CARLOS A'RNICHES
¡miE IIEHE Pll PltiOO!
TRAGEDIA GROTESCA
«r» tro» actos y on proaa. original
szarKDi edi:i5:t
Copy^!s^.^ fcy Carlos Arniches, 19:«
SOCIEDAD DE AUTORES ESPAÑOLES
Calle del Prado» núm. 24
1©1S
IL ...
iQUE VIENE MI MARIDO!
Esta obra es propiedad de su autor, y nadie po-
drá, sm su permiso, reimprimirla ni representarla en
España ni en los países con los cuales se hayan cele-
Dradü, o se celebren en adelante, tratados internacio-
nales de propiedad literaria.
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Queda hecho el depósito que marca la ley.
¡QUE VIENE MI MARIDO!
TRAGEDIA GROTESCA
^n tres actos y on prosa
ORIGINAL DE
GARLÓOS ARNICHES
Estrenada en el TEATRO DE LA COMEDIA de Madrid,
el día 9 de marzo de 1918
SEGUNDA EDICIÓN
MjADRID
"^. Valasco, Impresor, Marqués de Santa Ana, 11, dup
TBLáPONO, NÚMERO 5SX
1918
A mi muV querido amigo Pepe Caoa,
tn recuerdo de su feliz vaticinio.
REPARTO
PERSONAJES
ACTORES
CARITA Sea. Jiménez.
DOÑA TOMASA Siria.
ELENA Villa.
LA HIPÓLITA Seta. Suáeez.
GENOVEVA Redondo.
DOÑA POLONIA Andrés.
SOCORRITO León.
SEÑA MATEA Rey.
NIÑA 1.a (13 años) N. N.
ÍDEM 2 a (11 id.) N. N.
BERMEJO... Se. Bonafé.
DON VALERIANO Zorrilla.
DON SEGUNDO Espantaleón.
LUIS González.
HIDALGO AsQUERiNO.
SEÑOR PALOMO Del Valle.
SEÑOR CÁRCELES Pereda.
SATURNINO RiQUELME.
RAMÓN García.
NIÑO l.o (9 años) N. N.
ídem 2.0 (7 id.) N. N.
Ija. euooión. ©n L^lacirid, actu.a<lmen-tet
Derecha e izquierda, las del actor
^
.gaffifea^ ^rfgjk cü!3 aasw ,^g!<ft\
ACTO PRIMKRO
Gabinete modesto. Dos puertas a cada lateral y una al foro. Corti-
nas, cuadros y muebles adecuados
ESCENA PRIMERA
ELENA, GENOVEVA, DOÑA POLO^^IA, SOCORRITO, DON VALE-
RIANO, SEÑOR PALOMO y RAMÓN
(Todos estos personajes entran y salen varias veces du-
rante la eseena, según las indicaciones del diálogo. Al
levantarse el telón se escuchan ayes y gritos nerviosos
de doña Tomasa y de Carita, que se suponen acciden-
tadas en la primera der3cha y en la primera izquierda,
respectivamente.)
Val. (Sale trémulo y agitado por la primera derecha y se
dirige a la segunda izquierda.) ¡E?a tila!... ¡A Ver
esa tila!... ¡Pero no está esa tila todavía!...
G6n. (Saliendo temblorosa y asustada, por segunda izquier-
da con una taza de lila, que trata de enfriar con la
cuchara.) Aquí está. Es que no atinaba con
el sobresalto que tengo. (Le da la taza a don
Valeriano, qne al* probar la tila hace un gesto como
de haberse quemado.) ¿Cómo la encuentra US-
ted?
Val. Para pelar pollos.
Gen. Digo a la señora.
Val. ¡Ah! Lo mismo... Exactamente lo mismo.
No se la pasa... ¿Tiene azúcar?
Gen. Si no es azúcar, yo no sé lo que será, porque
con el aturullo le he echao de un papel que
— 8 —
Val.
Gen.
Val.
m
Gen.
Elena
Val.
Elena
Val.
Elena
Ramón
Elena
Ramón
había en el armario, que me [^parecía ter-
ciada!
¿No será el ácido bórico?
Yo juraría que no; pero no lo juraría.
Bueno; corre arriba, a casa de los señores
de Palomo, y que te dejen el azahar, anda.
Sí, señor. De seguida. [Virgen del Carmenl
¡Virgen de la Palomal ¡Virgen de!... (vase foro
derecha.)
(Por la primera izquierda, agitada y temblorosa.)
Papá... papá... las llaves del armario. Haz el
favor...
;Pues qué ocurre ahora?
A Carita, que no la para el frío. Tiene un
temblor de muerte. ¡Y eso que la tengo
echadas tres mantas! Dice que la lleve un
ruso. ¿Usted sabe dónde encontraría yo un
ruso?
¿Un ruso?... ¡Qué se yo!... ¡Figúrate!... Un
ruso ahora... Espera a ver... (Llamando foro.)
Genoveva... ¡Genoveva!... (a Elena.) Se conoce
que se ha subido ya, porque la mandé arri-
ba por el azahar. Enfría esto, que voy a ver
si encuentro yo otra manta, o algo semejan-
te. Está uno loco... está uno... (Vase segunda iz-
quierda.)
(Muy afligida, enfriando la tila.) ¡JeSÚS, qué dis-
gustol... ¡La verdad es que ha sido un gol-
pe!... ¡Quién iba a imaginárselo!... ¡Qué tras-
torno!... Vamos, que pasan cosas...
(Entra foro derecha rápido, jadeante; con tres frascos
en la mano.) Aquí está la antipasmódica, la
antistérica y la antispirina... y la cuenta del
dinero. Dos de ésta y tres de ésta, cinco;
más siete de éste... (La deja sobre un velador.)
Sobran dos pesetas: una (se busca en las bol-
sillos.) que se me debe haber perdió... y otra
que me se debe... porque la he tenío que
poner yo.
¿Y el médico? •
No di con él. Y eso que le tengo buscao por
medio Madrid. De primeras fui a su casa, y
me dijo su señora que estaba en la Casa de
Socorro; fui a la Casa de Socorro y me dije-
ron que la meta e los días no parece por allí.
Con las mismas volví a decírselo a su seño-
ra, y gritó: «¡Ah, sinvergüenza, ya eé dónde
estás!»; agarró la mantilla y se pueo de una
— 9 —
forma contra su marido, que hoy sí que creo
que va a la Casa de Socorro.
'Elena ¡Jesús, qué percance!
(Se oyeu ayea de Carita por la primera izquierda.
¡Ay, ay, ayl)
Elena ¡Ay, por Dios, que la repite! Enfríe usted esa
tila, Ramón, que voy a ver... (te deja la tiia y
vase corriendo primera izquierda.)
Hamón (Enfriando la lila.) Puefi señor, se ha armao un
tinguiringui suave... Y too creo que es por
una carta que han recibió de fuera. ¿Qué di-
ría la dichosa cartita?... ¡Porque pa darles
un desgusto de esta manituz!.., (probando la
tila.) ¡Repeine, qué caliente está estol No se
puede tomar, (vueive a probaría.) pero que no
se puede.
^0\. (Por el foro derecha.) ¿Se puede?
Ramón No, señora... digo... ¡ay, sí, señora!... Usté
dispense, es que uno está que no sabe.,. Pa-
sen ustedes, pasen ustedes.
(Entra doña Polonia abrochándose la bata y con las
rizadoras puestas. Socorrito con una falda de casa y
envuelta en una toquilla, y don Simón en zapatillas,
con pijama y con la bigotera puesta. Vienen inquietos,
alarmados, nerviosos.)
Pol. ¿Pero qué sucede en esta casa, Ramón?
Soc. ¿Pero qué les ocurre? ¿Qué ha pasado?
Pal. Ha subido Genoveva por el azahar y nos ha
dicho que doña Tomasa y Carita habían
sido.presas de no sé qué...
Ramón (Aterrado.) ¿CómO presaS? (Agita la tila y sopla.)
Pal. Vamos, quise decir que las ha dado...
Ramón ¡Ah... un patatús, sí, señor! (sopia otra vez.)
Un patatús...
Pal. Ramón, hazme el obsequio de soplar hacia
otro cuadrante, que me espurreas.
Pol. Bueno, ¿pero ha sido enfermedad, accidente,
disgusto o mero ataque?
llamón Yo no sé si habrá sido mero u que habrá
sido; pero ha sido una cosa como la que
me da a mí los sábados por la noche, que
me privo.
Pal. No, lo tuyo es merluza.
Ramón Y lo único que yo puedo decir a ustedes es
que yo estaba aoajo, en la portería, quitán-
dome tres manchas que me había echao
anoche en el chaleco y dos en el pantalón,
cuando en esto...
— 10 —
Elena (Dentro, primera izquierda liamón, la antiespas-
módica.
Ramón (aho.) Voy. (a ios de Paicmo.) Con periniso de
ustedes, (a don simón.) Haga usted el favor
de enfriar esto, señor Palomo, que en segui-
da vuelvo. (Coge un frasco y vase primera izquier-
da, dejando la tila.j
Pol. ¿Pero qué será lo acaecido?
Pal. Vete a saber. Lo úliÍco que hemos sacado en
limpio es que el portero es un sucio,
Pol. A ver si sale alguien de la familia y nos lo
dice.
Pal. Esto debe ser algún disgusto de Carita con
el novio.
Pol. Es posible. No me gusta a mí esa Carita.
Pal. A mí; no es que no me guste, pero es una
niña que la tienen muy consentida, y eso...
Pol. CaJla. Ahoia lo sabremos... Don Valeriano...
Viene don Valeriano.
Val. (Sale segunda izquierda, con un ruso al brazo.) Ay,
señores!... ¡Ustedes!... (ai verlos, movimiento de
contrariedad.) ¡Caramba!... ¡Cuánto agradez-
co!...
Pal. ¡Ay, don Valeriano, estamos nauertas!
Soc. ¿Pero qué ha pasado aquí?
Pal. Subió la Genoveva por el azahar y nos dijo...
Val. Sí, nada; en realidad nada... sino que mi
hermana Tomasa y mi ¡sobrina, son tan ner-
viosas... ¡Ay, pero por Dios, señor Palomo;
usted soplando... (Tomándole la taza de tila.) nO
se moleste usted... Pues, cada, nada; no ha
sido nada... Si acaso, ya avisaremos, y...
Pol. Nosotros sentiríamos molestar, pero la bue-
na voluntad...
Val. ¡Por Dios, quiere usted callarse! ¡Cómo nao-
lestar! ¡Nada de eso!
Pal. Pero si los vecinos no nos favorecemos unos
a otros en estas ocasiones...
Val. ¡Ah!, claro; sí, señor; desde luego... Pues na-
da, en todo caso ya avisaríamos, y...
Soc. Ya ve usted, hemos bajado en dos brincos;
mamá con un salto...
Pol, Y Simón hasta con la bigotera, ya ve usted»
Pal. (Quitándosela rápidamente.) ¡Ay, SÍ, eS verdad!..»
¡Qué distracción! ¡Caramba!... Usted per-
done.
Pol. Conque siga usted. ¿Qué ha sido? ¿Qué ha
sido ello, amigo don Valeriano?
— 11 —
Val. Pues nada; que acabábamos de pasar esta
mañana, como de costumbre, mi hija Elena
y yo, para saludar a mi hermana Tomasa y
a mi sobrina, cuando en esto...
Tom. (Eq la primera derecha, con grau angustia.) lAy!...
(Ay!... Valeriano... Valeriano..
Val. ¡Jesús!... ¡Mi hermana se agrava!... (Dejándolas
el ruso y la tila.) ¡Por Dios, hagan ustedes el
favor, que voy a ver... (Vase primera derecha.)
Pal. Pues, señor, esto es más difícil de averiguar
9 que una chaiada numérica. Fero en fin, los
sacrosantos deberes de vecindad...
Pol. ¿Has oído?... Dice que una cosa sin impor-
tancia.
Soc. El novio. Lo que yo te decía. Si está cansado
de ella.
Pal. Chits .. (En voz baja.) ¿Os habéis fijado en el
servicio de té?... Tazas de cinco reales.
Soc. Sí, pero la cucharilla es de plata.
Pol. • (Se la acerca a los ojos y se la devuelve despreciati-
vamente.) Miele.
Pal. ¡Y mirad los platillos! .. ¡Desportillados!...
¡Vaya unos platillos!... Con el bombo que se
daban.
Elena (SsUendo con un calientapiés, segunda izquierda.)
¡Ay, pero por Dios, ustedes y solos!... Jesús,
cuánto siento...
Pol. ¿Quieres callarte, hija? Comprendemos que
la visita es inoportuna.
Pal. Pero los sacrosantos deberes de vecindad...
Elena ¡Ay, cuánto agradecemos!... Pero siéntense,,
siéntense.
Pal. ¿Y qué ha sido, qué ha sido?
Elena Pues perdonen un momento, que ahora sal-
go, porque Carita... Y si sale papá, hagan el
favor de darle este calientapiés, que es para
mi tía. Soy con ustedes... (Vase primera izquier-
da, dejándolas el calientapiés.)
Pal. Bueno: realmente yo creo que estamos mo-
lestando y viceversa.
Pol. ¿Cómo viceversa, Simón?
Pal. Sí, porque cada vez nos van dejarido más
adminículos. ¿No te percatas, Polonia?
Soc. ¿Pero y si pudiéramos hacer algo útil por la
familia?
Pal. Yo creo que aquí lo más útil que podemos
hacer por la familia, es marcharnos. ¿No
coincides, Socorrito?
— 12 —
3oc. ¿Pero irse sin averiguar algo? (saie Elena pri-
. mera izquierda» con un fraseo y una cuchara.) De
modo, hija mía, que decías que...
Elena Dispensen un momento, que en seguida
vuelvo. (Vase primera derecha.)
Pol. jNada, que no hay maneral
ESCENA II
DICHOS y DON SEGUNDO, foro derecha ^
Seg. (Dentro.) Valeriano... Tomasa...
Pal. Callad... don Segundo, el de la tienda. Este
nos lo dice. Ahora lo averiguaremos todo.
^eg. (saliendo. Lleva gorra y manguitos.) Carita... To-
masa... (¡Caramba, los Palomos!...) Uste-
des?... Y luego, ¿qué pasa aquí? (Quitándose la
gorra.)
Pol. ¡Ahí ¿pero usted no sabe?...
Seg. ¡Qué voy a saber!... Yo estaba tranquila-
mente en la tienda recibiendo una partida
de pellejos de aceite; por cierto que mándele
a Isidro que embotellase de uno, porque nos
quedamos sin nada del fino, cuando en esto
que baja ía Genoveva y me grita, más ama-
rilla que la manteca: «Vea si sube don Se-
gundo, que a la señora dióle un soponcio y
la señorita se nos privó, que no parece sino
que muere»... ¡Y quisieran ver!... ¡Qué co-
rridas de los dependientes de acá para allá!
Uno gritaba: «¡Socorro:»... Otro: «¡Ay, que
muere doña Tomasa!...» Y otro: «Brinca por
un médico.» Y aquello tra no entenderse y
gritar todos a una, y la Genoveva llora que
llora. Y con tanto susto y con tanto escán-
dalo, abandonamos el pellejo, que se salió
todo, y me dejé la tienda que aquello es una
balsa de aceite.
Pal. ¿Y no sabe usted nada másV
3eg. Nada más.
JPal. (Mirando a su mujer y a su hija.) No Sabé nada
más. Bueno, pues nosotros, tras luengas pes-
quisas, nos hallamos a la par de usted, en el
conocimiento de lo acaecido, por lo cual le
rogamos que se sirva reintegrarle a la fami-
lia este calientapiés, este gabán y esta taza
de tila, en mi concepto, ya fría; así como
— 13
nuestro más ferviente deseo de que mejoren
los pacientes. (Le entrega todo lo que dice.)
Seg. I Pero me han diclio que Tomasa accidenta-
da, Carita accidentada...
Pal. Si, señor; doña Tomasa accidentada, Carita
accidentada y nuestra visita también acci-
dentada. Besóle la mano. (Reverencia.)
POI. Tanto gusto. (^Saluda.)
SOC. (Hace una iuclinación, y al ver que agita la tila ner-
viosamente.) No le de usté vueltas, que es un
hielo. (Vanse las tres foro derecha.)
Seg. ¡Vaya una gente cargante!... ¡Y no saberl
(Llamando.) Valeriano, pero Valeriano... No
adivino lo que sea... Si yo esta mañana dé-
jelas tan cabales... Valeriano...
ESCENA III
DON SEGUNDO, VALKRIANO, luego DOÑA TOMASA, ELENA y
CARITA
Val (sacando la cabeza con precaución por primera dere-
cha.^ ¿Se han ido ya los Palomos?
Seg. Volaron. ¿Pero qué pasa aquí?... ¡Dimelo
luego, que estoy que no vivol
Val. (Con gran misterio.) ¿Que qué pasa?... ¡Ay, Se-
gundo!... Pasa lo que no puedes imaginar.
¡Una cosa inaudita! ¡Estupenda, inenarra.
ble!
Seg. (Asustado.) ¿Pues?...
Val. La más complicada novela policial es un
cuento de niños si ee la compara con lo que
nos ocurre.
Seg. Pero..
Val. Y el «Misterio del cuarto amarillo» un chis-
me de portería, no te digo más.
Seg. ¡Carape! ¡Pero, Valeriano!...
Val. Si a mí me dicen que la Cibeles se ha pega-
do con un Guardia de orden público, le doy
más crédito que a esto.
Seg. ¡Demonio!
Val. Imagina la cosa más diabólica y te quedas
corto. Segundo.
Seg. Bueno, ¡pero por la madre de Diosl... ¿Quie-
res explicarme?...
Val. Espérate, que ahora saldrán ellas y te lo con'
— 14 -
taremos todo. (Llamando primera derecha.) To-
masa, sal. (Llamando primera izquierda,) Carita,
salid, que esté Segundo nada más.
Seg. ¿Y esta tila?
Val- Tómatela tú si quieres, que te va a hacer
falta.
Tom. (saliendo de la primera derecha, pálida, despeinada,
envuelta en un mantón y con un perrito en brazos. La
sigue Elena.) ¡Ay, Segundo de mi vidal... ¡Ay,
Segundo de mi alma!... ¡Ay, qué trastorno!...
¡Ay, que todo me rueda! (Se desploma sobre una
silla.)
Seg. (Sujetándola.) Tente, mujer, tente.
Tom. ¡Ay, Segundo, derecha no me es posible!
Val. Anda, mujer, anda .. deja ahora a Caruso y
siéntate en esta butaca. Elena, llévate a
Caruso a ese cuarto, vete a casa, dile a
mamá lo que ocurre y que ahora voy.
Elena Bueno, pues hasta luego, (vase foro derecha,
llevándose el perro. Sientan a doña Tomasa en una
butaca.) .
Tom. ¡Animalitol ¡Cómo ha sufrido de verme llo-
rar! (Llora.)
Val. No pienses en el perro, mujer, no pienses en
el perro ahora.
Car. (Por primera izquierda, también despeinada a medio
abrochar, llorosa.) ¡Av, tío!... ¡Ay, tíO de mi CO^
razón!... ¡Ay, tío Segundo de mi alma! (Le
abraza.)
Seg. Pero, santiña mía, ¿pero qué os pasó?
Tom. Leer yo la carta y caer al ñuelo privada del
sentido, todo ha sido uno.
Val. Considera, para privarse ésta, que no se pri-
va de nada; que ya conoces su presencia de
ánimo... ¡figúrate!
Seg. Bueno, ¿pero qué demonio de carta es esa
que lanto disgusto os diera?
'Val. Siéntate, siéntate. Segundo; escucha y pás-
mate. Cse sientan todos.) Por una esquela y una
carta recibidas en el primer correo de hoy
se nos comunica que hace ocho días murió
en Cabezón de Bonete (Asturias), Rogelio
Nogales, el padrino de ésta, (por carita.) .
Seg. (Uolorosamente sorprendido.) ¿Que mUriÓ RogC-
lio?... ¡Tu padrino!' ¡Cárape!... ¿Y de qué ha
muerto el pobriño?
Tom. Tú ya sabes que siempre padeció una enfer-
medad crónica a la garganta.
- 16 —
Car. Creo que teoía las cuerdas vocales destroza-
das.
Tom . Dicen que desde que volvió de América solo
vivía con una cuerda.
Val. La última vez que estuvo en Madrid le vie-
ron .varios médicos otorino-laringólogos y el
pronóstico fué fatal. Unos decían que no
tenía cuerda más que para veinticuatro
horas, otros que tenía cuerda para un año...
pero en fin, lo cierto es que el hombre hace
echo días que se ha parao.
.^eg. ¡Oh, pobre Rogelio! ¡La garganta!... Ya sabía
yo que sería su fin. Y nunca pudimos qui-
tarle de que fumase, con el mal que le
hacía.
Tom. Pues bien; empieza a asombrarte, Segundo.
Rogelio Nogales, a quien supusimos a su re-
greso de América una modesta fortuna de
veinticiuco o treinta mil duros, ha dejado,
¡¡pásmate!!... ¡¡Tres millones de pesetas!!
'Seg . (En el colmo del asombro y de la estupefacción.)
¡¡Rogelio, tres millones!!
Tom. ¡¡Tres millones, Segundo!!
Val. ¿Tú te acuerdas lo bruto que era? Pues
ahora resulta que tenía un ingenio enorme,
en el Camagüey, y extensas vegas de taba-
co, en Cárdenas...
Car. Y creo que muchísimo papel, una barba-
ridad de papel, en México. Acciones de mi-
nas, acciones de ferrocarriles, acciones na-
vieras...
Tom. En fin, baste que te digamos que ha dejado
dos millones en papel y uno en tabaco.
Val. Te explicarás ahora por qué no dejaba de
fumar.
5eg. ¿Pero cómo hizo esa millonada si yo tenía
oído que al emigrar a América había puesto
una mala tienda de comestibles en Quito?
Val. Bueno, pues ahí lo tienes; comestibles y
Quilo, con lo ladrón que era el pobre, que
en gloria esté, pues se hizo de oro.
^eg. ¡Madre de Dios!... Tres millones un hombre
tan así, tan... vamos...
Tom. Tan inculto, dilo claro.
Car. ¡Semejante fortuna una persona que ponía
anteayer sin ninguna hache!
1/al. ¡Tres millones un hombre que pedía cham-
pagne frappé y se lo mandaba calentar!
— 16 —
Tom. Pues bien, como sabes, Rogelio no tenía pa-
riente alguno, y nosotras supusimos que a
su fallecimiento dejaría a Carita, ahijada,
suya^ eu fortuna íntegra.
Seg. Ahora comprendo el disgusto. ¿Y por lo>
visto no te dejó por heredera?
Car. (Desesperada.) 8í, señor, SÍ, scñor, que me ha
dejado por heredera; pues eso es lo terri-
ble.
Seg. (Asombrado.) ¡iCómo lo terriblell
Car. Sí, porque me ha dejado su fortuna en unas
condiciones tan crueles, tan tremendas...-
(Casi iioraudo.) que parece mentira que un ser
humano...
Seg. ¿Pero qué estás diciendo?
Val. (con gran indignación.) La ha dejado SU fortuna
en unas condiciones tan pérfidas, tan extra-
ñas, que más valía que no la hubiese dejado,
un cuarto, Segundo.
