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Full text of "Reseña histórica de Filipinas desde su descubrimiento hasta 1903"

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RESENA    HISTÓRICA    DE 

FILIPINAS    DESDE    SU 

DESCUBRIMIENTO 

HASTA    1903 


í¿^ 


POR 


T.   H.   PARDO  DE  TAVERA 


^ 


PUBLICADA  POR  AUTORIDAD  DE  LA 
COMISIÓN  DE  FILIPINAS 


42264 


MANILA 

BUREAU  OF  PRINTING 

1906 


JOS 


ADVERTENCIA. 


La  Keseña  Histórica  que  ve  la  luz  en  las  siguientes  páginas  fué  escrita 
á  ruego  del  General  J.  P.  Sanger  para  ser  publicada  en  el  Censo  de  Fili- 
pinas. Quedó  sentado  por  el  General  mencionado  que  el  autor  no  estaría 
sujeto  á  ninguna  censura  y  que  su  Memoria  vería  la  luz  sin  modificación, 
excepto  si  trataba  algún  punto  que,  por  su  carácter  y  por  la  forma  de  su 
redacción,  no  debía  ser  impreso  en  una  obra  oficial. 

Después  de  escrita  la  Reseña,  el  General  J.  P.  Sanger  propuso  al  Dr. 
T.  H.  Pardo  de  Tavera  añadir  algunas  notas  que,  en  el  sentir  de  aquél, 
aclararían  el  texto,  asintiendo  el  autor  á  ello  á  condición  de  que  las  notas 
irían  con  el  nombre  del  General  Sanger,  no  sólo  para  darle  con  esto  satis- 
facción sino  principalmente  para  no  cargar  el  Dr.  Pardo  de  Tavera  con  la 
responsabilidad  del  contenido  ó  de  la  oportunidad  de  dichas  notas. 

Al  recibirse  en  Manila  la  edición  española  del  Censo,  se  pudo  ver  que 
la  Reseña  Histórica  del  Dr.  Pardo  de  Tavera  no  era  la  que  el  autor  había 
escrito  y.  se  hizo  entonces  repartir  entre  las  personas  que  habían  recibido 
la  obra  la  siguiente  nota:  "AVISO. — Esta  nota  debe  ser  colocada  entre 
las  páginas  332-333  del  tomo  I  del  'Censo  de  las  Islas  Filipinas,  1903.' — 
La  Memoria  sobre  la  historia  de  Filipinas  encomendada  al  Dr.  T.  H. 
Pardo  de  Tavera  fué  escrita  en  castellano  por  su  autor  y  remitida  á  Wash- 
ington acompañada  de  su  traducción  al  inglés.  Por  un  error,  dicha  tra- 
ducción inglesa  fué  á  su  vez  traducida  al  castellano,  en  Washington,  y 
esta  versión  es  la  que  aparece  en  este  volumen  del  Censo,  debiéndose  tener 
en  cuenta  este  hecho  para  que  la  responsabilidad  del  castellano  en  estas 
páginas  no  se  atribuya  al  Dr.  Pardo  de  Tavera,  que  asume  sólo  la  responsa- 
bilidad de  los  hechos  y  opiniones  consignadas  en  su  trabajo."  Los  erro- 
res cometidos  en  la  traducción  al  castellano  de  la  versión  inglesa  del  traba- 
jo del  Dr.  Pardo  de  Tavera  no  afectaban  únicamente  al  lenguaje  sino  que 
á  veces  fueron  de  tal  bulto  que  modificaban  el  sentido  mismo  del  escrito 
hasta  el  punto  de  hacerse  indispensable.  })ara  la  reputación  del  autor, 
publicar  su  verdadero  trabajo.  Con  este  fin,  la  Comisión  de  Filipinas 
ha  ordenado  en  su  Resolución  del  -H]  de  Marzo  de  1906,  la  pTihlicación  de 
la  Reseña  Histórica  original,  (lue  es  la  contenida  en  las  siguientes 
páginas. 

En  el  prólogo  del  tomo  I  del  Censo,  el  General  Sanger  creyó  oportuno 
emitir  un  juicio  crítico  sol)re  la  Reseña  del  Dr.  Pardo  de  Tavera  escri- 
biendo lo  siguiente:  "El  Sr.  Tavera  es  especialmente  competente,  por 

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virtud  de  su  educación  y  experiencia,  para  escribir  la  historia  de  Filipinas, 
y  por  más  que  los  hechos  que  él  relata  son  generalmente  exactos,  y  que  su 
opinión  merece  la  mayor  consideración,  se  cree  que  él  no  les  ha  consa- 
grado á  las  órdenes  religiosas  de  Filipinas  el  elogio  que  merecen  los  ex- 
fuerzos  que  éstas  han  hecho  en  obsequio  del  pueblo  filipino."  El  com- 
promiso que  el  General  Sangcr  había  tomado  de  no  meterse  á  juzgar  las 
memorias  que  algunos  filipinos,  á  su  ruego,  escribieron  para  el  Censo, 
hacen  que  la  crítica  antes  copiada  esté  completamente  fuera  de  lugar. 
Concurre  además  la  circunstancia  de  ser  de  todo  punto  infundada,  por- 
que las  órdenes  religiosas  de  Filipinas  hallan  en  el  trabajo  del  Dr.  Pardo 
de  Tavera  los  elogios  que  se  merecen  expresados  dentro  de  los  límites  y  en 
la  medida  que  un  trabajo  de  esta  índole  requiere,  no  tratándose  de  una 
memoria  exclusivamente  destinada  á  la  bistoria  de  las  órdenes  religiosas 
en  Filipinas. 


RESEÑA  HISTÓRICA  DE  FILIPINAS  DESDE  SU  DESCUBRIMIENTO 

HASTA  1903. 


Por  T.   H.   Pardo  de  Tavera. 


No  es  empresa  fácil  escribir  una  breve  reseña  histórica  de  Filipinas  si 
se  quiere  hacer  algo  que  refleje  la  verdad  y  que  dé  idea  de  los  principales 
sucesos  y  del  desarrollo  de  la  vida  económica,  social  y  política  del  país. 
Las  historias  que  se  han  publicado  en  lo  antiguo  son  más  bien  crónicas  de 
las  órdenes  religiosas  y  relatos  de  los  actos  de  los  gobernadores  del 
Archipiélago,  en  las  que  se  omiten  los  informes  generales  que  interesan 
á  la  historia  misma  del  pueblo  filipino.  Las  modernas  han  sido  escritas 
con  un  espíritu  tendencioso  encaminado  á  encumbrar  la  colonización 
española  sin  preocuparse  en  descubrir  la  verdad  ó  más  bien  ocultando 
sistemáticamente  la  verdad  siempre  que  según  el  criterio  de  sus  autores 
resultara  de  su  conocimiento  algo  que  mortificara  el  amor  propio  nacional 
español  ó  menguara,  siquiera  en  poco,  el  prestigio  que  la  madre  patria 
debía  tener  en  estas  regiones. 

Para  escribir  una  reseña  histórica  breve  y  simple  como  la  presente  ó 
extensa  y  documentada,  en  ambos  casos,  es  menester  que  el  campo  de 
investigación  del  escritor  se  dilate  más  allá  del  que  ofrecen  los  libros 
titulados  historias  y  consulte  toda  la  bibliografía  de  Filipinas  para  acer- 
carse más  y  más  á  la  verdad  y  conocer  sucesos  que  viven  todavía  en  estado 
latente. 

Un  trabajo  de  la  jndole  de  este  no  admite  anotaciones  ni  discuciones, 
pero  deberá  ceñirse  á  los  hechos  con  tanta  más  escrupulosidad  cuanto 
que  las  consecuencias  que  de  ellos  resulten  podrán  aparecer  bajo  un  color 
muy  distinto  de  aquél  con  que  brillaron  en  otros  trabajos  de  la  misma 
índole. 

El  Censo  de  Filipinas,  que  se  ha  llevado  á  cabo  bajo  la  dirección  del 
general  de  brigada  del  ejército  de  E.  U.  Sr.  J.  P.  Sanger,  es  el  primero 
que  se  ejecuta  en  el  Archipiélago  de  una  manera  científica  y  completa. 
La  publicación  de  sus  resultados  constituirá  de  suyo  una  obra  interesante 
y  llena  de  enseñanzas;  pero  el  general  Sanger  lia  querido  singularizar 
dicha  publicación  añadiendo  diversas  memorias,  tocándome  redactar  la 
que  se  refiere  á  la  historia  y  al  gobierno  de  mi  país.  Cumplo  gustoso  la 
misión  encomendada  sin  detenerme  en  declamaciones  sobre  mi  incompe- 
tencia ó  la  pequenez  de  mis  fuerzas,  trazándome  el  programa,  que  cumpliré 
hasta  el  final,  de  referir  hechos  y  no  entretenerme  en  perturbar  al  lector 
con  opiniones  ni  influir  su  criterio  con  sutilezas  de  narración  destinadas 
á  desfigurar  los  acontecimientos,  como  algunos  han  hecho. 

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I.    HISTORIA. 


El  descubrimiento  de  Filipinas  se  debe  á  Hernando  de  Magallanes. 
Este  admirable  navegante  portugués  había  estado  sirviendo  á  su  rey  en 
Malaca  en  donde  hizo  la  guerra  obteniendo  allá  noticia  de  la  situación  de 
las  islas  de  la  Especiería  que  los  portugueses  explotaban  entonces.  A  su 
vuelta  á  Portugal,  fué  mal  recibido  por  su  soberano,  lo  que  le  decidió  á 
presentarse  al  rey  de  España  ofreciéndole  sus  servicios. 

El  Papa  Alejandro  VI,  para  evitar  disgustos  y  disputas  entre  España 
y  Portugal,  había  dividido  el  mundo  en  dos  partes  iguales  atribuyendo 
á  Portugal  lo  que  caía  al  oriente  de  un  meridiano  que  se  fijó  á  370  leguas 
al  O.  de  la  isla  de  Cabo  Verde,  y  á  España  lo  que  caía  al  occidente.  Ma- 
gallanes sostenía  que  las  islas  Molucas  estaban  en  el  hemisferio  español  y 
ofreció  al  emperador  Carlos  V,  que  entonces  reinaba  en  España,  llegar 
á  ellas  por  vía  de  Occidente  siguiendo  un  derrotero  distinto  del  que  usaban 
los  portugueses  que  rodeaban  entonces  el  Cabo  de  Buena  Esperanza. 

El  emperador  ordenó  que  se  preparara  una  escuadra  y  al  frente  de  ella 
salió  Magallanes  de  Sevilla,  el  10  de  Agosto  de  1519,  emprendiendo  un 
viaje  extraordinario,  durante  el  cual,  descubriendo  el  estrecho  que  llevó 
su  nombre,  se  engolfó  en  el  Océano  Pacífico,  y,  dirigiendo  su  rumbo 
hacia  donde  se  sabía  que  se  hallaban  las  ]\[olucaS,  descubrió  el  Archipié- 
lago Filipino.  El  dia  16  de  Marzo  de  1521,  llegó  á  la  isla  de  Homonhol 
cerca  de  Surigao,  y,  tocando  la  isla  Limasana,  pero  no  la  isla  de  Mindanao, 
como  equivocadamente  se  ha  repetido  en  los  relatos  de  su  viaje,^  prosiguió 
hasta  Cebú  descubriendo  la  isla  de  Leyte  y  otras  pequeñas  en  su  trayecto. 
Halló  la  muerte  en  Mactán,  en  donde  por  favorecer  al  régulo  de  Cebú 
peleó  contra  el  rey  de  aquella  pequeña  isla.  El  resto  de  la  expedición 
prosiguió  su  viaje  para  España  pasando  por  el  Cabo  de  Buena  Esperanza 
y  ejecutando  así  por  la  primera  vez  un  viaje  al  rededor  del  mundo.  Es 
justo  atribuir  á  Magallanes  y  no  á  Elcano  la  gloria  de  haber  sido  el  pri- 
mero que  dio  la  vuelta  al  mundo,  puesto  que  el  trayecto  que  Elcano  hizo 
para  completar  el  viaje  después  de  la  muerte  de  Magallanes  ya  lo  había 
este  navegante  efectuado,  cuando  su  expedición  á  Malaca. 

El  emperador  hizo  organizar  otra  expedición  bajo  el  mando  de  Loaisa 
y  Elcano,  que  salió  de  Coruña,  España,  el  24  de  Julio  de  1525  en  busca 

^Magallanes  no  hizo  escala  en  Mindanao,  como  se  ha  manifestado  erróneamente 
en  otras  historias  de  su  viaje.     La  isla  de  Limasagiia  se  encuentra  exactamente 
frente  al  extremo  sur  de  la  isla  de  Leyte. — J.  P.  Sanger. 
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de   Molucas.     Esta   expedición   visitó   Mindanao  .y  quedó    destruida   en 
Molucas,  habiendo  perecido  durante  el  viaje  Loaisa  y  Elcano. 

No  desanimó  el  emperador  y,  por  medio  de  Hernán  Cortés  hizo  formar 
otra  expedición  que,  bajo  el  mando  de  Saavedra,  salió  de  Zaguantanejo 
(Méjico),  el  31  de  Octubre  de  1527.  Esta  expedición  tenía  por  objetivo 
las  Molucas  y  no  tocó  en  las  Islas  Filipinas,  terminando  su  viaje  en  Lisboa 
en  1536. 

Después  que  en  1539  el  emperador  abandonó  sus  pretensiones  sobre 
las  Molucas,  que  pasaron  á  ser  propiedad  de  Portugal,  ya  no  se  pensó 
en  la  corte  de  España  en  las  islas  del  Poniente,  como  se  llamal)a  á  nuestro 
Archipiélago,  por  considerarlo  demasiado  pobre. 

El  capitán  Andrés  de  Urdaneta,  uno  de  los  compañeros  de  Loaisa, 
llegó  entonces  á  Europa,  después  de  infinidad  de  vicisitudes,  dando 
cuenta  al  rey  de  lo  que  había  observado  en  su  viaje.  Volvió  Carlos  V 
á  ordenar  el  envío  de  otra  expedición  que  salió  de  Navidad  (Méjico)  el 
1.°  de  Noviembre  de  1542  bajo  el  mando  de  Villalobos.  La  escuadra  se 
deshizo  en  Samar  y  los  españoles,  pasando  por  Molucas,  llegaron  de 
vuelta  á  España  en  1549. 

Se  abandonó  entonces  toda  idea  de  ocuparse  de  las  islas  del  Poniente, 
hasta  que,  algún  tiempo  después,  reinando  ya  Felipe  II,  decidió  este 
soberano  enviar  otra  expedición  á  Filipinas  contra  el  parecer  del  antiguo 
capitán  Urdaneta,  que  se  había  hecho  fraile  agustino,  y  que  opinaba  que 
las  islas  referidas  estaban  comprendidas  dentro  del  hemisferio  que  corres- 
pondía á  Portugal.  La  nueva  expedición  salió  de  Navidad  ó  Natividad 
(Méjico)  el  21  de  Noviembre  de  1564,  bajo  el  mando  de  Miguel  López 
de  Legaspi  que  llevaba  el  título  de  Adelantado  y  de  gobernador  de  todas 
las  tierras  de  que  se  apoderase.  Acompañaba  á  la  expedición  el  fraile 
Urdaneta  cuyos  conocimientos  adquiridos  en  el  viaje  de  Loaisa  iban  á 
ser  preciosos  esta  vez. 

El  día  25  de  Noviembre,  siguiendo  las  instrucciones  recibidas,  rompió 
Legaspi  en  alta  mar  los  pliegos  que  la  Audiencia  Real  de  Méjico  le  había 
dado  y  por  ellos  se  vio  que  debían  dirigirse  á  las  Islas  Filipinas  y  no  á 
la  Nueva  Guinea,  como  Urdaneta  había  aconsejado  al  rey.  Este  reli- 
gioso se  consideró  ofendido  y  se  quejó  amargamente  dando  á  entender 
que  había  sido  engañado;  pero,  no  teniendo . medios  de  eludir  el  viaje, 
tomó  el  partido  de  dirigirlo  por  la  mejor  derrota  que  conducía  á  Filipinas. 
Las  instrucciones  dadas  á  Legaspi  le  recomendaban  entre  otras  cosas  no 
tocar  en  Molucas  y  enviar  al  P.  Urdaneta  á  Nueva  España,  al  momento 
que  llegaran  á  Filipinas,  porque  tenía  empeño  el  rey  en  saber  como  y  en 
qué  condiciones  podía  efectuarse  la  vuelta  al  punto  de  partida. 

El  13  de  Febrero  de  1565,  llegó  Legaspi  á  la  isla  de  Leyte  (en  Abuyog), 
tocando  luego  en  las  islas  de  Mindanao  y  Bohol,  en  cada  una  de  las 
cuales  se  hacía  la  ceremonia  de  toma  de  posesión  en  nombre  de  Felipe  II, 
llegando  al  fin  á  Cebú  en  27  de  Abril  del  mismo  año. 

Al  momento  se  construyó  un  fuerte,  se  levantaron  casas  y,  el  1.°  de 


Junio  siguiente,  se  despachó  una  nao  para  Acapulco  dando  cuenta  de  lo 
ocurrido,  embarcándose  como  capitán  de  ella  ürdaneta  que,  según  se 
suponía,  sabría  hallar  la  derrota  de  la  vuelta  para  la  costa  de  California, 
como  así  sucedió.  íí^o  era  fácil  entrar  en  tratos  con  los  naturales  que 
frecuentemente  atacaron  á  la  colonia,  que  tuvo  también  que  defenderse 
de  ataques  marítimos  de  los  portugueses.  Al  fin,  se  logró  Ijaiitizar  á  la 
sobrina  de  Tupas,  régulo  de  Cebú,  que  se  casó  luego  con  un  español 
siendo  esta  la  primera  unión  de  este  género  en  las  islas. 

En  20  de  Agosto  de  1566,  llegaron  de  Xueva  España  dos  sobrinos  de 
Legaspi,  Felipe  y  Juan  de  Salcedo,  siendo  este  último  el  capitán  que 
luego  desempeñó  el  papel  más  importante  en  la  conquista  del  archipiélago. 

El  régulo  Tupas  se  bautizó  en  21  de  Marzo  de  loGT  llamándole  Felipe 
en  memoria  del  rey,  quedando  desde  entonces  en  buenas  relaciones  espa- 
ñoles y  cebuanos. 

A  principios  de  Mayo  de  1570,  el  capitán  Martín  de  Goiti,  acompañado 
de  Juan  de  Salcedo  ^  y  120  soldados  españoles,  se  hicieron  á  la  vela 
para  la  conquista  de  Manila  y  de  Liizón.  A  su  llegada  á  Manila, 
tuvieron  que  combatir  con  los  insulares  que  desde  una  buena  empalizada 
situada  á  la  embocadura  del  río  Pasig,  en  el  mismo  sitio  donde  hoy  se 
eleva  la  Fuerza  de  Santiago,  disparaban  las  doce  piezas  de  artillería 
que  allí  tenían.  Vencidos  los  manileños,  los  españoles  recogieron  sus 
cañones  y  los  enviaron  á  Panay  en  donde  á  la  sazón  se  había  establecido 
Legaspi. 

El  1.°  de  Enero  de  15T1,  organizó  Legaspi  el  gobierno  de  Cebú  antes 
de  decidirse  á  trasladarse  á  Manila,  nombrando  Eegidor  de  aquella  ciudad 
al  tesorero  Guido  de  Lavezares  y  organizando  un  municipio  con  dos 
alcaldes,-  seis  concejales,  un  escribano  v  dos  alguaciles.  Eepartió  los 
indios  en  Encomiendas  ^  entre  los  españoles  más  meritorios,  como  le 
había  autorizado  el  rey  desde  11  de  Agosto  de  1569,  para  que  repartiera 
las  tierras  que  fueron  coüquistadas  ejitre  los  más  beneméritos  conquista- 
dores y  asimismo  repartiera  entre  ellos  indios,  como  se  hacía  en  Perú 
y  Nueva  España. 

'  Nieto  de  Legaspi,  nacido  en  Méjico  en  1549.  Tenía  valor  y  capacidad  y  se  le 
había  llamado  el  Hernán  Cortés  de  Filipinas. — J.  P.  Saxger. 

"Un  título  español  de  largo  uso  que  se  aplicaba  á  un  juez.  Después  de  la 
expulsión  de  los  iloros  de  España  también  se  aplicó  á  im  gobernador. — J.  P. 
Saxger. 

'Una  encomienda  era  en  realidad  una  concesión  de  indios,  sin  tener  en  cuenta 
el  terreno.  Al  principio  la  concesión  terminaba  á  la  muerte  del  concesionario. 
Más  adelante  se  extendió  durante  el  término  de  dos  ó  tres  vidas,  y,  en  realidad, 
se  hizo  perpetua.     Su  resultado  fué  que  los  indios  se  convertieron  en  esclavos. 

Al  principio  un  repartimiento  era  una  concesión  de  terrenos,  que  llevaba  consigo 
el  derecho  á  los  sei-vicios  de  los  indios  que  lo  ocupaban  ó  vivían  dentro  de  una 
corta  distancia  de  ello,  para  cultivar  el  suelo.  Más  adelante  este  privilegio  se 
hizo  extensivo  en  el  sentido  de  que  los  indios  podian  ser  emjjleados  en  cualquiera 
clase  de  trabajos. — J.  P.  Saxger. 


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Decidió  Legaspi  ir  personalmente  á  posesionarse  de  Manila,  de  cuya 
buena  situación  y  condiciones  le  había  instruido  Salcedo,  á  la  vuelta  de  la 
expedición,  y  salió  en  15  de  Abril  de  1571  con  doscientos  ochenta  sol- 
dados, reuniendo  una  flotilla  de  27  embarcaciones.  Al  desembarcar  en 
Manila,  sus  habitantes  la  abandonaron  prendiendo  antes  fuego  sus 
casas.  Poco  tardó  Legaspi  en  atraerse  á  los  régulos  que  mandaban  en  la 
tierra  recien  conquistada.  Raja  Solimán  era  el  soberano  de  Manila  y 
Lakan  Dola  el  de  Tondo  con  mayor  extensión  de  territorio,  más  subditos 
y,  por  tanto,  más  poder  que  Solimán. 

Con  toda  solemnidad,  el  24  de  Junio,  fundó  el  Adelantado  la  ciudad 
de  Manila,  nombrando  para  su  gobierno  dos  alcaldes,  12  regidores, 
1  aguacil  mayor  y  otros  funcionarios,  procediendo  luego  á  repartir  la 
tierra  entre  los  religiosos  y  españoles  para  que  cada  cual  pudiera  edificar 
su  casa  en  la  ciudad.  Se  bautizó  el  viejo  Eajá  Solimán  llamándose 
Felipe  _v  los  misioneros  empezaron  á  catequizar  á  los  indígenas,  mientras 
que  Juan  de  Salcedo  y  los  otros  capitanes  procedían  á  la  conquista  de  la 
isla.  Según  una  ley  de  Indias,  no  debía  emplearse  la  palabra  conquista 
sino  pacificación .  aunque,  á  la  verdad,  la  paz  existía  en  el  país,  antes  de 
la  llegada  de  los  españoles. 

Juan  de  Salcedo  se  distinguió  por  su  valor,  su  actividad,  y  sus  senti- 
mientos humanitarios.  Cuando  principió  sus  conquistas,  tenía  sólo 
22  años  y  por  su  prudencia  y  tacto  se  granjeó  el  afecto  de  los  filipinos. 
Dióle  su  tio  en  recompensa  la  encomienda  de  Vigan,  y,  á  su  muerte, 
repartió  sus  riquezas  entre  los  mismos  indios  que  le  pertenecían  en  enco- 
mienda. Antes  de  la  muerte  de  Salcedo,  ocurrió  la  de  su  tio,  el  Adelan- 
tado Legaspi,  el  20  de  Agosto  de  1572,  sucediéndole  en  el  mando  el 
tesorero  Guido  de  Lavezares,  según  disponía  un  pliego  cerrado  que  se 
tenía  de  la  Audiencia  de  Méjico. 

Al  tomar  Lavezares  el  mando  por  la  muerte  de  Legaspi,  puede  decirse 
que  todo  el  x\rchipiélago  estaba  ^ajo  la  autoridad  de  los  españoles,  con 
excepción  de  Cagayán,  que  se  sometió  un  poco  más  tarde,  y  las  Islas 
Batanes,  cuya  conquista  se  verificó  mucho  tiempo  después.  El  Archi- 
piélago de  Joló  tampoco  se  hallaba  sometido  y  su  completa  sumisión  á 
la  soberanía  española  tuvo  sólo  lugar  á  fines  del  siglo  XIX. 

En  1574,  estuvo  á  punto  de  perderse  la  colonia,  porque  un  pirata  chino 
llamado  Limahong,  desembarcando  en  Parañaque,  penetró  casi  en  Manila, 
que  se  salvó,  gracias  á  la  intervención  de  Juan  de  Salcedo.  Este  caudillo, 
al  frente  de  tropas  de  refuerzo,  llegó  oportunamente  de  llocos  y  pudo 
poner  en  derrota  á  los  soldados  chinos,  librando  asi  á  la  colonia  de  una 
manera  tan  inesperada,  que  el  clero  atrilniyó  su  victoria  á  la  intervención 
divina. 

Los  naturales  de  Manila,  Tondo  y  otros  pueblos  hacia  Bulacán  se  suble- 
varon en  1574  por  que  Lavezares,  para  premiar  los  servicios  de  un  soldado 
español,  durante  la  refriega  contra  Limahong,  le  dio  una  encomienda 
que  comprendía  casi  todos  los  esclavos  de  Lakandola,  cacique  de  Tondo, 


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que  éste  tenía  por  herencia  de  sus  antepasados  y  por  compra  con  su  propio 
dinero.  El  encomendero,  no  contento  con  esto,  castigaba  duramente  á 
sus  encomendados  porque  visitaban  á  Lakandola  y  le  llevaban  algunos 
regalos.  El  gobernador  con  buenas  palabras  calmó  á  Lakandola  pero  no 
le  devolvió  lo  suyo,  consiguiendo  sin  embargo  que  los  ánimos  se  apaci- 
guaran y  se  terminara  la  insurrección. 

jSTo  limitaban  los  gobernadores  su  actividad  dentro  del  Archipiélago, 
como  si  no  consideraran  bastante  para  ocupar  su  atención  el  cuidado  de  la 
colonia.  Querían  intervenir  en  los  países  vecinos  y  no  sólo  se  organizó 
una  expedición  contra  un  sultán  de  Borneo  sino  que  entraba  en  los 
cálculos  de  la  política  de  Manila  dominar  Camboja,  Siam,  y  aún  la 
China  y  el  Japón. 

\  Después  de  la  unión  de  Portugal  á  España,  ordenó  Felipe  II  que  el 
gobernador  de  Filipinas  se  encargara  de  la  empresa  de  conquistar  las 
islas  Molucas,  organizando  el  gobernador  Eonquillo  la  primera  expedi- 
ción mandada  por  un  sobrino  suyo  que  puso  sitio  á  la  plaza  de  Ternate, 
pero  se  vio  precisado  luego  á  volver  á  Manila.  Poco  después,  salió  otra 
expedición  que  también  se  retiró  á  Manila  á  poco  de  haber  llegado  á 
Ternate. 

Este  gobernador  Eonquillo  era  un  caballero  que,  hallándose  en  Madrid 
y  teniendo  noticias  que  le  agradaron  respecto  al  estado  de  Filipinas,  se 
ofreció  al  rey  á  pasar  á  ellas  por  su  propia  costa,  llevándose  600  hombres 
entre  solteros  y  casados.  El  rey,  que  gemía  por  los  gastos  que  las  islas 
le  causaban,  porque  todavía  no  producían  bastante  para  su  sostenimiento, 
aceptó  la  proposición  dando  á  Gonzalo  Eonquillo  el  gobierno  de  Filipinas 
por  toda  su  vida  y  concediéndole  otras  gracias,  como  se  hacía  cuando  se 
trataba  del  descubrimiento  y  primera  colonización  de  alguna  tierra. 

Antes  de  la  llegada  de  este  gobernador,  sólo  había  cuatro  alcaldes 
mayores,  pero  él  fué  colocando  á  sus  protegidos  hasta  que  hubo  diez  y 
siete,  de  los  cuales  decía  el  obispo  Salazar  que  "viniendo  pobres  y  teniendo 
pequeños  sueldos  sacaban  á  los  filipinos  el  arroz  de  sus  cosechas  y  todos 
los  productos  que  podían."  Como  consecuencia  de  tales  procedimientos, 
hubo  frecuentes  insurrecciones  de  los  filipinos  así  maltratados;  pero  él 
envió  sus  tropas  á  sofocarlas.  En  Bisayas,  arrasaron  Panay,  fundando 
la  villa  de  Arévalo  en  recuerdo  de  la  ciudad  natal  del  gobernador. 

Obligó  á  los  naturales  á  que  pagaran  un  derecho  al  tesoro  por  el 
valor  de  las  alhajas  y  objetos  de  oro  que  tuvieran  en  su  posesión,  orde- 
nando que  todos  declararan  lo  que  tuvieran  de  este  metal  bajo  pena  de 
confiscarlo,  en  caso  de  ocultación,  siendo  estas  medidas  objeto  de  innume- 
rables atropellos. 

Apesar  de  las  órdenes  del  rey  encargando  que  no  se  abusara  de  los  fili- 
pinos, frailes,  encomenderos,  alcaldes  y  demás  funcionarios  obraban  como 
querían  y  trataban  por  todas  maneras  de  explotar  á  los  naturales.  Á  la 
orden  que  dio  el  rey  para  que  sin  dilación  quedaran  libres  toda  suerte  de 


11 

esclavos  que  hubiera  en  las  islas,  respondió  el  gobernador  que  tal  medida 
debía  enmendarse  porque  causaba  gran  descontento  entre  los  españoles. 

Las  quejas  que  se  recibieron  en  la  corte  contra  las  arbitrariedades  de 
los  gobernadores  decidieron  al  rey  á  ordenar  en  1582  que  se  constituyera 
en  Manila  una  Eeal  Audiencia,  como  las  que  existían  en  otros  puntos  de 
América,  con  el  fin  de  no  dejar  que  las  islas  sufrieran  las  consecuencias 
de  los  caprichos  de  un  gobernador  que  mandaba  y  obraba  sin  freno  ni 
consejo  de  nadie.  El  presidente  de  la  Audencia  debía  ser  al  propio 
tiempo  gobernador  y  sus  actos  quedaban  bajo  la  alta  inspección  de  aquel 
tribunal  compuesto  además  de  cuatro  oidores  asistidos  del  fiscal,  que  era 
asesor  del  gobernador.  Apenas  duró  seis  años  la  nueva  Audiencia, 
porque  personas  interesadas  en  conservar  en  Manila  un  gobierno  uni- 
personal trabajaron  tanto  cerca  del  rey  que  éste  la  suprimió  en  1590.  Tal 
medida  se  atribuyó  á  la  intervención  del  jesuíta  Sánchez  que  fué  á 
Madrid  para  convencer  al  rey  que  no  debía  abandonar  Filipinas,  como  se 
proponía,  en  vista  de  que  eran  improductivas  y  costosas  á  su  tesoro. 

En  cambio  decidió  el  monarca  que  fueran  á  las  islas  el  mayor  número 
posible  de  misioneros,  recordando  que  el  principal  intento  de  sus  ante- 
pasados, al  adquirir  nuevos  territorios,  fué  la  extensión  del  cristianismo, 
llegando  con  este  motivo  al  país  sucesivamente  frailes  agustinos,  domi- 
nicos, franciscanos  y  recoletos,  sin  contar  con  los  jesuítas  que  fueron 
los  primeros  en  trasladarse  á  convertir.  No  contentos  los  frailes  con  las 
conquistas  espirituales  que  les  brindaba  Filipinas,  quisieron  esparcirse 
por  China  y  el  Japón,  ofreciéndose  á  llevar  embajadas  á  los  soberanos  de 
aquellos  reinos  representando  al  gobernador  de  Filipinas.  Una  vez  en 
China  y  Japón,  se  dedicaban  á  predicar  el  catolicismo,  y,  como  tal 
práctica  contrariaba  las  costumbres  de  aquella  gente,  resultó  la  perse- 
cución de  los  misioneros  que  tuvieron  frecuentemente  que  sufrir  el  mar- 
tirio, sin  obtener  otro  resultado  más  que  exasperar  el  ánimo  de  los 
asiáticos  en  contra  de  los  europeos.  El  rey  tomó  el  acuerdo  de  prohibir 
que  los  frailes  de  Filipinas  salieran  para  los  países  vecinos  del  Asia, 
dando  únicamente  á  los  jesuítas  tal  autorización,  con  lo  cual  se  originó 
entre  estos  y  los  frailes,  principalmente  los  dominicos,  una  tirantez  de 
relaciones  que  á  menudo  llegó  á  ser  contienda  ensañada. 

El  obispo  Salazar,  en  1582,  tomando  la  defensa  de  los  filipinos,  escri- 
bía al  rey  sus  sufrimientos  y  la  conducta  de  los  gobernantes :  los  alcaldes 
mayores  encargados  de  administrar  justicia  se  apropiaban  las  multas 
impuestas  para  el  rey,  el  tesoro  estaba  exhausto  debiendo  su  sueldo  á  los 
funcionarios,  las  rentas  colectadas  no  llegaban  á  $30,000  al  año,  los  frai- 
les se  negaban  á  sujetarse  á  la  autoridad  del  obispo  y  el  gobernador  pro- 
ponía al  rey  que  se  levantara  un  convento  en  cada  población  poniendo 
en  él  seis  frailes  advirtiendo  que  los  quería  de  buenas  costumbres. 

La  Real  Audiencia  volvió  á  restablecerse  en  1598,  gracias  á  las  ges- 
tiones en  la  corte  del  obispo  Salazar,  llegando  á  Manila  en  el  mismo  año 
el  Dr.  Morga  como  presidente  de  ella  y  gobernador  de  Filipinas. 


13 

Según  la  Real  Cédula  de  1582,  la  Audiencia  debía  residir  en  Manila 
y  en  el  mismo  edificio  donde  se  hallara  estaría  también  la  cárcel  con  su 
respectivo  alcaide.  Su  jurisdicción  se  extendía  por  todo  el  Archipiélago 
y  también  en  China,  si  se  descubría.  Juzgaba  todas  las  causas  civiles  y 
criminales  que  se  apelaban  de  las  cortes  de  los  alcaldes  mayores,  gober- 
nadores y  otros  magistrados,  y  en  primera  instancia  en  cuestiones  refe- 
rentes á  ciertas  altas  dignidades  civiles  ó  eclesiásticas,  ó  en  las  causas 
criminales  originadas  en  la  ciudad  ó  en  el  pue1)lo  donde  residiera  la 
Audiencia,  ó  dentro  de  cinco  leguas  de  su  contorno.  El  procedimiento 
debía  ajustarse  al  que  se  seguía  en  las  Audiencias  de  Valladolid  y 
Granada. 

En  lo  referente  á  sus  funciones  gubernativas,  la  Audiencia  tenía  anual- 
mente que  enviar  al  rey  un  presupuesto  de  gastos  de  todo  género  hechos 
por  el  tesoro  público,  lo  mismo  que  ima  relación  de  los  corregimientos 
mencionando  los  nombres  de  los  corregidores,  sus  méritos,  los  sueldos, 
gratificaciones  y  derechos  que  percibían. 

Uno  de  los  magistradores,  turnando,  debía  hacer  una  vista  de  ins- 
pección una  vez  al  año,  á  los  pueblos  del  distrito  de  la  Audiencia,  lo 
mismo  que  á  las  boticas  para  cerciorarse  del  estado  de  las  drogas  y 
medicinas  que  se  conservaban.  Debía  el  magistrado,  en  estas  visitas, 
informarse  de  la  calidad  del  terreno,  el  número  de  habitantes  y  el  mejor 
medio  para  mantener  la  iglesia  y  el  convento,  de  qué  edificios  se  nece- 
sitaba no  sólo  para  los  usos  de  la  ciudad  sino  para  beneficio  de  los  viajeros. 
También  se  les  encargaba  averiguar  si  los  naturales  hacían  sacrificios  y 
practicaban  su  antigua  idolatría  ó  si  servían  en  esclavitud  contrariamente 
á  lo  ordenado,  con  lo  cual  demostraba  el  monarca  el  deseo  de  proteger 
á  los  filipinos  y  de  que  la  religión  católica  se  extendiera  entre  ellos. 

En  los  casos  de  fuerza  ejecutados  por  los  jueces  eclesiásticos,  se  admitía 
la  apelación  en  la  Audiencia,  siguiendo  el  procedimiento  usado  en  Valla- 
dolid y  Granada.  La  Audiencia  tenía  el  encargo  de  velar  para  que  no 
se  ofreciera  la  venta  de  la  Bula  en  poblaciones  en  donde  no  hubiera  es- 
pañoles, ni  permitiera  en  ellas  que  se  predicara  sobre  la  Bula  á  los  indios. 

Tenía  asimismo  el  encargo  este  cuerpo  de  examinar  las  cuentas  del  teso- 
rero y  no  debía  ausentarse  de  Manila  sin  su  licencia  ningún  funcionario 
de  alta  categoría. 

Se  encargaba  especialmente  que  el  presidente  y  magistrados  se  infor- 
maran escrupulosamente  de  los  crimines  y  abusos  cometidos  contra  los 
indígenas  colocados  bajo  la  Eeal  Corona  ó  que  se  hallaban  repartidos 
entre  los  encomenderos,  que  averiguaran  cuidadosamente  si  se  cumplían 
las  leyes  y  decretos  publicados  para  proteger  á  los  indios  y  que  castigaran 
duramente  cualquier  infracción  de  las  mismas.  Debían  de  velar  por  que 
los  indios  fueran  bien  cuidados  é  instruidos  en  la  fe  católica  mirándolos 
siempre  como  vasallos  libres  del  rey.  "Este  deberá  ser  el  principal 
cuidado  de  la  Audiencia,  siendo  en  este  particular  que  el  rey  exigía  sii 


13 

responsabilidad  y  sobre  el  cual  quería  que  se  le  sirviera  muy  especial- 
mente." Recomendaba  también  el  rey  que  los  magistrados  de  la  Audien- 
cia respetaran,  siempre  que  no  fueran  opuestos  á  la  justicia,  las  costum- 
bres y  usos  de  los  filipinos,  velando  por  que  también  fueran  respetados  por 
los  jueces  inferiores.  Juntamente  con  el  obispo  tenía  el  alto  tribunal  el 
deber  de  cerciorarse  si  en  los  pueblos  se  enseñaba  la  doctrina  cristiana  á 
los  naturales,  por  lo  menos  una  hora  al  día. 

Les  estaba  prohibido  á  los  magistrados  y  presidente  tener  propiedades 
que  produjeran  rentas,  ni  en  ganado,  ni  en  tierras,  ni  en  minas.  Xo 
debían  hallarse  interesados  en  negocios  mercantiles  directa  ó  indirecta- 
mente, ni  servirse  gratis  de  los  filipinos  para  transportar  agna,  leña  ó 
yerba,  ó  para  otros  propósitos,  bajo  pena  de  perder  sus  destinos.  El  hijo, 
hermano,  cuñado,  suegro  y  yerno,  hijastro  de  un  presidente  ó  magistrado 
no  podía  ser  nombrado  corregidor  ni  ocupar  ningún  cargo  judicial. 

Los  abogados  debían  presentarse  ante  la  Audiencia  para  sufrir  un 
examen,  y,  si  salían  aprobados,  recibían  un  título  que  les  permitía  ejercer 
la  profesión.  Los  abogados  del)ían  jurar  que  defendían  una  causa  justa 
y  que  se  obligaban  á  abandonar  á  su  litigante,  si  descubrían  que  no  plei- 
teaba por  causa  justa.  Si  por  su  abandono  perdía  el  cliente  el  pleito,  el 
abogado  estaba  obligado  á  pagarle  una  indemnización  y  no  podía  abando- 
nar un  pleito  una  vez  empezado,  exceptuando  cuando  fuera  caso  injusto. 
Estaba  prohibido  pedir  honorarios  por  adelantado  ni  contratar  con  el 
cliente  en  repartir  el  dinero  ó  hacienda,  si  se  ganaba  el  pleito.  Podían 
establecer  el  precio  de  su  trabajo  con  su  cliente,  antes  de  empezar  el 
pleito,  pero  les  estaba  vedado  tomar  la  defensa  de  una  parte,  después 
de  haber  sido  abogados  de  la  otra  parte.  Los  bachilleres  en  derecho  no 
podían  presentarse  para  pleitear  con  doctores  y  licenciados,  bajo  pena  de 
cuarenta  pesos  de  multa.  El  presidente  tenía  $8,000  de  salario  al  año, 
y  los  oidores  y  fiscal,  llamado  también  protector  de  indios,  $2,000  cada 
uno.  En  1637  había  doce  alcaldes  mayores  en  Tondo,  Pampanga,  Bula- 
cán,  llocos,  Cagayán,  Calamianes,  Cebú,  Camarines.  Laguna,  Balayan 
y  Alilaya,  con  $300  al  año,  y  el  de  Otón  cpie  servía  también  de  Proveedor 
de  Ternate  y  tenía  $700.  Los  corregidores  de  Mindoro  y  Catanduanes 
tenían  $100  al  año;  los  de  Mariveles  y  Xegros  tenían  $150;  y  los  de 
Pana}^  Leyte,  Samar,  Ibabao  é  Ibabalon  $200. 

Al  imirse  las  coronas  de  España  y  Portugal  en  1582,  el  rey  Felipe  II 
ordenó  la  conquista  de  las  islas  Molucas  á  cuyo  fin  salió  de  Manila  una 
expedición  al  mando  de  Eonquillo  en  el  mismo  año.  Esta  expedición  fué 
seguida  de  otras,  constituyendo  las  islas  Molucas  una  ocupación  pesada 
para  el  gobierno  y  una  carga  para  el  tesoro,  hasta  que  en  1605  los  holan- 
deses lograron  expulsar  de  aíiuellas  islas  á  los  portugueses.  En  1606,  el 
gobernador  Acuña  resolvió  atacar  á  los  holandeses,  y,  al  frente  de  ima 
numerosa  escuadra  y  de  un  ejército  compuesto  de  1300  soldados  regulares 
españoles  y  numerosos  filipinos,  consiguió  vencer  á  los  holandeses  y 
posesionarse   de   aquellas   islas.     Hasta   en    1605.   aunque   los   españoles 


14 

peleaban  continuamente  en  Molucas,  lo  hacían  para  avudar  á  los  portu- 
gueses en  la  posesión  de  aquella  colonia,  que  era  propiedad  de  la  corona 
de  Portugal;  pero,  después  de  la  acción  del  gobernador  Acuña  en  1606, 
por  acuerdo  de  las  coronas  de  España  y  Portugal,  se  decidió,  en  Eeal 
Cédula  de  29  de  Octubre  de  1607,  que  todo  el  Moluco  quedara  á  cargo 
exclusivo  de  España  por  intermedio  del  gobernador  de  Filipinas. 

Después  de  una  sucesión  de  desastres  y  disgustos  con  motivo  de  los 
intentos  de  colonizar  las  islas  Molucas,  gastándose  en  tal  empeño  mucho 
dinero,  tuvo  que  abandonarlas  por  completo  España  retirándose  sus  tropas 
de  Ternate  en  1669  para  no  ocuparse  ya  más  en  aquél  archipiélago. 

Había  determinado  el  gobernador  Bustamante  poner  orden  á  las  cues- 
tiones de  la  Eeal  Hacienda,  y,  descubriendo  sin  número  de  irregularidades, 
decidió  poner  en  la  cárcel  á  los  supuestos  culpables  y  hacer  instruir 
contra  ellos  el  debido  proceso.  Poco  acostumbrados  á  semejante  proceder, 
los  altos  funcionarios  que  se  veían  comprometidos,  se  hallaban  muy  irrita- 
dos contra  Bustamante.  Éste,  informado  de  que  se  tramaba  una  rebelión 
contra  él  y  de  que  los  frailes  daban  asilo  en  sus  iglesias  á  los  más  encar- 
nizados enemigos  del  gobernador,  publicó  un  bando  llamando  á  todos 
los  varones  de  más  de  14  años  para  formar  un  batallón  que  defendiera 
la  causa  del  rey.  Acudieron  los  llamados,  se  formó  con  ellos  un  cuerpo 
de  voluntarios,  y,  para  precaver  los  desórdenes  que  se  veían  venir,  el 
gobernador  hizo  prender  al  arzobispo  y  á  unos  letrados  que  con  éste  habían 
firmado  un  acuerdo  negando  á  Bustamante  el  derecho  de  hacer  prender 
al  escribano  Osejo,  refugiado  en  la  Catedral. 

Con  estas  prisiones  creció  el  malestar  y,  temiendo  los  frailes  que  el 
gobernador  tomara  algunas  medidas  contra  ellos,  decidieron  ponerse  al 
frente  de  un  motín.  Salieron  de  las  iglesias  los  refugiados  tomando 
armas  y  en  unión  de  algunas  personas  del  pueblo  acudieron  en  tropel  al 
palacio  del  gobernador  situado  frente  á  la  casa  llamada  hoy  "Ayunta- 
miento" de  Manila.  Los  frailes  se  habían  puesto  á  la  cabeza  llevando 
crucifijos  en  sus  manos.  El  gobernador  Bustamante,  al  apercibirse  del 
tumulto,  ordenó  á  la  guardia  que  hiciera  fuego,  pero  los  soldados  no 
obedecieron  y,  al  llegar  al  palacio  los  amotinados,  la  misma  guardia  bajó 
las  armas  ante  los  sacerdotes  vestidos,  llevando  en  sus  manos  en  alto  los 
crucifijos  y  santas  imágenes,  haciendo  lo  mismo  los  alabarderos. 

El  desgraciado  Bustamante  salió  armado  de  su  fusil  á  recibirlos  en  la 
escalera,  pero  la  turba  cayó  sobre  él  dejándole  en  unos  momentos  mortal- 
mente  herido.  Su  hijo  acudió  en  su  auxilio,  pero  cayó  también  acri- 
billado de  heridas. 

La  turba  arrastró  al  gobernador  moribundo  á  un  calabozo  en  los  bajos 
de  la  Audiencia  en  donde  murió  en  la  tarde  de  aquel  mismo  dia,  11  de 
Octubre  de  1719.  Se  le  negó  toda  clase  de  socorro  y  no  se  le  dio  ni  agua. 
Al  hijo  le  arrastraron  á  la  caballeriza  del  palacio  en  donde  murió  aquella 
misma  tarde,  sin  que  se  le  concediera  asistencia,  curación  ni  agua  para 
extinguir  su  horrible  sed. 


lo 

Los  amotinados,  dirigidos  por  los  frailes  que  felicitaban  á  los  ejecutores 
de  los  dos  asesinatos,  se  encaminaron  á  la  Fuerza  de  Santiago  para  dar 
libertad  al  arzobispo  quién  acto  seguido  se  hizo  cargo  del  gobierno  de  las 
islas.     El  crimen  cometido  quedó  después  impune. 

De  resultas  del  apresamiento  de  una  embarcación  holandesa  efectuada 
en  Mindanao  en  1?35  por  los  españoles,  quienes  redujeron  á  prisión  á 
sus  tripulantes,  apareció  en  Julio  en  la  bahía  de  Manila  una  escuadra 
holandesa  al  mando  del  comodoro  Yrj.  Éste  pidió  se  le  entregaran  al 
momento  los  prisioneros  de  su  nación  amenazando  bombardear  Manila. 
Siendo  su  petición  justa  y  estando  Manila  en  deplorable  condición  de 
defensa,  el  orgullo  del  gobernador  tuvo  que  amoldarse  á  las  circunstancias 
y  Yry  recibió  la  satisfacción  que  quería.  Este  incidente  cerró  la  serie 
de  luchas  que  se  sostuvieron  en  Filipinas  contra  los  holandeses,  durante 
los  siglos  XVI,  XVII  y  XVIII.^ 

Antes  de  este  suceso,-  varios  fueron  los  encuentros  entre  españoles  y 
holandeses  en  las  aguas  filipinas.  En  medio  de  las  pequeñas  y  grandes 
luchas  navales  que  sostenían  los  españoles  en  el  Archipiélago,  figura  la 
que  tuvo  lugar  en  1600  en  la  bahía  de  Manila,  en  cuyas  aguas  se  presentó 
el  corsario  holandés  Oliver  Van  Xoort  con  dos  navios  de  guerra.  Llevaba 
el  propósito  de  apresar  la  nao  que  salía  anualmente  de  Manila  llena  de 
ricas  mercancías  para  Acapulco.  Teniéndose  noticia  en  Manila  de  la 
presencia  en  las  aguas  de  las  islas  de  los  dos  buques  holandeses,  se 
tomaron  medidas  para  atacarlos.  Se  aprestaron  dos  galeras  y,  al  mo- 
mento que  penetraron  en  bahía  los  buques  del  corsario,  salió  á  atacarles 
al  frente  de  los  galeones  el  oidor  Morga  con  300  españoles.-  El  14  de 
Diciembre  fué  el  día  de  aquel  combate  en  el  cual  se  hundió  el  buque 
almirante  que  mandaba  Morga  después  de  haberse  atrevido  á  abordar  la 
nao  que  llevaba  el  mismo  Van  Xoort.  Salió  huyendo  el  capitán  holandés 
llevando  fuego  á  bordo  en  tanto  que  la  otra  nao  caía  en  poder  del  galeón 
español.  Los  españoles  murieron  109  en  la  refriega  con  150  indios  y 
negros,  pero  celebraron  su  triunfo  con  funciones  religiosas  y  ahorcaron 
á  los  25  holandeses  que  tomaron  prisioneros  con  su  capitán  Biesmann. 

La  escasez  de  españoles  y  la  facilidad  con  que  los  chinos  iban  á  Manila 
en  gran  número  hizo  que  se  procurara  siempre  limitar  su  inmigración, 

^ Entre  el  fin  del  siglo  dieciséis  y  la  mitad  del  dieciocho,  España  y  Holanda  eran 
enemigas  declaradas:  los  barcos  holandeses  estaban  en  constante  acecho  de  galeo- 
nes españoles  que  navegaban  entre  Manila  y  Acapulco,  Méjico.  El  establecimiento 
de  estaciones  holandesas  de  comercio  en  las  islas  Molucas  facilitaba  en  gran  ma- 
nera sus  operaciones,  pero  les  atrajeron  varias  expediciones  españolas,  de  las  cuales 
se  han  descrito  las  más  importantes.  En  1609  una  escuadra  holandesa  ancló  en 
la  había  de  ^lariveles.  Fué  derrotada  casi  destruida  por  una  nota  mandada  por 
el  gobernador  Silva.  De  nuevo,  en  1611,  Silva  con  una  escuadra  salió  al  encuentro 
y  derrotó  á  los  holandeses  en  las  Molucas.  Tres  ó  cuatro  encuentros  navales 
de  pequeña  importancia  tuvieron  lugar  entre  los  Españoles  y  los  Hohindeses  en 
las  aguas  de  Filipinas. — J.  P.  Sanger. 

"Para  esta  expedición  de  Morga  fué  nombrado  capitán  general  de  la  flota  por 
Don  Francisco  Tello,  que  á  la  sazón  era  gobernador  de  las  islas. — J.  P.  San'ger. 


IG     .    . 

por  más  que  se  les  consideró  indispensables  para  emplearlos  en  diversos 
oficios.  Fueron  los  primeros  carpinteros,  herreros,  escultores  y  pintores 
que  se  emplearon  y  los  frailes  protegían  su  venida  al  país  porque  espera- 
ban convertirlos  fácilmente  al  catolicismo.  El  ataque  de  Limahong  á 
Manila  en  1574  puso  en  guardia  á  los  españoles  contra  los  chinos.  En 
1603,  llegó  una  embajada  china  á  Manila  con  objeto  de  informarse  si 
existía  oro  en  Cavite,  con  lo  cual  se  despertó  en  las  autoridades  y  en  toda 
la  colonia  el  temor  de  que  los  chinos  intentaran  una  rebelión.  El  3  de 
Octubre,  sea  por  temor  á  las  autoridades,  sea  porque  era  efectivamente 
su  propósito  sublevarse,  los  chinos  quemaron  Binondo  j  asesinaron  algunos 
filipinos.  El  gobernador  Luís  Pérez  Dasmariñas,  cuyo  padre  años  antes 
fué  asesinado  por  los  chinos  que  tripulaban  la  galera  que  le  conducía, 
salió  á  combatirlos,  pero  sufrió  serias  pérdidas  y  tuvo  que  replegarse  á 
Manila.  Todos  los  españoles  incluso  los  frailes  tomaron  las  armas,  y, 
haciéndose  la  rebelión  de  los  chinos  general,  por  todas  partes  se  les 
persiguió  acabando  por  su  exterminio  total,  pereciendo  así  más  'de  25,000, 
según  refieren  las  crónicas. 

Después  de  este  exterminio,  pronto  se  dejó  sentir  la  falta  de  gente  tan 
diligente  y  por  entonces  indispensable  en  la  colonia,  pero  como  los 
chinos  siguieron  viniendo  de  su  país,  al  poco  tiempo  su  número  se  aumen- 
tó considerablemente,  al  punto  de  llegar  á  unos  40,000  en  1639.  Por  esta 
época,  los  chinos  fueron  víctimas  de  otro  terrible  degüello :  l)ajo  pretexto 
de  que  se  habían  rebelado  en  Kalamba,  se  pasó  á  cuchillo  á  todos  cuantos 
se  hallaron  resultando  asesinados  unos  22,000  en  cinco  meses.  En  1662, 
temiendo  los  españoles  que  el  pirata  chino  Koseng  atacara  á  Manila, 
quisieron  vengarse  en  los  infelices  chinos  y  al  momento  empezaron,  secun- 
dados por  los  filipinos,,  otra  nueva  persecución  contra  ellos.  Obligados 
por  las  circunstancias,  los  chinos  trataron  de  defenderse,  pero  su  actitud 
precipitó  la  hora  de  su  degüello  y  una  infinidad  de  ellos  fué  asesinada 
en  el  mismo  Parlan  en  donde  se  hallaljan  encerrados. 

Por  temor  á  que  se  esparcieran  por  las  islas,  el  gobernador  Eouquillo 
fundó,  en  1580,  el  Parían  ^  ó  alcaicería  en  donde  estaban  obligados  á 
vivir  todos  los  chinos,  japoneses  y  malayos  de  Borneo,  que  había  en 
Manila.  El  Parían  se  levantó  bajo  los  cañones  de  la  Fuerza  de  Santiago, 
en  la  parte  opuesta  del  río  en  donde  hoy  se  levanta  la  Aduana.  Después 
de  muchos  años,  como  el  número  de  chinos  fué  aumentando,  se  pasó  el 
Parían  al  sitio  llamado  Arroceros,  donde  hoy  se  halla  el  Estado  Mayor 
y  el  Jardín  Botánico,  formándose  allá  un  barrio  cubierto  de  casas 
habitadas  por  chinos  con  sus  tiendas  en  los  pisos  bajos.  Tenían  su 
iglesia  y  un  misionero  católico  con  su  cementerio,  hallándose  rodeado 
de  una  empalizada  y  custodiado  por  un  cuerpo  de  guardia.  En  aquél 
lugar  se  reunían  y  residían  todos  los  chinos  con  excepción  de  los  que  se 
habían  casado  con  filipinas.     El  Parían  era  la  parte  industrial  de  Manila 

^  Mercado  general  de  los  Chinos ;  también  el  nombre  que  en  aquel  tiempo  tenía 
im  distrito  de  la  ciudad  de  ^Manila. — J.  P.  Saxger. 


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en  donde,  al  par  que  tiendas  de  efectos  de  China,  el  Japón,  la  India  y 
Europa,  se  hallaban  los  plateros,  zapateros,  barberos,  pintores,  y  demás 
oficios  ejercidos  por  chinos. 

Los  gobernaba  un  alcalde  mayor  y  algunos  ministros  con  un  guarda 
mayor.  Un  fraile  dominico  era  el  misionero  destinado  á  ellos.  Después 
de  la  mortandad  de  1662,  su  número  se  redujo  considerablemente,  no 
pasando  de  8,000  en  1685. 

En  30  de  Junio  de  1755,  obedeciendo  órdenes  del  rey,  el  gobernador 
z^randia  decretó  la  expulsión  de  los  chinos  de  Filipinas,  permitiendo  sólo 
que  permanecieran  515  que  se  hicieron  cristianos  y  unos  1000  que  pre- 
tendían estar  aprendiendo  la  doctrina  para  convertirse.  Se  abandonó 
el  Parlan  de  Arroceros  y  se  edificó  otro  nuevo  en  el  sitio  de  San  Fer- 
nando para  tenerlos  otra  vez  completamente  dominados  por  la  artillería 
del  fuerte  de  Santiago.  El  comercio  activo  que  los  chinos  tenían  en  su 
Parían  había  despertado  la  codicia  de  los  españoles  que  deseaban  pose- 
sionarse de  las  tiendas  de  aquel  bazar  en  donde  únicamente  había  vida 
mercantil  en  Manila.  Este  fué,  sin  duda,  el  origen  de  la  expulsión 
decretada,  porque  á  la  par  que  la  ordenaba  el  gobernador,  se  organizaba 
por  los  españoles  una  compañía  bajo  el  patrocinio  de  la  Virgen  del  Eo- 
sario,  con  el  fin  de  posesionarse  de  la  antigua  residencia  de  los  chinos 
y  establecerse  en  ella  continuando  el  mismo  negocio  de  éstos.  La  com- 
pañía no  tuvo  mas  de  un  año  de  vida.  En  1784,  ordenó  el  rey  la  des- 
trucción de  la  iglesia  y  demás  casas  del  Parían  porque  las  consideraba 
peligrosas  para  la  plaza  fuerte  de  Manila. 

A  la  muerte  del  gobernador  Arandia,  quedó  como  gobernador  y  capitán 
general  el  arzobispo  de  Manila  Eojo.  Se  ignoraba  en  la  capital  del  Ar- 
chipiélago que  se  había  declarado  la  guerra  entre  Inglaterra  y  España 
siendo  la  primera  noticia  que  tuvieron  la  traída  por  la  escuadra  inglesa 
que  fondeó  en  la  bahía  el  22  de  Septiembre  de  1762.  Un  oficial  inglés 
desembarcó  para  entregar  al  arzobispo  gobernador  una  intimidación 
firmada  por  el  brigadier  Draper  y  el  almirante  Cornish  para  que  rindiera 
al  rey  de  Inglaterra  la  ciudad  de  Manila  y  todo  el  Archipiélago.  El  ar- 
zobispo se  negó  á  ello  y  al  poco  tiempo  los  ingleses,  desembarcando  en 
Parañaque,  se  posesionaron  del  fuerte  de  San  Antonio  Abad  y  de  las 
iglesias  de  Malate  y  Ermita  y  empezaron  el  ataque  de  Manila.  La  es- 
cuadra por  su  parte  bombardeó  Manila  y  el  día  5  de  Octubre  se  tomó  la 
ciudad  por  asalto.  El  arzobispo  cargó  con  toda  la  responsabilidad  del 
desastre  debido  á  que  Manila  no  tenía  medios  suficientes  para  defenderse 
de  un  enemigo  europeo.  Después  que  los  ingleses  penetraron  en  Manila, 
el  oidor  Don  Simón  de  Anda  y  Salazar  salió  de  la  ciudad  acompañado 
de  su  criado  y,  refugiándose  en  Bulacán,  organizó  activamente  tropas 
para  resistir  á  los  ingleses  y  no  permitirlos  que  tomaran  posesión  del  país. 
Mientras  Anda  y  Salazar  gobernaba  en  nombre  del  rey  de  España,  los 

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ingleses  sólo  tenían  bajo  su  dominio  Manila  y  Carite,  en  donde  quedó 
de  gobernador  el  brigadier  Drake. 

En  todo  el  Archipiélago,  bajo  pretexto  de  oponer  resistencia  á  los 
ingleses,  había  la  más  completa  anarquía  ejecutándose  robos,  asesinatos 
y  todo  género  de  desmanes  bajo  pretexto  de  patriotismo.  El  oidor  Anda 
obraba  con  la  mayor  cordura  haciendo  esfuerzos  por  mantener  el  orden 
y  salvar  el  dinero  del  rey. 

En  1764,  habiéndose  recibido  en  Manila  noticia  oficial  del  tratado  de 
paz  entre  Francia,  Inglaterra  y  España,  firmado  en  Paris  en  1763,  ce- 
saron las  hostilidades.  Al  mismo  tiempo  llegaba  á  Manila  el  nuevo 
gobernador  La  Torre  á  quien  Anda  hizo  entrega  del  mando  que  él  mismo 
tan  brillante  como  gloriosamente  había  asumido.  El  día  31  de  Marzo, 
el  gobernador  inglés  hizo  entrega  de  la  plaza  de  Manila,  en  donde  en- 
traron los  españoles. 

El  heroico  Anda  y  Salazar  volvió  después  á  España  en  donde  ocupó 
el  alto  cargo  de  miembro  del  Consejo  de  S.  M.  y  luego  volvió  á  Manila 
como  gobernador  y  capitán  general  de  1760  á  1766. 

En  2  de  Abril  de  1767,  tomó  el  rey  Carlos  III  la  resolución  de  ordenar 
la  expulsión  de  los  jesuítas  de  todos  sus  dominios  y,  cumpliendo  estas  ór- 
denes, el  gobernador  Eaon  expulsó  á  los  jesuítas  de  Manila  en  1770. 

Durante  el  tiempo  que  estos  religiosos  estuvieron  en  Filipinas,  habían 
llegado  á  poseer  grandes  riquezas  y  un  prestigio  considerable  por  los 
hombres  eminentes  con  que  la  corporación  contó  siempre.  Habían  le- 
vantado en  los  pueblos  en  donde  tenían  sus  curatos  magníficas  iglesias 
y  conventos  y  en  Manila  tenían  su  hermosa  iglesia  de  San  Ignacio,  con 
la  casa  misión  en  donde  hoy.  se  hallan  los  cuarteles  de  España,  en  la 
ciudad  murada. 

Su  expulsión  se  verificó  sin  el  menor  tropiezo,  porque  no  trataron  de 
usar  en  su  favor  la  influencia  que  tenían  entre  los  filipinos  y  una  mayoría 
de  los  españoles  de  la  colonia.  Sus  bienes  todos  pasaron  á  ser  propiedad 
del  rey,  sus  curatos  se  dieron  á  los  frailes  recoletos  que  habían  llegado 
tarde  á  Filipinas  y  tenían  pocos  y  malos  curatos.  La  imprenta  y  el 
colegio  de  San  José  que  tenían  á  su  cargo,  lo  mismo  que  el  seminario  en 
donde  con  empeño  formaban  clérigos  filipinos,  pasó  á  ser  administrado 
por  el  arzobispo  y  sus  despojos  se  repartieron  entre  las  órdenes  religiosas 
que  quedaban  en  Filipinas. 

En  14  de  Febrero  de  1810,  un  Eeal  Decreto  ordenó  que  Filipinas,  lo 
mismo  que  las  posesiones  españolas  de  América,  enviara  representantes 
á  las  Cortes  que  debían  reunirse  en  ^ladrid.  saliendo  elegido  para  este 
cargo  D.  Ventura  de  los  Eeyes. 

En  17  de  Abril  de  1813,  se  publicó  en  Manila  la  Constitución  del  año 
12  de  la  monarquía  española,  pero  dos  años  más  tarde,  después  que  el 
rey  Fernando  VII  se  reinstaló  en  el  trono,  se  abolió  la  constitución  para 
volver  á  publicarla  en  1821,  creándose  otra  vez  diputados  por  Filipinas. 
En  1823,  volvió  el  rey  Fernando  VII  á  suprimir  la  constitución. 


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Debido  á  estos  cambios  radicales  de  la  legislación,  se  produjeron  algunos 
trastornos  en  llocos  en  1814,  pero  en  1823  no  se  produjo  el  menor 
movimiento. 

En  1830,  hizo  el  cólera  su  aparición  en  Manila  por  la  primera  vez, 
importado  de  la  India  por  un  buque  francés.  La  mortalidad  fué  con- 
siderable y,  habiéndose  hecho  creer  al  pueblo  que  aquella  epidemia  era  el 
resultado  del  envenenamiento  de  las  aguas  del  río  Pasig  por  los  extranje- 
ros, que  desde  hacía  poco  tenían  permiso  de  residir  en  la  capital,  se  amo- 
tinaron los  indios  y,  durante  dos  días,  degollaron  á  todos  los  extranjeros 
europeos  y  americanos.  El  general  Folgueras  no  trató  de  impedir  tales 
atropellos  hasta  que,  al  ver  que  los  filipinos  empezaron  á  degollar  á  los 
chinos,  temió  que  aumentando  la  excitación,  se  les  ocurriera  seguir  con 
los  españoles.  Entonces  salió  procesionalmente  el  arzobispo  y  las  cor- 
poraciones religiosas  y  calmaron  á  los  filipinos. 

En  1823,  ocurrió  la  llamada  sublevación  de  Xovales  en  la  cual,  el  capi- 
tán Novales,  filipino,  con  unos  800  hombres,  se  hizo  dueño  del  cuartel  del 
rey  en  Manila,  así  como  del  palacio  del  gobernador  y  del  Ayuntamiento. 
Folgueras  fué  asesinado  en  su  casa.  Batidos  los  rebeldes,  se  fusiló  á 
Novales  y  á  algunos  de  los  principales  insurrectos.  La  causa  de  esta 
algarada  fué  el  haberse  postergado  á  los  oficiales  filipinos  por  españoles 
recien  llegados  de  Europa. 

En  1835,  se  volvió  á  publicar  en  Manila  la  restauración  de  la  famosa 
Constitución  y  poco  después  se  nombraron  como  diputados  de  Filipinas 
en  las  Cortes  del  reino  al  general  García  Camba  y  al  abogado  filipino  Juan 
Francisco  Lecaroz,  quienes  volvieron  á  ser  elegidos  en  las  elecciones  veri- 
ficadas en  Manila  en  1836. 

En  1837,  las  Cortes  españoles  decidieron  que  debían  suprimirse  los 
representantes  de  Filipinas  y  que  esta  colonia  se  gobernara  por  leyes  espe- 
ciales. 

Mientras  los  ingleses  ocupaban  Manila,  se  acusó  á  los  chinos  en  1762, 
de  quererse  sublevar :  las  persecuciones  de  que  fueron  objeto  provocaron 
su  rebelión  en  Guagua  (Pampanga),  seguida  de  otro  degüello  general  y 
de  la  consiguiente  expulsión  de  los  supervivientes.  La  falta  de  gente 
tan  útil  se  dejó  sentir  pronto,  y,  en  1778,  fué  revocada  la  orden  de  expul- 
sión, entrando  otra  vez  gran  número  de  chinos  en  Filipinas.  En  1804, 
se  ordenó  que  únicamente  podían  residir  en  Filipinas  los  chinos  que  se 
dedicaran  á  la  agricultura.  En  1834,  se  les  reconoció  libertad  para 
ejercer  cualquier  oficio  sin  otro  requisito  que  solicitar  el  permiso.  En 
1849,  se  dictaron  reglas  para  la  admisión  de  chinos,  por  las  cuales  se  les 
dividió  en  transeúntes,  que  podían  permanecer  sólo  tres  meses  en  el  Ar- 
chipiélago, y  de  residencia,  con  derecho  de  permanecer  el  tiempo  que  qui- 
sieran. En  1850,  sale  otra  orden  por  la  cual  se  concede  á  los  chinos  los 
privilegios  de  que  disfrutaban  los  agricultores. 

Desde  los  primeros  dias  de  la  soberanía  española,  los  piratas  de  Min- 
danao  y  Joló  habían  infestado  los  mares  del  Archipiélago  robando  las 


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poblaciones  de  las  costas,  habiéndose  atrevido  á  venir  en  sus  embarcaciones 
hasta  la  misma  había  de  Manila.  Los  gobernadores  de  Filipinas  emplea- 
ron todos  los  medios  de  fuerza  y  diplomacia  para  sujetar  á  los  jefes  de 
los  llamados  '"'moros"  del  Sur  de  Filipinas,  pero  hasta  fines  del  siglo  XIX, 
se  puede  decir  que  la  soberanía  española  no  dominó  aquella  región. 

Han  sido  frecuentes,  durante  el  transcurso  de  la  dominación  española, 
alteraciones  del  orden,  con  motivo  de  sublevaciones  aisladas  ocurridas  en 
diferentes  puntos  de  las  islas,  motivadas  unas  veces  por  exaltación  de  sen- 
timientos religiosos  entre  algunos  fanáticos,  otras  por  vejaciones  llevada^ 
á  cabo  por  los  frailes,  los  encomenderos,  los  alcaldes  ú  otras  autoridades; 
pero,  cuando  más  lejano  parecía  el  momento  de  una  revolución  de 
carácter  separatista,  estalló  la  de  1896. 

Cuando  la  situación  del  país  era  la  más  desfavorable  para  España,  tuvo 
lugar  el  rompimiento  de  hostilidades  entre  esta  nación  y  la  de  Estados 
Unidos  de  America. 

El  dia  1.°  de  Mayo  de  1898,  una  escuadra  de  los  Estados  Unidos,  man- 
dada por  el  Comodore  Dewe}^  destruyó  en  pocas  horas,  en  las  aguas  de 
Cavite,  la  escuadra  española  bajo  el  mando  del  almirante  Montojo. 
Después  de  tomar  el  puerto  de  Cavite,  Dewey  estableció  el  bloqueo  marí- 
timo de  Manila  y,  durante  este  tiempo,  habiendo  el  Sr.  Emilio  Aguinaldo 
vuelto  de  Hongkong,  levantó  á  los  filipinos  en  armas  contra  España, 
haciendo  prisioneros  á  todos  los  españoles  militares,  civiles  y  religiosos  de 
Luzon,  exceptuando  Manila,  y  de  varias  islas. 

El  día  13  de  Agosto  de  1898,  las  fuerzas  navales  de  Dewey  y  las  terres- 
tres del  general  de  E.  U.  Merrit  obtenían  la  rendición  de  Manila  y  la 
bandera  española  se  arrió  para  siempre  en  Filipinas  para  ser  sustituida 
por  la  de  los  Estados  Unidos.  Las  fuerzas  revolucionarias  de  los  filipinos 
tuvieron  también  la  gloria  de  entrar  en  Manila  á  la  vez  que  el  ejército 
de  los  Estados  L^nidos,  con  quien  habían  estado  unidas  para  combatir  á 
los  españoles. 


II.    CIVILIZACIÓN. 


Á  la  llegada  de  los  españoles,  los  habitantes  de  la  raza  malaya  de 
Filipinas  se  encontraban  agrupados  formando  pueblos  que  constituían 
como  pequeños  estados.  Estos  pequeños  estados  se  llamaban  en  muchos 
sitios  Barangay,  nombre  que  por  significar  precisamente  el  de  una  especie 
de  embarcación  indígena,  parecía  indicar  que  aquellas  agrupaciones 
formaban  primitivamente  la  tripulación  de  un  barangay,  en  la  época  de 
su  inmigración  á  las  Islas.  La  población  de  un  barangay  oscilaba  entre 
50  individuos  á  7,000,  como  se  observó  en  llocos  por  Salcedo. 

La  base  del  barangay  era  la  esclavitud  que  presentaba  dos  grados:  los 
verdaderos  esclavos,  llamados  aliping  saguiguilir,  que  se  adquirían  por 
compra,  por  la  guerra  ó  por  redención  de  alguna  deuda  personal,  y  los 
medio  esclavos,  llamados  aliping  namamahay,  que  en  realidad  constituían 
como  unos  siervos  que  no  podían  ser  vendidos  y  que  formaban  la  población 
plebeya  de  los  barangays.  Estos  nombres  son  del  tagalog,  pero  en  casi 
todo  el  archipiélago  existía  una  organización  social  y  política  poco  más 
ó  menos  igual  á  la  descrita.  A  menudo  se  reunían  verlos  barangays 
reconociendo  la  autoridad  de  alguno  de  sus  jefes,  aquel  que  más  prestigio 
tenía  por  sus  condiciones  personales  y  por  razones  de  parentesco,  y  estos 
jefes,  que  tenían  el  nombre  genérico  de  datos  recibían  luego  ó  adoptaban 
ellos  mismos  títulos  que  se  han  querido  traducir  por  rey,  régulo  ó  príncipe 
y  que  eran  tales  como  ladia,  sultán,  lal-a.  Además  de  los  esclavos  y  jefes 
había  una  especie  de  clase  privilegiada  llamada  maharlika,  en  tagalog, 
que  en  realidad  constituía  los  guerreros  del  barangay.  Cuando  alguno 
necesitaba  dinero,  podía  ofrecer  en  garantía  su  persona  y  servía  como  un 
esclavo  á  su  señor,  que  podía  venderlo  por  transferencia  de  su  crédito  á 
otro.  Como  la  riqueza  y  el  poder  de  los  jefes  dependía  del  número  de 
los  esclavos  que  tenían,  se  comprende  que  por  todos  los  medios  imagina- 
bles cada  uno  trataba  de  aumentar  su  número  en  el  barangay.  Un  hom- 
bre libre  podía  pasar  á  la  categoría  de  esclavo  si  pasaba  sin  permiso  bajo 
la  casa  del  jefe,  si  cruzaba  por  los  sembrados  de  éste,  si  se  atrevía  á  poner 
los  ojos  en  la  mujer  del  mismo,  pero  esta  manera  de  caer  en  esclavitud 
era  muy  rara,  porque  estas  faltas  se  consideraban  muy  graves  y  eran  raros 
los  que  las  cometían. 

Las  tierras  del  barangay  se  repartían  entre  sus  miembros  y  cada  una 
tenía  así  su  propiedad,  no  dándose  el  caso  de  que  un  individuo  de  un 

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barangay  se  metiera  á  cultivar  tierras  de  otro  barangay  sin  previa  com- 
pra, ó  por  herencia  ó  por  donación.  En  algunos  barangays,  la  tierra  per- 
tenecía al  jefe,  porque  la  había  adquirido  de  sus  antiguos  poseedores. 
Tenían  también  los  principales  pesquerías  en  las  cuales  se  respetaba  de  la 
manera  más  estricta  el  derecho  de  propiedad. 

El  jefe  de  barangay  juzgaba  los  litigios  de  sus  svibditos  á  veces  solo, 
otras  acompañado  de  algún  dato  de  la  vecindad  ó  de  una  persona  respe- 
table de  su  propia  tribu.  Eegularmente  en  los  procesos  civiles,  se  trataba 
de  atraer  á  las  partes  á  un  arreglo :  en  los  criminales,  la  costumbre  suplía 
la  ley  escrita,  que  no  existía.  Había  crímenes  penados  de  muerte,  como 
el  deshonrar  á  la  hija  ó  á  la  esposa  de  un  principal;  algunas  veces  se 
permutaba  la  pena  capital  por  la  esclavitud  y  otras  caían  en  esclavitud 
los  hijos  del  condenado  á  muerte.  Era  común  arreglar  los  ofensas  cri- 
minales con  multas  pagadas  al  ofendido  y  en  algunos  casos  al  dato. 

La  verdad  es  que  ningún  principio  legal  existía  y  que,  como  en  toda 
sociedad  primitiva,  predominaba  el  derecho  de  la  fuerza.  El  sistema 
hereditario  del  poder  tenía  por  tanto  que  apoyarse  en  el  valor  personal, 
la  fuerza,  la  actividad  y  la  energía  del  jefe,  que  podía  así  verse  suplan- 
tado en  la  lucha  por  otro  hombre  de  mejores  condiciones  físicas  que  le 
venciera.  Para  apoyarse  formaban  unos  jefes  con  otros  alianzas  y  pactos 
que  eran  más  comunes  entre  los  tagalos  y  bisayas. 

Por  lo  común,  solamente  tomaban  parte  en  la  guerra  los  hombres 
libres,  pero  también  se  empleaban  los  esclavos,  cuyo  concurso  era  indis- 
pensable en  el  mar,  donde  llenaban  las  funciones  de  bogadores  de  las 
embarcaciones.  Tenían  como  armas,  lanzas,  javelinas,  arcos  y  flechas, 
grandes  cuchillos  llamados  campilanes,  talibones,  sandatas  ó  kris,  y 
usaban  escudos,  yelmos  de  madera  ó  cobre,  coseletes  y  petos  de  planchas 
de  asta  de  carabao  que  venían  de  Siam.  Los  españoles  hallaron  que  los 
filipinos  tenían  cañones  en  Manila,  Cainta,  Taytay,  y  la  isla  de  Luban. 
En  Manila  había  una  fundición  donde  se  hacían  los  cañones,  dirigida  al 
parecer  por  un  portugués,  pero  positivamente  había  en  ella  un  fundidor 
indio  conocido  por  el  nombre  de  Panday  Pira,  que  siguió  fundiendo,  bajo 
la  dirección  de  los  españoles,  después  de  la  toma  de  Manila.^ 

Muchos  barangays  estaban  en  perpetua  guerra  con  sus  vecinos  ó  con 
tribus  distantes  y  como  no  había  un  poder  que  estableciera  una  policía 
capaz  de  mantener  el  orden  en  el  mar,  resultaba  este  infestado  por  piratas 
y  ladrones  que  hacían  el  comercio  muy  peligroso.  Las  embarcaciones  de 
guerra  de  los  filipinos  estaban  dispuestas  para  navegar  tanto  á  vela  como 
á  remo.     De  poco  calado,  asegurada  su  estabilidad  con  balancines  de  caña 

^  En  una  carta  dirigida  al  Rey,  con  fecha  de  25  de  Julio  de  1570,  Legaspi,  al 
hablar  de  los  Moros  enconti-ados  en  Panay,  escribió  lo  siguiente:  "Los  últimos 
poseen  artillería  que  ellos  mismos  funden  y  terminan,  y  también  pólvora  y  otras 
municiones."  Además  decía  éste:  "Le  remito  dos  culebrinas  de  bronce  hechas 
por  los  Moros  de  esta  tierra,  para  que  Vuestra  Majestad  vea  la  destreza  que 
poseen  en  hacer  y  fundir  cañones."  Es  probable  que  los  naturales  de  Manila 
aprendieran  á  hacer  cañones  de  los  Moros  ó  Chinos. — J.  P.  Sangee. 


23 

de  gran  solidez,  eran  ligeras  y  podían  penetrar  en  los  rios  de  escaso  fondo 
para  perseguir  á  un  enemigo,  ó  huir  de  otro  más  fuerte.  Para  asegurar 
el  comercio,  cada  embarcación  se  hallaba  tripulada  por  hombres  armados 
y,  aquellos  que  no  tomaban  estas  precauciones,  si  tropezaban  con  otros 
más  fuertes  de  alguna  tribu  enemiga,  salían  mal  parados. 

Se  dice  que  las  Filipinas  fueron  en  un  tiempo  colonia  china :  nada 
hay  que  pruebe  esta  suposición  y  más  bien  se  puede  sospechar  que  fuera 
falsa. ^  Lo  cierto  es  que  los  chinos  comerciaban  con  los  filipinos  antes 
de  la  llegada  de  los  españoles,  pues  así  lo  afirman  personas  de  la  ex- 
pedición de  Legaspi :  y  que,  apesar  de  la  inseguridad  de  los  mares,  los 
chinos  hacían  algunos  negocios  con  ciertas  tribus  costeras  de  las  islas. 
Los  españoles  encontraron  en  muchas  localidades  objetos  de  porcelana 
china,  pero  no  parece  que  hallaran  ninguna  colonia  china  residente  en 
alguna  isla,  porque  no  se  menciona  en  ningún  documento  de  aquellos 
días  un  hecho  semejante.  El  Japón  tenía  asimismo  comercio  con  las 
islas.  La  vida  comercial  estaba  bastante  desarrollada  tanto  en  Luzón 
como  en  Visayas,  en  donde  eran  conocidos  los  cambios,  comisos,  fianzas 
é  intereses  compuestos. 

La  moneda  no  era  conocida :  empleaban  el  polvo  de  oro  al  peso.  Los 
nombres  de  las  pesas  eran  de  pro  venencia  china,  como  el  tae  ó  tael,  que 
se  dividía  en  dos  tingas,  (que  en  Malayo  significa  mitad),  cada  tinga 
contenía  una  sapaha,  y  esta  siete  sema,  siendo  la  unidad  inferior  el 
sangasalie.  Para  pesar  las  mercancías  se  usaba  el  pikul,  y  para  medidas 
de  capacidad  el  l:aban,  la  ganta  y  la  tsupa.  Las  medidas  de  longitud 
eran  el  palmo  y  el  codo.  Es  probable  que  existieran  algunas  monedas 
de  la  India,  llamadas  rupias,  pues  su  nombre  existe  en  tagalog  en  la 
forma  de  salapi,  que  significa  una  moneda  del  valor  de  la  rupia  y  es  al 
propio  tiempo  nombre  del  dinero  en  general. 

Los  tagalos,  bisayas,  pampangos,  pangasinanes,  ilocanos  y  probable- 
mente otros  más,  usaban  un  alfabeto  que  se  puede  llamar  filipino  porque, 
con  pequeñas  diferencias,  era  el  mismo  para  todos,  y  se  halla  todavía  en 
uso  entre  los  tagbanuas  de  Paragua  y  los  manguianes  de  Mindoro.  Con- 
sistía el  alfabeto  en  17  letras,  tres  de  las  cuales  eran  vocales.  Eran  sig- 
nos silábicos  de  manera  que  cada  consonante  se  pronunciaba  con  la  vocal 
a,  así:  ba,  ca,  da.     Colocando  un  punto  sobre  la  consonante,  se  variaba 

^  En  su  historia  de  China,  de  1586,  el  Padre  Juan  González  de  ilendoza,  al 
escribir  acerca  de  las  Islas  Filipinas,  dice  lo  siguiente :  "Estas  islas  estuvieron 
anteriormente  sujetas  al  Rey  de  China  hasta  que  él  las  abandonó  voluntariamente." 
En  el  relato  de  De  Morga  acerca  de  las  Islas  Filipinas  y  otros  países  orientales, 
traducido  por  el  Señor  H.  E.  J.  Stanley  y  publicado  por  el  Hakluyt,  Society,  apa- 
rece la  siguiente  nota :  "  Los  Dutch  Memorable  Embassies  dicen  que  los  Españoles 
subjTigaron  estas  islas  casi  sin  desenvainar  la  espada,  pues  los  habitantes  habían 
olvidado  el  arte  de  la  guerra,  y  casi  renunciado  &  la  vida  civil  desde  que  sacudieron 
el  yugo  chino.  Desde  que  los  Chinos  perdieron  su  dominio  sobre  las  islas  no 
han  cesado  de  traficar  con  ellas,  etc."  No  existe  prueba  evidente  de  que  los 
Chinos  hayan  jamñs  ejercido  su  soberanía  sobre  alguna  porción  de  Filipinas. — J. 
r.  Saxger. 


24 

su  vocal  en  e,  i:  colocando  el  punto  debajo,  la  vocal  se  convertía  en  o,  u. 
Esta  escritura  era  bastante  imperfecta.  No  tenían  signos  para  la  nu- 
meración. Tenían  algunos  libros  escritos  en  hojas  de  palmera  que 
consistían  en  cantos,  fórmulas  de  encantamientos  y  sortilegios  y  proba- 
blemente la  historia  de  sus  viajes,  guerras  y  vicisitudes  nacionales. 
Todos  fueron  quemados  por  los  primeros  misioneros  en  su  celo  de  des- 
truir todo  germen  de  la  antigua  idolatría. 

Es  difícil  determinar  su  religión,  aunque  parece  que  solo  consistía  ésta 
en  la  creencia  de  dos  ó  tres  como  principales  dioses  superiores  que  todo 
lo  dirigían,  y  en  la  existencia  de  dioses  inferiores  que  causaban  males 
ó  producían  bien  y,  á  los  cuales  sacrificaban  para  calmar  ó  dar  muestras 
de  gratitud  por  algún  beneficio  recibido.  El  dios  principal  era  llamado 
Bathala,  en  tagalog,  palabra  originada  de  una  voz  sánscrita,  cuya 
etimología  ha  sido  caprichosamente  explicada  i)or  algunos  completa- 
mente ignorantes  de  cuestiones  lingüísticas.  El  culto  que  se  extendía 
por  las  islas,  pudiendo  llamarse  la  verdadera  religión  de  los  filipinos,  con- 
sistía en  el  culto  de  los  anuos.  Los  anitos  no  eran  dioses,  sino  almas 
de  los  antepasados  y  en  cada  familia  se  adoraba  á  los  suyos  que  dejaron  la 
vida  para  obtener  su  favorable  influencia.  Cuando  moría  un  noble,  era 
costumbre  sacrificar  algunos  esclavos  para  que  en  la  otra  vida  tuviera  un 
respetable  séquito  de  almas,  como  correspondía  á  su  gerarquia.  Parece 
que  era  uso  establecido  entre  los  bisayas  el  enterrar  esclavos  vivos,  con 
el  mismo  fin  de  que  el  difunto  tuviera  gente  que  le  sirviera  en  el  otro 
mundo.  A  veces,  para  curar  algún  enfermo  grave,  se  mataban  esclavos 
para  que  sus  almas,  pasando  en  la  otra  vida  al  servicio  de  sus  antepasados, 
los  contentaran,  calmándolos,  para  que  dejaran  de  hacer  daño  á  sus  des- 
cendientes. Cuando  llegaron  los  españoles,  algunos  moros  de  Borneo 
habían  importado  á  Filipinas  principalmente  en  Mindanao  y  Joló,  el 
mahometismo  hallándose  asimismo  en  Manila  algunos  mahometanos. 

Los  enterramientos  eran  verdaderas  fiestas  en  donde  se  gastaba  en 
comer  y  beber  una  buena  parte  de  la  fortuna  que  dejaba  el  difunto.  Las 
sacerdotizas,  llamadas  hatalonan,  en  tagalog,  y  haihalonan,  en  bisaya. 
jugaban  un  papel  principal  en  las  ceremonias  religiosas,  ejecutando 
danzas,  armadas  de  una  lanza  con  la  cual  acababan  por  sacrificar  un 
cerdo  y  probablemente  otros  animales  y  aún  los  mismos  esclavos.  El 
horror  que  estas  ceremonias  inspiraban  á  los  misioneros  españoles  les 
hicieron  verlas  como  repugnantes  y  odiosas  bacanales  dirigidas  por  el  es- 
píritu infernal,  dando  de  ellas,  bajo  la  impresión  de  estas  ideas  domi- 
nantes, descripciones  que  distan  mucho  de  lo  que  debieron  ser  en  realidad. 
Los  hombres  vestían  una  especie  de  camisa  corta,  sin  cuello  ni  puños 
que  bajaba  un  poco  más  de  la  cintura  y  las  piernas  las  cubrían  con  una 
pieza  de  tela  que  rodeaba  la  cintura  cayendo  como  una  falda,  ó  con  un 
trapo  llamado  hahahe.  En  la  cabeza,  por  lo  común,  no  usaban  nada  sino 
cuando  se  alejaban  de  sus  viviendas  llevando  entonces  una  especie  de 
turbantes  ó  también  una  especie  de  sombreros  llamados  salal-ot  entre  los 


tagalog.  Las  mujeres  se  cubrían  el  cuerpo  con  un  traje  parecido  al 
de  los  hombres  con  la  diferencia  de  que  usaban  telas  más  finas  y  de  más 
precio  y  cuando  sus  medios  lo  permitían  las  tenían  más  ó  menos  ricamente 
adornadas  de  bordados.  Hombres  y  mujeres  usaban  collares  braceletes  y 
argollas  en  los  tobillos,  pendientes,  peinetas  y  sortijas  de  oro  liso  v 
labrado.  La  gente  ordinaria  iba  descalza,  pero  los  principales  usaban 
chinelas  y  zapatos  abiertos,  de  vistosos  colores  y  con  bordados.  Era  de 
buen  gusto  hacer  huecos  en  los  dientes  y  rellenarlos  de  oro,  lo  mismo 
que  limarse  los  incisivos  en  forma  cónica.^  En  algunas  localidades, 
tenían  los  dientes  teñidos  de  negro,  pero  el  uso  entre  los  principales  era 
siempre  cambiar  en  alguna  manera  el  color,  forma  y  disposición  de  los 
dientes. 

Los  datos  y  jefes  salían  siempre  acompañados  de  sus  sirvientes,  lle- 
vando cada  cual  un  objeto  del  uso  de  su  amo  y  principalmente  una  caja 
de  metal  conteniendo  el  buyo  que  se  usaba  como  masticatorio  en  todo  el 
archipiélago.  • 

Las  casas  se  hacían  sobre  altos  pilares  de  madera,  de  suerte  que  estu- 
vieran á  bastante  elevación  del  suelo  para  que  debajo  pudiera  alber- 
garse la  servidumbre.  Muy  frecuentemente  la  población  se  hallaba  le- 
vantada en  el  agua,  á  la  proximidad  de  un  río.  en  un  lago  ó  en  las  orillas 
del  mar. 

Del  agua  de  vegetación  de  las  palmeras  ó  de  los  frutos  del  cocotero 
que  es  dulce  y  agradable  al  gusto,  fabricaban  un  vinagre  ligero  y  obtenían 
por  destilación,  un  aguardiente  ñojo  al  que  los  españoles  aplicaban  el 
nombre  de  vino.  Indudablemente  el  arte  de  destilar  lo  habrían  apren- 
dido de  los  chinos. 

Cultivaban  la  tierra  sembrando  arroz,  cenote  y  otros  tubérculos  y  sa- 
bían construir  instrumentos  apropriados  para  quitar  la  corteza  del  palay, 
separarla  del  grano  limpio  y  blanquear  este  por  percusión  en  un  mortero. 

Fabricaban  diversos  géneros  de  embarcaciones,  aparatos  de  pesca, 
armas  blancas,  tejían  la  fibra  del  abacá,  la  pina,  el  algodón  y  la  seda 
que  les  venía  de  China;  conocían  el  arte  del  bordado  y  hacían  esculturas 
que  representaban  sus  antepasados  que  llamaban  anitos.  Trabajaban  la 
plata,  el  oro,  el  cobre  para  ejecutar  alhajas,  adornos  de  sus  armas  y 
alambres.  Comerciaban  llevando  sus  productos  á  otros  barangays,  por 
tierra  ó  por  agua,  y  se  reunían  en  sitios  especiales  en  donde  de  costumbre 
se  verificaba  el  mercado.  Sus  artículos  de  comercio  eran  arroz,  pescado, 
aves,  telas,  esclavos,  frutas,  armas,  algunos  artículos  de  cobre  y  porcelana 
de  provenencia  china,  platos  de  madera,  efectuándose  las  transacciones 
por  cambios  de  mercancías,  por  falta  de  moneda.  El  polvo  de  oro  servía 
frecuentemente  de  mercancía  de  valor  más  fijo. 

En  las  montañas  las  costumbres  variaban  algún  tanto,  pero  quizás  sea 
posible  conocerlas  hoy  día  mejor  que  las  que  tuvieron  y  olvidaron  los 

^  Esto  aún  se  practica  entre  las  tribus  salvajes. — J.  P.  Sangeb. 


26 

tagalog  y  otros  filipinos  cristianos,  porque  las  tribus  infieles  han  conser- 
vado, casi  sin  cambiar,  los  nsos  y  costumbres  que  tenían  desde  tiempos 
remotísimos. 

Los  encomenderos  fueron  los  primeros  españoles  que,  después  de 
conquistada  y  pacificada  la  colonia,  representaban  en  cierto  modo  en  las 
provincias  la  autoridad  civil.  Tenían  obligación  de  velar  por  la.  paz  y 
prosperidad  de  los  indios  de  su  encomienda,  defendiéndoles  de  todo 
agravio  que  pudieran  recibir  de  los  españoles,  soldados,  alcaldes  y  jueces, 
tratando  de  reunirles  en  agrupaciones  para  fundar  poblaciones,  propor- 
cionarles medios  de  abrazar  el  cristianismo  y  construir  iglesias  y  conventos 
en  donde  pudiera  vivir  el  doctrinero.  Tenían  asimismo  el  deber  de 
edificar  su  casa  de  piedra  en  el  pueblo  en  donde  fijaban  su  residencia, 
casa  que  se  levantaba  según  las  prescripciones  que  daba  el  libro  4  de  las 
leyes  de  Indias.  Una  ley  obligaba  á  los  solteros  á  casarse  dentro  de  los 
tres  años  de  su  nombramiento  de  encomendero. 

Las  encomiendas  consistían  en  una  porción  más  ó  menos  extensa  de 
territorio  concedida  á  una  persona,  como  premio  á  sus  servicios  ó  á  una 
corporación  religiosa,  para  su  sostenimiento,  á  quien  quedaban  sujetos 
todos  sus  habitantes  en  una  especie  de  esclavitud.  El  encomendero  debía 
pagar  al  real  erario  una  suma  por  cada  individuo  de  su  encomienda. y 
éstos  le  pagaban  un  tributo  que  era  igual  para  todos  los  filipinos,  así 
estuvieran  en  una  encomienda  privada  ó  pertenecieran  á  encomiendas 
del  rey. 

Tenían  los  encomenderos  obligación  de  ampararles  y  socorrerles  en 
cualquiera  calamidad,  hambre  ó  desastre,  y  se  les  prohibía  cobrar  sus 
tributos  por  barangays,  es  decir,  haciendo  responsable  de  los  tributos  al 
jefe  de  una  familia  ó  tribu,  así  como  emplear  violencia  para  obligar  al 
pago  de  dicho  tributo.  Si  el  encomendero  recibía  una  contribución,  no 
era  sin  quedar  obligado  por  ello  á  cumplir  con  los  deberes  de  protector  de 
sus  indios  en  cuyo  interés  el  rey  se  mostró  siempre  generoso  y  lleno  de 
verdaderos  sentimientos  de  caridad  y  simpatía. 

Apesar  de  las  prescripciones  que  limitaban  el  servicio  á  que  los  indios 
estaban  obligados  hacia  sus  encomenderos  y  de  las  estrictas  órdenes  dadas 
por  el  rey  para  que  estos  fueran  castigados  si  abusaban  de  su  poder 
explotando  á  los  indios,  los  antiguos  encomenderos  explotaban  inicuamente 
á  sus  siervos,  á  tal  punto  que,  ya  en  1573,  el  gobernador  Lavezares  tuvo 
que  tomar  disposiciones  para  contener  los  excesos  que  cometían  los  de 
Bisayas. 

ISTinguna  cédula,  providencia  ni  ordenanza  expedida  por  el  rey  para 
beneficio  y  amparo  de  los  indios  se  cumplía  y  jamás  se  vio  el  caso  de 
castigar  á  nadie  de  los  que  las  desobedecían,  llegando  á  manos  del  rey 
en  1583  un  extenso  memorial  del  obispo  Salazar  en  el  que  le  daba  cuenta 
detallada  de  estas  cosas  y  le  refería  los  abusos  y  tiranías  de  que  eran  el 
blanco   los   indios   colocados   bajo   los   encomenderos.     El   rey   entonces 


27 

expidió  una  cédula,  en  37  de  Marzo  de  1583,  encargando  á  los  gobernantes 
que  no  permitieran  semejantes  abusos  y  rogando  al  obispo  le  avisara 
cuando  las  cosas  se  torcieran. 

Llegaron  á  tal  punto  estos  excesos  que  en  varias  localidades  los  indios 
se  amotinaron,  en  1583.  Como  no  se  remediaban  los  desafueros,  el 
malcontento  aumentaba  hasta  que,  en  1585,  los  pampangos  y  tagalos 
unidos  se  declararon  en  rebelión  abierta  logrando  calmarlos  el  gobernador 
Santiago  de  Vera  que  con  mano  firme  puso  freno  á  las  vejaciones 
cometidas. 

El  tributo  que  comunmente  se  hacía  pagar  en  las  encomiendas  era  de 
odio  reales,  en  oro  ó  en  productos  de  la  tierra,  para  cuyo  cobro,  el 
encomendero,  acompañado  de  algunos  arcabuceros,  obligaba  á  los  princi- 
pales á  que  le  dieran  el  tributo  de  todos  los  indios  de  la  localidad.  E] 
principal  que  no  pagaba  el  tributo  del  número  de  indios  que  se  le  exigía 
era  azotado  y  metido  en  el  cepo  siendo  frecuente  que  perdieran  la  vida 
á  consecuencia  del  tratamiento.  Después  de  cobrado  el  tributo,  el  enco- 
mendero no  se  volvía  á  ocupar  en  sus  siervos  hasta  el  siguiente  año  en 
que  repetía  sus  operaciones.^ 

Estaba  mandado  que  no  se  dieran  encomiendas  sino  de  indios  ya 
cristianizados,  pero  no  se  cumplía  la  ley  y  se  repartían  encomiendas  de 
indios  infieles.  Á  medida  que  se  establecían  en  los  pueblos  los  misio- 
neros frailes  constituyeron  un  freno  contra  las  exacciones  hacia  los 
cristianizados. 

Los  gobernadores  repartían  á  su  antojo  las  tierras  dándolas  en  enco- 
miendas á  sus  favoritos,  reservándose  para  el  rey  algunas  poblaciones  de 
las  que  se  sacaba  im  tributo  que  no  servía  de  gran  cosa  para  la  real 
caja.  Los  encomenderos,  sin  embargo,  no  eran  ricos;  pocos  sacaban  de 
sus  encomiendas  una  renta  decente,  los  demás  vivían  en  la  miseria,  no 
pudiéndose  esperar  otra  cosa,  porque  no  se  ocupaban  más  que  en  cobrar 
tributos  sin  estimular  á  sus  servidores  al  trabajo  para  mejorar  su  suerte 
y  enriquecerse.  En  los  pueblos  rarísimos  en  donde  había  españoles  no 
se  dedicaba  nadie  á  la  agricultura  y  no  se  labraban  las  tierras  ni  se 
criaban  animales. 

Los  encomenderos  no  pagaban  los  diezmos  á  que  estaban  obligados  y 
cuando  se  les  quiso  pedir  (1583  ó  83)  que  dieran  un  tanto  para  la 
manutención  de  las  tropas,  se  negaron,  limitándose  á  proponer  que  se 
aumentara  en  dos  reales  el  tributo  de  los  indios  para  que  esta  suma  fuera 
á  la  real  caja.  En  cuanto  á  los  españoles,  ninguno  podía  ir  libremente 
á  Filipinas;  era  indispensable  que  obtuviera  una  licencia  según  prescri- 
bían las  leyes  contenidas  en  el  libro  IX  de  la  Recopilación  de  Indias. 
El  tiempo  de  permanencia  que  se  le  concedía  era  limitado,  siendo  sólo 

'  Hasta  el  año  de  1577  era  de  1  maiz  de  oro,  ó  de  3  reales  para  cada  indio,  aunque 
algunos  pagaban  menos.  En  dicho  año  fué  de  8  reales,  y  más  adelante  se  permi- 
tió pagar  la  suma  de  10  reales  en  dinero,  telas,  arroz,  etc. — J.  P.  Sanger. 


28 

de  tres  años  cuando  se  trataba  de  un  casado  que  dejaba  su  consorte  en 
España. 

Cuando  llegaba  un  nuevo  gobernador  venían  con  él  una  porción  de 
empleados  personales,  de  familiares  y  de  parásitos  sin  posición  alguna  que, 
una  vez  en  Manila,  eran  colocados  en  cargos  de  favor  por  su  protector 
ó  se  dedicaban  á  explotar  el  favoritismo  que  disfrutaban  cerca  de  este 
para  crearse  una  posición  que,  por  lo  regular,  duraba  el  tiempo  de 
permanencia  del  gobernador  en  el  país.  Las  leyes  señalaban  cuidadosa- 
mente qué  clase  de  gentes  podían  acompañar  así  á  los  gobernadores, 
adelantados,  alcaldes  y  corregidores  con  el  fin  de  que  pasaran  á  la  colonia 
únicamente  personas  limpias  de  toda  raza  de  moro,  judio,  hereje  ó  'peni- 
tenciado por  el  Santo  Oficio.  En  cuanto  á  los  soldados  que  iban  á 
Filipinas,  estaban  obligados  á  volver  á  España  una  vez  concluido  su 
servicio,  no  pudiendo  nunca  quedarse  en  la  colonia. 

Al  propio  tiempo  que  se  imponían  restricciones  para  los  españoles  que 
querían  quedarse  ó  ir  á  Filipinas,  con  el  fin  de  que  fuera  escogida  la 
gente  peninsular  que  se  fijara  en  ellas,  las  leyes  concedían  varias  preroga- 
tivas  á  los  que  se  decidían  por  radicar  en  Filipinas.  Se  les  repartían 
encomiendas,  se  les  facilitaban  medios  de  ennoblecerse,  quedaban  exentos 
de  pagar  contribuciones  durante  algunos  años  y  tenían  otros  privilegios 
de  que  usaban  y  abusaban  con  la  mayor  facilidad. 

Fuera  de  los  encomenderos,  alcaldes,  corregidores  ó  militares,  raro  era 
el  español  que  se  instalara  en  provincias  á  vivir  de  su  trabajo  libre, 
dedicándose  á  la  agricultura  ó  á  una  industria.  En  Manila  únicamente 
había  algunos  dedicados  al  comercio  teniendo  que  sufrir  las  vejaciones  de 
los  funcionarios  públicos.  En  los  primeros  días  de  la  dominación,  cuando 
llegaba  un  español,  quedaba  obligado  á  alistarse  para  servir  en  las  milicias 
y  muchos  que  no  tenían  medios  de  subsistencia  se  aprovechaban  de  sus 
armas  para  imponerse  á  los  indios  hasta  que,  como  dice  el  obispo  Salazar, 
"acontesía  tener  guisado  el  indio  que  comer  para  si  y  entra  el  soldado  se 
lo  toma  y  aun  sobre  ello  los  maltrataban  y  apelean  .  .  ." 

Á  los  extranjeros  les  estaba  completamente  prohibido  residir  en  las 
islas.  Lo  único  que  se  les  toleraba  era  permanecer  en  Manila  durante  el 
tiempo  en  que  la  monzón  no  les  permitía  hacerse  á  la  vela  con  el  navio  en 
que  vinieron  para  comerciar.  Varias  reales  cédulas  se  expidieron  reco- 
mendando á  los  gobernadores  que  no  permitieran  ni  toleraran  bajo  pre- 
texto alguno  que  los  extrangeros  de  cualquier  calidad  que  fueran  trataran 
ó  comerciaran  ni  se  avecindaran  en  las  provincias,  ciudades  ni  lugares  de 
Filipinas. 

Los  chinos  eran  los  únicos  extranjeros  que  apesar  de  las  vejaciones  y 
restricciones  á  que  los  caprichos  de  los  hombres  y  las  leyes  les  sujetaban, 
se  extendían  por  el  país  y  residían  hasta  en  los  rincones  más  olvidados. 
iSío  permanecían  ociosos,  dedicándose  al  pequeño  tráfico,  supliendo  con 
su  actividad  la  desidia  de  todos,  sirviendo  de  blanco  á  las  vejaciones  de  los 


y  9 

indígenas,  ganando  la  benevolencia  y  protección  de  las  autoridades  y  de 
los  sacerdotes,  haciendo  por  ellos  servicios  y  complacencias  de  todo  linaje. 
En  cuanto  á  los  españoles,  hasta  entrado  el  siglo  XIX,  una  ley  de  Indias 
prohibía  terminantemente  que  pudieran  residir  en  una  población  de 
indios  aunque  compraran  terrenos  en  sus  pueblos  y,  si  alguno  iba  de  paso, 
no  se  le  permitía  permanecer  en  la  localidad  más  de  dos  días. 

Las  leyes  obligaban  á  los  encomenderos  á  dar  instrucción  religiosa  á 
sus  siervos,  cuando  no  hubiera  doctrineros  que  lo  hicieran,  lo  mismo  que 
la  enseñanza  de  la  lectura  y  la  escritura,  que  también  estaban  obligados 
los  sacerdotes  á  dar.  Éstos  cumplieron  al  parecer  con  su  cometido  con 
puntualidad  especialmente  en  lo  referente  á  la  doctrina  cristiana,  y  ense- 
ñaron además  á  sus  feligreses  artes  y  oficios  para  los  cuales  mostraron  los 
filipinos  mucha  aptitud. 

Bajo  la  dirección  de  los  frailes,  la  imprenta  empezó  á  funcionar  en 
Manila  en  1593  y  pronto  se  fundaron  imprentas  en  los  conventos  de 
jesuítas,  dominicos,  franciscanos  y  agustinos,  en  las  que  trabajaban 
filipinos  entre  los  cuales  se  formaron  también  buenos  grabadores.  Inte- 
resados en  el  ornamento  de  sus  templos  y  de  sus  altares  fué  necesario  á  los 
misioneros  tener  escultores,  pintores,  plateros  y  otros  artistas  que  no  sólo 
se  formaron  prontamente,  educados  por  aquellos  religiosos  competentes, 
sino  que  llegaron  á  producir  obras  que  les  acreditaron  como  dotados  de 
cualidades  artísticas  nada  comunes.  Asimismo  se  formaron  músicos 
y  cantores  para  las  fvmciones  de  iglesia  y  las  mujeres  llegaron  á  gran  al- 
tura en  el  arte  del  bordado  tanto  sobre  las  telas  del  país,  como  la  pina, 
cuanto  sobre  los  lienzos  de  China,  la  seda  y  el  terciopelo. 

Todos  los  edificios  de  piedra  que  se  fabricaban  fueron  levantados  bajo 
la  dirección  de  los  doctrineros,  por  obreros  indios  que  también  se  hicieron 
operarios  diestros  en  las  construcciones  navales  que,  desde  los  primeros 
días  de  la  conquista,  emprendieron  los  españoles. 

La  dulce  vida  que  se  hacía  en  los  pueblos  recien  formados  por  los  enco- 
menderos y  los  doctrineros  seducía  á  los  indígenas.  Alrededor  de  la 
iglesia  y  del  convento  venían  á  agruparse  las  casas  de  los  más  principales 
cuya  autoridad  se  vio  al  momento  robustecida  por  el  cura.  Los  jefes  de 
tribus,  llamados  cabezas  de  barangay,  siguieron  conservando  sus  poderes 
y  dirigiendo  á  los  suyos  como  en  tiempos  pasados.  Las  leyes  españolas 
no  se  oponían,  antes  bien  protegían,  la  forma  de  gobierno  que  tenían  los 
filipinos  en  todo  aquello  que  no  contrariaba  á  la  religión  cristiana.  El 
método  de  colonización  consistió  en  enseñar  á  los  colonos  la  religión  cris- 
tiana, hacerles  creer  en  ella  y  respetar  sin  discusión,  examen  ni  descon- 
fianza, á  sus  ministros. 

Todas  las  leyes,  todas  las  instrucciones,  tendían  á  dar  á  las  órdenes 
religiosas  el  mayor  prestigio  posible  confiado  el  rey  que  los  ministros  de 
su  religión  no  obrarían  sino  movidos  por  intereses  puramente  religiosos. 

Las  leyes  que  protegían  á  los  indios  les  condenaban  al  mismo  tiempo  á 


30 

una  perpetua  tutela,  á  una  eterna  minoría  de  edad.  En  los  pleitos  entre 
sí  eran  juzgados  por  sus  autoridades  indígenas,  jDero  cuando  tenían  algún 
litigio  con  un  español,  ó  recibían  ofensa  de  alguno  de  éstos,  la  cuestión 
corría  por  cuenta  y  á  cargo  del  Protector  de  indios,  del  encomendero  ó 
del  cura  ó  doctrinero,  según  el  caso,  y  en  esta  forma  quedaba  á  salvo  el 
prestigio  español,  porque  ya  no  era  un  indio  el  que  pedía  justicia  contra 
uno  de  raza  superior,  sino  un  español  que  tomando  la  causa  del  indio, 
pleiteaba  ó  se  querellaba  contra  otro  español. 

Los  filipinos  se  acostumbraron  á  seguir  la  dirección  de  los  curas  que 
les  educaron  en  una  sumisión  absoluta,  dominando  su  conciencia  por  el 
temor  que  les  inspiraban  de  enviar  su  alma  al  cielo  ó  sepultarla  en  el 
infierno  cuando  se  murieran.  En  la  lucha  entablada  entre  encomenderos 
y  frailes  quedaron  anulados  aquellos  y  desde  entonces  el  cura  fué  el 
único  español  que  en  las  poblaciones  de  filipinos  asumía  la  represen- 
tación del  poder  temporal  del  rey  y  el  poder  espiritual  de  la  iglesia. 

Las  costumbres  de  los  indios  se  habían  suavizado,  el  lujo  y  la  brillantez 
del  culto  les  seducía  atrayéndoles  á  las  ceremonias  de  la  iglesia.  Todo 
el  temor  á  lo  misterioso  y  su  creencia  antigua  en  los  poderes  ocultos  que 
quitaban  la  salud,  atraían  la  desgracia,  daban  la  victoria,  ó  conducían 
al  desastre,  se  conservó,  cambiando  sólo  el  concepto  que  tuvieron  de  los 
espíritus  que  gobernaban  los  sucesos  de  la  vida  y  los  fenómenos  de  la 
naturaleza.  Los  santos  patrones  cuya  protección  buscaban,  venían  á 
sustituir  los  antiguos  anitos  representantes  de  sus  antepasados  que 
hacían  intervenir  en  su  antigua  idolatría  en  todas  las  circunstancias  de 
la  vida.  Almas  sencillas,  crédulas,  timoratas,  sujetas  á  una  dirección 
exterior,  incapaces  de  obrar  por  su  propio  criterio,  fueron  conducidos 
eternamente,  en  todos  los  actos  de  su  vida,  por  los  monjes  de  la  nueva 
religión  que  adoptaron,  en  los  cuales  confiaban  y  que  les  inspiraban 
respeto  al  par  que  un  fundado  temor. 

El  filipino  que  resultaba  así  era  precisamente  la  consecuencia  de  la 
legislación  paternal  y  de  las  ideas  sostenidas  por  los  individuos  de  la 
iglesia.  Los  doctrineros  habían  enseñado  á  leer  y  á  escribir  para  que  sus 
feligreses  pudieran  comprender  los  impresos  que  en  dialectos  locales 
constituían  la  única  literatura  que  se  permitía,  formada  de  novenas  y 
vidas  de  santos  que,  á  la  verdad,  no  difundían  malas  doctrinas;  pero  la 
educación  dada  era  lo  suficiente  nada  más  para  que  el  poder  monacal 
tuviera  más  facilidad  de  conducir  al  pueblo  dentro  de  su  obediencia  y 
conservarse  el  monopolio  de  la  dirección  de  sus  sentimientos  y  de  su  razón. 

En  Manila  se  fundó  en  1601  el  colegio  de  San  José  por  los  jesuítas. 
en  1619  el  colegio  de  Santo  Tomás  por  los  frailes  dominicos  y  en  1640 
el  colegio  de  San  Juan  de  Letrán  por  los  mismos  frailes.  Todos  estos 
colegios  se  abrieron  sólo  para  educar  á  los  hijos  de  españoles.  Enseñaban 
en  ellos  el  latín,  la  filosofía  y  la  teología. 

Más  tarde,  Santo  Tomás  v  San  José,  se  erigieron  en  universidad  v  se 


O-f 

X  Ol 

enseñó,  entonces,  el  derecho  canónico  y  el  derecho  español.  En  1714 
creó  el  gobierno  una  universidad  seglar  en  Manila  en  donde  se  enseñaba 
Cánones,  la  Instituía  y  las  leyes  españolas,  con  una  cátedra  de  medicina 
y  otra  de  matemáticas,  pero  en  1730  se  cerró  dicha  universidad. 

Como  se  ha  dicho,  la  enseñanza  dé  las  primeras  letras  corrió  á  cargo 
de  los  doctrineros,  sujeta  á  órdenes  y  decretos  sin  método,  pero  en  1863 
se  organizó  la  segunda  enseñanza  y,  según  el  plan  decretado,  en  cada 
pueblo  debió  fundarse  una  escuela  de  enseñanza  primaria.  En  Manila, 
la  universidad  de  Santo. Tomás,  añadió  á  su  antiguo  programa  la  ense- 
ñanza del  Kotariado,  la  Medicina,  la  Farmacia;  una  escuela  normal 
funcionó  en  Manila,  bajo  la  dirección  de  los  jesuítas  y  en  las  capitales  de 
provincias  se  abrieron  varias  escuelas  de  segunda  enseñanza  para  ambos 
sexos. 

Desde  que  funcionaron  las  universidades,  á  principios  del  siglo  XVII, 
algunos  filipinos  obtuvieron  grados  de  doctor  ó  licenciado  en  derecho  ó 
en  teología  y  hubo  así  abogados  y  clérigos  de  todas  razas  entre  los  cuales 
algunos  llegaron  á  brillar  en  su  época. 

Toda  la  enseñanza  dada  en  Filipinas,  desde  los  primeros  dias  de  la 
soberanía  española  hasta  su  terminación,  se  caracterizó  por  su  exclu- 
sivismo. Tendió  siempre,  consiguiendo  su  objetivo,  á  no  enseñar  más  que 
aquello  que  fuera  genuinamente  español  y  absolutamente  aceptado  dentro 
de  la  ortodoxia  católica  más  tradicional.  No  sólo  enseñó  que  la  civili- 
zación española  era  la  mejor  y  que  la  ciencia  enseñada  por  la  escuela 
española  católica  era  la  única  buena,  sino  que  condenó  toda  idea  moderna 
confundiendo  en  el  mismo  desprecio  y  en  el  mismo  anatema,  la  ciencia 
experimental  y  todo  ensayo  que  la  razón  humana  hiciera  para  pensar 
sin  subordinarse  á  la  tradición  y  á  la  inñuencia  de  fórmulas  religiosas 
y  empíricas. 

Conteniendo  dentro  de  convencionalismo  múltiples,  evolucionando  den- 
tro de  ideas  intolerantes  que  rechazaban  el  libre  examen  y  que  entregaban 
al  hombre  á  la  discreción  del  funcionario  español  para  lograr  su  felicidad 
en  la  tierra  y  á  la  dirección  absoluta  del  sacerdote  español,  para  asegurar 
su  salvación  en  la  vida  futura,  la  civilización  filipina  se  desenvolvió  así 
hasta  fines  del  siglo  XIX.  Dichosamente  algunas  circunstancias  vinieron 
á  modificar  este  cuadro :  desde  principios  del  siglo  XIX  la  apertura  del 
archipiélago  al  comercio  extranjero,  la  apertura  más  tarde  del  canal  ,,de 
Suez  y  la  facilidad  de  comunicaciones  con  el  mundo,  renovaron  la  atmós- 
fera de  edad  media  que  envolvía  al  pueblo  filipino  permitiendo  que  las 
ideas  modernas  de  libertad  llegaran  hasta  él. 

La  emigración  al  extranjero  y  la  venida  á  Manila  de  españoles  trans- 
formados por  las  enseñanzas  que  á  la  Península  llevó  la  revolución  fran- 
cesa, y  las  máximas  de  democracia  que  de  los  Estados  Unidos  lian 
irradiado  por  toda  la  tierra,  contribuyeron  á  formar  algunos  filipinos  fran- 
queados de  los  prejuicios  y  falsas  ideas  que  dominaban  á  la  generalidad 
de  los  educados  en  las  formas  antio;uas. 


32 

Aunque  la  legislación  no  hacía  diferencias  de  razas  desde  principios 
del  siglo  XIX,  siempre  mostraron  los  peninsulares  que  se  consideraban 
superiores  á  los  filipinos  y  lo  daban  así  á  entender  aún  á  sus  mismos 
hijos.  Los  filipinos,  por  otro  lado,  no  tomaban  parte  en  el  gobierno  de  su 
país.  Algninos  ocuparon  puestos  públicos  á  veces  de  importancia,  pero 
tales  excepciones  sólo  ponían  de  manifiesto  que  al  ocupar  puestos  en  la 
administración,  los  filipinos,  más  aún  que  los  españoles,  se  veían  en  la 
necesidad  de  obrar  como  meros  auxiliares  en  la  máquina  automática  del 
estado.  En  los  pueblos,  los  funcionarios  municipales,  no  podían  hacer 
otra  cosa  más  que  interpretar  y  cumplir  los  deseos  y  las  órdenes  de  las 
autoridades  civiles  y  militares  españolas  y  muy  principalmente  la  volun- 
tad del  cura  párroco. 

El  pueblo  tenía  obligación  de  quitarse  el  sombrero  al  pasar  cerca  de 
un  español  y  principalmente  si  tenía  algún  cargo  oficial  y  al  cura,  además 
de  este  saludo,  se  le  besaba  la  mano.  En  la  mesa  donde  se  sentaba  un 
español  no  se  sentaba  un  indio  aunque  fuera  el  dueño  de  la  misma  casa. 
Los  españoles  hablaban  de  tú  á  los  filipinos  y  aunque  muchos  se  casaron 
con  mujeres  de  pura  raza  del  país,  en  la  sociedad  las  miraron  siempre 
como  de  condición  inferior.  Desde  principios  del  siglo  XIX  las  leyes  bo- 
rraron las  diferencias  debidas  á  la  raza,  pero  las  costumbres  no  podían 
borrarse  y  la  diferencia  era  más  dura  mientras  más  se  educaban  los 
filipinos  en  la  nueva  atmósfera,  que  las  comunicaciones  frecuentes  con 
Europa,  creaban  en  las  islas. 

El  látigo  era  el  castigo  favorito  usado  por  los  frailes  en  sus  pueblos. 
Los  funcionarios  municipales  obraban  como  domésticos  del  cura. 

En  una  ordenanza  de  1696  se  prohibía  pagar  á  ningún  indio  por  adelan- 
tado, más  de  cinco  pesos,  bajo  cualquier  pretexto  ó  causa,  ni  aun  para 
pagar  arroz  ú  otro  producto  que  se  comprometía  á  entregar  más  tarde, 
condenando  al  que  diera  á  los  indios  un  crédito  mayor  de  cinco  pesos  á 
perder  el  exceso  de  dicha  suma.  Si  las  cédulas  reales  aconsejaban  que  se 
estimulara  el  trabajo  entre  los  indios,  en  la  colonia  resultaba  que  salía 
estimulada  la  pereza  y  el  vicio.  Además  de  los  domingos  había  dentro 
del  año  unos  32  días  de  fiesta  de  carácter  general  para  todas  las  islas,  á 
lo  que  había  que  agregar  que,  en  cada  pueblo,  se  celebraba  la  fiesta  del 
patrón  que  duraba  nueve  días  y  cada  barrio  tenía  también  su  festividad 
patronal  que  por  lo  menos  tenía  tres  días  de  duración,  además  del  santo 
del  cu7'a,  del  alcalde  en  la  cabecera  provincial  y  otros  motivos  que  no 
faltaban  para  dejar  de  trabajar  en  honor  de  un  santo  ó  de  un  funcionario. 

Se  explotó  la  afición  filipina  por  la  pelea  de  gallos  para  organizar  galle- 
ras piiblicas  con  el  fin  de  constituir  con  ella  una  renta  del  estado  y  se 
estableció  asimismo  el  juego  de  la  lotería  que  fomentó  la  holganza 
haciendo  que  el  jugador  esperara  que  la  riqueza  podría  lograrla  por  la 
buena  fortuna. 

Los  hijos  de  los  frailes  representaban  en  los  pueblos  el  elemento  díscolo 


33 

que  más  principalmente  comenzó  el  movimiento  contra  el  poder  monacal. 
Cuando  fué  permitido  á  los  españoles  residir  en  los  pueblos  y  cuando  el 
número  de  funcionarios  españoles,  desde  mediados  del  siglo  XIX,  se 
aumentó,  los  filipinos  empezaron  á  imitar  de  estos  el  poco  respeto  que  les 
merecían  los  frailes;  porque,  aunque  temían  su  poder,  sin  embargo,  por 
temperamento  de  raza,  no  sólo  trataban  de  franquearse  de  su  tutela  sino 
que  gallardeaban  de  respetarle  en  poco. 

La  censura  tenía  á  la  prensa  filipina  contenida  dentro  de  los  límites 
más  estrechos.  Xo  era  posible  referir  sucesos  que  pudieran  molestar 
siquiera  á  la  persona  de  cualquier  funcionario;  no  se  podían  discutir  ni 
referir  asuntos  políticos.  Xo  debían  publicarse  más  que  noticias  de 
ocurrencias  en  la  vida  de  la  calle  y  copiar  de  la  prensa  europea  lo  que 
se  refería  al  extranjero :  la  censura  religiosa  hacía  todavía  más  ortodoxo 
todo  lo  que  diera  á  luz  la  imprenta.  Los  impresos  en  lengua  castellana 
hallaban  una  frontera  infranqueable  en  la  junta  de  censijra  al  entrar  en 
^Lmila.  Xingún  filipino  podía  intervenir  en  los  asuntos  públicos,  ni 
emitir  su  opinión  sobre  política  ó  simple  administración  de  su  país. 

El  filipino  estaba  obligado  á  ser  católico,  apostólico,  romano.  También 
estaba  obligado  á  pensar  y  á  sostener  que  "Filipinas  era  toda  para  España 
^y  por  España."  Á  este  objetivo,  á  obtener  filipinos  que  obraran  y  pen- 
saran en  armonía  con  estos  ideales,  se  reducía  toda  la  obra  civilizadora 
y  para  ello  era  menester  formar  individuos  sumisos,  sufridos,  convencidos 
y  débiles. 

Otras  causas  ajenas  á  los  españoles  y,  principalmente,  á  los  frailes, 
hicieron  que  germinaran  en  algunos  cerebros  y  latieran  en  muchos  cora- 
zones pensamientos  y  sentimientos  que  ninguna  fuerza,  que  ningún  plan 
por  calculado  que  haya  sido,  han  logrado  impedir  que  germinen  y  se 
desarrollen  en  el  corazón  y  la  inteligencia  humanos. 

Al  establecer  su  soberanía  en  Filipinas,  el  pueblo  americano  ha  tomado 
el  compromiso  de  honor  de  ayudar  al  pueblo  filipino  á  llegar  bajo  su 
amparo,  dirección  y  responsabilidad  al  más  alto  grado  de  cultura  y 
civilización.  Cada  filipino  puede  ahora  trabajar  por  el  bienestar  y 
beneficio  de  su  país  y  toda  clase  de  intervención  del  clero  en  los  asuntos 
no  religiosos  quedó  anulada  desde  que  el  ejército  de  la  Unión  entró  en 
Manila  el  13  de  Agosto  de  1898. 

El  Bill  do  Filipinas  asegura  la  libertad  de  conciencia,  la  separación 
de  la  Iglesia  y  del  Estado,  la  libertada  de  asociación,  de  la  prensa  y  de  la 
palabra.  Al  colocar  á  Fili])inas  bajo  su  soberanía,  el  pueblo  americano 
no  trata  de  anular  el  sentimiento  del  amor  á  su  propio  país  que  tiene  el 
filipino,  y  los  habitantes  de  las  islas  tienen  el  derecho  de  llamarse 
ciudadanos  de  Filipinas. 

Xo  hay  leyes  que  establezcan  diferencias  de  razas  y  en  todo  el  archi- 
j)iélago  existen  maestros  y  maestras  americanos  que  enseñan  el  inglés  y 
dirigen  escuelas  de  instrucción  primaria  y  secundaria  lo  mismo  que 
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escuelas  normales  á  donde  concurre  con  entusiasmo  un  gran  número  de 
discípulos  de  ambos  sexos  y  de  todas  las  edades. 

La  Comisión  ha  votado  una  ley  por  la  cual  anualmente  se  enviarán  á 
los  Estados  Unidos  estudiantes  Filipinos  para  educarse  en  las  carreras 
y  oficios  que  elijan. 

El  gobierno  de  Filipinas,  inspirado  en  los  principios  democráticos  y 
libres  que  han  hecho  grande,  fuerte  y  dichoso  al  pueblo  americano,  quiere 
que  una  recta  administración  de  justicia,  una  honrada  gestión  del  tesoro 
público  y  una  eficaz  organización  de  la  instrucción  pública  eduquen  al 
pueblo  filipino  dentro  de  los  moldes  de  la  civilización  moderna  sin 
restricciones,  sin  recelos,  sin  humillaciones. 


IIL    EL  PODER  MONACAL. 


Como  el  principal  objeto  que  se  proponían  llenar  los  reyes  de  España 
al  conquistar  nuevas  tierras,  era  extender  la  fe  católica,  fácil  es  com- 
prender el  empeño  de  los  monarcas  en  enviar  á  Filipinas  misioneros 
para  cumplir  su  propósito.  Los  frailes  franciscanos,  agustinos,  recoletos, 
y  dominicos  con  los  Jesuítas,  pasaron  á  Manila  desde  los  primeros  dias 
de  la  conquista  para  predicar  la  religión  y  convertir  á  los  naturales.  Al 
organizarse  la  administración  eclesiástica  de  los  pueblos  fué  necesario 
nombrar  curas,  pero  los  frailes  por  sus  votos,  su  organización  monástica, 
sus  deberes  de  vivir  en  comunidad  y  por  no  poder  tener  dinero  propio 
entre  sus  manos  estaban  inhabilitados  para  ejercer  como  curas.  La  falta 
de  clérigos  hizo  que  el  Pontífice  levantara  los  impedimentos  aludidos, 
permitiendo  á  los  frailes  y  jesuítas  que  pudieran  vivir  fuera  de  su 
convento  y  ejercer  su  ministerio  de  curas  como  los  sacerdotes  seculares, 
pero  provisionalmente  y  mientras  no  hubiera  clérigos  de  quienes  echar 
mano. 

Para  evitar  desavenencias  entre  las  diversas  corporaciones  el  rey  dispuso 
que  se  asignara  á  cada  una  de  ellas  una  parte  de  territorio  en  donde 
debían  ejercitar  su  ministerio  y  establecer  sus  misiones.  Es  fácil  prever, 
dado  el  carácter  religioso  que  el  rey  quería  dar  á  la  colonización  en 
Filipinas  y  conociendo  el  espíritu  que  entonces  dominaba  en  la  nación 
española,  en  donde  el  poder  sacerdotal  era  tan  extraordinario,  que  la 
historia  de  las  corporaciones  religiosas  haya  sido  en  Filii3Ínas  tan  impor- 
tante que,  al  lado  de  ella,  la  historia  del  comercio  representado  por  el 
de  la  nao  de  Acapulco,  hasta  principios  del  siglo  XIX  aparece  de  secun- 
daria importancia. 

Los  frailes  cargan  en  la  historia  con  gran  parte  de  responsabilidad  en 
los  errores  que  el  gobierno  español  cometió  en  las  Islas,  pero  aparece  tam- 
bién evidente  que  sin  ellos  España  no  hubiera  podido  cumplir  aún  en  la 
manera  como  lo  ha  efectuado,  su  compromiso  de  civilizar  á  los  filipinos  y 
de  conducirles  á  la  altura  que  una  nación  europea  podía  y  debía.  Xo  sería 
posible  no  reconocer  las  intenciones  humanitarias,  verdaderamente  cristia- 
nas y  de  justicia,  que  han  guiado  á  los  reyes  y  á  los  legisladores  españoles 
respecto  á  Filipinas.  Es  cierto  asimismo  que,  dictada  bajo  la  influencia 
de  un  criterio  exclusivista  y  receloso  de  todo  lo  que  no  fuera  español  y 
católico,  la  legislación  colonial  española  encerraba  á  Filipinas  en  un  círcu- 
lo asfixiante  que  la  tuvo  privada  del  contacto  de  la  civilización,  celosamen- 
te custodiada  bajo  ima  política  que  no  podía  crear  ciudadanos  capaces  de 

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■       36 

constituir  un  pueblo  que  disfrutara  de  los  beneficios  que  la  civilización 
daba  á  otros  pueblos  contemporáneos;  pero  tal  resultado  no  fué  conse- 
cuencia de  una  política  aplicada  únicamente  á  la  colonia,  sino  que  se 
fundaba  en  los  principios  en  que  se  movía  y  ejercitaba  la  propia  política 
de  España  en  Europa.  Pesan  sobre  los  frailes  responsabilidades  grandí- 
simas, pero  si  los  otros  funcionarios  del  gobierno  español  hubieran  cum- 
plido con  su  cometido  siquiera  en  la  forma  que  lo  han  hecho  los  frailes, 
ciertamente  que  hoy,  ante  el  tribunal  de  la  historia,  seguirían  teniendo 
gran  parte  de  la  responsabilidad  que  hoy  tienen,  pero  también  tendrían  en 
su  activo  una  proporción  de  cooperación  en  la  civilización  de  Filipinas 
que  "hasta  hoy  no  se  les  puede  reconocer. 

Á  cada  fraile  que  quería  pasar  á  Filipinas  le  costeaba  el  rey  el  viaje 
de  España  á  Méjico  y  de  allí  á  Manila,  dándole  ropa,  breviario,  misal  y 
zapatos,  de  suerte  que  cada  uno  de  ellos  puesto  en  Manila,  costaba  unos 
$600.  Los  doctrineros,  que  así  se  llamaban  los  curas,  recibían,  en  1588, 
$100  al  año,  100  fanegas  de  arroz  y  los  ornamentos  del  altar  necesarios 
para  el  culto.  Como  se  consideraban  pobres,  y  de  hecho  lo  eran,  recibían 
como  limosna  el  vino  para  la  misa  y  el  aceite  para  quemar  en  la  lámpara 
del  templo. 

Al  instalarse  como  doctrineros  ó  curas  en  los  pueblos,  defendían  á 
los  indios  de  los  abusos  de  los  encomenderos,  pero  parece  que  estos  se 
propusieron  también  cortar  los  abusos  que  observaron  en  los  frailes,  porque 
ya  en  1583  lograron  que  se  prohibiera  á  los  curas  servirse  de  sus  feligre- 
ses. Los  frailes  tomaron  la  cosa  muy  á  mal  y  los  agustinos  pidieron  al 
rey  permiso  para  abandonar  las  islas.  El  rey,  asustado,  escribió  al  go- 
bernador que  ayudara  á  los  frailes  y  con  tal  motivo  creció  el  disgusto 
de  los  encomenderos.  En  la  misma  época  dio  comienzo  una  cuestión  que 
no  se  pudo  resolver  en  todo  el  tiempo  que  duró  la  soberanía  española  en 
Filipinas :  la  negativa  de  los  frailes  á  sometarse  á  la  visita  diocesana  del 
obispo,  pretendiendo  que  no  tenían  que  obedecer  á  otro  superior  más  que 
al  provincial  de  su  orden. 

Á  medida  que  recibía  el  rey  quejas  contra  los  abusos  de  los  curas  doc- 
trineros, así  también  procuraba  impedir  que  se  repitieran,  lanzando  reales 
cédulas  encomendando  á  los  obispos  entre  otras  cosas,  que  impidieran  á 
los  sacerdotes  inducir  á  los  moribundos,  á  quienes  asistían,  á  dejarles  en 
herencia  sus  bienes  y  alhajas,  desheredando  frecuentemente  á  sus  propios 
hijos ;  que  prohibieran  que  los  doctrineros  obligaran,  como  lo  hacían,  á 
las  indias  viudas  y  solteras  á  que,  bajo  pretexto  de  aprender  la  doctrina, 
pasaran  á  sus  habitaciones  para  ocuparlas  en  svi  servicio ;  que  no  cobraran 
á  los  indios  dinero  por  administrarles  los  sacramentos,  que  castigaran 
severamente  á  los  que  comerciaban  con  los  feligreses  y  que  evitaran  que 
se  repitieran  otros  abusos  conocidos. 

Del  mismo  modo  que  los  empleados  civiles  no  cumplían  con  las  disposi- 
ciones reales,  así  también  los  religiosos  hacían  lo  que  más  convenía  á 
sus  intereses,  y  validos  de  su  influencia  de  sacerdotes,  triunfaban  en  su 


37 

desobediencia  robusteciéndose  de  día  en  día  el  poder  monacal  en  la 
colonia. 

La  influencia  de  los  frailes  en  Manila  llegó  rápidamente  á  gran  altura. 
Al  principio  eran  pobres^,  pero  algunos  devotos  les  hicieron  donativos, 
otros  les  dejaron  en  herencia  tierras  y  esclavos,  de  suerte  que,  en  poco 
tiempo,  fueron  ricos  propietarios  cuya  vida  económica  no  dependía  ya 
de  las  limosnas  que  les  daban  el  rey  y  los  particulares.  Como  su  pro- 
piedad territorial  creció  rápidamente,  el  rey  dio  en  1(501  una  comisión 
al  oidor  Sierra  para  informarse  de  los  títulos  que  los  frailes  tenían  de 
las  magníficas  tierras  que  poseían.  Xegáronse  á  satisfacer  los  deseos  del 
oidor  diciendo  que  estaban  exentos  de  estas  formalidades,  pero,  como 
después  no  pudieron  probar  la  legitimidad  de  sus  títulos,  se  les  declaró 
poseedores  de  mala  fe  embargándoles  dichas  tierras.  Cuando  llegó  el 
obispo  Camacho  le  pidieron  que  les  amparara  y  el  obispo  ordenó  al 
oidor  que  desistiera  de  sus  propósitos  ó  le  excomulgaba.  En  esta  opor- 
tunidad, como  en  otras  amenazaron  los  frailes  con  dejar  sus  curatos, 
mas  el  gobernador,  para  evitar  un  conflicto  que  parecía  tomar  proporciones 
inesperadas,  pudo  convencer  al  nuevo  visitador  que  sustituyó  á  Sierra, 
que  aceptara  como  buenos  los  títulos  malos  que  los  frailes  presentaron. 
Así  lo  hizo  el  visitador  y  quedó  la  cuestión  zanjada. 

Cuando  en  1653  quiso  el  arzobispo  de  Manila  Sr.  Poblete  hacer  cumplir 
el  breve  de  Urbano  VIII  sujetando  á  los  párrocos  regulares  á  la  jurisdic- 
ción de  los  obispos,  los  provinciales  de  las  ordenes  monásticas  se  opusieron 
y,  poniéndose  de  acuerdo,  los  frailes,  renunciaron  todos  los  curatos  que 
servían.  El  mismo  hecho  se  repitió  con  el  arzobispo  Camacho  de  quien 
el  rey  decía  en  su  cédula  de  17  de  Febrero  de  1705,  que,  "había  sufrido 
mortificaciones,  en  especial  por  algunos  religiosos  del  orden  de  Predica- 
dores." Fué  tal  la  algarada  levantada  por  los  frailes  en  contra  ílel 
Sr.  Camacho,  que  temiendo  el  gobernador  que  ocurriera  una  insurrección, 
le  rogó  que  dejara  á  los  frailes  hacer  lo  que  quisieran,  como  al  fin  así 
lo  hizo. 

En  1668  tuvo  el  gobernador  Salcedo  algunos  altercados  con  ellos  y 
el  arzobispo,  de  resultas  de  lo  cual  decidieron  vengarse  confabulándose 
los  religiosos  con  los  militares,  regidores  y  comerciantes  para  acusarle 
ante  la  Inquisición.  Se  arregló  una  conjuración  y,  una  noche,  mientras 
dormía  el  gobernador,  penetraron  en  su  cuarto  los  conjurados,  entre  los 
cuales  se  hallaba  el  provincial  de  franciscanos,  el  guardián  del  convento 
(le  los  mismos  en  ]\íanila  y  varios  otros  eclesiásticos  y,  sorprendiéndole 
dormido,  le  llenaron  de  grillos.  Así  fué  trasladado  al  convento  de  San 
Francisco,  pero  por  considerarlo  allí  poco  seguro,  le  llevaron  luego  al  de 
San  Agustín  cargándolo  con  una  gruesa  cadena. 

El  arzobispo  Sr.  Pardo,  fraile  dominico,  tenía  nada  menos  de  20  reales 
órdenes  sin  cumplir,  en  vista  de  lo  cual  decidió  la  Audiencia  desterrarle 
á  Lingayén. 

En  otra  ocasión  tuvieron  los  recoletos  un  pleito  entre  ellos  mismos  del 


que  resultó  que  un  grupo  de  frailes  de  su  orden,  compuesto  de  españo- 
les de  la  provincia  de  Castilla,  se  retirara  al  convento  de  Bagumbayan. 
Se  sometió  la  cuestión  á  Madrid,  pero  al  recibirse  la  resolución  en  Ma- 
nila, los  frailes  instalados  en  Bagumbayan  no  quisieron  desalojar  el  con- 
vento, como  se  les  ordenaba  de  la  corte.  El  gobernador  tuvo  que  hacer 
cañonear  el  edificio  hasta  que  ofrecieron  desalojarlo. 

Un  suceso  más  grave  turbó  la  colonia  en  1719  en  que,  poniéndose  los 
frailes  al  frente  de  un  motín  por  ellos  organizado  invadieron  el  palacio 
del  gobernador  Bustamante  y  le  asesinaron.     Tal  crimen  quedó  impune. 

De  1744  á  1753  lanzó  el  Papa  nada  menos  que  cuatro  bulas  sujetando 
á  los  curas  frailes  á  la  visita  del  obispo,  y  el  rey  Fernando  VI  por  su 
parte  dio  severas  instrucciones  para  que  en  Filipinas  se  cumpliera  lo 
mandado;  pero  todo  fué  inútil  y  los  frailes,  antes  que  someterse,  ame- 
nazaron abandonar  sus  curatos.  En  España,  los  provinciales  de  las 
cuatro  órdenes  determinaron  no  enviar  más  frailes  á  Filipinas,  de  suerte 
que  no  habiendo  sacerdotes  para  colocar  en  los  curatos,  tuvo  el  arzobispo 
que  ceder  suspendiendo  la  ejecución  de  los  breves. 

Después  de  las  repetidas  tentativas  para  sujetar  á  los  curas  frailes,  que 
quedaron  fracasadas,  volvió  en  los  años  1777  á  1787,  el  arzobispo  de 
Manila,  Santa  Justa  y  Eufina,  á  tratar  de  hacer  respetar  sus  derechos. 
En  la  lucha  desigual  que  entabló  contra  los  frailes,  decía  el  arzobispo  al 
rey  que  estaba  convenido  de  que,  "al  llegar  la  orden  de  sujetarse  á  la  visita, 
los  frailes  amenazarán  desamparar  todas  las  doctrinas  que  administran 
en  estas  Islas,  y  si  no  se  les  cortan  estos  atrevimientos  será  menester  dejar 
las  cosas  en  el  mal  estado  en  que  hoy  se  hallan.  Estas  son  sus  mañas  y 
son  muy  viejas  para  que  de  otro  modo  las  pierdan."  Un  siglo  después, 
en  1865,  el  arzobispo  de  Manila  en  unión  de  los  obispos  de  Cebú  y 
Nfleva  Cáceres  elevaron  reunidos  una  exposición  al  gobierno  en  la  que 
producían  las  mismas  quejas  y  denunciaban  los  mismos  abusos  relativos 
á  los  frailes,  que  desde  hacía  tres  siglos,  formularon  los  prelados  desde 
Salazar  hasta  el  Sr.  Santa  Justa.  Todo  fué  inútil  y  "teniendo  los 
curas  casi  asegurada  la  impunidad,  como  decían  los  obispos,  se  escudan 
con  su  colación  canónica  ante  los  prelados,  y  les  obligan,  por  no  apa- 
recer vencidos  ó  promover  escándalos,  á  devorar  sinsabores  no  pequeños 
y  á  mantener  en  el  ministerio  á  religiosos  que  no  están  á  la  altura  de 
su  cargo." 

El  poder  de  la  Iglesia  se  veía  monopolizado  á  su  propio  beneficio  por 
el  poder  monacal  y  era  opinión  repetida  por  los  obispos  que  los  breves 
del  Papa  y  las  cédulas  del  rey  quedarían  sin  efecto,  como  así  fué  siempre, 
mientras  no  lo  quisieron  los  provinciales  de  los  cuatro  órdenes  religiosas 
de  Manila.  Esta  era  la  situación  de  los  frailes  dentro  de  la  esfera  de  la 
Iglesia. 

Su  situación  económica  se  vio  pronto  en  un  estado  floreciente.  Cada 
comunidad  tuvo  sus  haciendas  y  sus  fincas  urbanas  así  como  participaron 
en  el  comercio  de  i^capulco.     Cada  fraile  en  su  curato   disfrutaba  de 


39 

emolumentos  que  le  permitían  una  vida  regalada  y  que  producían  en 
algunos  casos  una  renta  que  oscilaba  entre  8  á  20  mil  pesos  al  año.  Sin 
embargo,  siguieron  percibiendo  del  rey  la  subvención  para  vino  y  aceite 
que  se  les  concedió  en  su  pobreza. 

El  gobernador  Anda  se  quejaba  al  rey  del  abuso  de  poder  de  los  frai- 
les en  provincias  en  donde  los  alcaldes  estaban  ásu  merced,  haciendo  que 
se  les  relevara  del  cargo  cuando  ellos  no  les  hallaban  dispuestos  á  obede- 
cerles en  lo  que  querían. 

Con  la  expulsión  de  los  jesuítas,  verificada  en  1770,  quedaron  los  frai- 
les dueños  de  la  administración  de  la  Iglesia  Filipina  y  se  vieron  libres 
de  unos  rivales  ricos,  inteligentes  y  poderosísimos  que  muchas  veces  fue- 
ron un  obstáculo  para  su  política  que  desde  entonces  se  consideró  dueña 
absoluta  de  la  situación. 

En  1820  cuando  los  indígenas  de  Manila  degollaron  á  los  extranjeros 
suponiéndoles  envenenadores  de  las  aguas,  atribuyendo  á  estos  los  estra- 
gos que  por  primera  vez  hacía  el  cólera,  la  voz  pública  inculpó  á  los 
frailes  de  haber  excitado  al  pueblo  para  que  los  librara  de  extranjeros, 
á  quienes  acusaban  de  traer  ideas  inconvenientes  para  sus  planes.  El 
magistrado  encargado  de  averiguar  los  sucesos  confirmó  la  acusación 
lanzada  por  la  voz  pública. 

El  gobierno  español  daba  cada  día  más  preponderancia  á  sus  monjes 
de  Filipinas  y  la  intervención  que  tenían  estos  individuos  en  los  asuntos 
públicos  no  podía  ser  mayor.  La  información  sobre  la  conducta  de 
un  individuo  expedida  por  una  autoridad  municipal,  no  era  válida  sin 
el  visto  bueno  del  cura,  los  padrones  del  vecindario,  alistamiento  de 
mozos  sorteables  para  el  servicio  militar  las  cuentas  y  documentos  oficiales 
de  los  municipios,  no  tenían  valor  si  no  llevaban  la  aprobación  del  cura. 
Eran  inspectores  de  la  instrucción  pública  y  los  maestros  y  maestras  se 
hallaban  bajo  su  control  absoluto  y  discrecional.  En  Manila  tenían  la 
única  universidad,  los  provinciales  formaban  parte  de  la  junta  de  auto- 
ridades y  el  triunfo  supremo  fué  la  autorización  que  les  dio  S.  M.  de 
poder  vender  las  tierras  y  propiedades  que  tuvieran :  hasta  esta  fecha, 
1889,  los  frailes  tenían  sus  propiedades  solo  en  usufructo  y  no  podían 
enajenarlas  sin  previo  permiso  del  rey  de  España,  quien  consideró 
siempre  que  los  bienes  de  las  órdenes  religiosas  eran  propiedad  nacional 
y  cuyo  usufructo  les  concedía  en  tanto  que  eran  sacerdotes  de  la  religión 
oficial,  que  se  miró  siempre  como  parte  integrante  del  Estado. 

Los  frailes  que  llegaban  á  Filipinas  provenían  de  los  conventos  de 
sus  respectivas  órdenes  en  España.  Estaba  prohibido  por  diferentes 
reales  disposiciones  que  vinieran  clérigos  ni  frailes  extranjeros :  todos 
los  ministros  de  la  religión  tenían  que  ser  españoles.  En  Manila  tenía 
cada  orden  un  convento  y,  para  su  administración  y  gobierno,  existía 
un  provincial,  que  era  el  jefe  asistido  de  una  especie  de  consejo.  Para 
representar  los  intereses  de  su  orden  en  Filipinas,  había  en  Madrid  un 
fraile  llamado  procurador  que  era   nombrado  por  elección  en  Manila, 


40 

recibía  mi  buen  salario  y  trataba  directamente  con  el  rey  y  sus  ministros 
los  asuntos  de  su  corporación  en  Filipinas.  En  el  convento  central  de 
Manila,  había  también  el  procurador  general:  estaba  encargado  de  la 
gestión  económica  de  la  corporación  en  las  islas,  llevaba  los  libros  con 
la  cuenta  corriente  de  cada  cura  párroco  de  la  orden  y  representaba  la 
corporación  en  sus  transacciones  financieras  de  todo  género  y  en  sus 
pleitos  civiles. 

De  los  850  pueblos  en  que  se  hallaba  dividido  el  archipiélago,  OTO  se 
hallaban  en  poder  de  los  frailes,  quedando  los  180  restantes  bajo  la 
administración  de  clérigos  y  jesuítas.^  Había  además  en  ciertas  pobla- 
ciones de  importancia,  numerosos  frailes  para  la  administración  de  los 
intereses  de  la  Iglesia,  y  en  Manila  quedaban  en  los  conventos,  en  consi- 
derable número,  frailes  ocupados  en  la  enseñanza,  en  los  estudios  teoló- 
gicos y  en  diferentes  cargos  de  la  corporación. 

Aunque  las  grandes  propiedades  territoriales  que  hoy  poseen  las  órdenes 
religiosas  aparecen  como  su  propiedad  legítima,  sin  embargo,  los  filipinos 
no  quieren  reconocerles  tal  derecho  de  propiedad,  alegando  que  adqui- 
rieron sus  tierras  ilegalmente  y  que  si  fueron  inscritas  en  el  registro  de 
la  propiedad,  se  debió  solamente  á  que  el  poder  de  que  disfrutaban 
durante  la  dominación  española  les  permitió  atrepellar  los  derechos  de 
los  verdaderos  propietarios  y  legalizar  una  propiedad  que  en  justicia 
nunca  debió  ser  inscrita  á  su  beneficio.  El  bilí  de  Filipinas  dispone  que 
el  gobierno  de  las  islas  pueda  adquirir  de  los  frailes  sus  propiedades 
para  venderlas  á  los  que  actualmente  las  ocupan.-  Sin  el  apoyo  del 
gobierno  el  poder  monacal  ha  quedado  destruido  en  Filipinas. 

^  Los  frailes  no  actuaban  solamente  de  curas  párrocos,  ó  directores  espirituales, 
sino  que  en  efecto  eran  los  gobernadores  de  los  municipios;  en  realidad  todo  el 
gobierno  de  las  islas  dependía  de  ellos.  En  su  consecuencia  cada  abuso  de  los 
muchos  que  contribuyeron  á  la  revolución  de  1896-98  les  fué  atribuido  á  ellos  por 
el  pueblo.  Según  los  registros  de  la  iglesia  en  Manila,  había  en  1898,  6,-559,998 
católicos  en  Filipinas,  y  encargados  de  su  dirección  espiritual  había  746  parro- 
quias regulares,  105  parroquias  de  misiones.  110  misiones,  346  frailes  Agustinos. 
107  Franciscanos,  233  Dominicos,  327  Recoletos,  42  Jesuítas,  16  Capuchinos  y 
6  Benedictinos.  El  1  de  Enero  de  1904  el  número  total  de  los  frailes  era  de 
246.— J.  P  .Saxger. 

-Todas  las  tierras  pertenecientes  á  las  cuatro  órdenes  de  frailes  ascendían  en 
1898  á  420,000  acres,  de  los  cuales  410,000  acres  han  sido  vendidos  al  gobierno 
de  las  islas  por  $7,239,000  en  oro.— J.  P.  Saxgee. 


IV.   COMERCIO  Y  RENTAS. 


Comercio. — Los  productos  de  las  tierras  recién  desculjiertas  que  más 
codiciaban  los  españoles  fueron,  como  es  natural,  el  oro.  la  plata  y  las 
especies,  es  decir,  el  clavo,  la  pimienta,  la  nuez  moscada  y  la  canela.  Nin- 
guno de  estos  artículos  se  daban  en  Filipinas  ó  por  lo  menos  su  producción 
era  sumamente  limitada,  pero  los  portugueses  traían  las  especies  de  sus 
islas  y  los  chinos  por  su  parte  importaban  sus  industrias,  almacenándose 
así.  en  Manila,  productos  que  debían  constituir  su  exportación  para 
México. 

Desde  tiempo  inmemorial  los  chinos  y  los  japoneses  traficaban  con 
los  filipinos  aunque  sus  relaciones  debieron  ser  bastante  restringidas 
debido  á  la  piratería  que  infestaba  los  mares.  Con  la  llegada  de  los 
españoles  pudo  desarrollarse  el  comercio  con  China.  En  1574,  apenas 
se  había  fundado  Manila,  vino  una  embarcación  de  dicho  imperio  impor- 
tando sedería,  porcelana,  pólvora,  mercurio,  pimienta,  clavo  de  comer, 
canela,  azúcar,  hierro,  cobre,  plomo,  seda  en  hebras,  harina,  naranjas, 
arroz,  oro  en  polvo,  cera,  rejalgar  }',  según  dicen  las  crónicas,  imágenes  de 
santos  y  crucifijos  con  otros  artículos  de  uso  europeo.  En  años  poste- 
riores se  aumentó  la  importación  de  China,  de  donde  venían  los  champanes 
cargados  de  sus  mercancías  durante  la  monzón  del  noroeste  }'  retornaban 
en  la  monzón  del  suroeste  cuando  los  vientos  cambiaban  diametralmente 
su  dirección. 

El  comercio  con  China  se  hacía  con  la  simple  autorización  de  los 
gobernadores  y  aunque  de  España  se  mostró  el  gobierno  contrariado  por 
tal  tráfico,  sin  embargo,  en  1609  una  Eeal  Cédula  permitió  á  los  filipinos 
comerciar   con   China  y  Japón.^     Como   la   colonia   no  tenía  marina, 

^  Fué  la  política  de  los  primeros  gobernadores  españoles  el  dar  impulso  á  este 
tráfico.  Entre  1580  y  1583  un  parián,  ó  mercado,  se  construyó  en  Manila  para  los 
Chinos,  hacia  cuyo  sitio  se  les  permitía  llevar  sus  mercancías  para  su  venta. 
Esto  ocurría  durante  el  gobierno  de  Ronquillo,  que  estableció  derechos  de  entrada 
y  salida  sobre  el  comercio.  De  Morga  dice:  "Él  impuso  un  arancel  de  2  por 
ciento  sobre  mercancías  embarcadas  para  Nueva  España  y  de  tres  por  ciento 
sobre  los  géneros  importados  por  los  Chinos  ;1  Filipinas,  y  aún  cuando  esto  se 
desaprobó  y  criticó  por  haberse  liecho  sin  órdenes  de  ÍSu  Magestad,  se  impusieron 
continuamente  estos  derechos  y  se  establecieron  los  mismos  desde  entonces." 
El  profesor  Cari  C.  Plehn  dice  que  se  había  establecido  en  Manila  una  oficina  de 
aduanas  en  Septiembre  de  1573,  pero  no  existía  algún  registro  para  la  recaudación 
de  derechos  con  anterioridad  á  los  impuestos  ])or  Peñalosa. — J.  P.  Sanger. 

41 


42 

ningún  navio  pudo  salir  para  aquellos  países  limitándose  á  aguardar  en 
Manila  las  embarcaciones  chinas  y  japonesas  que  verificaban  sus  viajes 
en  las  épocas  mencionadas.  Según  se  establecía  por  unas  ordenanzas 
del  Gobernador  Pérez  Dasmariñas,  todas  las  mercancías  que  llegaban  en 
cada  champán  de  China  se  avaloraban  en  masa,  por  personas  diputadas 
para  ello,  y  luego  se  distribuían  entre  los  vecinos  de  Manila,  españoles, 
que  las  compraban  á  prorrata.'    Esta  operación  se  llamaba  la  "pancada."  ^ 

Las  mercancías  Chinas  que  se  adquirían  en  Manila  muy  baratas 
constituían  entonces  y  fueron  durante  larguísimos  años  lo  único  que  se 
exportaba  á  México,  Guatemala,  Panamá,  y  Perú.  El  clavo  que  podía 
haber  dado  pingües  ganancias,  no  podía  ser  exportado  á  America,  por 
prohibirle  las  disposiciones  reales,  sino  en  una  cantidad  pequeña,  la  que 
se  consideraba  únicamente  necesaria  para  el  consumo  de  México. 

Por  otra  parte,  ninguna  nación  europea  podía  comerciar  con  Filipinas ; 
pero,  como  se  toleraba  la  navegación  de  embarcaciones  siamesas  ó  que 
procedían  de  la  India  mandadas  por  malabares,  indus  y  otros  no  europeos, 
fácil  fué  siempre  á  los  holandeses,  ingleses  y  aún  franceses  venir  á 
Manila,  trayendo  sus  mercancías,  con  solo  tomar  la  precaución  de  poner 
un  asiático  como  capitán  de  su  embarcación. 

Estaba  terminantemente  prohibido  que  la  Nueva  España,  Perú  ó 
cualquier  otro  punto  de  la  América  comerciara  con  la  China  ó  las 
Islas  Filipinas,  hasta  que-  en  1591  y  1593  se  permitió  en  parte  este 
comercio.  Por  hacer  una  gracia  á  los  vecinos  de  Manila,  la  Eeal  Cédula 
de  1593  permitió  que  esta  ciudad  pudiera  enviar  á  Nueva  España 
productos  asiáticos  con  tal  que  los  cargamentos  fueran  á  cargo  de  personas 
procedentes  del  mismo  ]\Ianila  y  que  no  pudieran  remitirse  en  consigna- 
ción á  los  vecinos  y  residentes  en  México.  Además,  de  Manila  no 
podían  despachar  para  Acapulco  más  de  una  nave  al  año,  de  unas  300 
toneladas,  cuyo  cargamento  no  debía  exceder  del  valor  total  $250,000. 
Ordenaba  asimismo  dicha  Eeal  Cédula  que  al  volver  la  nave  de  iVcapulco 
no  podía  traer  más  que  $500,000  en  dinero.  Nadie  podía  traer  ó  hacer 
venir  de  Acapulco  plata  labrada  en  vajilla  ú  otra  forma,  con  el  fin  de 
evitar  que  los  negociantes  introdujeran  por  otro  medio  más  de  los 
$500,000  autorizados,  y  si  cualquiera  quería  traer  su  propio  dinero  á 
Filipinas,  tenía  que  prestar  una  fianza  que  garantizara  su  permanencia 
en  las  Islas  por  lo  menos  durante  ocho  años. 

Estas  tiránicas  disposiciones  no  se  practicaron  y,  en  realidad,  de 
Manila  se  enviaba  á  Acapulco  todo  lo  que  se  podía  y  traían  las  naos  asi- 
mismo el  dinero  que  su  capacidad  permitía. 

La  suma  total  de  $500,000  que  legalmente  podía  venir  de  México, 
representaba  no  sólo  el  beneficio  obtenido  de  la  venta  de  los  artículos 
exportados  de  Manila,  sino  que  también  se  incluía  en  ella  el  situado, 

^Pancada  era  un  contrato  para  la  distribución  por  mayor  de  géneros. — J.  P. 
Sangeb. 


43 

que  era  el  dinero  que  el  rey  enviaba  á  la  colonia  para  los  gastos  de  su 
administración,^ 

Los  comerciantes  en  Cádiz  y  Sevilla  tenían  el  monopolio  del  comercio 
con  América  y  no  podían  ver  con  buenos  ojos  que  Manila  enviara  al 
Nuevo  Mundo  sedas  y  productos  de  China  que  hacían  alguna  competen- 
cia al  comercio  español.  Sus  quejas  y  clamores  decidieron  al  rey  á  dictar 
las  restricciones  referidas  y  sus  constantes  instancias  en  la  corte  hicieron 
que  en  1604  se  repitiera  la  Eeal  Cédula  de  1593,  reiterando  las  prohibi- 
ciones y  restricciones  relativas  al  comercio  con  la  Xueva  España.  Así 
fué  que,  desde  1605,  el  gobernador  de  Filipinas  puso  en  ejecución  lo 
que  el  rey  ordenaba  sobre  el  particular. 

Para  cargar  la  nao  de  Acapulco  el  gobernador  dividía  la  capacidad 
del  buque  en  cierto  número  de  partes  representadas  por  cédulas  llamadas 
boletas  cada  una  de  las  cuales  correspondía  á  un  fardo  de  mercancía  de 
cierta  medida.  Las  boletas,  que  eran  por  término  medio  unas  1,500,  se 
dividieron  en  tres  ó  en  seis  partes  y  había  personas  que  sólo  tenían 
derecho  á  una  de  sus  fracciones.  Era  condición  indispensable  que  la 
persona  que  cargaba  algo  en  la  nao,  además  de  tener  su  boleta,  fuera 
vocal  del  Consulado  y  debía  mancomunarse  con  todos  los  otros  miembros 
de  la  corporación  para  contribuir  al  pago  de  20,000  pesos  para  los 
capitanes  de  las  naos,  por  cada  viaje  de  ida  y  vuelta.  También  se 
repartían  boletas  á  ciertos  funcionarios,  viudas  pobres  y  otros  beneficia- 
dos, pero  como  no  podían  cargar  á  pesar  de  tener  boletas  por  no  ser 
miembros  del  Consulado,  vendían  su  derecho  á  los  que  se  hallaban  en 
condiciones  de  usarlos.^ 

^  La  proporción  de  los  tributos  correspondientes  al  gobierno  y  recaudados  de 
los  naturales  se  pagaba  principalmente,  al  principio  en  su  totalidad,  en  productos 
del  país.  Estos  productos  se  acumulaban  en  los  almacenes  del  gobierno  en 
Manila,  y  mas  después,  en  beneficio  del  real  tesoro,  se  trocaban  por  artículos 
traídos  á  Manila  por  los  comerciantes  orientales.  Los  artículos  de  China,  de  la 
India  y  de  otros  puntos,  obtenidos  de  esta  manera,  se  empaquetaban  cada  año 
en  1,500  bultos  justos  de  igual  tamaño  y  forma,  y  eran  embarcados  en  el  galeón 
del  gobierno  para  Méjico.  Esta  remesa  constituía  en  parte  el  subsidio  anual 
llamado  "real  situado."  Si  la  venta  de  los  géneros  así  embarcados  desde  Manila 
no  producía  una  cantidad  suficiente  para  cubrir  el  subsidio,  se  añadía  una  suma 
equivalente  al  déficit  á  los  productos  de  la  carga. — J.  P.  Sanger. 

-  Tomás  de  Comyn  en  su  obra  "El  Estado  de  las  Islas  Filipinas,"  escrito  casi  á 
la  terminación  del  período  cuando  estuvieron  en  vigor  las  restricciones  sobre  el 
comercio,  dice:  "Apenas  se  podrá  creer  en  la  mayor  parte  de  la  Europa  civilizada 
que  existía  una  colonia  española  entre  Asia  y  América  cuyos  comerciantes  no 
podían  aprovecharse  de  las  ventajas  de  la  situación,  y  que  como  \m  favor  especial 
y  solamente  una  vez  al  año  se  les  permitía  remitir  sus  efectos  á  Méjico,  pero  bajo 
las  siguientes  restricciones:  Es  condición  necesaria  que  cada  exportador  sea 
miembro  del  tribunal  de  comercio,  con  derecho  á  votar  dentro  del  mismo,  lo  cual 
supone  una  residencia  de  algunos  años  en  el  país,  además  de  estar  en  posesión 
de  bienes  suyos  propios  que  representen  la  suma  de  8,000  pesos.  Se  le  obliga  á 
estar  en  combinación  con  los  otros  miembros  á  fin  de  que  pueda  él  embarcar  sus 


44 

Cuando  los  comerciantes  neeesital)an  dinero,  lo  tomaban  de  las  Obras 
Pías  que  eran  fundaciones  piadosas  cuyas  ganancias  se  destinaban  á 
mantener  huérfanos,  educar  cierta  clase  de  personas  ó  sostener  hospitales. 
Como  las  naos  ofrecían  poca  seguridad,  eran  frecuentes  sus  pérdidas 
por  siniestros  marítimos  á  la  ida  ó  en  su  vuelta  de  Acapulco,  sufriendo 
dichas  Obras  Pías  quebrantos  que  á  veces  pusieron  su  existencia  en 
j^eligro ;  pero  los  intereses  que  col)raban  por  el  dinero  prestado  eran 
enormes  y  los  emplealian  en  fornuir  una  especie  de  fondo  de  seguro  para 
poder  hacer  frente  á  la  pérdida  de  alguna  expedición. 

Los  fraudes  que  se  cometían  tanto  en  el  embarque  de  las  mercancías 
en  Manila  como  en  la  expedición  de  los  pesos  de  plata  desde  México, 
eran  grandes,  porque  las  mercancías  se  declaraban  siempre  muy  por 
debajo  de  su  valor  para  poder  embarcar  más  de  los  $250,000  permitidos. 
Á  la  vuelta  venían  los  navios  cargados  con  toda  la  plata  que  podían,  y 
como  no  eran  grandes  ni  sólidos,  tal  exceso  de  carga  hacía  más  arriesga- 
dos aquellos  viajes  que  de  por  sí  eran  peligrosos. 

En  1G35  enviaron  los  comerciantes  de  España  un  comisionado  á  Manila 
para  que  averiguara  las  infracciones  cometidas  en  su  comercio  con  Aca- 
pulco, resultando  que  las  medidas  que  tomó  para  impedir  las  ilegalidades 
que  se  efectuaban  en  Manila,  fueron  de  consecuencias  terribles  para  el 
comercio  de  la  pobre  colonia.  Faltando  dinero  para  las  transacciones, 
])orque  de  x\capulco  no  podían  venir  más  de  los  $500,000  que  eran  insu- 
ficientes para  las  necesidades  de  la  plaza,  quedaron  sin  pagar  muchos 
efectos  comprados  á  crédito  á  los  mercaderes  chinos  y  resultó  que  estos 
no  traían  mercancías  de  su  país  y  que  d^irante  dos  años  no  hubo  medio 
de  cargar  los  navios  para  Acapulco.     En  1639  cesaron  estas  medidas  de 

géneros  en  fardos  de  forma  y  dimensiones  determinadas,  en  un  solo  barco,  dis- 
puesto, preparado  y  mandado  por  oficiales  de  la  marina  real  de  guerra,  con  el 
carácter  de  un  buque  de  guerra.  También  tiene  él  que  contribuir  su  parte  á  la 
suma  de  20,000  pesos,  que,  en  forma  de  regalo,  se  da  al  capitán  del  barco  á  la 
terminación  de  cada  viaje  de  ida  y  vuelta.  De  ninguna  manera  le  es  permitido 
tomar  parte  en  la  selección  ó  determinación  de  las  cualidades  del  barco,  á  pesar 
del  hecho  de  que  él  va  á  arriesgar  su  propiedad  á  bordo  del  mismo,  y  lo  que 
completa  lo  ridículo  que  es  el  sistema,  es  que  antes  que  se  haga  algo  él  debe 
pagar  de  2.5  al  40  por  ciento  por  flete,  según  los  casos,  cuyo  dinero  se  distribuía 
entre  ciertos  prebendados,  consejeros  municipales,  subalternos  del  ejercito,  y  viudas 
de  Españoles,  á  quienes  se  daba  cierto  número  de  billetes  ó  permisos  certificados 
para  embarcar  géneros,  ya  por  vía  de  compensación  por  la  pequenez  de  su  paga, 
ó  por  vía  de  privilegio;  pero  bajo  la  condición  expresa,  que  aún  cuando  ellos 
mismos  no  son  miembros  del  tribunal  de  comercio  no  le  será  permitido  negociar 
y  ceder  los  mismos  á  personas  que  no  disfruten  de  ese  carácter.  En  la  oficina  de 
las  aduanas  no  se  daba  ningún  billete,  á  menos  que  el  número  de  los  fardos  que 
se  hubiesen  de  embarcaí'  estuviese  acompañado  de  los  permisos  correspondientes, 
y  como  sucede  frecuentemente  que  existe  cierta  competencia  entre  las  personas  que 
tratan  de  probar  su  suerte  de  esta  manera,  los  poseedores  primitivos  de  los  per- 
misos con  frecuencia  eran  postergados  de  tal  manera  que  he  visto  que  se  ofreció 
500  pesos  por  la  cesión  de  un  derecho  para  embarcar  3  fardos,  que  apenas  conte- 
nían géneros  por  valor  de  1.000  pesos." — J.  P.  Sanger. 


4.5 

rigor  y  el  fraude  permitió  á  la  colonia  un  comercio  menos  miserable  que 
el  que  marcaba  la  ley. 

Los  vecinos  de  Manila,  en  general,  no  cesaban  de  pedir  al  rey  que 
otorgara  una  concesión  más  amplia  á  su  comercio  hasta  que,  en  1702,  se 
logró  que  se  permitiera  llevar  á  México  $300,000  de  marcancías  y  retor- 
nar á  Manila  $600,000  en  lugar  de  los  $500,000. 

Nuevas  protestas  de  los  comerciantes  de  Sevilla  y  Cádiz  hicieron  que 
en  1718  se  prohibiera  enviar  de  Manila  á  Acapulco  ninguna  clase  de  seda 
de  China  en  rama  ó  tejida ;  y  si  bien  el  virey  de  Nueva  España  no  quiso 
cumplir  esta  cédula  real  escribiendo  á  Madrid  el  daño  que  resultaba  á  la 
colonia,  el  rey  insistiendo,  repetió  la  prohibición  en  1720. 

Nuevamente  se  conmovió  i\Ianila  mandando  representantes  á  España 
pidiendo  que  se  revocara  tan  funesta  ley  hasta  que  lograron,  en  1724, 
que  se  permitiera  el  envío  de  sedas  como  en  lo  antiguo.  Órdenes  y 
contra  órdenes,  unas  favorables  á  los  comerciantes  de  España,  otras 
contrarias  á  ellos,  se  dictaron  desde  la  metrópoli  hasta  que,  en  1734,  se 
declaró  definitivamente  permitido  el  comercio  de  sedas  de  China  y  se 
autorizó  á  Manila  que  enviara  al  año  $500,000  de  mercancías  y  que 
pudiera  recibir  de  retorno  un  millón  de  pesos  en  dinero. 

En  esto  consistía  durante  siglos  el  comercio  de  la  colonia,  atenazado 
en  las  mismas  restricciones  y  sujeto  á  las  mismas  medidas  inquisitoriales 
que  gobernaban  el  comercio  de  toda  América  con  España  y  que  estaban, 
en  fin,  en  consonancia  con  los  principios  é  ideas  económicas  que  regían 
entonces  en  la  madre  patria. 

Unida  con  la  historia  del  comercio  filipino  está  la  de  su  navegación. 

Tan  pronto  como  Legaspi  se  estableció  en  Manila  ordenó  la  creación 
de  un  astillero  en  Cavite  en  donde  se  construyeron  las  naos,  que  eran 
los  buques  de  guerra  y  carga  que  traían  y  llevaban  todo  el  comercio  del 
archipiélago  con  Europa  y  América. 

La  falta  de  ingenieros  hábiles  fué  causa  de  la  defectuosa  construcción 
de  estas  pesadas  embarcaciones,  especie  de  fragatones  de  1,200  á  1,500 
toneladas,  de  entre  puente  y  batería  en  la  cubierta,  cuyo  feliz  arribo  al 
])uerto  se  miraba  como  un  milagro  que  se  celebraba  oficialmente  con 
repique  de  campanas  y  entonando  en  la  iglesia  un  solemne  Te-Deum. 
Cuando  las  naos  salían  bien  de  las  tempestades,  tenían  que  correr  el  peli- 
gro de  los  ataques  de  los  corsarios  holandeses,  portugueses  é  ingleses  que 
durante  los  primeros  siglos  recorrían  los  mares  del  Sur,  y  frecuentemente, 
visitaban  Filipinas. 

FA  corsario  inglés  Tomás  Cavendish  abordó  é  incendió,  cerca  de  la 
costa  de  California,  en  158(í,  la  nao  Santa  Ana.  Como  era  de  costumbre, 
los  cañones  los  llevaban  metidos  en  la  bodega  para  que  no  molestaran 
sobre  cubierta,  de  suerte  que  el  corsario  no  halló  resistencia  alguna  en  una 
nao  así  dispuesta. 

En  1742  el  almirante  inglés  Anson.  á  la  altui'a  del  cabo  del  Espíritu 
Santo    (Samar).  ai)r('S(')   la   nao   ('hvhiIcikiíi  que   venía  cí)!!   v\   situado  de 


46 

México.  Los  españoles  se  defendieron  bizarramente,  pero  tuvieron  que 
rendirse  ca3'endo  en  poder  de  Anson  un  millón  y  medio  de  pesos.  En 
1762  el  corsario  Drake  apresó  la  nao  Trinidad  con  un  cargamento 
valuado  en  dos  millones  de  pesos. 

Las  naos  salían  de  Manila  en  Julio  ó  Agosto  y  llegaban  á  Acapulco  de 
Diciembre  á  Febrero,  de  donde  volvían  en  Marzo  para  llegar  á  Manila  en 
Junio.  Aunque  por  lo  regular  sólo  había  un  navio  navegando,  era 
costumbre  tener  dispuesto  otro  en  Manila  para  que,  en  caso  de  accidente 
no  quedara  interrumpido  el  comercio.  El  viaje  de  ida  á  Acapulco  tar- 
daba de  6  á  8  meses  durante  los  cuales  faltaba  el  agua,  se  carecía  de 
alimentos  y  se  desarrollaban,  frecuentemente,  dramas  terribles  cuya  pers- 
pectiva hacía  todavía  más  temible  el  viaje. 

El  galeón  se  cargaba  en  Cavite  y  antes  de  salir  de  bahía,  se  dirigía  á 
Manila,  en  donde,  con  gran  pompa,  le  bendecía  un  sacerdote  desde  las 
murallas.  Xavegaba  siguiendo  el  estrecho  de  San  Bernardino  y  al 
entrar  en  el  mar  Pacífico,  se  dirigía  al  nordeste,  hasta  ganar  el  grado  30, 
buscando  los  vientos  del  sudoeste  que  le  empujaban  hacia  la  costa  de 
California.  De  Manila  á  Acapulco  no  se  tocaba  tierra  una  vez  entrado 
en  el  Pacífico;  y  aunque  remontando  á  40  ó  45  grados  se  entraba  en  una 
región  en  donde  el  viento  soplaba  con  más  fuerza  haciendo  la  navegación 
más  rápida,  estaba  prohibido  pasar  más  al  norte  de  30  grados  por  temor 
á  que  la  nao,  extremadamente  cargada,  de  malas  condiciones  náuticas  y 
generalmente  mandada  por  gente  ignorante,  corriera  todavía  mayores 
riesgos  de  naufragar.  La  vuelta  de  Acapulco  era  más  rápida  y  se  efec- 
tuaba en  70  días. 

Al  principio  el  comandante  de  la  nao  se  llamaba  Caho,  lo  nombraba 
el  gobernador  de  Fili^DÍnas  y  era  por  lo  regular  una  persona  de  influen- 
cia. El  piloto,  segundo  jefe,  era  quien  verdaderamente  entendía  la 
navegación.  Más  tarde  las  naos  llevaban  general  y  almirante  siendo 
los  otros  oficiales,  capitán,  alférez,  un  sargento  y  diez  hombres  de  tropa 
con  su  piloto,  maestre,  escribano  y  contramaestre,  añadiéndose  más 
tarde  capellán,  cirujano  y  otros  pequeños  empleos.  La  guarnición  se 
elevó  también  á  cincuenta  hombres  y  ocurría  el  caso  singular  de  que, 
aunque  estos  barcos  eran  del  rey,  cuando  llegaban  á  Manila  y  se 
desarmaban,  para  aguardar  al  viaje  siguiente,  los  oficiales  se  repartían 
todo  lo  perteneciente  al  buque,  menos  la  artillería,  de  suerte  que,  para 
el  siguiente  viaje,  se  tenía  que  comprar  otra  vez  todo  lo  necesario;  pero 
no  se  adquirían  por  esto  para  el  buque  efectos  nuevos,  porque  se  com- 
praba aquello  mismo  que  se  le  quitó  en  su  último  viaje.  Tal  reparti- 
ción de  artículos  de  navegación  entre  los  oficiales  constituía  lo  que  se 
llamaba  gajes  del  oficio. 

Cada  pasajero  llevaba  su  propio  alimento  y  su  servidumbre,  resultando 
que  el  desorden  y  la  aglomeración  de  gente  y  efectos  sobre  cubierta 
llegaba  á  lo  increíble,  hasta  que  en   1788  un  gobernador  dictó  reglas 


47 

que  debían  observarse  en  la  carga,  descarga  j  organización  interior  del 
navio. ^ 

Las  naos  y  otras  embarcaciones  mayores  se  fabricaban  también  en 
Tayabas,  Pampanga,  Mindoro  y  cualquier  paraje  en  el  archipiélago  en 
donde  pudiera  hallarse  un  lugar  en  la  orilla  de  las  aguas,  propio  para 
efectuar  la  construcción  y  cercano  á  algún  bosque  que  proveía  las 
maderas  útiles.  Sin  embargo  de  no  tener  que  comprar  madera,  la 
construcción  de  una  nao  costaba  de  100  á  130  mil  pesos. 

Para  la  defensa  de  los  enemigos  del  interior,  que  pirateaban  por  todos 
los  rincones  del  mar,  y  de  los  del  exterior,  que  frecuentemente  amenazaron 
las  islas,  existían  pequeñas  escuadras  llamadas  armadas  y  armadülas 
formadas  por  galeras,  galeones  viejos  del  comercio  de  Acapulco,  pontines 
y  otras  pequeñas  embarcaciones  todas  fabricadas  en  el  país. 

En  1733  se  había  creado  en  Madrid  la  Compañía  de  Filipinas  á  la 

^  En  la  introducción  histórica  á  la  obra  "Las  Islas  Filipinas,"  por  Blair  y 
Robertson  el  profesor  Edward  Gaylor  Browne,  al  citar  á  los  historiadores  Le 
Gentil  y  Zúñiga,  da  la  siguiente  descripción  del  viso  que  se  hacía  del  galeón: 

"El  gobierno  se  reservaba  unos  1,500  fardos.  Se  medía  la  capacidad  del  barco, 
tomando  como  unidad  un  fardo  de  unos  2i  pies  de  largo,  16  pulgadas  de  anchura 
y  2  pies  de  espesor.  Si  de  esta  manera  el  barco  podía  llevar  4,000  de  estos 
fardos,  cada  fardo  podía  estar  empaquetado  de  tal  manera  que  contuviese  géneros 
por  valor  de  125  pesos.  El  derecho  de  embarcar  se  conocía  como  una  boleta. 
La  distribución  de  estas  boletas  se  hacía  en  la  casa  del  municipio  por  una  junta 
compuesta  del  gobernador,  del  fiscal  general,  del  ¡^residente  de  la  audiencia,  un 
alcalde,  un  regidor  y  ocho  ciudadanos." 

"Para  facilitar  la  distribución  y  venta  de  las  boletas,  se  dividían  estas  en  seis 
partes.  Ordinariamente  las  boletas  valían  en  tiempos  de  paz  en  el  siglo  dieciocho 
de  80  á  100  pesos  y  en  tiempo  de  guerra  subían  á  300  pesos.  Le  Gentil  nos  dice 
que  en  1766  se  vendían  por  200  pesos  y  aun  más,  y  que  en  aquel  año  el  galeón 
salía  cargado  con  exceso.  Cada  oficial,  como  remuneración  de  su  cargo,  tenía 
algunas  boletas.     Los  regidores  y  alcaldes  disponían  de  ocho  cada  uno. 

"Los  que  poseían  menor  número  de  boletas  y  que  no  deseaban  arriesgar  su 
dinero  en  el  viaje,  disponían  de  ellos  vendiéndolas  á  los  comerciantes  ó  á  los  espe- 
culadores, que  pedían  prestado  dinero,  comunmente  de  las  corporaciones  religiosas, 
bajo  interés  de  25  al  30  por  ciento  al  año,  para  comprarlos,  y  que  á  veces  com- 
praban de  dos  á  tres  cientos  billetes.  El  mando  del  galeón  de  Acapulco  era  el 
cargo  más  lucrativo  de  que  podía  disponer  el  gobernador,  que  lo  confería  'á  aquel 
á  quien  él  deseaba  hacer  feliz  con  el  nombramiento,'  y  era  equivalente  á  un  regalo 
de  50,000  á  100,000  pesos.  Esto  venía  de  las  comisiones,  parte  del  dinero  del 
pasaje  de  los  viajeros,  de  la  venta  de  las  boletas  de  ñetes,  y  de  los  regalos  de  los 
comerciantes.  El  capitán  Arguelles  dijo  á  Careri  en  1006  que  sus  comisiones 
ascenderían  á  25,000  pesos  y  que  en  números  redondos  él  se  embolsaría  40,000 
pesos ;  que  el  piloto  ganaría  20,000  pesos  y  los  demás  oficiales  9,000  pesos  cada  uno. 
Los  marineros  tenían  un  sueldo  de  350  pesos,  de  los  que  se  les  adelantaba  75  pesos 
antes  de  la  partida.  Los  comerciantes  esperaban  ganar  un  150  á  200  por  ciento. 
El  costo  del  pasaje  á  fines  del  siglo  dieciocho  era  de  1,000  pesos  por  el  viaje  á 
Acapulco,  que  era  el  más  difícil,  y  de  500  pesos  por  la  vuelta.  El  viaje  de 
Careri  á  Acapulo  tardó  doscientos  cuatro  días.  El  tiempo  ordinario  empleado 
durante  el  viaje  á  Manila  era  de  setenta  y  cinco  á  noventa  días. — J.  P.  Sanger. 


48 

que  se  concedió  privilegios  para  comerciar  con  las  Islas,  pero  que  no 
llegó  nunca  á  funcionar.  En  Manila  se  había  hecho  una  prueba  en 
1771  enviando  á  la  costa  de  Malabar  la  fragata  Deseada,  pero  no  se 
repitió  la  experiencia  y  el  comercio  con  el  Asia  se  continuó  haciendo 
por  medio  de  naves  extranjeras.  El  rey  Carlos  III  ordenó  el  estableci- 
miento de  comunicaciones  directas  entre  Cádiz  y  Manila,  debiendo 
enviarse  anualmente  una  fragata  de  guerra  con  artículos  europeos  y 
cargarla  á  la  vuelta  con  frutos  del  país  y  productos  de  China. 

La  fragata  Buen  Consejo,  fué  la  primera  que,  saliendo  de  Cádiz  llegó 
directamente  á  Manila  pasando  por  el  Cabo  de  Buena  Esperanza,  en 
17G5  y  así  continuaron  estos  viajes  hasta  1783,  en  que  se  suprimieron. 

En  1785  autorizó  el  rey  la  creación  de  otra  asociación  titulada  la 
Real  Compañia  de  Filipinas  á  la  cual  se  confirió  el  monopilio  de  la  nave- 
gación y  comercio  entre  el  archipiélago  y  Cádiz  lo  mismo  que  con  los 
puertos  del  Asia.^  No  debía  la  compañía  intervenir  en  el  comercio 
con  Acapulco  y  se  levantaron  para  ella  todas  las  antiguas  trabas  per- 
mitiendo que  pudiera  exportar  de  Filipinas  todo  género  de  ¡productos 
del  país  así  como  cualquier  mercancía  de  China,  India  y  Japón.  La 
Compañía,  con  el  fin  de  crearse  una  producción  indígena,  que  entonces 

^  Manuel  Azcárraga  en  su  trabajo  "La  Libertad  del  Comercio  de  Filipinas," 
dice:  "Á  la^  Real  Compañía  de  Filipinas  se  concedió  el  privilegio  exclusivo  de 
traficar  entre  España  y  el  archipiélago,  con  la  excepción  del  tráfico  entre  Manila 
y  Acapulco.  Sus  barcos  podían  enarbolar  el  estandarte  real,  con  una  señal  que 
les  distinguiera  de  los  buques  de  guerra.  Se  le  concedió  dos  años,  á  partir  de 
la  fecha  de  su  fundación,  para  adquirir  barcos  de  construcción  extranjera  y 
registrarlos  bajo  la  bandera  española  sin  tener  que  pagar  derechos.  Podía 
importar,  libre  de  derechos,  cualesquiera  efectos  necesarios  para  los  buques  ó 
para  su  uso.  Podía  tener  á  su  servicio  á  oficiales  de  la  marina  real,  y  mientras 
estos  estaban  empleados  de  esta  manera,  su  antigüedad  continuaba  contándose  en 
el  escalafón,  y  bajo  todos  respectos  ellos  gozaban  de  los  mismos  derechos  como  si 
estuviesen  prestando  servicios  en  la  marina.  Podía  enganchar  á  su  servicio 
oficiales  y  marineros  extranjeros,  con  tal  que  el  capitán  y  el  primer  oficial 
fuesen  siempre  Españoles. 

"Todos  los  decretos  reales  y  órdenes  existentes  prohibiendo  la  importación  á 
la  península  de  artículos  fabricados  y  efectos  de  la  India,  China  y  Japón  fueron 
abolidos  en  favor  de  esta  compañía.  Los  productos  de  Filipinas  podían  también 
ser  enviados  á  España  libres  de  derechos  por  la  compañía. 

"La  prohibición  sobre  el  tráfico  directo  con  China  y  la  India  fué  abolida 
entonces  en  favor  de  todas  las  mercancías  de  Manila  y  los  barcos  de  la  com- 
pañía especialmente  podían  tocar  en  los  puertos  de  China. 

"La  compañía  se  comprometía  á  favorecer  la  agricultura  filipina,  y  á  gastar 
para  este  fin  un  4  por  ciento  de  sus  ganancias  líquidas." 

Se  permitía  á  la  compañía  navegar  sus  barcos  desde  Europa  vía  Cabo  de 
Hornos  en  contravención  de  los  tratados  existentes,  pero  no  hubo  oposición  seria 
á  este  arreglo,  puesto  que  el  comercio  español  había  llegado  á  disminuirse,  tanto 
que  su  poder  como  competidor  ya  no  inspiraba  temores  á  las  otras  naciones. 

El  interés  de  esta  compañía  se  prohibió  á  los  buques  extranjeros  traer  mer- 
cancías europeas  á  Filipinas  aun  cuando  se  les  permitía  traer  géneros  orienta- 
les.— J.  P.  Saxger. 


49 

no  existía,  repartió  entre  los  agricultores  grandes  sumas  de  dinero  para 
propagar  el  cultivo  del  añil,  del  algodón,  de  la  morera,  del  azúcar  y  de 
las  especies;  pero  en  Manila  gustaba  más  el  rutinario  y  fácil  comercio 
de  Acapulco  y  nadie,  fuera  de  la  Eeal  Compañía,  se  ocupaba  en  un 
negocio  que  parecía  no  convenir  más  que  á  dicha  sociedad. 

En  1789,  el  rey,  por  favorecer  á  la  Compañía,  para  que  pudiera  tener 
en  Manila  toda  especie  de  productos  asiáticos  que  poder  exportar  á 
España,  declaró  el  puerto  de  Manila  libre  y  franco  á  fin  de  que  cualquier 
navio  extranjero  pudiera  importar  dichos  productos;  pero  á  pesar  de 
todas  las  prerrogativas  y  decidida  protección  del  rey,  la  Eeal  Compañía 
decaía  cada  año.  Mal  dirigida,  haciendo  operaciones  mercantiles  absur- 
das y  esclavizada  por  sus  procedimientos  administrativos  que  lo  entorpe- 
cían todo,  con  un  formalismo  contrario  á  las  prácticas  mercantiles,  la 
Compañía  fué  un  fracaso  completo  y  terminó  sus  operaciones  en  1830, 
en  cuya  época  se  declararon  caducados  sus  privilegios  y  derechos,  que- 
dando el  puerto  de  Manila  abierto  al  fin  á  los  buques  extranjeros.^ 

Los  esfuerzos  que  la  Compañía  hizo  para  propagar  la  agricultura 
en  Filipinas,  los  dirigió  también  para  desarrollar  su  industria  en  la 
fabricación,  en  telares  domésticos,  de  telas  de  algodón,  guiñaras,  lienzos 
bruñidos  y  otros  tejidos  propios  del  país. 

La  Compañía  tenía  en  1790  empleada  en  barcos  la  suma  de  $591,900, 
en  edificios  y  terrenos  $123,000 :  durante  cinco  años  había  negociado 
con  $9,599,000  y  el  total  de  caudales  empleados  sucesivamente  en  la 
circulación  activa  de  sus  negocios  ascendió  á  $23,488,400.  El  total  de 
sus  beneficios  en  estos  cinco  primeros  años  de  su  existencia  fué  de 
$802,050. 

El  impulso  dado  por  la  Compañía  á  la  industria  y  principalmente  á 
la  agricultura,  así  como  el  haberse  abierto  el  puerto  de  Manila  al  comer- 
cio del  mundo,  dejó  pronto  sentir  su  benéficji  influencia  y  si  el  comercio 
de  Acapulco  había  terminado,  en  cambio,  otro  comercio  sobre  base  más 
sólida,  daba  nueva  vida  á  la  colonia  que  exportaba  ya  productos  de  su 
propio  suelo  y  podía  abastecerse  de  las  producciones  de  Europa  que 
hasta  entonces  no  había  tenido. 

En  1814,  el  gobierno  inglés  impuso  al  español  que  abriera  al  comercio 
extranjero  ciertos  puertos  de  sus  colonias  y  que  permitiera  en  ellas  el 
establecimiento  de  extranjeros.  Los  resultados  de  esta  política,  debida 
á  Inglaterra,  se  vieron  pronto.  Al  momento  se  establecieron  en  Manila 
casas  inglesas,  americanas,  alemanas  y  francesas  que  dieron  impulso  á 
la  agricultura  é  incremento  creciente  á  su  exportación,  hasta  ponerlo  á 
la  altura  en  que  se  hallaba  cuando  la  pérdida  de  la  soberanía  española. 

Hubo  un  momento  de  paralización  del  comercio  y  desconfianza  de  los 
extranjeros,  como  consecuencia  del  degüello  que  en  ellos  hizo  el  popu- 
lacho de  Manila,  en  1820,  exitado  por  los  religiosos  pero  al  poco  tiempo 

'  Por  real  orden  de  28  de  mayo  de  1830  se  declaró  la  caducidad  de  los  privilegios 
de  la  compañía. — J.  P.  Sanger. 
42264 4 


50 

volvieron  á  Manila  y  comenzó  sn  verdadera  obra  de  civilización  por  el 
comercio.^ 

Desde  1826  se  creó  nna  Junta  de  Aranceles  que  publicó  una  tarifa, 
marcando  un  derecho  sobre  avalúos  fijos  }'  haciendo  una  distinción 
entre  los  artículos  que  se  importaban  ó  exportaban  bajo  bandera  nacional 
y  extranjera.  En  1855  se  modificó  un  tanto  el  arancel,  pero  siempre 
bajo  la  misma  base  de  la  protección  de  los  efectos  traídos  en  buques  con 
bandera  nacional. 

Después  se  hicieron  nuevos  aranceles,  que  abrieron  fácilmente  la 
puerta  al  fraude  por  haber  siempre  sido  redactados  considerando  las 
mercancías  ad  valor em,  hasta  que  en  1891  se  publicó  una  nueva  tarifa 
en  la  que  se  suprimía  el  sistema  ad  valor  em. 

Á  mediados  del  siglo  XIX  dos  casas  de  comercio  de  los  Estados  Unidos, 
llamadas  Eussell  Sturgis  &  Co.  y  Peel  Hubell  &  Co.  se  establecieron  en 
Manila,  Para  aumentar  la  producción  del  abacá  y  del  azúcar  dieron 
en  provincias  á  los  productores  grandes  sumas  de  dinero,  y  gracias  á  este 
sistema  y  al  esfuerzo  hecho  en  Iloilo  y  otras  islas  de  Bisayas  por  el 
inglés  Mr.  Loney  la  exportación  de  ambos  productos  fué  creciendo  y  el 
comercio  de  Filipinas  tomó  un  incremento  considerable.  En  1852  se 
fundó  en  .Manila  el  Banco  Español  Filipino  con  un  capital  de  $100,000 
que  después  se  aumentó  hasta  $1,500,000.  Este  Banco  era  el  único  que 
tenía  el  privilegio,  que  aun  conserva,  de  emitir  papel  moneda. 

En  los  momentos  actuales,  la  agricultura  que  es  la  única  fuente  del 
comercio  de  exportación,  sufre  una  crisis  como  no  se  había  registrado 
aun  en  su  historia:  la  pérdida  casi  completa  de  los  carabaos,  que  son 
los  animales  de  labor  usados  en  el  país,  la  presencia  de  la  langosta  desde 
hace  tres  años  y  las  perturbaciones  resultantes  de  la  guerra,-  son  causa 
del  aniquilamiento  de  la  agricultura.  Gracias  al  abacá,  al  coprax  y  al 
tabaco,  la  exportación  ha  podido  ser  mayor  que  la  importación  en  la 
balanza  de  1902  y  probablemente  lo  será  en  1903. 

Filipinas  tenía  un  sistema  monetario  según  el  patrón  oro,  fabricándose 
en  Manila,  en  su  casa  de  moneda,  fundada  en  1857,  piezas  dé  1,  2,  y  4 
pesos;  pero  habiendo  permitido  el  gobierno  español  que  los  pesos  mexi- 
canos circularan  en  las  islas,  á  la  par  que  las  monedas  locales  cuando 

^  Desde  la  época  del  establecimiento  de  la  soberanía  española  en  las  islas  hasta 
el  año  de  181.5,  cuando  el  último  galeón  del  gobierno  salió  de  Acapiilco,  Méjico, 
para  Manila  (habiendo  salido  de  Manila  el  último  para  Méjico  en  1811),  no 
existía  comercio  directo  con  España,  v  durante  más  de  dos  siglos  el  comercio 
estaba  limitado  á  Méjico,  durante  casi  la  totalidad  de  cuyo  período  Aca- 
pulco  estaba  designado  como  el  puerto  de  destino.  Algunas  consignaciones  se 
hicieron  en  un  principio  para  Navidad.  Incluían  no  solamente  mercancías, 
tanto  en  la  ida  como  en  la  %nielta.  sino  que  también  se  había  embarcado  fun- 
cionarios civiles  y  religiosos,  y  de  vez  en  cuando  pasajeros  particulares,  oficiales 
y  tropas,  prisioneros  y  correspondencia.  Éstos  eran  los  únicos  medios  de  comuni- 
cación y  transporte.  El  importe  del  pasaje  de  ida  y  vuelta  á  fines  del  siglo  dieci- 
ocho era  de  1,.500  pesos,  y  el  viaje  duraba  de  dos  á  seis  meses. — J.  P.  Saxger. 


/ 


51 


la  plata  bajaba  su  valor  en  el  mundo  entero,  toda  la  moneda  de  oro 
filipino  sali(j  del  archipiélago.  Actualmente  se  ha  empezado  á  circular 
por  el  Tesoro  Insular  una  nueva  moneda  de  im  peso  con  el  valor  de 
cincuenta  céntimos  de  la  moneda  de  los  Estados  Unidos  y  desde  primero 
de  Enero  de  1904  la  moneda  mexicana  no  tendrá  curso  legal  en  el  país. 

Rentas. — Al  fundarse  la  colonia  contaba  el  erario  con  muy  escasos 
recursos,  consistiendo  estos  principalmente  en  el  tributo  que  pagaban  los 
filipinos.  El  oro  que  se  beneficiaba  pagaba  una  contribución  y  el  precio 
del  papel  sellado  con  otros  derechos  insignificantes  cobrados  para  ciertos 
actos  administrativos  constituían,  con  el  tributo  que  se  cobraba  á  los  chi- 
nos, la  renta  que  formaba  el  Tesoro  del  Gobierno.  Fué  menester  que 
la  caja  del  Vireynato  de  México  socorriera  á  Filipinas,  enviando  anual- 
mente á  la  colonia  para  sus  necesidades  una  sunuí  que  se  conocía  con  el 
nombre  de  el  situado. 

El  situado,  al  principio,  fué  en  su  totalidad  una  ayuda  proporcionada 
por  México;  pero  por  Eeal  Cédula  de  19  de  Febrero  de  1606  se  dispuso 
que  el  total  de  derechos  aduaneros  pagados  á  su  entrada  en  Acapulco  por 
los  productos  de  China  y  Filipinas  que  de  Manila  se  enviaban  anual- 
mente, se  destinara  al  situado  y  que  cuando  el  producto  de  tales  derechos 
no  alcanzara,  la  caja  de  México  añadiera  la  cantidad  que  faltaba  para 
redondear  la  suma  que  Filipinas  necesitaba. 

En  el  año  1620  la  renta  que  el  rey  sacaba  de  Filipinas  se  elevaba  á 
$593,922  y  como  el  gasto  era  de  $850. T31  resultaba  que  la  caja  de  México 
tenía  que  sufragar  los  $256,812  restantes.  Eealmente,  el  desnivel  entre 
gastos  é  ingresos  no  hubiera  sido  tan  grande,  sino  se  hubiera  cargado  á 
Filipinas  el  costo  del  sostenimiento  de  las  islas  Molucas,  que  importaba 
entonces  $230,000.  cada  año.  en  números  redondos. 

En  1620,  los  tributos  de  los  indios  encomendados  al  rey,  producían  al 
año  $53,715:  por  los  indios  encomendados  á  los  particulares  pagaban 
estos  al.  rey  la  suma  total  de  $21.107:  las  licencias  dadas  á  los  chinos 
producían  $112,000 :  el  tributo  de  los  chinos  $8,250 :  el  quinto  y  diezmo 
del  oro  descubierto  $750:  la  contribución  llamada  diezmos  ecleciásticos 
daba  $2,750 :  los  derechos  por  las  mercancías  que  entraban  en  Manila  y 
por  las  Cjue  se  enviaban  á  Acapulco  unos  $300,000 :  y  las  multas,  la 
mesada  y  otros  pequeños  impuestos  producían  unos  $8,000. 

Cada  tributo  pagado  por  los  indios,  comprendía  al  marido  y  á  la  mujer 
é  importaba  al  principio  la  suma  de  un  peso  anual :  más  tarde  subió  á 
$1.25  y  se  pagaba  en  metálico  ó  en  productos  del  suelo  ó  de  la  industria, 
pero  una  ley  de  Indias  imponía  que  se  pagara  con  50  gantas  de  palay  ó 
22  de  arroz  tasado  en  3  reales  (37  cents),  en  una  gallina  avalorada  en  un 
real  y  en  6  reales  en  moneda. 

En  1782  quedó  establecido  en  Filipinas  el  monopolio  del  tabaco  que 
debía  proporcionar  una  buena  renta  al  Tesoro.  Rápidamente  se  extendió 
su  cultivo  en  los  territorios  señalados  al  efecto  y  en  1783  se  colectaba 
tabaco  en  Bisayas,  en  1781  en  Pangasinán.  en  1785   en  Xueva   Écija 


52 

(Gapan)  ;  en  1794  en  Biilacán ;  en  1798  en  Cagayán,  en  1799  en  Mindoro 
y  Marinduqiie  y  en  1833  en  el  país  de  Igorrotes,  en  Unión  y  Abra. 

Desde  1638  se  había  creado  la  renta  del  papel  sellado  y,  á  mediados 
del  siglo  XVIII,  se  monopolizó  la  pólvora  por  el  gobierno,  quedando 
también,  en  dicha  época,  la  venta  de  la  Bula  por  cuenta  del  Tesoro  de 
S.  M.  y  organizándose,  como  una  renta  para  el  mismo,  el  juego  de  gallo 
en  toda  la  extensión  del  archipiélago.  Más  tarde  se  aumentó  la  renta 
del  Tesoro  con  el  monopolio  del  opio  (1843)  y  luego  con  el  estableci- 
miento de  la  Lotería  (1850). 

Las  aduanas  constituían  una  renta  que  se  empezó  á  usar  desde  los 
primeros  días  de  la  colonización.  Los  derechos  de  importación  se 
deducían  por  avalúo,  regulando  el  valor  de  los  efectos  cou  un  50  por  100 
de  aumento  en  los  de  la  India  y  con  un  33^  por  100  en  los  de  China. 

Los  indios  tenían  la  obligación  de  trabajar  40  dias  en  el  año  para 
servicios  públicos  ó  pagaban  una  multa  en  caso  de  no  querer  prestarse 
á  trabajar.  Más  tarde  quedó  abolido  el  tributo  al  instituirse  en  1884 
la  contribución  de  la  cédula  personal,  por  la  cual  se  pagaba  desde  $1.50 
á  $37.50  al  año.  El  Eeal  Decreto  de  1883  hizo  obligatorio  para  todo 
varón,  sin  distinción  de  raza,  la  prestación  personal  durante  sólo  15 
dias  ó  su  redención  por  el  valor  uniforme  de  3  pesos.  Según  se  declara 
en  la  exposición  que  precede  dicho  decreto,  nada  se  encuentra  escrito  que 
señale  de  una  manera  precisa  la  fecha  en  que  se  impuso  á  los  indios  la 
prestación  personal,  pero  lo  cierto  es  que  su  antigüedad  es  igual  á  la 
de  la  dominación  española.  Sin  embargo,  las  leyes  de  Indias  prohibían 
los  trabajos  impuestos  y  gratis,  habiendo  sido  publicada  la  ley  40,  libro 
VI,  título  XII  en  1609,  precisamente  para  que  bajo  ningún  pretexto  se 
obligara  á  los  indios  á  trabajar  sin  remuneración. 

Siguiendo  una  ley  de  Indias  (2  y  12,  título  18,  libro  6)  pagaba  cada 
chino  ima  cuota  de  $8  por  permiso  de  radicación,  más  $1.50  para  el 
Tesoro  con  la  condición  de  que,  si  después  de  cubiertos  los  gastos  á  que 
esta  contribución  se  destinaba,  resultaba  algún  saldo  á  favor,  esto 
menos  se  pagaba,  proporcionalmente,  al  siguiente  año.  En  1799  la 
cuota  de  radicación  se  rebajó  á  $6  teniendo  que  pagar,  además,  una 
contribución  para  cubrir  el  gasto  que  resultaba  del  mantenimiento  del 
hospital,  iglesia  y  gastos  de  policía  y  gobierno  de  su  Parián. 

En  1828  se  establecían  en  tres  clases  los  chinos,  según  sus  oficios, 
para  el  pago  de  la  contribución :  los  comerciantes  de  primera  pagaban 
$120  al  año,  los  de  segunda  $48  y  los  de  tercera  $24.  Los  chinos  de 
primera  y  segunda  que  pagaban  de  una  vez  su  contribución  de  17  años 
quedaban  luego  libres  de  todo  pago.  En  1830  se  introdujo  una  cuarta 
clase  que  contribuía  con  $12  anixales. 

En  1850  se  redujo  ligeramente  la  cuota  de  primera  clase  y  en  dicho 
año  produjo  al  Tesoro  la  suma  de  $94,817  el  total  de  contribuciones 
satisfechas  por  los  siete  mil  cuatrocientos  veintidós  chinos,  que,  según  los 
papeles  oficiales,  existían  en  el  archipiélago. 


/ 

53  ^ 

En  1884  la  capitación  de  chinos  produjo  $227,751.15  y  en  1893, 
$490,755.19. 

En  1878  se  implantó  un  sistema  de  contribución  llamado  industrial, 
así  como  otra  sobre  la  renta  de  los  edificios  que  se  llamó  urbana.  Este 
nuevo  sistema  de  contribuciones  que  comenzó  á  funcionar  cuando  se 
llevó  á  cabo  el  desestanco  del  tabaco,  fué  precisamente  creado  para  suplir 
al  ingreso  que  el  estado  dejaría  de  percibir  por  el  tabaco.  La  contribu- 
ción industrial  se  satisfacía  por  aquellos  que  ejercían  alguna  industria, 
comercio,  profesión,  arte  ú  oficio :  la  urbana  consistía  en  el  pago  de  5 
por  ciento  sobre  las  rentas  líquidas  de  las  fincas  después  de  deducido 
un  40  por  100. 

Estaban  obligados  al  servicio  personal,  según  la  ley  de  1883,  todos  los 
varones  de  18  á  60  años,  exceptuando  los  eclesiásticos,  los  militares,  los 
sacristanes  y  demás  criados  de  las  iglesias  y  los  empleados  insulares  y 
municipales. 

Los  presupuestos  de  gastos  é  ingresos  de  la  colonia  los  decretaba  el 
Ministro  de  Ultramar  sin  someterlos  á  la  discusión  del  Congreso  Español 
ni  presentarlos  siquiera  á  su  consideración.  En  el  año  1896-1897  los 
gastos  de  la  colonia  se  calcularon  en  $17,293,882.65  y  los  ingresos  en 
$17,474,020.  En  dichos  gastos  la  marina  absorvía  $3,566,528.58;  el 
ejército  $6,042,442.43;  el  culto,  es  decir,  el  sostenimiento  de  la  iglesia 
oficial  $1,385,038 ;  la  justicia  $414,406 ;  las  obras  de  interés  general 
$142,575  y  la  instrucción  pública  $141,900.50.  Se  gastaban  en  sueldos 
$9,824,247.66. 

En  1817  los  ingresos  del  Tesoro  eran  $1,449,760.  De  esta  suma  la 
aduana  entraba  por  $153,288,  la  renta  del  tabaco  por  $400,870,  la  del 
vino  por  $153,641  y  del  juego  de  gallos  por  $25,169. 

Actualmente  la  tarifa  de  aduana  es  mas  elevada  que  la  que  regía  en 
tiempo  de  España.  En  el  año  fiscal  de  1902  esta  renta  ha  producido 
$9,129,689.73.     En  1896  sólo  produjo  $6,200,000. 

Al  lado  de  la  antigua  contribución  industrial  se  ha  creado  la  territorial. 
En  la  ciudad  de  Manila  la  ley  ha  marcado  el  2  por  ciento  del  valor  de 
los  terrenos  y  sus  mejoras,  pero  hasta  1903  sólo  se  ha  tenido  que  cobrar 
el  1¿  por  ciento.  En  las  provincias  el  municipio  puede  exigir  hasta 
cuatro  octavos  de  1  por  ciento  y  la  Junta  Provincial  f  de  1  por  ciento 
lo  cual  hace  un  máximum  de  ^  de-  1  por  ciento  para  el  municipio  y  la 
provincia,  que  no  puede  por  hoy  sobrepasarse. 

La  antigua  cédula  personal  dividida  en  varias  clases  que  pagaban 
desde  $1.50  hasta  $37.50  se  ha  suprimido.  Todo  varón  entre  18  y  55 
años  debe  pagar  una  cédula  de  $1  en  moneda  filipina.  El  papel  sellado 
ha  quedado  suprimido,  lo  mismo  que  la  lotería. 


V.    GOBIERNO. 


La  base  de  la  legislación  y  de  la  política  española  en  sus  dominios  de 
Ultramar  se  encuentra  en  aquellas  instrucciones  que  los  Eeyes  Católicos 
entregaron  á  Cristóbal  Colón,  cuando  emprendió  su  segundo  viaje  á  las 
Indias.  Al  someterse  Filipinas  á  la  dominación  española,  hacía  próxima- 
mente un  siglo  que  la  metrópoli  había  inaugurado  su  vida  colonial  y 
existía  ya  un  conjunto  de  leyes  destinadas  á  gobernar  sus  nuevos  dominios, 
cuyo  carácter  reflejaba,  como  no  podía  menos,  el  espíritu  jurídico  que 
inspiraba  la  legislación  peninsular. 

Si  en  España  no  era  posible  hallar  un  vestigio  de  separación  entre  la 
Iglesia  y  el  Estado,  en  Filipinas  la  unión  de  ambos  poderes  pareció  más 
íntima.  El  rey,  al  emprender  el  descubrimiento  de  nuevas  tierras,  reco- 
noció en  el  Pontíñce  el  derecho,  superior  al  de  los  demás  soberanos  de 
la  tierra,  de  poder  disponer  de  los  territorios  que  no  formaban  parte  de 
la  cristiandad,  fundando  después  su  derecho  á  las  tierras  nuevamente 
descubiertas,  en  las  concesiones  pontificias. 

Además,  como  abiertamente  el  propósito  de  los  monarcas  españoles, 
al  descubrir  nuevas  tierras,  fué  la  conversión  de  los  naturales  á  la  fe 
católica,  el  Pontífice  expidió  la  bula  del  3  de  Septiembre  de  1501  conce- 
diéndoles los  diezmos 'áe  Indias  en  atención  á  los  gastos  de  la  conquista 
para  el  aumento  y  conservación  de  la  fe,  con  la  obligación  de  dotar  las 
iglesias  que  se  erigiesen  en  las  colonias.  Así  quedó  constituido  el  Regio 
Patronato  Indiano  diferente  del  Patronato  Español,  porque  en  Indias, 
la  iglesia,  el  culto  y  sus  ministros  no  se  sostenían  con  el  patrimonio  y 
rentas  especiales  de  la  iglesia,  sino  con  las  asignaciones  que  los  reyes 
señalaban. 

Al  poder  temporal  que  el  monarca  español  tenía  en  sus  nuevas  posesio- 
nes se  sumó,  dándole  mayor  autoridad,  aquella  parte  del  poder  ecle- 
siástico que  el  Pontífice  le  concedió  con  el  Eegio  Patronato,  de  tal  suerte, 
que  ningún  otro  soberano  tenía  mayor  infiuencia  en  su  territorio  que  el 
rey  de  España  en  Indias. 

Así  resultó  que  las  leyes  que  aquellos  reyes  dictaron  luego  para  el 
gobierno  de  Filipinas  en  especial  ó  de  sus  dominios  de  Ultramar  en 
general,  tenían  unas  un  carácter  puramente  religioso  y  otras  un  carácter 
civil,  pero  impregnadas  todas  de  un  espíritu  eclesiástico  propio  de  la 
época.  Todas  las  disposiciones  soberanas  que  regulan  la  gobernación 
de  las  regiones  ultrapeninsulares  fueron  reunidas  y  publicadas  por 
54 


primera  vez  en  España  en  1628,  por  Aguiar,  bajo  el  título  de  Sumario 
de  la-  Recopilación  general  de  las  Leyes  de  Indias,  siguiendo  luego  otra 
publicación  oficial  titulada  Recopilación  de  las  Leyes  de  Indias,  que  se 
imprimió  en  1680.  La  primera  ley  que  aparece  en  esta  compilación  es 
una  piadosa  "Exortación  á  la  Santa  Fe  Católica  y  como  la  debe  creer 
todo  fiel  cristiano."  Termina  dicha  ley  diciendo :  "si  los  habitantes  de 
las  Indias,  con  ánimo  pertinaz  y  obstinado  erraran  y  fueran  endurecidos 
en  no  tener  y  creer  lo  que  la  Santa  Madre  Iglesia  tiene  y  enseña,  sean 
castigados  con  las  penas  impuestas  por  derecho." 

En  un  principio,  el  poder  legislativo  para  Filipinas,  del  mismo  modo 
que  para  todas  las  posesiones  españolas  en  la  América  residía  en  el  rey, 
asistido  del  Consejo  de  Indias.  Más  tarde,  en  1837,  después  de  las 
vicisitudes  ocurridas  á  la  monarquía  en  España  y  una  vez  suprimido  el 
Consejo  de  Indias,  la  legislación  para  Filipinas  se  elaboraba  en  el  Consejo 
de  Ministros  en  el  cual  corrió  primero  á  cargo  del  Secretario  de  Gober- 
nación hasta  que  después  de  varios  cambios  se  creó  el  Ministerio  de 
Ultramar  en  1863.  El  Art.  2.°  de  la  Constitución  de  1837  decía:  "Las 
provincias  de  Ultramar  serán  gobernadas  por  leyes  especiales".  Esta 
disposición  fué  luego  confirmada  en  las  Constituciones  de  18-45,  1869  y 
1876.  El  Consejo  de  Indias  era  al  mismo  tiempo  el  tribunal  de  ape- 
lación á  donde  finalmente  se  dirigían  los  recursos  supremos,  las  quejas  y 
las  consultas  de  toda  especie  que  por  su  importancia  no  se  resolvían  en  la 
colonia  por  falta  de  competencia  en  sus  autoridades  ó  por  la  elevada 
situación  ó  gran  influencia  de  los  contendientes.  Fué  organizado  desde 
1542  y  tenía  su  residencia  en  la  corte.  Para  los  negocios  de  guerra  se 
creó  en  el  mismo  Consejo  una  sección  compuesta  de  cuatro  vocales  de 
dicho  cuerpo  con  otros  cuatro  del  Consejo  de  guerra  del  reino. 

Como  cuerpo  consultivo  del  Ministerio  de  Ultramar,  figuraba  en 
Madrid  el  Consejo  de  Estado  en  el  que  había  una  sección  encargada  de  los 
asuntos  de  Ultramar.  En  el  mismo  Ministerio  había  otro  cuerpo  con- 
sultivo titulado  el  Consejo  de  Filipinas  cuyos  servicios  para  la  colonia 
fueron  completamente  nulos. 

Legaspi,  el  primer  gobernador  de  Filipinas,  tenía  el  título  de  Adelan- 
tado. Este  cargo  se  confería  á  aquellas  personas  que  pasaban  á  los 
descubrimientos  acompañados  de  personal  y  familia  proporcionado  á  la 
expedición  que  querían  inaugurar  con  el  fin  de  descubrir,  ocupar  y 
poblar  alguna  región  nueva  ó  mal  conocida.  Legaspi,  siguiendo  la 
costumbre,  hacía  la  expedición  por  cuenta  personal,  y,  en  compensación, 
llevaba  su  gente  para  repartirla  en  los  destinos  que  se  necesitaban  para 
la  administración  de  Filipinas,  habiéndole  conferido  el  rey  todos  los 
poderes,  para  gobernar  en  su  nombre,  como  si  fuera  un  gobernador  ó 
virey,  con  todas  las  atribuciones  concedidas  para  tales  cargos  en  las  leyes 
de  Indias. 

En  la  misma  forma  y  con  el  mismo  título  que  Legaspi,  gobernaron  las 
islas  sus  sucesores  hasta  que,  en  1584,  llegó  á  Manila  el  Dr.  Dn.  Santiago 


56 

de  Vera  con  las  personas  que  formaban  la  nueva  Audiencia  que  el  rey 
había  ordenado  se  creara  en  Filipinas.  El  Dr.  Vera,  como  Presidente  de 
la  Audiencia,  era  al  mismo  tiempo  Gobernador  y  Capitán  General  de 
Filipinas,  siendo  el  tribunal  que  presidía  no  sólo  una  corte  de  justicia 
que  resolvía  las  apelaciones  de  los  asuntos  sentenciados  por  los  jueces 
inferiores,  sino  también  un  alto  consejo  que  resolvía  las  cuestiones  de 
gobierno  y  política  general  de  las  islas.  El  presidente,  sin  embargo, 
después  de  oído  el  parecer  de  la  audiencia,  era  libre  de  hacer  lo  que 
juzgara  más  conveniente  para  la  paz  y  buen  gobierno.  Estaba  compuesta 
de  cuatro  oidores,  titulados  al  propio  tiempo  alcaldes  del  crimen,  un 
fiscal,  un  alguacil  mayor,  un  teniente  de  gran  canciller  y  los  oficiales 
necesarios. 

Cuando  faltaba  el  gobernador,  el  gobierno  se  repartía  entre  la  audien- 
cia, que  se  encargaba  de  los  asuntos  civiles  y  políticos,  y  el  oidor  decano 
que  dirigía  la  parte  militar  y  se  titulaba  Capitán  General.^  Después  del 
asesinato  del  mariscal  Bustamante,  se  abolió  este  procedimiento  y,  cuando 
vacaba  el  cargo,  tomaba  interinamente  el  mando,  como  gobernador  y 
capitán  general,  el  arzobispo  de  Manila.  Después  de  la  toma  de  Manila 
por  los  ingleses  en  1762,  en  ocasión  en  que  asumía  el  gobierno  el  arzo- 
bispo, quedó  abolido  este  orden  de  sucesión  en  el  mando  creándose  el 
cargo  de  teniente  gobernador.  Más  adelante,  aboliéndose  este  destino, 
tomaba  el  cargo  de  gobernador  el  General  Segundo  Cabo  y  en  su  ausencia 
el  almirante  jefe  de  la  marina. 

Los  poderes  que  tuvo  el  gobernador  de  Filipinas  fueron  siempre  ilimi- 
tados y  ninguna  ley  podía  quedar  en  vigor  en  Filipinas  si  él  no  ordenaba 
que  se  cumpliera.  Los  antiguos  poderes  que  la  Real  Audiencia  tenía  para 
gobernar  el  país  y  formar  como  un  consejo  al  lado  del  gobernador,  pasa- 
ron á  mediados  del  siglo  XIX  á  la  Junta  de  Autoridades  y  al  Consejo  de 
Administración. 

La  Junta  de  Autoridades  creada  por  real  orden  de  16  de  Abril  de  1850, 
servía  de  cuerpo  consultivo  del  gobernador  en  casos  extraordinarios.  La 
componían  el  arzobispo,  el  General  Segundo  Cabo,  el  Almirante,  el  Inten- 
dente de  Hacienda,  el  Director  General  de  Administración  Civil,  el 
Presidente  de  la  Audiencia,  el  Fiscal  de  S.  M.  y,  más  tarde,  se  incluyeron 
el  gobernador  civil  de  la  provincia  de  Manila,  los  obispos  de  Filipinas  y 
los  provinciales  de  las  corporaciones  religiosas.  El  Consejo  de  Admi- 
nistración se  fundó  en  Enero  de  1863.^  Era  el  cuerpo  consultivo  ordi- 
nario del  gobernador,  quien,  después  de  oírlo,  tenía  sin  embargo,  libertad 
de  tomar  el  acuerdo  que  quería. 

Un  secretario  del  gobierno  general  conocía  de  los  asuntos  del  Eegio 

^  Bajo  esta  autorización  la  audiencia  de  Manila  se  eneai'gó  interinamente  del 
gobierno  de  las  islas  siete  veces.  Entonces  el  oidor  más  antiguo  se  asumía  el 
cargo  de  presidente  y  capitán  general. — J.  P.  Sanger. 

^En  virtud  del  real  decreto  de  4  de  Junio  de  18C1. — J.  P.  Sanger. 


Sí- 
Patronato,  de  política,  gobernación,  orden  público,  los  de  carácter  inter- 
nacional y  los  de  justicia,  en  cuanto  no  se  referían  á  la  propia  adminis- 
tración de  justicia,  que  quedaban  encomendados  á  la  audiencia  y  demás 
funcionarios  de  la  organización  judicial. 

El  General  Segundo  Cabo  era  el  jefe  de  todo  el  ejército  colonial.  El 
almirante  tenía  á  su  cargo  la  marina.  El  Director  General  de  Adminis- 
tración Civil  creado  en  1874  tenía  á  su  cargo  los  gobiernos  muni- 
cipales y  provinciales,  la  instrucción  pública,  las  obras  públicas,  la 
inspección  de  minas,  montes,  beneficiencia  y  sanidad,  la  agricultura  con 
los  correos  y  telégrafos. 

El  Intendente  de  Hacienda  era  el  jefe  del  tesoro,  de  la  intervención 
ú  ordenación  de  pagos,  de  la  administración  del  juego  de  la  lotería  y  de 
las  aduanas. 

Desde  fines  del  siglo  XVII  el  gobernador  de  Filipinas  ha  sido  siempre 
un  militar  de  alta  graduación. 

En  un  principio  las  islas  se  dividieron  en  tres  ó  cuatro  grandes  pro- 
vincias á  cuyo  frente  se  colocaron  como  jefes  los  llamados  Alcaldes 
mayores  y  también  en  algunas  los  Corregidores.  Á  medida  que  la  colo- 
nización progresaba,  se  fué  aumentado  la  división  territorial  creándose 
nuevas  provincias  que,  por  lo  regular,  comprendían  agrupaciones  lingüís- 
ticas formándose  Pangasinán,  Pampanga,  llocos,  Cagayán,  que  com- 
prendían cada  una  la  población  indígena  con  su  dialecto  propio.  Cada 
provincia  comprendía  cierto  número  de  municipios. 

Desde  los  primeros  días  de  la  colonización  las  poblaciones  de  indios 
se  gobernaban  según  un  sistema  que  era  casi  el  mismo  que  tenían  antes 
de  la  llegada  de  los  españoles.  Los  primitivos  jefes  de  los  grupos  con- 
servaron su  título  de  cabeza  de  barangay  y  se  los  invistió  de  autoridad 
en  nombre  del  rey  de  España.  Eran  cargos  hereditarios  y,  cuando  alguna 
familia  de  "cabeza"  llegaba  á  extinguirse  no  teniendo  representante 
varón,  el  gobierno  español  nombraba  en  el  barangay  quien  debía  ocupar 
la  cabecería  vacante.  Aunque  los  decretos  del  rey  lo  prohibían,  se  les 
obligaba  á  recoger  el  tributo  de  los  de  su  barangay,  y,  frecuentemente 
sufrían  arrestos,  multas  y  otras  penas  cuando  no  presentaban  el  número 
de  tributos  á  que  estaban  obligados.  No  pagaban  tributo  y,  cuando 
habían  servido  tres  años,  cumpliendo  bien  sus  deberes,  tenían  derecho 
á  dejar  de  funcionar  como  cabezas  y,  quedando  para  siempre  exentos 
del  tributo,  formaban  parte  de  los  privilegiados  del  pueblo,  que  cons- 
tituían un  cuerpo  llamado  la  principalia}  Cada  pueblo  tenía  además 
un  jefe  llamado  desde  los  primeros  dias  de  la  conquista  gobernador  cilio, 
nombre  que  se  conservó  hasta  finalizar  la  dominación  española. 


^  Bajo  el  gobierno  español  la  principalia  se  entendía  que  era  en  cada  pueblo  la 
reunión  de  todos  aquellos  individuos  que  habían  ejercido  ó  estaban  ejerciendo  un 
cargo  ó  que  pagaban  una  contribución  territorial  de  50  pesos.  La  principalia 
constituía  la  clase  votante — nadie  podía  votar  si  no  formaba  parte  de  la  princi- 
palia.— J.  P.  Sangeb. 


58 

El  goberiiadorcillo  era  elegido  por  los  cabezas  que,  á  principio  del  año, 
debían  presentar  al  gobernador  general,  ó  al  provincial  en  algunas  pro- 
vincias lejanas,  tres  nombres  de  candidatos  de  entre  los  cuales  el  gober- 
nador señalaba  á  uno  para  llenar  el  cargo. 

En  1782,  un  gobernador  corrigió  el  nombre  de  gobcrnadorcillo,  orde- 
nando se  le  llamara  alcalde  por  ser  este  el  título  que  le  daba  la  ley; 
pero  el  rey,  en  Eeal  Cédula  de  18  de  Julio  de  1784,  dispuso  que  se 
respetara  el  nombre  de  gobcrnadorcillo,  aunque  reconocía  que  era  un 
diminutivo  impropio  para  denominar  un  ministro  de  justicia.  La  ley 
16,  título  II,  libro  VI  de  Indias,  dice  que  los  indios  alcaldes  tendrán 
jurisdicción  solamente  para  inquirir,  prender  y  traer  á  los  delincuentes 
á  la  cárcel  del  pueblo  de  españoles  del  distrito ;  pudiendo  castigar  con  un 
día  de  prisión  y  tí  á  8  azotes  al  indio  que  faltare  á  la  misa  el  día  de 
fiesta  ó  se  embriagare,  y  que  estaba  á  cargo  de  dicbos  alcaldes  el 
gobierno  del  pueblo. 

Como  en  ningún  pueblo  de  indios  podían  residir  españoles,  de  aquí 
que,  todo  el  título  II  del  libro  VI  citado,  trata  únicamente  de  los  pueblos 
de  indios.  Los  pueblos  de  españoles  formaban  sus  ayuntamientos  de  la 
manera  que  se  dijo  en  el  capítulo  Historia,  al  tratar  de  Manila. 

Las  provincias  estuvieron,  como  se  ha  dicho,  mandadas  por  Corregi- 
dores algunas  y  otras  por  alcaldes  mayores.  Estos  últimos  solían  ser 
abogados,  pero  por  lo  común  eran  personas  sin  conocimientos  del  derecho 
ni  de  los  asuntos  públicos,  colocados  solamente  por  favoritismo.  Llena- 
ban las  funciones  de  gobernadores,  jueces  de  primera  instancia,  capitanes 
á  guerra  y  protectores  de  los  indios,  pero  en  general  cumplían  mal  con 
estos  deberes.  Repetidas  veces  el  rey  prohibió  que  los  alcaldes  se  dedi- 
caran al  comercio,  porque  arruinaban  y  explotaban  á  los  habitantes  de 
la  provincia;  pero  una  Eeal  Cédula  de  17  de  Julio  de  1754  les  permitió 
comerciar,  á  condición  de  pagar  una  especie  de  contribución  llamada 
"multa  para  indulto  de  comerciar."  Dicha  multa  oscilaba  entre  $40 
anuales,  que  pagaba  el  alcalde  de  Zambales,  y  $300  que  pagaban  los 
alcaldes  de  Calamianes  y  Caraga.  En  1840,  había  alcaldías  que  pro- 
ducían $50,000  al  año. 

En  1886,  se  suprimieron  las  alcaldías  mayores  creándose  los  gobiernos 
civiles.  El  gobernador  civil  era  la  primera  autoridad  administrativa  y 
económica  dependiendo  directamente  del  gobernador  general.  Entre 
otros,  era  su  deber  reprimir  y  castigar  los  actos  contrarios  á  la  religión 
del  estado.  Podía  imponer  multas  hasta  la  cantidad  de  $50  ó  la  prisión 
subsidiaria  que  no  excediera  de  30  dias.  De  sus  resoluciones  se  apelaba 
al  gobernador  general.  La  autoridad  judicial  que  residía  en  los  alcaldes 
mayores  pasó  á  manos  de  los  jueces  de  primera  instancia  que  se  crearon 
á  la  par  que  los  gobernadores  civiles.  Los  conflictos  que  ocurrían  entre 
estos  gobernadores  y  los  jueces  de  primera  instancia  los  resolvía  el 
gobernador  general,  después  de  oído  el  Consejo  de  Administración. 


59 

Debiéndose  tratar  en  una  memoria  especial  lo  relativo  al  orden  judicial 
en  Filipinas,  se  omiten  aquí  más  noticias  relativas  á  las  modificaciones 
sufridas  en  la  Eeal  Audiencia  y  en  la  organización  de  los  tribunales 
inferiores,  en  los  últimos  años  de  la  dominación  española. 

En  1893,  una  ley  reformó  el  régimen  municipal  de  los  pueblos,  pero 
la  reforma  consideraba  sólo  aquellas  poblaciones  con  más  de  1,000  cédulas. 
La  ley,  además,  no  alteraba  la  constitución  municipal  de  Manila. 

Anteriormente,  para  constituir  un  pueblo,  se  requerían  500  tributos 
que  representaban  por  lo  menos  1,000  individuos. 

El  tribunal  municipal  ^  lo  constituían  cinco  funcionarios  que  eran 
el  Capitán  y  cuatro  tenientes  llamados  Mayor,  de  Policía,  de  Sementeras 
y  de  Ganados. 

Estos  cargos  eran  electivos  y  se  proveían  en  la  forma  siguiente :  el 
gobernador  provincial  señalaba  un  día  en  el  que  la  Principalía,  bajo  la 
presidencia  del  gobernador,  del  cura  párroco  y  del  capitán  saliente, 
designaba  como  electores  á  13  vecinos.  Seis  de  estos  debían  ser  de  los 
cabezas  de  barangay,  de  buena  conducta,  tres  de  los  capitanes  pasados,  y 
tres  de  entre  los  mayores  contribuyentes  del  pueblo.  Era,  pues,  un 
comité  compuesto  de  la  clase  privilegiada.  Los  doce  electores  procedían 
en  el  mismo  acto  á  la  elección  en  votación  secreta.  Una  pluralidad  de 
votos  era  bastante.  Se  eligían  asimismo  dos  individuos  más,  como 
suplentes,  para  llenar  los  puestos  que  por  cualquier  causa  vacaran.  Los 
doce  electores,  en  concepto  de  delegados  de  la  principalía,  se  juntaban 
con  los  individuos  del  tribunal  municipal  en  sus  deliberaciones,  previa 
convocatoria  del  capitán. 

Los  cargos  del  tribunal  eran  honoríficos,  gratuitos,  y  duraban  cuatro 
años.  Para  ser  capitán  se  requería  ser  natural  ó  mestizo  chino,  tener 
más  de  25  años,  hablar  y  escribir  el  castellano,  ser  cabeza  de  barangay 
con  cuatro  años  de  ejercicio  ó  haber  sido  anteriormente  cabeza  durante 
seis  años,  ó  capitán  ó  teniente,  durante  dos  años. 

El  capitán  publicaba  y  hacía  ejecutar  los  acuerdos  del  tribunal,  pero 
tenía  poder  para  suspenderlos,  cuando  los  creía  ajenos  á  las  atenciones 
del  tribimal,  perjudiciales  al  pueblo,  ó  peligrosos  para  el  orden  público. 

Subsistía  la  división  de  los  vecinos  en  barangay s,  como  en  lo  antiguo, 
cada  uno  de  los  cuales  debía  tener  por  lo  menos  100  familias  y  no  más 
de  150.  Los  barangays  de  población  no  agrupada  eran  de  50  familias 
sin  llegar  á  99.  El  cabeza  de  l)arangay  se  titulal)a  al  mismo  tiempo 
teniente  de  barrio. 

Los  fondos  municipales  se  formaban  con  los  impuestos  siguientes: 
sobre  pesquerías,  por  credenciales  de  propiedades  del  ganado,  por  rentas 

'  El  tribunal  municipal  estaba  compuesto  de  un  capitán  y  cuatro  tenientes,  y 
formaba  el  gobierno  activo  del  pueblo.  Éstos  estaban  elegidos  {)or  doce  delegados 
escogidos  por  la  principalía  y  tenían  que  servir  durante  cuatro  años. — J.  P. 
Sanger. 


60 

de  propiedades  del  pueblo,  derechos  sobre  billares,  fimciones  teatrales, 
mercados,  mataderos,  pontazgos,  balsas  y  vadeos,  encierro  de  animales, 
alumbrado  y  limpieza,  recargo  del  10  por  ciento  sobre  la  contribución 
urbana,  multas,  los  15  días  de  prestación  personal,  sobre  la  riqueza  rústica 
y  otros  arbitrios,  según  las  condiciones  del  pueblo. 

Para  establecer  impuestos,  para  las  elecciones,  inspección  de  escuelas, 
quintas  y  la  elaboración  del  presupuesto,  se  exigía  la  intervención  del 
cura  del  pueblo. 

Los  ingresos  por  concepto  de  contribución  sobre  la  riqueza  pública 
debían  llevarse  en  cuenta  separada  de  los  demás  ingresos  y  se  destinaban 
exclusivamente  para  costear  obras  piiblicas  procomunales.  Todas  las 
contribuciones  las  cobraban  los  cabezas  bajo  su  responsabilidad  personal. 
Los  fondos  del  pueblo  debían  guardarse  en  una  caja  en  el  gobierno 
provincial,  en  la  cabecera,  pudiendo  el  capitán  retener  la  cantidad  nece- 
saria para  los  gastos  corrientes  del  tribunal. 

El  impuesto  sobre  riqueza  rústica  debía  consistir  en  un  tanto  por 
ciento  sobre  el  valor  real  de  la  finca,  que  estuviera  ó  no  cultivada,  cuyo 
tanto  por  ciento  debía  fijar  el  tribunal  asistido  del  cvira. 

El  gobernador  general,  y  en  su  lugar  el  gobernador  de  la  provincia, 
era  el  presidente  nato  de  todo  tribunal  municipal  de  Filipinas. 

Este  nuevo  régimen  municipal  quedó  implatado  el  1.°  de  Enero  de 
1894. 

Para  inspeccionar  la  administración  de  los  fondos  municipales  y  dar 
ciertos  informes  sobre  asuntos  municipales  al  gobernador  de  la  provincia, 
existía  en  cada  cabecera  una  Junta  provincial  compuesta  del  promotor 
fiscal,  del  administrador  de  hacienda,  de  los  vicarios  foráneos  de  la 
provincia,  del  cura  de  la  cabecera.  El  gobernador  presidía  la  junta. 
La  caja  de  los  municipios  quedaba  á  cargo  de  la  Junta  provincial. 

Cada  pueblo  tenía  su  policía  municipal  constituida  por  lo  que  se 
llamaba  Cuadrilleros,  y  para  guardar  el  orden  en  el  campo,  jjerseguir 
mala  gente  y  prestar  el  apoyo  de  la  fuerza  á  la  autoridad  provincial, 
existía  una  organización  militar  llamada  Guardia  Civil,  cuyos  soldados 
eran  naturales  y  su  oficialidad  española.  En  Manila,  el  servicio  de 
policía  y  orden  estaba  confiado  á  una  organización  parecida  á  la  guardia 
civil  titulada  Guardia  Veterana.  Ambas  instituciones,  por  sus  excesos 
y  las  crueldades  que  cometieron  con  el  fin  de  descubrir  los  cómplices  ó 
autores  de  cualquier  delito,  lo  mismo  que  las  personas  complicadas  en 
la  última  rebelión  contra  España,  fueron  profunda  y  justamente  odiadas 
por  el  pueblo  filipino. 

j^o  se  puede  hablar  del  gobierno  de  Filipinas  sin  mencionar  la  organiza- 
ción de  la  Iglesia  Católica,  cuyos  miembros  eran  funcionarios  del  Estado. 
El  Arzobispo  de  Manila  era  el  jefe  asistido  por  los  obispos  de  Jaro, 
Cebú,  Nueva  Cáceres  y  Nueva  Segovia :  debajo  de  ellos  estaban  los  curas 
que,  en  cada  municipio,  administraban  el  culto  como  sacerdotes  y  tenían 


61 

ex-officio  que  llenar  funciones  civiles  en  la  forma  mencionada  al  hablar 
de  la  organización  municipal.^ 

Al  gobernador  general  de  Filipinas,  como  Vice-real  patrono,  le  corres- 

^  Durante  la  investigación  de  las  órdenes  religiosas  hecha  en  1900  por  la  Comi- 
sión Filipina,  el  Padre  Juan  Villegas,  provincial  de  los  frailes  Franciscanos, 
declaró  en  la  forma  siguiente  acerca  de  los  deberes  y  facultades  civiles  ejercidos 
por  los  individuos  de  su  orden  en  los  municipios: 

"Se  pueden  mencionar  los  siguientes  como  los  deberes  principales  ó  las  facul- 
tades ejercidas  por  el  cura  párroco :  Él  era  el  inspector  de  las  escuelas  primarias ; 
presidente  de  la  junta  de  sanidad  y  de  la  beneficencia;  presidente  de  la  junta 
sobre  la  contribución  urbana  (establecida  hace  poco)  ;  inspector  de  la  contri- 
bución. Antes  él  era  presidente  actual  pero  más  tarde  el  presidente  honorario  de 
la  junta  de  obras  públicas.  Él  certificaba  la  legitimidad  de  las  cédulas,  procu- 
rando que  estuviesen  conformes  con  los  registros  de  los  libros  de  la  parroquia. 
No  había  registro  civil  en  el  país,  y  de  este  modo  los  municipios  tenían  que  hacer 
uso  de  los  libros  del  cura  párroco.  Se  enviaban  á  buscar  estos  libros  para  los 
fines  de  la  contribución  personal,  pero  no  los  recibían  las  autoridades  á  menos  que 
no  tuviesen  el  visto  bueno  del  cura  párroco. 

"El  cura  párroco  era  el  presidente  de  la  junta  de  estadística,  porque  él  era  el 
único  qu  tenía  alguna  instrucción.     *     *     * 

"Según  la  ley  española  toda  persona  tenía  que  estar  provista  de  un  certificado 
de  su  conducta.  Si  alguno  estaba  en  prisión  y  pertenecía  á  otro  pueblo  se  solía 
buscar  sus  antecedentes  en  aquel  pueblo,  y  el  tribunal  de  justicia  solía  ver  si 
dichos  antecedentes  eran  buenos  ó  malos.  Éstos  no  se  recibían,  sin  embargo, 
á  menos  de  tener  el  visto  bueno  del  cura  párroco.  Los  curas  párrocos  expedían 
también  certificados  acerca  del  estado  civil  de  las  personas.  Cada  año  ellos  saca- 
ban suertes  para  aquellos  que  debían  servir  en  el  ejército,  y  cada  quinta  persona 
que  se  sacaba  en  suerte  tenía  que  prestar  servicio  militar.  El  cura  párroco  se 
encargaba  de  certificar  acerca  del  estado  físico  del  individuo.     *     *     * 

"Según  la  ley  él  tenía  que  estar  presente  en  las  elecciones  para  los  cargos 
municipales.  *  *  *  Él  era  el  censor  de  los  presupuestos  municipales  antes 
de  que  estos  se  enviasen  al  gobernador  de  la  provincia.  *  *  *  Él  era  también 
el  consejero  del  municipio  cuando  se  reunía  este  cuerpo.  *  *  »  Los  curas 
párrocos  inspeccionaban  la  selección  de  los  individuos  que  habían  de  componer 
la  fuerza  de  policía.  *  *  *  Él  examinaba  á  los  niños  de  ambos  sexos  que 
asistían  á  la  primera  y  segunda  clase  de  las  escuelas  públicas.  Él  era  el  censor 
de  las  piezas  teatrales,  comedias  y  dramas  escritos  en  el  lenguaje  del  país,  deter- 
minando si  eran  ó  no  contra  la  paz  ó  la  moralidad  pública.  Estas  piezas  teatrales 
se  representaban  en  las  varias  fiestas  del  pueblo.  Él  era  el  presidente  de  la  junta 
de  cárceles  y  desempeñaba  por  turno  el  cargo  de  inspector  de  la  comida  que  se 
daba  á  los  presos.  Él  era  miembro  de  la  junta  provincial.  Además  de  esto  el 
cura  párroco  de  la  cabecera  estaba  acompañado  de  otros  dos  curas  párrocos  en 
la  junta.  Ante  la  junta  provincial  se  llevaban  todos  los  asuntos  referentes  á  las 
obras  públicas  y  sus  congéneres.  Ante  esta  jimta  se  sometían  las  sumas  que  se 
iban  á  gastar  para  los  edificios  públicos  de  los  municipios.  También  era  miembro 
de  una  junta  establecida  para  la  partición  de  tierras  de  la  Corona.  Después  que 
la  tierra  haya  sido  medida  y  dividida  y  una  persona  quisiere  vender  su  tierra, 
él  presenta  su  certificado,  y  la  junta  determina  si  él  es  ó  no  el  dueño  de  la  jnisnia. 
Este  certificado  tenía  que  visarse  por  la  jimta  para  los  fines  de  la  contribución. 
Cuando  un  particular  deseaba  comprar  un  terreno  del  gobierno  se  dirigía  al  em- 
pleado correspondiente,  pagaba  la  suma,  y  la  junta  determinaba  si  la  cesión  de 
la  propiedad  se  hacía  conforme  á  la  lev. 

"En  algunos  casos  los  curas  párrocos  de  las  cabeceras  de  las  provincias  actuaban 


62 

pondía  resolver  las  dudas  en  cuanto  al  patronato;  tener  conocimiento  de 
toda  renuncia  ó  vacantes  de  prebendas,  curatos  y  beneficios  eclesiásticos ; 
presentar  sujetos  idóneos  para  los  beneficios  curados :  tomar  el  juramento 
de  los  derechos  y  regalías  del  Real  Patrono  á  los  obispos  electos  é 
intervenir  en  toda  discusión  entre  religiosos  usando  el  consejo  y  amones- 
tación ó  empleando,  si  fuera  necesario,  todo  el  rigor  que  le  permitían  las 
leyes  hasta  establecer  el  orden. 

Todos  los  funcionarios  públicos  eran  nombrados  en  Madrid  y  sólo 
podían  proveerse  en  Manila  los  oficios  subalternos  de  las  oficinas. 

También  tenía  que  ser  aprobado  en  el  Ministerio  de  Ultramar  cual- 
quier gasto  que  se  efectuara  en  la  colonia. 

Con  la  soberanía  de  los  Estados  Unidos  la  forma  de  gobierno  de 
Filipinas  ha  variado  en  absoluto, 

Á  la  antigua  centralización  del  gobierno  en  la  metrópoli  ha  sustituido 
la  más  grande  autonomía  mediante  la  cual  Manila  es  el  centro  del 
poder  ejecutivo,  legislativo  y  judicial,  con  ciertas  limitaciones  fijadas  por 
la  Constitución  de  Filipinas,  votada  por  el  Congreso  de  los  Estados 
Unidos  y  aprobada  por  el  Presidente  en  1.°  de  Julio  de  1902.  Un  cuerpo 
denominado  Comisión  de  Filipinas,  compuesto  de  cinco  miembros  ameri- 
canos y  de  tres  filipinos,  ejerce  el  poder  legislativo  y  tiene  además  la 
'supervisión  general  del  gobierno  del  país.  Un  gobernador  civil- ejerce 
el  poder  ejecutivo  más  alto  y  es  al  propio  tiempo  Presidente  de  la 
Comisión.  Un  vice-gobernador  ejerce  las  mismas  funciones,  cuando 
por  cualquier  motivo  el  gobernador  civil  no  puede  llenar  su  cargo,  y 
cuatro  departamentos  ejecutivos  llamados  de  lo  Interior,  de  Comercio  y 
Policía,  de  Hacienda  y  Justicia  y  de  Instrucción  Pública  tienen  á  su 
cabeza  secretarios  que  son  ex-ofjicio  miembros  de  la  Comisión.^ 

como  contadores.  En  otras  en  donde  sólo  había  im  administrador,  el  cura  ejercía 
las  veces  de  contador. 

"Además  de  lo  dicho  arriba  había  otros  detalles  que  tenía  que  llenarlos  el  cura 
piirroco.  Puede  decirse,  con  todo,  que  había  veces  en  que  por  el  momento  nada 
se  hacía  en  los  pueblos." — ^J.  P.  Saxger. 

^  Cada  departamento  está  compuesto  de  las  siguientes  oficinas : 

Departamento  del  Interior. — Junta  de  Sanidad,  inspección  de  montes,  inspección 
de  minas,  oficina  meteorológica  filipina,  oficina  de  terrenos  del  estado,  oficina  de 
agricultura,  oficina  etnológica  de  las  Islas  Filipinas,  oficina  de  los  laboratorios 
del  gobierno,  oficina  de  patentes,  propiedad  literaria  y  marcas  industriales,  hospi- 
tal civil  filipino,  sanatorio  civil  de  Benguet. 

Departamento  de  Hacienda  y  Justicia. — Tesorería  Insular,  auditoria  insular, 
oficina  de  aduanas  é  inmigración,  oficina  de  rentas  internas,  oficina  de  la  fábrica 
de  hielo,  la  corte  suprema  de  las  Islas  Filipinas,  los  juzgados  de  primera  ins- 
tancia, registro  de  la  propiedad,  tribunal  de  apelaciones  de  aduanas. 

Departamento  de  Comercio  y  Policía. — Oficina  de  correos,  oficina  del  constabu- 
lario  filipino,  prisión  de  Bilíbid,  capitanía  del  puerto,  oficina  de  gurdacostas  y 
transportación,  servicio  de  faroles,  oficina  geodésica,  oficina  de  ingeniería. 

Departamento  de  Instrucción  Pública. — Oficina  de  instrucción  pública,  oficina 
de  arquitectura,  oficina  de  archivos,  oficina  de  estadística,  oficina  de  la  imprenta 
pública,  oficina   (provisional)   del  censo. — J.  P.  iSaxger. 


03 

Las  leyes  votadas  por  la  Comisión  se  ponen  en  vigor  cuando  y  como 
ella  misma  lo  entiende. 

Los  ciudadanos  de  Filipinas  tienen  los  mismos  derechos  individuales 
que  los  ciudadanos  de  los  E.  TI.,  excepto  el  libre  porte  de  armas  y  el 
juicio  por  jurados. '^ 

Una  Corte  Suprema  de  Justicia  decide  en  última  instancia  los  asuntos 
criminales  y  los  civiles  hasta  una  suma  que  no  exceda  de  25,000  dollars. 

Desüués  de  dos  años  de  la  publicación  del  Censo,  el  Presidente  de  los 
Estados  Unidos  convocará  una  elección  para  elegir  delegados  populares 
que  constituirán  la  Asamblea  de  Filipinas.  Dicha  Asamblea  y  la  Comi- 
sión constituirán  la  Legislatura  de  Filipinas.  El  número  de  delegados 
no  será  menor  de  50  ni  mayor  de  100,  nombrados  por  dos  años.  Para 
ser  elector  se  requieren  las  mismas  condiciones  que  en  los  electores 
municipales. 

La  Comisión  ha  organizado  el  archipiélago  en  39  provincias  sin 
comprender  aquella  parte  del  Sur  poblada  por  malayos  mahometanos,  que 
forma  lo  que  se  llama  Provincia  Mora,  á  la  cual  se  ha  dado  una  consti- 
tución especial  que  le  confiere  la  mayor  autonomía  debajo  del  poder 
de  la  Comisión  de  Filipinas. - 

Las  provincias  del  archipiélago  tienen  un  gobernador  cuyas  funciones 
ejecutivas  están  completamente  exentas  de  los  poderes  de  carácter  judicial 
y  legislativo  que  tenían  los  gobernadores  civiles  del  régimen  español. 
L"na  junta  provincial  formada  del  gobernador,  el  tesorero  y  el  supervisor 
constituye  un  cuerpo  legislativo  dentro  de  los  límites  señalados  por  la 
ley  y  asegura  á  la  provincia  una  autonomía  hasta  hoy  desconocida. 

L^n  secretario  y  un  fiscal  completan  el  cuadro  de  oficiales  provinciales. 

Los  municipios  se  rigen  por  la  ley  Xo.  82  votada  en  31  de  Enero  de 
1901  y  sus  enmiendas.     Están  divididos  en  cuatro  clases  y  los  gobierna 

^  El  derecho  de  ser  juzgado  por  jurado  y  el  de  portar  armas  no  ha  sido  con- 
cedido á  los  Filipinos  porque  ellos  tienen  la  idea,  si  es  que  la  tienen,  de  poca 
responsabilidad  pública  acerca  del  castigo  de  un  crimen,  y  son,  por  lo  tanto,  inca- 
paces de  servir  como  miembros  de  un  jurado.  Además,  el  Filipino,  ignorante  en 
general,  se  deja  influir  tan  fácilmente  de  aquellos  á  quienes  él  cree  son  sus  supe- 
riores que  raras  veces  votaría  él  para  condenar  á  una  persona  de  aquella  clase, 
aun  cuando  él  crea  que  la  misma  es  culpable.  Como  sustituto  del  juicio  por 
jurado  los  jueces  de  primera  instancia  están  facultados  para  solicitar  los  servicios 
de  dos  asesores  designados  de  entre  los  ciudadanos  de  la  provincia  para  que  actúen 
como  consejeros  en  de  los  hechos.  Además,  se  puede  elevar  una  apelación  sobre 
las  cuestiones  de  hecho  y  de  derecho  ante  la  corte  suprema,  que  está  compuesta 
de  tres  Filipinos  y  cuatro  Americanos,  así  es  que  se  cree  que  en  este  particular 
los  derechos  de  los  Filipinos  están  guardados  suficientemente.  Si  bien  no  se 
permite  á  los  habitantes  comprar  ó  llevar  armas  de  fuego,  no  se  puede  decir  que 
ellos  no  ejercen  el  derecho  de  portar  armas,  por  cuanto  que  todo  hombre  ó  niíío  de 
los  suburbios  ó  poblaciones  rurales  lleva  im  bolo  y  sabe  manejarlo. — J.  P.  Sanger. 

-La  provincia  mora  se  estableció  por  la  ley  Xum.  487  de  la  Comisión  Filipina 
después  de  lo  que  antecede  se  escribió.  Su  área  se  da  en  el  capítulo  relativo  á 
la  geografía. — .T.  P.  Sanger. 


un  Concejo  Municipal  compuesto  de  8  á  18  concejales,  según  su  clase, 
de  un  vice-presidente  y  un  presidente.  Todos  estos  cargos  son  por 
elección  popular.  Son  electores  los  que  durante  el  régimen  español 
ejercieron  el  cargo  de  capitán  municipal,  gobernadorcillo,  alcalde,  teniente 
ó  cabeza  de  barangay  ó  concejal  de  a^-untamiento,  los  que  posean  bienes 
inmuebles  por  valor  de  500  pesos  filipinos  ó  pagan  anualmente  30  pesos 
ó  más  de  contribución  por  cualquier  concepto  y  finalmente,  todo  el  que 
hable,  lea  y  escriba  inglés  ó  español. 

La  ley  provee  las  circunstancias  que  aseguran  la  completa  libertad  en 
las  elecciones  que  se  efectúan  por  votación  secreta.^ 

El  cargo  de  concejal  es  gratuito.  El  presidente,  tesorero  y  secretario 
son  funcionarios  con  sueldo. 

El  presidente  es  el  oficial  ejecutivo.  En  las  reuniones  del  concejo 
y  en  sus  acuerdos  no  interviene  ninguna  autoridad  provincial  ni  insular. 
El  concejo  municipal  es  el  cuerpo  legislativo  y  sus  atribuciones  son  tan 
amplias  que  el  municipio  goza  de  la  más  completa  autonomía.  El  gober- 
nador provincial  sólo  interviene  para  asegurarse  que  los  oficiales  munici- 
pales cumplen  con  las  prescripciones  del  Código  municipal. 

Como  la  separación  del  Estado  y  de  la  Iglesia  es  hoy  completa,  el 
cura  párroco  no  tiene  ninguna  intervención  en  los  asuntos  municipales. 

Los  ingresos  municipales  se  gastan  exclusivamente  en  beneficio  de  los 
municipios  y  el  gobierno  insular  se  mantiene  de  recursos  propios  diferen- 
tes y  ajenos  á  los  municipales. 

En  cada  municipio  sostiene  el  tesoro  insular  maestras  ó  maestros 
americanos  y  el  tesoro  municipal  maestros  ó  maestras  filipinos. 

Cada  municipio  tiene  su  propia  policía  y  para  asegurar  el  orden  en 
todas  las  islas  fuera  de  las  poblaciones,  existe  el  cuerpo  de  Policía 
Constabularia  á  cuyo  frente  hay  un  oficial  con  los  honores  y  derechos  de 
un  general  de  Brigada  del  Ejército  de  los  Estados  Unidos. 

Para  el  servicio  de  comimicaciones  marítimas  interinsular  existe  una 
flotilla  de  vapores  llamados  guarda-costas,  porque  además  del  transporte 
de  correos  y  empleados  civiles  y  militares,  ejerce  la  vigilancia  y  policía 
marítima. 

^  Tan  pronto  como  las  tropas  del  ejército  de  los  Estados  Unidos  pudieron  dis- 
tribuirse, las  islas  cayeron  bajo  el  gobierno  militar,  y  los  gobiernos  municipales 
establecidos  por  los  Españoles,  en  donde  quiera  que  estuvieron  estos  funcionando, 
continuaron  bajo  la  inspección  del  ejército.  El  8  de  Agosto  de  1899,  el  general 
Otis  publicó  la  orden  general  número  43.  que  establecía  tma  forma  de  gobierno 
municipal;  y  el  29  de  Marzo  de  1900,  él  dictó  la  orden  general  ni'miero  40,  modi- 
ficando la  orden  general  ni'imero  43,  ó  por  lo  menos  estableciendo  una  forma  más 
sencilla  de  gobierno  municipal.  Á  medida  que  los  pueblos  se  iban  pacificando, 
muchos  de  ellos  solicitaban  el  establecimiento  del  gobierno  municipal  prescrito  en 
estas  órdenes,  y  algunos  de  ellos  se  organizaron  conforme  á  las  disposiciones  de 
una  orden,  y  otros  conforme  á  las  de  otra,  aunque  había  muchos  pueblos  en  donde 
no  había  gobierno  municipal  establecido.  En  este  estado  se  encontraba  el  gobierno 
municipal  de  las  Islas  Filipinas  cuando  el  31  de  Enero  de  1901  la  Comisión 
Filipina  promulgó  la  ley  número  82. — J.  P.  Sa:\ger. 


6o 

Durante  el  dominio  de  España,  una  de  las  cargas  más  duras  que  sufría 
el  pueblo  consistía  en  el  servicio  militar.  Cada  provincia  tenía  que  dar 
anualmente  cierto  número  de  jóvenes  sacados  por  suerte  para  servir  en 
el  ejército.  El  que  disponía  de  125  ó  150  pesos,  si  le  tocaba  la  suerte 
de  servir,  podía  hallar  quien  se  pusiera  en  su  lugar  por  aquella  suma. 
Injusticias,  prevaricaciones,  engaños  de  toda  especie,  se  llevaban  á  cabo 
durante  las  operaciones  de  sorteo  y  aquellas  "quintas"  que  fueron  motivo 
de  queja  del  pueblo  sirvieron  también  de  medio  de  lucrarse  de  muchos 
funcionarios,  tanto  civiles  como  militares,  durante  la  dominación  es- 
pañola. Actualmente  este  servicio  queda  abolido  y  tampoco  existe  el 
servicio  personal,  porque  el  pueblo  ha  sufrido  por  él  tantos  abusos, 
durante  la  pasada  dominación,  que  lo  mira  con  prevención. 

El  Bill  de  Filipinas  garantiza  la  libertad  de  la  prensa,  de  la  asociación 
y  de  la  palabra. 
42264 5 


VI.    LA  EMANCIPACIÓN  DE  ESPAÑA. 


Los  abusos  ele  los  encomenderos,  los  atropellos  cometidos  por  los  al- 
caldes mayores  y  los  oficiales  del  fisco,  lo  mismo  que  la  opresión  de  los 
frailes,  habían  terminado  en  varias  épocas  en  provincias  en  pequeñas  rebe- 
liones pronto  sofocadas,  ahogándolas  en  sangre  y  fuego,  por  el  gobierno. 
El  fanatismo  religioso  había  producido  también  desórdenes  armados  que 
fácilmente  se  dominaban ;  pero,  si  se  exceptúa  la  época  en  que  los  ingleses 
ocuparon  Manila,  nunca  se  presentó  en  Filipinas  el  caso  de  una  rebelión 
del  pueblo  encaminada  á  libertarse  de  la  soberanía  española.^ 

La  pérdida  de  las  Américas  que  experimentó  España  á  principios  del 
siglo  XIX  y  la  evidencia  del  mal  gobierno  y  pésima  política  que  se  llevaba 
en  Filipinas,  hizo  desconfiados  á  los  españoles  que  residían  en  las  islas, 
de  tal  suerte  que,  obsesionados  por  una  extremada  suspicacia,  empe- 
zaron á  dar  muestras  de  desconfianza  hacia  los  filipinos  y  cometieron  al 
mismo  tiempo  el  grave  error  de  no  querer  reconocer  que  las  colonias  no 
podían  gobernarse  despreciando  la  justicia  y  ahogando  en  el  desprecio  ó 
con  los  castigos  las  quejas  de  los  oprimidos  y  los  clamores  de  los  que 
sufrían. 

La  sublevación  de  Novales  y  otras  pequeñas  perturbaciones  del  orden 
ocurridas  en  la  primera  mitad  del  siglo  XIX,  no  valen  la  pena  de  men- 
cionarse en  esta  breve  memoria,  porque,  hasta  el  final  del  reinado  de 
Isabel  II,  no  se  puede  hallar  realmente  el  origen  del  movimiento  de  eman- 
cipación de  España,  cuyo  triunfo  obtuvo  Filipinas  en  1898. 

La  revolución  de  Septiembre  de  1868  que  destronó  en  España  á  la 
reina  Isabela  II,  dejó  sentir  muy  pronto  sus  efectos  en  Manila.  Después 
de  la  separación  de  las  antiguas  colonias  americanas,  no  había  ocurrido 
en  la  política  española  ningún  hecho  más  ruidoso  que  la  caída  de  la  dinas- 
tía reinante,  y,  después  de  muchos  años  en  que  Filipinas  vivía  en  la  más 
tranquila  inmovilidad  de  ideas  políticas,  repentinamente  se  habló  de  la 
destitución  de  la  soberana,  de  la  rebelión  iniciada  por  los  militares  y 
continuada  por  el  pueblo,  de  las  libertades  que  se  disfrutaban  bajo  el 
nuevo  gobierno  provisional  y  toda  aquella  nueva  atmósfera  que  venía 
de  España  sacaba  á  los  habitantes  de  sus  antiguos  hábitos  de  quietud 
contemplativa  en  un  estado  de  cosas  que  parecía  inamovible  y  eterno. 

^  En  la  Historia  General  ñe  Filipinas  de  José  Montero  y  Vidal,  publicada  en 
Madrid  en  los  años  1887,  1894  y  1895,  se  describen  en  su  totalidad  los  disturbios, 
levantamientos  é  insurrecciones  y  las  causas  que  los  produjeron. — J.  P.  Sanger. 


6/ 

Los  filipinos  ilustrados,  llenos  de  esperanzas  en  el  nuevo  gobierno  esta- 
blecido en  España,  creían  que  había  llegado  para  las  islas  un  período  de 
verdadero  progreso,  y  el  nuevo  ministro  de  Ultramar  Becerra  ordenaba 
al  gobernador  de  Filipinas  que  procediera  al  estudio  de  modificaciones 
destinadas  á  reformar  la  administración,  en  armonía  con  los  principios 
que  había  hecho  triunfar  la  revolución  de  1898. 

El  nuevo  gobernador  general  La  Torre  fué  recibido  con  verdadera  sim- 
patía y,  por  primera  vez  en  la  historia,  los  filipinos  más  distinguidos 
organizaron  una  pública  manifestación  que,  recorriendo  las  calles  de 
Manila,  se  dirigió  al  palacio  del  gobernador  para  expresarle  la  lealtad  del 
pueblo  y  las  esperanzas  que  tenía  de  que  el  gobierno  de  la  nación  diri- 
giría su  atención  á  las  necesidades  del  país. 

El  elemento  conservador  de  la  colonia  formado  por  aquellos  que  mira- 
ban con  los  ojos  recelosos  todo  cambio  ó  cualquier  señal  dada  por  los 
filipinos  de  interesarse  por  los  asuntos  de  su  propio  país,  vio  con  exagerada 
aprensión  la  revolución  de  la  península  y  las  simpatías  que  se  manifesta- 
ban en  Filipinas  hacia  los  hombres  y  las  ideas  del  nuevo  gobierno.  Los 
frailes,  principalmente,  no  ocultaron  su  disgusto  y,  exagerando  las  cosas, 
empezaron  á  profetizar  días  sombríos  para  la  seguridad  de  la  soberanía 
española,  levantando  en  el  ánimo  de  los  españoles  que  habitaban  las 
islas  toda  especie  de  recelos  contra  los  filipinos  de  más  prestigio  y  de 
más  respetabilidad,  que  se  atrevieron  á  manifestar  sus  deseos  de  salir  de 
la  vida  de  pasividad  en  que  vegetaban  para  ayudar  al  gobierno  en  la  obra 
de  la  regeneración  de  la  administración  del  país. 

El  general  La  Torre  tuvo  que  sufrir  la  enemistad  y  todas  las  consecuen- 
cias de  la  hostilidad  completa  que  le  manifestaron  los  españoles  y  prin- 
cipalmente los  frailes.  Cuando  salió  de  las  islas  calumniado  y  rudamente 
atacado  por  aquellos  de  sus  compatriotas  que  representaban  la  política 
tradicional  de  la  colonización  española,  quedaron  en  Manila  expuestos  á 
los  odios  de  dichos  enemigos  los  filipinos  que,  durante  el  mando  de  La 
Torre,  se  habían  atrevido  á  pedir  parí^  su  país  un  poco  de  libertad  y  un 
poco  de  aquella  justicia  que  la  revolución  de  1868  había  ofrecido  al  pueblo 
español.  Nadie  en  las  islas  pensaba  separarse  de  la  metrópoli,  ninguno 
pensaba  en  aflojar  siquiera  los  lazos  que  la  unían  con  el  archipiélago ;  al 
contrario,  se  quería  que  se  implantaran  en  él  las  mismas  leyes  y  los  mismos 
derechos  que  disfrutaban  los  españoles  de  Europa,  de  suerte  que  se  pedía 
que  la  antigua  colonia  llegara  á  ser  una  verdadera  provincia  de  la  penín- 
sula; pero  el  elemento  conservador,  sea  que  obrara  de  buena  fé,  sea  que 
convenía  á  su  política  que  así  fuera,  lo  cierto  es  que  no  se  perdonó  medio 
para  hacer  creer  á  las  autoridades  que  se  preparaba  sordamente  una 
revolución  para  destruir  el  doininio  español. 

La  llegada  del  general  Izquierdo  trasformó  por  completo  la  faz  de 
las  cosas,  notándos^e  que,  al  contrario  de  La  Torre,  este  gobernador  no 
venía  á  cambiar  en  nada  el  antiguo  régimen,  anunciando  desde  su  llegada 
que  gf)bei'naría  "con  uiui  cruz  en  una  mano  y  una  os])ada  en  la  otra." 


68 

Su  primer  acto  fué  prohibir  que  se  inaugurara  una  escuela  de  artes  y 
oficios  organizada  por  el  esfuerzo  privado  de  vecinos  de  prestigio  y  que 
no  era  del  agrado  de  las  corporaciones  religiosas.  Suponiendo  que  la 
nueva  escuela  era  un  pretexto  para  organizar  una  sociedad  política,  no 
sólo  no  permitió  su  apertura  sino  que  manifestó  públicamente  sus  recelos 
v  puso  en  evidencia  á  las  personas  que  la  dirigían.  Todos  aquellos  que 
rodearon  al  general  La  Torre  fueron  considerados  por  el  nuevo  gobernador 
como  personas  sospechosas,  frase  terrible  que  desde  entonces  se  empleó 
en  Filipinas  para  designar  aquellas  personas  que  no  seguían  servilmente 
los  gustos  y  hasta  los  caprichos  de  las  autoridades.  El  elemento  conserva- 
dor, en  cambio,  dirigía  la  política  del  gobernador  cuyos  recelos  hacia 
los  filipinos  de  cierta  cultura  fueron  creciendo  de  día  en  día. 

Un  incidente  vino  á  turbar  la  paz  de  la  colonia  y  sirvió  de  origen  á 
la  perturbación  política  que,  tomando  mayor  incremento  cada  día,  llegó 
al  fin  de  unos  treinta  años  á  destruir  la  dominación  española  en  Filipinas. 
Desde  tiempo  inmemorial,  los  obreros  del  arsenal  de  Cavite,  lo  mismo 
que  los  que  trabajaban  en  la  Maestranza  de  Artillería  y  en  el  parque  de 
ingenieros  militares,  estaban  exentos  del  pago  del  tributo  y  de  la  presta- 
ción personal  para  los  trabajos  públicos ;  pero  el  general  Izquierdo,  creyó 
oportuno  suprimir  este  privilegio  ordenando  que  en  adelante,  los  referi- 
dos obreros,  pagarían  tributo  y  estarían  obligados  á  la  prestación  personal. 
El  disgusto  que  tal  medida  produjo  en  los  interesados  fué  grande  y  los 
empleados  del  arsenal  de  Cavite  mostraron  su  descontento  declarándose 
en  huelga;  pero  la  presión  y  las  amenazas  de  las  autoridades  les  hicieron 
volver  á  su  trabajo. 

Los  obreros  del  arsenal  eran  todos  naturales  de  Cavite  y  del  inmediato 
pueblo  de  San  Eoque  en  donde  en  pocos  días,  la  efervecescencia  se  hizo 
general  y  se  fué  extendiendo  luego  entre  las  tropas  indígenas  que  guar- 
necían aquella  región.  Al  fin,  en  la  noche  del  20  de  Enero  de  1872, 
estalló  un  motín  dentro  de  la  fortaleza  de  San  Felipe,  en  Cavite,  comen- 
zando los  amotinados  por  asesinar  al  comandante  y  oficiales  españoles 
que  mandaban  la  fortaleza.  Los  sublevados  eran  unos  cuarenta  soldados 
de  infantería  de  marina  del  arsenal  juntamente  con  veintidós  artilleros 
destacados  en  San  Felipe,  capitaneados  por  el  sargento  La  Madrid.  Se 
dijo  que  toda  la  guarnición  de  Cavite  estaba  complicada;  pero  nada  ha 
venido  á  demostrarlo  sino  que,  al  contrario,  los  ilusos  que  se  levantaron 
en  rebelión  lo  hicieron  sin  contar  más  que  con  su  actitud,  en  la  creencia 
de  que  serían  imitados  y  que,  á  su  ejemplo,  se  generalizaría  una  rebelión 
contra  España  en  Filipinas.  Al  saberse  la  noticia  en  Manila,  el  general 
Izquierdo  envió  á  Cavite  al  general  comandante  de  las  tropas  de  tierra 
quien  al  frente  de  numerosa  tropa  que  llevaba,  reforzados  por  los  sol- 
dados indígenas  de  la  guarnición  de  aquella  plaza,  tomó  el  fuerte  pasando 
á  cuchillo  á  los  rebeldes  que  rendían  las  armas,  sin  perdonar  á  La  Madrid 
que,  ciego  y  cubierto  de  quemaduras  sufridas  por  la  explosión  de  un  saco 
de  pólvora,  ocurrida  la  víspera,  no  podía  huir  ni  defenderse.     Algunos 


69 

rebeldes  fueron  cogidos  y  llevados  á  Manila  y  todo  quedó  en  paz  sin 
que  en  ningún  lado  se  perturbara  en  lo  más  mínimo. 

El  suceso  de  Carite  no  podía  quedar  sin  servir  de  arma  poderosa  para 
los  españoles  y  los  frailes.  Durante  el  mando  del  general  La  Torre, 
los  filipinos  de  más  prestigio  no  titubearon  en  hacer  pública  manifestación 
de  sus  sentimientos  de  hostilidad  hacia  las  órdenes  religiosas  y  el  gobierno 
de  Madrid,  por  su  parte,  demostró  sus  deseos  de  quitar  á  los  frailes  de 
Filipinas  todo  su  predominio  en  la  gobernación  del  país,  secularizando 
la  universidad.  El  ministro  de  Ultramar  Moret  había  proyectado  refor- 
mar por  completo  el  sistema  de  gobierno  de  la  colonia  organizándola  en 
armonía  con  principios  más  justos  defendidos  por  la  revolución  española, 
y  de  tal  estado  de  cosas  resultó  que  si  los  filipinos  sentían  una  viva  espe- 
ranza de  que  la  situación  mejorara  en  su  país,  los  frailes  temían  con 
sobrada  razón  que  su  poder  en  la  colonia  se  vería  pronto  completamente 
aniquilado. 

La  algarada  de  Cavite  dio  motivo  á  los  partidarios  del  statu  quo 
colonial  para  ensayar  de  demostrar  al  gobierno  que  se  trataba  de  una 
vasta  conspiración  organizada  en  el  archipiélago  para  destruir  la  sobera- 
nía española  y  que  sus  fundamentos  debían  buscarse  en  las  ideas  lan- 
zadas desde  Madrid  por  el  mismo  gobierno  é  importadas  á  Filipinas 
por  el  general  La  Torre  y  por  los  fimcionarios  públicos  enviados  á  las 
islas  por  el  gobierno  que  sucedió  al  de  la  reina  Doña  Isabel.  Todas  las 
profecías  de  los  conservadores  parecían  cumplirse,  el  ejemplo  de  lo 
ocurrido  en  España  misma,  en  donde  la  dinastía  secular  se  derrumbó  en 
unos  cuantos  días,  daba  mas  verosimilitud  al  peligro  que  se  decía  ame- 
nazaba á  la  nación  soberana  de  Filipinas.  Las  autoridades  no  supieron 
contenerse  dentro  de  la  calma  que  necesitaban  para  conocer  la  verdad 
de  lo  ocurrido  y  la  extensión  de  la  supuesta  insurrección,  y,  dejándose 
dominar  por  la  opinión  pública,  aterrada  ante  el  cuadro  que  los  elemen- 
tos conservadores  se  aprovechaban  en  trazar  con  los  más  negros  colores, 
supusieron  que  existía  un  plan  general  para  sacudir  de  Filipinas  la  domi- 
nación española.  Siguiendo  la  política  tradicional,  no  se  encontró  medio 
más  oportuno  para  reprimir  la  sujDuesta  insurrección  que  castigar  con 
todo  el  rigor  que  era  posible,  sin  preocuparse  si  caían  inocentes  ó  culpables, 
buscando  sólo  que  el  terror  de  las  medidas  represivas  infundiera  tan 
saludable  ejemplo,  que  nadie  se  atreviera  ni  á  soñar  ya  más  con  movimien- 
tos de  semejante  índole. 

La  justicia  militar  seguía  la  pista  de  los  supuestos  culpables  por  los 
anónimos  que  recibían  las  autoridades  denunciando  á  los  filipinos  más 
distinguidos.  Hijos  de  españoles  nacidos  en  el  país,  mestizos  de  español 
ó  de  chino,  indios  puros,  como  se  decía  á  los  malayos  filipinos,  todos,  sin 
distinción,  pagaron  su  tributo,  siendo  perseguidos  con  mayor  ensaña- 
miento aquellos  que  se  habían  atrevido  á  luchar  contra  los  frailes,  como 
los  clérigos  Burgos,  mestizo  español;  Zamora,  mestizo  chino;  y  Gómez 


70 

tagolog;  que  habían  medido  sus  fuerzas  contra  las  de  los  frailes  en  el 
litigio  de  los  curatos  que  se  atribuían  al  clero  del  país. 

Un  consejo  de  guerra  condenó  á  muerte  á  los  citados  clérigos  y  á 
presidio  en  las  islas  Marianas  á  Antonio  M.  Regidor,  abogado  y  miembro 
del  Ayuntamiento,  á  Joaquín  Pardo  de  Tavera,  abogado  y  consejero  de 
administración,  al  P.  Mendoza,  cura  de  Santa  Cruz,  Guevara,  cura  de 
Quiapo,  á  los  clérigos  Mariano  Sevilla,  Feliciano  Gómez,  Ballesteros, 
José  Lasa,  y  los  propietarios  y  abogados  Carrillo,  Basa  Enriquez,  hermanos 
Basa,  Crisanto  Eeyes,  Máximo  Paterno  y  otros  muchos.  La  verdad  es 
que  el  gobierno  había  conseguido  su  objeto  de  atemorizar  á  los  filipinos, 
pero  no  sólo  fué  una  medida  injusta  sino  que  era  de  todo  punto  innece- 
saria, porque  no  había  en  el  país  la  menor  idea  de  derrumbar  la  soberanía 
española.  Al  contrario,  la  actitud  de  Moret,  Labra,  Becerra  y  otros  en 
el  gobierno  español  había  despertado  tan  viva  simpatía  hacia  la  metrópoli 
en  los  filipinos  instruidos,  que  nunca  se  había  sentido  un  movimiento  de 
aproximación  tan  grande  hacia  ella  en  la  colonia,  como  en  el  breve  tiempo 
que  transcurrió  desde  la  llegada  del  general  La  Torre  hasta  los  atropellos 
desdichadísimos  ejecutados  bajo  el  gobierno  y  la  responsabilidad  del 
general  Izquierdo.  Un  estudio  histórico  de  más  extensión  que  este,  acom- 
pañado de  documentos,  demostraría  de  una  manera  indiscutible  la  parte 
que  tomaron  en  aquella  triste  ocurrencia  las  órdenes  religiosas;  pero  uno 
de  los  resultados  de  la  llamada  revolución  de  Cavite  fué  fortificar  el  poder 
de  los  frailes  en  Filipinas  de  tal  suerte  que  los  gobiernos  de  la  metrópoli, 
que  pensaban  hasta  entonces  tomar  medidas  para  disminuir  su  poder  en 
las  islas,  no  sólo  abandonaron  su  política  sino  que  decidieron  robustecer 
en  todo  lo  que  podían  el  prestigio  y  autoridad  de  los  frailes  en  Filipinas 
considerándolos  más  importantes  que  nunca  para  la  conservación  de  la 
soberanía  española.  El  mismo  fenómeno  se  observó  en  las  islas,  y  no  sólo 
el  gobierno  les  abrió  toda  su  confianza,  sino  que  el  pueblo  filipino  los  vio 
desde  entonces  como  los  verdaderos  soberanos  y  como  representantes,  tan 
poderosos  como  temibles,  del  dominio  de  España. 

Pero  no  fueron  estas  las  únicas  consecuencias  de  la  política  desplegada 
por  Izquierdo.  Hasta  entonces  no  se  trató  en  Filipinas,  como  queda 
dicho,  de  atacar  la  soberanía  de  España,  sino  de  procurar  por  el  progreso 
intelectual  y  material  del  país.  Xunca  se  había  ocurrido  á  los  filipinos 
culpar  á  la  nación  española  del  estado  de  atraso  en  que  se  hallaba,  ni  de 
las  vejaciones  cometidas  en  el  país  por  los  funcionarios  españoles,  sino 
que  era  común  atribuirlo  todo  á  la  culpa  individual  de  los  funcionarios 
públicos,  sin  meterse  en  examinar  si  las  cosas  tenían  un  origen  de  carácter 
general.  Además,  las  persecuciones  del  tiempo  de  Izquierdo  atribuían 
á  los  filipinos  ideas  de  independencia  por  las  cuales,  aunque  en  realidad 
no  existían,  hubo  mártires,  demostrando  al  pueblo  que  los  más  inteligentes 
y  más  ricos,  sin  distinción  de  color  ni  de  razas,  habían  sufrido  la  muerte, 
el  presidio  y  el  destierro  por  buscar  la  independencia  de  su  país.  Mientras 
más  grande  el  temor  que  sentían  del  poder  del  fraile  y  de  los  castigos  del 


71 

gobierno,  más  grande  fué  también  la  admiración  popular  por  aquellos 
filipinos  que  no  temieron  arrostrar  esos  peligros  por  defender  los  derechos 
(le  sus  compatriotas,  y  se  fué  así  estimulando  con  las  persecuciones  el 
sentimiento  del  pueblo,  que  fué  educándose  en  una  rebelión  oculta  y  pasiva 
mientras  más  crecíaiLlas  amenazas  de  los  que  le  oprimían. 

Nada  vino  á  destruir  la  desconfianza  y  el  recelo  que,  desde  los  sucesos 
de  Cavite  y  su  cruel  represión,  existía  entre  españoles  y  filipinos,  entre 
estos  y  los  frailes  principalmente.  Muchos  años  debían  pasar  para  que 
se  cicatrizaran  las  heridas  abiertas  en  tantas  familias  que  sufrieron  los 
injustos  castigos  impuestos  por  los  consejos  de  guerra.  Pero  nada  se 
hizo  para  hacer  olvidar  aquella  enorme  injusticia:  al  contrario,  conti- 
nuamente se  recordaba  con  el  fin  de  mantener  un  sano  temor,  lográndose 
sólo  mantener  un  descontento  creciente.  Desde  entonces  se  adoptó  el 
sistema  de  dar  carácter  político  á  cualquier  cuestión  que  surgía  entre 
españoles  y  filipinos.  Cualquier  acto  contrario  á  un  fraile  era  siempre 
interpretado  como  una  demostración  de  sentimientos  antiespañoles. 

El  número  de  jóvenes  que  salían  de  Filipinas  para  educarse  fuera 
era  cada  día  mas  grande,  contribuyendo  esto  para  aumentar  el  descon- 
tento, porque  era  constante  que  las  familias  de  tales  estudiantes  se  veían 
estrictamente  observadas  en  todo  lo  que  hacían,  pues  la  desconfianza  de 
las  autoridades  hacía  ver  en  ellas  supuestos  agentes  de  ideas  políticas, 
quienes  relacionados  con  los  de  afuera  no  podían  traer  al  archipiélago 
más  que  proyectos  de  rebelión  y  programas  de  organizaciones  revolu- 
cionarias dirigidas  contra  España. 

Algunos  escritores  españoles  creyeron  oportuno  inaugurar  una  lite- 
ratura destinada  á  rebajar  á  los  filipinos  y  presentarlos  como  seres 
degradados,  de  tan  ínfima  condición  que  no  había  nada  que  temer  de 
ellos.  No  era  posible  escribir  nada  en  contra  de  tales  ataques  en  Fili- 
pinas, porqvie  la  imprenta  se  movía  bajo  la  mas  rigurosa  censura;  pero 
en  España  se  iba  reuniendo  un  núcleo  de  filipinos  que  salieron  en  defensa 
de  sus  compatriotas.  Marcelo  H.  del  Pilar  fundó  "La  Solidaridad", 
periódico  defensor  de  los  filipinos,  cuya  circulación  fué  estrictamente 
prohibida  en  Manila,  en  la  cual  aparecieron  brillantes  artículos  de  Rizal, 
Ja  en  a  y  otros. 

El  malestar  se  hacía  cada  día  más  grande  en  Filipinas,  pero  el  pueblo, 
sin  instrucción,  no  podía  explicarse  la  causa  de  su  disgusto.  La  lectura 
del  Noli  me  tangere  de  Rizal,  descorrió  el  velo  é  hizo  ver  á  todos,  en 
dónde  estaba  el  mal  que  lamentaban. 

El  autor,  joven  tagalog  del  pueblo  de  Kalamba,  en  h  provincia  de  La 
Laguna,  acaba  de  escribir  con  dicho  título  una  novela  política  en  donde, 
por  primera  vez,  en  cuadros  llenos  de  vida  y  de  verdad,  se  retrataba  el 
sufrimiento  del  pueblo  filipino,  pintando  con  una  verdad  admirable,  desde 
el  niño  hasta  el  anciano,  desde  el  oscuro  hombre  del  vulgo,  hasta  la  más 
distinguida  heredera  y  el  joven  de  nu'is  cultura.     El  libro  representaba 


72 

la  vida  y  las  costumbres  del  país,  llenas  de  poesía  y  arrancadas  del  des- 
precio y  del  ridículo  en  que  los  autores  españoles  se  habían  complacido 
en  colocarlos.     Todos  los  defectos  de  la  administración  pública,  la  igno- 
rancia supina  de  los  funcionarios,  su  corrupción,  los  vicios  del  clero 
regular,  la  incapacidad  de  los  gobernantes,  la  inferioridad  de  la  cultura 
española,  se  pusieron  en  evidencia.     El  prestigio  de  los  frailes,   fun- 
dado en  la  ignorancia  del  pueblo,  quedó  desmoronado,  cuando  al  des- 
cribir la  vida  y  hechos  de  los  curas  en  provincias,   demostró   su  in- 
moralidad y  vicios.     La  enseñanza  dada  en  los  colegios  y  universidad 
filipina  quedó  asimismo  en  descubierto,  al  descubrir  sus  procedimientos 
y  demostrar  sus  resultados:  no  quedó  un  átomo  de  la  estructura  de  la 
administración  colonial  que  no  resultara  malparado,   destruyendo   por 
completo  el  prestigio  que  la  civilización  española  tenía  ante  los  filipi- 
nos.    Fina  y  hábilmente  puso  en  comparación  todo  lo  que  era  español 
con  lo  que  se  hacía,  pensaba  y  adelantaba  en  Europa,  especialmente 
en   Alemania,  y  puede   decirse  que,   el   que   leyó   el  Noli  me   tangere 
detestó   la   colonización   española   y   consideró   á   los   frailes   como    los 
peores   enemigos   del   progreso   de    Filipinas.     En   lugar   de   servir   de 
aviso  á  la  política  española  para  hacerla  variar  de  rumbo,   Noli   me 
tangere  sirvió,  al  contrario,  para  exitar  á  los  españoles  que  se  sintieron 
ofendidos  y  no  modificaron  en  nada  sus  procedimientos.     Enconáronse 
los   ánimos   contra   filipinos   instruidos,    los   ilustrados,   que   se    vieron 
cada  día  más   perseguidos   y   tratados   como   sospechosos.     Los    franc- 
masones españoles,  advertidos  por  Rizal  trataron  de  organizar  su  asocia- 
ción en  Filipinas,  para  procurar  contrarrestar,  con  su  actitud  fraternal 
hacia  los  filipinos,  los  actos  de  intolerancia  del  gobierno  y  de  los  frailes ; 
pero  no  lograron  sino  despertar  más  y  más  los  recelos  de  los  gobernantes. 
Las  ideas  nuevas  corrían  y  se  infiltraban ;  y,  i^or  más  que  la  lectura  del 
Noli  me  tangere  exponía  á  las  más  graves  persecuciones,  el  libro  corría 
ocultamente  cada  día  más  buscado,  más  estimado,  traducido  en  hojas 
sueltas  al  tagalog  y  al  bisaya.     Eizal  publicó  pronto  la  segunda  parte 
de  su  novela  titulándola   "El   Filibusterismo",   en   donde   presentó   de 
una  manera  magistral  el  país  marchando  á  la  revolución,  no  por  culpa 
del  pueblo  filipino  que,  sufrido  y  bueno,  todo  lo  esperaba  todavía  de  las 
promesas  de  España,  sino  por  culpa  de  los  gobernantes  que  seguían 
ciegos  su  política,  sordos  á  los  gritos  pidiendo  justicia,  ciegos  ante  el 
espectáculo  de  un  pueblo  que  sufría,  que  esperaba  y  que  estaba  á  punto 
de  impacientarse.     "El  Filibusterismo",  fué  una  advertencia;  pero  el 
orgullo  español  la  despreció  y  su  autor,  que  era  digno  del  agradecimiento 
de  España  y  de  sus  hijos,  fué  considerado  por  estos  como  su  peor  enemigo. 
Antes  de  la  aparición  de  "El  Filibusterismo",  se  había  exilado  bastante 
la  opinión  filipina  por  un  suceso  que  se  desarrolló  en  1888,  mandando  el 
general  Terreros.     Por  un  disgusto  ocurrido  entre  los  vecinos  de  Binondo 
con  el  cura  fraile  de  aquel  pueblo,  decidieron  muchos  filipinos  presentar 


73 

al  general  una  petición  en  la  que  le  rogaban  decretar  la  expulsión  de 
Filipinas  del  Arzobispo  y  de  las  comunidades  religiosas.  El  hecho  se 
tradujo  como  una  amenaza  á  la  soberanía  española  y  en  una  junta  de 
autoridades  se  decidió  perseguir  con  el  mayor  rigor  á  todos  cuantos  habían 
firmado  el  escrito,  que  se  consideró  sedicioso  y  merecedor  de  los  más 
severos  castigos.  Infinidad  de  personas  de  consideración  fué  conducida 
á  la  cárcel  y  durante  muchos  meses  la  atención  pública  se  concentró  en 
el  asunto.  Se  siguió  un  proceso  rodeado  del  más  profundo  misterio, 
decretándose  diariamente  la  prisión  de  personas  pacíficas,  honradas  y 
respetables,  acusándolas  de  estar  envueltas  en  la  conspiración.  Como  si 
esto  no  fuera  suficiente  para  alarmar  al  pueblo,  se  suscitó  la  cuestión  de 
Kalamba  cuyos  habitantes  trataron  de  dicutir  á  los  frailes  dominicos  la 
validez  de  su  título  de  propiedad  sobre  las  tierras  de  dicho  municipio. 
Aunque  la  cuestión  se  ventilaba  ante  los  tribunales  ordinarios  de  justicia, 
el  gobernador  general  Weyler,  intervino  y  envió,  para  apoyar  las  preten- 
siones de  los  frailes  en  Kalamba,  una  compañía  de  artilleros  españoles, 
con  sus  cañones  de  campaña.  Los  vecinos  que  se  atrevieron  á  discutir 
los  derechos  de  los  frailes  fueron  arrojados  del  pueblo,  sus  casas  que- 
madas y  perseguidos  con  sus  familias.  Toda  la  familia  de  Rizal,  lo 
mismo  que  otras  principales,  fueron  enviadas  á  la  deportación,  y,  los 
que  pudieron  escapar,  tuvieron  que  refugiarse  en  Hongkong  para  librarse 
de  mayores  atropellos. 

Estos  sucesos  aparecieron  narrados  sin  exajerarlos,  con  la  mayor  fide- 
lidad, en  "El  Filibusterismo".  Por  todas  partes  ocurrían  pequeños 
incidentes  que  podían  considerarse  como  presagios  de  acontecimientos 
graves,  pero  mientras  Eizal  y  los  filipinos  de  mas  instrucción  considera- 
ban que,  para  acallar  las  quejas,  no  se  necesitaba  más  que  una  política 
de  justicia  atendiendo  las  aspiraciones  del  pueblo  filipino,  España  siguien- 
do su  política  tradicional,  seguía  empeñada  en  ahogar  la  voz  del  pueblo 
adoptando  medidas  de  rigor,  negándose  á  abrir  los  ojos  á  la  evidencia, 
empeñándose  en  acusar  de  ingratos  á  los  filipinos,  perseguiéndolos  como 
criminales,  con  el  fin  de  dominar  el  conflicto  por  el  terror. 

Esperando  alcanzar  de  España  las  reformas  que  el  estado  del  país 
reclamaba,  Eizal,  en  unión  de  algunos  filipinos  prestigiosos,  formó  la 
Liga  Filipina,  sociedad  que  se  proponía  trabajar  por  la  instrucción  públi- 
ca, por  la  abolición  del  poder  monacal,  por  la  representación  de  Filipinas 
en  el  Congreso  de  la  Metrópoli  y  para  conseguir  en  fin,  que  se  aplicara  en 
la  colonia  la  legislación  vigente  en  la  madre  patria,  inspirándose  en  lo 
que  entonces  se  llamaba  política  de  asimilación.^     Al  mismo  tiempo  se 

'Las  reformas  principales  pedidas  por  los  Filipinos  eran  la  expulsión  de  los 
frailes  y  la  restitución  de  los  terrenos  de  los  frailes  á  los  municipios;  la  repre- 
sentación en  el  parlamento  español;  la  libertad  de  la  prensa;  la  tolerancia 
religiosa;  las  leyes  y  jurisprudencia  de  España,  y  la  igualdad  ante  la  ley;  la 
autonomía  administrativa  y  económica;  y  la  abolición  del  derecho  de  desterrar 
:1   ciudadanos. — J.  P.  Sangeb. 


74 

constituyeron  en  ^lanila  y  en  algunas  provincias  logias  masónicas  depen- 
dientes del  Gran  Oriente  Español  y  en  ellas  se  afiliaron  innumerables 
individuos  de  todas  edades  y  condiciones. 

La  plebe  no  había  aún  tomado  parte  en  este  movimiento  político  de 
carácter  pacífico.  El  pueblo  bajo  no  había  hecho  hasta  entonces  mas  que 
sufrir,  pero  al  fin,  la  guardia  civil  por  sus  excesos  se  presentaba  ante  sus 
ojos  convertida  en  su  mas  temido  enemigo,  los  frailes  por  su  conducta  en 
la  mayoría  de  los  pueblos  habían  perdido  su  antiguo  prestigio  y  se  habían 
atraído  el  odio,  ó  por  lo  menos  la  antipatía,  cuando  Andrés  Bonifacio 
decidió  organizar  una  asociación  que  tituló  "El  Katipunan"  con  el  fin 
de  utilizar  los  elementos  poderosos  que  ofrecía  la  plebe  deseosa  de  salir 
del  malestar  en  que  se  encontraba. 

Andrés  Bonifacio  era  un  hombre  de  escasa  instrucción,  de  unos  40  años 
de  edad,  pero  con  un  cerebro  y  un  corazón  de  verdadero  organizador  de 
revolución.  Inspirado  por  un  patriotismo  exaltado,  y  convencido  de 
que  no  era  posible  que  Filipinas  obtuviera  nada  de  España,  estaba  tam- 
bién persuadido  de  la  necesidad  de  emanciparse  de  su  soberanía,  y  consti- 
tuyó "El  Katipunan"  con  el  fin  de  sacudir  el  yugo  de  España  como  paso 
preliminar  para  desarrollar  los  planes  de  progreso  que  se  proponía  la 
confiada  Liga  Filipina,  tomando  de  la  francmasonería  parte  del  simbolis- 
mo de  sus  procedimientos  y  de  su  organización. 

Los  frailes  y  los  españoles  supusieron  más  tarde  que  la  masonería 
hizo  la  revolución,  pero  fué  un  error,  porque  para  nada  intervinieron  los 
francmasones  en  el  movimiento  revolucionario,  llevado  únicamente  á  cabo 
por  los  miembros  del  "Katipunan"  bajo  la  activa  y  hábil  dirección  de 
Andrés  Bonifacio.  Para  ingresar  en  esta  sociedad,  tenía  el  neófito  que 
hacerse  una  incisión  en  el  brazo  para  extraer  unas  gotas  de  su  sangre,  con 
la  cual  firmaba  su  promesa,  jurando  obedecer  ciegamente  todo  cuanto 
en  interés  de  la  asociación  se  le  ordenara,  guardar  el  secreto  de  lo  que 
oyera  y  viera,  y  dar  sin  titubear  hasta  la  vida  por  el  bien  de  su  patria, 
Filipinas. 

Andrés  Bonifacio,  con  una  intuición  perfecta  y  conocimiento  del 
carácter  filipino,  comprendió  que  había  llegado  el  momento  en  que, 
llamando  como  convenía  al  sentimiento  y  á  la  razón  de  cada  filipino, 
levantaría  el  pueblo  entero  y  podría  organizar  una  rebelión  entusiasta, 
popular  y  fuerte,  como  así  sucedió. 

El  día  19  de  Agosto,  un  fraile,  cura  de  Tondo,  averiguó  por  medio  del 
confesionario  que  existía  una  vasta  conspiración  para  exterminar  á  todos 
los  españoles,  y  pocos  momentos  después,  el  gobernador  quedaba  enterado 
de  la  ocurrencia.  Ya  se  tenía  noticias  en  el  gobierno  de  la  organización 
secreta,  y  al  conocerse  los  detalles  comunicados  por  el  cura  de  Tondo, 
se  empezó  á  reducir  á  prisión  á  las  personas  de  quienes  se  sospechaba.  El 
general  Blanco  parecía  tomar  las  cosas  con  una  calma  prudente,  pero  los 
miembros  del  "Katipunan",  al  ver  que  sus  afiliados  iban  llenando  las 
cárceles,  decidieron  rebelarse  antes  de  la  época  convenida. 


7o 

El  30  de  Agosto,  un  grupo  considerable  de  revolucionarios  se  levantaron 
en  San  Juan  del  Monte,  y  la  artillería  peninsular  con  buen  armamento  y 
disciplina,  dominó  el  movimiento,  haciendo  una  mortandad  horrible  de 
filipinos  y  reduciendo  á  prisión  á  varios.  Los  actos  de  crueldad  llevados 
á  cabo  aquel  día  por  las  tropas  españolas,  fueron  lo  que  podía  esperarse 
conociendo  las  costumbres  de  cruel  represión  en  la  historia  de  España. 

En  Manila  no  había  más  que  unos  400  soldados  españoles  y  muy  poca 
tropa  indígena,  porque  toda  la  fuerza  militar  se  hallaba  ocupada  en  Min- 
danao  y  apoderándose  el  terror  de  las  autoridades  y  de  los  españoles  de 
Manila,  se  inauguró  un  terrible  sistema  de  persecución,  reduciendo  á 
prisión  á  todos  los  filipinos  de  más  prestigio.  Valenzuela,  Eoxas,  Abolla, 
Franco,  Salvador  y  otros  fueron  miserablemente  fusilados,  condenados 
por  consejos  de  guerra  en  los  cuales  se  atropello  la  justicia,  por  satisfacer 
la  opinión  pública  española.  El  dia  30  de  Diciembre  de  1890  condenado 
por  un  consejo  de  guerra,  se  fusiló  á  Eizal,  y  ante  su  cadáver,  al  son  de 
una  marcha  triunfal,  desfilaron  las  tropas,  y  la  sociedad  española  que 
presenció  el  acto  gritaba  satisfecha  ¡  Viva  España !,  creyendo  que  con 
la  muerte  de  Eizal  se  había  ahogado  la  revolución  cuando  en  realidad  se 
habían  roto  para  siempre  los  lazos  que  unían  al  pueblo  filipino  con  la 
nación  española. 

Las  cárceles  de  Manila  estaban  llenas  de  gente  ;  en  la  fuerza  de  Santiago 
murieron  asfixiados  en  una  noche  cincuenta  y  ocho  prisioneros  de  los 
ochenta  que  el  comandante  de  la  fortaleza  había  encerrado  en  im  calabozo 
privado  de  aire.  En  los  cuarteles  se  sometía  á  la  tortura  á  los  infelices 
que  se  cogían,  y  por  todas  partes  en  Filipinas  se  cometían  actos  de 
verdadero  salvajismo  contra  los  filipinos  indefensos  y  leales,  porque  los 
culpables,  arreglándose  como  podían,  habían  salido  al  campo  para  hostili- 
zar á  los  españoles. 

La  provincia  de  Cavite  se  había  declarado  en  completa  rebelión  y, 
para  reducirla,  fué  menester  que  el  general  Lachambre  la  invadiera  con 
14,000  soldados  españoles  apoyados  por  la  escuadra  de  Montojo  que 
triunfaba  en  las  mismas  aguas,  en  donde  poco  después  la  sumergió  la 
escuadra  de  Dewey. 

í]milio  Aguinaldo  con  un  grupo  considerable  de  revolucionarios,  entre 
los  cuales  se  contaban  los  más  prestigiosos,  burlándose  de  los  españoles, 
atraviesa  la  provincia  de  Cavite,  la  de  Manila  y  parte  de  Bulacán, 
fortificándose  en  esta  última  en  un  monte  denominado  Biácnabató. 

El  general  Primo  de  Eivera,  que  gobernaba  Filipinas,  logró  convencer 
al  general  Aguinaldo  y  sus  caudillos  que  aceptaran  un  tratado  de  paz, 
(jue  fué  firmado,  según  se  decía,  el  14  de  Diciembre  de  1897.  Por  dicho 
tratado,  se  ofrecía  á  los  filipinos  la  expulsión  de  los  frailes,  la  libertad 
de  imprenta,  de  asociación  y  de  la  prensa,  la  representación  en  el  con- 
greso español  la  amnistía  para  todos  los  revolucionarios.  Aguinaldo  y 
sus  caudillos  se  comprometían  á  trasladarse  á  Hongkong  y  recibirían 


76 

además  la  suma  de  600,000  pesos,  como  compensación  de  las  armas,  mu- 
niciones y  demás  pertrechos  que  abandonaban  en  Biacnabató. 

Aguinaldo  quedó  convencido  de  que  existía  realmente  un  tratado,  pero 
en  el  transcurso  del  tiempo,  nadie  ha  podido  demostrar  que  tal  tratado 
existiera,  y  mas  l)ien  parece  que  Aguinaldo  y  los  caudillos  que  le  seguían 
fueron  completamente  engañados  en  este  punto,  creyendo  de  buena  fe 
lo  que  por  personas  interesadas  se  les  había  afirmado  sobre  el  particular. 
Después  que  los  jefes  insurrectos  abandonaron  Filipinas,  la  paz  parecía 
por  unos  momentos  restablecida,  pero  pequeñas  pertubaciones  del  orden 
público  que  se  repetían  por  todas  partes  demostraban  que  la  revolución 
permanecía  en  estado  latente.  Cuando  en  1898  se  supo  en  Filipinas 
que  se  había  declarado  la  guerra  entre  España  y  los  Estados  Unidos,  el 
general  Augustin,  que  entonces  gobernaba,  organizó  rápidamente  milicias, 
confiándolas  á  la  jefatura  de  los  antiguos  caudillos  revolucionarios  que 
aún  quedaban  en  el  país,  y  trató  de  atraerse  la  cooperación  de  los  fili- 
pinos, creando  en  Manila  un  cuerpo  titulado  Asamblea  Consultiva,  con 
el  fin  de  que  dicho  cuerpo  sugiriera  al  gobierno  aquello  que  fuera  conve- 
niente para  el  bien  del  país.  Como  en  todas  las  circunstancias  supremas 
para  el  gobierno  español  en  sus  colonias  esta  vez  también  trató  de  atraerse 
la  simpatía,  adoptando  una  actitud  generosa,  pero  los  sucesos  debían 
desarrollarse  con  rapidez  y  la  soberanía  española  estaba  próxima  á  su  fin. 

El  dia  1.°  de  Mayo,  la  escuadra  de  Dewey  destruyó  por  completo  en  la 
ensenada  de  Bacoor  á  la  escuadra  española  de  Filipinas  y  en  el  mismo 
día  obtenía  la  rendición  de  Cavite,  estableciendo  un  bloqueo  completo 
de  la  bahía  de  Manila.  Las  tropas  españolas  estaban  esparcidas  por 
Luzón  y  las  islas  del  Archipiélago  en  número  de  12,000  hombres.  Las 
milicias  filipinas  se  componían  de  11,000  hombres  y  el  gobierno  de  Ma- 
nila seguía  confiado  en  que  con  las  promesas  hechas  al  país  de  establecer 
un  gobierno  autonómico,  los  filipinos  defenderían  los  derechos  de  España, 
pero  el  19  de  Mayo,  el  general  Aguinaldo  desembarcaba  en  Cavite  y, 
quince  días  después,  todas  las  milicias  filipinas  se  habían  rebelado  contra 
España  y  Manila  se  encontró  bloqueada  por  el  mar  por  los  americanos  y 
por  tierra  por  los  filipinos.^     En  poco  tiempo  los  soldados  españoles 

^  La  primera  fuerza  expedicionaria  bajo  el  mando  del  mayor  general  Wesley 
Merritt,  del  Ejército  de  los  Estados  Unidos,  llegó  al  puerto  de  Manila  el  30  de 
Junio  de  1898.  Cavite  fué  ocupado  en  1  de  julio,  y  Parañaque,  á  siete  millas 
al  sur  de  Manila,  el  12  de  julio,  desde  cuyo  último  punto  se  inició  el  avance 
sobre  la  ciudad.  El  14  de  agosto  el  general  Merritt  publicó  la  siguiente 
proclama : 
A  los  habitantes  de  Filipinas: 

"1.  Desde  el  21  de  abril  de  este  año  existe  la  guerra  entre  los  Estados  Unidos 
y  España.  Desde  entonces  habéis  presenciado  la  destrucción  de  las  fuerzas  na- 
vales españolas  en  estas  islas  por  la  escuadra  americana,  la  capitulación  de 
Manila,  su  principal  ciudad,  con  todas  sus  defensas  y  la  rendición  del  ejército 
que  defendía  este  territorio,  á  las  fuerzas  militares  de  los  Estados  Unidos. 

"2.  El  general  en  jefe  de  las  fuerzas  de  los  Estados  Unidos,  ahora  en  posesión, 
tiene   instrucciones   de   su   Gobierno   para  asegurar   á   los   habitantes   que   no   ha 


77 

rindieron  sus  armas  á  los  filipinos  y  el  dia  13  de  Agosto,  al  capitular 
Manila  y  ser  ocupada  por  las  tropas  del  general  Merritt  las  fuerzas  fili- 
pinas entraron  también  en  la  capital.  El  general  Emilio  Aguinaldo 
organizó  entonces  un  gobierno  provisional  en  Bacoor,  trasladándose  en  el 
mes  de  Septiembre  á  Malolos  en  donde  se  organizó  el  gobierno  revolu- 
cionario de  Filipinas. 

Como  los  filipinos  creían  que  era  la  intención  del  pueblo  de  los  Estados 
Unidos,  al  destruir  la  soberanía  española,  otorgar  la  independencia  de 

venido  aquí  con  el  objeto  de  hacer  la  guerra  á  nadie  ni  á  ninguno  de  sus  par- 
tidos, sino  á  proteger  sus  casas,  sus  industrias  y  sus  derechos  religiosos  indi- 
viduales. Todos  aquellos  que,  por  su  eficaz  ayuda  y  sumisión  honrada,  cooperasen 
á  los  buenos  propósitos  y  fines  de  los  Estados  Unidos,  recibirán  la  recompensa 
de  su  amparo  y  protección. 

"3.  El  gobierno  establecido  entre  vosotros  por  el  ejército  de  los  Estados  Unidos 
es  un  gobierno  militar  de  ocupación.  Interinamente  se  ordena,  que  las  leyes 
municipales  que  afectan  derechos  referentes  á  personas  y  propiedades,  socie- 
dades particulares,  así  como  las  leyes  penales  para  el  castigo  de  toda  clase  de 
faltas,  continuarán  en  vigor  siempre  que  sean  compatibles  con  los  fines  de  este 
gobierno  militar.  Dichas  leyes  serán  administradas  por  los  tribunales  ordinarios 
como  antes,  pero  por  empleados  nombrados  por  el  gobierno  de  ocupación. 

"4.  Será  nombrado  un  capitán  preboste  general  (gobernador  político-militar) 
para  la  ciudad  de  Manila  y  sus  diferentes  distritos.  Este  territorio  será  divi- 
dido en  barrios,  á  cada  uno  de  los  cuales  se  señalará  un  delegado  capitán  preboste 
(político-militar).  Las  atribuciones  del  capitán  preboste  general  y  sus  delegados 
se  darán  á  conocer  en  detalle  por  próximas  disposiciones.  En  términos  generales, 
estarán  investidos  con  atribuciones  de  poder  arrestar  á  toda  clase  de  infractores, 
tanto  militares  como  civiles,  enviando  á  los  primeros  á  sus  respectivos  jefes  para 
ser  juzgados  por  consejos  de  guerra,  con  una  relación  de  sus  faltas  y  nombres 
de  los  testigos,  y  deteniendo  en  custodia  á  todos  los  demás  infractores  para  ser 
juzgados  por  comisiones  militares,  tribunales  ordinarios  ó  por  tribunales  cri- 
minales indígenas,  de  conformidad  con  la  ley  ó  instrucciones  que  se  publicarán 
más  adelante. 

'"5.  El  pueblo  de  Manila  y  todos  los  demás  puertos  y  lugares  de  Filipinas 
que  actualmente  se  hallen  en  posesión  de  nuestras  fuerzas  de  mar  y  tierra,  serán 
abiertos,  mientras  dura  su  ocupación  militar,  al  comercio  de  todas  las  naciones 
neutrales,  así  como  al  nuestro,  para  todos  aquellos  artículos  que  no  sean  contra- 
bando de  guerra,  y  previo  el  pago  de  los  derechos  que  rijan  en  la  fecha  de  su 
importación. 

"6.  Todas  las  iglesias  y  lugares  dedicados  al  culto  religioso,  á  las  artes  y 
ciencias,  centros  de  instrucción,  bibliotecas,  colecciones  científicas  y  museos,  serán 
en  lo  posible  protegidos.  Se  prohibe  la'  destrucción  ó  deterioro  intencional 
de  dichos  edificios  ó  propiedades,  monumentos  históricos,  archivos  ú  obras  de 
ciencia  ó  arte,  salvo  el  caso  urgente  de  necesidad  militar.  Se  castigará  severa- 
mente toda  infracción  de  estas  reglas. 

"Los  que  custodian  todas  las  propiedades  de  la  clase  expresada  en  este  párrafo, 
darán  inmediato  aviso  á  este  cuartel  general,  manifestando  su  clase  y  situación, 
acompañando  al  mismo  tiempo  las  recomendaciones  que  crean  prudentes  para  la 
buena  protección  de  las  propiedades  confiadas  á  su  cuidado  y  custodia,  con  el 
objeto  de  ayudar  los  esfuerzos  de  las  autoridades  militares"  y  civiles  para  con- 
seguir la  protección  de  aquellos. 

"7.  El  general  en  jefe  al  anunciar  el  establecimiento  de  un  gobierno  militar 
y  al  hacerse  cargo  de  sus  atribuciones  como  gobernador  militar,  en  conformidad 


78 

Filipinas,  al  publicarse  en  el  mes  de  Enero  de  1899  por  el  general  Otis 
el  tratado  de  París,  un  descontento  general  hizo  prever  más  que  nunca 
la  lucha  de  los  filipinos  contra  los  americanos.  El  dia  4  de  Febrero  del 
mismo  año,  se  rompieron  las  hostalidades  y  el  ejército  americano  empezó 
desde  aquel  día  una  campaña  de  conquista  del  archipiélago  que  pudo 
considerarse  terminada  en  1901. 

En  el  año  1900  llegó  á  Filipinas  la  Comisión  que  debía  organizar  el 
gobierno  civil  de  las  islas  y  en  el  mes  de  Diciembre  quedó  formado  el 
Partido  Federal,  la  primera  organización  política  que  se  formaba  en 
Filipinas  y  cuyo  fin  principal  fué  obtener  la  paz  y  prestar  su  apoyo  al 
desarrollo  de  los  planes  de  la  Comisión,  presidida  por  el  Honorable 
William  H.  Taft. 

Fuera  de  una  parte  de  la  isla  de  Mindanao  y  de  la  isla  de  Joló  y  otras 
que  constituyen  la  titulada  Provincia  :\Iora,  la  paz  se  ha  restablecido  en 
el  archipiélago.  Los  ideales  de  independencia  dominan  todavía  en  una 
inmensa  mayoría  del  pueblo  filipino,  pero  la  clase  filipina  ilustrada  está 
convencida  de  que  el  triunfo  podría  conseguirse  dentro  de  los  medios 
legales  y  que  las  revoluciones  y  el  empleo  de  la  fuerza  no  podrían  ser 
beneficiosas  á  los  intereses  del  pueblo  filipino. 


con  su  nombramiento  por  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  desea  asegurar  á 
los  habitantes,  que  siempre  y  cuando  que  guarden  el  orden  y  cumplan  sus 
deberes  hacia  los  representantes  de  los  Estados  Unidos,  no  serán  molestados  en 
sus  personas  y  propiedades,  excepto  el  caso  en  que  haya  de  hacerse  expropia- 
ciones forzosas  i>or  necesidad  del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  ó  en  beneficio 
del  pueblo  filipino." 

El  general  Merritt  continuó  en  el  mando  y  ejerció  las  funciones  de  gobernador 
militar  hasta  el  29  de  agosto,  en  cuya  fecha  él  fué  relevado  por  el  mayor  general 
E.  S.  Otis,  que  fué  á  su  vez  reemplazado  por  el  mayor  general  A.  INIacArthur  el 
5  de  mayo  de  1900. 

La  insurrección  de  los  Filipinos  contra  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  llegó 
á  su  punto  culminante  el  4  de  febrero  de  1899,  cuando  se  llevó  á  cabo  el  ataque 
general  sobre  Manila,  y  desde  aquella  fecha  se  llevaron  á  cabo  las  hostilidades 
en  todas  las  islas  mayores,  especialmente  en  Luzón.  El  4  de  julio  de  1901, 
el  mayor  general  A.  R.  Chaffee  relevó  al  general  MacArthur,  y  el  gobierno  militar 
de  las  islas  fué  reemplazado  por  el  gobierno  civil,  excepto  en  el  archipiélago 
joloano  y  en  toda  la  isla  de  Mindanao  sin  contar  con  las  provincias  de  Surigao 
y  Misamis,  que  permanecieron  bajo  la  dirección  del  gobernador  militar  y  coman- 
dante en  jefe  del  Ejército  hasta  el  1  de  junio  de  1903.  cuando  se  organizó  la 
provincia   mora. — .T.   P.  S.\nger. 


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O 


THE  LIBRAPtY 

UNIVER8ITY  OF  C  *  LIFORNIA 

LOS  ANGELES