RESENA HISTÓRICA DE
FILIPINAS DESDE SU
DESCUBRIMIENTO
HASTA 1903
í¿^
POR
T. H. PARDO DE TAVERA
^
PUBLICADA POR AUTORIDAD DE LA
COMISIÓN DE FILIPINAS
42264
MANILA
BUREAU OF PRINTING
1906
JOS
ADVERTENCIA.
La Keseña Histórica que ve la luz en las siguientes páginas fué escrita
á ruego del General J. P. Sanger para ser publicada en el Censo de Fili-
pinas. Quedó sentado por el General mencionado que el autor no estaría
sujeto á ninguna censura y que su Memoria vería la luz sin modificación,
excepto si trataba algún punto que, por su carácter y por la forma de su
redacción, no debía ser impreso en una obra oficial.
Después de escrita la Reseña, el General J. P. Sanger propuso al Dr.
T. H. Pardo de Tavera añadir algunas notas que, en el sentir de aquél,
aclararían el texto, asintiendo el autor á ello á condición de que las notas
irían con el nombre del General Sanger, no sólo para darle con esto satis-
facción sino principalmente para no cargar el Dr. Pardo de Tavera con la
responsabilidad del contenido ó de la oportunidad de dichas notas.
Al recibirse en Manila la edición española del Censo, se pudo ver que
la Reseña Histórica del Dr. Pardo de Tavera no era la que el autor había
escrito y. se hizo entonces repartir entre las personas que habían recibido
la obra la siguiente nota: "AVISO. — Esta nota debe ser colocada entre
las páginas 332-333 del tomo I del 'Censo de las Islas Filipinas, 1903.' —
La Memoria sobre la historia de Filipinas encomendada al Dr. T. H.
Pardo de Tavera fué escrita en castellano por su autor y remitida á Wash-
ington acompañada de su traducción al inglés. Por un error, dicha tra-
ducción inglesa fué á su vez traducida al castellano, en Washington, y
esta versión es la que aparece en este volumen del Censo, debiéndose tener
en cuenta este hecho para que la responsabilidad del castellano en estas
páginas no se atribuya al Dr. Pardo de Tavera, que asume sólo la responsa-
bilidad de los hechos y opiniones consignadas en su trabajo." Los erro-
res cometidos en la traducción al castellano de la versión inglesa del traba-
jo del Dr. Pardo de Tavera no afectaban únicamente al lenguaje sino que
á veces fueron de tal bulto que modificaban el sentido mismo del escrito
hasta el punto de hacerse indispensable. })ara la reputación del autor,
publicar su verdadero trabajo. Con este fin, la Comisión de Filipinas
ha ordenado en su Resolución del -H] de Marzo de 1906, la pTihlicación de
la Reseña Histórica original, (lue es la contenida en las siguientes
páginas.
En el prólogo del tomo I del Censo, el General Sanger creyó oportuno
emitir un juicio crítico sol)re la Reseña del Dr. Pardo de Tavera escri-
biendo lo siguiente: "El Sr. Tavera es especialmente competente, por
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virtud de su educación y experiencia, para escribir la historia de Filipinas,
y por más que los hechos que él relata son generalmente exactos, y que su
opinión merece la mayor consideración, se cree que él no les ha consa-
grado á las órdenes religiosas de Filipinas el elogio que merecen los ex-
fuerzos que éstas han hecho en obsequio del pueblo filipino." El com-
promiso que el General Sangcr había tomado de no meterse á juzgar las
memorias que algunos filipinos, á su ruego, escribieron para el Censo,
hacen que la crítica antes copiada esté completamente fuera de lugar.
Concurre además la circunstancia de ser de todo punto infundada, por-
que las órdenes religiosas de Filipinas hallan en el trabajo del Dr. Pardo
de Tavera los elogios que se merecen expresados dentro de los límites y en
la medida que un trabajo de esta índole requiere, no tratándose de una
memoria exclusivamente destinada á la bistoria de las órdenes religiosas
en Filipinas.
RESEÑA HISTÓRICA DE FILIPINAS DESDE SU DESCUBRIMIENTO
HASTA 1903.
Por T. H. Pardo de Tavera.
No es empresa fácil escribir una breve reseña histórica de Filipinas si
se quiere hacer algo que refleje la verdad y que dé idea de los principales
sucesos y del desarrollo de la vida económica, social y política del país.
Las historias que se han publicado en lo antiguo son más bien crónicas de
las órdenes religiosas y relatos de los actos de los gobernadores del
Archipiélago, en las que se omiten los informes generales que interesan
á la historia misma del pueblo filipino. Las modernas han sido escritas
con un espíritu tendencioso encaminado á encumbrar la colonización
española sin preocuparse en descubrir la verdad ó más bien ocultando
sistemáticamente la verdad siempre que según el criterio de sus autores
resultara de su conocimiento algo que mortificara el amor propio nacional
español ó menguara, siquiera en poco, el prestigio que la madre patria
debía tener en estas regiones.
Para escribir una reseña histórica breve y simple como la presente ó
extensa y documentada, en ambos casos, es menester que el campo de
investigación del escritor se dilate más allá del que ofrecen los libros
titulados historias y consulte toda la bibliografía de Filipinas para acer-
carse más y más á la verdad y conocer sucesos que viven todavía en estado
latente.
Un trabajo de la jndole de este no admite anotaciones ni discuciones,
pero deberá ceñirse á los hechos con tanta más escrupulosidad cuanto
que las consecuencias que de ellos resulten podrán aparecer bajo un color
muy distinto de aquél con que brillaron en otros trabajos de la misma
índole.
El Censo de Filipinas, que se ha llevado á cabo bajo la dirección del
general de brigada del ejército de E. U. Sr. J. P. Sanger, es el primero
que se ejecuta en el Archipiélago de una manera científica y completa.
La publicación de sus resultados constituirá de suyo una obra interesante
y llena de enseñanzas; pero el general Sanger lia querido singularizar
dicha publicación añadiendo diversas memorias, tocándome redactar la
que se refiere á la historia y al gobierno de mi país. Cumplo gustoso la
misión encomendada sin detenerme en declamaciones sobre mi incompe-
tencia ó la pequenez de mis fuerzas, trazándome el programa, que cumpliré
hasta el final, de referir hechos y no entretenerme en perturbar al lector
con opiniones ni influir su criterio con sutilezas de narración destinadas
á desfigurar los acontecimientos, como algunos han hecho.
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I. HISTORIA.
El descubrimiento de Filipinas se debe á Hernando de Magallanes.
Este admirable navegante portugués había estado sirviendo á su rey en
Malaca en donde hizo la guerra obteniendo allá noticia de la situación de
las islas de la Especiería que los portugueses explotaban entonces. A su
vuelta á Portugal, fué mal recibido por su soberano, lo que le decidió á
presentarse al rey de España ofreciéndole sus servicios.
El Papa Alejandro VI, para evitar disgustos y disputas entre España
y Portugal, había dividido el mundo en dos partes iguales atribuyendo
á Portugal lo que caía al oriente de un meridiano que se fijó á 370 leguas
al O. de la isla de Cabo Verde, y á España lo que caía al occidente. Ma-
gallanes sostenía que las islas Molucas estaban en el hemisferio español y
ofreció al emperador Carlos V, que entonces reinaba en España, llegar
á ellas por vía de Occidente siguiendo un derrotero distinto del que usaban
los portugueses que rodeaban entonces el Cabo de Buena Esperanza.
El emperador ordenó que se preparara una escuadra y al frente de ella
salió Magallanes de Sevilla, el 10 de Agosto de 1519, emprendiendo un
viaje extraordinario, durante el cual, descubriendo el estrecho que llevó
su nombre, se engolfó en el Océano Pacífico, y, dirigiendo su rumbo
hacia donde se sabía que se hallaban las ]\[olucaS, descubrió el Archipié-
lago Filipino. El dia 16 de Marzo de 1521, llegó á la isla de Homonhol
cerca de Surigao, y, tocando la isla Limasana, pero no la isla de Mindanao,
como equivocadamente se ha repetido en los relatos de su viaje,^ prosiguió
hasta Cebú descubriendo la isla de Leyte y otras pequeñas en su trayecto.
Halló la muerte en Mactán, en donde por favorecer al régulo de Cebú
peleó contra el rey de aquella pequeña isla. El resto de la expedición
prosiguió su viaje para España pasando por el Cabo de Buena Esperanza
y ejecutando así por la primera vez un viaje al rededor del mundo. Es
justo atribuir á Magallanes y no á Elcano la gloria de haber sido el pri-
mero que dio la vuelta al mundo, puesto que el trayecto que Elcano hizo
para completar el viaje después de la muerte de Magallanes ya lo había
este navegante efectuado, cuando su expedición á Malaca.
El emperador hizo organizar otra expedición bajo el mando de Loaisa
y Elcano, que salió de Coruña, España, el 24 de Julio de 1525 en busca
^Magallanes no hizo escala en Mindanao, como se ha manifestado erróneamente
en otras historias de su viaje. La isla de Limasagiia se encuentra exactamente
frente al extremo sur de la isla de Leyte. — J. P. Sanger.
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de Molucas. Esta expedición visitó Mindanao .y quedó destruida en
Molucas, habiendo perecido durante el viaje Loaisa y Elcano.
No desanimó el emperador y, por medio de Hernán Cortés hizo formar
otra expedición que, bajo el mando de Saavedra, salió de Zaguantanejo
(Méjico), el 31 de Octubre de 1527. Esta expedición tenía por objetivo
las Molucas y no tocó en las Islas Filipinas, terminando su viaje en Lisboa
en 1536.
Después que en 1539 el emperador abandonó sus pretensiones sobre
las Molucas, que pasaron á ser propiedad de Portugal, ya no se pensó
en la corte de España en las islas del Poniente, como se llamal)a á nuestro
Archipiélago, por considerarlo demasiado pobre.
El capitán Andrés de Urdaneta, uno de los compañeros de Loaisa,
llegó entonces á Europa, después de infinidad de vicisitudes, dando
cuenta al rey de lo que había observado en su viaje. Volvió Carlos V
á ordenar el envío de otra expedición que salió de Navidad (Méjico) el
1.° de Noviembre de 1542 bajo el mando de Villalobos. La escuadra se
deshizo en Samar y los españoles, pasando por Molucas, llegaron de
vuelta á España en 1549.
Se abandonó entonces toda idea de ocuparse de las islas del Poniente,
hasta que, algún tiempo después, reinando ya Felipe II, decidió este
soberano enviar otra expedición á Filipinas contra el parecer del antiguo
capitán Urdaneta, que se había hecho fraile agustino, y que opinaba que
las islas referidas estaban comprendidas dentro del hemisferio que corres-
pondía á Portugal. La nueva expedición salió de Navidad ó Natividad
(Méjico) el 21 de Noviembre de 1564, bajo el mando de Miguel López
de Legaspi que llevaba el título de Adelantado y de gobernador de todas
las tierras de que se apoderase. Acompañaba á la expedición el fraile
Urdaneta cuyos conocimientos adquiridos en el viaje de Loaisa iban á
ser preciosos esta vez.
El día 25 de Noviembre, siguiendo las instrucciones recibidas, rompió
Legaspi en alta mar los pliegos que la Audiencia Real de Méjico le había
dado y por ellos se vio que debían dirigirse á las Islas Filipinas y no á
la Nueva Guinea, como Urdaneta había aconsejado al rey. Este reli-
gioso se consideró ofendido y se quejó amargamente dando á entender
que había sido engañado; pero, no teniendo . medios de eludir el viaje,
tomó el partido de dirigirlo por la mejor derrota que conducía á Filipinas.
Las instrucciones dadas á Legaspi le recomendaban entre otras cosas no
tocar en Molucas y enviar al P. Urdaneta á Nueva España, al momento
que llegaran á Filipinas, porque tenía empeño el rey en saber como y en
qué condiciones podía efectuarse la vuelta al punto de partida.
El 13 de Febrero de 1565, llegó Legaspi á la isla de Leyte (en Abuyog),
tocando luego en las islas de Mindanao y Bohol, en cada una de las
cuales se hacía la ceremonia de toma de posesión en nombre de Felipe II,
llegando al fin á Cebú en 27 de Abril del mismo año.
Al momento se construyó un fuerte, se levantaron casas y, el 1.° de
Junio siguiente, se despachó una nao para Acapulco dando cuenta de lo
ocurrido, embarcándose como capitán de ella ürdaneta que, según se
suponía, sabría hallar la derrota de la vuelta para la costa de California,
como así sucedió. íí^o era fácil entrar en tratos con los naturales que
frecuentemente atacaron á la colonia, que tuvo también que defenderse
de ataques marítimos de los portugueses. Al fin, se logró Ijaiitizar á la
sobrina de Tupas, régulo de Cebú, que se casó luego con un español
siendo esta la primera unión de este género en las islas.
En 20 de Agosto de 1566, llegaron de Xueva España dos sobrinos de
Legaspi, Felipe y Juan de Salcedo, siendo este último el capitán que
luego desempeñó el papel más importante en la conquista del archipiélago.
El régulo Tupas se bautizó en 21 de Marzo de loGT llamándole Felipe
en memoria del rey, quedando desde entonces en buenas relaciones espa-
ñoles y cebuanos.
A principios de Mayo de 1570, el capitán Martín de Goiti, acompañado
de Juan de Salcedo ^ y 120 soldados españoles, se hicieron á la vela
para la conquista de Manila y de Liizón. A su llegada á Manila,
tuvieron que combatir con los insulares que desde una buena empalizada
situada á la embocadura del río Pasig, en el mismo sitio donde hoy se
eleva la Fuerza de Santiago, disparaban las doce piezas de artillería
que allí tenían. Vencidos los manileños, los españoles recogieron sus
cañones y los enviaron á Panay en donde á la sazón se había establecido
Legaspi.
El 1.° de Enero de 15T1, organizó Legaspi el gobierno de Cebú antes
de decidirse á trasladarse á Manila, nombrando Eegidor de aquella ciudad
al tesorero Guido de Lavezares y organizando un municipio con dos
alcaldes,- seis concejales, un escribano v dos alguaciles. Eepartió los
indios en Encomiendas ^ entre los españoles más meritorios, como le
había autorizado el rey desde 11 de Agosto de 1569, para que repartiera
las tierras que fueron coüquistadas ejitre los más beneméritos conquista-
dores y asimismo repartiera entre ellos indios, como se hacía en Perú
y Nueva España.
' Nieto de Legaspi, nacido en Méjico en 1549. Tenía valor y capacidad y se le
había llamado el Hernán Cortés de Filipinas. — J. P. Saxger.
"Un título español de largo uso que se aplicaba á un juez. Después de la
expulsión de los iloros de España también se aplicó á im gobernador. — J. P.
Saxger.
'Una encomienda era en realidad una concesión de indios, sin tener en cuenta
el terreno. Al principio la concesión terminaba á la muerte del concesionario.
Más adelante se extendió durante el término de dos ó tres vidas, y, en realidad,
se hizo perpetua. Su resultado fué que los indios se convertieron en esclavos.
Al principio un repartimiento era una concesión de terrenos, que llevaba consigo
el derecho á los sei-vicios de los indios que lo ocupaban ó vivían dentro de una
corta distancia de ello, para cultivar el suelo. Más adelante este privilegio se
hizo extensivo en el sentido de que los indios podian ser emjjleados en cualquiera
clase de trabajos. — J. P. Saxger.
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Decidió Legaspi ir personalmente á posesionarse de Manila, de cuya
buena situación y condiciones le había instruido Salcedo, á la vuelta de la
expedición, y salió en 15 de Abril de 1571 con doscientos ochenta sol-
dados, reuniendo una flotilla de 27 embarcaciones. Al desembarcar en
Manila, sus habitantes la abandonaron prendiendo antes fuego sus
casas. Poco tardó Legaspi en atraerse á los régulos que mandaban en la
tierra recien conquistada. Raja Solimán era el soberano de Manila y
Lakan Dola el de Tondo con mayor extensión de territorio, más subditos
y, por tanto, más poder que Solimán.
Con toda solemnidad, el 24 de Junio, fundó el Adelantado la ciudad
de Manila, nombrando para su gobierno dos alcaldes, 12 regidores,
1 aguacil mayor y otros funcionarios, procediendo luego á repartir la
tierra entre los religiosos y españoles para que cada cual pudiera edificar
su casa en la ciudad. Se bautizó el viejo Eajá Solimán llamándose
Felipe _v los misioneros empezaron á catequizar á los indígenas, mientras
que Juan de Salcedo y los otros capitanes procedían á la conquista de la
isla. Según una ley de Indias, no debía emplearse la palabra conquista
sino pacificación . aunque, á la verdad, la paz existía en el país, antes de
la llegada de los españoles.
Juan de Salcedo se distinguió por su valor, su actividad, y sus senti-
mientos humanitarios. Cuando principió sus conquistas, tenía sólo
22 años y por su prudencia y tacto se granjeó el afecto de los filipinos.
Dióle su tio en recompensa la encomienda de Vigan, y, á su muerte,
repartió sus riquezas entre los mismos indios que le pertenecían en enco-
mienda. Antes de la muerte de Salcedo, ocurrió la de su tio, el Adelan-
tado Legaspi, el 20 de Agosto de 1572, sucediéndole en el mando el
tesorero Guido de Lavezares, según disponía un pliego cerrado que se
tenía de la Audiencia de Méjico.
Al tomar Lavezares el mando por la muerte de Legaspi, puede decirse
que todo el x\rchipiélago estaba ^ajo la autoridad de los españoles, con
excepción de Cagayán, que se sometió un poco más tarde, y las Islas
Batanes, cuya conquista se verificó mucho tiempo después. El Archi-
piélago de Joló tampoco se hallaba sometido y su completa sumisión á
la soberanía española tuvo sólo lugar á fines del siglo XIX.
En 1574, estuvo á punto de perderse la colonia, porque un pirata chino
llamado Limahong, desembarcando en Parañaque, penetró casi en Manila,
que se salvó, gracias á la intervención de Juan de Salcedo. Este caudillo,
al frente de tropas de refuerzo, llegó oportunamente de llocos y pudo
poner en derrota á los soldados chinos, librando asi á la colonia de una
manera tan inesperada, que el clero atrilniyó su victoria á la intervención
divina.
Los naturales de Manila, Tondo y otros pueblos hacia Bulacán se suble-
varon en 1574 por que Lavezares, para premiar los servicios de un soldado
español, durante la refriega contra Limahong, le dio una encomienda
que comprendía casi todos los esclavos de Lakandola, cacique de Tondo,
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que éste tenía por herencia de sus antepasados y por compra con su propio
dinero. El encomendero, no contento con esto, castigaba duramente á
sus encomendados porque visitaban á Lakandola y le llevaban algunos
regalos. El gobernador con buenas palabras calmó á Lakandola pero no
le devolvió lo suyo, consiguiendo sin embargo que los ánimos se apaci-
guaran y se terminara la insurrección.
jSTo limitaban los gobernadores su actividad dentro del Archipiélago,
como si no consideraran bastante para ocupar su atención el cuidado de la
colonia. Querían intervenir en los países vecinos y no sólo se organizó
una expedición contra un sultán de Borneo sino que entraba en los
cálculos de la política de Manila dominar Camboja, Siam, y aún la
China y el Japón.
\ Después de la unión de Portugal á España, ordenó Felipe II que el
gobernador de Filipinas se encargara de la empresa de conquistar las
islas Molucas, organizando el gobernador Eonquillo la primera expedi-
ción mandada por un sobrino suyo que puso sitio á la plaza de Ternate,
pero se vio precisado luego á volver á Manila. Poco después, salió otra
expedición que también se retiró á Manila á poco de haber llegado á
Ternate.
Este gobernador Eonquillo era un caballero que, hallándose en Madrid
y teniendo noticias que le agradaron respecto al estado de Filipinas, se
ofreció al rey á pasar á ellas por su propia costa, llevándose 600 hombres
entre solteros y casados. El rey, que gemía por los gastos que las islas
le causaban, porque todavía no producían bastante para su sostenimiento,
aceptó la proposición dando á Gonzalo Eonquillo el gobierno de Filipinas
por toda su vida y concediéndole otras gracias, como se hacía cuando se
trataba del descubrimiento y primera colonización de alguna tierra.
Antes de la llegada de este gobernador, sólo había cuatro alcaldes
mayores, pero él fué colocando á sus protegidos hasta que hubo diez y
siete, de los cuales decía el obispo Salazar que "viniendo pobres y teniendo
pequeños sueldos sacaban á los filipinos el arroz de sus cosechas y todos
los productos que podían." Como consecuencia de tales procedimientos,
hubo frecuentes insurrecciones de los filipinos así maltratados; pero él
envió sus tropas á sofocarlas. En Bisayas, arrasaron Panay, fundando
la villa de Arévalo en recuerdo de la ciudad natal del gobernador.
Obligó á los naturales á que pagaran un derecho al tesoro por el
valor de las alhajas y objetos de oro que tuvieran en su posesión, orde-
nando que todos declararan lo que tuvieran de este metal bajo pena de
confiscarlo, en caso de ocultación, siendo estas medidas objeto de innume-
rables atropellos.
Apesar de las órdenes del rey encargando que no se abusara de los fili-
pinos, frailes, encomenderos, alcaldes y demás funcionarios obraban como
querían y trataban por todas maneras de explotar á los naturales. Á la
orden que dio el rey para que sin dilación quedaran libres toda suerte de
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esclavos que hubiera en las islas, respondió el gobernador que tal medida
debía enmendarse porque causaba gran descontento entre los españoles.
Las quejas que se recibieron en la corte contra las arbitrariedades de
los gobernadores decidieron al rey á ordenar en 1582 que se constituyera
en Manila una Eeal Audiencia, como las que existían en otros puntos de
América, con el fin de no dejar que las islas sufrieran las consecuencias
de los caprichos de un gobernador que mandaba y obraba sin freno ni
consejo de nadie. El presidente de la Audencia debía ser al propio
tiempo gobernador y sus actos quedaban bajo la alta inspección de aquel
tribunal compuesto además de cuatro oidores asistidos del fiscal, que era
asesor del gobernador. Apenas duró seis años la nueva Audiencia,
porque personas interesadas en conservar en Manila un gobierno uni-
personal trabajaron tanto cerca del rey que éste la suprimió en 1590. Tal
medida se atribuyó á la intervención del jesuíta Sánchez que fué á
Madrid para convencer al rey que no debía abandonar Filipinas, como se
proponía, en vista de que eran improductivas y costosas á su tesoro.
En cambio decidió el monarca que fueran á las islas el mayor número
posible de misioneros, recordando que el principal intento de sus ante-
pasados, al adquirir nuevos territorios, fué la extensión del cristianismo,
llegando con este motivo al país sucesivamente frailes agustinos, domi-
nicos, franciscanos y recoletos, sin contar con los jesuítas que fueron
los primeros en trasladarse á convertir. No contentos los frailes con las
conquistas espirituales que les brindaba Filipinas, quisieron esparcirse
por China y el Japón, ofreciéndose á llevar embajadas á los soberanos de
aquellos reinos representando al gobernador de Filipinas. Una vez en
China y Japón, se dedicaban á predicar el catolicismo, y, como tal
práctica contrariaba las costumbres de aquella gente, resultó la perse-
cución de los misioneros que tuvieron frecuentemente que sufrir el mar-
tirio, sin obtener otro resultado más que exasperar el ánimo de los
asiáticos en contra de los europeos. El rey tomó el acuerdo de prohibir
que los frailes de Filipinas salieran para los países vecinos del Asia,
dando únicamente á los jesuítas tal autorización, con lo cual se originó
entre estos y los frailes, principalmente los dominicos, una tirantez de
relaciones que á menudo llegó á ser contienda ensañada.
El obispo Salazar, en 1582, tomando la defensa de los filipinos, escri-
bía al rey sus sufrimientos y la conducta de los gobernantes : los alcaldes
mayores encargados de administrar justicia se apropiaban las multas
impuestas para el rey, el tesoro estaba exhausto debiendo su sueldo á los
funcionarios, las rentas colectadas no llegaban á $30,000 al año, los frai-
les se negaban á sujetarse á la autoridad del obispo y el gobernador pro-
ponía al rey que se levantara un convento en cada población poniendo
en él seis frailes advirtiendo que los quería de buenas costumbres.
La Real Audiencia volvió á restablecerse en 1598, gracias á las ges-
tiones en la corte del obispo Salazar, llegando á Manila en el mismo año
el Dr. Morga como presidente de ella y gobernador de Filipinas.
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Según la Real Cédula de 1582, la Audiencia debía residir en Manila
y en el mismo edificio donde se hallara estaría también la cárcel con su
respectivo alcaide. Su jurisdicción se extendía por todo el Archipiélago
y también en China, si se descubría. Juzgaba todas las causas civiles y
criminales que se apelaban de las cortes de los alcaldes mayores, gober-
nadores y otros magistrados, y en primera instancia en cuestiones refe-
rentes á ciertas altas dignidades civiles ó eclesiásticas, ó en las causas
criminales originadas en la ciudad ó en el pue1)lo donde residiera la
Audiencia, ó dentro de cinco leguas de su contorno. El procedimiento
debía ajustarse al que se seguía en las Audiencias de Valladolid y
Granada.
En lo referente á sus funciones gubernativas, la Audiencia tenía anual-
mente que enviar al rey un presupuesto de gastos de todo género hechos
por el tesoro público, lo mismo que ima relación de los corregimientos
mencionando los nombres de los corregidores, sus méritos, los sueldos,
gratificaciones y derechos que percibían.
Uno de los magistradores, turnando, debía hacer una vista de ins-
pección una vez al año, á los pueblos del distrito de la Audiencia, lo
mismo que á las boticas para cerciorarse del estado de las drogas y
medicinas que se conservaban. Debía el magistrado, en estas visitas,
informarse de la calidad del terreno, el número de habitantes y el mejor
medio para mantener la iglesia y el convento, de qué edificios se nece-
sitaba no sólo para los usos de la ciudad sino para beneficio de los viajeros.
También se les encargaba averiguar si los naturales hacían sacrificios y
practicaban su antigua idolatría ó si servían en esclavitud contrariamente
á lo ordenado, con lo cual demostraba el monarca el deseo de proteger
á los filipinos y de que la religión católica se extendiera entre ellos.
En los casos de fuerza ejecutados por los jueces eclesiásticos, se admitía
la apelación en la Audiencia, siguiendo el procedimiento usado en Valla-
dolid y Granada. La Audiencia tenía el encargo de velar para que no
se ofreciera la venta de la Bula en poblaciones en donde no hubiera es-
pañoles, ni permitiera en ellas que se predicara sobre la Bula á los indios.
Tenía asimismo el encargo este cuerpo de examinar las cuentas del teso-
rero y no debía ausentarse de Manila sin su licencia ningún funcionario
de alta categoría.
Se encargaba especialmente que el presidente y magistrados se infor-
maran escrupulosamente de los crimines y abusos cometidos contra los
indígenas colocados bajo la Eeal Corona ó que se hallaban repartidos
entre los encomenderos, que averiguaran cuidadosamente si se cumplían
las leyes y decretos publicados para proteger á los indios y que castigaran
duramente cualquier infracción de las mismas. Debían de velar por que
los indios fueran bien cuidados é instruidos en la fe católica mirándolos
siempre como vasallos libres del rey. "Este deberá ser el principal
cuidado de la Audiencia, siendo en este particular que el rey exigía sii
13
responsabilidad y sobre el cual quería que se le sirviera muy especial-
mente." Recomendaba también el rey que los magistrados de la Audien-
cia respetaran, siempre que no fueran opuestos á la justicia, las costum-
bres y usos de los filipinos, velando por que también fueran respetados por
los jueces inferiores. Juntamente con el obispo tenía el alto tribunal el
deber de cerciorarse si en los pueblos se enseñaba la doctrina cristiana á
los naturales, por lo menos una hora al día.
Les estaba prohibido á los magistrados y presidente tener propiedades
que produjeran rentas, ni en ganado, ni en tierras, ni en minas. Xo
debían hallarse interesados en negocios mercantiles directa ó indirecta-
mente, ni servirse gratis de los filipinos para transportar agna, leña ó
yerba, ó para otros propósitos, bajo pena de perder sus destinos. El hijo,
hermano, cuñado, suegro y yerno, hijastro de un presidente ó magistrado
no podía ser nombrado corregidor ni ocupar ningún cargo judicial.
Los abogados debían presentarse ante la Audiencia para sufrir un
examen, y, si salían aprobados, recibían un título que les permitía ejercer
la profesión. Los abogados del)ían jurar que defendían una causa justa
y que se obligaban á abandonar á su litigante, si descubrían que no plei-
teaba por causa justa. Si por su abandono perdía el cliente el pleito, el
abogado estaba obligado á pagarle una indemnización y no podía abando-
nar un pleito una vez empezado, exceptuando cuando fuera caso injusto.
Estaba prohibido pedir honorarios por adelantado ni contratar con el
cliente en repartir el dinero ó hacienda, si se ganaba el pleito. Podían
establecer el precio de su trabajo con su cliente, antes de empezar el
pleito, pero les estaba vedado tomar la defensa de una parte, después
de haber sido abogados de la otra parte. Los bachilleres en derecho no
podían presentarse para pleitear con doctores y licenciados, bajo pena de
cuarenta pesos de multa. El presidente tenía $8,000 de salario al año,
y los oidores y fiscal, llamado también protector de indios, $2,000 cada
uno. En 1637 había doce alcaldes mayores en Tondo, Pampanga, Bula-
cán, llocos, Cagayán, Calamianes, Cebú, Camarines. Laguna, Balayan
y Alilaya, con $300 al año, y el de Otón cpie servía también de Proveedor
de Ternate y tenía $700. Los corregidores de Mindoro y Catanduanes
tenían $100 al año; los de Mariveles y Xegros tenían $150; y los de
Pana}^ Leyte, Samar, Ibabao é Ibabalon $200.
Al imirse las coronas de España y Portugal en 1582, el rey Felipe II
ordenó la conquista de las islas Molucas á cuyo fin salió de Manila una
expedición al mando de Eonquillo en el mismo año. Esta expedición fué
seguida de otras, constituyendo las islas Molucas una ocupación pesada
para el gobierno y una carga para el tesoro, hasta que en 1605 los holan-
deses lograron expulsar de aíiuellas islas á los portugueses. En 1606, el
gobernador Acuña resolvió atacar á los holandeses, y, al frente de ima
numerosa escuadra y de un ejército compuesto de 1300 soldados regulares
españoles y numerosos filipinos, consiguió vencer á los holandeses y
posesionarse de aquellas islas. Hasta en 1605. aunque los españoles
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peleaban continuamente en Molucas, lo hacían para avudar á los portu-
gueses en la posesión de aquella colonia, que era propiedad de la corona
de Portugal; pero, después de la acción del gobernador Acuña en 1606,
por acuerdo de las coronas de España y Portugal, se decidió, en Eeal
Cédula de 29 de Octubre de 1607, que todo el Moluco quedara á cargo
exclusivo de España por intermedio del gobernador de Filipinas.
Después de una sucesión de desastres y disgustos con motivo de los
intentos de colonizar las islas Molucas, gastándose en tal empeño mucho
dinero, tuvo que abandonarlas por completo España retirándose sus tropas
de Ternate en 1669 para no ocuparse ya más en aquél archipiélago.
Había determinado el gobernador Bustamante poner orden á las cues-
tiones de la Eeal Hacienda, y, descubriendo sin número de irregularidades,
decidió poner en la cárcel á los supuestos culpables y hacer instruir
contra ellos el debido proceso. Poco acostumbrados á semejante proceder,
los altos funcionarios que se veían comprometidos, se hallaban muy irrita-
dos contra Bustamante. Éste, informado de que se tramaba una rebelión
contra él y de que los frailes daban asilo en sus iglesias á los más encar-
nizados enemigos del gobernador, publicó un bando llamando á todos
los varones de más de 14 años para formar un batallón que defendiera
la causa del rey. Acudieron los llamados, se formó con ellos un cuerpo
de voluntarios, y, para precaver los desórdenes que se veían venir, el
gobernador hizo prender al arzobispo y á unos letrados que con éste habían
firmado un acuerdo negando á Bustamante el derecho de hacer prender
al escribano Osejo, refugiado en la Catedral.
Con estas prisiones creció el malestar y, temiendo los frailes que el
gobernador tomara algunas medidas contra ellos, decidieron ponerse al
frente de un motín. Salieron de las iglesias los refugiados tomando
armas y en unión de algunas personas del pueblo acudieron en tropel al
palacio del gobernador situado frente á la casa llamada hoy "Ayunta-
miento" de Manila. Los frailes se habían puesto á la cabeza llevando
crucifijos en sus manos. El gobernador Bustamante, al apercibirse del
tumulto, ordenó á la guardia que hiciera fuego, pero los soldados no
obedecieron y, al llegar al palacio los amotinados, la misma guardia bajó
las armas ante los sacerdotes vestidos, llevando en sus manos en alto los
crucifijos y santas imágenes, haciendo lo mismo los alabarderos.
El desgraciado Bustamante salió armado de su fusil á recibirlos en la
escalera, pero la turba cayó sobre él dejándole en unos momentos mortal-
mente herido. Su hijo acudió en su auxilio, pero cayó también acri-
billado de heridas.
La turba arrastró al gobernador moribundo á un calabozo en los bajos
de la Audiencia en donde murió en la tarde de aquel mismo dia, 11 de
Octubre de 1719. Se le negó toda clase de socorro y no se le dio ni agua.
Al hijo le arrastraron á la caballeriza del palacio en donde murió aquella
misma tarde, sin que se le concediera asistencia, curación ni agua para
extinguir su horrible sed.
lo
Los amotinados, dirigidos por los frailes que felicitaban á los ejecutores
de los dos asesinatos, se encaminaron á la Fuerza de Santiago para dar
libertad al arzobispo quién acto seguido se hizo cargo del gobierno de las
islas. El crimen cometido quedó después impune.
De resultas del apresamiento de una embarcación holandesa efectuada
en Mindanao en 1?35 por los españoles, quienes redujeron á prisión á
sus tripulantes, apareció en Julio en la bahía de Manila una escuadra
holandesa al mando del comodoro Yrj. Éste pidió se le entregaran al
momento los prisioneros de su nación amenazando bombardear Manila.
Siendo su petición justa y estando Manila en deplorable condición de
defensa, el orgullo del gobernador tuvo que amoldarse á las circunstancias
y Yry recibió la satisfacción que quería. Este incidente cerró la serie
de luchas que se sostuvieron en Filipinas contra los holandeses, durante
los siglos XVI, XVII y XVIII.^
Antes de este suceso,- varios fueron los encuentros entre españoles y
holandeses en las aguas filipinas. En medio de las pequeñas y grandes
luchas navales que sostenían los españoles en el Archipiélago, figura la
que tuvo lugar en 1600 en la bahía de Manila, en cuyas aguas se presentó
el corsario holandés Oliver Van Xoort con dos navios de guerra. Llevaba
el propósito de apresar la nao que salía anualmente de Manila llena de
ricas mercancías para Acapulco. Teniéndose noticia en Manila de la
presencia en las aguas de las islas de los dos buques holandeses, se
tomaron medidas para atacarlos. Se aprestaron dos galeras y, al mo-
mento que penetraron en bahía los buques del corsario, salió á atacarles
al frente de los galeones el oidor Morga con 300 españoles.- El 14 de
Diciembre fué el día de aquel combate en el cual se hundió el buque
almirante que mandaba Morga después de haberse atrevido á abordar la
nao que llevaba el mismo Van Xoort. Salió huyendo el capitán holandés
llevando fuego á bordo en tanto que la otra nao caía en poder del galeón
español. Los españoles murieron 109 en la refriega con 150 indios y
negros, pero celebraron su triunfo con funciones religiosas y ahorcaron
á los 25 holandeses que tomaron prisioneros con su capitán Biesmann.
La escasez de españoles y la facilidad con que los chinos iban á Manila
en gran número hizo que se procurara siempre limitar su inmigración,
^ Entre el fin del siglo dieciséis y la mitad del dieciocho, España y Holanda eran
enemigas declaradas: los barcos holandeses estaban en constante acecho de galeo-
nes españoles que navegaban entre Manila y Acapulco, Méjico. El establecimiento
de estaciones holandesas de comercio en las islas Molucas facilitaba en gran ma-
nera sus operaciones, pero les atrajeron varias expediciones españolas, de las cuales
se han descrito las más importantes. En 1609 una escuadra holandesa ancló en
la había de ^lariveles. Fué derrotada casi destruida por una nota mandada por
el gobernador Silva. De nuevo, en 1611, Silva con una escuadra salió al encuentro
y derrotó á los holandeses en las Molucas. Tres ó cuatro encuentros navales
de pequeña importancia tuvieron lugar entre los Españoles y los Hohindeses en
las aguas de Filipinas. — J. P. Sanger.
"Para esta expedición de Morga fué nombrado capitán general de la flota por
Don Francisco Tello, que á la sazón era gobernador de las islas. — J. P. San'ger.
IG . .
por más que se les consideró indispensables para emplearlos en diversos
oficios. Fueron los primeros carpinteros, herreros, escultores y pintores
que se emplearon y los frailes protegían su venida al país porque espera-
ban convertirlos fácilmente al catolicismo. El ataque de Limahong á
Manila en 1574 puso en guardia á los españoles contra los chinos. En
1603, llegó una embajada china á Manila con objeto de informarse si
existía oro en Cavite, con lo cual se despertó en las autoridades y en toda
la colonia el temor de que los chinos intentaran una rebelión. El 3 de
Octubre, sea por temor á las autoridades, sea porque era efectivamente
su propósito sublevarse, los chinos quemaron Binondo j asesinaron algunos
filipinos. El gobernador Luís Pérez Dasmariñas, cuyo padre años antes
fué asesinado por los chinos que tripulaban la galera que le conducía,
salió á combatirlos, pero sufrió serias pérdidas y tuvo que replegarse á
Manila. Todos los españoles incluso los frailes tomaron las armas, y,
haciéndose la rebelión de los chinos general, por todas partes se les
persiguió acabando por su exterminio total, pereciendo así más 'de 25,000,
según refieren las crónicas.
Después de este exterminio, pronto se dejó sentir la falta de gente tan
diligente y por entonces indispensable en la colonia, pero como los
chinos siguieron viniendo de su país, al poco tiempo su número se aumen-
tó considerablemente, al punto de llegar á unos 40,000 en 1639. Por esta
época, los chinos fueron víctimas de otro terrible degüello : l)ajo pretexto
de que se habían rebelado en Kalamba, se pasó á cuchillo á todos cuantos
se hallaron resultando asesinados unos 22,000 en cinco meses. En 1662,
temiendo los españoles que el pirata chino Koseng atacara á Manila,
quisieron vengarse en los infelices chinos y al momento empezaron, secun-
dados por los filipinos,, otra nueva persecución contra ellos. Obligados
por las circunstancias, los chinos trataron de defenderse, pero su actitud
precipitó la hora de su degüello y una infinidad de ellos fué asesinada
en el mismo Parlan en donde se hallaljan encerrados.
Por temor á que se esparcieran por las islas, el gobernador Eouquillo
fundó, en 1580, el Parían ^ ó alcaicería en donde estaban obligados á
vivir todos los chinos, japoneses y malayos de Borneo, que había en
Manila. El Parían se levantó bajo los cañones de la Fuerza de Santiago,
en la parte opuesta del río en donde hoy se levanta la Aduana. Después
de muchos años, como el número de chinos fué aumentando, se pasó el
Parían al sitio llamado Arroceros, donde hoy se halla el Estado Mayor
y el Jardín Botánico, formándose allá un barrio cubierto de casas
habitadas por chinos con sus tiendas en los pisos bajos. Tenían su
iglesia y un misionero católico con su cementerio, hallándose rodeado
de una empalizada y custodiado por un cuerpo de guardia. En aquél
lugar se reunían y residían todos los chinos con excepción de los que se
habían casado con filipinas. El Parían era la parte industrial de Manila
^ Mercado general de los Chinos ; también el nombre que en aquel tiempo tenía
im distrito de la ciudad de ^Manila. — J. P. Saxger.
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en donde, al par que tiendas de efectos de China, el Japón, la India y
Europa, se hallaban los plateros, zapateros, barberos, pintores, y demás
oficios ejercidos por chinos.
Los gobernaba un alcalde mayor y algunos ministros con un guarda
mayor. Un fraile dominico era el misionero destinado á ellos. Después
de la mortandad de 1662, su número se redujo considerablemente, no
pasando de 8,000 en 1685.
En 30 de Junio de 1755, obedeciendo órdenes del rey, el gobernador
z^randia decretó la expulsión de los chinos de Filipinas, permitiendo sólo
que permanecieran 515 que se hicieron cristianos y unos 1000 que pre-
tendían estar aprendiendo la doctrina para convertirse. Se abandonó
el Parlan de Arroceros y se edificó otro nuevo en el sitio de San Fer-
nando para tenerlos otra vez completamente dominados por la artillería
del fuerte de Santiago. El comercio activo que los chinos tenían en su
Parían había despertado la codicia de los españoles que deseaban pose-
sionarse de las tiendas de aquel bazar en donde únicamente había vida
mercantil en Manila. Este fué, sin duda, el origen de la expulsión
decretada, porque á la par que la ordenaba el gobernador, se organizaba
por los españoles una compañía bajo el patrocinio de la Virgen del Eo-
sario, con el fin de posesionarse de la antigua residencia de los chinos
y establecerse en ella continuando el mismo negocio de éstos. La com-
pañía no tuvo mas de un año de vida. En 1784, ordenó el rey la des-
trucción de la iglesia y demás casas del Parían porque las consideraba
peligrosas para la plaza fuerte de Manila.
A la muerte del gobernador Arandia, quedó como gobernador y capitán
general el arzobispo de Manila Eojo. Se ignoraba en la capital del Ar-
chipiélago que se había declarado la guerra entre Inglaterra y España
siendo la primera noticia que tuvieron la traída por la escuadra inglesa
que fondeó en la bahía el 22 de Septiembre de 1762. Un oficial inglés
desembarcó para entregar al arzobispo gobernador una intimidación
firmada por el brigadier Draper y el almirante Cornish para que rindiera
al rey de Inglaterra la ciudad de Manila y todo el Archipiélago. El ar-
zobispo se negó á ello y al poco tiempo los ingleses, desembarcando en
Parañaque, se posesionaron del fuerte de San Antonio Abad y de las
iglesias de Malate y Ermita y empezaron el ataque de Manila. La es-
cuadra por su parte bombardeó Manila y el día 5 de Octubre se tomó la
ciudad por asalto. El arzobispo cargó con toda la responsabilidad del
desastre debido á que Manila no tenía medios suficientes para defenderse
de un enemigo europeo. Después que los ingleses penetraron en Manila,
el oidor Don Simón de Anda y Salazar salió de la ciudad acompañado
de su criado y, refugiándose en Bulacán, organizó activamente tropas
para resistir á los ingleses y no permitirlos que tomaran posesión del país.
Mientras Anda y Salazar gobernaba en nombre del rey de España, los
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ingleses sólo tenían bajo su dominio Manila y Carite, en donde quedó
de gobernador el brigadier Drake.
En todo el Archipiélago, bajo pretexto de oponer resistencia á los
ingleses, había la más completa anarquía ejecutándose robos, asesinatos
y todo género de desmanes bajo pretexto de patriotismo. El oidor Anda
obraba con la mayor cordura haciendo esfuerzos por mantener el orden
y salvar el dinero del rey.
En 1764, habiéndose recibido en Manila noticia oficial del tratado de
paz entre Francia, Inglaterra y España, firmado en Paris en 1763, ce-
saron las hostilidades. Al mismo tiempo llegaba á Manila el nuevo
gobernador La Torre á quien Anda hizo entrega del mando que él mismo
tan brillante como gloriosamente había asumido. El día 31 de Marzo,
el gobernador inglés hizo entrega de la plaza de Manila, en donde en-
traron los españoles.
El heroico Anda y Salazar volvió después á España en donde ocupó
el alto cargo de miembro del Consejo de S. M. y luego volvió á Manila
como gobernador y capitán general de 1760 á 1766.
En 2 de Abril de 1767, tomó el rey Carlos III la resolución de ordenar
la expulsión de los jesuítas de todos sus dominios y, cumpliendo estas ór-
denes, el gobernador Eaon expulsó á los jesuítas de Manila en 1770.
Durante el tiempo que estos religiosos estuvieron en Filipinas, habían
llegado á poseer grandes riquezas y un prestigio considerable por los
hombres eminentes con que la corporación contó siempre. Habían le-
vantado en los pueblos en donde tenían sus curatos magníficas iglesias
y conventos y en Manila tenían su hermosa iglesia de San Ignacio, con
la casa misión en donde hoy. se hallan los cuarteles de España, en la
ciudad murada.
Su expulsión se verificó sin el menor tropiezo, porque no trataron de
usar en su favor la influencia que tenían entre los filipinos y una mayoría
de los españoles de la colonia. Sus bienes todos pasaron á ser propiedad
del rey, sus curatos se dieron á los frailes recoletos que habían llegado
tarde á Filipinas y tenían pocos y malos curatos. La imprenta y el
colegio de San José que tenían á su cargo, lo mismo que el seminario en
donde con empeño formaban clérigos filipinos, pasó á ser administrado
por el arzobispo y sus despojos se repartieron entre las órdenes religiosas
que quedaban en Filipinas.
En 14 de Febrero de 1810, un Eeal Decreto ordenó que Filipinas, lo
mismo que las posesiones españolas de América, enviara representantes
á las Cortes que debían reunirse en ^ladrid. saliendo elegido para este
cargo D. Ventura de los Eeyes.
En 17 de Abril de 1813, se publicó en Manila la Constitución del año
12 de la monarquía española, pero dos años más tarde, después que el
rey Fernando VII se reinstaló en el trono, se abolió la constitución para
volver á publicarla en 1821, creándose otra vez diputados por Filipinas.
En 1823, volvió el rey Fernando VII á suprimir la constitución.
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Debido á estos cambios radicales de la legislación, se produjeron algunos
trastornos en llocos en 1814, pero en 1823 no se produjo el menor
movimiento.
En 1830, hizo el cólera su aparición en Manila por la primera vez,
importado de la India por un buque francés. La mortalidad fué con-
siderable y, habiéndose hecho creer al pueblo que aquella epidemia era el
resultado del envenenamiento de las aguas del río Pasig por los extranje-
ros, que desde hacía poco tenían permiso de residir en la capital, se amo-
tinaron los indios y, durante dos días, degollaron á todos los extranjeros
europeos y americanos. El general Folgueras no trató de impedir tales
atropellos hasta que, al ver que los filipinos empezaron á degollar á los
chinos, temió que aumentando la excitación, se les ocurriera seguir con
los españoles. Entonces salió procesionalmente el arzobispo y las cor-
poraciones religiosas y calmaron á los filipinos.
En 1823, ocurrió la llamada sublevación de Xovales en la cual, el capi-
tán Novales, filipino, con unos 800 hombres, se hizo dueño del cuartel del
rey en Manila, así como del palacio del gobernador y del Ayuntamiento.
Folgueras fué asesinado en su casa. Batidos los rebeldes, se fusiló á
Novales y á algunos de los principales insurrectos. La causa de esta
algarada fué el haberse postergado á los oficiales filipinos por españoles
recien llegados de Europa.
En 1835, se volvió á publicar en Manila la restauración de la famosa
Constitución y poco después se nombraron como diputados de Filipinas
en las Cortes del reino al general García Camba y al abogado filipino Juan
Francisco Lecaroz, quienes volvieron á ser elegidos en las elecciones veri-
ficadas en Manila en 1836.
En 1837, las Cortes españoles decidieron que debían suprimirse los
representantes de Filipinas y que esta colonia se gobernara por leyes espe-
ciales.
Mientras los ingleses ocupaban Manila, se acusó á los chinos en 1762,
de quererse sublevar : las persecuciones de que fueron objeto provocaron
su rebelión en Guagua (Pampanga), seguida de otro degüello general y
de la consiguiente expulsión de los supervivientes. La falta de gente
tan útil se dejó sentir pronto, y, en 1778, fué revocada la orden de expul-
sión, entrando otra vez gran número de chinos en Filipinas. En 1804,
se ordenó que únicamente podían residir en Filipinas los chinos que se
dedicaran á la agricultura. En 1834, se les reconoció libertad para
ejercer cualquier oficio sin otro requisito que solicitar el permiso. En
1849, se dictaron reglas para la admisión de chinos, por las cuales se les
dividió en transeúntes, que podían permanecer sólo tres meses en el Ar-
chipiélago, y de residencia, con derecho de permanecer el tiempo que qui-
sieran. En 1850, sale otra orden por la cual se concede á los chinos los
privilegios de que disfrutaban los agricultores.
Desde los primeros dias de la soberanía española, los piratas de Min-
danao y Joló habían infestado los mares del Archipiélago robando las
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poblaciones de las costas, habiéndose atrevido á venir en sus embarcaciones
hasta la misma había de Manila. Los gobernadores de Filipinas emplea-
ron todos los medios de fuerza y diplomacia para sujetar á los jefes de
los llamados '"'moros" del Sur de Filipinas, pero hasta fines del siglo XIX,
se puede decir que la soberanía española no dominó aquella región.
Han sido frecuentes, durante el transcurso de la dominación española,
alteraciones del orden, con motivo de sublevaciones aisladas ocurridas en
diferentes puntos de las islas, motivadas unas veces por exaltación de sen-
timientos religiosos entre algunos fanáticos, otras por vejaciones llevada^
á cabo por los frailes, los encomenderos, los alcaldes ú otras autoridades;
pero, cuando más lejano parecía el momento de una revolución de
carácter separatista, estalló la de 1896.
Cuando la situación del país era la más desfavorable para España, tuvo
lugar el rompimiento de hostilidades entre esta nación y la de Estados
Unidos de America.
El dia 1.° de Mayo de 1898, una escuadra de los Estados Unidos, man-
dada por el Comodore Dewe}^ destruyó en pocas horas, en las aguas de
Cavite, la escuadra española bajo el mando del almirante Montojo.
Después de tomar el puerto de Cavite, Dewey estableció el bloqueo marí-
timo de Manila y, durante este tiempo, habiendo el Sr. Emilio Aguinaldo
vuelto de Hongkong, levantó á los filipinos en armas contra España,
haciendo prisioneros á todos los españoles militares, civiles y religiosos de
Luzon, exceptuando Manila, y de varias islas.
El día 13 de Agosto de 1898, las fuerzas navales de Dewey y las terres-
tres del general de E. U. Merrit obtenían la rendición de Manila y la
bandera española se arrió para siempre en Filipinas para ser sustituida
por la de los Estados Unidos. Las fuerzas revolucionarias de los filipinos
tuvieron también la gloria de entrar en Manila á la vez que el ejército
de los Estados L^nidos, con quien habían estado unidas para combatir á
los españoles.
II. CIVILIZACIÓN.
Á la llegada de los españoles, los habitantes de la raza malaya de
Filipinas se encontraban agrupados formando pueblos que constituían
como pequeños estados. Estos pequeños estados se llamaban en muchos
sitios Barangay, nombre que por significar precisamente el de una especie
de embarcación indígena, parecía indicar que aquellas agrupaciones
formaban primitivamente la tripulación de un barangay, en la época de
su inmigración á las Islas. La población de un barangay oscilaba entre
50 individuos á 7,000, como se observó en llocos por Salcedo.
La base del barangay era la esclavitud que presentaba dos grados: los
verdaderos esclavos, llamados aliping saguiguilir, que se adquirían por
compra, por la guerra ó por redención de alguna deuda personal, y los
medio esclavos, llamados aliping namamahay, que en realidad constituían
como unos siervos que no podían ser vendidos y que formaban la población
plebeya de los barangays. Estos nombres son del tagalog, pero en casi
todo el archipiélago existía una organización social y política poco más
ó menos igual á la descrita. A menudo se reunían verlos barangays
reconociendo la autoridad de alguno de sus jefes, aquel que más prestigio
tenía por sus condiciones personales y por razones de parentesco, y estos
jefes, que tenían el nombre genérico de datos recibían luego ó adoptaban
ellos mismos títulos que se han querido traducir por rey, régulo ó príncipe
y que eran tales como ladia, sultán, lal-a. Además de los esclavos y jefes
había una especie de clase privilegiada llamada maharlika, en tagalog,
que en realidad constituía los guerreros del barangay. Cuando alguno
necesitaba dinero, podía ofrecer en garantía su persona y servía como un
esclavo á su señor, que podía venderlo por transferencia de su crédito á
otro. Como la riqueza y el poder de los jefes dependía del número de
los esclavos que tenían, se comprende que por todos los medios imagina-
bles cada uno trataba de aumentar su número en el barangay. Un hom-
bre libre podía pasar á la categoría de esclavo si pasaba sin permiso bajo
la casa del jefe, si cruzaba por los sembrados de éste, si se atrevía á poner
los ojos en la mujer del mismo, pero esta manera de caer en esclavitud
era muy rara, porque estas faltas se consideraban muy graves y eran raros
los que las cometían.
Las tierras del barangay se repartían entre sus miembros y cada una
tenía así su propiedad, no dándose el caso de que un individuo de un
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barangay se metiera á cultivar tierras de otro barangay sin previa com-
pra, ó por herencia ó por donación. En algunos barangays, la tierra per-
tenecía al jefe, porque la había adquirido de sus antiguos poseedores.
Tenían también los principales pesquerías en las cuales se respetaba de la
manera más estricta el derecho de propiedad.
El jefe de barangay juzgaba los litigios de sus svibditos á veces solo,
otras acompañado de algún dato de la vecindad ó de una persona respe-
table de su propia tribu. Eegularmente en los procesos civiles, se trataba
de atraer á las partes á un arreglo : en los criminales, la costumbre suplía
la ley escrita, que no existía. Había crímenes penados de muerte, como
el deshonrar á la hija ó á la esposa de un principal; algunas veces se
permutaba la pena capital por la esclavitud y otras caían en esclavitud
los hijos del condenado á muerte. Era común arreglar los ofensas cri-
minales con multas pagadas al ofendido y en algunos casos al dato.
La verdad es que ningún principio legal existía y que, como en toda
sociedad primitiva, predominaba el derecho de la fuerza. El sistema
hereditario del poder tenía por tanto que apoyarse en el valor personal,
la fuerza, la actividad y la energía del jefe, que podía así verse suplan-
tado en la lucha por otro hombre de mejores condiciones físicas que le
venciera. Para apoyarse formaban unos jefes con otros alianzas y pactos
que eran más comunes entre los tagalos y bisayas.
Por lo común, solamente tomaban parte en la guerra los hombres
libres, pero también se empleaban los esclavos, cuyo concurso era indis-
pensable en el mar, donde llenaban las funciones de bogadores de las
embarcaciones. Tenían como armas, lanzas, javelinas, arcos y flechas,
grandes cuchillos llamados campilanes, talibones, sandatas ó kris, y
usaban escudos, yelmos de madera ó cobre, coseletes y petos de planchas
de asta de carabao que venían de Siam. Los españoles hallaron que los
filipinos tenían cañones en Manila, Cainta, Taytay, y la isla de Luban.
En Manila había una fundición donde se hacían los cañones, dirigida al
parecer por un portugués, pero positivamente había en ella un fundidor
indio conocido por el nombre de Panday Pira, que siguió fundiendo, bajo
la dirección de los españoles, después de la toma de Manila.^
Muchos barangays estaban en perpetua guerra con sus vecinos ó con
tribus distantes y como no había un poder que estableciera una policía
capaz de mantener el orden en el mar, resultaba este infestado por piratas
y ladrones que hacían el comercio muy peligroso. Las embarcaciones de
guerra de los filipinos estaban dispuestas para navegar tanto á vela como
á remo. De poco calado, asegurada su estabilidad con balancines de caña
^ En una carta dirigida al Rey, con fecha de 25 de Julio de 1570, Legaspi, al
hablar de los Moros enconti-ados en Panay, escribió lo siguiente: "Los últimos
poseen artillería que ellos mismos funden y terminan, y también pólvora y otras
municiones." Además decía éste: "Le remito dos culebrinas de bronce hechas
por los Moros de esta tierra, para que Vuestra Majestad vea la destreza que
poseen en hacer y fundir cañones." Es probable que los naturales de Manila
aprendieran á hacer cañones de los Moros ó Chinos. — J. P. Sangee.
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de gran solidez, eran ligeras y podían penetrar en los rios de escaso fondo
para perseguir á un enemigo, ó huir de otro más fuerte. Para asegurar
el comercio, cada embarcación se hallaba tripulada por hombres armados
y, aquellos que no tomaban estas precauciones, si tropezaban con otros
más fuertes de alguna tribu enemiga, salían mal parados.
Se dice que las Filipinas fueron en un tiempo colonia china : nada
hay que pruebe esta suposición y más bien se puede sospechar que fuera
falsa. ^ Lo cierto es que los chinos comerciaban con los filipinos antes
de la llegada de los españoles, pues así lo afirman personas de la ex-
pedición de Legaspi : y que, apesar de la inseguridad de los mares, los
chinos hacían algunos negocios con ciertas tribus costeras de las islas.
Los españoles encontraron en muchas localidades objetos de porcelana
china, pero no parece que hallaran ninguna colonia china residente en
alguna isla, porque no se menciona en ningún documento de aquellos
días un hecho semejante. El Japón tenía asimismo comercio con las
islas. La vida comercial estaba bastante desarrollada tanto en Luzón
como en Visayas, en donde eran conocidos los cambios, comisos, fianzas
é intereses compuestos.
La moneda no era conocida : empleaban el polvo de oro al peso. Los
nombres de las pesas eran de pro venencia china, como el tae ó tael, que
se dividía en dos tingas, (que en Malayo significa mitad), cada tinga
contenía una sapaha, y esta siete sema, siendo la unidad inferior el
sangasalie. Para pesar las mercancías se usaba el pikul, y para medidas
de capacidad el l:aban, la ganta y la tsupa. Las medidas de longitud
eran el palmo y el codo. Es probable que existieran algunas monedas
de la India, llamadas rupias, pues su nombre existe en tagalog en la
forma de salapi, que significa una moneda del valor de la rupia y es al
propio tiempo nombre del dinero en general.
Los tagalos, bisayas, pampangos, pangasinanes, ilocanos y probable-
mente otros más, usaban un alfabeto que se puede llamar filipino porque,
con pequeñas diferencias, era el mismo para todos, y se halla todavía en
uso entre los tagbanuas de Paragua y los manguianes de Mindoro. Con-
sistía el alfabeto en 17 letras, tres de las cuales eran vocales. Eran sig-
nos silábicos de manera que cada consonante se pronunciaba con la vocal
a, así: ba, ca, da. Colocando un punto sobre la consonante, se variaba
^ En su historia de China, de 1586, el Padre Juan González de ilendoza, al
escribir acerca de las Islas Filipinas, dice lo siguiente : "Estas islas estuvieron
anteriormente sujetas al Rey de China hasta que él las abandonó voluntariamente."
En el relato de De Morga acerca de las Islas Filipinas y otros países orientales,
traducido por el Señor H. E. J. Stanley y publicado por el Hakluyt, Society, apa-
rece la siguiente nota : " Los Dutch Memorable Embassies dicen que los Españoles
subjTigaron estas islas casi sin desenvainar la espada, pues los habitantes habían
olvidado el arte de la guerra, y casi renunciado & la vida civil desde que sacudieron
el yugo chino. Desde que los Chinos perdieron su dominio sobre las islas no
han cesado de traficar con ellas, etc." No existe prueba evidente de que los
Chinos hayan jamñs ejercido su soberanía sobre alguna porción de Filipinas. — J.
r. Saxger.
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su vocal en e, i: colocando el punto debajo, la vocal se convertía en o, u.
Esta escritura era bastante imperfecta. No tenían signos para la nu-
meración. Tenían algunos libros escritos en hojas de palmera que
consistían en cantos, fórmulas de encantamientos y sortilegios y proba-
blemente la historia de sus viajes, guerras y vicisitudes nacionales.
Todos fueron quemados por los primeros misioneros en su celo de des-
truir todo germen de la antigua idolatría.
Es difícil determinar su religión, aunque parece que solo consistía ésta
en la creencia de dos ó tres como principales dioses superiores que todo
lo dirigían, y en la existencia de dioses inferiores que causaban males
ó producían bien y, á los cuales sacrificaban para calmar ó dar muestras
de gratitud por algún beneficio recibido. El dios principal era llamado
Bathala, en tagalog, palabra originada de una voz sánscrita, cuya
etimología ha sido caprichosamente explicada i)or algunos completa-
mente ignorantes de cuestiones lingüísticas. El culto que se extendía
por las islas, pudiendo llamarse la verdadera religión de los filipinos, con-
sistía en el culto de los anuos. Los anitos no eran dioses, sino almas
de los antepasados y en cada familia se adoraba á los suyos que dejaron la
vida para obtener su favorable influencia. Cuando moría un noble, era
costumbre sacrificar algunos esclavos para que en la otra vida tuviera un
respetable séquito de almas, como correspondía á su gerarquia. Parece
que era uso establecido entre los bisayas el enterrar esclavos vivos, con
el mismo fin de que el difunto tuviera gente que le sirviera en el otro
mundo. A veces, para curar algún enfermo grave, se mataban esclavos
para que sus almas, pasando en la otra vida al servicio de sus antepasados,
los contentaran, calmándolos, para que dejaran de hacer daño á sus des-
cendientes. Cuando llegaron los españoles, algunos moros de Borneo
habían importado á Filipinas principalmente en Mindanao y Joló, el
mahometismo hallándose asimismo en Manila algunos mahometanos.
Los enterramientos eran verdaderas fiestas en donde se gastaba en
comer y beber una buena parte de la fortuna que dejaba el difunto. Las
sacerdotizas, llamadas hatalonan, en tagalog, y haihalonan, en bisaya.
jugaban un papel principal en las ceremonias religiosas, ejecutando
danzas, armadas de una lanza con la cual acababan por sacrificar un
cerdo y probablemente otros animales y aún los mismos esclavos. El
horror que estas ceremonias inspiraban á los misioneros españoles les
hicieron verlas como repugnantes y odiosas bacanales dirigidas por el es-
píritu infernal, dando de ellas, bajo la impresión de estas ideas domi-
nantes, descripciones que distan mucho de lo que debieron ser en realidad.
Los hombres vestían una especie de camisa corta, sin cuello ni puños
que bajaba un poco más de la cintura y las piernas las cubrían con una
pieza de tela que rodeaba la cintura cayendo como una falda, ó con un
trapo llamado hahahe. En la cabeza, por lo común, no usaban nada sino
cuando se alejaban de sus viviendas llevando entonces una especie de
turbantes ó también una especie de sombreros llamados salal-ot entre los
tagalog. Las mujeres se cubrían el cuerpo con un traje parecido al
de los hombres con la diferencia de que usaban telas más finas y de más
precio y cuando sus medios lo permitían las tenían más ó menos ricamente
adornadas de bordados. Hombres y mujeres usaban collares braceletes y
argollas en los tobillos, pendientes, peinetas y sortijas de oro liso v
labrado. La gente ordinaria iba descalza, pero los principales usaban
chinelas y zapatos abiertos, de vistosos colores y con bordados. Era de
buen gusto hacer huecos en los dientes y rellenarlos de oro, lo mismo
que limarse los incisivos en forma cónica.^ En algunas localidades,
tenían los dientes teñidos de negro, pero el uso entre los principales era
siempre cambiar en alguna manera el color, forma y disposición de los
dientes.
Los datos y jefes salían siempre acompañados de sus sirvientes, lle-
vando cada cual un objeto del uso de su amo y principalmente una caja
de metal conteniendo el buyo que se usaba como masticatorio en todo el
archipiélago. •
Las casas se hacían sobre altos pilares de madera, de suerte que estu-
vieran á bastante elevación del suelo para que debajo pudiera alber-
garse la servidumbre. Muy frecuentemente la población se hallaba le-
vantada en el agua, á la proximidad de un río. en un lago ó en las orillas
del mar.
Del agua de vegetación de las palmeras ó de los frutos del cocotero
que es dulce y agradable al gusto, fabricaban un vinagre ligero y obtenían
por destilación, un aguardiente ñojo al que los españoles aplicaban el
nombre de vino. Indudablemente el arte de destilar lo habrían apren-
dido de los chinos.
Cultivaban la tierra sembrando arroz, cenote y otros tubérculos y sa-
bían construir instrumentos apropriados para quitar la corteza del palay,
separarla del grano limpio y blanquear este por percusión en un mortero.
Fabricaban diversos géneros de embarcaciones, aparatos de pesca,
armas blancas, tejían la fibra del abacá, la pina, el algodón y la seda
que les venía de China; conocían el arte del bordado y hacían esculturas
que representaban sus antepasados que llamaban anitos. Trabajaban la
plata, el oro, el cobre para ejecutar alhajas, adornos de sus armas y
alambres. Comerciaban llevando sus productos á otros barangays, por
tierra ó por agua, y se reunían en sitios especiales en donde de costumbre
se verificaba el mercado. Sus artículos de comercio eran arroz, pescado,
aves, telas, esclavos, frutas, armas, algunos artículos de cobre y porcelana
de provenencia china, platos de madera, efectuándose las transacciones
por cambios de mercancías, por falta de moneda. El polvo de oro servía
frecuentemente de mercancía de valor más fijo.
En las montañas las costumbres variaban algún tanto, pero quizás sea
posible conocerlas hoy día mejor que las que tuvieron y olvidaron los
^ Esto aún se practica entre las tribus salvajes. — J. P. Sangeb.
26
tagalog y otros filipinos cristianos, porque las tribus infieles han conser-
vado, casi sin cambiar, los nsos y costumbres que tenían desde tiempos
remotísimos.
Los encomenderos fueron los primeros españoles que, después de
conquistada y pacificada la colonia, representaban en cierto modo en las
provincias la autoridad civil. Tenían obligación de velar por la. paz y
prosperidad de los indios de su encomienda, defendiéndoles de todo
agravio que pudieran recibir de los españoles, soldados, alcaldes y jueces,
tratando de reunirles en agrupaciones para fundar poblaciones, propor-
cionarles medios de abrazar el cristianismo y construir iglesias y conventos
en donde pudiera vivir el doctrinero. Tenían asimismo el deber de
edificar su casa de piedra en el pueblo en donde fijaban su residencia,
casa que se levantaba según las prescripciones que daba el libro 4 de las
leyes de Indias. Una ley obligaba á los solteros á casarse dentro de los
tres años de su nombramiento de encomendero.
Las encomiendas consistían en una porción más ó menos extensa de
territorio concedida á una persona, como premio á sus servicios ó á una
corporación religiosa, para su sostenimiento, á quien quedaban sujetos
todos sus habitantes en una especie de esclavitud. El encomendero debía
pagar al real erario una suma por cada individuo de su encomienda. y
éstos le pagaban un tributo que era igual para todos los filipinos, así
estuvieran en una encomienda privada ó pertenecieran á encomiendas
del rey.
Tenían los encomenderos obligación de ampararles y socorrerles en
cualquiera calamidad, hambre ó desastre, y se les prohibía cobrar sus
tributos por barangays, es decir, haciendo responsable de los tributos al
jefe de una familia ó tribu, así como emplear violencia para obligar al
pago de dicho tributo. Si el encomendero recibía una contribución, no
era sin quedar obligado por ello á cumplir con los deberes de protector de
sus indios en cuyo interés el rey se mostró siempre generoso y lleno de
verdaderos sentimientos de caridad y simpatía.
Apesar de las prescripciones que limitaban el servicio á que los indios
estaban obligados hacia sus encomenderos y de las estrictas órdenes dadas
por el rey para que estos fueran castigados si abusaban de su poder
explotando á los indios, los antiguos encomenderos explotaban inicuamente
á sus siervos, á tal punto que, ya en 1573, el gobernador Lavezares tuvo
que tomar disposiciones para contener los excesos que cometían los de
Bisayas.
ISTinguna cédula, providencia ni ordenanza expedida por el rey para
beneficio y amparo de los indios se cumplía y jamás se vio el caso de
castigar á nadie de los que las desobedecían, llegando á manos del rey
en 1583 un extenso memorial del obispo Salazar en el que le daba cuenta
detallada de estas cosas y le refería los abusos y tiranías de que eran el
blanco los indios colocados bajo los encomenderos. El rey entonces
27
expidió una cédula, en 37 de Marzo de 1583, encargando á los gobernantes
que no permitieran semejantes abusos y rogando al obispo le avisara
cuando las cosas se torcieran.
Llegaron á tal punto estos excesos que en varias localidades los indios
se amotinaron, en 1583. Como no se remediaban los desafueros, el
malcontento aumentaba hasta que, en 1585, los pampangos y tagalos
unidos se declararon en rebelión abierta logrando calmarlos el gobernador
Santiago de Vera que con mano firme puso freno á las vejaciones
cometidas.
El tributo que comunmente se hacía pagar en las encomiendas era de
odio reales, en oro ó en productos de la tierra, para cuyo cobro, el
encomendero, acompañado de algunos arcabuceros, obligaba á los princi-
pales á que le dieran el tributo de todos los indios de la localidad. E]
principal que no pagaba el tributo del número de indios que se le exigía
era azotado y metido en el cepo siendo frecuente que perdieran la vida
á consecuencia del tratamiento. Después de cobrado el tributo, el enco-
mendero no se volvía á ocupar en sus siervos hasta el siguiente año en
que repetía sus operaciones.^
Estaba mandado que no se dieran encomiendas sino de indios ya
cristianizados, pero no se cumplía la ley y se repartían encomiendas de
indios infieles. Á medida que se establecían en los pueblos los misio-
neros frailes constituyeron un freno contra las exacciones hacia los
cristianizados.
Los gobernadores repartían á su antojo las tierras dándolas en enco-
miendas á sus favoritos, reservándose para el rey algunas poblaciones de
las que se sacaba im tributo que no servía de gran cosa para la real
caja. Los encomenderos, sin embargo, no eran ricos; pocos sacaban de
sus encomiendas una renta decente, los demás vivían en la miseria, no
pudiéndose esperar otra cosa, porque no se ocupaban más que en cobrar
tributos sin estimular á sus servidores al trabajo para mejorar su suerte
y enriquecerse. En los pueblos rarísimos en donde había españoles no
se dedicaba nadie á la agricultura y no se labraban las tierras ni se
criaban animales.
Los encomenderos no pagaban los diezmos á que estaban obligados y
cuando se les quiso pedir (1583 ó 83) que dieran un tanto para la
manutención de las tropas, se negaron, limitándose á proponer que se
aumentara en dos reales el tributo de los indios para que esta suma fuera
á la real caja. En cuanto á los españoles, ninguno podía ir libremente
á Filipinas; era indispensable que obtuviera una licencia según prescri-
bían las leyes contenidas en el libro IX de la Recopilación de Indias.
El tiempo de permanencia que se le concedía era limitado, siendo sólo
' Hasta el año de 1577 era de 1 maiz de oro, ó de 3 reales para cada indio, aunque
algunos pagaban menos. En dicho año fué de 8 reales, y más adelante se permi-
tió pagar la suma de 10 reales en dinero, telas, arroz, etc. — J. P. Sanger.
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de tres años cuando se trataba de un casado que dejaba su consorte en
España.
Cuando llegaba un nuevo gobernador venían con él una porción de
empleados personales, de familiares y de parásitos sin posición alguna que,
una vez en Manila, eran colocados en cargos de favor por su protector
ó se dedicaban á explotar el favoritismo que disfrutaban cerca de este
para crearse una posición que, por lo regular, duraba el tiempo de
permanencia del gobernador en el país. Las leyes señalaban cuidadosa-
mente qué clase de gentes podían acompañar así á los gobernadores,
adelantados, alcaldes y corregidores con el fin de que pasaran á la colonia
únicamente personas limpias de toda raza de moro, judio, hereje ó 'peni-
tenciado por el Santo Oficio. En cuanto á los soldados que iban á
Filipinas, estaban obligados á volver á España una vez concluido su
servicio, no pudiendo nunca quedarse en la colonia.
Al propio tiempo que se imponían restricciones para los españoles que
querían quedarse ó ir á Filipinas, con el fin de que fuera escogida la
gente peninsular que se fijara en ellas, las leyes concedían varias preroga-
tivas á los que se decidían por radicar en Filipinas. Se les repartían
encomiendas, se les facilitaban medios de ennoblecerse, quedaban exentos
de pagar contribuciones durante algunos años y tenían otros privilegios
de que usaban y abusaban con la mayor facilidad.
Fuera de los encomenderos, alcaldes, corregidores ó militares, raro era
el español que se instalara en provincias á vivir de su trabajo libre,
dedicándose á la agricultura ó á una industria. En Manila únicamente
había algunos dedicados al comercio teniendo que sufrir las vejaciones de
los funcionarios públicos. En los primeros días de la dominación, cuando
llegaba un español, quedaba obligado á alistarse para servir en las milicias
y muchos que no tenían medios de subsistencia se aprovechaban de sus
armas para imponerse á los indios hasta que, como dice el obispo Salazar,
"acontesía tener guisado el indio que comer para si y entra el soldado se
lo toma y aun sobre ello los maltrataban y apelean . . ."
Á los extranjeros les estaba completamente prohibido residir en las
islas. Lo único que se les toleraba era permanecer en Manila durante el
tiempo en que la monzón no les permitía hacerse á la vela con el navio en
que vinieron para comerciar. Varias reales cédulas se expidieron reco-
mendando á los gobernadores que no permitieran ni toleraran bajo pre-
texto alguno que los extrangeros de cualquier calidad que fueran trataran
ó comerciaran ni se avecindaran en las provincias, ciudades ni lugares de
Filipinas.
Los chinos eran los únicos extranjeros que apesar de las vejaciones y
restricciones á que los caprichos de los hombres y las leyes les sujetaban,
se extendían por el país y residían hasta en los rincones más olvidados.
iSío permanecían ociosos, dedicándose al pequeño tráfico, supliendo con
su actividad la desidia de todos, sirviendo de blanco á las vejaciones de los
y 9
indígenas, ganando la benevolencia y protección de las autoridades y de
los sacerdotes, haciendo por ellos servicios y complacencias de todo linaje.
En cuanto á los españoles, hasta entrado el siglo XIX, una ley de Indias
prohibía terminantemente que pudieran residir en una población de
indios aunque compraran terrenos en sus pueblos y, si alguno iba de paso,
no se le permitía permanecer en la localidad más de dos días.
Las leyes obligaban á los encomenderos á dar instrucción religiosa á
sus siervos, cuando no hubiera doctrineros que lo hicieran, lo mismo que
la enseñanza de la lectura y la escritura, que también estaban obligados
los sacerdotes á dar. Éstos cumplieron al parecer con su cometido con
puntualidad especialmente en lo referente á la doctrina cristiana, y ense-
ñaron además á sus feligreses artes y oficios para los cuales mostraron los
filipinos mucha aptitud.
Bajo la dirección de los frailes, la imprenta empezó á funcionar en
Manila en 1593 y pronto se fundaron imprentas en los conventos de
jesuítas, dominicos, franciscanos y agustinos, en las que trabajaban
filipinos entre los cuales se formaron también buenos grabadores. Inte-
resados en el ornamento de sus templos y de sus altares fué necesario á los
misioneros tener escultores, pintores, plateros y otros artistas que no sólo
se formaron prontamente, educados por aquellos religiosos competentes,
sino que llegaron á producir obras que les acreditaron como dotados de
cualidades artísticas nada comunes. Asimismo se formaron músicos
y cantores para las fvmciones de iglesia y las mujeres llegaron á gran al-
tura en el arte del bordado tanto sobre las telas del país, como la pina,
cuanto sobre los lienzos de China, la seda y el terciopelo.
Todos los edificios de piedra que se fabricaban fueron levantados bajo
la dirección de los doctrineros, por obreros indios que también se hicieron
operarios diestros en las construcciones navales que, desde los primeros
días de la conquista, emprendieron los españoles.
La dulce vida que se hacía en los pueblos recien formados por los enco-
menderos y los doctrineros seducía á los indígenas. Alrededor de la
iglesia y del convento venían á agruparse las casas de los más principales
cuya autoridad se vio al momento robustecida por el cura. Los jefes de
tribus, llamados cabezas de barangay, siguieron conservando sus poderes
y dirigiendo á los suyos como en tiempos pasados. Las leyes españolas
no se oponían, antes bien protegían, la forma de gobierno que tenían los
filipinos en todo aquello que no contrariaba á la religión cristiana. El
método de colonización consistió en enseñar á los colonos la religión cris-
tiana, hacerles creer en ella y respetar sin discusión, examen ni descon-
fianza, á sus ministros.
Todas las leyes, todas las instrucciones, tendían á dar á las órdenes
religiosas el mayor prestigio posible confiado el rey que los ministros de
su religión no obrarían sino movidos por intereses puramente religiosos.
Las leyes que protegían á los indios les condenaban al mismo tiempo á
30
una perpetua tutela, á una eterna minoría de edad. En los pleitos entre
sí eran juzgados por sus autoridades indígenas, jDero cuando tenían algún
litigio con un español, ó recibían ofensa de alguno de éstos, la cuestión
corría por cuenta y á cargo del Protector de indios, del encomendero ó
del cura ó doctrinero, según el caso, y en esta forma quedaba á salvo el
prestigio español, porque ya no era un indio el que pedía justicia contra
uno de raza superior, sino un español que tomando la causa del indio,
pleiteaba ó se querellaba contra otro español.
Los filipinos se acostumbraron á seguir la dirección de los curas que
les educaron en una sumisión absoluta, dominando su conciencia por el
temor que les inspiraban de enviar su alma al cielo ó sepultarla en el
infierno cuando se murieran. En la lucha entablada entre encomenderos
y frailes quedaron anulados aquellos y desde entonces el cura fué el
único español que en las poblaciones de filipinos asumía la represen-
tación del poder temporal del rey y el poder espiritual de la iglesia.
Las costumbres de los indios se habían suavizado, el lujo y la brillantez
del culto les seducía atrayéndoles á las ceremonias de la iglesia. Todo
el temor á lo misterioso y su creencia antigua en los poderes ocultos que
quitaban la salud, atraían la desgracia, daban la victoria, ó conducían
al desastre, se conservó, cambiando sólo el concepto que tuvieron de los
espíritus que gobernaban los sucesos de la vida y los fenómenos de la
naturaleza. Los santos patrones cuya protección buscaban, venían á
sustituir los antiguos anitos representantes de sus antepasados que
hacían intervenir en su antigua idolatría en todas las circunstancias de
la vida. Almas sencillas, crédulas, timoratas, sujetas á una dirección
exterior, incapaces de obrar por su propio criterio, fueron conducidos
eternamente, en todos los actos de su vida, por los monjes de la nueva
religión que adoptaron, en los cuales confiaban y que les inspiraban
respeto al par que un fundado temor.
El filipino que resultaba así era precisamente la consecuencia de la
legislación paternal y de las ideas sostenidas por los individuos de la
iglesia. Los doctrineros habían enseñado á leer y á escribir para que sus
feligreses pudieran comprender los impresos que en dialectos locales
constituían la única literatura que se permitía, formada de novenas y
vidas de santos que, á la verdad, no difundían malas doctrinas; pero la
educación dada era lo suficiente nada más para que el poder monacal
tuviera más facilidad de conducir al pueblo dentro de su obediencia y
conservarse el monopolio de la dirección de sus sentimientos y de su razón.
En Manila se fundó en 1601 el colegio de San José por los jesuítas.
en 1619 el colegio de Santo Tomás por los frailes dominicos y en 1640
el colegio de San Juan de Letrán por los mismos frailes. Todos estos
colegios se abrieron sólo para educar á los hijos de españoles. Enseñaban
en ellos el latín, la filosofía y la teología.
Más tarde, Santo Tomás v San José, se erigieron en universidad v se
O-f
X Ol
enseñó, entonces, el derecho canónico y el derecho español. En 1714
creó el gobierno una universidad seglar en Manila en donde se enseñaba
Cánones, la Instituía y las leyes españolas, con una cátedra de medicina
y otra de matemáticas, pero en 1730 se cerró dicha universidad.
Como se ha dicho, la enseñanza dé las primeras letras corrió á cargo
de los doctrineros, sujeta á órdenes y decretos sin método, pero en 1863
se organizó la segunda enseñanza y, según el plan decretado, en cada
pueblo debió fundarse una escuela de enseñanza primaria. En Manila,
la universidad de Santo. Tomás, añadió á su antiguo programa la ense-
ñanza del Kotariado, la Medicina, la Farmacia; una escuela normal
funcionó en Manila, bajo la dirección de los jesuítas y en las capitales de
provincias se abrieron varias escuelas de segunda enseñanza para ambos
sexos.
Desde que funcionaron las universidades, á principios del siglo XVII,
algunos filipinos obtuvieron grados de doctor ó licenciado en derecho ó
en teología y hubo así abogados y clérigos de todas razas entre los cuales
algunos llegaron á brillar en su época.
Toda la enseñanza dada en Filipinas, desde los primeros dias de la
soberanía española hasta su terminación, se caracterizó por su exclu-
sivismo. Tendió siempre, consiguiendo su objetivo, á no enseñar más que
aquello que fuera genuinamente español y absolutamente aceptado dentro
de la ortodoxia católica más tradicional. No sólo enseñó que la civili-
zación española era la mejor y que la ciencia enseñada por la escuela
española católica era la única buena, sino que condenó toda idea moderna
confundiendo en el mismo desprecio y en el mismo anatema, la ciencia
experimental y todo ensayo que la razón humana hiciera para pensar
sin subordinarse á la tradición y á la inñuencia de fórmulas religiosas
y empíricas.
Conteniendo dentro de convencionalismo múltiples, evolucionando den-
tro de ideas intolerantes que rechazaban el libre examen y que entregaban
al hombre á la discreción del funcionario español para lograr su felicidad
en la tierra y á la dirección absoluta del sacerdote español, para asegurar
su salvación en la vida futura, la civilización filipina se desenvolvió así
hasta fines del siglo XIX. Dichosamente algunas circunstancias vinieron
á modificar este cuadro : desde principios del siglo XIX la apertura del
archipiélago al comercio extranjero, la apertura más tarde del canal ,,de
Suez y la facilidad de comunicaciones con el mundo, renovaron la atmós-
fera de edad media que envolvía al pueblo filipino permitiendo que las
ideas modernas de libertad llegaran hasta él.
La emigración al extranjero y la venida á Manila de españoles trans-
formados por las enseñanzas que á la Península llevó la revolución fran-
cesa, y las máximas de democracia que de los Estados Unidos lian
irradiado por toda la tierra, contribuyeron á formar algunos filipinos fran-
queados de los prejuicios y falsas ideas que dominaban á la generalidad
de los educados en las formas antio;uas.
32
Aunque la legislación no hacía diferencias de razas desde principios
del siglo XIX, siempre mostraron los peninsulares que se consideraban
superiores á los filipinos y lo daban así á entender aún á sus mismos
hijos. Los filipinos, por otro lado, no tomaban parte en el gobierno de su
país. Algninos ocuparon puestos públicos á veces de importancia, pero
tales excepciones sólo ponían de manifiesto que al ocupar puestos en la
administración, los filipinos, más aún que los españoles, se veían en la
necesidad de obrar como meros auxiliares en la máquina automática del
estado. En los pueblos, los funcionarios municipales, no podían hacer
otra cosa más que interpretar y cumplir los deseos y las órdenes de las
autoridades civiles y militares españolas y muy principalmente la volun-
tad del cura párroco.
El pueblo tenía obligación de quitarse el sombrero al pasar cerca de
un español y principalmente si tenía algún cargo oficial y al cura, además
de este saludo, se le besaba la mano. En la mesa donde se sentaba un
español no se sentaba un indio aunque fuera el dueño de la misma casa.
Los españoles hablaban de tú á los filipinos y aunque muchos se casaron
con mujeres de pura raza del país, en la sociedad las miraron siempre
como de condición inferior. Desde principios del siglo XIX las leyes bo-
rraron las diferencias debidas á la raza, pero las costumbres no podían
borrarse y la diferencia era más dura mientras más se educaban los
filipinos en la nueva atmósfera, que las comunicaciones frecuentes con
Europa, creaban en las islas.
El látigo era el castigo favorito usado por los frailes en sus pueblos.
Los funcionarios municipales obraban como domésticos del cura.
En una ordenanza de 1696 se prohibía pagar á ningún indio por adelan-
tado, más de cinco pesos, bajo cualquier pretexto ó causa, ni aun para
pagar arroz ú otro producto que se comprometía á entregar más tarde,
condenando al que diera á los indios un crédito mayor de cinco pesos á
perder el exceso de dicha suma. Si las cédulas reales aconsejaban que se
estimulara el trabajo entre los indios, en la colonia resultaba que salía
estimulada la pereza y el vicio. Además de los domingos había dentro
del año unos 32 días de fiesta de carácter general para todas las islas, á
lo que había que agregar que, en cada pueblo, se celebraba la fiesta del
patrón que duraba nueve días y cada barrio tenía también su festividad
patronal que por lo menos tenía tres días de duración, además del santo
del cu7'a, del alcalde en la cabecera provincial y otros motivos que no
faltaban para dejar de trabajar en honor de un santo ó de un funcionario.
Se explotó la afición filipina por la pelea de gallos para organizar galle-
ras piiblicas con el fin de constituir con ella una renta del estado y se
estableció asimismo el juego de la lotería que fomentó la holganza
haciendo que el jugador esperara que la riqueza podría lograrla por la
buena fortuna.
Los hijos de los frailes representaban en los pueblos el elemento díscolo
33
que más principalmente comenzó el movimiento contra el poder monacal.
Cuando fué permitido á los españoles residir en los pueblos y cuando el
número de funcionarios españoles, desde mediados del siglo XIX, se
aumentó, los filipinos empezaron á imitar de estos el poco respeto que les
merecían los frailes; porque, aunque temían su poder, sin embargo, por
temperamento de raza, no sólo trataban de franquearse de su tutela sino
que gallardeaban de respetarle en poco.
La censura tenía á la prensa filipina contenida dentro de los límites
más estrechos. Xo era posible referir sucesos que pudieran molestar
siquiera á la persona de cualquier funcionario; no se podían discutir ni
referir asuntos políticos. Xo debían publicarse más que noticias de
ocurrencias en la vida de la calle y copiar de la prensa europea lo que
se refería al extranjero : la censura religiosa hacía todavía más ortodoxo
todo lo que diera á luz la imprenta. Los impresos en lengua castellana
hallaban una frontera infranqueable en la junta de censijra al entrar en
^Lmila. Xingún filipino podía intervenir en los asuntos públicos, ni
emitir su opinión sobre política ó simple administración de su país.
El filipino estaba obligado á ser católico, apostólico, romano. También
estaba obligado á pensar y á sostener que "Filipinas era toda para España
^y por España." Á este objetivo, á obtener filipinos que obraran y pen-
saran en armonía con estos ideales, se reducía toda la obra civilizadora
y para ello era menester formar individuos sumisos, sufridos, convencidos
y débiles.
Otras causas ajenas á los españoles y, principalmente, á los frailes,
hicieron que germinaran en algunos cerebros y latieran en muchos cora-
zones pensamientos y sentimientos que ninguna fuerza, que ningún plan
por calculado que haya sido, han logrado impedir que germinen y se
desarrollen en el corazón y la inteligencia humanos.
Al establecer su soberanía en Filipinas, el pueblo americano ha tomado
el compromiso de honor de ayudar al pueblo filipino á llegar bajo su
amparo, dirección y responsabilidad al más alto grado de cultura y
civilización. Cada filipino puede ahora trabajar por el bienestar y
beneficio de su país y toda clase de intervención del clero en los asuntos
no religiosos quedó anulada desde que el ejército de la Unión entró en
Manila el 13 de Agosto de 1898.
El Bill do Filipinas asegura la libertad de conciencia, la separación
de la Iglesia y del Estado, la libertada de asociación, de la prensa y de la
palabra. Al colocar á Fili])inas bajo su soberanía, el pueblo americano
no trata de anular el sentimiento del amor á su propio país que tiene el
filipino, y los habitantes de las islas tienen el derecho de llamarse
ciudadanos de Filipinas.
Xo hay leyes que establezcan diferencias de razas y en todo el archi-
j)iélago existen maestros y maestras americanos que enseñan el inglés y
dirigen escuelas de instrucción primaria y secundaria lo mismo que
42264 3
escuelas normales á donde concurre con entusiasmo un gran número de
discípulos de ambos sexos y de todas las edades.
La Comisión ha votado una ley por la cual anualmente se enviarán á
los Estados Unidos estudiantes Filipinos para educarse en las carreras
y oficios que elijan.
El gobierno de Filipinas, inspirado en los principios democráticos y
libres que han hecho grande, fuerte y dichoso al pueblo americano, quiere
que una recta administración de justicia, una honrada gestión del tesoro
público y una eficaz organización de la instrucción pública eduquen al
pueblo filipino dentro de los moldes de la civilización moderna sin
restricciones, sin recelos, sin humillaciones.
IIL EL PODER MONACAL.
Como el principal objeto que se proponían llenar los reyes de España
al conquistar nuevas tierras, era extender la fe católica, fácil es com-
prender el empeño de los monarcas en enviar á Filipinas misioneros
para cumplir su propósito. Los frailes franciscanos, agustinos, recoletos,
y dominicos con los Jesuítas, pasaron á Manila desde los primeros dias
de la conquista para predicar la religión y convertir á los naturales. Al
organizarse la administración eclesiástica de los pueblos fué necesario
nombrar curas, pero los frailes por sus votos, su organización monástica,
sus deberes de vivir en comunidad y por no poder tener dinero propio
entre sus manos estaban inhabilitados para ejercer como curas. La falta
de clérigos hizo que el Pontífice levantara los impedimentos aludidos,
permitiendo á los frailes y jesuítas que pudieran vivir fuera de su
convento y ejercer su ministerio de curas como los sacerdotes seculares,
pero provisionalmente y mientras no hubiera clérigos de quienes echar
mano.
Para evitar desavenencias entre las diversas corporaciones el rey dispuso
que se asignara á cada una de ellas una parte de territorio en donde
debían ejercitar su ministerio y establecer sus misiones. Es fácil prever,
dado el carácter religioso que el rey quería dar á la colonización en
Filipinas y conociendo el espíritu que entonces dominaba en la nación
española, en donde el poder sacerdotal era tan extraordinario, que la
historia de las corporaciones religiosas haya sido en Filii3Ínas tan impor-
tante que, al lado de ella, la historia del comercio representado por el
de la nao de Acapulco, hasta principios del siglo XIX aparece de secun-
daria importancia.
Los frailes cargan en la historia con gran parte de responsabilidad en
los errores que el gobierno español cometió en las Islas, pero aparece tam-
bién evidente que sin ellos España no hubiera podido cumplir aún en la
manera como lo ha efectuado, su compromiso de civilizar á los filipinos y
de conducirles á la altura que una nación europea podía y debía. Xo sería
posible no reconocer las intenciones humanitarias, verdaderamente cristia-
nas y de justicia, que han guiado á los reyes y á los legisladores españoles
respecto á Filipinas. Es cierto asimismo que, dictada bajo la influencia
de un criterio exclusivista y receloso de todo lo que no fuera español y
católico, la legislación colonial española encerraba á Filipinas en un círcu-
lo asfixiante que la tuvo privada del contacto de la civilización, celosamen-
te custodiada bajo ima política que no podía crear ciudadanos capaces de
35
■ 36
constituir un pueblo que disfrutara de los beneficios que la civilización
daba á otros pueblos contemporáneos; pero tal resultado no fué conse-
cuencia de una política aplicada únicamente á la colonia, sino que se
fundaba en los principios en que se movía y ejercitaba la propia política
de España en Europa. Pesan sobre los frailes responsabilidades grandí-
simas, pero si los otros funcionarios del gobierno español hubieran cum-
plido con su cometido siquiera en la forma que lo han hecho los frailes,
ciertamente que hoy, ante el tribunal de la historia, seguirían teniendo
gran parte de la responsabilidad que hoy tienen, pero también tendrían en
su activo una proporción de cooperación en la civilización de Filipinas
que "hasta hoy no se les puede reconocer.
Á cada fraile que quería pasar á Filipinas le costeaba el rey el viaje
de España á Méjico y de allí á Manila, dándole ropa, breviario, misal y
zapatos, de suerte que cada uno de ellos puesto en Manila, costaba unos
$600. Los doctrineros, que así se llamaban los curas, recibían, en 1588,
$100 al año, 100 fanegas de arroz y los ornamentos del altar necesarios
para el culto. Como se consideraban pobres, y de hecho lo eran, recibían
como limosna el vino para la misa y el aceite para quemar en la lámpara
del templo.
Al instalarse como doctrineros ó curas en los pueblos, defendían á
los indios de los abusos de los encomenderos, pero parece que estos se
propusieron también cortar los abusos que observaron en los frailes, porque
ya en 1583 lograron que se prohibiera á los curas servirse de sus feligre-
ses. Los frailes tomaron la cosa muy á mal y los agustinos pidieron al
rey permiso para abandonar las islas. El rey, asustado, escribió al go-
bernador que ayudara á los frailes y con tal motivo creció el disgusto
de los encomenderos. En la misma época dio comienzo una cuestión que
no se pudo resolver en todo el tiempo que duró la soberanía española en
Filipinas : la negativa de los frailes á sometarse á la visita diocesana del
obispo, pretendiendo que no tenían que obedecer á otro superior más que
al provincial de su orden.
Á medida que recibía el rey quejas contra los abusos de los curas doc-
trineros, así también procuraba impedir que se repitieran, lanzando reales
cédulas encomendando á los obispos entre otras cosas, que impidieran á
los sacerdotes inducir á los moribundos, á quienes asistían, á dejarles en
herencia sus bienes y alhajas, desheredando frecuentemente á sus propios
hijos ; que prohibieran que los doctrineros obligaran, como lo hacían, á
las indias viudas y solteras á que, bajo pretexto de aprender la doctrina,
pasaran á sus habitaciones para ocuparlas en svi servicio ; que no cobraran
á los indios dinero por administrarles los sacramentos, que castigaran
severamente á los que comerciaban con los feligreses y que evitaran que
se repitieran otros abusos conocidos.
Del mismo modo que los empleados civiles no cumplían con las disposi-
ciones reales, así también los religiosos hacían lo que más convenía á
sus intereses, y validos de su influencia de sacerdotes, triunfaban en su
37
desobediencia robusteciéndose de día en día el poder monacal en la
colonia.
La influencia de los frailes en Manila llegó rápidamente á gran altura.
Al principio eran pobres^, pero algunos devotos les hicieron donativos,
otros les dejaron en herencia tierras y esclavos, de suerte que, en poco
tiempo, fueron ricos propietarios cuya vida económica no dependía ya
de las limosnas que les daban el rey y los particulares. Como su pro-
piedad territorial creció rápidamente, el rey dio en 1(501 una comisión
al oidor Sierra para informarse de los títulos que los frailes tenían de
las magníficas tierras que poseían. Xegáronse á satisfacer los deseos del
oidor diciendo que estaban exentos de estas formalidades, pero, como
después no pudieron probar la legitimidad de sus títulos, se les declaró
poseedores de mala fe embargándoles dichas tierras. Cuando llegó el
obispo Camacho le pidieron que les amparara y el obispo ordenó al
oidor que desistiera de sus propósitos ó le excomulgaba. En esta opor-
tunidad, como en otras amenazaron los frailes con dejar sus curatos,
mas el gobernador, para evitar un conflicto que parecía tomar proporciones
inesperadas, pudo convencer al nuevo visitador que sustituyó á Sierra,
que aceptara como buenos los títulos malos que los frailes presentaron.
Así lo hizo el visitador y quedó la cuestión zanjada.
Cuando en 1653 quiso el arzobispo de Manila Sr. Poblete hacer cumplir
el breve de Urbano VIII sujetando á los párrocos regulares á la jurisdic-
ción de los obispos, los provinciales de las ordenes monásticas se opusieron
y, poniéndose de acuerdo, los frailes, renunciaron todos los curatos que
servían. El mismo hecho se repitió con el arzobispo Camacho de quien
el rey decía en su cédula de 17 de Febrero de 1705, que, "había sufrido
mortificaciones, en especial por algunos religiosos del orden de Predica-
dores." Fué tal la algarada levantada por los frailes en contra ílel
Sr. Camacho, que temiendo el gobernador que ocurriera una insurrección,
le rogó que dejara á los frailes hacer lo que quisieran, como al fin así
lo hizo.
En 1668 tuvo el gobernador Salcedo algunos altercados con ellos y
el arzobispo, de resultas de lo cual decidieron vengarse confabulándose
los religiosos con los militares, regidores y comerciantes para acusarle
ante la Inquisición. Se arregló una conjuración y, una noche, mientras
dormía el gobernador, penetraron en su cuarto los conjurados, entre los
cuales se hallaba el provincial de franciscanos, el guardián del convento
(le los mismos en ]\íanila y varios otros eclesiásticos y, sorprendiéndole
dormido, le llenaron de grillos. Así fué trasladado al convento de San
Francisco, pero por considerarlo allí poco seguro, le llevaron luego al de
San Agustín cargándolo con una gruesa cadena.
El arzobispo Sr. Pardo, fraile dominico, tenía nada menos de 20 reales
órdenes sin cumplir, en vista de lo cual decidió la Audiencia desterrarle
á Lingayén.
En otra ocasión tuvieron los recoletos un pleito entre ellos mismos del
que resultó que un grupo de frailes de su orden, compuesto de españo-
les de la provincia de Castilla, se retirara al convento de Bagumbayan.
Se sometió la cuestión á Madrid, pero al recibirse la resolución en Ma-
nila, los frailes instalados en Bagumbayan no quisieron desalojar el con-
vento, como se les ordenaba de la corte. El gobernador tuvo que hacer
cañonear el edificio hasta que ofrecieron desalojarlo.
Un suceso más grave turbó la colonia en 1719 en que, poniéndose los
frailes al frente de un motín por ellos organizado invadieron el palacio
del gobernador Bustamante y le asesinaron. Tal crimen quedó impune.
De 1744 á 1753 lanzó el Papa nada menos que cuatro bulas sujetando
á los curas frailes á la visita del obispo, y el rey Fernando VI por su
parte dio severas instrucciones para que en Filipinas se cumpliera lo
mandado; pero todo fué inútil y los frailes, antes que someterse, ame-
nazaron abandonar sus curatos. En España, los provinciales de las
cuatro órdenes determinaron no enviar más frailes á Filipinas, de suerte
que no habiendo sacerdotes para colocar en los curatos, tuvo el arzobispo
que ceder suspendiendo la ejecución de los breves.
Después de las repetidas tentativas para sujetar á los curas frailes, que
quedaron fracasadas, volvió en los años 1777 á 1787, el arzobispo de
Manila, Santa Justa y Eufina, á tratar de hacer respetar sus derechos.
En la lucha desigual que entabló contra los frailes, decía el arzobispo al
rey que estaba convenido de que, "al llegar la orden de sujetarse á la visita,
los frailes amenazarán desamparar todas las doctrinas que administran
en estas Islas, y si no se les cortan estos atrevimientos será menester dejar
las cosas en el mal estado en que hoy se hallan. Estas son sus mañas y
son muy viejas para que de otro modo las pierdan." Un siglo después,
en 1865, el arzobispo de Manila en unión de los obispos de Cebú y
Nfleva Cáceres elevaron reunidos una exposición al gobierno en la que
producían las mismas quejas y denunciaban los mismos abusos relativos
á los frailes, que desde hacía tres siglos, formularon los prelados desde
Salazar hasta el Sr. Santa Justa. Todo fué inútil y "teniendo los
curas casi asegurada la impunidad, como decían los obispos, se escudan
con su colación canónica ante los prelados, y les obligan, por no apa-
recer vencidos ó promover escándalos, á devorar sinsabores no pequeños
y á mantener en el ministerio á religiosos que no están á la altura de
su cargo."
El poder de la Iglesia se veía monopolizado á su propio beneficio por
el poder monacal y era opinión repetida por los obispos que los breves
del Papa y las cédulas del rey quedarían sin efecto, como así fué siempre,
mientras no lo quisieron los provinciales de los cuatro órdenes religiosas
de Manila. Esta era la situación de los frailes dentro de la esfera de la
Iglesia.
Su situación económica se vio pronto en un estado floreciente. Cada
comunidad tuvo sus haciendas y sus fincas urbanas así como participaron
en el comercio de i^capulco. Cada fraile en su curato disfrutaba de
39
emolumentos que le permitían una vida regalada y que producían en
algunos casos una renta que oscilaba entre 8 á 20 mil pesos al año. Sin
embargo, siguieron percibiendo del rey la subvención para vino y aceite
que se les concedió en su pobreza.
El gobernador Anda se quejaba al rey del abuso de poder de los frai-
les en provincias en donde los alcaldes estaban ásu merced, haciendo que
se les relevara del cargo cuando ellos no les hallaban dispuestos á obede-
cerles en lo que querían.
Con la expulsión de los jesuítas, verificada en 1770, quedaron los frai-
les dueños de la administración de la Iglesia Filipina y se vieron libres
de unos rivales ricos, inteligentes y poderosísimos que muchas veces fue-
ron un obstáculo para su política que desde entonces se consideró dueña
absoluta de la situación.
En 1820 cuando los indígenas de Manila degollaron á los extranjeros
suponiéndoles envenenadores de las aguas, atribuyendo á estos los estra-
gos que por primera vez hacía el cólera, la voz pública inculpó á los
frailes de haber excitado al pueblo para que los librara de extranjeros,
á quienes acusaban de traer ideas inconvenientes para sus planes. El
magistrado encargado de averiguar los sucesos confirmó la acusación
lanzada por la voz pública.
El gobierno español daba cada día más preponderancia á sus monjes
de Filipinas y la intervención que tenían estos individuos en los asuntos
públicos no podía ser mayor. La información sobre la conducta de
un individuo expedida por una autoridad municipal, no era válida sin
el visto bueno del cura, los padrones del vecindario, alistamiento de
mozos sorteables para el servicio militar las cuentas y documentos oficiales
de los municipios, no tenían valor si no llevaban la aprobación del cura.
Eran inspectores de la instrucción pública y los maestros y maestras se
hallaban bajo su control absoluto y discrecional. En Manila tenían la
única universidad, los provinciales formaban parte de la junta de auto-
ridades y el triunfo supremo fué la autorización que les dio S. M. de
poder vender las tierras y propiedades que tuvieran : hasta esta fecha,
1889, los frailes tenían sus propiedades solo en usufructo y no podían
enajenarlas sin previo permiso del rey de España, quien consideró
siempre que los bienes de las órdenes religiosas eran propiedad nacional
y cuyo usufructo les concedía en tanto que eran sacerdotes de la religión
oficial, que se miró siempre como parte integrante del Estado.
Los frailes que llegaban á Filipinas provenían de los conventos de
sus respectivas órdenes en España. Estaba prohibido por diferentes
reales disposiciones que vinieran clérigos ni frailes extranjeros : todos
los ministros de la religión tenían que ser españoles. En Manila tenía
cada orden un convento y, para su administración y gobierno, existía
un provincial, que era el jefe asistido de una especie de consejo. Para
representar los intereses de su orden en Filipinas, había en Madrid un
fraile llamado procurador que era nombrado por elección en Manila,
40
recibía mi buen salario y trataba directamente con el rey y sus ministros
los asuntos de su corporación en Filipinas. En el convento central de
Manila, había también el procurador general: estaba encargado de la
gestión económica de la corporación en las islas, llevaba los libros con
la cuenta corriente de cada cura párroco de la orden y representaba la
corporación en sus transacciones financieras de todo género y en sus
pleitos civiles.
De los 850 pueblos en que se hallaba dividido el archipiélago, OTO se
hallaban en poder de los frailes, quedando los 180 restantes bajo la
administración de clérigos y jesuítas.^ Había además en ciertas pobla-
ciones de importancia, numerosos frailes para la administración de los
intereses de la Iglesia, y en Manila quedaban en los conventos, en consi-
derable número, frailes ocupados en la enseñanza, en los estudios teoló-
gicos y en diferentes cargos de la corporación.
Aunque las grandes propiedades territoriales que hoy poseen las órdenes
religiosas aparecen como su propiedad legítima, sin embargo, los filipinos
no quieren reconocerles tal derecho de propiedad, alegando que adqui-
rieron sus tierras ilegalmente y que si fueron inscritas en el registro de
la propiedad, se debió solamente á que el poder de que disfrutaban
durante la dominación española les permitió atrepellar los derechos de
los verdaderos propietarios y legalizar una propiedad que en justicia
nunca debió ser inscrita á su beneficio. El bilí de Filipinas dispone que
el gobierno de las islas pueda adquirir de los frailes sus propiedades
para venderlas á los que actualmente las ocupan.- Sin el apoyo del
gobierno el poder monacal ha quedado destruido en Filipinas.
^ Los frailes no actuaban solamente de curas párrocos, ó directores espirituales,
sino que en efecto eran los gobernadores de los municipios; en realidad todo el
gobierno de las islas dependía de ellos. En su consecuencia cada abuso de los
muchos que contribuyeron á la revolución de 1896-98 les fué atribuido á ellos por
el pueblo. Según los registros de la iglesia en Manila, había en 1898, 6,-559,998
católicos en Filipinas, y encargados de su dirección espiritual había 746 parro-
quias regulares, 105 parroquias de misiones. 110 misiones, 346 frailes Agustinos.
107 Franciscanos, 233 Dominicos, 327 Recoletos, 42 Jesuítas, 16 Capuchinos y
6 Benedictinos. El 1 de Enero de 1904 el número total de los frailes era de
246.— J. P .Saxger.
-Todas las tierras pertenecientes á las cuatro órdenes de frailes ascendían en
1898 á 420,000 acres, de los cuales 410,000 acres han sido vendidos al gobierno
de las islas por $7,239,000 en oro.— J. P. Saxgee.
IV. COMERCIO Y RENTAS.
Comercio. — Los productos de las tierras recién desculjiertas que más
codiciaban los españoles fueron, como es natural, el oro. la plata y las
especies, es decir, el clavo, la pimienta, la nuez moscada y la canela. Nin-
guno de estos artículos se daban en Filipinas ó por lo menos su producción
era sumamente limitada, pero los portugueses traían las especies de sus
islas y los chinos por su parte importaban sus industrias, almacenándose
así. en Manila, productos que debían constituir su exportación para
México.
Desde tiempo inmemorial los chinos y los japoneses traficaban con
los filipinos aunque sus relaciones debieron ser bastante restringidas
debido á la piratería que infestaba los mares. Con la llegada de los
españoles pudo desarrollarse el comercio con China. En 1574, apenas
se había fundado Manila, vino una embarcación de dicho imperio impor-
tando sedería, porcelana, pólvora, mercurio, pimienta, clavo de comer,
canela, azúcar, hierro, cobre, plomo, seda en hebras, harina, naranjas,
arroz, oro en polvo, cera, rejalgar }', según dicen las crónicas, imágenes de
santos y crucifijos con otros artículos de uso europeo. En años poste-
riores se aumentó la importación de China, de donde venían los champanes
cargados de sus mercancías durante la monzón del noroeste }' retornaban
en la monzón del suroeste cuando los vientos cambiaban diametralmente
su dirección.
El comercio con China se hacía con la simple autorización de los
gobernadores y aunque de España se mostró el gobierno contrariado por
tal tráfico, sin embargo, en 1609 una Eeal Cédula permitió á los filipinos
comerciar con China y Japón.^ Como la colonia no tenía marina,
^ Fué la política de los primeros gobernadores españoles el dar impulso á este
tráfico. Entre 1580 y 1583 un parián, ó mercado, se construyó en Manila para los
Chinos, hacia cuyo sitio se les permitía llevar sus mercancías para su venta.
Esto ocurría durante el gobierno de Ronquillo, que estableció derechos de entrada
y salida sobre el comercio. De Morga dice: "Él impuso un arancel de 2 por
ciento sobre mercancías embarcadas para Nueva España y de tres por ciento
sobre los géneros importados por los Chinos ;1 Filipinas, y aún cuando esto se
desaprobó y criticó por haberse liecho sin órdenes de ÍSu Magestad, se impusieron
continuamente estos derechos y se establecieron los mismos desde entonces."
El profesor Cari C. Plehn dice que se había establecido en Manila una oficina de
aduanas en Septiembre de 1573, pero no existía algún registro para la recaudación
de derechos con anterioridad á los impuestos ])or Peñalosa. — J. P. Sanger.
41
42
ningún navio pudo salir para aquellos países limitándose á aguardar en
Manila las embarcaciones chinas y japonesas que verificaban sus viajes
en las épocas mencionadas. Según se establecía por unas ordenanzas
del Gobernador Pérez Dasmariñas, todas las mercancías que llegaban en
cada champán de China se avaloraban en masa, por personas diputadas
para ello, y luego se distribuían entre los vecinos de Manila, españoles,
que las compraban á prorrata.' Esta operación se llamaba la "pancada." ^
Las mercancías Chinas que se adquirían en Manila muy baratas
constituían entonces y fueron durante larguísimos años lo único que se
exportaba á México, Guatemala, Panamá, y Perú. El clavo que podía
haber dado pingües ganancias, no podía ser exportado á America, por
prohibirle las disposiciones reales, sino en una cantidad pequeña, la que
se consideraba únicamente necesaria para el consumo de México.
Por otra parte, ninguna nación europea podía comerciar con Filipinas ;
pero, como se toleraba la navegación de embarcaciones siamesas ó que
procedían de la India mandadas por malabares, indus y otros no europeos,
fácil fué siempre á los holandeses, ingleses y aún franceses venir á
Manila, trayendo sus mercancías, con solo tomar la precaución de poner
un asiático como capitán de su embarcación.
Estaba terminantemente prohibido que la Nueva España, Perú ó
cualquier otro punto de la América comerciara con la China ó las
Islas Filipinas, hasta que- en 1591 y 1593 se permitió en parte este
comercio. Por hacer una gracia á los vecinos de Manila, la Eeal Cédula
de 1593 permitió que esta ciudad pudiera enviar á Nueva España
productos asiáticos con tal que los cargamentos fueran á cargo de personas
procedentes del mismo ]\Ianila y que no pudieran remitirse en consigna-
ción á los vecinos y residentes en México. Además, de Manila no
podían despachar para Acapulco más de una nave al año, de unas 300
toneladas, cuyo cargamento no debía exceder del valor total $250,000.
Ordenaba asimismo dicha Eeal Cédula que al volver la nave de iVcapulco
no podía traer más que $500,000 en dinero. Nadie podía traer ó hacer
venir de Acapulco plata labrada en vajilla ú otra forma, con el fin de
evitar que los negociantes introdujeran por otro medio más de los
$500,000 autorizados, y si cualquiera quería traer su propio dinero á
Filipinas, tenía que prestar una fianza que garantizara su permanencia
en las Islas por lo menos durante ocho años.
Estas tiránicas disposiciones no se practicaron y, en realidad, de
Manila se enviaba á Acapulco todo lo que se podía y traían las naos asi-
mismo el dinero que su capacidad permitía.
La suma total de $500,000 que legalmente podía venir de México,
representaba no sólo el beneficio obtenido de la venta de los artículos
exportados de Manila, sino que también se incluía en ella el situado,
^Pancada era un contrato para la distribución por mayor de géneros. — J. P.
Sangeb.
43
que era el dinero que el rey enviaba á la colonia para los gastos de su
administración,^
Los comerciantes en Cádiz y Sevilla tenían el monopolio del comercio
con América y no podían ver con buenos ojos que Manila enviara al
Nuevo Mundo sedas y productos de China que hacían alguna competen-
cia al comercio español. Sus quejas y clamores decidieron al rey á dictar
las restricciones referidas y sus constantes instancias en la corte hicieron
que en 1604 se repitiera la Eeal Cédula de 1593, reiterando las prohibi-
ciones y restricciones relativas al comercio con la Xueva España. Así
fué que, desde 1605, el gobernador de Filipinas puso en ejecución lo
que el rey ordenaba sobre el particular.
Para cargar la nao de Acapulco el gobernador dividía la capacidad
del buque en cierto número de partes representadas por cédulas llamadas
boletas cada una de las cuales correspondía á un fardo de mercancía de
cierta medida. Las boletas, que eran por término medio unas 1,500, se
dividieron en tres ó en seis partes y había personas que sólo tenían
derecho á una de sus fracciones. Era condición indispensable que la
persona que cargaba algo en la nao, además de tener su boleta, fuera
vocal del Consulado y debía mancomunarse con todos los otros miembros
de la corporación para contribuir al pago de 20,000 pesos para los
capitanes de las naos, por cada viaje de ida y vuelta. También se
repartían boletas á ciertos funcionarios, viudas pobres y otros beneficia-
dos, pero como no podían cargar á pesar de tener boletas por no ser
miembros del Consulado, vendían su derecho á los que se hallaban en
condiciones de usarlos.^
^ La proporción de los tributos correspondientes al gobierno y recaudados de
los naturales se pagaba principalmente, al principio en su totalidad, en productos
del país. Estos productos se acumulaban en los almacenes del gobierno en
Manila, y mas después, en beneficio del real tesoro, se trocaban por artículos
traídos á Manila por los comerciantes orientales. Los artículos de China, de la
India y de otros puntos, obtenidos de esta manera, se empaquetaban cada año
en 1,500 bultos justos de igual tamaño y forma, y eran embarcados en el galeón
del gobierno para Méjico. Esta remesa constituía en parte el subsidio anual
llamado "real situado." Si la venta de los géneros así embarcados desde Manila
no producía una cantidad suficiente para cubrir el subsidio, se añadía una suma
equivalente al déficit á los productos de la carga. — J. P. Sanger.
- Tomás de Comyn en su obra "El Estado de las Islas Filipinas," escrito casi á
la terminación del período cuando estuvieron en vigor las restricciones sobre el
comercio, dice: "Apenas se podrá creer en la mayor parte de la Europa civilizada
que existía una colonia española entre Asia y América cuyos comerciantes no
podían aprovecharse de las ventajas de la situación, y que como \m favor especial
y solamente una vez al año se les permitía remitir sus efectos á Méjico, pero bajo
las siguientes restricciones: Es condición necesaria que cada exportador sea
miembro del tribunal de comercio, con derecho á votar dentro del mismo, lo cual
supone una residencia de algunos años en el país, además de estar en posesión
de bienes suyos propios que representen la suma de 8,000 pesos. Se le obliga á
estar en combinación con los otros miembros á fin de que pueda él embarcar sus
44
Cuando los comerciantes neeesital)an dinero, lo tomaban de las Obras
Pías que eran fundaciones piadosas cuyas ganancias se destinaban á
mantener huérfanos, educar cierta clase de personas ó sostener hospitales.
Como las naos ofrecían poca seguridad, eran frecuentes sus pérdidas
por siniestros marítimos á la ida ó en su vuelta de Acapulco, sufriendo
dichas Obras Pías quebrantos que á veces pusieron su existencia en
j^eligro ; pero los intereses que col)raban por el dinero prestado eran
enormes y los emplealian en fornuir una especie de fondo de seguro para
poder hacer frente á la pérdida de alguna expedición.
Los fraudes que se cometían tanto en el embarque de las mercancías
en Manila como en la expedición de los pesos de plata desde México,
eran grandes, porque las mercancías se declaraban siempre muy por
debajo de su valor para poder embarcar más de los $250,000 permitidos.
Á la vuelta venían los navios cargados con toda la plata que podían, y
como no eran grandes ni sólidos, tal exceso de carga hacía más arriesga-
dos aquellos viajes que de por sí eran peligrosos.
En 1G35 enviaron los comerciantes de España un comisionado á Manila
para que averiguara las infracciones cometidas en su comercio con Aca-
pulco, resultando que las medidas que tomó para impedir las ilegalidades
que se efectuaban en Manila, fueron de consecuencias terribles para el
comercio de la pobre colonia. Faltando dinero para las transacciones,
])orque de x\capulco no podían venir más de los $500,000 que eran insu-
ficientes para las necesidades de la plaza, quedaron sin pagar muchos
efectos comprados á crédito á los mercaderes chinos y resultó que estos
no traían mercancías de su país y que d^irante dos años no hubo medio
de cargar los navios para Acapulco. En 1639 cesaron estas medidas de
géneros en fardos de forma y dimensiones determinadas, en un solo barco, dis-
puesto, preparado y mandado por oficiales de la marina real de guerra, con el
carácter de un buque de guerra. También tiene él que contribuir su parte á la
suma de 20,000 pesos, que, en forma de regalo, se da al capitán del barco á la
terminación de cada viaje de ida y vuelta. De ninguna manera le es permitido
tomar parte en la selección ó determinación de las cualidades del barco, á pesar
del hecho de que él va á arriesgar su propiedad á bordo del mismo, y lo que
completa lo ridículo que es el sistema, es que antes que se haga algo él debe
pagar de 2.5 al 40 por ciento por flete, según los casos, cuyo dinero se distribuía
entre ciertos prebendados, consejeros municipales, subalternos del ejercito, y viudas
de Españoles, á quienes se daba cierto número de billetes ó permisos certificados
para embarcar géneros, ya por vía de compensación por la pequenez de su paga,
ó por vía de privilegio; pero bajo la condición expresa, que aún cuando ellos
mismos no son miembros del tribunal de comercio no le será permitido negociar
y ceder los mismos á personas que no disfruten de ese carácter. En la oficina de
las aduanas no se daba ningún billete, á menos que el número de los fardos que
se hubiesen de embarcaí' estuviese acompañado de los permisos correspondientes,
y como sucede frecuentemente que existe cierta competencia entre las personas que
tratan de probar su suerte de esta manera, los poseedores primitivos de los per-
misos con frecuencia eran postergados de tal manera que he visto que se ofreció
500 pesos por la cesión de un derecho para embarcar 3 fardos, que apenas conte-
nían géneros por valor de 1.000 pesos." — J. P. Sanger.
4.5
rigor y el fraude permitió á la colonia un comercio menos miserable que
el que marcaba la ley.
Los vecinos de Manila, en general, no cesaban de pedir al rey que
otorgara una concesión más amplia á su comercio hasta que, en 1702, se
logró que se permitiera llevar á México $300,000 de marcancías y retor-
nar á Manila $600,000 en lugar de los $500,000.
Nuevas protestas de los comerciantes de Sevilla y Cádiz hicieron que
en 1718 se prohibiera enviar de Manila á Acapulco ninguna clase de seda
de China en rama ó tejida ; y si bien el virey de Nueva España no quiso
cumplir esta cédula real escribiendo á Madrid el daño que resultaba á la
colonia, el rey insistiendo, repetió la prohibición en 1720.
Nuevamente se conmovió i\Ianila mandando representantes á España
pidiendo que se revocara tan funesta ley hasta que lograron, en 1724,
que se permitiera el envío de sedas como en lo antiguo. Órdenes y
contra órdenes, unas favorables á los comerciantes de España, otras
contrarias á ellos, se dictaron desde la metrópoli hasta que, en 1734, se
declaró definitivamente permitido el comercio de sedas de China y se
autorizó á Manila que enviara al año $500,000 de mercancías y que
pudiera recibir de retorno un millón de pesos en dinero.
En esto consistía durante siglos el comercio de la colonia, atenazado
en las mismas restricciones y sujeto á las mismas medidas inquisitoriales
que gobernaban el comercio de toda América con España y que estaban,
en fin, en consonancia con los principios é ideas económicas que regían
entonces en la madre patria.
Unida con la historia del comercio filipino está la de su navegación.
Tan pronto como Legaspi se estableció en Manila ordenó la creación
de un astillero en Cavite en donde se construyeron las naos, que eran
los buques de guerra y carga que traían y llevaban todo el comercio del
archipiélago con Europa y América.
La falta de ingenieros hábiles fué causa de la defectuosa construcción
de estas pesadas embarcaciones, especie de fragatones de 1,200 á 1,500
toneladas, de entre puente y batería en la cubierta, cuyo feliz arribo al
])uerto se miraba como un milagro que se celebraba oficialmente con
repique de campanas y entonando en la iglesia un solemne Te-Deum.
Cuando las naos salían bien de las tempestades, tenían que correr el peli-
gro de los ataques de los corsarios holandeses, portugueses é ingleses que
durante los primeros siglos recorrían los mares del Sur, y frecuentemente,
visitaban Filipinas.
FA corsario inglés Tomás Cavendish abordó é incendió, cerca de la
costa de California, en 158(í, la nao Santa Ana. Como era de costumbre,
los cañones los llevaban metidos en la bodega para que no molestaran
sobre cubierta, de suerte que el corsario no halló resistencia alguna en una
nao así dispuesta.
En 1742 el almirante inglés Anson. á la altui'a del cabo del Espíritu
Santo (Samar). ai)r('S(') la nao ('hvhiIcikiíi que venía cí)!! v\ situado de
46
México. Los españoles se defendieron bizarramente, pero tuvieron que
rendirse ca3'endo en poder de Anson un millón y medio de pesos. En
1762 el corsario Drake apresó la nao Trinidad con un cargamento
valuado en dos millones de pesos.
Las naos salían de Manila en Julio ó Agosto y llegaban á Acapulco de
Diciembre á Febrero, de donde volvían en Marzo para llegar á Manila en
Junio. Aunque por lo regular sólo había un navio navegando, era
costumbre tener dispuesto otro en Manila para que, en caso de accidente
no quedara interrumpido el comercio. El viaje de ida á Acapulco tar-
daba de 6 á 8 meses durante los cuales faltaba el agua, se carecía de
alimentos y se desarrollaban, frecuentemente, dramas terribles cuya pers-
pectiva hacía todavía más temible el viaje.
El galeón se cargaba en Cavite y antes de salir de bahía, se dirigía á
Manila, en donde, con gran pompa, le bendecía un sacerdote desde las
murallas. Xavegaba siguiendo el estrecho de San Bernardino y al
entrar en el mar Pacífico, se dirigía al nordeste, hasta ganar el grado 30,
buscando los vientos del sudoeste que le empujaban hacia la costa de
California. De Manila á Acapulco no se tocaba tierra una vez entrado
en el Pacífico; y aunque remontando á 40 ó 45 grados se entraba en una
región en donde el viento soplaba con más fuerza haciendo la navegación
más rápida, estaba prohibido pasar más al norte de 30 grados por temor
á que la nao, extremadamente cargada, de malas condiciones náuticas y
generalmente mandada por gente ignorante, corriera todavía mayores
riesgos de naufragar. La vuelta de Acapulco era más rápida y se efec-
tuaba en 70 días.
Al principio el comandante de la nao se llamaba Caho, lo nombraba
el gobernador de Fili^DÍnas y era por lo regular una persona de influen-
cia. El piloto, segundo jefe, era quien verdaderamente entendía la
navegación. Más tarde las naos llevaban general y almirante siendo
los otros oficiales, capitán, alférez, un sargento y diez hombres de tropa
con su piloto, maestre, escribano y contramaestre, añadiéndose más
tarde capellán, cirujano y otros pequeños empleos. La guarnición se
elevó también á cincuenta hombres y ocurría el caso singular de que,
aunque estos barcos eran del rey, cuando llegaban á Manila y se
desarmaban, para aguardar al viaje siguiente, los oficiales se repartían
todo lo perteneciente al buque, menos la artillería, de suerte que, para
el siguiente viaje, se tenía que comprar otra vez todo lo necesario; pero
no se adquirían por esto para el buque efectos nuevos, porque se com-
praba aquello mismo que se le quitó en su último viaje. Tal reparti-
ción de artículos de navegación entre los oficiales constituía lo que se
llamaba gajes del oficio.
Cada pasajero llevaba su propio alimento y su servidumbre, resultando
que el desorden y la aglomeración de gente y efectos sobre cubierta
llegaba á lo increíble, hasta que en 1788 un gobernador dictó reglas
47
que debían observarse en la carga, descarga j organización interior del
navio. ^
Las naos y otras embarcaciones mayores se fabricaban también en
Tayabas, Pampanga, Mindoro y cualquier paraje en el archipiélago en
donde pudiera hallarse un lugar en la orilla de las aguas, propio para
efectuar la construcción y cercano á algún bosque que proveía las
maderas útiles. Sin embargo de no tener que comprar madera, la
construcción de una nao costaba de 100 á 130 mil pesos.
Para la defensa de los enemigos del interior, que pirateaban por todos
los rincones del mar, y de los del exterior, que frecuentemente amenazaron
las islas, existían pequeñas escuadras llamadas armadas y armadülas
formadas por galeras, galeones viejos del comercio de Acapulco, pontines
y otras pequeñas embarcaciones todas fabricadas en el país.
En 1733 se había creado en Madrid la Compañía de Filipinas á la
^ En la introducción histórica á la obra "Las Islas Filipinas," por Blair y
Robertson el profesor Edward Gaylor Browne, al citar á los historiadores Le
Gentil y Zúñiga, da la siguiente descripción del viso que se hacía del galeón:
"El gobierno se reservaba unos 1,500 fardos. Se medía la capacidad del barco,
tomando como unidad un fardo de unos 2i pies de largo, 16 pulgadas de anchura
y 2 pies de espesor. Si de esta manera el barco podía llevar 4,000 de estos
fardos, cada fardo podía estar empaquetado de tal manera que contuviese géneros
por valor de 125 pesos. El derecho de embarcar se conocía como una boleta.
La distribución de estas boletas se hacía en la casa del municipio por una junta
compuesta del gobernador, del fiscal general, del ¡^residente de la audiencia, un
alcalde, un regidor y ocho ciudadanos."
"Para facilitar la distribución y venta de las boletas, se dividían estas en seis
partes. Ordinariamente las boletas valían en tiempos de paz en el siglo dieciocho
de 80 á 100 pesos y en tiempo de guerra subían á 300 pesos. Le Gentil nos dice
que en 1766 se vendían por 200 pesos y aun más, y que en aquel año el galeón
salía cargado con exceso. Cada oficial, como remuneración de su cargo, tenía
algunas boletas. Los regidores y alcaldes disponían de ocho cada uno.
"Los que poseían menor número de boletas y que no deseaban arriesgar su
dinero en el viaje, disponían de ellos vendiéndolas á los comerciantes ó á los espe-
culadores, que pedían prestado dinero, comunmente de las corporaciones religiosas,
bajo interés de 25 al 30 por ciento al año, para comprarlos, y que á veces com-
praban de dos á tres cientos billetes. El mando del galeón de Acapulco era el
cargo más lucrativo de que podía disponer el gobernador, que lo confería 'á aquel
á quien él deseaba hacer feliz con el nombramiento,' y era equivalente á un regalo
de 50,000 á 100,000 pesos. Esto venía de las comisiones, parte del dinero del
pasaje de los viajeros, de la venta de las boletas de ñetes, y de los regalos de los
comerciantes. El capitán Arguelles dijo á Careri en 1006 que sus comisiones
ascenderían á 25,000 pesos y que en números redondos él se embolsaría 40,000
pesos ; que el piloto ganaría 20,000 pesos y los demás oficiales 9,000 pesos cada uno.
Los marineros tenían un sueldo de 350 pesos, de los que se les adelantaba 75 pesos
antes de la partida. Los comerciantes esperaban ganar un 150 á 200 por ciento.
El costo del pasaje á fines del siglo dieciocho era de 1,000 pesos por el viaje á
Acapulco, que era el más difícil, y de 500 pesos por la vuelta. El viaje de
Careri á Acapulo tardó doscientos cuatro días. El tiempo ordinario empleado
durante el viaje á Manila era de setenta y cinco á noventa días. — J. P. Sanger.
48
que se concedió privilegios para comerciar con las Islas, pero que no
llegó nunca á funcionar. En Manila se había hecho una prueba en
1771 enviando á la costa de Malabar la fragata Deseada, pero no se
repitió la experiencia y el comercio con el Asia se continuó haciendo
por medio de naves extranjeras. El rey Carlos III ordenó el estableci-
miento de comunicaciones directas entre Cádiz y Manila, debiendo
enviarse anualmente una fragata de guerra con artículos europeos y
cargarla á la vuelta con frutos del país y productos de China.
La fragata Buen Consejo, fué la primera que, saliendo de Cádiz llegó
directamente á Manila pasando por el Cabo de Buena Esperanza, en
17G5 y así continuaron estos viajes hasta 1783, en que se suprimieron.
En 1785 autorizó el rey la creación de otra asociación titulada la
Real Compañia de Filipinas á la cual se confirió el monopilio de la nave-
gación y comercio entre el archipiélago y Cádiz lo mismo que con los
puertos del Asia.^ No debía la compañía intervenir en el comercio
con Acapulco y se levantaron para ella todas las antiguas trabas per-
mitiendo que pudiera exportar de Filipinas todo género de ¡productos
del país así como cualquier mercancía de China, India y Japón. La
Compañía, con el fin de crearse una producción indígena, que entonces
^ Manuel Azcárraga en su trabajo "La Libertad del Comercio de Filipinas,"
dice: "Á la^ Real Compañía de Filipinas se concedió el privilegio exclusivo de
traficar entre España y el archipiélago, con la excepción del tráfico entre Manila
y Acapulco. Sus barcos podían enarbolar el estandarte real, con una señal que
les distinguiera de los buques de guerra. Se le concedió dos años, á partir de
la fecha de su fundación, para adquirir barcos de construcción extranjera y
registrarlos bajo la bandera española sin tener que pagar derechos. Podía
importar, libre de derechos, cualesquiera efectos necesarios para los buques ó
para su uso. Podía tener á su servicio á oficiales de la marina real, y mientras
estos estaban empleados de esta manera, su antigüedad continuaba contándose en
el escalafón, y bajo todos respectos ellos gozaban de los mismos derechos como si
estuviesen prestando servicios en la marina. Podía enganchar á su servicio
oficiales y marineros extranjeros, con tal que el capitán y el primer oficial
fuesen siempre Españoles.
"Todos los decretos reales y órdenes existentes prohibiendo la importación á
la península de artículos fabricados y efectos de la India, China y Japón fueron
abolidos en favor de esta compañía. Los productos de Filipinas podían también
ser enviados á España libres de derechos por la compañía.
"La prohibición sobre el tráfico directo con China y la India fué abolida
entonces en favor de todas las mercancías de Manila y los barcos de la com-
pañía especialmente podían tocar en los puertos de China.
"La compañía se comprometía á favorecer la agricultura filipina, y á gastar
para este fin un 4 por ciento de sus ganancias líquidas."
Se permitía á la compañía navegar sus barcos desde Europa vía Cabo de
Hornos en contravención de los tratados existentes, pero no hubo oposición seria
á este arreglo, puesto que el comercio español había llegado á disminuirse, tanto
que su poder como competidor ya no inspiraba temores á las otras naciones.
El interés de esta compañía se prohibió á los buques extranjeros traer mer-
cancías europeas á Filipinas aun cuando se les permitía traer géneros orienta-
les.— J. P. Saxger.
49
no existía, repartió entre los agricultores grandes sumas de dinero para
propagar el cultivo del añil, del algodón, de la morera, del azúcar y de
las especies; pero en Manila gustaba más el rutinario y fácil comercio
de Acapulco y nadie, fuera de la Eeal Compañía, se ocupaba en un
negocio que parecía no convenir más que á dicha sociedad.
En 1789, el rey, por favorecer á la Compañía, para que pudiera tener
en Manila toda especie de productos asiáticos que poder exportar á
España, declaró el puerto de Manila libre y franco á fin de que cualquier
navio extranjero pudiera importar dichos productos; pero á pesar de
todas las prerrogativas y decidida protección del rey, la Eeal Compañía
decaía cada año. Mal dirigida, haciendo operaciones mercantiles absur-
das y esclavizada por sus procedimientos administrativos que lo entorpe-
cían todo, con un formalismo contrario á las prácticas mercantiles, la
Compañía fué un fracaso completo y terminó sus operaciones en 1830,
en cuya época se declararon caducados sus privilegios y derechos, que-
dando el puerto de Manila abierto al fin á los buques extranjeros.^
Los esfuerzos que la Compañía hizo para propagar la agricultura
en Filipinas, los dirigió también para desarrollar su industria en la
fabricación, en telares domésticos, de telas de algodón, guiñaras, lienzos
bruñidos y otros tejidos propios del país.
La Compañía tenía en 1790 empleada en barcos la suma de $591,900,
en edificios y terrenos $123,000 : durante cinco años había negociado
con $9,599,000 y el total de caudales empleados sucesivamente en la
circulación activa de sus negocios ascendió á $23,488,400. El total de
sus beneficios en estos cinco primeros años de su existencia fué de
$802,050.
El impulso dado por la Compañía á la industria y principalmente á
la agricultura, así como el haberse abierto el puerto de Manila al comer-
cio del mundo, dejó pronto sentir su benéficji influencia y si el comercio
de Acapulco había terminado, en cambio, otro comercio sobre base más
sólida, daba nueva vida á la colonia que exportaba ya productos de su
propio suelo y podía abastecerse de las producciones de Europa que
hasta entonces no había tenido.
En 1814, el gobierno inglés impuso al español que abriera al comercio
extranjero ciertos puertos de sus colonias y que permitiera en ellas el
establecimiento de extranjeros. Los resultados de esta política, debida
á Inglaterra, se vieron pronto. Al momento se establecieron en Manila
casas inglesas, americanas, alemanas y francesas que dieron impulso á
la agricultura é incremento creciente á su exportación, hasta ponerlo á
la altura en que se hallaba cuando la pérdida de la soberanía española.
Hubo un momento de paralización del comercio y desconfianza de los
extranjeros, como consecuencia del degüello que en ellos hizo el popu-
lacho de Manila, en 1820, exitado por los religiosos pero al poco tiempo
' Por real orden de 28 de mayo de 1830 se declaró la caducidad de los privilegios
de la compañía. — J. P. Sanger.
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volvieron á Manila y comenzó sn verdadera obra de civilización por el
comercio.^
Desde 1826 se creó nna Junta de Aranceles que publicó una tarifa,
marcando un derecho sobre avalúos fijos }' haciendo una distinción
entre los artículos que se importaban ó exportaban bajo bandera nacional
y extranjera. En 1855 se modificó un tanto el arancel, pero siempre
bajo la misma base de la protección de los efectos traídos en buques con
bandera nacional.
Después se hicieron nuevos aranceles, que abrieron fácilmente la
puerta al fraude por haber siempre sido redactados considerando las
mercancías ad valor em, hasta que en 1891 se publicó una nueva tarifa
en la que se suprimía el sistema ad valor em.
Á mediados del siglo XIX dos casas de comercio de los Estados Unidos,
llamadas Eussell Sturgis & Co. y Peel Hubell & Co. se establecieron en
Manila, Para aumentar la producción del abacá y del azúcar dieron
en provincias á los productores grandes sumas de dinero, y gracias á este
sistema y al esfuerzo hecho en Iloilo y otras islas de Bisayas por el
inglés Mr. Loney la exportación de ambos productos fué creciendo y el
comercio de Filipinas tomó un incremento considerable. En 1852 se
fundó en .Manila el Banco Español Filipino con un capital de $100,000
que después se aumentó hasta $1,500,000. Este Banco era el único que
tenía el privilegio, que aun conserva, de emitir papel moneda.
En los momentos actuales, la agricultura que es la única fuente del
comercio de exportación, sufre una crisis como no se había registrado
aun en su historia: la pérdida casi completa de los carabaos, que son
los animales de labor usados en el país, la presencia de la langosta desde
hace tres años y las perturbaciones resultantes de la guerra,- son causa
del aniquilamiento de la agricultura. Gracias al abacá, al coprax y al
tabaco, la exportación ha podido ser mayor que la importación en la
balanza de 1902 y probablemente lo será en 1903.
Filipinas tenía un sistema monetario según el patrón oro, fabricándose
en Manila, en su casa de moneda, fundada en 1857, piezas dé 1, 2, y 4
pesos; pero habiendo permitido el gobierno español que los pesos mexi-
canos circularan en las islas, á la par que las monedas locales cuando
^ Desde la época del establecimiento de la soberanía española en las islas hasta
el año de 181.5, cuando el último galeón del gobierno salió de Acapiilco, Méjico,
para Manila (habiendo salido de Manila el último para Méjico en 1811), no
existía comercio directo con España, v durante más de dos siglos el comercio
estaba limitado á Méjico, durante casi la totalidad de cuyo período Aca-
pulco estaba designado como el puerto de destino. Algunas consignaciones se
hicieron en un principio para Navidad. Incluían no solamente mercancías,
tanto en la ida como en la %nielta. sino que también se había embarcado fun-
cionarios civiles y religiosos, y de vez en cuando pasajeros particulares, oficiales
y tropas, prisioneros y correspondencia. Éstos eran los únicos medios de comuni-
cación y transporte. El importe del pasaje de ida y vuelta á fines del siglo dieci-
ocho era de 1,.500 pesos, y el viaje duraba de dos á seis meses. — J. P. Saxger.
/
51
la plata bajaba su valor en el mundo entero, toda la moneda de oro
filipino sali(j del archipiélago. Actualmente se ha empezado á circular
por el Tesoro Insular una nueva moneda de im peso con el valor de
cincuenta céntimos de la moneda de los Estados Unidos y desde primero
de Enero de 1904 la moneda mexicana no tendrá curso legal en el país.
Rentas. — Al fundarse la colonia contaba el erario con muy escasos
recursos, consistiendo estos principalmente en el tributo que pagaban los
filipinos. El oro que se beneficiaba pagaba una contribución y el precio
del papel sellado con otros derechos insignificantes cobrados para ciertos
actos administrativos constituían, con el tributo que se cobraba á los chi-
nos, la renta que formaba el Tesoro del Gobierno. Fué menester que
la caja del Vireynato de México socorriera á Filipinas, enviando anual-
mente á la colonia para sus necesidades una sunuí que se conocía con el
nombre de el situado.
El situado, al principio, fué en su totalidad una ayuda proporcionada
por México; pero por Eeal Cédula de 19 de Febrero de 1606 se dispuso
que el total de derechos aduaneros pagados á su entrada en Acapulco por
los productos de China y Filipinas que de Manila se enviaban anual-
mente, se destinara al situado y que cuando el producto de tales derechos
no alcanzara, la caja de México añadiera la cantidad que faltaba para
redondear la suma que Filipinas necesitaba.
En el año 1620 la renta que el rey sacaba de Filipinas se elevaba á
$593,922 y como el gasto era de $850. T31 resultaba que la caja de México
tenía que sufragar los $256,812 restantes. Eealmente, el desnivel entre
gastos é ingresos no hubiera sido tan grande, sino se hubiera cargado á
Filipinas el costo del sostenimiento de las islas Molucas, que importaba
entonces $230,000. cada año. en números redondos.
En 1620, los tributos de los indios encomendados al rey, producían al
año $53,715: por los indios encomendados á los particulares pagaban
estos al. rey la suma total de $21.107: las licencias dadas á los chinos
producían $112,000 : el tributo de los chinos $8,250 : el quinto y diezmo
del oro descubierto $750: la contribución llamada diezmos ecleciásticos
daba $2,750 : los derechos por las mercancías que entraban en Manila y
por las Cjue se enviaban á Acapulco unos $300,000 : y las multas, la
mesada y otros pequeños impuestos producían unos $8,000.
Cada tributo pagado por los indios, comprendía al marido y á la mujer
é importaba al principio la suma de un peso anual : más tarde subió á
$1.25 y se pagaba en metálico ó en productos del suelo ó de la industria,
pero una ley de Indias imponía que se pagara con 50 gantas de palay ó
22 de arroz tasado en 3 reales (37 cents), en una gallina avalorada en un
real y en 6 reales en moneda.
En 1782 quedó establecido en Filipinas el monopolio del tabaco que
debía proporcionar una buena renta al Tesoro. Rápidamente se extendió
su cultivo en los territorios señalados al efecto y en 1783 se colectaba
tabaco en Bisayas, en 1781 en Pangasinán. en 1785 en Xueva Écija
52
(Gapan) ; en 1794 en Biilacán ; en 1798 en Cagayán, en 1799 en Mindoro
y Marinduqiie y en 1833 en el país de Igorrotes, en Unión y Abra.
Desde 1638 se había creado la renta del papel sellado y, á mediados
del siglo XVIII, se monopolizó la pólvora por el gobierno, quedando
también, en dicha época, la venta de la Bula por cuenta del Tesoro de
S. M. y organizándose, como una renta para el mismo, el juego de gallo
en toda la extensión del archipiélago. Más tarde se aumentó la renta
del Tesoro con el monopolio del opio (1843) y luego con el estableci-
miento de la Lotería (1850).
Las aduanas constituían una renta que se empezó á usar desde los
primeros días de la colonización. Los derechos de importación se
deducían por avalúo, regulando el valor de los efectos cou un 50 por 100
de aumento en los de la India y con un 33^ por 100 en los de China.
Los indios tenían la obligación de trabajar 40 dias en el año para
servicios públicos ó pagaban una multa en caso de no querer prestarse
á trabajar. Más tarde quedó abolido el tributo al instituirse en 1884
la contribución de la cédula personal, por la cual se pagaba desde $1.50
á $37.50 al año. El Eeal Decreto de 1883 hizo obligatorio para todo
varón, sin distinción de raza, la prestación personal durante sólo 15
dias ó su redención por el valor uniforme de 3 pesos. Según se declara
en la exposición que precede dicho decreto, nada se encuentra escrito que
señale de una manera precisa la fecha en que se impuso á los indios la
prestación personal, pero lo cierto es que su antigüedad es igual á la
de la dominación española. Sin embargo, las leyes de Indias prohibían
los trabajos impuestos y gratis, habiendo sido publicada la ley 40, libro
VI, título XII en 1609, precisamente para que bajo ningún pretexto se
obligara á los indios á trabajar sin remuneración.
Siguiendo una ley de Indias (2 y 12, título 18, libro 6) pagaba cada
chino ima cuota de $8 por permiso de radicación, más $1.50 para el
Tesoro con la condición de que, si después de cubiertos los gastos á que
esta contribución se destinaba, resultaba algún saldo á favor, esto
menos se pagaba, proporcionalmente, al siguiente año. En 1799 la
cuota de radicación se rebajó á $6 teniendo que pagar, además, una
contribución para cubrir el gasto que resultaba del mantenimiento del
hospital, iglesia y gastos de policía y gobierno de su Parián.
En 1828 se establecían en tres clases los chinos, según sus oficios,
para el pago de la contribución : los comerciantes de primera pagaban
$120 al año, los de segunda $48 y los de tercera $24. Los chinos de
primera y segunda que pagaban de una vez su contribución de 17 años
quedaban luego libres de todo pago. En 1830 se introdujo una cuarta
clase que contribuía con $12 anixales.
En 1850 se redujo ligeramente la cuota de primera clase y en dicho
año produjo al Tesoro la suma de $94,817 el total de contribuciones
satisfechas por los siete mil cuatrocientos veintidós chinos, que, según los
papeles oficiales, existían en el archipiélago.
/
53 ^
En 1884 la capitación de chinos produjo $227,751.15 y en 1893,
$490,755.19.
En 1878 se implantó un sistema de contribución llamado industrial,
así como otra sobre la renta de los edificios que se llamó urbana. Este
nuevo sistema de contribuciones que comenzó á funcionar cuando se
llevó á cabo el desestanco del tabaco, fué precisamente creado para suplir
al ingreso que el estado dejaría de percibir por el tabaco. La contribu-
ción industrial se satisfacía por aquellos que ejercían alguna industria,
comercio, profesión, arte ú oficio : la urbana consistía en el pago de 5
por ciento sobre las rentas líquidas de las fincas después de deducido
un 40 por 100.
Estaban obligados al servicio personal, según la ley de 1883, todos los
varones de 18 á 60 años, exceptuando los eclesiásticos, los militares, los
sacristanes y demás criados de las iglesias y los empleados insulares y
municipales.
Los presupuestos de gastos é ingresos de la colonia los decretaba el
Ministro de Ultramar sin someterlos á la discusión del Congreso Español
ni presentarlos siquiera á su consideración. En el año 1896-1897 los
gastos de la colonia se calcularon en $17,293,882.65 y los ingresos en
$17,474,020. En dichos gastos la marina absorvía $3,566,528.58; el
ejército $6,042,442.43; el culto, es decir, el sostenimiento de la iglesia
oficial $1,385,038 ; la justicia $414,406 ; las obras de interés general
$142,575 y la instrucción pública $141,900.50. Se gastaban en sueldos
$9,824,247.66.
En 1817 los ingresos del Tesoro eran $1,449,760. De esta suma la
aduana entraba por $153,288, la renta del tabaco por $400,870, la del
vino por $153,641 y del juego de gallos por $25,169.
Actualmente la tarifa de aduana es mas elevada que la que regía en
tiempo de España. En el año fiscal de 1902 esta renta ha producido
$9,129,689.73. En 1896 sólo produjo $6,200,000.
Al lado de la antigua contribución industrial se ha creado la territorial.
En la ciudad de Manila la ley ha marcado el 2 por ciento del valor de
los terrenos y sus mejoras, pero hasta 1903 sólo se ha tenido que cobrar
el 1¿ por ciento. En las provincias el municipio puede exigir hasta
cuatro octavos de 1 por ciento y la Junta Provincial f de 1 por ciento
lo cual hace un máximum de ^ de- 1 por ciento para el municipio y la
provincia, que no puede por hoy sobrepasarse.
La antigua cédula personal dividida en varias clases que pagaban
desde $1.50 hasta $37.50 se ha suprimido. Todo varón entre 18 y 55
años debe pagar una cédula de $1 en moneda filipina. El papel sellado
ha quedado suprimido, lo mismo que la lotería.
V. GOBIERNO.
La base de la legislación y de la política española en sus dominios de
Ultramar se encuentra en aquellas instrucciones que los Eeyes Católicos
entregaron á Cristóbal Colón, cuando emprendió su segundo viaje á las
Indias. Al someterse Filipinas á la dominación española, hacía próxima-
mente un siglo que la metrópoli había inaugurado su vida colonial y
existía ya un conjunto de leyes destinadas á gobernar sus nuevos dominios,
cuyo carácter reflejaba, como no podía menos, el espíritu jurídico que
inspiraba la legislación peninsular.
Si en España no era posible hallar un vestigio de separación entre la
Iglesia y el Estado, en Filipinas la unión de ambos poderes pareció más
íntima. El rey, al emprender el descubrimiento de nuevas tierras, reco-
noció en el Pontíñce el derecho, superior al de los demás soberanos de
la tierra, de poder disponer de los territorios que no formaban parte de
la cristiandad, fundando después su derecho á las tierras nuevamente
descubiertas, en las concesiones pontificias.
Además, como abiertamente el propósito de los monarcas españoles,
al descubrir nuevas tierras, fué la conversión de los naturales á la fe
católica, el Pontífice expidió la bula del 3 de Septiembre de 1501 conce-
diéndoles los diezmos 'áe Indias en atención á los gastos de la conquista
para el aumento y conservación de la fe, con la obligación de dotar las
iglesias que se erigiesen en las colonias. Así quedó constituido el Regio
Patronato Indiano diferente del Patronato Español, porque en Indias,
la iglesia, el culto y sus ministros no se sostenían con el patrimonio y
rentas especiales de la iglesia, sino con las asignaciones que los reyes
señalaban.
Al poder temporal que el monarca español tenía en sus nuevas posesio-
nes se sumó, dándole mayor autoridad, aquella parte del poder ecle-
siástico que el Pontífice le concedió con el Eegio Patronato, de tal suerte,
que ningún otro soberano tenía mayor infiuencia en su territorio que el
rey de España en Indias.
Así resultó que las leyes que aquellos reyes dictaron luego para el
gobierno de Filipinas en especial ó de sus dominios de Ultramar en
general, tenían unas un carácter puramente religioso y otras un carácter
civil, pero impregnadas todas de un espíritu eclesiástico propio de la
época. Todas las disposiciones soberanas que regulan la gobernación
de las regiones ultrapeninsulares fueron reunidas y publicadas por
54
primera vez en España en 1628, por Aguiar, bajo el título de Sumario
de la- Recopilación general de las Leyes de Indias, siguiendo luego otra
publicación oficial titulada Recopilación de las Leyes de Indias, que se
imprimió en 1680. La primera ley que aparece en esta compilación es
una piadosa "Exortación á la Santa Fe Católica y como la debe creer
todo fiel cristiano." Termina dicha ley diciendo : "si los habitantes de
las Indias, con ánimo pertinaz y obstinado erraran y fueran endurecidos
en no tener y creer lo que la Santa Madre Iglesia tiene y enseña, sean
castigados con las penas impuestas por derecho."
En un principio, el poder legislativo para Filipinas, del mismo modo
que para todas las posesiones españolas en la América residía en el rey,
asistido del Consejo de Indias. Más tarde, en 1837, después de las
vicisitudes ocurridas á la monarquía en España y una vez suprimido el
Consejo de Indias, la legislación para Filipinas se elaboraba en el Consejo
de Ministros en el cual corrió primero á cargo del Secretario de Gober-
nación hasta que después de varios cambios se creó el Ministerio de
Ultramar en 1863. El Art. 2.° de la Constitución de 1837 decía: "Las
provincias de Ultramar serán gobernadas por leyes especiales". Esta
disposición fué luego confirmada en las Constituciones de 18-45, 1869 y
1876. El Consejo de Indias era al mismo tiempo el tribunal de ape-
lación á donde finalmente se dirigían los recursos supremos, las quejas y
las consultas de toda especie que por su importancia no se resolvían en la
colonia por falta de competencia en sus autoridades ó por la elevada
situación ó gran influencia de los contendientes. Fué organizado desde
1542 y tenía su residencia en la corte. Para los negocios de guerra se
creó en el mismo Consejo una sección compuesta de cuatro vocales de
dicho cuerpo con otros cuatro del Consejo de guerra del reino.
Como cuerpo consultivo del Ministerio de Ultramar, figuraba en
Madrid el Consejo de Estado en el que había una sección encargada de los
asuntos de Ultramar. En el mismo Ministerio había otro cuerpo con-
sultivo titulado el Consejo de Filipinas cuyos servicios para la colonia
fueron completamente nulos.
Legaspi, el primer gobernador de Filipinas, tenía el título de Adelan-
tado. Este cargo se confería á aquellas personas que pasaban á los
descubrimientos acompañados de personal y familia proporcionado á la
expedición que querían inaugurar con el fin de descubrir, ocupar y
poblar alguna región nueva ó mal conocida. Legaspi, siguiendo la
costumbre, hacía la expedición por cuenta personal, y, en compensación,
llevaba su gente para repartirla en los destinos que se necesitaban para
la administración de Filipinas, habiéndole conferido el rey todos los
poderes, para gobernar en su nombre, como si fuera un gobernador ó
virey, con todas las atribuciones concedidas para tales cargos en las leyes
de Indias.
En la misma forma y con el mismo título que Legaspi, gobernaron las
islas sus sucesores hasta que, en 1584, llegó á Manila el Dr. Dn. Santiago
56
de Vera con las personas que formaban la nueva Audiencia que el rey
había ordenado se creara en Filipinas. El Dr. Vera, como Presidente de
la Audiencia, era al mismo tiempo Gobernador y Capitán General de
Filipinas, siendo el tribunal que presidía no sólo una corte de justicia
que resolvía las apelaciones de los asuntos sentenciados por los jueces
inferiores, sino también un alto consejo que resolvía las cuestiones de
gobierno y política general de las islas. El presidente, sin embargo,
después de oído el parecer de la audiencia, era libre de hacer lo que
juzgara más conveniente para la paz y buen gobierno. Estaba compuesta
de cuatro oidores, titulados al propio tiempo alcaldes del crimen, un
fiscal, un alguacil mayor, un teniente de gran canciller y los oficiales
necesarios.
Cuando faltaba el gobernador, el gobierno se repartía entre la audien-
cia, que se encargaba de los asuntos civiles y políticos, y el oidor decano
que dirigía la parte militar y se titulaba Capitán General.^ Después del
asesinato del mariscal Bustamante, se abolió este procedimiento y, cuando
vacaba el cargo, tomaba interinamente el mando, como gobernador y
capitán general, el arzobispo de Manila. Después de la toma de Manila
por los ingleses en 1762, en ocasión en que asumía el gobierno el arzo-
bispo, quedó abolido este orden de sucesión en el mando creándose el
cargo de teniente gobernador. Más adelante, aboliéndose este destino,
tomaba el cargo de gobernador el General Segundo Cabo y en su ausencia
el almirante jefe de la marina.
Los poderes que tuvo el gobernador de Filipinas fueron siempre ilimi-
tados y ninguna ley podía quedar en vigor en Filipinas si él no ordenaba
que se cumpliera. Los antiguos poderes que la Real Audiencia tenía para
gobernar el país y formar como un consejo al lado del gobernador, pasa-
ron á mediados del siglo XIX á la Junta de Autoridades y al Consejo de
Administración.
La Junta de Autoridades creada por real orden de 16 de Abril de 1850,
servía de cuerpo consultivo del gobernador en casos extraordinarios. La
componían el arzobispo, el General Segundo Cabo, el Almirante, el Inten-
dente de Hacienda, el Director General de Administración Civil, el
Presidente de la Audiencia, el Fiscal de S. M. y, más tarde, se incluyeron
el gobernador civil de la provincia de Manila, los obispos de Filipinas y
los provinciales de las corporaciones religiosas. El Consejo de Admi-
nistración se fundó en Enero de 1863.^ Era el cuerpo consultivo ordi-
nario del gobernador, quien, después de oírlo, tenía sin embargo, libertad
de tomar el acuerdo que quería.
Un secretario del gobierno general conocía de los asuntos del Eegio
^ Bajo esta autorización la audiencia de Manila se eneai'gó interinamente del
gobierno de las islas siete veces. Entonces el oidor más antiguo se asumía el
cargo de presidente y capitán general. — J. P. Sanger.
^En virtud del real decreto de 4 de Junio de 18C1. — J. P. Sanger.
Sí-
Patronato, de política, gobernación, orden público, los de carácter inter-
nacional y los de justicia, en cuanto no se referían á la propia adminis-
tración de justicia, que quedaban encomendados á la audiencia y demás
funcionarios de la organización judicial.
El General Segundo Cabo era el jefe de todo el ejército colonial. El
almirante tenía á su cargo la marina. El Director General de Adminis-
tración Civil creado en 1874 tenía á su cargo los gobiernos muni-
cipales y provinciales, la instrucción pública, las obras públicas, la
inspección de minas, montes, beneficiencia y sanidad, la agricultura con
los correos y telégrafos.
El Intendente de Hacienda era el jefe del tesoro, de la intervención
ú ordenación de pagos, de la administración del juego de la lotería y de
las aduanas.
Desde fines del siglo XVII el gobernador de Filipinas ha sido siempre
un militar de alta graduación.
En un principio las islas se dividieron en tres ó cuatro grandes pro-
vincias á cuyo frente se colocaron como jefes los llamados Alcaldes
mayores y también en algunas los Corregidores. Á medida que la colo-
nización progresaba, se fué aumentado la división territorial creándose
nuevas provincias que, por lo regular, comprendían agrupaciones lingüís-
ticas formándose Pangasinán, Pampanga, llocos, Cagayán, que com-
prendían cada una la población indígena con su dialecto propio. Cada
provincia comprendía cierto número de municipios.
Desde los primeros días de la colonización las poblaciones de indios
se gobernaban según un sistema que era casi el mismo que tenían antes
de la llegada de los españoles. Los primitivos jefes de los grupos con-
servaron su título de cabeza de barangay y se los invistió de autoridad
en nombre del rey de España. Eran cargos hereditarios y, cuando alguna
familia de "cabeza" llegaba á extinguirse no teniendo representante
varón, el gobierno español nombraba en el barangay quien debía ocupar
la cabecería vacante. Aunque los decretos del rey lo prohibían, se les
obligaba á recoger el tributo de los de su barangay, y, frecuentemente
sufrían arrestos, multas y otras penas cuando no presentaban el número
de tributos á que estaban obligados. No pagaban tributo y, cuando
habían servido tres años, cumpliendo bien sus deberes, tenían derecho
á dejar de funcionar como cabezas y, quedando para siempre exentos
del tributo, formaban parte de los privilegiados del pueblo, que cons-
tituían un cuerpo llamado la principalia} Cada pueblo tenía además
un jefe llamado desde los primeros dias de la conquista gobernador cilio,
nombre que se conservó hasta finalizar la dominación española.
^ Bajo el gobierno español la principalia se entendía que era en cada pueblo la
reunión de todos aquellos individuos que habían ejercido ó estaban ejerciendo un
cargo ó que pagaban una contribución territorial de 50 pesos. La principalia
constituía la clase votante — nadie podía votar si no formaba parte de la princi-
palia.— J. P. Sangeb.
58
El goberiiadorcillo era elegido por los cabezas que, á principio del año,
debían presentar al gobernador general, ó al provincial en algunas pro-
vincias lejanas, tres nombres de candidatos de entre los cuales el gober-
nador señalaba á uno para llenar el cargo.
En 1782, un gobernador corrigió el nombre de gobcrnadorcillo, orde-
nando se le llamara alcalde por ser este el título que le daba la ley;
pero el rey, en Eeal Cédula de 18 de Julio de 1784, dispuso que se
respetara el nombre de gobcrnadorcillo, aunque reconocía que era un
diminutivo impropio para denominar un ministro de justicia. La ley
16, título II, libro VI de Indias, dice que los indios alcaldes tendrán
jurisdicción solamente para inquirir, prender y traer á los delincuentes
á la cárcel del pueblo de españoles del distrito ; pudiendo castigar con un
día de prisión y tí á 8 azotes al indio que faltare á la misa el día de
fiesta ó se embriagare, y que estaba á cargo de dicbos alcaldes el
gobierno del pueblo.
Como en ningún pueblo de indios podían residir españoles, de aquí
que, todo el título II del libro VI citado, trata únicamente de los pueblos
de indios. Los pueblos de españoles formaban sus ayuntamientos de la
manera que se dijo en el capítulo Historia, al tratar de Manila.
Las provincias estuvieron, como se ha dicho, mandadas por Corregi-
dores algunas y otras por alcaldes mayores. Estos últimos solían ser
abogados, pero por lo común eran personas sin conocimientos del derecho
ni de los asuntos públicos, colocados solamente por favoritismo. Llena-
ban las funciones de gobernadores, jueces de primera instancia, capitanes
á guerra y protectores de los indios, pero en general cumplían mal con
estos deberes. Repetidas veces el rey prohibió que los alcaldes se dedi-
caran al comercio, porque arruinaban y explotaban á los habitantes de
la provincia; pero una Eeal Cédula de 17 de Julio de 1754 les permitió
comerciar, á condición de pagar una especie de contribución llamada
"multa para indulto de comerciar." Dicha multa oscilaba entre $40
anuales, que pagaba el alcalde de Zambales, y $300 que pagaban los
alcaldes de Calamianes y Caraga. En 1840, había alcaldías que pro-
ducían $50,000 al año.
En 1886, se suprimieron las alcaldías mayores creándose los gobiernos
civiles. El gobernador civil era la primera autoridad administrativa y
económica dependiendo directamente del gobernador general. Entre
otros, era su deber reprimir y castigar los actos contrarios á la religión
del estado. Podía imponer multas hasta la cantidad de $50 ó la prisión
subsidiaria que no excediera de 30 dias. De sus resoluciones se apelaba
al gobernador general. La autoridad judicial que residía en los alcaldes
mayores pasó á manos de los jueces de primera instancia que se crearon
á la par que los gobernadores civiles. Los conflictos que ocurrían entre
estos gobernadores y los jueces de primera instancia los resolvía el
gobernador general, después de oído el Consejo de Administración.
59
Debiéndose tratar en una memoria especial lo relativo al orden judicial
en Filipinas, se omiten aquí más noticias relativas á las modificaciones
sufridas en la Eeal Audiencia y en la organización de los tribunales
inferiores, en los últimos años de la dominación española.
En 1893, una ley reformó el régimen municipal de los pueblos, pero
la reforma consideraba sólo aquellas poblaciones con más de 1,000 cédulas.
La ley, además, no alteraba la constitución municipal de Manila.
Anteriormente, para constituir un pueblo, se requerían 500 tributos
que representaban por lo menos 1,000 individuos.
El tribunal municipal ^ lo constituían cinco funcionarios que eran
el Capitán y cuatro tenientes llamados Mayor, de Policía, de Sementeras
y de Ganados.
Estos cargos eran electivos y se proveían en la forma siguiente : el
gobernador provincial señalaba un día en el que la Principalía, bajo la
presidencia del gobernador, del cura párroco y del capitán saliente,
designaba como electores á 13 vecinos. Seis de estos debían ser de los
cabezas de barangay, de buena conducta, tres de los capitanes pasados, y
tres de entre los mayores contribuyentes del pueblo. Era, pues, un
comité compuesto de la clase privilegiada. Los doce electores procedían
en el mismo acto á la elección en votación secreta. Una pluralidad de
votos era bastante. Se eligían asimismo dos individuos más, como
suplentes, para llenar los puestos que por cualquier causa vacaran. Los
doce electores, en concepto de delegados de la principalía, se juntaban
con los individuos del tribunal municipal en sus deliberaciones, previa
convocatoria del capitán.
Los cargos del tribunal eran honoríficos, gratuitos, y duraban cuatro
años. Para ser capitán se requería ser natural ó mestizo chino, tener
más de 25 años, hablar y escribir el castellano, ser cabeza de barangay
con cuatro años de ejercicio ó haber sido anteriormente cabeza durante
seis años, ó capitán ó teniente, durante dos años.
El capitán publicaba y hacía ejecutar los acuerdos del tribunal, pero
tenía poder para suspenderlos, cuando los creía ajenos á las atenciones
del tribimal, perjudiciales al pueblo, ó peligrosos para el orden público.
Subsistía la división de los vecinos en barangay s, como en lo antiguo,
cada uno de los cuales debía tener por lo menos 100 familias y no más
de 150. Los barangays de población no agrupada eran de 50 familias
sin llegar á 99. El cabeza de l)arangay se titulal)a al mismo tiempo
teniente de barrio.
Los fondos municipales se formaban con los impuestos siguientes:
sobre pesquerías, por credenciales de propiedades del ganado, por rentas
' El tribunal municipal estaba compuesto de un capitán y cuatro tenientes, y
formaba el gobierno activo del pueblo. Éstos estaban elegidos {)or doce delegados
escogidos por la principalía y tenían que servir durante cuatro años. — J. P.
Sanger.
60
de propiedades del pueblo, derechos sobre billares, fimciones teatrales,
mercados, mataderos, pontazgos, balsas y vadeos, encierro de animales,
alumbrado y limpieza, recargo del 10 por ciento sobre la contribución
urbana, multas, los 15 días de prestación personal, sobre la riqueza rústica
y otros arbitrios, según las condiciones del pueblo.
Para establecer impuestos, para las elecciones, inspección de escuelas,
quintas y la elaboración del presupuesto, se exigía la intervención del
cura del pueblo.
Los ingresos por concepto de contribución sobre la riqueza pública
debían llevarse en cuenta separada de los demás ingresos y se destinaban
exclusivamente para costear obras piiblicas procomunales. Todas las
contribuciones las cobraban los cabezas bajo su responsabilidad personal.
Los fondos del pueblo debían guardarse en una caja en el gobierno
provincial, en la cabecera, pudiendo el capitán retener la cantidad nece-
saria para los gastos corrientes del tribunal.
El impuesto sobre riqueza rústica debía consistir en un tanto por
ciento sobre el valor real de la finca, que estuviera ó no cultivada, cuyo
tanto por ciento debía fijar el tribunal asistido del cvira.
El gobernador general, y en su lugar el gobernador de la provincia,
era el presidente nato de todo tribunal municipal de Filipinas.
Este nuevo régimen municipal quedó implatado el 1.° de Enero de
1894.
Para inspeccionar la administración de los fondos municipales y dar
ciertos informes sobre asuntos municipales al gobernador de la provincia,
existía en cada cabecera una Junta provincial compuesta del promotor
fiscal, del administrador de hacienda, de los vicarios foráneos de la
provincia, del cura de la cabecera. El gobernador presidía la junta.
La caja de los municipios quedaba á cargo de la Junta provincial.
Cada pueblo tenía su policía municipal constituida por lo que se
llamaba Cuadrilleros, y para guardar el orden en el campo, jjerseguir
mala gente y prestar el apoyo de la fuerza á la autoridad provincial,
existía una organización militar llamada Guardia Civil, cuyos soldados
eran naturales y su oficialidad española. En Manila, el servicio de
policía y orden estaba confiado á una organización parecida á la guardia
civil titulada Guardia Veterana. Ambas instituciones, por sus excesos
y las crueldades que cometieron con el fin de descubrir los cómplices ó
autores de cualquier delito, lo mismo que las personas complicadas en
la última rebelión contra España, fueron profunda y justamente odiadas
por el pueblo filipino.
j^o se puede hablar del gobierno de Filipinas sin mencionar la organiza-
ción de la Iglesia Católica, cuyos miembros eran funcionarios del Estado.
El Arzobispo de Manila era el jefe asistido por los obispos de Jaro,
Cebú, Nueva Cáceres y Nueva Segovia : debajo de ellos estaban los curas
que, en cada municipio, administraban el culto como sacerdotes y tenían
61
ex-officio que llenar funciones civiles en la forma mencionada al hablar
de la organización municipal.^
Al gobernador general de Filipinas, como Vice-real patrono, le corres-
^ Durante la investigación de las órdenes religiosas hecha en 1900 por la Comi-
sión Filipina, el Padre Juan Villegas, provincial de los frailes Franciscanos,
declaró en la forma siguiente acerca de los deberes y facultades civiles ejercidos
por los individuos de su orden en los municipios:
"Se pueden mencionar los siguientes como los deberes principales ó las facul-
tades ejercidas por el cura párroco : Él era el inspector de las escuelas primarias ;
presidente de la junta de sanidad y de la beneficencia; presidente de la junta
sobre la contribución urbana (establecida hace poco) ; inspector de la contri-
bución. Antes él era presidente actual pero más tarde el presidente honorario de
la junta de obras públicas. Él certificaba la legitimidad de las cédulas, procu-
rando que estuviesen conformes con los registros de los libros de la parroquia.
No había registro civil en el país, y de este modo los municipios tenían que hacer
uso de los libros del cura párroco. Se enviaban á buscar estos libros para los
fines de la contribución personal, pero no los recibían las autoridades á menos que
no tuviesen el visto bueno del cura párroco.
"El cura párroco era el presidente de la junta de estadística, porque él era el
único qu tenía alguna instrucción. * * *
"Según la ley española toda persona tenía que estar provista de un certificado
de su conducta. Si alguno estaba en prisión y pertenecía á otro pueblo se solía
buscar sus antecedentes en aquel pueblo, y el tribunal de justicia solía ver si
dichos antecedentes eran buenos ó malos. Éstos no se recibían, sin embargo,
á menos de tener el visto bueno del cura párroco. Los curas párrocos expedían
también certificados acerca del estado civil de las personas. Cada año ellos saca-
ban suertes para aquellos que debían servir en el ejército, y cada quinta persona
que se sacaba en suerte tenía que prestar servicio militar. El cura párroco se
encargaba de certificar acerca del estado físico del individuo. * * *
"Según la ley él tenía que estar presente en las elecciones para los cargos
municipales. * * * Él era el censor de los presupuestos municipales antes
de que estos se enviasen al gobernador de la provincia. * * * Él era también
el consejero del municipio cuando se reunía este cuerpo. * * » Los curas
párrocos inspeccionaban la selección de los individuos que habían de componer
la fuerza de policía. * * * Él examinaba á los niños de ambos sexos que
asistían á la primera y segunda clase de las escuelas públicas. Él era el censor
de las piezas teatrales, comedias y dramas escritos en el lenguaje del país, deter-
minando si eran ó no contra la paz ó la moralidad pública. Estas piezas teatrales
se representaban en las varias fiestas del pueblo. Él era el presidente de la junta
de cárceles y desempeñaba por turno el cargo de inspector de la comida que se
daba á los presos. Él era miembro de la junta provincial. Además de esto el
cura párroco de la cabecera estaba acompañado de otros dos curas párrocos en
la junta. Ante la junta provincial se llevaban todos los asuntos referentes á las
obras públicas y sus congéneres. Ante esta jimta se sometían las sumas que se
iban á gastar para los edificios públicos de los municipios. También era miembro
de una junta establecida para la partición de tierras de la Corona. Después que
la tierra haya sido medida y dividida y una persona quisiere vender su tierra,
él presenta su certificado, y la junta determina si él es ó no el dueño de la jnisnia.
Este certificado tenía que visarse por la jimta para los fines de la contribución.
Cuando un particular deseaba comprar un terreno del gobierno se dirigía al em-
pleado correspondiente, pagaba la suma, y la junta determinaba si la cesión de
la propiedad se hacía conforme á la lev.
"En algunos casos los curas párrocos de las cabeceras de las provincias actuaban
62
pondía resolver las dudas en cuanto al patronato; tener conocimiento de
toda renuncia ó vacantes de prebendas, curatos y beneficios eclesiásticos ;
presentar sujetos idóneos para los beneficios curados : tomar el juramento
de los derechos y regalías del Real Patrono á los obispos electos é
intervenir en toda discusión entre religiosos usando el consejo y amones-
tación ó empleando, si fuera necesario, todo el rigor que le permitían las
leyes hasta establecer el orden.
Todos los funcionarios públicos eran nombrados en Madrid y sólo
podían proveerse en Manila los oficios subalternos de las oficinas.
También tenía que ser aprobado en el Ministerio de Ultramar cual-
quier gasto que se efectuara en la colonia.
Con la soberanía de los Estados Unidos la forma de gobierno de
Filipinas ha variado en absoluto,
Á la antigua centralización del gobierno en la metrópoli ha sustituido
la más grande autonomía mediante la cual Manila es el centro del
poder ejecutivo, legislativo y judicial, con ciertas limitaciones fijadas por
la Constitución de Filipinas, votada por el Congreso de los Estados
Unidos y aprobada por el Presidente en 1.° de Julio de 1902. Un cuerpo
denominado Comisión de Filipinas, compuesto de cinco miembros ameri-
canos y de tres filipinos, ejerce el poder legislativo y tiene además la
'supervisión general del gobierno del país. Un gobernador civil- ejerce
el poder ejecutivo más alto y es al propio tiempo Presidente de la
Comisión. Un vice-gobernador ejerce las mismas funciones, cuando
por cualquier motivo el gobernador civil no puede llenar su cargo, y
cuatro departamentos ejecutivos llamados de lo Interior, de Comercio y
Policía, de Hacienda y Justicia y de Instrucción Pública tienen á su
cabeza secretarios que son ex-ofjicio miembros de la Comisión.^
como contadores. En otras en donde sólo había im administrador, el cura ejercía
las veces de contador.
"Además de lo dicho arriba había otros detalles que tenía que llenarlos el cura
piirroco. Puede decirse, con todo, que había veces en que por el momento nada
se hacía en los pueblos." — ^J. P. Saxger.
^ Cada departamento está compuesto de las siguientes oficinas :
Departamento del Interior. — Junta de Sanidad, inspección de montes, inspección
de minas, oficina meteorológica filipina, oficina de terrenos del estado, oficina de
agricultura, oficina etnológica de las Islas Filipinas, oficina de los laboratorios
del gobierno, oficina de patentes, propiedad literaria y marcas industriales, hospi-
tal civil filipino, sanatorio civil de Benguet.
Departamento de Hacienda y Justicia. — Tesorería Insular, auditoria insular,
oficina de aduanas é inmigración, oficina de rentas internas, oficina de la fábrica
de hielo, la corte suprema de las Islas Filipinas, los juzgados de primera ins-
tancia, registro de la propiedad, tribunal de apelaciones de aduanas.
Departamento de Comercio y Policía. — Oficina de correos, oficina del constabu-
lario filipino, prisión de Bilíbid, capitanía del puerto, oficina de gurdacostas y
transportación, servicio de faroles, oficina geodésica, oficina de ingeniería.
Departamento de Instrucción Pública. — Oficina de instrucción pública, oficina
de arquitectura, oficina de archivos, oficina de estadística, oficina de la imprenta
pública, oficina (provisional) del censo. — J. P. iSaxger.
03
Las leyes votadas por la Comisión se ponen en vigor cuando y como
ella misma lo entiende.
Los ciudadanos de Filipinas tienen los mismos derechos individuales
que los ciudadanos de los E. TI., excepto el libre porte de armas y el
juicio por jurados. '^
Una Corte Suprema de Justicia decide en última instancia los asuntos
criminales y los civiles hasta una suma que no exceda de 25,000 dollars.
Desüués de dos años de la publicación del Censo, el Presidente de los
Estados Unidos convocará una elección para elegir delegados populares
que constituirán la Asamblea de Filipinas. Dicha Asamblea y la Comi-
sión constituirán la Legislatura de Filipinas. El número de delegados
no será menor de 50 ni mayor de 100, nombrados por dos años. Para
ser elector se requieren las mismas condiciones que en los electores
municipales.
La Comisión ha organizado el archipiélago en 39 provincias sin
comprender aquella parte del Sur poblada por malayos mahometanos, que
forma lo que se llama Provincia Mora, á la cual se ha dado una consti-
tución especial que le confiere la mayor autonomía debajo del poder
de la Comisión de Filipinas. -
Las provincias del archipiélago tienen un gobernador cuyas funciones
ejecutivas están completamente exentas de los poderes de carácter judicial
y legislativo que tenían los gobernadores civiles del régimen español.
L"na junta provincial formada del gobernador, el tesorero y el supervisor
constituye un cuerpo legislativo dentro de los límites señalados por la
ley y asegura á la provincia una autonomía hasta hoy desconocida.
L^n secretario y un fiscal completan el cuadro de oficiales provinciales.
Los municipios se rigen por la ley Xo. 82 votada en 31 de Enero de
1901 y sus enmiendas. Están divididos en cuatro clases y los gobierna
^ El derecho de ser juzgado por jurado y el de portar armas no ha sido con-
cedido á los Filipinos porque ellos tienen la idea, si es que la tienen, de poca
responsabilidad pública acerca del castigo de un crimen, y son, por lo tanto, inca-
paces de servir como miembros de un jurado. Además, el Filipino, ignorante en
general, se deja influir tan fácilmente de aquellos á quienes él cree son sus supe-
riores que raras veces votaría él para condenar á una persona de aquella clase,
aun cuando él crea que la misma es culpable. Como sustituto del juicio por
jurado los jueces de primera instancia están facultados para solicitar los servicios
de dos asesores designados de entre los ciudadanos de la provincia para que actúen
como consejeros en de los hechos. Además, se puede elevar una apelación sobre
las cuestiones de hecho y de derecho ante la corte suprema, que está compuesta
de tres Filipinos y cuatro Americanos, así es que se cree que en este particular
los derechos de los Filipinos están guardados suficientemente. Si bien no se
permite á los habitantes comprar ó llevar armas de fuego, no se puede decir que
ellos no ejercen el derecho de portar armas, por cuanto que todo hombre ó niíío de
los suburbios ó poblaciones rurales lleva im bolo y sabe manejarlo. — J. P. Sanger.
-La provincia mora se estableció por la ley Xum. 487 de la Comisión Filipina
después de lo que antecede se escribió. Su área se da en el capítulo relativo á
la geografía. — .T. P. Sanger.
un Concejo Municipal compuesto de 8 á 18 concejales, según su clase,
de un vice-presidente y un presidente. Todos estos cargos son por
elección popular. Son electores los que durante el régimen español
ejercieron el cargo de capitán municipal, gobernadorcillo, alcalde, teniente
ó cabeza de barangay ó concejal de a^-untamiento, los que posean bienes
inmuebles por valor de 500 pesos filipinos ó pagan anualmente 30 pesos
ó más de contribución por cualquier concepto y finalmente, todo el que
hable, lea y escriba inglés ó español.
La ley provee las circunstancias que aseguran la completa libertad en
las elecciones que se efectúan por votación secreta.^
El cargo de concejal es gratuito. El presidente, tesorero y secretario
son funcionarios con sueldo.
El presidente es el oficial ejecutivo. En las reuniones del concejo
y en sus acuerdos no interviene ninguna autoridad provincial ni insular.
El concejo municipal es el cuerpo legislativo y sus atribuciones son tan
amplias que el municipio goza de la más completa autonomía. El gober-
nador provincial sólo interviene para asegurarse que los oficiales munici-
pales cumplen con las prescripciones del Código municipal.
Como la separación del Estado y de la Iglesia es hoy completa, el
cura párroco no tiene ninguna intervención en los asuntos municipales.
Los ingresos municipales se gastan exclusivamente en beneficio de los
municipios y el gobierno insular se mantiene de recursos propios diferen-
tes y ajenos á los municipales.
En cada municipio sostiene el tesoro insular maestras ó maestros
americanos y el tesoro municipal maestros ó maestras filipinos.
Cada municipio tiene su propia policía y para asegurar el orden en
todas las islas fuera de las poblaciones, existe el cuerpo de Policía
Constabularia á cuyo frente hay un oficial con los honores y derechos de
un general de Brigada del Ejército de los Estados Unidos.
Para el servicio de comimicaciones marítimas interinsular existe una
flotilla de vapores llamados guarda-costas, porque además del transporte
de correos y empleados civiles y militares, ejerce la vigilancia y policía
marítima.
^ Tan pronto como las tropas del ejército de los Estados Unidos pudieron dis-
tribuirse, las islas cayeron bajo el gobierno militar, y los gobiernos municipales
establecidos por los Españoles, en donde quiera que estuvieron estos funcionando,
continuaron bajo la inspección del ejército. El 8 de Agosto de 1899, el general
Otis publicó la orden general número 43. que establecía tma forma de gobierno
municipal; y el 29 de Marzo de 1900, él dictó la orden general ni'miero 40, modi-
ficando la orden general ni'imero 43, ó por lo menos estableciendo una forma más
sencilla de gobierno municipal. Á medida que los pueblos se iban pacificando,
muchos de ellos solicitaban el establecimiento del gobierno municipal prescrito en
estas órdenes, y algunos de ellos se organizaron conforme á las disposiciones de
una orden, y otros conforme á las de otra, aunque había muchos pueblos en donde
no había gobierno municipal establecido. En este estado se encontraba el gobierno
municipal de las Islas Filipinas cuando el 31 de Enero de 1901 la Comisión
Filipina promulgó la ley número 82. — J. P. Sa:\ger.
6o
Durante el dominio de España, una de las cargas más duras que sufría
el pueblo consistía en el servicio militar. Cada provincia tenía que dar
anualmente cierto número de jóvenes sacados por suerte para servir en
el ejército. El que disponía de 125 ó 150 pesos, si le tocaba la suerte
de servir, podía hallar quien se pusiera en su lugar por aquella suma.
Injusticias, prevaricaciones, engaños de toda especie, se llevaban á cabo
durante las operaciones de sorteo y aquellas "quintas" que fueron motivo
de queja del pueblo sirvieron también de medio de lucrarse de muchos
funcionarios, tanto civiles como militares, durante la dominación es-
pañola. Actualmente este servicio queda abolido y tampoco existe el
servicio personal, porque el pueblo ha sufrido por él tantos abusos,
durante la pasada dominación, que lo mira con prevención.
El Bill de Filipinas garantiza la libertad de la prensa, de la asociación
y de la palabra.
42264 5
VI. LA EMANCIPACIÓN DE ESPAÑA.
Los abusos ele los encomenderos, los atropellos cometidos por los al-
caldes mayores y los oficiales del fisco, lo mismo que la opresión de los
frailes, habían terminado en varias épocas en provincias en pequeñas rebe-
liones pronto sofocadas, ahogándolas en sangre y fuego, por el gobierno.
El fanatismo religioso había producido también desórdenes armados que
fácilmente se dominaban ; pero, si se exceptúa la época en que los ingleses
ocuparon Manila, nunca se presentó en Filipinas el caso de una rebelión
del pueblo encaminada á libertarse de la soberanía española.^
La pérdida de las Américas que experimentó España á principios del
siglo XIX y la evidencia del mal gobierno y pésima política que se llevaba
en Filipinas, hizo desconfiados á los españoles que residían en las islas,
de tal suerte que, obsesionados por una extremada suspicacia, empe-
zaron á dar muestras de desconfianza hacia los filipinos y cometieron al
mismo tiempo el grave error de no querer reconocer que las colonias no
podían gobernarse despreciando la justicia y ahogando en el desprecio ó
con los castigos las quejas de los oprimidos y los clamores de los que
sufrían.
La sublevación de Novales y otras pequeñas perturbaciones del orden
ocurridas en la primera mitad del siglo XIX, no valen la pena de men-
cionarse en esta breve memoria, porque, hasta el final del reinado de
Isabel II, no se puede hallar realmente el origen del movimiento de eman-
cipación de España, cuyo triunfo obtuvo Filipinas en 1898.
La revolución de Septiembre de 1868 que destronó en España á la
reina Isabela II, dejó sentir muy pronto sus efectos en Manila. Después
de la separación de las antiguas colonias americanas, no había ocurrido
en la política española ningún hecho más ruidoso que la caída de la dinas-
tía reinante, y, después de muchos años en que Filipinas vivía en la más
tranquila inmovilidad de ideas políticas, repentinamente se habló de la
destitución de la soberana, de la rebelión iniciada por los militares y
continuada por el pueblo, de las libertades que se disfrutaban bajo el
nuevo gobierno provisional y toda aquella nueva atmósfera que venía
de España sacaba á los habitantes de sus antiguos hábitos de quietud
contemplativa en un estado de cosas que parecía inamovible y eterno.
^ En la Historia General ñe Filipinas de José Montero y Vidal, publicada en
Madrid en los años 1887, 1894 y 1895, se describen en su totalidad los disturbios,
levantamientos é insurrecciones y las causas que los produjeron. — J. P. Sanger.
6/
Los filipinos ilustrados, llenos de esperanzas en el nuevo gobierno esta-
blecido en España, creían que había llegado para las islas un período de
verdadero progreso, y el nuevo ministro de Ultramar Becerra ordenaba
al gobernador de Filipinas que procediera al estudio de modificaciones
destinadas á reformar la administración, en armonía con los principios
que había hecho triunfar la revolución de 1898.
El nuevo gobernador general La Torre fué recibido con verdadera sim-
patía y, por primera vez en la historia, los filipinos más distinguidos
organizaron una pública manifestación que, recorriendo las calles de
Manila, se dirigió al palacio del gobernador para expresarle la lealtad del
pueblo y las esperanzas que tenía de que el gobierno de la nación diri-
giría su atención á las necesidades del país.
El elemento conservador de la colonia formado por aquellos que mira-
ban con los ojos recelosos todo cambio ó cualquier señal dada por los
filipinos de interesarse por los asuntos de su propio país, vio con exagerada
aprensión la revolución de la península y las simpatías que se manifesta-
ban en Filipinas hacia los hombres y las ideas del nuevo gobierno. Los
frailes, principalmente, no ocultaron su disgusto y, exagerando las cosas,
empezaron á profetizar días sombríos para la seguridad de la soberanía
española, levantando en el ánimo de los españoles que habitaban las
islas toda especie de recelos contra los filipinos de más prestigio y de
más respetabilidad, que se atrevieron á manifestar sus deseos de salir de
la vida de pasividad en que vegetaban para ayudar al gobierno en la obra
de la regeneración de la administración del país.
El general La Torre tuvo que sufrir la enemistad y todas las consecuen-
cias de la hostilidad completa que le manifestaron los españoles y prin-
cipalmente los frailes. Cuando salió de las islas calumniado y rudamente
atacado por aquellos de sus compatriotas que representaban la política
tradicional de la colonización española, quedaron en Manila expuestos á
los odios de dichos enemigos los filipinos que, durante el mando de La
Torre, se habían atrevido á pedir parí^ su país un poco de libertad y un
poco de aquella justicia que la revolución de 1868 había ofrecido al pueblo
español. Nadie en las islas pensaba separarse de la metrópoli, ninguno
pensaba en aflojar siquiera los lazos que la unían con el archipiélago ; al
contrario, se quería que se implantaran en él las mismas leyes y los mismos
derechos que disfrutaban los españoles de Europa, de suerte que se pedía
que la antigua colonia llegara á ser una verdadera provincia de la penín-
sula; pero el elemento conservador, sea que obrara de buena fé, sea que
convenía á su política que así fuera, lo cierto es que no se perdonó medio
para hacer creer á las autoridades que se preparaba sordamente una
revolución para destruir el doininio español.
La llegada del general Izquierdo trasformó por completo la faz de
las cosas, notándos^e que, al contrario de La Torre, este gobernador no
venía á cambiar en nada el antiguo régimen, anunciando desde su llegada
que gf)bei'naría "con uiui cruz en una mano y una os])ada en la otra."
68
Su primer acto fué prohibir que se inaugurara una escuela de artes y
oficios organizada por el esfuerzo privado de vecinos de prestigio y que
no era del agrado de las corporaciones religiosas. Suponiendo que la
nueva escuela era un pretexto para organizar una sociedad política, no
sólo no permitió su apertura sino que manifestó públicamente sus recelos
v puso en evidencia á las personas que la dirigían. Todos aquellos que
rodearon al general La Torre fueron considerados por el nuevo gobernador
como personas sospechosas, frase terrible que desde entonces se empleó
en Filipinas para designar aquellas personas que no seguían servilmente
los gustos y hasta los caprichos de las autoridades. El elemento conserva-
dor, en cambio, dirigía la política del gobernador cuyos recelos hacia
los filipinos de cierta cultura fueron creciendo de día en día.
Un incidente vino á turbar la paz de la colonia y sirvió de origen á
la perturbación política que, tomando mayor incremento cada día, llegó
al fin de unos treinta años á destruir la dominación española en Filipinas.
Desde tiempo inmemorial, los obreros del arsenal de Cavite, lo mismo
que los que trabajaban en la Maestranza de Artillería y en el parque de
ingenieros militares, estaban exentos del pago del tributo y de la presta-
ción personal para los trabajos públicos ; pero el general Izquierdo, creyó
oportuno suprimir este privilegio ordenando que en adelante, los referi-
dos obreros, pagarían tributo y estarían obligados á la prestación personal.
El disgusto que tal medida produjo en los interesados fué grande y los
empleados del arsenal de Cavite mostraron su descontento declarándose
en huelga; pero la presión y las amenazas de las autoridades les hicieron
volver á su trabajo.
Los obreros del arsenal eran todos naturales de Cavite y del inmediato
pueblo de San Eoque en donde en pocos días, la efervecescencia se hizo
general y se fué extendiendo luego entre las tropas indígenas que guar-
necían aquella región. Al fin, en la noche del 20 de Enero de 1872,
estalló un motín dentro de la fortaleza de San Felipe, en Cavite, comen-
zando los amotinados por asesinar al comandante y oficiales españoles
que mandaban la fortaleza. Los sublevados eran unos cuarenta soldados
de infantería de marina del arsenal juntamente con veintidós artilleros
destacados en San Felipe, capitaneados por el sargento La Madrid. Se
dijo que toda la guarnición de Cavite estaba complicada; pero nada ha
venido á demostrarlo sino que, al contrario, los ilusos que se levantaron
en rebelión lo hicieron sin contar más que con su actitud, en la creencia
de que serían imitados y que, á su ejemplo, se generalizaría una rebelión
contra España en Filipinas. Al saberse la noticia en Manila, el general
Izquierdo envió á Cavite al general comandante de las tropas de tierra
quien al frente de numerosa tropa que llevaba, reforzados por los sol-
dados indígenas de la guarnición de aquella plaza, tomó el fuerte pasando
á cuchillo á los rebeldes que rendían las armas, sin perdonar á La Madrid
que, ciego y cubierto de quemaduras sufridas por la explosión de un saco
de pólvora, ocurrida la víspera, no podía huir ni defenderse. Algunos
69
rebeldes fueron cogidos y llevados á Manila y todo quedó en paz sin
que en ningún lado se perturbara en lo más mínimo.
El suceso de Carite no podía quedar sin servir de arma poderosa para
los españoles y los frailes. Durante el mando del general La Torre,
los filipinos de más prestigio no titubearon en hacer pública manifestación
de sus sentimientos de hostilidad hacia las órdenes religiosas y el gobierno
de Madrid, por su parte, demostró sus deseos de quitar á los frailes de
Filipinas todo su predominio en la gobernación del país, secularizando
la universidad. El ministro de Ultramar Moret había proyectado refor-
mar por completo el sistema de gobierno de la colonia organizándola en
armonía con principios más justos defendidos por la revolución española,
y de tal estado de cosas resultó que si los filipinos sentían una viva espe-
ranza de que la situación mejorara en su país, los frailes temían con
sobrada razón que su poder en la colonia se vería pronto completamente
aniquilado.
La algarada de Cavite dio motivo á los partidarios del statu quo
colonial para ensayar de demostrar al gobierno que se trataba de una
vasta conspiración organizada en el archipiélago para destruir la sobera-
nía española y que sus fundamentos debían buscarse en las ideas lan-
zadas desde Madrid por el mismo gobierno é importadas á Filipinas
por el general La Torre y por los fimcionarios públicos enviados á las
islas por el gobierno que sucedió al de la reina Doña Isabel. Todas las
profecías de los conservadores parecían cumplirse, el ejemplo de lo
ocurrido en España misma, en donde la dinastía secular se derrumbó en
unos cuantos días, daba mas verosimilitud al peligro que se decía ame-
nazaba á la nación soberana de Filipinas. Las autoridades no supieron
contenerse dentro de la calma que necesitaban para conocer la verdad
de lo ocurrido y la extensión de la supuesta insurrección, y, dejándose
dominar por la opinión pública, aterrada ante el cuadro que los elemen-
tos conservadores se aprovechaban en trazar con los más negros colores,
supusieron que existía un plan general para sacudir de Filipinas la domi-
nación española. Siguiendo la política tradicional, no se encontró medio
más oportuno para reprimir la sujDuesta insurrección que castigar con
todo el rigor que era posible, sin preocuparse si caían inocentes ó culpables,
buscando sólo que el terror de las medidas represivas infundiera tan
saludable ejemplo, que nadie se atreviera ni á soñar ya más con movimien-
tos de semejante índole.
La justicia militar seguía la pista de los supuestos culpables por los
anónimos que recibían las autoridades denunciando á los filipinos más
distinguidos. Hijos de españoles nacidos en el país, mestizos de español
ó de chino, indios puros, como se decía á los malayos filipinos, todos, sin
distinción, pagaron su tributo, siendo perseguidos con mayor ensaña-
miento aquellos que se habían atrevido á luchar contra los frailes, como
los clérigos Burgos, mestizo español; Zamora, mestizo chino; y Gómez
70
tagolog; que habían medido sus fuerzas contra las de los frailes en el
litigio de los curatos que se atribuían al clero del país.
Un consejo de guerra condenó á muerte á los citados clérigos y á
presidio en las islas Marianas á Antonio M. Regidor, abogado y miembro
del Ayuntamiento, á Joaquín Pardo de Tavera, abogado y consejero de
administración, al P. Mendoza, cura de Santa Cruz, Guevara, cura de
Quiapo, á los clérigos Mariano Sevilla, Feliciano Gómez, Ballesteros,
José Lasa, y los propietarios y abogados Carrillo, Basa Enriquez, hermanos
Basa, Crisanto Eeyes, Máximo Paterno y otros muchos. La verdad es
que el gobierno había conseguido su objeto de atemorizar á los filipinos,
pero no sólo fué una medida injusta sino que era de todo punto innece-
saria, porque no había en el país la menor idea de derrumbar la soberanía
española. Al contrario, la actitud de Moret, Labra, Becerra y otros en
el gobierno español había despertado tan viva simpatía hacia la metrópoli
en los filipinos instruidos, que nunca se había sentido un movimiento de
aproximación tan grande hacia ella en la colonia, como en el breve tiempo
que transcurrió desde la llegada del general La Torre hasta los atropellos
desdichadísimos ejecutados bajo el gobierno y la responsabilidad del
general Izquierdo. Un estudio histórico de más extensión que este, acom-
pañado de documentos, demostraría de una manera indiscutible la parte
que tomaron en aquella triste ocurrencia las órdenes religiosas; pero uno
de los resultados de la llamada revolución de Cavite fué fortificar el poder
de los frailes en Filipinas de tal suerte que los gobiernos de la metrópoli,
que pensaban hasta entonces tomar medidas para disminuir su poder en
las islas, no sólo abandonaron su política sino que decidieron robustecer
en todo lo que podían el prestigio y autoridad de los frailes en Filipinas
considerándolos más importantes que nunca para la conservación de la
soberanía española. El mismo fenómeno se observó en las islas, y no sólo
el gobierno les abrió toda su confianza, sino que el pueblo filipino los vio
desde entonces como los verdaderos soberanos y como representantes, tan
poderosos como temibles, del dominio de España.
Pero no fueron estas las únicas consecuencias de la política desplegada
por Izquierdo. Hasta entonces no se trató en Filipinas, como queda
dicho, de atacar la soberanía de España, sino de procurar por el progreso
intelectual y material del país. Xunca se había ocurrido á los filipinos
culpar á la nación española del estado de atraso en que se hallaba, ni de
las vejaciones cometidas en el país por los funcionarios españoles, sino
que era común atribuirlo todo á la culpa individual de los funcionarios
públicos, sin meterse en examinar si las cosas tenían un origen de carácter
general. Además, las persecuciones del tiempo de Izquierdo atribuían
á los filipinos ideas de independencia por las cuales, aunque en realidad
no existían, hubo mártires, demostrando al pueblo que los más inteligentes
y más ricos, sin distinción de color ni de razas, habían sufrido la muerte,
el presidio y el destierro por buscar la independencia de su país. Mientras
más grande el temor que sentían del poder del fraile y de los castigos del
71
gobierno, más grande fué también la admiración popular por aquellos
filipinos que no temieron arrostrar esos peligros por defender los derechos
(le sus compatriotas, y se fué así estimulando con las persecuciones el
sentimiento del pueblo, que fué educándose en una rebelión oculta y pasiva
mientras más crecíaiLlas amenazas de los que le oprimían.
Nada vino á destruir la desconfianza y el recelo que, desde los sucesos
de Cavite y su cruel represión, existía entre españoles y filipinos, entre
estos y los frailes principalmente. Muchos años debían pasar para que
se cicatrizaran las heridas abiertas en tantas familias que sufrieron los
injustos castigos impuestos por los consejos de guerra. Pero nada se
hizo para hacer olvidar aquella enorme injusticia: al contrario, conti-
nuamente se recordaba con el fin de mantener un sano temor, lográndose
sólo mantener un descontento creciente. Desde entonces se adoptó el
sistema de dar carácter político á cualquier cuestión que surgía entre
españoles y filipinos. Cualquier acto contrario á un fraile era siempre
interpretado como una demostración de sentimientos antiespañoles.
El número de jóvenes que salían de Filipinas para educarse fuera
era cada día mas grande, contribuyendo esto para aumentar el descon-
tento, porque era constante que las familias de tales estudiantes se veían
estrictamente observadas en todo lo que hacían, pues la desconfianza de
las autoridades hacía ver en ellas supuestos agentes de ideas políticas,
quienes relacionados con los de afuera no podían traer al archipiélago
más que proyectos de rebelión y programas de organizaciones revolu-
cionarias dirigidas contra España.
Algunos escritores españoles creyeron oportuno inaugurar una lite-
ratura destinada á rebajar á los filipinos y presentarlos como seres
degradados, de tan ínfima condición que no había nada que temer de
ellos. No era posible escribir nada en contra de tales ataques en Fili-
pinas, porqvie la imprenta se movía bajo la mas rigurosa censura; pero
en España se iba reuniendo un núcleo de filipinos que salieron en defensa
de sus compatriotas. Marcelo H. del Pilar fundó "La Solidaridad",
periódico defensor de los filipinos, cuya circulación fué estrictamente
prohibida en Manila, en la cual aparecieron brillantes artículos de Rizal,
Ja en a y otros.
El malestar se hacía cada día más grande en Filipinas, pero el pueblo,
sin instrucción, no podía explicarse la causa de su disgusto. La lectura
del Noli me tangere de Rizal, descorrió el velo é hizo ver á todos, en
dónde estaba el mal que lamentaban.
El autor, joven tagalog del pueblo de Kalamba, en h provincia de La
Laguna, acaba de escribir con dicho título una novela política en donde,
por primera vez, en cuadros llenos de vida y de verdad, se retrataba el
sufrimiento del pueblo filipino, pintando con una verdad admirable, desde
el niño hasta el anciano, desde el oscuro hombre del vulgo, hasta la más
distinguida heredera y el joven de nu'is cultura. El libro representaba
72
la vida y las costumbres del país, llenas de poesía y arrancadas del des-
precio y del ridículo en que los autores españoles se habían complacido
en colocarlos. Todos los defectos de la administración pública, la igno-
rancia supina de los funcionarios, su corrupción, los vicios del clero
regular, la incapacidad de los gobernantes, la inferioridad de la cultura
española, se pusieron en evidencia. El prestigio de los frailes, fun-
dado en la ignorancia del pueblo, quedó desmoronado, cuando al des-
cribir la vida y hechos de los curas en provincias, demostró su in-
moralidad y vicios. La enseñanza dada en los colegios y universidad
filipina quedó asimismo en descubierto, al descubrir sus procedimientos
y demostrar sus resultados: no quedó un átomo de la estructura de la
administración colonial que no resultara malparado, destruyendo por
completo el prestigio que la civilización española tenía ante los filipi-
nos. Fina y hábilmente puso en comparación todo lo que era español
con lo que se hacía, pensaba y adelantaba en Europa, especialmente
en Alemania, y puede decirse que, el que leyó el Noli me tangere
detestó la colonización española y consideró á los frailes como los
peores enemigos del progreso de Filipinas. En lugar de servir de
aviso á la política española para hacerla variar de rumbo, Noli me
tangere sirvió, al contrario, para exitar á los españoles que se sintieron
ofendidos y no modificaron en nada sus procedimientos. Enconáronse
los ánimos contra filipinos instruidos, los ilustrados, que se vieron
cada día más perseguidos y tratados como sospechosos. Los franc-
masones españoles, advertidos por Rizal trataron de organizar su asocia-
ción en Filipinas, para procurar contrarrestar, con su actitud fraternal
hacia los filipinos, los actos de intolerancia del gobierno y de los frailes ;
pero no lograron sino despertar más y más los recelos de los gobernantes.
Las ideas nuevas corrían y se infiltraban ; y, i^or más que la lectura del
Noli me tangere exponía á las más graves persecuciones, el libro corría
ocultamente cada día más buscado, más estimado, traducido en hojas
sueltas al tagalog y al bisaya. Eizal publicó pronto la segunda parte
de su novela titulándola "El Filibusterismo", en donde presentó de
una manera magistral el país marchando á la revolución, no por culpa
del pueblo filipino que, sufrido y bueno, todo lo esperaba todavía de las
promesas de España, sino por culpa de los gobernantes que seguían
ciegos su política, sordos á los gritos pidiendo justicia, ciegos ante el
espectáculo de un pueblo que sufría, que esperaba y que estaba á punto
de impacientarse. "El Filibusterismo", fué una advertencia; pero el
orgullo español la despreció y su autor, que era digno del agradecimiento
de España y de sus hijos, fué considerado por estos como su peor enemigo.
Antes de la aparición de "El Filibusterismo", se había exilado bastante
la opinión filipina por un suceso que se desarrolló en 1888, mandando el
general Terreros. Por un disgusto ocurrido entre los vecinos de Binondo
con el cura fraile de aquel pueblo, decidieron muchos filipinos presentar
73
al general una petición en la que le rogaban decretar la expulsión de
Filipinas del Arzobispo y de las comunidades religiosas. El hecho se
tradujo como una amenaza á la soberanía española y en una junta de
autoridades se decidió perseguir con el mayor rigor á todos cuantos habían
firmado el escrito, que se consideró sedicioso y merecedor de los más
severos castigos. Infinidad de personas de consideración fué conducida
á la cárcel y durante muchos meses la atención pública se concentró en
el asunto. Se siguió un proceso rodeado del más profundo misterio,
decretándose diariamente la prisión de personas pacíficas, honradas y
respetables, acusándolas de estar envueltas en la conspiración. Como si
esto no fuera suficiente para alarmar al pueblo, se suscitó la cuestión de
Kalamba cuyos habitantes trataron de dicutir á los frailes dominicos la
validez de su título de propiedad sobre las tierras de dicho municipio.
Aunque la cuestión se ventilaba ante los tribunales ordinarios de justicia,
el gobernador general Weyler, intervino y envió, para apoyar las preten-
siones de los frailes en Kalamba, una compañía de artilleros españoles,
con sus cañones de campaña. Los vecinos que se atrevieron á discutir
los derechos de los frailes fueron arrojados del pueblo, sus casas que-
madas y perseguidos con sus familias. Toda la familia de Rizal, lo
mismo que otras principales, fueron enviadas á la deportación, y, los
que pudieron escapar, tuvieron que refugiarse en Hongkong para librarse
de mayores atropellos.
Estos sucesos aparecieron narrados sin exajerarlos, con la mayor fide-
lidad, en "El Filibusterismo". Por todas partes ocurrían pequeños
incidentes que podían considerarse como presagios de acontecimientos
graves, pero mientras Eizal y los filipinos de mas instrucción considera-
ban que, para acallar las quejas, no se necesitaba más que una política
de justicia atendiendo las aspiraciones del pueblo filipino, España siguien-
do su política tradicional, seguía empeñada en ahogar la voz del pueblo
adoptando medidas de rigor, negándose á abrir los ojos á la evidencia,
empeñándose en acusar de ingratos á los filipinos, perseguiéndolos como
criminales, con el fin de dominar el conflicto por el terror.
Esperando alcanzar de España las reformas que el estado del país
reclamaba, Eizal, en unión de algunos filipinos prestigiosos, formó la
Liga Filipina, sociedad que se proponía trabajar por la instrucción públi-
ca, por la abolición del poder monacal, por la representación de Filipinas
en el Congreso de la Metrópoli y para conseguir en fin, que se aplicara en
la colonia la legislación vigente en la madre patria, inspirándose en lo
que entonces se llamaba política de asimilación.^ Al mismo tiempo se
'Las reformas principales pedidas por los Filipinos eran la expulsión de los
frailes y la restitución de los terrenos de los frailes á los municipios; la repre-
sentación en el parlamento español; la libertad de la prensa; la tolerancia
religiosa; las leyes y jurisprudencia de España, y la igualdad ante la ley; la
autonomía administrativa y económica; y la abolición del derecho de desterrar
:1 ciudadanos. — J. P. Sangeb.
74
constituyeron en ^lanila y en algunas provincias logias masónicas depen-
dientes del Gran Oriente Español y en ellas se afiliaron innumerables
individuos de todas edades y condiciones.
La plebe no había aún tomado parte en este movimiento político de
carácter pacífico. El pueblo bajo no había hecho hasta entonces mas que
sufrir, pero al fin, la guardia civil por sus excesos se presentaba ante sus
ojos convertida en su mas temido enemigo, los frailes por su conducta en
la mayoría de los pueblos habían perdido su antiguo prestigio y se habían
atraído el odio, ó por lo menos la antipatía, cuando Andrés Bonifacio
decidió organizar una asociación que tituló "El Katipunan" con el fin
de utilizar los elementos poderosos que ofrecía la plebe deseosa de salir
del malestar en que se encontraba.
Andrés Bonifacio era un hombre de escasa instrucción, de unos 40 años
de edad, pero con un cerebro y un corazón de verdadero organizador de
revolución. Inspirado por un patriotismo exaltado, y convencido de
que no era posible que Filipinas obtuviera nada de España, estaba tam-
bién persuadido de la necesidad de emanciparse de su soberanía, y consti-
tuyó "El Katipunan" con el fin de sacudir el yugo de España como paso
preliminar para desarrollar los planes de progreso que se proponía la
confiada Liga Filipina, tomando de la francmasonería parte del simbolis-
mo de sus procedimientos y de su organización.
Los frailes y los españoles supusieron más tarde que la masonería
hizo la revolución, pero fué un error, porque para nada intervinieron los
francmasones en el movimiento revolucionario, llevado únicamente á cabo
por los miembros del "Katipunan" bajo la activa y hábil dirección de
Andrés Bonifacio. Para ingresar en esta sociedad, tenía el neófito que
hacerse una incisión en el brazo para extraer unas gotas de su sangre, con
la cual firmaba su promesa, jurando obedecer ciegamente todo cuanto
en interés de la asociación se le ordenara, guardar el secreto de lo que
oyera y viera, y dar sin titubear hasta la vida por el bien de su patria,
Filipinas.
Andrés Bonifacio, con una intuición perfecta y conocimiento del
carácter filipino, comprendió que había llegado el momento en que,
llamando como convenía al sentimiento y á la razón de cada filipino,
levantaría el pueblo entero y podría organizar una rebelión entusiasta,
popular y fuerte, como así sucedió.
El día 19 de Agosto, un fraile, cura de Tondo, averiguó por medio del
confesionario que existía una vasta conspiración para exterminar á todos
los españoles, y pocos momentos después, el gobernador quedaba enterado
de la ocurrencia. Ya se tenía noticias en el gobierno de la organización
secreta, y al conocerse los detalles comunicados por el cura de Tondo,
se empezó á reducir á prisión á las personas de quienes se sospechaba. El
general Blanco parecía tomar las cosas con una calma prudente, pero los
miembros del "Katipunan", al ver que sus afiliados iban llenando las
cárceles, decidieron rebelarse antes de la época convenida.
7o
El 30 de Agosto, un grupo considerable de revolucionarios se levantaron
en San Juan del Monte, y la artillería peninsular con buen armamento y
disciplina, dominó el movimiento, haciendo una mortandad horrible de
filipinos y reduciendo á prisión á varios. Los actos de crueldad llevados
á cabo aquel día por las tropas españolas, fueron lo que podía esperarse
conociendo las costumbres de cruel represión en la historia de España.
En Manila no había más que unos 400 soldados españoles y muy poca
tropa indígena, porque toda la fuerza militar se hallaba ocupada en Min-
danao y apoderándose el terror de las autoridades y de los españoles de
Manila, se inauguró un terrible sistema de persecución, reduciendo á
prisión á todos los filipinos de más prestigio. Valenzuela, Eoxas, Abolla,
Franco, Salvador y otros fueron miserablemente fusilados, condenados
por consejos de guerra en los cuales se atropello la justicia, por satisfacer
la opinión pública española. El dia 30 de Diciembre de 1890 condenado
por un consejo de guerra, se fusiló á Eizal, y ante su cadáver, al son de
una marcha triunfal, desfilaron las tropas, y la sociedad española que
presenció el acto gritaba satisfecha ¡ Viva España !, creyendo que con
la muerte de Eizal se había ahogado la revolución cuando en realidad se
habían roto para siempre los lazos que unían al pueblo filipino con la
nación española.
Las cárceles de Manila estaban llenas de gente ; en la fuerza de Santiago
murieron asfixiados en una noche cincuenta y ocho prisioneros de los
ochenta que el comandante de la fortaleza había encerrado en im calabozo
privado de aire. En los cuarteles se sometía á la tortura á los infelices
que se cogían, y por todas partes en Filipinas se cometían actos de
verdadero salvajismo contra los filipinos indefensos y leales, porque los
culpables, arreglándose como podían, habían salido al campo para hostili-
zar á los españoles.
La provincia de Cavite se había declarado en completa rebelión y,
para reducirla, fué menester que el general Lachambre la invadiera con
14,000 soldados españoles apoyados por la escuadra de Montojo que
triunfaba en las mismas aguas, en donde poco después la sumergió la
escuadra de Dewey.
í]milio Aguinaldo con un grupo considerable de revolucionarios, entre
los cuales se contaban los más prestigiosos, burlándose de los españoles,
atraviesa la provincia de Cavite, la de Manila y parte de Bulacán,
fortificándose en esta última en un monte denominado Biácnabató.
El general Primo de Eivera, que gobernaba Filipinas, logró convencer
al general Aguinaldo y sus caudillos que aceptaran un tratado de paz,
(jue fué firmado, según se decía, el 14 de Diciembre de 1897. Por dicho
tratado, se ofrecía á los filipinos la expulsión de los frailes, la libertad
de imprenta, de asociación y de la prensa, la representación en el con-
greso español la amnistía para todos los revolucionarios. Aguinaldo y
sus caudillos se comprometían á trasladarse á Hongkong y recibirían
76
además la suma de 600,000 pesos, como compensación de las armas, mu-
niciones y demás pertrechos que abandonaban en Biacnabató.
Aguinaldo quedó convencido de que existía realmente un tratado, pero
en el transcurso del tiempo, nadie ha podido demostrar que tal tratado
existiera, y mas l)ien parece que Aguinaldo y los caudillos que le seguían
fueron completamente engañados en este punto, creyendo de buena fe
lo que por personas interesadas se les había afirmado sobre el particular.
Después que los jefes insurrectos abandonaron Filipinas, la paz parecía
por unos momentos restablecida, pero pequeñas pertubaciones del orden
público que se repetían por todas partes demostraban que la revolución
permanecía en estado latente. Cuando en 1898 se supo en Filipinas
que se había declarado la guerra entre España y los Estados Unidos, el
general Augustin, que entonces gobernaba, organizó rápidamente milicias,
confiándolas á la jefatura de los antiguos caudillos revolucionarios que
aún quedaban en el país, y trató de atraerse la cooperación de los fili-
pinos, creando en Manila un cuerpo titulado Asamblea Consultiva, con
el fin de que dicho cuerpo sugiriera al gobierno aquello que fuera conve-
niente para el bien del país. Como en todas las circunstancias supremas
para el gobierno español en sus colonias esta vez también trató de atraerse
la simpatía, adoptando una actitud generosa, pero los sucesos debían
desarrollarse con rapidez y la soberanía española estaba próxima á su fin.
El dia 1.° de Mayo, la escuadra de Dewey destruyó por completo en la
ensenada de Bacoor á la escuadra española de Filipinas y en el mismo
día obtenía la rendición de Cavite, estableciendo un bloqueo completo
de la bahía de Manila. Las tropas españolas estaban esparcidas por
Luzón y las islas del Archipiélago en número de 12,000 hombres. Las
milicias filipinas se componían de 11,000 hombres y el gobierno de Ma-
nila seguía confiado en que con las promesas hechas al país de establecer
un gobierno autonómico, los filipinos defenderían los derechos de España,
pero el 19 de Mayo, el general Aguinaldo desembarcaba en Cavite y,
quince días después, todas las milicias filipinas se habían rebelado contra
España y Manila se encontró bloqueada por el mar por los americanos y
por tierra por los filipinos.^ En poco tiempo los soldados españoles
^ La primera fuerza expedicionaria bajo el mando del mayor general Wesley
Merritt, del Ejército de los Estados Unidos, llegó al puerto de Manila el 30 de
Junio de 1898. Cavite fué ocupado en 1 de julio, y Parañaque, á siete millas
al sur de Manila, el 12 de julio, desde cuyo último punto se inició el avance
sobre la ciudad. El 14 de agosto el general Merritt publicó la siguiente
proclama :
A los habitantes de Filipinas:
"1. Desde el 21 de abril de este año existe la guerra entre los Estados Unidos
y España. Desde entonces habéis presenciado la destrucción de las fuerzas na-
vales españolas en estas islas por la escuadra americana, la capitulación de
Manila, su principal ciudad, con todas sus defensas y la rendición del ejército
que defendía este territorio, á las fuerzas militares de los Estados Unidos.
"2. El general en jefe de las fuerzas de los Estados Unidos, ahora en posesión,
tiene instrucciones de su Gobierno para asegurar á los habitantes que no ha
77
rindieron sus armas á los filipinos y el dia 13 de Agosto, al capitular
Manila y ser ocupada por las tropas del general Merritt las fuerzas fili-
pinas entraron también en la capital. El general Emilio Aguinaldo
organizó entonces un gobierno provisional en Bacoor, trasladándose en el
mes de Septiembre á Malolos en donde se organizó el gobierno revolu-
cionario de Filipinas.
Como los filipinos creían que era la intención del pueblo de los Estados
Unidos, al destruir la soberanía española, otorgar la independencia de
venido aquí con el objeto de hacer la guerra á nadie ni á ninguno de sus par-
tidos, sino á proteger sus casas, sus industrias y sus derechos religiosos indi-
viduales. Todos aquellos que, por su eficaz ayuda y sumisión honrada, cooperasen
á los buenos propósitos y fines de los Estados Unidos, recibirán la recompensa
de su amparo y protección.
"3. El gobierno establecido entre vosotros por el ejército de los Estados Unidos
es un gobierno militar de ocupación. Interinamente se ordena, que las leyes
municipales que afectan derechos referentes á personas y propiedades, socie-
dades particulares, así como las leyes penales para el castigo de toda clase de
faltas, continuarán en vigor siempre que sean compatibles con los fines de este
gobierno militar. Dichas leyes serán administradas por los tribunales ordinarios
como antes, pero por empleados nombrados por el gobierno de ocupación.
"4. Será nombrado un capitán preboste general (gobernador político-militar)
para la ciudad de Manila y sus diferentes distritos. Este territorio será divi-
dido en barrios, á cada uno de los cuales se señalará un delegado capitán preboste
(político-militar). Las atribuciones del capitán preboste general y sus delegados
se darán á conocer en detalle por próximas disposiciones. En términos generales,
estarán investidos con atribuciones de poder arrestar á toda clase de infractores,
tanto militares como civiles, enviando á los primeros á sus respectivos jefes para
ser juzgados por consejos de guerra, con una relación de sus faltas y nombres
de los testigos, y deteniendo en custodia á todos los demás infractores para ser
juzgados por comisiones militares, tribunales ordinarios ó por tribunales cri-
minales indígenas, de conformidad con la ley ó instrucciones que se publicarán
más adelante.
'"5. El pueblo de Manila y todos los demás puertos y lugares de Filipinas
que actualmente se hallen en posesión de nuestras fuerzas de mar y tierra, serán
abiertos, mientras dura su ocupación militar, al comercio de todas las naciones
neutrales, así como al nuestro, para todos aquellos artículos que no sean contra-
bando de guerra, y previo el pago de los derechos que rijan en la fecha de su
importación.
"6. Todas las iglesias y lugares dedicados al culto religioso, á las artes y
ciencias, centros de instrucción, bibliotecas, colecciones científicas y museos, serán
en lo posible protegidos. Se prohibe la' destrucción ó deterioro intencional
de dichos edificios ó propiedades, monumentos históricos, archivos ú obras de
ciencia ó arte, salvo el caso urgente de necesidad militar. Se castigará severa-
mente toda infracción de estas reglas.
"Los que custodian todas las propiedades de la clase expresada en este párrafo,
darán inmediato aviso á este cuartel general, manifestando su clase y situación,
acompañando al mismo tiempo las recomendaciones que crean prudentes para la
buena protección de las propiedades confiadas á su cuidado y custodia, con el
objeto de ayudar los esfuerzos de las autoridades militares" y civiles para con-
seguir la protección de aquellos.
"7. El general en jefe al anunciar el establecimiento de un gobierno militar
y al hacerse cargo de sus atribuciones como gobernador militar, en conformidad
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Filipinas, al publicarse en el mes de Enero de 1899 por el general Otis
el tratado de París, un descontento general hizo prever más que nunca
la lucha de los filipinos contra los americanos. El dia 4 de Febrero del
mismo año, se rompieron las hostalidades y el ejército americano empezó
desde aquel día una campaña de conquista del archipiélago que pudo
considerarse terminada en 1901.
En el año 1900 llegó á Filipinas la Comisión que debía organizar el
gobierno civil de las islas y en el mes de Diciembre quedó formado el
Partido Federal, la primera organización política que se formaba en
Filipinas y cuyo fin principal fué obtener la paz y prestar su apoyo al
desarrollo de los planes de la Comisión, presidida por el Honorable
William H. Taft.
Fuera de una parte de la isla de Mindanao y de la isla de Joló y otras
que constituyen la titulada Provincia :\Iora, la paz se ha restablecido en
el archipiélago. Los ideales de independencia dominan todavía en una
inmensa mayoría del pueblo filipino, pero la clase filipina ilustrada está
convencida de que el triunfo podría conseguirse dentro de los medios
legales y que las revoluciones y el empleo de la fuerza no podrían ser
beneficiosas á los intereses del pueblo filipino.
con su nombramiento por el Gobierno de los Estados Unidos, desea asegurar á
los habitantes, que siempre y cuando que guarden el orden y cumplan sus
deberes hacia los representantes de los Estados Unidos, no serán molestados en
sus personas y propiedades, excepto el caso en que haya de hacerse expropia-
ciones forzosas i>or necesidad del Gobierno de los Estados Unidos, ó en beneficio
del pueblo filipino."
El general Merritt continuó en el mando y ejerció las funciones de gobernador
militar hasta el 29 de agosto, en cuya fecha él fué relevado por el mayor general
E. S. Otis, que fué á su vez reemplazado por el mayor general A. INIacArthur el
5 de mayo de 1900.
La insurrección de los Filipinos contra el Gobierno de los Estados Unidos llegó
á su punto culminante el 4 de febrero de 1899, cuando se llevó á cabo el ataque
general sobre Manila, y desde aquella fecha se llevaron á cabo las hostilidades
en todas las islas mayores, especialmente en Luzón. El 4 de julio de 1901,
el mayor general A. R. Chaffee relevó al general MacArthur, y el gobierno militar
de las islas fué reemplazado por el gobierno civil, excepto en el archipiélago
joloano y en toda la isla de Mindanao sin contar con las provincias de Surigao
y Misamis, que permanecieron bajo la dirección del gobernador militar y coman-
dante en jefe del Ejército hasta el 1 de junio de 1903. cuando se organizó la
provincia mora. — .T. P. S.\nger.
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