Seg. ¡Madre de Diosl
Val. Oye esta carta y acaba de pasmarte, (saca una
carta y lee.) Hay un membrete que dice: «Za-
carías Lamuela, Notario. Avenida de Car-
boneros, dieciocho, Cabez(5n de Bonete. Se-
ñorita doña Carita Menéndez Cayuela. Muy
señora mía y distinguida señorita: Adjunta
a la presente remito a usted copia de la
cláusula del testamento del ya fallecido
señor don Rogelio Nogales (que santa gloria
haya); cláusula que por referirse a usted^
tengo el deber de notificarla, como albacea
testamentario del precitado difunto, que
descansó en el Señor el día veintidós del
que corre, víctima de una laringitis estridu-
losa de carácter crónico, complicada con
una afección gastroenlérica y afasia parcial
del lado izquierdo con tendencia hemorrá-
gica. Sin otra cosa... (vuelve la hoja.) me ofrez-
co suyo con la mayor consideración, Zaca-
rías Lamuela.» Y ahora, oye la cláusula del
testamento, oye lo inaudito, lo inexplica-
ble.,. (Leyendo otro papel que saca de un sobre.)
«Otorgado ante mí... etcétera... Cláusula del
testamento de don Rogelio, etcétera... Otro
sí: Y por ser ésta mi última y expresa vo-
luntad, dispongo que toda mi fortuna, con-
sistente en tres millones de pesetas, pase a
mi fallecimiento, en usufructo, al Hospital
- 17 -
de la Misericordia, fundado por mí en este
pueblo; pero...»
Tom. Fíjate en esto.
Val. Ojo al pero. «Pero si mi ahijada, la señorita
Caridad Menéndez Cajuela, :Re«aicando las
palabras.) que ha de contraer naatrimonio en
breve, tuviese algún día la desgracia de que-
darse viuda, ee la pondrá ip so fado en pose,
sión de noi antes citada fortuna, y entonces
y 8Ólo entonces podrá disponer de todos
mis bienes íntegramente, porque es mi vo-
luntad que ella sola pueda disfrutarlos.»
(lejando de leer.) ¿Qué te parece?
Seg. ¡Qué horror!... ¡!)e modo que sólo puedes
ser millonaria cuando seas viuda!
Tom . Cuando su marido reviente. ¿Has vipto enor-
midad semejante?
Val. Y figúrate que hemos abierto la carta delan-
te del novio de ésta.
Seg. ¡Pobre chico!... Se habrá quedado...
Val. • Considera... Se ha puesto pálido, se ha co-
gido a mi hombro y decía medio llorando:
<¡Ay, don Valeriano, qué infamia!... ¡Yo me
muero!» Y yo le he dicho: Hombre, todavía
no; espera a ver, espera a ver...
Car. (Llorando.) ¡Qué Crueldad, sabiendo que es-
toy para casarme, y con lo que quiero a
Luis!...
Val. (Con creciente indignación.) Ese Canalla, que en
paz descanse, os ha estropeado la felicidad.
Seg. Hombre, eso...
Val. Sí, porque es lo que decía el chico: r¿Cómo
me caso yo ahora con una mujer que no
tiene probabilidades de ser rica hasta que
yo coja una pulmonía doble?»
Tom. ¡Ks espantoso!.. ¡Dejarle a una mujer tres
millones p»ra luto!
Seg. Y para alivio; porque con esa fortuna es
para aliviarse.
Val. Para aliviarse y ganar cien kilos.
Seg. ¿Pero qué ese habrá propuesto ese demonio
de hombre con un testamento tan extra-
ño?... ¿Qué se habrá propuesto? .. Yo no
comprendo...
Car. (Llorando desesperada y como quien loma una reío-
lución enérgica.) ¿Que se ha propuesto?... Yo
bien lo sé, yo bien lo té.
Tom. (Asombrada.) ¿Que tú lo sabes?
— 18 —
Car. Sí; yo bien lo sé, mamá, y quería callarlo,
como lo he callado hasta ahora; pero...
Los tres (Estupefactos.) ¿Qué diceS?
Car. Pero no puedo, no puedo más, y quiero que
ustedes lo sepan, que lo sepa todo el mun-
do; porque este testamento monstruoso es
un infamia, una venganza, una venganza
cruel de mi padrino. Lo veo bien claro.
Val. ¿Pero estás loca?
Los tres (con interés creciente.) ¿Pero cómo Una ven-
ganza?
Car. Sí, una venganza, no me cabe duda. Me juré
callarlo siempre, pero no puedo más. Oigan
ustedes.
(cuando se disponen a oír aparece Genoveva por la
puerta del íoro.)
ESCENA IV
DICHOS y GENOVEVA
Gen. Los señores de Palomo...
Tom. lElloel
Car. ¡Jesús!
Val. ¡Otra vez!
(Todas estas exclamaciones casi simultáneas y hu-
yendo cada uno hacia la puerta de un cuarto dis-
tinto.)
Gen. No, si no es que vienen...
Val. ¿Pues qué es?
(Quedan todos inmóviles en las puertas.)
Gen Que digo que Jos señores de Palomo han
mandado un recado preguntando que cómo
siguen las señoritas y que si pueden bajar.
Val. Pues diles que estábamos ya casi a las puer-
tas... de la muerte; pero que seguimos un
poco mejor, a Dios gracias, y que no bajen.
(Vase Genoveva foro.)
Car. ¡Qué susto!
Tom . (con gran interés.) Continúa, hija, continúa.
Val. ¿Decías que ese testamento es una ven-
ganza?
Car. Una venganza, estoy segura. Óiganme uste-
des y juzguen. A los pocos días de bauti-
zarme emigró mi padrino, recorriendo va-
rios puntos de America, donde hizo su for-
— 19 —
tuna. En sus cartas me pronietía eiempre
venir a conocerme a su regreso a España, y
cumpliendo su palabra, hace dos años se
presentó un día en casa Le acogimos con
el natural placer. Nos contó que venía en-
fermo, pero muy rico. Pues bien, desde el
principio de estar mi padrino con nosotros
noté que su inclinación hacia mí era extre-
mada, acentuadísima.
Seg. Oye, oye, oye...
Car. Yo, claro está, lo atribuía al natural afecto
de un hombre que me había tenido en la
pila... ¡Pero sí, pila, pila!... No me dejaba a
sol ni a sombra. De día en día su inclinación
era más sospechosa.
Val. Una incliríación como para dejarse caer de
un momento a otro, ¿no?
Car. Además, llegó a tenerle a mi novio verda-
dera antipatía, odio más bien.
Tom. ¡Dios mío!
Car. Llegar Luis a casa y marcharse él de mal
talante, era cosa de minutos. Yo lo obser-
vaba alarmada. Así pasó un mes, y al fin
una noche, que había yo salido al balcón
a despedir a mi novio, sentí la mano de
mi padrino apoyarse temblorosa en mi
espalda. Me volví asustada. Me impuso si-
lencio.
Seg. iMiserable!
Car. Y me reveló con palabra trémula, torpe y
emocionada, una pasión que él decía frené-
tica, invencible, devoradora.
Val. ¡Caray con Nogales!
Car. Me ofreció casarse conmigo inmediatamen-
te, cederme todos sus bienes. Me aconHejó
que abandonase a Luis, a un mal estudian-
tino de medicina, como él le llamaba. Me
aseguró que me tendría como una reina. Yo,
como es natural, lo rechacé todo, amable y
cariñosamente, pero con una decisión y una
energía que no dejaban lugar a dudas.
«¿Tanto quieres a ese guanajof», me pregun-
tó. Tanto, le respondí, que si no me caso
con él, moriré soltera. «Basta, me replicó,
no se hable más. Te ruego, paloma, que de
esto ni una palabrita a nadie.» Y antes de
irse, estrechándome la mano con una fuerza
que me lastimaba, me dijo sonriendo ex-
— 20 -
trañamente estas palabras terribles: «Yo te
prometo que algún día desearás la muerte
de ese hombre.»
Tom. ¡Qué bandidol
Val. ¡Recaray con Nogales!
Car, Desapareció del balcón. Al día siguiente de
madrugada, casi sin despedirse de nosotros,
abandonó Madrid y ya no hemos vuelto a
verle más. Esto es todo. Y ahí tenéis expli-
cado su testamento.
Seg. ¡Miserable!.,. La deja tres millones para,
cuando enviude, suponiendo que por la co-
dicia de ser rica la muchacha va a desear la
muerte del marido.
Tom. ¿Y todo eso por qué lo callaste?
Car. ¿Y qué ganaba con decirlo, mamá?., in
quietaros a todos. s
Seg. Tiene razón la chica.
Val. ¡Pero qué canalla!... ¡Qué bandido!... Mira,,
a mí no me ha gustado nunca levantar
mueitos; pero créete que de buena jj;ana re-
sucitaría a ese bandolero para... para tener
el gusto de costearle otras exequias, hom-
bre. ¡Se merecía el duplicado!
Seg. Sí, hombre, sí; todo lo que digas y algo
más.
Tom. ¡Con lo bien que nos hubiesen venido los
tres millones Valeriano!
Val. ' ¿Cómo bien? ¡InmejorablemeDte! ¡Tres mi-
llones, y de ese avaro!... Como que desde
que he oído a la chica no hago más que
pensar qué haríamos, qué inventaríamos,
qué trataüamos para burlar esa cláusula y
quedarnos con la fortuna de ese canalla.
Tom. ¡Oh, si hubiese un medio!... ¡Si hubiese un
medio!... Yo te juro que recurriría a todo...
Que todo lo aceptaría .. ¡Miserable!...
Seg. ¡Bah, bah, bah, sueños! ¡Como no cases a
ésta y mates luego al marido!. .
Car. ¡Ah, calle usted, por Dios!
(Empieza a sonar el lijabre de la puerta repetida y
atropelladamente y se escuchan voccs lejanas.de al-
guien que viene alborotando.)
Tom. ¡Ay, cómo llaman!
Val. ¡Qué atrocidad!
Car. ¡Ay, si es Luis, si parece Luis!...
Val. ¡Tu novio con ese alboroto!... ¿Qué le pasa-
rá?... ¿Se habrá vuelto loco?...
— 21 —
Seg. Ya le abren, ya le abren...
(Se escucha la voz de Luis, dentro, que viene grl-
tan¿o.)
Xuis ¡Carita! ¡Doña Tomasa!
ESCENA V
DICHOS y LUIS por el foro
Luís (Entrando exaltado, jadeante, nervioso, al^o descom-
puesto de ropa, un poco sucio de tierra, pero con ex-
presión alegre.) ¡Carita! ¡Doña Tomasa! ¡Don
Valeria-no!... ¡Ay, ustedes al fin!...
Car. ¿Pero qué te pasa?
Luis ¡Ay, que creí que no Jlegaba!
Val. ¿Pero qué sucede?
Luis Ya lo contaré... Dejadme respirar... Un poco
de agua.
Seg« ¡Beba usted, beba usted!
(Le dau agua.)
Luis He venido en cuatro zancadas, me he caído
dos veces, me ha trompicado un tranvía, un
automóvil me ha pasado por encima...
Tom. ¡Jesús!
Luis Por encima del sombrero; mire usted cómo
lo traigo, una breva. Pero no importa. ¡Fe-
licidades! ¡Albricias!... (Quiere abrazarlos.)
Val. Pero ¿por qué? ¿Qué sucede?
Luis ¡Somos felices!... ¡Somos dichosos!... ¡Todo
resuelto!... ¡Todoi
Car. ¿Pero estás loco?
Luis ¡Loco de felicidad, de alegría!... Veréis, ve-
réis... ¡Más agua!
Val. (se la da.) ¡Hable pronto!
Todos Veamos. (Atienden con gran interés.)
Luis (Rápido y jadeante.) Cuando esta mañana se ha
recibido aquí la dichosa carta del Notario,
con esa maldita cláusula del testamento del
padrino de ésta, ustedes saben que me he
quedado hecho un guiñapo; porque he visto
que ese señor tira en sus disposiciones tes-
tamentarias a que si me caso con ésta, mi
fallecimiento se celebre con cucañas, fuegos
artificiales y danzas del país; y, francamen-
te, ustedes comprenderán que eso no le hace
gracia a nadie. Además, como yo sé por
ésta, que esa cláusula es la venganza de un
— 22 —
despechado, iba yo pensando, cuando he sa-
lido de aquí, camino del Hospital... «Dios
mío, ese bandido era merecedor de que yo-
encontrase una añagaza para burlar su per.
fidia y disfrutar sus millones... ¿Pero cómo?
¡Inspírame,Dios mío, inspírame!...» Y dando
vueltas inútilmente en mi imaginación a
esa tentadora idea, llego a la Facultad de
Medicina. Mi estado de ánimo no era para
entrar en clase. Se trataba «Je patología qui-
rúrgica, y dije: «Si yo entro y me pregun-
tan, meto la pata; y meter la pata en Pato-
logía, con lo bien conceptuado que estoy, no
me hacía gracia, la verdad. Además, yo ne-
cesitaba expansionarme con alguien y para
esto nadie mejor que mi anoigo Hidalgo, y
como yo sabia que estaba de guardia como
alumno interno en la sala de Santa Susana,,
pues subí como un rayo al piso primero.
Bueno, ustedes saben la amistad fraternal
que me une con Hidalgo...
Val. Sí, hombre; sabemos que han empezado us-
tedes la carrera juntos.
Luis Y que juntos la terminaremos este año.
Val. Bueno; pero avive, pollo, que la impaciencia
nos carcome.
Luis Es que tengo que poner a ustedes en ante-
cedeotes de todo, pero avivaré. Pues bien,,
ustedes saben asimismo que Hidalgo es el
muchacho más listo de San Carlos, tanto que
hasta las Hermanas de la Caridad le llaman
en broma «El Ingenioso Hida'go». El com-
pone los relojes del Hospital, la instalación
eléctrica, el teléfcno... El no encuentra cha-
rada, logogrifo, Falto de caballo ni adivinan-
za que no solucione. Como que se pone en
las tarjetas, pasatiempista de los mejores
periódicos de Madrid y provincias. Y ade-
más es el autor de ese librito que venden
por la calle: «Las dieciséis maneras de no
pagar ai casero y que se quede contento».
Val. ¡Chico, qué maravilla!
Luis Por eso yo me dije: Si Hidalgo, con el in--
genio que tiene no nos encuentra una solu-
ción, no la encuentra nadie. Y entré en el
cuarto de interno?. «¿Qué te pasa?, me pre-
guntó al verme tan páhdo. ¿Estás enfermo?
A ti te ha hecho daño la cena, la patrona,..
28 —
algo...» No; lo que me ocurre es peor que
todo eso. Óyelo y pálmate. Y ce por be le
cuento lo ocurrido El me oía con atención
profunda. A medida que yo hablaba iba
quedando asombrado, estupefacto. Y al final,
cuando le dije: Si tú (pie tienes ese ingenio
pudiera-^ hacer que burlásemos los vilen pro-
pósitos de ese maldito indiano cogiendo sin
riesgo sus millones, serias un hombre in-
menso, piramidal, heroico!... Quedó silen-
cioso, como extático. Üe pronto me mira
fijamente, se le extravían los ojos, .^e levan-
ta, se pasa la mano por la frente, da una
carcajada sardónica y exclama lleno de iú-
bilo: <¡Ay, Luisl ¡La solución!... ¡He dado
con la solución!... ¡Áqui está!... ¡Ya la tengo!
(La solución!... |La solución!... ¡Sois ricos!...
¡Sois felicesl...»
Todos Bueuo, ¿pero qué era?
Val. ¿Qué solución era?
Luís El me dijo esto y añadió: «Corre, vete a casa
y di a Carita y a todos que ya sois dicho-
sos, que los tres millones son vuestros. Que
inmediatamente voy yo a contarles mi plan
para que empecemos a ejecutarlo». Y dando
gritos, carcajadas y cabriolas, echó a correr
como loco, por una Fala, quitándose la blusa
y desapareció por otra. Y yo he Vt^oido co-
rriendo a participar a ustedes que tenemos
la solución, pero que no té qué solución es.
Val. (Desesperado.) ¡Vamos, era para darle así,
hombre! ¡Teneroos en ascuas cinco minutos
y luego salimos con eso!...
Luis Pero si es que...
Tom . (indignada.) Parece mentira, una cosa tan im-
portante. ¡Hombre, Luis, por Dios!...
Luis Pero, sentirá, yo...
Car. ¡No tienes perdón, hijo!
Luis Pero no comprendéis que yo. . (vuelven a oirse
timbrazos repetidos- y largos en la puerta, como de al-
guien que llama con tanta impaciencia, que da voces
desde fuera.) ¡Callarse!... ¡Es él! ¡Es Hidalgo,
conozco su voz!.«. Ya está ahí. (auo.) ¡Hidal-
go!... ¡Hidalgo!...
VaL (Desde la puerta del íoro.) ¡Que pase! ¡Que paset
(se oye a Hidalgo desde lejos.)
H ú. ¡Carita! ¡Luis, doña Tomasa!
Tom. ¡Adelante, adelante!
— 24 —
ESCENA VJ
DICHOS e HIDALGO por el foro
Este Hidalgo es un joven listo, simpático, que habla vertiginosa-
mente. Entra jadeante, alborozado
Hid. ¡Doña Tomasa! ¡Carita!... ¡Don Vnlerianol...
¡La solución!... ¡Tengo la solución!...
Tom. ¿Pero qué dice vistedr'
Val. ¿Pero es posible?
Hid. ¡Un abrazo!... ¡Ya son ustedes felices! ¡Ya
son ustedes ricos!
Tom. (Abrazándole.) | Yo rica!
Hid. (con efusión.) ¡Muy rica! (Abraza a Carita.) ¡Y U3-
ted riquísima!... ¡Pero qué rica!
Val. ¿De modo que yo?
Hid. (Abrazándole.) ¡Av, qué rico!
Val. (oándole palmadas en la espalda.) ¡Hombre, amigO
Hidalgo!...
Tom. ¿Pero dice Luis que usted ha encontrado la
solución?..:
Hid. En cuanto é¿te me planteó el problema, do-
ña Tomasa. Fué una inspiración rauda, sú-
bita^ fulminante.
Seg . ¿Pero usted ha encontrado la manera?...
Hid. Todo lo he encontrado, todo, don Segundo.
Ya son ustedes millonarios y ésto-s felices y
todos dichosos.
Lifis (con alegría.) ¿Lo ven ustedes?... ¿Lo oven us-
tedes?...
Hid. Ei mes que viene, estos casados y con sus
tres millones de pesetas. Ustedes restaura-
rán su acreditado establecimiento de ultra-
marinos «La Perla Astorgana», en una for-
ma espléndida. Todos los del gremio se mo.
rirán de envidia. .Servirán ustedes los pedi-
dos eu automóvil. Lloverá la parroi^uia...
Val. ¡Dice que Uoverál
Hid. ¿Qué digo lloverá?. . ¡Diluviará!... Porque us-
tedes no saben el gusto que da que le lleven
a uno los garbanzos en un «Dion Bouton»,
y que le sirvan el bacalao con besa la mano
y ios jamones en un estuche.
Tom. Pero, Hidalgo, esas fantasías...
Hid ¡Cómo fantasíasl... Lo primero que tienen
— 26 —
ustedes que hacer es comprarse un hotel en
la Castellana.
Seg. Hombre, nos(3tros...
Val. ¿Podría ser en Lista, que no es tan húme-
do?...
H¡d. Donde ustedes quieran; pero un hotel lujo-
^80, espléndido, confortable. (\ don Valeriano.)
Usted se fumará unos habanos así de lar-
gos...
Val. ¡Caray, qué tamaño!
H'lú. Con una faja que diga: « Elaboración espe-
cial para don Valeriano Cayuela». Doña To-
masa dará fives cloques thea.
Tom . ¿Y a quien le tengo que dar eso?
'Hid. A sus amistades. Además vivirá usted como
una gran señora.
Tom. Desde luego.
íHid. Y pediremos que le den un título. Marquesa
de Coloniales, por ejemplo, que es muy so-
noro. Luego, a estilo de dama aristocrática,
así como otras han fundado «El desayuno
escolar> o «La merieada infantil», usted
puede fundar «El pis;colabis obrero». Esto
siempre da tono.
Val. Siempre.
Hid. A don Segundo le vestiremos de levita.
Seg. Hombre, yo...
Hid. De levita.
Seg. Bueno, de levita; pero sin faldones, porque
es lo que me molesta.
Hid. Eso en las levitas es indiferente. Y éste (po'r
Luis.) fundará una gran clínica, fastuosa, ad.
mirable, con todos los adelantos modernos
y que dirigiremos los dos. «Doctores Hidal-
go y Carmona, especialistas en enfermeda-
des leve8.> ¿Te parece buena especialidad?
Val. Eso; que no se les muera a ustedes nadie,
que es muy desagradable.
Hid. Y a todo esto, ustedes tendrán para su ser-
vicio particular un magnífico automóvil.
Tom. jAy, qué alegría! ¡Yo con automóvil!
-Seg. Bien, pero descendamos de esos sueños lo-
cos y Volvamos a la realidad.
Tom. ¡Yo con automóvill
Seg. Vuelve a la realidad, Tomasa.
Tom . Bueno, pero yo no vuelvo a pie; dejadme
esta ilusión siquiera.
Val. No te apees, Tomasa, (a Hidalgo.) Y ahora,
— 26 —
Hid
Todos
Hid.
Val.
Hid.
Todos
Hid.
Val.
Hid.
Seg
Hid.
Val.
Luis
Hid.
Tom.
Hid.
Car.
Hid.
Seg.
Luis
Val.
Tom
Hid.
Todos
Hid.
amigo Hidalgo, ¿quiere u&ted explicar, por
todos los santos de la Corte Celestial, qué
milagrosa solución es esa que dice usted que
se le ha ocurrido?
Pues nada menos que he encontrado la ma-
nera de que se queden ustedes leg'almente
con los millones del padrino de Carita.
(En el colmo del asombro.) ¿Pero es posible?
¿Que si es posible?... Matemático.
¿Pero cómo ha podido usted?...
¿Ustedes ven que parecía un problema. inso-
luble? Pues verán ustedes qué sencilla, qué-
ingenio.«a y qné fácilmente resuelto-
A ver... a ver... (Gran curiosidad.)
¿Qué es lo primero que hace falta ])ara que
Carita entre en posesión de la fortuna de su
padrino?
Que se case.
Perfectamente. ¿Y lo segundo?
Que enviude.
Ahí está.
¡Ahí ¿Y la solución es que fallezca aquí el
pollo?
Oye, tú...
No, señoi; la solución es que fallezca el ma-
rido de éf-ta.
¿Pero el marido de ésta, no va a ser éste?"
(Por Luis.)
No, señora.
¿Cómo que no?
Mi proyecto es que ésta no se case con éste,,
sino con otro.
¿Y matarle despuéfc?
Oye, Hidalgo, que desvarías.
En casa de Ezquerdo los hay más sensatos.
¿Pero nos \a usted a proponer un crimen?
(Riendo.) ¡Ja, ja, ja! .. Sabía el efecto que iba
a producir mi proposición. Pero no me im-
porta. Todas esas dijdas y recelos, se troca-
rán en elogios y aclamaciones cuando co-
nozca mi maravilloso plan.
Bueno; venga, venga.
Ahí va. Hay en mi Sala del Hospital un en-
fermo que lleva allí dos meses. Un tal Ber-
mejo; uno de esos mártires de la vida, un
poeta muy intenso pero fracasado, vencido,,
como él dice, y a quien tomé veróadero ca-
riño después que me hubo contado su triste^
— 27 —
historia. Es soltero, natural de Peralejo,
provincia de Badajoz, de treinta y cinco
años de edad, según la cédula personal que
exhibió a sa ingreso en el benéfico estable-
cimiento. La afección que nquí^ja a e^ite in-
dividuo se ha necho incurable, según el pro-
nóstico de las dieciocho eminencian médicas
que le han visitado. Padece una bronco-
pneumonía, con graves complicaciones car-
diacas, porque es epiléptico. Nue.siros cui-
dados han sido inútiles. Los dieciocho ilua-
tres doctores han ensayado en él sus expe-
riencias, ¡ütítedes no pueden imaginárselos
ensayo?! Ha sido un drama. Y al fin, el po-
bre Bermejo, después de resistir heroica-
mente tantos específicos, análisis, hueros y
tantas embrocaciones, frotaciones, inyeccio-
nes e inhalaciones, ha entrado esta mañana
en el período preagónico.
Val. ¡Ay, Hidalgo, que ya adivino!...
Luis ¿Pero acaso intentas?...
Hid. Calma, hombre, calma.
Tom Dejadlo seguir.
Hid. ¿Q«é se busca aquíí'... ¿Que Carita sea viuda-
de su primer matrimonio?
Val. Sí, señor.
Hid. Pues se casa hoy mismo con Bermejo.
Car (Aterrada.) ¿Yo?. .
Hid. In artículo mortis.
Tom. ¡Mortis!
Hid. Monis. Mañana a todo tirar, es viuda, estoy
seguro, por desgracia. Pasado mañana se
envía al Juzgado la certificación del matri-
monio canónico con los documentos (jue se
precisen. La semana que viene, ya viuda,,
según dispone la cláusula del testamento,,
reclama la herencia de su padrino, y dentro
de un mes, se ca?a con éste, y cáteles usted,
libres, felices y millonarios... ¿Eh, qué tal?...
I uis (eq el colmo del entusiasmo.) ¡Maravilloso, estu-
pendo, formidable!
Vai. ¡Ah, sí, lo sa'.vaciór., la fortuna! ¡Qué inge-
nio. Hidalgo, qué ingenio!
Tom. ¡Los tres millones nuestros! ¡Ricos, felices!
¡Qué chico! ¡Qué imaginación!... (Le abraza.)
Seg. Pero no ser locos: calma, un poco de calma.
¿Y si ese pobre enfermo, y si ese señor, des-
pués de casarse con ésta, por una desgracia,.
— 28 -
digo, ¡ay, Dios me perdonel por una caBua-
lidad se pusiese bueno?
tJar. Eso digo yo. ¿Y si se pone bueno?
Val. ¡Qué se va a poner bueno, hombrel Dieci-
ocho médicos visitándole y asistido por
éste!... Imposible. ¡Si sabrán ellos!...
Hid. No teman ustedes. Tanto es así, que ti no
nos damos prisa, el pobre Bermejo ya no
nos servirá.
Luis Bueno, ¿pero tú a ese pobre enfermo?...
Hid. Se lo he dicho todo en una forma discreta,
y accedió conmovido diciéndome: «Dichoso
yo, si me voy del mundo haciendo una
buena obra.» Con las mismas ful al cura, le
expliqué el caso, y como él no incurre en
responsabilidad, también está dispuesto. De
modo que sólo falta la decisión de ustedes.
No vacilen, que es la riqueza, la felicidad, el
amor. Yo sé que esto ss un poco audaz, pero
de audaces es la fortuna. Aparte de que los
graves problemas no tienen soluciones fáci-
les. No vaciléis.
t-Uis No; ¡yo qué he de vacilar!
Tom. ¡Ni yo, ni ninguno!
Val. De modo, amigo Hidalgo, ¿que usted res
ponde?
Hid. Don Valeriano. No iba yo a meter a ustedes
en un callejón sin salida, si no tuviese se-
guridad. Además, cuando vayamos al Hos-
pital, ustedes ven al enfermo por sus pro-
pios ojos y resuelven.
Tom. Sí, sí, desde luego... Pero digo yo una cosa.
Para contraer esa clase de matrimonios,
¿qué requisitos hacen falta?
Hid. Yo, de eso, no estoy seguro.
Val. ¿Sabéis quién podría sacarnos de dudas?
Nuestro vecino Cárceles, que es Catedrático
de Derecho. Un sabio, un verdadero sabio.
Tom. Pero no olvides que es muy pesado y muy
sordo.
Luis Sí; pero por muy sordo que seea, en Dere-
cho Civil, es lo más próximo que te; emos.
Tom. Pues no perdamos tiempo. Vamos a cónsul-
tarle. Mientras tú, (a Carita.) te arreglan un
poco, para irnos en seguida.
iLuis ¡Ay, Hidalgo, nos salva tu ingeniol
Tom. ¡Yo con automóvil. ¡El piscolabis obrerol
¡Marquesa de Coloniales!
- 29 ~
Val. Y yo, fumándome cada puro de esta mag-
Ditud, tendré que comprarme una boquilla
con ruedas, lo estoy viendo.
Hid. ¡Riqueza, amor, felicidadl... ¡Vamos, vamos
a ver al señor Cárceles! (vanse foro, Hidalgo,
dou Valeriano y doña Tomasa )
ESCENA VII
CARITA, LüIS y DON SEGUNDO
Luis ¡Pero Carita, pronto, por Dios! ¿Pero no vas
a arreglarte?
Car. (Con gran decisión.) No, Luís, yo uo salgo de
casa.
Luis ¿Qué dices?
Car. Nada, que la verdad, yo no me atrevo a co«
meter esa locura que propone Hidalgo.
Seg. Y miiy bien que haces.
Luís ¿Pero qué está usted diciendo?
Car No, Luis, yo no me caso con ese pobre se-
ñor.
Luis ¡Pero mujer, si es in articulo mortis!
Car. Todo lo mortis que quieras, pero no tengo
valor.
Luis Es decir, que te obstinas en rechazar el úni-
co medio por el q\xe podemos ser ricos y fe-
lices, que te obstina? en que perdamos una
fortuna inmensa, en que nuestro amor...
Car. No, Luis, no; piénsalo bien. Esto podría dar
lugar a inquietudes, a remordimientos, a
complicaciones que me horrorizan. Yo me
conformo con nuestra modestia, con casar-
me contigo feliz y tranquila. No ambiciono
más.
Seg. Y mucha lazón que tiene la nena.
Luis (con energía.) Pues UO la tiene.
Seg . (ídem.) Pues SÍ la tiene.
Luís Pues no, señor, ¡eal, porque ha llegado el
momento de que lo diga todo francamente»
Yo, con esa clausulita de tener qp.e morirme
para que seas millonaria, no me caso...
Car. |Pero Luis!... ¡Pero oye usted!
Seg. ¡Pero hombre!...
Luis No me caso, no, señor... porque yo conozco
la vida y sé lo que sucede; y mañana nos
casamos y pas&das las primeras ilusiones
." 30 —
del amor, queda la realidad. Mi profesión es
penosa, eobre todo en bus principios. Somos
pobres Tras el matrimonio vienen sus con-
secuencias; primero un hijo, luego otrc, otro
después. Crecen las necesidades. Figúrate
que no soy afortunado en mi carrera y que
hemos de vivir casi sin recursos, miserable
y estrechamente. ¿Y quién te dice a ti que
ame esa penuria en que puedes ver a uih
hijos, ante tu agobiadora pobreza, algún día
no brillará en el fondo de tu alma el recuer-
do siniestro de esos tres millones?
'^ST. Nunca, nunca... [Pensar eso de mil...
Luis Mira, Carita, los seres humanos nos amare-
mos con locura; pero la humanidad tiene
siempre entornada la puerta de los malos
pensamientos. ¿No habrá hijo que no haya
pensado algún día que su madre no le
quiere?... ¡Y ya ves tú!
Car. Sí; pero es que yo...
Xuis Y luego, suponte que me pongo gravemente
enfermo, cosa más que posible, y empiezan
a decirte tus amigas: «Y menos mal, que si
se queda usted viuda, coge tres millones.»
Y francamente, me molestaría muchísimo
ese consuelo anticipado. Y luegc^ si en
realidad te quedaras viuda, joven, hermosa,
millonaria, y entonces te casarás con otro...
(Muy afectado.) Mi recuerdo...
'Car. (Llorando.) ¡Dice que con otro! |Yo con otio!
-Seg. ¡Bueno, bueno, no llorarl... ¡Qué malos de-
monios!... ¿Y por qué no hacéis una cosa?
Luis ¿Qué cosa?
Seg. Renunciar a la herencia antes de casaros.
Car. Sí, Luis, sí... ¡Eso es unasoluciónl
.Luis Tampoco es posible. Eso sería por mi parte
Un egoísmo bárbaro; porque figúrese usted,
que natuialmente y sin deseo de nadie, me
muero yo antes que ésta. ¿Con qué derecho
la privo yo a ella y a nuestros hijos de tan
cuantiosa fortuna? ¿Tengo yo derecho a
esto?
Xar. ¡Dios mío, ese maldito padrino nos ha en-
venenado la vidal
•Seg . Bueno, mirad, mirad, cuitados. Yo no sabré
deciros esto u lo otro como sea preciso, que
poco anduve en la (:scuela;que al trabajo me
di desde bien rapaz en un rincón de Astu-
-si-
rias. Pero la vida es la vida y a todas partes
llega y a todos enseña, que no hay sino vi-
virla con buen juicio para saber de ella
como el más sabio. Por eso yo quiero deci
ros ahora que con la felicidad no se juegue y
menos con lo que ha de ser para siempre y
no habría de tener remedio.
■Car. Tiene razón el tío Segundo.^
Seg. Tres millones a nadie penan, ¡qué demonio!
ya lo sé: que en tales tiempos como los que
vivimos, son una tranquilidad. Pero ha de
mirarse cómo se logran, que si es a costa de
un mal vivir para nada valen; que siendo
dichosos, una peseta nos es una alegría...
Pero en una vida sin remedio amarga, ¿de
qué sirven cien fortunas? Eso tiene que mi-
raree en este mundo y nada más.
Car. iMuy bien dicho!
Luís Muy mal dicho, y si son esas tus ideas y
propósitos, hemos terminado, porque yo no
me caso.
Car. Pero Luis...
Luis Que no me caso y no me caso, ¡vaya! Tu
miserable padrino se ha salido con la suya.
Seg. ¡Ah, qué maldito hombre!... Cuando contó
con la codicia humana, no erró en Ja cuenta.
Car. Pero, Luis, reflexiona...
Luis ¡Y hemos terminado, ea!... No me caso, no;
no me caso.
Car. No, por Dios, no te incomodes, Luis. Antes
que eso, ¡todo!... Yo haré lo que queráis
pero conste, que si lo hago...
ESCENA VIII
\DICHOS, DOÑA TOMASA, DON VALERIANO e HIDALGO por
foro
Tom. ¿Pero de qué discutía?
Val. ¿Qué voces son estas?
Hid. ¿Que pasa?
Luis Nada; Carita que se niega a aceptar el plan
de Hidalgo. ¡Figúrense ustedes!...
Val. ¿Cómo que se niega?
Tom . ¿ Pero tú estás loca?
Hid. Es decir, que prefiere usted la ruina, termi-
nar sus relaciones con Luis...
- 32 —
Car ¿Yo, cómo voy a preferir eso?... pero ee
que...
Tom. Anda, anda a vestirte y no perdamos tiem-
po. iSalir ahora con esas... ¿Te iba yo a de-
jar hacer un disparate?
Val. ¿íbamos a consentir tu desgracia para siem-
pre?
Car. Pero si es que ..
Seg, No les haga? caso, Carita, que están ciegos-
Val. Mira, Segundo, tú te metes en tu cuarto,
que es donde tienes jurisdicción, cuando
estás solo.
Seg. ¿A mi cuarto?... Bueno, allá me voy, haced
lo que os dé la gana. ¡Que no tengáis qné
venir a él a buscarme es lo que deseo! (vase
con Carita primera izquierda.)
ESCENA IX
DICHOS, menos DON SEGUNDO y CARITA. Luego GENOVEVA.
Luis (a don Valeriano.) Bueno, y a todo esto, ¿qué
ha dicho el señor Cárceles?
Val. Pues nos ha dicho, que en eí^ta clase de
matrimonios, que son muy sencillos, basta
la voluntad expresa de los contrayentes,
manifestada ante un sacerdote y dos testi-
gos y que se envíe al Registro Civil antes-
del décimo día el acta matrimonial.
Híd. Lo que yo me figuré.
Tom. Nada, una cosa sencillísima.
Val. Pero ha añadido, y esto es lo grave, que
ahora mismo pasará él a corroborarnos su
opinión con copiosos textos. Kxcuso deciros,
Cárceles aquí con copiosos textos, su sorde-
ra y su pesadez.
Luis Es preciso que nos vayamos antes que ven-
ga a corroborarnos nada.
Gen. (Por el foro.) Los señores de Palomo están
aquí.
Val. ¡Atiza! ¡Otra vez!
Tom. ¡Virgen santa i... ¿Qué hacemos?
Gen. ¿Les digo que se vayan?
Val. No, diles que pasen. Es mejor entretener-
los aquí, porque como hemos de salir a es-
cape, si nos cogen en la escalera nos divi-
den. Les dices que pasen, cierras esa puerta
— 83 —
y los entretienes, mientras nosotros nos va-
lüos rápidamente y de puntillas.
Todos Muy bien, muy bien.
Tom. Por aquí, en silencio.
(Vause primera derecha, menos don Valeriano.)
Gen. yA don Valeriano, que le ha detenido cuando se iba.)
Bueno, ¿pero qué les digo?
Val. Pues les dices que las señoras eiguen mal»
que yo be salido por un médico, que me
esperen... Y cuando se cansen que se vayan.
(Vase primera derecha.)
ESCENA X
GENOVEVA, DON SIMÓN, DOÑA POLONIA y 80C0RR1T0, por el
foro
Gen. ¿Bueno, y cómo entretengo yo a estos seño-
res? (Va al foro.) PaSCD, paSen ustedes. (En-
tran. Genoveva cierra la puerta del foro.)
Pal. ¿De modo que dices que las señoras?
Gen. lAy, si vieran ustedes!... Siguen tan delica-
das las pobrecitas...
Pal. ¡Caramba, caramba, carambal... una cosa
que parecía leve...
Pol. nosotros sentiríamos molestar, pero los sa-
crosantos deberes de vecindad...
Gen. Wo, por Dios, señora; nada de molestar. Los
señores están en su casa. Siéntense.
Pal. ¿\ don Valeriano?
Gen. Está en su casa... que vive un médico en el
piso de arriba y ba ido por él. Siéntense us-
tedes.
Pal. Pero el médico de antes, ¿qué ba dicho?
Gen. Pues verá usté; el médico de antes ha dicho
lo que dicen todos los médicos, cque si tal,
que si cual, que si fué, que si vino, que ya
veremos y que por lo pronto, a dieta.»
Pol. ¿A dieta?
Fal. ¿Pero láctea?
Gen. No, señor, caldosa.
Pal. Bueno; pero todo este trastorno, ¿a qué ha
obedecido, Genoveva? .. porque antes nos
fuimos sin poder averiguar nada.
Gen. Pues verán ustedes... Yo se lo contaré...
Pol. Caramba, a ver si ahora... Di, di...
Gen Pues todo ello ha sido, ¿saben ustedes?, que
— 34 ~
esta mañana, cuando nos hemos levantao,
¿entienden ustedes?... serían poco más de las
ocho, ¿comprenden ustedes?... Cuando lla-
man a la puerta y va la señora y dice... (sue-
na el timbre de la puerta.) Con permiso. Perdo-
nen ustedes un momento, que voy a ver
quién es. (Sale foro.)
Pal. ¡Demontre!... ¡Otra vezl...
Soc. ¡Jesús! Está de Dios que no lo averigüemos.
Pol. No, ahora sí, ahora sí... Esta chica es muy
expansiva. Esperemos que vuelva, (se sientan.)
ESCENA XI
DICHOS y el SESOR CÁRCELES, foro
Viene en traje de casa. Es un señor un poco extravagante, muy sor-
do. Representa sesenta años de edad. Trae cinco o seis libros de
gran tamaño
CárC. (Entrando y saludando, como quien se dirige a gente
que no conoce.) Tanto gUStO. (Deja los tomos enci-
ma de un velador.)
Pol. ¡Pero si ee nuestro vecino!
Pal. ¡Caramba! ¡El señor Cárceles!... (se levanta y
le da unas palmaditas en la espalda.) Señor Cár-
celes...
Cárc. (se pone las gafas) ¡Hola!... ¿Pero eran uste-
des? .. No había reparado. ¿Qué tal, doña
Polonia?
Pol. Muy bien, ¿y usted?
Cárc. Usted siempre tan amable, tan simpática,
tan bella...
Pol. Muchas gracias. (Aparte.) Qué sordo más
atento.
Cárc. Y usted, don Simón, siempre tan amable,
tan simpático, tan discreto.
Pal, ¡Por Dios!...
Cárc. (a socorrito.) ¡Y esta niña cada día más moní-
sima! Caramba, ¿pero por qué la han puesto
ustedes de largo?
Pal. ' Porque ya tiene diez y ocho años.
Cárc. ¡Qué importa!... Estas niñas, precisamente
cuando empiezan a tener algún interés esté-
tico, alargarlas. ¡Qué lástima!
Pal. ¿Y usted, cómo con tanto libro?
Cárc. ¿Eh?
• 35 —
'^Pal. (señalando loe tomoB.) ¿Que CÓmO COn eSO?
Cárc. ¿Que con qué como?
Pal, (Muy fuerte.) ¿Que cÓDQo 86 vicne usted aquí
con la Biblioteca Nacional?
Cárc. ¡Ah, si!... (souriendo.) Pues ya sabrán ustedes
lo que pasa.
Pol. iQué vamos a saber!... Llevamos dos horas
qneii^ndolo averiguar }' ni esto.
Pal. Nosotros no sabemos más, sino que áe han
puesto muy enfermos.
Cárc. (Con interés.) Ya lo supongo, y debe ser la cosa
muy grave.
Pol. ¿Cómo grave?
Cárc Gravísima, gravísima.
Los tres ¿Pero qué dice usted?
Cárc. Yo lo deduzco por lo que me han dicho
a mí.
Pal. ¡Demonio! (Muy alto.) ¿Pero qué le han dicho
a usted?
Cárc. Yo he sido consultado y vengo requerido
como jurisconsulto, porque se va a celebrar
aquí un matrimonio in artículo mortis.
Pal. (Aterrado ) ¿Pero qué está usted diciendo?
Cárc. j Mortis!
>Po\. ¿Pero dice usted mortis?
- Cárc. Mortis, mortis.
■ Pal. ¿Entonces el enfermo?
'Cárc. Debe estar in extremis.
Pal. jMecachisl... pues esto es más grave de lo
que suponíamos.
-'Cárc Ya se lo he dicho a ustedes.
-fol. Pero diga usted, señor Cárceles, ¿quién está
in extremis?... ¿Doña Tomasis, digo, doña
Tomasa, Carita, o quién?
Cárc. Creo que el contrayente.
^al. ¿Pero quién es el contrayente?
'Cárc. El que contrae.
Pal. Ya lo sabemos. Pero digo que ¿qué persona
y además qué motivo, qué objeto tiene ese
matrimonio?
¡Pol. Eso es lo que queremos saber. Si usted pu-
diera declrno-ilo...
'Cárc. Con mucho gusto. Yo se lo explicaré todo.
Vengan, vengan. .
Los tres ¡¡¡Por fin'ü
Cárc. (Va a la mesita y abre uno de los libros. Todos le ro-
dean.) El gran Modestino, eminente legisla-
dor romano, comprendió los caracteres esen-
ciales del matrimonio in artículo mortis, de-
finiéndolo de esa manera. Conjuncio maris et
Jemine^ consorcium omnis vite divine et humani,
juris comunicatio...
PoL ¡Peso hable usted el castellano, hombre, que
no entendemosl
Cárc. ¡Pero señora, por Dios! ¿pero cómo va a ha-
blar en castellano el gran Modestino?
PaL Déjalo. Está visto que resueltamente no
averiguamos nada,
PoL ¡Cómo que no averiguamos nada!... Esto e&
ya cuestión de amor propio. Bájate a la
tienda y sube unos fiambres... porque yo no-
me muevo de aquí hasta que lo averigüe.
Soc. Ni yo.
(se sientan,)
CárC. (Que ha estado volviendo hojas.) ¡Ah, y SÍ lo quie-
ren ustedes más claro, oigan lo que dice-
San Pablo en su Epístola a los Corintios...
Quod si infidelis, discedit, discedaty non enim
servituti.
PoL' (Levantándose.) No sc moleste usted. Quc diga
San Pablo lo que quiera. Pero a mí, coma
no me lo diga uno de la casa, no me voy. (se
vuelve a sentar.)
Cárc. (Sigue con el latín.) Suhjectus €st/raterant sóror
in hujus modi.,,
(Telón lento.)
FIN DEL ACTO PRIMERO^
J^,
■^<CBB9.>^BJg¿«^i3fefc.
ACTO SEGUNDO
ün despacho amueblado con modestia. Al foro un balcón. A la de-
i«cha dos puertas en primero y segundo término. Otras dos a la
izquierda. Entre estas dos últimas puerta», la mesa de despacho.
Sobre ella, en el testero, un reloj. En el centro de la habitación
una mesita volante. Una gran librería. Cortinajes. Aparato de luz
en el centro y portátil encima de la mesa. Es de día.
ESCENA PRIMERA
DOÑA TOMASA, I)ON VALERIANO y DON SEGUNDO. Don Vale-
riano tiene sujetas las puertas del balcón y por el espacio que deja
entreabierto miran los tres con gran curiosidad y emoción
rPero es él?
Tom.
Seg.
Val. Sí, es él; no lo dudéis, es él... Miradle allí
parado.
Tom. ] Por Dios, no abras tanto el balcón!
Val. (a segundo.) ¿Lo ves tú?
Sag . ¿Es aquel de negro, verdad?
Val. yí. aquel de negro, de cara lívida, de figura
esquelética, de ademanes trémulos... ¡Aquel
es!...
Tom . Ahora vuelve a pasar...
Val. Dirige su mirada a estos balcones... Se para
en la carnicería, contempla el cerdo colgado
a la puerta, nos mira a nosotros, sonríe con
extraña sonrisa, como el que ha encontrado
un parecido. Reanuda su paseo.
Seg. (Aterrado.) ¿Pretenderá subir?
Tom. (con espanto.) ¡Calla, por Diosl... Si Carita lo
viese delante, moría sin remedio.
Val. Pues para algo pasea por enfrente de estos
balcones. Yo temo cualquier audacia de ese
hombre fatídico.
Seg. Hay que prevenir a Genoveva que no abra.
la puerta a nadie.
Val. ¡Callad!... Parece que nos hace señas.
Seg. Cierra el balcón.
(Oon Valeriano cierra las puertas vidrieras.)
Val. (Con creciente desesperación.) ¡EstO que n08 SUCe-
de es lo más espantoí;0, lo más trágico que
pudo soñar la imaginación humanal
Tom. ¡A}^ qué veinte días de amargura, de an-
gustia, de sufrimientos, llevo pasados!...
¡Han sido mi martirio, mi expiaciónl ¡Yo
no puedo, no puedo más! (cae llorando en un
Billón.) ¡Es horrible mi pena! ¡Horribiel ¡Ho-
rriblel
Seg. ¡Por Dios, más bajo, que puede oirnos Ca-
rita!
Tom, (Bajando la voz.) ¡Yo, haber sido yo misma la
que he acarreado a mi hija una desgracia
irreparable!... ¡Yo, que tanto la quiero!
Val. (Desesperado, llorando con un hipo violento.) ¡No,.
Tomasa, no!... ¡Yo fui, yo he sido el aluci-
nado, el insensato que os indujo, que os
precipitó en esta desdicha tan espantosa!...
¡Yo, yol... (Exaltándose, se golpea nerviosamente.)
¡Miserable de mí!... ¡¡Yo!!... ¡¡Yo!!
Seg. ¡Por Dios, Valeriano, que te saltas un ojo!
Val. ¡Que me salte lo que me salte!... ¿Qué falta.
me hace a mí un ojo para ver lo que estoy
viendo!
Seg. ¡Más bajo, por Dios!
Val. (Eq voz baja y siniestra.) ¡Ah, perO yo te jUrO
que he de hacerme justicia, y como esto no
88 arregle yo me arrojo por el balcón y me
rompo el cráneo contra los adoquines!
Tom. No, Valeriano, que no se rompería...
Val. ¿Crees tú!..^
Tom. Que no se rompería solo; porque si tú mu-
rieses, ¡qué iba a hacer yo en el mundo
con esta pena y este remordimiento!
Val. ¡No, no, Tomasa; no, no!... (se abrazan llo-
rando.)
Bebe agua, hombre, bebe agua. A ver si te
pasa el hipo. ¡Y no llorar, qué demonioL
— 39 —
Esto tenía remedio cnando 03 lo tuve ad-
vertido; pero ahora con lágrinoas nada se
compone, porque ante una tal cosa, tan
tremenda como ésta, lo que hace falta es
energía, serenidad, resolución.
ESCENA II
DICHOS y GENOVEVA por primera izquierda
GSn • (Zntra d« puntillas, acongojada, con uu dedo sobre
los labios.) ¡Chits, por Dios, por Dios, señori-
tos, griten ustedes en voz baja, que si no la
señorita se va a enterar de todo!
Seg. Ya se lo estoy diciendo.
Tom. Y dime, Genoveva, ¿qué hace?... ¿Qué hace
mi pobre hija?
Gen. Vistiéndose para iree a casa de los señores
de Botella, como usted la mandó.
Tom. Sí, es preciso que esta tarde se la lleven en-
gañada a su finca del Escorial ¡Por Dios^
que se vista pronto, que se vaya a escape,
En ti confío.
Gen. Eso estoy procurando.
Val. Y sobre todo, Genoveva, mucho cuidado
con la puerta. No abras a nadie sin avisar-
nos.
Seg. Ya sabes que anda por la calle él. .
Gen. Lo he visto desde el balcón. ¡Qué horrorl
Val. ¡Y ella que le cree!... (Gesto dando a entender
que muerto.) ¡Considera si lo viese aparecer de
pronto!...
Gen. ¡Qué espanto! No me lo diga usted. ¡Jesúst
¡Jesús! (Vase primera izquierda haciendo cruces.}
Tom. ¡Ay, Dios mío, quién iba a pensarse estol
¡Quién iba a figurárselo!
Val. Ha sido una horrible, una espantosa fatali-
• dad, que parece un sueño de fiebre.
Seg. ¿Pero es que vosotros, cuando fuisteis al
Hospital, no adivinasteis que aquel hombre
pudiera...?
Val. (Trocando su pena por la indigoación más viva.) ¡Qué
íbamos a adivinar!... ¡Ha sido un timo, Se-
gundo, ha sido un timo!... ¡Tú no sabes!...
Que te diga ésta. Cuando llegamos al borde
de su cama, yo creí que había fallecido.
Color terroso, pupilas vidriosas, cara hipo>
- 40 -
orática... Pero no. Hidalgo le tocó en el
hombro: él abrió los ojos trabajosamente,
nos miró e hizo un signo afirmativo, como
queriendo decir: Venga lo que sea, pero
prontito, que esto se acaba. A indicaciones
del sacerdote le dio la mano a Carita, la
miró con la mirada turbia del moribundo,
les echaron la bendición, y aquel desgra-
ciado, como rendido a un último esfuerzo,
hundió la cabeza en la almohada, cayendo
en una especie de colapso intensísimo. Hi-
dalgo dijo: «Esto ha terminado», y le tapó
la cara con la sábana. Y nos íbamos ya, si-
lenciosos y entristecidos, cuando de pronto
aquel hombre se destapa y nos dice con voz
quejumbrosa: (La imitR.) «Señores, ya que he
hecho a ustedes este favor, pídanle a Dios
que me dé salud.»
Tom. Aquello nos dejó helados.
Val. Le dijimos que bueno, que sí; pero ya com-
prenderás que nos fuimos resueltos a no
pedir semejante cosa. Dios nos perdone.
Tom. Y cuál no sería nuestra consternación cuan-
do a la mañana siguiente nos contó Hidal-
go que al irnos nosotros aquel hombre le
cogió la mano y le dijo: «¡Ay, qué guapa es
mi señora!» Y que desde aquel momento
empezó a animarse, a revivir, a mejorar,
como si hubieran echado aceite en un can-
dil.
Val. ¡Aceite!... Segundo, aceite... Y cuando aún
no han transcurrido ni cuatro semanas, le
tienes paseando Dor esas calles con una sa-
lud y una gallardía que la estatua de Colon
es un sarmiento comparada con él.
Seg. iQué horror. Madre de Dio?!
Tom. Y ahí tienes a mi pobre hija, casada sin
pensarlo, soltera sin serlo y viuda sin poder-
lo ser.
Val. Que es un estado civil que no se le ha ocu-
rrido ni a Nove j arque.
Seg. ¡Válgame Dios, qué desdicha!... ¡Pero ese
hombre!...
Val. (con tremenda ira.) ¡Haberse puesto bueno!..
¡Era para matarlo!...
(Sueoa el timbre de la puerta.)
Los tres (Muy asustados.) ¡ JeSÚs!
Seg. ¡ Llamaron 1
— 41 —
Val . ¿Será él?
Tom. (Aterrada.) ¡Calla, por Dios!
don. (Sale primera izquierda, temblorosa, mu7 asastada,
tartamudeando.) Han Ha... lia... han llamado...
Tom . Ya lo hemos oído.
Gen. ¿Será el mama... el mamarido de la sese. ..
seseseñorita?...
Seg. jChist! ¡Por Dios, más bajo.
Val. Por si acaso, ten precaución, y si es un se-
ñor pálido, delgado, cadavérico, má,s alto
que yo...
Seg. Más bajo.
Val. Más alto...
Seg. Bueno, más alto, pero que no se oiga.
Val. (Bajándola voz.) ¡Ah, SÍ, es verdadl... Pues
bien, si tú, al mirar por la rejilla, ves que
es un señor de esas señas, no le abras y
avísame.
Gen. Descuide usted. (Vase primera derecha.)
Tom. ¿Dios mío, será él?... ¡Estoy muerta!
Val. ¡Y yo!
-Seg. ¡Calma, por Dios; no tembléiíi de ese modo!
Val. ¡Es que si fuera!...
Gen. (Entra vacilante) ¡Ayl... ¡¡Ayl!...
Los tres (con ansiedad.) ¿Quién es?
Gen. (Que tartamudea.) El papa...
Val. ¿Eh?
Gen. El papa... el papanadero. Que es que yo
también he pasao un susto, que tengo un
temblor que no puedo .. Es el papanadero.
Tom. Bueno, pues dile al papanadero que deje
seis bonetes y una bizcochada y que vaya
con Dios, porque el susto ha sido para...
^en. Es que adeoaás de venir a dejar el p-^n me
ha entregado para ustedes una carta que
dice que le ha dado en la calle un señor de
luto, ñaco, amarillo...
Tom. ¡El!
Val. ¡Una carta suya!
Gen. Eso me pensé yo. Le ha preg'intao si venía
a casa ae los señores de Cayuela, y le ha
suplicao que la subiese.
Seg. A ver, tráela, tráela.
Tom . ¿Qué nos dirá ese hombre?
Seg. El sobre dice: «Señor don Valeriano Ca-
yuela.»
Val. ¡Para mí! Trae, trae, a ver. (Rasga ei sobre y
lee. Genoveva se va primera derecha.) «Ssñor doQ
— 42 —
Valeriano Cayuela. Mi involuntario y que-
rido tío.» ¡Llamarme tío a mí!...
Seg. Y menos mal que te llama involuntario.
Val. (Leyendo.) «Penetrado del espante 80, del tre.
mendo, del inaudito, del estupefaciente...»
¡Caray! ¿Dónde acabarán los adjetivoe?...
(vuelve la carilla y mira hasta el final.) ¡Ah, SÍ,,
aquí!... «Del ineólito conñicto en que mi la-
mentable resurrección les ha hundido a us-
tedes, deseo que mo reciban ahora mismo.
Tengo un medio para resolverlo todo satis-
factoria y urgentemente; pero necesito su
aprobación.»
Seg. ¿Que tiene un medio?...
Tcm. (a don Valeriano.; Sigue, sigUe.
Val. (Leyendo.) «Comprendo que estarán ustedes
inconsolables con mi reetablecimiento, pero
no pasen cuidado alguno. Esta mejoría no
tiene importancia. Cosa de una semana. No
se aflijan. Espero una i)idicación para subir.
Le saluda efusivamente su desfallecido e
imprevi?to sobrino, Lázaro Bermejo.» ¡Im-
previsto sobrino!...
Seg. ¡Y tan imprevisto!
Tom. ¡Quiere subir!
Val . ¿Y qué hacemos?
Tom. Yo no lo recibiría.
Seg. ¿Y cómo negarse? ¿No ves que tiene todos
los derechos, que puede exigirlo?
Tom. Sí, es vernad, es verdad...
Val. Además, yo considero que es mejor que le
veamos cara a cara; que sepamos lo que in-
tenta, lo que pretende, lo que exige...
Seg. Sin duda ninguna. Ahora, que es preciso
aguardar a que Carita se vaya. Tú haz a ese
hombre una seña para que espere.
Tom. Y nosotros v^mos a meter prisa a la niña
para que se marche a escape, (vase primera
izquierda doña Tomasa y dou Segundo.)
ESCENA III
DON VALERIANO, GENOVEVA que sale. Luego LUIS primer»
derecha
Val. (Leyendo palabras de la carta.) «... Esta mejoría
no tiene importancia...» No, una friolera...
«Mi lamentable resurrección...» ¡ Y tan la-
. 43 —
mentable!... «Lázaro Bermejo.» ¡Y llamarse
hasta Lázarol... Si debimos sospecharlo. [Yen-
do hacia el balcón.) ¿PoF dónde andará ese im-
previsto?... (Mira.) ¡Ah, allí le veo! (Le hace sa-
ñas.) Agaarde... Aguarde... Creo que me ha-
brá antendido.
Gon. (Entra primera derecha cou el pan.) Don Valeacla-
no, el señorito Luis acaba de llegar.
Val. ¡Luis! ¿Le has dicho que pase?
Gen. Ya se lo he dicho. Está quitándose el abrigo.
Viene que da lástima. (Vase segunda izquierda.)
VaL ¡Pobre chico, se está quedando en los hue-
sos! Vendrá con su locura de todas horas,
con eu obsesión de matar a Hidalgo, a quien
cree el único causante de nuestra desdi-
cha.
Luis (Entrando pálido, descompuesto, con trágica desespe-
ración.) ¡Ah, no; no lo he encontrado, pero
no imperta! Yo lo mato.
Val. ¡Luis, por Dios!
Luis Lo mato donde lo encuentre, don Valeriano;
en la calle, en el café, en el teatro, donde
sea. ¡Lo mato ein remedio!
Val. ¡Pero hombre, déjate de esa manía!
Luis No, no es manía;"* es un propósito firme, de-
cidido, inquebrantable, don Valeriano. Yo
mato a Hidalgo donde lo encuentre. Por
estas cruces. ¿No nos metió él en este trance
horrible, amargo, irreparable?... Pues que
nos saque.
Val. ¡Qae vas a volverte loco!
Luis Y si no nos saca, lo mato donde lo encuen-
tre. Llevo siete balas en la browning. Las
siete se las meto en el cuerpo... ¡las siete!
(Da el reloj las once.) ¡LaS sietel
Val. No, hombre, las once.
Luis Bueno, las once; pero las siete.
Val. ' ¡Pero cálmate, Luis!
Luis (cada vez más excitado ) ¡PerO 6Í nO puedo, DO-
puedo calmarme!... ¿Pero cree usted que hay
desgracia como la mía?... Estar enamora-
dísimo de mi novia y haberla casado con
otro ¡yo mismo!... Y encontrarme ahora con.
que tengo relaciones cou una mujer casada,
que se cree viuda, pero que es soltera sin
dejar de ser viuda y siendo casada al misma
tiempo!...
Val. ¡Por Dios, Luis, que te haces un ovillol
— 44 --
1-Uis Y todo por culpa de ese canalla de Hidalgo...
¡^h, vengo de su casa! Le dejé uq recado
definitivo. O viene dentro de una hora y lo
arregla todo satisfactoriamente, o a la noche
va su familia de luto riguroso.
Val . ¡Pero no sueñes, Luis! ¿Cómo lo va a arreglar
el pobre muchacho?
Luis Como pueda; que robe el acta matrimonial
del Registro Civil, que pida en España el
establecimiento del divorcio, que obligue a
Bermejo a morirse... lo que quiera; pero que
me devuelva a Carita soltera, o por lo menos
viuda.
VaL Vamos, sé razonable, Luis, sé razonable...
Comprendo que la situación es espantosa,
desgarradora... ¿pero qué se consigue con
agravarla?...
Luis ¡Ay, don Valeriano; es que ahora, cuando
yo venía por la calle, venía pensando en
que esta situación puede tener unas compli-
caciones que estremecen!
Val. ¿Cuales?
Luís Que creo que han hecho ustedes un dispa-
rate con decirle a Carita que ese señor ha
muerto.
Val. ¿Pero qué querías que hiciésemos?... En
cuanto ella vio que pasaban cuarenta y ocho
horas y no le decíamos que había enviuda-
do, le entró un sobresalto que se puso a la
muerte No hacía más que llorar; no habla-
ba, DO comía. Y por la noche, cuando su
sueño parecía más sosegado, de pronto se
despertaba gritando acongojada: «¡Que vie-
ne mi marido!... ¡Que viene mi marido!» Si
no le decimos que Bermejo ha muerto, se
muera ella sin remedio.
Luis Pero y si ese hombre viene algún día a esta
casa y ella le ve. . ¿Qué va a pasar? *
Val. ¡Calla, por Dios!
Luis Va a creer que es un aparecido, una visión
sobrenatural...
Val. ' ¡Hombre, sobrenatural no te diré; pero una
visión! .. Kn fin, Luis, esa idea tuya ha sido
un presentimiento.
Luis ¿Pues?
Val. Lee la carta que acabamos de recibir de ese
hombre. (Se la da.)
Luis (Que la ojea rápidamente.) ¡JesÚsI... ¿PerO qué
— 46 —
dice?... ¡Quiere aubirl ¡Ese hombre en esta
casal... ¡No, no, nunca; no puede ser! Yo me
opongo.
Val. Luis, no olvides que es el marido de tu no-
via. Que lo que suplica, puede exigirlo.
Luis ¡Dios santol
Val. Que podría llevarse hasta a Carita si qui-
siera.
Luis (Firmemente.) ¡No, 680 SÍ que no! ¡Antes se
me tendría que llevar a mil
Val. Además, es mejor que hablemos con él, que
busquemos un arreglo de común acuerdo.
Porque acá, para iiiternos, yo creo que es
necesario que ese hombre desaparezca.
Luis (Asustado.) ¡Don Valerianol...
Val. Que desaparezca en el buen sentido. Que se
vaya de España, que se marche a América...
Luis ¿Quiere usted mandarlo al otro mundo?
Val - (Con extraña expresión.) Hombre, yo... (Timbre ),
Llaman.
(Sale Genoveva segunda izquierda.)
Gen. ¿Abro?
Val . iái es él, me avisas. (Vase Genoveva primera dere-
cha.) Espera a ver. Temo que se impaciente,^
y si sube antes que se vaya Carita...
Luis ¡Calle usted, por Dios!
Gen. (Aparece primera derecha.) El Señor Hidalgo.
(Vase segunda izquierda.)
ESCENA IV
DICHOS e HIDALGO
Luís (Frenético.) ¡Eli... ¡Por fin! (Saca la pistola )
Val. (Sujetándole.) ¡Por Dios, Luis, quc agravas el
conflictol
Luís (Forcejeando.) ¡Déjeme usted!... ¡Lo mato, lo
mato! ■
Val. ¡Que te pierdes para siemprel
Hld. (Asomando la cabeza aterrado.) ¡Sujételo UStcd,^
don Valeriano!... (se oculta.)
Luis ¡Entra, entra; miserable, canalla!
Hid. (Asomándose de nuevo.) Atelo usted, don Vale-
riano... (Se oculta.)
Val . ¡Por Dios, Luis, trae ese arma! (se la quita.)
Hld. (Asomándose.) Se puede...
Val. Adelante.
•^ 46 —
Hld. Se puede soltar, átelo usted. (Entra con mie-Jo.)
Luis (Todavía sujeto por don Valeriano.) ¡TÚ, infame,
bandido; tú nos has hecho caer en estre
trágico cepo en que nos venaosl
H¡d. (Afligidísimo.) ¡Pues no dice que yo....
Luis ¡Tú; tú solo eres el culpable! ¡Tú, tú!
Val . (sentando a Luis violentamente en una butaca.) ¡Dé-
jalo ya, Luis, déjalo!... No le hagas nada. ÍLe
amenaza él con un puñetazo.) Aunque la verdad
es que por culpa de usted nos... (Le amaga de
nuevo. Pausa.) Un fin... (Vuelve a amagarle.) ¿CómO
están en casa?
Hid. Pues figúrense ustedes cómo estarán, don
Valeriano; consternados... Consternados con
el recado que me dejó ese bárbaro en la por-
tería, de que si no venía a arreglar esto hoy
mismo, que msñana estaría en la SacramenJ
tal de San Lorenzo de alumno interno, (casf
llorando.) ¡Pero interno en un eacórfago!
^uis ¡Y te lo repilo, canalla.... ¿Pero tú sabes lo
que has hecho?
VaL ¡Por Dios, Luis, déjalo ya!... (Le amaga de
nuevo.)
H¡d. ¡Y qué culpa tengo yo!... Vuestra desgracia
Ja lamento como algo muy mío, sí, señor.
(Llorando) ¡Pero qué me llevó a mí a aconse-
jaros sino el deseo de veros ricos y felice?-!,,.
% VaL Sí; nosotros comprendemos la intención,
pero el resultado lia sido para... (Le amenaza
con tirarle una cosa a la cabeza.)
Hid. (Que a cada amenaza intenta huir.) ¿Y qué CUlpa
tengo yo que haya sujetos que se caigan de
un quinto piso y en vez de irse al Depósito
insulten a los transeúntes? .
VaL ¿Pero la ciencia no pudo prever?...
Hid. ¡Qué ciencia, don Valeriano!... Mire usted si
será mala la enfermedad que tenía Berme-
jo, que de nueve casos he visto morir a
diez.
'VaL ¿De nueve, diez?
Wid. De nueve, diez, sí, eeñor; porque el último
caso fué un albañií, cuya mujer murió tam-
bién de sentimiento. Ustedes no saben lo
que yo he sufrido desde que ese farsante
anda por el mundo. Yo no como, yo no
duermo. Por cierto que en cuanto le vea el
doctor Ponce, dice que lejde da un estacazo,
porque a él no le pone nadie en ridículo,, y
- 47 —
le había firmado ya la papeleta. Dice que
esto ha sido una estafa científica.
Val. Es para darle el estacazo.
"Hid. Eo fin, tanto me preocupa la situación de
ustedes, que hace quince días que estoy
pensando en buscar un medio ingenioso para
solucionar el conflicto
"Val. (Vivamente.) (No, no, por Diosl No, gracias;
que si da usted con otra cosa ingeniosa, es-
tallamos.
>l¡d. Sí, claro; me explico el recelo, la desconfian-
za que inspiro; pero no me importa. Yo tra-
bajaré en la sombra. Yo encontraré una so-
lución.
Luis (Frenético. Cogiéndole de la mano.) Sí, SÍ; eS pre.
cisó que la encuentres, pero hoy, hoy mis-
mo; Bermejo va a venir.
Hid. ¿Va a venir aquí?
Luis Aquí. Tú lo oyes y resuelves lo que quie~
ras. Porque como ese hombre pretenda ha-
cer efectivo el matrimonio, yo te pego un
tiro a ti.
Hid. ¡Pero, LuisI
Luis Por estas cruces.
Val. Silencio.
KSCENA V
DICHOS, DOÑA TOMASA, DON SEGUNDO. Luego CARITA. Todo»
primera izquierda
Tom . Chist... Por Dios, callad, que viene Carita.
Seg. Poneos alegres. Sonreíd. No tengáis esas ca-
ras. Sonríe, Valeriano.
Val. No sé si podré. Pero en fin. (sonríe con un gesto
horrible.)
Seg . Oye, no sonrías con ese gesto que me das
miedo.
Tom. ¡Alearía, alegría, por Diosl
(sonríen todos con gran esfuerzo.)
Car. (Saliendo. Viste de luto.) ¡Hola! ¿PerO. Luis, tli
aquí?
Luis Sí; hace un momento. Me habían dicho que
estabas aviándote para salir y no he queri-
do que te avisaran para no precipitar tu toi-
lette.
-Car. Muy mal hecho, ¿verdad, tío?
— 48 -
Val. (sonriendo forzadamente.) ClarO que 6Í... ¡je, je, jef
Car. jY usted también, Hidalgol
Hid. fCarital (La saluda )
Car. Ya era hora. Yo decía, ¿qué le pasará que
no viene por esta casa?
Hid. El miedo... El miedo a importunarles.
Val. Y que creo que éste (por luís.) le había citada
para las siete, y eso de Jas siete le asusta.
¡Como no es madrugadorl
Luis ¿Y tú, qué, estás ya más tranquila. Carita?
Car. Sí, ahora ya estoy tranquila. ¡Pero, ay, Luis,,
qué días he pasadol
Tom. ¡Todos los hemos pasado, todos, hija mía!
Car. Peio, en fin, ahora ya, descontada la des-
gracia de aquel pobre señor, que en paz des^
canse, ya nos £oniíe la felicidad, ¿verdad,.
Luis?
Luís Todo, todo nos sonríe, Carita.
Seg. (Valeriano, que nos sonríe todo, no te que-
des tan eerio.)
Val. (Forzadamente.) ¡Que SÍ, que sí!... ¡Je, je, je!
Car, Y hoy, he de confesaros que desde hace al-
gún tiempo es el día que estoy más contenta.
Seg. ¿Pues?
Car. Sí, porque he cumplido un deber piadoso
que me ha quitado así como un peso de en-
cima.
Tom. ¿Un deber piadoso, hija mía?
Car. Sí, mamá, verás. Efecto tal vez de las im-
presiones recibidas por los acontecimientos
pasados, me quedó un poco de inquietud,
de intranquilidad de conciencia. Y quizá
por esto, la sombra de aquel pobre señor,
que en gloria esté, teguía mis pasos, la veía
en todas partes.
Tom. ¡Pero hija!
Seg. (Aparte.) ¿Está cerrado el balcón, Valeriano?
Car. Y si yo hubiese creído que los muertos se
aparecen, estoy segura de que su espectro
se me hubiera aparecido.
Tom. ¡Qué horror, hija! ¡Calla, por Dios!
Car. ¿Y sabéis lo que he hecho?
Tom. ¿Qué has hecho?
Car. Pues he enviado su esquela de defunción
al ABC,
Todos (Aterrados.) ¿Eeeeeeh?
Car. Invitando, como viuda, e^ unas misas en su-
fragio de BU alma, que quiero que se cele-
— 49 —
bren el lunes en la parroquia de San Lo-
renzo.
Tom. Pero, hija, ¿qué has hecho?
Car. ¿l^ero os parece mal?
Seg. No es que nos parezca mal, pero figúrate tVi
que lo ve...
Car. ¿Que lo ve quién?
Seg. Que lo ve la gente que no se había entera-
do. [Qué necesidad tenemosl...
Luis Y luego que habrás tenido que poner: su
inconsolable viuda, y me pones en ridículo.
Seg. Nada, hija, no hay más remedio que ir al
periódico a que retiren eso.
Vaí. (Aparte a Segundo.) Hay que romperle esa es
quela.
Car. Pero yo quería hacer algo por su alma.
Val. Hay que rompérsela.
Car. ¿Qué?
Val. No, cada, le^lecía aquí, al tío Segundo.
Car. Bueno, lo que ustedes quieran; pero algo
he de hacer, porque yo necesito alejar de
mi imaginación el recuerdo fatídico de eso
hombre, y esta noche pasada he tenido un
sueño horrible. ¡He soñado con éll
Val. ¡Y qué tiene que ver eso! ¡También he so-
ñado yo con la Pastora Imperio, y mira
cómo no me asusto!...
Todos ¡Claro! (Ríen.)
Car. ¡Sí, pero es que mi sueño ha eido espantosoí
He soñado que había salido de su tumba
para venir a increparme porque me casaba
con Luis.
Val. ¡Por Dios, Carita... qué puerilidades!...
Tom. Bueno, hija; anda, anda, márchate, que si
vas tarde, las de Botella te ponen de vuelta
y media.
Val. Y ya sabes lo que son las de Botella cuando
se destapan... Anda, hija, anda.
Tom. Y si te insisten para que las acompañes al
Escorial unos días, avisas por teléfono a la
tienda y te enviaremos la maleta.
Car. Bueno, mamá.
Val. (Llamando segunda izquierda.) GenOVCVa, (Sale
Genoveva.) acompaña a la señorita.
Luis Y yo también iré con ella.
Car. Pues adiós, mamá. (La besa.) Hasta luego.
(Se despide de todos. Vese con Genoveva piimera
derecha.)
~ 50 --
Luis (Aparte a Hidalgo.) Y ya lo sabes, Hidalgo.
Aquí de tu ingenio. Piensa lo que quieras,
pero hoy misnao; porque si hoy no resuel-
ves esto, ¡tu familia de luto riguroso! (vase
primera derecha.)
Hid. ¡Nada, que está obsesionado! Y este bárba-
ro, en un rapto de locura, es capaz de nia-
tarme... ¿Qué haría yo?...
ESCENA VI
DOÑA TOMASA, DON VALERIANO, DON SEGUNDO e HIDALGO
Tom . ¡Dios mío, esto no es vida!... A ver si ahora,
al salir, se lo encuentra. Mira a ver, Se-
gundo.
(Segundo mira por el balcón.)
Hid . (a don Valeriano.) ¿De modo que Bermejo anda
por ahí?
Val. Esperando para subir. Ha solicitado una
entrevista.
Hid. ¡Canalla!... ¡Si yo me atreviera!...
Seg. A él no se le ve. Carita sale ahora a la calle.
Tom. ¡Pobre hija de mi alma, empeñada en de-
cirle una misa!... Si ella supiera...
Val. Peor fué lo de ayer, que quería encargarle
una lápida, y la tuve que sacar a puñados
de casa del marmolista.
Seg . Adiós, hijita, adiós. (Se despide. Entorna el bal-
cón.) Ya dobló la esquina.
Hid. ¿Y ustedes no saben lo que ese hombre
pretende?
Val. ¡Qué hemos de saber!... Yo no he tenido
con él más relación que una carta que me
escribió el mismo día de su salida del Hos-
pital, en la que me relataba su desastroso
estado financiero y me suplicaba un auxilio.
Me pareció peligroso negárselo, y le abrí
un crédito en un restaurant económico, le
envié un traje usado que me pedía. Y no he
sabido más hasta hoy.
(suena el timbre de la puerta interminente y débil-
mente.)
Seg. ¿Habéis oído?
Val. ¡Qué extraño modo de sonar el timbre!
Tora. ¿Será él?
(suena otra yez.)
— 51 -
Hid. La manera débil e intermitente de llamar
es propia de un anémico, o, por lo menos,
de nn npurótico. D.be ser él.
Seg. Callaos Yo veré por la mirilla, (vase primera
derecha.)
Tom . Estaría oculto, y al ver salir a Carita ha su-
bido.
Seg . (EDtraudo.)Es uno alto, pálido, de negro, muy
flaco, que anda doblándose. El que hemos
visto ahí enfrente.
(Vuelve a sonar el timbre del mismo modo.)
Val. Es él. Ábrele.
(Sale Segundo.)
Tom. ¡Ese hombre aquil |Dame fuerzas, Dios míol
Hid. Y a mí también, (como el que s» diapone a bo-
xear.)
Val. Calma, Hidalgo. Oigámosle antes de nada.
(se oye ladrar y aullar al perro.)
Tom. " Caruso le aulla. Le ha conocido.
Seg . (Entrando.) AqUÍ está. (A alguien que queda fuera )
Pase usted.
ESCENA VII
1
DICHOS y BERMEJO
(Este Bermejo ea un convaleciente, pálido, ojeroso,
fino, amabilísimo, que habla, que anda y acciona como
un hombre sin energía, sin alientos para nada. Viste
UQ traje negro. En conjunto es un derrotado.)
Bar. ¡Señora!... ¡Señores!... (Queda en la puerta, hace
una profunda reverencia y queda con la cabeza baja.)
¿Dan ustedes su aquiescencia?
Val. Adelante.
Ber. ¡Ah, señora!... (Oa un traspiés, vacila y se sostiene
en una silla.) ¡Ah, señores!... Se puede pasar...
Val. Ya hemos dicho que adelante.
Bíir. Gracias; no es eso. Se puede pasar en la
vida por trances amararos., por trances crue-
les; pero como este mió, no; ¡no es posible!
(Pausa.) Señores, yo he creído que me moría.
Val. Y nosotros.
Ber. Yo he creído que me moría al subir por esa
escalera. A mí me faltan las fuerzas... Las
palabras expiran en mi garganta. Yo estoy
muerto.
Val. ¡Quiá!
— 62 — .
Ber. (Mirando a don Valeriano.") Mueito de VergÜen--
Za!... ;,Gesto de duda de don Valeriano.) de indig-
nación contra mí mismo, y me explico que
en esta casa todo me sea hostil. Pero Ufete-
des comprenderán muy en breve que esa
hostilidad carece de fundamento, porque yo-
sólo vengo aquí, dolorida el alma, a caer de
rodillas a sus pies, y a decide con lágrimas
en los ojos. . ¡Perdóneme usted, fceñora, per-
dóneme usted que no me haya muertol (l»
besa la mano de rodillas.)
Tom. ¡Por Dios, caballero!
Ber. Perdóneme usted; pero es que materialmen-
te no me ha sido posible... ¡ni con diez y
ocho médicos^ señora; ya ve usted! Todo hai
sido inútil. No, no he sabido morirme.
Val. (Los hay torpes.)
Ber. Con la alegría que yo hubiera tenido con tat
de complacer a ustedes. Pues nada... Y es»
que cuando las cosas se ponen mal...
Tom . Por Dios, caballero, no ntcesita usted dis-
culparse... Pero yo no í-é qué decirle. Com-
prenderá usted el e.'tado de mi ánimo...
Ber. Todo; lo comprendo todo, bella señora. Y
usted no sabe los esfueizos que yo he hecho
para no producirles a ustedes esta aüicción
en que los veo sumidos... ¡Ah, noble señora;
ah, inesperados y cordiales tíos... ¡Ah, señor
Hidalgo!... Ustedes no saben, no calculan,
no penetran la tortura que me corroe... ¡Ah^
sí, sí!... (Cae en una silla medio desvanecido.)
Seg. ¿Qué le pasa a usted?
(entra Genoveva de la calle, le mira atónita y vase
segunda izquierda.)
Ber. • No, nada, nada; un pequeño desvanecimien-
to o mareo, vulgo lipotimia. ¿Se me podría
suministrar un modesto y reconfortante
caldo?
Tom. Sí, señor; con mucho gusto. Que le den un
caldo. Segundo.
(Don Segundo va a dar el recado y sale de nuevo.)
Ber. Gracias, digna y bella dama.
Tom. Pero tome usted asiento.
Ber. No, no señora .. yo no soy digno de tomar
nada en eeta acogedora mansión.
Tom. ¡l*or Dio«^!,..
Ber. ¡Ah, y no encontrar un fin! ¡Un fin a esta
miserable vida; yo, señores, yo, que en mi
- 53
tifán de desaparecer de este mundo hago
cosas horribles! Figúrense ustedes que atra-
vieso todas las tardes la Puerta del bol de
siete a ocho, y yo no sé qué hacen esos au-
tomóviles que ni me tropiezan. Yo me coloco
intencionadamente ante los tranvías. Me lo-
can el timbre y como si me tocaran el Conde
de Luxemhurgo. Pues nada; llegan, me em.
pujan con más delicadeza que me empuja-
Tía un guardia de Orden público, me apartan
solícitos y pasan rápidos. Ayer, sin ir más
lejos, ya resunlto a terminar de una vez, me
fui dV cabeza contra un seis; pues me tiró al
suelo, me rozó el estribo y me hizo un siete;
me recogió un ocho y el cobrador me convi-
dó a un «quince* para que no diera parte.
¿No es esto una desgracia?
Val. Una verdadera desgracia.
^eii. (Entra segunda izquierda con el servicio. Al acercarse
a Bermejo le mira temerosa.) El caldo.
^er. Gracias, estupefacta y amable doncella,
muchas gracias, (a doña Tomasa.) ¿Se me po-
dría sumini-trar una fútil y exigua copa de
Jerez, marca indistinta?
Tom (a Genoveva ) Una copa de Jerez al señor, (vase
Genoveva a servirla.) ¡Pero por Dios, tome usted
asiento!
Ber No, no, de ninguna manera; yo no soy dig-
no de tomar nada de esta caritativa y hono^
rabie ca-^a. (Bebe un poco de caldo.) ¡JesúF, qué
caldo! Esto resucita aun muerto.
Val (indignado.) jQuítarle la taza, hombre!
Ber ¡Ah, unas personas tan buenas, tan dignas,
tan entrañables!... ¡Ah, ustedes no saben lo
tjueyohubiese dado por evitarles el conflicto
de mi resurrección.
(Genoveva saca el Jerez y sirve una copa.)
Seq Señor l'ermejo, no se moleste más, nosotros
aceptamos de buen grado sus disculpas. No
ha podido usted realizar su propósito, ¡qué
se le va a hacer, paciencia!
Val. ¡Paciencia!... Pero perdone que le digamos
que, en cierto modo, lo que ha hecho usted
ha sido una informalidad.
Ber. ¡Una informalidad!
Hid. ¡Una informalidad, sí, señor! ¿Se pone uno
en trance de muerte? Pues hay que morirse.
Esto es lo serio.
— 54 —
Ber. ¡Pero, por Dios, señores, son ustedes injus-
tos conmigo!... ¿He podido yo hacer más
para fallecer, que tomarme todas los medi-
cinas que me han dado?... A mí se me han
inyectado cuarenta y seis clases de vacuna.
Tengo vacunada hasta la camiseta. A mí se
me han administrado veinticuatro sueros; se
me han administrado diecisiete caldos mi-
crobianos; a mí se me han administrado has-
ta los últimos sacramentos... Y yo, tomándo-
melo todo. ¿He poaido hacer más? ¡Ah, pero
no les importe a ustedes, nol A eso venga
precisamente.
Val. ¿Cómo que a eso viene usted?
Ber. (con gran exaltación.) A eso veugo: a decii a
ustedes que contra esta fatalidad de no po-
derme eliminar, está mi resolución inque-
brantable de desaparecer y desapareceré!
Tom. ¡Por Dios, caballero, eso no; de ningúa
modo.
Ber. ¿Cómo que no?... ¡Pero cree usted que puedo
yo tolerar la desdicha que ocasiono?... ¿A una
joven bellísima sumirla en la desespera»,
ción? ¡a. un joven que es su novio, su pa-
sión, sumirlo en la tragedia!... [Ah, no, no,,
no!., (se sirve otra copa.) Esto acabará, y aca-
bará muy pronto...
Seg. ¿Pero qué ii:tenta usted?
Ber. ¿Que qué intento?... Pues sépanlo de una
vez. He venido a esta casa a despedirme de
ustedes, y luego a.v. (Se tienta ansiosamente los
bolsillos como buscando algo y al fin saca una pistola.)^
Todos (Le sujetan.) ¡No, nol
Tom. ¡No, por Dios, no por Dios, caballero!
Val. ¡Aquí, no! ¡De ninguna manera! ¡Aquí, nol
Ber. ¡Sí, sí, aquí; debo morir aquí!
Val. Aquí, no, caramba. Y ruego a usted, señor
Bermejo, que nos evite un espectáculo que..*.
¡Aquí, nol
Ber. ¡Sí, sí... dejadme!
Seg. ¡Que eso no es cristiano, porral
Tom. (Se arrodilla suplicante.) ¡Se lo pido SL USted de
rodillas, señor Bermejo!
Ber. jPor usted lo hago, señora! No quiero que
brote de sus plácidos ojos una sola lágrima.
por culpa mía. Pero le ruego, que usted y
ustedes, me dejen solo unos instantes con
mi querido tío Valeriano.
— 66 —
Val. (Muy escamado.) ¿Sólo COnmigO?.
Ber. Con usted. He de hacerle ciertas coofiden-
cios precisan. El tiempo apremia. Que nos
dejen. (Pasea preocupado.)
Val, (Caray, si querrá un compañero de viaje.)
(Alto.) ¿ueno, dejadnos solos.
Seg. Por Dios, que no se mate aquí.
Val. Lo procuraré; pero de todos modos, si oís
un tiro, no alarmaros: si oís dos, sí. Salid,
os lo ruego.
(Vanse doña Tomasa, Segundo e Hidalgo por la pri-
mera izquierda.) '
ESCENA VIII
DON VALERIANO y BEllMEJO
Yaf. Bueno, amigo Bermejo; ya estamos solos.
Ber. Pero ¿por qué no me llama usted Lázaro,
que es más familiar?
Val. No, perdone usted; les tengo cierta animad-
versión a los Lázaros.
Ber. Como usted guste.
VaL Siéntese. Y antes de hacerme las confiden-
cias que sean de su agrado, me va usted a
permitir que yo le dirija unas breves indi-
caciones. (Yo me preparo por si acaso.)
Ber. Escucho conmovido.
Val. Si por una decisión irrevocable, pretendiese
usted realizar alguno de esos siniestros de-
signios que antes ha manifestado, y que yo
seria el primero en lamentar, suplico a us-
ted que no los ponga en práctica dentro d&
esta casa, de ninguna manera. En el caso de
que usted, yo, alguien, queramos suicidar-
nos, en uso de un libérrimo derecho, ahí te-
nemos el Retiro, la Moncloa, lugares de una
amenidad y una belleza que envuelven el
suicidio en un ambiente de poesía que con
mueve. Una sutil detonación, una leve es-
piral de humo que se pierde en el aire azul,
una postura trágica sobre el verde césped,
el guarda que aparece atónito... y sobre todo
esto la muerte batiendo sus alas augustas
en la tarde radiante. Y, al fin, como único-
rastro, el amable juez, el humilde depósito,
la piadosa gacetilla. Usted, que es poeta.
^. 56 —
piense en todo esto. Espronceda no lo hu-
biese desdeñado. (Se lo he pintado que ni
Sorólla.)
Ber. ¡Ah, don Valeriano, que elegante descrip-
ción!
Val. Y, en otro ca8o, ahí tenemos también el ca-
nálillo. No echemos el Canalillo en saco ro-
to. Una cinta de plata, álamos en las or'-
llas...
Bar. Sí, Don Valeriano, sí; yo agradezco a usted
mucho sus cariñosas indicaciones. Pero en
este caso, sun, por desgracia, perfectamente
inútiles.
Val. ¿Pues...?
Ber. Porque yo fatalmente — y esto era lo que
quería decirle cuando he suplicado que nos
dejasen solos — yo, fatalmente, precisamen-
te, tengo que matarme esta tarde y en eí-ta
misma casa.
Val. (con indignación.) ¡Y dale!... ¡Pero, señor mío,
esa insistencia!...
Ber. No, don Valeriano; si no es una obstinación
morbosa, un capricho fementido, no. Oiga
la terrible verdad y lo comprenderá todo.
Val . Pero ¿hay algo más?
Ber. Lo que ha ocurrido hasta hoy en esta casa
con motivo de mi boda es un juguete cómi-
co, comparado con lo que va a pasar esta
tarde.
Val. ¡Repeine!, pero ¿qué está usted diciendo?
Ber. Sí, don Valeriano, sí... Ustedes, guiados del
noble propósito de quedarse con los tres mi-
llones del padrino de mi mujer en cuanto
yo finiquitara, vinieron al borde de mi lecho
doliente y me casaron... ¡Me casaron! igno-
rando que yo tenía relaciones con una mu-
jer. Y la llamo mujer, porque algo hay que
llamarla.
Val. ¡Santo Dios!
Ber. Y que tengo con ella cuatro hijos.
Val. ¡Madre mía!
Ber. Y él compromiso formal de legitimar nues-
tra descendencia.
Val. ¡Virgen Santa!
Ber. Y si esa mujer fuera una mujer prudente,
pues no la hacíamos caso y en paz. Pero es
una hiena. Es una mujer...
Val . ¿De armas tomar?
— 67 —
Ber. De armas tomar... y utilizar., que es lo
peor. Se trata de una histérica, de una loca,
de una impulsiva, que enterada de mi ma-
trimonio—que cree una traición mía — ha
jurado venir a esta casa y no dejar títere
con cabeza. Y usted perdone lo de títere. Ha
jurado que me mata a mí, que mata a mi
mujer, a mi suegra, a mis tíos...
"Val . jCanastos!... ¿Y cree usted, en serio, que será
capaz de realizar su amenaza?
Ser. *¿Cómo capazV... Anoche se ha comprado
una navaja de lengua de vaca de este porte;
y esa arpia viene hoy a esta casa y saca la
lengua y lo que a las cuatro es una agrada-
ble familia; a las cuatro y diez será un in-
forme picadillo de almóndigas.
'Val. ¡Dios mío!
Ber. Además, tiene un hermanito, Pepe El Yesca,
le llaman el Yesca por lo deprisa que hace
fuego.
Val. ¡Caray!
Ber, Que si viene a acompañarla, yo les aconsejo
a ustedes que quiten los gabanes del per-
chero.
Val. ¡Ay, Dios mío, qué complicación! Perv^ diga
usted, amigo Bermejo, ¿no habría medio de
evitar que esa... esa señora desistiera de sus
criminales propósitos?
.B§r. Uno. No hay más que un medio que lo re-
solvería todo pacíficamente; pero yo no dis-
pongo de recursos para ponerlo en prác-
tica.
Val. ¿Y qué medio es ese?
Ber. Yo no sé si será delicado...
'Val. Sí, hombre... que no le hagan a uno picadi-
llo, ¿pues no ha de ser delicado?... diga,
diga.
Ber. Yo creo que con catorce mil pesetas se so-
lucionaría todo pacíficamente. •
Val. ¡Catorce mil pesetas! (cae sentado como el que
ha recibido uo golpe en la 8ien_. Se pasa la mano por
la frente.) ¡Mi madre!
Ber. ¿Qué le pasa a usted? ^
Val . No, nada; un pequeño desvanecimiento o
mareo, vulgo lipotimia.
Ber. Con seis mil pesetas podríamos mandar a la
Hipólita a Buenos Aires, que es su ideal
viajero; y con las ocho mil restantes podría
— sa-
yo dejar a salvo la vida de mi anciana y
respetable madre, poniéndola un modo de
vivir. ¿Comprende usted?
YaL Sí, un modo de vivir, sin hacer nada, ya
comprendo.
Ber. Yo, resuelto esto, ya sabré lo que hacer... en
ia Moncloa. (con abatimiento.) Fronto, muy
pronto, recogerán ustedes los tres millones.
YaL (Echando cuentas.) De modo que seís para la
Hipóiita, ocho para su anciana y respetable
madre... En ñn» señor Bermejo, usted me
permitirá un momento. Tengo que consul-
tar a la familia el nuevo aspecto de este
asunto, al que yo llamaría...
Ber. Económico.
Val. No, perdone usted; para mí no es económi-
co un asunto que me puede costar catorce
mil pesetas. Tenga la bondad un instante.
(Haciendo mutis. j Nada, que no tenemos más
que dos dilemas, que decía mi suegra; o una
puñalada o un sablazo. (Vase primera izquierda.)
ESCENA IX
BERMEJO e HIDALGO
Ber. ¡Dios mío, si me resuelven lo de las catorce
mil pesetas, me ponen en mi domicilio!
(Mirando la segunda izquierda.) ¡El COmedorl ¡Qué
COnfortablel.. ün balcón... (Lo abre y se asoma.)
Es piso primero. Si anduviese per ahí la
Hipólita la hablaría. Temo que venga, intro-
duzca una extremidad y me deteriore la ne-
gociación. Y seria lástima. ¡Una familia tan
maleable! .. (Queda asomado.)
Híd. (sale primera izquierda.) ¡íSolo!... Yo me atieVO..
Claro que esto de invitar a un hombre a que
se rompa la critma no es ninguna fruslería^
pero si este señor no se mata, Luis me re-
vienta... Y entre Bermejo y yo... (pausa.) ¡Ah,
ya sé lo que he de decirle!... ¡Pecho al agua!
(Alto.) Amigo Bermejo.
Ber ¿Quién?
Híd. Gente de paz.
Ber. ¡Caramba, usted, mi cordial y solícito enfer-
mero!... ¿Qué desea usted de mí, mi cariñoso
amigo?
-- 69 —
Hid. Pues nada, que quería pedirle a usted ua
favor, un gran favor.
Ber. Concedido.
Híd. BiS que se trata de algo muy grave.
Ber. Para mí no hay nada grave.
Hid. Ya lo sé, ya. Sin embargo, esto...
Ber. Diga usted, diga usled lo que sea.
Hid. Amigo Bermejo: usted comprenderá mi si-
tuación con esta familia. Yo los metí en el
lance en que se encuentran, creyendo que
usted iba a morirse formalmente. Le casaron
a usted con Carita... el conflicto se ha hecho
irreparable... y ahora Luis me exige a mí
que solucione el asunto... ¡matándole a us-
ted en duelo!
Ber. (Aterrado.) ¡Caray!
Hid. Pero esto sería para mí muy doloroso.
Ber. Y para mí muchísimo más. ¿Pero quiere us-
ted callarse? ¿Para qué un duelo?... Nada de
duelos, nada de- bárbaras agresiones... A us-
ted le hace falta, digámoslo claramente, a
usted le hace falta mi vida... ¿no es esto?
Hid. Hombre...
Ber. ¿Pues para qué somos amigos?... Antes de la
noche será usted complacido. Yo soy así con
mis amistades.
Hid. Hombre, mi gratitud...
Ber. No vale la pena. Hoy hago yo esta insignifi-
cancia por usted. , Quién sabe en el correr
de los años lo que podrá usted hacer por
mí!...
Hid. ¿Kn el correr de los años?...
Ber, En el correr de los años de ultratumba.
Hid. ¿Y va usted a reahzar en esta casa?... Caccíóo.
de pegarse un tiro.)
Ber. No. El tío Valeriano y yo hemos buscado un
sitio precioso: la Muncíoa.
Hid. ¿No hay muchos guardas?
Ber. Sí, pero 3^0 sé un lugar tan solitario, tan es-
condido .. para... (accíóu de pegarse el tiro.) ¡Una
delicia!
Hid. ¡Caramba, es usted admirable! Me conmue-
ve la serenidad con que habla usted de...
(Repite el ademán.)
Btr. ¡Oh!, es que... ¡Odio la vida, sí; la odio!...
¡Caramba, con permiso voy a cerrar el bal-
cón, que estamos en una corriente!... (cierra
el balcón.)
— 60 —
Hid. Señor "Bermejo. Yo no sé como pagar...
Ber. Nada, nada... mañana viene uste^ a mi tum-
ba, deposita usted allí un ave...
Hid. ¿Para qué?
Ber. ¡Un Ave María y una siempre viva y en paz!
Hid. ¿Piempre viva?
Ber. ¡Vival... (Este tío invita a pegarse un tiro
como el que invita a casa de Camorra.)
Adiós, joven. ¡Siempre viva!
Hid . Adió?, 8eñor Bermejo. (Vase Bermejo segunda iz-
quierda.) ¡Caramba, qué persona tan compla-
ciente! Eso son ganas de servir a un amigo.
Corro a avisar a Luisa a tranquilizarle. Quizá
<íuando volvamos, ya esté todo resuelto.
(Vase primera derecha.)
ESCENA X
DON VALERIANO, DON SEGUNDO y GENOVEVA
V&I. (saliendo por la primera izquierda, al no ver a Berme-
jo se dirige a la segunda.) jAh, está en el COme-
dor! (a Don Segundo, que ha salido detrás de él.) De
modo que ya lo has oído, ese hombre exige
indirectamente catorce mil pesetas, Se-
gundo.
■Seg. iQué horrible complicación... ¿Pero de dón-
de vamos a sacarlas?...
•'Val. Porque si no, ahora mismo tienes ahí ala
Hipólita con la lengua de vaca... A su her-
manito con algo parecido. x. ¡El peligro, el
escándalo!...
•Seg. Y que además nada se resuelve; porque das
el dinero y la chica sigue casada, y este
hombre en condiciones de hacer efectivo el
matrimonio cuando quiera.
Val. ¡Es para morir de angustias!... ¡Es para co-
meter un crimen!...
Seg. ¡Calla, por Dios!... Y un sablazo sobre tanta
desdicha!
(Llaman con timbrazos breves pero muy seguidos.)
Val. iJaman.
S.eg . Y con qué insistencia.
Val. A lo mejor es la Hipólita, de seguro.
Seg. ¿La de la lengua?
(Timbre.)
Val. La misma.
— 61 -
Seg. I Y quédeprisal
Val . Debe venir con la lengua fuera.
(Genoveva pasa de segunda izquierda a primera de-
recha.)
Sen . ^ Y qué vas a hacer?
Val . Recibirla. Jugarme la vida, si es preciso. De
perdidos al río. ¡Todo menos soliar una pe-
setal Puñaladas, bueno; sablazos, no. Déja-
me solo.
(Vase don Segundo primera izquierda.)
Gen. (Por la primera derecha.) Una Señora.
Val. (Heroicamente!) Que pase.
Gen. Me ha dado su tarjeta.
y2L\. Venga. (La toma. Genoveva sale primera derecha.)
¡Animo, Valeriano! Con esta gentuza, el que
se achica se pierde. (Lee ia tarjeta.) «Hipólita
Beloqui.-.» Está bien.
ESCENA XI
DON VALERIANO e HIPÓLITA. Luego dos NIÑOS y dos NIÍÍAS.
Después MATEA
[\\n (ea una mujer dtl pueblo de Madrid, de aspecto agra-
dable. De treinta y cinco a cuarenta años. Lleva man-
tón.) ¿Da usted su permiso?
Val. Adelante.
Hip. Caballero, usted dispense que me h^íiga to-
mao la libertad de permitirme de que le pa-
gasen mi tarjeta.
Val . «í, ya la he leído. Hipólita Beloqui.
Hip. Servidora de usté. Bueno, pero usté me dis^
pense, que es que me s'ha olvidao pon '
debajo y familia, porque no vengo sola.
Val. Lo mismo da.
Hip. ■ (Dirigiéndose a alguien que está fuera.) [Angeles,..
adentro!
Val. (Viene con alguna parienta.)
Hip . Pasar, ricos.
(Entran dos Niños y dos Niñas, cogidos de la mano.
Visten bastante derrotados. Una de las niñas lleva uu
liíto de ropa. Uno de los chicos, que va de marinero,
lleva un pequeño botijo.)
Val. ¡Caray!... ¡Deben ser los cuatro Bermejítos!
Hip*. Pase usted también, seña Matea. Ande usté,.,
que no se la van a comer.
(Entra una anciana.)
— 62
IVIaiea
Hip.
Val.
Hip.
Matea
Hip.
Val.
Hip.
Val.
Hip.
Val.
Hip.
Val.
Hip.
Matea
Hip.
Val.
Hip.
(Entrando.) ¡Hija, si yo no digo quc se me
coma nadie!... Servidora...
Fíjese usté. Cuatro calcos del padre.
Son monos. ¿Y esa anciana?
La mamá del moribundo.
Servidora,
Con permiso de usté, se podían sentar en
este sofá, si usted nos hiciera ese favor.
Si caben, sí, señora.
Tantísimas gracias. Seña Matea, usté donde
le cumpla. Y una servidora con permiso.
(Se sienta delante de él, junto a la mesa del despacho )
Usted es muy dueña.
Bueno, daballero, haga usté el obsequio de
decirle a ese indigno convaleciente que dé
la carita; porque sé que está en esta casa.
Lo he visto de subir.
Le advierto a usted que el señor Bermejo,
si es a él a quien usted se refiere, no está en
esta casa.
¡Ah! ¿No está?... Bueno, pues entonces, si no
está, haga usté el favor de decirle que salga,
de todas las maneras.
¿Pero cómo se lo voy a decir, si no está?
Pues dándole el recao. Porque hasta qne
una servidora le eche la vista encima, no
me meneo de aquí. Precisamente me coge
sin ná que hacer... Los niños se han traído
el botijito, y ellos, en teniendo agua, tan
ricamente. Conque hasta pasao mañana no
nos urge. Seña Matea, entreténgase usted
en algo.
Bueno. (Se pone a hacer media.)
Jugar a lo que queráis, niños.
(Las niñas se sientan en el suelo y juegan a las tabas,
los chicos se ponen a jufar al paso.)
¡Caramba!... ¡Chits!... Eh, niños, si os fuese
lo mismo jugar a la lotería que no levanta
polvo, mañana se sortea. ¡Me gusta la liber-
tadl Bueno, señora, usté se hará cargo...
Usté dispense que no me haga nada, caba-
llero. Yo he venido aquí con una educación
que ni en las Ursulinas. Pero ya me s'ha
acabao la pacencia. Porque lo que me ha
hecho a mí ese moribundo, amos, que es pa
matarlo! ¡Miá que decirme que le han casao
sin darse cuenta en artículo muertis! ¡Pa su
abuelital
— 68 —
'Val. Señora, verdaderamente, algo de lo que ha
dicho...
Hip. Y me quié dejar abandona con esa pléyade,
que dice él, como es poeta, ¿sabe usté? Pero
vamos, que yo le llamo reata. ¡Y a una
servidora, no!...
Matea (suspirando.) [Qué coeas!
Val. (ai niño de mariuero, que ha cogido un bastón y está
dando estacazos al sola.) Marmero... marinero,
deja el palo... haz el favor.
Ulp. ¡Con lo que he hecho yo por ese hombre,
madre mía!... Porque usté no sabe la histo-
ria. Cuando nos conocimos me se declaró
en poeta y me dijo que pa él había empezao
la égloga y que nuestros amores eran un
poema bucólico. Yo no sé si lo diría porque
mi padre tenía un merendero. Total, que
con aquello de los amoríos se hizo parro-
quiano, y se nos comió hasta la empalizada.
Val. ¡Eeos poetas!... ¡Tienen una fuerza de asitni-
lación!,...
Hip. Bueno, ¿pues qué dirá usté que le tengo que
agradecer en catorce años de relaciones?
Val. ¡Qué sé yo!
Hip. Pues dos sonetos y eso que ve usté aquí.
Val. Que son cuatro ovillejos.
Hip. Y que de vez en cuando diga que soy ana
mujer nefasta, que no sé lo que es.
Val. No es ningún piropo; pero varaos...
Hip. En fin, sea lo que sea. Conque volviendo a
lo nuestro, haga usté el favor de decirle a
ese distinguido agonizante que se dé a luz.
Val. Pero, señora, ¿cómo quiere usté que le diga
que no está en casa?
Hip. (Dando un golpe en la mesa.) ¡ iLstá!
'Val. ¡No está!
Hip. (Levantándose.) Está bien. Bueno, pues no
canso más. Yo le encontraré. Pero si viniepe
antes que vuelva una servidora, le dice usté
que mi objetivo es el siguiente: Que ya se
hará cargo que estando él casao con una
mujer rica, pues no voy a mantenerle yo a
la pléyade y que si mañana, antes de las
nueve, no me se mandan siete u ocho mil
pesetas, pa que yo me vaya a Buenos Aires
y no me acuerde más del santo de su nom-
bre, que a las nueve y cuarto estoy aquí
con mi hermano y vamos a armar una tre-
— 64 —
molina que ee le van a poner los pelos de
punta a un queso de bola No le digo a uslé
más. Hasta mañana. Que usté siga como es
debido, (indica el mutis.)
Val. ¡Chist!... Señora...
Hip. ¿Qué pasa?
Val. Que se le olvidan a usted los niños.
H¡p. No, quiá: es que esos se quedan cquí.
Val. ¿Cómo aquí?
Hip. Pa siempre. Con náa los tienen ustés man-
tenidos; y si salen listos, Dios sabe de lo
que les puén a ustés servir.
Vaí. Señora, tenga usted la bondad de recoger
ese manojo de espárragos y llevárselos.
Hip. ¡Quiá, hombre, pa su papá! Los niños son
de él, pues pa él. Su madre es suya, pa él...
Y muchísimos recuerdos, que yo le doy a
usté pa él. Servidora. (Vase puerta primera dere
cha.)
Val. Pero, señora, la anciana... Siquiera llévese
usted la anciana...
Hip. Tampoco. No metiéndose con ella no hace
nada. (Mutis.)
Matea ¡Qué corasí (sigue haciendo media.)
Val. Bueno. ¿Y qué hago yo con la pléyade?
(Lcs niños, que hasta este momento estarán sentados
en el suelo en el centro de la escena iugando a la taba,
se levantan y vuelven a sentarse en el sofá.)
ESCENA XII
DICHOS, DON SEGUNDO y DOÑA TOMASA por la primera
izquierda
Seg. (saliendo y mirando a los niños.) ¿PerO qué eS>
esto?
Tom. ¿Pero esos niñosV...
Va!. No creáis que es que he puesto un colegio^
¿eh?... Es la progenie de Bermejo.
Seg. ¿Y esa anciana?
Val. Descabalada, pero hacendosa. Es su mamá.
Tom. ¿Y ese marinerito?
Val. El encargado del agua.
Seg. Ya le veo el botijo.
Tom. ¿De modo que esa señora nos dejó todo
esto?...
— «6 —
Val. Y una conmitjación fatal. O se le envía
mañana el dinero, o viene con El Yesca a
pegarle fuego a la casa.
Seg. llanto Dioi-l ¿Y qué hacemoír?
Val. ¿Cómo que qué hacenjos^... Proceder con
rapidez y energía y jugarnos el todo por el
todo. Ahora veréis. (Llamando segunda izquierda.)
¡Bermejo, señor Bermejo, haga usted el fa-
vor un momento!...
ESCENA XIII
DICHOS y BERMEJO
Ber. A sus órdenes, mi eventual y querido tío»
¿Qué desea?
Val. Haga el favor de dirigir el periscopio al
Bofa.
Ber. Caramba; ¿pero qué es esoV
Val. ¿No adivina?
Ber. Sí, ya veo. ¡Cosas de la Hipólital...
Val. Cosas de la Hipólita, y de usted... ¡A me-
dian!
Ber. Y mi anciana y venerable madre. ¡Mamá!
Matea ¡Hijo mío!
(Se abrazan.)
Ber. Bueno, pero...
Val. Yo le ruego, amigo Bermejo, que si con-
serva un resto de delicadeza procure no
aumentar con nuevas inquietudes el irrepa-
rable dolor que abruma a esta familia. Por
consecuencia, llévese inmediatamente a esos
niños y a esa señora.
Ber. I Yo! ¿Que me los lleve yo?... ¡Sin recursos,
sin medios de fortuna, pobre y enfermo!...
¿Que me los lleve yo?... ¿Pero dónde?...
Tom. (Hágase usted cargo de nuestra tristeza!
Seg. Y últimamente, si es ese su propósito, dig^
de un modo concreto en qué forma puede
esta familia pagar el error cometido.
Ber. (En un arranque heroico.) ¡Ah, basta, basta ya de
tal tortura! .. ¡A mí no se me puede juzgar
como un granuja, señor mío! Nada nece-
sito, nada; sino librar a ustedes del peso
de mi maldita existencia. ¡Enjúguense las
lágrimas, alégrense los corazones! El mal-
dito de todos, el paria, el sin ventura, va a
66
Todos
Val.
Ber.
Tom.
Seg.
Ber.
Val.
Los niños
Matea
Val.
Voz
Otra
Todos
Tom.
Val.
terminar! ¡Adiós^ mamál (La abraza.) i Adiós,
hijos míos!. . ¡Adiós para siempre! (los besa.
Coíre hacia el centro de Ja escena, los niños se agarran
a su americana, sujetándole. Todos tratan también de
sujetarle.)
iNo, no, por Dios!
¡No, en casa, no!
¡Aquí, aquí me mataré!
¡Ay, que se mata!
Aquí, no. Reflexione, atienda.
¡Dejíidme, dejadme! (Se desale de todos. Entra
segunda derecha y cierra tras si.) ¡QuierO moiir!...
¡Quiero morir!...
(Golpeando la puerta.) ¡Por DÍ08, Bermejol...
¡Aquí no, aquí no!...
Abra, abra...
¡Papá, papá!...
¡Hijo mío!...
La Moncloa, el Canalillo. (Mirando porla cerra
dura.) Ha abierto el balcón
(Se oye un grito terrible en la calle. Rumor creciente
de voces, y entre ellas, bien clara, una que diga...)
¡Muerto!... ¡Se ha matado!...
¡Muerto, muerto!... ¡Por el balcón!
(Los de escena.) ¡JeSÚs!
(caras de terror.)
¡Gritan que muerto!
¡Se ha tirado por el balcón!
¡Pero ese condenado! (Sale corriendo primera
derecha)
ESCENA XIV
DICHOS y LUIS; después HIDALGO
Luis
Val.
Luis
Hid.
(Entra despavorido.) ¡Ay, qué desgracia!... ¡Re-
ventado!... ¡Ahí lo suben!... ¡Ese Bermejo!...
¿Pero se ha tirado por el balcón?
Sí; yo lo vi. Se tiró por el balcón, dio sobre
el toldo de la tienda; les ha roto a ustedes
el toldo, y cayó sobre Hidalgo, que venía
conmigo por la acera, y medio le ha reven-
tado!
(Que sale en brazos de Bermejo y don Segundo.) ¡Ay,
ay!... ¡Me ha matado!... ¡Me cayó encima!...
¡Me ha matado!... ^
(l.e sienten en un sillón )
— 67 —
Ber. lOh, cuan negro es mi einol ¡Pobre mucha-
cho!... Me suplica él mismo que me suicide,
voy a complacerle, y de poco lo mato... Y es
que no puedo morir... ¿lo ven ustedes?... No
puedo, no puedo...
(Telón.)
FIN DEL ACTO SEGUNDO
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ACTO TERCERO
La misma decoración del acto segando. Empieza a atardtcer
ESCENA PRIMERA
DON VALERIANO e HIDALGO
Don Valeriano, agachado en el snelo, con un pequeño serrucho, está
acabando de aserrar la pata de la librería. Hidalgo manipula miste-
riosamente en los hilos de un enchufe eléctrico colocado al lado de
la pnerta segunda izquierda y que corresponde a la lámpara de la
mesa de despacho
HW. Acabe usted de aserrar la pata de la librería,
que esto mío ya está.
Val. Por Dio?, silencio, que no nos oigan.
Hid. Sí, es verdad. Trabajemos en el misterio.
(Trabajan.)
Val. ¿Y qué te parece que haga, meto la pata o
la dejo en el aire?
Hid. No; déjela usted en una resistencia calculada
para diez minutos.
Val. Entonces ya está, seguramente. Sin embar-
go, afinaré por aquí para... (sigue aserrando.)
Hid. Esto mío terminó. Tengo los hilos en con-
tacto y ahora ajusto la llave y...
Val. ¡Dios mío! ¡Tener que recurrir a esto!...
Hid. No retrocedamos, don Valeriano. La necesi-
dad de una legítima defensa impone este
sacrificio moral.
Val. jAh, si no fuera por lo que es!...
— 70 —
Hid. Adelante, don Valeriano. (Rx»mina ei cajón d«
la derecha de la mesa despacho.) Esto del CajÓQ
está admirablemente dispuesto. En cuanto
se toque se producirá el... Sin embargo, voy
a colocar este alambre más... (Manipula en el
cajón con unos alicates.)
ESCENA n
DICHOS, LUIS y DON SEGUNDO primera izquierda
Luis (En voz baja, misteriosamente, como quien está en el
secreto.) ¿Está ya todo?
Val. Faltan algunos perfiles.
(Luís trabaja con Hidalgo.)
Seg. (saiien.io.) ¿Pero qué hacen ustedes?
Val. iChits!...
Seg. ;,Pero qué trabajas ahí, con un serrucho en
la mano?
Val. ¡Ah, Segundo, si tú supieras!...
Seg. Si llevarais antifaz, pareceríais algo de una
película. La mano que aprieta.
Val. O la pata que afloja.
Seg. Bueno, ¿pero queréis explicaros a qué viene
este misterio?
Val. Ahora lo sabrás todo. ¿Y Tomasa?
¡Vistiéndose para ir con Luis a casa del
abogado por quinta vez!... Es su manía. La
pobre cree que consultando encontrará el
remedio de este mal. Dará en loca. ¡Válga-^
me Dios!
luis ¡En loca!... ¡En locos acabaremos todos!
Val. ¿Y Bermejo? ¿Qué hace ese... ese hombreV
Seg. En el comedor está. Se ha quedado profun-
damente dormido en una mecedora. ¡Por
cierto qne había un tufo!... Metiéronle uii
brasero y cerraron las puertas. ¿Quién haría
tal?
Val. (cn poco azorado.) Habrá sido la muchacha..»
Nada; un descuido disculpable...
S6g ¡Hombre, pues hay que tener cuidado!
Val. (indignado.) ¡Nosotros cuid'ado con!...
Luis (Lo mismo.) ¡Cuidado nosotros con ese!
Seg. (conteniéndose.) ¡Hombre, por Dios!
Hid. ¡Nosotros cuidado con ese granuja!... Con
ese farsante que lleva dos meses que si se
mata hoy, que si se mata mañana, y...
— 71 -
Val. \Y ya no puede abrocharse, de lo que ha
engordado!. .. ¡Maldita 8ea!
Seg. ¡Me asusta oíros hablar así!
Luis (Con resolución.) Es que ya no podemos más,
don Segundo; afuera caretas. Es que ese
hombre nos pesa ya como una loea de plo-
mo. Les sacó a ustedes dos mil pesetas a
cuenta de las catorce mil; se equipó. Ofreció
suicidarse el dieciocho del mes pasado y
luego nos dijo que cuando se pusiera bueno
del catarro.
Val. . Se puHO bueno, Nos ofreció lo de) estanque
del Ketiro, y ahora nos dice que no se atreve
con el reúma.
Hid Nos está dando el timo del entierro.
Seg. ¡Callarse, hombre, callarse! ¡Válgame Diosl
¡Que escuche yo tal, de personas tan honra-
das!
Val. ¡Es que no podemos más. Segundo, no po-
demos más!... ¿No lo oyes?
Luis Ese hombre nos abruma, nos ahoga, nos
enloquece...
Val. ¡Y nos arruina, que es lo peor! Hemos de
mal vender la tienda, para acabarle de en-
tregar las doce mil pesetas^ Carita, aburrida
de vivir en un pueblo, me temo que llegue
de un momento a otro y lo descubra todo
y muera del pesar. El problema sigue sin
solución. Tomasa está enferma, Luis loco,
Hidalgo trastornado, tú violento, yo frené-
tico... ¡y Bermejo nutriéndose!... ¿Para qué
queremos vivir así?... ¡Es preferible la
muerte cien veces!... ¡Cien veces, ante este
sufrimiento!
Seg. ¿Pero no decía usted que la salud de Ber-
mejo?...
Hid. Sí, pero es que luego me he convencido que
es un ser absolutamente indestructible. Ya
ve usted, de acuerdo con él, le puse un plan
de contraindicaciones, que era para no aca-
barlo de leer. Estómago débil, callos con
chorizo. Pulmones deshechos, alcoholes fuer-
tes. Corazón enfermo, tabaco y café. Artríti-
co, baños fríos. Bueno, pues ya han visto
ustedes el resultado. Aumento de peso, ha
mejorado el co!or, se duerme encima de un
palo. .
Luis ¡Y tiene unas fuerzas que ayer le encontré
— 72 —
coa la nuera del. portero en brazos y pesa
ochenta kilo?l...
Hid. ¿No es esto para desesperarse?
Val. jRsto es para morirse!... Yo, en mi indigna-
ción, he llegado ya al cini-sma .. Antea le
aconsejaba lo de la Moncloa y el Retiro,
ahora ya le he dicho que elija el gabinete
que más le guste, incluso el despacho; pero
que despache pronto...
Seg. Bueno, ¿pero todo ese misterio que hacíais
antes manipulando con los muebles?..:
Val. Nada, puerilidades... Una cosa inocente.
Seg. Es que os llegué a tomar miedo, Valeriano.
Hld. No, si después de todo vera usted de qué se
trata. Es casi por hacerle un favor.
Seg. ¡Vosotros un favor!...
Nid. Un verdadero favor. Si ese hombre procede
de buena fe y realmente es la fatalidad la
que se opone a que realice sus propósitos,
¿por qué no ayudarle?
Val. Nada más laudable. Y como Hidalgo, que
le ha reconocido muchas veces, sabe que es
algo cardíaco, dice que quizás dándole dos
o tres pequeños sustos...
Hid- Podría llegar, sin ninguna molestia, al logro
de sus deseos de un modo fulminante.
Val. Nosotros queríamos contar con él.
Luis Pero es lo que yo les he dicho: si contamos
con él para asustarle, pues no se va a asus-
tar...
Seg. ¿Y esos sustos?...
Val. No te asustes... ¡Dos o tres cositas!... Nada,
ya verás. Tú baja a la tienda y no te ocu-
pes.
ESCENA III
DICHOS, DOÑA TOMASA primera isqulerda
Tom. (Cou traje de calle y dispuesta a salir ) ¿NoS VamOS,
Luis?
Luis Vamos allá, doña Tomasa.
TonH. (Denotando un cansancio moral abrumador.) i A Casa
del abogado!... ¡Otra vez!... ¿Y para qué?...
¡Si no hay esperanza!... Estoy abrumada...
enferma... ¡y mi pobre hija!... ¡Vamos allá,
Luis, vamos allá!
— 73 —
íLuís Vamos, doña Tomasa... Yo también he caí-
do en una especie de marasmo que me
aplana, que me enerva, que me insensibili-
za... pero vamotí...
.'Seg. Ese hombre nos mata a todos... ¡Nos mata a
todos sin remedio! (lale tras doña Tomasa y Luis
por primera derecha.)
Val. |Ya lo creo que nos mata e.^e hombre!...
Hid. jQue si nos mata!... Ya ve usted, a mí si me
descuido... Ocho dias derrengado. [Como
que me dejó caer encima seis arrobas de
huesos!
Val. Y a mí, te juro que me ha hecho perder
bástala conciencia de la dis^nidad, de la
honradez., porque yo no sé si esto que ha-
cemos ..
Hid. jDon Valeriano, no retrocedamos! Al fin la
cosa no es...
Val. Es que le hemos preparado tres sustos, Hi-
dalgo, que son para quitarle el hipo al Cid
Campeador.
Hid. Déjeme usted probar. De-pués de todo, es
casi una curiosidad científica. Pondré aquí
el papel que le servirá de cebo, (lo deja encí-
ma de la mesa de despacho.) Y aflOra a la Calle.
Dejémosle solo.
Val. |Dios mío, pero tú crees que esto no será!...
Hid. ¡Chitsl... ¡Puramente científico!... (Vanse pri-
mera derecha.)
ESCENA IV
GENOVEVA y BERMEJO segunda izquierda
B6r. (Sale ya mucho mejor vestido. Está alegre, colorado,
radiante. Viene fumando un mngnlfico habano. Le íl-
gue Genoveva con un servicio de café y una botella de
cognac. ) ¡Caramba, se han marchado mamá y
los tíos... y el novio de mi mujer; que yo no
sé si llamarle primo, en el sentido afectuoso,
o cómo llamarle, porque la verdad es que es
un parentesco que ee las trae... En fin...
aquí está más desp'ijado. ¡En el comedor
había un tufo!... (Llamando.) Genovevita,
tráeme eso aquí, que no haya nadie, rica.
(Se arrellana en un sillón que habrá al lado de la me-
sita.)
— 74 —
Gen. (baiiendo.) ¡La verdad es que estaba el come-
dor!... Debía usted haberse asfixiado.
Bel*. ¿Asfixiado yo?... Nada... un ligero mareíUo.
Destápame esa botella de cognac, a ver si
me recobro.
Gen. Pero por Dios, señor Bermejo, ¿no le da a
usted cargo de conciencia beber tanto?...
jEntre cognac, ron y aguardientes, lleva us-
ted consumidas cuarenta y dos botellas en
quince días!
Ber. Sí, estoy cometiendo una infamia conmiga
mismo; lo sé... ¡pero qué le voy a hacer!....
Dame Ja cajetilla de las señoritas, que este
puro no tira.
Gen. (Dándole ]a cajetilla que estará sobre la mesa de des-
pacho.) ¡Esa es otra!... ¡fcCl tabaco! Hay que
verle a usted fumar.
Ber. SI, verdaderamente. ¡Fumo con una ele-
gancia!...
Gen. No, yo me refiero al abuso. ¡Pues y el café!...
¡Lleva usted dos kilos en una semana!
Ber. ¡Ah, desgraciada! ¿Pero tú no has compren-
dido el Fignificado de este exceso?... Es que
tiro a matarme, Genoveva, a matarme real-
mente. (Bebe cognac.) Persuadido como estoy
de que mis ideas religiosas no me permiti-
rán nunca atentar de un modo violento con.
tra mi existencia, me he sometido hace
quince días a un régimen que pudiera lia-
marse sin hipérbole, mortal de necesidad.
Yo toso, cognac. (Bebe cognac.) Yo me acata-
rro, moka. (Bebe café.) Yo me caigo de debi-
lidad, una señorita... (Enciende el cigarro.) A mí
me conviene vida activa, vida de movimien-
to, que acelere esta inercia circulatoria que
padezco; yo debía moyerme, yo debía traba-
jar... pues nada, no me da la gana. (Se arrella-
na más cómodamente.) ¡Me he impuestO este
amargo sacrificio y lo cumpliré! Yo libro a
esta noble familia del peso ominoso de mi
presencia.
Gen. ¡Sí, pero es que cuando les libre usté de su
presencia les ha vaciao la tienda!
Ber. Y lo mi^mo hago con las comidas. ¡Ya ves^
yo como las cosas más absurdas!... A mílofr
callos siempre me han molestado.
Gen. Y a mí.
Ber. Pues yo, callos. A mí me dicen que con ri-
— 76 ^
ñones ee puede coger una indigestión; pues
yo ríñones, cuando en realidad solamente
debía tomar alguna que otra merluza. (Bebe.)
Gen. La tomará usted.
Ber. Platos de verduras y ca'-nes blancas.
Gen. ¿Le gustan a usted las carnes blancas?
Ber. (Miráudoia muy insinuante.) ¡Caramba, Genove-
vital... ¡qué preguntas me haces-! .. ¡Que si
me gustan a mí las carnes blancas?... Una
locura!... ¡Si no fuera por el miedo a las chu-
letas, ya veríae!... (Pausa. Muy meloso.) ¿Sales
el domingo?
Gen. No me toca.
Ber. ¿Que no te toca?... ¿Pero hay algo en el
mundo que no te toque a ti?...
Gen. Del domingo en ocho, me toca.
Ber. ¿Del domingo en ocho?... ¡Ah, ya no vivi-
ré!...
Gen. ¡Calle usted, por Dios!
Ber. (Cogiéndola una mano.) ¡No, no viviré, Genove-
va!... Y yo te lo decía porque como de todos
modos tengo que ir al cementerio, podías tú
acompañarme ha-^ta las Ventas.
Gen. ¡Jesús, la verdad es que piensa usted unas
cosas!...
Ber. ¡Ah, qué amargo es estol (r,e besa la mano.)
Gen Pero por Dios, ¿qué hace usted?...
Ber. ;Ah, no te of ndas, hij^; soy un moribundor
Te acaricio como te podía acariciar un her-
mano que se hallase en la hora postrera. Me
encuentro muy mal. Tócame la frente.
Gen. Ardorosa.
Ber. Una salamandra.
Gen. Y las manos frías.
Ber. ¿Ves qué malo estoy?
Gen. Ya lo veo.
Ber. Ves...
Gen. Sí, señor...
Ber. No; digo que ves por el ron, que ya me can-
sa esto. [Quiero cambiar de veneno!
Gen. Bajaré a la tienda, porque en casa ya no
queda de cLa Negrita». (Vase primera derecha.)
Ber. jSí, baja, baja!... ¡Ah, qué criatura!... ¡Se ba-
ña en el Océano GlaciU y hierve!... ¡Y me
pregunta que si me gustan las carnes blan-
cas!... ¡Bueno, la verdad es que esto es ver-
gonzosol Me estoy poniendo que se me ha
quedado estrecho el pellejo; yo que lo lleva-
— To-
ba con fruncee. Pero, claro, cómo no voy a
engordar... ¡si un canónigo a mi lado es un
arriero! Molicie, refinamiento alimenticio;
y luego una vida sin inquietudes, sin sobre-
saltos, sin emociones fuertes... Y ya lo dijo
el poeta jocoso. «Sin susto? ni sobresaltos
vivirás gordo y feliz...» (se acerca a la mesa des-
pacho.) jCalle, qué dice este papel!... (Leyendo.')
«Bermejo, cajón de la derecha. Papeles im-
portantes.» ¡Canario! Esto parece una nota.
¡Papeles importantes que se refieren a mí en
el cajón de la derecha! Yo voy a ver qué es
esto. Este es el cajón y tiene la llave en la
cerradura. La cosa no es muy correcta, pero
la curiosidad me disculpa. Ya se ve poco.
Encenderé la lámpara para esta pequeña
requisa, (coge el flexible del portátil.) Aquí está
el enchufe. (a1 ir a meterlo se produce una fuerte
descarga, eon explosión de chispas que le hace dar un
salto. Pálido y con los pelos de punta, se lleva las
manos al corazón. El enchufe del portátil que estará
instalado con corriente, llevará, en lugar délos pitón*
citos de acero, un carbón, que al ponerlo en contacto
con el enchufe colocado en la pared, y que estará cu-
bierto de una chapita de metal con corriente en resis-
tencia, producirá un arco; al mismo tiempo, desde den-
tro se enciende un chispero de pólvora que hace saltar
una profusión de chispas; para esto es conveniente que
el enchufe esté instalado en el quicio de la segunda iz-
quierda.) ¡Jesús! ¡¡Qué dcscargaü ¡El susto ha
sido de esos de «no te menees, pulguita!»
Ten^o el corazón que es una devanadera...
Se conoce que algún contacto. Mi torpeza
tal vez. Bueno, estos enchufes, en el Inson-
zo, no estarían mal, peí o aquí... ¡Tengo un
temblor!... En fin, nada, un ligero accidente.
Veamos los documentos del cajón, que es lo
importante. (Lo abre y al abrirlo encuentra como
una resistencia; tira más fuerte y al hacerlo se produ-
cen dos detonaciones consecutivas. Consiste el truco
en que será hueco el cuerpo derecho de la mesa mi-
nistro, para que se pueda así, por una abertura hecha
en el suelo del escenario, disparar los dos tiros dentro
de la mesa.) ¡Mi madre! (Retrocede con los pelos de
punta y cae sobre el sillón de al lado de la mesita. Se
lleva las manos a la garganta, como el que se ahoga o
quiere hablar y no puede.) ¡¡AvI! ¡¡Me he queda-
do sin habla!!... ¿Pero qué... pero qué... es
— 77 —
esto?... ¡{La batalla del Piave en un cajón!..,
jQué ha podido eerl... ¡Yo me ahogol... ¡Be-
beré un poco!. . (Bebe con UH temblor de muerte.)
Bueno, esto. . esto me lo han dedicado. Esto
es cosa de los tios... de lo=> tíos eso&i Lo veo
con luz meridiana, ¡f'ero, cnramba, me pare-
ce que están abusandol Paso por lo del bra-
sero cuando me quedo doimido, y paso por-
que me abonen a ver lof» dramas de tiambal,
pero que apelen a la dinamita, me parece
un tanto ai'usivo. Observo que les voy can-
sando. Bueno, pues abre iaré. Hoy les exijo
las doce mil peseta« que me restan como
saldo a mi fnvor o hago valer mis derechos
de marido. Ellos venin. Y ya podéis venir-
me con sustus. Se hunde la caea y entre los
escombros encontiarán mi cadáver con la
siguiente sonrisa, ¡je, je, je! (Hace una sonriea.
muy cómica.)
ESCENA V
BERMEJO T GENOVEVA primera derecha
Gen. (Entrando con una botella y con un sacacorchos. Al
entrar enciende el aparato del centro y la escena se
ilumina en su totalidad.) AqUÍ está el ron.
Ber. Muy bien.
Gen. «La Negrita.»
Ber. Trne que la destiña.
Gen. ¡Caramba, señor Bermejo! ¿Qué le ha pasa-
do a usted? Le encuentro así algo...
Ber. Nada, que si no llego a tener el corazón
como una peña, saco plaza para una sacra-
mental.
Gen. ¿Pues?
Ber. Nimiedades explosivas. Descorcha, Pitonisa.
Gen. Qué motes tan bonitos pone usted, (va a des-
corchar.)
Ber. Si te gusta, quédatelo.
(Snena el timbre de la puerta.)
Gen. (Dejando la botella encima de la mesita.) Espere
usted que llaman. Voy a abrir.
Ber. Abre con cuidado, no se te dispare.
Gen. ¿Qué?
Ber. No, nada. (Ceuoveva vase piimeraderecha.)¿QuÍén
será? y^voge un pnio de la caja que habrá sobre 1*
— 78 —
mesita.) Bueoo, yo encendería este puro, pero
¿y si tiene un torpedo?...
6en. (Entra conBteroada.) Señor Bernoiejo... 8eñor
Bermejo...
Ber. ¿Qué te pasa?
6en. ¡Diosmíol
fier. ¿Ha estallado algo?...
Gen. La geñorita, que es la señorita...
Ber. iDemonio!... ¿Qué dices?...
Gen. Que he mirado por la rejilla y he visto que
es la señorita. Se conoce que im venido del
pueblo sin avisar.
(Llaman de nuevo.)
Ber. ¡Mi mujer!... ¡Mi mujer aquíl
Gen. ¡Ay, si le vel... ¡Ella que le cree a usted
muerto!
Ber. ¿^Y qué hago?
Gen. I Por Dios, escóndase usted!
Ber. ¡Sí, porque como me reconozca se lleva un
susto que no dice ni Jesús!...
Gen. Pronto, en este cuarto.
Ber. Por Dios, tú no te alejes mucho. (Vase Geno-
veva a abrir. Bermejo se oculta segunda derecha, des-
pues de echar las cortinas.) ¡DiüS míO, qué situa-
ción!... ¡Una entrevista con mi viuda! (se es-
conde.)
ESCENA VI
CARITA, GENOVEVA, BERMEJO al paño
Car. (Entrando con un saco de mano.) ¿Y mamá y l08
tíos?
Gen. Pues han salido hace un momento. Ya no
tardarán. ¿Pero usted equí?... ¡Quien iba a
figurarse!. .
Car. He querido venir sin decir nada. No podía
estar en el pueblo. Me mataba la tristeza.
Además, mañana hará dos meses que murió
aquel pobre señor, que en paz descanse (Ber-
mejo se asoma.), y he venido a encargarle una
magnífica corona, que luego traerán; verás
qué preciosa. Además, quiero que le hagan
un funeral y deseo asistir a él.
Cien. ¿Pero por Dios, aún sigue usted con esa ma-
nía?... ¿Pero usted qué tiene que ver con
aquel caballero?
-^ 7» -
"Car. Con aquel caballero no, con su alma sí. (eer-
mejo vuelve a asomarse) Soy Una mujer Cristia-
na y aunque sólo uno-^ díus fué mi. marido.
Murió sin parienten, nin amigos. No tiene
nadie que le; llore ni que le rece.
(Bermejo se asoma, se enjuga una lágrima y la tira un
beso.)
"Gen. No, si... yo comprendo ..
^Car. Además, Genoveva, no estoy tranquila. Yo
no sé qué me sucede, que cnanto más tiem-
po pasa, más aferrado tístá a mi memoria el
recuerdo de aquel iiombre. No entro en una
sola habitación, si está a oscuras, que no
vea aquella cara inolvidal)le que vi en el
Hospital aparecer ycoior^arse en la penum-
bra, mirándome fijamente como si quisiera
hablarme.
'líen. |Qué horror! ¡Calle usted, por DiosI ¡A.y, si
le ve!
Car. ¡Y si vieras lo que yo le rezo!...
Gen. ¿viucho?
Car. Debe estar en la gloria.
Ber. (i.a sonríe.) (Si no íucra por los suatos^, ya lo
creo.)
Gen. ¿Y usted le recuerda bien?
Car. Como si le estuviera viendo, Genoveva. Era
muy simpático...
(Bermejo alarga el cuello por entre las cortlnaa para
ver mejor.)
^en. ¿Sí?
Car. Tenía unos ojos hermosos... azules..!
Ber. ¡Requiebros postumos!
Car. Y en todo su rostro una exnresión dulce y
resignada, como de mártir!... ¡Pobre hom-
brelEn fin, ven a mi cuarto. Me quitaré el
, sombrero y mientras le rezaremos unos Pa-
drenuestros.
Gen. Con mucho gusto...
Car. (Haciendo mutis primera izquierda.) «Padre Nues-
tro, que estás en los Cielos...»
(La sigue Genoveva.)
Ber. ^Saliendo.) ¡ Y se va rezándome! ¡Ora por mí!...
¡Ora por nobis, como quien dice!... Bueno,
tengo una mujer que es capaz de sacarle a
uno, no digo yo del purgatorio. . de sus casi-
llas!... Cuando estaba preocupada por mi ai.
ma, me estaba yo fijando en su cuerpo, y...
la Venus de Médicis es una alcuza compara-
— so-
da con ellal .. Y ha dicho que mis ojos eran
hermoFoe... ¿Eran? El pretérito es para po-
nerle los pelos de punta a un f stóico. . ¡Son,
joven, sonl... Bueno, yo la hablo. Natural-
mente, que con ciertas precauciones, para
que no fcillezca del susto; pero la hablo. Yo
no i'Uedo consentir que me obsequie con
coronas ni que se esté gastando un dineral
en misas., prefieio que me lo dé en metáli-
co. Además, es un cargo de conciencia te-
nerla alejada délos suyos. ¿Qué la diría yo
para emp»^zar?.,. ¡Ah, sí!... la doy el pésame,
así no se figura que soy 30... ¿porque quién
da el pésame de sí mismo?... Y desde luego
empezaré a hí:blarla sin que me vea. (se oye
rumcr del rezo.) E:la VUelve. (Se oculta segunda
derecha cubriéndose con las cortinas.)
ESCENA VII
DICHO, CARITA y GENOVEVA, primera izquierda
Car. Y allá nos espere muchos años, gozando de-
la Gloria eterna, (se persigna.)
Gen. (Que sale detrás.) Amén.
Ber. ¿Dónde ha dicho que la espere?
Car. Bueno, pues tú anda a la cocina, que yo
hasta que venga mamá voy a entretenerme
escribiendo a las de Botella para decirlas
que llegué sin novedad. (Se sienta a escribir de
espaldas a la segunda derecha.)
Gen. Sí, señora. Acabaré de planchar. (¿Dónde se
habrá metido?... ¡Allí estál... ¡Ay, que se le
ven los pí^s por debajo de la cortina! ¡Dios
mío, si se fijti! Voy a avisarle.) (va y deja caer
sobre uno de los pies de Bermejo la pata de una sUia
que ha movido. Se escucha algo asi como ese sonido
qua produce cuando el que, per contener una queja
Eorbe el aire con los dientes cerrados.)
Car. ¿Qué ha sido?
Gen. Nada, mi pie. Que me he pisado con la si-
lla. (Vase primera derecha.)
Car. (Escribiendo.) «Querida María Luisa... >
Ber. ¡Tendrán azahar en la casa... porque el sus-
to va a ser para un aneurisma! Sin embargo,
yo me decido. (Bermejo da dos golpes casi imper-
— 81 —
ceptibles en la puerta. Carita levanta la cabeza y mira
a todas partes con extrañeza.) |DÍOS míO, empezar
a golpea con mi mujer, la primera vez que
la hablo!... Los daré más tuertes, (oa dos gol-
pes más fuertes.)
Car. (Se levanta asustada.) ¡JeSÚsI... ¡Han dado doS
golpee!... (otros dos golpes.) ¿Quiéo?
Ber, (Oculto tras la corMna sigue hablando hasta que se
indique.) ¡Señorita!
Car. ¡jAhü (Aterrada.) ¡Jesúsl... ¿Quién habla ahí?..»
¿Quién es?
Ber. Jjadie, señorita.
Car. ¡ün hombre!... (Liemando.) Genoveva, Geno-
veva...
Gen. (saliendo primera derecha.) (¡Le ha visto!) ¿Qué
le pasa a usted?
Car. Un hombre... Ahí hay un hombre.
Gen. No lo crea usted.
Car. Sí, que me ha hablado. Pide socorro...
Ber. Dila que no se asuste.
Gen . Pero si no me hace caso.
Car. ¿Quién es ese hombre?
Ber. Tranquilícese, señorita. Ya ve cómo Geno
veva no se altera.
Car. ¿Pero qué hace usted aquí?... ¿A qué ha ve-
• nido?
Ber. Pues he venido a decirla de parte de su di-
funto que no se moleste usted más en rezar
por él.
Car. ¡Jesús!
Ber. Está usted haciendo un esfuerzo inútil, se-
ñorita, porque ¿cómo va usted a sacar del
purgatorio un alma que no ha entrado to-
davía?
Car. ¿Qué dice ese hombre?
Ber. Que el señor Bermejo, cjn el que usted se
casó in artículo mortis, no ha muerto.
Car. IlQue no ha muerto!!
Gen. No, Feñorita; no ha muerto.
Car. ¿Y dónde está ese hombre?
Ber. (Saliendo.) A los piés de usted, señorita.
Car. ¡¡AhÜ ¡¡El!!... (Da un grito terrible y cae desmayada
en brazos de Genoveva.)
Gen. ¡Por Dios, señorita!... ¡Ay, que se me muere!
Ber. (Socorriéndola.) ¡Señorita, por Dios!... ¡Agua>
dale agua... Mójale las sienes.
Gen. (Espurreándole la cara.) ¡Ay, mi Señorita!
Car. (Vuelve en sí y mirando fijamente a Bermejo, retro-
e
— 82 —
cede aterrada, con los ojos extraviados, como enloque-
cida.) ¡¡Sil!... ijEs él!!... ¡¡Le reconozcol!
Ber. ¡He mejorado, como habrá usted visto!...
Car. ¡Pero usted!... ¡vivo!... ¡¡¡vivo!!!
Ber. Sí, señora, mal, pero vivo. Cálmese, por fa-
vor.
Car. ¿Pero no es que sueño?... ¿No es usted algo
sobrenatural, algo que "vuelve del otro
mundo?
Ber. ¡Pero por Dios, señorita! ¿usted cree que hay
alguien que vuelva del otro mundo con cha-
leco de fantasía?...
Car, (Llorando en brazos de Genoveva.) ¡DioS míO, le
he estado rezando a un vivo.
Ber. En el buen sentido de la palabra; pero sí,
señora, a un vivo.
Car . (con profundo desconsuelo.) ¿De modo que estoy
casada?
Ber. Sí; pero no lo va usted a notar,. Cosa de
unos días... (Hace señas a Genoveva para que se
vaya. Sale por segunda izquierda.) Señorita...
Car. (Aterrada.) No... uo se acerque usted.
Ber. ¡Señorita, por Dios!
Car. (Exaltada todavía.) jNo!... [Me parece usted una
visión!
Ber. ¡Pues los hay más feos!
Car. ¡Ay, Dios mío, qué horror!... ¡Y no soy viu-
da! ¿Por qué, por qué me engañaron? (uora
desolada.)
Ber. Hágase usted cargo, señorita; su familia,
que lo es mía, aunque temporalmente, me
extendió el certificado de defunción para
tranquilizarla. ¡Hizo bien! ¿Pero a qué con
tinuar la farsa? Yo no puedo consentir que
se esté usted gastando un dineral en coro-
nas y en oficios de difunto... Gásteselo us-
ted en el trousseau... Y si acaso, cuando yo
desaparezca del mundo, es cuando puede
encargarme todos los oficios que quiera, an-
tes no.
Car. ¡Dios mío, yo casada! ¿Pero Luis sabe esto?
Ber. De memoria.
Car. ¿Y qué dice, qué dice el pobre?
Ber. Pues nos llevamos divinamente. Está tan
contento conmigo. No hemos tenido más
que un pequeño disgusto un día que intenté
escribirla a usted una carta y puse en el en-
cabezamiento: «Muy señora mía.» ¡Ya ve
usted si es respetuoso!... Pues dijo que no
le daba la gana que dijese que era usted se.
ñora nQÍa,'¡ni en las cartas!... Un abuso.
«Car. ¡Ah, sí, sí!... ¡Lo que estarán sufriendo!
¡Pero ellos tienen la culpa! La resurrección
de usted es el castigo que Dios nos impone
por nuestra codicia.
Ber. ¡Por Dios, Carita!
Car. ¡Ah, sí, ya lo decía yo! Ya lo vaticiné y no
quisieron creerme, ciegos por coger una for-
tuna que no nos pertenecía ¡Y ahora yo,
casada, casada sin remedio! (con energía, po-
niéndose en pie.) Pero sé lo que debo hacer, lo
que me corresponde. Sé la única solución
que tiene esta irreparable catástrofe, que ha
destruido para siempre mi amor y mi feli-
cidad.
Ber. ¿Y qué va usted a hacer?
Car. Meterme en un convento.
Ber. ¡Más oficios!
Car. Meterme en un convento para siempre.
Ber. Usted no se mete en nada. ¡Renunciar us-
ted al mundo, a la juventud, al amor, por
culpa mía?... No, jamás. Yo sabré impe-
dirlo.
Car. Pero aquí en el mundo, ¡qué martirio no
será el de mi vida! ¿No lo comprende usted?
¡Unida para siempre a un hombre que no
quiero, y usted perdone, y separada del que
amo con idolatría!... ¡Ah, no, nunca, nun-
ca!... ¡Un convento, un convento!...
. ESCENA VIII
DICHOS, LUIS, DOÑA TOMASA, por primera derecha
1.UÍS (con asombro.) ¡Ah! ¡TÚ aquí! ¿Tú con él?
Ber. (Altivo, cruzándose de brazos.) ¡GonmigO, SÍ, COU-
migo I
Tom. ¿Pero qué es esto?... ¡Usted con mi hija!...
Car. Sí, mamá, sí.
Luis (a Bermejo.) ¿Pcro cómo se ha atrevido us-
ted?...
6er. He lo he revelado todo con la discreción y
el respeto que me impone su dolor. Que lo
diga ella.
— Sa-
car. Sí, Luis, BÍ; este señor me ha dicho toda la
horrible verdad.
Tom . ¡HÍJ3. DQÍal (cruza al lado de Carita.)
Car. ¿Por qué me lo ocultasteis? (a luís.) ¡Y tú^
engañarme tú!... No te lo perdono.
Luis Carita, comprende mi espantosa, mi desee-
perada situación. ¿Qué iba yo a hacer?... ¡Y
este hombre!...
Ber. Este hombre, señor mío, ha dicho lo que
debía decirle, porque este hombre sabe
comprender la ternura de los corazones. Y
aunque ante Dios y los hombres soy su es-
poso, mire usted de qué temple es mi alma.
Venga usted aquí. (Desprende a Carita de los bra-
zos de su madre y la une a Luis.) Abrácela USted....
abrácela fuerte. (Les obliga a que se abracen.)
Tom. ¿Pero qué haceV
Ber. (sujetando a doña Tomasa.) Quieta. (A eiloa.).
Apriete usted sin temor, señorita, apriete
usted... (Volviéndose a doña Tomasa.) ¿Puede ha-
cer más un maiido, señora?... ¡Qué cuadro!...
Y ahora, después de dos meses deausencia^,
que tengan un momento de expansión. De-
jémoslos solos.
Tom. No me da lagaña.
Ber> ¡Señora!
Tom. ¡Qué voy yo a dejar sola con nadie a mi
hijal
Ber. (Sujetándola.) ¡Pcro, señora, no me importa a
mí, que soy su marido y va usted a meterse!
Vamonos.
Tom. (Dando un empujón a Bermejo.) Déjeme USted en
paz. (coge a BU hija.) Venid, pasad aquí, hijos,
míos.
(Vanse los tres primera izquierda.)
Ber. (ludignado.) ¡Qué manera de agradecerle a
uno los sacrificios! ¡Al fin, suegra! (Llama se-
gunda izquierda.) GcnOVCVita.
Gen. (Apareciendo.) Señor.
Ber. El caldo con las yemas. Pero hoy pon cua-
tro. ¡No me agradecen nada, pues que se.
fastidien! ¡Llévamelo al comedor!
Gen. En seguida.
Ber. ¿Sales el domingo?... ¡Ah, que ya te lo había/
preguntado! ¡Ingratas! (Mutis tras Genoveva-
segunda izquierd«f)
— t5 —
ESCENA IX
DON VALERIANO e HIDALGO primera derecha
Mal . (Entran teme-osos, vacilantes.) Nadie, silencio.
Hid. Vamos a ver el resultado.
Val. Aguarda. Tiemblo de emoción. ¿Qué efecto
le habrá hecho?
Hid . Lo del enchufe resultó; mire usted las hue-
llas de la llamarada.
Val. Es verdad... Veamos lo del cajón, (vau a mi.
rarlo atentamente y Bermejo asoma segunda izquierda,
se aproxima a ellos.)
Ber. No ha fallado nada, no se molesten. Gra.
cias, muchas gracias, señores, por coadyuvar
de una manera tan ingeniosa y sencilla a la
total extinción de esta pobre existencia que
«e me escapa a raudales. ¡Qué hábil, qué
flamígero lo del enchufe!... ¡Qué imprevis-
to, qué detonante lo del cajón!... ¡Gracias,
muchas gracias! (Mutis por donde salió.)
"Val. (Con desconsuelo.) ¡Vivo!
Hid. (Con desesperación.) ¡Vivo!
'Val. jEstá visto, a este hombre le hacen la autop-
sia y engorda!
ESCENA X
DICHOS, LUIS primera Izquierda
'Luis ^Ya sabrán ustedes lo que ha ocurrido?
Val. "No, ¿qué ha ocurrido?
Luis ¡Que llegó Carita sin avisar y ha hablado
con Bermejol
Hid. <iQué dices?
Luis Y lo sabe todo.
Val. ¡Santo Dios!
Luis Y para remate, a nosotros acaba de asegu-
rarnos el abogado que lo del divorcio es im-
posible.
Val. ¿De manera que no hay medio de deshacer-
se de este hombre?
Hid. No hay medio. La ciencia ha agotado todos
sus recursos.
IVal . No hay medio.
— 86 —
Luis No hay medio.
(Están abrumados los tres.)
Gen. (Aparece primera derecha.) SeñOf,
Va!. ¿Quién es?
Gen. ^ Un caballero que desea hablar con ustedes».
Val. No estamos para recibir a nadie.
Gen. Es que dice que quiere hablar de una cosa
urgente.
Luís Que no queremos recibir a nadie.
Gen. Es que dice que viene a matar al señor Ber-
mejj.
Los tres ¡Que pasel
(Sale Genoveva a abrir.)
Val . (con alegría.) ¿A matar a Bermejo?... ¿He oído
bien?
Luis ¡A. matar a Bermejo ha dicho!
Val. ¡Matar a Bermejo!... ¡Algún iluso!
tíid. ¡Quién sabe ai traerá algún nuevo procedi-
miento!
Val. Traiga lo que traiga, ¡para ese hombre los
gases axfixiantes, espliego!
Hid. Tiene trazas de asesino.
Val. Que entre, que entre, pase, pase usted.
ESCENA XI
DICHOS y SATURNINO, primera derecha
Sat. (Tipo de señorito golfo muy avispado.} SeñoreS^,
deseo que me excusen de la urgencia con-
qae he requerido su amable entrevista.
Val. Sí, sí, diga, diga lo que sea.
Sat. Yo les hubiera pasado a ustedes mi peque-
ña carta de visita. He estado tres años en
Parí?, avant guerre, de camarero en el Hotel
Eoticeray, houlevard Montmartre, y sé lo que
me compete.
Val. ¿Y qué se le ofrece?... Porque nos ha dicho
[a Jámula... (que wesL que también sabemos
francés.)
Luís Sí, nos ha dicho que usted pretendía... Us-
ted dirá.
Sat. Toutsuit. Yo hubiese querido presentarme
ante ustedes con un indumento menos de-
plorable. Pero, ah, señoree, tuve que salir de-
París hace seis meses con lo puesto, tuve^
-er-
que dejarme la maleta, la mal, que decimos
por allá, y sin maí, ¿cómo va uno a ir bien?
Val. JUieno, alón, alón, al grano.
Sai Excúsenme. Todo esto es para que no dee-
confien de raí y que den crédito ai gravísi-
mo asunto de que vengo a informarles.
Luis Usted dirá.
Sai Señores, conozco el horrible drama que les
agfobia.
Val. ¿Usted?
Sat. Muá. Y vengo a ofrecerles una solución rá-
pida, inmediata, satiefactoria, definitiva.
Los tres ¡Pero es posible!
Sai Evangélico. ¿Está aquí ese moribundo ful al
que entregaron ustedes hace poco dos mil
pesetas?
Val. Aquí está.
Sai ¡Ah, pueb aquí muere!
Luis ¿Tiene usted alguna ofensa recibida de tal
persona?
Sai No, si los que le van a matar van a ser us-
tedes.
Hld. ¡Nosotros!
Val. ¡Qué infeliz! No se haga usted ilusiones.
Sai Van a ver ustedes, en cuanto sepan la inicua
explotación de que son objeto.
Hid. ¿Qué dice ustedV
Val. Expliqúese, por Dios.
Sai ¿Ustedes saben como yo me llamo?
Luis No tenemos el gusto.
Sat. íSaturnino Bermejo.
Val. ¿Entonces usted es hermano suyo?
Luis ¿Hermano de Lázaro Bermejo?
Sat. Exactamente.
Hid. ¿Y viene usted a matar a su hermano?
Sai (Con grau misterio.) Eñ que al que yo venía a
matar no es hermano mío, ni se llama Lá-
zaro Bermejo.
Los tres ¿Cómo?
Sai Ese inmundo y apócrifo agonizante, que
en cuanto se ve mal de recursos se dedica
a expirar, quiso entrar hace dos meses en
San Carlos, y como es un indocumentado,
me pidió la cédula de mi pobre hermano
Lázaro, que había fallecido ^eis meses ha.
Los tres (Con grau asombro.) ¡Ahí
Sai Ha...
Luis (con ansiedad.) Siga USted.
— 88 -^
iíat. Yo, compasivo, se la di. El entró en el Hos-
pital algo más enfermo que de costumbre;
se puso a la muerte, sesíún dicen, y entonces
fueron ustedes y lo casaron con una hono-
rable señorita. E voilá tout.
Luis ¿Entonces, ese hombre, cómo se llama?
Sat. Ese hombre se llama Gaspar Menacho.
Val. ¿Menacho?
Sat. Menacho. En cuanto convaleció vino a bus-
carme, me contó el lance, me dijo que te-
níamos un bello negocio a explotar, que me
callase hasta coger Jas catorce mil pesetas,
y que iríamos a medias en el asunto.
► Luis iQué infamia!
Sat. Y cuando yo. candido de mí, lleno de bue
na fe, de nobleza, de hidalguía, le había
buscado unos niños con un parecido asom-
broso, y a la Hipólita, que no hay otra en
Madrid para estos asuntos, y le había presta-
do jhasta mi madre, señores!... que ya ven
ustedes, prestar una cosa tan sagrada. Pues
va el muy canalla y en vez de mandarme
las mil pesetas que me correspondían... en
vez de mandarme un cheque, me mandó un
chico con diez y ocho reales, tout compri. ¿A
ustedes les parece?
Val, (con inmensa alegría.) ¡Ay, scñor Bermcjol ¡Ay
qué peso me ha quitado usted del alma!
Luis ¡Ay, qué felicidad!
Hid. Todo resuelto. ¡Qué alegría!
Val. ¿Y dice usted que su hermano Lázaro ha
muerto?
Sat. Hace medio año.
Val. ¡Ay, qué gusto!
Luis ¡Somos dichosos!
Hid. ¿Y se podrá sacar el certificado de defun-
ción cuando se quiera?
Sat. Sin duda.
Luís ¡Qué alegría!... ¡El certificado de defunción!
¡Qué felicidad!...
(saltan y bailan regocijados.)
Sat. Pero, caramba, que no creo que sea motivo
de regocijo...
Val. ;Ay, sí, señor Bermejo!... Usted dispense.
Luis ¡Perp ^s que nos ha devuelto usted la felici-
dad, el sosiego, la vida, todo!
Hid. Acaba usted de solucionar el má^ grave de
los conflictos.
— 89 —
"Sat. Bueno, pero yo espero que ustedes corres-
pondan obligando a ese miserable a que me
restituya lo legítimamente ganado.
Val. Tout suit. Obligaremos a Menacho a que
comparta con usted lo que ha recibido y lo
que tiene que recibir, que no va a ser poco.
Haga usted el favor de pasar a esta habita-
ción y esperar un instante. (i>e indica la segunda
derecha.)
:Sat. Tre bian. (Entra.)
Luis Bueno, ¿y qué hacemos con ese canalla?
Val. Tú entra y cuéntales a Carita y Tomasa lo
que ocurre; diles que no lloren más, que se
alegren, que somos felices, que el matrimo-
nio no es válido, que pronto desharemos el
error.
Luis Sí, no quiero retardarles esta alegría, (vase
primera izquierda.^
Val. Tú, Hidalgo, baja, cuéntaselo a Segundo y
dile que suba.
|^¡d. A escape. (Vase primera derecha.)
Val. Y yo... (sombrío.) Yo voy a encerrarme con
Menacho, y como esa lesión cardio-motora
sea un hecho, aquí la hinca; y si no es un
hecho, le va a faltar una décima de milíme-
tro. A mí me paga los dos meses que me ha
hecho pasar y el sablazo, (saca un revólver.)
¡Ay de ti, Menacho!
ESCENA XII
DON VALERIANO Y BERMEJO
"Val. (Se actrca a la segunda izquierda.) Bermejo...
amigo Bermejo. ♦
Ber. (Apareciendo.) ¿Me llamaba usted, mi cordial
y querido tío?
Val. Sí; tenga la bondad de hollar, aunque tran-
sitoriamente, este recatado despacho.
Ber. A sus gratas y efímeras órdenes.
Val. Sírvase reposar en esa acogedora y delezna-
ble silla.
Ber. Encantadísimo. (Me escama la retórica.) (se
sienta en el sillón de despacho.)
Va!. Mi 'pasajero y fútil sobrino: he llamado a
usted porque acaba de ocurrírseme una idea
fulgurante, feliz, heroica, solucionante.
— 90 --
Ber. ¿Y qué idea es esa?
Val. Verá usted qué hallazgo. Yo estoy viendo^-
amigo mío, que la infelicidad de esta casa
va no tendrá término.
Ber. iOh!
Val. De un lado, mi hermana que muere; mi so-
brina que se agosta, todos que enloquece-
mos... De otro, usted, sufriendo, atormen-'
tándose, anhelando morir, sin conseguirlo,
¿Qué remedio único podría tener esta trá-
gica desdicha?, pensé... ¡Y lo he encon-
tradol
Ber. ¿Ha encontrado usted el remedio?
Val. Breve, hermoso, sencillo, conclujente. Verá
usted.
Ber. A ver.
Val. He resuelto que encerrados en esta habita-
ción concluyamos ahora mismo...
Ber. ¿Cómo?
Val. ¡Matándole a usted y matándome yo luegoí
Ber. (Que apeuas puede tenerse de terror.) ¡Don Vale-
riano!... ¡Caray, qué ideal
Val. ¿Le gusta a usted?
Ber, ¡Una preciosidad! Pero es una idea que yo^
creo que nos convendría madurarla.
Val. ¿Madurarla? ¿Para qué?... ¿Usted no va a
morirse pronto?
Ber. De un día a otro, sí, señor. Pero vamos, uno
tiene sus afecciones... Yo quisiera despedir-
me de los míos...
Val. Despídase por escrito. De aquí salimos los
dos para el depósito.
Ber. ¡Pero, por Dios, don Valeriano!... ¿Matarnos
en casa?... Ahí tenemos el Retiro, la Mon-
cloa, lugares de una amenidad y de una...
Val. Basta.
Bar. Tampoco echemos el canalillo en saco roto;
una cinta de plata, álamos en las orillas...
Val. (Se levanta. Saca el reloj y el revólver.) Escriba
usted la despedida. Dos minutos nos quedan
de existencia. ¡Pronto!
Ber. ¿Dos minutos? ¡Pero, caray, don Valeriano;
con este pulso en dos minutos no pongo yo
ni «ustedes lo pasen bien». (Se pone a escribir.)
(¡Qué haría yo. Dios mío! La cara es de una
resolución trágica.) (Escribe.)
Val. Minuto y medio.
Ber. Don Valeriano, ¿tiene usted un raspador^
— 91 —
que me he equivocado?... He puesto hijos
con ge.
Val. El trance disculpa la ortografía. Pronto, que
pasa la hora.
Ber. Don Valeriano, hágame el favor de un so-
bre.
Val. Tome usted. (Bermejo moja el sobre repetida &
inútilmente.) ¿Qué le pasa?
Ber. Nada, que se pone usted tan apremiante que
no sé si es que el sobre no tiene goma o que
yo no tengo ealiva.
Val. Venga esa carta, (se la quita.) Encomendémo-
nos a Dios.
Ber. Don Valeriano, un momento, que se me ha
olvidado la fecha.
Val. (cogiéndole de una mano.) Basta. Encomiéndate
a Dios. ¡Muerel (Le apunta.)
Ber. (cayendo de rodillas.) ¡No, don Valeriano, por
su madre!... ¡Mis hijas^ mis pobres hijas!...
¡No haga usted fuego!... ¡Fuego no!
Val. ¡Muere! (Le muele a puntapiés, golpeáadole con la,.
culata del levólver.)
ESCENA ULTIMA
DICHOS, SATURNINO. Luego LUIS, DOÑA TOMASA y CARITA,
primera izquierda. Después DON SEGUNDO e HIDALGO, primera
derecha. Al fin, GENOVEVA
Sat. (saliendo segunda derecha.) ¡Mátelo UStedl
Ber. (Más aterrado todavía.) ¡Saturnino!
Sat. ¡Menacho!
Ber. (Levantándose.) ¡TÚ aquí!... Eutonces... ¿Lo sa-
ben todo?
Luis (saliendo.) ¡Todo; miserable, canalla!
Tom. (Que ha salido con Carita.) Todo, SÍ, Señor; y SÓlo
por la alegría de ver feliz a mi hija es por
lo único que siento impulsos de perdonarle
a usted.
Seg. (Que aparece con Hidalgo.) ¡Conque era un fal-
sariol ¡Granuja!
Ber. (Abrumado ) ¡Señores!
Val. Elimínese a gran velocidad... Vayase de Es-
paña, márchese a América.
Ber. ¿Y si naufrago?
Val. Usted se va al fondo del agua y se atraganta,
nada más.
— 92 —
Xuis Vayase pronto, porque nosotros hemos de
notificar al juzgado la suplantación que us-
ted ha cometido y va usted a ir a la cárcel.
-Car. Huya usted cuanto antes.
-Ber. Gracias, señores; he parecido más malo de
lo que soy; la necesidad, el hambre... per-
dónenme.
"'Gen. (Aparece primera derecha. Trae en la mano una corona
fúnebre coü grandes cintas.) Señorita, acaban de
traer esta corona.
Car. ¡Dios mío, la que yo encargué, creyendol...
Ber. Es preciosa...
Val. Era para usted, utilícela.
Ber. (La coge.) Con mucho gusto... (Leyendo las cin-
tas.) «A la buena memoria...» ¡Regular nada
más!... Pero en fin... Gracias, señorita, gra-
cias por el recuerdo!
Sat. Esto lo vendemos y nos dan treinta pese-
tas.
Ber . Tout suit. ¡SeñoresI
(Vanse primera derecha.)
Tom. . ]Vaya con Dios!
Hid. ¡Maldito sea!
Luis ¡Lo que nos ha hecho sufrir ese bandido!
Seg . Porque fué el castigo de vuestra codicia. Así
verás que sólo es verdad lo que yo os tuve
dicho, que el bolsillo se parece al estómago.
Si queréis tener salud, comida sana; si que-
réis ser felices, dinero honrado. Y lo que no
Fea eso, ya lo visteis, daño nada más puede
ser.
Tom. Tiene razón Segundo.
"l/al: Y tú, Hidalguito, cuando se te ocurra una
cosa ingeniosa, te la apuntas en un papel
y te lo comes, (ai público.) í. aquí da fin la
grotesca tragedia con que el autor pretendió
entreteneros unas horas. Perdón si no lo ha
logrado.
(T«lón )
FIN DE LA OBRA
OBRAS DE CARLOS ARNICHES
Casa editorial.
La verdad desnuda.
Las manías.
Ortografía.
El fuego de San Telmo.
Panorama nacional.
Sociedad secreta.
Las guardillas.
Candidato independiente.
La leyenda del monje.
Calderón.
Nuestra Señora.
Victoria.
Los aparecidos.
Los secuestradores.
Las campanadas.
Via libre.
Los descamisados.
El brazo derecho.
El reclamo
Los Mostenses.
Los Puritanos.
El pie izquierdo.
Las amapolas.
Tabardillo.
El cabo primero.
El otro mundo.
El príncipe heredero.
El coche correo.
Las malas lenguas.
La banda de trompetas.
Los bandidos.
Los conejos.
Los camarones.
La guardia amarilla.
El santo de la'Jsidra.
La fiesta de San Antóo.
Instantáneas.
El último chulo.
La Cara de Dios.
El escalo.
María de los Ángelep.
Sandías y melones.
El tío de Alcalá.
Doloretes.
Los niños llorones.
La muerte de Agripina'
La divisa.
Gazpacho andaluz.
San Juan de Luz.
El puna o de rosas.
Los granujas.
La canción del náufrago^
El terrible Pérez.
Colorín colorao...
Los chicos de la escuela^
Los picaros celos.
El pobre Valbuena.
Las estrellas.
liOS guapos.
El perro chico.
La reja de la Dolores,
El iluso Cañizares.
El maldito dinero.
El pollo Tejada.
La pena negra.
El distinguido Sportmanr.
La noche de Reyes.
La edad de hierro.
La gente seria
La suerte loca.
Alma de Dios.
La carne flaca.
El hurón.
Felipe segundo.
La alegría del batallón.
El método Górritz.
Mi papá.
La primera conquista.
El amo de la calle.
Genio y figura.
El trust de los Tenorios.
Gente menuda
J)l género alegre.
El príncipe Casto.
El fresco de Goya.
El cuarteto Pons.
La pobre niña.
El Premio Nobel.
La gentuza.
La corte de Risalia.
El amigo Melquíades.
La sombra del molino.
La sobrina del cura.
Las aventuras de Max y Mino
El chico de las Pefiuelas.
La casa de Quirós.
La estrella de Olynípia
Café sólo.
Serafín el Pinturero.
La señorita de Trevélez.
La venganza de la Petra.
¡Que viene mi marido!
El agua del Manzanares.
Precie: DOS^pesc!¿: