  nuestro  suelo  la  Com- 
pañía italiana,  que,  bajo  la  dirección  de  la  Sra.  Tessero,  noá  ha  ofreci- 
do el  obsequio  de  algunas  funciones;  hay  que  luchar  con  varios  ele- 
mentos que  pueden  ser  contrarios  a  la.  empresa;  estos  son,  la  época  de 
ayunos  y  disciplina,  de  abstención  y  de  recogimiento  en  que  de  año 
en  año*  entra  una  parte  considerable  de  nuestra  sociedad;  el  cansancio 
de  espectáculos  teatrales  en  la  temporada  que  ha  pasado;  l&s  distrac- 
ciones de  otro  género  que  existen;  el  idioma  en  que  las  representacio- 
nes se  hacen,  casi  desconocido  en  México;  y,  más  qne  todo,  la  clase  de 
obras,  ó  mas  bien  dicho,  el  género  en  que  tienen  que  trabajar  los  acto- 
res, sin  que  les  sea  posible  hacer  variados  los  espectáculos. 

Si  tratáramos  de  explotar  nuestro  gusto;  si  pudiéramos  transmitir  1 
nuestras  predilecciones  teatrales  á  una  sociedad  tan  culta  como  la  dej 
México,  desde  luego  obtendría  una  acogida  soberbia  la  Compañía  THU 
gica  italiana,  y  nada  habría  que  pudiera  eclipsar  sus  glorias  y  sus  tra- 
diciones; pero  hay  que  luchar  con  el  gusto  que  anima  á  la  poca  concu- 
rrencia moderna,  y  aun  los  usos  y  el  agrado  de  la  antigüedad  nos  di- 
cen que,  fuera  de  la  escuela  trágica  todo  es  pequeño. 

Generalmente  se  ha  reconocido  y  confesado  que  tanto  en  la  litera- 
tura teatral,  como  en  la  interpretación  artística,  los  griegos  pronun- 
ciaron la  última  palabra,  y  en  cuanto  á  genio  y  perfección  nadie  has- 
ta hoy  ha  llegado,  no  diremos  á  superar,  pero  ni  á  asemejarse  en  algo  á 
las  grandes  tragedias  y  comedias  que,  después  de  tres  milanos,  nos 
envían  sus  resplandores  cotoo  ese  sol  que  no  se  apaga.  Shaskespeare, 
cuyo  genio  gigante  admiró  al  mundo  y  le  admira  todavía,  es  el  que 
más  se  ha  acercado    á  aquellos  griegos:  los  actores   trágicos  escasean, 


125 

ya  sea  porque  los  modelos  perfectos  escasean  también,  y  habría  que 
crear  y  formar  nuevos  actores  y  educar  á.un  público  que  las  admirara 
ó  bien  que  la  poca  estimación  que  el  mundo,  con  raras  excepciones,  ha- 
ce de  ese  arte,  no  prepara  el  estímulo.  Raro  y  extraño  sería  que  los 
trabajos  de  la  nueva  Compañía  fueran  recibido»  y  compensados  con  el 
entusiasmo  y  el  ardimiento  tjue  merecen- 
No  hay  que  culpar  á  nuestra  sociedad;  ella  se  decide  por  protejer 
ciertos  espectáculo^  que  no  carecen  de  belleza,  que  le  son  más  familia- 
res y  cuyas  emociones  son  agradables  al  corazóu,  al  raciocinio  y  hasta 
al  oído;  pero  abundan  también  en  México  personas  de  buen  gusto  y 
de  buen  criterio  que  sólo  concurren  al  teatro  cuando  van  admirar  la 
perfección  del  arte  y  á  deslumhrarse  con  los  brillos  del  verdadero  ge- 
nio en  la  literatura.  Desgraciadamente  la  mayor  parte  de  nuestro  pú- 
blico no  ve  en  el  teatro  otra  cosa  que  el  lugar  donde  puede  pasar  dos 
horas  de  la  noche  sin  fastidiarse,  y  poeo  lo  preocupa  que  sus  emociones 
sean  ocasionadas  por  la  risa,  por  el  enternecimiento,  ó  por  esos  toques 
eléctricos  al  corazón  con  que  los  filósofos  y  los  poetas  conmueven 
nuestras  fibras.  Nosotros  tenemos  esperanza  de  que  el  público  haga  de 
la  tragedia  su  diversión  favorita  en  lo  futuro,  pues  al  venir  á  México 
en  otros  tiempos  la  Ristori  y  Valero,  han  sembrado  la  semilla,  han 
difundido  el  buen  gusta  por  esos  espectáculos  trágicos;  ese  nuevo  filón 
se  explota  y  toma  creces  cada  día. 

La  obra  de  que  vamos  á  oeuparnon,  se  presta  muy  bien,  por  su 
estructura,  por  su  entonación  y  sm  filosofía,  para  juzgarla  desfa- 
vorablemente. Ella  no  esiá  amoldada  á  las  prescripciones  de  la  es- 
cuela clásica,  y  su  autor,  en  vez  de  buscar  para  sí  los  lauros  inmorta- 
les de  la  posteridad,  solo  forja  las  hojas  y  las  florea  para  coronar  á 
los  artistas  de  gran  talento;  ellos,  en  su  calidad  de  intérpretes,  no 
pueden  crear,  porque  ese  don  es  exclusivo  del  genio;  por  eso  vemos 
que  se  apoderan  de  un  personaje  como  Isabel  ó  como  María  Antonie- 
ta,  sin  guardar  las  unidades,  sin  respetar  los  preceptos;  esas  obras  no 
tendrán  más  vida  que  la  que  les  quieran  dar  los  artistas  para  quienes 
fueron  escritas.  En  la  tragedia  Isabel,  hay  incidentes  innecesarios 
é  inverosímiles  para,  la  marcha  de  la  acción  y  para  el  desenlace  de  la 
trama,  .  que  en  nada  contribuyen  á  realzar  la»  escenas  ni  á  dar  inte- 
rés creciente  á  la  acción.  Tal  es  la  introducción  en  la  trama  de 
María  Lambrun,  personaje  puramente  episódico,  sin  más  objeto  que  ma- 
nifestar que  aquella  reina  activa  era  capaz  de  actos  generosos  y  mag- 
nánimos. Para  dar  esta  pincelada  maestra  al  retrato  de  Isabel,  no  era 
preciso,  indispensable,  incurrir  en.  un  defecto  tanjnarcado,  cuando  pu- 
do caracterizarse  eon  una  simple  relación.  £1  objeto  es  hacer  odiosa 
á  Isabel,  y  por  eso  se  han  escogido  sus  áom  episodios  únicos  reproba- 
dos; la  muerte  de  María  Estuardo  y  la  de  el  Conde  de  Essex. 

Dos  son  en  nuestro  concepto  las  principales  figuras  que  se  destacan 
de  ese  cuadro,  tanto  en  la  obra  literaria»  como  en  la  representación; 
esta,»  sqn  Isabel,  Roberto  D'Ebreux;  á  ellos-  concretaremos  nuestro 


126 

estudio,  tanto  por  no  hacer  demasiado  extensa  nuestra  revista,  co- 
mo para  poder  juzgar  en  otras  obras  á  las  actrices  y  á  los  actores  en 
la  esfera  de  la  aptitud. 

La  presentación  de  Shaskespeare  en  el  drama;  la  pretensión  de 
Leiuster,  no  enlazan  ningún  acontecimiento  para  el  desarrollo  de  la 
acción,  y  aunque  el  público  aplaudió  la  escena  en  que  dicta  la  reina 
á  la  vez,  en  trozos  diversos,  dos  comunicaciones,  la  una  suave  y  pru- 
dente, para  pagar  las  deudas  de  Shaskespeare,  y  la  otra  con  la  ento- 
nación de  la  cólera,  para  castigar  á  Leiuster,  nosotros  no  experimen- 
tamos ninguna  emoción.  No  puede  ser  natural  que  una  reina  coléri- 
ca ó  calmada  haga  una  comedia  ante  su  corte;  ó  la  dulzura  ó  el  arre- 
bato, pero  uno  sólo  de  estos  afectos  es  el  que  admite  tal  situación  pa- 
ra no  dar  un  colorido  de  violencia  y  de  exagerado  forzamiento  á  la 
escena. 

La  escena  IV  del  2  °  acto,  cuando  la  reina  firma  la  sentencia  de 
muerte  da  María  Estuardo,  ha  sido  hábilmente  marcada  por  la  Sra.  Tes- 
sero;  al  retirarse  preocupada,  vacilante,  manifestaba,  con  mudo  dolor,  la 
lucha  interior  de  que  estaba  poseída;  el  público,  afectado,  prorrumpió  en 
aplausos  estrepitosos.  Más  al  declarar  la  guerra  á  Felipe  II,  al  desa- 
fiar al  rey  más  temido  de  la  tierra,  sin  intimidarse  por  la  armada  que 
se  llamó  la  Invencible,  no  obstante  la  pequeña  flota  que  debía  opo- 
nérsele, es  cuando  se  presenta  esa  reina  cruel  y  sanguinaria,  con  to- 
da la  majestad  de  su  entereza  y  con  la  energía  de  su  carácter. 

La  noticia,  de  la  derrota  de  la  armada  de  Felipe  II,  el  acto  de  las 
recompensas  á  los  héroes  victoriosos,  es  lo  más  interesante  de  esta 
tragedia,  por  que  es  también  el  acontecimiento  más  grandioso  del  rei- 
nado de  esa  mujer,  que  tanto  influyó  en  los  destinos  del  mundo  cató- 
lico; asistíamos  iitentalmente  .al  palacio  de  Windsor  para  escuchar  en 
Isabel  los  cantos  de  victoria,  y  luego  al  Escorial  para  presenciar 
las  palabras  de  resignación  del  rey  de  España:  nLa  tempestad  y  no 
las  naves  inglesas  destruyeron  á  la  invencible  armada;  he  mandado  mÍ3 
buques  .contra  el  poder  de  Isabel,  no  contra  el  poder  de  Dios... 

Isabel  no  premia  a  Roberto  por  sus  victorias  ante  las  murallas  de 
Cádiz,  le  hiere  en  el  rostro,  y  el  Conde  de  Essex  indignado  y  amena- 
zante toca  el  puño  de  su  espada;  la  reina  le  manda  aprehender,  sobre- 
poniéndose como  reina  á  sus  pasiones  de  mujer.  Roberto  reconoce  su 
extravío  sin  pronunciar  una  palabra.  El  Sr.  Biagi,  eon  la  expresión 
de  la  mímica,  con  la  energía  de  sus  acciones,  con  la  contracción  de  sus 
músculos  nos  manifiesta  su  arrepentimiento  tardío.  Este  rasgo  en  el 
actor,  tan  sentido,  tan  insinuante,  tan  expresivo,  arrancó  nutridos  a- 
plausos.  Allí  reveló  sus  grandes  dotes  artísticas,  y  los  arranques  de  las 
pasiones  tan  encontradas  que  en  aquel  momento  agitaban  su  al- 
ma. 

El  noble  celo,  el  resentimiento,  la  indignación,  el  arrebato,  el  arre- 
pentimiento  todos  estos  afectos  fueron   manifestados  con   los 

cambios   de  fisonomía;  el  conde  de  Essex,  siempre  grande  y  magna- 


127 

nimo,  no  temió  descender  del  pedestal  de  su  privanza,  y  rompió  su  es- 
pada que  arroje  á  los  pies  de  Isabel. 

La  conclusión  del  acto  4°^  es  el  despecho  de  Isabel;  sus  arrebatos 
el  grito  de  su  arrepentimiento;  aquí  la  actriz  con  grito  imperioso  despi- 
de k  su  corte  para  entregarse  á  sus  reflexiones,  frente  á  frente  de  Dios 
y  de  sus  remordimientos.  La  actitud  de  la  Sra.  Tessero,  su  entonación 
robusta,  manifestó  muy  al  vivo  las  emociones  de  una  mujer  que  sostie- 
ne una  lucha  cruenta  «ntre  su  orgullo  herido  y  su  amor  lastimado.  El 
telón  no  uayó  con  la  oportunidad  y  prontitud  que  debiera,  para  ocul- 
tar aquella  escena  en  que  la  actriz  tiene  qué  quedar  inmóvil  como  si 
fuera  una  estatua;  la  estética  halaga  nuestta  vista,  pero  al  pronunciar 
la  última  palabra  se  nos  presenta  la  realidad;  presumimos  que  la  rei- 
na Isabel  no  ha  de  haber  quedado  en  actitud  académica,  despidiendo 
á  su  corte  con  la  mano  levantada  por  algunos  minutos.  Somos  nimios 
aún  en  estos  detalles,  porque  hay  hasta  necesidad  de  que  $1  telón 
venga  á  cubrir  una  escena  arrebatadora,  para  que  esta  continúe  en  la 
fantasía  y  tenga  su  complemento. 

Tales  rasgos,  hasta  cierto  punto  superficiales,  no  pueden  sino  reve- 
larnos algunos  datos  de  la  Sra.  Tessero  como  trágica,  pero  viene  el  ac- 
to último  que  es  el  de  la  catástrofe.  En  la  escena  III  cuando  Isabel 
cae  en  su  lecho,  víctima  de  un  vértigo  que  le  inspiran  sus  remordi- 
mientos, y  agoviada  por  la  agonía,  fué  interpretada  muy  bien  y  con 
naturalidad;  pero  los  arranques  del  terror  al  reconocer  al  hijo  de  Ma- 
ría Estuadp,  que  rayaba  en  delirio,  ha  sido  en  nuestro  concepto  el  ras- 
go más  prominente  en  esa  representación;  el  público  experimentó  las 
emociones  que  la  actriz  se  propuso  despertar  en  su  auditorio. 

La  agonía  de  la  protagonista,  esa  lucha  entre  la  vida  y  la  muerte,  ese 
deseo  de  reinar  y  de  no  desprenderse  de  su  corona  mientras  el  soplo 
de  la  muerte  no  empañe  sus  pupilas,  caracterizan  perfectamente  á  la 
mujer  altiva,  á  la  hija  de  Enrique  VIII  y  Ana  Bolena^  que  tuvo  remor- 
dimientos por  sus  crueldades;  pero  que' sus  instintos  celosos  no  per- 
donaron ni  al  hombre  que  logró  hacer -palpitar  su  corazón  con  los 
dulces  afectos  del  amor. 

Hasta  hoy  nos  ha  revelado  la  compañía  italiana  su  aptitud  para 
sostener  con  interés  aquéllas  tragedias,  cuyas  representaciones  nos  tie- 
ne anunciadas,  y  los  dramas  sociales  que  el  mundo  admira  como  las 
producciones  filosóficas  de  Sardou.  Creemos  experimentar  profundas 
impresiones,  y  aún  creemos  que  el  público,  poco  afecto  á  sufrir  esos 
golpes  eléctricos  que  dan  á  nuestro  corazón  las  escenas  trágicas,  con- 
currirá gustoso  á  ser  admirador  entusiasta  de  la  Sra.  Tessero  y  del 
Sr.  Biagi,   héroes  en  la  fiesta  que  helios  anunciado. 

Isabel  de  Inglaterra  es  un  drama  de  Jacometti  que  tiene  un  fin  pre- 
meditado^cual  es  la  de  hacer  propaganda  de  odios  hacia  la  heroína. 
Véamoslo  como  una  San  Bartolomé  teatral  de  estos  tiempos.  Nada 
vale  como  obra  dramática;  no  tendrá  más  vida  que  el  que  le  quieran 
darlos  trágicos  italianos. 


128 


Escribimos  nuestras  revistas  sólo  bajo  las  iuflpimoioaes  momentá- 
neas que  nos  causan  algunas  obras  que  vemos  puestas  en  escena. 
Pocas,  muy  pocas  conocemos,  y  aún  muchas  de  ellas,  juagadas  ya 
por  la  sociedad  de  México,  son  para  nosotros  una  novedad.  El  reper- 
torio que  está  anunciado  nos  ofrece  obras  nuevas  que  han  sido  aplau- 
didas, y  que  han  granjeado  renombre  á  sus  autores;  entre  estos  des- 
cuellan los  dramas  de  Sardou,  escritor  francés»  que  siguiendo  una  es- 
cuela que  podríamos  llamar  filosófica^,  busca  las  faltas  y  los  vicios  de 
la  sociedad,  para  dar  una  lección  misal;  con  frecuencia,  la  fantasía 
forja  sus  tramas,  pero  cIIas  están  tejidas  con  el  ovillo  que  se  llama 
realismo;  aunque  intrincado  su  argumento  por  los.  accidentes  escéni- 
cos, sus  resortes  principales  son  sencillos,  naturales,  enmarañados  ce* 
interés  y  claridad,  y  desenvueltos  sin  violencia  y  con  maestría. 

La  obra  de  que  nos  ocupamos  se  encuentra  en  este  capo.  Como  fin 
filosófico  y  social,  tiene  el  espionaje,,  introducido»  en  el  hogar:  como 
moral  el  castigo  de  los  malvados;  como  ameno,  el  dialogo  animado; 
como  estética,  los  retratos  y  el  carácter  de  sus  personajes  siempre  va- 
riados, copias  fieles  del  natunl;  los  contrastee  se  ven  á>  cada  escena- 
graciosas  caricaturas,  y  almas  elevadas  por  el  sentimiento  y  la  virtud^ 
diálogos  chispeantes  donde^  para  más  acomodar  la  verdad  social,  jue- 
ga el  gracejo  en  escenas  íntimas,  con  preciosos  equívocos  que  nos  de- 
deleitan,  y  donde  brilla  el  talento  del  autor  y  Jas  dotes  de  los  artistas. 
Un  retrato,  una  carta  y  un  perfume,  son  los  resortes,  de  esta  obra,  li- 
na mujer  que  intriga  por  los  celos;  un  agiotista  que  especula  y  que  es 
poseedor  ski  saberlo ae  misteriosa, carta;  un  amigo  que  llenándolos 
deberes  de  tai,  todo  lo  analiza  congelo  perspicaz  por  casual  accidente,, 
y  siguiend*  el  hito  de  Ariadna,  llega  en  tal  laberinto  al  foco  de  las 
intrigas.  ¿Puede  exigirse  más  en  un  plan  tan  sencillo  en  su  acción,  tas 
filosófico,  en  sus  pormenores,  natural  en  sus  incidentes,  y  moral  en  su 
co»ju#iAol 
Oi>Basde.es¿aiiafcuit»feaano  pueden  menos  cte  halagar  el  guato  de  una 
sociedad  caaaada*  un  oonjunto  de  artistas  estudiosos  que  se  poseen 
de. wwBespectiifoa  papeles  pana  interpretará. sus  personajes  con  nata- 


12» 

ralidad,  con  un  sentimiento  fisiológico,  no  puede  menos  que  distraer  el 
interés  en  un  público  somnoliento  y,  lo  diremos  de  una  vfez  por  todas, 
difícil  de  contentar.  * 

Nosotros  habíamos  pronosticado  qpa  no  podría  da?  variedad  á  los 
espectáculos  una  compañía  que,  siguiendo  sus  trágicas  tradiceiones, 
habría  de  buscar  sólo  Jas  situaciones  más  sublimes  del  terror:  pero  nos 
hemos  engañado;  esas  piezas  realistas  de  la  escuela  francesa,  tienen 
personajes  graciosos  que  nos  deleitan  con  sus  excentricidades,  y  que 
divagan  de  las  impresiones  que  nos  causa  la  ternura,  cuando  ella  va 
&  derramarse  en  nuestro  corazón;  no  es  la  gracia  llevada  al  extremo 
de  arrancarnos  una  extentórea  carcajada,  sino  el  ático  gracejo  que  nos 
arranca  una  ligera  sonrisa.  ¿Quién  no  se  deleita  con  el  modo  de  de- 
cir de  la  simpática  Sra.  Bonafine,  al  representar  el  papel  de  la  prin- 
cesa Bariatini?  ella,  parlanchína,  *  ligera,  coquetonp,  anima  su  círculo 
con  sus  agudezas  y  su  inagotable  charlatanería.  Su  físico  gracioso, 
su  voz,  su  mirar,  su  gesticulación,  son  mny  propios  para  desempeñar 
esos  caracteres  frivolos.  En  esta  noche  fue  nuestra  delicia;  su  carica- 
tura la  estamos  constantemente  recordando  y  aun  á  veces  sonriendo- 
nos  á  solas  como  idio no,  como  inocentea     La  preciosa  Diligen- 

ti,  protagonista  de  este  enredo  que  enmarañaron  sus  intrigas,  realzan- 
do hasta  un  grado  heroico  su  carácter  de  mujer  herida  por  los  celos, 
al  fin  es  vendida  por  su  imprevisión,  y  confesa  por  su  liviandad;  ¿qué 
podría  hacer  mejor  en  el  desempeño  de  este  drama  la  actriz  de  más 
claro  talento? 

En  otras  representaciones  habría  determinados  acto* es  interpretan- 
do con  clarísimo  ingenio  personajes  que  se  les  confiaran,  pero  dudamos 
que  puedan  presentarse  escena*  tan  variadas  y  otras  tan  estériles,  en 
que  los  actores  hayan  sido  muy  felices  para  sacar  partido  de  situa- 
cionns  lánguidas;  en  algunas,  no  es  el  ingenio  del  autor  el  que  brilla; 
es  el  talento  del  actor  ^ue  interpreta,  que,  crea*  por  decirlo  así,  belle- 
zas fisiológicas,  con  una  mirada,  con  un  gesto,  con  un  extremeoinriento 
natural,  que  nos  revela  un  estudio  profundo  de  la  situación,  de  1»  i- 
dea  del  autor,  y  hasta  del  conocimiento  del  Corazón  humano;  todo 
esto  para  no  deslizarse  en  lo  ridículo  al  tocar  loé  límites  de  lo  su- 
blime. La  escena  X  del  tercer  acto,  aquel  diálogo  tan  vivo,  tan  animado, 
en  que  cada  uno  sostiene  distintos  afectos  entre  Favrolle  Tekli  y  An 
drés,  no  tiene  competidores,  ni  puede  hacerse  con  más  perfección;  la 
convicción  de  Tekli  de  que  de  aquella  familia  ha  salido  el  retrato 
que  ocasionara  su  prisión,  aquella  sorpresa  de  verse  amenazado  por* 
un  duelo:  algunas  veces  su  confusión!  sus  temores;  ¡oh!  todas  estas  a- 
feccionos  pasaban  por  su  fisonomía  con  tal  naturalidad,  que  veíamos 
afilarse  su  nariz,  brillar  sus  ojos,  temblar  sus  labios  sin  mostrar  es- 
fuerzo ni  artificio;  y  hasta  su  acento  percibíamos  para  hacer  com- 
prender que  no  era  un  iluso  ó  un  engañado 

Aquí  ha  tocado  el  arte  lo  más  delicado  de  la  perfección;  nosotros 
no  hemos  visto  nada  más  natural,  más  dramático  que  esta  escena; 
aquel   grupo  de  Talli,  Rosaspina,  Diligenti,  pasaba  en  esos  momen- 


130 

tos  por  la  calificación  mas  austera,  y  se  declaraba  por  unanimidad 
que  aquellos  artistas  lo  eran  en  grado  eminente:  generalmente  se  con- 
fesaba que  la  compañía  es  compuesta  de  personas  notables  en  el  arte, 
y  qne  ese  cuadro  es  superior  á  cuantos  se  han  visto  en  México.  Rés- 
tanos sólo  decir,  que  el  Sr.  Bértini  nos  caracterizó  con  maestría  al  e- 
namorado  ligero,  y  al   agiotista  despechado. 

Para  nuestro  gusto,  para  cautivar  nuestra  admiración  y  nuestro 
entusiasmo  en  esta  noche,  han  sido  la  Sra.  Bonafini,  y  los  Sres.  Ro- 
saspina  y  Talli.  Ojalá  en  esta  vez  no  hagamos  un  quid  pro  quo  con 
estos  nombres,  como  parece  nos  sucedió  en  nuestra  anterior  revista 
con  el  Sr.  Diligenti. 

El  público  está  ya  definitivamente  resuelto  en  sus  apreciaciones, 
por  cierto  bien  favorables  y  merecidas  hacia  toda  la  compañía;  el 
crédito  de  ella  ha  subido  ya  hasta  el  grado  del  entusiasmo,  y  desde  lue- 
go auguramos  una  favorable  acogida,  y  un  resultado  laudable;  de  a- 
quí  para  adelante,  la  concurrencia,  lo  esperamos,  será  más  numerosa; 
sinceros  y  generales  los  aplausos,  y  mas  positiva  la  protección  á  tan 
simpáticos  actores. 

La  Sra.  Tessero  es,  como  la  figura  más  prominente,  la  que  e3tá  en  la 
actualidad  á  discusión;  no  se  duda  de  su  mérito;  no  se  le  niegan  sus 
dotes,  pero  como  es  natural,  se  juzga  por  comparación  con  la  Sra. 
Ristori.  Nosotros  no  hemos  podido  ni  hemos  querido  hacer  tal  com- 
paración; juzgamos  únicamente  del  mérito  de  la  artista  por  ,\as  emo- 
ciones que  nos  causa  en  situaciones  dramáticas,  que  requieren  cono- 
cimiento de  la  escena  y  la  facultad  de  mover  nuestros  afectos. 

Por  elevar  la  escuela  de  nuestra  -predilección  teatral,  sentimos,  no 
sólo  placer,  sino  que  sentimos  hasta  el  más  ardiente  entusiasmo  con 
los  triunfos  de  la  compañía  trágica  italiana;  nos  asociamos  á  sus  es- 
fuerzos; nos  impresionamos  con  triste  desconsuelo,  temiendo  un  fra- 
caso; temiendo  que  no  lograran  despertar  interés  sus  trabajos  en  una 
sociedad  que  está  alucinada  por  los  triunfos  de  la  ópera  bufa.  Con 
el  anhelo  más  grande  de  ver  caer  una  venda,  hemos  preguntado  á 
nuestros  amigos:  ¿vale  más  para  el  sentimiento  una  graciosa  sonrisa, 
una  coquetería  de  la  incomparable  y  encantadora  Théo,  que  los  arran- 
ques aterradores  de  la  sublime  Tessero?  ¿es  comparable  el  encanto  que 
esparce  en  nuestro  derredor  la  realista  Princesa  Bariatini,  con  la  figura 
de  madame  Angot  y  madame  Lange? 

La  ópera  bufa  tiene  que  acabar  muy  pronto;  ella  ha  entrado  en  la 
época  de  su  decadencia;  y  aun  en  la  misma  atmósfera  de  París,  donde 
fué  creada,  se  analiza  su  enfermedad  y  se  auguran  sus  funerales. 
Nuevos  artistas  trágicos  anuncian  su  advenimiento,  con  febril  aplau- 
so, en  esa  Francia,  teatro  de  Offenbach  y  de  la  Rachel;  en  la  poética. 
Italia,  cuna  del  divino  Alfiéri  y  de  la  Ristori. 


131 


DBSFUBS  Bi  LA  Mf  1EIE 


DMA  BEL  SEftft.B, XAOTSL  J,  OTHON. 
I. 

Cada  vez  que  vemos  representar  obras  dramáticas  de  mexicanos, 
quisiéramos  escribir  como  preámbulo  á  nuestras  revistas  larguísimas 
disertaciones  sobre  la  dificultad  de  concebir  un  grandioso  pensamien- 
to, adecuarlo  á  los  límites  de  la  escena,  embellecerlo,  y,  más  que  to- 
do, encontrar  en  el  espectador  el  talón  vulnerable  para  conmoverlo, 
para  transmitirle  una  lección  moral,  y  filosófica,  adornada  coa  las  gar- 
las de  la  fantasía;  dar  con  .el  martillo  eq  el  clavo,  es  decir,  adivinar 
cuál  es  el  gusto  dominante  en  el  auditorio  que  ha  de  ser  su  juez,  cuá- 
les sus  tendencias  literarias,  hasta  las  simpatías  que  inspira  la  perso- 
nalidad del  autor.  Nada  diremos  del  ^nfo&is  con  que  fallan  los  pre- 
suntuosos; de  la  envidia  de  aquellos  que  para  escribir  sólo  cuentan  con 
la  pobreza  de  su  genio;  nada  de  los  celos  literarios,  nada  de  las 
discenciones  políticas  que  tanto  influyen  en  el  fracaso  de  una  obra; 
nada  tampoco  del  criterio  para  marcar  las  bellezas  y  los  defectos:  Só- 
lo debemos  tener  presente  que,  juzgar  como  espectador  á  quien  afee 
ta  las  emociones  fugitivas,  gratas  ó  ingratas,  no  es  lo  mismo  que  fallar 
como  crítico  que  analiza,  que  debe  aplicar  el  cartabón  de  los  severos 
preceptistas,  se^ún  la  escuela  á  que  una  obra  pertenezca,  y  luchar  en 
cada  situación  con  las  innumerables  reglas  del  arte. 

ii.  . 

El  público  va^  prevenido  á  ser  inflexible;  escudriña  desde  la  próta- 
sis  hasta  el  epílogo;  afila  el  escalpelo;  rebusca  con  la  linterna  de  su  crí- 
tica los  detalles  más  minuciosos  de  la  fábula  dramática,  y  con  el  autor 
establece  una  lucha  formidable,  un  combate  de  afectos;  aquel  repite 
los  golpes  de  ingenio  que  lo  impresionan,   cuando  éste  quiere  conmo- 


132 


verlo,  entretenerle  agradablemente,  y  habla  á  su  inteligencia  con  la 
magia  de  su  persuación,  y  al  alma  con  1*8  acordes  de  su  lira;  toca  las* 
distintas  fibras  del  corazón  del  espectador,  resistentes  á  las  emocio- 
nes, á  la  manera  que  el  pianista  toca  algunas  teclas  que  hieren  el  sen- 
timiento. 

Después  de  esa  prevención  apasionada,  hay  que  luchar  con  el 
gusto  dominante  por  alguna  de  las  do*  escuelas  reconocidas,  y  por 
otros  meteoros  luminosos  que  aspiran  á  fundar  escuelas;  hay  que  amol- 
darse con  el  género,  con  la  predilección  comparativa  del  público  noc- 
turno ó  vespertino  hacia  algún  autor  favorito  y  de  renombrada  re- 
putación europea.  No  es  extraño  en  esa  lucha  ver  formar  el  paralelo 
por  el  público  entre  el  niño  que  da  las  primeros  pasos  en  el  sendero 
de  la  gloria  y  el  atleta  de  la  literatura. 

¡Cuántas  veces  un  pensamiento  psicológico  no  es  comprendido  por 
un  grupo  de  espectadores  descontentad  izad  os,,  y  se  escapa  á  su  aná- 
lisis un  rasgo  fisiológico  revelando  con  un  destello  de  feliz  inspiración 
los  profundos  abismos  del  corazó*  humano!  Una  mirada  del  actor, 
tíha  interjección  oportuna,  una  frase  dicha  intencionalmente  en  algu- 
na situación,  denuncian  las  agitaciones£del  alma,  y  éstas  vienen  á  ser 
ol  resorte  secreto  que  no  puede,  >jue  no  debe  manifestarse  en  la  de- 
clamación. Para  el  hombre  pensador,  cada  palabra  del  poeta  y  del  fi- 
lósofo, cada  gesto  del  actor,  muestran  un  océano  invisible  de  ternura, 
de  celos,  de  desesperación  ó  de  desconfianzas. 

Téngase  presento  que;  el  escritor  dramáti  -o  cuenta  para  desarrollar 
su  plan  sólo  con  estrechos  horizontes,  tiempo  limitado  y  reglas  con- 
tradictorias; con  unos  cnantos  pliegos  de  papel,  un  público  fácil  de 
impresionarse  lijeramente  con  las  sombras  obscuras  que  produce  la 
brocha  gorda,  y  un  gusto  veleidoso  por  las  obras  escenarias;  además, 
las  preocupaciones  políticas  y  religiosas  que.  halagan  ó  censuran  sus 
pasiones,  y  la  falta  de  estimulo  de  sus  compatriotas  y  sus  contem- 
poráneos. 

IIL 

Estas  observaciones  debe  haber  tenido  presentes  el  joven  Manuel  J. 
Othon  cuando  ha  lanzado  á  la  escena  su  precioso  drama  denominado, 
"Después  de  la  Muerte.» 

Esta  obra  pertenece  por  su  forma  y  su  estructura,  al  género  realis- 
ta, á  e6e  género  moderno  que  busca  en  la  sociedad  los  vicios  y  los  crí- 
menes trascendentales  para  deducir  consecuencias  filosóficas,  de  acuer- 
do con  la  moral. 

IV. 

Una  esposa  infiel  ó  traidora  tiene  un  hijo  llamado  Román  que  no 
es  hyo  de  su  esposo;  ella  muere,  y  es  revelado  el  secreto  por  un»  cría- 


1$8 


da  ¿  la  hija  legitima,  Constelo;  y  al  hijo  espúreo  se  lo  denuncian 
cartas  encontradas  entre  loa  papeles  de  su  padre, 

Consuelo  se  casa.  Ramón  ¿recuenta  oca  eUa  un  trato  social  como 
amigo,  pero  k  solas  se  entregan  los  dos  4  una  ternura  fraternal.  En 
este  enredo  hace  bu  papel  el  Oran  Galeoto,  por  que  las  murmuracio- 
nes acusan  de  infiel  &  Consuelo»,  las  que  llegan  á  oídos  del  esposo,  me- 
diando las  asechanza»  do  dos  mujeres,  déla  alta  sociedad  española, 
Clara  y  la  Marquesa  y  de  un  vizconde  Federico  que  disputa  á  Roipán 
la  prodilección  de  su  novia. 

En  una  entrevista  en  casa  de  Consuelo^  Cirios  sorprende  á  su  con* 
sorte  en  los  brazos  de  Román  y  se  prepara  4  vengar  el  ultraje:  Con-* 
suelo  le  revela  el  secreto  de  su  madre,  y  este  satisfecho  ya,  jura  guar 
dar  la  honra  de  una  mujer  que  yace  en  la  tmnbar  por  no  infamar  su 
memoria  y  amargar  loe  días  de  su  anciana  padfre,  IX  Fernando,  sua- 
ceptibte  por  defender  su  honor. 

Esta  es  la  prótasis  del  drama  que  se  desarrolla  con  naturalidad  des- 
de las  primeras  escenas;  descubierto  el  delito,  la  exposición  está  per 
fectamente  hecha  en  acción,  y  sin  más  relato  que  la  carta  autógrafa 
de  la  madre  al  hijo, 

Consuelo  y  sn  esposo  concurren  4  on  baile  que  preparan  las  intrigas 
de  Federico,  nuevo  pretendiente  de  Clara,  que  ea  la  novia  prometida 
de  Román.  Allí  son  sorprendidas  nuevamente  loa  hermanos  en  una 
entrevista  mediante  las  arterías  de.  Federico,  que  impuka  los.  rumores 
infamantes  á  loa  dos  esposos.  Cárlaa  está»  satisfecho  de  la  inocencia  de 
Consuelo,  más  la  sociedad  ignora  loa  lazos  de  familia  que  los  une; 
el  misterio  que  les  rodea  engendra  los  nttaere»  que  corren,,  y  que  vie- 
1  nen  á  confirmarse  por  las  entrevistas  secretan  y  rebascadas  en.  puntos 
solitarios,  de  la  casa  en  que  se  dá  el  baile. 

Clara,  que  es  un  personaje  paramente  episódico,  dando  crédito  á 
los  rumores,  y  teniendo  la  evidencia  de  las  traiciones  de  su  futuro,  le 
niega  su  mano.  Aquí  concluyen  unas  relaciones  que  son  únicamente 
un  resorte  para  preparar  la  intriga  de  la  entrevista  en  el  baile  entre 
íos  dos  hermanos. 

El  padre  de  Consuelo,,  demasiado  susceptible  para  tolerar  una  man- 
cha en  el  honor,  Mere  el  rostro  de  Román,  y  ante  ese  agravio  no  cabe 
otra  solución  que  no  sea  un  duelo  á  muerte. 

El  audaz  Federico  prepara  el  sitio  dbnde  debe  verificarse  el  desafío, 
y  previa  una  carta  de  despedida  que  el  hermano  remite  á  su  herma- 
na, los  dos  adversarios  se  Daten  ataque  nadie  pudiera  impedirlo.  Ro- 
mán es  la  víctima  expiatoria,  la  víctima  inocente,  en  una  tragedia  que 
se  desarrolla  sólo*  por  las  susceptibilidades  del  amor  propio,  por  las  in- 
culpaciones, del  Oran  ffafieoto.  , 

V  r» 


t)on  Fernando  viene,  triunfante  4.  la  «cene,  mandada*  la»  mano* 
con  la  sangre  de  su  adversario;  echa  en  cara  sus  delitos  de  fiaqucea  & 


134 

Consnelo;  le  muestra  el  retrato  de  su  esposa,  ángel  de  celestial  pureza^ 
cuyas  virtudes  son  el  ejemplo  que  ha  legado  á  su  hija.  En  vano  se 
disculpa  y  pone  á  Dios  por  testigo  de  su  inocencia*  Don  Femado,  no] 
satisfecha  con  derramar  la  sangre  de  un  malvado,  llama  al  sendero 
del  honor  á  su  yerno  Carlos;  nada  puede  calmar  su  dolor  ante  el  as- 
pecto de  la  deshonra;  ni  las  protestas  de  su  hija,  ni  las  del  marido  que 
debía  estar  humillado,  ni  las  maldiciones  á  una  hija  que  ha  creído  cul: 
pable.  Carlos  le  refiere  el  misterio  de  aquella  supuesta  falta:  le  mues- 
tra como  prueba  la  carta  de  la  espoua  ya  muerta,  y  en  su  desespera- 
ción se  lanza  á  tomar  una  pistola .  para  suicidarse;  pero  Carlos  lo  ha 
previsto,  impide  el  que  se  apodere  de  la  arma  fatal,  y  entonces  cae  al 
suelo  sin  sentido. 

El  drama  concluye  con  algunas  frases  alusivas  á  la  mujer  que  de- 
linque, cuyos  males  causados  son  de  trascendencia  aun  después  de  la 
muerte. 

vi. 

A  grandes  rasgos  hemos  referido  el  argumento  de  este  drama,  en 
que  campean  con  relevante  aspiración  los  esfuerzos  del  filósofo,  mien- 
tras que  decaen  los  arrebatos  líriéos  del  poeta 

Carece  el  drama  de  esos  arranques  de  sentimentalismo,  de  sensible- 
ría con  que  deben  cubrirse  los  vadlos  de  un  argumento  estéril,  y  que 
son  la  góndola  en  que*  navegan  los'autorea  que  engalanan  sus  obras 
con  la  filigrana  de  la  poesía,  descuidando  lo  principal  en  las  compo- 
siciones teatrales,  que  es  hablar  á  la  razón,  mostrar  las  consecuencias 
del  delito,  con  la  verdad  descarnada  del  filósofo. 

VIL 

El  público  aplaudió  con  entusiasmo,  con  espontaneidad.  Nada  po- 
dríamos decir  nosotros,  débiles  cronistas  de  una  pieza  teatral,  que  no 
fuera  un  aplauso  merecido  y  una  felicitación  sincera  al  joven  Othon. 
El  público  y  sus  amigos  le  han  hecho  ovaciones  que  serán  un  estí- 
mulo para  que  siga  un  sendero  de  espinas,  á  cuyo  término  está  la  glo- 
ria y  el  renombre,  únicas  recompensas  dignas  del  verdadero  talento. 

VIII. 

Seanme^  permitidos  hacer  algunas"  observaciones  á  esta  obra,  que 
siendo  una  de  las  primeras  de  su  autor,  ño  debe  carecer  de  defectos, 
que  nosotros  no  podemos  conocer;  no  somos  críticos,  no  pretendemos 
que  se  nos  tengan  como  autoridades  en  la  literatura,  sino  únicamen- 
te amigos  que  hacemos  observaciones,  inspiradas  por  la  admiración  al 
joven  autor. 


i 


135 

Es  lamentable  que  se  haga  pasar  la  escena  en  España,  cuando  pu- 
do forjarse  la  fábula  en  México,  lo  que  habría  dado  más  interés  al; 
„  drama.  Es  necesario,  es  forzoso  nacionalizar  el  Teatro  Mexicano. 
I  Son  dos  sorpresas  y  dos  cartas  las  que  juegan  en  la  escena  como¡ 
resortes.  Los  preceptistas  de  la  escuela  clásica,  cuyos  mandatos  so 
observan  en  la  obra,  admiten  uno  sólo  de  estos  recursos  cuando  pue- 
den hacerse  uso  de  él  con  espontaneidad,  y  nacido  de  los  mismos  inci- 
dentes y  de  la  accción. 

Las  sátiras  de  Federico  contra  los  gobiernos,  congresos  y  autorida- 
des, son  recursos  de  relumbrón,  carecen  de  oportunidad,  y  manifiestan 
que  se  suscitan  intencionalmente  aplausos  fuera  de  los  merecimien- 
tos de  la  trama  y  de  la  acción.  La  obra.no  trata  de  política  ni  es  del 
género  cómico;  tal  licencia  peca  de  inoportuna  porque  dá  á  la  concepción 
del  poeta,  en  ver.  de  un  carácter  serio,  algo  parecido  á  la  caricatura. 

Las  sátiras  de  la  Marquesa  contra,  las  mujeres  casquivana*,  podrían 
aceptarse  sólo  por  mezclar  el  gracejo  como  copia  fiel  de  la  vida 
real. 

El  carácter  de  D.  Fernando  lo  creemos  exagerado;  siendo  éste  el 
protagonista,  es  el  que  debe  atraerse  las  simpatías  del  espectador;  se 
emplean  los  colores  más  subidos  de  la  paleta,  y  se  le  dá  un  tinte  de 
inverosimilitud:  inculpa  á  su  hija,  y  en  su  severidad  por  arrojarla  dé 
su  casa  como  celoso  de  su  honra,  falsea  sus  sentimientos  de  padre, 
sentimientos  que  en  todo  corazón  generoso  son  inseparables  de  Ja  in- 
dulgencia, para  con  una  hija,  aunque  se  crea  culpable:  no  hay  una  sola 
frase  que  muestre  compasión  á  la  hija  que  tíaquea.  ' 

Los  elogios  que  hace  á  la  virtud  de  su  esposa,  á  ese  ángel  de  cele»! 
tial  pureza,  prueban  su  engaño  nada  más;  pero  el  espectador,  que  es«| 
tá  en  el  secreto  del  crimen,  arroja  una  ligera  sonrisa  que  se  convierte 
en  rumor  sordo,  formando  la  caricatura  de  un  marido  que  fué  engaña- 
do; esto  hace  descender  un  tanto  cuanto  las  consideraciones  y  simpa- 
tías que  conquista  por  su  valor  y  sus  aspiraciones  £  conservar  su  ho- 
nor sin  mancilla  Los  conatos  de  suicidarse,  aun  en  momentos  de  su 
prema  desesperación,  falsean  el  carácter  de  un  hombre  prudente  y  re4 
posado;  ninguno  de  sus  actos  revela  una  enagenación  mental,  única 
causa  jmra  intentar  el  suicidio.  j 

Laf  escena  del  primer  acto  en  que  el  esposo  quiere  matar  á  $u  adver^ 
sario,  tiene  fuego,  acción  y  movimiento;  pero  Román  no  puede  soste* 
ner  la  esecena  sino  con  la  mímica,  y  hacen  falta  en  el  diálogo  algunas 
frases  que  le  proporcionen  acción  y  movimiento;  por  esta  causa  ett 
momentos  supremos,  representa  una  estatua  inmoble. 

El  carácter  de  Carlos  y  d&  Consuelo  son  simpáticos,  y  no  carecen  de 
rasgos  que  los  ascienden  hasta  el  heroísmo;  el  autor  los  hace  amar  del 
público  y  no  hay  ningún  pensamiento .  ni  concepto  que  falsee  su  ca- 
rácter. 

x. 


. 


Si  et  joven  autor  acogiere  estes  ligeras  observaciones  como  justas 


136  

ni  i  "  li  i  i        "      '  '  "     i  i 

para  meditarlas  antes  que  su  drama  se  imprima  y  represente  en  otros 
teatros,  podría  cubrir  los  pequeños  lanares  que  hemos  notado;  nues- 
tras opiniones  no  son  un  juicio  crítico;  son  los  acentos  de  la  simpatía 
arrancados  á  nuestra  pluma  por  las  ovaciones  de  que  ha  sido  objeto; 
son  un  débil  tributo  de  justicia  y  de  imparcialidad  á  su  primera  pro- 
ducción dramática. 


fUUIYJJL 


La  grande  acogida  que  esta  pieza  ha  tenido  la  noche  de  su  repre- 
sentación, nos  obliga  á  dedicarle  unas  cuantas  lineas,  pues  una  obra 
que  a  la  sencillez  de  su  argumento,  reúne  un  pensamiento  altamente 
moral  y  filosófico,  y  cuyo  desarrollo  se  hace  con  muchísimo  interés 
hasta  su  fin,  merece  una  mención  honorífica,  así  como  la  merecen  ios 
inteligentes  actores  que  la  desempeñaron  con  cuanta  perfectibilidad 
es  de  desear. 

Su)  1  i  van  es  un  actor  de  mérito,  que  ha  sabido  elevarse  hasta  la  úl- 
tima grada  de  la  gloria  artística,  y  que  ocupa,  debido  á  su  talento,  un 
lugar  muy  distinguido  en  la  alta  sociedad  inglesa;  en  esa  sociedad  aris- 
tócrata y  rigorista,  que  no  desdeña  al  talento  aunque  no  esté  repre- 
sentado en  un  hombre  de  ilustre  prosapia  y  de  fortuna  colosal.  Sulli* 
van  conoció  que  su  talento  ha  encontrado  una  admiradora  constante 
en  la  joven  Lelia,  hija  de  un  rico  comerciante,  y  siente  por  ella  una 
pasión  vehemente,  tan  grande  como  su  ambición  de  gloria,  tan  noble 
como  son  sus  sentimientos  caballerescos.  Lelía,  joven  delicada  y  bella, 
virtuosa  por  excelencia,  y  altamente  despreocupada  para  desdeñar  las 
ridiculas  exigencias  de  la  elevada  clase,  se  ha  enamorado  del  gran 
actor,  y  así  se  lo  manifiesta  á  su  padre;  éste,  queriendo  arrancar  de 
raíz  el  sentimiento  que  preocupa  á  su  hija,  propone  k  Suili van  que 
abandone  aquella  ciudad,  y  le  ofrece  una  pensión  vitalicia,  aun  más 
considerable  que  la  que  el  actor  podría  adquirir  con  su  nombre  y  su 
trabajo;  para  convencerle  le  manifiesta  que  una  joven  hermosa,  noble, 
rica  y  sensible  se  ha  enamorado  de  él,  y  que  para  hacer  que  le  olvide  pro- 
pone el  único  medio  adaptabla  El  célebre  actor, orgulloso  de  su  posición, 
ambicionando  un  renombre  artístico,  y  celoso  de  la  dignidad  de  su 
arte,  desprecia  tan  ventajosa  oferta,  y  se  compromete  á  no  dar 
creces  á  la  pasión  de  Lelia,  puesto  que  él  ama  á  una  joven  desconoci- 
da; propone  á  Mr.  Jenkins  fingir  el  papel  de  calavera,  para  que  de  es- 
te modo,  la  joven  enamorada  pierda  las  ilusiones  que  la  han  preocupa- 


i*i 


L 


137 

do;  i  este  fin,  Sullivan  concurrirá  á  la  mesa  del  rico  comerciante,  al 
lado  de  otros  personajes  que  pertenecen  á  la  distinguida  sociedad. 

Notamos  que  todos  estos  personajes  tienen  su  lado  ridiculo,  con  ex- 
cepción de  Sullivan  y  Lelia,  que  representan  el  buen  sentido;  notamos 
que  todos  son  afectos  á  mandar  á  Baco  sus  sacrificios,  inclusas  Mis  Sa- 
unders  y  Mis  Penéloppe;  y  si  hay  exactitud  en  esta  costumbre,  como  hu- 
bo propisdad  en  los  trajes,  nos  convenceremos  que  á  la  humanitaria  y 
filantrópica  sociedad  de  Iqs  bebedores  de  agua,  se  le  presenta  un  ancho 
campo  donde  hacer  sus  conquistas  bienhechoras  en  todas  las  clases  de 
la  distinguida  sociedad  inglesa. 

Con  todo  el  rigor  de  la  etiqueta  cortesana;  con  toda  la  gravedad  que 
es  característica  á  los  hijos  de  la  reina  de  los  mares,  ha  sido  presenta- 
do Sullivan  á  los  concurrentes  á  la  soireé,  más  cuando  conoce  que  Lelia 
es  la  bella  desconocida  á  quien  ama,  se  arrepiente  haber  ofrecido  á 
Jenkins  ser  indiferente  al  amor  de  su  hija;  no  obstante,  cumple  lo 
que  ofreció,  aun  á  riesgo  de  zozobrar  la  nave  de  su  amor;  puerilidad 
ridicula  para  el  que  esté  verdaderamente  enamorado,  pero  precepto 
muy  respetable  para  quien  tiene  por  norte  el  cumplimiento  exacto  de 
su  palabra;  confesamos  ingenuamente  que  nosotros  no  seríamos  capa- 
ces de  tal  heroísmo. 

Sullivan  representa  el  papel  de  ebrio,  de  jugador,  de  pendenciero,  y 
esto  con  algunos  apartes .  que  nos  manifiestan  luego  que  todo  es  fin- 
gido. Aquí  el  autor  se  propone  trasladar  una  escena  del  teatro  al 
teatro  mismo,  poner  de  manifiesto  el  talento  artístico  del  protago- 
nista, y  no  transmitir  solamente  la  noticia  de  su  celebridad  al  audito- 
rio por  medio  de  una  relación,  con  lo  cual  ha  dado  un  grande  in- 
terés, al  drama;  éste  podrá  tener  tal  cual  mérito,  sus  escenas  serán 
más  ó  menos  animadas,  pero  su  principal  interés,  confiado  está  sólo  á 
la  inteligencia  del  actor  que  representa  el  grande  actor;  es  indispen- 
sable poseer  algún  rasgo  de  ingenio  para  que  Sullivan  caracterice 
bien  á  Sullivan;  y  esto  es  tan  delicado,  tan  difícil  de  comprenderse 
y  ejecutarse,  que  la  más  leve  imprevisión,  el  más  pequeño  descui- 
do, una  palabra  dicha  fuera  de  su  lugar,  una  acción  indecorosa,  un 
chiste  de  mal  gusto,  que  degenere  en  chocarrería,  indudablemente 
haría  rodar  la  i*epresentación;  arrancaría  una  sonrisa  de  desdén  al  es- 
pectador inteligente,  y  produciría  un  efecto  contrario  al  que  el  au- 
tor y  actores  se  proponen.  Aquí  es  preciso  interrumpir  nuestro  comen- 
tario para  tributar  un  homenaje  de  admiración  al  Sr.  Morales. 

Si  hubo  naturalidad  al  desempeñar  el  papel  que  representó,  mayor 
fué  el  ingenio  empleado  para  caracterizar  al  protagonista;  lo  primero 
puede  estar  al  alcance  de  cualquier  actor  que  tenga  apenas  conoci- 
mientos muy  superficiales  de  la  escena;  más  lo  segundo,  requiere  ta- 
lento artístico,  genio  verdaderamente  cómico,  sobre  todo,  para  marcar 
con  naturalidadlastransiciones.de!  sentimiento  alo  fingido;  ha  sido  ne- 
cesario mucho  estudio  y  una  constante  dedicación,  para  no  representar 
un  ebrio  de  taberna,  un  jugador  del  vulgo  y  un  ridículo  matasiete;  la 
habilidad  "artística  consiste  en  manifestar  en  todo,  áuu  en  medio  de  los 


138 

desórdenes,  las  maneras  aristocráticas  y  andar  cuidadosamente  en 
un  terreno  tan  resbaladizo,  porque  es  un  axioma  que,  de  lo  subli- 
me á  lo  ridículo  sólo  hay  un  paso.  Para  que  la  joven  apasionada  su- 
friera una  metamorfosis,  y  se  haya  visto  obligada  á  despedir  de  su 
casa,  á  impulsos  de  la  indignación,  al  hombre  que  tanto  había  domina- 
do su  afecto,  era  necesario  un  contraste  de  magnitud,  porque  no  se 
trata  sólo  de  desagradar  á  una  bella,  sino  de  agradar  á  otras  muchas 
que  de  los  palcos  presencian  la  representación. 

El  pobre  Sullivan,  desesperado,  do  fingir  un  papel  tan  humillante  á 
los  ojos  de  su  amada,  arrepentido  de  haber  ochado  una  mancha  en 
los  timbres  de  su  gloría  artística,  resuelve  abandonar  el  teatro;  pero 
he  aquí  que  el  quisquilloso  de  Federico  Dumple,  que  también  hace  la 
corte  á  la  sensata  Lelia,  fen  un  momento  de  alegría  alcohólica,  le 
descubre  que  todo  ha  sido  fingido,  que  el  gran  actor  es  enemigo  de  la 
intemperancia,  como  lo  es  de  todos  los  vicios,  y  la  joven  vuelve  á  re- 
cobrar la  simpatía  que  supo  inspirar  en  su  alma:  quiere  impedir  un 
duelo  entre  Sullivan  y  otro  personaje,  y  deserta  de  la  casa  paterna;  va 
á  la  de  su  amado,  y  allí  es  sorprendida  por  su  padre:  este  se  persuade 
que  el  actor  enamorado  es  un  grande  hombre,  á  pesar  de  su  nacimien- 
to obscuro  y  su  carrera  anti-aristocrática,  y  consiente  en  el  enlace  de 
los  dos;  descubre  también  que  el  amartelado  y  alegrito  Dumple,  ha 
convertido  su  cartera  en  álbum  do  epístolas  amorosas  de  distintas  da- 
mas, y  se  resuelve  á  dejar  sus  antiguos  proyectos  de  matrimonio. 
La  pieza  concluye,  como  todas,  con  una  boda  y  con  unas  calabazas 
que  se  dieron  al  amante  impertinente. 

La  representación  ha  sido  de  las  más  felices;  las  Sras.  Suarez  y  Gar- 
cía caracterizaron  perfectamente  k  las  señoras  de  esa  sociedad  inglesa, 
que  son  tan  adictas  al  aromático  té  y  al  ardiente  rom:  bastó  que  am- 
ba*  se  presentaran  en  la  escena,  para  que  el  público  conociera  que  a- 
quellos  tipos  tan  originales  eran  ingleses.  Los  Sres.  Castro,  Rodríguez, 
Padilla  y  Castañeda  supieron  colocarse  en  su  línea,  á  la  altura  que  de- 
mandaba su  papel:  no  diremos  más  en  bu  elogio,  pues  tributarles  a- 
plausos  que  todos  los  días  oyen,  decir  que  lo  hicieron  bien,  es  atronar 
sus  oídos  con  una  Sempiterna  cantilena  que  llegaría  á  molestarlos;  la 
aprobación  del  público  es  su  mejor  elogio. 

£1  Sr.  Morales  fué  llamado  dos  veces  á  la  escena,  J  aplaudido  con 
vehemencia.  Nosotros  -nos  congratulamos  con  que  el  estudioso  Sr. 
Morales  reciba  del  público  esas  ovaciones  afectuosas  y  significativas, 
que  son  el  preludio  de  su  gloria;  nos  place  verdaderamente  ver  desco- 
llar entre  los  mexicanos  esos  talentos  qué  han  estado  en  la  obscuridad 
por  falta  de  estímulo,  y  que  el  publico,  mexicanizdndoie  un  poco,  por 
decirlo  así,  vaya  eliminando  sus  preocupaciones  de  extrangerismo. 

Á  propósito  nos  hemos  abstenido  de  hablar  algo  de  la  Srita.  Mén- 
dez, porque  deseamos  dedicarle  un  párrafo,  y  hacerle  observar  tal 
cual  defectillo  que  notamos,  muy  disculpables  en  una  joven  que  co- 
mienza, aunque  bajo  felices  auspicios,  su  carrerra  artística*    No  diré- 


131» 

mos  que  es  una  actriz,  pues  sabemos  cuanto  puede  perjudicar  á  una 
artista  novel  grandes  elogios  inmerecidos.  No  diremos  nada  del  nom- 
bre del  protagonista,  que  unas  veces  se  pronunciaba  Súllivan,  y  otras 
Sul-ven  porque  tal  impropiedad  fué  contagiosa  á  todos  los  actores; 
pero  sí  queremos  que  haga  un  esfuerzo  pot  corregir  en  su  voz  cierta 
vibración  que  disuena  en  nuestro  oído,  cuando  en  los  pasajes  tiernos 
y  animados  tiene  que  elevarla;  notamos  un  grande  esfuerzo  para  con- 
cluir el  período,  y  el  público  sufre  la  misma  tortura  que  la  joven  ac- 
triz; esto  fácilmente  se  remediará  con  que  la  voz  vaya  subiendo  gra- 
dualmente, para  que  k  la  conclusión,  aquella  sea  sonora,  llena  y  expre 
siva.  Por  lo  demás,  él  público  la  recibe  con  aprecio,  le  agradan  sus 
graciosas  muequecillas  y  la  aplaude  con  justicia.  La  graciosa  señori- 
ta Méndez,  gentil  florecilla  del  teatro  mexicano,  es  un  botón  que  pron- 
to se  abrirá  á  la  lnz  de  la  mañana,  para  embalsamar  con  su  fragan- 
cia el  aire  de  su  patria;  ojalá  que  nosotros  podamos  contribuir  á  for- 
mar la  corona  con  que  las  bellas  artes  premien  algún  día  su  solicitud 
y  su  talento. 

Observamos  que  la  concurrencia  al  teatro  esta  vez,  fué  más  nume- 
rosa que  de  ordinario,  y  esto  lo  creemos  dé  bqen  augurio,  porque  tal 
vez  la  actual  compañía  dramática  logrará  levantar  la  escena  de  la  de- 
cadencia en  que  se  encuentra.  Un  desempeño  eficaz  en  las  piezas,  y 
una  acertada  elección  en  estas,  creemos  será  suficiente  para  conseguir- 
lo; sobre  todo,  que  haya  variedad  en  los  espectáculos;  que  no  se  pon- 
gan en  escena  solo  comedias  de  costumbres  que  nos  hagan  reír,  porque 
el  corazón  humano  es  veleidoso  y  quiere^jue  se  muevan  todos  sus 
afectos.  Si  á  un  goloso,  dice  Gorostiza,  se  le  dieran  huevos  moles  en 
el  almuerzo,  huevos  moles  en  la  comida,  huevos  moles  en  la  cena  y  en 
fin,  huevos  moles  á  todas  horas,  ¿no  renegaría  de  las  gallinas  que  lqp 
pusieron  y  las  manos  que  los  batieron? 

La  Compañía  dramática,  en  su  escasez  de  gobras,  recurre  á  un 
artificio  ingenioso  por  demás,  cual  es  el  de  anunciarnos  que  son  come- 
dias de  costumbres  algunos  dramas  como  "D.  Francisco  de  Quevcdon 
y  "Las  Aves  de  paso.»  Esto  proviene  de  que  hay  la  preocupación  de- 
masiado vulgar,  de  que  al  público  no  gusta  conmoverse  á  la  vista  de 
un  espectáculo  triste;  decimos  que  es  una  preocupación,  porque  á  ese 
mismo  público  que  ríe  y  aplaude  en  una  pieza  de  Bretón,  le  es  grato 
conmoverse  en  los  tiernísimos  pasajes  de  "Medea,n  «Norman  y  "Favo- 
rita,» y  nunca  ha  pedido  que  se  ponga  sólo  en  escena  "D.  Pascual  tt»ó 
el  "Barbero  de  Sevilla." 


,**&> 


140 


"La  forra  de  Ktosfe  " 


La  brillantez  de  un  cometa  que  arrojaba  su  cauda  sobre  el  teatro, 
que  cautivó  la  admiración,  y  que  amenazaba  ofuscar  los  faros  de  la 
antigüedad  encendidos  por  Esquilo,  Eurípides  y  Sófocles,  dio  princi- 
pio a  su  decadencia  y  entró  en  conjunción;  hoy  soler  vemos  sus  deste- 
llos á  través  de  las  brumas  del  pasado;  ese  cometa  se  llamó  "el  roman- 
ticismo, ti  Los  clásicos  franceses,  Corneille,  Racine,  Boileau,  Vo¡ taire, 
se  presentaron  radiando  como  nuevos  faros,  y  po  queriendo  extinguir, 
sí  reformaron,  los  preceptos  de  Aristóteles  sobre  lo  que  se  ha  llamado 
nía  escuela  clásica  ,  como  una  necesidad  imperiosa  de  la  civilización: 
ellos  y  sus  obras  marcaron  el  principio  de  otra  era  en  los  anales  del 
teatro.  Nuevos  escritore^ten  nuestros  días  fundaron  la  «escuela  ro- 
mántica,» y  arrojaron  al  mnndo  tragedias  que  bien  podrían  llamarse 
las  "clásicas  del  romanticismo;*!  ellas  son  modelo  de  perfección;  sus 
autores,  Alejandro  Dumas  y  Víctor  Hugo,  concibieron  la  idea  de  es- 
cribir, separándose  de  las  reglas  de  la  escuela  griega  que  esclavizaban 
al  genio,  otras  varias  que  crearan  situaciones  sorprendentes,  interés 
que  crece,  moral  en  acción,  terroríficas  escenas,  para  que,  al  dar  vuelo 
en  la  fantasía,  tuviera  el  genio  creador  extensos  horizontes.  ¿Quién  era 
Aristóteles  para  imponer  leyes  á  la  posteridad?   un  hombre  de  genio, 

Íero  sin  autorización  para  decir  á  los  hombres  del   porvenir,  lo  que 
>ios  dice  al  Océano:  "de  aquí  no  pasarás." 

Shakespeare  fué  el  verdadero  fundador  del  romanticismo;  el  genio 
no  necesita  preceptos  para  crear  tipos  admirables,  y  concebir  grandio- 
sos pensamientos;  por  eso  admiró  al  mundo  con  sus  tragedias;  la  psi- 
cología ó  la  ciencia  que  trata  de  las  pasiones  del  alma,  fué  la  región 
en  que  se  inspiró  para  escribir  sus  poemas  inmortales;  vino  la  deca- 
dencia del  buen  gusto,  la  veleidad  de  sus  contemporáneos,  y  sus  obras 
fueron  olvidadas;  la  fuerza  creadora  de  su  fantasía  había  consignado 
en  ellas,  al  lado  de  grandes  defectos,  bellezas  inconmensurables,  que 
hacían  desaparecer  aquellos.  Dos  ingleses,  Macklin  y  Garrik,  actores 
inteligentes,  admiradores  de  Shakespeare,  estudiaron  sus  olvidadas 
tragedias;  ínter petraron  de  un  modo  diverso  á  los  personajes,  realzan- 


141 

do  con  la  mímica  y  la  entonación  sus  grandes  pensamientos,  y  las  sa- 
caron del  olvido  para  que  renaciera  el  gusto  cuasi  amortiguado:  las  nue- 
vas generaciones  pudieron  admirar  hasta  hoy  &  uno  de  los  hombres, 
acaso  el  único,  que  ha  podido  igualarse  á  los  genios  de  la  Grecia.  Así 
comenzó  el  romanticismo  sus  conquistas  en  el  mundo;  en  nuestra  épo- 
ca se  deseaba  vnr  trasladada  al  teatro  nuestra  historia  contemporánea, 
sin  las  trabas  del  clasicismo  que,  por  conservar  sus  reglas,  se  sacrifica- 
ban grandes  y  bellas  situaciones,  bijas  de  la  fantasía.  Los  muros  de 
una  prisión;  las  ruinas  de  un  castillo  feudal,  el  retrato  de  una  mujer 
hermosa  y  de  genio,  eran  depositarios  de  la  tradición,  de  las  huellas 
de  crímenes  horribles,  ó  de  hechos  magnánimos;  el  genio  combina  los 
tiempos,  forma  las  tramas  de  la  fábula,  acerca  las  épocas;  y  de  acuer- 
do con  los  adelantos  escenógrafos,  nos  lleva  al  seno  de  los  aconteci- 
mientos; nos  revela  los  misterios  de  la  sensualidad,  y  el  martirio  de 
los  hombres,  víctimas  de  una  voluntad  tiránica  Debido  á  esos  adelan- 
tos conocemos  las  roasmorras  de  la  Bastilla,  las  prisiones  del  Temple, 
y  las  pavorosas  torres  de  Londres  y  de  Nesle. 

Una  de  estas  tragedias  que  abrió  paso  al  romanticismo  es  la  que  se 
puso  en  escena  en  el  teatro  Arbeu,  el  domingo  9  del  actuul,  y  que 
traducida  al  castellano, -lleva  por  título:  "Margarita  de  Borgoña.» 

Acaso  algún  critico,  al  analizar  esta  traducción,  advierte:  que  dra- 
mas en  que  figuran  personajes  históricos,  hay  peligro  de  calumniarlos 
si  se  da  su  nombre  á  la  cadena  de  acontecimientos  ficticios,  que  sólo 
son  los  resortes  dramáticos  para  sostener  el  interés,  amoldarlo  á  la 
fábula,  dar  forma  estética  á  la  estructura  de  la  acción,  colorido  á  las 
figuras,  y  procurar  el  desenlace  con  naturalidad;  muy  especialmente 
en  las  obras  de  la  "escuela  romántica"  en  que  todo  es  permitido,  con 
tal  de  que*  sea  una  la  acción,  verosímiles  las  escenas.  La  protago- 
nista de  la  tragedia,  aunque  la  historia  la  dibuja  como  un  monstruo 
de  maldad,  no  lo  fué  tanto  como  el  autor  la  pinta;  por  eso  dio  á  su  o- 
bra  el  nombre  de  un  edificio  en  que  se  cometieron  tantas  crímenes 
en  el  misterio  y  en  distintas  épocas,  y  no  el  de  un  personaje  históri- 
co. La  empresa  del  teatro  á  que  en  esta  vez  nos  contraemos,  no  pudo, 
no  debió  indagar  cual  fué  la  cansa  de  que  el  traductor  le*  diera  el  tí- 
tulo que  le  plugo  dar.  Sirva  esto  de  advertencia  para  citarla  en  su 
oportunidad. 

nía  Torre  de  Nesle,»  según  el  título  con  que  fué  escrita,  es  uno 
de  aquellos  dramas  que  caracterizan  la  alta  tragedia  francesa  en  su 
más  exagerado  romanticismo;  la  juzgamos  únicamente  como  obra 
fantástica  en  la  que  combinó  el  autor  accidentes  tan  variados,  esce- 
nas tan  vivas  y  sorprendentes  que  mantienen  la  curiosidad  al  espec- 
tador hasta  su  inesperado  desenlace.  Una  venganza  llevada  á  tér- 
mino con  interés;  una  lucha  terrible  entre  la  mujer  sensual  y  el 
hombre  astuto  que  poseía  los  secretos  de  su  regia  enemiga  para  per- 
derla; un  amor,  frenético  que  existe*  entre  Gualtero  y  Margarita,  es  el 
argumento  de  la  tragedia.    No  hay  en  él  un  personaje  que  posea  la 


142 

virtud  digna;  carece  de  ejemplos  morales,  carece  de  filosofía  en  su 
conjunto,  y  no  habiendo  nn  contraste  con  el  crimen,  tendríamos  que 
condenar  la  escuela,  y  no  creer  con  el  autor,  que  es  una  "obra  maes- 
tra" que  escribiera  en  ocho  días;  a  no  ser  por  su  estructura.  Algún 
escritor  francés  disputó  á  Damas  la  paternidad  de  esta  obra. 

Si  el  fin  del  teatro  es  moralizar,  esto  no  se  conseguirá  con  la  creación 
de  los  personajes  que  sostienen  la  acción  de  "La  Torre  de  Nesle." 
Hemos  dicho  que  no  hay  un  hecho  digno  de  imitarse,  pero. en  cam- 
bio hay  muchos  que  execrar;  esta  escuela  busca  pasajeros  aplausos 
en  la  novedad,  en  la  exgeración,  hasta  en  la  inverosimilitud,  y  preten- 
de ocupar  nuestra  atención  poniéndonos  al  vivo  los. crímenes  inaudi- 
tos: su  tipo  más  perfecto,  su  creación  más  acabada,  es  Margarita,  co- 
mo lo  son  Lucrecia  Borgia,  Catalina  dé  Médids  y  Luis  Onceno;  su 
gloria  fué  efímera;  débiles  sus  conquistas;  pocos  creen  ahora  en  su  re- 
surrección, como  en  las  tragedias  de  Shakespeare;  y  sin  embargo,  e- 
sa  escuela  resucitará  algún  día. 

Cuando  la  sociedad  horrorizada  recnerda  esos  acontecimientos,  que 
escandalizaron  al  mundo,  tiene  el  pensamiento  fijo  en  el  castigo  de  loa 
culpables.  Expiación  serían  para  Margarita  sus  remordimientos;  un 
suplicio  constante  el  recordarse  autora  de  la  muerte  de  su  padre  y  de 
sus  hijos;  pero  epto  sólo  no  satisface  la  moral  ultrajada;  era  preciso  un 
castigo,  y  un  castigo  que  esté  en  armonía  con  la  magnitud  de  los 
delitos,  tal  como  la  historia  nos  lo  revela  en  sus  páginas  sangrien- 
tas. Como  el  autor  no  se  propuso  poner  en  escena  todos  los  hechos 
y  el  triste  fin  de  su  protagonista,  sino  un  rasgo  de  su  vida  que  ¿e  a- 
duna  con  los  acontecimientos  que  tuvieron  lugar  en  un  edificio  cele- 
bre situado  en  la  ribera  del  Sena,  por  eso  titulo  su  obra  "La  Torre  do 

Nesle,"  y  no  Margarita  de  Borgoña  que  es  un  pesouaje  histórico. 

La  última  representación  no  ha  llenado  el  requisito  de  fidelidad,  por 
que  la  obra,  tal  como  la  escribió  su  autor  y  fué  traducida,  la  calificó  de 
"inmoral m  la  dirección  del  Teatro  Atbeu,  acaso  porque  pinta  la  debili- 
dad humana  en  su  más  alto  grado  de  corrupción.  Si  tales  hechos  no 
se  juzgan  dignos  de  ponerse  en  escena,  sena  preciso  hacerse  pedazos 
la  historia,  pues  los  crímenes  de  que  ella  es  depositaría,  siempre  es- 
candalizarán á  la  sociedad.  Si  los  altos  hechos  pertenecen  al  teatro  y 
á  la  historia,  los  monstruos  y  sus  delitos,  sea  cual  fuere  su  magnitud, 
deben  estar  bajo  su  dominio.  No  hay  inmoralidad  cuando  se  manifíes* 
ta  el  vicio  con  todos  sus  honores  y  consecuencias;  uo  la  hay  cuando  se 
pretende  excitar  contra  los  criminaies  la  execración  eterna,  porque  na- 
die .querría  imitarlos;  mas  si  oon  el  tinte  de  la  filantropía  ae  pintare 
un  vicio;  si  una  falta  inmoral  en  un  personaje  se  le  constituye  en  vir- 
tud; si  una  liviandad  criminal  se  cubre  con  el  velo  de  la  indiferencia 
y  el  olvido,  entonces,  en  questro  concepto,  envuelve  un  rasga  inmoral, 
porque  sería  pernicioso  á  la  juventud  que  ella  siguiera  $u  cyeiflplo. 

Para  castigar  tanta  maldad,  el  autor  ba  puesto  al  final  ¿desenlace 
una  «aceña  bien  combinada  en  la  euaL  se  ven  descubiertos  por  la  joati» 


_ 


143  

cía  k  los  autores  de  aquellos  nocturnos  y.  misteriosos  crímenes.  Mas  el 
traductor  del  drama  citado,  queriendo  evitar  á  los  espectadores  el  dis- 
gusto de  ver  que  un  hijo  maldiga  á  su  madre  en  los  momentos  de  es- 
pirar; de  que  Margarita  viera  la  agonía  de  su  hijo,  herido  por  su  man- 
dato; que  fueran  aprehendidos  los  delincuentes  por  orden  del  rey,  ha 
hecho  á  este  drama  una  mutilación  precisamente  en  la  única  escena 
que  imprime  moralidad  k  la  obra.  Contra  la  voluntad  del  autor,  Gual- 
tero  mata  á  sus  asesinos,  viene  á  los  brazos  de  Margarita,  esta  le  re- 
vela que  es  su  madre,  y  se  justifica  su  desnaturalización.  No  pensa- 
ríamos hablar  hoy  de  esa  escuela  que  duerme  el  sueño  de  la  muerte, 
8i  no  viéramos  en  la  traducción  que  se  ha  cometido  un  atentado  que 
puede  ser  trascendental. 

Una  mano  atrevida  ha  reformado  esta  trajedia  indultando  del  cas 
tigo  a  los  criminales,  condenando  al  olvido  la  importante  comisión  que 
á  Sawoasi  se  contiara.  ¿Cuil  es  el  fin  que  hoy  debe  suponerse  a  Mar- 
garita? reconociendo  á  su  hijo  ¿queda  santificado  su  parricidio,  sus 
costumbres  licenciosas,  los  asesinatos  quo  por  su  orden  cometía  el  in- 
fame Orssini?  ¿La  voz  de  un  hijo  que  le  llama  »»madreu,  apaga  en  ella 
sus  remordimientos,  y  se  entregará  de  nuevo  á  cometer  excesos?  No  sa- 
bemos con  qué  autorización  se  ha  hecho  esa  reforma;  si  la  obra  no  se 
considera  digna  de  representarse  tal  como  la  escribió  su  autor,  no  de- 
bió ponerse  en  escena. 

Esas  licencias,  ya  pean  de  un  traductor  6  arreglador,  ya  de  una  em- 
presa escrupulosa,  bien  merecen  la  censura,  el  anatema  de  la  sociedad, 
porque  aquellas  son  precursoras  de  otras  muchas  obras.  Nosotros  h- 
consejamos  al  Sr.  Burón,  que  si  quiere  obseqiuar  al  publico  con  el  mag- 
nifico drama  de  ««La  Torre  de  Nesle,n  prefiera  la  traducción  fiel  de 
García  Gutiérrez  a  la  del  Sr.  Bello,  que  hace  pedazos  la  historia  y  la 
moral. 

Por  ahora,  las  obras  maestras  del  romanticismo  se  refugian  en  los 
teatros  de,  segundo  y  de  tercer  orden;  allí  se  conservan  ¿us  cenizas, 
mientras  una  era,  libre  de  la  influencia  del  can-can,  anuncia  su  rena- 
cimiento, como  dice  la  fábula  ''del  ave-fénix."  Acaso  un  actor  de 
ingenio  saque  del  olvido  esas  tragedias  que  brillaron  en  su  época;  que 
hoy  también  irradian  y  se  apagan  como  fuegos  fatuos.  Pero  esto  no 
se  conseguirá  si  los  actores,  si  las  empresas  mismas,  desconceptúan 
las  obras  buenas,  las  convierten  en  inmorales,  las  mutilan  en  sus  esce- 
nas más  interesantes,  sólo  por  la  avidez  de  la  especulación.  Noso- 
tros hemos  notado  que  el  Sr.  Burón,  poco  escrupuloso  para  conservar 
perfectas  las  obras  de  los  ingenios  antiguos  y  aún  las  de  los  mo- 
dernos, suprime  personajes,  escenas,  cuadros  y  hasta  los  actos  ente- 
ros, sólo  por  amoldar  á  una  diminuta  compañía  dramática,  las  obras 
que  el  público  desea  ver  representadas,  y  que  se  ve  chasqueado  de 
una  manera  tal  que  suscita  su  disgusto.  .Dígalo  si  no  la  tragedia 
de  "María  Antonieta." 

¿Será  posible  llegar  algún  día  á  la  restauración  del  buen  gusto 
por  la  escena,  hacer  admirar  a  los  actores,  levantar   las   compañía»! 


144 

•   ■■■■■■ ■■■!.■■■■.  :  ■  ■    ■>— JF 

dfe  verso  de  la  postración  en  que  -han  caído  á  consecuencia  de  la  re- 
lajación qftie  siembran  la  ópera  bufa  y  la  zarzuela? 

Nosotros  sentimos  esa  decadencia;  y  cuando  hemos  querido  ave- 
riguar la  causa,  la  hemos  encontrado  en  un  público  indulgente  has- 
ta la  debilidad;  en  los  mismos  actores;  en  los  celos  que  existen  en- 
tre ellos;  en  el  deseo  de  abarcar  con  brazos  débiles  todos  los  resor- 
tes del  teatro,  y  en  la  hostilidad  recíproca  hasta  de  las  medianías. 

El  público  se  aleja  de  los  espectáculos  dramáticos  fastidiado  de 
que  se  le  mira  con  poquísimo  respeto:  los  actores  se  limitan  á  figu- 
rar en  un  cuadro  en  que,  siendo  uno  arquitecto  ó  al  bañil,  se  acom- 
paña de  medias  cucharas;  y  en  esa  lucha  constante,  en  ese  batallar 
de  mutuas  inculpaciones  entre  el  público  y  actores,  se  debilita  el 
buen  gusto,  sin  saber  a  quien  acusar  de  la  decadencia  de  las  com- 
pañías de  verso. 


wi&  pasjjw 

DRAMA  SOCIAL  EN  TRES  ACTOS,  ESCRITO  EN  PROSA  POR  El  SESOR 

MANUEL  ACUÑA. 


El  arribo  del  Sr.  Baladía  á  nuestro  suelo,  nos  ha  proporcionado  el 
placer  de  ver"  representar  por  primera  vez  en  nuestro  teatro,  la  única 
producción  dramática  que  escribiera  el  desgraciado  poeta  Manuel  A- 
cuña.  El  libro  que  circula  impreso,  y  que  reúne  sus  magníficas  poe- 
sías, carece  de  UE1  Pasado."  no  obstante  que  se  publicó  mucho  tiem- 
po después  del  día  en  que  se  representara.  Poco  conocida  es  esta  pro- 
ducción, escrita  por  un  joven  cuyo  genio  se  admira  aún:  mas  el  Sr. 
Baladía  tuvo  la  idea  de  ponerla  en  escena  como  un  obsequio  Á  nuestra 
sociedad,  que  agradecemos,  y  como  un  homenaje  á  la  memoria  del 
malogrado  Acuña,  que  aplaudimos. 

Esta  obra  fué  juzgada  en  su  oportunidad;  ignoramos  cual  haya 
sido  el  juicio  que  de  ella  formara  el  público;  igDoramos  también 
cual  haya- sido  la  opinión  de  los  escritores  de  la  época  de  su  estre- 
no. Nosotros,  al  presenciar  su  representación  en  nuestro  teatro, 
queremos  juzgarla  con  imparcialidad,  porque  así  evocamos  el  pasado 
y  hacemos  una  reminiscencia  del  autor,  que  fué  nuestro^amigo,  y  á 
quien  un  rudo  golpe  de  su  destino  encerró  en  la  tumba.  ' 

El  drama  social  está  de  moda  en  nuestro  teatro  moderno;  invade 


145 

todas  las  zonas  para  relegar  al  olvido  la  comedia  llorona  de  los 
antiguos,  hoy  llamado  drama  romántico,  y  la  tragedia  patibularia  y 
terrorífica. 

El  escritor  moderno  explora  regiones  desconocidas;  descifra 
los  misterios  del  corazón  y  las  preocupaciones  de  nuestra  época; 
examina  las  úlceras  gangrenosas  de  la  humanidad;  analiza  los  vicios 
dé  la  generación  presente;  combate  los  errores  arraigados  tantos  a- 
ños,  y  arroja  sobre  ellos  la  luz  de  su  pensamiento,  sobre  una  so- 
ciedad que  naco  con  el  virus  corruptor,  que  flota  en  el  mar  de  las 
preocupaciones;  al  autor  moderno  podemos  compararlo  con  el  faro 
que  guía  á  los  navegantes,  mediante  esa  luz  que  brilla,  y  que  se  a- 
paga  para  volver  á  cintilar  después.  El  asunto  que  forma  el  ar- 
gumento del  drama  es  un  pensamiento  grandioso,  trascendental?  el 
vicio  que  se  combate  se  convierte  á  veces  en  delito,  el  cual  delito 
no  lo  castigan  las  leyes  ni  la  sociedad,  porque  es  un  parásito  de 
esa  misma  sociedad  que  está  alumbrada  por  la  antorcha  de  la  ci- 
vilización y,  como  un   sarcasmo,  nutrida  con  la  moral  cristiana. 

La  mujer  que  delinque  y  á  quien  el  arrepentimiento  transforma  en 
virtuosa  ¿Debe  ser  estimada  por  la  sociedad?  He  aquí  el  pensamiento 
cardinal  del  drama  de  Acuña.  Nada  puede  haber  más  filosófico  y  mo- 
ral; nada  más  trascendental  y  digno  de  la  escena;  el  poeta  bosqueja  á 
graneles  rasgos  dos  tipos  que  son  las  principales  figuras  de  su  poema; 
la  heroína  se  llama  Margarita,  nombre  que  después  se  transforma  en 
el  de  Eugenia;  su  marido  es  conocido  con  el  nombre  de  David.  Los  de- 
más interlocutores  son  personajes  episódicos  que  poco  ó  ningún  interés 
dan  á  la  escena;  no  son  absolutamente  necesarios  para"  urdir  la  tela 
que  ha  de  formar  la  fábula.  Las  dos  primeras  figuras  son  las  únicas 
que  tienen  contornos  dramáticos.  La  estructura  de  la  obra;  la  marcha 
de  la  acción;  el  carácter  de  los  personajes,  mal  dibujados  á  veces,  dan 
un  colorido  de  vacilación  en  su  fisonomía.  Eugenia  ó  Margarita,  que 
es  la  protagonista,  no  está  delineada  como  una  de  esas  mujeres  vulga- 
res que  se  arrastran  por  el  fango;  no  está  maleado  su  corazón  ni  debi- 
litados sus  sentimientos  por  el  vértigo  de  la  crápula.  Para  formar  la 
estructura  del  drama  y  bosquejar  sus  horizontes  era  necesario  crear 
una  mujer  que  delinque  á  su  pesar,  obligada* por  la  miseria  para  sal- 
var auna  madre  que  se  moría  de  hambre;  que  pasado  el  primer  impulso 
de  la  desgracia,  ella  se  detiáhe  en  la  pendiente,  á  la  orilla  del  abismo, 
para  entrar  en  la  senda  de  la  virtud.  Indispensable  era  hacer  simpá- 
tica por  este  medio  á  una  mujer  ante  un  auditorio  rígido  en  la  moral, 
que  se  interesara  por  ella,  sintiera  el  peso  de  sus  desgracias,  y 
condenara  á  los  hombres  malévolos  y  aun  á  la  sociedad  injusta  que 
invierte  la  moral  de  Jecucristo.  El  enjuga  las  lágrimas  del  arrepen- 
tido y  le  cubre  con  las  alas  de  su  amor  como  la  gallina  á  sus  polluelos¿ 
si  persevera  en  la  virtud. 

David  es  un  hombre  que  dominado  por  la  sensatez,  pone  la  justicia 
entre  su  raciocinio  y  su  corazón  y  juzga  á    la  mujer  tal  cual  es,   como 


146 

un  ser  débil  y  desgraciado;  ¿  un  ser  que,  k  manera  de  los  instrumen- 
tos de  la  armonía  produce  notas  ásperas  ó  melodiosas,  según  la  mano 
que  los  pulsa.  David,  que  se  ha  casado  con  Margarita  sin  que  ignore 
sus  extravíos,  flaquea  en  su  estimación  sólo  porque  un  amigo  le 
transmite  las  censuras  de  la  sociedad  que  no  ignora  la  falta  de 
Margarita,  y  que  mira  detrás  de  la  careta  que  oculta  la  f  *z  de  la 
esposa  honrada  a  la  hetarea  hipócrita.  Tal  es  el  rasgo  que  imprime  en 
su  carácter  el  cambio  de  nombre,  costumbre  de  las  mujeres  munda- 
nas. David  ama  á  su  mujer  porque  es&  satisfecho  de  su  virtud;  él 
tiene  mementos  de  vacilación  para  no  estimarla,  porque  llegan  á  su 
oído  Algunas  hablillas  de  una  sociedad  que,  cualquiera  que  sea  el  ro- 
paje con  que  se  adorne,  no  deja  de  ser  más  que  una  parte  de  ese  vulgo 
maldiciente,  en  este  caso*,  no  es  á  la  sociedad  k  quien  interesa  el  pasa- 
do de  una  mujer;  sólo  debe  examinarlo  el  esposo:  pero  de  esa  vacila- 
ción se  forma  este  dilema:  Si  el  marido  tiaquea,  no  ama,  ó  si  ama  no 
debe  vacilar  en  conceder  su  estimación,  puesto  que  no  ha  sido  enga- 
ñado* Pero  si  es  débil;  si  por  una  vulgaridad  retira  el  amor  á  $u 
esposa,  imprime  á  su  carácter  un  rasgo  veleidoso:  justificado  sería  el 
qne  no  se  casara,  pero  después  de  llevar  á  una  mujer  al  altar,  es 
liviandad  pensar  en  su  pasado.  Este  rasgo  en  David  falsea  su  ca- 
rácter, si  hemos  de  juzgar  al  personaje  como  una  figura  dramática, 
esculpida  á  cineel  bajo  los  preceptos  del  arte  de  hacer  dramas. 
— Como  personaje  de  la  vida  real,  ó  es  un  hombre  del  vulgo  en  quien 
es  mentira  la  sensatéx  y  el  raciocinio  con  que  se  le  caracteriza,  ó  el 
autor  no  conoce  el  corazón  humano.  El  ser  que  ama  no  vacila  en  sus 
afectos  por  Qríticas  vulgares;  en  uno  y  en  otro  caso  resulta  debilitado, 
más  aún,  falseado  el  carácter  del  principal  personaje;  tales  fluctuacio- 
nes son  condenadas  como  defectos  por  los  que  dan  reglas  para  el  arte 
dramático.  David  ama  á  Margarita,  puesto  que  se  casó  con  ella:  ni  el 
tiempo  ni  la  ausencia  entibiaron  su  amor;  es  sensato,  justo  y  pruden- 
te; después  llega  á  ser  vacilante,  y  en  un  arrebato  de  dolor  vuelve  4 
ser  sensato,  cuando  exclama:  "¡Eugenia,  Eugenia,  yo  te  amo  á  pesar 
de  tu  pasador 

Prudente  y  sensato;  desconfiado  ó  débil,  tal  debe  «er  su  carácter 
desde  el  principio  al  fin;  sobre  este  pedestal  debió  el  autor  colocar 
su  gran  figura. 

Margarita  ó  Eugenia  fué  virtuosa  hasta  el  heroísmo  más  tarde,  y 
débil  y  delicuente  al  fin.  ¡Cuánta  vacilación  y  cuántas  mudanzas! 
ella,  lo  mismo  que  su  esposo,  no  tienen  el  heroísmo  de  la  entere- 
sa  ni  la  resignación  del  martirio  para  sobreponerse  á  las  hablillas 
del  vulgo,  y  al  fin  huye  Margarita  del  lado  de  su  esposo  para  no 
ser  causa  de  murmuraciones  -que  á  los  do*  humillan.,— Para  qne  la 
aureola  brille  en  la  frente  de  la  buena  esposa,  ésta  debe  permane- 
cer en  su  hogar,  al  lado  de  su  esposo,  enclavada  en  el  poste  de  su 
deber,  sean  cuales  fueren  las  saetas  del  vulgo,  cualquiera  que 
sean  los  riesgos  que  la   amenacen.     Pero  Margarita   huye  del  lado 


I 


147 


I 


de  su  esposo  ¿á  dónde  vá?  ¿al  suicidio?  á  recorrer  un  sendero  fan* 
goso  y  pestilente?  ¿vá  al  lado  de  sus  perseguidores?  He  aquí  lo 
que  el  autor  no  revela  á  su  auditorio;  esa  conducta  le  enajena 
las  simpatías,  justifica  las  censuras  del  vulgo,  y  acaso  imprime  a  su 
carácter,  si  no  á  la  obra,  un  rasgo  inmoral:  ¿Tal  desenlace  nos  mostra- 
ra el  cansancio  del  filósofo?  El  nos  ha  mostrado  en  esta  obra  y  en  sus 
poesías  líricas  que  posee  en  alto  grado  la  fuerza  creadora  de  una  in- 
teligencia vigorosa;  si  esto  no  fuera  así,  creeríamos  que  tan  inesperado 
desenlace  era  feto  informe  de  un  pensamiento  estéril;  el  aborto  de  un 
ingenio  pobre.  Pero  no  es  esto;  encontramos  la  causa  en  la  juventud 
del  autor;  en  su  inexperiencia  para  analizar  las  grandes  pasiones;  en 
que  oo  conoce  el  corazón  huanano,  que  es  indispensable  para  escribir 
el  drama  social. 

Si  juagáramos  la  obra  como  del  genero  realista,  que  daguerreotipa 
las  escenas  de  la  vida  tal  cual  ellas  son,  sin  las  galas  de  la  fantasía, 
sin  los  adornos  del  estro  poético,  entonces  hay  que  examinar  la  obra 
bajo  otro  aspecto.  El  realismo  tiene  por  sistema  no  embellecer  ni 
idealizar  las  acciones  ni  los  personajes;  el  realismo  descarnado  y  des- 
carado, peca  contra  la  estética,  lleva  á  un  auditorio  culto  ante  la  cloa- 
ca de  tas  vicios,  y  repugna  oorntamplar  Jas  llagas  de  la  humdnidad 
degradada.  Bien  ee  percibe  desde  las  primera  escenas  que  esta  obra 
dramática  quiso  escribirse  ooa  «1  escalpelo  del  filósofo,  y  no  bajo  el 
imperio  de  la  fantasía:  en  ella  el  filósofo  se  sobrepone  al  poeta;  la  rea- 
lidad á  la  ficción;  la  fuerza  del  raciocinio  á  los  encantos  do  la  lira;  por 
eso  notamos  la  carencia  de  afectos  que  tocan  al  alma  y  mueven  In- 
sensibilidad; pero  aun  en  ese  caso,  no  es  cuerdo  hacer  abstración  de 
los  preceptos  que  conducen  á  la  perfección  del  arte,  ni  abandonar  el 
único  camino  por  donde  van  los  grandes  poetas;  sólo  es  dado  al  ge- 
nio abrir  nuevos  horizontes  al  arte  dramático,  y  auevos  senderos  en 
un  terreno  Heno  de  asperezas  y  de  tropiezos. 

Aun  en  este  caso,  analizando  el  drama  ante  la  luz  de  esa  antorcha,  de 
ese  astro,  de  esa  luciérnaga  que  brilla  y  qw  se  apaga  -como  fuego  fatuo, 
y  que  se  llama  realismo,  encontramos  que  no  es  cierto  que  la  sociedad 
condene  con  inexorable  rigor  d pasado  de  una  mujer  que  es  vir- 
tuosa; la  sociedad  moralizada  no  la  distinguirá  en  su  consideración, 
pero  sí  la  admira:  vilipendia,  sí,  sólo  á  la  mujer  que  habita  en  el  fan- 
go, nunca -a  la  que  vive  honestamente  á  la  sombra  tutelar  de  un  es- 
poso honrado.  En  este  drama  no  vemos  que  la  sociedad  sea  quien  se 
agita  para  lanzarla  de  su  seno;  sólo  vemos  las  intrigas  de  un  pisaverde 
almibarado  y  de  un  vejete  sensual  y  caprichoso;  no  son  siquiera  el  tipo 
caballeresco  y  de  finos  modales,  ni  del  calavera  de  alta  clase;  son  la 
escoria  de  las  clases  degeneradas;  no  son  lo*  enamorados,  sacerdotes 
de  un  culto  pagano;  son  los  sátiros  del  cieno. — Los  habitantes  de  nues- 
tra capital  ocurrieron  entusiasta*  k  ver  la  representación  de  "El  Pa- 
sado;" esta  producción  viene  precedida  de  gran  prestigio  por  ser  la 
única  obra  dramática  de  Manuel  Acuña.    Mucho  era  e!  interés  que 


148 = _ 

despertaba,  porque  todos  conocen  sus  composiciones  líricas;  aquellos 
versos  que  revelan  escepticismo,  y  aquel  célebre  nocturno  que  fué  el 
canto  del  cisne,  y  que  retienen  en  la  memoria  cuantos  lo  han  leído. 
Personas  había  tan  preocupadas,  tan  prevenidas  en  juzgar  desfavora- 
blemente la  obra,  que  sin*  conocerla  ya  la  reprobaban.  ¡Triste  des- 
tino es  el  de  un  joven  desgraciado,  que  aun  en  su  posteridad  se  di- 
viden las  opiniones  para  negarle  un  aplauso  justo  y  merecido!  Es 
que  la  sociedad  apasionada,  al  admirar  al  poeta,  equivoca  el  sende- 
ro, y  juzga  al  suicida.  Nosotros,  siempre  tributaremos  nuestra  admi- 
ración al  joven  que  nos  dejó  en  sus  versos  un  testimonio  de  su 
genio. 

El  Sr.  Bal  adía,  al  desempeñar  el  papel  de  David,  lo  hizo  con  mu- 
cha naturalidad,  con  acopio  brillantísimo  de  situaciones  teatrales,  que 
nos  hacía  admirar  á  la  vez  al  autor  y  al  actor.  Podemos  decir  en 
esta  vez,  lo  que  se  dice  de  él  en  otras  partes;  que  interpreta  todos 
los  personajes  con  propiedad  en  el  arte  y  con  la  maestría  del  excelen- 
te actor. 

A  la  Sra.  Cejudo  se  le  confió  el^  papel  de  Margarita.  Nada  des- 
decía la  entonación  de  su  lenguaje'al  interpretar  á  la  heroína  para 
hacerla  amar  del  público.  ^  La  conclusión  del  primer  acto;  las  esce- 
nas que  tienen  lugar  en  el  segundo  y  el  tercero,  han  movido  las  cuer- 
das sensibles  del  alma;  aquellos  combates  que  sostenía  entre  los  sen- 
timientos de  su  corazón,  y  las  censuras  de  sos  pretendientes;  el  re- 
cuerdo de  su  pasado  que  entoldaba  el  cielo  de  su  dicha,  fueron  bas- 
tante bien  expresados.  Aun  la  joven  Patino  desempeño  bien  su  pa- 
pel de  amiga  leal,  que  no  le  escasea  ñus  consuelos  en  los  días  de  su 
desgracia 

Nos  reservamos  el  juzgar  4  los  demás  actores  cuando  puedan  lucir 
sus  facultades  artísticas,  desempeñando  otros  papeles  más  importan- 
tes; los  que  en  esta  vez  se  4es  han  confiado  no  se  prestan  al  carácter 
por  su  poca  importancia.  Recomendamos  á  nuestros  lectores  ocu- 
rran a  ver  las  pocas  representaciones,  y  tendrán  motivos  para  admi- 
rar á  unos  actores  que  son  los  que  actualmente,  en  nuestra  Repúbli- 
ca, interpretan  con  más  acierto  los  personajes  del  drama  social,  y  loe 
que  mueven  en  el  auditorio  las  cuerdas  mas  delicadas  del  senti- 
miento 


149 


"El  Sacrificio  de  la  Vida," 

IEÍ1A  DEL  SEM  JOSÉ  PEÓN  MATRERAS. 


La  literatura  dramática  nacional  se  anima  en  estos  días,  desde  que 
los  autores  han  visto  que  alguna  recompensa  tienen  sus  trabajos  inte- 
lectuales. No  es  el  lucro  que  se  puede  ejercer,  dando  al  teatro  una 
nueva  producción;  no  son  las  recompensas  que  un  Mesenas  dé  al  poeta 
que  pone  bajo  su  prote<jción  las  tímidas  concepciones  de  su  ingenio;  no 
es  la  retribución  que  su  editor  otorga  al  poeta  cómico  por  un  manus- 
crito que  su  mérito  ó  su  novedad,  den  interés  á  una  publicación;  nó, 
no  estriva  en  esto  la  compensación  para  el  escritor  dramático;  lo 
alienta  en  sus  tareas  dos  cosas  que  en  otros  países  son  demasiado  pue- 
riles, y  que  en  México  son  de  primera  necesidad;  un  empresario  y  unos 
actores  que  quieran  representar  su  obra,  y  un  público  que  entre  sus 
buenas  cualidades  tenga  la  de  ser  bondadoso,  y  la  de  prestarse  á  oír,  si 
no  á  juzgar  con  buen  criterio,  una  humilde  pieza  teatral  mexicana. 

Al  conceder  el  Gobierno  una  subvención  á  la  Compañía  del  Teatro 
Principal,  único  medio  de  que  se  sostuviera,  puso  la  condición  de  que 
ge  representarían  obras  dramáticas  de  los  mexicanos,  y  que  el  público 
juzgara  de  su  mérito,  aplaudiéndolas  ó  reprobándolas,  pero  atendién- 
dolas sobre  todo. 

Gomo  consecuencia  de  ese  beneficio,  se  han  puesto  en  escena  obras 
ligeras  y  filosóficas,  de  la  escuela  romántica  del  realismo,  y  los  au- 
tores satisfechos  con  tan  escasos  emolumentos,  se  animan,  se  alientan, 
dan  vuelo  á  su  genio*  y  se  lanzan  i  un  sendero  que  está  lleno  de  ma- 
bzas,  con  la  esperanza  de  llegar  á  la  gloria,  de  adquirir  renombre. 
Monroy,  Martí,  Manterola,  Esteva,  Rosas,  Peón  Contreras,  ban  logra- 
do ver  representadas  sus  obras;  en  esos  últimos  días,  han  saboreado 
los  aplausos  de  un  público  conocedor,  indulgente  y  sensato. 

Ninguna  de  las  obras  representadas  hasta  hoy  pueden  decirse  que 
sea  notoriaamente  buena,  excenta  de  defectos,  perfectamente  arregla- 
da i  los  preceptos  dramáticos  de  las  distintas  escuelas  antigua  ó  mo- 
derna,— Ese   público  comprende  que  la  naciente  literatura  nacional 


150 

necesita  ma  estímalo:  que  el  escritor  no  puede  concebir  en  sus  primn- 
ros  ensayos  obras  admirables;  en  nna  frase,  que  no  pnede  comenzar 
por  donde  preclaros  ingenios  han  concluido;  "la  literatura  tiene  su 
infancia,!,  decía  Quintiliano,  y  para  nadie  es  un  misterio  que  k  la  últi- 
ma perfección,  en  las  obras  grandes  del  ingenio  que  el  Orbe  admira, 
se  ha  llegado  por  la  graduación  perfecta,  ascendente  y  progresiva  de 
la  inteligencia  humana. 

Con  el  estímulo,  la  dedicación  y  estudio;  con  el  genio,  débil  ahora, 
robusto  y  vigoroso  más  tarde,  podrán  coMebirse  y  desarrollarse  pen- 
samientos que  van  marcados  con  el  sello  del  talemto,  y  que  entre  tan- 
tos aspirantes  á  ceñirse  lauros  inmortales,  pueden  aparecer  algunos 
digno?  de  la  gloria  de  Alarcón  y  de  Gorostiza. 

Tales  son  las  ideas  que  nos  ha  sugerido  la  segunda  representación' 
del  drama  del  Sr.  Peón  Contreras  titulado  nEl  Sacrificio  de  la  vida.» 

Asistimos  al  Teatro  Principal,  hasta  con  curiosidad.  Ver  represen- 
tada una  obra  de  un  compatriota  nuestro,  debemos  tenerlo  como  un 
acontecimiento;  admirar  las  bellezas  de  su  escuela,  y  reprobar  sus  de- 
fectos, lo  mismo  que  analizar  su  pensamiento  dramático,  es  nuestro 
propósito;  no  somos  críticos;  no  aspiramos  i  ese  título,  y  sí  hemos 
de  decir  la  verdad,  no  tenemos  ese  tesoro  de  conocimientos  que  son 
indispensables  para  distinguir  las  verdaderas  bellezas  de  las  falsas, 
ni  confundirlas  con  los  defectos  de  la  obra.  Juzgamos,  pues,  por  las 
impresiones  que  nos  cansa  una  representación,  adunando  nuestro 
criterio  con  las  reglas  cardinales  del  arte  dramático. 

nEl  Sacrificio  de  la  Vida»  es  un  drama  romántico  y  caballeresco  de 
la  escuela  de  Calderón  y  de  la  de  Lope  de  Vega.  Para  el  gusto  mo- 
derno, se  reciente  de  su  antigüedad.— \Las  tapadas,  los  embodados, 
nos  revelan  las  costumbres  de  aquellas  épocas,  y  nos  muestran  que  en 
el  misterio,  en  los  peligros  y  en  las  dificultades  estaban  cifrados  los 
goces  del  amor  platónico,  y  velada  la  belleza  á  que  se  tributaba  un 
culto;  la  hilalguiay  la  caballerosidad  de  aquellos  tiempos  apenas 
nos  admiran,  y  contenemos  una  carcajada  que  nos  inspira  con  su  sar- 
casmo el  inmortal  IX  Quijote. 

Al  ver  las  figuras  de  la  1  ^  escena  de  ese  drama,  exclamamos:  apor- 
qué el  autor  tieoe  predilección  por  el  desarrollo  de  incidentes  históri- 
cos ó  fantásticos  de  épocas  remotas,  en  vez  de  emplear  su  talento  en 
buscar  los  vicies  de  la  sociedad  y  proponer  so  remedio?  Pero  si  tal 
es  su  gusto,  debemos  conformarnos;  $sa  escuela  antigua,  también  tie- 
ne sus  bellezas,  y  praaticarla  y  ensayarla  con  buen  excito,  es  un  ade- 
lanto, es  un  paso  que  se  da  hacia  la  perfección;  no  condenamos,  pues, 
la  escuela  romántica,  sino  únicamente  ¡nostramos  nuestro  deseo  de 
que  el  escritor  se  amoldara  al  gusto  del  día,  y  empleara  los  rasgos 
inás  marcados  de  su  genio  en  hacer  la  autopsia  de  nuestra  sociedad  y 
procurar  su  remedio;  nuestros  vicios,  nuestras  costumbres,  los  hechos 
heroicos  de  nuestros  guerreros,  nuestros  tipos  variados  basta  el  infini- 
to, se  amoldan  perfectamente  á  las  agudezas  del  genio  comido  y  á  las 


f 


151 

,11.1  I  I  .        I  .  .   ■!■■     |       *l  l  I.  ■       . 

saetas  del  ridícalo,  así  como  á  las  máximas  seductoras  de  la  poesía  y 
del  sentimiento.     Riendo  se  corrige;  llorando,  se  conmueve. 

La  fábula  es  la  siguiente. 

El  Conde  Hernando  fué  el  padre  adoptivo  de  Enrique,  y  el  tutor  de 
Margarita;  ambos  jóvenes  se  amaban.  Enrique  fué  á  Madrid  acompa- 
ñando á  Cortés,  y  corrió  en  México  la  noticia  de  la  muerte  de  Enrique 
de  Sandoval,  padre  de  Margarita,  y  de  otros  capitanes;  en  consecuen- 
cia se  celebraron  los  funerales. 

— El  Conde  Hernando  se  casó  con  Margarita  su  pupila.  Ordoño, 
amigo,  médico,  compañero  y  confidente  del  Conde,  llega  á  México,  y 
se  precipita  en  sus  brazos;  poco  después,  los  vítores  á  Hernán  Cortés 
anuncian  su  llegada  y  Enrique  con  él.  Margarita  lo  recibe  con  temor, 
pues  ha  sido  infiel  á  sus  juramentos:  el  Conde  Hernando  es  testigo  de 
la  emoción  de  los  dos  amantes  y  sospepha  que  allí  hay  amor,  que  hay 
misterio;  que.  hay  agitación  en  Margarita.  "Saluda  á  mi  esposa,  Enri- 
que,it  exclama  el  Conde,  y  Enrique  sorprendido  de  lo  que  pasa,  siente 
lacerada  el  alma,  siente  en  su  corazón  el  celo.  Percibe  el  Conde  las 
emociones,  y  sospecha  que  su  hijo  y  su  mujer  se  aman. 

Queda  concertada  entre  los  dos  amantes  una  entrevista  en  el  jardín. 

El  Conde  está  allí;  y  muestra  á  su  amigo  Ordoño  sus  sospechas,  sus 
temores,  sus  celos,  y  la  terrible  tempestad  que  siente  su  alma. 

Hace  llamar  á  Ñuño,  criado  de  Enrique,  y  después  de  recordarle 
que  á  él  y  á  su  madre  los  alimentó  en  su  desgracia,  le  obliga  á  revelar 
el  amor  de  ambos  jóvenes,  y  á  que  guarde  el  secreto. — Lo  hace  con- 
ducir una  carta  al  guardián  de  los  frailes  franciscanos  que  está  en 
Churubusco,  una  de  las  posesiones  del  Conde,  es  decir,  su  comparti- 
miento, au  encomienda  ó  feudo,  pero  que  él  llama,  por  un  anacronis- 
mo del  idioma  su  hacienda.  El  Cfcmde  percibe  los  pasos  de  Enrique,  y 
se  oqulta  esperando  desengañarse  de  lt>s  amores  de  Margarita. 

Enrique  teme  que  su  amada  no  venga  k  la  cita,  y  casi  desesperado 
se  propone  ."hacer  un  escándalo. n 

Margarita  viene;  se  disculpa;  advierte  que  es  ya  esposa,  que  ama  á  su 
marido;  que  ania  á  su  amante,  pero  que  tiene  que  ser  esclava  d#  sus 
deberes. 

El  Conde  todo  lo  ha  oído;  se  persuade  de  que  su  esposa  es  virtuosa, 
y  de  que  su  amor  á  Enrique  no  es  culpable,  puesto  que  nació  y  tomó 
creces  en  tiempo  que  podría  hacerlo  libremente.  Viene  á  la  escena  y 
manifiesta  que  se  va  á  sus  posiciones  de  Churubusco;  pero  no  consien- 
te en  que  lo  acompañe  su  esposa  ni  su  hijo  adoptivo. — "Los  dos  jóve- 
nes, ardientes,  llenos  de  vida,  exclama,  deben  amarse. n  Estas  frases 
lanzadas  al  acaso,  son  comprendidas  por  los  dos  amantes. 

El  tercer  acto  pasa  en  Churubusco,  acaso  en  aquel  convento  de  los 
franciscanos  que  hoy  existe,  pero  que  no  existía  aun  en  la  época  á  que 
la  escena*  se  refiere.  Una  música  funeral  preludia  el  himno  de  'los 
muertos;  el  espectador  cree  que  el  Conde  ha  muerto  de  dolor,  y  así  lo 
expresan  Ordoño  y  Ñuño:  Margarita  y  Enrique  vienen  k  persuadirse 


152 

de  su  desgracia,  y  se  retiran  á  ver  un  féretro  depositado,  tal  vez  en  la  R 
capilla. 

El  Conde  se  presenta  a  su  amigo  Ordoño*  le  refiere  una  escena  a- 
contecida  én  la  célebre  noche  triste  en  que  el  padre  de  *  Enrique,  VeJáz- 
quez,  le  salvó  la  vida  á  trueque  de  la  suya:  le  muestra  su  resolución 
de  fingirse  muerto  para  el  mundo,  y  eso  con  el  fia  de  dejar  en  libertad 
de  amarse  á  los  dos  amantes,  Vuelve  á  su  claustró  para  no  ser  visto 
der  sn  hijo  y  de  su  esposa,  y  se  presenta  después  disfrazado  de  religio- 
so para  entregar  á  Margarita,  como  confesor  del  Conde,  una  carta  que 
escribió;  en  ella  manifiesta  su-  voluntad  de  que  ambos  amantes  se  ca- 
sen. El  drama  concluye  éon  una  deprecación  á  Dio»  por  la  felicidad 
de  aquellos  Amantes. 

El  pensamiento  no  es  nuevo  ni  original;  bastante  explotado  está  en 
el  teatro;  y  muchos  ejemplos  tenemos  en  la  vida  real  de  mujeres  que 
sé  casan,  teniendo  un  amante  á  quien  aman. 

Como  pensamiento  filosófico,  *s$  muestra  un  hombre  que  sabe  que  no 
es  amado  de  sü  esposa  y  que  en  su  sensibilidad,  en  su  dolor,  hasta  en 
su  celo,  y  generosos  sentimientos,  busca  la  felicidad  de  aquellos  aman- 
tes sacrificando  su  vida. 

Como  pensamiento  moral,  hay  la  creación  de  Margarita,  virtuosa, 
enérgica,  sensible,  eslava  de  su  honra  como  esposa  y  como  mujer;  hay 
allí  la  lucha  terrible  del  amor  con  el  deber;  la  vehemencia  de  una  pa- 
sión, con  los  gritos  de  una  conciencia  recta. — Este  pensamiento  moral 
y  filosófico,  es  más  digno  de  explotarse  bajo  el  sistema  del  genera 
realista,  que  bajo  la&  prescripciones  de  la  fantasía  en  la  poesía  román- 
tica; propio,  de  mas  efecto  en  la  escena  sería,  se  hubiera  hecho  un 
drama  social,  más  bien  que  un  drama  caballeresco. 

El  desenlace  del  drama  no  carece  de  novedad,  aunque  se»  un  tan- 
to cuanto  inverosímil;  llevar  la  acción  del  drama  con  un  natural  des- 
arrollo, hasta  formar  la  felicidad  de  aquellos  amantes,  es  la  mayqr  di- 
ficultad; la  muerte  y  el  suicidio,  son  recursos  pobres  y  demasiado  tri- 
llados; tomar  el  hábito  de  religioso,  no  era  posible  mientras  viviera  la 
esposa;  y  aun  cuando  esto  fuera  lícito,  sería  un  recurso  para  ponerse 
un  corazón  desgraciado  al  abrigo  de  las  pasiones,  pero  no  para  veneer 
las  virtudes  de  una  mujer  heroica. — Fingirse  muerto,  y  morir  para  el 
mundo  era  el  único  recurso  posible  que  sale  del  canil  de  lo  vulgar, 
aunque  esr  un  reéurst>  ilo  esperado. 

El  Cotidé  y 'Margarita  sonlaa  dos  figurad  que  se  destacan  en  este 
cuadro;  cotí  interés,  con  filosofía,  con  novedad  y  con  los  coloridos  bri- 
llantes dé  la  moralidad  y  de  la  fantasía.  Los  demás  pesónajes,  care- 
cen de  colorido,  de  interés,  y  apenas  merecen  mencionarse.  Enrique 
es  un  eiunriorado  común,  que  tnuestra  su  amor  con*  palabras  más  bien  |] 
que  con  la  veheihéncia  de  las  pasiones,  que  se  entre vee,  que  se  transpa- 
renta,  que  se  adívtoa  én  las  imágenes,  más  bien  (Jüe  en  ese  dialogo 
que  .podríamos  llamar  erótieó.  Algunas  frases  que  revisten  nn  pensar 
mfcnto  hernioso,  con  ternura  y  energía,  y  con  los  brillantes  coloridos 


153 

de  una  imaginación  viva,  36  admiran  en  esta  obra.  La  hermosa  des- 
cripción histórica  de  la  Noche  triste;  la  «uerte  de  Ve&zquez,  para  fun- 
dar en  ella  esa  tremenda  lid  del  afecto  y  de'la  gratitud  cop  el  celo, 
son  un  magnífico  recurso  dramático  que  el  autor  ha  explotado  con  buen 
éxito.  4  , 

Como  hijos  de  una  imaginación  rica  $n  bellas  imágenes,  se  notan  á 
menudo,  algunos  toques  eléctricos  al  corazón,  algunas  reflecciopes, 
litas  bien  filosóficas  que  poéticas,  y  un]lenguaje  paítfc»  y  elegante. 

La  escena  1  *  del  primer  acto>  entre  Enrique  y  Ñuño,  está  por;  de- 
más, pues  no  hsce  sino  desviar  la  atención  del  asunto  principal,  sin 
que  afecte  en  nada  la  acción   del  drama. 

Enrique  quiere  armar  un  ^escándalo  si  Margarita  no  viene  á  la  ci- 
ta. Esta  frase  no  es  propia  del  teatro  ea  su  situación,  ni  de  la  época 
y  de  las  circunstancias  de  la  escena;  propias  es,  sí,  de  la  vida  real,  y 
«caso  sólo  tolerada  en  un  personaje  que  se  rosa  con  el  vulgo;  impropio 
es  tambié»  de  ^  estilo  elevado.    .  ,,         ^  r.*  *  -     : 

Hasta  'aquí,  estos  defeotos.del  lenguaje  y  de  la  acción  pueden  ser  di- 
sipriulables;.  pero  contra  Jo  .que  se  rebela  nuestro  gustóles  $eí  qi}e  el 
autor  se  propone  engañar  á  sus  espectadores  con  la  muerte  y  funera- 
les del  C¿nde,  y  hacerle  apareces,  como  u»  faptasmaj  &1  autor  casi  nos 
armó  un  escándalo;  y  A  hemos- de  usar  «na  frase  muy  vulgar,  auuque 
tengamos  que  descender  de  nuestro  estilo  circunspecto,  diremos,  que 
nos  dio  un  gregorito.  Con  raaón  Ordoño  quiere  echar  á  correr  cuando 
ve  al  muerto,  cual  la  sombra  del  comendador,  que  se  cuela  por  una 
puerta,  y  que  le  habla  á  su  espalda:  ¿ay!  el  autor  contaba  con  el  es- 
toicismo de  nuestro  inolvidable  Freiré. . . . ,  .Si  ei  autor,  para  conti- 
nuar la  acción  de  su  drama,  quiere  hacer  morir  para  ei  mundo  al 
Conde,  y  preparar  así  un  desenlace,  debió -ponerl?  en  la  escena  al 
tiempo  que  se  cantaba  él  oficio  ,d§.  los  muertpa  Tal.  como  está  con- 
cebida esta  escena,  no  es  draipática,  peca  contra  las  leyes  del  buen 
gusto, JT' < quita,  s^i  hernjpjw .(florido ¿  ctras  escena»  de  interés.  Aun 
es  tiempo  de  corregir  este  defecto.  ,.., .,  ,     ..-<* 

El»  ,  autor  debe*  poner  esta  acotación  en  la  última  escena,  para  inte- 
ligencia de  los^aotorea.   i   .     i -■•  ..    .        ,      ,  •     ' 

«U<k,  Reverendo  Padre,  al  pisar  la  escena  en  6tl  metamorfosis,  no 
debe  retirarse  tnfccho  de  la  puertia  para  'tenei4.1  libre  la  retirada  en 
caso  de  aprieta  Preséntese  vd.  de  perfil;  oculte  vd..sú  cara  entre  los 
pliegues  de  una -capucha  amplia  y  tupida  Las  palabras  t.sosténme, 
Ordoño,  que  desfallezco  d*  dotor,»  al  entregar  la'  carta '£  Margarita, 
suponiéndose  el  confesor,  del  Conde'  y  portador  de  srí  última  volun- 
tad, deben1  pronunciarse  <2on  voa  sofocada,  Y  usted,  Mdrgarity,  ál  a- 
cercarse  al  sacerdote,  tanto  para  rtecibir  la  carta  conK>  para  pedir  la 
bendición,, debe  v4.  haoe^k)  con.  los  ojos  fijos  en  el  suelo;  pues  si  vd., 
cediendo  á  una  curiosidad, mujeril  viera  la  fas  ca&i  oculta  del  sacerdo- 
te,. vdv  confcen&pláría  estupefacta  la  resurrección  de  su  marido;*  el  dia- 
blo  tiraría  de  la  manta;  se  descubriría  el  enredo;  caerían  por*el  sue- 


154 

lo  nuestras  ficciones;  se  bosquejaría  la  caricatura  del  drama,  y  expon- 
dría vd.  al  autor  á  que  lo  tacharan,  cuando  menos,  de  iluso  6  de  poco 
previsor. 

I^ajo  ofra  forma,  la  escena  podría  ser  pasadera;  y  se  quitaría  al  dra- 
ma un  lunar  que  lo  hace  descender  de  aquella  altura  á  que  el  autor  lo 
ha  llevado  en  alas  de  su  genio. 

Nos  hemos  extendido  más  de  lo  que  queríamos  en  dar  una  idea  de 
itEl  Sacrificio  de  la  Vida.u  El  público  lo  ha  recibido  con  aplauso.  Si 
el  Sr*  Contreras,  antes  de  darlo  a  la  prensa,  corrige  estos  defectos  im- 
perdonables, no  dudamos  que  se  represente  con  aplauso  aun  en  los 
teatros  extranjeros,  donde  son  más  exigentes  en  la  observancia  de  los 
preceptosque  rigen  el  arte  dramático.    _ 


"Un  Amor  de  Hernán  Cortes" 


DRAMA  DEL 


jóse  m  mmuí, 


Lope  de  Vega  se  hizo  célebre  por  su  extraordinaria  fecundidad  en 
escribir  comedias,  llegando  á  mil  ochocientas  su  número,  sin  contar 
los  autos  sacramentales. 

•»Y  más  de  ciento,  en  horas  veinticuatro, 

Pasaron  de  las  musas  al  teatro... 

* 

Así  el  Sr.  Contreras,  parece  que  se  propone  dar  en  cada  abono  una 
nueva  producción. 

Habíamgs  notado  un  rápido  adelanto  en  cada  nuevo  drama  que  es- 
cribiera, y  no  dudamos  que  podría  algún  día  llegar  á  la  perfección  del 
arte  meditando  profundamente  sus  nuevas  concepciones,  buscando  in- 
cidentes que  se  presten  á  un  desarrollo  filosófico,  y  adornándolo  con 
esas  galas  de  su  ingenio  de  que  tantas  pruebas  tiene  dadas.  Escribir 
una  pieza  teatral  que  pueda  dejar  en  el  auditorio  gratas  impresiones, 
no  es  muy  difícil  cuando  se  posee  talento  y  se  emplea  el  arte:  crear  u- 
na  situación  interesante,  apoderarse  de  un  pensamiento  filosófico  y  a- 
raoldarlo  á  los  preceptos  de  la  escuela  que  se  siga,  sólo  ear  dado  al 
verdadero  genio,  sólo  es  posible  á  la  sublime  inspiración. 

El  Sr.  Contreras  escribe  mucho,  con  precipitación,  y  sus  obras  ca- 
recen de  la  profunda  meditación  que  debe  emplearse  formando  Tin 
plan  dramático,  é  inventar  situaciones  análogas  y  variadas,  que  den 


i 


155 

un  interés  creciente;  parece  qne  se  propone  sólo  entretener  á  so  audi- 
torio, llevándolo  de  incidente  en  incidente,  poco  ligados  con  una  tra- 
ma enredada;  e*to  pnede  hablar  á  nuestros  sentidos,  pero  no  imprime 
sensaciones  profundas  a  nuestra  alma,  que  es  precisamente  uno  de  los 
atributos  de  la  escuela  romántica  y  caballereaba  que  el  autor  profesa; 
que  creara  Torres  Naharro  y  perfeccionara  Lope  de  Vega  Carpió. 

••Un  Amor  de  Hernán  Cortés»  carece  de  interés  dramático,  aunque 
en  cambio  tenga  una  fluidez  encantadora  en  su  versificación;  tiene  si- 
tuaciones difíciles,  aisladas,  de  una  acción  sorprendente;  cuadros  de 
gran  efecto  dramático,  es  verdad,  pero  por  su  aislamiento,  no  cautivan 
nuestra  atención,  ni  tocan  las  libras  de  nuestra  sensibilidad. 

¿Cuál  es,  pues,  la  acción  de  este  drama?  ¿Cuáles  son  las  gratas  im- 
presiones que  nos  deja  para  recordarlas  con  entusiamo  al  día  siguien- 
te? ¿Cuál  es  su  interés  dramático  que,  naciendo  en  las  primeras  esce- 
nas, pudiera  seguirlo  el  pensamiento  como  el  hilo  de  oro  de  una  tela 
que  se  muestra  á  nuestra  vista,  desaparece  luego  y  vuelve  á  verse  más 
adelante?  Creemos  que  acción,  propiamente  considerada,  no  la  tiene 
sino  al  final  del  tercer  acto.  ,  " 

El  pensamiento  dramático,  que  se  liga  con  la  historia,  es  un  amor 
de  Hernán  Costes,  con  la  joven  Estrella;  su  esposa,  Catalina  Juárez 
(ó  Suarez)  que  lo  sabe  ó  lo  malicia^  «e  propone  recobrar  su  antiguo 
poderío  en  el  corazón  de  su  esposo,  y  vengarse  de  su  rival.  Estrella, 
á  su  vez,  viéndose  engañada,  extraviada  por  las  celos,  y  queriendo 
imperar  como  reina  absoluta  en  el  corazón  de  su  amado,  concibe  la  i- 
dea  de  matar  k  la  mujer  que  se  lo  disputa.  Estas,  tremendas  pasio- 
nes, que  descansan  en  un  hecho  histórico,  se  prestan  para  formar  una 
trama  notablemente  dramática,  más  aún,  perfectamente  trágica,  aun- 
que en  la  invención  de  la  fábula  pudiera  la  fantasía  sacarla  un  poco 
del  carril  de  la  historia  para  darles  formas  estéticas. 

El  primer  acto  nos  muestra  los  amores  4j?  Cortés  con  Estrella,  la 
llegada  á  Texcoco  de  Catalina,  y  el  asesinato  4de  Gutierre  sin  más  jus 
tificación  que  habitar  una  casa  donde  se  presumía  vivía  Estrella.-  "Ma 
tad  al  primero  que  salga»  decía  Antufiez,  y  en  esto  obraba  por  man- 
dato de  Catalina.  Gutierre,  padr^  de  Estrella,  fué  muerto  alevosa- 
mente. Este  trágico  resorte  es  inútil  en  la  trama;  no  sirve  ni  aun 
para  justificar  después  la  muerte  de  Catalina,  puesto  que  es  un  he- 
cho histórico.  Aglomera  acontecimientos  sangrientos,  escenas  de 
bulto,  sin  ninguna  significación  dramáticas 

En  el  segundo  acto  sólo  se  desarrolla  el  pensamiento  de  descubrir 
k  los  asesinos  de  Gutierre  y  de  vengar  su  muerte.  Antuñez  pre- 
tende arrastrar  por  la  fuerza  &  Estrella  lejqs  de  aquel  recinto;  Bkr 
nan  Cortés  lo  sorprende  y  lo  manda  prender,  después  de  descubrir 
que  Catalina  le  ha  sido  infiel,  según  la  relación  de  tina  carta  que  el 
conquistador  adquirió. 

Todavía  en  las  primeras  escenas  del  tercer  acto  se  muestra  el  aipor 
de  Cortés  á  Estrella,  su  indignación  hacia  Catalina,  y  la  vindicación 


156 

de  ésta  por  medio  de  otra  carta,  que  muestra  su  inocencia  y  por  la 
cual  queda  plenamente  satisfecho»  de.  la  fidelidad  de  su  esposa;  le  de- 
vuelve su  afecto:  le  manda  vestirse  con  sus  ¡mis  ricas  galas.  Podría- 
mos decir  que  basta  aquí  el  autor  no  ha  hecha  otra.  cosa,  que  mostrar  la 
ternura  en  el  corazón  de  la  tntyer,  y  aglomerar  confusamente  escenas 
interesantes,  como  los  cuadros  truncos  de  hermosas  colecciones;  dibuja 
un  panorama  cuyo  conjüpto  seduce,  sprprende  y  asombra,  vi^>  de 
lgoa  como  un  miriaje,pero  que  (de  perca  se  desvaríele  la  ilusión;  se 
ven  rocas  agrestes,  sitios  incultos  pintados  9on  los,  colores  mas  varia- 
dos de  la  poesía,  pero  que  poco  Hablan  á  nuestro  entendimiento,  poco 
á  nuestro  corazón.  t.  tl        ,  .    t 

Aquella, lucha  de  Estrella  por, Conservar  el  pu^al  .ensangrentado? 
larga  y  fatigosa,  carece  de  naturalidad;  da  á  este  cuadro  filial  el 
triste  aspecto  del  forzamiento.  , 

La  acción  del  drama  comienza  en  las .  ultimas  escenas,  en  los  mo- 
mentes  éu  que  Catalina  y  Estrella  se  encuentran,  §e  reconocen,  y  se 
lanzan  una  hacia  otra,con  toda  la  furia  de,  los  celo?.  Catalina  ya 
a  buscar  una  arma,  pero  Estrella  recoje  el  ppñal  con  que  fué  asesina- 
do su  padre  y  da  muerte  á  su  rival. -^Como  se  ve,  este  epílogo  es  el 
mas  interesante  del  drama;  es  lá  catástrofe,  la  situación  trágica  y 
la>acck>n  nusma. 

La  historia  nos  revela  que  Catalina  Juárez  fué  §xtrangulada  por 
Cortés;  existe  todavía  el  palacio  que  habitaba,  la  pie?a  en  que  mu- 
rió, y  la  bóveda  vde  su  sepulcro  en  la  Capilla  de  Coyoacan. ,  El  Sr, 
Contreras  hace  morir  á  Catalina  bajo  el  golpe  Je  ún  puñal  que  su  ri- 
val esgrime  en  su  pecho,  y,'  para  acercarse  á  lá  vérjíad  histórica,  ha- 
ce recaer  las  sospechas  del  publicó  en  q[u<¿  Cortés  cometió  aquel  ase- 
sinato. 
t  Si(  la  acción  del  drama  f  ha  de  ser  la,  existencia  de  dos,  ninjeres  (riva- 
les que  se  disputan,  el  ainor  de  uíi  hombre:  hasta  que  upa  de  ellas  su- 
cuinba,  debió  el  autor  comenzar  su  drama  por  estas  últimas  escenas, 
por  la-entrevista  cíe  esas  dos  mujeres,  y  hace^  rp^ar  la  acción  por  mor- 
dió de  una  trama  urdida  con  ingenio,  desarro}ía/ia  con  interés,  $n  que 
una  rival  poue  los  medios,  de  vendarse  y  Ja  otra  loe  nulifica  con  astu- 
cia; en  que  arabas  ponen  en  acción  todos  sus  §ncantos,  todas  las  seduc- 
ciones del  vicio  ó  de  ía  virtud  para  lograr  imperar  en  el  corazón .  de 
,su  amado,  é  ir  conduciendo  al  espectador  hasta  su  fin  con  un  interés 
gradualmente  creciente. 

Aquí  podríanlos  decir  que  el  autor  ha  gastado  inútilmente  los  resorr 
*  tes  de  su  inventiva,  y  las  galas  de  su  rica  imaginación  en  sembrar  ga: 
lanas  flores  en  un  campo  eriazo.  Se  parece  al  joven  pródigo  que  espar- 
ce sus  riquezas  por  todas  partes  y  qué  a  la  mayor  necesidad  está  po 
bre:  que  mira  su  mesa  espléndida  en-  ramos  y  perfumes  del  día  ante- 
rior, y  ya  está  vacía,  sin  manjar  alguno  que  le  pueda  alimentar. 
.  La  galana  fan^sía  del  Sr.  Contreras  brilla  en  todas  partes;  magní- 
fica es  su  versificación,  sorprendentes  algunas  de  sus  escenas,  y  aún  el 


— '*7 

carácter  de  los  tres  primeros  personajes  está  delineado  con  maestría. 
Todo,  toderestá  bien,  pero  parece  sacado  de  quicio,  fuera  de  su  lugar. 
La  ternura  y  la  constancia  de  Catalina,  y  aun  su  valor  en  situaciones 
difíciles,  dan  á  su  alma  el  temple  del  heroísmo;  la  simpática  Srita.  Ser- 
vio supo  llevarlo  á  su  término  con  la  dignidad  propia  de  la  gran  seño- 
ra que  no  debe  abandonar  su  puesto,  y  que  se  refugia  en  el  corazón 
de  su  esposo  como  en  un  santuario  digno  de  su  virtud. 

Concha  Padilla,  la  estrella  de  nuestro  teatro,  que  se  presenta  en 
nuestro  horizonte  «ón  la  esperanza  de  alcanzar  algún  día  lauros  dig- 
nos de  la  Cairos,  de  la  Bel  a  val,  y  Je  la  Petuffo,  nos  representó  una 
EfetreAJá^tiéríia,  apasibna^,  dispuesta  á  ir  al  sacrificio  por  su  ainado; 
los  afectos  del  corazón  los  expresaba  perfectaráente  con  la  mímica; 
aquélla  mujer"  agitada  por  los  celos,  sufría  una  enagenación  mental; 
sus  ojos  brillaban  como  ¿oe  d,e  tttJ»  pancera;  trémula,  iracunda,  inexo- 
rable; su  aliento  era  sofocado  y  sólo  le  animaba  un  pensamiento,  morir 
y  matar.  Ciega.,'  delirante,  su  acción  es  la  dol  frenesí;  arrolla  cuanto 
encuentra  á  su  paso:  va  en  busca  de  su  rival,  y  vuelve  cubierta  de 
sangre,  con  el  vértigo  que  inspira"  la  venganza.  Si  aventar  aquel  si- 
llón; si  su  caída  aT  suelo  fué  un  acto  casual  y  no  premeditado^  esto  ha 
^  contribuido  á  dar  ala1  escena  más  véróáihiflitud,  jtaes  patentizaba  su 
ceguedad,  resorte  magnífico  para  que  la  acción  Fuerza  pronta  como  el 
rayo,  precursora  de  -un  acto  trágico,  -terrible.  *     - ' '  *    * 

El  mismo  Sr.Gnasp  mantuvo  su  carácter  ala  altura  del  personaje 
histórico  que  representaba;  aquel  hombre  extraordinario,  altivo,  pro- 
tervo, decidido;  hábil  y  enérgico,  qrié  quemara  sué  naves,  que  vencie- 
ra al  débil  Mo(ftea?utñá  y  al  indomable  Cuauhtcmoc,  se  presentaba4 iJéfa 
toda  su  verdad;  Había  estudiado  f  ébrapfebdido  su  pápéí  y  se  esfor- 
zaba por  luciri  o  para  mantener  á  la  altura  conveniente  la  fama  que  el 
autor  ha  cabido  conquistar.  "{i"         v''i:  •   ' 

El  Sr.  Contrete*  fué  llamado  varias  veces  A  la  escena,  pues»  el  pú- 
blico no  olvida  ias  impresiones  <juevle  causará  la  "Hija1  deí  Aey.u 
Esa  obra  dejó  una  estela  luminosa;  sn^resjplandores  se  pérsibían  to- 
davía ál  rep^eséntarsíe,  ante  tín  público  ilustrado  y  conoóedór,  «»T7h 
amor  de  Hernán  Cortés.»    *  '  /      '    '*I;  "  •      ^ 

Sabemos  qufe  los  Srés.  Altamirano  y  Bablot  han  escrito  en  francés 
un  drama  sobre  el  mismo  hecho  histórico.  l  Muéhjó  debemos  esperar 
del  consorcio  dé  esdí' genios  que  adheridos  &  la  alta  escuela  francesa 
la  easayan  en  hechos  palpitantes  y  teitfibléfc  de'  la 'historia  cié  México. 


158 


luchas  de  Honra  y  Amor," 

DRAMA  ENTRES  ACTOS 
POE  EL  SEflOK  JOSÉ  PEOS  COMIERAS. 


Damos  principio  á  esta  crónica  hablando  de  nuestro  teatro  predi- 
lecto, y  de  los  simpáticos  actores  que  en  el  Principal  trabajan  con  be- 
neplácito del  público.  Habíamos  pensado  guardar  nuestras  observa- 
ciones  sobre  la  pieza  del  Sr.  Peón  Contreras,  hasta  que  de  nuevo  se  pusie- 
ra en  escena,  pudiéramos  estudiarla  y  analizarla  para  emitir  nuestro  jui- 
cio; hemos  variado  de  propósito  cuando  vemos  qué  su  repetición  se  re- 
tarda. Tenemos,  pues,  que  limitarnos  á  escribir  una  revista  de  tea- 
tros, en  vez  de  formar  un  juicio  crítico  de  esa  nueva  producción. 

£1  autor,  formando  de  su  nuevo  pensamiento  una  obra  de  actuali- 
dad, desconfiaba  dramatizarlo  con  la  misma  felicidad  con  que  Ka  en- 
sayado la  literatura  teatral  en  el  género  caballeresco,  y  ocultó  su  nom- 
bre. El  asunto  de  ese  drama,  aunque  es  altamente  moral,  no  eremos 
que  sea  propiamente  social,  en  el  sentido  en  que  la  escuela  moderna 
lo  crea  y  lo  desarrolla;  es  un  episodio  de  la  vida  real  que  se  lleva  á 
término  con  interés,  pero  que  no  es  un  problema  que  se  ptopoAe,  que 
se  analiza  que  se  resuelve,  para  que  en  ese  sentido  se  modifique  la  ley, 
la  costumbre  social  ó  el  precepto  religioso. 

¿Cuál  es  el  delito  que  se  va  á  criticar  en  oste  episodio  dramático? 
¿cómo  lo  castiga  la  religión?  ¿cómo  la  ley?  ¿cómo  la  sociedad?  ¿cómo  lá 
familia? 

Tener  hijos  naturales  y  abandonarlos,  es  un  delito  que  la  religión 
castiga  con  un  ayuno  y  un  golpe  de  pecho  en  esta  vida:  y  con  amena- 
zas dé  tizonazos  en  la  otra.  La  ley  civil  castiga  con  la  indiferen- 
cia; la  sociedad. . .  .con  una  carcajada;  la  familia. . .  .;ya  es  otra  co- 
sa distinta!  Una  consorte  quisquillosa,' arma  un  sanquintín,  cuando 
sabe  que  el  diablo  metió  la  cola  allá  en  los  tiempos  del  extravío  juve- 
nil; y  los  hijos  ven  de  reojo  y  con  celo  á  los  hermanitos  en  los  prime- 
ros días;  después después  todo  queda  en  casa. 


159 


Don  Francisco  tiene  una  hija  natural  á  quien  abandona  en  su  infan- 
cia, pero  á  quien  proteje  reservadamente  en  la  pubertad:  D%  Francis- 
co es  un  hombre  rico,  educado  &  la  antigua,  con  las  tradiciones  de  la 
época  vireinal,  con  la  austeridad  de  costumbres  que  en  otro  tiempo  se 
creía  eran  las  únicas  dignas  del  hombre  honrado;  sin  embargo,  este  8 
hombre,  cediendo  á  las  debilidades  humanas,  puesto  que  la  naturaleza  j 
tiene  lej'es  imperiosas  é  ineludibles  fuei.H  de  la  licitud  matrimonial»  re- 
conoce, tiene  una  hna  á  quien  proteje  y  educa,  pero  á  quien  oculta 
que  es  su  padre.  ¿El  autor  solicita  para  que  sea  social  su  pensa- 
miento, la  modificación  dé  las  costumbres  sociales,  eje  las  leyes  civi- 
les, ó  de  los  preceptos  religiosos?  Nó;  se  concentra  en  la  familia, 
pone  de  manifiesto  que  un  padre  hipócrita,  desnaturalizado,  por  ren- 
dir homenajes  á  las  preocupaciones,  guardando  en  secreto  sus  extra- 
víos, él  que  poco  tiene  que  perder,  que  su  fortuna  le  levanta  en  la 
sociedad  nn  pedestal,  como  si  fuera  un  dios  del  paganismo,  sacrifica 
á  su  hija;  sacrifica  lo  más  caro,  su  virtud,  su  honor,  su.  porvenir. 

La  joven  Teresa  qne  vive  de,  su  trabajo  en  la  costura,  en  la  pobre- 
za, en  medio  de»  las  privaciones  que  le  impiden  adquirir  una  educa- 
ción de  brillo,  y  que  en  e¿a  condición  humildísima  de  obrera  ha  lo 
grado  conquistar  un  corazón  apasionado  en  un  joven  estudiante,  se  ve 
repentinamente  rodeada  de  comodidades,  de  atenciones,  hasta  de  lo 
superfluo;  hay  un  hombre  que  la  visita  á  deshoras  de  la  noche  y  en  el 
misterio;  ese  hombre  pertenece  á  la  alta  clase,  á  la  clase  rica,  á  esa  cla- 
s»  que  tiene  uno  de  los  alicientes  más  poderosos  para  la  seducción,  el 
dinero.  La  sociedad  se  percibe  de  esas  visitas  nocturnas  y  lanza  so- 
bre aquella  pobre  criatura  sus  anatemas,  Los  protectores  desinteresa- 
dos no  se  conocen  en  una  sociedad  corrompida;  la  virtud  pobre,  la 
virtud  indigente,  es  una  planta  parásita  que  vive  d<d  jugo  de  la  cari- 
dad ó  del  trabajo,  pei*o  que  no  germina,  que  pocas  veces  florece;  la 
condición  de  la  mujer  pobre  en  México,  su  escaso  jornal,  sus  priva- 
ciones, son  una  constante  tortura;  la  sociedad  y  las  leyes  no  tienen 
siquiera  una  corona  para  premiar  la  virtud  en  la  mujer,  pero  sí 
tiene  los  dardos  de  la  maledicencia,  las  obscuras  mastnOrras  para  cas- 
tigar el  Adcio;  y  sobre  todo  esto,  hay  todavía  la  murmuración  malé- 
vola, la  murmuración  destituida  del  razonado  criterio,  del  libre  exa- 
men. Ün  hombre  arrojó  sobre  Una  inesperta  mujer  el  anzuelo  de  la 
seducción;  y  fué  madre  de  una  niña;  esta  niña  no  conoce  á  sus  padrea 
que  se  avergüenzan,  no  de  sus  delitos,  sino  de  presentarla,  de  recono- 
cerle ante  el  público,  porque  las  preocupaciones  sociales  son  á  veces 
má<3  poderosas  que  los,  gritos  de  la  naturaleza  y  que  los  clamores  del 
sentimiento  religioso. 

El  sor  á  quien  Teresa  amaba,  Teresa  la  costurera  aue  ganaba  aa 
sustento  con  su  trabajo,  viene  de   Europa,  y  se  sorprende  de  ver  á  s« 
adorada  en  una  situación  suntuosa;   sabe   por  el  criado  su  confidente  | 
que  á  Teresa  la  visita  un  hombre  misterioso  quien  le  proporciona  lujo 
y  bienestar.  Sabe  por  la  boca  del  vulgo  que  ya   no  hace  costuras   por 


____  160 __===1i 

que  la  visita  un  rico  propietario  en  las  alfas  horas  de  la   noche.  L\ú* 
se  presenta  en   su  ca*a,  le   echa  en  <;ara  su  lnjo,   su  infidelidad,  y    le 
muestra  pus  sospechas.    Indignada   Teresa  le  manda   salir  de  su   casa.! 
D.  Francisco  se  presenta,  y  ante  las  reprensiones  de   Luis  declara  que*' 
1  es  su  hija;  que  conservara  ese  secreto   por  no  escandalizar  á   la  soeic- 
'  dad. 

Despedir  al  novio  es  un  arranque  de  la  fantasía  del  poeta,  pero  en 
so  situación  dramática  no  es  de  la  vida  real;  á  no  ser  que  te  tome  co- 
mo nn  fenómeno  fisiológico. 

La  mujer  de  la  clase  pobre  ama   la  virtud  por   instinto,  no  por    nn 
i  premio;  es  buena  por  los  nobles  sentimientos  del  corazón;  por   la  sen- 
sibilidad exquisita  de  su  sistema  nervioso    delicado,  no   por  temor   al 
castigo;  no  por  no  caer  en   un  fango  pestilente  y  nauseabundo  que  no 
conoce  en  su  retiro  y  en  su  aislamiento;  la   mujer  profundamente  apa- 
sionada, la  mujer   virtuosa  y   que   en  su   fo razón  tiene  lugar   la  mo- 
ral religiosa;  la  joven  gue  vive  en  la  mediocridad  y  que  se  nutre  en  la  i 
pobreza,  es  .sensible,  es  delicada,  es  humilde,  y  jamás  estalla  en  arran- 
ques de  altivez  aunque  sea  insultada  por  su    amado,  porque  la   pasión 
de  su  alma  ejerce  grande  imperio   sobre  todos  sus   sentimientos;  se  ve  i 
insultada  y  calumniada,  y  su  primer  movimiento  es  vindicarse,  hablar 
á  la  razón  de  su  amado  para   convencerlo,  y  luego  vendrá  el  llanto  á 
poner  el  sello  á  «*u  inocencia  y  aun  a  resignarse  con  su   suerte;  podrá; 
despedir  á  su  amado  de  su  casa,  sí,  pero  esto  será,  no  cnando  esté  apa- 
sionada, sino  cuando  haya  lanzado  de  su  pecho  el   amor  que  la   ator- 
menta.    La  exquisita  organización  del  corazón  de  la  mexicana,  no  tie-  i 
ne  esos  arranques  pr<jpios  del  raciocinio  y  de  la  cabeza;  á  cada  paso  te- 
nemos ejemplos  de  mujeres  que  aman  con    delirio,  que  so*?  traiciona- 
das en  sus  afectos,   que  reciben   Tos  mayores   insultos  de  su  amado,  y 
!  hasta  la  muerte  misma;  y  exclaman  con  angelical    temara  en  su  ago- 
i  nía:  "muero  amando  á  este. . .  .traidor."/ — Pues   este    es  el    amor  y  el 
!  sentimiento  de  la   mexicana.— La  mujer  que  recibe  un  insulto  de  su  j 
amante,  y  en  su  noble  indignación,  dice:  rrShlid,  salid  de   aquí,  mar-  | 
chaos  de  mi  presencia,'»  no  es  la  mujer  que  ama,  es  la   mujar  que  fin- 1 
ge  amar;  el  poeta  pinta  no  lo  que  es,  sino  lo  que  él  cree  que  debe  j 
ser;  pinta  los  arranques  del  raciocinio  y  de  la  indignación,  no  los  dul- 
ces afectos  Je  una  alma  enamorada.     Este  rasgo  dramático  es   la  fic- 
ción   del    poeta  y   del  fisiológico;  la  pasión  amorosa   ee  la  negación  ; 
absoluta  de  toda  idea  racional;  el  escritor  ha  faltado   en  esto  á  la  ver-¡ 
dad  del  sentimiento.  í¡ 

En  cnanto  á  los  caracteres,  hagamos  unas  observaciones. 
[i       Doña  Juana  y  D.  Francisco  aparecen  como  tíos  dé  Tereza  en  el  de- 
*   satrollo;  y  en  el  descenlace,  como?  los  padres  de  aquella  niña. 

'  La  naturaleza  tiefre  sus  leyes  inmutables;  una  mujer  podrá  disimu- 
lar con  sus  palabras  que  es  madre,  pero  sus  acciones  la  venden;  su  ter- 
nura se  desliza  en  una  mirada,  eu  una  caricia;  los  padres  podran  de- 
cir, cuando  no  son  desnaturalizados,  sino  sólo  capricliozos  "te  amamos 


H 


161 


siendo  nuestra  sobrina  de  la  misma  manera  que  si  fueras  nuestra  hi- 
ja;** y  aquella  Doña  Juana  que  ei  autor  nos  dibuja  no  es  la  madre  o- 
culta  y  misteriosa,  no  es  ía  tía  siquiera;  es,  sí,  una  mujer  indiferente; 
aquel  D.  Francisco  lleva  su  disimulo  liasta  la  verdad,  como  ha  querido 
el  poeta,  y  sólo  es  padre  cuando  ve  que  su  hija  es  difamada  por  él 
inisuio;  este  rasgo  sí  es  verdadero,  sí  es  un  estudio  filosófico  y  fisioló- 
gico del  corazón  humano;  con  raaóu  Luis  al  ver  la  conducta  anterior 
tan  indigna  de  un  padre,  exclama. . . .  "uo,  ese  hombre  no  puede  ser 
tu  .padre,  h 

En  cuanto  al  carácter  de  Teresa,  no  órenme  que  caté  bien  dibujado; 
es  mujer  apasionada,  y  entalla  eti  arranques  de  orgullo -contra  su  a- 
uvante;  es  una  una  mujer  austera  mente  virtuosa,  y  abandona  el  hogar 
que  es  el  santuario  donde  debe  poner  su  virtud  al  abrigo  du  las:  ase- 
chanzas de  la  murmuración,  más  cuando  lo  abandona  por  insimtaicio- 
nes  de  su  amante:  es  buena  hija,  ó  por  lo  menos  dehe  serlo,  según  el 
autor,  y  va  á  casa  de  stf  padr^r  ¿  decirle:  ■  ^llevaste  el  deshonora  mi 
casa,  y  te  trai<m  el  deshonor;  rae  llevaste  el  dolrtr,  y  te  lo  devuelvo; 
vos!  no  sois  mi  padre,*  Aqtfí  Teresa  incurre  en  el  niimüo  defecto  qne 
echa  en  cara  á  sapadre  el  mismo  Luis";  «ese  liombre  n«i  es  tu  padre, 
exclama;  lo  denuncia  su  crnidncta;*»  "osa  mujer  no  «es  so  hija,  exclama 
el  publico/  «sí  lo  detnuotra  su  altivfz.ír  • 

Esto  no  caracteriza  k  la  mujer  de  humilde  condición^  dfe  Inunilde 
carácter,  de  humides  pretensiones,  sinovia  mujer  altiva,'  orgullo**» 
por  la  vjrtnd,  orgnllosa  por  el  buen  pareéeh  ¿Y  es-«ste '^1  tipo  en  Mé- 
xico de  la  buena  hija? 

Este  carácter  no  e«  de  1«  vida  renl;  m>  es;el  tipo  de  una  joven  de  la 
alta  clase;  no  lo  e©  de  la  inedia?  mucho  menos  do  la  ínfhaa;  es  la  crea- 
ción del  genio,  es  ia  hija  de  la  poesía,  que  liu&a  tipos  sociales  y  los 
idealiza,  lee  dá  formas  elegantes  y  caprichosas  en  su  fantasía;  por  esta 
«ausa  creemos  que  la  piez*  es  romántica. 

En  cuanto  a  su  argumento  es  sencillo,  pero,  hermoso,  filosófico,  y 
lleno  de  situaciones  dramáticas  é  interesantes.  El  episodio  de'  laá  ve- 
cinas, es  un  adorno  preciosísimo  y  origfnaf,  muy  cómico,  y  que  di  al 
drama  un  sabor  agradable  de  realismo.  > 

En  todos  estos  inscientes  qué  se  explotan  bajo  las  formas  del  ¿fa- 
ma, es  preciso  no  olvidar  el  gracejo  como  uno  de  los  resortes  que  con- 
tiene más  verosimilitud.  ¿Eri  cuáles  actos*  de  la  vida1' no  se  dá  lugar  á 
la  gracia,  al  chiste  y  aun  á  la  broma?  la  seriedad  eii  tódod  ellos*  nóes 
de  nuestro  carácter. 

Cuando  concluyó  el  primpr  acto,  la  curiosidad  quiso. penetrar  en  el 
misterio  del  incógnito,.  y;  adivinar  el  nombre  delatar.- Algún,  perió- 
dico queriendo  desviar  las  sospechas,  y  estando  en  el  secretó,  dijo  que 
la  obra  era  del  Sr  Vigil;  pero-  el  público  no  lo  creyó.  A  W  conclusión 
del  segundo  acto,  la  incógnita  se  había  (^espejado,  la  fluida  versifica- 
ción, algunas  situaciones  en  que  se  daguérreotip*.  la  My&  Úd>  Rey  y 
aun   las  emociones  del  Sr.  Contréras  que  estaba  eq.au  t  palqo,  y( ,  que 


'    102 

veía  las  fluctuaciones   dé  la   opinión,  emociones   ríe  que   participaban ' 
también  sus  amigo*»,  lo  habían  dtnunciado  á  su  pesar.  | 

Guando  la  representación  fconcluyó  y  se  anunció  que  la  obra  era  del  í 
Sr.  Contreras,  se  prorrumpió  en  aplausos,  y  fué  llamado  á  la  escena  tres : 
ó  cuatro  veces. 

Todavía  en  este  ensayo  palpamos  el  adelanto  del  escntor;  de  todos  ! 
los  qtte  han  presentado  ensayos  drama  ticos  es  el  que  descuella  con  mrts  i 
genio,  pue»  tiene  lá  fortune  dé  poseer  una  imaginación  fecunda  y  vi-  ¡j 
gorosa,  mucha  dedicación  y  asiduidad  por  el  estudio,  aun  más  de  laJ 
que  podía  esperarse  en  on  médico;  el  aplauso  sincero  de  un  público  in  ¡ 
¿eligen te  y  justo,  y  la  protección  de  un  empresario,  que  prohija  susl 
producciones  y  las  eleva:  esto  ae  llama  recorrer  en  ferrocarril  el  cauri- 1 
no  de  la  gloría. 

Las  imperfeccionen  es   on  saínete   imperfecto  que  á   veces  nos  hace 
reir,  pero  es  largo  y  cansado  especialmente   desde  el  momento   en  que  ( 
hay  el  quid  pro.  quo  de  las  carta*.    Se  presenta  en  escena  un   ciego,  \ 
un  sordo,  una  muda,  un  tartamudo;  quedaron  repagados  loe  tuertos, 
mancos,  cojos,  calvos*  jorobados  y  raquíticos   para  formar  otra   pieza  I 
digna  de  formar  una  aureola  dé  gloria  al  autor.    Nuestra  indignación 
fué  grande  cuando  veíamos  divertirse  y  burlarse  de  un   ciego,  aunque 
fuera  una  ficción;  nos  trajo  á  la  memoria  un  lance  de  nuestra  infancia, 
en  que,  en.  una  plaza  de  toros,  el  publico  se  reía  y  se  burlaba   de  unos 
ciegos  que  por  uoa  corta  retribución  .se  prestaban  á  poner  en  relieve  su 
terrible  desgracia;  y  el  público  reía  .y  silbaba  como  un  idiota 

¡Espetaculo  inhumano 
Divertirse  con  un  ciego! 
Este  pueblo  desde  luego 
No  ha  Je  ser  republicano. 

Para  njar  nuestra  triste  impresión,  vimos  allí  un  nuevo  actorcito, 
un  muchacho  imberbe,  expedito,  y  decidoT,  cuya  voz  no  nos  era  des-! 
conocida,  pero  ^ue  no  figuraba  en  el  elenco  de  la  compañía;  represen-* 
taba  el 'papel  de  Eduardo;  era  nada  menos  que  D.  Matildito  Navarro: 
que  había  tenido  una  modificación  que  podría  interpretarse  como  mor* ' 
,tiificación.  ¡Ay,  qué  despropósito!  nuestra  simpática  Mntilde,  la  alegre. 
la  festiva  señora  Navarro -sufría  una  metamorfosis:  la  pintada  mari- 
posa se  convertía  en  oruga,  hacía  papel  de  hombre.  ¡Matilde,  por  las 
once  mil  vírgenes!  cuando  el  director  quiera  hacer  pasar  á  usted  por 
las  horcas  candínas  y  le  mande  hacer  papel  de  hombre,  dígale  usted 
con  desenfado  andaluz,  ó  veracruzano  ó  habanero. 

— Otfgazté,  1).  Bnriquito;  écheme  una  miraa  dé  lo  pie*  hasta  el  co- 
pete; ¿he  rcrie,gaó  yó  de  mi  calié  y  de  mi  sexo?  (gniñando  el  ojo,  y  po- 
niendo una  Ufano  en  la  cintura,  con  dnh*e  meneo)  ¿no  tengo  yo  un  pal- 
mito  m¿  que;  divino?  pne  yo  no  he  de  hace  pápele  que  me  rebajé  de 
mí  calía  de  muje  á  galio  gallina  ¿por  ¿üaritó  se  pMstaríazté  ¿  hafee  el 
^papfel  déjemnrtí?  .-»•*-• 


uw 

Bldram»  »Ia  Oáridád.i  qne'tanlmett  extto  tubtfért1  España  ¿rtrecfe 
de  interés  en  los  d<»s  primeros  netos,  el  tercero  es  un  cuadro  lleno  cte 
vida,  de  ivetfdadí,  én  que  se  nrtüestrtt  la  realidad  de  la  vida  de  la  clase 
infeliz;  al  lado  de  la1  indigencia,  la  hermosura;  al  lado  de  la  sutil  se- 
ducción* la  caridad  ejercida  por  la  clase  alta;  por  esa  clase  que  nó  cree 
•en  la  desgracia  puesto  que  no  la  palpa..  El  autor  trabajó  inútilmente 
en  formar  loa  dm  primeros;  el  tercero  es  una  joya. 


"AMOR  Y  COQUETISMO." 

COMEDIA  EN  TESS  ACTOS  BEL  SI  J.  SMAN  SESEA, 


No  hace  muchos  meses  anunciaron  los  periódicos  que  el  Sr.  Segura, 
á  consecuencia  de  forma*  parte  de  la  Sociedad  Gorostiza,  iba  á  escri- 
bir'una  obra  teatral.  El  autor  es  bien  conocido  como  escritor  notable: 
es  miembro  de  varias  sociedades  científicas  y  literarias;  en  nuestro 
país  y  en  el  extranjero*  y  goza'dé«una  reputación  muyalta,  bien  me- 
recida entre  sus; conciudadano» 

;  Cuando  una  persona  notable  dirije  su»  vista  al  teatro  y  brinda  ala 
sociedad  con  sus  producciones}  nos  causa*  un  efecto  agradable,  aunque 
de  sorpresa*  pues  lOPéGraóSí  que  habiendo  adquirido  renombre,  debería 
ver  con  indiferencia,  ó  si  se  quiere,  hasta  con  desdén,  ese  estrecho  ca- 
mino de  la  gloria  ^ue  está  sembrado  de  espinas,  y  que  ee  estéril  en  sus 
resultados  en  nuestra  patria  N#  deberíamos  extrañar  que  personas 
consagradas  A  la  literatura  recorran  el  camino  del  teatro,  donde  se 
puedan  adquirir  gloriosos  lauros;,  pero  la  estrañeza  nace  deque  en 
México  se  dedica  nuestra  juventud  k  la  literatura  en  general  como  me- 
dio de  llegr.r  alos  puestosde  lapolíbkta:  en  cuanto  á  la  literatura  tea- 
tral, se  ensaya  única nientei por  pasatiempo  y  sin  esperanza  de  lucrar. 
Hasta  hoy,  los  escritoras  mexicanos  tienen  que  luchar  con  grandes  di- 
ficultades'paira  ver  represenfad«r ;sas  prfldueriones*  El  público*  .aoos- 
timbrado-  á  ver  eh  escena»  sólo  Mis*  obras  aplaudidas  ya-  del  teatro  i  es- 
pañol, mira  »coo  lúuoho:  desdén  ¡  lo  «que -puede Crecerte  eY  ingenio  mexi- 
cano, porque  quiero  ver  sék>  Ici*  bueno,  siendo  así  que  de  Españái  nos1 
viene  inuch4*i*w>  rwaJofperu^eí  público  eéwas  indulgente  oon  los  auto- 
res.del  ultramar  quecon  sus  compatriotas,  y  de  aquí  resulta  que  no 
pueden, hai«rse  grandes. adélaBtd»  en  el  teatro  sin  Tomover  eses  obs- 


lfi4 

táculos  que  han  sido  hasta  hqy  una  remora.  Xas  mismas  empresa*  cié 
teatros,  saben  que  para  interesal'  los  espectáculos,  mt  tiepen  más  que 
comprar  un  ejemplar  de  alguna,  obra,  nueva  aplaudida  en  Eapeña,  y 
poco  se  cuidan  de  adoptar  las  que  produzcan  los  escritores  mexicanos, 
puesto  que  sería  pesado  y  oaeiuso  pagar  originales  oon  el  tanto  por 
ciento  de  sus  productos,  cuando  otras  obras  nuevas  sr.  adquieren  con 
sólo  el  precio  del  ejemplar.  iíuchoa  de  nuestros  compatriotas,  por  h- 
mor  &  la  gloria  litera riH,  y  sin  cuidarse  de  !a  especulación,  ceden  sus 
obras  &  una  empresa  y  tienen  que  recurrir  a  mil  recomendaciones  para 
lograr  verlas  en  escena.  Por  otra  parte,  nada  nuevo  puede  escribirse 
sin  que  hiera  las  susceptibilidades  de  una  sociedad  exigente. 

A  todas  partes  alcanza  la  influencia  de  la  prohibición.  No  se  debe 
escribir  corntí*  ef  Gfeí|?iíSi  g#<|i# itfidará,  ¿un.  oculta,  la  mana  de  la 
policía;  liada  que  afeare;-  4f(&  *>  'ridiculice  la  costumbre  religiosa  por 
que  se  hiere  la  ^sc^piiMMti^^Ki  «boniído;  nadvc^ntr»  las  adúlte- 
ras, porque  presentar  una  mujer  criminal  ante  el  público,  es  retratar  á 
muchas  mujeres  de ,  njawwfc  &tf¡¿<M¿  ! .y  aacarlaa Á  Ja.  vergüenza;  en- 
tonces se  dice  q:»e  laj)ieza  es  inmoral,  que  ofende  muchos  castos  oídos. 
Buscar  ésas-  fifios*  dé^ufafrifr*a«tafa*£  cerno  -son  el  avaro?  el-iwwero,  el 
ambicioso,  cobarde,  el  falso  patriota,  el  diputado  venal,  la  coqueta,  la 
santurrona,  son  tipos  bien  conocidos,  y  que,  si  les  ayuda  un  poco 
la  imaginación,  pueden  convertirse  en  retratos.  No  sucede  lo  mismo 
con  las  comedia»  que  vienen  de  ultra/toar;  allá  los  poetas  forma**  sus 
tipos,  y  aunque  por  aquí  los  hay  enteramente  iguales,  no  podrá  decir- 
se que  aquella  doña  Acguntias  sea  copia  de  doña  Canuta  Rivaseaeho 
que  vive  en  A  .callejón  del  Resbaladero,  ni  que  el  D.  Cometió  Puntia 
gudo  del  saínete,  sea  el  retrato  de.  D.  Claro  Orónos  y  Sota  Riva  que 
tiene  sus  mismos  vicios.  Hay,  pues,  que  escribir  para  el  teatro  de  una 
manera  distinta  de  como  se  escribe  un  Espttíia,  y  no  como  $on  los  ti- 
pos de  Ja  sociedad  mexicana*  de  esta  manera  tendríamos  que  retrogra- 
dar dos  siglos  y  que  escribir  sobre  la  vida  de; Santa  Genoveva  y  de 
San  Pascual  Bailón*         ... 

El  Sr.  Segura,  consecuente  enn  una  excitad  a  deia  "Sociedad   Go 
rostiy.an  para  que  todo» ana  miembros   procuraran  nacionalizar   el  tea 
tro,  escribió  su  comedia  y  la  dio  á  1a   escena.  Su  representación   tuvo 
lugar  la  noche  del  último  jueves.  He  aquí  su  trama  á  grande»   rasgos: 

Cn  padre  cacado  en  segundas  nupcias,  viene  de  Jalapa  con  «a*  cua- 
tro hijas  it  esta  Capitalv  con  objeto  de  buscarles  acomodo,  uniéndolas 
es  «anto  lazo  oon-persorms'  rkfes;  pero  le  muerte  le  sorprende  sin  ver 
realizados  su*  proyectos;  mttrtó;de^asdo  en  el  corasen  de  sus 'hijas  el 
germen  de  un  vicio,  la  sed  de  riq/ueza»;  ,JEsas  hijas  se  llaman:  Reynul- 
da,  Valeria  y  Rosarü>;¡  en  í  cuanto  k  Jf  aria  que  es  del  segunda  matri- 
monio, representa  en  ésa  pléyade  de  muchachas,  ei  bnen  sentido. 

£1  ponsamieito  fik>s4fico>iy  owral  dé  eafca  pieza,  consiste  en  repre- 
sentar á  tres  jóvenes  que  «nielan  novios  ríeos,  que  eniran  en  relacio- 
nes amorosas  cop  cuantosestanásus  alcances,  con  tal  deque  tengan  di- 
«ero;  -ellaa  no  aman  á  ninguno, pew>  ai  desean  casarse.  Cada  una  de 


V>5 


tan  jóvenes  quede  chimqueada,  pues  los  pretendientes  conocen  sus  nu- 
lidades y  las  abandonan.  Rosario,  que  logró  casarse,  también  se  fruw- 
iran  sus  aspiraciones,  pues  el  esporo  perdió  un  pleito  que  lo  redujo  á 
la  miseria. 

Este  comedia  es  muy  sencilla  en  su  plan,  y  todo  su  interés  está  en 
el  carácter  de  •las- figuras  que  p rosen ta  en  sus  tres  cuadros  distintos.       i 

Kl  Sr.  Segura,  como  partidario  de  l* -escuela  ctásiea,  hnyedela  com-  j 
plicación  en  las  tramas,  de  los  *eiire<Í0s  mverosúaiilee,  y  busca  la  n&tu- 
raleza  en  la  vida  real,  su  acción;  sus  resortes,  sus  caracteres;   busca  la  í 
naturalidad  hasta  en  lo*  chiste»,  las^aJabras,  Ioh  refranes,  el  lenjuaje,  y  ; 
hasta  ei*  los  n*m  y  las  costumbre»    de  una  familia  de   provincia;  nada  ; 
hay  allf  exagerado,  sino  que  portel  contraía,  debido  á  esto,  nos  parecen  j 
débiles  ios  caráota '«,  y  muy   seriantes  entre  sí  los  de  las-  tres   herma- 1 
ñas;  aquí  el  autor  ha  sacrificado  la  variedad  de  tipos,  por  no  presentar1 
los  que  no  sean  reales.  Las  tres  hcrnanas  son   ambiciosas  de  riqueza,1 
las  tres  reservadas  entre  sí  y  la«    tres  hipócritas;  nosotros'  eremos  que 
podían  haberse  formado  de  las   hermanas  diversos   tipos,  para  que  eli 
cuadro  ftiera  más  perfecto  y  variadoy dando  á  cada  una  un  tinte   más! 
subido  en  el  carácter,  no  por  eso  dejaría  de  ser  real  y  muy    verdadero.  | 
Cierto  es  qfue  tres  mujeres  educadas. baja  unas  mismas  costumbres,  en 
el  misino  circulo  de  sus  amistades,  y  con  las  mismas  prescripciones  de 
moral,  y  alicientes  del  'vi«io*  deberían  ser  idénticas  en  sus  inclinacio- 
nes, en  sus  tendencia*  y  aun  en  las  pensiones  deJ  alma 

En  cuanto  al  cóquetiémo,  entendemos  que  no  está  bien  aplicado. 

Siempre  hemos  creído  que  en  nuestro  idioma  tiace  falta  una  pala- 
bra que  defina  con  felaridaJ  ht  cualidad  ó  vicio  que  en  la  mujer  se  de- 
signa con  el  nombré  tlé  coquetería. 

Coqueta  en  un  sentido,  es  una  mujer  de  talento,  que  emplea  los  atri 
butos  de  su  belleza  física  y  moral  para  hacerse  interesante  en  la  so- 
ciedad, amable  de  cuantos  la  conoce^  y  estimada  bajo  tolos  aspectos; 
no  sólo  emplea  las  dotes  naturales,  sino  también  el  artificio.  Si  la  mu- 
jer es  por  naturaleza  circunspecta,  reservada, y  adusta,  lo  cual  podría 
hacerla  poco  amable,  infundir  desconfianza,  aparecer  rq  misiva,  haría 
muy  bien  en  emplear  el  artificio  para  vencer  esos  rasgos  del  carácter 
que  sin  ser  vicios,  pueden  convertirse  en  nulidades;  una  sonrisa,  una 
expansión,  un  rasgo  de  pumíldad,  son  cualidades  adquiridas,  sí,  pero 
que  deben  elevarla  en  la  pública  consideración  y  atraerle  las  simpatías 
de  todos.  Á  esta  coquetería  muy  natural,  muy  justa,  muy  conveniente, 
la  designan  Jos  ingleses  con  la  palabra  jlirtation,  y  el  español  no  tie- 
ne una  frase  con  qué , se  le  distinga  de  la  otra  coquetería  que  es  un  vi- 
cio, aunque  se  !e  llame  coguetimio. 

La  palabra  coqueta,  €9 .  nuestro  concepto,  es  tomada  de  la  voz  fran- 
cesa coqmtfa)  y  esta  se  ha  formado  de  la  gallina  que  hace  zalamerías 
al  gallo:  coquetería*  Pero  la. coquetería  viciosa  está  definida  jen  el  Dic- 
cionario de,  la  lengua  castellana.  Coquetería  y  coquetisino  les  dá  un 
mismo  significado;  pero  el  autor  ha  querido  acercarse  á  la  verdad  «m- 


16<> 


pleando  el  eoqueti&mo  porque  infiere  que  el  final  de  ,dla,  tmo»  69  una 
degradación  de  la  frase  en  e)  caso  ¡presente-    < 

tyoqueta  es  también  la  mujer  desenvuelta,  traviesa,*  de  mirar  piea- 
rezco,  üif  tanto  cuanto  impúdica,  que  jnega  con  el  amor,  lo  .exploto,  y 
no  ama  con  el  corazón  sino  con  ios  sentidos;  pero  todo  esto  «in  man* 
(liarse  en  el  cieno  del  vicio,  pues  bí  lo  tocara,  pasada  a  otra  esfera. 
Ninguno  de  estes  dos  coquetisinos  es  el  que  el  8r.  Segura  pinta  en  sus 
tipos.  £1  primero  no  seria  digno  de  vituperio». sino  laudable;  el  se- 
gundo sólo  lo  presenta  muy  encubierta 

Cuando  nosotros  le  hicim<*  notar  en  los  ensayos  que  sus  figuras  nos 
parecían  pálidas  en  el  colorido,  y  ligera*»  en  sus  rasga*  característicos, 
nos  manifestó  que  había  querido  huir  de  los  extremos  que  le  parecían 
viciosos.  .No  presentar  tipos  vulgares  desenvueltos  y  repugnantes  an-  ¡ 
te  una  sociedad  culta  y  escogida,  ante  unas  «eñoritae  pudorosas  y  mo  • 
d estas,  y  no  caracterizar  con  rasgos  exagerados  para  no  iuc«i*rir  en  la 
inverosimilitud.  ¡ 

Nosotros  respetamos  la  opinión  y  hasta  las  intenciones  del  Sr.  Se-  j! 
gura,  pero  no  estamos  >óe  acuenio  en  el  mo%lo  de  juagar  de  la  literata- ! 
ra  teatral.  En  buena  hora  que  busque  sus  personaje*  en  la  vida  real  || 
y  no  los  exagere  para  no  incurrir  en  el  delecto  de  lainv^roninjjilitud;  ;■ 
en  buena  hora  que  no  dibuje  retratos,  amo  que  presente  un  espejo  ¡ 
donde  pueden  ver«e  muchos  que  se  acerquen  á  ver  su  cuadro  de  eos-  ¡ 
tambres;  pero  sí  habría  necesidad  de  retocar  esos  ti}»**  y  ponerles  a-  |. 
quellos  rasgos,  apueilos  pincelazos  maestros*  que  les  imprimen  carácter !¡ 
y  pueden  presentarse  como  modelo»  .  :> 

Nosotros  recordamos  haber  leído,  cuando  ¿ramos  niños,  este  pensa- 
miento que  se  tíjó  en  nuestra  imaginación,  ti  tina  nina  modesta  puede 
oír  cuanto  quiera  decirle  un  hombre  honrada »i  Haciendo  aplicación 
de  esta  máxima  al  caso  presente  diremos:  nuna  sociedad  selectaTpue- 
de  ver  en  escena  cuanto  quiera  decirle  un  hombre  de  moralidad. »i 
Poner  en  espectáculo  una  coqueta  algo  desenvuelta  en  sus  costumbres, 
y  aun  delincuente,  nunca  lo  hemos  considerado  nosotros  corno  un  mal* 
Creemos  que  el  vicio,  y  el  crimen,  son  necesarios  en  el  mundo  para 
que  tengan  razón  de  ser  la  virud  y  ei'heroismo:  en  una  sociedad  en 
j  que  todos  tuvieran  la  virtud  de  ser  santos,  dejaría  de  ser  virtud,  pues- 
to que  no  habría  contraste.  Una  coqueta  viciosa  y  repugnante,  debe 
presentarse  como  ella  es,  aunque  haya  qué*  velarse  un  poco  sus  defec- 
tos, si  estos  fueran  tales  que  no  pudieran  mostrarse,  en  plena  desnu  - 
dez,  ante  una  sociedad  de  púdicas  señoras;  en  esto  campearía  raás'el  \ 
ingenio  del  autor;  el  vicio  en  toda  su  deformidad  debe  presentarse  en 
el  teatro,  y  no  por  esto  se  califica  de  inmoral;  hay  otra  cosa  que  sí  lo 
es,  que  «s  trascendental  y  pernicioso,  cuando  se  delinea  una  joven 
que  comete  una  ffelta  y  se  dice  que  ésa  fálttfea  disculpable  porque  la 
joven  siempre  fué  virtuosa;  cuando  se  ptfne  en  escena  una  mujer  que 
fué  santa  y  honesta  toda  su  vida  menos  un  cuarto  <feh*ro,  ftm  duarto 
de  hora!  ¡ah!  ¿qué  cosa  son  unos  minuto*  comparados  don  la  «*er- !¡ 
nídad? 


ié7 

Por  esto  creemos  qtiM^U'efeaciót]  del  Sr/Segum  le  hacen  falta  al- 
pinos toques;  falta  poner  tíh  foco  el  lente  del  dagúcrreotipo  para  que 
sus  figuras  sean  má*  tfk&s';  no  ofenderá  con  esto  4  ninguna  señora:  y 
este  temor,  que  podríamos  llamar  pueril,  da  á  sus  tipos  sólo  el  aspec- 
to^ boceto*,  y  hace*  e*  sacrificio  de  ana  dfc  tea  beltesátf  dfl  fta  fctedela. 

Más  claro,  más  de  bulto  se  nos  presenta  en  ka  esoen*  en  que  Váíé- 
na  choca  con  a»  pretendiente.  .1  . -.  :<<  i.r  -     ' 

— ¿Reconoce  vd,  est*  lettay  ¿la  persona  qw  firma!  te  pregun- 
ta Próspero.  .'.       .     f    .  •    .r   ií  .  .  ,,       . 

—No  la  acnoaco,  embota ella,  y  rompe  la  carta.   -.•«..      -*<- 
'  -*-¿  Y  este  retrato  reatado  al  ibtféétro    <fe  ídloi^tó 'y'ffrtiMldó  pot 
Vderiaf^altíae  leen,  éstas  palabras  tistt^pfoftiéeidft  é*fJo«¿,t; r*J  '       *" 

*->Tám poco  la  cnnocco,  dice  ella,       if  t      "  ",:  ¡       '    '   '"/ 

Próspero  le  niega  m  estimación  porque  prometió  ser  esposa  ¿e  úñ 
radaz'tftantnrero  que  fué  zapatero  en  Fi-aiiua.'  '  /     : 

Tal  conducta  debe  tomarse  mas  como  un  pretexto  frivolo  ¿ó  .'el  pwi- 
tehdiente  para  cortar  las  relaciones,  que  como  1411a  causa  jii$ttti<$dp. 
Con  algunas  reticencias,  con  algunas  gesticulaciones  pn^eníftfi  eo,  la 
la  obra,  s¿  ha  querido  11  timar  la  atención  d-J  público  par»  ^ue,^  (ye 
eñ  que  aquella  carta  contiene  algo  mbterioao,  algo  iuipudicp,  ¿jm?  p- 
casiona.ini  rotnpiñnetito  y  que  no  se  quiere  revelar.         r  ._   rfT   .. 

,Nofesuo  delito,  ni  una  liviandad  siquiera  en  una  jóv$A  ptftmeter 
*6r¿qp0ftíMk'  uno  que  fué  maestro  de  idiomas  aquí,  y  znynU^^,  ffffte- 
oía;  no  es  tampoco  delito  darle  un  retrajo.  Tq4s»s  Ioü  Jtoipjtae*  tafo* 
que  las  que  hati  escogido  para  esposas  pueden  haber  tdftídb  mucjioe 
pretendientes,  y  (je  e^fl.4*lgpno  correspondido  yc*yo,**f&tooti¿o>  se 
desbarato;  ellas  sabed  qfo}  tjinto  de  311&  noviop  y  en  fcxfoeatO  Wi  pu#~ 
de  haber  delito,  Jiii  t^i^aíU),  ni  coquetismo.  ,        ':.;,•  ¡ 

Pero  aquella  carta  puede  revelar  algo  contrario  al  decono  y  que*í 
podría  ^ec  .utw  <*«at  fiind*i*  para  llegar  á  <m  roaptnjmtefiel  áátor 
np  ha  querido  tampoco  levantar  ese  velo,  por  no  lanzar  ante  faifas 
deW#ooie4ad.fn^rtiliíafia  itna  frases  mi  penbaimento  qfue  ataq^^  el 
pudor  de  J*  mqend*  aqu^de  la  revelación  de  esa  palabra,  ftaxto 
resultar  «uy  ineunna  leícmtín  moral  para  fes  niña*  pudorosas  que 
presencian  laíi»|weaem*eión¿fli*  e*  *6k>  el  pretendiente  quien  debe 
parat«t  quedar  persuade;  no  ce  eH»  la  que  escribió,  fe  <qra  <d«te 
quedar  a.ver^É«ad  a.  ante  so  1  propia  ifaha;  ee  ffreefa».  -que  al  p&bífcA 
se  ie  descubra,  taai^iéo  para*  que  pveda<^}iflcwdeijmU^  «le  pueril  k 
aausa^lel  roíapinaiewt» y  aceptar  el  «*tigo  ^eia,  moquete.1  -     •'•  •  <•••' 

Rfeynalda,  en  una  do  fesas  escenas  de  familia  que  ^^en^ten^r  las 

n  hermartafe,*  y  qneásoltóaan  sus  n^prdiaconeítgís  al  projímo^recuerda 

<Jue  Valerítfdte^/ccÍÉ^á  Enrique  ponqué  e«  pobre,,  y  porque  t^r&pe; 

■  fo  su  riráS"  &  rtcp; R^rialda  recuerda  entonces  con,  ademan  sai- 

dístico  ¿(ue  ef  anstéHfé  dé  sü  padre  refería  á  menudo  adverso  qué 

ella  adecuaba  en  aquellas  circunstancias.  °  *  '*" 


m 

Cuando  un  pobre  se  enam4>ra  I 

Y  Un  rico  se  le  atraviesa,      .  . 

Entra  el  rico;  y  sale  ¿1  pobre, 
7  Rascándose,  la  cabeza* 

,  ftgdkfstaroeafce  cabría  este  varsito  en  bof»  éel  asistente;  si  ¿1  fuera 
actor  en  Ja^onedia*  como  recarao  para  -eartteterízar  á  un  grartadero 
filósofo  y  epigramático;  consideramos  como  iiwerofefaf il  que  unas  jA- 
vanes^d*  bmoü  aeeiedbdrf«*  «nn;r«a«dn  m^y  fnfmwy  enon  mo- 
mento de  boen  humor,  recuerden  las  frase»,  las  alocuciones  Jr  conse- 
jas de  sus  criados  jréa>a»é  Bodrisaes  todo  es  taray  real,  Muy  postóle, 
mqy  yexc^^r^pfero:  aj^ct^  la*  reglas  de  la  estética;'  Me  trae  á  la 
memora,  e^xascaj  ^1cM^za1.  alg<^  vtdgary  j^pogíiant»;  y  esto  poi- 
que lo  dicen  jóvenes  bien  educada»  y  4e  boena  sociedad.  Cbando 
la  urbanidad  ^  las  ¿Jipas  utanera*  han  desterrado  ciertos  actos  ¡nocentes, 
como  es  lécárse  lereiriepte  }a^  narices  v  las  ^rejas,  Uutpcxkcerse  los 
dedos,  pegar  una  carta  con  oblea,  y  todo  esto  como  un  refinamiento 
dé '  Ifoíifiéék  V  tíe  dencifléfca  en  los  iiíoda3esT  podría  critica  rae  cQOío 
tntty  ttfgkftíí  acto1  ti  oé  referimos,  arinqúese  tome  de  la  boca.de  un 
«steteftté:    liá^scueTá'clas^  que  al  tratarse  deí  <  ¡irfeter,  se 

ttíhtfcn  ldé  ftomt>)*és  cod  ttdcltóaa  atmqne  sean  repugnantes  y  gr^erosj; 
peto  tahrttfétt  ^tevírtie  ;4fi!é  af3^e¿cribirse  lo  bello  nu  9e  bag¡ui  fusio- 
nes, no  se  pongan' frases  que  denuncien  dn  -acto  asqnerQeoi  "Nosotros 
l*bm*)lHWrh*W  ttfiV  Néfla>'fcan  simpática,  tari fad 

aiiihA>tem*lMtoq^^  exhutfabamoá    cdnteuiplándola; 

*tte^raíí'^Winn^  lOlfrieton  '  cuando  lá  Viihtif. . ...  ¡peWón!  escupir 
!*reI<wHrtfflé^    '•'    «         •    •••-:  "    ' '      "  f 

*    Ota  4tet*rfté  éitaría  decHjerd  Sf.' 'Segur*  átié  este  versíto  ilél  a- 1 
atetante  Wabrta  *  'feai&tP'tJrato  alboWrtó  y.  tadfo^QcMslonaria  lá  ris*  en 
el  auditorio,   que  habría  de'flttWnrtatmV  en  vébefrlebtes  aplausos  y  en 

astvepitasaa.eareajadm  i i ..,/.-  ..s  •..».*.-.»..'•.  f  •  . 

Jüg^  pedríwMa  decir  veapeeto  del  c^étíír  dé  los  hotóbK?^;  pé^  ha 
catno*  dea^iado  larga  esta wrista.  •'«  •■» 

.  Goqdoirem^H  pues,  tnaúf  estando;  qnvai  sata  ttaalio  *¡¿stá-  e*éeri- 
t*  de  paqiiedoa  defectos,  si  se  notan'"*»  eÜrf*  gpaftetefe 'toelfectfafc 
soosoroa  las  nnótlttdes-dk  aectori,  tieinpxiyhlga^teuai^utÉ/^i toasen- 
aillo*  jr  «a*  reaertéa  mónteos  s^naáwrtrtes^y  se  despt^wi^É  de  la  mrisi 
fri»;a<>^;<m*t»o»mcon^  aofry  natural:  «1 ifaeabiee^  ¿aceptando  eo; 
litf  jfl^óíid  «^stMWide  latearía*  i  Twe  ■«  t»ac*>nes  freadadtaitti&entb  «&> 
jaims^eatisajtwt^de»*^^ 

tros  labios  la.$QPf*^j*<*  le,  íaltto  alusiones  pieafttasjr  f^gnmoa  penta^ 
mient^y  máximas  que  hac-n  de  la  comedia  un  hechice  i^.c^adrp  de 
costumbre»  dé  nuestra  sociedad.  Como  uu  modelo  4e  gr^'ia,  gn,  qu,q  s¿ 
saborea  la  sal  ática,  es  aquella  rvflección  que  hflC$  Ifcrtyt , ¿flJIMaclo .opp 
candor  que  ?w>  a?  apercibió  fh  un  héso;  y  la  critica  sobc&  leg .  potytj^ia 
de  pHo  de  difunto,  el  colorete  y  el  jmjIvq  de  arrqfc.  ílstá?  fQCfjUo  ^illt 
lenguaje  castizó  y  «legan te.  »:.,.     ,H'  ^^ 


efif  A  flMiíiilna  nv  srív&Bñ 


a»i 


tan  wiai  del  Sr,  Agastía  F,  Cunea, 
M1EIRKI)  DE  U  SOCIEDAD  "GOROSTIZi" 


I 


_    .  169 

Bástenos   decir,  que  muchos   de  loa  espectadores  encontraban  fcani 
^madero»  aguello*  tipos  de  Tas   hermanas,  que  referían  encontrar  <*\- 
ginales  en   distintas  familias    Je  todas  las  clase*.    Esto  indica  quie   el 
8r.  D.  Sebastián   Segura  ha  hecho  sus  estudios  filosóficos  en  la   apel- 
dad y  los  delinea  cimente. 

Perdone  nuestro  buen  amigo  el  Sr.  Segura,  aunque  se*  una  teraeri 
dad  en  nosotros  honrarnos  con  ese  título,  si  al  analísar  su  preciosa  po 
media  encontramos  algún  Junar  que  nos  parece  digno  de  corregir**.* 
Su  nombre  está  muy  alto  en  la  literatura  de  nuestra  patria,  y  hastyi 
allá  han  podido  seguirle  nuestra*  frases  de  adi,<  i  ración  a  su  talento,  y 
unas  cuantas  amistosas  y  respetuosas  cosquillan  de  nuestra  critica  mor 
daz,  y  un  tanto  ettiinto  atreví  U,  tratándose  de  un  literato  ilustre. 

• 


Mace  tnenos  de  un  uño,  vanas  perdonas  que  tienen  predilección  por  lu 
literatura  dramática*  concibieron  la  idea  de  formar  una  asociación  cu- 
yo objeto  seria  estimular  loa  adelantos,  crear  el  Teatro  Nacional,  y  pro- 
tejer  a  los  actores  que  desfallecen  en  sos  aspiraciones,  cuando  ven 
muerta  la  escena,  y  la  sociedad  en,  ese  marasmo  4uo  la  iuvad^  hace 
algunos  años.  Esa  sociedad  llamó  *  su  seno  a  tüdaa  aquellas  personas 
cuyos  escritos  les  habían  grangeado  un  nombre  en  la  literatura  teatral; 
muchos  de^  sus  miembros  han  sido  autores  dramatíceos  aplaudidas; 
ottiffli  han  ejercido  la  crítica,  dedicándose  ¿  la  leutura  de  loa  m&i  rígi- 
dos preceptistas vde  los  modeló*  mas  perfectos;  cada  uno  «en tú  el  de- 
seo de  escribir  dramas  ó  comedias,  pero  no  se  habían  ensayado  en  este 
género  de  literatura,  y  casi  todos  tenían  en  m  mente  algún  pensa- 
miento que  desarrollar,  para  contribuir  a  e&e  afán  de  adquirir  gloria. 
Natural  e*  suponer  que 'en  aquella  reunión  diminuta  al  principio,  ro- 
busta y  numerosa  después,  debería  haber' Adictos  á  tas  distintas  escue- 
las, y  á  lus  diversos  güeros  de  comedía.»,  riramas  y  tragedias.  Unos 
descollarían  con  un  amor  vehemente  hacia  el  romanticismo,  cuyos  al- 
bores vuelven  4  percibirse  después  de  estar  ocultos  ante  la  penumbra 
de  algunos  astros  de  luz  prestada:  á  utro*  atí  les  vería  tributar  adora- 
ciones á  Jo  que  ellos  se  empeñan  en  llamar  €*cuéta  ¿acial  é  realista,  y 
algunos  han  mostrado  su  predíléccíáa  á  la   escuela  clásica  antigua,  cu- 


17,0 

.     ■ — = ■ 1 

j  vos  preceptos    no*  dejó  escritos   Aristóteles,  ó  de    la  cibica    ajpdcrna,  j 
ijufi  ampliaran  y  modificaran  Moliere,  Boileau,  Corneille  y  Wo]  taire,  i 

Ír  untes  í\ué  eHós,  nuestro  inmortal  D.  Jiiao  Kut&de  Alarcón  y  J&mdojca;!! 
mbía  el  defceo  3e  adelantar,  de  estudiar  lo^r  bueno*  modelo»,  Je.  moa- jí 
trar  cada  uno  fiftí  concepciones,  3*  .sujetarlas  £  la  censura  de  aus  blKB-  8 
nos  amigos,  sus  hermanos  y  rom  paneros  Entre  varias  piezas  defe^uo  j 
saa,  »c  presentaran  otras, ai  ho  perfectas,  sí  cwcrita*  con  talento.  Sí  e»-  1 
tas  no  se  han  representado,  sais  ti  nuestros  lectores  que  la  emprefp  ,d^l  ¡1 
Teatro  Principal  fea  ha  negado  mi  pase  tnát*  allá  del  palco  e^njco^y  ¡I 
quedaron  guardadas  en  el  archivo  de  la  sociedad  baata  qse  una¿  roa#ot 
menos  éacmpulosa  y  mas  justiciera  quisiera  levantarlas*  ... 

Entre  eetes  pie^  eepneoiitraban  la  -Cadena  de  Hierro»  M^ 
Agustín  F,  Ctíénca. 

Muy  difícil,  y  también  muy  peligroso,  encontramos  el  eetudio  de  e- 
sas  cuestiones  filosófico*  sociales  para  llevarlas  al  teatro:  más  uñando 
el  escritor  es  un  joven  qne  comienza  su  carrera,  que  ni  sus  estadios, 
I  qne  podríamos  llamar  swmjícialfg,  lo  papen  en.  anlitud  jde  foflocer 
e*e  libív  Wt*trfi«o^qwi  s¿0qn»  cifipÉi*  Jjfr&ifaffie]  fc|tpl>o¡  psi- 
eolfotoo  de  k¿  gaaade»  *-y*  ttorotiid*»  fmi\m&*p¡é  combaten  al 
hombre.  •,.».*  m 

£1  vacio  de  la  e^^nki^^A^th  9Me\  genio;  a  las  si- 

jj  Hay  otros  escollos  donde  suele  zozobrar  la  navecilla  del  poeta  y  del 
filosofo,  y  son  la  preocupación"  ábViaT  y  la  afición  estragada  por  cier- 
ta clase  de  manjares  con  que  se  pervierte  el  buen   trasto,  con  qvp  se 

-Íni«ii»bM*lÍr-¥WUV>M  ■  ófAK  *í  ftai'toalm  y  ^hfi  él  coraSoñ.  ,  fían  dicjip 
«no  6  tn&e  esctftores^qne  el  teatro  náójá  btténó  etisefiá,  qáé  nada  ma- 
lo corrijé:  ;  C&é^iitóY  ¿on  íDuehfoSma  \erdad,  que  una  sátira  contra 

tOa  UaHm  «fa'-tniéáQ  ser  a^íaitóida  por  loa  negios.'  El  p^ofico 
q«e  covtetnW  al  ieátrb,  en  su  mayoWa,  ¿esta  wmpnWo  de.  Mancólo 

"¡de  néfftM     jDe  aquí  podríamos  deducir  que'al  teatro  dehWía  llevarle 

4*blo  que  entrene/'  '"""'  "  \  7  *  "-  ^¿J'V'  ".  '  !.." 
*  Si  poner  en  escena'  úñ  vtbío  A  uña ' virtud  j^jra^  ,nn  jH^^ar^ieíitp  áo- 
úial,  p<ttfrf*mcte  'dfccir  qWdésóje  la  trajera  griega j  na*]a  ej.  endemia 
'serían  sorialea/  Fura  que  lo  ¿m  maln^ente' éa  u^di^ns^We  que  taig- 
Wénel  vicio  sea  general  en  Ja  suciedad,  4  en  todas  ,^  ,cJa*^s,  >que .£*.»- 
ien  malee  y  qne  ge  consideren  impotentes  para  estirparleel  ^tnníeíf- 
to  religioso  y  la  ley  «¡vil;  reducirlo  a,  ijn  prooje^qijie^  eártnábvy 
sá  analiza,  de  frente  ó  de  perfil,  bajo  distinta»  fyfpa^  e*i  íüversM» ^R- 
maü  y  situaciones;  iniciar  la  ujoditinirion,  déj f^ce^tQ  re^i^io^;  Jeg^ 

dativo    y    social,   ^^MlVetl^i^"*^ JIP;  i^VaiSÍ,^•  •n^l¿a,*^,5» ^  Pfá^^P'lWf* 

<^ue  cada  nao  vaya  dándole  en  su  ea$o,lp  flojficu^q^ma^  ^n^ida 
'mu  én  fili>s(*f  íít  ó  ¿mi  mora],  t  ,,.t.  %  .,   ,  nw.  .  ,ir;:„  ••' 

^  EJ  adulteno^  bajífdidtiiiifti  íorma%' q^J 
|}i  el  infinito,  W  aido   esrqdiaufp  por .  úiHrf^^iT^^^Qjpa,^,,  .  ,lU,v!. 


171 

¿,,£1  joven  Cuenca  coqcüte  oti*  idea,  la  desato-olla v»v  W  retroelre-del 
4tn  iiKxk»  «dmirabky  bajo»dps  fonnaad*  pra&ipdKJntfe '  ée\  *H«"dib- 
mátíco,  seg4o  la  escaeia>a6cial  moderna  practicad»  por  ^lo*  cultos  «i 
eritores  franceses. — He*  aquí  el  aimnto.  • f  ■        '<*  *  •1"l:,i' 

Andrés  se  casa  con  ühiiweuti*,  j  éúm  introduce  few  él  mMrimdnio 
Un  hijo  adulterino,  cuya  padre  <s  íWnando:  Ei  »éjé,  llamado  fcfctff* 
do,,  crece*  nutrido  y  ▼Igwafcmdafpor  las  máximas  saludables  de  la  Mo- 
ra), de  la  reiigióa,  delchraor»  y  de  íh  veneración  -á  lsnfe  padres*  A 
lbe  veintidós  aftoe  *oelve  »á  su^easiv  donde  lé  etoenm  los  brAtoóft  <te 
sá  madre  7  el  afecta  entmfljtbfe  de  Andr&^el  bí?mbre  que  41*eia>- 
«ocia  por  padre.  »  El  amante  esfteiertot  un*  etítfrerist*  cort  «m  «madtt, 
en  ia  cual  son  sorpremKdotf'potffet  Im§o;  «te  *qaí'Te¿4fita'}a  coiftptifatt- 
ijóneü  !a  tmma;  un  buen  mjb  *e  mancillado  e4  fconor  de  su  pftdfe, 
y;  ¡apriete  rengarle;  4%to  llega  etf  é¿oé  momentos  y  percibe  teé  ffc*Mfe 
mjüriofasqtie  arabos  be  cfeartrtwtií   «■  r-:  ¿  ",M0 

Allf  qüedH  arreando  én*ttocldeto#e  Bfaatáo;?  fernairtto:1  \l>  ,,n 
^  $ste !  es  el  pensamiento  A1oí*Wco '  y  serial;  es  v  hti  foeiáétitM '  tan 
*e*líttftt  natural,  que  potfr4amos  decir  qttd'á  dadk  ^aso'  ericbútrti- 
m<*«0ft  todo*  los  círculos  hfechoéwiínéjfciitet.* f  Dé  áqVtf  fe  de^pretaife 
te  moralidad  del  drdmái  allí  hay  unáftiwjet  tfa&tv&da  qué  precipita  al 
hijo  cttrtra  m  padre,  y  qti¿  puede  édtne^rseW  horrible  crfrtieír,  elW, 
la  adúltera,  no  podrá  InipeYlir  qttfe  éldúeVffé  IleV*  4  éíectd,  ¿ante 
el  aspecto  de  la  muerte,  Ante  ef  patrfctota  tiehlbla  i  delira.  Xomo 
afecto  del  remordimiento,  tíoino  chantada  He  ¿tís*  liviandades,  *fe  & 
su  marido  sufrir  las  penas  del  ridículo,  V  Matéjcfe  aquél  ltóo;  Ijidi- 
soluWe,  aquella  cadena  fté%ierto$úésíi&)pxi¿1té'  romper  sfnp  la'  fuer- 
te, y  exclama  con  acento  dolorido:/*— "maldita,  maldita  fií  íiúielfttífe 
falta  á  sus  deberes.»      i   *;f/         -     "' *|™.:i-    -   ...       .  .«     P 

^  1£n  este  primer  acto  báv  la  exposición  de  «na  trama  sencilla,  clara, 
natural,  perfeetamejite,  realista;  nó  tiene  una  nubccilla  que  venga  á 
daV  sombra  siquiera  de  violencia  a  la  acción-  Parece  que  el  drama  ae 
precipita  a  su  fin  como '  una  catarata,  y1  que  el  autor  incurrirá  en  el 
defecto  más  comúi^de  JpJ».  escritor  es,  cual  es  dar  interés  al  ptinier  M*** 

L hacer  que  Ira  demás' languidezcan,  lo  que  prueba  notoriamente  po* 
éza  c|e  genio  <5  estgjiljáad  en  el  pensapricnto  radical  de  la  fábula.  ^ 
Cuando  todos  creen  encontrar  el  acto  segundo  débil  y  escaso  en  in- 
cidenteSfSe  ve  que,  cop  Iflj  misma  naturalidad  va  creando  el  autor  si- 
tU aciones  drámalicas  ¿cual  mas  interesantes.  Clemencia  retiere  á  su 
hijoj  áe  rodilla^',  Ji  s^pj^»  fiJ*9l  ^  duelo  no  pjiede  cfectuaiBc,  porque 
aquél  nombré  es  su  padre. -^fel  interés  ea  creciente:* se  Ve  la  desespera-  ¡ 
cióade  una  madre,  p^tf^-v  al  viyo,  con  toc|a  ^aü  ver^üen^a,  con  ^odo 
su  remordimiento.,  Marfjttt  «bice,  y  lo.^  contrarion'  rio  8^  presenta^  eji 
el  ^gar  dcvsÍgna.do  para^el  ff peK  ..  ,..* ,  >,  r /  J  >(  \  * 


El  qctot^ "^  da  principió  cet|  íim^r^yi^^rp  el  p^d re  y  ej^íiqp 
en  Ricardo,  \& 


efta  esipent ,<* .fiqj¡^oyedof^t 9¡>rknS> M P¡ n& VW el  segúudo.éf  p.4^^ J 
_„  tií-f    i-  desesperación  al  ver  su  porvenir  de^graciaciauo;  desgr^- 


172 

diado  aníe  I*  afraila  é+  m  madre.  Hitaré*  •  pide  <al<  mubhr  >á&  subías 
al  eaerifitio  do)  mmoft  4  en  piaira;  piafe  qbe  lat  abandona  qWe  no  la 
vuelva  á  ver  para  too  amainar  loa  días  *k  Andrés,  de ,  aquel  homirte  á 
quien  tanto  debe.  .    ;i—     -.••  .. 

JE4  aiaaifcta  lo  ofrece,  jr  mi  eaba>  aitnatií*  viene  Aiidré*  4  redamar  á 
aokqío  ci.lugajr  apto  eí  honbn  Aqéí^e  Htaaf  mUaima  ludka  tremenda 
c*ire  loacuairo  personajes;  fcJlí  bay  qn  toeinend*  asUuKi»  « psicológico: 
Allí  ae.vp  ep^odasu  plantad  ei  crimen  do.la,  mi^r  adóltera^su*  ctm- 
aeottMÍas  tn^ow^denUlet;  al  hije  valiente,  ¿lastre  «a  el  »ane)o  de 
las  aunas,  rehwaeiidufel?,  y  ea  para  Andrea  uo:  ,aeto  misterinaoj  A-^ 
mon^^taa  sm  hijo,  le  lauesira^  sos  dabarea».)*  llama  cobarde,  le  «xaa- 
P«*>  y  ofrece :  batirá  par  él-  Xa  litaaqióu  ;^a  tixee«ivai«ente  difícil: 
Mflé  ffcbe  haqei;  c*da  uno  e<*  W  <*8Q?  Aconadoe  todqs.pott  Ja.  stibuiiemí 
JMWT  U*  t^Q^o^i^ieo^.tocWQ AJb  whftqulOctft  J£i  J»&i.oae desfalle- 
cido; Andrés  corre  á  buscar  una  inedmtfaa*  y  esta,  aa  al  ux^maato  ^te- 
niendo. Rijxwjkfe  £*  su  ictattt^iiwta,  porrea  4*ri&A»  ptfentp  ootv  un 
pi^ñal  que  e^a  wbre  )a  m****  del  c*al  se  ha  apodero  l^n^adpatiara 
ia^V^4ir  un  cjrtyieij,  y  qptj$  cnatta  é  hypjfoyr  una  luqba,ptUfrtit*disf>i*- 
.típdupa  el  am&»  homicida,  Ki  adapte  coifó  4  paa  pie$a  de  br»aa,  *e 
execra  ep  ©Jlf|vj^w^iopdp,i|ip|^e  »u  int*Qg¡4fi  de  sflioidarfte* lo lia 
paan  4  gritos»  qai^rei>  fomr  la  putrtai  y,^»ep  <J^Jlecides  ante  1$ 
4e^onac^9a fa  un*  pM»i*  E¿  aijwmta  se:  na  «wcidftdQ} el  hijo  te  Ha m* 
.  mmu^ii^  .Ancuas  quejjega,  cómprele  ppr  aquel |a  eflriquiacióij,  ¿otfo 
el, misterio  y  .ty  fal^  de  sq  eajMWtt  &fc.ae  confina  culpare*.  £1  e*pOf*> 
Qfená^Qlcp  ar,r*>j^  (^.«a  qua..  . 

,.  Tal  *¡a  el  asunto  <tfe  efjfce.  4pu&a  que¡  pon  tw  büefws  flptfca  sde  imagi- 
j^ión  s^tm^spríto.  íw.     ,l    ....    #i    >¡v,.t    .     .,.,;.;     , 

'Podemos  con  seguridad  aecir  que  es  una  pieza  aca]t>a$a.  ( Conserva 
admirablemente  las  unidades  de  acción,  tiempo  y (  jugar.  Los  cuatro 
.^ersonHJes  tienen  su  fisonomía  propia,  y  abstenido  cojtj  ix¡aéstrta  ef  ca- 
rácter que  el  autor  se  propuso;  inter^éreciehte'desde  ía  primera  4Ja 
última  escena;  resortes  y  situaciones  dramáticas  hac^a*  de  la  acefón 
riiuy  naturales  y  conmovedoras.         ;  '."•   [  '^  '  .      ! 

'  Con  salo  cuatro  personajes  sastieñe  stt  aciói);  ésíá  e^  rnrtral,  es  ^lo- 
ioticA,  es  social,  y  reales  todos  y  cada^tino  dé  sus  Incidentes;  su  «féseñ- 
Lhcp  es  natural,  y  el  castigo  de  los  culpables  éúií  niarcadq  e^n  el  ^etío 
tíe  la  justicia, 

1  T)el  conjunto  se  despréndela  tnoéit1  más  íéclki'  flbdefíios  decir  <foe 
^La  Cadena  de  Hie&v»  es  un.  lájtigd  febVtf  qüe'sfe  áfótót*  cara  a  las  a- 
rfálteraá.  ísta  pieia^íl  buéstro  conceptp  pertenece  á  la  escuela  crisi- 
-«á  mo(íerh¿  "Mt     "'-•'  ':  -r-  r"r      r        "  '  '^ 

ol  fai^a  ¿rórfbir  nhá  ttnerti  ábttt  teatral,  tb  dífítíTI  jbs  apoderarse '  <fe  un 
l^tóamietíU)  fe)iz:  si  gécoris%tt4,  cbn  facilidad  se  crean  resortes  i  si- 
tuaciones qu9   hermosean  el  cuadro  y  lol  levantan  i! 'gránele ''  át&iHi. 
Ciikndo.  se  Sfehibra  éh  terreno  estéril,  dtftciltoiéfite  ser  leVaVitarín  skio- 
Uádi^fruSo^  ^  terrenos  triaros  no  pntdMMÍ  Jtlttl^Tiehiic^í  **- 


V/ 


concebir  ira  pensa- 


178 

Beta  primera  producción  del  Sr.  Ouenca  descuella  por  en  hermosura  y 
perfección  entre  todae  lae  que  hemos*  admirado  en  estoe  últimos  tiem- 
pos en  nneetro  paía.  Nosotros  auguramos  qne  será  recibida  con  más 
entusiasmo  en  el  extranjero  que  el  que  hasta  hoy  ha  cansado  en  Mé- 
xico, no  obstante  que  cuantos  presenciaron  su  representación,  aun  los 
más  exigentes,  estaban  altamente  satisfechos  y  conmovidos* 

Al  presenciar  su  representación,  no  hemos  encontrado  algo  que  cri- 
ticarle para  que  se  riera  con  cuánta  imparcialidad  la  juzgábamos  en 
esto»  üfmv^4*£omo$tM*pe  mjsj*  &  «ues^eqáfais.  $Hta€/tábca 

ha  p«g|&yiJ^jÍL4$^ 

y  un* magnífico  blindaje.  Ha  causado  el  mismo  escándalo  que  en 
Espafta  causó  EL  7^'^iftfrW/  Wtti»  .■»■*•  decía  al  novel  au- 
tor cuando  no  conocía  la  obra;  "estudie  vd.  y  no  haga  comedias. •• 
Después  que  la  conoció  le  dijo:    "Haga  rd.  siempre  comedias  y  al- 

na  de  Hierro.     "Haga  vd.  comedias,  y  alcanzará  renombre;  ?d.  em- 
pieza por  donde  otros  t^^y^4i7I^M(nttSK^moe  decir  en  5U  e^° 
gio,  aunque  consideramos  muy  diftcil  rneira  á 
miento  tan  grandioso. 

Esta  obra  ha  suscitado  disensiones  en  la  prensa,  lo  que  prueba  que 
e^bwna-  41^00»  -esantoesf  la  .ealifi^s*ideiaiitmsHilféo¿qt«e  mi  hijo  se 
l*n*»40$tfi*  a*  pad**  fot***,  pr*Haawenit  I*  «ene*. potree  se'  ctoba 
m  cafa  ¿t^cirf***  A  las  adulteras.  81:pájttfat  superficial^  rto  *óu>pvamic 
;)wo^%*¿tt^*W 

t  ^gfrtípXtoeomtí^  )».  .i^resefctatiót»  de 

a»  prifW!  4fw*a.  .]#>  eajnjMimlla;  ¿joe  an»m*ó,al  principio  de.  la> fies- 
ta, 4^bq,fcab*f /cojuwvido,  #*  -pwvfo\tQmto  *i  Jfa*:\*r^  per  tii 
gf^qjétfriw.  .$?  ibai  dosmrjw  »1  wtade  aq  pomaisv  Laiadk- 
fercréit  ,<*?),  público  babfi»  age^aA»  su»  espcjiatiia^  un  aplauso 
s^ría  ia  yo*  d*  i»i#effato,qufi  el  juwgenJa  partido  awaabaen  mantee.*» 
Vbptra«*u  .    .„  ,.  .,.,„,..        ;,:  ,.,;  -,,..  ,     /,  <v„!.'    .    ..-•.. 

.     Cn<wpaj>tt^|rfnw^. 
porvewt    1    -i;.       .    .i.-,-  -i      ,,,  ,->u   ■♦  .«".       <•;;•   :     .   •»    ••.  :  ' 

6eríaw>s^  jna$<*  si  W?  tribot4w»Qs  aq^wa  -e^resién  da  grati- 
lu¿i  N  #*<V^»^1  Te*^  Nwoufil^iie.lMiniaeojjida.éli  jó*e»j escri- 
tor, wn  o^^ofl.entsaí^vy  bputj  pivAi¿íHk>\  su  primera  producción 
xson  itfpclp  Tenfe<Waaw*t*pa>wai  Vafe  <*o*tfi¡rt*:  ft**tr*grati*Bd. 
.,  ^asqjbemos.á  quu*  tril?atwmttjrot)a*<d^^ 
qué  dese^peftgton  U  ofc>n>;  cadaiSMfK>  bi*>  *«  papal  pOfcitHda  >  tofo  su 
esmero.  Galza  interpretando  el  papel  de  un  Q*p^<cnf|*Aa4ft»  aMhaqtv 
4o m l^Ke^  del  ^uo^^lomp^ ^^a^í(pfiw^:fe(*ra. 


í.aíyoivw  al  hogar  «eluw^;lH^«..*OT  lf*  m*B, ^rñfa^e ,4«»i)«« -fies- 
4m,  Ma^iWlrigpw.Uwe.m^^líWuro*^  a&ú¿*„el,f>«nuHj*- 


los  honores  de  esta  jornada. 


,  «p^fwtfitro.m^m0»,iWmww 


174 


i.:-,   it-  •    j:      •  ,     .'  mí  •,,  ,       •.    .  .  -it*'-'    V         - 


!pr  BPX^OCf  O  BH  AMOR 


«■•.'    <"  M181  JUAílMWWsPKA. 


.    -.,  ...    \ 

-f.<  /    «i  .  ■•.(••   ••    ■•  ,  ■••.*    t  i    ,.-    ,M         ■■>■_  \<   ••'         •■     •       .     "i  i'    -  •' . 

w>      "ROMPER  CADENAS," 

.  •• ...  r.  -i-  ••  .» .  i-  OB, flftlft'lUB  1UH.  -"7  ,A  " 


'  »,7    »*1 


»  i-    r     if/-'»-   .     ,'-)*t-  •    "ií,:i 


".*  1 


,      .  »•     «i  .-H         ....     -  i.  •   .■   •    »m  . : 
Vilrn*  c*U»iriwd*  h^ 
val;  las  omaxttiéHfcta*  ék  Í4'  «ftoladdnr  Ibi  •pá-jtffctosi  A»  »*í 'íltMtt?*» 
feeetaodidactea  <te'hr  tftnn<focttn;  &»  enfei^dífata  delá»  SttL'lItodri- 

EeS|  las  vfcrirnfttfdtot  rifo.  Todo  ^n  «ofij^ rito  hHVctif(Íó  afume? fetrtin 

mit*  la  fra^'tiip&feiito 'é»  rttfctirahxrt  tod**  fcW  ¿Mprefc**  dé  foSteUtn*. 
tfofc*  ghk>  atkfiokttle  *  ♦tomín''  ¿MtfttrtttacAá  éft¿t  Náddtfty  Itféte  se 
haya*  puetito  en  etfcttna  atgttnae  ftrótiacefonfe^de  ttftesttto  dottipltitfo- 
ta*y  ni  k»¡fep«tfctMft  *de  la*'  que  han  kgrafladW  af  tntneite;  fstnfxfcb  '  ha 
AMÁda  lft*ld«tfk*t  ptíblfctf  tek<dWite<fiaií  Aéítoári*  &  qué  tan  aAdoWá- 
doeael  público  de  la  tarde,  ni  el  anuncio  de  algnna*  piefettt  ritféVae 
(fom  pwxteti  ofcutiva*  WttiMWfctétátidnt  !  Jftrttfe  «tí  *Mé£fo*  ee  h*  vtato 
tal  tibiesa  en  el  público,  tratándole  de  yer  en  la  escena  alguna  'úfetá- 
bilidad  de  farteatro*  abtatttoa;  jttm¿*  tarfndtfereflfciá  pará'toftá  tdaae 
&  6ipec**cúto*  que  «ontoíéWtti  déliria 'por1  lite  íiefctié*,  y  feto  toe  eu*l«s 
paanmoe  di  ramtpafo  dfetnfettodtf  de  lás'arftífcrgttftte  que  «tato»  fealakhi- 
dadti*  oo#  írrftftVderr.  £*fe  featWi  esflfa  'déateilft*;  Tafr  familia*  qttfe  fáfe 
AteetwtiteMtn  é^obnOrettt  «' sus  téftflltae  eaeérite*  f  rara  ve%  ee'pre- 
tsevtaif  etíUat 'divfererkmfee  j  ^  loé  jpmáe^  Qny  «ebeftdádldé  ^péWiir 
époéas  mte  bM*netbl«i.      .i-i<.V«^:  •»«:■     .  .p -mi  ..  .::•>  .« 

1  íl  4lth*o  dortiifrgo,  pok*  lá  rtófchfe,  sé  Wfcsentd  la  ^íeib  qd^  tísU^a 
anutefed*, ^dél^r.  Peía,  iítiyolíítníló  «í  «HÉTn?  Epílogo  de  Arifeíí^  '^ 
-   E4  amor  y>l   debe)*  é^^el  ^ettsahllhritW  que  alímeqtA  ééte  ^ééiíéttb 
&ttuW+*í  nWé&xr;  cty*  é9thi«turá  és'iU^Aiófié,  el  aésafrt)lloUér  ^U 

trftWy  *e*mla^ '&  naiürtO;  dbóro^iaimcfde  lá  vida;ífftirai.9n  :  a:  £ 

.*.Kí   ■•»  >r  *•        -*?•    ■  '    /o.1  "•> 


I 


175 

Arturo  abandona  sm  pafa  natal,  para  ir  &  radicarse  en  Paris,  y  aban- 
dona á  Magdalena,  que  es  su  amor,  con  ánimo  de  volver  á  verla  cuan- 
do le  sea  posible  realizar  un  enlace.  Entre  tanto  la  joven,  impulsada 
por  la  miseria,  se  casa  con  un  hombre  á  quien  ama  por  deber.  Míj* 
tarde  ana  tía  de  Arturo,  que  sirve  á  aquella  familia,  pone  en  contacto 
á  los  dos  amantes,  y  aquí  arde  de  nuevo  la  llama  que  no  se  había  ex- 
tinguido en  los  dos  enrasónos.  Arturo,  que  ve  muertas  sus  ilusiones,  y 
que  no  pu^de  resolverse  al  sacrificio,  insta  á  su  amada  porque  abando- 
ne aquel  recinto.  Ella  recha*a  esta  propuesta  con  indignación;  pero 
declara  á  su  amante  qtle  lo  ama  todavía.  D.  Juan,  marido  de  Magda- 
lena, viene  á  su  casa,  encuentra  allí  al  joven,  escucha  las  últimas  pa- 
labra» de  6tt  esposa,  y  todo  lo  comprende.  En  las  explicaciones  que  el 
marido  y  el  amante  tienen,  de  descubre  que  Arturo  es  hyo  deD.  Juan; 
y  esta  casu&Hdad  pone  término  á  las  pretensiones  del  hya  La  niña 
Isabel,  hija  de  aquellos  consortes,  denuncia  á  la  madre  la  existencia 
del  hermano,  y  Arturo  pfcrte  para  siempre  del  lado  Je  Magdalena,  no 
sin  recibir  las  bendiciones  de  despedida  de  su  padre,  de  su  amada  y 
de  su  hermana. 

Este  plan  sencillo,  cuya  explicación  se  hace  en  las  dos  primeras  es- 
cenas, se  desarrolla  y  se  desenlaza  con  interés,  y  mueve  en  alto  grado 
el  sentimiento.  Magdalena  rechazarlas  insinuaciones  de  su  amacíó,  fiel 
á  su  deber  de  esposa,  y  en  esto  hace  consistir  el  autor  la  moralidad  de 
su  pequeño  drama. 

Creemos  que  para  un  episodio  tan  sencillo  no  debió  emplear  el  au- 
tor tantos  personajes;  con  una  poca  de  meditación,  y  eon  cualquier  o- 
tro  recurso  hubiera  podido  suprimir  el  papel  de  Teresa,  inútil  en  la 
trama,  y  aun  el  de  la  peqneñita  Isabel;  no  por  esto  la  pierna  habría  de- 
caído de  interés,  y  sí  habría  encentrado  el  autor  medios  más  natura- 
les para  ejercitar  su  inventiva;  cierto  es  que  la  intervención,  de  una 
inocente  niña  ha  venido  4  mover  la  sensibilidad  y  á  contribuir  al  de- 
senlace; pero  este  podría  venir  con  naturalidad  sin  su  intervención* 
Los  niños  que  se  hacen  aparecer  en  las  obras  dramáticas,  son  uaa  di- 
ficultad para  que  las  compañías, puedan  representarlas-,  escribir  un  pa- 
pel adecuado  á  las  facultades  de  una  niña  de  ocho  año*,  es  encerrar  á 
los  actores  en  un  círculo  de  hierro;  el  mismo  autor  se  ve  obligado  á  po- 
ner unas  cuantas  frases  y  pocas  veces  le  puede  dar  interés  al  pequeño 
personaje. 

Además,  una  niña  de  ocho  años,,  supone  unos  amores  primitivos  an- 
teriores al  matrimonio,  qjue  datan  dé  dieg  altos.  ¿Puede  presentarse 
como  verosímil  un  ardimiento  tal  degpaés  de  dos  lustros?  En  éste  e|  i 
sodio,  esa  niña  aparece  más  bien  como  un  ornato  de  la  obra,  como  un 
adminículo  <|ue  la  embellece  y  no  la  interesa  En  caanto  á»  la  tía  doña 
Teresa,  es  aun  menos  necesaria. 

tos  preceptistas  del  arte  dnww«tíco  aeontejan  que  se  huya  del  vicii 
de  pct&er  personajes  innecesarios,  para  no  aglomerar  en  el  cuadro  her 
moso  figuras  que  no  tienen  objeto  de  eátar  allí 


___  176 

£1  autor,  llevado  de  su  imaginación,  pinta  á  una  mujer  que  sostiene 
una  lucha  heroica  entre  su  det>er  y  su  amor;  acercándose  al  realiroo  de 
la  vida,  al  misterio  que  rodea  las  pasiones,  y  estudiando  el  corazón  nos 
pinta  una  mujer  fiel  á  su  marido,  esclava  de  su  deber,  que  no  ha  podido 
olvidar  á  su  amante,  y  en  un  arranque  de  entusiasmo  y  de  dolor,  lo  [ 
siente  y  se  lo  dice.  • 

El  autor  puede  haber  intentado  crear  dos  tipas  igualmente  hermo- 
sos: á  una  mujer  que  ama  y  que  no  olvida  un  primer  amor,  y  se  mues- 
tra apasionada  á  los  ojos  dé!  hombre  que  fué  su  amante,  y  lo  confiesa 
para  disculparse;  entonces  crea  un  personaje  real;  ó  bien  pinta  una 
i  mujer  modelo  de  esposas,  como  para  dar  una  lección  de  moralidad  á 
la  sodedad.  Sí  lo  primero,  creemos  que  es  una  pintura  riel  d«í  la  mu* 
j>»r,  con  sus  veleidades,  con  sus  vicios,  con  sus  Üjerezasj  estaba  apasio- 
nada, y  faltó  á  sus  juramentos  oMigada  por  la  necesidad?  fué  esposa, 
faltft  á  sus  deberes  diciendo  a  su  amante  que  aun  lo  aína.  Esta  mujer 
puede  considerarse  doblemente  ligera:  el  poeta  pinta  la  realidad,  y  la 
embellece;  su  creación  es  la  henoina,  de  sus  deberes  físicos,  por  decirlo 
así,  no  de  sus  deberes  morales.  No  podríamos  decir  que  en  esto  se  ha 
faltado  ni  k  la  verdad  del  sentimiento,  bí  á  la  realidad  de  la  vida.  Co- 
mo Magdalena  son  casi  todas  las  mujeres;  ni  ellas  ni  el  poeta  pueden 
dar  leyes  al  corazón. 

Si  en  Magdalena  se  ha  querido  pintar  el  modelo  de  la  mujer  virtuo- 
sa, esclava  de  su  deber,  tipo  perfecto  de  la  matrona  y  de  la  esposa  sin 
tacha,  no  ha  nido  el  autor  muy  feliz  en  su  creación.  Una  mujer  casada 
no  debe  confesar  á  su  mismo  amante,  ni  aun  para  disculpar  su  livian- 
dad, que  le  ama  todavía;  no  debe  hacer  consistir  su  deber  de  esposa 
en  no  querer  huir  con  el  hombre  que  le  infun Jió  un  primar  amor:  no; 
m  deber  es  amar  sólo  á  sn  marido;  si  filé  desgraciada,  si  no  ha  podido 
lanzar  de  su  alma  aquel  sentimiento,  debe  dejarlo  oculto  en  el  fondo 
de  su  pecho,  y  debe  avergonzarse  aun  de  mostrárselo  á  su  pensamien- 
to. Si  se  quiere  pintar  la  lucha  tremenda  de  esa.  mujer,  lucha  entre 
stt»  pasiones,  que  ha  querido  y  que  no  ha  podido  apagar,  y  sus  debe- 
res, qne  están  sobre  t¿do,  entonces  qué  no  lo  <tiga  á  nadie,  ni  aun  a  su 
mismo  amante  para  no  descender  dé  su  estimación,  La  mujer  que  sa- 
be dominar  sus  pasiones  y  guardarlas  en  secreto;  que  sobre  todas 
ellus  aparece  so  debet  dé  esposa,  este  es  el  tipo  heroico  que  debe  pre- 
sentarse como  rtíodeio.' 

Toda  la  pieza  del  Sr.  Peza  está  ascrita  con  sentimiento,  con  un  es- 
tudio profundo  del  ooraaón  humano;  al  ver  el  empeño  con  que  el  autor 
huye  de  las  ficciones,  nos  ha  parecido  que  desarrolla  un -incidente  his- 
tórico. Este  dranríta)  sencillo,  conmovedor,  natural  en  sus  detalles, 
nos  ha  revelado  al  escritor  capa/,  de  concepciones  más  profundas; 
propende  más  bien  á  las  ereacionee  de  la  fantasía  que  á  ios  estudios 
filosóficos. 

íio  hemos  dejado  de  admirar  la  hermosísima  versificación,  que  nos 
revela  el  numen  privilegiado  que  inspiro  al  Sr.  Peza;  verdaderamente 
nos  ha  deleitado. 


=====___ i77 _„- 

Respecto  á  la  representación,  nos  ha  parecido  exagerada  la  decla- 
mación, pues  se  trataba  de  un  incidente  conmovedor,  pero  de  la  vida 
real.  Imitar  la  naturaleza  es  lo  que  tiene,  según  nuestro  guato,  mayo- 
res atractivoa 

••Romper  Cadenasu  es  un  drama  social  que  tieno  por  objeto  destruir 
la  esclavitud  de  los  negros  en  la  Isla  de  Ouba.  Visto  bajo  este  aspecto, 
no  deja  de  ser  interesante  su  argumecto  y  filantrópico  y  filosófico  su 
fin.  Escrito  para  pedir  en  España  la  abolición  de  la  esclavitud,  .puede^ 
haber  tenido  pocos  opositores  su  idea.  ¡Cosa  notable!  en  teoría  tenias 
los  españoles  lo  aceptan;  en  el  resultado  practico  lo  rechaza  como  in- 
conveniente ¿inoportuno  en  las  colonias  el  mismísimo  Emilio  Caste- 
lar,  republicano  y  demócrata  que  lleva  en  su  mano  la  antorcha  de  la 
civilización,  como  nn  zapador  de  la  reforma.  En  Cuba  hay  esclavitud 
de  negros  y  da  blancos,  puesto  que  ni  aun  los  derechos  de  ciudadanos 
se  les  da  querido  conceder.  En  España  no  ha  eucontrado  eco  la  máxi- 
ma del  célebre  orador  francés:  .«perezcan  las  colonias  y  sálvense  los 
principios..! 

Segunda  estructura  y  las  tendencias  de  esa  obra,  debía  de  llamarse: 
4,Con  unas,  romper  otras  cadenas.it 

Considerada  como  pieza  dramática,  es  notoriamente  mala'  carece 
hasta  de  originalidad,  puesto  que  es  una  imitación  del  arreglo,  para  la 
escena  que  conocemos  con  el  nombre  de  la  ,4Cabña  de  Toro.»  Incurre 
en  las  exageraciones,  sin  imitar  sus  bellezas,  y  algunas  de  ,  sus  escenas 
demasiado  conmovedoras. 

El  carácter  de  la  negra  Juana  no   revela  cual  es  el  verdadero  carác- . 
ter  de  l<«s  negros:  ¡cuándo  es  posible  que  una  negra  hablara  con  aque 
lia  altivez,  con  que  lo  hace  Juana,  al  mayoral  y  al   capitán  negrero! 

El  mismo  carácter  de  Lola,  cruel,  altiva,  inhumana  para  con  sus  es- 
clavos que  los  manda  azotar,  revela  que  ei  autor  no  conoce  los  senti- » 
mientes  del  corazón  de  las  cubanas.  No  dudamos  que  hay  hombros 
crueles  entre  los  hombres  que  gobiernan  i  los  negros,  ¡pero  entre  las 
mujeres. ..-.,!  no,  noes  posible;  el  autor  ha  exagerado  el  carácter  de 
su¿  personajes  para  pintar  con  hermosos  colores  &  los  esclavos.  La  hi- 
ja de  una  madre  tan  buena  y  tan  sensible;  la  hermana  de  Alfredo,  tan 
generoso  con  los  negros,  y  la  hija  de  Tomás,  4ue  más  tarde  liberta  á 
sus  esclavos,  no  puede,  ni  aun  por  instinto,  tener  uñas  inclinaciones 
tan  bastardas,  ni  sentimientos  tan  iubümanos. 

No  olvidamos  que  el  autor  e?  español,  que  escribió  en  España,  y  que 
su  obra  debió  representarse  en  aquel  suelo;  las  máximas  morales  con 
que.  desarrolla  su  problerra  social  y  aun  lo  resuelve,  debería  ir  á  ha- 
blar a  la  razón  de  españoles  que  pueden  rechazar  la  esclavitud.,  y  com- 
batir la  idea  de  la  independencia  de  Cuba,  y  por  esto  su,  pensamiento 
nos  parece  incompleto,  y  algunas  de  sus  escenas  inverosímiles,  y  for- 
zadav:  una  conjuración  del  pueblo  españolizada  lo  contiene,  con  sólo  su 
voz,  una  mujer. 

De  toda  la  obra  lo  único  que  encontramos  bueno  ee  la  intención  de 
abolir  !a  esclavitud,  pero  su  problema   no  está  analizado  ni   menos  re- 


178  

suelto.  La  libertad  de  los  negros  está,  en  la  mente  de  todos  loa  hom- 
bres civilizados,  aun  do  los  hombres  interesados  en  la  esclavitud:  ¿cuá- 
les son  los  obstáculos  que  se  presentan  para  realizarla?  Son  estps  do*: 
al  darle»  libertad  ¿quién  pierde  el  valor  numérico  que  representan?  sin 
el  trabajo  del  negro  ¿pueden  cultivarse  los  campos  de  Cuba?  Ninguno 
de  estos  pensamientos  se  desarrollan  allí;  la  solución  es,  que  cada  due- 
ño de  esclavos  tenga  sentimientos  humanitario*»,  nn  desinterés  a  toda 
prueba,  y  una  abnegación  sobrehumana  para  darles  libertad. 

m  Esto»  argumento»  ¿en  que*  inteligencias  tienen  que  hacer  su  efecto? 
En  el  cuerpo  Legislativo,  en  !ns  inteligencias  de  los  republicanos,  que 
son  lo»  únicos  dignos  de  un  pensamiento  tan  grandioso,  vemos  que  el 
mismo  corifeo  de  la»  batalla»,  el  gran  Castelar  no  es  abolicionista.  En 
lo»  dueños  de  ingenio  que  tienen  su  fortuna  y  su  bienestar  en  los  ne- 
gros, sería  inútil  oponer  raciocinios  contra  intereses. 

Por  estas  razone»  creernos  nne  el  pensamiento  social  que  el  autor  se 
propuso,  aunque  muy  civilizador,  no  se  desarrolla  ni  se  resuelve.  La 
conjuración  que  llevó  al  patíbulo  á  Plácido  le  hubiera  ministrado  al 
autor  datos  históricos  que  pudiera  explotar  con  mejor  éxito. 

Tedas  loé  deirrás  episodios  del  drama,  ágenos  al  pensamiento  cardi- 
nal, son  aisladas  de  la  acción  que  apenas  se  perri be;  inverosímiles  todos 
los  caracteres,  y  carece  de  situaciones  dramáticas  que  muevan  nues- 
tros afectos  y  le  den  interés. 

••Romper  Cadenas,»,  pasada  una  vez  la  curiosidad  que  naturalmente 

I  excita  una  obra  nueva,  caerá  en  el  olvido  y  nadie  se  acordará  de  ella 
para  tejer  al  escritor  abolicionista  una  corona  qne  premie  su  filantro- 
pía, porque  sn  obra  no  es  ni  filosófica  ni  dramática. 


i. 


j      Dos  años  hace  que  el  periódico  literario  «La  Familia. i  pubíicó  en  su 
folletín  este  drama,  a^e  del  alemán  tradujo  al  castellano  el  Sr.  J.  F. 
I  Jen*. 

En  esta  capital  hasta  ahora  sufrió  su  estreno  en  el  beneficio  de  la 
Sra.   Baena. 

No  debemos  hayer  un  análisis,  de  una  obja  que  llega  laureada  con 
los  aplausos  de  una  sociedad  culta,  y  constantemente  admiradora  de 
las  producciones  <fcl  ingenio,  y  que  sella  con  su  aprobación  las  obras 
en  que  resplandece  el  buen  gusto. 

"Griaeldisn  no  es  nn  drama  en  qne  su  grandioso  argumento   venga  j 


179 

á  mostrarnos  las  pasiones  romane*,  ni  en  donde  se  bosquejan  aquellos 
tipo»  que  representan  el   vigió,  el  crimen  ó   el  heroísmo.    Trivial  es  el 
asunto  sobre  que  ?e  han  qolocado,  como  en  un  panorama,  los  personar 
jes  dramático*;  bus  escenas  tienen  interés  y  algunas  sorprenden  por  su  j 
novedad. 

Al  raciocinio  muy  poco  puede  hablar  el  autor  cuando  su  argumento 
no  es  filosófico;  mas  al  herir  el  sentimiento  del  espectador  lo  hace  eon 
tal  delicadeza  que  a  nuestro  sistema  nervioso  lo  afecta  en  tiernas  emo- 
ciones. •  , 
La  obra  dramática  pertenece  á  Ja  escuela  que  tanto  elevaron  Goethe  y 
|  Schiller;  en  que  sus  personajes  grotescos  ó  sublimes,  ligeros  Ó  grandio- 
sos, van  marcados  con  el  sello  dÜI  genio.  Et  l^y,  la  reina,  los  cortesa- 
nos, no  se  retratan  empleando  los  finos  colotes  -de"  la  paleta  de  un  gran 
artista,  y  entran  en  la  órbita  de  lo-  vulgar  forjadas  nada  mi*  en  estu- 
<jo  ó  en  la  blanda  piedna  del  alabastro,  no  tienen  los  *  contornos  deHca» 
dos  ni  el  brillo  que  revelan  «1  estatuario.  Hay  que  admirar  el  talento 
del  autor -en  "Qriseldis*»  esculpida  á  cincel  en  duro  y  Kmpido  mármol 
de  Paros.  Hay  qwe  tributar  aplausos  á  su  genio  en  la  sublime  inspi* 
ración  de  la  heroína;  en  e*4  niña  que  sale  de  las  incultas  montañas  co- 
mo cervatüla  gentil  y  poética,  que  le  dan  vida  las  auras  de  la  selva, 
como  á  la  flor  silvestre;  qne  resplandece  su  virtud  en  la  i-abaña  Cómo 
la  luz  que  deja  el  ángel  de  la  humildad  bajando  de  los  cielos. 

ti. 

No  busquéis  en  "GriseMis»  al  ser  que. habita  en  el  suelo  en  que  vi- 
vimos. "Griseldisn  no  es  la  realidades  un,  mito;  no  es  la  mujer  que 
forma  la  Naturaleza  con  sus  leyes  inmutable*,  y  que  educan  las  socie- 
dades con  las  máximas  de  su  moral..  La  mujer  rea)  es  débil,  fácil  de 
impresionarse,  rebelde  a,l  raciocinio  y  por  esto  la  .dominan  los  vicios  ó 
las  virtudes  extremas,  que  son, los  atributos;  de  su  alma  y  la  conse- 
cuencia de  su  educación  social, 

••Griseldisn  es  una  criatura  tal  cual  desea  el  poeta  que  sean  todas 
las  niujeret;  y  parp  que  su  ideal  3ea  perfecto  y  verosímil,  no  la  ha  saca- 
do de  las  sociedades  tumultuosas  donde  la  contemplación  de  lo  malo 
hicieran  degenerar  sup  propensiones  á  lo  magnánimo;  es  un  ser  angé- 
lico que  espiritualiza  por  el  amor  jbodo  aquello  que  en  ella  puede  ser 
mundanal.  No  siente  los  agijones  de  la-anibieión  y  de  la  codicia;  no 
le  deslumhran  las  maravillas  del  lujo;  los  seductores  afectos  que  la  va- 
nidad inspira  no  hacen  latir  sqs  arterias;  aún  el  celo,  que  siempre  si- 
giá  al  amor  corno  la  sombra  al  cuerpo,  no  empaña  un  instante  el  diá- 
fano cristal  de  su  existencia» 

No  es  un  estudio  psicológico  porque  no  analiza  aquellas  grandes 
pasiones  que  combaten  al  ser  racipO|tl;  no  es  un  ensayo  fisiológico,  por 
qne  las  pasiones  no  afectan  el  organismo;  su  tipo  es  ideal,  pero  vero- 
símil, como  lo  es  la  "Margarita  de   Goethe  la  "Ofelia  de  Sahkspeare,n 


_=====s^ =^=  _I*2 

la  "Tiabe  de  Victor   Huyo,!,   la  "Mcdea  de  Sénecas —  "Griseldist»  les 
aventaja  en  el  heroísmo   del  amor,  en  et  del  sentimiento  y  la  resigna- 
ción, en  el  de  la  dignidad  elevada  al  sacrificio.    Es  Andrómaca,  es  Vir- 
ginia, es  Cornelia,  oculta  en  la  ignorada  roca  de  las  montañas,  como  el 
,  diamante  está  incrustado  y  oculto  en  el  pedernal. 
1      '•♦GriaeldHu  no  refleja  a  la  mujer  tal  cual  es;  idealiza  á  la  mujer  tal 
i  cual  del>e  ser  para  que  toqué  con  perfección  su   misión  ¿obre  la  tie-  ¡ 
rra.  , 

Es  una  belleza  ideal  no   daguerrotipada  de  la   mujer  mundana,   es 
;  como  la  Venus  de  Milo,   fantástica  y  no   una  copia  de  la  mujer  en  la  ■ 
1  Naturaleza.  ¡ 

En  la  vida  real,  la  mujer  ama  con  delirio  á  su  esposo,  a  sus  hijos,  á  ' 
su  padre,  y  es  esclava  de  su  ternura  como  MGriseidis,»'  si;  pero   no  \\«- 
va  su  abnegación  haata  sacrificará  su  bijo  y  a  su  padre  á  la-  voluntad  , 
de  su  esposo.  El  autor  lia  llevado  su  pensamiento  en  alas  de  su  fanta- 
sía hasta  las  regiones  en  que  la  pasión  sublime  toca  las  de  la  desnatu- 
ralización; pero  aceptamos  este  rasgo  psicológico  como  ttaa  exhuberán- 1 
oia  del  entusiasmo  poético.  JLa  mujer  real  se  sobrepone   al  celo  y   per-  r 
dona;  se  sobrepone  a  la  indiferencia  y  perdona;  se  sobrepone   a  las  in- 
jurias, al  abandono,  y  perdona  también:  pero  también  es    veí-dad   qu*, 
la   heroína    ••Griseldisv-   toca  estas  á brae  que  penden   del   corazón  y¡ 
que  producen   suaves  notas  como  las  cuerdas  del  arpa   que  hiere  el 
viento;  están  pendientes,  subordinados,  al  interés  de  estar   siempre  en 
el  alma  de  su  esposo  é  imperar  alf  icomo  du  ña  absoluta. 

Aquí  es  oportuno  citar  el   último  pensamiento   del  Sr.  D.    Ventura 
Ruiz  de  Aguilera. 

Si  quieres  ¡oh  vate!  que  al  hombre  conmueva" 
Con  himnos  gozosos  ó  tristes  el  arpa, 
En  vez  de  mus  cuerdas,  pon  otras  de  fibras 
Que  arranquen  del  fondo  sensible  del  alma. 

¡Verás  qué  bien  Hora! 

¡Verás  qué  bien  canta! 

Quitad  la  piedra  angular  sobre  la  que  descansa  su  interés,  y  ln  estatua 
que  ella  levanta  caerá  de  su  pedestal;  está  tiene  eh  cimiento  de  arena, 
de  barro  el  pié,  de  bronce  elcuerpo,  como  la  visión  de  Nabucodono- 
sor.  La  mujer  todo,  todo  lo  perdona,  y  como  línífco  castigo  al  ser  ama- 
do, manda  con  ojos  anublados  por  las  lágrimas  una  mirada  de  ternura 
para  acusar  su  rigor;  una  frase  que  arranca  á  su  alma  para  echar  *n 
cara  su  maldad;  estalla  en  santa  indignación  un  instante  para  cner  a 
rrepentida  y  magnánima  poco  después  en  brazófc  dé  su  esposo.  Nunca 
es  grande,  sublime,  angélica,  sino  cuando  llora;  Ama  y  perdona. 

ni. 

••Griseldisii  está  muy  por   encima  de  lo  que  es  posible  imaginar   en 


181 


una  mujer  Je  pasiones  mundanales,  y  entonces  esta  sublime  creación 
entra  en  la  esfera  de  lo  ideal.  Si  alguna  vez  descansa  como  el  colibrí 
en  el  nido  formado  entre  rosales,  pero  que  recibe  con  el  aire  el  polvo 
pestilente  del  mundo,  saldrá  de  él  sacudiendo  sus  alas  de  esmeralda. 

"Griseldis"  recorre  otra  vía;  lloré,  ama  y  perdona,  pero  rechaza  de 
su  regazo  al  hombre  que  por  un  capricho  de  cortesanas  jugó  con  sus 
sentimientos.  Heroína  en  el  amor  y  en  el  sufrimiento,  se  muestra  tam- 
bién guinde  y  elevada  en  la  expiación,  porque  expiación  será  también 
para  ella  el  castigo  de  su  esposo. 

Una  sola  creación  conocemos  que  so  le  parezca,  y  es  Clara  Harllo- 
we.  I 

Cada  vez  que  esta  obra  se  represente  será  más  grata  al  público  por  j 
que  será  más  comprendida  la  heroína  del  poeta  alemán.  ' 

"Griseldis"  no  debe  ser  vista  en  el  teatro  sólo  por  el  espectador; 
hayaqüe  estudiársele  por  el  filósofo. 

IV. 

¡ 
El  carácter  de  Percival  es  delineado  con  bellísimos  contornos,  con  | 
maestro  pincel,  en  el  primer  acta  £1  autor  nos  muestra  sólo  un  perfil. ! 
[Cuánta  dignidad  para  elevar  á  su  esposa  ante  las  pueriles  cortesanas! , 
¡Con  qué  solicitud  encomia  las  altas  virtudes,  la  deslumbradora  belleza! 
d-5  Oriseldis,  de  la  hija  humilde  de  un  -carbonero!  Creíamos  ver  uno! 
de  los  personajes  que  Walter  Sco|  retrata  en  sus  poemas.  Las  burlas  I 
que  las  damas  de  la  corte  hacen  del  ángel  que  sale  de  una  carbonera, ! 
excitan  sus  arrebatos.  Desde  aquí  ya  no  es  la  galantería  la  que  se  em- 
plea para  elevar  á  uji  ser  querido;  no  es  la  susceptibilidad;  no  es  el 
amor  propio  humillado,  herido  por  el  sarcasmo;  hay  otro  móvil  que 
para  la  mujer'y  para  la  esposa  es  de  gran  valor,  que  se  sobrepone  á 
esos  afectos:  es  la  "estimación."  Este  rasgo  imprime  al  carácter  de 
Percival  la  hidalguía,  él  respeto,  la  impetuosidad  del  ánimo  resuelto! 
para  rechazar  las  kaetas  de  la  ihiuria;  fl  para  los  golpes  y  los  devuelve  j 
hasta  provocar  el  combate.  No  hay_jen  su  recitación  dialogada,  ni  en  ¡ 
sus  aparte*,  ni  en  sus  mondlqgos,  una  sola  frase  que  anuncie  en  perci-  j 
val  el  hombre  festivo,  ligero,  superficial  extravagante,  para  que  acepte 
exponer  á  la  bufia  de  las  cortesanas  de  ajta  gerarquía  el  buen  nombre 
de  su  esposa;  acepta  el  juego  con  la  seguridad  de  ganar  la  partida;  pe- 
ro á  trueque  de  lacerar  el  alma  de  su  amada.  Esa  sombra  en  el  sem- 
blante de  Percival  falsea  su  carácter,  y  lo  hace  descender  del  alto  a- 
siento  del  hombre  sensato,  al  tapiz  de  los  bufones.  Hay  al  fin  de  la 
partida  una  recompensa  suprema,  grande  sobre  toda  magnificencia  y 
es,  que  una  reina  proclame  á  Griseldis  la  esposa  ¿in  segunda,  y  que 
una  soberana  de  Inglaterra  doble  la  rodilla  ante  una  carbonera. 

El  autor  ha  querido  poner  estas  flaquezas  en  dos  de  sus  figuras  dra- 
máticas para  preparar  el  desenlace  inesperado,  nuevo  en  los  anales 
del  teatro,  que  más  han  de  realzar  el  carácter  de  su   heroína,  y  con   el 


182 

cual  rasgo  enseña  á  las  esposas  cómo  se  ama  sacrificando  el    reposo  y 
cómo  debe  sacriiicarse  por  salvar  la  dignidad. 

."Y-: 

El  Sn  Sr.  Jen*  ba  hecho  una  traducción  del  alemán  á  un  idioma 
que  no  es  el  suyo,  pero  que  conoce  muy  bien;  hp,  sabido  encontrar  los 
palabra»  que  con  vigor  engalanan  la  locución  y  tocan  del  sentimiento 
la  cuerda  delicada.— En  nuestro  idioma  participa  el  Sr.  Jens  de  la 
gloria  del  autor.  Del  autor  son  la  idea,  el  modelo  de  las  figuras,  el 
raclde  para  vaciarlas,  el  horizonte  que  s$  ve  jü.  fondo  de  sus  cuadnis, 
la  estructura  de  la  "obra,  los  resortes,  «I  magnetismo  que  toca  el  alma. 
Del  Sr.  Jens  es  el  cincel  que  dá  expresión,  gracia  á  los  pliegues  Jel 
vestido,  verdad  al  semblante,  chispa  a  la  locución,  colorido  a  la  escena, 
el  alambre  que  conduce  el  electro-magnetismo  al  espectador.  Del  au- 
tor es  el  alma,  la  idea  cardinal.  Del  jtraductor  la  creación  del  diálago, 
el  acierto  para  escoger  las  palabras 'delicadas  ó  contundentes  que  re- 
visten las  imágenes,  que  preparan  el  animo  y  dan  á  la  sensibilidad  el 
golpe  de  gracia* 

Difícil  es  la  versión  del  alemin  tan  rico*  en  palabras,  á  un  idioma 
que  carece  de  frases  indicantes  para  que  una  sola  forme  varias  oracio- 
nes qae  concretas  y  precisas  muestran  lo»  afecto*. 

vi. 

!  I 

Anuncio'  la  compañía  de  Arbeu  la  representación  de  esta  obra  con- 
fiando su  desempeño  á  todos  sus  miembros,  y  el  de  los  dos  principales 
personajes  á  la  Sra.  Baéna,  que  ejra  U  beneficiada,  y  al  Sr.  Burón. 

La  concurrencia  fué  numerosa,  $  traída  por  el  deseo  de  dar  un  testi- 
monio de  aprecio  a  la  beneficiada,  y  por  ver  en  la  escena  un  drama  qwe 
estaba  anunciado  como  el  más  n,otyUe  de  nuestros  días,  puesto  que  fué 
digno  de  un  aplnUso  en  donóle  se  representó  por  primera  vez. 

El  Sr.  Burón  quiso  hacer  un  estudio  profundo  de  esa  obra,  y  no  la 
dio  á  lms  sino  cuando  estuvo  perfectamente  ensayada. 

A  la  Sra*  Baéna  se  le  saludó  con  las   manifestaciones  mas  sincera* 
del  aprecio  que  el  público  le"  tiene.  La  recepción  no  *e  adornó  con  los 
relumbrones  de  costumbre  y  con  la  pompa  pagana  de  estas  fiestas  eo- ' 
mo  es  el  ruido  y  el  oropel,  las  flores  y  la  lluvia  de  dísticos  y  de  sone- 
tos. 

El  público  que  va  en  pos  de  las  bellesas  del  arte;  de  las  impresiones 
que  deja  en  su  ánimo  las  concepciones  del  genio,  ha  quedad0  compla 
cido.  La  Sra.  Baena  supo  interpretar  con  verdadero  abierto  el  papel 
que  desempeñaba. 

Cuatro  afectos  ha  trasmitido  al  auditorio  para  despertar  en  él  dis- 
tintas emociones.  Como  madre  muestra  su  4<dolor\y  su  "desespera- 
ción" cuando  le  arrebatan  á  su  hijo;   muy  al  vivo   realizó  el   combate 


183 

1    '         '   ■-         ■  '■      «•  -  ■■'     ■ 

del  alma  con  la  desgracia:  La  "resignación"  de  la  humildad  cuando  se 
despoja  del  ropaje  de  gran  señora  para  vestirse  con  el  primitivo  de  .la 
aldeana,  v  la  de  la  devolución  del  anillo  nupcial:  l<a  ••magnanimidad « 
al  conceder  un  refugio  seguro  contra  sus  perseguidores  al  esposo  cruel, 
en  las  quiebras  de  aquellas  montañas,  con  riesgo  de  la  vida:  La  «i& 
dignación,*!  el  ••aacrincio  de  su  amoru  por  verse  lastimada  de  su  pa- 
sión por  el  ser  que  ella  roas  ama  sobro  la  tierra. 

Los  espectadores  estaban  altamente  conmovidos;  las  lágrimas  son 
el  mudo  aplauso  para  el  autor  que  concibe  el  pensamiento  y  crea  las 
situaciones;  y  para  la  actriz  que  interpreta,  que  siente,  que  trasmite  á 
quien  la  escucha  las  expansiones  de  la  ternura,  esos  toques  al  corarán 
que  tanto  nos  conmueven.  La  Sra.  Baena,  ha  sido,  mas  que  el  Sr.  Bu- 
rén, le  heroína  de  la  fiesta. 

Personas  hubo  en  el  público  que  abaudonaron  el  salón,  altamente 
afectadas.  A  su  delicada  sensibilidad  no  convienen  los  espectáculos 
que  tristemente  las  impresionan.  £stas  personas,  por  su  organización, 
son  antípodas  del  drama  y  de  la  tragedia;  su  elemento  es  la  comedia 
y  el  saínete;  y  si  en  ellas  el  buen  gusto  se  ha  desvirtuado,  sólo  pue- 
den hallar  una  inocente  diversión  á  su  espíritu  festivo  en  la  ópera  bu- 
fa, en  la  célebre  "Isla  de  San  Balandrán*»  en  los  espectáculos  pueri- 
les que  recrean  la  vista  con  el  relumbrón,  y  que  halagan  el  oído  con 
la  melodía:  pero  no  en  los  que  hablan  al  corazón  y  al  raciocinio. 


fifi 


lllll    MMilvflWf1ElflM  M 

I- 

Los  teatros  Nacional  y  Principal  han  presentado  en  la  semana  pasa 
da  espectáculos  notables.  En  el  primero  "So*  Teresan  y  "María  An 
toníeta;"  en  el  segundo,  un  drama  gracioso  y  entretenido,  titulado: 
"La  Montana  de  las  Btajas." 

La  Sra.  Kistori,  en  su  permanencia  en  México,  puso  en  escena  los 
dos  primeros  con  todo  su  aparato,  dejando  en  el  ánimo  de  los  especta- 
dores profundas  impresiones. 

La  empresa  del  Nacional  se  propuso  vencer  las  dificultades  que  se 
presentaban  para  montar  esa  tragedia  con  los  escasos  elementos  que  el 
teatro  tiene,  ayudada  de  su  buen  deseo  por  mostrar  interés  en  sus  fun- 
ciones. Una  numerosa  concurrencia  asistió  al  teatro  por  la  tarde  y  por 
la  noche  del  próximo  domingo,  y  los  esfuerzos  de  la  Compañía  se  vie- 
ron recompensados. 

Oran  atractivo  tiene  para  todo  el  mundo  presenciar  los  acontecí- 


184 

j*  miento»  que  tuvieron  lugar  en  París  durante  la  revolución  fraueesa, 
esa  hecatombe  notable  de  los  tiempos  modernos,  má6  cuando  ha  de 
iñostrarse  con  toda  su  verdad,  con  toda  su  grandeza,  con  esa  magnifi 
eencia  que  realza  aira  en  mw  roas  insignificantes  detalle»,  la  lacha 
ementa  entre  ]m  ideas  caducad  y  las  novadora»  del  siglo  pasado.  Luis 
XVI  y  María  Antonieta  son  do»  figuras  cuya  historia  es  de  todos  sa- 
bida, y  de  ninguno  olvidada;  la  causa  de  sns  desgracias,  sus  últimas 
palabras,  la  fecha  de  6U  sacrificio,  el  nombre  de  sus  aliados,  de  sus 
enemigos,  de  sus  verdugos,  son  familiares  á  nuestra  sociedad  y  por 
esta  causa  en  la  representación  hay  que  ser  fiel  al  texto  y  á  la  his- 
toria. 

¡Personas  que  vieron  representar  esta  obra  sorprendente  al  genio  tu- 
telar de  la  tragedia,  han  encontrado  pálidos  los  cuadros  que  el  domin- 
go en  la  noche  se  pusieron  en  escena  en  el  Nacional.  Esto  yo  lo  infe- 
rimos; pero  en  la  mente  de  todos  estaban  las  dificultades  con  que  la 
Srtt.  Rodrigue*  ha  tenido  qué  luchar.  La  Sra.  Ristori,  con  esta  y  con 
otras  tragedias,  abarcó  una  empresa  gigantesca  que  admirara  al  mon- 
do civilizado;  y  surcó  los  mares  en  pos  de  la  gloria  y  de  la  especula- 
ción; aun  a  las  regiones  más  desconocidas,  so  fama  le  precedía  y  no 
liada  otra  cosa  que  anunciarse  para  ser  admirada.  María  Antonieta, 
Judit,  Fedra,  Isabela  y  otras,  le  erau  mny  familiares;  sin  mucho  tra- 
bajo podría  recibir  el  premio  de  sus  desvelos  de  otros  días. 

La  Sra,  Rodríguez  tenía  quo  lychar  con  grandes  obstáculos;  había 
que  crearlo  todo,  que  improvisarlo  todo;  conseguido  esto,  había  qué 
luchar  con  un  público  que  no  ha  olvidado  las  impresiones  de  la  Sra." 
Ristori,  y  que  m  cada  paso  formaría -comparaciones  auu  en  sus  más 
pequeños  detalles.  Fué-anunciada  la  función  y  el  público  correspondió 
á  su  llamamiento;  lleno  estuvo  el  teatro  por  la  tarde  y  por  la  noche; 
magnífico  estuvo  el  desempeño  de  la  obra  en  la  que  tomaron  parte 
los  actores  notables  de  otros  teatros.  Había  propiedad  en  los  trajes; 
había  lujo,  y  en  el  conjunto  se  notaba  el  empeño  con  que  la  empresa 
del  teatro  procuraba  el  lucimiento  de  la  "María  Antonieta." 

Las  escenas  en  que  se  viera  la  sublevación  del  pueblo,  agitado  por 
los  franciscanos  y  jacobinos,  se  mostró  mny  á  lo  vivo,  con  toda  su 
grandiosidad;  el  puebló-rey,  el  pueblo  majestuoso,  con  sns  extravíos 
y  eu  demencia,  con  su  heroísmo  y  sus  veleidades,  con  esp  meada  mis* 
torios»  de  todo  lo  bueno  y  de  todo  lo  malo,  en  sus  escenas  de  sangre 
y  de  magnanimidad,  estaba  representado  en  el  escenario.  Se  había 
corrido  el  velo  de  lo  .pasado  y  asistíamos  á  las  escenas  del  pueblo  de 
París  en  los  días  del  terror.  El  magnífico,  el  simpático,  el  gran  Lafa- 
yette,  fiel  al  rey  en  los  momentos  ae  angustia,  le  salva  y  contieno  a- 
qnellas  oleadas  populares  semejante  al  Dios  del  Universo  que  dice  al 
Océano  embravaeido:  "de  aquí  no  pasarás.»  Entre  todas  estas  figuras 
descolláis  Soterré,  por  su  propiedad  en  el  traje,  enteramente  igual  al 
que  conocemos  en  los  magníficos  grabados  en  acero  que  nos  trasmi- 
tieron aquellas  escenas  horrible»  de  la  revolución  francesa.    Simón,  el 


\l 


185 

nuevo  ayo  del  Delfín,  con  toda  su  ferocidad  se  mostraba  allí.  ¿Qu¿ 
podríamos  decir  de  la  protagonista,  de  esa  María  Antonieta,  víctitru. 
del  fanatismo  republicano?  Los  actos  que  más  impresionaron  anestrt 
ánimo  fueron  los  del  ataque  epiléptico,  la  separación  del  Delfín  en  e' 
aeto  de  arrancarlo  Simón  de  los  brazos  de  la  reina,  y  -cuando  el  ver- 
dugo corta  á  ésta  la  trenza  de  sus  cabellos;  entonces  expresaba  en  sn 
mirada,  en'nna  escena  muda,  toda  la  indignación  de  que  estaba  poseí- 
da; rechaza  al  verdugo  cuando  éste  la  toca  al  atarle  los  brazos  por  la 
espalda.  Marcha  ásu  final  destino  con  entereza,  pero  agitada  por  una 
convulsión  nerviosa. 

Acaso  la  escena  más  imponente,  la  que  por  su  propia  y  peculiar  fi- 
sonomía no  ha  tenido  igual  en  el  mundo,  ni  aun  aquella  que  se  verifi-j 
cara  en  el  camino  del  Gólgota,  es  la  marcha  de  la  comitiva  y  de  la  j 
víctima  desde  el  Temple  hasta  el  lugar  donde  se  levantaba  el  patibu-  i 
lo.  j 

Se  descorrió  la  cortina,  y  se  dejó  ver  la  frenética   riiuchednmbre  enl 
los  momentos  de  su  delirio,  y  á  María  Antonieta  en  carreta  fatal,  de  pié  I] 
y  atada,  sufriendo  los   insultos  de  sus   verdugos,  pero   resignada;  g<>'  j 
peando  8U  cabeza  contra  la  carreta  porque  no  podía  conservar  una  ac- 
titud equilibrada  por  las  sinuosidades  del  terreno. 

Cata  el  telón  y  volvimos  como  de  un  arrobamiento  á  nuestra  tierrn 
natal,  í  nuestro  México  querido.  Habíamos  asistido  á  las  escenas  n>á* 
conmovedoras  é  imponentes  de  los  últimos  tiempos.  Creíamos  ver  alh 
á  Danton,  á  Marat,  i  Robespierre:  fuimos  testigos  presenciales  de  las 
primeras  escenas  del  terror  en  el  Temple  y  en  la  Conserjería. 

En  trep  horas  creímos  ver  pasar  á  nuestra  vista,  como  una  ilusión 
óptica,  gigantescas  figuras,  incidentes  maravillosos  que  dieron  princi- 
pio en  el  juego  de  pelota,  y  terminaron  con  la  elevación  del  primer 
Cónsul.  ¡Salud,  republicanos!  exclamamos;  la  revolución,  como  Satur- 
no, devora  á  sus  mismos  hijos:  la  guillotina  derriba  las  cabezas  de  ino- 
centes y  de  culpables;  la  historia  recoge  los  nombres  y  los  hechos  para 
excecrar  el  de  los  malvados,  y  para  coronar  la  frente  dé  los  héroes; 
¡Salndj  republicanos!  Perecen  los  inocentes,  se  inmolan  á  los  buenos  y 
á  los  culpables;  pero  de  esa  conflagración  tremenda,  de  esa  hoguera  vo- 
raz que  se  extingue  y  se  aviva,  sale  purificada  la  idea  civilizadora,  el 
odio  al  absolutismo,  el  amor  al  pueblo,  cuyos  derechos  no  serán  ho- 
llados impunemente. 

Tales  son  nuestras  impresiones  ante  la  representación  de  "María 
Anto*)ieta,n  de  esa  obra  escrita  por  Jacometi,  sin   reglas,  sin  observar 
loa  preceptos  del   arte  dramático,  y  con  el   plan  preconcebido  de  que 
sirva  de  combustible  en  esa  hoguera  de  las   pasiones  políticas,  en   t  ••• 
propaganda  que  los  partidarios  del  oscurantismo  emprenden  co*    ' 
república.  La  obra  tiene  dos  acciones;  la  muerte  de  María  Anio r' 
la  de  Luis  XVI  á  quien  se  le  corona  con  la  aureola  de  lo¿  m¿r,; 
ni  una  alusión,  ni  uña  palabra  contra  el  rey  delincuente,  contra' 
traidor  que  agitaba  la  guerra  extranjera  para  que  otras  uaciom. 
dieran  á  su  patria.  I 


186 

— —  ■■■■■■  ■ 

II. 

Machos  días  bacía  que  no  concurríamos  al  Teatro  Principal;  sus  es- 
pectáculos no  tenían  para  nosotros  ninguna  novedad;  la  mayor  parte 
de  las  funciones  con  que  el  Sr.  Guasp  ha  llenado  el  actual  abono,  son 
repeticiones  de  o.bras  que  se  han  dado  en  la  temporada,  «ton  excepción 
de  una  del  Sr.  Peón  y  Contreras  que  aun  no  h eraos  tenido  el  gusto 
de  ver. 

Dos  de  nuestros  compañeros  de  redacción  se  han  encargado  de  es- 
,  tpdiar  las  funciones  de  este  teatro,  y  de  dar  á  conocer  al  público  el 
mérito  de  las  obras  y  el  trabajo  de  los  actores.  No  obstante,  nos  pro- 
ponemos escribir  nuestras  crónicas  teatrales,  tomando  las  impresiones 
del  Teatro  Principal,  aunque  nuestros  amigos  y  compañeros  de  redac- 
ción trasmitan  sus  impresiones  á  nuestros  .ectores.  No  será  difícil  que 
en  el  modo  de  juzgar  del  mérito  de  los  actores  y  de  las  piezas,  no  este- 
mos del  todo  conformes,  pero  no  será  muy  divergente  nuestra  opi- 
nión. 

Nosotros  hemos  visto  la  representación  y  el  estreno  de  "La  Monta- 
ña de  las  Brujas"  que  la  empresa  del  Teatro  Principal  nos  anunció  co- 
mo comedia  de  magia.  Algunos  periódicos  aseguran  que  el  público  sa- 
lió descontento  y  chasqueado. 

Esa  pieza,  si  bien  no  tiene  juguetes  eu  la  escena  con  que  se  chasquea 
un  personaje,  ni  apariciones  y  desapariciones  por  escotillón,  propio  pa- 
ra divertir  á  los  candorosos  niños  y  á  gentes  superficiales,  en .  cambio 
tiene  un  argumento  interesante,  calcado  sobre  la  historia  y  de  escenas 
dramáticas  de  algún  efecto.  A  esto  se  debe  agregar  la  parte  de  músi- 
ca cantante  que  la  adorna;  las  graciosas  cantineras  que  entonan  him- 
nos mándales;  los  coros  de  bandidos  y  gitanos,  y.  los  bailes  que  son 
hasta  necesarios  en  esas  obras  que  sólo  sirven  para  adornar  el  espectá- 
culo. También  adorna  el  argumento  de  la  obra  dos  graciosos  que  á 
catfa  paso  excitan  nuestra  hilaridad  de  una  manera  agradable;  una  gi- 
tanilla  simpática  que  se  disfraza  de  bruja,  y  que  encubre,  bajo  el  man- 
to de  dueña,  á  nuestra  amable  Concha  Padilla:  vemos  también  á  Chucha 
robada  por  los  bandidos  ¡pobrecita!  y  libertada  por  la  qitanilla  que  la 
custodia;  de  improviso  saca,  no  sabemos  de  dónde,  su  sombrero  napo- 
litano, un  trabuco  que  no  da  fuego,  y  un  puñal  dispuesto  á  esgrimirte 
en  el  pecho  del  audaz  bandolero,  asi  como  mandó  al  Limbo  á  otro  inso- 
lente pandido. 

Pero  lo  que  hace  jnny  agradable  Ja  representación,  es  el  canto  de 
las  vivanderas  que  salió  de  rechupete  como  diría  el  Sr.  Jn  venal  La 
Sra.  Navarro,  con  un  vestido  gracioso  de  cantinera  del  ejército  espa- 
ñol nos  cantó  redoblando  en  su  tambor  algunos  aires  militares,  acom- 
pañados de  coros  que  daban  á  la  escena  un  aspecto  encantador. 

Hay  algunas  decoraciones  preciosas,  nuevas  enteramente  y  que  han 
venido  á  ser  el  complemento  de  la  función  anunciada. 

Sabido  es  que  el  escenario  del  Teatro  Principal  no  tiene  capacidad 


187 

para  montar  obras  de  gran  aparato,  y  aun  la  misma  obra  titulada, 
La  Montaña  de  las  Brujas,  no  tendrá  esos  chascos,  esos  juguetes  en 
que  un  actor  se  convierte  en  burro,  y  el  barro  torna  la  forma  y  plu- 
ma de  un  criticón  alucinado*  Razón  tenían  los  que  esperaban  otra  co- 
sa, pero  ellos  han  sido  chasqueados, '  no  por  los  carteles,  sino  por  el 
calidoscopio  de  su  propia  imaginación. 

ni. 

Aquí  se  nos  presenta  una  oportunidad  de  mandar  nuestros  saludos 
al  Sr.  I).  Francisco  Sosa,  y  de  decirle  que  le  damos  las  gracias  por  su 
contestación.  Con  gusto  haremos  algttúas  rectificaciones  en  nuestro 
juicio,  puesto  que  el  Sr.  Sosa  nos  asegura  haberse  ocupado  también  de 
hacer  notar  las  bellezas  de  las  obras  mexicanas.  No  hemos  leído  todas 
sus  crónicas,  pero  nos  proponemos  hacer  un  repaso  de  ellas,  más  bien 
por  recreo,  que  por  vía  de  rectificar  lo  que  nos  reñere  el  autor  en  su 
artículo  de  ayer. 

Los  cuentos  de  las  botellas  y  del  lobo',  son  anécdotas  y  fábulas  im- 
presas; si  no  hay  pulcritud  en  ellas,  culpa  sérft  de  los  autores,  ó  de  al- 
gunos espíritus  maliciosos  que  interpretan  mal  los  conceptos  inocentes. 


"Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz," 

Druu  histórico  en  tro  tcios  7  ea 


Frecuentemente  vemos  qué  las  sociedades  literarias,  en  su  marcha 
progresista,  tienden  á  buscar  un  atagonismo  entre  ellas  mismas,  y  que 
convierten  en  hostilidad  lot^ne  no  debía  traspasar  los  limites  de  una 
emulación  ilustrada,  y  de  cottsüguieiite,  de  benéficos  resultados  No  su- 
cede así;  las  envidias,  los  celos  literarios,  se  ponen  ten  vigor  y  esta  ts 
la  gangrena  que  va  consumiendo  6  esas  sociedades;  su  savia  toettéfidfc, 
la  sangre  que  circula  por  sus  venas,  que  es  el  amor  6  la  gloria,  se 'Con- 
vierte en  linfa  y  concluye  con  ocasionar  i»  muerta  • « \  ¿  ;, 

Esto  sucedió  con  dos  sociedades  dramáticas  que  se  fundaron  líate 
un  año.  *   J  Jíi  r '  ;    ■*    *  *   *'•    r* 

El  Sr.  D.  José  Rosas  Moreno  fué  uno  délos  que  Cótárbierorí  fc  idea  y 


188 


==*= 


ayudaron  en  su  realización  para  fundar  la  sociedad  tíorohtiza,  como 
se  verificó;  á  su  semejanza  se  fundó  otra  con  el  nombre  de  Alarcón,  i 
en  la  que  tomó  parte  también  ei  Sr.  Rosas  Moreno.  Fundadas  ambas 
con  la  mejor  buena  fe,  pronto  degeneró  su  institución,  y  se  convirtieron 
en  rivales.  Varios  individuos  pertenecían  a  una  y  á  otra  sociedad,  y 
animados  por  celos  bastardos,  tuvieron  el  honor  de  pertenecer  á  la  o- 
tra  su  adversaria.'  De  aquí  nació  la  hostilidad  que  hasta  hoy  existe. 

El  Sr.  Guasp,  iniciado  en  el  circulo  Alarcón,  desde  luego  se  propu-  I 
so  ver  con  desdén  al  Gorostíza,  y  no  representar  ninguna  piez«\  de  j 
sus  miembros,  sea  cual  fuere  su  mérito  literario.  Todo  su  anhelo,  to-  ■ 
do  su  empeño,  se  reducían  k  levantar  á  las  miembros  de  su  círculo  fa-  J 
vorito.  Tenía  formada  alianza  ofensiva  y  defensiva  con  poetas,  auto- 1 
res  dramáticos,  escripDres  públicos,  oradores,  tribunos,  hombres  in  -  ' 
fluentes;  nada  faltaba  para  dar  á  su  compañía  dramática  y  á  su  teatro  i- 
toda  la  protección  aue  daseaba.  Si  había  un  periódico  que  con  justi  ¡j 
cía  ó  sin  ella  lo  criticaba,  desde  Juego  tenía  una  pluma  amiga  que  (o|l 
defendiera,  y  se  decía  que  tales  ataques  tenían  origen  en  la  Goroetiza. 

El  periodista,  para  caer  en  la  gracia  de  la  Alarcón,  debería  de- 
fender á  todo  trance  á  la  empresa  del  Principal;  elogiar  al  Sr.  Guasp, 
Íésto,  no  porque  él  tuviera  empeño,  ni  la  aspiración  siquiera,  á  que 
i  culta  y  conocedora  sociedad  de  México  que  lo  ve  trabajar  día  á  día, 
así  lo  calificara,  sino  porque  esos  periódicos  llevaran  tales  elogios  á 
Madrid,  campo  vasto  dond*  debía  resonar  el  eco  de  la  trompeta  de  la 
fama.  En  segundo  término  era  preciso  elevar  el  talento  de  los  escri- 
tores dramáticos  de  la  sociedad  Alarcón  aun  más  allá  de  su  justo  me- 
recimiento. Un  critico  severo  J  apasionado  era  Maldecidora*  me- 
nos ¿efrero,  perof^fc  judrV  a£}tí  a?  los^l^t^lerios/i^oiiciderabd 
co«oo  atetólo  ttó$i&$  aflo  ^4¡Nr*4  W,:  l&> *¿r|^aci¿Me  e.Uos  los 
que  dijeran  que  las  obras  de  los  alumnos  de  la  sociedad  Alarcón  eran 
obras  perfectísimas^y  au.escnelaja»  mejor  de.  todas  las  escuelas. 

El  antagonismo  tomaba  creces;' los  celos  literarios  estallaban;  blan- 
co de  todos  ellos  je&it  tos  a^tft^^^|K)nián''ea^éSeen3riiS^  pieza  dra- 
mática de  la  sociedad  adversaria,  y  bajo  la  apariencia  de  una  protec- 
ción fraternal  se  ocultaba  una  hostilidad  manifiesta.  El  Sr.  Gnasp 
tenía,  para  representar  las  piezas  de  autores  mexicanos,  una  corta  sub- 
vención del  gobierno,  asegurada  por  iqeJio  de  un  contrato,  pero»  siem- 
pre ha  eludido  el  cumplimiento.  Unas  veces  aconsejaba  al  mismo 
autor  no  llevara  su  obra  al  Consevatorio  ni  á  ninguna  sociedad  dra- 
mática de  las  que  tenían  por  el  Gobierno  la  facultad  de  designar  las  de 
su  aprobación,  puea  no  viniendo  por  ese  conducto,  ni  estaba  obligado 
i  representarlas  ni  manos  á  cUr  el  tanto  por  ciento  al  autor  conforme 
.  ai  contrato. 

Si  a  pesar  de  sus  .  consejos  la  piesa  venía  por   el  Conservatorio,  en- 
tonces, para  no  ponerla  en  escena,  decía  que  el  cuadro  de  su  compañía 
no  le  permitía  representarla,  ó  que  sus  actores  no  tenían  las  faculta- 
,4es  artística*  necesaria*  para  sacar  triunfante  una  obra  tan  buena  y 


189 

librarla  do  tina  silba  ó  naufragio.  Si  el  autor  por  una  parte,  si  el  Con- 
servatorio por  otra,  si  el  mismo  Gobierno,  atendiendo  á  las  quejas  de  la 
prensa,  lo  asfc  odiaban  á  que  diettt  cumplimiento  4  su  contrato,  enton- 
ces intentaba  otro  pretexto:  ¿cómo  es  posible,  decía,  que  70  ponga  en 
escena,  y  disguste  al  público  con  obras  monstruosamente  defectuosa*», 
en  que  aparecen  diablos  por  escotillón,  rancheros  y  usureros  que  ha- 
blan un  lenguaje  vulgar,  ó  personajes  que  ttanan  desafios  en  las  aso* 
teas? 

De  esta  manera  se  constituí*  en  censor  de  tes  piezas,  opositor  á  de- 
terminada escuela,  y  un  corrector,  de  las  soluciones  de  los  problemas 
sociales;  quería  que  todos  los  escritoras  amoldaran  á  su  gusto  sus  pro* 
ducciones;  los  adulterios  le  repugnan;  loe  suicidios  los  cree  inmorales; 
los  monólogos  los  encuentra*  largos  y  causados,  1  y  las  escenas  trágicas 
muy  fuertes  para  que  las  pudieran  sacar  bien  sus  actores,  y  peli- 
grosas por  eso  de  impresionar  y  aterrorizar  á  señoras  casadas  y  en  es- 
tado interesante.  Acaso  el  Sr.  Guasp  temia  ser  desterrado  como  lo 
fueron  en  la  antigüedad  aquellos  actores  que  en  Grecia  representaban 
terroríñeas  tragedias,  y  que  producían  coteclimiofe  á  las  señoras  de  sen- 
sible corazón. 

¿Cuáles,  pues,  eran  las  piezas  que  su  buen  gusto  podría  escoger  pa- 
ra representar?  únicamente  las  dé  su  favorita  escuela  española,  y  esto 
si  tenían  un  galán  simpático,  porque  el  Sr.  Guasp  no  gusta  de  hacer 
papeles  de  traidores  odiosos»  sino  sólo  aquellos  que  traen  en  sí  mismos 
aplausos  á  la  grupa;  un  papel  de  traidor,  aunque  fuera  interesante,  lo 
confíala  al  Sr.  Freiré,  á  nuestro  buen  amigo  Freiré,  que  en  la  compa- 
ñía del  Principal  es  el  ajoryoli  de  todo*  mole* 

De  aquí  lia  resultado  que  ni  él  ha  querido  ni  ha  podido  dar  ensan- 
che tá  las  aspiraciones  de  poetas  mexicanos,  ni  protegido  sus  produc- 
ciones sino  son  las  de  sus  escritores  favoritos,.  En  cuanto  á  las  pro- 
ducciones, buenas  ó  medianas,  que  no  quiere  representar!  entretiene  á 
sus  autoret;  no  los  desengaña  ''para  no  tenerlo*  en  su  contra"  y  obra 
de  tal  manera,  que  ellos  mismos  se  ven  •  obligados  á  retirarlas,  y  así 
encuentra  otro  pretexto  para  ehidit  sus  compromisos. 

Tales  han  sido  los  motivos  por  los  que  vario»  diputados  intentan  po 
ner  en  el  presupuesto  una  partida  destinada  á  proteger  tanto  4  los  au- 
tores como  á  las  actores'  mexicanos,  é  imprimir  cierta  imparcialidad  y 
1>rotección  decidida  que  el  Oficial  Mayor,  actualmente  encargado  de 
a  Secretaría  de  Justicia,  está  dando  al  Sr.  Guasp,  sin  que  se  muestre 
el  resultado  que  se  propone  para  impulsar  la  literatura  nacional. 

La  Sra.  Rodríguez  con  la-mejor  buena  fe,  ha  representado  algunas 
piezas  rxttxicana»;  como  era  natural,  cayó  sobre  la  empresa  del  Nacio- 
nal una  granizada  de  obras  nacionales,  buenas  unas,  medianas  otras, 
pésimas  hu*  más;  y  la  Sra,  Rodríguez,  concillando  sus  intereses  con  los 
de  los  escritores,  ha  representado  algunas. 

Allá  sucede  otra  cosa  muy  parecida  á  lo  que  acontece  en  el  Princi- 
pal; en  un  teatro  están  el  Sr.  Peón  Contreras  y  el  Sr.  Azcárate  que 
ejercen  !á  previa  censura;  en  el  otro,  el  Sr.  Altamirano  que   censara  y 


,  190 

■lili  i  -  ■  ii 

recomienda  sólo  las  aue  le  agradran;  el  autor  que  no  tiene  relaciones  y 
simpatías  con  estos  literatos,  no  éttcuentfra  un  vehículo  que  lo  lleve 
al  palco  escénico  para  ver  representadas  sus  producciones. 

Creemos  que  no  es  este  el  mejor  •  camino  pura  que  los  escritores  na* 
cionales  adelanten  en  la  literatura  dramática. 

Con  ansia  esperábamos  la  representación  de  un  drama  histórico  ti- 
tulado Sor  Juana  Inés  de  la  (hruz  que  hace  algunos  meses  estaba  a- 
nunciado:  su  autor  es  el  poeta  jalisciense  D.  José  Rosas  Moreno. 

Muchísimas  non  las  dificultades  con  que  ün  autor  tiene  que  luchar 
para  llevar  al  teatro  un  personaje  histórico;  la  vida  real  nada  tiene 
de  maravilloso,  nada  de  dramático,  que  pueda  por  si  dar  interés 
á  la  acción;  hay  que  recurrir  4  la  fábula,  sin  perder  de  vista  la  verdad 
histórica;  hay  que  inventa!»  episodios  sin  calumniar  al  personaje;  hay 
que  poner  en  armonía  la  ficción  con  la  realidad,  sin  caer  en  lo  invero- 
símil/y que  se  desprendan  de  la  acción  misma  algunos  lances  que  for- 
men el  interés»  dramático.  Creemos  que  el  autor  ha  llenado  estas  con- 
diciones.     ^  * 

Juana,  hija  de  D.  Pedro  Manuel  de  Arbsje,  se  hizo  notable  ena- 
quella  ^poca  por  sus  versos,  y  fué  dama  de  honor  de  la  Vireyna;  ha- 
bía  visto  á  ira  hombre  de'  quien  se  enamoró  y  4  quien  tributaba  un 
culto,  pero  mo_  sabía  ¿üal  era  en  nombre  ni  su  condición. 

D.  íf  ufo  de  Alba  era  un  mancebo  de  fo  corte  que  estaba  prendado 
de  Juana  Inés  y  aspifc-aba  á  merecer  su  amor  uniéndose  á  ella  en  ma- 
trimonio, pero  no  era  correspondida  Otro,  personaje  llamado  Diego 
Illescas  procuraba  por  todos  los  medios  reprobados  robar  á  Juana  y  & 
este  fin  se  pone  de  aduerdo  con  varios  raptores  y  asesinos  para  alcanzar 
por  el  crimen  lo  qufc  \io  podía  por  la  persuaden.  Descubre  que  D.  Ñu- 
ño es  su  rival,  y  en  el  mismo  palacio  riñen  con  espadas.  María  Luisa 
la  Vireyna,  y  Juana*  Inés,  se  presentan  y  cesan  de  reñir,  aquí  la  poe- 
tisa relata  aquellos  versos  cetebradísimos  en  que  el  hombre  acusa  á  la 
mujer  sin  razón.— Después  hay  una  lucha  entre  Juana  y  D.  Diego  en 
que  este  le  arranca  una  flor,  que  es  un  recuerdo  amoroso;  pero  los 
guardias  ocurren  en  su  auxilio,  y  D.  Muño  rescata  la  flor  que  inspiró 
á  la  histórica  Juana  su  célebre  soneto.  Las  murmuraciones  del  públi- 
co contra  la  Vireyna  y  Contra  la  poettaa,  hacen  sospechar  al  Vire  y  en 
una  traición  de  su  esposa,  y  denunciado  por  Juana,  prenden  á  D.  Die- 
go, le  dan  tormento,  confiesa  su  delito  y  és  sentenciado  á  muerte.  Jua- 
na alcanza  el  perdón;  El  Virey  Manoera  había  vuelto  de  su  partida  de 
caza,  se  presenta  ante  Juana,  ésta  reconoce  4  su  antiguo  amante,  y 
cuando  se  persuade  que  es  el  Virey  y  el  esposo  de  su  amiga  y  protec- 
tora, toma  la  resolución  de  negar  su  mano  á  D.  Ñuño  que  la  solicita  y 
á  tomar  el  hábito  de  mob ja. 

Como  se  ve,  esta  trama  es  sencilla,  verosímil,  de  acuerdo  con  la  his- 
toria, y  en  nada  mancilla  la  honra  dé  una  mujer  virtuosa,  ejemplar  en 
el  siglo,  austera  en  el  claustro,  é  ilustre  por  su  genio. 

Cuando  se  lleva  al  teatro  un  personaje  historie»,  de  talento,  de  gé- 


J91 ========M 

nio,  es  preciso  caracterizarlo  y  poner  en  su  boca  relaciones  dianas  de 
su  nombre.  Difícilmente  podría  dibujarse  un  Horacio,  un  Camoens, 
si  el  autor  no  tiene  un  momento  de  inspiración,  un  instante  feliz  para 
poner  en  su  boca  versos  dignos  de  él;  en  este  escollo  pudo  zozobrar  la 
navecilla  del  Sr.  Rosas  Moreno,  no  porque  le  falte  inspiración,  sino 
porque  el  sistema  nervioso  de  la  miyer  es  infinitamente  superior  a! 
del  hombre,  da  á  las  frases  una  exquisita  sensibilidad,  cuyo  misterio- 
so resorte  sólo  posee  la  mujer  apasionada.  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz 
fué  en  su  época  muy  celebrada,  no  sólo  por  su  talento  é  instrucción, 
que  k  semejanza  de  Santa  Terosa  fué  borlada,  sino  por  su  genio  poéti- 
co, por  sus  bellísimos  versos,  filosóficos  y  sentimentales,  llenos  de  esa 
ternura  qué  al  leerlos  hacen  languidecer  el  alma,  cuya  dulzura  y  so- 
noridad nos  encanta,  nos  seduce.  No  es  lo  mismo  esto  que  crear  para  la 
escena  una  poetisa,  cuyas  relaciones  lleveu  impreso  el  genio  del  autor 
dramático,  cuyos  pensamientos  participen  del  colorido  de  su  paleta,  de 
ese  aire  de  familia  que  da  una  fisonomía  especial  átoda  una  generación; 
ma6  fácil  es  crear  que  imitar  lo  bello,  lo  delicado,  lo  sublime;  aquella 
ternura,  aquella  filosofía,  aquel  sentimiento  que  brota  del  corazón  de 
una  mrger  inspirada,  porque  esa  belleza  solo  la  da  Dios  á  la  mujer  de 
genio,  y  ningún  hombre  puede  imitarla  sino  de  una  manera  imper- 
fecta. 

El  gehio  más  grande  del  Universo  no  seria  capaz  de  igualar  una  so- 
la estrofa  de  Safio;  podría  superarla  en  belleza,  en  armonía,  pero  aun 
el  sentimiento  expresaría  la  virilidad,  nunca  su  suave  ternura,  como  no 
hay  ninguna  flor,  como  no  hay  un  sólo  hombre  científico  que  por  el  arte 
produzca  una  escencia  igual  á  la  de  la  rosa. 

£1  Sr.  Rosas  Moreno  ha  salvado  este  escollo;  unas  veces  parafra- 
seando las  sentencias  y  dando  extensión  á  las  poesías  más  celebradas 
de  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz;  otras  poniendo  en  su  boca  versos  dig- 
nos de  ella,  nos  ha  pintado  á  la  décima  musa  mexicana  con  hermoso 
colorido;  imita  su  estilo,  daguerreotipa  sus  comparaciones;  nos  reviste 
sus  pensamientos  más  sutiles  con  la  galanura,  sencillez  y  melodía  que 
sólo  ella  acostumbraba;  formula  tos  retruécanos  que  le  eran  familiares, 
y  aun  hace  ostentación  de  sus  mismas  frases.  Imposible  sería  oír  los 
versos  que  pone  en  boca  de  Juana,  sin  exclamar,  "son  versos  de  Sor 
Juana  Inés  de  la  Cruz.» 

Con  lo  que  anteceda  hemos  dicho  que  su  versificación  es  magnífica. 
Hagamos  algunas  observaciones  respectó  de  la  estructura  de  la  obra, 
considerada  como  composición  dramática. 

En  la  primera  escena  aparece  Juana  escribiendo  unos  versos,  y  en 
el  fondo  del  salón  dos  personajes  que,  fraguan  una  asechanza  contra  e- 
11a  y  contra  la  esposa  del  Virey;  como  esta  escena  es  larga,  y  pasa  en 
presencia  de  Juana,  tiene  mucho  de  forzada.  Creemos  que  habría  si- 
do más  natural  y  de  más  efecto,  forjarla  de  modo  que  Juana  no  se  de- 
jara ver  en  la  1  3  escena,  más  cuando  no  habla  una  sola  palabra  Tie- 
ne algunas  otras  escenas  violentas,  como  es  aquella  en  que  María  Luí- 


ia2 =s=SSSSÍSSSSBaa^ 

sa  y  Juana  se  presentan  ante  bs  que  se  insultan,  se   desafían  y  riñen, 
en  presencia  de  las  dos  damas,  fingiendo  que  no  las  mirau;  como  está  es- 
cena también  es  larga,  ce  mo  el  diálogo   es   animado,  las  dos  interlocu- 
tores permanecen   estáticas,   sin   llamarlos  al  orden,  sino  hasta  des-  i 
pues. 

Aun  la  presencia  de  los  bandidos  en  los   salones  de  la  casa  del  Vi 
rey,  dond^  se  fragua  el  rapto  de  Juana,  le  da  un  tinte  de   inverosimili- 
tud por  no  e    ;   justificada. 

Podríanos  imsar  por  la  fácil  creth Jdad  del  Conde  al  desconfiar  del 
la  virtud  de  mi  esposa  hasta  el  grado  de  amenazar  aj  que  cree  su  ri- 
val con  el  puñal  del  asesino  y  no  con  la  espada  del  caballero,  que  lleva 
al  cinto,  porque  ser  liviano  es  propio  del  carácter  de  un  celoso,  y  e- 
char  mano  al  puñal,  que  arroja  después,  lo  justifica  Ja  violencia;  pero 
m>  sucede  lo  mismo  con  las  sorpresas  en  que  el  espectador  tiene  que 
formarse  la  ilusión  de  que  los  interlocutores  no  oyen  ni  miran  en  un 
m-rv.ento  dado. 

r-:i  cambio  de  estos  pequeños  lunares,  hay  la  magnifica  escena  de  la 
flor,  delicadamente  dibujada,  y  la  no  menos  interesante  de  la  reconci- 
liación entre  los  dos  esposos,  cuando  recuerdan  á  España,  á  los  hijos,  á 
los  padres:  dignas  son  estas  escenas  de  Calderón  y  de  Víctor 
Hugo. 

No  hablaremos  de  las  ovaciones  que  el  Sr.  Rosas  Moreno  recibió  j 
desde  el  primer  entreacto;  nosotros  quisiéramos  que  si  se  trata  de  pre 
miar  el  talento  del  autor,  se  reservaran  estas   manifestaciones  para  la ; 
conclusión  del  drama,  para  cuando  se  vea  si  el  autor  es  ó  no  digno  de-! 
ellas;  anticiparlas  es  prejuzgar  la  obra:  aun    los  mismos  autores  se  re- 
sisten á  recibirlas,  cuando  les  agita  el  temor  de  que  no  agrade  el  resto 
de  su  obra  que  aun  se  desconoce. 

El  público  aplaudió  con  espontaneidad  y  entusiasmo;  la  Sociedad 
Netzahualcóyotl  le  manió  una  corona.  Nada  hicieron  las  Sociedades 
Alarcón  y  Gorostiza  para  alentar  á  uno  de  sus  fundadores. 

Proponemos  al  Conservatorio  que  ofrezca  una  corona  al  autor  del 
mejor  drama,  comedia  6  tragedia,  qtje  presenten  cada  jiña  de  las  So- 
ciedades Liceo  Hidalgo,  Gorostiza  y  Alarcón.  De  este  modo  la  hosti- 
dad  de  esas  Sociedades  se  convertirá  en  emulación. 

Anticipóse  el  Sr.  Guasp  de  Péris,  anunciando  él  primero  su  benefi- 
cio: como  los  bravos  militares,  ha  tomado  la  vanguardia.  Esta  es  u- 
na  falta  de  galantería  tratándose  de  sus  amables  actrices,  tan  queri- 
das del  público.  Aquí  se  realiza  aquello  de  "quien  da  primero  da  dos 
veces.1» 

Concita  Padilla  ha  escogido  para  su  beneficio  el  viejo  drama  La 
Dama  de  las  Camelias.  ¿Pues  qué  salió  canard  la  remesa  de  come- 
dias nuevas  que  se  hacía  de  España? 


193 


"MARIANA  PINEDA/9 

DRAMA  DEL  SR.  FRANCISCO  ©RT1Z. 


El  Sr.  Francisco  Sosa,  uno  de  los  escritores  que  con  más  asiduidad 
se  ha  dedicado  al  estudio  del  teatro,  con  el  deseo  vehemente  de  per- 
feccionarlo, propone  al  Sr.  Altamirano  examine  dos  cuestiones,  6obre , 
el  modo  de  fundar  una  escuela  dramática  mexicana.  Es  muy  prohablej 
que  el  Sr.  Altamirano  se  ocupe  de  satisfacer  los  deseos  del  ilustrado 
Sr.  Sosa,  é  inicie  los  medios  de  llegar  al  fin  propuesto.  Nosotros  ha- 
remos algunas  observaciones  que  nos  han  sugerido,  no  sólo  el  artículo 
que  aparece  en  el  Bien  Publico  del  último  domingo,  sino  algunos  de 
los  juicios  críticos  del  referido  Sr.  Sosa. 

Lamenta  este  escritor  que  en  las  obras  dramáticas  de  ingenios  me- 
xicanos, que  hasta  hoy  se  han  representado*  no  haya  tres  siquiera  que 
pertenezcan  á  una  escuela  determinada,   y  que  todas  carezoan   de  un  \ 
colorido  propio  que  les  imprima  el  sello  de  la  nacionalidad  pexicana.  I 

Cierto  es  que  esas  producciones  carecen  do  originalidad,  no  sólo  en 
eu  estructura,  sino  en  la  invención  de  su  fábula,  en  su  desarrollo  y 
aun  en  la  pintura  de  sus  caracteres. 

£1  estado  de  la  literatura  nacional  que  de  ensaya  para  el  teatro,  ca- 
rece de  esa  originalidad,  y  se  observa  la  imitación  de  la  española  y  de  ¡ 
la  francesa,  porque  una  y  otra  es  la  más  conocida.  Pocos  helenistas 
hay  en  México  que  pudieran  estudiar  las  obras  clásicas  de  los  griegos, 
y  son  muy  raras  las  tragedias  ó  las  comedias  que  e6tán  traducidas  á 
los  idiomas  vivos.  En  cuanto  á  las  tragedias  indias,  anteriores  á  las 
griegas,  son  aún  menos  conocidas,  por  estar  escritas  en  sánscrito,  y 
cuando  más,  son  cinco  las  traducidas  al  inglés. 

Para  llegar  á  formar  una  escuela  dramática  mexicana,,  con  sn  fieo- 
nomía  propia,  con  sus  bellezas  exclusivas,  hay  que  recorrer  todavía 
muchos  grados  en  esa  escala  ascendente,  que  se  interpone  entre  el  im- 
perfecto drama  y  la  tragedia  clásica 

Vasco  de  Díaz  Tanco,  el  primero  que  escribió  en    España  tres  tra- 


======= 194 ^==== 

gedia8,  tomó  sus  argumentos  de  la  Historia  Sagrada,  que  s?  representa- 
ban en  loe  templos;  eran  tan  impefecta*  que  fueron  prohibidas  des- 
pués. Como  modelos  tenia  el  Anfitrión  de  Planto,  la  Electro,  de  Sófo- 
cles, y  la  Hécuba  de  Eurípides,  traducidas  al  castellano  por  Pérez  Oliva 
y  Villalobos,  y  siguiendo  este  autor,  así  como  Lope  de  Rueda,  Juan 
de  Timoneda  y  Alonzo  de  Vega,  un  sendero  enteramente  distinto  y 
desconocido,  extraviaron  el  gusto,  y  llenaron  con  él  obras  pésimas 
y  con  recitaciones  y  representaciones  en  los  corrales  las  plazas  pú- 
blicas, del  auditorio;  de  aquí  nació  el  teatro  español;  tuvieron  origen 
en  esa  fuente  impura  las  obras  perfectas  que  hoy  admiramos,  Lope 
de  Vega  que,  no  obstante  conocer  perfectamente  los  preceptos  de  la 
escuela  griega,  no  quiso  sujetarse  á  ella,  dio  vuelo  á  su  genio,  y  tam- 
bién incurrió  en  los  graves  defectos  de  sus  antecesores. 

Acaso  podría  decirse  que,  de  esas  imperfecciones,  que  se  Reparaban 
de  los  buenos  modelos,  y  qué  ño  sólo  no  los  imitaban,  sino  que  deso- 
bedecían sus  buenos  preceptos,  nació  la  originalidad  de  la  escuela  que 
se  llama  española,  cuyas  bellezas  admiramos  hoy  en  nuestros   teatros. 

]<as  obras  que  se  consideran  como  perfectas  de  los  ingenios  españo- 
les, todas  están  amoldadas  á  las  reglas  Aristotélicas,  porque  los  grie- 
gos fueron  y  son  hasta  hoy,  lo  mismo  que  los  indios  de  donde  tomaron 
estos  sus  bellezas  los  que  han  escrito  la  última  palabra,  en  todo  lo 
que  lleva  el  sello  de  lo  grandioso,  de  lo  perfecto,  de  lo  sublima  Las 
investigaciones  de  esos  ingenios,  bascando  ricos  filones  en  lo  descono- 
cido, fueron  inútiles,  puesto  que,  ninguna  de  sus  obras  han  pasado  á 
la  posteridad  como  modelos  que  deben  imitarse.  ¿Por  qué,  pues,  no 
debemos  esperar  que  nuestros  ingenios  mexicanos,  cuyas  producciones 
eon  imperfectísimas  todavía,  no  tanto  como  lo  fueron  las  de  Rueda, 
de  Vega,  Tanco,  Naharro,  j  Navarro,  no  puedan  llegar  a  la  perfec- 
ción? 

El  Sr.  Sosa  desea  que  ya  los  ensayos  de  la  literatttra  naciente, 
tengan  el  colorido  de  ana  escue.a  especial;  laudable  es  su  deseo,  pero 
esa  originalidad,  propia  únicamente  del  genio,  en  la  plenitud  de  su 
desarrollo,  de  sus  grandes  concepciones,  de  su  virilidad,  tal  vez  ven- 
drá más  tarde. 

Formando  la  línea  recta,  las  paralelas  y  el  círculo,  han  comenzado 
su  celebridad  los  pintores  que  el  inundo  admira.  Primero  será~que  la 
inteligencia  se  acostumbre  á  la  concepción  y  desarrollo  de  sublimes 
pensamientos,  aun  cuando  se  emplee  la  imitación,  de  la  misma  manera 
que  los  escultores  en  su  aprendizaje  copian  los  buenos  modelos.  El  día 
en  que  en  nuestra  patria  haya  muchos  escritores  que  escriban  piezas 
teatrales  perfectas,  reunidos  todos,  irán  dando  á  sus  producciones  ese 
colorido  especial  que  tanto  desea  el  Sr.  Sosa,  para  echar  los  cimientos 
de  la  literatura  nacional  mexicana.  Se  dice  que  las  nubes  toman  la 
forma  de  los  terrenos  que  fertilizan.  La  riqueza  del  idioma  da  a  los 
poetas  bellas  imágenes  para  revestir  sus  pensamientos;  nuestras  cos- 
tumbres  y  nuestra  historia,   cuando   se  estudien  y  se  exploten  en  el 


195 =— = 

teatro,  serán  la  paleta  que  ministró  á  nuestros  autores  ese  tinte 
dé  originalidad.  Todos  los  poetas  dramáticos  de  todos  los  países,  dan 
á  sus  obras  el  colorido  de  aquellas  piezas  nacionales  que  han  conside- 
rado como  clásicas.  Los  italianos  imitan  á  Alfieri,  los  alemanes  á 
Schiller  y  á  Goethe,  los  franceses  á  Comeille,  los  ingleses  á  Shakespea- 
re y  á  Walter  Scott,  los  españoles  á  Calderón,  4  Rojas,  á  Alarcón  y 
Moratin.  Son  los  clásicos  en  nuestro  idioma  español;  ellos  imprimen 
el  buen  gusto  aun  en  el  público. 

El  día  que  halla  en  nuestro  suelo  un  genio  que  creara  una  escuela 
cuyas  obras  sean  admiradas  en  todo  el  orbe,  entonces  podremos  decir 
que  tenemos  una  literatura  propia. 

Muchos  son  en  el  mundo  los  hombres  que  decsuéllan  notablemente 
en  la  poesía;  ¿cuántos  de  ellos  son  notables  en  la  poesía  dramática?  al- 
gunos muestran  dotes  brillantes  para  ejercer  esta  clase  de  literatura  i- 
mitando  las  escuelas  conocidas;  ¿cuántos  hay  que  puedan  ser  origina- 
les? Aun  suponiendo  que  fuera  grande  el  número  de  estos,  ¿cuántos 
siglos  y  cuántas  generaciones  han  pasado  pura  que  aparezcan  los  gé* 
oios  como  Shakespeare  y  como  Schiller?  ¿Estos  genios  nacen  en  todos 
ios  siglos  y  en  todos  los  países? 

"Muy  pocos  son  los  hombres,  dice  Balmes,  capaces  de  levantar  una 
bandera;  más  vale  adherirse  á  las  filas  de  iin  general  acreditado,  que 
andar  á  guisa  de  guerrillero,  cuando  se  carece  de  verdadero  genio." 

Nosotros  leemos  con  gusto  las  revistas  teatrales  que  el  Sr.  Sosa  ha 
publicado  cuando  heñios  visto  en  escena  obras  dramáticas  de  mexica- 
nos; justísima  son  la  mayor  parte  de  sus  apreciaciones,  en  nuestf»  con- 
cepto, y  su  misma  severidad  en  juzgarles  ñas  indica  el  vehemente  de- 
seo que  tiene  de  ver  los  adelantos  de  nuestros  escritores.  Para  que 
su  crítica  sea  del  todo  fructuosa,  nos  parece  que  el  Sr.  Sosa  debía  exa- 
minar, ño  sólo  los  defectos  coÉho  lo  hace,  sino  también  las  bellezas 
que  pueda  contener  cada  tina  de  las  producciones  de  nuestros  compa- 
triotas; asi,  no  se  desanimarán  los  pocos  que  tienen  valor  de  recorrer 
ese  camino  tortuoso  y  escarpado»  La  crítica  es  como  las  medicinas 
que  se  aplican  á  un  enfermo  en  su  oportunidad;  le  dan  salud  al  cuerpo 
si  le  conviene;  las  cápsulas  de  oopaiba  son  para  los  de  anchas  tragade- 
ras; el  jarabe  de  goma  arábiga  para  los  rehacios;  los  cáusticos  y  las 
rríoxas  para  las  enfermedades  rebeldes.  Ponerlos  defectos  en  el- pla- 
tillo de  una  balanza,  y  en  el  otro  las  bellezas,  es  lo  justo.  Cuéntase 
que  un  enfermo  muy  débil  y  raquítico;  por  un  aire  colado  que  reci- 
bió, se  le  contrajeron  los  músculos  de  sólo  un  lado  de  la  cara;  de  uno 
reía,  del  otro  lloraba;  un  médico  recetó  un  bálsamo  en  una  botella  pa- 
ra fomentos  en  un  lado  de  la  cara  que  restañara  su  vigor  á  los  nervios 
y  los  contrajera;  otra  botella  contenía  distinto  bálsamo  para  dar  lacsi- 
tud  á  los  nervios  del  lado  enfermo;  la  energía  de  ambos  restituiría  á 
su  lugar  los  músculos  contraídos,  como  las  locomotoras  de  las  cumbres 
de  Acultzingo,  que  una  estira  y  la  otra  contiene.  El  médico  sabía  lo 
que  hacía;  el  encargado  de  aplicar  la  medicina  cambió  las  botella^  al1 
día  siguiente  el  enfermo  tenía  la  boca  cerca  de  una  or^ja,  y   el  ojo  an 


\) 


196 

la  nuca.  Mucho  tememos  que  el  Sr.  Sosa,  no  obstante  su  buena  in- 
tención, haga  con  su  severidad  que  nuestros  pobres  dramaturgos  no 
puedan  llorar  sino  por  un  lado  de  la  cara  y  haciendo  horribles  gesti- 
culaciones. 

Analizar  los  defectos  de  una  obra  y  no  las  bellezas,  y  declararla  por 
peto  mala,  ee  un  absurdo;  en  imitar  al  lobo  de  la  fábula,  aquel  célebre 
lobo  que  declaró  que  el  camero  era  apestoso,  porque  lo  olía  sólo  por 
donde  apestaba, 

Todo  esto  podemos  decir  también  respecto  de  nuestros  actores,  que 
carecen  de  un  talento  de  grados  altos,  ó  que  son  susceptibles  de  lle- 
gar á  la  perfección  con  el  estimulo  y  el  estudio. 

Anoche  se  representó  por  primera  vez  en  el  Teatro  Nacional  un  en- 
sayo dramático,  del  joven  D.  Francisco  Ortiz,  titulado:  "Mariana  Pi- 
neda.1' 

El  autor  ha  escrito  ya  otros  drama*,  "La  Hija  del  Insurgente"  y  el 
"Filántropo,"  y  esta  última  fué  remitida  á  la  empresa  del  Teatro  Prin- 
cipal por  el  Conservatorio;  pero  la  retiró  su  autor  á  consecuencia  de  u- 
na  discusión  que  la  prensa  tuvo  en  aquellos  días.  La  Sra  Rodríguez 
tiene  amistad  con  el  Sr.  Ortiz,  y  le  indicó  un  episodio  de  la  guerra  de 
España  que  llevó  al  patíbulo  á  Doña  Mariana  Pineda,  el  cual  no  está 
explotado  en  el  teatro,  y  podía  ministrar  al  joven  escritor  los  datas  ne- 
cesarios para  formar  un  hermoso  drama  histórico.  Este  episodio  tie- 
ne para  la  Sra.  Rodríguez  no  sólo  el  amor  v  la  admiración  que  en  todo 
coraffóo  español  despierta  la  heroína  granadina,  sino  algún  recuerdo  de 
familia  que  va  unido  siempre  á  la  existencia  de  la  artista;  la  madre  de 
la  Sra  Rodríguez  y  Doña  Mariana  Pineda  fueron   amigas. 

El  Sr.  Ortiz  escribió  en  pocos  días  el  drama  que  anoche  se  represen- 
tó; desde  luego  se  nota  algún  descuido  en  el  lenguaje  y  la  violencia  en 
algunos  detallen. 

Tenemos  necesidad  de  hacer  abstracción  de  nuestras  simpatías  por 
el  autor*  para  dar  una  idea  en  esta  revista  de  su  drama,  porque  el  Sr. 
Ortiz  es  nuestro  amigo.  Sus  aspiraciones  á  adquirir  un  nombre  en  la 
literatura,  nos  obligan  ¿manifestarle  lo  que  nos  ha  parecido  mal  en  lo 
que  podríamos  llamar  su  improvisación  teatral. 

Para  el  escritor  que  comienza  ¿"escribir,  es  muy  transcendental  dar 
á  lúa  obras  que  la  reflexión  no  ha  madurado;  estos  ensayos  son  los  ci- 
mientos de  uaa  reputación  futura,  y  todos  los  hombres  han  tenido  que 
abandonar  sus  primeras  producciones  cuando  otras  nuevas  y  perfectas 
han  venido  ¿  conquistarles  un  nombre  glorioso.  El  Sr.  Ortiz  es  muy 
joven  y  lo  desvela  el  afán  de  ver  representados  sus  ensayos  lite- 
rarios. 

Dos  caminos,  por  lo  menos,  se  presentaban  al  autor  para  llevar  al 
teatro  el  rasgo  histórico  de  aMariana  Pineda;"  el  uno  era  formar  su 
trama  en  lo  que  podríamos  llamar  la  vida  íntima  de  la  heroína  grana- 
dina, y  el  otro  era  poner  en  relieve  sn  patriotismo,  y  hacerla  aparecer 
'  ante  la  historia  como  una  victima  que  inmola  el  absolutismo  para  aho- 
'  gar  el  sentimiento  constitucional  que  se  desarrollaba  en  el   pueblo  es- 


197_ sss=s==s====sseassssssss= 

pañol.  El  autor  se  ha  colocado  en  medio  de  estas  dos  líneas  paralelas, 
y  ha  ido  por  senderos  extraviados:  unas  veces  toca  la  vida  íntima  de 
la  heroina,  otras  el  entusiasmo  guerrero  con  que  animaba  á  los  que 
seguían  la  causa  de  Riego.  De  esa  vacilación  ha  resultado  en  su  obra 
una  doble  acción. 

El  Sr.  Ortiz  no  desconoce  las  reglas  cardinales  del  arte  dramático; 
conoce  perfectamente  los  teatros  español  y  francas,  y  no  dejará  de 
comprender  que  desarrollar  más  de  una  acción  es  un  defecto. 

¿Cuáles  son  los  rasgos  históricos  de  la  heroina  granadina?  ¿Fué  al 
sacrificio  víctima,  de  su  resistencia  á  las  pretensiones  amorosas  de  un 
hombre,  ó  por  servir  á  la  causa  def  pueblo?  El  personaje  que  pone 
con  el  nombro  de  Ramón  Pedroza  ¿castigó  en  la  protagonista  á  la  mu- 
jer que  lo  despreció  y  que  lo  odiaba,  ó  á  la  mujer  que  conspiraba  con- 
tra el  absolutismo  de  Fernando  VII?  Ha  castigado  las  dos  cosas  á  la 
vez.  En  el  desarrollo  de  la  fábula  y  en  su  desenlace,  se  ve  que  los 
dos  pensamientos  caminan  unidos  y  enlazados  entre  sí.  Se  ve  también 
que  la  fantasía  comienza  á  remontarse  para  dar  á  la  intriga  de  amor 
hermosa»  formas,  y  entonces  se  abandona  para  levantar  y  abandonar 
después  también  la  causa  política  que  defendía  la  heroina. 

Es  violenta  aquella  escena  en  que  por  el  balcón,  y  por  medio  de 
una  escala  de  cnerdas  entran  y  salen  los  conspiradores  &  la  casa  de 
Mariana  Pineda,  cuando  esta  se  encontraba  presa  y  vigilada. 

En  lo  que  se  percibe  el  genio  dramático  del  autor  es  en  los  colo- 
quios que  la  madre  tiene  con  sus  hijos,  en  el  acto  de  la  separación,  y 
en  la  conclusión  del  acto  tercero  y  último. 

Aconsejamos  á  nuestro  buen  amigo  el  Sr.  Ortiz  se  fije,  mucho  en  el 
carácter  de'su?  personajes,  para  no  faldearlos  después.  A  Diego  Villela 
lo  pinta  como  un  fiel  amigo  de  la  heroina,  y  como  un  hombre  de  gran 
diodos  sentimientos.  Pues  bien,  lo  disfraza  después  de  verdugo  sólo 
para  que  con  su  desaparición  se  prolongue  la  vida  de  la  víctima,  y  ha- 
ya tiempo  de  que  estalle  la  conjuración. 

No  había  necesidad  de  este  recurso  para  la  marcha  de  la  acción. 
Además,  la  escena  es  una  imitación  de  la  de  Catalina  floward. 

Esperamos  que  en  otra  pieza  sea  el  Sr.  Ortiz  más  escrupuloso  en  el 
desarrollo  de  sus  fábulas  dramáticas,  y  no  vea  con  desdén  las  reglas 
del  arte.  Ese  eclecticismo  á  que  tan  adicto  se  ir.uestra  el  autor,  tam- 
bién tiene  sus  preceptos  que  es  loque  lo- embellece.  Sobre  todo,  si 
quiere  adquirir  nombre  entre  los  escritores  dramáticos  de  su  patria, 
no  debe  escribir  esas  piezas  que  se  llaman  de  carácter,  destinadas  á 
que  un  artista  luzca  su  talento.  Las  improvisaciones  en  el  teatro  nun- 
ca han  conquistado  lauros  para  el  autor. 

La  obra  ha  sido  dedicada  á  la  Sra.  ílc  dríguez;  las  afecciones  de  esta 
eminente  artista  por  el  cruento  sacrificio  de  su  compatriota,  y  la  amis- 
tad que  la  une  al  autor,  hará  que  prohije  con  amor  esta  producción 
mexicana;  no  en  todas  partes  ha  de  saberse  que  el  Sr.  Ortiz  ha  escrito 
un  drama  en  unos  cuantos  días,  y  que  no  ha  tenido  tiempo   para  revi- 


.  198  

sarlo.  Mucho  podrá  realzarlo  la  Sra.  Rodríguez,  sí,  pero  siempre  se 
observará  el  descuido  con  que  casta  escrito,  lo  dual  puede  redundar  en 
"perjuicio  del  nombre  del  autor. 

Nosotros  lo  acojemos  con  entusiasmo  por  ser  de  nuestro  amigo,  aun- 
que deseáramos  que  saliera  de  su  pluma  una  obra  más  acabada;  los 
aplausos  que  le  tributó  anoche  el  público,  y  haberlo  llamado  repetidas 
veces  á  la  escena,  nos  causaba  gratas  emociones,  porque  conocemos  tu 
humildad;  siempre  hemos  tenido  predilección  por  el  Sr.  Ortlz;  porque  ¡ 
sabemos  que  para  que  se  desarrolle  un  rasgo  de  su  inteligencia  sólo 
bastará  que  el  público,  lo  estinyile,  única  recompensa  qut  por  ahora  1 
tiene  el  escritor  mexicano. 


OBSERVACIONES  SOBRE  TEATRO. 


I. 

Al  anunciar  la  empresa  de  el  Principal  las  obras  dramáticas  que  de- 
bería poner  en  escena  en  los  primeros  abono*  de  la  nueva  temporada, 
vimos  con  satisfacción  una  serie  de  obras  nuevas,  tanto  nacionales  co- 
mo extranjeras,  y  esto  nos  hizo  concebir  la  idea  de  que  tendríamos 
espectáculos  que  nos  divirtieran  con  su  novedad  y  su  desempeño. 
Nuestras  esperanzas  han  sido  del  todo  satisfechas. 

Vo  á  concluir  el  segundo  abono,  y  como  en  en  el  primero,  se  nos 
llenará  con  la  repetición  muy  frecuente  de  piezas  del  teatro  español, 
que  si  bien  han  agradado,  nos  fastidiará  verles  con  demasiada  frecuen- 
cia, muy  especialmente  en  el  mismo  abono.  Además,  se  nos  pone  en 
escena  alguna  otra  obra,  siempre  del  teatro  español,  que  saberbos  de 
memoria,  que  ningún  interés  puede  despertar  en  el  espectador.  Esto  ha 
sucedido  con  "La  Cruz  del  Matrimonio"  y  otras. 

El  Sr.  Guasp  tiene  gran  predilección,  que  raya  en  idolatría,  por  las 
concepciones  del  ingenio  español,  y  mira  con  desdén  todo  lo  bueno  que 
produce  el  teatro  francés.  De  aquí  resulta  cierta  monotonía  en  los  es- 
pectáculos que  engendra  el  cansancio,  y  que  ha  de  venir  á  producir  el 
hastio. 

La  sociedad  mexicana  que  concurre  al  teatro  Principal,  llena  fre- 
cuentemente las  localidades  y  busca  con  avidez  lo  desconocido,  lo  se- 
lecto, lo  interesante,  siquiera  para  matar  el  fastidio  que  le  analta  en 
estos  tiempos  de  pronunciamientos  y  Je  guerras  fratricidas;  va  en  pos 
de  lo  bueno  que  cautive  su  admiración,  y  no  desdeña  lo  malo  en  que 


199 


pueda  también  ejercitar  su  criterio;  es  afecta  á  los  contrastes,  sí,  pero 
quiere  la  novedad.  Ya  que  hasta  hoy,  del  repertorio  español,  sólo  ha 
salido  una  pieza  muy  buena,  en  estos  úlliraos  meses,  sí  ha  tenido  el 
gusto  de  saborear  las  bellezas  de  otras  piezas  medianas  y  menos  que  i¡ 
medianaa  que  también  se  han  estrenado»  En  cuanto  al  teatro  francés,) 
una  sola  hemos  visto  en  esta  temporada  y  eso  es  de  las  que  se  han 
repetido  en  todas  partes.  Si  el  Sr*  Guasp  quiere  introducir  una  nove- 
dad, debería  poner  en  escena  algunas  traducciones  de  los  ingenios  fran- 
ceses que  hoy  están  en  boga,  y  que  el  público  desea  conocer. 

En  cnanto  á  las  obras  de  los  mexicanos,  son  muy  pocas  las  que  ha; 
puesto  en  escena,  y  aun  podríamos  decir,  que  no  ha  cumplido  con  los! 
compromisos  contraídos  con  el  Gobierno.  i 

"La  hija  del  Rey"  del  Sr.Contreras,  y  el  "Hombre  adúltera"  del  Sr.  Es- 1 
teva  fueron  las  únicas  favorecidas  por  el  Sr.Ouasp  en  el  abono  anterior. 
En  el  presente,  según  sábeme?,  .sólo  se  representarán  "Los  amores  de 
Hernán  Cortés"  y  "Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz."  Queda  debiendo  o 
tras  dos  que  \:e  sepultaron  en  el  olvido.  Sus  predilecciones,  pues,  á 
determinados  autores,  que  acaso  pudiéramos  tachar  de  poco  imparcia^ 
les,  hace  nacer  en  la  concurrencia  de  su  teatro  la  monotonía. 

Algunos  autores  mexicanos,  que  han  visto  pasar  el  turno  que  á  sus 
piezas  tocara  sin  representarlas,  y  el  desdén  injusto  con  que  se  les 
trata,  mortiticados  en  su  amor  propio,  retiran  sus  producciones, 
esperando  una  época  mas  afortunada.  Para  cubrir  las  apariencias,  se 
ha  colocado  en  la  contaduría  una  lista  en  que  se  anuncia  el  turno  de 
cada-  una  de  las  pinzas  mexicanas,  y  en  cada  abono  se  ha  llenado 
un  hueco  con  el  nombre  de  algún  autor  favorecido,  y  que  tendrá  que 
escribir  tina  piesa  algún  día.  Nosotros  sospechamos  que  se  trata  de 
tener  á  mano  un  pretexto  para  eludir  un  compromiso  con  el  Gobierno, 
con  los  autores  y  con  los  abonados. 

Otra  de  las  exigencias  muy  justas  que  tiene  el  público,  es  que  se 
aumente  el  cuadro  de  los  actores,  contratando  otros  nuevos  y  de  cono- 
cido talento  artístico,  que  formen  el  complemento  de  un«  verdadera 
compañía  dramática.  Así  habrá  nuevas  creaciones  de  tipos  sociales 
aun  on  piezas  conocidas;  habrá  más  verosimilitud  en  los  caracteres, 
más  variedad  en  el  interés  dramático,  y  sobre  todo,  tendrán  tiempo 
los  actores  de  estudiar,  y  no  sacarán  la  pieza  "como  sea  posible"  re- 
cargándoles el  trabajo. 

La  prensa  ha  estado  haciendo  indicaciones  que  no  son  atendidas,  y 
lo  que  es  peor,  son  calificadas  como  hijas  de  una  prevención  hacía 
los  petores. 

Nosotros,  que  somos  imparciales;  que  somos  amigos  de  los  artistas 
del  Teatro  Principal,  también  hacemos  nuestras  insinuaciones,  que  es- 
peramos no  sean  desoídas.  Nos  proponemos  escribir  semanariamente 
revistas  teatrales  en  el  "Correo  del  Comercio..!  Ya  tendremos  el  gus- 
to de  saludar  k  los  modestos  adores,  y  á  los  estudiosos  autores,  á  los 
pacientes  lectores  de  nuestras  crónicas. 


200       s=t=SSBS=r 

II. 

Debemos  comenzar  nuestros  trabajos  de  la  semana  por  algo  qne  no» 
consiente  personalmente.  Nuestra  crónica  anterior,  en  que  aparece 
un  jnício  crítico  respecto  de  la  ultima  producción  dramática  del  Sr.  P. 
Contreras,  ha  encontrado  un  eco  lastimero  en  la  redacción  del  «Eco  de 
Ambos  mundos.»*  Sus  redactores,  celosos  de  la  reputación  literaria 
del  autor  de  "h&  Hija  del  Rey,n  encuentran  injusta  é  infundada  nues- 
tra opinión,  pues  esa  obra,  agregan,  es  la  de  mis  aliento  y  más  bien 
I  versificada  del  autor.  De  eso  juicio  crítico  deducen  que  el  que  lo  for- 
mó debe  ser  im  gran  escritor  dramático,  y  ansian  porque  se  ponga  en 
escena  una  de  su»  obras  que  ha  presentado  con  tal  fin  al  Sr.  Guaap  di- 
rector del  Teatro  Principal. 

Ese  párrafo  nos  ha  sujerido  algunas  observaciones  que  queremos 
dejar  consignadas  en  este  artículo. 

El  que  subscribe  no  es  autor  dramático,  porque  las  piezas  que  ha 
escrito  iw>  son  conocidas  del  publico,  y  las  que  lo  son  no  han  mereci- 
do su  aprobación.  Ensayos  fugaces,  que  tuvieron  de  existencia  tro  só- 
lo día,  escrito*  darante  su  prisión  en  los  aciagos  tiempos  de  la  invasión 
francesa,  más  bien  como  op  entretenimiento,  que  con  pretensiones  de 
gloria  literaria,  no  merecen  siquiera  una  reminiscencia.     "Dichoso  el 

día  en  que  á  un  hombre  le  dice  una  mujer nó;  porque  al  menos 

le  dice  la  verdad,»  exclamaba  Fígaro.—%En  medio  de  la  desaprobación 
del  público  inteligente,  habo  algunos  aplausos  que  los  amigos  del  au- 
tor le  tributaron,  ¿y  qué  valían  esos  aplaaso»  inmerecidos?  ¡ponerlo 
en  relieve!  Ay!  lo  digo  eon  experiencia;  ao»  menos  malos  los  silbi- 
dos, qae  esas  manifestaciones  de  amigo*,  qao  mientras  aplauden,  se 
codean  y  se  cierran  reciprocamente  un  ojo, 

Pero  no  porque  alguna  de  esas  piezas  teatrales  haya  recibido  la  de* 
^aprobación  del  público,  se  crea  que  el  autor  les  negara  su  paternidad. 
— %E1  amor  )»aternal  es  ana  virtud,  y  aim  cuando  los  hijos  seas  joro- 
l  bados,  no  por  eso  desmerecen  el  amor  entrañable  del  autor  de  so  exis- 
tencia.—>El  que  subscribe  reconoce  que  tiene  un  hijo  deforme,  y  sin- 
embargo,  lo  mima,  lo  acaricia,  lo  ve  cen  lástima  y  no  sería  capaz 
¡¿jamás!!  de  negarle  sus  brazos  y  sus  afectos. 

Después  de  ese  fracaso  en  que  le  sucedió  al  autor  lo  que  al  célebre 
titiritero,  que  se  tragó  el  pito  en  lo  más  iuteresanto  de  la  función,  y 
ya  no  pudo  ésta  continuar,  no  ha  vuelto  a  escribir,  convencido  de  que 
no  tiene  genio  para  dar  obras  al  teatro.  Le  sucede  también  lo  que  á 
ciertas  coquetas,  viejas  douceflas,  que  no  pudiendo  adquirir  en  su  e~ 
dad  juvenil  la  gloria  de  tro  marido,  se  ocupa  sólo  en  criticar.  López, 
pues,  no  ha  escrito  ni  ha  presentado  al  Sr.  Guasp  ningún  drama  suyo 
para  su  representación.  Los  señores  redactores  del  Eco&z  han  equi- 
vocado ó  están  mal  informados. 

Un  autor  del  Estado  de  Zacatecas  ha  remitido  á  los  Sres.  Peredo, 
Altamirano   y   López,  una  pieza  teatral  para  que  se  lea  en  el  Liceo  ój 


201 

en  la  sociedad  Gorostisa,  y  si  es  aprobada  por  esta  sociedad,  que  le  sea 
presentada  al  Sr.  Guasp. 

El  Sr,  Peredo  confirió  a  López  la  facultad  de  analizarla;  después  que 
al  autor  se  le  hicieron  algunas  observaciones  la  ha  vuelto  á  mandar  ya 
corregida  para  que  corra  su  suerte.  Lopes  la  ha  presentado  al  Sr.  * 
Guasp  á  nombre  del  autor.  Si  este  señor  quiere  ponerla  en  escena, 
no  hará  otra  cosa  el  comisionado  que  trasmitir  a  su  amigo,  por  medio 
de  este  periódico,  come  creo  lo  harán  otros  muchos,  las  impresiones 
que  cause  su  ensayo  dramático  en  el  público;  si  estas  son  ó  no  favora- 
bles, nadie  las  prevé;  correrá  su  suerte  y  será  responsable  sólo  su  au- 1 
tor.  Parece  que  la  aprehensión  de  espíritu  délos  señores  redactores 
del  Eco,  no  tiene  razón  de  ser;  si  no  fuese  así,  unas  gotas  de  escencia 
de  pimpinela  podrá  curarles  las  palpitaciones  del  corazón. 

Suponiendo  que  el  autor  de  ios  juicios  críticos  de  "Un  amor  de 
Hernán  Cortés*'  fuere  autor  dramático  ¿podría  decirse  ^por  esto  que 
sus  producciones  saldrían  perfectas  de  su  pluma?  Acaso  sucederá  to- 
do lo  contrario,  pues  los  que  han  ejercido  la  crítica  escribieron  piezas 
más  malas. 

En  las  palabras  del  Eco  de  Ambos  Mundos  creemos  traslucir  una 
suposición  errónea,  y  es  que  crean  sus  redactores  que  al  escribir  un 
juicio  crítico  del  último  drama  del  Sr.  Contreras,  nos  guía  un  princi- 
pio malévolo  de  hostilidad  hacia  el  autor.  Nosotros  no  podríamos  ver 
sino  con  gran  satisfacción  los  triunfos  de  uno  de  nuestros  amigos  más 
queridos;  de  uno  de  nuestros  compañeros  más  estimados;  y  si  algunos 
no  deben  abrigar  esas  ideas  son  los  ilustrados  redactores  del  Eco.  Si 
su  memoria  no  es  infiel,  recordarán  que  ellos  invitaron  á  López  á  es- 
cribir revistas  teatrales,  y  á  formar  un  juicio  crítico  del  "Sacrificio 
de  la  vida**  del  mismo  Sr.  Peón  Contrei-as;  escrito  que  se  hi*o,  y  que 
vio  la  luz  publica  en  el  Eco  de  Ambos  Mundos.  Recordarán  también 
que  á  ese  artículo  se  le  corrigieron  algunas  frases  que  pudieran  lasti- 
mar al  autor,  al  tratar  de  indicarle  algún  defecto  de  su  obra,  y  esto 
por  insinuaciones  de  los  mismos  reductores.  Acaso  estos  señores,  lle- 
vados de  su  adhesión  al  Sr,  Contreras,  y  dando  ensanche  á  su  admira- 
ción al  genio,  hubiera  deseado  una  laudatoria  sólo  de  las  bellezas,  y 
no  un  juicio  critico  sobre  sus  defectos. 

Por  io  demás,  lo  fructuoso  para  un  escritor,  es  que  se  le  demues- 
tren los  defectos  de  sus  obras,  se  escudriñen  y  se  analicen  sus  bellezas, 
y  se  le  haga  concebir  amor  á  la  gloria  para  que  llegue  a  conquistar  re- 
nombre, recorriendo  con  paso  firme  ese  camino  que  está  lleno  de  difi- 
cultades. Si  un  autor  viejo  y  consumado  se  narcotiza  con  elogios  in- 
merecidos; ¿qué  otra  cosa  puede  suceder  con  un  escritor  modesto  como 
el  Sr.  Contreras,  que  el  público  mima,  que  sus  amigos  lo  elogian,  que 
lo  levantan  para  colocar  su  nombre  con  letras  de  oro  en  el  templo  de 
la  inmortalidad  cuando  da  sus  primeros  pasos?  Que  el  público  tribu- 
te sus  homenajes  al  Sr.  Peón  Gontreraa,  es  muy  racional;  que  sus  ami- 
gos le  prodiguemos  nuestro  incienso  y  nuestra  admiración  es  un  de- 


202 _ 

ber;  pero  que  le  golpeemos  la  cara  con  nuestro  incensario  como  decía 
Fígaro,  eerá  una  de  los  mayores  inconvenientes  para  solidificar  su 
nombre  literario,  porque  este  podrá  ser  algún  día  gloria  nacional.  Los 
lauros  que  hasta  hoy  ha  conquistado  so»  bien  adquiridos:  son  las  pie- 
dras finas  de  esa  corona,  y  no  queremos  que  en  esa  corona  se  incruste 
una  piedra  falsa  que  puede  hacer  desmerecer  el  valor  de  las  demás. 
Se  verá  en  esto  que  no  tenemos  más  anhelo  que  ser  justos. 

Hay  en  nuestra  patria  un  entusiasmo  tal  por  tributar  elogios  en  la 
prensa,  aplausos  en  el  teatro,  alabanzas  en  todos  los  círculos,  que  por 
ellos  no  podremos  sacar  nunca  la  verdad:  personas  conocemos  que  re- 
corren las  reducciones  de  los  periódicos,  solicitando  un  elogio  pompo- 
so; que  llevan  escritos  de  su  puño  y  letra  las  más  encarecidas  reco- 
mendaciones. ¿Cómo  puede  negarse  un  elogio  á  quien  tiene  en  su  ma- 
no la  reciprocidad? 

Ojalá  y  pudieran  dedicar  los  periódicos  un  día  de  cada  raes  ó  de  cp- 
da  semana,  para  llenarlo  con  nuestras  propias  recomendaciones,  con 
los  elogios  mutuos,  y  decir  en  el  resto  la  verdad  revestida  con  el  ro- 
paje de  la  sinceridad.  Apareció  en  nuestro  suelo  un  hombre  cuyo  sa- 
ber, cuyo  genio  es  muy  graude,  y  se  le  llamó  maestro,  porque  de  él 
podría  aprenderse  mucho;  más  tarde  aparecieron  muchos,  muchos 
maestros;  los  hay  en  literatura,  en  la  oratoria,  es  la  música,  en  dere- 
cho constitucional ¿puede   haber  una   irrupción  más  bárbara  de 

maestrazgo? 

Nosotros  no  queremos  que  el  Sr.  Contreras  se  vista  con  un  ropaje 
que  no  sea  el  del  verdadero  merecimiento.  Sus  primeros  pasos  en  el 
arte  dramático  son  buenos  y  le  auguran  lauros  que  sabrá  conquistar 
su  genio;  6u  última  producción  no  podrá  atraerle  ptros  bienes  que  co- 
nocer lo  trascendentalmente  malo  que  es  escribir  sin  meditar,  y  liar 
al  estro  poético  solamente  lo  que  debe  ser  el  fruto  bien  meditado  y 
combinado  de  la  imaginación,  de  la  fantasía,  de  la  estética  y  de  la  filo- 
sofía. Al  ver  la  segunda  representación  de  "Un  Amor  de  Hernán  Cor- 
tés,"  Hemos  creído  que  con  todos  los  elementos  buenos  que  esa  obra 
contiene  descuadernándola,  por  decirlo  así,  podría  formarse  una  pieza 
buena.  Muchísimos  de  sus  amigos  así  lo  ureen,  y  nosotros  que  lo  so- 
mos también,  y  además  sus  admiradores,  -así  se  lo  aconsejaríamos.  Es 
lástima  que  ese  pensamiento  histórico  se  haya  desvirtnado. 

El  Sr.  Contreras  habrá  notado  que  el  ptihlico  siendo  el  mismo,  no 
ha  tributado  á  su  último  pensamiento  dramático  el  vehemente  aplau- 
so con  que  fuera  acogido  su  "Hija  del  Rey.»i  Esto  debe  hablar  á  su 
inteligencia. 

La  empresa  del  Teatro  Principal  tuvo  la  amabilidad  de  ayudar  á  la 
Sra.  Elisa  Galimberti  a  dar  al  público  una  función  de  gracia;  esos  dig- 
nos artistas,  unidos  con  lazos  fraternales,  contribuyeron  á  dar  ameni-í 
dad  á  la  función  representando  un  sainetón  en  dos  actos  que  hace  reir 
con  los  gritos  de  los  actores  y  con  chistes  de  pésimo  gusto. 

La  Sra.  Galimberti  fué  aplaudida  al  cantar  la  romanza  de  la  ópera 


1 


203 

"IX  Sebastián,»!  en  la  de  "Tancredi,n  y  más  aun  en  el  magnífico  wals 
"Vienií.  La  danza  habanera  nctllamó  la  atención  publica,  acaso  porque 
es  demasiado  conocida  y  antigua;  esa  música  ligera  sólo  puede  agradar 
cuando  trae  el  sello  de  la  novedad.  En  los  entreactos  y  en  su  oportu- 
nidad hubo  flores,  coronas,  versitos  impresos  arrojados  de  las  galerías, 
dianas  á  la  beneficiada,  y  un  tierno  saludo  de  ^espedida  á  la  simpática 
artista  que  vuelve  á  surcar  los  anchos  ruares. 

Se  repitió  por  la  tarde  y  por  la  noche  »'Un  Amor  de  Hernán  Cor- 
tés, n  Los  actores  estuvieron  un  poco  fríos,  tal  vez  cansados  de  repetir 
en  seguida  uua  misma  obra.  La  muerte  de  Gutierre  y  su  caída  fué 
más  natural  que  en  la  primera  representación  £1  Sr.  Contreras  fué 
saludado  y  llamado  al  palco  escénico  tres  veces.  Notamos  que' el  mag- 
nífico monólogo  de  Hernán  Cortés  no  fué  aplaudido  como  debía. 

En  la  pieza  de  León  y  Leona,  como  un  incidente  gro testo  y  poco  o- 
portuno,  se  extrae  de  la  vecindad,  con  el  auxilio  de  un  anzuelo,  una 
pieza  de  ropa  que  puesta  en  espectáculo  da  al  acto  un  aspecto  repug- 
nante. Aconsejamos  al  Sr.  Guasp  que  suprima  este  accidente  indigno 
de  un  público  delicado  y  culto,  y  no  sacrifique  el  buen  gusto  á  una 
gracejada  de  payaso,  propia  de  un  teatro  de  barrio. 

En  el  beneficio  de  la  Stu.  Galimberti  hubo  un  incidente  que  nos  lla- 
mó la  atención. 

Ya  cerca  del  fin  de  laliesta  penetró  al  salón,  con  el  desparpajo  de 
un  manólo,  un  soldado  raso  en  traje  de  verano  y  Con  chaca  ladeada, 
sin  hacer,  cuando  menos,  una  cortesía  á  los  portaros;  su  donaire  mes- 
traba  ser  alguno  de  esos  artistas  que  tienen  derecho  de  colarse  gratis 
en  los  espectáculos  que  dan  los  hermanos  del  cordón.  Pero  aquel 
traje  era  un  disfraz;  con  el  mismo  garbo  andaluz  penetró  hasta  la 
orquesta,  y  estrechó  la  mano  de  sus  companeros,  los  hijos  de  la  armo- 
nía; en  estos  coloquios  lo  sorprende  la  presencia  de  un  policía  que  sin 
decir  una  palabra  le  trae  de  la  mano  para  pedirle  el  boleto  de  entrada; 
el  hijo  de  Marte  toma  esa  acción' como  un  saludo  y  se  precipita  en  sus 
brazos;  el  policía  fué  inexhorable  y  el  artista  salió  de  allí.  "Que  escán- 
dalo, decía,  porque  traigo  uniforme  y  me  he  dejado  el  bigote,  se  me 
desconoce,  se  me  pide  boleto,  se  me  lanza  de  este  recinto  donde  tengo 
derecho  de  entrar  de  vioUn;  ahí,  fraternidad,  fraternidad  artística! 
¿cuántos  crímenes  se  cometen  en  tu  nombre?'  El  miliciano  reclama- 
ba sus  fueros  y  tenía  razón. 

ni. 

Condenados  estamos  á  escribir  nuestra*  crónicas  únicamente  sobre 
los  espectáculos  que  nos  ofrece  la  empresa  del  Teatro  Principal,  pues- 
to que  es  el  que  nos  recibe  an  su  recinto  por  cuanto  vos  visteis  como 
decían  las  bu?as.  Querríamos  entretener  á  nuestros  lectores  coi*  la 
reminiscencia  y  descripción  de  funciones  que  venden  otros  teatros  de 
verso   de  segundo  orden,  y  hasta  de  lo  que  acontece  en  el  teatro  Ar- 


204 

beu,  último  refugie  de  la  decadente  zarzuela. 

Hemos  oído  decir  que  en  Arbeu  se  hacen  esfuerzos  por  conservar  e] 
fuego  sagrado  mientras  que  un  nuevo  maná  caído  del  cielo  viene  á 
fortalecer  á  esos  modernos  israelitas.  Parece  que  todo  debe  ser  en  va- 
no. Retirándose  la  Montañés  y  Villnlonga,  aunque  se  quiera  susti- 
tuir esta  pareja  con  la  8ra.  Gómez  y  alguna  otra  artista,  el  público  le 
ha  cantado  ya  un  de  profanáis  á  la  zarzuela,  se  viste  de  luto,  y  le  ha 
mandado  poner  en  su  cripta  mortuoria  nada  menos  que  el  epitafio  que 
los  ratones  pusieron  al  gato. 

¡O  tfi,  caminante,  advierte! 

Y  ten  por  coea  sabida, 

Que  lo  hicieron  mal  en    vida, 

Y  no  sentimos  su  muerte. 

Cada  día  esa  empresa  ha  ¡do  de  mal  en  peor,  pues  quiere  llenar  los 
espectáculos  con  zarzuelas  que  sabemos  de  memoria  y  no  nos  causan 
interés.  Baste  decir  que  las  gracejadas  de  Castro  y  las  de  Villalonga 
cuando  asaltan  el  papel  de  gracioso,  nos  hacen  mal  efecto,  y  en  vez  de 
desahogar  la  bilis  con  la  risa,  se  nos  derrama  con  el   desdén. 

Sabemos  que  ese  teatro  quedará  abandonado  por  la  zarzuela,  y  nue- 
vos huéspedes  lo  tomarán  bajo  su  protección.  Muñoz,  nuestro  amigo 
Muñoz  sale  de  su  letargo,  abandona  su  retiro,  y  vuelve  a  la  escena 
para  deleitarnos.  Si  logra  formar  una  compañía  más  completa  que  la  que 
hoy  trabaja  en  el  Principal,  y  si  consigue  una  subvención  del  gobier- 
no, y  la  protección  de  ia  prensa  y  la  de  los  escritores  mexicanos,  habrá 
dos  espectáculos  de  verso  que  nos  hagan  más  variadas  y  deleitables 
las  horas  nocturnas  que  nos  fastidian.  La  cuestión  »erá  si  podrán 
sostenerse  en  México  dos  componías  Je  verso  con  sólo  el  público,  de- 
masiado reducido,  que  es  el  que  concurre  á  las  diversiones. 

Una  tarde  visitamos  el  teatro  de  Nuevo  México,  y  tuvimos  el  gusto 
de  ver  allí  k  varios  artistas  que  habíamos  perdido  Je  vista  en  muchos 
años;  allí  vinieron  nuestros  recuerdos;  allí  estrechamos  la  mano  de  a- 
migos  que  las  nieblas  de  la  decadencia  teatral  ha  sumido  en  el  olvido. 
Ese  teatro  que  fué  de  las  glorias  de  Mata,  de  la  Pelnffo,  de  la  Cañete 
y  otros,  recibe,  en  su  recinto  las  masas  de  nuestro  pueblo  que  se  di- 
vierte con  las  obras  de  Buchardy,  y  busca  las  emociones  tremendas 
que  inspira  la  tragedia.  Aquellos  modestos  actores  ponen  en  escena 
humildes  producciones  de  los  mexicanos,  y  aquel  público  los  aplaude, 
los  alienta  en  sus  tareas,  y  acoje  sus  primeros  pasos,  en  el  camino  es- 
cabroso del  arte  dramático.  Si  hay  una  compañía  que  merezca  una 
subvención  es  la  del  teatro  de  Nuevo  México,  porque  contribuye  á 
ilustrar  á  la  clase  más  abyecta  de  nuestra  sociedad,  y.  los  arranca  de 
los  focos  inmundos  Je  la  prostitución  y  del  vicio.  La  política  invadió 
en  mala  hora  ese  teatro,  y  ella  esterilizó  sus  trabajos,  como  las  plagas 
que  agostan  los  campos  noridos,  cuando  se  percibían  las  doradas  espi- 
gas del  Estío. 


j*jáj 


206    ' 

£1  Teatro  Principal  puso  en  escena  el  jueves  pasado  "El  Estóma- 
go," obra  del  eminente  escritor  Gaspar,  con  el  objeto  de  tributarle  u- 
na  ovación.  Al  terminar  el  tercer  acto,  entre  una  nutrida  manifesta- 
ción de  aplausos  al  galante  autor  que  ofreciera  á  nuestra  patria  la6 
primicias  de  una  obra  dramática,  se  presentó  el  Sr.  Goasp  y  nuestra 
joven  actriz  la  Brita.  Coocha  Padilla,  á  presentar  una  corona  elegante, 
y  una  sentida  dedicatoria,  con  que  algunos  escritores  obsequian  al  6r. 
Gaspar./— España  en  un  tiempo  laureó  las  frentes  de  Alarcón  y  de  Go- 
rostida,  nacidos  en  tierra  mexicana,  y  estas  glorias  son  comunes  a  la 
madre  generosa  y  á  la  hija  emancipada;  hoy,  México,  corresponde  esas 
manifestaciones  al  talento,  y  le  envía  con  sus  aplausos  el  premio  de 
sus  desvelos,  el  galardón  debido  al  genio  por  sus  grandes  concepcio- 
nes. 

El  Sr.  García  Cubas  concibió  la  idea  de  encerrar  esa  corona  enuna 
caja,  formada  con  la  madera  del  árbol  de  la  Noche  Triste,  que  será 
acogida  en  España  con  entusiasmo  por  ser  un  recuerdo  histórico  de 
gran  valía. 

El  último  domingo  se  estrenó  en  el  mismo  teatro  una  obra  de  un 
ingenio  de  la  corte  titulado  "El  Juez  de  su  Causa." 

El  público  vespertino  tuvo  la  felicidad  de  vei*  representar  por  pri- 
mera vez  una  obra  nueva  en  México.  Ese  público,  humilde  y  morige- 
rado, sin  pretensiones,  sin  exigencias,  es  acaso  el  que  paga  mejor  sus 
diversiones,  y  es  el  menos  atendido,  el  menos  galanteado.  Plato  de 
segada  mesa,  acepta  gustoso  los  pavos  descamados,  los  jamones  hue- 
sosos, y  las  botellas  algo  vacias  que  dejaron  los  convidados  de  la  vís- 
pera. 

En  esta  vez  fué  el  primer  obsequiado  y  quedó  complacido. 

'*E1  Juez  de  su  Causa"  es  un  dramita  de  plan  muy  sensillo  en  que 
describe  escenas  campestres  de  la  fértil  España;  trivial  es  su  argumen- 
to y  escaeo  en  situaciones,  pero  imita  con  ingenio  los  dramas  de 
Calderón  y  de  Rojas,  las  comedias  pastoriles  de  J^ope  de  Vega.  Su 
versificación  es  magnífica,  y  en  algunas  de  sus  descripciones  se  aseme- 
ja mucho  á  las  bellísimas,  á  las  inimitables  pinturas  de  la  vida  cam- 
pestre de  "García  del  Castañar." 

"La  Mosquita  Muerta,"  fué  la  pieza  final  en  que  Matilde  Navarro 
nos  hizo  reir  con  su  perfecto  desempeño.  Estas  piezas  de  carácter  le 
caen  mny  bien  á  la  simpática  actriz,  y  el  público  la  recibe  con  gusto 
y  con  aplauso. 

En  estas  piezas  caricatas,  en  que  el  autor  se  propone  ridiculizar  al- 
gún vicio,  ya  viene  saturado  el  desarrollo  del  pensamiento  con  la  sal 
y  la  exageración  correspondiente  y  proporcionada;  el  autor  ó  la  actriz 
no  tienen  más  trabajo  que  poner  en  acción  sus  dote»  naturales,  m  ta- 
lento artístico,  para  interpretar  el  pensamiento;  un  chiste  exagerado 
por  la  actriz,  le  quita  el  aticismo  que  es  lo  agradable  de  la  sal;  y  cae 
en  gracia  vulgar.  Esto  ha  sucedido  sólo  en  el  vestir  y  en  los  adornos 
de  la  cabeza  en  la  mosquita;  tanto  recargo  de  salitre  nos  hace  amar- 


206 

go  el  manjar.  Nuestros  queridos  actores  no  deben  separarse  de  la 
naturalidad  para  que  el  agrado»  del  público  se  muestre  en  ligeras  son- 
risas, y  no  en  estrépiteoas  carcajadas.  Lo  primero  nos  ha  sucedido  con 
la  representación  que  de  esa  figura  graciosa  hizo  la  Sra.  Navarro;  pe- 
ro las  exageraciones  de  su  tocado  nos  hizo  creer  que  no  había  la  natu- 
ralidad en  el  adorno,  propia  de  un  candor  infantil,  de  una  niña  gaz- 
moña, sino  rebuscados  alicientes  para  excitar  la  risa.  Siempre  conser- 
varemos un  recuerdo  grato  de  Matilde  Navarro  en  "La  mosquita 
muerta/' 

IV. 

Las  novedades  que  aparecieron  en  nuestros  teatros  son  dignas  de 
mencionarse;  no  sólo  son  las  funciones  que  ha  ofrecido  el  Principal 
i  con  6ii8  modestos  actores,  con  su  público  sensato  y.  prudente;  no  sólo 
;  es  el  Nacional  el  que  presenta  en  su  escenario  alguna  notabilidad  ar- 
tística que  viene  del  otro  lado  de  los  mares,  sino  la  defensa  que  de  la 
última  producción  del  Sr  Peón  Contreras  hace  el  Eco  de  Ambos  Mun- 
dos, y  la  vindicación  que  del  bello  s$xo  ha  hecho  una  estimable  seño- 
rita en  una  carta  dirijida  á  uno  de  los.  ilustrados  redactores  del  Eco\ 
esto  es  más  fácil  creerlo  que  averiguarlo. 

No  Hace  muchos  días  que  recorriendo  las  calles  fui  á  encontrarme 
con  Luis,  mi  predilecto  amigo,  que  sin  buscarnos  nos  encontramos,  y 
sin  vernos  con  frecuencia  nos  queremos  y  nos  lanzamos  el  uno  al  otro 
con  los  brazos  abiertos,  ni  más  ni  menos  que  aquellos  amigos  de  "La 
Gallina  Ciega» — ¡Chucho! — jLudovico!  son  las  palabras  que  preceden  á 
nuestros  abrazos  fraternales. — Entre  otras  reconvenciones,  á  las  cuales 
tiene  justo  derecho  de  hacer   Ludovico,  me  dijo   en  tono  de   pedagogo. 

— jiluy  reprensible  es  que  vd.,  en  sus  crónicas,  esté  censurando  á  mi 
amigo  Peón  Contreras  que  es  un  buen  chico. 

-^Inmejorable,  le  contestó  yo. 

/ — Perfectamente. 

r-Y  con  la  satisfacción  de  que  un  público  sensato  y  justo  lo  a- 
plaude  con  entusiasmo. 

— >Todc  eso  es  una  verdad  que  yo  reconozco,  que  yo  confieso  y  que 
no  me  cansaré  dé  publicar. 

—Pues  sépase  vd.,  Cbueho  amigo,  que  por  haber  criticado  vd.  y 
otro  Sr.  Sosa,  "El  Amor  de  Hernán  Cortés,!-  y  por  haberlo  recibido" 
el  público  con  frialdad  en  su  segunda  representación,  mi  amigo  Peón 
se  esforzó  en  escribir  su  último  drama  que  le  ha  valido  tantos  aplau- 
sos; jah,  Chucho!  mordaz  Chucho!  inhumano  Chucho,  el  más  injusto 
de  los  Chuchos! 

— Mire  vd.  Ludovico,  le  dije  algo  amostazado;  basta  ya  de  tanta 
chuchería,  y  entremos  en  materia  Si  fuera  cierto  que  mi  amigo  y  mi 
compañero  Peón  Contreras,  que  es  para  mí  simpático  y  admirable  por 
su  talento,  ha  escrito  ese  nuevo  drama,  guiado  por  las  observaciones 


207 


de  la  prensa)  y  más  que  todo,  porque  el  público  no  quiere  tributarle 
aplausos  inmerecidos  por  su  «Hernán  Cortés,n  me  felicito  yo,  como 
decía  Fígaro,  felicito  á  vd.,  felicito  ú  los  diarios,  mando  mis  felicita- 
ciones al  público,  y  con  todo  el  entusiasmo  de  mi  corazón,  con  las  efu- 
ciones  de  mi  alma  y  los  alientos  de  mis  pulmones,  felicito  al  Sr.  Peón 
y  Contreras.  La*  más  leves  causas  producen  los  más  grandes  efec-  j 
tos,  y  he  aquí  porqué  la  literatura  nacional  gana  con  esos  suspiros 
del  autor  de  "la  H\ja  del  Rey.»* 

— Pero  hombre,  vd.  es  severo,  vd.  es  injusto,  es  vd.  hasta  incon- 
secuente. ¿Porqué  quiere  vd.  desleír  en  ese  líquido  amargo  de  sus  a- 
margas  críticas,  esos  terroncitos  de  asnear  que  nuestro  querido  autor 
nos  presenta  en  sus  notables  producciones?  ¿no  es  vd.  entusiasta  por 
las  glorias  literarias?  ¿por  qué  quiere  vd.  derruir  un  pedestal  que  se 
levanta  el  mismo  escritor  con  su  talento? 

— Mire  vd.  Ludovico;  cuando  veo  que  una  obra  dramática  mexica- 
na pasa  sin  que  se  forme  de  ella  un  juicio  crítico,  me  parece  que  cae 
en  el  abismo  del  olvido  y  la  indiferencia;  creo  que  se  califica  de  des- 
preciable y  que  no  merece  los  honores  de  ¡a  crítica;  así  han  pasado 
muchas  obras  que  tienen  una  existencia  efímera,  y  que  apenas  son 
conocidas.  Yo  no  soy  crítico,  créamelo  vd.  Ludovico;  apenas  soy  un 
cronista  que  forma  revistas  de  teatro  con  esa  superficialidad  que  es 
hasta  indispensable  para  los  periódicos  que  al  día  siguiente  van  k 
surtir  las  pulperías.  Yo  quisiera  para  todos  los  escritores  mexicanos 
una  crítica  severa,  concienzuda,  fundada  en  los  preceptos  más  rígidos 
del  arte,  y  al  mismo  tiempo  un  esfuerzo  grande  en  el  escritor  no- 
vel por  alcanzar  lauros  que  admire  la  posteridad;  esto  desearía  aun 
para  mí  mismo  si  yo  fuera  autor  dramático;  este  es  sin  duda  el  árbol 
que  da  sazonados  frutos. 

— Pero  hombre  de  todos  los  santos,  dijo  Ludovico  encajándose  las 
gafas,  ¿quiere  vd.  perfección  en  un  escritor  tan  fecundo  que  escribe 

una  obra  cada  mes?    Conteste   vd.  ¿quiere   vd.   perfección? 

¡huml  la  contestación  no  ha  de  ser  fruncir  el  entrecejo,  encojerse  de 
hombros  y  quedarse  callado. 

— Deseo  esa  perfección,  Ludovico;  y  ya  que  es  vd.  amigo  del  Sr. 
Peón  Gontreras,  aconséjele  vd.,  como  se  lo  he  aconsejado  yo,  que  es- 
criba poco,  que  medite  mucho,  y  que  nos  dé  en  un  año  una  pieza 
bien  acabada.  Los  autores  dramáticos  que  han  adquirido  renombre, 
no  lo  tienen  por  los  aplausos  de  sus  amigos  y  de  sus  contempará- 
neos;  no  lo  adquieren  porque  escribieron  muchas  piezas  cómicas  ó 
dramáticas  malas  ó  medianas;  sino  por  una  sola  en  que  emplearon 
muchas  noches  de  vigilias.  Las  dos  mil  comedias  de  Lope  de  Vega 
no  valen  juntas  lo  que  vale  «Del  rey'  abajo,  ninguno,  ó  García  del 
Castañar,"  que  inmortalizó  á  Rojas. — Dígale  vd.,  Ludovico,  que  a 
cepte  ol  consejo  de  un  escritor  contemporáneo,  el  cual  se  expresa  en 
estos  términos  poco  más  ó  menos: 

,— Hombres  que   tenéis  la  felicidad  de  concebir  grandiosos  pensa- 
mientos, no  los  saquéis  á  luz  intempestivamente  como  fetos  deformes 


===3¡fc===_ _208 «—===. 

que  la  naturaleza  no  ha  desarrollado;  acojedlos  con  amor;  meditadlos 
con  cuidado,  que  ellos  saldrán  de  vuestra  fantasía  como  el  colibrí 
que,  al  nacer,  es  un  animal  deforme,  y  después  una  maravilla  de  la 
Creación. 

Ltfdovieo  haciéndome  una  mueca  en  vez  de  un  saludo?  se  ale- 
jó de  mí 

En  cuanto  á  la  carta  que  dicen  los  redactores  del  Eco  de  Ambos 
Mundos  les  ha  remitido  una  señurita,  diremos:  que  nos  congratula- 
mos de  saber  que  una  joven  tan  sensata  profese  ideas  que  f«  elevan 
en  la  consideración  publica,  estando  apasionarla  de  sü  amante.  Si  co- 
mo ella  son  todas  las  mujeres,  ¡ay!  México  es  el  paraíso.  La  mayor 
parte  de  mis  amables  paisanas  son  virtuosas,  sensatas,  adorables, 
¿cómo  negailes  yo  tan  buenas  cualidades?  Nos  confesamos  derrota- 
dos, y  lo  que  es  más  honroso  para  nosotros,  por  una  adorable  señori- 
ta  "Y   sin  embargo,. «lia  se  nroere.»»— •NQuiefa   el   nielo  adornar  su 

frente  con  la  corona  de  las  desposada*  y  conservarle  sus  ilusiones. 

Con  la  avidez  que  deben  suponer  nuestros  lectores,  ocurrimos  el 
sábado  al  Teatro  Nacional  por  conocer  á  una  de  las  tres  artistas  que  en 
primera  línea  figuran  en  la  escena  española.  S^  ponía  en  e6cena  Ma- 
rio, Juana  6  las  dos  Madres>  y  desempeñaba  el  papel  principal  la  Sra. 
María  Rodríguez. 

No  hemos  querido  leer  las  biografías  que  de  la  notable  actriz  han 
publicado  los»  periódicos  españolas  y  mexicanos,  para  no  frreocupar 
nuestra  imaginación,  y  sí  juzgar  por  los  afectos  que  la  artista  deja  en 
nuestra  alma. 

Bástenos  saber  que  ocupa  un  primer  lugar  en  el  tea  tro»  español,  y  que 
su  nombre  ha  llegado  hasta  nosotros  atm  antes  de  que  sus  plantas  pi- 
saran nuestras  playas.  Personas  que  han  disfrutado  de  su  trato  en  es- 
tos días,  nos  han  hablado  de  sus  finos  modales,  «le  su  amabilidad,  de 
su  carácter  expansivo.  Nosotros  no  queremos  hablar  aquí  de  la  señora 
de  buena  sociedad,  sino  de  la  artista 

No  hace  mucho  tiempo  que  animó  nuestra  escena:  I»  Sra.  Ristori,  y 
los  que  la  conocieron  tienen  xm  punto  de  partida  para  comparar;  no- 
sotros no  tuvimos  la  gloria  de  ver  á  esa  reina  del  arte,  pero  sf  creemos 
podrá  ser  un  reflejo  de  su  genio  la  Sra.  Rodríguez.  En  ese  mar  agitado 
de  las  opiniones,  difícil  os  encontrar  das  perfectamente  acordes;  más 
¿para  qué  queremos  saber  el  juicio  de  otras  personas  si  sólo  héseos  de 
trasmitir  arl  papel  nuestras  propias  impresiones? 
'  Como  el  publico  conoce  esa  pieza,  sólo  hablaremos  ár  Tas  situaciones 
que  ii'ás  nos  han  agradad o>  q.ue  más- han*  cautivado»  nuestra  admira- 
ción^ 

Se  dice  qne'eí  actor  por  grande  que  sea  8ii  talento  nunca   puede  lle- 
.  gar  á  ser  g¿nio.  porque  el  genio  crea,  y  el  artista  sólo  inieipreta.  No- 
sotros creemos  que  el  autor  de  genio  puede   crear  situaciones,   hermo- 
sear pensamientos  que  al  mismo  genio  no  le  haya  ocurrido  en  sus  gran- 
des y  profundas  concepciones.    Un  artista  de  talento  puede  ser  un  au 


i 


209 

tor  de  genio,  y  si  crea  como  poeta,  ¿por  qué  no  podría  crear  como  ac- 
tor? Ilumina  su  mente  el  mismo  destello  de  inspiración,  ya  esté  en  las 
tablas  declamando,  ya  en  el  bufete  escribiendo.  P«ro  si  esto  es  una 
cuestión  inoportuna  en  este  lugar,  sólo  la  tocamos  por  incidente  y  pa- 
ra fundar  nuestras  apreciaciones  respecto  de  la  actriz.  j 

Cuando  María  recuerda  que  con  su   trabajo  adquirió  una  pequeña  j 
suma  4jne  guairda  «ti  un  armario,  á  excusas  de  eu  vicioso  marido,  y  que 
destina  al  sustento  Se  su  pequeño  hijo,  va  al  lugar  á  donde  está  el  te- 
soro; su  paso  es  vacilante;  su  mirar  inquieto;  lanza  un  grito,  y   sobre- 
cojida  de  terror,  vuelve   la  vista  hacia  todas  partes. 

Esta  escena  sencilla,  muda,  aterradora,  trasmitía  &1  ¡auditorio  la  i- 
dea  que  la  actriz  quería  expresar;  temía  que  su  marido,  que  el  amigo 
de  éste,  que  alguna  otra  mirada  imprudente  descubriera  que  allí  guar- 
daba sus  pequeños  ahorros,  su  gran  tesoro,  el  alimento,  la  vida  de  su 
hijo,  se  lo  robara  y  quedara  expuesto  a  morar  de  hambre.  ¿Quien  no 
ha  podido  ver  en  esta  -escena  ios  temores  de  una  madrn,  su  ternu- 
ra, su  angustia,  su  desesperación?  y  todo  esto,  expresado  en  una  sola 
exclamación,  en  un  grito  que  salía  del  fondo  del  alma?  Es  indudable 
que  la  obra  no  contiene  este  detalle;  que  el  autor  no  pensó  poner  este 
resorte  que  había  de  preparar  el  ánimo  del  espectador  para  creer,  pa- 
ra calcular,  que  en  aquella  cómoda  se  guardaba  una  pequeña  suma  de 
dinero,  y  que  extraída  de -allá,  sería  condenará  morir  de  hambre  á  un  ¡ 
ser  inocente. 

Otra  de  l«\s  escenas  en  que  se  ha  mostrado  el  talento  de  la  artista, 
es  aquella  en  que  su  marido,  ¿brío,  indiferente,  sabe  que  sus  vicio- 
han  arrojado  á  su  hijo  a  la  casa  de  los  expósitos,  y  culpa  la  resolución 
de  una  madre  que  abandona  á  su  hyo  por  salvarle  la  vida. 

Aquella  mujer  herida  en  lo  más  profundo  del  alma  estalla  en  acce- 
sos de  ira;  es  la  mujer  implacable;  es  la  fiera  que  miTa  por  áltima  vez 
ásu  hijo;  pero -el  esposo  conoce  sus  faltas  y  llora  su  desventura;  aquí 
la  mujer  se  eleva  d*í  sus  furores  á  la  ternura;  pasan  con  rapidez  en  su 
alma  esos  terribles  afectos  que  son  la  parte  angélica  de  la  mujer;  es- 
trecha contra  su  pecho  la  cabeza  de  su  esposo,  y  el  llanto  tierno  cae 
sobre  aquel  ser  infortunado,  como  el  rocío  que  vigoriza  una  planta.,-— 
Esta  transición  es  sublime,  y  la  Sra.  Rodríguez  la  hizo  con  naturali- 
dad, expresando  inuy  al  vivo  esas  expansiones  del  sentimiento. 

Al  ir  á  la  cuna,  al  reconocer  á  su   hijo   que   creía  muerto,   quecreía  j 
perdido  para  siempre,   debía   e^qperimentar   una  fuerte  «emoción;  un 
grito  de  alegría  no  habría  sido  la   expresión  fiel   de   «*s  impresiones, , 
porque  no  es  sólo  la  alegría  lo  que  debe  experimentar  una  «aadre  en  J 
un  trance  inesperado.-^La  Sra.  Rodríguez  lanzó  una  exclamación  que  ■ 
expresaba  á   un   tiempo  el  placer,  la  sorpresa,  la  intensidad  de  su  ma-. 
ternal  amor; aquellas  se  isaciones  que  embargan  la  voz,  que  no  dejan  ar- 
ticular una  sola  palabra;  en  3u  semblante  ¡cuántas  y  cuántas   gesticu- 
laciones   para  mostrar  e608   mismos   afectos!  y  cuántos  esfuerzos  para 
sostener  esa  lucha  de  una  madre  que  encuentra  á  su  hijo,  que  se  lo  dis- 
puta  á  otra  madre,  y  que  lo  defiende  de  la  asechanza  de  nu  malvada 


210 

Tales  son,  descritas  á  grandes  rasgos,  las  escenas  más  animadas  en 
nuestro  concepto,  y  que  nos  mostraron  en  esa  noche  el  talento  artísti- 
co de  la  Sra.  Rodríguez.  Otras  personas  que  veían  la  representación 
habrán  sido  tocadas  en  la*  fibras  de  su  sensibilidad  con  algunas  otra* 
escenas  también  conmovedoras,  pues  el  drama  tiene  variadas  situacio- 
nes. Nosotros  fuimos  vivamente  impresionados  por  las  que  hemos 
hecho  mención. 

Acaso  el  público,  indiferente  hoy,  ocurra  á  esos  espectáculos  que  lo 
han  de  conmover  profundamente;  cuando  sepa  que  en  la  parte  trági- 
ca, en  su  calidad  de  mujer  que  habla  el  idioma  castellano,  la  Sra.  Ro- 
dríguez ha  sido  notable. 

Algunos  creen  que,  en  muchas  situaciones,  la  actriz  ha  estado  á  la 
altura  de  la  Ristori.  Nosotros  no  debemos  dudarlo,  pues  si  esa  emi- 
nente trágica  mueve  á  su  arbitrio  los  sentimientos  del  alma,  y  la  Sra. 
Rodríguez  lo  hace  también,  ¿porqué  no  debemos  creer  que  se  le  aseme- 
ja en  algunos  casos?  ¿La  Sra.  Ristcri  ha  monopolizado  para  siempre 
el  atributo  de  conmover?  Los  que  han  visto  á  una  y  otra  artista  po- 
drán juzgar  con  acierto  é  imparcialidad. 

v. 


Difícil  tarea  es  la  de  escribir  para  el  público  en  medio  de  esa  con- 
flagración de  opiniones  frecuentemente  apasionadas,  porque  jamás 
prevalece  la  idea  justa,  la  idea  iinparcial.  Hay  que  apasionarle  tam- 
bién, ó  cuando  menos,  fingir  que  lo  está  el  escritor  si  quiere  que  la 
avalancha  de  las  opiniones,  en  el  cause  formidable  del  buen  criterio, 
no  rebose,  no  lo  inunde  y  haga  zozobrar  su  frágil  navecilla. 

Nosotros  hemos  querido  colocarnos  en  ese  terreno  eriazo,  cual  es  el 
de  la  más  severa  imparcialidad,  y  ser  narradores  verídicos  de  los  acon- 
tecimientos que  tienen  lugar  en  los  teatros;  presenciar  el  esfuerzo  de 
los  actores  en  el  desempeño  de  sus  tareas;  examinar  las  obras  que  se 
pongan  en  escena;  dar  á  sus  autores  nuestros  parabienes  y  aun  nues- 
tros amistosos  consejos,  y  ser  intérpretes  de  las  emociones  del  público 
cuando  éste  quiera  mostrar  sus  apreciaciones.— N  He  aquí  nuestra  mi- 
sión. 

Pues  estas  tareas  que  nos  hemos  impuesto,  no  son  generalmente 
aceptadas  por  las  personas  y  sus  adeptos  que  tienen  que  ser  actores 
en  el  movimiento  intelectual;  unos  juzgan  que  es  bien  poco  lo  que  se 
dice  en  aplauso  de  un  actor  ú  autor  favorito,  y  otros  consideran  exa- 
geradas nuestras  alabanzas,  si  se  comparan  con  sus  merecimientos,  li- 
nos creen  detestables  las  gesticulaciones  de  una  actriz  con  que  ha  ex- 
presado algún  sentimiento  de  dolor  ó  de  rabia,  y  otros  las  encuentran 
hasta  sublimes.  Y  si  de  estas  apreciaciones  se  pasa  á  otro  terreno,  se 
ve  con  celo,  con  desconfianza,  con  grave  disgusto,  los  elogios  que  se 


211 

hacen  á  loa  artistas  que  están  opuestos  en  antagonismo,  que  tal  vez 
ponen  en  ejercicio  una  noble  emulación. 

Tal  cosa  ha  sucedido  con  nuestra  revista  anterior  y  con  un  D.  Ti- 
moteo, que  buscándonos,  fué  á  cautivarse  en  las  redes  de  uno  de  nues- 
tros compañeros  de  redacción,  ni  más  ni  menos  que  un  moscardón  que- 
da preso  en  una  tela  de  araña. — Ese  Sr.  D.  Timoteo  no  ha  creido  que 
la  Sra.  Rodríguez,  actriz  que  trabaja  en  el  Teatro  Nacional,  sea  una 
artista  de  corazón,  y  la  encuentra  inferior  en  algunas  situaciones  á 
nuestra  muy  querida  Concha  Padilla; — También  oree  que  el  resto  de 
los  actores  del  Nacional  son  inferiores  a  los  del  Principal. 

Nosotros  no  queremos  formar  comparaciones  que  arrastren  á  un 
antagonismo  pueril  á  nuestros  actores,  ni  mucho  menos  á  las  señoras 
que  son  susceptibles,  y  cuya  tarea  enojosa  é  imprudente  no  ha  de  traer 
consigo  ninguna  solución  á  las  cuestiones  que  hoy  se  agitan.  Por  otra 
parte  ¿cómo  establecer  una  comparación?  ¿la  Sra.  Rodríguez  es  infe- 
rior, es  igual,  es  superior  á  la  Sra.  Ristori?  Concha  Padilla,  nuestra  jo- 
vencita  actriz,  que  apenas  ha  pisado  la  escena,  tiene  los  mismos  pun- 
tos de  comparación  con  la  Sra.  Rodríguez?  ¿Cómo  será  posible  formar 
igual  comparación  con  los  mismos  actores?  ¿dónde  está  el  cartabón  pa- 
ra medir  las  tallas?  ¿dónde  tA  inteligenciómetro  para  medir  las  actitu- 
des y  las  aptitudes  artísticas?  ¿cuál  es  el  aereópago  que  adjudique  el 
premio?  después  de  estos  estudios  físicos,  morales  y  filosóficos,  ¿cuán- 
tos metros  más  grande  tiene  el  talento  de  Guasp  comparado  con  el  de 
Palomera  ó  Buladla?  y  si  es  más  largo  ó  más  tupido  el  ingenio  de 
Qalza  que  el  de  Lóseos  y  de  Freiré  ¿no  podrá  ser  este  más  craso  y  de 
una  tela  más  rica  que  el  de  su  émulo?  Un  obeso  y  chaparrón  decía  con 
desparpajo  y  vanidad  á  un  alto  esparragado. 

— Somos  iguales,  porque  lo  que  tú  tienes  para  arriba,  yo  lo  tengo 
para  los  lados. 

Cuando  hemos  podido  ver  en  escena  una  misma  pieza  por  dos  com- 
pañías distintas,  siempre  hemos  admirado  las  bellezas  del  autor,  in- 
terpretadas diversamente  por  otros  actores  ó  por  otras  actrices;  aquí 
nos  pareció  más  sentimental  lo  que  antes  creíamos  más  en  armonía 
con  la  ternura  de  una  mujen  allá  nos  pareció  más  enérgico  lo  que  a- 
quí  encontramos  más  natural  y  más.  en  coincidencia  con  un  carácter 
iracundo  ó  reposado.  Sobre  todo,  si  vamos  al  teatro  en  pos  de  emocio- 
nes, estas  las  encontramos,  más  ó  memos  profundas  eq  los  distintos 
actores  que  se  presentan  en  ambos  escenarios.  En  cuanto  á  aparecer 
como  sistemáticos,  no  queremos  serlo,  ni  declararnos  defensores  de 
ninguna  compañía. 

Además,  sabemos  que  los  modestas  actores  del  Teatro  Principal, 
que  jamás  han  tenido  la  presunción  de  aparecer  superiores  á  ningunos 
otros,  se  mortifican  con  las  manifestaciones  de  personas  que  les  tienen 
simpatías  personales,  y  que  sólo  ven  en  la  comparación  un  medio  de 
suscitar  discusiones  importunas.  Sabemos  que  la  Srita  Padilla,  dema- 
siado humilde  en  su  condición  de  actriz,  no  tiene  siquiera  la  concien- 


■ 212 _= 

cia  de  creer  que  vale  algo  y  que  puede  llegar  á  vuler  m¿s  con  la  edad, 
con  el  estudio  y  la  emulación;  ella  cree  en  conciencia  que  mucho  tie- 
ne que  aprender  toda  vi»;  esta  abstracción  de  su  propio  mérito,  descubre 
en  ella  una  verdadera  modestia;  ¿cómo  no  ha  de  creer  que  la  Sra.  Ro- 
dríguez, actriz  consumada,  actriz  de  renombre,  puede  enseñarlo  mu- 
chos de  esos  tesoios  artístico»  que  posee  y  que  ha  adquirido  á  fuerza 
de  estudio  y  de  desvelos?  Concha  y  Magdalena  son  dos  jovcneitas  que 
apenas  comienzan  a  vivir,  y  que  sólo  perciben  los  celajes  de  an  crepús- 
culo matinal.  ¿Serían  á  los  veinte  años  las  Sras.  Rist orí  y  Rodríguez, 
lo  que  hoy  es  nuesta  modesta  actriz  Concha?  Eli  apodrá  decir  á  algu- 
no de  sus  admiradores  con  Bretón: 

Hijo,  río  me  quieras  tanto, 
O  quiéreme  con  talento. 

En  cuate  á  la  Srita.  Servín,  airemos  que  la  hemos  admirado  en  al- 
gunos papeles  qne  le  sientan  muy  bien,  especialmente  cuando  desem- 
peña los  de  esas  señoras  de  buena  sociedad,  ó  de  las  que  se  llaman  de 
gran  tono;  y  si  á  esto  se  agrega  las  simpatías  que  tiene  en  el  público, 
habremos  explicado  por  qué  tiene  un  lugar  distinguido  en  nuestra  ad- 
miración; pero  todo  esto  no  puede  rebajar  la  benevolencia  con  que  el 
público  recibe  á  los  actores  del  Nacional,  ni  establecer  un  antagonia-  j 
rao  ridículo  -entre  ambos  teatros.  Más  <5  menos  hábiles  los  actores  del  i 
Nacional,  no  por  esto  dejaremos  de  confesar  que  de  tiempos  atrás  el 
público  recibe  con  estimación  y  aplauso  á  nuestroB  aotores  del  Prin- 
pal. 

En  la  comedia  titulada  «»Me  Gustan  Todas»,  se  presentan  cuatro  ti- 
pos a  cual  más  inverosímiles;  una  mamá  taimada  y  tonta,  una  hija  que 
se  entrega  á  la  política  con  más  ardimiento  que  un  diplomático,  y  que 
en  una  escena  de  familia  pronuncia  «n  discurso,  y  concluye  con  el 
— "he  dichón — de  -costumbre. — Otra  primita,  franca,  decidora,  inocen- 
tona, que  platica  y  revuela  todos  sus  pensamientos,  hasta  el  de  su  afán 
por  casarse,  que  le  hace  decir  con  mucha  gracia  que  no  necesita  saber 
mucho 

••Para  «mar  á  su  marido 
Y  educar  á  lo  que  venga. « 

Viene  después  un  primo  calavera,  militar,  enamorado  y  voluble, 
que  á  todas  ama,  que  se  «nanaoraría  hasta,  de  las  montañas  porque  tie- 
nen faldas,  y  que  por  lo  mismo  lo  desdeñan  las  primas,  la  tía,  y  hasta 
la  criadita  pispireta  y  zangandimgaque  servía  en  aquella  casa.  Siendo 
trivial  el  argumento,  nos  divierten  aquellos  tipos  que  no  son  de  nin- 
guna sociedad.  Pase,  pues,  la  pieza  como  una  de  tantas  para  hacer  reír 
con  sus  extravagancias. 

Pocas  veces  asistimos  al  teatro  por  las  tardes;  pero  el  domingo  úl- 
timo vimos  eu  el  Principal  uno  de  aquellos  dramas  sociales   con  uno  ve- 


i 


213 


dores  que  han  preparado  la  revolución  en  los  Estados  Unidos  Gon  mo-j 
tivo  de  la  esclavitud:  tal  es  la  "Cabana  de  Te*n,«r  Exagerados  como, 
son  todos  los  incidentes  qxte  allí  tienen  lugar  para  preparar  la  aboli- 
ción de  la  esclavitud,  poc#  pudieron  erannovernos;  pero  en  la  última' 
escena,  una  preciosa  niftita,  Concha  Alot^zo,  reeitó  con  angelical  ternu- 
ra los  relatos  de  su  saíraeióa,  qtee  tocaron  las  fibras  de  nuestra  sensi- 
bilidad; no  fueron  hts  rebuscadas  palabras  del  autor;  fueron,  sí,  aque- 
llas frases  que  vertía  con  grave  acentuación  til  preciosa  niña,  aquel  ser 
delicado  qne  a^aba  d¿  abandonar  la  cuca,  que  no  puede  sentir  todavía, 
y  sin  embargo,  conmueve  altamente  y  se  ha  hecho  aplaudir  con  entu- 
siasmo. Si  alguna  vez  llega  a  la  decrepitud  y  es  actriz  aplaudida,  con 
cuánta  satisfacción  terfa  e6f»s  lincas  que  ya  se  escriben  en  su  aplauso 
cuando  sólo  tiene  cinco  años! 

En  eí  Teatro  Nacional  presenciamos  la  representación  de  un  drama 
de  Larra  "Perlas  y  Floresn  la  noche  del  último  domingo.  Estas  piezas 
de  carácter,  escritas  con  estudio  para  adecuarlas  á  las  dotes  dramáti- 
cas de  la  Sra.  Rodríguez,  tienen  que  ser  desempeñadas  con  exponta- 
neidad  y  con  maestría  por  la  eminente  actriz;  hubo  una  escena  en  ia 
cual  nos  ha  parecido  exagerado  el  sen  tira  ietitoy  j  es  en.mdo  dice  á  6u 
hija  que  no  es  ella  sn  madre;  pero  arrebatada  entonces  de  su  amor 
maternal  vuelve  como  arrepentida  de  su  falta  á  abrazar  á  su  hija.  E- 
sos  arrebatos  maternales,  cuando  se  sabe  deliberadamente  que  es  una 
ficción  para  formar  los  cimientos  de  la  felicidad  futura  de  una  hija, 
no  pueden  salir  del  alma  como  en  aquellas  situaciones  en  que  se  le  va 
á  perder  para  siempre;  como  esto  último  lo  ha  representado  la  Sra. 
Rodríguez.  Más  tarde,  cuando  Magdalena  declara  que  ama  á  Lope,  con- 
trariando á  su  padre,  exclama  María. . . .  »¿  Veis  como  yo  no  estoy  lo- 
ea?»i  Estas  frases  las  lia  pronunciado  la  Sra.  Rodríguez  con  acento  tan 
marcado  de  triunfo,  que  nos  hizo  ver  ahí  la  afección,  la  alegría  exage- 
rada de  una  madre,  y  un  aire  de  satisfacción  insultante  al  Conde. 

Cuando  bemo»  visto  a  la  Sra.  Rodríguez  en  esa  y  en  otras  piezas, 
empleando  una  manera  muy  natural  para  expresar  sus  emociones,  pa- 
ra pintar  las  pasiones  de  su  alma,  hemos  admirado  su  eseuela,  su  mag- 
nífico sistema  de  sentir  y  de  interpretar;  pero  hay  algunos  raptos  de 
su  entusiasmo  en  que  fijando  una  situación,  la  exagera;  y  éstos  son  los 
escollos  en  que  tropieza  rara  Tez,  pero  que  se  notan  á  primera  vista. 

En  esta  pieza  es  donde  el  Sr.  Galza  nos  ha  parecido  más  feliz;  su  pa- 
pel no  es  de  grande  importancia,  pero  como  campesino  lo  desempeñó 
con  naturalidad.  Nosotros  esperamos  verlo  en  otras  piezas  en  que 
pueda  exhibir  más  artísticamente  sus  trabajos  escénicos. 

Agapito  Silva  ha  dado  en  el  Teatro  Hidalgo  una  pieza  que  se  titula 
"Después  de  la  Falte.  Quisímo?  concurrir  a  aquel  teatro  para  ver  e- 
sa  nueva  producción  que,  algunos  amigos  nuestros  muy  inteligentes, 
nos  han  elogiado;  no  pudimos  concurrir,  y  lo  sentimos.  Hemos  sabido 
que  ha  sido  muy  bien  recibida  por  el  público,  y  que  los  actores  no  tra- 
bajaron en  su  desempeño  como  debían,  tratándose  de  una  obra  nueva, 


! 


214 

y  en  la  cual  tiene  fundadas  esperantos  de  adquirir  renombre  un  es- 
critor novel.  En  esa  representación  habrá  podido  el  autor  notar  algu- 
nos defectos  que  tenga,  y  enmendarlas  para  cuando  la  dé  á   la  prensa. 

Por  una  casualidad  hemos  visto,  sin  poderla  !eer,  una  obra  dramáti- 
ca que  en  Puebln  escribió  el  Sr.  D.  Mariano  Sánchez;  la  ha  llamado 
pretensión  dramática,  desconfiando  tal  vez  de  su  mérito;  su  título  «3 
••Los  Martirios  del  Calvario,"  y  la  dedica  al  Sr.  Altamirano,  ponién- 
dole e¿te  pensamiento: 

"Ansiando  un  cisne  remontar  su  vuelo,  se  asió  de  una  águila  y 
voló  hasta  el  cielo.11 

Nada  podemos  decir  de  su  mérito  dramático  porque  no  la  leímos. 

Mucho  nos  llamó  la  atención  el   mérito  caligráfico  que  en  ella  se  ob 
serva.     Está  escrita    con  absoluta  limpieza,  y  dibujados  á  pluma  una 
carátula,  la  dedicatoria,  la  lista  de  los  personajes,  y  además,  los  tipo» 
que  representan  ésos  personajes,  lo  cual  contribuye  a  ilustrar  la  obra. 
El  hábil  pendolista  es  el  Sr.  D.  Diódoro  Reyes. 

Felicitamos  al  Sr.  Altamirano  por  ese  obsequio. 

Anuncia  el  Teatro  Principal  una  nueva  producción  dramática  de  Be* 
tes  y  Echeverría,  titulada  "La  Fornarina,"  y  que  pondrá  en  escena 
para  la  noche  del  próximo  domingo. 

Ojalá  y  esos  gemelos  autores  hayan  concebido  algo  bueno  parecido 
al  Hereu. 

vi. 

Parece  que  los  dos  Teatros,  Nacional  y  Principal,  haciendo  esfuer- 
zos para  atraerse-  la  concurrencia,  se  disputan  los  honores  del  triunfo; 
ambos  tienen  sus  actrices,,  sus  actores,  sus  adalides,  y  no  faltan  ma- 
chiaveloe  que  manejen  con  finura  la  intriga.  Así  debemos  creerlo 
cuando  algunos  periódicos  anuncian  que  se  vendieron  muchos  boletos 
de  galería  á  personas  que  tenían  la  negra  intención  de  lanzar  al  aire 
unos  cuantos  silbidos.  Nosotros  nada  de  esto  notamos,  y  podríamos 
afirmar  que  aun  cuando  fueran  ciertas  esas  demostraciones  hostiles, 
habrían  sido  contraproducentes,  puesto  que  las  intrigas  entre  bastidores 
no  son  solidarias  con  un  público  que  aprueba  y  reprueba  según  el  de- 
sempeño de  los  actores.  Persuadidos  estamos  que  nadie  ha  intenta- 
do ni  silbas,  ni  aplausos  inmerecidos.  La  Sra.  Rodríguez,  actriz  de 
mérito,  de  nombre  artístico  bien  conocido  en  España,  no  pudo  envi- 
diar la  gloria  de  nadie,  cuando  con  su  esfuerzo  conquista  los  lauros 
que  quiere;  muy  alta  eetá  para  descender  k  las  pasioncillas  pequeñas, 
y  le  será  aun  mortificante  que  llegara  á  suponerse  que  tenia  celos  ar- 
tísticos. 

No  será  posible  que  la  compañía  del  Nacional  pueda  levantar  el  es- 
píritu protector  de  su  teatro,  mientras  se  ponga  en  escena  esa  clase  de 
[úezas  que  son  vistas  con  desdén  por  nuestra  sociedad.  Ella  quiere 
o  nuevo,  lo  que  seduce  y  halaga,  y  si  esto  no  se  consigue/  cada  fami- 


&13 

lia,  cada  indi  vid  uo»  prefiere  permanecer  en  su  casa  ó  en  fea  tertulia,*] 
antes  que  ir  i  dar  al  fastidio  en  algún  espectáculo  sin  interés. 

£1  Hereu,  tan  conocido  en  México  por  todas  las  clases,  es  una  de  a- 
quellas  piesas  que  nos  seducen  sus  belleaas,  y  no  nos  cansamos  de  ad- 
mirarlas, más  cuando  hay  esperanzas  de  ver  brillar  en  la  escena  a  la 
Sra.  Rodrigue*,  desempeñando  esa  madre  admirable,  esa  sublime 
creación  de  dos  ingenios  hermano*  Lo  hemos  visto  también  en  el 
Principal,  y  nos  propusimos  formar  un  paralelo  sobre  el  modo  con 
que  unos  y  otros  actores  interpretan  aquellos  grandiosos  pensamientos 
y  desempeñan  aquellos  tipos  magníficos. 

Los  de  Pedro  y  Burraqueta  los  hemos  encontrados  más  vivos,  mis 
verdaderos  en  los  Sres.  Ouasp  y  Lóseos;  mientras  que  en  la  madre  hay 
más  verosimilitud  en  la  Sra.  Rodríguez;  Concha  Padilla  tiene  que  ha- 
cer un  esfuerzo  hasta  en  su  voz,  pintarse  arrugas,  y  encanecer  su  pelo 
para  darse  humo  de  madre  de  Pedro  y  de  Jayme,  es  decir,  de  «tedo  un 
Guasp  y  de  todo  un  Alonzo;  esa  madre  no  se  finge  sino  inperfecta 
mente  con  el  arte,  puesto  que  la  juventud  de  Concha  no  puede  ayu- 
darla 

La  escena  final  del  segundo  acto  nos  ha  parecido  más  bien  ejecu- 
tada en* el  Principal,  porque  al  venir  k  las  manos  los  dos  hermanos, 
hay  una  pequeña  pausa  en  que  se  deja  oír  más  claramente  la  vox  ma- 
jestuosa de  una  madre  cuyos  hijos,  .corno  fascinados  por  su  mandato, 
caen  de  rodillas  poco  á  poco  á  los  píes  de  aquella  mujer  adora- 
ble. En  el  Nacional,  acercándose  más  £  lo  natural  en  una  riña  tre- 
menda entre  hermanos,  se  confunden  las  palabras,  se  ofuscan  las  ame- 
nazas, y  aun  la  voz  de  la  condesa  se  debilita  uu  poco,  quitándole  á  su 
acento  mucho  de  su  energía  que  es  lo  que  causa  nuestra  emoción,  y  el 
pensamiento  altamente  dramático  que  nos  enagena,  que  nos  ceduce  y 
arranca  lágrimas  4  nuestros  ojos.  La  Sra.  Rodríguez  en  esta  escena 
nos  pareció  admirable. 

Cuando  se  efectáa  la  reconciliación  de  los  dos  hermanos  y  la  madre 
se  retira  contenta  y  satisfecha,  se  ha  preparado  la  escena  en  el  Nacio- 
nal para  qua  la  Sra.  Rodríguez  se  luzca  eft  ella  únicamente  con  la  mi- 
mica-  Nosotros  encontrones  su  desempeño  admirablemente  artístico, 
pero  no  nos  pareció  natural,  sino  un  tanto  cuanto  exagera  en  su  si- 
tuación Aquí  se  sacrifica  la  naturalidad  del  arte.  Por  lo  dereas, 
¿qué  podríamos  decir  en  aplauso  de  1*  Sra,  Rodríguez  en  el  resto  de 
su  desempeño?  Las  frases  que  salían  de  su  boca  de  esa  ternura  ma- 
ternal, cada  inflexión  de  su  voz,  cada  expresión  de  su  mirada,  eran 
otros  tantos  resortes  que  piovían  nuestra  sensibilidad. 

Encontramos  en  el  Sr.  Baladia  nuevos  medios  para  conocer  su  tra- 
bajo en  la  escena;  su  escuela  para  declamar,  su  tnodo  de  sentir  y  de 
«expresar  el  sentimiento,  nos  ha  parecido  bastante  bien,  tiene  arran- 
ques notoriamente  dramáticos  en  algunas  situaciones  difíciles  y  le  a- 
yuda  perfectamente  su  vos  robusta  y  clara. 

Había  para  nosotros  cierto  deseo  de  ver  en  representación  la  Forna- 
rinOy  piexa  de  Retes  y  Echeverría.     Su  magnífica  pieza  el  Hereu,  que 


216  

tanto  hemos-,  admirado,  augura  otro  triunfo  espléndido.  No  obotante, 
la  pie»  nos  agradó,  sin  tener  las  bellezas  de  aquella  con  quien  la  com- 
paramos. En  la  JFbrnarina  tocan  loe  autores  un  rasgo  histórico  de 
Rafael  Sanzio  y  de  la  bella  mujer  que  lo  inspiraba,  que  inmortaliza- 
ron reciprocamente  su  nombré.  La  Virgen  de  la  silla,  la  Virgen  del 
candelabro,  son  retratos  de  esa  mujer  incomparable.  ¡A  cuantas  re- 
flexiones se  presta  ese  rasgo  caprichoso  del  hombre!  Y  sin  em  bar 
go,  cuanto  pudiera  decirse,  queda  inerte  en  los  labios  ante  los  miste- 
rios del  -amor-  £|  mismo  León  X  que  le  mandó  negar  la  entrada  al 
Vaticano  á  esta  célebre  mujer,  cuando  Rafael  como  arquitecto  y  pintor 
inmortalizaba  su  nombre,  tuvo  que  doblegarse  ante  las  exigencias  del 
genio,  ante  la  ausencia  de  la  inspiración. 

La  obra  dramática  muestra  un  rasgo  de  la  vida  privada  de  Rafael, 
y  ,1o  embellece  con  el  colorido  de  la  virtnd  y  del  heroísmo  para  hacer- 
lo digno  de  la  escena.  No  cata  precisamente  amoldado  á  la  verdad  ni 
á  la  verdad  histórica,  porque  nadie  se  muere  de  gusto,  cuando  se  va  á 
casar,  y  la  Foroarina  sobrevivió  á  sn  amado.  Rafael  nació  en  1483  y 
y  murió  en  1520  á  los  35  años  de  edad,  y  la  hija  del  molinero,  ó  pana- 
dero como  otros  le  llaman,  murió  ocho  anos  después,  Féro  era  preciso 
amoldar  este  incidente  á  los  precepto»  del  arte  dramático,  barnizarlo 
eon  el  color  de  la  moralidad  y  de  la  fantasía  y  revestirlo  con  un  ropa- 
je  mas  poético  y  más  encantador  que  lo  hiciera  digno  del  hombre  in- 
mortal cuya  admiración,  cuyo  recuerdo  se  evocan  en  el  teatro. 

Los  personaios  Julio  y  Aecanio  son  paramente  episódicos  é  inútiles 
en  la  trama»  Late  es  on  defecto  que  condena  la  escuela  clásica. 

Si  se  tratara  sólo  de  Echeverría,  que  es  partidario  acérrimo,  del  más 
exagerado  romanticismo;  podría  ser  disimulante  este  defecto,  que  sólo 
tolera  esta  escuela  en  tanto  qne  se  hagan  sobresalir  beHeeas  cíe  primer 
orden;  pero  no  es  lo  mismo  si  consideramos  que  Retes  ha  puerto  tam- 
bién su  inteligencia  en  ese  nuevo  drama;  Retes,  el  clasico  por  excelen- 
cia, el  mismo  que  en  otras  piezas  deja  consignado  su  bücfn  gasto  por  la 
esencia  clásica,  y  que  alguna  de  ellas  puede  citarse  cómo  modelo. 

Ebto  tiene  una  explicación.  Cuando  en  España  mi  escritor  tiene  ya 
algún  nombre,  sus  obras  son  acogidas  con*  entusiasmo,  y  hasta  lA  críti- 
ca se  muestra  menos  severa,  las  empresas  menos  exigentes,  y  los  edito- 
res más  complacientes  liacia  el  poeta  mimado  por  las  musas  y  aplau- 
dido por  el  público.  En  un  país  en  que  se  escribe  para  vivir,  poco  se 
cuida  de  la  corrección,  de  sosteflener  una  reputación  ya  enclavada  en 
buen  pedestal,  y  se  va  en  pos  de  la  especulación.  No  sucede  lo  mismo 
en  un  país  en  que  se  rive  para  escribir;  alK  se  buscan  los  reflejos  de  la 
gloria  y  se  procura  escribir  acercándose  cuanto  sea  posible  i  la  perfec- 
ción que  marca  los  preceptos -de  las  principales  escuelas. 

La  Fornarina  no  pasa  de  ser  más  que  una  pieza  muy  mediana" 

Algunos  individuos  que  junto  á  nosotros  §e  sientan»  suelen  tener  en- 
tre sí,  conversaciones  muy  animadas  y  que  nosotros  escuchamos  con 
el  mayor  placer.  En  una  de  las  últiqjas  funciones  se  estableció  rin  duV 
logo  muy  divertido. .         *    ' '  ' 


217 

— Allí  esta  Ju  venal,  decía  tino;  es  profese  que- esté  prepataado  siís 
afiladas  tijeras  para  cortar  el  vestido  de  las  actrices;  pues  para  esto  de 
modas  és  más  inteligente  qae  cualquiera  modista  francesa*  Debía  Cou 
cha  Padilla  encargarle  la  dirección  de  bus' veatidoa,  y  saldrían  de  re- 
chupete, < 

,  /—No;  lo  que  debe  estar  cortándole»  sn  pluma  de -avestruz,  para 
darle  su  tociada  dominical  i  Guasp.  Cuando  Tancredo  tenía  su  palco 
en  este,  teatro,  Guasp  era  elogiado  coroo  un  gran  actor.  Hoy  que  so  te 
tiene  ya,  Guasp  ha  convertido  el  teatro  en  jacalón,  y  él  y  los  actores 
son  media-cucharas* 

—Algo  bueno  debe  encontrarse  en.  est&ieatrito  que  le  llame  la  a- 
tencióiu,  puesto  que  no  falta,  y   au  asistencia  es  muy  temprano. 

— *¡Áy  Perico!  no  deseo  a  mi  mayor  enemigo  la  ta«»a  de  escritor;  se- 
so de  tener,  que  decir  forzosamente  does  veces  á  la  seihana  ioquopasa, 
y  decirlo  con  gracia,  coa  novedad  y  con  interés,  e&>  obra  de  romanos! 
Dichosos  actoreaque  han  merecido  las  censuras  de  Juvenal,  porque  se 
levantan  en  la  consideración  pública.  *  > 

—He  (notado  que  Guasp  es  más  aplaudido  por  el  público,  cuanto  o» 
tnáa  censurado  por  los  entróos. 

Nosotros  nc  sabemos  hasta  qué  punto  pueda  ser  cierto  esto.  Si  así 
fuere,  debe  la  compañía  del  Principal  desear  cada  noche  una  graniza- 
da de  aplausos,  y  cada  día  una  censura  Monitoriana.    » 

^vii. 

Los  acontecimientos  que  han  tenido  lugar  eñ  el  teatro  de  la  guerra 
han  hecho  languidecer  una  parte  de  nuestra  sociedad  que  concurre  al 
teatro,  y  á  esto  creemos  atribuir  la  escasa  concurrencia  que  ocupa  la3 
localidades  en  el  Teatro  Nacional. 

«El  Anillo  del  Diablo,"  que  se  ha  montado  últimamente  en  este 
gran  teatro,  logró  llamar  la  atención  del  público,  tan  afecto  á  las  come 
dias  de  magia,  y  lo  invadió  las  tres  veces  que  se  ha  represen tado.  Oon 
esa  vara  mágica,  se  ha  logrado  despertar  al  público  de  esa  somnolen- 
cia en  que  ha  «atado  tanto  tiempo,  y  no  dudamos  que  Tos  cuantiosos 
gastos  que  la  empresa  ha  hecho  para  montar  debidamente  esa  obra, 
sean  indemnizados,  y  proporcionen  una  buena  ganancia  a  esos  simpáti- 
cos actores.  Hasta  ahora  solo  hemos  oído  hablar  bien  de  la  menciona- 
da comedia  de  magia:  los  divertidos  juegos  escénicos  han  venido  á 
compensar  en  su  línea  la  ausencia  que¡  notamos  de  la  estimable  Sra. 
Rodrigue*.  En  el  Teatro  Principal  se  desempeñó  con  gracias  muy 
naturales  la  pieza  del  teatro  español,  titulada  "Viva  lá  Libertad"  en 
que  el  autor  se  propone  poner  en  caricatura  la  exajérada  libertad, 
llevada  hasta  el  hogar.  La  Sr&  Navarro  hízo  una  criada  vivaracha;  y 
la  Srita  Servin,  una  señora  fanática  por  la  independencia  de  su  sexo 
en  su  calidad  de  esposa;  Lóseos,  un  "graciosísimo  gallego;  estos  tres  ti- 
pos no*  divirtieron  muchísimo,  y  fueron   frenéticamente  aplaudidos. 


218 

La  Btjl  Navarro  con  nn  gesto,  con  una  interjección,  provocó  la  hilari- 
dad, y  arrancó  vehementísimos  aplausos. 

La  pieza  en  nn  acto  del  Sr.  Luciano  Frías  y  Soto,  titulada  EL  Sanio 
Gremio,  se  puso  en  escena  la  noche  del  jueves  en  el  Teatro  Principa]. 
En  esta  pieza  se  nota  desde  luego  la  falta  de  acción,  de  trama,  de  en- 
redo dramático,  que  pueda  darte  algún  interés.  Es  un  cuadro  de 
costumbres  en  que  se  maestra  que  tres  parejas  matrimoniales  viven 
muy  mal  en  su  estado,  en  continua  riña,  y  escandalizando  a  los  ve- 
cinos. Es  preciso  que  en  estas  piezas  frivolas  no  se  descuide  el  fin 
moral  ó  filosófico  sólo  por  hacer  reír  al  presentar  un  cuadro  de  cos- 
tumbres; pero  sí  embellecerlo,  buscar  la  parte  ridicula  de  esas  costum- 
bres: ¿qué  debemos  deducir  del  pensamiento  de  esa  piesecitafyqoé  na- 
die debe  casarse  porque  los  matrimonios  se  descomponen?  Si  el  Sr. 
Frías  y  Soto  reflexiona,  verá  que  hay  uo  vacío  en  su  piesa,  y  este  va- 
cío es  la  acción.  Lo  único  que  puede  considerarse  como  más  cóinico, 
son  los  caracteres^  porque  coda  persona  tiene  en  su  lenguaje  algún 
rasgo  prominente,  y  notoriamente  ridículo;  pero  estas  cualidades  ae 
realizarán  perfectamente  desarrollando  un  pensamiento  cómico;  de  la 
manera  que  está,  sólo  son  figuras  fotográficas  rafa  ó  menos  dibujadas 
con  ingenio  y  con  aljruno*  chistes  agradables;  pero  nada  más:  No- 
sotros conocemos  muchas  personas  que  allí  están  daguerrotipadas;  es- 
posas imprudentes  ooino  Susana,  tímidas  como  su  esposo,  y  así  iríamos 
diciendo  de  I03  «lemas;  pero  aun  cuando  estos  personajes  son  reales, 
par  que  sean  interesantes,  es  pfraciáo  darles  una  buena  colocación  en 
ese  cuadro  de  costumbres.  No  hubiera  sido  necesario  colocar  tantas 
figuras;  una  de  las  oosas  más  difíciles  es  el  caracterizar  y  sostener  el 
carácter  con  frases  expresivas,  con  reducidos  y  concretos  pensamientos; 
pues  bien,  en  algunos  de  estos  personajes  hay  estas  cualidades. 

£l  autor  ha  colocado  muchísimas  figuras  para  una  pieza  en  un  acto; 
acaso  haya  tenido  oportunidad  de  observar  que  en  estos  juguetes,  sin 
duda  los  más  difíles,  son  más  interesantes  y  campea  más  el  ingenio 
cuando  más  reducido  es  el  número  de  personajes;  hay  tiempo  y  Tugar 
para  desarrollar  un  pensamiento  ingenioso.  Un  marido  que  es  cam- 
pesino, de  educación  grosera  que  viene  á  casa  agen*,  y  se  recuesta  á 
dormir  en  un  sofá,  no  tiene  ningún  interés  por  verdadero  que  sea  ese 
tipo. 

£1  público  recibió  con  frialdad  esa  pieza,  aunque  no  dejó  de  reírse 
con  algunas  sales,  por  la  carencia  de  acción  que  la  ha  hecho  langui- 
decer. 

Quizá  esto,  hará  que  el  Sr.  Frías  y  Soto  se  proponga  otra  vez  bus- 
xsar  un  pensamiento  más  feliz,  formar  con  él  una  trama  enredada,  bus- 
car la  parte,  ridicula,  y  sacar  de  su  desenlace  una  lección  filosófica  ó 
moral;  cuando  esto  haya  conseguido,  podrá  ir  colocando  en  este  pano- 
rama sus  figuras. 

Nosotros  hemos  tenido  oportunidad  de  leer  un  drama  sencillo  en  su 
acción,  tranquilo  en  su  desarrollo,  conmovedor  en  su  desenlace,  que  ha 
escrito  el  mismo  Sr.  Frias  y  Soto,  y  qué  nos  parece  más  bien  acabado, 


210 

puesto  que  es  tm  estudio  más*  serio;  se  titula  Poema  dd  alma.  Quizá 
en  esta  obra  podrá  lucir  el  autor  su  ingenio,  y  sea  recibido  con  más 
entusiasmo  per  el  pública 

A  nosotros  noe  complace  que  en  México  se  escriba  para  el  teatro,  y 
que  cada  autor  consiga  entre  muchos  dramas  ó  comedia*  malas,  pro- 
ducir alguna  mediana  siquiera.  JNoestá  la  dificultad  en  que  se  es- 
criban piezas  triviales,  sino  en  que  no  se  pongan  en  escena  para 
que  el  mismo  autor  vaya  conociendo  el  camino  <juc  debe  seguir. 
Sin  haberse  escrito  y  representado  A  la  t*ja*  viruHasy  no  habría  ve- 
nido El  pelo  de  la  dehesa  ni  la  ¿Quiénes  eüat  de  Bretón, 

£1  8r.  Peón  Contaras,  hace  dos  años,  no  pensaba  escribir  para  e\ 
teatro,  y  lo  que  alentó  sus  esfuerzos  fué  vec  representada  su  pri- 
mera producción. 

Alguno*  escritores  mexicano*  abe  cultivan  la  literatura  dramitiea, 
desagradados  con  la  empresa  del  Teatro  Principal,  retiraron  sus  obras, 
y  las  pusieron  bajo  la  protección  de  la  Sra.  Roariguez:  esta  Sra.  con  la 
complacencia  propia  de  su  carácter,  acojo  benigna  las  producciones 
mexicanas»  y  ha  comenzado  á  ponerlas  en  esoena*  alentando  con  esto 
á  sus  autoreé.  La  primera  que  ha  representado  es  un  drama  históri- 
rico  en  un  acto,  escrito  por  el  Sr.  D.  Juan  de  Dios  Domínguez  titula- 
do El  Hidalgo  Gabriel  TeUez,  que  se  ha  publicado  en  el  folletín  del 
Correo  del  Comercio. 

La  Sra.  Rodrigues,  nos  manifestó  deseo*  alguna  ves  de  proteger  nues- 
tra naciente  literatura  nacional;  y  considerando  que.  las  producciones  de 
nuestros  escritores  noveles  no  han  de  carecer  de  defecto»*,  nos  decía 
que  los  actores  pueden  suplir  con  el  baten  desempeño  algún  vacío  de 
la  obra  y  disimular  tal  ó  «mal  defecto,  bordando  oob  las  dotes  del  arte 
el  cuadro  que  pudiera  ser  árido  ó  escaso  de  colorido.  Es  indudable 
que  del  buen  desempeño  de  una  obra  dramática,  depende  su  buen  éxi- 
to, cuando  el  autor  lleva  el  contingente  de  su  genio;  y  de  este  conjun- 
to resulta  el  nombre  del  autor,  y  que  cobra  aliento  para  escribir  nue- 
vamente otras  obras  gradualmente  mejoradas. 

El. ingenio  tiene  también  su  lactancia,  su  niñez,  su  virilidad,  su  edad 
provecta.  Un  niño  tiene  nn  estómago  delicado  que  solo  puede  digerir 
la  leche  delgada,  con  que  la  sabia  naturaleza  ha  dotado  a  una  madre, 
en  los  primeros  meses  de  su  alumbramiento;  dadle  á  ese  niño  un  alimen- 
to malo  y  se  morirá;  formadle  el  estómago,  y  con  el  tiempo  estará  ex- 
pedito para  tomar  y  nutrirse  uoa  todos  los  manjares.  Estaa  observa- 
ciones nos  ocurrían  cuando  la  Sra.  Rodríguez,  con  el  mayor  entusias- 
mo, nos  hablaba  de  la  protección  que  pensaba  dar  á  nuestros  compa- 
triotas. * 

El  principio  del  cumplimiento  de  ese  propósito,  es  el  htber  repre- 
sentado la  pieoesita  del  Sr.  Domirignei,  que  ha  sido  tan  bien  desempe- 
ñada 

El  Sr.  Domínguez  se  prepuso  formar  un  drama  de  un  episodio,  que 
él  cree  histórico,' del  Maestro  Tirso  de  Molina.   El  autor  deberá  tener 


B2Q 


buenos  datos  historie***;  lo  qne  e*  nocetro%'8Ól6fS*bei&es  que  fué  un 
magnífico  poeta  dramático,  y  que  se  ignora  enando  iwciq,  cuando  pro- 
fesó y  murió.  Supongamos  el  hecho  histórico,  puesto  qtWjSÓlo  el  autor 
es  el  responsable,  en  caso  de  que  Calumnie  á  un  muerto*  Se  nota  des- 
de luego  que  el  autor  oon  cierta  timidez  no  hiao.otna-cos*  quo  poner 
-en  escena  ese  pensamiento,  ese  ¿asgo -ficticio  de  un  hombre  notable; 
con  exactitud  matemática,  sin  deavirtaar  el  hoclio  cent  reoortee  ó-  inci- 
dentes dramáticos,  adaptables  en  el  frttre  paca- dar  :inte»<»  ala  fábula* 
Escrupuloso  él  Sr.  Domingitei,.  en  ;e$te  cafo  no  «ka  -creído-  jndto  alte- 
raí  la  verdad,  y  no*  presenta  el  ho^hp  tal  cual  pasa  Nosotros  .vemos 
que  para  dar  interés  á  la  verdad  histórica  que  se*  ha  de  referir  un  el 
teatro,  es  necesario  revertiríamos  algunos  lancoBrfiuricioa;  <k  A-ida  real 
es  árida;  los  hechos  de  personaje»  notables,  aunjos  qne  ltevfen  el  sello 
de  la  ftnnort&lidad,  careoen  ckr  r*>a  beHesa  qne.  el  teatro  «educe  y  cau- 
tiva nuestra  admiración,  y  por  eso  lá  fantasía  ¿oe  reviste  ccbrbns  pre- 
ciosas galas.  El  8r.  Demitiguez  debió  considerar,  qu*  én  e*  caeo,  no  es 
él  un  historiador  severo  qne  relata  la  verdad,  Ano  pn  poeta,  nn-filóso- 1 
fo,  que  va  á  entretener  á  su  auditorio,,  á  mostrarte  las-  dotca  <de  su  in-| 
ven  ti  va.  Además,  en  nn'róto  ateto  no  feria  posible;  ¡ni  desarrollar  un 
plan  grandioso,  ni  caraóteriaa»  deMdatnente  á  los  persortajes,  ni  prepa- 
rar Una  acción  enredada.  Peroaoeptajido  este  trabajó  tal  ¿mil  lo  pre- 
senta su  autor,  vemoó,  aunque  en  miniatura,  lo»  rasgo»  prominentes 
del  carácter  de  D.  Genfcdb  de  Girón,  de  ©*biW  TelitíR  y  defiépemn- 
za.  En  tres  palabra  noá  ttautíeta  el  autor  mv  epílogo j  y  lio  podría  eer 
más  concreto:  Gabriel  toma  «l  hábito  de  religioso  meréedario  yEspe- 
rauza  el  de  riionja  de  Sahta  María.  El  claawtro  era  en  *qtiel  tiempo 
donde  se  amortiguaban  las  pasiones,  y  donde  se  'eTxfefrábttn  todas  los 
recuerdos.  n    < 

Nosotros  ft-licitatnes  al  Sr.  Domínguez  por  él  b*en  resultado  de  éfu 
pequeño  dramita,  y  creamos  qrie  esto  lo  alentará  á  escribir  otros  mti- 
choa  sobre  los  fecundos  acontecimientos  de  nuestra  historia.  Beta  pie- 
cesitH  la  ha  dedidaco  el  autor  al  Sr.  Peón  Gontreras. 

El  Teatro  Printípal  anancia  pata  el  jueves  próximo  una  comedia 
del  Sr.  J.  Sebastián  Segura,  titulada  «'Ambición  y  Ooqitettsmo,,,  y  pa- 
ra más  tarde  otra  pieaá  nueva  del  fecunde  Sr.  ,Peón  Gontreras. 

Nosotros  hemos*  tertwlo  el  gusto  de  ver  el   prímerensayo  de  la  que 
¡  se  representó  el  jueves.  Sólt»  «Hrtírrtos  •  qiíe  e«  nnrt  comedia  de   costum- 
bres mexicanas,  amoldada  a  los  preceptos  de  1h  escuela  clásica,  y  del 
coy  te  de  Jas  de  Morátfn.' 

Efcfca  obra  inaugura  tin  mo/vimiéhto  intelectual  ehotra  tía  distinta 

;  de  las  que  hasta  hoy  han  recorrido  nuestros   escritores  dramáticos;  di- 

i  ftol  es  la 'Comedia,  y  la  del   Sr.  Segura  será  *pifedia*ai  debidamente 

pot  loe  partidarios  déla  esoneki  clásica,*  por  los  que  eea^  capaces  de 

conocer  y  distinguir  las  verdaderas  bellezas  de  las  falsas. 

AüDche. fuimos  invitados  á  owctrrir  *1  «Teatro  Pnampaí,  donde  la 
Sociedad  ¿fetzahunltoyutA  cUba  uua<ta  sue  funciones  j&ensuale*. 


-  221 

Nosotros  liemos  admirado  la  constancia  de  esas  sociedades  compues- 
tas en  su  mayor  parte  de  personas  notables  de  nuestra  culta  sociedad, 
que  ensaya  la  literatura*  que  se  dedica  á  la  música,  y  qne  oouio  exhu 
berancia  de  amor  6  toda  clase  d%<  adelantos,  se  dedica  también  k  la  de- 
clamación. Más  digna  de  elogio  nos  parece  la  abnegación  de  Ims  seño- 
ras que  forman  esa  Sociedad,  lo  mismo*  que  !*<}««  lleva  el  nombre  de 
"Sociedad  Alianza,,,  y  que  da  cada  mea  «n  el  Teatro  Arbeu  una  fun- 
ción dramática. 

Muchísima?  «wi edad  es  hay  en  México;  unas  caen  en  el  olvido;  otras 
apenas  dan  renales  de  vida,  Mientras!  que  las  dos  qne  mencióname, 
debido  á  su  esfuerzo,  con  su*  prof  ios  recursos  están  en  actividad,  y 
son  patentes  sus  adelantos.  Verdaderamente  nos  causa  entusiasmo  ver  í 
en  las  distintas  localidades  del  teatro  á  tan  simpáticas  Señoritas  osten- 
tar sus  listones  que  las  designa  miembro*  de  esa  asociación  cuyas  prin- 
cipales cualidades  fon  la  constancia  y  la  abnegación. 

Allí  vimos  entre  el  grupo  de  actores   £  fiueátro  querido  Dr.   Peredo 
haciendo  el  ¿ápel  dé  f>.  Leotiartfó  en  una  pieza  en  un  acto.  Imposible, 
hubiera  sido  conocerle,'  sino  ftiera  porque  srt  voz  y   los  «plausos  con 
que  fué  saludado,  no  ñas  hubiera  déntrnéiado  á  nuestro  buen  amigo:' 

Un  dfama  de  Tamayo  y  Baife,  tal  vez  traducido  del  francés,  se^  re- 
presentó* anoche  en  el  Teatro  Nacional;  su  título  es  "Angela,  rr        * 

Esta  obra  '  patecé  escrita  expresamente  para  que  puedan  lutírse  los 
actores,  y  entonces  el  escrito!-  tiene  que  eortar  las  alas  á  su  fantasía 
y  escribir  violentado  por  las  circunstancias;  esta  pieza  de  brocha  gor- 
da, carece  de   situaciones  verdaderamente   dramáticas,  y  en  su   trama 
6e  nota  la  falta  de  naturalidad}  sus  resortes  son  rebuscados;  y   se  han  I 
empleado  personajes  inútiles,  sin  un  color  y  un  carácter  determinado; 
y  sin  ser  espontáneamente  dibujados.   Si  la  pieza  agradó,  podemos  a- 
segurar  fué  por  el  trabajo  artístico,  y  no  por  el  intelectual.    Nada  di- 
remos de  la  Sbi.  Rodríguez;  tendríamos  qne  repetir  hacia  ella  las  fra- 
ses de  admiración  que  siempre  nos  ha  inspirado;  pero  si  diremos  4no! 
el  Sr.  Galza,  estuvo  perfectamente  bien  en  las  dos  escenas  últimas.      j 

lia  actitud  para  referir,  casi  e^piraado,  .la  trama  infernal  que  él  ur- 
dió pfcrá  sacrificar  á  stt  víctima;  y  «1  acto  mismo  de  morir,  estuvo  ar- 
tísticamente ejecutado.  Podrírttfi os  decir  que  ésta  escena  final,  y  la  re- 
tirada de  Angela  en  la  penúltima1  issceria,  fueron  las  únicas  qué  nos 
causaron  emociones.  El  plíbMeo  hfa  Quedado  complacido,  muy  especial- 
mente en  el  tnibajo  del  Bt».  Galza.    * 


vitt 


La  fatalidad  hizo  que  no  pudiéramos  concurrir  ál  teatro  en  las  no- 
ches en  que  se  han  representado  varías  piezas  nuevas  de  autores  tnexi* 


h         i  ***  i 

canos)  pero  según  hs  noticias  que  «os  comunican  los  periódicos,  han 
nido  aplaudidos* 

Rara  vez  dejamos  de  asistir  al  teatro  cuando  vemos  anunciada  una 
obra  de  autor  mexicano;  la  afición  que  tenemos  i  esta  clase  daespee- 
táculos,  y  el  deseo  de  conocer  los  adelanto?  de  nuestros  compatriotas 
en  este  ramo  de  la  literatura»  nos  atrae  y  nos  seduce.  Ojala  y  esta  in- 
clinación fuera  peculiar  i  nuestra  sociedad. 

Hemos  oído  hacer  grandes  elogios  del  último  drama  del  Sr.  Peón 
Contreras,  y  algunos  de  nuestros  amigos,  que  no  se  apasionan,  nos  han 
asegurado  que  »*Jnan  de  Villalpando"  tiene  escenas  hermosísimas,  tan 
hábilmente  dibtyadas  nomo  las  que  el  autor  describe  en  su  "Hija  del 
Rey." 

Uno  de  nuestros  amigos  y  compañeros  de  redacción  ha  tomado  so- 
bre si  la  tarfea  de  analizar  esta  obra  y  de  comunicar  bus  impresiones 
á  nuestros  lectores;  su  juicio  debe  ser  fundado  si  atendemos  á  sn  ca- 
pacidad y  á  sus  conocimientos. 

Con  motivo  de  la  representación  de  la  "Cadena  de  Hierro»  se  han 
suscitado  en  la  prensa  algunas  discusiones.  Unos  encuentran  la  obra 
acabada;  otros  imperfecta;  unos  oreen  que  de  la  obra  se  desprende  ti- 
na lección  filosófica  muy  interesante,  j  la  moral  en  ación;  otros  califi- 
can la  obra  do  inmoral  porque  muestra  las  llagas  vergonzosas  de  nues- 
tra sociedad,  ante  ella  misma,  sin  guardar  el  decoro  que  se  le  debe,  des- 
corriendo un  velo  misterioso  é  indiscreto  ante  los  ojos  de  las  jóvenes 
candorosas.  Nosotros  hemos  sostenido  que  esta  pieza  todo  puede  te- 
ner, menos  inmoral;  que  la  adúltera  es  una  mujer  qun  se  presenta  á  la 
vergüenza  ante  esas  mismas  ñiflas  candorosas  para  que  aterrorizadas 
con  el  crimen  huyan  de  él  La  historia  nos  refiere  que  los  lacedemo 
nios,  cuando  veían  en  la  calle  a  un  hombreen  estado  de  embriaguez 
llevaban  á  sus  hgos  pequeños  á  que  lo  vieran  para  que  se  horroriza- 
ran, y  para  que  a  la  embriaguez  la  vieran  con  aborrecimiento.  Jamás 
se  acusó  su  conducta  como  un  acto  inmoral 

En  ese  grande  océano  de  opiniones  no  es  posible  que  todas  estén 
conformes.  Muchos,  que  quieren  aplicar  al  teatro  y  á  la  política  la 
moral  cristiana,  sólo  anhelan  absurdos,  mientras  que  otros  quieren  ver 
allí,  puestas  en  ación,  las  tremendas  pasiones. 

Nuestro  buen  amigo  el  Sn  Altamirano,  al  examinar  como  crítico 
"Xa Cadena  de  Hierro,.»  ha  levantado  muy  alta  la  escuela  francesa  mo- 
derna y  ha  condenado  la  escuela  española  antigua;  de  paso  ha  criticado 
con  frases  muy  despreciativas  las  producciones  del  Sr.  Peón  Contreraa 

Nosotros  creemos  que  hay  algo  de  error  en  esas  apreciaciones,  y  un 
exagerado  fanatismo:  cada  escuela  tjene  sus  bellezas;  cada  escuela  tie- 
ne sus  tendencias  moralizadoras  jr.su  fin  filosófico.  Habría  primero 
que  resolver  cuál  de  las  dos  escuelas  es  mejor,  en  el  sentido  de  ense- 
ñar, de  corregir  y  deleitar,  y  después  examinar  cuál  de  los  dos  alum- 
nos de  una  y  otra  se  acerca,  más  4  la  perfección. 

Muy  antigua  es  esta  lucha  estire  las  dos  escuelas;  hace  mi»  de  cien 


223 . 

años  que  ambas  se  disputan  los  laureles  del  triunfo. — El  Conde  de  A- 
randa,  Ministro  de  Carlos  III  en  España,  con  toda  la  influencia  que  le 
daba*  su  posición)  apenas  pudo  vencer  la  repugnancia  que  los  actores 
tenían  de  implantar  en  el  teatro  Español  obras  de  estilo  francés,  y  aun 
se  refiere  que  el  actor  Espejo  pretendió  que  en  la  tragedia  de  Sancho 
García  se  pusiera  un  par  de  graciosos  para  quitarle  el  sabor  afrancesa- 
do. El  mismo  Conde  de  Aranda  hizo  traducir  algunas  tragedias  fran- 
cesas para  ir  formando  el  gusto  de  los  españole»,  ««después  de  los  si- 
glo*) continuos  de  ingenioso  desatinar  u,  sejjún  Moratín. 

¿Qué  extraño  sera  que  en  nuestro  suelo  y  en  nuestros  días  se  perci- 
ban todavía  los  reflejos  de  aquel  astro  que  se  hundió  en  su  ocaso? 

El  Sr.  Peón  Contreras  que  tantas  pruebas  nos  lia  dado  de  su  talen- 
to, tiene  predilección  por  esa  clase  de  dramas  caballerescos;  los  que 
somos  afectos  al  teatro  francés,  no  haremos  otra  cosa  que  admirar  los 
rasgos  de  ingenio  que  nos  revelan  sus  composiciones,  y  lamentar  que 
no  haga  sus  ensayos  en  la  escuela  social  moderna  en  que,  no  dudamos, 
pudiera  sobresalir.  Que  sea  un  poco  más  filósofo  en  la  elección  de  sus 
asuntos,  y  adquirirá  nuevos  lauros. 

El  Sr.  Monroy,  cuyo  nombre  no  es  desconocido  como  autor  dramá- 
tico, quiso  conmemorar  el  aniversario  de  la  acción  de  Churubusco,  es- 
cribiendo para  ese  día  un  drama  patriótico.  No  es  estéril  el  asunto,  y 
el  autor,  á  quien  sólo  conocemos  de  nombre,  y  como  un  lirista  notable, 
escribió  ese  drama  con  la  inspiración  del  poeta  y  el  entusiasmo  pa- 
triótico del  mexicano.  Como  un  fantasma  se  le  presentaba  á  cada  paso 
esa  página  sangrienta  dé  nuestra  historia,  y  poco  podría  halagar  los 
gloriosos  recuerdos  de  los  espectadores  las  sombrías  escenas  de  ese  día 
luctuoso. 

El  estro  poético  y  el  entusiasmo  guerrero,  fueron  los  únicos  elemen- 
tos de  que  pudo  disponer. 

Su  obra  es  más  bien  un  canto  épico  que  un  drama  sujeto  á  las  re- 
glas del  arte.  El  autor  ha  sido  saludado  con  entusiasmo  y  con  afecto. 

Al  repetirse  la  representación  de  la  "Cadena  de  Hierro»!  solo  se  au- 
mentaron los  aplausos,  las  felicitaciones  al  autor  y  una  corona  de  la 
Sociedad  Gorostiza;  el  autor  hizo  desde  luego  una  corrección  eu  su 
obra,  aquella  reminiscencia  de  la  muerte  del  ilustre  Juárez,  que  no  te- 
nía objeto  en  la  trama,  y  sí  parecía  que  era  un  llamamiento  muy  sig- 
nificativo á  los  correligionarios  políticos  pidiéndoles  un  aplauso. 

£1  último  domingo  se  puso  en  escena  también  en  el  Teatro  Nacional, 
el  drama  del  Sr.  Estrada  y  Zenea,  titulado  "Luisa  Zigea,n 

En  esta  noche  no  pudimos  concurrir  al  teatro:  por  esta  causa  no  te- 
nemos el  gusto  de  analizar  esta  pieza  histórica,  y  referir  sus  bellezas 
y  aun  sus  defectos:  el  Sr.  Zenea  es  un  escritor  bien  conocido  del  pú- 
blico, y  sus  escritos  los  ha  recibido  con  aplauso;  ésto  nos  hace  creer 
que  su  obra  dramática  tenga  algunas  bellezas. 

La  empresa  del  Teatro  Nacional  hace  grandes  esfuerzos  para  com- 
placer al  público,  el  cual  no  ha  correspondido  premiando  con  su  concur- 


22jE _=— = 

so  constante  y  numeroso  á  ese  llamamiento.  La  Sra.  Rodríguez 
y  9us  colegas,  no  han  cesado  de  protejer  la  literatura  de  nuestro  país. 
Anoche  debió  ponerse  en  escena  una  pieza  en  un  acto  del  Sr.  D.  Juan 
de  Dios  Peza,  titulado:  "Un  Epílogo  de  Amor." 

Parece  que  la  indisposición  repentina  de  una  nifiita,  actriz  eft  la  pica- 
za, impidió  la  representación,  la  cual  despierta  nuestra  curiosidad,  y, 
deseamos*  verla. 

Poco  hemos  podido  decir  respecto  de  teatro  en  esta  semana,  cuando 
ha  sido  la  más  fecunda  en  novedades;  cuando  nuestros  amigos  y  com- 
patriotas han  sido  saludados  por  un  público  galante,  conocedor  y  jus- 
ticiero; pero  nuestra  ausencia  del  teatro  en  estos  días,  nos  privó  de  po- 
ner al  corriente  á  nuestros  lectores  de  las  bellezas  que  contienen  las 
obras  que  á  cada  dta  se  escriben.  Hemos  notado  que  no  bien,. se  ini- 
cia un  movimiento  protector  á  la  literatura,  lo*  escritores  mexicanos 
se  animan  y  se  lanzan  á  ese  terreno  escabroso;  de  ese  movimiento  re- 
sultará mucho-  malo  y  poco  mediano,  pero  cíe  cuando  en  cuando  apa- 
rece rá  una  obra  buena  que  dé  nombre  á  su  autor  y  gloria  a  nuestra 
patria.  Tanto  en  el  Teatro  Principal  como  en  ri  Nacional,  así  mismo 
en  otros  de  segundo  orden,  se  preparan  á  representar  uueras  obras  na- 
cionales. •" 

Luis  G.  Ortiz,  poeta  ctryos  cantos  líricos  son  nota-Mes  y  por  Ib  mis- 
mo estimados,  y  otro  joven  Ortiz,  de  talento  J>ero  de  nombre  obscuro, 
que  no  es  siquiera  pariente  del  anterior;  han  puesto  bajo  la  protec- 
ción de  la  Sra.  Rodríguez  dos  dramas  notables:  el  primero  »  Franccsca 
de  Rimini,"  y  el  segundo  "Mariana  Pineda,»  heroína  granadina.  El 
Principal  pondraen  escena  1»  obra  del  Sr.  D.  José  R^sas,  titulado  »Sw 
Juana  Inés  de  la  Cruz,»  y  otras  que  tiene  ya  en  estudio.  Con  esto,  y 
con  que  el  Sr.  Guasp  abdicara  ese  poder  protector  á  determinada  es- 
cuela, y  acogiera  también  las  traducciones  que  se  le  presenten,  y  pie- 
aas  originales  de  la  literatura  francesa,  conseguiría  dar  variedad  á  los 
espectáculos,  y  no-  recurrir  á  la  repetición  de  algunas  obras  del  teatro 
español,  de  escaso  mérito,  y  qpe  notoriamente  han  desagradado.  No 
basta  que  dos  ó*  tres  abonados  le  pidan  la  repetición  de  un  drama  que 
á  la  mayoría  del  público  ha  fastidiado;  lo»  actores  del  teatro  Principal 
son  estudiosos,  y  no  esquivan  consagrar  so  dedicación  y  su;  tiempo  á 
obras  nuevas,,  porque  así  mantienen  el  intew  en>  «a»  abonado»,  y  la 
concurrencia  constante  a  su  teatro  predilectos 

IX. 

Espejamos  tener  á  la  vista  las  poesías   q«e  fueron  deificadas  á  la 

¡¡  Sra.  Rodríguez  en  sit  brillante  beneficio,  para  adornar   nuestra  revista 

»  de  esa  función,  y  describiría  con  cuanta  exactitud  nos  fuera  dable:  esta 

|  «speranza  nos  abandona,  y  tenemos  qué  dar  cuenta  á  nuestros  lectores 

de  las  funciones  que  han  tenido  lugar  en  otro*  teatros. 

La  ingrata  estación  qiue  se  ha   propuesto  mandarnos  sus   íugratitu- 


225 

des  con  toda  oportunidad  para  aguar  las  funciones,  nos  hacía  temer 
que  la  de  gracia  de  nuestra  simpática  actriz,  la  Sra.  Rodrígut >z,  fuera 
interrumpida. 

No  fué  así;  el  teatro  estaba  adornado  con  gasto,  y  podríamos  decir, 
hasta  con  lujo,  como  es  costumbre  en  esas  noches.  El  público  corres- 
pondió á  la  invitación;  todos  los  palcos  fueron  ocupados  por  lo  más 
selecto  de  nuestra  sociedad;  mujeres  hermosas  que  ostentaban  sus  be- 
llos actractivos,  concurrieron  con  entusiasmo  á  ver  representar  nua  de 
las  obras  más  celebradas  de  la  alta  escuela  francesa,  ••  Adriana  de  Le- 
couvreurti^que  tanto  impresionó  á  nuestra  sociedad  en  las  distintas  o- 
casione6  que  en  México  se  ha  representado.  Al  ver  en  la  escena  á  la 
beneficiada,  se  le  saludó  con  frenesí,  con  esa  vehemencia  que  estalla, 
que  toma  creces,  que  muestra  con  toda  expontaneidad  el  grande  afec- 
to que  se  tiene  á  una  artista  cuyo  nombre  es  glorioso,  cuyos  lauros 
fueron  adquiridos  á  fuerza  de  estudios  y  de  un  anhelo  constante  de 
llegar  ¿  la  perfección. 

Como  todo  el  mundo  sabe,  esta  pieza  es  una  de  aquellas  en  que  pue- 
de mostrar  sus  dotes  artísticas  la  actriz  que-represente  á*  Adriana.  Su 
agonía,  su  muerte,  sale  de  la  esfera  común.  No  es  la  muerte  de  la  en- 
ferma del  corazón;  no  es  la  vida  que  se  extingue  por  falta  de  aire  que 
respirar  como  Sor  Teresa;  no  es  Isabel  muriendo  do  tristeza  y  agobia- 
da por  los  remordimientos;  es  el  veneno  que  corroe  las  entrañas,  y  que 
se  aspira  al  abrir  un  cofre.  Bástenos  decir  que,  en  ¿sta  escena,  la  Sra. 
Rodríguez  estuvo  a  la  altura  de  su  fama. 

Muchas  sociedades  de  México  mandaron  á  la  beneficiada  sus  coro- 
nas; muchos  de  sus  amigo3,  algunos  de  los  escritores  á  quienes  ella  ha 
tegido  guirnaldas,  é  interpretado  pensamientos  que  les  han  dado  glo- 
ria, le  mandaron  suntuosos  regalos;  pero  sobre  todas  estas  demostra- 
ciones esta  \h  expontanea,  la  general,  la  unánime  manifestación  del 
público  que  estima  a  la  señora  y  admira  á  la  artista. 

Quisiéramos  intercalar  en  nuestra  revista  algunos  de  los  soberbios 
pensamiento^  que  en  distintas  poesías  se  dedicaron  á  la  artista;  pero 
nos  ha  sido  imposible  recogerlas;  cada  escritor  ha  tenido  la  misma  pre- 
tenden; quizá  logrenms  en  otra  vez  adornar  con  ellas  nuestro  perió- 
dico. 

Se  puso  al  fin  con  todo  aparato,  «La  Hija  del  Mar.»  que  había  sido 
anunciada  hace  algunos  días.  Como  todas  las  comedias  de  magia,  ca- 
rece de  un  interesante  argumento;  hay  que  entretenerse  con  los  juegos 
escénicos,  apariciones  y  desapariciones  por  escotillón,  algunas  parejas 
de  baile  que  ya  de  ninfas  ya  de  diablas  se  lanzan  al  viento  haciendo 
piruetas. 

La  vista  con  que  concluye  el  segundo  acto,  es  hermosísima;  repre- 
senta el  fondo  del  mar  con  sus  nereydas  y  monstruos  marinos. 

Magnífica  vista  presenta  el  castillo,  y  bellísima  su  transformación 
instantánea,  y  de  una  vista  agradable  la  gruta  de  estalactitas. 


226 

El  templo  del  bien,  las  estatuad  al  natural  sobre  columnas  elevadas, 
y  el  conjunto  de  este  cuadro,  es  sorprendente  y  encantador. 

Aunque  la  concurrencia  del  sábado  en  la  noche  no  fué   bastante,  sí 
es  la  suficiente  para  juzgar  de  la  obra  y  para  recomendarla  á  la  curio- 
'  sidad  de  los  afectos  á  esta  clase  de  escenas  que,  á  la  belleza  de  la  esté- 
|i  tica,  va  unido  lo  maravilloso. 

;'      En  el  coro  de  las   hechiceras  cantó  el  Sr.   Palomera  unas   coplas  dé 
•'  actualidad;  una  de  ellas  decía:  que  estando   el  hambre  en  abundancia, 
i¡  también  el  precio  del  pan  está  subido;  que  hay  uno  que   está  muy  alto 
|  y  que  no  quiere  bajar. — Hay  también  otras  aluciones  á  determinados 
1  funcionarios  políticos. — Como  vía  de  consejo,  que  no  se  nos  pide  pero 
'  que  esperamos  se  ñas  agradezca,  manifestaremos  á  la  empresa  del  Tea- 
!  tro  Nacional  y  al  Sr.  Palomera,  que  no   es  conveniente  llevar  á   la  cs- 
i  cena  las  cuestiones  de  la  política.  Muy  poco  ó   nada  dicen  sus   coplas 
que  no  sea  una  nimiedad,  al  lado  de  lo  que   la  prensa  de   oposición  y 
ministerial  diere  todos  los  días,  con    aplausos  de  unos  y  con   la  rechifla 
de  otros;  cualquiera  alusión  llevada   al  teatro  hará  reir,  hará  aplaudir 
á  los  unes  y  si  se  quiere  á  todos;  ni  los  aludidos,  ni  los  lastimados,  ha- 
rán gran  mérito  de  esas  pequeneces,  es  verdad;  pero  lo  es  también  que 
los  actores  nieven  la  hoz  en  mies  agena,  salen  de  quicio  en  su  trabajo 
de  artistas.  Precisamente  porque  es  una  oficiosidad  poco  oportuna,  se 
atrae  la  reprobación  y  el  odio  de   unos,  aunque  en  cambio  lleve  los  a- 
plausos  y  las  sonrisas  de  otros;  es  nrtiy  imprudente  sacrificar  la  paz  del 
teatro  y  el  bienestar  de  la  concurrencia,  á  set    complaciente  hacia   de- 
terminadas pretensiones  políticas.  El  Sr.  Palomera  tendrá  oportunidad 
de  saber  que  siempre  que  en  los  teatros  de  México   se  ha  querido  ex- 
plotar la  política  y  dar  interés  á  los  espectáuulos   con  algunas  sátiras 
i  contra  bis  autoridades,  no  producen  más  efecto  que  el  de  reir  y  aplau- 
dir por  los  parciales,  y  se  atrae  contra  el  zcquete  coplista,  instrumento 
bastardo  de  pequeñas  pasiones,  y  aun  sobre  la  empresa  misnm,  males 
trascendentales. — Los  actores  no  deben  ingerirse  en  la  política,  porque 
sus  espectadores  6ean  solidarios  del  partido  que  ensalzan,  ó  del  que  cri- 
tican, y  estando  reunidos  en  un   mismo  salón,  no   todos  pueden   tener 
calma  para  aplaudir  ó  ver  con  indiferencia  las  alusiones  y  las   diatri- 
vas  personales.  Distinto  sería  si  todo  el  público   que  asiste  al   Teatro 
Nacional  fuera  de  un  sólo  color  político:  asi  no  habría  celos  ni  se  sus- 
citarían disgustos  en  la  concurrencia. 

Habrá  tenido  oportunidad  el  Sr.  Palomera  de  saber  que  un  aplauso 
del  entusiasta  Sr.  Gnasp  al  Sr.  Lerdo,  fué  comentado  por  la  prensa  de 
oposición  de  nna  manera  desfavorable  al  primero;  le  concita  los  odios 
de  los  enemigos  del  Sr.  Lerdo,  le  atrae  el  amor  entrañable  y  tal  vez  la 
indiferencia  de  sus  partidarios;  pero  él  elude  perfectamente  y  con  vi- 
veza los  ataques  de  la  prensa,  porque  lo  ponen  en  el  caso  de  vindicar- 
se y  decir  muy  alto  para  que  lo  oiga  el  interesado  que  quiere  mucho 
al  Sr.  Presidente;  y  nótese  que  esto  no  lo  ha  hecho  el  Sr.  Guasp  en  la 
escena,  pino  aplaudiendo  la  independencia  mexicana:  ¿podría  él  Sr.  Pa- 


227 

lomera  conseguir  para  el  Teatro  Nacional  una  subvención  del  partido  á 
quien  halaga?  Haga  el  Sr.  Palomera  el  uso  que  quiera  de  estos  consejos. 

El  Teatro  Principal  pnso  en  escena  el  jueves  próximo  pasado   una 
preciosa  comedia  de  Copnigni,  titulada  '«oi  yo  volviera  á  nacer.  n_ 
*  Eóta  pieza,  casi  nueva  en  nuestro  teatro,  ha  sido  recibida  con  agra- 
do; encierra  una  lección  filosófica,  porque  nos  hace  ver  qne  las   leccio- 1 
nes  de  la  experiencia  no  servirían- de   nada  contra  las  veleidades  del 
corazón  y  de  la  Naturaleza  Tiene  escenas  muy  animadas,  una  versífí-  ¡ 
cación  encantadora,  y  una  sal  muy  agradable,  que  nos  deleita.    Pocas 
piezas  habrá  en  el  teatro  español  que  tanto  lleguen  á  seducimos.  » 

El  Sr.  Gnasp  hace  el  reparto  conforme  á  la  aptitud  de  sus  actrices ' 
y  actores.  La  simpática  Chucha  nos  hizo  una  Carolina  muy  interesan- 
te: Concha,  nuestra  estimable  Concha,  una  viuda  consoladora  que  de- 
rramaba el  consuelo  entre  el  desconsalado  Gaspar;  y  la  Sra.  Navarro! 
una  Justa  un  poco  injusta  cuando  se  dejó  engañar  de  Pedro.  En  lo 
que  sobresalió  con  toda  naturalidad,  con  toda  verdad,  con  esa  gracia 
picaresca  que  ella  sola  sabe  emplear,  fué  en  la  Carmen  de  ••  Una  casa 
de  empeño."  Aquellas  caricias  con  el  abanico,  aquellas  miradas  obli- 
cuas y  de  fuego  fatuo,  eran  para  sacar  de  quicio  no  k  un  usurero,  sino 
á  los  más  resistentes  á  la  seducción. 

Se  abre  el  último  abono  en  el  Teatro  Principal.  Guasp  arrea  su  pa- 
bellón, eleva  anclas  y  va  á  surcar  los  mares;  vuelve  á  España  á  buscar 
nuevos  actores  y  actrices,  según  ha  dicho  al  Sr. , Lerdo,  cuando  por  in- 
tiuencias  delSr.  Peón  Contreras,y  nuestro  compañero  el  Sr.  Esteva,  se 
le  han  mandado  pagar  sus  alcances,  y  otorgado  una  nueva  subvención 
durante  su  ausencia. 

La  primera  función  del  décimo  abono  ha  sido  la  Mosca  Blanca;  la 
segunda  será  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz,  de  nuestro  amigo  el  Sr.  Ro- 
sas Moreno.  Deseamos  al  autor,  más  que  los  aplausos  de  la  concu- 
rrencia del  Teatro  Principal,  los  aplausos  de  la  posteridad.  No  duda- 
mos que  el  Sr.  Rosas  Moreno  se  muestre  digno  de  su  nombre  como 
poeta  lírico,  aunque  el  mejor  éxito  de  su  pieza  depende  del  desempeño 
de  los  actores,  y  de  la  propiedad  en  los  trajes.  Quizá  en  esta  vez  no 
hará  uno  de  los  papeles  más  interesantes  la  Sra.  Navarro,  vestida  de 
hombre,  que  tanta  impropiedad  dio  al  personaje  en  El  Pan  de  cada 
día,  ni  habrá  un  general  vestido  de  ropa  vieja,  cual  si  fuera  general  de 
los  arbolitos,  como  en  El  Hombre  Adúltero,  del  Sr.  Esteva. 

Algo  ha  rebajado  el  abono  en  el  Teatro  Principal;  el  público  cansado 
de  ver  repetir  piezas  malas,  6e  aleja  de  ese  teatro  y  va  en  busca  de  no- 
vedades. Ofrece  el  Sr.  Guasp  no  repetir  ninguna  pieza  aunque  agrade, 
pero  esta  promesa  quedará  sin  efecto  si  un  periodista,  tomando  la  voz 
de  los  abonados,  ó  haciendo  uso  del  derecho  de  petición,  suplica  que 
en  vez  de  una,  se  pongan  otras  que  el  público  ve  con  fastidio,  pero 
ahorran  el  estudio  á  nuestros  amables  actores,  más  cuando  están  como 
suele  decirse,  con  el  pié  en  el  estribo.  No  es  por  demás  advertir  que  es- 
ta clase  de  peticiones  si  las  obsequia,  sin  observaciones,  la  empresa  del 
mencionado  teatro. 


228 


Mm.  ffiy Sisa.  &  m  B9m  JUSJ&w&AAm® 

mima  del  st  jdai  líateos. 


La  literatura  teatral  que  se  encuentra  en  sn  infancia  entre  nosotros, 
suele  mandarnos  de  tiempo  en  tiempo  sus  resplandores,  muy  particu- 
larmente en  épocas  como  la  actual  en  que  la  libertad  del  pensamiento 
rompe  los  límites  que  le  marcara  la  tiranía.  Desde  que  brillaron  los 
ingenios  de  Rodríguez  Galvan,  de  Calderón  y  Carlos  H.  Serán,  han 
aparecido  exhalaciones  literarias  que  apenas  han  dejado  memoria  -de 
su  existencia.  Tovar  bajó  a  la  tumba  al  aparecer  en  el  horizonte  el  cre- 
púsculo de  su  genio.  Vigil,  Es  té  van  Avila,  Tovar,  Anievas,  Riva  Pa- 
lacio y  Mateos,  han  dado  al  teatro  sus  producciones;  han  aumentado  el 
catálogo  de  las  obras  nacionales;  pero  todas  esas  concepciones  han  te 
nido,  por  decirlo  así,  una  existencia  fugaz;  apenas  son  conocidas  del 
público  mexicano  y  ninguna  ha  cruzado  los  mares,  para  representarse 
en  los  teatros  europeos.  Esto  se  expKea  muy  bien;  la  literatura  tiene 
su  infancia,  j  las  piezas  teatrales  de  nuestros  poetas,  deformes  como 
son.  no  han  encontrado  admiradores  al  compararlos  con  aquellos  qus  ¡ 
en  otros  países  se  han  elevado  a  la  perfección. — En  México  el  escritor : 
novel  tropieza  con  mi)  obstáculos  insuperables  aun  para  dar  a  la  esce- 
na los  frutos  de  sn  ingenio;  sin  más  estímulo  que  su  gusto  por  la  lite- 
ratura, sin  más  esperanza  que  oír  un  aplauso  de  un  público  glacial,  y 
algunas  veces  apasionado,  y  las  más,  indiferente,  se  lanza  á  e*e  terreno 
escabroso,  lleno  de  espinas  que  se  llama  teatro,  y  en  el  cual  muy  po- 
cos han  alcanzado  justamente  gloriosos  lauros.  El  Gobierno  ha  ofreci- 
do alguna  vez  un  premio  al  escritor  que  presentara  lo  mejor  pieza  tea-  !l 
tral  sobre  la  historia  nacional,  y  se  fijó  un  plazo,  demasiado  corto,  den- 
tro del  cual  no  era  posible  el  concurso  de  todos  los  ingenios  mexica- 
nos; resultó;  que  el  premio  se  adjudicó  a  las  Sres.  Mateos  y  Riva 
Palacio  que  fueron  los  únicos  que  aspiraron  á  é\  de  una  manera  colec- 
tiva; ignoramos  si  recibieron  el  beneficio  pecuniaria  Más  tarde  el  Go- 
bierno del  Imperio  ofreció  premios  al  que  escribiera  la  mejor  comedia 
ó  la  mejor  tragedia;  se  nombró  una  comisión  que  presidiera  este  certa- 
men literario  y  designara  la  pieza  que  mereciera  el  premio.    Sabemos 


229  -,-;_- 

que  mucho»  escritores  mandaron  sus  producciones,  y  <fe  treinta  que  se 
presentaron,  se  escogieron  las   diez  tn(»jore*¿  ¿se  adjudicó  el  premio   á 
alguna  de  ellas?  Nó,  la  comisión  resolvió  que   en  su  concepto  ninguna 
de  las  presentada»  lo  merecía,  y  qoe  debía  prolongarse  el  término  para 
ver  si  en  lo  futuro  nuevos  ingenios  se  exhibían  dignos  de  la  recompen- 
sa: también  inició  la  comisión  fueran  representadas  esas  obra»  teatra- 
les, y  que  el  público  fallara  sobre  jel  mérito  literario   de  cada  una   de 
ellas.  Oreemos  que  la  comisión  no  comprendió  la  mente  del  legislador 
ni  se  colocó  á  la  altura  de  su  misión  en  aquella  vez;  no  se  trataba  pre- 
cisamente de  premiar  la  jjkrfección,  sino  de   estimularlos  adelantos; 
no  6e  quería  recocer  desde  luego  un,  fruto  maduro  y  sazonado,  jino  co- 
locar 1»  semilla  bajo  la  tierra  para  que  algún  día  produjera  nn   árbol 
lozano  y  vigoroso;  en  una  palabra,  se  trataba  de  alentar  á  la  Juventud, 
prohijar  sus   concepciones,  y   colocar  á  muchos   ingenios  obscuros   en 
una  vía  de  emulación  para  que  llegaran  con  un  leve  impulso   á  la  per- 
fectibilidad: ¡quét  ¿s*c  pretendía  que  en  México  comenzaran  los  escritores 
por  donde  acaban  en  otros  países  los  que  han  practicado  con  buen  éxi- 
to la  literatura?  |fexigiría  la  comisión  el  desarrollo  intelectual   k  un  ni- 
ño sin  que  antes  hubiera  ascendido  gradualmente,  para  llegar  al  tem- 
plo de  la  inmortalidad?    Pero  aun   mas  original   nos  parece  el   pensa- 
miento de   que  el  público   calificara  sobre  el  mérito  literario  de  cada 
pieza  que  se  pusiera  en  escena  y  designara  la   que  mereciera  la  prima- 
cía.— El  público  sensato  y  conocedor,  pocas  veces   aplaude,  y  se  Umita 
á  hacer  bu  calificación  según  las  impresiones  del  momento;  no  pone  en 
acción  su  buen  criterio  para  analizar  el  plan,  el   carácter  de  cada   uno 
de  los  personajes  y  las  escenas  que   más  interés  dan  á  la  obra;  su  ob- 
jeto es  divertirse,  posar  distraído  dos  horas  en  el  teatro,  y  se  cuida  po- 
co de  manifestar  su  beneplácito  ó  su  desagrado  convencido  de  que   el 
mal  no  tiene  remedio*  ¿qué  raro  es  oir  en  el  teatro  un  aplauso  justo, 
tril/utado  al  mérito  de)  autor,   y  que   se  manifieste  con  señales    bien 
marcadas  do  entusiasmo!  pero   en  cambio  lastiman  nuestros  oidos   los 
aplausos  que  se  prodigan  á  las  graciosas  muecas  de  Concha  Méndez,  ó 
una  sátira  envenenada  contra  un  enemigo  político:  tales  señales   de  a- 
sentimiento  las  manifiesta  otra  clase  de  público  que  sin  estar  iniciado ' 
en  las  bellezas- del  arte   dramático,  confundido  á   veces  ccn  el   público 
de  buen  gusto,  aplaude  La  Cola  del  Diablo  y  La  Isla  de  San  Balan  • 
drán  con  más  vehemencia  que  la  que  se  empleara  al  ponerse  en  escena 
una  obra  maestra  de  la  escuela  clásica,  ¿Será  que  en  México  se  ha  de- 
bilitado el  gasto  por  lo  que  verdaderamente   es  bueno?  que  el  público 
fuera  censor  nada  tendría  de  extraño  si  pudieran  separarse  los   votos 
apasionados  de  los  amigos  ó  enemigos  del  autor,  y  los  del  público  im- 
presionable por  las  sombras  de  brocha  gorda,  de  los  votos  de  hombres 
de  un  ilustrado  criterio,  y  que  juzguen  según  las  reglas  cardinales  del 
arte  dramático;  aun  en  este  caso,   bien  difícil  sería   recoger,  como  en 
una  urna  electoral,  los   votos-  de  la  censura:  á,  esto  debemos  agregar 
que  los  espectadores  nocturnos  de  los  teatros  eólo  les  llena  el  gusto  las 
piezas  de  Bretón  ó  de  sus  imitadores,  y  condenan  las  de  Tá  escuela  de 


230   [ 

Víctor  Hugo  ó  de  Domas;  sin  considerar  que  todas  las  escuelas  tienen 
sus  bellezas.  En  cuanto  á  la  tragedia,  y  muy  especialmente  la  tragedia 
antigua,  sería  un  despropósito  verla  representar  en  nuestro  teatro  mo- 
derno; de  aquí  resulta  que  los  actore*  poco  se  cuidan  de  estudiar,  si 
pueden,  con  poco  esfuerzo,  salir  del  paso,  para  satisfacer  las  exigencias 
del  público,  atendiendo  a  aquello  de 

El  vulgo  es  necio  y  por  lo  mismo  es  justo 
Hablarle  en  necio  para  darle  gusto. 

Quedaba  otro  órgano  de  censura;  la  prensa:  los  escritores  concienzu- 
dos podrían  hacer  una  calificación  justa,  puesto  que  su  misión  les  im- 
pone el  deb*ir  de  hablar  con  verdad  y  señalar  los  escollo*  con  que  tro- 
pieza un  autor,  deslumhrado  por  los  destellos  de  la  gloria,  marcar  las 
errores  en  que  incurra,  y  las  esperanzas  que  pueda  dar  un  escritor  pa- 
ra llegar  á  merecer  coronas  de  un  mérito  indisputable;  la  prensa  tam- 
bién ha  extraviado  el  buen  camino,  y,  pudiéramos  decir,  ha  saboreado 
los  frutos  inmaturos  del  genio.— -Él  Siglo  XIX y  Él  Monitor  en  otras 
épocas  lejanas,  y  muy  recientemente  La  Sociedad,  La  Sombra  y  aun 
La  Patria  han  dado  una  serenata  al  pié  de  los  balcones  del  autor, 
guiados  más  bien  por  nn  espíritu  de  amistosa  parcialidad,  cuando  el 
público,  no  obstante  la  opinión  de  los  periodistas,  casi  ha  silbado  los 
abortos  de  un  pobre  ingenio  y  sofocado  las  aspiraciones  extemporáneas 
de  una  fama  literaria.  El  Sr.  Zamacois  antes  de  poner  en  escena  su 
pieza  última  "Con) a  vara  que  midieres»  tomó  todas  las  avenidas  que 
pudieran  conducir  la  crítica  á  minar  el  pedestal  de  su  reputación,  y 
más  aficionado  á  oir  elogios  apasionados,  que  los  consejos  le  una  crí 
tica  razonada  y  fecunda  en  resultados,  exhibió  su  obra  predilecta  bajo 
los  auspicios  de  los  redactores  de  los  periódicos  que  se  publicaban  en 
aquellos  días;  de  buena  fe  pidió  señalaran  los  defectos  que  encontraran 
en  su  obra  para  corregirlos?  más  aquellos  señores  no  tuvieron  la  fran- 
queza de  indicar  que:  tal  vez  per  no  desanimarlo;  en  cambio  de 
esto  le  tributaron  un  elogio  que  le  abrió  los  horizontes  de  un  por 
venir  lisonjero;  que  prepara  en  su  favor  la  opinión  pública,  sirvién- 
dole de  paracaida  la  calificación  de  los  publicistas  más  sensatos.  El  au- 
tor recibió  los  plácemes  de  sus  amigos,  y  aplausos  que  arráncala  el  es- 
píritu de  paisanaje,  mientras  que  el  público  inteligente  presenciaba 
sin  impresionarse  la  representación. 

Indudablemente  no  es  el  público  el  que  debía  ni  podría  fallar  sobre 
el  mérito  de  las  piezas  que  habían  de  ponerse  en  escena,  sino  exclusi- 
vamente la  comisión. 

Hoy  han  aparecido  varios  jóvenes  que  se  dedican  á  la  literatura 
dando  á  luz  algunas  piezas  de  circunstancias,  escritas  bajo  las  impre- 
siones del  mas  puro  patriotismo;  pero  que  no  por  esto  dejan  de  ser  a- 
pasionadas.  Las  comedias  de  circunstancias  tienen  interés  siempre  que 
se  desliza  en  ellas  un  moral  pensamiento,  aunque  frivolo,  desarrollado 
con  ingenio;  aun  en  este  caso  es  su  interés  momentáneo;  pasados  unos 


231. 

sr==as==s==  ■  '  =====3 

días,  nadie  se  acuerüa^de^ellas  ni  pueden  formar  jamás  al  autor  el  ci- 
miento de  una  reputación  literaria,  mucho  menos  si  se  recurre  á  la  po- 
lítica para  arrancar  aplausos  de  los  partidarios  triunfantes.  Sí  los'  se- 
ñores Riva  "Palacio  y  Mateos,  al  dedicarse  en  otros  días  á  escribir  pie- 
zas ligeras,  de  un  mérito  pasageroy  propiamente  de  circunstan- 
cias; si  en  vez  de  mostrarnos  su  fecundajimaginación  para  dar  cada  se- 
mana una  nueva*hubieran  dedicado  ese^  tiempo  en  formar  obras  bien 
meditadas,  no  dudamos^que  el  teatro  mejicanojjse  engalanaría  hoy  con 
buenas  obras  dramáticas,  en  lugar  de  otras  muchas  que  jamás  darán 
renombre  á  sus  autores.  De  todas  las  que  en  estos  últimos  días  se  han 
representado,  creemos  que  la  única  que  merece  los  honores  de  la  críti- 
ca es  la  del  Sr.  Mateos  quién  tomó  su  argumento  del  asesinato  deLinconl 
El  pensamiento  es  grandioso;  el  sacrificio  de  un  hombre  por  salvar  á~ 
una  raza  de  la  abyección,  puesto  bajo  el  patrocinio  del  teatro,  es  cam- 
po bastísimo  donde  la  imaginación  puede  elevarse  sin  mucho  esfuerzo 
á  las  más  altas  regiones  del  idealismo,  y  mostrarnos  esos  pensamientos 
revestidos  con  las  galas  pomposas  de  la  poesía,  y  con  las  reflexiones 
más  filosóficas  y  morales.  Esa  obra  se  reciente  de  la  precipitación  con 
que  fué  escrita,  y  el  autor  ha  incurrido  en  el  defecto  en  que  in- 
currieran otros  muchos,  cuales  es  el  de  abandonar  eJ  interés  dramá- 
tico, la  acción  creciente,  la  unidad  de  acción,  por  lucir  un  lirismo  mu- 
chas veces  inoportuno,  que  habla  con  agrado  al  oído,  es  verdad,  pero 
que  no  mueve  los  afectos  del  corazón,  ni  dice  nada  á  nuestro  raciocinio. 
*  En  el  primer  acto  se  hace  la  prótasis  del  drama,  presentándonos  un 
ingenio,  donde  los  negros  vestidos  de  gala  se  entregan  á  los  placeres 
en  un  día  de  asueto.  Cristina  y  Ernesto,  descendientes  de  la  raza 
proscrita,  pero  cuya  faz  no  imita  en  su  color  á  la  del  ala  del  cuervo, 
son  los  protagonistas  de  este  episodio;  ellos  se  aman  entre  si,  y  Ernes- 
to, de  sentimientos  nobles  y  generosos,  siéntela  más  vehemente  pasión 
hacia  la  muger  que  embellecerá  sus  días;  Colbert,  sargento  del  ejército 
unionista,  induce  á  Ernesto  á  que  abrace  la  causa  de  la  libertad,  y  á 
que  tome  las  armas  para  combatir  la  esclavitud;  entre  tanto  pide  á  su 
amo  la  mano  de  Cristina:  Harold  la  concede,  pero  más  tarde,  movido 
por  una  codicia  sin  límites,  vende  á  Cristina  á  un  traficante  de  escla- 
vos, y  Etnesto  no  pudiendo  soportar  eI«insulto  gue  se  hace  á  la  huma- 
nidad y  á  la  civilización,  prorrumpe  en  aclamaciones  y  amenazas  con- 
tra su  amo  que  le  valen  una  sentencia  de  muerte;  cuando  los  mismos 
-esclavos  se  preparan  á  ejecutarla,  Colbert  se  presenta  como  caído  del 
cielo  á  pregonar  la  libertad  de  los  negros,  á  protejer  bajo  la  sombra 
de  la  bandera  unionista  á  los  seres  que  hace  tantos  siglos  han  gemido 
en  la  servidumbre.  El  nuevo  Sr.  de  la  desdichada  Cristina  la  arrebata 
de  los  brazos  de  su  prometido,  y  con  ella  se  marcha  en  seguida  Er- 
nesto se  entretiene  en  dirigir  piropos  en  versos  sentidísimos  á  la  ban- 
dera, y  aun  mira  con  cierta  indiferencia  á  la  muger  que,  momentos  an- 
tes, amó.  Los  negros  todos  reciben  con  agrado  á  su  libertador; 
Colbert  ee  marcha  en  pos  de  Cristina  y  de  su  verdugo  para  librar- 
la de  la  esclavitud. 


___ 282. 

-— —— — — .    ,     .  ,.  ,  .  .  r.._         .      .  ^ 

Tal  es  el  argumento  del  primer  acto.  Las  escenas  son  frías,  sin  in- 
terés, sin  animación,  excepto  la  última  en  que  aparece  el  pabellón  ame- 
ricano que  dará  sombra  al  acontecimiento  mas  grandioso  de  nuestro 
siglo;  el  Sr.  Mateos  puso  en  boca  de  Ernesto  unos  versos  robustos,  a- 
rrebatadorcs,  que  inflaman  el  corazón,  que  electrizan  ¿  impulsos  del 
más  ardiente  entusiasmo.  Personas  hay  que  creen  entrever  una  imi- 
tación de  los  versos  que  D.  Antonio  de  Ley vo  dirige  á  su  bandera; 
nosotros  no  encontramos  similitud  en  los  pensamientos  ni  en  la*  imá- 
genes, ni  en  las  palabras;  podría  haber  acaso  una  imitación,  pero  esto 
es  muy  distinto  del  plagio,  y  creemos  que  hay  originalidad  y  bellezas 
en  esos  versos  que  revelan  desde  luego  la  imaginación  ardiente  del 
autor,  y  el  sentimiento  patriótico  con  que  fueron  escritos  6in  tener  que 
robar  á  otros  sus  felices  concepciones.  En  cada  uno  de  los  cuadros 
que  forman  este  acto  hay  cierta  irregularidad,  cierta  languidez  que  nos 
presentan  las  costumbres  de  los  negros  con  pálidos  colores;  ellos  ape-" 
ñas  nos  dan  idea  de  lo  que  sufren  esos  desgraciados  en  la  esclavitud. 
En  la  venida  de  Colbert  al  ingenio  una  y  otra  vez,  hay  cierto  forza- 
miento que  nos  induce  á  creer  que  el  autor  no  encontró  otro  medio  de 
traer  el  pabellón  unionista  al  final  del  acto,  para  lucir  sus  versos,  y  ha- 
ce que  Colbert  se  presente  allí  tan  oportunamente  y  sin  justificar  su 
venida  en  los  momentos  en  que  Ernesto  era  amenazado.  Ese  pabellón 
tuvo  poder  para  salvar  á  un  hombre  de  la  muerte,  á  multitud  de  escla- 
vos de  la  servidumbre,  y  no  lo  tuvo  para  librar  á  una  niuger  de  la  in- 
clemencia de  un  bárbaro  especulador.  Mas  era  preciso  que  la  acción 
siguiera  adelante,  pues  sin  este  incidente  carecería  el  drama  del  interés 
que  le  inspira  el  amor  vehemente  de,  Ernesto.  Como  no  vemos  aíjuí 
naturalidad,  ni  un  empeño  en  desarrollar  en  este  acto  el  pensamiento 
grandioso  de  toda  la  obra;  como  no  vemos  que  se   prepare  una  trama 

3ue  cautive  desde  luego  la  curiosidad  del  espectador,  y  desee  con  avi- 
ez  la  continuación  del  acontecimiento,  y  sí  hemos  admirado  hermosí- 
simos versos,  esta  es  la  razón  que  tenemos  para  creer  que  el  autor  lijó 
en  los  dulces  acordes  de  su  lira  la  esperanza  de  conquistar  un  aplauso. 

En  cuanto  al  carácter  de  los  personajes,  creemos  que  el  único  que 
está  bien  dibujado  y  sostenid%-  es  el  de  Ernesto,  joven  sensible  y  apa- 
sionado, generoso  hasta  la  debilidad,  y  entusiasta  por  eu  causa  hasta 
el  heroísmo. 

El  segundo  acto  pasa  en  un  vivac  al  frente  de  Richmond;  la  acción 
rola  sobre  tres  escenas  que  carecen  absolutamente  de  interés.  Cristi- 
na viene  á  reclamar  í  Ernesto,  elevado  al  grado  de  capitán  en  el  ejér- 
cito, juramentos  de  amor  eterno  que  so  le  hicieron;  el  amante  descon- 
fía de  la  lealtad  de  aquella  mnger,  ahoga  sus  afecciones  vehementes 
por  aquella  criatura  interesante  y  la  rechaza  con  dolor,  ¿os  espíffs 
que  se  han  aprehendido  en  el  campo,  son  reconocidos  por  Ernesto;  el 
uno  era  su  antiguo  amo,  el  otro  el  raptor  y  dueño  de  su  prometida; 
añicos  son  perdonados  por  el  generoso  mulato  y  puestos  cu  libertad, 
dando  así  realce  á  los  sentimientos  más  nobles  del  corazón*    Por  una 


233. 


ventana  que  está  al  fondo  de  la  escena  se  ve  la  ciudad  de  Richmond 
bastante  lejana,  puerto  pile  apenas  se   percibe  el  estruendo  de  la  arti 
Hería,  pero  á  la  luz  de   un  incendio  se  mira  ondear,  á  pesar  de  la  dis 
taneia,  el  pabellón  de  las  estrellas  sobre  las  murallas   de  la  plaza  gue 
rrera. 

En  este  acto  enteramente  la  acción  languidece;  si  se  le  suprime, 
siempre  la  obra  quedará  intacta,  sin  que  tal  mutilación  trunque  los 
acontecimientos  que  nos  lleven  al  desarrollo  del  plan,  ni  á  su  final  des- 
enlace. El  asalto  de  Richmond  solo  se  transmite  á  los  espectadores 
por  medio  de  relaciones  que  no  tienen  vigor,  que  carecen  del  interés 
escénico,  y  que  no  cautivan  nuestra  curiosidad.  El  telón  cae  y  la 
frialdad  más  absoluta  domina  al  auditorio;  no  se  escucha  un  tólo  a- 
plauso,  un  murmullo  siquiera,  señal  inequívoca  de  que  no  se  esperi- 
menta  sensación  alguna. 

En  el  acto  tercero  se  forja  el  plan  para  el  asesinato  de  Linconl.  li- 
bertos que  se  entregan  á  los  excesos  de  la  embriagues,  y  asesinos  que  á 
la  luz  de  las  bngías  y.  entre  los  vapores  del  rom  traman  la  muerte  de 
hombres  que  han  admirado  el  mundo.  Colbert,  como  buen  ameri- 
cano, y  Bautista,  esclavo  rico  y  pendenciero,  por  su  afición  a  la  embria- 
guez, se  trasluce  debe  pertenecer  a  alguna  sociedad  de  intemperancia., 
sostienen  con  cansados  diálogos  la  marcha  de  la  acción.  Colbert  sospe- 
cha que  algún  fin  siniestro  detiene  aquellos  hombres  en  aquel  sitio  y  a- 
parentan  la  embriaguez  para  sorprender  sus  secretos  y  estar  al  tanto 
desús  acciones.  Así  sucede;  se  persuaden  que  se  atenta  contra  la  muer- 
te de  Linconl,  y  marchan  6,  ponerlo  todo  en  conocimiento  de  Ernesto: 
aquí  la  escena  sufre  una  mutación;  tenemos  á  la  vista  un  palco  del 
teatro  de  Foot,y  en  el  fondo  dos  personages  mudos  que  no  han  tenido 
parte  en  el  drama;  es  Linconl  y  su  esposa.  Boot  se  presenta  en  la  es- 
cena y  dirige  un  tiro  certero  al  Presidente  de  la  Unión  americana. 

No  sabemos  por  qué  razones  el  autor  apenas  ha  tocado  muy  ligera- 
mente en  su  drama  este  acontecimiento  y  lia  dejado  fuera  de  la  acción 
á  un  pesonago  tan  interesante.  Comprendemos  cuan  grave  es  la  do- 
cilitad de  poner  en  escena  acontecimientos  y  personajes  históricos  con- 
temporáneos, pero  ya  qne  el  Sr.  Mateos  tuvo  la  feliz  idea  de  poner  en 
escena  e^e  episodio  sangriento  de  los  EE.  Unidos,  debería  haber  entrado 
en  su  plan  caracterizar  esa  figura  monumental  para  dar  ir.ás  interés 
á  su  obra,  para  pr&sentarnos  en  la  plenitud  de  su  grandeza  la  idea  más 
civilizadora  de  los  últimos  siglos:  ¿desconfió  acaso  de  su  genio  para 
caracterizar  á  Linconl  tal  cual  se  presenta  á  los  ojos  de  sus  contempo- 
ráneos, aun  antes  de  que  los  rayo9  de  un  sol  poniente  dé  á  su  som- 
bra formaa  gigantescas? 

Mas  débil  que  los  dos  anteriores  nos  parece  el  cuarto  acto,  reducido 
todo  á  la  captura  y  mnerte  del  asesino  y  de  su  cómplice,  en  un  pueblo 
cercano  á  Washington;  allí  se  haya  Cristina,  y  se  prepar*  el  recuen- 
tro con  Ernesto  que  sigúela  pis^a  á  los  asesinos,  y  serfocrúa  la  r  con- 
ciliación entre  los  dos  amantes;  Boot  y  Harold,  sab?dnivs  n  ^  -  .  >er- 
riiguen  se  preparan  á  defenderse  en  una  casa  hasta  ti ::;  .  que 


8 


234. _"__ 

la9  llamas  colman  su  desesperación;  un  solo  tiro  <|¿sparado  al  asesino 
le  atraviesa  ol  corazón,  y  Ernesto,  superando  a  todos  en  heroísmo,  pe- 
netra entre  las  llamas  (que  ya  se  habían  extinguido  por  la  poca  previ- 
sión  de  la  compañía  en  preparar  suficiente  luz  de  Bengala)  y  trae  á 
cuestas  el  cuerpo  del  espirante  Boot;  en  cuanto  a  Harold,  salió  con  pa- 
so mesurado  del  centro  de  las  llamas  para  entregarse  á  la  justicia.  El 
drama  termina  con  unos  magníficos  versos  en  «plauso  de  Linconl,  y  do 
la  idea  humanitaria  que  preparó  su  sacrificio. 

Si  otras  producciones  del  Sr.  Mateos  no  hubieran  revelado  antes  su 
genio  poético,  y  sus  brillantes  disposiciones  para  literatura  teatral,  lo 
que  es  la  de  que  nos  ocupamos  no  manifiesta  que  su  autor  se  haya  des- 
velado mucho  para  escribirla.  Un  plan  mal  forjado,  sin  interés  dra- 
mático, sin  esos  golpes  teatrales  que  seducen  nuestra  curiosidad,  lleva- 
do á  término  con  cansancio;  esto  y  unos  magníficos  versos  que  hala- 
gan nuestro  oído,  es  lo  que  forman  el  drama  uLa  Muerte  de  Linconl. i 
que  se  nos  anunció  con  tanto  alboroto.  No  sabemos  qué  razones  haya 
habido  para  prohibir  su  representación  en  otra  época. 

El  público  ha  presenciado  la  representación  sin  experimentar  sen- 
sación alguna. 

He  aquí  el  resultado  de  sacar  a  luz  producciones  que  no  se  medi- 
tan, como  fetos  deformes  que  la  naturaleza  no  desarrolla  Nosotros  te- 
nemos alta  idea  del  fecundo  talento  del  Sr.  Mateos,  y  le  creemos  ca- 
paz de  felices  concepciones  que  den  honra  á  la  literatura  nacional,  si 
con  espacio,  con  tiempo  y  con  estudio  acoge  los  pensamientos  que  bro- 
tan á  raudales  en  su  méate.  Menos  lirismo  y  mascarte  dramático  se 
necesita  para  que  su  fama  vaya  en  alas  del  genio  á  formar  una  repu- 
tación adquirida  justamente  sin  grandes  esfuerzos  por  su  parte. 

En  cuanto  al  desempeño  de  los  actores,  mucho  pudiéramos  decir, 
muy  especialmente  de  los  Sres.  Mata  y  Morales,  pero  se  hace  dema- 
siado difuso  este  artículo  y  es  preciso  terminarlo.  Tal  vez  para  lo  su- 
cesivo nos  ocuparemos  en  formar  revistas  teatrales,  y  entonces  saluda- 
remos con  cuanto  entusiasmo  nos  sea  posible  á  los  actores  de  los  tea- 
tros de  esta  capital 

i 


/^#CTlfc¿\ 


236. 


"I 


EN  EL  ANIVERSARIO 
d8l  18  di  Septiembre  de  1868* 


i. 

Cuando  el  Ibero  tirano 
alzaba  la  altiva  frente, 
y  escarnecía  torpemente 
el  nombre  de  mejicano, 

Se  escuchó  un  rumor  lejano 
que  salía  cual  de  un  abismo; 
fué  la  voz  del  heroísmo 
que  en  desecha  tempestad 
proclamó  la  libertad 
desafiando  al  despotismo. 

H. 

Ese  grito  que  en  un  día 
el  Cura  Hidalgo  lanzaba, 
con  estruendo  resonaba 
en  la  hermosa  patria  mía. 

El  guerrero  repetía 
mostrando  valor  y  zana, 
esta  voz,  que  no  fué  extraña 
pues  se  acogió  con  vehemencia: 
ttfya  no  haya  más  dependencia 
•de  lía  despótica^  üjepañat» 


23* 

■■■"■  ■■      t  ■        r-  ■  ■  i    _  i,   ,        i     M 

III. 

Qnién  no  idolatra  ferviente 
de  MoRELos  el  renombre, 
si  está  grabado  su  nombre 
del  áureo  sol  en  la  frente? 

¿Quién  amor  patrio  no  siente, 
recordando  la  h.  altad, 
la  cntcresa  y  dignidad 
de  aquel  héroe  denodado 
qué  lia  con  su  muerte  afianzado 
nuestra  g&üta  libertad? 

IV. 

Esa  chispa  que  inflamó 
de  amor  patrio  el  corazón 
en  tan  benigna  ocasión, 
nunca,  jamás  se  extinguió* 

Por  muchos  años  ardió 
tnostrando^sutgrcsplandores» 
hasta  que  de  tres  colores 
esa  bandera  de  Igna4a» 
la  empresa  ciño  eon  gala 
del  gran  Cura  de  Dolores, 

v. 

Ese  día,  ¡día  memorablel 
en  que  el  pueblo  soberano 
desbarató  del  tírmxo 
el  yugo  más  execrable. 

Ese  valor  indomable, 
con  que  los  libres  campeones s 
abatieron  los  pendones 
del  castellano  orgulloso, 
¡Ifo  lo  verán  más  hermoso 
las  nuevas  generaciones. 

vi 

En  este  día  tanta  gloria* 
de  lo»  héroes  recordamos» 
y  con  respeto-  aderamos 
su  siempre  grata  ntenoria, 

Si  urna  página  ca  la. histeria 


ni.         

Pudo  su  valor  grabar 
con  un  bnril  singular, 
nosotros,  por  gratitud, 
alzamos  á  su  virtud 
en  nuestro  pecho  un  altar. 

VII. 

fGloria  al  ilustro  Ray&D 
y  al  intrépido  Galbana 
que  a  la  nación  mejicana 
libraron  de  la  opresión. 

¡Gloria  al  suriano  campeón 
Guerrero,  cuya  memoria 
Inmortaliza  \a  historia! 

Íj  nunca  span  olvidado» 
os  nombres  siempre  adorados 
de  Abajólo  y  de  Vitoria 

vía 

Pueblos!  pueblosl  entonad 
alabanzas  y  loores 
á  los  héroes  de  Dolores 
que  nos  dieron  libertad. 

Y  entusiastas  recordad 
que  en  este  dichoso  día, 
libre  fué  1*  patría*míaf 
pues  sus  hijos  esforzados 
combatieron  denodados, 
á  la  inf  anda  tir  wte. 


238. 


Al  J».  Dr.  CÁELOS  1.  LÓPEZ 
y  á  la  Sríta  Refugio  Afila,  en  el  día  de  sn  mitrimook 


No  me  inspira  la  hermandad 
que  obligación  suele  ser; 
no  disfrutar  de  placer, 
en  tan  buena  sociedad; 
oh  Carlos!  en  realidad, 
hoy  tiempla  la  lira  mía 
para  cantar  en  tu  día, 
no  es  Minerva,  no  es  Apolo; 
es  tu  cariño  tan  sólo, 
tan  sólo  tu  simpatía. 

Te  vi  nacer.     Cuando  nifio 
ay!  ¡te  mateabas  el  dedo! 
¡qué  horror!  pero  no  puedo 
olvidarlo  en  mi  cariño. 

Hoy  mis  recuerdos  auno; 
enfrente  acólito  eras, 
colegial  en  la  Merced, 
y  arrimado  á  la  pared 
vaciabas  las  vinajeras. 

Que  escándalo!  dijo  Luis; 
sacrilegio!  dijo  Luisa, 
que  sin  acabar  la  misa 
ya  tuvieras  tm  Jeslíz 

Hosco  tu  papá,  infeliz, 
y  levantándote  el  saco 
te  cogió  bajo  el  sobaco; 
castigó  tu  proc  der; 
ncon  el  tiempo  este  va  á  ser 
más  chispo  que  el  mismo  Baco.n 


Dios  lo  tenga  de  eu  mano, 
dijo  soltando  la  ropa — 
8Cfr.tr,  pordios,  una  copa 
la  Apeotkjtt™  un  buen  cristiano. 

Corrió  el  tiempo,  un  uirtrjap^ 
fuiste,  según  tu  át stíno 
en  vez  tic  un  chispo  Lid  i  do, 
un  músico  diligente, 
un  polígloto  ferviente»  *  y  é 
señores. . .  ,,lo  que  hnce  *|  yüt! 

Vi  á  Cucp  como  \^a  ¿og} 
que  se  megía  eji  e¿  ¿«pdúfe 
como  alado  querubín,, 
cual  pintada  mariposm 

Tú  fuiste,  njfta  prtwiefa^ 

?[uien  el  peear  ^Lsfcruía 
ormando  nuestra  afagrí% 
de  esta  casa  la  delicia. ... 
•icau&a  de  *H*e*tra  leticia^ 
¿te  ac«tfd«*?  jla  Jetf  nfef 

Ño  olyjjíes  .en^u  esutenig  . 
esos  juegos  infantiles 
de  tiw  priiwroa  Abriles 
Abriles  ,d$  4*  Uif«ei)ckk 

Cuando  corría*  «m  tfehetffettia 
en  pos  de  i*  nnrápaga 
que  üyütba^gmiiuv)^ 
enlaza  en  tu  senectud 
de  tu  nafa*  k  ¿virtud 
con  lo$  debeles  de  esposa; 

Cuando  ,en  ta  «emUwte  fá  : 
esa  tu  ps»  xÍ0carimn 
y  cara  de  serafín 
dije,  la  gloria  está  $qn( 

Repetí  dentro  d^jní 
herido  por  la  mirada 
de  esa  criatura  agraciaó^a. 
que  inspira  a  todos  el  celo; 
¿cuándo  b^ja^te  del  cielo 
hermosa  Cuca,  «dorada? 

Pareja  del  corazón! 
pareja  del  alma  mial 


240 

nunca  la  desgracia  impía 
empañe  Vuestra  ilusión. 

Que  bendiga  v neutra  unión 
con  su  mano  el  Ser  Divino; 
que  sea  propicio  el  destino, 
y  que  bondadoso  el  cielo 
siembre  de  flores  el  suelo 
y  de  dichas  tu  camino. 

Si  enciende  el  faro  Himeneo 
alégrase  todo  el  mundo 
con  júbilo  sin  segundo, 
con  ardiente  devaneo. 

No  os  admire  mi  deseo 
que  raya  en  aturdimiento» 
es  cristiano  sentimiento; 
que  yda  mea,  sin  cesar, 
bien  quisiera  frecuentar 
ese  santo  Sacramento. 

Solterones  ¡i  la  vía! 
mi  cañón  y  arda  la  mecha; 
fuego!  carguen!  ¡abran  brecha! 
(fijen  bien  la  puntería! 

£8  triste  la  soltería 
al  que  es  de  genio  travieso;' 
que  no  m  escape  per  eso 
ni  la  viuda  recatada; 
¡con  todas  capirotada! 
que  á  todas  les  gusta  el  quesa 

Oh  vinot  qué  simpatía 
siente  por  tí  quien  te  adora, 
¡el  que  te  sorbe  á  cada  hora 
por  la  noche  y  por  el  día! 

¿Quién  tan  osado  sería 
que  tu  influjo  misterioso 
negíira,  vinoespnmo.so, 
si  con  magia  celestial 
conviertes  en  bien  al  mal 
y  al  cobarde  en  valeroso? 

Te  idolatra  el  pecho  mío 
con  tan  ciego  frenesí, 
que  mi  porvenir  en  tí 
para  mi  dicha  confío. 

Si  la  muerte  en  su  desvío 


241. 

corta  el  estambre  sutil, 
de  mi  vida,  veces  mil,  f 

á  María  mando  una  cosa; 
que  ponga  sobre  mi  fosa 
por  epitafio  un  barril. 

Ven,  Carlos,  dame  un  abrazo; 
que  nos  sorprenda  el  destino 
lleno  el  abdomen  de  vino, 
y  en  la  mano  lleno  el  vaso: 

Entre  corrido  y  escaso 
cantaré  de  varios  modos;  *  * 
á  dúo  pongámonos  beodos; 
yo  brindaré  á  tu  salud, 
con  tierna  solicitud, . 
tú  brinda  por  la  de  todos. 


EL  VIS  JO  Y  LA  m&A- 


En  el  albnm  de  Esther. 


I. 

Tengo  4in  capricho»  y  por  eso  3 
quiero  avansar  otro  p^so; 
y  aunque  haga,  niña,  un  f  racauo 
te  ruego  mes  des  un.  peso* 

La  amistad, qtíte  te  profeso 
ha  servido  ya  de  aviso; 


&42, 

pero  tu  latyo  indeciso 
ya  descolorido  ó  rojo 
me  dice   njVaya  na  antojo! 
(seguro  qué  ma  desK$o!n 

II 

¡siempre  U  misma  cawfóil 
tu  b&*  &  uú  prefe&eióa 
hace  ritmMÜQ  el  enoU 

Si  mi  espfdwuta  levanto 
me  juegas  una  serrwWt 
mientras  máVini  vop  s^ aianm 
más  desdenes  voy  sufriendo 
y  me  contestas  sonriendo.  . . . 
timafiana,  señor,  mañana.» 

IIL 

He  humfittt  tu  inrff#&wM¡a 
sin  que  haga  de)  caso  «asa: 
tu  boca  de  risa  y  rosa 
agota  ya  mi  paciencia. 

Estoy  en  la  inteligencia 
que  uno  darás  á  mi  ruego 
porque  hay  desquite  en  el  juego, 
to&ta  V*z  ¿qu¿«ráál? 
—¿Uno  \xx\et e  usted  ttom&? 
¿ahora?  ¿mañana?  ¿ó  luego? 

tv. 

—No  me  ínoveré  <fe  aquí 
sin  que  corone  el  deseo 
la  estatua  del  himeneo 
inaugurada  por  vaL 

Cuando  mis  oíos  en  ti 
se  «acta*»  éttfeihte*éé$ 
te  parecen  efct*éitié¿ 
cfati  tu  eahíaetao  pfor*cft* 
y  así  prdrNmpé  ttt  beefy 
nmás  tard^  £h&to,  despeé*» 


■Si"?™"?1 


JÉfc 

Me  incomoda  la  tardanaa 
porque  de  ella  desconfío 
pfcreciéndoiM  deavío, 
aborto  da  la  es  peransa. 
— ..El  que  persevera,  atoan*.  ¿  * . — 
dijo,  tomando  tina  red, 
apoyada  en  la  pared 
y  la  sombrilla  del  suelo.— 
— ¡Ay,  Jesús!  ¡hombre  de  hielo! 
¿por  qué  no  ¿e  arroja  usted? 

ti 

. .»     .  * .  _-      * 

— Es  tanto  lo  que  te  quiero, 
es  tanto  lo  que  te  admiro 
qno  allá  te  mando  un  suspiro. . . . 
—¿Suspiro? 

— \No  es  el  primero. .  • . 
/—Primero. . . .  * 

'*4bqt  ¿ato**** 
al  pedirte  una  merced; 
que  abandones  esa  red 
y  esa  gancho  qaé  estoy  vtalcb^^. 
-^Esta  red  se  esta  tejiendo 
por  ver  si  se  enreda  a*t#d< 

VII, 

«•^Bufonees,  nos  arreglamos 
6  te  apea*  por  la  tangente; 
declara,  pues,  francamente         y 
si  al  fin  al  fin  nos  casainos. 

A  solas  los  dos  estamos; 
y  si  te  unieres  cot^miga 
el  cielo  serfc  testigp 
qn¡*  «o  wnsagras  la  mamK 
— s  Ay  señor!  al  grano*  al  grano^ 
pero. .. Ja  mano,  «,.de  awgo.  , 

vra. 


—Aunque  tan  aspira 
quiero  tu  amiga!  terotaca; 


de  tn  trato  la  finura, 
tu  estimación,  nada  más. 
/—Que*  no  fulgure  jamás 
para  los  dos  otra  estrella. 
— Yo  soy  viejo  y  tú  eres  bella; 
«el  yerto  amor  de  los  años 
trae  consigo  desengaños 
ai  ¿l  es  viejo  y  joven  ella* 


>  1'  4 


lECOMS  KtNMHKSERnOt 

sühs  -as  $.  íwsm 

EN  EL  ANIVIRSAÍftlO  DE  BU  NATALICIO. 


No  es  la  amistad,  no  el  deber 
quien  mi  numen  sacro  inspira, 
y  si  resuena  mi  lira 

en  este  día  de  placer, 

Es  sólo  porque  á  mi  ver 
ha  llegado  la  ocasión 
de  que  halle  mí  corazón, 
¡Oh  Pancho!  poique  en  tu  día, 
rebosa  la  simparía, 
se  dobla  lá  obligación. 

Si  muestro  mí  pensamiento 
con  velo,  que  es  por  demás 
¿pudiera  hacer  algo  más 
el  más  excelao  talento? . 


«***■# 


246. 

Si  aplaudo  tu  advenimiento 
k  la  tierra,  y  lo  bendigo; 
si  en  este  día  soy  testigo 
de  la  dicha  de  tu  esposa, 
¿pudiera  hacer  otra  eos» 
tu  más  predilecto  amigó? 

Si  én  su  júbilo  acompaño 
¿  tu  simpática  prole, 
¿qué  puedo  hacer  que  no  role 
sobre  recuerdos  de  antaño? 

TTn  ano  tras  otro  afta 
ha$  -«fisto  llegar  propicio'  * 

el  dt$  de  tu  Aataücio;  t 

el  de  hoy  te  encuentra  iju*rdado; 
¡castigue  Dios  al  menguado    • 
que  te  hace  tanto  perjuicio! 

Donde  tu  familia  está* 
abre  mi  afecto  una  brecha; 
hoy  le  mando  en;  una  endecha  * 
un  saludo  á  tu  f>apá>  '  «'> 

.:  No  conocía  á  tu  mamá»  '  • 
pero  he  de;  rogarle  *  Dios  . 
y  esto  sp  quede  entre  nos,        i 
que  esquive  los  desengaños» 

{>ara  que  vivap  cien  años 
os  dos  contentos,  los  dos. 

La  sensatez  y  esa.  tes 
de  Carmen  y  de  carmín  . 
¿será  al  fin  de  serafifi? 
¿de  concha  nácar  tal  vez? 

Esa  donosa  altivez,  '  > 

esa  gracia,  ese  candor, 
hoy  se  ostentan  en  tu  loor, 
bendice,  pues,  á  las  cielos 
que  pn*o  en  tn  hermana  holluelos 
.  donde  ao  anida  el  amor. 

La  razón  es  absoluta, 
porqne  mi  musa  se  exitja,  ; 
porque  alegre  está  Lupita 
muy  de  gorja  sin  disputa. 

Mi  plectro  de  goma  guta 


U4. 


tatas 


l 


tantas  décimas  espeta, 
7  mi  aljaba  una  saeta 
te  manda  con  óargo  y  data; 
si  mi  lira  no  le  mata 
sí  pierdes  hoy  la  chabeta 

Todos  tenemos  derecho 
de  alegrarnos  mucho,  mucho, 
y  mil  canciones  escucho 
que  te  dejen  satisfecho. 

Todos  afinan  el  pecho; 
yo,  me  transformo  en  muchacho; 
Chencho  se  atusa  él  mostacho; 
Concha  rompe  el  entredicho; 
Angela  «anta  un  'capriafcaf 
la  »támfQ+ipid+»  jfacíio. 

Yo  rio  dejo  meter  basa; 
relincha  alegre  mi  musa,   • 
canta  <fee  «oa  ian  confusa 
q«0  ha  oídcs  traspáaat 

Tal  albortto  hay  en  easa, 
que  hasta  J*Ma,  q«*  as  tareaa, 
apuré  ya  s«  oetveaá; 
baila  Lupe,  llora  tafea* 
doña  Lt*pe,  «va  soarféa 
suelta»  y  menea  te  <*/be*> 

Angela  está  tan  simpática 
que  mi  fea&cMti,  ai  es  berétteá, 
torna  en  ralatáótt  profétíca, 
diaria  de  ftee*a  dogmática, 
t   ror  «areeer  de  sal  ética» 
es  mi  musa  taá  vafaitioa, 
que  si  mosém^m  «mpatófap 
y  si  calla  es  catnaitibétioat 
es  tan  pebre,  tas  exrftica» 
^ue  biea  merece  la  crítica. 

4 

Basta  ya;  pues  3Í  indulgentes 
me  prestaron  su  ateacfcm 
para  eseuchar  drf  cancMff 
todosr  ios  qtie  están  presente*, 

Es  Justo  que  *  fcw  ausenta? 
mande  mi  musa  gentil 


í>47 

y  mi  chirumen  sutil 

con  mil  pujidos  un  verso; 

á  su  salad  sin  esfuerzo, 

embodegara  un  barril. 
* 
Todo  efecto  se  almacena 

para  que  suba  de  precio; 

y  por  subir  en  aprecio 

se  embodegó  Magdalena- 
Si  otro  la  bodega  llena 

de  vino,  porque  le  plugo, 

yo  al  contrario,  y  no  me  arrugo, 

aunque  diga  un  desatino 

meto  á  Bodega  en  el  vino 

y  á  su  salud  lo  apechugo. 

Se  cuenta  que  en  Palestina 
hizo  á  Jesús  uu  rabino 
que  lomara  hiél  con  vino; 
otros  dicen  que  estricnina. 

Miró  á  la  muger  divina 
de  Magdala,  y  sin  gran  pena 
apechugó  la  verbena; 
razón  tuvo  el  Nazareno; 
yó,  Jesús,  hasta  veneno 
tomaría  por  Magdalena 

Dice  Chenche—  umi  indulgencia 
apura  esto  pobre  diablo; 
silencio  pues,  ni  un  vocablo 
se  pronuncie  en  mi  presencian — - 

¡Oh  Chencho!  mi  impertinencia 
fiel  tus  mandatos  respeta; 
callaré;  pero  completa 
tú  mis  versos  maldecidos, 
por  estos  nombres  queridos: 
Franco!  Loreto!  Zuvieta! 

¡Oh  Julia!  no  seas  ingrata; 
tu  seriedad  compromete, 
y  en  tal  aprieto  me  mete 
que  tu  sonrisa  me  mata. 

Si  mi  lengua  se  desata 
en  tu  aplauso,  me  permite 
que  tu  ayuda  solicite; 


248, 

por  los  jfíainchos,  y  de  un  bote 
copas  bebamos  á  escote; 
has  á  todos  el  convite. 


EN  EL  ANIVERSARIO  DI  SU  DÍA 

AL  fe.  PABLO  ORTEGA. 


No  me  anímala  amistad, 
ni  me  compele  el  deber, 
ni  disfrutar  el  placer 
en  tan  buena  sociedad. 

¿Sabes,  Pablo,  en  realidad 
quien  tiempla  la  lira  mía 
•para  graznar  en  tu  día? 
no  es  Minerva,  no  es  Apolo, 
sólo  la  tíemplan  sí,  sólo 
mi  afecto,  tu  simpatía. 

Cuando  te  miro  circuido 
de  tu  familia  y  amigos, 
y  siendo  todos  testigos 
de  solaz  indefinido. 

Ay!  un  dolor  comprimido 
siento  en  el  pecho;  una  ataque. 
[Oh  poder  del  almanaque! 
tú  obligas  en  la  ocasión 
á  que  haga  mi  corazón 
triqui-tíaque,  triqui-traque 


«49. 

Yo  veo  tu  dicha,  la  admiro, 
y  he  tenido  la  perfidia 
de  sentir  la  negra  envidia 
cuando  contento  te  miro. 

Abandoné  mi  retiro 
desde  el  momento  en  que  supe 
que  á  tu  lado  estaba  Lupe; 
y  aquesta  palpitación 
sólo  ha  hecho  mi  corazón: 
tipe-tupe,  tipe-tupe. 

Cuando  ordenas,  (si  destella 
el  mirar  de  tu  costilla, 
que  iluminar  á  Castilla 
pueden  sus  ojos  de  estrella). 

Que  el  vino  de  una  botella 
nuestro  fastidio  destruya, 
y  el  buen  humor  restituya, 
sale  espumoso  y  estalla; 
ma3  dulce  que  la  pitaya, 
que  nos  endulza  Pituya. 

Tunando  en  las  hermosas  vi 
esa  su  tez  de  earmín 
y  caras  de  serafín, . 
dije:  nía  gloria  está  aqul\% 

Exclamé  dentro  de  mí, 
herido  por  la  mirada 
de  una  criatura  adornada 
con  las  angélicas  galas: 
¿dónde  dejaría  las  alas 
y  su  salterio  Librada?     „ 

Me  dicen  que  los  lqoerQ* 
nunca  relucen  de  día, 
quien  me  lo  diio  mentíiw  , 
los  de  Chelina  flecheros, 
y  los  de  Cuca  hechiceros, 
incendian  cual  de  manóla: 
—si  el  diablo  mete  la  cola 
en  alas  de  mi  deseo 
yo  daría  cuanto  poseo 
por  los  luceros  de  Lofe. 

Dice  Anita. . .  .[vaya  un  oso! 


250. 

si  «ste  señor  es  casado; 
¿como  cuasi  enamorado  * 
puede  estar  del  sexo  hermoso? 

Yo  digo  cuasi  lloroso 
¡piedad  para  un  cuasi  viudo! 
¡compasión  ¿  quien  nt>  pudo 

con  su  consorte  cargar! . 

¡Anita!  ¿me  has  de  aplicar 
siempre  la  ley  ctel  embudo? 

Aquí  mi  graznar  termina, 
pues  si  fastidio  al  extremo 
que  me  maldiga  me  temo 
tanta  muchacha  ladina. 

Pablo,  mi  amistad  se  inclina 
usada  como  resorte 
aunque  tu  desdén  soporte, 
pedir  no  vuelvas  á  Vigo; 
de  lo  contrario  te  digo 
que  envigas  á  tu  consorte; 

¿No  es  mejor  en  este  suelo 
cruzar  la  vida  azarosa, 
y  en  compañía  de  tu  esposa 
tocar  con  la  mano  el  cielo? 

¿No  te  complace  el  anhelo 
conque  todos  á  porfía 
se  entregan  á  la  alegría 
temiendo  perder  el  juicio? 
todos  salimos  de  quicio 
por  festejarte  en  tu  día. 

Que  nunca  ese  zuavo  impío 
pueda  tu  dicha  turbar; 
que  su  marrazo  brillar 
no  vea  tu  esposa  confío. 

Que*  á  tus  pies  su  poderío 
deje  el  ;uavosolo  al  verk; 
que  tengas  la  buena  suerte 
de  romper  alguna  vez 
á  fuerza  de  puntapiés 
las  costillas  de  la  muerte. 

Que  consigas  en  derecho 
sofocar  á  todo  vicho 


251. 

que  se  muestre  del  capricho 
de  Napoleón  satisfecho. 

Y  si  á  Saltillo  de  hecho 
algún  día  viene  un  gabacho 
t  ostentando  su  mostacho, 
con  su  sangre,  en  su  cachucha, 
nos  haga  morcillas  Chucha, 
y  con  sus  tripas  un  macho. 

Si  por  tu  dicha  las  bellas 
y  tus  amigos  brindamos, 
bebe  tú,  y  así  enlazamos; 
todos  por  tí,  tú  por  ellas.  . 

Que  esa  agrupación  de  estrellas 
círculo  forme  en  conjunto, 
siendo  tu  central  el  punto; 
suspira,  pero  á  tus  solas, 
per  las  playas  españolao; 
y  arreglamos  este  asunto. 


Si  la  historia  no  me  engaña, 
se  educaba  con  fervor, 
la  hija  de  un  Comendador, 
en  un  convento  de  España. 

Empleando  fuerzas  y  maña 
don  Juan  la  robó  una  vez; 
y  contándole  después 
bu  amorosa  cant.nela, 
le  llamaba  su  gacela 
y  su  bellísima  Inés. 

Espejo  y  luz  de  sus*ojos, 
y  tantas  cosas  tan  bellas, 
que  en  su  mirar  veía  estrellas, 


252. 

nardos  en  sus  labios  rojos. 

Para  cumplir  sus  antojos 
humillaba  su  valor, 
de  su  altivez  el  vigor, 
y  se  postraba  4  sus  pies, 
pidiéndole  á  doña  Inés 
la  esclavitud  de'  su  amsr. 

-Ella  cede  á  su  pasión 
ardiente,  sumisa  y  ciega, 
y  frenética  le  ruega 
que  le  arranque  el  corazón. 

Misterios  del  alma  son 
cosas  que  están  al  revés: 
¡quién  lo  creyera!  después 
con  nunca  sentido  afán 
¡ay!  los  ojos  de  don  Juan 
fascinan  á  doña  Inés. 

De  mármol  una  esculttíia 
en  triste  lugar  mortuorio 
aterroriza  á  Tenorio; 
él  llora  en  la  sepultura. 

Arrepentido  murmura 
perdón;  levántase  un  velo; 
y  el  alma,  de  Inés  de  hielos 
baja  con  amor  y  afán; 
se  une  al  alma  de  don  Juan, 
y  los  dos  se  van  al  cielo. 

Admiróla  maravilla; 
6nvidio  la  buena  suerte; 
yo  sí  quisiera  la  muerte 
del  burlador  de  Sevilla. 

Esta  leyenda  sencilla 
fabulosa  también  es: 
¡que  de  asares  al  travez 
se  acrisoló  la  memoria! 
¡¡que  don  Juan  se  fué  a  la  gloria 
en  brazos  de  doña  Inés!! 

¡Pero  yo!. . .  .{suerte  horrorosa! 
lo  declara  con  franqueza; 
no  peinaré  una  cabeza 
<Jue  no  me  salga  tinosa. 

Sien  tendedero  reposa 


258, 

para  secarse  ana  «nu^ua, 
Je  espeto  mi  am  v  de  fragua; 
¡ay!  cuando  miiá  mia  trazas 
me  endilga  las  en  la  bazas, 
y  no  me  concede  ni  agua. 

Quise  eneender  un  cigarro; 
no  había  lumbre,  ni  un  cerillo; 
aunque  hay  un  medio  sencillo, 
pero —  .¿de  donde  lo  agarrol 

Con  eslabón,  un  guijarro, 
y  una  yesca,  claro  es 
que  hubo  lumbre  alguna  vez; 
Rosa  dice  y  lo  comprende; 
— ND.  Jesús  ¿por  qué  no  enciende 
aquí,  en  los  ojos  de  Inés? 

*     Señores,  yo  me  desmayo 
con  sus  ojos,  y  es  notorio 
que  son  un  espejo  ustorio 
si  nos*  mira  de  soslayo. 

Si  su  mirar  es  un  rayo, 
ardiente  su  llama  es: 
¡ay!  ¡cnanto  me  gusta  Inés! 
es  mejor  que  leche  crema 
mejor  que  el  cognac  que  quema; 
mejor  que  el  vino  Jerez. 

Si  la  miro,  yo  le  temo, 
á  su  mirar,  que  es  la  fragua, 
y  grito,  pidiendo  agua, 
"¡que  me  quemo!  ¡que  me  quemo!» 

Mas,  en  llegando  á  otro  extremo, 
declararé  de  una  vez, 
aunque  se  encienda  mi  tez,5 
que  á  mí  no  me  quema  el  gas, 
ni  el  aguardiente,  ni  el  aguarrás, 
sólo  los  ojos  de  Inés. 


254 

Pensamiento  epigramático. 


Quizo  cantar  en  el  coro 
Con  atrevimiento  ciego. 
Un  ignorante,  audaz  lego, 
En  mengua  de  su  decoro. 

Al  emprender  con  desdoro 
Aquello  que  no  sabía, 
El  menguado  cometía 
Tan  grandes  aberraciones, 
Que  en  distintas  ocasiones 
Su  Guardián  lo  reprendía. 

Esto  indica  en  conclusión 
Que  hacer  lo  que  no  se  sabe 
Es  un  mal,  y  mal  tan  grave 
Que  no  merece  perdón. 

Haga  de  esto  aplicación 
Aquel  que  se  halle  manchado; 
Hoy  la  experiencia  ha  enseñado 
Con  un  ejemplo  á  la  vista 
Que  no  bu  de  ser  buen  corista 
Quien  ha  sido  maldonado. 

IMSIAIAS. 


Con  la  viuda  de  un  banquero 
Se  ba  casado  D.  Manuel, 
Por  interés  del  dinero; 
Hoy  es  Sargento  primero, 
Después  será  Coronel. 


Hace  alarde  Dorotea 
De  su  doncellez  que  alabo. . . 
Mas  dice  un  refrán  de  aldea; 
Herradura  que  golpea 
Sin  duda  le  falta  un  clavo. 


255, 


"Lo*  que  hay  detris  de  la  dicha." 

DRAMA  DEL  SR.  MANUEL  J.  OTHON. 


Nuestra  hermosa  temporada  que  atrae  tantos  viajeros  en  pos  de  las 
jlusiones  y  de  la  impresión  que  dejan  en  el  alma  los  distintos  acciden- 
tes y  los  espectáculos  variados,  nos  proporcionó  el  placer  de  ver  en  es- 
cena otra  producción  literaria  del  joven  potosino  Manuel  J.  Othon. 

Hemos  visto  representar  el  drama  en  tres  actos  nominado:  "Lo  que 
hay  detrás  de  la  dichí" 

Este  drama  pertenece  á  la  escuela  romántica,  aunque  en  su  forma 
está  amoldado  á  un  estilo  que  tiene  sabor  de  españolismo  muy  marca- 
Jo,  y  que  en  nuestros  días  cultiva  el  autor  del  "Gran  Galeota»  La  es- 
cena pasa  en  México,  y  sus  personajes  están  dibujados  con  colores  y 
pinceles  mexicanos. 

Una  mujer  llamada  Virginia,  bastante  rica,  ha  recibido  las  adora- 
ciones de  alguno.  Como  el  hombre  es  una  llama  y  la  mujer  se  for- 
ma de  materia  combustíblica,  (perdonad  el  neologismo)  el  diablo  riño, 
sopló  y  se  ha  comunicado  el  incendio  á  todo  el  edificio,  resultado  de  ese 
siniestro  un  pequeño  fruto  que  la  tierra  encubrió. 

La  señorítica  se  casa  con  Edmundo,  nuevo  amante;  ¡qué  azahares, 
símbolo  de  la  pureza!  ¡qué  velo,  emblema  del  pudor!  qué  traje,  envi- 
diando la  blancura  de  la  nieve,  signo  de  la  inocencia  y  del  candor;  pero 
en  un  monólogo  nos  revela  aquella  cándidajpaloma  quo  ya  había  senti- 
do los  uñazos  de  un  gavilán;  y  nosotros  adivinamos  que  los  azahares, 
el  velo  y  el  albísimo  vestido,  eran  un  sarcasmno.  Entonces  el  público, 
con  sonrisa  maldiciente,  parece  entablar  con  la  persqnaje  un  dialogo 
divertido,  resultando  este  retruécano: 

u—>i  Virginia  es  usted,  vida  mía? 

—No,  señor;  Concepción. 

— ¡Ab!  yo  creía. . . .  w  ■     -i  < 

La  señorita  es  conducida  al  altar  y  allí  jura  y  perjura  lo  que  dicen  en 
ese  caso  todaa  las  mujeres;  pronuncia  la  consabida  afirmación  que  tan* 
tos  males  ha  causado  en  el  mundo:  va  á  tomar  posesión  de  su  nueva  ca- 
sa, á  poner  los  pies  en  el  santuario  del  amor,  y  a  despojarse  de  su  coro- 


__ 

na  de  desposada.  Su  esposo,  rebozando  de  júbilo,  estrecba  su  manno,  y 
como  si  fuera  tocada  por  una  corriente  eléctrica,  la  rechaza.  Virginia 
agitada  por  la  fiebre  del  remordimiento  no  ha  podido  sostener  su  papel 
de  esposa  casta  y  virtuosa,  y  un  grito,  una  interjección  abre  los  hori- 
zontes de  bu  pasado  para  simentar  en  bu  esposo  el  sentimiento  de  la 
duda;  toma  su  mano,  la  lleva  á  sus  labios  convulsa  y  demente  y  en  vez 
de  un  ósculo  de  paz,  en  vez  de  unos  labios  delicados  y  suaves  como  los 
botones  de  la  rosa,  muestra  los  abrojos,  los  guijarros  de  un  camino  He- 
no de  malezas,  hipea,  los  dientes  en  aquella  mano  que  poco  antes  había 
formado  el  ni^do  in4Í»Qjublp  del  amor  recíproca 

¡Ay!  una  mordida,  una  furibunda  mordida  recibe  el  esposo  «orno 
primicias  de  su  deseada  unión!  Esto  es  indicio  seguro,  una  segunda 
prueba  que  podría  correr  el  velo  misterioso  que  cubre  un  pasado  nebu- 
loso y  sombrío.  El  Sr.  Baladía  suprime  este  accidente;  pero  la  obra  lo 
contiene. 

Este  resorte  tal  vez  podría  ser  de  gran  efecto  en  el  teatro  si  pudiera 
escogerse  la  oportunidad  de  colocarlo;  ese  ataque  brusco  se  interpreta- 
ría como  un  acenso  de  vehemencia  en  una  mujer  de  mundo  que  fluctúa 
entre  el  temor  de  engañar  á  su  marido  y  el  de  que  sea  descubierto  su 
delito;  alguna  vez  hemos  dicho  que  el  corazón  tiene  sus  misterios  y  el 
alma  su  vehemencia;  en  este  caso  se  aplicaría  perfectamente;  mas  como 
él  hombre  que  estudia  la  psicología,  esos  arcanos  que  contiene  la  mujer 
cuando  es  combatida  por  las  terribles  pasiones,  sería  un  manantial  ina- 
gotable de  accidentes  que  el  filósofo  autor  explotaría  para  urdir  su  tra- 
ma. Él  resorte  no  es  nuevo  ni  está  bien  colocado  en  el  carácter  de  una 
mujer  como  Virginia;  ya  otro  autor  lo  ha  inventado,  pero  allá  es  de 
oportunidad  porque  se  pinta  á  una  mujer  que  es  víctima  de  la  locura; 
las  pasiones  no  pueden  imitarse;  son  el  efecto  de  los  sentimientos  ex- 
traviados, porque  no  es  de  las  mujeres  de  nuestra  raza  el  frenesí,  la  al- 
tivez ni  la  perversidad  del  corazón;  la  mexicana  es  humilde,  reposada, 
y  las  lágrimas  son  el  lenitivo  que  calma  sus  dolores  é  impide  su  deses- 
peración. 

El  Sr.  Otton  no  tiene  necesidad  de  imitar  esos  resortes  que  ya  otro 
autor  ha  puesto  en  ••Las  Esculturas  de  carne;"  demasiado  fecunda  es 
su  imaginación  para  crear  situaciones  nacidas  de  un  pensamiento  alta- 
manto  dramático,  como  ha  probado  en  esta  misma  obra  y  en  la  de  "Des- 
pués de  k  muerte.»* 

No  pedemos  hacer  el  análisis  de  la  que  ya  se  ha  puesto  en  es- 
ceqa;  sólo  diremos  que  es  mucho  muy  inferior  a  la  primera  que  el  au- 
tor ha  escrito.  El  carácter  de  Virginia  que  es  la  víctima  y  la  protago- 
nista, ni  es  verdadero,  ni  tiene  en  su&  contornos  ni  en  su  fisonomía  las 
sombras  dol  delicado  pincel;  no  es  una  verdadera  creación  de)  genio, 
sino  una  mujer  vulgar  cuyas  pasiones  no  se  prestan  al  estudio  del  filó- 
sofo ni  puwip  deducirse  nada  saludable  para  la  nociedad;  el  espectador 
nada  tiepet  que  admirar  en  ella.  Esta  obra  no  da  ninguna  lección  moral 
que  pudiera  ser  mueva;  sólo  nos  enseña  que  la  toujer  no  debe  engañar 
á  su  maridó,  y  cajba,  leocióa  es  pueril  por  demasiado  sabida. 


257. 

Estéril  es  el  pensamiento  desde  su  concepción,  y  solo  tenemos  que  admi- 
rar, no  al  filósofo  sino  al  autor  que  ha  formado  su  fábula  con  gran  acopio 
de  resortes  verdaderamente  dramáticos;  ellos  revelan  el  ingenio  del  ar- 
tífice, pero  no  la  fuerza  creadora  del  genio. — Virginia,  podríamos  decir, 
que  es  una  mujer  flaca,  de  pasiones  vulgares,  sin  formas  escultóricas  ni 
pensamientos  grandiosos;  pero  siesta  revestida  con  los  bellos  atavíos  del 
arte,  y  con  las  maravillas  de  la  imaginación. 

Cuando  el  Sr.  Othon  tenga  más  experiencia,  conozca  y  estudie  el 
corazón  humano,  verá  que  Virginia  es  bosquejada  apenas  en  el  lienzo; 
ella  debió  ser  la  gran  figura  en  quien  se  pusieran  esos  misteriosos  re- 
sortes que  mueven  la  sensibilidad  en  el  auditorio  y  que  hacen  brotar  re- 
flexiones filosóficas  en  el  hombre  pensador.  Llegará  á  conocer  algún 
día  que  al  celo  ofúzcalo  el  raciocinio,  y  que  el  marido,  al  verse  engañado, 
se  sobrepone  á  esta  furibunda  pasión  para  decir* . . .  »el  cómplice  Je  mi 
esposa  no  me  ha  ofendido  á  mí;  yo  no  debo  vengarme  de  él,  sino  sólo 
de  ella,  porque  me  ha  engañado."  En  nuestro  concepto  no  está  pintado 
en  este  personaje  A  celo,  sino  que  lo  domina  el  deseo  de  vengar  otra 
ofensa,  la  del  engaño;  esas  son  dos  pasiones  diversas  entre  sí 

Tenemos  que  aceptar  la  trama  tal  como  al  autor  le  plugo  formarla; 
pero  sí  creemos'que  daría  mucho  más  interés  á  la  acción  con  introducir 
á  Edmundo  desde  el  principio  de  la  obra,  y  hacer  que*  éste  jugara  la  in- 
triga. 

El  realismo  quiere  que  en  el  estudio  de  la  trama  no  se  ebserven  las 
luchas  del  ingeüio  y  de  la  reflexión  para  combinar  los  incidentes,  por 
que  las  pasiones  siguen  su  curso  en  la  vida  real  sin  las  preparacio- 
nes qufile  dá  el  talento:  con  esto  se  cree  rendir  un  homenaje  á  la  ver- 
dad. Nosotros  condenamos  e3a  forma,  porque  entonces  ¿para  qué  son 
los  preceptos?  Aceptamos  el  realismo  pero  embellecido  por  la  fantasía. 

Dos  muertos  y  una  desmayada  es  mucho  para  el  desenlace  de  un 
pensamiento  estéril.  Airoso  habría  satido  el  Sr.  Othon  con  solo  la 
muerte  del  seductor  v  el  abandono  de  la  desleal  esposa.  Ella  es  mala 
sin  justificación,  y  no  tiene  una  sola  virtud;  la  caridad,  el  desprendi- 
miento de  sus  riquezas  en  favor  de  los  parientes  y  de  los  pobres,  re- 
sultó ser  uua  mentira,  es  decir,  otro  vicio  en  la  protagonista. 


FIN  DEL  TOMO  SEGUNDO- 


SILVAS  ERÓTICAS    La  Soledad : 1 

Una  confidencia.     En  el  álbum  de  una  señorita 3 

En  el  Tívoli . . . 7 

Apólogo*    (Imitación).  Para  el  álbum  de  ana  señorita 9 

Memorias 12 

En  la  celebración  del  restablecimiento  de  una  madre 14 

A  Lola 16 

A  María  de  la  Luz.— Canto  epitalámico 17 

Me  has  negado  una  flor. : 19 

A  la  Bufa.     A  la  señorita  Pomposa  Murguía . 21 

A  mi  amigo  el  General  Vicente  Riva  Palacio. — En  el  álbum  que 

le  dedican  sus  amigos 23 

A  Mercedéfe.     Epitalamio . . .. 24 

A  la  Memoria'de  mi  hija.— >>Elegía 26 

Dos  Angeles  sobre  la  tierra.^-(Episodios  de  la  guerra  civil.)  A 

las  hermanas  Pacheco 29 

TIPOS  SOCIALES.— Doña  Casta  Sinoes  de  Recio  .• 31 

El  Jurado  y  el  Adulterio 36 

El  fanatismo  político.     El  fanatismo  religioso 41 

El  sentimiento  patriótico.     El  sentimiento  religioso 48 

Las  sociedades  políticas  y  las  religiosas 46 

La  Constitución  y  la  Reforma. 49 

Banderas  y  Banderías  (Juego  de  prestidigitación) 51 

Cuauhtemoc 54 

El  Instructor 57 

COSTUMBRES  DE  PROVINCIA  Los  cómicos  de  la  legua.. . .  60 

Una  corrida  de  toros 63 

Un  paseo  campestre 68 

Durante  las  vacaciones  .... , 75 

Costumbres  de  antaño.     La  semana  santa  en  Zacatecas 83 

Boda  y  Fandango  al  aire  libre . 102 

Balanza  amorosa.     Artículo  de  costumbres. . . .  '. .  ¡ 87 

A  un  Botón.  (Parábola).  A  la  señorita  Rosa  Alonso 97 

A  Paz 98 

Institución  del  Jurado 99 

TEATRO.^-La  careta  del  crimen,  drama  del  Sr.  Estovan  Avila.  115 
Las  Glorias  del  Dolor,  drama  del  Sr.  Pantaleón  Tovar 118 


La  Tragedia  Italiana.  —Isabel  de  Inglaterra 124 

Dora — Drama  de  Sardón 128 

Después  de  la  muerte.—  Drama  del  Sr.  Manuel  J.  Otbcn 131 

Sullivan 136 

■■I*  íorte  de  Nesltu  • . . . 140 

El  Pasado.,— Dama  del  Sr.  Manuel  Acuña 144 

El  Sacrificio  de  la  vida./— Drama  del  Sr.  José  Peón  Contreras.. .  149 
Un  Amor  de  Hernán  Cortés.,— Drama  del  Sr.  José  P.  Contrcras.154 
Luchas  de  honra  y  amor./ — Drama  del  Sr.  José  Peón  Contreras. .  158 

Amor  y  Coquetisino. — Comedia  del  Sr.  J.  Sebastián  Segura 163 

La  Cadena  de  Hierro. — Drama  del  Sr.  Agustín  F.  Cuenca,  miem 

bro  de  la  Sociedad  iiQorostiza" 169 

Un  Epílogo  de  Amor.— NDrama  del  Sr.  Jnan  de  Dios  Peza 174 

GriseWis.— traducción  del  alemán  por  el  Sr.  J.  F.  Jens 178 

María  Antometa,  por  el  Sr.  Jacometi 183 

Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz^-  Drama  histórico  por  el   8r.  José 

Rosas  Moreno : .  187 

María  Pineda.— NDrama  por  el  Sr.  Francisco  Ortiz,  miembro  def  la 

Sociedad  Gorostiza 193 

Lo  que  hay  detrás  de  la  dicha.^-Draraa  del  Sr.  Manuel  Othon.255 
La  Muerte  de  Lineonl.,— Drama  del  Sr.  Juan  A  Mateos. . . .. ..228 

Observaciones  sobre  teatro./— Artículos  I,  II,  DI,  17,  V,  VT,  VII, 

VUI  y  IX 198 

COLECCIÓN  DE  ESPINELAS.— En  el  Aniversario  del  18  de 

embre  de  185T 235 

Al  Sr.  Caries  M.  López  y  &  la  señorita  Refugio  Avila  en  el  día 

de  su  matrimonio 238 

El  Viejo  y  kv  Niña— En  el  Álbum  de  Esther 241 

fteouerdos'de  dicha»  que  se  fueron. — Al  Sr.  Francisco  de  P.  Go- 

ehieoa  en  el  aniversario  de'  su  nacimiento 244 

En  el  Aniversario  de  su  día.— NA1  Sr.  Pablo  Ortega 248 

líos  Ojos  de  Doña  Inés .251 

Pensamiento  epigramático 254 

Epigrama ] , 254 


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