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Full text of "!Qué viene mi marido! : tragedia grotesca en tres actos y en prosa"

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CARLOS    A'RNICHES 


¡miE  IIEHE  Pll  PltiOO! 


TRAGEDIA  GROTESCA 


«r»  tro»  actos  y  on  proaa.  original 


szarKDi  edi:i5:t 


Copy^!s^.^  fcy  Carlos  Arniches,  19:« 

SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Calle  del  Prado»  núm.  24 

1©1S 

IL ... 


iQUE  VIENE  MI  MARIDO! 


Esta  obra  es  propiedad  de  su  autor,  y  nadie  po- 
drá, sm  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla  en 
España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan  cele- 
Dradü,  o  se  celebren  en  adelante,  tratados  internacio- 
nales de  propiedad  literaria. 

El  autor  se  reserva  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad  de 
Autores  Españolea,  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  o  negar  el  permiso  de  representación  y 
del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 

Droits  de  representation  de  traduction  et  de  repro- 
duction  reserves  pour  tous  les  pays,  y  compris  la  Sne- 
de,  la  Norvege  ét  la  Hollande. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


¡QUE  VIENE  MI  MARIDO! 


TRAGEDIA  GROTESCA 


^n    tres    actos    y    on     prosa 


ORIGINAL  DE 


GARLÓOS    ARNICHES 


Estrenada  en  el  TEATRO  DE  LA  COMEDIA  de  Madrid, 
el  día  9  de  marzo  de  1918 


SEGUNDA  EDICIÓN 


MjADRID 
"^.  Valasco,  Impresor,  Marqués  de  Santa  Ana,  11,  dup 

TBLáPONO,   NÚMERO    5SX 

1918 


A  mi  muV  querido  amigo  Pepe  Caoa, 
tn  recuerdo  de  su  feliz  vaticinio. 


REPARTO 


PERSONAJES 


ACTORES 


CARITA Sea.    Jiménez. 

DOÑA  TOMASA Siria. 

ELENA Villa. 

LA  HIPÓLITA Seta.  Suáeez. 

GENOVEVA Redondo. 

DOÑA  POLONIA Andrés. 

SOCORRITO León. 

SEÑA  MATEA Rey. 

NIÑA  1.a  (13  años) N.  N. 

ÍDEM  2  a  (11  id.) N.  N. 

BERMEJO... Se.       Bonafé. 

DON  VALERIANO Zorrilla. 

DON  SEGUNDO Espantaleón. 

LUIS  González. 

HIDALGO AsQUERiNO. 

SEÑOR  PALOMO Del  Valle. 

SEÑOR  CÁRCELES Pereda. 

SATURNINO RiQUELME. 

RAMÓN García. 

NIÑO  l.o  (9  años) N.  N. 

ídem  2.0  (7  id.) N.  N. 


Ija.  euooión.  ©n  L^lacirid,  actu.a<lmen-tet 


Derecha  e  izquierda,  las  del  actor 


^ 


.gaffifea^ ^rfgjk  cü!3  aasw ,^g!<ft\ 


ACTO  PRIMKRO 


Gabinete  modesto.  Dos  puertas  a  cada  lateral  y    una    al  foro.  Corti- 
nas, cuadros  y  muebles  adecuados 


ESCENA  PRIMERA 

ELENA,  GENOVEVA,    DOÑA   POLO^^IA,  SOCORRITO,  DON  VALE- 
RIANO, SEÑOR  PALOMO  y  RAMÓN 

(Todos  estos  personajes  entran  y  salen  varias  veces  du- 
rante la  eseena,  según  las  indicaciones  del  diálogo.  Al 
levantarse  el  telón  se  escuchan  ayes  y  gritos  nerviosos 
de  doña  Tomasa  y  de  Carita,  que  se  suponen  acciden- 
tadas en  la  primera  der3cha  y  en  la  primera  izquierda, 
respectivamente.) 
Val.  (Sale  trémulo  y  agitado  por  la  primera    derecha    y    se 

dirige  a  la  segunda  izquierda.)  ¡E?a   tila!...  ¡A    Ver 

esa  tila!...  ¡Pero  no  está  esa  tila  todavía!... 

G6n.  (Saliendo  temblorosa  y  asustada,  por  segunda   izquier- 

da con  una  taza  de  lila,  que  trata    de    enfriar    con    la 

cuchara.)  Aquí  está.  Es  que  no  atinaba  con 
el  sobresalto  que  tengo.  (Le  da  la  taza  a  don 
Valeriano,  qne  al*  probar  la  tila  hace  un  gesto  como 
de  haberse  quemado.)   ¿Cómo    la    encuentra   US- 

ted? 
Val.  Para  pelar  pollos. 

Gen.  Digo  a  la  señora. 

Val.  ¡Ah!  Lo  mismo...  Exactamente  lo   mismo. 

No  se  la  pasa...  ¿Tiene  azúcar? 
Gen.  Si  no  es  azúcar,  yo  no  sé  lo  que  será,  porque 

con  el  aturullo  le  he  echao  de  un  papel  que 


—  8  — 


Val. 
Gen. 
Val. 

m 

Gen. 


Elena 


Val. 
Elena 


Val. 


Elena 


Ramón 


Elena 
Ramón 


había  en  el  armario,  que  me  [^parecía  ter- 
ciada! 

¿No  será  el  ácido  bórico? 
Yo  juraría  que  no;  pero  no  lo  juraría. 
Bueno;  corre  arriba,  a  casa  de  los  señores 
de  Palomo,  y  que  te  dejen  el  azahar,  anda. 
Sí,  señor.  De  seguida.  [Virgen  del  Carmenl 
¡Virgen  de  la  Palomal  ¡Virgen  de!...  (vase  foro 

derecha.) 

(Por    la    primera    izquierda,    agitada    y    temblorosa.) 

Papá...  papá...  las  llaves  del  armario.  Haz  el 
favor... 

;Pues  qué  ocurre  ahora? 
A  Carita,  que  no  la  para  el  frío.  Tiene  un 
temblor  de  muerte.  ¡Y  eso  que  la  tengo 
echadas  tres  mantas!  Dice  que  la  lleve  un 
ruso.  ¿Usted  sabe  dónde  encontraría  yo  un 
ruso? 

¿Un  ruso?...  ¡Qué  se  yo!...  ¡Figúrate!...  Un 
ruso  ahora...  Espera  a  ver...  (Llamando  foro.) 
Genoveva...  ¡Genoveva!...  (a  Elena.)  Se  conoce 
que  se  ha  subido  ya,  porque  la  mandé  arri- 
ba por  el  azahar.  Enfría  esto,  que  voy  a  ver 
si  encuentro  yo  otra  manta,  o  algo  semejan- 
te. Está  uno  loco...  está  uno...  (Vase  segunda  iz- 
quierda.) 
(Muy  afligida,  enfriando  la  tila.)    ¡JeSÚS,  qué    dis- 

gustol...  ¡La  verdad  es  que  ha  sido  un  gol- 
pe!... ¡Quién  iba  a  imaginárselo!...  ¡Qué  tras- 
torno!... Vamos,  que  pasan  cosas... 

(Entra  foro  derecha  rápido,  jadeante;  con    tres  frascos 

en  la  mano.)  Aquí  está  la  antipasmódica,  la 
antistérica  y  la  antispirina...  y  la  cuenta  del 
dinero.  Dos  de  ésta  y  tres  de  ésta,  cinco; 

más    siete    de    éste...  (La  deja  sobre  un  velador.) 

Sobran  dos  pesetas:  una  (se  busca  en  las  bol- 
sillos.) que  se  me  debe  haber  perdió...  y  otra 
que  me  se  debe...  porque  la  he  tenío  que 
poner  yo. 

¿Y  el  médico?        • 

No  di  con  él.  Y  eso  que  le  tengo  buscao  por 
medio  Madrid.  De  primeras  fui  a  su  casa,  y 
me  dijo  su  señora  que  estaba  en  la  Casa  de 
Socorro;  fui  a  la  Casa  de  Socorro  y  me  dije- 
ron que  la  meta  e  los  días  no  parece  por  allí. 
Con  las  mismas  volví  a  decírselo  a  su  seño- 
ra, y  gritó:  «¡Ah,  sinvergüenza,  ya  eé  dónde 
estás!»;  agarró  la  mantilla  y  se  pueo  de  una 


—  9  — 

forma  contra  su  marido,  que  hoy  sí  que  creo 
que  va  a  la  Casa  de  Socorro. 
'Elena  ¡Jesús,  qué  percance! 

(Se    oyeu    ayea    de   Carita  por  la    primera    izquierda. 

¡Ay,  ay,  ayl) 
Elena  ¡Ay,  por  Dios,  que  la  repite!  Enfríe  usted  esa 

tila,  Ramón,  que  voy  a   ver...  (te  deja  la  tiia  y 

vase  corriendo  primera  izquierda.) 

Hamón  (Enfriando  la  lila.)  Puefi  señor,  se  ha  armao  un 
tinguiringui  suave...  Y  too  creo  que  es  por 
una  carta  que  han  recibió  de  fuera.  ¿Qué  di- 
ría la  dichosa  cartita?...  ¡Porque  pa  darles 
un  desgusto  de  esta  manituz!..,  (probando  la 
tila.)  ¡Repeine,  qué  caliente  está  estol  No  se 
puede  tomar,  (vueive  a  probaría.)  pero  que  no 
se  puede. 

^0\.  (Por  el  foro  derecha.)  ¿Se  puede? 

Ramón  No,  señora...  digo...  ¡ay,  sí,  señora!...  Usté 
dispense,  es  que  uno  está  que  no  sabe.,.  Pa- 
sen ustedes,  pasen  ustedes. 

(Entra  doña  Polonia  abrochándose  la  bata  y  con  las 
rizadoras  puestas.  Socorrito  con  una  falda  de  casa  y 
envuelta  en  una  toquilla,  y  don  Simón  en  zapatillas, 
con  pijama  y  con  la  bigotera  puesta.  Vienen  inquietos, 
alarmados,  nerviosos.) 

Pol.  ¿Pero  qué  sucede  en  esta  casa,  Ramón? 

Soc.  ¿Pero  qué  les  ocurre?  ¿Qué  ha  pasado? 

Pal.  Ha  subido  Genoveva  por  el  azahar  y  nos  ha 

dicho  que  doña  Tomasa  y  Carita  habían 

sido.presas  de  no  sé  qué... 

Ramón  (Aterrado.)  ¿CómO   presaS?    (Agita  la  tila  y  sopla.) 

Pal.  Vamos,  quise  decir  que  las  ha  dado... 

Ramón  ¡Ah...  un  patatús,  sí,  señor!  (sopia  otra  vez.) 
Un  patatús... 

Pal.  Ramón,  hazme  el  obsequio  de  soplar  hacia 

otro  cuadrante,  que  me  espurreas. 

Pol.  Bueno,  ¿pero  ha  sido  enfermedad,  accidente, 

disgusto  o  mero  ataque? 

llamón  Yo  no  sé  si  habrá  sido  mero  u  que  habrá 
sido;  pero  ha  sido  una  cosa  como  la  que 
me  da  a  mí  los  sábados  por  la  noche,  que 
me  privo. 

Pal.  No,  lo  tuyo  es  merluza. 

Ramón  Y  lo  único  que  yo  puedo  decir  a  ustedes  es 
que  yo  estaba  aoajo,  en  la  portería,  quitán- 
dome tres  manchas  que  me  había  echao 
anoche  en  el  chaleco  y  dos  en  el  pantalón, 
cuando  en  esto... 


—  10  — 

Elena  (Dentro,  primera  izquierda  liamón,  la  antiespas- 

módica. 

Ramón  (aho.)  Voy.  (a  ios  de  Paicmo.)  Con  periniso  de 
ustedes,  (a  don  simón.)  Haga  usted  el  favor 
de  enfriar  esto,  señor  Palomo,  que  en  segui- 
da vuelvo.  (Coge  un  frasco  y  vase  primera  izquier- 
da, dejando  la  tila.j 

Pol.  ¿Pero  qué  será  lo  acaecido? 

Pal.  Vete  a  saber.  Lo  úliÍco  que  hemos  sacado  en 

limpio  es  que  el  portero  es  un  sucio, 
Pol.  A  ver  si  sale  alguien  de  la  familia  y  nos  lo 

dice. 
Pal.  Esto  debe  ser  algún  disgusto  de  Carita  con 

el  novio. 
Pol.  Es  posible.  No  me  gusta  a  mí  esa  Carita. 

Pal.  A  mí;  no  es  que  no  me  guste,  pero  es  una 

niña  que  la  tienen  muy  consentida,  y  eso... 
Pol.  CaJla.  Ahoia  lo  sabremos...  Don  Valeriano... 

Viene  don  Valeriano. 

Val.  (Sale  segunda  izquierda,  con   un  ruso  al   brazo.)    Ay, 

señores!...  ¡Ustedes!...    (ai  verlos,   movimiento  de 

contrariedad.)  ¡Caramba!...  ¡Cuánto  agradez- 
co!... 

Pal.  ¡Ay,  don  Valeriano,  estamos  nauertas! 

Soc.  ¿Pero  qué  ha  pasado  aquí? 

Pal.  Subió  la  Genoveva  por  el  azahar  y  nos  dijo... 

Val.  Sí,  nada;  en  realidad  nada...  sino  que  mi 

hermana  Tomasa  y  mi  ¡sobrina,  son  tan  ner- 
viosas...   ¡Ay,  pero  por  Dios,  señor  Palomo; 

usted  soplando...  (Tomándole  la  taza  de  tila.)  nO 

se  moleste  usted...  Pues,  cada,  nada;  no  ha 
sido  nada...  Si  acaso,  ya  avisaremos,  y... 

Pol.  Nosotros  sentiríamos  molestar,  pero  la   bue- 

na voluntad... 

Val.  ¡Por  Dios,  quiere  usted  callarse!  ¡Cómo  nao- 

lestar!  ¡Nada  de  eso! 

Pal.  Pero  si  los  vecinos  no  nos  favorecemos  unos 

a  otros  en  estas  ocasiones... 

Val.  ¡Ah!,  claro;  sí,  señor;  desde  luego...  Pues  na- 

da, en  todo  caso  ya  avisaríamos,  y... 

Soc.  Ya  ve  usted,  hemos  bajado  en  dos  brincos; 

mamá  con  un  salto... 

Pol,  Y  Simón  hasta  con  la  bigotera,  ya  ve  usted» 

Pal.  (Quitándosela  rápidamente.)  ¡Ay,  SÍ,    eS    verdad!..» 

¡Qué   distracción!   ¡Caramba!...   Usted    per- 
done. 
Pol.  Conque  siga  usted.  ¿Qué  ha  sido?  ¿Qué  ha 

sido  ello,  amigo  don  Valeriano? 


—  11  — 

Val.  Pues  nada;  que  acabábamos  de  pasar  esta 

mañana,  como  de  costumbre,  mi  hija  Elena 
y  yo,  para  saludar  a  mi  hermana  Tomasa  y 
a  mi  sobrina,  cuando  en  esto... 

Tom.  (Eq  la  primera  derecha,    con  grau    angustia.)    lAy!... 

(Ay!...  Valeriano...  Valeriano.. 
Val.  ¡Jesús!...  ¡Mi  hermana  se  agrava!...  (Dejándolas 

el  ruso  y  la  tila.)  ¡Por  Dios,  hagan  ustedes   el 

favor,  que  voy  a  ver...  (Vase  primera  derecha.) 

Pal.  Pues,  señor,  esto  es  más  difícil  de  averiguar 

9  que  una  chaiada  numérica.  Fero  en  fin,  los 

sacrosantos  deberes  de  vecindad... 

Pol.  ¿Has  oído?...  Dice  que  una  cosa  sin   impor- 

tancia. 

Soc.  El  novio.  Lo  que  yo  te  decía.  Si  está  cansado 

de  ella. 

Pal.  Chits  ..  (En  voz  baja.)  ¿Os  habéis  fijado  en  el 

servicio  de  té?...  Tazas  de  cinco  reales. 

Soc.  Sí,  pero  la  cucharilla  es  de  plata. 

Pol.  •  (Se  la  acerca  a  los  ojos  y  se    la    devuelve    despreciati- 

vamente.) Miele. 

Pal.  ¡Y  mirad  los  platillos! ..    ¡Desportillados!... 

¡Vaya  unos  platillos!...  Con  el  bombo  que  se 
daban. 

Elena  (SsUendo    con    un     calientapiés,     segunda    izquierda.) 

¡Ay,  pero  por  Dios,  ustedes  y  solos!...  Jesús, 
cuánto  siento... 

Pol.  ¿Quieres  callarte,  hija?  Comprendemos  que 

la  visita  es  inoportuna. 

Pal.  Pero  los  sacrosantos  deberes  de  vecindad... 

Elena  ¡Ay,  cuánto  agradecemos!...  Pero  siéntense,, 

siéntense. 

Pal.  ¿Y  qué  ha  sido,  qué  ha  sido? 

Elena  Pues  perdonen  un  momento,  que  ahora  sal- 

go, porque  Carita...  Y  si  sale  papá,  hagan  el 
favor  de  darle  este  calientapiés,  que  es  para 

mi  tía.  Soy  con  ustedes...  (Vase  primera  izquier- 
da, dejándolas  el  calientapiés.) 

Pal.  Bueno:  realmente  yo  creo  que  estamos  mo- 

lestando y  viceversa. 

Pol.  ¿Cómo  viceversa,  Simón? 

Pal.  Sí,  porque  cada  vez  nos  van  dejarido  más 

adminículos.  ¿No  te  percatas,  Polonia? 

Soc.  ¿Pero  y  si  pudiéramos  hacer  algo  útil  por  la 

familia? 

Pal.  Yo  creo  que  aquí  lo  más  útil  que  podemos 

hacer  por  la  familia,  es  marcharnos.  ¿No 
coincides,  Socorrito? 


—  12  — 
3oc.  ¿Pero  irse  sin   averiguar  algo?  (saie  Elena  pri- 

.      mera  izquierda»  con  un    fraseo   y    una    cuchara.)    De 

modo,  hija  mía,  que  decías  que... 
Elena  Dispensen  un  momento,  que  en   seguida 

vuelvo.  (Vase  primera  derecha.) 

Pol.  jNada,  que  no  hay  maneral 


ESCENA  II 

DICHOS  y  DON  SEGUNDO,  foro  derecha  ^ 

Seg.  (Dentro.)  Valeriano...  Tomasa... 

Pal.  Callad...  don  Segundo,  el  de  la  tienda.  Este 

nos  lo  dice.  Ahora  lo  averiguaremos  todo. 

^eg.  (saliendo.  Lleva  gorra  y    manguitos.)    Carita...    To- 

masa... (¡Caramba,  los  Palomos!...)  Uste- 
des?... Y  luego,  ¿qué  pasa  aquí?  (Quitándose  la 
gorra.) 

Pol.  ¡Ahí  ¿pero  usted  no  sabe?... 

Seg.  ¡Qué   voy  a  saber!...    Yo  estaba  tranquila- 

mente en  la  tienda  recibiendo  una  partida 
de  pellejos  de  aceite;  por  cierto  que  mándele 
a  Isidro  que  embotellase  de  uno,  porque  nos 
quedamos  sin  nada  del  fino,  cuando  en  esto 
que  baja  ía  Genoveva  y  me  grita,  más  ama- 
rilla que  la  manteca:  «Vea  si  sube  don  Se- 
gundo, que  a  la  señora  dióle  un  soponcio  y 
la  señorita  se  nos  privó,  que  no  parece  sino 
que  muere»...  ¡Y  quisieran  ver!...  ¡Qué  co- 
rridas de  los  dependientes  de  acá  para  allá! 
Uno  gritaba:  «¡Socorro:»...  Otro:  «¡Ay,  que 
muere  doña  Tomasa!...»  Y  otro:  «Brinca  por 
un  médico.»  Y  aquello  tra  no  entenderse  y 
gritar  todos  a  una,  y  la  Genoveva  llora  que 
llora.  Y  con  tanto  susto  y  con  tanto  escán- 
dalo, abandonamos  el  pellejo,  que  se  salió 
todo,  y  me  dejé  la  tienda  que  aquello  es  una 
balsa  de  aceite. 

Pal.  ¿Y  no  sabe  usted  nada  másV 

3eg.  Nada  más. 

JPal.  (Mirando  a  su  mujer  y  a  su  hija.)    No    Sabé    nada 

más.  Bueno,  pues  nosotros,  tras  luengas  pes- 
quisas, nos  hallamos  a  la  par  de  usted,  en  el 
conocimiento  de  lo  acaecido,  por  lo  cual  le 
rogamos  que  se  sirva  reintegrarle  a  la  fami- 
lia este  calientapiés,  este  gabán  y  esta  taza 
de  tila,  en  mi  concepto,  ya  fría;  así  como 


—  13 


nuestro  más  ferviente  deseo  de  que  mejoren 

los  pacientes.  (Le  entrega  todo  lo  que  dice.) 

Seg.  I  Pero  me  han  diclio  que  Tomasa  accidenta- 

da, Carita  accidentada... 

Pal.  Si,  señor;  doña  Tomasa  accidentada,  Carita 

accidentada  y  nuestra  visita  también  acci- 
dentada. Besóle  la  mano.  (Reverencia.) 

POI.  Tanto  gusto.  (^Saluda.) 

SOC.  (Hace  una  iuclinación,  y  al  ver  que  agita  la  tila    ner- 

viosamente.) No  le  de  usté  vueltas,  que  es  un 
hielo.  (Vanse  las  tres  foro  derecha.) 

Seg.  ¡Vaya  una  gente  cargante!...    ¡Y   no   saberl 

(Llamando.)  Valeriano,  pero  Valeriano...  No 
adivino  lo  que  sea...  Si  yo  esta  mañana  dé- 
jelas tan  cabales...  Valeriano... 


ESCENA  III 

DON  SEGUNDO,  VALKRIANO,  luego  DOÑA  TOMASA,   ELENA  y 
CARITA 

Val  (sacando  la  cabeza  con  precaución  por    primera  dere- 

cha.^ ¿Se  han  ido  ya  los  Palomos? 
Seg.  Volaron.  ¿Pero  qué   pasa   aquí?...   ¡Dimelo 

luego,  que  estoy  que  no  vivol 
Val.  (Con  gran  misterio.)  ¿Que  qué  pasa?...   ¡Ay,  Se- 

gundo!... Pasa  lo  que  no  puedes   imaginar. 
¡Una   cosa   inaudita!   ¡Estupenda,  inenarra. 
ble! 
Seg.  (Asustado.)  ¿Pues?... 

Val.  La  más  complicada  novela    policial  es  un 

cuento  de  niños  si  ee  la  compara  con  lo  que 
nos  ocurre. 
Seg.  Pero.. 

Val.  Y  el  «Misterio  del  cuarto  amarillo»  un  chis- 

me de  portería,  no  te  digo  más. 
Seg.  ¡Carape!  ¡Pero,  Valeriano!... 

Val.  Si  a  mí  me  dicen  que  la  Cibeles  se  ha  pega- 

do con  un  Guardia  de  orden  público,  le  doy 
más  crédito  que  a  esto. 
Seg.  ¡Demonio! 

Val.  Imagina  la  cosa  más  diabólica  y  te  quedas 

corto.  Segundo. 
Seg.  Bueno,  ¡pero  por  la  madre  de  Diosl...  ¿Quie- 

res explicarme?... 
Val.  Espérate,  que  ahora  saldrán  ellas  y  te  lo  con' 


—  14  - 

taremos  todo.  (Llamando  primera  derecha.)  To- 
masa, sal.  (Llamando  primera    izquierda,)    Carita, 

salid,  que  esté  Segundo  nada  más. 
Seg.  ¿Y  esta  tila? 

Val-  Tómatela  tú  si  quieres,  que  te  va  a  hacer 

falta. 

Tom.  (saliendo  de  la  primera    derecha,    pálida,    despeinada, 

envuelta  en  un  mantón  y  con  un  perrito  en  brazos.  La 

sigue  Elena.)  ¡Ay,  Segundo  de  mi  vidal...  ¡Ay, 
Segundo  de  mi  alma!...  ¡Ay,  qué  trastorno!... 

¡Ay,  que  todo  me  rueda!  (Se  desploma  sobre  una 

silla.) 

Seg.  (Sujetándola.)  Tente,  mujer,  tente. 

Tom.  ¡Ay,  Segundo,  derecha  no  me  es  posible! 

Val.  Anda,  mujer,  anda  ..  deja  ahora  a  Caruso  y 

siéntate  en  esta  butaca.  Elena,  llévate  a 
Caruso  a  ese  cuarto,  vete  a  casa,  dile  a 
mamá  lo  que  ocurre  y  que  ahora  voy. 

Elena  Bueno,  pues  hasta  luego,  (vase  foro  derecha, 

llevándose  el  perro.  Sientan  a  doña  Tomasa  en  una 
butaca.)    . 

Tom.  ¡Animalitol  ¡Cómo  ha  sufrido  de  verme  llo- 

rar! (Llora.) 

Val.  No  pienses  en  el  perro,  mujer,  no  pienses  en 

el  perro  ahora. 

Car.  (Por  primera  izquierda,  también   despeinada    a    medio 

abrochar,  llorosa.)  ¡Av,  tío!...  ¡Ay,  tíO  de    mi  CO^ 

razón!...  ¡Ay,  tío  Segundo  de  mi   alma!  (Le 

abraza.) 

Seg.  Pero,  santiña  mía,  ¿pero  qué  os  pasó? 

Tom.  Leer  yo  la  carta  y  caer  al  ñuelo   privada  del 

sentido,  todo  ha  sido  uno. 

Val.  Considera,  para  privarse  ésta,  que  no  se  pri- 

va de  nada;  que  ya  conoces  su  presencia  de 
ánimo...  ¡figúrate! 

Seg.  Bueno,  ¿pero  qué  demonio  de  carta  es  esa 

que  lanto  disgusto  os  diera? 
'Val.  Siéntate,  siéntate.  Segundo;   escucha  y  pás- 

mate.  Cse  sientan  todos.)  Por  una  esquela  y  una 
carta  recibidas  en  el  primer  correo  de  hoy 
se  nos  comunica  que  hace  ocho  días  murió 
en  Cabezón  de  Bonete  (Asturias),  Rogelio 
Nogales,  el  padrino  de  ésta,  (por  carita.) . 

Seg.  (Uolorosamente  sorprendido.)  ¿Que    mUriÓ    RogC- 

lio?...  ¡Tu  padrino!' ¡Cárape!...  ¿Y  de  qué  ha 
muerto  el  pobriño? 
Tom.  Tú  ya  sabes  que  siempre  padeció  una  enfer- 

medad  crónica  a  la  garganta. 


-  16  — 

Car.  Creo  que  teoía  las  cuerdas  vocales  destroza- 

das. 

Tom .  Dicen  que  desde  que  volvió  de  América  solo 

vivía  con  una  cuerda. 

Val.  La  última  vez  que  estuvo  en  Madrid  le  vie- 

ron .varios  médicos  otorino-laringólogos  y  el 
pronóstico  fué  fatal.  Unos  decían  que  no 
tenía  cuerda  más  que  para  veinticuatro 
horas,  otros  que  tenía  cuerda  para  un  año... 
pero  en  fin,  lo  cierto  es  que  el  hombre  hace 
echo  días  que  se  ha  parao. 

.^eg.  ¡Oh,  pobre  Rogelio!  ¡La  garganta!...  Ya  sabía 

yo  que  sería  su  fin.  Y  nunca  pudimos  qui- 
tarle de  que  fumase,  con  el  mal  que  le 
hacía. 

Tom.  Pues  bien;  empieza  a  asombrarte,  Segundo. 

Rogelio  Nogales,  a  quien  supusimos  a  su  re- 
greso de  América  una  modesta  fortuna  de 
veinticiuco  o  treinta  mil  duros,  ha  dejado, 
¡¡pásmate!!...  ¡¡Tres  millones  de  pesetas!! 

'Seg .  (En   el    colmo    del   asombro    y   de    la    estupefacción.) 

¡¡Rogelio,  tres  millones!! 
Tom.  ¡¡Tres  millones,  Segundo!! 

Val.  ¿Tú  te  acuerdas    lo    bruto    que  era?  Pues 

ahora  resulta  que  tenía  un  ingenio  enorme, 
en  el  Camagüey,  y  extensas  vegas  de  taba- 
co,  en  Cárdenas... 

Car.  Y  creo  que  muchísimo  papel,  una  barba- 

ridad de  papel,  en  México.  Acciones  de  mi- 
nas, acciones  de  ferrocarriles,  acciones  na- 
vieras... 

Tom.  En  fin,  baste  que  te  digamos  que  ha  dejado 

dos  millones  en  papel  y  uno  en  tabaco. 

Val.  Te  explicarás  ahora  por  qué  no  dejaba  de 

fumar. 

5eg.  ¿Pero  cómo  hizo  esa  millonada  si  yo  tenía 

oído  que  al  emigrar  a  América  había  puesto 
una  mala  tienda  de  comestibles  en  Quito? 

Val.  Bueno,   pues   ahí  lo   tienes;  comestibles  y 

Quilo,  con  lo  ladrón  que  era  el  pobre,  que 
en  gloria  esté,  pues  se  hizo  de  oro. 

^eg.  ¡Madre  de  Dios!...  Tres  millones  un  hombre 

tan  así,  tan...  vamos... 

Tom.  Tan  inculto,  dilo  claro. 

Car.  ¡Semejante  fortuna  una  persona  que  ponía 

anteayer  sin  ninguna  hache! 

1/al.  ¡Tres  millones  un  hombre  que  pedía  cham- 

pagne frappé  y  se  lo  mandaba  calentar! 


—  16  — 

Tom.  Pues  bien,  como  sabes,  Rogelio  no  tenía  pa- 

riente alguno,  y  nosotras  supusimos  que  a 
su  fallecimiento  dejaría  a  Carita,  ahijada, 
suya^  eu  fortuna  íntegra. 

Seg.  Ahora   comprendo   el  disgusto.  ¿Y   por  lo> 

visto  no  te  dejó  por  heredera? 

Car.  (Desesperada.)  8í,  señor,  SÍ,  scñor,  que  me  ha 

dejado  por  heredera;  pues  eso  es  lo  terri- 
ble. 

Seg.  (Asombrado.)  ¡iCómo  lo  terriblell 

Car.  Sí,  porque  me  ha  dejado  su  fortuna  en  unas 

condiciones  tan  crueles,  tan  tremendas...- 
(Casi  iioraudo.)  que  parece  mentira  que  un  ser 
humano... 

Seg.  ¿Pero  qué  estás  diciendo? 

Val.  (con  gran  indignación.)  La  ha  dejado  SU  fortuna 

en  unas  condiciones  tan  pérfidas,  tan  extra- 
ñas, que  más  valía  que  no  la  hubiese  dejado, 
un  cuarto,  Segundo. 

Seg.  ¡Madre  de  Diosl 

Val.  Oye  esta  carta  y  acaba  de  pasmarte,  (saca  una 

carta  y  lee.)  Hay  un  membrete  que  dice:  «Za- 
carías Lamuela,  Notario.  Avenida  de  Car- 
boneros, dieciocho,  Cabez(5n  de  Bonete.  Se- 
ñorita doña  Carita  Menéndez  Cayuela.  Muy 
señora  mía  y  distinguida  señorita:  Adjunta 
a  la  presente  remito  a  usted  copia  de  la 
cláusula  del  testamento  del  ya  fallecido 
señor  don  Rogelio  Nogales  (que  santa  gloria 
haya);  cláusula  que  por  referirse  a  usted^ 
tengo  el  deber  de  notificarla,  como  albacea 
testamentario  del  precitado  difunto,  que 
descansó  en  el  Señor  el  día  veintidós  del 
que  corre,  víctima  de  una  laringitis  estridu- 
losa  de  carácter  crónico,  complicada  con 
una  afección  gastroenlérica  y  afasia  parcial 
del  lado  izquierdo  con  tendencia  hemorrá- 
gica.  Sin  otra  cosa...  (vuelve  la  hoja.)  me  ofrez- 
co suyo  con  la  mayor  consideración,  Zaca- 
rías Lamuela.»  Y  ahora,  oye  la  cláusula  del 
testamento,  oye  lo  inaudito,  lo  inexplica- 

ble.,.  (Leyendo    otro    papel   que    saca    de  un  sobre.) 

«Otorgado  ante  mí...  etcétera...  Cláusula  del 
testamento  de  don  Rogelio,  etcétera...  Otro 
sí:  Y  por  ser  ésta  mi  última  y  expresa  vo- 
luntad,  dispongo  que  toda  mi  fortuna,  con- 
sistente en  tres  millones  de  pesetas,  pase  a 
mi  fallecimiento,  en  usufructo,  al  Hospital 


-  17     - 

de  la  Misericordia,  fundado  por  mí  en  este 
pueblo;  pero...» 

Tom.  Fíjate  en  esto. 

Val.  Ojo  al  pero.  «Pero  si  mi  ahijada,  la  señorita 

Caridad  Menéndez  Cajuela,  :Re«aicando  las 
palabras.)  que  ha  de  contraer  naatrimonio  en 
breve,  tuviese  algún  día  la  desgracia  de  que- 
darse viuda,  ee  la  pondrá  ip so  fado  en  pose, 
sión  de  noi  antes  citada  fortuna,  y  entonces 
y  8Ólo  entonces  podrá  disponer  de  todos 
mis  bienes  íntegramente,  porque  es  mi  vo- 
luntad  que   ella  sola  pueda   disfrutarlos.» 

(lejando  de  leer.)  ¿Qué  te  parece? 

Seg.  ¡Qué  horror!...   ¡!)e  modo  que  sólo  puedes 

ser  millonaria  cuando  seas  viuda! 

Tom .  Cuando  su  marido  reviente.  ¿Has  vipto  enor- 

midad semejante? 

Val.  Y  figúrate  que  hemos  abierto  la  carta  delan- 

te del  novio  de  ésta. 

Seg.  ¡Pobre  chico!...  Se  habrá  quedado... 

Val.  •  Considera...  Se  ha  puesto  pálido,  se  ha  co- 

gido a  mi  hombro  y  decía  medio  llorando: 
<¡Ay,  don  Valeriano,  qué  infamia!...  ¡Yo  me 
muero!»  Y  yo  le  he  dicho:  Hombre,  todavía 
no;  espera  a  ver,  espera  a  ver... 

Car.  (Llorando.)  ¡Qué  Crueldad,  sabiendo  que  es- 

toy para  casarme,  y  con  lo  que  quiero  a 
Luis!... 

Val.  (Con  creciente  indignación.)  Ese    Canalla,  que  en 

paz  descanse,  os  ha  estropeado  la  felicidad. 

Seg.  Hombre,  eso... 

Val.  Sí,  porque  es  lo  que  decía  el  chico:  r¿Cómo 

me  caso  yo  ahora  con  una  mujer  que  no 
tiene  probabilidades  de  ser  rica  hasta  que 
yo  coja  una  pulmonía  doble?» 

Tom.  ¡Ks  espantoso!..   ¡Dejarle  a  una  mujer  tres 

millones  p»ra  luto! 

Seg.  Y  para  alivio;  porque  con  esa  fortuna  es 

para  aliviarse. 

Val.  Para  aliviarse  y  ganar  cien  kilos. 

Seg.  ¿Pero  qué  ese  habrá  propuesto  ese  demonio 

de  hombre  con  un  testamento  tan  extra- 
ño?... ¿Qué  se  habrá  propuesto? ..  Yo  no 
comprendo... 

Car.  (Llorando  desesperada    y    como  quien  loma  una  reío- 

lución  enérgica.)  ¿Que  se  ha  propuesto?...  Yo 
bien  lo  sé,  yo  bien  lo  té. 

Tom.  (Asombrada.)  ¿Que  tú  lo  sabes? 


—  18  — 

Car.  Sí;  yo  bien  lo  sé,  mamá,  y  quería  callarlo, 

como  lo  he  callado  hasta  ahora;  pero... 

Los  tres        (Estupefactos.)  ¿Qué  diceS? 

Car.  Pero  no  puedo,  no  puedo  más,  y  quiero  que 

ustedes  lo  sepan,  que  lo  sepa  todo  el  mun- 
do; porque  este  testamento  monstruoso  es 
un  infamia,  una  venganza,  una  venganza 
cruel  de  mi  padrino.  Lo  veo  bien  claro. 

Val.  ¿Pero  estás  loca? 

Los  tres  (con  interés  creciente.)  ¿Pero  cómo  Una  ven- 
ganza? 

Car.  Sí,  una  venganza,  no  me  cabe  duda.  Me  juré 

callarlo  siempre,  pero  no  puedo  más.  Oigan 
ustedes. 

(cuando  se  disponen  a  oír  aparece  Genoveva  por  la 
puerta  del  íoro.) 


ESCENA    IV 

DICHOS  y  GENOVEVA 

Gen.  Los  señores  de  Palomo... 

Tom.  lElloel 

Car.  ¡Jesús! 

Val.  ¡Otra  vez! 

(Todas  estas  exclamaciones  casi  simultáneas  y  hu- 
yendo cada  uno  hacia  la  puerta  de  un  cuarto  dis- 
tinto.) 

Gen.  No,  si  no  es  que  vienen... 

Val.  ¿Pues  qué  es? 

(Quedan  todos  inmóviles  en  las  puertas.) 

Gen  Que  digo  que  Jos  señores  de  Palomo  han 

mandado  un  recado  preguntando  que  cómo 
siguen  las  señoritas  y  que  si  pueden  bajar. 

Val.  Pues  diles  que  estábamos  ya  casi  a  las  puer- 

tas... de  la  muerte;  pero  que  seguimos  un 
poco  mejor,  a  Dios  gracias,  y  que  no  bajen. 

(Vase  Genoveva  foro.) 

Car.  ¡Qué  susto! 

Tom .  (con  gran  interés.)  Continúa,  hija,  continúa. 

Val.  ¿Decías   que  ese    testamento   es   una   ven- 

ganza? 

Car.  Una  venganza,  estoy  segura.  Óiganme  uste- 

des y  juzguen.  A  los  pocos  días  de  bauti- 
zarme emigró  mi  padrino,  recorriendo  va- 
rios puntos  de  America,  donde  hizo  su  for- 


—  19  — 

tuna.  En  sus  cartas  me  pronietía  eiempre 
venir  a  conocerme  a  su  regreso  a  España,  y 
cumpliendo  su  palabra,  hace  dos  años  se 
presentó  un  día  en  casa  Le  acogimos  con 
el  natural  placer.  Nos  contó  que  venía  en- 
fermo, pero  muy  rico.  Pues  bien,  desde  el 
principio  de  estar  mi  padrino  con  nosotros 
noté  que  su  inclinación  hacia  mí  era  extre- 
mada, acentuadísima. 

Seg.  Oye,  oye,  oye... 

Car.  Yo,  claro  está,  lo  atribuía  al  natural  afecto 

de  un  hombre  que  me  había  tenido  en  la 
pila...  ¡Pero  sí,  pila,  pila!...  No  me  dejaba  a 
sol  ni  a  sombra.  De  día  en  día  su  inclinación 
era  más  sospechosa. 

Val.  Una  incliríación  como  para  dejarse  caer  de 

un  momento  a  otro,  ¿no? 

Car.  Además,  llegó  a  tenerle  a  mi  novio  verda- 

dera antipatía,  odio  más  bien. 

Tom.  ¡Dios  mío! 

Car.  Llegar  Luis  a  casa  y  marcharse  él  de  mal 

talante,  era  cosa  de  minutos.  Yo  lo  obser- 
vaba alarmada.  Así  pasó  un  mes,  y  al  fin 
una  noche,  que  había  yo  salido  al  balcón 
a  despedir  a  mi  novio,  sentí  la  mano  de 
mi  padrino  apoyarse  temblorosa  en  mi 
espalda.  Me  volví  asustada.  Me  impuso  si- 
lencio. 

Seg.  iMiserable! 

Car.  Y  me  reveló  con  palabra  trémula,  torpe  y 

emocionada,  una  pasión  que  él  decía  frené- 
tica, invencible,  devoradora. 

Val.  ¡Caray  con  Nogales! 

Car.  Me  ofreció  casarse  conmigo  inmediatamen- 

te, cederme  todos  sus  bienes.  Me  aconHejó 
que  abandonase  a  Luis,  a  un  mal  estudian- 
tino de  medicina,  como  él  le  llamaba.  Me 
aseguró  que  me  tendría  como  una  reina.  Yo, 
como  es  natural,  lo  rechacé  todo,  amable  y 
cariñosamente,  pero  con  una  decisión  y  una 
energía  que  no  dejaban  lugar  a  dudas. 
«¿Tanto  quieres  a  ese  guanajof»,  me  pregun- 
tó. Tanto,  le  respondí,  que  si  no  me  caso 
con  él,  moriré  soltera.  «Basta,  me  replicó, 
no  se  hable  más.  Te  ruego,  paloma,  que  de 
esto  ni  una  palabrita  a  nadie.»  Y  antes  de 
irse,  estrechándome  la  mano  con  una  fuerza 
que  me  lastimaba,  me  dijo  sonriendo  ex- 


—  20  - 

trañamente  estas  palabras  terribles:  «Yo  te 
prometo  que  algún  día  desearás  la  muerte 
de  ese  hombre.» 

Tom.  ¡Qué  bandidol 

Val.  ¡Recaray  con  Nogales! 

Car,  Desapareció  del  balcón.  Al  día  siguiente  de 

madrugada,  casi  sin  despedirse  de  nosotros, 
abandonó  Madrid  y  ya  no  hemos  vuelto  a 
verle  más.  Esto  es  todo.  Y  ahí  tenéis  expli- 
cado su  testamento. 

Seg.  ¡Miserable!.,.   La   deja   tres   millones    para, 

cuando  enviude,  suponiendo  que  por  la  co- 
dicia de  ser  rica  la  muchacha  va  a  desear  la 
muerte  del  marido. 

Tom.  ¿Y  todo  eso  por  qué  lo  callaste? 

Car.  ¿Y  qué  ganaba  con  decirlo,  mamá?.,    in 

quietaros  a  todos.  s 

Seg.  Tiene  razón  la  chica. 

Val.  ¡Pero  qué  canalla!...  ¡Qué  bandido!...  Mira,, 

a  mí  no  me  ha  gustado  nunca  levantar 
mueitos;  pero  créete  que  de  buena  jj;ana  re- 
sucitaría a  ese  bandolero  para...  para  tener 
el  gusto  de  costearle  otras  exequias,  hom- 
bre. ¡Se  merecía  el  duplicado! 

Seg.  Sí,  hombre,   sí;  todo  lo    que    digas  y  algo 

más. 

Tom.  ¡Con  lo  bien  que  nos  hubiesen  venido  los 

tres  millones  Valeriano! 

Val.  '  ¿Cómo  bien?  ¡InmejorablemeDte!  ¡Tres  mi- 
llones, y  de  ese  avaro!...  Como  que  desde 
que  he  oído  a  la  chica  no  hago  más  que 
pensar  qué  haríamos,  qué  inventaríamos, 
qué  trataüamos  para  burlar  esa  cláusula  y 
quedarnos  con  la  fortuna  de  ese  canalla. 

Tom.  ¡Oh,  si  hubiese  un  medio!...  ¡Si  hubiese  un 

medio!...  Yo  te  juro  que  recurriría  a  todo... 
Que  todo  lo  aceptaría  ..  ¡Miserable!... 

Seg.  ¡Bah,  bah,  bah,  sueños!   ¡Como  no  cases  a 

ésta  y  mates  luego  al  marido!. . 

Car.  ¡Ah,  calle  usted,  por  Dios! 

(Empieza  a  sonar  el  lijabre  de  la  puerta  repetida  y 
atropelladamente  y  se  escuchan  voccs  lejanas.de  al- 
guien que  viene  alborotando.) 

Tom.  ¡Ay,  cómo  llaman! 

Val.  ¡Qué  atrocidad! 

Car.  ¡Ay,  si  es  Luis,  si  parece  Luis!... 

Val.  ¡Tu  novio  con  ese  alboroto!...  ¿Qué  le  pasa- 

rá?... ¿Se  habrá  vuelto  loco?... 


—  21   — 

Seg.  Ya  le  abren,  ya  le  abren... 

(Se    escucha   la    voz    de   Luis,  dentro,  que    viene   grl- 
tan¿o.) 

Xuis  ¡Carita!  ¡Doña  Tomasa! 


ESCENA  V 

DICHOS  y  LUIS    por  el  foro 

Luís  (Entrando  exaltado,  jadeante,  nervioso,   al^o    descom- 

puesto de  ropa,  un  poco  sucio  de  tierra,  pero  con  ex- 
presión alegre.)  ¡Carita!  ¡Doña  Tomasa!  ¡Don 
Valeria-no!...  ¡Ay,  ustedes  al  fin!... 

Car.  ¿Pero  qué  te  pasa? 

Luis  ¡Ay,  que  creí  que  no  Jlegaba! 

Val.  ¿Pero  qué  sucede? 

Luis  Ya  lo  contaré...  Dejadme  respirar...  Un  poco 

de  agua. 

Seg«  ¡Beba  usted,  beba  usted! 

(Le  dau  agua.) 

Luis  He  venido  en  cuatro  zancadas,  me  he  caído 

dos  veces,  me  ha  trompicado  un  tranvía,  un 
automóvil  me  ha  pasado  por  encima... 

Tom.  ¡Jesús! 

Luis  Por  encima  del  sombrero;  mire  usted  cómo 

lo  traigo,  una  breva.  Pero  no  importa.  ¡Fe- 
licidades! ¡Albricias!...  (Quiere  abrazarlos.) 

Val.  Pero  ¿por  qué?  ¿Qué  sucede? 

Luis  ¡Somos  felices!...  ¡Somos  dichosos!...  ¡Todo 

resuelto!...  ¡Todoi 

Car.  ¿Pero  estás  loco? 

Luis  ¡Loco  de  felicidad,  de  alegría!...  Veréis,  ve- 

réis... ¡Más  agua! 

Val.  (se  la  da.)  ¡Hable  pronto! 

Todos  Veamos.  (Atienden  con  gran  interés.) 

Luis  (Rápido  y  jadeante.)  Cuando  esta  mañana  se  ha 

recibido  aquí  la  dichosa  carta  del  Notario, 
con  esa  maldita  cláusula  del  testamento  del 
padrino  de  ésta,  ustedes  saben  que  me  he 
quedado  hecho  un  guiñapo;  porque  he  visto 
que  ese  señor  tira  en  sus  disposiciones  tes- 
tamentarias a  que  si  me  caso  con  ésta,  mi 
fallecimiento  se  celebre  con  cucañas,  fuegos 
artificiales  y  danzas  del  país;  y,  francamen- 
te, ustedes  comprenderán  que  eso  no  le  hace 
gracia  a  nadie.  Además,  como  yo  sé  por 
ésta,  que  esa  cláusula  es  la  venganza  de  un 


—   22    — 

despechado,  iba  yo  pensando,  cuando  he  sa- 
lido de  aquí,  camino  del  Hospital...  «Dios 
mío,  ese  bandido  era  merecedor  de  que  yo- 
encontrase  una  añagaza  para  burlar  su  per. 
fidia  y  disfrutar  sus  millones...  ¿Pero  cómo? 
¡Inspírame,Dios  mío,  inspírame!...»  Y  dando 
vueltas  inútilmente  en  mi  imaginación  a 
esa  tentadora  idea,  llego  a  la  Facultad  de 
Medicina.  Mi  estado  de  ánimo  no  era  para 
entrar  en  clase.  Se  trataba  «Je  patología  qui- 
rúrgica, y  dije:  «Si  yo  entro  y  me  pregun- 
tan, meto  la  pata;  y  meter  la  pata  en  Pato- 
logía, con  lo  bien  conceptuado  que  estoy,  no 
me  hacía  gracia,  la  verdad.  Además,  yo  ne- 
cesitaba expansionarme  con  alguien  y  para 
esto  nadie  mejor  que  mi  anoigo  Hidalgo,  y 
como  yo  sabia  que  estaba  de  guardia  como 
alumno  interno  en  la  sala  de  Santa  Susana,, 
pues  subí  como  un  rayo  al  piso  primero. 
Bueno,  ustedes  saben  la  amistad  fraternal 
que  me  une  con  Hidalgo... 

Val.  Sí,  hombre;  sabemos  que  han  empezado  us- 

tedes la  carrera  juntos. 

Luis  Y  que  juntos  la  terminaremos  este  año. 

Val.  Bueno;  pero  avive,  pollo,  que  la  impaciencia 

nos  carcome. 

Luis  Es  que  tengo  que  poner  a   ustedes  en  ante- 

cedeotes  de  todo,  pero  avivaré.  Pues  bien,, 
ustedes  saben  asimismo  que  Hidalgo  es  el 
muchacho  más  listo  de  San  Carlos,  tanto  que 
hasta  las  Hermanas  de  la  Caridad  le  llaman 
en  broma  «El  Ingenioso  Hida'go».  El  com- 
pone los  relojes  del  Hospital,  la  instalación 
eléctrica,  el  teléfcno...  El  no  encuentra  cha- 
rada, logogrifo,  Falto  de  caballo  ni  adivinan- 
za que  no  solucione.  Como  que  se  pone  en 
las  tarjetas,  pasatiempista  de  los  mejores 
periódicos  de  Madrid  y  provincias.  Y  ade- 
más es  el  autor  de  ese  librito  que  venden 
por  la  calle:  «Las  dieciséis  maneras  de  no 
pagar  ai  casero  y  que  se  quede  contento». 

Val.  ¡Chico,  qué  maravilla! 

Luis  Por  eso  yo  me  dije:  Si  Hidalgo,  con  el  in-- 

genio  que  tiene  no  nos  encuentra  una  solu- 
ción, no  la  encuentra  nadie.  Y  entré  en  el 
cuarto  de  interno?.  «¿Qué  te  pasa?,  me  pre- 
guntó  al  verme  tan  páhdo.  ¿Estás  enfermo? 
A  ti  te  ha  hecho  daño  la  cena,  la  patrona,.. 


28  — 

algo...»  No;  lo  que  me  ocurre  es  peor  que 
todo  eso.  Óyelo  y  pálmate.  Y  ce  por  be  le 
cuento  lo  ocurrido  El  me  oía  con  atención 
profunda.  A  medida  que  yo  hablaba  iba 
quedando  asombrado,  estupefacto.  Y  al  final, 
cuando  le  dije:  Si  tú  (pie  tienes  ese  ingenio 
pudiera-^  hacer  que  burlásemos  los  vilen  pro- 
pósitos de  ese  maldito  indiano  cogiendo  sin 
riesgo  sus  millones,  serias  un  hombre  in- 
menso, piramidal,  heroico!...  Quedó  silen- 
cioso, como  extático.  Üe  pronto  me  mira 
fijamente,  se  le  extravían  los  ojos,  .^e  levan- 
ta, se  pasa  la  mano  por  la  frente,  da  una 
carcajada  sardónica  y  exclama  lleno  de  iú- 
bilo:  <¡Ay,  Luisl  ¡La  solución!...  ¡He  dado 
con  la  solución!...  ¡Áqui  está!...  ¡Ya  la  tengo! 
(La  solución!...  |La  solución!...  ¡Sois  ricos!... 
¡Sois  felicesl...» 

Todos  Bueuo,  ¿pero  qué  era? 

Val.  ¿Qué  solución  era? 

Luís  El  me  dijo  esto  y  añadió:  «Corre,  vete  a  casa 

y  di  a  Carita  y  a  todos  que  ya  sois  dicho- 
sos, que  los  tres  millones  son  vuestros.  Que 
inmediatamente  voy  yo  a  contarles  mi  plan 
para  que  empecemos  a  ejecutarlo».  Y  dando 
gritos,  carcajadas  y  cabriolas,  echó  a  correr 
como  loco,  por  una  Fala,  quitándose  la  blusa 
y  desapareció  por  otra.  Y  yo  he  Vt^oido  co- 
rriendo a  participar  a  ustedes  que  tenemos 
la  solución,  pero  que  no  té  qué  solución  es. 

Val.  (Desesperado.)    ¡Vamos,   era    para    darle   así, 

hombre!  ¡Teneroos  en  ascuas  cinco  minutos 
y  luego  salimos  con  eso!... 

Luis  Pero  si  es  que... 

Tom  .  (indignada.)  Parece  mentira,  una  cosa  tan  im- 

portante. ¡Hombre,  Luis,  por  Dios!... 

Luis  Pero,  sentirá,  yo... 

Car.  ¡No  tienes  perdón,  hijo! 

Luis  Pero  no  comprendéis  que  yo.  .  (vuelven  a  oirse 

timbrazos  repetidos- y  largos  en  la  puerta,  como  de  al- 
guien que  llama  con  tanta   impaciencia,   que  da  voces 

desde  fuera.)  ¡Callarse!...   ¡Es  él!   ¡Es  Hidalgo, 
conozco  su  voz!.«.  Ya  está  ahí.  (auo.)  ¡Hidal- 
go!... ¡Hidalgo!... 
VaL  (Desde  la  puerta  del  íoro.)  ¡Que  pase!  ¡Que  paset 

(se  oye  a  Hidalgo  desde  lejos.) 

H  ú.  ¡Carita!  ¡Luis,  doña  Tomasa! 

Tom.  ¡Adelante,  adelante! 


—    24  — 

ESCENA  VJ 

DICHOS  e  HIDALGO  por  el  foro 

Este  Hidalgo  es  un  joven    listo,    simpático,    que    habla    vertiginosa- 
mente. Entra  jadeante,  alborozado 

Hid.  ¡Doña  Tomasa!  ¡Carita!...   ¡Don  Vnlerianol... 

¡La  solución!...  ¡Tengo  la  solución!... 
Tom.  ¿Pero  qué  dice  vistedr' 

Val.  ¿Pero  es  posible? 

Hid.  ¡Un  abrazo!...   ¡Ya  son   ustedes  felices!  ¡Ya 

son  ustedes  ricos! 

Tom.  (Abrazándole.)  |  Yo  rica! 

Hid.  (con  efusión.)  ¡Muy  rica!  (Abraza  a  Carita.)  ¡Y  U3- 

ted  riquísima!...  ¡Pero  qué  rica! 
Val.  ¿De  modo  que  yo? 

Hid.  (Abrazándole.)  ¡Av,  qué  rico! 

Val.  (oándole  palmadas  en  la  espalda.)  ¡Hombre,  amigO 

Hidalgo!... 

Tom.  ¿Pero  dice  Luis  que  usted  ha  encontrado  la 

solución?..: 

Hid.  En  cuanto  é¿te  me  planteó  el  problema,  do- 

ña Tomasa.  Fué  una  inspiración  rauda,  sú- 
bita^ fulminante. 

Seg  .  ¿Pero  usted  ha  encontrado  la  manera?... 

Hid.  Todo  lo  he  encontrado,  todo,  don  Segundo. 

Ya  son  ustedes  millonarios  y  ésto-s  felices  y 
todos  dichosos. 

Lifis  (con  alegría.)  ¿Lo  ven  ustedes?...  ¿Lo  oven  us- 

tedes?... 

Hid.  Ei  mes  que  viene,  estos  casados  y  con  sus 

tres  millones  de  pesetas.  Ustedes  restaura- 
rán su  acreditado  establecimiento  de  ultra- 
marinos «La  Perla  Astorgana»,  en  una  for- 
ma espléndida.  Todos  los  del  gremio  se  mo. 
rirán  de  envidia.  .Servirán  ustedes  los  pedi- 
dos eu  automóvil.  Lloverá  la  parroi^uia... 

Val.  ¡Dice  que  Uoverál 

Hid.  ¿Qué  digo  lloverá?. .  ¡Diluviará!...  Porque  us- 

tedes  no  saben  el  gusto  que  da  que  le  lleven 
a  uno  los  garbanzos  en  un  «Dion  Bouton», 
y  que  le  sirvan  el  bacalao  con  besa  la  mano 
y  ios  jamones  en  un  estuche. 

Tom.  Pero,  Hidalgo,  esas  fantasías... 

Hid  ¡Cómo  fantasíasl...  Lo  primero  que  tienen 


—  26   — 

ustedes  que  hacer  es  comprarse  un  hotel  en 
la  Castellana. 

Seg.  Hombre,  nos(3tros... 

Val.  ¿Podría  ser  en  Lista,  que  no  es  tan  húme- 

do?... 

H¡d.  Donde  ustedes  quieran;  pero  un  hotel  lujo- 

^80,  espléndido,  confortable.  (\  don    Valeriano.) 

Usted  se  fumará  unos  habanos  así  de  lar- 
gos... 

Val.  ¡Caray,  qué  tamaño! 

H'lú.  Con  una  faja  que  diga:  « Elaboración  espe- 

cial para  don  Valeriano  Cayuela».  Doña  To- 
masa dará  fives  cloques  thea. 

Tom  .  ¿Y  a  quien  le  tengo  que  dar  eso? 

'Hid.  A  sus  amistades.  Además  vivirá  usted  como 

una  gran  señora. 

Tom.  Desde  luego. 

íHid.  Y  pediremos  que  le  den  un  título.  Marquesa 

de  Coloniales,  por  ejemplo,  que  es  muy  so- 
noro. Luego,  a  estilo  de  dama  aristocrática, 
así  como  otras  han  fundado  «El  desayuno 
escolar>  o  «La  merieada  infantil»,  usted 
puede  fundar  «El  pis;colabis  obrero».  Esto 
siempre  da  tono. 

Val.  Siempre. 

Hid.  A  don  Segundo  le  vestiremos  de  levita. 

Seg.  Hombre,  yo... 

Hid.  De  levita. 

Seg.  Bueno,  de  levita;  pero  sin  faldones,  porque 

es  lo  que  me  molesta. 

Hid.  Eso  en  las  levitas  es  indiferente.  Y  éste  (po'r 

Luis.)  fundará  una  gran  clínica,  fastuosa,  ad. 
mirable,  con  todos  los  adelantos  modernos 
y  que  dirigiremos  los  dos.  «Doctores  Hidal- 
go y  Carmona,  especialistas  en  enfermeda- 
des leve8.>  ¿Te  parece  buena  especialidad? 

Val.  Eso;  que  no  se  les  muera  a  ustedes  nadie, 

que  es  muy  desagradable. 

Hid.  Y  a  todo  esto,  ustedes  tendrán   para  su  ser- 

vicio particular  un  magnífico  automóvil. 

Tom.  jAy,  qué  alegría!  ¡Yo  con  automóvil! 

-Seg.  Bien,  pero  descendamos  de  esos  sueños  lo- 

cos y  Volvamos  a  la  realidad. 

Tom.  ¡Yo  con  automóvill 

Seg.  Vuelve  a  la  realidad,  Tomasa. 

Tom .  Bueno,  pero  yo   no  vuelvo  a  pie;   dejadme 

esta  ilusión  siquiera. 

Val.  No  te  apees,  Tomasa,  (a   Hidalgo.)  Y  ahora, 


—  26   — 


Hid 


Todos 
Hid. 
Val. 
Hid. 


Todos 
Hid. 


Val. 
Hid. 
Seg 
Hid. 
Val. 

Luis 
Hid. 

Tom. 

Hid. 
Car. 
Hid. 

Seg. 

Luis 

Val. 

Tom 

Hid. 


Todos 
Hid. 


amigo  Hidalgo,  ¿quiere  u&ted  explicar,  por 
todos  los  santos  de  la  Corte  Celestial,  qué 
milagrosa  solución  es  esa  que  dice  usted  que 
se  le  ha  ocurrido? 

Pues  nada  menos  que  he  encontrado  la  ma- 
nera de  que  se  queden  ustedes  leg'almente 
con  los  millones  del  padrino  de  Carita. 

(En  el  colmo  del  asombro.)  ¿Pero  es  posible? 

¿Que  si  es  posible?...  Matemático. 

¿Pero  cómo  ha  podido  usted?... 

¿Ustedes  ven  que  parecía  un  problema. inso- 

luble?  Pues  verán  ustedes  qué  sencilla,  qué- 

ingenio.«a  y  qné  fácilmente  resuelto- 

A  ver...  a  ver...  (Gran  curiosidad.) 

¿Qué  es  lo  primero  que   hace  falta  ])ara  que 
Carita  entre  en  posesión  de  la  fortuna  de  su 
padrino? 
Que  se  case. 

Perfectamente.  ¿Y  lo  segundo? 
Que  enviude. 
Ahí  está. 

¡Ahí  ¿Y  la  solución  es  que  fallezca  aquí  el 
pollo? 
Oye,  tú... 

No,  señoi;  la  solución  es  que  fallezca  el  ma- 
rido de  éf-ta. 
¿Pero  el  marido  de  ésta,  no   va  a  ser  éste?" 

(Por  Luis.) 

No,  señora. 
¿Cómo  que  no? 

Mi  proyecto  es  que  ésta  no  se  case  con  éste,, 
sino  con  otro. 
¿Y  matarle  despuéfc? 
Oye,  Hidalgo,  que  desvarías. 
En  casa  de  Ezquerdo  los  hay  más  sensatos. 
¿Pero  nos  \a  usted  a  proponer  un  crimen? 
(Riendo.)  ¡Ja,  ja,  ja! ..  Sabía  el  efecto  que  iba 
a  producir  mi  proposición.  Pero  no  me  im- 
porta. Todas  esas  dijdas  y  recelos,  se  troca- 
rán en   elogios  y  aclamaciones  cuando  co- 
nozca mi  maravilloso  plan. 
Bueno;  venga,  venga. 

Ahí  va.  Hay  en  mi  Sala  del  Hospital  un  en- 
fermo que  lleva  allí  dos  meses.  Un  tal  Ber- 
mejo; uno  de  esos  mártires  de  la  vida,  un 
poeta  muy  intenso  pero  fracasado,  vencido,, 
como  él  dice,  y  a  quien  tomé  veróadero  ca- 
riño después  que  me  hubo  contado  su  triste^ 


—  27  — 

historia.  Es  soltero,  natural  de  Peralejo, 
provincia  de  Badajoz,  de  treinta  y  cinco 
años  de  edad,  según  la  cédula  personal  que 
exhibió  a  sa  ingreso  en  el  benéfico  estable- 
cimiento. La  afección  que  nquí^ja  a  e^ite  in- 
dividuo se  ha  necho  incurable,  según  el  pro- 
nóstico de  las  dieciocho  eminencian  médicas 
que  le  han  visitado.  Padece  una  bronco- 
pneumonía,  con  graves  complicaciones  car- 
diacas, porque  es  epiléptico.  Nue.siros  cui- 
dados  han  sido  inútiles.  Los  dieciocho  ilua- 
tres  doctores  han  ensayado  en  él  sus  expe- 
riencias, ¡ütítedes  no  pueden  imaginárselos 
ensayo?!  Ha  sido  un  drama.  Y  al  fin,  el  po- 
bre Bermejo,  después  de  resistir  heroica- 
mente  tantos  específicos,  análisis,  hueros  y 
tantas  embrocaciones,  frotaciones,  inyeccio- 
nes e  inhalaciones,  ha  entrado  esta  mañana 
en  el  período  preagónico. 

Val.  ¡Ay,  Hidalgo,  que  ya  adivino!... 

Luis  ¿Pero  acaso  intentas?... 

Hid.  Calma,  hombre,  calma. 

Tom  Dejadlo  seguir. 

Hid.  ¿Q«é  se  busca  aquíí'...  ¿Que  Carita  sea  viuda- 

de  su  primer  matrimonio? 

Val.  Sí,  señor. 

Hid.  Pues  se  casa  hoy  mismo  con  Bermejo. 

Car  (Aterrada.)  ¿Yo?.  . 

Hid.  In  artículo  mortis. 

Tom.  ¡Mortis! 

Hid.  Monis.  Mañana  a  todo  tirar,  es  viuda,  estoy 

seguro,  por  desgracia.  Pasado  mañana  se 
envía  al  Juzgado  la  certificación  del  matri- 
monio canónico  con  los  documentos  (jue  se 
precisen.  La  semana  que  viene,  ya  viuda,, 
según  dispone  la  cláusula  del  testamento,, 
reclama  la  herencia  de  su  padrino,  y  dentro 
de  un  mes,  se  ca?a  con  éste,  y  cáteles  usted, 
libres,  felices  y  millonarios...  ¿Eh,  qué  tal?... 

I  uis  (eq  el  colmo  del  entusiasmo.)  ¡Maravilloso,  estu- 

pendo, formidable! 

Vai.  ¡Ah,  sí,  lo  sa'.vaciór.,  la  fortuna!  ¡Qué  inge- 

nio. Hidalgo,  qué  ingenio! 

Tom.  ¡Los  tres  millones  nuestros!   ¡Ricos,  felices! 

¡Qué  chico!  ¡Qué  imaginación!...  (Le  abraza.) 

Seg.  Pero  no  ser  locos:  calma,  un  poco  de  calma. 

¿Y  si  ese  pobre  enfermo,  y  si  ese  señor,  des- 
pués de  casarse  con  ésta,  por  una  desgracia,. 


—   28     - 

digo,  ¡ay,  Dios  me  perdonel  por  una  caBua- 
lidad  se  pusiese  bueno? 

tJar.  Eso  digo  yo.  ¿Y  si  se  pone  bueno? 

Val.  ¡Qué  se  va  a  poner   bueno,  hombrel  Dieci- 

ocho médicos  visitándole  y  asistido  por 
éste!...  Imposible.  ¡Si  sabrán  ellos!... 

Hid.  No  teman  ustedes.  Tanto  es  así,  que  ti  no 

nos  damos  prisa,  el  pobre  Bermejo  ya  no 
nos  servirá. 
Luis  Bueno,  ¿pero  tú  a  ese  pobre  enfermo?... 

Hid.  Se  lo  he  dicho  todo  en  una  forma  discreta, 

y  accedió  conmovido  diciéndome:  «Dichoso 
yo,  si  me  voy  del  mundo  haciendo  una 
buena  obra.»  Con  las  mismas  ful  al  cura,  le 
expliqué  el  caso,  y  como  él  no  incurre  en 
responsabilidad,  también  está  dispuesto.  De 
modo  que  sólo  falta  la  decisión  de  ustedes. 
No  vacilen,  que  es  la  riqueza,  la  felicidad,  el 
amor.  Yo  sé  que  esto  ss  un  poco  audaz,  pero 
de  audaces  es  la  fortuna.  Aparte  de  que  los 
graves  problemas  no  tienen  soluciones  fáci- 
les. No  vaciléis. 

t-Uis  No;  ¡yo  qué  he  de  vacilar! 

Tom.  ¡Ni  yo,  ni  ninguno! 

Val.  De  modo,  amigo  Hidalgo,  ¿que  usted  res 

ponde? 

Hid.  Don  Valeriano.  No  iba  yo  a  meter  a  ustedes 

en  un  callejón  sin  salida,  si  no  tuviese  se- 
guridad. Además,  cuando  vayamos  al  Hos- 
pital, ustedes  ven  al  enfermo  por  sus  pro- 
pios ojos  y  resuelven. 

Tom.  Sí,  sí,  desde  luego...  Pero  digo  yo  una  cosa. 

Para  contraer  esa  clase  de  matrimonios, 
¿qué  requisitos  hacen  falta? 

Hid.  Yo,  de  eso,  no  estoy  seguro. 

Val.  ¿Sabéis   quién   podría    sacarnos  de  dudas? 

Nuestro  vecino  Cárceles,  que  es  Catedrático 
de  Derecho.  Un  sabio,  un  verdadero  sabio. 

Tom.  Pero  no  olvides  que  es  muy  pesado  y  muy 

sordo. 

Luis  Sí;  pero  por  muy  sordo  que  seea,  en  Dere- 

cho Civil,  es  lo  más  próximo  que  te;  emos. 

Tom.  Pues  no  perdamos  tiempo.  Vamos  a  cónsul- 

tarle.  Mientras  tú,  (a  Carita.)  te  arreglan  un 
poco,  para  irnos  en  seguida. 

iLuis  ¡Ay,  Hidalgo,  nos  salva  tu  ingeniol 

Tom.  ¡Yo  con  automóvil.  ¡El  piscolabis  obrerol 

¡Marquesa  de  Coloniales! 


-    29    ~ 

Val.  Y  yo,  fumándome  cada  puro  de  esta  mag- 

Ditud,  tendré  que  comprarme  una  boquilla 
con  ruedas,  lo  estoy  viendo. 

Hid.  ¡Riqueza,  amor,  felicidadl...  ¡Vamos,  vamos 

a  ver  al  señor  Cárceles!  (vanse  foro,  Hidalgo, 

dou  Valeriano  y  doña  Tomasa  ) 


ESCENA  VII 

CARITA,  LüIS  y    DON  SEGUNDO 

Luis  ¡Pero  Carita,  pronto,  por  Dios!  ¿Pero  no  vas 

a  arreglarte? 

Car.  (Con  gran  decisión.)  No,  Luís,  yo  uo  salgo  de 

casa. 

Luis  ¿Qué  dices? 

Car.  Nada,  que  la  verdad,  yo  no  me  atrevo  a  co« 

meter  esa  locura  que  propone  Hidalgo. 

Seg.  Y  miiy  bien  que  haces. 

Luís  ¿Pero  qué  está  usted  diciendo? 

Car  No,  Luis,  yo  no  me  caso  con  ese  pobre  se- 

ñor. 

Luis  ¡Pero  mujer,  si  es  in  articulo  mortis! 

Car.  Todo  lo  mortis  que  quieras,  pero  no  tengo 

valor. 

Luis  Es  decir,  que  te  obstinas  en  rechazar  el  úni- 

co medio  por  el  q\xe  podemos  ser  ricos  y  fe- 
lices, que  te  obstina?  en  que  perdamos  una 
fortuna  inmensa,  en  que  nuestro  amor... 

Car.  No,  Luis,  no;  piénsalo  bien.  Esto  podría  dar 

lugar  a  inquietudes,  a  remordimientos,  a 
complicaciones  que  me  horrorizan.  Yo  me 
conformo  con  nuestra  modestia,  con  casar- 
me contigo  feliz  y  tranquila.  No  ambiciono 
más. 

Seg.  Y  mucha  lazón  que  tiene  la  nena. 

Luis  (con  energía.)  Pues  UO  la  tiene. 

Seg .  (ídem.)  Pues  SÍ  la  tiene. 

Luís  Pues  no,  señor,  ¡eal,  porque  ha  llegado  el 

momento  de  que  lo  diga  todo  francamente» 
Yo,  con  esa  clausulita  de  tener  qp.e  morirme 
para  que  seas  millonaria,  no  me  caso... 

Car.  |Pero  Luis!...  ¡Pero  oye  usted! 

Seg.  ¡Pero  hombre!... 

Luis  No  me  caso,  no,  señor...  porque  yo  conozco 

la  vida  y  sé  lo  que  sucede;  y  mañana  nos 
casamos  y  pas&das  las  primeras  ilusiones 


."  30  — 

del  amor,  queda  la  realidad.  Mi  profesión  es 
penosa,  eobre  todo  en  bus  principios.  Somos 
pobres  Tras  el  matrimonio  vienen  sus  con- 
secuencias; primero  un  hijo,  luego  otrc,  otro 
después.  Crecen  las  necesidades.  Figúrate 
que  no  soy  afortunado  en  mi  carrera  y  que 
hemos  de  vivir  casi  sin  recursos,  miserable 
y  estrechamente.  ¿Y  quién  te  dice  a  ti  que 
ame  esa  penuria  en  que  puedes  ver  a  uih 
hijos,  ante  tu  agobiadora  pobreza,  algún  día 
no  brillará  en  el  fondo  de  tu  alma  el  recuer- 
do siniestro  de  esos  tres  millones? 

'^ST.  Nunca,  nunca...  [Pensar  eso  de  mil... 

Luis  Mira,  Carita,  los  seres  humanos  nos  amare- 

mos con  locura;  pero  la  humanidad  tiene 
siempre  entornada  la  puerta  de  los  malos 
pensamientos.  ¿No  habrá  hijo  que  no  haya 
pensado  algún  día  que  su  madre  no  le 
quiere?...  ¡Y  ya  ves  tú! 
Car.  Sí;  pero  es  que  yo... 

Xuis  Y  luego,  suponte  que  me  pongo  gravemente 

enfermo,  cosa  más  que  posible,  y  empiezan 
a  decirte  tus  amigas:  «Y  menos  mal,  que  si 
se  queda  usted  viuda,  coge  tres  millones.» 
Y  francamente,  me  molestaría  muchísimo 
ese  consuelo  anticipado.  Y  luegc^  si  en 
realidad  te  quedaras  viuda,  joven,  hermosa, 
millonaria,  y  entonces  te  casarás  con  otro... 
(Muy  afectado.)  Mi  recuerdo... 

'Car.  (Llorando.)  ¡Dice  que  con  otro!   |Yo  con  otio! 

-Seg.  ¡Bueno,  bueno,  no  llorarl...  ¡Qué  malos  de- 

monios!... ¿Y  por  qué  no  hacéis  una  cosa? 
Luis  ¿Qué  cosa? 

Seg.  Renunciar  a  la  herencia  antes  de  casaros. 

Car.  Sí,  Luis,  sí...  ¡Eso  es  unasoluciónl 

.Luis  Tampoco  es  posible.  Eso  sería  por  mi  parte 

Un  egoísmo  bárbaro;  porque  figúrese  usted, 
que  natuialmente  y  sin  deseo  de  nadie,  me 
muero  yo  antes  que  ésta.  ¿Con  qué  derecho 
la  privo  yo  a  ella  y  a  nuestros  hijos  de  tan 
cuantiosa  fortuna?  ¿Tengo  yo  derecho  a 
esto? 

Xar.  ¡Dios  mío,  ese  maldito  padrino  nos  ha  en- 

venenado  la  vidal 

•Seg .  Bueno,  mirad,  mirad,  cuitados.  Yo  no  sabré 

deciros  esto  u  lo  otro  como  sea  preciso,  que 
poco  anduve  en  la  (:scuela;que  al  trabajo  me 
di  desde  bien  rapaz  en  un  rincón  de  Astu- 


-si- 
rias. Pero  la  vida  es  la  vida  y  a  todas  partes 
llega  y  a  todos  enseña,  que  no  hay  sino  vi- 
virla con  buen  juicio  para  saber  de  ella 
como  el  más  sabio.  Por  eso  yo  quiero  deci 
ros  ahora  que  con  la  felicidad  no  se  juegue  y 
menos  con  lo  que  ha  de  ser  para  siempre  y 
no  habría  de  tener  remedio. 

■Car.  Tiene  razón  el  tío  Segundo.^ 

Seg.  Tres  millones  a  nadie  penan,  ¡qué  demonio! 

ya  lo  sé:  que  en  tales  tiempos  como  los  que 
vivimos,  son  una  tranquilidad.  Pero  ha  de 
mirarse  cómo  se  logran,  que  si  es  a  costa  de 
un  mal  vivir  para  nada  valen;  que  siendo 
dichosos,  una  peseta  nos  es  una  alegría... 
Pero  en  una  vida  sin  remedio  amarga,  ¿de 
qué  sirven  cien  fortunas?  Eso  tiene  que  mi- 
raree  en  este  mundo  y  nada  más. 

Car.  iMuy  bien  dicho! 

Luís  Muy  mal  dicho,  y  si  son  esas  tus  ideas  y 

propósitos,  hemos  terminado,  porque  yo  no 
me  caso. 

Car.  Pero  Luis... 

Luis  Que  no  me  caso  y  no  me  caso,  ¡vaya!  Tu 

miserable  padrino  se  ha  salido  con  la  suya. 

Seg.  ¡Ah,  qué  maldito  hombre!...   Cuando  contó 

con  la  codicia  humana,  no  erró  en  Ja  cuenta. 

Car.  Pero,  Luis,  reflexiona... 

Luis  ¡Y  hemos  terminado,  ea!...  No  me  caso,  no; 

no  me  caso. 

Car.  No,  por  Dios,  no  te  incomodes,  Luis.   Antes 

que  eso,  ¡todo!...  Yo  haré  lo  que  queráis 
pero  conste,  que  si  lo  hago... 


ESCENA   VIII 

\DICHOS,  DOÑA    TOMASA,  DON    VALERIANO    e    HIDALGO    por 

foro 

Tom.  ¿Pero  de  qué  discutía? 

Val.  ¿Qué  voces  son  estas? 

Hid.  ¿Que  pasa? 

Luis  Nada;  Carita  que  se  niega  a  aceptar  el  plan 

de  Hidalgo.  ¡Figúrense  ustedes!... 

Val.  ¿Cómo  que  se  niega? 

Tom .  ¿  Pero  tú  estás  loca? 

Hid.  Es  decir,  que  prefiere  usted  la  ruina,  termi- 

nar sus  relaciones  con  Luis... 


-  32  — 

Car  ¿Yo,  cómo   voy  a   preferir  eso?...   pero  ee 

que... 

Tom.  Anda,  anda  a  vestirte  y  no  perdamos  tiem- 

po. iSalir  ahora  con  esas...  ¿Te  iba  yo  a  de- 
jar hacer  un  disparate? 

Val.  ¿íbamos  a  consentir  tu  desgracia  para  siem- 

pre? 

Car.  Pero  si  es  que  .. 

Seg,  No  les  haga?  caso,   Carita,  que  están  ciegos- 

Val.  Mira,  Segundo,  tú  te  metes  en  tu  cuarto, 

que  es  donde  tienes  jurisdicción,  cuando 
estás  solo. 

Seg.  ¿A  mi  cuarto?...  Bueno,  allá  me  voy,  haced 

lo  que  os  dé  la  gana.  ¡Que  no  tengáis  qné 
venir  a  él  a  buscarme  es  lo  que  deseo!  (vase 

con  Carita  primera  izquierda.) 


ESCENA  IX 

DICHOS,  menos    DON    SEGUNDO    y   CARITA.    Luego  GENOVEVA. 

Luis  (a  don  Valeriano.)   Bueno,  y  a  todo  esto,  ¿qué 

ha  dicho  el  señor  Cárceles? 

Val.  Pues  nos  ha  dicho,  que  en  eí^ta  clase   de 

matrimonios,  que  son  muy  sencillos,  basta 
la  voluntad  expresa  de  los  contrayentes, 
manifestada  ante  un  sacerdote  y  dos  testi- 
gos y  que  se  envíe  al  Registro  Civil  antes- 
del  décimo  día  el  acta  matrimonial. 

Híd.  Lo  que  yo  me  figuré. 

Tom.  Nada,  una  cosa  sencillísima. 

Val.  Pero  ha   añadido,   y  esto  es  lo  grave,  que 

ahora  mismo  pasará  él  a  corroborarnos  su 
opinión  con  copiosos  textos.  Kxcuso  deciros, 
Cárceles  aquí  con  copiosos  textos,  su  sorde- 
ra y  su  pesadez. 

Luis  Es  preciso  que  nos  vayamos  antes  que  ven- 

ga a  corroborarnos  nada. 

Gen.  (Por  el  foro.)  Los  señores  de  Palomo  están 

aquí. 

Val.  ¡Atiza!  ¡Otra  vez! 

Tom.  ¡Virgen  santa  i...  ¿Qué  hacemos? 

Gen.  ¿Les  digo  que  se  vayan? 

Val.  No,  diles  que  pasen.  Es  mejor  entretener- 

los aquí,  porque  como  hemos  de  salir  a  es- 
cape, si  nos  cogen  en  la  escalera  nos  divi- 
den. Les  dices  que  pasen,  cierras  esa  puerta 


—  83  — 

y  los  entretienes,  mientras  nosotros  nos  va- 
lüos  rápidamente  y  de  puntillas. 

Todos  Muy  bien,  muy  bien. 

Tom.  Por  aquí,  en  silencio. 

(Vause  primera  derecha,  menos  don  Valeriano.) 
Gen.  yA  don  Valeriano,   que  le  ha  detenido  cuando  se  iba.) 

Bueno,  ¿pero  qué  les  digo? 
Val.  Pues  les  dices  que  las  señoras  eiguen  mal» 

que  yo  be  salido  por  un   médico,  que  me 
esperen...  Y  cuando  se  cansen  que  se  vayan. 

(Vase  primera  derecha.) 


ESCENA  X 

GENOVEVA,  DON  SIMÓN,    DOÑA  POLONIA   y  80C0RR1T0,  por  el 

foro 


Gen.  ¿Bueno,  y  cómo  entretengo  yo  a  estos  seño- 

res? (Va  al  foro.)  PaSCD,  paSen  ustedes.  (En- 
tran. Genoveva  cierra  la  puerta  del  foro.) 

Pal.  ¿De  modo  que  dices  que  las  señoras? 

Gen.  lAy,  si  vieran  ustedes!...  Siguen  tan  delica- 

das las  pobrecitas... 

Pal.  ¡Caramba,   caramba,   carambal...  una   cosa 

que  parecía  leve... 

Pol.  nosotros  sentiríamos  molestar,  pero  los  sa- 

crosantos deberes  de  vecindad... 

Gen.  Wo,  por  Dios,  señora;  nada  de  molestar.  Los 

señores  están  en  su  casa.  Siéntense. 

Pal.  ¿\  don  Valeriano? 

Gen.  Está  en  su  casa...  que  vive  un  médico  en  el 

piso  de  arriba  y  ba  ido  por  él.  Siéntense  us- 
tedes. 

Pal.  Pero  el  médico  de  antes,  ¿qué  ba  dicho? 

Gen.  Pues  verá  usté;  el  médico  de  antes  ha  dicho 

lo  que  dicen  todos  los  médicos,  cque  si  tal, 
que  si  cual,  que  si  fué,  que  si  vino,  que  ya 
veremos  y  que  por  lo  pronto,  a  dieta.» 

Pol.  ¿A  dieta? 

Fal.  ¿Pero  láctea? 

Gen.  No,  señor,  caldosa. 

Pal.  Bueno;  pero  todo  este  trastorno,  ¿a  qué  ha 

obedecido,  Genoveva? ..  porque  antes  nos 
fuimos  sin  poder  averiguar  nada. 

Gen.  Pues  verán  ustedes...  Yo  se  lo  contaré... 

Pol.  Caramba,  a  ver  si  ahora...  Di,  di... 

Gen  Pues  todo  ello  ha  sido,  ¿saben  ustedes?,  que 


—  34  ~ 

esta  mañana,  cuando  nos  hemos  levantao, 
¿entienden  ustedes?...  serían  poco  más  de  las 
ocho,  ¿comprenden  ustedes?...  Cuando  lla- 
man a  la  puerta  y  va  la  señora  y  dice...  (sue- 
na el  timbre  de  la  puerta.)  Con  permiso.  Perdo- 
nen ustedes  un  momento,  que  voy  a  ver 

quién  es.  (Sale  foro.) 

Pal.  ¡Demontre!...  ¡Otra  vezl... 

Soc.  ¡Jesús!  Está  de  Dios  que  no  lo  averigüemos. 

Pol.  No,  ahora  sí,  ahora  sí...  Esta  chica  es  muy 

expansiva.  Esperemos  que  vuelva,  (se  sientan.) 


ESCENA  XI 

DICHOS  y  el  SESOR  CÁRCELES,  foro 

Viene  en  traje  de  casa.  Es  un  señor  un  poco  extravagante,  muy  sor- 
do. Representa  sesenta   años  de  edad.    Trae  cinco   o   seis  libros  de 
gran   tamaño 

CárC.  (Entrando    y  saludando,  como  quien  se  dirige  a  gente 

que  no  conoce.)  Tanto  gUStO.  (Deja  los  tomos  enci- 
ma de  un  velador.) 

Pol.  ¡Pero  si  ee  nuestro  vecino! 

Pal.  ¡Caramba!  ¡El  señor  Cárceles!...  (se  levanta  y 

le  da  unas  palmaditas  en  la  espalda.)  Señor  Cár- 
celes... 

Cárc.  (se  pone  las  gafas)  ¡Hola!...  ¿Pero  eran  uste- 

des? ..  No  había  reparado.  ¿Qué  tal,  doña 
Polonia? 

Pol.  Muy  bien,  ¿y  usted? 

Cárc.  Usted  siempre  tan  amable,  tan  simpática, 

tan  bella... 

Pol.  Muchas  gracias.   (Aparte.)    Qué   sordo  más 

atento. 

Cárc.  Y  usted,  don  Simón,  siempre  tan  amable, 

tan  simpático,  tan  discreto. 

Pal,  ¡Por  Dios!... 

Cárc.  (a  socorrito.)  ¡Y  esta  niña  cada  día  más  moní- 

sima! Caramba,  ¿pero  por  qué  la  han  puesto 
ustedes  de  largo? 

Pal.  '  Porque  ya  tiene  diez  y  ocho  años. 

Cárc.  ¡Qué  importa!...  Estas  niñas,  precisamente 

cuando  empiezan  a  tener  algún  interés  esté- 
tico, alargarlas.  ¡Qué  lástima! 

Pal.  ¿Y  usted,  cómo  con  tanto  libro? 

Cárc.  ¿Eh? 


•  35  — 
'^Pal.  (señalando  loe  tomoB.)  ¿Que  CÓmO  COn  eSO? 

Cárc.  ¿Que  con  qué  como? 

Pal,  (Muy  fuerte.)  ¿Que  cÓDQo  86  vicne  usted  aquí 

con  la  Biblioteca  Nacional? 
Cárc.  ¡Ah,  si!...  (souriendo.)  Pues  ya  sabrán  ustedes 

lo  que  pasa. 
Pol.  iQué  vamos  a  saber!...  Llevamos  dos  horas 

qneii^ndolo  averiguar  }'  ni  esto. 
Pal.  Nosotros  no  sabemos  más,  sino  que  áe  han 

puesto  muy  enfermos. 
Cárc.  (Con  interés.)  Ya  lo  supongo,  y  debe  ser  la  cosa 

muy  grave. 
Pol.  ¿Cómo  grave? 

Cárc  Gravísima,  gravísima. 

Los  tres     ¿Pero  qué  dice  usted? 
Cárc.  Yo  lo  deduzco  por  lo  que  me  han  dicho 

a  mí. 
Pal.  ¡Demonio!  (Muy  alto.)  ¿Pero  qué  le  han  dicho 

a  usted? 
Cárc.  Yo  he  sido  consultado  y  vengo  requerido 

como  jurisconsulto,  porque  se  va  a  celebrar 
aquí  un  matrimonio  in  artículo  mortis. 
Pal.  (Aterrado  )  ¿Pero  qué  está  usted  diciendo? 

Cárc.  j  Mortis! 

>Po\.  ¿Pero  dice  usted  mortis? 

-  Cárc.  Mortis,  mortis. 

■  Pal.  ¿Entonces  el  enfermo? 

'Cárc.  Debe  estar  in  extremis. 

Pal.  jMecachisl...  pues  esto  es  más  grave  de  lo 

que  suponíamos. 
-'Cárc  Ya  se  lo  he  dicho  a  ustedes. 

-fol.  Pero  diga  usted,  señor  Cárceles,  ¿quién  está 

in  extremis?...   ¿Doña  Tomasis,  digo,  doña 
Tomasa,  Carita,  o  quién? 
Cárc.  Creo  que  el  contrayente. 

^al.  ¿Pero  quién  es  el  contrayente? 

'Cárc.  El  que  contrae. 

Pal.  Ya  lo  sabemos.  Pero  digo  que  ¿qué  persona 

y  además  qué  motivo,  qué  objeto  tiene  ese 
matrimonio? 
¡Pol.  Eso  es  lo  que  queremos  saber.  Si  usted  pu- 

diera declrno-ilo... 
'Cárc.  Con  mucho  gusto.  Yo  se  lo  explicaré  todo. 

Vengan,  vengan. . 
Los  tres      ¡¡¡Por  fin'ü 

Cárc.  (Va  a  la  mesita  y  abre  uno  de  los  libros.  Todos  le  ro- 

dean.) El  gran  Modestino,   eminente  legisla- 
dor romano,  comprendió  los  caracteres  esen- 


ciales  del  matrimonio  in  artículo  mortis,  de- 
finiéndolo de  esa  manera.  Conjuncio  maris  et 
Jemine^  consorcium  omnis  vite  divine  et  humani, 
juris  comunicatio... 

PoL  ¡Peso  hable  usted  el  castellano,  hombre,  que 

no  entendemosl 

Cárc.  ¡Pero  señora,  por  Dios!  ¿pero  cómo  va  a  ha- 

blar en  castellano  el  gran  Modestino? 

PaL  Déjalo.   Está  visto  que   resueltamente  no 

averiguamos  nada, 

PoL  ¡Cómo  que  no  averiguamos  nada!...  Esto  e& 

ya  cuestión  de  amor  propio.  Bájate  a  la 
tienda  y  sube  unos  fiambres...  porque  yo  no- 
me  muevo  de  aquí  hasta  que  lo  averigüe. 

Soc.  Ni  yo. 

(se  sientan,) 

CárC.  (Que  ha  estado  volviendo  hojas.)  ¡Ah,  y  SÍ  lo  quie- 

ren ustedes  más  claro,  oigan  lo  que  dice- 
San  Pablo  en  su  Epístola  a  los  Corintios... 
Quod  si  infidelis,  discedit,  discedaty  non  enim 
servituti. 

PoL'  (Levantándose.)  No  sc  moleste  usted.  Quc  diga 

San  Pablo  lo  que  quiera.  Pero  a  mí,  coma 
no  me  lo  diga  uno  de  la  casa,  no  me  voy.  (se 

vuelve  a  sentar.) 

Cárc.  (Sigue  con  el  latín.)  Suhjectus  €st/raterant  sóror 

in  hujus  modi.,, 

(Telón  lento.) 


FIN    DEL   ACTO    PRIMERO^ 


J^, 


■^<CBB9.>^BJg¿«^i3fefc. 


ACTO  SEGUNDO 


ün  despacho  amueblado  con  modestia.  Al  foro  un  balcón.  A  la  de- 
i«cha  dos  puertas  en  primero  y  segundo  término.  Otras  dos  a  la 
izquierda.  Entre  estas  dos  últimas  puerta»,  la  mesa  de  despacho. 
Sobre  ella,  en  el  testero,  un  reloj.  En  el  centro  de  la  habitación 
una  mesita  volante.  Una  gran  librería.  Cortinajes.  Aparato  de  luz 
en  el  centro  y  portátil  encima  de  la  mesa.  Es  de  día. 


ESCENA  PRIMERA 

DOÑA  TOMASA,   I)ON  VALERIANO   y  DON   SEGUNDO.  Don  Vale- 
riano tiene  sujetas  las  puertas  del   balcón   y  por  el  espacio  que  deja 
entreabierto  miran  los  tres  con  gran  curiosidad  y  emoción 


rPero  es  él? 


Tom. 
Seg. 

Val.  Sí,  es  él;  no  lo  dudéis,  es  él...  Miradle  allí 

parado. 

Tom.  ] Por  Dios,  no  abras  tanto  el  balcón! 

Val.  (a  segundo.)  ¿Lo  ves  tú? 

Sag .  ¿Es  aquel  de  negro,  verdad? 

Val.  yí.  aquel  de  negro,  de  cara  lívida,  de  figura 

esquelética,  de  ademanes  trémulos...  ¡Aquel 
es!... 

Tom  .  Ahora  vuelve  a  pasar... 

Val.  Dirige  su  mirada  a  estos  balcones...  Se  para 

en  la  carnicería,  contempla  el  cerdo  colgado 
a  la  puerta,  nos  mira  a  nosotros,  sonríe  con 
extraña  sonrisa,  como  el  que  ha  encontrado 
un  parecido.  Reanuda  su  paseo. 

Seg.  (Aterrado.)  ¿Pretenderá  subir? 


Tom.  (con  espanto.)  ¡Calla,  por  Diosl...  Si  Carita  lo 

viese  delante,  moría  sin  remedio. 
Val.  Pues  para  algo  pasea  por  enfrente  de  estos 

balcones.  Yo  temo  cualquier  audacia  de  ese 

hombre  fatídico. 
Seg.  Hay  que  prevenir  a  Genoveva  que  no  abra. 

la  puerta  a  nadie. 
Val.  ¡Callad!...  Parece  que  nos  hace  señas. 

Seg.  Cierra  el  balcón. 

(Oon  Valeriano  cierra  las  puertas  vidrieras.) 
Val.  (Con  creciente  desesperación.)  ¡EstO  que  n08  SUCe- 

de  es  lo  más  espantoí;0,  lo  más  trágico  que 
pudo  soñar  la  imaginación  humanal 
Tom.  ¡A}^  qué  veinte  días  de  amargura,  de  an- 

gustia, de  sufrimientos,  llevo  pasados!... 
¡Han  sido  mi  martirio,  mi  expiaciónl  ¡Yo 

no  puedo,    no  puedo    más!    (cae  llorando  en  un 

Billón.)  ¡Es  horrible  mi  pena!  ¡Horribiel  ¡Ho- 
rriblel 

Seg.  ¡Por  Dios,  más  bajo,  que  puede  oirnos  Ca- 

rita! 

Tom,  (Bajando  la  voz.)  ¡Yo,  haber  sido  yo  misma  la 

que  he  acarreado  a  mi  hija  una  desgracia 
irreparable!...  ¡Yo,  que  tanto  la  quiero! 

Val.  (Desesperado,    llorando  con  un    hipo  violento.)    ¡No,. 

Tomasa,  no!...  ¡Yo  fui,  yo  he  sido  el  aluci- 
nado, el  insensato  que  os  indujo,  que  os 
precipitó  en  esta  desdicha  tan  espantosa!... 

¡Yo,    yol...    (Exaltándose,   se  golpea  nerviosamente.) 

¡Miserable  de  mí!...  ¡¡Yo!!...  ¡¡Yo!! 
Seg.  ¡Por  Dios,  Valeriano,  que  te  saltas  un  ojo! 

Val.  ¡Que  me  salte  lo  que  me  salte!...  ¿Qué  falta. 

me  hace  a  mí  un  ojo  para  ver  lo  que  estoy 

viendo! 
Seg.  ¡Más  bajo,  por  Dios! 

Val.  (Eq  voz  baja  y  siniestra.)    ¡Ah,    perO    yo  te  jUrO 

que  he  de  hacerme  justicia,  y  como  esto  no 
88  arregle  yo  me  arrojo  por  el  balcón  y  me 
rompo  el  cráneo  contra  los  adoquines! 

Tom.  No,  Valeriano,  que  no  se  rompería... 

Val.  ¿Crees  tú!..^ 

Tom.  Que  no  se  rompería  solo;  porque  si  tú  mu- 

rieses, ¡qué  iba  a  hacer  yo  en  el  mundo 
con  esta  pena  y  este  remordimiento! 

Val.  ¡No,    no,    Tomasa;    no,    no!...    (se  abrazan  llo- 

rando.) 

Bebe  agua,  hombre,  bebe  agua.  A  ver  si  te 
pasa  el  hipo.  ¡Y  no  llorar,  qué  demonioL 


—  39  — 


Esto  tenía  remedio  cnando  03  lo  tuve  ad- 
vertido; pero  ahora  con  lágrinoas  nada  se 
compone,  porque  ante  una  tal  cosa,  tan 
tremenda  como  ésta,  lo  que  hace  falta  es 
energía,  serenidad,  resolución. 


ESCENA  II 

DICHOS  y  GENOVEVA  por  primera  izquierda 
GSn  •  (Zntra  d«  puntillas,    acongojada,    con  uu    dedo    sobre 

los  labios.)  ¡Chits,  por  Dios,  por  Dios,  señori- 
tos, griten  ustedes  en  voz  baja,  que  si  no  la 
señorita  se  va  a  enterar  de  todo! 

Seg.  Ya  se  lo  estoy  diciendo. 

Tom.  Y  dime,  Genoveva,  ¿qué  hace?...  ¿Qué  hace 

mi  pobre  hija? 

Gen.  Vistiéndose  para  iree  a  casa  de  los  señores 

de  Botella,  como  usted  la  mandó. 

Tom.  Sí,  es  preciso  que  esta  tarde  se  la  lleven  en- 

gañada a  su  finca  del  Escorial  ¡Por  Dios^ 
que  se  vista  pronto,  que  se  vaya  a  escape, 
En  ti  confío. 

Gen.  Eso  estoy  procurando. 

Val.  Y  sobre  todo,   Genoveva,  mucho  cuidado 

con  la  puerta.  No  abras  a  nadie  sin  avisar- 
nos. 

Seg.  Ya  sabes  que  anda  por  la  calle  él. . 

Gen.  Lo  he  visto  desde  el  balcón.  ¡Qué  horrorl 

Val.  ¡Y  ella  que  le    cree!...   (Gesto    dando    a    entender 

que  muerto.)  ¡Considera  si  lo  viese  aparecer  de 
pronto!... 
Gen.  ¡Qué  espanto!  No  me  lo  diga  usted.  ¡Jesúst 

¡Jesús!  (Vase  primera    izquierda    haciendo    cruces.} 

Tom.  ¡Ay,  Dios  mío,  quién  iba  a  pensarse  estol 

¡Quién  iba  a  figurárselo! 
Val.  Ha  sido  una  horrible,  una  espantosa  fatali- 

•     dad,  que  parece  un  sueño  de  fiebre. 
Seg.  ¿Pero  es  que  vosotros,  cuando  fuisteis  al 

Hospital,  no  adivinasteis  que  aquel  hombre 

pudiera...? 

Val.  (Trocando  su  pena  por  la  indigoación  más  viva.)  ¡Qué 

íbamos  a  adivinar!...  ¡Ha  sido  un  timo,  Se- 
gundo, ha  sido  un  timo!...  ¡Tú  no  sabes!... 
Que  te  diga  ésta.  Cuando  llegamos  al  borde 
de  su  cama,  yo  creí  que  había  fallecido. 
Color  terroso,  pupilas  vidriosas,  cara  hipo> 


-    40   - 

orática...  Pero  no.  Hidalgo  le  tocó  en  el 
hombro:  él  abrió  los  ojos  trabajosamente, 
nos  miró  e  hizo  un  signo  afirmativo,  como 
queriendo  decir:  Venga  lo  que  sea,  pero 
prontito,  que  esto  se  acaba.  A  indicaciones 
del  sacerdote  le  dio  la  mano  a  Carita,  la 
miró  con  la  mirada  turbia  del  moribundo, 
les  echaron  la  bendición,  y  aquel  desgra- 
ciado, como  rendido  a  un  último  esfuerzo, 
hundió  la  cabeza  en  la  almohada,  cayendo 
en  una  especie  de  colapso  intensísimo.  Hi- 
dalgo dijo:  «Esto  ha  terminado»,  y  le  tapó 
la  cara  con  la  sábana.  Y  nos  íbamos  ya,  si- 
lenciosos y  entristecidos,  cuando  de  pronto 
aquel  hombre  se  destapa  y  nos  dice  con  voz 
quejumbrosa:  (La  imitR.)  «Señores,  ya  que  he 
hecho  a  ustedes  este  favor,  pídanle  a  Dios 
que  me  dé  salud.» 

Tom.  Aquello  nos  dejó  helados. 

Val.  Le  dijimos  que  bueno,  que  sí;  pero  ya  com- 

prenderás que  nos  fuimos  resueltos  a  no 
pedir  semejante  cosa.  Dios  nos  perdone. 

Tom.  Y  cuál  no  sería  nuestra  consternación  cuan- 

do a  la  mañana  siguiente  nos  contó  Hidal- 
go que  al  irnos  nosotros  aquel  hombre  le 
cogió  la  mano  y  le  dijo:  «¡Ay,  qué  guapa  es 
mi  señora!»  Y  que  desde  aquel  momento 
empezó  a  animarse,  a  revivir,  a  mejorar, 
como  si  hubieran  echado  aceite  en  un  can- 
dil. 

Val.  ¡Aceite!...  Segundo,  aceite...  Y  cuando  aún 

no  han  transcurrido  ni  cuatro  semanas,  le 
tienes  paseando  Dor  esas  calles  con  una  sa- 
lud y  una  gallardía  que  la  estatua  de  Colon 
es  un  sarmiento  comparada  con  él. 

Seg.  iQué  horror.  Madre  de  Dio?! 

Tom.  Y  ahí  tienes  a  mi  pobre  hija,  casada  sin 

pensarlo,  soltera  sin  serlo  y  viuda  sin  poder- 
lo  ser. 

Val.  Que  es  un  estado  civil  que  no  se  le  ha  ocu- 

rrido ni  a  Nove j  arque. 

Seg.  ¡Válgame  Dios,  qué  desdicha!...  ¡Pero  ese 

hombre!... 

Val.  (con  tremenda  ira.)  ¡Haberse  puesto  bueno!.. 

¡Era  para  matarlo!... 

(Sueoa  el  timbre  de  la  puerta.) 
Los  tres        (Muy  asustados.)  ¡  JeSÚs! 

Seg.  ¡  Llamaron  1 


—  41  — 

Val .  ¿Será  él? 

Tom.  (Aterrada.)  ¡Calla,  por  Dios! 

don.  (Sale    primera    izquierda,    temblorosa,   mu7   asastada, 

tartamudeando.)  Han  Ha...  lia...  han  llamado... 

Tom .  Ya  lo  hemos  oído. 

Gen.  ¿Será  el  mama...  el  mamarido  de  la  sese.  .. 

seseseñorita?... 

Seg.  jChist!  ¡Por  Dios,  más  bajo. 

Val.  Por  si  acaso,  ten  precaución,  y  si  es  un  se- 

ñor pálido,  delgado,  cadavérico,  má,s  alto 
que  yo... 

Seg.  Más  bajo. 

Val.  Más  alto... 

Seg.  Bueno,  más  alto,  pero  que  no  se  oiga. 

Val.  (Bajándola  voz.)  ¡Ah,  SÍ,   es   verdadl...  Pues 

bien,  si  tú,  al  mirar  por  la  rejilla,  ves  que 
es  un  señor  de  esas  señas,  no  le  abras  y 
avísame. 

Gen.  Descuide  usted.  (Vase  primera  derecha.) 

Tom.  ¿Dios  mío,  será  él?...  ¡Estoy  muerta! 

Val.  ¡Y  yo! 

-Seg.  ¡Calma,  por  Dios;  no  tembléiíi  de  ese  modo! 

Val.  ¡Es  que  si  fuera!... 

Gen.  (Entra  vacilante)  ¡Ayl...  ¡¡Ayl!... 

Los  tres      (con  ansiedad.)  ¿Quién  es? 

Gen.  (Que  tartamudea.)  El  papa... 

Val.  ¿Eh? 

Gen.  El  papa...  el  papanadero.  Que  es  que  yo 

también  he  pasao  un  susto,  que  tengo  un 
temblor  que  no  puedo  ..  Es  el  papanadero. 

Tom.  Bueno,  pues  dile  al  papanadero  que  deje 

seis  bonetes  y  una  bizcochada  y  que  vaya 
con  Dios,  porque  el  susto  ha  sido  para... 

^en.  Es  que  adeoaás  de  venir  a  dejar  el  p-^n  me 

ha  entregado  para  ustedes  una  carta  que 
dice  que  le  ha  dado  en  la  calle  un  señor  de 
luto,  ñaco,  amarillo... 

Tom.  ¡El! 

Val.  ¡Una  carta  suya! 

Gen.  Eso  me  pensé  yo.   Le  ha  preg'intao  si  venía 

a  casa  ae  los  señores  de  Cayuela,  y  le  ha 
suplicao  que  la  subiese. 

Seg.  A  ver,  tráela,  tráela. 

Tom  .  ¿Qué  nos  dirá  ese  hombre? 

Seg.  El  sobre  dice:   «Señor  don  Valeriano   Ca- 

yuela.» 

Val.  ¡Para  mí!  Trae,  trae,  a  ver.  (Rasga  ei  sobre  y 

lee.  Genoveva  se  va  primera  derecha.)  «Ssñor  doQ 


—  42  — 

Valeriano  Cayuela.  Mi  involuntario  y  que- 
rido tío.»  ¡Llamarme  tío  a  mí!... 

Seg.  Y  menos  mal  que  te  llama  involuntario. 

Val.  (Leyendo.)  «Penetrado  del  espante 80,  del  tre. 

mendo,  del  inaudito,  del  estupefaciente...» 
¡Caray!    ¿Dónde   acabarán   los  adjetivoe?... 

(vuelve    la    carilla    y    mira   hasta  el  final.)    ¡Ah,    SÍ,, 

aquí!...  «Del  ineólito  conñicto  en  que  mi  la- 
mentable resurrección  les  ha  hundido  a  us- 
tedes, deseo  que  mo  reciban  ahora  mismo. 
Tengo  un  medio  para  resolverlo  todo  satis- 
factoria y  urgentemente;  pero  necesito  su 
aprobación.» 
Seg.  ¿Que  tiene  un  medio?... 

Tcm.  (a  don  Valeriano.;  Sigue,  sigUe. 

Val.  (Leyendo.)  «Comprendo  que  estarán  ustedes 

inconsolables  con  mi  reetablecimiento,  pero 
no  pasen  cuidado  alguno.  Esta  mejoría  no 
tiene  importancia.  Cosa  de  una  semana.  No 
se  aflijan.  Espero  una  i)idicación  para  subir. 
Le  saluda  efusivamente  su  desfallecido  e 
imprevi?to  sobrino,  Lázaro  Bermejo.»  ¡Im- 
previsto sobrino!... 

Seg.  ¡Y  tan  imprevisto! 

Tom.  ¡Quiere  subir! 

Val .  ¿Y  qué  hacemos? 

Tom.  Yo  no  lo  recibiría. 

Seg.  ¿Y  cómo  negarse?  ¿No  ves  que   tiene  todos 

los  derechos,  que  puede  exigirlo? 

Tom.  Sí,  es  vernad,  es  verdad... 

Val.  Además,  yo  considero  que  es  mejor  que  le 

veamos  cara  a  cara;  que  sepamos  lo  que  in- 
tenta, lo  que  pretende,  lo  que  exige... 

Seg.  Sin  duda  ninguna.  Ahora,  que  es  preciso 

aguardar  a  que  Carita  se  vaya.  Tú  haz  a  ese 
hombre  una  seña  para  que  espere. 

Tom.  Y  nosotros  v^mos  a  meter  prisa  a  la  niña 

para  que  se  marche  a  escape,  (vase  primera 

izquierda  doña  Tomasa  y  dou  Segundo.) 


ESCENA  III 

DON    VALERIANO,    GENOVEVA    que    sale.    Luego  LUIS  primer» 
derecha 

Val.  (Leyendo  palabras  de  la  carta.)    «...  Esta    mejoría 

no  tiene  importancia...»  No,  una  friolera... 
«Mi  lamentable  resurrección...»  ¡  Y  tan  la- 


.  43  — 

mentable!...  «Lázaro  Bermejo.»  ¡Y  llamarse 
hasta  Lázarol...  Si  debimos  sospecharlo.  [Yen- 
do hacia  el  balcón.)  ¿PoF  dónde  andará  ese  im- 
previsto?... (Mira.)  ¡Ah,  allí  le  veo!  (Le  hace  sa- 
ñas.) Agaarde...  Aguarde...  Creo  que  me  ha- 
brá antendido. 

Gon.  (Entra  primera  derecha  cou  el  pan.)  Don  Valeacla- 

no,  el  señorito  Luis  acaba  de  llegar. 
Val.  ¡Luis!  ¿Le  has  dicho  que  pase? 

Gen.  Ya  se  lo  he  dicho.  Está  quitándose  el  abrigo. 

Viene  que  da  lástima.  (Vase  segunda   izquierda.) 

VaL  ¡Pobre  chico,  se  está  quedando  en  los  hue- 

sos! Vendrá  con  su  locura  de  todas  horas, 
con  eu  obsesión  de  matar  a  Hidalgo,  a  quien 
cree  el  único  causante  de  nuestra  desdi- 
cha. 

Luis  (Entrando  pálido,  descompuesto,  con  trágica    desespe- 

ración.) ¡Ah,  no;  no  lo  he  encontrado,  pero 
no  imperta!  Yo  lo  mato. 

Val.  ¡Luis,  por  Dios! 

Luis  Lo  mato  donde  lo  encuentre,  don  Valeriano; 

en  la  calle,  en  el  café,  en  el  teatro,  donde 
sea.  ¡Lo  mato  ein  remedio! 

Val.  ¡Pero  hombre,  déjate  de  esa  manía! 

Luis  No,  no  es  manía;"*  es  un  propósito  firme,  de- 

cidido,  inquebrantable,  don  Valeriano.  Yo 
mato  a  Hidalgo  donde  lo  encuentre.  Por 
estas  cruces.  ¿No  nos  metió  él  en  este  trance 
horrible,  amargo,  irreparable?...  Pues  que 
nos  saque. 

Val.  ¡Qae  vas  a  volverte  loco! 

Luis  Y  si  no  nos  saca,  lo  mato  donde  lo  encuen- 

tre. Llevo  siete  balas  en  la  browning.  Las 
siete  se  las  meto  en  el  cuerpo...  ¡las  siete! 

(Da  el  reloj  las  once.)  ¡LaS  sietel 

Val.  No,  hombre,  las  once. 

Luis  Bueno,  las  once;  pero  las  siete. 

Val.        '      ¡Pero  cálmate,  Luis! 

Luis  (cada  vez  más  excitado  )    ¡PerO  6Í   nO    puedo,  DO- 

puedo  calmarme!...  ¿Pero  cree  usted  que  hay 
desgracia  como  la  mía?...  Estar  enamora- 
dísimo de  mi  novia  y  haberla  casado  con 
otro  ¡yo  mismo!...  Y  encontrarme  ahora  con. 
que  tengo  relaciones  cou  una  mujer  casada, 
que  se  cree  viuda,  pero  que  es  soltera  sin 
dejar  de  ser  viuda  y  siendo  casada  al  misma 
tiempo!... 
Val.  ¡Por  Dios,  Luis,  que  te  haces  un  ovillol 


—  44  -- 

1-Uis  Y  todo  por  culpa  de  ese  canalla  de  Hidalgo... 

¡^h,  vengo  de  su  casa!  Le  dejé  uq  recado 
definitivo.  O  viene  dentro  de  una  hora  y  lo 
arregla  todo  satisfactoriamente,  o  a  la  noche 
va  su  familia  de  luto  riguroso. 

Val .  ¡Pero  no  sueñes,  Luis!  ¿Cómo  lo  va  a  arreglar 

el  pobre  muchacho? 

Luis  Como  pueda;  que  robe  el  acta  matrimonial 

del  Registro  Civil,  que  pida  en  España  el 
establecimiento  del  divorcio,  que  obligue  a 
Bermejo  a  morirse...  lo  que  quiera;  pero  que 
me  devuelva  a  Carita  soltera,  o  por  lo  menos 
viuda. 

VaL  Vamos,  sé  razonable,  Luis,  sé  razonable... 

Comprendo  que  la  situación  es  espantosa, 
desgarradora...  ¿pero  qué  se  consigue  con 
agravarla?... 

Luis  ¡Ay,  don  Valeriano;  es  que  ahora,  cuando 

yo  venía  por  la  calle,  venía  pensando  en 
que  esta  situación  puede  tener  unas  compli- 
caciones que  estremecen! 

Val.  ¿Cuales? 

Luís  Que  creo  que  han  hecho  ustedes  un  dispa- 

rate con  decirle  a  Carita  que  ese  señor  ha 
muerto. 

Val.  ¿Pero   qué   querías   que  hiciésemos?...   En 

cuanto  ella  vio  que  pasaban  cuarenta  y  ocho 
horas  y  no  le  decíamos  que  había  enviuda- 
do, le  entró  un  sobresalto  que  se  puso  a  la 
muerte  No  hacía  más  que  llorar;  no  habla- 
ba, DO  comía.  Y  por  la  noche,  cuando  su 
sueño  parecía  más  sosegado,  de  pronto  se 
despertaba  gritando  acongojada:  «¡Que  vie- 
ne mi  marido!...  ¡Que  viene  mi  marido!»  Si 
no  le  decimos  que  Bermejo  ha  muerto,  se 
muera  ella  sin  remedio. 

Luis  Pero  y  si  ese  hombre  viene  algún  día  a  esta 

casa  y  ella  le  ve. .  ¿Qué  va  a  pasar?  * 

Val.  ¡Calla,  por  Dios! 

Luis  Va  a  creer  que  es  un  aparecido,  una  visión 

sobrenatural... 

Val.  '  ¡Hombre,  sobrenatural  no  te  diré;  pero  una 
visión! ..  Kn  fin,  Luis,  esa  idea  tuya  ha  sido 
un  presentimiento. 

Luis  ¿Pues? 

Val.  Lee  la  carta  que  acabamos  de  recibir  de  ese 

hombre.  (Se  la  da.) 
Luis  (Que  la  ojea  rápidamente.)  ¡JesÚsI...   ¿PerO    qué 


—  46  — 

dice?...  ¡Quiere  aubirl  ¡Ese  hombre  en  esta 
casal...  ¡No,  no,  nunca;  no  puede  ser!  Yo  me 
opongo. 

Val.  Luis,  no  olvides  que  es  el  marido  de  tu  no- 

via. Que  lo  que  suplica,  puede  exigirlo. 

Luis  ¡Dios  santol 

Val.  Que  podría  llevarse  hasta  a  Carita  si  qui- 

siera. 

Luis  (Firmemente.)  ¡No,  680  SÍ  que  no!  ¡Antes  se 

me  tendría  que  llevar  a  mil 

Val.  Además,  es  mejor  que  hablemos  con  él,  que 

busquemos  un  arreglo  de  común  acuerdo. 
Porque  acá,  para  iiiternos,  yo  creo  que  es 
necesario  que  ese  hombre  desaparezca. 

Luis  (Asustado.)  ¡Don  Valerianol... 

Val.  Que  desaparezca  en  el  buen  sentido.  Que  se 

vaya  de  España,  que  se  marche  a  América... 

Luis  ¿Quiere  usted  mandarlo  al  otro  mundo? 

Val  -  (Con  extraña  expresión.)  Hombre,    yo...    (Timbre  ), 

Llaman. 

(Sale  Genoveva  segunda  izquierda.) 

Gen.  ¿Abro? 

Val .  iái  es  él,  me  avisas.    (Vase  Genoveva  primera  dere- 

cha.) Espera  a  ver.  Temo  que  se  impaciente,^ 
y  si  sube  antes  que  se  vaya  Carita... 

Luis  ¡Calle  usted,  por  Dios! 

Gen.  (Aparece  primera  derecha.)  El  Señor  Hidalgo. 

(Vase  segunda  izquierda.) 


ESCENA  IV 

DICHOS  e   HIDALGO 
Luís  (Frenético.)  ¡Eli...  ¡Por  fin!  (Saca  la  pistola  ) 

Val.  (Sujetándole.)  ¡Por  Dios,  Luis,  quc  agravas  el 

conflictol 
Luís  (Forcejeando.)   ¡Déjeme  usted!...  ¡Lo  mato,  lo 

mato!    ■ 
Val.  ¡Que  te  pierdes  para  siemprel 

Hld.  (Asomando   la   cabeza   aterrado.)  ¡Sujételo    UStcd,^ 

don  Valeriano!...  (se  oculta.) 

Luis  ¡Entra,  entra;  miserable,  canalla! 

Hid.  (Asomándose  de  nuevo.)  Atelo  usted,  don  Vale- 

riano... (Se  oculta.) 

Val .  ¡Por  Dios,  Luis,  trae  ese  arma!  (se  la  quita.) 

Hld.  (Asomándose.)  Se  puede... 

Val.  Adelante. 


•^  46  — 
Hld.  Se  puede  soltar,  átelo  usted.  (Entra  con  mie-Jo.) 

Luis  (Todavía  sujeto   por   don   Valeriano.)  ¡TÚ,  infame, 

bandido;  tú  nos  has  hecho  caer  en  estre 
trágico  cepo  en  que  nos  venaosl 

H¡d.  (Afligidísimo.)  ¡Pues  no  dice  que  yo.... 

Luis  ¡Tú;  tú  solo  eres  el  culpable!  ¡Tú,  tú! 

Val .  (sentando  a  Luis  violentamente  en   una  butaca.)  ¡Dé- 

jalo ya,  Luis,  déjalo!...  No  le  hagas  nada.  ÍLe 

amenaza  él  con   un  puñetazo.)    Aunque  la  verdad 

es  que  por  culpa  de  usted  nos...  (Le  amaga  de 

nuevo.  Pausa.)  Un  fin...  (Vuelve  a  amagarle.)  ¿CómO 

están  en  casa? 
Hid.  Pues  figúrense  ustedes  cómo  estarán,  don 

Valeriano;  consternados...  Consternados  con 
el  recado  que  me  dejó  ese  bárbaro  en  la  por- 
tería, de  que  si  no  venía  a  arreglar  esto  hoy 
mismo,  que  msñana  estaría  en  la  SacramenJ 
tal  de  San  Lorenzo  de  alumno  interno,  (casf 
llorando.)  ¡Pero  interno  en  un  eacórfago! 
^uis  ¡Y  te  lo  repilo,  canalla....  ¿Pero  tú  sabes  lo 

que  has  hecho? 

VaL  ¡Por    Dios,    Luis,    déjalo    ya!...    (Le  amaga    de 

nuevo.) 

H¡d.  ¡Y  qué  culpa  tengo  yo!...  Vuestra  desgracia 

Ja  lamento  como  algo  muy  mío,  sí,  señor. 
(Llorando)  ¡Pero  qué  me  llevó  a  mí  a  aconse- 
jaros sino  el  deseo  de  veros  ricos  y  felice?-!,,. 
%    VaL  Sí;  nosotros   comprendemos  la  intención, 

pero  el  resultado  lia  sido  para...  (Le  amenaza 

con  tirarle  una  cosa  a  la  cabeza.) 
Hid.  (Que  a  cada  amenaza  intenta  huir.)  ¿Y  qué  CUlpa 

tengo  yo  que  haya  sujetos  que  se  caigan  de 
un  quinto  piso  y  en  vez  de  irse  al  Depósito 
insulten  a  los  transeúntes?  . 

VaL  ¿Pero  la  ciencia  no  pudo  prever?... 

Hid.  ¡Qué  ciencia,  don  Valeriano!...  Mire  usted  si 

será  mala  la  enfermedad  que  tenía  Berme- 
jo, que  de  nueve  casos  he  visto  morir  a 
diez. 

'VaL  ¿De  nueve,  diez? 

Wid.  De  nueve,  diez,  sí,  eeñor;  porque  el  último 

caso  fué  un  albañií,  cuya  mujer  murió  tam- 
bién de  sentimiento.  Ustedes  no  saben  lo 
que  yo  he  sufrido  desde  que  ese  farsante 
anda  por  el  mundo.  Yo  no  como,  yo  no 
duermo.  Por  cierto  que  en  cuanto  le  vea  el 
doctor  Ponce,  dice  que  lejde  da  un  estacazo, 
porque  a  él  no  le  pone  nadie  en  ridículo,,  y 


-   47  — 

le  había  firmado  ya  la  papeleta.  Dice  que 
esto  ha  sido  una  estafa  científica. 

Val.  Es  para  darle  el  estacazo. 

"Hid.  Eo  fin,  tanto  me  preocupa  la  situación  de 

ustedes,  que  hace  quince  días  que  estoy 
pensando  en  buscar  un  medio  ingenioso  para 
solucionar  el  conflicto 

"Val.  (Vivamente.)  (No,  no,   por  Diosl   No,  gracias; 

que  si  da  usted  con  otra  cosa  ingeniosa,  es- 
tallamos. 

>l¡d.  Sí,  claro;  me  explico  el  recelo,  la  desconfian- 

za que  inspiro;  pero  no  me  importa.  Yo  tra- 
bajaré en  la  sombra.  Yo  encontraré  una  so- 
lución. 

Luis  (Frenético.  Cogiéndole  de    la  mano.)  Sí,  SÍ;  eS  pre. 

cisó  que  la  encuentres,  pero  hoy,  hoy  mis- 
mo; Bermejo  va  a  venir. 

Hid.  ¿Va  a  venir  aquí? 

Luis  Aquí.  Tú  lo  oyes  y  resuelves  lo  que  quie~ 

ras.  Porque  como  ese  hombre  pretenda  ha- 
cer efectivo  el  matrimonio,  yo  te  pego  un 
tiro  a  ti. 

Hid.  ¡Pero,  LuisI 

Luis  Por  estas  cruces. 

Val.  Silencio. 


KSCENA    V 

DICHOS,    DOÑA  TOMASA,  DON  SEGUNDO.  Luego  CARITA.  Todo» 
primera  izquierda 

Tom .  Chist...  Por  Dios,  callad,  que  viene  Carita. 

Seg.  Poneos  alegres.  Sonreíd.  No  tengáis  esas  ca- 

ras. Sonríe,  Valeriano. 
Val.  No  sé  si  podré.  Pero  en  fin.  (sonríe  con  un  gesto 

horrible.) 

Seg .  Oye,  no  sonrías  con  ese  gesto  que  me  das 

miedo. 
Tom.  ¡Alearía,  alegría,  por  Diosl 

(sonríen  todos  con  gran  esfuerzo.) 
Car.  (Saliendo.  Viste  de  luto.)    ¡Hola!    ¿PerO.  Luis,  tli 

aquí? 

Luis  Sí;  hace  un  momento.  Me  habían  dicho  que 

estabas  aviándote  para  salir  y  no  he  queri- 
do que  te  avisaran  para  no  precipitar  tu  toi- 
lette. 

-Car.  Muy  mal  hecho,  ¿verdad,  tío? 


—  48  - 
Val.  (sonriendo  forzadamente.)  ClarO  que  6Í...  ¡je,  je,  jef 

Car.  jY  usted  también,  Hidalgol 

Hid.  fCarital  (La  saluda  ) 

Car.  Ya  era  hora.   Yo  decía,  ¿qué  le  pasará  que 

no  viene  por  esta  casa? 

Hid.  El  miedo...  El  miedo  a  importunarles. 

Val.  Y  que  creo  que  éste  (por  luís.)  le  había  citada 

para  las  siete,  y  eso  de  Jas  siete  le  asusta. 
¡Como  no  es  madrugadorl 

Luis  ¿Y  tú,  qué,  estás  ya  más  tranquila.  Carita? 

Car.  Sí,  ahora  ya  estoy  tranquila.  ¡Pero,  ay,  Luis,, 

qué  días  he  pasadol 

Tom.  ¡Todos  los  hemos  pasado,  todos,  hija  mía! 

Car.  Peio,  en    fin,  ahora  ya,  descontada  la  des- 

gracia de  aquel  pobre  señor,  que  en  paz  des^ 
canse,  ya  nos  £oniíe  la  felicidad,  ¿verdad,. 
Luis? 

Luís  Todo,  todo  nos  sonríe,  Carita. 

Seg.  (Valeriano,  que  nos  sonríe  todo,  no  te  que- 

des tan  eerio.) 

Val.  (Forzadamente.)  ¡Que  SÍ,  que  sí!...  ¡Je,  je,  je! 

Car,  Y  hoy,  he  de  confesaros  que  desde  hace  al- 

gún tiempo  es  el  día  que  estoy  más  contenta. 

Seg.  ¿Pues? 

Car.  Sí,  porque  he  cumplido  un  deber  piadoso 

que  me  ha  quitado  así  como  un  peso  de  en- 
cima. 

Tom.  ¿Un  deber  piadoso,  hija  mía? 

Car.  Sí,  mamá,  verás.   Efecto  tal  vez  de  las  im- 

presiones recibidas  por  los  acontecimientos 
pasados,  me  quedó  un  poco  de  inquietud, 
de  intranquilidad  de  conciencia.  Y  quizá 
por  esto,  la  sombra  de  aquel  pobre  señor, 
que  en  gloria  esté,  teguía  mis  pasos,  la  veía 
en  todas  partes. 

Tom.  ¡Pero  hija! 

Seg.  (Aparte.)  ¿Está  cerrado  el  balcón,  Valeriano? 

Car.  Y  si  yo  hubiese  creído  que  los  muertos  se 

aparecen,  estoy  segura  de  que  su  espectro 
se  me  hubiera  aparecido. 

Tom.  ¡Qué  horror,  hija!  ¡Calla,  por  Dios! 

Car.  ¿Y  sabéis  lo  que  he  hecho? 

Tom.  ¿Qué  has  hecho? 

Car.  Pues  he  enviado  su  esquela  de  defunción 

al  ABC, 

Todos  (Aterrados.)  ¿Eeeeeeh? 

Car.  Invitando,  como  viuda,  e^  unas  misas  en  su- 

fragio de  BU  alma,  que  quiero  que  se  cele- 


—  49  — 

bren  el  lunes  en  la  parroquia  de  San  Lo- 
renzo. 

Tom.  Pero,  hija,  ¿qué  has  hecho? 

Car.  ¿l^ero  os  parece  mal? 

Seg.  No  es  que  nos  parezca  mal,  pero  figúrate  tVi 

que  lo  ve... 

Car.  ¿Que  lo  ve  quién? 

Seg.  Que  lo  ve  la  gente  que  no  se  había  entera- 

do. [Qué  necesidad  tenemosl... 

Luis  Y  luego  que    habrás  tenido  que  poner:  su 

inconsolable  viuda,  y  me  pones  en  ridículo. 

Seg.  Nada,  hija,  no   hay  más  remedio  que  ir  al 

periódico  a  que  retiren  eso. 

Vaí.  (Aparte  a  Segundo.)  Hay  que  romperle  esa  es 

quela. 

Car.  Pero  yo  quería  hacer  algo  por  su  alma. 

Val.  Hay  que  rompérsela. 

Car.  ¿Qué? 

Val.  No,  cada,  le^lecía  aquí,  al  tío  Segundo. 

Car.  Bueno,  lo  que  ustedes  quieran;  pero  algo 

he  de  hacer,  porque  yo  necesito  alejar  de 
mi  imaginación  el  recuerdo  fatídico  de  eso 
hombre,  y  esta  noche  pasada  he  tenido  un 
sueño  horrible.  ¡He  soñado  con  éll 

Val.  ¡Y  qué  tiene  que  ver  eso!  ¡También  he  so- 

ñado yo  con  la  Pastora  Imperio,  y  mira 
cómo  no  me  asusto!... 

Todos  ¡Claro!  (Ríen.) 

Car.  ¡Sí,  pero  es  que  mi  sueño  ha  eido  espantosoí 

He  soñado  que  había  salido  de  su  tumba 
para  venir  a  increparme  porque  me  casaba 
con  Luis. 

Val.  ¡Por  Dios,  Carita...  qué  puerilidades!... 

Tom.  Bueno,  hija;  anda,  anda,  márchate,  que  si 

vas  tarde,  las  de  Botella  te  ponen  de  vuelta 
y  media. 

Val.  Y  ya  sabes  lo  que  son  las  de  Botella  cuando 

se  destapan...  Anda,  hija,  anda. 

Tom.  Y  si  te  insisten  para  que  las  acompañes  al 

Escorial  unos  días,  avisas  por  teléfono  a  la 
tienda  y  te  enviaremos  la  maleta. 

Car.  Bueno,  mamá. 

Val.  (Llamando    segunda    izquierda.)    GenOVCVa,    (Sale 

Genoveva.)  acompaña  a  la  señorita. 
Luis  Y  yo  también  iré  con  ella. 

Car.  Pues  adiós,  mamá.  (La  besa.)  Hasta  luego. 

(Se  despide  de  todos.  Vese  con  Genoveva  piimera 
derecha.) 


~  50  -- 

Luis  (Aparte  a  Hidalgo.)  Y  ya  lo  sabes,  Hidalgo. 

Aquí  de  tu  ingenio.  Piensa  lo  que  quieras, 
pero  hoy  misnao;  porque  si  hoy  no  resuel- 
ves esto,  ¡tu  familia  de  luto  riguroso!  (vase 

primera  derecha.) 

Hid.  ¡Nada,  que  está  obsesionado!  Y  este  bárba- 

ro, en  un  rapto  de  locura,  es  capaz  de  nia- 
tarme...  ¿Qué  haría  yo?... 


ESCENA  VI 

DOÑA  TOMASA,  DON  VALERIANO,  DON  SEGUNDO  e  HIDALGO 

Tom .  ¡Dios  mío,  esto  no  es  vida!...  A  ver  si  ahora, 

al  salir,  se  lo  encuentra.  Mira  a  ver,  Se- 
gundo. 

(Segundo  mira  por  el  balcón.) 

Hid  .  (a  don  Valeriano.)  ¿De  modo  que  Bermejo  anda 

por  ahí? 

Val.  Esperando  para  subir.  Ha  solicitado  una 

entrevista. 

Hid.  ¡Canalla!...  ¡Si  yo  me  atreviera!... 

Seg.  A  él  no  se  le  ve.  Carita  sale  ahora  a  la  calle. 

Tom.  ¡Pobre  hija  de  mi  alma,  empeñada  en  de- 

cirle una  misa!...  Si  ella  supiera... 

Val.  Peor  fué  lo  de  ayer,  que  quería  encargarle 

una  lápida,  y  la  tuve  que  sacar  a  puñados 
de  casa  del  marmolista. 

Seg  .  Adiós,  hijita,  adiós.  (Se  despide.  Entorna   el  bal- 

cón.) Ya  dobló  la  esquina. 

Hid.  ¿Y  ustedes  no  saben  lo  que   ese  hombre 

pretende? 

Val.  ¡Qué  hemos  de  saber!...  Yo  no  he  tenido 

con  él  más  relación  que  una  carta  que  me 
escribió  el  mismo  día  de  su  salida  del  Hos- 
pital, en  la  que  me  relataba  su  desastroso 
estado  financiero  y  me  suplicaba  un  auxilio. 
Me  pareció  peligroso  negárselo,  y  le  abrí 
un  crédito  en  un  restaurant  económico,  le 
envié  un  traje  usado  que  me  pedía.  Y  no  he 
sabido  más  hasta  hoy. 

(suena  el  timbre  de  la  puerta  interminente  y  débil- 
mente.) 

Seg.  ¿Habéis  oído? 

Val.  ¡Qué  extraño  modo  de  sonar  el  timbre! 

Tora.  ¿Será  él? 

(suena  otra  yez.) 


—  51    - 

Hid.  La  manera  débil  e  intermitente  de  llamar 

es  propia  de  un  anémico,  o,  por  lo  menos, 
de  nn  npurótico.  D.be  ser  él. 

Seg.  Callaos  Yo  veré  por  la  mirilla,  (vase  primera 

derecha.) 

Tom .  Estaría  oculto,  y  al  ver  salir  a  Carita  ha  su- 

bido. 

Seg .  (EDtraudo.)Es  uno  alto,  pálido,  de  negro,  muy 

flaco,  que  anda  doblándose.  El  que  hemos 
visto  ahí  enfrente. 

(Vuelve  a  sonar  el  timbre  del  mismo  modo.) 

Val.  Es  él.  Ábrele. 

(Sale  Segundo.) 

Tom.  ¡Ese  hombre  aquil  |Dame  fuerzas,  Dios  míol 

Hid.  Y  a    mí    también,    (como  el  que  s»  diapone  a  bo- 

xear.) 

Val.  Calma,  Hidalgo.   Oigámosle  antes  de  nada. 

(se  oye  ladrar  y  aullar  al  perro.) 

Tom.         "  Caruso  le  aulla.  Le  ha  conocido. 

Seg  .  (Entrando.)  AqUÍ  está.  (A  alguien  que  queda  fuera  ) 

Pase  usted. 


ESCENA  VII 

1 

DICHOS    y    BERMEJO 

(Este    Bermejo    ea    un  convaleciente,    pálido,  ojeroso, 
fino,  amabilísimo,  que  habla,  que  anda  y  acciona  como 
un  hombre  sin  energía,   sin    alientos  para  nada.  Viste 
UQ  traje  negro.  En  conjunto  es  un  derrotado.) 
Bar.  ¡Señora!...    ¡Señores!...  (Queda  en  la  puerta,  hace 

una  profunda  reverencia  y  queda  con  la  cabeza  baja.) 

¿Dan  ustedes  su  aquiescencia? 
Val.  Adelante. 

Ber.  ¡Ah,  señora!...  (Oa  un  traspiés,  vacila  y  se   sostiene 

en  una  silla.)  ¡Ah,  señores!...  Se  puede  pasar... 

Val.  Ya  hemos  dicho  que  adelante. 

Bíir.  Gracias;  no  es  eso.  Se  puede  pasar  en  la 

vida  por  trances  amararos.,  por  trances  crue- 
les; pero  como  este  mió,  no;  ¡no  es  posible! 
(Pausa.)  Señores,  yo  he  creído  que  me  moría. 

Val.  Y  nosotros. 

Ber.  Yo  he  creído  que  me  moría  al  subir  por  esa 

escalera.  A  mí  me  faltan  las  fuerzas...  Las 
palabras  expiran  en  mi  garganta.  Yo  estoy 
muerto. 

Val.  ¡Quiá! 


—  62  — . 

Ber.  (Mirando  a  don   Valeriano.")    Mueito  de  VergÜen-- 

Za!...  ;,Gesto  de  duda  de  don  Valeriano.)  de  indig- 
nación contra  mí  mismo,  y  me  explico  que 
en  esta  casa  todo  me  sea  hostil.  Pero  Ufete- 
des  comprenderán  muy  en  breve  que  esa 
hostilidad  carece  de  fundamento,  porque  yo- 
sólo  vengo  aquí,  dolorida  el  alma,  a  caer  de 
rodillas  a  sus  pies,  y  a  decide  con  lágrimas 
en  los  ojos. .  ¡Perdóneme  usted,  fceñora,  per- 
dóneme usted  que  no  me  haya  muertol  (l» 

besa  la  mano  de  rodillas.) 

Tom.  ¡Por  Dios,  caballero! 

Ber.  Perdóneme  usted;  pero  es  que  materialmen- 

te no  me  ha  sido  posible...   ¡ni  con  diez  y 
ocho  médicos^  señora;  ya  ve  usted!  Todo  hai 
sido  inútil.  No,  no  he  sabido  morirme. 

Val.  (Los  hay  torpes.) 

Ber.  Con  la  alegría  que  yo  hubiera  tenido  con  tat 

de  complacer  a  ustedes.  Pues  nada...  Y  es» 
que  cuando  las  cosas  se  ponen  mal... 

Tom .  Por  Dios,   caballero,  no  ntcesita  usted  dis- 

culparse... Pero  yo  no  í-é  qué  decirle.  Com- 
prenderá usted  el  e.'tado  de  mi  ánimo... 

Ber.  Todo;  lo  comprendo  todo,  bella  señora.  Y 

usted  no  sabe  los  esfueizos  que  yo  he  hecho 
para  no  producirles  a  ustedes  esta  aüicción 
en  que  los  veo  sumidos...  ¡Ah,  noble  señora; 
ah,  inesperados  y  cordiales  tíos...  ¡Ah,  señor 
Hidalgo!...  Ustedes  no  saben,  no  calculan, 
no  penetran  la  tortura  que  me  corroe...  ¡Ah^ 

sí,  sí!...  (Cae  en  una  silla  medio  desvanecido.) 

Seg.  ¿Qué  le  pasa  a  usted? 

(entra  Genoveva  de  la  calle,  le  mira  atónita  y  vase 
segunda  izquierda.) 

Ber.  •  No,  nada,  nada;  un  pequeño  desvanecimien- 
to o  mareo,  vulgo  lipotimia.  ¿Se  me  podría 
suministrar  un  modesto  y  reconfortante 
caldo? 

Tom.  Sí,  señor;  con  mucho  gusto.  Que  le  den  un 

caldo.  Segundo. 

(Don  Segundo  va  a  dar  el  recado  y  sale  de  nuevo.) 

Ber.  Gracias,  digna  y  bella  dama. 

Tom.  Pero  tome  usted  asiento. 

Ber.  No,  no  señora  ..  yo  no  soy  digno  de  tomar 

nada  en  eeta  acogedora  mansión. 
Tom.  ¡l*or  Dio«^!,.. 

Ber.  ¡Ah,  y  no  encontrar  un  fin!  ¡Un  fin  a  esta 

miserable  vida;  yo,  señores,  yo,  que  en  mi 


-   53 


tifán  de  desaparecer  de  este  mundo  hago 
cosas  horribles!  Figúrense  ustedes  que  atra- 
vieso todas  las  tardes  la  Puerta  del  bol  de 
siete  a  ocho,  y  yo  no  sé  qué  hacen  esos  au- 
tomóviles que  ni  me  tropiezan.  Yo  me  coloco 
intencionadamente  ante  los  tranvías.  Me  lo- 
can el  timbre  y  como  si  me  tocaran  el  Conde 
de  Luxemhurgo.  Pues  nada;  llegan,  me  em. 
pujan  con  más  delicadeza  que  me  empuja- 
Tía  un  guardia  de  Orden  público,  me  apartan 
solícitos  y  pasan  rápidos.  Ayer,  sin  ir  más 
lejos,  ya  resunlto  a  terminar  de  una  vez,  me 
fui  dV cabeza  contra  un  seis;  pues  me  tiró  al 
suelo,  me  rozó  el  estribo  y  me  hizo  un  siete; 
me  recogió  un  ocho  y  el  cobrador  me  convi- 
dó a  un  «quince*  para  que  no  diera  parte. 
¿No  es  esto  una  desgracia? 
Val.  Una  verdadera  desgracia. 

^eii.  (Entra  segunda  izquierda  con  el  servicio.    Al  acercarse 

a  Bermejo  le  mira  temerosa.)  El  caldo. 

^er.  Gracias,    estupefacta   y    amable    doncella, 

muchas  gracias,  (a  doña  Tomasa.)  ¿Se  me  po- 
dría sumini-trar  una  fútil  y  exigua  copa  de 
Jerez,  marca  indistinta? 

Tom  (a  Genoveva )  Una  copa  de  Jerez  al  señor,  (vase 

Genoveva  a  servirla.)  ¡Pero  por  Dios,  tome  usted 

asiento! 

Ber  No,  no,  de  ninguna  manera;  yo  no  soy  dig- 

no de  tomar  nada  de  esta  caritativa  y  hono^ 
rabie  ca-^a.  (Bebe  un  poco  de  caldo.)  ¡JesúF,  qué 
caldo!  Esto  resucita  aun  muerto. 

Val  (indignado.)  jQuítarle  la  taza,  hombre! 

Ber  ¡Ah,  unas  personas  tan   buenas,  tan  dignas, 

tan  entrañables!...  ¡Ah,  ustedes  no  saben  lo 
tjueyohubiese  dado  por  evitarles  el  conflicto 
de  mi  resurrección. 

(Genoveva  saca  el  Jerez  y  sirve  una  copa.) 

Seq  Señor  l'ermejo,  no  se  moleste  más,  nosotros 

aceptamos  de  buen  grado  sus  disculpas.  No 

ha  podido  usted  realizar  su  propósito,  ¡qué 

se  le  va  a  hacer,  paciencia! 
Val.  ¡Paciencia!...  Pero  perdone  que  le  digamos 

que,  en  cierto  modo,  lo  que  ha  hecho  usted 

ha  sido  una  informalidad. 
Ber.  ¡Una  informalidad! 

Hid.  ¡Una  informalidad,  sí,  señor!  ¿Se  pone  uno 

en  trance  de  muerte?  Pues  hay  que  morirse. 

Esto  es  lo  serio. 


—  54  — 

Ber.  ¡Pero,  por  Dios,  señores,  son  ustedes  injus- 

tos conmigo!...  ¿He  podido  yo  hacer  más 
para  fallecer,  que  tomarme  todas  los  medi- 
cinas que  me  han  dado?...  A  mí  se  me  han 
inyectado  cuarenta  y  seis  clases  de  vacuna. 
Tengo  vacunada  hasta  la  camiseta.  A  mí  se 
me  han  administrado  veinticuatro  sueros;  se 
me  han  administrado  diecisiete  caldos  mi- 
crobianos; a  mí  se  me  han  administrado  has- 
ta los  últimos  sacramentos...  Y  yo,  tomándo- 
melo todo.  ¿He  poaido  hacer  más?  ¡Ah,  pero 
no  les  importe  a  ustedes,  nol  A  eso  venga 
precisamente. 

Val.  ¿Cómo  que  a  eso  viene  usted? 

Ber.  (con  gran  exaltación.)  A  eso  veugo:  a  decii  a 

ustedes  que  contra  esta  fatalidad  de  no  po- 
derme eliminar,  está  mi  resolución  inque- 
brantable de  desaparecer  y  desapareceré! 

Tom.  ¡Por    Dios,    caballero,   eso  no;  de  ningúa 

modo. 

Ber.  ¿Cómo  que  no?...  ¡Pero  cree  usted  que  puedo 

yo  tolerar  la  desdicha  que  ocasiono?... ¿A  una 
joven  bellísima  sumirla  en  la  desespera», 
ción?  ¡a.  un  joven  que  es  su  novio,  su  pa- 
sión, sumirlo  en  la  tragedia!...  [Ah,  no,  no,, 
no!.,  (se  sirve  otra  copa.)  Esto  acabará,  y  aca- 
bará muy  pronto... 

Seg.  ¿Pero  qué  ii:tenta  usted? 

Ber.  ¿Que   qué  intento?...  Pues  sépanlo  de  una 

vez.  He  venido  a  esta  casa  a  despedirme  de 

ustedes,  y  luego  a.v.    (Se    tienta  ansiosamente  los 
bolsillos  como  buscando  algo  y  al  fin  saca  una  pistola.)^ 
Todos  (Le  sujetan.)  ¡No,  nol 

Tom.  ¡No,  por  Dios,  no  por  Dios,  caballero! 

Val.  ¡Aquí,  no!  ¡De  ninguna  manera!  ¡Aquí,  nol 

Ber.  ¡Sí,  sí,  aquí;  debo  morir  aquí! 

Val.  Aquí,  no,  caramba.  Y  ruego  a  usted,  señor 

Bermejo,  que  nos  evite  un  espectáculo  que..*. 

¡Aquí,  nol 
Ber.  ¡Sí,  sí...  dejadme! 

Seg.  ¡Que  eso  no  es  cristiano,  porral 

Tom.  (Se  arrodilla  suplicante.)  ¡Se  lo    pido    SL    USted  de 

rodillas,  señor  Bermejo! 
Ber.  jPor  usted  lo  hago,  señora!  No  quiero  que 

brote  de  sus  plácidos  ojos  una  sola  lágrima. 
por  culpa  mía.  Pero  le  ruego,  que  usted  y 
ustedes,  me  dejen  solo  unos  instantes  con 
mi  querido  tío  Valeriano. 


—  66  — 

Val.  (Muy  escamado.)  ¿Sólo  COnmigO?. 

Ber.  Con  usted.  He  de  hacerle  ciertas  coofiden- 

cios  precisan.  El   tiempo  apremia.   Que  nos 

dejen.  (Pasea  preocupado.) 

Val,  (Caray,  si  querrá  un  compañero  de  viaje.) 

(Alto.)  ¿ueno,  dejadnos  solos. 
Seg.  Por  Dios,  que  no  se  mate  aquí. 

Val.  Lo  procuraré;   pero  de  todos  modos,  si  oís 

un  tiro,  no  alarmaros:  si  oís  dos,  sí.    Salid, 

os  lo  ruego. 

(Vanse  doña  Tomasa,  Segundo  e  Hidalgo  por    la    pri- 
mera izquierda.)  ' 


ESCENA    VIII 

DON    VALERIANO    y    BEllMEJO 

Yaf.  Bueno,  amigo  Bermejo;  ya  estamos  solos. 

Ber.  Pero  ¿por  qué  no  me  llama  usted   Lázaro, 

que  es  más  familiar? 

Val.  No,  perdone  usted;  les  tengo  cierta  animad- 

versión  a  los  Lázaros. 

Ber.  Como  usted  guste. 

VaL  Siéntese.  Y  antes  de  hacerme  las  confiden- 

cias que  sean  de  su  agrado,  me  va  usted  a 
permitir  que  yo  le  dirija  unas  breves  indi- 
caciones. (Yo  me  preparo  por  si  acaso.) 

Ber.  Escucho  conmovido. 

Val.  Si  por  una  decisión  irrevocable,  pretendiese 

usted  realizar  alguno  de  esos  siniestros  de- 
signios que  antes  ha  manifestado,  y  que  yo 
seria  el  primero  en  lamentar,  suplico  a  us- 
ted que  no  los  ponga  en  práctica  dentro  d& 
esta  casa,  de  ninguna  manera.  En  el  caso  de 
que  usted,  yo,  alguien,  queramos  suicidar- 
nos, en  uso  de  un  libérrimo  derecho,  ahí  te- 
nemos el  Retiro,  la  Moncloa,  lugares  de  una 
amenidad  y  una  belleza  que  envuelven  el 
suicidio  en  un  ambiente  de  poesía  que  con 
mueve.  Una  sutil  detonación,  una  leve  es- 
piral de  humo  que  se  pierde  en  el  aire  azul, 
una  postura  trágica  sobre  el  verde  césped, 
el  guarda  que  aparece  atónito...  y  sobre  todo 
esto  la  muerte  batiendo  sus  alas  augustas 
en  la  tarde  radiante.  Y,  al  fin,  como  único- 
rastro,  el  amable  juez,  el  humilde  depósito, 
la  piadosa  gacetilla.  Usted,  que   es  poeta. 


^.  56  — 

piense  en  todo  esto.  Espronceda  no  lo  hu- 
biese desdeñado.  (Se  lo  he  pintado  que  ni 
Sorólla.) 

Ber.  ¡Ah,  don    Valeriano,  que  elegante  descrip- 

ción! 

Val.  Y,  en  otro  ca8o,  ahí  tenemos  también  el  ca- 

nálillo.  No  echemos  el  Canalillo  en  saco  ro- 
to. Una  cinta  de  plata,  álamos  en  las  or'- 
llas... 

Bar.  Sí,  Don  Valeriano,  sí;  yo  agradezco  a  usted 

mucho  sus  cariñosas  indicaciones.  Pero  en 
este  caso,  sun,  por  desgracia,  perfectamente 
inútiles. 

Val.  ¿Pues...? 

Ber.  Porque  yo  fatalmente — y   esto  era  lo  que 

quería  decirle  cuando  he  suplicado  que  nos 
dejasen  solos — yo,  fatalmente,  precisamen- 
te, tengo  que  matarme  esta  tarde  y  en  eí-ta 
misma  casa. 

Val.  (con  indignación.)  ¡Y  dale!...  ¡Pero,   señor  mío, 

esa  insistencia!... 

Ber.  No,  don  Valeriano;  si  no  es  una  obstinación 

morbosa,  un  capricho  fementido,  no.  Oiga 
la  terrible  verdad  y  lo  comprenderá  todo. 

Val .  Pero  ¿hay  algo  más? 

Ber.  Lo  que  ha  ocurrido    hasta  hoy  en   esta  casa 

con  motivo  de  mi  boda  es  un  juguete  cómi- 
co, comparado  con  lo  que  va  a  pasar  esta 
tarde. 

Val.  ¡Repeine!,  pero  ¿qué  está  usted  diciendo? 

Ber.  Sí,  don  Valeriano,  sí...  Ustedes,  guiados  del 

noble  propósito  de  quedarse  con  los  tres  mi- 
llones del  padrino  de  mi  mujer  en  cuanto 
yo  finiquitara,  vinieron  al  borde  de  mi  lecho 
doliente  y  me  casaron...  ¡Me  casaron!  igno- 
rando que  yo  tenía  relaciones  con  una  mu- 
jer. Y  la  llamo  mujer,  porque  algo  hay  que 
llamarla. 

Val.  ¡Santo  Dios! 

Ber.  Y  que  tengo  con  ella  cuatro  hijos. 

Val.  ¡Madre  mía! 

Ber.  Y  él  compromiso  formal  de  legitimar  nues- 

tra descendencia. 

Val.  ¡Virgen  Santa! 

Ber.  Y  si  esa  mujer  fuera  una  mujer  prudente, 

pues  no  la  hacíamos  caso  y  en  paz.  Pero  es 
una  hiena.  Es  una  mujer... 

Val .  ¿De  armas  tomar? 


—  67  — 

Ber.  De   armas   tomar...   y   utilizar.,    que   es   lo 

peor.  Se  trata  de  una  histérica,  de  una  loca, 
de  una  impulsiva,  que  enterada  de  mi  ma- 
trimonio—que cree  una  traición  mía — ha 
jurado  venir  a  esta  casa  y  no  dejar  títere 
con  cabeza.  Y  usted  perdone  lo  de  títere.  Ha 
jurado  que  me  mata  a  mí,  que  mata  a  mi 
mujer,  a  mi  suegra,  a  mis  tíos... 

"Val .  jCanastos!...  ¿Y  cree  usted,  en  serio,  que  será 

capaz  de  realizar  su  amenaza? 

Ser.  *¿Cómo   capazV...   Anoche   se   ha  comprado 

una  navaja  de  lengua  de  vaca  de  este  porte; 
y  esa  arpia  viene  hoy  a  esta  casa  y  saca  la 
lengua  y  lo  que  a  las  cuatro  es  una  agrada- 
ble familia;  a  las  cuatro  y  diez  será  un  in- 
forme picadillo  de  almóndigas. 

'Val.  ¡Dios  mío! 

Ber.  Además,  tiene  un  hermanito,  Pepe  El  Yesca, 

le  llaman  el  Yesca  por  lo  deprisa  que  hace 
fuego. 

Val.  ¡Caray! 

Ber,  Que  si  viene  a  acompañarla,  yo  les  aconsejo 

a  ustedes  que  quiten  los  gabanes  del  per- 
chero. 

Val.  ¡Ay,  Dios  mío,  qué  complicación!  Perv^  diga 

usted,  amigo  Bermejo,  ¿no  habría  medio  de 
evitar  que  esa...  esa  señora  desistiera  de  sus 
criminales  propósitos? 

.B§r.  Uno.  No  hay  más  que  un  medio  que  lo  re- 

solvería todo  pacíficamente;  pero  yo  no  dis- 
pongo de  recursos  para  ponerlo  en  prác- 
tica. 

Val.  ¿Y  qué  medio  es  ese? 

Ber.  Yo  no  sé  si  será  delicado... 

'Val.  Sí,  hombre...  que  no  le  hagan  a  uno  picadi- 

llo, ¿pues  no  ha  de  ser  delicado?...  diga, 
diga. 

Ber.  Yo  creo  que  con   catorce  mil  pesetas  se  so- 

lucionaría todo  pacíficamente.  • 

Val.  ¡Catorce  mil  pesetas!     (cae  sentado  como    el  que 

ha  recibido  uo  golpe  en  la   8ien_.  Se    pasa  la  mano  por 

la  frente.)  ¡Mi  madre! 
Ber.  ¿Qué  le  pasa  a  usted?  ^ 

Val .  No,  nada;    un   pequeño  desvanecimiento  o 

mareo,  vulgo  lipotimia. 
Ber.  Con  seis  mil  pesetas  podríamos  mandar  a  la 

Hipólita  a  Buenos  Aires,   que  es  su   ideal 

viajero;  y  con  las  ocho  mil  restantes  podría 


—  sa- 
yo dejar  a  salvo  la   vida  de   mi  anciana  y 
respetable  madre,  poniéndola  un  modo  de 
vivir.  ¿Comprende  usted? 

YaL  Sí,  un  modo  de  vivir,  sin   hacer  nada,  ya 

comprendo. 

Ber.  Yo,  resuelto  esto,  ya  sabré  lo  que  hacer...  en 

ia  Moncloa.  (con  abatimiento.)  Fronto,  muy 
pronto,  recogerán  ustedes  los  tres   millones. 

YaL  (Echando  cuentas.)  De  modo  que  seís  para  la 

Hipóiita,  ocho  para  su  anciana  y  respetable 
madre...  En  ñn»  señor  Bermejo,  usted  me 
permitirá  un  momento.  Tengo  que  consul- 
tar a  la  familia  el  nuevo  aspecto  de  este 
asunto,  al  que  yo  llamaría... 

Ber.  Económico. 

Val.  No,  perdone  usted;  para  mí  no  es  económi- 

co un  asunto  que  me  puede  costar  catorce 
mil  pesetas.  Tenga  la  bondad  un  instante. 
(Haciendo  mutis. j  Nada,  que  no  tenemos  más 
que  dos  dilemas,  que  decía  mi  suegra;  o  una 
puñalada  o  un  sablazo.  (Vase  primera  izquierda.) 


ESCENA  IX 

BERMEJO  e    HIDALGO 

Ber.  ¡Dios  mío,  si  me  resuelven  lo  de  las  catorce 

mil  pesetas,  me  ponen   en   mi  domicilio! 

(Mirando  la  segunda  izquierda.)  ¡El  COmedorl  ¡Qué 
COnfortablel..  ün  balcón...  (Lo  abre  y  se  asoma.) 

Es  piso  primero.  Si  anduviese  per  ahí  la 
Hipólita  la  hablaría.  Temo  que  venga,  intro- 
duzca una  extremidad  y  me  deteriore  la  ne- 
gociación.  Y  seria  lástima.  ¡Una  familia  tan 

maleable!  ..  (Queda  asomado.) 
Híd.  (sale  primera  izquierda.)    ¡íSolo!...  Yo    me  atieVO.. 

Claro  que  esto  de  invitar  a  un  hombre  a  que 
se  rompa  la  critma  no  es  ninguna  fruslería^ 
pero  si  este  señor  no  se  mata,  Luis  me  re- 
vienta... Y  entre  Bermejo  y  yo...  (pausa.)  ¡Ah, 
ya  sé  lo  que  he  de  decirle!...  ¡Pecho  al  agua! 
(Alto.)  Amigo  Bermejo. 

Ber  ¿Quién? 

Híd.  Gente  de  paz. 

Ber.  ¡Caramba,  usted,  mi  cordial  y  solícito  enfer- 

mero!... ¿Qué  desea  usted  de  mí,  mi  cariñoso 
amigo? 


--  69  — 

Hid.  Pues  nada,  que  quería  pedirle  a  usted  ua 

favor,  un  gran  favor. 

Ber.  Concedido. 

Híd.  BiS  que  se  trata  de  algo  muy  grave. 

Ber.  Para  mí  no  hay  nada  grave. 

Hid.  Ya  lo  sé,  ya.  Sin  embargo,  esto... 

Ber.  Diga  usted,  diga  usled  lo  que  sea. 

Hid.  Amigo  Bermejo:   usted  comprenderá  mi  si- 

tuación con  esta  familia.  Yo  los  metí  en  el 
lance  en  que  se  encuentran,  creyendo  que 
usted  iba  a  morirse  formalmente. Le  casaron 
a  usted  con  Carita...  el  conflicto  se  ha  hecho 
irreparable...  y  ahora  Luis  me  exige  a  mí 
que  solucione  el  asunto...  ¡matándole  a  us- 
ted en  duelo! 

Ber.  (Aterrado.)  ¡Caray! 

Hid.  Pero  esto  sería  para  mí  muy  doloroso. 

Ber.  Y  para  mí  muchísimo  más.  ¿Pero  quiere  us- 

ted callarse?  ¿Para  qué  un  duelo?...  Nada  de 
duelos,  nada  de- bárbaras  agresiones...  A  us- 
ted le  hace  falta,  digámoslo  claramente,  a 
usted  le  hace  falta  mi  vida...  ¿no  es  esto? 

Hid.  Hombre... 

Ber.  ¿Pues  para  qué  somos  amigos?...  Antes  de  la 

noche  será  usted  complacido.  Yo  soy  así  con 
mis  amistades. 

Hid.  Hombre,  mi  gratitud... 

Ber.  No  vale  la  pena.  Hoy  hago  yo  esta  insignifi- 

cancia por  usted.  , Quién  sabe  en  el  correr 
de  los  años  lo  que  podrá  usted  hacer  por 
mí!... 

Hid.  ¿Kn  el  correr  de  los  años?... 

Ber,  En  el  correr  de  los  años  de  ultratumba. 

Hid.  ¿Y  va  usted  a  reahzar  en  esta  casa?...  Caccíóo. 

de  pegarse  un  tiro.) 

Ber.  No.  El  tío  Valeriano  y  yo  hemos  buscado  un 

sitio  precioso:  la  Muncíoa. 

Hid.  ¿No  hay  muchos  guardas? 

Ber.  Sí,  pero  3^0  sé  un  lugar  tan  solitario,  tan  es- 

condido ..  para...  (accíóu  de  pegarse  el  tiro.)  ¡Una 
delicia! 

Hid.  ¡Caramba,  es  usted  admirable!   Me  conmue- 

ve la  serenidad  con  que   habla  usted   de... 

(Repite  el  ademán.) 

Btr.  ¡Oh!,  es   que...  ¡Odio  la  vida,  sí;  la  odio!... 

¡Caramba,  con  permiso  voy  a  cerrar  el  bal- 
cón, que  estamos  en  una  corriente!...  (cierra 
el  balcón.) 


—  60  — 

Hid.  Señor  "Bermejo.  Yo  no  sé  como  pagar... 

Ber.  Nada,  nada...  mañana  viene  uste^  a  mi  tum- 

ba, deposita  usted  allí  un  ave... 

Hid.  ¿Para  qué? 

Ber.  ¡Un  Ave  María  y  una  siempre  viva  y  en  paz! 

Hid.  ¿Piempre  viva? 

Ber.  ¡Vival...  (Este  tío  invita  a  pegarse  un  tiro 

como  el  que  invita  a  casa  de  Camorra.) 
Adiós,  joven.  ¡Siempre  viva! 

Hid  .  Adió?,  8eñor  Bermejo.  (Vase  Bermejo  segunda  iz- 

quierda.) ¡Caramba,  qué  persona  tan  compla- 
ciente! Eso  son  ganas  de  servir  a  un  amigo. 
Corro  a  avisar  a  Luisa  a  tranquilizarle.  Quizá 
<íuando   volvamos,  ya   esté    todo  resuelto. 

(Vase  primera  derecha.) 


ESCENA  X 

DON  VALERIANO,    DON   SEGUNDO    y   GENOVEVA 

V&I.  (saliendo  por  la  primera  izquierda,  al  no  ver  a  Berme- 

jo se  dirige  a  la  segunda.)  jAh,  está  en  el  COme- 
dor!  (a  Don  Segundo,  que  ha  salido  detrás  de  él.)  De 

modo  que  ya  lo  has  oído,  ese  hombre  exige 
indirectamente  catorce  mil  pesetas,  Se- 
gundo. 

■Seg.  iQué  horrible  complicación...  ¿Pero  de  dón- 

de vamos  a  sacarlas?... 

•'Val.  Porque  si  no,  ahora  mismo  tienes  ahí  ala 

Hipólita  con  la  lengua  de  vaca...  A  su  her- 
manito  con  algo  parecido. x.  ¡El  peligro,  el 
escándalo!... 

•Seg.  Y  que  además  nada  se  resuelve;  porque  das 

el  dinero  y  la  chica  sigue  casada,  y  este 
hombre  en  condiciones  de  hacer  efectivo  el 
matrimonio  cuando  quiera. 

Val.  ¡Es  para  morir  de  angustias!...  ¡Es  para  co- 

meter un  crimen!... 

Seg.  ¡Calla,  por  Dios!...  Y  un  sablazo  sobre  tanta 

desdicha! 

(Llaman  con  timbrazos  breves  pero  muy  seguidos.) 

Val.  iJaman. 

S.eg .  Y  con  qué  insistencia. 

Val.  A  lo  mejor  es  la  Hipólita,  de  seguro. 

Seg.  ¿La  de  la  lengua? 

(Timbre.) 

Val.  La  misma. 


—  61  - 


Seg.  I Y  quédeprisal 

Val .  Debe  venir  con  la  lengua  fuera. 

(Genoveva  pasa  de  segunda  izquierda  a  primera  de- 
recha.) 

Sen .  ^  Y  qué  vas  a  hacer? 

Val .  Recibirla.  Jugarme  la  vida,  si  es  preciso.  De 

perdidos  al  río.  ¡Todo  menos  soliar  una  pe- 
setal  Puñaladas,  bueno;  sablazos,  no.  Déja- 
me solo. 

(Vase  don  Segundo  primera  izquierda.) 
Gen.  (Por  la  primera  derecha.)  Una  Señora. 

Val.  (Heroicamente!)  Que  pase. 

Gen.  Me  ha  dado  su  tarjeta. 

y2L\.  Venga.  (La  toma.  Genoveva  sale   primera    derecha.) 

¡Animo,  Valeriano!  Con  esta  gentuza,  el  que 
se  achica  se  pierde.  (Lee  ia  tarjeta.)  «Hipólita 
Beloqui.-.»  Está  bien. 


ESCENA  XI 

DON  VALERIANO  e    HIPÓLITA.    Luego    dos  NIÑOS  y  dos    NIÍÍAS. 
Después  MATEA 

[\\n  (ea  una  mujer  dtl  pueblo  de  Madrid,  de  aspecto  agra- 

dable. De  treinta  y  cinco  a  cuarenta  años.  Lleva  man- 
tón.) ¿Da  usted  su  permiso? 

Val.  Adelante. 

Hip.  Caballero,  usted  dispense  que  me  h^íiga  to- 

mao  la  libertad  de  permitirme  de  que  le  pa- 
gasen mi  tarjeta. 

Val .  «í,  ya  la  he  leído.  Hipólita  Beloqui. 

Hip.  Servidora  de  usté.  Bueno,  pero  usté  me  dis^ 

pense,  que  es  que  me  s'ha  olvidao  pon  ' 
debajo  y  familia,  porque  no  vengo  sola. 

Val.  Lo  mismo  da. 

Hip.  ■  (Dirigiéndose    a    alguien  que    está  fuera.)    [Angeles,.. 

adentro! 
Val.  (Viene  con  alguna  parienta.) 

Hip .  Pasar,  ricos. 

(Entran  dos  Niños  y  dos  Niñas,  cogidos  de  la  mano. 
Visten  bastante  derrotados.  Una  de  las  niñas  lleva  uu 
liíto  de  ropa.  Uno  de  los  chicos,  que  va  de  marinero, 
lleva  un  pequeño  botijo.) 

Val.  ¡Caray!...  ¡Deben  ser  los  cuatro   Bermejítos! 

Hip*.  Pase  usted  también,  seña  Matea.  Ande  usté,., 

que  no  se  la  van  a  comer. 

(Entra  una  anciana.) 


—  62 


IVIaiea 

Hip. 

Val. 

Hip. 

Matea 

Hip. 

Val. 
Hip. 


Val. 
Hip. 


Val. 

Hip. 

Val. 
Hip. 


Matea 
Hip. 

Val. 


Hip. 


(Entrando.)  ¡Hija,  si   yo  no   digo  quc  se  me 

coma  nadie!...  Servidora... 

Fíjese  usté.  Cuatro  calcos  del  padre. 

Son  monos.  ¿Y  esa  anciana? 

La  mamá  del  moribundo. 

Servidora, 

Con  permiso  de  usté,   se  podían  sentar  en 

este  sofá,  si  usted  nos  hiciera  ese  favor. 

Si  caben,  sí,  señora. 

Tantísimas  gracias.  Seña  Matea,  usté  donde 

le  cumpla.  Y  una  servidora  con  permiso. 

(Se  sienta  delante  de  él,  junto  a  la  mesa  del  despacho  ) 

Usted  es  muy  dueña. 

Bueno,  daballero,  haga  usté  el  obsequio  de 

decirle  a  ese  indigno  convaleciente   que  dé 

la  carita;  porque   sé  que   está  en  esta  casa. 

Lo  he  visto  de  subir. 

Le  advierto  a  usted  que  el  señor   Bermejo, 

si  es  a  él  a  quien  usted  se  refiere,  no  está  en 

esta  casa. 

¡Ah!  ¿No  está?...  Bueno,  pues  entonces,  si  no 

está,  haga  usté  el  favor  de  decirle  que  salga, 

de  todas  las  maneras. 

¿Pero  cómo  se  lo  voy  a  decir,  si  no  está? 

Pues  dándole  el   recao.   Porque  hasta  qne 

una  servidora  le  eche  la  vista  encima,  no 

me  meneo  de  aquí.   Precisamente   me  coge 

sin  ná  que  hacer...   Los  niños  se  han  traído 

el  botijito,  y  ellos,  en  teniendo   agua,   tan 

ricamente.  Conque  hasta  pasao  mañana  no 

nos  urge.  Seña  Matea,   entreténgase   usted 

en  algo. 

Bueno.  (Se  pone  a  hacer  media.) 

Jugar  a  lo  que  queráis,  niños. 

(Las  niñas  se  sientan  en  el  suelo  y  juegan  a   las  tabas, 
los  chicos  se  ponen  a  jufar  al  paso.) 

¡Caramba!...  ¡Chits!...  Eh,  niños,  si  os  fuese 
lo  mismo  jugar  a  la  lotería  que  no  levanta 
polvo,  mañana  se  sortea.  ¡Me  gusta  la  liber- 
tadl  Bueno,  señora,  usté  se  hará  cargo... 
Usté  dispense  que  no  me  haga  nada,  caba- 
llero. Yo  he  venido  aquí  con  una  educación 
que  ni  en  las  Ursulinas.  Pero  ya  me  s'ha 
acabao  la  pacencia.  Porque  lo  que  me  ha 
hecho  a  mí  ese  moribundo,  amos,  que  es  pa 
matarlo!  ¡Miá  que  decirme  que  le  han  casao 
sin  darse  cuenta  en  artículo  muertis!  ¡Pa  su 
abuelital 


—  68  — 

'Val.  Señora,  verdaderamente,  algo  de  lo  que  ha 

dicho... 
Hip.  Y  me  quié  dejar  abandona  con  esa  pléyade, 

que  dice  él,  como  es  poeta,  ¿sabe  usté?  Pero 

vamos,  que  yo   le  llamo  reata.  ¡Y  a  una 

servidora,  no!... 
Matea  (suspirando.)  [Qué  coeas! 

Val.  (ai  niño  de  mariuero,  que  ha  cogido  un  bastón  y  está 

dando  estacazos  al  sola.)  Marmero...  marinero, 
deja  el  palo...  haz  el  favor. 
Ulp.  ¡Con  lo  que  he  hecho  yo  por  ese  hombre, 

madre  mía!...  Porque  usté  no  sabe  la  histo- 
ria. Cuando  nos  conocimos  me  se  declaró 
en  poeta  y  me  dijo  que  pa  él  había  empezao 
la  égloga  y  que  nuestros  amores  eran  un 
poema  bucólico.  Yo  no  sé  si  lo  diría  porque 
mi  padre  tenía  un  merendero.  Total,  que 
con  aquello  de  los  amoríos  se  hizo  parro- 
quiano, y  se  nos  comió  hasta  la  empalizada. 

Val.  ¡Eeos  poetas!...  ¡Tienen  una  fuerza  de  asitni- 

lación!,... 

Hip.  Bueno,  ¿pues  qué  dirá  usté  que  le  tengo  que 

agradecer  en  catorce  años  de  relaciones? 

Val.  ¡Qué  sé  yo! 

Hip.  Pues  dos  sonetos  y  eso  que  ve  usté  aquí. 

Val.  Que  son  cuatro  ovillejos. 

Hip.  Y  que  de  vez  en  cuando  diga  que  soy  ana 

mujer  nefasta,  que  no  sé  lo  que  es. 

Val.  No  es  ningún  piropo;  pero  varaos... 

Hip.  En  fin,  sea  lo  que  sea.  Conque  volviendo  a 

lo  nuestro,  haga  usté  el  favor  de  decirle  a 
ese  distinguido  agonizante  que  se  dé  a  luz. 

Val.  Pero,  señora,  ¿cómo  quiere  usté  que  le  diga 

que  no  está  en  casa? 

Hip.  (Dando  un  golpe  en  la  mesa.)  ¡  iLstá! 

'Val.  ¡No  está! 

Hip.  (Levantándose.)   Está   bien.   Bueno,   pues   no 

canso  más.  Yo  le  encontraré.  Pero  si  viniepe 
antes  que  vuelva  una  servidora,  le  dice  usté 
que  mi  objetivo  es  el  siguiente:  Que  ya  se 
hará  cargo  que  estando  él  casao  con  una 
mujer  rica,  pues  no  voy  a  mantenerle  yo  a 
la  pléyade  y  que  si  mañana,  antes  de  las 
nueve,  no  me  se  mandan  siete  u  ocho  mil 
pesetas,  pa  que  yo  me  vaya  a  Buenos  Aires 
y  no  me  acuerde  más  del  santo  de  su  nom- 
bre, que  a  las  nueve  y  cuarto  estoy  aquí 
con  mi  hermano  y  vamos  a  armar  una  tre- 


—  64  — 

molina  que  ee  le  van  a  poner  los  pelos  de 
punta  a  un  queso  de  bola  No  le  digo  a  uslé 
más.  Hasta  mañana.  Que  usté  siga  como  es 

debido,  (indica  el  mutis.) 

Val.  ¡Chist!...  Señora... 

Hip.  ¿Qué  pasa? 

Val.  Que  se  le  olvidan  a  usted  los  niños. 

H¡p.  No,  quiá:  es  que  esos  se  quedan  cquí. 

Val.  ¿Cómo  aquí? 

Hip.  Pa  siempre.  Con  náa  los  tienen  ustés  man- 

tenidos; y  si  salen  listos,  Dios  sabe  de  lo 
que  les  puén  a  ustés  servir. 

Vaí.  Señora,  tenga  usted  la  bondad  de  recoger 

ese  manojo  de  espárragos  y  llevárselos. 

Hip.  ¡Quiá,  hombre,  pa  su  papá!  Los   niños  son 

de  él,  pues  pa  él.  Su  madre  es  suya,  pa  él... 
Y  muchísimos  recuerdos,  que  yo   le  doy  a 

usté  pa  él.  Servidora.  (Vase  puerta  primera  dere 
cha.) 

Val.  Pero,  señora,  la  anciana...  Siquiera  llévese 

usted  la  anciana... 
Hip.  Tampoco.  No  metiéndose  con  ella  no  hace 

nada.  (Mutis.) 

Matea  ¡Qué  corasí  (sigue  haciendo  media.) 

Val.  Bueno.  ¿Y  qué  hago  yo  con  la  pléyade? 

(Lcs  niños,  que  hasta  este  momento  estarán  sentados 
en  el  suelo  en  el  centro  de  la  escena  iugando  a  la  taba, 
se  levantan  y  vuelven  a  sentarse  en  el  sofá.) 


ESCENA  XII 

DICHOS,  DON  SEGUNDO  y  DOÑA  TOMASA  por  la  primera 
izquierda 


Seg.  (saliendo  y  mirando    a    los  niños.)    ¿PerO    qué    eS> 

esto? 
Tom.  ¿Pero  esos  niñosV... 

Va!.  No  creáis  que  es  que  he  puesto  un  colegio^ 

¿eh?...  Es  la  progenie  de  Bermejo. 
Seg.  ¿Y  esa  anciana? 

Val.  Descabalada,  pero  hacendosa.  Es  su  mamá. 

Tom.  ¿Y  ese  marinerito? 

Val.  El  encargado  del  agua. 

Seg.  Ya  le  veo  el  botijo. 

Tom.  ¿De  modo  que  esa  señora  nos  dejó  todo 

esto?... 


—  «6  — 

Val.  Y  una   conmitjación  fatal.  O  se  le   envía 

mañana  el  dinero,  o  viene  con  El  Yesca  a 
pegarle  fuego  a  la  casa. 

Seg.  llanto  Dioi-l  ¿Y  qué  hacemoír? 

Val.  ¿Cómo  que  qué   hacenjos^...  Proceder  con 

rapidez  y  energía  y  jugarnos  el  todo  por  el 

todo.  Ahora  veréis.  (Llamando  segunda  izquierda.) 

¡Bermejo,  señor  Bermejo,  haga  usted  el  fa- 
vor un  momento!... 


ESCENA    XIII 

DICHOS  y  BERMEJO 

Ber.  A  sus  órdenes,  mi  eventual  y  querido  tío» 

¿Qué  desea? 

Val.  Haga  el  favor  de  dirigir  el  periscopio  al 

Bofa. 

Ber.  Caramba;  ¿pero  qué  es  esoV 

Val.  ¿No  adivina? 

Ber.  Sí,  ya  veo.  ¡Cosas  de  la  Hipólital... 

Val.  Cosas  de  la  Hipólita,  y  de  usted...  ¡A  me- 

dian! 

Ber.  Y  mi  anciana  y  venerable  madre.  ¡Mamá! 

Matea         ¡Hijo  mío! 

(Se  abrazan.) 

Ber.  Bueno,  pero... 

Val.  Yo  le  ruego,  amigo  Bermejo,  que  si  con- 

serva un  resto  de  delicadeza  procure  no 
aumentar  con  nuevas  inquietudes  el  irrepa- 
rable dolor  que  abruma  a  esta  familia.  Por 
consecuencia, llévese  inmediatamente  a  esos 
niños  y  a  esa  señora. 

Ber.  I  Yo!  ¿Que  me  los  lleve  yo?...  ¡Sin   recursos, 

sin  medios  de  fortuna,  pobre  y  enfermo!... 
¿Que  me  los  lleve  yo?...  ¿Pero  dónde?... 

Tom.  (Hágase  usted  cargo  de  nuestra  tristeza! 

Seg.  Y  últimamente,  si  es  ese  su  propósito,  dig^ 

de  un  modo  concreto  en  qué  forma  puede 
esta  familia  pagar  el  error  cometido. 

Ber.  (En  un  arranque  heroico.)  ¡Ah,  basta,  basta  ya  de 

tal  tortura! ..  ¡A  mí  no  se  me  puede  juzgar 
como  un  granuja,  señor  mío!  Nada  nece- 
sito, nada;  sino  librar  a  ustedes  del  peso 
de  mi  maldita  existencia.  ¡Enjúguense  las 
lágrimas,  alégrense  los  corazones!  El  mal- 
dito de  todos,  el  paria,  el  sin  ventura,  va  a 


66 


Todos 

Val. 

Ber. 

Tom. 

Seg. 

Ber. 


Val. 


Los  niños 

Matea 

Val. 


Voz 

Otra 

Todos 


Tom. 
Val. 


terminar!  ¡Adiós^  mamál  (La  abraza.)  i Adiós, 
hijos  míos!. .  ¡Adiós  para  siempre!  (los  besa. 

Coíre  hacia  el  centro  de  Ja  escena,  los  niños  se  agarran 
a  su  americana,  sujetándole.  Todos  tratan  también  de 
sujetarle.) 

iNo,  no,  por  Dios! 

¡No,  en  casa,  no! 

¡Aquí,  aquí  me  mataré! 

¡Ay,  que  se  mata! 

Aquí,  no.  Reflexione,  atienda. 

¡Dejíidme,  dejadme!  (Se  desale  de  todos.  Entra 
segunda  derecha  y  cierra  tras  si.)  ¡QuierO  moiir!... 

¡Quiero  morir!... 

(Golpeando   la    puerta.)    ¡Por    DÍ08,    Bermejol... 

¡Aquí  no,  aquí  no!... 
Abra,  abra... 
¡Papá,  papá!... 
¡Hijo  mío!... 

La  Moncloa,  el  Canalillo.  (Mirando  porla  cerra 

dura.)  Ha  abierto  el  balcón 

(Se  oye  un  grito  terrible  en  la  calle.  Rumor  creciente 
de  voces,  y  entre  ellas,  bien  clara,  una  que  diga...) 

¡Muerto!...  ¡Se  ha  matado!... 
¡Muerto,  muerto!...  ¡Por  el  balcón! 

(Los  de  escena.)  ¡JeSÚs! 
(caras  de  terror.) 

¡Gritan  que  muerto! 

¡Se  ha  tirado  por  el  balcón! 

¡Pero   ese    condenado!    (Sale   corriendo    primera 

derecha) 


ESCENA  XIV 


DICHOS  y  LUIS;  después  HIDALGO 


Luis 

Val. 
Luis 


Hid. 


(Entra  despavorido.)  ¡Ay,  qué  desgracia!...  ¡Re- 
ventado!... ¡Ahí  lo  suben!...  ¡Ese  Bermejo!... 
¿Pero  se  ha  tirado  por  el  balcón? 
Sí;  yo  lo  vi.  Se  tiró  por  el  balcón,  dio  sobre 
el  toldo  de  la  tienda;  les  ha  roto  a  ustedes 
el  toldo,  y  cayó  sobre  Hidalgo,  que  venía 
conmigo  por  la  acera,  y  medio  le  ha  reven- 
tado! 

(Que  sale  en  brazos  de  Bermejo  y  don  Segundo.)  ¡Ay, 

ay!...  ¡Me  ha  matado!...  ¡Me  cayó  encima!... 
¡Me  ha  matado!...  ^ 

(l.e  sienten  en  un  sillón  ) 


—  67  — 


Ber.  lOh,  cuan  negro  es  mi  einol  ¡Pobre  mucha- 

cho!... Me  suplica  él  mismo  que  me  suicide, 
voy  a  complacerle,  y  de  poco  lo  mato...  Y  es 
que  no  puedo  morir...  ¿lo  ven  ustedes?...  No 
puedo,  no  puedo... 

(Telón.) 


FIN   DEL   ACTO    SEGUNDO 


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ACTO  TERCERO 


La  misma  decoración  del  acto  segando.  Empieza  a  atardtcer 

ESCENA  PRIMERA 

DON  VALERIANO  e  HIDALGO 

Don  Valeriano,  agachado  en  el  snelo,  con  un  pequeño  serrucho,  está 
acabando  de  aserrar  la  pata  de  la  librería.  Hidalgo  manipula  miste- 
riosamente en  los  hilos  de  un  enchufe  eléctrico  colocado  al  lado  de 
la  pnerta  segunda  izquierda  y  que  corresponde  a  la  lámpara  de  la 
mesa  de  despacho 

HW.  Acabe  usted  de  aserrar  la  pata  de  la  librería, 

que  esto  mío  ya  está. 
Val.  Por  Dio?,  silencio,  que  no  nos  oigan. 

Hid.  Sí,  es  verdad.  Trabajemos  en  el  misterio. 

(Trabajan.) 

Val.  ¿Y  qué  te  parece  que  haga,  meto  la  pata  o 

la  dejo  en  el  aire? 

Hid.  No;  déjela  usted  en  una  resistencia  calculada 

para  diez  minutos. 

Val.  Entonces  ya  está,  seguramente.  Sin  embar- 

go, afinaré  por  aquí  para...  (sigue  aserrando.) 

Hid.  Esto  mío  terminó.  Tengo  los  hilos  en  con- 

tacto y  ahora  ajusto  la  llave  y... 

Val.  ¡Dios  mío!  ¡Tener  que  recurrir  a  esto!... 

Hid.  No  retrocedamos,  don  Valeriano.  La  necesi- 

dad de  una  legítima  defensa  impone  este 
sacrificio  moral. 

Val.  jAh,  si  no  fuera  por  lo  que  es!... 


—  70  — 
Hid.  Adelante,  don  Valeriano.  (Rx»mina  ei  cajón  d« 

la  derecha  de  la  mesa   despacho.)  Esto    del    CajÓQ 

está  admirablemente  dispuesto.  En  cuanto 
se  toque  se  producirá  el...  Sin  embargo,  voy 
a  colocar  este  alambre  más...  (Manipula  en  el 

cajón  con  unos  alicates.) 


ESCENA   n 

DICHOS,  LUIS  y  DON  SEGUNDO  primera  izquierda 
Luis  (En  voz  baja,  misteriosamente,  como  quien  está  en   el 

secreto.)  ¿Está  ya  todo? 
Val.  Faltan  algunos  perfiles. 

(Luís  trabaja  con  Hidalgo.) 

Seg.  (saiien.io.)  ¿Pero  qué  hacen  ustedes? 

Val.  iChits!... 

Seg.  ;,Pero  qué  trabajas  ahí,  con  un  serrucho  en 

la  mano? 

Val.  ¡Ah,  Segundo,  si  tú  supieras!... 

Seg.  Si  llevarais  antifaz,  pareceríais  algo  de  una 

película.  La  mano  que  aprieta. 

Val.  O  la  pata  que  afloja. 

Seg.  Bueno,  ¿pero  queréis  explicaros  a  qué  viene 

este  misterio? 

Val.  Ahora  lo  sabrás  todo.  ¿Y  Tomasa? 

¡Vistiéndose  para  ir  con  Luis  a  casa  del 
abogado  por  quinta  vez!...  Es  su  manía.  La 
pobre  cree  que  consultando  encontrará  el 
remedio  de  este  mal.  Dará  en  loca.  ¡Válga-^ 
me  Dios! 

luis  ¡En  loca!...  ¡En  locos  acabaremos  todos! 

Val.  ¿Y  Bermejo?  ¿Qué  hace  ese...  ese  hombreV 

Seg.  En  el  comedor  está.  Se  ha  quedado  profun- 

damente dormido  en  una  mecedora.  ¡Por 
cierto  qne  había  un  tufo!...  Metiéronle  uii 
brasero  y  cerraron  las  puertas.  ¿Quién  haría 
tal? 

Val.  (cn  poco  azorado.)  Habrá  sido  la  muchacha..» 

Nada;  un  descuido  disculpable... 

S6g  ¡Hombre,  pues  hay  que  tener  cuidado! 

Val.  (indignado.)  ¡Nosotros  cuid'ado  con!... 

Luis  (Lo  mismo.)  ¡Cuidado  nosotros  con  ese! 

Seg.  (conteniéndose.)  ¡Hombre,  por  Dios! 

Hid.  ¡Nosotros  cuidado  con  ese  granuja!...  Con 

ese  farsante  que  lleva  dos  meses  que  si  se 
mata  hoy,  que  si  se  mata  mañana,  y... 


—  71  - 

Val.  \Y  ya  no  puede  abrocharse,  de  lo  que  ha 

engordado!. ..  ¡Maldita  8ea! 

Seg.  ¡Me  asusta  oíros  hablar  así! 

Luis  (Con  resolución.)  Es  que  ya  no  podemos  más, 

don  Segundo;  afuera  caretas.  Es  que  ese 
hombre  nos  pesa  ya  como  una  loea  de  plo- 
mo. Les  sacó  a  ustedes  dos  mil  pesetas  a 
cuenta  de  las  catorce  mil;  se  equipó.  Ofreció 
suicidarse  el  dieciocho  del  mes  pasado  y 
luego  nos  dijo  que  cuando  se  pusiera  bueno 
del  catarro. 

Val. .  Se  puHO  bueno,  Nos  ofreció  lo  de)  estanque 

del  Ketiro,  y  ahora  nos  dice  que  no  se  atreve 
con  el  reúma. 

Hid  Nos  está  dando  el  timo  del  entierro. 

Seg.  ¡Callarse,  hombre,  callarse!  ¡Válgame  Diosl 

¡Que  escuche  yo  tal,  de  personas  tan  honra- 
das! 

Val.  ¡Es  que  no  podemos  más.  Segundo,  no  po- 

demos  más!...  ¿No  lo  oyes? 

Luis  Ese  hombre  nos  abruma,  nos  ahoga,  nos 

enloquece... 

Val.  ¡Y  nos  arruina,  que  es  lo  peor!  Hemos  de 

mal  vender  la  tienda,  para  acabarle  de  en- 
tregar las  doce  mil  pesetas^  Carita,  aburrida 
de  vivir  en  un  pueblo,  me  temo  que  llegue 
de  un  momento  a  otro  y  lo  descubra  todo 
y  muera  del  pesar.  El  problema  sigue  sin 
solución.  Tomasa  está  enferma,  Luis  loco, 
Hidalgo  trastornado,  tú  violento,  yo  frené- 
tico... ¡y  Bermejo  nutriéndose!...  ¿Para  qué 
queremos  vivir  así?...  ¡Es  preferible  la 
muerte  cien  veces!...  ¡Cien  veces,  ante  este 
sufrimiento! 

Seg.  ¿Pero  no  decía  usted  que  la  salud  de  Ber- 

mejo?... 

Hid.  Sí,  pero  es  que  luego  me  he  convencido  que 

es  un  ser  absolutamente  indestructible.  Ya 
ve  usted,  de  acuerdo  con  él,  le  puse  un  plan 
de  contraindicaciones,  que  era  para  no  aca- 
barlo de  leer.  Estómago  débil,  callos  con 
chorizo.  Pulmones  deshechos,  alcoholes  fuer- 
tes. Corazón  enfermo,  tabaco  y  café.  Artríti- 
co, baños  fríos.  Bueno,  pues  ya  han  visto 
ustedes  el  resultado.  Aumento  de  peso,  ha 
mejorado  el  co!or,  se  duerme  encima  de  un 
palo. . 

Luis  ¡Y  tiene  unas  fuerzas  que  ayer  le  encontré 


—  72  — 

coa  la  nuera  del.  portero  en  brazos  y  pesa 
ochenta  kilo?l... 

Hid.  ¿No  es  esto  para  desesperarse? 

Val.  jRsto  es  para  morirse!...  Yo,  en  mi  indigna- 

ción, he  llegado  ya  al  cini-sma ..  Antea  le 
aconsejaba  lo  de  la  Moncloa  y  el  Retiro, 
ahora  ya  le  he  dicho  que  elija  el  gabinete 
que  más  le  guste,  incluso  el  despacho;  pero 
que  despache  pronto... 

Seg.  Bueno,  ¿pero  todo  ese  misterio  que  hacíais 

antes  manipulando  con  los  muebles?..: 

Val.  Nada,  puerilidades...  Una  cosa  inocente. 

Seg.  Es  que  os  llegué  a  tomar  miedo,  Valeriano. 

Hld.  No,  si  después  de  todo  vera  usted  de  qué  se 

trata.  Es  casi  por  hacerle  un  favor. 

Seg.  ¡Vosotros  un  favor!... 

Nid.  Un  verdadero  favor.  Si  ese  hombre  procede 

de  buena  fe  y  realmente  es  la  fatalidad  la 
que  se  opone  a  que  realice  sus  propósitos, 
¿por  qué  no  ayudarle? 

Val.  Nada  más  laudable.  Y  como  Hidalgo,  que 

le  ha  reconocido  muchas  veces,  sabe  que  es 
algo  cardíaco,  dice  que  quizás  dándole  dos 
o  tres  pequeños  sustos... 

Hid-  Podría  llegar,  sin  ninguna  molestia,  al  logro 

de  sus  deseos  de  un  modo  fulminante. 

Val.  Nosotros  queríamos  contar  con  él. 

Luis  Pero  es  lo  que  yo  les  he  dicho:  si  contamos 

con  él  para  asustarle,  pues  no  se  va  a  asus- 
tar... 

Seg.  ¿Y  esos  sustos?... 

Val.  No  te  asustes...  ¡Dos  o  tres  cositas!...  Nada, 

ya  verás.  Tú  baja  a  la  tienda  y  no  te  ocu- 
pes. 


ESCENA  III 

DICHOS,  DOÑA  TOMASA  primera  isqulerda 
Tom.  (Cou  traje  de  calle  y  dispuesta  a  salir  )  ¿NoS  VamOS, 

Luis? 
Luis  Vamos  allá,  doña  Tomasa. 

TonH.  (Denotando  un  cansancio  moral  abrumador.)  i  A  Casa 

del  abogado!...  ¡Otra  vez!...  ¿Y  para  qué?... 
¡Si  no  hay  esperanza!...  Estoy  abrumada... 
enferma...  ¡y  mi  pobre  hija!...  ¡Vamos  allá, 
Luis,  vamos  allá! 


—  73  — 

íLuís  Vamos,  doña  Tomasa...  Yo  también  he  caí- 

do en  una  especie  de  marasmo  que  me 
aplana,  que  me  enerva,  que  me  insensibili- 
za... pero  vamotí... 

.'Seg.  Ese  hombre  nos  mata  a  todos...  ¡Nos  mata  a 

todos  sin  remedio!  (lale  tras  doña  Tomasa  y  Luis 
por  primera  derecha.) 

Val.  |Ya  lo  creo  que  nos  mata  e.^e  hombre!... 

Hid.  jQue  si  nos  mata!...  Ya  ve  usted,  a  mí  si  me 

descuido...  Ocho  dias  derrengado.  [Como 
que  me  dejó  caer  encima  seis  arrobas  de 
huesos! 

Val.  Y  a  mí,  te  juro  que   me  ha  hecho  perder 

bástala  conciencia  de  la  dis^nidad,  de  la 
honradez.,  porque  yo  no  sé  si  esto  que  ha- 
cemos .. 

Hid.  jDon  Valeriano,  no  retrocedamos!  Al  fin  la 

cosa  no  es... 

Val.  Es  que  le  hemos  preparado  tres  sustos,  Hi- 

dalgo, que  son  para  quitarle  el  hipo  al  Cid 
Campeador. 

Hid.  Déjeme  usted  probar.  De-pués  de  todo,  es 

casi  una  curiosidad  científica.  Pondré  aquí 
el  papel  que  le  servirá  de  cebo,  (lo  deja  encí- 

ma  de  la  mesa  de  despacho.)  Y  aflOra  a    la    Calle. 

Dejémosle  solo. 
Val.  |Dios  mío,  pero  tú  crees  que  esto  no  será!... 

Hid.  ¡Chitsl...  ¡Puramente   científico!...    (Vanse    pri- 

mera derecha.) 


ESCENA  IV 

GENOVEVA   y   BERMEJO  segunda  izquierda 

B6r.  (Sale  ya  mucho  mejor  vestido.  Está   alegre,    colorado, 

radiante.  Viene  fumando  un  mngnlfico  habano.  Le  íl- 
gue  Genoveva  con  un  servicio  de  café  y  una  botella  de 

cognac. )  ¡Caramba,  se  han  marchado  mamá  y 
los  tíos...  y  el  novio  de  mi  mujer;  que  yo  no 
sé  si  llamarle  primo,  en  el  sentido  afectuoso, 
o  cómo  llamarle,  porque  la  verdad  es  que  es 
un  parentesco  que  ee  las  trae...  En  fin... 
aquí  está  más  desp'ijado.  ¡En  el  comedor 
había  un  tufo!...  (Llamando.)  Genovevita, 
tráeme  eso  aquí,  que  no  haya  nadie,  rica. 

(Se  arrellana  en  un  sillón  que  habrá  al  lado  de  la  me- 
sita.) 


—  74  — 

Gen.  (baiiendo.)  ¡La  verdad  es  que  estaba  el  come- 

dor!... Debía  usted  haberse  asfixiado. 

Bel*.  ¿Asfixiado  yo?...  Nada...  un  ligero  mareíUo. 

Destápame  esa  botella  de  cognac,  a  ver  si 
me  recobro. 

Gen.  Pero  por  Dios,  señor  Bermejo,  ¿no  le  da  a 

usted  cargo  de  conciencia  beber  tanto?... 
jEntre  cognac,  ron  y  aguardientes,  lleva  us- 
ted consumidas  cuarenta  y  dos  botellas  en 
quince  días! 

Ber.  Sí,  estoy  cometiendo  una  infamia  conmiga 

mismo;  lo  sé...  ¡pero  qué  le  voy  a  hacer!.... 
Dame  Ja  cajetilla  de  las  señoritas,  que  este 
puro  no  tira. 

Gen.  (Dándole  ]a  cajetilla  que  estará  sobre  la  mesa  de  des- 

pacho.) ¡Esa  es  otra!...  ¡fcCl  tabaco!  Hay  que 
verle  a  usted  fumar. 

Ber.  SI,    verdaderamente.  ¡Fumo  con   una  ele- 

gancia!... 

Gen.  No,  yo  me  refiero  al  abuso.  ¡Pues  y  el  café!... 

¡Lleva  usted  dos  kilos  en  una  semana! 

Ber.  ¡Ah,  desgraciada!  ¿Pero  tú  no  has  compren- 

dido el  Fignificado  de  este  exceso?...  Es  que 
tiro  a  matarme,  Genoveva,  a  matarme  real- 
mente. (Bebe  cognac.)  Persuadido  como  estoy 
de  que  mis  ideas  religiosas  no  me  permiti- 
rán nunca  atentar  de  un  modo  violento  con. 
tra  mi  existencia,  me  he  sometido  hace 
quince  días  a  un  régimen  que  pudiera  lia- 
marse  sin  hipérbole,  mortal  de  necesidad. 
Yo  toso,  cognac.  (Bebe  cognac.)  Yo  me  acata- 
rro, moka.  (Bebe  café.)  Yo  me  caigo  de  debi- 
lidad, una  señorita...  (Enciende  el  cigarro.)  A  mí 
me  conviene  vida  activa,  vida  de  movimien- 
to, que  acelere  esta  inercia  circulatoria  que 
padezco;  yo  debía  moyerme,  yo  debía  traba- 
jar... pues  nada,  no  me  da  la  gana.  (Se  arrella- 
na   más    cómodamente.)    ¡Me    he    impuestO    este 

amargo  sacrificio  y  lo  cumpliré!  Yo  libro  a 
esta  noble  familia  del  peso  ominoso  de  mi 
presencia. 

Gen.  ¡Sí,  pero  es  que  cuando  les  libre  usté  de  su 

presencia  les  ha  vaciao  la  tienda! 

Ber.  Y  lo  mi^mo  hago  con  las  comidas.  ¡Ya  ves^ 

yo  como  las  cosas  más  absurdas!...  A  mílofr 
callos  siempre  me  han  molestado. 

Gen.  Y  a  mí. 

Ber.  Pues  yo,  callos.  A  mí  me  dicen  que  con  ri- 


—  76  ^ 

ñones  ee  puede  coger  una  indigestión;  pues 
yo  ríñones,  cuando  en  realidad  solamente 
debía  tomar  alguna  que  otra  merluza.  (Bebe.) 

Gen.  La  tomará  usted. 

Ber.  Platos  de  verduras  y  ca'-nes  blancas. 

Gen.  ¿Le  gustan  a  usted  las  carnes  blancas? 

Ber.  (Miráudoia  muy  insinuante.)  ¡Caramba,  Genove- 

vital...  ¡qué  preguntas  me  haces-!  ..  ¡Que  si 
me  gustan  a  mí  las  carnes  blancas?...  Una 
locura!...  ¡Si  no  fuera  por  el  miedo  a  las  chu- 
letas,  ya  veríae!...  (Pausa.  Muy  meloso.)  ¿Sales 
el  domingo? 

Gen.  No  me  toca. 

Ber.  ¿Que  no  te  toca?...  ¿Pero   hay  algo  en  el 

mundo  que  no  te  toque  a  ti?... 

Gen.  Del  domingo  en  ocho,  me  toca. 

Ber.  ¿Del  domingo  en  ocho?...  ¡Ah,  ya  no  vivi- 

ré!... 

Gen.  ¡Calle  usted,  por  Dios! 

Ber.  (Cogiéndola  una  mano.)  ¡No,  no  viviré,  Genove- 

va!... Y  yo  te  lo  decía  porque  como  de  todos 
modos  tengo  que  ir  al  cementerio,  podías  tú 
acompañarme  ha-^ta  las  Ventas. 

Gen.  ¡Jesús,  la  verdad  es  que  piensa  usted   unas 

cosas!... 

Ber.  ¡Ah,  qué  amargo  es  estol  (r,e  besa  la  mano.) 

Gen  Pero  por  Dios,  ¿qué  hace  usted?... 

Ber.  ;Ah,  no  te  of  ndas,  hij^;  soy  un  moribundor 

Te  acaricio  como  te  podía  acariciar  un  her- 
mano que  se  hallase  en  la  hora  postrera.  Me 
encuentro  muy  mal.  Tócame  la  frente. 

Gen.  Ardorosa. 

Ber.  Una  salamandra. 

Gen.  Y  las  manos  frías. 

Ber.  ¿Ves  qué  malo  estoy? 

Gen.  Ya  lo  veo. 

Ber.  Ves... 

Gen.  Sí,  señor... 

Ber.  No;  digo  que  ves  por  el  ron,  que  ya  me  can- 

sa esto.  [Quiero  cambiar  de  veneno! 

Gen.  Bajaré  a  la  tienda,  porque  en  casa  ya  no 

queda  de  cLa  Negrita».  (Vase  primera  derecha.) 

Ber.  jSí,  baja,  baja!...  ¡Ah,  qué  criatura!...  ¡Se  ba- 

ña en  el  Océano  GlaciU  y  hierve!...  ¡Y  me 
pregunta  que  si  me  gustan  las  carnes  blan- 
cas!... ¡Bueno,  la  verdad  es  que  esto  es  ver- 
gonzosol  Me  estoy  poniendo  que  se  me  ha 
quedado  estrecho  el  pellejo;  yo  que  lo  lleva- 


—  To- 
ba con  fruncee.  Pero,  claro,  cómo  no  voy  a 
engordar...  ¡si  un  canónigo  a  mi  lado  es  un 
arriero!  Molicie,  refinamiento  alimenticio; 
y  luego  una  vida  sin  inquietudes,  sin  sobre- 
saltos, sin  emociones  fuertes...  Y  ya  lo  dijo 
el  poeta  jocoso.   «Sin  susto?  ni  sobresaltos 

vivirás  gordo  y  feliz...»  (se  acerca  a  la  mesa  des- 
pacho.) jCalle,  qué  dice  este  papel!...  (Leyendo.') 
«Bermejo,  cajón  de  la  derecha.  Papeles  im- 
portantes.»  ¡Canario!  Esto  parece  una  nota. 
¡Papeles  importantes  que  se  refieren  a  mí  en 
el  cajón  de  la  derecha!  Yo  voy  a  ver  qué  es 
esto.  Este  es  el  cajón  y  tiene  la  llave  en  la 
cerradura.  La  cosa  no  es  muy  correcta,  pero 
la  curiosidad  me  disculpa.  Ya  se  ve  poco. 
Encenderé  la  lámpara  para  esta  pequeña 
requisa,  (coge  el  flexible  del  portátil.)  Aquí  está 

el  enchufe.  (a1  ir  a  meterlo  se  produce  una  fuerte 
descarga,  eon  explosión  de  chispas  que  le  hace  dar  un 
salto.  Pálido  y  con  los  pelos  de  punta,  se  lleva  las 
manos  al  corazón.  El  enchufe  del  portátil  que  estará 
instalado  con  corriente,  llevará,  en  lugar  délos  pitón* 
citos  de  acero,  un  carbón,  que  al  ponerlo  en  contacto 
con  el  enchufe  colocado  en  la  pared,  y  que  estará  cu- 
bierto de  una  chapita  de  metal  con  corriente  en  resis- 
tencia, producirá  un  arco;  al  mismo  tiempo,  desde  den- 
tro se  enciende  un  chispero  de  pólvora  que  hace  saltar 
una  profusión  de  chispas;  para  esto  es  conveniente  que 
el  enchufe  esté  instalado  en  el  quicio  de  la  segunda  iz- 

quierda.)  ¡Jesús!  ¡¡Qué  dcscargaü  ¡El  susto  ha 
sido  de  esos  de  «no  te  menees,  pulguita!» 
Ten^o  el  corazón  que  es  una  devanadera... 
Se  conoce  que  algún  contacto.  Mi  torpeza 
tal  vez.  Bueno,  estos  enchufes,  en  el  Inson- 
zo,  no  estarían  mal,  peí  o  aquí...  ¡Tengo  un 
temblor!...  En  fin,  nada,  un  ligero  accidente. 
Veamos  los  documentos  del  cajón,  que  es  lo 

importante.  (Lo  abre  y  al  abrirlo  encuentra  como 
una  resistencia;  tira  más  fuerte  y  al  hacerlo  se  produ- 
cen dos  detonaciones  consecutivas.  Consiste  el  truco 
en  que  será  hueco  el  cuerpo  derecho  de  la  mesa  mi- 
nistro, para  que  se  pueda  así,  por  una  abertura  hecha 
en  el  suelo  del  escenario,  disparar  los  dos  tiros  dentro 
de  la  mesa.)  ¡Mi  madre!  (Retrocede  con  los  pelos  de 
punta  y  cae  sobre  el  sillón  de  al  lado  de  la  mesita.  Se 
lleva  las  manos  a  la  garganta,  como  el  que  se  ahoga  o 
quiere  hablar  y  no  puede.)  ¡¡AvI!  ¡¡Me  he  queda- 
do sin  habla!!...  ¿Pero  qué...  pero  qué...  es 


—  77  — 

esto?...  ¡{La  batalla  del  Piave  en  un  cajón!.., 
jQué  ha  podido  eerl...  ¡Yo  me  ahogol...   ¡Be- 

beré  un  poco!.  .  (Bebe  con  UH  temblor  de  muerte.) 

Bueno,  esto. .  esto  me  lo  han  dedicado.  Esto 
es  cosa  de  los  tios...  de  lo=>  tíos  eso&i  Lo  veo 
con  luz  meridiana,  ¡f'ero,  cnramba,  me  pare- 
ce que  están  abusandol  Paso  por  lo  del  bra- 
sero cuando  me  quedo  doimido,  y  paso  por- 
que me  abonen  a  ver  lof»  dramas  de  tiambal, 
pero  que  apelen  a  la  dinamita,  me  parece 
un  tanto  ai'usivo.  Observo  que  les  voy  can- 
sando. Bueno,  pues  abre  iaré.  Hoy  les  exijo 
las  doce  mil  peseta«  que  me  restan  como 
saldo  a  mi  fnvor  o  hago  valer  mis  derechos 
de  marido.  Ellos  venin.  Y  ya  podéis  venir- 
me con  sustus.  Se  hunde  la  caea  y  entre  los 
escombros  encontiarán  mi  cadáver  con  la 

siguiente  sonrisa,  ¡je,  je,  je!  (Hace   una  sonriea. 
muy  cómica.) 


ESCENA  V 

BERMEJO   T   GENOVEVA  primera   derecha 

Gen.  (Entrando  con  una  botella  y    con   un   sacacorchos.  Al 

entrar  enciende  el  aparato  del  centro  y  la  escena  se 
ilumina  en  su  totalidad.)  AqUÍ  está  el  ron. 

Ber.  Muy  bien. 

Gen.  «La  Negrita.» 

Ber.  Trne  que  la  destiña. 

Gen.  ¡Caramba,  señor  Bermejo!  ¿Qué  le  ha  pasa- 

do a  usted?  Le  encuentro  así  algo... 

Ber.  Nada,  que  si   no  llego  a  tener  el  corazón 

como  una  peña,  saco  plaza  para  una  sacra- 
mental. 

Gen.  ¿Pues? 

Ber.  Nimiedades  explosivas.  Descorcha,  Pitonisa. 

Gen.  Qué  motes  tan  bonitos  pone  usted,  (va  a  des- 

corchar.) 

Ber.  Si  te  gusta,  quédatelo. 

(Snena  el  timbre  de  la  puerta.) 
Gen.  (Dejando  la  botella   encima    de    la    mesita.)    Espere 

usted  que  llaman.  Voy  a  abrir. 
Ber.  Abre  con  cuidado,  no  se  te  dispare. 

Gen.  ¿Qué? 

Ber.  No,  nada.  (Ceuoveva  vase  piimeraderecha.)¿QuÍén 

será?  y^voge  un  pnio  de  la  caja  que    habrá    sobre   1* 


—  78  — 

mesita.)  Bueoo,  yo  encendería  este  puro,  pero 

¿y  si  tiene  un  torpedo?... 
6en.  (Entra  conBteroada.)   Señor  Bernoiejo...    8eñor 

Bermejo... 
Ber.  ¿Qué  te  pasa? 

6en.  ¡Diosmíol 

fier.  ¿Ha  estallado  algo?... 

Gen.  La  geñorita,  que  es  la  señorita... 

Ber.  iDemonio!...  ¿Qué  dices?... 

Gen.  Que  he  mirado  por  la  rejilla  y  he  visto  que 

es  la  señorita.  Se  conoce  que  im  venido  del 

pueblo  sin  avisar. 

(Llaman  de  nuevo.) 

Ber.  ¡Mi  mujer!...  ¡Mi  mujer  aquíl 

Gen.  ¡Ay,  si  le  vel...  ¡Ella  que  le  cree  a  usted 

muerto! 
Ber.  ¿^Y  qué  hago? 

Gen.  I  Por  Dios,  escóndase  usted! 

Ber.  ¡Sí,  porque  como  me  reconozca  se  lleva  un 

susto  que  no  dice  ni  Jesús!... 
Gen.  Pronto,  en  este  cuarto. 

Ber.  Por  Dios,  tú  no  te  alejes  mucho.   (Vase    Geno- 

veva a  abrir.  Bermejo  se  oculta  segunda  derecha,  des- 
pues  de  echar  las  cortinas.)  ¡DiüS  míO,  qué  situa- 
ción!... ¡Una  entrevista  con  mi  viuda!  (se  es- 
conde.) 

ESCENA  VI 

CARITA,   GENOVEVA,  BERMEJO  al  paño 
Car.  (Entrando  con  un  saco  de  mano.)  ¿Y  mamá  y  l08 

tíos? 

Gen.  Pues  han  salido  hace  un  momento.  Ya  no 

tardarán.  ¿Pero  usted  equí?...  ¡Quien  iba  a 
figurarse!.  . 

Car.  He  querido  venir  sin  decir  nada.  No  podía 

estar  en  el  pueblo.  Me  mataba  la  tristeza. 
Además,  mañana  hará  dos  meses  que  murió 
aquel  pobre  señor,  que  en  paz  descanse  (Ber- 
mejo se  asoma.),  y  he  venido  a  encargarle  una 
magnífica  corona,  que  luego  traerán;  verás 
qué  preciosa.  Además,  quiero  que  le  hagan 
un  funeral  y  deseo  asistir  a  él. 

Cien.  ¿Pero  por  Dios,  aún  sigue  usted  con  esa  ma- 

nía?... ¿Pero  usted  qué  tiene  que  ver  con 
aquel  caballero? 


-^  7»  - 

"Car.  Con  aquel  caballero  no,  con  su  alma  sí.  (eer- 

mejo  vuelve  a  asomarse)  Soy  Una  mujer  Cristia- 
na y  aunque  sólo  uno-^  díus  fué  mi.  marido. 
Murió  sin  parienten,  nin  amigos.  No  tiene 
nadie  que  le;  llore  ni  que  le  rece. 

(Bermejo  se  asoma,  se  enjuga  una  lágrima  y  la  tira  un 
beso.) 

"Gen.  No,  si...  yo  comprendo  .. 

^Car.  Además,  Genoveva,  no  estoy  tranquila.  Yo 

no  sé  qué  me  sucede,  que  cnanto  más  tiem- 
po pasa,  más  aferrado  tístá  a  mi  memoria  el 
recuerdo  de  aquel  iiombre.  No  entro  en  una 
sola  habitación,  si  está  a  oscuras,  que  no 
vea  aquella  cara  inolvidal)le  que  vi  en  el 
Hospital  aparecer  ycoior^arse  en  la  penum- 
bra, mirándome  fijamente  como  si  quisiera 
hablarme. 

'líen.  |Qué  horror!  ¡Calle  usted,  por  DiosI  ¡A.y,  si 

le  ve! 

Car.  ¡Y  si  vieras  lo  que  yo  le  rezo!... 

Gen.  ¿viucho? 

Car.  Debe  estar  en  la  gloria. 

Ber.  (i.a  sonríe.)  (Si  no  íucra  por  los  suatos^,  ya  lo 

creo.) 

Gen.  ¿Y  usted  le  recuerda  bien? 

Car.  Como  si  le  estuviera  viendo,  Genoveva.  Era 

muy  simpático... 

(Bermejo  alarga  el  cuello  por  entre  las  cortlnaa  para 
ver  mejor.) 

^en.  ¿Sí? 

Car.  Tenía  unos  ojos  hermosos...  azules..! 

Ber.  ¡Requiebros  postumos! 

Car.  Y  en  todo  su  rostro  una  exnresión  dulce  y 

resignada,  como  de  mártir!...   ¡Pobre  hom- 

brelEn  fin,  ven  a  mi  cuarto.  Me  quitaré  el 

,     sombrero  y  mientras  le  rezaremos  unos  Pa- 

drenuestros. 

Gen.  Con  mucho  gusto... 

Car.  (Haciendo  mutis  primera  izquierda.)  «Padre  Nues- 

tro, que  estás  en  los  Cielos...» 

(La  sigue  Genoveva.) 

Ber.  ^Saliendo.)  ¡  Y  se  va  rezándome!  ¡Ora  por  mí!... 

¡Ora  por  nobis,  como  quien  dice!...  Bueno, 
tengo  una  mujer  que  es  capaz  de  sacarle  a 
uno,  no  digo  yo  del  purgatorio. .  de  sus  casi- 
llas!... Cuando  estaba  preocupada  por  mi  ai. 
ma,  me  estaba  yo  fijando  en  su  cuerpo,  y... 
la  Venus  de  Médicis  es  una  alcuza  compara- 


—  so- 
da con  ellal ..  Y  ha  dicho  que  mis  ojos  eran 
hermoFoe...  ¿Eran?  El  pretérito  es  para  po- 
nerle los  pelos  de  punta  a  un  f  stóico. .  ¡Son, 
joven,  sonl...  Bueno,  yo  la  hablo.  Natural- 
mente, que  con  ciertas  precauciones,  para 
que  no  fcillezca  del  susto;  pero  la  hablo.  Yo 
no  i'Uedo  consentir  que  me  obsequie  con 
coronas  ni  que  se  esté  gastando  un  dineral 
en  misas.,  prefieio  que  me  lo  dé  en  metáli- 
co. Además,  es  un  cargo  de  conciencia  te- 
nerla  alejada  délos  suyos.  ¿Qué  la  diría  yo 
para  emp»^zar?.,.  ¡Ah,  sí!...  la  doy  el  pésame, 
así  no  se  figura  que  soy  30...  ¿porque  quién 
da  el  pésame  de  sí  mismo?...  Y  desde  luego 
empezaré  a  hí:blarla  sin  que  me  vea.  (se  oye 

rumcr  del   rezo.)   E:la  VUelve.  (Se  oculta    segunda 
derecha  cubriéndose  con  las  cortinas.) 


ESCENA  VII 

DICHO,  CARITA  y  GENOVEVA,  primera  izquierda 

Car.  Y  allá  nos  espere  muchos  años,  gozando  de- 

la  Gloria  eterna,  (se  persigna.) 

Gen.  (Que  sale  detrás.)  Amén. 

Ber.  ¿Dónde  ha  dicho  que  la  espere? 

Car.  Bueno,  pues  tú  anda  a  la  cocina,  que  yo 

hasta  que  venga  mamá  voy  a  entretenerme 
escribiendo  a  las  de  Botella  para  decirlas 

que  llegué  sin  novedad.  (Se  sienta  a  escribir  de 
espaldas  a  la  segunda  derecha.) 

Gen.  Sí,  señora.  Acabaré  de  planchar.  (¿Dónde  se 

habrá  metido?...  ¡Allí  estál...  ¡Ay,  que  se  le 
ven  los  pí^s  por  debajo  de  la  cortina!  ¡Dios 
mío,  si  se  fijti!  Voy  a  avisarle.)  (va  y  deja  caer 

sobre  uno  de  los  pies  de  Bermejo  la  pata  de  una  sUia 
que  ha  movido.  Se  escucha  algo  asi  como  ese  sonido 
qua  produce  cuando  el  que,  per  contener  una  queja 
Eorbe  el  aire  con  los  dientes  cerrados.) 

Car.  ¿Qué  ha  sido? 

Gen.  Nada,  mi  pie.  Que  me  he  pisado  con  la  si- 

lla. (Vase  primera  derecha.) 

Car.  (Escribiendo.)  «Querida  María  Luisa... > 

Ber.  ¡Tendrán  azahar  en  la  casa...  porque  el  sus- 

to va  a  ser  para  un  aneurisma!  Sin  embargo, 

yo  me  decido.  (Bermejo  da  dos  golpes  casi   imper- 


—  81  — 

ceptibles  en  la  puerta.  Carita  levanta  la  cabeza  y  mira 
a  todas  partes  con  extrañeza.)  |DÍOS  míO,  empezar 

a  golpea  con  mi  mujer,  la  primera  vez  que 
la  hablo!...  Los  daré  más  tuertes,  (oa  dos  gol- 
pes más  fuertes.) 
Car.  (Se  levanta   asustada.)    ¡JeSÚsI...    ¡Han   dado  doS 

golpee!...  (otros  dos  golpes.)  ¿Quiéo? 

Ber,  (Oculto  tras    la    corMna    sigue  hablando  hasta  que   se 

indique.)  ¡Señorita! 

Car.  ¡jAhü  (Aterrada.)  ¡Jesúsl...  ¿Quién  habla  ahí?..» 

¿Quién  es? 

Ber.  Jjadie,  señorita. 

Car.  ¡ün  hombre!...  (Liemando.)  Genoveva,  Geno- 

veva... 

Gen.  (saliendo  primera  derecha.)  (¡Le  ha    visto!)  ¿Qué 

le  pasa  a  usted? 

Car.  Un  hombre...  Ahí  hay  un  hombre. 

Gen.  No  lo  crea  usted. 

Car.  Sí,  que  me  ha  hablado.  Pide  socorro... 

Ber.  Dila  que  no  se  asuste. 

Gen .  Pero  si  no  me  hace  caso. 

Car.  ¿Quién  es  ese  hombre? 

Ber.  Tranquilícese,  señorita.  Ya  ve  cómo  Geno 

veva  no  se  altera. 

Car.  ¿Pero  qué  hace  usted  aquí?...  ¿A  qué  ha  ve- 

•      nido? 

Ber.  Pues  he  venido  a  decirla  de  parte  de  su  di- 

funto que  no  se  moleste  usted  más  en  rezar 
por  él. 

Car.  ¡Jesús! 

Ber.  Está  usted  haciendo  un  esfuerzo  inútil,  se- 

ñorita, porque  ¿cómo  va  usted  a  sacar  del 
purgatorio  un  alma  que  no  ha  entrado  to- 
davía? 

Car.  ¿Qué  dice  ese  hombre? 

Ber.  Que  el  señor  Bermejo,  cjn  el  que  usted  se 

casó  in  artículo  mortis,  no  ha  muerto. 

Car.  IlQue  no  ha  muerto!! 

Gen.  No,  Feñorita;  no  ha  muerto. 

Car.  ¿Y  dónde  está  ese  hombre? 

Ber.  (Saliendo.)  A  los  piés  de  usted,  señorita. 

Car.  ¡¡AhÜ  ¡¡El!!...  (Da  un  grito  terrible  y   cae  desmayada 

en  brazos  de  Genoveva.) 

Gen.  ¡Por  Dios,  señorita!...  ¡Ay,  que  se  me  muere! 

Ber.  (Socorriéndola.)  ¡Señorita,  por  Dios!...  ¡Agua> 

dale  agua...  Mójale  las  sienes. 
Gen.  (Espurreándole la  cara.)  ¡Ay,  mi  Señorita! 

Car.  (Vuelve  en  sí   y    mirando  fijamente  a  Bermejo,  retro- 

e 


—  82  — 
cede  aterrada,  con  los  ojos  extraviados,  como  enloque- 

cida.)  ¡¡Sil!...  ijEs  él!!...  ¡¡Le  reconozcol! 

Ber.  ¡He  mejorado,  como  habrá  usted  visto!... 

Car.  ¡Pero  usted!...  ¡vivo!...  ¡¡¡vivo!!! 

Ber.  Sí,  señora,  mal,  pero  vivo.  Cálmese,  por  fa- 

vor. 

Car.  ¿Pero  no  es  que  sueño?...  ¿No  es  usted  algo 

sobrenatural,  algo  que  "vuelve  del  otro 
mundo? 

Ber.  ¡Pero  por  Dios,  señorita!  ¿usted  cree  que  hay 

alguien  que  vuelva  del  otro  mundo  con  cha- 
leco de  fantasía?... 

Car,  (Llorando  en    brazos   de  Genoveva.)  ¡DioS  míO,   le 

he  estado  rezando  a  un  vivo. 
Ber.  En  el  buen  sentido  de  la  palabra;  pero  sí, 

señora,  a  un  vivo. 
Car .  (con  profundo  desconsuelo.)  ¿De  modo  que  estoy 

casada? 
Ber.  Sí;  pero  no  lo  va  usted  a  notar,.  Cosa  de 

unos  días...  (Hace  señas  a  Genoveva  para  que  se 
vaya.  Sale  por  segunda  izquierda.)  Señorita... 

Car.  (Aterrada.)  No...  uo  se  acerque  usted. 

Ber.  ¡Señorita,  por  Dios! 

Car.  (Exaltada  todavía.)  jNo!...  [Me  parece  usted  una 

visión! 

Ber.  ¡Pues  los  hay  más  feos! 

Car.  ¡Ay,  Dios  mío,  qué  horror!...  ¡Y  no  soy  viu- 

da! ¿Por  qué,  por  qué  me  engañaron?  (uora 

desolada.) 

Ber.  Hágase   usted   cargo,  señorita;  su    familia, 

que  lo  es  mía,  aunque  temporalmente,  me 
extendió  el  certificado  de  defunción  para 
tranquilizarla.  ¡Hizo  bien!  ¿Pero  a  qué  con 
tinuar  la  farsa?  Yo  no  puedo  consentir  que 
se  esté  usted  gastando  un  dineral  en  coro- 
nas y  en  oficios  de  difunto...  Gásteselo  us- 
ted en  el  trousseau...  Y  si  acaso,  cuando  yo 
desaparezca  del  mundo,  es  cuando  puede 
encargarme  todos  los  oficios  que  quiera,  an- 
tes no. 

Car.  ¡Dios  mío,  yo  casada!  ¿Pero  Luis  sabe  esto? 

Ber.  De  memoria. 

Car.  ¿Y  qué  dice,  qué  dice  el  pobre? 

Ber.  Pues  nos  llevamos  divinamente.  Está  tan 

contento  conmigo.  No  hemos  tenido  más 
que  un  pequeño  disgusto  un  día  que  intenté 
escribirla  a  usted  una  carta  y  puse  en  el  en- 
cabezamiento:   «Muy  señora  mía.»  ¡Ya  ve 


usted  si  es  respetuoso!...  Pues  dijo  que  no 
le  daba  la  gana  que  dijese  que  era  usted   se. 
ñora  nQÍa,'¡ni  en  las  cartas!...  Un  abuso. 
«Car.  ¡Ah,   sí,   sí!...   ¡Lo   que   estarán    sufriendo! 

¡Pero  ellos  tienen  la  culpa!  La  resurrección 
de  usted  es  el  castigo  que  Dios  nos  impone 
por  nuestra  codicia. 

Ber.  ¡Por  Dios,  Carita! 

Car.  ¡Ah,  sí,  ya  lo  decía  yo!  Ya  lo  vaticiné  y  no 

quisieron  creerme,  ciegos  por  coger  una  for- 
tuna que  no  nos  pertenecía    ¡Y  ahora  yo, 

casada,  casada  sin  remedio!  (con  energía,  po- 
niéndose en  pie.)  Pero  sé  lo  que  debo  hacer,  lo 
que  me  corresponde.  Sé  la  única  solución 
que  tiene  esta  irreparable  catástrofe,  que  ha 
destruido  para  siempre  mi  amor  y  mi  feli- 
cidad. 

Ber.  ¿Y  qué  va  usted  a  hacer? 

Car.  Meterme  en  un  convento. 

Ber.  ¡Más  oficios! 

Car.  Meterme  en  un  convento  para  siempre. 

Ber.  Usted  no  se  mete  en  nada.  ¡Renunciar  us- 

ted al  mundo,  a  la  juventud,  al  amor,  por 
culpa  mía?...  No,  jamás.  Yo  sabré  impe- 
dirlo. 

Car.  Pero  aquí  en  el  mundo,  ¡qué  martirio  no 

será  el  de  mi  vida!  ¿No  lo  comprende  usted? 
¡Unida  para  siempre  a  un  hombre  que  no 
quiero,  y  usted  perdone,  y  separada  del  que 
amo  con  idolatría!...  ¡Ah,  no,  nunca,  nun- 
ca!... ¡Un  convento,  un  convento!... 


.     ESCENA  VIII 

DICHOS,  LUIS,  DOÑA  TOMASA,  por    primera  derecha 

1.UÍS  (con  asombro.)  ¡Ah!  ¡TÚ  aquí!  ¿Tú  con  él? 

Ber.  (Altivo,  cruzándose  de  brazos.)  ¡GonmigO,  SÍ,  COU- 

migo  I 

Tom.  ¿Pero  qué  es  esto?...  ¡Usted  con  mi  hija!... 

Car.  Sí,  mamá,  sí. 

Luis  (a  Bermejo.)  ¿Pcro  cómo  se  ha  atrevido  us- 

ted?... 

6er.  He  lo  he  revelado  todo  con  la  discreción  y 

el  respeto  que  me  impone  su  dolor.  Que  lo 
diga  ella. 


—  Sa- 
car. Sí,  Luis,  BÍ;  este  señor  me  ha  dicho  toda  la 
horrible  verdad. 

Tom .  ¡HÍJ3.  DQÍal  (cruza  al  lado  de  Carita.) 

Car.  ¿Por  qué  me  lo  ocultasteis?  (a  luís.)  ¡Y  tú^ 

engañarme  tú!...  No  te  lo  perdono. 

Luis  Carita,  comprende  mi  espantosa,  mi  desee- 

perada  situación.  ¿Qué  iba  yo  a  hacer?...  ¡Y 
este  hombre!... 

Ber.  Este  hombre,  señor  mío,  ha  dicho  lo  que 

debía  decirle,  porque  este  hombre  sabe 
comprender  la  ternura  de  los  corazones.  Y 
aunque  ante  Dios  y  los  hombres  soy  su  es- 
poso, mire  usted  de  qué  temple  es  mi  alma. 

Venga  usted  aquí.  (Desprende  a  Carita  de  los  bra- 
zos de  su  madre  y  la  une  a  Luis.)  Abrácela  USted.... 
abrácela  fuerte.  (Les  obliga  a  que  se  abracen.) 

Tom.  ¿Pero  qué  haceV 

Ber.  (sujetando    a    doña    Tomasa.)     Quieta.    (A    eiloa.). 

Apriete  usted  sin  temor,  señorita,  apriete 

usted...  (Volviéndose  a  doña  Tomasa.)  ¿Puede  ha- 
cer más  un  maiido,  señora?...  ¡Qué  cuadro!... 
Y  ahora,  después  de  dos  meses  deausencia^, 
que  tengan  un  momento  de  expansión.  De- 
jémoslos solos. 

Tom.  No  me  da  lagaña. 

Ber>  ¡Señora! 

Tom.  ¡Qué  voy  yo  a  dejar  sola  con  nadie  a  mi 

hijal 

Ber.  (Sujetándola.)  ¡Pcro,  señora,  no  me  importa  a 

mí,  que  soy  su  marido  y  va  usted  a  meterse! 
Vamonos. 

Tom.  (Dando  un  empujón  a  Bermejo.)  Déjeme  USted  en 

paz.  (coge  a  BU  hija.)  Venid,  pasad  aquí,  hijos, 
míos. 

(Vanse  los  tres  primera  izquierda.) 

Ber.  (ludignado.)  ¡Qué  manera   de   agradecerle  a 

uno  los    sacrificios!  ¡Al  fin,  suegra!   (Llama  se- 
gunda izquierda.)  GcnOVCVita. 
Gen.  (Apareciendo.)  Señor. 

Ber.  El  caldo  con  las  yemas.  Pero  hoy  pon  cua- 

tro. ¡No  me  agradecen  nada,  pues  que  se. 
fastidien!  ¡Llévamelo  al  comedor! 

Gen.  En  seguida. 

Ber.  ¿Sales  el  domingo?...  ¡Ah,  que  ya  te  lo  había/ 

preguntado!  ¡Ingratas!  (Mutis  tras  Genoveva- 
segunda  izquierd«f) 


—  t5    — 

ESCENA  IX 

DON  VALERIANO  e  HIDALGO  primera  derecha 
Mal .  (Entran  teme-osos,  vacilantes.)  Nadie,  silencio. 

Hid.  Vamos  a  ver  el  resultado. 

Val.  Aguarda.  Tiemblo  de  emoción.  ¿Qué  efecto 

le  habrá  hecho? 

Hid .  Lo  del  enchufe  resultó;  mire  usted  las  hue- 

llas de  la  llamarada. 

Val.  Es  verdad...  Veamos  lo  del  cajón,  (vau  a  mi. 

rarlo  atentamente  y  Bermejo  asoma  segunda  izquierda, 
se  aproxima  a  ellos.) 

Ber.  No  ha  fallado  nada,  no  se   molesten.  Gra. 

cias,  muchas  gracias,  señores,  por  coadyuvar 
de  una  manera  tan  ingeniosa  y  sencilla  a  la 
total  extinción  de  esta  pobre  existencia  que 
«e  me  escapa  a  raudales.  ¡Qué  hábil,  qué 
flamígero  lo  del  enchufe!...  ¡Qué  imprevis- 
to, qué  detonante  lo  del  cajón!...  ¡Gracias, 

muchas  gracias!  (Mutis  por  donde  salió.) 
"Val.  (Con  desconsuelo.)  ¡Vivo! 

Hid.  (Con  desesperación.)  ¡Vivo! 

'Val.  jEstá  visto,  a  este  hombre  le  hacen  la  autop- 

sia y  engorda! 

ESCENA  X 

DICHOS,  LUIS  primera  Izquierda 

'Luis  ^Ya  sabrán  ustedes  lo  que  ha  ocurrido? 

Val.  "No,  ¿qué  ha  ocurrido? 

Luis  ¡Que  llegó  Carita  sin  avisar  y  ha  hablado 

con  Bermejol 

Hid.  <iQué  dices? 

Luis  Y  lo  sabe  todo. 

Val.  ¡Santo  Dios! 

Luis  Y  para  remate,  a  nosotros  acaba  de  asegu- 

rarnos el  abogado  que  lo  del  divorcio  es  im- 
posible. 

Val.  ¿De  manera  que  no  hay  medio  de  deshacer- 

se de  este  hombre? 

Hid.  No  hay  medio.  La  ciencia  ha  agotado  todos 

sus  recursos. 

IVal .  No  hay  medio. 


—  86  — 
Luis  No  hay  medio. 

(Están  abrumados  los  tres.) 
Gen.  (Aparece  primera  derecha.)  SeñOf, 

Va!.  ¿Quién  es? 

Gen.         ^  Un  caballero  que  desea  hablar  con  ustedes». 

Val.  No  estamos  para  recibir  a  nadie. 

Gen.  Es  que  dice  que  quiere  hablar  de  una  cosa 

urgente. 
Luís  Que  no  queremos  recibir  a  nadie. 

Gen.  Es  que  dice  que  viene  a  matar  al  señor  Ber- 

mejj. 
Los  tres      ¡Que  pasel 

(Sale  Genoveva  a  abrir.) 

Val .  (con  alegría.)  ¿A  matar  a  Bermejo?...  ¿He  oído 

bien? 

Luis  ¡A.  matar  a  Bermejo  ha  dicho! 

Val.  ¡Matar  a  Bermejo!...  ¡Algún  iluso! 

tíid.  ¡Quién  sabe  ai  traerá  algún  nuevo  procedi- 

miento! 

Val.  Traiga  lo  que  traiga,  ¡para  ese  hombre  los 

gases  axfixiantes,  espliego! 

Hid.  Tiene  trazas  de  asesino. 

Val.  Que  entre,  que  entre,  pase,  pase  usted. 


ESCENA  XI 

DICHOS  y  SATURNINO,  primera  derecha 
Sat.  (Tipo    de    señorito    golfo    muy   avispado.}   SeñoreS^, 

deseo  que  me  excusen  de  la  urgencia  con- 
qae  he  requerido  su  amable  entrevista. 

Val.  Sí,  sí,  diga,  diga  lo  que  sea. 

Sat.  Yo  les  hubiera  pasado  a  ustedes  mi  peque- 

ña carta  de  visita.  He  estado  tres  años  en 
Parí?,  avant  guerre,  de  camarero  en  el  Hotel 
Eoticeray,  houlevard  Montmartre,  y  sé  lo  que 
me  compete. 

Val.  ¿Y  qué  se  le  ofrece?...  Porque  nos  ha  dicho 

[a  Jámula...  (que  wesL  que  también  sabemos 
francés.) 

Luís  Sí,  nos  ha  dicho  que  usted  pretendía...  Us- 

ted dirá. 

Sat.  Toutsuit.  Yo  hubiese  querido  presentarme 

ante  ustedes  con  un  indumento  menos  de- 
plorable. Pero,  ah,  señoree,  tuve  que  salir  de- 
París hace  seis  meses  con  lo  puesto,  tuve^ 


-er- 
que dejarme  la  maleta,  la  mal,  que  decimos 
por  allá,  y  sin  maí,  ¿cómo  va  uno  a  ir  bien? 

Val.  JUieno,  alón,  alón,  al  grano. 

Sai  Excúsenme.  Todo  esto  es  para  que  no  dee- 

confien  de  raí  y  que  den  crédito  ai  gravísi- 
mo asunto  de  que  vengo  a  informarles. 

Luis  Usted  dirá. 

Sai  Señores,  conozco  el  horrible  drama  que  les 

agfobia. 

Val.  ¿Usted? 

Sat.  Muá.  Y  vengo  a  ofrecerles  una  solución  rá- 

pida, inmediata,  satiefactoria,  definitiva. 

Los  tres       ¡Pero  es  posible! 

Sai  Evangélico.  ¿Está  aquí  ese  moribundo  ful  al 

que  entregaron  ustedes  hace  poco  dos  mil 
pesetas? 

Val.  Aquí  está. 

Sai  ¡Ah,  pueb  aquí  muere! 

Luis  ¿Tiene  usted  alguna  ofensa  recibida  de  tal 

persona? 

Sai  No,  si  los  que  le  van  a  matar  van  a  ser  us- 

tedes. 

Hld.  ¡Nosotros! 

Val.  ¡Qué  infeliz!  No  se  haga  usted  ilusiones. 

Sai  Van  a  ver  ustedes,  en  cuanto  sepan  la  inicua 

explotación  de  que  son  objeto. 

Hid.  ¿Qué  dice  ustedV 

Val.  Expliqúese,  por  Dios. 

Sai  ¿Ustedes  saben  como  yo  me  llamo? 

Luis  No  tenemos  el  gusto. 

Sat.  íSaturnino  Bermejo. 

Val.  ¿Entonces  usted  es  hermano  suyo? 

Luis  ¿Hermano  de  Lázaro  Bermejo? 

Sat.  Exactamente. 

Hid.  ¿Y  viene  usted  a  matar  a  su  hermano? 

Sai  (Con  grau  misterio.)  Eñ  que  al  que  yo  venía  a 

matar  no  es  hermano  mío,  ni  se  llama  Lá- 
zaro Bermejo. 

Los  tres       ¿Cómo? 

Sai  Ese  inmundo  y   apócrifo  agonizante,   que 

en  cuanto  se  ve  mal  de  recursos  se  dedica 
a  expirar,  quiso  entrar  hace  dos  meses  en 
San  Carlos,  y  como  es  un  indocumentado, 
me  pidió  la  cédula  de  mi  pobre  hermano 
Lázaro,  que  había  fallecido  ^eis  meses  ha. 

Los  tres         (Con  grau  asombro.)  ¡Ahí 

Sai  Ha... 

Luis  (con  ansiedad.)  Siga  USted. 


—  88  -^ 

iíat.  Yo,  compasivo,  se  la  di.  El  entró  en  el  Hos- 

pital algo  más  enfermo  que  de  costumbre; 
se  puso  a  la  muerte,  sesíún  dicen,  y  entonces 
fueron  ustedes  y  lo  casaron  con  una  hono- 
rable señorita.  E  voilá  tout. 

Luis  ¿Entonces,  ese  hombre,  cómo  se  llama? 

Sat.  Ese  hombre  se  llama  Gaspar  Menacho. 

Val.  ¿Menacho? 

Sat.  Menacho.  En  cuanto  convaleció  vino  a  bus- 

carme, me  contó  el  lance,  me  dijo  que  te- 
níamos un  bello  negocio  a  explotar,  que  me 
callase  hasta  coger  Jas  catorce  mil  pesetas, 
y  que  iríamos  a  medias  en  el  asunto. 
►  Luis  iQué  infamia! 

Sat.  Y  cuando  yo.  candido  de  mí,  lleno  de  bue 

na  fe,  de  nobleza,  de  hidalguía,  le  había 
buscado  unos  niños  con  un  parecido  asom- 
broso, y  a  la  Hipólita,  que  no  hay  otra  en 
Madrid  para  estos  asuntos,  y  le  había  presta- 
do jhasta  mi  madre,  señores!...  que  ya  ven 
ustedes,  prestar  una  cosa  tan  sagrada.  Pues 
va  el  muy  canalla  y  en  vez  de  mandarme 
las  mil  pesetas  que  me  correspondían...  en 
vez  de  mandarme  un  cheque,  me  mandó  un 
chico  con  diez  y  ocho  reales,  tout  compri.  ¿A 
ustedes  les  parece? 

Val,  (con  inmensa  alegría.)  ¡Ay,  scñor  Bermcjol  ¡Ay 

qué  peso  me  ha  quitado  usted  del  alma! 

Luis  ¡Ay,  qué  felicidad! 

Hid.  Todo  resuelto.  ¡Qué  alegría! 

Val.  ¿Y  dice  usted  que  su  hermano  Lázaro  ha 

muerto? 

Sat.  Hace  medio  año. 

Val.  ¡Ay,  qué  gusto! 

Luis  ¡Somos  dichosos! 

Hid.  ¿Y  se  podrá  sacar  el  certificado  de  defun- 

ción cuando  se  quiera? 

Sat.  Sin  duda. 

Luís  ¡Qué  alegría!...  ¡El  certificado  de  defunción! 

¡Qué  felicidad!... 

(saltan  y  bailan  regocijados.) 

Sat.  Pero,  caramba,  que  no  creo  que  sea  motivo 

de  regocijo... 

Val.  ;Ay,  sí,  señor  Bermejo!...  Usted  dispense. 

Luis  ¡Perp  ^s  que  nos  ha  devuelto  usted  la  felici- 

dad, el  sosiego,  la  vida,  todo! 

Hid.  Acaba  usted  de  solucionar  el  má^  grave  de 

los  conflictos. 


—  89  — 

"Sat.  Bueno,  pero  yo  espero  que  ustedes  corres- 

pondan  obligando  a  ese  miserable  a  que  me 
restituya  lo  legítimamente  ganado. 

Val.  Tout  suit.  Obligaremos  a  Menacho  a  que 

comparta  con  usted  lo  que  ha  recibido  y  lo 
que  tiene  que  recibir,  que  no  va  a  ser  poco. 
Haga  usted  el  favor  de  pasar  a  esta  habita- 
ción y  esperar  un  instante.  (i>e  indica  la  segunda 

derecha.) 

:Sat.  Tre  bian.  (Entra.) 

Luis  Bueno,  ¿y  qué  hacemos  con  ese  canalla? 

Val.  Tú  entra  y  cuéntales  a  Carita  y  Tomasa  lo 

que  ocurre;  diles  que  no  lloren  más,  que  se 
alegren,  que  somos  felices,  que  el  matrimo- 
nio no  es  válido,  que  pronto  desharemos  el 
error. 

Luis  Sí,  no  quiero  retardarles  esta  alegría,  (vase 

primera  izquierda.^ 

Val.  Tú,  Hidalgo,  baja,  cuéntaselo  a  Segundo  y 

dile  que  suba. 

|^¡d.  A  escape.  (Vase  primera  derecha.) 

Val.  Y  yo...  (sombrío.)  Yo  voy  a  encerrarme  con 

Menacho,  y  como  esa  lesión  cardio-motora 
sea  un  hecho,  aquí  la  hinca;  y  si  no  es  un 
hecho,  le  va  a  faltar  una  décima  de  milíme- 
tro. A  mí  me  paga  los  dos  meses  que  me  ha 

hecho   pasar  y  el  sablazo,    (saca    un    revólver.) 

¡Ay  de  ti,  Menacho! 


ESCENA  XII 

DON  VALERIANO  Y  BERMEJO 
"Val.  (Se    actrca    a    la    segunda    izquierda.)    Bermejo... 

amigo  Bermejo.  ♦ 

Ber.  (Apareciendo.)  ¿Me  llamaba  usted,  mi  cordial 

y  querido  tío? 

Val.  Sí;  tenga  la  bondad  de  hollar,  aunque  tran- 

sitoriamente, este  recatado  despacho. 

Ber.  A  sus  gratas  y  efímeras  órdenes. 

Val.  Sírvase  reposar  en  esa  acogedora  y  delezna- 

ble silla. 

Ber.  Encantadísimo.  (Me  escama  la  retórica.)  (se 

sienta  en  el  sillón  de  despacho.) 

Va!.  Mi  'pasajero  y  fútil  sobrino:  he  llamado  a 

usted  porque  acaba  de  ocurrírseme  una  idea 
fulgurante,  feliz,  heroica,  solucionante. 


—  90  -- 

Ber.  ¿Y  qué  idea  es  esa? 

Val.  Verá  usted  qué  hallazgo.  Yo  estoy  viendo^- 

amigo  mío,  que  la  infelicidad  de  esta  casa 
va  no  tendrá  término. 

Ber.  iOh! 

Val.  De  un  lado,  mi  hermana  que  muere;  mi  so- 

brina que  se  agosta,  todos  que  enloquece- 
mos... De  otro,  usted,  sufriendo,  atormen-' 
tándose,  anhelando  morir,  sin  conseguirlo, 
¿Qué  remedio  único  podría  tener  esta  trá- 
gica desdicha?,  pensé...  ¡Y  lo  he  encon- 
tradol 

Ber.  ¿Ha  encontrado  usted  el  remedio? 

Val.  Breve,  hermoso,  sencillo,  conclujente.  Verá 

usted. 

Ber.  A  ver. 

Val.  He  resuelto  que  encerrados  en  esta  habita- 

ción concluyamos  ahora  mismo... 

Ber.  ¿Cómo? 

Val.  ¡Matándole  a  usted  y  matándome  yo  luegoí 

Ber.  (Que  apeuas  puede  tenerse  de    terror.)    ¡Don    Vale- 

riano!... ¡Caray,  qué  ideal 

Val.  ¿Le  gusta  a  usted? 

Ber,  ¡Una  preciosidad!  Pero  es  una  idea  que  yo^ 

creo  que  nos  convendría  madurarla. 

Val.  ¿Madurarla?  ¿Para  qué?...  ¿Usted  no  va  a 

morirse  pronto? 

Ber.  De  un  día  a  otro,  sí,  señor.  Pero  vamos,  uno 

tiene  sus  afecciones...  Yo  quisiera  despedir- 
me de  los  míos... 

Val.  Despídase  por  escrito.  De  aquí  salimos  los 

dos  para  el  depósito. 

Ber.  ¡Pero,  por  Dios,  don  Valeriano!...  ¿Matarnos 

en  casa?...  Ahí  tenemos  el  Retiro,  la  Mon- 
cloa,  lugares  de  una  amenidad  y  de  una... 

Val.  Basta. 

Bar.  Tampoco  echemos  el  canalillo  en  saco  roto; 

una  cinta  de  plata,  álamos  en  las  orillas... 

Val.  (Se    levanta.   Saca    el    reloj  y   el  revólver.)    Escriba 

usted  la  despedida.  Dos  minutos  nos  quedan 
de  existencia.  ¡Pronto! 
Ber.  ¿Dos  minutos?  ¡Pero,  caray,  don  Valeriano; 

con  este  pulso  en  dos  minutos  no  pongo  yo 

ni  «ustedes  lo  pasen  bien».  (Se  pone  a  escribir.) 

(¡Qué  haría  yo.  Dios  mío!  La  cara  es  de  una 

resolución  trágica.)  (Escribe.) 

Val.  Minuto  y  medio. 

Ber.  Don  Valeriano,  ¿tiene  usted  un  raspador^ 


—  91  — 

que  me  he  equivocado?...  He  puesto  hijos 
con  ge. 

Val.  El  trance  disculpa  la  ortografía.  Pronto,  que 

pasa  la  hora. 

Ber.  Don  Valeriano,  hágame  el  favor  de  un  so- 

bre. 

Val.  Tome    usted.  (Bermejo    moja    el   sobre    repetida    & 

inútilmente.)  ¿Qué  le  pasa? 

Ber.  Nada,  que  se  pone  usted  tan  apremiante  que 

no  sé  si  es  que  el  sobre  no  tiene  goma  o  que 
yo  no  tengo  ealiva. 

Val.  Venga  esa  carta,  (se  la  quita.)  Encomendémo- 

nos a  Dios. 

Ber.  Don  Valeriano,  un  momento,  que  se  me  ha 

olvidado  la  fecha. 

Val.  (cogiéndole  de  una  mano.)  Basta.  Encomiéndate 

a  Dios.  ¡Muerel  (Le  apunta.) 

Ber.  (cayendo  de  rodillas.)  ¡No,  don  Valeriano,  por 

su  madre!...  ¡Mis  hijas^  mis  pobres  hijas!... 
¡No  haga  usted  fuego!...  ¡Fuego  no! 

Val.  ¡Muere!  (Le  muele    a  puntapiés,  golpeáadole    con  la,. 

culata  del  levólver.) 


ESCENA    ULTIMA 

DICHOS,  SATURNINO.    Luego    LUIS,    DOÑA   TOMASA  y  CARITA, 

primera  izquierda.  Después    DON   SEGUNDO   e  HIDALGO,   primera 
derecha.  Al  fin,  GENOVEVA 

Sat.  (saliendo  segunda  derecha.)  ¡Mátelo  UStedl 

Ber.  (Más  aterrado  todavía.)  ¡Saturnino! 

Sat.  ¡Menacho! 

Ber.  (Levantándose.)  ¡TÚ  aquí!...  Eutonces...  ¿Lo  sa- 

ben todo? 
Luis  (saliendo.)  ¡Todo;  miserable,  canalla! 

Tom.  (Que  ha  salido  con  Carita.)  Todo,  SÍ,  Señor;  y  SÓlo 

por  la  alegría  de  ver  feliz  a  mi  hija  es  por 
lo  único  que  siento  impulsos  de  perdonarle 
a  usted. 

Seg.  (Que  aparece  con  Hidalgo.)  ¡Conque  era  un  fal- 

sariol  ¡Granuja! 

Ber.  (Abrumado )  ¡Señores! 

Val.  Elimínese  a  gran  velocidad...  Vayase  de  Es- 

paña, márchese  a  América. 

Ber.  ¿Y  si  naufrago? 

Val.  Usted  se  va  al  fondo  del  agua  y  se  atraganta, 

nada  más. 


—  92  — 

Xuis  Vayase  pronto,  porque  nosotros  hemos  de 

notificar  al  juzgado  la  suplantación  que  us- 
ted  ha  cometido  y  va  usted  a  ir  a  la  cárcel. 

-Car.  Huya  usted  cuanto  antes. 

-Ber.  Gracias,  señores;  he  parecido  más  malo  de 

lo  que  soy;  la  necesidad,  el  hambre...  per- 
dónenme. 

"'Gen.  (Aparece  primera  derecha.  Trae  en  la  mano  una  corona 

fúnebre  coü  grandes  cintas.)  Señorita,  acaban  de 

traer  esta  corona. 
Car.  ¡Dios  mío,  la  que  yo  encargué,  creyendol... 

Ber.  Es  preciosa... 

Val.  Era  para  usted,  utilícela. 

Ber.  (La  coge.)  Con  mucho  gusto...  (Leyendo  las    cin- 

tas.) «A  la  buena  memoria...»  ¡Regular  nada 
más!...  Pero  en  fin...  Gracias,  señorita,  gra- 
cias por  el  recuerdo! 

Sat.  Esto  lo  vendemos  y  nos  dan  treinta  pese- 

tas. 

Ber .  Tout  suit.  ¡SeñoresI 

(Vanse  primera  derecha.) 

Tom.   .        ]Vaya  con  Dios! 

Hid.  ¡Maldito  sea! 

Luis  ¡Lo  que  nos  ha  hecho  sufrir  ese  bandido! 

Seg .  Porque  fué  el  castigo  de  vuestra  codicia.  Así 

verás  que  sólo  es  verdad  lo  que  yo  os  tuve 
dicho,  que  el  bolsillo  se  parece  al  estómago. 
Si  queréis  tener  salud,  comida  sana;  si  que- 
réis ser  felices,  dinero  honrado.  Y  lo  que  no 
Fea  eso,  ya  lo  visteis,  daño  nada  más  puede 
ser. 

Tom.  Tiene  razón  Segundo. 

"l/al:  Y  tú,  Hidalguito,  cuando  se  te  ocurra  una 

cosa  ingeniosa,  te  la  apuntas  en  un  papel 
y  te  lo  comes,  (ai  público.)  í.  aquí  da  fin  la 
grotesca  tragedia  con  que  el  autor  pretendió 
entreteneros  unas  horas.  Perdón  si  no  lo  ha 
logrado. 

(T«lón  ) 


FIN  DE  LA   OBRA 


OBRAS  DE  CARLOS  ARNICHES 


Casa  editorial. 

La  verdad  desnuda. 

Las  manías. 

Ortografía. 

El  fuego  de  San  Telmo. 

Panorama  nacional. 

Sociedad  secreta. 

Las  guardillas. 

Candidato  independiente. 

La  leyenda  del  monje. 

Calderón. 

Nuestra  Señora. 

Victoria. 

Los  aparecidos. 

Los  secuestradores. 

Las  campanadas. 

Via  libre. 

Los  descamisados. 

El  brazo  derecho. 

El  reclamo 

Los  Mostenses. 

Los  Puritanos. 

El  pie  izquierdo. 

Las  amapolas. 

Tabardillo. 

El  cabo  primero. 

El  otro  mundo. 

El  príncipe  heredero. 

El  coche  correo. 

Las  malas  lenguas. 

La  banda  de  trompetas. 

Los  bandidos. 

Los  conejos. 

Los  camarones. 

La  guardia  amarilla. 


El  santo  de  la'Jsidra. 

La  fiesta  de  San  Antóo. 

Instantáneas. 

El  último  chulo. 

La  Cara  de  Dios. 

El  escalo. 

María  de  los  Ángelep. 

Sandías  y  melones. 

El  tío  de  Alcalá. 

Doloretes. 

Los  niños  llorones. 

La  muerte  de  Agripina' 

La  divisa. 

Gazpacho  andaluz. 

San  Juan  de  Luz. 

El  puna  o  de  rosas. 

Los  granujas. 

La  canción  del  náufrago^ 

El  terrible  Pérez. 

Colorín  colorao... 

Los  chicos  de  la  escuela^ 

Los  picaros  celos. 

El  pobre  Valbuena. 

Las  estrellas. 

liOS  guapos. 

El  perro  chico. 

La  reja  de  la  Dolores, 

El  iluso  Cañizares. 

El  maldito  dinero. 

El  pollo  Tejada. 

La  pena  negra. 

El  distinguido  Sportmanr. 

La  noche  de  Reyes. 

La  edad  de  hierro. 

La  gente  seria 


La  suerte  loca. 

Alma  de  Dios. 

La  carne  flaca. 

El  hurón. 

Felipe  segundo. 

La  alegría  del  batallón. 

El  método  Górritz. 

Mi  papá. 

La  primera  conquista. 

El  amo  de  la  calle. 

Genio  y  figura. 

El  trust  de  los  Tenorios. 

Gente  menuda 

J)l  género  alegre. 

El  príncipe  Casto. 

El  fresco  de  Goya. 

El  cuarteto  Pons. 


La  pobre  niña. 

El  Premio  Nobel. 

La  gentuza. 

La  corte  de  Risalia. 

El  amigo  Melquíades. 

La  sombra  del  molino. 

La  sobrina  del  cura. 

Las  aventuras  de  Max  y  Mino 

El  chico  de  las  Pefiuelas. 

La  casa  de  Quirós. 

La  estrella  de  Olynípia 

Café  sólo. 

Serafín  el  Pinturero. 

La  señorita  de  Trevélez. 

La  venganza  de  la  Petra. 

¡Que  viene  mi  marido! 

El  agua  del  Manzanares. 


Precie:   DOS^pesc!¿: